Jacques-Alain Miller - La Psicósis Ordinaria

October 25, 2017 | Author: Damián Morelli | Category: Jacques Lacan, Psychosis, Delusion, Happiness & Self-Help, Psychological Trauma
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LA PSICOSIS ORDINARIA LA CONVENCIÓN DE ANTIBES JACQUES ALAIN MILLER Y OTROS Nota a la edición castellana Primer tiempo: aislar sorpresas; segundo tiempo: casos raros, el inclasificable; tercer tiempo: casos frecuentes. Son tres momentos de una elaboración realizada en el marco de Secciones Clínicas de Francia y Bélgica. La serie que se inició con «El conciliábulo de Angers» y «La conversación de Arcachon» -ambos publicados en esta colección como Los inclasificables de la clínica psicoanalítica- ahora se completa con «La convención de Antibes» que lleva por título La psicosis ordinaria. Los informes que se presentan en este volumen recogen el producto de un trabajo colectivo. Las discusiones se realizaron en el dispositivo de la conversación. Esta modalidad permite que el punto de llegada se transforme en un nuevo punto de partida; y la discusión revela nuevos problemas para debatir. Por ejemplo, es habitual manejamos con la idea de discontinuidad entre psicosis y neurosis. Este marco ofrece una certeza diagnostica. Pero también se puede percibir una continuidad. JacquesAlain Miller se pregunta: «¿cuál es la verdad de las cosas humanas? Es la curva de Gauss». Esta concepción en el campo de la aproximación, del más y del menos, permite leer en una continuidad lo que se llama, ya no clases, sino modos de goce. Hay un vector que se puede trazar desde el pensamiento aproximativo al matema. También la referencia al neologismo y el riesgo de reducir a este todo trastorno del lenguaje. ¿A qué llamamos trastorno del lenguaje? ¿Qué alcance tiene su definición? ¿A qué llamamos significación personal? ¿Cuál es el uso que hacemos de estas nociones? Quizá este volumen permita dar un paso más respecto de los casos más conocidos para sumergirnos de lleno en nuestra práctica corriente. Así, la lengua por su propio movimiento ofrece el recurso para volver a pensar sobre algunos conceptos que damos por sabidos. Abrir el camino a nuevos interrogantes autoriza la ampliación del horizonte que trazamos convencionalmente sobre nuestra práctica. Silvia Geller Prefacio Pág. 11 Dos libros en uno: la primera parte consta de nueve informes elaborados de manera colectiva por las secciones clínicas del Campo Freudiano; la segunda parte es una larga conversación sobre esos textos que se prolongó durante tres medias jornadas, los días 19 y 20 de septiembre de 1998. Los textos se dividen en tres capítulos: «El neodesencadenamiento» (se trata de las formas de «desenganche», que se diferencian del desencadenamiento clásico); «La neoconversión» (los fenómenos del cuerpo no interpretables de manera clásica); «La neotransferencia» (la maniobra de la transferencia en las neopsicosis). En el intercambio de opiniones todo se simplificó para dar lugar a un único título: La psicosis ordinaria. Con este volumen llamado La convención de Antibes (que tuvo lugar en Cannes) se cierra un ternario que se inició con «El conciliábulo de Angers» (1996) y siguió con «La conversación de

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Arcachon» (1 997), publicados en la misma colección1. Son tres momentos de una misma investigación sobre la psicosis. Si bien es muy pronto para hacer un balance, ya puede decirse que el estilo gustó y se transmitió, que el esfuerzo continúa y se diversifica: los institutos brasileños del Campo Freudiano mantuvieron el año pasado su primera conversación en Campos do Jordao, en el Estado de San Pablo; la sección de Burdeos se reunió para conversar en enero de este año; las secciones de habla francesa se juntaron en París a principios de julio para tratar la estilística de las psicosis. Se lanzó un movimiento. 27 de julio de 1999 I LOS TEXTOS EL NEODESENCADENAMIENTO Enganches, desenganches, reenganches (PÁG. 17) Sección Clínica de Aix-Marseille y Antena Clínica de Niza 2 1. INTRODUCCIÓN La comunidad analítica es convocada hoy a un aggiornamento de su elaboración teórica de la clínica. Jacques-Alain Miller3 emprendió esta tarea en varias oportunidades dando especialmente lugar en el estudio de la psicosis a los elementos que Lacan forjó después de El seminario 3, y que deben servirnos de apoyo en ese registro de nuestra práctica. La participación que puede tener en este aggiornamento el encuentro de las secciones clínicas se basa en la dialéctica entre la experiencia clínica y los marcos conceptuales. En cuanto a nosotros, con el término «neodesencadenamiento» nos propusimos estudiar la necesaria actualización del concepto de desencadenamiento, tal como está enunciado en su forma canónica por Lacan en «De una cuestión preliminar...». Esta actualización se apoya en la experiencia analítica acumulada desde entonces, tal como la esclareció la enseñanza de Lacan. Esa experiencia nos lleva a incorporar a nuestras herramientas conceptuales los desarrollos ulteriores de Lacan referidos a la psicosis, que consisten esencialmente en considerar la «polaridad» 4 entre «sujeto del goce» y «sujeto del significante». Así se vio definida la orientación creciente de la clínica por la cuestión de lo real y el aparejamiento del goce. Lacan insistió particularmente en ese cambio de enfoque en su «Discurso de clausura de las jornadas sobre psicosis infantil» 5. Esta vía da paso a la clínica borromea, contemporánea de los seminarios «RSI» y «Le sinthome», más allá de la clínica estructural, que distingue neurosis y psicosis en función de la presencia o ausencia de ese operador que es el Nombre del Padre. Nos parece más fácil, gracias a estas herramientas, dar cuenta de numerosos casos clínicos, y de sus posibilidades de tratamiento, preguntándonos qué mantiene juntos los tres registros R, S e I d e la estructura, o qué podría mantenerlos juntos, que orientándonos solamente por la forclusión. 1

Ambos textos se reunieron y publicaron en castellano con el título Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, Buenos Aires, ICBAPaidós, 1999. 2 Expositores: Hervé Castanet y Philippe De Georges. 3 J.-A. Miller, «Suplemento topológico a "De una cuestión preliminar..."», en Matemas 1, Buenos Aires, Manantial, 1987, pp. 135-154. 4 J. Lacan, «Presentación de la traducción francesa de las Memorias del Presidente Schreber», en Intervenciones y textos 2, Buenos Aires, Manantial, 1988, p. 30. 5 Cf. «Discurso de clausura de las jornadas sobre psicosis infantil», en Psicosis infantil, Buenos Aires, Nueva Visión, 1980. 2

De un modo empírico, lo que orienta la clínica puede consistir en localizar eso que en determinado momento para un sujeto se «desengancha» en relación con el Otro. Esta localización aclara, retroactivamente, el elemento que hacía de «enganche» para ese sujeto, y permite dirigir la cura en el sentido de un eventual «reenganche». Esta noción estrictamente empírica puede entonces revelarse operativo para la dirección de la cura. La clínica a la que nos referimos da un lugar a casos que podemos calificar -con el modelo de la nosología médica- de «formas clínicas», en el sentido de variantes, incluso a veces de modos atípicos, en relación con la «forma tipo» del desencadenamiento que Lacan determinó en «De una cuestión preliminar...». Notamos que desde esa época Lacan hacía de su forma paradigmático un modelo susceptible de ser declinado según diversas variables. La literatura abunda en entidades como «manía», «melancolía», «erotomanía», «autismo infantil», etc., en las que, por ejemplo, la eclosión de los fenómenos elementales no sigue el encuentro de Un-padre u obedece a una temporalidad diferente. Los nuevos síntomas, la evolución de la patología a merced de los cambios del Otro, son otras tantas oportunidades para observar formas clínicas más o menos inéditas. Creemos que entre estas «formas clínicas» se puede proponer una clasificación según las variaciones respecto del paradigma conciernan a la temporalidad (diacronía) o a la estructura del desencadenamiento mismo, su «Coyuntura», Como decía Lacan (sincronía). A. Formas clínicas según la diacronía (PÁG. 19) En Arcachon, Éric Laurent recordaba una fórmula de François Leguil que hacía del desencadenamiento un «momento de concluir» 6. Aun cuando el desencadenamiento no sea más que el tiempo cero de un proceso evolutivo en el transcurso del cual se plantea la cuestión -crucial para nosotros- de los acomodamientos y suplencias posibles (el tiempo de la certeza futura), es efectivamente el término en el que concluye una historia que no siempre puede describirse como «un cielo sereno» donde irrumpiría el rayo. A posteriori, después de revelada la psicosis, es posible localizar en un buen número de casos premisas, signos precursores y trastornos de evolución progresiva, tanto continua como discontinuo. Entre estos últimos Lacan había descripto los «fenómenos de «franja» y los estados que no dudaba en calificar de «prepsicóticos». Algunos de nuestros colegas (Pauline Bernard 7, por ejemplo) describieron recientemente la aparición o la revelación de fenómenos elementales y de psicosis probadas en personas que habían sido privadas por tratamiento de sustitución después de años o decenios de práctica toxicómana. Estos sujetos testimoniaron entonces que esta práctica encubría dificultades pertenecientes al campo de la psicosis, sin desencadenamiento típico. En términos de sintomatología, estos sujetos habían permanecido «asintomáticos» todo el período de su toxicomanía. Además de los efectos ansiolíticos y neurolépticos de la sustancia, ya es clásico describir el tapón que puede colocar la droga en la división subjetiva, y la solución identificatoria que autoriza con la imposición del significante «toxicómano» en el campo social. Acto seguido, confrontados nuevamente con sus interrogaciones y su división subjetiva, estos sujetos pueden, por ejemplo, valerse de trastornos alucinatorios que se remontan a la infancia, con una vivencia de despersonalización y descorporización, experimentada en momentos de desamparo y de gran soledad. Los fenómenos que marcaron a estos sujetos por su intensidad emocional, la pérdida de referencias corporales e identificatorias, su extrañeza y la imposibilidad tanto de participárselo a alguien como de desprender de ellos una significación, son muchas veces reinterpretados a posteriori en términos de experiencia parapsicológica, «viaje cósmico» o vivencia mística inefable. La convicción de estos 6 7

E Leguil, «Le déclenchement d'une psychose», en Ornicar? Nº 41, París, Navarin, verano de 1987. S. P. Bernard, Coloquio de la ACF Estérel-Costa Azul, abril de 1998. 3

sujetos sobre su experiencia cenestésica de abolición de los límites de la realidad sensible solo es comparable con el carácter enigmático y angustiante de ese goce. Acto seguido refieren un empobrecimiento de sus relaciones y de los lazos efectivos y sociales, y una creciente marginalización escondida por tiempos de rupturas progresivas repetitivas y de creciente intensidad del lazo social. Este recorrido nos recuerda lo que Éric Laurent definía en Arcachon como «progresivo desenganche del Otro». Más adelante presentamos viñetas clínicas que, a nuestro entender, reflejan este ejemplo. B. Formas clínicas según la sincronía Pág. 20 En algunos casos resulta atípica la estructura del momento de concluir. Los efectos de desencadenamiento parecen ciertos y habituales, con la regresión especular, la invasión de un goce deslocalizado y los cambios ulteriores por el delirio y la búsqueda de una solución personal. Lo que domina el cuadro del momento mismo de desencadenamiento es el encuentro fortuito de un goce -goce del Otro y/ u Otro goce- y la imposibilidad con la que el sujeto se encuentra confrontado para simbolizarlo y encontrarle un modo de subjetivación. Ante la irrupción de este goce, el tejido simbólico parece roto -recuerda el «texto roto en el que él mismo se convierte», del que habla Lacan a propósito de Schreber. El sujeto parece experimentar el agujero como tal, y se manifiesta la desaparición radical de todo aparejamiento significante del goce. Freud mostraba este rasgo en la melancolía distinguiendo el modo de identificación con el objeto perdido -nosotros hablaríamos de su «realización»- del que se observa en la histeria, donde la identificación con el objeto está atenuada porque el sujeto dispone, como forma de mediación, de lo que él llama una «relación de objeto», es decir, de una posibilidad de aparejamiento fantasmático. Si nos remitimos a «De una cuestión preliminar ... » 8 y al esquema I de Lacan, Φ0 resulta evidente en estos casos. Toda significación fálica parece abolida. Pero no parece legítimo suponer P0, fundamentalmente en la ausencia de encuentro con Un-padre y de triangulación de la situación, y sí, en cambio, en presencia de una aparente eficiencia, por otra parte, de la figura paterna. A lo sumo podría deducirse P0 a partir de la suposición teórica, que es la condición lógica y necesaria de la ausencia de significación fálica. Grivois 9 describía la psicosis como articulado en torno a un «punto central» que consiste en una «experiencia vivida por el sujeto fuera de toda posibilidad de comunicarlas. Los casos de los que hablamos aquí, donde no predominan los trastornos de la relación con lo simbólico, se centran, pues, en una experiencia que debe entenderse como confrontación con un goce del Otro que el sujeto considera totalmente enigmático, que solo le asigna el lugar de objeto y lo pone en extremo peligro. De manera retroactiva, el sujeto podrá decir que, más que la vida propiamente dicha, lo que se veía amenazada era su vida psíquica, su «propia existencias -como dice uno de nuestros analizantes. En ese punto nuestros sujetos son bastante «schreberianos». Conocemos por lo menos tres casos en los que el neodesencadenamiento consiste en la vivencia apocalíptico de una joven en una primera relación sexual en un contexto a priori no traumático. El trauma solo se constituye en estos casos si damos un sentido amplio al término; a saber, el encuentro de un real sin acomodamiento simbólico posible. Los efectos pudieron tener un aspecto melancólico, incluso catatónico. Enseguida aparece la insuficiencia del lazo del sujeto con su ser vivo. La imposibilidad de producir una significación fálica para dar cuenta de la situación vivida 8 9

J. Lacan, «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis», en Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 1987, p. 553. J.-C. Maleval, Lógica del delirio, Barcelona, Del Serbal, 1998. 4

confronta al sujeto con un desamparo; ya no puede hacer nada con ningún tema, como dice Lacan de los aullidos de Schreber. P0 es aquí una simple hipótesis que solo se basa en la sensación de ausencia de todo fundamento de su ser con la que el sujeto se enfrenta, y de ausencia de cualquier llave que permita una simbolización y un aparejamiento de este goce enigmático y sin límite. Nuestra hipótesis es que este desencadenamiento puede leerse en una clínica borromea como un desanudamiento de la estructura ocasionado por la insuficiencia de la relación imaginaria con el cuerpo, que desnuda la imposibilidad de limitar el goce y también su carácter totalmente xenopático. II. VIÑETAS CLÍNICAS A. Desenganches sucesivos: dos ejemplos (PÁG. 22) 1. Primer caso La perspectiva de tener que interrumpir el curso de su análisis indujo a este hombre a consultar con otro analista para evaluar lo bien fundado de su intención. Sin embargo, le resultaba muy difícil enunciar los motivos de su desconfianza respecto del analista. Creía haber percibido en él gestos de hostilidad que explicarían desencadenamientos de angustias catastróficas inmediatamente después de algunos levantamientos de sesiones. No obstante, lo detenía en su cometido la experiencia de haber interrumpido otras curas, o tentativas, de un modo similar. Por eso, a pesar de no poder subjetivar la repetición, no deseaba que se reprodujera. Considerar una clínica en cuya mira está el «desenganche» del Otro en diversos puntos de la estructura permite entender la posición de este sujeto que, cuando se acerca a una ruptura reiterada del lazo con el analista, intenta reengancharlo por un rodeo que mantiene el significante del análisis. En suma, con un mismo movimiento de denuncia y de identificación intenta dar un nombre a las innombrables irrupciones de goce. Podríamos decir que este sujeto obtuvo algún saber en sus diversas empresas analíticas, pero ese saber nunca le permitió situar el goce devastador con el que tiene que vérselas de manera periódica. La solución cada vez más presente en sus invasiones catastróficas consiste en producir en la realidad conductas que dejan planear la inminencia de un acto de carácter médico-legal que haría irreversible el rechazo de su posición en el lazo social. En su análisis él daba crédito a las construcciones que articulaban los puntos importantes de su infancia, particularmente los que señalaban el carácter «sin recurso» del surgimiento de lo real a partir de ciertos acontecimientos. Sin llegar al reconocimiento, puede decirse que validaba, que adoptaba la idea de una problemática organizada en tres tiempos: el duelo imposible de su madre respecto de su exilio de una tierra marcada por la soledad de los marinos, la inexistencia en toda ocasión de la palabra del padre, y los intentos precoces de encontrar una solución sexual a la perplejidad provocada por los malentendidos. Recuerda incansablemente tres anécdotas como las marcas de su destino: en su infancia, la negativa absoluta de su madre a dejarlo solo para hacer sus necesidades, ligada a la magnitud de goce de su mirada cuando estas se efectuaban; en su adolescencia, la extraña petrificación del padre cuando lo llamó para que lo protegiera de una seducción homosexual; y para terminar, en el momento de convertirse él mismo en padre, la irrupción mortificante de una compulsión pedofílica. Estos rasgos clínicos, distintos en el tiempo, sugieren un desenganche escalonado en la historia del sujeto y están referidos a situaciones diferentes. El intento de resistir a la captación de la mirada materna cedió ulteriormente ante el desmoronamiento de la llamada al padre. 2. Estudio del caso de una joven anoréxica Pág. 23 5

Más que relatar en detalle el caso de esta joven de veinticinco años, vamos a aislar algunos momentos de su cura y a analizarlos. a) Los desenganches sucesivos El término «neodesencadenamiento» no designa solamente el desencadenamiento psicótico, nos permite además interrogar cómo el sujeto se desengancha del lazo social. Se desengancha del lazo social si nos ubicamos en posición de otro, de álter ego, para engancharse, podríamos decir extremando esta metáfora de enganche-desenganche, con su goce. Este es un ejemplo paradigmático. Enfrentado con su anorexia, este sujeto desarrolla un síntoma de cleptomanía que interroga en la cura. Lo presenta en sus distintas vertientes: - Se trata de robar ya sea cosas que no sirven para nada, ya «sustitutos de comida» a fin de armar reservas. Estas reservas no deben disminuir, «por miedo a que falte». En la vertiente significante, asistimos a ese deslizamiento entre comer nada y robar sustitutos de comida. - El acto se declina en términos de «provocación». «A veces, cuando robo y paso por la caja con una cartera un poco transparente, las personas, atrás, pueden ver algo. Si me denunciaran, eso no me impediría empezar de nuevo. Es un desafío: me agarrarán una vez, pero no todas.» Es una manera de provocar al Otro y de interrogar la ley. - En la vertiente pulsional, lo que empuja al acto no solo se sostiene en la afirmación «es más fuerte que yo», sino también en un «es una bulimia-cleptomanía», un «nunca es suficiente. Cuando vuelvo a mi casa, me doy cuenta: ¡¿robé solo esto?!»; mientras que en el proceso anoréxico lo que está cuidadosamente pesado y vuelto a pesar, como previsión de comida, es siempre reducido y considerado como demasiado. Uno de más que marca la falta de la simbolización. Con respecto a la oralidad, a la pulsión oral, la demanda al Otro no está simbolizada. Algo se desenganchó, si se lleva esta secuencia a la estructura misma. b) «La voltereta» ¿Qué ocurre cuando esto responde en el Otro del lado de la ley? +«Por más que mis padres digan que si me agarran perderé mi libertad, hoy no la tengo.» La mención de la ley y de los riesgos corridos no logra apaciguar «la deriva». «En la cárcel estaré mejor que en un hospital psiquiátrico, donde me obligarían a prescindir de mis síntomas. Mientras que en la cárcel no podrían obligarme a comer.» + En una primera llamada de atención, en la que el personal de vigilancia amenaza-. «¡La próxima vez mandaremos los perros!», la paciente responde lo que se le pasa por la cabeza. «Solo tendrán un hueso para roer». + Finalmente, en una segunda oportunidad, cuando es llevada a la comisaría e interrogada, ella dirá: «Nunca les tuve miedo a los policías, me sentía fuera de peligro, no me afectaba; lo que me molestaba era llegar tarde a casa para comer». En estos tres recuerdos asistimos a un cambio de posición del sujeto, quien, según los términos empleados precedentemente, se desengancha del lazo social para engancharse en lo que cifra en secreto el goce. Con un movimiento de balanceo, con esas volteretas, se sustrae a la ley. c) Clínica de lo real y clínica del goce (PÁG. 25) 6

La anorexia se constituye verdaderamente como un partenaire- síntoma, hasta tal punto que el sujeto se interroga: «A veces me pregunto qué me quedaría si me saco de encima este síntoma». Sacar lo que encierra esa nada, en esta búsqueda en la que se afana por comer nada, es verse confrontada con lo real. La anorexia bordea ese agujero de lo real. Es un borde en relación con lo que se inscribe como pulsión de muerte. Obtendremos la medida de lo que está en juego por una «confesión» que enuncia de este modo: «¡Me fascina la violencia!». Se trata de una fascinación por la violencia que se dirige a inocentes, víctimas, al azar. Esas víctimas que están allí le recuerdan, a la vez, su propia posición de víctima cuando se hace detener en el momento de sus pasajes al acto cleptomaníacos. Mirar escenas de violencia le sirve para «exorcizar (su) propia violencia»: «Me fascinan los dramas en directo por televisión; me hubiera gustado ver el derrumbe del estadio de Heizel, o incluso los terremotos, donde se muestran cantidades de imágenes de muertos y de heridos. Me parece que nunca hay suficientes muertos». Da testimonio de aquello que la carcome interiormente: la pulsión de muerte. La invade ese «nunca suficiente» de la pulsión de muerte, lo cual da la medida de lo que es para ella esta anorexia. Asistimos a un desenganche del lazo social y a un enganche en la pulsión. Así como en la cura del neurótico síntoma y fantasma mantienen una relación de proximidad -el síntoma solo cobra sentido si es referido a la clínica del fantasma-, en la psicosis existe una relación entre síntoma y delirio. Y, precisamente, el goce constituye la articulación entre estos términos diferentes. B. Formas atípicas de la coyuntura de desencadenamiento Pág. 26 Cuatro casos clínicos nos permitirán interrogar la existencia de desencadenamientos cuyo momento fecundo no parece depender del encuentro con Un-padre. 1. Una enfermedad de la mentalidad Los meandros de la queja de un sujeto, las dificultades encontradas en la localización estructural, la conducción de la cura y el manejo de la transferencia, hacen que su analista lo recuerde en términos de «enfermedad de la mentalidad» -Jacques-Alain Miller menciona esta expresión de Lacan en sus reflexiones sobre la presentación clínica10. Esta joven había llegado al análisis después de diecisiete años de cuidados psiquiátricos que ponían en juego todo el arsenal antidepresivo, diecisiete años escandidos por largas internaciones. Cada una de ellas correspondía a un paroxismo de lo que marcaba la tonalidad general de su existencia: la sensación de estar ausente de ella misma, de «deshabitar su vida». Trataba valientemente de representar los papeles «normales», de responder a lo que se esperaba de ella, de hacer lo conveniente, pero fracasaba cada vez que llegaba a la conclusión de que esos papeles eran perfectas imitaciones, que solo vestía como atuendos ajenos, puros semblantes. La identificación común la abandonaba entonces por impropia: «que intente ser esposa, hermana, amante, madre», como diría Apollinaire. El análisis le parecía su última oportunidad porque el regreso inexorable de esos estados depresivos se le presentaba como la elección de un refugio respecto del carácter insostenible de su relación con el mundo y, a la vez, como un descenso al reino de la muerte. Habla, por ejemplo, de su primera internación -a los diecisiete años- como de un retorno a la matriz y percibe, al mismo 10

J.-A- Miller, «Enseñanzas de la presentación de enfermos», en Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, Buenos Aires, ICBAPaidós, 1999. 7

tiempo, la naturaleza mortífera de ese retorno: «Cuando mi madre venía a verme, yo veía avanzar mi muerte hacia mí». Muchas veces circunscribe así la superposición de las figuras de lo mismo, la madre y la muerte. Su recorrido la condujo a una profunda desocialización enmascarada por su dependencia con respecto al medio familiar: vive en un departamento que pertenece a sus padres, en el mismo piso que ellos. Resarcidos por el subsidio de adulto discapacitado que le consigue su psiquiatra, ellos garantizan su supervivencia. Cuidan a su hijo, a quien ella solo ve unos minutos por día. Aunque se quejó mucho de este desposeimiento, en el que los padres efectivamente tienen una parte muy activa, llegará a decir que fue ajena al nacimiento de su hijo, como si hubiera sido su propia madre quien lo trajo al mundo. Entre una crisis y otra, su vida está marcada por el ritmo de sus intentos de enfrentar la situación que originó su primera descompensación: la relación con los hombres. Si bien percibe cada vez que el engranaje la conducirá a los mismos efectos, se dirige a ese lugar como la mariposa al fuego. No deja de confrontarse con la no relación sexual y su imposibilidad de inventar una solución que pueda suplirla. Tropieza una y otra vez con la ausencia de un fantasma capaz de enmarcar su relación con lo real y taponar sus efectos. En la cura intenta construir algo que funcione como fantasma, de un modo que no deja de ser estrictamente imaginario. En los libretos que presenta trata de recuperar un relativo poder sobre el otro, cierta presencia suya, y de asumir una «masculinidad» o lo que llama una «femineidad» transfiguradas. Esos libretos solo se sostienen a costa del borramiento efectivo de todo partenaire, de todo hombre, salvo solapado a título de espera. Se trata de intentos de restaurar la imagen del cuerpo propio, de erigir una figura narcisizada envuelta por un aura fálica de recuerdos donde se ve de niña, radiante en la luz del desierto. Para eso juega con los semblantes de la mascarada y de la «naturaleza». Se describe así: «fuera de la civilización, donde se borran las marcas de lo masculino y lo femenino, pero donde repentinamente puede manifestarse la verdadera femineidad: seria mujer, sin maquillaje, sin zapatos, sin hombre, lejana, sola, única en mi especie, feliz de serlo, mujer de cuerpo con cuerpo de mujer, sin necesitar "más" para expresarlo». A pesar de la contundencia de los episodios melancoliformes, su compromiso en el análisis me llevó a pensar en una neurosis grave. Su discurso a lo largo de las sesiones reviste todas las apariencias del discurso de un sujeto histérico capturado por el enigma de lo que es una mujer para un hombre. Dice con mucho humor: «¡Los hombres son hermosos como amos! No son realmente amos, ¡pero es tan lindo verlos creérselo!»; o también: «¡De todos modos, no me voy a acostar con un tipo que no me caliente!». Las circunstancias de la descompensación inicial, clásicas incluso en la clínica psiquiátrica, no hacen aparecer un desencadenamiento típico, en el sentido del encuentro con Un-padre. Sin embargo, la «coyuntura dramáticas la muestra de repente ajena a su vida, desubjetivada. El momento de oscilación ocurre en su primera relación sexual, con un muchacho del que creía estar enamorada, puesto que era lo que los otros le mostraban. Lógicamente había que pasar por eso, con ese partenaire ideal, verdadero doble de su propio hermano. El momento de la penetración se corresponde con un balanceo en la nada. En varias oportunidades retomó el análisis de ese momento crucial y de sus repeticiones. Adopta un estilo clínico, ya horrorizado, ya irónico, para describir como observadora las maniobras que hacen los hombres con su cuerpo, su relación tan extrañamente interesada por los pedazos de su anatomía, que parecen separados unos de otros. Siente a la vez una desfalicización radical y un rebajamiento insostenible. De repente está fuera de un cuerpo al que se le levanta una estatua. Lo que convierte sin duda a esta escena en un desencadenamiento es su carácter de cataclismo inicial que produce una regresión especular masiva. Pág. 28 8

Una fórmula aparecida en una sesión de control determina finalmente bastante bien la figura paterna: «El padre es insignificante». Esta in-significancia sería la forma mínima que asume aquí P0, si quisiéramos aplicar a toda costa la lógica del esquema I, P0, que solo podría deducirse como lo que está al principio de lo que se deja ver. Lo que se ve es la elisión del falo, la ausencia de significación fálica, tal como se revela súbitamente en cada penetración. Esta elisión es, según Lacan, la responsable de la regresión «a la hiancia mortífera del estadio del espejo» 11. Puede verse aquí en la petrificación de Marie-Pierre un puro efecto de Φ012. Ella misma subraya tanto el «como una piedra» [comme une pierre] que anuncia su nombre, como también las identificaciones con la Virgen santa y madre, que la sustentaba hasta el desgraciado encuentro con el órgano masculino. Lo que otorga a este trabajo analítico una tonalidad de peligro incesante es que ella avanza en su «¿qué soy ahí?» (pregunta que, según Lacan, el sujeto se formula en relación con «su sexo y su contingencia en el ser»)13, siempre al borde del abismo, sin que sus dichos se fijen nunca en un referente fuera del significante, un objeto que le haga de lastre. Habla de su «ser desertados, de su «pura ausencia» y termina por definirse así: «soy una media dada vuelta». En este sentido, nos recuerda ese caso de la presentación clínica por el que Lacan hablaba de «la excelencia de la enfermedad mental». Se trataba de una persona que se decía «interina de sí misma» y afirmaba que le gustaría «vivir como un vestido». Lacan señaló entonces: «No hay nadie para habitar el vestido»; y Jacques-Alain Miller subrayó ese «ser puro semblante», sin «significante amo y, a la vez, nada que venga a darle el lastre de ninguna sustancia» 14. Lo poco de esta identificación -una media dada vuelta- ilustra a contrario que el falo constituye el término «en que el sujeto se identifica con su ser vivo». La enfermedad de la mentalidad, si retenemos aquí la indicación, y la elisión del falo hacen de la enfermedad de Marie-Pierre un atentado a «la juntura más íntima del sentimiento de la vida en el Sujeto» 15. 2. Encuentro con un goce enigmático (PÁG. 30) Esta joven fue vista hace varios años durante una internación causada por un acceso delirante. Como el control se interrumpió prematuramente, este caso no podrá ser objeto de una elaboración detallada. Sin embargo, nos interesa por las circunstancias particulares del desencadenamiento psicótico. No existían antecedentes psiquiátricos. Durante las entrevistas de la internación y las inmediatamente posteriores no había sido posible determinar las circunstancias exactas de la aparición del delirio. Se trataba de un delirio de influencia: ella se decía físicamente manipulada por sus vecinos de la ciudad universitaria. El episodio psicótico se inicia a continuación de una primera relación sexual, que ella describe como la invasión de una sensación extraña en su cuerpo. Así descripto, el orgasmo no es reconocido como tal. Parece que ese modo de desencadenamiento no responde a la configuración clásica del encuentro con Un-padre, tal como es referida en «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis». Más bien parece tratarse del encuentro con un goce enigmático por falta de significación fálica; es decir que aquí se trata más del encuentro con Φ0 que con P0. Ciertamente, es posible referir Φ0 a P0; sin duda la forclusión del Nombre del Padre es la condición de la ausencia de significación fálica. Sin embargo, el encuentro del goce es aquí el modo de desencadenamiento. La pregunta que plantea este caso es cómo responde el sujeto a este encuentro. 11

Ob. cit., n. 6, p. 552. A. Lysy-Stevens, «Articulations cliniques de Φ0», Feuillets du Courtil Nº 1 1989. 13 Ob. cit., n. 6 p. 531. 14 Ob. cit., n. 8: P. 165. 15 Ob. cit., n. 6, p. 540. 12

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En efecto, podríamos evocar el Otro goce tal como lo encontraría una mujer sin poder decir nada al respecto. Aquí se trata más bien de la experiencia de un real que deja al sujeto desprovisto en cuanto a sus posibilidades de respuesta simbólica. El desencadenamiento estaría referido -es una hipótesis- a este encuentro que desenmascara los efectos de la forclusión del Nombre del Padre, o sea, la ausencia de significación fálica. El sujeto produce como respuesta una nueva realidad delirante: una manipulación corporal persecutoria. La modalidad de desencadenamiento no es nueva en el sentido de la clínica psiquiátrica, que ya se valía de este modo de desencadenamiento del delirio, lo nuevo es su lectura que acentúa el encuentro con un goce. Este acercamiento tiene la ventaja de acentuar el modo generalizado del tratamiento del goce por el hablanteser. El modo de responder da cuenta aquí de la estructura: el sujeto dispone o no del Nombre del Padre como significante para articular su respuesta. 3. El siguiente caso también es discutible (PÁG. 31.) Se trata de una mujer joven enviada por un psiquiatra, que había tenido un episodio delirante que se volvió quiescente después de la administración de neurolépticos. Esta joven demandaba poder atravesar la barrera de una inhibición en las relaciones sociales que reapareció debido al episodio delirante. Debe señalarse que esta cura estará marcada desde el principio por la extremada defensa de la paciente, quien manifestaba poca curiosidad por las producciones de la cura. No se encontraba en relación con un sujeto supuesto saber. Su certeza tenía como corolario una gran indiferencia a las producciones de la cura. Planteaba, de entrada, que no quería recordar las ideas ridículas que la habían asaltado durante el episodio delirante, considerado como un paréntesis en su vida. Durante el año y medio de seguimiento, se hablará poco de un primer desencadenamiento que presenta, sin embargo, características interesantes. Se enamoró de un joven con quien se habían establecido relaciones banales y, al mismo tiempo, pasionales. La pasión en este caso está definida por ella de la siguiente manera. Esta mujer proviene de un medio modesto pero muy conformista; ella no había cuestionado hasta ese momento, ni tampoco después, los valores familiares. Había tenido anteriormente dos relaciones oficiales, que terminaron de manera anodina, y por las que no había sido marcada. Esta tercera relación presentaba, según sus palabras, un carácter extraño, que residía, a su entender, en que ese muchacho no le correspondía. Era un marginal que había conocido una noche, y al que designaba así: «No era un muchacho como es debido». La paciente no produce nada en cuanto a las razones del lazo que la unía a este hombre a quien creyó un dealer16. Lo cierto es que la relación transcurre en la clandestinidad, y con un malestar que irá en aumento para la paciente. Al mismo tiempo, se desarrolla un sentimiento de recelo hacia él. Ella no sabe qué quiere este hombre para ella. La respuesta -elaborada de un modo delirante- al enigma de su deseo es que él está metido en la mafia y que no le desea el bien. No dice nada preciso sobre este punto. Nada en sus actos podía testimoniar ninguna hostilidad. Muy por el contrario, su insistencia en continuar la relación e intentar verla a la salida de su trabajo, después que ella decidiera una ruptura, le había agudizado la idea de un complot en su contra. Percibía el carácter delirante de esta construcción que calificaba de ridícula, y por la que tenía una profunda vergüenza. Nada podía librarla del carácter de evidencia que adquiría para ella. En el mismo período aparecen alucinaciones verbales en las que oye comentarios de una voz femenina que la condena a un destino funesto. La elaboración delirante da lugar aquí a una figura femenina -que es la reina de un mundo paralelo al nuestro- y la condena al dominio de ese hombre convertido en el instrumento de una persecución organizada.

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Distribuidor. 10

Las dos elaboraciones delirantes contradictorias, la mafia y la reina del mundo paralelo, coexisten. Por eso, aunque este hombre desaparezca completamente de su vista, queda la inquietud inconfesable de que resurja de ese pasado que ella se propone borrar tanto como se pueda. El delirio está marcado aquí por el mismo sello que el fantasma del neurótico. Lejos de querer desarrollar esta construcción, no sin dificultad aceptará revelar, llegado el caso, los pocos elementos delirantes precedentes. Incluso hubo que insistir discretamente. La cura se convertirá entonces en el lugar de restauración que ella esperaba (una posibilidad de relación social), ya que era el elemento pacificador de una relación delirante con el mundo. Después de algunos meses en que había podido retomar el trabajo, se producirá un nuevo desencadenamiento. Esta vez tendrá lugar durante la cura y estará ligado a una observación fortuita. A la salida del trabajo, en un autobús que la lleva a su casa, se encuentra con una ex compañera que le pregunta por sus cosas. Y ella puede mostrarse satisfecha por el restablecimiento esperado; todo anda bien: dejó la casa familiar para vivir en un departamentito que arregló a su gusto, y su trabajo marcha bien, hasta tal punto que acaba de obtener un reconocimiento profesional y un aumento de salario. Lo que no funciona es la cuestión que vuelve a presentarse ahora, por esta amiga demasiado amable. «Y bien, ¿cuándo vas a enamorarte?». La pregunta plantea un problema. Puede contestar que el establecimiento de una pareja es la etapa normativa esperada de su recuperación. Sin embargo, esta frase se presenta de entrada como heterogéneo al propósito apaciguador mantenido hasta ese momento. Algo no anda bien. Aparece un segundo episodio delirante, con un tono persecutorio, en los lugares de trabajo donde, esta vez, es la inspectora de su departamento quien se muestra, en su opinión, malintencionada. La queja no presenta ninguna modalidad francamente delirante, pero esa relación hasta el momento llevadera se vuelve intolerable. También se torna desafiante la relación con el analista, en la que si bien tampoco hay ningún discurso delirante, se observa una hostilidad muy evidente. La cura se interrumpe brutalmente. Reivindica una libertad para conducir su vida que permite percibir todo el contexto de sugestión potencial que encubre la situación analítica. La certeza, presente a lo largo de todo este trabajo, se manifiesta nuevamente en esta decisión terminante. En este caso, el enigma del deseo del Otro parece confrontar al sujeto con una dimensión a la que no puede responder. En un primer momento, el enigma del deseo de un hombre suscita el delirio de una malevolencia organizada desde el mundo-Otro, donde reina una figura femenina todopoderosa. En el segundo tiempo de la repetición delirante, la pregunta de la amiga despierta el tema aplazado, despierta sobre el carácter real, por imposible de decir, del deseo del Otro. En ambos casos, el encuentro con un real es el modo de desencadenamiento de una respuesta psicótica. 4. «Ante todo que nada cambie» (PÁG. 33) Esto es lo que surgió en el transcurso de una cura que parecía empezar sin sorpresas y en la que rápidamente se planteó la pregunta sobre la cuestión de la estructura. No presentaba problemas lo dicho, sino lo que no se decía, y la manera en que se desarrollaba la cura. La historia de la señora P. puede resumiese en un momento de sesión en que cuenta el primer encuentro con un terapeuta: «Fue cuando vi la película Les mots pour le dire [Las palabras para decirlo]; me reconocí y eso desencadenó todo». Puede puntualizarse allí una primera identificación, que será el modelo sobre el cual construirá todo su trabajo ulterior. Inicia entonces con un(a) psiquiatra entrevistas que seguirán durante varios años. Después ella pensó que ya había alcanzado los límites de lo que podía avanzar con esta terapeuta y pidió ir un poco más lejos con otra mujer. Su terapeuta la deriva para un análisis. En ese momento no se plantea la cuestión de la estructura, es enviada como una histérica y el analista se introduce de entrada en lo anunciado. 11

Desde hace cuatro años concurre regularmente a sus sesiones, que se desarrollan siempre de la misma manera. Empieza con: «Todo bien» o «No ando nada bien», a lo que sigue una explicación de ese estado en función de los acontecimientos de los días transcurridos desde la última sesión, y luego un largo silencio que solo cede con una intervención; vuelta al silencio; sonido; interrupción, etc. La variabilidad de su estado siempre responde a sus dificultades con los otros, en primer lugar, con su madre. «Hace de todo para alienarme, yo no puedo controlarlo y exploto.» Su vida está marcada por enojos o peleas con su madre o con su entorno: «Estoy mal porque me encuentro en un posenojo con mi madre -el problema es la pospelea. Repito lo mismo con todo el mundo. Los tomo, los dejo, los tomo, los dejo». Su posición en el trabajo está calcada de este modelo; se siente a la vez manipulada y manipuladora respecto de sus jefes y sus colegas. Plantea de este modo lo referente a su entorno: sus vecinos hacen ruido. ¿Es por ella, o es ella que no soporta? La pregunta está planteada. Termina mudándose, abandonando el lugar donde vive, porque allí no se es «anónimo». Veremos más adelante lo que representa este término para ella. Va a vivir a un departamento, pero al poco tiempo la vecina reemplaza a sus anteriores vecinos. Es ruidosa. «No soporto el ruido. ¿Lo hace a propósito? No entiendo por qué oigo todo; estoy muy alerta, al acecho.» Al escuchar esta frase, uno podría interrogarse sobre lo que hay o lo que no hay para oír, y, efectivamente, encontramos en su historia un acontecimiento traumático que podría relacionarse con eso. Pág. 34 Es una niña no deseada; antes nació un hijo y ella llega quince años después. Su madre le dirá sobre su venida al mundo: «Tienes suerte, pudiste elegir» -en una oportunidad en que la paciente se provoca un aborto. Sus padres tenían un bar almacén en un pueblo. Cuando ella tenía quince años (su hermano ya se había ido de la casa y ella vivía sola con sus padres), una noche oyeron ruidos abajo, en el negocio, su padre bajó, y de lo que ocurrió después conserva el recuerdo de un gran grito. Su padre acababa de ser asesinado por el hombre al que había descubierto robando. Este período permanece un poco confuso para ella, y también tendrá dificultades para situarlo en el tiempo; lo hace variar en unos cuantos años según los relatos, y solo atando cabos podrá ubicarse alrededor de los quince años. Ante esta confusión y esta dificultad para ubicar este acontecimiento en el tiempo, podría pensarse en los olvidos de la histérica. Pero no es un trauma que ulteriormente prepararía el lecho a la neurosis lo que nos detiene, ya que la forma en que avanzará hace pensar en la psicosis. ¿Se trata de un neodesencadenamiento, es decir, una forma particular de entrada en la psicosis? En efecto, nada se desencadena, nada cambia; al contrario, todo se congela, de modo que a partir de allí sigue construyendo su vida de una manera muy normativa. La relación con su madre se vuelve insoportable. Su madre la rechaza y al mismo tiempo le pide ayuda. Termina el bachillerato, y la única solución que encuentra es irse lo más rápido posible. Rinde un examen administrativo y se va a París. Los siente aliviados -a su madre y a su hermanopor su partida. A partir de ese día, vive de su oficio. Todo marcha bien, encuentra un compañero con el que todavía vive y tiene un hijo. No emerge nada en su ser, ningún deseo, solo angustia. «Qué hizo, que en determinado momento mi cabeza saliera disparando...Pfüit17...Sin embargo, tengo posibilidades, pero no las manejo...Me falta ese coso para manejarlas.» Siempre se encuentra en su posición respecto del Otro una identificación-alienación situada completamente en lo imaginario; el otro le permite vivir: su madre, la primera terapeuta, el analista. En varias oportunidades quiere disminuir el número de sesiones y venir solo una vez por semana, pero casi inmediatamente cae en una angustia indescriptible.

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Neologismo que reúne el término fuite (huida) y la imitación del sonido de escape. [N. de la T.] 12

Si entonces hay una negativa a recibirla de nuevo más seguido, se rebela y se vuelve sumamente agresiva, cuando, en realidad, siempre se presenta muy sonriente, con una sonrisa muy congelada. Esta actitud tan extrema sorprende, y entonces ella da a entender que no debió cambiarse nada en el ritual de sesiones, que el analista no tenía mucha importancia. Dice claramente que si no vuelve todo a ser como antes, se verá obligada a buscar a otro, que acepte reconstruir ese marco lo más rápidamente posible. Volvamos a lo que significa ser anónima: «Para poder vivir tendría que ser anónima. Quizá la solución sea vivir en la casa de mi marido». Desde hace varios años vive con su compañero, pero con eso estaría indicando desaparecer detrás de este hombre cuyo apellido no lleva y de quien el único elemento que conoce es que es eurasiático. Nunca refiere la sexualidad como un problema; de vez en cuando desea tener relaciones sexuales con algún colega, sin ningún estado de ánimo. Nuevamente se subraya su posición en relación con las palabras (las palabras para decirlo), porque recientemente fue a ver una película que, según dice, la tentó. Se trata de Mejor imposible con Jack Nicholson. «Es un escritor, y eso me da vueltas en la cabeza, me dio ánimo, un soplo de vida; con mi historia haría una novela, me encantan las palabras, me alivian, me gustan mucho. Las palabras me calman.» Pero esas palabras no permiten la metaforización, operan de manera metonímica, brotando sin parar, sin pausa posible. No llama a una respuesta del lado del Otro, a un saber supuesto que e permitiría trabajar del lado del significante. No hay exclusión de la genitalidad, sino forclusión de la significación fálica. ¿Qué actitud puede tener el analista frente a este discurso? Parece -y por eso «ante todo que nada cambie»- que ser el receptáculo complaciente de sus males y palabras, de sus quejas, es la única actitud que acepta por el momento del analista, sin dejar de chapucear soluciones que le permiten mantenerse al día. C. El caso particular de la clínica del autismo (PÁG. 36) 1. El pequeño Noël El niño al que llamaremos Noël fue un bebé normal hasta los seis meses, cuando aparecieron algunas salabas que se repetían, entre ellas un «mama». Luego, el silencio; el lenguaje, que se estaba poniendo en marcha, se detuvo, y la mirada se perdió. Parece no notar la presencia de su madre, pero, paradójicamente, lanza alaridos durante sus ausencias. Hay desencadenamiento de una psicosis cuya expresión sintomático será autista. Este momento se localiza clásicamente en la clínica infantil entre los seis y los dieciocho meses. Se sitúa cuando la madre hubiera podido articular sus respuestas con el primer «ma-ma», cuando tendría que haberse constituido la experiencia en el espejo, después de los primeros intercambios de miradas, cuando el deseo hubiera debido orientarse. El rechazo de la voz y la mirada puede recordarnos un desenganche del Otro del significante y del Otro del cuerpo y de la imagen. Los primeros signos patológicos de Noël -que ignora la presencia, pero lanza alaridos en la ausencia- nos sugieren que se trata de lo concerniente al primer intervalo simbólico de la presencia y de la ausencia de la madre. La psicosis se inicia con una falta radical de todo «proceso primario» de simbolización. La falla de la Bejahung primordial podría corresponder al desencadenamiento. El niño ve por primera vez a un analista a los seis años: no mira, de vez en cuando emite graznidos a media voz, padece alucinaciones, pero dibuja planos. Dos secuencias localizadas en la transferencia le permitieron salir de su repliegue autista. En el transcurso de una de las numerosas sesiones vacías, sin atención de su parte, el analista salió de la habitación para buscar en un cuarto vecino la lapicera que le faltaba. Al finalizar la sesión, Noël quiso precipitarse en este con gran 13

júbilo. En el siguiente encuentro, la sesión no puede realizarse por un retraso. El analista recibe a Noël para decírselo. Cierta preocupación lo lleva a mirar por la ventana a la calle para verlo irse con su madre. La sorpresa del analista es grande cuando ve que Noël lo mira por primera vez. En adelante, la mirada es de vez en cuando intencional y el niño observa su imagen en el vidrio en la sesión de la noche. El graznido da paso a un lenguaje esquizofrénico, y la lapicera le sirve para dedicarse a un trabajo de escritura y de delimitación de tipo geográfico: traza incansablemente un contorno que es, se supone, ya el del litoral de la región, ya el de partes de su cuerpo. Se puede plantear la hipótesis de que esas sesiones confrontan al niño con cierta transferencia, con una falta que percibe en el analista y que refiere a un objeto: la lapicera, que entonces investirá. Esta se convierte en la herramienta de un trabajo de logificación de su psicosis. Presencia y ausencia parecen así no ser más experimentadas como puro real insubjetivable. 2. Mickael Pág. 38 El neodesencadenamiento abordado a partir del desenganche nos conduce a una clínica del funcionamiento. Ya el caso Joey, de Bettelheim, nos invitaba a considerar en ese sentido el acercamiento a la psicosis. Lo interesante del empleo del término «desenganche» es que en un primer tiempo nos permite reunir casos clínicos que sostienen esta orientación, sin tropezar de inmediato con las dificultades inherentes al embrollo de las modalidades de anudamiento de la clínica borromea. Sin embargo, nos vemos conducidos a preguntarnos si ese desenganche no debe abordarse de dos maneras; una que consiste en localizar el desenganche a partir del reenganche que se opera o se operó retroactivamente, y otra que reuniría estados de desenganches sin que se haya realizado todavía un desenganche. Un caso de autismo -clásico, por otra parte, en esta clínicailustrará este segundo punto. Mickael tiene ocho años, no habla, y presenta algunos rasgos clásicos del autismo. Puede acercarse a los ojos como para quedar pegado, taparse los oídos, y agitarse mientras se desplaza del espejo a la ventana, antes de quedar postrado en un rincón de la habitación. Su historia implica una fecha que constituye un antes y un después, luego, un acto. Según sus padres, tuvo una evolución normal, empezó a decir algunas palabras, pero toda su evolución se detuvo alrededor de los dos años y medio, desde el día en que su madre lo dejó por primera vez en el jardín de infantes. Lloró toda la mañana, durante cuatro horas, tanto que las maestras, sorprendidas, no lograron consolarlo. Al llegar su madre a mediodía para buscarlo, manifestó su cólera hacia ella, y desde ese momento no habló más. Todas las tentativas de localizar otras coordenadas en esta historia conducen siempre a este relato minimalista excepto por un detalle. Efectivamente, su madre dirá un día, después de este relato tantas veces repetido, que era la primera vez que lo dejaba por tanto tiempo. Señaló que antes nunca lo había dejado por más de cinco minutos de tiempo real. Entonces, ante esta experiencia desproporcionado de abandono se operó en este ser una insondable decisión. Su desenganche debe atribuirse a una elección de la psicosis en su polo extremo, el autismo. No hay mutismo en este caso. El mutismo consistiría en una palabra reservada. Aquí hay una detención en el funcionamiento de la palabra expresada en una lengua. El desenganche se refiere precisamente al uso de la lengua, y de la palabra que se le une para establecer lazo social. Estos casos frecuentes de autismo pueden muy bien subrayar la observación de Jacques-Alain Miller que indicaba que la psicosis nos permite designar el verdadero nudo traumático en la relación con la lengua. No solo Joyce puede mostrárnoslo, sino también los casos que rechazan el nudo traumático de la lengua en la medida en que, por su rechazo, intentan desengancharse de las consecuencias que produce en ellos el funcionamiento de la lengua. En este caso podría formularse así: si hablar la lengua materna conduce necesariamente a ir a la escuela, y si la escuela me separa tanto tiempo de mi madre para engancharme con desconocidos, 14

prefiero desengancharme de la lengua materna para evitar las consecuencias. La madre indica, además, que incluso mucho tiempo después seguirá manifestando signos de agitación cada vez que pase delante del edificio de la escuela. Si bien no está en la lengua, está en el lenguaje, como lo indica el hecho de taparse los oídos. Por otra parte, muestra algunos efectos del lenguaje en su cuerpo, como su interés por los agujeros de la nariz, que tapa con un movimiento complicado de los dedos. El problema para este sujeto es saber cómo podría operarse una tentativa de enganche, sabiendo que, de todas maneras, este tratamiento consistiría en introducirlo en el nudo del traumatismo del que quiso liberarse. D. la melancolía (PÁG. 39) No toda psicosis implica un desencadenamiento irreversible como en el caso del presidente Schreber. Para la melancolía, anticiparemos el término «suplencia intercrítica». La cuestión es saber qué tratamientos del nombre en las estructuras psicóticas prevendrán el desencadenamiento e inscriben la posición del sujeto. No hay una respuesta unívoca, y, sin duda, cada caso debe ser considerado en su singularidad. Sin embargo, en sujetos con tendencia a la melancolía, no se trataría de transformar la carencia simbólica con respecto al nombre en triunfo de la función del enigma, como en Joyce, sino de camuflar ese no borramiento del nombre en lo simbólico. La sobreidentificación intercrítica con los papeles sociales -ampliamente demostrada por Tellenbach con la descripción de los rasgos del typus melancholicus18 y retomada en los trabajos de Alfred Kraus 19- traduce, por el contrario, una voluntad de borramiento, de relleno del agujero de la forclusión que presentifica el nombre propio no metaforizado por el falo simbólico. «Ser nadie» o ser un «Sin Nombre» bajo la forma de la función fálica le es estructuralmente negado en lo simbólico. Es más bien un «quererse ser nadie» a falta de «ser nadie», que lleva al melancólico a elaborar esta «sobreidentificación», confundida durante mucho tiempo con los rasgos compulsivos de los obsesivos. El término «sobreidentificación», distinto de lo que sería la identificación en el registro simbólico, podría concebirse así: (GRÁFICO PÁG. 40) ¿Cómo escribir en la estructura esta estabilización intercrítica reversible? Proponemos la siguiente escritura20: imaginario logrado y eficaz del significante desencadenado. Es decir, la inscripción directa, la captura en lo imaginario de una serie de rasgos (S', S'’, S’’’ ..., colección de sentencias superyoicas) que dan una cohesión imaginaria al sujeto premelancólico. La captura de estos rasgos en lo imaginario -y es un hecho clínico comprobado- es capaz de encauzar el desborde de goce inherente a la no falización del nombre. Si bien pertenece al lenguaje en el sentido de una escritura, esta inscripción no es sin embargo simbólica, dado que no está sostenida por la función del ideal del yo, I(A), a diferencia de lo que elabora -simbólicamente- el neurótico. En un sentido, esta fórmula de suplencia traduce que «la sombra del objeto cayó sobre el yo» 21. 1. Sobreidentificación e ideal del yo

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H. Tellenbach, Melancolía: visión histórica del problema, Madrid, Morata, 1976. A. Kraus, Identity and psychosis of the maniac-depressive, «El delirio melancólico desde el punto de vista de la teoría de la identidad», «Terapia de la identidad», tres tiradas separadas. 20 La escritura de estas fórmulas se inspiró en la lectura del curso inédito de Colette Soler «Los poderes de lo simbólico», 1989, cuyas primeras lecciones están dedicadas a la melancolía: (GRAFICO PIE DE PÁG. DE PÁG 40) Es aquí una «cataplasma», expresión que tomo de Jacques -Alain Miller (entrevista privada). 21 S. Freud, «Duelo y melancolía», en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, t. XIV, p. 246. 19

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Lo que diferencia esta «sobreidentificación» -término utilizado por Tellenbach y desarrollado por Kraus- del ideal del yo es: - Por un lado, su carácter estrellado -existe toda una serie de rasgos distintos con los que el premelancólico debe conformarse, lo que no deja de recordar «el cielo estrellado» de las identificaciones del sujeto japonés descripto por Lacan en «Lituraterre» 22, y que hace a este, según él, inanalizable. Estos rasgos son más bien normativos. No tienen el carácter de excepción del ideal del yo, lo que explica la ausencia de orgullo en el sujeto premc4ancólico, al revés de lo que puede constatarse en el paranoico. Una contradicción entre dos de estos rasgos es a menudo una causa de desencadenamiento del acceso. - Por otra parte, su carácter no dialéctico- estos rasgos son para el sujeto no relativizables en la elaboración simbólica; de allí la inclinación por lo serio y la relativa incapacidad para el humor del sujeto premelancólico 23. Este humor implicaría la posibilidad de una mediación, un distanciamiento con respecto a esos valores preotorgados. Se trata de rasgos impregnados del rigor psicótico. Es una identificación con el ser literal del rasgo significante y no con su función de representación. Digamos que el sujeto premelancólico debe ejercer sus identificaciones «al pie de la letra». Notemos, por otra parte, que esos rasgos son tomados del Otro; traducen la copia de una suerte de ideal, no del yo, sino de una norma social. Es concebible entonces que las personalidades premelancólicas sean más fácilmente tipificadas y reconocibles en las culturas donde las normas sociales están más claramente definidas, incluso impuestas, como en el caso del Japón y Alemania. 2. El desencadenamiento del acceso (PÁG. 42) Basta que uno solo de estos rasgos deje de ser efectuado imaginariamente por el sujeto para que nos encontremos en una coyuntura de desencadenamiento del acceso de melancolía (psicótico). Hablaremos aquí de efectuación imaginaria para decir que no es en absoluto en el discurso, en tanto elaboración simbólica, donde el sujeto debe responder por esos rasgos, sino en sus actos en la vida común, en la realidad. No es una articulación identificatoria diferencial, en el sentido de la identificación simbólica que implica el valor diferencial del significante. Es una realización de identidad, donde el sujeto es equivalente a cada uno de estos rasgos, compatibles con el registro imaginario, en que es posible la correspondencia biunívoco del sujeto y su imagen. Esa es la condición del typus, donde la condición de suplencia no es simbólica, pero se sitúa en la juntura de lo imaginario, y lo real. Por eso, su posibilidad de montaje, desmontaje y la relativa inestabilidad de esta forma de suplencia; por eso, también, el desencadenamiento del acceso a posteriori de causas que pueden parecer estrictamente menores o ser llamadas, con razón, «insignificantes», en el sentido de los life-event de los anglo-sajones. Por eso, igualmente, la posibilidad de desencadenamiento por razones que se encuentran en lo imaginario y no en lo simbólico. Un perjuicio en el campo imaginario puede descompensar la estructura y dejar que «se exprese» en lo real esta colección superyoica antes bien encapsulada, lo que explicaría que no necesariamente se encuentre la coyuntura de desencadenamiento de las psicosis que describe Lacan en «De una cuestión preliminar...». Una simple gripe es a veces el origen de un nuevo acceso. La pérdida de la cobertura imaginaria vuelve a desencadenar el proceso simbólico, siempre latente. 22

J. Lacan, «Lituraterre», en Ornicar? Nº 41, París, Navarin, 1987. A. Tatossian, Phénoménologie des psychoses (informe del Congreso de Neurología y Psiquiatría de Lengua Francesa), París, Masson, 1979. 23

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La curación del acceso no es un asunto de proceso simbólico -cuyo carácter grave se conoce en el acceso y cuyo carácter latente, por fuera de él-, sino más bien de restauración de esa cataplasma imaginaria. Se tratará de dejar que el sujeto reconstruya identificaciones de objeto capaces de enmascarar suficientemente la abyección de su nombre propio sin desbordarlo. III. CONCLUSIÓN Pág. 43 Podemos proponer ahora una definición de lo que nos vemos llevados a calificar de «neodesencadenamiento»: conviene reagrupar bajo ese título las formas clínicas variadas que se distinguen de la forma típica de desencadenamiento, cuyo paradigma es, en la psicosis schreberiana, el encuentro con Un-Padre. Estos «neodesencadenamientos» corresponden al desprendimiento del broche24, sea cual fuere, a la desaparición de lo que antes constituía un punto de basta para un sujeto. Más allá incluso de la pluralización del Nombre del Padre, está en juego aquí, con el nombre de broche, lo que Lacan califica de síntoma, en el sentido en que el Nombre del Padre se considera una forma tradicional y heredada, sin duda particularmente adecuada a la neurosis. En los casos que nos conciernen, una clínica de los nudos rodea la imposibilidad de decidir entre P0 o Φ0. Esta invita a privilegiar sin ninguna duda la localización clínica de la relación con lo real y con el goce. Pero abordar la estructura joyceana, que le permite a Lacan esta clínica de los nudos, invita también a estudiar sin jerarquización la función para el sujeto de cada uno de los tres registros (R, S, e I) y la parte que corresponde a cada uno en el anudamiento sintomático. Clínica del suspenso Sección Clínica de Clermont-Ferrand, Antena Clínica de Dijon y Sección Clínica de Lyon25 1. LOS LÍMITES DE LA TEORÍA CLÁSICA DEL DESENCADENAMIENTO (PÁG 45) Lacan elabora la doctrina que llamaremos clásica del desencadenamiento de las psicosis en El seminario 3 y en «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis», es decir, en el marco de su retorno a Freud a partir del punto de Arquímedes «el inconsciente estructurado como un lenguaje», y de la colocación en primer plano de la función del Nombre del Padre como garantía de la ley en el Otro. Es una vuelta al Edipo freudiano, un ordenamiento de la distinción neurosis-psicosis en relación con esta norma edípica. La referencia a esta norma como criterio estructural aclara las clasificaciones psiquiátricas proponiendo un robusto principio de distinción y de división de las patologías, pero sin diferir en verdad, ya que la cuestión de la causa sexual no está incluida en esta lógica. A partir del debate entre Freud, los psiquiatras suizos (especialmente Bleuler) y Jung, sobre autismo o autoerotismo, sabemos que la consideración de la causalidad, sexual o no, permite trazar una línea divisoria radical entre clínica psiquiátrica y clínica psicoanalítica. Si desde 1906 Bleuler y después la psiquiatría en general- admite la significación freudiana de la psicosis porque da un modelo de lo normal y de lo patológico, es a costa de forcluir la cuestión de la causalidad sexual, la elección sobre el modo de goce. 24

J.-A. Miller, «La conversación de Arcachon», en Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, Buenos Aires, ICBA-Paidós, 1999, p. 331. 25 Expositores: Jacques Borie, Jean-Robert Rabanel y Claude Viret. 17

Teorizar el desencadenamiento de las psicosis en el marco de la forclusión del Nombre del Padre permite, sin embargo, dar cuenta estructuralmente de lo que los psiquiatras clásicos identifican con el término «descompensación», con sus fenómenos súbitos y radicales: «Truenos en un cielo sereno». Esa conceptualización introduce igualmente una diferencia entre estructura psicótica y fenómenos psicóticos clínicamente muy manifiestos en el momento del desencadenamiento. La paranoia, psicosis de defensa Pág. 46 La máxima pertinencia de esta teoría se presenta en el marco de la paranoia. Desde el comienzo de El seminario 3, Lacan recuerda que era la psicosis de referencia para Freud, quien seguía en este punto a Kraepelin. Según Lacan, es especialmente adecuada para destacar la función del Otro y de los mecanismos (forclusión, metáfora delirante) que él sitúa allí para dar cuenta de la psicosis en ese momento de su enseñanza. El lugar central de la cuestión paterna en la paranoia se verifica tanto en el determinismo simbólico del desencadenamiento -falta un significante en el Otro- como en las modalidades de reconstrucción del mundo por el sujeto en la metáfora delirante, que consisten en reconstruir hasta hacerse garante de una figura del padre mucho más radical (Dios, el orden del universo, etc.) que la del neurótico. Dado que el punto de basta no está asegurado por la significación fálica común, el sujeto lo suple -por una construcción mucho más apremiante, que radicaliza la consistencia y la exigencia del Otro destacando la vertiente real del padre antes que su dimensión de semblante y de uso. A la luz de esta inclinación del paranoico por dar consistencia al Otro y al padre, puede uno preguntarse si el cambio del modo de discurso dominante, es decir, el pasaje del discurso del amo al discurso de la ciencia, tiene consecuencias en el tipo de soluciones que los sujetos psicóticos encuentran para suplir la forclusión. ¿Puede decirse que el neo del que se trata concierne primero a nuestra época o a un simple cambio conceptual en la enseñanza de Lacan? Sin duda a las dos cosas, porque nosotros pensamos que la última axiomático lacaniana -que se centra en la inexistencia del Otro- permite justamente circunscribir con más rigor los fenómenos clínicos actuales y la expresión contemporánea del síntoma. Al discurso del amo responde la prevalencia de cierta solución psicótica por la metáfora y el delirio; al discurso de la ciencia, que divide las figuras del Otro en una multitud de insignias, correspondería otro tratamiento del goce, más por la letra que por la significación. Límites del modelo paranoico Pág. 47 Efectivamente, es incuestionable que se encuentran cada vez más psicóticos en análisis y que sus síntomas están cada vez menos marcados por el predominio de los grandes delirios de estilo schreberiano. Sin duda, se debe en parte a los tratamientos medicamentosos; pero el aumento reconocido por todos los practicantes de los casos inclasificables según la lógica clásica -y que comenzamos a estudiar en Arcachon bajo el título «Casos raros»- nos lleva a considerar gran número de casos en los que el desencadenamiento es muy discreto, incluso hasta no identificable, y los fenómenos elementales (neologismos, alucinaciones, etc.) están completamente ausentes. Es lo que ocurre muy regularmente en la esquizofrenia, así como en la clínica de niños, donde la hipótesis misma de un desencadenamiento muy precoz es con mucha frecuencia inverificable. No es entonces una casualidad que Lacan tome la referencia de Joyce, psicótico pero no loco, para dar cuenta de esas neopsicosis. El carácter radical de la teoría «clásica» del desencadenamiento se explica por su dependencia respecto de una lógica del significante concebida en términos de todo o nada. Puramente binaria, 18

hace depender el conjunto de fenómenos clínicos de una consideración exclusiva, la función dominante de un solo significante, el Nombre del Padre, lo que supone que la extrema variedad de los fenómenos corporales o imaginarios estén referidos a esta única norma, sin tener en cuenta su relativa autonomía en relación con la función del Otro. Es una lógica mecanicista que destaca la acción de la estructura -la falta del significante que indexa la falta en el Otro-, antes que la posición del sujeto como respuesta de lo real y como elección sobre el goce. Esta clínica está estructurado en torno al Otro y a su dimensión apaciguadora, donde el goce solo puede ser legalizado, esa que el sujeto hereda del padre como transmisor del falo. Por eso, cuando aparecen fenómenos de goce no fálicos, solo son tratables por el delirio pensado como metáfora de sustitución, destinado a tratar la diseminación de estos fenómenos con un principio de significación que reúne al sujeto a partir de un nuevo modo de lazo con el Otro fundado en el significante articulado, por ejemplo, el orden del universo para Schreber. Como consecuencia, se oculta la posición ética del psicótico, que Lacan señala muchas veces con términos como «elección de libertad», «insondable decisión del ser», etc., que podemos resumir de este modo: el psicótico es aquel que rechaza trocar el goce por la significación. Consiguientemente, por la promoción de la relación del sujeto psicótico con lalengua, con el significante asemántico, y no con la cuestión previa de la articulación, damos mejor cuenta de los fenómenos psicóticos contemporáneos a menudo parcelarlos, dispersos, pluralizados, por estar menos referidos a la figura unificante del amo. Además, los fenómenos de goce pensados, en principio, como reductibles por la metaforización delirante o como simple resto de la articulación significante, pueden ser abordados en adelante como parte integrante de lalengua, aparejamiento mixto de lo real con lo simbólico. La cadena rota y el significante en lo real (PÁG. 48) No sería justo considerar pura y simplemente superada la enseñanza clásica de Lacan sobre el desencadenamiento. Como Jacques-Alain Miller nos señaló en su curso sobre La orientación lacaniana, conviene, a la vez, captar de qué modo Lacan llega a pensar contra Lacan, pero también cómo algunas de sus elaboraciones más avanzadas ya están presentes, como esbozo, en los momentos más clásicos de su enseñanza. Así, a propósito del estatuto de lo imaginario, ubicado en los años 50 como una instancia de registro inferior respecto de lo simbólico, Lacan nota sin embargo su función compensatorio en relación con la falta en lo simbólico. La sitúa primero en el tiempo prepsicótico del sujeto, antes del desencadenamiento, donde observa su valor para un muchacho -que está «mediante una identificación, un enganche, siguiendo los pasos de uno de sus camaradas»-26 y aclara que el sujeto «nunca entra en el juego de los significantes si no es por una suerte de imitación externa», pero también como estabilización después del desencadenamiento, cuando recuerda cómo Schreber se reconstituye en la alusión imaginaria27. Sin duda esta clínica abre la vía que consistirá en situar lo imaginario ya no como determinado por lo simbólico, sino teniendo una equivalencia en el anudamiento borromeo. En la consideración misma del estatuto del significante en el momento del desencadenamiento es posible localizar una incidencia del significante en lo real y no solo en el registro del Otro simbólico. Lacan lo dice muy claramente en «De una cuestión preliminar...» cuando extrae del famoso «vengo de la fiambrería...» de su paciente la siguiente conclusión: «Este ejemplo sólo se promueve aquí para captar en lo vivo que la función de irrealización no está toda en el símbolo. Pues para que su irrupción en lo real sea indudable, basta con que ésta se presente, como es común, 26 27

J. Lacan, El seminario, libro 3, Las psicosis, Buenos Aires, Paidós, 1988, p. 274. Ibíd., p. 231. 19

bajo forma de cadena rota» 28. Esta valorización del significante solo, no articulado, significante en lo real, abre el camino para considerar las neopsicosis. En ellas el tratamiento del goce no se hace mediante la reconstitución de la cadena S1-S2, o por la metáfora delirante, sino por un tratamiento a partir de la letra, o sea, del significante en tanto que no significa nada. Por otra parte, Lacan retomará este punto en «El atolondradicho», en torno a la nueva definición que conviene darle al Un-padre de «De una cuestión preliminar...» en su relación con el desencadenamiento. En los Escritos el encuentro con un significante forcluído remite al sujeto a un agujero; el Nombre del Padre ausente no da acceso a la significación fálica del deseo de la madre, que sigue siendo enigmático. Se presenta en su lugar Un-padre como significante en lo real, sin pan En «El atolondradicho» 29, Lacan logifica de este modo el momento del desencadenamiento: «[...] es por la irrupción de Un-padre como sin razón, que se precipita aquí el efecto experimentado como forzamiento, en el campo de un Otro que ha de pensarse como lo más ajeno a todo sentido». «Como sin razón» indica que, dado que el sujeto no se exceptúa de lo que enuncia, es imposible cualquier separación entre enunciado y enunciación. Pierre Naveau, en un excelente artículo aparecido en Ornicar? Nº 44, resume muy bien esta nueva lógica centrada en la función de la excepción: «La irrupción de Un-padre pone en evidencia, en el momento del desencadenamiento de la psicosis, lo que todavía no había aparecido hasta entonces; a saber, que la excepción paterna entra en función a pesar de su inexistencia, pero a costa de un desplazamiento de registro: lo que hubiera debido tomar su lugar en lo simbólico surge en lo real». Esta manera de plantear el problema permite salir de la lógica deficitario de la psicosis (forclusión de un significante en el Otro) para subrayar la conexión del significante y de lo real, y, luego, cierta impostura del padre como garante del Otro. La norma edípica muestra su carácter no esencial, su impotencia para reglar el goce por la ley y el ideal. La consecuencia no solo recae sobre la clínica de las psicosis sino también sobre la orientación posible del tratamiento. En los años 50, la posición muy prudente de Lacan sobre ese punto es solidaria de una concepción del analista que opera a partir del Otro, y que apunta a refrenar los efectos de goce producidos en el sujeto psicótico por la falta del Nombre del Padre. La famosa posición del secretario del alienado, las prevenciones contra los riesgos de la erotomanía o del empuje al desencadenamiento por la transferencia acentúan una posición pasiva del analista, cierto costado «hacerse el muerto», porque se trataba de oponer a la efervescencia imaginaria del psicótico el poder mortal del símbolo. Si se considera que las neopsicosis destacan el significante en lo real y no su articulación en la cadena, el anudamiento de los tres registros del sujeto y no su subordinación a la sola instancia de lo simbólico, el carácter creativo de la psicosis y no su dimensión deficitaria, no se puede definir el lugar del analista más que del lado de la muerte y de la ley, es decir, de lo universal. Nos guía menos la consideración de una clínica de la estructura que un sostén de la invención del sujeto en su trabajo sobre lalengua, en su capacidad para encontrar una solución singular que concilie lo vivo y el lazo social. Por eso nuestro trabajo de investigación se apoya en la variedad de los casos, más para estar atentos a la manera singular en que cada uno trata el impasse de su goce de manera inédita, que para verificar cómo cada cual se acomodaría a nuestro modelo de la psicosis. II. LOS CASOS CLÍNICOS (PÁG. 51)

28 29

J. Lacan, «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis», en Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 1987, p. 517. Íd., «El atolondradicho», en Escansión Nº 1, Buenos Aires, Paidós, 1984, pp. 36 y 37. 20

