Jackson, Julian_Europa 1900-1945 (Introducción y capítulos 1, 2 y 3)

April 5, 2019 | Author: JuanGil251 | Category: Austria Hungary, The Holocaust, Nazi Germany, Fascism, Totalitarianism
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Jackson, Julian_Europa 1900-1945 (Introducción y capítulos 1, 2 y 3)...

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Historia de Europa Oxford Editor de la colección: T. C. W. Blanning

Historia de Europa Oxford Editor de la colección:

T. C. W. Blanning

PLAN DE LA OBRA:

La Grecia clásica (publicado) Robin Osborne

Europa, 1900-1945

Los romanos (pub!. prevista: 2004) f. Bispham La alta Edad Media (publicado) Rosamond McKitterick El cenit de la Edad Media (pub!. prevista: 2004) DavidPower

La baja Edad Media (pub!. prevista: 2004) Malcolm Vale

Edición de Iulian Iackson Traducción castellana de Luis Noriega

El siglo XVI (pub!. prevista: 2004) Evan Cameron El siglo XVII (publicado) Iosepti Bergin

El siglo XVlIl (publicado) T. C. W. Blanning El siglo XIX (publicado) T. C. W. Blanning Europa, 1900-1945 (publicado) [ulian [ackson Europa desde 1945 (publicado) Mary Fulbrook

CRÍTICA Barcelona

Prefacio del editor de la colección

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos, Potocomposición: Pacmer, S. A. © Oxford Uníversity Press 2002

Europe, 1900- 1945 was originally publisbed in English in 2002. 'I'his translation is published by arrangement with Oxford University Press. Europa, 1900-1945 se publicó originalmente en inglés en 2002. Esta traducción se publica por acuerdo con Oxford University Press. © 2003 de la traducción castellana para España y América: CRITrCA, S. L. Diagonal, 662-664 08034 Barcelona e-mail: editorfalwed-cntica.es http://www.ed-critica.es ISBN: 84-8432-433-8 Depósito legal: M. 5479-2003 Impreso en España 2003. - BROSMAC, S. L., Polígono Industrial, 1, Calle C, Móstoles (Madrid)

Escribir una historia general de Europa es una tarea que presenta muchos problemas, pero lo más dificil, sin duda, es conciliar la profundidad del análisis con la amplitud del enfoque. Todavía no ha nacido el historiador capaz de escribir con la misma autoridad sobre todas las regiones del continente y sobre todos sus variados aspectos. Hasta ahora, se ha tendido a adoptar una de las dos soluciones siguientes: o bien un único investigador ha intentado realizar la investigación en solitario, ofreciendo una perspectiva decididamente personal del período en cuestión, o bien se ha reunido a un equipo de expertos para que redacten lo que, en el fondo, es más bien una antología. La primera opción brinda una perspectiva coherente, pero su cobertura resulta desigual; en el segundo caso, se sacrifica la unidad en nombre de la especialización. Esta nueva serie parte de la convicción de que es este segundo camino el que presenta menos inconvenientes y que, además, sus defectos pueden ser contrarrestados, cuando menos en gran parte, mediante una estrecha cooperación entre los diversos colaboradores, así como la supervisión y encauzamiento del director del volumen. De esta forma, todos los colaboradores de cada uno de los volúmenes han leído el resto de capítulos, han analizado conjuntamente los posibles solapamientos u omisiones y han reescrito de nuevo sus aportaciones, en un ejercicio verdaderamente colectivo. Para reforzar aún más la coherencia general, el editor de cada volumen ha escrito una introducción y una conclusión, entrelazando los diferentes hilos para formar una sola trenza. En este ejercicio, la brevedad de todos los volúmenes ha representado una ventaja: la necesaria concisión ha obligado a centrarse en las cuestiones más relevantes de cada período. No se ha hecho el esfuerzo, por tanto, de cubrir todos los ángulos de cada uno de los temas en cada uno de los países;lo que sí les ofrecemos en este volumen es un camino para adentrarse, con brevedad, pero con rigor y profundidad, en los diferentes períodos de la historia de Europa y sus aspectos más esenciales. T. C. W. Blanning

