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Edgardo Rivera Martínez: Nuevas lecturas
Universidad Nacional Mayor de San Marcos
ISBN: 9972--46-314-1 Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N.0: 2006-2325
Contenido
Primera edición: Lima, marzo de 2006 © César Ferreira © Edgardo Rivera Martínez © Fondo Editorial de la UNMSM Tiraje: 500 ejemplares.
Fotograftas de carátula e interiores: Archivo personal de ERM.
La universidad es lo que publica CENTRO DE PRODUCOÓN FONDO Eorro!UAL UNIVERSIDAD NAOONAL MAYOR DE SAN MARCOS
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Prólogo: César FERREIRA, Apuntes sobre la vida y obra de Edgardo Rivera Martínez
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-! TEXTOS DEL AUTOR
El encuentro cultural en mis novelas Aventura y rigor en la ficción novelesca Los Andes: una imagen personal País de Jauja o una utopía posible El arte de la novela (Inédito) Lo fantástico y maravilloso en mis primeros relatos (Inédito) Novela, psicoanálisis e historia. Un testimonio y algunas reflexiones.
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-II VISioNES DE CONJUNTO
Ismael MARQUEZ, El armonioso imaginario de
Edgardo Rivera Martfnez Hildebrando PÉREZ, La escritura incluyente de Edgardo Rivera Martínez
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RIVERA MARTINEZ, Edgardo «País de Jauja o una utopía posible». En César Ferreira, ed. Edgardo Rivera Martín 2006 [1999] Lima: Universidad Nacional M�y���e San Marcos, pp.49-59.
País de Jauja o una utopía posible·
Nuevas lecturas.
Siempre he·pensado que la historia de la literatura no debe estar hecha tanto de autores como de obras, y que, lo que importa es detenerse en ellas, ya sea en pos del placer de su lectura, ya sea en vías de su estudio. En concordancia con ese modo de pensar es mejor dejar que las obras hablen pos sí mismas, pero en ciertas ocasiones puede resultar útil que los autores se marúfiesten, y ésta es, sin duda, una de ellas, ya que se trata de un Encuentro que, apelando a un conocido título de un libro de Jorge Basadre, invita a reflexionar sobre el Perú como problema y posibilidad a partir de dos novelas de los años 90, una de Miguel Gutiérrez, La violen cia del tiempo, y otra mía, País de Jauja. En referencia todo ello, no hay que olvidarlo, a la temática de la primea parte de este certa men, esto es el de la globalización en la hora presente. Ahora bien, País de Jauja es una novela fundamentalmente líri ca, cuyos temas principales son la iniciación y el descubrimiento, la celebración del amor, la felicidad y la vida, y además, la con vergencia cultural. Este carácter lírico hace más difícil aprehen derla, sin duda, pero aun así, y como toda obra novelesca, da cuen ta, de una u otra manera, de su época, de su sociedad, de su cultu ra. Más aún, puede ser también un instrumento de elucidación y anticipación. En tal sentido, y en referencia siempre al tema gene ral del Encuentro, puede ser útil detenernos en ese último tema, Publicado en Bulletin de l 'Institut franr;ais d 'Études andines, 1999, 28 (2), pp. 287-293.
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esto es el entretejimiento integrador que, en el ámbito de una fami lia y de una sociedad provinciana, se da en País de Jauja, asignan do a aquel término el significado de corrientes que, a manera de hilos, y sin que su identidad se pierda, componen una identidad nueva, como un tejido de color y textura diferentes. Un caso de disfrute enriquecedor de las tradiciones culturales que nos nutren, una que nos viene de nuestras raíces andinas, y otra de la cultura occidental y de la modernidad, y que muestra que ese entretejimien to es posible, y con él realizable la utopía de una armónica rela ción intercultural. País de Jauja se inscribe así en la linea de una preocupación que se manifiesta ya en uno de mis primeros rela tos, «El unicornio», que data de 1957, y en «Amaru» (1975), «Án gel de Ocongate» (1982), «Enigma del árbol» (1986) y otros. País de Jauja tiene como espacio aquel, tan singular, que era _y aún es, en menor medida, mi ciudad natal. Por ello, y por otras razones, es una obra en gran parte autobiográfica, pero sólo en parte. En relación con esto debo mencionar que algunos lectores, tomando sin dud¡i_ como elemento de comparación la no velística de Arguedas, me han dicho que una Jauja así no existe, no existió ni pudo existir. Desde luego que yo, como autor, terúa toda la libertad para inventar una Jauja a la medida de mis de seos, pero da la casualidad que la ciudad evocada corresponde� en gran medida, y en varios y diversos aspectos, a la que era hace ya tantos años. Pero mi retorno a lo vivido, en pos de inspiración o materia, no ha implicado, ni lo hace ahora, un olvido de cuán trágica ha sido en general nuestra historia, y cuán inquietante es la hora ac tual. Tengo muy presente la recurrente violencia que se ha aba tido sobre nosotros. Ahí están, para recordarlo, las matanzas de la conquista, la crueldad de la mita y las reducciones, la represión feroz que siguió a la derrota de Túpac Amaru. Y en tiempos mucho más recientes, las masacres de los penales, Ca yara, La Cantuta, Barrios Altos, sin olvidar los terribles asesi natos selectivos realizados por la subversión armada. A lo cual se agrega, como sabemos, la gran violencia estructural que nos afli ge, cuya expresión más reciente son los millones de niñ_os conde nados al retardo por falta de proteínas, los millones de jóvenes sin trabajo ni futuro, y los cientos de miles de ancianos condenados
