Jones, De Groot, Thompson, Van Ophuijsen, Horney, Freud, Greenacre, Maslow, Marmor, Lorand - Psicoanalisis y Sexualidad Femenina

March 25, 2017 | Author: Fernando De Gott | Category: N/A
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Jones, De Groot, Thompson, Van Ophuijsen, Horney, Freud, Greenacre, Maslow, Marmor, Lorand - Psicoanalisis y Sexualidad ...

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PSICO ANALISIS Y SEXUALIDAD FEMENINA E. JONES - J. L.-DE GROOT - C. THOMPSON J. H. W. VAN OPHUIJSEN - K. HORNEY - S. FREUD P. GREENACRE - A. H. MASLOW - J. MARMOR - S. LORAND

HORME / PSICOLOGIA DE HOY

PSICOANÁLISIS Y SEXUALIDAD FEMENIN~

BIBLIOTECA: PSICOLOGlA DE HOY 1. Maxime Davis: La sexualidad en la adalescencla. 2. Karl R. Beutner y N. G. Hale: Gula para la familia del enfermo mental. 3. Maryse Choisy: Psicoanálisis de la prostituci6n. 4. J. A. M. Merloo: Psicología de1 pánico. 5. Robert Lindner: Relatos psicoanalíticos de la vida real. 6. Ludwig Eidelberg: Psicología de la violación. 7. R. Spitz: No-Sí. Sobre la génesis de la comunicación humana. 8. Robert Street: Técnicas sexuales modernias.

9. H. F. Tashman: Psicopatología sexual del matrimonio. 1 O. Asociación Norteamericana de Estudios sobre la Infancia: Guía para la educación sexuial. 11. Edmund Bergler: Infortunio matrimonia! y divorcio. 12. Anna Freud y Dorothy Burlingham: La guerra y los niños. 13. R. Loewenstein: Estudio psico· analítico del antisemitismo. 14. Anna Freud: Psicoanálisis del niño. 15. Theodor Reik: Treinta años con Freud. 16. Freud, Abraham, Ferenczi, Klein, Reik, Erikson, Lindner: Grandes casos del psicoanálisis. 17. Theodor Reik: Cómo se llega a ser psicólogo. 18. Dorothy Walter Baruch: Nue· vos métodos en la educación se· xual. 19. Frances L. llg y Louise Bates Arnés: Cómo preparar una fiesta infantil. 20. J. L. Moreno: Psicomúsica y sociodrama. 21. Susan lsaacs: Años de infancia . 22. Theodor Reik: Confesiones de un psicoana'lista. 23. Anthony Storr: Las desviaciones sexuales.

24 . Theodor Reik: Aventuras en la investig9clón. psicoanalltica. 25. Erwin Stengel: Psicología del suicidio y los intentos suicidas. 26 . Theodor Reik: Psicoanálisis aplicado. 27. Theodor Reik: Psicoanálisis del crimen. 28 . J. Schavelzon, J . Bleger, L. Bleger, l. Luchina y M. Langer: Psicologia y cáncer. 29. T. M. French, F. Alexander: Psicología y asma bronquial. 30. R. Sterba: Teoría psicoanalítica de la libido. M. Langer: Aporte kleiniano. 31. R. E. Hall: Guía para la mujer embaraZ>oda. 32. H. R. Litchfield y L. H. Dembo: Guía para el cuidado de su hijo. 33 . Martín Freud: Sigmund Freud, Mi padre. 34. Theodor Reik: El amor visto por un psicólogo. 35. J . R. Gallagher y H. l. Harris: Problemas emocionales de los adolescentes. 36. Marie Langer: f ,antasías eternas a la luz del psicoanálisis. 37. J . L. Schulman, J. C. Kaspar, p. M. Barger: El aprendizaje de la j>sicoterapia. 38. John Mariano: Psicoterapia del divorcio. 39. W. McCord y J. McCord: El psicópata. 40. D. J . Pittman: Alcoholismo. 41. M. D. Vernon: Psicología de la percepción. 42. Theodor Reik: Diferencias emocionales entre los sexos. 43. Alex Comfort: La sexualidad en la sociedad actual. 44. Adrión Stokes: La pintura y el mundo interior. 45. M. N. Robinson: La mujer frígida. Estudio psicoanalítico.

(Continúa en la pág. 279)

E. JONES - J. i.-DE GROOT - C. THOMPSON J. H. W. VAN OPHUIJSEN - K. HORNEY S. FREUD - P. GREENACRE - A. H. MASLOW J. MARMOR - S. LORAND

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PSICOANALISIS Y SEXUALIDAD FEMENINA

EDICIONES HORMÉ S. A. E.

Volumen

Distribución exclusiva

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EDITORIAL PAIDóS BUENOS AIRES

Título del original inglés: Psychoanalysis and Female s~

CoLLEGE

Editado por PREss - New Haven

UNIVERSITY

Traducido por

INDICE

NORA WATSON

© Copyright de todas las ediciones en castellano por EDICIONES HORME, S. A. E. Juncal 4649 Buenos Aires Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723 IMPRESO EN LA ARGENTINA

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . I. El desarrollo temprano de la sexualidad femenina, por Ernest Jones ....... : . 11. La evolución del complejo de Edipo en las mujeres, por ]eanne Lampl-de Groot III. Algunos efectos de la desvalorización de la sexualidad femenina, por Clara Thompson . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . IV. Observaciones sÓbre el complejo de masculinidad en las mujeres, por J. H. W. Ophuijsen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . V. La negación de la vagina, por Karen Horney . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . VI. Sobre la sexualidad femenina, por Sigmund Freud . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . VII. Problemas especiales del temprano desarrollo sexual femenino, por Phyllis Greenacre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . VIII. La autoestima (sentimiento de dominio) y la sexualidad en las mujeres, por A. H. Maslow . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . IX. Algunas consideraciones relativas al orgasmo, por Judd Marmor . . . . . . . . . . . . X. Contribución al problema del orgasmo vaginal, por Sandor Lorand . . . . . . . . . XI. La "envidia del pene" en las mujeres, por Clara Thompson . . . . . . . . . . . . . . . .

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RECONOCIMIENTOS El International ]ournal of Psychoanalysis nos autorizó a publicar los siguientes artículos: Ernest Jones, "El desarrollo temprano de la sexualidad femenina"· Vol. VIII, 1927. Karen Horney, "La negación de la vagina", Vol. J. Lampl-de Groot, "La evolución del complejo ·ae Edipo en las mujeres", Vol. IX, 1928. Vol. XIV, 1933. Con la autorización de Psychiatry: Clara Thompson, "La envidia del pene", Vol. VI, 1943. Clara Thompson, "Algunos efectos de la desvalorización de la sexualidad femenina'', Vol. XIII, 1950. Con la autorización de Psychosomatic Medicine: Judd Marmor, "Algunas consideraciones relativas al orgasmo femenino", Vol. XVI, n9 3· 1954. Con la autorización del ]ournal of Social Psychology: A. H. Maslow, "La autoestima (sentimiento de dominio) y la sexualidad en las mujeres", Vol. XVI, 1942.

