Jesús de Nazaret y La Familia - F. Javier de La Torre
January 30, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: N/A
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Jesús de Nazaret y la familia Familias rotas, familias heridas, familias frágiles
F. Javier de la Torre
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A Belén, mujer, madre, abogada. «Te quiero porque tus manos trabajan por la justicia». Al papa Francisco, obispo de Roma, humilde pastor que con sus gestos me recuerda al Nazareno. «Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual». (Evangelii gaudium, 11)
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Introducción E l cardenal Walter Kasper pronunció los días 20 y 21 de febrero un discurso ante el colegio cardenalicio en el que señaló la necesidad de un cambio de paradigma, de un cambio de perspectiva, en los temas del matrimonio y de la familia en la Iglesia. Ese cambio de paradigma que se «debe» realizar implica tener en cuenta también la perspectiva del que sufre: «Necesitamos un cambio de paradigma, y debemos –como ha hecho el buen samaritano– considerar la situación también desde la perspectiva de quien sufre y pide ayuda» [1]. Jorge Oesterheld, responsable de la oficina de prensa de la Conferencia Episcopal Argentina, ha señalado que estas palabras del Cardenal coinciden con una de las características del pontificado de Francisco: plantear siempre los temas desde el Evangelio, desde la Buena Noticia de Jesús. El Papa está convencido de que las palabras del Señor son el mejor camino para mirar la realidad y descubrir los nuevos «paradigmas» [2]. «El Evangelio es el mensaje más hermoso que tiene este mundo» (Evangelii gaudium, 277). Este libro intenta humildemente, con temor y temblor, ayudar a encontrar esa nueva mirada del matrimonio y de la familia desde el dolor y el sufrimiento y desde el Evangelio que, ante todo y sobre todo, descentran y lanzan a transitar por tierras desconocidas y extrañas. Los cambios de paradigma no son fáciles, no son fácilmente aceptados, son lentamente asumidos y crean ciertas incertidumbres en todos. La historia de la ciencia, del pensamiento y de la teología está llena de ejemplos[3]. Quizá, para «encontrar» este nuevo paradigma, dos temas deben ser pensados más a fondo. No son los únicos pero sí son los que este libro humildemente quiere plantear. El primero es que en los evangelios no aparece nunca un encuentro de Jesús con una familia numerosa, ni un encuentro de Jesús con un padre, una madre y dos o más hijos. En los sinópticos no aparece ningún encuentro de Jesús con una familia convencional, ningún encuentro a solas con un matrimonio[4]. No pretendo con esta primera afirmación ofrecer una visión completa, sino que no se olvide una dimensión central que tendemos inevitablemente a olvidar, a cambiar o a malinterpretar. Esta afirmación, que podemos comprobar fácilmente en los evangelios sinópticos, nace de una profunda verdad, a la que está profundamente vinculada y que late en el fondo: el Jesús que del 28 al 30 d.C. pasó haciendo el bien por los caminos de Galilea, se acercó en sus encuentros, sobre todo y especialmente, a las familias rotas, heridas y frágiles. Jesús impactó profundamente en las gentes más sencillas y pobres de Galilea. Muchas personas cargan, le llevan, le presentan, «le ponen en medio» y le acercan a sus familiares enfermos. Algunos padres incluso gritan por sus hijos enfermos (Lc 9,38). Otras personas le suplican que vaya a sus casas a curar a un familiar. A Jesús se acercan las familias rotas, heridas y frágiles de los pueblos vecinos, de los pueblos que están 4
cerca de los lugares por los que va caminando con sus discípulos. La mayoría de los que se acercan a Jesús son pobres y desgraciados. Unos se sienten enfermos y desgraciados y buscan su salvación (ciegos, leprosos y endemoniados). Otros le traen a sus enfermos. También muchas mujeres salen «solas» con valentía de sus casas para verle, son curadas por él y le siguen. El evangelista Lucas (Lc 8,2-3) afirma con claridad: «Le acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes». Finalmente muchos de los llamados pecadores, alejados y señalados por la ley, se le acercan[5]. A Jesús le sostienen en su misión también familias, con toda probabilidad, de enfermos curados por Jesús o amigos o vecinos que desean agradecer su visita al pueblo. ¡Las gentes sencillas son tan agradecidas! Son personas, familias y grupos que le apoyan, sostienen y acompañan. En Betania se hospeda en casa de Lázaro, Marta y María. En casa de Mateo o de Zaqueo, durante la comida, enseña. Un amigo en Jerusalén les prepara la mesa para celebrar la Pascua (Lc 22,7-13; Mt 26,17-19; Mc 14,12-16). Los discípulos, al entrar en las aldeas, se dirigen a estas familias cercanas (Lc 9,52), o ellas mismas son las que se aproximan a Jesús cuando escuchan por las calles que ha llegado a la aldea. Además algunas familias de los discípulos están muy cerca de Jesús y los suyos. Pedro probablemente vivía con su mujer en casa de sus suegros. Santiago y Juan, que posiblemente tenían un nivel social elevado –pues su padre tenía barca propia y jornaleros–, siguen a Jesús con su madre Salomé. A Santiago el Menor y José parece que los acompaña también su madre María (Mc 15,40; 6,3). Pero muchos de los que le siguen abandonan su familia y se quedan sin familia. Algunos que le siguen son, posiblemente, hombres y mujeres ya sin familia, marginados. Muchos se despiden de sus familias un tiempo para seguirle en su vida itinerante, escuchar su mensaje, admirar sus curaciones, asombrarse de sus comidas con todos, estar cerca de él. Algunos tienen problemas con sus familias por vivir de un modo tan extraño como el que vive ese profeta de Nazaret que ni tiene domicilio fijo, ni está casado. No podemos olvidar el corazón del evangelio de la familia. Ese corazón puede ser difícil de encontrar, pero sin duda no andará lejos de lo que Jesús, el Hijo de Dios, vivió e hizo en los años 28 al 30 de nuestra era y de lo que nos revelan del Nazareno los evangelios sinópticos. Hemos tenido una teología de la familia muy centrada en la familia de Nazaret y en el modelo de los primeros capítulos del Génesis. Todo parecía estar en los «orígenes». Sobre esa base se asentó nuestro pasado hasta casi finales del siglo XX. Siendo muy importantes estas referencias, creemos que el cambio de paradigma pasa por reconocer que el corazón del evangelio de Jesús es más amplio y que el corazón del evangelio de la familia es Jesucristo en todas sus dimensiones, toda su profundidad y toda su amplitud[6]. Es necesaria esa mirada de totalidad e integridad del Evangelio de la que habla el papa Francisco en la exhortación apostólica Evangelii gaudium (237). El Cristo que seguimos 5
los cristianos es el Cristo que vivió en Nazaret, pero también el profeta que caminó por Galilea, por Samaría y por Jerusalén. Es necesario recuperar el «horizonte del Reino», una mirada también hacia «delante». Por eso, de ningún modo podemos hablar de familia cristiana sin una clara referencia a una imagen lo más completa e integral de Jesucristo. Es lo que la Pontificia Comisión Bíblica nos recuerda cuando señala que un criterio fundamental para la reflexión moral es la «conformidad con el ejemplo de Jesús» y la centralidad de las bienaventuranzas como nueva ley[7]. El segundo tema que tenemos que repensar para construir un nuevo paradigma sobre la familia está relacionado íntimamente con lo que los sinópticos parecen susurrarnos de modo increíble: Jesús de Nazaret debió de sufrir mucho por su familia. No solo vivió fuera de su familia –al menos durante su vida pública– (Mc 3,20s.), sino que sus familiares no le siguieron e incluso le tomaron por loco y parece que se avergonzaron de él en Nazaret. La experiencia humana también nos dice cómo la familia es lo que hace sufrir a muchas personas. En la familia, como bien nos enseña la Biblia con gran realismo, hay muchas tensiones que nos rompen por dentro: entre hermanos, con la familia de la mujer o el marido, con la suegra, con el cuñado, con el padre, con la madre. No son tópicos, sino realidades que hacen sufrir a muchos, que provocan continuas discusiones en las parejas y no pocas veces también rupturas. La familia no es siempre una bendición, sino una fuente de conflictos. Y muchos de esos conflictos tienen que ver con valores morales, con valores evangélicos: no se trata por igual a unos y a otros, se insulta, se margina, se menosprecia, se oculta la verdad, se obsesiona uno con el tener o con las apariencias, se manipula, no se deja crecer, se sufre violencia, se abusa, se maltrata, se explota. Hay muchas situaciones críticas «internas» a la familia que son poco evangélicas[8]. A estas situaciones llega también el Evangelio y tiene que decir una palabra de alivio y salvación. Mi experiencia como laico, casado con un hijo, perteneciente desde hace más de veinte años a una comunidad cristiana, con muchos amigos y parejas con las que comparto la vida, es que las familias son en muchas personas una de las principales fuentes de sufrimiento. Las familias pueden hacer sufrir mucho. Triste es que unos padres no conozcan después de los años a sus hijos, se aferren a los años de la infancia y se nieguen a crecer y mirar el mundo un poco con ellos. Triste es pensar que amar es estar siempre juntos y que la distancia y el irse rompen los vínculos. Tristes las familias que no dejan irse y crean dependencias insanas que paralizan el crecimiento. Tristes las familias profundamente injustas en sus relaciones. Tristes las familias embarcadas en comparaciones y discriminaciones que marcan las relaciones padres-hijos con el más y el menos, señalando con fuego para siempre la identidad. Tristes las familias en las que anida secretamente la violencia, el abuso, el maltrato o la explotación. Tristes las familias que no se rompen para crear nuevas familias. Tristes las familias que no dejan que sus hijos pongan por encima de ellas el amor de la pareja, un amor mayor, un nuevo amor que amplía el corazón y llena la vida de nueva alegría. Tristes las familias que rompen sus vínculos de cuidado con los más frágiles y enfermos, que no quieren cuidar más 6
tiempo y que se encierran en el trabajo y el bienestar. Tristes las familias, los padres que no se dejan cuidar, que no reconocen sus heridas, que quieren sirvientes y no hijos, que quieren hipotecar y esclavizar la vida de otros en vez de reconocer su fragilidad y los cambios de los tiempos. ¿Acaso el Evangelio no tiene nada que decir a tantos sufrimientos en la familia y por la familia? La familia, por supuesto, y no hace falta insistir en ello, es fuente de felicidad y crecimiento para la mayoría de los seres humanos. Las personas somos «seres familiares» y la familia es una institución presente en todas las culturas, que con diversas formas y acentos, irradia una luz inmensa en la vida y el corazón de las personas y las comunidades. Pero lo que la comunidad cristiana tiene que hacer es acompañar en la fragilidad las diferentes situaciones de dolor y sufrimiento por las que pasan las familias[9]. En múltiples trabajos se ensalzan «los valores familiares» cayendo, en algunas ocasiones, en un cierto «familismo piadoso e ideal» que no tiene en cuenta, muchas veces, los datos esenciales de la Escritura y la realidad social. Por este motivo, analizaremos en este libro la familia desde el Nuevo Testamento, corazón de lo que debe ser la familia cristiana, fuente y alma de su referencia a Cristo, y lo relacionaremos con algunas de las situaciones de dolor y sufrimiento que viven nuestros contemporáneos. La experiencia «problemática y difícil» de Jesús de Nazaret con su familia y su cercanía a las familias rotas y heridas creo que deben ser profundizadas y rescatadas para ir construyendo un nuevo paradigma. Estos dos hechos incontestables deben ser integrados en la actual teología de la familia. No son los únicos elementos, pero no pueden ser descartados en su mensaje de fondo. La invitación de Jesús a un seguimiento y un estilo de vida comprometido escandalizó a muchos y provocó un rechazo de su pueblo natal y de sus parientes que no debe olvidarse. Por otro lado, Jesús es consciente de cómo la familia no siempre transmite valores evangélicos y puede estar apegada profundamente al dinero, al poder y al honor. El conocimiento de la mayoría de los fieles cristianos se reduce en la enseñanza bíblica sobre la familia a la familia de Nazaret, la historia de la creación, al cuarto mandamiento y el sermón de la montaña[10]. Nuestra preocupación es que no hay en los fieles ni tampoco en muchos agentes de pastoral familiar una reflexión seria bíblica sobre la familia cristiana desde la experiencia de Cristo. No toda familia es cristiana. La experiencia de Jesús llama a encarnar los valores del Reino en la familia. La familia cristiana es aquella que intenta situar los valores del Evangelio en el centro. Por eso, lo prioritario es intentar elaborar una pastoral familiar lo más fiel al corazón del Evangelio. Ojalá esta «mirada a Jesús» impregne los programas pastorales que difunden la enseñanza eclesial sobre la familia en las clases de los colegios y catequesis, en los cursos para los padres y jornadas educativas, en los diferentes grupos de confirmación y grupos universitarios, en los cursos para la preparación del matrimonio y en las comunidades cristianas de matrimonios, en los centros de orientación familiar y en los institutos de familia, en las clases de doctrina social de la Iglesia y en los másteres sobre temas de familia, en los cursos de acompañamiento familiar, etc. A todos ellos está dirigido el libro, 7
con el deseo de que su trabajo parta de una «mirada más honda de Jesús». Una pastoral familiar con fuertes raíces en el Evangelio, a nuestro juicio, implica tomar en cuenta que Jesús de Nazaret tuvo el coraje de hacernos descubrir un Dios mayor y mejor que el que nuestra pobre experiencia tenía. Dios, el espíritu de Dios, está donde a veces el ser humano es incapaz de verlo[11]. Jesús se acercó a los que vulneran la ley, a los pecadores, a los extranjeros, a los pobres, a los paganos, derribando así muchas fronteras de su tiempo sociales, religiosas, políticas, nacionales. Halvor Moxnes habla de un Jesús que entra en un espacio «raro», de un estar fuera de lugar, en un no-lugar, de un habitar en la frontera[12]. Dios está también «fuera» del templo, fuera de Israel, fuera del pueblo judío, fuera de los que cumplen la ley, fuera de los que son bendecidos por la vida con salud y riquezas. Jesús afirmó con claridad: «No necesitan de médico los que están fuertes, sino los que están enfermos. No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores» (Mc 2,17). Jesús nos enseñó que el paraíso de Dios está lleno de familias rotas y poco ideales. También de buenos ladrones y de prostitutas, que anteceden a muchos en el paraíso. Jesús tenía una mirada profunda y sabía escrutar los corazones. Detrás de las familias rotas, frágiles y vulnerables hay una realidad que es desafiante y que a veces cuesta mirar y asumir, una profunda experiencia humana, una experiencia humana bastante extendida. Lo importante muchas veces no es el estado o la forma de vida sino, a través de ese medio, vivir o intentar vivir los valores del Reino, los valores del Evangelio, los valores del Nazareno. Este entendemos es el nuevo paradigma aportado por el concilio Vaticano II. Con la «universal vocación de todos los cristianos a la santidad en la Iglesia» del capítulo 5 de la constitución dogmática Lumen gentium del concilio Vaticano II, la Iglesia rompía con muchos siglos de tradición, en los que se distinguía claramente entre dos modos de vivir el cristianismo, el de los consejos y el de los preceptos. En el esquema clásico el ideal de perfección era representado por aquellos que seguían los consejos de pobreza, obediencia y castidad, mientras que la moral de los preceptos era concebida como un mínimo común para todos los cristianos. Así, con este cambio en el Concilio, se recuperaba de nuevo «el Evangelio completo» para todos los cristianos sin fisuras, divisiones ni grados. Los valores evangélicos son para todos, también para los casados y para las familias, y la exigencia de perfección y radicalidad es para todos, también para los casados y las familias. El Evangelio es para todos en todos sus aspectos. La segunda parte de la constitución pastoral Gaudium et spes presenta un auténtico «tratado de valores» de la vida familiar, cultural, económica, social y política. Desde estos valores, se empezó a desarrollar en el posconcilio un pensamiento católico sobre la familia que ha tenido importantes expresiones en el Magisterio de estos últimos años[13] y que es necesario tener siempre muy en cuenta. Sin embargo, también se han elaborado múltiples trabajos que ensalzan «los valores familiares» cayendo, en algunas ocasiones, en un cierto «familismo piadoso y acrítico» que no tiene en cuenta, muchas veces, ni los datos esenciales de la Escritura ni los del Magisterio y de la Tradición. Por este motivo, para evitar algunos de los extremos del pasado (moral de consejos y moral de preceptos) 8
y para prevenir algunas posibles desviaciones del presente (familismo acrítico), y siguiendo el consejo del Concilio de que a la hora de hacer teología hemos de partir de la Escritura, que es alma de la reflexión teológica, analizaremos en este trabajo el tema familiar desde una perspectiva bíblica, para no levantar demasiado rápido el vuelo con especulaciones piadosas muy condicionadas culturalmente. Nuestro trabajo pretende profundizar humildemente en lo que serían las bases para una «nueva» teología sobre la familia en el mundo actual partiendo de los datos bíblicos y conscientes de la necesidad de tal teología, pues hasta ahora la mayoría de los estudios teológicos sobre este tema se han reducido al matrimonio, y con un cierto predominio de la perspectiva canónica[14]. Esa «novedad», como afirma el papa Francisco, está profundamente unida siempre a una vuelta al Evangelio: «Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual» (Evangelii gaudium, 11).
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1. Jesús y la familia 1. Jesús y la familia en los sinópticos. Diversos textos Tiene razón José-Román Flecha cuando afirma que es de temer que las familias, como los individuos, tengan que escuchar alguna vez el lamento de Jesús: «Dichoso aquel que no se escandalice de mí» (Mt 11,6). Las familias pueden «volverse a Jesús buscando un reino de comodidades o liberaciones inmediatas, de fáciles mesianismos o de puestos importantes en la feria de la vida. El Evangelio no ofrece nada de eso, aun a riesgo de «escandalizar» a los que «esperaban» de Jesús la restauración de sus ilusiones o del mundo acariciado en el que no se sentían amenazados (cf Lc 24,21). El Evangelio no es un sedante para las familias doloridas por la pérdida de su tranquilidad. Muchas veces será un aguijón que pincha y desazona[15]. El Evangelio está lleno de contrastes y paradojas que hacen difícil una lectura simple y unilateral. Esta riqueza de matices nos obliga a una mirada más profunda y menos superficial. Este carácter paradójico también se encuentra en la mirada de Jesús a la familia. Comenzaremos, por ello, describiendo los aspectos más duros, más desafiantes y más escandalosos de Jesús para terminar con los más «amables» y «cordiales», conscientes que todos ellos conforman el evangelio de Jesús sobre la familia. Tratamos así de ir poniendo, sin dejar nada al lado, las principales piedras del mosaico de la mirada del Nazareno a la familia, de ir tejiendo los hilos del tapiz, empezando por los colores más oscuros para terminar con los tonos más luminosos. No es tiempo ni de grandes Summas ni de catedrales góticas. Es tiempo de tapices (stromata), de pequeños detalles fabricados artesanalmente y llenos de contrastes[16]. Lo primero que hay que preguntarse, aunque cueste, es lo siguiente: ¿estaba Jesús de Nazaret en contra de la familia? ¿Hay que mirar con recelo a la familia desde lo cristiano? ¿Hay que elegir entre la familia o la comunidad cristiana? Un conocido exegeta norteamericano, J. D. Crossan, afirma que Jesús «estaba en contra de la familia patriarcal» [17]. G. Theissen, en su conocido libro sobre el cristianismo primitivo[18], afirma que los carismáticos ambulantes de la primera generación cristiana poseían un ethos claramente antifamiliar[19]. S. Guijarro afirma que «una buena parte de las tradiciones procedentes de Jesús revelan una actitud a-familiar, e incluso antifamiliar» [20]. A. de Mingo no duda en afirmar que «la moral familiar de Jesús fue más crítica que conservadora. No encontramos palabras suyas en los evangelios que avalen sin más la familia tradicional» [21]. Lo que es evidente es que Jesús no hace de la familia un absoluto. Jesús habla en diversas ocasiones de abandonar la familia. La familia no es siempre lo primero. El propio Jesús, como ya dijimos, no vive –al menos durante su vida pública– con su 10
familia (Mc 3,20: «Vuelve a casa»). El Nazareno relativiza los lazos familiares por el discipulado[22]. «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí» (Mt 10,37)[23]. En este marco hay que comprender muchos de los pasajes del seguimiento. La causa del abandono no es otra que el seguimiento de Jesús. El abandono, la ruptura, el dejar la familia están vinculados al seguimiento de una persona. Varios pasajes hacen que nos preguntemos esta cuestión. Jesús exige abandonar la familia a los que le siguen (Mt 8,22; 19,27), casados o no. Jesús promete que quien abandone su familia recibirá el céntuplo (Mt 19,27-29; Mc 10,28-30; Lc 18,28-30)[24]. La referencia a la recompensa pone de manifiesto lo difícil que era para los discípulos la ruptura con las familias, de ahí la necesidad de motivar la decisión con una recompensa, con una compensación presente y eterna. Lo primero que hacen los primeros discípulos es abandonar a su padre (Mt 4,20.22; Mc 1,20; Lc 5,11)[25]. Algunos de ellos, como Pedro, están casados, lo cual no parece ser impedimento para ser llamado por Jesús. Marcos refleja cómo Pedro y Andrés dejan su oficio. Una obligación del padre era enseñar el oficio a los hijos y esto estaba relacionado con la obligación de cuidar a los padres en la vejez. Por eso, el abandono del oficio implicaba en el fondo desatender la obligación de cuidado del padre anciano. Santiago y Juan no solo abandonan las redes y la barca, sino a su padre Zebedeo, poniendo en peligro la continuidad de la familia, pues eran sus dos únicos hijos varones. El seguimiento de Jesús plantea en ocasiones «exigencias» duras respecto a la familia. Las exigencias en el seguimiento con respecto a la familia son claras: «Deja que los muertos entierren a los muertos» (Mt 8,21-22; Lc 9,59-60)[26]. Jesús pide a uno de sus seguidores que no cumpla con una de las más importantes obligaciones de un hijo en la antigüedad, como es la de enterrar al padre. Probablemente el dicho también se refiera a la obligación de alimentar y cuidar al padre anciano, lo que hace más dramática y verosímil la respuesta de Jesús. Esto era un acto de impiedad y deshonor para la familia, tenía consecuencias económicas y afectaba a la continuidad familiar y de la casa. Según P. Bonnard, «quizá ninguna sentencia de Jesús fue tan difícil de aceptar para sus oyentes inmediatos y para los judíos conversos de la Iglesia mateana» [27]. Para Jesús es más importante y más urgente seguirle a él que cumplir las obligaciones familiares, aunque supongan una deshonra y pongan en peligro la continuidad de la casa. Los primeros «muertos» son aquellos que no han encontrado la vida del reino en Jesús. En esa misma dirección, Jesús también afirma en otro momento: «El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el reino de Dios» (Lc 9,61-62)[28]. En la predicación de Jesús encontramos pasajes de «contraposición» con la familia. En ciertas ocasiones los valores del Evangelio y del Reino chocan con los valores de ciertas familias. Jesús habla en algunas ocasiones de contraposición de la relación con él y con la familia[29]. «Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo 11
mío. El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío» (Lc 14,26-27; Mt 10,37-38). En la cultura judaica de Jesús, necesitamos tenerlo en cuenta, amar y odiar no son actitudes psicológicas ni sentimientos personales, sino actitudes que hacen referencia sobre todo a la adhesión y fidelidad o a la ruptura y a la infidelidad al grupo (familia)[30]. Esta actitud, sin embargo, parece clara, pues en otro momento dice Jesús: «¿Creéis que estoy aquí para dar paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino división. Porque desde ahora habrá cinco en una casa y estarán divididos: tres contra dos, y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra» (Lc 12,51-53.16-17; Mc 13,12-13[31]; Mt 10,21-22)[32]. Estos dichos sobre las divisiones internas reflejan probablemente las situaciones previas a la ruptura que también se darían en los discípulos con sus familias[33]. Jesús llega a decir en Mt 10,36 que «los enemigos del hombre son los de su propia casa-familia» [34]. El seguimiento radical de Jesús puede plantear conflictos graves en las relaciones familiares ordinarias. No hay, por lo que podemos ver, una idealización «romántica» de la familia en Jesús. La causa del abandono de los padres es el seguimiento de Jesús. En el fondo solo se habla de una ruptura de los hijos hacia los padres. No aparece la ruptura en un sentido inverso. No aparece un padre abandonando la casa y el hogar, la mujer y los hijos. De ahí que a los hijos parecen ir destinadas preferentemente las palabras de Jesús. Por eso, la ruptura se da en un sentido sobre todo ascendente: el hijo con el padre. Jesús no vivió siempre con su familia una experiencia gozosa. Esto debió de ser una experiencia muy dura para Jesús. La familia de Jesús pensaba que estaba loco y rechazaba su actividad (Mc 3,21)[35]. Quieren llevárselo a casa porque piensan que no está en sus cabales. Por eso no parece que, según Marcos o Mateo, la familia de Jesús, incluida su madre con cierta probabilidad, llegaran a convertirse en discípulos (por lo menos hasta el final de su vida)[36]. En el evangelio de Juan se afirma: «Porque ni aun sus hermanos creían en él» (Jn 7,5). Además, los paisanos de Jesús no le comprenden y le rechazan. Se escandalizan de su enseñanza y de los milagros que realiza: «Solo en su tierra, entre sus parientes y en su casa, desprecian a un profeta» (Mc 6,4). Jesús señala la falta de fe que encuentra en su ambiente (Mc 6,6; Mt 13,58). No debemos olvidar este aspecto de falta de aceptación y reconocimiento por parte de su familia, paisanos y ambiente natal. Los que estaban cerca no le conocen, no le reconocen, no le aceptan. Ante ellos «carece de prestigio» (Mc 6,4). Jesús habla de una «nueva familia» no basada en los lazos de sangre. «El que cumple la voluntad de Dios, ese es hermano mío y hermana y madre» (Mt 12,46-50; Mc 3,31-35; Lc 8,19-21). E igualmente corrige el grito de la mujer al decir: «¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!», por el: «¡Dichosos los que escuchan el mensaje de Dios y lo cumplen!» (Lc 11,27-28). También dice: «No llaméis a nadie padre en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo» (Mt 23,9). Como señala R. Schnackenburg, en el seguimiento de Jesús «la comunidad ocupa el puesto de la 12
comunión del parentesco natural, una idea importante para la primitiva Iglesia (Mc 10, 29s. par.), que tenía siempre, como norma y medida, la vida común “familiar”» [37]. Jesús «antepone» la relación de seguimiento por fe a la de parentesco basada en la sangre En la parábola del banquete algunos se «excusan» porque se acaban de casar (Lc 14,21; Mt 22,2-3). Jesús dice que se debe invitar a una comida o cena primero a los pobres, lisiados, cojos y ciegos (Lc 14,12-14). Estos «últimos» deben ser los «primeros» que hay que invitar: «Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos» [38]. Jesús, así, en el pasaje no solo habla de unas actitudes ante la mesa (preeminencia, honor, puestos, preocupaciones familiares y laborales, etc.), sino de cómo serán los «primeros» en el gran banquete final con Dios, el auténtico y verdadero anfitrión[39]. Son aquellos que, además de los pobres, sepan abrir su mesa no solo a sus familiares y amigos, sino a los más desfavorecidos. Jesús aparece en sus primeros años de vida profundamente «inserto» en el núcleo familiar, en la familia de Nazaret. Los relatos de la infancia de Jesús de Lucas y Mateo evidencian que el primer desarrollo de Jesús se realiza en una familia. Jesús tiene unos padres que cuidan de él. Jesús aparece unido a sus parientes con naturalidad en las bodas de Caná: «Después bajó a Cafarnaún con su madre y sus hermanos, pero no se quedaron allí muchos días» (Jn 2,12). Jesús es identificado como miembro de su familia: ¿no es este el hijo del carpintero? (Mt 13,55-56); ¿No es este Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? (Jn 6,42). Jesús nace, crece y pasa la mayor parte de su vida en un contexto familiar («vino a Nazaret y continuó sujeto a ellos»: Lc 2,51). Por eso el Dios-humano asume personalmente la familia. Además, sus padres prácticamente no salen de ese ambiente familiar. Esto significa que ambos realizan su salvación, el plan de Dios sobre ellos, en su vida familiar ordinaria, vulgar, aldeana. En esa humilde familia también parece muy probable que José muriera muy pronto (aunque no tan pronto como para no poderle enseñar un oficio) y que Jesús se tuviera que enfrentar a la muerte de su padre. La razón es que en los evangelios siempre se nombra a José en relación con las historias de la infancia. Por lo tanto, María debió de ser acogida con su hijo en el seno de la parentela, que posiblemente estuvo profundamente arraigada en la fe judía a la luz de los nombres de los cuatro hermanos del Señor (Mc 6,3 y Mt 13,55), que son todos nombres de patriarcas o héroes de la sublevación de los macabeos, lo que viene a subrayar el carácter tradicional de la familia (Santiago/Jabob, José/Joset, Judá/Judas y Simón)[40]. La familia, como la mayoría de los habitantes de Nazaret, se atenía a una práctica simple y conservadora de la ley mosaica, quizá cercana a ámbitos fariseos, centrada en la peregrinación al templo (cuando fuera posible), las reuniones en la sinagoga, el respeto al sábado, la participación en las principales fiestas y ceremonias y la observancia de las leyes de la pureza que marcaban la vida de esa comunidad aldeana de unos cuantos cientos de habitantes. 13
Jesús utiliza el modelo familiar para explicar el comportamiento del discípulo y del Reino[41]. Usa el modelo ejemplar del padre que quiere tanto a sus hijos que pone a disposición de ellos todo lo que tiene (Lc 15,31-32) y el modelo del hijo que hace siempre lo que ve hacer a su padre (Jn 5,19-20). Para Jesús de Nazaret, Dios es como el Padre que está siempre dispuesto a escuchar a sus hijos (Mt 7,9; Lc 11,11-13), como el Padre que recibe y perdona al hijo que se va de la casa y tira la fortuna (Lc 15,20-32 – parábola del hijo pródigo–)[42]. Dios es padre de todos (Mt 5,16.45.48; 6,1.4.6.8.9, etc.) y todos los hombres son hermanos (Mt 23,8-9). Su nuevo modelo es una nueva familia de hermanos cuyo único padre es Dios. Jesús utiliza las situaciones familiares en tono positivo para explicar su mensaje. Jesús habla del padre que envía a sus hijos al trabajo (Mt 21,28-31), del padre que envía a su hijo único a cobrar la renta de una finca (Mt 21,33-37) o del padre que descansa con sus hijos (Lc 11,7). Jesús habla de fiestas de bodas, mujeres encinta, dolores de parto (Mt 22,2-3; Lc 14,16-24; Mc 2,19; Mt 24,19; Mc 13,17; Lc 21,23). Jesús elogia a los buenos hijos que son conscientes de sus deberes familiares (Mc 10,19; Mt 19,19; Lc 18,20) y de los hermanos que se preocupan por la suerte de sus hermanos (Lc 16,27). Jesús habla de los dos hijos que reaccionan de forma distinta ante el mandato paterno (Mt 21,28-31). Jesús utiliza un «lenguaje familiar» para hablar de Dios. Jesús habla de un modelo ejemplar de padre que pone a disposición de sus hijos todo lo que tiene (Lc 15,31-32), de un Padre que perdona al hijo que se va de la casa y tira la fortuna (Lc 15,20-32), de un Dios que es padre de todos (Mt 5,16.45.48) y que hace que todos los hombres sean hermanos (Mt 23,8-9). Para hablar hondamente de Dios, Jesús recurre a la familia como icono, como ya hicieron los profetas. Para hablar profundamente a Dios, su palabra querida en la intimidad es Abba. Jesús «acoge» con cariño muchas situaciones familiares dramáticas, sobre todo de dolor, sufrimiento y muerte. Jesús se acerca con misericordia a muchas familias rotas y destrozadas. Jesús acoge a padres preocupados por sus hijos enfermos: muchacho epiléptico (Mc 9,17-24), la mujer cananea (Mc 7,25-30), la hija «única» de Jairo que «se estaba muriendo» (Mc 5,22ss.; Lc 8,40-56)[43], el funcionario real (Jn 4,46-53). Jesús consuela a padres que lloran a sus hijos muertos: a la viuda de Naín (Lc 7,11-15). Jesús acoge a dos hermanos, Marta y María, que lloran a su hermano fallecido (Jn 11,1ss). Jesús escucha a los padres que hablan de su hijo ciego de nacimiento (Jn 9,18-23), acoge la enfermedad de la suegra de Simón Pedro (Mc 1,30-31), atiende a la madre de los Zebedeo intercediendo por sus hijos. Jesús toca, «acoge y bendice» a los niños. «Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo Jesús, les dijo indignado: “Dejad que se me acerquen los niños, no se lo impidáis, porque a los que son como ellos pertenece el reino de Dios. Os lo aseguro: quien no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él”. Y abrazaba a los niños y los bendecía imponiéndoles las manos» (Mc 10,13-16). Este relato expone la actitud de Jesús ante los niños y circuló constantemente en las primeras comunidades. Sin detalles temporales y locales, el relato conserva las circunstancias 14
originales de estas palabras y hechos de Jesús[44]. Esto concuerda con un dicho de Jesús en el que agradece a su Padre celestial que haya escondido la sabiduría a los sabios y entendidos y se la haya revelado a los pequeños. Jesús así altera e invierte la valoración social, el orden social que los trata como inferiores y «levanta» y dignifica a los niños[45]. Jesús acoge, cuida, cura y llama a muchas mujeres. Jesús sorprende por estar rodeado en los evangelios de muchas mujeres. Unas son amigas, como María de Magdala o Marta y María de Betania. Otras son enfermas, como la hemorroísa, prostitutas despreciadas, madres o esposas de discípulos, paganas como la siro-fenicia, samaritanas, viudas indefensas, esposas repudiadas o madres a las que Jesús ha curado algún hijo. Muchas son mujeres solas y rotas por la vida. Muchas le acompañan con coraje y confianza hasta el final y algunas son las que reciben el primer anuncio de la Resurrección. Sorprende siempre en los evangelios la naturalidad con que Jesús se acerca a las mujeres, dialoga con ellas, se deja tocar por ellas, se sienta a comer o beber con ellas, las defiende de un repudio fácil o de una ley inmisericorde que las quiere lapidar. Jesús valora la mujer en su contexto social y cultural, más allá de los estrictos códigos de pureza y de la función de dar hijos al marido. Ante la exclamación de una mujer que le dice: «¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!», Jesús la corrige y dice: «Dichosas más bien las que escuchan la palabra de Dios y la cumplen». La predicación de Jesús se mueve en un ambiente familiar. Parece claro que Jesús y sus discípulos son acogidos y recibidos por familias. En los evangelios aparecen la familia de Pedro (Mc 1,28-31), su padre y su suegra. Jesús se siente amigo de la familia de Marta, María y Lázaro. En Jerusalén una familia les ofrece una sala espaciosa para celebrar la Pascua (Mc 14,12-16). Se muestra cercano a su propia familia en las bodas de Caná. Además, Jesús envía a los discípulos a las casas y las familias. El anuncio del Reino se dirige no a los individuos, sino a las familias (Mc 6,10). Algunos de los seguidores más cercanos de Jesús no abandonan a sus familias para seguirle. Después de haber dejado las redes, Pedro va con él a su casa (Mc 1,29), también Leví (Mc 2,15) y tal vez Santiago y Juan (luego aparece su madre). Posiblemente no todos los discípulos habían abandonado su modo de vida, o al menos no del todo. La renuncia a la familia no era siempre una exigencia del discipulado. Jesús es consciente de los problemas de las familias de su tiempo. Jesús en sus parábolas habla de familias de campesinos y artesanos y de personas que no tenían ni casa ni familia ni apoyos familiares: esclavos, enfermos, mendigos, ladrones, bandidos, viudas empobrecidas, huérfanos y desheredados. Jesús es consciente de cómo los constantes relevos de poder, las dificultades económicas, los elevados impuestos para pagar los grandes proyectos de construcciones, la falta de trabajo, las catástrofes naturales (terremotos, plagas de langosta, etc.) afectan a las familias y al deterioro de los lazos familiares, mientras otras familias nadan en la riqueza y en la insolidaridad. Jesús es realista y no vive en otro mundo. Jesús es consciente de ciertas situaciones negativas: hermanos que no se llevan bien entre sí (Lc 15,28), hijos que se desentienden de sus padres y no les ayudan (Mc 7,10-13; Mt 15,3-6). Jesús opina, decide, censura y toma partido sobre situaciones familiares: 15
matrimonio y divorcio (Mc 10,2-12; Mt 5,31-32; 19,3-9; Lc 16,18), adulterio (Mt 5,2728.31-32 y par.; Jn 8,1-11), relaciones entre hermanos (Mt 5,21-24; 18,15-16), herencia (Lc 12,13), entierro del padre (Mt 8,21-22; Lc 9,59-60), despedida de la familia (Lc 9,61), exención de los hijos de los impuestos (Mt 17,25-26), celibato (Mt 19,10-12), convivencia no conyugal (Jn 4,17-18), etc. Sobre todo llama la atención la interiorización y el cuidado de la fidelidad en el matrimonio, su rechazo del divorcio por la situación en que quedaba la mujer una vez repudiada y la ausencia de una insistencia en lo procreativo.
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El mosaico de los dichos y hechos de Jesús sobre la familia se podría representar en el recuadro anterior que creo merece ser pensado con detenimiento. Observamos ciertos «hechos y dichos» de Jesús duros con la familia y que hablan de abandono, exigencia, contraposición. Por otro lado, en su «predicación hay un lenguaje» positivo sobre la familia que le ayuda a hablar de Dios, del Reino, de su mensaje y del comportamiento del discípulo. También es importante resaltar la «actitud» de Jesús de acogida de familias rotas, de los niños y de muchas mujeres y, como contraste, la «falta de acogida de su propia familia» y paisanos. Finalmente no hay que olvidar que Jesús es «consciente de ciertos problemas concretos y cómo toma partido» por algunos de ellos con claridad. Para resolver estos contrastes y diversidad de textos, es necesario que consideremos cinco perspectivas y contextos desde los que iluminar estos textos. 2. Contextualizción de la ética familiar de Jesús de Nazaret. Diversos contextos Para realizar una comprensión de este contraste de actitudes es necesario que tengamos en cuenta diferentes perspectivas. La riqueza de matices que ofrecen los sinópticos nos lleva, para lograr una comprensión mejor, a conocer el contexto en que se elaboraron estos textos. Una mirada a los diversos contextos nos proporcionará una mayor hondura. Necesitamos encontrar un criterio que proporcione armonía a esos textos que nos ponen en guardia y vigilancia ante los peligros que pueden venir de la familia y las afirmaciones del Nazareno que mandan cumplir las obligaciones familiares y rezuman una mirada positiva a la familia. 17
2.1. Contexto patriarcal de la familia mediterránea del siglo I El contexto familiar dominante donde se elaboran estos textos es el de una cultura patriarcal donde el padre es sacerdote, señor, maestro y amo[46]. Describiremos este modelo de familia de modo sistemá-tico[47]. a) El padre Tenía extraordinario poder y autoridad, pero en la vida real no era tan severo y distante, sino que había una comunicación íntima. Había respeto pero no temor en general[48]. Puede repudiar en cualquier momento a la mujer: una mala comida o un vestido que le disgustara (era un derecho unilateral al divorcio). El padre decidía con quién y cuándo se casaban sus hijos. Podía incluso vender como esclava a su hija (antes de los 12 años y medio). La conversión del padre a una fe conllevaba la de toda la familia (Jn 4,53; He 10,2; 16,15). Se pensaba que los pecados de los padres pasaban de alguna manera a los hijos (Jn 9,2-3). La centralidad del pater familias aparece en muchos «códigos domésticos» de la antigüedad griega y romana[49] y es el fundamento de la organización social de los pueblos del Mediterráneo oriental. b) El modelo familiar. Sangre, propiedad y honor común La familia se configuraba como un grupo patrilineal de descendencia que dependía de un antepasado común. Para los judíos la familia estaba integrada por los hijos varones descendientes de un mismo antepasado y de las familias dependientes de ellos. Normalmente residían en común (Jue 18,11; Neh 11,4-8), se le transmitían los bienes de producción (herencia y matrimonio) y el oficio por sucesión[50]. La familia suponía una propiedad común en la que los parientes tienen derecho a reclamar la propiedad del que se ve obligado a vender o del que muere sin herederos (Núm 27,8-11) para que la propiedad no salga de los límites familiares. La familia también poseía un honor común, de ahí la obligación de proteger y vengar el honor de los parientes, el honor familiar, puesto que el deshonor de un miembro afectaba a toda la familia[51]. Y aunque el modelo de familia extensa en torno al pater familias era minoritario (en torno al 1%), constituía el ideal de familia para todas las familias, de ahí la profunda influencia en las costumbres de las gentes del pueblo. c) La mujer Este modelo de familia suponía que el matrimonio consistía en que la mujer 18
abandonaba su familia-casa y entraba en una nueva para desempeñar la función de esposa y madre bajo la autoridad de su marido o la del padre de este y bajo la supervisión muchas veces de la madre del marido, a menudo viuda, insegura ante el posible desplazamiento de la lealtad de su hijo hacia su mujer. Y siempre con la amenaza de ser repudiada por casi cualquier motivo. La madre, por lo tanto, alcanzaba una posición engendrando hijos, y por lo tanto la supervivencia y el éxito de sus hijos era de la mayor importancia. María, por ejemplo, pasa a un segundo plano mientras cobra importancia su hijo adulto[52]. La mujer aparece normalmente en un segundo plano[53]. La mujer sigue siendo básicamente esposa y madre. La vivencia maternal se presenta como un paradigma fundamental tanto en los evangelios como en las cartas paulinas, así como en textos como Jn 14,21. En 1Tim 2,15 se afirma que la mujer se salvará por la maternidad y otras virtudes femeninas. d) Los esclavos Se casaban de facto pero carecían de protección legal y sus cónyuges podían ser separados a voluntad por los propietarios de los esclavos. Los hijos de estos matrimonios podían ser vendidos a cualquier edad y ser separados de sus padres. Los esclavos urbanos tenían más posibilidades de alcanzar su libertad hacia la mitad de su vida, pero esa libertad no se transfería a sus hijos, que podían seguir siendo esclavos. El nivel socioeconómico de los esclavos era muy diverso. Había algunos que trabajaban la tierra, otros educaban a los hijos, otros se ocupaban de tareas domésticas y contables, otros eran intendentes, algunos eran educados para aprender un oficio y después alquilarlos como trabajadores cualificados, otros incluso podían ahorrar y tener sus propiedades[54]. e) Los hijos Existía un índice de mortalidad alto y graves deficiencias en higiene, sanidad y alimentación. Se usan peligrosos métodos de anticoncepción y se abandonan los bebés no queridos, especialmente las hijas (pesada carga para las familias pobres). Los niños abandonados se recogían como esclavos; si demostraban después su nacimiento libre podían quedar en libertad. Se permitía vender a los hijos como esclavos (limitada o ilimitadamente). Esto permitió a los nacidos en familias empobrecidas escapar de la muerte por hambre pasando a una existencia de esclavos en la que, al menos, podían sobrevivir. La alfabetización de los niños en ciudades estaba extendida. El proceso pedagógico era desagradable y con mucha disciplina. Normalmente un esclavo de una familia acomodada era el que se encargaba de que el niño fuera a la escuela y estudiara sus lecciones. Los niños esclavos y de clases trabajadoras eran puestos a trabajar a muy temprana 19
edad. Las niñas de las clases ricas eran casadas después de la pubertad. La dote de las hijas era para el matrimonio (recuperable en parte en caso de divorcio). Los padres transmitían normalmente propiedades a los hijos. Las hijas no eran herederas potenciales de la posición y autoridad del padre, aunque a veces las hijas podían heredar sus propiedades. Los hijos menores de padres divorciados se consideran propiedad del padre. Las hijas tenían el peligro potencial de avergonzar a la familia porque no llegaran vírgenes al matrimonio, no agradaran a sus maridos o no se les encontrara un buen partido (Si 42,9-14). f) Padres e hijos varones Esta relación «era en la antigüedad la más estrecha y duradera, porque en ella se fundamentaba la continuidad de la familia» [55]. En esta relación encontramos dos tipos de obligaciones: — Obligaciones del padre con respecto al hijo El padre durante toda su vida ejercía su autoridad sobre el hijo. Imposición del nombre y aceptación como miembro de la familia. Todo acto del hijo requería consentimiento del padre: boda, transacciones económicas, aceptación de cargos oficiales. Podía el padre vender legalmente a su hijo o condenarlo a muerte. Obligación de alimentarle, protegerle y proporcionarle un oficio.
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Obligación de educarle e instruirle. Aquí entraba el relato de las gestas y el ejemplo de los antepasados ilustres, de los que se recibía el honor y que servían para modelar el carácter de los que en el futuro tendrían que dirigir la casa. Obligación de imponer severos castigos para mantener el orden de la casa y para que el hijo aprendiera cómo se debe ejercer la autoridad. Obligación de transmitir la tradición religiosa explicando, por ejemplo en la tradición judaica, los principales acontecimientos de la historia religiosa (éxodo, conquista, entrega de la ley, etc). Obligación de enseñarle la función parental de poner en marcha a la familia y ser responsable de ella[56]. — Obligaciones del hijo con el padre Honrar y obedecer al padre mientras viva, cuidarle en su vejez, darle sepultura y celebrar los ritos funerarios al morir.
