Isidora Aguirre - 4 obras

October 25, 2017 | Author: Kenunkate | Category: Insurance Policy, Love, Truth, Nature, Philosophical Science
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Isidora Aguirre

Isidora Aguirre

Carolina - Don Anacleto avaro - El amor a la africana ¡Subiendo… Ultimo hombre!

ÍNDICE Carolina (1955) Don Anacleto avaro (1964) Amor a la africana (1979) ¡Subiendo… Ultimo hombre! (2003)

Carolina -Carolina (25 años, clase acomodada) -Carlos (Su esposo, un joven abogado) -Fernando (Un estudiante de ingeniería) -Porta equipaje -Vendedora

Carolina se estrenó en Diciembre de 1955 en la sala Antonio Varas, con ocasión de un festival de grupos de teatro aficionado de provincia, convocado por el Teatro Experimental de la Universidad de Chile, y se mantuvo en cartelera durante el año 1956 en el Teatro Atelier. Montaje como clausura al festival por el elenco del Teatro de la Universidad de Chile, con dirección de Eugenio Guzmán: y la actuación de Alicia Quiroga, Mario Lorca, Ramón Sabat. Personajes secundarios: Jorge Acevedo, Meche Calvo. Escenografía de Ricardo Moreno y música incidental de Celso Garrido Lecca. 1

La acción tiene lugar en la Sala de espera de una estación de ferrocarril, en un pequeño pueblo del sur de Chile.

ACTO ÚNICO Una sala de espera. Un banco. Luz de día. Música de introducción alegre, (ejecutada por un organillo callejero), que se mezcla con el ritmo de un tren que se detiene. Entra Fernando, el estudiante. Trae una caja de violín y maletín, se sienta en el banco. Luego entra Carlos, precedido por el portaequipaje que trae las maletas. Carlos: (Al porta-equipaje, dando propina) Gracias, déjelas ahí. ¿Cuánto falta para nuestro tren? Porta equipaje: ¿El expreso a Santiago? Carlos: No, hombre: vengo de Santiago. El tren local. Porta equipaje: Unos... treinta minutos. Si no llega con atraso... (Sale) Entra Carolina, cargando paquetes y, distraída sigue de largo. Va a salir por el otro extremo, él la llama. Carlos: ¡Carolina! (Ella se detiene). ¿Dónde vas, mujer? (Le ayuda a dejar los paquetes en el banco). Sabiendo que teníamos que hacer un transbordo, ¿cómo se te ocurre traer tantos paquetes? Carolina: Sí, Carlos. Carlos: ¡Una caja de sombreros! ¿Vas a usar sombrero en el campo? Carolina: Sí, Carlos... Carlos: (Mira dentro de la caja) Un, dos tres, cuatro, cinco... ¡Cinco sombreros! Si es para protegerte del sol ¿no te parecen demasiados? 2

Carolina: Sí, Carlos. Carlos: Cinco paquetes... Oye ¿no eran seis? Carolina: Sí, Carlos. Carlos: ¡Pierdes uno y te quedas tan tranquila! Carolina: (Sentándose) Sí, Carlos. Carlos: ¿En qué quedamos? ¿Eran cinco, o seis? Carolina: Cinco, Carlos, cinco. Carlos: (Se sienta y abre el periódico: Imitándola) "Sí, Carlos, No, Carlos..." Oye... en el tren venía leyendo un par de avisos, muy sugerentes. Aquí, (Lee) "Compro refrigerador en buen estado, tratar", etc. Y este otro: "Vendo Chevrolet, 4 puertas, poco uso, con facilidades...". Fíjate en el detalle: el refrigerador lo pagan al contado, podemos dar el pié para el auto. Sé que el refrigerador es indispensable, pero tenemos el chico que nos dio tu mamá, mientras podamos comprar uno mejor. En fin, tú dirás... (La mira, ella sigue distraída) ¡Carolina! Carolina: ¿Sí, Carlos? Carlos: Oye ¿qué te pasa? Carolina: ¿A mí? Nada. ¿Por qué? Carlos: Hace como media hora que contestas: "sí, Carlos", sin tener idea de lo que dices. Carolina: Sé perfectamente lo que digo... Digo: "sí, Carlos". Carlos: Bueno, ¿qué opinas? Carolina: ¿Sobre qué, por ejemplo? Carlos: ¡Sobre estos avisos "por ejemplo"! Carolina: Tienes razón: trae demasiados avisos... Deberían dedicar más espacio a la literatura. Carlos: ¡Más espacio a la literatura...! Carolina: Siempre lo has dicho. ¿Por qué tratas de confundirme? Carlos: ¡No trato de confundirte! ¡Sólo te hago notar que contestas sin tener la menor idea de sobre qué te estoy hablando! 3

Carolina: Entonces, dime de qué se trata y no te sulfures. Carlos: De vender nuestro refrigerador, y... Carolina: (Cortando) ¿Estás loco? ¡No se puede vivir sin refrigerador! Carlos: Déjame terminar: venderlo para comprar un auto... Carolina: ¿Lo dices en serio? ¡No vas a comparar el precio de un auto con el de un refrigerador! Carlos: ¿Podrías leer estos avisos? (Rabioso, tira el diario). ¡Al diablo! Lo que me interesa, ahora, es saber en qué estabas pensando. Carolina: Pero Carlos, ¿por qué siempre tienes que tirar todo al suelo? (Recoge el diario) Carlos: No cambies el tema. Carolina: No cambio el tema, lindo: recojo el diario. Te alteras cuando viajas en tren. Carlos: (Imitando su voz suave). No son los viajes en tren, querida... Carolina: ¿Por qué ese tono de marido controlado? Carlos: ¿Dime de una vez en qué estabas pensando? Carolina: ¿Yo? Carlos: Sí. Tú. Carolina: ¿Cómo quieres que sepa en qué estaba pensando? En nada. Estaba pensando... en nada. Carlos: Entonces, deduzco que durante todo el trayecto desde Santiago hasta esta estación del trasbordo, venías pensando en nada, porque traías esa misma expresión lunática. Carolina: ¿Es un pecado? Carlos: Es una mentira: No es posible pensar "en nada" tanto tiempo seguido. Un esfuerzo continuado para mantener la mente en blanco, agota hasta los cerebros más entrenados. Carolina: Por Dios, Carlos ¿cómo puedes ser tan complicado? No hice el menor esfuerzo. Y cuando digo nada, quiero decir... todo.

Carlos: (A un testigo imaginario) Cuando dice "nada", quiere decir "todo". Carolina: Ay, Carlos, ¡qué manía la tuya de repetir lo que yo digo! Me mortifica. Carlos: Lo repito para poner en evidencia lo ilógico de tus respuestas. Eso es lo que te "mortifica". Carolina: Oye, estás poniendo una terrible mala voluntad en esta conversación. Por lo general me entiendes muy bien. Carlos: No cuando tratas de engañarme. (Pausa). ¿Qué fue ese sobresalto que tuviste al llegar a Rancagua? Carolina: Un calambre, te lo dije. De tanto estar sentada. Carlos: ¿Y ese otro, cerca de Pelequén? Carolina: Otro calambre de tanto estar sentada. ¿Te parece muy raro? Carlos: ¿Y el de... Carolina: ¿De Chimbarongo? Carlos y Carolina: ¡Otro calambre de tanto estar sentada!... Carolina: Lindo, por favor terminemos con estas discusiones inútiles. Explícame eso del auto y del refrigerador... Carlos: Olvidemos eso. (Se está buscando algo en los bolsillos, al no hallarlo, se levanta como para salir de la sala,) Carolina: ¿Dónde vas? Carlos: A comprar cigarrillos. (Sale)

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Carolina, se levanta y empieza a acomodar los paquetes sobre el banco. Ladra un perro, asustada deja caer uno de los paquetes. Fernando, que desde el inicio ha estado atento observándola, corre a recogerlo. Ella le sonríe. Hay un silencio. El, tímido, va a decir algo, pero no le sale la voz. Se aclara la garganta y vuelve a ensayar: Fernando: ¿Van a tomar el tren local?... Yo también. Por favor, no crea que tenga la costumbre de acercarme a las señoras y

hablarles. Se trata de una circunstancia muy especial, y me resulta difícil... (Al accionar, tira otro de los paquetes, lo recoge, solícito) Como le decía... Carolina: Ah... ¿me estaba hablando a mí? Fernando: ¿A quién otra?. Naturalmente que le estaba hablando a usted. (Sin querer al accionar tira otro paquete). Perdone ¡qué torpe! Carolina: (Divertida) Deje en paz esos pobres paquetes y por favor, repita su pregunta: estaba distraída. Fernando: ¿Mi pregunta?. ¿Cuál pregunta?. No tiene importancia... (Calla, luego reacciona). Le decía que no acostumbro acercarme a una dama sin ser presentado, que es la primera vez que lo hago... Carolina: Muy mal hecho. Fernando: Carolina... (Se corrige) Señora... estoy seguro que usted está muy por encima de esos tontos convencionalismos. Carolina: Sabe mi nombre... Fernando: ¡Sé su nombre! (Con pasión). ¡No hay nada que sepa tanto como su nombre!, Carolina. Carolina: Joven ¿qué pretende?. Porque si lo que pretende es... Fernando: No pretendo nada y por favor no me llame "joven". Sólo quería decirle que la estuve observando en el tren, y me pareció que tenía usted una terrible preocupación. Si pudiera ayudarla... ¡estoy dispuesto a todo! Carolina: (Lo mira un instante) Me extraña tanto interés de parte de un desconocido. Fernando: ¡Le juro que no soy un desconocido! Carolina: Sin embargo, tiene todo el aspecto. Fernando: Alguien que la admira desde hace tanto tiempo, no puede ser un "desconocido". ¿Comprende? Carolina: (Burlándose) Ah, sí. Comprendo. Fernando: ¡Gracias, Carolina!

Carolina: Comprendo que está tratando de hacerme la corte. Fernando: Dios mío, ¿y si así fuera?. ¿Nunca le han hecho la corte? Carolina: Soy una mujer casada. Y ahora, perdone, pero tengo un grave problema que resolver. No puedo dedicarle más tiempo. Fernando: ¡De eso se trata!. ¡Quiero ayudarle con su problema! Carolina: Pero... ¡si no lo conozco! Fernando: Mire, supongamos que una tarde nos encontramos en... el Parque Forestal. Alguien nos presenta: Carolina, una mujer encantadora, Fernando, un estudiante de ingeniería. Ya está. Ahora, nos hemos vuelto a encontrar, pero, claro, usted ya se ha olvidado de mí. Carolina: Completamente. Fernando: Ah: si se olvidó es que antes me conocía. Carolina: Hay que ver que es insistente. Bueno, sea. (Le tiende su mano, él se la estrecha). Como le va. Y ahora ¿me permite concentrarme en mis asuntos? Fernando: ¿No me va a decir qué es lo que la preocupa? Carolina: ¡No! Fernando: Es usted de lo más testaruda. Carolina: Y usted, ¡de lo más impertinente!. ¿Qué se ha creído?. Llamaré a Carlos. Fernando: Bueno. Llame a Carlos. (Pausa) Con las mujeres todo resulta tan complicado. ¿Qué le cuesta ser más sencilla y aceptar mi ayuda?. Cualquiera diría que se ofende porque se la ofrezco. ¿O le caigo antipático? (Mira y ve a Carlos que se acerca). Le hablaré a su marido. Estoy segura que él me reconocerá. Porque usted... nunca se fijó en mí. Sin embargo nos vemos a diario. (Se pone en pose de tocar el violín). Míreme. ¿No le parezco vagamente familiar? Carolina: No me diga ¡el vecino del violín! Claro... Ya decía yo

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que lo había visto en alguna parte.

Carolina: ¿Encontraste cigarrillos, Carlos? Carlos: No. (Se sienta) Fernando: ¿Le puedo ofrecer de los míos? Carlos: No, gracias, no se moleste. (Tras el diario, le habla bajo a Carolina). No iniciar conversaciones con desconocidos durante los viajes, después no hay cómo sacárselos de encima. Carolina: Carlos, ¡si es Fernando! Carlos: (Sin reconocerlo, sonrisa fingida) ¿Fernando? sí, claro… (Saluda) Como está. ¿De viaje? Fernando: Sí, sí. ¿De veras no quiere fumar? (Le ofrece, él acepta) Carlos: Gracias. ¡Es increíble que no haya en este pueblo dónde comprar cigarrillos!. Todo cerrado. Fernando: Si no me equivoco, lo que ha de estar abierto es el club Carlos: ¿Dónde está el club? Fernando: El club del hotel. Y el hotel tiene que estar abierto. Carolina: ¡Por supuesto! El hotel tiene que estar abierto. Carlos: Puntualicemos: ¿dónde está el hotel? Fernando: Al final de la calle principal, es decir, en la plaza. Y la plaza la encuentra... siguiendo derecho por la calle principal. Carlos: Bien.. Y ¿cuál esa es calle principal, cómo se llama? Carolina: Carlos ¿cómo no vas a distinguir la calle principal? Fernando: Sí: es la más ancha y la más larga. Saliendo de la estación, me parece que es... hacia el lado de allá. La encontrará enseguida. En la plaza verá un cine, chiquito, y al frente está la iglesia. Una iglesia... común y corriente, y en el otro costado, está el hotel. Savoy, o Crillón, me parece.

Carlos: (Con desconfianza) Bien. Probaremos. (Sale) Fernando: (Entusiasta) ¡Gracias, Carolina! Carolina: Gracias ¿por qué?. ¿Qué hice? Fernando: Me ayudó a alejar a su marido. Carolina: ¿Qué quiere decir?. Oiga, ese club, entonces... Fernando: Todos los pueblos son iguales, Carolina. Tiene que haber un hotel y un club en la plaza. Y ahora dígame ¿cuál es ese terrible secreto? Carolina: ¿Qué le hace pensar que es un secreto? Fernando: Carlos no lo sabe. Carolina: Hay muchas cosas que es mejor que los maridos no sepan. Fernando: Desde luego. Carolina: Sería amagarles la existencia. Fernando: Comprendo. Carolina: Oiga, ¡le prohíbo pensar en nada vulgar! Fernando: No, jamás. Pero dígame ahora, ¿en qué la puedo ayudar? Carolina: Bueno, ya que insiste: dijo que era estudiante de ingeniería. (El asiente) En ese caso, puede darme algunos datos técnicos. Fernando: (Emocionado) Usted, tan femenina, tan encantadora, hablando de "datos técnicos"... ¡Qué quiere, me emociona! Carolina: Qué ridiculez. ¡Contrólese, por favor! Fernando: No me importa hacer el ridículo ni me puedo controlar. Hace tanto tiempo que esperaba la ocasión de hablarle, de poder participar en algo suyo, de... Bueno, pero si se empeña le puedo dar millones de datos técnicos. ¿Sobre qué? Carolina: Sobre... sobre la resistencia de ciertos materiales al fuego. Fernando: ¿Resistencia de materiales al fuego?. Ni una palabra

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Entra Carlos murmurando entre dientes. "maldito pueblo" Carolina le sonríe

más, me lo imagino todo. Si es lo que supongo creo que no se los daré. Carolina: Tiene gracia. Y ¿qué es lo que supone? Fernando: Necesita dinero y ha decidido trabajar a escondidas de su marido. Seguramente le ofrecieron un puesto en una Sociedad Constructora. Sección venta de materiales. Y necesita datos técnicos... Carolina, ¡déjeme tomar yo ese trabajo!. Le daré íntegro mi sueldo, ¡yo no lo necesito! Carolina: Pero ¡qué se ha imaginado! Fernando: Le juro que no me imagino nada. Tampoco le pediré nada a cambio. ¡Acepte, por favor! Carolina: (Burlándose) Muy generoso de su parte, joven. Suponiendo que acepto ¿de qué vivirá usted? Fernando: ¿Yo?. Del milagro, como he vivido hasta ahora. Si hay que robar ¡robaré!. No tengo prejuicios. Carolina: Está completamente loco. No sé cómo hemos llegado a hablar de cosas tan absurdas. Y no necesito dinero ¿está claro? Fernando: (Resignado) Está claro. Carolina: Ahora ponga atención: se trata de una pequeña gran tragedia. (Afligida) Algo ridícula, pero... tragedia al fin. Fernando: Sí, comprendo. ¡Las pequeñas tragedias son siempre las peores! Carolina: No me interrumpa. No hace más que decir tonterías mientras yo estoy sobre ascuas. Fernando: Las llama tonterías... Estoy dispuesto a dar la vida por usted, y las llama tonterías. Carolina: No quiero su vida... ¡quiero esos datos técnicos! Fernando: ¡Y yo no quiero que usted trabaje! Carolina: ¿Con qué derecho se mete en mi vida. (Enfática). ¡Trabajaré! Fernando: ¡Antes pasará sobre mi cadáver! Carolina: ¿Su cadáver?. Dios mío, usted me hace perder la

cabeza. ¡Si jamás he pensado trabajar! Fernando: Gracias, Carolina. (Toma su mano). Sabía que terminaría por acceder. Carolina: Le repito que ¡jamás he pensado en trabajar! Fernando: Hubiera jurado que dijo "trabajaré". Carolina: Por favor, váyase. ¡Váyase y déjeme en paz! Fernando: Carolina ¿qué le pasa?. ¿Por qué me trata así?. Sólo quiero ayudarla... ¿Dije algo que no debo? No me lo perdonaría, porque yo... (Calla, emocionado) Carolina: ¿Usted, qué? Fernando: Estoy enamorado de usted.

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Un silencio. Carolina: No esperará que le crea ¿verdad? Fernando: No, claro. No me atrevo a esperar tanto. Carolina: ¿Amor a primera vista?. No sabe lo que dice. Es muy joven... y se imagina cosas. Fernando: No, no me imagino cosas. Hace 4 meses que no puedo estudiar, ni concentrarme en nada. Sólo puedo pensar en usted. He tratado de sacarme esta idea de la cabeza, pero... no puedo. Carolina: No sea tan romántico. Fernando: El amor es romántico, Carolina. Escuche: cuando la divisé en el jardín, creí estar viendo visiones. Era exactamente igual a ella. Sus ojos, tan grandes, su sonrisa, el color de su pelo... ¡se le parecía tanto! Carolina: ¿A quién? Fernando: ¿Cree usted que los seres vuelven a la tierra una y otra vez? Carolina: ¿De qué está hablando? Fernando: Ríase y llámame romántico, pero la verdad es que de niño me enamoré perdidamente de una tía muy bonita que

murió joven, es decir, de su retrato. Bueno, ya casi lo había olvidado, cuando de pronto, una tarde, cuando estaba estudiando violín frente a la ventana, ¡se me aparece... allí, en el jardín de su casa! Carolina: ¿Su tía... ? Fernando: No. Usted, Carolina. Fue como un sueño. Me la imagino, como la veo a ella en el retrato, vestida a la antigua y con un delicado quitasol de encaje. Desde que la vi, Carolina, mi vida cambió. Sé que no puedo esperar nada, pero aún así, me siento como en el cielo. Carolina: Feliz usted, lo que es yo ¡estoy en el infierno! Fernando: Carolina, disculpe: su pequeña tragedia, la había olvidado. ¿De qué se trata? Carolina: Se trata de una olla. ¿Entiende? ¡De una olla! Fernando: (Deprimido) Carolina ¿por qué tenía que hablarme a mí de ollas? Carolina: Pues, sepa, que de lo único que puedo hablar es de ollas. Fernando: Horrible artefacto. Carolina: Sí, horrible. La odio con toda mi alma. Fernando: ¿Tanto se apasiona por una olla?. Francamente, no comprendo. Carolina: Al fin hay algo que no comprende, ni adivina. Cómo lo va a entender si se trata de un simple hecho cotidiano. De esa realidad, que usted ignora. Escuche, media hora antes de salir, Carlos me dice: "me carga almorzar en el coche comedor, prepara algo para el viaje" Fernando: (En éxtasis, para sí) ¡Genial! Carolina: Voy a la cocina, preparo unos sándwich y pongo en una olla, con agua, una olla de fierro enlozado, (Indica) pequeña, de este tamaño y un par de huevos para cocer. Fernando: Describe con tanta vida que me parece estar

viéndolo. Carolina: ¡Y yo no he hecho otra cosa que estar viéndolo durante todo el trayecto!. Contra el verde del paisaje, contra los postes de la electricidad... Fernando: ¿Qué cosa? Carolina: ¡La olla en llamas! Fernando: Ah... pobrecita. Ahí tuvo el primer sobresalto. Carolina: (Afligida) Al llegar a Rancagua, cuando recordé que había dejado la olla hirviendo y que seguiría hirviendo durante 15 días... Estos 15 días de vacaciones en los que esperaba tener tanta paz y sosiego. ¡Los pasaré sobre ascuas! Fernando: Carolina, una olla no puede hervir durante 15 días. Tómelo con calma. Carolina: Eso es lo peor: dejará de hervir en cuanto se evapore el agua... entonces, la olla se caliente al rojo, incendio... ¡Se quema nuestra casa, que ni siquiera hemos terminado de pagar!. ¡Quizás el incendio cunda por toda la cuadra!. ¡Qué horrible!. ¿Se da cuenta?. En el tren pensaba que desde aquí podría telefonear a un vecino. Fernando: (Alegre) ¿A su vecino del violín? Carolina: Sí, y pedirle que entre por la ventana, no sé... Fernando: (Tierno) No tengo teléfono, Carolina. Carolina: ¡Ahora de qué serviría su teléfono!... Por favor ¡sugiera algo!. Estoy tan confundida que no se me ocurre nada. Vengo estrujándome el cerebro desde Rancagua. Fernando: Sí, los sobresaltos. ¿Por qué fue el de Chimbarongo? Carolina: ¿Chimbarongo?... ¡el cajón de la basura!. Me acordé que está bajo la cocina, lleno de papeles y es... ¡de madera, de esas cajas en que vienen las frutas! Fernando: Vamos por partes: reconstituyamos la escena. Carolina: Por fin se puso comprensivo. Fernando: ¿Cocina a gas o eléctrica?

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Carolina: A gas. (Indica) Aquí está la cocina. Acá un mueble de madera. Ahí, la puerta del closet. Espere... aquí una silla... ¡con asiento de totora! (Angustiada, repite), ¡"totora"! Fernando: Tranquila. ¿Qué más? Carolina: (Afligida) Y en el tarro basurero hay papeles, un diario completo y ¡bajo la olla, prácticamente! Fernando: A la hora, se evaporó el agua. Carolina: ¡No era mucha... es una olla chica! Fernando: A las dos horas, la olla está al rojo. Carolina: ¡Horrible! Fernando: Los huevos pulverizados. Carolina: ¡Qué importan los huevos! Fernando: Hay que revisar todos los detalles. Carolina: ¿Usted cree? Fernando: Una olla vacía reacciona de distinta manera que una olla con huevos. Carolina: ¡Dios mío! Sigamos. Fernando: ¿Olla de aluminio? Carolina: De fierro enlozado. Fernando: Primero se salta el esmalte... Carolina: ¡Qué importa el esmalte! Fernando: Ya le dije que... Carolina: (Al borde del llanto). ¡No me diga nada!. ¡La olla salta dentro del tarro con papeles, arde la casa entera! Fernando: (Toma sus manos, para calmarla). Cálmese, Carolina, las ollas no saltan. Carolina: Lo dice para tranquilizarme. Fernando: ¡Le juro que no saltan!. Las ollas "se saltan". Carolina: (Impetuosa, lo abraza) Tiene razón, ¡gracias! Fernando: (Mientras la tiene en sus brazos) ¡Qué lástima que exista Carlos! Carolina: (Se aparta, digna) ¿Qué está insinuando? Fernando: Nada. Digo... lástima que va a llegar Carlos.