INTRODUCCIÓN Si bien se ha escrito mucho acerca de la sexualidad femenina, es poco lo que se sabe en realidad en lo referente a su dinámica y su carácter. Se ha hablado hasta el cansancio de la mujer frígida, la mujer dominante, la mujer asexual, la mujer soltera, la mujer castradora, y la mujer competitiva, hasta vaciar de significado a cada uno de. estos términos y convertirlos en meros clichés. Y, sin em- . bargo, no se ha concedido la menor importancia a la situación sexual total de la mujer norteamericana. , : v,;¡;.;íi¡ Cuando contemplamos la situación sexual total del hombre o la mujer norteamerica:t;tos, el cuadro se vuelve inquietante. O, quizá, sería mejor decir que el cuadro se convierty en un espejo, en el que las manifestaciones de la sexualidad reflejan las actitudes características de la cultura norteamericana como un todo. Nuestra sociedad es competitiva y tiene una orientación técnica, y lo mismo sucede con la expresión sexual de muchos de sus miembros. El sexo, que en alguna época fue un tópico prohibido, se ha convertido ahora en tema preferido de conversación, y con demasiada frecuencia quienes participan en ella compiten en hacer alarde de sus hazañas. Betty Friedan afirma que el sexo "se está convirtiendo en una compulsión nacional singularmente triste, si no en una burla despiadada". Rollo May señala el énfasis en las técnicas sexuales y advierte

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lNTI\ODUCCt6N

íNTRODUCCION

que, cuando se traspasan ciertos límites, ese énfasis tiende a fomentar "una actitud mecanicista hacia el acto sexual"; tales actitudes armonizan con los sentimientos de soledad, la alienación y la despersonalización tan comunes en nuestros días. Las mujeres norteamericanas del presente disfrutan de un nivel de libertad económica y social que habría horrorizado a sus abuelas. La mujer de clase media puede dedicarse a casi cualquier tipo de profesión u ocupación lucrativa. En realidad, se supone que dedicarán buena parte de su vida a su carrera, pese a que existe una mayor tendencia al matrimonio temprano y a las familias numerosas de la que caracterizó a las décadas del 20 o del 30. Las madres e hijas norteamericanas siguen gobernando y dominando el ámbito doméstico. La mujer norteamericana se ha emancipado. Si antes se suponía que ella debía negar y repudiar su sexualidad, ahora se espera que la reconozca, la exprese y la disfrute. Y -como en tantos otros sentidos- ¡Dios nos libre del norteamericano que no disfruta tanto como lo esperaba! Para la mujer norteamericana la '1ibertad" de convertir al placer sexual en parte de su vida se ha transformado en un imperativo: so pena de sentirse inadecuada o humillada, es preciso que tenga un orgasmo vaginal. Si no lo consigue· y sobre todo si su experiencia no es igual a la de sus vecinas y a las de las novelas que lee, entonces se siente frustrada, algo así como una inválida y no una mujer "realizada". Cuando aparecen sentimientos de esta índole -y el terapeuta los ve con bastante frecuencia en sus pacientes- entonces puede afirmarse, como lo hace

Bruno Bettelheim 1, que con respecto a su sexualidad, muchas mujeres contemporáneas pueden encontrarse en peores condiciones que sus predecesoras victorianas. Éstas no podían sentirse verdaderamente respetables si admitían, aunque sólo fuera para sí mismas, la existencia de deseos o necesidades sexuales. En la actualidad, se ha convertido en un hecho deshonroso o al menos humillante, el que una mujer reconozca, frente a sí misma o a cualquier otra persona, que sus experiencias sexuales no han sido jamás un estallic;lo fulminante de pasión. Freud dividió a las mujeres en tres grandes grupos, cada uno de los cuales estaba relacionado con un patrón distinto de respuesta frente al impacto que recibe toda niña pequeña cuando descubre que es diferente de los varones que conoce. El primer tipo de respuesta femenina reemplaza el inalcanzable pene con un hijo. Dicha respuesta tiene como fruto lo que Marie Bonaparte denominó "la verdadera mujer: normal, vaginal, material". El segundo tipo de respuesta femenina reconoce la ausencia de pene, pero renuncia a toda esperanza de obtener cualquier objeto amoroso externo como sustituto. El tercer tipo de respuesta femenina niega la realidad; inconscientemente, esta mujer cree tener un pene y se aferra a los elementos masculinos de tipo orgánico y psíquico -el clítoris y su sensibilidad, y el complejo de masculinidad- que están presentes en todas las mujeres. En muchos sentidos, la sexualidad femenina es el resultado de una contienda peculiar, y esa lucha

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1 Véase su estudio denominado "Growing-Up Female", en Hendrik Ruitenbeek, Psychoanalysis and Contempomry American Culture (Nueva York, 1964).

1N'í'notiuceI6N

INTRODUCCIÓN

psicológica básica se ha visto reforzada y aun irt· tensificada por las cambiantes condiciones de vida que la sociedad norteamericana de nuestros días impone a_las mujeres. Al igual que los varones, las niñas tienen como primer objeto amoroso a su madre. Como los varones, también ellas pierden este objeto amoroso al ser derrotados por el padre, pero a difei:;encia de aquéllos, ellas no podrán volver a poseerlo, por ·decirlo así, ~n su objeto sexual final y adecuado. Las niñas deben transferir su afecto a . un segundo objeto amoroso infantil, el padre, y perderlo también, ya que les está igualmente prohibido. Además, la niña pequeña y activa debe convertirse en una criatura mucho más pasiva a fin de poder asumir el rol sexual y social que le fue asignado. Así. la mujer debe recorrer un camino sinuoso para alcanzar su "verdadera naturaleza". · Ese cambio hacia la pasividad que debe llevar a cabo la mujer se ha vuelto cada vez más difícil en nuestra época, la cual ha alcanzado las cumbres de un ininterrumpido cambio social. A lo largo de la experiencia histórica de casi toda la humanidad, se ha considerado natural que la gente se mantuviera fiel a su nacimiento, continuara perteneciendo a fa clase social y económica de sus padres; ahora no sólo les resulta imposible hacerlo, sino que se supone que deben avanzar, escalar posiciones. En nuestra sociedad norteamericana, las expectativas se han convertido en exigencias. También las mujeres sienten esa necesidad de escalar posiciones y tener éxito; ya no les basta satisfacer esas demandas en forma sustitutiva: quieren hacer u obtener algo por sí mismas, y no meramente reflejar los logros de sus maridos. Podría objetarse que esto

prácticamente no se explica a la mujer joven contemporánea, de clase media, que elude las disciplinas profesionales de tipo riguroso que están a su alcance, porque ha planeado casarse joven y tener una familia numerosa: con toda seguridad, ella habrá realizado exitosamente el pasaje hacia la verdadera pasividad femenina. Esto es bastante cuestionable, no solamente a juzgar por las ·estadísticas sobre la incidencia del alcoholismo y otros indicios de zozobra emocional entre mujeres jóvenes razonablemente prósperas, sino en los síntomas gue exhiben pacientes de este tipo en el curso de la psicoterapia, y en particular por el tipo de ansiedad que manifiestan con respecto a su capacidad para tener un orgasmo. Muchas pacientes juzgan a este aspecto de su experiencia sexual como si fuera una suerte de piedra de toque del éxito, y de un éxito que parece estar definido en términos bastante masculinos. En un mundo en el que la , actividad masculina fija las normas de lo que es valioso -y los analistas señalan que tanto fisiológicamente como psicológicamente, el desempeño sexual del hombre constituye un logro - la experiencia de la mujer, tanto en lo referente al _$exo como en otros aspectos de la vida, toma el carácter . de una lucha extrañamente ambigua contra la dominación masculina. Esa dominación es algo que se da por sentado; incluso se la acepta, en el sentido de que es el hombre el que establece las normas. Pues, del mismo modo en que se apar~ de esa norma es necesariamente inferior. Pero el hombre, cuya importancia original ni siquiera ha sido cuestionada seriamente en la cultura norteamericana, es un ser--activo. De allí que muchas mujeres sientan que exigirles que sean pasivas