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Honrar al padre era una obligación fundamental en Israel, recogida en el Decálogo (Éx 20,12; Dt 5,16) y en los libros sapienciales (Prov 1,8; 4,1; 23,22; 19,26; 20,20; 30,17; Si 3,3-16; Sal 126,3-5), que se concretaba en mandatos como la escucha atenta, la obediencia a sus indicaciones, no maltratarle ni maldecirle ni burlarse de él, 20
apoyarle en la vejez, ayudarle en sus necesidades. El desprecio al padre suponía una maldición y alejaba del hijo la bendición, le convertía en un blasfemo si lo desamparaba y merecía la muerte si le desobedecía (Dt 27,16; 21,18-21; Si 3,89.16). Además existía (todavía en tiempos de Jesús) la ley sobre el hijo rebelde (Dt 21,18-21). Dar sepultura según los ritos establecidos al padre muerto (Gén 25,9-11; 35,29). A través de los ritos funerarios el padre pasaba a ser un antepasado familiar. En el entierro, el heredero se presentaba y se le reconocía como nuevo pater familias para mantener la continuidad de la casa.
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El nuevo pater familias era el encargado de venerar los restos de los antepasados mediante la ceremonia en el día del entierro, los días posteriores a él y las conmemoraciones anuales. Así el hijo heredaba las propiedades, el honor y el culto del padre. Por eso lo fundamental era la continuidad de la casa y no los individuos. El pater familias era un representante, un eslabón en la cadena de la sucesión de la casa y del honor de los antepasados[57].
2.2. Contexto económico y político En la Palestina del siglo I se produce un proceso de acumulación de tierra por parte de las élites, que buscaban la posesión de tierra no solo por razones económicas, sino sociales, pues la cantidad de tierras era una muestra del nivel social que se tenía. La inestabilidad política de Galilea, que durante menos de un siglo fue gobernada por los asmoneos, romanos y herodianos, hizo que los relevos de poder fueran acompañados de trágicos enfrentamientos que repercutían en la economía de los campesinos. Los campesinos, ante las dificultades económicas, se veían obligados a pedir préstamos a cambio de poner sus tierras como garantía de devolución y, puesto que normalmente no podían pagarlas, terminaban perdiéndolas, convirtiéndose bien en aparceros de sus propias tierras, bien en trabajadores a sueldo. Otras veces incluso sus tierras eran arrebatadas por medio de engaños, coacciones y amenazas ya practicados desde siglos (1Re 21,1-16: historia de Nabot). Los nuevos gobernantes se sentían con derecho a apropiarse de parte de las tierras y exigían tributos por el uso de las demás. La presión fiscal sobre los campesinos, por ejemplo, en la época de Herodes el Grande fue muy intensa, debido a que se embarcó en un gran proyecto de construcciones. También se produjo un proceso de mercantilización de la economía que trajo consigo un aumento de la producción intensiva para cubrir las necesidades de un mercado mayor. Esto provocó que el objetivo de la producción no fuera solo la satisfacción de las necesidades familiares, sino incrementar la producción del mercado. Esto conllevó a que la familia dejase de ser la unidad básica de producción para transformarse en instrumento de producción controlado por los grandes terratenientes. Si además añadimos las catástrofes naturales de la época (en Palestina se produjeron dos temporadas de hambre, siete terremotos, plagas de langosta, vientos destructivos, 21
etc.), podemos comprender cómo las posesiones de los terratenientes aumentaron mientras disminuyeron las de los pequeños propietarios. Así, las parábolas de Jesús en que describe latifundios cultivados por aparceros (Mc 12,1-8) o jornaleros (Mt 20,1-15) parecen reflejar la situación de una época en que las élites locales acumulaban tierras y la mayoría de los campesinos vivía en los márgenes de la subsistencia[58]. La consecuencia de esta nueva economía es que los campesinos vieron sus tierras reducidas, su capacidad de mutuo apoyo mermada, se vieron muchos obligados a dispersarse, pues la propiedad no era suficiente para alimentar a todos y la herencia de las tierras solo caía en uno de los hijos, obligando a los demás a trabajar como arrendatarios o jornaleros en las tierras de otros. Este proceso de desintegración fue gradual y provocó que el poder del cabeza de familia se debilitara, que los lazos y apoyos entre los parientes casi ni existieran y que muchas familias vivieran en los márgenes de la subsistencia. Para algunos, como D. Fiensy[59], los seguidores de Jesús antes de su muerte pueden definirse como un movimiento, en gran parte, de campesinos, un movimiento intrajudío de renovación de carácter popular. Los líderes en estos movimientos, que fueron diversos en la época de Jesús, normalmente tuvieron un acceso a una educación superior y un conocimiento de la forma de vida de las élites que les proporcionaban ciertas habilidades para tener una gran capacidad de convocatoria entre las gentes más sencillas. Comprenden la vida de los campesinos a la vez que son capaces de plantear su situación dramática y sus metas en un ámbito urbano a gobernantes y patronos. Los líderes «saben moverse» y «ser intermediarios» entre las élites y los campesinos. Jesús no era un campesino, sino un artesano (Mc 6,3) y posiblemente estaba acostumbrado también a moverse entre las élites. Jesús se dirige a campesinos, pero sus enseñanzas revelan una mentalidad que no es solo la propia de los campesinos[60]. Esta vinculación de Jesús con las masas de campesinos empobrecidos hace que haya que matizar su ethos anti-familiar, debido a que la familia era la base de identidad de los campesinos. La familia era, ante todo, la institución que más estaba sufriendo y padeciendo la situación socioeconómica y política. No parece que Jesús tuviera la intención de erosionar aún más la familia tradicional de la mayoría de los campesinos pobres de su tierra, entre los que parecía vivir y a los que parecía ir destinada su predicación. Hay que tener en cuenta que Jesús vive en un mundo donde no hay servicios sociales generales que satisfagan las necesidades básicas de la gente más sencilla. Sin el apoyo de la familia y el vecindario, de los compañeros y amigos, uno difícilmente podía sobrevivir a los avatares y contingencias de la vida. La relación con la familia, el grupo, el clan, la aldea o la polis era la relación básica. Si además añadimos que la mayoría tenía muy limitadas las comunicaciones y que pocos tenían acceso a la lectura, podemos comprender que la mayoría de las relaciones y encuentros de las personas más humildes –pobres y campesinos– eran cara a cara y en círculos muy limitados, como el de la familia[61]. La familia era, para los más pobres y sencillos, casi lo único que tenían en un mundo en cambio. 22
2.3. Contexto social y diversidad de modelos familiares Los dos puntos anteriores parecen llevarnos a una conclusión: el modelo patriarcal y extenso de familia era un modelo ideal que disfrutaba una minoría (1% aproximadamente), mientras que la mayoría de la población vivía en los márgenes de la miseria con otros modelos de familia que la «gran tradición» parece que ha olvidado. Tanto Flavio Josefo (cercano a la mentalidad de las élites) como Jesús de Nazaret en sus parábolas (que habla desde el punto de vista del pueblo llano), que conocían bien Galilea, nos retratan predominantemente unas familias extensas unidas por fuertes lazos de solidaridad y apoyo. Jesús nos habla constantemente de dueños de la casa con siervos, porteros que cuidan y vigilan las tierras (Mc 12,1-12; 13,34; Mt 4,43-44; 24,4551), reyes que perdonan una deuda inmensa (Mt 18,23-24), reyes con múltiples siervos que invitan a las bodas (Mt 22,1-10), señores de la casa que reparten talentos, ricos en relación con sus administradores infieles o con los pobres como Lázaro (Lc 16,1-8.1931). Estas parábolas hablan de las familias altas de gobernantes, terratenientes y ricos con casas espaciosas para celebrar banquetes y fiestas, con un gran número de sirvientes, como administradores, porteros, inversores, jornaleros, siervos. Estas familias normalmente vivían en la ciudad y, por ello, aparecen muchas veces ausentes de sus tierras, pues la gestión de las mismas la hacían a través de sirvientes y esclavos. Por eso debemos intentar describir la sociedad desde otra perspectiva para poder descubrir una mayor pluralidad que la que nos muestran los textos. Los datos arqueológicos son el instrumento adecuado, pues nos hablan de diferentes tipos de casa que corresponden a diversos estratos sociales y que correlacionan con diferentes tipos de familia. Según los estudios arqueológicos, había cinco tipos fundamentales de casas: la casa sencilla, la casa de patio común, la villa, las granjas y la taberna o casa con tienda[62]. Como consecuencia de la diversidad de casas y de la relación económica entre gobernantes y agricultores-campesinos, podemos inferir que en la Galilea del siglo I había tres grandes grupos sociales[63]: Gobernante supremo, gobernantes, altos funcionarios, élite sacerdotal y grandes mercaderes constituían la clase alta. El gobernante supremo y los diferentes gobernantes representaban el 1% de la población y controlaban más de la mitad de la producción total[64]. En Palestina era la familia de Herodes y las familias de la alta clase sacerdotal. Los otros (un 10% como mucho de la población) están al servicio de estos y reciben una parte del excedente extraído a los campesinos. Suelen vivir en la ciudad. Los campesinos y artesanos generan la mayor parte del producto de estas sociedades agrarias. Representan un 75% de la población (un 5% artesanos, 70% campesinos). La mayoría viven en el campo[65]. Los marginados representan un 15% de la población. Eran los excluidos, despreciables y prescindibles de la sociedad. Debido a la escasa movilidad social y a la profunda separación entre clases, podemos deducir, desde los diferentes tipos de casa y de grupos sociales, cuatro tipos de familia 23
caracterizados por el tipo de casa en el que viven, número de miembros de la unidad familiar, capacidad de ayuda hacia los parientes, cantidad de tierra que poseen y grupo social al que pertenecen[66]. Familias extensas: padre, madre, hijos solteros, hijos casados, otros familiares, esclavos, sirvientes. Tenían gran capacidad de ayuda, puesto que disponían de recursos y solían tener un buen número de tierras, que era tanto una fuente de ingresos como de prestigio social. Podían vivir en casas sencillas de gran tamaño, casas con patio común, villas. En las villas recibían a los clientes, invitaban a los amigos y almacenaban los productos. Eran unas setenta familias: la familia de Herodes, los grandes, los jefes militares, los principales de Galilea. Familias múltiples. Formadas por dos o más familias nucleares emparentadas entre sí que vivían en viviendas independientes pero compartían otras dependencias como el patio común, los establos y el silo. Se distingue bien el espacio que ocupa cada familia y los que son compartidos. La relación y la ayuda mutua son grandes. Suelen habitar en ciudades de tipo medio (Cafarnaún, Betsaida) y tienen un nivel económico medio. Suelen ser familias de funcionarios (recaudadores de impuestos, soldados, bajo clero, etc.), comerciantes, agricultores y pescadores que tienen un cierto negocio próspero. No llegan al 10% de la población. Cinco discípulos al menos de Jesús pertenecen a este grupo: Pedro y Andrés, con casa en Cafarnaún; Santiago y Juan, que dejan a su padre que posee una barca y contrataba jornaleros (Mc 1,18-20) y Leví, que era recaudador de impuestos en Cafarnaún (Mc 2,14). Familias nucleares que vivían en casa de una sola habitación, normalmente de adobe, con una planta baja para dar cobijo a los animales y una planta elevada para las personas. Tenía la familia nuclear entre 4 y 6 miembros. Eran casas pequeñas, insanas, donde la falta de higiene, las enfermedades, la malnutrición y la falta de recursos hacía que el número de miembros fuera pequeño. El apoyo mutuo era mínimo, pues cada familia se encontraba en el límite de la subsistencia. Representan el 75% de la población. Los esclavos, enfermos, mendigos, ladrones, bandidos, viudas empobrecidas, huérfanos y desheredados, que componían la clase más baja, no tenían ni casa ni familia estable ni podían contar con apoyos familiares. Constituían en torno al 1520% de la población. Con este esquema evitaremos una imagen simplificada de la familia, una imagen elitista o idealizada y una concepción de la familia al margen de los problemas socioeconómicos. 2.4. Contexto apocalíptico Muchas de las fórmulas de ruptura y tensión con la familia deben entenderse en el antiguo Oriente como expresiones que indican el trastorno total de una situación determinada, de una sociedad que se viene abajo. Las palabras de enfrentamiento entre los miembros de la familia, por ejemplo, están tomadas de Miq 7,6 en el contexto de un 24
anuncio de catástrofes y próximas invasiones (Miq 7,1-7). No hace falta desarrollar que Jesús aparece en un contexto donde se espera ansiosamente la venida del Mesías y donde florecen una gran variedad de movimientos apocalípticos con diversas características y grados. Solo hay que recordar el movimiento del Bautista, los esenios, los zelotas, etc. Esta tensión apocalíptica es fácil de entender en un pueblo donde casi el 90% de la población estaba en los límites de la subsistencia (hoy lo está el 65% de la población mundial). También los movimientos diversos de campesinos de masas aguardaban la inminente intervención de Dios en la historia como rey y patrón del pueblo. Nos movemos, no hay que olvidarlo, en el marco histórico de un judaísmo donde la cultura grecorromana –incorporada a principios del siglo III a.C.– no consiguió nunca debilitar la cultura judía, de un judaísmo tan plural donde muchos grupos judeopalestinos tenían miradas muy diferentes al judaísmo oficial, que aceptaba tranquilamente la subordinación del Estado judío al Imperio romano. La helenización fue intensa en las ciudades, pero tuvo poco impacto en las zonas rurales. La distancia cultural entre la forma de vida urbana y rural se añade a la distancia económica entre la élite gobernante y el campesinado. Jesús predica lejos de ese contexto urbano de habla griega y cosmopolita y se dirige especialmente a estos marginados y distanciados «cultural, social, lingüística y económicamente», estos que viven en un mundo aparte. Las comidas de Jesús con pobres, enfermos y pecadores, que tanto impactaban a la gente sencilla, son un preanuncio del banquete escatológico, un anticipo del banquete del final de los tiempos, donde los pecadores son perdonados, los marginados reconocidos y tratados con respeto y los enfermos cuidados y curados. Las experiencias duras de la vida ponen delante de la gente sencilla el grave problema de la moralidad y la felicidad, cuestionan todo concepto de retribución y le abren a una retribución-justicia más allá del presente[67]. Este hecho afectó de modo mucho más hondo y agudo en esta época que en épocas anteriores. Por eso, nos movemos en un contexto donde son muchos los que buscan ansiosamente cuáles son los criterios que deciden la condena o la salvación final de las personas. Los pobres, los campesinos y los enfermos, más allá de la dura realidad del presente, tienen una mirada de futuro, apocalíptica, de esperanza. 2.5. Contexto biográfico Es bastante evidente que en la predicación de Jesús sobre la familia debió de influir su propia experiencia familiar. La polémica que reflejan ciertos textos de Jesús con su familia (Mc 3, 20-21.31-35 y par.) no puede ser una creación posterior. La tendencia de la tradición fue a suavizar su dureza (Mt 12,46ss. omite la dura afirmación de Mc 3,21) [68] . También puede que influyeran los orígenes de su nacimiento, que a la luz de sus vecinos, pudieron ser misteriosos[69]. Como hemos dicho, lo que parece muy probable es que José muriera muy pronto (aunque puede que no tan pronto como para no poderle enseñar el oficio de carpintero o 25
albañil –tektôn–)[70]. La razón es que en los evangelios siempre se nombra a José en relación con las historias de la infancia. Por lo tanto, María debió de ser acogida con su hijo en el seno de la parentela, que posiblemente estuvo profundamente arraigada en la fe judía a la luz de los nombres de los cuatro hermanos del Señor, que son todos nombres de patriarcas (Santiago, José, Judá y Simón)[71]. Esa muerte del padre y ese traslado a vivir en el marco de una familia más amplia debieron de influir enormemente en Jesús. Este contexto biográfico es evidente y tiene una enorme relevancia teológica. Los evangelios son una puesta por escrito de una biografía. Este poner por escrito, aunque estaba al servicio de la proclamación oral, supone sobre todo la valoración de la persona de quien se narran los hechos y se comunican los dichos. La forma literaria evangelio tiene la clara implicación teológica de centrarse en la persona de Jesús, recuperar su vida, su historia y su humanidad. Los evangelios son una integración en la segunda generación cristiana, por un lado, de la cultura grecorromana, de la que se toma la forma literaria de la biografía y, por otro lado, de la cultura judeo-bíblica, que lee la historia teológicamente a la luz de la fe[72]. El objetivo de los evangelios, como el nuestro ahora, es recuperar la historia de Jesús debido al paso del tiempo y a la muerte de los testigos de primera hora. Ante el peligro de perder su memoria y hundirse en el olvido, los evangelios quieren vincularnos con el Jesús terreno desde la fe en el Resucitado, quieren centrarse en su persona y en su ministerio. La vida real e histórica del profeta de Nazaret, sus dichos y hechos, desde la infancia a la cruz, en los caminos y en las casas, tiene mucho que decirnos. Estos cinco contextos son un marco adecuado para comprender los dichos y hechos de Jesús que recogen los sinópticos sobre la familia. Esquemáticamente lo podemos representar así:
3. Sentido y significado de las frases de Jesús de Nazaret. Diversas interpretaciones Una vez vistos los textos y los contextos, hay que intentar alcanzar un sentido. Las interpretaciones, sobre todo de las palabras más duras de Jesús sobre la familia, han sido diversas. Algunos interpretan estos dichos como una estrategia. G. Theissen entiende las palabras de ruptura familiar como dirigidas solo a los carismáticos itinerantes y no tanto a los seguidores sedentarios que permanecían en sus casas apoyando a los 26
primeros. Otros los interpretan como críticas a la familia por ser apoyo de la ideología patriarcal. Jesús pretende socavar los fundamentos de la familia patriarcal bien para promover una relación más igualitaria entre los géneros (E. Schüssler Fiorenza), bien para revitalizar la vida de las comunidades campesinas (R. Horsley). Más allá de estas interpretaciones, a nuestro juicio un poco unilaterales, intentaremos humildemente encontrar un sentido más amplio e integrador a estos textos. 1. Lo primero que hay que afirmar es que la mayoría de las afirmaciones con las que comenzábamos este trabajo parece que proceden del Jesús histórico. El conflicto entre los discípulos y sus familias no hay que atribuirlo solo a los redactores de los evangelios (Barton[73], Kristen[74]), ni solo al movimiento de Jesús de las primeras generaciones de discípulos (Schüssler Fiorenza, Theissen), sino al contexto de Jesús con sus discípulos. Ahí es donde tienen su origen. 2. El motivo fundamental de la ruptura con la familia fue el seguimiento de Jesús, el «ir detrás de él», lo cual no solo se refería a un seguimiento físico, sino a una imitación de su estilo de vida, a un vivir como él vivía. Seguir a Jesús es lo fundamental. Hay que tener en cuenta que el grupo de seguidores se forma por iniciativa personal de Jesús. El Nazareno no da razones ni motivos para llamar. Simplemente invita a seguirle. Jesús pide un seguimiento inmediato, una disponibilidad total y una fidelidad superior a cualquier otra, incluso a los padres. Hay una urgencia en anunciar ya la buena nueva de Dios, una urgencia en sembrar signos de misericordia entre la gente que no hay que demorar. Es una llamada radical que arranca de las seguridades. Convierte a los discípulos en servidores del Reino. Jesús invita a dejar las raíces que les daban nombre e identidad, ayuda y solidaridad: dejar casa, familia, tierras. Invita a dejar su refugio, lugar de trabajo, símbolo de posición social. Jesús lo sabe por propia experiencia: «Las zorras tienen madriguera y los pájaros del cielo nido, pero este hombre no tiene donde recostar su cabeza». Vive con pocas seguridades: sin casa, comiendo lo que le dan, durmiendo en cualquier lugar. No ofrece a sus seguidores ni honor ni seguridad. Jesús invita a dejar de trabajar con la familia y dejar de contribuir a su sustento. Abandonar las tierras o las redes de pesca era una amenaza de futuro para la familia. Esto provoca conflictos entre padres e hijos: «No penséis que he venido a traer paz a la tierra, sino espada» (Mt 10,34-36). Una familia rota, desunida, perdía la estabilidad para proteger a sus miembros. Por eso la fidelidad total que pide Jesús desestabiliza a muchas familias. Pero parece que también los discípulos fueron llamados a compartir ciertas funciones de liderazgo en el movimiento que siguió a Jesús. Los discípulos se distinguen de las multitudes y de otros seguidores más cercanos. Actúan como intermediarios entre Jesús y la gente (Mc 6,35-44), los envía a anunciar su mismo 27
mensaje y a realizar sus mismos signos (Mc 6,7-13). Les asocia profundamente a su tarea. Son llamados en función de una misión: «Venid detrás de mí y haré que lleguéis a ser pescadores de hombres» (Mc 1,7). Esto implica una identificación con su estilo de vida y su invitación a abandonar la familia. Lo curioso es que de los cinco discípulos de los que tenemos algunos datos (Pedro, Andrés, Santiago, Juan y Leví), todos ellos gozaban de una situación privilegiada y procedían de familias que podían ofrecerles seguridad, apoyo e identidad. Ninguno estaba atado a la tierra, pues poseían oficios que les permitían estar en contacto no solo con los campesinos, sino con las clases altas[75]. ¿Cuál fue el motivo de tal exigencia de Jesús de ruptura con la familia? G. Theissen lo ve como una forma de «auto-estigmatización» para acrecentar su carisma ante sus seguidores. H. Moxnes lo entiende como una «dislocación», como un distanciarse del lugar primario de identidad y seguridad para entrar en una nueva familia. S. Guijarro entiende la ruptura debido a las tensiones provocadas por el seguimiento de Jesús entre algunos discípulos y sus padres. Pero más allá de todos estos motivos, hay una causa que sobresale: seguirle a él, estar cerca de él, participar de su misión. 3. Seguir a Jesús implica un modo de vida y unos valores, un vivir como él y conforme a sus valores. Esta imitación de su vida implicaba asumir ciertos rasgos de comportamiento asocial que Jesús mantenía y que tanto escandalizaban a sus contemporáneos: vida itinerante sin domicilio fijo –sin casa– (Mc 1,14-39), comidas con publicanos y pecadores –sin mesa– (Mc 2,15-17), actitud irrespetuosa con respecto a algunas normas y prácticas religiosas como el ayuno (Mc 2,18-20), el sábado (Mc 2,2328), ciertas normas de pureza ritual (Mc 7,1-15), su pretensión de perdonar los pecados (Mc 2,7), no tener mujer ni hijos (Mt 19,12), etc. Viviendo desenraizado y ofreciendo pocas seguridades y honores, no es extraño que se les acercaran vagabundos y desarraigados. Este estilo de vida se refleja perfectamente en los insultos con que sus adversarios intentan desacreditarle ante la gente: no tiene domicilio fijo, le llaman Beelzebul, está poseído porque realiza curaciones y exorcismos (Mt 10,25; Mc 3,22), le critican porque no guarda el ayuno, come con marginados y no tiene mujer ni hijos (Mt 19,12). Lc 9,5758 es un buen ejemplo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (en EvTom 86 hay un dicho semejante). Este dicho procede probablemente de Jesús, pues cumple los criterios de disimilitud, atestación múltiple y coherencia con otros dichos sobre su estilo de vida. 4. Este modo de vida implicó el rechazo en su pueblo natal y la oposición de sus parientes. Jesús aparece como un profeta que ha perdido el honor de su pueblo natal (Mc 6,4; Mt 13,57). Sus paisanos le rechazan porque no querían que su desprestigio les afectara a ellos y por eso lo quieren expulsar de la comunidad. El pasaje del conflicto en la sinagoga de Nazaret (Mc 3,1-6; Mt 15,53-58; Lc 4,22-30) trasluce cómo Jesús traspasa los límites del comportamiento apropiado y desafía los valores fundamentales de la comunidad, de la tradición, de la autoridad de los mayores[76]. La oposición de los familiares, probablemente, se debe no tanto a que ellos pensaran que «estaba fuera de 28
sí» cuanto a que la gente decía esto de él (Mc 3,20-21.31-35). Secundino Castro señala que habría que entender el estar «fuera de sí» más bien como que Jesús está poseído de un ardor religioso incomprensible[77]. En Jn 7,2-5 es acusado de ser un comilón y un borracho, que son los rasgos con que en la tradición judía se describía al hijo rebelde que con su comportamiento deshonra a su familia (Dt 21,18-21). Por eso, probablemente, una de las causas del enfrentamiento de Jesús con su familia tiene su origen, en buena parte, en la mala reputación que generaba su comportamiento, su modo de vida desarraigado y vagabundo. Lo cierto es que la familia de Jesús no comprendió su comportamiento. Quisieron llevárselo a casa pronto, pues pensaban que estaba loco, fuera de sí. Este dato no debe ser pasado por alto ni considerado brevemente. Además no puede ser una creación pospascual, dado que la tendencia siempre fue a suavizar estas duras afirmaciones[78]. Por eso, creo que es un dato que hay que pensar detenidamente. Esencial es la vinculación de este dato con que en ese momento Jesús afirma que quienes le siguen y escuchan son su verdadera familia (Mc 3, 21.31-35). Probablemente solo al final o después de la Pascua la actitud de su familia cambió. El Nazareno, además, tenía en el corazón ya a algunos discípulos que pudieron haber tenido conflictos semejantes al suyo. «¿No estaban todos un poco locos?» [79]. 5. Los dichos sobre la ruptura reflejan que la raíz del conflicto se encuentra en su estilo de vida, que cuestiona los valores y las reglas de su sociedad y atentaba contra el honor y la jerarquía social que los apoyaban. Jesús, con su llamada radical, desafía la familia patriarcal, asentada sobre la autoridad del padre como defensor del honor, guardián del patrimonio y coordinador del trabajo. Dejar solo al padre es una profunda ingratitud, un verdadero escándalo: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios» (Lc 9,59). Enterrar al padre y presidir las honras fúnebres era un momento solemne en que la autoridad del padre pasaba al heredero. Lo que plantea Jesús es algo más: es dejar de seguir atendiendo al padre hasta los últimos días, ausentarse de la casa sin cumplir esta obligación sagrada. Era un verdadero atentado contra la continuidad y el honor de la familia. No sigas «cuidando el mundo del padre», esa familia patriarcal, autoritaria y excluyente que se reproduce hasta la muerte. Deja a tu padre y dedícate a los que no tienen padre que los pueda defender[80]. Este estilo de vida era asumido por los discípulos: itinerancia (Mc 1,18), comidas con pecadores (Mc 2,15), no practicar el ayuno (Mc 2,18) ni respetar el sábado (Mc 2,23-24), ni las normas de pureza ritual de las comidas (Mc 7,2.5). Por ello sus adversarios mostraban hacia los discípulos la misma actitud despreciativa que ante Jesús. Por consiguiente, imitar su estilo de vida era asumir esta mala fama[81], la deshonra de los lugares de origen y la oposición de las familias. Es muy probable que algunos discípulos se vieran obligados a abandonar sus familias perdiendo así apoyo, solidaridad, honor, etc. Por eso eran pobres, puesto que la pobreza no se definía principalmente por criterios económicos, sino por criterios de parentesco, ya que este era el camino 29
fundamental de acceso a los recursos económicos. Por eso, quizá algunas palabras de Jesús relativas a los pobres puede que no solo se refieran a los que ya lo eran, sino a los que se habían convertido en tales por seguirle a él al ser rechazados por sus familias. Jesús llama a los discípulos a abandonar un lugar, para vivir en un no-lugar y construir un nuevo lugar. Esto supone un modo de vivir desenraizado y desubicado que va buscando nuevos lugares, un nuevo modo de hogar y de ser familia[82]. Jesús invita a sus discípulos a renunciar voluntariamente a la familia en un contexto social y político en que muchos campesinos lo hacían forzosamente por las consecuencias de la política de los gobernantes herodianos, apoyada por terratenientes, comerciantes y funcionarios. Muchos perdieron sus tierras y como consecuencia muchas familias campesinas se rompieron y se desintegraron. Sin tierras y sin familia, trabajaron como esclavos para los terratenientes o terminaron como mendigos. Jesús y sus discípulos asumen vitalmente la situación extrema de muchos de los que les escuchan. Son líderes de un movimiento, pues asumen las condiciones de vida de muchos campesinos, de su profundo deterioro y de sus familias rotas. Por eso, el motivo de fondo no es ni la autoestigmatización, ni los conflictos puntuales, ni la dislocación, que tienen una parte de verdad, sino la identificación de Jesús con sus destinatarios, como hicieron otros tantos líderes de movimientos campesinos. Fue un gesto profético coherente con la imagen de un Dios cercano a los pobres y desamparados[83]. Este motivo es el que hace que aunque la mayoría de los discípulos no fueran mendigos, sí pueden catalogarse como tales al perder toda vinculación con sus familias. De hecho, muchas exhortaciones de Jesús que tenemos en Q recomiendan a los discípulos actitudes propias de los mendigos, como pedir con confianza, no estar preocupados por las cosas materiales, no atesorar en este mundo. Estas actitudes estaban enraizadas en la experiencia básica de Jesús de un Dios Padre que proporciona vestido, comida y riqueza (Mt 5-7), no en su familia. Ya que la mayor pobreza consistía en carecer de familia, al distanciarse de las familias los discípulos se convertían en verdaderos mendigos y asumían una vida desarraigada e itinerante, que los hacía creíbles a los que se dirigían. De ahí la petición del pan de cada día y la exhortación de Jesús a que no se preocupen ni de lo más necesario. Detrás hay una profunda experiencia religiosa de Dios como padre que cuida de sus hijos. Es curioso que la metáfora del parentesco esté muy presente en las instrucciones de Jesús a los discípulos, mientras que la imagen de Dios como rey es la que predomina en las enseñanzas a la gente sencilla (Mc 1,15; 4,26-32). Los discípulos son invitados a establecer una relación filial con Dios, a poner toda su confianza en Él, a encontrar en Él lo que han perdido de sus familias[84]. De hecho, este es también el corazón del sermón del monte (Mt 6,19–7,12), en el que Jesús nos exhorta a la confianza en Dios y en su providencia más allá de toda preocupación por la comida, la bebida, el vestido y el dinero. 6. Este modo de vida estaba relacionado con la llegada del reinado de Dios. Su vida itinerante expresaba la dependencia de Dios; sus exorcismos y curaciones eran signo de que el fuerte había sido vencido y el Reino comenzaba a llegar (Mc 2,23-27). Sus 30
comidas con publicanos y pecadores reflejaban que el reinado de Dios no estaba reservado a unos pocos, sino que era para todos y sobre todo para los más necesitados (Mc 2,17). Su renuncia a la familia expresaba la absoluta prioridad del reinado de Dios (Mt 19,12). El evangelio de Jesús gira en torno a la presencia, siempre inminente y siempre esperada, del reino de Dios. Jesús desea ardientemente anunciar y hacer visible el señorío de Dios sobre la historia. Ante esta realidad es necesario que los hombres cambien de vida, vendan cuanto tienen, se decidan, se conviertan[85]. «El tiempo se ha cumplido. El reino de Dios está cerca; cambiad de mentalidad y creed en esta Buena Noticia» (Mc 1,14-15). La familia, como toda institución humana, debe estar al servicio del proyecto de felicidad del Reino. La llamada-renuncia de Jesús es para dedicarse apasionadamente al Reino, para estar disponibles totalmente para Dios. Nada tiene que ver con una renuncia rigorista o ascética. El motivo es otro: «Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8,35; Lc 17,33; Mt 10,39; Jn 12,25)[86]. Jesús invita a vivir entregándose, arriesgando la vida por el Reino soñado por Dios. 7. Lo primero es el Reino. «Buscad ante todo el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá por añadidura» (Mt 6,33). Jesús pide a sus discípulos: «¡Proclamad que está llegando el reino de los cielos!» (Mt 10,7). «La familia no es para Jesús algo absoluto. Ni siquiera la vida lo es. Solo Dios es Dios. Ante su Reinado y su Soberanía todo lo demás palidece» [87]. La familia no es lo primero, ni está por encima de todo. Para Jesús la fidelidad total y lo primero es el reino de Dios: «Quien no odia a su padre y a su madre, a su hijo y a su hija, no puede ser discípulo mío» (Lc 14,26; Mt 10,37). Amor y odio son más bien cuestiones grupales, son más un sentir común de cierta fidelidad que sentimientos personales[88]. A un discípulo que quería seguirle no le deja despedirse de su familia y llevarse la bendición y aprobación familiar: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es digno para el reino de Dios» (Lc 9,62). Ese Reino era un reino de relaciones libres y de respeto para con todos. Pero Jesús era consciente de que las relaciones familiares en su sociedad no estaban fundamentadas en la libertad y en el respeto a la dignidad de cada persona, puesto que eran muchas veces relaciones de sometimiento y dominio. Esto hacía que los creyentes no fueran personas verdaderamente libres para seguirle. Y Jesús no tolera la dominaciónsometimiento, sino que busca la igualdad y la fraternidad en su ideal de comunidad. Por eso, no hay que llamar a nadie Padre. Por este motivo Jesús, en las relaciones entre discípulos, en su nueva familia, rechaza las actitudes de competitividad, búsqueda de honor o poder y propone la solidaridad, el servicio, el ponerse en el último lugar, que son actitudes propias de las familias que Jesús quería. Por eso Jesús fue incomprendido por sus parientes más cercanos (Mc 3,21; 6,9; Jn 7,5). Si el profeta no es bien recibido en su patria, también resulta con frecuencia una «oveja negra» para su familia, que no acepta un mensaje desestabilizador[89]. 8. Esta llamada implica una invitación radical: «Si alguien quiere venir tras de mí, 31
niéguese a sí mismo, tome sobre las espaldas su cruz y sígame» (Mc 8,34). Hay que olvidarse de los propios intereses y centrarse en Jesús. Su vida es Jesús y su seguimiento. La metáfora de la cruz empleada por Jesús estremecía a la gente, pues todos conocían muchos condenados, azotados y obligados a llevar el madero horizontal de la cruz hasta la ejecución. Palestina estaba llena de cruces de esclavos, ladrones y rebeldes. En el año 4 a.C. el general Varo crucificó a dos mil judíos en Jerusalén. Seguir a Jesús implica asumir el riesgo, la hostilidad, el escarnio y la muerte, la misma suerte que tantos desgraciados y miserables[90].
9. La adhesión a la cruz no es algo que es fomentado normalmente por la familia y este «cargar con la cruz» es un elemento central de la actividad, de la predicación y de la vida interior de Jesús de Nazaret. Jesús camina hacia la cruz, Jesús se enfrenta con las autoridades de su tiempo por amor a la verdad, a los más pobres, a los hermanos y, en ese camino, poco le ayuda su familia (e incluso sus discípulos). Cargar con la cruz, como pide Jesús a sus discípulos, quiere decir en aquel contexto aceptar el ser tenido por un delincuente o sujeto peligroso en la sociedad establecida. El problema es que la familia normalmente suele fomentar que sus miembros tengan mucho dinero o propiedades, suban todo lo que puedan en la escala social y se les reconozca públicamente. Eso es lo que quieren los «buenos padres» para sus hijos: dinero, poder y honor. Eso es lo que les gusta mostrar en sociedad (en las conversaciones con los amigos y otros familiares), eso es lo que hay que conseguir para ser personas estimadas y respetadas. Eso es lo que hace honorable a la familia. Por el contrario, el seguimiento de Jesús implica renunciar a tener solo para sí por compartir solidariamente con los más pobres, renunciar a la pasión por dominar y mandar para construir una auténtica fraternidad y renunciar a la pretensión por sobresalir y brillar por servir. Ignacio de Loyola habla de seguir al Cristo pobre y humilde, de 32
querer y elegir por imitar y parecerse más a Cristo: «Más pobreza con Christo pobre que riqueza, approbrios con Christo lleno dellos que honores, y desear más de ser estimado por vano y loco por Christo que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo» (Ejercicios espirituales, 167). El dinero, el poder y el honor son competitivos, y aunque son necesarios, siempre han de ir supeditados al Reino, al seguimiento, a la verdad, la solidaridad, la justicia. De ahí que, en cierta medida, haya casi siempre un conflicto real entre familia y Reino. 10. Esto se debe a que la familia también transmite valores no evangélicos. La integración social de la familia conlleva transmitir lo bueno y lo malo de un sistema social, de unas relaciones sociales y de unos determinados caracteres. Por ello puede transmitir clasismo, racismo, elitismo, violencia, frivolidad, deseo de lucro, comodidad, individualismo, etc., como ya vieron y denunciaron algunos profetas. Y además, al sentirse cada persona profundamente ligada al espacio afectivo familiar, la libertad de cada individuo con respecto a su familia es menor, sobre todo de cara a compromisos sociales, políticos y religiosos. Solo hay que pensar en las reacciones en la familia si uno quiere casarse de manera sencilla, quiere realizar una comunidad de bienes con otros o irse a vivir con los pobres. La familia, por lo tanto, suele fomentar los valores del honor, el dinero y la seguridad. Aquí sería importante enmarcar todo lo que la antropología describe de nuestras sociedades mediterráneas, donde el honor y la vergüenza son valores fundamentales de las familias. El honor es una realidad que siempre está potencialmente en peligro y debe ser defendido. Los varones defienden el honor con una conducta honorable con otros varones y la protección y el control de las mujeres de la familia. El honor de las mujeres depende de su virginidad pre-marital y su exclusividad marital[91]. Pero esto no es solo una reliquia del pasado, sino que hoy también se protege el honor de los «nuestros» cuando las familias inculcan en su educación una determinada forma de vestir, unos lugares en los que veranear, unas familias con las que tratar, unas personas que evitar, unos colegios y universidades en los que hay que entrar, etc. El tema del poder también aparece en los sinópticos. La madre de los Zebedeos aboga por sus hijos en un «tráfico de influencias», que muestra cómo no ha entendido gran cosa del mensaje de Jesús (Mc 10,35-40; Mt 20,20-22)[92]. Y por supuesto aparece en los evangelios la advertencia frente a las riquezas. Es muy significativo el pasaje del joven rico en el que, en su triple tradición (Mt-Mc-Lc), hace referencia al mandamiento de Moisés: «Honra a tu padre y a tu madre». Jesús valora positivamente el comportamiento del joven rico, pero lo encuentra insuficiente para seguirle. Le pide la renuncia a su familia. Lo importante es comprender esta escena dentro de una composición en forma de tríptico elaborada por Marcos: a) encuentro con el joven rico (Mc 10,17-22); b) Instrucción sobre el peligro de las riquezas (Mc 10,2327); c) Diálogo con los que lo han dejado «todo» para seguirle (Mc 10,28-31). Las riquezas y las seguridades son obstáculo para un seguimiento más cercano de Jesús. El cardenal Kasper ha hablado muy acertadamente también de «las estructuras de pecado en la vida de la familia» [93]. Uno de los pecados de la familia a lo largo de toda la 33
historia es la cerrazón familiar, la falta de apertura y la falta de libertad. La solidaridad del grupo familiar suele dar prioridad al bien del grupo sobre el bien individual. El grupo familiar busca muchas veces la interiorización de los proyectos grupales y mira de modo desconfiado a lo exterior. Se vive en armonía ad intra de la familia y se educa en cierta rivalidad y competitividad hacia el exterior. En las relaciones interpersonales se busca, por el contrario, el bien de ambas partes. Las relaciones interpersonales voluntarias reconocen y valoran a la persona individual y se fundan en la elección mutua y la libertad. Se vincula uno libremente con el otro y esto crea una relación de confianza y reciprocidad distintas. Estas relaciones favorecen la interacción con grupos y personas distintas. La amistad y las relaciones de trabajo-patronazgo permiten ampliar la confianza más allá de la solidaridad familiar. Y esto abre a la posibilidad de que las fidelidades al amigo o al patrón entren en conflicto con la fidelidad al grupo. En los sinópticos algo de este conflicto y apertura parece escucharse. La mayoría de los encuentros de Jesús son interpersonales, hay una gran confianza y libertad, viven más allá de los grupos familiares, derriban muchas fronteras sociales y culturales. Jesús abre espacios de confianza desde una profunda vinculación e interacción, lo cual es muy distinto de la creación de cohesión por la subordinación a ciertos códigos morales, religiosos o legales[94]. Jesús tiene encuentros con mujeres que salen del ámbito estrictamente familiar y del control familiar –viven desde que se casan en la casa de la familia de su marido–; Jesús se encuentra con quienes no tienen familia y viven en los márgenes de los caminos; Jesús se encuentra personalmente con padres y madres de familias rotas y heridas; Jesús se encuentra con extranjeros y emigrantes. Para todas aquellas personas para las que el apoyo incondicional de la familia o la riqueza o el poder no llegaban, los encuentros de una experiencia personal de encuentro y reconocimiento los marcaban profundamente, los satisfacían hondamente y les proporcionaban una enorme confianza. 11. Jesús anuncia la llegada del reino de Dios que transformaría el mundo. Por eso su predicación es más una religión «política»[95] que una religión doméstica. Jesús no pretendía regular, como los fariseos, las prácticas religiosas de los hogares, puesto que no tenía un planteamiento específico para la casa o la familia. Jesús anunciaba la transformación radical de todos los valores por la llegada del Reino, la abolición de ciertas normas de pureza y la relativización del honor como base de la sociedad y la familia. Por eso, en la medida en que en la casa se reforzaban las estructuras patriarcales y se reproducían en la sociedad estas actitudes, la casa era entonces la transmisora de los valores opuestos a los que predicó Jesús. Jesús no quiere enfrentarse y atacar a la familia. La familia tiene su origen último en Dios y debe responder a su voluntad divina, a su finalidad, a su proyecto. Pero la familia tiene sentido y valor cuando se abre a la gran familia de hombres y mujeres querida por Dios, cuando se abre a la solidaridad y la fraternidad[96]. Como señala el papa Francisco al comienzo de su Evangelii gaudium: «El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los
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demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien» (n. 2).
Estas palabras también deben ser escuchadas por las familias. La familia tiene que abrirse a las exigencias del Reino. El Reino no es solo para los discípulos. La familia cristiana necesita la conversión, un cambio radical. «La familia no se deja convertir por el Evangelio solo porque pierda algún domingo menos la misa en sus salidas dominicales al campo. No se convierte solo por despilfarrar un poco menos para el cumpleaños de uno de los hijos o por buscar un “apoyo” menos alto para conseguir el éxito en una oposición. No es cuestión de cantidad, sino de calidad, de cambio de valores» [97]. Frente a una sociedad adquisitiva, consumista y derrochadora, Jesús invita a compartir con los necesitados, a buscar lo esencial y valorar el ser sobre el tener. Frente a una sociedad agresiva en política y negocios, Jesús invita a acercarse a los agredidos y practicar la no violencia activa. Frente a una sociedad de diversión, de búsqueda de placer y rechazo del dolor, Jesús nos invita a estar cerca, enjugar lágrimas y aprender de las cruces de cada día. Frente a la instalación, el hartazgo y la comodidad, Jesús nos invita a encontrar su rostro en el hambriento y sediento, a ser inconformista por los insatisfechos e inquietos. Frente al evadirse y disculparse ante las necesidades y los lamentos, Jesús invita a ser mano compasiva y proximidad ante los caídos en la vera del camino. Frente a la mentira, el fingimiento y la propaganda, Jesús nos invita a buscar la verdad que nos hace libres. Frente al negocio de la guerra y la discordia, nos invita a ser espacio de reconciliación, concordia y paz. Frente a los arribistas, los que buscan ventajas, los mejores postores, Jesús nos invita a ser fieles en el compromiso y firmes hasta en la persecución. Por eso la familia, antes de llamarse demasiado pronto cristiana, tiene que revisarse a la luz de los valores, de los valores de las bienaventuranzas, de los valores del Evangelio, contrastar su vida, examinarse desde los hechos y dichos de Jesús[98]. La familia está llamada a encarnar los valores evangélicos del desprendimiento, el servicio mutuo, el amor afectivo, la fortaleza de ánimo, la fraternidad con todos los hombres y proponer como ideales los ideales de vida contenidos en las bienaventuranzas –pobres, misericordiosos, lloran, perseguidos, etc.–[99]. 12. Por todo ello, la invitación de Jesús a romper con la familia, cauce de transmisión en esa época de la propiedad, la religión y el honor, tiene que ser matizada por una serie de razones.
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Los dichos sobre el divorcio recogidos en tres tradiciones independientes (Q 16,18; 1Cor 7,10 y Mc 10,11-12) revelan en el contexto de Jesús una crítica contra la desmedida autoridad del marido sobre la mujer y una defensa de esta, a la vez que manifiestan que la desintegración familiar no era un objetivo del mensaje de Jesús. El divorcio era en aquella cultura un asunto entre dos familias (no entre dos personas) y 35
era un asunto de honor por el que la mujer repudiada tenía que volver deshonrada a la casa de su padre por no haber respondido a lo que se esperaba de ella.
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Algunos de los seguidores más cercanos de Jesús no abandonan a sus familias para seguirle. Después de haber dejado las redes, Pedro va con él a su casa (Mc 1,29), también Leví (Mc 2,15) y tal vez Santiago y Juan (luego aparece su madre). Además, las numerosas menciones a la barca de Jesús que los discípulos utilizan para moverse en el lago (Mc 4,36; 5,18; 6,32) muestran que posiblemente no todos los discípulos habían abandonado su modo de vida o al menos no del todo.