Carolina: Cierto. No vamos a poder mencionarlo y no podremos resolver nada. Por favor, busque la manera de alejarlo, y trate de averiguar si estamos asegurados contra incendio. Dígale... que vende seguros. Pero, con mucho disimulo. No quiero que sospeche nada. ¿Lo hará? Fernando: Me pide usted cosas fáciles, pero harto difíciles. Casi preferiría que me pidiera cosas difíciles que me resultan más fáciles. ¿Me entiende? Carolina: (Distraída) No, lindo, pero no importa. Fernando: ¡Carolina! Carolina: ¿Qué pasa? Fernando: Usted... usted... Carolina: ¿Yo, qué? Fernando: Me llamó "lindo"... Es una muestra de cariño tan espontánea... casi me atrevo a creer que... Carolina: Por favor, no empecemos a creer cosas ¿quiere?

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Fernando le indica que viene Carlos. Entra Carlos. Luego de un silencio: Carolina: ¿Cómo te fue, Carlos? Carlos: Mal Carolina: No me digas... ¡no estaba abierto el club! Carlos: ¿Qué club? Carolina: El del hotel que hay en la plaza. Carlos: No había club, ni hotel, ni plaza. ¡Ni calle principal! Carolina: Carlos, un pueblo que no tiene plaza... Estás divagando. Carlos: Mira: este pueblo no es a lo ancho, sino a lo largo. No tiene plaza. Es más, creo que ¡no tiene pueblo! (Se sienta, se dispone a leer el diario). Y ahora ¿me permiten? Fernando: Vaya: debí equivocarme de pueblo. Antes el trasbordo se hacía más al sur.

Carolina: Más al sur. Ah, usted ¿viaja mucho? Fernando: Sí, mucho. Carolina: (Con señas de inteligencia a Fernando) Qué interesante. ¿Se debe a su trabajo, tal vez? Fernando: (Comprende) Ah, sí, en efecto. Soy asegurador. Pólizas contra incendio La compañía tiene sucursales en provincia. Carolina: Y me imagino que gana buen dinero. Se trata de algo imprescindible... de vital importancia ¿no?. Hay tantos incendios... A propósito, Carlos ¿estamos asegurados contra incendio? Carlos: ¿Nosotros?. ¿Para qué? Carolina: Nuestra casa, tontito. Carlos: No.

Carolina: Bueno, si no estamos asegurados, será por alguna razón. Nuestra casa ha de ser muy resistente al fuego, de otro modo Carlos hubiera tomado un seguro. Es muy previsor. Carlos: ¿Nuestra casa?. Ardería como una caja de fósforos. Carolina: (Para sí, afligida) De todos modos, ya es demasiado tarde. Carlos: Tarde ¿para qué? Carolina: Para comprar una póliza. Carlos: ¿Una póliza? Carolina: No... Quiero decir, tarde para comprar cigarrillos. (Ante su mirada de reproche) Ay, Carlos, sabes que aunque diga póliza, quiero decir, cigarrillos. Carlos: ¿Y por qué no adoptas la sana costumbre de decir directamente lo que deseas expresar, en lugar de hacerme siempre suponer que se trata de otra cosa? Carolina: Ay, Carlos ¿por qué hablas en forma tan...

complicada? Carlos: (Se levanta) Voy donde el jefe de estación. Carolina: ¿El jefe de estación?. ¿Para qué? Carlos: Para preguntarle cuanto falta para este maldito tren local. Carolina ¡El jefe de estación!. El tiene que saber dónde venden cigarrillos, ¿se lo preguntaste? Carlos: (Seco) No. Carolina: Pero, lindo, es lógico: él vive aquí. (Tono conciliador) Las cosas más sencillas son las últimas que se nos ocurren. Tonto ¿verdad? Carlos: (Picado) ¡Tantísimo!. (Sale, molesto, de escena) Carolina: No sé qué le pasa... está de pésimo humor. Fernando: Carlos sospecha. Carolina: ¿En qué lo nota? Fernando: Se ríe a destiempo. Carolina: Carlos siempre se ríe a destiempo. Bueno, no perdamos estos minutos preciosos que nos quedan. Fernando: Preciosos para mí, Carolina. Quizá ya no volvamos a encontrarnos así... a solas... Carolina: No nos pongamos románticos, por favor. Fernando: Pero, Carolina, yo... Carolina: Lo ideal sería encontrar a alguien... a quien le haya sucedido algo semejante, para saber qué pasa con una olla... Fernando: Pero... Bueno, de acuerdo ¡hablemos de ollas!. ¡Pasémonos la vida hablando de ollas! ¿En qué estábamos? Carolina: En que si la olla salta. ¡Sería terrible porque en el closet hay una damajuana con ¡parafina! Fernando: ¿Para qué tanta parafina? Carolina: La estufa en invierno, y una lámpara, por si cortan la luz... Fernando: Ah... la lámpara… Carolina: ¿Qué?. ¿Es peligroso?

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Carolina luego de un ligero desconcierto, a Fernando:

Fernando: No, pero la imagino a usted, Carolina, en una noche de lluvia, bordando a la luz de esa lámpara de otros tiempos... Carolina: ¡Su tía, otra vez!. ¡Cómo puede ser tan insensible! Entra el porta equipaje y anuncia: Porta equipaje: ¡El expreso a Santiago, dentro de 4 minutos! (Cruza la escena y sale, Carolina lo mira como pensando en algo) Fernando: Carolina, no puedo verla sufrir de ese modo. ¿Quiere que toque alguna cosita en el violín?. ¿Un poco de música ayudaría? Carolina: ¿Música?. ¡Lo que necesito son "hechos"!. ¿Comprende?. ¡Hechos! Fernando Lo siento: a pesar del progreso, no han inventado un dispositivo que permita apagar el gas a distancia. Carolina: (Coqueta) Pero... se puede tomar un tren... de regreso a Santiago. Fernando: (Con un sobresalto) ¡Carolina! Carolina: ¡Dijo que estaba dispuesto a todo! Fernando: A todo, menos a separarme de usted. Carolina: ¿Quiere ayudarme o no?. Tal vez lo que dijo antes no eran más que palabras. No debí fiarme de un violinista. Fernando: No ofenda a mi violín: después de usted, es lo que más quiero. Escuche: me iría sin vacilar si hubiera el menor peligro. Por favor, confíe en mí. Razonemos, deduzcamos... Carolina: No, es inútil. No me puedo sacar esa olla ardiendo de mi cabeza. Puede que no pase nada, pero también ¡podría incendiarse la casa!. Claro, usted no sabe lo que es comprar un sitio a plazos, con préstamos y dificultades, luego construir la casa propia, con tanta ilusión. Si fuera un poquito más comprensivo, me diría: "Deme las llaves, tomo un tren a Santiago, y apago el gas". Pero, no. Usted no entiende, porque 18

este es un hecho de la realidad y no se arregla con soñar o dejar de soñar. (Pausa) Estoy segura que Carlos comprendería. Se pondrá furioso, pero... ¡tengo que compartir esta angustia con alguien!. Llamaré a Carlos. (Va hacia un costado y sin ganas, sin alzar la voz, llama) Carlos... Fernando: (Luchando consigo mismo) No. ¡No llame a Carlos!. Esto queda entre usted y yo. Será un secreto entre los dos. (Heroico, tiende su mano) ¡Deme esas llaves! Carolina: ¿De veras? ¿Lo dice de corazón? Fernando: De todo corazón. Carolina: (Impulsiva lo besa en la mejilla, abrasándolo) ¡Gracias, Fernando! (Se escucha un tren detenerse). ¡El expreso a Santiago, hay que darse prisa. Las llaves. (Muy acelerada busca en su bolso, lo vacía sobre el banco, mientras Fernando la mira extasiado por el beso). Mire, ésta es la de la mampara, y esta otra, más amarillenta, la de la puerta de calle. (Ve que él no está escuchando). Ponga atención, por favor: la de la puerta de calle, tiene maña, hay que inclinarla un poco hacia la derecha... (Se santigua para saber cuál es su mano derecha) No, hacia la izquierda. La cocina está al final del pasillo. Su maletín. (Se lo pasa, él sigue en éxtasis) Ah, y mi dirección en el campo, para que me ponga un telegrama, y saber qué si... no se produjo un incendio... Un lápiz... (Busca en su bolso). El lápiz de las cejas. ¡Papel, por favor!. Deprisa. Fernando: (Presenta el puño de su camisa) Aquí. Carolina: (Escribe) Mi dirección. Y ahora un nombre falso para que Carlos no sospeche. Rápido, un nombre, un nombre... Fernando: (Sigue extasiado) ¡Greta Garbo! Carolina: No, algo más común. Fernando: María Pérez. Carolina: Eso es. María Pérez. (El va a salir) ¡Su violín! Fernando regresa por el violín y al alejarse le lanza un beso con un: 19

Fernando: ¡Adiós, mi amor! Al salir tropieza con Carlos que viene entrando. Rabioso tira al suelo los cigarrillos que acaba de comprar. Carolina: (Culpable) Carlos, qué manía la tuya de tirar todo al suelo. (Se los pasa) ¿Qué alcanzaste a oír? Carlos: Exactamente: "adiós, mi amor". Tal vez lo golpee. Carolina: No hay tiempo... (Sonido: tren partiendo). ¡Se fue el tren! Carlos: De modo que ese bicho era el causante de los calambres, del nada y el todo en que venías pensando y esa confusión al hablar... Y de la prisa desvergonzada que tenían los dos para deshacerse de mí. ¿Crees que soy tan idiota que no me doy cuenta de nada? Carolina: Carlos ¡divagas!. El nervioso eras tú, lindo. Siempre te pones así cuando te quedas sin cigarrillos. Estás completamente enviciado por la nicotina. Carlos: ¡Enviciado por la nicotina!. ¿Y cómo explicas, entonces, que ese imbécil con facha de delincuente, se despida de ti con un "adiós mi amor"?. ¿No te parece mucha soltura de cuerpo? Carolina: Carlos ¡estás celoso! Carlos: Sí, así como suena ¡estoy celoso! Carolina: Pero si siempre has dicho que los celos no son más que una manifestación del complejo de inferioridad. Carlos: ¡Qué hombre no ha dicho esa estupidez alguna vez en su vida! Carolina: Uuy, Carlos ¡estás haciendo el ridículo! Carlos: ¡Asegurador contra incendios! Y tuviste la desfachatez de presionar para que le tomara una póliza. Oye, ¿desde cuándo te interesan en los aseguradores? Carolina: Por favor, no me vas a hacer una escenita de celos... Carlos: ¿No crees que me has dado suficiente motivo? Carolina: Eres de lo más mal pensado que hay, lindo. Te

pregunté si estábamos asegurados, porque venía preocupada. Tú sabes... Puede que al salir de vacaciones como ahora, se le queda a una algo encendido. Y de ahí a un incendio... Carlos: Para esos percances de las mujeres distraídas, tomo otro tipo de precauciones: Cierro las llaves de paso. ¡Gran invento, las llaves de paso! Carolina: ¿Lo hiciste... ahora? Carlos: Evidente. Carolina: ¿La de la luz y... la del gas? Carlos: Lógico. ¿Y esa cara?. ¿Qué pasa ahora? (Ella, distraída, no responde), Carolina ¡dejaste algo encendido! ¿No desenchufaste la plancha como ese año que fuimos a Cartagena? ¿O qué? Carolina: Ay, no empecemos con los interrogatorios. Aquí no estamos en los tribunales. Es terrible estar casada con un abogado. Carlos: No te vayas por las tangentes. ¿Qué fue? Carolina: Bueno, admito que venía con una ligera incertidumbre. Carlos: ¡Carolina!, ¡la verdad! Carolina: Y si hubiera dejado algo encendido, no tienes por qué adoptar ese aire de superioridad. A ti también te pasan cosas ¿no? ¿No dejas nunca la mampara mal cerrada? Todavía no me conformo con que nos robaran la radio y los cubiertos el año pasado. Carlos: Cualquiera diría que yo tuve la culpa. Carolina: ¿Fue mía, entonces? ¿No eres tú el encargado de verificar que la puerta quede bien cerrada al partir de vacaciones? Carlos: No la dejé mal cerrada. Esa chapa no es segura. Carolina: Es lo mismo, lindo. Podías haber cambiado la chapa este año, y no lo hiciste. Carlos: (Riendo) Esta vez hice algo mucho más eficaz, y creo

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que me voy a divertir. Porque ese ratero, ¡te apuesto que es el cuidador de la casa de enfrente, la de los Gómez! Estoy seguro que tiene una llave que le hace a nuestra mampara. Pero... ¡que se atreva a abrirla!... (Se ríe). Le tengo una buena sorpresa. Carolina: ¿Ah sí? ¿Qué hiciste? Carlos: ¿No te llamó la atención, que me quedara tanto rato en la puerta? Mientras buscabas un taxi, le preparé una trampa. Carolina: ¿Una trampa?... (Afligida). ¿Mortal? Carlos: Bueno... Depende de la resistencia del tipo. Carolina: (Angustiada) ¿Qué barbaridad hiciste, Carlos, por Dios? Carlos: Me extraña tanta compasión por los rateros. ¿Ves?, Porque todos piensan como tú, tenemos esta plaga en Chile. Carolina: ¡Dime qué fue lo que hiciste! Carlos: ¿Te acuerdas del baúl lleno de fierros que tu tío nunca se quiso llevar? Eso me dio la idea. Lo coloqué sobre el saliente que hay entre la mampara y la puerta y lo amarré con una cuerda, de manera que al que abre la puerta ¡le caiga encima!

Carlos: ¿No oíste? Llegó el tren local. (Le pasa la caja de sombreros, ella sigue mirando ante sí, con honda preocupación) Carolina: ¿Sí, Carlos? Carlos: Oye ¿te vas a quedar sentada ahí toda la tarde? Carolina: (A punto de llorar) No, Carlos... Carlos: (Tira un paquete al piso) ¿Cuándo vas a bajar de la luna, mujer, por Diós? Carolina: No sé, Carlos... Estalla la música incidental del inicio mezclada al ruido del tren que se va deteniendo.

Cae un pesado saco que tira el Porta-equipaje antes de entrar al escenario y Carolina, asociándolo con lo del baúl, cae sentada sobre una de las maletas y se queda, con la actitud del inicio, mirando ante sí. Entra la porta equipaje, anunciando: Porta equipaje: El tren local parte dentro de 4 minutos, el tren local... (Sale, diciendo) ¡Dentro de 4 minutos: si van a tomar ese tren, pasen a la otra vía. Carlos: (Recogiendo paquetes se los da a Carolina). No sería raro que al volver de la vacaciones nos encontráramos con un sujeto delirando, entre la puerta y la mampara ¡Carolina! Carolina: ¿Sí, Carlos? 22

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ACTO ÚNICO

Don Anacleto avaro -Anacleto -Mariquita (Su empleada) -El Notario -Don Pedro -Juana (Mujer de Pedro) -Juan Malulo

La acción tiene lugar en la casa de don Anacleto. Hay una ventana al fondo. La entrada es por un costado. Se escuchan afuera pregones del manicero y del que vende mote con huesillos, y una melodía del organillero. Don Anacleto lee el diario en un sillón. Anacleto: ¡Mariquita! ¡Mariquita! Mariquita: (Entrando) ¿don Anacleto? Anacleto: Dale un peso al organillero y compra maní. Mariquita: ¡No nos queda ni un solo peso, don Anacleto! Anacleto: Bueno. ¡Sigue con tus quehaceres, entonces! Sale Mariquita. Se escuchan golpes en la puerta. Anacleto: ¡Mariquita! (Ella entra), asómate a ver quién está golpeando. Mariquita: (Mirando Por la ventana) ¡Ave María! Es un señor desconocido, vestido de negro de abajo arriba Anacleto: Abre la puerta. Mariquita: (Lo hace. Entra el Notario, ella va hacia Anacleto y dice). ¡Le abrí! Anacleto: Pregúntale quién es. Mariquita: (Al Notario). Pregunta don Anacleto que, quién es. Notario: (Carraspea). Soy el honorable Notario de este pueblo. (Ella se desplaza rápidamente con pasitos cortos de uno a otro) Mariquita: Dice que es el honorable Notario de este pueblo. Anacleto: Pregúntale que, qué se le ofrece. Mariquita: (Al Notario) Pregunta que, qué se le ofrece. Notario: Vengo a darle una buena noticia y una mala noticia.

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Mariquita: (Va hacia Anacleto). Viene a darle una buena noticia y una mala noticia. Anacleto: Dile que me dé la buena noticia y se guarde la mala noticia. Mariquita: (Al Notario). Dice que le dé la buena noticia y se guarde la mala noticia. Notario: Pregúntele si puedo hablar directamente con él. Mariquita: (A Anacleto). Pregunta si puede hablar directamente con usted. Anacleto: Dile que eres mi empleada de confianza y te pago, para que me sirvas. Mariquita: Dice que soy su empleada de confianza y que me paga para le sirva, aunque la verdad, señor Notario, es que me debe 33 meses de sueldo y si la cosa sigue así, me voy a retirar en Marzo. Anacleto: Cállate y vete, sírvenos helados. Mariquita: No hay helados, señor. Anacleto: Entonces, limonada. Mariquita: No hay limonada, señor. Anacleto: Entonces, déjanos solos, que tengo que hablar con el señor. Mariquita: Esta bien, señor. Me retiro. (Sale) Anacleto: Y bien, señor Notario, ¿cuál es la buena noticia? Notario: Lo siento, señor, pero para respetar el orden de los acontecimientos, tengo que darle primero la mala noticia. Anacleto: Bueno, dígala, entonces. Lo más rápidamente posible porque me desagradan las malas noticias. Notario: (Habla tan aceleradamente que no se le entiende). El lunes 30 de abril, a las 10 horas, 30 minutos, 5 segundos, falleció en la localidad de Ruri Ruri un tío político de usted, avaro de profesión, millonario y sin descendientes, de un ataque general a la salud del cuerpo humano. Anacleto: Muy mala noticia, señor, pero ¿podría repetirla más 26

lentamente? El Notario repite lo mismo pero en forma que se entienda. Anacleto: En efecto, mala noticia. Que descanse en paz el pobre tipo. Y que Dios lo tenga en su gloria. ¿Dónde dice que falleció? Notario: En la localidad de Ruri Ruri. Anacleto: ¿Dónde queda eso? Notario: Diez kilómetros al Norte. Anacleto: ¿Al Norte de qué? Notario: No me informaron. Anacleto: Ah. Y ahora, diga señor Notario, cual es la buena noticia. Notario: Como su tío político, avaro y millonario no tenía descendientes en línea directa y consanguínea, usted don Anacleto, resulta ser heredero indirecto y sanguíneo, y recibe una bolsa que contiene varios millones de pesos. (Le pasa una bolsa). En dinero contante y sonante. (Agita la bolsa para que suene). He dicho Anacleto: (La recibe) Ah, ah. (Con reacción tardía). ¿Co-cocomo dijo? (Palpa la bolsa). Este que, este que, este que... ¿millones, señor Notario? ¡Es demasiado para mí! (Cae desmayado) Notario: ¡Empleada! ¡Empleada! Mariquita: (Entrando) ¿Qué se ha imaginado? No soy perro para que me llame de ese modo. Me llamo Mariquita. (Ve a Anacleto, lo toca). ¡Ave María! ¡Está difunto! (Llora) Notario: No. Sólo es un desmayo. Mariquita: ¡Asesino! Usted lo ha matado con la mala noticia. Notario: Por el contrario, la mala noticia le cayó bien, fue con la buena noticia. Anacleto: (volviendo del desmayo) Mariquita... ¡mi bolsa! (La 27

busca, la encuentra). Mariquita ¡soy millonario! Qué digo... ¡multimultimultimillonario! Notario: Y yo, habiendo cumplido con mi honorable misión, tengo a bien retirarme. (Como Anacleto y Mariquita se abrazan eufóricos sin prestarle atención, sale) Anacleto: ¿Te das cuenta, Mariquita? Acabo de heredar millones en dinero contante y sonante... Compraremos un automóvil, que digo... ¡un tren! No, un buque... qué digo... ¡un castillo!... ¡Un país entero! Mariquita: Sí, don Anacleto, pero no lo grite tan fuerte que pueden oírlo. Anacleto: Y ¿qué importa que oigan? Mariquita: Si se corre la voz por el pueblo, vendrán a pedirle dinero para esto y lo otro. A pedir prestado, pedir regalado, la gente es así, don Anacleto... y ¡se quedará usted en la calle en un santiamén! Anacleto: Tienes toda la razón, Mariquita. No deben saberlo. Nadie debe saberlo. Ah... pero lo sabe el notario y lo contará. Hmmm. Debo comprar su silencio. Eso es, le daré dinero para no lo cuente a nadie. Va a buscarlo, Mariquita.

Anacleto: (Solo) Los buques están pasados de moda, compraré un submarino y un avión a chorro. Claro que eso ha de costar carísimo... creo que me contentaré con un buen automóvil. Un “Mercedes Benz” (Reflexiona un instante). No, no, es mucho gasto. Un Ford me servirá lo mismo. Hay que ahorrar un poco por millonario que uno sea. Y, pensándolo bien, si compro un auto voy a tener que pagarle a un chofer, y piden un sueldo muy subido, más con lo exigente que están ahora, no, pensándolo bien, decía, conviene más no comprar auto y usar

los taxis. Es bastante más cómodo. Sólo que se acostumbra uno y toma taxi a cada rato. Y eso ¡es la ruina! Lo más práctico es caminar, es un excelente ejercicio, digo para la salud... y ahorra uno en médico y medicinas. Claro que caminar tiene su pequeño inconveniente, se gastan mucho los zapatos, y con lo caro que están pidiendo para ponerles “media suela”, que le llaman... No. Decididamente, si deseo conservar este dinerito, lo más inteligente es quedarse en casa, sentadito en mi sillón. Y para lo que necesite, mando a la Mariquita... ¿A propósito?, ¿por qué no vuelve? Necesito comprar el silencio del Notario, ese gasto no lo puedo evitar. No porque uno hereda unos cuantos millones hay que empezar a gastar como loco. ¡No, señor! (Entra Mariquita seguida del Notario). ¡Ah! Ya regresa... Señor Notario, tengo una proposición que hacerle. Notario: Lo escucho don Anacleto. Anacleto: Es imprescindible mantener en secreto esto de mi herencia, los milloncitos... De modo que... ¡compro su silencio! Notario: Ofrezca. Anacleto: Pida usted. Notario: No, usted, don Anacleto. Anacleto: Usted, señor Notario. Notario: Diez mil pesos. Anacleto: ¡Ni muerto! Notario: Nueve mil novecientos noventa y nueve... Anacleto: Eso me parece más razonable, pero aún me parece demasiado. Notario: Ofrezca usted. Anacleto: Mil pesos... quiero decir, cien... mejor, diez pesos. Notario: (Indignado) ¿Diez pesos? ¿Qué quiere que haga con diez pesos? Anacleto: Puede usted comprar diez cosas de a peso. Notario: ¡No hay nada que se pueda comprar por un peso! Anacleto: Está bien: ¡cien pesos! Y ni una palabra más.

