JOHN DONNE Poesia Metafisica

March 29, 2017 | Author: Marco Hernandez | Category: N/A
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JOHN DONNE

Alquimia de amor

Algunos que más hondo que yo en la mina del amor han excavado dicen dónde se halla su céntrica felicidad. Yo he amado, y poseído, y relatado, mas, aunque hasta la ancianidad amara, poseyera y refiriera, ese misterio escondido no habría de encontrarlo. Todo, ¡ay!, es impostura. Y como ningún alquimista obtuvo aún el elixir, mas su marmita repleta glorifica si por casualidad algo odorífero o medicinal le sobreviene, así un deleite pleno y prolongado sueñan los enamorados, para obtener una noche de estío, de apariencia invernal.

Por esta vana sombra de burbuja ¿habremos de entregar nuestro bienestar, esfuerzo, honor y vida? ¿En esto amor termina? ¿puede cualquiera tan feliz ser como yo si soportar puede la burla breve de una representación de novio? Ese infeliz amante que asegura, no es la médula del cuerpo; es de la mente, lo que él en ella angelical encuentra, igual jurar podría que escucha en el rudo, crudo, griterío de ese día, las esferas.

No esperes hallar inteligencia en la mujer: a lo sumo, dulzura e ingenio; momias , sólo, poseídas.

Versión de Purificación Ribes

Amor negativo

Nunca tanto me abatí como aquellos que en un ojo, mejilla, labio, hacen presa; Rara vez hasta aquellos que más no se remontan que para admirar virtud o mente: pues sentido e inteligencia pueden conocer aquello que su fuego aviva. Mi amor, aunque ignorante, es más audaz. Fracase yo cuando suspire, si he de saber qué desearé.

Si es simplemente lo perfecto lo que expresarse no se puede sino con negativos, así es mi amor. Al todo que todos aman digo no.

Si quien descifrar puede aquello que desconocemos, a nosotros, conocer puede, enséñeme él esa nada. Ëste, por ahora, mi alivio es y mi consuelo: aun cuando no progreso, fallar no puedo.

Versión de Purificación Ribes

Canción

Ve y coge una estrella fugaz; fecunda a la raíz de mandrágora; dime dónde está el pasado, o quién hendió la pezuña del diablo; enséñame a oír cómo canta la sirena, a apartar el aguijón de la envidia, y descubre cual es el viento que impulsa a una mente honesta.

Si para extrañas visiones naciste, vete a mirar lo invisible; diez mil días cabalga, con sus noches, hasta que los años nieven cabellos blancos sobre ti. A tu regreso tú me contarás los extraños prodigios que te acontecieron. Y jurarás que en ningún lugar vive mujer hermosa y verdadera.

Si la encuentras, dímelo, ¡dulce peregrinación sería! Pero no, porque no iría, aunque fuera justo al lado; aunque fiel, al encontrarla, y hasta al escribir la carta, sin embargo, antes que fuera, infiel con dos, o tres, fuera.

Versión de Purificación Ribes

Constancia de mujer

Un día entero me has amado. Mañana, al marchar, ¿qué me dirás? ¿Adelantarás la fecha de algún voto recién hecho? ¿O dirás que ya no somos los mismos que antes éramos? ¿O que de promesas hechas por temor reverente del amor y su ira, cualquiera puede abjurar? ¿O que, como por la muerte se disuelven matrimonios verdaderos, así los contratos de amantes, a imagen de los primeros, atan sólo hasta que el sueño, imagen de la muerte, los desata? ¿O es que para justificar tus propios fines por haber procurado falsedad y mudanza, tú no conoces sino falsedad para llegar a la verdad? Lunática vana, contra estos subterfugios podría yo argumentar, ganando, si lo hiciera. Pero me abstengo, porque mañana puede que yo así también piense.

Versión de Purificación Ribes

El corazón roto

Loco de remate está quien dice haber estado una hora enamorado, mas no es que amor así de pronto mengüe, sino que puede a diez en menos plazo devorar. ¿Quién me creerá si juro haber sufrido un año de esta plaga? ¿Quién no se reiría de mí si yo.dijera que vi arder todo un día la pólvora de un frasco?

¡Ay, qué insignificante el corazón, si llega a caer en manos del amor! Cualquier otro pesar deja sitio a otros pesares, y para sí reclama sólo parte. Vienen hasta nosotros, pero a nosotros el Amor arrastra, y, sin masticar, engulle. Por él, como por bala encadenada, tropas enteras mueren. El es el esturión tirano; nuestros corazones, la morralla.

Si así no fue, ¿qué le pasó a mi corazón cuando te vi? Al aposento traje un corazón, pero de él salí yo sin ninguno.

Si contigo hubiera ido, sé que a tu corazón el mío habría enseñado a mostrar por mí más compasión. Pero, ¡ay!, Amor, de un fuerte golpe lo quebró cual vidrio.

Mas nada en nada puede convertirse, ni lugar alguno puede del todo vaciarse, así, pues, pienso que aún posee mi pecho todos esos fragmentos, aunque no estén reunidos. Y ahora, como los espejos rotos muestran cientos de rostros más menudos, así los añicos de mi corazón pueden sentir agrado, deseo, adoración, pero después de tal amor, de nuevo amar no pueden.

Versión de Purificación Ribes

El mensaje

Devuélveme mis ojos largamente descarriados, pues es ya mucho el tiempo que han estado sobre ti;

mas ya que tales males allí han aprendido, tales conductas forzadas y apasionamiento falso, que por ti nada bueno pueden ver, quédatelos para siempre.

Devuélveme mi corazón inofensivo, que pensamiento indigno no podría mancillarlo, pero si el tuyo le enseñara a burlarse del amor; a quebrantar palabra y juramento, quédatelo, porque mío no será.

Pero devuélveme mi corazón, mis ojos, que pueda ver y conocer tu falsedad; que pueda reírme y gozar cuando te angusties, cuando languidezcas por aquel que no querrá, o, como tú ahora, falso sea.

Versión de Purificación Ribes

El testamento

Antes que exhale mi último suspiro, deja, Amor, que revele mi legado. Es mi voluntad legar a Argos mis ojos, si mis ojos pueden ver. Si están ciegos, Amor, a ti te los entrego; A la Fama doy mi lengua; a embajadores, mis oídos; a mujeres, o a la mar, mis lágrimas. Tú, Amor, me has enseñado al hacerme amar a aquella que a veinte más tenía, que a nadie debía dar, sino a quien tenía demasiado.

Mi constancia entrego a los planetas; mi verdad, a quienes viven en la Corte; mi ingenuidad y franqueza a los jesuitas; a los bufones, mi ensimismamiento; mi silencio, a quien haya estado fuera; mi dinero, al capuchino. Tú, Amor, me has enseñado, al instarme a amar allí donde amor no es recibido, a dar sólo a quienes tienen incapacidad probada.

Mi fe entrego a los católicos; mis buenas obras, todas, a los cismáticos de Amsterdam; mis mejores modales, mi cortesía, a la universidad; mi modestia doy al soldado raso. Compartan los jugadores mi paciencia. Tú, Amor, me has enseñado, al hacerme amar a aquella que dispar mi amor entiende, a dar sólo a quienes tienen por indignos mis regalos.

Sea mi reputación para aquellos que fueron mis amigos; mi industria, para mis enemigos. A los escolásticos hago entrega de mis dudas; de mi enfermedad, a los médicos, o al exceso; a la naturaleza de todo lo que en rima tengo escrito, y para mi acompañante sea mi ingenio. Tú, Amor, cuando adorar me hiciste a aquella que antes este amor en mí engendrara, a hacer como si diera, me enseñaste, cuando restituyo sólo.

A aquel por quien tocan las campanas, mi libro doy de medicina; mis pergaminos de consejos morales sean para el manicomio; mis medallas de bronce, para quienes tienen escasez de pan; a quienes viajan entre todo tipo de extranjeros doy mi lengua inglesa.

Tú, Amor, al hacer que amara a quien considera su amistad justa porción para jóvenes amantes, haces mis dones desproporcionados.

Así, pues, no daré más, sino que el mundo destruiré al morir, pues el amor muere también. Tu hermosura, toda, menos entonces valdrá de lo que el oro en la mina, sin que haya quien lo extraiga y de menos tus encantos, todos, te servirán, de lo que puede un reloj de sol dentro de una tumba. Tú, Amor, me has enseñado, al hacerme amar a aquella que a ti y a mí desdeña, a ingeniar esta manera de aniquilar a los tres.

Versión de Purificación Ribes

La aparición

Cuando por tu despecho, ¡oh inmoladora!, esté muerto, y libre te creas ya de todos mis asedios,

vendrá entonces mi espectro hasta tu lecho y a ti, vestal farsante, en peores brazos hallará. Parpadeará entonces tu enfermiza llama, y aquel, tu entonces dueño, fatigado ya, si te mueves, o intentas despertarlo con pellizcos, pensará que pides más, y en sueño simulado te rehuirá, y entonces, álamo tembloroso, menospreciada, abandonada, te bañarás en gélido sudor de azogue, espectro más real que el mío propio. Lo que diré no he de decirlo ahora, no vaya eso a protegerte. Desvanecido ya mi amor, antes quisiera verte con dolor arrepentida que, por mis amenazas, inocente.

Versión de Purificación Ribes

La prohibición

Guárdate de quererme. Recuerda, al menos, que te lo prohibí.

No he de ir a reparar mi pródigo derroche de aliento y sangre en tus llantos y suspiros, siendo entonces para ti lo que tú has sido para mí. Pues goce tan intenso consume al punto nuestra vida. Así, a fin de que tu amor frustrarse no pueda por mi muerte, si tú me amas, guárdate de quererme.

Guárdate de odiarme, o de excesivo triunfo en la victoria. No es que yo a mí mismo haga justicia, y me resarza del odio con más odio, pues tú el título perderás de conquistador si yo, tu conquista, perezco por tu odio. Así, a fin de que mi ser a ti en nada perjudique, si tú me odias, guárdate de odiarme.

Mas ama y ódiame también. Así ambos extremos la función de ninguno cumplirán. Ámame para que pueda morir del modo placentero. Ódiame, porque tu amor es excesivo para mí, o deja que los dos mutuamente, y no a mí, se destruyan. viviré entonces para apoyo y triunfo tuyo. Así, para que tú a mí, a tu amor y odio no destruyas, déjame vivir, pero ama y ódiame también.

Versión de Purificación Ribes

La salida del sol

Viejo necio afanoso, ingobernable sol, ¿por qué de esta manera, a través de ventanas y visillos, nos llamas? ¿Acaso han de seguir tu paso los amantes? Ve, lumbrera insolente, y reprende más bien a tardos colegiales y huraños aprendices, anuncia al cortesano que el rey saldrá de caza, ordena a las hormigas que guarden la cosecha; Amor, que nunca cambia, no sabe de estaciones, de horas, días o meses, los harapos del tiempo.

¿Por qué tus rayos juzgas tan fuertes y esplendentes? Yo podría eclipsarlos de un solo parpadeo, que más no puedo estarme sin mirarla. Si sus ojos aún no te han cegado, fíjate bien y dime, mañana a tu regreso, si las Indias del oro y las especias

prosiguen en su sitio, o aquí conmigo yacen. Pregunta por los reyes a los que ayer veías y sabrás que aquí yacen Todos, en este lecho.

Ella es todos los reinos y yo, todos los príncipes, y fuera de nosotros nada existe; nos imitan los príncipes. Comparado con esto, todo honor es remedio, toda riqueza, alquimia. Tú eres, sol, la mitad de feliz que nosotros, luego que a tal extremo se ha contraído el mundo. Tu edad pide reposo, y pues que tu deber es calentar el mundo, con calentarnos baste. Brilla para nosotros, que en todo habrás de estar, este lecho tu centro, tu órbita estas paredes.

Versión de Jordi Doce

Nocturno sobre la festividad de Santa Lucía, en el día más breve del año

Ésta es la medianoche del año y la del día, Santa Lucía, día que apenas siete horas se descubre,

se extingue el sol y ahora sus redomas envían luces débiles, mas no incesantes rayos; ya la savia del mundo fue absorbida: el bálsamo universal hidrópica la tierra ha bebido hasta el término, donde, como a los pies del lecho, la vida está encogida, difunta y enterrada; mas todas estas cosas parecen sonreír comparadas conmigo, pues yo soy su epitafio.

Estudiadme por tanto los que seréis amantes en el próximo mundo, la primavera próxima, porque yo soy todas las cosas muertas y en mí amor urdió una nueva alquimia. Pues su arte expresó la quintaesencia misma de la nada; de enjutas privaciones y vacuidad inane me redujo a ruinas, y heme aquí reengendrado de ausencia, sombra, muerte, cosas que nada son.

Los otros, todos, de todo extraen todo lo bueno, vida, alma, forma, espíritu, y así a su ser acceden; yo, que en el alambique del amor fui formado, la tumba soy de todo lo que es nada. Muchas veces han sido inundación nuestros dos llantos e inundamos así toda la tierra, muchas veces llegamos a ser dos caos cuando al mundo exterior nos acercábamos, muchas veces los éxtasis arrebataron nuestras almas, reduciendo a cadáveres los cuerpos.

Mas yo soy por su muerte (tal palabra la injuria) el elixir de la primera nada. Fuera yo un hombre y, si lo fuera, sin duda lo sabría; sin duda prefiriera, de ser alguna bestia, ciertos fines y medios; pues incluso las plantas y las piedras odian y aman; todas las cosas, todo de algunas propiedades se reviste; si una nada ordinaria sólo fuera, como lo es una sombra, un cuerpo y una luz tendría al menos.

Mas nada de eso soy ni volverá mi sol a levantarse. Amantes, para quienes el sol menor ahora gira hacia Capricornio en busca del deseo con que habrá de encenderos, gozad de todo vuestro estío; ella disfruta de su larga noche dejadme ir hacia ella y dejadme que llame su vigilia y su víspera a esta hora que es del día y del año medianoche profunda.

Versión de José Ángel Valente

Seducción

Ven a vivir conmigo, y sé mi amor, y nuevos placeres probaremos de doradas arenas, y arroyos cristalinos; con sedales de seda, con anzuelos de plata.

Discurrirá entonces el río susurrante más que por el sol, por tus ojos calentado, y allí se quedarán los peces enamorados, suplicando que a sí puedan revelarse.

Cuando tú en ese baño de vida nades, los peces todos de todos los canales hacia ti amorosamente nadarán, más felices de alcanzarte, que tú a ellos.

Versión de Purificación Ribes

Usura de amor

Por cada hora que ahora me concedas, te entregaré, Dios usurero del Amor, a ti, veinte, cuando a mis cabellos negros los grises sean iguales. Hasta entonces, Amor, deja que mi cuerpo reine, y deja que viaje, me quede, aproveche, intrigue, posea, olvide; la del año anterior retorne, y piense que aún no nos conocíamos.

Deja que imagine mía la misiva de cualquier rival, y nueve horas después cumpla la promesa de la media noche. En el camino tome a doncella por señora, y a ésta le hable del retraso. Deja que a ninguna ame, ni a la diversión siquiera. Desde la hierba del campo hasta las confituras de la Corte o fruslería de la urbe, deja que informes a mi mente la transporten.

Esta oferta es buena. Si, cuando viejo, por ti soy inflamado; si tu honor, mi pudor o mi dolor codicias, más a esa edad podrás ganar. Haz tu voluntad entonces; entonces objeto y grado, y frutos del amor. Amor, a ti someto. Déjame hasta entonces. Lo acataré, aunque se trate

de una que me ame.

Versión de Purificación Ribes

George Herbert

I

Amor Inmortal, autor de esta gran figura, nacido de una belleza que nunca se apagará; ¡cómo pudo el hombre parcelar tu glorioso nombre, y arrojarlo a ese Polvo que tú mismo has hecho,

mientras el Amor Mortal gana todo el honor! ellos se mueven con maestría, luego al unirse llevan todo el poder, poseyendo mente y corazón, (tu artesanía) y no te dejan parte en ninguno.

la Razón gusta de la Belleza, y ésta la hace crecer; el mundo es suyo, ellas dos juegan en él, y tú te quedas a un lado; y aunque tu nombre trabajó en nuestra liberación de la fosa infernal,

¿quién canta tu alabanza? sólo una bufanda o un guante abrigan nuestras manos, y las hacen escribir del amor.

II

Calor Inmortal, no permitas que tu más grande llama se acerque tanto a nosotros; esos fuegos consumirían al mundo, primero has de domarlos, y prender en nuestros corazones deseos ciertos

que consuman el desenfreno y realicen tu camino. entonces te jadearán nuestros corazones; entonces nuestra mente pondrá toda su invención a tu altar, y allí con himnos enviaremos tu fuego de vuelta:

te verán nuestros ojos, los que ayer vieron polvo, polvo soplado por la razón hasta enceguecerlos; recuperarás todos tus bienes naturales, arrebatados por la traidora voluptuosidad:

por ti las rodillas caerán y las cabezas se alzarán, en alabanza a aquel que hizo y reparó nuestros ojos.

III

el Amor me hizo pasar, pero mi alma se apartó, llena de polvo y pecado. mas el Amor atento, observando mi vaguedad desde la primera ocasión, se me acercó más y más, preguntando con dulzura si algo me faltaba.

"un huésped" respondí, "que merezca estar aquí." dijo él, "tú lo serás." "¿yo, el malvado, el ingrato? ah, querido, yo no puedo ni mirarte." el amor tomó mi mano y sonriendo contestó, "¿quién hizo tus ojos sino yo?"

"cierto, Señor, pero yo los he estropeado; deja que mi vergüenza vaya donde le corresponde." "¿y acaso no sabes" dijo el amor, "quién quiere cargar tu culpa?" "¡querido! entonces te serviré." "sólo debes sentarte" dijo el amor, "y probar mi carne." y me senté a comer.

Pecado. George Herbert.

Señor, con qué prolijidad nos has encerrado!

Primero nos sazonan nuestros padres; Luego los maestros nos entregan las leyes; Nos envían amordazados hacia las reglas de la razón, Los santos mensajeros, los púlpitos y los domingos; El dolor que espía al pecado, Las variadas aflicciones, Angustias de todo tamaño, Finas redes y engaños para cazarnos, Biblias abiertas descuidadamente, Millones de sorpresas; Bendiciones previas, Lazos de gratitud, Melodías de gloria resonando en nuestros oídos; Afuera, nuestra vergüenza; Adentro, nuestras conciencias; Ángeles y perdón, Eternas esperanzas y temores. Y sin embargo, Un íntimo y perverso pecado Destruye todas estas vallas, Toda esta celestial edificación.

EL TEMPLO DE GEORGE HERBERT. (1633) EL TEMPLO. 1633. (The Temple.) EL ALTAR.

(The Altar)

Un ALTAR roto Señor, tu último siervo, Hecho de un corazón, y revestido de lágrimas: Cuyas partes son como tu mano hizo de marco; Ninguna herramienta de los obreros ha tocado el mismo. Un solo corazón Es una piedra, Como nada más que Tu poder hizo el corte. Por lo cual cada parte De mi duro corazón Se reúne en este marco, Para alabar tu Nombre; Eso, si por casualidad me callaré, Estas piedras para alabar a ti no pueden cesar. O dejar que tu sacrificio bendito sea el mío, Y santifique este altar para ser tuyo.

EL COLLAR.* (The Collar)

Dejé el tribunal, y lloré , no más. Lo divulgaré . ¿Qué? ¿siempre suspirare y sufriré ? Mis arrugas y mi vida son gratuitas, gratuito como el andar, Libre como el viento, del tamaño de la provisión.

¿Estaré todavía en traje? ¿No he cosechado, pero un remordimiento me dejo volando y no restaurare Lo que he perdido con la fruta cordial? Claro que había vino Antes que mis suspiros lo secaran: había trigo Antes de que mis lágrimas lo extinguieran. ¿Es qué sólo yo he perdido el año ? ¿No tengo espacios para coronarlo? ¿Sin flores ni coronas alegres? ¿todo maldito? ¿Todo perdido? No es así, mi corazón, pero hay fruta, Y Tú tienes manos. Recupera toda tu edad con el soplo de un suspiro Sobre placeres dobles: deja tu fría disputa Por lo que es y no es conveniente. Renuncia a tu jaula, A tu collar de arena, Qué pensamientos insignificantes has tenido, y has hecho Enviando un buen cable , para hacer cumplir y establecer, Y que sea tu ley, Mientras que tú lo has señalado y no lo quisiste ver. Lejos, tened cuidado: Lo divulgaré. Llama a tu jefe muerto allí: para tus miedos. El que se abstiene Para satisfacer y servir a su necesidad, Se merece su carga.

Pero como lo he alabado y madurado más rigurosamente y pródigamente En cada palabra, En mis pensamientos oí un llamado, Hijo: Y yo conteste, Mi Señor. *El collar representa todas las restricciones impuestas a la libertad externamente y reforzadas internamente.

Si se estima que Herbert es el personaje, también se refiere al collar del sacerdote anglicano que George Herbert llevaba. La apariencia del collar de clérigo habría sido diferente en su día, pero debido a su aspecto actual, también se le llama un "collar de perro". Aparte: El título puede ser un juego de palabras con "cólera"("choler."). "Pensar de Herbert como el poeta de una piedad sencilla, plácido y cómodo es no comprender completamente a el hombre y sus poemas." T. S. Eliot, "George Herbert". Y en Proverbios extravagantes, 536. El hombre colérico (cholerick) nunca quiere estar afligido.