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Jesús y sus discípulos son acogidos y recibidos por familias que no se han dividido a causa de él: Betania (Mc 11,11; 14,3; Lc 10,38-42) y Jerusalén, donde una familia les ofrece una sala espaciosa para celebrar la Pascua (Mc 14,12-16).
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La tradición antigua del envío de los discípulos a las casas y las familias. El anuncio del Reino se dirige no a los individuos sino a las familias (Mc 6,10). La tradición del envío de los discípulos tiene un sólido fundamento, pues ha llegado a nosotros en tres versiones (Mc, Q, EvTom). Para J. D. Crossan es «la prueba más evidente de que Jesús y sus primeros compañeros no solo tenían una intuición, sino un programa» [100]. Marcos exhorta a permanecer en las casas que los acojan. Las instrucciones sobre la misión en las casas se encuentran antes que las de la ciudad y tienen un tono más positivo. El contraste entre la acogida en las casas y el rechazo en las ciudades (Mc 6,10-11) parece mostrar que la misión en las casas tuvo resultados más positivos que en las ciudades[101]. La misión en las casas es expulsar demonios (Mc 6,7) y anunciar la paz compartiendo la mesa (Q 10,5-7). Las familias, rotas por la mercantilización y la urbanización, tenían el peligro de olvidarse de la solidaridad y la hospitalidad. Los discípulos, con su anuncio, evitan así la desintegración y revitalizan muchas familias. Algunas de estas familias y casas se incorporan activamente al movimiento de Jesús sirviéndoles de acogida y apoyo. Por tanto, podemos concluir que la renuncia a la familia no era una exigencia básica del discipulado y que Jesús no tenía como objetivo la desintegración de la familia. 13. Además, con Jesús nace una nueva familia no vinculada a los lazos de la carne y de la sangre (Jn 1,12-13). Cuando su madre y sus hermanos quieren llevárselo a casa, Jesús les dice: «Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,33-35; Mt 12,48-50; Lc 8,21). Esta nueva familia no está unida por la carne sino por el espíritu, no enraizada en un pasado común sino en el futuro soñado por Jesús, en el futuro del reino de Dios. Jesús no sale a buscar a su familia, ni se detiene a discutir con ellos, sino que opta por la nueva familia de los que están «sentados a su alrededor» [102]. Jesús ofreció una nueva familia a los discípulos, una nueva familia en la que poder vivir fraternalmente. Esta nueva familia se conforma con unos rasgos evidentes: Nace de la llamada de Jesús y de la imitación del modo de vida de los desarraigados. 36
Viven como hermanos y tienen a Dios como Padre. Anuncian a las casas el Reino a través de la sanación y una comensalidad abierta. La adhesión de algunas «casas» se produce ya en vida de Jesús y son apoyo en su misión por los «caminos» de Galilea. Pero cuando la familia se convierte en obstáculo para acoger el Reino, Jesús exige la ruptura de los lazos familiares. De ahí la necesidad de preguntarse hasta qué punto está evangelizada nuestra relación con la familia[103]. La familia no es el único modo de realizar el plan divino, puede resultar insuficiente y aun crear dificultades[104]. La nueva familia de Jesús estaba compuesta, por lo tanto, de personas que habían roto con la familia y de personas que vivían con sus familias. La prioridad del Reino será motivo de conflictos, rupturas y desavenencias familiares: «Los propios familiares serán los enemigos de cada cual» (Mt 10,36; Lc 12,53). Pero quizá haya que situar estas frases dentro de un contexto en donde muchas familias se convertían y otras no. Posiblemente fue una experiencia común en las primeras comunidades y también, es probable, en la vida de Jesús y de sus discípulos. En los Hechos y en las Cartas se describe tanto cómo casas enteras entraban en la fe: Cornelio en He 10,44-48; la comerciante Lidia en He 16,14-15; Esteban en 1Cor 1,16; el carcelero filipense que levanta a su familia de noche en He 16,32-34; como conversos individuales que no eran cabezas de familia, especialmente esposas de maridos no creyentes, 1Cor 7,13; 1Pe 3,1. Esto último levantaba sospechas sobre los cristianos al considerarse una subversión del orden patriarcal. Cuando toda la familia acogía el mensaje de Jesús no se producían divisiones y el discípulo continuaba viviendo en su casa y establecía con Jesús y los discípulos (y luego con la comunidad) un nuevo parentesco. Los que tenían que romper con sus familias encontraban hospitalidad, apoyo y solidaridad en estas casas en que todos acogían el anuncio de Jesús. Es probable que esta situación, más clara en las primeras comunidades, se diera ya entre los discípulos de Jesús cuando comenzó su predicación. No habría, por tanto, tan claramente dos tipos de llamadas (un seguimiento más cercano que exige el abandono familiar y otros que serían de apoyo a los itinerantes), sino diversas actitudes de las familias hacia aquellos que decidían hacerse discípulos de Jesús. Siempre ha habido personas que han recibido la fe en el ámbito familiar y otras que la han recibido fuera del contexto familiar. Nadie puede negar la importancia de las casas y familias en la primitiva Iglesia para la transmisión y conservación de la fe. Este medio, la casa y la familia, ha ejercido hasta hoy una profunda fuerza e influencia en el mantenimiento de la Iglesia. «Por esta razón se pide continuamente que se mantengan las familias cristianas, únicas que podrían parar la descomposición sustancial de la Iglesia y de la moral cristiana. Pero hay que preguntarse si tal deseo no exagera la importancia de la familia hoy en día, puesto que ella misma se halla en un profundo proceso de transformación» [105]. Por eso, es importante recordar y no olvidar que en el movimiento de Jesús había personas que seguían viviendo con sus familias y otros que habían roto con sus familias. 14. En todo caso, Jesús, que fue un carismático itinerante –profeta, sabio y curador–, 37
exige a sus seguidores una libertad total con respecto a la propia familia, de igual modo que la exige con respecto al dinero, al poder y al prestigio. Esa libertad es la que provoca conflictos, pues está por encima de la familia. La familia no es un valor supremo ni algo intocable o absoluto, sino que existe algo que está por encima que hace que la familia sea siempre relativizada. Desde aquí se entendería, al menos un poco, el esquema de Theissen del cristianismo primitivo, donde diferencia entre carismáticos ambulantes y simpatizantes de las comunidades estables-locales. Así, los textos de ruptura con la familia pueden ser comprendidos más dentro de esa vida de carismáticos itinerantes, mientras que los otros textos se enmarcarían mejor dentro de las comunidades estables. Lo que no cabe duda es de que Jesús vivió como un itinerante, que hubo en las primeras comunidades personas que asumieron ese modo de vida itinerante de Jesús y Pablo pero, del mismo modo, también hubo familias y casas que estuvieron cerca sosteniendo la misión de Jesús y los apóstoles. 15. Esto supone situar la familia dentro de un proceso de integración social que favorece la libertad, la autonomía y el servicio al Reino. La familia integra al recién nacido en una cultura, le acomoda a las normas y pautas de comportamiento, transmite tradiciones y convecciones sociales y asegura la continuidad de la civilización. Pero además es el contexto adecuado para un desarrollo sano y equilibrado del niño, el cual requiere una atención y un amor personalizados que no dan las instituciones extrafamiliares (escuelas, guarderías, organismos oficiales, etc). La familia constituye esa «urdimbre afectiva» que posibilita la maduración psicológica de las personas. Jesús acepta la familia como camino normal de maduración y como mediación de gracia (Lc 2,51-52)[106]. Jesús recuerda el respeto a los padres entre los mandamientos principales y alaba al joven que lo cumple (Mc 10,19; Mt 19,19). Jesús critica a los hijos que se desentienden de sus padres con excusa de haber entregado sus bienes como ofrenda en el templo (Mc 7,10-13; Mt 15,3-6). Precisamente son este profundo enraizamiento e integración en la familia los que proporcionan la confianza en la persona para servir libremente al reino de Dios y su justicia. 16. Por eso Jesús aparece en sus primeros años de vida profundamente inserto en el núcleo familiar, en la familia de Nazaret[107]. Pablo ya alude a la plena condición humana de Jesús con una mención a la madre del Hijo, «nacido de mujer» (Gál 4,4). Lucas y Mateo escriben los relatos de la infancia de Jesús, de intención más teológica que histórica y de gran dificultad interpretativa, pero que evidencian que el primer desarrollo de Jesús se realiza en una familia. Jesús tiene unos padres que cuidan de él. Lucas lo presenta creciendo ante Dios y los hombres (Lc 2,51-52). Jesús aparece unido a sus parientes con naturalidad en las bodas de Caná: «Después bajó a Cafarnaún con su madre y sus hermanos, pero no se quedaron allí muchos días» (Jn 2,12). Jesús es identificado como miembro de su familia: ¿no es este el hijo del carpintero? (Mt 13,55-56); ¿No es este Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? (Jn 6,42). Jesús nace, crece y pasa la mayor parte de su vida en un contexto familiar. Por eso el Dios-humano asume personalmente la familia. Además, sus padres 38
prácticamente no salen de ese ambiente familiar. Esto significa que ambos realizan el plan de Dios sobre ellos, en su vida familiar ordinaria, vulgar, aldeana. De María, que se dice que es la que más perfectamente ha cumplido el plan de Dios, no hay que olvidar que lo ha hecho en un marco casi exclusivamente familiar[108]. La familia es el contexto humano real de encuentro con Dios, con los hombres, con el ambiente humano. Pedro, incluso, está casado y es llamado por Jesús. Acepta los vínculos familiares y los integra en su segui-miento. Esta dimensión tan fundamental correspondería a lo que el cardenal Walter Kasper llama la familia en el orden de la creación. Es la dimensión ideal, normativa, de futuro, de fin. Todos tenemos necesidad de unos padres. Todos necesitamos ser cuidados por unos padres. Todos necesitamos «idealmente» para nuestro crecimiento humano y madurez humana unos padres con unas determinadas características: Padres que sean receptivos a nuestras necesidades, de tal manera que el niño se sienta objeto de reconocimiento. Padres que respondan de forma no destructiva a nuestra destructividad, que no contraatacan. Padres que tengan coraje, que se muestren fuertes ante las dificultades. Padres que proporcionen un espacio seguro y que proporcionen confianza. Todos los buenos padres y madres, como lo fueron María y José, por lo tanto, tienen «idealmente» tres cualidades, tres valores, que proporcionan seguridad y reconocimiento al niño en su crecimiento: Atención permanente: «Simplemente porque es su hijo y son exclusivamente responsables de él y responsables ante él de una manera singular» [109]. Preferencia del interés del otro sobre el interés propio: «No son sus necesidades respecto a su hijo, sino las necesidades del hijo las que han de ser primordiales». Entrega incondicional: la actitud de los padres ha de ser expresión de la promesa: «Pase lo que pase, yo estaré ahí para ayudarte». Estas características y estos valores se cumplieron plenamente en la familia de Nazaret. Estas tres cualidades y estos tres valores suponen negarse sistemáticamente a tratar al hijo en proporción a sus cualidades y aptitudes. Proporcionar seguridad y reconocimiento al hijo, que es lo más radical del oficio paterno, requiere que los padres se entreguen a su cuidado al margen que este sea feo o guapo, enfermizo o saludable, listo o retrasado. Por eso el «buen» cuidado paterno se define idealmente en parte por referencia a la posibilidad de que los hijos sufran la aflicción de una grave enfermedad, limitación o discapacidad. Por eso, los padres que tienen hijos seriamente enfermos y discapacitados tienen que ejercer estas cualidades de manera heroica. Esos padres son el modelo de la buena maternidad o paternidad y ofrecen el ejemplo digno de seguir y la clave para la tarea de todos los padres. Este amor profundo al hijo más allá de las apariencias de fealdad-belleza, enfermedad-salud o inteligencia-torpeza es la clave del amor paterno, la clave del crecimiento en el hogar familiar. Lo importante, social y culturalmente, es reconocer «normativamente» que todos necesitamos padres o figuras paternas para alcanzar la independencia. El crecimiento 39
viene a través de los otros. Decía Ortega, con mucha razón, que la autonomía se conjuga después de la dependencia. «Contra lo que pudiera creerse, la primera persona es la última en aparecer» [110]. La sustancia individual boeciana, la persona, se constituye desde los otros. Por eso, la familia es un icono de lo que es el crecimiento humano desde la dependencia, la limitación, la labilidad, la fragilidad y la vulnerabilidad. Todos nacemos en la cuna de la fragilidad y todos necesitamos de padres, figuras paternas o amigos para que hagan lo que no podemos hacer por nosotros mismos, bien sea en la infancia o en la vejez, en la discapacidad o la enfermedad. Todos alguna vez necesitamos que nos alimenten y nos vistan, todos necesitamos de los padres, abuelos, tíos o amigos para ser cuidados. Todos necesitamos de los otros para ser protegidos de la enfermedad y de las lesiones, de las gripes y rozaduras de la infancia, para identificar los peligros del fuego o la electricidad, para desarrollar las capacidades lingüísticas pronunciando mejor y conjugando bien los subjuntivos, para mejorar nuestro lenguaje ampliando el vocabulario, para saberlo usar en distintos contextos, para saber que ciertas cosas no se dicen ante las visitas, para recibir estímulos que desarrollen nuestra actividad cerebral, para salir de la inseguridad que engendra ansiedad o miedo ante la nueva clase de este año o las nuevas relaciones con el sexo opuesto. Necesitamos de los otros para lograr ser justos y solidarios, para distanciarnos de nuestros deseos, para aprender que ciertas cosas, aunque nos gustan, nos hacen daño, como los dulces o los caramelos, y poner límites, para no hacer siempre lo que nos agrada, para dejar a un lado los deseos infantiles, para despertar el deseo y la pasión por leer, para discutir y dialogar sobre política o religión, para descubrir lo que nos gusta, sea una chica o una carrera universitaria, para descubrir nuestras particularidades, para modificar o rechazar los propios juicios sobre tal personaje político o institución social en los que tiendo a ser un poco unilateral, para reconocer con sinceridad mi dependencia de mi mal humor o de mi vagancia, para confiar en nosotros mismos y estimarnos lo justo, para superar la influencia y presencia excesiva de los padres, para aprender pronto a participar en un conflicto sin ser destructivo, para evitar los extremos y excesos en el hablar y en el callar, en el ejercicio físico y en el comer, para aprender roles y funciones, para lograr la excelencia en la práctica profesional, para aprender cuándo ser precavido o cuándo arriesgarse, cuándo es necesario un chiste y cuándo un enfado, cuándo es necesaria la audacia y cuándo la paciencia, para saber cómo adquirir un carácter afable, para aprender a comportarnos ante extraños, cuándo ser hospitalario o suspicaz, para conocerse a sí mismos y resistir a los autoengaños y las alabanzas infundadas, para criticar con justeza, para aprender a investigar con rigor. Necesitamos de los otros para evaluar nuestros deseos más elevados o más rastreros, para reconocer varias modalidades de lo bueno en la vida, para llegar a nuestras propias conclusiones en las cuestiones fundamentales (éticas, estéticas, religiosas, etc.), para formar nuestra conciencia y para deliberar sobre medios y acordar ciertos fines[111]. Pero, sobre todo, necesitamos a los otros para imaginar distintos futuros alternativos, posibles, en diferentes direcciones, con bienes diferentes. La familia, por eso, no puede 40
ser un espacio cerrado, sino un horizonte abierto de crecimiento hacia los valores del Reino. Los padres y amigos son necesarios para pasar de una conciencia limitada al presente a una conciencia que incluye un futuro mejor que el que podemos imaginar. Los «buenos padres» son capaces de ver siempre más allá, de abrir horizontes, de alentar crecimientos. Esto es fundamental para el niño, el enfermo y el discapacitado, que pueden obtener de su entorno, muchas veces, una perspectiva limitada y empobrecida de sus posibilidades futuras. Muchas veces al niño se le etiqueta y se le estanca, a la persona con discapacidad se le inculca que no puede estudiar o al enfermo que no puede caminar. A veces la fragilidad, la lesión o la deformidad pueden impedir ver que la superación de los obstáculos derivados de esas aflicciones y limitaciones en buena medida depende no solo de los recursos que posean las personas, sino también de la contribución de los demás, de quienes pueden no tener la imaginación suficiente con respecto a las posibilidades futuras[112]. Por eso, necesitamos ser educados en la capacidad para imaginar futuros realistas alternativos para los otros. En la familia de Nazaret se dieron todas estas actitudes y valores de modo extraordinario. Pero este ideal no siempre se da en nuestras familias. La realidad es que muchas veces no se da. No siempre nacemos en medio de familias entregadas y desinteresadas, sino que somos abandonados, ignorados, arrinconados, marginados o nacemos en hogares monoparentales donde la mujer, normalmente, ha sido abandonada. No siempre nacemos del amor y de unos buenos padres, sino de la violencia, de la irresponsabilidad, del capricho, de la infidelidad. No siempre crecemos en un ambiente de desinterés y entrega incondicional, sino en familias egoístas, cómodas, cerradas, competitivas, etc. 17. Aunque el marco familiar se convierte así en lugar de encuentro con Dios y de maduración indispensable, no hay que olvidar que Jesús lo abandona por el Reino, que se trata de seguir a Jesús y que el camino de Jesús termina no en Nazaret, sino en el Gólgota, en Jerusalén. Y que solo desde ese «salir», «perder» y «morir» uno «entra», «reencuentra» y «vive» en la familia. Es necesario asumir que la función de la familia es «lanzar hacia fuera» en un progresivo proceso de maduración y autonomía y que los padres, como les recuerda el poeta Gibran, deben comprender que «vuestros hijos no son vuestros hijos... aunque estén a vuestro lado, no os pertenecen... Sois el arco desde el que vuestros hijos son disparados como flechas vivientes hacia lo lejos» [113]. La familia, por eso, no puede ser nunca un recinto cerrado, sino una educación para el Reino, para la vida pública, para la vida política, para el anuncio de nuevos valores, para el cambio social, para la lucha por la justicia. La familia será auténtica familia cristiana en la medida en que lance al mundo personas con voz, actos y voluntad de seguir e imitar al Cristo pobre y humilde, al Cristo que por el Reino dio su vida en la cruz, familia que viva el Evangelio completo en su hogar.
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4. Conclusión Creemos que ha llegado el momento de recuperar el Evangelio completo para todos los cristianos, las exigencias más radicales del Reino y del seguimiento para el núcleo familiar. No son para determinado tipo de estados o de personas. Son para todos. Habrá que ir descubriendo cómo integrar la opción por los pobres, la cruz, la fraternidad con los marginados, el seguimiento, la oración, la mesa compartida, la palabra profética, la itinerancia, la curación de los lisiados, un estilo de vida «alternativo» dentro del marco familiar. Quizá lleve todavía algún tiempo. Pero lo que no hay que olvidar es que Jesús viene a liberarnos de todo enclaustramiento, subyugación, dominación, falta de libertad, coacción, miedos..., también de las familiares, para poder seguirle y poder instaurar su reinado en la tierra. De ahí que sus críticas a la familia no sean otra cosa que la expresión del deseo de Jesús de construir familias donde en lo más alto esté la fidelidad a la voluntad del Padre, donde el centro de su vida sea el Evangelio entero, hasta en esos rincones más molestos y difíciles. Las palabras que preceden pretenden simplemente mostrar la necesidad de enraizar toda la ética familiar en una seria teología moral (CA 41) y en el alma de toda teología que es la Escritura. La llamada de Jesús es a «cargar con la cruz» y seguirle, a caminar hacia el Calvario, hacia Jerusalén, a no temer el enfrentamiento con las autoridades, a seguir –como dice Ignacio de Loyola en los Ejercicios espirituales– al Cristo pobre y humilde. Jesús antepone la cruz y el Reino. Esto no supone que Jesús no reconozca que el crecimiento humano pasa por el crecimiento durante los primeros años de vida dentro del núcleo familiar, sino que el crecimiento en la familia debe ser siempre un proceso de integración personal y social que aumente nuestra libertad y nuestro servicio al Reino y a los más pobres. Por eso Jesús aparece en sus primeros años profundamente inserto en su núcleo familiar de Nazaret, pero siempre creciendo en sabiduría, libertad y amor al reino de Dios. Ese crecimiento no debió de ser siempre fácil. De ahí que ya según Lucas les diera 42
a sus padres un buen «disgusto» a los doce años de edad cuando escapa al templo. Por lo tanto, no hay que olvidar que desde el principio la familia cristiana es Nazaret y Jerusalén.
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2. La nueva familia de Jesús 1. La nueva familia de Jesús La nueva familia de Jesús es una familia cuyo centro es Jesús. No es un grupo alrededor de un maestro de la ley, de un rabino, para estudiar y entender mejor la ley. No es un grupo de varones, separados del resto, vinculados celosamente en torno a Jesús. Al lado de Jesús, desde muy pronto, hay mujeres que lo siguen, lo acompañan y lo acogen en sus casas. Muchas de ellas tienen una vinculación profunda con el profeta de Nazaret. No es un grupo de cínicos contestatarios y mendicantes atados a las leyes de la naturaleza y críticos con toda norma social. No es un conjunto de personas que buscan una independencia individualista, sino crear una nueva familia. No llevan alforja para abrirse a la hospitalidad. No buscan una vida simple, sino confiar en Dios. No desprecian ni insultan, sino que desean curar toda enfermedad. No buscan la fusión con la naturaleza, sino el reino de Dios. En este grupo Jesús es el centro. Es el profeta que cura, perdona, ama, se acerca, confía en Dios, enseña a orar, habla en parábolas, sana, acoge con ternura, se sienta a la mesa, invita a no tener miedo, llena de paz[114]. La nueva familia no es una familia patriarcal unida por lazos de sangre, un patrimonio común que defender, un honor común y la autoridad de un pater familias. «Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,35). En la nueva familia de Jesús no hay jerarquía sino igualdad. No es una familia cerrada sobre sí, sino abierta y solidaria. Hay una profunda igualdad y una acogida servicial de los últimos de la sociedad, de los que vagan sin familia por los caminos y las cunetas de Galilea. Son hermanos y hermanas al servicio de los más pequeños y desfavorecidos. El Dios de Jesús se revela en los pequeños: «Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y se las has dado a conocer a los sencillos. Sí, Padre, así te ha parecido bien» (Lc 10,21). En esta nueva familia nadie ha de llamarse ni ser Padre. Nadie está sobre los otros, ni es señor de los otros. Nadie es maestro de los otros, salvo Jesús. No hay pruebas para entrar, ni requisitos que cumplir. Pecadores, recaudadores, personas poseídas por espíritus malignos (María de Magdala) son parte de la nueva familia de Jesús. No hay lugares establecidos, ni jerarquías, ni puestos predeterminados en las comidas como en Qumrán (sacerdotes, ancianos, pueblo). Todos están alrededor de Jesús. No hay ritual ni normas en comidas. Jesús no quiere a sus seguidores viviendo según el sistema jerárquico del templo[115]. Jesús invierte los valores. La grandeza no se mide por el grado de autoridad que uno pueda ejercer, sino por el servicio que ofrezca a los demás. «Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con poder. Pero no ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea esclavo de todos» (Mc 10,42-44). Jesús no 44
quiere una institución fuerte ni bien organizada, sino un grupo de personas que cure y que transforme con amor y servicio al mundo. No busca buenos gobernantes ni doctores, ni estrategas hábiles, ni buenos mandos. Jesús no busca fundar una nueva escuela rabínica. Jesús no necesita una corte de discípulos para satisfacer sus deseos. «Yo estoy entre vosotros como el que sirve» (Lc 22,27). Jesús no busca una comunidad ritualmente pura (como los fariseos), sino compartir mesa con gentes extrañas, aprender a estar entre las ovejas perdidas de Israel. No quiere un grupo cerrado y excluyente, o separado en desierto (esenios), no quiere un grupo para iniciar una guerra santa contra Roma (zelotas). Lo que quiere Jesús es que compartan su experiencia de la irrupción del reino de Dios y su experiencia de vivir pobremente abandonados en las manos del Padre para defender a los privados de padre, de vivir desplazados y arrancados de la aldea y el trabajo para trabajar por el Reino, sintiéndose acogidos por el único Padre. Esta nueva familia conlleva unas nuevas relaciones y un nuevo orden. Aquel pequeño grupo es llamado a ser símbolo del Reino, del futuro soñado y ofrecido por Dios a los seres humanos y al mundo. En ese grupo se adivinan unos rasgos y un nuevo modo de vivir:
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Viven unas nuevas relaciones sociales. No temen a los recaudadores, pues no tienen tierras ni negocios que perder. No viven pendientes de los decretos del César, sino que su única preocupación es «cumplir la voluntad del Padre». Jesús les habla de Dios como Padre, nunca como rey, no usa imágenes imperiales sino metáforas familiares. No busca un nuevo imperio, sino una familia de hermanos y hermanas. La salvación no viene a través de ningún imperio, sino por medio de esta nueva familia, esta nueva manera de vivir y relacionarse.
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Viven igualitariamente, sin dominación masculina. Los varones han dejado la posición privilegiada de sus casas y se han desprendido de parte de su identidad de varón. Ni siquiera Jesús se presenta como Padre del grupo, sino como hermano.
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Viven en los márgenes. El abandono de las estructuras del imperio y de la familia lleva a la nueva familia de Jesús a los espacios marginales. No tienen casa ni bienes. Son lo opuesto de las familias herodianas que detentaban el centro del poder. Viven entre los pequeños e insignificantes.
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Viven en la inseguridad. Los discípulos podían ser acogidos o rechazados. Jesús les dice: «No os preocupéis». Dios os cuida como los pájaros del campo o las aves del cielo. Los ve llamar a la puerta de las casas en busca de comida y hospitalidad. «Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, le abrirán» (Lc 11,9-10; Mt 7,78). Su Padre responderá de sus necesidades y les cuidará[116].
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Viven con alegría, pues han encontrado el tesoro escondido, la perla preciosa. No hay sentido para ayunar ni hacer duelo. Sus comidas están llenas de alegría por recuperar a la gente perdida. Se sentían amigos del pastor, del novio de la boda. Estos rasgos se reflejan claramente cuando este pequeño grupo es enviado a una 45
misión breve dentro del proyecto de Jesús y en nombre de Jesús. Dos tareas son claras en esta breve misión: anunciar la cercanía de Dios y curar de todo mal y sufrimiento. Las dos tareas están íntima y delicadamente relacionadas. Curan a las personas haciéndolas ver lo cerca que está Dios de su sufrimiento. Lo primero es curar enfermos y expulsar demonios sin importar si se es o no de los nuestros. «No se lo impidáis, pues el que no está contra vosotros está de vuestra parte» (Mc 9,38-40). Jesús les llama a ser «pescadores de hombres», a salvar y liberar. Estos rasgos conforman su modo, su estilo y forma de ir a las casas y de entrar en los hogares. No toman dinero, ni provisiones. No llevan zurrón. Esto supone renunciar a la mendicidad para confiar solo en la solicitud de Dios y en la acogida de la gente. No llevan bastón para no defenderse de perros salvajes y agresores y aparecer como personas de paz, pacíficas. Se acercan a las casas deseando la paz. No llevan sandalias. Irán descalzos, como los esclavos. No llevan una túnica de repuesto.
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No van solos. Van de dos en dos, para apoyarse mutuamente, para hacer más creíble la noticia. Este modo de proceder les hace vivir identificados con y cercanos a los más indigentes. No era de extrañar, pues Jesús vivía así: sin dinero[117], sin provisiones, sin zurrón de mendigo, sin bastón, sin sandalias, sin túnica de repuesto. Los discípulos, como el Maestro, curaban enfermos que volvían a la con-vivencia, leprosos y endemoniados que se sentaban de nuevo a la mesa, reconciliaban a partes enfrentadas y así experimentaban la llegada del reino de Dios a aquel lugar. Se construía una nueva comunidad en cada aldea sobre unas relaciones y unos valores distintos. 2. La familia en las primeras comunidades cristianas En el mensaje y en el espíritu cristiano sobre la familia hay una continuidad de los elementos esenciales, no de todos los elementos, entre el Jesús-prepascual, la predicación pospascual y los primeros siglos de cristianismo. Aparentemente los primeros textos cristianos muestran una evolución desde una cierta actitud antifamiliar de Jesús (dichos y tradiciones orales) a una aceptación crítica de la familia en la primera generación cristiana (cartas de Pablo y Marcos), para terminar con una aceptación entusiasta de la estructura de la casa en la segunda generación (Lc-He, 12Tim y Tit). Dicha evolución es explicada por algunos autores como debida a muchos factores: paso de una religión política a una religión doméstica (B. Malina), la necesidad de hacer viable la religión en una sociedad en que era central la familia (R. Aguirre)[118]. Pero más allá de estos debates, y como vimos anteriormente, hay ya en el profeta Jesús de Nazaret, que predicó en Galilea entre los años 28 y 30 de nuestra era, una mirada compleja y profunda desde el principio que integra los elementos más positivos de la familia con los elementos más críticos. Para nosotros, hay una continuidad en lo esencial entre Jesús, la misión prepascual de 46
los apóstoles –misión en evangelios–, la misión pospascual y los primeros cristianos en el tema de la familia. Una serie de rasgos se repiten de forma consistente y conforman a lo largo de los tiempos el espíritu de esta nueva familia de Jesús, de este renovado modo de ser familia. Estas casas-familias-comunidades cristianas configuran también el estilo de la misión cristiana. Familia y misión no son dos cosas separadas, sino que se adivina un mismo espíritu de fondo:
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Servicio. Los ministerios se conciben como servicio, como lo hizo Jesús. Desprendimiento. Son solidarios, compasivos y comparten con todos los que tienen necesidad.
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Hospitalidad. Algunos viven un modo de vida itinerante y son enviados, están en camino, se desplazan de un lugar a otro. En las casas los acogen y les dan alimento.
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Espíritu de hogar. Se reúnen en casas. Los misioneros entran en las casas y difunden el Evangelio «de casa en casa» (He 20,20).
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Realizan diversas tareas: expulsar espíritus inmundos (demonios), curar enfermos, predicar la conversión, compartir la mesa en las casas estableciendo lazos, anunciar la cercanía del Reino en ciudades. Tareas no solo de mensaje sino de relaciones, de hospitalidad, de sanación.
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Apertura. Están abiertos a los gentiles, a los no judíos o pecadores, los impuros en los márgenes del judaísmo[119]. Estos rasgos hablan de un espíritu de servicio, de sencillez, de hospitalidad, de curación, de compartir y de apertura en las casas y familias. Estas son las notas más claras de las primeras familias cristianas. Hay que tener en cuenta que tras la pasión, muerte y resurrección de Jesús, el movimiento de Jesús dejó de ser un movimiento de masas de gente sencilla para pasar a ser un movimiento discipular. El grupo de discípulos asociados íntimamente a su misión y que formaban una nueva familia son el núcleo de la antigua asamblea de Jerusalén (He 1,12-14). A este núcleo se añadieron muy pronto algunas familias que acogieron el mensaje y apoyaron a Jesús durante su vida. Ya no hay masas. Las masas abandonaron a Jesús en los últimos momentos y a la primera Iglesia. Jesús se dirigió inicialmente a las masas, pero ahora el movimiento de Jesús queda reducido, después de su muerte y resurrección, a sus discípulos –que vivían como hermanos– y a unas pocas familias que viven sus mismos valores. Los discípulos y las casas son los que dieron continuidad al movimiento de Jesús. En las casas parece que se recopilaron los primeros dichos y hechos de Jesús. La comunidad de Jerusalén estuvo dirigida por Santiago, hermano de Jesús, lo cual indica el papel central del grupo familiar de Jesús. En las casas y comunidades con-viven personas sin vínculos familiares, pero relacionados como si fueran de un mismo grupo familiar, como una nueva familia, como enseñó Jesús[120]. Jesús ofreció una nueva familia a los discípulos, una nueva familia en que poder vivir como hermanos. Por eso, en este 47
contexto no hay que olvidar dos cosas: Hay una continuidad después de la muerte de Jesús, a través de los discípulos y de las casas, de un modelo de relaciones familiares reconfiguradas desde la paternidad de Dios. La casa y el grupo familiar tienen un papel decisivo en la primera generación. El germen de la comunidad es el grupo de los discípulos y algunos más, no tanto las masas-multitudes. La entrada en esta nueva familia –conversión cristiana– supone para las personas de aquel tiempo la ruptura con los dioses familiares (distinto a lo que ocurría con las religiones grecorromanas) y la incorporación plena a una nueva familia-fraternidadcomunidad más allá de los lazos de sangre (distinto al judaísmo). La nueva fe no es solo ni primariamente una doctrina-anuncio, sino sobre todo la entrada y participación en una red de relaciones personales y vínculos (como era la visión de Pablo). Abrazar el cristianismo implica nuevas relaciones más allá de las familiares y una apertura a la universalidad. La conversión se da, en muchas ocasiones, por la vinculación con aquellos que viven situaciones de tensión, presión, privación, frustración, búsqueda en su vida cotidiana. La acogida dentro de esta nueva familia inicia una relación que da paso a la conversión. La Iglesia se presenta y se configura como una casa samaritana, una casa de hospitalidad[121]. Al principio de la conversión lo más importante es la vinculación a esta nueva familia. Los aspectos doctrinales adquirirán importancia solo más tarde. El mundo en que vivían los primeros cristianos estaba lleno de gente amenazada por carencias, escasez, malnutrición, hambre, enfermedad y otros peligros y tensiones. Eran pocos los privilegiados que vivían una búsqueda intelectual. En las comunidades no hay muchos poderosos ni de noble cuna (1Cor 1,26). De ahí que las exhortaciones al amor mutuo y la solidaridad de Pablo y Hechos revelen la importancia del apoyo material, de la acogida a los desfavorecidos y de la ayuda efectiva en el desamparo siguiendo el ejemplo de Jesús, que sanaba enfermos, liberaba endemoniados, acogía marginados y lavaba los pies a los discípulos[122]. Estas comunidades-casas-familias tenían unos rasgos esenciales: Eran comunidades personales, de relaciones personales, de redes como Jesús[123], de encuentro personal, con una atractiva vida en común. Eran comunidades que compartían las necesidades y estaban abiertas hacia fuera (Rom 12,13). No eran comunidades cerradas sino abiertas y en interacción con el exterior. Eran comunidades-casas de hospitalidad, de cercanía, de confianza, de acogida. Eran comunidades-casas en red con otras casas (Cloe con Éfeso, Febe con Roma) [124] . Eran comunidades en proceso. El mensaje se va asimilando en interacción personal y experiencia comunitaria a lo largo del tiempo y de las relaciones. Pablo mantiene relaciones largas con las comunidades. Muchas veces les vuelve a recordar lo dicho. Eran comunidades vivas, de amor mutuo a desplazados, débiles y necesitados, 48
creativas, activas. 3. Nuevos rostros y nuevos hermanos en la familia de Jesús Estos rasgos de las nuevas comunidades cristianas y de las nuevas familias cristianas hicieron que las casas-familias cristianas se conformaran de modo muy distinto a la mayoría de las familias. Fernando Rivas, en un reciente trabajo sobre la vida cotidiana de los primeros cristianos, estructura toda la segunda parte de su obra desde la casa-familia cristiana. En su libro se destacan, en el fondo, cuatro virtudes morales de la familia cristiana: igualdad, acogida-hospitalidad, compartir-solidaridad, apertura. En la casa-familia cristiana se vive como hermanos-as, sin discriminaciones con las mujeres, los esclavos y los pobres. En la familia cristiana se acoge a los más necesitados y se les da sentido: enfermos, presos, extranjeros, viudas, huérfanos. En la familia cristiana se comparte lo que se es y tiene: la limosna. La familia cristiana, por último, se abre al mundo, la ciudad, al imperio y a la cultura mediante un modo de estar en el trabajo, la escuela, el servicio militar, los espectáculos y los cargos públicos. Las primeras comunidades cristianas eran como una familia y se reunían en las casas. Este estilo designaba tanto el espacio –casa/hogar–, como la manera de relacionarse – familiar–. Las familias-comunidades cristianas son un contraste en una sociedad donde la familia tenía una organización claramente jerárquica y separada en sus ámbitos (públicovarón / privado-mujer). Estas casas-familias tienen unos rasgos distintivos. La Eucaristía era una comida doméstica, una comida familiar, una comida en casa donde todos son invitados sin exclusiones. Los dirigentes de las comunidades se asemejaban a los buenos padres y las buenas madres de familia. El pater familias no estaba preocupado por el honor o la autoridad, sino por el bienestar y el servicio a sus hijos y a su esposa. Las comunidades cristianas son familias que viven como hermanos y sin discriminación. A ellas pertenecían esclavos. Los varones y mujeres estaban igualados. La reunión en casas implicaba que se movían en el espacio propio de la mujer según la cultura del momento. Por ello, sus comunidades-casas-familias tenían una configuración distinta a las otras familias, unas nuevas relaciones y una nueva composición que integraba una serie de rostros a los que el cristianismo dio visibilidad y dignidad. ¿Cuáles son esos nuevos rostros y nuevos hermanos que aparecen en la familia de Jesús? 3.1. Las mujeres Las comunidades son familias donde las mujeres tienen un papel central. Las mujeres ponen sus bienes, su influencia, su tiempo, sus casas y sus vidas al servicio del Evangelio. Las mujeres participan como patronas de comunidades, como misioneras, como líderes comunitarias, como profetisas, como diaconisas. Las mujeres son benefactoras, ponen sus hogares a disposición de la comunidad, proporcionan sustento a los predicadores itinerantes, hacen donaciones a comunidades y monasterios, a hospitales 49
y asilos, y algunas de ellas mueren como mártires. La mujer es, en las primeras comunidades cristianas, colaboradora de los apóstoles, compañera de trabajo y profetisa de revelaciones interiores. En los primeros siglos hay mujeres que son diaconisas con un lugar importante en la liturgia, sobre todo en los entierros y en el bautismo de mujeres y con una importante dedicación a la caridad y a la formación de jóvenes. Algunas viven una vida de ascetismo, virginidad y castidad en el desierto, otras en sus casas, y un número considerable en medio de sus familias; pero la mayoría de las mujeres viven, de hecho, preocupadas por sus hijos, entregadas a ellos en cuerpo y alma. Entre las mujeres, es necesario destacar el papel de algunas viudas cristianas por su caridad, su protagonismo comunitario, su oración («altar de Dios»), su acogida hospitalaria, su enseñanza catequética y sus visitas a los enfermos[125]. No hay duda de que Jesús, las primeras comunidades y los primeros siglos dignificaron y dieron un lugar esencial a la mujer en la nueva familia de Jesús[126]. Por eso, el espíritu de la familia cristiana es el que dignifica y pone en un lugar central a la mujer. 3.2. Los esclavos La esclavitud formaba parte de la estructura social en el mundo romano. Se consideraba algo natural y necesario. Socialmente es muy importante tener en cuenta que los esclavos normalmente no tienen religión o tienen religiones extranjeras. Su presencia suponía la profanación de los actos religiosos oficiales. Por eso, su participación en estos ámbitos era vista como un escándalo. El cristianismo no busca la abolición ni condena la esclavitud[127], pero sin ninguna duda hizo evolucionar profundamente esta institución. Lo que hacen las familias y comunidades cristianas es luchar por la mejora de sus condiciones: ayudan a la toma de conciencia de su propia dignidad, recuerdan la igualdad de todo ser humano, promueven un trato humano a los esclavos, evitan todo tipo de crueldad. El concilio de Elvira excomulga ad tempus a los amos que castigan con la muerte al esclavo. Ante Dios todos somos iguales. Esa igualdad era vivida y sentida y profundizada sobre todo en el ámbito familiar. Las familias acogen a sus esclavos en la propia tumba familiar y, si el esclavo había muerto mártir, se le inscribía en los dípticos junto a los nombres más ilustres. Algunos esclavos llevan las cuentas de las comunidades cristianas, pues llevaban también las cuentas de sus amos, las cuentas de la casa y la familia. Los esclavos son acogidos en las asambleas –en el canto, en la palabra–, en los sacramentos y en los ministerios. Ya en los primeros siglos hay obispos que fueron esclavos y hasta un esclavo llegó a ser papa –Calixto I (217-222)–. El cristianismo autoriza muy pronto, para el escándalo de muchos, el matrimonio de mujeres libres con libertos y hasta con esclavos[128]. Las esclavas cristianas ejercen de diaconisas, viudas y ascetas igualmente que sus dueñas y al lado de sus dueñas. Esto da un clima muy diferente a los hogares y a las familias. Algunos cristianos, solo algunos, sobre todo a partir del siglo IV, afirman de modo 50
revolucionario que la esclavitud es contraria a la ley de Dios. Nadie tiene poder sobre otro, no se puede comprar a otra persona, nadie es superior a nadie[129]. Los Padres consideraron la esclavitud como un mal originado por el pecado (Agustín), por la codicia del hombre (Juan Crisóstomo), que ha dividido en dos la humanidad (Gregorio Nacianceno)[130]. La liberación de esclavos es ampliamente aconsejada. Las nobles cristianas conceden libertad a la mayoría también a partir del siglo IV. Incluso no los dejan marchar con las manos vacías para que no caigan en una situación peor. En este contexto aparece la manumisión in ecclesiam con la misma validez que otras legales. Los amos, ante la asamblea cristiana presidida por el obispo, declaran que liberan a sus esclavos. Los esclavos mejoran sus condiciones con ciertas medidas que toma el emperador Constantino: no hacerles marcas en la cara, no separar padres esclavos de sus hijos, no raptar a esclavas cristianas, no vender esclavos cristianos a dueños no cristianos, considerar homicidio el asesinato de esclavos por parte de amos[131]. La familia de Jesús no puede tolerar en su seno la explotación de otras personas. El espíritu de Jesús es el servicio mutuo y todo lo que sea oscurecerlo palidece lo que es la familia cristiana. De ahí que un aliento característico de la familia cristiana sea un espíritu de redención de esclavos, un cierto espíritu de liberar de todas las esclavitudes. No podemos dejar de recordar la labor de la Iglesia, y de tantas familias dentro de ella, con la prostitución, con las bandas juveniles y con la droga, que intentan liberar hoy de otras esclavitudes que roban a los seres humanos el don precioso de su libertad. El papa Francisco se pregunta sin tapujos: «¿Dónde está tu hermano? ¿Dónde está ese que estás matando cada día en el taller clandestino, en la red de prostitución, en los niños que utilizas para la mendicidad, en aquel que tiene que trabajar a escondidas porque no ha sido formalizado?» (Evangelii gaudium, 211). 3.3. Los pobres y los indigentes Los pobres, indigentes y mendigos son la mayoría de la población (80-90%). Mientras los pobres tienen trabajo y techo, viven austeramente y tienen familia, los indigentes y mendigos viven en la indefensión y exclusión, en espacios insalubres, sin posibilidad de integración. Las familias y comunidades cristianas buscan hacerlos visibles, eliminar su caracterización negativa, luchar contra las causas de la pobreza y de la indigencia, crear prácticas de acogida y protección. No hay que olvidar que los pobres son sujetos activos del nuevo movimiento de Jesús. La mayoría de los cristianos pertenecen al estamento inferior. Esto se observa en el lenguaje sencillo y popular que se emplea, en el recurso a parábolas y milagros. La voz de los pobres e indigentes es acogida y escuchada en las familias y comunidades cristianas, pues la mayoría son pobres. Los rituales cristianos nacen en las casas y en un ambiente popular donde los pobres están muy presentes: se llaman hermanos, se dan el beso de la paz, viven en solidaridad con los más desfavorecidos, dan limosnas y se incluye a los distintos y desconocidos. En un mundo lleno de barreras, todos son acogidos y enseñados. Luchan contra la división 51
natural entre una minoría rica y poderosa y una mayoría pobre e impotente. El Dios de Jesús tiene predilección por los menos valorados socialmente: pobres, indigentes, niños, mujeres, etc. Lo importante en la nueva familia de Jesús no es el grupo social, sino el ser hijo de Dios[132]. Con el tiempo, crecen el número de donaciones fruto de la generosidad y solidaridad de los cristianos. El obispo aparece como el gestor y el benefactor de los más desvalidos. La Iglesia ayuda por solidaridad, con personas de gran preparación, les da sentido a sus existencias y los integra en comunidades. En Antioquía a finales del siglo IV se atendían a más de tres mil necesitados y en Alejandría a más de siete mil[133]. Ese espíritu de Jesús ha hecho que la Iglesia esté cercana a los pobres y que en su seno nacieran muchas familias religiosas (franciscanos, paúles, etc.) que se dedicarán especialmente a ellos. 3.4. Los huérfanos Los niños son seres profundamente indefensos y vulnerables. En el Imperio romano, muchos niños recién nacidos son abandonados (exposición de niños). Su destino normal era la esclavitud, la muerte o la prostitución. Los cristianos condenan duramente la exposición de niños. Presumen que entre ellos no están desatendidos. Normalmente son acogidos por otros miembros de la familia o por personas de la comunidad. Si es varón por personas que no tienen hijos, si es mujer por alguien que ya tenga un varón. Se procura en las comunidades y familias que las muchachas se casen bien y que el varón aprenda un oficio. El obispo es como un padre de los que están sin padre. Por eso, no extraña que después de Constantino en la Iglesia se crearan diversos orfanatos en Roma, en Belén y en otros lugares[134]. A lo largo de la historia, la Iglesia siempre estuvo preocupada por acoger en su familia, atender y educar a los niños más abandonados y vulnerables. En los monasterios se acogía a muchos niños abandonados y a muchos hijos que las familias no podían atender. Muchas familias religiosas nacieron del drama de observar a tantos niños abandonados en las calles, sin el calor de las familias, vulnerables. San José de Calasanz (1557-1648), en el memorial que en 1926 dirige a los cardenales del Santo Oficio, explica el carácter de su obra: «Es propio del Instituto de las Escuelas Pías enseñar a los muchachos y particularmente a los pobres, muchos de los cuales, por la pobreza o dejadez de sus padres, no vienen a las escuelas ni aprenden oficio o ejercicio alguno, sino que van perdidos ociosos y por tanto fácilmente se dan a diversos juegos». Los Hermanos de la Salle, los maristas y otros tantos se consagrarán a educar a los niños más indefensos y pobres[135]. 3.5. Los extranjeros y los extraños La hospitalidad familiar de las primeras comunidades tiene una dimensión religiosa. Las familias creen en la presencia de Dios en el huésped. En las comunidades y familias influyen enormemente los modelos de Abrahán, Rebeca, Zaqueo, Simón y Marta y 52
María. Detrás están siempre las palabras del Señor: «Fui extranjero y me acogisteis» (Mt 25,35). La hospitalidad familiar posibilita a los primeros misioneros itinerantes tener una plataforma desde donde poder evangelizar y pone en contacto a miembros de distintas comunidades permitiendo una gran movilidad, sobre todo, a ciertas profesiones como artesanos, comerciantes y funcionarios. Los cristianos sabían que, si emprendían un viaje, iban a ser acogidos por las comunidades que hubiera en el camino. Los cristianos se sentían como extranjeros, pues su auténtica patria era el cielo. La esperanza en la venida inmediata de Dios les hacía vivir desligados de la patria, de la tierra y en gran parte centrados en las relaciones fraternas de la comunidad-familia. Esto proporcionaba una gran apertura de horizontes vitales. Sin ingenuidades también realizaban un discernimiento en la acogida. Si el que llegaba deseaba permanecer muchos días, si era ocioso, si enseñaba otra doctrina, si no traía cartas de recomendación se sospechaba de su buen espíritu[136]. Al inicio todos acogían al huésped, que se solía hospedar en la casa donde se reunía la iglesia local, en la casa del líder comunitario. Con el tiempo ciertas personas se encargan de esta tarea: viudas y obispos principalmente. Normalmente su estancia la financia la caja común o ciertas personas acomodadas, sobre todo mujeres. Luego se crean, para las peregrinaciones, edificios especiales para la acogida, casas de extranjeros-peregrinos[137]. Esta tradición de acogida al que viene de camino, al que viene de lejos, al distinto y diferente, siguió en la tradición cristiana durante siglos. Los monasterios fueron siempre lugares de hospitalidad y la Iglesia siempre tuvo una especial sensibilidad con el extranjero y el inmigrante[138]. De hecho las iglesias han sido lugar de integración y encuentro de los inmigrantes durante siglos. 3.6. Los enfermos La muerte y la enfermedad marcaban todos los espacios, edades y clases sociales. La alternativa para la mayoría de la población era recurrir a oraciones a los dioses o recurrir a los médicos y curanderos. Para los cristianos, el Padre y el Hijo son los únicos que conceden la auténtica salud-salvación. Jesús había curado ciegos y paralíticos y había puesto sus manos sobre leprosos, manifestando así el amor sanador de Dios y reconociendo a los enfermos como hermanos y prójimos. En la Iglesia, el obispo, las viudas y los diáconos son los encargados del cuidado de los enfermos. En aquella cultura, las mujeres y los esclavos son los que cuidaban a los enfermos. Por eso, en la Iglesia lo realizan preferentemente las viudas, las diaconisas y las vírgenes. Lo que suponía un hecho contracultural era que lo realizaran varones diáconos, aunque muchos de ellos eran esclavos o libertos. En todo caso, el lugar del cuidado y la atención de la enfermedad era el ámbito familiar, el ámbito doméstico, la casa. Por eso, las casas y familias cristianas eran hogares y hospitales que cuidaban y curaban a los enfermos. Los cristianos trataban de averiguar quién estaba enfermo, le llevaban la Eucaristía, le proporcionaban ayuda económica, le visitaban, lo buscaban si alguien estaba abandonado 53
–sin hogar–, lo lavaban sin engaño, sin ánimo de lucro, sin soberbia. Y como al buen samaritano, le proporcionaban no solo atención personal, sino medios para integrarse en la sociedad. Ciertos enfermos que son excluidos de todo espacio social participan en la Eucaristía: disminuidos psíquicos, epilépticos, etc. Muchos enfermos son traídos a las casas de las familias cristianas, muchos participan de las celebraciones comunitarias en las casas de las familias cristianas. Los cristianos, por eso, crean hospitales muy pronto. Tienen comportamientos heroicos en epidemias y catástrofes, en pestes: visitan, sirven, cuidan, limpian, abrazan, envuelven en sudarios, entierran y asumen voluntariamente la muerte y el dolor de otros. Este comportamiento llama la atención frente al sálvese quien pueda, el apartarse de los enfermos y apestados, el rehuir a los más queridos, el arrojar a la calle a los moribundos, el no sepultar cadáveres y el evitar el contagio y la muerte de tantos de sus conciudadanos. De hecho el comportamiento ante los enfermos contribuyó de modo significativo al crecimiento del cristianismo primitivo. Atrajo a muchas personas esa actitud de una comunidad que en especiales dificultades acude en tu ayuda. El cuidado de los enfermos contribuyó a una menor tasa de mortalidad entre los cristianos en una sociedad donde estas situaciones se repetían cíclicamente[139]. Este cuidado de los enfermos por las familias cristianas ha llevado a que nacieran en el seno de la Iglesia varias «familias religiosas», varias fraternidades dedicadas a su atención y cuidado, como son, entre otras, los Hermanos de San Juan de Dios y los Camilos[140]. 3.7. Los presos Desde los orígenes hay una preocupación especial por los que están en prisión (Mt 25,36; Flp 1,16; Heb 10,32-36). Ya Clemente de Roma afirma: «Sabemos que entre nosotros muchos se han entregado a las cadenas para rescatar a otros; muchos se han vendido por esclavos y con el precio de su libertad han alimentado a otros» (1Clem 55,2). Los cristianos desde muy pronto intentan hacer todo lo posible para conseguir la libertad de los que están en la cárcel, buscan proporcionarles cuidados y alimentos, acompañarlos, defenderlos, consolarlos y ayudarles con dinero. Muchos eran condenados al anfiteatro, a las fieras, a las minas, a las galeras. La comunidad cristiana se volcaba todavía más si la prisión los conducía al martirio. Los cristianos entonces entienden este cuidado como algo sagrado. Pronto será una función importante de los diáconos. Esto será una constante de la gran familia cristiana a lo largo de los tiempos, cuyo espíritu llevará a crear una familia religiosa en el Medievo, la Orden de la Merced, dedicada a la redención de los cautivos[141]. Si en el evangelio de Mateo se nos recuerda que en el juicio último ante Dios se nos pedirá cuenta de las obras de misericordia, también quizá sea esa la demanda más importante del Evangelio no solo a los individuos, sino a las familias que se dicen cristianas. Por este motivo y no por ninguna cuestión de forma es por lo que podemos encontrar en estos rasgos la definición de la familia que quiere ser cristiana: «Tuve 54
hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel y acudisteis a mí» (Mt 25,35-36). Esta fue la familia cristiana en los primeros siglos del cristianismo y quizá sean estos los rasgos de lo distintivo de la familia cristiana actual. Al final esto es lo que importa, lo definitivo, lo que salva, lo que queda.