Presentaremos cinco casos clínicos seleccionados entre los numerosos estudiados en nuestros seminarios. Primer caso La luz que aporta a la cuestión del neodesencadenamiento responde a una doble coyuntura: una dificultad para establecer el diagnóstico entre neurosis y psicosis, y la precocidad del desencadenamiento. Esta precocidad se encuentra aquí en diferentes niveles: primero el del desencadenamiento, pero también el del tratamiento, ya que se trata de la cura de un niño retomada luego de la interrupción de una primera, ocasionada por un cambio en la situación profesional del padre. Este caso clínico de desencadenamiento precoz subraya cómo, ante lo real hallado por el sujeto, un real intrusivo, fraternal, y no disponiendo del apoyo significante del Nombre del Padre, se intenta suplir su ausencia mediante una identificación imaginaria marcada por el sello de la rivalidad, de los celos. Esta identificación asegura la presentación de partida que ilusiona con un recubrimiento que no asegura al sujeto contra el vértigo de la delicuescencia de su ser en los alrededores del agujero. En ese punto, el sujeto se precipita de equívoco en equívoco, en lo real, del consultorio al baño, a dibujar baños, e indica de este modo con qué estatuto del significante se relaciona: el significante solo, el significante en lo real. En algún momento pareció que el desencadenamiento precoz perjudicaba la teoría clásica del desencadenamiento o, al menos, era su límite. Con la consideración de la relación traumática con lalengua tenemos una presentación que le permite conservar todo su valor a la noción de desencadenamiento: Jacques-Alain Miller30 explica que el destino se anuda a partir de la contingencia de los encuentros. Segundo caso Aquí se destaca la presencia, desde el principio, de la relación imaginaria con el otro, que no se sostiene por el registro especular sino por el del objeto. No hay, para este sujeto, el objeto, sino cierto número de objetos, una variedad de objetos que permite efectuar un anudamiento. Esta sucesión de objetos no forma una serie en el sentido de una convergencia de la que podría deducirse la constitución de una articulación. De este modo, este caso clínico muestra una sucesión de enganches respecto del objeto, a partir de los cuales se constituye una alteridad. La serie de diferentes tratamientos del objeto no produce un dibujo acabado, un estrechamiento, un franqueamiento, un pasaje que delimita un antes y un después. Este sujeto se halla más bien en una perpetua invención. La estabilización que se opera, y cuyos efectos son notables en el comportamiento, particularmente en lo que se refiere al apaciguamiento y a la relación con el semejante, no proviene de una estasis en un punto de equilibrio, sino que necesita una invención continua de su parte. Los objetos se dejan sin que se establezca la dimensión de la pérdida. Esta pasa de una forma a otra en una preocupación estética, que hay que tener muy en cuenta en la psicosis 31,como instauración de un lazo. Finalmente debe destacarse que este tratamiento pasa por el ,otro, el otro que construye el caso, que lo escribe, le da forma. Esta invención no se produce sin la puesta en acto de un deseo que permite que se efectúe el anudamiento. 30 31

J.-A. Miller, La Cause freudienne Nº 38, París, Navarin-Seuil, 1998, p. 126. Cf. Joyce. 21

Cabe agregar que ese otro cambio es plural, múltiple. Y a partir de ese mismo plural algo cesa de no escribirse o, mejor, no cesa de escribirse. Este caso es ciertamente ejemplo de una clínica de «el Otro que no existe», pero sobre todo de un tratamiento a partir de «el Otro que no existe». Aquí tenemos a alguien que no se molesta por sus construcciones, porque lo que cuenta es el uso que hace de eso. Tercer caso Pág. 53 Un joven de dieciocho años, en su último año de secundario, es derivado de urgencia por su médico de cabecera. El paciente concurre a su primera cita acompañado por su padre y su madre, quienes están muy preocupados por la salud de su hijo. Durante la primera entrevista, sus padres exponen la situación en un relato que él sigue atentamente, con la mirada clavada en el piso, e interviniendo cada tanto para rectificar, para ofrecer una precisión al discurso de los padres, aparentemente oportuna o, en todo caso, nunca cuestionada por ellos. En cuanto sus padres dejan el consultorio, el, paciente se preocupa por hacer una exposición rigurosa. Su discurso empieza así: «Todo andaba relativamente bien, pero de hecho no». El sujeto se muestra desbordado en su cálculo, en su apreciación de sí mismo, en primer lugar, por lo que constituye aquí la urgencia subjetiva; a saber, la aparición de pensamientos compulsivos sobre los que se pregunta si lo conducirán a su realización en el acto. Esos pensamientos compasivos asumen varias formas: cortarse el pelo, afeitarse la cabeza, cortarse la garganta, atravesarse el corazón, pincharse los ojos. El sujeto describe, con un sentido cierto del detalle, sus fobias a los cuchillos, los cortapapeles, lapiceras, y otros objetos con punta, cuya presencia a su alrededor desencadena crisis de angustia de las que solo puede defenderse tirando estos objetos frecuentemente encontrados en ese ambiente escolar que era suyo hasta el momento en que se ve obligado a interrumpir su escolaridad por la presión de las crisis. Estos pensamientos, aunque muy desagradables, eran soportables mientras lo enfocaran al él como objeto. Solo cuando apuntaron como objeto a sus compañeros de clase, a su madre y también a otros miembros de la familia, se volvieron insoportables y consultó. La primera entrevista termina con esta conclusión: «¡Es como si la idea de ser criminal de mí mismo me resultara más soportable que la idea de ser criminal de otro!», dice. Frente a la angustia, pasa a primer plano la demanda de medicamentos «para detener esto», que sus padres apoyan. Sin embargo, el analista apuesta al rigor que demuestra el sujeto y le propone la idea, que termina por aceptar, de un tratamiento de prueba mediante la palabra durante algunas semanas. Le concede, por su parte, una prescripción de ansiolíticos, y después se entera de que el paciente solo toma la mitad. Durante las siguientes entrevistas, las angustias se desplazan, una forma gana terreno sobre la otra. Rápidamente desaparece la angustia de cortarse el pelo, de afeitarse la cabeza, punto que se le interpreta al paciente como una señal de que sus síntomas son sensibles al tratamiento por la palabra. La situación parece encuadrarse. Domina la angustia hasta tal punto que puede retomar la escuela. El sujeto se presenta regularmente a sus entrevistas. Sorprende el uso que hace del dispositivo. Este sujeto poco propenso a poner en manos de Otro la causa de sus síntomas es, sin embargo, capaz de utilizar rápidamente las entrevistas para iniciar, en presencia del analista, un trabajo fuera del sentido, del pensamiento. 22

Durante las entrevistas, impresiona en este sujeto cierta fijeza de la mirada, y una exagerada atención por lo que ocurre delante de él y que describe con gran precisión. Esta posición de espectador, a distancia, del autómaton de sus pensamientos compasivos es lo que más caracteriza al paciente, por supuesto en un trance, pero muy diferente del Hombre de las Ratas de Freud, que se presenta como un seudodelirio. Aquí no ocurre nada de eso. Contrariamente a un delirio, es una descripción a distancia del proceso que lo invade y de sus variaciones, una atención sostenida, una actitud de verdadera búsqueda de los medios que hay que movilizar para limitar esta invasión. Aunque los pensamientos relativos al cabello cedieron rápidamente, los referidos a los ojos, la garganta y el corazón, siguen dando guerra, pero permiten, por su evolución rebelde, una actitud experimental por parte del paciente. El medio de defensa que encuentra este sujeto recuerda el procedimiento schreberiano: «Puedo combatir mis ideas ocupándome de la mente», dice. Teme a los períodos de inactividad, de vacaciones, o simplemente a su regreso a casa después de clase. La presencia de sus compañeros, el ruido que hacen alrededor de él, llenan de manera defensiva un silencio que, de otro modo, invadiría con el surgimiento de sus pensamientos compulsivos. También encuentra soluciones: ruido ambiente, radio, fuente sonora que coloca tras de sí; o bien una actividad automática: algún trabajito para sus padres, leer -con la condición de no seguir en absoluto la significación. En resumen, una actividad de defensa, sin sentido, para poder bordear el agujero con un manejo, en lo real, de la letra. De este modo el sujeto deja absolutamente de lado la vertiente de la significación para tratar lo que lo invade. Esta vertiente no le impide, sin embargo, aportar elementos consecuentes de determinación, en la anamnesis. No obstante, no es lo destacaba de este caso. La cuestión de la psicosis se plantea para este sujeto con relación a la fijeza de la mirada, con relación a la búsqueda de una castración en lo real, con relación a la posición del sujeto como espectador, a distancia, del autómaton de sus pensamientos compulsivos, en un contexto diferente del Hombre de las Ratas, que da lugar a una descripción del proceso invasor y de sus variantes; finalmente, por un ponerse a trabajar para bordear el agujero central, a la manera de Schreber, movilizando una actividad de pensamiento sin sentido, efectos sonoros, un ruido confuso en lo real. Cuarto caso ... (PÁG. 55) «El idólatra» es un hombre de veinticinco años que realiza su cuarto año como seminarista, quien se convirtió recientemente al catolicismo, y que quería entrevistarse con un psicoanalista católico para hablar del acontecimiento que había dado un nuevo giro a su vida. Una advertencia sobre el hecho de saber si Dios estaba obligado a ocuparse de tantas cosas le permite emprender un trabajo separándose de un Otro en las cosas del mundo. A los diecisiete años tuvo un sueño donde Dios lo invitaba a su Iglesia, cuando él había sido bautizado en la religión ortodoxa porque su madre, católica, quería que un día él pudiera realmente elegir. El padre, indiferente a las cuestiones religiosas, no había intervenido. Quiere ser cara, pero surgen dificultades que habían sido aplacadas durante un tiempo por su conversión. Haciendo un examen de su vida, quiere verificar que no dañará la causa a la que pretende servir. No está seguro de que Dios espere de él que se convierta en religioso de oficio. Dice que es incapaz de escribir desde que era niño. No puede ir a clase. Se siente agredido por los demás, y a la vez le dan miedo. Tiene una estatura imponente y voz gruesa. Un elemento discreto marca el estilo de su relación con otros: se siente obligado a decir en sus conversaciones que siempre hay malentendido entre los seres. La materialidad de las palabras lo hiere como si estas lo penetraran. 23

Esta intrusión del lenguaje se opera en los momentos en que la mirada se despega como órgano. Al examinar su vida, hace remontar su exclusión de la comunidad de los hombres a los seis años: «Hubiera podido ser un autista». El desencadenamiento tiene lugar en la época del curso preparatorio, cuando su padre, quien por lo general se dirige con más facilidad a su hermana o al perro, le pide que recite el. verbo «ser»: incapaz de responder, tiene allí la prueba de su locura y se derrumba. «Ser fundado es lo que me falta.» Encuentra una solución en un dibujo animado que le aporta el modelo: se veían hombres guerreros que enfrentaban a mujeres guerreras. Cuando los hombres eran alcanzados, morían, mientras que los cuerpos de las mujeres desaparecían, dando lugar al vacío que envolvía la ropa. Toma prestada de su madre ropa como envoltorio; una media de mujer lo ayuda a deslizar su ser. En la adolescencia, las medias de mujer que compraba le daban un aspecto seudoperverso a sus prácticas masturbatorias. El carácter autocentrado de este goce unía su cuerpo a partir del objeto, que lo concentraba, a cambio, alrededor de su pene. Esos momentos daban un respiro a su dolor, pero poco a poco la media dejaba de rodear ese goce invasor que el despertar de la primavera había hecho resurgir. A los quince años quiso morir porque, como ser que existe, no tenía ninguna razón de ser. Desalojado de su aislamiento por el ritual familiar de la comida, hizo de los alimentos una fuente de horror, equivalente al verbo cuya conjugación había visto, extraña, en la página del libro de s us seis años. Para protegerse de ese real, consumió un producto compuesto por él, fabricado con productos caseros que utilizaba su madre. Se acostó a dormir. Al día siguiente, el vaso estaba vacío, no había pasado nada, y se fue a comer. El efecto calmante de la conversión se relacionaba con un significante nuevo, una significación puesta sobre el goce, que le había permitido abandonar la media: había sido un idólatra. Era lo que decía haber sido, un idólatra, lo que podía representarlo a los ojos de los cristianos, y se sentía para siempre a cargo de esta marca. «Quiero creer que el día de mi bautismo se metió en mí para no dejarme librado a la muerte y a mi familia.» De este modo, presentó al obispo su pedido de ser admitido en el seminario. Pero estaba expuesto a la tentación de volver a lo de antes. Hacía de esto la marca singular de su compromiso religioso, lo que también le permitía aplazar el compromiso de votos perpetuos, mantenerse alejado del sacerdocio. ... dos momentos Pág. 57 Durante un viaje al Sinaí, ante el peligro de que Dios hablara, había podido hablar con una niña que no oía. Lejos de hacer de esto un milagro, pudo «reengancharse» y llegar a la conclusión de que era un idólatra, como todos los adoradores del becerro de oro, pero que d ebía construir su humanidad a partir de este objeto singular que era la media. Para los demás se trataba de algo ya adquirido, pero él había tenido que construir su humanidad a partir de la media, por lo tanto de la mujer. Por eso no estaba obligado a ocupar la posición de Moisés, de hacerse cura. Pero no era casto, porque, a pesar de su renuncia a la media, seguía adorando esta otra cara de Dios, su goce mudo, ese que san Ignacio invitaba al penitente a declinar como goce del cuerpo en unión con la plegaria. Ese es su argumento para aplazar los votos. Convertido en excelente especialista en informática, el tratamiento de texto había regulado su problema con el escrito. Su relación con la lengua vacila cuando viaja un año a los Estados Unidos para aprender inglés: surgen fenómenos elementales, está tentado de aislarse en el ruido confuso de una lengua desconocida. «Al principio era terrible, las palabras se despegaban, extrañas. Comencé a autosatisfacerme. Era cerebral.» Gracias al afecto de su tía, que se convirtió en norteamericana 24

después de casarse con un norteamericano, este sujeto pudo entrar en una nueva lengua, una nueva familia. Hoy dice ya no tener una relación constante con el cuerpo. Le encantan el inglés y la informática, lo que le permite rectificar, según sus palabras, sus pulsiones y sentidos. Pero el regreso es difícil. Su comunidad tolera su estado de confusión y acepta que siga como especialista en informática, que ,viva como religioso y que aplace la ordenación. Puede transmitir lo que sabe pero no debe esperarse mucho de él. Se comunica en inglés con otros interlocutores pero sin que lo vean. Difunde el consejo «rápido, no lentamente» en lo escrito en Internet. Gnouff (nombre compuesto con las letras del nombre de su perro, al que se dirigía su padre) es su nombre en el ciberespacio. Reemplazó al de idólatra. La solución no está por el lado de la metáfora delirante, más bien escribe un punto de sinsentido donde su ser encuentra con qué identificarse. La idolatría sigue siendo su problema, la marca de lo que fue y que aún hoy le permite nombrar las sensaciones corporales qué lo invaden. Visita al analista una o dos veces por año y considera que este lo acompaña. Encuentra soluciones particulares para inscribir una falta en el campo del Otro sin tener que hacerse su garante. Por el momento, se aleja de la tentación de reconstruir el mundo y utiliza la religión para fabricarse una nueva relación con lalengua, lo que tiene consecuencias en su goce transexual, que logra de este modo limitar. Quinto caso: un momento de desenganche Pág. 58 En cuanto a jean, el desencadenamiento se realizó hace mucho tiempo. Ahora tiene treinta y tres años, y acude a lo del analista desde hace diez. Su familia vive en Luxemburgo, donde nació. Habla corrientemente francés y alemán, y considera el luxemburgués como un dialecto. Después de una intervención desafortunada que volvió inoperante el uso de la gramática que se inventó y que le permite mantenerse en lalengua, Jean es empujado, obligado a una respuesta en lo real que intenta poner en acto así: tiene que fotografiarse completamente desnudo, luego afeitarse el cuerpo completamente, fotografiarse de nuevo, y exponer esas fotos como una hazaña. Durante la sesión en la que habla de ese «proyecto» se expresa tanto en alemán como en francés. La fórmula «yo nackt» detiene al analista, que no sabe si debe entender esa palabra en francés o en alemán -el verbo actor (tomar nota, actuar] es un verbo que Jean utiliza. Al preparar este trabajo, el analista se dio cuenta de que nunca preguntaba, en qué idioma le hablaba el paciente, sino solamente cómo escribe lo que dice. El sujeto despliega el conjunto e significantes convocados para su descubrimiento, cuya clave solo él tendrá. Nacken es un verbo alemán que significa «deslomarse», que Jean ya había usado porque es muy cercano a die Nacke (la nuca). El adjetivo nackt significa «desnudo», «en cueros», «despojado». Akt significa un «desnudo», en el sentido académico, y es también un «acto» de teatro. Diferentes traducciones se superponen entre «desnudo» y «Akt», «nackt» y «acto». Podríamos establecer un continuum de significaciones entre estos significantes. El hallazgo gramatical de jean es chapucear una palabra utilizada entre las dos lenguas que quiera decir «acto» y «desnudo» al mismo tiempo en ambas lenguas. Frena de una manera singular el espiral de la metonimia. Vectorializa las lenguas para encontrar la palabra justa que lo separe de la obligación de poner en juego realmente su cuerpo. ¿Se trata de un intento de inventar «un Otro de la gramáticas, como proponía Jacques-Alain Miller en Angers, para que lo real de la lengua ya no le haga serias, y forjar así la palabra que cura, lo que lo libera de pasar al acto? Concibe el análisis como un lugar para elaborar algo de lo irreconciliable que sitúa entre «marca y orgánico». Este sujeto intenta encontrar en el análisis un anudamiento entre lo que él expresa con 25

un binario «iIocalizable / irreparable» [irrepérable / irréparable], donde intentan anudarse «corte» y «sutura». Intenta entregarse a una lengua en la que, el cuerpo pueda sostenerse. Está obligado a tratar lo real de la lengua para anudar el cuerpo. Es el punto de reenganche. Inventa una gramática que le permite neologizar gramaticalmente. Cuando esto cae, porque este uso es precario, delira su cuerpo. Cuando el anudamiento en la lengua deja de amparar al cuerpo, utiliza su cuerpo realmente. El análisis es para él un lugar de creación de referencias que le permiten soportar una relación con el mundo. «Salí del autismo por milagro y traumatismo, y aquí puede haber suspenso», dice. III. ¿QUÉ ENSEÑANZAS SE PUEDEN EXTRAER DE LOS CASOS CLÍNICOS? (PÁG. 60) El desenganche como expresión mayor del neodesencadenamiento se opone al desencadenamiento clásico. Referimos el neodesencadenamiento-desenganche a la metonimia, y de este modo lo opusimos al desencadenamiento clásico, referido a la metáfora. La apuesta de esta cuestión neo /clásica es para nosotros dedicarnos a la manera de dar cuenta de los diversos modos de instalación de las psicosis. Damos cuenta de la instalación clásicamente brusca de un delirio por la metáfora delirante, es decir, por la sustitución metafórico, que obedece a la ley del todo o nada. De otros modos de instalación, progresivos, precoces, incluso precocísimos, hasta el punto de aparecer de entrada -lo que contradice la noción misma de desencadenamiento-, o también alternativamente progresivos y regresivos, damos cuenta por la sustitución parcelaria (no por la ley del todo o nada), los desenganches y reenganches, que destaca la metonimia delirante. Esta clínica nos conduce al Otro previo, a tener que considerar una estructura clínica de partida, neurosis o psicosis, a considerar como un dato previo la elección del sujeto de inscribirse en una estructura clínica. A eso nos conduce nuestra posición de clínicos. La noción de desencadenamiento subraya el pasaje de lo estructural a lo clínicamente manifiesto. A la inversa de ese punto de partida desde el Otro, existe el punto de partida desde el goce, con el Otro que no existe. Aquí la elección misma de la inscripción del sujeto en la estructura clínica se encuentra problematizada. Entonces, tenemos que vérnoslas menos con la oposición desencadenamiento /desenganche, que con la cuestión de los desenganches y reenganches, incluso con la problemática del enganche en el Otro. He aquí una perspectiva más impulsada por la consideración del tratamiento que por la de la clínica. ¿No hay clínica psicoanalítica concebible sino a partir del Otro previo? La última enseñanza de Lacan invita a un nuevo examen del estatuto que hay que reconocer al síntoma. Considerar al Otro previo lleva a considerar que el Otro es el mejor medio para tratar el goce. En lo que se refiere al tratamiento del goce, deben distinguirse dos vías: - Pasar por el Otro para el tratamiento del goce destaca el estatuto predominante del fantasma, es decir, el valor de localización, de condensación, de recuperación del goce, correlativo a la mortificación significante del sujeto. Por esta vía, se trata de un tratamiento del goce por el objeto como resto. - Sin pasar por el Otro para el tratamiento del goce destaca el estatuto del significante solo, el lazo de lo simbólico con lo real, y ya no una presentación del síntoma en la vertiente deficitario respecto de una norma -aunque sea, macho-norma-, sino una presentación del síntoma en la vertiente que destaca la invención del sujeto, la función Σ(x), o sea, la versión del síntoma que conviene al Otro que no existe. Esta adquiere toda su magnitud con la clínica borromea, donde el 26

Otro es sustituido por el anuda miento que equivale para una estructura ternaria al punto de basta en la articulación, en la estructura binaria. El neodesencadenamiento se aclara entonces con el nudo borromeo, con el Otro que no existe, con el registro del significante solo S1. IV. CONCLUYAMOS Pág. 61 Aunque aclarada por la oposición de la metáfora y la metonimia, la oposición desencadenamiento clásico/ neodesencadenamiento- desenganche, permanece en el sistema de oposición binaria, con su estructura jerárquica. La estructura binaria de oposición conduce inmediatamente a una jerarquía. Así, lo binario simbólico e imaginario hace prevalecer lo simbólico sobre lo imaginario. Del mismo modo, lo binario de la articulación significante S1-S2, lo binario de la estructura de lenguaje, introduce una jerarquía del Uno en relación con el Otro. De modo que el trabajo de este año nos llevó a considerar dos destinos del Uno: - el destino del Uno hacia el dos, en la oposición significante; - el destino del Uno hacia el tres, en el anudamiento. Si en Lacan I la metáfora delirante se ubica en el lugar de la metáfora paterna, que falta, en Lacan II el psicótico tiene, como el neurótico, una relación con el síntoma como modalidad de tratamiento de lo real por lo simbólico. Allí encontramos la noción de apareamiento, que anuncia la de anudamiento. La consideración de este tratamiento del goce -de la causa sexual- es lo que diferencia la clínica psicoanalítica del campo psiquiátrico del que está excluida. ¿El concepto de aparato puede dar un nombre a la serie de enganches? El primero de esos aparatos que desarrollará Jacques-Alain Miller en su curso «Del síntoma al fantasma (y retorno)» es el estadio del espejo. Es un aparato que trata el goce. Permite poner en serie los enganches donde una formación imaginaria fija al sujeto: fenómeno psicosomático, práctica artística, perversión, hermanamiento particular en una pareja. Pero la solución imaginaria es siempre aleatoria por la ausencia del distanciamiento del cuerpo y siempre es posible un retorno libidinal. Puede notarse entonces en todos estos casos que privilegian un enganche imaginario la importancia de una inscripción de la castración en lo real, como la «pestaña» de Pierre Naveau. El síntoma es un aparato que permite seriar los enganches donde lo simbólico tiene un uso particular (por un médium, la informática, una práctica artística, un empleo de la lengua /lalengua) que fija al sujeto. El aparato del lenguaje es otro. Hablar de anudamiento remite a una clínica borromea donde, como indica Jacques-Alain Miller en el final del «Seminario de las 7 sesiones»: «La uniformidad entre los tres registros tiene por efecto prevenir que un registro puede sustituirse por una falta aparecida en otro [...] el imaginario puede transformarse en significante», una práctica del objeto puede ir en contra de la falta simbólica. En casos comprobados de psicosis se observa una remisión a la imagen, donde lo imaginario se fija en determinado momento y, a costa de eso, el sujeto se sostiene en el mundo. De este modo, una mujer se hace tatuar un maquillaje permanente de ojos para poder levantarse a la mañana frente a un hombre. En el caso de Jean, la «hazaña» hace pensar en una afinidad con la perversión. Hay un elemento notable: se trata de rasgos de perversión, rasgos que se repiten idénticamente. 27

En cambio, hay anudamientos «autosimbólicos» debido a un funcionamiento en dos niveles, internos a lo simbólico. Esta problemática del neodesencadenamiento nos muestra el pasaje de una clínica de la contigüidad, cuya referencia es lingüística, a una clínica de la continuidad y su incidencia en la conducción del tratamiento. El conjunto de los casos nos lleva a indicaciones precisas sobre la posición del analista. Si el esquizofrénico denuncia por la ironía la inexistencia del Otro, más vale no llevarlo a ese punto de la inexistencia del Otro en el tratamiento. Por ejemplo, cuando está recubierto por un empalme imaginario: fenómeno psicosomático, práctica artística, elección de objeto amoroso gemelo. Nos vemos llevados entonces a poner en tela de juicio la posición de secretario del alienado, en beneficio del sostén de la creación respecto del objeto y, por otra parte, de la escritura del caso. Éric Laurent en Arcachon precisó la manera en que el analista se vuelve destinatario de la señal ínfima del paciente. Con esas señales se sostiene su trabajo de construcción, no se lo desvía de ellas. La maniobra analítica no es, pues, de un mero registro, de secretariado, pero tampoco de «socializar». El reenganche, que corre a cargo del sujeto, si bien es una alternativa a la metáfora delirante, no es una reinscripción del sujeto bajo los significantes ideales de antes del desenganche. Supone, como testimonian los casos, una invención particular y un destinatario atento. Investigaciones sobre el inicio de la psicosis

Sección Clínica de Lille 32

1. ENTRADAS EN LA PSICOSIS 33 (PÁG. 65) No encontramos ningún caso que pusiera en duda la estructura de la psicosis desarrollada por Lacan en «De una cuestión preliminar...» 34: forclusión del Nombre del Padre y falta de significación fálica. Esta estructura tiene, sin embargo, diversas manifestaciones clínicas. P0 y 0 designan aquí, como en el texto de Lacan, los «abismos» 35 que pueden surcarse, en lo simbólico y lo imaginario respectivamente, por esta forclusión y esta falta. Se trata, pues, de «abismos» localizables clínicamente por la emergencia de fenómenos precisos. Los fenómenos que designamos con P0 son las alucinaciones y los trastornos del lenguaje. Estos últimos están descriptos en El seminario 336, y van del eco del pensamiento a la lengua fundamental, pasando por las diversas formas del automatismo mental. Incluimos entonces aquí los trastornos de la palabra y de la enunciación, las alucinaciones verbales y los fenómenos de pensamiento impuesto. Los caracterizamos con el término «anidéico», tomado de De Clérambault, para excluir de allí las ideas delirantes, consideradas en este lugar desde un punto de vista «idéico», o sea, semántico. La «imagen de la criatura» 37 rodea, para Lacan, el «agujero» 0. El falo es el significante del sexo, por lo tanto, las ideas delirantes ligadas a la sexualidad y al cuerpo signan la presencia de 0, así como ciertos pasajes al acto (automutilación) y cierto tipo de disfunciones corporales. Como el falo es el médium entre los sexos, las ideas delirantes relativas al amor y a las relaciones sexuales deben igualmente referirse a 0. El falo es el significante de la vida o de la actividad del goce. 32

Expositores: Geneviève Morel y Herbert Wachsberger La parte I fue redactada por Geneviève Morel, la parte II, por Herbert Wachsberger. 34 J. Lacan, «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis» (1958), en Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 1987. 35 Ibíd., p. 552. 36 J. Lacan, El seminario, libro 3, Las psicosis, Buenos Aires, Paidós, 1990. 37 En el caso de Schreber, donde «la elisión del falo» es traída para convertirla en «la hiancia mortífera del estadio del espejo» (ob. cit., n. 3). El lazo entre Φ0 y la imagen del cuerpo es frecuente en la psicosis. 28 33

Entonces, la pérdida enigmática del sentimiento de la vida, que a veces llega hasta el suicidio, y la mortificación del goce resultan también de 0. Los trastornos del lenguaje solos prueban «automáticamente» la forclusión del Nombre del Padre. Los fenómenos que acabamos de describir, así como las alucinaciones visuales y cenestésicas, tienen un estatuto a menudo difícil de determinar en la práctica. En ausencia de trastornos del lenguaje, la psicosis debe entonces probarse de otra manera, por un estudio de conjunto del cuadro clínico a partir de la articulación detallada de sus elementos. De «De una cuestión preliminar...» deducimos un esquema de desencadenamiento 38 de la psicosis relativo a la segunda «enfermedad» de Schreber39, que se traduce por el siguiente encadenamiento temporal: 1º) llamado al significante forcluído del Nombre del Padre (por Unpadre); 2º) formación de P0; 3º) formación de 0 . Pero existen entradas en la psicosis que se ordenan según otras secuencias temporales. A. Entradas en la psicosis sin trastornos del lenguaje Pág. 67 Un primer tipo de entrada en la psicosis está caracterizado por la ausencia de trastornos del lenguaje, lo que, recordémoslo, es compatible con la forclusión del Nombre del Padre. 1. Un-padre   0 En estos casos, hay un encadenamiento directo del surgimiento de Un-padre y una manifestación que pertenece a 0. Ejemplo 1: Un transexualismo femenino40 Una joven, Ven, vestida con ropa masculina quiere hacerse operar los senos y el sexo para ser «transformada» en muchacho. Su padre fue enviado a un campo de concentración en Camboya cuando ella tenía tres años. La madre decidió quedarse con su hijo de dos años y envió a su hija lejos, a lo de su familia. Cuando la niña tuvo seis años, el padre se escapó y recordó inmediatamente a su hija. La familia reunida pasó entonces un año en un campo de refugiados antes de llegar a Francia. Los recuerdos de Ven datan del regreso de su padre. Antes, es la nada. Justo en ese momento presenció una escena que fue la matriz de su transexualismo: su hermano orina parado. Desde entonces sintió que ella era -y debía ser- un muchacho. Esta idea nunca la abandonó. El regreso del padre precipitó, pues, la formación de una idea delirante en relación con el cuerpo y el sexo. Ya de adulta, Ven no presenta ningún trastomo del lenguaje. La psicosis solo es localizable por un examen muy cuidadoso. La persiguen las miradas femeninas que atraviesan sus vestimentas y adivinan que ella no tiene pene. Por otra parte, tiene una discreta idea delirante sobre la determinación de la anatomía por el deseo paterno. Su concepción del amor para una mujer está enteramente determinada por la escena inicial que hizo del pene la insignia real del amor de la madre por el hijo. 38

Ob. cit., n. 2, p. 540. «En el punto donde, ya veremos cómo , es llamado el Nombre-del-Padre, puede pues responder en el Otro un puro y simple agujero, el cual por la carencia del efecto metafórico provocará un agujero correspondiente en el lugar de la signific ación fálica.» Véase también, en la página 552, la discusión sobre la anterioridad de P0 respecto de Φ0; pp. 553 y 558, la relación dialéctica entre P0 y Φ0; pp. 558-559 las coyunturas de desencadenamiento. 39 D. P. Schreber, Memorias de un enfermo nervioso, Buenos Aires, Perfil, 1999, capítulos 2 y 3: 1º) junio de 1893, nominación de Presidente de Cámara en el Tribunal de Apelaciones del Land de Dresde; 2º) octubre de 1893, «crujidos» sobrenaturales; 3º) marzo de 1894, elaboración del «asesino de almas». 40 Los ejemplos están publicados in extenso en los Hors -série N' 3 de los Cabiers de Lille: ej. 2 de Vincent Calais, ej. 4 de Brigitte Duquesne y Emmanuel Fleury, ej. 5 de Carine Decool, ej. 6 de Brigitte Lemonnier, ej. 7 de Philippe Bouillot. 29

Ejemplo 2: Un heroinómano Pág. 68 Un hombre de treinta años que se droga desde la adolescencia se dirige a un centro de toxicómanos para hablar de sus problemas de impotencia. Su historia está escandida por tres momentos cruciales. A los cuatro años, el niño vio a su padre, que volvía del «fútbol», pararse en la puerta con cara de lobo. A los ocho años, trató de hacer el amor con una niña y no lo consiguió, lo que aún experimenta como un fracaso vergonzoso. A los quince años, la escena se repitió. Después se drogó para «excitarse», y consiguió hacer el amor con heroína. Ese primer acto sexual habría causado «hemorragias intestinales», y lo habrían operado para «retirarle pedazos de intestinos. Desde entonces padece de «dolores de vientre» inexplicables. Lleva una vida errante y trata de trabajar en un ámbito del deporte (ideal paterno). De hecho, lo mantienen su familia y su compañera, la cual está actualmente embarazada, y él está muy angustiado. Acaba de encontrarse debajo del pie una bola de «carne» que sobresale cuando hace el amor, y que le vendría genéticamente de un abuelo. Se constata, pues, en esta psicosis que data de la infancia la emergencia de un delirio, incluso de alucinaciones cenestésicas, con la cercanía de la paternidad. Los puntos que estos dos casos tienen en común son la ausencia de trastornos del lenguaje y una anteposición del cuerpo y el sexo. Si bien el cuadro clínico permitió inclinarse hacia la psicosis, estos casos habían suscitado dudas: en el primero, respecto de la histeria y, en el segundo, de la fobia o la neurosis obsesiva. Todo comienza por el encuentro con Un-padre en la infancia, ya deducible por el relato del sujeto (ejemplo l), ya «acuñado» en una escena inolvidable (ejemplo 2). Este encuentro precipita una significación delirante «monomaníaca» sexual («cambiar de sexo», «hacer el amor»). En ninguno de los dos casos hay desplazamiento -señal de ausencia de la represión- entre la matriz infantil imaginaria de la idea delirante y la búsqueda ininterrumpida desde la infancia de su cumplimiento sintomático. Puede desarrollarse el mismo tipo de secuencia, pero con el encuentro de Un-padre recién en la edad adulta. Ese fue el caso de Schreber durante su primera enfermedad (1884), ocasionada por su candidatura al Reichstag. Esta enfermedad duró un año «sin que sobrevenga uno solo de esos episodios relacionados con el campo de lo sobrenatural» 41. De acuerdo con su testimonio, los primeros fenómenos elementales se iniciaron con un crujido, en octubre de 1893, es decir, solo nueve años después. Durante su primera enfermedad, Schreber padecía ideas hipocondríacas y una obsesión por adelgazar. Se habría curado y llevado luego una vida apacible, pese a su renovada decepción en cuanto a la paternidad. Ese primer episodio puede entonces inscribirse: «Un-padre  0», donde 0 está también caracterizado por las ideas delirantes sobre el cuerpo. 2.  0 sin «Un-padre» Hay otras entradas en la psicosis análogas a las precedentes, aun cuando no se encuentre en ellas la condición inicial del «Un- padre». Así, por ejemplo, el caso de los transexualismos que Stoller llamó «primarios» 42. Estos sujetos nacidos machos siempre se sintieron femeninos, a veces desde el año. Se trataría de una forma «original» de empuje a la mujer por identificación imaginaria con la madre43.

41

D. P. Schreber, ob.cit., n. 7. R. J. Stoller, Masculin ou féminin?, París, PUF, Le fil rouge, 1989, pp. 44 y 45. 43 G. Morel, «ldentifications et sexuation», en La Cause freudienne Nº 37, París, Navarin-Seuil, octubre de 1977, p. 72, para el caso de Ives; y para el caso de Ven, «Un cas de transvestisme féminin», en La Cause freudienne Nº 30, París, Navarin-Seuil, mayo de 1995, p. 20. 30 42

Ejemplo 3: La jovencita «atún» Una joven consulta a un analista porque no consigue trabajar. «¡Trabajar es perder la vida!», dice. Esta frase está tomada al pie de la letra. La asaltan ideas mortíferas: desaparecerá sin dejar huellas, a menos que tenga genio o hijos. Por otra parte, programó una operación de cirugía estética en su mandíbula. Aparentemente, perdió su belleza a los tres años, cuando un chico le lanzó una pelota en la cara. Es su recuerdo más antiguo. Su madre, una bella mujer, dice todo el tiempo que su hija es fea. Ella adhiere incondicionalmente a ese discurso: «Soy un atún», dice. Ella «sabe» cómo se volvió fea, y cómo repararlo con una intervención real en el cuerpo. La operación le devolverá su belleza y le traerá por añadidura el amor de los muchachos. De hecho, ella transformó, por inversión y permutación, la frase que enuncia el accidente de sus tres años en otra que la empuja a la operación: «chico-golpe en la cara-fea» da «operación en la cara-linda-chico». Ella se refleja en su madre: «Mi madre no me puede ver», dice; y después: «Quiero cambiar de cara porque no me puedo mirar al espejo». Hay una fecha que cuenta: a los seis años, la madre, que la mimaba, la «abandonó» para ir a trabajan El trabajo no fue entonces asociado a perder la vida, sino la madre. Se tiene la impresión de una evolución progresiva hacia una operación ineludible, una castración en lo real que se le presenta como una solución para una futura relación amorosa. Esta «solución» recuerda la eviración schreberiana en el camino de la transformación en mujer; la cercanía de la operación es acompañada por el sentimiento de «segunda muerte» que obsesiona al sujeto: fenómenos imputables a 0. Ejemplo 4: El alcohólico incestuoso (PÁG 70) Un joven de veintisiete años es internado luego de un vagabundeo alcohólico de ocho días acompañado por ideas suicidas y consecutivo a la partida de su compañera. Empezó a beber con un amigo el día que cumplió catorce años. Un año después tuvo relaciones sexuales con chicas, y se vino abajo en la escuela. Sus padres se separaron cuando él tenía un año. Su madre lo dejó entonces en lo de su abuela materna, quien no permitió que el padre entrara a su casa. Cuando tenía dos años volvió a la casa de su madre, quien se había vuelto a casar. Dice no haber podido conocer nunca a su padre, quien sin embargo parece haber hecho muchos esfuerzos por él. En cambio, siempre estuvo por ósmosis con su madre: describe relaciones íntimas que habrían pasado «del cuerpo al lenguaje». Es el único que sabe «tomaría» en la casa y su padrastro tiene que pasar por él para acceder a su mujer. Su madre lo conoce mejor que él, y todo lo que nos dice viene de ella. Es como si hablara en discurso indirecto: «Mi madre dice de mí que...» en lugar de «Yo». De esta relación de confidencia con su madre saca el poder de hablar a las mujeres. De golpe, aparece como el líder de una bandita. Pero le resulta difícil estar con otros hombres. Bebe para poder hablar con ellos en las reuniones de la banda. Si no, se encuentra inhibido, sin ideas. Cuando bebe, puede incluso decir maldades: su madre lo llama «el Cobra». Poco antes de la internación, se enteró de que su madre ya frecuentaba a su padrastro antes de divorciarse. Se desmoronó: «¿De quién soy hijo?», preguntó. El diagnóstico no era obvio. Nos inclinamos por la psicosis debido a su relación con el padre. Este fue echado, no reconocido, y el sujeto dice no haber tenido nunca el menor conflicto con un personaje paterno, ni tampoco la menor dificultad en su vida. Por otra parte, la relación entre el alcohol y la inhibición para hablar con los hombres, así como su excesiva facilidad para charlar con las mujeres, es un poco lo contrario de lo que se encuentra habitualmente en la neurosis. Si este diagnóstico es correcto, la entrada en la psicosis se hace con la alcoholización masiva el día de su cumpleaños. A partir de allí, el alcohol le sirve para soportar a los otros muchachos, porque el modelo de la relación con la madre no funciona con ellos. No se encuentra alteración simbólica manifiesta, pero sí la 31

acentuación, con cada nuevo «abandonar» por una mujer, de un «dejarse morir». ¿No se trata, sobre el fondo de la ausencia del falo como médium entre los sexos y significante amo de la virilidad, de un doble fracaso? Fracaso de una tentativa de constituir un síntoma (el alcoholismo) que constituya un lazo social con los hombres, fracaso de la relación «incestuosa» para asegurarle un lazo duradero con una mujer. Los rasgos comunes de estos casos de psicosis son la ausencia de trastornos del lenguaje y la inexistencia de una condición inicial de tipo «Un-padre». En el primer caso, el sujeto está progresivamente obnubilado por una operación; en el segundo, el alcoholismo se instala brutalmente en la pubertad y va adquiriendo un carácter suicida. Estos trastornos son la manifestación de una falta de la significación fálica, que abre lentamente Φ0. Nada asegura, sin embargo, que esas entradas precoces en la psicosis no sean un día seguidas por un desencadenamiento (P0). La forclusión del Nombre del Padre hace siempre posible una sacudida del orden simbólico que formará P0. 3. Φ0, luego, más tarde P0 Schreber está en este caso, si se considera la sucesión de sus dos «enfermedades», a nueve años de distancia. Solo durante la segunda se constituye P0 («crujido» de origen divino). Φ0, ya formado durante la primera enfermedad, se ahonda aún más. Así, los sujetos dan testimonio de lo que pasó antes del desencadenamiento, si reservamos ese término para la formación de P0. Ejemplo 5: La joven acosada sexualmente Pág. 72 Una mujer de veinticinco años es internada en varias oportunidades en unos pocos meses. La persigue su marido, a quien acusa de acoso sexual. Sin embargo, adhiere al discurso de su marido, quien la trata de «puta». Unas voces se ríen de ella y la insultan, reprochándole haber lastimado a su marido. Su madre habría renegado de ella. En el trabajo se burlan de su nombre. Padece alucinaciones visuales, sus «presencias»: «cosas negras» se funden en ella. Una forma borrosa la mira y la acompaña: son los muertos de la familia. Tiene la convicción de que se va a suicidar. Relata el proceso psicótico desde su tierna infancia. A los dos años y medio, se lastima al caer y su padre le pega, aunque se haya roto un brazo. Los primeros fenómenos psicóticos aparecieron alrededor de los siete años. Unos primos más grandes la coquetean. Ella se sintió entonces desdoblada y anestesiada, como en una nube. Rogaba a Dios que la hiciera morir. Desde esa época, idealizó la muerte. Cuando surgieron las «presencias», pensó que era su abuela, recientemente fallecida. Una sola vez oyó una voz -probablemente ligada a su padre- decir: «Te detesto». A los once años, su hermano la violó. Sintió entonces una «rotura». Era la pubertad y ella desarrolló un delirio de filiación. Fue a verificar su filiación al registro civil. Acusó a sus padres de haberla entregado a sus primos. A los veintiún años, el compromiso, después el casamiento, hicieron de su marido su perseguidor. Entonces se desencadenó el automatismo mental. Se trata de un sujeto que se sitúa desde siempre como el objeto de goce de un partenaire masculino (padre, primos, hermano, marido). En el momento de una tentativa de seducción -o tal vez simplemente por la sexualidad infantil-, 0 se constituye (goce mortificante, presencia de un doble). Desde esa época, un fenómeno elemental demuestra la falla del orden simbólico. A los once años, P0 se hunde: un delirio de filiación acompaña la idea de una violación de su hermano (¿es la idea del incesto fraterno lo que la empuja a elaborar su pertenencia a otra familia?). Después, el 32

casamiento hace aparecer verdaderamente la descomposición avanzada del orden simbólico, que entraña, como en Schreber, modificaciones imaginarias. Estos ejemplos, como muchos otros, muestran que el trabajo delirante es un work in progress que puede durar toda una vida. Sin embargo, hay casos (cf. I.A.1 y I.A.2) en los que la evolución delirante se detiene después de la constitución de 0, o se estabiliza durante largos períodos, sin descomposición del orden simbólico. En esos casos, a pesar de la ausencia de trastornos del lenguaje, se puede localizar la forclusión del Nombre del Padre por ciertas señales, como la ausencia simbólica del padre en el ejemplo 4. Evidentemente es el punto delicado. La entrada en la psicosis se manifiesta como mínimo por una idea delirante sobre el cuerpo (ejemplos 1, 2, 3), o más intensamente por una significación mortífera invasora. Esta puede estar asociada al trabajo (ejemplo 3), a los lazos con los otros (ejemplo 4) o a la sexualidad (ejemplo 5). Aquí se demuestra la dificultad del lazo social en la psicosis. Un «producto» (alcohol, droga) puede ayudar a establecer este lazo allí donde hubiera sido necesario el falo (ejemplos 2 y 4), y donde el sujeto no llega a construir un sinthome (cf. 1.B). Lo imaginario es alcanzado en la imagen del cuerpo, o por la alteración del sentimiento de la vida, incluso la pérdida del sentido o del valor concedidos a esta. Los actos siguen. El comienzo puede ser brutal (cf. I.A.1 y I.A.2, ejemplo 4), o muy progresivo (ejemplo 3), con agravamientos o momentos del desarrollo en que la pulsión solicita aún más el cuerpo (infancia, pubertad, primeros encuentros sexuales). El llamado, por Un-padre, al significante forcluído del Nombre del Padre no siempre precede este tipo de entrada en la psicosis (cf. I.A.2). Contrariamente al desencadenamiento tipo de la segunda enfermedad de Schreber, la discontinuidad o la «rotura» -según la expresión de la paciente del ejemplo 5- no es siempre sentida por el sujeto, quien suele decir que siempre estuvo muy mal, pero que nunca nadie se dio cuenta... Estas entradas en la psicosis (0), más «variaciones» 44 de la relación del sujeto con el goce y lo imaginario que desencadenamientos (P0), ponen el acento en la importancia de la función fálica como función de goce. El desencadenamiento (P0) es el modo de entrada en la psicosis que Lacan subraya cuando afirma la primacía de lo simbólico sobre lo imaginario y lo real. La entrada en la psicosis (0) quizá se localiza mejor a partir de su enseñanza de los años 7045. La última parte de la enseñanza de Lacan, que se refiere al sinthome, sigue ofreciendo nuevas perspectivas sobre el proceso psicótico. B. La función del síntoma (PÁG. 74) El sinthome es un síntoma cuya función es mantener las cosas juntas, anudando lo real, lo simbólico y lo imaginario 46. Jacques-Alain Miller propuso llamar «desenganches» a las crisis suscitadas por ciertas disfunciones del «aparato del síntoma» 47: ya sea un desencadenamiento (P0), o una entrada en la psicosis o ya un momento de desestabilización48 que preludia una restauración o una reelaboración del síntoma anterior. 44

Nos inspiramos en F. Jullien para oponer la «variación» (evolución continua) y la diferencia ligada a la discontinuidad significante. Un sage est sans idée, París, Seuil, 1998, pp. 182 y 212. 45 Así, en «El atolondradicho» (1972), en Escansión Nº 1, Buenos Aires, Paidós, 1984, p. 36, una frase pone en serie «la irrupción de Un padre» y «el efecto de empuje-a-la-mujer». Pero en la página 552 de «De una cuestión preliminar...» la frase «Este otro abismo, ¿se formó por el simple efecto en lo imaginario del llamado vano hecho en lo simbólico a la metáfora paterna?» muestra que, desde 1958, Lacan había considerado entradas en la psicosis del tipo «Un-padre => o». 46 J. Lacan, «Le Séminaire, livre XXIII, Le sinthome», en Ornicar? Nº 6, p. 9 (sesión del 18/ 11/1975), y Ornicar? Nº 8, p. 15 (sesión del 17/02/1976). 47 AA.VV., «La conversación de Arcachon», en Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, Buenos Aires, ICBA-Paidós, 1999, pp. 333-344. 48 Quizás en algunos casos se podría reintroducir el término «momento fecundo». Lacan, «Acerca de la causalidad psíquica», en Escritos 1, Buenos Aires, Siglo XXI, 1988, pp. 170 y 173. 33

Ejemplo 6. Misión cumplida Hijo espiritual de su tía y de la Iglesia, a las que llamaba sus verdaderos padres, este hombre de cincuenta años se había construido muy temprano un ideal. Quería realizar esas «palabras en té»: pureté [pureza], honnêteté [honestidad], fidélité [fidelidad]. Sus prácticas de niño de coro eran el síntoma donde el ideal de las «palabras en té» se convertía en misión. De la tutela de su tía pasó a la de su esposa: la paternidad [paternité] se agregó entonces a la lista de «palabras en té». Decidió ser el único educador de su hija. Cuando nació su hijo, se sintió dividido en cuanto a su misión: ¿cómo ocuparse exclusiva y totalmente de dos niños a la vez? Le aparecieron dolores en el cuerpo, y durante quince años buscó la enfermedad mortal que lo consumía (0). Su nominación para un puesto importante, que confirmaba la envergadura universal de su misión educativa, hizo desaparecer todos sus males. Pero, un año después, su hija aprobaba brillantemente un concurso, lo que ponía fin a una parte esencial de su misión de padre. Un sentimiento de indignidad acompañó entonces la sensación brutal de tener el sexo cortado. Se estaba restableciendo cuando, por su éxito, esta vez su hijo no cumplió con su compromiso. Cayó entonces en un estado melancoliforme antes de encontrar su posición paranoica, apoyada en su misión educativa social. Las peripecias de su vida hacen fluctuar la misión de educador con la que se sintió investido y que constituye su sinthome. Si esta lo abandona, el sujeto es presa de fenómenos hipocondríacos y trastornos del humor, sin que se haya descubierto, hasta el momento, perturbación del lenguaje. Ejemplo 7: La máquina tragamonedas Un joven de veintidós años consultó a un analista hace nueve años para librarse de una obsesión por el juego, que lo arruinaba. Había sido iniciado en el bingo (máquina tragamonedas) por un hermano mayor luego de un episodio vergonzoso de su adolescencia. Agredido por un amigo del secundario en presencia de un celador, había leído en la mirada de este que él era un «alfeñique». A los veintidós años, a pedido de su padre, muerto poco después por un alcoholismo patológico, reemplazó a su hermano como cabeza del comercio del padre. Su madre pertenecía a una familia rica y su padre, de origen modesto, se había dedicado a hacer fructífero el dinero de su esposa trabajando como un esclavo. El paciente jugaba y perdía al bingo dinero en efectivo de origen dudoso que le daba su madre; él le devolvía una parte de lo que ganaba en el negocio, para salvar un oscuro déficit. «Ser la máquina tragamonedas de su madre» podría ser la escritura de un sinthome que hace de su madre su partenaire y le permite suceder a su padre. Efectivamente, la máquina tragamonedas es un aparato que toma el dinero y que, en las raras ocasiones en que se gana, devuelve un poco. Además, el sujeto hacía desaparecer en la máquina el dinero «sucio» de su madre. Luego, transformado él mismo en máquina tragamonedas viviente, producía dinero «limpio» que volvía a convertirse en «sucio» y materno. De este modo, se establecía una circulación entre el dinero «limpio» del sujeto y el dinero «sucio» de la madre, que siguió funcionando aun después que él dejara el bingo. Como estos intercambios rozaban la ilegalidad, un contador le sugirió separar las cuentas y circuitos en juego. Entonces se trató de poner el negocio a su nombre, donde él se hacía llamar hasta ese momento «el hijo de Nicole» (su madre). Aparecieron una serie de trastornos corporales imputables a (0): adentro del cuerpo se movían placas de calor, las venas se encogían. Convencido de tener una enfermedad incurable y abatido por una debilidad sexual que veía reflejada en los ojos de su mujer, empezó a tratar su enfermedad con máquinas de body building, y un entrenamiento intensivo en el power- training. Empezaron a perseguirle insistentes ideas de celos. Por el momento, el analista no constató trastornos del lenguaje. 34

Otros casos evidenciaron momentos de descomposición simbólica o imaginaria cuando el sinthome previamente construido por el sujeto amenazaba con no poder escribirse más. Muchas veces ese sinthome puede aprehenderse por un conjunto de relaciones constantes en la vida del sujeto, como una misión (ejemplo 6), una relación dual (ejemplo 7), o una relación que implica tres o más términos. II. INVESTIGACIÓN SOBRE UN CONCEPTO Pág. 76 ¿Qué es un desencadenamiento para la psiquiatría clásica? ¿Se conocen desencadenamientos fuera de la paranoia? A. Un invento de Lacan En «De una cuestión preliminar...» el desencadenamiento parece corresponder a ese mecanismo coherente de las eclosiones delirantes, que Lacan invocaba desde 193149. Él une: una causa accidental (el encuentro con Un-padre), la disolución de un elemento estabilizador (una identificación), la operatividad de una causa específica (la forclusión del significante paterno). Algunas citas de la tesis de Lacan permiten pensar que habría tomado el término de Kraepelin. De. hecho, su equivalente germánico, Auslösung, es raro en Kraepelin, es más frecuente en Bleuler; designa en ambos el efecto de una causa accidental. Por otra parte, Lacan lo utilizaba en ese sentido en su tesis para señalar, por ejemplo, la acción de los tóxicos, o de la emoción, o de la menopausia en la emergencia de una psicosis. Descubrimos que el desencadenamiento, en tanto concepto de la teoría analítica de la psicosis, es un término lacaniano. Hoy designa corrientemente el inicio clínico de una psicosis. Sin embargo, está ausente del glosario tradicional de una psiquiatría francesa invitada, desde Philippe Pinel, a aplicar a la alienación mental el esquema médico y su vocabulario. «El rumbo de la locura es [...] el mismo que el de todas las otras enfermedades del cuerpo humano», escribirá Georget, un alumno de Pinel. Y él le reconocía pródromos, un tiempo de incubación, un período de invasión, un estado de excitación, en que la locura está en el súmmum de su intensidad, modos de resolución. Ni rastros de desencadenamiento, entonces, en el corpus psiquiátrico antes de Lacan. B. Del lado de los clásicos (PÁG 77) Los psiquiatras se interesaron mucho, evidentemente, sobre los comienzos de la enfermedad mental. El inicio se inscribe en la evolución, pero está ligado, la causa. Esto es cierto para el desencadenamiento, donde se juntan inicio clínico y forclusión estructural. Dos modelos que permiten estudiar los diferentes inicios organizan a partir de Pinel el campo de las enfermedades mentales: el de los conjuntos sintomáticos, que constituye la colecta de los signos manifiestos, y el de las entidades clínicas, que proceden de causas subyacentes y dependen de teorías causases elaboradas con ese propósito 50. En el corazón de esas clasificaciones opera el binario de causas que predisponen (o endógenas, propias del individuo) y causas determinantes (o exógenas, accidentales), cuya respectiva importancia se evalúa. El esfuerzo de la psiquiatría para circunscribir cada vez mejor las causas que

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J. Lacan, «Estructura de las psicosis paranoicas», en El analiticón Nº 4, Barcelona, Correo/ Paradiso, 1987. I. Hacking, L’âme réécrite. Etude sur la personnalité multiple et les sciences de la mémoire (1995), traducido del inglés por Julie Brumberg-Chaumont y Bertrand Revol, con la colaboración de André Leblanc y Christophe Dabitch, Institut Synthélabo pour le progrès de la connaissance, Le Plessis-Robinson, 1998. 35 50

predisponen condujo al abandono de las clasificaciones sintomáticas en provecho de las clasificaciones etiológicas, modificando al mismo tiempo la cuestión de los inicios. 1. En la psiquiatría de los conjuntos sintomáticos (Pinel y sus alumnos), la causa tiene una incidencia sobre el inicio de la enfermedad. El inicio está próximo de su causa. una poderosa sacudida anímica determina una explosión inmediata del delirio. El inicio lleva a la causa: cuando la causa actúa más lentamente, la eclosión del delirio está precedida por un período de incubación insidioso que acerca al clínico prevenido a «la fuente» de la enfermedad. La facticidad de los agrupamientos de síntomas llevará a algunos clínicos a «dejar que los enfermos se presenten libremente», a fin de discernir mejor los «tipos patológicos». Poco a poco se les impusieron regularidades evolutivas, tales como «el delirio de persecución» en tres tiempos (Lasègue), «el delirio de persecución con evolución sistemática» en cuatro períodos (J. Falret), «la locura con doble forma» y «la locura circular» (J. Baillarger y J-P. Falret), que ahogaban por un principio organizador. Se había pasado de las clasificaciones sintomáticas a los «estados psíquicos tal como existen en la naturalezas. Pero mientras que un Falret se negaba a insistir sobre este «accidente grave» que es «la explosión del delirio» y desviaba su atención hacia el discreto período de incubación, un Lasègue, por el contrario, privilegiaba la «floración» del período de estado, porque lo consideraba como el mejor período de observación de un delirio de persecución. Uno pensaba que los pródromos de la alienación mental estaban muy cerca de los signos de la predisposición, el otro, que el delirio de persecución no era «la exageración de una forma natural». 2. En la psiquiatría de las entidades, la causa, hipotética, determina nuestra concepción de los inicios de la psicosis. Degeneración, constitución, proceso mórbido son causas que se muestran de manera diferente en el inicio de las formas mórbidas construidas a partir de ellas. a) La degeneración (una transformación patológica heredada que llega al tejido nervioso) imprime pronto su marca en la evolución de la psicosis, primero en el cuerpo según unos, antes en el intelecto, según otros. Bénédict-Augustin Morel, inventor de esta degeneración (1857), señala que los fenómenos hipocondríacos del período de incubación, que van desde sensaciones indefinibles y cefalalgias hasta el dolor general, no son otra cosa que la acentuación de los «fenómenos neuropáticos raros» precoces donde ya se mostraba la predisposición. Para Magnan, la degeneración es responsable del desorden repentino de una llamarada delirante, de un «delirio de repente». El «delirio de los degenerados» lleva la marca del desequilibrio psíquico constitucional. El menor pretexto lo hace surgir, y puede desaparecer como había venido. El «delirio crónico», por el contrario, recorre en un orden determinado, cuatro períodos: el enfermo, librado a sus interpretaciones delirantes, está inquieto en el primero, alucinado y perseguido en el segundo, ambicioso en el tercero, demente en el cuarto. El modo de entrada en la psicosis adquiere un valor predictivo. La agudeza del inicio hace esperar la curabilidad, una instalación delirante lenta y progresiva anuncia la cronicidad. Para Kraepelin, que había despejado algunas entidades psiquiátricas al cabo de una larga evolución, para las mismas enfermedades que tenían el mismo estado terminal, el diagnóstico de los síntomas iniciales tomaban un valor pronóstico considerable. Pág. 79 b) El lugar dado a la constitución tiene diversas aproximaciones. Si la singularidad personal (persönliche Eigenart), referida por Kraepelin como el signo de una predisposición, aparece engrosada en la paranoia, la demencia precoz es raramente la amplificación de un rasgo de singularidad señalado en la infancia. Las psicosis constitucionales -que se oponen a las psicosis accidentales- se desarrollan en un terreno que prepara la herencia, pero también la degeneración, los accidentes del embarazo y las enfermedades infantiles (el individuo hereda de él mismo, decía Lasègue), y también la educación. 36

El peso de la predisposición reduce muchas veces a nada la parte de causas coadyuvantes en la eclosión psicótica. Un enfermo que, debido a una constitución «paranoide» (Régis), recibió al nacer el germen de la «locura verdaderas, puede desarrollar a la hora indicada, y en la menor ocasión, una psicosis sistematizado progresiva. Y recordaremos el lugar acordado por el mismo Régis a los fenómenos hipocondríacos en el momento inaugural de esta psicosis sistematizado (y alucinatoria). Para Genil-Perrin, sería vano querer delimitar el período de incubación de un delirio de interpretación, hasta tal punto el enfermo, que «lleva su delirio en latencia desde sus primerísimos años», no hace más que exagerar sus tendencias paranoicas constitucionales. En estas concepciones organicistas hay una continuidad entre la causa y los efectos, a menudo precoces, de la enfermedad mental: el «pliegue congénito de la constitución» (Séglas) se prolonga en la enfermedad y se lee allí precozmente, tanto en el desorden intelectual, como en fenómenos corporales. c) El proceso mórbido en la esquizofrenia designa, según Bleuler, la afección cerebral que tiene bajo su dependencia la pérdida de las asociaciones. Ese proceso crea una predisposición a reaccionar por causas ocasionales que están en el origen de una sintomatología contingente. Esos factores ocasionales desencadenan síntomas, pero no la enfermedad, cuya evolución, habitualmente insidiosa, puede permanecer largo tiempo asintomática. La anamnesis difícilmente señala si algunas modificaciones del carácter u otros fenómenos indican el verdadero inicio o si pertenecen a la predisposición. Un episodio psicótico agudo se confunde tranquilamente con la exacerbación de una sintomatología antigua que pasó desapercibida. Indica, en todo caso, la esquizofrenia y no la paranoia, que es un sistema de ideas delirantes lógicamente ligadas, que parten de premisas falsas. C. Rupturas epistemológicas Pág. 81 El proceso mórbido, como las otras causalidades orgánicas, concibe la entrada en la enfermedad como el efecto directo de la causa que predispone. El proceso psíquico (Jaspers), en cambio, es disruptivo, introduce un elemento extraño en la personalidad, que la modifica definitivamente. Es un «injerto parasitario» 51, un elemento nuevo, heterogéneo, cuya experiencia de significación personal (Neisser) es la expresión clínica. Parec e que la distinción de Jaspers entre los fenómenos donde se mantienen las relaciones de comprensión -donde la causa y el efecto son contiguos- y los fenómenos debidos al hiato de la intrusión parasitaria -donde la causa desarrolla efectos irreductibles a la comprensión- condujo a Lacan a privilegiar en 1958 un modo de entrada en la psicosis por un fenómeno agudo donde se testifica la irrupción de una causa. En 1932, en su tesis centrada en la entidad «paranoia», y a partir del caso Aimée, aísla una causa específica: la fijación libidinal, que da la clave del proceso. Incluirá esta psicosis por detención de la personalidad (fijación libidinal) en las psicosis paranoicas, y se conformará con una enumeración de las otras formas de psicosis. Tomar partido por la paranoia mostraba, al menos, su adhesión al texto de Freud, quien sentía -se sabe- poco entusiasmo por la esquizofrenia, mientras que la paranoia respondía a su teoría de la libido. Pero se necesitará a De Clérambault y su «anideísmo», y la teoría del significante, para que la ruptura inaugurada con Jaspers se funde en teoría. Ese será el triunfo del paradigma schreberiano.

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K. Jaspers, «Eifersuchtswahn», en Zeitschrift der gesamten Neurologie und Psichiatrie, 1910, 1: 567-637. Citado por Lacan en su tesis, p.130. 37

D. ¿Qué hay de nuevo? Respecto de la IPA, un primer sobrevuelo sobre la literatura permite percibir que la psicosis ya no es más asunto de los psicoanalistas. En lo que se refiere a los psiquiatras, un nuevo impulso, del que el psicoanálisis está decididamente excluido, lanza a los paladines de una corriente que se vale de Kraepelin en una amplia búsqueda en las fases más precoces de la esquizofrenia52. Respecto de los que siguen a Lacan, mientras que el concepto de forclusión rompió definitivamente con la psiquiatría, el psicoanálisis de las psicosis no deja de suscitar nuevas elaboraciones. LA NEOCONVERSIÓN Usos del cuerpo y síntomas (PÁG. 85) Sección Clínica de Burdeos 53 El curso de Jacques-Alain Miller de 1986-1987, Los signos del goce54, inspiró a la Sección Clínica de Burdeos, creada dos años después, para tener en cuenta en sus enseñanzas y trabajos la dimensión fuera de discurso del síntoma. «De allí la referencia a la insignia Joyce, que maneja la letra fuera de los efectos de significado, con fines de goce puro» 55. A partir de allí hay un interés siempre renovado tanto por las psicosis muy clásicas como por las psicosis no desencadenadas: había que poner al día la estructura, extraer su lógica. Como resultado, esta parte de la enseñanza de Lacan, por teórica, incluso por literaria que parezca, no se muestra menos clínica. El diagnóstico de histeria en el discurso corriente se fundamenta a menudo en algunos síntomas típicos: daño de una función, teatralidad, asco en la relación con el objeto, imposición de los actos sobre el discurso. En su artículo princeps sobre «El sentido de los síntomas» 56, Freud opone síntomas típicos a síntomas individuales: «Podemos, por cierto, esclarecer satisfactoriamente el sentido de los síntomas neuróticos individuales por su referencia al vivenciar, pero nuestro arte no es suficiente respecto de los síntomas típicos, con mucho los más frecuentes». Si los síntomas individuales se relacionan con la historia del paciente, los acontecimientos vividos, «los síntomas típicos pueden ser reducidos a su vez a sucesos igualmente típicos; esto es, comunes a todos los hombres». Pero el cuestionamiento radical de Lacan a partir de los años 70 pondrá más el acento sobre lo real incluido que sobre el sentido del síntoma. El «movimiento» producido cambia completamente la concepción de los «síntomas típicos». La conversión es un síntoma que se inscribe en el cuerpo como descifrable por el saber inconsciente. Es famosa por ser desacostumbrada en la clínica de las neurosis. En cambio, se multiplican los fenómenos corporales susceptibles de resonar con el lenguaje y de ser modificados por la palabra. Hemos puesto aquí en serie cierto número de casos que presentan síntomas típicos que interesan el cuerpo cada vez de una manera diferente y original. En el caso Nº 1, el de Sylvie, se trata de un uso del cuerpo que apunta a inscribir un goce que no puede descifrarse. Aquí se estudian los lazos de este uso del cuerpo con el síntoma, la función de la, letra y la de la escritura.

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Ver el Schizophrenia Bulletin, 1996, volumen 22, Nº 2: Early Detection and Intervention in Schizophrenia. Expositores: Carole Dewambrechies-La Sagna y Jean-Pierre Deffieux. 54 J.-A. Miller, Los signos del goce, Buenos Aires, Paidós, 1998. 55 J.-A. Miller, «Préface», en Joyce avec Lacan, París, Navarin-Seuil, 1987. 56 S. Freud, «El sentido de los síntomas», en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1987, t. XVI, p. 248. 53

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El caso Nº 2, de la señorita Anna, evidencia un uso diferente del cuerpo, que pone en juego un manejo de la imagen que, sin dejar de enlazarse con la conversión, difiere fundamentalmente de ella. El síntoma corporal es aquí un cifrado que no puede situarse en relación con el desciframiento inconsciente, sino que se apoya en la imagen. En el caso Nº 3, de Murielle, el dolor es de alguna manera el punto de origen de una prótesis corporal real que suple su psicosis. El dolor real es la premisa de este aparejamiento del goce. Finalmente, la apostilla sobre la oposición fenómeno psicosomático conversión muestra el papel preponderante de la significación fálica, ausente aquí y presente allá, para «fijar» el modo y la posibilidad misma de «lectura» del síntoma. Si se necesita un cuerpo para presentar un síntoma de conversión, aquí se ve que una neoconversión puede permitirle a un sujeto hacerse un cuerpo a partir de su síntoma. La pregunta será entonces de qué tipo de tratamiento por la palabra dependen esas neoconversiones. 1. HACERSE UN NOMBRE / HACERSE UN CUERPO Cuando es hospitalizada por primera vez, a los veintiocho años, Sylvie ya tiene un largo pasado de intentos de suicidio y marcas en su cuerpo. Hacerse un cuerpo Pág. 87 Estos trastornos aparecieron cuando ella tenía quince años y persisten por períodos cercanos: Sylvie se escarifica la cara y los antebrazos con hojas de afeitar. A veces consume grandes cantidades de pastillas. No tiene nada para decir sobre eso, no sabe por qué lo hace. Sylvie no puede pensar nada sobre ese tema, solo puede ofrecer algunas precisiones sobre las circunstancias de desencadenamiento de los primeros pasajes al acto: Sylvie acababa de reprobar el diploma de bachillerato especializado y un muchacho de su clase se burlaba de ella y repetía que ella era nula. «Se había vuelto insoportable». Sin embargo, Sylvie continúa sus estudios y obtiene una licenciatura en la Universidad. En ese momento sobreviene la primera hospitalización, debida a la violencia de los pasajes al acto y los riesgos que corre. En el servicio, al cabo de algunos meses se reproducen las mismas secuencias: cuando pasa al lado de un grupo de personas, si estas se ríen, es porque se burlan de ella. Y esta certeza desencadena la misma respuesta: marcas en las mejillas hechas con una afeitadora, frente al espejo, que le dibujan, con trazos oblicuos, una suerte de máscara -siempre la misma. Lo hace «para ver correr la sangre, para que el mal salga». Siente entonces un claro alivio por una angustia que ella describe como intolerable. Entonces puede mirarse y soportar la mirada de otros: tiene un cuerpo, es el suyo. Las otras circunstancias de desencadenamiento están ligadas esencialmente a su confrontación con el «trabajo», que busca y al que teme. Después de circunstancias particulares, Sylvie pondrá término a sus hospitalizaciones y pedirá ver a un analista. El tratamiento medicamentoso sigue. La transferencia y las letras El movimiento que se operó entonces en transferencia es muy interesante. Puede dilucidarse con la última enseñanza de Lacan sobre el síntoma y la cuestión del sinthome57.