ALAS DE PASCUA. (Easter Wings)

Señor, que creaste al hombre en riquezas y en provisiones, A pesar de que perdió tontamente lo mismo, Decayendo más y más, Hasta que se convirtió en Más pobre: contigo Oh, déjame que me eleve Como las alondras, armoniosamente, Y cantar este día tus victorias: Entonces caerá aún más el vuelo en mí.

Mi tierna edad ha comenzado con dolor:

Y aún con enfermedades y vergüenza Hiciste así castigar el pecado, Que me convirtió en Más tuyo. contigo Permíteme combinar Y sentir en este día tu victoria: Porque, si tengo un diablillo mi ala en tu Aflicción adelantará el vuelo en mí.

EL AMOR. (III) [Love(III)]

El amor me dio la bienvenida: sin embargo mi alma retrocedió, Culpa del polvo y el pecado. Pero los rápidos ojos del Amor, observándome crecer como haragán Desde mi primer entrada interior, Se acercaba a mí, dulce interrogatorio, Si me faltaba algo.

Un invitado, le respondí, digno de estar aquí: El Amor dijo, has estado con él. ¿Yo el malo, malagradecido? Ah mi Adorable, No puedo mirarte. El amor tomó mi mano y sonriendo contestó, ¿Quién hizo los ojos sino yo?

La verdad Señor, pero yo los he estropeado: deja que mi vergüenza Vaya donde merece. Y no sé tú, dijo el Amor, ¿quién cargó con la culpa? Mi Adorable, entonces me va a servir. Debes sentarte, dijo el Amor, y el sabor de mi carne: Así que me senté y comí.

ORACIÓN. (I) [Prayer (I)]

La oración da un banquete a la Iglesia, la edad de los Ángeles, El aliento de Dios en el hombre regresando a su nacimiento, El alma en paráfrasis, el corazón en peregrinación, El cristiano cae en picada sondea el cielo y la tierra;

La maquina contra el Todopoderoso, los pecadores en la torre, invirtieron el trueno, la lanza que perforó el costado de Cristo, El mundo de seis días se transpuso en una hora, Una especie de melodía, que todas las cosas oyen y temen;

La tersura, la paz y la alegría, el amor y la felicidad, El maná exaltado, la alegría de los mejores, El cielo habitual, el hombre bien vestido, La Vía Láctea, el ave del paraíso,

Las campanas de la Iglesia se oyen más allá de las estrellas, almas iniciadas, La tierra del sabor, algo implícito.

Nota: La diferencia que quiero destacar no es la que existe entre la violencia de Donne ["Golpea mi corazón"] y la imaginería suave de Herbert ["La oración (I)"], sino más bien una diferencia entre el predominio del intelecto sobre la sensibilidad y el dominio de la sensibilidad sobre el intelecto. Ambos eran muy intelectuales, ambos hombres tenían sensibilidad muy aguda: pero en el pensamiento Donne parece estar en control de los sentimientos, y en Herbert el sentimiento parece estar en control del pensamiento. ... En el verso religioso de Donne, como en sus sermones, hay mucho más del orador, mientras que Herbert, por todo lo que él había sido exitoso como orador público de la Universidad de Cambridge, tiene un tono mucho más íntimo de la palabra. La diferencia que tengo en mente es indicado incluso por las dos últimas líneas de cada soneto. Donne ... es, en el mejor sentido, el ingenio. Herbert ... es el tipo de poesía que ... puede ser llamada mágica. - T. S. Eliot. "George Herbert".

LA POLEA. (The Pulley)

Cuando Dios hizo al hombre en un primer momento, Teniendo una copa apoyada en bendiciones; Dejanos (dijo) volcar en él todo lo que podamos: Deja que la riqueza del mundo, yazca dispersa, Contraída en un palmo.

Así la primera fuerza hizo un camino; Entonces la belleza, la sabiduría, el honor, el placer flotaron: Cuando casi todo estaba fuera, Dios hizo una estadía, Percibiendo que el único de todos sus tesoros Descansa puesto en el fondo.

Porque si yo (dijo) Le otorgara esta joya también a mi creación,

Él adoraría mis regalos en lugar de a mí, Y el resto de la naturaleza, no al Dios de la Naturaleza: Así ambos serian perdedores.

Sin embargo, le permitió mantener el resto, Pero hay que tenerlos con inquietud de afligirse: Déjalo ser rico y que se canse, que al menos, Si la bondad no lo guía, aún la fatiga Le puede lanzar contra mi pecho.

Sería difícil explicar el poema de Herbert sin aludir a la caja de Pandora de los regalos. Los dioses, especialmente Zeus, dio a Pandora una caja, advirtiéndole que nunca la abriera. Su curiosidad se apoderó de ella, sin embargo, ella la abrió, desatando innumerables plagas y tristezas en el mundo. La única esperanza, la única cosa buena que la caja contenía, se quedo a consolar a la humanidad en sus infortunios. En este poema, la fusión de lo clásico y la riqueza cristiana le añade dimensión a la presunción de guía metafísica del poema, que es una polea que atrae al hombre lentamente hacia Dios.

LAS VENTANAS. (The Windows)

Señor, ¿cómo puede el hombre predicar tu palabra eterna? Es un frágil cristal perturbado: Sin embargo, en tu templo tú la has brindado En este lugar glorioso y trascendente, Para ser una ventana, a través de tu gracia.

Pero cuando tú lo hayas templado en el cristal de tu historia, Haciendo que tu vida brille dentro De los santos predicadores, entonces la luz y la gloria

Crecerás más como pastor y te harás más ganador: Lo que más demuestra que lo sombrío y lo blando, se diluye.

La doctrina y la vida, los colores y la luz, Cuando se combinan en uno y se mezclan, llevan Una relación fuerte y de sobrecogimiento: pero hablan solos Se desvanecen como una cosa llameante, Y en el oído, sin un círculo de conciencia.

Nota: "Las Ventanas", de George Herbert, fue escrito con bastante maestría. Este poema demuestra cómo el poder de Dios influye en los feligreses a través de ver y oír. Estos dos sentidos se ilustran mediante la comparación de los predicadores de las ventanas. Herbert ingeniosamente muestra que por la gracia de Dios, el hombre puede llegar a ser una ventana por la que la gloria de Dios brilla, co

A la Púdica Amada. To his coy mistress, Andrew Marvell.

Si universo y tiempo nos sobrara, No sería un crimen tu pudor, Señora. Sentados, apaciblemente pensaríamos Cómo pasar nuestro amoroso día. Tú, en las índicas orillas del Ganges Hallarías rubíes: yo, lamentos Junto al azulado Humber. Te hubiese amado diez años antes del diluvio, Y tu podrías rechazarme, si quisieras,

Hasta la conversión de los judíos. Mi vegetativo amor crecería Más vasto que un imperio. Pasaría cien años de mi vida Celebrando tus ojos y tu frente; Doscientos adorando cada seno, Y treinta mil para el resto; Dedicaría un siglo a cada parte, Para llegar, finalmente, al corazón. Tú, señora, eres merecedora de este culto, Y yo, por menos, nunca te amaría. Pero detrás de mí oigo, sin descanso, Del tiempo llegar la carroza alada. Nos rodean, se extienden, insistentes Los desiertos de vasta eternidad. Muy pronto tu hermosura se perderá, Y en la tumba de mármol no se oirá El eco de mi canto, y los gusanos Saborearán tu ritual virginidad; Tu arcaico honor se trocará en polvo, Se volverá cenizas mi codicia. La tumba es un selecto lugar, íntimo, Más sospecho que allí no hay abrazos. Ahora que el clamor de tu frescura Brilla en tu piel con diáfanos rocíos, Mientras exhala tu alma venturosa Por cada poro tu fuego inmediato;

gocemos mientras podamos, Como ardorosas aves carroñeras Devoremos el tiempo ávidamente, Y, sin languidecer en su dominio, Envolvamos las fuerzas que poseemos, Nuestra dulzura, en un cerrado círculo; Ingresemos sin temor con nuestras dichas Por el portal de hierro de la vida; Y ya que no podemos detener el sol, Forcemos su retirada, Señora.

El jardín

Cuan en vano se enajenan los hombres por alcanzar la palma, el roble o el laurel, y así ver su incesante trabajo coronado por un único árbol o un arbusto cuya corta, estrecha y limitada sombra con discreción sus labores califica, mientras aquí las flores y los árboles entretejen las guirnaldas del reposo.

¡Aquí te he hallado, suavísima calma, y a la Inocencia, tu querida hermana!

Equivocado, siempre te busqué en la agitada compañía del hombre. Tus sacras plantas, al menos en la tierra, prosperan sólo entre las plantas, pues son casi rudas las personas con estas soledades deliciosas.

Jamás vio nadie un blanco, un rojo, tan dulce como este verde seductor. Tontos amantes, cual sus amadas crueles, grabaron en los árboles sus nombres; bien poco saben, ¡ay!, o se dan cuenta de cuánto superan ellos su belleza. Bellos árboles: si vuestros troncos llego a herir sólo en ellos vuestros nombres se verían.

Agotada ya de la pasión la calentura hace el amor aquí refugio sin igual. El dios que fue tras la mortal belleza también en árbol culminó la caza: Apolo a Diana persiguió de tal manera para que sólo —ya laurel— medrar pudiera, y en pos de Siringe se apresuró el dios Pan, no tras la ninfa, sino por una flauta.

¡Qué mágica la vida que llevo aquí! Rojas manzanas caen en torno a mí

y exquisitos rácimos de las viñas exprimen ricos vinos en mi boca. Melocotones y escogidos duraznos a mis manos llegan presurosos, y caigo, al tropezar, con los melones, en la hierba, burlado por las flores.

Entretanto la mente, de bajos placeres se aparta y se asila en su felicidad: la mente, océano donde cada especie no tarda en hallar su propio doble, para luego crear, trascendiéndolo, mil otros mundos y diversos mares, reduciendo todo lo que existe a un verde pensar bajo una sombra verde.

Aquí, al pie resbaloso de una fuente o en mohosas raices de árboles frutales, despojándose mi cuerpo de las ropas, se desliza mi alma entre las ramas y se posa como un ave, y canta, y luego frota y peina sus plateadas alas hasta que, presta para elevado vuelo, sus plumas ondula la variada luz.

Así era aquel feliz jardín-estado donde moraba el hombre solo:

con ese sitio tan suave, tan puro, ¿qué más ayuda podía necesitar? Pero no fue su lote de mortal el pasear solitario por sus sendas: dos edenes —no uno— habrían sido de vivir él a solas en el paraíso.

Qué bien trazó el hábil jardinero con flores y hierbas este nuevo reloj donde el suavísimo sol en lo alto corre a través del zodíaco oloroso, y donde, al laborar la diligente abeja, su tiempo, como nosotros, cuenta. ¿Cómo, si no es con flores y con hierbas, calcular tan dulces y tan sanas horas?.

Diálogo entre el cuerpo y el alma

El alma

¿Ah, quién sacará de esta celda

a un alma, esclava en tanta forma, con cerrojos de huesos, de pie entre grillos, las manos esposadas, enceguecida, con un ojo u sorda, y este tamborear de los oídos, un alma colgando, se diría, de cadenas de nervios, de arterias y de venas, en toda parte torturada, con cabeza vana y doble corazón?

El cuerpo

¿Ah, quién me librará sano y salvo de las ataduras de esta alma tiránica que, tensa hacia lo alto, me empala para que caiga en propio precipicio, que calienta y mueve este esqueleto superfluo —lo mismo que la fiebre— y ansiosa por ensayar su rencor me ha hecho vivir para poder morir, un cuerpo siempre sin descanso desde que lo posee este malvado espíritu?

El alma

¿Qué magia así encerrarme pudo para suspirar con la pena del otro, donde cualquiera sea su queja, lo percibo, no puedo sentir su dolor, y donde todos mis cuidados se van en conservar aquello que me mata, obligada a sufrir no solamente males sino, lo que es peor, su cura, pues a punto de llegar a puerto en la salud soy naúfraga de nuevo?

El cuerpo

Mas no hay médico que entienda las enfermedades que me enseñas: primero de la esperanza rasgas el calambre, y luego el temblor de la parálisis del miedo; calientas la pestilencia del amor o roes la úlcera escondida del odio; confundes la grata locura de la alegría

o inquietas la otra locura de la pena; conocimiento éste que me obliga a saber y a que nunca abandonen mi memoria. ¿Y qué, si no el alma, tendría el ingenio de formarme para tan aptos pecados? Así es como desbasta y cuadra el arquitecto los verdes árboles que crecen en los bosques.

1

Andrew Marvell

La definición de amor Mi amor es de tan rara cuna Como su objeto extraño y alto: Lo concibió Desesperanza Engendrado por Imposible.

Solamente Imposible pudo Mostrarme tan divina cosa Adonde afán jamás volase Sino batiera en vano el ala.

Pudiera acaso llegar pronto Adonde está mi alma extendida.

Mas el sino cuñas de hierro Clava y se agolpa entre nosotros.

Celoso el sino a dos amores Perfectos mira, y nunca acerca: Sería esa unión su ruina Destronando un poder tiránico.

Así sus decretos de acero Como a los polos nos sitúan (Bien que el amor sobre ambos gire) Que mutuamente no se abracen.

A menos que los cielos caigan, Nuevo temblor rasgue a la tierra Y, para unirnos, sea el mundo Comprimido en un planisferio.

Los amores oblicuos pueden, Como líneas, tocarse en ángulo; Mas los nuestros, tan paralelos, Aunque infinitos, no se encuentran.

Así el amor que nos enlaza, Y que envidioso el sino excluye. Es conjunción del pensamiento, Oposición de las estrellas.

W. B. Yeats

Bizancio

Ceden las inexpurgadas imágenes del día; La imperial soldadesca borracha está acostada; La resonancia nocturna cede, trasnochador que canta Después del gong en la gran iglesia. Una cúpula estrellada o lunada desdeña Todo cuanto es el hombre, Tantas meras complejidades, Furia y fango de humanas venas.

Flota ante mí una imagen, hombre o sombra, Sombra más que hombre, imagen más que sombra: Por bobina de Hades envuelta en bandeletas Puede desenvolver el sendero revuelto, Boca sin humedad ni aliento Convocar puede bocas desalentadas. Saludo lo sobrehumano, Lo llamo muerte en vida y vida en muerte.

Milagro, ave o joyel dorado, Más milagro que joyel o ave,

Plantado en estrellada rama de oro Puede cacarear como gallos de Hades O, por la luna amargado, gritar escarnio, En la gloria del metal inmutable, A común ave o pétalo Y a la complejidad de fango o sangre.

Por el pavimento imperial van a medianoche Llamas que un leño no alimenta, ni un acero prende, Ni trasnocha tormenta; llamas engendradas en llama, Adonde acuden almas engendradas en sangre Que todas las complejidades de la furia dejan, Muriendo en una danza, Una agonía de trance, Una agonía de llamas que a una manga no queman.

Por el fango y la sangre del delfín cabalgando, Un alma tras de otra. Las fraguas rompen el diluvio, Las doradas fraguas imperiales. Los mármoles del suelo de danza Rompen de la complejidad la furia amarga, Esas imágenes que todavía Nuevas imágenes engendran, Ese mar que delfines rasgan y que un gong atormenta.

1930

POEMAS DE HENRY VAUGHAN. EL RETIRO. (The Retreat) Felices aquellos primeros días, ¡cuando Despuntaba en mi angelical infancia! Antes de entender este lugar Escogido para mi segunda carrera,* O de enseñar a mi alma que debería imaginar Pero un pensamiento blanco, celestial; Cuando aún no había caminado más allá De una milla o dos de mi primer amor, Y mirando hacia atrás (en ese corto espacio) Podría ver un atisbo de su rostro brillante; Cuando en una nube dorada o una flor Mi alma que mira, moraría una hora, Y en aquellas glorias más endebles ver Algunas sombras de la eternidad; Antes de que enseñé mi lengua para herir Mi conciencia con un sonido pecaminoso, O tener el arte negro de dispensar, Un pecado distinto para todos los sentidos, Pero sentir a través de todo este vestido carnal Brotes brillantes de la eternidad.

¡Oh, cuánto duró el viaje de vuelta, Y pisar de nuevo el sendero antiguo! Que pueda una vez más llegar a ese plano,

Cuando primero dejé mi tren glorioso, A partir de ahí el espíritu ilustrado ve Esa ciudad con sombra de las palmeras. ** Pero, ¡ah! mi alma al permanecer demasiado Está embriagada, y se tambalea en su camino. Algunos hombres dan un paso hacia adelante en señal de un amor, Pero por pasos hacia atrás me movería; Y cuando este polvo cae a la urna, En ese estado vine, y volveré. * carrera: curso de la vida. ** El Hogar celestial del alma, con referencia a la visión de Moisés de la tierra prometida en el Deuteronomio 34:1-3.

EL MUNDO. (The World) Vi la eternidad la otra noche, Al igual que un gran anillo de luz pura y sin fin, Todo tranquilo, ya que era brillante; Y alrededor bajo él, el tiempo en horas, en días, en años, Impulsados por las esferas[1] Como una sombra enorme se movió, y en la que el mundo Y todo su séquito fueron lanzados. El amante cariñoso en su tono más pintoresco[2] Se queja allí; Cerca de él, su laúd, su fantasía y sus vuelos, Los deleites amargaron su ingenio, Con guantes, y los vínculos[3], las trampas tontas de placer, Sin embargo, su tesoro querido

Todo yace esparcido, mientras sus ojos rebosaron Sobre una flor.

El estadista oscuro afligido, agobiado y pendiendo, Como una espesa niebla de medianoche se trasladó de allí tan lento, No se quedó, no se fue; Condenando los pensamientos (como eclipses tristes) frunciendo el ceño A su alma, Y las nubes de testigos sin llanto Lo Persiguieron con un grito. Sin embargo, cavó el topo, Y no sea que sus caminos se encuentren, Trabajando bajo la tierra, Cuando él agarró a su presa, pero lo hizo ver Esa política; Iglesias y altares lo alimentaba; perjuros Fueron los mosquitos y las moscas; Llovió alrededor de él sangre y lágrimas, pero él Las bebió a su antojo.

El miedo avaro en un montón de herrumbre Suspirando sació toda su vida allí, se fiaba apenas De sus propias manos con el polvo, Sin embargo, no pondría una pieza más allá, pero vive Con temor a los ladrones;[4] Miles habían tan frenéticos como ellos mismos, Y abrazó a cada uno su vil metal; El epicúreo completamente colocado en el sentido[5] del cielo

Y con pretensión de despreciado, Mientras que otros, decayeron en un exceso de amplitud, Dijo poco menos; La especie más débil ligera, esclavizada por artículos triviales, Quienes piensan afrontarlos; Y la pobre verdad despreciada se sació por contar[6] Con su victoria.

Todavía algunos, que todo este tiempo lloraron y cantaron, Y cantan y lloran, se elevaron hacia el anillo; Pero la mayoría no usarían el ala. Oh insensatos (dije), de este modo prefieren la noche oscura Antes que la verdadera luz, Viven en grutas y cuevas, y odian el día Debido a que muestra el camino, El camino, que a partir de esta morada muerta y oscura Conduce a Dios, Una manera en la que podría pisar el sol, y ser Más brillante que él. Pero a medida que yo hice su locura tan discutible Él mismo susurró por lo tanto, "Este anillo del Novio no fue proporcionado por nadie, Si no hubiera sido por su novia. "[7]

[1] Impulsado por las esferas: las esferas giratorias siempre de la astronomía ptolemaica. [2] más pintoresco: más ingenioso. [3] vínculos: vínculos de amor.

[4] Mateo 6:19-20. [5] sentido: los placeres sensuales. [6] por contar: observar. [7] a su novia: la iglesia, ver Apocalipsis 21:2-9. Al final del poema de Vaughan Iª Impresión John 2:16-17. --------------*---Fue un importante poeta metafísico galés. Influido por la obra de George Herbert, también escribe poesía de tema religioso y filosófico, pero con mayor presencia de elementos propios de la poesía secular. Después de George Herbert, como discípulo que casi le iguala con su propia peculiaridad, vemos al médico Henry Vaughan. Quizá los poemas de Vaughan se extienden a veces sin tanto sentido dramático en su desarrollo, y quizá sus imágenes no son tan ricas ni profundas, pero en cambio trae temas y sentimientos que siguen vivos en nosotros. Aparece en Vaugan esas regiones de la experiencia y el sueño del hombre que ya no volverán a desaparecer de la conciencia poética (la infancia), el presentimiento de un más allá inefable, donde están las almas desaparecidas de los que amábamos, y de donde intentar llegar a nuestro espíritu alguna inefable llamada de luz. (Wikipedia). Nació el17 de abril de1622 en Newton St Briget, Brecknockshire, Gales y murió el 23 de abril de1695 a la edad de 74 años, en Scethrog, Brecknockshire, Gales.

La tormenta

1 Veo el sentido: y conozco mi sangre, no es un mar sino una baja y limitada inundación; sin embargo, roja, como el mar; tiene un flujo tan fuerte como el suyo y bullentes corrientes que deliran con la misma ondeante fuerza y los silbidos con que fluctúan las montañas.