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Sale Mariquita y se la oye gritar: “Señor Notario, señor Notario”

Notario: De acuerdo. (Aparte a Mariquita). Este se volvió podrido de avaro. Anacleto: Entonces ¿jura usted no contar a nadie que soy millonario? Notario: Juro. Anacleto: ¡a nadie! ¡Ni siquiera a mí mismo! Notario: Ni siquiera a usted mismo. Anacleto: ¿Ni a usted mismo? Notario: Ni a mí mismo. Anacleto: Bravo. Trato hecho. Queda comprometido por el juramento. Notario: Y... ¿el dinero? Anacleto: ¿Qué dinero? Notario: Iba usted a comprar mi silencio. Anacleto: ¡Ja ja ja! ¿Oíste, Mariquita? ¿Yo, comprar algo tan inútil como el silencio? No se ve, no se toca, no se oye... ja, ja, ja, ¿por quién me toma? Notario: ¡Deme ese dinero! Anacleto: No tengo dinero. Soy pobrísimo ¿verdad, Mariquita? Notario: Acaba de ser usted multimillonario. Se queja de pobreza, ¡y tiene millones, millones! Anacleto: ¿Oíste, mariquita? Lo ha dicho a gritos. Juró no decirlo a nadie, ni siquiera a sí mismo.

Notario: ¿Cuál Dinero? Anacleto: Los cien pesos con que compré su silencio. Notario: Dijo que lo iba a comprar, pero me dio nada. Anacleto: Lo dije, y la palabra de un hombre honrado vale tanto como el dinero, de un hombre honrado. Me da usted ese dinero o lo denuncio. Notario: ¡Pillo, sinvergüenza, infame...! (Le pasa dinero)

¡Tome!, ¡Pero le advierto que esto es un robo! Mariquita: Don Anacleto, usted no puede hacer eso, no está bien. Notario: ¡Déjelo! Que se pudra con su dinero. Ha obrado la brujería fatal de los millones. Ha de saber usted, que su tío sufría de una horrible enfermedad. Anacleto: ¿Qué enfermedad? Notario: Por las noches tenía sudores fríos y de día sudores cálidos. Constantemente lo asediaban terrores matutinos y alucinaciones vespertinas, porque temblaba sin cesar ante la sola idea de que le pidieran, le robaran, le quitaron un peso de sus adorados milloncitos. Temblaba ante la idea de enfermarse y tener que gastar en médico. No tenía automóvil para no gastar en chofer o bencina, no caminaba para no gastar la suela de sus zapatos... Anacleto: (Que ha empezado a temblar al escuchar al Notario). Mariquita... creo que estoy enfermo... Mariquita: ¡Jesús! Voy a buscar un doctor... Anacleto: ¡No! ¿Estás loca? Piden carísimo por una consulta. Mariquita... ¡tengo sudores fríos y calientes! Notario: ¿Y sabe usted cómo se llama esa enfermedad que aquejaba a su honorable y despreciable tío? Se llama avaricia... Y ahora la ha contraído usted. Esto dicho, me retiro. (Sale) Anacleto: ¿Yo, he contraído una enfermedad? ¿Oíste, Mariquita? Mariquita: Don Anacleto, ¡tire lejos ese dinero antes que le traiga desgracia! Anacleto: Jamás. (Abraza la bolsa de dinero). Jamás de los jamases... Mis milloncitos. (Besa la bolsa) (Con temor, escuchando) Shhht... (Va a la ventana y le hace señas para que se acerque). Escucha, Mariquita... es la voz del Notario... Voz del Notario: ¡Oigan todos los de este pueblo! Don Anacleto acaba de heredar millones, gran cantidad de

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(Avanza, furioso, hacia él) ¡Devuélvame mi dinero!

millones... Oigan todos, ¡don Anacleto se ha vuelto millonario, no, multimillonario, millones de todos colores y de todos los tamaños! Anacleto: ¡Infame! ¡Maldito Notario! Ahora llegarán aquí todos a pedir. Mariquita, anda y diles que es mentira que soy pobre como una rata. Mariquita: Lo haré, don Anacleto, pero primero págueme los 33 meses que me debe por mi abnegados servicios. Anacleto: Nunca me habías cobrado un centavo, Mariquita. Nunca recuerdo haberte pagado. Mariquita: No me pagaba porque era pobre. Anacleto: Y ahora no te pago porque soy rico, y los ricos deben ahorrar para seguir siendo ricos. Mariquita: ¡Avaro! Anacleto: ¡Vete! Mariquita: ¡Me voy! (Sale, regresa en el acto, amenazante) Pero ¡le va a pesar, le va a pesar! (Se retira) Anacleto: Una boca menos que alimentar. Ja, ja, ja... Y ahora, tengo que buscar la manera de alejar de aquí a los “pedigüeños”. Necesito un consejo. Hay una sola persona en este pueblo que da consejos gratuitamente, Juan Malulo. Lo llamaré por teléfono. (Toma el fono). Aló... ¿Estás en casa Juan Malulo? Necesito un consejo...

Anacleto: ¡Hombre! Siempre me asustas. ¿En qué vehículo viajas para llegar tan pronto? Juan Malulo: En el del interés: me interesa atender cuanto antes a mi clientela Anacleto: Tienes que darme un consejo, Juan Malulo. Juan Malulo: ¿De qué se trata? ¿Hay que perjudicar a alguien

de este pueblo? Es fácil, a todos les conozco sus debilidades, y sé cómo hacerlos rabiar... Anacleto: No, no. Escucha: desde hace una hora soy millonario Juan Malulo: ¡Me parece espléndido! Anacleto: Pero no te daré ni un centavo por el consejo. Juan Malulo: Así no dejarás de ser millonario. Anacleto: Tú me comprendes, Juanito (Lo va a abrazar, se retira asustado, soplando sobre sus ropas). Oye, ¡quemas! Juan Malulo: (Ríe) Sí, un poquito...Y bien, ¿de qué se trata el consejo? Anacleto: Necesito librarme de los pedigüeños. Vendrán todos a pedir dinero porque el Notario proclamó por el pueblo que recibí una herencia de millones. Juan Malulo: Te voy a hacer una magia nueva, que acabo de aprender. Saca la lengua. Anacleto: Ah. (La saca mientras dice con dificultad) ¿La tengo “sucia”? Juan Malulo: Silencio. Mantén la lengua afuera mientras te hago la magia. Anacleto: (Hablando con dificultad). ¿No ves que la tengo afuera? Juan Malulo: ¡No hables porque la lengua se entra! Anacleto: (Con dificultad, tratando de mantener la lengua afuera). Bueno, me callo. Hablo. Juan Malulo: ¡Digo que no hables! Anacleto: Bueno ¡no hablo! Juan Malulo: (Desesperado) ¡Silencio! (espera un momento y al ver que Anacleto mantiene la lengua afuera y guarda silencio, hace unos pases con sus manos por sobre la lengua, diciendo a modo de cábala). “Roñonio trifolati al crostino..." lengua recibe esta magia: ¡repetirás siempre lo último que escuchen los oídos de tu dueño! ¡Listo! Anacleto: ¡Listo!

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(Al colgar se presenta entre humos, Juan Malulo, el diablo, de rojo y con cola.)

Juan Malulo: Ya está obrando la magia. Quieras o no, tendrás que repetir siempre. Anacleto: Siempre... Juan Malulo: ¡Siempre! Anacleto: Siempre... Juan Malulo: Siempre... Vaya, qué idiota soy, me olvidaba que repites por la magia que te acabo de hacer. Ja, ja, ja. Hasta luego. (Se retira con un salto y sale humo) Anacleto: Luego. Qué magia tan rara, ¿Para qué servirá? Servirá. Ja, ja, sin querer repito lo que yo mismo digo. Digo. Oigo golpear la puerta... puerta (Va a la ventana). ¿Quién será...? ¿Será? El primer pedigüeño, don Pedro, viejo pillo. Pero no me sacará ni un cinco... cinco.

Don Pedro: Buenas tardes, pues... Anacleto: Tarde, pues. Don Pedro: ¿Cómo que “tarde”? (Al público). A lo mejor ya se lo pidieron todo... (A él) Oiga, compadrito, ya que usted tiene tan buen corazón, yo venía a pedirle que me saque de un apuro bien grande... Anacleto: ¡Bien grande! Don Pedro: Bien grande... Anacleto: Bien grande. Don Pedro: (Hacia público) Se le pegó el disco al compadre. (A él) Oiga, don Anacletito. ¿Por qué le ha dado por repetir? Anacleto: Por repetir. Don Pedro: Bueno, si es su gusto, cada cual es dueño... Como le decía, vine para que me saque de un apuro y cuento... Anacleto: ¡Puro Cuento! Don Pedro: No, compadre, no es puro cuento, déjeme terminar, digo que estoy en apuros y “cuento con su merced”,

que tiene tan buen corazón, para que me ayude. Porque he sabido que usted es muy rico. Anacleto: Muy rico... Don Pedro: Y resulta que la Juana, mi mujer y yo, no tenemos ni para pagar el médico... Anacleto: ¿El médico? Don Pedro: Sí, pues, porque a la Juana se le enfermó su abuela... Anacleto: (con tono de insulto) ¡Su abuela! Don Pedro: Oiga, Don Anacleto no es broma... Anacleto: (Contento) ¡Es broma! Don Pedro: Epa, no se burle de la desgracia ajena. Como decía, la abuelita de la Juana está enferma y la pobre lo único que tiene para ver si mejora es agüita de albahaca... Anacleto: (tono de insulto) ¡Vaca! Don Pedro: Oiga, qué se cree... despacito por las piedras, no me venga con insultos, mire que yo ligerito me aburro... Anacleto: ¡Burro! Don Pedro: Hasta aquí no más le aguanto, compadre, pero ¡más, no! Anacleto: ¡Asno! (A público) Ja, ja, está haciendo efecto la magia, magia. Don Pedro: (A público, rabioso) ¿Y a este viejo qué le pasa? (A él, zalamero) Oiga, compadre ¿qué se tragó un zoológico? Anacleto: Lógico. Don Pedro: (al público) Este viejo es rico y yo necesito dinero, así es que tendré que ser paciente y hablarle con buen modo aunque me insulte. (A él) Sabía, don Anacleto que las personas generosas son agradables a Dios Anacleto: ¡Adiós! (Se restriega las manos, contento) Don Pedro: ¿Cómo? ¿Me está echando a la calle? Anacleto: ¡A la calle! Don Pedro: ¡Me las pagará muy caro! Se lo cuento a la Juana

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(Va a abrir la puerta, entra un campesino, don Pedro)

que es una mujer de armas tomar. ¡Verá usted lo que es bueno! Anacleto: Bueno. (Va hacia la puerta) Don Pedro: (Furioso) ¡No respondo por lo que le pase! Anacleto: ¡Pase! (Abre la puerta y le indica que pase con el gesto. Don Pedro sale, indignado, Anacleto ríe, contento) Ja, ja, já... Resultó excelente la magia... la magia. (Se escuchan golpes en la puerta). Esa debe ser la Juana, su mujer que viene a pedirme cuentas por el trato que le di al compadre... compadre... Pero obrará la magia... la magia. (Le abre) Juana: (Entrando con un escoba, amenazante) Ah, ¡aquí está! ¡Se atrevió a llamar “vaca”, “burro” y otros animales a mi marido en lugar de ayudarlo! Sepa usted que nadie más que yo tiene derecho a insultarlo. ¡De modo que me va a pedir perdón en el acto! Anacleto: En el acto. Juana: Bueno, hágalo, entonces. ¿O quiere que le pegue? Anacleto: Pegue... (Ella le pega, persiguiéndolo por el cuarto a escobazos). Socorro, socorro, fue culpa de la magia... magia Juana: ¡Qué magia! Vaya tipo raro. Ya, ya, pida perdón, ¿o quiere que le siga pegando? Anacleto: (Afligido) Siga pegando... (Para sí, murmura). Maldita magia... magia. Juana: Miren qué gustito tan raro. Bueno, para mí es un placer. ¿Más? Anacleto: ¡Más! (Recibe más escobazos) Juana: ¿Más? Anacleto: Más... (Se cubre la boca a dos manos) Juana: (Al público). Divertido el viejo. ¡Le encanta que le peguen! (Al pegarle se le cae a Anacleto la bolsa). ¿Y esto qué es? Parece que es dinero... Anacleto: Es dinero... Juana: Caramba. Y se diría que es muchísimo dinero...

Anacleto: Muchísimo dinero. Juana: y... ¿es suyo? Anacleto: (Con intenso dolor) Es suyo... Juana: Pero compadrito, no me diga, ¿está seguro? Yo creo que es suyo. Anacleto: Es suyo (lo dice con una voz llorosa) Juana: Pero ¡qué suerte la mía! Tantísimo que necesitaba dinero. Pero no se estará burlando... A ver, repita que este dinero es un regalo. Anacleto: (Idéntico). Es un regalo... (Llora) Juana: ¿De veras? Anacleto: De veras. Juana: No lo puedo creer... ¿Así es que todo este dinero es mío? Anacleto: ¡Es mío! ¡Es mío! (Deja de llorar, salta de gusto). ¡Me salve, me salvé! Juana: ¿Cómo que suyo? Si me lo acaba de regalar, pues, compadre. Supongo que es una broma. Anacleto: (Sufre de nuevo) Una broma, una broma... Juana: ¡Qué alivio! Creí que se había arrepentido. Oiga, ¿me lo regala todo? Anacleto: Todo... Juana: En serio, ¿todito? Anacleto: (Lloroso) Todito...

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(Cae desmayado en el sillón. Juana lo besa en la frente y va hacia la ventana) Juana: (Sale gritando hacia fuera) Pedro, Antonio, José, señor Cura, Vengan todos para contarles la buena noticia... (Unas caras de cartón empiezan a asomarse desde fuera a la ventana)

Anacleto: (Volviendo del desmayo, busca su bolsa). Socorro, ¡al ladrón! Me han robado mis millones... millones... Maldita magia, maldita magia (Se pega en la boca, y en la lengua). (Entran Juana y Pedro) Juana: Don Anacletito, dígale a Pedro la verdad, no me quiere creer, dígale que es verdad. Anacleto: Es verdad... Juana: ¿Oíste, Pedro? (A Anacleto). Pedro no me quería creer que usted es tan bueno que se dejó castigar, que hasta me pedía más golpes. Y para expiar faltas pasadas, me regaló todo su dinero. ¡Jesús, qué hombre tan desprendido! (Abraza a Anacleto que la mira atontado sin poder creer lo que le pasa). ¡Es un héroe, un santo, un mártir! Por favor repita, para que Pedro me crea, que lo que acabo de decir ¡es la pura verdad! Anacleto: La pura verdad... (Los mira como atontado, incapaz ya de reaccionar) Don Pedro: (Sacude su mano y palmotea su espalda) Pero, don Anacleto, ¡esto es un milagro!

Anacleto: ¡Un milagro! Juana: ¡Un héroe! ¡Es capaz de darlo todo! Anacleto: ¡Todo! Don Pedro: ¡Se merece una estatua en la Plaza! Anacleto: ¿En la Plaza? Juana: (Enternecida) Mírenlo, ¡qué modestia! ¡Cómo no! Una estatua en la Plaza del pueblo, y la inauguraremos con banda de música (Alza la mano). ¡Será así tan alta! Anacleto: ¿Tan alta? Juana: Pero qué humilde... ¿Le parece demasiado? Anacleto: Demasiado...

Don Pedro: Pero se lo merece, don Anacleto, porque ese dinero que usted nos regala lo repartiremos a los necesitados de este pueblo, haremos pavimentar las calles, pondremos luz eléctrica, construiremos escuelas, miles de cosas... Anacleto: (Empieza a sentir entusiasmo). ¡Miles de cosas! Juana: ¡Y usted, pobrecito, se ha quedado sin nada! Anacleto: (Con tristeza) Sin nada... Don Pedro: Se equivoca, compadre: la Juana se lo fue a contar a todos en el pueblo y están haciendo una colecta para traerle cada día todo lo que necesite y de cuidar de usted como el héroe de este lugar... Es más ¡quieren nombrarlo Alcalde! Anacleto: (Ahora sin ocultar su felicidad). ¡Alcalde...! Juana: ¿No oye? Ya están aclamándolo... asómese a la ventana. Anacleto: A la ventana. (Va a la ventana) Voces de afuera: ¡Viva don Anacleto! ¡Viva! ¡Queremos tener a don Anacleto de Alcalde! ¡Viva el benefactor del pueblo! Anacleto: ¡Benefactor del pueblo!... (Al público). Soy el hombre más popular... más popular de este pueblo, de este pueblo... Don Pedro: Y bien, don Anacleto, vamos a ir a prepararlo todo para la fiesta de esta noche, una fiesta en su honor, donde Anacleto, para agradecer que lo haya dado todo para el pueblo. (Sale seguido de Juana) Anacleto: (Orgulloso, repite). ¡Todo para el pueblo! Ja, ja, ja... No tengo un centavo, pero me siento feliz... qué raro... raro. (Toma el fono) Juan Malulo!... Malulo... (Un fogonazo, humo y aparece Juan Malulo). Líbrame de la magia, ya no la necesito, Necesito. Juan Malulo: (Al sacar Anacleto su lengua hace unos signos sobre ella repitiendo) “Roñoni trifolati al crostino", magia desaparece... (Ríe, contento). Ahora cuenta, parece que resultó. ¿Te fue bien?

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(Anacleto empieza a sentirse conforme)

Anacleto: ¡Espléndidamente! Juan Malulo: ¿No lograron sacarte ni un centavo? Anacleto: No tuvieron que sacarme nada, ¡les regalé todo el dinero! ¡Y me siento feliz! Juan Malulo: (Al público) Diablos... parece que falló la magia. No debí experimentar con magias nuevas. (A Anacleto). ¿Por culpa de la magia tuviste que regalar los millones? Perdona, te haré otra magia para que los recuperes... Anacleto: No, gracias. No quiero recuperarlos. Me siento feliz sin ellos. Juan Malulo: (Al público). Qué extraño... Seguro que mi enemigo Juan Bueno, anduvo metido en esto... Anacleto: Y ahora, gracias por la molestia, de todos modos, pero te puedes ir, porque estoy muy ocupado. Juan Malulo: ¡Maldita Sea! (Humo y desaparece) Mariquita: (Entrando, cae de rodillas). ¡Perdón, don Anacleto! Lo juzgué mal. Ya me han contado la noticia y vengo a rogarle que acepte otra vez los servicios de su vieja Mariquita, ¡no le cobraré ni un cinco! ¿Me perdona? Anacleto: (Solemne) Te perdono, hija. Anda a la cocina y trabaja. Mariquita: Oiga, ahí afuera están haciendo cola... Anacleto: ¿Quiénes? Mariquita: El heladero, el barquillero, el manicero... y escuche (Se oye la melodía de un organillero) Anacleto: ¿Qué quieren que hacen cola? Mariquita: Quieren darle de todo, y gratuitamente, y para siempre... Anacleto: ¡Vaya, vaya! Eso se pone cada vez mejor. Déjame solo que quiero reflexionar, y lleva un canasto para recibir la mercadería que me quieren regalar. (Mariquita sale, Anacleto se pasea, hablando al público). ¿Qué les parece? Me nombrarán Alcalde, todos me aclaman, me traen regalos y

prometen cuidar de mí... Y yo que pensé que la magia de Juan Malulo, era mala, como lo es él...y era ¡estupenda! Una Voz: (llamando) Anacleto... ¡Anacleto! Anacleto: ¿Quién me llama? La Voz: Soy yo, Juan Bueno. Anacleto: ¿Dónde estás? La Voz: A tu lado. Anacleto: No te veo. ¿Me estaré poniendo corto de vista? La Voz: No puedes veme, porque soy invisible. Anacleto: Pero dime dónde estás para mirar en esa dirección. La Voz: Da lo mismo, estoy en todas partes... Anacleto: Bueno, bueno, miro entonces a todas partes... (Ríe, contento). Dime, Juan Bueno, ¿qué te parece lo que me ha sucedido gracias a la magia de Juan Malulo? La Voz: Te equivocas. Yo velé para que la magia saliera al revés. No es por la magia que estás feliz. Anacleto: ¿Cómo es eso? ¿No fue por la magia de Juan Malulo entonces? La Voz: No, Anacleto, y aprende esto, la única magia es ésta “Quién más da, más recibe” Anacleto: “El que más da, más recibe”. ¡Eso me huele a moraleja! La Voz: ¡Es la moraleja de este cuento! Anacleto: ¿Y llaman “moraleja” a la frasecita que se escribe al final de un cuento? La Voz: Así es, Anacleto. Anacleto: Entonces, (Al público). ¡Ya lo oyeron! Este el final, y me alegro porque tengo que ir a tomar helados, a comer maní, barquillos, y mote con huesillos... ¡Mariquita! Mariquita: (Entrando) ¿Don Anacleto? Anacleto: Vamos a la Plaza, nos están esperando. (Al público). ¡Hasta la vista...! Niños, y personas mayores también, canten conmigo... “¡Quién más da, más recibe... quién más da

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más recibe! Con una música alegre, bailan los personajes, cantando “quién más da más recibe”. Luego dicen todos en coro. ¡Fin! y saludan.

Amor a la africana -José Paravicini (el marido) -Isabel (la esposa) -Pupi (amiga de Isabel)

Para ser dada en una sala para café concert: al fondo, pequeño escenario que representa un living, donde hay un diván, un espacio balcón y, a un costado. Se simula un ascensor, con las luces (sin que aparezca el espacio mismo, el ascensor). Música incidental, para separar unas escenas de otras, junto con breves “OSCUROS” y toque de batería, indicada en el texto. La actriz, caracterizada como Pupi, se mueve entre las mesas del café, digiriéndose a público. El actor, José Paravicini, ya caracterizado, es uno de los que están en las mesas de la sala. Café-concert basado en la comedia "Dos más dos son cinco" de la misma autora estrenada en 1957, al que se le puede agregar la parte musical.

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"infinito". ¿Cree que con lo que gano me alcanza para mantener una querida?"