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J. Lacan, «Le Séminaire, livre XXIII, Le sinthome», París, Ornicar? Nº, 6,7,8,9, 10 y 11. 39

Desde las primeras entrevistas, Sylvie ofrece cuadernos (algunos datan de hace más de diez años y otros son recientes) escritos durante su hospitalización. Había adquirido el hábito de anotar sus pensamientos, pero también lo que hacía, los libros que leía, como una especie de diario. Después, bastante rápidamente, Sylvie le manda cartas a su analista que prueban la connotación erotomaníaca de la transferencia: «Lo amo» alterna con «Lo odio porque usted me desprecia; me voy a suicidar, no vendré más». Sylvie concurre siempre a sus sesiones (nunca faltó a ninguna en diez años). Simplemente, averigua si sus cartas fueron recibidas. Un verdadero escenario precede la escritura de esas cartas. Todas las mañanas Sylvie se levanta a las siete y va a desayunar a un bar de la ciudad. Se instala allí, siempre en la misma mesa, frente a un espejo, se mira, enciende un cigarrillo y escribe. Alega una precisión adicional: ella misma lleva las cartas al correo; siente una angustia muy grande antes de soltar la carta en la ranura del buzón, y, cuando finalmente puede hacerlo, consigue un alivio a su angustia que es idéntico al que antes obtenía después de los cortes en su piel. Es el punto crucial: el efecto de cesión de la carta puede asimilarse a una cesión de goce y tiene como correlato la sedación de la angustia. Las escarificaciones del rostro, después de este episodio ahora antiguo, nunca más se repitieron. Allí donde había un corte que marcaba directamente la piel y el cuerpo propio del sujeto, se presenta un fenómeno con dos vertientes: imaginaria, por un lado, bajo la forma de la imagen en el espejo, que debe estar presente; simbólica, por el otro, mediante la escritura de la carta. ¿Qué permitió ese movimiento? La transferencia delirante que autoriza una puesta en juego diferente de lo real en este caso en particular. El analista ocupa aquí el lugar del Otro real, real en el sentido de lo que vuelve siempre al mismo lugar, alrededor del cual ella hará girar su agenda, sus movimientos, incluso sus viajes, la red de amistades. En los últimos años de su enseñanza, Lacan captura lo real como lo que permite anudar simbólico e imaginario 58. La transferencia permite ese anudamiento volviendo caduca la necesidad de los pasajes al acto. Con la puesta bajo transferencia, asistimos a una sustitución: la transferencia permite que ya no sea el masoquismo como tal el que opere ese anudamiento. Y es que la transferencia como real efectúa esta operación. La introducción del Otro real de la transferencia abre una posibilidad diferente de la de aquella repetición del gesto. Debe retomarse aquí un punto desarrollado por Jacques-Alain Miller en su curso de 1986-87, Los signos del goce. Existen dos vías a partir del significante S1. Una es la vía simbólica propiamente dicha, con la serie: palabra, discurso, saber, inconsciente. La otra es la ví a de lo real, que es también la de la letra, fundamentalmente ininterpretable. En esta segunda vertiente, fuera del efecto de significación, fuera de la elaboración de saber, fuera de discurso, se ubicará la cura de Sylvie, quien no soporta el menor uso de la palabra, la menor significación. Se declara incapaz de hablar, de pensar, de reflexionar; se siente perseguida ante la menor observación. Progresivamente deja de enviar cartas, lo que inaugura el segundo tiempo de la cura. Hacerse un nombre Pág 89 Encontrará entonces otra solución para «apoyar su pensamiento»: retomará la redacción de su diario. Trae ese diario (es una libreta) a cada sesión. La sesión propiamente dicha consiste en la lectura declamatoria de lo que escribió. Sin embargo, el diario es absolutamente diferente de lo que era antes de la cura: hay que distinguir en este sentido un diario Nº 1, escrito antes de la cura, y un diario Nº 2, escrito después del comienzo de la cura. En el diario Nº 2 cada texto, redactado en forma de carta, está enmarcado por dos nombres propios: el del destinatario de las cartas y el suyo. 58

Íd., «El seminario, libro 21, Los desengañados se engañan...» (inédito). 40

Es decir que el diario incluye la dirección al Otro y la función del nombre propio. «La característica del nombre propio está siempre ligada a su lazo con una escrituras La escritura jeroglífico enmarcaba los nombres propios con un marco elíptico. En el caso de Sylvie, el nombre propio es el marco elíptico mismo. Puede establecerse un paralelo con la práctica de escritura de Joyce, señalada por Lacan59: cada capítulo del Ulises está sostenido por cierto modo de encuadre ligado a la materia misma del contenido. Ese es su síntoma actual: la escritura le permite reunir una carta y un nombre propio. Ese es su pequeño invento: una escritura como «hacer que da apoyo a su pensamiento». Sylvie pasó a una escritura autre [otra] -con a minúscula-, que incluye, ya circunscripto cierto goce, un sinthome que conjuga síntoma y fantasma. Además, bordeada así por la escritura, la sesión recitativa es posible, es soportable, sin que asumir la palabra conduzca al sujeto a un puro riesgo sin fondo. Ciertas observaciones de la relación de Joyce con su cuerpo resuenan en los pasajes al acto de Sylvie sobre su rostro. Así, la ausencia de afecto por el dolor y la violencia, cierto asco por las bolsas en la piel. Pero para el ego de Sylvie siempre son necesarios los espejos. se mira muy seguido. «Si me los sacaran tendría una crisis de espejo», dice irónicamente. Sylvie se separa de un goce incluido en el cuerpo con la creación de esas libretas, verdadero fuera del cuerpo que concentra y circunscribe el goce de más. Pero si esos escritos se anudan a la imagen especular, es necesario sin embargo que Sylvie dé voz en la sesión, para que se opere la cesión de esta carta, su depósito, y se constituya también un lazo con el Otro, otro que no sea su cuerpo. Existe una nota biográfica que tiene aquí su valor: el gran hombre de la familia de Sylvie es el abuelo materno, héroe nacional, a quien ella no conoció. Sin embargo, siempre escuchó contar que para su entierro se desplazaron los personajes más importantes del Estado a fin de leer sus panegíricos en el cementerio. II. LA SEÑORITA ANNA Y El DISCURSO IMITATIVO (PÁG. 91) La señorita Anna consulta por crisis de angustia aguda con llantos, acompañadas a veces de pérdidas del conocimiento. Una joven formal Se presenta con un aspecto de eterna jovencita reservada y ligeramente retrasada. En realidad, la señorita Anna realizó estudios superiores con éxito, y habla varios idiomas, lo que vuelve muy extraña su presentación. Nunca ejerció ninguna actividad profesional normal, a pesar de numerosos intentos por insertarse socialmente. Habla de un modo afectado, como una niñita, y evoca sus conflictos de niñez con sus hermanos, por los que siente un profundo afecto. Le preocupaba en particular que su padre, severo, les pegara y hacía todo para defenderlos. El abuelo paterno, proveniente de una excelente familia, había hecho malos negocios y la abuela paterna, quien había perdido la vista, no pudo ocuparse de su hijo. Entonces, el padre de Anna fue confiado, siendo todavía niño, al auxilio social, y las relaciones familiares fueron totalmente interrumpidas. La señorita Anna está muy apegada al pasado glorioso de su familia e hizo numerosas investigaciones históricas y genealógicas. Le interesan las grandes familias y su papel en la historia. Se interesa también por el aspecto misterioso del abandono del que fue objeto su padre. 59

J. Lacan, ob. cit., n. 4. 41

Crisis pasionales Rápidamente, la paciente recuerda la severidad de ese padre y llega a pensar que él habría ejercido sobre ella una seducción con violencia, lo que parece de manera clara una versión delirante del Edipo. En ese momento comienza a acampanar su discurso con gestos que describen las posiciones teatrales y pasionales descriptas por Charcot en la histeria. Oculta el rostro, retuerce las manos, imitando así las batallas con sus jóvenes hermanos que le retorcían los dedos; rechaza a un agresor ficticio. Rápidamente sus gestos se separarán de su discurso. Aunque los traduce muy bien en los significantes de su historia, no se puede decir que los descifre. Muy por el contrario, esos estereotipos gestuales resumen el «gesto» de una historia petrificada en su escenificación. Hace la mímica de un discurso sin palabras que ya no es la ilustración de lo que puede decir. Esos gestos traducen una violencia punitiva centrada en ella misma (se propina bofetadas, por ejemplo). La mirada de la antepasado Pág. 92 Recuerda entonces la figura misteriosa de su abuela paterna ciega y enseguida las escenas imitadas figuran el hecho de que ella se revienta los ojos. Esto constituirá un viraje de la cura. Desarrolla entonces una transferencia erotomaníaca típica que confirma su psicosis y pasa por un período depresivo que despierta ideas de suicidio y de condenas delirantes. Tiene un recuerdo infantil: una película que la había asustado terriblemente. Una joven perdía en un accidente su cara, que era destruida por el fuego, v solo le quedaban los ojos. Su padre, cirujano, asesinaba a mujeres jóvenes para sacarles la cara e injertarla en la de su hija. Así se oponen la mirada muerta de la abuela y el rostro proporcionado por el padre, que la encuadra. La señorita Anna imitará, pues, durante el tiempo de las sesiones a un cirujano que practica esta operación y dibuja una cara sobre su cara. Y esto con cualquier discurso que tenga. El lenguaje sin palabras encarna de alguna manera un complejo separado del discurso articulado en palabras. Estos gestos solo aparecen durante el tiempo de las sesiones, y en su vida cotidiana son esbozados de manera imperceptible. Su construcción imitativa en silencio es en sí misma una especie de velo injertado que hace existir, más allá de lo que ella deja ver, el objeto mirada como ausente. La escena la convierte en un cuadro viviente que domina la mirada del Otro. Este anudamiento sintomático en el gesto apaciguará el humor y el delirio. El estado de la señorita Anna mejorará. Las tormentas transferenciales ligadas a la erotomanía se atenúan. La señorita Anna puede, a partir de allí, ejercer una actividad profesional que consiste en mostrar cuadros a la gente. Conversión y usos del cuerpo Bleuler había notado en 191160 que los complejos sintomáticos catatónicos estaban particularmente separados en la esquizofrenia. El paciente funciona como un tercero frente a los gestos automáticos que le parecen ajenos. En los estereotipos, los complejos no están separados sino presentes permanentemente: «La solterona que imita el movimiento de un zapatero al que amó hace más de treinta años. La que se balancea conoció a su querido en una contradanza».

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E. Bleuler, Demencia precoz: el grupo de las esquizofrenias, Buenos Aires, Hormé, 1993. 42

El caso de la señorita Anna difiere del que presenta Freud al final de su artículo sobre «Lo inconsciente» 61, es decir, de los casos de lenguaje de órganos, donde el lenguaje pasa al cuerpo: alguien que debe «cambiar de posición» se ve obligado a cambiar su cuerpo de lugar, fenómenos que Freud distingue de las conversiones en la neurosis. Porque la señorita Anna no traduce su síntoma, queda en el registro visual y, si puede comentario, se advierte que lo esencial para ella se ubica en una escena más que en la literalidad de una palabra (como si el discurso verbal se apoyara sobre la mímica silenciosa que le restituiría una enunciación). En el mismo artículo, Freud subraya que los pacientes esquizofrénicos compensan la falta de investidura de los objetos con la sobreinvestidura de las palabras, como si la palabra permitiera sustituir a la cosa. La escena de la señorita Anna es un medio de encontrar la función del objeto por el sesgo de un uso original de su imagen. Esta escena constituye un anudamiento sintomático, ya que parece un lado simbólico de su historia, la imagen de su cuerpo que se presta para dar cuerpo a esta historia y lo real no simbolizaba de la mirada de su abuela. Si en la conversión el cuerpo sirve de soporte a los significantes reprimidos por el sujeto, aquí la imagen de la escena imitativa le restituye un cuerpo a la paciente. Ese cuerpo es la imagen y el breve relato que lo anima. Le sirve de égida a la paciente para volver al discurso y, de allí, a la vida. Como subrayó Jacques- Alain Miller en su curso del 11 de junio de 199762, hay dos cosas con las que uno se embrolla. lo imaginario -su imagen, pues- y lo real. El uso del síntoma es aprender, a partir de eso, a desembrollarse del destino que establecen los discursos precedentes, lo que realiza la señorita Anna en la cura. Ella utiliza lo que embrolla para convertir las palabras discordantes de su historia familiar en una «escena de familia», reducida y aceptable. III. CONVERSIÓN (PÁG. 94) Murielle es una joven de veinte años derivada a un servicio de psiquiatría con un diagnóstico que duda entre una etiología orgánica y una conversión histérica. En la nota de admisión se puede leer esto: «Presentó artralgias de muñecas y tobillos, con ritmo inflamatorio que acarrea enormes quejas... El desencadenamiento es brutal: en plena noche, presentó dolores muy fuertes en las cuatro extremidades, sin deformación, sin aumento de calor local; llamó varias veces de urgencia a los médicos en las noches siguientes; después terminó hospitalizada para un chequeo orgánico que dio resultado negativo». El diagnóstico de conversión histérica se plantea entonces «en relación con una labilidad emocional y cierta teatralidad en el marco de una depresión». Quiero sanar Cuando entra al servicio, pide inmediatamente una silla de ruedas para desplazarse. Con nuestra ayuda, consigue bajar muy lentamente de la ambulancia y necesita cinco minutos para recorrer a pie los veinte metros que la separan del consultorio médico. El dolor es aparentemente muy grande pero, de golpe, anuncia: «Quiero sanar». Entonces, el diagnóstico de estructura debe ser establecido lo más rápido posible. Entrevistas rigurosas, un interrogatorio difícil, con una duración de más de una semana, llevarán finalmente a rechazar el presunto diagnóstico de conversión histérica y a orientarse por el lado de una hipocondría, es decir, de un retorno de goce en el cuerpo, que hay que situar en el marco de una estructura psicótica de tipo paranoica. 61 62

S. Freud, «Lo inconsciente», en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1989, t. XIV. E. Laurent y J.-A. Miller, «L’Autre qui n'existe pas et ses comités d'éthique» (curso inédito, 1996-1997). 43

Las entrevistas son difíciles porque Murielle está totalmente pegada a su sufrimiento y es necesario, cada vez, sacarla de esa adhesión para llevarla a decir algunas palabras sobre lo que pudo desencadenar este episodio. En los primeros días, ante la eritrodemia que presenta, la leve febrícula y la importancia del dolor, se pide una consulta con un especialista en procesos inflamatorios para descartar cualquier síndrome orgánico raro que hubiera podido escaparse. Se elimina entonces definitivamente todo proceso orgánico. El desencadenamiento del episodio: el otro paterno Pág. 95 Poco a poco Murielle va aceptando hablar de su historia y de los hechos recientes, pero su discurso será constantemente interrumpido por quejas, incluso gritos de dolor. Aunque muy buena alumna, reprobó unos meses antes, por muy poco, el diploma de técnico superior en turismo. Después de las vacaciones, «era el abismo, ya no tenía nada». Terminará diciendo que ese diploma de turismo representaba para ella un ideal: ser azafata. Este ideal apareció de entrada completamente aplastado, al ver a esta joven con aspecto de niñita educada prepúber que nunca pudo separarse de sus padres. Un primer sostén imaginario se venía abajo. A continuación nos dedicaremos mucho en las entrevistas a dar su estatuto al lazo muy fuerte que ella mantiene con su padre para terminar por descartar lo que hubiera podido tomar como fijación edípica al padre, al amor del padre, al modo histérico. Se verá, sin embargo, que se encontraba atrapada en una identificación especular con él, despegada de cualquier estructura ternaria simbólica y que reemplaza a la estructura edípica que falló. Poco antes del desencadenamiento del episodio, su padre fue hospitalizado por primera vez para una intervención quirúrgica. Este debilitamiento del padre le resultó insoportable: «Me conmovió, me chocó ver a mi padre en el hospital; recién se despertaba, parecía mucho más viejo y sufría mucho». Algunos días más tarde, después de una ausencia, encontró a su padre nuevamente muy dolorido, y entonces lo volvieron a hospitalizar. Los «síntomas» de Murielle empezaron la noche siguiente. El día del cumpleaños de su padre, algunos días más tarde, los dolores llegan al paroxismo, y entonces es ella la hospitalizada en el servicio médico. Señalaremos que en los primeros días de su hospitalización, cada vez que se le hacía una pregunta sobre su padre, ella se retorcía de dolor. Además, ella misma terminará constatando ese lazo de inmediatez entre la evocación del padre y sus crisis paroxísticas. No dejaremos de observar ese collage identificatorio y la importancia que cobró para ella el deterioro de la imagen de ese padre y su sufrimiento, cuando fue a verlo al hospital. El padre, quien pasó toda su infancia hasta los trece años de nodrizas a orfanatos, padece desde hace muchísimos años ataques de «espasmofilia», durante los cuales se siente oprimido, tiembla, llora y debe acostarse. Puede pensarse que la estructuración edípica de este hombre fue por lo menos contrariada, lo q ue se relaciona de alguna manera con la gran proximidad que mantiene con su hija. Por otra parte, siempre funcionaron en fase, el humor de uno según el humor del otro. Murielle es entonces llevada a develar «la historia» de su escoliosis. A los once años, un médico escolar descubre una escoliosis que necesita el soporte de un corsé. El padre padece una escoliosis con deformación. Una hermana mayor fue operada por escoliosis. De los once a los dieciocho años, Murielle deberá ponerse un corsé todas las noches: el corsé está compuesto de dos caparazones de yeso unidos entre sí que deben cambiarse cada dos meses. Su padre es quien todas las noches la «pone» en el corsé y anuda en la espalda los lazos que lo 44

sostienen. Su cuerpo entonces es mantenido dentro de un caparazón, y solo los miembros quedan libres. A los dieciocho años, el médico toma la decisión de sacarle definitivamente el corsé de yeso. A ella le cuesta mucho tolerar esta decisión: «Ya no me sentía sostenida», dice. Una movilidad de goce (PÁG. 97) Tres meses después de retirado el corsé presenta un episodio de interpretación persecutoria. Empieza su diploma de técnico superior en turismo, y el día de una prueba de conocimientos: «Una chica dijo que me había copiado, y yo apenas había levantado mi carpeta para sacar hojas. Ella creyó que yo estaba leyendo los apuntes... Desde ese día todos se alejaron de mí en la clase, nadie más me habló. Al día siguiente, cuando volví a clase, escuché comentarios, cuchicheos: "Mírala”. Ya no tenía a nadie de mi lado. Todo el mundo le creyó. Yo no dije nada. Todos me rechazaron el resto del año». El año siguiente, cuando vivía sola en un departamentito durante el período escolar, su padre la buscó para las vacaciones: «Cuando volví de vacaciones, mi bicicleta había desaparecido. Había un código para abrir el garaje, pensé que me habían espiado. A veces cuando pasaba por la parada del colectivo, había hombres que hablaban en la parada pero no tomaban el colectivo... No es normal hablar en una parada de colectivos sin subir a un colectivo... Observaban a la gente. Pensé que era vigilada y me dio miedo, sola en mi cuarto». En el momento de los resultados del examen, tres meses antes del episodio que la lleva a la clínica, manifiesta todavía algunos elementos interpretativos: «Entregaron los exámenes, a mi no me lo dieron; me saqué 9,80 sobre 20. Pedí la hoja de mi examen, y no había prácticamente ninguna corrección, marcas, ninguna explicación. No quise repetir, porque ¿qué habrían pensado de mí? La directora había dicho: "Hay quienes tienen un mal legajo y obtendrán su diploma; otros, que tienen un legajo bueno, y no lo obtendrán"». Su discurso es aquí alusivo, pero su interpretación es precisa: fue víctima de una injusticia, la directora es la cansa de su fracaso. Observamos así a lo largo de nuestras conversaciones con ella que se siente blanco del Otro y, en particular, por la mirada, desde su infancia. Aclaremos que esos pocos elementos persecutorios habrían pasado completamente inadvertidas si las entrevistas no hubieran sido guiadas, con un trabajo de poda, a que el sujeto develara su tendencia interpretativa. ¿En qué referencias teóricas de la enseñanza de Lacan nos apoyamos? Parece que para Murielle el anudamiento triangular es defectuoso; nunca se trata de la pareja de sus padres, está atrapada en un lazo dual con su padre, en espejo. Por eso, el goce no está separado ni del Otro ni del cuerpo y oscila de uno a otro. El padre «en la realidad» es quien se esforzó, con actos cotidianos repetidos, por «hacerle un cuerpo», mediante el ajuste del corsé. Así, con la construcción de ese cuerpo-caparazón, el goce está contenido, lo que, por otra parte, no es sin dolor. No es una evidencia que un sujeto se atribuya un cuerpo. Murielle nos lo indica de más de una manera. A los quince años, a pesar de su «prótesis» corporal, pierde en algunos meses más de diez kilos, que recuperará muy rápidamente sin que ni ella ni su entorno familiar puedan descubrir la causa. Esto se ve bastante seguido en las psicosis de adolescentes, como si el cuerpo no fuera asunto del sujeto. Desde que el cuerpo de Murielle dejó de estar contenido por el corsé, surgió una serie interpretativa. El goce, que dejó de estar circunscripto por el corsé, encontró una nueva localización en el Otro y, más precisamente, en la mirada del Otro. En un segundo tiempo, en el momento del desencadenamiento del episodio que acarreó la hospitalización, el desmoronamiento de sus dos apoyos imaginarios (el ideal profesional -azafata- y 45

la enfermedad de su padre) provocó una nueva invasión de goce, pero esta vez con un retorno en el cuerpo. Señalemos, por otra parte, que ese retorno se opera fuera del espacio corporal antes contenido por el corsé -los cuatro miembros. Es interesante observar en este caso esta movilidad del goce, que pasa del cuerpo encorsetado, con su séquito de dolor, a la interpretación delirante de la mirada del Otro y, a continuación, vuelve al cuerpo bajo la forma de la hipocondría. Murielle se hace cuerpo sufriente en espejo con el cuerpo sufriente del padre, en una identificación inmediata y no dialectizada. Por eso no debe confundirse hipocondría con conversión histérica, donde el inconsciente habla por el cuerpo con toda la dialéctica simbólica de la constitución del síntoma. IV. CONVERSIÓN HISTÉRICA Y FENÓMENO PSICOSOMÁTICO (PÁG. 99) La distinción entre síntoma de conversión histérica y fenómeno psicosomático no plantea a priori ninguna dificultad. La conversión histérica es la prueba viviente de que el cuerpo no se confunde con la anatomía y que su inmersión en el lenguaje lo mortifica y lo erotiza al mismo tiempo. El fenómeno psicosomático prueba a contrario que un cortocircuito de lo simbólico, una deformación de la estructura de lenguaje tiene consecuencias anatómicas, consecuencias para la realidad del cuerpo. Esta oposición pide sin embargo ser matizada, si se considera que en ambos casos el sujeto está implicado, tanto en su deseo como en su ser de goce. La conversión freudiana Veamos primero cómo concibió Freud la conversión histérica. Al teorizar a partir de 1896 la conversión histérica como el efecto de un proceso de defensa frente a un excedente sexual incompatible, Freud la distinguió de la «conversión» lingüística del cuerpo que anima todo ser hablante. La conversión histérica no es el resultado de un efecto de lenguaje, de una sugestión hipnótico, sino un modo de respuesta compleja del sujeto a un resto no traducido de lo sexual, en conexión con una representación y un afecto. Mediante la represión, la defensa intenta transponer y fijar ese resto en el cuerpo bajo una forma figurada. Ese «salto del psiquismo a la inervación somática», tal como la designa Freud en su prefacio al Hombre de las Ratas escapa a su conceptualización hasta que no se aclare el papel de la pulsión. Desde esta perspectiva, el artículo de 1910, «La perturbación psicógena de la visión según el psicoanálisis», se revelará decisivo. Freud demuestra en ese texto cómo la conversión histérica da testimonio de la interferencia de la significación de la pulsión (die Bedeutung der Triebe) en la vida de la representación (Vorsteltungsteben). La conversión es solo en apariencia una sustracción a la exigencia pulsional. Es efectivamente la puesta en acto de una satisfacción pulsional clandestina que se opera a pesar de los ideales del yo. Esto está ligado al fracaso de la represión que lejos de encauzar la actividad pulsional, no hace sino favorecerla al empujarla nuevamente al inconsciente, donde encuentra todas las condiciones para persistir y proliferar. El fortalecimiento de la pulsión ligado al fracaso de la represión prefigura la paradoja del superyó. En este sentido, el caso de la conversión histérica de órganos es significativo. Todo órgano de los sentidos tiene una doble función, mantener la vida y desempeñar un papel erógeno; el órgano sirve a las pulsiones del yo y a las pulsiones sexuales. Pero, «no es fácil servir a dos amos a la vez», nos dice Freud. Cuanto más reprimido está el carácter erógeno del órgano, más se 46

acrecienta en el inconsciente su actividad pulsional. Si un voyeur histérico se queda ciego a fuerza de mirar, su ceguera testimonia un goce escópico exacerbado. Al final de su artículo, Freud se interroga sobre las consecuencias de este goce de órgano. Considera la posibilidad de una alteración orgánica debida a «la intensificación de la significación erógena» (dergesteigerten erogeneii Bedeiztung). Tales síntomas -que él califica de «neuróticos»son desconocidos porque no son directamente accesibles para el psicoanálisis y porque los clínico s se equivocan al dejar de lado el punto de vista de la sexualidad. Sobrepulsión Pág. 100 Freud enuncia la hipótesis según la cual deberían estar presentes de entrada condiciones particulares para que haya, nos dice, «una exageración del papel erógeno del órgano». La traducción francesa exagération du rôle érogène de I'organe no da fielmente cuenta de lo que está en juego en el término freudiano Übertreibung, literalmente, «sobrepulsión», «sobreactividad pulsional». Esta Übertreibung del órgano es también lo que Freud llama somatisches Entgegenkommen de órgano, literalmente, «encuentro somático del órgano», lo que se traduce habitualmente por «complacencia somática del órgano». Plantear la Übertreibung como denominador común constituye ciertamente un progreso, pero no explica por qué un sujeto hará una conversión histérica más que una enfermedad orgánica. Situando los fenómenos psicosomáticos en relación con la estructura de lenguaje, Lacan nos aporta un nuevo enfoque respecto de la clínica diferencial de estas dos manifestaciones somáticas diferentes. Presentando la significación del falo como la acción y la pasión del significante en el cuerpo así mortificado en el goce, Lacan nos permite situar la conversión histérica en el registro de un goce de tipo fálico fuera del cuerpo. Esto es sensible tanto en las manifestaciones deficitarias como en las pantomimas fantasmáticas que las conversiones histéricas ponen en evidencia. El fenómeno psicosomático, en cambio, escapa a la regulación fálica, aunque se relaciona con la acción del significante. Es necesario para eso concebir una causalidad que participe del lenguaje pero sin que tenga su estructura. Lacan propone la hipótesis de una inducción significante, un SI o su equivalente bajo la forma de una soldadura del intervalo entre dos significantes en la holofrase. Ese fenómeno de lenguaje no permite el libre juego de la afánisis del sujeto. Todo ocurre como si, igual que un sello, una suerte de escritura ilegible se inscribiera sobre el cuerpo como una suerte de marco del nombre propio, en el lugar y la ubicación de lo que hubiera debido ser un síntoma. ¿Cómo concebir la Übertreibung en juego si no se rige por el operador fálico y no depende de un plus de goce que implica, por el contrario, la oposición de dos significantes? ¿El sujeto es responsable de este tipo de goce? ¿En qué nos apoyamos, si no para desplazar, al menos para cuestionar el goce en juego en esos fenómenos psicosomáticos, por el efecto de la palabra? Todo depende de la estructura clínica. Un fenómeno psicosomático no tiene la misma función en la neurosis y en la psicosis. En la neurosis, puede indicar un déficit momentáneo de la defensa del sujeto durante el encuentro con un acontecimiento o incluso un recuerdo insoportable, un trauma o un secreto hasta ese momento intransmisible, por ejemplo. En la psicosis, el fenómeno psicosomático, en su función de marco del nombre propio, circunscribe en el lugar mismo del cuerpo un espacio delimitado y separado que permite a un sujeto hacerse un nombre sin pasar por el Nombre del Padre. Cuando no se trata de psicosis sino de neurosis, se puede considerar la escritura psicosomática como el índice de un modo de goce ilícito que escapa a la castración y que se relaciona la mayoría de las veces con un rasgo de perversión que la desmiente. Solo la invención del inconsciente mediante la transferencia tiene la oportunidad de descompactar la soldadura significante y revelar 47

al sujeto la fijación de goce que rehusaba ceder, exceso de goce, Übertreibung cuya responsabilidad elude por medio de su estatuto de enfermo. Corresponde al deseo del analista sacar al sujeto de ese querer gozar en el que su cuerpo lo tiene fascinado en una trampa sin nombre, aunque asuma el nombre de una enfermedad. Fenómenos del cuerpo y estructuras Pág. 103 Antenas clínicas de Chauny-Prémontré y de Ruán63 Nuestro informe parte de la «neoconversión» anunciada como «los fenómenos del cuerpo no histéricos, no interpretarles a la manera freudiana». Comencemos por algunas precisiones. Para fenómenos del cuerpo nos dirigiremos a la etimología. según el griego, «fenómeno» es lo que aparece. Puede señalarse el sentido amplio de «lo que sorprenden como lo que constituye un síntoma para el sujeto. Se trata, pues, de fenómenos que aparecen con el cuerpo como soporte, y que constituyen un síntoma para el sujeto sin que haya lesión. Esta última aclaración nos permite distinguirlos de los fenómenos llamados psicosomáticos. 1. CON FREUD Los términos «neoconversión» y «no histérico» exigen otras consideraciones. Si separamos las partículas prefijadas, tenemos «conversión» e «histérico», términos de la elaboración freudiana. Aquí podemos tomar los siguientes puntos de la contribución de Éric Blumel, quien recordaba esta frase de Freud: «Tratamiento psíquico» quiere decir [...]: tratamiento desde el alma -ya sea de perturbaciones anímicas o corporales- con recursos que de manera primaria e inmediata influyen sobre lo anímico del hombre. Un recurso de esa índole es sobre todo la palabra, y las palabras son , en efecto, el instrumento esencial del tratamiento anímico64. Tesis: las palabras tienen una acción sobre los trastornos psíquicos o corporales. Corolario: estos trastornos tienen una estructura que debe ser análoga a la de las palabras. Tesis y corolario fijan el marco en el que se ubica la apuesta del psicoanálisis: la articulación del trastorno y la palabra, del síntoma y el significante. Y el primer nombre que el psicoanálisis da a esta articulación es el de conversión. Citando siempre a Freud: «la histeria se comporta en sus parálisis y otras manifestaciones como si la anatomía no existiera [...]. Toma los órganos en el sentido vulgar, popular, del nombre que llevan: la pierna es la pierna hasta la inserción de la cadera» 65. El trastorno se produce cuando el nombre, la representación de un órgano, está investida de un valor afectivo demasiado grande. Lo que confiere un valor afectivo demasiado grande a una representación es el acontecimiento traumático. Pero el trastorno no se reduce a ser solo la cicatriz de una herida, la huella de su causa. El trastorno tiene con su causa una relación simbólica, es decir, una relación que se apoya en el principio de la sustitución -arbitraria. Esta indicación es valiosa; allí descubrimos la entrada en escena de la función significante. Porque hay una primera sustitución que consiste en reemplazar el brazo anatómico real por el significante «brazo», luego son posibles otras sustituciones significantes. 63

Expositor: José Luis García Castellano S. Freud, «Tratamiento psíquico (tratamiento del alma)», en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1994, t. I, p. 115. 65 Íd., «Algunas consideraciones con miras a un estudio comparativo de las parálisis motrices organicas e histéricas», ob. cit., p 206. 64

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Pero no solo tenemos esta vertiente «significante». Del mismo modo que la angustia resulta de una transformación de la tensión sexual no satisfecha, la histeria resulta de una suerte de conversión de una excitación psíquica que «entra por un camino falso, exclusivamente por lo somático» 66. Así, Freud propone el nombre conversión en la histeria para designar la «suma de excitación» 67 trasladada a lo corporal. Para producir un síntoma histérico es necesario, pues, el concurso de una representación que sufre la represión y de un afecto separado de esta representación y transformado en manifestación corporal. Estos dos registros están reunidos en los «Estudios sobre la histeria» en la fórmula «conversión simbolizadora» 68. Sin embargo, ¿el síntoma solo es conversión en la histeria? ¿O se puede abordar la clínica con la fórmula si conversión, entonces histeria? Es notable constatar que las referencias a la conversión, así como a la «complacencia somática», parecen haber desaparecido de los trabajos de Freud posteriores a 1910. La observación debe completarse con esta anotación que figura en una carta de 1917 dirigida a Groddeck: «El acto inconsciente ejerce sobre los procesos somáticos una acción plástica intensa, que no obtiene nunca el acto consciente» 69. Parece que el mecanismo de conversión sigue siendo válido, pero ya no es considerado como el rasgo distintivo de la histeria. La conversión ya no es el campo reservado puramente a la histeria, y se convierte en el campo del inconsciente. De aquí dos consecuencias: por una parte la necesidad de renunciar al alcance de diagnóstico diferencial de la conversión, que ya no es patognomónico de la histeria, y, por. otra parte, como la estructura de la conversión ya no es solo la del síntoma histérico, está pues en condiciones de dar cuenta de la estructura del síntoma en su generalidad. II. CON LACAN Pág. 105 Puede observarse que en el índice de los términos de Freud en alemán de los Escritos no se encuentra el término Konversion. «Conversión» tampoco aparece en el «índice razonado de los conceptos principales», de este mismo libro, que realizó Jacques- Alain Miller. Faltaría mostrar cómo se articulan histeria y conversión en el texto de los Escritos. Sin embargo, se puede presumir que Lacan sea poco elocuente sobre el término «conversión» porque este da nombre a un proceso apenas explicable, y se detiene más en los elementos estructurales. No obstante, gracias al aporte de Bernard Lecoeur, podemos abordar otras incidencias del término «conversión» en la enseñanza de Lacan. En la lección del 23 de abril de 1958 de Las formaciones del inconsciente, Lacan dice: «En el síntoma, y es eso lo que significa conversión, el deseo es idéntico a la manifestación somática, que es al mismo tiempo derecho y revés». En esta lección Lacan estudia el caso Elizabeth, transmitido por Freud, y señala la identidad que hay entre el dolor de la parte superior del muslo derecho y el deseo -por el padre. La conversión muestra que el dolor es el deseo. A diferencia de Freud, podemos adelantar que Lacan subraya la continuidad entre psíquico y somático. La relación que existe entre el deseo y la manifestación somática es un continuum. Uno es el reverso del otro, aunque se prolonguen. La conversión es entonces lo que identifica el deseo (considerado a partir de su causa, el objeto a) con la inscripción corporal de una falta (la castración, -φ). Pero al mismo tiempo que la conversión plantea la identificación de a y de -φ , muestra también que esta identificación es imposible, y allí está su dimensión propiamente sintomático. Ahora bien, para encarnar la imposibilidad de reunir el objeto a y la castración -φ , la conversión 66

Íd., «Manuscrito E», ob. cit., p. 234. Íd., «Las neuropsicosis de defensa», en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1989, t. III, p. 50. 68 Id., «Estudios sobre la histeria», en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1989, t. II, p. 191. 69 Íd., Correspondance 1873-1939, París, Gallimard, 1979, p.345. 67

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supone un Otro marcado él mismo por la falta, un Otro dividido. El ejemplo de Elizabeth es instructivo en este aspecto. Cuando ella sufre por su pierna, el dolor solamente vale como equivalente del deseo si este dolor es referido a un ideal: ser una niña capaz de mantenerse a la altura de un padre afectado por la enfermedad cuyo destino, marcado por la impotencia, tiene su grandeza frente al sacrificio que implica. En consecuencia, Bernard Lecoeur propone escribir la conversión así: A/ (a ≡ -φ) A. A propósito de la neoconversión Pág. 106 Si la observación de ciertos fenómenos nos lleva a constatar que la parte subjetiva dela conversión (identificación del deseo con la manifestación corporal, a ≡ -φ) ya no se ubica bajo la dependencia de un Otro afectado por la falta sino de un Otro no barrado, entonces quizá se pueda considerar lo que es la neoconversión. Tomemos como argumento del cambio de estatuto del Otro algunas prácticas para las cuales se encuentra valorizado un saber «sin límites»: el Otro de la ciencia, en el caso del toxicómano, o un «imaginario» que tiene una función de agente, el Otro de la mostración, en el caso de la anorexia. En estos dos tipos de prácticas que determinan comportamientos y cuyo estatuto de síntoma es problemático, el uso que se hace del cuerpo ya no está marcado por la castración del Otro. La neoconversión podría lógicamente escribirse: A (a ≡ -φ) Excepto que el pase de A/ a A modifica el conjunto. En efecto, la ausencia de castración en el Otro impide leer la parte subjetiva que depende de la conversión. Dicho de otra manera, se ve afectada la barra de fracción que separa al Otro de la línea del sujeto. La primera condición que permite la lectura es reconocer el texto como Otro. Cuando esta condición falta, el uso -en el sentido de «hacer»- sustituye a la lectura. Así considerado, el uso ya no implica un Otro agujereado, sino un Otro de la imagen, o un Otro del saber, no supuesto. En esos casos, el cuerpo muestra cómo un sujeto se las arregla con su deseo para gozar. 1. Anorexia (PÁG. 107) En el curso que dictó con Éric Laurent, «El Otro que no existe y sus comités de ética», Jacques Alain Miller invita a considerar la anorexia como lo que muestra la estructura del deseo. Consiguientemente, se subraya la dimensión de la mostración y se sitúa la pulsión ya no del lado del objeto oral, sino más bien unida al objeto escópico. Ese cambio de perspectiva implica la delgadez como encarnación del falo y apunta a una satisfacción de la pulsión que pasa por el camino de una imagen sin fallas, una imagen toda. El Otro es entonces un ojo que envuelve y da consistencia a la imagen en detrimento de la significación fálica. A la contribución de Bernard Lecoeur puede agregarse esta observación de Marie-Claude Sureau a propósito de un caso en el que la anorexia como síntoma da señales a un Otro que está obligado a ver porque no quiere oír nada. 2. Toxicomanía

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¿Qué muestra la toxicomanía? Muestra que basta tomar el cuerpo a partir del plus de gozar procurado por la droga para resolver la cuestión de la satisfacción del deseo. Esta cuestión es planteada a partir de los términos que supone la dimensión del uso, incluso del empleo. Recurrir a cierto hacer sorprende la incidencia de la castración. Ese hacer se apoya en una identificación que, contrariamente al síntoma, no está nunca cuestionada por el goce que este procura. Considerado a partir del uso -a partir del plus de gozar-, el cuerpo se vuelve idéntico al deseo. B. Otros horizontes sobre la neoconversión Este término «neoconversión» 70 puede situarse en una problemática más amplia. Tratemos de distinguir varios niveles. primero la clínica que hace posible la enseñanza de Lacan, sobre todo a la luz de sus últimas elaboraciones, luego la presencia del psicoanálisis aquí y ahora y las demandas que recibe, y finalmente las modificaciones estructurales de la civilización en el período actual. De la clínica elaborada por Jacques Lacan extraigamos esquemáticamente: - una aproximación al síntoma desplegada según dos vertientes, la de su goce autista y la del Otro y de sus relaciones con la civilización; -los tres registros (real, simbólico, imaginario) planteados como solidarios y sin supremacía de lo simbólico, su anudamiento adicional, que configura una clínica borromea, tratada extensamente en «La conversación de Arcachon»; -una conceptualización compleja de los goces; -cambios en la teoría de las psicosis que dan acceso al «tratamiento posible», y, teniendo en cuenta experiencias y elaboraciones de los alumnos de Lacan, permiten recibir numerosas demandas de sujetos psicóticos. Eric Laurent y Jacques-Alain Miller abordaron en sus cursos de 1997-1998 ciertos aspectos de la civilización contemporánea con sus incidencias para el psicoanálisis. Ellos señalaban el debilitamiento, incluso la caída, de los ideales paralelamente a la evidencia del plus de gozar ready made, que tal vez debe relacionarse con una presencia creciente de los «fenómenos del cuerpo». Más específicamente sobre nuestro tema, subrayemos el desplazamiento de la figura del amo médico y los efectos del «progreso de la ciencia en la relación de la medicina con el cuerpo» 71. III. UN CASO A MODO DE ILUSTRACIÓN Pág. 109 Se le aconsejó a un hombre de alrededor de cincuenta años consultar a un psicoanalista por un síntoma persistente que llevaba cerca de veinte años. Se trata de una rigidez de los músculos de las mandíbulas y un entumecimiento del brazo izquierdo. El síntoma apareció durante el despertar difícil de una anestesia general por razones quirúrgicas. Durante esos años, el paciente se sometió, sin gran alivio, a varios exámenes médicos y tratamientos por la farmacopea. Algunas entrevistas analíticas permitieron despliegues significantes: «Donde había un goce autista el análisis hizo surgir los efectos del significado», como señala Jacques-Alain Miller en el prefacio de Joyce avec Lacan. En este sujeto el síntoma se conectaba con un enjambre de significantes referidos a la muerte y al cadáver. El síntoma desaparecía. ¿Esos significantes vehiculizaban un goce -φ que se disoció del goce petrificado en el cuerpo? ¿Puede considerarse por eso que este fenómeno corporal es interpretable a la manera freudiana?

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¿No sería más adecuado hablar de síntoma corporal en lugar del término «neoconversión»? J. Lacan, «La place de la psychanalyse dans la médecine», mesa redonda en Le bloc-notes de la psychanalyse Nº 75 1987, p. 22. 51

Queda por descifrar lo que condujo a la conversión a alojarse en esos lugares del cuerpo, dado que el síntoma retorna y varía en función de los acontecimientos de la vida del sujeto y de los avatares de la transferencia. El paciente evoca los restos de líquido anestésico que todavía estarían actuando -«esa porquerías, de la que sugiere que a lo mejor le pusieron una cantidad excesiva. En sus palabras aparecen varias figuras de un Otro ávido de goce72, sin olvidar la transferencia. A partir de los elementos presentados, la alternativa entre análisis del síntoma hasta lo real de la pulsión o tratamiento por el síntoma, que resumió Jean-Louis Gault en las últimas jornadas de la ECF-ACF, parece difícil de dilucidar. De este modo reunimos una vasta problemática, la de los casos en que la frontera neurosis- psicosis no es fácil de establecer, tanto como el dispositivo analítico parece enturbiar a veces esta gran división de aguas. Fenómenos corporales en pacientes masculinos (PÁG. 111) Antena Clínica de Nantes y Sección Clínica de Rennes 73 La Sección Clínica de Rennes y la Antena de Nantes eligieron dar cuenta de cuatro casos de hombres, en los que el esfuerzo de los sujetos por defenderse de lo real los había llevado a elegir una parte de su cuerpo como dolorosa y a intentar elevar este dolor al estatuto de un síntoma dirigido a un analista. Aunque se trate de fenómenos puramente ligados al efecto del significante en el cuerpo en tanto viviente, estas «neoconversiones» no pertenecen en nuestra opinión al registro de la estructura histérica. Presentaremos sucesivamente estos casos y luego compararemos estas viñetas clínicas como otras tantas tentativas por construir, gracias a la ética del decir, modos de anudamientos psicóticos apoyándonos en fenómenos localizados en el cuerpo. 1. El HOMBRE DE LOS CIEN MIL CABELLOS 74 El año pasado, en «La conversación de Arcachon», fue la pestaña, este año se tratará del cabello. El lugar de los fáneros en nuestra clínica se justifica con la interpretación del falo que dio Lacan. Él colocó este elemento caduco en la serie de los fáneros, como había subrayado Jacques -Alain Miller. El falo es un fánero, y el fánero (la pestaña, el cabello), recíprocamente, es capaz de asumir la significación del falo. Un hombre se queja de calvicie. Consultó al analista en un momento de gran desconcierto subjetivo. En los últimos diez años su estado había ido empeorando. Los obstáculos surgieron desde el comienzo de su vida profesional como ingeniero. Se aburría, y descubrió que fundamentalmente él no estaba hecho para ese trabajo. Se le imponía una exigencia subjetiva que creía tener que satisfacer; era músico y debía responder a ese llamado. Abandonó entonces la carrera ya trazada de técnico por la existencia más precaria del artista. En el momento en que consulta, a los treinta y cinco años, vive miserablemente. Persigue magras retribuciones, cada vez más esporádicas, y está reducido a vivir con un subsidio otorgado por el Estado. Sin embargo, lo que motiva el gran desorden del sujeto es de otra naturaleza. Amó a una mujer con la que tuvo una relación durante dos años. Al principio, ella estaba unida a otro hombre, y esta situación se había mantenido durante todo un tiempo, mientras él mismo se convertía en amante de esa mujer. Nuestros tres protagonistas integraban la misma formación orquestal, donde la mujer ocupaba el puesto de cantante. Mientras hubo lugar para el segundo hombre en la vida de esta mujer, nuestro paciente pudo disfrutarlo sin problemas. Un día, tal como lo había deseado, se 72

J.-A. Miller, «Ironía», en Uno por uno Nº 34, Buenos Aires, Eolia, 1993 Expositores: Roger Cassin, Jean-Louis Gault, Pierre-Gilles Guéguen, Bernard Porcheret y François Sauvagnat. 74 Parte redactada por Jean-Louis Gault. 73

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convirtió en el único elegido. Cuando eligió vivir con ella legítimamente aparecieron los primeros trastornos. Primero una ansiedad difusa, luego un progresivo abatimiento y, de repente, empezó a perder el pelo por manojos. Como persistía este estado y se agravaba, llegó a la conclusión de que la causa era esta mujer. Hacía esta interpretación. esta mujer a la que amaba y deseaba, con quien le gustaba vivir, y que le correspondía, representaba un peligro para su persona. Decidió dejarla y consultar a un médico. Pudo constatar enseguida una mejoría en su estado, y la detención de la caída del cabello; sin embargo, seguía marcado por la experiencia y deseaba ver a un analista. Al principio no había hablado de la calvicie. La mencionó con motivo de un episodio de caída del cabello ocurrido durante el análisis. Llevaba la existencia aleatoria de un artista errático y había reunido una pequeña orquesta. Fue en ese momento cuando le tocó vivir un doloroso conflicto interior. Uno de los músicos lo había aterrorizado queriendo hacerlo beben Y aunque debió abandonar esas malas compañías, eligió quedarse en el seno del grupo por amor a la música. Esta decisión que iba en contra de su deseo profundo lo mortificaba. Constató el efecto nefasto en su cuerpo. Empezó nuevamente a perder el cabello, centenares por día. En ese momento comenzó a revelar su teoría de la calvicie. Desde hacía algún tiempo estudiaba el fenómeno y se había propuesto encontrar una explicación. Dirigía esta reflexión con método y consignaba regularmente en un cuaderno el fruto de sus pensamientos o el resultado de sus investigaciones. Tiene una concepción unívoca del trastorno: pierde el cabello cuando deja de ser él mismo, es decir, cuando hace algo no conforme a su verdadero deseo. Para utilizar una de sus fórmulas, se le cae el cabello cuando no está «entero». Recuerda que ni él mismo se había dado cuenta de eso, que fueron sus amigos quienes lo notaron. Habían visto muchos pelos en la bañera de la ducha cada vez que la usaba. Entonces había comparado unas fotos y había notado una calvicie naciente. Consultó a un especialista en acupuntura, quien le explicó el mecanismo: el cabello muere pero se cae recién tres o cuatro meses después. El había notado que en su caso las cosas eran diferentes, puesto que perdía el cabello de manera instantánea. Cuando no hacía lo que correspondía a sus deseos, cuando obedecía al deseo de los demás, o a convenciones, sentía el efecto en el cabello. Conoce, por supuesto, la expresión «tirarse de los pelos», pero no se trata de eso. Lo que le ocurre se ubica a nivel del pelo mismo. Consultó diversas enciclopedias, y descubrió algo interesante en la anatomía del sistema piloso. Notó que en la base de cada cabello hay un músculo erector, cuya contracción hace enderezar el pelo. En su cuaderno reprodujo el esquema que muestra cómo el cabello se endereza cuando el músculo se contrae. Agrega que un adulto joven posee entre cien y ciento cincuenta mil cabellos y, por lo tanto, la misma cantidad de músculos erectores en el cráneo. (PÁG. 113) Cuando todos esos músculos se contraen, los pelos se yerguen en la cabeza. Es lo que él sentía. Un gran escalofrío le recorría la superficie del cráneo de adelante hacia atrás y perdía el cabello. Explica: «Es lo que ocurría cuando yo no hacía lo que correspondía a lo que era verdaderamente yo, y a lo que era el camino de mi vida». Leyó que existía la expresión «ponerse los pelos de punta». Es lo que provoca el pavor y exactamente lo que él sentía. También encontró otra expresión: à tous crins75. Por ejemplo, un hombre à tous crins es un hombre entero. Cuando él no quería apartarse de su camino de vida, era para permanecer entero. A la inversa, cuando perdía el cabello, era porque no era entero, porque hacía algo que verdaderamente no quería. Es cierto, cuando el cabello se endereza, sale levemente de donde está alojado, pero no se cae. Para que caiga, debe repetirse la acción. Aquí, recordó sus conocimientos de mecánica. No se llega 75

Á tous crins (literalmente, con todas las crines) significa 'completo', 'entero'. [N. de la T.] 53

a sacar una tuerca muy apretada de una sola vez. Para lograr el cometido, es preferible proceder con pequeños movimientos de fuerza sucesivos con una llave. Es lo que pasa con el pelo. La repetición de las contracciones termina por hacerlo caer. El desprendimiento de los cabellos se produce cuando los músculos erectores se excitan de manera prolongada. Verificó esta hipótesis. Sintió que los cabellos se le enderezaban en la cabeza de una manera intensa pero puntual. A partir de esta situación que solo duró un instante, no perdió más cabello. En cambio, en circunstancias en que se había dejado arrastrar contra su voluntad -como la de la orquesta-, había sentido los cabellos erizados en la cabeza durante varias semanas. Esta gran tensión era dolorosa, a la noche le ardía el cuero cabelludo, y percibía que los músculos erectores se paralizaban. Entonces el pelo se le caía a puñados. En cuanto decidió abandonar a los músicos con los que tocaba de mala gana, dejó de perder pelo. Ya no tenía esa sensación de erizamiento en lo alto del cráneo. De nuevo se sentía entero. Este sujeto sintomatiza lo real a su manera. Responde al terror que experimenta frente al enigma del deseo del Otro y a su voluntad de goce dando cuerpo a esta angustia. Se apareja con un sistema piloso que soporta cien mil músculos erectores, para localizar en la superficie del cráneo el escalofrío que entonces lo invade. De ese modo elaboró el complejo del pelo: con los pelos parados en la cabeza, es el hombre espantado frente al abismo de la forclusión de la significación fálica. El órgano piloso se alza entonces como un punto de detención, y se vuelve el gnomon que le designa en todo momento el punto de verdad de su deseo. II. El HOMBRE DE LOS PULGARES QUE CRUJEN 76 (PÁG. 115) Desde hace dieciocho años, M. viene a consultarme cada vez que se encuentra «entre dos mujeres». Se queja de la primera cuando hay probabilidades de separación, y me abandona no bien encuentra a la segunda. Se va a vivir a lo de esta última algunos días después. Muy depresivo, transpirando de ansiedad, se dice una y otra vez «echado a la calle» por la mujer a la que acaba de golpear. Se complace inventariando con un vocabulario injurioso sus caprichos, sus modos de goce, sexuales, financieros, su modo de apropiación del bebé que tuvo con ella. Busca provocar división y angustia en ellas. Entre dos mujeres, vive en la casa de sus padres; se relaciona con su madre de la misma manera. Durante la primera entrevista, expone su temor de que, al terminar el acto sexual, su pene quede en la vagina de su pareja. Al cabo de cinco años, el cuadro inicial se modificó: muy angustiado, se queja de crujidos en el pulgar de su mano derecha. Dirá: «Es como una mutilación, me las arreglaría si me dijeran que es de nacimiento». Y explica así todas sus dificultades: «Me angustia el dedo», para concluir con: «No puedo vivir con una mujer, es demasiado complejo». El síntoma se desencadenó así: invocando un dolor en la rodilla, M. se negó un día a tener relaciones sexuales con su compañera, quien mostró una viva decepción. Como en un rapto, él le asestó un violento puñetazo en la espalda, y al día siguiente se le declaró el síntoma. Cinco años después, luego de la ruptura con esta mujer, el cuadro presenta un aspecto otra vez diferente: las sesiones se saturan de una queja sin límites. M. da a conocer diferentes tipos de crujidos de su pulgar y enumera su combinación con acciones: cortar carne, encender un cigarrillo, lavarse, sonarse la nariz, peinarse, tocarse la bragueta..., escribir y, sobre todo, firmar. Desarrolla entonces una práctica hasta el agotamiento. Puede tratarse, por ejemplo, de hacer funcionar un 76

Parte redactada por Bernard Porcheret. 54

encendedor hasta vaciarlo de todo el gas o llenar páginas enteras con firmas. Se impone una secuencia: crujido inaugural, profundo y explosivo, luego una sensación intolerable de que el pulgar caiga en el vacío; finalmente, práctica de «verificación», hasta que los crujidos secundarios creados por las flexiones bajo la superficie de la piel se detienen. «Lo van a cortar», exclama. «Pero, entonces, ¿el otro?» Notemos aquí el efecto de bilateralización. Como telón de fondo, quejas referidas a su aspecto fálico: arrugas alrededor de los ojos, caída del cabello, gordura, etc. Teme no poder seducir más. Pudo construirse una serie de fenómenos del cuerpo: estrabisrno divergente durante su primera relación, dolores tenaces en la rodilla derecha que se harán bilaterales en la víspera de un examen exploratorio, lo que le hace decir «es psíquico»; rigidez de nuca y de espalda. Cada síntoma se apoya en una «sugestión»: palabra brutal, cachetada ofensiva, un golpecito. Clínicamente, una perfusión de antidepresivos que pasa por fuera: «El brazo se me va a pudrir, me lo tendrán que amputar». La explicación a su tendencia a golpear a las mujeres la encuentra en sus padres: «"¡Sal del paso!", le decía mi madre a mi padre; yo reproduzco eso». «Golpeo porque mi padre tendría que haberle dado una cachetada para pararla. Ella lo rebajaba y o amenazaba con irse.» La madre de M. es presentada como un personaje autoritario e infiel que rechaza y después toma, como todas esas mujeres de las que él se separó; el padre, como impotente y depresivo: «Yo lo vengo, no quiero ser un trapo de piso». Su adolescencia estuvo marcada por un hecho: su madre lo sorprende con un rosario enroscado alrededor del pene. Ella le dice: «Si vuelves a hacerlo, te enfermarás». La noche siguiente tiene poluciones nocturnas acompañadas por ritos obsesivos y fuertes angustias. Estas desaparecerán a los veintiún años con la primera relación sexual y la vuelta a la masturbación. «¿Es psíquico, doctor?... ¡Huy, huy, huy!» Este enunciado en forma de pregunta es repetido sin fin por el paciente, en la sesión o por teléfono. Conviene acusar recibo: «Completamente», para evitar su reiteración inmediata. Ninguna vacilación, ninguna apelación al sentido. La temática fálica presenta un carácter no dialéctico, sin correlato con la función paterna. En dieciocho años de entrevistas, las asociaciones fueron rarísimas, sin sueños, ni lapsus, ni siquiera olvidos. Sin trastornos del lenguaje. Sin teoría delirante. La conservación de un eje imaginario le permitió trabajar, y sostener una relación terapéutica más bien amistosa. Viene entre dos mujeres a tomarme como testigo de sus goces desordenados, de su poder para tomarlo o rechazarlo, y de los fenómenos corporales intolerables. Se mantiene allí. Se sostiene de ese doble imaginario que yo encarno, que abandona cuando lo encuentra en una mujer, algo que sin embargo vacila cuando la sexualidad con ella lo confronta con lo insoportable; a partir de allí, domina la violencia. La duración sin precedentes de su último concubinato (seis años) estuvo acompañada por fenómenos del cuerpo invasores y durables. La ruptura de esta relación radicalizó el cuadro con, correlativamente, un empobrecimiento de su lazo social. La búsqueda de una mujer le parece ahora mucho más condenada al fracaso porque su «aspecto fálico» se degrada. No hay subversión de la función de órgano por la función fálica, como en el síntoma de la conversión histérica. Dado que es esquizofrénico, tiene que vérselas con Φ0, sus fenómenos del cuerpo de apariencia hipocondríaca son acompañados por una gran angustia. Él intenta localizar el goce en un órgano; sus prácticas de verificación para cifrarlo no constituyen realmente un límite. Intenta construir un síntoma. Actualmente hay que temer la automutilación o el suicidio. III. VÍCTOR EL ERGUIDO77 (PÁG. 118) 77

Parte redactada por Roger Cassin. 55

Víctor tiene diecinueve años. Es un joven endeble con una manera de caminar muy particular, un paso robótico. Se mantiene muy derecho, con la frente inclinada y la cabeza ligeramente reclinada sobre un lado. Camina de manera entrecortado, plegando muy poco las rodillas y tendiendo las piernas hacia adelante con un esbozo de deslizamiento de los bordes de los pies, que casi no despega del piso. Cuando habla, mira casi siempre de soslayo a su interlocutor, aunque la mayor parte del tiempo no lo mira en absoluto. Su historia patológica comienza en la infancia, hacia los diez años. Su familia residía desde hacía varios años en el extranjero, donde el padre dirigía una fábrica. Vivían separados de la población local, y eran protegidos por guardias que acompañaban al joven Victor y a su hermana a la escuela. Victor, totalmente aislado de sus compañeros de clase y casi mudo en la casa, se manifiesta mediante crisis de violencia elástica dirigida contra los objetos de su habitación. Un rechazo obstinado a seguir yendo a la escuela acarrea la decisión del retorno de la familia a Francia, donde él retoma la escolaridad. Sus estudios secundarios se realizan con bastantes buenos resultados, que contrastan con su aislamiento persistente. Victor no tuvo compañeros, hablaba poco en su casa, y menos aún en el colegio. En varias oportunidades hicieron consultas con psiquiatras. Sus padres se oponen a que tome medicamentos. Alrededor de los catorce años y otra vez hacia los dieciocho, se queja de ser objeto de burlas de sus compañeros del colegio. Repite el último año, e interrumpe en varias ocasiones su escolaridad por su negativa a ir a clase. Las ideas de persecución referidas a sus compañeros no parecen estar organizadas en un delirio sistematizado: él piensa que todos se ríen de él. Entonces, empieza un tratamiento de breve duración con un terapeuta conductista que intenta reeducar las dificultades en el caminar. Después comienza una terapia familiar que reúne a Víctor, sus padres y su hermana mayor. Los sentimientos de persecución de Victor se esfuman, y la paranoia de su padre ocupa el centro de la escena en las sesiones. Victor, quien toma cada vez más seguido la palabra para participar en las críticas hacia el comportamiento de su padre, es enviado a un psicoanalista. Espera de las entrevistas una sedación de sus dificultades de relación. Explica, en efecto, que tiende demasiado a pensar que sus compañeros se burlan, «cuando quizá se trata de simples bromas». Durante las primeras entrevistas se dedicará a hacer una reseña mecánica de sus actividades de los días precedentes, señalando los buenos resultados escolares, y su preocupación cuando sus notas son malas. Insiste en sus hazañas relacionases. Quiere mostrar los progresos de su capacidad de hacer intercambios con el prójimo: comidas en común en el restaurante universitario, intercambio de bromas, exposiciones orales en el anfiteatro, trabajo compartido con un compañero . Intenta hacerse amigos. Se trata siempre de compañeros de su mismo sexo. Victor no habla con las chicas y nunca menciona su existencia. La computadora ocupa todo su tiempo libre. Es un equipo adecuado para evitarle utilizar la palabra. Internet le permite enviar al otro extremo del mundo mensajes, de los que solo le apasiona la comunicación. Aparentemente, el contenido le resulta más bien indiferente. Habla muy poco de sus sentimientos, salvo de su rabia hacia su padre, que «se arrastra en la casa en lugar de buscar un trabajo, que molesta a todo el mundo con su persecución, que es insoportable». El padre, efectivamente, renunció al trabajo por un conflicto con la dirección general de su empresa durante el cual parece haberse mostrado tan inflexible que hizo inevitable la ruptura; y desde entonces se declara perseguido y vigilado, incluso amenazado por polizontes de esa empresa. Victor se jacta de cantarle las cuarenta y de apoyar a su madre cuando la pareja se pelea. 56

«Es un vago.» La desocupación del padre y sus reacciones depresivas transformaron el equilibrio de la familia, lo hicieron caer de su posición de tirano familiar. (PÁG. 119) Victor queda muy impresionado por una crisis durante las vacaciones en el campo: creyendo que la casa estaba cercada y la familia en peligro, el padre trata de prohibirles salir de la casa durante varios días. «La persecución es la enfermedad de la familia, pero yo intento corregirme.» Durante varias semanas, Victor se pone furioso en la comida en el restaurante universitario: no acepta las bromas de sus compañeros y revolea algunos objetos. Una queja -le duelen las piernas después de un largo paseo en familia- me permitirá indagar sobre sus dificultades para caminar. Él me tranquiliza: su terapeuta (conductista) lo había ayudado mucho dándole ejercicios: «dar vueltas al hospital obligándose a plegar las rodillas». Antes caminaba con «las piernas completamente derechas». De hecho, ahora las pliega muy ligeramente. Había empezado a comportarse así alrededor de los catorce años. Luego de algunos meses su andar se había aligerado, pero en el último año del liceo, nuevamente se había «endurecido mucho». Como le hice notar que esta dificultad para caminar había aparecido en un momento en que él andaba mal, convino: «Era cuando me perseguían». Comenzará la sesión siguiente declarando: «Yo caminaba así porque tenía miedo de que me traten de maricón». No dirá nada más en ese sentido, salvo que la idea se le había ocurrido a él, sin que nadie lo hubiera insultado así. «Estoy muy atento cuando camino, pienso en eso todo el tiempo.» Mencionará de nuevo este caminar durante las sesiones siguientes, y entrará al consultorio con un paso cada vez más suelto, y pronto casi normal, que conserva sin embargo cierta rigidez del tronco. Ese andar de autómata apareció en Victor a la edad en que la pubertad transforma el cuerpo, podría suponerse que como respuesta a las excitaciones sexuales. En lugar de una significación fálica -que la ausencia de anudamiento edípico de su psicosis infantil, PO, no permitía-, la rigidez del cuerpo habría intentado poner límite a la disgregación de lo imaginario, al agujero Φ0. Victor lucha contra el empuje a la mujer. Teme que se lo tome por un homosexual. Para oponerse a la feminización se yergue con una erección de todo el cuerpo, sostenida por una atención agotadora. Que haya bastado que Victor pudiera decir algunas palabras sobre esta feminización para que cediera de forma duradera esta dolorosa mostración fálica no significa que aquí la significación obstaculice la invasión de goce, sino más bien que es posible actualmente una estabilización provisoria. Y es que el padre, hasta entonces demasiado presente y demasiado absoluto, fue destituido de su autoridad por la desocupación y la evidencia de su delirio, lo que le permite a Victor ocupar el lugar de único individuo cuya mente es racional, y de este modo beneficiar a su familia con sus consejos de lógico, que lo ubican así más cerca de su ideal de especialista en informática -situación favorecida por los estudios que sigue en esta especialidad. Puede entonces renunciar a la contractura voluntaria de sus músculos y a su andar «viril» sin sentirse acosado por invasiones de goce deslocalizado. IV. EL INVENTOR DEL MÉTODO 78 (PÁG. 121) A los cuarenta y ocho años, este profesor de gimnasia que ejerce su trabajo con placer e interés tuvo que pedir una licencia por enfermedad larga a consecuencia de dolores que se hicieron más agudos a partir de lo que él llama «el incidentes o «el accidentes, y que consistió en una caída sin gravedad en la que cayó hacia atrás arrastrando a uno de sus alumnos, que se encontraba detrás de él y sobre quien aterrizó. 78

Parte redactada por Pierre-Gilles Guéguen. 57

Sin embargo, no fue esta la razón que lo llevó a consultar. Se queja primero a la enfermera que recibió su pedido por teléfono de una reanudación importante de una actividad onírica que le parecía preocupante e insoportable a la vez. Se le ocurrió que su inconsciente tenía que decirle algo, pero que, sin la ayuda de un analista, no podía saber qué. Esta vez estaba decidido a buscar a un freudiano, y por eso eligió dirigirse a la Escuela de la Causa Freudiana. En efecto, ya había tenido un análisis de ocho años con un analista jungiano. Ese tratamiento se había interrumpido con la muerte del terapeuta. Intentó luego, durante dos años, continuar con una mujer, pero le pareció que con ella la empresa no podría llegar a nada. Al primer terapeuta le profesaba gran admiración, aunque notaba cierta insatisfacción en la manera de interpretar sus sueños. Sobre los resultados obtenidos por el análisis no logré más información que el bienestar que le había aportado y que lo satisfacía. Vive solo. Mantiene relaciones sociales regulares con su hermana gemela y su cuñado. Siempre se llevó bien con esta hermana. También tiene un hermano unos diez años mayor que él, a quien ve raramente. No tiene un lazo afectivo duradero con una mujer. Tuvo oportunidades de conocer algunas y de tener relaciones sexuales con ellas, pero no extraña su ausencia; declara no tener tiempo para eso. Se relaciona además con colegas -deportistas como él-, particularmente con una pareja de jóvenes profesores con los que se lleva bien y a quienes prodiga consejos. Practica danza con ellos y se entrena en deporte con el hombre. Es muy dado y se relaciona con facilidad -últimamente con curas de su parroquia, con los que habla sobre la Biblia-, pero la mayoría de las veces sus relaciones son tan superficiales como ocasionales. Entre los acontecimientos destacables de su vida figura el deceso de su madre a los once años . Dice no haber hecho nunca el duelo, a pesar de su terapia. La reciente muerte accidental de su sobrino adolescente -hijo de su hermana- también lo conmovió mucho, hasta tal punto que lo convirtió en el desencadenante de sus preocupaciones corporales y de sus dolores. No se lo contó a nadie porque en ese momento ya había dejado de ver a su terapeuta. En nuestro primer encuentro se mencionan inmediatamente los dolores corporales: de entrada, me señala que no hay que apretarle la mano muy fuerte, porque puede ocasionarle dolores en todos los músculos del brazo y los pectorales. Se preocupa mucho por que yo lo sepa y me lo recordará en su oportunidad. Esos dolores son descriptos siempre con precisión, en términos de anatomía, atañen sobre todo a los músculos de la espalda, los miembros o los músculos pelvianos. También tiene neuralgias varias o dolores articulares. El paciente consulta a numerosos osteópatas o kinesiólogos, que nunca lo satisfacen, pero cuyos nombres circulan en el medio deportivo. Aunque no cree en el origen médico de esos dolores, tiene una teoría precisa sobre su aparición. Tiene una idea muy precisa de que esos dolores se desarrollaron debido al fracaso de su «búsqueda». No está lejos de pensar que son los «sueños» los que perturban lo que él llama su «obra». Efectivamente, desde la muerte de su analista jungiano, empezó a desarrollar lo que llama un entrenamiento o un método o también una búsqueda. Esta sucedió a su «análisis». Se trata de una secuencia de movimientos que inventó y que puede hacer a cualquier hora del día o de la noche esto puede durar de una a dos horas y tiene para él la propiedad de brindarle sosiego y contención de los dolores. Ahora bien, desde hace algún tiempo, esta búsqueda ya no da resultado y entonces aparecen los dolores. Vuelve, pues, al análisis, invadido por sueños, que son esencialmente pesadillas o que incluyen fantasmas de exhibición de contenido homosexual. Retoma el análisis con la idea de encontrar lo que él llama una «conversión», es decir, poder fabricar aquí el equivalente de sus prácticas corporales a partir del saber contenido en sus sueños. 58

Espera poder hacer el gran invento, y no duda de que yo sabré mantenerme en el lugar que él me indicará. Me comunica cuál debe ser, según él, la posición del analista, e insiste en particular en que quiere un analista que no dudará en infringir las reglas. Yo le aseguro que está en el lugar indicado. ¿Se trata de un caso de histeria o de una psicosis taponada sucesivamente por una terapia, después por una invención del sujeto destinada a localizar el goce en el cuerpo, apoyándose en el imaginario de ese cuerpo y en cierta simbolización apuntalada por el reconocimiento en lo social del ejercicio de la profesión de profesor de gimnasia? Preferimos la segunda hipótesis, aunque este hombre esté perfectamente integrado en el tejido social. V. FENÓMENOS CORPORALES PSICÓTICOS: LAS TRADICIONES PSIQUIÁTRICAS Y SUS PROBLEMATIZACIONES POR LACAN 79 (PÁG. 123) De cierta forma, la pregunta por las neoconversiones es una pregunta clásica, en la medida en que a fines del siglo XIX se fue planteando progresivamente diferenciar trastornos histéricos puros y diversas somatizaciones unidas a un cuadro psicótico -excluimos aquí los eventuales fenómenos psicosomáticos, que sabemos, no obstante, que no son escasos. La noción freudiana de conversión histérica se desprendió, por un lado, de los avances neurológicos de la escuela de Charcot (con la posibilidad de diagnosticar lesiones neurológicas a partir de signos, por ejemplo, el signo de Babinsky, etc.), por otro lado, de la limitación de la entidad histérica exigida por la corriente kraepeliana, que deja fuera de juego la noción de psicosis histérica desarrollada a fines del siglo XIX, que incluía: paranoia histérica, demencia histérica, melancolía histérica, histeroepilepsia, etc. A. Hipocondría delirante mal localizada como testimonio de P0 La cuestión de la diferenciación entre hipocondría psicótica y síntoma histérico de conversión fue planteada por colegas en vanas oportunidades 80. Parece útil distinguir aquí los casos de hipocondría mal localizada y diferenciarlos de los casos donde el órgano aparece como un verdadero blanco inmutable -ver la sección siguiente: Φ0. La hipocondría «indeterminada» -que va de un malestar a una sensación dolorosa, pero siempre asociada a una indeterminación intolerable- era considerada por uno de los mayores teóricos de los delirios crónicos, Bénédict Morel (1850), como el fenómeno elemental psicótico por excelencia, que determinaba secretamente el conjunto de los trastornos delirantes. Esta concepción se retomó como una de las dos formas de trastornos -afecto de perplejidad o hipocondría- que preceden la aparición del delirio de relación, por los autores de habla alemana que al principio de 1890 trataron de delimitar la paranoia a partir de mecanismos elementales mínimos. Freud lo recuerda en varias oportunidades, especialmente a propósito de Schreber81 («Me parece que la hipocondría está en la misma relación con la paranoia que la neurosis de angustia con la histeria»), y Lacan debatirá sobre eso con Macalpine. Esta noción es todavía muy familiar para algunos psiquiatras contemporáneos por ejemplo, en los «pródromos» y los «vanguardistas» de la escuela de Bonn. Parece razonable ubicar los fenómenos corporales descriptos en relación con los efectos catastróficos de la incursión de Un-padre. B. Dismorfofobia psicótica: Φ0 (PÁG. 125)

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Parte redactada por François Sauvagnat. J.-P. Deffieux, La Cause freudienne Nº' 38, París, Navarin-Seuil, 1998. 81 S. Freud, «Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dementia paranoides) descrito autobiográficamente», en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1990, t. XII. 59 80

Contrariamente a la sección precedente, constatamos en estos casos una localización «precisa» sobre uno o varios órganos, dado como destruido, muerto, monstruoso, etc. Solo secundariamente la «dismorfofobia», término forjado por Morselli (1886), que pensaba integrarlo en las serie de fobias, fue considerada ya no en el caso de adolescentes neurasténicas y perfeccionistas, sino en el de sujetos abiertamente psicóticos, y pueden compararse, además, con los fenómenos de negación de órganos. Digamos que, muy a menudo, el fracaso de la castración simbólica se manifiesta aquí de manera cruda, lo que tiende a hacer considerar ese tipo de fenómeno desde la perspectiva del Φ0 que describe Lacan, y principalmente del empuje a la mujer: «Por no poder ser el falo que le falta a la madre, le queda la solución de ser la mujer que le falta a los hombres», y es descripta en 1973 82 como una suerte de movimiento de retorno: Φ0→ La Mujer. Aquí pueden describirse toda una serie de fenómenos en los que se plantea el problema de saber, como señala Lacan, si Φ0: - es el efecto (en primer grado) en lo imaginario del llamado vano hecho en lo simbólico a la metáfora paterna; -o bien, el producto en un segundo grado de la elisión del falo, llevado a la hiancia mortífera del estadio del espejo, con el fin de resolverla. En este último caso, se trataría -de nuevo- de una solución que volvería sobre la simbolización primordial efectuada por la madre (DM/ sujeto). Debe constatarse que, lejos de que haya que concebir el «empuje a la mujer» como una feminización automática, sus resultados son variados, y van del sentimiento delirante de ser acusado de homosexualidad a un franco «volverse mujer» transexual, pasando por tentativas de sobrecompensación delirante (como en el caso de Otto Gross, donde la hipersexualidad «genital» se apoya en la veneración del culto de Ishtar, y las diversas elaboraciones «genitales» de Wilhelm Reich -a veces bien taponadas por elaboraciones de tipo aparejamiento del cuerpo). La segunda eventualidad que describe Lacan (resolver la elisión del Nombre del Padre en posición fálica por el Φ0) debe también, en nuestra opinión, ser entendida como tentativa de suplencia -«con el fin de resolverla»- centrada en la función de un órgano como «boca-agujero» de la forclusión. C. Fenómenos corporales esquizofrénicos. R/ /S/ /I (PÁG. 126) Una de las autonomizaciones más «crudas» de las dimensiones imaginaria, real y simbólica es probablemente la catatonía, con fenómenos motores de catalepsia, flexibilidad cerosa, impulsiones motrices, estereotipias; y, por el lado de las eventuales articulaciones verbales, la verbosidad o ensalada de palabras. El diagnóstico diferencial histeria/catatonía es una cuestión clásica que fue, a partir de 1898, objeto especial de un debate alrededor del síndrome de Ganser. La fijeza de los trastornos, su carácter no movilizable, su aparición inesperada según un «proceso» son clásicamente referidas como características de la catatonía, pero los autores varían considerablemente sobre la durabilidad de los trastornos 83. Lacan da cuenta de eso en 1959 en términos de regresión tópica en el estadio del espejo; el término «abandono» también fue mencionado. Tales síntomas marcan que la cadena significante casi no merma el goce. Sin embargo, esta ausencia de anudamiento «neurótico» entre S e I no impide que sean posibles modo s particulares de suplencia. Fenomenológicamente, eso va desde el «está todo bien», característico de 82

J. Lacan, «El atolondradicho», en Escansión Nº 1, Buenos Aires, Paidós, 1984.

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La versión muy deficitaria que da Henri Ey («hebefrenocatatonía») de ninguna manera es objeto de consenso. 60

la paciente descripta por KarI Landauer84; hasta las personalidades as if de Helene Deutsch, donde las identificaciones no encuentran ningún tope del orden del fantasma, pasando por la equivalencia esquizofrénica entre representaciones de cosas y representaciones de palabras en Freud. D. Neoconversión y problemática RSI Discutir la cuestión de las neoconversiones, «no reductibles por la interpretación freudiano clásica», es por un lado discutir modos de formación sintomáticos, es decir, tentativas de solución a la inexistencia del Otro 85 por parte de sujetos psicóticos, y, por otro lado, discutir síntomas que ponen en juego el cuerpo. Se puede agregar que los modos de formación sintomáticos considerados deben distinguirse del síntoma de conversión freudiano como «condensación», como metáfora, es decir, operación de imposición de sentido, f (S'/S) S = S (+) s, operada por el significante, subtendido por una sustracción de goce (-φ), o aun, en términos de «La tercera», «el síntoma es irrupción de esta anomalía en que consiste el goce fálico, por más que se extienda allí, que se ensanche esa falta fundamental que califico de no relación sexual». Allí donde, como escribe Lacan en «RSI» 86, ante la dificultad que tiene con el falo, el pequeño Hans se inventa «toda una serie de equivalentes de ese falo [...] distintamente ostentosos», nos vemos forzados a constatar que tal recurso con efecto de sentido no es posible para el sujeto psicótico. Sin embargo, en lugar de suponer, como Freud, que las tres dimensiones (real, simbólico e imaginario) están anudadas por la «realidad psíquica» 87, Lacan propuso, al final de «RSI», «pluralizar» los nombres del padre: «Nominación de lo imaginario como inhibición, nominación de lo real como angustia, nominación de lo simbólico, flor de lo simbólico mismo, como síntoma» 88. La etapa siguiente, con el sinthome, le permitió plantear el problema de los modos por los cuales pueden articularse y anudarse en sujetos psicóticos las suplencias del Nombre del Padre. Los casos presentados permiten seriar la manera en que, ante el abismo de significación que se abre y convoca al cuerpo, se intentan modos de acuñamiento diferenciados. Todos están confrontados en alguna medida con Φ0, pero con variantes en la brutalidad de esta confrontación. Mientras que el complejo del pelo es la oportunidad, para el paciente que se enfrenta con eso, de entregarse a una elaboración significante, que parece haberle suministrado una suerte de gnomon de su deseo allí donde su ideal musical lo abandonaba, el hombre de los pulgares que crujen parece librado a lo insondable de un goce que retorna sin mediación. El inventor del método de gimnasia parece, gracias a eso, taponar bastante bien las inquietudes que le causa su cuerpo; sin embargo, sobrevienen efectos de significación -sueños- que moderan las entrevistas. En cuanto a Victor el Erguido, él consigue ceder su síntoma de rigidez en favor de la oferta de la palabra quizás acomodándose bajo el significante ideal de la «conducta razonable», quizá también descompletando al padre gozador. LA NEOTRANSFERENCIA Lalengua de la transferencia en las psicosis (PÁG. 131)

Sección Clínica de Angers 89

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K. Landauer, «Spontanheilung einer Katatonie», Int. Z. f Ps., 1926. J.-A. Miller, Curso del 10/03/1998. 86 J. Lacan, «RSI», en Ornicar? Nº 2, París, Le Graphe, 1975, p. 104. 87 S. Freud, «La pérdida de realidad en la neurosis v la psicosis», en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1989, t. XIX, pp. 196 y 197. 88 J. Lacan, «RSI», en Ornicar? Nº 5, París, Le Graphe, 1975/1976, p. 66. 89 Expositor: Fabienne Henry 85

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¿Por qué «neotransferencia»?, ¿Sería el neométodo del que hablaba Freud para las psicosis? «Se nos impone la renuncia a ensayar nuestro plan curativo en el caso del psicótico -decía en 1938hasta que hallemos otro plan más idóneo para él.» 90 En 1958, Lacan no pasaba de ahí: «Decir lo que en ese terreno podemos hacer sería prematuro, porque sería ir ahora "más allá de Freud”» 91.En 1977, Jacques-Alain Miller retomaba el problema., «¿Quién explicará la transferencia del psicótico?» 92. Entonces, ¿por qué «neo»? ¿Qué hay de nuevo en 1998? Desde luego, la cuestión ya no es retroceder ante la psicosis. Después de las escansiones de las jornadas de la Escuela en 1983 y 1987, y las del encuentro internacional de Buenos Aires en 1988, algunos efectos de la práctica con las psicosis se publicaron en «El conciliábulo de Angers», y una nueva clínica, una clínica continuista de las «neopsicosis», en «La conversación de Arcachon». ¿Debe entenderse que la clínica de las neopsicosis creó una «neoposición» del analista, o que la neoposición del analista creó una «neotransferencia» en las psicosis? Partamos del principio la oferta da forma a la demanda, y la oferta del psicoanalista al psicótico -neo o no- puede instituir una nueva forma de demanda y, por lo tanto, una neotransferencia. 1. HIPÓTESIS DE LALENGUA DE LA TRANSFERENCIA (PÁG. 132) Planteemos la siguiente hipótesis: la creación y el uso de «lalengua de la transferencia» como neotransferencia en las psicosis. Esta hipótesis parte de la constatación de que la pareja sujeto supuesto saber-transferencia funcionaría de manera distinta en las psicosis. Lacan aclara efectivamente en su seminario Aun: «Cuando enuncié que la transferencia era motivada por el sujeto supuesto saber, no era sino aplicación particular, especificada, de lo que yace en esa experiencia» 93. Ahora bien, el sujeto supuesto saber no puede ser aquí lo que motiva la transferencia, puesto que el saber ya está ahí, del lado del psicótico. Proponemos entonces examinar la pareja lalengua-transferencia, enunciando, a la manera de Lacan, que si lalengua motiva la neotransferencia, no sería más que aplicación particular, especificada, de la práctica con las psicosis, donde lalengua de la transferencia aparece como nuevo telar para tejer el lazo social. Partamos de una secuencia tomada del caso de una psicosis enmascarada por una ligera deficiencia intelectual, que Jean Lelièvre expuso en su Mémoire94 de la Sección Clínica de Angers: «¿Sabes hablar como Donald?», preguntó la niña. «¡No!», respondió él. Salivando y babeando muchísimo, ella comenzó entonces a parpar: «¡Cue, cue, cue!», hizo ella. «¿Qué hay que escuchar?», se preguntaba él, contrariado. Siempre parpando, la niña señalaba su reloj con el dedo. «Son las cueve y diez», se sorprendió diciendo él, parpando a su vez. Eso la hizo reí r. La lengua Donald acababa de ser inventada. A partir de esa sesión, eran pocos los momentos que no estaban dedicados a la práctica y el aprendizaje de esta lengua. El Donald se había convertido en la lengua de la transferencia. Por otro

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S. Freud, «La técnica psicoanalítica», en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, t. XXIII, p. 174. J. Lacan, «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis» (1958), en Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 1987, p. 564. 92 J.-A. Miller, «Enseñanzas de la presentación de enfermos» (1977), en Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, Buenos Aires, ICBA-Paidós, 1999, p. 417. 93 J. Lacan, El seminario, libro 20, Aun (1972-1973), Buenos Aires, Paidós, 1991, p. 174. 94 J. Lelièvre, «Le cas Ophélie», en Déficience intellectuelle légère - Un mode d'être au monde, Mémoire Nº 3 de la Sección Clínica de Angers, Grammatica, invierno de 1997, número extraordinario del Archive Nº 4. 62 91

lado, su uso había sobrepasado el marco de las sesiones invadiendo la casa familiar y la institución donde esta niña crecía. Hagamos aquí dos observaciones previas: por una parte, la lengua Donald aparece como una creación lingüística de la niña -algo muy de ella, diría Michel Leiris-95, y encarna «lalengua», que Lacan escribe en una sola palabra; por otra parte, el aprendizaje y la práctica de la lengua Donald por el dúo niño-terapeuta introducen la necesidad de «lalengua de la transferencias para forjar el lazo social. ¿Pero la práctica con las psicosis debe necesariamente pasar por la creación y la práctica de una lalengua de la transferencia? Que se trate de psicosis no impide creer en el inconsciente. Como subraya Lacan, «Porque hay inconsciente, a saber, lalengua en tanto que es por cohabitar con ella que se define un ser llamado el ser que habla, puede el significante estar llamado a hacer signo. Entiendan el signo como les plazca, incluso como el thing del inglés, la cosa» 96. Comparemos este uso de lalengua de la transferencia con el de la lengua extranjera, sin sentido, utilizada por Danièle Rouillon en el caso titulado «Los beneficios del fuera de sentido» 97 de Los inclasificables... Haciendo eco a la lengua de los números practicada por su paciente: «Saint Gobain 601 + 0,2; Saint Louis 601 + 2», la analista practica la lengua extranjera. «And what do you say now? Well, I say that white is not black». Aquí, la práctica de lalengua no provoca la risa del paciente sino cierto sosiego. Comparemos también este uso de lalengua de la transferencia con la lengua a tientas utilizada por Gabriel Lombardi en su extraordinaria contribución titulada «Cura de un mutismo», del mismo volumen. Frente al silencio del paciente, interrumpido por un «Veo puntitos», el analista practic a, sin guión de réplica, la lengua a tientas: «Decidí hablarle yo, a tientas, interrogarlo sin el horizonte de alguna respuesta» 98. En todos estos casos clínicos se ve bien que lo que motiva la neotransferencia no es el sujeto supuesto saber, sino lalengua, en tanto es la que permite que un significante pueda hacer señas. Y ¿hacer señas de qué? De algo que está fuera del sentido: onomatopeya, cifra, marca. Plantearemos, pues, que por el significante, en tanto puede hacer señas -y no por el sentido-, se juega la partida de la neotransferencia como vector de la cura. II. TEORÍA DE LALENGUA Pág. 134 Recordemos ahora el artículo titulado «Teoría de lalengua» 99, de 1974, donde Jacques-Alain Miller despliega la palabra «lalengua» creada por Lacan dos años antes. En este artículo, el psicoanálisis es una forma de acceso a lalengua, y lalengua sería fundadora, con el mismo título que el inconsciente estructurado como un lenguaje. En un artículo más antiguo, titulado «U o "no hay meta-lenguaje"» 100, Jacques-Alain Miller ya desarrolla el término precursor de lalengua: la lengua U-lengua única y última. En ese artículo, el psicoanálisis no es otra cosa que la travesía de la lengua única.