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INTRODUCCIÓN

INTRODUCCIÓN

es como exigirles que acepten un status de inferioridad. . Algunas mujeres se someten; no se rebelan, no se vuelven agresivas ni se convierten en una amenaza para la vida del hombre, pero su incapacidad, ya sea para disfrutar del rol que les fue asignado, o para reaccionar contra él, la arrastra a la desesperación y a una suerte de desintegración del self. La novelista inglesa Doris Lessing (Sudáfrica podría reclamarla como hija suya, pero ella difícilmente le reconocería tal derecho), traza un vivo retrato de este tipo de mujer en A Man and Two Women 2 , particularmente en el cuento "To Room Nineteen", en el que describe a una mujer joven, feliz en su matrimonio, con un marido atractivo, hijos, amigos y dinero. Y, sin embargo, toda la existencia de esta mujer es una farsa. Lo único real para ella son los ratos que pasa sola en un hotel mugriento. Por último, hasta esta experiencia pierde su significado. La vida se ha vuelto insoportable para ella, y abre la llave del gas; se sentía 'bastante satisfecha allí tirada, escuchando el débil y susurrante silbido del gas que se colaba velozmente en la habitación, en sus pulmones, en su cerebro, conforme ella se iba hundiendo cada vez más en las tinieblas". Así, incluso aquellas mujeres con una posición afortunada que no echan mano de la agresividad para expresar su resentimiento, sienten resentimiento y reaccionan frente a él. Pueden volcarse al sexo como una forma de obtener consuelo, encontrándolo casi siempre inadecuado. El acto sexual se ha visto despojado de esa sensación de íntima comunicación personal, sin llegar a convertirse en

una experiencia - enteramente satisfactoria. si bien limitada. Como Betty Friedan manifestara, refiriéndose a cierta mujer 8 : "Tengo necesidad del sexo para sentirme viva, pero nunca he sentido realmente a un hombre". Así muchas mujeres de nuestra época se encuentran• en _lln estado de rebelión contra la pasividad que la naturaleza y la sociedad les imponen. Debemos recordar que esta rebelión tiene una antigüedad de varias generaciones, pero ha alcanzado una suerte de clímax en nuestra época. Como reacción frente a la dominación masculina, aun cuando el tipo de feminismo anterior a la Primera Guerra Mundial rara vez se manifiesta, las mujeres se han vuelto más agresivas, en particular en el aspecto sexual; puesto que en la vida sexual, del mismo modo que en la vida económica, se ha producido una "revolución de crecientes expectativas''. · Hace cincuenta ·años, muchas mujeres no sólo esperaban ser pedidas· en matrimonio (o al menos intentaban que nadie se diera cuenta de que andaban "a la .pesca de marido") sino que, de casadas, consideraban que su rol consistía en estar al servicio del placer de su marido, :no en experimentar placer ellas mismas. A las mujeres de hoy ya no les basta dar satisfacción a los hombres; también ellas quieren recibir su parte. Tal vez las mujeres hayan anhelado siempre esa satisfacción; después de todo, el autor del Eclesiastés se refiere a la matriz como ''hija de la sanguijuela", y el folklore de muchos pueblos incluye a la mnjer insaciable. En la actualidad, sin embargo, las mujeres no sólo desean y esperan obtener satisfacción sexual en el

~~·'t""'}i'f~~~P.f ~z·-Ji!:;n¡r--,...,.

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.. · ·

--

A Man and Two Women (Nueva York, 1963, pág. 316.

3

The Feminine Mystíque (Nueva York, 1963), pág. 258.

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INTI\ODUCCIÓN

matrimonio y fuera de él, sino que se culpan a sí mismas y a sus maridos si no llegan a .a lcanzar esa satisfacci6n· y en formas establecidas de antemano. Formulada en estos términos, el imperativÓ de tener una experiencia sexual satisfactoria crea problemas, tanto en el hombre como en la mujer. Los hombres norteamericanos, en el matrimonio y fuera de él, tienen que habérselas con mujeres sabihondas que creen saber lo que quieren y están decididas a obtenerlo. 'Para algunos hombres esto resulta sin duda estimulante, pero la mayoría opina · que una mujer sexualmente activa constituye una amenaza. Como respuesta - o quizás como retaliaci6n- los hombres se vuelven pasivos y las mujeres se encuentran ligadas a hombres que no les proporcionan el tipo de experiencia sexual que ellas creen les corresponde como herencia propia. y sin embargo, al mismo tiempo la mujer tiende a culparse por no ser lo "suficientemente mujer" como para sacar al hombre de la pasividad. La creciente libertad social complica aún más la orientaci6n de la sexualidad femenina. En otro tiempo, y sobre todo para la mujer norteamericana de clase media, la experiencia sexual se limitaba a la que podía obtener dentro del matrimonio y sólo con el marido. En la actualidad, la experiencia sexual premarital y extraconyugal es algo cada vez más común. El hecho de que existan más mujeres que hombres, ha contribuido a otorgar un énfasis mayor a la· vida sexual de la mujer adulta que no se ha casado o está "entre" matrimonios. También las mujeres solteras reclaman para sí el derecho a tener experiencia; en la actualidad, la soltera puede satisfacer esa necesidad sin empañar por ello su 'buen nombre"; pero esta libertad le acarrea otra

serie de complicaciones que tal vez no se le hubieran presentado en otra épo~a. En primer lugar, su compañero puede resultar poco satisfactorio, un hombre·-pasivo, que no da caza sino que se deja cazar y que con frecuencia, aparentemente ni siquiera merece ser cazado. En segundo lugar, la mujer soltera puede equivocarse con respecto a las metas de su expresi6n y ·su experiencia sexuales puesto que, por libre que sea para coleccionar hombres, no es socialmente libre para tener hijos. ¿Es el juego sexual su vía de salida más satisfactoria, o acaso el orgasmo es el sine qua non? Al escuchar a sus pacientes femeninas, casadas o no, el analista puede muy bien preguntarse si el orgasmo no se habrá transformado en un fetiche. Así como los hombres se ven cada vez más expuestos a la exigencia de provocar una respuesta orgásmica, también las mujeres se sienten obligadas a tener la esperada respuesta. Si la mujer no responde, quizá se la acuse de querer castrar a su pareja. Así, una paciente puede sentirse mala y, al mismo tiempo, injustamente tratada; se siente in':lficaz, incluso humillantemente inmadura; y sin embargo también se siente despojada, estafada por su compañero en la parte de recompensa que le correspondía dentro de la relaci6n. En mi opinión, en la actualidad demasiadas mujeres parecen olvidar que la experiencia sexual satisfactoria supone algo más que el orgasmo. En el presente como en el pasado, una mujer puede conocer la gratificación sexual satisfaciendo los impulsos ego-sintónicos: conciencia de ser deseable, capacidad para excitar sexualmente al hombre, el hecho de tener hijos, y los placeres sexuales sublimados del afecto y la ternura. Debe advertirse que,