ACTO I La obra está concebida para que la misma actriz sea la que hable a público en la introducción, como Pupi, y que luego cambiando de peluca y con algún elemento vestuario (y sobre todo marcando la diferencia en la actuación) interprete, alternadamente, tanto a Isabel como a Pupi. La actriz: No sé si ustedes... perdón, antes, buenas noches. No sé si ustedes, decía, tienen algún problemita conyugal... Digamos que hay dos grandes depredadores del matrimonio: uno, los celos, justificados o imaginarios. Dos ¡la rutina! El desgaste. Eso de: "Déme dinero, mijito" ”No tengo, mijita" "¿Cómo? Este mes me diste menos que el mes pasado y las cosas subieron al doble." "La inflación, mijita, las cosas suben de precio y el sueldo, no." "Pretexto". Lo que pasa es que usted ya no me quiere... ya nunca me invita a comer a un restaurante, a tomar un traguito... menos, todavía "a bailar," "¿Sabes lo que te saltean en esos restoranes con orquesta, aunque pidas un hot dog y una coca cola?" ¿Hot-dog y coca cola? ¡Qué vulgar!"... Bueno y él piensa en algo más al alcance de su bolsillo y la toma en sus brazos y le propone hacer... (Toque de batería) ¡Eso!. Y ella "mijito, para serle franca, cuando hacemos "eso", es cuando más noto que ya no me quiere como antes". "¿¡Qué!?", exclama él, herido en su hombría. "A ver ¿cómo es eso?" Y ella "No se ofenda, pero ya no veo el infinito como cuando recién nos casamos. Perdone, pero ¡Ni un brillo!,... Y él "¿Qué quiere? ¿Que yo la...?. (Batería) ¿Con el mismo ardor de entonces, ahora que llego agotado de la oficina, con las horas extras para completar el sueldo?" Y ella: "Nada que ver con el trabajo. Cuando llega tarde, seguro que tiene otra mujer y a ella (Batería) me tinca que le hace ver el infinito." Y él: "Oiga, córtela con lo del 44

Se desplaza entre las mesas, observando al público. Bueno, no vamos a negar que la inflación "desinfla" a los maridos. Como se hace poco el sueldo, algunos se emplean de día como contadores y por la tarde en un café concert, y por la noche trabajan un taxi... y sólo ganamos en polución. Se coloca una peluca vistosa, y toma actitudes que caracterizan a su rol de Pupi. Me presento, Pupi Chávez, sicóloga, doctorada en Berkeley, especialidad, ansiedad causada por el deterioro conyugal... ¿Alguien requiere de mis servicios? (Toma un pequeño libro y lo enseña, desplazándose). Este librito que descubrí ¡es la Biblia!... es decir... Lo escribió nada menos que el gran filósofo inglés Bertrand Russel. Sí, él mismo, pueden informarse si creen que lo invento. Explica cómo ser feliz en la vida y en el matrimonio... (Dirigiéndose a alguien en el público) ¿Sufre de celos, señor? Aquí, en este librito, se lo resuelven en un dos por tres. Y usted ¿está llegando al "dame dinero, mijito... no tengo mijita?" Aquí está el remedio: "cómo combatir la rutina". Les hago una demostración enseguida. (Mira hacia la sala o las mesas). Sé que a nadie le agrada servir de cuyi pero... ¡A! Creo que encontré un voluntario. El que levantó la mano... (Luz sobre el Actor que está sentado en una de las mesas). Bravo... Venga. Sí, usted, no tenga miedo. (El hace gestos negándose, murmura que no levantó la mano, ella insiste, él la sigue hacia el escenario). ¿Su nombre?, (El murmura algo). Más alto, por favor. José: José Paravicini Angeloto. 45

Pupi: ¿italiano? José: Más o menos. Pupi: ¿Casado? José: Bastante. Pupi: ¿Jura decir la verdad, sólo la verdad, nada más que la verdad? José: Lo juro. ¿Qué tengo que decir? Pupi: Ya se le ocurrirá. Es usted un marido "tipo". Supongamos que llegó agotado de la oficina... Bueno, ahora está desesperado porque su mujer le esconde los cigarrillos por miedo al avisito que pasan en la Tele, ese en que se ve en una playa a un tipo, rodeado de piluchas gracias a la magia de encender un cigarrillo que le procura la felicidad, y después el macabro cartelito: "El Tabaco produce Cáncer"... Bien, empiece a buscar. (José busca moviendo los cojines del diván, ella lo observa un momento, luego pide). Con más "desesperación", por favor. (José, en cuatro pies, mira afanosamente bajo el diván y demuestra "desesperación") Bien, eso está mejor. Ahora entro yo, es decir, la Pupi, la amiga de su mujer. Espere, debo entrar por el balcón. Busque, mientras tanto. (Sale de escena) José: (Tomando su cabeza a dos manos, exclama) ¡Esposa! ¿Dónde chu... quiero decir, dónde diantre escondiste mi ración de nicotina? Esto es horrible... (Busca a gatas) ¡Espantoso!

Pupi: Un poco más de naturalidad... (José, sin mirarla, cambia) José: Cigarritos, cigarritos... ¿dónde se escondieron? (Los llama como a un perro. Ve a Pupi) ¡Pupi! ¿Estoy soñando? ¿Eres tú? Pupi: Sí, darling, soy yo. ¿Qué haces en cuatro patas? José: ¿Por dónde entraste? ¿Atraviesas las paredes? Pupi: Por el balcón, darling. Vivo en el departamento vecino

¿no lo recuerdas? Están comunicados... salté la reja. José: Vivías al lado... ¡pero estabas en Norteamérica! Pupi: Regresé ayer. (Un silencio) ¿No me preguntas algo, José? José: Sí: ¿tienes un cigarrito? Pupi: (A público) Qué mal educado... (A él) Sorry, no fumo. José: ¡Roñoñi-trifolato-al-crostino! Pupi: ¿Palabrota italiana? José: "Riñones al canapé"... un guiso. Pero, desahoga. Pupi: Eres de lo más mal educado que hay, José: hace 3 años que no nos vemos y tú... José: Y yo hace 3 horas que no fumo. (Amable) Perdón. ¿Cómo te va? Pupi: Bien, gracias. ¿Y la Chabela? ¿Dónde está? José: Eso quisiera saber ¿dónde está? Pupi: No me digas que se separaron, Sería "awful". José: ¿Qué? Pupi: Espantoso. Una regresa de un viaje y ya nadie sigue casado con nadie. O, mejor dicho, todos están casados con otros. ¿Por qué se separaron? Y no te sientas raro: hoy es lo más normal. José: Seré "anormal", pero sigo casado con Isabel. ¿Dónde los escondería? (Reinicia la búsqueda de cigarrillos) Pupi: (Ofendida) Ni siquiera me has preguntado cómo me fue. José: Sí... ¿cómo te fue? Pupi: "Wonderful". Fantástico. Sírveme un trago. (El deja de buscar y le sirve un trago). Me gradué en Berkeley. José:"Berkeley"... ¿una nueva profesión? Pupi: Una universidad, mi amor... José: (Coqueto) ¿Y en qué se graduó, mi linda? Pupi: En algo que tú necesitas con urgencia, darling. José: No me digas... (Toque de batería) ¿Será lo que estoy pensando? Pupi: ¡José! Por esa mirada libidinosa, me imagino que...

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Pupi asoma la cabeza por el lado balcón:

José: ¡Una broma, Pupi! Y ¿qué es lo que necesito yo con urgencia? Pupi: ¡Un psiquiatra! Basta ver cómo te tiemblan el pulso, esos ojos vidriosos, y tu modo patológico de escarbar... José: Calma: el pulso me tiembla de nacimiento. Ojos vidriosos, deben ser los lentes de contacto, y mi modo de escarbar no tiene nada de patológico (De pronto frenético, mientras grita) ¡quiero fumar! (Le sonríe, calmado) Disculpa. Mira. Pupi, tengo un sistema; si te has dado cuenta ¡uno jamás encuentra lo que busca! Basta con buscar otra cosa para que aparezca... ¡Vaya! (Saca de algún lugar un folleto) ¡Aquí estaba! Otra cosa que tenía extraviada: mi folleto. Debí buscar el folleto para encontrar los cigarritos. Pupi: ¿De qué se trata? (Indica el folleto) José: Mi obra maestra. (Lee el título) "De cómo suprimir las UEFE en cinco minutos y de paso, eliminar la inflación y elevar el percapita y terminar con la cesantía y otros problemas que están llevando mucho a la mierda a los países en vías de desarrollo." Pupi: Como título, además de largo es grosero. José: Bueno, no dice "mierda", lo acabo de agregar, y están de moda los títulos largos. Es ¡sensacional! Pero, por el momento ¡me siento en las U-EFES y en la inflación, lo que quiero! ¡Es encontrar los cigarritos! ¡Roñoni-trifolato-al-crostino!

Pupi: ¿Patean de vuelta? Esas viejitas ¿caminan al revés? O

sea... (Gesto confuso indicando el techo) José: Golpea en el techo con un palo largo: dicen que con mis patadas se les queman las ampolletas... Bueno, quizá estén en la cocina. Pupi: ¿Las viejitas Vergara? José: Los cigarrillos. Isabel ¡no me la vas a ganar! (Inicia salida hacia el fondo, lo retiene Pupi) Pupi: ¡Mi pobre José! Sufres de la típica ansiedad del drogadicto. José: Drogadicto ¿yo? ¡Hazme el favor! (Cambio). Me bastaría con uno solo. Qué digo, encenderlo, al menos. Y la Chabela sin llegar. ¡Son más de las nueve! Pupi: Transferencia, darling. José: ¿Qué? Pupi: Transfieres la ansiedad del tabaco a tu verdadero problema: el problema conyugal ¿Eres feliz en tu matrimonio? José: ¿Yo? Bueno... no sé. Supongo. Pupi: Típico: "supones". Dime ¿tu mujer tiene un amante? José: Si lo tuviera, aquí habría un cadáver. No dos. (Piensa) ¡Tres! el del amante, de la Chabela y el mío. En ese orden. Pupi: (A público) Un caso de machismo en tercer grado. Sigamos. (A él) Y tú, José ¿engañas a tu mujer? José: Bah, eso ¿qué tiene que ver? (Ríe con malicia) Nada que ver. Pupi: (A público) Machismo en "cuarto grado". El hombre, ¡nada que ver! La mujer ¡tres cadáveres! (A él) Estás pasado de moda, darling. Se terminaron esos tabú. Hay mujeres empresarias, ministras, juezas, astronautas. Si tienen las mismas responsabilidades y corren los mismos riesgos que los machos ¡tienen iguales derechos! ¿No? José: Vaya ¡feminista! (Alza un dedo amenazante). Te prohíbo que me contagies a Isabel.

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Patea el piso rabioso y resuenan otros tantos golpes. Pupi: ¡No te creo! ¿Patadas con eco? (Indica el piso) José: Las viejitas Vergara. Las del piso de abajo. Escucha. Da 3 patadas y se escuchan los 3 golpes de respuesta.

Pupi: “Me" la contagies. Posesivo. ¿Isabel es tu propiedad privada? José, deberías hacerte unas cuantas preguntas sobre higiene matrimonial: ¿alimentas debidamente sus necesidades psico-biológicas? En otros términos "sexuales". Segundo… (José la detiene con el gesto) José: ¡Para, para!... ¿qué insinúas? ¿Necesidades sexuales? Pupi: Al hacer el amor ¿cómo procedes? José: Te hago enseguida una demostración, "darling"... (Trata, gentilmente, de derribarla sobre el diván) Pupi: (Apartándose) Me lo temía: ninguna sutileza. La derribas sobre el diván y ¡paf, paf! José: Paf, paf, pero en la cama que es más ancha. Pupi: Peor, pues: al menos, en el diván tiene más brillo, José: ¿Tú crees...? (Se queda pensativo) Pupi: Importa la creatividad, dear. (Ríe). ¡Nunca olvidaré cuando "me atacaron" en un ascensor! José: ¿Subiendo y bajando? No se me hubiera ocurrido. Pupi: Los maridos carecen de imaginación. Piensa, José, que el amor es como una planta fina, que hay que cuidar para que no se marchite. Si la descuidas, la mujer sale en busca de... otro jardinero, si me permites la metáfora. (José mudo, la mira fijo, lo que es una de sus características. Pupi, al público) No lo puede creer. (A él) Si no alimentas su erotismo, saldrá a buscarlo fuera de casa ¿no crees? José: ¡Permíteme! Isabel es una mujer decente. Pupi: Of course. El 99 por ciento lo son. Y sin dejar de serlo... (El trata de detenerla con el gesto) Cálmate. "Take it easy". Mira, al comienzo ellas sólo buscan sustitutos... José: ¿Algo como el Nescafé...? Pupi: No, darling, nada que ver: suelen ir a clases de cerámica, de gimnasia aeróbica, inscribirse en organizaciones, la política, conferencias sobre la Biblia, disciplinas orientales... José: (La detiene con el gesto) ¡Sonamos! Tomó un curso de

"meditación trascendental". Pupi: Entonces, está al borde de un precipicio. Bastará un leve empujoncito para que ruede cuesta abajo. José ¿Lo dices en serio? No conoces a la Chabela. Pupi: ¿Cuántos años llevan de casados? José Espera... cinco. Pupi: La comezón del séptimo año "seven years itch"... En la era atómica bajaron a cinco. José: Según tú, a los 5 años las esposas decentes ¡dejan de serlo! Pupi: Es todo un proceso. Empiezan por añorar la época en que el roce de una mano bastaba para que les temblara el piso... José: Tonterías. A la Chabela nunca le tembló el... Oye ¿crees que le temblaba el piso conmigo? Pupi: Of course. Pero cuando el novio enamorado se transforma en esa cosa gruñona y aburrida, es decir, un marido... José: Pupi ¡no seas grosera! Pupi: Perdona, tengo que abrirte los ojos. Mira: llegas a casa con ese mal genio potencial que arrastras luego de una dura jornada en la oficina, te llamó la atención el gerente, etc. y sucede... José: ¿Qué...? Pupi: Que ese mismo día, un admirador le ha dicho "Isabel, adivino que no es usted feliz en su matrimonio". José: ¡A ese desgraciado que me lo traiga! Pupi: Una hipótesis, darling. Pero es posible que encuentre a un hombre galante que la corteje ¿no? Y ella, inconscientemente lo compara con lo que tiene en casa; el marido. Ese individuo que cuando su mujer le habla, se rasca los pies, se escarba un oído y ronca como locomotora. O que se pone frenético cuando ella le pide dinero. En cambio, el admirador... José:... El de "Isabel, adivino que..." ¡A ese infeliz ella le da una

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sola cachetada! Pupi: Es lo que hace el 99%. Pero se quedan "rumiando" las palabritas dulces. Al comienzo, se resisten heroicamente, pero con el correr del tiempo, amor reprimido, amor pasión, el 99% ¡dejan de ser heroicas! Y llegan hasta el... "etc... etc."... (Toque de batería) con el admirador. José: Y yo te aseguro que la Chabela no llegará al etc... etc... (Toque de batería) con otro que conmigo. Pupi: Mi pobre José ¡estás celoso! José: No soy tu pobre José, pero creo que estoy celoso. (Mira su reloj) Porque, ¿qué diablos hace la Chabela a estas horas? Pupi: Calma, no te preocupes: este librito, te prueba en dos patadas que ¡los celos no existen! José: Ah, ¿no? Pupi: Es sólo un problema de dudas. (A público) ¿Usted sufre porque sospecha que su mujer lo engaña? Otelo mató a Desdémona por una simple sospecha. Pero usted, antes de matar a su mujer, se entera que ella no lo engaña. ¡Se acaba el problema! O bien averigua que SI lo engaña... también se termina el problema, porque ya no tiene la duda: ¡ahora es una certeza! Y con un poco de madurez emocional, se da cuenta que es culpa suya. Por no haber alimentado a tiempo ese romanticismo latente. De modo que la perdona, y ella lo admira por eso, y todo termina ¡es decir, fantástico! Un "happy end". O si usted NO la perdona, entonces, sin escándalo, la abandona. Y rehace su vida con otra mujer con la que tendrá ya mayor experiencia. O sea ¡cuando se termina la duda el problema celos deja de existir! Lo que hiere es "La duda" ¿see what I mean, darling? José: (Burlón) ¿Y cómo diantre termino yo con la duda... darling? Pupi: En el librito están las respuestas. Pienso adaptarlo a los maridos latinos. Mira, método uno: la sorpresa. Ella llega

tarde, él le pregunta, así a quema-ropa "¿de dónde vienes?" O bien, con ese mismo elemento sorpresa le pregunta si es feliz en el matrimonio. Un método basado en el subconsciente: esto es, no darle tiempo para pensar en la respuesta. (Un ruido afuera) Ahí viene, escucho el ascensor. Me esfumo, ¡suerte!

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Sale por el balcón que lleva a su departamento José: (Va tras ella) ¡Espera! Oye, tengo que preguntarle algo como "¿me engaña mijita?" (Para sí) Ni huevón... (Hacia público) Hace un momento ¡sólo tenía un problema: hallar los cigarrillos! Ahora, resulta que soy "ansioso, patológico, machista y... además carnudo en potencia". ¡Mama mía! Como que me llamo, José Paravicini Angeloto, hijo y nieto de sicilianos yo... Calma. Después de todo ¡los celos no existen! Trataremos de aclarar "la duda". (Escucha pataditas en costado puerta de entrada) Ah, aquí llega la culpable. Voz de Isabel: ¡Monito! ¡Ábreme por favor que no tengo manos!... José: (Sale a abrirle) ¿Cómo que no tienes manos? Regresa seguido de Isabel. La misma actriz sin la peluca y algún cambio en elemento vestuario y, más que nada, en un estilo más natural de actuación, en contraste con la sofisticación de Pupi. Viene cargada de paquetes. José: ¡Qué manera de comprar! Isabel: Consumismo, mijito. Tentación. Vitrinas. José: Cualquiera diría que a uno la plata se la regalan. Isabel: ¿Estás de mala? José: ¡Sí! No... ¿Por qué iba a estar de mala? No tuve disgustos con el gerente, ni llegué agotado de la oficina. Ni sufro de... mal genio potencial. (Isabel entra a la cocina. El, hacia

público) Ojo. Aquí va la pregunta del método sorpresa: (Sube la voz). ¿De dónde vienes, Isabel? Isabel: ¿Regaste el gomero? Ay, había un smog... y los pies, como me duelen los pies... (Vuelve y se deja caer en el diván) José: (Carraspea, se aclara la voz) ¿De dónde vienes Isabel? Isabel: Me costó un mundo encontrar los ingredientes de la omelet que enseñan en la Tele. El chino, simplemente no lo encontré José: (Para sí) Cuernos chinos... (A ella) ¿Cómo se llama? Isabel: Algo como Kunfú... José: (A público) Me engaña con Carradine... Isabel: (Ahora desplazándose, concentrada en sus asuntos, yendo a la cocina, hablando desde ahí.) Estás raro. Monito… ¿Quién es ese Carradine? Estuviste tomando whisky, y con dos vasos, seguro que te mareaste y te serviste dos veces... Muy tuyo, Monito. (Se lleva los vasos) José: ¡No me llames "Monito"!. No me emborraché, tuve visitas. (Ha entrado Isabel de la cocina batiendo huevos) ¡Deja de batir huevos y pon atención cuando te hago una pregunta, Isabel! Isabel: Uy, ¡qué mal genio! No mientas, peleaste en la oficina con la vieja señorita Prudencia, la que tiene un lunar con pelos en el labio que te da asco. Si dejo de batir huevos, no habrá tortilla, Monito, ay, perdón, José, y no sabrás lo que te pierdes. A propósito alcanzaste a ver la Teleserie? José: No veo teleseries, me cargan las teleseries, no discutí con la señorita Prudencia... Isabel: Ya sé: se te volvió a perder el folleto de las UF y cómo terminar con... no sé qué... Nunca me he aprendido el título, pero estoy segura que es genial, y cuando te lo publiquen dejarás de ir a la oficina, te dedicarás a la política. ¿O no? (El, muy tenso, guarda silencio). Ay, estos huevos no me suben... (Mira a José, ve que tiene cara de mártir) Ah. No se te

perdió el folleto. Lo veo ahí. Bueno ¿qué era lo que me estabas preguntando? José: (Dominándose) Sólo quiero saber, por simple curiosidad, "de dónde vienes, Isabel, para llegar a estas horas", y no me digas que tuviste pana de neumático, porque la tuve yo...