2 Pero cuando sus aguas golpean con tal violencia, oscuras tormentas y vientos incitan esa feroz discusión antes que apaciguarla: así el ancho aire furioso agita el flujo de esa inundación; pero tiempos calmos de mayor claridad producirán las tormentas en mi sangre.

3 Señor, ahora me rodean nubes llorosas y deja mi mente en un rápido estallido bajo aquellos refugios el espíritu ventoso; en fin, que tal tormenta que purgó a este recluso pecador con facilidad lo hizo abominable, y viento y agua en el sentido ambos lavaron y dieron alas a mi alma.

Lágrimas, no fluyan más. Tears, flow no more, Edward Herbert of Cherbury.

Lágrimas, no fluyan más, Y si vuestro anhelo es fluir,

Hacédlo con suavidad. No invadan el mundo Desde las pequeñas primaveras Que vuestro flujo supo cultivar, Antes de reposar llegando al mar, En aquel lecho salobre, Cuya esencia es similar Al de estas lágrimas que corren.

Revolved mi corazón, Sobre el ardiente fuego De mis pálidos deseos; O dejad que vuestros torrentes caigan Sobre aquel diminuto juego De chispas que en el aire se elevan, Para diluirse luego en el calor de las llamas. Así como se sacrifican sobre el fuego, Mi amor se sacrifica en lágrimas.

Sin embargo, si la tempestad De mis suspiros os conmueve, Tu también deberéis fluir. Mientras mi deseo aun quema. Ningún alivio le traeréis a mi pena Con vuestras vanas ansias de ayuda. ¿Porqué la ira permanece impávida Ignorando estas pobres lágrimas,

Avivando mis moribundas llamas?

La Bella Bona Roba Por Richard Lovelace Septiembre 2012 | Tags: Poemas Richard Lovelace No sé quién pueda desear el esqueleto

De una pobre mona, que no es nada sino puro hueso.

Dadme una desnudez con las ropas puestas.

Una cuya piel blanca y satinada,

Se entalle sobre el ardiente terciopelo encarnado,

Que tenga un buen cuerpo (y carne adentro).

Así obtiene una buena cosecha el hombre,

Quien se amalgama como arco etéreo

Para curar sus costados y recobrar su costilla.

Dura suerte hasta para el cazador que adelgaza

Las gordas alegrías de su excrecencia, hasta que,

Después del manoseo, no palpa nada sino su bolsillo.

Por ello, Amor, te ruego, que cuando tomes tu arco,

Tus enconadas flechas hambrientas, y emprendas la cacería,

Ignora a la cierva enjuta y ponme una hembra buena.

Oh! soledad... Katherine Philips

Oh soledad! mi dulce elección Espacio consagrado a la noche, Lejos del tumulto, y del ruido, Cómo te deleitas en mi sentir anhelante Oh Cielos! lo en mi contenido, Para mirar los árboles que han resurgido Desde el nacimiento del Tiempo, Y el umbral de las edades que se ha estremecido Para mirar el día, ahora fresco y verde, Como cuando sus bellezas fueron vistas por primera vez

A LUCASIA POR NUESTRA AMISTAD

Yo no viví hasta este día Que corona mi felicidad, Cuando puedo decir sin pecado Que no soy tuya, sino tú.

Esta carcasa respiraba, caminaba y dormía, Así que el mundo creía Que había un alma que el movimiento mantenía; Pero todos estaban engañados.

Porque como un reloj que por arte Es puesto en movimiento, así fui yo: Pues nunca Orinda había hallado un alma Hasta que la tuya halló.

Que ahora me inspira, me dirige y me alimenta, Y guía mi pecho ensombrecido. Porque tú eres todo lo que yo aprecio, Mi vida, mi descanso, mi alegría.

Ni guirnaldas de esposos ni guerreros Pueden compararse a la mía: Ellos poseen sólo un pedazo de la tierra,

Yo en ti tengo el mundo entero.

Dejemos en paz brillar nuestras almas, Y que ningún falso temor nos domine, Tan inocentes como nuestro deseo, Inmortales como nuestras almas

Luis Cernuda

El viento y el alma

Con tal vehemencia el viento viene del mar, que sus sones elementales contagian el silencio de la noche.

Solo en tu cama le escuchas insistente en los cristales tocar, llorando y llamando como perdido sin nadie.

Mas no es él quien en desvelo te tiene, sino otra fuerza

de que tu cuerpo es hoy cárcel, fue viento libre, y recuerda.

Luis Cernuda

A un poeta muerto

Así como en la roca nunca vemos La clara flor abrirse, Entre un pueblo hosco y duro No brilla hermosamente El fresco y alto ornato de la vida. Por esto te mataron, porque eras Verdor en nuestra tierra árida Y azul en nuestro oscuro aire.

Leve es la parte de la vida Que como dioses rescatan los poetas. El odio y destrucción perduran siempre Sordamente en la entraña Toda hiel sempiterna del español terrible, Que acecha lo cimero

Con su piedra en la mano.

Triste sino nacer Con algún don ilustre Aquí, donde los hombres En su miseria sólo saben El insulto, la mofa, el recelo profundo Ante aquel que ilumina las palabras opacas Por el oculto fuego originario.

La sal de nuestro mundo eras, Vivo estabas como un rayo de sol, Y ya es tan sólo tu recuerdo Quien yerra y pasa, acariciando El muro de los cuerpos Con el dejo de las adormideras Que nuestros predecesores ingirieron A orillas del olvido.

Si tu ángel acude a la memoria, Sombras son estos hombres Que aún palpitan tras las malezas de la tierra; La muerte se diría Más viva que la vida Porque tú estás con ella, Pasado el arco de tu vasto imperio, Poblándola de pájaros y hojas

Con tu gracia y tu juventud incomparables.

Aquí la primavera luce ahora. Mira los radiantes mancebos Que vivo tanto amaste Efímeros pasar junto al fulgor del mar. Desnudos cuerpos bellos que se llevan Tras de sí los deseos Con su exquisita forma, y sólo encierran Amargo zumo, que no alberga su espíritu Un destello de amor ni de alto pensamiento.

Igual todo prosigue, Como entonces, tan mágico, Que parece imposible La sombra en que has caído. Mas un inmenso afán oculto advierte Que su ignoto aguijón tan sólo puede Aplacarse en nosotros con la muerte, Como el afán del agua, A quien no basta esculpirse en las olas, Sino perderse anónima En los limbos del mar.

Pero antes no sabías La realidad más honda de este mundo: El odio, el triste odio de los hombres,

Que en ti señalar quiso Por el acero horrible su victoria, Con tu angustia postrera Bajo la luz tranquila de Granada, Distante entre cipreses y laureles, Y entre tus propias gentes Y por las mismas manos Que un día servilmente te halagaran.

Para el poeta la muerte es la victoria; Un viento demoníaco le impulsa por la vida, Y si una fuerza ciega Sin comprensión de amor Transforma por un crimen A ti, cantor, en héroe, Contempla en cambio, hermano, Cómo entre la tristeza y el desdén Un poder más magnánimo permite a tus amigos En un rincón pudrirse libremente.

Tenga tu sombra paz, Busque otros valles, Un río donde del viento Se lleve los sonidos entre juncos Y lirios y el encanto Tan viejo de las aguas elocuentes, En donde el eco como la gloria humana ruede,

Como ella de remoto, Ajeno como ella y tan estéril.

Halle tu gran afán enajenado El puro amor de un dios adolescente Entre el verdor de las rosas eternas; Porque este ansia divina, perdida aquí en la tierra, Tras de tanto dolor y dejamiento, Con su propia grandeza nos advierte De alguna mente creadora inmensa, Que concibe al poeta cual lengua de su gloria Y luego le consuela a través de la muerte.

Luis Cernuda

Aquí en esta orilla blanca...

Aquí en esta orilla blanca del lecho donde duermes estoy al borde mismo de tu sueño. Si diera

un paso mas, caerla en sus ondas, rompiéndolo como un cristal. Me sube el calor de tu sueño hasta el rostro. Tu hálito te mide la andadura del soñar: va despacio. Un soplo alterno, leve me entrega ese tesoro exactamente: el ritmo de tu vivir soñando. Miro. Veo la estofa de que está hecho tu sueño. La tienes sobre el cuerpo como coraza ingrávida. Te cerca de respeto. A tu virgen te vuelves toda entera, desnuda, cuando te vas al sueño. En la orilla se paran las ansias y los besos: esperan, ya sin prisa, a que abriendo los ojos renuncies a tu ser invulnerable. Busco tu sueño. Con mi alma doblada sobre ti

las miradas recorren, traslúcida, tu carne y apartan dulcemente las señas corporales, por ver si hallan detrás las formas de tu sueño. No lo encuentran. Y entonces pienso en tu sueño. Quiero descifrarlo. Las cifras no sirven, no es secreto. Es sueño y no misterio. Y de pronto, en el alto silencio de la noche, un soñar mío empieza al borde de tu cuerpo; en él el tuyo siento. Tú dormida, yo en vela, hacíamos lo mismo. No había que buscar: tu sueño era mi sueño.

Luis Cernuda

Cómo llenarte, soledad

Cómo llenarte, soledad, sino contigo misma...

De niño, entre las pobres guaridas de la tierra, quieto en ángulo oscuro, buscaba en ti, encendida guirnalda, mis auroras futuras y furtivos nocturnos, y en ti los vislumbraba, naturales y exactos, también libres y fieles, a semejanza mía, a semejanza tuya, eterna soledad.

Me perdí luego por la tierra injusta como quien busca amigos o ignorados amantes; diverso con el mundo, fui luz serena y anhelo desbocado, y en la lluvia sombría o en el sol evidente quería una verdad que a ti te traicionase, olvidando en mi afán cómo las alas fugitivas su propia nube crean.

Y al velarse a mis ojos con nubes sobre nubes de otoño desbordado

la luz de aquellos días en ti misma entrevistos, te negué por bien poco; por menudos amores ni ciertos ni fingidos, por quietas amistades de sillón y de gesto, por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma, por los viejos placeres prohibidos como los permitidos nauseabundos, útiles solamente para el elegante salón susurrado, en bocas de mentira y palabras de hielo.

Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona que yo fui, que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones; por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos, limpios de otro deseo, el sol, mi dios, la noche rumorosa, la lluvia, intimidad de siempre, el bosque y su alentar pagano, el mar, el mar como su nombre hermoso; y sobre todo ellos, cuerpo oscuro y esbelto, te encuentro a ti, tú, soledad tan mía, y tú me das fuerza y debilidad como el ave cansada los brazos de la piedra.

Acodado al balcón miro insaciable el oleaje, oigo sus oscuras imprecaciones,

contemplo sus blancas caricias; y erguido desde cuna vigilante soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres, por quienes vivo, aún cuando no los vea; y así, lejos de ellos, ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres, roncas y violentas como el mar, mi morada, puras ante la espera de una revolución ardiente o rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista.

Tú, verdad solitaria, transparente pasión, mi soledad de siempre, eres inmenso abrazo; el sol, el mar, la oscuridad, la estepa, el hombre y su deseo, la airada muchedumbre, ¿qué son sino tú misma?

Por ti, mi soledad, los busqué un día; en ti, mi soledad, los amo ahora.

Luis Cernuda

Contigo

¿Mi tierra? Mi tierra eres tú.

¿Mi gente? Mi gente eres tú.

El destierro y la muerte para mi están adonde no estés tú.

¿Y mi vida? Dime, mi vida, ¿qué es, si no eres tú?

Luis Cernuda

Dans ma péniche

Quiero vivir cuando el amor muere; muere, muere pronto, amor mío. Abre como una cola la victoria purpúrea del deseo, aunque el amante se crea sepultado en un súbito otoño, aunque grite: Vivir así es cosa de muerte.

Pobres amantes, clamáis a fuerza de ser jóvenes; sea propicia la muerte al hombre a quien mordió la vida, caiga su frente cansadamente entre las manos junto al fulgor redondo de una mesa con cualquier triste libro pero en vosotros aún va fresco y fragante el leve perejil que adorna un día al vencedor adolescente. Dejad por demasiado cierta la perspectiva de alguna nueva tumba solitaria. Aún hay dichas, terribles dichas a conquistar bajo la luz terrestre. Ante vuestros ojos, amantes, cuando el amor muere, vida de la tierra y la vida del mar palidecen juntamente; el amor, cuna adorable para los deseos exaltados,

los ha vuelto tan lánguidos como pasajeramente suele hacerlo el rasguear de una guitarra en el ocio marino y la luz del alcohol, aleonado como una cabellera; vuestra guarida melancólica se cubre de sombras crepusculares todo queda afanoso y callado.

Así suele quedar el pecho de los hombres cuando cesa el tierno borboteo de la melodía confiada, y tras su delicia interrumpida un afán insistente puebla el nuevo silencio.

Pobres amantes, ¿de qué os sirvieron las infantiles arras que cruzasteis, cartas, rizos de luz recién cortada, seda cobriza o negra ala? Los atardeceres de manos furtivas, el trémulo palpitar, los labios que suspiran, la adoración rendida a un leve sexo vanidoso, los ay mi vida y los ay muerte mía, todo, todo, amarillea y cae y huye con el aire que no vuelve.

Oh, amantes, encadenados entre los manzanos del edén, cuando el amor muere,

vuestra crueldad; vuestra piedad pierde su presa, y vuestros brazos caen como cataratas macilentas, vuestro pecho queda como roca sin ave, y en tanto despreciáis todo lo que no lleve un velo funerario, fertilizáis con lágrimas la tumba de los sueños, dejando allí caer, ignorantes como niños, la libertad, la perla de los días.

Pero tú y yo sabemos, río que bajo mi casa fugitiva deslizas tu vida experta, que cuando el hombre no tiene ligados sus miembros por las encantadoras mallas del amor, cuando el deseo es como una cálida azucena que se ofrece a todo cuerpo hermoso que fluya a nuestro lado, cuánto vale una noche como ésta, indecisa entre la primavera última y el estío primero, este instante en que oigo los leves chasquidos del bosque nocturno. Conforme conmigo mismo y con la indiferencia de los otros, solo yo con mi vida, con mi parte en el mundo.

Jóvenes sátiros que vivís en la selva, labios risueños ante el exangüe Dios cristiano, a quien el comerciante adora para mejor cobrar

su mercancía pies de jóvenes sátiros, danzad más presto cuando el amante llora, mientras lanza su tierna endecha de: Ah, cuando el amor muere. Porque oscura y cruel la libertad entonces ha nacido; vuestra descuidada alegría sabrá fortalecerla, y el deseo girará locamente en pos de los hermosos cuerpos que vivifican el mundo un solo instante.

Luis Cernuda

Deseo

Por el campo tranquilo de septiembre, del álamo amarillo alguna hoja, como una estrella rota, girando al suelo viene.

Si así el alma inconsciente, Señor de las estrellas y las hojas,

fuese, encendida sombra, de la vida a la muerte.

Luis Cernuda

Diré cómo nacisteis

Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos, Como nace un deseo sobre torres de espanto, Amenazadores barrotes, hiel descolorida, Noche petrificada a fuerza de puños, Ante todos, incluso el más rebelde, Apto solamente en la vida sin muros.

Corazas infranqueables, lanzas o puñales, Todo es bueno si deforma un cuerpo; Tu deseo es beber esas hojas lascivas O dormir en esa agua acariciadora. No importa; Ya declaran tu espíritu impuro.

No importa la pureza, los dones que un destino Levantó hacia las aves con manos imperecederas; No importa la juventud, sueño más que hombre, La sonrisa tan noble, playa de seda bajo la tempestad De un régimen caído.

Placeres prohibidos, planetas terrenales, Miembros de mármol con sabor de estío, Jugo de esponjas abandonadas por el mar, Flores de hierro, resonantes como el pecho de un hombre.

Soledades altivas, coronas derribadas, Libertades memorables, manto de juventudes; Quien insulta esos frutos, tinieblas en la lengua, Es vil como un rey, como sombra de rey Arrastrándose a los pies de la tierra Para conseguir un trozo de vida.

No sabía los límites impuestos, Límites de metal o papel, Ya que el azar le hizo abrir los ojos bajo una luz tan alta, Adonde no llegan realidades vacías, Leyes hediondas, códigos, ratas de paisajes derruidos.

Extender entonces una mano Es hallar una montaña que prohíbe, Un bosque impenetrable que niega,

Un mar que traga adolescentes rebeldes.

Pero si la ira, el ultraje, el oprobio y la muerte, Ávidos dientes sin carne todavía, Amenazan abriendo sus torrentes, De otro lado vosotros, placeres prohibidos, Bronce de orgullo, blasfemia que nada precipita, Tendéis en una mano el misterio. Sabor que ninguna amargura corrompe, Cielos, cielos relampagueantes que aniquilan.

Abajo, estatuas anónimas, Sombras de sombras, miseria, preceptos de niebla; Una chispa de aquellos placeres Brilla en la hora vengativa. Su fulgor puede destruir vuestro mundo.

Luis Cernuda

Donde habite el olvido

Donde habite el olvido,

En los vastos jardines sin aurora; Donde yo sólo sea Memoria de una piedra sepultada entre ortigas Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje Al cuerpo que designa en brazos de los siglos, Donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible, No esconda como acero En mi pecho su ala, Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya, Sometiendo a otra vida su vida, Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres, Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo; Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo, Disuelto en niebla, ausencia, Ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos; Donde habite el olvido.

Luis Cernuda

El andaluz

Sombra hecha de luz, que templando repele, es fuego con nieve el andaluz.

Enigma al trasluz, pues va entre gente solo, es amor con odio el andaluz.

Oh hermano mío, tú. Dios, que te crea, será quién comprenda al andaluz.

Luis Cernuda

Eras, instante, tan claro...

Eras, instante, tan claro. Perdidamente te alejas, dejando erguido al deseo con sus vagas ansias tercas.

Siento huir bajo el otoño pálidas aguas sin fuerza, mientras se olvidan los árboles de las hojas que desertan.

La llama tuerce su hastío, sola su viva presencia, y la lámpara ya duerme sobre mis ojos en vela.

Cuán lejano todo. Muertas las rosas que ayer abrieran, aunque aliente su secreto por las verdes alamedas.

Bajo tormentas la playa será soledad de arena

donde el amor yazca en sueños. La tierra y el mar lo esperan.

Luis Cernuda

Estoy cansado

Estar cansado tiene plumas, tiene plumas graciosas como un loro, plumas que desde luego nunca vuelan, mas balbucean igual que loro.

Estoy cansado de las casas, prontamente en ruinas sin un gesto; estoy cansado de las cosas, con un latir de seda vueltas luego de espaldas.

Estoy cansado de estar vivo, aunque más cansado sería el estar muerto; estoy cansado del estar cansado entre plumas ligeras sagazmente, plumas del loro aquel tan familiar o triste,

el loro aquel del siempre estar cansado.

Luis Cernuda

He venido para ver

He venido para ver semblantes Amables como viejas escobas, He venido para ver las sombras Que desde lejos me sonríen.

He venido para ver los muros En el suelo o en pie indistintamente, He venido para ver las cosas, Las cosas soñolientas por aquí.

He venido para ver los mares Dormidos en cestillo italiano, He venido para ver las puertas, El trabajo, los tejados, las virtudes De color amarillo ya caduco.

He venido para ver la muerte Y su graciosa red de cazar mariposas, He venido para esperarte Con los brazos un tanto en el aire, He venido no sé por qué; Un día abrí los ojos: he venido.

Por ello quiero saludar sin insistencia A tantas cosas más que amables: Los amigos de color celeste, Los días de color variable, La libertad del color de mis ojos;

Los niñitos de seda tan clara, Los entierros aburridos como piedras, La seguridad, ese insecto Que anida en los volantes de la luz.

Adiós, dulces amantes invisibles, Siento no haber dormido en vuestros brazos. Vine por esos besos solamente; Guardad los labios por si vuelvo.

Luis Cernuda

La sombra

Al despertar de un sueño, buscas Tu juventud, como si fuera el cuerpo Del camarada que durmiese A tu lado y que al alba no encuentras.

Ausencia conocida, nueva siempre, Con la cual no te hallas. Y aunque acaso Hoy tú seas más de lo que era El mozo ido, todavía

Sin voz le llamas, cuántas veces; Olvidado que de su mocedad se alimentaba Aquella pena aguda, la conciencia De tu vivir de ayer. Ahora,

Ida también, es sólo Un vago malestar, una inconsciencia Acallando el pasado, dejando indiferente Al otro que tú eres, sin pena, sin alivio.

Luis Cernuda

Las islas

Recuerdo que tocamos puerto tras larga travesía, y dejando el navío y el muelle, por callejas (entre el polvo mezclados pétalos y escamas), llegué a la plaza, donde estaban los bazares. Era grande el calor, la sombra poca.

Con el pecho desnudo iba, distraído como si familiares fuesen la villa y sus costumbres, y miré en un portal al mercader de sedas que desplegaba una, color de aurora, fría a los ojos, sintiendo sin tocarla la suavidad escurridiza. Ante un ciego cantor estuve largo espacio, único espectador, y parecía cantar para mí solo. Compré luego a una niña un ramo de jazmines amarillentos, pero en su olor ajado tuvo alivio la dejadez extraña que empezaba a aquejarme.

Desanudada la faja en la cintura, unos muchachos que pasaban, reían,

volviendo la cabeza. Acaso me creyeron Ebrio. Los ojos de uno de ellos eran como la noche, profundos y estrellados.