Sidney SussexCollege Cambridge

Introducción [ulian Iackson

Escribir la historia del siglo xx Escribir la historia de la primera mitad del siglo xx plantea sus propios problemas particulares. Se trata de un período que, es innegable, pertenece al «pasado», pero nos es tan cercano que la forma en que lo vernos está en constante cambio. A medida que nos alejamos de los acontecimientos, diferentes partes del paisaje adquieren mayor relieve; y mientras intentamos encontrar respuestas, las preguntas en sí mismas parecen cambiar. Esto es verdad para toda tentativa de escribir historia, pero es especialmente cierto respecto a una época que todavía se encuentra en una zona nebulosa entre la historia y la memoria. ¿Cómo podemos conseguir la distancia crítica necesaria para considerar un período cuyo significado es aún materia de discusión y afecta los debates políticos y sociales contemporáneos de una manera en que no lo hacen, por ejemplo, la cruzada albigense, la guerra de los Treinta Años o, incluso, la Revolución Francesa? Nada muestra mejor estos problemas que las diferentes formas en que hemos visto lo que se ha llamado «el Holocausto». Cuando en el otoño de 1947 el químico italiano Primo Levi publicó Si esto es un hombre, un recuento de sus experiencias en Auschwitz, el libro despertó poco interés y fue un fracaso comercial. Se imprimieron dos mil quinientos ejemplares, y los que no llegaron a venderse estuvieron pudriéndose en un almacén hasta que fueron destruidos por la inundación del río Arno en 1966. Una traducción inglesa de 1959 fue recibida con similar indiferencia. Desanimado por su fracaso, Levi dejó de escribir durante trece años; y su reputación sólo empezó a crecer en la década de 1960. Hoy sus escritos sobre Auschwitz se consideran verdaderos clásicos, y él mismo es para muchos una de las voces literarias más importantes del siglo. El paso de Levi de la oscuridad a la celebridad formaba parte -y era a la vez causa y síntoma-e-

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de un cambio general de percepción que convirtió el Holocausto en un hecho central para nuestra forma de entender el siglo xx. Ahora vemos el Holocausto; durante cerca de veinticinco años no lo hicimos. Hoy nos parece notable que cuando en 1956 el cineasta francés Alain Resnais dirigió el primer documental sobre los campos de concentración, Noche y niebla, pasara por alto casi por completo la presencia de los judíos en los campos y el destino que en ellos tuvieron; sería necesaria la llegada de otro cineasta francés, Claude Lanzmann, para tener, veintinueve años después del trabajo de Resnais, otro documental, esta vez dedicado totalmente a la exterminación de los judíos, Shoah. En 1952, el Holocausto sólo ocupaba tres páginas en la biografía de Hitler escrita por AJan Bullock; cuarenta y ocho años después, el Holocausto es un tema central en la de Jan Kershaw. En general, hoy se considera que el Holocausto ha sido único en su horror. Sin embargo, en los últimos años algunos historiadores han cuestionado si nuestra actual obsesión por él no ha causado distorsiones tan engañosas como antes lo hizo nuestro descuido. Se ha señalado que cada acontecimiento o serie de acontecimientos históricos es único de una manera particular, y que no hay razón para que determinado conjunto de circunstancias únicas deba necesariamente ser privilegiado sobre cualquier otro. Si la singularidad del Holocausto reside en que representó una política deliberada para exterminar a todos los miembros de un solo grupo étnico, ¿significa esto que los gitanos y los homosexuales, que también fueron asesinados por los nazis, no pueden ser incluidos entre sus víctimas? y si pueden ser incluidos, ¿cómo debería ser revisada la definición de Holocausto para tenerlos en cuenta? Otros historiadores se preguntan si la «sacralización» del Holocausto no nos lleva a minimizar otros horrores, como el de los campos de la Unión Soviética. Otros se preguntan si sería posible) sin negar en ningún momento el horror del Holocausto, escribir una descripción del régimen nazi que no le atribuya algún tipo de centralidad. Por ejemplo, ¿sería posible, desde una perspectiva diferente, considerar las políticas sociales del régimen como parte de un desarrollo alargo plazo del estado de bienestar que se extendería desde Bismarck, pasaría por Weimar y alcanzaría el período posterior a 1945? ¿O sería semejante intento de dar una perspectiva histórica al nazismo una forma de perder de vista lo que es esencial en él y de favorecer en cambio lo que es periférico? ¿En qué debemos basarnos para decidir cuestiones de este tipo? Hay incluso quienes consideran que los acontecimientos del siglo xx ponen en duda la totalidad de la empresa historiográfica. Si, como Modris