so
prácticamente a la miseria y el hambre, todo por causa y obra de un modelo económico que impone a los países subdesarrollados el nuevo orden capitalista mundial, con la complicidad de los go biernos nacionales. Así ha sido nuestra historia, y tal es como se ofrece el presen te, y es inútil engañarnos. Pero no debemos permitir que la indig nación nos ahogue. No debemos quedarnos en la lucha -justa y civilizada lucha- por una sociedad más justa. No renunciemos al presente y menos al futuro. Tengamos en mente la frase que es cribió el pensador materialista ruso, Chernievski, en el siglo pasa do: «La búsqueda de la felicidad... es lo que hace en primer lugar más humano al hombre». También debe haber lugar, pues, y en eso nos situamos en una vieja tradición andina, para la celebra ción de la solidaridad, la esperanza y la alegría. Y descubrimien to y alegría son notas que marcan, al menos a mi modo de ver, mi novela. Me permito ahora, ya que me he referido al componente auto biográfico de País de Jauja, hablar un poco de mi ciudad andina, donde pasé la mayor parte de mi infancia y adolescencia, ya que sus características, tan singulares, explican muchos rasgos de mi novela. Y hablar un poco de mi familia y mi trayectoi:ia, no por inmodestia, ni por afán publicitario, sino con el objetivo interés que puede ofrecer una trayectoria personal que ratifica no sólo la posibilidad, sino la factibilidad -discúlpenme por esta palabrade una convivencia como la que se muestra en mi obra. Y tam bién, y ello es importante para mí, dejar constancia de ciertas deu das, y de una deuda mayor, en este sentido, con la vida. Jauja fue, desde los tiempos de Túpac Yupanqui, un cen�o provincial de importancia en el imperio incaico, por el lugar _ que �¡:upaba en el señorío de los huancas, en el extremo norte de un valle muy amplio y hermoso. Y tanto, que en la época de la llegada de los españoles era ya, además de centro urbano, un lu gar de acopio de bastimentas y tejidos. Cieza de León habla del «grande y hermoso valle de Jauja, que fue una de las principales cosas que hubo en elPerú», y el Inca Garcilaso la califica de «her mosísima provincia...». Por todo ello, y sin otro artificio que.mu dar dos de las letras de su nombre quechua que era Sa.usa, pasó a ser la mítica tierra de Jauja de las leyendas medievales, emparen51
tada con la «terre de Cocagne» de los franceses, y la Cucagna de los italianos. Tierra maravillosa, donde nada faltaba y se disfruta ba de una luz y un frescor sin término. A ella alude, ciertamente, el titulo de mi novela. Fue además, y es importante subrayarlo, una tierra en la cual, salvo pocas y muy relativas excepciones, no hubo más tarde el feu dalismo que en Ayacucho, Cajamarca o Huancavelica. No es que no hubiera hacendados, pero éstos eran muy pocos, y sus propie dades se hallaban más bien en las zonas altas. Su poder é í.nfluen cia eran, por ello, comparativamente mucho menores que en otros departamentos, e incluso había al gunos, en la época de mi ado lescencia, tan venidos a menos, que daban pena. Y es que Jauja fue más bien, a lo largo de la colonia y la república, ciudad de pequeños agricultores, de artesanos, de profesionales, y por ello mismo, de un nivel educativo y cultural comparativamente mayor que el de otras regiones de la sierra, y de mucho más cortas y ate nuadas diferencias de clase. Por todo ello, y por razones económicas de peso, Jauja no cuen ta con una arquitectura monumental, como Huamanga o Cajamar ca, o, en menor medida, Huancavelica. Su iglesia matriz es her mosa, pero ha sufrido y sufre las consecuencias de intentos mo dernizadores absolutamente condenables. No hay casas señoria les, ni campea la piedra en sus edificios. Es antes bien una ciudad de adobe y de tejas, con paredes otrora encaladas, y calles rectas. Prevalecen más bien, en su fisononúa, el aire claro y austero, la tranquilidad bucólica, la vista de los cerros lejanos. Pero en ello reside, precisamente, su poesía. Por otro lado, a fines del siglo pasado Jauja era ya un centro de salud al cual acudían enfermos de tuberculosis de todo el Perú, y de no pocos países del extranjero. En Jauja curó su mal Manuel Pardo, quien fue después presidente de la República. Hizo lo mis mo un n;úembro de la aristocrática familia de los Prado a comien zos de este siglo. Igualmente un erudito español, el padre Blanco, enviado por su orden, y que falleció en ella en 1903, y de cuya estancia da cuenta un curioso libro escrito por su acompañante, un agustino apellidado Monjas. El viajero francés Wiener habla ba a fines de la centuria anterior de la pequeña sociedad de gen tes cultivadas que encontró en la ciudad. Más tarde, al término de 52