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M. Leiris, Biffures: la règle du jeu, París, Gallimard, 1991, pp. 9-21. J. Lacan, ob. cit., n. 4, p. 171. 97 D. Rouillon, «Los beneficios del fuera de sentido», ob. cit., n. 3, p. 141. 98 G. Lombardi, «Cura de un mutismo», ob. cit., n. 3, p. 118. 99 J.-A. Miller, «Teoría de lalengua», en Matemas 1, Buenos Aires, Manantial, 1987: Dirigido al congreso de la Escuela Freudiana y pronunciado en Roma, este discurso parece constituir su propio «Informe de Roma». 100 Íd., «U o "no hay meta-lenguaje"», en Matemas II, Buenos Aires, Manantial, 1990: Reductio linguarum ad unam, Leibniz: La lengua U, derivada del término de Haskell B. Curry «U-language», the language being used. 63 96

Podría decirse que Freud hace su entrada por la pulsión, Lacan por el lenguaje y Jacques-Alain Miller por lalengua. A. ¿Qué es lalengua? «Lalengua esta hecha de cualquier cosa, de lo que rueda en las sentinas y también en los salones», precisa en 1974. Por eso lalengua Donald de Ophélie, hecha de las onomatopeyas que abundan en los dibujos animados, y lalengua de los números del paciente de Danièle Rouillon, hecha del cambio bursátil que rueda en la radio. «La lengua es esencialmente aluvionaria, está hecha de aluviones acumulados con los malentendidos y con las creaciones del lenguaje de cada uno» 101, agregará en 1996 en «La fuga del sentido». Y ese sedimento se hace con las huellas dejadas por los otros sujetos. 1. Un bello gorjeo Para tomar un ejemplo literario, citemos presbytère [casa parroquial] de Colette102, una palabra que rodaba en el jardín de su infancia y a la que ella transforma en el nombre científico de un caracolito. El niño se llamaba «Bel-Gazou», como beau gazouillis [bello gorjeo]. ¿No es eso lalengua? La palabra presbytère acababa de llegar a mi oído sensible, y de provocar estragos. «Es ciertamente el presbytère más alegre que conozco», había dicho alguien. Yo había retenido para mí la palabra misteriosa, como bordada en un realce áspero al comienzo, y terminada en una larga y soñadora sílaba. Enriquecida por un secreto y una duda, dormía con la palabra y la ponía sobre mi muro. «¡Presbytère!» La lanzaba por encima del techo del gallinero y el jardín de Miron hacia el horizonte brumoso de Moutiers. Desde lo alto de mi muro la palabra sonaba como anatema: « ¡Váyanse! ¡Son todos unos presbytère!», les gritaba a los desterrados invisibles. Poco después, la palabra perdió todo su veneno, y se me ocurrió que presbytère bien podía ser el nombre científico del caracolito rayado amarillo y negro. Una imprudencia echó todo a perder. «-¡Mamá, mira el bonito presbytère que encontré!» Me callé demasiado tarde. Tuve que aprender lo que tanto quería ignorar, y llamar a «las cosas por su nombre». «-Un presbytère, veamos, es la casa del cura.» Yo luché contra la fractura, apreté contra mí los jirones de mi extravagancia; quise obligar al cura a vivir en el caparazón vacío del caracolito llamado presbytère. Y después, cedí. Arrojando los pedacitos de caracol aplastado, recogía la hermosa palabra, subía hasta mi pequeña terraza sombreada por antiguas lilas. La bauticé Presbytère, y me hice cura sobre el muro. 2. La integral de los equívocos Pág. 136 «Una lengua entre otras no es otra cosa sino la integral de los equívocos que de su historia persisten en ella» 103, escribe Lacan en «El atolondradicho». Después agrega en Aun: «Lalengua es lo que hace rato me permitió mudar a mi S2 en una pregunta, diciendo: ¿es dos de veras, se trata de

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Íd., «La fuga del sentido», clase VII, 31/01/1996 (inédito). S. D. Colette, «Le curé sur le mur», en La maison de Claudine, Livre de poche,1922. 103 J. Lacan, «El atolondrado, el atolondradicho o las vueltas dichas», en Escansión Nº 1, Buenos Aires, Paidós, 1984, p. 63. 102

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ellos en el lenguaje?104». Lo que Jacques-Alain Miller traduce en 1974 por: «La homofonía es el motor de lalengua» 105. Y, efectivamente, la similitud fónica del «cue» y del «cueve» hace que aparezca sorpresivamente el «cueve y diez» del terapeuta en el caso de Ophélie, y que lalengua Donald, lalengua del sonido, se invente como lalengua de la transferencia. Es una operación al estilo de Michel Leiris y, como dice Jacques-Alain Miller en 1996, está «íntegramente sujeta al equívoco» 106. B. ¿Qué relación mantiene lalengua con el lenguaje? (PÁG. 136) Lacan distingue en Aun107 un saber sobre lalengua, que vuelve al lenguaje, y un saber hacer con lalengua, del que da testimonio el inconsciente. Jacques-Alain Miller108 lo traduce en 1974 como: por un lado, «el lenguaje no es lalengua [...] está segundo en relación con lalengua [...] es el resultado de un trabajo sobre lalengua»; y por el otro, «no hay sujeto supuesto saber en la lengua, no hay catalepsis de la lengua, no hay dominio de la lengua». 1. Lalengua rebelde e indómita Lalengua no es dominable porque no hay en ella dos dichos que sean semejantes, «solo hay diferencias». Es una manera de tomar en serio la tesis de Saussure. Es decir que el sentido primero del significante está perdido para siempre: la s minúscula desaparece bajo la S mayúscula. Bel-Gazou [bello gorjeo] lo experimenta cuando, después de haber jugado con la palabra presbytère, la coloca en el discurso de la ciencia, luego en el discurso común: «La palabra perdió su veneno». ¿Cómo hacer valer esas diferencias? En el campo del lenguaje, la articulación significante S1-S2 desencadena los efectos de sentido; hay significación a pedir de boca. El sujeto es identificable. En el campo de lalengua, entonces, antes de poner orden en los significantes, se tiene una cadena significante sin efecto de sentido. Es el materna S//s de «La fuga del sentido» 109. Es la experiencia del paciente de Danièle Rouillon cuando los números de la bolsa se acomodan unos al lado de los otros, sin efecto de sentido. El sujeto está separado de la cadena significante, fuera de la cadena. Hay un saber hacer con lalengua, pero no un saber sobre lalengua. 2. Lalengua fundadora y el inconsciente estructurado como un lenguaje Aquí aparece la falsa separación de la que habla Jacques-Alain Miller en «¿Producir el sujeto?» 110: el sujeto está fuera del sentido, separado de la cadena significante, «surge de la nada, es una criatura de significante; pero [...] el sujeto tiene que emerger del ser vivo, que surge de su status primero de objeto», del objeto charla [causette]111 del deseo de la madre. Es lo que confirma, por ejemplo, esta educadora a propósito de un autista. «¿En qué lengua hay que hablarle?», se pregunta. «Utilicé mi lengua materna sin ocuparme de saber si él comprendía y sin esperar respuesta. Eso duró dos años. Su mirada no cruzaba la mía. Cuando le lanzaba una

104

Íd., ob. cit., n. 4, p. 168. J.-A. Miller, ob. cit., n. 10, p. 75. 106 Íd., ob. cit., n. 12, clase VI, del 17/01/1996. 107 J. Lacan, ob. cit., n. 4, p. 167. 108 J.-A. Miller, ob. cit., n. 10, p. 74. 109 Íd., ob. cit., n. 12, clase IX, 14/02/1996. 110 Íd., «¿Producir el sujeto?», en Matemas 1, Buenos Aires, Manantial, 1987, p. 178. 111 juego de palabras entre cause (causa) y causette (charla). [N. de la T.] 105

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pelota, él no la agarraba. Una mañana, mientras yo estaba de espaldas, él me pidió un caramelo. Me hizo el mismo efecto que si mi gato empezara a hablar.» Tal vez haya que entender así lo que enuncia Lacan en Aun: Lalengua nos afecta primero por todos los efectos que encierra y que son afectos. Si se puede decir que el inconsciente está estructurado como un lenguaje es por el hecho mismo de que los efectos de lalengua, ya allí como el saber, van mucho más allá de todo lo que el ser que habla es capaz de enunciar112. C. ¿Qué relación mantiene lalengua con la pulsión? Pág. 138 Volvamos a Freud y a la articulación que hace Lacan en El seminario 11 entre la pulsión y la cadena significante. Para Freud, dice, la pulsión funciona como una cadena significante, ordenada por la gramática. Esta cadena rodea el objeto pulsional pero no lo alcanza. La pulsión se caracteriza por ser acéfala, nos dice Lacan113. Es, pues, «un ser del tipo quod, cuyo quid permanece misterioso, velado», precisa Jacques-Alain Miller114 en «El conciliábulo de Angers» -el quod quiere decir algo, pero no se sabe lo que quiere decir. En su curso titulado «Silet», Jacques-Alain Miller hace de la pulsión una articulación entre la repetición y la transferencia, es decir, una repetición significante cuyo producto es un goce: «La repetición como automatismo es equivalente a una cadena significante que a la vez elude y designa el lugar central de lo real, que la transferencia pone en acto» 115. Para lo que propone el siguiente esquema: (GRÁFICO PÁG. 139) Entonces, si existe una relación entre lalengua y la pulsión, es vía la repetición y la transferencia: un goce producido por la cadena significante. Tenemos aquí un bosquejo de lalengua de la transferencia: una cadena significante de lalengua, sin sentido, que apareja el goce, que dibuja el recorrido que va de lo simbólico a lo real. 1. La verdad en acto, libre, desencadenada Si la cadena significante de lalengua produce un efecto de verdad, es en acto. Como escribe Jacques-Alain Miller116 en 1974, sin esta lalengua, no habría verdad; y la verdad en esta lalengua no puede ser definida -está allí en acto, libre, desencadenada. Basta recordar la rabia del Hombre de las Ratas contra su padre y la cadena significante que entonces utiliza («¡Eh, tú, lámpara, pañuelo, plato!»)117 para darse cuenta de lo que apunta pero sin alcanzarlo: el lugar central de lo real. Lo que le hace decir al padre que es un futuro criminal. De allí la palabra «irascible» 118, que Jacques-Alain Miller escribía en 1989 en El banquete de los analistas: la rabia apunta al objeto a. 112

J. Lacan, ob. cit., n. 4, pp. 67 y 168. Íd.,El seminario, libro11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1993. 114 J.-A. Miller, «Cierre: Vacío y certeza», ob. cit., n. 3, p. 191. 115 Íd., «Silet», clase XII (inédito). 116 J.-A. Miller, ob. cit., n. 10. 117 S. Freud, «A propósito de un caso de neurosis obsesiva», en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1988, t. X., p. 161. 118 J.-A. Miller, El banquete de los analistas, Buenos Aires, Paidós, 2000, p. 107, n. 11: irascible condensa en francés ire (ira), a (objeto a) y cible (blanco). 66 113

Asimismo, la repetición del «Veo puntitos» del paciente de Lombardi, siempre acompañada de excitaciones, parece indicar el lugar de un real inaccesible: «Él no podía describir nada de lo que le preguntaba sobre esos puntos, ni cantidad ni otra cualidad que su pequeñez indescriptible. Nada. Ni una palabra» 119. 2. El insulto y el nombre propio de goce Entonces, los efectos de lalengua van mucho más allá de todo lo que el ser que habla es susceptible de enunciar. Y uno de los primeros efectos de lalengua es el afecto; en particular, la rabia. Ahora bien, si la pulsión es color de vacío, es porque no alcanza el objeto, mientras que el afecto toma aquí el color del objeto. Basta abrir un libro de Tintín 120 para percibir que, cuando el capitán Haddock hace su entrada, animado por la rabia, y con una serie de insultos que brotan «¡Canalla! ¡Bachi-bouzouk! ¡Ectoplasma!», en realidad, todos los significantes fallan para decir eso. Como dice Jacques-Alain Miller: «Luego, se selecciona uno ¡cualquiera!, que en la caída, en la anulación de todos los significantes -que escribe A/- se salva del desastre y aparece como una flecha para intentar convertirse en el significante del ser del Otro; esto es, el significante del Otro como objeto a»121. La fórmula del insulto que él propone es entonces: (GRÁFICO PÁG. 140) MIentras que el capitán Haddock, como buen neurótico, sigue buscando su nombre de insulto después de la muerte de Hergé, Ophélie, por el contrario, como psicótica, no busca nada: su insulto está allí de entrada. Desde la primera sesión escupe un insulto: «¡Pareces una liebre!». Este nombre de animal produce un equívoco en lalengua con el nombre del terapeuta «Lelièvre» [Laliebre]: «¡No me gusta venir a verte! ¡Con tu corte de pelo pareces una liebre!». Ophélie entra en la escena analítica por el odio. Por el insulto, golpea el kakon de su ser en el Otro. El odio «es uno de los caminos al ser», precisa Jacques Alain Miller, y: «[...] el insulto está ligado a un afecto y se presenta cuando no hay más palabras para decirlo, cuando ya no es posible razonar, y uno se sofoca de cólera» 122. También así podría entenderse el «El doctor está cachuso» 123 que hacía reír al paciente de Gabriel Lombardi. Pero esta vez no se trataría de odio sino de ironía. Y la función del semblante es allí desnudado: no-incauto. III. ALGORITMO(S) DE LA TRANSFERENCIA Si bien Freud pensó en un método más adaptado en las psicosis, Lacan no dio la fórmula. El algoritmo de la transferencia, que Lacan124 propone en 1967, retoma la fórmula del inconsciente estructurado como un lenguaje. Esta fórmula no es más que una aplicación particular de la experiencia. 119

G. Lombardi, ob. cit., n. 9, p. 119. Hergé, Colección de Tintín. 121 J.-A. Miller, ob. cit., n. 29, p. 107, 33. Ibíd., pp. 106 y 107. 122 Ibíd.., pp. 106 y 107. 123 G. Lombardi, ob. cit., n. 9, p. 117. 124 J. Lacan, «Proposición del 9 de octubre sobre el Psicoanalista de la Escuela», en Momentos cruciales de la experiencia analítica, Buenos Aires, Manantial, 1987. 120

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(GRÁFICO PÁG. 141) ¿Cual sería entonces la fórmula de la neotransferencia como aplicación particular de la práctica con las psicosis? A. El significante de la transferencia y el Uno encarnado en lalengua El significante de la transferencia, St. formalizado por Lacan en la fórmula del sujeto supuesto saber, no es un significante cualquiera. Sería el significante Uno o significante amo, tal como Lacan lo definió en Aun: «Es el orden significante en tanto se instaura por el envolvimiento con el que toda la cadena subsiste» 125. Aquí podemos hacer referencia al artículo de Jacques-Alain Miller titulado «Matriz» 126, que distingue la marca y el lugar del Todo y de la Nada, con un esquema de la estratificación que comenta así: «De hecho, la marca como unidad no es sino la totalidad concentrada. Y la totalidad es la marca dilatada, multiplicada». Por eso el esquema: Esta estratificación podría compararse con lo que Lacan llama en Aun «la unidad de la copulación del sujeto con el saber»: «El S1, el enjambre, significante-amo, es lo que asegura la unidad, la unidad de la copulación del sujeto con el saber 127. Por eso el esquema: (GRÁFICO PÁG. 142) «El Uno encarnado en lalengua es algo que queda indeciso entre el fonema, la palabra, la frase, y aun el pensamiento todo. Es lo que está en juego en lo que yo llamo significante-amo.128» Considerando el veo puntitos como el Uno encarnado en lalengua, el significante amo que se instaura en el envoltorio por donde toda la cadena subsiste, es decir, la marca, como unidad, pero también como totalidad concentrada, lo que grita el paciente de Lombardi sería entonces todo su pensamiento. 1. El imperativo del significante y la alta tensión del significante «El significante es ante todo imperativo» 129, dice Lacan en 1972. Pero ¿hay una diferencia entre el significante Uno encarnado en lalengua, ese significante amo que comanda toda la cadena, y lo que Lacan llama en 1958 la «alta tensión del significante130»? La lengua fundamental de Schreber131 está hecha de neologismos, que constituyen lo que Lacan132 llama un neocódigo. El imperativo o la alta tensión del significante puede escribirse: (GRÁFICO PÁG. 143)

125

Íd., ob. cit., n. 4, p. 173. J.-A. Miller, «Matriz», en Matemas Il, Buenos Aires, Manantial, 1990, p. 70. 127 J. Lacan, ob. cit., n. 4, p. 173. 39. 128 Ibíd. 129 Ibíd., p. 43. 130 J. Lacan, ob. cit., n. 2, p. 520. 131 D. P. Schreber, Memorias de un enfermo nervioso, Buenos Aires, Perfil, 1999. Fenómenos de código: S. 13-I;S. 167-XII; S. 130-X; mensajes interrumpidos: S. 217-XVI. 132 J. Lacan, ob. cit., n. 2, p. 519. 126

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En cuanto a los mensajes interrumpidos, como indica Jacques- Alain Miller en «La fuga del sentido» 133, esto funcionaría un poco como un Witz: en la cadena significante, una parte queda vacía y a la espera de lo que vendría a la mente, para dar el sentido. (GRÁFICO PÁG. 143) Ya se trate del «Veo puntitos», del «Saint Gobain 601 + 0,2» o del «¡cue, cue, cue!», en cada caso, el sentido está en suspenso. ¿Pero se trata de neologismos o de cantinelas? Lacan nota efectivamente que cuando esta alta tensión del significante cae, las alucinaciones se reducen entonces a cantinelas o a machaqueos, vacíos de significación. Jacques-Alain Miller hace de ese machacar un cierre sobre sí mismo del significante, sin el lastre del significado, y lo escribe: (GRÁFICO PÁG. 143) 2. La soledad semántica A propósito de la voluptuosidad del alma de Schreber, Seelenwollust, Lacan observa que «el inconsciente se preocupa más del significante que del significado» y que «la dimensión en que la letra se manifiesta en el inconsciente [...] es mucho menos etimológica (precisamente diacrónico) que homofónica (precisamente sincrónica134)». El sentido de mortificación vendría de la homofonía entre Seelen, las almas, y Seen, los lagos donde las almas vivieron en un tiempo. En el caso de Ophélie, la lengua Donald puede ser inventada como lalengua de la transferencia, porque el terapeuta y la niña se burlan del significado. Una vez despojado del lastre del significado, el significante funciona solo, girando sobre sí mismo en bucle, pero como significante. Uno que envuelve toda la cadena significante, y apela al efecto de sentido solamente de manera alusiva, sin intención de significación. Así se obtiene la fórmula de Jacques-Alain Miller 135: (GRÁFICO PÁG. 144) Aquí los efectos de sentido son infinitos, y completamente separados del significante. Todo puede decirse, sin que se fije una significación. B. El saber supuesto y el saber ya ahí en las psicosis Lacan136 distingue en su seminario Aun dos saberes inconscientes: el saber sobre lalengua, que es privativo del lenguaje, y el saber hacer con lalengua, que es privativo del inconsciente. ¿Cómo se articulan estos dos saberes en la psicosis? 1. Saber sobre lalengua y saber hacer con lalengua

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J.-A. Miller, ob. cit., n. 12, clase XIII, 27/03/1996 J. Lacan, ob. cit., n. 2, p. 551. 135 J.-A. Miller, ob. cit., n. 12, clase XIV, 03/04/1996. 136 J. Lacan, ob. cit., n. 4, pp. 167 y 168. 134

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«Todo amor encuentra su soporte en cierta relación entre dos saberes inconscientes» 137, precisa Lacan. Y si hay relación, es porque hay distinción: el inconsciente es un saber hacer con lalengua; mientras que el lenguaje es una elucubración de saber sobre lalengua. Establecer esta distinción es distinguir también entre inconsciente y lenguaje. El lenguaje no sería más que una hipótesis o una suposición de saber sobre lalengua: «El lenguaje, en primer lugar, no existe. El lenguaje es lo que se procura saber respecto de la función de lalengua»138.Mientras que el inconsciente es el testimonio de un saber hacer con lalengua que escapa al ser hablante. En los tres casos clínicos tomados como ejemplos (los de Gabriel Lombardi, Danièle Rouillon y Jean Lelièvre), el terapeuta testimonia cada vez un saber hacer con lalengua, que al mismo tiempo le escapa. Los tres apuestan a los efectos de lalengua, es decir, a un saber ya ahí, pero que va mucho más allá de lo que puede ser enunciado. Hasta se podría decir, en los tres casos, que el terapeuta se comporta como la rata en el laberinto139 de Lacan: le señala al paciente su propia presencia como unidad, incluso como unidad ratera, es decir, capaz del aprendizaje de lalengua. 2. El aprendizaje de lalengua y el sujeto supuesto saber Por la analogía entre la unidad ratera y el ser analista, la cuestión del saber se transforma en la de un aprender: «La pregunta [...] es la de saber si la unidad ratera va a aprender a aprender» 140. Es lo que hacen nuestros tres terapeutas: ellos aprenden a aprender. Se comportan, en el laberinto de lalengua, en ese montaje hecho de lalengua de la transferencia, de alguna manera, como analistas-ratas. Y el experimentador, «quien sabe- algo del asunto», como dice Lacan, sería entonces el psicótico, «alguien para quien la relación con el saber está fundada en una relación con lalengua, en la habitación de lalengua, o la cohabitación con» 141. Se presta a su aprendizaje porque el analista le supone al psicótico un saber hacer con la lengua; y gracias al deseo del analista, ese saber y a ahí en el psicótico podría elaborarse entonces como elucubración de saber sobre lalengua. C. la transferencia y el amor del Otro Si es cierto que una pareja habla la misma lengua y que esta le es extranjera a un tercero, lalengua de la transferencia bien podría ser la del amor: entre psicótico y analista no hay encuentro sin el amor del Otro. La experiencia del laberinto se detiene en ese punto: no se le pide al experimentador que ame a su rata, y viceversa. En la pareja Ophélie-Lelièvre se trata de un odioenamoramiento: la niña entra por el odio, y lalengua de la transferencia se establece en el amor del Otro. 1. El ALGORITMO DE GABRIEL LOMBARDI Pág. 146

137

Ibíd., Ibíd., 139 Ibíd., 140 Ibíd., 141 Ibíd., 138

p. 174. p. 167. p. 168. p. 169. p. 170. 70

En la «Cura de un mutismo», Gabriel Lombardi es primero como la rata perdida en el laberinto. De lo único que está seguro es de que el inconsciente del paciente está hecho de lalengua. El «Veo puntitos» le indica esta cohabitación con lalengua. El curado le indica a quien lo cura cierta relación con el saber hacer con lalengua, que podemos escribir así: (GRÁFICO PÁG. 146) El terapeuta señala su presencia produciendo primero lalengua a tientas, fundada en la misma relación con el saber hacer con lalengua: lalengua fuera del sentido, a tientas, como S1. (GRÁFICO PÁG. 146) Por esta operación se presta al aprendizaje de lalengua como sujeto vacío, que se pone a trabajar por el saber del paciente, al que le supone algo, más allá de lo que es enunciado. Toda la cuestión es saber por qué el paciente acepta un día la puesta en escena y se da vuelta diciendo: «Yo escribo poemas». Insondable decisión del ser quizá, pero aquí se invierten las posiciones y se ubica el encuentro, o sea: la «ilusión de que algo no solo se articula sino que se inscribe» 142, dice Lacan. El «Yo escribo poemas» producido por el paciente en una lengua gangosa, apenas audible, no es por supuesto para leer, sino que traduje el cesa de no escribirse de una «relación de sujeto a sujeto, sujeto en tanto que no es más que el efecto del saber inconsciente». Entonces, tanto el paciente como el terapeuta se reconocen ambos como sujetos, en tanto efectos del saber inconsciente. Escribamos la inversión y la relación de sujeto a sujeto así: (GRÁFICO PÁG. 147) Habría entonces producción del sujeto y captura de la transferencia en un efecto de cristalización masiva de lalengua en las redes del goce. 2. La erotomanía delirante Toda la cuestión es entonces saber cómo evitar la erotomanía delirante, que Jacques-Alain Miller143 formula así: (GRÁFICO PÁG. 147) De allí el drama del amor del que habla Lacan144. ¿Qué diferencia hay entre el «Kleiner Flechsig» de Schreber y el «El doctor está cachuso» del paciente de Lombardi? ¿La transferencia con Flechsig y con Lombardi tienen el mismo estatuto? En los dos casos, el sujeto cree en el amor del Otro. En los dos casos se ubica una metáfora delirante: ser la mujer de Dios para Schreber, ser el hijo de Dios para el paciente de Lombardi. Pero si las Memorias... de Schreber constituyen una respuesta metafórica a este amor del Otro, la lectura de la Biblia por el paciente de Lombardi aplaza esta respuesta, favorece la metonimia, y pone al 142

Ibíd., p. 175. J.-A. Miller, ob. cit., n. 21, p. 181. 144 J. Lacan, ob. cit., n. 4, p. 175. 143

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sujeto a trabajar sobre un nuevo telar para tejer el lazo social más con el Otro social que con el Otro del delirio. El empeño de Lombardi por convertirse en el punto de basta y el destinatario del «Yo escribo poemas» orienta hacia un lazo social nuevo. IV. LALENGUA DE LA TRANSFERENCIA: UN TELAR PARA TEJER EL LAZO SOCIAL Entonces, «Yo escribo poemas», dice el paciente de Lombardi con una voz gangosa, apenas comprensible. Pero ese yoescripoem -que podríamos escribir en una sola palabra- queda como puro significante de lalengua, separado del significado. Puede querer decir cualquier cosa, según confirma Lombardi cuando el paciente le extiende primero «un papel arrugado y sucio donde había dos líneas de escritura ilegible». Todavía no hay diálogo. Y Lacan aclara a propósito de lalengua: «Pero ¿lalengua sirve primero para el diálogo? Como lo articulé en otros tiempos, nada es menos seguro» 145. ¿Cómo poner límite al monólogo autista del goce? A. Del no hay diálogo al lazo social Pág. 148 Lacan propone la solución de la interpretación en su seminario «... O peor»: «No hay diálogo, dije, pero ese no hay diálogo tiene su límite en la interpretación, por donde se asegura, como para el número, lo real» 146. Es lo que Jacques-Alain Miller traduce por «la interpretación analítica establece un límite» en la medida en que, «a instancias de la formalización matemática, ella toca un real», pasa por un «eso no quiere decir nada», va «al revés del sentido», y «supone el escrito» 147. Y es lo que propone Éric Laurent en «La conversación de Arcachon»: hay que entrar en la matriz del discurso por el signo, y no por el sentido 148. Es efectivamente por el signo, o más bien por el thing, como los tres pacientes pueden entrar en un lazo social: onomatopeya, cifra o trazo escrito, se trata de algo que va al revés del sentido. 1. Lalengua de la transferencia y el discurso analítico En el caso de Ophélie, mucho antes del aprendizaje de la lengua Donald, el thing del que el terapeuta se hace primero destinatario podría muy bien ser la plastilina-masa para masticar [pâteà- modeler- pâte-á-mâcher]. Desde la primera sesión, en efecto, Ophélie había pedido plastilina, que amasó durante mucho tiempo, mientras comía regularmente algunos pedacitos. Después la había usado de manera regular para tirársela en la cara al terapeuta, como la injuria «parece una liebre» de la primera sesión. El terapeuta debía plegarse al modelaje de los animales que ella pedía, y ningún otro chico podía tocar eso. La plastilina-masa para masticar se había convertido en algo muy de ella. Pasando de la plastilina-masa para masticar a la creación de Donald, con lalengua también masticada, Ophélie pudo entrar en un lazo social y, por lo tanto, en la matriz de un discurso. El aprendizaje de lalengua de la transferencia, como aparejamiento del goce, se convierte en un verdadero telar para tejer el lazo social.

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Ibíd., p. 166. J. Lacan, «El seminario, libro 19, ... O peor», inédito. 147 J.-A. Miller, ob. cit., n. 12, clase IX, 14/02/96. 148 E. Laurent, ob. cit., n. 3, pp. 340 y 341. 146

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Como dice Jacques-Alain Miller, «Lo único que pone orden en esta semántica absoluta, paralela a la soledad del goce, es ser captado en un discurso, esto es, como dice Lacan, en un lazo social» 149. Como dice Lacan, a saber: «A fin de cuentas no hay más que eso, el vínculo social. Lo designo con el término de discurso [...]» 150. Para la pequeña Ophélie, que le enseñaba la lengua Donald a su terapeuta, lalengua de la transferencia servía primeramente como muralla para una elucubración de saber sobre lalengua, que fue perdiendo poco a poco su veneno, y la niña terminó llamando a las cosas por su nombre. Del mismo modo, los trazos escritos del paciente de Lombardi primero ilegibles se vuelven poco a poco legibles:«Siguen otros poemas, poemas de un amor abstracto, cada vez más claramente escritos». 2. Lalengua de la transferencia y la función del Witz «Al contrario, solo por un lazo social típico se tiene una oportunidad de leer, de interpretar, de limitar el no hay diálogo. Por eso, por el lazo social, en definitiva, el significado es susceptible de conservar el mismo sentido» 151, precisa Jacques-Alain Miller. Lalengua de la transferencia lleva al paciente de Lombardi primero a escribir, después a leer, luego a evocar recuerdos de infancia. Finalmente, elabora cierto saber sobre lalengua que utilizará en un Witz: «Se trata de una propaganda en la tele. Se ve la imagen de la Cruz vacía, sin Cristo y sin clavos. Una voz en off dice: "Si hubiéramos usado clavos, Goldstein, las cosas serían diferentes"». Otro psicótico jugaba a las adivinanzas con el terapeuta: «¿Usted sabe lo que decía la mujer de Althusser antes de morir? Decía: ¡Basta! Me estás apretando muy fuerte». O también: «¿Sabe lo que le decía un árabe a su dentista? ¡Pues bien!: "J’en ai ras ma dent-ramadán!152 ¿Entiende?». La presencia del analista es esencial, decisiva, porque su risa decide si el chiste cumplió su misión, si la cesión de goce al Otro del lazo social funcionó. B. los impasses de lalengua de la transferencia Pág. 150 Lalengua de la transferencia tiene sus límites. Vimos la de la erotomanía, está también la del semblante y la del síntoma. 1. Lalengua de la transferencia en sus relaciones con el semblante Como dice Lacan, un discurso como el analítico apunta al sentido y hace surgir la idea de que el sentido no es más que semblante153. Es la experiencia del paciente de Lombardi, cuyo Witz no provee el sentido y le indica solamente la dirección. En los ejemplos precedentes se nota que el chiste es utilizado bajo forma alusiva, que indica la dirección del sentido y se burla de la significación fálica: el hijo de Dios, sin clavos Goldstein, no existe; la muerte, como la religión, es solo un asunto de juego de palabras. Aquí puede distinguirse la alusión con intención alucinatoria, pero que no es semblante, y el chiste con un objetivo socializante, y que es semblante. Efectivamente, no se ve al presidente 149

J.-A. Miller, ob. cit., n. 58. J. Lacan, ob. cit., n. 4, p. 68. 151 J.-A. Miller, ob. cit., n. 58. 152 J’en ai ras ma dent (estoy harto de mi diente) en francés hace juego homofónico con ramadan (ramadán). [N. de la T.] 153 J. Lacan, ob. cit., n. 4, p. 96. 150

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Schreber utilizar el Witz a propósito de Dios. Al contrario, las voces pueden burlarse, incluso insultar a Dios. «Die Sonne ist eine Uhre». 2. Lalengua de la transferencia en sus relaciones con el síntoma En la neurosis, el análisis comienza por la precipitación del síntoma, con enganche del sujeto supuesto saber al deseo del analista. En la psicosis, sería más bien una cristalización del síntoma, con mallado del goce por lalengua de la transferencia. Pero dejemos esta cuestión, y recordemos solamente que es porque el psicoanálisis se empeña en hacerse el destinatario de los signos ínfimos de lo real de lalengua, sin ocuparse del sentido, que puede tener una posibilidad de convertirse en el partenaire del psicótico en lalengua de la transferencia, y que, de este modo, puede permitir comprometer al sujeto psicótico en un lazo social hacia una elaboración de saber. Es lo que hace Lombardi con su paciente cuando lo conduce a escribir poemas, a leer la Biblia y, finalmente, a pintar. Quizá sea también lo que hace Lelièvre con Ophélie, llevándola primero a pasar de la plastilina-masa para masticar a la lengua de Donald. C. Una práctica en plural Pág. 152 Elegimos lalengua de la transferencia como neotransferencia. Faltan ahora dos preguntas: ¿Hay una o unas neotransferencias? ¿Hay una o unas lalengua de la transferencia? 1. ¿Una o unas neotransferencias? Después de lalengua, habrá que retomar la letra y la apalabra como otros aparejamientos de goce. Dejaremos eso. 2. ¿Una o unas lalengua de la transferencia? Los tres casos clínicos que tomamos como ejemplos muestran que lalengua de la transferencia es diferente cada vez. Además, si proseguimos la analogía entre lalengua de la transferencia y la composición laberíntica, cada psicótico tendría su lalengua de la transferencia como cada experimentador su composición laberíntico: «No se inventa una composición laberíntico cualquiera , y que proceda del mismo experimentador o de dos experimentadores diferentes merece ser interrogado» 154. Entonces, no una sino unas lalengua de la transferencia. Y Lacan agrega: «En lo tocante al saber se plantea otra pregunta, señaladamente, la de cómo se enseña eso.» Gabriel Lombardi recordaba, en efecto, en su artículo sobre la «Cura de un mutismo» que el mundo terapéutico esperará siempre el «cómo hacer» con un psicótico. Él explica que no se accede a la posición de analista desde la posición de analista, sino desde una destitución del sujeto, que debe ser renovada cada vez. Y es el psicótico quien renueva la invitación. Para acceder a esta posición, se trataría entonces de pasar de la posición de sujeto a la de objeto, o incluso, como señala Lacan, pasar de la unidad ratera [ratière] a su tachadura [rature]. Se obtendría así el objeto «cachuso» del caso de Gabriel Lombardi, el objeto «Iiebre» del caso Ophélie, y tal vez el objeto, «el amorir», del caso de Danièle Rouillon. 154

Ibíd., p. 170. 74

V. CONCLUSIÓN: El ANALISTA HERRERO Pág. 153 Después de «La conversación de Arcachon», vimos que la cuestión giraba alrededor del apareamiento que permitiría luchar contra los desenganches sucesivos en las neopsicosis. Desde esta perspectiva retomaremos aquí el caso de Ophélie. A. ¿De qué psicosis se trata? Ophélie conoce a su terapeuta a los once años. Colocada en un instituto para trastornos psicomotores (camina mal y se cae muchas veces, habla mal y babea mucho), la niña acusa un retraso mental, del peso y de la estatura que la ubica entre los niños deficientes. ¿Se trata de una psicosis?, ¿de cuál? Como subraya Jacques-Alain Miller en su artículo «Enseñanzas de la presentación de enfermos»: la enfermedad de la mentalidad está unida a la emancipación de la relación imaginaria y adquiere el estilo de un vagabundeo; mientras que la enfermedad del Otro está unida a la certeza en el Otro no barrado y adquiere el estilo de una consistencia. En ambos casos el goce es enfermo: en uno es flotante y está por todos lados, en el otro es invasor y del Otro. El caso de Ophélie saldría de una enfermedad de la mentalidad: el Otro está en déficit, las identificaciones no cristalizaron en Uno, la relación imaginaria se impone, y el goce es flotante. Agreguemos simplemente que no hubo desencadenamiento en el sentido lacaniano del encuentro con Un-padre. En cambio, a Ophélie le falta la herramienta necesaria para taponar el goce. B. la divisoria de Ophélie: un enganche inacabado ¿De qué se queja la niña? Seguramente no de su deficiencia. Ya se trate de sus dificultades de adormecimiento, de su retraso psicomotor, de sus torpezas, de su salivación excesiva, de sus momentos de repliegue o de excitación, todos esos fenómenos solo molestan a su entorno. Por otra parte, es la primera respuesta que da a su terapeuta: «-¿Te molestan esos problemas de adormecimiento?/ -¡No!». Ella se queja primero de su relación con el otro imaginario, con su semejante. El jardín de su infancia no está poblado de caracoles como para Bel-Gazou, sino de otros chiquitos enfermos como ella. Desde las primeras sesiones, aparece una especie de divisoria: los verdaderos y los falsos de un lado, los buenos y los malos del otro. En la primera clase, la de los verdaderos y los falsos, Ophélie pone a su hermana gemela, una «falsa» gemela, que no está enferma: «-Tengo una hermana gemela, ¡pero es falsa! / -¿Y te llevas bien con ella? / -¡No, siempre me manda!». En la pareja especular que forma con su hermana, mi(a), ella está entonces en relación con una imagen del otro separada de su propia imagen, i(a). Pero esta pareja le permite también investir al otro como imagen de sí, el mismo, m. De este modo, no podrá considerar su terapia sin la presencia de su hermana: «-¡Quiero que también venga mi hermana! / -¡Ah! ¿Sí? / -¡Ella nunca me cree! / -¿O sea? / -¡Nunca me cree cuando le digo que ella también necesita venir a ver a alguien!». Por falta de su hermana, una compañera de clase la acompañará hasta la puerta del consultorio en la siguiente sesión. Aquí el sentido gozado es interrogado por el camino de la verdad de la filiación: ¿qué sentido puede tener un lazo de fraternidad entre mujeres si no está sostenido por ningún Nombre del Padre? Por esta clase del «verdadero-falso» edificada sobre la imagen, ella construye una suerte de puente entre imaginario y simbólico, donde se alojan los efectos de sentido entre lo que ella siente ser, m, y una imagen falsa de ella misma, i(a). 75

En la segunda clase de los otros, la de los buenos y los malos, Ophélie pone a su terapeuta entre los malos, los que no tienen piernas iguales a las de ella: «-Eres médico, ¡no quiero verte! / -Yo no soy médico. / -¡Sí! / -¿Por qué te parece que sí? / -Por tus piernas, tienes piernas de médico. / -¿No tengo las piernas igual que tú? / -No, ¡tú no caminas como yo!». Aquí el goce del Otro es interrogado por la realidad de su cuerpo: están los amables, inválidos como ella, cuyo goce está subordinado a un impedimento físico, un goce conocido, delimitado, bordeado por lo imaginario; y luego están los malos, los sanos, que no caminan como ella, cuyo goce es extraño, incluso amenazante, real. Por la clase de «bueno-malo», edificada sobre la imagen, ella fabrica entonces una suerte de puente entre imaginario y real. Ophélie habría fabricado, pues, un anudamiento centrado en la imposición de lo imaginario-. el imaginario se repliega articulándose, por un lado, con lo simbólico y, por el otro, con lo real. Esto puede ilustrarse con el nudo borromeo de la figura 5 -página 150 de Aun-, poniendo lo imaginario en el centro del nudo como una oreja replegada: GRÁFICO PÁG. 155 En cambio, simbólico y real no mantienen ninguna relación entre ellos, sino vía lo imaginario. Aquí el goce fálico no puede inscribirse, y la función del semblante es evacuada. Y, efectivamente, aunque Ophélie mastica bien la plastilina, no mastica sus palabras. Cuando el Otro se aleja y la abandona, ella se repliega en un autoerotismo: entonces come sistemáticamente desperdicios, residuos, pedacitos de plastilina, babeando muchísimo, y sin preocuparse en lo más mínimo por las reacciones de su entorno. Cuando el Otro se acerca o se entromete, llueven injurias y golpes sobre el intruso. En el fondo, el problema de Ophélie es haber construido una estructura, ciertamente borromea, pero basada en una relación binaria. De allí su fragilidad ante la intrusión de un tercero. Es, pues, un anudamiento flotante, donde lo simbólico y lo real pueden recubrirse pero sin articularse nunca uno con el otro. C. Lalengua Donald como instrumento de fragua Vimos precedentemente cómo Ophélie hacía su entrada en la escena analítica: sorpresa de Ophélie al principio ante la producción de su equívoco «parece una liebre» con el nombre de su terapeuta, lo que da testimonio de un saber hacer con lalengua; después sorpresa tanto del terapeuta como de la niña ante el lapsus «cueve y diez» del terapeuta, lo que da muestras esta vez de un saber sobre la lengua; finalmente, el aprendizaje y elaboración de la lengua Donald como lalengua de la transferencia, que anuda saber hacer con y saber sobre lalengua. En el transcurso de este largo aprendizaje, se descubrirá una fobia. Podría decirse que lalengua Donald utilizada por la pareja Ophélie-Lelièvre es lo que permite a la niña y al terapeuta fraguar, sesión tras sesión, los eslabones que faltan de la cadena significante, y que permitirían tal vez enganchar aquí lo simbólico con lo real, cristalizando el anudamiento que el niño había fabricado solo, a partir de la imposición del redondel imaginario replegado. GRÁFICO PÁG. 156 Vana esperanza, sin duda, ya que lalengua de la transferencia tomaría el lugar del semblante. Pero nada nos impide creer que, si el analista es suficientemente dócil al aprendizaje de lalengua de la transferencia, la cadena pueda un día cerrarse por un Witz, como en el caso del paciente de Lombardi. 76

Si la estructura del Witz se parece a la de los mensajes interrumpidos de Schreber, se puede ver muy bien en estos casos que, en la operación de la transferencia que articula lo simbólico con lo real, el sentido es remitido al Otro del lazo social vía el semblante, mientras que para Schreber el sentido es remitido al Otro del delirio vía lo imaginario. Terminemos con un guiño inspirado en el esquema que está más arriba: ¿no parece la figura de Mickey, con sus dos orejas redondas, substituyéndose por la de una liebre? No fue premeditado. BIBLIOGRAFÍA COLETTE, S. G., «Le curé sur le mur», en La maison de Claudine, Livre de poche, 1922. FREUD, S., «La técnica psicoanalítica», en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, t. XXIII, «Estudios sobre la histeria», en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1985, t. II. «A propósito de un caso de neurosis obsesiva», en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1988, t. X. «Conferencias de introducción al psicoanálisis (Conferencia 27)», en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1978, t. XVI. HERGÉ, Colección de Tintín. LACAN, J., «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis» (1958), en Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 1987. El seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1993. «El seminario, libro 19, ... o peor», inédito. El seminario, libro 20, Aun (1972-1973), Buenos Aires, Paidós, 1991. «El atolondrado, el atolondradicho o las vueltas dichas», en Escansión Nº 4, Buenos Aires, Paidós, 1984. «Proposición del 9 de octubre sobre el psicoanalista de la Escuela», en Momentos cruciales de la experiencia analítica, Buenos Aires, Manantial, 1987. LAURENT, É., en Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, Buenos Aires, ICBA-Paidós, 1999. LEIRIS, M., Biffures: la règle du jeu, París, Gallimard, 1991. LELIÉVRE, J., Déficience intellectuelle légère - Un mode d’être au monde, Grammatica, invierno de 1997, Mathema. LOMBARDI, G., «Cura de un mutismo», en Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, Buenos Aires, ICBA-Paidós, 1999. MILLER, J.-A., «Enseñanzas de la presentación de enfermos» (1977), en Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, Buenos Aires, ICBA-Paidós, 1999. «La fuga del sentido», curso de La orientación lacaniana, 1995- 1996, inédito. El banquete de los analistas, Buenos Aires, Paidós, 2000. «Matriz», en Matemas II, Buenos Aires, Manantial, 1990. «¿Producir el sujeto?», en Matemas I, Buenos Aires, Manantial, 1987. «Silet», curso de La orientación lacaniana, 1994-1995, inédito. «Teoría de lalengua», en Matemas 1, Buenos Aires, Manantial, 1987. «U o "no hay meta-lenguaje"», en Matemas II, Buenos Aires, Manantial, 1990. 77

Rouillon,D., «Los beneficios del fuera de sentido» en Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, Buenos Aires, ICBA-Paidós, 1999. Schreber, D. P., Memorias de un enfermo nervioso, Buenos Aires, Perfil, 1999. La transferencia y la psicosis en los límites (PÁG. 159) Sección Clínica de Bruselas 155 Queremos presentar aquí para reflexionar en la convención de Antibes tres casos clínicos de psicosis que muestran particularidades en cuanto a la transferencia. En dos textos publicados en 1988156 y 1989157, Éric Laurent analizaba la oscilación operada en la IPA en los años 60. En efecto, antes de esta fecha se encuentran numerosos estudios sobre la psicosis, mientras que después los autores orientan su pregunta hacia los estados límite, incluyendo los casos de desencadenamiento bajo transferencia. También a partir de este período prospera la noción de holding como modo particular de la transferencia que debe sostener el analista en los estados límite y ante personalidades narcisistas; este concepto recubre el de borderline como menos grave. El holding es una técnica que apunta a orientar la escucha analítica al sostenimiento de la personalidad, antes que al análisis del material sintomático. En líneas generales, aunque hay varios usos y modalidades del holding 158 se puede decir que todos se vinculan con una corriente salida de la última desviación de Ferenczi, sobre el análisis mutuo. Queremos entonces preguntarnos por lo que puede ser una práctica de la transferencia en esos casos cuando nos orienta la enseñanza de Lacan. Nuestra respuesta será parcial porque está formulada a partir de tres casos particulares, que plantean la cuestión de los límites de la transferencia y de la psicosis. -El primero es un caso clásico de esquizofrenia seguido en una institución. La transferencia se organiza entre varios, pero también con un analista en particular. Puede leerse aquí cómo el trabajo entre varios sostiene su imagen corporal no narcisizada, pero es en la transferencia particular donde surge para esta jovencita la posibilidad de sostenerse de una nominación. -El segundo caso es el típico caso que otros llamarían estado límite. Se trata, en efecto, de un sujeto enganchado al Otro por una suplencia que nombra su relación con el mundo: el «tumor», significante asemántico. Durante la cura, pero por una razón independiente de esta, puesto que se debe a la curación de su tumor, se produce un desenganche por la pérdida de esta suplencia. Se modifica la posición del analista en la transferencia. - El tercer caso es una perturbación del humor. La transferencia es el lugar del sostén de su historización pero también de su envoltura narcisista. Señalemos que en los tres casos el principal acento está puesto cada vez en la elaboración significante. Aunque sea un proceso de organización del delirio, más simplemente de historización o incluso de tentativa de una nominación, se trata siempre de intentar organizar una suplencia de tipo sintomático, lo que es muy diferente de querer sostener u organizar la personalidad. Señalemos también que uno de estos casos plantea la cuestión de la transferencia múltiple, algo que se produce en institución. Pero no por eso interesa menos la posición de la transferencia en la cura analítica con cierto número de sujetos. Recordemos que uno de nosotros había presentado en

155

Expositor. Alexandre Stevens E. Laurent, «Límites de la psicosis», en Estabilizaciones en la psicosis, Buenos Aires, Manantial, 1989. 157 Íd., «Aux limites de la psychose: discussion de trois cas», en Les Feuillets du Courtil Nº 1, mayo de 1987. 158 «El self contra el yo», en Los poderes de la palabra, Buenos Aires, Paidós- Campo Freudiano, 1996. 156

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Angers un caso de cura seguida paralelamente por tres psicoanalistas (esta intervención está publicada bajo un seudónimo)159. Por último, en ciertos sujetos -como en el del primero y el del tercer caso- la maniobra de la transferencia sirve de sostén al narcisismo socavado o inexistente. 1. PRIMER CASO (PÁG. 161) Eva tiene once años y es esquizofrénica desde siempre; habita un real donde no pudieron inscribirse las marcas temporales, ni la escritura, ni el cálculo, tampoco el valor del dinero. Para ella diez monedas de un franco valdrán siempre más que una de veinte; haber tomado una vez su medicamento a la mañana en la casa no le impedirá volver a tomarlo en Courtil160, porque, una vez más, una vez no son dos sino una sola por vez. El tema favorito de Eva es su familia. Puede hablar de ella durante mucho tiempo y de manera muy coherente. Señalemos que para Eva su internación en Courtil es una exclusión de la familia; hace notar que ella es la única que no duerme en su casa. Eva tiene de alguna manera dos facetas que cohabitan. Es una chiquilla encantadora, extremadamente amable, que se pega del brazo y ofrece caramelos. Consuela a sus amigas, las mima y las defiende si hace falta. Pero, en un instante, se vuelve injuriosa, golpea y agrede al otro, grande o chico, en un desencadenamiento que hace pensar que solo se detendrá con la destrucción. Una única certeza cuenta en ese momento: el otro la molestó, injurió o golpeó; y cualquier cosa que se le diga es aún peor, porque entonces ella es de nuevo injustamente agredida. Hasta ahora el desencadenamiento de golpes parece no tener ningún tope. ¿Cuándo surgen los golpes? Cuando se siente excluida de la relación con otros chicos, y piensa que se habla de ella, cuando un chico toma un objeto que ella ansía, cuando un recién llegado toma un lugar nuevo en el grupo, cuando un chico que está con ella se hace agredir o se ocupa de otra cosa y la deja de lado, cuando se siente injuriada, a veces sin razón aparente, de manera alucinatoria. Luego, todo lo que irrumpe entre ella y el otro, persona u objeto, a quien ella está imaginariamente enganchada, provoca una tensión agresiva que puede llegar hasta la destrucción del intruso, que puede ser el mismo chico al que estaba enganchada si este rompió el enganche. Nuestra hipótesis es que los golpes son la realización de la figura paterna del goce, la de las patadas en el c... Para hacer un padre edípico, que introduce en la ley y en el deseo, se necesitan dos figuras paternas: el padre del goce y el padre que prohíbe. En el caso de Eva funciona solamente el padre gozador. Cuando el eje imaginario que la sostiene se rompe, allí donde el padre prohibidor debería ordenar el mundo sosteniendo la ley, solo está el padre feroz, que surge en su desencadenamiento sin límites. No se trata de una identificación con el padre sino de un retorno de la ferocidad del padre en lo real. Ningún llamado a la ley tiene alcance en esos momentos, ni la prohibición, el castigo o el director de la institución detienen el proceso; muy por el contrario, lo sostienen y refuerzan. En su última visita al director, que debió reprenderla seriamente, Eva dijo a quien la acompañaba durante la reprimenda: «¡Está loco este!». Esta posición eminentemente irónica indica muy bien que el Otro no existe, ella denuncia el semblante; ella no se enfrenta más que con un Otro loco, descarriado, un Otro real, el del Goce. ¿Qué es entonces lo que puede taponar esto? Algunas mujeres del equipo investidas por Eva pueden limitar las irrupciones de golpes, aunque no siempre lo consiguen. Es un verdadero enganche físico, un amarre con el cuerpo del Otro. Eva se lanza a los brazos, se hace abrazar y 159 160

M. Zerghem, «La práctica entre varios», en Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, Buenos Aires, Paidós, 1999. Centro de internación en Francia. [N. de la T.] 79

mimar. Afuera camina al lado de la acompañante apoyándose en su brazo, a veces hace que se cae para que la levanten. Pide que la vistan y le laven la cabeza en el baño. Es encantadora y coopera. Ahora Eva se sostiene de una figura materna, y este enganche la envuelve, la soporta, la constituye. Entonces puede pasar noches sosegadas, desprenderse del apoyo imaginario que encontraba en otros y evitar lo insoportable que la precipitaría a golpear. Pero aunque se lograra optimizar este enganche y su consiguiente apaciguamiento, ¿podría generalizarse a otros tiempos y otros lugares? ¿Se puede esperar hacer suplencia de esta muleta imaginaria de la que Eva se sirve actualmente para vestir su cuerpo y sostenerlo? Y parece sin embargo que la única arma posible contra la ferocidad del padre es un desencadenamiento de dulzura. Pág. 162 El lugar que Eva pide que ocupe la acompañante es justamente ese que la ayudará a constituirse en tanto ser vestida, paliativo contra el cuerpo despedazado. De este modo, obstaculizará el surgimiento del goce desenfrenado, lo que le permitirá a Eva constituirse un nuevo lugar en el mundo, que ya no sea el del ser de desecho, que recibe siempre los golpes de otros, la excluida de la familia o del grupo, objeto desecho del Otro. Lo que se relató hasta aquí es una posición transferencial que puede ser ocupada por varios acompañantes del equipo. Abordemos ahora la especificidad de la transferencia que Eva monta con una acompañante de la institución, a quien llamaremos K, y las condiciones que presidieron esta instalación. Primer tiempo. Una noche agitada en el grupo K decide poner orden enérgicamente y castiga a un niño y después a otro, pero de ninguna manera a Eva. Cada vez que Eva se siente tocada, K le responde que a ella no la regaña. K la deja en estado de crisis tirada en el piso, llorando y pateando el suelo. K vuelve enseguida a su lado preocupada por su estado. Eva llora a lágrima viva explicando que en su casa también tiene crisis, que los demás la fastidian, pero es ella la que cobra. Segundo tiempo. Después de haberles asestado varios golpes violentos a varias personas, Eva es enviada con el director para que la devuelvan a su casa. K la encuentra en la recepción para acompañarla entonces se pone a llorar en sus brazos disculpándose. Tercer tiempo. Durante una salida, Eva pasa todo el tiempo en brazos de K, y a veces se cae al suelo argumentando dolores en el pie. K la levanta cada vez asegurándole que no dejará que se caiga. Cuarto tiempo. Eva pide que K sea su «garante» y escribe una carta a la dirección de la reunión, que aprobará después su pedido. Quinto tiempo. Ahora, cada vez que se encuentra con K, Eva le dice «Eres mi garante», le habla de eso a los demás y lo tiene muy en cuenta. Cuando un chico maltrata a K, ella advierte: «M garante no se toca». Pronuncia un enunciado todavía más sorprendente cuando un día le dice a un tercero señalando a K: «Yo soy su garante». Este enunciado primero puede considerarse transitivista pero retroactivamente habría que ver si no es más un intento de nominación de su posición en referencia al Otro. Este lugar de garante que no asigna al otro directamente una identificación tal vez permita la apertura suficiente sobre una «x» que podría entonces intentar nombrarse, circunscribirse en una construcción identificatoria que vestiría el objeto y obstaculizaría el goce ya no puntualmente en presencia del Otro, sino que podría inscribirse y funcionar por fuera de esta presencia. Si, pese a la falta de inscripción simbólica tan patente en esta niña, se inscribió la función de garante que ella reclamó, quizá como contrapartida pueda construirse y operar como suplencia -y ya no como muleta imaginaria- una identificación, en lugar de lo simbólico. Decir que no al goce no significa aquí gritar más fuerte que el superyó (figura del goce paterno), sino proteger, atender, vestir, levantar murallas de amabilidad contra esta ferocidad. II. SEGUNDO CASO (PÁG. 164) 80

Se trata de la cura de una mujer psicótica que lleva su análisis de sorpresa en sorpresa, al ritmo de las sorpresas que ella misma encuentra. Y aquí debemos poner entre comillas la palabra «cura» porque los encuentros con este sujeto se ubican tanto del lado de los preliminares a todo tratamiento de la psicosis, como del lado de las soluciones que él mismo se encuentra a medida que va avanzando. Alcanza para ello la vía que nos indica Lacan. La joven, que ve a su analista desde hace unos diez años, introduce una curiosa distorsión en la manera de tratar lo que la sorprende. El significante asemántico es un significante solo, como por ejemplo podría ser para la paciente en cuestión la palabra «tumor» [tumeur], que se inscribe en una serie infinita donde «tú mueres, tú mientes, yo me miento, yo me mato, tú me matas» [tu meurs, tu mens, je me mens, je me tue, tu me tues] solamente valen por su materialidad sonora como restos no simbolizados de la lengua materna. El significante asemántico vale como instrumento de goce. Por eso está en el lugar de lo que falta en el Otro. Esta mujer de unos treinta años había sido operada de un tumor maligno en el cerebro. Los médicos le dijeron que había que esperar cinco años para que pudiera considerarse realmente librada del asunto. Angustias de muerte y afectos depresivos la llevaron a consultar a un psiquiatra que le prescribió un análisis. Esta paciente acababa de leer Mars de Fritz Horn. Es la historia de un paciente aquejado por un cáncer y muerto desde entonces que intenta determinar con la ayuda de su biografía lo que consideraba las causas psicológicas de su enfermedad. Esta mujer enuncia de entrada que ella espera de un análisis que le confirme el origen psicológico de su tumor, y que eso la prevenga de una recidiva. La certeza de ese alegato llevó a tomar la demanda con muchas reservas. Se necesitaron años de reconstrucción de su historia para que aparezca la dimensión delirante de este alegato. El contenido de las sesiones fue muy diferente según estuviéramos antes de la fecha fatídica o después. Antes es la reconstrucción de su historia alrededor del significante «tumor», que domina y polariza sus declaraciones. Y será completamente distinto después de la fecha límite, a partir de la cual la paciente desarrollará una serie de fenómenos elementales que mostrarán para qué le había servido este tumor. Ella ubica su primer mal encuentro con el Otro durante una muerte de la que es testigo. Su profesión la había llevado a asistir en una operación médica que terminó con la muerte del paciente. «Se podría pensar que fue por mí, dirá, porque la persona responsable tiene el mismo color de pelo que yo y un nombre que se parece al mío. El segundo nombre de mi padre es Anastase, o sea, inmortal. Era empresario de pompas fúnebres. El primer nombre de mi padre es "Léopold", y se hacía llamar Pol. Paul es el ex amante de mi madre; Léa, la ex amante de mi padre. Se casaron mientras ambos estaban de duelo por una relación anterior. Haciéndose llamar Pol, mi padre abandonaba a Léa.» Esta analizante hacía a menudo variaciones de este orden, anteponiendo lo que el sentido debe a la materialidad sonora de los significantes. Este episodio precede un poco a otro acontecimiento que aumenta su impresión de ser culpable. Uno de sus hermanos se suicidó después de una disputa con ella. Ella se siente responsable de ese suicidio,- del mismo modo que se sintió responsable de no haber podido salvar algunos años antes a una de sus hermanas cuando acababa de suicidarse. Se descubre, poco tiempo después, que tiene un tumor en el cerebro por el que será operada de urgencia. (PÁG. 165) Esta mujer verdaderamente se obstinará en explorar los determinantes simbólicos de su tumor, hasta el punto de hacer aparecer lo que se le presenta como una certeza. Su tumor se deduce del lugar que su madre le dio: ocupar el lugar de un muerto. Ella dedicará mucho tiempo a desplegar esta certeza refiriéndola a su historia, a sus sueños y a los dichos de su madre. Antes de su nacimiento, su madre estaba embarazada de gemelos y los perdió. Este falso parto habría sido provocado ya por una caída en la escalera provocada por un chico, ya por una pelota que otro de sus hijos le habría tirado accidentalmente. Ella nace diez meses después, y lleva un nombre doble, compuesto por los nombres de los gemelos. Cree haber tenido ella misma una hermana gemela 81

que habría muerto al nacer, pero no encontró rastros de esto en el Registro Civil. Unirá entonces las circunstancias de su nacimiento con lo que le había ocurrido a su madre: «Mi madre me dijo que ella misma había sido concebida por si su hermana moría. Ella era como yo, un hijo de reserva». En ese momento de su análisis ya estábamos en un universo sin sorpresas. Ya todo estaba determinado. Pero, entonces, ¿qué estatuto le damos a los cinco años pasados reconstruyendo una historia? El tumor cerebral y su recuperación en una reconstrucción histórica parecen haberle permitido tomar cierta distancia con respecto a un Otro más bien inquietante, a no ser que esta reconstrucción sea ella misma delirante. El problema de todo esto fue saber si convenía o no ir en el sentido de esta construcción. Reconstruir la historia vuelve a asignar a cada uno el lugar que ocupa. ¿En qué lugar convenía que se ubicara el analista y, sobre todo, en qué lugar convenía que no se ubicara? Una certeza dominaba en aquel momento los encuentros. «Mi madre sabe. Ella no soportaba la mentira. Ella sabe y yo no sé». El tumor no constituye un enigma pata esta analizante. La paciente se casa después de algunos años de análisis y da a luz un varón. Su propia madre muere al día siguiente después de haber visto la foto de su nieto. «Mi madre me dejó su lugar. Es como si yo pensara de mí que todavía no nací.» En esta época sabe por boca de los médicos que se repondrá. Hasta allí las cosas marchaban bastante bien para ella, a pesar de todo el contexto dramático con el que rodea su tumor. Está casada, es madre de un niño, renuncia a una actividad profesional demasiado ligada a la muerte para emprender un trabajo de traductora y documentalista. Manifiestamente, haber reconstruido su historia en torno a una certeza «ocupo el lugar de un muerto» la había calmado. Sin embargo, el nacimiento de su hijo, la muerte de su madre y, conjuntamente, el anuncio de su curación inauguran un cuadro clínico muy distinto. ¿Qué aceleró la regresión imaginaria: la palabra del médico anunciándole después de cinco años que el riesgo de recidiva estaba descartado o la situación que reagrupa el nacimiento de su hijo y la muerte, de su madre? De repente le falta el apoyo que encontraba en el significante «tumor» y se revela al mismo tiempo para qué le servía. Este tumor valía para ella como punto de basta, parece haber tenido el mismo estatuto que una metáfora delirante, solo que habría pasado a lo real del cuerpo. Este tumor le aseguraba un anclaje en el campo del Otro, que ella no dejó de consolidar haciendo referencia a su historia. Haberse curado le quitó en lo sucesivo ese anclaje, y de repente se vio confrontada con un Otro gozador. Este se le presenta en adelante bajo formas muy diversas. Oye voces que la tratan de porquería, que le dicen «mientes», o también que debe matarse. Se siente espiada. La gente le hace gestos que ella no comprende y que le dan miedo. Constata que en su casa desaparecen objetos, o también que el kilometraje de su auto cambió. Piensa que alguien se metió en su casa o que alguien usa su auto. Descubre comprimidos en su casa y teme que un extraño intente hacer de su hijo de cuatro años un drogado. La intrusión del Otro está omnipresente en su universo. Domina el cuadro en este caso una total incomprensión de lo que le pasa. La perplejidad y luego la angustia que acompañan a todos estos fenómenos hacen que piense en ellos sin descanso. Esta figura del Otro tomará en la transferencia una forma invertida, ofreciendo al mismo tiempo al analista un corto pero real margen de maniobra: «Si no me creen -dirá repetidamente-, me mato». No creerle equivale para ella a matarla. De la letra «tumor» [tumeur] al significante «matar» [tuer] se traza toda una serie de signos que solo tienen sentido por su proximidad sonora: tú mueres, tú mientes, yo me mato, tu me matas, etc. [tu meurs, tu mens, je me tue, tu me tues]. Pág. 167 La clínica del desenganche también se manifiesta por ejemplo en estos sujetos que no pueden terminar una frase o que no consiguen dejar la sesión, y eso es particularmente evidente en esta 82

paciente. Los finales de sesión le provocan tanta dificultad que continúa hablando después que el analista se levanta, luego en el umbral de la puerta y después en el pasillo. El abandono del Otro o incluso la pérdida de un buen uso del punto de basta se marca por una dificultad, hasta un rechazo a concluir. Jacques-Alain Miller llegaba a preguntarse en Arcachon si no podríamos considerar esta dificultad de abrochamiento como un fenómeno elemental, con el mismo título que las alucinaciones, los neologismos y la certeza psicótica. Buscar lo que hay de más singular en los bricolages de un sujeto nos pone en la vía del tratamiento que él ya encontró. En la presente situación clínica se trataba principalmente de tomar en serio una indicación que la paciente daba al analista: «Si no me creen, me mato». Acompañarla en el camino de la reconstrucción de un mundo habitable pasa por tener en cuenta su delirio. El verdadero lema de su vida debe tomarse como un llamado a que haya algunos otros con minúscula que tomen en serio esto, que su delirio, sus fenómenos psicóticos son la solución que ella se encontró para no morir. La posición del psicoanalista es en ese caso más bien reducida. De soporte pasivo al saber que ella suponía a su tumor, el psicoanalista se vio reducido a tener que sostener ser al menos uno que le cree, ni demasiado, ni muy poco. A partir de allí se deducen dos tipos de intervenciones, según intervengamos a nivel del significante o a nivel del goce. A nivel del significante, allí donde el psicótico solicita un Otro que sabe, un Otro desde entonces perseguidor, el psicoanalista podría verse tentado a asumir lo incompleto del Otro. Podría verse tentado, como algunos sostuvieron, a operar sobre la falta en el Otro presentándose él mismo como faltante. Inmediatamente parece que tal maniobra no puede hacerse ni pensarse sino a partir de un lugar de excepción, de un lugar donde el Otro no sería justamente faltante. Solo puede asumirse sobre sí la falta desde un lugar en que el Otro sabe, porque es precisamente lo que resulta patógeno para el psicótico. Si el sujeto supuesto saber es patógeno para el sujeto psicótico, es importante que el analista en ese punto pueda optar por una posición de abstención. Descompletar al Otro es primeramente intervenir desde un lugar donde eso no sabe. Esto puede tomar una forma muy concreta, por ejemplo, negarse a cualquier mensaje de esperanza, a cualquier forma de promesa. Asegurar a un sujeto psicótico un futuro prometedor a veces puede precipitarlo a un pasaje al acto de desmentida. Descompletar al Otro puede ser también introducir su división en lo real. No dirigirse directamente al psicótico puede ser una manera concreta de introducir en. lo real una falta en el Otro161. Desdoblar al interlocutor allí donde el psicótico sitúa al Otro de su delirio constituye otra manera de operar162. Colette Soler propone un tipo de intervención que depende de lo que ella llama «la orientación del goce» 163. En este caso se trataría, por un lado, de introducir un límite al goce cuando este se vuelve invasor y destructivo y, por otro, de sostener el goce cuando este se abre en una realización efectiva del sujeto. ¿Qué decir de limitar el goce? Esta paciente se construyó por su delirio un Otro que quiere su muerte. Luego, hay que destituir a ese Otro. Destituir al Otro del goce puede cobrar formas muy concretas. Puede asumir la forma de una lenta restauración del Otro de la alienación a partir de la localización de los signos y de las huellas que ese Otro dejó en la historia del sujeto. Consiste también en sostener al sujeto en los bricolages que pone en práctica para defenderse de ese Otro gozador: sonarse la nariz para no escuchar las voces, reemplazar el teléfono de cable por uno portátil, menos propicio a que se cuelen voces, enseñarle al hijo a hacer trenzas con trozos de cuerda que un desconocido habría usado para intentar agarrarlo, delimitar la función de las 161

A. Zenoni, «Clinique de I'enfant psychotique», en Préliminaire Nº 4, Bruselas, 1992. M. Kusnierek, «Introduction aux Journées du RI3». 163 S. C. Soler, «¿Qué lugar para el analista?», en Estudios sobre la psicosis, Buenos Aires, Manantial, 1989, p. 10. 162

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diferentes piezas de la casa a partir de un juguete de construcción, etc. Una manera de destituir al Otro podría ser aquí llevarlo al terreno de los juegos para chicos. III. TERCER CASO (PÁG. 170) Cuando el Sr. B, un maníaco depresivo, ve a su analista por primera vez, busca una psicoanalista «que escuche sus construcciones y no tenga miedo». Tiene treinta y dos años y vive en un centro de rehabilitación desde hace tres meses. Fue hospitalizado por primera vez a los diecisiete años. Sus padres no habían querido comprarle el mismo par de zapatos que tenía su amigo. La pérdida de esta relación especular con su amigo lo precipita al hospital. Describe esta internación como un infierno y un campo de concentración. Después su vida estará marcada por tentativas de retorno a la vida social (trabajo, vida en común con un hombre, etc.) que terminan todas en fracaso y en nuevas hospitalizaciones. Al comienzo de su análisis pierde dos empleos porque los clientes lo exasperan y les contesta de mala manera. Permanece un año sin trabajo, deja el centro y se inscribe en un departamento con supervisión. En ese momento difícil para él hay dos cosas que lo sostienen: pagar las deudas que mantiene con terceros y la narración a lo largo de las sesiones de sus dificultades para vivir, de la pobre vida que lleva debido a la falta de dinero y al vacío de su vida afectiva. Seguidamente encuentra un trabajo y se instala en un departamento. Sigue con ese trabajo desde hace ahora tres años, algo que no le había ocurrido antes, y no ha tenido más internaciones desde hace cinco años, cosa que tampoco le había ocurrido desde su primera hospitalización. Aparentemente eso se debe a tres elementos: una construcción, su homosexualidad como síntoma y las modalidades de la transferencia. Emprendió una construcción del manejo de su dinero que alterna entre gastos en momentos de excitación y a continuación reembolsos. Estos reembolsos se presentan como momentos difíciles que ocupan todo su tiempo y su mente. Con su analista está también siempre en deuda con algunas sesiones que paga escrupulosamente. La homosexualidad como síntoma constituye un punto de tensión entre sus ideales (familia, hijos, mujer, etc.) y su vida en los saunas, parques y bares en la búsqueda declarada, pero no asumida, de una relación afectiva estable. Su transferencia con el psicoanálisis ocupa un lugar estabilizante. Trabaja en su análisis. Una intervención de su analista («Venga, quiero que el trabajo continúe») hace que retome las sesiones: «¡Ah!, entonces vuelvo». Señalemos que es él quien conduce este análisis: «Hoy tendremos un análisis freudiano», dice; o también: «Hoy tendremos un análisis psicometafísico». De todos modos, la analista está y el marco se mantiene; aunque es flexible, el marco no se pliega a sus «caprichos». Como él mismo dice, «no podrá comprar su psicoanálisis como se compra una silla». El psiquiatra trata su depresión maníaca con medicamentos. El paciente considera que es una enfermedad, como la diabetes por ejemplo, pero que no lo define, que no es como un «eres eso». El psicoanálisis, por el contrario, le permite buscar quién es él y cómo arreglárselas con sus tensiones. La psicoanalista le hace pocas interpretaciones y le propone sobre todo una escucha de esta palabra dirigida. Interviene a veces para desinflar un escenario como el que elaboró al empezar su nuevo trabajo: «Creo que me convierto en el hijo espiritual de mi patrón». Ella le hizo notar entonces que él había sido contratado solo para trabajar. Este trabajo de análisis es por una parte el ofrecimiento de un soporte narcisista en la búsqueda de lazo social de este paciente. El psicoanalista como ayuda contra (PÁG. 173)

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Antena Clínica de Toulouse 164 ¿Qué es un recorrido analítico? Podríamos describirlo con Lacan a partir del destino del síntoma en la cura, del complemento de saber a la función de anudamiento, es decir, del «síntoma patológico» (ese del cual el paciente sufre y se queja) a su dibujo -el sinthome, el residuo que sobrevive a su desciframiento y a la interpretación. Si bien esta perspectiva puede considerarse invariable en Lacan, plantea tres preguntas: - ¿Cómo y en qué condiciones se realiza ese pasaje del síntoma al sinthome? - ¿Cuál es la función y cuál es el destino del analista, agente de esta operación? - ¿Este proceso es rigurosamente el mismo y el analista ocupa el mismo lugar según la estructura del sujeto, neurosis o psicosis? Deseamos ofrecer una contribución para la solución del tercer interrogante. 1. DEL COMPLEMENTO DE SABER A LA FUNCIÓN DE ANUDAMIENTO Partamos de lo que propone Lacan en 1966 en la reseña de su seminario «Problemas cruciales para el psicoanálisis»: La dificultad en ser del psicoanalista está en lo que encuentra como ser del sujeto, es decir, en el síntoma. El que el síntoma sea ser-de-verdad es algo que acepta cualquiera en cuanto sabe lo que quiere decir psicoanálisis, aunque está mandado a hacer para enredarlo. Así se ve claramente el precio que tiene que pagar el ser- de-saber, para reconocer las formas dichosas con las que sólo se aparea signado por la desdicha. El que este ser-de-saber tenga que reducirse a ser el complemento del síntoma es algo que le horroriza, y por elidirlo, pone en juego una postergación indefinida del estatuto del psicoanálisis, como científico, por supuesto.165 Determinemos simplemente aquí el lugar y la función inaugurales del analista, que en tanto ser del saber entra en el proceso analítico para completar el ser-de-verdad del síntoma. Esta complementación anuda, pues, síntoma y transferencia, lo que hace del síntoma inicialmente incompleto un síntoma bajo transferencia. Que a continuación el analista ocupe la función de semblante del objeto a no desanuda ipso facto lo que estaba allí anudado. La complementación del síntoma por el ser-de-saber del analista pondrá al síntoma en la dependencia directa de la transferencia. En el proceso así iniciado el síntoma puede ciertamente ser descifrado y reducido, pero solamente alcanzaría su función de sinthome si su desciframiento fuese «Concomitante de un proceso de resolución de la transferencia» 166. Así, vaciado de su sentido, con su goce desvalorizado el síntoma se convierte en sinthome, o sea, un síntoma que alcanza el fuera de discurso (un síntoma que da la espalda y prescinde de todo ser de saber, un síntoma cerrado al artificio psicoanalítico y reducido a una doble función: topológico de anudamiento-, y de goce) de la letra. Pero para esta última desciframiento y resolución ,de la transferencia son insuficientes. Falta otra condición que Lacan enuncia en «Lituraterre»: «[...] además solamente se goza de que llueva la palabra interpretación» 167.