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Eksteins escribe en este volumen) el siglo XIX fue la gran época de la historia corno disciplina -la época que convirtió a la historia en «la principal herramienta intelectual para interpretar la existencia humanas-c-, el siglo xx hizo añicos la confianza y la seguridad que hacían posible la narración histórica. ¿Qué palabras pueden explicar los horrores aparentemente sin sentido de los que fue testigo la primera mitad del siglo? Eksteins nos recuerda la famosa observación de Theodor Adorno sobre la imposibilidad de escribir poesía después de Auschwitz. Con todo, ya en 1916 el poeta armenio Avetik Ishakian había escrito en una linea similar sobre los sufrimientos de su gente durante el genocidio armenio que tuvo lugar en el Imperio Otomano desde 1915: «Tan grande es la agonía ... de los armenios, tan horrible y sin precedentes, que la infinitud e inconmensurabilidad del universo deben ser tenidas en cuenta para calcularla; no hay palabras en el diccionario para calificar lo espantoso de los terrores. Y ningún poeta puede encontrarlas», Con seguridad, el siglo xx nos ha hecho más escépticos frente a los relatos sobre el progreso; nos ha hecho conscientes, como Richard Bessel dice en su ensayo, de «el rostro de Iano de la modernídad». Esto es muy evidente, por ejemplo, en la variada fortuna de la llamada ciencia de la eugenesia, que pretende el mejoramiento racial. En los primeros años del siglo, la eugenesia tenía considerable aceptación en círculos progresistas y de izquierda, entre figuras como Webhs, Keynes, Shaw y H. G. Wellsj la primera cátedra de eugenesia fue creada en el University College de Londres en 1909; y en 1922 se fundó un Instituto de Biología Racial en Uppsala, Suecia. La esterilización de los discapacitados mentales fue introducida en dieciséis estados norteamericanos, empezando por Indiana en 1899, y hacia 1941 había sido aplicada a 36.000 personas. Estos orígenes intelectuahnente «progresistas» de la eugenesia son algo que preferiríamos olvidar a la luz del horror al que condujo la idea de mejoramiento racial bajo Hitler, que pasó de aplicar la esterilización en 1933 a practicar la eutanasia en 1939 y el genocidio en 1941. Pero tampoco debería olvidarse que los nazis fueron pioneros en la organización de campañas de prevención de enfermedades, particularmente en contra del cáncer. Lanzaron campañas antitabaco intensivas -la propaganda precisaba que mientras Roosevelt, Churchill y Stalin fumaban, Franco, Mussolini y Hitler no lo hacían-, limitaron el uso de asbestos e impulsaron la producción de pan integral. Los nazis eran tan «modernos» que incluso publicaron propaganda electoral en braille. Esto no quiere decir que en algunos aspectos los nazis eran «progresistas» y que en otros eran «bárbaros», sino que lo que en ellos había de más «progresista» estaba liga-