la primera guerra mundial, hubo en Jauja sendas corridas de to ros organizadas por las colonias francesa, italiana e inglesa. Co lonias de gente que fue allá por razones de salud, y que se estable ció alli, incursionando sobre todo en el comercio. A ese hecho se sumó la presencia en Santa Rosa de Ocopa, muy cerca, de religio sos españoles, y después, en Jauja, la de curas franceses que, mo vidos por razones semejantes, tomaron a su cargo la administra ción de la parroquia jaujina. Todo lo cual le confiiió a mi ciudad, en el corazón de los Andes centrales, un toque de cosmopolitismo que no ahogó jamás su vivo sustrato andino. Por todo ello Jauja constituyó en nuestra patria algo así como lo que en física se lla ma una «singularidad». Pero una singularidad que a su modo era, por paradójica que parezca, representativa, mas no con respecto al pasado sino al futuro. Y fue así hasta avanzados los años 50, cuando la llegada de la estreptomicina, antibiótico eficaz para la cura de la tuberculosis, acarreó una pronta y casi completa inte rrupción de aquel flujo foráneo. Pues bien, ese fue el medio en que vivieron mis antepasados maternos. Mi abuelo, fundó con otros jovencitos un club, en los años de la ocupación chilena y del cierre de escuelas y colegios, para dar clases a los niños, cosa que fue posible precisamente por el nivel educativo promedio, superior ya entonces, al de otras pro vincias. Vino después a estudiar en San Marcos, y fue tan sobre saliente su desempeño que recibió una distinción que se llamaba contenta, cosa rara en verdad tratándose de un serrano pobre y de una época de grandes prejuicios. Un medio hermano suyo, aboga do igualmente, y que llegó a contar con mayores recursos, reunió una biblioteca que incluía numerosas obras literarias, muchas de ellas en francés, lengua que ambos hermanos conocieron. Y no sólo eso, sino que adquirió, entre otros, cuadros de Ignacio Merino, que se conservaron por largo tiempo en poder de mi familia y que es taban a mi vista, en las tardes de mi infancia, pero que posterior mente tuvimos que vender a los Wiese, pues no podíamos darnos semejantes lujos. Por otro lado, en mi familia materna había una cierta tradi ción de culto a la música, de lo cual fue evidencia el viejo piano que aún conservo, y en el que distraigo mis melancolías. Afición alentada por dos frailes de Ocopa, uno de los cuales fue maestro 53
de música de mi madre, y, de modo indirecto, por el gran coro del convento que cantaba en las misas solemnes de mi ciudad natal. No es de extrañar, por todo ello, que mí progenitora llegase a to car el piano, en versiones aproximativas y modestas, pero plenas de disfrute, piezas accesibles de Mozart, de Beethoven y de Cho pin, entre sus autores favoritos. Afición que me transmitió. Pero ese cultivo de la música occidental se acompañó siempre de un profundo amor por la nuestra. Mi madre, como la del pro tagonista de País de Jauja, se complacía en transcribir en nota ción musical la melodía de huaynos, mulizas, relojeras y yara víes y yo la acompañé muchas veces en esa tarea, por lo de más, dada la simplicidad de los aires andinos. Por otra parte había en casa, por temporadas, muchachas de procedencia campesina que nos ayudaban en la vida doméstica, y con las cuales pasaba yo parte de las veladas junto al fogón, Y que me contaban, felices de que las escuchase, cuentos y leyen das, en las que se alternaban amarus y pájaros maravillosos, imi llas y condenados, zorros fatuos, gatos aleves y ese Juan Oso de hispánicos orígenes. Relatos a los cuales se sumaban, entre otros, los de mis primeras lecturas, que en su mayoría procedían del re pertorio europeo, y, más tarde, del oriental, con Las mil y una no ches. No es de sorprender, pues, que con el correr de los años, y con esa doble entretejida y feliz experiencia, escribiese un cuento como «El Unicornio», en que este animal legendario aparece un buen día en una aldea andina. Mí familia, por otra parte, como muchas otras de Jauja en las décadas de los 40 y 50, y aún después, era propietaria de unas pocas parcelas, unas en zonas arboladas, y otra, la preferida por mi, en Ataura, a la vera de los ríos Mantaro y Yacus. Se cultiva ban bajo la modalidad de «aparcería», sistema en que una parte pone la tierra y la otra la vigilancia y días de trabajo. Muchas ve ces colaboré en las labores campestres. ¿Cómo olvidar los días de abril'y de mayo, en que ayudaba a desprender los choclos de las cañas, en Ninacanya, en las márgenes de la laguna de Paca? De rato en rato, me acuerdo, iba a mirar el agua en_ tin sitio que se llamaba Puerto Plancha. Un agua acerada por tanta transparen cia, quieta y como dormida en el misterio del medio día, al pie de las cumbres del Pusajhuajla. Y cómo no recordar, más aún, las tar54
des en la era de trigo en Ataura. Abajo corría el Mantaro, y al otro lado se alzaban cerros de una roca de color entre rosa y violado. Daban vueltas y vueltas los caballos de la trilla y nosotros, chicos y chicas, juntábamos la mies para que no esparciera. Ronda triun fal que me hacía pensar, cuando leí la Ilíada, en los corceles de Héctor y de Aquiles. Y después, al caer la noche, me juntaba con los operarios en la era para escuchar su parla, las consejas que narraban, y jugaba y charlaba con sus hijos. No faltaba alguien que tocase huaynos en la guitarra, e incluso, como en la casa de nuestros aparceros había muchachas, venían unos jóvenes y se bailaba sobre las parvas. Esos días me parecen hoy entre los más felices de mi existencia. Fue muy importante, desde luego, el gusto por la lectura, que me inculcó mi hermano Miguel, fallecido hace tres años, y a quien le debo ,muchísimo. Por él leí, a temprana edad, no sólo la Ilíada, sino también a Poe, Veme, Valdelomar, Ciro Alegría y el Argue das de los cuentos. A él le debo también una temprana iniciación en el francés, en un aprendizaje que continué con un curita bon dadoso, creo que natural del valle del Loire, que no se cansaba de lanzar espesas bocanadas de su pipa mientras me hacía repetir unos versos de La Fontaine, en versión actualizada. Más tarde, ya en la secundaria, significó mucho para mí el trato con Pedro S. Monge, un profesor que, cosa excepcional, era un magnífico cono cedor del Siglo de Oro castellano. Y la amistad con un joven coste ño, Eberto Dávila, mayor que yo y marino de profesión, que por exigencias de salud se hallaba en Jauja, y que más tarde, repuesto ya, volvió a navegar por todos los mares, acompañado de su in faltable ejemplar de Moby Dick. Viví así, en la mayor parte de mi infancia y en mi adolescen cia, é!