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Expositor. Bernard Nominé J. Lacan, «Problemas cruciales para el psicoanálisis», en Reseñas de enseñanza, Buenos Aires, Manantial, 1988, p. 35. 166 P. Bruno, «L’identification au symptôme», en 6-4-2 Nº 7, ACF-Toulouse Midi-Pyrénées, p. 177. 167 J. Lacan, «Lituraterre», en Autres écrits, París, Seuil, 2001, p. 18. 165

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¿Puede considerarse en el caso de la neurosis que el psicoanalista que fue complemento del síntoma al inicio de la experiencia lo siga siendo a su término, una vez reducido el síntoma a su dibujo? Parece más bien que la noción de sinthome objeta cualquier idea de complemento -en particular de complemento de saber-, y que la resolución de la transferencia cierra definitivamente el síntoma /sinthome al Otro, estableciendo una nueva forma de autismo del goce, el de la letra que satura la función del síntoma: S (x). En cambio, ocurre algo distinto en los casos de psicosis, desencadenadas o no. Ya es notable que Lacan haya establecido más claramente la función del analista -ya no como «complemento» del síntoma sino como sinthome- en su seminario sobre Joyce. Lacan considera que el psicoanalista no puede concebirse más que como síntoma, o sea, a fin de cuentas «una ayuda de la que, en los términos del Génesis, puede decirse que es una inversión». Una inversión en relación con el síntoma analítico, con el síntoma del analizante completado por el sujeto supuesto saber. Allí, el analista como síntoma hace ex-sistir eso contra lo que el inconsciente del sujeto analizante puede apoyarse. Lacan hace jugar este apoyo con «pensar», y habla de apensamiento. Uno se apoya contra un significante para pensar. ¿Para Lacan el nudo borromeo es apoyo para el apensamiento de qué? Del agujero freudiano donde se apoya la hipótesis del inconsciente. Que ese agujero -por donde se revela que no hay Otro del Otro- pueda proveer una ayuda contra el inconsciente homosexual es la inversión lacaniana del analista-sinthome. Pág. 175 Aunque esta afirmación sea generalizable a todo psicoanálisis, vale más particularmente para la clínica de la psicosis, siempre que se definan topológicamente las psicosis como falla o dificultad de anudamiento de los elementos de la estructura (psicosis de la infancia) o como accidente de desanudamiento (psicosis adultas). Resulta claro desde entonces que la perspectiva borromea de la psicosis excluye la hipótesis de una complementación del síntoma psicótico por el ser de saber del psicoanalista. Para eso hay por lo menos dos razones; por una parte, contrariamente al síntoma neurótico, el síntoma psicótico es menos un ser de verdad que un ser de goce. En efecto, el ser de verdad es el otro nombre de la metáfora del síntoma, en la medida en que la metáfora de la represión es constitutiva por el campo de la verdad. El síntoma neurótico es un ser de verdad en la estricta medida en que es un retorno de lo reprimido y que tiene estructura de metáfora. Se sabe que no ocurre lo mismo con el síntoma psicótico, que procede de la forclusión. ¿Acaso lo que retorna en lo real puede llamarse de otra manera que ser de goce? Entonces, por esa misma razón, el síntoma psicótico no se interpreta, ya que no se complementa. Por otra parte, en las psicosis casi siempre se trata de obtener un anudamiento allí donde tiene dificultades para efectuarse, de evitar un desanudamiento allí donde el sujeto se expone a ese riesgo, o de ayudar a rehacer un nudo allí donde el precedente se desanudó, como en las psicosis adultas desencadenadas. En la neurosis la operación del analista apunta a obtener la corrección del nudo que se cumple con el pasaje del síntoma al sinthome. Como en la psicosis no hay análisis -no hay desciframiento del síntoma, ni construcción del fantasma, ni resolución de la transferencia, ni interpretación-, el analista mismo es convocado al lugar del síntoma. En efecto, ninguna elaboración significante, ningún apaciguamiento del goce, ninguna estabilización es suficiente para hacer pasar el síntoma psicótico al sinthome. Si en la neurosis el analista satura la función del sujeto supuesto saber, ¿no hay que decir que en la clínica de las psicosis está llamado, a soportar la función de sinthome? Hay que señalar que esta posición del analista sinthome que Lacan define en esa lección del 13 de abril de 1976 no está específicamente reservada al análisis del sujeto psicótico. Sin embargo, no puede menos que sorprender el hecho de que su lógica no la contravenga, sino todo lo contrario, como si Lacan se hubiera servido de la psicosis en sus últimos seminarios para redefinir los conceptos del psicoanálisis. Así, la posición del analista sinthome vale tanto para la neurosis como 86

para la psicosis. Allí está la continuidad, no de la neurosis a la psicosis sino más bien en la posición del analista, que se funda a partir de la psicosis tomada como modelo de la relación del sujeto con el Otro y el goce. Allí donde Freud sostiene su hipótesis del inconsciente solo suponiendo el Nombre del Padre -la persona supuesta represión, la represión en persona-, Lacan hace del sinthome una respuesta que valga como una ayuda contra... el complejo de Edipo, una ayuda contra por la cual «si triunfa el psicoanálisis, prueba que se puede prescindir del Nombre del Padre con la condición de servirse de él». He aquí el axioma lacaniano que debería ponerse a prueba del análisis con el psicótico, quien está más desprovisto que el neurótico en cuanto al Nombre del Padre. Al neurótico le importa poco utilizar el Nombre del Padre porque no usarlo no le dice nada. Pero ¿cómo hacer para que el psicótico use eso de lo que muy bien prescindiría, que lamentablemente le falta? El analista entonces tendría que ir, como sinthome, en ayuda contra lo que lo empuja hacia La mujer en su encuentro con Un- padre, una ayuda contra su «sin razón» que le sirva de apoyo contra el significante del Otro que no existe, S (A/). Dos casos clínicos examinados desde el punto de vista de la dinámica transferencias nos enseñan para todo sujeto a partir del momento en que se ve que el fin del análisis puede concernir a un más allá del Edipo. II. «YA NO SOY UNA MUJER» (PÁG. 177) Varios tiempos escanden el modo de acercamiento de la Sra. A al análisis. Primero se topa con el psicoanálisis debido a un síntoma de su hijo. Ella percibe que está implicada en este síntoma que apareció poco tiempo después de la muerte del marido y que es el modo en el que reacciona este niño ante el duelo en el que se mantiene su madre. Aunque es bastante espectacular, el síntoma cederá muy rápidamente, lo que no deja de crear cierta admiración en la madre frente al poder de la palabra. El analista no considera útil prolongar esas entrevistas porque se ve que el niño no tiene gran cosa que decir, y se siente aliviado con solo saber que su madre encontró un principio de solución fuera de él. Ya no necesita, pues, andar con su síntoma para sostener a esta madre. Un poco después la madre retomará contacto, esta vez para ella misma, porque ya no le hace falta utilizar el problema de su hijo como síntoma, sino que siente la necesidad de hablar: las entrevistas señalaron la hiancia creada por el fallecimiento de su marido. Habla de los penosos despertares que escanden la desaparición de este hombre, a quien ella encuentra en sus sueños cotidianamente. Con mucha dificultad confía al analista el contenido de sus sueños, como si al hablar traicionara al difunto. Se instala entonces cierta reticencia a comprometerse en la relación transferencias porque compite con ese duelo imposible de hacer. Un momento crucial marca la entrada de la Sra. A. en el proceso transferencial. Está claro ahora que la Sra. A. viene para ella misma, su hijo ya no le presenta problemas y la muerte del marido ya no aparece como el único origen de sus males. Ese día la Sra. A. habla de un malestar que arrastra desde la adolescencia y del que nunca habló. Tenía dieciocho años, y acaba de terminar el bachillerato con éxito. Era verano, su padre y su madre estaban juntos después de haber estado mucho tiempo separados por la profesión del padre, quien trabajaba en el exilio. La familia había alquilado una casa cuya propietaria acababa de morir de un tumor cerebral, única sombra en el cuadro de ese verano que podría ser idílico. La joven estaba entonces en la playa disfrutando del sol y de golpe siente algo indefinible, el mundo le parece extraño y enseguida se siente extraña para ella misma. No hablará de este episodio con nadie y le llevará dos años poder superarlo sola. Dice que nunca sufrió tanto en su vida. Concluye esta 87

sesión diciendo que ella tuvo claramente la impresión de que todo eso era locura y que siempre pensó que sobre todo no había que contarle esto a un especialista, quien habría podido etiquetarí a. Se da cuenta de que esta angustia nunca la abandonó del todo, que siempre está dispuesta a aflorar, precisamente, cuando, debido a su profesión, debe hablar en público. Está por momentos al borde del desenganche, y teme ser descubierta en una posición de impostura. El relato de su angustia de adolescente marca, pues, un giro en la cura. En adelante la Sra. A. comienza a desplegar algunas de las identificaciones que prevalecieron en su entorno familiar, hasta caer en un hermano mayor nacido muerto, que habría sido necesario reemplazar en el deseo de la madre. Despejar ese punto la hace retroceder. ¿Para qué remover esas viejas historias? Había consultado por la salud de su hijo, quien ahora anda bien. Ella ya puede irse. Volverá a pesar de todo, pero nuevamente acompañada de su hijo por un motivo trivial: ese día nadie podía cuidarlo. El analista decidió dejar de lado al niño, y la Sra. A. no puede echarse atrás en hablar de lo que busca callar durante un momento; a saber, un secreto de familia referido a la vida íntima de su abuelo paterno que hizo las veces de patriarca. Ese secreto revelado subraya la impostura de esta figura patriarcal y la dificultad de la Sra. A. para orientarse en la pregunta ¿qué es una mujer? Faltó poco ese día para que la presencia del niño impidiera a la Sra. A. llegar a este indecible. La Sra. A. está aliviada por haber podido poner palabras a esta situación familiar del abuelo, pero, poco después de esta sesión, desaparece de nuevo. Vuelve seis meses después muy angustiada. Un hecho de su vida de mujer le recuerda la angustia que sintió ante su madre que acababa de sufrir una histerectomía. «Me sacaron todo, ya no soy una mujer», le dijo a su hija. Ahora bien, la Sra. A. quedó estupefacta ante esta frase cuyo sentido no comprendió. Recuerda que a continuación de este episodio tuvo lo que se llama «una crisis de nervios». Unos días más tarde surgió una angustia: la impresión súbita de ser masculina. Esta sensación cenestésica angustiante le volvió regularmente, acompañada por una sensación de vergüenza. Tenía que esconder eso a toda costa. Entonces se quedó sola con esta sensación que de vez en cuando volvía y desencadenaba mucha angustia. Hoy relaciona esta sensación corporal con la frase de su madre que había desencadenad o su perplejidad: «Ya no soy una mujer». Es como si esta sensación corporal signara, como eco de la frase de la madre, que ella tampoco era más una mujer. Es muy importante destacar que esta angustia desapareció durante toda su vida conyugal pero resurgió con su viudez. La Sra. A. ahora reconoce que de eso trata su angustia al despertarse todas las mañanas cuando su nueva pareja pasó la noche con ella. (PÁG. 179) Se podría entonces suponer que el matrimonio logró mantener cierto abrochamiento, cierto anudamiento. Tal vez debido al aspecto tan narcisista de este amor que le permitía encontrar en el cuerpo del otro una metáfora para hacer callar este goce imposible. En este amor fusional ella podía imaginarse ser sin problemas el otro masculino. En cambio, con su muerte, el duelo es particularmente imposible, y ahora puede entenderse por qué. Ella no solo pierde a su marido, pierde también a aquel que sostenía el lugar de síntoma, es decir, quien le permitía metaforizar este goce transexual. Entonces, estas sensaciones rayanas en la alucinación la acechan al despertar cuando tiene casi la certeza de que este hombre está allí. Sí, él está allí, pero en ella, como en la época de sus angustias de adolescente, que precedieron el momento de despersonalización que sobrevino el verano del bachillerato. Debemos señalar que ese momento corresponde a una degradación de la posición social del padre, que mostró la debilidad de la función paterna. Por eso, parecería difícil para esta paciente encontrar la solución del síntoma para paliar la no relación sexual e inscribir así cierto orden en la copulación significante. 88

La relación de esta paciente con el significante está marcada por una suerte de espontaneidad que le depara efectos de sorpresa y de estupefacción, y que podría convertirla en una campeona de la asociación libre, aunque revela, más bien, que se enfrenta, por momentos, con la desenfilada metonímica, lo que la angustia y le impone rupturas en el lazo analítico. En esta sección de las relaciones de esta paciente con el significante debe ubicarse la angustiante impresión de masculinidad. El efecto sentido en el cuerpo por vía cenestésica, y no por vía de síntoma, como respuesta a la frase del Otro materno «Ya no soy una mujer, me sacaron todo», indica que está atrapada en la red de lo que entiende como exhortación, y esto pone a su cuerpo en una completa dependencia respecto del Otro, y en esta sumisión, y no afuera, ella goza. El sujeto se encuentra reducido al ser de su cuerpo, lo que es la estructura de la experiencia de despersonalización. No obstante, vemos que esta paciente tiene el recurso de poder escapar por momentos a esa seducción. En vida de su marido parece que ella no tuvo episodios angustiantes, pero desde su fallecimiento las angustias reaparecieron. Cabe agregar que el marido muerto es una figura emblemático del amo hegeliano. Ahora, su hijo es quien la saca de esta relación, en la medida en que se obstina en no responder a su demanda y encarna así el punto de goce a la deriva. Por su síntoma, sirve de síntoma a su madre. Privar a esta madre de su síntoma habría significado hacerla vacilar y revelar su estructura, cosa que siempre puede pasar en casos similares. Pero aquí no. Pareciera que la transferencia le permite encontrar el apoyo que le falta. Sin embargo, esta relación transferencias parece constituir también una amenaza. Por eso, espontáneamente, cuando surge lo que estaríamos tentados en llamar un fenómeno elemental, ella eligió callarse por temor a una respuesta del Otro. En ese momento, evitó cuidadosamente buscar del lado del Otro un «ser de saber» para completar su «ser de verdad». III. ¿DE QUÉ DEPENDE SER UN HOMBRE NORMAL? (PÁG. 181) M. D. da testimonio en las primeras entrevistas de lo que él llama una «angustia existencial», referida a sus dificultades para invertir en sus estudios universitarios el fracaso de sus relaciones sociales y también efectivas con las mujeres. Es un joven de veinticuatro años, brillante, culto, estudiante de ciencias, que sin embargo reprobó todos sus exámenes desde que terminó el bachillerato «debido a sus dificultades psicológicas», dice. Luego, esta serie de fracasos y de fallas lo llevan a buscar un «psi» para que le dé un motivo. El analista nota bastante pronto una discordancia entre una presentación dominada de sí mismo y de las circunstancias históricas de esas «fallas» y una enunciación «fluctuante» de sus dificultades. Oscila efectivamente entre dichos donde surgen preguntas angustiantes sobre trastornos que lo afectan, y comentarios irónicos y agresivos sobre el marco propuesto o sobre mis intervenciones. Sufre, dice, de no poder salir de su casa por temor a enfrentar la mirada de los demás. Cuando está en un aula, se ve obligado a ubicarse de manera tal que los otros estudiantes queden a sus espaldas, y a estar cerca de una salida para poder irse si tiene algún malestar. Si la mirada de otros se posa en él, es invadido por sensaciones corporales desagradables a las que llama «descargas», una especie de picazón que enrojece e invade su rostro. Siente asimismo que sus manos se hinchan, como si ya no formaran parte de su cuerpo. No soporta esta sensación de cuerpo despegado. Dice que siente cuando se predispone mentalmente para esas descargas endureciendo el cuerpo, pero es impotente para controlarlas, a pesar de las estratagemas que utiliza: se fija en una idea o mira a sus interlocutores a los ojos para hacerles bajar la mirada. Esos fenómenos lo invaden y le movilizan 89

tal energía para enfrentarlos, que no consigue concentrarse en su trabajo, y se hunde en el llanto, con ganas de suicidarse para que este sufrimiento termine. Fue en su primer año de facultad cuando sintió por primera vez esas descargas mientras hacía una demostración en el pizarrón; se sentía «inspeccionado» por la mirada inquisidora de sus compañeros y de sus profesores. Quien siempre había sido un alumno brillante falla cuando se le pide mostrarse a la altura de las circunstancias y es invadido por fenómenos «cenestésicos» de desprendimiento y e de su cuerpo. El interpreta este episodio y sus fracasos como el cumplimiento de la predicción de una maestra en cuya casa estaba empleada su madre, y quien le había dicho que «¡el éxito escolar de su hijo no duraría!». Las palabras de esta mujer que lo despreciaba socialmente y que rebajaba de este modo su éxito escolar se habían visto verificadas, según creía con convicción, en esos fracasos ulteriores, como si se hubiera puesto enseguida en posición de obedecer esta exhortación de goce de un Otro despreciativo. Pero ¿con la certeza de los efectos de esta predicción no le presta al Otro una autodifamación? En un escrito que dará al analista intenta circunscribir estos fenómenos de descargas, que aparecen en un contexto de lucha contra sus ideas megalomaníacas para escapar a la mirada despreciativa de sus compañeros. Sus «descargas» son en aquel momento manifestaciones de la invasión de un goce por ser el objeto de la mirada despreciativo de los otros. Se queja de las «descargas» que lo inundan y de las tensiones que conllevan en los lazos sociales, y dice también que a veces lo invaden accesos de angustia aniquilantes -esto después de haber hecho el servicio militar en los cazadores de montaña. Se desmoronaba cada vez que tenía que pasar por pruebas físicas como enterrarse en la nieve. Quedaba petrificado, creía morir. No pudo pedir una prórroga debido a sus fracasos en los exámenes, pero también porque en su familia «no pueden sustraerse al servicio militar»- su abuelo era coronel. Lo que le preocupa actualmente es su soledad amorosa; no consigue encontrar mujeres que se correspondan con su ideal femenino, pero sobre todo tuvo experiencias sexuales desastrosas, que teme que se repitan cuando conozca a una mujer. Así, padece angustia-pánico en el momento de tener que penetrar a una mujer. Tan pronto como su sexo podría estar entre las manos de una mujer, dice, se derrumba, y no puede soportar la relación sexual. Hay en M. D. un llamado a la mediación de un saber para explicarse la significación de esos trastornos que lo afectan y el sentimiento de su propia extrañeza. Pero el estatuto de ese saber esperado resulta problemático en vista de las reacciones suscitadas por las intervenciones del analista. Estas apuntaban a una reactivación de sus palabras, eran interpretadas tan pronto como se emitían; él agregaba significantes nuevos que atribuía al analista, deformando así sus palabras hasta el punto de volverlas incomprensibles. Se mostraba desestabilizado ante los «¡eso es lo que usted cree!» del analista, pero seguía prestándole declaraciones, atribuyéndole sus propios pensamientos. La voz escuchada era el eco de sus pensamientos internos, que instituía allí como partenaire de sus interpretaciones delirantes. Se protegía también del surgimiento de un decir inédito o de confrontarse con el vacío de su silencio aprendiéndose el texto de sus sesiones antes de acudir a ellas. Es lo que confesó con mucha agresividad cuando el analista le preguntó por un pedido de cambio de horario de una de las sesiones sobre «qué hacía que él no pudiera ir directamente». Y escucha agregar: «¡como un grande!». Había atribuido una respuesta a la pregunta interpretando en su alucinación auditiva que el analista lo trataba como a un niño. La voz sonorizaba la mirada infantilizante que imaginaba colocada en él. Durante este período atiborra al analista con escritos y trae un casete donde grabó su voz. En sus escritos intenta circunscribir, localizar el goce de esas descargas. Con la entrega de este casete hace del analista el depositario de este objeto-voz que le estorba. Ya no le presta su voz en la alucinación 90

auditiva, ¡le da el objeto- voz! Intenta con eso despegar, exteriorizar, entre-dos, este objeto- voz en un tercer lugar, que la transferencia permitió instituir. (PÁG. 183) Cuando algunas semanas después le devuelve el casete sin haberlo escuchado, el analista le hace saber que lo que importa es lo que él puede decir en sus sesiones. Motivaba este acto el deseo de no agregar al «todo produce sentido» que esperaba del Otro del «saber absoluto» del psicoanálisis. Si bien se mostró sorprendido, a partir de ese momento hubo un cambio en su implicación en la transferencia y un apaciguamiento en su interpretación delirante. Llevará una serie de hechos en torno a su interrogación sobre su identidad sexual: «¿Soy un hombre normal?», preguntaba. «Cuando vine por primera vez, y vi su nombre pegado al de su amiga, pensé que eran una pareja de homosexuales, y que me iban a convertir en homosexual.» Porque, durante una conferencia del antropólogo Coppens sobre el origen del homo sapiens, lo escuchó decir: «¡Es una mujer!». Tomó esas palabras como si se dirigieran a él y sintió un malestar tal que tuvo que salir. Ya había sentido esta alusión a su identidad sexual durante un examen; pensó que el examinador quería «examinar su sexo», y allí también fue presa de un malestar tal que abandonó el aula. Oye del Otro la respuesta a lo que él es como ser sexuado, pero esto desencadena su angustia, como si no pudiera sostener la pregunta misma. También está confrontado con una parasitación del significante sexual masculino, que se le impone cada vez que lee la sigla informática bit en un texto o cuando el profesor de física dibuja en el pizarrón la red magnética cuyo contorno forma órganos genitales. El no puede bromear con eso como hacen sus compañeros o conformarse con pensar en el valor -metafórico- de esos signos. Con esa parasitación surge un «real» del sexo, como si el significante sexual estuviera en aquel momento desmetaforizado. En varias oportunidades evocará un recuerdo infantil traumático que, según dice, lo marcó. A los seis años sufrió una operación después de una fimosis. Su madre no supo limpiar su sexo correctamente, lo que se reprodujo después con su hermano, quien también fue operado. Después de la operación se despertó con su sexo ensangrentado, y no comprendió lo que le pasaba; creyó que no tenía más sexo, que se había vuelto una mujer. Todavía ve a su madre haciendo el apósito en la mesa de la cocina, allí donde habitualmente pelaba conejos. Dirá, conmovido, que ella hab ía invitado a ese raro espectáculo a su abuela y a sus tías. Recuerda sus gritos de dolor. Hay una fijación de goce del Otro en su pene reducido a la carne. Además, en esta sesión referirá la angustia-pánico que le provoca tener que poner su sexo en manos de las mujeres. Elabora entonces durante varias sesiones esta versión traumática de una escena de castración vivida como real. La sustracción de su pene -que cayó en manos de su madre- sirve para dar un sentido a la elisión del falo, por el hecho de que la castración simbólica no pudo operar, por no haber sido el deseo de la madre una referencia suficientemente orientada hacia el padre. Como el fracaso de la metáfora paterna no permitió la introducción de la significación fálica, el significante fálico no pudo operar. Apoyándose en la presencia «real» del analista, en la transferencia, el paciente reorganiza sus experiencias de despedazamiento intentando encontrarles un sentido unificante. Debido a esta presencia tan «ligera» como posible, ante las manifestaciones tan vertiginosas como reversibles de su amor de transferencia que se transformó en odio, M.D. pudo hacer aparecer el carácter destructor de su odio a las mujeres, que provocaba en la transferencia, posicionándose así como objeto del goce del Otro. «Todo lo que hago es para provocar su cólera, y este odio que siento por usted impide mi trabajo aquí.» Algunas sesiones después dirá que pensó en estar en ese lugar de mujer, gozando de ser una mujer penetrada por otra mujer con un sexo masculino removible. Agrega que no le gustaría sentir placer como una mujer penetrada por un hombre. Cuando se imaginó en ese lugar, tuvo miedo de ser transformado, sintió en sus miembros algo como si se redujeran a una raya. ¿Es una defensa contra el empuje a la mujer? Esperaba que su 91

analista le diera esta respuesta que él mismo se construyó en la transferencia sobre su identidad sexual, y se impacientaba con la retención de ese saber cuando preguntaba si él era un hombre normal o un homosexual. Puede pensarse también que el parasitismo del «todo produce sentido sexual», que perturba su visión de los símbolos fálicos o su lectura de las siglas informáticas, es el retorno en lo real del significante de su sexo, que ha sido forcluído de lo simbólico. Es uno de los efectos de la forclusión del Nombre del Padre. En la sesión siguiente anuncia que tuvo un sueño. «Soñé que estaba en un puente como el que me trae aquí. Estaba con un amigo con quien de niño había tenido juegos sexuales. Yo quería presentárselo, usted estaba con su amiga del otro lado. El puente se agrietaba, yo me sumergía, volaba y llegaba a la otra orilla. En la grieta había un hombrecillo de oro que parecía un buda que hacía girar el CD-ROM. No podía leer lo que había en la memoria, no podía meterlo en la computadora». Lo interpreta como un signo de su deseo de suspender su análisis: «La grieta del puente indica que ya no vale la pena que venga. Creo que para mí ya es tiempo de elegir entre el psicoanálisis y el budismo, puesto que usted no me quiere decir lo que sabe sobre mí y no me guía lo suficiente». Volverá cuando haya logrado decidir si quiere comprometerse o no en este trabajo analítico. Ese deseo de salida llegó en un momento crucial y delicado, cuando se quejaba de estar desestabilizado porque el analista eludía ocupar este lugar del saber absoluto del Otro, que había venido a buscar en la teoría psicoanalítica, y no podía hacer, lo que quería. Y, al mismo tiempo, la presencia del analista en la transferencia lo empujaba a construirse esbozos dé respuesta al vacío enigmático con el que lo confrontaban esos fenómenos de descargas y esta parasitación del sentido sexual. En efecto, tenía que elegir (pero ¿podía?) ante la necesidad de hacer existir a un Otro del saber en el goce al que se consagraba. La postal recibida seis meses después de esta interrupción, donde agradecía por el placer que sentía en compañía de las mujeres, muestra que el analista ocupa todavía este lugar de la dirección. IV. EL PSICOANALISTA COMO AYUDA CONTRA (PÁG. 186) Los dos casos examinados desde el punto de vista de la dinámica transferencias nos indican que el analista pudo jugar su partida sin despertar el goce del Otro pero manteniendo precisamente fuera de sus significaciones devastadoras un objeto que supo acoger. Con el señor D., por ejemplo, el analista evita encarnar el partenaire que tendría el ser de saber, apto para hacer consistir el saber absoluto del amo hegeliano, figura emblemática del superyó del psicótico. Por el contrario, el hecho de acoger la voz de su paciente, tal como la ofrece, o sea, en casetes y sin decir nada al respecto, nos parece que pudo mantener fuera de todo significante una parte de ser en la que el sujeto puede apoyarse para evitar la solución del empuje a la mujer. Nos parece que es el analista quien se encarga de esta función, por ser el lugar donde un goce a la deriva puede sobrevivir a la exhortación del «todo produce sentido». De una manera bastante similar, la transferencia se anuda en la Sra. A. alrededor de este chico que ella lleva como síntoma y que el analista recibe. Pero, contrariamente a lo que esta madre esperaba, lo deja plantado; es decir que no lo vuelve ni un ser de verdad ni un ser de saber para la madre. Sin embargo lo recibe, y la cosa se renueva porque en muchas oportunidades, en momentos cruciales, la Sra. A. necesitó que su hijo la acompañara. Haciéndose lugar de recepción de este objeto, fuera de la exhortación superyoica donde todo debe producir sentido, allí también el analista es llevado a representar el lugar de un goce a la deriva. De este modo se hace cargo de la posición femenina y así puede servir e síntoma para el sujeto analizante. Nuestras investigaciones se localizaron en un punto esencial. Se trata de la cuestión planteada por el famoso goce a la deriva que tomamos del seminario «La lógica del fantasma». Recordemos que para Lacan ese punto de goce a la deriva de la metáfora del goce del amo permite al esclavo soportar su posición porque ella hace sostenible para él una posición de 92

sujeto lejos de su cuerpo en tanto que es metáfora del goce del Otro. Este goce a la deriva hace pensar en esta parte de goce que excede el goce fálico, es decir, en el goce femenino. La lógica de la experiencia clínica nos conduce bastante naturalmente a pensar que esta parte de goce que escapa al ideal del todo fálico puede en ciertos casos funcionar como un límite y entre otras cosas ofrecer un refugio al ser del sujeto, que no tiene que ofrecer argumento a la función fálica. El sujeto pone el cuerpo lejos del goce del Otro -aunque solo haya goce del cuerpo, como Lacan señala en las últimas lecciones de «La lógica del fantasma». «El sujeto desgarra el cuerpo del goce», dice Lacan el 30 de mayo de 1967. Cuando Lacan evoca esta posición del sujeto en relación con su cuerpo y con su goce, recurre a la metáfora hegeliana del amo y el esclavo. Para Lacan, el esclavo aliena su cuerpo en el cuerpo del amo, es decir, del Otro, en tanto su cuerpo sirve de metáfora de goce para el amo. Pero no todo su cuerpo entra en esta metáfora, hay algo que queda al margen. Y ese algo le permite al esclavo, como sujeto, no confundirse con la posición de objeto de su cuerpo, que metaforiza el goce del amo. En tanto sujeto, el esclavo goza, pero al margen de la alienación; hay para él un goce «a la deriva» 168 y es el de un objeto que escapa al cuerpo del Otro. Por eso está fuera del cuerpo. (GRÁFICO DE PÁG. 188) El goce del esclavo no es hacerse el objeto del goce del amo, el goce del esclavo está a la deriva, y es lo que lo salva de la prisión en el fantasma del amo hegeliano. Sin duda podría examinarse la estructura de la relación del sujeto psicótico con el Otro con el modelo de las relaciones del esclavo totalmente dependiente del amo hegeliano 169, sin posibilidad de goce a la deriva, un esclavo, pues, cuyo goce se igualaría al goce del Otro que haría estragos en su cuerpo. Así entonces llegamos a la conclusión de que el analista síntoma cumple su función alojando el goce a la deriva y de este modo asegura una función no todo. Es innegable que en la clínica que examinamos esta función constituye un límite. Ahora desarrollaremos ese punto. Esto nos llevó a una lectura minuciosa de las fórmulas de la sexuación. Estas fórmulas aparecen por primera vez en 1971, se aclaran en 1972 en el seminario «... o peor», se desarrollan en Aun; además, se encuentra un comentario muy preciso referido al famoso no todo en «El atolondradicho». Finalmente, en «Televisión» encontramos observaciones precisas sobre la posición femenina en relación con la locura y el no todo. 168

4. Íd., «El seminario, libro 14, La lógica del fantasma», clase del 17/06/1967: «Gozo de tu cuerpo, es decir, tu cuerpo se co nvierte en la metáfora de mi goce. Hegel, de todos modos, no olvida que es solo una metáfora del esclavo y resulta que para él, como para lo que interrogo en el acto sexual, hay otro goce, que está a la deriva». 169 5. Deben leerse meticulosamente los matemas de los discursos. El discurso del amo provee por cierto la matriz del inconscient e. Significa que el sujeto es irreductible al significante -que hay, pues, un agujero originario en el saber. Pero no basta concluir de ello que lo que es como objeto es lo que escapa a la representación significante y lo hace deseante, porque esta conclusión, al menos en su primera parte, vale también en lingüística, donde el sabio conoce el fracaso estructural de la representación. Podríamos entonces pla ntear un equivalencia entre el $, el S1 que lo representa y el objeto a rebelde a la representación, que es lo que comprendió perfectamente el capitalista. En todo caso, saca de ello una consecuencia precisa al identificar la plusvalía con el tipo de objeto que le falta: remitirse al matema del discurso capitalista. $/ S1→ S2/a (Lacan, Milán, 12/05/1972). Este discurso es una versión del amo y del esclavo. Si se reemplaza al esclavo por el proletario, se comprende un poco el juego. Lacan nos explica, en efecto, que el capitalista priva al proletario de todo objeto. Por eso el proletario prefigura la salida del capitalismo a la que Marx apostó. El proletario es un elemento a la vez incluido y excluido del capitalismo: es un síntoma social. El psicoanálisis inscribe el síntoma en lo particular, y objeta la confusión entre plusvalía y plus de goce -este goce cuya deriva está tan enmascarada que el sujeto la confunde justamente con la plusvalía o que piensa que está desposeído por el Otro (el capitalismo, por ejemplo). Lacan también parece apuntar a esta no confusión en lo que califica de «salida del capitalismo»: esta vez debido al consentimiento del sujeto en cuanto descubre que el goce que prestaba al Otro (que suponía sustraído por el Otro) era su goce neurótico. A decir verdad, el final de análisis revelaría desde ese punto de vista la estructura: «$/ S1→ S2/a | Goce a la deriva». No hay sujeto sin significante. Pero si hay significante, entonces el sujeto se reduce a término a este goce irreduc tible que debe al hecho de llevar el significante en lo real (identificación con el síntoma). Inscribir un su jeto en un discurso -aquí sujeto psicótico en tanto fuera de discurso- implica dividirlo como hablante de este objeto que da testimonio de su irreductibilidad al saber del Otro. 93

De la lectura de esos textos resulta que esas fórmulas de la sexuación no deben manejarse como herramientas matemáticas, porque Lacan introduce de nuevo cuantificadores que la matemática no conoce. Entonces es en vano tratar de orientarse en la lógica matemática. Por otra parte, Lacan juega muy a menudo con el equívoco y los enunciados, por eso, se entrechocan. Sea lo que fuere, hay cierto número de enunciados que apuntan a describir el primer cuantor de la sexualidad femenina como no hay x que diga no a la función fálica, es decir, no hay La Mujer. Pero este enunciado es también correlativo al no todo, es decir, en el segundo cuantor, porque para Lacan decir que no hay La Mujer y decir que la mujer es no toda es lo mismo. Los dos cuantores están unidos, y recién en «El atolondradicho» Lacan considera que puedan funcionar de manera separada, pero entonces se trata muy explícitamente de designar así el empuje a la mujer en la psicosis. El sujeto, en la mitad donde se determina a partir de los cuantores negados, porq ue nada existente hace límite de la función, nada puede asegurarse de un universo. Así al fundarse con esta mitad, «ellas» notorias son, y en consecuencia y por ello mismo, ninguna tampoco es toda. Podría aquí, con desarrollar la inscripción, que hice mediante una función hiperbólico, de la psicosis de Schreber, demostrar en ella lo que él tiene de sardónico el efecto empuje-a-la-mujer que se especifica en el primer cuantor170. (PÁG. 190) Esto demuestra claramente que en la psicosis hay forclusión de la excepción y que, por eso, si la función fálica privada de su excepción quisiera decir todo, no querría decir ya nada en absoluto. El primer cuantor solo describe entonces el empuje a la mujer. Un enunciado de ese tipo es el que encontramos en «Televisión» cuando Lacan dice a propósito de las mujeres que «lo universal de lo que ellas desean es la locura- todas las mujeres son locas, dicen. Incluso por eso no son todas, es decir, del todo locas». La frase es equívoca. ¿Las mujeres están locas por ser no todas o estarían locas si fueran todas? Parece que el final de la frase no es equívoco- ellas son no todas, luego, en absoluto locas. Se puede deducir que la locura femenina sería la inclinación al universal fálico que en ellas, a falta de excepción, no tiene límites y que el no todo vendría, pues, como límite difícilmente pensable, por cierto, desde un punto de vista matemático pero más bien eficaz para sostenerse en la vida cuando se está inscripto de ese lado como ser hablante. Ese no todo debe considerarse en su relación con el Otro, según subraya Lacan en su seminario «La angustia». A diferencia del amo hegeliano, que es ante todo una conciencia, una pura conciencia de sí, el Otro de la teoría lacaniana es inconsciente, no sabe. No sabe que el esclavo representa el objeto de su deseo y es lo que hace sostenible la posición del esclavo. No todo de la realidad de este objeto es comprensible para el Otro, que es el lugar donde se aliena el saber del objeto; es lo que vuelve soportable la alienación. «Debido al inconsciente podemos ser ese objeto.171» Ahora bien, podemos decir que lo que caraetcriza al Otro del psicótico es que no es inconsciente sino más bien omnisciente. La maniobra del analista en la transferencia debe oponerse a esta instancia y apuntar a disponer el espacio del «no sabe en absoluto 172». Esta idea de manejar el no todo para oponerse a los estragos del superyó psicótico está implícitamente en el centro de la tesis que desarrolla Lacan en su seminario «El sinthome» a propósito del analista sinthome. Allí enuncia que «el psicoanalista solo puede concebirse como un sinthome». Agrega que hay que concebirlo, a fin de cuentas, «como una ayuda de la que se puede 170

J. Lacan, «El atolondradicho», en Escansión Nº 1, Buenos Aires, Paidós, 1984, p. 36. Íd., «El seminario, libro 10, La angustia», clase del 21/11/1962. 172 Íd., El seminario, libro 20, Aun: «A nivel de ese no-todo ya no queda sino el Otro en no saber. El Otro hace el no -todo, precisamente, porque es la parte de nada-sabio en ese no-todo», p. 119. 171

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decir, en los términos del Génesis, que es en resumen una inversión» 173. Lacan responde allí a una pregunta que aludía a una nueva traducción del Génesis que enuncia que «Dios le creó al hombre una ayuda contra él». ¿Entonces qué se trata de oponer sino la consistencia del Otro? Evidentemente, el sujeto se inclina a subjetivar ese punto no solo para garantizar la consistencia del Otro, sino también valerse de sus significantes para intentar reducir allí su ser. Por eso Lacan acerca en este punto La mujer, Dios... y el Otro del Otro. El analista sinthome opera una inversión cuando propone el no todo en el lugar del Otro del Otro, «ya que además el Otro del Otro es lo que acabo de definir como ese agujerito. La hipótesis del inconsciente se apoya, justamente, en que ese agujerito solo pueda brindar una ayuda» 174. LA CONVENCIÓN Apertura 1. TRÍPTICO (PÁG. 197) Philippe De Georges. -Recibirlos en esta Convención me da el privilegio de decirles algunas palabras. La primera será «¡Bienvenidos!». Les doy la bienvenida a todos y a cada uno. Me complace decírselos de viva voz. Insisto en este «de viva voz», porque es muy diferente que comunicarnos por fax o internet. Ustedes están aquí presentes, con una presencia real, con esa presencia real tan esencial al análisis, que no se concibe in absentia. Esta presencia da cuerpo, encarna la palabra, implica el registro pulsional, constituye la enunciación. Bienvenidos, en nombre de la Antena Clínica de Niza, de sus participantes, sus enseñantes y sus conferencistas. M primer saludo será especialmente para aquellos que con su participación aseguran el anudamiento de este encuentro con nuestra comunidad internacional. Pienso en Jorge Forbes, quien llegó aquí por una corriente de América, Antonio Di Ciaccia, a quien trajo un viento trasalpino, Hebe Tizio y, finalmente, Rosa Calvet, a quien debemos haber vivido hace poco en Barcelona momentos tan fuertes. Durante los preparativos de Barcelona, nuestros hospederos catalanes mencionaron a Anfitrión. Tomar prestada esta referencia es para mí una manera de ponerme bajo sus auspicios, para poder ser tan acogedores como ellos, y saber asegurar como ellos el éxito de nuestros trabajos. Anfitrión me recordó una frase del falso Sosía: «¡El verdadero anfitrión es aquel en cuya casa se cena!». ¡Pues bien! Aquí, como en la obra de Moliere, la frase es falsa: los enseñantes de la Antena Clínica de Niza son quienes los reciben en la Costa Azul, pero su mérito es escaso; los verdaderos organizadores de este encuentro, gracias a los cuales se entiende que ustedes sean tantos hoy aquí, son de Burdeos y de Angers. En efecto, debemos a Fabienne Henry y Michel Jolibois el volumen preparatorio -en el que sé que muchos se zambulleron con entusiasmo-, quienes con sus conocimientos nos aportaron esta herramienta indispensable para nuestros trabajos. Además, debemos sobre todo a Carole Dewambrechies-La Sagna y Jean-Pierre Deffleux la puesta en marcha del encuentro mismo. Ellos son entonces nuestros verdaderos anfitriones. Esta primera aclaración requiere de una segunda. Nuestra Convención de hoy es la tercera hoja de un tríptico. Todo empezó en Angers con el Conciliábulo, luego llegó la hora de Arcachon y de su Conversación; finalmente, como muchos colegas vieron con buenos ojos la alianza entre un trabajo decidido y el sol de la Costa Azul, la pista de Antibes se confirmó. Si en la época de Arcachon me mostré decidido a que ocurriera de este modo, fue porque tenía la oportunidad de una 173 174

Íd., «El seminario, libro 23, El sinthome», clase del 13/04/1976. Ibíd. 95

primicia: primera ocasión de manifestar el lugar que nuestra pequeña comunidad encerrada entre el Estérel y la ribera quiere tener en el Campo Freudiano. Nuestro deseo es, en efecto, estar bien ubicados en este torbellino. Esta es nuestra primera oportunidad de recibir en casa a tantos colegas: algunos de ustedes ya participaron de nuestras conferencias e intercambios, pero nunca tantos, y mucho menos juntos. Lamentablemente, fue imposible encontrar en Antibes un lugar acorde con las exigencias de una conversación como esta. Por eso estamos en Cannes, en este prestigioso Palacio, famoso sobre todo por sus lentejuelas, sus estrás y sus estrellas: nosotros trajimos a la Croisette175 nuestra pasión de trabajadores del Campo Freudiano. Estamos aquí, en efecto, para roturar, sembrar, cultivar el campo cuya reconquista está siempre a la orden del día. Pág. 198 El programa de nuestra Convención está marcado por lo triple. No es por casualidad, sin duda, sino por estructura. ¿Acaso no estamos desde Arcachon bajo el signo de la clínica borromea? A la triplicidad de R, S, I, corresponden en Cannes las tres hojas de nuestra reflexión: neodesencadenamiento, neoconversión, neotransferencia. De este modo, estamos invitados a un aggiornamento de la clínica, de la construcción empírica de la clínica. Sin duda es un indicio de la participación que deben tener las antenas y secciones clínicas en el seno del Instituto del Campo Freudiano, en los nuevos desarrollos que impone esta refundación. Seguramente se habrán dado cuenta: mi charla esta escondida por «uno, dos, tres», como si se tratara de indicar el tempo. Dado que el término «convención» nos sugiere algo de la Revolución, pensé en algunas frases de Los miserables, de Víctor Hugo. Durante las exequias del general Lamarque, Hugo nos hace oír el discurso del insurrecto Enjolras, quien da la vuelta a tres consistencias que para él son «libertad, igualdad, fraternidad». Lo cito: «El punto de intersección de todas estas soberanías combinadas se llama sociedad. Si esta intersección es una unión, ese punto es un nudo. De allí lo que se llama el lazo social» (final de la cita). ¿Qué unión, qué nudo nos compete hoy? ¿En la intersección de la clínica y de la teoría no estamos en lo que el «Informe de Barcelona» llamaba «la Conversación continuada con los textos fundadores del acontecimiento Freud, un Midrash perpetuo que confronta incesantemente la experiencia con la trama significante que la estructura»? Deseo entonces que nuestros trabajos sean excelentes, y paso la palabra a Jacques -Alain Miller. 2. LA CONVENCIÓN INSTRUCCIONES DE USO Pág. 199 Jacques-Alain Miller. -Esta previsto que esto sea una convención. Se trata de converger en un acuerdo sobre el uso de las palabras, sobre la descripción, sobre la clasificación. Luego, convención si, concilio no. Quizá también recreación, como me decía Gilbert Jannot en el camino. Dado que tenemos cierto número de horas para pasar juntos con trabajos muy serios que vamos a leer y a discutir, pensémoslo como un amplio comité de lectura, A modo de preámbulo, diré algunas palabras que podrían ubicarse bajo el título «La Convención instrucciones de uso». El aparato que constituimos aquí es idéntico al de la Conversación del año pasado: hablamos sobre lo escrito, sobre esa recopilación de nueve textos. Al mismo tiempo, hay una diferencia evidente entre la recopilación anterior y la actual. los textos de Arcachon fueron presentados a título individual mientras que los trabajos de esta Convención son informes nacidos de una elaboración colectiva. Además, el caso está siempre en una serie, se lo toma en cadena, mientras 175

Croisette es el nombre del palacio donde se lleva a cabo la Convención y donde anualmente se realiza el famoso Festival de Ca nnes. [N. de la T.] 96

que en los dos años anteriores el caso era considerado en su particularidad disyunta, y la clasificación era el resultado de un esfuerzo ulterior, muchas veces del esfuerzo que hacíamos nosotros aquí. ¿Cuál es la función del caso puesto en serie? Ilustrar, apoyar tesis. El caso ayuda a la tesis o permite inducirla. El hecho es que varios me dijeron: «iOh, qué pesado es este volumen! ¿Cómo discutiremos todo esto en tan poco tiempo?», etc., cosa que no se decía en Arcachon. Ocurre que aquí el soporte de la palabra está muy elaborado, es un producto ya tejido, tramado, lo que inducirá sin duda a otro modo de comentario, que habrá que encontrar; y cuento para eso con los intercambios entre los redactores. Seguramente, volviendo al detalle de los casos, nos veremos llevados a reconceptualizar, a sobreconceptualizar. Tomo más precauciones que en las dos reuniones anteriores, la del Conciliábulo y la de la Conversación, porque la presente Convención me parece destinada a ser mucho menos espontánea, sobre todo por lo siguiente: ahora salieron dos libros, que están en las librerías y que tuvieron sus repercusiones. Hasta hace poco estábamos hablando, como muchas veces, sin pensar en la forma que eso tomaría; hoy ya no es así, y estos cálculos afectarán a nuestra charla. Según las personas esto podrá tener un efecto de incitación exagerada a hablar, o de excesiva moderación para expresarse. Por eso quiero hacer un anuncio para tranquilizar a todo el mundo: no es seguro que esta vez publiquemos nuestras discusiones. Después de estas precauciones vayamos al asunto. 3. LA CLÍNICA BORROSA (PÁG. 200) En un primer momento, en Angers, empezamos -era aleatorio, como último recurso- con sorpresas, con nuestras sorpresas. Estaba implícito que nos confrontábamos con cierta rutina o cierto clasicismo, y por eso queríamos distinguir momentos o casos que se recortaran sobre un fondo de orden y provocaran nuestra sorpresa. Entonces, de golpe, nos pusimos, incluso sin saberlo, en relación con una rutina o una norma, un orden previo, para aislar sorpresas. En el segundo tiempo perseveramos, y elegimos como tema «Casos raros». Quizá quisimos dar entonces un concepto a nuestras sorpresas. En todo caso, nos vimos conducidos a explicitar nuestra referencia a la norma clásica de las psicosis y, a causa de esto, a discutirla más radicalmente. Hoy nos encontramos en el tercer tiempo, en la Convención. Al leer la recopilación, tuve la sensación de que lo que habíamos abordado desde el ángulo de casos raros, lo abordábamos ahora desde el ángulo de casos frecuentes. Nos dimos cuenta de que lo que habíamos designado como casos raros en relación con nuestra norma de referencia, con nuestro metro-patrón, digamos, «De una cuestión preliminar...», sabíamos muy bien además que en la práctica cotidiana eran casos frecuentes. En este volumen de la Convención asumimos su estatuto de casos frecuentes. He aquí cómo me imaginaba nuestro camino retroactivamente. Pasamos de la sorpresa a la rareza, y de la rareza a lo frecuente. Anoche me preguntaba cómo se llamará el libro que resulte de esta jornada. No pondremos Neodesencadenamiento, neoconversión, neotransferencia. ¿Pondremos Las neopsicosis? ¿Tenemos realmente ganas de unir nuestra elaboración con la neopsicosis? No me gusta en absoluto la neopsicosis. Y me dije: finalmente, hablamos de la psicosis ordinaria. En la historia del psicoanálisis hubo un interés muy natural por las psicosis extraordinarias, por gente que realmente lograba un éxito resonante. ¿Hace cuánto Schreber está para nosotros en cartel? Mientras que aquí tenemos psicóticos más modestos, que reservan sorpresas, pero que pueden fundirse en una suerte de media- la psicosis compensada, la psicosis suplementada, la psicosis no desencadenada, la psicosis medicada, la psicosis en terapia, la psicosis en análisis, la 97

psicosis que evoluciona, la psicosis sinthomatizada -si me permiten. La psicosis joyceana es discreta, a diferencia de la obra de Joyce. Pág. 200 Estamos divididos entre dos puntos de vista que contrastan, que no son exclusivos uno de otro. A simple vista hay una discontinuidad entre psicosis y neurosis, dos clases determinadas. Es la norma, el abecé de lo que se enseña a partir de Lacan. El segundo punto de vista permite percibir una continuidad, que son dos salidas diferentes a la misma dificultad de ser. Es lo que justifica que Geneviève Morel haya ido a buscar en la sabiduría asiática revisada por François Julien lo «variacional». Tanto lo francamente psicótico como lo normal son variaciones -¿qué decir?- de la situación humana, de nuestra posición de hablantes en el ser, de la existencia del hablanteser. Conocemos la ventaja de este punto de vista, y Lacan la explotó; es muy ventajoso para tratar la neurosis (es establecer un «todos iguales» en la condición humana). El psicótico no es una excepción, y el normal tampoco lo es. Lacan acentuó esta igualdad cuando era existencialis ta, en «Acerca de la causalidad psíquica», cuando le recordó al psiquiatra que no es en esencia diferente del loco, luego, de nuevo, al final de su enseñanza. Esta igualdad nos lleva a hablar de modos de goce en particular. Se habla precisamente de modos cuando se hizo desaparecer la discontinuidad de las clases. Todos iguales ante el goce, todos iguales ante la muerte, etc. Ya no se distinguen clases sino modos, que son variaciones. Desde entonces se le da su lugar a la aproximación. Si el Otro existe, se puede resolver por sí o por no. En las situaciones en que el Otro existe, hay criterios, repartidores [repartitoires] -según la palabra de Damourette y Pichon, que Lacan debe de emplear una o dos veces y que a mí me gusta mucho. Pero cuando el Otro no existe, no se está simplemente en el sí o no, sino en el más o menos. Por otro lado, es la verdad. Me preguntaba cuál es la verdad de las cosas humanas. Finalmente, es la curva de Gauss. Vayamos donde vayamos, estemos donde estemos, todo se presenta como una curva de Gauss. En los extremos es radicalmente opuesto, en el centro hay una campana de más o menos. Siempre es así, vayamos donde vayamos y sin importar qué se crea. Pensaba que es la solución a todos nuestros males: lo real de las cosas humanas se presenta con la forma de la curva de Gauss. Aquí, por ejemplo, entre nosotros, está la curva de Gauss. Sabemos de entrada que si nos hicieran un test sobre algo, se obtendría una curva de Gauss. En un extremo de esta línea mágica está el seguro y cierto176, como se dice. O mejor, descompongamos un poco el seguro y cierto: hay lo cierto. Lo cierto es muy raro. Es verdaderamente un caso raro, sobre todo en nuestro ámbito. Lacan reservaba la certeza a su matema de la histeria. Luego, está el seguro pero no cierto, como dice Lacan. Es otro grado: se sabe que es así, pero no se lo puede demostrar, ponerlo en fórmulas. Finalmente, está lo no seguro. Nosotros trabajamos en lo no seguro. No solo no es cierto sino que tampoco es seguro. Nadamos en lo no seguro. Es nuestro forraje, si me permiten, nuestro pasto. Podemos leer este libro -quizá no todo el libro, pero casi todo el libro, más o menos- y decir «iOh!, pues bien, no es seguro. Finalmente no es seguro». Con Lacan pensamos todo el tiempo: «Seguro, seguro». Pero como a continuación no dice lo mismo, uno está un poco harto de ese seguro. Luego, finalmente, no es seguro. No es seguro es la réplica universal. En nuestro ámbito siempre se puede levantar la mano y decir «No es algo seguro». Todo reside en el tono con que se lo diga, la convicción, en fin, el objeto α que se aloje en ese significante. «No es seguro. No. Verdaderamente no.»

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'Seguro y cierto' es traducción literal de sûr et certain, que se traduce habitualmente por 'absolutamente seguro'. [N. de la T] 98

Sin duda, también por esta razón se empezó con las sorpresas, porque se puede decir: «Eso es seguro. Me sorprendió». Entonces, acerquémonos a lo que somos y a lo que decimos. Por ejemplo, anoche en la Croisette hablaba con colegas durante la cena y uno de ellos, muy eminente, versado en la teoría y todo, decía -como le hice notar-: «iOh!, tengo una paciente algo psicótica». Efectivamente hablamos así. Es cosa de más o menos. Un matemático que era justamente del equipo de apoyo de Lacan, de su SOS-matemáticas, Guilbaud, se interesó mucho por el más o menos. Hizo un libro con sus clases sobre el más o menos, a las que yo asistí hace mucho tiempo, en la Maison des Sciences de I'Homme. Pág. 203 Una versión bastante fácil de manejar, muy operativo, que dio mucho que hablar, es la teoría de los conjuntos imprecisos de M. Zadeh de la que hablé en esa época. Ella permite distinguir grados de pertenencia a un conjunto. En la lengua, justamente, da cuenta de las modalizaciones que siempre pueden hacerse. La Croisette, igual que el Paseo de los Ingleses en Niza, o les Planches de Dauville, no son solamente lugares para mostrarse, sino donde se habla de todo un poco. Es por el pensamiento aproximativo. No hay que deleitarse con eso. Y es justamente porque estamos condenados en la práctica al pensamiento aproximativo que ahora necesitamos nuestra postulación del matema. Precisamente porque estamos en el más o menos Lacan nos dijo: «Miren allá, miren hacia el matema». Aun cuando no podamos hacer más que cuasimatemas, miremos de todos modos en esa dirección. Incluso el pensamiento aproximativo tiene sus matemas. Y, por otra parte, la conversación es también necesaria para los matemáticos. No hay matemáticas si los matemáticos no hablan entre ellos. Necesitan de la conversación para saber qué buscar, qué matemas son interesantes, prometedores, pasados de moda. Resumiendo, necesitan una Croisette de matemas. No crean que exagero. Hay que saber que en Francia -me enteré de eso en las vacaciones- existe toda una red de ciudades de veraneo absolutamente deliciosas, pero que solo reciben a las ciencias duras. Pensé: «¿No podríamos un día escaparnos ahí?» «iAh, sí, el psicoanálisis, hum...!». Los físicos y los matemáticos son recibidos y tratados como las rosas, pero nosotros no. De lo patológico a lo normal Jacques-Alain Miller. -¿Para empezar la primera parte, alguien querría señalar algún punto, un detalle o algo más general? 4. TRASTORNOS DEL LENGUAJE (PÁG. 205) Hélène Mniestris. -Esta pregunta se refiere a la observación clínica de la Sección Clínica de Lille a partir de P0 y 0, que me permitió ver cómo se podía utilizar la deformación del esquema L, adaptada al caso de Schreber, en otros casos clínicos. Esta clínica me pareció sutil y valiosa. ¿Pueden aclarar cuáles son los fenómenos ligados a 0? En particular, ¿clasificarían sistemáticamente el delirio entre estos fenómenos o solo las ideas delirantes concernientes al cuerpo? Serge Cottet. -Intervengo sobre el mismo informe, el de Lille, por una cuestión general referida a los trastornos del lenguaje. En la primera parte este informe pone en evidencia casos que incluyen signos comprobados de psicosis pero donde faltan las manifestaciones clásicas de la forclusión, sobre todo, y en varias oportunidades, trastornos del lenguaje. Cabe agregar que esta ausencia es 99

compatible con la forclusión. Se presentan entonces psicóticos que tienen una relación normal con el lenguaje. Me gustaría, pues, tener precisiones: sobre el uso del significante «atún» [thon] en el ejemplo 3; sobre lo que el sujeto, en el ejemplo 4, llama «relaciones íntimas pasadas del cuerpo al lenguaje»: ¿acaso él mismo presentó una tesis o una teoría del lenguaje? Se observan elementos de automatismo mental: me hubiera gustado saber cuál es su relación con eventuales trastornos del lenguaje más clásicos. A propósito del educador que se sintió investido por una misión, hubiera querido tener precisiones sobre las modalidades de esa vivencia, de «sentirse investido»; y saber cuál es el uso que hace el joven de las máquinas tragamonedas del significante «alfeñique», que cree leer en los ojos de un compañero, y del binario «dinero limpio, dinero sucio». ¿No hay motivos para ofrecer hoy precisiones sobre qué entendemos por trastornos del lenguaje? ¿Podemos distinguir por un lado la descomposición clásica del significante como en El seminario 3 y, por el otro, los fenómenos de despedazamiento del significante? ¿Se podría precisar lo que se entendería por esos trastornos de la significación o, incluso, la relación normal del sujeto con el lenguaje en tanto síntoma? Aquí me inspiro en una breve discusión sobre el ejemplo de Jean-Pierre Deffieux, en Arcachon. Se trataba del enunciado «no tengo energía», a propósito del cual Carole Dewambrechies hizo notar que se lo podía eventualmente entender como un trastorno del lenguaje. Jacques-Alain Miller había propuesto la categoría de neosemantema. Se suma un neo más, y tal vez no haya que multiplicarlos, pero eso señalaba cierta relación con el lenguaje cuyo trastorno estaba comprobado. Este enunciado abrochaba el discurso del sujeto, su relación con la energía -después de todo, quizá no era una metáfora; la cuestión era saber si lo usaba de manera corriente o privada. Jacques-Alain Miller. -Se trataría, pues, de extender el concepto de trastornos del lenguaje más allá del franco neologismo, hasta incluir en él el uso paranormal del lenguaje, el uso apenas desplazado, el trastorno intersticial. Por lo tanto, se podría extender aún mucho más el concepto de trastornos del lenguaje. Hasta podría decirse que hablar, finalmente, es un trastorno del lenguaje. Lo pienso de manera profunda. Pág. 206 Sylvette Perazzi. -¿Pero qué diferencia haría usted entre el neologismo propiamente dicho y el neologismo tomado en su sentido amplio, en el sentido en que un psicótico toma una palabra de acepción corriente y la usa como neologismo? Jean-Pierre Deffieux. -Siempre me sorprendió que durante muchos años se haya mantenido esencialmente al neologismo como un trastorno del lenguaje. De hecho, es lo que se encuentra en El seminario 3. Pero en «Acerca de la causalidad psíquica» Lacan hace una lista larga, fina, y diversificada de los trastornos del lenguaje. Nunca nos interesamos verdaderamente en la precisión de lo que definió como trastornos del lenguaje en ese texto. Habla así del acento de singularidad que marca a los trastornos del lenguaje. Geneviève Morel -El punto de vista adoptado en la primera parte del informe de Lille corresponde a lo que Jacques-Alain Miller dijo sobre la clínica aproximativa; o sea, no considerar las diferentes partes de la enseñanza de Lacan como puntos de vista exclusivos. En otras palabras, está bien tener en cuenta todo, en un caso se puede trabajar tanto con «De una cuestión preliminar...», la función fálica de los años 70, y la función síntoma de 1975. Este punto de vista explica nuestra clasificación de los casos. Me parece que en «De una cuestión preliminar...» se encuentran muchísimas cosas que pueden extenderse en todos los sentidos, con ellas se puede incluso superar el marco estricto que parece tener o que tuvo para nosotros. Para los trastornos del 100

lenguaje y los delirios, me basé en ese texto: tomé lo que Lacan llamó los abismos P0 y 0. Distinguí el abismo P0 y la forclusión del Nombre del Padre. En el abismo P0 clasifiqué todo lo que es alucinatorios, y los trastornos del lenguaje. Lacan mismo pone a los pájaros que aparecen en el parque del lado del abismo P0, cuando es puramente visual. Pero allí hay una dificultad. A mi entender, las alucinaciones visuales y cenestésicas tienen un estatuto difícil de determinar en la práctica: cuando alguien dice que le duele la pierna, es muy difícil saber si es o no una alucinación, pero cuando dice que oye voces, el asunto está concluido. Esta es una diferencia práctica que se me presentó. En los trastornos del lenguaje tomé todo lo que parecía depender de esta categoría (es decir, palabra, enunciación), todo lo concerniente a la escucha, todo lo que De Clérambault ubica allí, que es muy amplio, que va del eco del pensamiento al diálogo de las voces. El neologismo, por supuesto, figura en esta serie, y también estoy de acuerdo en que existen usos neológicos de las palabras. Para la joven «atún», por ejemplo, un caso que seguí, «atún» no es un neologismo, es una rareza local. Como no conocía la expresión, pregunté a varios adolescentes, y parece que corresponde a lo que en Marsella, donde me crié, se decía «chorizo». En Lille se dice que una chica es un atún porque el atún es un pez informe. Le pregunté entonces a la chica por qué decía «atún» y me contestó que se dice atún como podría decirse «un bacalao». Lo verifiqué con otras personas, y me confirmaron que era lo más común del mundo decir «No saldré con ese atún». Me pareció bastante divertido para ponerlo como título, y no es contradictorio con el hecho de que pueda ser un neologismo. En el informe quisimos trabajar lo más posible con la prueba, aunque sabemos que las cosas son aproximadas. Tratamos, por un lado, de clasificar y, por otro lado, de poner en evidencia lo más importante en un caso. En el caso del «atún», por ejemplo, ese punto no me parecía el más psicótico. En el caso del joven, decía que la relación con su madre había pasado «del cuerpo al lenguaje» (era una presentación de enfermos), nos sorprendió la precisión de esta fórmula, y la destacamos. Ahora bien, no porque alguien haga una teoría sobre sí mismo es un trastorno del lenguaje; si fuera así, todos nosotros, analizantes y analistas, estaríamos condenados eternamente a los trastornos del lenguaje. Entonces, para mí, eso no constituía un verdadero trastorno del lenguaje, testimoniado como tal. A propósito del automatismo mental, está completamente reconocido como trastorno del lenguaje, porque está en una sección referida a sujetos que se presentan sin trastornos del lenguaje lo que se llamó 0, y que muestran enseguida trastornos del lenguaje. Luego, en esos casos hay trastornos del lenguaje: hay un automatismo mental que sirve justamente para demostrar que viene segundo en relación con otra cosa que está antes -lo que se encuentra en De Clérambault. Philippe Bouillot podrá responder a la pregunta sobre el «joven de la máquina tragamonedas», porque se trata de uno de sus casos, y Brigitte Lemonnier, a la que se refiere a la «misión». Esto sobre la cuestión de los trastornos del lenguaje. Respecto de la cuestión del delirio, quise seguir a De Clérambault. Como Lacan decía que era su maestro, pensé que, después de todo, el maestro del maestro es siempre un maestro. De Clérambault diferencia lo que es automatismo de lo que es delirante. Yo hice lo mismo, es decir, consideré que una idea delirante sobre el cuerpo no era a priori algo ligado a P0, sino para colocar en 0. Evidentemente, se torna complejo, porque el mismo De Clérambault no habla solamente del automatismo mental, habla de automatismo cenestésico y de automatismo motriz. Es difícil, aun en él, ver bien cómo se diferenciaría el automatismo cenestésico de otros fenómenos corporales. La pregunta no se plantea cada vez que se menciona «alguien me hizo levantar la pierna» o «alguien 101

me provocó un dolor», pero cuando se trata de un simple dolor, se vuelve complejo. Seguramente esta tarde discutiremos sobre este punto. Me parece que la cuestión se complica en los delirios de filiación. La dificultad no se presentó en lo que vimos porque, en general, cuando tenemos grandes delirios de filiación, también tenemos un automatismo mental o, por lo menos, trastornos del lenguaje. Pero, en efecto, la clasificación es algo deficiente en lo que se refiere a los delirios que giran alrededor de la paternidad misma, por ejemplo: ¿por qué no ubicarlos en P0? Me parece que aquí la cuestión no está resuelta. Alexandre Stevens. -Mientras hablamos sobre todo de la última clínica de Lacan, el informe de Lille tiene el mérito de darle una verdadera frescura a «De una cuestión preliminar...». Yo estaría más de acuerdo con las divisiones propuestas, pero poner del lado P0 todo lo que son alucinaciones, incluyendo los pájaros que aparecen en el caso Schreber. Geneviève Morel. -Lacan lo hace. Pág. 209 Alexandre Stevens. -No hay dificultad en considerarlo del lado del lenguaje, es decir, del lado de P0, en la medida en que si esto aparece en la mirada, lo esencial es que esos pájaros hacen señas, y entonces se puede decir que hablan. Así lo entiendo yo. Por el contrario, ¿poner del lado de los trastornos del lenguaje lo que se refiere en muchos otros trabajos, esa especie de bricolage con lalengua? Pienso especialmente en el trabajo del grupo de Angers: ellos hablan de un sujeto -se trata de un niño- que no es en absoluto delirante; no hay trastornos del lenguaje, sino una suerte de invención de una lengua personal, que llaman el lenguaje Donald, que anuda una transferencia con el analista. Allí hay una suerte de invención del lenguaje, que no tiene un estatuto neológico, sino más bien el estatuto de dar nombre y permitir anudar algo con el otro, un otro particular. Geneviève Morel. -Fabricar un lenguaje privado como ese es parte, para mí, de los trastornos del lenguaje. Alexandre Stevens. -Hay lenguajes privados y lenguajes privados. Conocemos niños psicóticos cuya madre puede decir: «Yo lo comprendo perfectamente cuando dice algo», y ninguna otra persona lo comprende. Hay allí lo que se llama un lenguaje privado. En el caso de Angers, no lo interpreto del todo de esa manera: no pongo en el mismo nivel ese caso de la invención de la lengua Donald, porque se trata de un simple invento comprensible para el otro. Resumiendo, es una niña que inventa hablar utilizando cue, cue con su analista. El analista mismo tiene sobre eso un lapsus: «Son las cueve y diez», le dice, pero no voluntariamente, lo que hace reír mucho a la niña, que pesca cómo ese otro está atrapado en la transferencia. Entonces no es. realmente una lengua privada en el primer sentido que decía. Geneviève Morel. -No, y es cierto que los chicos lo hacen a veces espontáneamente entre ellos, incluso fuera de un marco analítico. Alexandre Stevens. -Luego, ¿cómo sitúas esas creaciones del lado de lalengua respecto de los trastornos del lenguaje? Geneviève Morel -En verdad, ya no tengo tan presente el caso, pero me parece que, como se trata del invento de una nueva lengua, aun cuando esté hecha con significantes de todo el mundo, yo lo pondría más bien del lado de trastornos del lenguaje. 102