La humedad de la piel pronto se disipaba por el aire ardoroso, a cuyo influjo mi pereza crecía. Me detuve indeciso, acariciando el cuerpo, sintiendo su tibieza lisa, como si acariciara un cuerpo ajeno.

Seguí, por parajes nunca vistos, mas presentidos, igual a quien camina hacia cita amistosa. Deponía la tarde su fuerza, cuando al fin quise buscar reposo ante un umbral cerrado.

Era un barrio tranquilo. Mis párpados pesaban (acaso dormí mucho), y al abrirlos de nuevo ya el sol estaba bajo en el muro de enfrente. Una presencia ajena pareció despertarme, porque al volver la cara vi una mujer, y sonreía.

Como si de mi anhelo fuese proyección, respuesta ante demanda informulada, me miraba, insegura; aunque yo nada dije, con gesto silencioso, invitándome adentro, me tomó de la mano. La seguí, con recelo más débil que el deseo.

La sala estaba oscura (ya caía la tarde). Sobre la estera había almohadas, un cestillo anidando manojos de magnolias mojadas, de excesiva fragancia. filtró la celosía unas palabras de la calle: «Le encontraron muerto».

Las pensé referidas a un camarada, quizá presagio de mi sino. Pero ella, atrayéndome a sí, sobre la alfombra el ropaje tiró, como cuchillo sin la vaina, fría, dura, flexible, escurridiza.

Mis manos en sus pechos, su cintura quebrarse pareció al extenderme sobre ella, y en el silencio circundante, al ritmo de los cuerpos, oí su brazalete, queja del ave fabulosa que escapaba.

La oscuridad llenó la sala toda cuando saciado y satisfecho quise irme. En la puerta (ella como mi sombra me seguía), al cruzar su dintel, sentí que entre mis dedos quedaba el brazalete, ahora inerte y mudo.

Mucho tiempo ha pasado. No aceptara revivir otra vez esta existencia.

Mas no sé qué daría por sólo aquel instante revivirlo. Bien sé que apenas tengo con qué tiente al destino, ni el destino tentarse dejaría.

Cuando el recuerdo así vuelve sobre sus huellas (¿no es el recuerdo la impotencia del deseo?). Es que a él, como a mí, la vejez vence; y acaso ya no tengo lo único que tuve: Deseo, a quien rendida la ocasión le sigue.

Luis Cernuda

Limbo

La plaza sola (gris el aire, negros los árboles, la tierra manchada por la nieve), parecía, no realidad, mas copia triste sin realidad. Entonces, ante el umbral, dijiste: viviendo aquí serías fantasma de ti mismo.

Inhóspita en su adorno parsimonioso, porcelanas, bronces, muebles chinos, la casa oscura toda era, pálidas sus ventanas sobre el río, y el color se escondía en un retablo español, en un lienzo francés, su brío amedrentado.

Entre aquellos despojos, proyecto, el dueño estaba sentado junto a su retrato por artista a la moda en años idos, imagen fatua y fácil del dilettante, divertido entonces comprando lo que una fe creara en otro tiempo y otra tierra.

Allí con sus iguales, damas imperativas bajo sus afeites, caballeros seguros de sí mismos, rito social cumplía, y entre el diálogo moroso, tú oyendo alguien me dijo: "Me ofrecieron la primera edición de un poeta raro, y la he comprado", tu emoción callaste.

Así, pensabas, el poeta vive para esto, para esto noches y días amargos, sin ayuda de nadie, en la contienda adonde, como el fénix, muere y nace, para que años después, siglos después, obtenga al fin el displicente favor de un grande en este mundo.

Su vida ya puede excusarse, porque ha muerto del todo; su trabajo ahora cuenta, domesticado para el mundo de ellos, como otro objeto vano, otro ornamento inútil; y tú cobarde, mudo te despediste ahí, como el que asiente, más allá de la muerte, a la injusticia.

Mejor la destrucción, el fuego.

Luis Cernuda

Los espinos

Verdor nuevo los espinos tienen ya por la colina, toda de púrpura y nieve en el aire estremecida.

Cuántos cielos florecidos les has visto; aunque a la cita ellos serán siempre fieles, tú no lo serás un día.

Antes que la sombra caiga, aprende cómo es la dicha ante los espinos blancos y rojos en flor. Vé. Mira.

Luis Cernuda

Los fantasmas del deseo

Yo no te conocía, tierra; con los ojos inertes, la mano aleteante, lloré todo ciego bajo tu verde sonrisa, aunque, alentar juvenil, sintiera a veces un tumulto sediento de postrarse, como huracán henchido aquí en el pecho; ignorándote, tierra mía, ignorando tu alentar, huracán o tumulto, idénticos en esta melancólica burbuja que yo soy a quien tu voz de acero inspirara un menudo vivir.

Bien sé ahora que tú eres quien me dicta esta forma y este ansia; sé al fin que el mar esbelto, la enamorada luz, los niños sonrientes, no son sino tú misma; que los vivos, los muertos, el placer y la pena, la soledad, la amistad, la miseria, el poderoso estúpido, el hombre enamorado, el canalla, son tan dignos de mí como de ellos yo lo soy; mis brazos, tierra, son ya más anchos, ágiles, para llevar tu afán que nada satisface.

El amor no tiene esta o aquella forma,

no puede detenerse en criatura alguna; todas son por igual viles y soñadoras. Placer que nunca muere beso que nunca muere, sólo en ti misma encuentro, tierra mía. Nimbos de juventud, cabellos rubios o sombríos, rizosos o lánguidos como una primavera, sobre cuerpos cobrizos, sobre radiantes cuerpos que tanto he amado inútilmente, no es en vosotros donde la vida está, sino en la tierra, en la tierra que aguarda, aguarda siempre con sus labios tendidos, con sus brazos abiertos.

Dejadme, dejadme abarcar, ver unos instantes este mundo divino que ahora es mío, mío como lo soy yo mismo, como lo fueron otros cuerpos que estrecharon mis brazos, como la arena, que al besarla los labios finge otros labios, dúctiles al deseo, hasta que el viento lleva sus mentirosos átomos.

Como la arena, tierra, como la arena misma, la caricia es mentira, el amor es mentira, la amistad es mentira. Tú sola quedas con el deseo, con este deseo que aparenta ser mío y ni siquiera es mío, sino el deseo de todos,

malvados, inocentes, enamorados o canallas.

Tierra, tierra y deseo. Una forma perdida.

Luis Cernuda

Los marineros son las alas del amor

Los marineros son las alas del amor, son los espejos del amor, el mar les acompaña, y sus ojos son rubios lo mismo que el amor rubio es también, igual que son sus ojos.

La alegría vivaz que vierten en las venas rubia es también, idéntica a la piel que asoman; no les dejéis marchar porque sonríen como la libertad sonríe, luz cegadora erguida sobre el mar.

Si un marinero es mar, rubio mar amoroso cuya presencia es cántico, no quiero la ciudad hecha de sueños grises; quiero sólo ir al mar donde me anegue, barca sin norte, cuerpo sin norte hundirme en su luz rubia.

Luis Cernuda

No decía palabras

No decía palabras, acercaba tan sólo un cuerpo interrogante, porque ignoraba que el deseo es una pregunta cuya respuesta no existe, una hoja cuya rama no existe, un mundo cuyo cielo no existe.

La angustia se abre paso entre los huesos, remonta por las venas hasta abrirse en la piel,

surtidores de sueño hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.

Un roce al paso, una mirada fugaz entre las sombras, bastan para que el cuerpo se abra en dos, ávido de recibir en sí mismo otro cuerpo que sueñe; mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne, iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo. Auque sólo sea una esperanza porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie sabe.

Luis Cernuda

No intentemos el amor nunca

Aquella noche el mar no tuvo sueño. Cansado de contar, siempre contar a tantas olas, quiso vivir hacia lo lejos, donde supiera alguien de su color amargo.

Con una voz insomne decía cosas vagas, barcos entrelazados dulcemente en un fondo de noche, o cuerpos siempre pálidos, con su traje de olvido viajando hacia nada.

Cantaba tempestades, estruendos desbocados bajo cielos con sombra, como la sombra misma, como la sombra siempre rencorosa de pájaros estrellas.

Su voz atravesando luces, lluvia, frío, alcanzaba ciudades elevadas a nubes, cielo Sereno, Colorado, Glaciar del infierno, todas puras de nieve o de astros caídos en sus manos de tierra.

Mas el mar se cansaba de esperar las ciudades. Allí su amor tan sólo era un pretexto vago con sonrisa de antaño, ignorado de todos.

Y con sueño de nuevo se volvió lentamente adonde nadie sabe de nadie. Adonde acaba el mundo.

Luis Cernuda

Orillas del amor

Como una vela sobre el mar resume ese azulado afán que se levanta hasta las estrellas futuras, hecho escala de olas por donde pies divinos descienden al abismo, también tu forma misma, ángel, demonio, sueño de un amor soñado, resume en mí un afán que en otro tiempo levantaba hasta las nubes sus olas melancólicas.

Sintiendo todavía los pulsos de ese afán, yo, el más enamorado, en las orillas del amor, sin que una luz me vea definitivamente muerto o vivo, contemplo sus olas y quisiera anegarme, deseando perdidamente

descender, como los ángeles aquellos por la escala de espuma, hasta el fondo del mismo amor que ningún hombre ha visto.

Luis Cernuda

País

Tus ojos son de donde la nieve no ha manchado la luz, y entre las palmas el aire invisible es de claro.

Tu deseo es de donde a los cuerpos se alía lo animal con la gracia secreta de mirada y sonrisa.

Tu existir es de donde percibe el pensamiento, por la arena de mares

amigos, la eternidad en tiempo.

Luis Cernuda

Peregrino

¿Volver? Vuelva el que tenga, Tras largos años, tras un largo viaje, Cansancio del camino y la codicia De su tierra, su casa, sus amigos, Del amor que al regreso fiel le espere.

Mas, ¿tú? ¿Volver? Regresar no piensas, Sino seguir libre adelante, Disponible por siempre, mozo o viejo, Sin hijo que te busque, como a Ulises, Sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.

Sigue, sigue adelante y no regreses, Fiel hasta el fin del camino y tu vida, No eches de menos un destino más fácil,

Tus pies sobre la tierra antes no hollada, Tus ojos frente a lo antes nunca visto.

Luis Cernuda

Qué ruido tan triste

Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman, parece como el viento que se mece en otoño sobre adolescentes mutilados, mientras las manos llueven, manos ligeras, manos egoístas, manos obscenas, cataratas de manos que fueron un día flores en el jardín de un diminuto bolsillo.

Las flores son arena y los niños son hojas, y su leve ruido es amable al oído cuando ríen, cuando aman, cuando besan, cuando besan el fondo de un hombre joven y cansado porque antaño soñó mucho día y noche.

Mas los niños no saben, ni tampoco las manos llueven como dicen; así el hombre, cansado de estar solo con sus sueños, invoca los bolsillos que abandonan arena, arena de las flores, para que un día decoren su semblante de muerto.

Luis Cernuda

Quisiera estar solo en el sur

Quizá mis lentos ojos no verán más el sur de ligeros paisajes dormidos en el aire, con cuerpos a la sombra de ramas como flores o huyendo en un galope de caballos furiosos.

El sur es un desierto que llora mientras canta, y esa voz no se extingue como pájaro muerto; hacia el mar encamina sus deseos amargos abriendo un eco débil que vive lentamente.

En el sur tan distante quiero estar confundido.

La lluvia allí no es más que una rosa entreabierta; su niebla misma ríe, risa blanca en el viento. Su oscuridad, su luz son bellezas iguales.

Luis Cernuda

Razón de lágrimas

La noche por ser triste carece de fronteras. Su sombra en rebelión como la espuma, rompe los muros débiles avergonzados de blancura; noche que no puede ser otra cosa sino noche.

Acaso los amantes acuchillan estrellas, acaso la aventura apague una tristeza. Mas tú, noche, impulsada por deseos hasta la palidez del agua, aguardas siempre en pie quién sabe a cuáles ruiseñores.

Más allá se estremecen los abismos poblados de serpientes entre pluma,

cabecera de enfermos no mirando otra cosa que la noche mientras cierran el aire entre los labios.

La noche, la noche deslumbrante, que junto a las esquinas retuerce sus caderas, aguardando, quién sabe, como yo, como todos.

Luis Cernuda

Si el hombre pudiera decir lo que ama

Si el hombre pudiera decir lo que ama, si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo como una nube en la luz; si como muros que se derrumban, para saludar la verdad erguida en medio, pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor, la verdad de sí mismo, que no se llama gloria, fortuna o ambición,

sino amor o deseo, yo sería aquel que imaginaba; aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos proclama ante los hombres la verdad ignorada, la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío; alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina por quien el día y la noche son para mí lo que quiera, y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu como leños perdidos que el mar anega o levanta libremente, con la libertad del amor, la única libertad que me exalta, la única libertad por que muero.

Tú justificas mi existencia: si no te conozco, no he vivido; si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

Luis Cernuda

Te quiero

Te quiero.

Te lo he dicho con el viento, jugueteando como animalillo en la arena o iracundo como órgano impetuoso;

Te lo he dicho con el sol, que dora desnudos cuerpos juveniles y sonríe en todas las cosas inocentes;

Te lo he dicho con las nubes, frentes melancólicas que sostienen el cielo, tristezas fugitivas;

Te lo he dicho con las plantas, leves criaturas transparentes que se cubren de rubor repentino;

Te lo he dicho con el agua, vida luminosa que vela un fondo de sombra; te lo he dicho con el miedo, te lo he dicho con la alegría, con el hastío, con las terribles palabras.

Pero así no me basta:

más allá de la vida, quiero decírtelo con la muerte; más allá del amor, quiero decírtelo con el olvido.

Luis Cernuda

Todo esto por amor

Derriban gigantes de los bosques para hacer un durmiente, derriban los instintos como flores, deseos como estrellas para hacer sólo un hombre con su estigma de hombre.

Que derriben también imperios de una noche, monarquías de un beso, no significa nada; que derriben los ojos, que derriben las manos como estatuas vacías.

Mas este amor cerrado por ver sólo su forma, su forma entre las brumas escarlata,

quiere imponer la vida, como otoño ascendiendo tantas hojas hacia el último cielo, donde estrellas sus labios dan otras estrellas, donde mis ojos, estos ojos, se despiertan en otro.

Luis Cernuda

Tres misterios gozosos

El cantar de los pájaros, al alba, cuando el tiempo es más tibio, alegres de vivir, ya se desliza entre el sueño, y de gozo contagia a quien despierta al nuevo día.

Alegre sonriendo a su juguete pobre y roto, en la puerta de la casa juega solo el niñito consigo, y en dichosa

ignorancia, goza de hallarse vivo.

El poeta, sobre el papel soñando su poema inconcluso, hermoso le parece, goza y piensa con razón y locura que nada importa: existe su poema.

Luis Cernuda

Un muchacho andaluz

Te hubiera dado el mundo, muchacho que surgiste al caer de la luz por tu Conquero, tras la colina ocre, entre pinos antiguos de perenne alegría.

Eras emanación del mar cercano? Eras el mar aún más que las aguas henchidas con su aliento, encauzadas en río sobre tu tierra abierta,

bajo el inmenso cielo con nubes que se orlaban de rotos resplandores.

Eras el mar aún más tras de las pobres telas que ocultaban tu cuerpo; eras forma primera, eras fuerza inconsciente de su propia hermosura.

Y tus labios, de bisel tan terso, eran la vida misma, como una ardiente flor nutrida con la savia de aquella piel oscura que infiltraba nocturno escalofrío.

Si el amor fuera un ala.

La incierta hora con nubes desgarradas, el río oscuro y ciego bajo la extraña brisa, la rojiza colina con sus pinos cargados de secretos, te enviaban a mí, a mi afán ya caído, como verdad tangible.

Expresión amorosa de aquel mismo paraje, entre los ateridos fantasmas que habitaban nuestro mundo, eras tú una verdad,

sola verdad que busco, mas que verdad de amor, verdad de vida; y olvidando que sombra y pena acechan de continuo esa cúspide virgen de la luz y la dicha, quise por un momento fijar tu curso ineluctable.

Creí en ti, muchachillo.

Cuando el amor evidente, con el irrefutable sol del mediodía, suspendía mi cuerpo en esa abdicación del hombre ante su dios, un resto de memoria levantaba tu imagen como recuerdo único.

Y entonces, con sus luces el violento Atlántico, tantas dunas profusas, tu Conquero nativo, estaban en mí mismo dichos en tu figura, divina ya para mi afán con ellos, porque nunca he querido dioses crucificados, tristes dioses que insultan esa tierra ardorosa que te hizo y te hace.

Luis Cernuda

Unos cuerpos son como flores

Unos cuerpos son como flores, otros como puñales, otros como cintas de agua; pero todos, temprano o tarde, serán quemaduras que en otro cuerpo se agranden, convirtiendo por virtud del fuego a una piedra en un hombre.

Pero el hombre se agita en todas direcciones, sueña con libertades, compite con el viento, hasta que un día la quemadura se borra, volviendo a ser piedra en el camino de nadie.

Yo, que no soy piedra, sino camino que cruzan al pasar los pies desnudos, muero de amor por todos ellos; les doy mi cuerpo para que lo pisen, aunque les lleve a una ambición o a una nube, sin que ninguno comprenda que ambiciones o nubes no valen un amor que se entrega.

Conversación galante

Yo observo: «¡Nuestra amiga sentimental, la luna! O quizás (es fantástico, confieso) puede ser el globo del Preste Juan o una vieja y abollada linterna colgada en lo alto para alumbrar a los pobres viajeros en su angustia». Y ella entonces: «¡Cómo divagas!»

Y yo entonces: «Alguien urde en las teclas ese exquisito nocturno, con el cual explicamos la noche y el claro de luna; música que agarramos para materializar nuestra propia vacuidad». Y ella entonces: «¿Te refieres a mí?» «Oh no, soy yo quien soy inane».

«Tú, señora, eres la eterna humorista, la eterna enemiga de lo absoluto, ¡dando a nuestro vago humor el más leve giro!, con tu aire indiferente e imperioso para refutar de un golpe nuestra loca poética». Y «¿Pero es que hablamos tan en serio?»

Versión de Jaime Tello

El primer coro de la roca

Se cierne el águila en la cumbre del cielo, el cazador y la jauría cumplen su círculo. ¡Oh revolución incesante de configuradas estrellas! ¡Oh perpetuo recurso de estaciones determinadas! ¡Oh mundo del estío y del otoño, de muerte y nacimiento! El infinito ciclo de las ideas y de los actos, infinita invención, experimento infinito, trae conocimiento de la movilidad, pero no de la quietud; conocimiento del habla, pero no del silencio; conocimiento de las palabras e ignorancia de la palabra. Todo nuestro conocimiento nos acerca a nuestra ignorancia, toda nuestra ignorancia nos acerca a la muerte, pero la cercanía de la muerte no nos acerca a Dios. ¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir? ¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento? ¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información? Los ciclos celestiales en veinte siglos nos apartan de Dios y nos aproximan al polvo.

Versión de Jorge Luis Borges

La canción de amor de J. Alfred Prufrock

Vamos, tú y yo, a la hora en que la tarde se extiende sobre el cielo cual un paciente adormecido sobre la mesa por el éter: vamos a través de ciertas calles semisolitarias, refugios bulliciosos de noches de desvelo en hoteluchos para pernoctar y de mesones con el piso cubierto de aserrín y conchas de ostra, calles que acechan cual debate tedioso de intención insidiosa que desemboca en un interrogante abrumador... Ay, no preguntes: «¿De qué me hablas?» Vamos más bien a realizar nuestra visita.

En el salón las señoras están deambulando y de Miguel Ángel están hablando.

La neblina amarilla que se rasca la espalda sobre las ventanas, el humo amarillo que frota el hocico sobre las ventanas, lamió con su lengua las esquinas del ocaso,

se deslizó por la terraza, pegó un salto repentino, y viendo que era una tarde lánguida de octubre, dio una vuelta a la casa y se acostó a dormir.

Ya habrá tiempo. Ya lo habrá. Para el humo amarillo que se arrastra por las calles rascándose sobre las ventanas. Ya habrá tiempo. Ya lo habrá. Para preparar un rostro que afronte los rostros que enfrentamos. Ya habrá tiempo para matar, para crear, y tiempo para todas las obras y los días de nuestras manos que elevan las preguntas y las dejan caer sobre tu plato; tiempo para ti y tiempo para mí, tiempo bastante aun para mil indecisiones, y para mil visiones y otras tantas revisiones, antes de la hora de compartir el pan tostado y el té.

En el salón las señoras están deambulando y de Miguel Ángel están hablando.

Ya habrá tiempo. Ya lo habrá. Para preguntarnos: ¿Me atreveré yo acaso? ¿Me atreveré? Tiempo para dar la vuelta y bajar por la escalera con una coronilla calva en medio de mi cabellera. Ellos dirán: «¡Ay, cómo el pelo se le está cayendo!» Mi sacoleva, el cuello que apoya firmemente mi barbilla, mi corbata, opulenta aunque modesta y bien asegurada

por un sencillo prendedor.

Ellos dirán: «¡Ay, cuán flacos tiene los brazos y las piernas! ¿Me aventuro yo acaso a perturbar el universo? En un minuto hay tiempo suficiente para decisiones y revisiones que un minuto rectifica.