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Nervioso va a buscar el vaso de licor y bebe. Isabel: ¿Tuviste tú la pana de neumático? José: No. ¡Tuve la citroneta! (Sombrío) ¡Renuncio! Isabel: ¿Renuncias? (Alegre) No te creo... ¿renuncias en la oficina? ¡Fantástico Monito! Por fin vamos a poder ir de vacaciones, están ofreciendo un viaje a esa playa de México, con estada pagada, en cómodas cuotas mensuales... (Él la mira furioso) ¿No habrá vacaciones? José: No puedo llevarte a esa playa de México si renuncio, porque ¿de dónde sacaría para las cómodas cuotas mensuales? Isabel: (Suave, conciliante) Monito, usted dijo bien claro: "Renuncio". Y creo que harías bien: es muy fúnebre trabajar en una oficina de "quiebras", te topas con puros suicidados... Y eso te pone pesimista. Creo que es una buena idea, renunciar. José: ¿No te has enterado de los índices de cesantía? Isabel: Bah... ¿por qué en esos "índices" le iba a tocar justo a usted, Monito? ¡Cómo va a tener tan mala suerte! Salga de las quiebras, lindo. José: Gracias a las quiebras, puedo pagar alquiler, comida y... Isabel: Pero le hará regio un cambio. Usted se la puede en cualquier rubro de negocios. Sería fantástico que encontrara un trabajo algo más alegre que visitar gente "quebrada". Algo al aire libre, que le dé la ocasión de viajar, por ejemplo. José: (A público) Ojo: quiere tenerme lejos. Isabel Oiga, deje de hablarle a las paredes. Decía, algo que le

haga cambiar de aire... Vendedor viajero... José: Vendedor en la micros ¿aspirinas, curitas, "ofertas"? "Señores pasajeros permítanme robarles un minuto de atención..." Isabel, baja a la realidad. No he renunciado a la oficina. Renuncio a... (Gesto, desanimado) a hablar contigo. Isabel: No se ponga de mala, Monito. Es pésimo para las relaciones conyugales. Bueno, ya, hablemos: ¿qué me querías preguntar? José: ¿De dónde vienes, Isabel? Isabel: (Entrando a la cocina, riendo) ¡De casa de mi amante! José: (A público) Buena respuesta, me la merezco. (Sube la voz) Isabel, al ir a casa de tu amante ¿dónde escondiste mis cigarrillos? Isabel: (Vuelve a entrar) ¿Donde?... Ese es el punto. José: ¿Cuál punto? (Ella se alza de hombros) ¿No se acuerda? No importa. Bajemos juntos a comprar. Isabel: La omelet está en el fuego... José: ¡No tardaremos! ¡Venga! La arrastra fuera. Apagón. Música animada. Luces intermitentes y el ruido del ascensor Voz de Isabel: Pero Monito, no lo puedo creer... ¡en un ascensor!... Y con su propia mujer... Ay, me está rompiendo la falda,... Oiga, pretende que en serio, aquí... ¡Uy! (Sonido del ascensor cesa). ¡Se atascó el ascensor! Monito... ¿qué vamos a hacer? Parece que me apoyé contra todos los botones a la vez... Auxilio... Ay, qué oscuridad... ¡Atrapados en un ascensor! Se nos va acabar el aire, lindo, si no nos sacan de aquí. (Grita) ¡Sáquenos de aquí! Voz de anciana: ¡Mayordomo! Los Parravicini se adueñaron del ascensor. ¡Hágalos salir! ¡Por mis piernas, no puedo usar la 56

escalera! Música. Vuelve la luz. Entran, ella se arregla la ropa. Isabel: Qué quiere que le diga. Monito... Parece telenovela ¡violada en un ascensor! Oye ¿no habrás estado fumando marihuana? Te hallo, no sé, como "hippie". El amor en un ascensor. ¿Por qué no en un ropero? José: Tendría que ser en el closet, no he visto un ropero en años. Desde que murió mi abuelita. Isabel: Hablando en serio ¿qué te proponías? José: Escucha, el amor es como un ropero... no, quiero decir, como un gomero... Isabel ¿Un gomero? José: Una planta fina, si me permites la metáfora. Hay que regarla seguido... Isabel José... qué crudo amaneciste. De palabra y de obra. José: Que hay que cuidar, si "regar" la escandaliza. Isabel Y a propósito ¿Regaste el gomero? José: No nos salgamos del tema. Qué le decía; Ah, sí. Comparaba, se me ocurrió (sobrado) así, el amor con una planta. Isabel: ¿Una planta? José: Sí, Esa cosa verde con hojas que se mete en un macetero. Isabel: ¡No sé de qué hablas! ¿Huele a quemado? (Corre a la cocina, gritando) ¡La omelet! Acordes de música marcando la súbita decisión de José. Va hacia la cocina y la trae, la lleva hacia el diván y la derriba. Isabel: Pero, Monito... Así, tan de repente... ¿no será mejor, después de comer y en la cama, como de costumbre? José: (Se sienta, deprimido) "Costumbre" ¿No sabes que la 57

rutina mata el romanticismo? Isabel: ¿Cuál romanticismo? José: El que usted añora desde que le dejó de temblar el piso conmigo. (Se echa sobre ella, apagando la lámpara de pie junto al diván. En lo oscuro se oye su quejido) Isabel: Qué atroz, creo que te di un rodillazo... ¿dónde fue? José: ¡Justo ahí... justo ahí!... Pero no importa... Música con mucha batería. Foco sobre un biombo delante del diván en el que se lee: "Escena Censurada" Breve intervalo musical Luz Matinal Se ha corrido el biombo. Isabel en sostén y calzón, dobla un chal y se pone su ropa. José en calzoncillos, los Calcetines y un zapato puesto, busca el otro bajo el diván. Isabel: La ropa es siempre el problema. José: ¿Cómo es eso, de que la ropa es el problema? Isabel: Cuando haces el amor fuera de tu dormitorio. José: ¿Así es que tú...? Isabel: Yo no. La Tere. Estaba con su novio en un hotel, vino un temblor y salieron piluchos, no pudieron hallar la ropa. (Ríe) Oye, ¿Cómo te vas a poner los pantalones con los zapatos puestos? (Mientras busca él el otro zapato). Bueno, supongo que querrás saber qué pienso de estas innovaciones. ¡Es decir..! ¡No dormí en toda la noche! Tus rodillas son muy 58

filudas, me despertabas a cada rato. Y todo... ¡para nada! José: Y como quería linda que yo, como semejante rodillazo pudiera tener una... (Batería) No más innovaciones. Lo prometo. Pero, quiero hablarte, con franqueza, de algo que me preocupa... Isabel: ¡La leche! José: ¿Qué? Isabel: Se está subiendo la leche ¿no hueles a caramelo? (Corre hacia la cocina) José: Isabel: por favor, tengo que hablarte. (Ella entra) ¡Victoria! (Le muestra los cigarrillos) Los encontré al buscar el zapato. Mi teoría no falla. José, se sienta en el diván y enciende un cigarrillo, con profunda satisfacción. Ella se sienta junto a él. Isabel: ¿Sí?... José: Sí ¿qué? Isabel: Querías hablar conmigo. José: Ah, sí. Y algo muy serio. Isabel: (Riendo) ¿Algo serio en esa facha? José se saca los zapatos y se pone los pantalones. Isabel aguarda, reprimiendo su risa. José: (A público) ¿Se han fijado que es casi imposible hablar en serio con estas cosas con falda?. Siempre tratan de ponerlo a uno en ridículo. ¿Por qué no podemos hablar en calzoncillos de cosas serias? Mientras tanto Isabel ha tomado su bolso y está concentrada buscando algo, luego se mira en el espejito, se peina, se maquilla. Vuelve a buscar algo. 59

José: ¡Deja ya de escarbar en tu bolso por el amor de Dios! Isabel: ¿Qué te pasa, Monito? Si quieres hablar conmigo, hazlo de una vez. José: Contesta, sin vacilar: "¿eres feliz?" Isabel: (Cierra los ojos y responde) "Intensamente, pero sólo a ratos cortos".... ¿Es un test? José: ¿Cómo es eso de "a ratos cortos"? Isabel: Ay, Monito: uno no puede ser feliz todo el tiempo. José: ¡Mama mía! Porca miseria!... Lo que trato de averiguar es si eres feliz en el matrimonio. Pero se fue al diablo el "elemento sorpresa". Isabel: ¿Cuál matrimonio? ¿El tuyo, el mío... el de los dos? (Busca un libro en el estante.) José: Hablo en serio, Isabel. Isabel: Pero... tan como temprano... ¿Qué es lo que quieres saber? José: ¡Si me engañas! Isabel: Ah ¡eso! No sólo con uno, sino con varios. (Lo besa y sale con su bolso, desde la puerta le grita) Chao, Monito. Voy al Mercado... José se queda quieto, incrédulo. Se pasea, murmurando: José: “No con uno, con varios" (Se detiene frente al balcón y grita hacia afuera) ¡Pupi... Pupi, ven aquí. Fallaron todos tus métodos. Me fue mal con el ascensor, con el diván, con las preguntas, con el elemento sorpresa. Ven, entra, no quiero que se enteren los vecinos de mis problemas conyugales...

pregunté si me engañaba; "No con uno, con varios"... Pupi: Mi pobre José... José: ¡No pensarás que lo dijo en serio! Pupi: En cierto modo, puede que sí. José: ¿Cómo que "en cierto modo"? ¿Cómo que "puede que sí"? Pupi: Es el recurso del 99 por ciento: decir la verdad como si mintieran. Fíjate en esto. La mujer regresa de donde su amante. El marido pregunta ¿de dónde vienes? Ella, sin vacilar responde "de donde mi amante". El jamás se imagina que lo dice en serio. Una manera de decir la verdad sin peligro. Porque le repugna mentir. José: (Furioso) ¡Pero no le repugna revolcarse en el lecho con un imbécil, ese del "adivino que no es usted feliz, Isabel"! Pupi: (Con aires de superioridad) Piensa en esto: "la mentira es un pecado que se nos prohíbe en la más tierna infancia, cuando las neuronas retienen con fuerza las órdenes. En cambio, el adulterio se nos prohíbe en la edad adulta, cuando las neuronas..." José:... se han aflojado... No me digas. ¡Ahora, resulta que yo, José Parravicini Angeloto, hijo y nieto de sicilianos, por el cansancio de las neuronas me convierto, automáticamente en "cornuto". Patea y se oye golpear en respuesta del piso de abajo. Vuelve a dar una patada, se oye un golpe,

Pupi: ¿Qué pasa, darling? José: A tu "darling" le falló el método... Le pregunté "de dónde vienes, Isabel", respondió: "de casa de mi amante". Luego le

Pupi: No seas folclórico, José. Lo de los cuernos ya no se usa... ¿Acaso las mujeres vivimos “cornudas” porque los maridos se lo pasan acostándose con otras fulanas? ¿O con nuestras mejores amigas? José: No, "darling": los que quedan carnudos ¡son los maridos de esas "mejores amigas"! Ja, ja.

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Entra la Pupi.

Pupi: Te mueres de la risa. José: No. Estoy celoso. Por tu culpa. Y no digas que es sólo un problema de dudas, la duda es espantosa y con tus métodos es imposible averiguar la verdad. Para perdonarla o mandarla al diablo.

anuncias que tienes que hacer un viaje a provincia por asuntos de la oficina. José: ¡Estás completamente loca! Me niego. ¡Roñoni trifolato al crostino...! Patea, se escucha la respuesta de los golpes,

Agobiado, se sienta y se toma la cabeza a dos manos . Pupi: Ah... Se me acaba de ocurrir un método creativo, que no figura en el librito. Mirando esa fotografía tuya, disfrazado de africano ¡estás irreconocible! José: (Imitándola) No soy yo y el tipo no está disfrazado de africano... ¡es africano! Bueno, vive en África. Es mi primo Baltasar. Pupi: ¡Mejor aún! Eres tú con barba y cucalón. Puedes llegar intempestivamente de África... José: ¿Insinúas que yo... ? Sea lo que sea ¡me niego! Pupi: ¿No querías averiguar si ella te es fiel? Un traje de explorador, barba postiza, un cu... cu... (Saca libreta y anota) José: “Cucalón". ¿Qué anotas... Pupi... córtala... No pretenderás que yo... (Indica el retrato) Pupi: (Ignorándolo) ¿Tienes una geografía universal?

Oscuro. Música de separación (Aquí puede haber un Intermedio. o sólo separación musical más larga)

José reacciona y como autómata va hacia el estante y toma un volumen: José: edición catalana. Algo antiguo. (Cambio) Oye ¿qué te propones? Pupi: Estudia lo referente al África, yo me encargo de conseguir el postizo, el cuca... esa cosa, y algo exótico, ya veremos qué. Maleta, short, y una grabadora a pilas con música “afro”, a pilas porque al salir, aflojas los tapones. Con luz de vela es más difícil que te reconozca, darling. Y le 62

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ACTO 2 La escena está en penumbra. Entra Isabel trayendo un candelabro, luego trae otro. Se oyen golpes en la puerta (no visible). Isabel sale para abrir, se escucha su voz Voz de Isabel: Oiga, se equivocó de puerta. (Pausa) Espere... su cara me resulta familiar. Claro ¡la fotografía!. ¡El primo Baltasar? Entra José, seguido de Isabel, con cucalón, barba, lentes ahumados, short caqui, maleta, grabadora y lanza africana de las que venden a los turistas, diciendo: José: El mismo, que viste y calza. Y usted... adivino que es Isabel... (La abraza y besa en ambas mejillas). ¿Recibieron el cable anunciando mi llegada? Isabel: (Sorprendida) No. José: Si hay algo pésimo ¡son los correos africanos! ¿Puedo pasar? Isabel: Ya está adentro... José: Gracias. Isabel: Tome asiento, debe venir cansado de tan lejos. José: Imagínese: safaris, camellos, trenes, aviones... ¡Qué luz tan romántica! Isabel: No es romántica, son los tapones. ¿Sabe arreglarlos? José: No.... Además, ¡me encanta esa luz velada!. África es tan primitiva... Cómo está el simpático de mi primo? Isabel: No está. José: Lo dice como... (Se levanta, finge estar alarmado). No me diga que... falleció... 64

Isabel: ¡Qué alaraco!. No está en Santiago. ¿Un whisky? José: Doble, por favor... Isabel: El hielo debe estar hirviendo... con el apagón. (Sale hacia la cocina) José: No se preocupe, allá en África todo está siempre más bien tibio. Más bien, "cálido". Isabel regresa con una bandeja con vasos y botella. Lo observa. Isabel: Oiga, usted es bien exótico. (Beben) ¿Vino a Chile por negocios? ... ¿Pieles? José: ¿Pieles...? Isabel: José dice que usted caza animales salvajes. José: Eso era antes. Ya casi no quedan. Están todos en los zoológicos. Vine a casarme, con "s". De matrimonio. Isabel: Qué bien. Me alegro. José: Usted, Isabel ¿es feliz en su matrimonio? Isabel: Y a usted ¿qué le importa? José: Bueno, lo digo por las posibilidades que yo pueda tener... Isabel: (Cortante) ¿Qué "posibilidades"...? José: De ser feliz en MI matrimonio. Isabel: Ah. Había entendido otra cosa. José: Y respecto a "esa otra cosa" ¿qué posibilidades...? Isabel: ¡Qué se ha imaginado! José: No me haga juicio. ¿No le contó José que soy muy bromista? (A público). Lo sabía: ¡es una mujer decente! Isabel: Oiga ¿con quién está hablando? José: Hablo solo. Es una costumbre africana, la selva, la sabana, la soledad de los desiertos... usted sabe. Y tantísimo dialectos, no hay mucho con quién conversar. De modo que el tunante de mi primo se fue de viaje. Isabel: Negocios. O mejor dicho "quiebras en provincia". Su oficina, es de quiebras. 65

José: Qué deprimente. Pero, no se fíe, Isabel. Muchos de los maridos que anuncian viaje al norte o al sur, se quedan en un motel de la periferia con una rubia o una morena. Isabel: (Que bebe todo el tiempo, se ríe). ¿José en un motel?. Si es de lo más fome que hay. Lo único que le interesa es su folleto, en el que habla de la inflación, de índices y las curvas... José: Momento. "Curvas"..."Inflación". (Gesto de "grandes pechos") Isabel: No sea mal pensado. ¿Quiere una prueba? (Va al teléfono, marca, espera) Aló ¿señorita Prudencia? Soy la esposa del señor Parravicini... ¿Anda en un viaje fuera de Santiago, por cuenta de la oficina? ¿No? (A José, cubriendo el fono). No hubo viaje, estuvo en la oficina hasta hace poco... (Al fono) Gracias. (Corta) ¡Qué cínico... salió con maleta, y dijo... no vuelvo hasta mañana! (Se sirve whisky) José: No se deprima. Conozco a mi primo, jamás haría algo así: le aseguro que es un gran tipo... un tipo excepcional. (Observa a Isabel que ignora los piropos que se echa a sí mismo). ¿No lo cree? Isabel: ¿Creer "qué"? (Se tambalea, borracha) José: Que José es un gran tipo. Isabel: Que se muera... José: ¿Cómo? Isabel: Repita conmigo; que se muera el estúpido de José. José: No... Soy supersticioso, puede traerle una desgracia. Yo lo estimo mucho. ¿Usted no? Isabel: Dejemos de hablar de José ¿quiere?... Hábleme de África. José: (Disimulando su molestia) Bien. ¿De qué parte de África le interesa saber? Isabel: De África en general... Espere...

mirar en su maleta el libro de geografía. Recita: José: África tiene una extensión de 30.000 kilómetros cuadrados, lo que equivale a una tamaño tres veces superior al de Europa, por lo tanto resulta difícil hablar de África "en general". Cierra el libro al oírla regresar. Isabel: ¿Dónde vivía usted? José: Bueno... Un poco hacia el Noroeste. Isabel: ¡Hábleme del Noroeste! (Se sienta junto a él) José: (Con evidente esfuerzo de su memoria, recita). Es una región montañosa donde se encuentra el Atlas, formada por varias alineaciones de montañas, y algunas sobrepasan los cuatro mil metros. No me va a creer, pero... El se acerca, ella se retira algo Isabel: ¿Qué...? José: (Se acerca) ¿Que qué...? Isabel: (Se retira) Dijo "no va a creer, pero... José: Ah, sí: (retoma el tono anterior) no me va a creer pero entre ellos se encuentran mesetas bastante altas, es decir, en relación al nivel del mar. Dicen que esa cordillera fue formada por movimientos alpinos en la era terciaria... Ah. Y además, está orográficamente conectada con la Penibética... Isabel: ¿La Peni... qué? José: ..."bética"... Isabel: ¡Qué sugerente!

Isabel va hacia a la cocina a buscar agua, él aprovecha para

Borracha se recuesta cariñosamente sobre su hombro, él escandalizado se retira.

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José: ¿Qué le sugiere? Isabel: Algo primitivo, salvaje. ¡Me encanta su manera de describir! Me imagino que está sentado, mirando, en la cumbre de la Peni... la Peni... ¡ayúdeme! José: (Aparte) ¡Está borracha! (A ella)... La Penibética. Isabel: Eso. Hábleme más. ¿Hay mucha gente en África? José: La población está muy desigualmente repartida, pero encuentra usted, "aproximadamente" porque muchos salvajes se niegan al censo, con cuatro africanos y medio por kilómetro cuadrado. Isabel: ¡Qué espanto! José: ¿Qué? Isabel Toparse con ese "medio africano"... José: Es sólo un término geográfico... aunque debido a las fieras, que aún quedan y a ciertas tribus caníbales, puede ocurrir que se encuentre usted con un... un cuarto de africano. (Se celebra con una risita, ella no reacciona) Isabel: (Cariñosa). ¡Qué entretenido es conversar con usted? José: ¿José no es entretenido? Isabel: El Monito es más bien fome... Oiga, qué valiente es usted... quiero decir, atreverse a vivir en África. Un continente salvaje, lleno de desiertos, de selvas, con arañas, tigres, serpientes,... y pigmeos. Lo he visto en las películas. ¿Más whisky? (Al levantarse, se tambalea, le da mucha risa, se vuelve a sentar) Se me movió el piso... José: (Aparte) ¡Mama mía!... Isabel: Y ¿cómo es la gente?. ¿Son todos negros? José: (Vacila, preocupado, luego recita su lección). Digamos que hay varios tonos de negro, según las tribus. Y hay muchas tribus... A ver: (Se concentra y enumera contando con los dedos). Están los Camitas, los semitas, los pigmeos, los gigantes, los zulús, los hotentotes, los beriberi... Isabel: El beriberi ¿no es una enfermedad?

José: Una enfermedad... y también una tribu, no me interrumpa porque pierdo el hilo. Los Tuareg, los Banti y en Madagascar, los Hovas... Isabel ¿Los Hovas? (Ríe) José: Tenía un amigo Hova, son muy simpáticos. ¡No siga bebiendo, le va a hacer mal! Isabel: No sea fome, se parece a José. ¡Lléveme a una boite a bailar! José: ¿En esta facha? Isabel: ¡Me encanta su uniforme! Se ve un amor. José: No. Isabel: ¿Por qué no? José: Dejaríamos mal puesto a José. Si encontramos algún conocido, pensará que usted... le pone los cuernos con un africano. Isabel: ¿Qué le importa José?. El anda con esa rubia, la de las curvas... (Se muere de risa) ¿No me va a llevar? (El niega con la cabeza). Oiga, se está portando como un vulgar marido, Y yo que lo creía un... José:..¿Un qué? Isabel: ¡Un hombre de verdad! José: (Reacciona, la abraza) "Bantúa-úa" Isabel: ¿Lengua africana?... ¿Qué quiere decir? José: “Bantua ua": la luna está alta en el cielo y yo estoy contigo, mujer blanca. Isabel: ¿En serio?... ¡Lo estoy pasando fantástico!. ¡Salud! Lléveme a bailar, sea buenito... José: Vaya, casi lo olvido. Les traje una grabación de música negra. Es el último grito en Tumbuctú.

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Acciona la grabadora, Música con mucho ritmo de tambores. Isabel: ¡Muéstreme cómo se baila!