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do ala que en ellos había de más «bárbaro». Los doctores y los expertos médicos eran tan importantes para el nazismo como los torturadores y la policía secreta. Es evidente que no hay que ser un partidario extremo del posmoderniSIDO para sentirse insatisfecho con las polaridades que, alguna vez, se presentaron como formas de organizar la historia del siglo xx. Una de tales polaridades podría ser, por ejemplo, el conflicto entre la democracia liberal, por un lado, y las diferentes variantes del fascismo, por otro; un conflicto que habría culminado con el triunfo de los valores humanos del modelo democrático liberal en la mayor parte de Europa occidental después de 1945. Sin embargo, como sostiene Kevin Passmore en este volumen, la democracia liberal no fue siempre pluralista o tolerante, en especial frente a las diferencias étnicas y religiosas. Irónicamente los movimientos conservadores antifeministas ofrecieron a menudo a las mujeres oportunidades más significativas de activismo que sus opositores liberales (consiguiendo que las mujeres renunciaran a solidarizarse con las mujeres de otras razas); y el fascismo ofreció oportunidades a grupos sociales que habían sido excluidos de la política liberal tradicional. Las fronteras entre la democracia y el fascismo pueden ser borrosas. Durante el siglo xx, gran parte del conflicto político no se dio entre demócratas y antidemócratas sino que surgió alrededor de 10 que debería significar la democracia en si. Aunque a comienzos de la centuria tal vezhaya sido axiomático para los «progresistas» que el futuro descansaba en la democracia liberal, en los años de entreguerras ésta no era la opinión de muchos artistas e intelectuales de vanguardia, y figuras tan diferentes como T. S. Eliot, D. H. Lawrence, Le Corbusier, Maurice Blanchot, Giuseppe Marinetti, Salvador Dalí y W. B. Yeats, por nombrar sólo a unos pocos, no la hubieran compartido. En 1939 la democracia parecía frágil y agotada en Europa, y en ningún caso «moderna» o «progresista». Es interesante observar la manera cómo en los últimos años algunos historiadores han intentado dar sentido al siglo xx. Para EricHobsbawm (1994) el siglo xx fue «la era de los contrastes», siendo el período que abarca hasta 1945 «la era de la catástrofe». Su tema central es el conflicto entre el fascismo y la democracia, con el comunismo apareciendo, paradójicamente, en rescate de esta última. Para Mark Mazower (1998), cuyo titulo «la Europa negra» es ya un argumento, las fronteras son más borrosas: considera contingente el triunfo de la democracia en 1945, y dedica mucho espacio a sacar a la luz el lado más oscuro de la democracia liberal. Para Clíve Ponting (1998) el siglo «demostró que la barbarie y el progreso

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pueden coexistir». Por último, Richard Vinen (2000) evita hacer una interpretación global y nos ofrece una «Europa en fragmentos», mientras advierte que la historia de este siglo no debe verse sólo en términos de catástrofe. También es interesante observar qué fecha eligen estos historiadores como comienzo del siglo xx: Hobsbawm, 1914; Mazower, 1918; Ponting y Vinen, 1900. Podrían proponerse otras. Es famoso el comentario de Virginia Woolf según el cual «más o menos en diciembre de 1909 el carácter humano cambió» (la escritora pensaba en la exposición postimpresionista de ese año). El Manifiesto Futurista de 1909 declaraba que «el Tiempo y el Espacio murieron ayer». De manera más prosaica uno podría sugerir como momento decisivo 1917. Éste fue el año en el que la ocasión de una paz negociada se frustró definitivamente, el año en el que Estados Unidos entró en la guerra, el año en el que los bolcheviques tomaron el poder en Rusia.