Pues ya los he conocido, conocido a todos: conocido las tardes, las mañanas, los ocasos; he medido mi vida con cucharitas de café, conozco aquellas voces que fallecen en un salto mortal bajo la música que llega desde el rincón lejano del salón Entonces, ¿cómo he de presumir?

Pues he conocido ya los ojos, conocido a todos, los ojos que nos sellan en una mirada formulada estando yo ya formulado, en un alfiler esparrancado; bien clavado retorciéndome sobre la pared. ¿Cómo comenzar entonces a escupir las colillas de mis costumbres y mis días? Entonces, ¿cómo he de presumir? Pues he conocido ya los brazos, conocido a todos, brazos de pulseras adornados, níveos y desnudos (mas al fulgor de la lámpara cubiertos de leve vello de oro).

¿Será el perfume de un vestido lo que me hace divagar así?

Brazos sobre una mesa reclinados o envueltos en los pliegues de un mantón.

Entonces ¿habré de presumir? ¿Y cómo he de comenzar acaso?

Diré tal vez: he paseado por callejuelas al ocaso y he visto el humo que sube de las pipas de hombres solitarios en mangas de camisa, sobre las ventanas reclinados.

Hubiera preferido ser un par de recias tenazas que corren en el silencio de oceánicas terrazas. ¡Y la tarde, la incipiente noche, duerme sosegadamente! Acariciada por unos dedos largos, dormida, exhausta... o haciéndose la enferma sobre el suelo extendida, junto a ti, junto a mí. ¿Tendré fuerza bastante después del té y los helados y las tortas, para forzar la culminación de nuestro instante? Aunque he gemido y he ayunado, he gemido y he rezado, aunque he visto mi cabeza (algo ya calva) portada en una fuente, yo no soy un profeta -y ello en realidad no importa demasiadohe visto mi grandeza titubear en un instante, he presenciado al Lacayo Eterno, con mi abrigo en sus manos, reírse con desprecio,

y al fin de cuentas, sentí miedo.

Hubiera valido la pena, al fin de cuentas, después de las tazas, la mermelada, el té, entre las porcelanas, en medio de nuestra charla baladí, hubiera valido la pena morder con sonrisas la materia, enrollar en una bola al universo para arrojarla hacia algún interrogante abrumador. Poder decir: «Soy Lázaro que regresa de la muerte para os revelarlo todo, y así lo voy a hacer»... Y si al poner en una almohada la cabeza, una dijera: «No. No fue esto lo que quise decir. No lo fue. De ninguna manera».

Hubiera valido la pena, al fin de cuentas, sí hubiera valido la pena, después de los ocasos, las zaguanes, las callejuelas salpicadas, después de las novelas, de las tazas de té y de las faldas por los pisos arrastradas. ¿Después de todo esto y algo más? Me es imposible decir justamente lo que siento. Mas cual linterna mágica que proyecta diseños de nervios sobre la pantalla, hubiera valido la pena, si al colocar un almohadón o arrancar una bufanda,

volviendo la mirada a la ventana, una hubiese confesado: «No. No fue esto lo que quise decir. No lo fue. De ninguna manera».

No. No soy el príncipe Hamlet. Ni he debido serlo; más bien uno de sus cortesanos acudientes, alguien capaz de integrar un cortejo, dar comienzo a un par de escenas, asesorar al príncipe; en síntesis, fácil instrumento, deferente, presto siempre a servir, político, cauto y asaz meticuloso. A veces, en realidad, casi ridículo. A veces tonto de capirote.

Me vence la vejez. Me vence la vejez. Luciré el pantalón con la manga al revés.

¿Me peinaré hacia atrás? ¿Me arriesgo a comer melocotones? Me pondré pantalones de franela blanca y me iré a pasear a lo largo de la playa.

He oído allí cómo entre ellas se cantan las sirenas. Mas no creo que me vayan a cantar a mí. Las he visto nadando mar adentro sobre las crestas de la marejada, peinando las cabelleras níveas que va formando el oleaje cuando de blanco y negro el viento encrespa el océano.

Nos hemos demorado demasiado en las cámaras del mar,

junto a ondinas adornadas con algaseojas y castañas, hasta que voces humanas nos despiertan, y perecemos ahogados.

Versión de Luis Zalamea

La tierra baldía

A Ezra Pound il miglior fabbro.

1. El entierro de los muertos

Abril es el mes más cruel: engendra lilas de la tierra muerta, mezcla recuerdos y anhelos, despierta inertes raíces con lluvias primaverales. El invierno nos mantuvo cálidos, cubriendo la tierra con nieve olvidadiza, nutriendo una pequeña vida con tubérculos secos. Nos sorprendió el verano, precipitóse sobre el Starnbersee con un chubasco, nos detuvimos bajo los pórticos, y luego, bajo el sol, seguimos dentro de Hofgarten,

y tomamos café y charlamos durante una hora. Bin gar keine Russin, stamm' aus Litauen, echt deutsch. Y cuando éramos niños, de visita en casa del archiduque, mi primo, él me sacó en trineo. Y yo tenía miedo. Él me dijo: Marie, Marie, agárrate fuerte. Y cuesta abajo nos lanzamos. Uno se siente libre, allí en las montañas. Leo, casi toda la noche, y en invierno me marcho al Sur.

¿Cuáles son las raíces que arraigan, qué ramas crecen en estos pétreos desperdicios? Oh hijo del hombre, no puedes decirlo ni adivinarlo; tú sólo conoces un montón de imágenes rotas, donde el sol bate, y el árbol muerto no cobija, el grillo no consuela y la piedra seca no da agua rumorosa. Sólo hay sombra bajo esta roca roja (ven a cobijarte bajo la sombra de esta roca roja), y te enseñaré algo que no es ni la sombra tuya que te sigue por la mañana ni tu sombra que al atardecer sale a tu encuentro; te mostraré el miedo en un puñado de polvo.

Frisch weht der Wind Der Heimat zu Mein Irisch Kind, Wo weilest du?

"Hace un año me diste jacintos por primera vez; me llamaron la muchacha de los jacintos". -Pero cuando regresamos, tarde, del jardín de los jacintos, llevando, tú, brazados de flores y el pelo húmedo, no pude hablar, mis ojos se empañaron, no estaba ni vivo ni muerto, y no sabía nada, mirando el silencio dentro del corazón de la luz.

Oed'und leer das Meer.

Madame Sosostris, famosa pitonisa, tenía un mal catarro, aun cuando se la considera como la mujer más sabia de Europa, con un pérfido mazo de naipes. Ahí -dijo ellaestá su naipe, el Marinero Fenicio que se ahogó, (estas perlas fueron sus ojos. ¡Mira!) aquí está la Belladonna, la Dama de las Rocas, la dama de las peripecias. Aquí está ell hombre de los tres bastos, y aquí la Rueda, y aquí el comerciante tuerto, y este naipe en blanco es algo que lleva sobre la espalda y que no puedo ver. No encuentro el Ahorcado.Temed la muerte por agua. Veo una muchedumbre girar en círculo. Gracias. Cuando vea a la señora Equitone, dígale que yo misma le llevaré el horóscopo:

¡una tiene que andar con cuidado en estos días!

Ciudad irreal, bajo la parda niebla del amanecer invernal, una muchedumbre fluía sobre el puente de Londres, ¡eran tantos! Nunca hubiera yo creído que la muerte se llevara a tantos. Exhalaban cortos y rápidos suspiros y cada hombre clavaba su mirada delante de sus pies. Cuesta arriba y después calle King William abajo, hacia donde Santa María Woolnoth cuenta las horas con un repique sordo al final de la novena campanada. Allí encontré un conocido y le detuve gritando: ¡Stetson! ¡tú que estuviste contigo en los barcos de Mylae! ¿Aquel cadáver que plantaste el año pasado en tu jardín, ha empezado a germinar? ¿Florecerá este año? ¿No turba su lecho la súbita escarcha? ¡Oh, saca de allí al Perro, que es amigo de los hombres, pues si no lo desenterrará de nuevo con sus uñas! Tú, hypocrite lecteur! -mon semblable -mon frère!"

*****

2. Una partida de ajedrez

La silla en que estaba sentada, como un bruñido trono, se reflejaba en el mármol, donde el espejo

de soportes labrados con pámpanos y racimos entre los cuales un Cupido dorado se asomaba (otro ocultaba sus ojos bajo el ala) copiaba las llamas de los candelabros de siete brazos que arrojaban su luz sobre la mesa mientras el brillo de sus joyas, desbordando profusamente de los estuches de raso, subió a su encuentro. En redomas de marfil y cristal policromo, destapadas, acechaban sus raros perfumes sintéticos, ungüentos, en polvo o líquidos -turbando, confundiendo y ahogando los sentidos en olor; agitados por el aire fresco que soplaba de la ventana, ascendían, alimentando las alargadas llamas de las velas, proyectando sus humos sobre los laquearios, animando los diseños del artesonado techo. Enormes leños arrojados por el mar, patinados de cobre, ardían verdes y anaranjados, en su marco de piedra policroma, y en su luz mortecina nadaba un delfín tallado. Sobre la repisa de la chimenea -ventana abierta a una escena silvestre- estaba representada la Metamorfosis de Filomela, tan rudamente forzada por el bárbaro rey; pero aún allí el ruiseñor llenaba todo el desierto con inviolable voz y todavía ella lloraba, y aún el mundo persigue "Tiu Tiu" a oídos sucios. Y otros tocones marchitos de tiempo se alzaban en los muros, donde figuras de ojo abiertos

se inclinaban, imponiendo silencio a la estancia. Se oyeron pasos en a escalera. Al resplandor del fuego, bajo el cepillo, sus cabellos se cruzaron en puntos ígneos, brillaron en palabras y se aquietaron salvajemente.

"Estoy nerviosa esta noche. Muy nerviosa. Quédate conmigo. Háblame. ¿Por qué nunca hablas? Habla. ¿En qué piensas? ¿Qué piensas? ¿Qué? Nunca sé en qué piensas: Piensas."

Creo que nos hallamos en la calleja de las ratas donde los muertos perdieron sus huesos.

"¿Qué ruido es ese?" El viento bajo la puerta. "¿Qué ruido es ese ahora? ¿Qué hace el viento?" Nada, como siempre. Nada. "¿No sabes nada? ¿No ves nada? ¿No te acuerdas de nada?"

Recuerdo que esas perlas fueron sus ojos. ¿Estás viva o no ? ¿No hay nada en tu cabeza? Pero

O O O O ese aire Shakespeareriano: es tan elegante tan inteligente.

¿Qué haré ahora ? ¿Qué haré? ¿Salir tal como estoy y andar por la calle así sin peinar? ¿Qué haremos mañana? ¿Qué haremos siempre?' Agua caliente a las diez. Y si llueve, un coche cerrado a las cuatro. Y jugaremos una partida de ajedrez, apretando nuestros ojos sin párpados, esperando que llamen a la puerta.

Cuando licenciaron al marido de Lil, yo dije y no pesé mis palabras, lo dije sin ambages, DENSE PRISA POR FAVOR YA ES HORA Ahora Alberto va a regresar, procura lucir mejor. Él querrá saber qué hiciste con el dinero que te dio para arreglarte los dientes. Te lo dio, yo estaba allí: que te los extraigan todos, Lil, y que te pongan una buena dentadura, dijo él , juro que no puedo soportar mirarte. Y yo tampoco, dije yo; piensa en el pobre Alberto, que ha estado en el ejército durante cuatro años, quiere divertirse, y si no lo hace contigo, ya encontrara otras, dije yo. Entonces ya sé a quién agradecérselo, dijo ella, mirándome fijamente. DENSE PRISA POR FAVOR YA ES HORA Si esto no te gusta, lo mismo da, dije yo.

Otras se aprovecharán si tú no puedes. Pero si Alberto se marcha, no podrás decir que no te han avisado. Deberías avergonzarte, dije, de parecer tan vieja (y no tiene más que treinta y un años) no es culpa mía, dijo, poniendo cara triste. Son esas píldoras que tomé para abortar, dijo. (Ha tenido cinco ya, y casi se muere en el parto de Jorge.) El boticario me dijo que no sería nada, pero nunca he vuelto a ser la misma. Eres una tonta de capirote, dije yo. Bueno, si Alberto no te suelta, no puedes quejarte, dije. Por qué te casaste si no te gustan los niños?

DENSE PRISA POR FAVOR YA ES HORA Bueno, aquel domingo Alberto estaba en casa, tenían jamón, me invitaron a cenar para que saboreara el jamón caliente. DENSE PRISA POR FAVOR YA ES HORA DENSE PRISA POR FAVOR YA ES HORA Buenas noches, Bill. Buenas noches, Lou. Buenas noches, May. Buenas noches. Adiós, adiós. Buenas noches. Buenas noches. Buenas noches, señoras, buenas noches, adorables señoras, buenas noches, buenas noches.

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3. El sermón del fuego

El dosel del río se ha roto: los últimos dedos de las hojas se aferran y se sumen en la húmeda ribera. El viento cruza, silenciosamente, la tierra parda. Las ninfas se han marchado. Dulce Támesis, discurre plácidamente, hasta que termine mi canción. El río no arrastra botellas vacías, papeles de sandwiches, pañuelos de seda, cajas de cartón, colillas y otros testimonios de noches de estío. Las ninfas se han marchado. Y sus amigos, los indolentes herederos de los potentadosse han marchado sin dejar sus direcciones. A orillas del Leman me senté a llorar... Dulce Támesis, discurre plácidamente, hasta que termine mi canción. Dulce Támesis, discurre plácidamente, pues no hablaré alto ni extenso. Pero detrás de mí, en una fría ráfaga, oigo matraqueos de huesos y risas descarnadas.

Un ratón se deslizó blandamente entre los hierbajos arrastrando su viscoso vientre por la orilla mientras yo pescaba en el sombrío canal en una tarde de invierno detrás del gasómetro meditando sobre el naufragio de mi hermano rey y sobre la muerte anterior de mi padre rey. Cuerpos blancos, cuerpos desnudos sobre la baja tierra húmeda y huesos arrojados en una guardilla baja y seca,

rozados sólo por la pata del ratón, año tras año. Pero a mi espalda de vez en cuando oigo un estrépito de bocinas y motores, que llevarán a Sweeney en la primavera a casa de la señora Porter oh, la luna brillaba sobre la señora Porter y sobre su hija ambas se lavan los pies con agua gaseosa et O ces voix d'enfants, chantant dans la coupole!

Tuit tuit tuit yag yag yag yag yag yag tan rudamente forzada Tereo.

Ciudad Irreal bajo la parda niebla de un mediodía de invierno el señor Eugenides, comerciante de Esmirna sin afeitar, con un bolsillo lleno de pasas C.i.f. Londres: documentos a la vista, me invitó en francés demótico a almorzar en el Hotel Cannon Street y luego a pasar el fin de semana en el Metropole.

A la hora violeta, cuando los ojos y la espalda se alzan del escritorio, cuando el motor humano espera como un taxímetro espera palpitando, yo, Tiresias, aunque ciego, palpitando entre dos vidas,

viejo con arrugados senos de mujer, puedo ver a la hora violeta, esa hora del atardecer que nos empuja hacia el hogar y envía del mar a casa al marinero, la mecanógrafa, ya en casa a la hora del té, levanta la mesa del desayuno, enciende su estufa y prepara su comida de conservas. Colgadas fuera de la ventana están puestas a secar sus combinaciones acariciadas por los postreros rayos del sol, sobre el diván (que por la noche le sirve de cama) hay apilados medias, zapatillas, camisas y sostenes. Yo, Tiresias, un viejo de tetas arrugadas vi la escena, y predije el restoyo también esperaba al huésped previsto. Él, un joven carbuncular, llega, es un empleadillo cualquiera, de mirada atrevida, uno de esos sujetos cuyo empaque le sienta como una chistera sobre un millionario de Bradford. El momento es propicio, como él esperaba, La cena ha terminado, ella está aburrida y cansada, él trata de excitarla con caricias que aun cuando son irreprochables, no son deseadas. Sonrojado y decidido, él empieza el asalto; sus manos exploradoras no encuentran resistencia; su vanidad no necesita respuesta, y hasta acoge bien su indiferencia. (Y yo, Tiresias, preví, sufriendo, todo lo que ocurrió en este mismo diván o cama;

yo, que estuve sentado bajo los muros de Tebas y anduve por el infierno de los muertos.) Él le otorga un final beso protector, y baja a tientas por la oscura escalera...

Ella se vuelve y se mira un momento en el espejo, sin advertir que su amante ya no está; su cerebro formula un vago pensamiento: «Bueno, el asunto terminó ya, y me alegro que así sea». Cuando una mujer adorable comete tales locuras y luego vuelve a pasearse sola por su cuarto, se alisa el pelo con mano automática y pone un disco en el gramófono.

«Esta música se deslizó junto a mí sobre las olas» y a lo largo del Strand, calle Reina Victoria arriba oh Ciudad Ciudad, a veces puedo escuchar cerca de un bar de la calle Lower Thames, el agradable lamento de una mandolina y la bulla y la charla que sale del interior donde los vendedores de pescado huelgan al mediodía: donde los muros de Magnus Mártir conservan un inefable esplendor de jónica blancura y oro.

El río suda aceite y brea

las barcazas derivan con la cambiante marea velas rojas anchas a sotavento, oscilan en los mástiles las barcazas hunden leños flotantes al sur de Greenwich más allá de la Isla de los Perros Weialala leia Wallala leialala

Elizabeth y Leicester remando la proa era un casco dorado rojo y oro rizó ambas orillas el viento del sudoeste cargó agua abajo el son de las campanas torres blancas Weialala leia Wallala leialala.

«Tranvías y polvorientos árboles.

Highbury me hizo. Richmond y Kew me deshicieron. Cerca de Richmond levanté las rodillas acostada en el fondo de una angosta canoa.»

«Mis pies están en Moorgate y mi corazón bajo mis pies. Después de lo ocurrido él lloró. Me prometió "empezar de nuevo" No contesté nada. ¿Para qué guardarle rencor?»

«En la playa de Margate no puedo relacionar nada con nada. Las uñas rotas de manos sucias. Mi gente, humilde gente que no espera nada.» la la.

Y entonces me marché a Cartago

Quemando quemando quemando quemando

Oh, Señor, Tú me arrancas Oh, Señor, Tú arrancas quemando.

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4. Muerte por agua

Flebas, el Fenicio, que murió hace quince días, olvidó el chillido de las gaviotas y el hondo mar henchido y las ganancias y las pérdidas. Una corriente submarina recogió sus huesos susurrando. Cayendo y levantándose remontó hasta los días de su juventud y entró en el remolino. Pagano o judío oh, tú, que das vuelta al timón y miras a barlovento, piensa en Flebas, que otrora fue bello y tan alto como tú.

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5. Lo que dijo el trueno

Después de la roja luz de las antorchas sobre rostros sudorosos, después del gélido silencio en los jardines después de la agonía en lugares pétreos y el griterío y el lloro y prisión y palacio y reverberación de trueno primaveral sobre lejanos montes

aquel que estaba vivo ahora está muerto nosotros que vivíamos ahora estamos muriendo con un poco de paciencia.

Aquí no hay agua, sólo roca, roca y no agua, el camino arenoso el camino serpentea entre las montañas que son montañas rocosas sin agua si hubiese agua nos detendríamos a beber entre las rocas uno no puede detenerse y pensar el sudor es seco y los pies se hunden en la arena si por lo menos hubiera agua entre las rocas muerta montaña boca de dientes cariados que no puede escupir aquí no puede uno ni pararse ni acostarse ni sentarse ni siquiera hay silencio en las montañas sino el seco trueno estéril sin lluvia ni siquiera hay soledad en las montañas sino adustos rostros rojos que escarnecen y rezongan en los umbrales de casas de fango hendido. Si hubiese agua

y no rocas si hubiese rocas y también agua y agua un manantial una hoya entre las rocas

si sólo se oyera rumor de agua no la cigarra ni la hierba seca cantando sino rumor de agua sobre una roca allí donde el zorzal canta entre los pinos drip drop drip drop drop drop drop pero no hay agua

¿Quién es ese tercero que camina siempre a tu lado? cuando cuento, sólo somos dos, tú y yo, juntos pero cuando miro delante de mí sobre el blanco camino siempre hay otro que marcha a tu lado deslizándose envuelto en una capa parda, encapuchado no sé si es un hombre o una mujer -¿pero quién es ése que va a tu lado?

Qué sonido es ése que se oye en la altura murmullo de lamento maternal qué hordas encapuchadas son ésas que hormiguean Por las llanuras infinitas, tropezando en las grietas de una tierra limitada por el raso horizonte qué ciudad es ésa sobre las montañas chasquidos y reformas y llamas en el aire violeta torres que se derrumban Jerusalén Atenas Alejandría Viena Londres irreales.

Una mujer se soltó la larga cabellera negra y suscitó una susurrante música con esas cuerdas y murciélagos de rostros infantiles silbaban en la luz violeta, y batían sus alas y con cabeza hacia abajo se deslizaron por el negro muro y de volteadas torres en el aire caía un redoblar de campanas reminiscentes, que daban la hora y se oían cantos dentro de cisternas vacías y agotados pozos.