4.
La
educación en la familia en los primeros siglos del cristianismo La misión educativa de la familia cristiana es como un verdadero ministerio. Santo Tomás de Aquino, de hecho, compara el ministerio educativo de los padres con el ministerio sacerdotal[142]. Este ministerio educativo debe estar impregnado de amor y confianza. Decía san Juan Bosco: «La educación es cuestión del corazón... el que sabe que es amado, ama, y quien es amado obtiene todo, especialmente de los jóvenes... Los corazones se abren y hacen conocer sus necesidades y manifiestan sus defectos». «Tenemos más necesidad de personas que de cosas», apunta en uno de sus escritos el cardenal Martini[143]. Los hijos tienen necesidad de personas que tengan un fuerte sentimiento de su existencia, que se interesen verdaderamente por ellos, que los tomen en serio, los reconozcan en su interioridad y sus deseos y que no los vivan como un peso, un lujo, una incomodidad o una limitación a su libertad o felicidad. Los hijos deben sentirse valorados y desde ahí también estimulados a corregirse para mejorarse. Por eso el afecto de los padres no solo es ánimo, sino fuerza y estímulo para enfrentarse a la realidad, a la vez que compañía en el camino de la vida[144]. Esta actitud de cercanía afectiva, reconocimiento, valoración y estimulación del esfuerzo y la mejora estuvo muy presente desde el comienzo en las primeras comunidades cristianas. 4.1. La educación en prácticas y virtudes en las familias Todos estos nuevos rostros y relaciones de la nueva familia fueron vertebrando una serie de prácticas, hábitos, instituciones y virtudes que fueron muy comunes en las primeras comunidades cristianas. En las comunidades-casas-familias pronto nació la limosna, la caja común, las listas de necesitados, los entierros en un mismo lugar, la creación de hospitales, las eucaristías domésticas, los procesos catequéticos, la manumisión de esclavos, la adopción de huérfanos, la visita de enfermos, etc[145]. Las actitudes y valores evangélicos pronto cuajaron en instituciones y prácticas. En las comunidades-familias se vive el espíritu de Jesús y desde ese espíritu se intenta 55
responder a nuevas preguntas y nuevos desafíos. El Evangelio, las palabras y los hechos de Jesús se confrontan con la realidad cotidiana de sus trabajos, de su ocio, de sus espectáculos y de sus instituciones sociales y políticas. Discerniendo la cultura desde los valores del Evangelio, los cristianos van encontrando poco a poco una serie de criterios en el trabajo, en el ocio, en la vida del hogar, en la vida pública. Los cristianos se sienten en el mundo sin ser del mundo[146]. Ante la asistencia a ceremonias y espectáculos, los cristianos disciernen cuál debe ser su conducta conforme a los valores evangélicos. Por ello deciden no evitar estar en el foro, en la taberna, en el mercado, en el baño, en la oficina o en la feria, a la vez que la mayoría deciden alejarse de otros lugares como el circo, el anfiteatro o los baños con mujeres. En este discernir la cultura del momento confrontándola con el Evangelio, tampoco siguen los usos paganos al poner nombre a sus hijos. Los valores evangélicos son también discernidos en la profesión. Los cristianos ejercen todas las profesiones mientras no se opongan abiertamente a las creencias cristianas (trabajar en un templo pagano, robar, etc). Se dedican con toda santidad a sus trabajos. Ven el ejercicio de la profesión como un medio de evangelización. Así se socorren a sí mismos y no sobrecargan a la Iglesia. El trabajo tiene la finalidad de dar y de compartir. Se exhorta a no caer en la ociosidad y la holgazanería. El trabajo es una virtud. Se recuerda con frecuencia el «quien no trabaja que no coma» de Pablo (2Tes 3,10). Las primeras comunidades discuten si ciertas profesiones deben ejercerse (actores, astrólogos, soldados, hacedores de amuletos, etc.) o cómo ejercerlas. No se preocupan tanto por enseñar a sus hijos profesiones lucrativas cuanto por vivir despegados de las riquezas (JUAN CRISÓSTOMO, Hom. In Eph. XXI). 4.2. La educación de los padres en el amor y en la responsabilidad Las familias cristianas, como el resto de familias, creen que la niñez y la juventud son las edades más adecuadas para moldear la conducta, pues en estos años el carácter es dúctil y flexible. La educación en el mundo antiguo es una educación fundamentalmente en virtudes que se aprenden con la práctica, pero también con la instrucción y con la razón. Para la comunidad cristiana, ambos padres son responsables de la educación de los hijos. Llama la atención, como apunta E. Estévez, que las instrucciones de la Didascalia (22) y las Constituciones apostólicas (IV, 11, 1) sobre la corrección de los padres a los hijos estén en plural, referidas a ambos. Sin duda muchas mujeres casadas con no creyentes debieron de influir enormemente con su fe en la educación de sus hijos. La educación incluía la corrección a través de castigos y recompensas, el poner límites y el saber motivar, la vigilancia y la elección cuidadosa de los educadores, el aprendizaje y el respeto de normas y leyes, el cuidado y la concordia. Se enseña a los hijos a ser obedientes a los padres, pues es natural y grato a Dios (Col 3,20). Se recuerda con frecuencia el texto de Ef 6,1-4: «Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor; porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, tal es el primer mandamiento que lleva 56
consigo una promesa: para que seas feliz y se prolongue tu vida sobre la tierra». La obediencia a los padres fue esencial en la evangelización y extensión del cristianismo[147]. ¿No choca todo esto con ese espíritu de Jesús que veíamos en los sinópticos? Lo cierto es que nos movemos en un contexto de comunidades cristianas animadas por el espíritu de Jesús, alentadas siempre desde cierto «patriarcalismo del amor» [148], que vivían siempre en el horizonte del Señor, «en el Señor», en los valores del Reino y del Evangelio. Desde ahí no extraña que el conflicto no estuviera tan presente. Además, esa obediencia hay que enmarcarla en un contexto más amplio de amor y cariño donde insisten en no desesperar a los hijos, no irritarlos, no desanimarlos, no pegarles, no ser demasiado duros con ellos. Y, por eso, cuando los educan en el amor, la generosidad o el perdón les revelan la imagen de Dios en ellos[149]. Los padres educan de modo integral: «Educas a un filósofo, a un atleta, a un ciudadano del cielo», dice san Juan Crisóstomo (De Inani, 39). Los padres conciben que la educación de los hijos es algo tan delicado como la realización de una pintura, una estatua o el moldeado de la cera blanca, que hay que tratar con detalle y minuciosidad, con paciencia y atención. En la educación en las primeras comunidades cristianas y los primeros siglos destacan dos cuestiones fundamentales: el amor y la confianza, por un lado, y la responsabilidad y el compromiso, por otro. Son las dos alas de la educación. Los padres cristianos educan muy desde el comienzo en la confianza y en el amor, en un amor que viene de lo alto, en un amor que es fruto, dentro del matrimonio, de un camino a veces nada fácil con otra persona –un amor que conlleva oscuridades y sufrimientos–. Comprender que Dios nos ama primero y que somos amados gratuitamente es la base de la educación cristiana. Sentir el amor de nuestros padres y de la pareja que ha encontrado en nosotros algo amable y esencial es una de las experiencias más hondas y más fundantes de la vida. Sentir ese amor más allá de la salud y la enfermedad, de la vida y la muerte, de las alegrías y las penas enraíza en un amor y una confianza profundas que marcan para toda la vida. Se trata de asentar al niño sobre la roca firme de la confianza, enseñar a fiarse del otro y cuidar al otro, ayudar a releer como providencia el encuentro casual que la vida nos ha regalado con el otro. Educar es acoger profundamente para poder confiar en la vida y en el mundo. El temor a no ser acogido y querido es lo que más nos limita en la vida. La confianza en la vida tiene que ver con la confianza en sí, que se va labrando en las relaciones fundamentales de la vida, entre las que destaca la relación con los padres. Como Dios con su pueblo, así los padres deben decir: «Porque vales mucho a mis ojos, eres precioso y te amo» (Is 43,1.4). Y cuando los padres no pueden, allí la comunidad cristiana debe ser lugar de referencia y ayuda a los padres[150]. Los padres cristianos deben educar en tomar decisiones significativas y valerosas: «Dejad que los muertos entierren a los muertos». El Evangelio no puede llevarnos a experiencias de apatía y conformismo. El sermón del monte es elocuente y el episodio del joven rico que rechaza la llamada radical de Jesús es expresivo de cómo la tristeza 57
inunda el corazón de quien no lo entrega todo (Mt 19,16-27). La educación cristiana desde los primeros tiempos no solo fue en el amor y la confianza, sino estímulo al compromiso y a la entrega, aliento de la responsabilidad, exigencia y propuesta de ideales. La familia cristiana tiene que educar en la participación comprometida en la Iglesia y en la sociedad. Los padres deben educar en establecer relaciones significativas y hondas de amistad y con adultos maduros. Educar es acompañar con cercanía y con discreción, no solo reprimiendo, sino alentando el crecimiento y la independencia, canalizando y guiando, marcando límites, pero sin destruir la subjetividad. Por eso crecer es comprometerse, arriesgar, tomarse en serio la vida y el tiempo. Por este motivo, desde los primeros siglos los padres educaban a sus hijos llevándolos a la iglesia, al hospital, a los barrios más pobres, acogiendo en casa a extranjeros, etc. Dos raíces tiene la educación cristiana en la familia en los primeros siglos que parecen ir siempre unidas: la confianza y la entrega, el unirse y el separarse, el integrar y la apertura, el fundar el amor y el abrir a la responsabilidad. 4.3. Educar en la fe y la esperanza Los padres cristianos buscaban enseñar a los hijos las Escrituras, pues estaban convencidos de que eran la fuente de toda sabiduría. 2Tim 3,15 muestra cómo Timoteo conoce las Escrituras desde niño gracias a su madre y a su abuela. Muchos santos Padres insisten en esto teniendo en cuenta la edad. Hay que contar las historias bíblicas adaptándose a su edad y capacidad de comprender. Este acercar muy tempranamente a los hijos a la Escritura hará que las palabras del creyente sean palabras de acción de gracias, himnos sagrados o salmos y no palabras ofensivas e injuriosas. Los padres que cuentan las historias bíblicas generan en la familia unos lazos muy especiales. La Biblia además ayuda a los cristianos de los primeros siglos a la formación moral, a someter las pasiones, a controlar los sentidos –las cinco puertas de la ciudad–, a ejercitar las virtudes morales. Proporciona modelos bíblicos de virtud (Abrahán, Moisés, Caín y Abel, José, Jacob y Esaú) que marcan con sus actitudes a generaciones y generaciones de cristianos. Sus historias, sus consejos y sus normas irán moldeando la conducta moral de los cristianos. Los padres cristianos en los primeros siglos dan una importancia esencial a la oración. Rezar en familia, orar ambos cónyuges, cantar juntos salmos, animar a los hijos a rezar antes del trabajo, en determinadas horas o en la iglesia es una de las prácticas más comunes de las familias y los matrimonios cristianos de los primeros siglos. Las familias cristianas piden al Señor que les enseñe a rezar en familia: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11,1). Es un don que hay que pedir y una presencia que hay que reconocer. Jesús asegura: «Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,8). «La oración de un papá y de una mamá junto a sus hijos es, pues, una gran ocasión para hacer experiencia de la extraordinaria cercanía de Dios» (Familiaris consortio [FC], 59)[151]. La oración ayuda a ir creando silencio en nuestro interior, a aislarse de distracciones y 58
a escuchar el eco de la voz de Dios. La oración ayuda a ir encontrando los deseos y añoranzas más profundos, a no preocuparse «demasiado por la comida o la bebida» (Mt 6,25). La oración enseña a hablar desde la intimidad, como Moisés, que «hablaba con Dios cara a cara» (Éx 33,11), a dialogar, a escuchar a un tú, a un tú que habla en nuestro interior. La oración nos ayuda a contemplar la profundidad de las cosas con ojos gratuitos, sin intereses, sin buscar ganar nada, sin prisas. La oración ayuda a agradecer las cosas que la vida regala cada día, como son la familia, los amigos, la naturaleza o la fe[152]. Alabar y dar gracias en familia ayuda a contemplar la grandeza de Dios en la vida y a reconocer que cuanto de bueno recibimos continuamente viene de arriba[153]. La oración, cuando es oración con y por los otros, abre la familia a los otros, a la sociedad, a la Iglesia. Se trata de ir labrando una mirada al mundo con los ojos de Dios. «Padre, que no se haga mi voluntad» (Lc 22,42). Uno siente que no es una isla, sino alguien vinculado a los otros. «Tuyos eran y tú me los confiaste. Yo rezo por ellos porque te pertenecen» (Jn 17). Rezar por los pobres, por los enfermos, por los que sufren, por los perseguidos, por los que sufren la guerra y la violencia, etc. abre y ensancha el corazón. Por eso desde los comienzos las familias cristianas enseñan a rezar por los problemas del mundo. En los primeros siglos las familias cristianas educan en la fe mediante el contacto con la Palabra y en la oración interior, eclesial y por las necesidades del mundo. Hoy es verdad que hay que educar en la fe sin repetir los gestos religiosos, ofreciendo significados nuevos, nuevas pasiones, transformando y renovando. Es necesario acoger las rebeliones y las reacciones de los hijos como signos de una vida que se desarrolla, que crece, que quiere ser ella misma. Muchos jóvenes abandonan la fe cuando descubren que no hay una convicción profunda sobre los valores religiosos y las prácticas no tienen una motivación real, cuando no han llegado a un conocimiento vivo y personal de Jesús, cuando no se les deja crecer en su autonomía y libertad, cuando no encuentran un grupo cristiano profundamente humano y socialmente comprometido, cuando no encuentran maestros adultos amigos, cuando no se usa la misericordia, cuando se equivocan, cuando falta una visión global de la verdad y vida cristianas[154]. Por eso, detrás de sus denuncias hay un camino para ofrecerles y proponerles la fe: valores enraizados en la vida, conocimiento vivo de Jesús, crecimiento en libertad, grupos comprometidos, maestros adultos, misericordia, visión amplia y honda de la verdad cristiana. Los padres de familia de los primeros siglos cristianos educaron con esperanza. Esa esperanza implicaba educar con optimismo, con la paciencia del que sabe esperar el tiempo del crecimiento, del que sabe de la importancia de los pequeños pasos, con la ilusión que sabe de la bondad más allá de los errores, que sabe que se crece desde los límites, que se crece confiando en la bondad de las personas, del mundo, de la vida, que uno se encuentra con la persona más allá de sus actos, que lo importante es estimular a corregir los defectos para mejorar. Esta esperanza estaba fundada en la presencia del Señor resucitado, en la esperanza en un Dios que es misericordioso con los pecadores, en la esperanza de un Dios que está esperando siempre que volvamos de corazón a Él, 59
como el padre del hijo pródigo. En resumen, las familias cristianas de los primeros siglos son hoy un modelo para educar en la fe y en la esperanza mediante el cultivo de la interioridad, el hábito de leer y orar con la Escritura juntos, el reconocer al Señor presente en la vida de cada uno de la familia y en la familia completa y en una mirada siempre llena de esperanza. 4.4. Educar en la caridad, en el desprecio de las riquezas y del honor y la preocupación por los pobres y necesitados[155] La familia, como hemos visto en las páginas precedentes, está al servicio del reino de Dios. La familia cristiana no puede ser nunca una comunidad cerrada sino anunciadora del evangelio de Jesús. Esto significa educar en el estilo y modo de vivir de Jesús. Ese estilo no es otro que el de una persona entregada a cumplir la voluntad del Padre y que vivió y murió por los más pobres y necesitados, volcado en una vida de compasión y de curación. Ya Timoteo afirmó que «la raíz de todos los males es el afán de dinero. Algunos, por dejarse llevar de él, se extraviaron en la fe y se atormentaron con muchos dolores» (1Tim 6,6). En las comunidades-familias cristianas se critica desde muy pronto la codicia y la avaricia, vinculándolas con la idolatría. Se critica la suntuosidad en la casa, la búsqueda de vanagloria, los adornos de las mujeres, los banquetes de boda suntuosos y excesivos, las comidas, los vestidos, y se valora la austeridad y la sencillez[156]. Es verdad que en la educación de los hijos no se concreta demasiado la preocupación por el pobre y necesitado. Se suele hablar en general[157]. Se invita a repartir, a dar a los pobres, a socorrer. La codicia, que rompe la comunión, es la síntesis de todos los males, pues lleva a envidiar, jurar, maldecir, robar. Por el contrario, las familias cristianas lo que buscan y en lo que educan a sus hijos es en el compartir con los que tienen necesidad, en el desprendimiento, en la limosna, en la solidaridad, en la sencillez, en la cooperación, en la ayuda al enfermo y al huérfano, en el cuidado del que está en la cárcel y de la viuda. Actualmente, es esencial educar en una cultura y solidaridad ante tantas familias sin trabajo, vivienda, educación y servicios sanitarios. Juan Pablo II lo expresó con claridad: «Si la solidaridad en lo material es una expresión esencial y prioritaria de la caridad fraterna, el ayudar y compartir con las familias más pobres y necesitadas es la mejor forma de vivir la caridad familiar. En la medida en que seamos capaces de ayunar de nuestro deseo de poseer, con el fin de ayudar al prójimo necesitado, en esa medida alimentamos la capacidad humanizadora de la familia» [158]. ¿Qué tiene todo esto que enseñarnos hoy? Tenemos que evitar las diversas deformaciones éticas vinculadas a la familia. Para unos la familia es como un reducto de la moralidad. Para otros la familia es un ámbito de desmoralización (opresión, despotismo, egoísmo e hipocresía). Ambos extremos están lejos de la mirada cristiana, de la mirada de Jesús a la familia, pues ni la familia es un 60
absoluto ni de la familia puede prescindirse para el crecimiento humano. Por eso, la educación en la familia y en los valores debe evitar ciertos extremos que ni son humanos, ni son cristianos[159].
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En el pasado fue muy común la ética de los deberes familiares. Todo se reduce a obligaciones de los padres y de los hijos. Reverencia, obediencia, ayuda corporal, educación son obligaciones ineludibles. Un buen ejemplo es el siguiente texto de J. Bujanda, que recoge Marciano Vidal en su libro Para orientar la familia posmoderna: «Obligaciones de los hijos. Pecan gravemente contra el cuarto mandamiento los hijos que desean un mal grave a sus padres, los que los tratan como a un enemigo o a un extraño, los que los golpean, los que sin motivo les dan un disgusto grave, verbigracia, hasta ponerlos muy tristes o hacerles llorar, los que desobedecen en algo que, de no hacerse, se seguirá un daño notable; los que se van de casa sin su permiso explícito o equivalente» [160]. Detrás de este modelo predomina una serie de pseudovalores como el autoritarismo jerarquizado, el individualismo, el machismo, la obediencia ciega[161]. Hay una exigencia y un centramiento de la vida familiar en las obligaciones que se hacen difíciles en una época que, como ha descrito Gilles Lipovetsky, se caracteriza por cierto «crepúsculo del deber» [162].
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Familismo cerrado. Consiste en esperar todo de la familia. Suele darse una sobreprotección materna, un apoyo exagerado de los padres que impide la emancipación, un amoralismo familiar que tapa los escándalos de corrupción, unas relaciones económicas concebidas según un modelo de familia patrilineal. La familia se comprende como único foco de solidaridad y responsabilidad moral para el individuo, sacrificando otros valores[163]. En el siglo XX empieza a ser común la ética del desarrollismo consumista. La base es la realización de la persona como exigencia individualista. Aplicado a la familia supone la continua promoción y el ascenso de todos los miembros de la familia: los hijos tienen que ser más que los padres. Hoy hay que ser más que ayer. Se centra la dinámica familiar en el consumo de bienes económicos, culturales, educativos. El trabajo y la ocupación fuera de casa son signo de esta mentalidad de desarrollo personal. La liberación sexual es otro signo de la realización individual. El afán consumista abarca también incluso el mundo de las relaciones. Es un modo de vida centrado en el tener sobre el ser, en la avaricia, que como dijo Pablo VI, es una forma de subdesarrollo moral (Populorum progressio, 19)[164]. En la segunda mitad del siglo XX empieza a extenderse el modelo de la familia privatística-hedonista. Se da una mayor incomunicación. No hay protestas ni violencias. Se evitan implicaciones y complicaciones. Hay una búsqueda del placer sin estridencias y, como consecuencia, una vivencia del trabajo más como necesidad que como realización. Hay un cultivo de lo singular y de lo individual. Hay un modo de vida más estético[165]. Estas cuatro distorsiones nos desvelan cuatro aspectos de lo que no puede ser la 61
familia cristiana. La familia cristiana no puede ser un ámbito de autoritarismo y obligaciones, no puede ser un ámbito cerrado y absoluto, no puede ser una empresa o un lugar solo de desarrollo personal, ni puede ser solo un lugar de descanso, placer y bienestar. De modo positivo, la familia cristiana debe ser un ámbito de relación y participación, de apertura y diálogo, de amor y comunión, de compromiso y solidaridad. La familia cristiana debe intentar en la medida de sus posibilidades desterrar el autoritarismo, la coacción, la permisividad, la indiferencia, el conservadurismo acrítico, el miedo a lo nuevo, la persuasión con el constante castigo o la motivación con el continuo regalo. Como afirma el documento de la Conferencia Episcopal Española, Matrimonio y familia, hoy, los valores que tiene que vivir y transmitir la familia cristiana son el amor, la pobreza y la austeridad, la justicia y la verdad, la paz y la comprensión, el diálogo y el respeto, el espíritu de trabajo y la alegría evangélica[166]. La familia tiene que ser un lugar donde no solo se informe de estos valores, sino donde se vivan, se susciten, se motiven, se tengan experiencias, se anime a profundizar y desarrollarlos. Estos valores marcan un camino que dura toda la vida. Por eso el capricho, el lujo, el rencor, la venganza, la violencia, el dogmatismo, la intolerancia, la falta de compasión con el frágil y el pobre, la falta de misericordia, la discriminación, la mentira, la falta de reconocimiento de lo diverso, el afán de dinero y de poder no son cristianos. Algunas de estas actitudes pueden parecer muy extremas, pero muchas de ellas se encuentran metidas en el corazón de muchas familias que se llaman cristianas. En los sinópticos y en la predicación de Jesús no hay una preocupación por el tipo de familia (extensa, nuclear, tradicional, etc). Lo que sí hay es una clara preocupación por los valores que vive la familia y una clara afirmación de los valores del Reino. Los valores de la familia están al servicio de los valores del Reino. Estos valores siguen siendo centrales en los primeros cristianos y en los primeros siglos de cristianismo. 5. La Iglesia doméstica En el Nuevo Testamento aparece la expresión «la Iglesia en casa de» y expresiones semejantes en diversos textos (Rom 16,5; Rom 16,23; Col 4,15; 1Cor 16,19). Las Iglesias domésticas se vieron a sí mismas en los primeros siglos como familias extendidas. Se llamaban entre ellos hermanos y hermanas. Muchas veces eran personas que se convertían juntos como familia, comían juntos, celebraban la Eucaristía juntos y se enterraban juntos. La dirección de las comunidades estaba conformada según la forma de llevar un hogar. Muy pronto los códigos familiares cristianos se diferencian del resto de los códigos familiares. Los cristianos se dirigen a todos y no solo al varón, como solía ser habitual. Se otorga dignidad incluso a los que se supone que son subordinados. Por eso se admite al bautismo a esposas fuera del marco de la casa entera[167], tienen un lugar privilegiado en la comunidad los esclavos y los sirvientes, los pobres y los mendigos, los extranjeros y las viudas. Como hemos visto, la comunidad de Jesús es una comunidad abierta a nuevos 62
rostros, abierta a todos los que sufren. La comunidad reunida en la casa de un cristiano no estaba formada solo por los padres y los hijos junto con servidores y esclavos, «sino también amigos y vecinos, gentes de situaciones diversas y de rangos sociales muy diferentes. Es, pues, la Iglesia local la que, desde el origen, ha encontrado su centro de estabilidad y permanencia alrededor del hogar, la familia y el marco de habitación de uno de sus miembros» [168]. La Iglesia doméstica fue tema muy querido para la patrística. Agustín compara la función de los padres con el ministerio de los obispos. En el sermón 94 invita a los padres a hacer en el hogar las veces del obispo, que se llama así (episcopus) precisamente por ejercer en su iglesia el mismo cuidado de supervisión que los padres deberán ejercer en sus casas. Gregorio Magno incluye a los padres entre los «órdenes» de la Iglesia: pastores, célibes y casados (Moralia I, 14,20). Esta inclusión también la podemos encontrar en san Fulgencio y san Beda. San Juan Crisóstomo compara la familia con la Iglesia: «Cuando ayer os dije: que cada uno de vosotros convierta su casa entera en una iglesia, aclamasteis a grandes voces y disteis signos de placer con que aquellas palabras os inundaron» (In Gen., Hom 2,4). En otro lugar afirma que la familia es «una pequeña iglesia» en la que se convive según un estilo de vida creyente (JUAN CRISÓSTOMO, Hom. In Eph. XX 6). La Iglesia doméstica es un tema recuperado por el concilio Vaticano II. El texto más significativo es Lumen gentium (LG), 11: «En esta especie de Iglesia, los padres han de ser para sus hijos los primeros anunciadores de la fe con su palabra y con su ejemplo, y deben fomentar la vocación propia de cada uno, y con especial cuidado la vocación sagrada». También el decreto sobre el apostolado de los seglares define la familia como «santuario doméstico de la Iglesia» (Apostolicam actuositatem, 11). Este concepto es asumido por Pablo VI: «En el seno del apostolado evangelizador de los seglares, es imposible dejar de subrayar la acción evangelizadora de la familia. Ella ha merecido muy bien, en los diferentes momentos de la historia y en el concilio Vaticano II, el hermoso nombre de Iglesia doméstica» (Evangelii nuntiandi [EN], 71). En otro momento llegó a decir: «Nos alegramos de que este sentimiento eclesial de la familia cristiana se vaya despertando y difundiendo en la comunidad cristiana doméstica, frecuentemente de manera ejemplar y edificante» [169]. Juan Pablo II también acoge este concepto cuando habla de la familia como Iglesia en miniatura, como imagen viva y representación histórica del misterio mismo de la Iglesia (FC, 49). En la Carta a las familias llega a decir que «la expresión Iglesia doméstica, que el Concilio ha hecho suya y cuyo contenido deseamos que permanezca siempre vivo y actual» [170]. Este concepto supone un contrapeso a lo institucional-jurídico de la familia y un subrayado de la dimensión comunitaria, sacramental y ministerial de la familia. Esta nueva conciencia ha hecho que la pastoral familiar haya ido tomando un mayor peso en las últimas décadas. Familiaris consortio habló de tiempos, estructuras, agentes y situaciones de la pastoral familiar. Pero lo más importante es que la familia se convirtió no solo en objeto de atención pastoral, sino en sujeto y comunidad de acción pastoral, en 63
un nuevo pueblo de Dios en marcha. De esta forma se ha integrado a la familia en la comunidad eclesial de un modo nuevo y prioritario. La «familia es el primero y más importante camino de la Iglesia» (JUAN P ABLO II, Carta a las familias, 2). La familia es clave en la iniciación de la fe y en la transmisión de la fe mediante el ejemplo, las convicciones, las actitudes, el Evangelio vivido, el despertar religioso y la sensibilidad religiosa, la transmisión del rostro bondadoso de Dios, la oración, el diálogo con Dios, los sacramentos, el compromiso y el trabajo por la transformación social. Por eso, ya dijo Pablo VI que en la familia deberían reflejarse los distintos aspectos de la Iglesia entera (EN, 71). Por eso, en la familia debe aparecer la triple función de la actividad eclesial: profética (Cristo maestro), sacerdotal (Cristo mediador) y diacónica o servicial (Cristo rey). Esta triple dimensión no debe olvidarse para no favorecer unilateralidades en la familia. Lo servicial y lo profético son tan esenciales como lo sacerdotal. Además, para profundizar lo que supone el concepto de la familia como Iglesia doméstica es necesario enmarcar este concepto dentro de lo que son los nuevos pilares de una nueva teología de la familia[171].
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Principio trinitario: la familia es un «icono de la Trinidad». Dios es amor, es un misterio de comunión personal de amor. La familia es imagen de un Dios que en su misterio más íntimo no es una soledad sino una familia (JUAN P ABLO II, Homilía en Puebla [Puebla]). Hay paternidad y filiación en la Trinidad, hay un Espíritu como donación fecunda, más allá de sí mismo (FC, 50). La familia cristiana no es suma de soledades sino relación, es verdadera paternidad, filiación y espíritu de donación.
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Principio cristológico: Puebla ilumina la familia desde los misterios de Cristo: nacimiento, muerte, resurrección. Cristo es el centro de la familia, Cristo muerto y resucitado (Puebla, 585). A nuestro juicio la familia debe revelar a Jesucristo y los misterios de la vida de Jesucristo deben iluminar a la familia. Si es así, será esposa de Cristo[172]. Si no refleja o revela a Jesucristo, el misterio de Cristo y los valores del evangelio de Jesucristo, no es familia cristiana. Principio eclesiológico: la familia es una Iglesia doméstica. Se dan en ella las cuatro relaciones fundamentales de la vida: paternidad, filiación, hermandad y nupcialidad. Estas mismas relaciones componen la vida de la Iglesia: experiencia de Dios como Padre, de Cristo como hermano, de hijos en, con y por el Hijo, de Cristo como esposo de la Iglesia. La familia reproduce estas cuatro experiencias fundamentales y las participa en pequeño. Son los cuatro rostros del amor humano (Gaudium et spes [GS], 49; Puebla, 583). Por ello, la familia posee un carisma especial dentro de la Iglesia. La eclesialidad de la familia es fundamento de su estructura sacramental. En la Eucaristía, la familia encuentra su plenitud de comunión y participación. Además, a la inversa, hay un claro principio familiar en la Iglesia: la Iglesia como familia de Dios (LG 32; GS 40: «Familia de Dios», «familia de los hijos de Dios»). Principio escatológico: la familia tiene una vocación de realización del ser humano a través de la historia y de las culturas. «Esta Iglesia doméstica, convertida por la 64
fuerza liberadora del Evangelio en escuela del más rico humanismo (GS 52), sabiéndose peregrina con Cristo y comprometida con él al servicio de la Iglesia particular, se lanza hacia el futuro, dispuesta a superar las falacias del racionalismo y de la sabiduría mundana que desorientan al hombre moderno. Viendo y actuando sobre la realidad, como Dios la ve y la gobierna, busca mayor fidelidad al Señor, para no adorar ídolos, sino al Dios vivo del amor» (Puebla, 589). La Iglesia-familia «se refiere, a su vez, a algo que va más allá de la misma Iglesia. Ni la Iglesia ni la familia tienen su razón de ser en sí mismas. La Iglesia es signo e instrumento sacramental, anticipación simbólica de la reunión y reconciliación final y de la paz escatológica entre los pueblos. Y también lo es la familia. Signo del amor esponsal de Cristo y de la comunidad de los salvados, es también signo de los tiempos nuevos y de las realidades últimas. Es signo del acontecimiento definitivo, del gozo final de la humanidad redimida» [173].
La familia, por ello, es un claro ámbito de humanización y tiene una clara función humanizadora, pues satisface las necesidades más profundas del ser humano. «La familia constituye el fundamento de la sociedad» (GS 52,2). «La familia es una escuela del más rico humanismo» (GS 52,1). «La familia es la «comunidad fundamental sobre la que se apoya toda la gama de las relaciones sociales» (Carta a las familias, 2). «El matrimonio y la familia constituyen uno de los bienes más preciosos de la humanidad» (FC 1). La familia es un ámbito humano además de una institución primigenia. Este ser ámbito humano implica hoy preocuparse por ser más experiencia personal, encuentro de personas y lugar de descanso y de recuperación. Pero también, la familia-comunidad-Iglesia doméstica está llamada a edificar y 65
construir la Iglesia. Hay una ministerialidad de la familia fundada en el Bautismo, la Confirmación y en el Matrimonio[174]. Hay ciertos ministerios que pueden ejercer los fieles laicos en el marco familiar. LG 11 hablaba de que los padres deben ser para los hijos «los primeros predicadores de la fe, mediante la palabra y el ejemplo». Hay toda una catequesis familiar que precede, acompaña y enriquece toda otra forma de catequesis[175]. Esta vivencia «amplia» de la Iglesia doméstica y esta nueva teología de la familia empiezan a dar sus frutos. La Iglesia doméstica implica hoy nuevos rasgos ante la nueva situación. No podemos configurar en nuestros días la familia doméstica del mismo modo. Hoy, en nuestro contexto, las familias extensas son muy poco numerosas y las familias nucleares se están reconfigurando, pues están padeciendo una profunda crisis estructural (por trabajo, desplazamientos, vivienda, tiempo libre, etc). Necesitamos familias extensas de un nuevo tipo[176]. Creo que son muy iluminadoras las principales características de esta nueva Iglesia doméstica que ha señalado recientemente el cardenal Walter Kasper: Cohesión familiar intergeneracional (importancia de los abuelos). Círculos interfamiliares de vecinos y amigos. Reunidos en su nombre: donde dos o más están reunidos en su nombre allí está presente. Poseen sensus fidei, el sentido de la fe, un sentido intuitivo de la fe y la praxis. Compartir la Biblia. De la palabra obtienen luz y fuerza para la vida cotidiana. En comunión amplia con la Iglesia entera (principio católico): no aislarse de manera sectaria. Tarea catequética de guiar hacia la alegría de la fe (evitar ruptura de la transmisión generacional de la fe). Oran conjuntamente por sus propias intenciones y por los problemas del mundo. Celebrar la Eucaristía dominical junto a toda la comunidad. Celebrar el día del Señor como día de descanso, alegría y comunión. Celebrar los tiempos litúrgicos con sus ricas tradiciones. Son pueblo mesiánico y participan de su misión sacerdotal, profética y regia. Son sujetos (no solo objetos) de pastoral familiar. Espiritualidad de comunión: espíritu de amor, reconciliación y perdón. Comparten alegrías y penas. Son misioneros con el testimonio y el testimonio de vida. Abiertas hacia los pobres y los que sufren. No son elitistas ni exclusivas[177]. Estos rasgos que se nos proponen hoy tienen un eco en todo lo que hemos visto anteriormente sobre la familia cristiana: apertura a los pobres, evangelización, espíritu de amor y perdón, Eucaristía común, oración común, apertura a las otras comunidades, sentido de la fe, presencia del Señor, apertura a vecinos y amigos, nuevos rostros y nuevos hermanos. ¿Qué es, pues, una familia cristiana? La que vive y desea vivir desde su limitación, fragilidad y vulnerabilidad estos rasgos en su seguir a Jesús con hondura.