La sombra de la guerra Cualquiera que sea el año que elijamos como comienzo del «corto» siglo xx, por lo general se acepta que la Gran Guerra representa una línea divisoria, el fin de un mundo: «Nunca semejante inocencia otra vez», como señaló Philip Larkin en su poema «MCMXIV». Después de la guerra, el historiador liberal británico G. M. Trevelyan escribió: «contemplando aturdidos las ruinas del mundo que conocimos, no estamos hoy en mejor situación que un grupo de criaturas prehistóricas que hubiera sobrevivido al diluvio de fuego. Nuestra confianza en lo permanente ha desaparecido». El poeta francés Paul Valéry escribió en 1919 que la guerra había dado a conocer la «mortalidad» de las civilizaciones. Pero si bien hay un acuerdo en que la guerra representa cierto tipo de ruptura, no está tan claro de qué tipo de ruptura se trata. En las artes, por ejemplo, la ruptura con el siglo XIX -de hecho, con toda una tradición del arte occidental que se remonta hasta el Renacimiento- ocurrió antes de 1914, en esos siete extraordinarios años que, entre 1905 y 1912, fueron testigos del surgimiento del fauvísmo, el cubismo, el futurismo.la abstracción, el vorticismo y la atonalidad. Desde este punto de vista) el periodo que siguió a la guerra"representó, en cierta medida, el retorno a la tradición de algunos artistas, como Picasso y Stravinski, que en la década de 1920 bus-

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caran inspiración en el clasicismo. Uno de los efectos de la guerra fue pro-

yectar un vago brillo de nostalgia sobre la Europa anterior a 1914. Pero seria un error subestimar las tensiones de clase, las inestabilidades estructurales y la violencia política de la Europa de la belle époque. El capitulo de

Passmore analiza minuciosamente las tensiones, apenas contenidas, entre liberales de izquierda, nacionalistas, feministas, socialistas y liberales que había en la política europea antes de 1914. Y respecto a la tranquilidad de la Europa anterior a 1914, qué puede decirse de la masacre de quinientos mineros en los yacimientos de oro del río Lena en Rusia en 1912; o de la violencia, siempre a punto de estallar, entre los campesinos y los terratenientes de Andalucía en España o de Letanía en el Báltico; o de la sublevación de campesinos rumanos en diciembre de 1907, cuya represión costó más de once mil vidas; o de las masacres de armenios en el Imperio Otomano en 1905 y 1908, en cada una de las cuales perecieron cerca de veinte mil personas; o de las guerras balcánicas de 1912-1913, que fijaron un nuevo estándar para el horror; o de los pogromos contra los judíos en Rusia; o de los horrores que los alemanes infligieron a las poblaciones indígenas en su conquista del suroeste africano en 1904, por no hablar de las atrocidades de los belgas en el Congo. Como Raj Chandavarkar observa en su capítulo, dos historiadores no han estudiado de forma suficiente la violencia que sustentó las misiones civilizadoras de Europa». Pese a todo el douceurdevie del período que precedió a 1914, Europa era también un continente del que mucha gente deseaba escapar. En las dos décadas anteriores a 1914, cerca de tres millones y medio de polacos se marcharon a Estados Unidos; y casi dos millones de italianos hicieron lo mismo entre 1900 y 1909. El número de bajas británicas en la Gran Guerra fue inferior al número de ciudadanos británicos que había emigrado a América en las tres décadas anteriores. Muchos de los avances que transformarían la vida diaria en el siglo xx -el automóvil, el cine, el teléfono, el avión, la prensa de masas- hicieron su primera aparición mucho antes de 1914. El final del siglo XIX también contempló el aumento del trabajo organizado, la aparición del sector servicios y los empleados de oficina, el desarrollo de un nuevo estilo de nacionalismo de derechas, populista y antisemita, y de una rebelión intelectual contra el positivismo y el racionalismo. Nietzsche murió en 1900, pero en cierto sentido su siglo sería el xx. El escritor francés Charles Péguy escribió en 1900: «el mundo ha cambiado más en los últimos treinta años que en los últimos dos milenios». Es bien conocido que un historiador fechó la «extraña muerte» del liberalismo en Gran Bretaña en el período anterior a 1914; pero esto también podría ser cierto para el resto de Europa. Recorde-