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IN'l1l.ODUCCIÓN

!N'i'l\ot>uccróN

al contrario de lo que cabría esperarse, las mujeres con severos trastornos emocionales pueden tener orgasmos vaginales. Tal vez debería fomentarse la sexualidad clítoridiana, ya que de hecho puede alcanzarse por este medio un alto grado de satisfacción ·sexual. Carl Sulzberg ha sugerido un posible desplazamiento del área de máxima sensibilidad sexual en las mujeres contemporáneas. Dicho autor observa que, a medida que las mujeres se procuran más libertades económicas y sociales y un mayor número de las recompensas que eran patrimonio exclusivo de los hombres, tal vez sus hábitos y respuestas sexuales tiendan a asemejarse a lbs del hombre; puesto que, como ya dijimos, todo lo que sea masculino es considerado más humano y normal. En consecuencia, la satisfacción clitoridiana puede ser a un tiempo más fácil de lograr y más satisfactoria que la excitación vaginal. Si el argumento de Sulzberg es psicológicamente sostenible o no, no nos interesa tanto como la actitud que exhiben innumerables pacientes -y mujeres que no reciben terapia-: su autoestima se cifra en ser una mujer que funciona bien, y funcionar bien como mujer requiere que las relaciones sexuales culminen en la experiencia del orgasmo vaginal. De este modo, la ansiada "liberación" de la sexualidad femenina se ha convertido para muchas mujeres en una suerte de limitación sexual.

rrollo y las peculiares condiciones de vida imperantes en nuestro tiempo. La antología comienza con un trabajo de Emest Jones que se refiere al complejo de Edipo en la mujer joven, a su experiencia frente a la amenaza de una castración parcial, y al fenómeno de la afanisis, la extinción de la sexualidad. En un trabajo sobre la evolución del complejo de Edipo en las mujeres, la psicoanalista holandesa Jeanne Lampl-de Groot se ocupa esencialmente del mismo problema que Jones, si bien aquélla trata el material fundamentalmente en términos del complejo de Edipo negativo y positivo, e ilustra sus argumentos con datos obtenidos del análisis de dos pacientes femeninas. Clara Thompson, conocida integrante de la escuela neofreudíana, discrepa con Jones y Lampl-de Groot. Thompson cuestiona la significación de la envidia del pene para la comprensión de la sexualidad femenina y duda de que aquélla tenga demasiado efecto sobre la psicología de la mujer contemporánea. El verdadero problema de la mujer, según afirma Thompson, no reside "en resignarse a no tener pene, sino en aceptar ·su propia sexualidad por su derecho propio". También Karen Horney se aparta del punto de vista freudiano. En su trabajo clásico, "La negación de la vagina", Homey sostiene que el concepto de Freud "del fracaso_ en descubrir la vagina" debería explorarse más a fondo pues, sigue diciendo Homey, "tras el fracaso en descubrir la vagina se oculta una negación de su existencia". En otras palabras, la mujer se ve así privada de todo tipo de órgano sexual adecuado; no · está meramente castrada, está de-sexualizada. Otro analista holandés Van Ophuijsen replantea el punto de vista freudiano de que la mujer está pro-

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II

Los ensayos de esta antología enfocan el problema de la sexualidad femenina, considerando los efectos que sobre ella ejercen las pautas del desa-

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lN'l'l\Ol)UCCIÓN

INTRODUCCIÓN

fundamente afectada por la noción de su castraci6n, en su opinión el complejo de masculinidad en las mujeres, está íntimamente relacionado con la masturbación infantil clitoridiana y el erotismo uretral. El punto de vista del propio Fre~d sobre la sexualidad femenina surge de su traba10 en el que destaca la importancia del período preedípico en . el desarrollo femenino. Considera que para la mu1er este estadio es más importante que para el hombre. A continuación tres trabajos tratan el problema de la sensibilidad clitoridiana y vaginal en relación con el orgasmo. Phyllis Greenacre plant~a la esti~1mla­ ción clitorídica y las tempranas sensac10nes vagmales en la fase fálica del desarrollo de la mujer. En su estudio sobre el orgasmo femenino, Judd Marmor arroja considerables dudas. sobre el. supuesto de que, en la mujer, la erogeneidad gemtal normalmente se transfiere del clítoris a la vagina. La sensibilidad clitoridiana continúa siendo un factor importante en la sexualidad de l~ mujer adulta y, en consecuencia, debe ser reconocida como ~a respuesta adulta. Sandor Lorand r~,chazi:i. la, t~s1s que sostiene el pasaje de la sensac10n clitond1ca a la vaginal; considera al orgasmo vaginal un fenóme~o independiente. Las sensaciones vaginales adquieren importancia cuando la niña en desarrollo redes~ cubre y vuelve a aprender a experimentar sensaciones que conocía pero que reprimió y olvidó. En contraste con estos trabajos acerca de la sensibilidad sexual, presentamos otro que considera que la expresión y la experiencia sexuales son problemas de estrecha comunicación personal antes que de pura sensación. A. H. Maslow sostiene que la conducta sexual de la mujer está más estrechamente relacionada con el sentimiento de dominio que

con impulsos sexuales más simples. Aquí, es preciso recordar que el sentimiento de dominio, tal como lo interpreta Maslow, es una evaluación del self. · En el ensayo final de esta analogía, Clara Thompson vuelve a tocar el problema de la envidia del pene. Este sentimiento no está basado en la percepción de una diferencia biológica, como sostuvo Freud. Los hombres disfrutan de una posición de privilegio en la cultura, dice la autora; es el status del hombre lo que envidian las :r;nujeres, no su pene. El sentimiento de inferioridad de las mujeres puede ser simbolizado como envidia del pene, pero la frase es sólo metafórica; lo que las mujeres desean no es tanto el órgano masculino, cuanto el tipo de reconocimiento y privilegios sociales a que tienen derecho los poseedores de dicho órgano.

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I

EL DESARROLLO TEMPRANO DE LA SEXUALIDAD FEMENINA .. Por

ERNEST JoNEs

Freud se ha referido más de una vez al hecho de que nuestro conocimiento de las etapas tempranas del desarrollo femenino es mucho más oscuro e imperfecto que el del desarrollo masculino, y Karen Horney ha señalado enfáticamente, pero con todo acierto, que este hecho debe estar relacionado con la mayor tendencia al prejuicio que existe con respecto al primero. Es probable que dicha tendencia al prejuicio sea común a los dos sexos, y sería de desear que quienes escriben acerca del tema tuvieran permanentemente en cuenta esta consideración. Más aún, cabría esperar que la investigación analítica gradualmente arroje luz sobre Ja naturaleza del prejuicio eri cuestión, y, por último, lo haga desaparecer. Poco a poco va tomando cuerpo una razonable sospecha de que los analistas varones se han visto inducidos a adoptar un criterio falocéntrico equivocado con respecto a lo.s problemas en cuestión, subestimando en la misma medida la importancia de los órganos femeninos. Por su parte, las mujeres han contribuido a la mistifi0 Leído en el Décimo Congreso Internacional. de Psicoanálisis, Innsbruck, el 11> de setiembre de 1927.

