Jimmie C. Holland - La Tiranía Del Pensamiento Positivo

February 14, 2019 | Author: lumissima1766 | Category: Cancer, Stress (Biology), Autosuperación, Hiv/Aids, Mind
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LA TIRANÍA DEL PENSAMIENTO POSITIVO Me deprimía muchísimo cuando la gente me decía que tenía que pensar de manera positiva. Pensaba: “Si esto es lo que tengo que hacer para sobrevivir, nunca lo conseguiré”.  John, varón de cincuenta y dos años enfermo de melanoma

La gente sigue diciéndome que sea optimista. Yo digo: “Fastidiaos. Yo estaré fastidiado haga lo que haga para vérmelas con el cáncer. Jamás en mi vida he sido optimista”. Michael, maestro de cuarenta y cinco años al que recientemente se le diagnosticó un sarcoma

Hace algunos años, Jane,* una mujer de cuarenta y nueve años con cáncer de mama, vino a mi consultorio en el Memorial Sloan-Kettering Cancer Center, en Nueva York. Hacía poco que había terminado el tratamiento y su médico le había dado una factura en blanco que significaba que los médicos no habían encontrado ninguna evidencia de cáncer en su cuerpo. En efecto, sus mejillas habían recobrado un saludable color sonrosado. Pero cuando entró en mi consulta, Jane parecía agitada. Su cuerpo estaba rígido y tenso. Cuando se sentó le dije: “Su médico me ha dado la buena noticia. Ha oído que ya está bien”. “Eso es lo que él dice”, replicó abatida, “pero me siento como si estuviera perdiendo la partida.” Algo perpleja, le pregunté: “¿Qué es lo que hace que se sienta así?”. Y ella respondió: “Bueno, mi hermana me dio un libro de como sobrevivir al cáncer , y dice que es fundamental mantener una actitud positiva. He intentado ser optimista durante el tratamiento, pero ahora que se ha terminado estoy más asustada y preocupada que nunca. Estoy triste y no puedo pensar de manera positiva sobre nada”. Yo le dije: “Debe de haber sido duro mostrarse optimista todo el tiempo durante este último año, porque recuerdo lo mal que se sentía durante esos primeros días, después de cada una de las seis sesiones de quimioterapia”. quimio terapia”. “Sí, era duro, sobre todo cuando me sentía tan débil y cansada”, respondió. “Y algunas veces estaba tan asustada y aterrada que me preguntaba si podría llegar hasta el final. Otras veces estaba deprimida y triste, y furiosa de que esto me afectara tanto cuando querría poder hacer muchas más cosas por mis hijos…”

“Eso me parece normal”, le dije. “No puedo imaginar cómo puede haber sido positiva a lo largo de todo este año, cuando tenía que someterse a tantas pruebas y tratamientos complicados” Jane comenzó a relajarse un poco. “¿Cree que está bien entonces y no es verdad que haya impedido que la quimioterapia exterminase mi cáncer por no ser capaz de hacer lo que decía el libro?” “No, no es verdad”, le repliqué con una sonrisa. “Usted no es una supermujer, eso ya lo sabe. Afortunadamente es usted humana y normal. Muchas personas experimentan las mismas reacciones que usted tuvo en esos momentos.” “¡Menos mal!, me dijo. “Porque estaba pensando que si alguien más volvía a decirme que tenía que pensar positivamente iba a darle un puñetazo.” Jane se hacía eco de una cantinela que a menudo he escuchado de la gente que tiene cáncer: la idea de que sentirse triste, asustado, acongojado o furioso es inaceptable, y que las emociones pueden hacer, de algún modo, que el tamaño del tumor aumente. Y el sentimiento de que, si la persona no controla en todo momento el plano emocional, perderá la batalla contra el cáncer. Desde luego, los pacientes como Jane no llegan a esta conclusión por sí mismos. Esta idea se encuentra por todas partes en nuestra cultura: en los libros de moda, en los periódicos que hay en todos los quioscos, en los llamado s “reality shows” y en las películas que ponen en la televisión. Para muchos pacientes, el cáncer es la experiencia más difícil y aterradora a la que se han enfrentado. Todas esas supercherías, que proclaman que si uno no tiene una actitud positiva y está deprimido el tumor crece más rápidamente, invalidan las reacciones naturales y comprensibles de las personas ante algo que amenaza sus vidas. A esto me refiero cuando hablo de la tiranía del pensamiento positivo. Este problema lo han traído a mi consulta familias bienintencionadas que dicen, por ejemplo: “Tiene que ayudar a papá. Va a morir porque no es positivo y tampoco intenta serlo”. Al conocer al padre, compruebo que es claramente un estoico, un hombre que lo lleva bien con su propio modo tranquilo de encarar la enfermedad. Mantener una actitud positiva no es precisamente su estilo, e insistirle en que ponga buena cara y la afronte de un modo que le resultaría extraño sería, al final, una carga añadida. Arrebatarle una estrategia que anteriormente le ha servido para hacer frente a la enfermedad parece algo injusto, incluso cruel. Otro reverso de esta tiranía del pensamiento positivo es que el padre podría llegar a sentirse culpable ante su familia por fracasar si su enfermedad avanzase y él no hubiera sido capaz de cambiar su postura para verlo todo de color de rosa. En otra ocasión, me consultó una mujer cuyo marido había muerto de cáncer de pulmón. En su aflicción, se acusaba de su muerte porque no le había procurado ningún grupo de apoyo que pudiera haberle enseñado las técnicas mente-cuerpo, que ella creía que podrían haberle salvado. Intenté asegurarle que le había ayudado en todos los aspectos, y que probablemente esas técnicas no habrían conseguido que él saliese victorioso de su batalla contra un avanzado cáncer de pulmón.