-. caballo entre dos mundos, en una experiencia singularísi ma, semejante a la de Claudia. Tuve además el privilegio de vivir en el seno de una familia que, a pesar de sus modestos ingresos, podía disfrutar y disfrutaba, en un clima de armonía y en la medi da de sus posibilidades, de la cultura. Pero esos mundos no esta ban para nosotros separados de manera infranqueable, y menos aún en conflicto, sino que de al guna manera había entre ellos diá logo, puentes, vasos comunicantes. Estaban, aunque_ fuera des igualmente, entretejidos. 55
Hasta los catorce o quince años estuve convencido de que mi futuro estaba en la música, lo cual le sucede también a Claudia, el protagonista de la novela. Idea que se vio reforzada porque el pá rroco me permitió, después de unas pocas lecciones del sacristán y organista del templo, tocar en el armonio, y luego en el grande y maravilloso órgano del coro de la iglesia matriz, en ocasiones que no podré olvidar nunca, y que he evocado en mi librito A la hora de la tarde y de los juegos. Pero ese no era, evidentemente, mi cami no, sino el de la literatura, de lo cual estuve ya muy consciente al acabar la secundaria. Vine, pues, a Lima e ingresé a la Universidad de San Marcos para seguir estudios en la Facultad de Letras. En ella tuve la in mensa fortuna de toparme con un hombre en quien se juntaba una aguda inteligencia y una cultura pasmosa: Fernando Tola Men doza. Hoy octogenario, es un hinduista de prestigio mundial, pero en aquellos tiempos se dedicaba a los estudios clásicos. Fui su alumno de griego y de literatura griega, y después su asistente. Gracias a su generosidad pude leer en el original fragmentos de la Ilíada en experiencia memorable, que renovó entusiasmos ante riores, y que transmití al protagonista de mi novela, Claudia. Y leímos también juntos textos de Sófocles y de los líricos. Traduje con su ayuda fragmentos de Jenófanes de Colofón, y otros, enig máticos y poéticos, de Heráclito. Gracias a él se confirmó mi intui ción de la importancia de frecuentar no sólo a los escritores mo dernos, sino también a los clásicos de las diferentes literaturas na cionales, y hacerlo, de ser posible, en sus textos originales. Pero Fernando Tola apoyaba también el estudio de la lengua y la lite ratura oral quechua. Son evidencias de ello los textos de clásicos quechuas que el Instituto de Filología, que él dirigía, publicó por entonces. Con todo lo cual me ratificó en mi convicción de la nece sidad de ser leales a nuestras raíces y de abrirnos, al mismo tiem po, a otros horizontes. Quisiera ahora referirme específicamente a mi novela. He ha blado de su carácter lírico, en virtud del cual queda excluida, por definición, toda intención documental, o la de plantear una tesis. No es, asimismo, una novela etiológica. No he pretendido, tampo co, ofrecer, una imagen ficcionalizada pero exhaustiva de mi ciu dad natal. País de Jauja no es tampoco, ni en sus propósitos ni en 56
su espíritu, una novela regionalista, menos aún indigenista, en el sentido original del término, ni neoindigenista, si es que con esta designación se tiene en mente una suerte de versión modernizada del indigenismo clásico. y no se vea, por favor, en estas precisio nes el resultado de una minusvalorización de esas corrientes, sino simplemente constataciones de hecho. Por ello, al construir su espacio, efectué con libertad un traba jo selectivo, en el sentido de dejar al lado ciertos aspectos, más bien secundarios, de la ciudad donde transcurre el acontecer, en bene ficios de la temática, de la estructura y de la funcionalidad de los partes y del todo. Por ejemplo, no me he referido a las atenuadas tensiones de clase, ya de por sí mucho menores que en otras ciu dades peruanas, por la composición social de la población. Han quedado al margen, también, por las mismas razones, notas que son parte de la realidad de toda ciudad de provincia, como la mo notonía, los recelos, las inquinas, y, en una provincia peruana, los abusos de las autoridades. Tampoco ofrezco una imagen de las comunidades cercanas, que en esa época, y aún hoy, constituyen todo un ejemplo, ni de los campesinos, porque todo el acontecer transcurre en el ámbito urbano, y porque la mayoría de los perso najes pertenecen a él. Lo cual no me impidió nunca, ni me impide ahora, profesar una gran admiración a la ancestral, renovada y ejemplar sabiduría que se encarna en aquéllas. Por otra parte no estará demás recordar que la acción transcu rre en 1947, a fines de la secular trayectoria de Jauja como ciudad de salud, y antes del cuartelazo de Odría. No había, huelga decir lo, televisión, y el radio, artefacto que ahora tan barato, era por entonces casi un lujo. El teléfono era en mi pueblo primitivo, y la comunicación inmediata con Lima se efectuaba por ello en condi ciones precarias. Había, en cambio, mucho más vida local, como ·atestigua la existencia de un diario. Y si bien estaba muy cerca el recuerdo de la segunda guerra mundial, con la globalización béli ca que implicó, era inimaginable una mundialización como la pre sente, tan marcada por la informática. Se vivía por todo ello, de otro modo, en otro tiempo, con otro ritmo, y por ello mismo, en más de un sentido, de una manera más humana. ¿Hay en la presentación de la Jauja de mi novela una cierta idealización? Es posible, pero en función siempre de un humanis-