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3. Jesús ante las familias de hoy. Un mensaje actual 1. Breve mirada hacia atrás. La fragilidad de la familia en el Antiguo Testamento No vamos a entrar a fondo en estos temas[178]. No parece que Abrahán, un pastor semita de hace más de tres mil años, polígamo, con ganados, mujeres y esclavos, vagando por desiertos, tenga mucho que decir a la familia cristiana actual. Lo que sí queremos subrayar es que desde el principio el Dios de Israel fue misericordioso con muchas situaciones familiares llenas de dificultades. El Dios de Israel es siempre y desde su raíz un Dios cercano al corazón humano que sufre[179]. La Biblia ofrece casos de familias difíciles. Como afirma el cardenal Martini, «la Biblia quiere decirnos que existe el ideal de familia ejemplar, pero que también en casos difíciles de la vida familiar hay una gracia de Dios, hay algo que hacer, hay un compromiso, un esfuerzo por mejorar y superarse» [180]. Ya en el segundo relato de la creación de la pareja original (Gén 2,4b-25) encontramos algunos aspectos que hablan de limitaciones y carencias: falta agua para la tierra, falta el ser humano para cultivarla (2,4b-7), la soledad del hombre (no es bueno que el hombre esté solo), lo insuficiente de los animales para llenar su soledad, la carencia de una parte de su cuerpo (la costilla) y de su integridad corporal por el otro. A esto se añade una palabra profética: «Por eso el hombre abandona a su padre y a su madre y se une a su mujer y se convierten en una sola carne». Para hacerse uno hay que separarse de su padre y de su madre. Toda nueva relación exige distanciamiento de otros para centrarse en el otro. Algo revolucionario en una sociedad donde las familias lo eran todo en asuntos de matrimonio. El Génesis no olvida que la pareja se construye a través de las crisis (Gén 3-9). La primera crisis tiene su raíz en una seducción que viene de fuera del mundo de los seres humanos (Gén 3). La serpiente entra en diálogo con la mujer y lleva al acto de transgresión de tomar de un fruto prohibido. Esto provoca una primera crisis entre el hombre y la mujer. Sienten vergüenza uno ante el otro (3,10), se reprochan y acusan mutuamente (3,12)[181]. Posteriormente aparece el relato del asesinato de Abel por parte de Caín (Gén 4,1-16). La multiplicación de los seres humanos hace que la maldad también se multiplique (Gén 6,5) y que, en el diluvio, Noé tenga la misión de salvar un pequeño resto. Noé tiene mujer e hijos, es ya una familia (no una pareja original). El Señor le promete una alianza con todos los seres vivos salidos del arca con él (8,8-10)[182]. La segunda parte del Génesis se centra en los patriarcas (Gén 12-50). La cuestión de la fecundidad se plantea a lo largo de todos estos capítulos. Abrahán recibe una llamada y una promesa: «Sal de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre, a la tierra que yo 67
te mostraré» (12,1). Su vocación se realiza según el plan divino de Gén 2,24: abandonar al padre y a la madre para convertirse en padre de un gran pueblo. En la narración no se ocultan las dificultades y debilidades de los patriarcas y matriarcas: los celos entre la mujer legítima y la esclava –Sara y Agar– (Gén 16), los prejuicios de Rebeca, que quiere que su hijo Jacob no se case con una lugareña y le busca esposa entre las de su pueblo, la petición de Isaac por su esposa estéril (Gén 25,21), la oración de Abrahán por la curación de Abimélek, su esposa y sus concubinas para volver a tener hijos (Gén 20,17), los celos de Raquel por la fecundidad de su hermana (Gén 30,1), la desesperación de Raquel –«Dame hijos, pues si no, me muero»– (Gén 30,1), las lágrimas de Ana y la compasión de su marido: –«Ana, ¿por qué lloras, y por qué no comes, y por qué se apesadumbra tu corazón? ¿No valgo yo para ti más que diez hijos?» [183]–. En la Biblia aparecen también muchas genealogías que tienen la clara intención política[184] de insertar en el tronco de Israel a muchos pueblos, de vincularlos a un padre común aunque sean hijos del incesto, hijos de la esclava, hijos de enemigos. Por eso, más allá de esta intención política, podemos encontrar ya en los orígenes de Israel luchas, tensiones y peripecias familiares pero, sobre todo, a un Dios y a un pueblo que acogen en su seno y en su tronco –en sus genealogías– a los hijos del incesto, de la esclava, de los enemigos. En las normas y los códigos que aparecen en la Biblia también encontramos en el fondo a un Dios misericordioso, especialmente con los más pobres y vulnerables. En la legislación premosaica observamos cómo el go’el, una especie de defensor de la familia, que actúa para que ningún familiar caiga en esclavitud, para que no se venda un campo familiar, ante la violación o el asesinato. En la legislación mosaica, más allá del precepto positivo de honrar al padre y la madre se insiste en dos preceptos negativos relacionados con la familia: no cometer adulterio y no codiciar los bienes del prójimo (entre los que está la mujer). Ambos preceptos pretenden proteger la fragilidad y la vulnerabilidad de la mujer. El Código de la Alianza (Éx 20,22–23,19) tiene una sensibilidad especial con las viudas, huérfanos y emigrantes (Éx 22,20-23) y se insiste en la responsabilidad ante la seducción de una mujer virgen (si el padre de la muchacha se opone al matrimonio, deberá compensar el daño en metálico). El Código Deuteronómico (Dt 12-26) prohíbe la explotación de los pobres. Se cita la tríada: extranjeros, huérfanos y viudas, pues Dios no hace acepción de personas, hace justicia al huérfano y a la viuda, ama al emigrante (Dt 10,18). Aparecen normas sobre la bigamia, el adulterio, el repudio, los desposorios, la violación, el incesto, el levirato[185]. La violación de una joven no prometida llevará la obligación de desposarse con ella, pagar una multa al padre y no poder despedirla, pues la consiguió en una violación (Dt 22,2829). La familia de Jacob aparece como una familia dividida. El largo relato de Gén 37-50 presenta la difícil relación del padre con los hijos y entre los hermanos. El problema de esta familia es el de la desigualdad del amor de Jacob a sus hijos: «Amaba a José más que a todos sus hijos, porque era el hijo de su ancianidad». La consecuencia es clara: 68
«Sus hermanos vieron que su padre lo amaba más que a todos ellos, y le cobraron tal odio que no podían hablarle con cariño» (v. 4). En la narración crece el resentimiento, el complot, la mentira al padre, la conjura del silencio, la venganza, el crimen, pero también con el tiempo las heridas se van curando, la providencia aparece en los pliegues de la historia, el carácter de todos se va purificando, el Padre Jacob –algo culpable de parcialidad– busca la reconciliación de todos y abrazar a todos. Al final cada uno reencuentra su verdad[186]. La Biblia tampoco olvida las parejas imperfectas. Sansón, el héroe, se muestra enormemente frágil ante las mujeres. Se enamora regularmente de mujeres extranjeras, pasando por alto la costumbre de la endogamia. Jueces 13-16 describe tres encuentros de Sansón: con una mujer de Timná, que lo seduce, que lo engaña y con la que se casa (Jue 14), con una prostituta de Gaza con la que se acuesta (Jue 16,1-3) y con Dalila, la mujer fatal, que busca su punto vulnerable para encadenarlo (Jue 16,4-21)[187]. Sansón le abre el corazón y queda expuesto, vulnerable como un niño. El dominador es dominado y la fuerza se va retirando de él. David es descrito como poseedor de numerosas mujeres y concubinas (Micol, Abigaíl, etc.); pero su pasión amorosa no parece ni detenerse ante la mujer de otro. 2Sam 11-12 narra la historia de adulterio, mentiras y asesinatos para poder hacerse con la mujer de Urías el hitita, Betsabé. Tobías y Sara son dos historias paralelas de desgracia, donde Dios no retribuye al justo. Tobías se enfrenta a autoridades asirias, pues entierra a los judíos muertos contraviniendo la ley, es castigado, se arruina y se queda ciego al defecar un ave sobre sus ojos cuando descansa. Sara ve morir sucesivamente a sus siete prometidos en la misma noche de bodas. Ambos se dirigen a Dios al mismo tiempo para que les libre de los tormentos de esta vida: «El Dios de la gloria escuchó al mismo tiempo la plegaria de ambos, y envió a Rafael para curar a los dos: a quitar las manchas blancas de los ojos de Tobit, para que pudiera ver con sus ojos la luz de Dios; y a entregar como esposa a Sara, hija de Ragüel, a Tobías, el hijo de Tobit, liberándola del malvado demonio Asmoneo» (Tob 3,16-17). Ambos personajes viven su fe en medio hostil y en ningún momento reniegan de su identidad, viven honestamente. Esta actitud era importante para un pueblo como el de Israel, desterrado y emigrante, que busca puntos de referencia en las adversidades del destierro. La familia es el ámbito privilegiado para transmitir su herencia espiritual, sus virtudes, su continuidad. En el libro se describen los valores tradicionales de la familia: limpieza sexual en la educación de los jóvenes, elección de esposa entre los miembros de la propia estirpe, amor a los hermanos y laboriosidad en la familia, respeto fraternal entre los cónyuges, autoridad patriarcal y benévola de los ancianos y la oración de los esposos en la noche de bodas. Es un libro que valora los sentimientos y no teme las emociones fuertes: «(Tobías) amó (a Sara), hasta el punto de no poder despegar su corazón» (6,18). Oseas, el «profeta del amor», es una historia de matrimonio e infidelidad, de separación y reconciliación, de nacimientos y relaciones entre hijos y padres. Las crisis de la pareja son imagen de las infidelidades y de las crisis de Dios y su pueblo. Dios 69
manda al profeta tomar como mujer a una prostituta. Después del matrimonio y de tener los hijos, aparecen la infidelidad y la prostitución. El libro de Oseas describe una serie de estrategias que el profeta realiza para que su esposa no se vaya detrás de los amantes: Obstáculos para que no se vaya (voy a cerrar con espinos su senda, retirar los productos alimenticios y vestidos –Os 2,11–). Posibilidad del castigo: llevarla a los tribunales y arrebatarle dones-regalos de los amantes (arrasaré su viña y su higuera –Os 2,14–). Ofrecerle el perdón absoluto. Restaurar el amor: Oseas busca volverla a seducir, volver al desierto, hablarle al corazón, volver a enamorar a la esposa –Os 2,16-17–. Cubrirla de regalos, devolverle sus viñas (me llamarás mi marido). Volver a una experiencia de intimidad: conocer, intimar, experiencia interpersonal, amor y ternura vuelven a estar presentes. «Te desposaré conmigo para siempre, te desposaré en justicia y derecho, en amor y en ternura; te desposaré en fidelidad (Os 2,21-22). El matrimonio de Oseas es un símbolo de la alianza divina. Por eso la iniciativa de Dios con respecto al pueblo adúltero es paradigma para la pareja y para la familia. El perdón de Dios es siempre más fuerte que la infidelidad. Rut se queda viuda, sin hijos, y vuelve a pesar de ser no israelita con Noemí, la madre de su esposo: «Tu pueblo será mi pueblo, tu Dios será mi Dios» (Rut 1,16). Este relato nos recuerda el mundo de los extranjeros, de las mujeres sin derecho. También hay elementos llenos de poesía, como el Cantar de los Cantares, que desvelan en medio de sus versos la difícil relación hombre-mujer y la pasión amorosa. En 2,15 aparecen esas «pequeñas raposas» que intentan destrozar el amor (quizá algunos muchachos que importunan a las jóvenes), lo duro que es cuando viene la noche y la soledad (3,1) de la separación. En el tono sapiencial del texto van y vienen las alternancias de presencia y ausencia, de buscar y encontrar que avivan el deseo y provocan sufrimiento. Pero una vez sellado el amor en el fuego del amor divino, nada podrá destruirlo, devorarlo (8,6): ni las grandes aguas, ni los ríos, ni las riquezas. El libro de los Proverbios advierte al padre del hijo estúpido, rebelde, ineducado, auténtica «vergüenza del padre». La necedad y la ingratitud de un hijo pueden llegar a ser la fuente de «la amargura de quien lo ha engendrado» (17,25). El Sirácida llega hasta el extremo de advertir: «Guárdate de tus propios hijos» (32,22). En el libro de la Sabiduría, la sabiduría no es ya solo un bien que adquirir, sino una persona con la que casarse. Hay una personificación de la sabiduría. Salomón, «un hombre mortal, parecido a todos, un descendiente del primer ser formado de la tierra» (7,1), señala cómo no ha nacido sabio sino que se ha convertido en sabio, ha trabajado por serlo. Se subraya la necesidad del esfuerzo y de la constancia. Solo después de un período de formación viene el matrimonio con la sabiduría y la decisión de que ella se convierta en la compañera de su vida (8,2.9.16): «Por tanto, decidí tomarla como compañera de mi vida, sabiendo que me aconsejaría para el bien, y me animaría en las preocupaciones y tristezas» (8,9), «para que me secunde y me acompañe en las penas» 70
(9,10). Para Salomón, sin duda, la sabiduría es un don que hay que pedir para que acompañe en el dolor y en la tristeza (8,17-21), como el joven pide al padre la mano de su hija. La Biblia incluso refleja episodios de infidelidad entre los cónyuges hasta en el mismo árbol genealógico de Jesús. En dicho árbol aparecen dos mujeres consideradas pecadoras (Tamar y la mujer de Urías). Hasta Jesús tenía antepasados que no provenían «de buena familia» [188]. Este realismo bíblico nos ayuda a no idealizar el pasado y a reconocer que el pecado, la infidelidad, las disputas, los celos, la desesperación, las envidias, la tentación, la limitación y la crisis han estado presentes desde siempre. «La nostalgia de los buenos tiempos pasados y las quejas sobre las generaciones jóvenes existen desde que existe una generación anterior» [189]. El cardenal Ravasi, con enorme agudeza, señala que «la misma Biblia no duda en aludir también con enorme realismo a las desgracias y disfunciones que se ocultan tras los muros domésticos y que a veces desencadenan auténticos dramas. Si bien es cierto que se exalta la fecundidad de la pareja como “imagen” del Dios creador (Gén 1,27) y se afirma que el hombre abandona a su padre y a su madre para unirse a su mujer y ser con ella una sola carne (Gén 2,24), es igualmente cierto que poco más adelante se relata esa terrible tragedia familiar en la que Caín asesina a su hermano Abel. En el seno de la familia anidan tanto el esplendor del amor como la miseria del odio» [190]. Curiosamente será en medio de esos dramas familiares y tormentosas relaciones como se irá mostrando y desarrollando en la Biblia la salvación y la ternura de Dios, la bondad y la justicia de Yavé. Yavé «ve» la aflicción de su pueblo, «escucha» su clamor, «conoce» sus sufrimientos y «baja» a liberarlo (Éx 3,7-10). Todo esto que recogemos aporta gran realismo a la vida familiar. Pero la Biblia también describe situaciones ideales, gozosas, luminosas, plenas, de alegría y gozo. Esta experiencia positiva de plenitud de la vida familiar es recogida, por ejemplo, en los salmos de peregrinación, en los que tenemos dos salmos seguidos de lo que supone de bendición la familia (salmo 127 y 128). El trabajo, la mesa abundante, la intimidad con la esposa y la fecundidad, la convivencia con los hijos son la felicidad plena para el ser humano (Sal 128,1-6). Los hijos aseguran la continuidad. Los hijos sanos y fuertes son el orgullo del padre, su herencia y salario (Sal 127,3-5). Es la experiencia de muchos hombres y mujeres de ayer y hoy pero, como bien sabemos, no de todos. Muchos se quedan en el camino, muchos están en camino. Esto no obsta para que, ante todos, como dice el papa Francisco, tenemos que «reconocer lo bello, auténtico y bueno que es formar una familia, ser familia hoy; lo indispensable que es esto para la vida del mundo, para el futuro de la humanidad» [191]. 2. Una mirada al hoy. Las otras familias cristianas: las familias a las que Jesús se acercaba Intentaremos ir al centro. Por este motivo no vamos a entrar en profundidad en cada aspecto. No pretendemos caer en un nuevo casuismo que nos dispersa de lo central en la 71
familia, como afirma tan sabiamente el papa Francisco[192]. Iremos a las cuestiones nucleares que pueden ayudar a las personas en su situación, en su dolor, en su caminar, y a aquellos elementos que creemos pueden ayudar a generar un nuevo paradigma, una nueva mirada de estos temas, una nueva teología de la familia. Ya advierte el papa Francisco: «El problema mayor se produce cuando el mensaje que anunciamos aparece entonces identificado con esos aspectos secundarios que, sin dejar de ser importantes, por sí solos no manifiestan el corazón del mensaje de Jesucristo» (Evangelii gaudium [EG] 34). Mirar hacia lo esencial hará que no nos detengamos a resolver preguntas que ya muy pocos se hacen, que cada vez son más minoritarias y cada vez menos significativas. Iremos, sobre todo, a la situación espiritual de fondo de estas personas y cómo la misericordia divina se les acerca y acompaña aliviándolas y pacificándolas. Intentaremos, en la medida de nuestras posibilidades, concentrarnos «en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario» (EG 35). La exhortación apostólica Familiaris consortio dedica la sección IV (nn. 77-85) a la pastoral familiar en casos difíciles. La encíclica se refiere, según Pablo Guerrero, a distintos y múltiples casos: familias de emigrantes por motivos laborales, familias de cuantos están obligados a largas ausencias, familias de presos, prófugos y exiliados, familias marginadas, sin hogar, familias incompletas, familias con hijos minusválidos o drogados, familias de alcoholizados, familias desarraigadas de su ambiente o en peligro de perderlo, familias discriminadas por motivos políticos u otras razones, familias ideológicamente divididas, familias que no consiguen tener fácilmente un contacto con la parroquia, familias que sufren violencia o tratos injustos a causa de la propia fe, familias formadas por esposos menores de edad, familias de ancianos que viven solos o sin adecuados medios de subsistencia[193]. Estos no son tanto casos como las múltiples situaciones que viven la mayoría de las familias, las diversas circunstancias en que les toca vivir. Difícil es encontrar una familia al margen de estas situaciones. En este sentido, hay que ser sumamente cuidadosos en lo que llamamos familia cristiana[194]. No podemos reducirla a ciertos esquemas familiares de los años 50 y 60 del pasado siglo (casadas por la Iglesia y con tres o más hijos y que evitaban todo tipo de anticonceptivos) y que hoy en nuestras sociedades europeas y americanas no suponen ni el 10% de las familias. Muchos no se casan, muchos lo hacen por lo civil, otros se casan por la Iglesia pero no tienen hijos, otros tienen solo uno, la mayoría planifica utilizando anticonceptivos el número de hijos, algunos quieren y no pueden tener hijos y algunos en esa situación acuden a la inseminación artificial y a la fecundación in vitro. No hay que retornar a valores tradicionales sino recrear los valores cristianos de la entrega y el servicio, el cuidado de los más pequeños, la solidaridad con los más pobres, la igualdad de la mujer, el diálogo, la apertura, la hospitalidad, la adopción, la acogida del extranjero, el cuidado del enfermo, que hemos visto en las páginas en que hablamos de la familia en los primeros siglos de cristianismo. La Iglesia puede ser una casa-hogar donde encuentren apoyo tantas familias medio rotas, vulnerables, en situaciones difíciles. La conflictividad social, económica y cultural 72
está siempre presente. La Iglesia, por eso, tiene que acompañar a estas familias rotas, frágiles y vulnerables con escuelas de padres, de parejas, de afectividad conyugal, convivencias matrimoniales, momentos celebrativos familiares, alentando al compromiso sociopolítico, con iniciativas de caridad, etc. La familia es como el hielo polar. En su superficie quedan grabadas muchas manchas de la sociedad y de la historia. Muchas no son suyas, sino que las traen otros. El deterioro cultural, la crisis económica, la corrupción política, la debilidad educativa, la violencia, etc. influyen en el corazón de la familia. Por eso no hay que cargar aún más a la familia con mensajes negativos y apocalípticos. El lenguaje de la Iglesia sobre la familia tiene que ser positivo y propositivo, misericordioso y humanizador. Como ha dicho recientemente el cardenal Lorenzo Baldisseri, secretario general del Sínodo de los obispos: la Iglesia tiene que «proponer no imponer», «acompañar y no empujar» e «invitar y no expulsar». O, como ha afirmado nuestro papa Francisco: la Iglesia debe «salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» (EG 20) y en ese salir debe «primerear, involucrarse, acompañar, fructificar y festejar» (EG 21). Esto supone para el Papa meterse «con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás», achicar las distancias, abajarse hasta la humillación, asumir «la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo», acompañar «en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean». Eso implica «contacto con los hogares y con la vida del pueblo, y que no se convierta en una prolija estructura separada de la gente o en un grupo de selectos que se miran a sí mismos» (EG 28). La Iglesia en salida hacia las periferias que tanto desea el Papa es la que convive con la vida familiar de los hogares y la vida familiar del pueblo. En ese acercarse, acompañar, compartir la vida cotidiana y sus sufrimientos uno descubre muchas cosas. La primera y más esencial es la presencia del amor y la misericordia en muchas de sus vidas, en tantas familias rotas, frágiles, vulnerables. Ya decía Blondel que «si no amamos, no sabemos nada». El papa Francisco ha expuesto magistralmente esa jerarquía en la enseñanza moral de la Iglesia y en las virtudes y ha recordado con santo Tomás que «la principialidad de la ley nueva está en la gracia del Espíritu Santo, que se manifiesta en la fe que obra por el amor» [195] y cómo la misericordia, en cuanto al obrar exterior, «es la más grande de las virtudes, ya que a ella pertenece volcarse en otros y, más aún, socorrer sus deficiencias» [196] (EG 36-37). Es un misterio bello y sorprendente sentir profundamente ese amor y esa misericordia en tantas familias a las que la vida ha golpeado, no ha favorecido, ha maltratado, ha abandonado, ha limitado, ha roto por dentro. Es todo un signo de la gracia del Espíritu Santo descubrir cómo el amor y la misericordia, el estar volcados en los otros es lo que conduce interiormente sus vidas personales y familiares. Y este ofrecer el corazón y el amor desde lo hondo es lo que las hace todavía más vulnerables, pues nadie es más vulnerable que el que ama y entrega su corazón. Por eso, la predicación es fiel al Evangelio cuando «se manifiesta con claridad la centralidad de algunas verdades y queda claro que la predicación moral cristiana no es una ética estoica, es más que una ascesis, no es una mera filosofía práctica ni un catálogo 73
de pecados y errores. El Evangelio invita ante todo a responder al Dios amante que nos salva, reconociéndolo en los demás y saliendo de nosotros mismos para buscar el bien de todos. ¡Esa invitación en ninguna circunstancia se debe ensombrecer! Todas las virtudes están al servicio de esta respuesta de amor» (EG 39). Esto es lo que se percibe tantas veces cuando uno está cerca del dolor, la pobreza y el sufrimiento de tantas personas: en ese trasfondo de limitación muchos responden misteriosamente con amor a Dios y a los hermanos ante un mundo que los golpea y los maltrata. Esta es la profunda lección de tantos pobres y tantas familias pobres que conocemos que conservan en su interior el amor y la bondad, de tantas familias rotas, vulnerables y frágiles que responden con amor al Dios amante a pesar de las contradicciones de la vida. Desde aquí es desde donde nos adentramos con humildad, con temor y temblor, a algunas situaciones en que se encuentran muchos hombres y muchas mujeres de nuestro tiempo. 2.1. Los sin familia. La soledad La crisis de la familia explica el gran incremento de personas que viven solas. Esta situación no tiene precedentes en la historia de la sociedad humana[197]. En Inglaterra y Gales en el año 2000 un cuarto de las mujeres y una tercera parte de los varones vivían solos. En Brasil (censo 2003), el 10% de las personas viven solas. En España, el 24% de los hogares lo constituye una persona sola (1,8 millones –de los cuales el 41% es mayor de 65 años–). No hay mayor pobreza que la de no tener familia o vivir sin familia de hecho. No hay mayor tristeza que esos mayores consumidos por el tiempo al ver que sus hijos no les visitan ni les llaman. Están solos en el mundo aunque se sienten a charlar en la barra de un bar o salgan a pasear con sus perros o convivan con sus amigos o amigas en la residencia. No hay mayor pobreza que la de los niños que se sienten solos en medio de una familia desestructurada. No hay mayor soledad que la de la persona que en un grupo no se siente reconocida por nadie. No hay mayor soledad que la de un hombre o una mujer en los que en el ámbito del matrimonio no solo desapareció el amor, sino que anidaron la violencia, la falta de respeto, el desprecio, el insulto o la coacción. No hay mayor soledad que la de la persona que en esa situación todavía no ha roto la cortina del silencio. No hay mayor pobreza que la de los sin hogar. La persona sin hogar no solo no tiene familia, sino que ha perdido otras muchas cosas, como el techo o la seguridad. Son, como dice Pedro Cabrera, huéspedes del aire. Los obispos brasileños, en su Directorio de pastoral familiar, hablan de los centenares de niños y adolescentes sin familia o con vínculos familiares muy frágiles. Son los «meninos e meninas de rua» (n. 417). La falta de afecto, amor y educación por parte de sus familias los hacen presas fáciles de traficantes, de la criminalidad y de la explotación. Jesús en los evangelios se encontró con muchas personas que estaban solas. A muchos enfermos los traen su padre o su madre o los acerca la multitud. Pero detrás de 74
las páginas del Evangelio y de las actitudes de Jesús está el acercarse a muchos que se encuentran profundamente solos. Incluso muchos apóstoles se quedaron sin familia y en el grupo de Jesús encontraron una nueva familia. Allí aprendieron a vivir una experiencia profunda, a confiar solamente en Dios, a vivir de la providencia. Allí descubrieron una nueva relación, una nueva familia. Esta honda experiencia es la que hay que ofrecer y seguir ofreciendo hoy en día a tantos sin familia. Subrayar esta experiencia espiritual es fundamental. Todos estamos a veces profundamente solos y en esa soledad podemos intuir, secretamente a veces, una profunda y esencial presencia. Machado decía que «quien habla solo espera hablar con Dios un día» [198]. En la soledad de los que viven sin familia puede aparecer la presencia de la palabra o una palabra de presencia que convierta la amarga soledad en una soledad sonora, una soledad habitada, una soledad entregada. 2.2. Las familias sin hijos, sin futuro, sin descendencia. El muro El 14% de los matrimonios del mundo tiene problemas de esterilidad. Muchas parejas desean construir un hogar con hijos y no pueden. Las Técnicas de Reproducción Humana Artificial (TRHA) han permitido tener un hijo a muchas de ellas. Hoy ya son más de cuatro millones los niños nacidos a través de estas técnicas. Pero también otras muchas parejas no pueden permitírselo o no lo logran a pesar de varios años intentándolo a través de las TRHA. En Brasil (censo 2003), el 15% de casados no tienen hijos. Para muchas mujeres y algunos varones no tener hijos pesa demasiado en la vida. El grito de Raquel en la Biblia es muy significativo: «Dame hijos, pues si no me muero» (Gén 30,1). El Dios de Israel, el Dios de Jesús es un Dios que acoge el dolor y el sufrimiento de tantas mujeres estériles del Antiguo Testamento, de tantas matriarcas, y les da fecundidad. Ese dolor lo siguen experimentando hoy muchas mujeres y muchos varones. El grito de Raquel se parece mucho a las quejas de muchas parejas de hoy: «Eres una familia incompleta... aunque duela. Familia incompleta, matrimonio incompleto»; «Es que nos falta un hijo»; «Necesito pensar que soy familia, si no la frustración sería tan grande...»; «Sin hijos, no hay padre ni madre, no hay familia» [199]. Detrás de la esterilidad y también de muchas opciones pensadas de pareja de no tener hijos, puede haber una experiencia espiritual profunda, un camino de hondura. Hay una intuición, a veces, entre penumbras, de que en la vida hay una fecundidad mucho más amplia que la de los hijos. Hay, en algunas parejas, una mirada más allá de la carne. El Dios que ha creado el mundo y el universo, la vida y la naturaleza es un Dios que de la nada hace nacer el mundo, de la muerte la resurrección, de la falta de hijos una fecundidad. La enorme fecundidad de muchos matrimonios sin hijos es una enorme riqueza. Conozco en mi ámbito de universidad y en mi ámbito eclesial muchos matrimonios sin hijos que están realizando labores excepcionales con un gran compromiso y responsabilidad. El no tener hijos les permite el darse con mayor dedicación y mayor 75
hondura. Pero también detrás de muchos hay un muro, una limitación, una barrera que les impide crecer. A estos se acerca la mirada de Jesús, su mirada especial. La experiencia de la cercanía de Jesús lleva a otros muchos a vivir con el tiempo una fecundidad y una plenitud más allá de los hijos y de la carne. Otros se quedan atascados en la depresión, la melancolía, la frustración, la tristeza. Junto a ellos, posiblemente callado, está Jesús, que también sufrió la mirada dura de muchos que no entendían que ni tuviera mujer, ni hijos. 2.3. Familias con solo un hijo, con solo una hija. La estrechez Entre un 20-30% de las parejas tienen solo un hijo. En España, el 27,6% de las mujeres nacidas en 1965 tienen un solo hijo. El 47% de los hogares con hijos solo tiene un hijo. Hay familias en las que la estrechez no es económica, sino de vínculos. No hay tíos, no hay sobrinos, no hay primos. Vivir la familia pendiente de un hilo es muy diferente a tener una familia extensa. Muchas parejas llegan tarde a la paternidad y, a veces, es irresponsable tener otro hijo. Muchas parejas, cuando desean tener un segundo hijo, ya no pueden y tienen graves problemas de esterilidad. Otras parejas no llegan a dos o tres hijos por una ruptura anticipada del matrimonio. Otras parejas deciden tener un solo hijo, pues posibilita a los padres trabajar ambos y no renunciar a sus empleos. En otras parejas pueden influir los costes elevados de la educación, las reducidas dimensiones de la vivienda o la falta de apoyos sociales. En muchas de estas familias, la verticalidad y la amistad bien cultivadas pueden siempre ayudar, pero nada quita esa limitación de que tu hijo no tenga hermanos. Es verdad que no tienen que conquistar la atención de los padres, que cargan muchas veces con todos sus errores y expectativas y que quizá aprenden menos a compartir, pero es cuestión siempre de estar alerta, de examinarse, de abrirse, de poner límites. Mantener un apellido, seguir una tradición a muchos les pesa menos que mantener unos valores y un proyecto de vida. Las dificultades de tener que atender también a los abuelos y bisabuelos, a los padres enfermos o a personas discapacitadas hacen que muchas familias sean estrechas. Nunca los hijos han tenido que atender tantos años a sus padres mayores por el alargamiento de la esperanza de vida (en España la media ya está en 80 años para los varones y 85 para las mujeres) y el peso de la dependencia al final de la vida. La estrechez es muchas veces para cuidar hacia arriba y hacia abajo. De un matrimonio con un hijo, ambos trabajando, a veces dependen cuatro abuelos y algún bisabuelo que muchas veces están enfermos, solos, abandonados. En Europa el índice de fecundidad de hijos por mujer se sitúa entre el año 2000 y el 2011 entre el 1,46 y el 1,61. Solamente dos o tres países en Europa superan los dos puntos en el año 2011[200]. En el año 2012 países tradicionalmente natalistas como Polonia (1,30), Portugal (1,28) y España (1,32) ocupaban los puestos de cola en la Unión Europea. Además, que cada vez se tengan los hijos más tarde condiciona enormemente el tener más de un hijo. En España, por ejemplo, se tiene el primer hijo a los 31,56 años 76
de media. Hoy ser hijo único tiene un significado distinto a otras épocas. Detrás de muchas familias con un hijo hay profundos valores evangélicos de cuidado de los padres y abuelos, de sufrimiento por una esterilidad secundaria, de fortaleza para sostener un hogar roto, de valentía para soportar condiciones laborales y económicas difíciles, de emigración, dejando al esposo o la esposa para conseguir un trabajo digno, de atención al hijo enfermo o con discapacidad, de entrega a responsabilidades sociales y políticas, de servicio a la justicia en situaciones difíciles y conflictivas. En los evangelios encontramos muchos encuentros de Jesús con algunos padres que le presentan un hijo. Posiblemente muchos de ellos fueron hijos únicos y de ahí el dolor de esos padres cuando presentan a Jesús su pena, la enfermedad de sus hijos e incluso a sus hijos muertos. «Se le acercó un funcionario, se postró y le dijo: Mi hija acaba de morir. Pero ven a imponerle tu mano y ella recobrará la vida» (Mt 9,18). Jesús, hijo único, bien podía entender lo que suponía para unos padres el dolor, la enfermedad o la muerte de su único hijo. 2.4. Familias rotas y cansadas por la enfermedad y la discapacidad. La limitación No es fácil entender lo que supone en un hogar un hijo o un padre enfermos cuando la enfermedad dura años o es permanente[201]. La enfermedad es algo más que un nombre y un tratamiento. Toda enfermedad desestructura, pero mucho más si es una persona con demencia, una persona con depresión, una persona con Alzheimer desde hace varios años. Cuando la enfermedad se prolonga en el tiempo y pesa demasiado, invade todos los ámbitos de la vida de la familia que cuida: el trabajo, el sueño, la pareja, el carácter, los amigos. Cuidar a un hijo o a un padre enfermos, y más aún si son discapacitados, supone una de las tareas más hermosas pero más heroicas que existen. Según el IMSERSO, en España el 91% de los discapacitados menores de 65 años viven en un ámbito familiar. Los niños suelen estar enfermos, pero cuando la enfermedad es continua, cuando es un compás que se repite cada dos o tres días, cuando en las noches temes ese despertar o ese lloro o esa tos que anuncia la recaída, es como una gota que va minando la psicología más madura, la piedra más firme, el ánimo más hondo. Muchos creyentes llegan a reconocer, muchas veces con el tiempo y con dificultades, la imagen de Dios en el rostro del hijo o del padre con minusvalía física o psíquica, en el hijo o en el padre enfermo. Son como ángeles en el hogar. La enfermedad y la minusvalía, sin romanticismos, les hace comprender cómo Dios habla en el corazón de estos pequeños de pocos y de muchos años. Como dice Jesús con respecto a los niños: «Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños. Pues os digo que sus ángeles en el cielo contemplan continuamente el rostro de mi Padre del cielo» (Mt 18,10). En una sociedad donde se censura el dolor y la enfermedad, se oculta la muerte y la 77
limitación, las familias son lugares donde se acoge a los minusválidos, los ancianos, los enfermos graves y moribundos. La familia tiene muchas veces el coraje de hablar, de cuidar, de afrontar el dolor y la muerte, de acompañar... en lo imprevisible de la vida, de no aislar, de no dejar al ser humano solo, de acompañar aunque solo sea con la presencia, aunque sea solo con el silencio... ante una vida que no está en nuestras manos, una vida que no es solo nuestra. Las familias son en nuestra sociedad todo lo opuesto de una compasión que mata, un amor que elimina, un derecho que se reclama. El problema es que cada vez las personas tienen menos tiempo para cuidar a sus familiares. En España y Portugal apenas hay flexibilidad horaria. En España solo el 11,9 tiene un horario flexible. Solo el 14% tiene jornada parcial (el 80% mujeres). La conciliación vida laboral y familiar se hace imposible y, cuando hay que cuidar a hijos o padres enfermos, entonces la familia inevitablemente se resiente. Con la crisis económica, cada vez menos personas pueden permanecer sin trabajar y dedicarse a cuidar a los familiares dependientes. Se ha pasado de 800.000 personas cuidadoras en 2007 a 490.000 en el año 2013. La familia cristiana es aquella que cuida o intenta cuidar, como puede y hasta donde puede, a sus enfermos. En una sociedad que ensalza la productividad, la eficacia y el rendimiento, se considera a los enfermos como un peso y una carga y consiguientemente se les margina. Los mayores constituyen una parte fundamental de la Iglesia y la sociedad, por su experiencia de vida y riqueza espiritual. Los mayores reconsideran mejor el pasado, viven más hondamente la esperanza y son un ejemplo para el pueblo de Dios. Muchos mayores y enfermos viven en una situación de desatención y marginalidad. A otros muchos no les llega con su pensión para vivir con lo mínimo. Algunos son separados del núcleo familiar e internados en residencias con el pretexto de una mejor atención. Muchas veces la atención médica y el alto precio de los medicamentos les afectan profundamente. La Iglesia debe acoger a los mayores y enfermos con o sin familia. Debe transmitirles su valor, alentar su vocación a una vida en crecimiento hasta el último suspiro de sus vidas, facilitar los encuentros entre ellos para compartir experiencias y suscitar amistades enriquecedoras, acoger su experiencia, formar sus capacidades para la animación de la Iglesia, ayudarles a ser mensajeros de alegría y esperanza en la Iglesia, ayudar a enfrentar sus temores y limitaciones sin desligarse de los demás, acompañar a las viudas y los matrimonios de mayores. La Iglesia debe ayudar a las familias valorando el sacrificio que hacen a favor de los enfermos y mayores, fomentar su comprensión y paciencia. Como señalan los obispos brasileños: cada uno debe tratar a sus padres mayores, parientes enfermos o abandonados con el mismo cariño con que a ellos les gustaría que les trataran sus hijos[202]. Como hemos dicho, a Jesús se le acercan muchos padres con hijos enfermos. Una mujer cananea de la zona salió gritando: ¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí! Mi hija es atormentada por un demonio (Mt 15,22). Un hombre se le acercó, se arrodilló ante él y le dijo: «Señor, ten compasión de mi hijo, que es epiléptico y sufre horriblemente» (Mt 17,14-15). A Jesús se le conmueven las entrañas y los cura. Las 78
familias a las que se les conmueven las entrañas y acompañan con amor y misericordia a sus enfermos y discapacitados durante años son uno de los más luminosos signos de Cristo en nuestra sociedad. 2.5. Familias haciéndose: parejas de hecho, parejas registradas, parejas en camino. La fragilidad En España (INE, 2011) existen 1.667.512 parejas de hecho (frente a los 9.806.022 parejas de derecho). Esto supone que en torno al 14% de las parejas de nuestro país son parejas de hecho. Esto está profundamente relacionado con el retraso de la edad del matrimonio (en torno a los 34,7 años de media en el 2012) y el descenso en el número de matrimonios (de 216.451 en el 2000 a 159.798 en el 2011)[203]. En Alemania son el 13% del total de las parejas heterosexuales las que forman un mismo hogar. Hoy, en muchos lugares, hay en verdad muchos miedos a fundar una familia[204]. Es un hecho en muchos de nuestros países que la mayoría de las parejas que piden el matrimonio religioso ya conviven desde años. La Conferencia Episcopal Alemana estima que son del 90% al 100%[205]. Desde nuestra humilde experiencia en España en varias parroquias, los porcentajes son similares. La convivencia es vista como un momento normal, como una oportunidad de afianzar la relación, una etapa en el proceso. «Considerando el vínculo permanente del matrimonio y con la conciencia de que una crisis matrimonial equivale a una profunda crisis existencial, muchos piensan que el matrimonio, sin una convivencia prematrimonial, denota una irresponsabilidad» [206]. En muchas de estas parejas hay hijos. En el año 2012, el 38,9% de los hijos en España nace fuera del matrimonio. En Bélgica está en torno al 50%. En Europa la media es del 39,3%. En Chile, el 70% de los hijos nace fuera del matrimonio. En España hay hijos en el 22% de los hogares con pareja de hecho. Pero el cambio más drástico en nuestro contexto español ha sido el aumento de matrimonios celebrados por lo civil (61% en 2012) y el descenso de matrimonios canónicos. Se ha producido un cambio enorme en solo una década. En el año 2000 se celebraron 163.636 matrimonios canónicos y 52.255 civiles, mientras que en el año 2011 se celebraron 62.977 matrimonios canónicos y 95.993 civiles. Es esencial en nuestra tradición católica repensar y valorar un poco más profundamente lo que significa el matrimonio civil también entre bautizados[207]. El Instrumentum laboris reconoce el número creciente de parejas que conviven sin estar casadas ni canónica ni civilmente y sin ningún tipo de registro. Muchas de estas uniones no son un experimento, sino una forma estable de vida. «Las estadísticas muestran una frecuencia alta de esta realidad: se subraya una cierta diferencia entre zonas rurales (convivencias más escasas) y zonas urbanas (por ejemplo en Europa, Asia y América Latina). La convivencia es más común en Europa y América del Norte, en crecimiento en América Latina, casi inexistente en los países árabes, menor en Asia. En 79
algunas zonas de América Latina, la convivencia es más bien una costumbre rural, integrada en la cultura indígena (servinacuy: matrimonio a prueba). En África se practica el matrimonio por etapas, vinculado a la comprobación de la fecundidad de la mujer, que implica una especie de vínculo entre las dos familias en cuestión» (n. 81). La Conferencia Episcopal de Bélgica describe tres grupos de personas que cohabitan en situaciones no formalizadas: «Los jóvenes con una perspectiva de futuro incierta en muchos aspectos, las personas heridas por la vida y que no se atreven a comprometerse, las personas de edad que, por diversas razones, no desean un compromiso total» [208]. Los motivos, por lo tanto, son diversos: por motivos económicos, por desempleo, por falta de vivienda, por recelo de un compromiso serio, por ser contrarios a un formalismo social, por razones de extrema pobreza o ignorancia, por temor a aceptar el compromiso que conlleva acoger a los hijos por falta de ayuda de los Estados, por la vivencia del amor como un acontecimiento privado, por falta de políticas familiares, por miedo a perder la libertad, por el deseo de seguir en una cierta adolescencia, porque piensan que es imposible un amor para toda la vida, etc. La comunidad cristiana tiene que acompañar con misericordia a estas parejas a tomar conciencia de su situación, de su fragilidad, de los compromisos que supone el matrimonio y sobre su capacidad de cumplirlos, proponerles un camino positivo con Dios, ayudarles a tomar conciencia de sus motivaciones, su visión de pareja, sus miedos y acompañarles a dar el paso cuando se sientan seguros y maduros. Para ello son cruciales las actitudes de tolerancia, hospitalidad, paciencia, comprensión y positividad. La pareja tiene que ir tomando conciencia de que su cuerpo, sus gestos y sus relaciones están dentro de un contexto social. En efecto, hay que situar a las parejas en un contexto social, hay que ayudarles a comprender las ramificaciones familiares de la pareja sexual. No cabe una visión individualista y aislada del amor. Hay una importante dimensión en la historia y en las culturas de la sexualidad en lo reproductivo, lo económico y la influencia social. El individuo relacionado es esposo, padre, hijo, hermano, amigo... de una familia, de una ciudad, de una iglesia, un partido, etc. No hay que olvidar la dimensión social del amor de pareja[209]. Para que la pareja cristiana tenga futuro y no sea una reliquia sectaria, debe enraizar la libertad sexual dentro de un proyecto de vida buena y de relaciones que se construyen. Las relaciones y los comportamientos de pareja tienen que ir construyendo pareja, familia, comunidad. No podemos quedarnos instalados en una libertad descontextualizada y autónoma, sino acompañar el crecimiento y el desarrollo de una libertad «para», que busca un sentido y un propósito. Es necesario hablar de la dimensión social del amor de la pareja, de su fuerza integradora y desintegradora, su fuerza para aislar y socializar, su capacidad de liberar y explotar. La Iglesia debe acompañar y hacer compañía a todas estas parejas en su proceso de fortalecimiento de vínculos, de profundización de afectos y sentimientos, en sus proyectos de vida personal, familiar y social. Las comunidades eclesiales pueden, sin duda, ser un ámbito de crecimiento en la vida y en el amor. Jesús, en su diálogo con la samaritana –la cual ha tenido cinco maridos–, le suscita un deseo de beber un agua que le 80