* Para preservar la confidencialidad de los pacientes, se han cambiado los nombres y las características que podrían identificarlos, y en algunos casos se ha compuesto una sola identidad a partir de las historias de varios pacientes. Cuando sólo se menciona el nombre de pila, se trata de un nombre ficticio. Sin embargo, cuando aparecen los nombres completos se trata de los verdaderos nombres de los  pacientes.

LAS ACTITUDES SOBRE EL HECHO DE TENER CÁNCER: CULPAR A LA VÍCTIMA

Las consecuencias adicionales, y de carácter negativo, de estas particulares creencias y mitos sobre el cáncer nos lleva a otro fenómeno: culpar a la persona por tener cáncer. Preguntas acusadoras como: “¿Por qué necesitabas tener cáncer?”, o afirmaciones del tipo “deber de haber querido tener cáncer”, sugieren que el paciente debe de haber querido que sucediese. Helen, una joven con cáncer, me dijo con profunda tristeza: “Me siento como si fuera dos veces víctima: en primer lugar porque tengo un tumor cerebral sin una causa conocida; en segundo lugar porque soy acusada, es culpa mía. Simplemente no es justo”. La difunta Barbar Boggs Sigmund, que fue alcaldesa de Princeton, en Nueva Jersey, se puso furiosa ante la sugerencia de que había algo de qué acusarla por tener cáncer de ojo (melanoma ocular) y porque se extendiese. En una columna en el New York Times (figura 1), expresó su rabia por los libros de autoayuda que suponían que “me había causado mi propio cáncer” a causa de una “baja autoestima, de la nec esidad de estar enferma o del deseo de morir y que, en consecuencia, dependía de mí curarme o no”. La Sra. Sigmund rechazó la teoría de que “las células cancerígenas son la rabia interna que se va de excursión por todo nuestro cuerpo” o la de “alabí alabá a la bim bom bá, sólo machacaré a las sobrantes si aprendo a quererme bastante”.

Figura 1. New York Times, 30 de diciembre de 1989

Quiero, en primer lugar, ordenar toda la información fidedigna de que disponemos y proporcionarle la información más actualizada posible sobre los estudios que se ocupan del papel de la mente como causa del cáncer. No es culpa suya tener cáncer. Para muchos tipos de cáncer, la causa no está clara en absoluto; su psique no ha desempeñado un papel en su