José: (Tomado por sorpresa, vacila) Bueno... es estilo que llaman "creativo". Algo más o menos así... Baila, y se va poniendo frenético con el ritmo. Isabel lo imita, va tras él y empieza a quitarse la ropa: se deja caer en el diván. El se detiene, escandalizado. Isabel: ¡Qué calor!... Oiga, ¡béseme! (El, con recelo, lo hace). Huí ¡pica! ¡Nunca me había besado un hombre con barba! José: ¿Y sin barba...? Isabel: (Con grandes risas) Y sin barba... ¡qué cómico! Oiga, ahora dígame cómo se hace el amor a la africana... Empieza a insinuarse con él. El se apresura a correr el biombo con el letrero: "Escena Censurada" Retoma la música del baile africano y juego prolongado de batería. Apagón

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ACTO 3 Al volver la luz, José está con una bata de casa, tendido en el diván con una bolsa de hielo en la frente, La Pupi entra por el balcón. Pupi: Darling ¿cómo te fue anoche? (José responde con un gruñido). ¿Qué significa el gruñido: ¿bien o mal? Quiero tomar nota para mi librito. (Saca libreta y lápiz. José da otro gruñido). José ¡te estás regresando! No seas tan primitivo. Habla. José: Me separo de la puta de mi mujer. Hoy mismo inicio los trámites. Pupi: ¡No me digas que cedió! José: Al segundo whisky, saltándose todas las etapas de las neuronas que se aflojan, las estadísticas, los sustitutos... me violó, aquí, sobre el diván. ¡Un desastre tu experimento! Pupi: Al contrario ¡excelente, darling! José: ¿Cómo que excelente? Pupi: Sabemos, que está en la cumbre de una pendiente inclinada, que necesitaba con urgencia de una aventura erótica... Qué... José: (Corta, cubriéndose los oídos) No quiero oír más... La hubieras visto ¡qué descarada! Desnudándose... y tomando la iniciativa. Considerando que conmigo siempre se hizo la mosquita muerta. La inocente en estos jueguitos... Si pillo a ese cretino de Baltasar... Pupi: Deliras, mi pobre José: ese cretino eres tú mismo. José: ¡Tú lo inventaste, tú tienes la culpa! (Se le acerca amenazador) Pupi: Take it easy, por favor... ¿Me vas a agredir?. ¡Te estás regresando! José: ¿Qué es eso de “regresarse”? 71

Pupi: Un término de psiquiatría. Regresarse a la infancia... Pero tú, te estás regresando al hombre de las cavernas. Razonemos. José: (Se sienta, murmurando) Yo lo mato, lo mato... Pupi: Tendrías que suicidarte, darling. José: Eso es lo peor. Pupi ¡ahora sí, lo conseguiste, estoy celoso! Y no me digas que es un asunto de dudas: tengo la certeza de que esa mujerzuela se acostó con mi primo Baltasar. No tengo la duda, pero igual tengo celos. Fallan tus teorías. ¡No más experimentos!. ¡Mama mía... mama mía!, ¡me acaban de poner cuernos africanos! Pupi: En lugar de rabiar como un macho herido, deberías admitir que no has sabido alimentar la carga de erotismo que hay en tu mujer. José: No pretenderás que trate a mi esposa como se trata a una sucu... Pupi: ¿Sucu?. ¿Tienes una amante japonesa? José: No... "sucu" por sucursal. (Ríe) Un dicho de la oficina. Pupi: Y la "sucu" es casada? (El asiente) Y no crees que el tontón de su marido la trata como a una mujer decente, lo mismo que tú a la Isabel? José: ¡Detente!. Me estás llenando de cortocircuitos. Mira, la Chabela se emborrachó. Además, el cretino de Baltasar la convenció que su marido andaba con una rubia… (Vanidoso) Oye, a propósito ¡qué buen actor resulté! (Ríe) Pupi: Espera, se me acaba de ocurrir... ¿no estaría ella actuando también? José: ¡No!. Estaba absolutamente convencida. Le recité el libro de geografía, le hablé en africano... (Cambia de actitud, preocupado). Oye, ¿cómo podemos saber si se dio cuenta que era yo? Pupi: that is the point. Busquemos una manera... (Se oye una bocina)

José: Ahí llega... Pupi: ¡Se me ocurrió!. Escóndete donde puedas: la voy a telefonear para sacarle información. Y nada de violencia, darling si averiguas que fue con tu primo con quién se acostó... (Sale por costado balcón)

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José se pasea molesto, murmurando sus palabrotas en italiano, examina el diván o busca otro escondite. Al fin se decide y se esconde. Queda su rostro visible a público .Se escucha el ruido del ascensor. Entra Isabel, como siempre cargada de paquetes. Suena el teléfono. Isabel: Aló... ¡Pupi!. No te creo ¿llegaste?... Muy bien... y ¿tú? Sí. ¿José? de salud bien. (Pausa) ¿Qué?, ¿la otra salud?... ¿Cuál? Salud mental... Bueno, la verdad, algo le pasa al pobre Monito. Yo creo que es por la oficina, un asunto de terminar en dos patadas con las UF ¡con el que nadie le da boleto!. Y por otro lado, las quiebras, sí, lo notó al borde de... bueno, algo "cucú"... (Pausa). ¿Que en qué se nota? (Mientras habla ha sacado del bolso un frasco de barniz y se pinta las uñas sosteniendo el fono en forma incómoda contra el hombro) Oye, compré un barniz oscuro, casi negro, azuloso... pero no me está gustando... Ay... se me cayó el frasco... (Deja el fono en el piso y se ocupa del frasco de barniz, se escucha la voz de Pupi) Voz en el fono: ¡Isabel... Chabela...! ¿Me oyes? Isabel: (Tomando el fono) Sí, linda, disculpa. ¿Qué? ¿Si tengo admiradores? Espera... qué raro, acabo de descubrir que casi no tengo uña en el dedo chico del pie izquierdo.... Sí, disculpa. ¿Admiradores?... Bueno, sí. ¡Amante? ¡No, por desgracia! Admirador, el Paul, el francés de la boutique, el que soba cuando prueba los pantalones... ¿El Monito? Sí, creo que tiene una. Todas mis amigas tienen amantes... Lo sé porque a veces se arman cadenas y se juntan por las dos puntas. (Pausa,

escucha) Bueno, la mujer del Flaco, el de impuestos internos, se acuesta con el Turnio Ureta, el de la hípica. Y el Turnio se acuesta con la mujer del Adonis... ese que es más feo que pegarle a su mamá y con ese nombrecito... Y el Adonis se acuesta con la mujer de Caupolicán González, el bancario, y el bancario con la mujer de Paul, el de la boutique. Me enteré por la Mary que es íntima de la mujer de Paul, a la que le dicen la Sucu, por sucursal, y ella tiene varios amantes y uno de ellos... Ahí la Mary se quedó muda, y dijo "qué plancha, no te lo puedo decir..." ¡Más claro agua!... ¡José se acuesta con la Sucu!. No, fíjate, no soy celosa. Creo que para los maridos, es un desahogo cambiar de cuando en cuando... Lo que realmente me preocupa es que esté tan raro... ¿Enfermo? No. Raro... ¿Qué síntomas tiene? (Se muere de la risa). No le cuentes a nadie, pero ¡ayer llegó disfrazado de africano!... Se veía tan ridículo... Le seguí el juego y lo pasamos ¡bestial!... Hacía tiempo que no me divertía tanto. (Pausa) Lo sospeché. Cuando me besó por el olor a pegamento que le salía de la barba. Y la verdad es que tomé tanto whisky, que estaba un poco mareada. Pero cuando realmente me di cuenta que era José, fue... al reconocer el lunar en relieve que tiene el Monito... Cerca de la ingle. Ni mellizos tanta coincidencia ¿no?... José, furioso, sale de su escondite, desde atrás le pone su mano en el hombro, ella tiene un sobresalto Isabel: ¡Socorro!... Pupi, entró un tipo al departamento ¡me están asaltando!.. (Ve a José) No... Es José. (Deja caer el fono) ¡No te puedo creer... me espiabas! José: (Gritando) Sólo al tocar el lunar... supiste que era tu marido... (Ruge) Voz de Pupi: (Desde el fono que quedó en el suelo) José... no te 74

regreses... Sin violencia... José: (Toma el fono) Tú no te metas!... Isabel, ahora vuelvo... Isabel ¿vas a salir?. ¿A dónde? José: Donde mi abogado, para iniciar el trámite de nulidad. Isabel: Pero Monito, ¡no va a salir en bata! José: ¿Eso es lo único que te preocupa?. Y deja eso de Monito. ¡No soy perro faldero! Mi dignidad, Isabel, piensa en mi dignidad. Isabel: Me voy donde mi mamá... (Se lleva el pañuelo a los ojos) José cambia de actitud: la abraza y le dice con voz muy suave: José: No llore, mi amor... Perdóneme... La Pupi tiene la culpa... Dígame, con toda franqueza ¿en qué momento se dio cuenta que era yo? (Ella lo rechaza, finge más enojo, y él está muy preocupado) ¿No me va a decir?. ¿Ah?, la Pupi me metió esa idea estrafalaria en la cabeza... Se dedica a siquiatra y me tomó como cuyi... ¡Me convenció que estaba celoso! Isabel: (Deja de llorar) ¡Ah! La Pupi... Ya veo. ¿Ella es la que te tiene hablando de higiene matrimonial a la hora del desayuno? José: No me ha contestado, ¿en qué momento...? Isabel: Monito, por Dios... ¡usted es pésimo actor! Me di cuenta desde que entró con esa bacinica en la cabeza... Pero le seguí el juego porque ¡me encantó! Quieres que te diga ¡harto más atractivo y más "entrete" que tú, el primo Baltasar! José: (Vanidoso) Ah... entonces lo pasó bien con su maridito. Trata de besarla, ella lo rehuye. Isabel: Con mi maridito, el que vino a ponerme a prueba. ¡No!. Lo pasé bien con tu primo Baltasar. ¿No quería la nulidad? Vaya donde su abogado, yo me voy donde mi mamá. Me 75

indigna lo que hizo. José: ¿Es tu última palabra?

José: ¿Qué quiere decir? Isabel: ¡Que sí!

Cuando ella asiente, va decidido hacia el balcón y desaparece.

Lo derriba en el diván y lo empieza a besar, quitándose la ropa mientras él se debate, pidiendo hacia un costado el cartel

Isabel: (Al ver que no regresa) ¡José!. No te puedo creer... ¿Vas a salir por el balcón? ¿Desde un tercer piso?. ¡Es mortal! (Sale y mira, regresa toma el fono) ¡Pupi... por favor, Pupi, el Monito se tiró por el balcón... Ven... ¿Qué?. Cómo quieres que me calme, si salió por el balcón y no ha vuelto... Por favor mira tú, yo no me atrevo... ¿Dónde? Mira la vereda, Pupi... Abajo. ¡Qué horror... estoy temblando! (Espera, nerviosa). ¿No se ve nada?. Ni gente alrededor de un... cuerpo? (Se oyen golpes en la puerta de entrada). Están tocando a la puerta... No me atrevo a abrir... Seguro que vienen a avisarme... (Empieza a llorar). ¡Qué voy a hacer, Pupi?

José: ¡Censura!... ¡censura por favor! Apagón. Toque prolongado de batería.

Afligida sale a la puerta, Se escuchan sus voces. Voz de Isabel:¡El primo Baltasar! Entra José como africano. Tras él, Isabel, secando sus lágrimas, empieza a reír. José: El mismo que viste y calza. Isabel: (Se echa en sus brazos). ¡Júreme que no va a volver al África, que se quedará conmigo para siempre! José: Tau tau... Isabel: ¿Qué quiere decir? José: En lengua Hova: "Puchas con la huevá... ¿cada vez que quiera hacer el amor con mi mujer me tengo que disfrazar de africano?" Isabel: (Muy sensual) Túa túa, tucu tucu tucu tucutúu... 76

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¡Subiendo… último hombre! Meche Luisa La abuela Rosa El guía El hijo

Entrada al pique del "Chiflón del Diablo" La obra con características de un documental, basada en la investigación en terreno, relata el impacto producido por el arbitrario y súbito cierre de las minas de carbón de Lota en 1997. Y de la crisis provocada por el fracaso del llamado "plan de reconversión", para absorber la cesantía producida por el cierre. La obra tiene lugar en el año 2003, aproximadamente, año en que fue escrita. 78

Escena 1 El escenario representa simbólicamente el interior del pique de una mina de carbón. (Hay simultaneidad de tiempo y lugares. Mediante telones que permiten crear espacios para escenas en presente o en racontos (evocaciones). Con música incidental de guitarra, (que se sugiere basada en canciones de Violeta Parra), hay escenas mudas que ocurren simultáneamente: Esposas de los ex mineros reunidas en el horno comunitario para amasar y cocer el "pan de mina", como lo hacían antes del cierre. Son ellas Meche, Luisa (la más joven) y la Abuela (mujer de mediana edad que usa peluca gris como abuela), a la que luego se unirá Rosa. En otro espacio un ex minero con casco, pero con usada ropa de diario, (El guía de los turistas), instala un cartel que reza: “Turismo Aventura en el Chiflón del Diablo”. ”La visita dura una hora 45 minutos"... Y un panel con una foto de unos turistas con casco, posando sonrientes luego de un tour. Al cesar la música las mujeres continúan con su trabajo y El Guía, Un hombre mayor, habla a unos turistas y por la sala entra el personaje "El Hijo"... "El hijo", que viste algo mejor que el Guía, viene con gorra y mochila como si llegara de un viaje. Sube al escenario desde donde, sorprendido, escucha al Guía, aunque no ve su rostro... El Guía: Dentro de unos instantes, señores y señoras, iniciamos la segunda visita del día al Pique del Chiflón del Diablo. Recorrerán ustedes unas galerías que están a 40 metros de profundidad bajo el mar. Deben encender sus lámparas al entrar al ascensor, "la Jaula" como la llamaban los mineros, y mantenerlas encendidas durante la visita. Bajaremos en cuanto suban a la superficie los turistas del primer tour que 79

está ahora por terminar. El hijo: (Hacia público) Me habían dicho que el Chiflón del Diablo se había convertido en esto ¡pero no podía creerlo! Por un extremo entra Rosa para ir a reunirse con las demás mujeres, pero se detiene un instante al escuchar lo que está diciendo el Guía: El Guía: Algunos datos históricos: en el año 1837 parte el desarrollo de la minería carbonífera de Lota, desde la parte continental hacia el oeste, hacia el mar. Lota tiene sus propias raíces, su propia cultura y también su cruda realidad Rosa: (Repite para sí) "Su cruda realidad"... (Entra al lugar donde están las mujeres, y exclama) ¡Qué cosas tiene la vida! Hoy, cuando este pueblo vive su “más cruda realidad", cesantía, pobreza, inseguridad... ¡el pique del Chiflón es un alegre paseo para los turistas! Se sienta junto a Meche para trabajar la masa, deja ver su enojo.

Meche: ¡Jesús! Ahí corríamos al pique, esperando que el marido no estuviera entre los accidentados. Luisa: El padre mío, desapareció entre los escombros en ese pique del Chiflón... Ahora apuntalaron la techumbre, y lo acondicionaron para que no haya peligro para los turistas. Meche: ¡Ellos importan, pues! Rosa: (Deja de amasar y exclama, con enojo) ¡Qué cosas tiene la vida! Meche: Ha sido mucha fatalidad, más que para una, para el marido. (Pausa) "Se quiere a la mina" decía mi hombre, “como la mujer de uno”. Otra, que tenía el orgullo del oficio, ¿no ve que entregaban un producto al país? Él siempre supo ser patriota. ¡La mina era su vida!... Ahora, señora Rosa, no sé como estarán los otros, pero mi hombre, donde no haya trabajo, anda por ahí, el alma en pena, todo le parece mal. Y ese dinero que le dieron cuando el "despido", hace tiempo que se terminó. Rosa: Del cierre han pasado años ya, y hay muchos que como su esposo siguen en mala situación. Los que quedaron cesantes tenían derecho a un pago, y no lo están recibiendo.

Meche: Cierto, señora Rosa... Duele pensar que esas galerías en las que los mineros se afanaban sacando carbón con tantísimo esfuerzo, se llenen ahora de personas extrañas. Luisa: ¡A las que uno de ellos entretiene contándoles cosas de antes! Meche: ¡Seguro que no se atreven a hablarles del desamparo en que quedamos!... Abuela: Malo estuvo que cerraran la mina, aunque yo siempre odié el Chiflón, y los piques donde el padre, el esposo o el hijo de una se mortificaban, sudando en lo oscuro, llenándose los pulmones de polvillo. Y una siempre con el alma en un hilo cuando se oía la sirena anunciando derrumbe o explosión...

Breve melodía de guitarra, baja la luz en Espacio mujeres. Al cesar la música se escucha el grito que viene desde abajo. Es decir del Pique

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Voz del guía 2: (Joven) ¡Subiendo... último hombre! El Guía 1 se retira como si fuera a entrar a la Jaula cuyo sonido se escucha El hijo: (Comenta a público) ¡Subiendo... último hombre! Abajo en el pique, el Guía del primer "Tour" avisa que se completó el ascensor con los turistas, para que lo hagan subir a la

superficie. (Con algo de nostalgia). Un grito que escuchaba a diario cuando trabajé en el Chiflón... (Pausa, se desplaza, pensativo). Los mineros lo oyeron por última vez al finalizar el turno de la mañana el día en que, sin previo aviso ¡cerraron la mina! Pero ignoraban, entonces, que no volverían a escucharlo. Que no habría más turnos, ni subida a la superficie apretujados en "La Jaula" con las tallas y comentarios del día. No más vida comunitaria. (Pausa) "Aquí, me decía un anciano, ahora somos ajenos. Las calles de Lota se llenaron de afuerinos y las minas de carbón, sirven de paseo para los ociosos. Eso es como remedar lo que fue la vida de uno." En el espacio Chiflón, el Guía 2, ex minero, joven, que trae una carpeta con folletos. Se dirige a unos actores con máscaras, los turistas. El Guía 2: ¡Viva un safari bajo tierra en la Mina Chiflón del Diablo junto a su familia! Esta es, señores, la única mina en el mundo abierta al público y ventilada naturalmente. Este "tour" lo interna a usted bajo el mar por 850 metros que recorrerá en hora y media, o poco más. En suma ¡una interesante visita por estas galería subterráneas, que gracias al empuje de la familia Cousiño, estaban ya en explotación en el Siglo Diecinueve! Durante este "Tour" usted se irá enterando y de primera fuente, de la vida de los mineros que ahí laboraban.

queda aquí una riqueza que se está perdiendo. Aunque me llamen loco, palabra de hombre que de ser rico, ¡compro la mina y la abro, miércales!... (Con otro golpe musical retoma su actitud anterior con leve carraspera, sonríe y continúa con su discurso). De estas minas, señores, se extraían diariamente, 250 toneladas métricas de carbón metalúrgico. Si lo desean, pueden ustedes llevarse de recuerdo un pedazo de carbón de, nada menos que ¡100 millones de años! El hijo: (Hablando a Público). Volví a Lota para quedarme. Pero quizá mi padre no quiera recibirme... Aún no se sabía del cierre cuando decidí dejar el trabajo en la mina. Furioso ¡me echó de la casa! De la modesta vivienda a la que tenían derecho los mineros. No sabía cómo se lo iba a anunciar, pero en cuanto lo vi seguí mi impulso de arrojar con rabia al piso, mi ropa de trabajo y mi casco... Breve melodía de guitarra, mientras junto con bajar algo la luz el Hijo toma un casco y se quita parte de su indumentaria de viaje para la escena 2, de evocación.

(Un golpe musical marca un cambio de actitud del Guía: bajando algo la voz y buscando complicidad, se dirige a un par de turistas más cercanos) Esto, para ustedes no más... Aunque trabajábamos igual que los topos bajo tierra, arriesgando un derrumbe o una explosión no podemos aceptar el cierre de la mina, es un crimen, porque 82

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Escena 2 Luz sobre Espacio donde está el Padre. Entra en la zona de luz, El Hijo, y tira al piso el casco de minero. El padre: (Autoritario) ¿Qué? ¿Qué significa eso? El hijo: Sé que usted lo entiende. El padre: Que te has vuelto contra tu padre. El hijo: (Lo recoge, y deja en algún lugar, murmurando). Fue de rabia por lo que vi... El padre:(Asintiendo con la cabeza). El accidente. En la mina los hay a menudo. Pero es la primera vez que te toca estar ahí... ¿Te acobardaste? El hijo: No, no es eso. (Calla) El padre: Entonces es... ¿qué te rebelas contra mi voluntad? El hijo: (Terco, mirando el suelo). Contra la mina. Hace tiempo que estoy deseando dejarla. El padre: ¿Cómo? (Fuera de sí). ¿Entendí bien? ¡Es lo último que esperaba oírte decir! (Se calma, trata de ser persuasivo). Mira hijo, si es por temor a los accidentes, el cristiano nunca sabe en qué momento le va a llegar la muerte. A unos lo pilla en una carretera, en un terremoto, otros pasan años enfermos antes de entregar la vida... ¡Pero nadie muere hasta que le llega la hora!... Y eso, no se sabe. Si Dios existe, Él lo sabrá… Así es que no te preocupes por tu padre, está expuesto a morir igual que tú, porque todos vivimos de prestado. El hijo: No es sólo por el peligro de un accidente. Es... ¡la vida del minero! El padre: ¿Qué le vas hallando a la vida del minero? El hijo: (Vacila) Las condiciones de trabajo, por ejemplo. Dice mi tío que en la "veta nueva" tenía que avanzar a gatas, rompiéndose las rodillas. ¡Me mostró las cicatrices! 84

El padre: (Cortando). ¡El vejete de tu tío siempre anda hablando de más! El hijo: (Con enojo). Y a mi abuelo ¿acaso no lo enganchaban bajo tierra, igual que a esos caballos que en el socavón se vuelven ciegos y mueren al salir al campo abierto? El padre: (Alzando la voz). ¡Lo de la veta nueva, y de los caballos ciegos, es cosa antigua! ¡Ahora hay máquinas, como si no lo supieras! Busca mejores pretextos. El hijo: ¿Y qué me dice del polvillo, de lo que casi nadie se escapa? Y no va a negar que con el sueldo que gana le alcanza apenas. Cuando salí del Liceo no me dejó aprovechar la beca que me daban para estudiar en Concepción, porque necesitaba mi paga. El padre: ¡Deja de hablar leseras! No es que necesitara "tu paga"... sino que creía que era conveniente que fueras subiendo de categoría, ¡pero aquí en la mina! Que le tenías apego igual que yo y todos en tu familia. El hijo: Una cosa es querer la mina, otra es pensar que es lo mejor del mundo. También hay... otras ocupaciones. El padre: ¿Y dónde vas a ir a trabajar? Eso, ¡si encuentras trabajo! El hijo: ¿Cómo sabe? ¡Usted nunca ha buscado! El padre: ¿Qué estás tratando de decir? ¿Acaso alguna vez te faltó algo a ti o tu madre o a tus hermanos? (El Hijo va a decir algo, el Padre lo hace callar con el gesto). ¡Los hijos son unos ingratos! ¡Unos malagradecidos! Tampoco se dan cuenta que si uno se sacrifica en un trabajo duro, pero que se respeta, ¡es porque entrega un producto a la industria! ¡Eso, ni tú ni nadie lo puede negar! El hijo: (Excitado). Pero ¡también hay algo que se llama "progreso"!. ¡A los jóvenes hay miles de otras cosas que nos interesan! ¡Supongo que los mineros pasan demasiado tiempo bajo tierra para entenderlo! 85

El padre: (Furioso) ¡Tu abuelo, el padre de tu abuelo, todos hemos trabajado en la mina, y es una tradición honrosa de la que no nos podemos librar! El hijo: ¡Una tradición que ni loco pienso continuar! (Calmándose algo). ¡Al menos tuve la suerte que usted me mandara al Liceo, así es que ahora quiero completar mis estudios, y poco me importa si le parece mal! No pienso seguir, como usted, ¡metido en este hoyo negro! El padre: (Indignado) ¿Hoyo Negro? ¿Eso es lo que significa para ti el trabajo de toda una vida de tu padre? El hijo: (Se vuelve para iniciar salida). ¡Mejor no seguir hablando! ¡Los viejos nunca van a entender a los jóvenes! El padre: ¿Dónde crees que vas? Soy tu padre, huevón, y no te mandas solo!... (Al decirlo, con gesto brusco coge al hijo por un brazo, para detenerlo. Él, rabioso como está, se desprende con un sacudón que hace caer al padre. Queda paralogizado al verlo en el suelo y trata de ayudarlo. Él lo rechaza furioso). ¡Déjame, porquería! (Se levanta con dificultad, soba su rodilla.). ¡Laya de hijo el que me salió! ¡Ya no hay respeto por los padres, ni por los mayores! Hijo maldito. Vete. Sal de mi vista. El hijo: (Débilmente) No fue de intención... El padre: (Terco) Y todo lo que dijiste (Remedando su modo de disculparse), ¿tampoco fue de intención? (Pausa). ¡"Hoyo negro"! (El hijo va a decir algo, el Padre hace un gesto como para hacerlo alejarse). ¡Yaaa! (Dándole la espalda). ¡Te fuiste! (El Hijo no se mueve). Si tanto te disgusta el trabajo en la mina, ¡no tienes derecho a vivir en estos pabellones!. ¡Son viviendas para los mineros! (Volviéndose de espalda, sin mirarlo, terco). ¡No quiero verte más por aquí!

Luz sobre el Guía. El Guía 2: Señores, ahora, sugiero que apaguen la luz de sus cascos, para que conozcan cómo es la oscuridad en estas galerías. Oscuro Total en escena y en la sala. Se oye entonces la voz del Guía: Voz del Guía: Ahora sírvanse poner atención... escuchen el silencio... Un silencio que es diferente, total, cuando se está en tinieblas en estas profundidades... Se mantiene la oscuro y en absoluto silencio por unos instantes La escena y la sala.