quite la sed, le muestra su verdad desnuda de no tener en el fondo marido y le invita a dar culto en «espíritu y verdad». 2.6. Familias rotas por la pobreza, la emigración y el paro. La supervivencia La familia está siendo en España el colchón que está permitiendo que el 50% de nuestros jóvenes en paro salga adelante, que más del 25% de nuestra población activa aunque no tenga trabajo (más de cinco millones de personas) pueda seguir viviendo un poco dignamente. De los parados, no hay que olvidarlo, dos de cada tres son cónyuges o personas de referencia en el hogar (64%). De los parados, dos de cada tres llevan más de un año desempleados (61%)[210]. Por otro lado, los ritmos de trabajo extenuantes, los horarios sin límite, la precariedad y la inestabilidad laboral, los desplazamientos largos para trabajar están afectando al corazón y la paz de las familias, a sus relaciones y tiempos compartidos. Las familias de emigrantes deben considerarse especialmente en un mundo en el que, por la crisis económica y la necesidad, se deciden a emigrar para buscar un trabajo. Muchas veces es el padre o la madre el que emigra, dejando al otro progenitor con sus hijos en la tierra de origen. La distancia de uno de los padres inevitablemente desequilibra la vida y la educación familiar. Otras veces, la familia entera emigra desenraizándose de su tierra y del resto de la familia. La emigración afecta a la estabilidad familiar, provoca en ocasiones el abandono de los hijos y, a veces, conlleva la formación de una nueva familia. Es una situación de especial vulnerabilidad. La ilusión de la riqueza en la gran ciudad o en el país rico, la imagen de los medios de comunicación, hacen que muchos de ellos engrosen los cinturones de miseria de las grandes ciudades y que los hijos se expongan al peligro de la droga, la violencia, el alcohol o la prostitución. La Iglesia debe acoger con hospitalidad a estas familias dándoles seguridad, confianza, dignidad, valorando sus culturas. La Iglesia debe aliviar esa desintegración familiar promoviendo la organización colectiva de los emigrantes y sus familias desde una evangelización inculturada. La Iglesia debe visitar a estas familias, invitarles a participar en reuniones familiares y movimientos familiares, apoyarlas solidariamente, sobre todo en los primeros momentos, realizar una catequesis adaptada a su cultura, denunciar los atropellos que sufren, organizar encuentros de personas y familias emigrantes, buscar e integrar a los jóvenes y adolescentes, etc[211]. La pobreza extrema golpea y atenaza a la familia, que tiene que defenderse para poder conseguir «el pan de cada día». La Iglesia, igual que Jesús, debe ser una Iglesia «pobre y para los pobres», como dice el papa Francisco. Esto implica que debe ser una Iglesia volcada con las familias más pobres. 2.7. Familias adoptivas y de acogida. La solidaridad que amplía la fraternidad En España, entre 2005 y 2011, han descendido a un 45% las adopciones. Nada hay más 81
duro que crecer en la infancia y en la adolescencia sin la mirada amable de unos padres. Ya el Concilio afirmó que «entre las diferentes obras del apostolado familiar pueden enumerarse las siguientes: adoptar como hijos a niños abandonados» [212]. Juan Pablo II, en la Familiaris consortio (FC), señaló con claridad: «Las familias cristianas han de abrirse con mayor disponibilidad a la adopción y acogida de aquellos hijos que están privados de sus padres o abandonados por estos. Mientras esos niños, encontrando el calor afectivo de una familia, pueden experimentar la cariñosa y solícita paternidad de Dios, atestiguada por los padres cristianos, y así crecer con serenidad y confianza en la vida, la familia entera se enriquecerá con los valores espirituales de una fraternidad más amplia» (FC 41). Esta profunda generosidad de estas familias, que amplían la fraternidad, conecta con algo que toca el ser de Dios y nuestra profunda condición cristiana, como bien nos enseña la Carta a los gálatas: «Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su propio Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo el dominio de la Ley, para liberarnos del dominio de la Ley y hacer que recibiéramos la condición de hijos adoptivos de Dios» (Gál 4,4-5). 2.8. Familias monoparentales. Vivir y crecer con un padre o una madre. El coraje En España son ya más del 15% de los hogares. 1.359.376 hogares están formados por madre e hijos. 333.882 hogares están formados por padre e hijos. Estas familias son consecuencia de la muerte de uno de los padres, de la separación o del divorcio, de la adopción o del acceso a las Técnicas de Reproducción Médicamente Asistida de la mujer sola[213]. En México, en el año 2010, son el 18,5% de las familias (las mujeres encabezan el 84% de los hogares monoparentales). La mayoría son viudas, separadas o divorciadas[214]. En Brasil, en el censo de 2003, el 18% de las familias están formadas por mujer e hijos[215]. En Alemania el 11% de las familias son monoparentales. Algunos de estos hogares están formados por madres solteras que fueron abandonadas. Como afirma el Instrumentum laboris, «hay que admirar el amor y la valentía con que acogieron la vida concebida en su seno y proveen al crecimiento y la educación de sus hijos. Merecen de parte de la sociedad civil un apoyo especial, que tenga en cuenta los numerosos sacrificios que afrontan» (n. 88). Un motivo de mucho dolor y sufrimiento son los padres separados que utilizan a los hijos como instrumento de coacción y venganza. Es necesario evitar esta instrumentalización y ayudar siempre a poner el bien de los hijos por encima. Jesús tiene palabras muy duras contra los que utilizan y abusan de los niños: «Quien escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgasen al cuello una piedra de molino y lo arrojaran al fondo del mar» (Mt 18,6). No se puede tolerar jugar con lo más frágil, con los pequeños, con los niños. 2.9. Familias deshechas: abandonados, engañados y maltratados. Las grietas La fidelidad todavía es un valor importante para nuestros jóvenes. No es fácil que una 82
pareja resista a una infidelidad o un engaño. Esto se debe a que la fidelidad sigue siendo el valor más importante para los españoles en sus relaciones afectivas. Según el sondeo del CIS, Actitudes y conductas afectivas de los españoles (1995), un 82% consideraba que, si se ama verdaderamente, se es fiel siempre; un 67% creía que una relación amorosa debería durar toda la vida; eso sí, el 45% consideraba que, si se acaba la pasión de los primeros tiempos, lo mejor es abandonar la relación. Según otros estudios del mismo CIS (Hijos y parejas y Los jóvenes de hoy, 1998), son los jóvenes quienes opinan que la fidelidad es el valor más importante (98%). Muchos niños vienen al mundo de madres solteras, madres que han sido abandonadas por sus parejas durante el embarazo. En España, entre 1999 y 2012, más de 800 mujeres fueron asesinadas por quienes decían que las amaban. El 31 de diciembre de 2008, 113.500 mujeres estaban bajo protección policial. Entre el año 2007 y el 2011 hubo un total de 700.000 denuncias. Al menos un 10% de las mujeres han sido o son maltratadas[216]. La violencia anida en ciertos momentos en algunos rincones de la familia, pero su efecto es letal y deforma, aunque ocultamente, todas las relaciones. Acompañar estas situaciones implica evitar tanto el silencio como toda reconciliación prematura. La iglesia, como señala el jesuita Pablo Guerrero, es a veces el único lugar en el que el maltratador deja ir a su víctima. Por eso es importante que, a veces, en homilías, pronunciamientos, documentos y conferencias se oigan estos problemas para que estas personas encuentren en la Iglesia alguien a quien acudir. La Iglesia debe comportarse como el Buen Samaritano. A diferencia del sacerdote y el levita, que no quieren ver las heridas del maltratado en la cuneta del camino y pasan de largo, el samaritano se detiene, cura las heridas, carga con él, lo conduce a un lugar seguro y se encarga económicamente de que lo cuiden y se recupere. Como el Samaritano, la Iglesia, por medio de sus agentes de pastoral, tiene que escuchar profundamente a estas mujeres, creerlas sinceramente, aliviar tanto insulto y aislamiento, tanto menosprecio y minusvaloración, ya que las toman por locas e inútiles, evitar soluciones simplistas y espiritualizaciones que no justifican, ofrecerles recursos y personas que les ayuden de forma especializada, crear espacios seguros y de reposo en la Iglesia para que estas personas encuentren ayuda y asilo, formar y hablar públicamente sobre el tema en las homilías, en los cursos prematrimoniales, en las parroquias[217]. 2.10. Familias heridas: separados y divorciados. Lo impenetrable e incomprensible Muchas parejas fracasan en la realización de un proyecto juntos para toda la vida. Una concepción dinámica y evolutiva de la alianza matrimonial, de su carácter de proceso que se extiende a su vida conyugal entera, como la que ofrece la orientación personalista del concilio Vaticano II, lleva a admitir la posibilidad de que el matrimonio no solo pueda crecer, sino que también pueda romperse hasta el punto de que su reanimación resulte imposible. Todo matrimonio es una comunidad de vida y amor que plenifica a muchos 83
hombres y muchas mujeres, pero también es cierto que, en cuanto realidad relacional, todo matrimonio es una realidad frágil y vulnerable que está abierta al fracaso[218]. En España, desde el año 2000 entre 100.000 y 155.000 matrimonios se divorcian o se separan al año. A raíz de la Ley 15/2005, la mayoría de las rupturas matrimoniales son divorcios (más del 90%). Desde 1981 en España ya se han superado los 2,7 millones de rupturas acumuladas (afectando a más de 2 millones de hijos). Esto hace que, en nuestro país, la población de separados/divorciados ascienda a 2.400.000 personas. En Alemania, uno de cada tres matrimonios termina en divorcio y en la mitad de estos divorcios hay hijos menores afectados. En Ecuador, por ejemplo, en el año 2007, se produjeron 14.942 divorcios sobre un total de 76.154 matrimonios. El divorcio y la separación ya no es una situación excepcional, ni en la sociedad ni en la Iglesia. Es necesario tomar conciencia de la importancia numérica de estas personas. Es importante subrayar una y otra vez que la separación y el divorcio civil no constituyen una situación objetivamente inmoral o censurable. Como afirma la Familiaris consortio, los divorciados que no contraen un nuevo matrimonio pueden ser «un ejemplo de fidelidad y coherencia cristiana que asume un particular valor de testimonio frente al mundo y la Iglesia..., sin que exista obstáculo alguno para la admisión a los sacramentos» (n. 83). No hay que aumentar el dolor a su situación creando problemas de conciencia donde no los hay. Por el fracaso de su matrimonio no pueden ser relegados en la participación activa en la catequesis, en responsabilidades eclesiales. La pastoral de la Iglesia debe acogerlos, acompañarlos, asesorarlos, apoyarles social y económicamente, pues muchos divorcios y muchas separaciones provocan situaciones de enorme riesgo de pobreza, pero sobre todo debe acoger todos sus dones y toda su capacidad de entrega. Lo importante es asumir la experiencia de la mayoría de los católicos separados y divorciados que no piensa en el problema de la validez. La cuestión que hay que afrontar no es la nulidad en la mayoría de los casos, sino que el matrimonio ha fallado, ha fracasado. Necesitamos reconciliarnos con una cierta ética del fracaso[219]. Jesús fracasó con sus discípulos, con las gentes, con sus parientes, con su familia. Al final de su vida todos le abandonaron. Jesús murió fracasado en la cruz. La vida buena y mejor no es aquella en la que todo lo que emprendemos, logramos cada día y cada año, se desarrolla más y más. En efecto, muchas iniciativas y muchos compromisos se truncan en nuestra vida. Fracasamos en un noviazgo, en la carrera que elegimos, en el trabajo, en nuestro compromiso social. Cambiamos de hobbies, a veces de amigos, de trabajo, de vivienda y de ciudad, etc. No acertamos a la primera y no siempre podemos con todo. Los fracasos y los accidentes muchas veces truncan nuestros proyectos lineales y nos sitúan en otro lugar. Por eso quizá tengamos que aprender a leer «los renglones torcidos de Dios». ¿Pasa algo parecido en el amor? El amor no se compra, no se vende, nadie lo puede asegurar, no es solo cuestión de voluntad[220]. Es cuestión de dos. Dos voluntades, dos libertades[221]. 84
El fracaso en el matrimonio supone la ruptura de un proyecto vital, la quiebra de lo que imaginábamos era el éxito y la plenitud en la vida, algo impenetrable a lo que es muy difícil encontrar el último porqué, una realidad que crea sentimientos de culpabilidad difusos, una experiencia de fracaso que a ninguna otra puede asemejarse, una constatación de que nadie fracasa para sí solo, una evidencia personal de que no se cura aunque se pueda vivir con él[222]. El fracaso y la ruptura nos ayudan a asumir la limitación, la necesidad de crecimiento y de reencuentro con nuestras buenas cualidades. No somos dioses, pero tampoco demonios. Las personas fracasadas tienen el poder de renacer por el arrepentimiento. Es un camino difícil que va desde la desolación y la ruptura (donde se rompe el amor, la relación, el vínculo con los hijos y la vida) a padecer sus consecuencias psicológicas, a un duelo más o menos largo hasta que poco a poco uno va abriendo nuevos caminos y nuevos modos de relación y amistad, y va encontrando un nuevo sentido a la vida. El final del libro de Amós puede ser elocuente. Amós habla del día de la restauración después del juicio y de la sentencia inapelable: «Aquel día levantaré la choza caída de David, tapiaré sus brechas, levantaré sus ruinas hasta reconstruirla como era antaño (...). Cambiaré la suerte de mi pueblo, Israel: reconstruirán ciudades arruinadas y las habitarán, plantarán viñedos y beberán su vino, cultivarán huertos y comerán sus frutos» (Am 9,11-15). Nuestro Dios es un Dios que nos levanta, que repara las brechas, levanta las ruinas y cambia nuestra suerte. Tenemos que reconocer que lo cristiano a veces es irse, salir de casa, romper. ¿Hasta cuándo «hay que aguantar»?[223]. ¿Qué pasa cuando ya se ha perdonado hasta setenta veces siete? ¿Qué sucede cuando el amor hace años que murió? ¿Qué ocurre cuando todos los intentos de reencuentro y reconciliación llevan a un mayor dolor y separación? El divorcio y la separación dejan unas huellas imborrables en la mayoría de las personas, pero a veces son la mejor solución a situaciones insostenibles y circunstancias graves. A veces no son solo un mal menor, sino el bien que se debe hacer cuando la convivencia bajo el mismo techo nos destruye por dentro. Es cierto que no existen las rupturas indoloras, pero también hay mucho dolor silencioso sin sentido en ciertas convivencias envenenadas. Los separados y divorciados tienen necesidad de los sacramentos como fuente de gracia, de encuentros con personas en la misma situación, pueden desempeñar actividades en el campo de la catequesis, la liturgia y la caridad. En las comunidades tenemos que promover grupos estables de personas separadas y divorciadas para la ayuda mutua. 2.11. Familias rehechas: divorciados vueltos a casar. El renacer En España tenemos 496.135 familias reconstituidas en el año 2011. Muchas de ellas están compuestas por divorciados vueltos a casar. Muchos cristianos, desde su común y 85
honda experiencia, juzgan su nueva relación como moralmente justificada. La mayoría de los bautizados en esta situación no viven su situación como una condición irregular. No comprenden ni aceptan esa forma de hablar. En la nueva relación también viven los valores cristianos del amor, la lealtad y la responsabilidad con la pareja y los hijos. Muchos vuelven a encontrar la felicidad que creyeron muchos años les estaba negada. Solo los muy comprometidos con la Iglesia viven la situación de exclusión de los sacramentos con gran dolor y, a veces, con amargura. Les duele que una Iglesia que aman les trate así. En la mayoría lo que provoca es un mayor alejamiento de la Iglesia, que conduce casi siempre a un alejamiento de la fe cristiana[224]. La misericordia debería llegar también y comprender lo que supone este alejamiento de los sacramentos. La Iglesia no puede abandonar a estas personas y, lo que es más dramático, a sus familias enteras y a sus hijos. La falta del modelo de los padres en la comunión eucarística tiene un efecto durísimo en la comunión de los hijos. La mayoría lo sienten como una discriminación injustificada y una crueldad. La Iglesia tiene que pensar si va a perder no solo a los divorciados vueltos a casar, sino a todos sus hijos. Este tema supone reconsiderar con el corazón algunas cuestiones. No es un tema cerrado ni conviene cerrarlo[225]. Es un tema que dialogar, en el que tenemos que asumir que no sabemos a dónde nos lleva la escucha y el diálogo, el espíritu y los signos de los tiempos. Es esencial estar abierto a ver de otro modo, estar dispuesto a cambiar. Como decía el cardenal Newman: «Vivir es cambiar y ser perfecto es haber cambiado mucho». Crecer, caminar, progresar, madurar es la mejor prueba de la vida, de estar vivo. La fe es un proceso de descubrir y encontrarse con la verdad. No es algo estático, no es algo neutral, no es un pensamiento puro. La fe es una aventura. Supone buscar y hallar, como Agustín en sus Confesiones. Al menos en esta cuestión hay que volver a repensar diez cuestiones. No siempre es fácil. Ya decía G. Bernanos que «las voces que nos liberan no son las más tranquilizadoras y reconfortantes». Por eso, no veamos detrás de estos números diez argumentos, sino diez «realidades vitales» que nos interpelan. Creo que lo más importante, más allá del tema sacramental, es comprender en profundidad la situación vital dramática de muchas personas. 1. Familiaris consortio afirma que algunos divorciados y vueltos a casar están subjetivamente seguros en conciencia de que su matrimonio anterior, irreparablemente destruido, nunca había sido válido (FC 84). No lo han contraído de forma válida. El carácter público del matrimonio hace que no pueda dejarse esta valoración a la subjetividad de la persona implicada. De todos modos, cabe plantear soluciones más pastorales con prudencia y sabiduría. Para algunos cristianos, la nulidad supondría una solución si fuera más breve, se tramitara de un modo más simple y fuera acompañada espiritualmente. El cardenal Scola, en la relación inicial del sínodo de los obispos sobre la Eucaristía de 2005, apoyó la tesis de la posible nulidad de los matrimonios sacramentales contraídos «por adhesión mecánica a la tradición, sin que los contrayentes estén convencidos del valor del sacramento y de su indisolubilidad». Reconoce que «es indispensable proseguir en el trabajo de repensar la naturaleza y la acción de los 86
tribunales eclesiásticos para que sean siempre expresión de la normal vida pastoral de la Iglesia» [226]. 2. Hay que tener en cuenta el caso de aquellos que son abandonados muy prematuramente o injustamente y que no pueden soportar la soledad[227]. En plena aula conciliar el 29 de septiembre de 1965, monseñor E. Zoghby, vicario patriarcal de Máximo IV, patriarca de los melquitas de Egipto y Sudán, dijo: «Existe un problema más angustioso todavía que el de la limitación de los nacimientos; es el problema del cónyuge inocente que, en lo mejor de su vida y sin ninguna culpa por su parte, se encuentra definitivamente solo a causa de la falta del otro. Tras un corto período, en un matrimonio que parecía feliz, uno de los esposos, por debilidad humana o con premeditación, abandona el hogar conyugal y contrae una nueva unión. El cónyuge inocente se dirige a su párroco o a su obispo, del que no recibe sino esta contestación: “No puedo hacer nada por usted. Rece y resígnese a vivir solo y guardar continencia por toda la vida”. Esta solución presupone una virtud heroica, una fe insólita y un temperamento nada común, lo cual no está hecho para todo el mundo... La pregunta que estas almas angustiadas proponen al Concilio es esta: ¿tiene la Iglesia el derecho de responder a un fiel inocente, sea cual sea la naturaleza del problema que lo tortura: Arrégleselas como pueda... no tengo solución para su caso? ¿Se puede la Iglesia limitar a dar una solución excepcional, hecha para seres excepcionales?». 3. Hay que tener en cuenta el caso de aquellos cuya comunidad de vida está irremediablemente rota, pues el otro ha contraído otro matrimonio. Algunos hablan de si la Iglesia no podría aceptar una forma de «muerte psicológica» del matrimonio. Hay situaciones en las que el otro ya no es más que un lejano recuerdo. ¿Qué significa el vínculo cuando hace diez o veinte años que no veo a la que fue mi pareja y pasan meses sin el más mínimo recuerdo de él o ella y ya comparte una comunidad de vida y amor con otra persona desde hace años? ¿Qué implica que ya no exista una «comunidad de vida y amor» desde hace años, que no haya vida compartida ni amor recíproco y que de modo real esa comunidad de vida y amor se esté dando con otra persona? 4. Hay que tener en cuenta que incluso la Familiaris consortio de Juan Pablo II admite una excepción: únicamente se admite a la Eucaristía previa reconciliación en el sacramento de la Penitencia a las personas que viven en una situación en que «no pueden cumplir la obligación de la separación» (por motivos serios como la educación de los hijos) y con tal que asuman el compromiso de vivir en plena continencia, o sea, de «abstenerse de los actos propios de los esposos» (84,5). Juan Pablo II admite pues, una excepción, un caso en que la separación entre el signo de la fidelidad a la Eucaristía y la fidelidad al amor conyugal es posible. ¿Cabrían otras excepciones? 5. La praxis ortodoxa. Para los ortodoxos, solo la primera boda es sacramental. Los otros matrimonios no son un sacramento, son matrimonios redimensionados en una situación penitencial. En cierto sentido pueden recibir la comunión, pero sabiendo que esta es «concedida por un acto de misericordia y no implica que su boda sea un sacramento». Para los ortodoxos tampoco pueden realizarse ceremonias que hagan pensar que la nueva unión constituye un auténtico sacramento. Este modelo ortodoxo 87
parece iluminador a algunas conferencias episcopales y a muchos católicos. 6. La praxis ortodoxa no ha sido obstáculo para la plena unión de las Iglesias en todos los concilios desde Trento. En la Iglesia católica se ha sido tolerante con la praxis ortodoxa. En la profesión de fe impuesta a Miguel Paleólogo no se incluye nada acerca de esta praxis. En el concilio de Florencia el problema se suscita una vez que se había firmado el decreto de unión. Trento tuvo cuidado de no condenar la praxis de las Iglesias orientales. Los Padres conciliares de Trento no querían condenar praxis de las Iglesias orientales. Los representantes de la república de Venecia insistieron en esto. Los Padres conciliares sabían que la doctrina y la práctica orientales existían ya desde siglos antes incluso del cisma dentro de la unidad de la Iglesia. En el Vaticano I hubo quienes querían una condenación más explícita de la praxis permisiva, pero no se llevó a cabo para no dificultar el acercamiento entre Iglesias, porque la historia demostraba que era posible la comunión sin exigir en este punto la doctrina romana. 7. La cláusula de Mateo: en caso de porneia (Mt 19,9). El texto es conocido: «Entonces, ¿por qué Moisés mandó darle el acta de divorcio al repudiarla? Les respondió: Por vuestro carácter inflexible os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres. Os digo que quien repudia a su mujer –si no es en caso de porneia– y se casa con otra, comete adulterio». Las interpretaciones exegéticas parecen señalar un límite a la indisolubilidad por causa de la porneia; pero la exégesis no nos ha dado su palabra definitiva y existen muy diversas interpretaciones del texto. Además de una cierta praxis de «cierta tolerancia» en algunos contextos en el primer siglo, lo que sí es cierto es que algunos autores ortodoxos como Cayetano[228], Ambrosio Catarino y Erasmo[229] creían que los textos de Mt 5,32 y 19,9 sobre el despido en caso de fornicación, podrían interpretarse en el sentido de que la disolución canónica después del adulterio sería posible. En el concilio de Trento, un cierto número de obispos (incluido el legado papal, cardenal Del Monte) se inclinaba a leer en los incisos de Mateo una autorización a volverse a casar, fundándose en textos patrísticos[230]. Más allá del texto de Mateo hay una «realidad» que rompe el corazón de muchas parejas: la infidelidad constante de uno de los miembros y el poner el corazón, el deseo y la pasión en otra persona. 8. La praxis de la Iglesia durante el primer milenio. En el Occidente cristiano del primer milenio se encuentran algunos textos claros y explícitos, no demasiados, que militan a favor de una praxis permisiva del divorcio, apoyados en las cláusulas de Mateo. En la Iglesia latina hasta el siglo IX se dio en ciertos contextos y momentos una interpretación de las cláusulas en un sentido que «toleraba» el divorcio. Los textos que apuntan a una cierta práctica «pastoral» tolerante en ciertas situaciones excepcionales y como una realidad claramente no deseable, en algunos contextos y momentos, son los siguientes[231]: Tertuliano: «Mientras permanece el matrimonio, casarse es adulterio. De modo que, si prohibió devolver a la mujer condicionalmente, no lo prohibió completamente, y lo que no se ha prohibido completamente, se permite en los casos en los que cesa la causa de prohibición... Tenemos, por tanto, a Cristo afirmando la justicia del divorcio» (Adversus Martionem, 4, 34). 88
Orígenes: «Contrariamente a la Escritura, algunas cabezas de la Iglesia han permitido la segunda boda a una mujer cuyo marido estaba vivo. Lo han hecho a pesar de lo que está escrito: “La mujer está obligada mientras vive su marido” (1Cor 7,39), y “es necesario considerar adúltera a la mujer que se da a otro hombre, mientras su marido está vivo” (Rom 7,3). Estas, sin embargo, no han actuado completamente desprovistas de razón. Con verosimilitud, esta debilidad ha sido permitida en consideración a males mayores, contrariamente a la ley primitiva referida por las Escrituras» (Comentario a Mateo, 14, 23). San Basilio: «La respuesta del Señor, según la lógica del pensamiento, se aplica por igual a los hombres y a las mujeres: no les está permitido abandonar la vida conyugal fuera del motivo de adulterio. Pero la costumbre no lo entiende así: de hecho, en el caso de la mujer, encontramos mucha precisión... La costumbre ordena a las mujeres mantener a los maridos adúlteros y que viven en la fornicación. De modo que aquella que vive con un marido abandonado, yo no sé si se puede considerar adúltera. Porque la acusación tocará entonces a quien ha recusado a su marido por cualquier razón que haya tenido para alejarle de ella... (La mujer) que abandona es adúltera si tiene otro hombre. Quien ha sido abandonado es excusable y la que vive con él no está condenada» (Carta 188 al obispo de Iconio). San Basilio no trata por igual a la mujer y al hombre. El principio está claro: «No está permitido a quien ha devuelto a su mujer casarse con otra, ni a quien ha sido repudiada por su marido, casarse con otro» (Reg 73, 2). Pero la indulgencia en ciertos casos hace afirmar que «es excusable», que «no está condenada», que no se sabe si se puede considerar adúltera. El concilio de Arlés (314) anima a los jóvenes abandonados a no tomar otra mujer mientras viva su esposa, aunque esta sea adúltera: «A los que encontraron a sus cónyuges (mujeres) en adulterio, y son fieles jóvenes y les está prohibido casarse, conviene que, en cuanto sea posible, se les dé el consejo de que no reciban otras esposas mientras viva la suya, aunque sea adúltera» (Canon X). El Concilio se limita a «desaconsejar» el nuevo matrimonio. El papa san León, en el caso extremo de un prisionero de guerra desaparecido un largo tiempo que vuelve y se encuentra a su mujer casada, afirma: «Lo cual, si se mantiene y se guarda en las propiedades y los campos e incluso en las casas y posesiones, cuánto más habrá que hacerlo en el caso de la vuelta de los maridos, a fin de que sea vuelto a componer, mediante el remedio de la paz, cuanto por exigencias de la guerra se trastocó. En consecuencia, si los varones, vueltos a casa tras larga separación, perseveran de tal modo en el amor a sus esposas que desean volver a su matrimonio, entonces se ha de restituir aquello que la misma fidelidad postula». El papa admite, por lo tanto, que el primer marido pueda voluntariamente renunciar a sus derechos.
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Ciertas fórmulas de san Juan Crisóstomo («La mujer adúltera no es la esposa de nadie»; «Después del adulterio el marido ya no es marido»), de Lactancio («El adulterio de la mujer rompe el vínculo del pacto conyugal») o de Hilario (El adulterio 89
«pone fin al matrimonio») es necesario tenerlas en cuenta sin comprenderlas en un sentido jurídico-canónico[232]. Más allá de los textos, que han sido objeto de debate desde hace décadas por múltiples autores, hay que tener en cuenta, con cierto dolor y pena, cómo a lo largo de la historia algunos varones acudían con frecuencia a prostíbulos o tenían amantes mientras conservaban sus matrimonios. No había una necesidad imperiosa de separarse pues podían, en algunos casos, mantener otras relaciones simultáneamente. La sociedad toleraba, en algunos contextos, estas infidelidades, estas dobles vidas con mucha indulgencia. Reyes, príncipes, cardenales, condes y muchas personas tenían amantes e hijos con amantes –relaciones «adúlteras» durante años–, conocidos y reconocidos públicamente, y eran acogidos indulgentemente a comulgar en la celebración eucarística. 9. Hay que repensar el símbolo de Efesios 5 y su aplicación a este caso cuando se afirma que esta situación «contradice objetivamente la unión de Cristo con su Iglesia». La utilización de un símbolo no normativo de modo normativo, de un símbolo positivo de modo negativo-punitivo, de un símbolo dinámico de una forma estática, de un símbolo desigual (Cristo y su Iglesia) como un símbolo de igualdad necesita repensarse. Ya el entonces cardenal J. Ratzinger entiende la relación esponsal de Cristo con su Iglesia como una relación que es dinámica y desigual. La entrega de Cristo por su Iglesia es definitiva, pero la entrega de la Iglesia a Cristo está sometida a la tentación y no siempre es fiel. Es una relación entre dos realidades desiguales. Además, como dice el obispo de Amberes, Johan Bonny: la indisolubilidad del matrimonio entre un hombre y una mujer y la indisolubilidad del vínculo entre Cristo y su Iglesia «tienen diferentes significados salvíficos». «Lo que Cristo hizo por nosotros continúa trascendiendo toda vida humana y eclesial. Ningún “signo” específico puede adecuadamente representar la “realidad” de este lazo de amor a la humanidad y a la Iglesia». ¿No es lo más esencial de Efesios 5 la valoración del matrimonio desde la «entrega» de Cristo en línea de Flp 1,6-11? ¿No se instrumentalizan las personas para defender una creencia, para hacer de ellas un contrasigno? 10. Perdón. El papa Francisco, en el Ángelus del 17 de marzo de 2013, señaló con claridad: «Él jamás se cansa de perdonar, pero nosotros, a veces, nos cansamos de pedir perdón». ¿No cabría levantar la excomunión en determinados casos? ¿En qué convertimos la Eucaristía si los dejamos fuera? ¿Cómo es que no lo hemos visto y planteado antes?[233]. Martini, en el contexto de la revocación de la excomunión dictada contra los cuatro obispos consagrados ilegítimamente por Lefebvre en 1988, concedida por Benedicto XVI en enero de 2009, afirmó: «Yo me he alegrado por la bondad con que el Santo Padre ha levantado la excomunión a los cuatro obispos lefebvrianos. Sin embargo, pienso, con otros muchos, que hay numerosísimas personas en la Iglesia que sufren porque se sienten marginadas, y que habría que pensar también en ellas. Me refiero, concretamente, a los divorciados que se han vuelto a casar. No a todos, porque no debemos fomentar la frivolidad y la superficialidad, sino promover la fidelidad y la 90
perseverancia. Pero lo cierto es que hay quienes se encuentran hoy en un estado irreversible del que no son culpables. Tal vez han asumido nuevos deberes para con los hijos habidos de su segundo matrimonio y no tienen motivo alguno para volver atrás; más aún, no resultaría sensato tal comportamiento» [234]. La Iglesia debe acompañar y ofrecer a estas personas la oración, la devoción eucarística, la comunión espiritual, la meditación de la Palabra, la caridad, la seriedad en la educación en la fe de los hijos, retiros específicos, incorporarse a grupos de casados y también quizá –eso deseamos muchos creyentes– la comunión en el pan y el vino[235]. El papa Francisco señala que «la Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos, sino un generoso remedio y un alimento para los débiles. Estas convicciones también tienen consecuencias pastorales que estamos llamados a considerar con prudencia y audacia. A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para uno con su vida a cuestas» (EG 47). No hay que olvidar tampoco las voces que en el anterior Sínodo de los Obispos sobre la Eucaristía del 2005 aceptaron ciertas excepciones en ciertos casos concretos[236]. El obispo de Haití, Pierre Antoine Paulo, se mostró favorable a que «en casos particulares se pueda dar la Eucaristía incluso a quien no esté en plena comunión con la Iglesia», como es «el caso de los divorciados vueltos a casar». El arzobispo de Wellington (Nueva Zelanda), John Atcherley Dew, afirmó que «nuestras iglesias se enriquecerían si pudiésemos invitar a los católicos comprometidos, actualmente excluidos de la Eucaristía, para que vuelvan a la mesa del Señor». Para algunos «su primer matrimonio ha terminado tristemente. Nunca han abandonado la Iglesia, pero actualmente están excluidos de la Eucaristía». Por ello, «este Sínodo debe tener un enfoque pastoral. Tenemos que hallar los modos para incluir a los que tienen hambre del Pan de la Vida. Es necesario afrontar el escándalo de los que tienen hambre del pan eucarístico, como se debe afrontar el escándalo del hambre física». El obispo de Niamey (Nigeria), Michel Christian Cartatéguy, plantea el problema de las mujeres cristianas casadas con un musulmán y que, por lo tanto, quedan excluidas de la comunión sacramental: «Nos presentan, como solución, la doctrina sobre la comunión espiritual. Pero no es suficiente para integrar totalmente a las mujeres en la comunión eclesial. Para vivir la comunión en su plenitud, ¿no es necesario acaso comulgar? No hay medias tintas en este campo. La Eucaristía es un encuentro sensible con Cristo. En las situaciones de exclusión y de fragilidad que viven nuestras mujeres cristianas, estamos convencidos de que la Eucaristía puede aportar este reconocimiento tan necesario para un camino cristiano y un testimonio de vida. Somos portavoces de esas mujeres que sufren y que viven en situaciones sin salida, que no pueden evolucionar. ¿Puede un obispo permitir que estas mujeres participen en la Eucaristía? Someto a ustedes, queridos padres sinodales, esta pregunta y el sufrimiento de estas mujeres en tierras del Islam» [237].
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2.12. Familias distintas. Hijos e hijas homosexuales que cuidan a sus padres y hermanos. La discriminación y el insulto Todos conocemos la generosidad de muchos homosexuales ante los primeros casos de VIH-sida. Este mismo espíritu lleva a muchos homosexuales, gays y lesbianas, a cuidar a sus padres o sus hermanos y tíos cuando son mayores. Este mismo espíritu lleva a involucrarse a algunos en relaciones adultas de amor, afecto, pasión y compromiso. El cardenal Martini llega a «admitir también el valor de una amistad duradera y fiel entre dos personas del mismo sexo» [238]. «Es aceptable que, en lugar de relaciones homosexuales ocasionales, dos personas gocen de una cierta estabilidad, y en este sentido, por tanto, el Estado podría también favorecerlas. No comparto las posiciones de quienes en la Iglesia la toman contra las uniones civiles» [239]. Son muchos los cristianos que piden que la Iglesia reconozca sin ningún tipo de rechazo moral una forma jurídica estable para estas uniones[240]. El papa Francisco en la entrevista concedida al P. Spadaro afirmó que «si una persona homosexual tiene buena voluntad y busca a Dios, yo no soy quien para juzgarla… Hay que tener en cuenta a la persona. Y aquí entramos en el misterio del ser humano. En esta vida Dios acompaña a las personas y nuestro deber es acompañarlas a partir de su condición». Por eso, es necesario afirmar siempre con claridad el rechazo a toda forma de discriminación, violencia e intolerancia. El Catecismo de la Iglesia lo afirma sin ambigüedades: «Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta» (n. 2358). Y de manera positiva, y es triste tenerlo que decir, es necesario un respeto individual hacia las personas homosexuales en el trato, en el lenguaje, en las relaciones, en el contexto del trabajo y en el ámbito de la amistad. No hay que olvidar que la homosexualidad es todavía un misterio que no acabamos de comprender. El mismo Catecismo reconoce que «su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado» (n. 2357). En general, tenemos que reconocer la falta de atención pastoral a las personas homosexuales en sus situaciones de vida, la falta de espacios dirigidos a ellos, de encuentros de reflexión y diálogo. Hay mucho que avanzar y muchos miedos. Hay todavía mucho peso de la historia y de una cultura que los ha castigado cruelmente, los ha marginado con violencia y ha tendido a negar su condición y sus sentimientos. Por eso son necesarias las actitudes en este tema de respeto y hospitalidad, de compasión y diálogo. Es intolerable proponer el matrimonio con personas de distinto sexo como remedio o curación. Es intolerable todo lo que supone negar su condición de personas de carne y hueso. Es intolerable que lo que preocupe sea su comportamiento y su dimensión sexual y no seamos capaces de descubrir sus sentimientos y sus diferentes valores como profesionales, amigos y personas. Son personas amadas y queridas por Dios y hay que valorar en ellos su fe y su amor, muchas veces mayor que el resto de los creyentes. Con respecto a los hijos fruto de estas uniones, y por una preocupación por marcar al menos unos límites mínimos de justicia, la catequesis, la enseñanza de la religión y los sacramentos no pueden ser un premio a la conducta de los padres. Se requiere cierta 92
delicadeza para no herirlos con ciertas presentaciones de la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia que la ponen en conflicto con su situación familiar concreta. La situación de los padres no debe impedir la celebración del Bautismo. Lo importante es si va a ser educado en la fe (CCE, c. 868). Eso es lo fundamental. 3. Familias en crisis, familias vulnerables, familias llenas de amor. El nuevo paradigma de la Evangelii gaudium 3.1. Familias en crisis Todas las familias atraviesan períodos de estabilidad y de crisis, transiciones familiares donde se producen cambios, evoluciones, necesidad de elaborar nuevas respuestas y habilidades[241]. La vida familiar no es una línea rectilínea y ascendente, sino una línea con muchas curvas, meandros, paradas, rápidos, afluentes, etc. En esos períodos de cambio familiar, es necesaria la capacidad de adaptarse de modo distinto a los requerimientos de la vida cambiando ciertas «formas» y modos de vivir. La santidad de la familia no es una virtud estática ni un ideal ajeno a las zozobras de la existencia[242]. La santidad verdadera se manifiesta, se desvela, se descubre en los contratiempos. Los días negros y aciagos siempre pueden volver y las familias tarde o temprano se enfrentan con las limitaciones, los problemas, los conflictos de la vida y de la historia. El paro, la enfermedad, la muerte de algún miembro de la familia, la escasez de recursos, el exceso de querer dar todo a los hijos, la dificultad de transmitir y compartir valores, las excesivas injerencias de las familias de origen, el desplazamiento de alguno de los cónyuges o de los hijos, los excesos de conflicto o la evitación sistemática de los conflictos, el estrés, los estilos de comunicación negativos o las situaciones conflictivas pueden aparecer en cualquier momento[243]. Las redes naturales de contacto como la familia, las iglesias, la vecindad con su cultura y códigos compartidos se han roto en muchos contextos. Ahora predomina más un territorio desconocido, un poco comanche, de encuentros en internet, en las redes sociales, de cortejo virtual. La fibra de relaciones entre hombres y mujeres y entre padres e hijos se ha debilitado. La falta de amor entre las personas, la abdicación del papel de padres, la relación con los mayores, la salida de los lugares de origen, el aumento de la violencia intrafamiliar nos han hecho a todos más frágiles y vulnerables. La progresiva individualización de nuestras vidas y nuestras familias hace cada día más difíciles el comer en común, los momentos de paz y tranquilidad en común, la oración en común, el lenguaje religioso común en el ámbito de la familia, el compartir experiencias religiosas de sentido. De ahí que la familia tienda a guardar silencio sobre lo religioso, a no hacer referencias religiosas, a arrinconar los símbolos religiosos, a ignorar las preguntas centrales de la fe y a desentenderse de la orientación última que la fe proporciona a los seres humanos. El papa Francisco lo ha dicho con claridad: «La familia atraviesa una crisis cultural profunda, como todas las comunidades y vínculos sociales. En el caso de la familia, la 93
fragilidad de los vínculos se vuelve especialmente grave porque se trata de la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros, y donde los padres transmiten la fe a sus hijos» (EG 66). La familia, como la Iglesia, está siempre en camino de crecimiento y de conversión, se encuentra en el camino de la cruz y la resurrección, bajo la ley de la gradualidad. La ley de la gradualidad, dice el cardenal Kasper, «me parece muy importante para la vida y para la pastoral matrimonial y familiar. No significa gradualidad de la ley, sino crecimiento en la comprensión y realización de la ley del Evangelio, que es una ley de la libertad» [244]. La ley de la gradualidad es esencial comprenderla en su profundidad. No debe ser comprendida «negativamente», como una reserva pedagógica que atenúa la culpa por no cumplir ciertas normas, leyes o no alcanzar ciertos ideales. La ley de la gradualidad es, ante todo y sobre todo, una mirada «positiva» del crecimiento moral que considera atentamente nuestros condicionamientos y limitaciones, nos libera de obstáculos y concibe a los individuos y grupos como personas en camino[245]. Una mirada positiva de la gradualidad nos hace mirar positivamente la historia, los conflictos, las crisis y las limitaciones. La historia y la vida son realidades abiertas, dinámicas, plenas de eventos de libertad y creatividad. Las dificultades no son solo limitaciones por no alcanzar un ideal o realizar una norma, sino limitaciones en la comprensión de las cosas que nos invitan a una profundización mayor, a una mirada más honda para descubrir el fondo de las cosas y de los acontecimientos. La familia ha cambiado, mi mujer o mi marido ha cambiado, mis hijos no son lo mismo, no puedo pensar que los conozco del todo y no puedo seguir manteniendo siempre la misma mirada, los mismos valores, los mismos énfasis que hace diez o veinte años. No acabamos de comprender del todo ni la vida ni a los seres humanos que tenemos cerca y siempre somos lanzados a una mayor comprensión, a un diálogo más hondo que pasa por momentos de crisis, cambio, ruptura, reformulación[246]. Desde la gradualidad y la fragilidad podemos entender que lo central en los asuntos familiares no es cuestión de imponer, de normas, de cuestiones de debate[247], ni de bellos ideales ajenos a la realidad. En el fondo supone integrar seriamente el enfoque aristotélico de las cosas que parte de la realidad y resituar cierto platonismo que parte de la idea[248]. Como afirma el papa Francisco, «la realidad es más importante que la idea» (EG 231233). El papa Francisco, en la Evangelii gaudium, 43, nos recuerda con santo Tomás que los preceptos dados por Cristo y los apóstoles al pueblo de Dios «son poquísimos» y, citando a san Agustín, advierte que los preceptos añadidos por la Iglesia posteriormente deben exigirse con moderación «para no hacer pesada la vida a los fieles» y convertir nuestra religión en una esclavitud, cuando «la misericordia de Dios quiso que fuera libre» [249]. El Papa advierte también del problema de hipertrofiar el mensaje cristiano, haciendo centrales ciertos aspectos que son secundarios, que, «sin dejar de ser importantes, por sí 94
solos no manifiestan el corazón del mensaje de Jesucristo» (EG 34). El papa Francisco más adelante señala varios ejemplos: esto «sucede cuando se habla más de la ley que de la gracia, más de la Iglesia que de Jesucristo, más del papa que de la palabra de Dios» (EG 38)[250]. Lo central desde el Evangelio, como ya vimos, son dos cosas. En primer lugar, que la familia sea un hogar donde crecer, ser amado y reconocido, que sea un espacio de transmisión de los valores del Evangelio y de la buena noticia a los pobres y vulnerables y, en segundo lugar, que sea un ámbito donde seamos curados de nuestras muchas heridas, donde se nos sequen las muchas lágrimas que la vida y sus contratiempos provocan. Pero la familia, en su pobreza, no siempre tiene la fortaleza para salir adelante. La familia muchas veces se encuentra profundamente limitada y necesitada. La calidad de vida familiar depende de la calidad de las relaciones con otras instituciones y asociaciones: trabajo, escuela, parroquia, clubs, etc. La familia solo florece cuando el entorno social florece. Los fracasos y las debilidades de la familia son inseparables de los rasgos del entorno social. A pesar de ello, cabe que ciertas familias florezcan en entornos muy desfavorables. Esto es posible, aunque sea excepcional, cuando en la familia se han construido oportunidades y prácticas que sustituyen al entorno social: educativas, laborales, ocio, etc[251]. Pero lo cierto es que normalmente la familia no es autosuficiente, y de ahí la necesidad de que el Estado y la Iglesia le ayuden a conseguir su bien y su desarrollo cuando están rota por la pobreza, la enfermedad, el paro, la violencia, etc. El dolor y el sufrimiento de estas situaciones familiares hacen cambiar la mirada. Tocar y sentir el dolor y sufrimiento de las familias pobres y vulnerables es lo que nos tiene que hacer cambiar el paradigma sobre la familia. Este cambio a través del dolor lleva un proceso y tiempo. No es fácil. Como nos enseñó la doctora E. Kübler-Ross, el sufrimiento a veces lo negamos, lo aminoramos, lo combatimos con violencia, lo sublimamos, lo intentamos comprar o negociar y muchas veces nos abate y nos tumba. Acompañar con misericordia por las tierras del dolor y el sufrimiento a las familias implica un largo camino, que pasa por ayudar a salir de las cegueras y negaciones para confrontarse con la realidad, conlleva soportar las agresividades y violencias para afrontar las cosas con paz, supone animar a superar esa tentación de que podemos comprar o pactar el amor y el cariño. Ese camino, este sendero del espíritu, pasa por ayudar a aceptar los abandonos y rechazos, por mantenernos firmes en la esperanza cuando llega el abatimiento y la depresión. «Por lo tanto, sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día... Un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes cuestiones. A todos debe llegar el consuelo y el estímulo del amor salvífico de Dios, que obra misteriosamente en cada persona, más allá de sus defectos y caídas» (EG 44).