desarrollo, ¡Seguro que usted no quería tener cáncer! A medida que aprendemos más cosas sobre la prevención del cáncer, aprendemos también acerca de los hábitos y conductas que incrementan del riesgo de tenerlo. Ahora bien, dejando a un lado la relación entre fumar cigarrillos y el cáncer de pulmón (véase el capítulo 12), los resultados están lejos de ser definitivos en lo que respecta a las causas de la mayoría de los cánceres. ¿Cómo llegó a producirse el fenómeno de culpar al paciente de su enfermedad? Sin duda, tiene que ver con el hecho de que, durante mucho tiempo, el cáncer ha sido un misterio, tanto su causa como el remedio. Cuando sabemos muy poco sobre algo, comenzamos a sentirnos cada vez más asustados por ese algo y desarrollamos mitos para intentar explicarlo y situarlo en una perspectiva que nos resulte más tolerable. El cáncer no es la primera enfermedad que carga con mitos. Antes de que se encontrara una cura para la tuberculosis mediante la utilización de los antibióticos, en la década de 1940, se decía que las personas que presentaban determinados rasgos de personalidad desarrollaban tuberculosis, y que este estrés o debilidad emocional era la responsable de que la contrajeran. Estas ideas fueron desapareciendo a medida que la ciencia estableció que lo que causaba la tuberculosis era una infección bacteriana y se dispuso de fármacos para curarla. A principios de los años 80 visité a algunos de los primeros pacientes con sida en Nueva York. En esos primeros años, existía mucho temor porque no conocíamos la causa y no sabíamos cómo se transmitía la enfermedad. Mucha gente estaba aterrorizada, hasta que se identificó el virus y se garantizó que la sangre utilizada en las transfusiones era segura. El pánico disminuyó cuando los científicos averiguaron que el mayor riesgo provenía de la exposición a fluidos corporales que contenían el virus del sida, a través de las jeringuillas o del contacto sexual. De manera similar, cuanto más sabemos sobre las causas del cáncer y cuantos más tipos de cáncer se vuelven curables, menos poderosos son los mitos que hay a su alrededor. Cada vez confiamos mucho más en la información científica vigente y menos en las creencias asumidas durante largo tiempo. Cuando nos alcanza el infortunio, la tendencia humana natural es buscar una razón. A menudo, la explicación inmediata es: “Debe de habérselo causado él mismo”. Esta reacción es similar a la respuesta que se da cuando atracan a alguien. La gente dice: “Pero, en cualquier caso, ¿qué estabas haciendo en ese barrio y a esas horas?”. Acusar a la ví ctima nos permite afirmar: “Eso no me sucederá a mí”. Esta respuesta forma parte de un cuadro psicológico más amplio: la necesidad de atribuir una causa a cualquier suceso catastrófico, sea un terremoto o una enfermedad. Al acusar a la víctima, obtenemos una falsa sensación de seguridad, al creer que podemos prevenir sucesos que están fuera de nuestro control. Pretendemos darle un sentido a algo que seguramente carece de él. La realidad es que no siempre podemos prevenir el cáncer. Susan Sontag aborda esta cuestión fundamental en La enfermedad como metáfora: “La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una onerosa ciudadanía más. Todo aquel que ha nacido soporta una doble ciudadanía, una en el reino de la salud y otra en el reino de la enfermedad.

Aunque todos nosotros preferimos utilizar el pasaporte bueno, más pronto o más tarde nos vemos obligados, al menos por un tiempo, a identificarnos como ciudadanos del otro lugar.”

Por lo tanto, no tiene sentido culpar a la persona que está enferma. Estar enfermos ya hace que nos sintamos bastante solos, que además se nos culpe por ello sólo añade un sentimiento de distancia y soledad, de sentirnos como alguien “diferente” de los demás, de un modo que no habíamos experimentado antes. Como señalo Robert, un joven con la enfermedad de Hodgkin: “Yo ya no soy Robert. Ahora soy Robert con cáncer. Y siento que estoy solo”. Puede que usted se haya encontrado con esa respuesta culpabilizadora de sus amigos y familiares. Si es así, le aconsejo que les diga: “Sé que de verdad  queréis lo mejor para mi. Pero no me ayuda que me digáis que yo tengo algo que ver con el hecho de haber contraído cáncer. Y no es realista esperar que sea positivo las veinticuatro horas del día”.