El Hijo se aleja. El Padre toma el casco del hijo y se queda en actitud dolida, mirando al vacío. Oscuro en espacio evocación. 86

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Escena 3 Antes que vuelve la luz entra el tema de la obra en guitarra. Luz intensa sobre el espacio “Evocación”, donde el Padre, aún con el casco en sus manos, habla a público: El Padre: Quizá él tenga razón al querer continuar sus estudios... Eso a muchos nos faltó. En la escuelita campesina apenas aprendí las letras... Pasé mi infancia como pastor de ovejas, en la tierrita de mis abuelos maternos. (Pausa). Sólo al cumplir los 16, mi madre me fue a sacar de las faenas de campo adentro. Ha entrado la abuela, sin la peluca gris se ve más joven para la escena que la evoca en el pasado... Abuela: Recoge tus cosas, y monta, hijo que iremos hacia el mar. El Padre se queda en su lugar en un extremo, mientras entra, siguiendo a la Abuela, un muchacho (que será el Padre en su juventud), con un atado de ropa y alpargatas, y responde a la Abuela. Muchacho: Madre, ¡no conozco el mar! Abuela: ¡Ya lo conocerás! El Padre: (A público, con nostalgia). Cabalgamos por cerros y quebradas, cruzamos dos veces el Bío-bío. Ese río se da muchas vueltas en su viaje de la montaña al mar... Fuimos bordeando laderas boscosas, húmedas ya con la niebla marina. Al llegar a una altura el corazón me dio un vuelco al divisar la inmensidad del océano. (Pausa) Surgió en lejanía la herradura del golfo... En aquel tiempo, los árboles añosos bajaban hasta 88

la orilla, y se reflejaban en el agua como en un espejo. Abuela: Hijo... ¡Abre bien los ojos y mira el horizonte! (Casi con temor, y a la vez con cierta solemnidad) Quiero que lo mires todo, y que lo mires bien. (Un silencio, en el que el Muchacho parece sorprendido y mira a lo lejos). Llena tus pulmones de este aire limpio. (Pausa). Baña tus ojos en el color azul del mar. (Con un gesto amplio hacia el supuesto panorama). Ojalá conserves esto en tu memoria. (Se vuelve y lo observa un momento. Luego alza la vista y sigue un vuelo de pájaros, indica al muchacho que se coloca junto a ella). ¡Mira!, ¡una bandada de patos silvestres!. Emigran hacia el Norte. ¡Son tan libres!... Guarda eso también, ¡el vuelo de las aves! (Sonríe y mira a si alrededor, se inclina algo, como queriendo rozar el suelo con su mano. como en una caricia). La hierba, las florcitas silvestres... ese aroma que sube de la tierra cuando la calienta el sol... Se queda quieta mirando ante sí al levantarse y el muchacho, junto a ella, observa atentamente lo que ella, con el gesto, le indica. El Padre: Miré los matorrales, las diminutas flores silvestres, el revolotear de una mariposa... Y de pronto comprendí que aunque había crecido en el campo, veía lo que mi madre iba nombrando, como si fuera la primera vez. Empezaba a añorar algo que acababa de descubrir. Tal si nada más lo descubriera ¡para perderlo! Abuela: No olvides esta belleza que ahora contemplas, porque es tuya. Muchacho: ¿”Mía”, madre? Abuela: Nuestra, y de todos quiénes sepan verla. ¡Mañana te hará falta!, ¡mañana, cuando estés entre tinieblas! (Suspira). Odio la mina que nos va quitando los hijos. Y por 89

mucho que la mina los maltrate ¡ellos la aman como a una novia!

se fuera desvaneciendo. El Padre avanza algo y se dirige a público para terminar su relato:

Se desplazan en silencio.

El Padre: Eso dijo y sus ojos se llenaron de rencor. No volvió a hablar hasta que llegamos al pueblo. El aire estaba saturado de humo. Pasamos por entre las viejas casuchas de murallas oscurecidas que se amontonan en la ladera. Luego la seguí por unos pasillos donde las mujeres restregaban y pasaban escobillas por las sábanas grises en unos lavaderos de cemento, entre el griterío de los pequeños, correteando a medio vestir, trasero al aire... Las sábanas tendidas al agitarse con el viento se me antojaron velas de un buque, navegando en ese mar que acababa de conocer, como las había visto en una estampa... Y asustado por las palabras de mi madre, añoré como cuando niño, no poder hacerme a la mar como los marineros. Al fin nos detuvimos ante una de las casuchas. La puerta baja y estrecha estaba entreabierta. Divisé a mi padre Lo noté envejecido y quise ir a abrazarlo. Me incliné para cruzar el dintel. Ella me retuvo y, extendiendo su brazo, me hizo mirar una vez más el océano: "Recuérdalo, y no lo maldigas, dijo, cuando en las galerías avances a oscuras bajo él, sintiendo una opresión en el pecho".

Muchacho: Pero ¿acaso no es de admirar el que los mineros afronten con valentía los peligros de su oficio, para entregar al país esa riqueza? Abuela: ¿El país? ¿Qué es el país? Muchacho: “La Patria”, madre. Las banderas. Así lo enseñan en la escuela. Abuela: De eso que nombras, tu abuelo, tu padre... ¡están ausentes! (Lo mira, le hace una leve caricia). Como lo estarás tú, hijo... (Cambio, con humildad). Perdona... Es que no me conformo, en pensar que también ¡amarás a “la maldita”. Muchacho: Yo pensaba que era importante la misión del minero del carbón... Abuela: Más te vale. (Se lleva el pañuelo a los ojos, él la mira sorprendido). No me hagas juicio. (Suspira). Me aflige pensar que quizá mañana a esta hora ¡estarás a oscuras!. Que tendrás en los labios el sabor hosco de la hulla, y un polvillo negro empezará a incrustarse en tu piel. (Luego reacciona). No es tan terrible. Exagero, como nos ocurre a las madres. Nunca deja uno de preocuparse. (Sonríe). Seguimos viendo en el hijo crecido, la criatura que nos poníamos al pecho. Muchacho: Pero, digo yo, aunque es duro el oficio, ¿no es una hazaña internarse bajo el mar y arrancar esa riqueza? ¿No debería el minero sentirse orgulloso? Abuela: (Con cansancio). A tu abuelo lo mató ese orgullo. Y de ese mal ¡tu padre ya empezó a morir!

Oscuro Con fondo de una melodía de guitarra, pueden proyectarse algunas diapositivas: Las casuchas de Lota antiguo. Lavanderas, sábanas tendidas, fondo de guitarra.

Va retrocediendo seguida del muchacho y la luz baja sobre ellos, lentamente, como si en la memoria del Padre el recuerdo 90

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Escena 4 Luz sobre el Guía, extremo derecho. En penumbra, las mujeres siguen trabajando en su Espacio, como si no hubieran salido de allí. El guía: Hubo un tiempo en que 16.400 trabajadores carboníferos trabajaban en estas minas. Solían organizarse para obtener mejores salarios, porque antiguamente se les pagaba con fichas. También dieron la pelea para tener hospital, escuelas y terminar con el trabajo de los niños en los socavones. El hijo: (Al público). Antes, los niños de Lota no tenían infancia. Las madres amasaban el tradicional "pan de mina", con una levadura que sacaban de la mezcla de harina agua y sal, un pan grande que era la base del "manche", el almuerzo de los mineros en su lugar de trabajo. Para sumar al sueldo del marido, las mujeres amasaban para la venta, y los niños debíamos salir de alba, antes de ir a la escuela, a venderlo a los mineros del primer turno. También para recibir unos centavos, les llevábamos ese almuerzo a las galerías. Otros eran “perreros”: trepaban sobre la marcha a los carros que transportaban el carbón y tiraban trozos en el camino para luego recogerlo y llevarlo a su hogar. Y los "chinchorreros", que recolectaban en la playa lo que caía durante el embarque. Pero el trabajo infantil que la empresa pagaba era el de "portero". Voz de niño: Para ganar unos centavos yo trabajaba de “portero", eso es abriendo y cerrando compuertas, abajo en lo oscuro… Voz de niño: ¡Lo que más asusta son las ratas!. Unos tremendos guarenes... con esos ojos medio rojizos fijos en uno... 92

El hijo: Aseguran que en esos socavones podía usted contar diez ratas por cada trabajador. Es que se alimentaban con los deshechos, limpiaban la mugre y los excrementos que quedaban en las galerías, por eso no los exterminaban. Además de esa labor de "limpieza" al escapar daban la señal de alarma, igual que los canarios en las jaulas, detectando la presencia del gas grisú. Voz de niño: A veces cuando venía el chiflón, se apagaba el cabito de vela y ahí uno se quería morir... Proyección: fotos reales de niños en la playa, sus rostros, mientras una de las mujeres que amasan el pan canta como las canciones para acunar a un niño: Al cumplir los nueve años mi niño ya fue minero. Fue a ganarse unos centavos Trabajando de portero: Eran tiempos de injusticia En la infancia del obrero. Qué tienes mi niño Que pierdes color Madre, la sombra recojo sin cielo, luna ni sol. Durante ocho horas cumplidas me paso, inmóvil y atento a oscuras, sujetando el viento. Solito en el socavón abriendo y cerrando puertas cuidado ¡el ventarrón! Esos eran tiempos duros En la infancia del carbón.

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Escena 5 Luz sobre el Espacio Chiflón, donde no tarda en entrar el Guía. Y luz simultáneamente en el Espacio Mujeres, las que continúan su trabajo mientras conversan: Meche: ¿Será verdad lo que dicen... que en el Chiflón, los que ahí se desgraciaron, andan penando? Luisa: (Ríe) Miren, ¡cómo iba a ser! Meche: Pero ¡si los han visto! Abuela: Bueno, que nada se sabe de lo que le ocurre al cristiano cuando muere... quizá pueda volver a trabajar, ahí donde tenía costumbre. Rosa: ¡Lo que hoy no consiguen los vivos!. Guía 1: Con todo respeto, conozcan el chiflón del diablo y la forma en que aquí laboraban los mineros, sudando por las altas temperaturas y a menudo con riesgo de accidentes. Pero no teman, los señores turistas, hoy están las paredes y techumbres de estas galerías bien firmes... Se acondicionaron para que sean seguras y así puedan ustedes visitarlo y conocer como se producía este apreciado combustible. Si sienten sed, más allá hay una de esos modernos aparatos que le servirán coca cola con sólo apretar un botón. Se proyecta una diapositiva con una de esas máquinas. Una de las mujeres turistas con máquina fotográfica colgando del hombro, se acerca al guía La Mujer: (Acento gringo) Señor, diga, ¿por qué llamarse este túnel... “Chiflón del Diablo?" (Se apaga la diapositiva) El guía: Es un nombre más bien mitológico, pero se debe también a la fuerza con que entra el viento. Había unos extractores que lo enviaban a las galerías para enfriarlas. El 94

apir debía cavar, barrenar, colocar maderos para apuntar el techo y paredes de la galería, sacando y acarreando el carbón. La tosca, la roca, tiene un mineral, "la pirita", que produce calor, por lo que... Mientras habla sube un rumor que va en aumento y un sonido peculiar que apaga la voz del guía. Se dibujan poco a poco las siluetas de unos mineros, son "los aparecidos" que penan en el Chiflón. (La Mujer huye asustada) Golpe Musical Luz intermitente, atmósfera irreal: Se muestran los 3 mineros, con casco y máscara blanca. Se escucha el ruido que hace uno al mimar su trabajo como barretero, otro realiza la mímica de trabajar con una pala, el tercero tiene actitud de anciano. Minero 1: Dígale que Chiflón es por el viento, y del “ Diablo", ¡porque a veces éste es un infierno! El Guía: (Que no ve ni oye a los "aparecidos") Al quedar carbón encerrado, y al entrar el aire en lugares no ventilados, jugaban 3 elementos: la pirita, el combustible que es el carbón, y el viento. Ahí se producían explosiones del gas grisú. Minero 2: Ahí ¡me recondené yo compadre! Los tres se quedan escuchando con interés al Guía, dejando de trabajar El Guía: Tomando en cuenta las galerías laterales que se fueron abriendo a los costados, este filón del Chiflón del Diablo suma 180 kilómetros. Para abrir estas galerías se ocupaban los explosivos. Cuando actuaban los "disparadores", así llaman a los que manejan el material explosivo, ahí había peligro, 95

porque el disparo, -la tronadura-, producía partículas de carbón encendido. Entre los oficios, el más duro, es el de disparador... Minero 3: ¡Ese soy yo...! El tiro a la larga ensordece... Y en esto del disparar, ya llevo veinte años. Y peligro está en que el tiro come el cable al estallar... Ruidos sordos que van en aumento y "Luz Negra" o intermitente. Los 3 hacen la mímica de resguardarse mientras uno hace la mímica de disparar, cuando dicen los siguientes parlamentos. ¡Guaaaarda...! ¡Fuego!. El tiro está en su punto Dale, dale a la manilla. ¡Aguántate, mierda! ¡Aguántate, por la madre que todavía estoy aquí! Y esconde el culo, huevón, que el disparo ya salió... Atención!. ¡Detonadores!... El Anciano: (Con voz gastada). Cierto que estoy sordo, pulmón me queda poco, viejo. Estoy, achacoso, babeando casi, pero todavía me queda entendimiento... Así es que, ¡cómo no voy a estar agradecido a la Empresa, si hoy los patrones me dieron un diploma y un apretón de manos. Bien merecido, digo yo, porque todavía le pego al trabajo, ¿no ve que jubilar no puedo, que no sé la edad que tengo, “onde” mi taita no me pasó por las leyes del civil?. Y van cuarenta años, eso sí lo sé, que trabajo en esta mina, así dicen que lo dice el diploma...”

Veinte llevo disparando ¡La pucha! El patrón siempre abusando ¡Y no, pues! La muerte siempre aguaitando ¡La perra! Pero estoy vivo y hablando ¡Carajo! ¡Por eso me están premiando! El Guía: Del carbón sale metano puro, el que contaminado con el viento pasa a convertirse en altamente peligroso si hay un porcentaje de un 2,5 a un 3 por ciento. Había que detectar como venía el aire, porque a veces perdía velocidad, cuando se producía algún un derrumbe... Minero1: El derrumbe... ¡Eso me tocó a mí!. (Retrocede hasta desaparecer como si se esfumara en el aire) El guía: A medida que se ahondaba en esta galería, la roca se volvía porosa, y con las filtraciones resultaba precaria la estabilidad de la techumbre. La empresa debía emplear gran cantidad de madera para apuntalarla. Usaban eucalipto, porque cruje antes de desmoronarse, dicen que avisa. Minero2: "Cruje"... pero igual cae altiro... ¡no hay quién se salve!... Seguido del anciano retrocede hasta que se "esfuma" su silueta. Sube la luz en espacio Mujeres, y va bajando en el Espacio Chiflón. Mientras recogen lo que han estado trabajando (la masa o el pan). Meche comenta a las demás:

Los Tres (Turnándose y en coro) Meche: Fue en el derrumbe grande cuando a mi padre, pobre viejo, lo sacaron medio muerto del Chiflón... Y seguro que la muerte no lo afligía, por el gusto que le daba ver la luz y ver el

Cuarenta años trabajando ¡No joda! 96

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sol. ¡Ya no más esa oscuridad!. Bueno, que eso pienso, porque siempre me pedía: “ Hija, cuando muera, que no me entierren... que me dejen sobre el verde, para que mis huesos se blanqueen al sol..." Melodía de guitarra mientras las Mujeres van saliendo llevando sus bolsas de pan. La Abuela se queda, Barriendo y ordenando el lugar.

Escena 6 Luz sobre el Hijo. Arriba, en el entarimado, la Abuela sigue barriendo. El Hijo: Recuerdo a mi madre, a mi abuela siempre ocupadas, amasando el pan lavando las sábanas, la ropa impregnada con el polillo del carbón, cocinando... Sin tiempo para nada que no fuera atender al esposo, a los hijos, ir a comprar las provisiones. En una ocasión le pregunté a mi abuela... (Alza la voz y le pregunta, sin mirarla) Abuela, ¿usted quería a su esposo? Abuela: (Distraída, barriendo) Sí, niño... El Hijo: ¿Tanto como para decírselo? Abuela: (A la defensiva) ¿Decirle "qué"? El Hijo: Que lo quería... Abuela: (Dejando la escoba, quieta, mira ante sí con melancolía). Se lo dije una vez, pero no sé si él se enteró. El Hijo: ¿Cómo que no sabe? Abuela: Fue algo extraño. Hace mucho de eso. Una noche llegó Antonio del trabajo... La verdad, no supe qué pensar. La Abuela cruza hacia el Espacio Evocación, quitándose un chal y cubriendo su pelo blanco con un pañuelo de colores, lo que le da un aspecto más joven para la escena de evocación. El Hijo se retira. Notas de guitarra, y Luz sobre la Abuela que se sienta a la mesa. Entra un actor como el minero Antonio, con paso cansino, se sienta junto a la Abuela. Ella lo mira con extrañeza.

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Antonio: Ayer me tocó la galería donde están apuntalando la roca... la madera se pudre con la humedad. Igual seguí acarreando las carretillas y trabajando con la pala... ¿Me tiene lo que le pedí?. (Ella lo mira casi con temor). ¿Se le olvidó? (Un silencio). ¿Por qué me mira así?. ¿Se le olvidó que recién le pedí que me trajera una jarrita de vino?. Es que no pude entrar a la cantina. Voy a entrar y es como si el aire me sujetara. Veo a los compañeros, los llamo, no me escuchan... Por eso le pedí el vino. ¿O no fue así?. Mire, tengo todo confundido en la cabeza. Parece que algo me cayó encima, fue un golpe fuerte, vi todo negro... Abuela: Antonio... ¿porque eres tú, verdad? Antonio: Antonio me llamé siempre. Abuela: Es que... (Se lleva el pañuelo a los ojos). Ay, no sabís na'... Antonio: ¿Por qué llora, mujer? Abuela: Es que “no sabís na'” Antonio: Bueno, dígalo, para que se sepa. Abuela: Me vinieron a decir que... (Lo mira, vacila) en el derrumbe de la galería del Chiflón donde vos... (Suspira, seca sus lágrimas). Me vinieron a decir: “su marido está entre las víctimas de ese derrumbe. Todavía no rescatan los cuerpos"... ¡Cómo no iba a llorar de verte aquí! Antonio: Mire... ¿Y por eso llora? Abuela: No, Antonio, lloro por otra causa. No lo vas a creer pero es de puro gusto, porque cuando me vinieron a decir que mi hombre había muerto. Pensé: (Dramática) ¡Dios mío!. Se murió, se lo tragó la mina, ¡y yo nunca se lo dije! (Suspira hondo). Ay, Antonio... cierto que la muerte es cosa tremenda, pero en ese momento lo único que se me vino a la cabeza, fue, no más eso ”murió y nunca se lo dije” (Lo mira, con timidez por lo que ha dicho, luego agrega:) Y eso es malo. Al no decir lo que se piensa, se queda como una espina atravesá...

Antonio: (Serio, y como ausente). Cuando le llega la hora a alguien que uno aprecia, quedamos en deuda, por las cosas que se nos quedan sin decir... Abuela: Y ahora me puedo sacar esa espina, así es que te lo voy a decir, antes que se me pase el tiempo. Ahora mismo ¡qué me demoro! (Volviendo el rostro). “Te quiero, Antonio”, (Él no parece oír, repite enfrentándolo con ternura y con alegría). Dije, que te quiero, siempre te quise... ¡de amor! Antonio: (Voz monótona). Yo les advertí, esa techumbre necesita madera. Pero dicen que es mucho gasto estar apuntalando estas galerías. Ahí se descuidaron. Abuela: Antonio... dije... que te quiero. Antonio: Fui a decírselo a los compañeros, que había que presentar reclamo, fui a la cantina, pero no pude pasar... un viento que sujetaba. Les grité... no me oían. (Pausa, desconcertado)¿Qué será lo que hay, Rosa?

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Se acerca una mujer que trae un pan La Mujer: Comadre, vine a traerle el pan de mina, porque mi mamá hizo doble ración, para convidarle a usted que estará muy triste para amasar. Abuela: Usted siempre con su cariño... Y mire quién está conmigo. La Mujer: (No ve a Antonio). Dile, me dijo, que siento mucho su atraso, es duro pero son cosas de esta maldita galería. Abuela: Comadre "Él" está aquí. La Mujer: (Le hace un cariño). Tenga conformidad, no esté divagando. (La mujer deja el pan y se retira.) Abuela: (Mira, asustada a Antonio). ¡Antonio! (Levantándose retrocede con temor y murmura) ¡Virgen Santísima!. Debes estar muerto... Antonio: El derrumbe... Yo les advertí que esa techumbre ya

no daba para más.

Escena 7

Se levanta y se retira retrocediendo hasta perderse en las sombras Abuela: (Da unos pasos tras él, casi agresiva). Antonio, sé que estás muerto. Lo supe desde que entraste aquí reclamando algo que nunca me pediste... Pero no me atreví a decírtelo, por miedo a que te desvanecieras... ¡Estás muerto, Antonio!, ¡y no lo sabes! (Llorando) ¡Nunca te dije que te quería! Oscuro. Melodía en guitarra. (Se sugiere la de la canción "Razón de vivir" de Víctor Heredia)

El guía se coloca en el extremo derecho, donde antes se proyectó la entrada del Chiflón. Hacía Público, como si hablara a los turistas: El Guía: En la mina se construyeron 211 kilómetros de galería, era una ciudad subterránea, con tecnología de punta. Habían robots manejados por hombres, por lo tanto se necesitaron menos trabajadores, hasta que llega el día más desagradable para este pueblo: un día de Abril del año 1997, cuando se produce el cierre de esta gran empresa que albergó por más de 150 años a varias generaciones de mineros. Van llegando todos los actores, como saliendo del trabajo (de la jaula), y las mujeres que vienen a encontrarlos. Se despliegan en una fila que avanzan hacia público, a la que se une el Guía. Actitud entre agresiva y angustiada, como de protesta ante el Público Todos: (turnándose o en coro) A las tres de la tarde sin previo aviso el día 16 de Abril del año de 1997 Una Mujer: Lo que salían de la jaula al finalizar el turno de la mañana escucharon la sentencia... Los Hombres: ¡SE CIERRA LA MINA! Carajo... La fatalidad nos cayó de un repente... Nadie estaba preparado… El trabajo de la mina era el único que sabíamos hacer... Fue como si nos cortaran las manos...

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Una Mujer: Y a los hombres que llegaron desprevenidos al turno de la tarde, cuando iban a entrar a la jaula, les dijeron: Varios Hombres: ¡Nadie baja! La Jaula está clausurada. No habrá turno de la tarde... Ni hoy, ni mañana, ni pasado, porque... ¡SE CIERRA LA MINA!