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DESARROLLO TEMPRANO DE LA SEXUALIDAD FEMENINA

ERNEST JONES

cación general con su actitud de ocultamiento hacia sus propios genitales y exhibiendo una desembozada preferencia e interés por el órgario masculino. El estÍl~ulo inmediato para la investigación en l~ que esta basado €1 presente trabajo, me fue sumimstrado por la insólita experiencia que tuve hace un par de años, de analizar a un mismo tiempo cinco casos de homosexualidad manifiesta en mujeres. Los análisis fueron en todos los casos profundos y duraron de tres a cinco años; han sido completados en tres de los casos y llevados hasta una etapa avanzada en los otros dos. Entre los numerosos problemas que se plantearon, dos de ellos pueden servir como punto de partida para las consideradones que me prqpongo presentar aquí: ¿qué es lo que, en las muieres, corresponde exactamente al temor _de cas~ración de los hombres? y, ¿qué es lo que diferencia el desarrollo de la mujer homosexual del de la heterosexual? .Se advertirá que estas dos cuestiones están estrechamente;· relacionadas siendo la palabra "pene" el eslabón de enlace entr~ ambas. Algunos hechos clínicos acerca de estos casos pueden ser de interés, si bien no me propongo relatar ningún material casuístico. Tres de las pacie~tes tenían más de veinte años, y dos más de tremta. Sólo dos de las cinco exhibían una actitud t?talmente negativa hacia los hombres. No fue posible establecer ninguna regla fija con respecto a su actitud consciente hacia los padres: aparecieron ~odas las vari~ntes, actitud negativa hacia el padre 1unto con actitud ya sea negativa o positiva hacia la madre y viceversa. Sin embargo, en los cinco casos la actitud inconsciente hacia ambos progeni-

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tores era marcadamente ambivalente. En todos los casos se evidenció una filiación infantil desusadamente intensa con respecto a la madre, que estaba decididamente relacionada con la etapa oral, y que fue sustituida por una fuerte fijación paterna, ya fuera temporaria o permanente en la conciencia. El primero de los dos interrogantes mencionados anteriormente podría también formularse de la siguiente manera: cuando la niña siente que ya ha sido castrada, ¿,qué evento futuro imaginado puede despertar en ella un temor semejante al temor de castración? Al intentar responder a esta pregunta es decir, explicar el hecho de que las mujeres padezcan ese temor al menos tanto como los hombres· llegué a la conclusión de que el concepto de "castración" ha obstaculizado de algún modo nuestra apreciación de los conflictos fundamentales. De hecho, encontramos aquí un ejemplo de lo que Horney señaló como un prejuicio inconsciente que hace que tales estudios se enfoquen desde un punto de vista excesivamente masculino. En su esclarecedor trabajo acerca del complejo del pene en las mujeres Abraham 1 hizo notar que no existía ningún m;tivo para no aplicar allí la palabra "castración", del mismo modo que con los hombres, ya que en . ambos sexos aparecen deseos y temores de tipo semejante con respecto al pene. Con todo, el hecho de aceptar esta afirmación no implica pasar po~ alto las diferencias que existen en ambos casos_, m permanecer ciegos ante el peligro de introdu?i_r en un caso consideraciones que ya nos son_fam1h_~~~s. en el otro. En relación con los precursores preg~~~~ ' ~ales de la castración (el destete y la defeca: 1.-on, 1

Karl Abraham, Obr11S Completas, 1921, pi~. 339:·

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DESARROLLO TEMPRANO DE LA SEXUALIDAD FEMENINA

ERNEST JONES

señalados respectivamente por Starcke y por mí), Freud ha hecho notar ·que el concepto psicoanalítico de castración, a diferencia del concepto biológico correspondiente, se refiere en forma definida al pene 7olamente, incluyendo cuando mucho a los testículos. Ahora bien, el error que quiero destacar es el siguiente: la enorme importanéia del papel que normalmente desempeñan los órganos genitales en la sexu~lidad masculina, tiende a hacer que consideremos a la casttación como equivalente a la abolición completa de la sexualidad. Dicho error 'se desliza con frecuencia en nuestros argumentos, incluso cuando sabemos que · muchos hombres desean ser castrados por motivos eróticos, entre otros, de modo que su sexualidad ciertamente no desaparece ·con la renuncia al pene. En el caso de las mujeres, para quienes toda la idea del pene es siempre parcial y de_naturaleza sumamente ·secundaria, esto debería ser aún más evidente. En otras palabras, el predominio de los temores de castración entre los hombres, tiende a veces a hacer que olvidemos que en ambos sexos la castración constituye sólo una amenaza parcial, por importante que sea, para la totalidad de la capacidad y · el placer sexual. Para el caso extremo de la extinción total, haríamos mejor en utilizar un término distinto, como por ejemplo la palabra griega "afanisis'~. En mi opinión, si escudriñamos las raíces del temor fundamental que subyace en todas las neurosis, llegamos a la conclusión de que lo que realmente se ·teme es esta afanisis, la extinción total, y desde luego permanente, de toda capacidad (incluso oportunidad) de placer sexual. Después de todo, ésta es la intención conscientemente manifestada por la

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mayor parte de los adultos hacia ·Jos 'niños. Su ac- · titud es bastante inflexible: a los niños no debe permitfrseles ningún · tipo de gratificación sexual. Y sabemos que para el niñb la idea de una postergación indefinida se oarece mucho a la de una negativa permanente. Desde luego, no podemos ésperar que el inconsciente, con su naturaleza ·altamente concreta; se . exprese· en tales términos abstractos que évidentemente representan- una generalización. El enfoque más aproximadó a la· idea de ·la afanisis que encontramos en la labor clínica, es la de ,castración y pensamientos de muerte (temor cons" ciente a la muerte y deseos inconscientes de muerte). Es oportuno citar el caso. obsesivo· de un joven que ilustra este mismo punto: aquél había sustituido como su summum bonum· la idea de gratificación sexual por la idea del placer estético, y ·sus temores de castración tomaron la forma de una aprensión, de un terror a llegar a perder su capacidad de gozar estéticamente, tras · la cual existía, desde luego, la · idea concreta de la pérdida del pene. Desde este punto ' de -vista, advertimos que el asunto en cuestión fue formulado en forma equivocada: el temor masculino de ser castrado puede tener o no una idéntica contraparte femenina, pero lo que importa más es caer en la cuenta de que este temor constituye sólo un caso especial y · que los dos sexos temen, en última :.nstancia, exactamente la misma cosa: la afanisis. El mecanismo por el cual se supone que esto tiene lugar, exhibe diferencias importantes en los dos sexos. S_i pasamos por alto, por el momento, la esfera del autoerotismo - basándonos en el atendible argumento · de que aquí los conflictos deben su impmtancia a la siguiente catexis aloerótica de aquél~ y limitamos