Pierre Stréliski. -En la línea de lo que acaba de decir Alexandre, ¿qué ocurre con el estatuto del lapsus? ¿Podemos considerar que es un trastorno del lenguaje? Geneviève Morel. -Psiquiátricamente no, y en mi práctica no lo considero como un trastorno del lenguaje. Me parece que clínicamente se llegan a diferenciar esas palabras que tienen un valor especial para el sujeto como «no tengo energía», la manera en que son dichas, la enunciación que juega, y el lapsus, ya se cometa en un caso de neurosis o de psicosis, porque eso también ocurre. Me parece que aquí se trata más de interrogar la práctica que de hacer una clasificación. Si hacemos una clasificación, me parece que necesariamente nos vamos a equivocar. Yasmine Grasser. -El informe de Lille reinstaló de manera central la cuestión de la coyuntura. Me sorprendió ver que el 0, las variaciones de la psicosis aparecieran antes y que después quizá surgiera un desencadenamiento. Lo considero bastante convincente en la clínica con los niños: muchas veces buscamos localizar el desencadenamiento en los autistas, en los niños psicóticos, y siempre tuvimos dificultades para lograrlo. Entonces me pregunté si se podía generalizar la división que ustedes hacen. La otra pregunta es sobre los fenómenos del lenguaje. ¿Solo después de un desencadenamiento localizado como tal puede aparecer un testimonio del sujeto? En la misma línea, yo pensaba que cuando se atienden niños psicóticos, se chapucea algo pero no se tienen testimonios. François Sauvagnat. -Tengo simplemente una reflexión sobre esta noción de trastornos del lenguaje que utilizamos desde hace muchísimo tiempo, con ese privilegio dado al neologismo. En todo caso Lacan fue leído a menudo de esta manera: ¿hay neologismos o no? Si no hay, no puede tratarse de la verdadera psicosis. Pero ¿es seguro que Lacan haya tratado de hacer eso? ¿Es así como entendía el término «trastornos del lenguaje»? Yo no estoy en absoluto seguro, no hay un texto donde se diga eso. Pág. 211 Jacques-Alain Miller. -¿Quién leyó eso así, que era necesario un neologismo, si no nada? François Sauvagnat. -Bueno, me parece que es algo que se dice mucho. Geneviève Morel. -Viene del ejemplo de «galopinar» de El seminario 3. De repente, todo el mundo pensó que era la regla. Jacques -Alain Miller. -«Galopinar» es justamente un mal ejemplo porque la palabra no es un neologismo sino un término regional, y se encuentra en Zola. Ciertamente, no hay por qué reducir los trastornos del lenguaje al simple neologismo. François Sauvagnat. -A pesar de todo, son cosas que se oyen. Jacques -Alain Miller. -De acuerdo. Nuestro concilio puede pronunciarse al respecto rechazando la tesis equivocada. François Sauvagnat. -Sí. Me parece que también habría que revisar la referencia a De Clérambault. Cuando Lacan dice: «Clérambault, ni único maestro», ¿hasta qué punto no es para molestar a Henri Ey? Evidentemente, lo repitió, pero hace de todos modos una lectura muy particular de De Clérambault. En El seminario 3 se trata más bien de los trastornos de la 103

significación: todo puede pasar, ya sea visual o verbal, lo que importa es que haya esta cosa «perplejizante». El segundo punto se refiere a otra cuestión. Me sorprendió no encontrar en esta cuestión del neodesencadenamiento algo que sea como una suerte de decisión del sujeto, en particular en el pasaje sobre la melancolía. Hacer referencia a los trabajos de Kraus, que por otra parte es un muchacho muy simpático, o a la escuela de Heidelberg, es algo bueno, pero se corre el riesgo de quedarse en una concepción demasiado caracterológica de la melancolía, y no ver el aspecto de las suplencias bastante complicadas, y no borrar su nombre. Me parece que eso podría oponerse en algunos casos a algo más maníaco como «hacerse un nombre», al estilo de Joyce. De todas maneras debemos notar el aspecto de tristeza, una suerte de decisión de abandonar las suplencias, lo que llamé «traición» en los trabajitos que hice sobre el tema. Hay allí, me parece, algo que vemos perfilarse en sujetos que se pueden tener en tratamiento. Jacques-Alain Miller. -No se puede reservar la calificación de trastornos del lenguaje a las simples perturbaciones del significante, únicamente a los casos en que la forma significante es afectada, esta se extiende a los trastornos de la significación. Es lo que confirma el pasaje de «Acerca de la causalidad psíquica» -página 158 de los Escritos- que Deffieux mencionaba y que Carole Dewambrechies me hace notar, donde Lacan se refiere a Guiraud y a sus «Formas verbales de la interpretación delirante». Emprendamos este camino para estudiar las significaciones de la locura [el texto es de 1946], como nos invitan a hacerlo los modos originales que muestra el lenguaje, esas alusiones verbales, esas relaciones cabalísticas, esos juegos de homonimia, esos retruécanos que han cautivado el examen de un Guiraud, y diré ese acento de singularidad cuya resonancia necesitamos oír en una palabra para detectar el delirio, esa transfiguración del término en la intención inefable, esa fijación de la idea en el semantema (...), esos híbridos del vocabulario, ese cáncer verbal del neologismo, ese naufragio de la sintaxis, esa duplicidad de la enunciación, pero también esa coherencia que equivale a una lógica, esa característica que marca, desde la unidad de un estilo hasta las estereotipias, cada forma de delirio, todo aquello por lo cual el alienado se comunica con nosotros a través del habla o de la pluma. Es un pasaje muy hermoso que propone una concepción del trastorno del lenguaje muy amplia, que incluye significante y significado. Pág. 213 Lilia Mahjoub. -Se puede responder sí a la pregunta planteada «¿un lapsus es un trastorno del lenguaje?», pero ¿lo es justamente en el sentido de la metáfora o de la metonimia? No hay que olvidar que lo que juega en el significante son sus leyes, metafórico, metonímica. Por ejemplo, en el caso de las psicosis, veo a menudo con los niños que hay efectivamente una ausencia de metáfora, y todo consistirá en un esfuerzo por metaforizar. Hay casos en el informe de AixMarseille y Niza que lo muestran. Por ejemplo, esa mujer que dice «soy una media dada vuelta», donde se ve un esfuerzo por envolver ese vacío, esta ausencia radical que es ella. Se puede decir que «soy una media dada vuelta» es efectivamente algo del orden de un esfuerzo para producir una metáfora que en verdad no lo es y que está del lado del yo delirante. Pero eso le permite presentarse como tal allí donde no tiene envoltorio. Pienso, pues, que todo trastorno del lenguaje debe requerir este examen: ¿se trata de una metáfora o de un esfuerzo de metáfora? Philippe De Georges. -Precisamente quería llamar la atención sobre ese caso -de hecho, sobre dos casos que están en serie en el informe de Aix-Marseille y Niza- señalando que allí hay un 104

diálogo entre los informes de las diferentes secciones sobre este problema de los fenómenos, que Geneviève Morel designa trastornos de 0. Se trata cada vez en nuestro informe, especialmente en el caso que refiere David Halfon, de sujetos en quienes el clínico no notó trastornos ligados al encuentro con Un-padre, donde no hay desencadenamiento en una forma típica. En cambio, como señala Geneviève Morel, algo pasa en la relación del sujeto con el goce y lo imaginario, con ese abismo unido a una total imposibilidad de subjetivar algo de esta experiencia, lo que explica las tentativas -como las que acaba de citar Lilia Mahjoub- extremas de metaforizar sin lograrlo realmente. Francesca Biagi. -En la clínica de las psicosis no desencadenadas me sirvo de buena gana de una palabra que tomé de Lacan, y que él emplea a propósito de Joyce: la palabra «herejía». Esta palabra aclara lo que podría ser un trastorno del lenguaje por el lado de la significación. Cuando funciona, el Nombre del Padre le da al sujeto un sentido común sobre lo sexual, aunque ese sentido no sea atrapado y permanezca enigmático. Es lo que permite comprender y soportar las alusiones. Mirar a alguien con cierta intensidad es una alusión, y eso no da sin embargo un delirio de persecución. La alusión supone que existe un sentido compartido, lo que nos recuerda una palabra de Bergson que Lacan destacó, y Jacques-Alain Miller retomó, en Las formaciones del inconsciente; a saber, «ser de la parroquias. Cuando se es un neurótico, se es de la parroquia del sentido sexual, del Nombre del Padre. El delirio de filiación rompe esta parroquia. En las psicosis no desencadenadas puede ser interesante recibir la herejía, buscar de qué herejía se trata en relación con la parroquia común. Quizá sea una herejía que el sujeto no habría querido del todo, que no habría promovido. La ciencia pudo ser pensamiento herético en un momento dado. Por otra parte, hay muchos neologismos en la ciencia, pero el sujeto científico les encuentra una explicación, para no cometer herejía. Luego, es interesante ver en qué punto un paciente psicótico era hereje al Nombre del Padre, que sería una forma mínima de trastorno del lenguaje. Si el analista es capaz de darle lugar, eso puede efectivamente promover un nombre propio del ser, que no tenga necesariamente relación con el objeto a, un sentido privado, un falo que es 0 en la medida en que no comunitariza -para pronunciar también yo un neologismo. Brigitte Lemonnier. -Serge Cottet mencionó el caso clínico presentado con el título «Misión cumplida». Este hombre no dice estar investido por una misión. No está investido por una misión, él se fabricó una misión. Encontró los preceptos de la Iglesia, ese trípode (pureza, honestidad, fidelidad), y cree haber encarnado esas palabras hasta el momento de su desencadenamiento. Su misión no le viene de otro, ni de la Iglesia. Mientras que uno es más o menos desigual en relación con el ideal, él no lo es en modo alguno. Tiene la certeza absoluta de haber encarnado ese ideal, como tiene la certeza, en el momento de su desencadenamiento, de estar en la posición absolutamente contraria, de ser un indigno, cuando esas palabras que han constituido su ideal lo abandonaron, cuando se convirtió en un asesino, etc. 5. GOZAR DEL LENGUAJE (PÁG 215) Franz Kaltenbeck. -Me gustaría señalarle a Sauvagnat que encontramos esta decisión del ser, o más bien del sujeto, en el informe de Aix-Marseille y Niza: un chico que de un día para el otro decide no hablar más porque su madre lo había dejado en la escuela mientras que antes estaba muy pegada a él. Si la observación es justa, y pienso que es completamente creíble, habría allí una decisión del ser. Por otra parte, quisiera responderle a Cottet sobre la cuestión del trastorno del lenguaje. La estrategia del informe de Lille era decir: cuando existen rasgos clínicos más importantes que los trastornos del lenguaje, insistamos primero en esos rasgos (por ejemplo, los 105

trastornos del cuerpo). Cottet utilizó una expresión que me gusta mucho, la de «relación del psicótico con el lenguaje». No es necesariamente un trastorno del lenguaje o algo que ocurre en lalengua, en una palabra. Como puede ser una rareza sintáctica o un problema de enunciación, no siempre se marca en una deformación de lalengua. Por ejemplo, un paciente recientemente hospitalizado me llama para darme su número de teléfono en la clínica; en ese número telefónico hay dos veces 71, y me dice: «La polisemina de la palabra "vez" me hace gozar». Aquí tenemos una relación muy particular con el lenguaje. Jacques-Alain Miller. -Por supuesto. Es precisamente el punto que vuelve más improbable el interés de una clasificación fundada en la bipartición P0-0. El punto en cuestión, esto es, que hay un «gozar del lenguaje», muestra precisamente por dónde se desarma la cosa. La construcción de «De una cuestión preliminar...» se funda en una gran bipartición: de un lado, el Otro, el Nombre del Padre, el lenguaje, los fenómenos significantes, de orden lógico, que se despliegan en un desierto de goce; del otro lado, lo imaginario, lo especular, el cuerpo, el goce. Tanto los trastornos del lenguaje como el lenguaje dependen de la estructura lingüística, el resto echa raíces en el estadio del espejo. Los trastornos lingüísticos no son dichos anidéicos, como expresa De Clérambault, sino que son concebidos en tanto tales como agozantes, fuera del goce, puesto que la libido circula del lado del imaginario corporal. Esta conceptualización tuvo una importancia histórica capital, y sigue siendo una referencia indispensable, pero si se la adopta sin percibir los límites que Lacan precisamente vio y superó, se pierde lo que es el nervio de la clínica borromea, una conexión mucho más estrecha del goce y del significante, la continuidad de los dos campos. En clínica borromea podemos decir: el P0 y el 0 son los dos extremos de la curva de Gauss, es solo una distinción de razón, no una distinción fundada en la cosa. Existen trastornos donde no se alcanza la forma significante sino la significación: la palabra es normal, la frase es normal, y sin embargo hay detrás de la palabra o la frase una «intención inefable». Y bien, no podríamos aclararlo mejor que teniendo en cuenta el «gozar del lenguaje». En resumen, «la polisemia de la palabra me hace gozar»; no podría decirse mejor. Geneviève Morel. -En «De una cuestión preliminar...», lo que depende de «gozar del lenguaje» me parece que está puesto en P0; no está, sin embargo, eliminado del cuadro. Todo lo que es lengua fundamental ... Jacques-Alain Miller. -No es tomado como goce. Geneviève Morel. -No es tomado como goce, pero podemos restablecerlo como eso. Cuando se lo relee, como hicimos por otra parte con usted en el seminario de DEA hace diez años, puede tomarse lo que Lacan llama P0 para un goce del lenguaje, al menos en lo que concierne a la lengua fundamental. Otra dificultad, me parece, en relación con la cuestión de los trastornos del lenguaje proviene de que los conceptos se extienden y se inflan, y finalmente todo encaja. Muy frecuentemente, es allí donde uno se pierde. Si se toma en «De una cuestión preliminar...» el análisis de la alucinación, el significante estructura la percepción, eso quiere decir entonces que una alucinación visual es un trastorno del lenguaje. Jacques-Alain Miller. -Exactamente, es la tesis de Lacan. Geneviève Morel. -Es la tesis de Lacan, y está casi en De Clérambault cuando pone en relación los tres automatismos. Los mismos fenómenos del cuerpo, si pensamos en la tesis de «Radiofonía», 106

que el cuerpo está estructurado por el lenguaje, también son trastornos del lenguaje. Llegamos al «todo está en todo», y esa es la dificultad. Pág. 217 Me gustaría preguntarles a los colegas de Clermont-Ferrand, Dijon y Lyon, sobre el caso llamado «el idólatra», que me interesó mucho y donde puede trabajarse con los dos puntos de vista, el de «De una cuestión preliminar...» y el del último Lacan. Se trata de un niño que, en un momento dado, tiene un primer desencadenamiento a los seis años a continuación de unas palabras del padre; en ese momento, se siente excluido de la comunidad de los hombres, se ubica del lado de las mujeres y empieza una suerte de fetichismo de la media femenina, un esbozo transexualista en todo caso; hay, pues, una suerte de goce transexualista. Después, hay una suerte de unión a la madre, que lo lleva a querer suicidarse con los productos domésticos de esta, todo lo que, en la clasificación que hicimos en Lille, estaría del lado de 0; es decir que se tendría: Un-padre da 0. Todo eso dura mucho tiempo, hasta el momento en que, a los diecisiete años, regresa a la comunidad de los hombres, de la que había sido expulsado a los seis años. Vuelve a la comunidad de los hombres... bajo la forma de un monasterio. Está la conversión a la religión, a partir de la cual nombra todo su trayecto precedente, todo lo que hacía con la media, el «idólatra». Y, en efecto, es bastante, gracioso porque su madre, que también debía de ser algo rara, lo había bautizado en la religión ortodoxa para que más adelante él pudiera elegirlo que constituye un detalle bastante curioso del caso. Por fin, él era efectivamente un idólatra, puesto que de entrada había sido bautizado en la religión equivocada. Y él mismo bautiza idólatra al hecho de haber utilizado la media de su madre para sus prácticas transexuales, rebautiza así todo lo que le ocurrió antes. A continuación hay una suerte de segundo desencadenamiento. Viaja a los Estados Unidos. Hasta allí, en el relato que nos hizo, en la lectura que hice del caso, no hubo muchos trastornos del lenguaje, pero a partir del momento en que es enviado a los Estados Unidos se está claramente en pleno P0: empieza a hablar por todas partes sobre las computadoras; es decir que en es e momento vuelve a salir de la comunidad. Había regresado a la comunidad de los hombres, vuelve a salir de ella cuando está en los Estados Unidos, y hay trastornos del lenguaje que aparecen de manera muy importante. Encuentra un nuevo lugar en la comunidad religiosa haciéndose especialista en informática; tiene un lugar particular, pero ligado, en efecto, a una suerte de sinthome que es ejercer la informática para todos, realmente hacerlo; es decir que es una suerte de sinthome. Finalmente, la mayor parte del caso se comprende con «De una cuestión preliminar...» como única referencia; para ese fin (si se toma en serio al especialista en informática, que está ligado a un tratamiento de la lengua, algo que además queda muy en evidencia en el informe) nos sirve el último Lacan y nos trae algo suplementario. Lo único que no entendí en el informe de Clermont es por qué nuestros colegas consideraban que el Edipo no trataba la causa sexual. Es el primer párrafo del informe. Una oposición entre el primer y el segundo Lacan recorre todo el informe. Se dice que la metáfora paterna retoma el Edipo freudiano, y al final dicen que «la cuestión de la causa sexual no está incluida en esta lógica», la lógica de «De una cuestión preliminar...». Quería preguntarles si, a su entender, el Edipo no era de todos modos un tratamiento de la causa sexual. Jean-Robert Rabanel. -Esta frase procede de la idea de diferenciar la clínica psiquiátrica y la clínica analítica. La lógica que preside «De una cuestión preliminar...», es decir, de la prevalencia del Otro, luego, del padre y del Edipo, toma mucho del modelo psiquiátrico, en la medida en que el modelo psiquiátrico hace referencia a una norma, a una distinción muy tajante entre lo que es normal y lo que no lo es, cuando ulteriormente la teoría de la psicosis de Lacan se alejará un poco de esta distinción radical. «Acerca de la causalidad psíquica» fue una conferencia que se dio en Bonneval en un coloquio, y hay todo un debate (François Sauvagnat aludió antes a eso) entre Henri Ey y Jacques Lacan sobre 107

esta cuestión: ¿Debe distinguirse de manera radical lo normal de lo patológico, la psiquis normal y la psicosis? La crítica fundamental de Henri Ey era esta: escuchamos al doctor Lacan en su informe, ya no hay distinción entre la psicosis y la normalidad. Lo que Geneviève decía hace un rato me hizo pensar en que la clínica psiquiátrica fuerza a operar de una manera tajante una distinción entre lo normal y lo patológico; en cambio, lo propio de la clínica analítica es llevar a una suerte de igualdad de cada uno tanto con respecto al goce como respecto de la muerte, como recordaba Jacques-Alain Miller en la introducción. Pág. 219 En suma, el punto que todos compartimos en relación con el goce es la relación con el significante, con el significante Uno, con el significante solo. A partir de ese punto común a todos, donde el significante nos pone en relación con el goce, nos diferenciamos por una serie de elecciones, de adhesiones a un modo de goce más que a otro. Philippe De Georges. -En el informe de Clermont encontramos la siguiente frase: «Si Bleuler admite la significación freudiana de las psicosis, es a costa de forcluir la cuestión de la causalidad sexual». Se refiere a ese famoso momento donde Bleuler dice que utilizará la teoría freudiana, pero habla de autismo para evitar el término autoerotismo. Geneviève Morel. -En eso estoy de acuerdo. Lo que no veo es por qué el Edipo freudiano no sería un tratamiento de la causa sexual, como está escrito en el párrafo anterior. Jacques Borie. -Quisimos indicar esto: el Edipo freudiano es, por supuesto, un tratamiento de lo sexual (trata lo sexual por lo prohibido y por la identificación), pero existe un punto de la causalidad sexual no tratado por el Edipo; si no, ¿por qué se habría intentado hacer una clínica del más allá del Edipo? No veo el interés de señalar que en referencia a la norma hay trastornos del lenguaje en el psicótico -porque es siempre reubicar la psicosis del lado del déficit. Es más fecundo tomar la cuestión a partir de las tesis que prueban muy bien las psicosis de hoy, que son psicosis donde la relación con el Otro no está constituida, o reconstituida, por el delirio, sino que sigue siendo problemática. Entonces puede mostrarse que a partir de un tratamiento de la lengua como tal, del S1 de la lengua, algo del lazo social puede reconstituirse; y no al revés. Es lo que nos enseñaron los casos que referimos, entre ellos el del idólatra: la norma es la forma en que el sujeto construye su relación con la lengua, en la que él también está inmerso, para constituir un punto de apoyo en su relación con el Otro. Es muy distinto decir: la norma ya está allí bajo la forma de la coherencia de la cadena significante, es decir, de la existencia del Otro, y el sujeto se muestra en déficit en relación con eso, lo que señala nuestra manera habitual de pensar, cuya lógica es paranoica, porque la paranoia apunta a reconstruir la cadena significante de una manera todavía más radical dando consistencia al orden del universo. La lección que debemos extraer de las neopsicosis es que la norma no está a priori sino que se constituye a partir de la cadena rota. La respuesta paranoica es reconstruir la cadena a partir de S2 en el delirio. Al contrario, la respuesta del psicótico contemporáneo, si puedo decirlo así, es tratar ese S1 solo, en sus efectos de goce del ser. Carote Dewambrechies-La Sagna. -Podemos confrontar la cita de «Acerca de la causalidad psíquica» con la reflexión de Lacan en su seminario sobre la psicosis -o no- de Joyce. Allí vemos cómo Lacan razona sobre la cuestión. Lacan antepone la relación con el lenguaje y con la lengua: ¿qué tipo de relación tiene Joyce con el lenguaje? En este punto recuerda que la hija de Joyce es médium. Ofrece cierto número de información relacionada con la constelación familiar de Joyce. También resalta allí la creencia, como al comienzo de su enseñanza: ¿Joyce se creía el encargado 108

de una misión en relación con la deconstrucción de la lengua? Estos elementos son, a su entender, determinantes para el diagnóstico. (Pág. 221) Pierre Naveau. -Mi reflexión es sobre la psicosis ordinaria hoy. Lo que hace un rato se llamó lengua privada deshace la discontinuidad entre la psicosis y lo normal. Cada uno habla su lalengua, habría dicho Lacan en los años 70. Es lo que me conduce a recordarles una referencia a la tesis de medicina de Lacan, donde destaca la expresión psiquiátrica «significación personal». El trastorno del lenguaje puede atraparse a partir del significante o de la significación, y Lacan muestra que cuanto más personal se vuelve la significación, más enigmática resulta, lo que es una especie de paradoja. Ya hablamos de eso en Angers. El ejemplo que da el informe de Lille, «trabajar es perder la vida», es de este orden. Esta frase muy simple es tomada al pie de la letra por el sujeto, es decir que le da una significación muy personal, muy íntima. Vemos además que con eso quiso decir que trabajar es perder a su madre. Jacques-Alain Miller. -Una observación al pasar sobre el vocabulario. El uso clásico de la expresión «significación personal» es el siguiente: algo tiene lugar en el mundo (un auto rojo pasa en la calle, es el ejemplo de Lacan), piensa que apunta a usted personalmente, que le está dirigido, que la señal, el mensaje, es para usted. La expresión que debe emplearse para referirse a «la significación íntima, particular a alguien» es más bien la de «acento de singularidad»; es el idiolecto delirante. Nicole Guey. -A partir del momento en que se abandona el referente exclusivo de los neologismos para interesarse más bien en el anudamiento entre el significante y el goce en una perspectiva de continuidad neurosis-psicosis, no se llega a una nueva división, sino a localizar efectivamente la relación del sujeto con el goce en sus balanceos. Quizás entonces se puede considerar qué ocurre con el tratamiento de este goce. Jacques-Alain Miller. -Lacan jugó con una descomposición de la palabra «goce» que deja entender que es esencialmente un sentido gozado. Los fenómenos de significación personal, el acento de singularidad, etc., deben por cierto inscribirse en esta categoría. Se dice: los fenómenos del cuerpo, los trastornos del cuerpo, etc. ¿De qué se trata? También son fenómenos de sentido gozado, salvo que se localizan en otra parte. 6. EL PFÜIT DEl SENTIDO (PÁG. 222) Éric Laurent. -En el espíritu de la conversación, podríamos abordar la idea misma del trastorno del lenguaje. el trastorno del lenguaje depende de la idea que se tiene del lenguaje. El trastorno del lenguaje es bastante diferente según Saussure, Jakobson, Hejmslev, Locke o Malebranche. Si se es saussureano -rápidamente-, se dirá que el trastorno del lenguaje pasa entre significante y significado. Si se es jakobsoniano, se dirá que el trastorno pasa entre metáfora y metonimia, o que está ligado a la cuestión del shifter. Si se sigue a Locke, se planteará la cuestión del lenguaje privado, de las ideas que se nos ocurren, las ideas claras, según Locke, que no son las de Descartes. Si nos inspiramos en Malebranche, nos interesaremos por las ideas que nos llegan ya no de nosotros, sino del creador que sostiene la creación. Entre Locke y Malebranche, ¿más listo el más chiflado? Por supuesto, es algo que Lacan se plantea. Si son neurólogos, primero se conformarán con la concepción espontánea que los neurólogos siempre tuvieron del lenguaje. La de Broca y Wernicke, que tanto le sirvió a Freud para elaborar su teoría de las afasias. Broca y Wernicke eran muy capaces haciendo actas de observación: cuando 109

tal paciente ya no dispone de tal parte del órgano, se produce tal déficit funcional. Luego, debe de ser por allí entonces donde se localiza tal función. Conocimos, pues, toda una generación de palabras localizadas, primero las zonas especializadas, después la lateralización estricta del cerebro, hasta que se dieron cuenta recientemente de que la localización era sin duda muy exagerada. Hacía falta pensar más bien en términos de tratamiento de la información a través de un sistema. Ese es el aporte dinámico de las neurociencias. La teoría de las afasias, el tratamiento de las imágenes de palabras y de las imágenes de cosas, por la máquina inconsciente, es un bricolage sobre un trastorno del lenguaje al que se entregó Freud, a partir de una concepción del lenguaje de los neurólogos anteriores a las neurociencias. Las mismas neurociencias dependen en gran medida de una conversación entre la teoría del lenguaje de los neurólogos, formada a partir de la práctica siempre más afinada de la lesión y de su recuperación, con algunos otros practicantes de los aportes técnicos de la lengua, como por ejemplo los especialistas en informática interesados en las lenguas naturales y algunos filósofos del lenguaje. Con eso se genera una conversación nueva que se llama neurociencias. Así concebido, el trastorno del lenguaje es muy particular. Si fueran Chomsky, ¿qué idea tendrían del trastorno del lenguaje? Se podría pensar que si fueran chomskianos, buscarían la regla de la reescritura que no funciona, para poder dar cuenta del trastorno. Algunos chomskianos se sorprendieron mucho de que fuera el mismo autor quien, a partir de esta teoría, después haya adelantado una concepción política del lenguaje atravesado enteramente por el complot. Esta concepción lo llevó a posiciones muy radicales en la política universitaria norteamericana. El complot generalizado dibuja una teoría compatible con la ambición de dar cuenta del lenguaje a partir de reglas exhaustivas. Es una manera de integrar en el sistema su límite. Las reglas no bastan para dar cuenta de la producción del sentido a través de los equívocos subsistentes. Se necesitará, pues, una gran conversación política para saber lo que dice el lenguaje. Chomsky insiste en una interpretación amplia de la primera enmienda de la constitución norteamericana, según la cual debe estar absolutamente permitido decir todo, inclusive los horrores. Es que todo eso no quiere decir nada ni tiene ningún efecto fuera de la conversación, que fijará el sentido. La conversación está organizada por los poderosos, quienes quieren hacer significar el lenguaje en un sentido que les sea favorable. Hay, pues, que oponerse a eso. Finalmente, el trastorno del lenguaje fundamental es la conversación de los poderosos. Esto nos lleva a que el trastorno del lenguaje, en su concepción más general, está muy ligado al establecimiento del sentido por «el discurso concreto», como dice Lacan, por la conversación misma, democrática, generalizada. Por eso me parecía notable la redefinición que hacía JacquesAlain Miller al comienzo de esta jornada considerando que este volumen trataba la psicosis ordinaria. Es la psicosis en la época de la democracia, es tener en cuenta la psicosis de masa. En la época anterior a la clínica, Pascal refería la locura del mundo, lo que sonaba distinto. Cuando nosotros decimos «la psicosis ordinarias, ya no nos dedicamos solamente a las grandes excepciones que constituyeron la clínica de la mirada y la primera clínica psicoanalítica. Ya no se trata solamente de consagrarnos a las grandes monografías de esos gigantes del pensamiento psicótico que son Schreber, Newton, Cödel, etc. -algunos de los cuales están más enfermos que otros. Apuntamos a hacer entrar en la conversación clínica el material en bruto de la psicosis por el abordaje general de lo que es el lenguaje. Como dice una paciente en este libro: «Qué hace que en un momento dado mi cabeza se las pique... Pfüit, sin embargo, tengo posibilidades». Pfüit. El Pfüit del sentido. Es el Pfüit del sentido, para neologizar el título que eligió para un curso Jacques-Alain Miller. Está magníficamente ejemplificado. Está la pfüit del sentido, y después, todas las tentativas del punto de basta para atraparlo. La paciente misma dice: «Tengo posibilidades pero no las domino... me falta el coso para manejar». 110

Ella habla la lengua normal, la nuestra. Todo el mundo busca el coso para manejar. La cuestión del punto de basta es la más compartida del mundo. Por ejemplo, los mercados mundiales fluctúan de una manera aberrante. Se hace, pues, una conversación: entre siete se hace un G7, y se trata de establecer ese punto de basta. No funciona, entonces se forma un G8. Después, alguien escribe un artículo u opina que el punto de basta ya no puede venir del FMI o del G8; tiene que venir del presidente de los Estados Unidos. Aunque lo agarraron de sorpresa por la causa sexual, sigue siendo el último bastión en tener el coso para manejar. Como su posición permanece frágil, la opinión pública norteamericana es finalmente la que ocupa con gran esfuerzo a todo el mundo porque el 62% de la gente no quiere el impeachment de Clinton. He aquí a lo que apunta el coso para manejar: a la medida ansiosa y permanente de la opinión. Este estado de la civilización es compatible con el abordaje general de la psicosis ordinaria. La época está efectivamente muy en consonancia con esta constatación de que ya nadie tiene el coso para manejan Es el pfüit del sentido, y la búsqueda del punto de basta. Pág. 225 Jacques-Alain Miller. -Me gustaría deslizar en este punto una referencia al trabajo de AixMarseille y Niza, donde encontramos una observación sobre la melancolía, que nuestros colegas toman quizá de Tellenbach y Kraus, y que habla del «copiado de una suerte de ideal, no del yo sino de una norma social. Se puede concebir entonces que las personalidades premelancólicas sean más fácilmente tipificables y reconocibles en las culturas donde las normas sociales están más claramente definidas, incluso impuestas, como ocurre en el Japón y en Alemania». Es una observación muy útil: a partir del momento en que las normas se diversifican, se está evidentemente en la época de la psicosis ordinaria. La psicosis ordinaria es coherente con la época del Otro que no existe. Éric Laurent. -Yo estoy de acuerdo con Sauvagnat en que los trabajos de Tellenbach y Kraus no deben reducirse al abordaje fenomenológico o caracterológico. Me parece productivo tomar la noción de sobreidentificación en el marco general de la psicosis ordinaria. En un sentido, esos trabajos confirman la idea de que la identificación en la melancolía se aborda de la misma manera que las otras psicosis, con sobreidentificación de rasgos perfectamente normales. En otro sentido, la sobreidentificación normal subraya que la norma de identificación está loca. Jacques-Alain Miller. -De todos modos, se estará siempre sobre o subidentificado. La identificación obedece a la curva de Gauss, no hay razón. Éric Laurent. -El nuevo abordaje tiene de paradójico que se encuentran en él todos los abordajes antiguos. Por ejemplo, por un lado decimos que es difícil encontrar en los niños desencadenamientos como en la clínica del adulto. Sin embargo, en este libro encontramos tres desencadenamientos admirablemente observados. Se refieren al surgimiento de un trastorno que es signo de autismo a los seis meses, un año y medio y dos años y medio. Por un lado, son modalidades de desencadenamiento del autismo estadísticamente localizables. Es lo que compete a fenómenos de atravesamiento de etapas del desarrollo. Por otro lado, está lo que depende de la contingencia del acontecimiento, diferente según los casos. Esos desabrochamientos son perfectamente localizables. Consideremos también el caso que citaba Geneviève Morel de ese niño de seis años que, conjugando el verbo ser delante de su padre, considera que el mundo cambió de sentido para él. Es una coyuntura de desencadenamiento que merece agregarse a la serie que figura en «De una cuestión preliminar...». Cuando se conjuga el verbo ser delante del padre, ¡hay que 111

tener mucho cuidado! Es una cuestión de pragmática, hace falta cierto número de condiciones de contexto para que no sea motivo de fenómenos extraños. La inclusión de desabrochamientos en la serie de desencadenamientos permite generalizar el fenómeno en una teoría productiva. La polisemia semántica que hace gozar responde en un momento dado al niño autista que juega con la perilla eléctrica y que hace más-menos, más-menos, habitado por la pura oposición formal. No es la repetición del semantema lo que hace gozar, sino la repetición de la pura diferencia del más-menos, más- menos. De uno a otro, encontramos por qué un lingüista húngaro interesado en el psicoanálisis dedicó su trabajo a demostrar la investidura sádico-anal en las más sutiles oposiciones fonéticas. Sus trabajos muestran finalmente cómo la menor diferencia del sistema de la lengua puede estar investido de goce. Y si se está atento a esos detalles, se puede efectivamente llegar muy lejos en este arco inmenso recorrido del más-menos al semantema que hace gozar, de la fuga del sentido a los reabrochamientos del pfüit 7. CONTINUIDAD-DISCONTINUIDAD (PÁG 227) Hervé Castanet. -Quisiera recordar lo que nos había puesto en marcha en el informe de AixMarseille y Niza a propósito de la problemática de los neodesencadenamientos. Habíamos partido de la idea de que se conocía la modalidad clásica, incluso típica, del desencadenamiento, con el paradigma schreberiano del encuentro con Un-padre, el hecho de que en el Otro simbólico nada responde en el momento de un encuentro; de allí el desencadenamiento, el derrumbamiento del sujeto, y luego, enseguida, las trasformaciones significantes. Eso era una parte de la curva de Gauss, uno de los extremos, lo que Lacan inscribe como P0. Del otro lado, teníamos 0 que, en la concepción clásica del desencadenamiento, es una consecuencia de P0; dado que hay P0 la significación fálica, como modalidad taponada de ese real que surge, se reduce a cero. Tratamos de trabajar sobre el punto de menor resistencia de la curva de Gauss y de ver cómo podía construirse una clínica que no esté necesariamente regida por «P0 implica 0», con una discontinuidad neurosis / psicosis. Examinamos la posibilidad de continuidad. En el texto, está la referencia (creo que Philippe De Georges escribió ese pasaje) a una nueva temporalidad. Me parece que los casos clínicos referidos se estructuran en torno a tres términos. a la vez, en qué hubo enganche; después cómo salta el gancho, cómo la modalidad de hacer punto de basta, de mantener juntos R, S, I, se deshace, y eso sería el desenganche; finalmente, localizar en el caso por caso las modalidades de reenganche, de nuevo bricolage, donde, en el fondo, el sujeto pese a todo se las arregla -o no- para manejar este goce. Teníamos una clínica algo diferente cuyos términos intentamos ubicar más en una diacronía (la diacronía enganche-desenganche-reenganche) que en la sincronía del encuentro con Un-padre, con los efectos inmediatos, incluso teatrales, del derrumbamiento subjetivo; se trataba de ver cómo se las arreglaba el sujeto, incluso con las nociones de elección. Por lo menos en un texto (el caso Mickael del que hablábamos antes, escrito por Jacques Ruff aparece efectivamente una voluntad, un sí o un no, ante esta posibilidad de desenganche o de reenganche. Philippe La Sagna. -Quisiera articular continuidad y discontinuidad. Perfectamente podríamos pensar que hubiera modos de relación con el lenguaje que se pudieran calcar sobre las variaciones que nos da la genética, es decir, la curva de Gauss. Pero si pensamos en la biología, también nos interesan mucho los momentos catastróficos, los momentos de discontinuidad radical. Hay dos escuelas clínicas en relación con la psicosis: los que piensan que el fondo del problema es el estudio de la continuidad, es decir, de los delirios estables o del estado del sujeto prepsicótico; y los que dicen que lo esencial es el momento de desencadenamiento. Lacan trata a la vez estas dos 112

maneras de establecer las cosas: ubica el desencadenamiento, pero estudia más bien el estado estable del delirio organizado, a través de Schreber. Sería interesante ver en la relación con el lenguaje las variaciones catastróficas; es decir, a través de los modos continuas y muy privados de relación de cada uno con el lenguaje, cómo en alguien, de repente, toda la relación con el lenguaje vacila. Hay algo que responde a la teoría de las catástrofes, a esas variaciones biológicas que no debemos a la genética, por ejemplo, las que se observan en la población animal. Cuando coexisten tres especies, ustedes cambian una cosita en el modo de vida de una de ellas, e inmediatamente la variación es catastrófica, una especie desaparece, y las otras dos se desarrollan de tal manera que ocupan todo el biotopo. Hay modos que tienen esta lógica en el desencadenamiento, es decir, que se ve que la relación con la significación de los sujetos vacila completamente, y que además tiene variaciones semanales. He visto gente cuya relación con la significación varía de una sesión a otra, y de un modo absolutamente increíble. Después vuelve a modos estables. ¿No deberíamos, antes que razonar únicamente por la causa, es decir, por la estructura, estudiar también las modalidades de los fenómenos? Nos veríamos conducidos a observar que, en las consecuencias de los desencadenamientos, hay modos extremadamente variados. Jacqueline Dhéret. -Intervengo a propósito del caso del idólatra, cuya cura dirigí. Para mí era un caso muy valioso, porque se trata de alguien que se había empeñado en declinar cuidadosamente en su análisis las diferentes soluciones que había dispuesto para tratar de sostener su relación con el mundo. También se había dedicado a describir con gran precisión los momentos de catástrofe, de derrumbamiento, como los que se acaban de mencionar, porque él vino a verme para hacer lo que él mismo nombró «el examen de su vida», diferenciándolo con cuidado del examen de su fe, que hacía con los religiosos que lo acompañaban. Es alguien que nunca tuvo trastornos del lenguaje; yo estaba al acecho, y jamás oí un solo neologismo. Por el contrario, los trastornos del lenguaje se localizaban masivamente en relación con el escrito, lo que para un religioso es problemático, teniendo en cuenta la relación del religioso con el texto. Después de haber encontrado esta solución del lado de esta nominación, ser un idólatra, encontró una segunda del lado de la informática, con otra nominación, puesto que se fabricó un nombre que le permite circular en el ciberespacio; armó ese nombre a partir de las letras del perro al que su padre se dirigía, dado que el padre había comprendido que no había que dirigirse directamente a él. Allí había algo irónico en él. Me pareció muy importante que esta segunda solución no invalidó en absoluto la primera: ser un idólatra sigue siendo para él algo que lo sostiene y que él sostiene. Lo que por ejemplo le permite dar cuenta de esos momentos donde, cuando se fue a los Estados Unidos y le ocurrieron cosas graves -porque sintió que se aislaba en esta lengua que al principio no comprendía-, sigue siendo para él su idolatría que, según sus palabras, lo llevaba a «auto- satisfacerse en la lengua» -lo cito. De suerte que ser un idólatra, y aunque haya abandonado la media, es algo que considera la marca de lo que él es para siempre: lo que le permite tener un lugar como religioso y, al mismo tiempo, evitar ser cura, lo que lo pondría del lado de la posición de excepción. Pág. 229 Herbert Wachsberger. -La cuestión inicial de Cottet me dio la impresión de que su lectura apuntaba a borrar la barrera entre psicosis con trastornos del lenguaje y psicosis sin trastornos tanto más cuanto que, en efecto, es bastante corriente decir en nuestro medio «no hay psicosis sin trastornos del lenguaje». Me parece, sin embargo, que eso permite situar los trastornos del lenguaje en relación con la estructura de manera bastante astuta. 113

Por otra parte, me parece que poco a poco llegamos a la constatación de que es difícil concebir la psicosis y la cuestión de la forclusión sin una relación trastornada con el lenguaje. Por eso, la dificultad en una psicosis no desencadenada, fuera de trastornos muy evidentes, estaría de todos modos en plantear un diagnóstico. Hay un elemento clínico del que no hablamos. Lo propongo. Lo tomo de un paciente que no poseía estrictamente el menor trastorno del lenguaje, aunque tenía una psicosis «de competencia». Él mismo se quejó un día de tener un trastorno del lenguaje que lo llevaba a interpretar la palabra de otros. Ya había hablado de esto una vez y quería hacerlo de nuevo. «Cuando alguien le dice algo y usted se pregunta ¿será esto, será aquello?, y eso dura un día entero, se ve llevado a angustias realmente increíbles...». Y me dijo: «Tengo en verdad un importante trastorno del lenguaje». Sylvette Perazzi. -La reflexión de Pierre Naveau me llevó a trabajar sobre el hecho de tomar algo al pie de la letra. ¿Tomar algo al pie de la letra no es darle su peso de goce particular? Es tomarlo como una letra. En ese caso, dar al estatuto de lo que se dice un peso de goce particular que remite a la persona que lo oye en ese momento no tendría una especificidad particular en la psicosis. Es una pregunta. Philippe Bouillot. -Respondo a la pregunta de Serge Cottet sobre los trastornos del lenguaje a propósito del caso nº 7, «La máquina tragamonedas». Él interrogaba el estatuto de las palabras del paciente «alfeñique» y «dinero sucio». En lo que hace al significante, esos dos términos no se aíslan particularmente, nunca aparecieron, tampoco otros, ni en francés, ni en su lengua materna, como términos arrancados a la cadena, de ninguna manera. En el plano del significado, son dos términos, entre toda una serie de otros, que le sirven para declinar su trastorno de la significación fálica, la dificultad de su relación con las mujeres. También quería agregar que hay un acento de particularidad en un hecho que me parece muy importante en este caso: es alguien que se empeña en hablar de todo esto en una lengua que no es su lengua materna. Pero ni en su lengua materna, que emplea de vez en cuando, ni en francés, se pueden aislar esos términos que están entre comillas en el texto como fenómenos o trastornos extremos del lenguaje. Emmanuel Fleury. -Retomo la observación del señor La Sagna sobre las variaciones catastróficas, ya que la señora Morel citaba en el informe la referencia a Julien para la noción de variación; tal vez sea una manera de abordar el punto débil de la psicosis cotidiana, y una posibilidad de remontarse del efecto a la causa. El informe trataba de situar lo que pueden decir los pacientes en relación con casos de desencadenamiento típico, tipo 1958, o bien casos de neodesencadenamiento. Me acordaba de una persona que nos explicó su situación durante una presentación de enfermos de la señora Morel, y que había reconstruido enteramente el mundo a partir de la palabra «disfunción». De hecho es un paralogismo. No es un neologismo porque la palabra existe, pero el sujeto había reordenado todo en relación con esa palabra. Había encontrado, por ejemplo, disfunciones en el hospital, y las denunciaba; quería conocer las instancias capaces de corregir esas disfunciones. No eran las palabras que usaba este paciente lo que permitía hacer un diagnóstico de estructura, sino las modalidades del desencadenamiento, las variaciones de su posición en su historia, el tratamiento que este paciente hacía del lenguaje. Este caso puede oponerse al de Brigitte Duquesne, el de ese paciente que solamente puede sostener un discurso en público delante de las mujeres con ayuda del alcohol. La presentación permitió mostrar que el conjunto de su discurso estaba importado a partir del de su madre. Pág. 231 114

Marie-Hélène Brousse. -La fórmula «psicosis ordinarias, con la que comenzó Jacques-Alain Miller, gustó porque los textos de esta recopilación presentan efectivamente variaciones sobre la psicosis ordinaria. Ellos dan testimonio de un doble esfuerzo: un esfuerzo de clasificación (un ejemplo de esto es el informe de Lille) y un esfuerzo que se despliega en sentido contrario, para ir hacia cierto «todo está en todo». Ahora bien, esas dos orientaciones tienen el mismo basamento, que está constituido por la lógica del discurso analítico. La transferencia es la condición de producción de todos los enunciados reunidos por estos textos. De allí la pregunta: ¿qué lugar le damos nosotros a la transferencia, que es también un fenómeno del lenguaje, en nuestro abordaje de la psicosis ordinaria? Lilia Mahjoub. -Éric Laurent hablaba hace un rato de las diversas opiniones que existen sobre el lenguaje, que se pueden hacer coexistir, que no se excluyen, y que nos permiten hoy acercarnos a la clínica de un modo más abierto. En Lacan se pueden hacer coexistir dos concepciones del lenguaje. Está primero la concepción del lenguaje como campo: es el Otro previo, es lo simbólico. Y eso va hasta el período de «El atolondradicho», donde Lacan habla del hecho de habitar el lenguaje; juega, además, con el término habitar, y efectivamente entramos en el lenguaje según las leyes de la metáfora, de la metonimia. Y después, en oposición, se dirá que el psicótico está habitado por el lenguaje. Para ilustrar este enfoque, tenemos todos los grandes casos, las psicosis extraordinarias, donde el psicótico está efectivamente habitado por el lenguaje, como puede estarlo Schreber. Hay otra concepción del lenguaje, que llega hacia el final de la enseñanza de Lacan, y que es la del lenguaje como parasitario. Es lo que adelanta a propósito de Joyce. Allí, en efecto, el goce está implicado, y el lenguaje es parasitario para todos. Hay una decisión del ser, de ser parasitario o no por el lenguaje. Allí ya no se trata en absoluto del Otro simbólico, es una concepción en la que está implicado otro efecto del lenguaje; a saber, la letra. Es lo que Lacan desarrolla en su seminario sobre Joyce: esos trastornos del lenguaje que pueden encontrarse efectivamente en la escritura, como señalaba a propósito del idólatra. Tomar el lenguaje como parasitario nos permite ver cómo se hacen los enganches, los desenganches, los enlaces, cosa que se destacó en Aix-Marseille y Niza, y eso nos da una clínica de la psicosis ordinaria. A propósito de este sentido gozado, porque aquí se trata de ver cómo el goce está concernido por el lenguaje, se podría decir que en esta concepción el sentido es gozado de manera radical. También la letra es gozada. Voy a dar un ejemplo: cuando era muy chico, Artaud (habla de esto en sus obras) vio a lo lejos a un vendedor ambulante que vendía lo que llamamos le glacé -que es una especie de barquillo relleno de helado-; se aproximó para tomarlo y, en ese momento, se quedó petrificado, helado [glacé]. En su obra, Artaud. escribe «helado» [glacé], y separa las letras, lo pone en letras mayúsculas, está petrificado por la escritura misma. Habla de eso como de algo que fue para él un desencadenamiento. En ese caso, no hay «Un-padre», es el barquillo que lo hiela, y se produce una sensación de extrañamiento, toda la gente que está alrededor es extraña, y lo salva el ángel exterminador. Franz Kaltenbeck. -Quisiera hacer un pregunta a los autores del informe de Aix-Marseille y Niza a propósito de ],os enganches, desenganches, y reenganches. Este informe tiene el gran mérito de aplicar un concepto lanzado por Jacques-Alain Miller, pero el concepto de desenganche me parece problemático. ¿Puede pensarse que el psicótico se desengancha del Otro? Por supuesto, hay un desenganche social, pero también podría discutirse ese punto: ¿es un abandono del Otro social o está del lado del sujeto? M intuición es que los psicóticos están muy enganchados al Otro del lenguaje. Por ejemplo, cuando Lacan apunta a la falta del nudo en Joyce, si mal no recuerdo, deja unidos lo simbólico y lo real, mientras que lo imaginario está desenganchado. Esta intuición proviene de una observación: los psicóticos se dirigen mucho más a nosotros que tal vez nosotros a 115

ellos. Nos miran, observan, se preguntan realmente sobre nuestro funcionamiento (son casi preguntas de etnólogo). Finalmente, Naveau cita esa hermosa frase «trabajar es perder la vida». Y bien, es cierto. Releí algunos escritos del joven Marx a partir de la observación de Jacques-Alain Miller sobre la Santa Familia, y Marx dice lo mismo. Jacques-Alain Miller. -Es del mismo registro que la ironía del esquizofrénico que recuerda Lacan: está lleno de sentido común, de un sentido común superior. Pág. 233 François Morel -Yo quería contestar varios puntos de las observaciones acerca de la melancolía del informe de Aix-Marseille y Niza. Hay un fuerte interés por la melancolía, en la medida en que se trata, como dice Jacques-Alain Miller, de una psicosis ordinaria de gente ordinaria, que se opone por completo a la psicosis extraordinaria de personas extraordinarias, como Schreber. Partiendo de eso, es muy interesante testar el modelo lacaniano de las psicosis con la melancolía, puesto que si no se encuentran contradicciones fundamentales en ese nivel, se convalida de alguna manera lo que dice Lacan sobre la psicosis -tanto más cuanto que no hay demasiadas cosas escritas por él sobre la melancolía. De modo que sigue siendo un campo abierto. Los melancólicos son igualmente interesantes en relación con la cuestión del desencadenamiento, puesto que son psicosis (el conjunto de los psiquiatras es casi unánime sobre la cuestión), pero andan extremadamente bien por momentos y durante mucho tiempo, después que desencadenan en otros momentos algo, un acceso de melancolía -se lo llamó así-, y luego se curan. Esto puede durar diez o veinte años. Puede tenerse un solo acceso en la vida, puede haber varios; en fin, hay varias posibilidades. Entonces, nos preguntamos qué es el desencadenamiento propiamente dicho en la melancolía, y si el desencadenamiento del acceso melancólico responde al desencadenamiento de la psicosis schreberiana. Volveré sobre ese primer punto. François Sauvagnat habló del nombre propio, de la cuestión del nombre propio. ¿Es pertinente en relación con la melancolía? Yo diría que hay dos puntos que me orientaron hacia la cuestión del nombre propio. Por una parte, «La instancia de la letra...», donde Lacan describe la metáfora del sujeto con el ejemplo de Booz dormido: «su gavilla no era ni avara ni odiosa», que borra el nombre propio de Booz. En la metáfora del sujeto está entonces este aspecto fundamental del olvido del nombre propio. Y me preguntaba cómo se comportaban los sujetos con respecto al nombre propio en las psicosis no desencadenadas, todas esas psicosis que andaban bien. Es un primer punto de tensión teórica. El otro punto es un caso clínico que seguí durante mi residencia, que me marcó mucho, y que se llamaba, digamos, «Tornero». Es un sujeto cuyo padre había desempeñado un papel muy poco brillante durante la Segunda Guerra Mundial, y que tenía una actitud familiar según la cual hacía de todo salvo ser un padre pacificador -especialmente un alcoholismo y una violencia importantes. Me parecía que este sujeto había extraído muy pronto algo que quizás estaría del lado del sentido gozado, algo como «marchar bien» [tourner rond]177 en la vida. Toda su vida se había dedicado a hacer que las cosas marcharan bien. Entonces, frente a Un-padre, su respuesta fue que era necesario que las cosas marcharan bien, y las cosas andaban bien. Deduje que, de todos modos, este sujeto se había confrontado con Un-padre, no había desencadenado una psicosis, pero había producido una respuesta. Y esta respuesta de marchar bien era una significación fundamental para su existencia; por ejemplo, era inspector de obras terminadas, concurría gustoso a bailes donde le encantaba particularmente bailar «formando un círculo» [en tournant en rond]. Y ese marchar bien 177

Juego de palabras entre tourner rond (marchar bien, sin dificultad) y tourner en rond (marchar circularmente) presente en todo el párrafo. [N. de la T] 116

funcionaba constantemente como respuesta del sujeto. Desencadenó un ataque bastante tarde en su vida, a los cuarenta y cinco años, cuando su suegro tuvo que mudarse a su casa -lo que por otra parte era bastante frecuente, y ya había ocurrido. Pero lo que no funcionó fue que cuando estaba en el supermercado comprando un sillón para su suegro, y al salir del supermercado había que doblar para un lado, y mientras lo hacía, le llamaron la atención porque estaba prohibido. Ante su solución de marchar bien, se encontró en una autocontradicción importante. Y esta autocontradicción desencadenó un delirio completamente centrado en el movimiento circular, el cual tuvo un momento de florecimiento muy breve cuando salió del estupor y desapareció muy rápido. Me parecía que había una cuestión en relación con el nombre propio, que podía referirse a la falta de metáfora del sujeto. Pág. 235 El otro punto subrayado a propósito de la melancolía es saber cómo están los melancólicos entre los ataques, y eso fue muy bien trabajado por Tellenbach y su alumno Kraus. Es cierto que su análisis de la personalidad de los sujetos premelancólicos es un análisis no caracterológico por excelencia. Es un estudio muy profundo, muy atento, en referencia a un corpus filosófico, especialmente el Analytic Existential du Dasein para Heidegger, que determina el Typus melancolicus, cuyos rasgos determina, por ejemplo, para Alemania. En efecto, los pacientes de Tellenbach aportaron el conjunto de esos rasgos que no tienen, pues, una validez en todas partes -lo subrayamos. Finalmente, la característica existencias esencial es que estos sujetos premelancólicos están constantemente en lucha contra el resurgimiento de su «ser-echado», siempre están cerca del abandono, sin proyecto. A partir de allí, Tellenbach propuso el término «sobreidentificación», pero no en el sentido de «más o menos identificación»; es más bien una diferencia verdaderamente cualitativa que Kraus continuó estudiando de una manera sumamente seria, y sobre la que, me parece, hay que insistir: cuando se utiliza el término «identificación» en la psicosis, quizá no se hable de lo mismo que en la identificación del sujeto neurótico. Por ejemplo, si se toma como identificación la noción del hábito y el monje, el hábito no hace al monje. La identificación está del lado del hábito y la sobreidentificación está del lado del monje. Esa sería la lectura que podría hacerse de la cuestión de la sobreidentificación. En términos lacanianos, la identificación estaría, pese a todo, del lado del significante: sería fluctuante, siempre en devenir, dejaría que el sujeto pueda borrarse debajo, como proyecto; mientras que la sobreidentificación es sumamente fija, está del lado de la letra, y asigna al sujeto una posición, un papel inmutable. En la identificación, el sujeto desempeña un papel, y sabe que lo desempeña, puede entonces distanciarse, puede borrarse respecto de su papel. En la sobreidentificación, el sujeto es ese papel; si deja de serlo, si entra en contradicción con ese papel, ya no es nada, y efectivamente desencadena su ataque. También podría tomarse el ejemplo de Ulises en la gruta de Polifemo. La identificación sería decir «me llamo Nadie». La sobreidentificación sería discutir recetas de cocina con Polifemo, ayudarle a encender el fuego, preparar las salsas para las brochettes, etc. Michèle Miech. -En el transcurso de nuestra conversación, me sorprendió esto: los trastornos del lenguaje se refieren al lenguaje, y, desde luego, hay que recordar que el lenguaje no es más que una elucubración de saber. De alguna manera, el lenguaje no existe, no más que el Otro. Lo que me parece interesante en el informe de Aix-Marseille y Niza es que muestra muy bien que la clínica del desenganche se orienta por el fuera de discurso más que por el trastorno del lenguaje. Existe una diferencia que hay que desarrollar entre trastorno del lenguaje y fuera de discurso, porque partir del lenguaje o partir del discurso -en tanto Lacan lo define como lazo social- da un acento diferente. La clínica del desencadenamiento atañe menos a la relación con el lenguaje que a la inserción o la desinserción del sujeto en un discurso. 117

Philippe De Georges. -Una palabra para responder a la observación de Franz Kaltenbeck sobre el informe de Aix-Marseille y Niza. Al comienzo de nuestro trabajo hicimos un inventario de casos, de la práctica de cada uno de nosotros, que nos parecían formas atípicas de desencadenamiento, con la idea de que en la continuación de Arcachon avanzaríamos en el camino de una clínica borromea. Y resulta que en realidad, tan pronto como hablamos de eso entre nosotros, especialmente durante un encuentro entre Niza y Aix- Marseille, nos dimos cuenta de que de hecho nos limitábamos a algo muy empírico, que era el manejo de los términos «enganchedesenganche-reenganche». Nos parecía productivo, pero al mismo tiempo se nos presentó como un punto de detención en la búsqueda, en la idea de avanzar hacia una clínica borromea. Esta noción de enganche-desenganche-reenganche nos pareció oportuna, pero es cierto que en la conclusión damos una versión un poco diferente de su uso cuando habíamos del enganche del Otro, con el Otro, etc. Esto nos lleva a hablar de neodesencadenamiento para toda forma de desprendimiento del broche, sea cual fuere, toda forma de insuficiencia de lo que antes constituía un punto de basta para un sujeto. A fin de cuentas, nos pusimos bajo el signo de una suerte de clínica del punto de basta generalizado. ¿Qué constituye un punto de basta para un sujeto? ¿Qué hace que algo se suelte? ¿Qué es lo que de repente se rompe, y qué podría volver a anudarse? 8. PSICOSIS FUERTE 0 DÉBIL (PÁG. 237) Jacques-Alain Miller. -Dos palabras antes de ir a comer. Primero, la tesis bricolage. No estamos obligados a tener un clínica homogénea. Hay, por el contrario, ciertos momentos de las diferentes clínicas de Lacan o de otros clínicos que se adaptan mejor que otros a un caso. Por eso se habla, por ejemplo, de «psicosis schreberiana», «de psicosis lacaniana», de «psicosis joyceana». A veces ocurre que lo particular del caso está en especial consonancia con una construcción teórica, o también con una parte de una construcción. Después, algunas observaciones sobre lo que vimos esta mañana. En primer lugar, se eludió el asunto de los desencadenamientos. Hablamos de desencadenamiento cuando hay un contraste marcado entre el antes y el después. No siempre es así. Allí hay material para construir una oposición del estilo fuerte [chêne] y débil [roseau]. Cuando hay forclusión, y el sujeto se elabora un seudo Nombre del Padre y un seudofalo de tal manera que el caso se presenta como normal, en el momento en que algo realmente se quiebra, nos encontramos con los abismos y el temblor, etc. Cuando el síntoma es del tipo fuerte, y la tormenta llega, el desencadenamiento es patente. Cuando la estructura tiene más bien el aspecto débil, y el sujeto elaboró un síntoma que se desliza, a la deriva, el caso no se presta a un franco desencadenamiento. Es una hipótesis. La otra hipótesis es decir, por el contrario: siempre hay un desencadenamiento, simplemente no se vio, es muy precoz. Se produjo, y hubo restitución de la estructura imaginaria, para hablar el lenguaje de «De una cuestión preliminar...». En todo caso las psicosis ordinarias son principalmente psicosis del tipo débil. Al menos, el contraste entre antes y después no es tan marcado. En segundo lugar, no olvidemos que el estadio del espejo de «De una cuestión preliminar...» no es el que Lacan describía inicialmente, es un estadio del espejo casi psicótico. Cuando no está organizado por lo simbólico, es un estado de orden psicótico, habitado por un sufrimiento primordial, kleinoide. Cuando se retrocedió tópicamente al estadio del espejo, es la psicosis. Dicho de otra manera, ese estadio ilustra la tesis de la psicosis nativa. En tercer lugar, me parece muy acertada la observación de Michèle Miech. Efectivamente, en la época de «De una cuestión preliminar...», ¿qué ordena para Lacan el mundo? ¿Qué hace que sus pensamientos se presenten en sus cabezas y no en otro lado? ¿Qué hace que estén más o menos en armonía con sus cabezas y con su cuerpo ? ¿Qué hace que cada cosa tenga su lugar? El Nombre del 118

Padre -el Nombre del Padre concebido como significante del Otro, S(A), es decir, como Otro del Otro. Después, Lacan elabora por el contrario (se puede suponer que el teorema de Gödel le dio la idea) que no hay Otro del Otro. ¿En qué se convierte entonces el concepto de forclusión del Nombre del Padre? De alguna manera es reemplazado por el de fuera de discurso. En efecto, lo que opera la clasificación, lo divisorio, es el discurso, y la rutina de las conversaciones determinadas por la estructura discursiva. Son las 12.35, y retomamos a las 15. De la ópera al teatro de bolsillo Pág. 241 Jacques-Alain Miller. -Abordaremos la segunda parte, aunque no se excluye que volvamos sobre la primera y que se mencione la tercera. Esta segunda parte está dedicada a la neoconversión, que fue definida de una manera resumida pero sólida, conversión no interpretable, al menos no interpretable como la conversión histérica. Y, justamente, los estudios ponen en tela de juicio que la neoconversión no sea en absoluto interpretaba. El texto de Burdeos responde a la siguiente noción: «Hemos puesto aquí en serie cierto número de casos que presentan síntomas típicos donde el cuerpo está implicado cada vez de manera diferente y original». El cuerpo está implicado en distintos registros, ya que en uno se trata de la escarificación, en el segundo, de la imagen, y en el tercero se trataría del dolor. El texto de Chauny y Ruán, «Fenómenos del cuerpo y estructuras», nos propone un matema de la conversión y un matema de la neoconversión, que fueron concebidos por Bernard Lecoeur. La exposición de Nantes y Rennes, «Fenómenos corporales en pacientes masculinos», enhebra cuatro casos: el hombre del cabello, el hombre del pulgar, el hombre erguido, el inventor del método. La exposición de Burdeos se completa con un capítulo sobre el fenómeno psicosomático, y la exposición de Nantes y Rennes con un estudio de François Sauvagnat. Tomemos primero lo que aparece formalizado. Bernard Lecoeur, ¿querría comentar usted mismo sus matemas? 9. EL DESEO Y SU MÁSCARA (PÁG. 241) A/ (a  -φ)

A (a  -φ)

Bernard Lecoeur. -El término «neoconversión» nos puso en un aprieto en Chauny-Prémontré. El aprieto respondía a que queríamos a toda costa sacar lo «neo» del lado de lo nuevo. Hubo que rendirse ante la evidencia de que lo neo podía también ser tomado en el sentido de la actualización; es decir: ¿cómo puede la conversión tomar hoy otras formas, no solamente en relación con los fenómenos, sino quizá también a partir de ciertas modificaciones de elementos de la estructura? Se trataba entonces de iniciar una revisión de la noción de conversión, y, para ello, volver a partir de lo que era la conversión. Lo primero que notamos fue que es un término poco frecuente en Lacan. Sin embargo, en Las formaciones del inconsciente encontramos la siguiente definición de la conversión: «En el síntoma -y es eso lo que quiere decir conversión-, el deseo es idéntico a la manifestación somática. Es su derecho y también su revés». La cita está tomada primero en un contexto donde Lacan intenta formular una distinción entre demanda y deseo; finalmente llega a designar la conversión como una localización del deseo en el cuerpo por el síntoma. Me pareció un enfoque de la conversión bastante distinto de lo que se podía pensar a partir de Freud y de sus definiciones de la conversión. 119

En ese pasaje, Lacan retoma el caso de Elizabeth von R, y puede formular que el dolor que siente Elizabeth en la parte superior del muslo derecho es el deseo. El dolor se encuentra directamente articulado -un punto de goce- con el deseo. Pero, siempre en la línea de la presentación que hace Lacan, esta articulación, esta equivalencia, esta continuidad misma del punto de dolor con el deseo, está pensada según el tema de un Otro que es el padre enfermo -es el deseo del padre enfermo, es decir, un Otro marcado con el sello de la división. La perversión tendería a mostrar (en el sentido de la mostración) que hay un fracaso del sujeto para estar a la altura de satisfacer la demanda de este Otro dividido, es decir, de aliviarlo de su división. En ese pasaje Lacan sitúa el síntoma como una tensión del sujeto al querer satisfacer la demanda. Esta conversión, en el sentido en que Lacan la propone, marca el fracaso del sujeto de estar a la altura de cierto ideal. Y así, de manera exagerada, retomamos la cuestión de la conversión. ¿Qué ocurre hoy? Hoy, es decir, en la época del Otro que no existe, sería el estatuto del Otro. Tal vez se podría decir que el Otro que no existe es un Otro que no existe con la división, es decir, para el que el sujeto no pone en práctica la división. Ese Otro que no existe podría ser entonces un Otro no tocado por este límite interno que es la división. Y entonces el Otro se vuelve más bien un Otro que prolifera, un Otro que se extiende, finalmente, un Otro no alcanzado por un límite. En ese caso, al ser equivalentes el deseo y el goce, no estarían confrontados en este tope que representa la división que «normalmente» (entre comillas) cae sobre el Otro. Esta conversión, esta conversión «neo», destacaría -es el punto que parecía interesante subrayar- cierto uso del cuerpo, que implica y comprende una dimensión de lo ilimitado, de lo no acotado. Sería una suerte de conversión que ya no se refiere a un cuerpo considerado a partir de un recorte o de una fragmentación, sino más bien a un cuerpo considerado como un todo. Ya no sería un cuerpo abordado por la superficie, sino un cuerpo que hay que considerar más bien como un móvil, como un cuerpo que se mueve. Esta podría ser la solución a la dificultad extrema de pensar que algo de la neoconversión puede actualizarse de otro modo que como un desplazamiento de las figuras de la conversión. Esto requiere tener en cuenta los cambios del estatuto del Otro, y correlativamente del cuerpo como apuesta de la conversión. Pág. 243 Jacques-Alain Miller. -¿Puede comentarnos los términos que utiliza: la A, la A barrada sobre una barra, y a minúscula equivalente a -? Bernard Lecoeur. -De hecho es un intento de escribir esta definición de la conversión que da Lacan cuando dice que hay equivalencia del deseo y de la manifestación somática. La manifestación somática estaría en la vertiente de a minúscula, como punto de concentración de goce; y el deseo podría captarse a partir de la escritura de -. El Otro barrado, en el ejemplo que retoma Lacan de Freud, sería ese padre enfermo, que, pues, se encuentra afectado de división; a partir de allí, el sujeto extrae una función de idealización, si me permiten, es decir, está a la altura de tener una incidencia sobre esta barra, sobre esta división del Otro. La conversión marcaría el fracaso de estar a la altura de semejante ideal. Habría que pensar la escritura de la neoconversión a partir de un Otro desprendido de toda división. Este Otro se presenta en la vertiente del todo, por ejemplo, en algunos casos de toxicómanos. Es decir un todo donde, en el arsenal del saber científico, hay una posibilidad siempre que se tenga un uso del cuerpo- de realizar el deseo completamente. Dado que la droga es ese medio para hacer un uso del cuerpo, se encuentra en una relación de equivalencia con el deseo: hacer uso del cuerpo con una droga, en cierta forma, es equivalente al deseo. Pero, por eso, hay que plantear que el Otro no está afectado por la división. 120