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mo que asigna al arte, además de sus funciones de expresión, de reto y de denuncia, la de disfrute y revelación que, sin caer en la mera evasión, compense de algún modo las frustraciones de la rea lidad, a la vez que muestre y señale otras vías de realización. Fun ción tan legítima y necesaria como las otras, y a la cual he presta do, en País de Jauja, especial atención. Debo tocar aquí la alusión a una utopía en el titulo de mi no vela. No hay en ésta, por cierto, ninguna propuesta de un orden social y político determinado, ni una construcción abstracta a la manera de las utopías europeas de los siglos XVI y XVII. No es tam poco mía la utopía de la tierra de Jauja, tan celebrada en los ro mances, con su infantil y paradisíaca dimensión de país de la abundancia y de la holganza. Se alude a ella, claro está, pero lo que tuvimos en mente y tratamos de transmitir al le:ctor fue la uto pía andina, en cuanto modo de vislumbrar y pensar el futuro en función de una diáfana relación con uno mismo, con los demás, con la naturaleza, con la existencia. Una armonía que, traspuesta al plano simbólico, y en referencia al Perú en su conjunto, mues tra no sólo lo que pudo ser, como señala Mirko Lauer, sino tam bién lo que aún puede ser. ¿Hubo en ello utopismo sobre el cual hablaba hace años José Ignacio López Soria, en un libro medular? En mi opinión no. Para terminar, y apartándome de mi novela, debo exponer bre vísimamente, a propósito de la temática general de este Encuen tro, convicciones que seguramente muchos de ustedes comparten. Tengo la certidumbre, por lo pronto, de que el modelo actual de la globalización, en la forma denunciada por Viviane Forester, en al gún momento se ha de desplomar, por su lógica inhumana, gene radora de una injusticia social y una exclusión cada vez mayores, ·susceptibles de hacer explotar las estructuras de los mismos paí ses centrales. Un modelo que debe ser sustituido, porque es la ne gación de todos los valores que hacen del hombre un ser humano, y del 9-erecho a una verdadera felicidad, que por supuesto no puede reducirse jamás a un desatado y egoísta consumismo. Y porque en el fondo es, además, contrario a las exigencias mismas de la supervivencia de nuestra especie. Todos los pueblos tenemos que colaborar en la construcción de ese nuevo mundo. Es muy importante, en lo que concierne a 58
los peruanos, volver los ojos para ello a nuestras raíces andinas, mas no en un afán arcaizante, sino en pos de una sabiduría que puede resultar particularmente inspiradora en la hora presente, en la medida en que se funda en una relación armoniosa con la naturaleza, en una articulación social basada en la solidaridad y el trabajo en alegría, y en la anteposición de la felicidad al poder y el lucro. En esa empresa nos corresponde a todos, y especialmente a los pueblos del tercer mundo, una participación fundamental.
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La utopía del mestizaje en País de Jauja de Edgardo Rivera Martínez·
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AUBES,
2006
Fram;:oise AuBts Universidad de París ID, Sorbonne Nouvelle
La cuestión de la identidad nacional en América Latina encuen tra en la novela uno de sus soportes privilegiados. Es particular mente el caso del Perú, donde la novela, desde fines del siglo XIX, ha apuntado siempre a un «horizonte cívico» (cf. LAUER 1989: 12). En el Perú, país limitado por la floresta amazónica, la cordi llera de los Andes y el océano Pacifico, la población andina, de mográficamente mayoritaria, se ha mantenido sin embargo, y por largo tiempo, «invisible, constituyendo ese país profundo» (BASA DRE 2003) según el historiador Jorge Basadre, antes de que la gran corriente indigenista de los 20 impusiera una identidad india con tra la corriente criolla e hispanófila. El proceso de modernización del país, la inflexión política del régimen reformista y populista de la Revolución de las Fuerzas Armadas, dirigida por el «cholo de Piura», el general Juan Velasco Alvarado, entre 1968 y 1975, así como un conjunto de circunstancias económicas,1 elaborarán la identidad de un Perú integral, de un Perú de «todas las san gres», nación de naciones, oficializada por la inscripción del mul ticulturalismo en la Constitución. La literatura se hará eco del gran
Fran,;:oise
«La utopla del mestizaje en País de Jauja de Edgardo Rivera Martínez ». En César Ferre1ra, ed Edgardo Rivera Martfnez: Nuevas lecturas. Lima: Universi dad Nacional Mayor de San Marcos, pp.173-182.