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nuestrá ateiici6n al aloerotisiifr; tñismo, podernos decir entonces que, en el hombre, la cadena de pensamientos reconstruida sería más o menos ésta: "Yo deseo o.btener gratificación realizando un acto particular, pero no me atrevo a hacerlo debido al temor de que sería seguido del castigo de la afanisis, por medio de la castración, lo cual significaría para mí la· extinci6n permanente del placer serual". En la mujer, con su naturaleza más pasiva, el pensamiento equivalente sería algo diferente: "Yo deseo obtener gratificación a través de 1,lllª experiencia particular, pero no me atrevo a dar ningún paso oara provocarla, com9 sería solicitarla y confesar así mi deseo culpable, porque temo que ello sería segllido de la afanisis". Es evidente, desde luego, que esta diferencia no s6lo no es invariable sino que es, en todo caso, sólo una obsesión de grados. Eri ambos casos existe una actividad, si bien es mas manifiesta y enérgica en el. hombre. Con todo, ésta no ·es la diferencia fundamental; la diferencia más importante reside en el hecho de que, por motivos fisiológicos obvios, la mujer depénde mucho más de su compañero para obtener su gratificación, que el hombre para obtener la suya. Por ejemplo, Venus · tuvo mucho más trabajo con Adonis, que Plutón con Perséfone. Esta última consideraci6n nos suministra la razóri biológica de las diferencias psicológicas más importantes en la conducta y actitud de los seims: una mayor dependencia (distinta del deseo) de la mujer en lo relativo a la disposición y raprobaci6n moral del compañero de la que encontramos en el hombre, en quien se da una actitud análoga con respecto a otro hombre autoritario. De allí, entre otras cosas, los típicos reproches y la necesidad de

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reaseguración de la mujer. Entre las consecuencias sociafes importantes, mencionaremos las siguientes. Es bieJ:! sabido que la moralidad del mundo es esencialmente una creación masculina, y -:-lo que es mucho más curioso- que las ideas morales de las mujeres han sido copiadas básicamente de las de los hombres. Esto debe estar relacionado sin duda con el hecho, señalado por He lene Deutsch 2, de que el-superyó de las mujeres, tal como el de los hombres, se origina fundamentalmente en las reacciones frente al padre. Otra consecuencia, que nos lleva de vuelta a nuestro tema de discusión, es que el mecanismo de la afanisis, se tiende a diferir en los dos sexos. Mientras que en el hombre se lo concibe por lo general en la forma activa de castración en la mujer el temor fundamental parecería ser 'el de la separación, que en la fantasía puede producirse a través de la madre rival a la niña para siempre, o sino a través del padre que sencillamente se niega la anhelada gratificación. El profundo temor de ser _abandonadas que experimentan la mayoría de las mujeres es fruto de lo que acabamos de mencionar. En este punto es posible obtener del análisis de mujeres, un insight más profundo, que del de hombres de la importante cuestión de la relación ,ent~e privación y culpa, en otras palabras, de la genes1s del superyó. Freud, en su trabajo sobre la declinación del complejo de Edipo, sugirió que ello sucedía en la mujer como resultado directo de continuas decepciones (privación), y sabemos que el superyó es un heredero directo de este complejo tanto en la mujer como en el hombre, en el que es ll Hclene Deutieh, Zur Psycholoiie der weiblichen SBXUlllfwnktionen, 1925, pá¡. 9. •

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el producto de la culpa derivada del temor de castración. Se desprende, y mi experiencia analítr'Ca confirma plenamente esta conclusión 3 , gue la privación absoluta tiene, desde luego en ambos sexos, el mismo significado que la deprivación deliberada de parte del ambiente humano. Llegamos así a .la siguiente fórmula: privaci6n es equivalente a frustración. Incluso es probable que, como puede desprenderse de las observaciones de Freud sobre la declinación del complejo de Edipo, la sola privación constituya una causa aceptable para la génesis de la culpa. Un análisis más profundo de este punto nos haría penetrar demasiado en la estructura del superyó y nos alejaría del presente tem_a, pero quisiera mencionar solamente una conclusión a la que he arribado y que considero bastante pertinente: que la culpa, y con ella el superyó, se construye artificialmente, por así decirlo, con la finalidad de proteger al niño de la tensión de la privación, vale decir, de la libido no gratificada, y así desviar el temor a la afanisis que siempre la acompaña; y lo hace, por supuesto, disminuyendo los deseos que no están destinados a ser gratificados. Incluso creo que la desaprobación externa, a la gue solía atribuirse todo este proceso, constituye en: gran medida un asunto explotado por el niño; es decir, primariamente la no gratificación significa peligro, y el niño lo proyecta hacia el mundo exterior, como lo hace con todos los peligros internos, y luego echa mano de cualquier señal de desaprobación proveniente de ese mundo externo ( moralisches Entge3 A esta conclusión se llegó, en parte, juntamente con Mrs. Riviere, quien expone sus puntos de vista en otro contexto, lntemational Joumal df Psychoanalysi3, Vol. VIII, págs. 374-75.

genkommen) para distinguir el, peligro y ayudarlo a construir una barrera contra el. Volviendo a la niña, nos enfrentamos con la tare.a de rastrear las diversas etapas del desarrollo a ·partir de la etapa oral inicial. El criterio ?omún~e~te aceptado es el de que el pezón, o la teti~a artifrc1~l, es reemplazado, luego de un breve penodo ele JUguetear con el pulgar, por el clítoris como fuente principal de placer, tal como sucede en el caso de los varones con el pene. Freu~ 4 sostiene gue. ~s precisamente lo poco satisfactono de esta soluc10n lo que guía en forma automática a ~a niña a buscar un pene externo mejor, y esto la mtroduce en la situación edípica en la que el deseo de tener un bebé reemplaza en. forma, ~r~dual al dese~, d~ tener un pene. Mis prop10s ª:1ªl~s1s'. como los pni:ieros análisis" de Melanie Klem, md1can que, ademas de esto existen transiciones más directas entre las etapas 'oral y edípica. En mi opinión, parecerí~ gue las tendencias derivadas de la etapa oral se bifurcaran tempranamente ha7ia el . ?líto~i~ y la fel_lati?· vale decir, hacia la mampulac10n ~1g1tal del cht~ns y las fantasías de fellatio, respectivamente; vanando la proporción entre ambas según los difere~tes casos, lo cual puede tener funestas consecuencias para el ulterior desarrollo. Seguiremos ahora estas líneas del desarrollo en forma más detallada, bosquejando en primer lugar la que considero la vía más normal del desarrollo, 4 Freud Intemational ]oumal of Psychoanalysis, Vol. VIII, pág.' 140. . 15 A lo largo de todo este traba¡o se hace m~y poca reforencia al deseo de tener un hijo, ya que en el .nos ocupamos en particular de las etapas tempr.anas. Considero q:iie tal deseo constituye un derivado posterior de las tendenc1a5 anal y fálica.

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la que conduce a la heterosexualidad. Aquí la fase sádica se establece tardíamente, y de ese modo ni la etapa oral ni la clitoridiana reciben ninguna catexia sádica intensa. En consecuencia, el clítoris no llega a asociarse con una actitud particularmente masculina (empujar, etc.), como, por otro lado, tampoco se desarroila demasiado la fantasía orals~dica de arrancar de un mordisco el pene mascuh~o. La actitud oral es principalmente la de succ10nar, y pasa por la conocida transición del desarrollo hacia la etapa anal. Los dos orificios ali~entarios c~nstituyen así el órgano receptivo femenmo. En pnmer lugar, el ano se identifica en forma evidente con la vagina, y la diferenciación de ambos co?stituye un pr?ceso sumamente oscuro, quizá más aun que cualqmer otro del desarrollo femenino; con todo, presumo que tiene lugar, en parte, a una edad más temprana de lo que generalmente se supone. Siempre se desarrolla un monto variable de sadismo en relación con la etapa anal, el cual se revela en las fantásías familiares de violación anal que pueden transferirse o no a fantasías de ser objeto de castigos corporales. La relación edípica está aquí en plena actividad; y las fantasías anales censtituyen ya, como demostraremos más adelante, una transacción entre tendencias libidinales y de autocastigo. Por lo tanto, esta etapa boca-ano-vagina representa una identificación con la madre. · ¿Cuál ha sido entre tanto la actitud hacia el pene? Es ~~stante probable .~ue la inicial sea netamenta positiva 6, y se mamfiest~ en el deseo de· 6 Deutsch (op. cit., pág. 19) registra una interesante observación en una niña de dieciocho meses, quien vio por esa época un pene con aparente indiferencia, desarrollando más tarde reacciones emocionales.