LAS ACTITUDES Y EL HECHO DE SOBREVIVIR AL CÁNCER

Las mismas actitudes que se desatan cuando le culpan a usted, en primer lugar, de haberse causado el cáncer, a menudo también se aplican para explicar por qué se ha curado o no. Puesto que influyen en su conducta, las actitudes y la personalidad son a menudo lo que le ha conducido a obtener un diagnóstico precoz del cáncer. Éste es el único factor clave de la curación. Por ejemplo, si usted es el tipo de persona que se preocupa por estar sana, si va al médico regularmente para hacerse un chequeo o cuando se manifiestan algunos síntomas preocupantes, si coopera con el médico y sigue sus consejos al pie de la letra, y, al actuar de este modo, está en condiciones de descubrir un cáncer incipiente, debería fomentar esta actitud. Sabemos mucho sobre la manera en que nuestra personalidad y nuestras emociones nos impulsan a mantener unos hábitos o conductas que incrementan el riesgo de tener cáncer. Dos buenos ejemplos son la relación entre fumar y el cáncer de pulmón, y entre el bronceado y el melanoma maligno. También sabemos muchas cosas acerca de cómo las actitudes y emociones pueden afectar a nuestros sistemas endocrino e inmunológico como respuesta al estrés. No obstante, no queda tan claro que las actitudes y las emociones, por sí mismas, puedan transformar un proceso interno y tener algún impacto sobre un tumor que crece en el cuerpo como respuesta al estrés. No sabemos si las fluctuaciones de carga viral (o “blips”) a nivel hormonal o inmunológico que son debidas al estrés tienen alguna conexión con el cáncer y, en caso de que dicha conexión exista, cómo funciona. Sin duda, la investigación es el nuevo campo de la psiconeuroinmunología  –  que explora las conexiones entre el cerebro, el sistema hormonal (endocrino) y el sistema inmunológico – nos ha proporcionado un cuadro muy interesante de las respuestas del cuerpo al estrés. Sabemos que hay distintos tipos de estrés  –  que van desde presentarse a los exámenes en una facultad de medicina hasta pasar por un divorcio - que afectan a las hormonas y al sistema inmunológico. La evidencia que pone en relación el riesgo de sufrir un infarto y el estrés es bastante sólida. El estrés ejerce su efecto a través del sistema nervioso, que a su vez afecta al ritmo cardíaco, la presión arterial y las hormonas. Ahora bien, que con el cáncer suceda lo mismo es algo que todavía no está nada claro. No obstante, hoy en día la gente se hace muchas preguntas, basadas en lo que han leído y en lo que sus amigos les dicen sobre el cáncer y la mente. Y muchas personas comenten un gran número de errores y hacen suposiciones prematuras basándose en una investigación incompleta. Por ejemplo, creen que si al estrés del divorcio afecta a la función inmunológica, de ahí se sigue que “el divorcio debe de haberme causado el cáncer”. Esta clase de extrapolación, sin una prueba científica, lleva a muchas suposiciones y conclusiones falsas. En el capítulo 3 intentamos separar los hechos que hasta ahora conocemos de la superchería y la clara desinformación que rodea la conexión entre la mente, el cuerpo y el cáncer. La gente que ha sobrevivido al cáncer suele considerar retrospectivamente la experiencia y atribuir su supervivencia a su pensamiento positivo, sin contar con que también buscaron ayuda médica desde el primer momento y que tuvieron el mejor tratamiento

conocido para combatir su cáncer. Esta creencia no sólo les proporciona una explicación para el hecho de que se hayan curado, sino que también amortigua el temor a que el cáncer reaparezca. “Si lo machaqué una vez con esta actitud, entonces de la m isma manera puedo impedir que vuelva”. Esta creencia es tranquilizadora y proporciona un modo de enfrentarse al miedo normal de que el cáncer reaparezca. Ciertamente, una actitud positiva nos conduce a mantener la mejor actitud, y la más lógica para que el cáncer sea tratado con éxito. Pero también he conocido a personas con actitudes positivas, que buscaron un diagnóstico y un tratamiento precoz, y que sencillamente no fueron afortunadas. He visto a pacientes que no creían en la conexión entre la mente y el cuerpo y que descartaban por completo la importancia de su actitud, y que, sin embargo, sobrevivieron. Ernie, un abogado que era totalmente negativo con cada aspecto del diagnóstico y el tratamiento del linfoma que padecía, estaba convencido desde el primer día de que no sobreviviría. Explicaba que solía ver el lado negro de las cosas y la botella medio vacía. Aunque aguantó sin rechistar el tratamiento de quimioterapia, ni los ánimos que le daban, ni los “buenos” resultados de sus revisiones médicas podí an persuadirlo de que todo iba bien. Una y otra vez repetía lo mismo: “Dra. Holland, no voy a conseguirlo”. Han pasado dieciocho años desde que se trató y hasta ahora no ha vuelto a tener cáncer. Cada vez está más fuerte y, sin embargo, se muestra más pesimista que nunca. Ernie es un ejemplo de cómo la actitud no lo es todo para sobrevivir al cáncer.