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Ponencia presentada al Coloquio de la Universidad de Nancy 2. 10-11 de diciembre de 2004. Aproximación pluridisciplinaria a la identidad cultural en el mundo luso-hispanoamericano. (Equipo de recepción Romania. Grupo de investigación Cultura e Historia en el mundo luso-hispanófono.) Tr. de JERM. Por ejemplo, el fenómeno de la urbanización acelerada debida a las migraciones rurales que empieza a partir de los ai'los cincuenta.
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debate identitario poniendo en escena a uno de sus actores prin cipales, el «cholo», nuevo ciudadano mestizo, en toda la compleji dad de su cultura medio-urbana, medio-andina. En 1993, Edgardo Rivera Martínez Oauja, 1933), escritor dis creto, conocido hasta entonces como autor de nouvelles, publica País de Jauja (1993) una novela de más de quinientas páginas, hecho relevante en una época en la que la tendencia, por diversas razo nes tanto económicas como literarias, se dirige más bien a los re latos breves y a las novelas cortas. El éxito es inmediato: la novela parece responder al horizonte de espera de una sociedad que vive la precariedad económica y la violencia política de los «años de Sendero Luminoso». Pues País de Jauja es una ficción optimista, alborozada, que propone -según el autor- una «utopía realiza ble», un proyecto de sociedad, cuya felicidad se debería a la con vivencia armoniosa y enriquecedora de las culturas andina, pe ruana y occidental, siendo la novela de este modo una celebración del mestizaje cultural. Esta novela de ideas va a contracorrien te en el contexto literario de fines del siglo xx en el Perú. En efecto, la literatura de los 90, con excepción de la novela de Mi guel Gutiérrez La violencia del tiempo (1991), que apareció en 1991, no produjo ya esas grandes novelas ambiciosas que, vein te aftas antes, abarcaban la sociedad peruana en su conjunto, tratando de leer en ella su complejidad. La época seria, según Miguel Gutiérrez, de las ficciones autorreflexivas, la de las «gue rras interiores de la subjetividad» (GUTIÉRREZ 1996: 41), carac terística literaria de un mundo donde domina el individualis mo y el desencanto: [ ... ] textos narrativos en los cuales los personajes se muestran indiferentes al pasado u hostiles a cualquier futuro, viviendo (en escenarios generalmente sin referentes concretos, casi abs tractos) la única temporalidad que tiene alguna significación para ellos: la del presente, a cuya celebración se entregan, pero sin énfasis ni estridencias emotivas, como a una ceremonia secreta. (GUTIÉRREZ 1996: 42)
En La violencia del tiempo Miguel Gutiérrez eligió plantear la angustiante pregunta de los orígenes a tra�és de la historia de la familia de Martín Villar. Edgardo Rivera Martínez esco ge, él también, plantear el problema del mestizaje, pero abordán-
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dolo de manera mucho menos dramática, aliando la subjetividad, la ligereza de la ficción novelesca, esto es las emociones y los sen timientos, con las ideas y las múltiples referencias extraliterarias que remiten explícitamente a los discursos sobre la identidad cultural peruana. Esta novela muy programática, esta oda a la felicidad que, por este hecho, no respondería en realidad al esquema tradi cional del relato novelesco donde el personaje principal, el hé roe problemático, debe enfrentar las diferentes pruebas que le reserva la vida en la sociedad de los hombres, antes que todo encuentre su desenlace, cuenta sin embargo una historia. En el microcosmos de Jauja, pequeña ciudad de provincia de los An des centrales, Claudia, un adolescente de quince años, escribe su diario durante el paréntesis de las vacaciones grandes, entre el 19 de diciembre de 1946 y el 1 de abril de 1947. La instancia narrati va homodiegética se dobla así con otro narrador, Claudia adulto, que dialoga con el adolescente, comentando, relatando y restitu yendo lo vivido así como las palabras de los múltiples personajes, en un largo discurso transcrito. La novela podría emparentarse con la novela de aprendizaje, ya que Oaudio, durante el verano de Jau ja, madurará, descubriendo el secreto de las viejas señoritas de la familia Ismena y Euristela, enriqueciendo su espíritu con numero sas lecturas y encuentros. Enamorado de la jovencita india Leo nor, conocerá su primera experiencia sexual con la bella viuda Zo raida; en fin, apasionado de la música andina pero también de la occidental, clásica y moderna, llevará a término un proyecto mu sical cuya ejecución acompañará el final cenital de la novela. Pero la novela, que es también muy autobiográfica -Edga"rdo Rivera Martínez pertenece a una familia cultivada y de amantes de la mú sica.-�n Jauja- está al servicio de una tesis, como el autor subraya desde su aparición: [... ] quise más bien que fuera una obra que, teniendo como re ferencia el antiguo mito de Jauja, tierra de felicidad convergen cia de una leyenda medieval europea y del renombre de rique za de la Xauxa de los Incas, planteara un posible modelo de con vivencia armónica y lograda de gentes y vertientes culturales muy diferentes. Pero convivencia en lo que ésta. tiene de tole rancia, de respeto, de entretejimiento enriquecedor; y sobre todo de alegría. (RrvERA 1999: 70)