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mas que Hitler tenía 25 años en 1914, Mussolini 31, Lenin 34. Para cuando estalló la guerra, sus maneras de ver el mundo, en gran medida, ya habían adquirido forma. Dondequiera que uno escoja comenzar el siglo xx, no hay duda de que uno de los hechos centrales de la historia europea en sus primeros cincuenta años ha sido la experiencia de la guerra -especialmente después de un siglo en el que no hubo en Europa ningún conflicto internacional de importancia-o La destrucción y la catástrofe deben ser uno de los hilos conductores de este período. Aparte de las dos guerras mundiales que involucraron a la casi totalidad del continente europeo (sólo España, Suecia, Holanda, Noruega, Dinamarca, Portugal y Suiza permanecieron fuera de la primera; y sólo España, Portugal, Suecia, Suiza y Turquía no entraron en la segunda), tenemos también la guerra civil rusa (1918-1921), que debido a la intervención, poco entusiasta, de británicos y franceses no fue solamente una guerra civil; la semiolvidada guerra ruso-polaca de 19191921, que fue una guerra devastas movimientos que implicó a cerca de un millón de combatientes; y la guerra greco-turca (1919-1923). De esta forma, la guerra proporciona una penosa unidad a este período. De Gaulle habló de una «guerra de los Treinta Años» que empezaba en 1914 y terminaba en 1945. Se refería al conflicto entre Alemania y Francia, pero el término se podría aplicar con mayor precisión al conflicto entre Alemania y Rusia, donde tuvo lugar, con diferencia, el mayor número de muertes. Otros han hablado de una «guerra civil europea», designación que resulta útil para subrayar la dimensión ideológica del conflicto internacional, dimensión ya presente en la primera guerra mundial (ecivilisation» contra «Kultur», un «conflicto existencial» según las palabras del Káiser) y aún más en la segunda (fascismo contra bolchevismo, guerra racial, Weltanschauungskrieg*). La internacional «guerra civil europea» también desencadenó una serie de conflictos intestinos de tipo étnico, ideológico y religioso. Se superpuso a una serie de guerras civiles, o convirtió en guerras civiles tensiones étnicas, sociales y políticas preexistentes. En Armenia los turcos masacraron a los armenios entre 1915 y 1916; en Yugoslavia los ustasi croatas asesinaron a cientos de miles de serbios, judíos y gitanos en 1941; en Bucovina y Besarabia los rumanos mataron a unos doscientos mil judíos en 1941 con una violencia que impresionó incluso a >1- Literalmente «guerra de visiones del mundo», el término hace referencia al uso de todos los medios a disposición del estado (propaganda, terror, campañas de desinformación) para obtener una victoria ideológica sobre sus enemigos. (N. del t.)