Mi opinión es que, si de manera espontánea, usted mantiene una actitud positiva, estupendo. Algunas personas son optimistas, confiadas y extrovertidas prácticamente en cualquier situación. Su actitud hacia la enfermedad refleja su actitud ante la vida en general, así como su manera de manejar las tensiones y los problemas cotidianos. No tiene sentido que quiera ver la botella medio vacía si usted está convencido de que está medio llena. Y también sucede al revés: si para usted la botella está medio vacía, yo no puedo convencerle de que está medio llena. No es fácil cambiar las actitudes arraigadas de las personas y sus patrones para hacer frente a los problemas. Es peligroso generalizar sobre las actitudes y su impacto en el cáncer sin disponer de más información. La actual tiranía del pensamiento positivo a veces culpabiliza a los pacientes. Si pensar positivamente funciona, adelante con ello. Pero si no es así, utilice la manera de enfrentarse a los problemas que le resulte natural y que le haya funcionado en el pasado. (Me ocupo de diferentes maneras de hacer frente a los problemas en el capítulo 6). Intentar “poner buena cara” o pretender que se sienta confiado cuando, en realidad, se siente tremendamente asustado y preocupado puede ser contraproducente. Si finge confianza y tranquilidad en relación con la enfermedad y el tratamiento, tal vez impedirá que otras personas le presten ayuda y apoyo. También puede que albergue sentimientos ocultos de ansiedad y depresión que podrían aliviarse si le hablara a su médico sobre cómo se siente realmente. Asimismo, la tiranía del pensamiento positivo puede inhibirle a la hora de conseguir la ayuda que necesita, ya sea por miedo a disgustar a sus seres queridos o por admitir un tipo de personalidad que alguna gente piensa que es funesta. Si usted está rodeado por la “policía de la actitud positiva”, dígales a su médico, su sacerdote o su terapeuta que abandonen esa actitud. Hágales saber que, para usted, éste es un momento importante para ser sincero acerca de sus

sentimientos y que así podrá recibir toda la ayuda que necesita. (O bien puede dar a leer a su familia y amigos este capítulo). Resulta paradójico que muchas personas que son pesimistas y negativas sobrevivan al cáncer, y que otras que creen que las actitudes positivas curan no lo consigan. Mientras los miembros del primer grupo están maravillados por su supervivencia, los del segundo grupo terminan sintiéndose culpables o avergonzados, como si no hubieran “dado la talla” en la lucha contra una dolencia agresiva. Esto no es justo. No creo ni por un momento que los pacientes cuyo cáncer progresa tengan un espíritu o un carácter más débil que los de otras personas. Durante muchos años, cada vez que hablaba a grupos de pacientes y a sus familias sobre el cáncer y la mente, citaba todas las investigaciones que sugerían que no podemos atribuir de manera total la supervivencia al cáncer a la personalidad o las actitudes positivas. Invariablemente, alguien se acercaba después de la charla y me decía: “Dra. Holland, he oído lo que ha dicho acerca de las investigaciones y respeto su opinión. Pero no me importa lo que digan las investigaciones. Yo creo en la conexión entre la mente y el cuerpo, y sé que sobreviví debido a mi actitud”. Empecé a darme cuenta de que las personas que tenían sólidas ideas sobre estos temas no se basaban tanto en los hechos como en creencias profundamente arraigadas. He llegado a considerar las creencias sobre la conexión entre el cáncer, la mente y el cuerpo similares a las creencias acerca de la religión. La gente que verdaderamente cree no necesita (o no busca) pruebas científicas de que dicha conexión es cierta. Las personas que no creen son igualmente inflexibles en su concepción de que no existe tal conexión. De la experiencia he aprendido que intentar influir en creencias que están fuertemente arraigadas no sólo es agotador sino que, lo que es más importante, sólo se tiene éxito de higos a brevas. Se cree o no se cree. A la larga, lo que posiblemente importa es que su punto de vista lo anime y lo consuele. Tenemos la imperiosa obligación de insistir a las familias y al personal médico que respeten las creencias personales de cada uno de nosotros sobre el cáncer. Debemos apoyar a las personas que tienen cáncer con independencia de sus puntos de vista y sin que éstos deban ser criticados o ridiculizados por quienes les rodean. Desde luego, hay un amplio espectro de creencias en relación con el papel de la mente y las emociones en el cáncer. Algunas personas creen que las emociones son el factor clave, y que el cáncer es causado  –  y, por tanto, puede ser controlado - por una manera de ser emocionalmente correcta. Otras descartan esta idea como no ci entífica, como insostenible con los actuales conocimientos científicos. Otras personas se sitúan en medio y creen que el modo en que respondemos al cáncer afecta ciertamente a la calidad de nuestras vidas y  puede influir en la supervivencia. Si usted sostiene la creencia de que existe una conexión entre el cáncer, la muerte y el cuerpo, es importante que comprenda que puede que su médico no comparta su punto de vista. Sin embargo, en la actualidad, la mayoría de los médicos manifiestan su discrepancia de manera respetuosa y no desaniman a los pacientes a participar en terapias complementarias mente-cuerpo, que en principio no son dañinas, sino beneficiosas. (Una terapia complementaria se utiliza además de  – más que en lugar de  – el tratamiento médico al uso;