Jacques-Alain Miller. - En el seminario Las formaciones del inconsciente el pasaje que usted subraya está en el capítulo XIX, página 344, donde Lacan resume lo dicho en el capítulo anterior del caso de Elizabeth von R. Habla del dolor, el famoso dolor de la pierna, como de una máscara, y desarrolla el síntoma como lo que se presenta bajo una máscara. En su comentario, una semana después, recuerda que había dicho que el síntoma es inseparable de la máscara, pero, en mi opinión, desplaza ya su intención. Efectivamente, la temática de la máscara parece implicar que bajo lo que aparece en la superficie hay algo diferente. Pero una semana después, cuando Lacan retoma el término «máscara», insiste tanto en la identidad del síntoma y del deseo que la dicotomía parece finalmente desvanecerse. No sé si soy claro. Primer tiempo, Lacan comenta el pasaje de Freud, y dice: esto muestra bien que el síntoma constituye una máscara del deseo, que el deseo está siempre ligado a la máscara, que está enmascarado, que debe por lo tanto ser interpretado. La semana siguiente insiste sobre la identidad del dolor, que es el síntoma, y del deseo, y esto lo obliga a modificar ligeramente lo que introducía el término máscara. Es lo que hace al principio de la página 344: «En lo que al deseo se refiere, destaqué que es inseparable de la máscara y se lo ilustré muy especialmente recordándoles lo siguiente -que no necesariamente se encuentra en el capítulo anterior-, que es ser demasiado expeditivos hacer del símbolo un simple envés con respecto a un exterior». Tal vez sea lo que él mismo hacía la semana anterior. En ese momento, él insiste sobre la identidad: «[...] con solo leer el texto de Freud se puede formular, porque él mismo lo articula, que su dolor en la parte superior del muslo derecho es el deseo de su padre y el de su amigo de infancia». Es un eco de lo que ya escribió al final de «La instancia de la letra...». El pasaje que usted menciona, donde en efecto se trata de la convención, es el siguiente: «Aparte de esta observación, lo que hay que considerar antes de comprender qué significa nuestra interpretación del deseo es que en el síntoma -y esto es lo que significa conversión- el deseo es idéntico a la manifestación somática». Bernard Lecoeur. -Una de las cosas que pensé es si una es el lugar de la otra y la otra es el reverso, podría ser una topología moebiana. Por lo tanto, la dimensión de la máscara desaparece. Jacques-Alain Miller. -Es una máscara que debe repensarse, que pide una nueva definición. Es coherente con el interés que manifiesta Lacan respecto de las máscaras en su texto sobre Gide, y particularmente de las máscaras de Lévi-Strauss. Jean-Louis Gault. -La problemática de la máscara debe pensarse respecto de lo que dice Lacan de la represión y el retorno de lo reprimido. Él trata de desprenderse de una concepción tradicional del inconsciente como lo que está escondido. En 1958 todavía, en «La dirección de la cura...», toma la metáfora de las manchas en la cara para indicar que es algo que se ve: lo reprimido, lo escondido, se ve en el rostro. En consecuencia, lo que aparece como un síntoma en la histeria, como un malestar, como un freno a la acción del sujeto, es al mismo tiempo la marca positiva del deseo. Alain Merlet. -Yo había hecho una pregunta a propósito de la conversión que iba en ese sentido. Me parece que lo que descompleta al Otro es lo sexual. Creo que si no se introduce la noción de defensa, es difícil hablar de conversión. Ustedes hablan en su informe de la conversión simbolizante, pero derivando la noción de defensa. Pág. 245 Mi pregunta es qué entienden ustedes por «a la manera freudiana» cuando hablan de fenómenos del cuerpo no interpretabas «a la manera freudiana». ¿Habría que dar crédito a la idea según la cual Freud habría concebido la conversión simbolizante histérica (es un término de Freud que se 121

encuentra en los Estadios sobre la histeria) como un simple proceso de simbolización? Me parece, por el contrario, que con su noción de defensa y su referencia a la primera mentira, Freud destaca una simbolización que no es más que máscara, o pantalla, frente a lo sexual. En otras palabras, es una simbolización de la cosa que no hay. Así Lacan, en Las formaciones del inconsciente, habla de la conversión como de lo que identifica el deseo, pero mas allá de la satisfacción y del sentido. José Luis García Castellano. -A la luz de otros informes sobre la neoconversión, en particular el de Burdeos, me pareció que debía hacerse una rectificación en nuestro texto en cuanto a la manera en que presentamos la teoría de la conversión en Freud. Una lectura influenciada por la primera época de Lacan hizo que nos detuviéramos en la única dimensión significante de la gestión freudiana, mientras que en su informe ustedes presentan el texto de Freud de 1910 para subrayar la importancia de la dimensión pulsional. Jean-Louis Gault. -Yo quería continuar con el señalamiento que hacía a propósito del texto de Bernard Lecoeur volviendo sobre la represión, porque la conversión histérica implica que se examine esta cuestión. Para la preparación de este informe, me referí al texto de Freud titulado «Lo inconsciente», donde él examina los fenómenos de cuerpo en la esquizofrenia, en la histeria e incluso en la neurosis obsesiva. Su pregunta se refiere justamente la represión. En determinado momento se pregunta cómo considerar el fenómeno de la represión en la esquizofrenia; ¿hay que mantenerle el mismo sentido que en la histeria y en las neurosis en general? Su pregunta se refiere, pues, al fenómeno de la represión. Quisiera aclarar esta situación del problema en la perspectiva de la discusión de esta mañana sobre la relación con el lenguaje, después de una discusión sobre qué se interpreta por trastorno del lenguaje. Finalmente, se trataba de considerar diferentes tipos de relación con el lenguaje sobre un fondo común: todo sujeto, cualquiera sea, tiene cierta relación con el significante. Luego se hace una distribución que hay que examinar, en la que deberemos situar los casos de neurosis, de psicosis, etc. En los casos de los fenómenos del cuerpo, me parece que debe considerarse que un sujeto -un ser hablante, un hablanteser- siempre tiene algo que ver con el cuerpo, y que se trata de considerar modos particulares de aparejamiento con el cuerpo, de aparejamiento con lo real o la realidad de los órganos, por ejemplo, como formula Lacan a propósito de la esquizofrenia. Conviene entonces considerar tipos de anudamiento diferentes -si tomamos la referencia de la clínica borromea-, o bien la relación con la significación fálica, que permite también interpretar estos diferentes tipos de relación con el cuerpo si nos referimos a la primera parte de la enseñanza de Lacan. A partir de allí nos vemos llevados a definir la conversión como indexada por la significación fálica,.o cierto tipo de relación con el lenguaje también. Evidentemente, se podría considerar que la represión es un trastorno del lenguaje, y que hay otros, que hay que diferenciar. Por ejemplo, en los casos estudiados en Nantes o en Rennes, había cierto tipo de fenómenos corporales acompañados de cierto tipo de relación con el lenguaje. Estos dos fenómenos, corporal y del lenguaje, no pueden tratarse con el operador de la represión. Deben considerarse entonces de otra manera. Los ejemplos que tomamos invitan a construcciones diversas para intentar concebir el tipo de anudamiento entre lo imaginario del cuerpo, el lenguaje y los fenómenos de goce -por ejemplo, en el caso que yo mismo expuse, lo que el sujeto podía padecer como escalofrío, como terror, como angustia, en algunas circunstancias. Jacques-Alain Miller. -La máscara es la aparición en la superficie de la verdad. ¿Por qué no formular la tesis «El deseo es su máscara»? Sería coherente con la noción de que «el deseo es su interpretación». Significa lo mismo que «el deseo es defensa contra el deseo». Pág. 247 122

Este es el pasaje sobre la máscara en «Juventud de Gide...». Lacan pide que los analistas perciban el verdadero sentido de la Spaltung freudiana y dice, en la página 732 de los Escritos, «¿Es necesario, para despertar su atención, mostrarles el manejo de una máscara [...]?». Es la máscara lévistraussiana, la máscara lacaniana, no es la máscara que se saca, y el otro dice: «¡Vaya! Es él». «¿Es necesario, para despertar su atención, mostrarles el manejo de una máscara que sólo desdoblándose desenmascara a la figura que representa y que no la representa sino volviéndola a enmascarar? Explicarles, a partir de ahí, que la compone cuando él está cerrado [la máscara cerrada no enmascara el rostro, por el contrario lo representa], y que cuando está abierto la desdobla». Como nota al pie: «Máscara que está a su disposición en el capítulo "Art" de la Anthropologie structurales de nuestro amigo Claude Lévi-Strauss». Este texto es exactamente contemporáneo del seminario Las formaciones del inconsciente. Y continúa: «El ideal del yo, de Freud, se pinta en esa máscara compleja y se forma, con la represión de un deseo del sujeto, por la adopción inconsciente de la imagen misma del Otro, que tiene de este deseo el goce con el derecho y los medios». Lo que hay verdaderamente ante sus ojos además de ustedes mismos es la máscara que tienen de su identificación simbólica con el Otro -lo simplifico. 10. FENÓMENOS DE ORDEN METONÍMICO (PÁG. 248) Pierre-Gilles Guéguen. -A mí me sedujeron las formulaciones de Bernard Lecoeur en la perspectiva del Otro que no existe, que valdrían para el neurótico y el psicótico. Por el contrario, en cada caso, aun cuando se trata de una misma orientación, hay una relación con el Otro que no es completamente del mismo orden. Pensé que podíamos reconducir esta diferencia a la cuestión de la creencia. No hablamos mucho de eso esta mañana, pero el trastorno del lenguaje parece ligado a un modo de creencia en el Otro diferente en el neurótico y en el psicótico. Para el neurótico, es la deducción posible de la influencia del Otro, del modo de goce del Otro, mientras que en el psicótico habría una infinitización en un modo de goce que busca siempre estabilizarse. Entonces, no salimos del marco del Otro que no existe, pero sin embargo la relación con el Otro no es la misma, ya que el sujeto puede o bien apoyarse en una convicción, o bien encontrar, como decía Alain Merlet, una defensa frente al goce sexual. François Sauvagnat. -Me di cuenta a posteriori de que lo que habíamos desarrollado en Rennes era múltiple. El término «neoconversión» sirvió para designar los fenómenos corporales en los casos de psicosis, y de ninguna manera en una óptica continuista. Jacques-Alain Miller. -«Neodesencadenamiento» apunta a aislar en la psicosis una evolución o desenganches, que no son de tipo canónico, schreberiano, de desencadenamiento psicótico. «Neoconversión» está hecho para oponer psicosis e histeria. Es entonces una falsa simetría: en «neodesencadenamiento», el «neo» no tiene el mismo valor que en «neoconversión». En «neodesencadenamiento» se trata de una oposición interna en la psicosis, mientras que en «neoconversión» la idea es oponer los fenómenos del cuerpo en la histeria y en la psicosis. François Sauvagnat. -A mí me sorprendió mucho un artículo referido a la conversión histérica, publicado por una revista anglo- sajona o alemana, donde se dice que Freud dejó de ocuparse de la histeria, que dejó de teorizar sobre el sentido sexual en la histeria, a partir del momento en que encontró la noción de conversión; «conversión» en el sentido militar, si no me equivoco, es decir, «el misterioso pasaje de lo psíquico a lo somático». Cuando se miran bien todos esos trabajos sobre la psicosomática, más o menos místicos -están en la tradición suizo-alemana-, se ve que estos 123

autores vacilan entre la categoría de lo psíquico y la de lo somático, y buscan algo en Freud. Algunos hasta trataron de saber si la teoría de la pulsión de muerte era continuista, y dijeron: hay casos en que existe una pequeña somatización histérica, luego eso da fenómenos psicosomáticos, después tenemos el delirio, y eso va hasta el suicidio. Entonces, dijeron: «¡Alto ahí! Mantengámonos en la cuestión de la simbolización y en lo que Freud presenta con su cuestión del afecto, que pasa de lo psíquico a lo corporal». En el fondo, la metáfora paterna respeta bastante bien esta barrera en lo que se refiere a la histeria. Para el resto, hay un interrogante, una suerte de no man’s land declarado como tal por Freud. Jacques-Alain Miller. -La relación del alma y del cuerpo, de lo psíquico y de lo somático, no presenta problemas para Lacan: considera que ambas son de igual naturaleza. Esto supone no confundir el pensamiento con lo psíquico. Ver sobre este tema «Televisión»: el pensamiento carece de armonía tanto en relación con lo psíquico como en relación con lo somático, es de otro orden; puede invadir en lo psíquico (son los fenómenos de la obsesión, o incluso del automatismo mental), puede invadir en el cuerpo (véase la histeria). El corte no pasa entre lo psíquico y lo somático, sino entre el pensamiento y la formación alma-cuerpo. Debe diferenciarse seriamente entre el pensamiento y lo psíquico. Philippe La Sagna. -Tal vez podamos retomar esta cuestión de la conversión a partir de la oposición introducida en Arcachon por Jacques-Alain Miller entre un clínica de la metáfora y un clínica de la conexión. Me parece que habitualmente se piensa la conversión como legible, y por lo tanto como una metáfora. En el fondo, puede verse que hay, en Freud y en la clínica, indicios de que la conexión cuerpo-lenguaje no debe necesariamente colocarse en el orden de la metáfora, lo que por otra parte introduce la misma lógica que la cuestión de la máscara: la máscara no es una metáfora, no enmascara nada, no hay una revelación para desenmascarar; pero conecta con un enigma, pone significantes en conexión que de alguna manera quedan soldados a la máscara. En la conversión, hay un efecto transestructural que se encuentra en los fenómenos de neoconversión psicosomáticos, o psicóticos, o quizá también en la neurosis, y que no son del orden de lo que es legible. Jacques-Alain Miller. -En todos los casos, no es de orden metafórico. Conté una vez que había curado una parálisis histérica. La señora llegaba con sus muletas, y dos años después no las tenía más. La portera de mi casa se dio cuenta de que yo verdaderamente me dedicaba a algo, y que era algo bueno. Lo que hice fue más bien del orden metonímico. No le dije: «Tú eres eso», y las muletas cayeron, y ella se puso a saltar. Fue poco a poco cómo recuperó el sentido del equilibrio. Era hilo por hilo: se seguía un hilo, se encontraba algo, después otro hilo, y había como bandas que caían una tras otra. Poco a poco la parálisis se le volvió inútil, podría decirse que dejó de valerse de ella. Pudo valerse de otra cosa, de cosas de las que justamente no había hablado hasta entonces. Poco a poco no necesitó más sus muletas, aun cuando esta historia duraba desde hacía diez año s, y había movilizado alrededor de ella una cantidad fabulosa de gente. Era funcionaria, y la asistía un montón de gente pagada por la Seguridad Social. Renunció a una vida de reina. No hubo una gran interpretación, ni de mi parte ni de la de ella, que levantara la parálisis, el proceso fue continuo. Philippe La Sagna. -En uno de los casos del informe de la Sección Clínica de Burdeos, el caso de psicosis bautizado «La señorita Anna», el sujeto se construye una máscara, y, a partir de esa máscara, podrá hablar y soportar efectos subjetivos. Puede verse que cierto número de síntomas de neoconversión, en la psicosis, sirven a los sujetos de identidad material; ellos se apoyan en algo que constituyeron, y que algunas veces es «descifrado» (entre comillas), pero sin efecto de verdad, es 124

decir, que tiene un lado ilegible. Es una escritura que no se da a leer. A partir de allí, en cambio, podrán introducir montones de fenómenos metafóricos; es una especie de contrapartida, así como hay una contrapartida para el dinero, es decir de valor significativo, que no es del orden del falo y que está incluida en su síntoma. Alain Merlet. -Quisiera simplemente hacer una pequeña observación. Cuando yo era interno en Estrasburgo, con Jean Louis Gault reducíamos, sin interpretar, simplemente con hipnosis, fenómenos de conversión masivos. Los reducíamos. Participábamos de un seminario de hipnosis (en el que también, por otra parte, participó Gérard Miller), y nos divertíamos, cuando estábamos de guardia, reduciendo parálisis masivas, tortícolis, etc. En Alsacia, la hipnosis era histórica. Está en la misma línea que los reyes taumaturgos: los reyes de Francia se curaban las escrófulas por simple imposición de las manos. Pero antes de pensar en curar, podemos preguntarnos para qué sirve una neoconversión. Si nos atenemos al síntoma como metáfora, seguramente se nos escapa algo. Hay una evolución misma de la conversión en las histéricas: son cada vez menos frecuentes pero también hay una evolución del discurso médico. Pág. 251 Carole Dewambrechies- La Sagna. -Es interesante tomar en el informe de Burdeos el término «máscara» para ordenar la serie de casos. La primera se hace una máscara (es una expresión que ella utiliza) con escarificaciones. La segunda también se hace una máscara, y hasta imita la máscara: tiene un discurso imitativo que desdobla lo que dice, un discurso de alguna manera escrito, una pantomima que hace una especie de escritura que viene en segundo plano en relación con el discurso hablado. Y la tercera lleva la máscara del dolor, que es lo que le permite referirse al Otro. Las tres pueden infundir respeto por el síntoma histérico típico. A veces tendemos a pensar, cuando pensamos un poco rápido, en términos de síntoma típico. Hay que releer ese artículo de Freud -que, por otra parte, destacó Jacques-Alain Miller en su curso- para estar atento a poder referir bien el síntoma a la estructura entera del lenguaje, para ver si se trata de neurosis o de psicosis. Los tres casos presentados no son histerias de conversión, pero presentan una máscara que puede, si se piensa simplemente en términos de tipicidad, infundir respeto por algo de ese orden. Por otro lado, cada una, en uno u otro momento de su historia, recibió un diagnóstico confirmado por tal o cual practicante. ¿En función de qué? En función de: teatralidad, renguera funcional, pasaje al acto, marca en la piel, o interés muy marcado por la ropa en la primera. Jacques-Alain Miller. -Tomemos el segundo sujeto. «Un recuerdo infantil se le repite: una película la asustó terriblemente. Una jovencita pierde su rostro al ser destruido por el fuego en un accidente. Su padre, cirujano, asesinaba mujeres jóvenes para sacarles el rostro e injertarlo en el de su hija.» Entonces, en las sesiones, hace la mímica de los gestos de un cirujano practicando esta operación, dibujando un rostro sobre su rostro. Tenemos el fenómeno, tenemos su raíz infantil, y sin embargo no es la represión como secreto, secreto ignorado por ella misma, secreto finalmente sabido; el matema de Lecoeur intenta dar cuenta de otra relación. Roger Cassin. -En el caso clínico de «el hombre erguido» de Nantes y Rennes, el levantamiento del síntoma se produce en una sola sesión y por una palabra dicha. Es el muchacho que camina sin doblar las rodillas. Es un caso que se sigue desde hace tres años, y durante una sesión dirá: «Yo caminaba así porque tenía miedo de que me traten de maricón». A partir de ese momento, dobla las rodillas. Por supuesto, el levantamiento del síntoma aparece en el apogeo de un cambio donde explica que su padre, que antes tiranizaba a toda la familia, apareció como delirante desde que se convirtió en desocupado. El hijo había ocupado un lugar en la familia, es decir, se identificaba con 125

el que sostiene -a su madre y a sus hermanas.-, y también el que hace marchar a todo el mundo dentro del orden. Jean-Louis Woerlé. -Bernard Lecoeur dice que se toca la barra de A, y también la barra que separa a A del sujeto. ¿La concepción de la represión habría sufrido algunas modificaciones? Mi pregunta es general, en la medida en que el interés alcanza a las psicosis desencadenadas o no desencadenadas: ¿podemos distinguir de la misma manera los fenómenos del cuerpo a partir de los fenómenos psicosomáticos, más que a partir de la conversión histérica? ¿Pasar por el fenómeno psicosomático más que pasar por la histeria nos haría avanzar en esta historia de neoconversión? 11. INVENCIÓN A MEDIDA Y DE CONFECCIÓN (PÁG. 253) Éric Laurent. -Con mucho gusto proseguiré lo que adelantó Woerlé. Esta mañana hablábamos de psicosis ordinaria. Ahora podríamos decir que abordamos la relación normal con el cuerpo. La neurosis no es una relación normal con el cuerpo. Presenta lo que se produce como anormal cuando el pensamiento irrumpe en el cuerpo. Decir que el sujeto psicótico tiene una relación normal con su cuerpo es decir de otra manera que el sujeto psicótico está amenazado por la regresión tópica al estadio del espejo. El cuerpo está permanentemente amenazado de estallar; no se sostiene, y hay que hacer enormes esfuerzos para mantener el cuerpo como uno. Para un sujeto como Schreber, una vez atravesado el momento más agudo, necesita tener una imagen frente a él todo el tiempo. Pero hay muchas otras maneras de ser uno con su cuerpo que olvidamos poner en serie. Muchas cosas que dependen de la llamada higiene de vida son exactamente del mismo orden que lo que debe hacer Schreber. La verificación del peso, de la forma del alma, de la forma del cuerpo, etc., no dependen del pensamiento, sino de esfuerzos para mantener todo eso en su lugar. En esa relación normal con el cuerpo, hay interrupciones que no son del orden del pensamiento. El fenómeno psicosomático es de este orden, tampoco es del pensamiento en el sentido del «pensamiento-deseo», según el famoso pasaje de Las formaciones del inconsciente donde el deseo irrumpe en el cuerpo. El «pensamiento-deseo», que irrumpe en el cuerpo, depende de la neurosis. Para que la relación normal con el cuerpo se mantenga, hacen falta esfuerzos de localización del goce en ese cuerpo. Están los órganos, para los cuales debe encontrarse una función de localización del goce. Cuando el esquizofrénico no encuentra eso, tiene que enfrentarse con sus órganos que irrumpen. En los casos escuchados aquí, encontramos fenómenos que se inscriben en esta serie. Cuando la significación fálica falla en el «hombre erguido», cuando el «hombre del pulgar» golpea a una mujer porque no sabe hacer otra cosa, se trata de esfuerzos de localización; y lo mismo ocurre con «el inventor del método». Entonces, podríamos decir: la relación normal con el cuerpo y las localizaciones del goce. La función de desplazamiento señalada por Alain Merlet funciona como lo contrario de la localización. Se puede efectivamente hacer desaparecer la parálisis, u otros fenómenos de ese tipo, sin que el sujeto diga algo al respecto. Otra parte del cuerpo puede inmediatamente comenzar a servir de relevo para designar el lugar del goce. Todo puede pasan Jacques-Alain Miller. -¿No podríamos utilizar aquí esa indicación de Lacan sobre la esquizofrenia, que fuera de discurso debe encontrar un uso para sus órganos -cuando para el neurótico hay siempre un discurso que le dice qué hacer con su cuerpo? Se podría hacer una tipología y decir: en la histeria, el cuerpo está concebido para servir al deseo -también para la defensa contra el deseo, pero el asunto es que gira alrededor del deseo. En el obsesivo, el cuerpo está hecho para servir a la demanda, y al rechazo de la demanda. En cambio, para servirse de su 126

cuerpo, el esquizofrénico debe desplegar un esfuerzo de invención considerable, y se ocupa con gran atención de algunas partes del cuerpo habitualmente descuidadas. Yo no tengo los pulgares que crujen, pero a veces me hago sonar un dedo sin darle demasiada importancia. Pues bien, desde que leí el texto de «El hombre de los pulgares que crujen», sé que es algo que podría servir para un montón de cosas. El uso del cuerpo en el psicótico puede a veces converger en un uso que parece normal, ordinario, solo que para llegar a eso debe desplegar un enorme esfuerzo. Muchas veces, lo único que nos indica en qué registro estamos es el enorme esfuerzo de invención que hay detrás, de invención a medida, cuando para los neuróticos es de confección. Eso marca una diferencia. En «El hombre de los cien mil cabellos», el cabello sostiene una significación fálica. No es habitual. Sin embargo, se dice fácilmente que los calvos son más afectos al asunto, o que la belleza de la cabellera tiene sex-appeal. En resumen, la significación fálica habita el fenómeno capilar. Pero en este caso es en lo real. Hay una significación fálica delirante del cabello. La neoconversión vira aquí al franco delirio sobre el cuerpo. François Sauvagnat. -¿Cómo diferencia usted uno de otro? ¿El delirio sobre el cuerpo sería lo que permitiría fabricar una especie de seudosignificación fálica? Jacques-Alain Miller. -Y bien, aquí, con la tesis sobre los cien mil cabellos, el muchacho prueba que el cabello es un neofalo. El pelo es una parte del cuerpo de la que habitualmente no se percibe que sea capaz de erección, aunque se diga «los pelos de punta» y que haya un músculo erector cuya contracción hace parar los pelos. François Sauvagnat. -¿ Cómo diferencia usted la neoconversión de esta construcción? Jacques-Alain Miller. -La frase «Mis cabellos caen cada vez que no estoy en el buen camino» es coherente con el principio que Lacan retoma de Freud: «De lo único que se puede ser culpable es de haber cedido en el deseo». Cada vez que el muchacho cede en su deseo, pierde el cabello. La calvicie es el castigo por haber cedido en su deseo. No lo estoy adornando, cito: «Pierde el cabello cuando deja de ser él mismo, es decir, cuando hace algo no conforme a su verdadero deseo». Hay un Otro, ese Otro no barrado del que hablaba Lecoeur, que acusa recibo, y cada vez que el sujeto cede en su deseo, le manda en lo real una caída de pelos. El sujeto es castigado por la neocastración del cabello. Pág. 255 Éric Laurent. -Este hombre había encontrado una mujer con la que estaba en excelentes términos, la cosa andaba muy bien, pierde el pelo, y entonces deduce que hay que dejarla de inmediato. Aunque vaya contra todas las apariencias, acepta que su deseo esté más allá de su satisfacción. Aunque esté satisfecho, es castigado. Sabe que su deseo no está en el camino recto, que hay que ir por otro lado, y entonces funciona mejor. Jacques-Alain Miller. -Cuando se delira así, no se necesitan a unas interpretaciones míseras y alusivas, que nunca les dicen claramente las cosas. Ese delirio bien constituido le proporciona un Otro cuyo mensaje es indudable, y él sabe perfectamente cuándo peca contra el deseo. Éric Laurent. -François Sauvagnat pregunta cómo diferenciar eso. Si partimos de la relación normal que mantiene el sujeto psicótico con su cuerpo, se podría decir que es como en los delirios. El esquizofrénico no necesita un delirio enorme, tiene que encontrar una función en un órgano. El paranoico, en cambio, tiene que movilizar mucho más un sistema delirante. Pueden haber 127

invenciones mínimas en esa relación normal con su cuerpo, encontrar una función en un órgano, o bien movilizar todo el saber. «El hombre de los cabellos» moviliza enciclopedias, todo un saber. Así consigue poner en juego todas las funciones que mencionábamos, de neocastración, de castigo, de intervención del padre, etc., todo eso en su órgano, con la ayuda de esta complicidad somática. Podríamos así hacer series con diferentes tipos de fenómenos, que todos dependerían de esa relación normal con el cuerpo, esa relación de invención necesaria. Philippe La Sagna. -En la Metapsicología hay un pasaje donde Freud distingue la esquizofrenia de la neurosis invocando a un paciente que pensaba que sus comedones eran falos. Freud dice que eso no es neurótico, ya que el sujeto dispone de la significación sin trabajo analítico. Y agrega esto que siempre me intrigó: la multiplicidad de la significación fálica debe incitarnos a pensar que es una psicosis. Creo que ocurre lo mismo en el caso de los cien mil cabellos: son órganos que no son uno; están en la multiplicidad, y se vuelven casi incontables. Yo encontré algo así en mi práctica, con alguien que se arrancaba los pelos en lugar de perderlos. Quería hacerles una pregunta a los colegas de Nantes y Rennes. Se observan dos fenómenos distintos en «el hombre de los cabellos». Podría ser una conversión psicosomática, puesto que pierde el pelo realmente, podría detenerse en eso, se podría pensar que eso basta para suplir la función fálica, ¿pero qué hace que además (digamos: él tiene las dos cosas) necesite elaborar un delirio sobre esta pérdida? Daniel Roy. -De alguna manera, devolveré la pregunta a Burdeos, porque hubiera querido unir la pregunta del desencadenamiento y la de los fenómenos del cuerpo. Plantearé esta pregunta en torno de los casos clínicos de esta serie, particularmente del caso de la señorita Anna, dado que el fenómeno del cuerpo se desencadena cuando ella evoca la figura misteriosa de su abuela paterna ciega. Hay a la vez un fenómeno del cuerpo, y, se nos dice, una transferencia erotomaníaca. Notamos entonces dos modos de respuesta particular. ¿Qué estatuto del Otro está implicado en el desencadenamiento de este fenómeno del cuerpo? Jacques-Alain Miller. -Pero ¿es un «fenómeno del cuerpo»? ¿Imitar los gestos de un cirujano practicando la operación se puede clasificar verdaderamente como «fenómeno del cuerpo»? Daniel Roy. -Esta categoría es tal vez demasiado vasta para clasificar este tipo de cosas, ¿no volvemos a caer aquí en el mismo problema que los trastornos del lenguaje? Jacques-Alain Miller. -Hay fenómenos que nos son descriptos como si ocurrieran en el cuerpo del sujeto: desplazamientos de sensaciones, quemaduras, tumor de Bruselas, perturbaciones de la visión, etc. ¿Una mímica es del mismo orden? Philippe La Sagna. -El observador lo define como una mímica. Para la paciente, era un fenómeno como una parálisis agitante, es decir, que ella no podía evitar, y no sabía por qué. Para ella, era algo real. Por eso se la había tomado por una histérica. Lo presentaba como un fenómeno que se le iba totalmente de las manos, lo que por otra parte era cierto, en el sentido en que no estaba subjetivado. Pág. 257 Jacques-Alain Miller. -Era un tic imitador Philippe La Sagna. -Exactamente. Como una enfermedad de la Tourette. Hay enfermedades neurológicas en gente que tienen tics sumamente complejos. Era análogo pero no era eso. 128

Bernard Porcheret. -A propósito del «hombre de los pulgares que crujen», Éric Laurent hizo un comentario que me interesó mucho, a partir de esta noción de esfuerzo extremo. Se trata de alguien a quien veo desde hace dieciocho años. Al principio, lo recibí como un psicótico, pero no podía dar cuenta de eso por su estructura psicótica hasta hace cinco años: de alguna manera el cuadro dio un vuelco, muchas cosas cedieron para él desde el punto de vista del lazo social, y sobre todo su relación con las mujeres, que verdaderamente se desmoronó. Aun cuando los fenómenos que presentaba hubieran podido ser tomados absolutamente en el modo de las conversiones histéricas -en el sentido amplio del término-, apareció esta cuestión de esfuerzo extremo, con toda esta práctica a nivel de los pulgares, que responde al hecho de que tenga miedo de perder su pulgar. Él trata de construirse un cuerpo y, en ese momento, esto se extiend e a las rodillas y a las plantas de los pies, lo que hace que poco a poco se establezca una cartografía. Lo único que puedo hacer, tres veces por día, eventualmente por teléfono, y, por supuesto, cuando lo atiendo, es, cuando me dice «¿es psíquico, doctor?», decirle «absolutamente». No me pide nada más, y yo no puedo! hacer otra cosa, en el sentido en que no hay nada interpretable; no asocia en absoluto, y estamos verdaderamente del lado de una esquizofrenia. Jacques-Alain Miller. -Puedo leer esa página, que aclara mucho: «El síntoma se desencadenó así: invocando un dolor en la rodilla, M. se negó un día a tener relaciones sexuales con su compañera, quien mostró una viva decepción. Como en un rapto, él le asestó un violento puñetazo en la espalda, y al día siguiente se le declaró el síntoma. Cinco años después, luego de la ruptura con esta mujer, el cuadro presenta un aspecto otra vez diferente: las sesiones se saturan de una queja sin límites. M. da a conocer diferentes tipos de crujidos en su pulgar y enumera su combinación con acciones [...]. Desarrolla entonces una práctica hasta el agotamiento [o sea, todo lo que no puede hacer lo hace hasta el agotamiento]. Se impone una secuencia: crujido inaugural, profundo y explosivo, luego una sensación intolerable de que el pulgar caiga en el vacío [toda la psicosis de Schreber está allí concentrada en el pulgar]; finalmente, práctica de "verificación", hasta que los crujidos secundarios creados por las flexiones bajo la superficie de la piel se detienen. "Lo van a cortar", exclama. "Pero, entonces, ¿el otro?"». Bernard Porcheret. -Después está el fenómeno de la bilateralización, que siempre interviene y que lo deja pasmado. Jacques-Alain Miller. -Aparte de eso, está lleno de fenómenos- estrabismo divergente, fuertes dolores en la rodilla derecha que se vuelven bilaterales, rigidez de la nuca y de la espalda. «Cada síntoma se apoya en una sugestión: palabra brutal, bofetada injuriosa, golpecito.» Es una traducción directa, que no pasa por un profundo mecanismo de desplazamiento, de metonimia y de metáfora, está ahí, en cortocircuito. Es esto: «Clínicamente, una perfusión de antidepresivos que pasa por fuera: "El brazo se me va a pudrir, me lo tendrán que amputar"», etc. Esta descripción constituye un verdadero paradigma. Marga Mendelenko. -Lo que se decía hace un rato me hacía pensar en que tendríamos que abandonar el término «conversión», ligado a la histeria y a la dialéctica del deseo en relación con el uso del cuerpo, y hablar, más bien, de neolocalización. Jacques-Alain Miller. -Comparemos el caso de Elizabeth von R con el del hombre de los pulgares que crujen. La identidad de la manifestación somática y del deseo en la histeria supone la 129

metáfora y la metonimia, mientras que nada parecido está puesto en juego para dar cuenta de la sobreinvestidura del pulgar, ni de las alucinaciones que lo afectan. Pág. 259 François Sauvagnat. -Es la cuestión lexicológica que planteaba antes: ¿qué término es mejor emplear? El término «neoconversión» nos hace efectivamente pensar: ¡cuidado! Eso se parece a una histeria, ¿pero lo es realmente? El ejemplo de la hipocondría normalmente se olvida; hace ya dos siglos que hubo trabajos sobre la hipocondría delirante, pero normalmente se olvida, después se retoma, etc. Resulta que en los cuatro casos de psicosis que tuvimos intervenía la problemática fálica. Iba a agregar un párrafo sobre la psicosomática, pero pensé: No, dejémoslo así. Por eso intenté mostrar las cosas entre cuatro tipos de configuraciones, con, por un lado una hipocondría no localizada, que corresponde a 0; por el otro, lo que yo llamaba dismorfofobia localizada, que corresponde a P0; la problemática catatónica, con la cuestión de un anudamiento corporal que no se hace naturalmente con casos más o menos graves. Creo que es interesante recordar que hay casos más o menos graves de catatonía, en particular en los niños, y eventualmente casos que de un día para el otro desaparecerán (está descripto en la literatura); y después todo lo que está ligado a la fabricación del síntoma, que a menudo tiene que ver con el cuerpo. En el fondo, la cuestión es más bien terminológica. ¿Nos interesa hablar de neoconversión? ¿Estamos interesados en hablar de fenómenos corporales? Carole Dewambrechies-La Sagna.- Interrumpiremos en esta pregunta para retomar a las 17. 12. CONVERSIÓN DEL SIGNIFICANTE Y LOCALIZACIÓN DE LA LIBIDO (PÁG. 260) Jacques-Alain Miller. -Retomamos la discusión en la parte «neoconversión». Tal vez se podría generalizar la cuestión. La conversión es el supuesto paso de lo psíquico a lo somático. Pero se podría tratar el problema general de la localización significante tomando el siguiente punto de vista. Primer tiempo: hay significante en el mundo; cierto número de elementos, de objetos, de cosas, quiere decir algo. Segundo tiempo: se plantea la cuestión de la localización de ese significante. Pensar significa localizar el significante en la cabeza. Puede localizarse en la cabeza del Otro. Más vale hacer eso exactamente, no mezclar. El significante se localiza en la radio, en el teléfono, en la computadora, en otros objetos, y hay cada vez más objetos que se fabrican para hacer circular el significante cada vez más rápido y para estar permanentemente en condiciones de recibirlo. Dicho de otra manera, hay significante, se localiza en diferentes sitios, puede pasar de un lugar a otro y, particularmente, es susceptible de pasar al cuerpo. Así, la conversión somática dependerá del problema general de la localización del significante. En definitiva, no hay nada en este bajo mundo, ni tampoco en las esferas superiores, de lo que el significante no pueda sostenerse. Podría darse una visión cósmica, si me permiten, de la localización del significante. Es un hecho que el significante se convirtió en diferentes especies. Ahora se digitalizan tanto elementos visuales como elementos fónicos, y se los pone en discos. Se trasmiten electrónicamente imágenes y sonidos como si fueran textos, mañana tendremos eso en un teléfono celular, podremos mandarle un fragmento de música al vecino y recibir una película. La técnica está, basta definir los estándares y bajar los costos de producción. La conversión del significante está en todos lados. El cuerpo también es susceptible de servir de soporte al significante. Todo en el cuerpo se presta a ello: la piel, los órganos, los humores, los fluidos del cuerpo, sus desperdicios, etc. ¿Por qué diablos el cuerpo escaparía a la conversión general? ¿Por qué se reclama una excepción para el cuerpo? El 130

cuerpo, al igual que el resto, es susceptible de soportar significante. En resumen, es invertir el punto de vista habitual. ¿Es convincente? Quizá lo sea solo a medias, pero es un ejercicio mental. En segundo lugar, retornemos el tumor de Bruselas. Todo va bien, el sujeto se apasiona por el tumor que tiene, pero flaquea cuando se trata de que este tumor se cure: «Se descubre que tiene un tumor en la cabeza, por el cual será operada urgentemente. Esta mujer verdaderamente se obstinará en explorar los determinantes simbólicos de su tumor, hasta el punto de hacer aparecer lo que se le presenta como una certeza. Su tumor se deduce del lugar que su madre le dio: ocupar el lugar de un muerto». Luego: «el apoyo que encontraba en el significante "tumor" [en el momento en que el médico la tranquiliza sobre la recidiva] y se revela al mismo tiempo para qué le servía. Este tumor valía para ella como punto de hasta, parece haber tenido el mismo estatuto que una metáfora delirante». Recientemente oí hablar de un caso parecido, de un sujeto que se sostenía por un do lor delirante, pero fundamentalmente no había que darle esperanzas de curarse porque toda su vida estaba organizada alrededor de ese delirio. ¿De qué se trata? Es, si se quiere, una parte del cuerpo, pero sobre todo una palabra. «Tengo un tumor» es, sobre todo, un sentido gozado, que constituye un neonombre del Padre y un neofalo. Estamos obligados a decir que esto viene al lugar de lo que distinguimos como P0 y 0. Ambos casos, el de los pelos y el del pulgar, se ordenan. Por un lado, está los cien mil cabellos, por el otro lado, hay un pulgar en singular. Una parte del cuerpo está investido de una manera especial, y su unicidad es tanto más impresionante cuanto que tenemos dos pulgares -podría hacer el esfuerzo de investir los dos pulgares, pero no, es uno, aunque el otro está amenazado, pero, en fin, no está investido de la misma manera. Bernard Porcheret. -En ciertos momentos fluctúa: está esa famosa bilateralización, y el otro pulgar está investido también, pero no be una manera tan fija como el primero, que es el pulgar derecho. Con la rodilla ocurre lo mismo. La otra rodilla le sirve de alguna manera para reforzar su «es psíquico», esta suerte de frase bastante particular. Jacques-Alain Miller. -Los pelos son lo múltiple. El pulgar es más bien único -se puede multiplicar el uno, pero de todas maneras es uno, es un uno doble. En los dos casos hay investimiento de sentido, de sentido gozado, que nos da una neoformación, que vale a la vez como neonombre del Padre y como neofalo. La escena de la castración se vuelve a jugar en lo real a propósito de cada pelo que cae, y a propósito del pulgar, que parece caer en el agujero. Es el teatro de bolsillo. Schreber moviliza la ópera; Arihman, Ormuz, es un cataclismo, todo el mundo está en la platea. Los otros interpretan la misma escena en el teatro de bolsillo, con pulgar y pelo. El tumor es de alguna manera el pulgar invisible. Cuando le dicen al sujeto «su tumor no vuelve a crecer», es una castración en lo real. Pág. 262 Bernard Lecoeur. -¿No podríamos apoyarnos en esta distinción diciendo que en la conversión la represión sirve como punto de referencia? La conversión da a entender que hay represión. Del lado de la neoconversión la represión no permite operar la lectura como en la conversión. Lo que parece dibujarse es la importancia particular de la identificación, que ya se mencionó esta mañana a propósito de la melancolía. Pero seguramente nos interesará mucho repensar esta cuestión , y ya no a partir de la máscara. La identificación planteada a partir de la máscara actúa en la apertura y el cierre: es la máscara con postigos, es decir, una solución de discontinuidad. Esta cuestión es considerada de una manera, nueva por Lacan cuando sitúa la identificación en relación con el nudo borromeo, planteándola en términos de inversión, es decir, en un registro de continuidad. La ventaja de abordar las cosas por este sesgo es que la identificación sigue siendo algo que trabaja permanentemente, y eso ya no se concibe a partir de una referencia de fijeza. 131

Esta mañana recordé el caso de un sujeto psicótico que dice que su lenguaje se modificó desde que le colocaron un aparato dental en la boca a los doce o trece años. Le sacaron el aparato, y desde entonces el lenguaje que utiliza ya no es el suyo: es el lenguaje del Otro. Esta cuestión del aparato, de una identificación que aparejaría el sujeto con el lenguaje, puede ser, en mi opinión, repensada. Jacques-Alain Miller. -¿En qué es una identificación? Bernard Lecoeur. -Es una identificación en el sentido de que este aparato está hoy cuando habla. Aunque se lo hayan sacado, el efecto, la consecuencia de este aparato, continúa. El habla la lengua del Otro, si me permiten. En mi opinión, esto nos lleva a abordar la identificación, pero no a partir de figuras imaginarias, sino a partir de una encarnación, una presencia permanente del Otro. Hay una distancia entre el sujeto y el Otro, pero el Otro está allí, obrando, de manera permanente. Jean-Louis Gault. -Quisiera decir algo sobre la barrera entre el cuerpo y lo psíquico, la barrera somatopsíquica. Lacan aborda la cuestión en «Televisión» desplazándola un poco, porque considera que la histeria ofrece la prueba de que el lenguaje recorta el cuerpo. Interrogarse hasta el infinito sobre esta supuesta barrera es un poco en vano cuando se está ante un sujeto histérico. El descubrimiento freudiano prueba que en los hechos el lenguaje recorta el cuerpo. Lacan desplaza las cuestiones de la conversión hacia la cizalla. 13. CONVERSIÓN DE LO SIMBÓLICO EN LO REAL (PÁG. 264) Jacques-Alain Miller. -El problema del pasaje de lo psíquico a lo somático se vuelve más general: ¿por qué un elemento simbólico reaparece en lo real? Si «lo que se suprime en lo simbólico reaparece en lo real», es porque en el lugar de la conversión de lo psíquico en lo somático tenemos la conversión de lo simbólico en lo real. Es lo que observamos. Los sujetos de los que hablamos, el hombre de los cien mil cabellos y el hombre de los pulgares, representan la escena de la castración, pero en otro registro. Esto desplaza el concepto de conversión: la conversión somática es la conversión en lo real. Por supuesto, si se considera que todo lo que es del cuerpo es imaginario, como muestra Lacan en un momento en su clínica borromea, se puede decir que es una conversión en lo imaginario. En todos los casos, eso no queda en el registro simbólico. Jean-Louis Gault. -Yo quería contestar a la pregunta que me hizo Philippe La Sagna. Es bastante compleja la manera en que se presentaron las cosas para este sujeto. No se dio cuenta enseguida del fenómeno de la calvicie. Se lo hicieron notar, unos amigos le hicieron notar que perdía mucho pelo después de tomar una ducha. Entonces, se percató de eso. Jacques-Alain Miller. -El origen es la palabra del Otro: hablan de él. Jean-Louis Gault. -Consiguientemente, vio fotografías tomadas en el pasado, y fotografías más recientes, y al compararlas verificó que, en efecto, tenía una calvicie incipiente. De hecho es un fenómeno trivial, es calvo como mucha gente. Pero él se apodera de eso y le da una gran importancia, sobre todo en la relación con la mujer de la que hablaba Eric Laurent. Tenía una relación absolutamente satisfactoria con esta mujer, y después empezó a experimentar fenómenos de angustia; no se sentía muy cómodo con ella. La calvicie le hizo un favor: era la señal de que las cosas no funcionaba realmente, que no debía seguir por ese camino. Entonces utilizó la calvicie, se apoderó de ese fenómeno discreto para convertirlo en un signo. Esto lo movilizó mucho: empezó a 132

escribir y a preguntarse por las causas de esta calvicie; recurrió a las enciclopedias, a la retórica, etc., para poner todo esto en orden. Jacques-Alain Miller. -Movió el saber universal en torno al pelo que cae. Jean-Louis Gault. -Encontré muy pertinente su observación de que, finalmente, esto se refería más al sentido gozado que al cuerpo; en su caso y los fenómenos corporales son sumamente discretos, y lo tienen muy ocupado las expresiones que contienen la palabra pelo, la palabra crin, etc., y que él trata de situar por medio del saber enciclopédico de la anatomía. Es barroco en relación con el caso freudiano de la histeria que se separa de la anatomía y recorta el cuerpo siguiendo el lenguaje; él vuelve a la anatomía y trata de movilizar sus recursos. Se vuelve muy importante el músculo erector, Y aunque se le haya caído el pelo, sigue teniendo manifestaciones en la superficie, del cráneo, manifestaciones dolorosas, porque el músculo erector se le sigue contrayendo; siente ardores, etc. Jacques-Alain Miller. -Como decía alguien, el mundo está hecho para terminar en un pelo -que cae. Geneviève Morel. -Mi pregunta es sobre la quinta parte del informe Nantes-Rennes, redactada por François Sauvagnat. Me pareció que usted separaba por un lado la hipocondrí a mal localizada como una especie de desencadenamiento y, por otro lado, el órgano elegido como blanco inmutable, que sería en ese momento como una tentativa de suplencia, una solución. Esto lleva a separar por un lado la indeterminación y el desencadenamiento y, por el otro, la determinación y la suplencia? Me pregunto si esto conduciría a la tesis siguiente: siempre habría una fase de indeterminación hipocondríaca antes de una localización precisa en un órgano, como si hubiese una suerte de progresión de un desencadenamiento a una suplencia, o de un fenómeno elemental a una estabilización. Entonces, habría que tomar como punto de referencia la localización corporal del dolor y su grado de determinación. ¿Puede comentar un poco más esa parte? François Sauvagnat. -Para la hipocondría delirante, yo no hacía más que recordar-Wachsberger también lo señaló- que Benedict Morel, en el siglo XIX, se interesó mucho en la hipocondría, a la que convirtió en el fenómeno elemental de las psicosis, con el agregado de una teoría de la psicosis basada en la degeneración. Me parece que uno puede permitirse dividir las cosas así, en la medida en que esta hipocondría mal localizada... Esto soy yo quien lo dice, pero es esencialmente lo que se encuentra en los textos clásicos e incluso en los textos recientes... En fin, existe toda una teoría psiquiátrica de lo que se conoce como la Escuela de Bonn, en Alemania, que desarrolla la idea de que los verdaderos fenómenos elementales serían malestares difusos en el cuerpo y tendrían una causa cognitiva... Jacques-Alain Miller. -Es lo que Lacan expresa designando lo que pasa «en la juntura más íntima del sujeto con su vida». A esto se le da una forma algo mezquina cuando se lo designa con el nombre de hipocondría. François Sauvagnat. -Sí, es simplemente puntualizar algo en lo que se conoce en la clínica, y mostrar que hay algo que se corresponde. Si esto me interesaba, es porque había una especie de equivalencia de enigma; algunos autores dijeron en el fondo que enigma e hipocondría, en el sentido del enigma psicótico... 133

Jacques-Alain Miller. - El enigma del cuerpo. François Sauvagnat. -Eso mismo: la hipocondría es el enigma del cuerpo, el enigma a nivel del cuerpo. Hay sujetos que durante años se presentan con malestares, de aspecto más o menos depresivo, sin que se pueda saber muy bien de dónde provienen, con problemas de diagnóstico, problemas de iatrogenia eventualmente. ¿En todos los casos de dismorfofobia había antes una hipocondría? No es seguro. En el caso de Gault, por ejemplo, ¿tenía al principio sensaciones hipocondríacas? No creo que necesariamente esto esté presente todo el tiempo. No soy moreliano, en el sentido de Benedict Morel, aunque sí, quizás, en el sentido de Morelli. Se puede decir que todo esto se ubica en la juntura entre el pensamiento y el cuerpo. Un sujeto puede encontrarse en cierto momento en un estado de perplejidad o de enigma, y después encontrar una respuesta somática -o lo contrario: alguien durante años tiene una especie de malestar físico, y luego, de repente, aparece todo un delirio y el malestar desaparece. 14. LA HIANCIA MORTÍFERA (PÁG. 267) Marie-Hélène Brousse. -Encontramos en los sujetos histéricos fenómenos corporales que no dependen de los mecanismos metafóricos de la conversión, y que se podrían imputar al narcisismo. El estatuto singular del narcisismo en la histeria es objeto de un comentario de Lacan en los Escritos, a propósito de Dora. Freud no presta especial atención a este narcisismo porque él fuerza hacia la masculinidad el llamado de la identificación en la transferencia. Se trata entonces para Lacan de un narcisismo ordenado y sometido a lo simbólico, mientras que la clínica borromea reconsidera lo imaginario no jerarquizado por la dominancia de lo simbólico. Mi idea es que los fenómenos corporales de la histeria que no dependen de la conversión podrían situarse a partir del narcisismo reexaminado a partir del nuevo estatuto dado a lo imaginario. Jacques-Alain Miller. -Resulta que cuando el pulgar del sujeto está investido libidinalmente moviliza todo su interés intelectual, borra los otros objetos del mundo. Al menos en ciertos momentos solo le interesa su pulgar. En vez de expandirse de manera fluida en el mundo y de crearle intereses diversos (intelectuales, amorosos, etc.), la libido se concentra solo en él, en su pulgar o en el tumor. Luego, podemos efectivamente hablar de un fenómeno narcisista. Quiero aclarar algo a propósito de eso. En «De una cuestión preliminar...», Lacan hace del estadio del espejo un estado de orden psicótico. Hay que tenerlo en cuenta cuando nos ocupamos del famoso abismo que estaría abierto en un segundo grado. La cuestión es saber si la perturbación de lo imaginario es un efecto directo de la forclusión o si es un efecto que pasa por la elisión del falo, consecuencia directa de la forclusión que, para resolverla, el sujeto hace volver a la hiancia mortífera del estadio del espejo. Esta alternativa supone la descripción renovada que da Lacan del estadio del espejo, el cual implica de manera esencial una hiancia mortífera. Nos preguntamos desde siempre sobre el famoso pasaje: «¿Este otro abismo estuvo formado por el simple efecto en lo imaginario del llamado vano hecho en lo simbólico a la metáfora paterna [¿es el efecto directo de la forclusión?] o tenemos que concebirlo como producido en un segundo grado por la elisión del falo, que el sujeto haría volver, para resolverla, a la hiancia mortífera del estadio del espejo?». Aquí se trataría de una regresión tópica, lo que supone que previamente se haya definido el estadio del espejo como incluyendo una hiancia mortífera. Para poder decir esto, Lacan se ocupó de presentar previamente el estadio del espejo de la siguiente manera: «La pareja imaginaria del estadio del espejo, por lo que manifiesta de contranatura [luego, el estadio del espejo sería impensable en el animal, no se encuentra en etología], si hay que referirlo a una prematuración específica [...], es, en efecto, por la hiancia que abre esta prematuración en lo 134

imaginario y donde abundan los efectos del estadio del espejo, que el animal humano es capaz de imaginarse mortal». Esta descripción del estadio del espejo hace de la psicosis el estado natural del sujeto. La metáfora paterna resolvería esta hiancia del estadio del espejo por la significación fálica. Y cuando la metáfora paterna no funciona, habría elisión de la significación fálica y retorno a la hiancia mortífera. Además, la pareja madre-niño está localizada aquí en la pareja imaginaria del estadio del espejo. Desde Las formaciones del inconsciente Lacan restituye a la madre su estatuto en lo simbólico como Otro de la demanda. Philippe La Sagna. -A propósito de las cuestiones de localización, ¿no habría una manera de considerar las cosas en relación con el último Lacan? Él hace del cuerpo, al que había designado siempre como el lugar del Otro, un lugar algo ficticio, determinado por un dicho, por algo de una ficción, y más tarde dice que el lugar del Otro es el cuerpo. Plantea -en particular en El seminario 20- que el cuerpo localiza algo de lo que puede ser el Otro. ¿No sería esto esclarecedor en lo que se refiere a los fenómenos del cuerpo en la psicosis? A partir del momento en que las cosas se conciben así, ya no hay más diferencia entre el significante y el cuerpo; es decir, la oposic ión cae. Solo se tiene un cuerpo porque el significante está también apresado; es decir, existe la ficción del Otro, hay un lugar donde los significantes se localizan. Y son dos cosas que él vuelve quizás inseparables. Jacques-Alain Miller. -Es, en efecto, lo que domina la oposición P0-0. El cuerpo como carne, sustancia gozante, se encuentra afectado por el lenguaje y, por eso, está vaciado de libido. Si la libido no está localizada, se desplaza a la deriva. Allí se escapa a la división que separa, por un lado, los trastornos del lenguaje, y, por el otro, los trastornos del cuerpo. Esta tesis es la base misma de la clínica borromea. Pierre-Gilles Guéguen. -Es lo que me llamó la atención en el caso de «el inventor del método»: ante el desorden que experimenta en diferentes momentos de su vida, empieza por inventar un método. Esta práctica está relacionada con el cuerpo, pero al mismo tiempo está reglada por cierto uso del significante, puesto que introduce cierto número de reglas que localizan el goce de su cuerpo y que lo calman. Pero, por otro lado, sus sueños, que le presentan algo del orden del empuje a la mujer, perturban el orden que él trata de establecer: hay una parte del goce que no llega a localizar. Su idea para ir a ver a un psicoanalista es «convertir» (es el término que utiliza, que me llamó mucho la atención) las reglas de su método en un discurso que, como una teoría de los tipos, le permitiera ordenar lo que no consigue ordenar por el método mismo. Retomo aquí las palabras de Philippe La Sagna: vemos muy bien en este ejemplo cómo lo simbólico y lo imaginario, el lenguaje y el cuerpo, se corresponden, están unidos, están articulados. No están por un lado lo imaginario y las prácticas y, por el otro, lo simbólico. Hay una suerte de conversión entre los dos, no en el sentido de la conversión histérica -en absoluto, nunca-, sino tal vez como capas sucesivas que permitirían regular mejor el goce que le pasa por el cuerpo, y también por el pensamiento. Jacques-Alain Miller. -Es un sujeto que está consciente de la invención que tiene que hacer, y a la que se dedica, de algún modo, cartesianamente. 15. CUERPO, CARNE, CADÁVER (PÁG. 270) Éric Laurent. -Partiendo de la conversión histérica y de su límite, como modelo, vemos que surge un obstáculo para pensar la clínica borromea. Es el último problema que acaba de ser 135

planteado en la conversación entre Philippe La Sagna y Jacques-Alain Miller. La conversión histérica funciona finalmente como obstáculo si se comprende bien esta declaración: el cuerpo es el lugar del Otro. Hay una etapa intermedia entre las dos clínicas del cuerpo: es el pasaje de «Radiofonía» donde Lacan habla de lo incorporal, de lo incorporal estoico. Si Lacan es aristotélico al adoptar la forma de relación del alma y del cuerpo, no es aristotélico en la medida en que no trata de seriar las relaciones del cuerpo y del lenguaje como series de atributos. Aristóteles pudo hacer zoología debida a que clasificó los cuerpos por los atributos, luego, por sistemas de lenguaje. Los aristotélicos extendieron inmediatamente este esfuerzo de clasificación a los humanos, con el mismo método. Los caracteres, de Teofrasto, son una forma de clasificación de los humanos a partir de una zoología humana. Se trata de algo que choca con la singularidad del acontecimiento de goce, que no se resuelve en atributos significantes distintivos muy claros. A la inversa, la teoría de los estoicos, su invención del significante, el hincapié que hacían en los verbos, construía toda una categoría de acontecimientos, indistinta del cuerpo que estudiaban, lo que no permitía una zoología, sino una distribución de los incorporases. Todo el pasaje de «Radiofonía» sobre los incorporases permite comprender mucho mejor lo que recordaba Philippe La Sagna: el cuerpo es el lugar del Otro. Es otra manera de decir que el lenguaje es inseparable de cierto tipo de relación con el cuerpo que primero se captó en la historia por lo incorporal. Jean-Louis Gault. -Yo quería retomar el problema del narcisismo que planteó Marie-Hélène Brousse. Recordaba que en el examen del caso de Joyce, Lacan termina con el episodio de la paliza que recibió, e interpreta como cierta fragilidad del narcisismo en Joyce que este no se haya sentido tan afectado por ese atentado contra su cuerpo. Y cuando intenta dar cuenta de esta fragilidad del narcisismo en Joyce, lo articula a partir de una clínica borromea: considera que hay un anudamiento directo de lo simbólico y de lo real, y que entonces la imagen del cuerpo se despega de Joyce. Lo que subraya, pues, en Joyce (ese anudamiento directo de lo simbólico y de lo real, que lleva a interpretar algunos fenómeno del lenguaje en Joyce como las epifanías) me conduce a otra observación referente al lugar de los fenómenos del lenguaje en estos fenómenos del cuerpo que estamos tratando, en la histeria y en las psicosis. Hay que señalar en primer lugar que cuando Freud examina este problema en el artículo «El inconscientes de su Metapsicología, que habla de los fenómenos clínicos en el cuerpo, y trata de ordenarlos, pasa a examinar el estatuto de la represión y a considerar que la represión en la esquizofrenia no es equivalente a la represión en la neurosis. Y de una cosa a la otra, se ve llevado a hacer una hipótesis sobre el lenguaje, y a distinguir la representación de cosa de la representación de palabra. Al final termina por examinar el estatuto del lenguaje en el esquizofrénico y, correlativamente, en la histeria, para tratar de dar cuenta de los fenómenos corporales observados. Puede verse en cierto número de casos que tratamos la particularidad del significante en los fenómenos del cuerpo. Por ejemplo, en el caso del «hombre de la calvicie», tenemos las expresiones como «tirarse de los pelos» [se faire des cheveux], «un hombre à tout crin», locuciones de la lengua francesa que movilizan una referencia al cabello, al fánero, al pelo, etc. En el fenómeno corporal, para él esas expresiones y esas locuciones no se inscriben en un discurso, y el fenómeno corporal no aparece, como en la histeria, como un trozo de discurso que se trataría de hacer reaparecer, de situar, como una metonimia o como una metáfora; al contrario, la expresión, el trozo de lengua está completamente aislado y enganchado directamente en la anatomía. Busca la anatomía para dar cuenta exactamente de la significación de esas expresiones francesas.

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Carote Dewambrechies-La Sagna. -Françoise Labridy propuso reformular una pregunta escrita que nos había hecho llegar. Françoise Labridy. -Esta pregunta se refiere al trabajo de Burdeos, que comienza con una referencia a Freud sobre la diferencia entre síntomas típicos y síntomas personales. Me preguntaba si el cuestionamiento de Lacan sobre lo real permitía abordar en la clínica la dificultad de desciframiento, en términos metafóricos y en términos de conversión, de lo que él llama esos acontecimientos comunes a los hombres. Me preguntaba si no debería inventarse algo en lo que se refiere al cuerpo, como la letra en lo que se refiere al inconsciente; es decir, algo que escape a la lectura significante pero que permanezca en la mostración de la castración. Me parece que esto se relaciona con lo que trata de decir Bernard Lecoeur. Nos vemos llevados a renovar el concepto de identificación, y eso permite poner en serie la anorexia, los pasajes al acto violentos, todo lo que es marcación en el cuerpo, y que hace un rato se llamó castración real. Deberíamos distinguir un cuerpo-metáfora y un cuerpo-memorial, un cuerpo que tendría las huellas de acontecimientos traumáticos comunes a los hombres. Es lo que parece decir Freud. Franz Kaltenbeck. -Quisiera decir algo sobre Joyce en la cuestión del cuerpo como lugar del Otro, porque efectivamente hay una vertiente deficitario del cuerpo: por ejemplo, cuando el narrador repite varias veces que Stephen Dedalus, «el joven héroe», no tiene cuerpo; que, por ejemplo, el nacimiento no es nada obvio, lo que Beckett explicará sobre Joyce; y un capítulo versa especialmente sobre el parto y sobre el desarrollo del embrión, y de la lengua inglesa. Está esta vertiente, pero, por otro lado, Joyce mismo compara su libro con un cuerpo: dice que los capítulos son órganos, y cuando da esquemas a los comentadores, hay en cada esquema un órgano coordinado a un capítulo. Se ve, pues, muy bien que el cuerpo tiene allí una función como lugar del Otro. Carole Dewambrechies -La Sagna. -Retomo las consideraciones de Françoise Labridy sobre las diferentes maneras de significar del cuerpo: hay una mostración en el cuerpo que está en el límite de lo simbólico, los fenómenos psicosomáticos no dependen del marco del síntoma en tanto que tiene la estructura de una metáfora. Lacan dice de esta mostración que es un puro lenguaje binario. cero-uno, presencia-ausencia, muestra-no muestra más. Todo eso ocurre fuera de la estructura del inconsciente, pero cuando se te ofrece hablar del tema al sujeto, puede precisar los momentos de su historia donde esto aparece, etc. Esperando estas dos últimas preguntas, y haciendo hincapié en lo mortífero del estadio del espejo, pensaba en el caso de Sylvie, que tiene dos usos del estadio del espejo. En el primer tiempo, preanalítico o psiquiátrico, se hace una máscara y se lastima delante del espejo. Se podría decir que se abre un abismo justamente porque ella está delante del espejo; en ese momento, el corte en la piel intenta restituir algo del Uno, aun cuando sus trazos sean múltiples. Pero, en un segundo tiempo, cuando está en transferencia, encuentra un artificio que será desdoblar el estadio del espejo: por un lado, necesita tener concretamente espejos en su vida donde poder reflejarse; por otra parte, necesita una hoja de papel en la que escribirá sus ideas de muerte. Es decir que la hoja de papel recogerá lo mortífero que antes se marcaba en la piel. Siempre lleva un espejito en su cartera, conoce los bares cuyas paredes están cubiertas de espejos para ir a instalarse delante de ellos, con una función más bien de apaciguamiento y de unificación. Jacques-Alain Miller. -Ella consiguió despegar la significación mortal de la imagen, darle una función pacificadora y unificante. Debe suponerse que al escribir deposita en el papel esta significación mortal. Habría que dar un marco a este concepto de cuerpo. Primero está la imagen 137

del cuerpo, que aborda el estadio del espejo: así pues, el cuerpo imaginario. Lacan llegará a decir: el cuerpo es imaginario. Entonces, reservemos el nombre de cuerpo a la imagen del cuerpo. En segundo lugar, está el cuerpo de goce, y se lo llama la carne. No necesariamente está dotado de una forma, es la sustancia gozante del cuerpo. Y, en tercer lugar, hasta podemos llamar cadáver al cuerpo simbolizado, el corpse, como dice Lacan. Sin duda, hay que jugar en los tres registros: el cuerpo como imaginario, la carne como real y el cadáver como simbólico. Philippe De Georges. -¿Conviene distribuir los fenómenos del cuerpo entre esos tres registros? Jacques-Alain Miller. -Lo que referimos como fenómeno del cuerpo no se presenta de la misma manera según afecte la imagen del cuerpo, la sustancia gozante del cuerpo o lo simbólico del cuerpo. No podemos conservar en todos los casos este concepto único de cuerpo, es algo que no se adapta a la experiencia de la que damos cuenta. Allí tenemos casos convincentes, bien descriptos, y nos atascamos para organizarlos. Merecen una lengua mejor. Sin duda debemos enriquecer nuestro vocabulario. Veamos si mañana podemos ser un poco más convencionales, y extraer de nuestras charlas algunas tesis. 9.30-12.30. DEL PSICÓTICO AL ANALISTA (PÁG. 275) Jacques-Alain Miller. -Esta mañana vamos a abordar la tercera parte, y, al mismo tiempo, procederemos a una discusión general sobre la tentativa que representa este libro. Esta tercera parte es tal vez más heterogéneo que las otras dos. Para las necesidades de la causa, para establecer un contraste, ¿cómo calificaremos al primer texto que versa sobre «Lalengua de la transferencia en las psicosis»? Es de teoría hard, si me permiten. Contiene referencias clínicas, pero de textos ya publicados, e incluso en sus referencias clínicas es un texto esencialmente teórico, con gran cantidad de citas, que propone una hipótesis claramente formulada, única, nueva, y que se presta, pues, a un cuestionamiento- ¿es cierta en todos los casos? ¿Cómo la articulan ustedes?, etc. El texto de Bruselas establece un contraste. Me pareció light desde el punto de vista teórico; no hubo un esfuerzo en ese sentido sino en los casos. El título «La transferencia y psicosis en los límites» indica que no hay una tesis propiamente dicha, al menos yo no la vi. Es, pues, el conjunto de tres relatos de casos que, por supuesto, pueden trabajarse unos en relación con otros. Hay un contraste muy marcado con el texto precedente. En cuanto al texto de Toulouse, es el más equilibrado en su composición, que incluye una reflexión teórica y, a la vez, el relato de dos casos. No será fácil discutir estos casos, porque el redactor del informe está ausente y uno de los dos casos es de su práctica; el otro caso es de la práctica de una colega que tampoco está aquí. La cuestión planteada con el término «neotransferencia» era la siguiente: ¿cómo calificar, teorizar, conceptualizar, la pareja del psicótico y del terapeuta cuando ese terapeuta es analista? ¿Qué es esa pareja? ¿Cuáles son los términos que debemos utilizar para pensar el estatuto de estos dos elementos uno en relación con el otro? Para responder, Toulouse se refiere a la conceptualización que dio Lacan en un texto breve donde superpone la pareja analista- analizante a la pareja verdad-saber. El analista complementaría al analizante de manera análoga a la manera en que el saber complementa la verdad, en la medida en que un saber responde a una verdad, desarrolla, despliega, explica, lo que en ella está implicado. El informe de Toulouse considera que esta conceptualización no es conveniente para una pareja que se forma cuando el analizante es un sujeto psicótico. Indica que debe tenerse en cuenta el goce, que se trata más de goce que de verdad, que se trata más del sinthome que del síntoma, que el 138

analista es más el partenaire-síntoma que el partenaire-saber (lo estoy resumiendo). ¿Los dos casos permiten realmente apoyar esta tesis? No me resultó tan evidente. Y además el caso de la Sra. A, que es el primero del informe, es el único de la recopilación del que nos gustaría tener más detalles para estar convencidos de que se trata de un caso de psicosis. La tentativa de Angers, audaz, certera, es pensar la relación del psicótico y del terapeuta a partir de lalengua. Problema: lalengua no es un instrumento de comunicación. Luego, ¿cómo puede establecerse de todos modos un diálogo a partir de lalengua? Es la apuesta de la demostración. El primer caso presentado en apoyo de esto es el que Danièle Rouillon había expuesto en «El conciliábulo de Angers», donde el paciente practica una lengua especial que la terapeuta reproducía. El caso de Lombardi presentado en la misma oportunidad está utilizado en el mismo sentido. La pareja analista-analizante era entonces presentada en los siguientes términos: el analista se ubica en la posición de aprender lalengua del paciente. Cuando esta lengua se presenta como cerrada sobre sí misma, el analista paga con su persona para demostrar que otro puede insinuarse, plegarse en ese lugar, y esbozar, si no un diálogo, al menos una forma de respuesta. El analista se ubica en posición de alumno de aquel que elaboró esta lengua especial. Quizá nuestros colegas de Bruselas quieran ordenar sus casos a partir de la cuestión planteada. Al menos el primer caso se prestaría muy bien a ello. Es el de Eva, quien se muestra afectuosa, gentil con sus compañeritos, hasta que se presenta un obstáculo en el eje imaginario, y entonces hay desencadenamiento, golpes, rabia, etc. La pregunta es, pues, cómo se insertaría la analista en este eje sin ser rechazada como un objeto intruso. Hay dos tiempos. En el primer tiempo, la analista se inserta como un buen objeto, hace de madre buena, prodiga a su paciente amabilidad, y entonces tapona esa hostilidad agresiva imaginaria acentuando simplemente su benevolencia. Se inscribe en el eje imaginario, pero esforzándose completamente en ser un buen objeto. En el segundo tiempo de la operación, la paciente califica a su terapeuta de «garante», lo que tendería a mostrar que poco a poco la analista logró inscribirse en otro lugar, no en el de buen objeto; se inscribió como Otro en relación con el eje imaginario. 16. DEL SABER SUPUESTO A LA LENGUA EXPUESTA (PÁG. 277) Fabienne Henry. -Si mis colegas de Angers están de acuerdo, diría que nuestro trabajo tuvo como eje principal los trastornos del lazo social que puede presentar un sujeto psicótico, y los medios a disposición del analista para ayudar a ese sujeto a insertarse en un discurso. Este eje de trabajo está bordeado por un doble vector. Tenemos un primer movimiento proveniente del sujeto psicótico mismo, su extremado esfuerzo de invención de una lalengua propia. Es una lalengua íntima, pero sobre todo es un hallazgo, un bricolage, que le permitiría al sujeto psicótico localizar el goce, ya no a nivel del pulgar o del pelo, como en el informe de Nantes y Rennes, ya no a nivel de una palabra, como «el tumor» en el informe de Bruselas, sino en la creación de una lengua particular: la lengua Donald de Ophélie, la lengua de los números del caso de Danièle Rouillon. Yo agregaría también con gusto la lengua san Antonio, que pasó al discurso común, como testimonian las expresiones «tener un pie en una cáscara de banana y el otro en la tumba», y toda suerte de aforismos que pasaron al discurso corriente. Frédéric Dard hace este esfuerzo de invención de una manera muy repetitiva, puesto que llegó a su libro 201. Tenemos entonces este primer vector proveniente del psicótico, y luego tenemos otro vector, que, esta vez, proviene del psicoanalista, ya no de un esfuerzo de invención, sino más bien de un esfuerzo de aprendizaje, o también en su extrema docilidad para aprender lalengua particular del sujeto. Retomo aquí un término de Lacan que Pierre-Gilles Guéguen había utilizado en Angers durante una presentación de enfermos: «¿Fui lo bastante dócil?», decía al término de una entrevista 139

que había tenido con una histérica. No se trataría, pues, aquí de ser dócil a la histérica, sino dócil a la invención del sujeto psicótico. Es lo que también recordaba Alexandre Stevens en su informe, en diferentes fórmulas que subrayé y me parecen conocidas. Él dice que para el analista se trata «de intervenir desde el lugar donde algo no sabe», o también de «sostener al sujeto en los trabajos que realiza para defenderse del Otro gozador», hasta de «llevar al Otro al terreno de juegos de niños». Esta expresión es de mucha utilidad para nosotros, puesto que, en efecto, creo que es lo que Jean Lelièvre trató de hacer en el caso de Ophélie, cuando intentaba jugar con ella con la plastilina o se dejaba atrapar por la lengua Donald. Su «cueve horas y diez» sería de hecho la prueba de su docilidad, y la niña ríe porque él interviene justamente desde el lugar donde algo no sabe. Tenemos, pues, en este informe dos vectores para un solo eje de trabajo, lo que es ambicioso, puesto que este trabajo debería culminar en la restauración de un lazo social, ya sea un lazo social que no existía, o un lazo social que ya estaba perturbado. Ahora, para entrar un poco más en los casos clínicos propiamente dichos, me parece que en esta parte sobre la neotransferencia tenemos dos casos que podríamos relacionar: el caso Eva, de la Sección Clínica de Bruselas, y el de Ophélie, de Angers. Efectivamente, se trata de dos niñas de la misma edad (si no entendí mal, ambas tienen once años), las dos están igualmente tratadas en un institución, ambas se enfrentan con un goce fluctuante, invasor y no localizable. Además, este goce se traduce en fenómenos del mismo tipo, con fases de agitación mezclada con agresividad: Eva pelea, grita, llora, patea, y Ophélie escupe trocitos de plastilina, lanza injurias y golpea. Ambas también ocupan el lugar del desecho en la familia. Y ambas apelan a una nominación, con «la garante» en el caso de Eva y el nombre propio de «Lelièvre» para Ophélie. No sé si se puede llevar más lejos la comparación, pero estos son algunos elementos que me parecieron cercanos. Para terminar y relanzar la cuestión del sentido gozado abordada ayer, retomaré con gusto la expresión utilizada por Jacques-Alain Miller, diciendo que la investidura libidinal de Ophélie con la lengua Donald le permite en determinado momento borrar todos los otros objetos del mundo, porque esta lengua Donald llegará a invadir incluso la institución misma, la familia, y todo su entorno. Y eso sería una tentativa de la niña de hacer pasar la lengua Donald al discurso común. Pierre Stréliski. -Puedo explicar cuál fue nuestro punto de partida: partimos del algoritmo de la transferencia, pero retomándolo después de una lectura de Aun. (GRÁFICO PÁG. 279) Este es el algoritmo de la transferencia tal como figura en la «Proposición del 9 de octubre sobre el psicoanalista de la Escuela». Pero en Aun Lacan señala: «Cuando enuncié que la transferencia era motivada por el sujeto supuesto saber, no era sino aplicación particular, especificada, de lo que yace en esa experiencia». Partimos de esto para tratar de generalizar esta escritura del algoritmo de la transferencia a un mundo que no sea simplemente el del significante, sino el de lalengua. Y Fabienne tuvo el hallazgo de sustituir «lalengua de la transferencias allí donde había el sujeto supuesto saber en las consideraciones de Lacan sobre la transferencia con los neuróticos. Jacques-Alain Miller. -Lacan intentó escribir con este algoritmo la pareja analista-analizante a partir del par significante. La articulación del significante de la transferencia con el significante cualquiera, presagia la escritura S1-S2. La pareja se localiza en la célula mínima de la cadena significante, y la transferencia es concebida como el efecto de significación de esta articulación significante mínima. Lo que se ubica en la línea inferior, a saber, la s minúscula que precede al paréntesis, designa una significación de saber, lo que da nacimiento a la idea del saber supuesto. El saber supuesto no es un saber expuesto, tampoco es un saber planteado; no es un saber 140

desarrollado, no es un saber explícito, es una simple significación de saben El Otro sabe, el saber es su atributo sin que tenga que probarlo, sin demostración, sin mostración. El punto de partida es entonces muy simple. Aquí tenemos el esbozo de la construcción de los cuatro discursos. Están S1, S2, s minúscula; bastaría agregar abajo a la derecha la a, y tendríamos el discurso del inconsciente. El objeto ya está presente en el texto de la «Proposición...» porque se dice que en el transcurso de la cura el objeto aún latente ocupará el lugar que tiene al comienzo el saber supuesto. También ustedes tuvieron una idea simple: puesto que se trata de definir un tipo especial de transferencia, que modifica la transferencia normal, tomemos el algoritmo de Lacan y modifiquémoslo, Por eso pensaron inscribir lalengua en el lugar donde están los S1, S2, S3 del saber supuesto. Dificultad: la transferencia es abordada en este algoritmo como una suerte de artefacto, un efecto de la relación de S1-S2, mientras que lalengua precede al establecimiento de la relación -no es lalengua de la transferencia, es la lengua del sujeto. Si esta funciona como saber supuesto, es más bien para el terapeuta que para el paciente; puesto que es el terapeuta quien tiene que aprenderla. Podríamos incluso preguntarnos por qué es supuesta, cuando es justamente la manifestación principal que tenemos a nuestra disposición. También podría decirse que no es una lengua supuesta, sino una lengua expuesta, y que, llegado el caso, el sujeto se siente expuesto con ella, sobre todo expuesto a la intrusión del otro. Suposición en la neurosis, exposición en la psicosis. Se va del saber supuesto a lalengua expuesta, 17. LA LENGUA Y El LAZO SOCIAL (PÁG. 280) Helga Rosenkranz. -A partir del caso de Lombardi se alcanzó otro punto de partida, más cercano al goce. Este paciente absolutamente solo en su institución, que no se dirigía prácticamente a nadie, fue visitado por Lombardi, quien finalmente consiguió que lo mirara y le hablase de los puntitos alucinatorios. De una especie de goce autístico, solitario, puede seguirse el trayecto hasta el Witz, por la entrada en lalengua. Lo que podría calificarse de cesión de goce al principio acaba en la entrada -¿puede decirse en el discurso?-, en todo caso, en un lazo social mínimo. Alexandre Stevens. -El informe de Angers, efectivamente bard en su lectura, es al mismo tiempo sumamente valioso. Es una novedad en relación con lo que solemos leer en nuestro campo a propósito de la transferencia en las psicosis. Todo está por lo general conceptualizado en torno de la idea de limitar el goce, ya sea por el lado del punto de detención del goce, ya por el lado de permitir una localización del goce. Se considera habitualmente que el analista limitará el goce o hará un punto de localización posible para el goce. Tomemos, por ejemplo, el segundo y el tercer caso de Bruselas. Vemos la palabra «tumor» del segundo caso, que es un caso de Pierre Malengreau: la palabra «tumor» es un término que, para la paciente, localiza su goce. En el momento en que este término pierde su valor para ella, el analista debe cambiar de lugar. Antes simplemente aceptaba, era sostén pasivo para que ella encontrara un saber supuesto en esa palabra. En el tercer caso, que es un caso de Léonce Boigelot, se ve que el analista trabaja para limitar el goce. Hay una doble posición del analista. El paciente es tratado con medicamentos por un psiquiatra que considera que es una enfermedad como la diabetes, por ejemplo. Pero él busca otra cosa en el analista: por un lado, lo que le permite encontrar quién es él y, por otro lado, cómo arreglárselas con sus tensiones. El quién es él yo lo diría así: es un trabajador para el psicoanálisis, para su propio psicoanálisis. Es el paciente que cuando llega a las sesiones dice: «Hoy será un análisis freudiano», «hoy será un análisis psicometafísico», etc. Es el plano del quién es él. En el plano de cómo arreglárselas con sus tensiones, se ve que el analista en la transferencia está en el 141

lugar de quien permite limitar el goce: con calma, veamos cómo puede arreglárselas con todos esos gastos afuera y pagar aquí su sesión. Es la teoría clásica de la posición del analista en relación con la psicosis. Pág. 281 La definición del analista como descompletando al Otro también se retoma en el informe de Toulouse: «Así pues, llegamos a la conclusión de que el analista-síntoma cumple su función albergando el goce que está a la deriva y con eso asegura una función no toda». Ahora bien, en relación con lo que se decía habitualmente hasta aquí, el informe de Angers nos propone un nuevo modo de conceptualización de la transferencia en la psicosis, y es la relación con la lalengua. Usted quería acercar el primer caso de Bruselas, el caso Eva, al caso Ophélie de Angers, donde se trata de la lengua Donald: me parece, en efecto, que es valioso, pero al mismo tiempo la dirección es inversa. En el caso Donald vemos que el analista se desliza en lalengua de la niña, mientras que en el caso Eva, es al revés: la niña Eva se desliza en lo que se podría llamar la lalengua de la institución, toma una palabra que forma parte de la lengua de la institución, «la garante». Por otra parte, si bien la función es mínima en la institución, cada niño tiene a alguien que es designado de esa manera. Ella toma, pues, ese término, y comienza a utilizarlo para hablar, luego trata de encontrar con él cierto modo de identidad, por otra parte, compleja. Élisabeth Geblesco. -Quería citar una referencia del seminario que no fue explícitamente utilizada. Lacan dice: «A menudo se me entendió mal, el sujeto supuesto saber no es el analista sino el analizante». De eso se trata en la tentativa de acceder, con dificultad -porque es realmente difícil con los psicóticos-, al saber de la niña que forjó la lengua Donald. Chiistiane Terrisse. -Me parece que en los tres informes hay, de manera explícita o solapada, un puente entre las fórmulas de la sexuación y la escritura de los discursos. Cuando se dice que el analista debería estar en posición femenina, del lado del no todo, es una referencia a la escritura de las fórmulas de la sexuación. Tanto en el informe de Angers como en el informe de Toulouse, se encuentra la escritura del discurso del analista y la escritura del discurso del amo, del discurso del inconsciente. Quizá tropezamos con las dificultades que acarrea ese puente, esa aproximación que Lacan mismo hizo en «RSI». La cuestión del lenguaje o de la relación con lalengua también puede tratarse a partir de las fórmulas de la sexuación. Con el «para todo x, phi de x», entramos en el lenguaje, y cuando no hay este universal, hay una relación con lalengua que es diferente, y nos encontramos del lado llamado femenino; es decir, no del lado de las mujeres, sino del lado no todo de las fórmulas de la sexuación. Podríamos tratar de trabajar alrededor de eso para comprender algo de la manera en que están unidos los discursos y las fórmulas de la sexuación. Helga Rosenkranz. -Le respondería a Alexandre Stevens que no estoy segura de que los dos casos se opongan, o entonces habría que precisar en qué punto. Ophélie también toma un término, «Lelièvre» -él se llama efectivamente Lelièvre. Esto nos llevaría a la cuestión de los trastornos del lenguaje mencionada ayer, donde el sujeto toma un enunciado al pie de la letra. La pregunta para mí sería más bien qué toma el sujeto. André Soueix. -Volvamos a la cuestión del discurso. Ayer Jacques-Alain Miller acentuó la homogeneidad del padre y del discurso. Creo que «De una cuestión preliminar...» es válida hasta el momento del discurso. Allí vemos que con lalengua no habría que salir de esta noción dura que es el lazo social, no confundir socialización con entrada en el lazo social. El lazo social es una relación precisa con el significante: S1, S2, que produce a, y cuya respuesta es S barrada. Esto plantea de entrada una dificultad para el psicótico, la misma que figura en «De una cuestión 142

preliminar...»; es decir que el psicótico no puede, no podría situarse en ese discurso. La idea que subrayo es que hay que tener cuidado con no confundir los actos que socializan con la entrada en el discurso. No es lo mismo. Estar socializado, llevar una vida social, y entrar en un lazo social, tal como Lacan lo definió: no es lo mismo. Pág. 283 Geneviève Morel. -Hay tres puntos que me gustaría proponer para la discusión. Primero, la definición de lalengua. Recuerdo esa definición que está en «El atolondradicho» de lalengua como «íntegra de equívocos». Es una definición que se refiere a los sentidos, en tanto que implica el equívoco. Esto me lleva al informe de Angers, a propósito de la frase: «Pero dejemos esta cuestión, y recordemos solamente que por empeñarse en ser el destinatario de los signos ínfimos de lo real de lalengua, sin ocuparse del sentido, el psicoanalista puede tener una oportunidad de convertirse en el partenaire del psicótico en lalengua de la transferencia, y permitir así inscribir al sujeto psicótico en un lazo social hacia una elaboración de saber». Tenemos aquí esta oposición del signo y del sentido sobre la que me gustaría volver: no estoy segura de que no debamos ocuparnos del sentido. Me gustaría discutir sobre la dirección de la cura con los psicóticos. Imaginemos que hubiéramos tenido a Schreber en análisis. Me pregunto si la tesis sostenida en el informe de Angers implica que hubiéramos tenido que aprender a hablar con él la lengua fundamental, es decir, ese vigoroso alto alemán algo arcaico, o bien el analista habría asumido la posición de hablar de esta lengua y comentarla con él en el alemán normal. ¿Qué diferencia hay entre la concepción de ponerse a hablar lalengua del paciente y lo que Lacan llamó delirar con el paciente? Mi tendencia hasta hoy en las curas con los psicóticos era más bien inducir en el sujeto un esfuerzo de traducción, hacer que el sujeto se canse traduciéndome esta lengua (en fin, no sé cómo llamar a esta lengua fundamental, a esta lalengua) para enseñármela, pero enseñármela en francés, en la lengua que considero común. Esto me lleva a una pregunta: ¿tenemos cada uno verdaderamente una lengua? ¿Puede sostenerse esta concepción teórica, y cómo? Doy rápidamente una pequeña viñeta. Tengo en análisis a un paranoico inspector de impuestos que desencadenó su psicosis el día en que se instaló en el departamento de su suegro. Ese día oyó voces que le decían que todos esos expedientes secretos (los expedientes secretos de los impuestos) con los que trabajaba habían pasado a manos de los enemigos del Estado. Al día siguiente por la mañana fue a ver a su jefe y le dijo: «Escuche, es una catástrofe, lo traicioné, todos los expedientes los tiene el enemigo». Desencadenó, pues, una paranoia con ese modelo, y empezó su cura con eso. Tenía diálogos de voces que hablaban, y para mí era muy difícil entender de qué trataban esas voces: era incomprensible, una verdadera cacofonía. En un momento intenté tomarlo de este modo, pero no lo conseguí: dejé de lado el diálogo de voces, y pasamos a otra cosa. Finalmente, después de muchas peripecias, el sujeto se identificó con el novelista norteamericano James EIlroy, de quien consideraba que había tenido la misma experiencia de locura que él. A partir de ese punto, comenzamos un diálogo -me parece que por primera vez- en esta cura: manteníamos una conversación mundana sobre la literatura norteamericana. En el fondo, se podría decir que su lengua era la literatura norteamericana. Hablamos y la cura avanzó así. Pensaba que se podía oponer su gusto por la literatura norteamericana y la lengua de las voces en la que no logré entrar. ¿Debería haber insistido por ese camino? ¿Es la tesis que ustedes sostendrían? Pág. 285 Pierre Stréliski. -Habría dos tesis opuestas. pedirle al sujeto un esfuerzo de traducción, o tratar de aprender su lengua, con el riesgo de delirar junto a él. Geneviève Morel. -No es una crítica. Lacan dice que no hay que tener miedo de delirar con el paciente. 143