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chuparlo; pero pronto y aparentemente et1 todos los casos, aparece la envidia de} pei:ie· Las razones rimarías, autoeróticas por asi decirlo, de ello, .J1an ~do detalladas con acierto por Ka~en ~arney en su análisis del papel que desempena d~cho órgano en las actividades urinarias, exhibiciomstas; escoptofílicas y masturbatorias. Con todo, el deseo de tener un pene como el varón, normalmente -se t~ans­ .forma en el deseo de compartir el pene de aquel en un acto de tipo coito a través de la boca, ·el ª?º o la vagina. Diversas sublimaciones y . reacciones indican que ninguna mujer puede eludi; ]~ etapa de la envidia temprana d~l pene, pero coincido a~­ pliamente con Karen Horney s. Helene Deut~ch. ' Melanie Klein 10 y otros estudiosos; en , e~ cnteno de que lo que conocemos en ~a lab~r ch~1ca com~ envidia del pene en la neurosis, denva solo en P.e ueño grado de tal fuente. Debemos hacer un ~h~­ {. o entre lo que puede denominarse la envidia d~lg pene preedípica y la postedípica (más ex~cta)men t e envi'd'a i del pene autoerótica , . y aloerótica ' estoy convencido de que esta ultima es con m~~ho más significativa de las do~. Tal. e.orno la actividad masturbatoria y las Ari FÉMENiNA

volverse rubia sino en descubrir por qué no se acepta tal como es. Su historia clínica revelará gue alguna persona significativa durante sus primeros años de vida prefería a las rubias altas, o bien que el hecho de ser morena se ha asociado con alguna otra característica inaceptable. Así, en un caso en que existía esta envidia de las rubias, ser morena significaba ser voluptuosa, y ser voluptuosa era algo · mal visto. En nuestra cultura, el sexo en general ha merecido la desaprobación de dos tipos de actitudes: una de ellas es el puritanismo. El ideal puritano consiste en la negación del placer corporal, y esto hace que las necesidades sexuales se conviertan en algo vergonzoso. En nuestros días seguimos encontrando indicios de esta actitud en los sentimientos de ambos sexos. También existe otra actitud que desvaloriza la sexualidad, en particular la sexualidad femenina. Somos un pueblo que pone gran énfasis en la pulcritud. Para muchas personas, los órganos genitales entran en la categoría de órganos excretorios, asociándose así con la idea de algo sucio. En el caso del hombre, parte de la maldición desaparece porque él se libra del desagradable producto. La mujer, en cambio, es quien lo recibe y, cuando su actitud se ha visto fuertemente influida por el concepto de excremento sucio, ello acrecienta su sensaci6n de ser inaceptable. Además, los hombres que consideran que el producto sexual es algo sucio, fortalecen el convencimiento de la mujer de que sus genitales son sucios. El desenfrenado placer que el niño experimenta frente a su cuerpo y a los productos de éste comienza a reprimirse a edad muy temprana. Esto .consti-

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tuye una parte fundamental de nuestra educaci~n básica, que a fa mayoría de nosotros nos resultana muy difícil imaginar el efecto ,que sobre. nuest~a vida psíquica y emocional tendna una .actitud mas permisiva. Lo que ocurre ~s que es~ tipo de educación ha creado una especie de actitud moral hacia nuestros productos corporales. La mo~alidad ~e esfínter, como la llamó Ferenczi, se extiende .mas allá del control de la orina y de las heces; en ?ierto modo, incluye también a los productos gemtales. Es evidente que ello gravita grand~mente sobre las actitudes hacia los genitales femenm~s, en los qu~ no es posible ningún control de esfmte~. Rep~are por . ~rimera vez en ello leer, hace vemte ª~º!' un trabajo escrito en aleman por Bertram ,L.ewm , que · presentaba, entre otras cosas, dato.s chmcos en los que se comparaba a la menstrua~16n con. una involuntaria pérdida de heces y de onna, debida a una falta de control de esfínter. En un.o de los c~­ sos presentados en ese trabajo, la mu¡er se, babia convertido en una experta en contraer los musculas vaginales, logrando así un apar~nt~ control. so~re la cantidad de flujo menstrual. Si bien en m1 practica analítica no he tenido ninguna paciente que intentara fabricarse un esfínter, he recibido frecuentes testimonios de que la incapacidad de controlar no sólo la menstruación sino también todas ~as .secreciones de los genitales femeninos, ha contnbm?o a crear un sentimiento de inaceptabilídad y suciedad. Una paciente mía, cuando su :r_nadre le pr~­ porcionó una toalla higiénica en ocasión de su primera menstruación se negó a usarla. Para ella representaba un paÍial de bebé, y se sintió espanto-

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ª

B. Lewin, "Kotschmieren, Menses und weibliches überIch", . Internat. Zschr. Psychoanal., XVI ( 1930), págs. 43-56.

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ctAi\A THOMPSON

samente humillada. Es evidente que poco después debió sentirse más humillada aún debido a las inevitables conse~uencias de su negativa. También debido a la sobrevaloración cultural de la pulcritud, otro atributo de los genitales femeninos puede convertirse en fuente de zozobra: el hecho de que despidan olor. Así, uno de los principales recursos de que se vale la hembra para atraer al macho entre la especie animal, ha sido rotulado como algo desagradable, para muchos hasta repulsivo. Por ejemplo, una paciente mía cuya profesión le exige aparecer frente a un auditorio, durante muchos años se sintió en desventaja por la sensación de que "apestaba", sensación que se incrementa considerablemente cada vez que se ve obligada a exhibir su cuerpo. Así, puede hablar por radio pero no frente al público. · Otra paciente creyó durante años que nunqa podría casarse porque no sería capaz de conservar su cuerpo limpio en todo momento en presencia de su marido. Cada vez que tenía una cita con un hombre, se preparaba con una enérgica limpieza de los genitales, en particular tratando de que estuvieran secos. Cuando finalmente tuvo relaciones sexuales, grande fue su sorpresa al descubrir que lo que más placer le producía al hombre era precisamente lo contrario de esa tan valorada sequedad, cosa que la ayudó mucho en la estima de su propio cuerpo.En el caso de dos mujeres, la sensación de que sus genitales eran algo inaceptable constituyó un factor importante para la promiscuidad. En cada caso, una experiencia con un hombre que besó sus genitales de una manera que evidentemente revelaba aceptación constituyó el paso final que dio lugar a una completa transformación de sentimien-