El Padre: El día 16 de abril del año 97... Como un rayo, como un cataclismo nos cayó esta desgracia. Nadie sabía nada... (Agresivo, hacia público). ¿Por qué no avisaron con tiempo, para hacerse uno a la idea, o ir buscando algo para defenderse?

abuelo, los hermanos... El Padre: No es justo, compañeros. Hasta ahora fuimos como una gran familia los trabajadores del carbón... Una familia unida por el trabajo, por el Sindicato, el local donde nos reunimos los domingos. ¡No nos pueden hacer esto! Hombre 2: ¡Como se atreven a clausurar esos piques, que es como si fueran nuestros!. ¡Ahí pasamos una vida entera, igual que el padre y el abuelo arrancando un mineral que era riqueza para el país!. ¿No es eso lo que nos han dicho siempre cuando nos contratan? Hombre 1: ¿Y no siguen ahí las vetas?. ¿No hay carbón que extraer?. Si en la mina queda tantísimo carbón, cómo no hallan mejor solución que dejándonos a todos sin trabajo? Hombre 2: (Con violencia). ¡Nos tienen acorralados, compañeros, y sin saber quiénes son los que deciden el destino de uno!

El Padre vuelve a formar parte de la marcha. Se desprende del grupo El Guía 1

Se detiene la marcha, las mujeres se reúnen, hablan hacia público.

El Guía: (A público, tono coloquial). La empresa tenía problemas, así es que el año anterior habían despedido como a 30 mineros. Entonces hicimos huelga, y fue peor ¡despidieron a cerca de 400!... Para que la mina, dijeron, no tuviera que cerrar. Fue duro, pero nos quedó esa confianza, de que no iba haber cierre.

Hombre 1: (Saliendo de la marcha, a sus compañeros). Si la cierran, ¡se acaba todo!. ¿Qué podemos ser, si no somos mineros? Mineros fuimos toda la vida. Lo fue el padre, el

Mujeres: Ahí estaban, tantos mineros, hombres rudos, llorando. Nosotras, ese día fatal Junto a los hombres TODAS LLORAMOS... Mujer 1: No les dieron tiempo para organizarse y reclamar o tener junta para llegar a un acuerdo. ¡De intento lo avisaron así, de un repente! Mujer 2: Tampoco sabíamos si nos iban a dar una compensación... Si nos iban a quitar la casa, la escuela, el hospital... Mujer 1: Fue como decirnos: "¡Váyanse de Lota!. ¡Aquí ya no los necesitamos!" El Guía: (Siempre en tono coloquial, explicando al público el problema). Lo que nosotros, los que fuimos empleados para

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Con una coreografía acompañada de elementos de percusión, desfilan ahora con carteles en blanco, alguna bandera, dando vueltas en círculo, como en una marcha de protesta, menos el Padre que se queda en un extremo y habla hacia público

A trechos, la marcha se detiene cuando uno de ellos habla a sus compañeros.

guiar a los turistas, no nos está permitido decirles, es que a pesar del proceso que llaman "reconversión", continúa en las calles de Lota, el abandono y la pobreza. No han logrado cumplir las promesas de terminar con la cesantía y el desamparo en que quedaron nuestras familias. En los llamados "empleos de emergencia" no pagan a tiempo los salarios. Las promesas no se cumplen. El Padre: Hablan de dar dinero, para invertir... ¿Y cómo?. Si el que ha estado siempre trabajando en la mina, no entiende de negocios o de hacer rendir el dinero. Hombre 1: Tampoco uno "se halla" en los otros oficios que ofrecen con una "capacitación", que le llaman... ¿Cómo le va a gustar al que no más tiene costumbre de sacar carbón en las galerías, vestirse de blanco y cortarle el pelo a los ricos? Mujer 2: Mi marido quedó el más afectado, porque nunca aspiró a nada más, él deseaba ser minero, y no conoció otra cosa... ¡Se le vino el mundo encima! Los actores van retrocediendo, hasta perderse atrás en lo oscuro menos Luisa, la joven. Luisa: Ese día, dieciséis de Abril, una vecina me vino a decir: “cerraron la mina”. No lo podía creer... Vestí a mi hija par ir a dejarla a la escuela y me fui al pique, donde tenía el turno mi marido. Quería verlo, estar con él en ese momento... Entonces lo veo salir, todo cochino, tal como había estado trabajando. Había hombres llorando. Mientras dice, se acerca a uno de ellos, su esposo, José. Él avanza como saliendo del trabajo, con y una bolsa, se quita el casco. José: (Tomándola de la mano). Vamos, Luisa, se acabó... 106

Luisa: (Toma la bolsa que el trae). Tu ropa limpia, para cambiarte, (Él asiente) Salen caminando, él la lleva de la mano y va cabizbajo. Entran al Espacio Evocación. Luisa: En la casa serví almuerzo. José, se sienta a la mesa, apoyando los codos hundiendo el rostro, llora silenciosamente. Luisa: Nunca había visto llorar a mi marido. Esa fue la primera vez. Mi esposo nunca jamás me preguntaba cómo era mi día, nunca hablábamos, y no me molestaba por eso, porque así lo vi en mi mamá, en mi abuela. Y ahora, no sabía cómo hablarle... Tenía miedo que lo tomara a mal... Así y todo me acerqué a él. (Se acerca a José). Y esperé que él me hablara. José: (Alzando el rostro, murmura). Se acabó, Luisa... ¿qué va ser de nosotros? Luisa: Confórmate. Somos jóvenes, todavía podemos salir adelante. (El niega con la cabeza cubriendo su rostro con un pañuelo que ella le tiende). Mira, yo hasta ahora me he preocupado de la pura casa, pero puedo trabajar. Anímate... (Lo abraza, quedan en silencio un instante. No logra retener sus lágrimas). ¡Me hiciste llorar! Menos mal que llevé a la niña a la escuela, ella no tiene que vernos sufrir. ¡No es justo! ¿No dijeron que con los que echaron el año pasado, la mina podía seguir funcionando? Que.... (Calla y mueve su cabeza como tragando sus palabras) José: Se acabó y se acabó. La mina es lo único que conocí, desde niño. Es como si la vida se acabara... Luisa: Pero una cosa me tienes que prometer: ¡no te irás de mi lado! Y si pasamos hambre, la vamos a pasar juntos. El cariño 107

no se acaba, aunque se acabe la mina... ¿Me lo prometes? (Él asiente.) Baja la luz sobre ellos, que se retiran Breve melodía en guitarra.

Escena 8 Luz sobre el lugar donde trabajan las mujeres. Rosa, Meche, Luisa y la Abuela están como al inicio de la obra, cociendo el pan, haciendo labor, comentando lo sucedido con el cierre de la mina. (Pueden haber salido y luego haber regresado) Rosa: Esos días fueron tremendos. El dinero que prometían tardaba en llegar. Con decirle que un día me quedaban los últimos mil pesos y le dije a la niña que los llevara para su colación en la escuela, y ella que no tenía hambre, que si los gastábamos, "con qué vamos a comer al día siguiente"... Así estábamos de desamparados. Meche: A mi marido lo capacitaron en computación y en bodega, después hizo una práctica, pero ¡no le buscaron trabajo!. Lo dejaron “al mundo”. Y tenerlo en la casa es desesperante. Se levanta, se sienta, todo le molesta, no haya nada bueno. Abuela: Hombre sin trabajo, y en la casa ¡se vuelve idiático!... Luisa: Con mi esposo, después que nos casamos bien enamorados, ¡estuvimos a punto de separarnos! Meche: No sólo usted. Para mi vecina fue peor: El marido se fue a trabajar al Norte, y nunca dio razón. Ahora tiene que alimentar a sus 5 chiquillos... Vende el pescado que le trae un hermano. Y hasta sale con él a pescar. Rosa: Yo tuve suerte con ese puesto en la Feria. Otras se desesperaron, más de una se quitó la vida... Abuela: Sé de mineros que se suicidaron, pero de mujeres no tenía noticia... ¡Jesús! ¡Valientes hay que ser para quitarse la vida! Rosa: Pero muchas supieron reaccionar. Y como es el dicho, "no hay bien que de un mal no venga", con tal de salir adelante, porque una es madre, las que antes eran esclavas y

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no tenían opinión en la casa, hoy usted no las reconoce: trabajan. Y mandan fuerza... Luisa: ¡Cierto! Nunca olvidaré esa mañana del mes de Marzo... Rosa: ¡La marcha a la capital! (A la abuela). Hicimos lo que jamás nos hubiéramos atrevido a hacer en otros tiempos... Partir con los niños a reunirnos allá con los esposos. ¡Las que antes éramos su sombra, tuvimos que aprender a ser su apoyo! Meche: Y esos desalmados de los pacos, viendo que íbamos con niños chicos, nos lanzaban agua con el Guanaco para atajarnos... ¡Pero igual supimos llegar a la capital! Hasta hicimos huelga de hambre. Pero no hubo respuesta de las autoridades. Luisa: Por eso los hombres se fueron desmoralizando. Abuela: Harto cambió este pueblo. Cuando yo era joven me admiraba de lo fuertes y luchadores que eran los mineros del carbón. Ahora algunos parecen tan derrotados... No todos pudieron asimilar. Hay algunos que se emborrachan, otros, los ve usted parados en las esquinas. Oscuro

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Escena 9 Luz sobre el hijo, espacio izquierdo. Se pone su gorra, y toma la mochila que ha dejado ahí al inicio para ir a encontrarse con el Padre, mientras va diciendo: El hijo: Como dice la abuela, los mineros tenían fama de valientes, sin embargo, el cierre de la mina los dejó desarmados. Eso pensaba mientras venía en el bus que me traía a Lota. La vi diferente: el cielo claro, anunciaba el fin de las faenas del carbón. Me preguntaba, con desesperación, qué podía hacer para ayudar a mi padre... cuando de pronto lo vi frente a mí. Se muestra el padre El Padre: ¡Volviste!... (Se lo queda mirando, entre incómodo y sorprendido cuando El Hijo se va acercar a saludarlo. Se quedan frente a frente, mirándose). Bien. Ya podías regresar ¿no?. No hay peligro que tu padre te pida que vuelvas a la mina. (Con súbito tono dramático). "Para que ahí te forjes un buen porvenir". El hijo: Papá... Lo siento. (Bajando el tono). Lo siento mucho. El Padre: ¿Sientes no haber seguido en la mina?. Fue una suerte, después de todo, no tuviste que pasar por esto. El hijo: No, quise decir que siento lo de... Lo que tuvo usted que vivir. El Padre: Así es. Y no sólo yo. Dicen que “mal de muchos, consuelo de tontos”... "Tonto", aquí no hay nadie porque es peor ver que tantos están pasando por las mismas dificultades. Y la verdad es que poco sabemos de los demás. Hoy cada cual mira por lo suyo. El hijo: No crea que eso ocurre sólo aquí. 111

El Padre: (Casi cortando, con voz firme). Pues aquí, eso, antes ¡NO ocurría!. Cierto que en la semana con los turnos y el cansancio durante el trabajo, poco nos hablábamos. (Se anima) ¡Pero los domingos, eso era sagrado!. ¡El Sindicato!. Ahí nos juntábamos. También veíamos lo relacionado con el fútbol porque el fútbol es importante. Se practicaba la amistad. La camaradería, ¡Y eso fue lo que se perdió de golpe!. ¡La unidad para dar la pelea! El hijo: Pero supe de unas marchas. El Padre: Marchas hubo, pero no hay fuerza. Y yo digo que es porque aquí se acabó la "vida comunitaria". El hijo: ¡Cómo pudo perderse! El Padre: (Con sarcasmo). ¿Cómo?. ¡Si todo cambió, así, de un día para otro!. Fue tan grande el desastre que produjo el cierre de la mina, que quedamos indefensos, como si se acabara el mundo. Ni siquiera pensamos en unirnos para dar la pelea. Con decirte que al día siguiente, en la reunión donde dieron la noticia oficial del cierre, un compañero, delante todos ¡se cortó las venas! Lo atendieron a tiempo y lo salvaron, pero más de uno se quitó la vida. (Un silencio) El golpe militar fue algo tremendo, pero el cierre fue peor, porque no sabía uno cómo reaccionar. ¡No había un patrón!. ¡No había un "enemigo" contra quién tirarse!. En cuanto a la marcha a la capital... mucha bulla en los diarios, pero no se consiguió gran cosa. Los que nos estaban jodiendo con el cierre, no daban la cara. Tenían demasiado poder. Así fue como la gente se empezó a desanimar. El hijo: Claro, yo entiendo, pero también hay otras cosas. No sé. Pienso que el mundo es algo muy grande, quiero decir, no todo es la mina, el cierre... En fin, que... no sabría cómo explicarlo. El Padre: No sabes cómo explicarlo, porque tampoco lo entiendes. Eso por no haber vivido esta fatalidad. Mira, lo que

hay es ¡desánimo! Y yo, me desanimé, igual que todos no más. (Pausa)Supongo que es porque no andamos reunidos como antes, cuando nos dábamos fuerza unos a otros. ¡Teníamos, entonces, por tradición, de padres a hijos, el orgullo de ser duros!. ¡El de no cejar si nos proponíamos algo! El hijo: Pero usted siempre ha sido bien terco, papá. El Padre: Ya ves como la vida a uno lo va cambiando... Y no te miento cuando digo que hubo suicidios. Por las promesas que no se cumplen. ¡Poco valen marchas o protestas si a los que están arriba se les frunce jodernos! Miran no más por su propia conveniencia. Contimás que si uno de nosotros se quita la vida, la viuda ¿ante quién van a ir a reclamar? ¿Entendís de lo que te estoy hablando? Ahora el que manda en Lota, ¡no tiene cara! (Mueve negativamente la cabeza y repite para sí) No tiene cara...

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El Hijo no sabe qué decir, luego de un silencio, el Padre lo mira, ceñudo, volviendo al tono agresivo: El Padre: Y pa' qué gasto más palabras si, supongo que a ti te alegró que cerraran la mina... El hijo: ¡Cómo me iba alegrar! No, pues... El Padre: Bueno, más vale no hablar de eso. Se acabó, y se acabó. Del dinero no queda nada. Quisimos hacer negocio, invertir con lo que nos tiraron, que no era poco, pero ¡qué sabe uno de negocios!. Y nunca faltan los aprovechadores. "Vivos", que sacan ganancia de la desgracia ajena. (Lo mira, desanimado). Y ¿qué tanto te interesas ahora por nosotros?. Me contaron que estaba en la Universidad, ¡que le aproveche pues! No tiene que preocuparse de lo que está pasando en éste, que era su pueblo. El hijo: ¿Por qué me dice eso?. Volví, y quisiera hacer algo. El Padre: (Con mucha amargura, repite:) “Hacer algo”... Hm.

(Agresivo). ¿Acaso sabes de la situación en que estamos todos aquí?. ¿Sabes por mentar un caso, de la desgracia de mi compadre, el Beto, tu padrino? (El Hijo niega con la cabeza). Acaba de perder a su mujer en una forma terrible... Hasta me duele decirlo. Y eso ocurrió porque les quitaron la casa, obligados a vivir de allegados, y para peor, los dos hijos que no hallaron trabajo, se metieron con las drogas, pero para mí lo que más les dolió fue sentirse desplazado, sin esperanza ninguna, La mina lo era todo... El hijo: (Impactado por la aflicción del padre). Y ¿cómo fue a morir mi madrina? El Padre: A la comadre, la encontraron colgando de una viga... El hijo: (Horrorizado). ¿Cómo pudo ser? El Padre: La depresión pues, de eso se habla aquí de “depresión”. Antes en Lota, no se conocía esa palabra. (Se deja caer en un escaño y se toma la cabeza). Y uno, por la mierda... sin poder hacer nada. Mi compadre, el Beto, el mismo que cuantuá, me sacó de entre los escombros, en un derrumbe. El hijo: El derrumbe... ¡El del Pique Grande! El Padre: ¡Y yo, ahora, sin poder corresponder!. Hice una junta con los amigos, hablamos de buscar alguna forma de ayuda, así entre todos, pero ya las cosas no son como antes, y tampoco tenemos los medios para hacer una buena colecta o algo así. ¡Ni menos hallamos a quién recurrir!. Fue una injusticia muy grande... ¡No me hagai hablar!. No me hagai hablar... (El Hijo lo mira, conmovido. El Padre, reacciona). Yo, hijo, soy ignorante, pero tú que fuiste a estudiar con gente instruida dime ¿qué dirían ellos al saber de esta injusticia que han cometido con nosotros?. ¿Por qué este castigo que no hemos merecido? El hijo: Tendrán instrucción, pero ¡no saben mucho más que usted!. "El hombre, dicen, sabe que la Tierra gira en torno al sol, que el universo existe desde hace millones de años, sabe

de los descubrimientos de la ciencia, ¡pero ignora para qué existe, y para qué nace, vive y muere!" El Padre: Mmm... Una gran verdad... (Con amarga ironía). Aunque yo "sí" sé para qué viven los, como uno, que nacen en la pobreza... "para vivir jodidos trabajando para los que nacen en casa de rico". Al menos tú supiste escapar, quedar fuera de esta maldición. Si quieres un buen consejo: sigue tu camino, y no te preocupes porque en este pueblo, ¡no hay futuro!. (Repite categórico) ¡No hay futuro! El hijo: Pero usted tiene sus conocimientos, su experiencia en el trabajo, ¿cómo en su caso no va a haber futuro? Claro que ahora pasa por una mala racha. El Padre: ¿Mala racha? ¡Es muchísimo más que más que eso! Y tú, enterado de esta situación, ¿cómo fue que volviste? El hijo: ¿Qué razón puede tener el hijo para volver donde el padre? (Pausa, le sonríe) El cariño es lo que al final, mueve a las personas. (El Padre queda mudo, luego de un silencio el Hijo prosigue). Papá... yo a usted lo respeto. Más que eso, siempre lo admiré. El Padre: (Lo mira con extrañeza, vacila) ¿Qué fue lo que dijiste? El hijo: No crea que porque no quise seguir en la mina, o le hablé en un momento de rabia, pienso que su vida no tiene valor. Al contrario. Es que uno tiene esa maldita costumbre de callar, de no decir las cosas, como si no hubiera necesidad de decirlas. (Le sonríe, ante el silencio del Padre, agrega;) De veras, ¡me siento orgulloso de usted! El Padre: ¿Cómo fue eso? El hijo: Sabido es que aquí usted de los más solidarios, de los valientes que arriesgan su vida en los derrumbes por ayudar a los compañeros. ¡Y de los más luchadores!, los que peleaban para conseguir mejores condiciones de trabajo... El Padre: ¡Eso es el pasado, niño! (Aflora angustia a su voz, al

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repetir). Ahora no sirve. ¡Qué va a servir!. ¡Más es lo que ¡perjudica!. Nadie le va a dar trabajo al que tiene fama de luchador Quedan fuera por "conflictivos". (Ante el silencio del hijo) Y hablando del trabajo aquí hay pura cesantía, no fue buena idea volver, hijo... El hijo: Pero yo estoy en deuda con usted. Si antes lo disgusté dejando la mina, ahora que terminé mis estudios, vine dispuesto a hacer lo que me diga. Lo que sea, si hay algo en lo que yo pueda colaborar... (Calla al ver que el padre mueve negativamente la cabeza) El Padre: Todos Los jóvenes se van, aquí no hay porvenir ninguno. Ya te dije, pura cesantía. (Calla) El hijo: (Tímidamente) Papá... ¿usted tiene trabajo? El Padre: (Vacila, se alza de hombros) Algo parecido. Bueno, que me lo pasé sin trabajo tanto tiempo que... tuve que agarrar lo que fuera. Porque de nada sirve la experiencia como minero del carbón para hallar trabajo. El hijo: ¿No decían que los preparaban para otros oficios? El Padre: Sí pues... (Irónico). "Otros oficios", peluqueros, garzones... poco saben esos señores lo que era trabajar en las minas de carbón... ¿Ves a tu padre sirviendo como "garzón", con estas manos acostumbradas a la picota?. ¿Y con guantes blancos para ocultar el carbón incrustado en la piel? (Se pasa la mano por la cara en un gesto de impotencia). De los "otros oficios", mejor no hablar... El hijo: ¿Por qué? El Padre: Hay algo que por años cuidé, hijo, algo que se llama orgullo... y dignidad... (Suspira y continúa, sombrío). Como te estaba diciendo, pasé tanto tiempo sin trabajo que tuve que aceptar lo que fuera. Y contra toda mi voluntad… (Pausa) Sobre Lota pesa una maldición... Mejor vuelve allá, donde estudiaste... y piensa que Lota no ha cambiado, has cuenta que sigue así como la conociste en tu infancia... ¡Y por tu vida!

Olvídate que tu padre, que era de los mineros del carbón más esforzados, ahora tiene que atender a unos extraños, y recitarles como loro una lección aprendida. El hijo: ¿Lección aprendida? El Padre: (Saca de su bolsillo un folleto y recita leyendo) "Viva un safari bajo tierra en el pique del Chiflón del Diablo. Y sepa que en 1837, gracias a la visión patriótica de la familia Cousiño, parte la explotación de los yacimientos carboníferos de Lota... (Guarda el folleto y deja caer sus brazos, deprimido.) El hijo: (Incrédulo) Quiere decir... que al final tuvo que aceptar ese oficio... El Padre: Sí, maldita sea!. ¿Hay que comer, no? El hijo: Papá... No puede seguir así. (Animándolo). ¿Sabe? ¡Venga conmigo a la capital! Estoy seguro que ahí algo le podemos conseguir y... El Padre: (Cortando) No te hagas ilusiones... También me ofrecieron una pega de "caminero"... ¡qué voy a ir hacer yo en los caminos!. Escucha... Me trajeron guaina aquí a Lota cuando mi padre se enfermó, porque para conservar la casa tenía que haber uno trabajando en la mina. (Pausa) Hace cuarenta años de eso. Viéndome casi un niño los mineros me acogieron. Fui aprendiz en las galerías, anduve uña por uña rasguñando la piedra gateando en la veta nueva, sacando carbón. Vivíamos mal, las casas en mal estado, el dinero escaso, pero ahí estaba (se muestra, tocando su pecho). José Cruz Ayala, ¡peleando en las pendencias, bebiendo en la cantina, aguantando el miedo en los derrumbes! Y cuando nos reuníamos para pedir unos pesos más de salario, aunque nos llegaran palos, ahí estaba, marchando en todas las marchas, bajo el sol, bajo la lluvia. Y en la huelga me daba sus vueltas para cuidar la mina. ¿No ves que hasta hubo un terremoto que nos pilló en paro? Es que, Dios me es testigo, ¡le tomé tanto cariño a la mina...! ¡Como si fuera mía! O como si yo fuera de ella... (Pausa, se pasa la

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mano por la cara, en un gesto muy suyo, como queriendo borrar algo. Suspira) y aquí me tienes. ¡Despedido! ¿Dónde quieres que vaya? Nadie me conoce. Estoy viejo como las piedras. Como estos piques que ya no entregan nada. No, no voy a ninguna parte, aquí me quedo. Hasta que me muera. (Con humildad). Ocúpate que me entierren en el carbón. Sólo el carbón me conoce (Un silencio).José Cruz Ayala, no sigas moviendo los pies. Hasta aquí llegaste, hasta aquí, José Cruz Ayala...

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Sonido del Ascensor La luz ha bajado hasta el oscuro quedando fija un instante sobre el rostro del padre con su expresión dramática.

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meter

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