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Edgardo Rivera Martínez declarará haber escrito con placer, incluso.con júbilo este hinmo a la tolerancia, oficiando la escritu ra como refugio de contrapeso para el contexto muy oscuro que conocía el Perú en los primeros años 90 -atentados en Lima, ma sacres en los Andes, pobreza y temor cotidianos. ¿Cómo escribir la felicidad, describir el tranquilo círculo fami liar de una pequefta ciudad de provincia, donde nada s�cede, sin caer en la literatura sedativa y sansulpiciana? ¿A partir de qué contexto ideológico, de ensayos y de ficciones, se elabora· la idea de una identidad mestiza? ¿Cómo se inscribe ella en el tejido de la intriga? Es lo que analizaremos. «Yo me inspiro -aunque no sé en qué medida pueda haber alcanzado ese objetivo- en la idea de hacer de la novela una suer te de obra polifónica en que todo sea funcional y todo sea en co rrespondencia, sin contrastes, pero calculados, deliberados, y en atención a un final» (en O'HARA 2000: 79), explica el autor, en una cita que condensa la poética del mestizaje puesta en acción en la novela: poliforúa, correspondencias, mise en abyine hasta la con vergencia de la escena final altamente alegórica. .La obra es, pues, programática: nada es dejado al azar, y ello desde el pre-texto; el título de País de Jauja se halla muy connotado para todo lector his panófono. El autor toma como punto de partida de esta ficción so bre la dicha de vivir juntos los orígenes históricos de Jauja. La ma triz de la utopía de la novela se enraíza, pues, paradójicamente, en el tiempo y en la geografía de un país, el Perú. Jauja es en efecto el soporte de una cristalización imaginaria particular (d. DELPECH 1980), como los historiadores lo han estudiado y como Edgardo Rivera Martínez lo ha demostrado también en Imagen de Jauja (1968), recurriendo a las crónicas y a los documentos históricos ·que han construido la leyenda dorada de Jauja. El autor saca par tido en su novela de todo el pre-texto que consagra a Jauja como tierra del paraíso. Desde el siglo xvr el sitio es descrito como una tierra de delicias, de abundancia. Jauja ingresará en el Dicciona rio de la Lengua Española: «quizá por alusión al valle de Jauja en el Perú. Nombre con que se denota todo lo que quier.e presentarse como tipo de prosperidad y abundancia». Jauja es-célebre por su clima y la fertilidad de sus tierras, pero también a causa de su ex cepcional posición en la historia de la Conquista: los xauxas, so-
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metidos por los Incas, apoyarán a Pizarra, el cual pensará por un tiempo hacer de Jauja la capital de las nuevas tierras descubier tas; por ello la región no conocerá el sistema de servidumbre de la hacienda y del yanaconaje. Por todas estas razones, la vieja uto pía europea del pays de Cocagne y la tierra de Jauja no serán más que uno: «Jauja se ha tornado aquí, pues, en reino de la riqueza y de la hartura, de la longevidad y el ocio»: su nombre «se quedó flotando en el campo de la fantasía y de los cuentos, como un lu gar inasequible de felicidad y abundancia» (RIVERA 1968: 83) se ñ.ala el escritor en Imagen de Jauja. Jauja no será la capital del Perú y conocerá la declinación antes de hallar una segunda vida en el siglo XIX gracias al ferrocarril: su aire puro hará de ella un lugar de curación para los enfermos de tuberculosis. En la novela, el sa natorio es, por lo demás, un microcosmos de intercambios cultu rales a causa del carácter cosmopolita de aquellos que van en busca de salud. El escritor efectuará una transposición de este lugar in accesible, esta «Isla de Jauja», como la celebran los romances, en una coordenada espacial realista explotando al mismo tiempo el potencial utópico y fabuloso del nombre Jauja. Así, en esta novela lírica, intiJ:nista, en la que un joven adoles cente cuenta sus estados de ánimo y sus experiencias, se ve cómo Edgardo Rivera Martínez pone en contribuci(m, desde luego, su mundo imaginario y su experiencia vital, pero también, de mane ra aluvional en una intertextualidad constante, todo un fuera de texto, contexto de referencias históricas, literarias, en torno al dis curso cultural identitario, para construir el espacio de la felicidad posible. El escritor selecciona los elementos que se adecúan a su mensaje optimista de un mestizaje cultural posible, desde el siglo XIX hasta los años de la diégesis, el Perú de los años cuarenta. Las obras citadas -ensayo, novela, pintura- son representativas del debate de ideas surgido del indigenismo. Desfilan los nombres de aquellos que han contribuido a desarrollar «la conciencia del Perú»,2 la de un «Perú integral»: Manuel González Prada, anticleTérmino empleado por José Carlos Mariátegui a propósito de Manuel González Prada: «representa, de toda suerte, un instante úel primer instante lúcidoú de la conciencia del Perú. Federico More.lo llama un precursor del Perú nuevo, del Perú integral» (MARIÁTEGUI 1979 [1928]: 228).