En esta arruinada cavidad en medio de las montañas bajo la mortecina claridad de la luna la hierba canta sobre las desplomadas tumbas alrededor de la capilla allí esta la desierta capilla donde sólo habita el viento. No tiene ventanas y la puerta se balancea, los huesos secos a nadie pueden dañar. Sólo un gallo se alzaba en la cumbrera co co rico co co rico a la claridad de un relámpago. Luego vino una racha húmeda trayendo lluvia.

Ganga estaba hundido y las hojas frágiles esperaban la lluvia, mientras las negras nubes se amontonaban a lo lejos, sobre el Himavant. La selva se agachó, se encorvó en silencio. Entonces habló el trueno DA

Datta: ¿qué hemos dado? Amigo mío, la sangre que sacude mi corazón la espantosa audacia de un momento de debilidad que un siglo de prudencia no puede borrar por eso y eso sólo es por lo que hemos existido y ello no se hallará registrado en nuestros obituarios ni en los recuerdos que cubre la benéfica araña ni bajo los sellos que rompe el flaco notario en nuestros vacíos aposentos DA Dayadhwam: he oído la llave voltear en la cerradura una vez y sólo una vez pensamos en la llave, cada cual en su prisión pensando en la llave, cada cual confirma una prisión pero al anochecer, etéreos rumores reaniman por un momento a un Coriolano roto DA Damyata: el barco obedeció alegremente a la mano hábil para la vela y el remo el mar estaba tranquilo, tu corazón podía haber respondido alegremente a la invitación, palpitando obediente a las diestras manos.

Me senté en la orilla a pescar, con la árida llanura a mi espalda ¿Pondré por lo menos orden en mis tierras? El Puente de Londres está cayendo cayendo cayendo

Poi s'ascose nel foco che gli affina Quando fiam uti chelidon -Oh, golondrina, golondrina Le Prince d'Aquitaine à la tour abolie Estos fragmentos han sostenido mis ruinas Why then Ile fit you. Hieronymo's mad againe. Datta. Dayadhwam. Damyata. Shantih shantih shantih.

Versión de Agustí Bartra

Los hombres huecos

I Somos los hombres huecos Los hombres rellenos de aserrín Que se apoyan unos contra otros Con cabezas embutidas de paja. ¡Sea! Ásperas nuestras voces, cuando Susurramos juntos Quedas, sin sentido Como viento sobre hierba seca

O el trotar de ratas sobre vidrios rotos En los sótanos secos Contornos sin forma, sombras sin color, Paralizada fuerza, ademán inmóvil; Aquellos que han cruzado Con los ojos fijos, al otro Reino de la muerte Nos recuerdan -si acasoNo como almas perdidas y violentas Sino, tan sólo, como hombres huecos, Hombres rellenos de aserrín.

1925

Luna de miel

Han visto los Países Bajos, vuelven a Tierras Altas; pero una noche de verano, helos aquí Ravena, muy cómodos entre dos sábanas, donde doscientas pulgas; el sudor estival y un fuerte olor a perra.

Están de espaldas, con las rodillas separadas, cuatro piernas hinchadas de mordiscos.

Echan atrás las sábanas y usan mejor las uñas. A menos de una legua está San Apolinarioen -Clase, una basílica para conocedores, capiteles de acanto que agita el viento. Tomarán el tren horario a las ocho y de Padua llevarán sus miserias a Milán, donde se hallan la Cena y un restaurant barato. Él piensa en las propinas, saca cuentas. Habrán visto Suiza y atravesado Francia. Y San Apolinario, derecho y ascético, vieja fábrica de Dios desvinculada, guarda todavía en sus piedras derrumbándose la forma precisa de Bizancio.

Versión de Armando Uribe

Marina

Qué mares qué playas qué rocas grises y qué islas Qué agua lamiendo la proa Y aroma de pino y el tordo cantando a través de la bruma Qué imágenes regresan

Oh hija mía.

Quienes afilan los dientes del perro, queriendo Muerte Quienes resplandecen con la gloria del colibrí, queriendo Muerte Quienes se sientan en la pocilga de la satisfacción, queriendo Muerte Quienes sufren el éxtasis de los animales, queriendo Muerte

Se han vuelto insustanciales, reducidos por un viento, Un soplo de pino, y la bruma que canta espontánea Por esta gracia disuelta en su lugar ¿Qué es este rostro, menos claro y más claro, El pulso en el brazo, menos fuerte y más fuerte Dado o prestado? mas distante que estrellas y más cerca que el ojo

Susurros y sonrisitas entre hojas y pies apresurándose Bajo el sueño, donde se juntan todas las aguas. Bauprés rajado por hielo y pintura rajada por el calor. Yo hice esto, lo he olvidado Y recuerdo. El aparejo débil y el velamen podrido Entre un junio y otro septiembre. Hice esto desconociendo, semiconsciente, desconocido, lo mío. La hilada de aparadura hace agua, las costuras necesitan calafateo.

Esta forma. este rostro, esta vida, a mi palabra por la que no está dicha, Por quien despierta, los labios separados, la esperanza, los barcos nuevos. ¿Qué islas qué playas qué islas graníticas hacia mis cuadernas Y tordo que llama a través de la bruma Hija mía.

Versión de Jaime Tello

Miércoles de ceniza

I Porque no abrigo esperanzas de volver otra vez porque no abrigo esperanzas porque no abrigo esperanzas de volver ansiando el donde este hombre de este otro sus andanzas no lucho por llegar hacia esas cosas (¿Por qué no ha de abrir el halcón sus alas ya andrajosas?) ¿Por qué he de lamentar el perdido poder del reino usual ?

Porque no abrigo esperanzas de conocer otra vez

la cierta hora de tan incierta gloria porque no pienso así y porque sé que no conoceré la única veraz potencia transitoria puesto que he de beber, ahí, donde florecen los árboles y las vertientes fluyen, porque otra vez no hay nada. Porque yo sé que el tiempo es siempre tiempo y que el lugar es siempre y solamente un lugar y que lo que es actual lo es sólo en cierto tiempo y para un solo lugar me alegro que sean así las cosas y renuncio a la vez a la sagrada faz y también a la voz entonces, como no me es posible pensar que he de volver me regocijo al tener que construir algo que me proporcione regocijo

Y ruego a Dios que nos tenga misericordia ruego que nos haga olvidar estos asuntos que originan en mí tanta discordia ya que los he discutido y me los he explicado demasiado porque no abrigo esperanzas de volver otra vez que estas palabras respondan por lo que ya se ha hecho que no se hará otra vez y que se nos juzgue con misericordia porque con estas alas no es posible volar son simples abanicos y para abanicar

un aire seco ya y muy reducido más seco, más reducido que la voluntad enséñanos a sentir y a prescindir, danos tranquilidad.

Ora por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Ora por nosotros por ahora y en la hora de nuestra muerte.

Versión de Jorge Elliott

New Hampshire

Voces de niños en el huerto entre el tiempo de florecer y el tiempo de madurar: cabeza dorada, cabeza carmesí, entre la punta verde y la raíz. Ala negra, ala parda, se cierne en lo alto; veinte años y pasa la primavera; hoy duele, mañana duele, cubridme todo, luz en hojas; cabeza dorada, ala negra,

agarrad, saltad, brotad, cantad, saltad hasta el manzano.

Versión de Jaime Tello

Ojos que vi con lágrimas

Ojos que vi con lágrimas la última vez a través de la separación aquí en el otro reino de la muerte la dorada visión reaparece veo los ojos pero no las lágrimas esta es mi aflicción.

Esta es mi aflicción: ojos que no volveré a ver ojos de decisión ojos que no veré a no ser a la puerta del otro reino de la muerte donde, como en éste

los ojos perduran un poco de tiempo un poco de tiempo duran más que las lágrimas y nos miran con burla.

Versión de Agustí Bartra

Rapsodia de una noche de viento

Las doce. A lo largo de los cauces de la calle sostenidos en síntesis lunar, susurrando encantamientos lunares, se disuelven los suelos de la memoria y todas sus claras relaciones, sus divisiones y precisiones, cada farol que dejo atrás resuena como un tambor fatalista, y a través de los espacios de lo oscuro la medianoche sacude la memoria como un loco agitando un geranio muerto. La una y media,

el farol rociaba, el farol mascullaba, el farol decía: "Observa a esa mujer que vacila hacia ti en la luz de la puerta que se abre hacia ella como una mueca. Ves que el borde de su vestido está desgarrado y sucio de arena, y ves que el rabillo del ojo se le retuerce como un alfiler torcido". La memoria arroja y deja en seco una multitud de cosas retorcidas; una rama retorcida en la playa, devorada, lisa, y pulida como si el mundo rindiera el secreto de su esqueleto, rígido y blanco. Un muelle roto en el solar de una fábrica, óxido que se agarra a la forma que la fuerza ha dejado dura y enroscada y dispuesta a dispararse. Las dos y media. El farol dijo: "Observa al gato que se aplana en el arroyo, saca la lengua furtiva y devora un bocado de manteca rancia". Así la mano del niño, automática, salió furtiva y se embolsó un juguete que corría por el muelle.

No vi nada tras los ojos de ese niño. He visto ojos en la calle tratando de escudriñar a través de postigos con luz, y un cangrejo una tarde en un charco, un viejo cangrejo con lapas en la espalda, agarró el extremo de un palo que le tendí. Las tres y media, el farol espurreaba, el farol mascullaba en lo oscuro. El farol canturreaba: "Observa la luna, la lune ne garde aucune rancune, guiña un débil ojo, sonríe a los rincones. Alisa el pelo de la hierba. La luna ha perdido la memoria. Una desvaída viruela le agrieta la cara, su mano retuerce una rosa de papel, que huele a polvo y agua de colonia. Está sola con todos los viejos olores nocturnos que cruzan y cruzan por su cerebro". Viene la reminiscencia de secos geranios sin sol y polvo en grietas, olores de castañas en las calles, y olores femeninos en cuartos de ventanas cerradas,

y cigarrillos en pasillos y olores de cócteles en bares. El farol dijo: "Las cuatro. Aquí está el número en la puerta. ¡Memoria! Tienes la llave, la lamparilla extiende un círculo en la escalera, sube. La cama está abierta: el cepillo de dientes cuelga en la pared, deja los zapatos a la puerta, duerme, prepárate para la vida." El último retorcimiento del cuchillo.

Sweeney entre los ruiseñores

"¡Ay, herido estoy por un golpe mortal! " ESQUILO, Agamenón

Sweeney, cuello simiesco, separa sus rodillas dejando colgar sus brazos para reír, listas de cebra a lo largo de su mandíbula dilatándose hasta ser manchas de jirafa.

Los anillos de la luna tormentosa se deslizan al poniente hacia el Río de la Plata, la Muerte y el Cuervo se desvían arriba y Sweeney custodia el pórtico encornado.

El tenebroso Orión y el Can están velados; y apaciguados los estremecidos mares; la persona con capa española intenta sentarse so bre las rodillas de Sweeney

pero resbala y tira del mantel de la mesa, vuelca una taza de café, se recompone en el suelo, bosteza y se sube una media;

el hombre silencioso vestido de castaño moka se deja caer en el alféizar de la ventana y boquea; el camarero trae naranjas, bananas, higos, y uvas de invernáculo;

el vertebrado silencioso de traje castaño se contrae y reconcentra, se hace a un lado; Raquel née Rabinovich arranca las uvas con garras asesinas;

ella y la dama de la capa

son sospechosas, se supone están aliadas; en consecuencia el hombre de ojos pesados rehúsa el gambito, demuestra fatiga,

abandona el cuarto y reaparece asomado a la ventana, encorvándose, ramas de glicina circundan un rictus dorado;

el anfitrión conversa con alguien impreciso al lado de la puerta, los ruiseñores cantan cerca del convento del Sagrado Corazón,

y cantaron en el bosque sangriento cuando Agamenón dio alaridos, y dejaron caer sus líquidos residuos para mancillar el tieso, deshonrado sudario.

Versión de Alberto Girri

Abdicación

Tómame, oh noche eterna, en tus brazos y llámame hijo.

Yo soy un rey que

voluntariamente abandoné mi trono de ensueños y cansancios.

Mi espada, pesada en brazos flojos, a manos viriles y calmas entregué; y mi cetro y corona yo los dejé en la antecámara, hechos pedazos.

Mi cota de malla, tan inútil, mis espuelas, de un tintineo tan fútil, las dejé por la fría escalinata.

Desvestí la realeza, cuerpo y alma, y regresé a la noche antigua y serena como el paisaje al morir el día.

Versión de F. Gutiérrez

Ah! La angustia, la abyecta rabia, la desesperación...

Ah! La angustia, la abyecta rabia, la desesperación De no yacer en mí mismo desnudo Con ánimo de gritar, sin que sangre el seco corazón En un último, austero alarido!

Hablo -las palabras que digo son nada más un sonido: Sufro -Soy yo. Ah, extraer de la música el secreto, el tono De su alarido!

Ah, la furia -aflicción que grita en vano Pues los gritos se tensan Y alcanzan el silencio traído por el aire En la noche, nada más allí!

Enero 15 de 1920

Versión de Rafael Díaz Borbón

Amor es lo esencial...

Amor es lo esencial. Sexo, mero accidente. Puede ser igual O diferente. El hombre no es un animal: Es carne inteligente, Aunque algunas veces enferma.

(5.4.35) Versión de Rafael Díaz Borbón

Autopsicografía

El poeta es un fingidor. Finge tan completamente Que hasta finge que es dolor El dolor que de veras siente.

Y quienes leen lo que escribe, Sienten, en el dolor leído, No los dos que el poeta vive

Sino aquél que no han tenido.

Y así va por su camino, Distrayendo a la razón, Ese tren sin real destino Que se llama corazón.

Versión de Santiago Kovadloff

Como si cada beso...

Como si cada beso Fuera de despedida, Cloé mía, besémonos, amando. Tal vez ya nos toque En el hombro la mano que llama A la barca que no viene sino vacía; Y que en el mismo haz Ata lo que fuimos mutuamente Y la ajena suma universal de la vida.

Versión de F. Gutiérrez

Coróname de rosas...*

Coróname de rosas, de verdad coróname De rosas Rosas que al quemar Sobre una frente queman Demasiado Rápido! Coróname de rosas Y con el volátil follaje, Que así sea.

(12.6.14)

(*) Ricardo Reis Versión de Rafael Díaz Borbón

Cosechadora

Pero no, es abstracta, es un pájaro De sonidos en el aire del encumbrado aire, Y su alma canta sin molestar Porque el canto es lo que la hace cantar.

1932 Versión de Rafael Díaz Borbón

Cuando ella pasa

Sentado junto a la ventana, A través de los cristales, empañados por la nieve, Veo su adorable imagen, la de ella, mientras

Pasa... pasa... pasa de largo...

Sobre mí, la aflicción ha arrojado su velo:Una criatura menos en este mundo Y un ángel más en el cielo.

Sentado junto a la Ventana, A través de los cristales, empañados por la nieve, Pienso que Veo su imagen, la de ella, Que no pasa ahora... que no pasa de largo...

Versión de Rafael Díaz Borbón

De: el pastor enamorado

Alta en el cielo, va la luna de Primavera, Pienso en ti y dentro de mí estás entera. Aquí viene, por las grandes praderas, corriendo hacia mí, la leve brisa. Pienso en ti, murmuro tu nombre; y no me siento yo: estoy feliz. Mañana vendrás, irás conmigo a recoger flores en la pradera. Y yo iré contigo por las praderas para verte recoger las flores. Te veré mañana recolectando flores conmigo en las praderas, Pues cuando vengas mañana y caminemos juntos por la pradera,

recogiendo las flores, Se hará para mi la claridad y la verdad.

(6.7.14) Versión de Rafael Díaz Borbón

El guardador de rebaños

Desde la ventana más alta de mi casa, con un pañuelo blanco digo adiós a mis versos, que viajan hacia la humanidad. Y no estoy alegre ni triste. Ése es el destino de los versos.

Los escribí y debo enseñárselos a todos porque no puedo hacer lo contrario, como la flor no puede esconder el color, ni el río ocultar que corre, ni el árbol ocultar que da frutos.

He aquí que ya van lejos, como si fuesen en la diligencia,

y yo siento pena sin querer, igual que un dolor en el cuerpo.

¿Quién sabe quién los leerá? ¿Quién sabe a qué manos irán?

Flor, me cogió el destino para los ojos. Árbol, me arrancaron los frutos para las bocas. Río, el destino de mi agua era no quedarse en mí. Me resigno y me siento casi alegre, casi tan alegre como quien se cansa de estar triste.

¡Idos, idos de mí! Pasa el árbol y se queda disperso por la Naturaleza. Se marchita la flor y su polvo dura siempre. Corre el río y entra en el mar y su agua es siempre la que fue suya.

Paso y me quedo, como el Universo.

(**) De heterónimo Alberto Caeiro

El viento, el viento alto

El viento, alto en su elemento Me hace más solo -no me estoy Lamentando, él se tiene que lamentar.

Es un sonido abstracto, insondable venido del elusivo fin del mundo. Profundo es su significado.

Me habla el todo inexistente en él, Cómo la virtud no es un escudo, y Cómo la mejor es estar en silencio.

(27.12.33) Versión de Rafael Díaz Borbón

En la gran oscilación...

En la gran oscilación

Entre creer y no creer, El corazón se trastorna Lleno de nada saber

Y, ajeno a lo que sabía Por no saber lo que es, Sólo un instante le cabe Que es el conocer la fe-

Fe que los astros conocen Porque es la araña que está En la tela que ellos tejen, Y es vida que había ya.

Esto

Dicen que pretendo o miento En cuanto escribo. No hay tal cosa. Simplemente Siento imaginando. No uso las cuerdas del corazón.

Todo cuanto sueño o pierdo, Que pronto cae o muere en mí, Es como una terraza que mira Hacia otra cosa más allá. Esa cosa me arrastra.

Y así escribo en medio De las cosas no junto a mis pies, Libre de mi propia confusión, preocupado por cuanto no es. Sentir? Dejemos al lector sentir!

(? 1933) Versión de Rafael Díaz Borbón

He pasado toda la noche sin dormir, viendo...

He pasado toda la noche sin dormir, viendo, sin espacio tu figura. Y viéndola siempre de maneras diferentes

de como ella me parece. Hago pensamientos con el recuerdo de lo que es ella cuando me habla, y en cada pensamiento cambia ella de acuerdo con su semejanza. Amar es pensar. Y yo casi me olvido de sentir sólo pensando en ella. No sé bien lo que quiero, incluso de ella, y no pienso más que en ella. Tengo una gran distracción animada. Cuando deseo encontrarla casi prefiero no encontrarla, Para no tener que dejarla luego. No sé bien lo que quiero, ni quiero saber lo que quiero. Quiero tan solo Pensar en ella. Nada le pido a nadie, ni a ella, sino pensar.

Versión de Teodoro Llorente

Las rosas del jardín de Adonis...*

Las rosas del jardín de Adonis Son las que yo amo, Lydia, esas efímeras rosas Que en el día de su nacimiento, En ese mismo día, mueren.

La luz es eterna para ellas, pues Nacen con el sol cuando ya ha salido, y se acaban Antes que Apolo pudiera incluso iniciar Su trayectoria visible.

Como ellas, déjanos hacer de nuestras vidas un día,Voluntariamente, Lydia, desconociendo Que existe la noche antes y después El poquito que perduramos

(*) Ricardo Reis

(11.7.14)Versión de Rafael Díaz Borbón

Llueve en silencio, que esta lluvia es muda...

Llueve en silencio, que esta lluvia es muda y no hace ruido sino con sosiego. El cielo duerme. Cuando el alma es viuda de algo que ignora, el sentimiento es ciego. Llueve. De mí (de este que soy) reniego...

Tan dulce es esta lluvia de escuchar (no parece de nubes) que parece que no es lluvia, mas sólo un susurrar que a sí mismo se olvida cuando crece. Llueve. Nada apetece...

No pasa el viento, cielo no hay que sienta. Llueve lejana e indistintamente, como una cosa cierta que nos mienta, como un deseo grande que nos miente. Llueve. Nada en mí siente...

Versión de Ángel Crespo

Navidad

Un Dios ha nacido. Otros mueren. La realidad Que no ha venido ni se ha ido: un cambio de Error. Tenemos ahora otra Eternidad, Y siempre lo pasado fué mejor. Ciega, la ciencia trabaja en el inútil suelo Loca, la Fé vive el sueño de su culto. Un nuevo Dios es una palabra -o un nuevo sonido No busques ni tampoco creas: todo está oculto.

(? 1922) Versión de Rafael Díaz Borbón

No quiero rosas, con tal que haya rosas...

No quiero rosas, con tal que haya rosas. Las quiero sólo cuando no las pueda haber. ¿Qué voy a hacer con las cosas que cualquier mano puede coger?

No quiero la noche sino cuando la aurora la hizo diluirse en oro y azul. Lo que mi alma ignora eso es lo que quiero poseer.

¿Para qué?... Si lo supiese, no haría versos para decir que aún no lo sé. Tengo el alma pobre y fría... Ah, ¿con qué limosna la calentaré?...

Versión de F. Gutiérrez

No la que das, la flor que tú eres quiero...(*)

No la que das, la flor que tú eres quiero. Por qué me niegas lo que no te pido. Tiempo habrá de que niegues después de que hayas dado. flor, ¡séme flor! Si te cogiese avara mano de infausta esfinge, tú perenne

sombra errarás absurda tras lo que nunca diste.