véase el capítulo 10). Actualmente, lo que la mayoría de los médicos dirá son cosas como ésta: “No estoy enterado de que haya pruebas sobre esto. Pero le animo a que emprenda todas las terapias que le ayuden a sentirse mejor, siempre y cuando no interfieran con su tratamiento médico”. Alguna vez, un médico puede desanimarle de seguir una terapia que usted cree que puede ayudarle. Es importante que resuelva el conflicto con su médico lo mejor que pueda a través de un diálogo franco. Aún en el caso de que su médico no esté de acuerdo con el enfoque que usted defiende, es importante que sea sincero al respecto. Por ejemplo, si ha comenzado un régimen o una dieta nutricional que le ha hecho perder peso, dígaselo al médico, porque podría interferir con el tratamiento. La mayoría de las dietas que se aconsejan no son extremas, pero cualquiera que limite la cantidad de proteínas y calorías puede reducir la capacidad de su cuerpo para tolerar la quimioterapia. Los doctores Brian Doan y Ross Gray, que investigan en Toronto, sugieren que en uno de los extremos del continuo de creencias sobre la mente y el cáncer se encuentran las personas que ven al cáncer como al enemigo, y a sí mismas como al caballero montado en un caballo blanco, como San Jorge, que debe matar al proverbial dragón, en este caso, el cáncer. Éstas son las consignas que proclaman llenos de confianza: “Voy a cargármelo”. Los investigadores británicos Steven Greer y Maggie Watson, del Royal Marsden Cancer Institute, lo denominan el “espíritu luchador”, que asegura que la persona utiliza un método directo y frontal para tratar con el cáncer. Sabemos que es un buen modo de hacerle frente. Esta postura activa va un paso más allá en las terapias complementarias del cáncer, en las que uno visualiza cómo el sistema inmunológico lucha contra el cáncer. Este enfoque fue desarrollado por el Dr. O. Carl Simonton y Stephanie Simonton, quienes lo popularizaron en su libro Recuperar la salud . El enfoque de los Simonton exhorta a los pacientes a que visualicen sus células sanas luchando contra las células cancerígenas. Este método es apropiado y satisfactorio para muchas personas con espíritu luchador. A los pacientes con este tipo de personalidad les reconfortan mucho las imágenes visuales, los ejercicios de relajación y la hipnosis. Son personas que también se enfrentan sin rodeos a los problemas cuando están bien, y que están dispuestas a colaborar enérgicamente en el tratamiento cuando están enfermos. Sin embargo, este enfoque no es válido para todo el mundo. Muchas personas tienden a enfrentarse a una situación difícil adoptando la postura aparentemente estoica de “no luchar”. Posiblemente ven menos central el papel de la mente en el tratamiento contra el cáncer, excepto si lo que implica es un compromiso con el tratamiento médico. En los últimos años, dicho enfoque hizo que estas personas sintieran que estaban fracasando porque no podían crear un guerrero como el que propone la postura luchadora. A veces, sus allegados los criticaban porque “no ponían todo el empeño de su parte”. Muchas personas con cáncer que vienen a verme, a mí o a otros terapeutas, buscan ayuda para enfrentarse a sentimientos depresivos que se deben, precisamente, a que el actual modelo popular para encarar el cáncer no encaja con ellos. Asumen que debe de ser culpa suya el que no encajen, que debe de haber algo malo en ellos. Así pues, vienen a verme con la esperanza de arreglarlo y cambiar hacia una forma “normal y saludable” de luchar contra el cáncer. Aprendí muy pronto que cuando una

