Introduccion a La Psquiatria 1, Problemas generales psicopatologia - Carlos Castilla Del Pino

April 18, 2017 | Author: Siddh84 | Category: N/A
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Introducción

a la psiquiatría,

Alianza

Universidad.

Textos

Carlos Castilla del Pino

Introducción a la psiquiatría, 1

Alianza Editorial

Primera

edición

en

"Alianza

Universidad.

Segunda

edición

en

"Alianza

Universidad. Textos":

Textos":

(0 Carlos Castilla del Pino CD Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1979, 1980 Calle Milán, 38; ~ 200 00 4.S ISBN: 84-206-8994-7 (Obra completa) lSBN: 84-206-8014-1 (Tomo 1) Depósito legal: M. 41.904- J 979 Impreso en Hijos de E. Minuesa, S. L. Ronda de Toledo, 24 - Madrid-S Printed in Spain

1979

1980

T hougt this be madness, yet tberc is method in it . . W. Shakespeare. Hamlet, acto II, escena II.

INDICE

NOTA PARA LA 2: EDICION

.

PROLOGO

.

l. PROBLEMAS GENERALES 1.1.

CONCEPTO

1.1.1. 1.1.2. 1.1.3. 1.1.4. 1.1.5.

13

DE PSIQUIATRÍA

15

. .. .

. ..

.. .

21 .. .

. ..

. ..

Historicidad .. . ... ... ... .•. ... ... ... La Psiquiatría, institución médica . .. . .. . .. .. . .. . .. . La alteración psíquica, o de la conducta, objeto de la Psiquiatría La génesis varia de las alteraciones psíquicas ... ... La Psiquiatría, ciencia natural . .. ... .. . ... .. . . .. ... . .. . ..

1.1.5.1. Los métodos cientificonaturales en Psiquiatría .. . 1.1.6. La Psiquiatría como ciencia humana .. . .. . .. . . .. . .. .. . . .. 1.1.6.1. Los métodos de la Psiquiatría como ciencia humana 1.1.7. La terapéutica psiquiátrica .. . . .. .. . . .. .. . .. . .. . . .. 1.2.

RELACIONES

DE LA PSIQUIATRÍA

. .. .. • .. . .. . . ..

.. . .. . .. . .. .

1.2.1. Psiquiatría y Patología general .. . ... .. . ... ... 1.2.1.1. Psiquiatría y Neurología . . . . .. .. . .. . 1.2.2. Psiquiatría y Psicología , .. .. . .. . 1.2.2.1. Psiquiatría y Psicología social . .. . . . 1.2.3. Psiquiatría, Sociología y Antropología cultural

.. . . . .

.. . .. .

. .. .. . . ..

.. . .. . .. .

1.3. EL

LUGAR DE LA Ps1co(PATO)LOGÍA EN EL ÁMBITO DEL SABER. PROBLE· MAS EPISTEMOLÓGICOS .. . . .. .. . .. . . .. .. . .. . .. . .. . .. . .. . . . . . . .

1.3.1. El corpus psico(pato)lógico .. . ... ... ... ... ... ... . .. .. . ... .. . 1.3.1.1. La inconsistencia lógica .del corpus psicoípatollógico .. . 1.3 .1.2. El nivel observacional. Los sucesos psico( pato )lógicos. Axiomática . .. ... ... . . . .. . .. . .. . ... .. . ... . .. 9

21 21 23 26 29 33 34 35 36 37 42 43 44 47 51 54 58 58 59 60

JO

Indice 1.3.1.3. 1.3.1.4.

1.3.2. 1..3.3.

2.

El nivel procesal . . ... . . .. .. .. . . . . . .. El nivel teorético: teorías explicativas y teorías interpretativas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1.3.1.5. El nipel metateorético: lógica de las teorías psico(pato)lógicas. Addenda: Epistemología del Psicoanálisis . . . . . . Psico(pato)logía y Psiquiatría .. . . .. . .. . . . . .. . . . . . . ... . . . . . . Los dos grandes modelos, el fisicalistabiológico y el etodinámico, en la explicación psico( pato)lógica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . .. .. .

PSICO(PATO)LOGIA 2.0.

CONCEPTOS

2.1.

LAS ACTIVIDADES

. . .

2.1.1. 2 .1.2. 2.1.3.