(*) Ricardo Reis

Versión de Ángel Crespo

¡No, no digas nada!

¡No: no digas nada! Suponer lo que dirá tu boca velada es oírlo ya.

Yo oí lo mejor de lo que dirías. Lo que eres no viene a la flor de las frases y los días.

Es mejor de lo que tu. No digas nada: lo sé!

Gracia del cuerpo desnudo que invisible se ve.

No tengas nada en las manos... (*)

No tengas nada en las manos ni una memoria en el alma,

que cuando un día en tus manos pongan el óbolo último,

cuando las manos te abran nada se te caiga de ellas.

¿Qué trono te quieren dar que Atropos no te lo quite?

¿Qué laurel que no se mustie en lo arbitrios de Minos?

¿Qué horas que no te conviertan

en la estatura de sombra

que serás cuando de noche, estés al fin del camino?

Coge las flores, mas déjalas caer, apenas miradas.

Al sol siéntate. Y abdica para ser rey de ti mismo.

(*) Ricardo Reis

Versión de Ángel Crespo

Oda

(*)

Para ser grande, sé entero: nada Tuyo exageres o excluyas. Sé todo en cada cosa. Pon cuanto eres En lo mínimo que hagas,

Por eso la luna brilla toda En cada lago, porque alta vive.

(*) De heterónimo Ricardo Reis

Pierrot borracho

En las calles de la feria de la feria desierta sólo la luna llena blanquea y clarea las noches de la feria en la noche entreabierta. Sólo la luna alba blanquea y clarea la tierra calva de abandono y alba alegría ajena.

Ebria blanquea como por la arena

en las calles de feria, de la feria desierta en la noche ya llena de sombra entreabierta. La luna boquea en las calles de feria desierta e incierta.

Poema XXIX

(**)

No soy igual en lo que digo y escribo. Cambio, pero no cambio mucho. El color de las flores no es el mismo bajo el sol que cuando una nube pasa o cuando entra la noche y las flores son color de sombra. Pero quien mira ve bien que son las mismas flores. Por eso cuando parezco no estar de acuerdo conmigo fijaros bien en mí: si estaba vuelto para la derecha me volví ahora para la izquierda,

pero soy siempre yo, asentado sobre los mismos pies. El mismo siempre, gracias al cielo y a la tierra y a mis ojos y oídos atentos y a mi clara sencillez de alma.

(**) De heterónimo Alberto Caeiro

Reniego, lápiz partido...

Reniego, lápiz partido, Todo cuanto deseé. Y no soñé ser servido De ir a donde nunca iré.

Paje embutido en harapos Del triunfo que otros tuvieron, Yo podré amar estos trapos Por ser cuanto a mí me dieron.

Sabré, príncipe mendigo, Coger, con la buena gente,

Entre el ondear del trigo La amapola inteligente.

Señor, serenas son...

Señor, serenas son Todas las horas Que derrochamos, si en Malgastarlas, Como en un jarrón, Colocamos flores.

No hay tristezas Ni alegrías tampoco En nuestra vida. Luego déjanos aprender, irreflexivamente sabios, A no vivirla.

Sino a dejarla flotar, Tranquila, serena,

Permitiendo que los niños Sean nuestros profesores y que nuestros ojos sean Colmados por la Naturaleza.

A la orilla de la corriente, Al borde ,de la carretera, Cae erguidaSiempre en el mismo Respiro de luz De estar vivos.

El tiempo pasa, No nos dice nada. Crecemos envejecidos. Déjanos aprender, como si irónicamente, Nos observara partir.

Es inútil mientras Hacemos un gesto. No hay resistencia Al dios cruel Devorador sempiterno De sus hijos.

Permítenos recoger las flores,

Permítenos humedecer Éstas nuestras manos En los apacibles riachuelos, De los cuales debemos aprender A ser apacibles como ellos.

Los girasoles siempre Están mirando hacia el sol, Déjanos marchar de la vida Tranquilos, sin abrigar Siquiera el remordimiento De haber vivido.

(12.6.14) Versión de Rafael Díaz Borbón

Si alguien toca un día a tu puerta...

Si alguien toca un día a tu puerta, Diciendo que es un emisario mío No creas, ni aunque sea yo; Que mi vanidoso orgullo no intentaría Tocar siquiera la puerta irreal del cielo.

Pero si, naturalmente, y sin oír A alguien tocar, la puerta fueras a abrir Y encontraras alguien como a la espera De tocar, medita un poco. Ese era Mi emisario y yo y lo que intenta Mi orgullo que desespera ¡Abre a quién no llama a tu puerta!

Si, después que yo muera, se quisiera escribir mi biografía...

Si, después que yo muera, se quisiera escribir mi biografía, Nada sería más simple. Exactamente poseo dos fechas -la de mi nacimiento y la de muerte. Entre una y otra todos los días me pertenecen. Soy fácil de describir. He vivido como un loco. He amado a las cosas sin ningún sentimentalismo. Nunca tuve un deseo que no pudiera colmar, pues nunca anduve ciego. Incluso escuchar para mí fué nada más que un complemento del ver.

Comprendí que las cosas son reales y totalmente diferentes una de otra: Lo comprendí con los ojos, jamás con el pensamiento. Comprenderlo con el pensamiento hubiera sido encontrarlas todas iguales.

Un día me sentí dormido como un niño. Cerré los ojos y dormí. Y, a propósito, yo era el único poeta de la Naturaleza.

Versión de Rafael Díaz Borbón

Si muero pronto

(**)

Si muero pronto, Sin poder publicar ningún libro, Sin ver la cara que tienen mis versos en letras de molde, Ruego, si se afligen a causa de esto, Que no se aflijan. Si ocurre, era lo justo.

Aunque nadie imprima mis versos,

Si fueron bellos, tendrán hermosura. Y si son bellos, serán publicados: Las raíces viven soterradas Pero las flores al aire libre y a la vista. Así tiene que ser y nadie ha de impedirlo. Si muero pronto, oigan esto: No fui sino un niño que jugaba. Fui idólatra como el sol y el agua, Una religión que sólo los hombres ignoran. Fui feliz porque no pedía nada Ni nada busqué. Y no encontré nada Salvo que la palabra explicación no explica nada.

Mi deseo fue estar al sol o bajo la lluvia. Al sol cuando había sol, Cuando llovía bajo la lluvia (Y nunca de otro modo), Sentir calor y frío y viento Y no ir más lejos.

Quise una vez, pensé que me amarían. No me quisieron. La única razón del desamor: Así tenía que ser.

Me consolé en el sol y en la lluvia.

Me senté otra vez a la puerta de mi casa. El campo, al fin de cuentas, no es tan verde Para los que son amados como para los que no lo son: Sentir es distraerse.

(**) De heterónimo Alberto Caeiros

Versión de Octavio Paz

Si yo pudiera morder la tierra toda...

Si yo pudiera morder la tierra toda y sentirle el sabor sería más feliz por un momento... Pero no siempre quiero ser feliz es necesario ser de vez en cuando infeliz para poder ser natural... No todo es días de sol y la lluvia cuando falta mucho, se pide. Por eso tomo la infelicidad con la felicidad. Naturalmente como quien no se extraña con que existan montañas y planicies y que haya rocas y hierbas... Lo que es necesario es ser natural y calmado en la felicidad o en la

infelicidad. Sentir como quien mira. Pensar como quien anda, y cuando se ha de morir, Recordar que el día muere y que el poniente es bello y es bella la noche que queda. Así es y así sea.

Versión de Teodoro Llorente

Suave, como tener madre y hermanas...

Suave, como tener madre y hermanas, la tarde rica desciende... No llueve ya, y el vasto cielo es una gran sonrisa imperfecta... Mi conciencia de tener conciencia de ti es una prez, y mi saberte sonriendo es una flor mustia en mi pecho...

¡Ah, si fuésemos dos figuras

en una lejana vidriera!... ¡Ah, si fuésemos los dos colores de una bandera de gloria!... Estatua acéfala retirada a un lado, polvorienta pila bautismal, pendón de vencidos que tuviese escrito en el centro este lema: ¡Victoria!"

Versión de Rafael Díaz Borbón

Súbita mano de algún fantasma oculto...

Súbita mano de algún fantasma oculto entre los pliegues de la noche y de mi sueño me sacude y yo despierto, y en el abandono de la noche no diviso gesto ni bulto.

Pero un terror antiguo, que insepulto traigo en el corazón, como de un trono baja y se afirma mi señor y dueño

sin orden, sin meneo y sin insulto.

Y yo siento mi vida de repente presa por una cuerda de Inconsciente a cualquier mano nocturna que me guía.

Siento que soy nadie salvo una sombra de un bulto que no veo y que me asombra, y en nada existo como la tiniebla fría.

Versión de Teodoro Llorente

Tabaquería*

No soy nada. Nunca seré nada. No puedo querer ser nada. A parte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo. Ventanas de mi cuarto, De mi cuarto de uno de los millones en el mundo que nadie sabe quién es

(Y si supiesen, ¿qué sabrían?), Dais al misterio de una calle cruzada constantemente por gente, A una calle inaccesible a todos los pensamientos, Real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente cierta, Con el misterio de las cosas bajo las piedras y los seres, Con la muerte que mancha de humedad las paredes y hace blancos los cabellos de los hombres, Con el Destino que conduce la carroza de todo por el camino de nada. Estoy hoy vencido, como si supiese la verdad. Estoy hoy lúcido, como si estuviese por morir, Y no tuviese más hermandad con las cosas Que la de una despedida, tornándose esta casa a este lado de la calle La hilera de vagones de un tren, y el silbido de una partida Dentro de mi cabeza, Y una sacudida de mis nervios y un chirriar de huesos al arrancar. Estoy hoy perplejo, como quien pensó y halló y olvidó. Estoy hoy dividido entre la lealtad que debo A la Tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera, Y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro. Fallé en todo. Como no hice ningún propósito, tal vez todo fuese nada. El aprendizaje que me dieron, Descendí por la ventana trasera de la casa. Fui al campo con grandes propósitos. Pero allí sólo encontré yerbas y árboles,

Y cuando había gente era igual a la otra. Me retiro de la ventana y me siento en una silla. ¿En qué he de pensar? ¿Qué sé yo lo que seré, yo, que no sé lo que soy? ¿Ser lo que pienso? ¡Pienso ser tanta cosa! ¡Y hay tantos que piensan ser la misma cosa que no puede haber tantos! ¿Genio? En este momento Cien mil cerebros se piensan en sueños genios como yo, Y la historia no señalará, ¿quién sabe? ni a uno, No habrá sino un muladar para tantas futuras conquistas. No, no creo en mí. ¡En todos los manicomios hay tantos locos deschavetados con tantas certezas! Yo, que no tengo ninguna certeza, ¿soy más cierto o menos cierto? No, ni en mí... ¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo No están en esta hora genios-para-sí-mismos soñando? ¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas— Sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas—, Y quién sabe si realizables, ¿Nunca verán la luz del sol real ni hallaran oídos de nadie? El mundo es de quien nace para conquistarlo Y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón. He soñado más que Napoleón. He abrazado contra el pecho hipotético más humanidades que

Cristo. Hice filosofías en secreto que ningún Kant escribió. Pero soy, y tal vez seré siempre, el de la buhardilla, Aunque no viva en ella; Seré siempre el que no nació para esto, Seré siempre sólo el que tenía cualidades; Seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie de una pared sin puerta, Y cantó la cantiga del Infinito en un gallinero, Y escuchó la voz de Dios en un pozo cegado. ¿Creer en mí? No, ni en nada. Que me derrame la Naturaleza sobre la cabeza ardiente Su sol, su lluvia, el viento que me despeina, Y lo demás que venga si viene o que tenga que venir, o que no venga. Esclavos cardíacos de las estrellas, Conquistamos todo el mundo antes de levantarnos de la cama; Pero nos despertamos y él es opaco, Nos levantamos y es ajeno, Salimos de casa y es la tierra entera, Más el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido. (Come chocolates, niña; ¡Come chocolates! Mira que no hay más metafísica en el mundo que la de los chocolates. Mira que todas las religiones no enseñan más que la confitería. ¡Come, niña sucia, come!

¡Si pudiera yo comer chocolates con la misma verdad con que tú los comes! Pero yo pienso y, al quitarles el papel plateado, que es de estaño, Arrojo todo al suelo, como tiré la vida.) Pero queda al menos de la amargura de lo que nunca seré La caligrafía rápida de estos versos, Pórtico hendido hacia lo Imposible. Pero al menos dedico a mí mismo un desprecio sin lágrimas, Noble al menos por el gesto amplio con que arrojo La ropa sucia que soy, sin motivo, para el decurso de las cosas, Y me quedo en casa sin camisa. (Tú que consuelas, que no existes y por eso consuelas, O diosa griega, concebida como estatua con vida, O patricia romana, imposiblemente noble y nefasta, O princesa de trovadores, gentilísima y colorida, O marquesa del siglo dieciocho, escotada y distante, O cocotte célebre del tiempo de nuestros padres, O no sé qué moderno —no concibo bien qué—, Todo eso, sea lo que fuera, lo que sea, si puede inspirar ¡qué inspire! Mi corazón es un balde vacío. Como invocan espíritus los que invocan espíritus me invoco Me invoco a mí mismo y nada encuentro. Me acerco a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta. Veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan. Veo los entes vivos vestidos que se cruzan, Veo los perros que también existen,

Y todo esto me pesa como un condena al destierro, Y todo esto es extranjero, como todo.) Viví, estudié, amé y hasta creí, Y hoy no hay mendigo al que no envidie sólo por no ser yo. En cada uno miro los andrajos y las llagas y la mentira, Y pienso: tal vez nunca hayas vivido ni estudiado ni amado ni creído (Porque es posible hacer la realidad de todo eso sin hacer nada de eso); Tal vez hayas existido apenas, como un lagarto a quien cortan la cola Y que es cola más acá del lagarto que se retuerce. Hice de mí lo que no supe, Y lo que pude hacer de mí no lo hice. Vestí un disfraz equivocado. Me tomaron enseguida por quien no era, y no lo desmentí, y me perdí. Cuando quise arrancarme la máscara, Estaba pegada a la cara. Cuando la arrojé y me vi en el espejo, Ya había envejecido. Estaba borracho, y no sabía vestir el disfraz que no me había quitado. Arrojé la mascara y dormí en el vestidor Como un perro tolerado por la gerencia Por ser inofensivo Y voy a escribir esta historia para probar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles, quién pudiera encontrarte como cosas que yo hice, Y no quedarme siempre enfrente de la Tabaquería de enfrente, Pisoteando la conciencia de estar existiendo, Como un tapete con el que tropieza un borracho O la esterilla que los gitanos roban y no vale nada. Pero el Dueño de la Tabaquería se asomó a la puerta y se quedó en ella. Lo miro con la incomodidad de la cabeza torcida Y con la incomodidad de una alma que mal entiende. Él morirá y yo moriré. Él dejará el letrero, yo dejaré versos. Y un día morirá el letrero y también mis versos. Después morirá la calle donde estuvo el letrero, Y la lengua en que fueron escritos los versos. Morirá después el planeta girante en que todo esto sucedió. En otros satélites de otros sistemas cualquier cosa como nosotros Continuará haciendo cosas como versos y viviendo debajo de las cosas como letreros, Siempre una cosa frente a otra, Siempre una cosa tan inútil como la otra. Siempre lo imposible tan estúpido como lo real, Siempre el misterio del fondo tan cierto como el sueño del misterio de la superficie, Siempre ésta o aquella cosa o ni una ni la otra cosa. Pero un hombre entró en la Tabaquería (¿a comprar tabaco?), Y la realidad plausible cae de repente sobre mí.

Me incorporo a medias enérgico, convencido, humano, Y voy a intentar escribir estos versos en los que digo lo contrario. Enciendo un cigarro al pensar en escribirlos Y saboreo en el cigarro la liberación de todos los pensamientos. Sigo el humo como mi camino, Y gozo, en un momento sensitivo y adecuado, La liberación de todas las especulaciones Y la conciencia de que la metafísica es la consecuencia de una indisposición. Después me reclino en la silla Y sigo fumando. Seguiré fumando hasta que el Destino me lo permita. (Si me casase con la hija de mi lavandera Tal vez sería feliz.) Visto esto, me levanto de la silla. Me acerco a la ventana. El hombre salió de la Tabaquería (¿guarda el cambio en el bolsillo del pantalón?). Ah, lo conozco: es Esteves sin metafísica. (El Dueño de la Tabaquería llegó a la puerta.) Como por un instinto divino, Esteves se volvió y me vio. Hizo una señal de adiós, le grité ¡Adiós, Esteves!, y el universo Se reconstruye en mí sin ideal ni esperanza, y el Dueño de la Tabaquería sonrió.

*Álvaro de Campos Versión de Miguel Ángel Flores

Tengo tanto sentimiento...

Tengo tanto sentimiento que es frecuente persuadirme de que soy sentimental, mas reconozco, al medirme, que todo esto es pensamiento que yo no sentí al final.

Tenemos, quienes vivimos, una vida que es vivida y otra vida que es pensada, y la única en que existimos es la que está dividida entre la cierta y la errada.

Mas a cuál de verdadera o errada el nombre conviene nadie lo sabrá explicar; y vivimos de manera que la vida que uno tiene

es la que él se ha de pensar.

Versión de Ángel Crespo

Todas las cartas de amor son ridículas...*

Todas las cartas de amor son ridículas. No serían cartas de amor si no fuesen ridículas.

También escribí en mi tiempo cartas de amor, como las demás, ridículas.

Las cartas de amor, si hay amor, tienen que ser ridículas.

Pero, al fin y al cabo, sólo las criaturas que nunca escribieron cartas de amor

sí que son ridículas.

Quién me diera el tiempo en que escribía sin darme cuenta cartas de amor ridículas.

La verdad es que hoy mis recuerdos de esas cartas de amor sí que son ridículos.

(Todas las palabras esdrújulas, como los sentimientos esdrújulos, son naturalmente ridículas).

**Heterónimo A. Campos Versión de Miguel Ángel Flores

Todo menos el tedio me da tedio...

Todo menos el tedio me da tedio. Quiero sin tener sosiego sosegar. Tomar la vida todos los días Como un remedio, De esos remedios que hay para tomar. Tanto aspiré, tanto soñé que tanto De tantos tantos me hizo nada en mí Mis manos quedaron frías Sólo de aguardar el encanto De aquel amor que las calentara al fin. Frías, vacías, Así.

Tu voz habla amorosa...

Tu voz habla amorosa... Tan tierna habla que me olvido de que es falsa su blanda prosa. Mi corazón desentristece.

Sí, así como la música sugiere lo que en la música no está, mi corazón nada más quiere que la melodía que en ti hay...

¿Amarme? ¿Quién lo creería? Habla con la misma voz que nada dice si eres una música que arrulla. Yo oigo, ignoro, y soy feliz.

Ni hay felicidad falsa, mientras dura es verdadera. ¿Qué importa lo que la verdad exalta si soy feliz de esta manera?

Versión de Teodoro Llorente

Ven a sentarte conmigo, Lidia, a la orilla del río...*

Ven a sentarte conmigo, Lidia a la orilla del río. Con sosiego miremos su curso

y aprendamos que la vida pasa, y no estamos cogidos de la mano. (Enlacemos las manos.)

Pensemos después, niños adultos, que la vida pasa y no se queda, nada deja y nunca regresa, va hacia un mar muy lejano, hacia el pie del Hado, más lejos que los dioses.

Desenlacemos las manos, que no vale la pena cansarnos. Ya gocemos, ya no gocemos, pasamos como el río. Más vale que sepamos pasar silenciosamente y sin desasosiegos.

Sin amores, ni odios, ni pasiones que levanten la voz, ni envidias que hagan a los ojos moverse demasiado, ni cuidados, porque si los tuviese el río también correría, y siempre acabaría en el mar.

Amémonos tranquilamente,

pensando que podríamos, si quisiéramos, cambiar besos y abrazos y caricias, mas que más vale estar sentados el uno junto al otro oyendo correr al río y viéndolo. Cojamos flores, cógelas tú y déjalas en tu regazo, y que su perfume suavice este momento en que sosegadamente no creemos en nada, paganos inocentes de la decadencia.

Por lo menos, si yo fuera sombra antes, te acordarás de mí sin que mi recuerdo te queme o te hiera o te mueva, porque nunca enlazamos las manos, ni nos besamos ni fuimos más que niños.

Y si antes que yo llevases el óbolo al barquero sombrío, no sufriré cuando de ti me acuerde, a mi memoria has de ser suave recordándote así, a la orilla del río, pagana triste y con flores en el regazo.

*Heterónimo Ricardo Reiss

Versión de Rafael Díaz Borbón

Yo nunca guardé rebaños... * *

Yo nunca guardé rebaños, pero es como si los guardara. Mi alma es como un pastor, conoce el viento y el sol y anda de la mano de las Estaciones siguiendo y mirando. Toda la paz de la Naturaleza a solas viene a sentarse a ni lado. Pero permanezco triste, como un atardecer para nuestra imaginación, cuando refresca en el fondo de la planicie y se siente que la noche ha entrado como una mariposa por la ventana.

Pero mi tristeza es sosiego

porque es natural y justa y es lo que debe haber en el alma cuando piensa que ya existe y las manos cogen flores sin darse cuenta.