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los nazis: Antonescu, el líder rumano, habló en octubre de 1941 de «limpiar» su país de judíos. Esta estrecha relación entre conflicto internacional y conflicto interno queda ejemplificada en la internacionalización de la guerra civil española (1936-1939), una confrontación en la que alemanes, italianos y rusos se enfrentaron a través de representantes, preparándose para la guerra internacional que estaba por venir. La guerra civil fue en sí misma una suma de diversos enfrentamientos: en Andalucía, entre los campesinos y los señoritos; en Asturias, entre los mineros y los dueños de las minas; entre los monárquicos y los republicanos, entre los anarquistas y los comunistas, entre los católicos y los anticlericales, entre los partidarios del centralismo castellano y los autonomistas. Con seguridad, otros europeos podían reconocerse en estos conflictos. Como escribió Auden: «tan crudamente soldado a la inventiva de Europa / '" I Nuestros pensamientos cobran cuerpo; las sombras I amenazantes de nuestra fiebre / tienen vida y precisión». * En este período los europeos encontraron razones sin límite para odiarse. El precio en vidas humanas de estos conflictos fue inmenso: nueve millones de muertos en la Gran Guerra, cerca de un millón (sólo en el lado de los bolcheviques) en la guerra civil rusa, un millón en la guerra civil española, 55 millones en la segunda guerra mundial. En términos de desarraigo los costes humanos también fueron enormes: éste fue el siglo del refugiado. Seestimaba que hacia 1926 había nueve millones ymedio de refugiados en Europa; y esto no incluía el masivo intercambio de población entre Grecia y Turquía (que afectó aproximadamente a un millón y medio de personas) de acuerdo con los términos de la convención de Lausana de 1923, que puso:fin a la guerra greco-turca De los dos millones de griegos que vivían en Turquía en 1914, falleció cerca de un millón y el resto fue obligado a marcharse en 1923. Es posible que en 1945 hubiera treinta millones de desplazados en Europa; lo que iba a convertirse en la República Federal de Alemania absorbió a unos diez millones de refugiados, tres millones y medio de los cuales habían sido expulsados de Checoslovaquia. De las dos guerras mundiales) la segunda fue la más sangrienta y la que supuso mayor destrucción, y sin embargo la primera nos obsesiona de una manera que la segunda -aparte del Holocausto- no consigue hacerlo. Casi desde el comienzo del conflicto existía la idea de que algo irremediable estaba a punto de ocurrir. Cuando los bombardeos alemanes destruyeron la famosa biblioteca de Lovaina, Henry James afirmó que se trataba ><

Del poema «España» según la versión castellana de Bernd Dietz en Un país donde lu-

ciael sol, Hiperión, Madrid, 1981, p. 41. (N. del t.)

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del «crimen más atroz que se hubiera cometido nunca contra la mente humana». La herencia inmediata de la Gran Guerra fue una sensación de agitación, fragmentación e inseguridad. El texto clave de la vanguardia de los años de la posguerra, La tierra baldía de T. S. Eliot, se lee como una colección de retazos, los fragmentos de un mundo perdido. La primera mitad de la década de 1920 estuvo marcada por la inflación y el temor a la revolución, ambos resultado de la guerra. Pero incluso cuando hacia la segunda mitad de la década se alcanzó cierta estabilidad y prosperidad económica) la guerra continuó ensombreciendo el panorama: cada sociedad inventó rituales de memoria y duelo; los veteranos de guerra se atribuyeron una autoridad moral que aspiraron a convertir en influencia política. Al final, resultó ser más difícil desmovilizar a las masas que movilizarlas; la cultura de la guerra no podía ser repentinamente eliminada. La guerra había tenido como consecuencia un endurecimiento de la política, y hasta cierto punto los europeos se habían insensibilizado ante el horror y la violencia. La matanza industrializada de la primera guerra mundial prefiguró -y acaso hizo imaginable-lo que Ornar Bartov llamó «genocidio militarizado» del Holocausto. De hecho, ya en la primera guerra mundial hubo bastante violencia antisemita y buena parte de la confrontación en Europa oriental se dio en la zona de residencia en donde a lo largo de un siglo se había concentrado a gran cantidad de judíos. Sospechosos de ser espías, los judíos fueron expulsados de sus hogares o masacrados. El antisemitismo no nació con la primera guerra mundial, pero ciertamente fue agravado por ella. Las dos nuevas ideologías de la primera mitad del siglo, el fascismo y el comunismo) fueron resultado de la guerra. El fascismo fue, en cierto sentido) una transposición de los valores culturales de la guerra a la política de los tiempos de paz. En Italia, el fascismo fue un intento de lograr, en un momento de paz, el tipo de movilización de masas que se había buscado durante la guerra pero que nunca se había conseguido por completo. El fascismo estaba empapado de la imaginería y la estética de la guerra: su retórica de lucha y batalla y combate (
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