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rical, preindigenista; se cita el nombre de Pedro Zulen, uno de los fundadores de la Asociación Pro-indígena (con Dora Mayer y Joa quín Capelo (1909-1917), amigo del padre de Claudia. Los siete en sayos de interpretación de la realidad peruana (1928) de José Carlos Mariátegui es libro de referencia de Abelardo por su socialismo y la defensa del indio; pero se elinúna su parte de sombra, así como aquella que se refiere al aporte del esclavo negro, que bastardeó a la raza india;3 Ruta cultural del Perú (1945), de Luis E. Valcárcel, ensayo más matizado que la violenta reivindicación de un Perú exclusivamente indio de Tempestad en los Andes (1926); El nuevo in dio (1930) de José Uriel García, forman parte de las lecturas de Mi trídates. Abelardo aconseja a su joven hermano la lectura de Los perros hambrientos de Ciro Alegría (1938), a fin de que tome con ciencia de la situación privilegiada de Jauja en relación con el res to de los Andes dónde domina el feudalismo primitivo de la ha cienda - «aquí en el valle, aun los campesinos más pobres tienen sus parcelas, por chiquitas que sean» (RivERA 1993: 75). Laurita, la hermana de Claudia, que estudia Bellas Artes en Lima admira a pintores indigenistas como Vinatea Reinoso y Sabogal: «se pue de recoger nuestros paisaje, nuestra luz, con el óleo, la acuarela, con el fresco y con técnicas más modernas, y sin embargo ser muy serranos, y para decirlo como Alberto, andinos» (RNERA 1993: 255). Puede notarse allí muy claramente la evolución del indigenismo y el prejuicio en favor del «indio nuevo», y no el sectarismo de cier tos indigenistas de los a:ños veinte. Esta revisión del indigenismo alcanza su punto cuhninante con la evocación al final de la nove la de aquel que simboliza en el tiempo de la diégesis una etapa alcanzada en el debate identitario: José María Arguedas. Laurita ha ido a escucharlo en Lima en una conferencia que trataba preci ·samente del valle del Mantaro: «hubo en Lima una conferencia so bre el indigenismo y la pintura[...] y el se:ñor que la daba mencio nó el valle del Mantaro, y especialmente Jauja como un ejemplo de mes�aje logrado, incluso feliz» (RIVERA 1993: 504). La cita está «Cuando se ha mezclado al indio ha sido para bastardearlÓ comunicándole su domesticidad zalamera y su psicología exteriorizante y mórbida» (cf. MARlÁTEGUI 1979 [1928): 305).
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tomada directamente del estudio de Arguedas (1957) sobre las co xnunidades indígenas del valle del Mantaro. José María Arguedas estima que la excepcional situación de la región del Mantaro pue de constituir un modelo de fusión armoniosa de culturas. La tesis que domina en País de Jauja se alimenta del discurso so�re el m�s tizaje cuya autoridad y garantía sería José Maria Arguedas. La m fluencia de los análisis arguedianos sobre el mestizaje, patente cuando se analizan las ideas de la novela, se dobla también de una evidente intertextualidad ficcional y en particular con Los ríos profandos. Entre Claudio y Ernesto existe una evidente «solidari dad narrativa»4, una misma sensibilidad ante el paisaje, un mis mo comportamiento percibido como singular por los otros, una misma pasión por la música andina - la escena en la que Clau dia sigue, con ocasión del carnaval de Jauja, al viejo tocador del arpa, es una réplica de la escena en que Ernesto en la chichería escucha fascinado al papacha Oblitas. Pero mientras que Ernesto vive de nianera conflictual la pertenencia a la doble cultura, india y occidental, Claudio, en la pequeña sociedad de su ciudad andina, pero abierta al mundo exterior, puede florecer plenamente. A la an gustiante búsqueda de Ernesto, los personajes de País de Jauja res ponden con seguridad [aplomo] a través de la reiterada declaración de su identidad: «¡Somos tan mestizos!» (1993: 49), «Estamos abier tos a todo» (1993: 503). En efecto, el microcosmos feliz de Jauja es una especie de laboratorio cultural. La llíada, Agatha Christie, las novelas peruanas, la música andina, Mozart, Bela Bartok, etc., se en trecruzan y responden constantemente en un juego de ecos que hace el mundo más comprensible: «Jauja se estaba poblando de figuras homéricas o cuando menos griegas, que sin ningún problema con vivían con las muchachas danzantes de huaylijia, y donde coin cidí001.el eco lejano de los dioses del Egeo con el de las sierpes aladás de los mitos del valle del Mantaro» (RIVERA 1993: 73). El mito de los Amarus o serpientes cosmogónicas estudiado por Arguedas constituye un verdadero leitmotiv o anuncio prolip sístico del mensaje final de la novela: los amarus se hacen la gueCf. O'!IARA 2000: 81: «[... ] Claudio Alaya tiene una relación.de solidaridad narrativa o verbal con el Ernesto de Los ríos profundos.»
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rra, buscando la sullawayta, flor de la lluvia y de la escarcha, me táfora. de la búsqueda de la felicidad: «Quien la encuentre será feliz y hará feliz a su pueblo» (RIVERA 1993: 106). Pero las «buenas ideas» de la novela no podrían por sí solas construir esa utopía de la felicidad, cuyo garante ·es el mestizaje cultural, si ellas no estuviesen entretejidas en la ficción, en la in triga, gracias a una arquitectura muy elaborada, definida así por González Vigil: «[ ... ] un dominio integral, pues, de lo épico-narra tivo, lo dramático y lo lírico» (1993). Primeramente ha)1' q_ue seña lar cómo los diferentes espacios de la novela - la casa de Clau dia, el s