Con un ruido de cencerros más allá de la curva del camino mis pensamientos están contentos.

Pensar molesta como andar bajo la lluvia cuando el viento crece y parece que llueve más.

No tengo ambiciones ni deseos. Ser poeta no es una ambición mía. Es mi manera de estar solo.

**Heterónimo Alberto Caeiro

PETRARCA

A su amada

Mi pequeña palomita, mi pequeña, toda linda, perlita mía, besadme: con la boca toda llena de amor, quitadme la pena

de mi amoroso cuidado.

Cuando yo os diga: niña mía acercaos, necesito nueve besos a la vez, dadme solamente tres, como los que Diana guerrera le. dio a Febo su hermano y la Aurora a su viejo... Luego, retirad la boca, y lejos, toda esquivez, huid con pie bullicioso.

Como un toro por el prado corre detrás de su amada, así yo, lleno de ira, correré, loco, tras vos, y sujeta con fuerte mano os retendré, de igual modo que un águila al tembloroso pichón. Entonces, fingiéndoos ruborosa de darme los otros besos, iniciaréis vos el gesto.

Pero en vano estaréis colgada de mi cuello, esperando (los ojos un poco bajos)

perdón de mi pecho herido. Pues en lugar de seis he de pediros más besos que estrellas nunca tuviera el cielo; más que arena se acumula en la orilla arrastrada por el agua cuando airada se estrella contra las rocas.

Versión de L. S.

Canción

Quienquiera conocer al Amor y a su esencia, su arco, su fuego, sus rasgos y su aspecto, cuáles son sus maneras y qué es lo que desea, lea estos versos: voy aquí a describirlo.

Es un placer repleto de tristeza, es un tormento ornado de alegría, un desespero donde siempre se espera, un esperar que siempre desespera.

Es como una nostalgia de juventud perdida es como polvo expandido en el aire, es pintar en el aire, es pretender a una coger el viento y blanquear un moro.

Es falsa risa y dolor verdadero, tener herido el corazón sin lamentarse, es volverse criado en lugar de señor, es morir y nacer mil veces cada día.

Es cerrar a los amigos de la razón la puerta, que triste languidece casi muerta, para entregar la llave a la enemiga que la recibe con el pretexto de ser amiga.

Es mil males por sólo una mirada es estar sano y simularse enfermo, es perjurar mintiéndose, y hacer profesión de adular y complacer.

Es un gran fuego envuelto en poco hielo, un bello juego relleno de falacias, es un despecho, una guerra, una tregua, un largo pensamiento, una palabra breve.

Es un por fuera disimular el gozo,

celando un alma que dentro solloza, un mal tan agradable que uno anhela consumirse por siempre en tan bello martirio.

Es una paz sin duración apenas, es una guerra de combate extremado, en donde el vencido recibe toda gloria, y el vencedor no obtiene la victoria.

Es un error de juventud que elige aun antes la prisión que la libertad. Es un pensamiento que entre dudas no reposa, y por objeto sólo tiene una cosa.

En fin, Nicolás, es amor unos celos, una fiebre en un frenesí. ¿Qué mayor mal puede haber en el mundo que tener por señor a una mujer?

Así, pues, para que tu corazón no caiga bajo los lazos de tan sujeta ley, si tú me crees, ten cuidado: el arrepentimiento llega tarde.

Versión de L. S.

Canción II

A Casandra

Vamos, Linda, a ver si la rosa que abrió su pecho, esplendorosa, a los primeros ímpetus del sol, altiva, esbelta, iridiscente, bajo la lumbre atardecente copia aún de tu faz el arrebol.

¡Ah! Mira con cuanta presteza sobre la tierra su belleza hoja por hoja descendió... Fiera madrastra la Natura, la flor en ella sólo dura el tiempo que la luz la acarició.

Si pues mi amor tu fe merece, en tanto que tu edad florece en su más bella y fresca novedad, recoge de la primavera

tu flor... Ya ves: locura fuera esperar que se mustie su beldad.

Versión de Carlos López Narváez

El ramo que os envío...

Fue para vos para quien yo, Señora, cortó al rosal las flores que os envío; no hacerlo así y el vendaval o el frío las agostaran antes de la aurora.

Ejemplo os dan, que si lucís agora de impar beldad mirífico atavío, pensad también que el tiempo ciego, impío todo lo va royendo hora tras hora.

Pasan, fugan, esfúmanse los días; lo que hoy somos será muerta ventura del incierto mañana en las umbrías.

de mi rendido amor no estáis segura? Pasan las horas, fúganse vacías... Por qué no darme en flor vuestra hermosura?

Versión de Carlos López Narváez

Envío de las flores

Hoy te envío estas flores que mi mano acaba de cortar recién abiertas, que de no recogerlas hoy temprano las habría encontrado el alba yertas.

Ellas recuerdan el destino humano, porque tus gracias y bellezas ciertas se agostarán en día no lejano y estarán, pronto, como flores, muertas.

Se va el tiempo, mi amiga... mas no es cierto: somos nosotros, !ay! , los que nos vamos. Ni de ti ni de mí quedará huella.

Y cuando tú estés muerta y yo esté muerto, nada habrá de este amor de que hoy hablo ámame, entonces, mientras eres bella.

Versión de Andrés Holguín

Madrigal ¡Que se rompa el espejo en que se mira llenándose de orgullo tu hermosura! Cuando me vuelvas a mirar con ira ya no es tan bella, oh niña, tu figura.

¡Cuánto hace que por ti mi alma suspira! ¿Y mi anhelo, mi fe, mi pasión pura no lograrán que a quien por ti delira te muestres algún día menos dura?

¿Crees que durará tu primavera? ¡Pasará! Pasará cual languidece en el jardín efímera la rosa.

¡No volverá la juventud ligera! Coge ávida el placer que ella te ofrece y sin amar no mueras, niña hermosa.

Muerte de María

Como se ve en la rama de mayo abrir la rosa, fulgente de hermosura, su primor florecido; y al mismo sol, de celos sentirse estremecido sin ella deja el alba su lágrima radiosa;

Y la gracia en sus pétalos recogerse amorosa, y en el jardín y el árbol su aroma trasfundido, o en estivales fuegos, o por la lluvia herido, deshojarse su cáliz y morir silenciosa;

Tal en la primavera de tu ser esplendente, cuando el mundo y los cielos diademaban tu frente, rendida por la Parca ya en cenizas reposas...

Recibe por ofrenda mi llanto y mis clamores, y esta copa votiva y esta lluvia de flores: vivo o muerto, que sea tu cuerpo sólo rosas.

Versión de Carlos López Narváez

Siempreviva

Para que así de siglo en siglo sobreviva la perfecta amistad que Ronsard te profesa, la razón ofuscada por tu pura belleza y en tus brazos gemelos la libertad cautiva;

para que sepa el mundo que estaba siempre viva tu imagen en mi sangre y en mi memoria impresa y que mi alma rendida sólo de ti está presa, hoy te envío mi amor con esta Siempreviva.

Ella perdurará largo tiempo fragante. -Te haré, después de muerta, vivir perpetuamente, tanto puede el empeño de un servidor amante

que al honrarte pretende honrar la virtud suma. Tu nombre, como Laura, vivirá eternamente, al menos lo que vivan los libros y la pluma.

Versión de Andrés Holguín

Soneto

¿Qué decís y qué hacéis, niña mía? ¿En qué soñáis? ¿Pensáis acaso en mí? ¿Acaso no os preocupa mi desmayo, y este penar por vos que me envenena?

Por vuestro amor mi corazón se agita y ante mis ojos yo os veo sin cesar, ausente os escucho y aun os oigo, y sólo vuestro amor suena en mi pensamiento.

Siempre están vuestros ojos, vuestras gracias y encantos en mí grabadas y también los lugares

donde os viera danzar, leer y hablar.

Os tengo como mía, y si yo no soy mío, vos sois la sola que en mi pecho respira, mi ojo, mi sangre, mi desgracia y mi bien.

Versión de L. S.

Soneto a Casandra

¿Qué dices, niña, qué haces diariamente? ¿Me recuerdas? ¿Qué piensas? ¿Qué te apena? ¿No te aflige mi pena permanente así como tu imagen me envenena?

Ante mis ojos siempre estás presente. Tu amor, ardiendo, el corazón me llena. Distante te contemplo y te oigo ausente y ningún otro amor en mí resuena.

Están fijos tus ojos en mi mente

y tu risa y tu voz con que deliro están en mí grabadas de igual modo.

Te siento mía y, si me siento ausente, es porque vivo en ti y en ti respiro, mi único bien, mi corazón, mi todo!

Versión de Andrés Holguín

Soneto para Helena

Vencida por los años, en la dulce tibieza del hogar y la luz albos copos hilando, dirás embelesada mis versos recordando: Ronsard cantó los días de mi feliz belleza.

Ya no habrá quién recoja de tu voz la tristeza, ni esclava soñolienta que el percibir el blando rumor en que me nombras, dichosa despertando con férvida loanza bendiga tu realeza.

Mi cuerpo bajo tierra, tan sólo ya mi alma Yagará de tus mirtos umbrosos en la calma, mientras tú, cerca al fuego, te acoges aterida.

Y has de llorar entonces esa altivez insana... No te niegues, escúchame, no esperes a mañana: cíñete desde ahora las rosas de la vida.

Versión de Carlos López Narváez

Sonetos para Helena

I Hoy, primero de mayo, Helena, yo te juro por Cástor y por Polux, tus hermanos gemelos, por la vid enlazada al tronco de los olmos, por los prados, los bosques erizados de verde,

por la estación primera de la Naturaleza, por el cristal que corre por el fondo del río y por los ruiseñores, milagro de los pájaros,

que sólo has de ser tú mi última aventura.

Únicamente tú me gustas; pues si amo tu juventud ha sido por elección, no azar: y voluntariamente acepto mi pasión.

Me confieso hacedor de mi propia fortuna: virtud me ha conducido a esta afectividad. Si la virtud me engaña, adiós bella Querida.

II Bebiendo a largos tragos el fulgor amoroso que exhala la belleza de tus ojos, me ciego. Turbada la razón y el alma, no disfruto, y, como ebrio de amor, se tambalea mi cuerpo.

Me late el corazón en las sienes, se enfría mi calor natural de miedo, mis sentidos deshechos se eterizan, y quedas satisfecha de adquirir, por mi muerte, fama de crueldad.

Tu mirar fulminante me traspasa la piel, el corazón, el cuerpo, con sus rayos cual saetas que me alcanzan el alma; y, si quiero dolerme

o pedir compasión de este mal que recibo,

de tal modo me oprime tu crueldad la voz que no me atrevo a hablar por temor a tus ojos.

Versión de Pedro Gandía

Toma esta rosa -amable cual tú eres...

Toma esta rosa -amable cual tú eres; rosa entre rosas bellas la más rosa; diosa en flor entre flores la más diosa de las Musas, la Musa de Citeres.

Recíbela y ofrécele piadosa tu seno, pues mi corazón no quieres... (Corazón, rosa mustia, nada esperes; sangre sin fin tu herida dolorosa.

La rosa y tú han sólo una semblanza: no más un sol la rosa tendrá vida; ¡mil soles tú pervives de esperanza!

Si al menos, corazón, rosa transida, marchitarte pudieras en bonanza, cual la rosa en su pecho recogida! )

Versión de Carlos López Narváez

A una joven en un verde laurel

Vi más blanca y más fría que la nieve que no golpea el sol por años y años; y su voz, faz hermosa y los cabellos tanto amo que ahora van ante mis ojos, y siempre irán, por montes o en la riba.

Irán mis pensamientos a la riba cuando no dé hojas verde el laurel; quieto mi corazón, secos los ojos, verán helarse al fuego, arder la nieve: porque no tengo yo tantos cabellos cuantos por ese día aguardara años.

Mas porque el tiempo vuela, huyen los años y en un punto a la muerte el hombre arriba, ya oscuros o ya blancos los cabellos, la sombra ha de seguir de aquel laurel por el ardiente sol y por la nieve,

hasta el día en que al fin cierre estos ojos.

No se vieron jamás tan bellos ojos, en nuestra edad o en los primeros años, que me derritan como el sol la nieve: y así un río de llanto va a la riba que Amor conduce hasta el cruel laurel de ramas de diamante, áureos cabellos.

Temo cambiar de faz y de cabellos sin que me muestre con piedad los ojos el ídolo esculpido en tal laurel: Que, si al contar no yerro, hace siete años que suspirando voy de riba en riba, noche y día, al calor y con la nieve.

Mas fuego dentro, y fuera blanca nieve, pensando igual, mudados los cabellos, llorando iré yo siempre a cada riba por que tal vez piedad muestren los ojos de alguien que nazca dentro de mil años; si aún vive, cultivado, este laurel.

A oro y topacio al sul sobre la nieve vencen blondos cabellos, y los ojos que apresuran mis años a la riba.

Amor lloraba, y yo con él gemía...

Amor lloraba, y yo con él gemía, del cual mis pasos nunca andan lejanos, viendo, por los efectos inhumanos, que vuestra alma sus nudos deshacía.

Ahora que al buen camino Dios os guía, con fervor alzo al cielo mis dos manos y doy gracias al ver que los humanos ruegos justos escucha, y gracia envía.

Y si, tornando a la amorosa vida, por alejaros del deseo hermoso, foso o lomas halláis en el sendero,

es para demostrar que es espinoso, y que es alpestre y dura la subida que conduce hacia el bien más verdadero.

Versión de F. Maristany

Bendito sea el año, el punto, el día...

Bendito sea el año, el punto, el día, la estación, el lugar, el mes, la hora y el país, en el cual su encantadora mirada encadenóse al alma mía.

Bendita la dulcísima porfía de entregarme a ese amor que en mi alma mora, y el arco y las saetas, de que ahora las llagas siento abiertas todavía.

Benditas las palabras con que canto el nombre de mi amada; y mi tormento, mis ansias, mis suspiros y mi llanto.

Y benditos mis versos y mi arte pues la ensalzan, y, en fin, mi pensamiento, puesto que ella tan sólo lo comparte.

Versión de F. Maristany

El que su arte infinita y providencia...

El que su arte infinita y providencia demostró en su admirable magisterio, que, con éste, creó el otro hemisferio y a Jove, más que a Marte, dio clemencia,

vino al mundo alumbrando con su ciencia la verdad que en el libro era misterio, cambió de Pedro y Juan el ministerio y, por la red, les dio el cielo en herencia.

Al nacer, no le plugo a Roma darse, sí a Judea: que, más que todo estado, exaltar la humildad le complacía;

y hoy, de una aldea chica, un sol ha dado, que a Natura y al sitio hace alegrarse donde mujer tan bella ha visto el día.

En la muerte de Laura

Sus ojos que canté amorosamente, su cuerpo hermoso que adoré constante, y que vivir me hiciera tan distante de mí mismo, y huyendo de la gente,

Su cabellera de oro reluciente, la risa de su angélico semblante que hizo la tierra al cielo semejante, ¡poco polvo son ya que nada siente!

¡Y sin embargo vivo todavía! A ciegas, sin la lumbre que amé tanto, surca mi nave la extensión vacía...

Aquí termine mi amoroso canto: seca la fuente está de mi alegría, mi lira yace convertida en llanto.

Versión de Alejandro Araoz Fraser

Fue el día en que del sol palidecieron...

Fue el día en que del sol palidecieron los rayos, de su autor compadecido, cuando, hallándome yo desprevenido, vuestros ojos, señora, me prendieron.

En tal tiempo, los míos no entendieron defenderse de Amor: que protegido me juzgaba; y mi pena y mi gemido principio en el común dolor tuvieron.

Amor me halló del todo desarmado y abierto al corazón encontró el paso de mis ojos, del llanto puerta y barco:

pero, a mi parecer, no quedó honrado hiriéndome de flecha en aquel caso y a vos, armada, no mostrando el arco.

Los que, en mis rimas sueltas...

Los que, en mis rimas sueltas, el sonido oís del suspirar que alimentaba al joven corazón que desvariaba cuando era otro hombre del que luego he sido;

del vario estilo con que me he dolido cuando a esperanzas vanas me entregaba, si alguno de saber de amor se alaba, tanta piedad como perdón le pido.

Que anduve en boca de la gente siento mucho tiempo y, así, frecuentemente me advierto avergonzado y me confundo;

y que es vergüenza, y loco sentimiento, el fruto de mi amor é claramente, y breve sueño cuanto place al mundo.

Mi loco afán está tan extraviado...

Mi loco afán está tan extraviado de seguir a la que huye tan resuelta, y de lazos de Amor ligera y suelta vuela ante mi correr desalentado,

que menos me oye cuanto más airado busco hacia el buen camino la revuelta: no me vale espolearlo, o darle vuelta, que, por su índole, Amor le hace obstinado.

Y cuando ya el bocado ha sacudido, yo quedo a su merced y, a mi pesar, hacia un trance de muerte me transporta:

por llegar al laurel donde es cogido fruto amargo que, dándolo a probar, la llama ajena aflige y no conforta.

Mis venturas se acercan lentamente...

Mis venturas se acercan lentamente, dudando espero, el ansia en mí renace, y aguardar y apartarme me desplace, pues se van, como el tigre, velozmente.

Ay de mí, nieve habrá negra y caliente, sierras con peces, mar que olas no hace, y el sol se acostará por donde nace Eufrate y Tigris de una misma fuente,

antes que ella una tregua, o paz, me ofrezca, o Amor otro uso enseñe a mi señora, que en contra mía ya han pactado alianza:

que si algo hay dulce, tras la amarga hora, hace el desdén que el gusto desfallezca; y de sus gracias nada más me alcanza.

No tengo paz ni puedo hacer la guerra...

No tengo paz ni puedo hacer la guerra; temo y espero, y del ardor al hielo paso, y vuelo para el cielo, bajo a la tierra, nada aprieto, y a todo el mundo abrazo.

Prisión que no se cierra ni des-cierra, No me detiene ni suelta el duro lazo; entre libre y sumisa el alma errante, no es vivo ni muerto el cuerpo lacio.

Veo sin ojos, grito en vano; sueño morir y ayuda imploro; a mí me odio y a otros después amo.

Me alimenta el dolor y llorando reí; La muerte y la vida al fin deploro: En este estado estoy, mujer, por tí.

Versión de Julián del Valle

Porque una hermosa en mí quiso vengarse...

Porque una hermosa en mí quiso vengarse y enmendar mil ofensas en un día, escondido el Amor su arco traía como el que espera el tiempo de ensañarse.

En mi pecho, do suele cobijarse, mi virtud pecho y ojos defendía cuando el golpe mortal, donde solía mellarse cualquier dardo fue a encajarse.

Pero aturdida en el primer asalto, sentí que tiempo y fuerza le faltaba para que en la ocasión pudiera armarme,

o en el collado fatigoso y alto esquivar el dolor que me asaltaba, del que hoy quisiera, y no puedo, guardarme.

Si con suspiros de llamaros trato...

Si con suspiros de llamaros trato, y al nombre que en mi pecho ha escrito Amor, de que el Laude comienza ya el rumor del primer dulce acento me percato.

Vuestra realeza, que hallo de inmediato, redobla, en la alta empresa, mi valor; pero ¡Tate!, me grita el fin, que honor rendirle es de otros hombros peso grato.

Al Laude, así, y a reverencia, enseña la misma voz, sin más, cuando os nombramos, oh de alabanza y de respeto digna:

sino que, si mortal lengua se empeña en hablar de sus siempre verdes ramos, su presunción tal vez a Apolo indigna.

Si el fuego con el fuego no perece...

Si el fuego con el fuego no perece ni hay río al que la lluvia haya secado, pues lo igual por lo igual es ayudado, y a menudo un contrario al otro acrece,

Amor -que un alma en dos cuerpos guarece-, si has siempre nuestras mentes gobernado, ¿qué haces tú que, de moda desusado, con más querer, así el de ella decrece?

Tal vez igual que el Nilo que, cayendo desde muy alto, su contorno atruena, o cual sol que, al mirarlo, está ofuscando,

el deseo que consigo no consuena, en su objeto extremado va cediendo y, al espolear demás, se va frenando.

Soneto

Bendecidos el año, el mes, el día y la estación y el sitio y el instante y el hermoso país en que delante de su mirar mi voluntad rendía.

Y bendecida la tenaz porfía de amor entre mi pecho palpitante, y el arco y la saeta y la sangrante herida que en mi corazón se abría.

Bendecida la voz que repitiendo va por doquier el nombre de mi amada, suspiros, ansias, lágrimas vertiendo.

Y bendecido todo cuanto escribe la mente que al loarla consagrada en Ella y sólo para Ella vive.

Versión de Carlos López Narváez

Soneto a Laura Paz no encuentro ni puedo hacer la guerra, y ardo y soy hielo; y temo y todo aplazo; y vuelo sobre el cielo y yazgo en tierra; y nada aprieto y todo el mundo abrazo.

Quien me tiene en prisión, ni abre ni cierra, ni me retiene ni me suelta el lazo; y no me mata Amor ni me deshierra, ni me quiere ni quita mi embarazo.

Veo sin ojos y sin lengua grito; y pido ayuda y parecer anhelo; a otros amo y por mí me siento odiado.

Llorando grito y el dolor transito; muerte y vida me dan igual desvelo; por vos estoy, Señora, en este estado.

Versión de Jorge A. Piris

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