Sobre todo las situaciones de dolor, fragilidad, vulnerabilidad y ruptura de las familias 95
son una ocasión inigualable para que la fe, con su dimensión sanante, de salvación y esperanza, llegue y traiga, como afirma el papa Francisco, el amor y la amistad liberadora de Dios en la vida real y diaria de cada uno. Las dificultades pueden ayudar a crecer en el amor y en la fe. Estas situaciones plantean preguntas últimas y radicales, abren a la fe y a las cuestiones de sentido y sinsentido. Las referencias y los símbolos religiosos pueden ser un susurro profundo en el dolor humano que anime en el camino de la vida. Estas situaciones de dolor y sufrimiento de las familias pueden llevar a acoger la fe como esperanza, como horizonte, como justicia última, como sentido, como protesta, como aliento, como cercanía de lo divino, como misericordia, como convencimiento de que lo más último es el amor entregado, hasta en las situaciones más difíciles. Jesús se acercó «sobre todo a los pobres y enfermos, a esos que suelen ser despreciados y olvidados, a aquellos que “no tienen con qué recompensarte” (Lc 14,14). No deben quedar dudas ni caben explicaciones que debiliten este mensaje tan claro. Hoy y siempre, “los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio”... Nunca los dejemos solos» (EG 48). Si los pobres son los privilegiados de Jesús, también las familias pobres, frágiles, vulnerables y rotas deben ser las privilegiadas de Dios, deben ser a las que Él se acerca primero. ¿Qué es lo primario y lo secundario en la familia? ¿Qué es lo primario en los acercamientos de Jesús? Lo primero es acercarse, escuchar, curar, cuidar y alentar y acompañar crecimientos. Es necesario, por lo tanto, limitar y situar correctamente en su lugar en la tradición moral de la Iglesia lo que supone una moral de reglas y prohibiciones, una moral demasiado juridicista, de lo permitido y lo prohibido. Es necesario acercarse, como Dios mismo hace, y valorar desde la proximidad a las personas, su responsabilidad, su experiencia, su conciencia, su sentido común, su capacidad de progreso, su capacidad de diálogo, su vivencia positiva del cuerpo y el amor, de la sexualidad y de la vida en mitad de los vaivenes de la vida. Es necesario escuchar a Jesús de Nazaret y, como él, plantear una ética positiva y propositiva, invitante y dialogante, personal y comunitaria, de escucha y aprendizaje, de seguimiento y misericordia cuando hablemos de la vida y de la familia. Es necesario que lo primero sea que las personas sientan la cercanía de Dios, de la persona de Jesús, para, como dice san Ignacio de Loyola, «más le amen y le sigan». Lo primero es acercar, propiciar encuentros y experiencias con el Señor de la vida, que siempre plenifica y lanza a la vida. He venido para que tengan vida y vida en abundancia (Jn 10,10). Él va, poco a poco, salvando, curando, restaurando, resucitando. Como afirma el papa Francisco: «Comprendo a las personas que tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir, pero poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias» (EG 6). 3.2. El decálogo de las familias frágiles. La fragilidad y la fortaleza Se ha hablado mucho de las familias sólidas, fuertes, robustas, vigorosas en este tiempo 96
líquido[252]. Las fortalezas que describen muchos apuntan a las fragilidades y las fragilidades a fortalezas. Me permito ofrecer, cogiendo ideas de otros, lo que sería un decálogo de las familias frágiles, vulnerables y rotas que, «en medio de su fragilidad, vulnerabilidad y rupturas», iluminan muchas fortalezas, iluminan un camino desde abajo –no desde bellos y lejanos ideales–, desde las cunetas del sufrimiento, para andar, para salir, para tener más vida. Muchas familias rotas por el paro, la marginación, la pobreza, la violencia tienen «en medio» de su dolor y limitación enormes fortalezas para comprometerse con los vecinos y amigos, amar hasta el fondo, saber expresar con palabras lo que les ocurre, compartir tiempos, transmitir valores sólidos, respetar a los distintos y mirar esperanzados. El dolor y el sufrimiento no son lo mismo que la debilidad. Estas son, a mi juicio, las diez fortalezas de tantas familias vulnerables y frágiles. Compromiso mutuo y entrega: promover el bien de los otros de la familia. Amor, aprecio y agradecimiento (las tres «a»): hay muestras de cariño, ternura, aprecio. Comunicación y diálogo: con tiempos cuantitativa y cualitativamente significativos. Tiempo compartido y de disfrute: de modo cuantitativo y cualitativo, de llorar y de reír, de estar en zapatillas y sin caretas, de «hacer días especiales» y vivir tiempos sagrados. Valores sólidos sin dogmatismos ni relativismos. Hay ejemplo, guía, brújula, proyecto y modo de vida. Respeto a la diversidad, la individualidad, la originalidad. Cada uno es especial. Cercanía y distancia, saber estar y no estar. Construir un buen nido y enseñar a volar, raíces y alas[253]. Presentes pero no omnipresentes. Saber no estar si no se es necesario. Ni exigir demasiado ni dejar de exigir. Ni sobreprotección ni olvido. No ahorrar toda experiencia dura o dolorosa. Esperanza. Mirar hacia delante sin negar la realidad, sin mentir, sin disfrazar, enfrentando los problemas, sin vivir entre algodones, con sinceridad, nombrando las cosas, con autenticidad. Los hijos saben si sus padres viven en verdad y sinceridad o no. Compasión. De toda experiencia despreciable puede aprenderse humanidad, compasión, tolerancia, perdón. Nada está perdido. Es posible encontrar lo positivo en mitad de lo negativo, la belleza en medio de la fealdad, la solidaridad en medio de la opresión. La familia es un espacio donde cometemos errores sin sentirnos menospreciados, indignos, inútiles. Es un ámbito de compasión y solidaridad en la medida que no deja indiferente el sufrimiento ajeno. Nombrar, ver y afrontar las crisis como ocasión para crecer. Hay una belleza en lo real, en lo imperfecto, en lo limitado, en lo que va creciendo, en lo encarnado. El Evangelio, en sus parábolas, nos habla de un Reino que va creciendo lentamente en lo escondido y desde lo pequeño. Desde aquí es desde donde me permito invitar a pensar unas Bienaventuranzas de la familia, a imaginar a Jesús en el monte y decir: 97
Bienaventurados los sin familia, los que no tienen hijos, las familias con miembros enfermos y discapacitados, las familias rotas por el divorcio y la separación, por la violencia y el abandono, las familias reconstituidas, las familias que adoptan… si desde el fondo de su situación responden con fe, esperanza y caridad. La experiencia y convicción de muchos cristianos es reconocer enormes valores evangélicos en muchas de estas situaciones. En sus vidas rotas y frágiles, hay muchas historias «extraordinarias» de fe, esperanza y caridad. Muchas de estas familias son una «bendición» para los que están cerca y para el mundo. La Iglesia debe también «bendecir» a estas familias que tanto bien hacen. La familia cristiana no es una imagen idealista que alcanzan unos pocos privilegiados. La familia cristiana es la que camina desde su situación hacia la construcción de un Reino de amor, justicia y verdad para todos, mirando y siguiendo a Cristo. La Iglesia, cuando habla de las familias, debe partir del conocimiento de la vida y de las dificultades de la familia actual para no parecer demasiado alejada de la realidad. Solo así se podrán ir reduciendo esas distancias y tensiones que aparecen en tantos contextos culturales entre el mensaje sobre la familia de la Iglesia y la evolución de la sociedad con sus propuestas jurídicas, sus modelos y lenguajes culturales, sus decisiones políticas. La fragilidad tiene en muchos contextos familiares enormes fortalezas interiores. Cuando, ante los desafíos de la vida, la familia no opta en lo profundo del corazón por la exclusión y el descarte, por idolatrar el dinero, por olvidar el servicio, por la inequidad que genera violencia y se mantiene fiel a los valores más esenciales del reino de Dios (EG 53-60). Cuando la familia intenta sanar en la fragilidad todo machismo, toda violencia doméstica, todo alcoholismo y drogadicción, todo abuso a menores, todo abandono de ancianos y enfermos, toda corrupción y crimen, toda creencia fatalista, está siendo fiel al Evangelio[254]. Cuando, en medio de la fragilidad, se crean y se mantienen espacios motivadores y sanadores, espacios de diálogo y encuentro donde compartir las propias preguntas más profundas y las preocupaciones cotidianas, donde discernir en profundidad con criterios evangélicos sobre la propia vida y existencia para orientarla al bien y a la belleza, se está construyendo familia desde lo más hondo[255]. Cuando, en medio de la vulnerabilidad y las rupturas, de los golpes y zarpazos de la vida, no se cede al relativismo, al egoísmo, al pesimismo[256], se está viviendo en el camino del Evangelio en la familia. Cuando en esos momentos de dificultad se supera la tentación de la privacidad y el aislamiento y se transmite «la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria» (EG 87), la familia está en el camino del Evangelio. La fe es un camino a lo hondo del corazón y una respuesta desde lo hondo del corazón. Por eso el caballo de batalla de la fe es el hondón del corazón y la conciencia más interior. La fe y la falta de fe nacen del corazón y no de un debate de razones en 98
nuestro intelecto. Dios, para muchos de nuestros contemporáneos, no es algo vertical y trascendente cuanto una realidad personal, íntima, experiencial e histórica. Y en esa experiencia de lucha del corazón es fundamental la batalla entre el orgullo, la arrogancia, el egoísmo y el agradecimiento, la receptividad y la limitación. La fe es una respuesta desde el corazón al corazón de la existencia. Y lo cierto y la verdad es que muchas familias rotas, frágiles y vulnerables son capaces de vivir desde la interioridad y responder a los desafíos de la vida con fe, más allá de las apariencias y tentaciones del poder, el dinero y el honor. La fe les hace elegir desde el centro del corazón y desde un horizonte de infinitud que les devuelve su identidad y les proporciona interioridad. Les hace «descubrirse a sí mismos en uno mismo», como bien dice B. Lonergan. Y es así como, poseyéndose, son capaces de darse, encontrándose en el interior son capaces de salir. Y así, en los pequeños impulsos del corazón, en los diminutos actos de generosidad, en mitad de las dificultades, se abren a la vida, al infinito, a lo divino[257]. Puesto que la familia es el lugar donde aprendemos a «pertenecer a otros» y recibimos el don de la «la fe», «la relación pastoral debe mostrar mejor todavía que la relación con nuestro Padre exige y alienta una comunión que sane, promueva y afiance los vínculos interpersonales» (EG 67). La auténtica pastoral familiar es como el cuidado del buen Padre Dios del cielo: por un lado, trata de alentar una comunión que sana y, por otro lado, trata de promover y afianzar los vínculos. Dios y el Evangelio nos invitan siempre a cuidar y afianzar vínculos con los otros, con los hermanos, con las familias. «El Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo. La verdadera fe en el Hijo de Dios hecho carne es inseparable del don de sí, de la pertenencia a la comunidad, del servicio, de la reconciliación con la carne de los otros. El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura» (EG 88). Sin duda, esta revolución de la ternura comienza y pasa por el don de sí entregado y ofrecido en la familia y por curar las heridas que en las relaciones más fundamentales de la familia se puedan dar. Por eso, quien más allá de meticulosos planes apostólicos o del encierro en ciertos grupos elitistas, más allá de una mirada desde arriba y lejana[258], tiene el coraje de buscar a los perdidos y a las inmensas multitudes sedientas de Cristo, se encuentra con la realidad y con la profecía de tantas familias rotas, vulnerables, frágiles, con tantas personas en las que sus relaciones fundamentales de paternidad-maternidad, filiación, fraternidad o conyugalidad están rotas o quebradas. Pero lo cierto es que quien se encuentra con la realidad de los hermanos y de tantas familias descubre cómo «Dios, por pura gracia, nos atrae para unirnos a sí. Él envía su Espíritu a nuestros corazones para hacernos sus hijos, para transformarnos y para volvernos capaces de responder con nuestra vida a ese amor» (EG 112). No hay que olvidarlo: «Dios ha gestado un camino para unirse a cada uno de los seres humanos de todos los tiempos» (EG 113). Hay un itinerario interior, no explícito, al amor, un seguimiento oculto, una búsqueda implícita y a tientas en muchos. Hay una conexión 99
profunda entre cada persona y el espíritu de Dios y la gracia de Dios. En lo más personal, íntimo, existencial están alentando el espíritu y la gracia divinas. Hay un misterio cercano siempre al ser humano, pues el ser humano es un ser abierto al amor, a la donación, un ser abierto al misterio, con un dinamismo interno en cuya profundidad está trascendiendo, obrando la gracia secreta, el Dios invisible. La fe es un contacto con el invisible que en lo profundo se nos está entregando, dando, nos está liberando, salvando, amando. Pero, como nadie se salva solo, «Dios nos atrae teniendo en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que supone la vida en una comunidad humana» (EG 113). Por eso, Dios nos atrae teniendo en cuenta nuestras relaciones familiares, nuestro ser familiar. Dios atrae también invisible y misteriosamente a las familias con su amor y especialmente con un amor preferencial a aquellas familias rotas por el dolor, la violencia, la pobreza, el paro, la desesperación, etc. Por eso, «la Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio» (EG 114), especialmente las familias pobres y vulnerables. Esta visión de la Iglesia como casa de misericordia se entiende desde lo que tiene que ser su anuncio fundamental: «El amor personal de Dios que se hizo hombre, se entregó por nosotros y está vivo ofreciendo su salvación y su amistad» (EG 128). Por eso es tan importante que, de cara a las familias, tenga un lenguaje positivo, una propuesta moral «que invita a crecer en fidelidad al estilo de vida del Evangelio», que manifiesta «siempre el bien deseable, la propuesta de vida, de madurez, de realización, de fecundidad, bajo cuya luz puede comprenderse nuestra denuncia de los males que pueden oscurecerla. Más que como expertos en diagnósticos apocalípticos u oscuros jueces que se ufanan en detectar todo peligro o desviación, es bueno que puedan vernos como alegres mensajeros de propuestas superadoras, custodios del bien y la belleza que resplandecen en una vida fiel al Evangelio» (EG 168). La misericordia no hay que vincularla esencialmente con la debilidad, la impotencia y el pecado. La misericordia no hay que vincularla primordialmente con una ley que no alcanzamos y no cumplimos. La misericordia, ante todo y sobre todo, implica una mirada profunda de amor, divina y humana, que descubre nuestras capacidades, que estimula caminos de crecimiento moral, que acompaña procesos personalizados que ayudan a madurar. La misericordia se vincula con el crecimiento hacia delante: yo no te condeno, vete y «en adelante» no peques más (Jn 8). La misericordia no es paternalismo ni mirada que desde arriba ayuda al que considera que está abajo. La misericordia es alentar caminos de crecimiento acompañando al lado del camino. Este es el motivo central por el que lo esencial es el acercamiento y el acompañamiento en los procesos de crecimiento de las familias. Esto supone, al menos, cuatro actitudes y virtudes: La Iglesia «necesita la mirada serena para contemplar, conmoverse y detenerse ante el otro», necesita aprender «este arte del acompañamiento», aprender «siempre a quitarse las sandalias ante la tierra sagrada del otro (cf Éx 3,5), para dar «a nuestro 100
caminar el ritmo sanador de projimidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión pero que al mismo tiempo sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana» (EG 169). Como afirmó el poeta Paul Claudel: «Dios no ha venido a suprimir el sufrimiento, ni siquiera ha venido a explicarlo. Ha venido para colmarlo con su presencia». La Iglesia, de igual modo, tiene la misión de estar presente y cercana al lado de las tierras del sufrimiento y del dolor aunque, a veces, no sepa ni pueda hacer otra cosa. La Iglesia necesita ejercitarse «en el arte de escuchar», que «ayuda a encontrar el gesto y la palabra oportuna que nos desinstala de la tranquila condición de espectadores», necesita hombres y mujeres que, desde su experiencia de acompañamiento, conozcan los procesos donde campea la prudencia, la capacidad de comprensión, el arte de esperar, la docilidad al Espíritu. «Solo a partir de esta escucha respetuosa y compasiva se pueden encontrar los caminos de un genuino crecimiento, despertar el deseo del ideal cristiano, las ansias de responder plenamente al amor de Dios y el anhelo de desarrollar lo mejor que Dios ha sembrado en la propia vida» (EG 171). En este acercarse, abajarse, acompañar, escuchar, curar, uno se encuentra con el misterio no solo de las personas pobres, sino de las familias pobres, rotas, frágiles y vulnerables. «De nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad» (EG 166). Esta no es solo una preocupación por los individuos pobres y excluidos, sino por las familias pobres y vulnerables. Todos, como dice el papa Francisco, debemos estar «dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo». Es algo que recorre todas las Escrituras (EG 187) y toda la historia de la Iglesia, como hemos recordado ya antes. La solidaridad, la misericordia, la limosna son parte de nuestro corazón cristiano y de ningún modo podemos relativizarlo, tergiversarlo, olvidarlo, oscurecerlo o debilitarlo (EG 194). Ignacio Ellacuría, de cuya muerte martirial se cumplen veinticinco años el 16 de noviembre, decía que la opción por los pobres es una de las notas de la verdadera Iglesia. Es el gran criterio clave de autenticidad cristiana, es el signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha (EG 195). Este criterio y esta opción son un elemento clave para hablar de «familias cristianas». Jesús mismo se hizo pobre (2Cor 8,9) y se siente «enviado para anunciar el Evangelio a los pobres» (Lc 4,18). Dios les otorga su «primera misericordia». «Esta preferencia divina tiene consecuencias en la vida de fe de todos los cristianos, llamados a tener “los mismos sentimientos de Jesucristo” (Flp 2,5)... Por eso quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos. Además de participar del sensus fidei, en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos. La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa 101
sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos» (EG 198). Desde una «atención amable» por ellos y una búsqueda de su bien es como valoramos al pobre «en su bondad propia, con su forma de ser, con su cultura, con su modo de vivir la fe. El verdadero amor siempre es contemplativo, nos permite servir al otro no por necesidad o por vanidad, sino porque él es bello, más allá de su apariencia (...). El pobre, cuando es amado, “es estimado como de alto valor”, y esto diferencia la auténtica opción por los pobres de cualquier ideología» (EG 199). Pensemos todos estos temas no solo en clave de personas individuales, sino de familias vulnerables, rotas, frágiles. El Papa recuerda «los admirables gestos de heroísmo cotidiano en la defensa y el cuidado de la fragilidad de sus familias» de tantas mujeres (EG 212). Ellas son un modelo de heroísmo en mitad de tantas vulnerabilidades y rupturas. Pensemos en clave familiar la importancia de iniciar procesos en el tiempo más que conquistar espacios, de caminar hacia la unidad más que sembrar el conflicto, de acercase a la realidad más que elaborar ideas, de buscar totalidades integradoras más que subrayar ciertas partes (EG 222-237). Pensemos también, desde la familia, que «siempre hace falta cultivar un espacio interior que otorgue sentido cristiano al compromiso y a la actividad. Sin momentos detenidos de adoración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor, las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga» (EG 262). Pensemos en perspectiva familiar que «el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas, porque todos hemos sido creados para lo que el Evangelio nos propone: la amistad con Jesús y el amor fraterno. Cuando se logra expresar adecuadamente y con belleza el contenido esencial del Evangelio, seguramente ese mensaje hablará a las búsquedas más hondas de los corazones» (EG 265). Por eso, cuando muchas familias rotas, frágiles y vulnerables desde lo hondo de su existencia no se rinden y aman, se entregan, confían y viven esperanzadas, son signos y brotes de la fuerza imparable de la Resurrección que penetra y vivifica el mundo. «Uno sabe bien que su vida dará frutos, pero sin pretender saber cómo, ni dónde, ni cuándo. Tiene la seguridad de que no se pierde ninguno de sus trabajos realizados con amor, no se pierde ninguna de sus preocupaciones sinceras por los demás, no se pierde ningún acto de amor a Dios, no se pierde ningún cansancio generoso, no se pierde ninguna dolorosa paciencia. Todo eso da vueltas por el mundo como una fuerza de vida» (EG 210). Cuando esas familias pobres y vulnerables se abren al amor, cuando cualquier familia se abre y se desgasta por amor, es animada a escuchar estas preciosas palabras del papa Francisco: «Aprendamos a descansar en la ternura de los brazos del Padre en medio de la entrega creativa y generosa. Sigamos adelante, démoslo todo, pero dejemos que sea Él quien haga fecundos nuestros esfuerzos como a Él le parezca (...). No hay mayor libertad que la de dejarse llevar por el Espíritu, renunciar a calcularlo y controlarlo todo, y permitir que Él nos ilumine, nos guíe, nos oriente, nos impulse hacia donde Él quiera» (EG 279-280). 102
En ese camino de amor, entrega, confianza y esperanza, Dios «no quiere que caminemos sin una madre» (EG 285). Jesús nos deja a su madre: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,26-27). El pueblo lee en esa imagen materna todos los misterios del Evangelio. Al Señor no le agrada que vivamos sin un icono femenino. María engendra nuevos hijos para Dios, reúne a su alrededor a tantos hijos que peregrinan con dificultades por el camino de la vida, a tantas familias rotas, frágiles y vulnerables que encuentran en ella «la fuerza de Dios para sobrellevar los sufrimientos y cansancios de la vida» (EG 286). María también supo de dificultades, ocultamientos, fatigas, incomprensiones. Por eso, sentimos la fortaleza de su ternura y cariño, de sus caricias y su cercanía.
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4. La familia en el cine; familias de cine El cine es fiel reflejo de la sociedad y de esta belleza escondida de la fragilidad familiar. Por eso muchos de los que manchaban su nombre con palabras llenas de ideología (la familia es una institución alienante, burguesa, represora) están acabando por volver al puerto de la realidad. La familia, en estos tiempos de crisis, junto con las iglesias, es la fuente más profunda de solidaridad en una sociedad marcadamente individualista y fragmentada. La familia tiene mil caras y formas que iluminan la vida. Puede ser feliz a pesar de los contratiempos navideños como La gran familia (Fernando Palacios, 1962), o estar mortalmente dividida a pesar de las apariencias como en Gente corriente (Robert Redford, 1980), puede ser aparentemente liberal como Adivina quién viene esta noche (Stanley Kramer, 1967), o terriblemente conservadora como Mi gran boda griega (Joel Zwick, 2002). Familia puede ser un viudo con una numerosa tropa de hijos que acaban encontrando en una ex monja una perfecta madre y una perfecta esposa como en Sonrisas y lágrimas (Robert Wise, 1965), un abogado viudo preocupado por educar a sus dos hijos en la justicia y la no discriminación racial como Matar un ruiseñor (Robert Mulligan, 1962), o puede ser una pareja en crisis con dos hijos, un tío homosexual y un abuelo que ha sido expulsado de su asilo como en Pequeña Miss Sunshine (Jonathan Dayton, 2006). La familia puede ser ese apoyo incondicional en la niñez a pesar de la pobreza como en Charlie y la fábrica de chocolate (Tim Burton, 2005), o puede esclavizar miserablemente como en Oliver Twist (Roman Polanski, 2005). La familia puede convertirse en un absoluto, en un recinto cerrado o en una excusa para los crímenes más abominables, como en El padrino (Francis Ford Coppola, 1972), o un ámbito de entrega hasta la ruina por defender la palabra del hijo en una acusación ante los tribunales, como en El caso Winslow (David Mamet, 1999). La familia puede debatirse entre los convencionalismos de la época victoriana a la hora de casar a sus hijas, como en Orgullo y prejuicio (Joe Wright, 2005), en los dramas del divorcio como en Kramer contra Kramer (Robert Benton, 1979), en la desesperación del padre por ver más a sus hijos tras la separación como en Mrs. Doubtfire (Chris Columbus, 1993), o en los problemas de la vuelta a casa tras un accidente que ha dejado a un afamado abogado sin memoria como en A propósito de Henry (Mike Nichols, 1991). A la familia se la reencuentra a veces tarde, cuando uno vuelve porque su padre divorciado, al que no ve desde hace años, tiene una enfermedad terminal, como en Las invasiones bárbaras (Denys Arcand, 2003), o cuando el hombre de negocios instalado en la gran ciudad retorna a su aldea natal para enterrar a su padre y descubrir el gran amor que se tenían sus padres como en El camino a casa (Zhang Yimou, 1999), o cuando el hijo divorciado que ve poco a su hija y está todo el día trabajando comienza a visitar a su madre enferma de Alzheimer en un geriátrico, como en El hijo de la novia (Juan José Campanella, 2001). Las familias pueden ser familias reales británicas, discretas y lejanas de los sentimientos del pueblo como The Queen (Stephen Frears, 2006), familias reales de 109
Dinamarca, llenas de intrigas y profundamente sanguinarias como en Hamlet (Kenneth Branagh, 1996), o familias reales de reinos lejanos como Ana y el rey (Andy Tennant, 1999), familias de emigrantes que sueñan con tiempos mejores pero que la realidad maltrata, como en Las uvas de la ira (John Ford, 1940), familias de asiáticos a los que uno comprende y quiere más que a la propia familia como en Gran Torino (Clint Eastwood, 2008), o familias marginales en la India, como en La ciudad de la alegría (Roland Joffé, 1992). Las familias pueden estar destrozadas por la muerte del hijo al ahogarse buceando en el mar como en La habitación del hijo (Nanni Moretti, 2001), marcadas por los abusos del padre a las hijas como Heredarás la tierra (Jocelyn Moorhouse, 1997), por el cáncer como Quédate a mi lado (Chris Columbus, 1998), o por estar en un campo de concentración como en La vida es bella (Roberto Benigni, 1998). La familia, sin duda, lleva al celuloide un poco de su luz y su esperanza, sin olvidar sus miserias y sus penumbras y, desde esa luz del cine, nuestra vidas tienen más luz. Unas recomendaciones finales llenas de familia, de la buena: Family Man (Brett Ratner, 2000), Solas (Benito Zambrano, 1999), donde la inigualable María Galiana nos enseña los secretos del buen cuidado, y Flores de otro mundo (Icíar Bollaín, 1999), donde contemplamos cómo florecen nuevas y «diferentes» familias con personas inmigrantes que vienen de otros mundos. ¿Qué seríamos sin nuestra familia, a pesar de su fragilidad y vulnerabilidad? ¿No está lo más bello de la familia en ese crecimiento que se da en lo escondido, en lo pequeño, en la fragilidad, en la pobreza, en la injusticia o en la enfermedad fruto del amor? Como dice Leonard Cohen: «Hay una grieta, una grieta en todo. Por ahí es por donde entra la luz». 5. Conclusión Si «el gozo y la esperanza, las tristezas y angustias de los hombres de hoy, sobre todo de los pobres y de toda clase de afligidos, son también el gozo y la esperanza, la tristeza y las angustias de los discípulos de Cristo» (GS 1), hay que tener en cuenta que muchas de las tristezas y angustias son familiares, muchas de las pobrezas son por vivir sin familia o vivir en familias rotas, frágiles o vulnerables. Necesitamos en nuestro mundo reformas sociales, culturales y políticas de ayuda a familias. Nuestro mundo está llamado a expresar una clara preferencia por las familias frágiles, vulnerables y rotas. Esto supone apostar de verdad, más allá de las normas, por reformas sociales, culturales y políticas de ayudas reales a las familias. «El kerigma tiene un contenido ineludiblemente social», afirma el papa Francisco (EG 177). Vivimos una enorme fragilidad psicológica y afectiva en nuestras relaciones, estamos empobreciendo la calidad de las relaciones, de nuestros vínculos más esenciales de familia y amistad. La cultura de masas corroe con sus mensajes de trivialización y superficialidad lo familiar. Por otro lado, la idealización de las expectativas positivas hace sentir a las parejas un poco solas y lastradas ante la dureza de la vida familiar ordinaria. Tenemos que tener cuidado de no imponer a otros pesos insoportables (Mt 23,4). Poner y cargar con grandes expectativas de felicidad a la familia hace crecer el riesgo de su fracaso. No siempre insistir en los bellos ideales y las normas hace bien a las personas, las parejas y 110
las familias. «La palabra pública de la Iglesia debe a pesar de todo denunciar la seriedad de la situación y dar voz a un sufrimiento que viven demasiadas personas sin saberlo articular; no puede dejarse encerrar en el rol de una voz vagamente humanista y tranquilizadora, dejando de lado las cuestiones serias que el individuo se ve después obligado a vivir en la soledad» [259]. La voz de la Iglesia tiene que estar cerca del dolor y el sufrimiento de la vida y empeñarse más en la transformación de las condiciones sociales, políticas y económicas que ayuden a la fragilidad, vulnerabilidad y pobreza de las familias. Esa debe ser la prioridad, más que defender determinados modelos. Nuestra tarea primaria es transformar las realidades hirientes, curar las heridas, luchar por la justicia en los temas familiares para que cada familia crezca, se desarrolle, se plenifique. Y en esa tarea de apoyo, cuidado, acompañamiento y curación es fundamental ofrecer la presencia de un Dios siempre cercano a su dolor y sufrimiento, a sus heridas y fragilidades. Esto entendemos que es lo prioritario de la comunidad cristiana. Hay que cambiar el lenguaje, las actitudes y el paradigma sobre la familia. Muchos fieles piensan que la Iglesia tiene una moral sexual y familiar lejana de la vida real, que tiene una posición autoritaria en sus documentos oficiales que no ayuda a despertar ni a encontrar la comprensión y el consenso de los fieles, que hay escasa discusión sobre estos temas, que la imagen de la familia católica es demasiado idealista y lejana de la realidad. Muy pocas parejas le dan importancia a la enseñanza de la Iglesia respecto a la moral sexual y a la planificación familiar que permite solo el control natural de la natalidad. La moral sexual católica es percibida como una moral de la prohibición, sus argumentos y su lenguaje son juzgados como incomprensibles y lejanos de la vida real, para la mayoría de las personas las afirmaciones teológicas son incomprensibles tanto desde la perspectiva del lenguaje como de los contenidos, la teología del matrimonio y la moral sexual católica encuentran poco consenso y el concepto de ley natural es casi desconocido. En estas páginas humildemente he intentado no detenerme en las dificultades, sino presentar de modo positivo y propositivo lo que es lo central para Jesús de Nazaret respecto de la familia real de carne y hueso, que lucha en mitad de las dificultades de la vida. Mi inquietud ha sido y es, siguiendo el consejo del papa Francisco, ir a lo central para el cristiano, a lo esencial, al corazón del Evangelio, pues allí creo que se encuentra nuestra mayor fuente de luz, bondad y alegría. Puede que en muchas cosas esté equivocado. Seguro que algunas deberán matizarse o complementarse. Me alegrará que otros me ayuden a corregir mis errores y mis limitaciones. Yo soy solo «un pobre pecador» que intenta seguir a Jesús, Hijo de Dios. No es fácil acertar en estas cuestiones, pero al menos he intentado apuntar en una dirección y en un estilo que no es otro que el del profeta de Nazaret, que claramente estuvo sobre todo cerca, cuidando y curando a las familias rotas, frágiles y vulnerables, y que fue consciente de que la familia no siempre ayuda a vivir los valores del Evangelio. Ese Jesús que llena el corazón de alegría y la vida entera de gozo si nos dejamos encontrar por él hasta en las situaciones más difíciles y dolorosas. Ese Jesús que, si nos dejamos salvar por él, nos libera del pecado, 111
de la tristeza, del vacío interior y del aislamiento (EG 1). Agradezco enormemente a todos los teólogos que con sus obras y artículos, su magisterio y sus consejos me han ayudado a elaborar estas pobres y sencillas letras. A los cardenales Martini, Kasper y Ravasi, por su especial sensibilidad en estos temas; a Marciano Vidal, a José-Román Flecha, a Javier Elizari, a Eduardo López Azpitarte, a José Vico, a Silvio Botero, a Santiago Guijarro, a Fernando Rivas, a Elisa Estévez, a Rafael Aguirre, a Enrique Sanz, a José Antonio Pagola, a Pablo Guerrero, a Ángel Galindo, a José María Díaz Moreno, a Federico Pastor, a Carmen Peña, a Carmen Massé, a Julio Martínez, de los que he que aprendido casi todo lo que sé desde la teología en estos temas. Termino este libro el día que he visitado el Hospital de la Magdalena de Azpeitia, donde san Ignacio se alojó de abril a finales de julio de 1535, cuando volvió a su tierra natal a arreglar algunos asuntos. Ignacio no se alojó en la casa de su hermano, señor de Loyola, sino que prefirió vivir como los pobres, y comer y dormir con ellos. Ignacio rehusó hospedarse en la casa solariega de su familia y mandó recado a su hermano: «Que él no había venido a pedirle a él la casa de Loyola, ni a andar en palacios, sino a sembrar la palabra de Dios». No olvidemos lo perturbador e inquietante que puede ser el evangelio y el reino de Dios para ciertas familias instaladas y lo gozoso y esperanzador que puede ser para muchas familias rotas, vulnerables y frágiles. No olvidemos el mensaje profético y sanador del Evangelio. Loyola, 6 de julio de 2014
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Índice Introducción 1.Jesús y la familia 1. Jesús y la familia en los sinópticos.Diversos textos 2. Contextualizción de la ética familiar de Jesús de Nazaret. Diversos contextos 3. Sentido y significado de las frases de Jesús de Nazaret. Diversas interpretaciones 2.La nueva familia de Jesús 1. La nueva familia de Jesús 2. La familia en las primeras comunidades cristianas 3. Nuevos rostros y nuevos hermanos en la familia de Jesús 5. La Iglesia doméstica 3.Jesús ante las familias de hoy. Un mensaje actual 1. Breve mirada hacia atrás. La fragilidad de la familia en el Antiguo Testamento 2. Una mirada al hoy. Las otras familias cristianas: las familias a las que Jesús se acercaba 3. Familias en crisis, familias vulnerables, familias llenas de amor. El nuevo paradigma de la Evangelii gaudium 4. La familia en el cine; familias de cine 5. Conclusión
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Cardenal W. KASPER , El evangelio de la familia, Sal Terrae, Santander 2014, 57. J. OEST ERHELD, Sínodo de la Familia: ¿hacia nuevos paradigmas?, Vida Nueva 2887 (2014) 40. También son sugerentes: S. BOT ERO GIRALDO, Un nuevo paradigma en la teología del matrimonio y la familia, Burguense 42 (2001) 421-440; S. BOT ERO GIRALDO, Nuevos principios morales en ética conyugal, Studia Moralia 41 (2003) 401-420. [3] T H. S. KUHN, La estructura de las revoluciones científicas, Fondo de Cultura Económica, México, 1971; A. MAC INT YRE, Epistemological crises, dramatic narrative and the philosophy of science, The Monist 60 (1977) 453-72. [4] Más allá de los Doce, los discípulos de Jesús, los discípulos del Bautista, las muchedumbres, la gente y ciertos grupos (como fariseos, saduceos, escribas, etc.) aparecen en los sinópticos encuentros personales, la mayoría con una persona o dos. Enumeramos estos encuentros dejando a un lado los que se producen en el marco de la Pasión. Mt 3: Jesús-Juan Bautista. Mt 4: Jesús-Pedro-Andrés y Jesús-Santiago-Juan-padre de los Zebedeo. Mt 8: Leproso; centurión; suegra de Pedro; escriba; discípulo; discípulos, dos endemoniados. Mt 9: Paralítico; Mateo; publicanos y pecadores; discípulos de Juan; magistrado; mujer que padece flujo de sangre; dos ciegos; endemoniado mudo. Mt 12: Hombre de la mano seca; endemoniado ciego y mudo; su madre y sus hermanos. Mt 15: Cananea (por su hija). Mt 17: Varón con hijo endemoniado epiléptico. Mt 19: Discípulo; joven rico. Mt 20: Madre de los Zebedeo con sus hijos; dos ciegos de Jericó. Mt 26: Mujer que le unge con perfume. Mc 1: Santiago-Juan y su padre; Santiago-Juan y suegra de Simón; leproso. Mc 2: Paralítico; Mateo; publicanos y pecadores. Mc 3: Hombre con mano paralizada, tu madre y tus hermanos. Mc 5: Endemoniado de Gerasa; hemorroísa; Jairo, su mujer, su hija muerta y a los suyos (no habla de otros hermanos). Mc 7: Mujer sirofenicia (hija endemoniada); tartamudo sordo; ciego de Betsaida. Mc 9: Endemoniado epiléptico, su padre. Mc 10: Joven rico; Santiago y Juan; ciego de Jericó (se dice que es hijo de Timeo). Mc 14: Casa de Simón el leproso; mujer con perfume. Lc 4: Endemoniado; suegra de Simón. Lc 5: Los cuatro discípulos, leproso, paralítico, Leví. Lc 6: Hombre con la mano seca. Lc 7: Centurión (siervo), Naín (hijo único de viuda), pecadora personadaperfume. Lc 8: Su madre y sus hermanos, endemoniado de Gerasa, hemorroísa, Jairo (su hija moribunda). Lc 9: Padre de endemoniado epiléptico. Lc 10: Marta y María. Lc 11: Endemoniado mudo, un fariseo le invita a comer. Lc 13: Mujer encorvada. Lc 14: En casa de jefe de los fariseos; hombre hidrópico. Lc 17: Diez leprosos. Lc 18: Niños; hombre rico; ciego de Jericó. Lc 19: Zaqueo. [5] J. A. PAGOLA, Jesús. Aproximación histórica, PPC, Madrid, 271. [6] W. KASPER , o.c., 15. [7] PONT IFICIA COMISIÓN BÍBLICA, Biblia y moral. Raíces bíblicas del comportamiento cristiano, BAC-documentos, Madrid 2009, nn. 100-102. [8] Instrumentum laboris, Sínodo de los Obispos (III Asamblea General Extraordinaria, octubre de 2014), Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización, San Pablo, Madrid, 64-75. [9] El papa Francisco, en una entrevista concedida al director de la revista jesuita Civiltà Cattolica, Antonio Spadaro, difundida el 13 de septiembre de 2013, dijo en el contexto en que estaba hablando de la mujer que ha abortado y considerando también la necesidad de acompañar con el mismo atributo divino de la misericordia a divorciados y homosexuales: «Es necesario considerar siempre a la persona. Aquí entramos en el misterio del hombre. En la vida –precisó– Dios acompaña a las personas y nosotros debemos acompañarlas a partir de su condición. Es necesario acompañar con misericordia». [10] Respuestas de la Conferencia Episcopal Alemana al cuestionario para el Sínodo de los Obispos, en Los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la evangelización. Sínodo de Obispos 2015. Traducción al español de las respuestas a las 39 preguntas de las iglesias en Alemania, Bélgica, Francia, Japón y Suiza, traducción del Centro Teológico Manuel Larraín, Santiago de Chile 2014, 10. [11] H. MOXNES , Poner a Jesús en su lugar. Una visión radical del grupo familiar y el reino de Dios, Verbo Divino, Estella 2005. [12] J. DE LA T ORRE, Derribar fronteras, Desclée-Universidad Comillas, Bilbao-Madrid 2004. [13] N. MET T E, La familia en el Magisterio oficial de la Iglesia, Concilium 260 (1995) 675-687; A. ARZA , El concepto de familia en los documentos eclesiásticos recientes, en AA.VV., Políticas de familia, Universidad Pontificia Comillas, Madrid 1993, 49-79. [2]
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Algunas excepciones, que estudian canónicamente el tema de la familia, son: J. M. DÍAZ MORENO, Familia y matrimonio en el nuevo Código de Derecho canónico, ICADE 4 (1985) 13-39; ID, El estatuto canónico de la familia. Interrogantes. Carencias. Posibilidades, ICADE 34 (1995) 113-130; E. OLIVARES , La familia en el Código de Derecho canónico, Proyeccción 43 (1995) 217-228; F. R. AZNAR , El estatuto canónico de la familia, en AA.VV., Políticas de familia, o.c., 673-687. [15] J.-R. FLECHA, La familia, lugar de evangelización, Publicaciones Universidad Pontificia de Salamanca, Salamanca 20082, 62. [16] Editorial, Stromata. Revista de Cultura 1. Año 1 (enero/julio de 2003) 7-10. [17] J. D. CROSSAN, The historical Jesus. The life of a mediterranean jewish peasant, San Francisco 1991, 299302. [18] G. T HEISSEN, Sociología del movimiento de Jesús, Sal Terrae, Santander 1979, 13-20. [19] E. Schüssler Fiorenza, siguiendo las tesis de Theissen, insiste en cómo las primeras comunidades configuran sus comunidades desde modelos fraternales, marginando la figura del padre. E. SCHÜSSLER FIORENZA, En memoria de ella, Bilbao 1989, 188-200. [20] S. GUIJARRO, Jesús y sus primeros discípulos, Verbo Divino, Navarra 2007, 146. [21] A. DE MINGO, Pluralismo ético en el Nuevo Testamento: el caso de la moral familiar, Moralia 29 (2006) 409. [22] A. ROPERO, Voz Familia, en A. ROPERO BERZOSA (ed.), Gran diccionario enciclopédico de la Biblia, Clie, Barcelona 2013. [23] A juicio de Juan Mateos y Fernando Camacho, Jesús, en este pasaje (10,34-39), disipa un malentendido (cf 5,17). La paz que él trae se basa en la opción contra la riqueza, el prestigio y el poder (5,3) y establece la justicia entre los hombres. Es una paz que hay que trabajar (5,9), pero cuya propuesta suscita una tremenda oposición (5,10-11). Las insidias, el soborno y la ambición de los poderosos provocan la división que produce el mensaje. Por eso, en este ambiente de división la primera lealtad ha de ser para Jesús. No se puede renunciar a ella por fidelidad a los vínculos familiares. J. MAT EOS -F. CAMACHO, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Cristiandad, Madrid 1981, 108. [24] «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora en el presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y los últimos, primeros» (Mc 10,28-30). Esta segunda enumeración de familiares solo se encuentra en Marcos. Posiblemente la lista de cosas dejadas se amplió con el tiempo. Probablemente el dicho original se refería simplemente a la mención del padre y la madre. Este pasaje tiene una profunda impronta del estilo redaccional de Marcos por las expresiones «por causa del Evangelio» y «con persecuciones», por su insistencia en los relatos vocacionales. Además, la mención de la «vida eterna» está relacionada con los pasajes anteriores. Por eso, S. Guijarro opina que el dicho primigenio debía ser el siguiente: «No hay nadie que haya dejado padre o madre por mí, que no reciba cien veces más». El dicho refleja, por tanto, el desarraigo del estilo de vida de Jesús y sus discípulos. S. GUIJARRO, Reino y familia en conflicto, Estudios Bíblicos 56 (1998) 518-519. [25] La versión de Mateo depende de la de Marcos. Lucas hace profundos cambios como el lugar, la supresión de todos los actores menos Pedro y ambienta la llamada en el contexto de la pesca milagrosa, que era un relato independiente (Jn 21,1-11). Posiblemente la versión anterior a Marcos carecía del marco geográfico, de la explicación del oficio de Simón y Andrés y del adverbio «enseguida», que señala la prontitud de la respuesta. Para Guijarro, la forma primigenia pudo ser la siguiente: «Simón y su hermano Andrés estaban lanzando las redes al lago. Jesús les dijo: Venid detrás de mí y os haré pescadores de hombres. Y ellos, dejando las redes, lo siguieron. Santiago, el hijo de Zebedeo, y su hermano Juan estaban en la barca preparando las redes. Jesús los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron detrás de él». La caracterización de los discípulos como pescadores de hombres es casi seguro de Jesús, puesto que esta imagen nunca antes había sido utilizada para describir una misión positiva y después nunca más se utilizó para referirse a la tarea de los primeros cristianos. Además, es una imagen muy relacionada con el contexto geográfico de Jesús y el oficio de los primeros discípulos. También, el hecho del abandono del padre, al no encajar en el molde literario (gran diferencia, por ejemplo, con el texto de la llamada de Eliseo –1Re 19,19-20–, pues no se señala en este ni el abandono del padre ni la respuesta de los discípulos) y ser coherente con otros pasajes, hace que podamos calificar a este dicho de histórico. S. GUIJARRO, a.c, 516-517. [26] En Mateo es uno de los discípulos el que solicita el permiso, mientras que en Lucas al diálogo precede una invitación de Jesús («Sígueme»), añadiendo la motivación de la renuncia en la urgencia de la misión. «Tú ve a