Pierre Stréliski. -Yo no sé si las dos tesis son tan contradictorias, puesto que en ambos casos el terapeuta hace un esfuerzo para encontrar un lazo de conversación con el sujeto psicótico. Élisabeth Geblesco. -¿Esto no se relaciona con la referencia señalada hace un rato y con la elección misteriosa del ser? No se puede comparar un sujeto niño como la pequeña Ophélie con el controlador de impuestos o con Schreber. Si tuviéramos a Schreber en análisis, le correspondería, sujeto supuesto saber, mostrarnos cómo hacerlo, y nosotros tendríamos que hacer ese esfuerzo inmenso de tratar de comprender lo que quiere. Quizá no mantendría en absoluto su alto alemán, y estaría encantado de abandonarlo. Jean-Robert Rabanel. -¿Qué entendemos por lalengua? En Clermont-Ferrand y en Lyon, partimos de la lectura de El seminario 20, con el apoyo de una distinción introducida por JacquesAlain Miller en 1987 entre el significante articulado y el significante solo. Luego, pensamos encontrar en ese seminario los basamentos de la teoría de lalengua sobre la base del significante solo. Eso nos llevó a seriar (trabajo que expuse en una jornada del CIEN en enero) algunos intentos de Lacan para definir el estatuto del significante solo. Primero es el significante S1, como producto del discurso analítico, separado del S2. A continuación está la sustancia gozante como significante S1, es decir, como real. Finalmente está la letra. La función proposicional de Frege servirá a continuación para indicar la relación de lo simbólico con lo real. Esta está desarrollada de manera eminente en las fórmulas de la sexuación, después en la función S (x), la del síntoma. Finalmente, S1 será presentado como nudo borromeo, como el origen del nudo borromeo. Nos pareció más simple partir del significante solo que del nudo borromeo. En general, vimos que los trabajos presentados en esta Convención estaban, más bien, de este lado de la Conversación de Arcachon, donde hubo una apertura más grande sobre la clínica borromea. 18. DESCOMPOSICIÓN ESPECTRAL DEL LENGUAJE Jacques-Alain Miller. -Dos palabras sobre lalengua en su relación con el lazo social, que mencionó André Soueix. Partamos del concepto del lenguaje. A partir de El seminario 20 el concepto de lenguaje en Lacan se descompone -asistimos a su descomposición espectral- en dos partes correlativas: lalengua y el lazo social. Cuando reflexionamos sobre ese seminario, percibimos que el concepto estructuralista del lenguaje unificaba, condensaba, lalengua y el lazo social. (GRÁFICO PÁG. 286) El lenguaje es una estructura cuyas leyes de composición pueden estudiarse. Se llegó a logificarla a nivel fonemática en los años 50, con los Fundamentos del lenguaje, de Hall y Jakobson. Se contaba con una matriz fonemática para cada lengua (alegría, llantos de alegría) donde había real porque había imposible, salvo que la estructura vehiculizaba invisible la norma social. Por ejemplo, la referencia al diccionario, al Littré, a los grandes autores maestros de la lengua, está omnipresente en este período, especialmente en Lacan. Con lalengua pasamos por debajo de la norma social. Lacan introduce la palabra después de mayo del 68, cuando el movimiento social hubo acentuado el carácter de semblante de las normas sociales. En ese momento se percibe que el diccionario es una superestructura que impulsó el uso de lalengua, que el lenguaje es el producto de una operación de dominio que va desde la mala nota que se le pone al alumno a los lansquenetes de Luis XIV y a la cruzada de los albigenses, etc. El amo fuerza a los pueblos oprimidos a hablar una lengua diferente de la que hablan (aquí tenemos a nuestros colegas 144

de Barcelona, para quienes es una referencia muy presente, porque no hace tanto tiempo su manera espontánea de dirigirse unos a otros, que era hacerlo en catalán, estaba reprimida, proscripta, considerada un crimen). Barthes llegó al extremo de afirmar que el lenguaje era fascista, y fue tomado al pie de la letra en los Estados Unidos, donde nació, en las universidades, esta tentativa digna de Ubú de reforma autoritaria del lenguaje llamada PC (politically correct). Desde entonces empezaron a estudiar mejor la historia de la gramática: cómo nació la idea de la gramática, cómo se pelearon en torno a las gramáticas (en las últimas vacaciones leí un libro muy lindo sobre los gramáticas romanos del que me gustaría hablar). Se multiplicaron los estudios históricos sobre los aparatos para normalizar la lengua. Bajo el lenguaje normalizado, que pasa esencialmente por lo escrito, está lo oído, lalengua a la deriva, como dice el informe de Toulouse, lalengua «en libertad», los malentendidos infantiles sobre lalengua, las homofonías, las significaciones investidas, los sentidos gozados, que imantan lalengua. El amo se ocupa de normalizarles su lalengua. Al regreso de mis últimas vacaciones, escuché a mi nieta -muy orgullosa porque iba a pasar de la guardería al jardín de infantes- decir: «J'ai allé à I'école»178. Se entiende bien por qué va a la escuela: va a la escuela precisamente porque dice J'ai allé à I'école. Aparentemente, lalengua tal como se la habla alrededor de ella no le enseñó que avoir allé no es una forma aceptada. ¿Por qué no diremos J'ai allé à I'école? No está mal, simplemente, es algo que no se dice. Por eso lalengua se distingue del lenguaje. Lo que llamamos lenguaje está hecho de lalengua más el elemento social que la normaliza. ¿De dónde surge el significante amo? ¿De la rutina propia de la relación social? ¿De la conversación? ¿Del lazo social? ¿Pero si no hay lazo social sin el significante amo? Es un círculo. Notemos que el psicótico, afectado a nivel del lazo social, más o menos desenganchado del Otro, del Nombre del Padre, sigue correlativamente más conectado con su lalengua. Lazo social y lalengua son dos términos correlativos. Pág. 288 Geneviève Morel. -Me gustaría una explicación adicional sobre la niña que dice J'ai allé à I'école. En primer lugar, usted la entiende perfectamente y, en segundo lugar, es algo que ella aprendió -me imagino- en un lazo social con su madre. Jacques-Alain Miller. -¡La madre! ¿Por qué la madre? ¿Por qué no el abuelo? Geneviève Morel. -En todo caso, lo aprendió en un lazo. Comprendo la oposición lazo social/ lalengua, pero me molesta el hecho de considerar a los psicóticos y a los niños como si estuvieran en una suerte de lenguaje originario un poco mágico. ¿No hay allí algo que nos retrotrae a lo que Lacan criticó cuando decía que no había que poner en serie al niño, al salvaje, al primitivo? En efecto, un maestro dirá que es un error en francés decir J'ai allé à I'école, pero es francés; ella habla francés, ella habla la misma lengua que usted. Jacques-Alain Miller. -¡Sí, claro! Geneviève Morel. -Entonces no entiendo por qué cada cual tendría su lengua. Élisabeth Geblesco. -Hay que tener en cuenta que existen estados de lengua. ¿Por qué ella no podría hablar el alto francés, novelesco? A pesar de todo, es necesario que la pobre niña sea comprendida, un día de estos, y que escriba la instancia de la letra en el inconsciente. 178

La forma correcta es Je suis allée à l’école [Fui a la escuela], utilizando el auxiliar être (ser o estar) y no el auxiliar avoir (tener o haber). [N. de la T] 145

Jacques-Alain Miller. -El concepto de lalengua capta el fenómeno lingüístico en el nivel donde nadie comprende a nadie, nadie le da a una palabra el mismo sentido que otro, cada uno tiene su lengua, en la medida en que la investidura libidinal de la lengua es propia de cada uno, etc. Al mismo tiempo, por cierto, hay una objetividad del significante, encontramos el significante en el mundo, está el lenguaje, está la gramática, el diccionario, las normas, nos entendemos -mal, pero nos entendemos. No es en absoluto incompatible. A partir del lenguaje cada uno hace su lalengua. A partir del significante tal como es, ya allí, antes de la aparición del sujeto, a partir del significante hablado por los otros, normalizado por el Otro, etc., hay investimientos singulares, acusaciones particulares, también lapsus. El Bel-Gazou de Colette, el ...reusement [... lizmente] de Leiris, están construidos a partir de lo oído, a partir del lenguaje convencional. El aprendizaje de la escritura los expulsa de ese verde paraíso de las homofonías infantiles. El alfabeto embrutece -vean al respecto el epílogo de El seminario 11. No completamente, es una esperanza. 19. WORD AND OBJECT (PÁG. 289) Alexandre Stevens. -Quería retomar a partir de la pregunta de Geneviève Morel a propósito de Schreber: ¿el analista tendría que haber entrado en lalengua? Jacques-Alain Miller. -¡Bueno! Un día habrá que hacer psicoanálisis-ficción sobre Schreber en análisis, como los diálogos en los infiernos. ¡Todo depende del momento en que se lo toma en análisis, evidentemente! Alexandre Stevens. -¿Hay que entrar en lalengua o traducir su lengua? Encuentro muy pertinente inducir en el sujeto psicótico la idea de que él tiene que traducir su lengua. Ahora, ¿no nos interesa en esta discusión separar de manera muy clara los casos de psicosis, que no son todos iguales? La separación entre enfermedad del Otro y enfermedad de la mentalidad me parece muy pertinente desde ese punto de vista, cosa que, por otra parte, se menciona en el informe de Angers. Me parece que lo que se dice respecto de la entrada en lalengua solo puede referirse a las enfermedades de la mentalidad. En otras palabras, uno no se imagina hacer eso con un paranoico. Quería hacer esta rectificación porque me parece que, si respondemos al informe de Angers con Schreber, se desplaza algo que vuelve inmediatamente no pertinente esta entrada en lalengua. Entiendo muy bien cómo, con los chicos sin medios económicos que encontramos en las instituciones para niños psicóticos, por ejemplo, ese juego de entrar en el jueguito de significantes que propone es un medio espontáneo por donde enganchar algo que pueda hacer modificar una posición. Y lo valioso del informe de Angers es que pretende formalizar esto. Éric Laurent. -Me parece que aquí tocamos un punto crucial en los desarrollos de nuestra reflexión sobre la articulación de la transferencia, de lo que se transfiere en torno de esta cuestión de lalengua. Con el funcionamiento de lalengua en la psicosis, ¿puede oponerse aprendizaje y traducción? Es una cuestión muy general sobre el lenguaje. Hasta se puede decir que los psicolingüistas y todos aquellos que tratan de comprender cómo se aprende la lengua están en estos fenómenos todo el tiempo. ¿El aprendizaje de una lengua consiste en producir ocurrencias apoyándose en el sistema códigomensaje con las dimensiones del código y del mensaje separados? Valiéndose de Jakobson en «De una cuestión preliminar...», Lacan muestra que el sistema según el cual se aprendía la lengua por el diccionario es absurda, que están los códigos de mensaje en la lengua, mensajes de código, y que no hay lengua sin esos fenómenos. En los mensajes se descifra el código, se verifican elementos antiguos, se aprenden nuevos, se enuncian entonces nuevos mensajes, etc. ¿No tenemos que 146

suponer de entrada una suerte de mecanismo de traducción permanente? En el fondo, nunca se aprende la lengua de otro modo que por una traducción permanente y constante, es decir, por el uso, por usos más o menos reglamentados, más o menos adecuados. Para la psicosis, el estado de funcionamiento de lalengua está de entrada desenganchado de todas las ilusiones del funcionamiento normalizado, común, estándar. El lazo social fue tocado, y se tiene siempre una dimensión de lengua privada. Tenemos una lengua que posee resonancias particulares: lo vimos ayer en nuestras conversaciones, hasta los niveles más profundos, los más insospechados, desde el componente fonemática hasta la pragmática más refinada, pasando por el componente semántica, el componente sintáctico, etc. Todo está afectado, muchas veces a niveles inimaginables fuera de la experiencia misma, en todas partes donde la particularidad golpea. Informarse sobre esta particularidad es al mismo tiempo entregarse a la traducción. En nuestro enfoque general de hoy empezamos a acostumbrarnos a ver lalengua y todo el conjunto de esos fenómenos a partir de la psicosis y no de la neurosis, donde todo está más normalizado. Puede decirse que la relación normal con lalengua es más la del psicotizado, que una lengua está todo el tiempo infectada de mensajes de código, de códigos de mensaje, de informaciones sobre el uso de lalengua, y que es imposible alcanzar el nivel de una separación simple del tipo ¿cuál es el sentido de esa palabra? Tomemos el ejemplo de la utopía quineana. Partamos de gavagai, el conejo, y establezcamos un sistema de traducción, que tropezará siempre con un principio de indeterminación. Siempre habrá muchas maneras de decir lo que quiere decir gavagai en su contexto de enunciación. Hay hipótesis de traducciones equivalentes, y nunca se sabrá lo que quiere decir de manera unívoca. Fuera de las ciencias duras que aislarán la naturaleza del conejo, será necesaria una práctica social para ponerse de acuerdo en una traducción. Entonces nos vemos conducidos a una práctica generalizada de la traducción. La idea quineana puede, en ciertos aspectos, aproximarse a la de Wittgenstein. Solo se sabe el sentido de una lengua por su práctica, por la determinación de cierto número de cosas, que allanan parcialmente las indeterminaciones de traducciones equivalentes. Pág. 291 Entonces tenemos que ocuparnos de la cuestión de saber cómo comprender lo que se nos dice, cómo comprender lalengua del otro, que está afectada por una significación personal a niveles inimaginables. Metódicamente, tratamos de comprender dónde está esta modificación, a qué nivel se produce, por una práctica de bricolage generalizado. Nos las arreglamos con un principio de traducción generalizado en el que surcamos nuestro camino. En el momento en que rehace toda su teoría, Lacan observa, volando sobre Siberia, el surcamiento. No observa lo arbitrario del signo y del mapa, los códigos, los mensajes. Observa más bien las isobaras, y el surcamiento del significante. Por otra parte, observé que desde hacía dos días Jacques-Alain utilizaba la expresión «la rutina de las prácticas», que es una expresión esclarecedora para designar el surcamiento. Jacques-Alain Miller. -Eric Laurent mencionó el ejemplo de Quine. Es un ejemplo que este dio en Word and Object en 1960, y que se volvió tradicional en la filosofía anglosajona. Pues bien, es un explorador que no conoce la lengua de una tribu. En la tribu se utiliza la palabra gavagai, y el explorador da a entender que él no sabe lo que significa. Le muestran lo que entre nosotros se llama un conejo. Pero ¿cómo saber qué designa gavagai del conejo? ¿Es la cara del conejo, el gusto del conejo, un pedazo de conejo? Tal vez quieran decirle que él es tonto, o loco, como un conejo. ¿Qué es el conejo para ellos? Etc. En definitiva queda indeterminado, en todo caso, a nivel de la ostensión. Quine deduce de ello más adelante la imposibilidad de la traducción. En el fondo, ¿cómo podría ir arreglándoselas? Tendría que vivir muchísimo tiempo con la tribu para saber qué quiere decir gavagai, y, más allá, penetrar el sentido, el sentimiento profundo del conejo en la tribu. Si estuviera entre los hindúes y se le dijera «eso es una vaca», ¿conocería, con 147

todo, el valor emocional profundo que se le atribuye a una vaca? Es necesario vivir con ellos para tener una mínima idea. Es preciso, en última instancia, convertirse en hindú, volverse otro -o hacerse persa, si no, nunca se entenderá cómo se puede serio. Por eso la importancia de las conversaciones: hay que conversar mucho tiempo. Y la conversación es cuando estamos, unos para otros, los salvajes y los exploradores, si me permiten. Entonces, evidentemente, se es tanto explorador como salvaje, y cuando se es salvaje la cosa no anda bien. Es así. No es posible remitirse al código, ni siquiera a un código de buena conducta; es preciso verse. Y si uno no se ve lo suficiente, finalmente ya no se sabe lo que quieren decirse unos a otros. Se percibe la necesidad de la conversación a partir del momento en que nos damos cuenta de que el Otro no existe, que el Otro es una ficción del lazo social. En ese momento empieza la era de los coloquios, industria mundial que está en pleno desarrollo y que resiste a todo. Nosotros tratamos de establecer las condiciones de la conversación con el psicótico, y nos ofrecemos para que él se sirva de nosotros. Existe una situación analítica normalizada hacia la que tratamos de conducir al sujeto neurótico. Al mismo tiempo, nos ofrecemos al mercado como una especie de instrumento. Y muchas veces la gente nos utiliza de una manera que no está normalizada, no prevista por el modo de uso. A menudo surge la pregunta de si hay que aceptarlo. Pero siempre debe considerarse al mismo tiempo el otro lado: ¿es completamente necesario imponerle nuestro ideal de tratamiento a un sujeto que se sirve de nosotros a su manera, y que encuentra en ello su propia satisfacción? Hay usos más nobles, nos gustaría que el paciente nos utilice de una manera mejor, y por supuesto no hay que resignarse, pero hay que tener en cuenta también el otro lado. «Freud dócil a la histérica», decía Lacan, y Guéguen, como Fabienne Henry, nos invitan a hacer extensiva nuestra docilidad al psicótico. Seamos, en efecto, objetos lo suficientemente flexibles y tolerantes, lo suficientemente masoquistas, si me permiten, para que se hagan usos de nosotros que no están normalizados, ni son completamente previsibles... 20. LENGUA PÚBLICA Y LENGUA PRIVADA (PÁG. 293) Éric Laurent. -Quería continuar a propósito de la lengua privada y de la lengua pública: ¿existen lenguas, tantas lenguas como sujetos, y existe una lengua pública? Es un debate que atraviesa todo el movimiento de reflexión sobre la lingüística, la filosofía de la lengua, y que articula de manera distinta en los diferentes marcos conceptuales. Si partimos de Locke y de la tradición inglesa, los malentendidos y los equívocos se reducen cuando se tienen ideas claras. La lengua está hecha de equívocos, y son las ideas las que permiten, grosso modo, simplificar cierto número de malentendidos. Para nuestro enfoque moderno, que parte de la lengua natural, hay una lengua pública y no hay lengua privada. En un caso se parte de la lengua privada y se la ajusta para un uso compartido, en el otro, se parte del uso de la lengua pública. Cuando además se es psicótico, como Wittgenstein, se insiste mucho en el hecho de que no hay lengua privada. No hay más que la lengua pública, y sus usos. Los teóricos de la lengua en el mundo anglosajón se oponen firmemente a toda lengua privada, en el sentido que le dan a este término, lo que significa sobre todo que están en contra de la teoría de Locke y su correlato, su teoría de las ideas claras. Para nosotros, es difícil sin embargo eliminar la noción de lengua privada. Puede decirse que el sujeto psicótico es el sujeto que muestra que se puede construir una lengua en todos sus componentes atravesada por una significación particular La lengua fundamental del sujeto psicótico es una lengua privada. La paradoja es que el sujeto que hace esta experiencia de lo más privada puede perfectamente actuar y hablar y mantener un lazo de lo más social: son las paradojas de Rousseau o de Wittgenstein. Quien realizó la experiencia más privada de la invasión de goce en el camino que lo lleva a Diderot, ese mismo vuelve de esta 148

experiencia y hace con ella un libro que revoluciona a Europa. Consigue, pues, hablarle a todo el mundo, con una lengua que es perfectamente pública. No obstante, hasta el final de su vida, en Las ensoñaciones del paseante solitario, tratará de escribir la particularidad inaudita de esta experiencia, que las palabras no lograrán circunscribir. Geneviève Morel. -Escribe en francés. Éric Laurent. -Escribe en un francés que se convirtió en la lengua de Rousseau, esa en la que intenta alojar la particularidad de sus experiencias. Por más que se apasione por la botánica, por los atributos estables de esta lengua clasificatoria que el siglo XVIII perfecciona, y se asegure con eso de que la naturaleza está en su lugar, la experiencia inefable se desplaza. Es también la paradoja de Wittgenstein. Wittgenstein, el más aislado, terminó por fabricar una filosofía que interesa a más gente que su maestro Russell, de otra manera más socializado. Partamos entonces de allí y radicalicemos la perspectiva. ¿Nosotros hablamos francés? Hablamos una lengua que se reconoce como francesa por cierto número de procedimientos de reconocimiento, pero que está siendo siempre desbordada. ¿Cuál es el estado del francés? Huye, vacila, y hubo numerosos intentos a lo largo de la historia para fijar la lengua, suturaría. Está el intento de la Academia Francesa: este es el francés que hablamos. Cada vez se toman menos en serio las limitaciones ofrecidas por ese cuerpo emérito. Hay intentos más importantes para fijar el uso de lenguas públicas. Por ejemplo, leí un libro muy interesante que explica la diferencia entre el nacionalismo catalán y el nacionalismo vasco. En la reconstitución de la lengua que había desaparecido como lengua de cultura, en la bisagra de nuestro siglo, el carácter pragmático de los catalanes los llevó a elegir el camino de favorecer a los literatos. Procedieron a una reconstitución de la lengua a partir de una práctica literaria que no había abandonado el terreno del sentido gozado, y procedieron a una conversación general sobre la literatura, sobre la belleza de la lengua. Los vascos operaron de una manera completamente distinta, o al menos el fundador del movimiento nacional vasco que tendría más éxito, HB. Este fundador psicótico constituyó una lengua artificial, extractado con considerable esfuerzo, mezclando tres unidades distintas que nunca habían conformado juntas una lengua. Las mezcló poniendo a punto un común denominador que sería la lengua vasca ideal. Propuso esta solución para superar la histórica división de las provincias vascas y afirmar la unidad de la nación. Esta lengua ideal es la que se enseña en las escuelas vascas, pura creación que nadie habló. El autor destacaba cuán suicida era esta actitud. Por otra parte, hay toda una corriente de estudios del nacionalismo vasco que señala el peligro suicida, el «anillo melancólico» donde puede encerrarse este ideal. Élisabeth Geblesco. -De todas maneras, el vasco se habló, se habló durante decenios, siglos. Éric Laurent. -Con una forma pluralizada. El vasco unificado enseñado actualmente no es una lengua recogida a partir de prácticas de discurso, es una lengua ideal. Pág. 295 Élisabeth Geblesco. -La lengua enseñada, tal vez. El gaélico también. Éric Laurent. -En esos esfuerzos para normalizar las lenguas se encuentra siempre una dificultad en el punto de basta para saber lo que se habla. Diferente es la visión de «Lituraterre», la idea del surco, de las rutinas, de las prácticas. No da la idea de un hermoso paisaje, con una lengua que se distribuye, sino de surcos. La única manera de asegurar que se habla una lengua, que se habla un 149

francés adaptado a un procedimiento de traducción general, es hacer llover la lluvia de interpretaciones, como muestra uno de los textos, lo que permite labrar más surcos. El uso que hace el psicótico de nuestra presencia es labrar más unos surcos que otros. Nosotros tenemos que ayudarlo, con método. Geneviève Morel decía que ella hubiera podido hablar de los expedientes con su paciente; en un momento hablan de la literatura norteamericana, el expediente se convierte en la literatura norteamericana -se abre el expediente, se comenta, etc. La práctica de surcamiento empieza a partir de allí. El método no consiste en partir de lo más secreto, de lo más profundo, de lo más escondido, pero procede de un surcamiento operado por la práctica. Quisiera volver a la oposición entre lengua privada y lengua pública. Recuerdo haber visto una vez a Wilfred Bion cuando controlaba en un grupo grande la práctica de algunas personas. Ya era grande -ochenta años-, y controlaba a psiquiatras formados por sus alumnos. Hablaban bioniano y decían cosas como: «El sujeto internalizó su objeto malo externo. Está partido al medio, entonces yo me dirijo al objeto raro que se formó», etc. Bion escuchaba a un psiquiatra joven que se orientaba perfectamente en esta clínica, en lo bioniano, y hablaba del caso de un sujeto femenino. Bion repetía sin cesar: «Pero ¿qué lengua habla ella?» El otro hacía un gran desarrollo sobre: «Entonces, en ese momento yo interpreté el objeto malo...». «¡Muy bien!, dice Bion. Pero ¿qué lengua habla ella?» Al cabo de la décima vez, el joven psiquiatra no sabía muy bien lo que debía decir. En ese momento, Bion tomó la palabra: «¿Qué lengua habla ella? Porque, efectivamente, ¿qué es la lengua?». Y citó de memoria un pasaje de Valéry sobre los constructores de catedrales, sin apuntes, en francés. Lo que estaba haciendo no era simplemente un recitado de memoria, él explicaba así la construcción de una lengua. Una lengua es como las catedrales, un ensamblaje de piedras efectuado por maestros de obra anónimos, todo eso asentado junto por una gran fe. Hay un gran pasaje de Valéry sobre este tema, sobre el anonimato y la obra colectiva. Todo eso, escondido, logrado, verdadero ataque brusco y violento, para desorganizar la hermosa lengua interpretativa demasiado acartonado. Sin duda siempre hay que preguntarse qué lengua habla el sujeto, sabiendo que es un bricolage particular. Volvamos a la oposición lengua pública/ lengua privada. Existe, por cierto, siempre una lengua pública que ya está allí, pero nosotros no podemos adoptar tal cual la oposición admitida por los filósofos del lenguaje anglosajones. Tenemos que encontrar nuestras propias conclusiones como podamos en estos debates, porque somos al mismo tiempo partidarios de la lengua pública, que siempre ya está ahí, y de la lengua privada con su surcamiento propio. Es cierto que no hay lengua privada, en el sentido anglosajón. Si se hace a partir de los sense data, una lengua que estaría dada a partir de las sensaciones, no es posible. Pero si se toman los non sense data, el goce, el sentido gozado como nonsense, en ese momento debemos admitir que tenemos una lengua, una lengua privada compuesta por todos los non sense data, la suma de los equívocos aceptables para cada uno, la integral aceptable para cada uno. Para el conjunto de una lengua, en este momento el francés, es la integral de todos lo equívocos que circulan. Geneviève Morel -¿Por qué dice que son sinsentidos? Éric Laurent. -Porque el sentido gozado no es un sentido común. En última instancia, el sentido gozado tiene un costado non sense: es presbytère,... reusement, etc., la dimensión alcanzada es la de nonsense. Élisabeth Geblesco. -De todos modos está el elemento pulsional, la lengua atravesada por la pulsión. Eso se dijo en el informe de Angers. Pág. 297 150

Jacques Borie. -Vuelvo sobre lo que decía Jean-Robert Rabanel hace un rato sobre el significante solo. No es solamente tener en cuenta la última enseñanza de Lacan, es también tener en cuenta a los sujetos con los que tratamos, y es articular los dos. Ayer se insistía en que este nuevo estilo de sujetos psicóticos destaca especialmente esa dificultad de crear un lazo entre el significante solo y el Otro. Por eso la referencia a los discursos no me parece muy pertinente, puesto que en los discursos tenemos justamente la articulación previa, que está dada. Aquí tenemos una objeción con la evidenciación del significante solo. Haré una breve reseña sobre un sujeto que conocí en la presentación de enfermos de la Sección Clínica de Lyon. Seguramente era psicótico, y tenía el proyecto de hacer una tesis de lingüística, cosa que lo mantenía muy ocupado. Trabajaba en la comparación de cinco lenguas diferentes. Tenía trabajo para muchísimo tiempo, lo que era terriblemente bueno. Después de haberme explicado el sentido de sus trabajos -que eran muy buenos, probablemente la tesis fuera válida para la Universidad-, me dice que, en el fondo, aunque eso lo tenia muy ocupado, no era lo esencial, le interesaba mucho más otro de sus inventos. «Solo que -me decía- no puedo transmitir este invento en la Universidad, estoy obligado a guardarlo; es lo que más me interesa, es casi como mi nombre.» Había escrito una fórmula matemática «matema», decía, que apuntaba a escribir la relación entre el acontecimiento y el tiempo. Evidentemente, había comprendido que no podía transcribirlo como tal en la Universidad: tenía que guardarlo para sí, -pero al mismo tiempo sabía que era eso lo que le interesaba, con lo que daba un nombre a su ser. Era su propia creación, con un costado absolutamente intraducible. No necesariamente debe oponerse la lengua privada y la lengua del Otro, sino ver cómo necesita el sujeto determinar cierto punto fijo en la lengua, que vale como sinsentido. Esta es la condición para que haya una articulación posible en otro plano en la relación con el Otro. Se trata de delimitar lo siguiente: ¿cuál es para el sujeto el punto de goce en lalengua que le asegura cierto espacio de sinsentido, y que permite justamente que el sentido se despliegue a otros lugares, como también cierto modo de relación con el Otro? 21. ¿CÓMO PUEDE VALERSE DE NOSOTROS El SUJETO PSICÓTICO? (PÁG. 299) Michèle Miech. -Yo quería intervenir sobre la docilidad del psicoanalista, la docilidad en general del partenaire del psicótico como condición de inserción para él en un discurso. ¿Es un discurso o bien un seudodiscurso? ¿Se podrían precisar las condiciones de inserción del psicótico en un lazo social? ¿Cuál es el estatuto de ese lazo social como discurso? ¿Podemos escribirlo como uno de los cuatro discursos de Lacan? Lo que me llevó a reaccionar después de leer el caso Donald es que ocurre que conozco bien la lengua Donald por haberla oído de un chico con quien tengo mucho trato: mi hijo, que habla muy bien el Donald. Aparentemente, el Donald es una lengua que existe: es una lengua salida de los estudios Walt Disney, ya que es la manera de hablar del pato Donald en los dibujos animados. También es una lengua a la que realmente se puede ver nacer, si me permiten, cuando la gente que hace buceo sale de las campanas de descompresión: durante algunos instantes hablan naturalmente como el pato Donald. Me pregunto por la eficacia de la inserción en un lazo social a partir de una lengua como esa, por que a mi hijo no le fue bien: contrariamente a Ophélie, él no pudo enseñarle la lengua Donald a nadie, ni en su familia, ni en su entorno (trató con su hermana, pero no funcionó), y eso se transformó en un simple talento de sociedad, no se convirtió en una creación a partir de la cual se condujo en el mundo. Al cabo de algunos años lo perdió -aunque vuelva de vez en cuando. En cambio, para Ophélie, o para el inspector de impuestos, paciente de Geneviève Morel, parecería crucial la docilidad del partenaire. También están las instituciones -pensaba en Courtil- donde se 151

practica esta docilidad con el paciente para dejarlo reconstruir un discurso del que somos sus instrumentos, como decía antes Jacques-Alain Miller. Philippe La Sagna. -Sobre la cuestión del lazo social, hay una observación de Lacan en El seminario 20, donde plantea que la escritura supone previamente el lazo social, y que la lengua normalizada supone la escritura. Cuando se hace existir una lengua, es una institución social que parte siempre de una realidad política; podemos decirlo para todas las lenguas, inclusive la lengua francesa. Es algo que constituye un interrogante porque siempre tendemos a pensar al revés -es decir, a pensar la lengua primero y el lazo social después. Allí tal vez hay que hacer alguna revisión. A nivel clínico, algo me interrogaba: la hipótesis de la transferencia -que es traducción, porque hasta en alemán, en los textos de Freud, la transferencia es de alguna manera una traducción- es la hipótesis misma del sujeto supuesto saber. Se advierte en los casos de psicosis que puede bastar con que alguien encuentre un analista para ponerse a delirar. A veces es un «progreso» y a veces no. Es decir que hay allí una responsabilidad muy importante. ¿Podría haber algo que permita maniobrar un poco sobre esos efectos donde el saber empieza a convertirse en real? Muchas veces, una vez que es real, no es supuesto, debo decirlo, y tiene su vida propia, que es a veces dramática. Es una primera pregunta sobre la transferencia en la psicosis. Segunda pregunta: esto pone en tela de juicio la hipótesis de la traducción. Señalé a nivel clínico que muchas veces la gente llega con una lengua privada, y se cree que uno tiene que ser el que se las debe arreglar para establecer un lazo en las relaciones sociales, es decir, hacer que su lengua privada pueda volverse pública. Este esfuerzo de traducción encuentra a menudo un obstáculo, y es que en un momento dado eso da consistencia a un intraducible particularmente embarazoso que resurge. Habría que ver en qué momento puede haber soluciones tales como la transformación del saber en lenguaje; es decir que los sujetos se vuelvan un poco más polvorientos y se relacionen con una forma de lenguaje sumamente equívoco, o bien una transformación del saber a una forma reducida de lenguaje, que es la interpretación paranoica, y donde, por el contrario, no es en absoluto polvoriento. Pág. 300 Tengo un ejemplo muy breve relacionado con esta idea del saber expuesto, que me parece muy elocuente. Se trata de alguien que viene a hacer un análisis muy clásicamente, y cada año, cuando nos separamos por las vacaciones, me trae la reseña escrita a máquina e in extenso de todas las sesiones. Para ella es un saber expuesto, formulado como una tesis, in extenso y de memoria, aunque las sesiones no son muy cortas; no tiene grabador y estoy seguro de que esa reseña es absolutamente perfecta. Es una solución elegante, pero otras veces no es un libro lo que aparece en lo real, es otra cosa que no cesa de escribirse. Franz Kaltenbeck. -A propósito de la niña que dice j'ai allée à I'école, Chomsky diría: a cierta edad los niños cometen errores gramaticales, pero disponen de una gramática que les es propia, que comparten quizá con otros niños de la misma edad, y la conminación de los adultos a hablar correctamente desliza al niño hacia una gramática normalizada. Desde el punto de vista del lingüista, las dos gramáticas son absolutamente interesantes. Esto nos lleva a una cuestión más cercana a nosotros. Felicito a la señora Geblesco por su observación sobre el sujeto supuesto saber, es decir, que está del lado del sujeto desde 1967. Siempre dije que no hay lengua privada, por la sencilla razón de que, si hablamos de lenguaje, hablamos de una estructura que contiene un saber. Cuando algo contiene un saber, puede ser un saber sumamente cifrado, pero deber ser en algún lado trasmisible, si no nuestro concepto del lenguaje y también de la lengua, y hasta de lalengua en una sola palabra, se vuelve absurdo. Por ejemplo, el paciente de Danièle Rouillon, que alinea cifras, también tiene un saber. Sino, no 152

hablarían con él, se diría que es deficitario. Es un saber que se podría eventualmente descifrar con los medios modernos, es decir, el surgimiento de cierto número de signos que remiten a tal o cual sentido gozado. Se ve el mismo fenómeno en otros esquizofrénicos. El informe de Angers no es claro al respecto. Ustedes dicen: «Hay un saber arreglárselas con la lengua pero no un saber sobre lalengua». Me parece que es una contradicción. Alfredo Zenoni. -Los desarrollos que acaban de hacerse esta mañana merecerían articularse con una distinción que usamos, que es la de dos modos de retorno del goce. Esto puede aplicarse muy bien al pequeño esquema de la descomposición del lenguaje. Dos modos de retorno entonces: la identificación del goce en el lugar del Otro y el retorno del goce en el cuerpo propio, en la vertiente esquizofrénica. Pág. 301 Esta distinción, esta articulación de los dos, permitiría tratar la pregunta formulada al principio: ¿cómo definir a la pareja sujeto- terapeuta cuando se trata de un sujeto psicótico? Esto merece ser modulado de acuerdo con el desarrollo que hicimos esta mañana, y esta distinción, entre esquizofrenia y paranoia, que vemos muy bien aquí que no es una distinción tajante, sino que debe más bien distribuirse en este módulo de descomposición del lenguaje. A partir de allí podemos preguntarnos de manera diferente por la inserción o la no inserción en el discurso: allí donde hay más lazo social, si me permiten, allí donde hay identificación del goce en el lugar del Otro, podemos preguntarnos si el sujeto que viene a vernos se inscribirá en un lazo social, se inscribirá en el discurso del analista, o bien si simplemente está conectado con un discurso sin entrar en él, y entonces la pregunta es qué lugar ocupa el analista en ese momento. Yo propondría antes bien «conexión con el discurso» que entrada en el discurso, cuando se trata de lazo social, cuando existe ese mínimo de lazo social en la vertiente paranoica. La cuestión ahora es cómo definir la posición del analista. ¿Quién la define? Primero, el sujeto, como vimos esta mañana. El sujeto es el que le dice al terapeuta: «Usted debe creerme» o «Busco a alguien que me crea». En el caso de Léonce Boigelot es: «Esta mañana tendremos un análisis freudiano» o «Esta mañana tendremos un análisis psicometafísico». El sujeto actúa de alguna manera como amo, y prescribe la posición que uno tiene que ocupar. Toda la cuestión es determinar cuál será entonces nuestra docilidad. ¿Se trata de ser simplemente dócil? ¿Cómo hacerse utilizar por el sujeto que prescribe nuestra posición? Para terminar, observo que en un caso del informe de Nantes y Rennes se evoca el eje imaginario y una posición más bien amistosa, mientras que el informe de Burdeos refiere la posición del analista como Otro real. Me gustaría poner en tensión esas dos formulaciones con la noción de docilidad, en relación con la posición que nos prescribe el sujeto. Pág. 302 Philippe De Georges. -Esta mañana tenía la impresión de que algunos hilos que se habían extendido ayer comenzaban a anudarse con la cuestión estratégica que atraviesa todas las exposiciones contenidas en este libro preparatorio, y que es la maniobra de la transferencia, la dirección de la cura con los sujetos psicóticos. Hace cinco o seis años Hervé Castanet había organizado un debate sobre el tema en Marsella, en el que yo había participado con Jean-Claude Maleval. Uno de los términos más utilizados -y que forma parte de la doxa en la materia- era «limitación del goce». Vi en el informe que muchos relatores se preguntaban más bien cómo aparejar el goce. El acento se desplazó: ¿cómo el trabajo analizante de un sujeto psicótico puede tender a un aparejamiento del goce, allí donde faltan las herramientas ordinarias que lo permiten? ¿Cómo poner en su lugar algo de la función del síntoma? En otra palabras, en el plano de la estrategia del analista, ¿cómo se puede sostener el trabajo creador del sujeto psicótico, cómo contribuir a esa posición? 153

Recuerdo que en Arcachon Éric Laurent había dado una muy bella lectura de la fórmula habitual del «secretario del alienado». Había dicho que no hay que entenderlo en un sentido pasivo, en el sentido en que alguien se conforma con tomar apuntes, sino en el sentido en que Hegel dice que el filósofo es «el secretario de la historia», es decir que escande y extrae su lógica. Allí hay una dimensión absolutamente activa del trabajo de secretario del alienado. Las discusiones de esta mañana nos llevan a pensar que no hablamos, según los casos, del mismo tipo de sujeto psicótico. Cuando Geneviève Morel recuerda a Schreber o habla de la necesidad de ayudar a un paciente a traducir sus términos a la lengua corriente, puede pensarse que el trabajo no es sin duda el mismo con sujetos de estructura schreberiana que con los sujetos de la psicosis ordinaria de los que hablamos durante este fin de semana. Sin duda hay con los primeros un trabajo de sostén en la creación delirante, es decir, algo que depende de la búsqueda de una significación. Allí donde falla la metáfora paterna, allí donde el sujeto no produce, no se abrocha a una significación fálica, ¿cómo se puede ayudar a ubicar una metáfora delirante, que constituya una sustitución, una suplencia, y que le permita producir a ese sujeto una significación singular pero de la que pueda sostenerse? No es lo mismo cuando, con casos maravillosos como el de Danièle Rouillon que muchos citaron, tenemos que vérnosla con una creación que gira alrededor de lo que Jean-Robert Rabanel ubicó en la lógica del significante solo. Ya no se trata de producir una metáfora delirante sino, sin duda, una metonimia literal. Pág. 303 François Sauvagnat. -A propósito del secretario del alienado, quisiera recordar la prohibición planteada por Jean-Pierre Falret en 1850 de tomar en serio lo que dice el paciente: «Les prohíbo tomar al pie de la letra lo que dicen los pacientes. Hay que considerar el proceso». Cuando Lacan habla de secretario del alienado, él dice de alguna manera: «Les ordeno tomar en serio los fenómenos elementales de los pacientes y su inscripción literal». ¿Es activo o pasivo, más o menos activo o más o menos pasivo? Es precisamente lo que hay que ver. La discusión sobre lalengua nos lleva, en efecto, veinte años atrás, cuando todo el mundo se apasionaba por la crítica de Saussure. Estaba el curso de Jean-Claude Milner, lo que escribía Jacques-Alain Miller sobre la noción de metalenguaje, también los trabajos sociolingüísticos a los que se aludió. Me sorprende que se discuta tan poco otro hecho., lalengua es también lalación. Jacques-Alain Miller habló de eso en su curso hace uno o dos años. Jakobson desarrolla esta paradoja, y dice que al principio tenemos la impresión de que el niño puede desarrollar todos los fonemas posibles, y, de repente, ibum!, hay solo tres consonantes, hay allí una muerte del lenguaje. Quizá valga la pena observar que en la misma época se percibe que los niños de pecho son capaces de discriminar los fonemas. Existen trabajos, trabajos un poco abominables, donde se muestra que los niños de pecho japoneses son capaces de diferenciar la f de la p, y la r de la l. Les recuerdo que hay un joven japonés que murió en los Estados Unidos porque cuando llamó a una puerta, y la persona le abrió diciendo «Freeze!», es decir, «¡Arriba las manos!», el japonés por ser japonés confundió freeze con please, entonces no levantó las manos y el otro le pegó un tiro. Ahora bien, los bebés japoneses son capaces de diferenciar entre freeze y please. La cuestión de lalengua plantea de entrada la cuestión del saber potencial, lo que muestra claramente que no hay saber de arranque en la lengua, que el lenguaje es una elucubración de saber sobre la lengua, pero que, en el fondo, la cuestión del saber se plantea de entrada para los bebés: ellos saben la diferencia entre freeze y please. De entrada, esto nos conduce, como señalaba Rabanel, a ver que lalengua es también la cuestión del nudo borromeo. En una práctica que parece autista, la cuestión del Otro se plantea de entrada. Por otra parte, dedicaremos el seminario de psicoanálisis de niños de este año a esta cuestión. 154

Pierre Stréliski. -Era un intento de Witz, pero como se aplicaba a lo que se dijo hace un rato, ya no resultará gracioso. Era a propósito de lo que se decía sobre Quine y el gavagai. Pensaba (era lo que me soplaba Helga Rosenkranz) que en el caso de Ophélie del informe de Angers el gavagai habría sido Lelièvre [Laliebre]. 22. LAS CONDICIONES DE LA CONVERSACIÓN CON UN PSICÓTICO (PÁG. 305) Marie-Hélène Brousse. -Leí con mucha atención los tres informes de la tercera parte preguntándome cómo formulaban la especificidad de la transferencia en la psicosis, porque mi intuición radical era que no la había. La descomposición del lenguaje entre lalengua y el lazo social que Jacques-Alain Miller acaba de escribir en el pizarrón me permite ser más razonable. Respecto de lalengua, es muy difícil mostrar una diferencia entre la transferencia en un psicótico y la transferencia en un neurótico, puesto que lalengua del neurótico está tan hecha de condensación de goce como la del psicótico. En cambio, el lazo social vela en la neurosis lo que se descubre en la palabra psicótica. La diferencia entre las dos transferencias debe buscarse por el lado del lazo social y del surcamiento de lalengua. Muchas de las exposiciones desplegaron la misma idea. Cuando Geneviève, por ejemplo, dijo que habla largamente con su paciente de la literatura norteamericana, de james Ellroy, me recordó a un paciente con quien hablé durante tres años del arte clásico del siglo XVII en dos ciudades de Francia. Hablábamos de eso todo el tiempo, y tuvo el mismo efecto, es decir, un efecto tranquilizador, de traducción. Podría decirse -tal vez un poco imprudentemente- que en la transferencia con un psicótico se fabrica, en efecto, un surcamiento, un lazo social, cosa que no se hace con un paciente neurótico. Es una solución más razonable que la solución radical que consistiría en decir, como un postulado, que no hay ninguna diferencia entre la transferencia en la psicosis y la transferencia en la neurosis. Y me parece que esto vale, a pesar de todo, para lalengua, porque en la neurosis hay condensaciones de goce en significantes, que no se muestran de la misma manera, que están mucho más escondidos. Freud ya lo evidenciaba: se pueden tomar las formaciones del inconsciente, algunos lapsus, en esa vertiente, como condensaciones de goce. Philippe De Georges. -Me sorprendería que muchos de los colegas presentes estén de acuerdo con Marie-Hélène en ese punto. Para mí hay especificidades evidentes de la transferencia psicótica, y doy algunas puntas que se me ocurren: en primer lugar, hay más de un matiz entre el amor de transferencia y la erotomanía; en segundo lugar, en la transferencia neurótico el saber es supuesto, mientras que en la psicosis no depende de una suposición sino de una certeza. El tercer punto fue señalado en algunas exposiciones: lo que es supuesto en la neurosis está ubicado del lado del analista y lo que es certeza en la psicosis está ubicado en el paciente. Estas especificidades condicionan manejos de la transferencia radicalmente diferentes. Pero, en fin, es un debate. Marie-Hélène Brousse. -Fui radical y provocadora, pero, al mismo tiempo, los elementos que usted acaba de mencionar me parecen modalidades, no diferencias de estructura. Particularmente, ¿de qué naturaleza es la diferencia entre la erotomanía y el amor de la transferencia en la neurosis? Habría que ver. Pierre Malengreau. -Me parece que algunas de las fórmulas de esta mañana permiten aclarar un punto planteado ayer. A partir de Arcachon nos dimos cuenta de que la diferencia propuesta entre desencadenamiento y desenganche es manifiestamente fecunda, y yo traté de demostrarlo en el caso de la señora con un tumor. Esta paciente nos enseña que hay dos tipos posibles de docilidad, 155

según tomemos las cosas por el lado del sentido, como muestra ella durante muchos años, o según se los tome por el lado de la significación, después del momento de desenganche. Pág. 306 Quería preguntar si la fórmula que utilizó antes Jacques-Alain Miller, «a partir del lenguaje cada cual hace su lalengua» no podría ser utilizada para definir el desenganche. En otras palabras, el tiempo de desenganche, que no es el desencadenamiento, el momento en que esta persona pierde el recurso que había encontrado en su construcción, sería un momento en que lalengua se separa del lenguaje. Este sujeto parece dar prueba de ello. A partir de ese momento, ella tiene una dificultad muy grande para aceptar cualquier forma de conclusión. Si tomamos la idea que usted anticipaba en Arcachon, de que la dificultad de concluir sería un fenómeno elemental, en el fondo tendríamos allí una prueba clínica de que el desenganche sería un momento en que lalengua se separa del lenguaje. Laure Naveau. -Entre Arcachon y Antibes pasamos del anudamiento RSI, tema que se aclaró mucho en la Conversación de Arcachon, a lalengua. Ahora se trata de precisar las consecuencias que puede tener esto respecto de la dirección de la cura con el psicótico. ¿Qué hace el psicoanalista con lalengua del sujeto psicótico? André Soueix. -Quería acentuar la diferencia entre discurso y lazo social. En efecto, no cualquier discurso hace lazo social. Hay más discursos que lazos: hay cuatro lazos sociales y hay por lo menos seis discursos, ya que podríamos añadir el discurso de la ciencia y el discurso del capitalismo. Agrego esto para enriquecer la alternativa de Zanoni, engancharse a, o entrar en, el discurso. Quizá se pueda entrar más fácilmente en los discursos que no hacen lazo. Se puede estar prendido en el discurso del capitalismo y en el discurso de la ciencia sin estarlo, sin embargo, en un lazo social. Danièle Rouillon. -Me interesó mucho lo que se decía del lenguaje. Tal vez habría que inventar un término que no sea lengua privada, para designar ese dialecto que no hace referencia a ninguna lengua conocida -la lengua Donald que hace cue, cue o la lengua de las cifras. Esa lengua es una creación del sujeto. Es muy desconcertante. En Nonette, en una situación no analítica, hay sujetos que están constantemente desconectados o que se conectan solamente treinta segundos o un minuto. ¿Cómo conectarlos en esos casos, cómo juntarlos, qué encontrar para que puedan quedarse un minuto tranquilos, escribiendo, sin pasar al acto, sin huir? Me parece que siempre hay que recomenzar, un poco como un etnólogo frente a un pueblo reducido a una sola persona, que es el sujeto. Hay que explorar cómo a partir de los elementos sonoros, melódicos del significante, se podrá hacer lazo social con el psicótico, ser una persona amable, afable, a la cual él tenga ganas de dirigirse para posarse un minuto -aunque más no sea. Eso implica convertirse en plastilina, dócil frente a este sujeto, para llevarlo a repetir sus significantes preferidos, sus cue-cue, la bolsa. A partir de un significante primitivo bruto, llegar a un S1 civilizado, simpático, que sería tal vez entonces una metonimia literal. En relación con la significación, quisiera manifestar que me ocurre a veces, con un sujeto que no logra quedarse en su cama a la noche (esto dura una hora, dos horas, ni siquiera los medicamentos sirven), que le cuento una historia con la voz del «cuento lindo», pero diciéndole las frases al revés. Pongo el tono del cuentito lindo, sin ninguna significación, puesto que la frase está al revés, y él se queda en la cama. Fabienne Henry. -Trataré de dar algunos elementos de conclusión que se me ocurren siguiendo esta conversación. Creo que seguiremos siendo modestos, humildes, pero sin embargo dóciles ante la invención del psicótico. Es necesario distinguir, como recordaba Alexandre Stevens, la 156

enfermedad de la mentalidad y la enfermedad del Otro; no es lo mismo dirigir la cura en un caso que en el otro. Para contestarle a Geneviève Morel, ni se me ocurriría aprender la lengua fundamental con Schreber, y usarla. Lo importante en el informe de Angers es que puede haber un cambio de posición del analista en relación con lo que el sujeto psicótico puede ofrecer a partir de sus inventos para que el analista no sea demasiado canalla con él. Es decir que la cuestión esencial es el tratamiento de su goce invasor, vacilante, que es particularmente insoportable. Por eso nos sedujeron los casos clínicos de Danièle Rouillon y de Gabriel Lombardi. El de Gabriel Lombardi, por ese movimiento, como recordaba Helga Rosenkranz, ese lento movimiento (es una cura que dura diecisiete años) de un sujeto catatónico al principio y que, poco a poco, empieza a hablar, a escribir poemas e incluso a hacer Witz. Pág. 308 Para retomar lo que me inspira el esquema del pizarrón, lalengua de la transferencia busca hacer lazo entre lalengua y el lazo social. Queda como pregunta. Es una pista para ayudar a los sujetos psicóticos. Lalengua no es más que una herramienta, lo importante es tratar el goce. Lalengua de la transferencia sería entonces una herramienta que permitiría tratar lo que nosotros llamamos el mallado del goce: tratar de hacer entre el analista y el psicótico una suerte de mallado, de cristalización, de atrapar en cristal, de lalengua en la transferencia. Carote Dewambrechies-La Sagna. -Me parece que esta discusión está en el centro de lo que tratamos este fin de semana. Me vería incluso tentada a decir que el delirio -si es fundamentalmente intuición delirante antes de ser delirio cerrado sobre una significación, cosa que no deseamos demasiado, antes que se cierre sobre una significación- es del orden de lalengua. Sabemos bien que no es lo mismo recibir a un paciente sabiendo que delira que no sabiéndolo. Pensamos, más bien, que es mejor saberlo rápido, desde las primeras entrevistas. Creemos, pues, que hay que inducir al paciente a ceder algo de su delirio, a decirnos alguna cosita, lo suficiente para que nosotros lo sepamos. Eso no significa que toda la cura se desarrollará de esa manera, puesto que, en general, una vez que dio algo, no hablará más, será eventualmente un referente al que aludirá cada tanto. Cuando los casos evolucionan bien, ocurre casi siempre eso. Se debe, pues, obtener algo de su delirio -o acogerlo, como decía Fabienne. Acoger algo de lalengua es también acoger algo de esta significación delirante. El paciente necesita verificar que uno no desaparece cuando él nos dice eso. En efecto, la psiquiatría clásica había señalado desde siempre que un delirio no tiende en absoluto a la confesión del delirio (no hablo aquí de las psicosis de internación, disociadas), un delirio paranoico no tiende a explicitarse, cosa que hacía decir a grandes autores clásicos: si el paciente no les cuenta su delirio, déjenle un papel lo escribirá. Es decir que el delirio, al mismo tiempo, está mucho más del lado de la escritura. Pág. 309 Dos palabras sobre lo que planteaba Alfredo Zenoni: mencioné en el informe de Burdeos la presencia del analista, que tenía un valor de transferencia real para algunos psicóticos. Se trata de un sujeto que dejó de automutilarse a partir del momento en que encontró un analista, aunque recibía tratamiento desde hacía diez años y las automutilaciones nunca habían cesado. A partir del momento en que empieza a utilizar las referencias psicoanalíticas, en su encuentro regular con un psicoanalista, este sujeto femenino ya no necesitó marcas en su cuerpo ni automutilaciones. Yo interrogaba entonces la transferencia como real, dado que ella tenía una transferencia que oscilaba entre la erotomanía y la persecución. Esta transferencia se limitaba a escribirle cartas al analista, es decir que la connotación persecutoria y erotomaníaca no invadía el contenido de las sesiones, sino que era simplemente objeto de cartitas persecutorias o amorosas enviadas, pero que se mantenían fuera de las sesiones. La paciente simplemente preguntaba si yo recibía sus cartas, y a continuación no me hablaba más del asunto, hablaba de su vida, de sus identificaciones, en fin, de toda las cosas 157

que le interesaban. Yo tenía la impresión de que esa transferencia como real anudaba para esta paciente imaginario y simbólico. Yasmine Grasser. -Ya no se debería hablar de lenguaje privado o público, perspectiva de lingüista, que toma la lengua como objeto. A partir del momento en que la lengua es considerada un tratamiento para el goce, ya no hay que tener en cuenta, como decía Alfredo Zenoni, su carácter un poco más privado o un poco más público. A propósito de la posición del analista, yo diría que el analista tiene que restituirle al sujeto psicótico la lógica de su invención, lo que alarga un poco el circuito, le evita los pasajes al acto, y le permite entrar finalmente en un lazo social, ya con el analista, y a veces más allá, cuando hay sublimaciones y otros fenómenos que permiten entrar en una comunidad más amplia. Con el neurótico -me refiero a lo que dice Lacan-, se trata de empujarlo a hacer de su análisis un Witz. El Witz no se aprende, es una creación en lalengua. Philippe Hellebois. -Una observación en la línea de Marie-Hélène Brousse. Al final de su enseñanza, a propósito de la transferencia, Lacan podía definir el discurso como un decir que secorre [se-court]179. Jacques-Alain Miller escribió en un artículo de Mental que, si se considera la transferencia en esa perspectiva, ese decir que socorre [secourt] puede tener varias funciones: ya sea estrechar los lazos, el anudamiento del significante frente al goce, de abrocharlo cuando no lo está suficientemente o, por el contrario, separarlo cuando lo está demasiado. Esta oposición es válida en el caso por caso, y es transestructural. Se puede pensar que en un delirio paranoico hay que aflojar las cosas, y hacer lo contrario en la esquizofrenia. Bernard Porcheret. -Para responderle a Alfredo Zenoni respecto de la dirección de la cura a propósito de «el hombre de los pulgares», aclaro que hubo, de hecho, tres tiempos. Durante casi doce años, es un primer tiempo que podría llamar de contraste: ya es un hombre no muy simpático en la vida diaria, ya puedo notar -puesto que me consulta por episodios, y sobre todo entre dos mujeres, cuando está sin mujer- una relación relativamente amistosa, sumamente estable que testimonia un eje imaginario notablemente conservado en ese lugar analítico. Está el segundo tiempo, que podría llamar de sorpresa: por primera vez tengo la sensación de que un síntoma se construye; me da a conocer un síntoma que se construyó en el sentido en que dura. Por otra parte, aparecen una serie de síntomas de los que nunca antes me había hablado. Desde hace un año el cuadro se volvió muy difícil debido a la pérdida de la última mujer con la que vivió. Yo estoy del lado del que acusa recibo, es decir, de la validación muy activa de su esfuerzo de abrochamiento del lado de un sentido gozado. Lo notable es que este síntoma aparecido hace cinco años dura. Nicole Guey. -¿Cómo pensar el final de la cura con el psicótico? ¿Es un final, una detención, un momento en que el sujeto puede situarse en el lazo social, hacer síntoma? Pág. 311 Éric Laurent. -Volvamos sobre la cuestión de la transferencia. No podemos admitir el concepto de lengua privada, tal como circula en el pensamiento contemporáneo sobre la lengua, como decía Franz Kaltenbeck. Por nuestra práctica misma, hacemos del Otro del que llega con su lengua privada. El psicoanálisis es una práctica que subvierte la idea de lengua. Nosotros hacemos del Otro de esta lengua atravesada por la pulsión, como decía la señora Geblesco, por el sentido gozado. Por la transferencia, según la expresión de Carole Dewambrechies-La Sagna, el sujeto nos cede algo de su sentido gozado. Nos arrastra con ese movimiento de cesión, y es lo que da el estilo de amor de transferencia que se instala. Eso supone cierta creencia en que el Otro 179

Se-court (se corre) es homófono de secourt (socorre). [N. de la T.] 158

efectivamente los comprende, en el sentido del amor, en el sentido en que hay esta creencia compartida. Como decía Zenoni, es necesario que esta creencia se instale. Pero, entonces, ¿cómo evitar que esta bonita historia termine mal? Son los aspectos que mencionaba Philippe La Sagna. No se trata de tener de esta historia una versión de cuento de hadas: una maravillosa historia de traducción mutua se instala, y vivieron felices todo el tiempo necesario. Sería olvidar que la nominación en juego incluye los pasajes al acto, que son maneras de nombrar era lo que Jacques-Alain Miller había desarrollado en su contribución sobre el pasaje al acto. El pasaje al acto no es una dimensión ajena a la nominación, es también una manera de sujetar el sentido que escapa. No siempre hay una relación feliz con el pfüit del sentido. Es la apuesta que subraya Lacan con su expresión erotomanía mortífera utilizada a propósito de Schreber Eso designa algo muy particular de la transferencia schreberiana, y algo que aparece siempre en la psicosis. Depende del examen crítico de la noción propuesta por Karl Abraham de amor parcial del objeto, y de las ambigüedades que circulaban en el movimiento analítico sobre ese punto. Lacan aclara que está el amor y está el objeto parcial. Son dos cosas distintas. No se puede amar en el Otro la zona donde justamente el objeto, la cosa esta allí. La imagen del espejo unifica un cuerpo despedazado donde experimenta la hiancia mortífera. Cuando hay regresión tópica al estadio del espejo, puede haber contacto con esta zona. Entonces se pasa del amor limitado por la zona pulsional a la pasión amorosa, al contacto de la hiancia mortífera. Eso puede producirse y desencadenar estados de pánico, estados en los que el sujeto quiere nombrar a cualquier precio y le pide al Otro que lo haga con una insistencia tal que provoca el pasaje al acto. Pág. 312 ¿Cómo operar con este amor desgarrador? Se trata de favorecer todas las prácticas que hacen bordes: está la traducción, digamos la traducción generalizada, esta práctica que perfeccionamos, pero está también el examen de toda la pragmática de la lengua que forma parte de esta conversación con el psicoanalista, el examen de lo que el sujeto hace. No hacemos más que hablar del delirio, como ustedes decían. El delirio puede ser escrito, lo que ayuda a trazar un borde, a depositar algo. Pero, aparte de eso, podemos interesarnos por cosas como el arte clásico del siglo XVII, o bien la práctica de cómo levantarse a la mañana y cómo el cigarrillo debe fumarse antes, después del café, etc. Hablar de esas pequeñeces moviliza toda la significación. Lo vemos claramente cuando, en las crisis de la significación en literatura, se recurre a pequeñeces. Georges Perec con Las cosas provocó un impacto por su parodia irónica de la novela nueva. Actualmente se intenta repetir el efecto Perec con novelas consagradas a naderías como El primer trago de cerveza. Se trata de movilizar toda la estructura a partir de allí. Un caso del libro preparatorio testimonia esto: el caso de nackt. El sujeto lleva al análisis su práctica que consiste en fotografiarse de cierta manera y describirle al analista su práctica. El trabajo se realiza alrededor de una palabra -él utiliza una palabra entre el luxemburgués, el francés y al alemán. En ese trabajo se despliegan los sentidos del término. El designa a la vez el hecho de estar desnudo y la nuca. Por eso mismo designa la imposibilidad de verse ver. Hablando de esta práctica de lo imposible, el sujeto se reconstituye. En este tipo de prácticas aparentemente centradas en la imagen del cuerpo no hay simplemente el constituirse una imagen. Un punto de imposible se ciñe. Esto también sirve para estabilizar el sentido, y forma parte de la pragmática de la conversación con el analista. Está el hermoso caso de la persona que dice «me fascina la violencia» y que quería permanentemente mirar las catástrofes en la televisión. Allí se trata de fijar por lo imaginario el punto justo antes que el cuerpo estalle, justo antes del cuerpo despedazado. Está el que se reconstituye como uno con su práctica de fotografiarse en diferentes posiciones, y el otro que se encuentra justo antes del momento del estallido. «Un momento después la bomba estallaban 159

¿Cómo lograr sostener al sujeto en la construcción (le su saber no estándar sin que asuma, sin embargo, el sentido de una autorización de pasaje al acto? ¿Cómo mantener un movimiento metonímico continuo? Entre los kleinianos, que fueron los primeros en tomar en análisis a sujetos psicóticos, Rosenfeld consideraba en sus Psychotic States que había que mantener los análisis de sujetos psicóticos todo el tiempo que fuera necesario. Estos siempre terminaban deteniéndose antes de lo que él deseaba, pero él decía que nunca había una razón para parar. ¿Nosotros decimos lo mismo? Tal vez no. El problema de un final de análisis con un sujeto psicótico consiste en separar lo que se obtuvo de la elucubración de saber y su significación de verdad. Se trata, tal vez, de evitar que se atraviese la superficie sobre la que se inscriben el saber y la verdad. Podría tratarse de apoyarse en lo que constituye un sinthome para el sujeto, aprovechando todo lo que se construyó durante esta conversación. El sinthome en este sentido está del lado de la elaboración de saber, desabonado de la verdad del inconsciente. En ese sentido puede deliberadamente hablarse de otra cosa, y no de la verdad inconsciente, hablar, si es necesario, de literatura o de la historia del mundo. Adiós Philippe de Georges. -Llegó el momento de separarnos. Me pregunté qué había sido nuestro encuentro. Seguramente no un concilio: no decidimos sobre dogmas, ni sobre el sexo de los ángeles, ni sobre la infalibilidad pontificar. No, en absoluto, una verdadera convención, si bien preparamos un poco el terreno. Luego, la tercera conversación, en la línea de lo que habían sido los encuentros de Angers y de Arcachon. En mi opinión, habrá que inventar una continuación. Hasta pronto, pues, y gracias a todos. Pág. 314

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