persona se encuentra en medio de una crisis relacionada con la enfermedad no es el momento de intentar cambiar su manera personal de enfrentarse a ella. Cuando uno se encuentra en las “trincheras” del tratamiento contra el cáncer, es mejor aferrarse a los recursos que ya se tenían. El apoyo inmediato es importante cuando tiene lugar la crisis. Ayudarle a encontrar maneras más apropiadas y efectivas de enfrentarse al cáncer es algo que puede hacerse más tarde (véase el capítulo 6). Si usted es de los que se levantan por la mañana y proclaman: “¡Voy a machacar a esta cosa!”, y pone en práctica sus ejercicios de imágenes que lo ayudan a sentirse más poderoso frente a esta terrible enfermedad, yo nunca lo desanimaría para que abandonase el enfoque de “tratamiento de combate” con su cáncer. Pero si usted se levanta y dice: “Dios mío, no sé cómo voy a poder pasar por esto. ¡Me siento tan cansado y asustado!”, probablemente usted necesita algún tipo de ayuda para llevarlo mejor. Sin embargo, según nuestros conocimientos actuales, usted no está haciendo que su cáncer empeore. El fondo de la cuestión es que no hay “una talla única” en el modo de hacerle frente al cáncer. Si hay algo que queremos conseguir en este libro es dejar claro que usted es único y que las estrategias que ha elegido para hacerle frente (las que funcionaron en crisis anteriores) son probablemente la mejor apuesta para tratar la crisis del cáncer. Insto a los miembros de la familia, a los amigos y a los profesionales de la medicina a respetar y apoyar el modo personal con el que cada uno hace frente al cáncer. Si usted es un “no creyente” de la conexión entre la mente, el cuerpo y el cáncer, puede tranquilizarle saber que no hay bases científicas firmemente establecidas para esta conexión con el cáncer, más allá del importante papel que desempeña la mente en hacer que nos sometamos correctamente al tratamiento médico y mantengamos un estilo de vida saludable. En realidad, no sabemos si los factores emocionales o psicológicos ejercen algún papel y alargan la vida a través de algún mecanismo que no entendemos, pero probablemente este factor es pequeño en relación con el conjunto. No obstante, poseemos pruebas contundentes de que el modo en que usted se enfrenta a la enfermedad puede mejorar la calidad de vida en su conjunto. Sin duda, esto comporta obtener los mejores resultados médicos, porque supone una mejor relación con sus médicos y que usted tiene la voluntad de completar el tratamiento, que es algo que, a su vez, conduce a que el resultado del tratamiento sea mejor. Situarse en una posición intermedia en cuanto a la relación entre la mente, el cuerpo y el cáncer no ha sido fácil a causa del modo en que los “creyentes” y los “no creyentes” se sienten los unos con respecto a los otros. Durante años, algunos de mis colegas en medicina oncológica me han considerado como una abogada de la “ciencia blanda”, que se ocupa de las interacciones entre la mente, el cuerpo y el cáncer. Al mismo tiempo, los defensores de las técnicas mente-cuerpo me han considerado como una portavoz conservadora de la clase médica, incapaz de aceptar sus premisas sin ninguna prueba. Con toda honestidad, me siento perfectamente cómoda con mi posición intermedia, defendiendo una mente abierta. Por un lado, creo firmemente en el valor de la investigación científica; nunca le diría que se ha probado que una determinada técnica es efectiva si, en mi

opinión, no disponemos de datos que lo apoyen. Por otro lado, lo animo a que siga estrategias que puedan ayudarle a sentirse mejor, estén probadas o no, siempre y cuando el enfoque no sea perjudicial y usted continúe con el tratamiento médico recomendado por su facultativo. Los enfoques complementarios son muy populares hoy en día, y permiten al paciente sentir que tiene un mayor control al contribuir personalmente en el tratamiento. Lo que usted necesita es encontrar su propio punto de vista, en el que se sienta cómodo en relación con la conexión entre la mente, el cuerpo y el cáncer; un punto de vista basado en su temperamento, en su natural modo de enfrentarse a los problemas y en su sistema de creencias. Su familia, su médico y quienes lo apoyen a lo largo de la experiencia del cáncer deben respetar su punto de vista.

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