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anunciar el reino de Dios». Mateo ha conservado mejor la forma que tenía en la fuente Q, mientras que Lucas convierte el pasaje en un relato de misión para hacer más razonable la exigencia de Jesús e intentando suavizar la radicalidad de las palabras de Jesús. El pasaje tiene marcadas semejanzas con el de la vocación de Eliseo (1Re 19,20), aunque también son claras las diferencias al proponer Jesús al discípulo que no cumpla con la obligación sagrada de enterrar al padre. Así, los primeros cristianos comprendieron la novedad y la radicalidad de Jesús y es improbable que crearan el marco narrativo de este dicho, pues se opone a las normas de la ley, la moral y la religiosidad de su época. Lo más razonable, por tanto, es pensar que es un episodio histórico que pudo ser transmitido en la tradición oral de la siguiente forma: «Uno le dijo: Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre. Y Jesús le respondió: Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos». S. GUIJARRO, a.c., 511-513. [27] P. BONNARD, Evangelio según san Mateo, Cristiandad, Madrid 1976, 186. [28] Este pasaje, que solo se encuentra en Lucas, y en el que un discípulo pide permiso a Jesús para despedirse de su familia, tiene el estilo y la teología de Lucas y posiblemente se compuso por la primera generación cristiana conforme al relato de 1Re 19,20 y basándose en otros dichos y refranes agrícolas. No podemos considerarlo del Jesús histórico. S. GUIJARRO, a.c., 510. [29] J. M. CAST ILLO, La familia y el evangelio, Proyección 28 (1981) 37-39. [30] El verbo «odiar» utilizado por Lucas refleja el tono del dicho original. Mateo introduce «el que me ame... más que a mí» para acentuar la motivación cristológica como motivación de la ruptura con la familia (triple repetición «no es digno de mí»). En la enumeración de los familiares es preferible la de Mateo a Lucas, puesto que este, para relativizar la ruptura entre padres e hijos, añade a la lista otros. La formulación en Q sería: «Aquel que no odia a su padre y a su madre y a su hijo y a su hija, no puede ser discípulo mío». Este pasaje tiene en el evangelio de Tomás, evangelio apócrifo que contiene 114 dichos de Jesús, dos paralelos (55 y 101). Posiblemente la forma más antigua es la que se recoge en el 55a: «Aquel que no odie a su padre y a su madre no podrá ser mi discípulo». La diferencia es que solo se dirige a los hijos, mientras que Q se refiere a hijos y padres. Q representaría una primera etapa de la tendencia a ampliar el número de familiares. Este dicho es histórico, del propio Jesús, por las siguientes razones: 1. Tiene una atestación múltiple. 2. Es coherente con otros dichos auténticos. 3. No tiene paralelo en el judaísmo de la época, puesto que atenta contra la familia y puesto que es imposible que los primeros cristianos atribuyeran a Jesús un dicho así. 4. Mateo y Lucas suavizan una exigencia que les parece escandalosa. S. GUIJARRO, a.c., 513-516. [31] El dicho de Mc 13,12: «Y entregará a la muerte hermano a hermano, padre a hijo» aparece en los tres sinópticos, pero Marcos parece ser la fuente de los otros dos. Puesto que no hay rasgos de actividad redaccional, parece ser un dicho judío de carácter apocalíptico, signo de la llegada al fin de los tiempos (similar a Miq 7,6; Is 19,12; Zac 13,3). Este texto parece responder más a la situación de los seguidores de Jesús que al Jesús histórico por dos razones: 1. La inserción artificial (en tercera persona en un contexto de segunda persona). 2. La descripción que hace de los procesos de los discípulos en las sinagogas y tribunales. S. GUIJARRO, a.c., 509-510. [32] Probablemente Lucas conserva mejor la forma que tenía el pasaje en Q. En Mateo es claro el interés por asimilar las palabras de Jesús a las de Miq 7,6. En el evangelio de Tomás (16) hay una versión que tiene muchas más semejanzas con Lucas que con Mateo y que representa una versión independiente de los sinópticos sin retoques apocalípticos (que amplían la lista de los enfrentamientos para asemejarlo a Miq 7,6). Para Guijarro, la forma más antigua podría ser: «Jesús dijo: Estarán cinco en una casa; tres contra dos y dos contra tres. Jesús dijo: He venido a dividir al hijo contra el padre y al padre contra el hijo». Y aunque tenemos que aceptar la tendencia de la tradición pospascual a multiplicar los dichos en primera persona sobre la venida esto no significa que todos hayan sido compuestos después de la Pascua y algunos pueden ser reelaboración de dichos de Jesús en que no hablaba de su venida. Podemos decir que este texto es probablemente histórico por las siguientes razones: 1. Coherencia con otros textos. 2. La relación de estas palabras con su propia experiencia de ruptura familiar (Mc 3,20-21). 3. La coherencia de que existiera un conflicto generacional en algunas familias durante el ministerio de Jesús. S. GUIJARRO, a.c., 519-522. [33] Pierre Bonnard piensa que la causa de la división entre los seres humanos por Cristo se puede explicar de dos modos. Unos piensan que los cristianos introducen estos conflictos violentos porque deberían dejar a sus seres queridos para seguir a Cristo (como aparece en la perícopa siguiente –Mt 10,37-39–). Otros piensan en la incapacidad de los hombres para ponerse de acuerdo sobre la persona de Jesús. Siendo las dos razonables, este autor piensa que la segunda es más fundamental. Cf P. BONNARD, o.c., 240. [34] Hace referencia el evangelio de Mateo al texto de Miq 7,6 para describir el efecto de la misión de Jesús: el
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profeta describe la corrupción de una sociedad (Miq 7,1-7) dominada por las insidias, los sobornos y la ambición de los poderosos. En este contexto se producen las divisiones familiares de los que son fieles a Jesús. J. MAT EOS -F. CAMACHO, o.c., 108. [35] Vicent Taylor afirma con contundencia: «La narración se basa en la mejor tradición histórica. Nadie ha tenido la osadía de afirmar que este relato sea una creación de la comunidad, porque ningún escritor primitivo afirmaría que la familia de Jesús, que vivía en Nazaret, había salido a llevárselo creyendo que estaba loco, a no ser que así lo garantizasen los hechos. No es extraño que Mateo y Lucas omitan la narración; tampoco es probable que un redactor la añadiese al evangelio de Marcos». V. T AYLOR , Evangelio según san Marcos, Cristiandad, Madrid 1979, 265-266. [36] Esta postura se puede defender, pues creemos que están muy teologizadas las presentaciones de Lucas y Juan de su madre: Juan describe una íntima relación filial de Jesús con su madre y Lucas presenta a María como profetisa que proclama las maravillosas acciones que Dios ha realizado por medio de ella en la concepción de su hijo. Estas visiones teologizadas pueden armonizarse con una mirada de María que «guardaba todas esas cosas en su corazón» y no acaba de comprender el misterio insondable de su Hijo. [37] R. SCHNACKENBURG, El mensaje moral del Nuevo Testamento 1. De Jesús a la Iglesia primitiva, Herder, Barcelona 1989, 183. [38] Jesús invita a tener dos actitudes en esta instrucción: un desinterés total cuando dé algo y una generosidad grande con los pobres y enfermos. Jesús actúa de manera opuesta a las costumbres recibidas. S. CARRILLO ALDAY, El evangelio según san Lucas, Verbo Divino, Estella 2009, 270-273. [39] Un buen comentario de todos estos pasajes (Lc 14,1-24): I. GÓMEZ ACEBO , Lucas, Verbo Divino, Estella 2008, 401-416. [40] M. QUESNEL-P. GRUSON (dirs.), La Biblia y su cultura. Jesús y el Nuevo Testamento, Sal Terrae, Santander 2002, 79. Los escritos del Nuevo Testamento hablan varias veces de la existencia de hermanos, y en ocasiones también hermanas, de Jesús (Gál 1,19; 1Cor 9,5; Mc 3,31-35; Mc 6,1-6; Mt 13,53-58; Jn 2,12; 7,3-5; He 1,14). Tres son las teorías que se han desarrollado sobre esta cuestión de los hermanos y hermanas de Jesús: 1. Teoría helvidista (defendida a finales del siglo IV por Helvidio): los hermanos y las hermanas de Jesús serían los hijos de José y de María nacidos después de él. Es la interpretación más natural de los textos del Nuevo Testamento, pues da a la palabra griega adelphos su sentido más corriente y respeta el hecho de que la mayoría de las veces los hermanos aparecen asociados a la madre de Jesús. Aunque sea la más probable, no puede ser probada de modo definitivo. Se convirtió en herética a comienzos del siglo V por la aceptación cada vez más generalizada del dogma de la virginidad perpetua de María. 2. Teoría epifaniana (por ser defendida por Epifanio, obispo de Salamina): los hermanos y las hermanas de Jesús son los hijos del primer matrimonio de José. Esta interpretación aparece por primera vez en el Protoevangelio de Santiago. No concuerda con la noción de primogenitura de Jesús. 3. Teoría jeronimiana (por san Jerónimo, que la crea a finales del siglo IV): los hermanos y las hermanas de Jesús serían sus primos. Se basa en cuatro presupuestos: a) María, la madre de Santiago el Menor y José mencionada en Mc 15,40 (y paralelos) no es la madre de Jesús. b) Santiago el Menor y José, de Mc 15,40 deben ser identificados con Santiago y José de Mc 6,3. c) La madre de Santiago el Menor y de José es una pariente de María o de José. d) Los primos son llamados sistemáticamente «hermanos» en textos griegos (aunque el griego, a diferencia del hebreo, sí tiene una palabra para hablar de primo-hermano). Para muchos exegetas es problemática esta identificación de Santiago el Menor con Santiago, el hermano del Señor de Gál 1,19, con Santiago el Mayor, uno de los hijos del Zebedeo, Santiago de Alfeo. Cf M. QUESNEL-P. GRUSON (dirs.), o.c., 76-78. [41] Reformulo, sistematizo y amplío lo que señala muy acertadamente F. PASTOR , La familia en la Biblia, Verbo Divino, Estella 1994, 82-84. [42] «La parábola del hijo pródigo es la máxima glorificación de la generosidad de un padre admirable que, en una última instancia, refleja la bondad de Dios». A. ROPERO, Voz Familia, en A. ROPERO BERZOSA (ed.), Gran diccionario enciclopédico de la Biblia, o.c., 2013. [43] «El hecho de que dos milagros –la hemorroísa y la resurrección de la hija de Jairo– nos hayan llegado juntos y entrelazados ha levantado el interés por conocer los motivos. Los partidarios de su historicidad lo tienen más fácil, pues consideran que fue de esta manera como se desarrollaron los hechos». I. GÓMEZ ACEBO , o.c., 238. [44] J. W. Bartlet, en su comentario de 1922 sobre san Marcos, llega a decir: «Apenas hay algo más característico de Jesús que su actitud ante los niños». Vicent Taylor señala: «Todos admitimos la belleza de este relato, que produce una impresión imborrable en los lectores... Esta narración manifiesta también cómo Jesús transformó las concepciones escatológicas del Reino y lo presentó como un don de Dios y como una experiencia en la que
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pueda tomar parte el hombre aquí y ahora, si tiene la capacidad de recepción de un niño». V. T AYLOR , o.c., 503. Secundino Castro señala cómo los niños reflejan a «las mil maravillas el ser que debiera tener el que acoge su Evangelio, el Reino. Probablemente en estas criaturas se ha visto espejado el mismo Jesús; en ellos ha contemplado su rostro y ha sentido profunda conmoción... Pero si ahondamos en lo más esencial del niño, fácilmente descubriremos que aquello que le constituye es la dependencia de la madre-padre; algo que él sabe y vive en cada momento. Su esencia es pura referencia. No entiende ni quiere ni desea si no es en relación con ellos. Sin la madre-padre el niño no se siente ni seguro ni feliz, no acepta nada si para conseguirlo tiene que prescindir de ellos. Es la imagen, el icono de Jesús con respecto al Padre y, por consiguiente, la del cristiano». S. CAST RO SÁNCHEZ, El sorprendente Jesús de Marcos, Universidad Pontificia Comillas, Madrid 2005, 269-270. [45] H. MOXNES , Poner a Jesús en su lugar. Una visión radical del grupo familiar y el reino de Dios, o.c., 176. [46] Una descripción de esta perspectiva en el Antiguo Testamento es realizada por Federico Pastor en su obra La familia en la Biblia, o.c., sobre todo en los dos primeros capítulos. [47] Para la caracterización de los diferentes roles: C. OSIEK, El Nuevo Testamento y la familia, Concilium 260 (1995) 586-588; F. PASTOR , o.c., c. I y II. [48] La prueba a la que el padre somete a sus hijos para fortalecer su carácter y resistencia es una de las formas que tenían los primeros cristianos para entender el sufrimiento de Dios. [49] ARIST ÓT ELES , Política 1, 1253b; CICERÓN, De Officiis, 1,54. [50] S. GUIJARRO, Reino y familia en conflicto, a.c., 526-7. [51] S. GUIJARRO, Fidelidades en conflicto. La ruptura con la familia por causa del discipulado y de la misión en la tradición sinóptica, Plenitudo Temporis 5, Salamanca 1998, 120-123. [52] Pero Jesús en Caná, ante el deseo de su madre, hace lo que ella quiere y en la cruz se preocupa de proporcionarle cuidado permanente (Jn 19,26-27). Salomé pide a Herodes lo que su madre quiere (Mc 6,1729). Una mujer pagana pide la curación de su hija (Mc 7,24-30). [53] Hay incluso una consideración explícita en el Nuevo Testamento que presenta a la mujer como más débil: 1 Pe 3,7. [54] J. GONZÁLEZ ECHEGARAY, Los esclavos en la Palestina del tiempo de Jesús, Salmanticensis v. 56, fasc. 1 (2009) 85-112. [55] S. GUIJARRO, Reino y familia en conflicto, a.c., 530. [56] José es el jefe de familia y el protector de ella en su huida a Egipto (Mt 2,13-15). Los padres de Jesús se preocupan de su desaparición en Jerusalén y le reprenden haciendo patente su responsabilidad (Lc 2,41-50). Pablo dice en 2Cor 12,14 que «no corresponde a los hijos atesorar para los padres, sino a los padres para los hijos». [57] S. GUIJARRO, Reino y familia en conflicto, a.c., 529-531. [58] D. FIENSY, The social history of Palestine in the Herodian period. The land is mine, Lewiston-QueenstonLamperter 1991; S. GUIJARRO, La familia en la Galilea del siglo I, Estudios Bíblicos 53 (1995) 463-467. [59] D. FIENSY, Leaders of mass movement and the leader of the Jesus movement, Journal for the Study of the New Testament 74 (1999) 3-27. [60] Santiago Guijarro remite al trabajo de G. T HEISSEN, Jesusbewegung als charismatiche Weltrevolution, New Testatment Studies 35 (1989) 343-360, que señala cómo la predicación de Jesús se inspira en ciertas ocasiones en valores aristocráticos. [61] E. MIQUEL, El contexto histórico y sociocultural, en R. AGUIRRE (ed.), Así empezó el cristianismo, Verbo Divino, Estella 2012, 61-63. [62] a) La casa sencilla era la más común. Era una edificio cuadrangular de dimensiones reducidas con dos o más habitaciones, unido normalmente a un patio exterior. La mayoría eran de adobe (aunque las encontradas lógicamente están excavadas en piedra o en roca). A veces se ampliaban con las casas de los hijos que se casaban. b) La casa de patio común. Varias viviendas daban al mismo patio de uso común donde se realizaban las tareas domésticas (cocinar, lavar, hilar, moler, etc.) y algunas tareas agrícolas y artesanales. El conjunto estaba rodeado por un muro externo y tenía una sola entrada. Dentro había diferentes viviendas unifamiliares que normalmente eran familias emparentadas entre sí y gozaban de una buena situación económica. c) Las villas denotan el fuerte influjo helenístico en Galilea. Albergaban familias extensas y un buen número de sirvientes. La entrada daba a un patio con columnas alrededor del cual estaban las diferentes habitaciones
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(dormitorios, habitaciones de las mujeres, triclinio –para invitar a los amigos–, atrio –para recibir a los clientes–, etc). En ellas se recibía a los clientes y amigos y se realizaban negocios económicos y sociales. d) Las granjas eran viviendas rurales ligadas a explotaciones agrícolas intensivas. A veces estaban rodeadas de un muro. La mayor parte de la vivienda se dedicaba al almacenaje de aperos y de los productos cultivados. Podía albergar una familia extensa o varias familias nucleares, junto con varias personas. e) La taberna o casa con tienda era una habitación que daba por un lado a la calle y por otro conectaba a una habitación interior que hacía de vivienda. Se encontraban lógicamente sobre todo en las calles principales de las grandes ciudades. Quizá también existieran, unidos a ellas en pequeños edificios, algunos apartamentos que se encontraban encima de las tabernas. S. GUIJARRO, Reino y familia en conflicto, a.c., 472-477. [63] Ib, 479-481. [64] D. FIENSY, o.c., 156-157. [65] Algunos piensan que el campesinado constituye el 75-80% de la población total y que la minoría gobernante representa el 2-5%. La clase intermedia (funcionarios, mercaderes, comerciantes, artesanos) apenas constituyen el 10-15% de la población. Cf E. MIQUEL, El contexto histórico y sociocultural, en R. AGUIRRE (ed.), Así empezó el cristianismo, o.c., 58. [66] S. GUIJARRO, Reino y familia en conflicto, a.c., 481-485. [67] Cf E. J. BROT ÓNS T ENA, Dios y la felicidad. Historia y teología de una relación, Secretariado Trinitario, Salamanca 2013. [68] R. AGUIRRE-C. BERNABÉ-C. GIL, Qué se sabe de... Jesús de Nazaret, Verbo Divino, Estella 2009, 54. [69] Hay una frase en la que los enemigos de Jesús aluden peyorativamente al nacimiento del propio Jesús al decir que ellos «no son hijos de prostitución», que aunque se refiere a la infidelidad religiosa según la terminología utilizada por los profetas, puede dar a entender ciertas circunstancias extrañas y misteriosas en el nacimiento de Jesús. Aunque nos movemos en el terreno de la conjetura, es necesario tener en cuenta esta perspectiva y reconocer que los textos de la infancia están fuertemente teologizados y nos dificultan descubrir bien los orígenes de Jesús, que pudieron ser extraños y misteriosos. R. BROWN, El nacimiento del Mesías, Cristiandad, Madrid 1982; R. FABRIS , Jesús de Nazaret, Sígueme, Salamanca 1985, 77-82. [70] Mt 13,55 habla de «hijo del carpintero», modificando así Mc 6,3 que señala que «este es el carpintero», probablemente para evitar identificar a Jesús con tal oficio. [71] J. GNILKA, Jesús de Nazaret, Herder, Barcelona 1993, 96-97. [72] R. AGUIRRE , La segunda generación y la conservación de la memoria de Jesús: el surgimiento de los evangelios, en ID (ed.), Así empezó el cristianismo, o.c., 206. [73] S. C. BARTON, Discipleship and family ties in Mark and Matthew, Cambridge University Press, Cambridge 1994. [74] P. KRIST EN, Familie, Kreuz und Leben. Nachfolge Jesu nach Q und dem Markusevangelium, Elwert, Marburgo 1995. [75] S. GUIJARRO, Jesús y los primeros discípulos, Verbo Divino, Estella 2007, 155. [76] H. MOXNES , Poner a Jesús en su lugar. Una visión radical del grupo familiar y el reino de Dios, o.c., 278279. [77] S. CAST RO, El sorprendente Jesús de Marcos, Universidad Pontificia Comillas, Madrid 2005, 104. [78] S. Castro afirma, sin embargo, con respecto al pasaje Mc 3,20-35, que «con toda seguridad nos encontramos ante un hecho no histórico. Lo único que estaría detrás de ello sería la incomprensión de Jesús por parte de su familia. Incomprensión que recoge también Lucas referente a María y José (2,49-50)... La escena que comentamos está descrita por Marcos para hacer reflexionar a la comunidad cristiana sobre el sentido del judaísmo para el cristianismo y de forma indirecta sobre el sentido de la madre de Jesús, cuya excelencia no radica en la sangre, sino en la elección y en su respuesta total a la misma». S. CAST RO, El sorprendente Jesús de Marcos, o.c., 103.109. [79] J. A. PAGOLA, Jesús de Nazaret, PPC, Madrid 2007, 283. [80] Ib, 283-284. [81] El tema del honor es central en esta cuestión, como bien señala C. OSIEK, El Nuevo Testamento y la familia, Concilium 260 (1995) 582-583. [82] H. MOXNES , Poner a Jesús en su lugar. Una visión radical del grupo familiar y el reino de Dios, o.c., c. 3-6. [83] S. GUIJARRO, Jesús y los primeros discípulos, o.c., 157-158.
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Ib, 159. J. R. FLECHA, La familia, lugar de evangelización, o.c., 62. [86] Por mí y por el Evangelio pueden ser añadidos posteriores. [87] J. R. FLECHA, o.c., 63. [88] J. A. PAGOLA, Jesús de Nazaret, o.c., 282. [89] J. R. FLECHA, o.c., 63. [90] FLAVIO J OSEFO, La guerra judía 2, 72-74. Cf J. A. PAGOLA, Jesús de Nazaret, o.c., 285. [91] Por eso las mujeres son clasificadas con criterios sexuales marcados negativamente por los dos peligros que conllevan: poder seducir a los hombres y deshonrar a la familia. De aquí se ha derivado el enclaustramiento, el control y la subyugación de las mujeres a la autoridad de los varones, pues se sienten avergonzados si no evitan lo suficiente la deshonra. De aquí también la distinción entre las clases altas, de la vida pública perteneciente a los varones (comercio, política) y la vida privada correspondiente a las mujeres. Las mujeres no deben verse ni oírse en público (1Cor 14,34-35; 1Tim 2,11-15). Muy sugerente es la orientación masculina de los discursos de los Hechos, donde se refiere a «varones israelitas», «varones hermanos», «varones atenienses» (2,29; 7,2; 17,22; 3,12) cuando en realidad las que escuchaban eran preferentemente mujeres. [92] F. PASTOR , La familia en la Biblia, o.c., 81. [93] W. KASPER , El evangelio de la familia, o.c., 31-35. [94] E. MIQUEL, El contexto histórico y sociocultural, en R. AGUIRRE (ed.), Así empezó el cristianismo, o.c., 63-67. [95] B. J. MALINA, Religion in the world of Paul, Biblical Theology Bulletin 16 (1986) 92-101. [96] J. A. PAGOLA, La familia actual interpelada por el Evangelio, en ID, Familia creyente y mundo actual, Madrid 1982, 18. [97] J. R. FLECHA, La familia, lugar de evangelización, o.c., 65. [98] Ib, 65-66. [99] J. MART ÍN VELASCO, La familia, lugar de conversión y evangelización, en J. A. PAGOLA (et al.), Familia creyente y mundo actual, o.c., 143. [100] J. D. CROSSAN, The birth of Christianity. Discovering what happened in the years immediately after the execution of Jesus, Harper, San Francisco 1998, 325-326. [101] S. GUIJARRO, Jesús y los primeros discípulos, o.c., 163. [102] X. PIKAZA, Evangelio de Marcos. La Buena Noticia de Jesús, Verbo Divino, Estella 2012, 369-372. [103] J. R. FLECHA, La familia, lugar de evangelización, o.c., 64. [104] F. PASTOR , La familia en la Biblia, o.c., 80. [105] J. GOET ZMANN, Vocablo Casa, en L. COENEN-E. BEYREUT HER -H. BIET ENHARD, Diccionario teológico del Nuevo Testamento 1, Sígueme, Salamanca 1980, 241. [106] J. R. FLECHA, La familia, lugar de evangelización, o.c., 63. [107] J. RAT ZINGER -BENEDICTO XVI, La infancia de Jesús, Planeta, Barcelona 2012. [108] F. PASTOR , o.c., 78-80. [109] A. MAC INT YRE, Animales racionales dependientes, Paidós, Barcelona 2001, 109. [110] J. ORT EGA Y GASSET , Obras completas 7, Taurus, Madrid 1961, 153. [111] J. DE LA T ORRE, La recuperación del paternalismo en la relación médico-paciente, en AA.VV., Los avances del derecho ante los avances de la medicina, Aranzadi, Madrid 2008. [112] A. MAC INT YRE, o.c., 93. [113] GIBRAN J ALIL GIBRAN, El profeta, Edaf, Madrid 1987, 32. [114] J. A. PAGOLA, Jesús de Nazaret, o.c., 285-291. [115] Ib, 292. [116] Ib, 295. [117] Para algunos autores, algún apóstol –quizá Judas– llevaba una bolsa con algo de dinero. [118] S. GUIJARRO, Jesús y los primeros discípulos, Verbo Divino, Estella 2007, 145-146. [119] Sintetizo y sistematizo los rasgos apuntados en S. GUIJARRO, La primera evangelización, Sígueme, Salamanca 2013, 80-85. [85]
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Ib, 166-167. Ib, 159-160. [122] Ib, 161. [123] Ib, 162. [124] Ib, 166. [125] F. RIVAS , Qué se sabe de... La vida cotidiana de los primeros cristianos, Verbo Divino, Estella 2011, 31-49. [126] E. EST ÉVEZ LÓPEZ, Las mujeres en el cristianismo primitivo, Verbo Divino, Estella 2002; F. RIVAS , Desterradas hijas de Eva: marginación y protagonismo de la mujer en el cristianismo primitivo, San Pablo-Universidad Comillas, Madrid 2008. [127] P. ALLARD , Los esclavos cristianos: desde los primeros tiempos de la Iglesia hasta el ocaso de la dominación romana en Occidente, Saturnino Calleja, Madrid 1900. [128] M. VIDAL, Historia de la teología moral 2. La moral en el cristianismo antiguo (siglos I-VII), Perpetuo Socorro, Madrid 2010, 796. [129] GREGORIO DE NISA, Sobre el Eclesiastés, 4. [130] M. VIDAL, o.c., 796. [131] F. RIVAS , Qué se sabe de... La vida cotidiana de los primeros cristianos, o.c., 49-62. [132] M. MONT ES (ed.), Servir a los pobres con alegría: Agustín de Hipona, Juan Crisóstomo, Gregorio Nacianzo y Gregorio de Nisa, Desclée de Brouwer, Bilbao 1995. [133] F. RIVAS , Qué se sabe de... La vida cotidiana de los primeros cristianos, o.c., 62-73. [134] Ib, 76-80. [135] J. M. LABOA, Por sus frutos los conoceréis. Historia de la caridad en la Iglesia, San Pablo, Madrid 2012, c. 29 y 30. [136] Ya aparece este discernimiento en Didajé 11-12. [137] El paso de las casas habitadas donde la hospitalidad es más fácil a edificios sin habitar, dedicados a reuniones o celebraciones, sin duda hizo más difícil la hospitalidad o cambió su tono. F. RIVAS , o.c., 80-86. [138] Cf J. M. APARICIO , El concepto de ciudadanía contemplado desde la Doctrina Social de la Iglesia. Una aportación eclesial al diálogo contemporáneo sobre el problema de la emigración como signo de los tiempos y nueva pobreza, Universidad Pontificia Comillas, Tesis doctoral, 14 de diciembre de 2011. En este valioso trabajo se encuentra una reflexión histórica de enorme valor para estos temas. [139] F. RIVAS , o.c., 86-90. [140] J. M. LABOA, o.c., c. 23, 24 y 26. [141] F. RIVAS , o.c., 90-94. [142] «Algunos propagan y conservan la vida espiritual con un ministerio únicamente espiritual; es la tarea del sacramento del Orden; otros hacen esto respecto de la vida a la vez corporal y espiritual, y esto se realiza con el sacramento del Matrimonio, en el que el hombre y la mujer se unen para engendrar la prole y educarla en el culto a Dios». T OMÁS DE AQUINO , Summa contra gentiles, IV, 58. [143] C. M. MART INI, Familias en exilio, San Pablo, Madrid 2012, 85. [144] Ib, 86-87. [145] F. RIVAS , Qué se sabe de... La vida cotidiana de los primeros cristianos, o.c., 110-146. [146] E. EST ÉVEZ LÓPEZ, La familia en el cristianismo primitivo. Lecciones e impulsos para hoy, Estudios Eclesiásticos 88, n. 345 (2013) 272-274. [147] Ib, 255. [148] G. T HEISSEN, Estudios de sociología del cristianismo primitivo, Sígueme, Salamanca 1985, 230. [149] E. EST ÉVEZ LÓPEZ, a.c., 243-259. [150] C. M. MART INI, o.c., 137-144. [151] Ib, 146. [152] Ib, 148-149. [153] IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios espirituales, Contemplación para alcanzar amor, EE 230-237. [154] C. M. MART INI, Familias en exilio, o.c., 58-59. [121]
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E. EST ÉVEZ LÓPEZ, La familia en el cristianismo primitivo. Lecciones e impulsos para hoy, a.c., 274-280. Ib, 274-278. [157] Ib, 278. [158] J UAN PABLO II, Mensaje de Cuaresma de 1994. [159] A. GALINDO, Horizonte antropológico y social de la familia, en ID (ed.), Hacia una teología de la familia, Publicaciones Universidad Pontificia de Salamanca, Salamanca 2009, 104-112. [160] J. BUJANDA, Teología moral para seglares, Madrid 1948, 58-59. [161] M. VIDAL, Para orientar la familia posmoderna, Verbo Divino, Estella 2001, 88-89. [162] G. LIPOVET SKY, El crepúsculo del deber, Anagrama, Barcelona 20026. [163] M. VIDAL, o.c., 108-110. [164] Ib, 89-90. [165] Ib, 90. [166] CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Matrimonio y familia, hoy, 6 de julio de 1979, nn. 62-69. [167] M. VIDAL, Para orientar la familia posmoderna, o.c., 128. [168] L. GENDRON, El hogar cristiano: una Iglesia verdadera, Communio 6 (1986) 612-613. [169] Insegnamenti di Paolo VI, XIV (1976) 640. [170] Esta idea ha sido asumida por el Magisterio reciente con claridad: Familiaris consortio, Carta de los derechos de las familias (más orgánica y sistematizada que novedosa), Carta a las familias, Encuentros con las familias, etc. La CEE también la ha asumido en importantes documentos como Matrimonio y familia hoy (1979) y La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad (2001). Cf E. ALBURQUERQUE , La familia, Iglesia doméstica, en A. GALINDO (ed.), Hacia una teología de la familia, o.c., 132-134. En el CELAM aparece claramente en los documentos de Medellín, Puebla, Santo Domingo, etc. [171] M. VIDAL, Para orientar la familia posmoderna, o.c., 132-134. [172] J UAN PABLO II, Carta a las familias, 19: «Como Iglesia doméstica, es la esposa de Cristo. La Iglesia universal, y dentro de ella cada Iglesia particular, se manifiesta más inmediatamente como esposa de Cristo en la Iglesia doméstica y en el amor que se vive en ella: amor conyugal, amor paterno y materno, amor fraterno, amor de una comunidad de personas y de generaciones». [173] E. ALBURQUERQUE , La familia, Iglesia doméstica, en A. GALINDO (ed.), Hacia una teología de la familia, o.c., 149. [174] J UAN PABLO II, Christifideles laici, 23. [175] ID, Catechesi tradendae, 68. [176] W. KASPER , El evangelio de la familia, Sal Terrae, Santander 2014, 50-51. [177] Ib, 51-55. [178] Cf I. CORPAS DE POSADA, El matrimonio y la familia en la Sagrada Escritura, Medellín 24 (1998) 5-41. [179] E. SANZ GIMÉNEZ-RICO, La cercanía del Dios distante: imagen de Dios en el libro del Éxodo, Universidad Pontificia Comillas, Madrid 2002. [180] C. M. MART INI, Familias en exilio, San Pablo, Madrid 2012, 103. [181] W. KASPER , El evangelio de la familia, Sal Terrae, Santander 2014, 32. [182] B. PINÇON, La pareja en el Antiguo Testamento, Verbo Divino, Estella 2013, 14-17. [183] C. MASSÉ, El proyecto procreativo de la pareja infértil, Tesis Doctoral, Universidad Pontificia Comillas, Madrid 2014, c. 4. [184] P. I. FRAILE YÉCORA , Esta es la bendición del hombre que teme al Señor. La familia en la Sagrada Escritura, en A. GALINDO (ed.), Hacia una teología de la familia, Publicaciones de la Universidad Pontificia de Salamanca, Salamanca 2009, 24-27. [185] De modo semejante, en el Dodecálogo siquemita (Dt 27,12-26) se insiste en el respeto a los padres, al emigrante, al huérfano y a la viuda y se rechaza el incesto y el bestialismo. [186] C. M. MART INI, o.c., 104-113. [187] B. PINÇON, o.c., 30-32. [188] W. KASPER , o.c., 33. [156]
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Ib, 34. G. RAVASI, Vivir desde el corazón. Relaciones y sentimientos en la Biblia, Sal Terrae, Santander 2011, 116. [191] PAPA FRANCISCO, Discurso ante el consistorio extraordinario (20 de febrero de 2014). [192] El papa Francisco, en el vuelo de vuelta a Roma después de su viaje a Tierra Santa, dijo: «A mí no me ha gustado que tantas personas, incluso en la Iglesia, sacerdotes, etc., hablasen de la comunión a los divorciados como si todo se redujese a una casuística. Sabemos que hay una crisis de la familia. Los jóvenes no quieren casarse, o no se casan, conviven... Yo no querría que entrásemos en la casuística: lo que se puede hacer o no se puede hacer. Por eso agradezco tanto esta pregunta, pues me da la oportunidad de clarificar. El problema de la pastoral de la familia es muy, muy amplio y no se debe deshojar caso a caso». [193] P. GUERRERO RODRÍGUEZ, Incluir, acoger y compartir el pan: el acompañamiento pastoral a familias en situación irregular, Estudios eclesiásticos v. 88 (2013) n. 345, 421-422. [194] Cf L. NAVARRO ARDOY , Modelos ideales de familia en la sociedad española, Revista Internacional de Sociología 43 (2006) 119-138. [195] Summa theologiae I-II, q. 108, art. 1. [196] Ib, II-II, q. 30, art. 4. [197] M. FFORDE, Desocialización. La crisis de la posmodernidad, Encuentro, Madrid 2013, 271-272. [198] Antonio Machado en su famoso poema Retrato: «Converso con el hombre que siempre va conmigo / quien habla solo espera hablar a Dios algún día; / mi soliloquio es plática con ese buen amigo/ que me enseñó el secreto de la filantropía». [199] T. YAGO-J. SEGURA-E. IRAZÁBAL, Infertilidad y reproducción asistida. Relatos de parejas entre el sufrimiento y la esperanza, Biblioteca Nueva, Madrid 1997, 150-155. [200] Eurostat. Statistics in focus. G. LANZIERI, Toward a «baby recession» in Europe? Differential fertility trends during the economic crisis, 13/2013. [201] Cf M. I. ÁLVAREZ-F. MONTALVO (coords.), La familia ante la enfermedad, Universidad Pontificia Comillas, Madrid 2010. [202] CONFERENCIA EPISCOPAL BRASILEÑA, Directório da Pastoral Familiar, Documentos CNBB, 2011, n. 433. [203] Cf J. M. DÍAZ MORENO, Las familias de hecho. Aproximación a su vertiente jurídica y ética, Razón y Fe 236 (1997) 33-54. [204] W. KASPER , El evangelio de la familia, o.c., 12. [205] Respuesta de la Conferencia Episcopal Alemana al cuestionario del Sínodo de los Obispos, traducción del Centro Teológico Manuel Larraín, Santiago de Chile 2014, 17. [206] Ib. [207] Es necesario valorar el compromiso de algunos católicos al casarse por lo civil. No podemos seguir considerando este matrimonio como nulo por defecto de forma por más tiempo. Algunos no perciben adecuadamente la importancia de la gracia sacramental, otros tienen dificultades ante un compromiso definitivo y permanente, les cuesta asumir un compromiso de fe, tienen cierta inmadurez, están en medio de una situación compleja, su pareja bautizada no desea casarse sacramentalmente o viven con mentalidad secularizada estos temas. Pero eso, de ningún modo debe llevar a considerar ese matrimonio entre bautizados como nulo. Esta valoración canónica debería cambiar si nos tomamos en serio una teología de la encarnación que valora la institución del matrimonio presente en todas las culturas y si consideramos profundamente la historia de la Iglesia hasta el concilio de Trento. En todo caso, la caridad y la acogida pastoral, tomando contacto con agentes de pastoral, debe ayudar a integrarlos en las comunidades, ayudando pacientemente a tomar conciencia junto con la fe que van alimentando, de la importancia del sacramento. Un planteamiento riguroso y actualizado de estas situaciones: J. M. DÍAZ MORENO, Nuevos problemas morales en la familia: cercanía cristiana a las familias rotas, en A. BERÁST EGUI PEDRO-VIEJO–B. GÓMEZ BENGOECHEA (coords.), Horizontes de la familia ante el siglo XXI, Universidad Pontificia Comillas, Madrid 2011, 68-75; J. M. DÍAZ MORENO, El matrimonio meramente civil de los católicos. Algunas precisiones, Razón y Fe 249 (2004) 157-168. [208] Respuesta de la Conferencia Episcopal de Bélgica al cuestionario del Sínodo de los Obispos, o.c., 31. [209] L. S. CAHILL, Sex, gender and Christian ethics, Cambridge University Press, Cambridge 1996. [210] Cf N. RIVERA, La pastoral familiar y las familias en situación de pobreza, La Cuestión Social 5 (1997) 316322; M. T. REY BARREIRO-MEIRO, El papel de la familia como instrumento de prevención y reinserción, [190]
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Corintios XIII 77 (1996) 103-104. Directorio de Pastoral Familiar de Brasil, 434-443. [212] Apostolicam actuositatem, 11. [213] Cf A. MORENO MÍNGUEZ, Las familias monoparentales en España, Revista internacional de Sociología 26 (2000) 39-63; L. MART ÍNEZ MUÑOZ, Una visión global de la familia monoparental en España, Revista de Educación 325 (2001) 93-98. [214] INST IT UTO NACIONAL DE ESTADÍST ICA Y GEOGRAFÍA (INEGI), Estadísticas a propósito del día nacional de la familia mexicana, 2 de marzo de 2014. [215] W. PORRECA, Famílias em segunda uniao, Paulinas, Sao Paulo 20102, 82. [216] P. GUERRERO, Incluir, acoger y compartir el pan: el acompañamiento pastoral a familias en situación irregular, Estudios Eclesiásticos v. 88, n. 345 (abril-junio de 2013) 424-430. [217] Pablo Guerrero en su artículo señala tres documentos de conferencias episcopales que tratan de forma valiente y clara el tema desde la perspectiva pastoral. 1) NEW ZELAND CAT HOLIC BISHOPS CONFERENCE, Violence against women and children, septiembre de 1992; 2) CANADIAN CONFERENCE OF CAT HOLIC BISHOPS PERMANENT COUNCIL ON VIOLENCE AGAINST WOMEN, To live without fear, junio de 1991; 3) US NAT IONAL CONFERENCE OF CAT HOLIC BISHOPS , When I call for help: A pastoral response on women in society and in the church, noviembre de 1992. [218] M. VIDAL, Concilio Vaticano II y teología pública, PS, Madrid 2012, 179-180. M. Vidal se refiere con estas palabras a las reflexiones del canonista J. Bernhard sobre las indecisiones actuales en la aceptación del personalismo matrimonial. [219] D. MIET H, «Ethos» del fracaso y de la vuelta a empezar: una perspectiva teológica olvidada, Concilium 231 (1990) 243-259; S. BOT ERO, De la severidad a la benignidad. Una perspectiva de cambio en la ética conyugal, Studia Moralia 34 (1996) 323-350; ID, El «fracaso conyugal» en una nueva perspectiva, Studia Moralia 38 (2000) 141-164; E. BLESKE, El fracaso en la fidelidad a un proyecto para toda la vida, Concilium 231 (1990) 315-330. [220] Marciano Vidal recoge en este libro una deliciosa selección de poemas de amor. El fracaso, la ruptura y la separación son una dimensión de la vivencia poética. Cf M. VIDAL, El matrimonio: entre el ideal cristiano y la fragilidad humana, Desclée de Brouwer, Bilbao 2003, 159-195. [221] Cf E. LÓPEZ AZPIRTART E , Las crisis conyugales. Una reflexión sobre la complejidad del amor, Proyección 44 (1997) 37-48. [222] R. M. BOAL HERRANZ, Separación y divorcio. De la desolación al autocrecimiento, Perpetuo Socorro, Madrid 2008. [223] B. FERNÁNDEZ, Matrimonio y malos tratos, Misión abierta 5 (1998) 8-9; M. T. LÓPEZ DE LA VIEJA, Violencia y vida privada, Razón y Fe 242 (2000) 45-53; L. MORA, La violencia contra la mujer, Razón y Fe 242 (2000) 55-68. [224] Respuesta de la Conferencia Episcopal Alemana al cuestionario del Sínodo de los Obispos, Traducción del Centro Teológico Manuel Larraín, Santiago de Chile 2014, 18-19; P. GUERRERO RODRÍGUEZ, ¿El abrazo que no llega? Atención pastoral a católicos divorciados vueltos a casar, Sal Terrae 93 (2005) 965-974; S. BOT ERO GIRALDO, El problema de los divorciados vueltos a casar. ¿Una perspectiva nueva a la vista?, Theologia Xaveriana 56 (2006) 395-424; M. VIDAL, Propuestas para una «normalización» eclesial de las parejas católicas «recasadas», Moralia 19 (2006) 83-110. [225] Cf E. SCHOCHENHOFF , La Chiesa e i divorziati risposati. Questioni aperte, Queriniana, Brescia 2012. [226] Cf Ecclesia 3279 (15 de octubre de 2005) 27; Vida Nueva 2489 (8 de octubre de 2005) 18. [227] S. BOT ERO GIRALDO, El cónyuge abandonado inocentemente: un problema a replantear, Estudios Eclesiásticos 73 (1998) 443-472; ID, Divorciados vueltos a casar. Principios de base para una nueva actitud, Laurentianum 41 (2000) 353-378; J. M. DÍAZ MORENO, Fracasos matrimoniales, Vida Nueva 2242 (2000) 21-32. [228] T. DE VIO CAIETANUS , In quattur Evangelia, Lyon 1639, 86. [229] ERASMO, Opera omnia, Lyon 1706, VI, 692-703. [230] G. PELLAND, La práctica de la Iglesia antigua relativa a los fieles divorciados vueltos a casarse, en CONGREGACIÓN PARA LA DOCT RINA DE LA FE, Sobre la atención pastoral de los divorciados vueltos a casar. Documentos, comentarios y estudios, Palabra, Madrid 2003, 113. [231] W. KASPER , Teología del matrimonio cristiano, Sal Terrae, Santander 1980, 76-83. Monseñor Gerhard Müller, [211]
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prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en su nota Sobre la indisolubilidad del matrimonio y el debate acerca de los divorciados vueltos a casar y los sacramentos, reconoce que «algunos textos patrísticos, es cierto, permiten reconocer abusos que no siempre fueron rechazados con rigor y que, en ocasiones, se buscaron soluciones pastorales para rarísimos casos-límites. Más tarde, en algunas regiones, sobre todo a causa de la creciente interdependencia entre el Estado y la Iglesia, se llegó a compromisos mayores». [232] ¿Cabe aceptar que hay cierta obligación, vínculo, con la otra persona pero quizá que ya no se puede hablar de cónyuge ni de matrimonio? ¿Qué pasa cuando el adulterio es perdonado después de un tiempo? [233] Este tema del perdón lo retoma el papa Francisco al inicio de la Evangelii gaudium: «Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar “setenta veces” (Mt 18,22) nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!» (n. 3). [234] A. T ORNIELLI, Carlo María Martini. El profeta del diálogo, Sal Terrae, Santander 2013, 205. [235] Según una reciente encuesta, realizada por el Instituto de Demoscopia de Allenbach, el 66% de los católicos alemanes está a favor de un matrimonio religioso para los divorciados. [236] J. M. DÍAZ MORENO, Nuevos problemas morales en la familia: cercanía cristiana a las familias rotas, en A. BERÁST EGUI PEDRO-VIEJO–B. GÓMEZ BENGOECHEA (coords.), Horizontes de la familia ante el siglo XXI, o.c., 7778. [237] Vida Nueva 2490 (15 de octubre de 2005) 17. [238] Incluso monseñor Elio Sgreccia afirma: «Que el homosexual sea estable en su relación, en lugar de vagabundear en sus ligámenes, es ciertamente una situación moralmente menos grave y sanitariamente menos peligrosa, aunque no por ello se ha de sostener a priori que, para todos los sujetos que practican relaciones múltiples, es suficiente pedir la estabilidad del partner, si bien esto puede ser un primer paso hacia el deseable mejoramiento moral» (Manuale di Bioetica, Vita e Pensiero, Milán 1991, 141). [239] A. Tornielli, Carlo María Martini. El profeta del diálogo, o.c., 207. [240] Respuesta de la Conferencia Episcopal de Bélgica al cuestionario del Sínodo de los Obispos, o.c., 32. [241] C. J. FALICOV (ed.), Family transitions: Continuity and change over the life cycle, Guilford Press, Nueva York 1988. [242] Cf S. BOT ERO, La perfección cristiana de la pareja humana. ¿Tienen acceso a ella las uniones irregulares?, Carthaginensia 23 (2007) 287-307. [243] V. CAGIGAL DE GREGORIO, Buscando tesoros: herramientas para ayudar a las familias, Estudios eclesiásticos v. 88 n. 345 (2013) 310-316. [244] W. KASPER , El evangelio de la familia, o.c., 44. [245] M. RUBIO, El principio de gradualidad en el Proyecto ético-pastoral cristiano, Moralia 3 (1981/2) 145, 143155. [246] Cf J. A. ROBLES NAVARRO, Hacia una renovada visión del estatuto epistemológico de la verdad moral, Tesis Doctoral defendida en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia Comillas el 15 de septiembre de 2014, c. VI. [247] Ib, 17. [248] El cardenal Walter Kasper, en su artículo Acerca de la Iglesia, hablando del primado de las Iglesias señala que el debate no se plantea acerca de un punto de doctrina católica. «El conflicto es entre opiniones teológicas y premisas filosóficas subyacentes. Una (Ratzinger) cultiva el método platónico, su punto de partida es el primado de una idea que es un concepto universal. La otra (Kasper) sigue el enfoque aristotélico y considera que lo universal existe en una realidad concreta. Este enfoque, por cierto, no debería ser malinterpretado como que todo conocimiento se reduce a meros datos empíricos. La controversia medieval entre escuelas platónicas y aristotélicas era un debate dentro de los parámetros de la fe católica común. Buenaventura y Tomás de Aquino eligieron diferentes caminos en su enfoque de cuestiones teológicas, incluyendo el tema de la autoridad universal del Papa. Sin embargo, ambos son honrados como doctores de la Iglesia; ambos son venerados como santos. Si en la Edad media se admitía semejante diversidad, ¿por qué no puede ser posible hoy?». J. Moltmann ha expresado muy atinadamente lo que supuso la asunción del platonismo en el cristianismo y su profunda
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limitación: «A medida que el cristianismo se fue desvinculando de sus raíces semitas y fue adoptando una configuración helenista y romana, perdió su esperanza escatológica y renunció a su alternativa apocalíptica a “este mundo” de violencia y de muerte, fusionándose con la religión gnóstica de redención de la antigüedad tardía. La mayor parte de los padres de la Iglesia, incluido san Agustín, veneraron a Platón como un “cristiano antes de Cristo” y alabaron su sentido de la trascendencia divina y de los valores del mundo espiritual. En lugar del futuro de Dios se puso su eternidad; en lugar del reino futuro, el cielo; en lugar del Espíritu como “fuente de vida”, el Espíritu que libera al alma del cuerpo; en lugar de la resurrección de la carne, la inmortalidad del alma; en lugar de la transformación de este mundo, la nostalgia de un mundo distinto». J. MOLT MANN, El espíritu de la vida: una pneumatología integral, Sígueme, Salamanca 1998. [249] Summa theologiae I-II, q. 107, art. 4. [250] P. CAST ELAO, El papa Francisco: ¿cambio de estilo o reforma de la Iglesia?, Razón y Fe t. 268, n. 1385 (2014) 218-219. [251] A. MAC INT YRE, Animales racionales dependientes, Paidós, Barcelona 2001, 158. [252] Sintetizo las aportaciones de dos libros que han marcado la reflexión sobre las familias sólidas: N. ST INNET -J. DEFRAIN, Secrets of strong families, Little, Brown and Company, Boston 1985 y M. PIPHER , The shelter of each other. Rebuilding our families, G. P. Putnam’s Sons, Nueva York 1996. [253] Matizamos así la conocida frase de Octavio Paz: «La libertad no necesita alas, lo que necesita es echar raíces». [254] Cf Evangelii gaudium, 69 y 75. [255] Cf ib, 77. [256] Cf ib, 80-86. [257] Cf M. P. GALLAGHER , Mapas de la fe, Sal Terrae, Santander 2012. [258] Cf Evangelii gaudium, 95-97. [259] C. M. MART INI, Familias en exilio, o.c., 37.
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Index Introducción 1.Jesús y la familia
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1. Jesús y la familia en los sinópticos.Diversos textos 2. Contextualizción de la ética familiar de Jesús de Nazaret. Diversos contextos 3. Sentido y significado de las frases de Jesús de Nazaret. Diversas interpretaciones
2.La nueva familia de Jesús 1. 2. 3. 5.
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44
La nueva familia de Jesús La familia en las primeras comunidades cristianas Nuevos rostros y nuevos hermanos en la familia de Jesús La Iglesia doméstica
44 46 49 62
3.Jesús ante las familias de hoy. Un mensaje actual
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1. Breve mirada hacia atrás. La fragilidad de la familia en el Antiguo Testamento 67 2. Una mirada al hoy. Las otras familias cristianas: las familias a las que Jesús se 71 acercaba 3. Familias en crisis, familias vulnerables, familias llenas de amor. El nuevo 93 paradigma de la Evangelii gaudium 4. La familia en el cine; familias de cine 109 5. Conclusión 110
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