LA DESVALORIZACIÓN DE LA SEXUALIDAD FEMENINA

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tos. En ambos casos desapareció la necesidad de ser promiscua, y cada una de las mujeres se sintió amada por primera vez. . Evidentemente, estoy simplificando demasiado estos casos a fin de que mi argumento resulte claro. No quisiera dar la impresión de que la sensación de suciedad asociada a los genitales era la única razón por la cual dichas pacientes se consideraban inaceptables. Existía en cada caso la sensación de no ser aceptable que se remontaba a la primera infancia y eran producto de actitud~s específicas de los padres. En cada caso el .sentimiento de inaceptabilidad se centr~ con el he~po en los genitales por dife.rentes ~ohvos. Por e~e?1plo, en tres casos la mu1er habia escalado posic10nes, superando el humilde nivel so?ial de sus pad~~s, y en cada una de es~as tres m~ie:~s, la, sensac10n de tener genitales suc10s se convirt10 en simbolo de su bajo origen del que se avergonzaba. Sus progenitores no habían ·colocado tanto énfasis en el aseo, como el que encontraron luego en su nuevo me?io social. Por lo tanto, cualquier indicio de secreción corporal o de olor las traicionaba, y esto hizo ~ue el mismo sexo se convirtiera en señal de su humilde origen. Por otra parte, otras dos pacientes padecían los efectos del excesivo énfasis puesto por sus propias madres en el aseo corpor~l. En ~ada uno de estos dos casos la madre era fna y puntana, así como también e~cesivamente pulcra, y la paciente se sentía humillada por tener ella un impulso se_xual más sano que temía fuera puesto en descubierto frente a todo el mundo por medio de las secreciones y olores de su cuerpo. A través de estas observaciones confío en haber destacado el hecho de que el problema de la vida

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CLAM 'l'tIOMPSON

sexual de una mujer no reside en que se resigne a t~ner un pene, sino en que acepte su propia sexuah?~d por lo que ésta vale. En este sentido se ve d1ficu~tad~ por ciertas actitudes culturales, como por e1emplo la de que su impulso sexual no es importante y que sus genitales son algo sucio. Con estas dos actitudes ~ulturales de desaprobación en el trasfondo de ~a VIda de la mujer, cabe suponer que ambas constituyan aspectos importantes en los ?uales se expresan dificultades en las relaciones mterpersonales.

IV OBSERVACIONES SOBRE EL COMPLEJO DE MASCULINIDAD EN LAS MUJERES 1 Por

J.

H. W.

VAN 0PHUIJSEN

En su ensayo sobre Algunos tipos característicos revelados por el P'SÍcoanálisis, Freud escribe 2 : "Como hemos aprendido de nuestro trabajo psicoanalítico, todas las mujeres tienen la impresión de haber sido lastimadas durante la infancia y de que, sin que haya existido culpa alguna de su parte, han sido disminuidas y robadas en una parte de su cuerpo; y la amargura de muchas hijas frente a su madre tienen como última causa el reproche por haberlas traído al mundo como mujer en lugar de varón." Tuve conocimiento de este artículo en el preciso momento en que mi atención estaba dirigida hacia una sucesión de casos con una forma particular de reacción al referido complejo, y cuando creía que en uno de ellos yo también había encontrado algunas de las condiciones que determinaron su origen. En el siguiente artículo voy a dar cuenta de mis conclusiones. El tipo de reacción en el que estamos interesados, está fundado, como el complejo de castración 1 Artículo comunicado a la Sociedad Psicoanalítica Holandesa, junio 23 de 1917. 2 Obras Completas, tomos 4-5.

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en la muj~r, en la cr~encia de la posibilidad de poseer un organo gemtal masculino. La diferencia principal entre ambos se encuentra en el hecho de que. d~l complejo de castración se desprende un sentimiento de culpa. La pérdida, el daño o el desarrollo defectuoso del genital son considerados como el resultado de una mala conducta, a menudo como el castigo por una inconducta sexual. El sentimiento de culpa falta en los casos de los que voy a hablar aquí -por supuesto que nunca completamente-, en cambio, la sensación de haber sido maltratados y la reacción consiguiente de amargura está en ellos fuertemente desarrollada. En vista del segundo grupo de casos, en los cuales la protesta ( qu~ procura compensar la privación) es Ja que domma, propongo introducir el término de complejo de masculinidad. El origen del complejo de masculinidad está, por supuesto, determinado por la visión del órgano masculino, ya sea del padre, del hermano u otro ~o~bre cualquiera, y en el historial de muchas pacientes femeninas, y sin excepción en aquellas con un complejo de masculinidad fuertem ente marcado, se encuentra el recuerdo de esta observación y la comparación de su cuerpo con el del sexo opuesto. E.1.1 uno de los casos que analicé, la paciente D. me di10 claramente que después de haber visto orinar a un varón, se desarrolló en ella el deseo de ser hombre para poder hacer otro tanto. Este incidente determinó hasta ahora su forma de satisfacción sexual, que obtiene con la masturbación. Otra papudo observar a su padre y a su tío, que ciente no teman reparo en orinar delante de ella. :'-hora surge la pregunta: ¿por qué instintos es alimentada la fantasía de masculinidad y por qué

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EL COMPLEJO DE MASCULINIDAD EN LAS MUJERES

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es que la fantasía, a pesar ~e com~ro,bacio~e~ y experiencias posteriores, no solo contmua e~ishen­ do, sino que frecuentemente causa a las muieres la creencia de que posee~ genitales masculi,nos?. Una paciente, P., me conto que durante algun tiempo había dejado de orinar sentada p~ra h~cerlo parada, aparentemente porque las artrculac10nes de la cadera se le habían endurecido. También debía sentarse como si corriera peligro de aplastar sus genitales, tal como si se tratara de órganos masculinos. El recuerdo del complejo de masculinidad no existe siempre en la conciencia, por lo menos en la forma primitiva de la creencia de posee; un genital masculino. A menudo, el recuerdo solo se hace consciente dura~te la discusión de la llamada actitud masculina. Pero en cada caso requiere un estudio profundo para demostrar que el complejo es aun verdadero en su forma original, a pesar de la represión o conversión. , . La pequeña serie de casos q~te prim.er?, llam~ mi atención acerca de este complejo, consisho en cmco pacientes que sufrían de psicastenia con obsesiones denominada también neurosis obsesiva. Pude observar a cuatro de ellas por un largo período; la quinta, en cambio, desistió muy pronto del anál~sis. Pero esta quinta paciente llegó para su tratamiento cuando yo ya había aprendido lo suficient~ sobre esta fantasía de ser hombre. Todas las vivencias de su caso la señalaban como el tipo descrito por -Freud en las líneas citadas, anteriormente; y pienso, por lo tanto, que no podia haber. un er~?r de interpretación al escuchar sus declarac~ones,: A menudo, cuando estoy descansando y no se que hacer conmigo misma, tengo la sensación de que me

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agrada~ía pedirle a mi ~adre algo que no me pue-

de dar. La

cond~cta de una de las cuatro pacientes res-

tante~' me mdujo por largo tiempo a pensar ue

tamb1~n ~n su caso el problema era la influe!ia ~ue ~Jercia sob~e ella su deseo inconsciente de ser om re. Por e1emplo, sus movimientos obsesivos al a:ostarse o sentarse eran tales que daban la . pres16~ .que dirigía al sofá o a la silla las mis:::s' p:opos1c10nes que el gallo a sus gallinas. Sólo ti.empo después me dijo: "Me siento como si ~s~~~ viera coqueteando con el sofá". Tiene que t:ne~ un especial significado el hecho B~J · tres de m1~ cmco pacientes me informaran, de1 f ~ a su prop1~, ;onvencimiento, que poseían "ninas e hotentote , esta particularidad, que habían ya nota~o .muy temprano en sus vidas, las llevó al co;ivenc~m1ento de que eran diferentes de las
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