La naturaleza de las actividades humanas . Di/ erencia categorial de los actos . . . . . . . . . . . . . . . . .. Ambigüedad en la diferenciación de los actos humanos ... 2 .1.3. l. «Todo» puede hacerse conducta . . . . . . .. . .. . .. . 2.1.4. Criterios diferenciales en los actos humanos . 2.1.4.1. Los tipos morfológicos de actos como criterio diferenciador: los niveles de la actividad humana .. . . . . .. . 2.1.4.2. El contexto del acto como criterio diferenciador ...... 2.1.5. Varianza de ambigüedad de los actos de conducta. La conducta como proceso estocástico . 2.1.6. La conducta como lenguaje . . . . . . . . . .. . .. . .. . .. . .. . 2.1.6.1. El lenguaje verbal . 2.1.6.1.1. Pensamiento y Lenguaje .. 2.1.6.2. El lenguaje analógico (actitudinal) . 2.1.6 . .3. El lenguaje sexual . 2.1.7. Interrelación entre los niveles de lenguaje . 2.2.

LA CONDUCTA COMO PROPOSICIÓN. SUJETO: MODELO SUJETO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

2.2.1.

2.3.

SINCRÓNICO DE ... ... ... ...

Heterogeneidad del sujeto: tópica y dinámica del sujeto 2.2.1.l. Corolario de la compositivídad de la conducta ... 2.2.1.2. Una propiedad del sujeto: la reflexividad . . .

LA CONDUCTA

COMO

RELACIÓN

66 70 73 75 77

PREVIOS HUMANAS

64

.. . .. .

..

2.3.0. La conducta como relación del sujeto con la realidad ... 2.3.1. La relación interpersonal . 2.3.1.1. Modelo comunicacional . 2.3.l.1.l. Primera propiedad del modelo comunicacional: la circularidad .. . .. . .. . . . . .. . . .. .. . 2.3.1.1.2. Segunda propiedad del modelo comunicacional: la retroalimentación .. . .. . . .. .. . . .. .. . 2.3.1.1.3. Tercera propiedad del modelo comunicacional: la estratificación . . . .. . . . . 2.3.1.2. El contexto de la relación interpersonal . .. . . . 2.3.1.3. Los tipos de relación interpersonal .. . ... ... 2.3.2. Una consecuencia de la relación interpersonal: el self 2.3.2.1. Tipos fundamentales de sel/ .. . . .. . .. . .. .. . 2.3.2.1.1. Posibilidades de intercambio entre los distintos tipos de sel/ . .. . .. . . . . . . . . . .. . . . . 2.3.2.1.2. Dinámica del sel/ . . . ... .. . . . . .. . .. . .. . 2.3.2.1.3. Actitudes del otro respecto del sel/ . . . 2.3.2.1.4. Actitudes del sujeto respecto del sel/ ...

77 78 81 83 86 88 91 92 94 101 104 104 113 112 115 117 120 123 126 127 128 128 129 130 134

135 135 138 141 142 145 149 150 153 158

11

Indice 2.3.2.1.5.

Crisis

2.3.2.1.6. 2.3.2.1.7.

del

sel]

.

Equilibrio del sel/ . Mecanismos de protección del sel]: 1) los dinamismos de defensa . . . . . . . .. 2.3.2.1.8. Mecanismos de protección del sel]: 2) rigidificación del sel/ . . . . . . . ..... 2.3.2.1.9. Mecanismos de protección del sel]: 3) la fantasía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2.3.2.1.10. Mecanismos de protección del sel]: 4) los sueños . 2.3.3. Relación suieto-obieto . 2.3.4. JVIemoria . 2.4.

MODELO

2.5.

CONDUCTAS

2.5.1.

EVOLUTIVO DEL SUJETO PARADIGMÁTICAS

161 165 166 168 173 179

186 192 195

. .

Conductas paradigmáticas sexuales . . . . .. 2.5.1.1. Masturbación . 2.5.1.2. Conducta heterosexual genital . 2.5.1.2.1. Variantes en la conducta heterosexual genital. 2.5.1.3. Conducta heterosexual no genital . . . . . . . .. 2.5.1.4. Conducta homosexual ... 2.5.1.5. Otras conductas sexuales: a) inhibición sexual . . 2.5.1.6. Otras conductas sexuales: b) depravación; c) conductas complejas . . . .. . . . . .. . 2.5.1.7. La valoración de las conductas sexuales ... 2.5.2. Conductas actitudinales . . . . . . . . . . . . . .. 2.5.2.1. Amor versus odio .. . .. . .. . .. . 2.5.2.1.1. Formas atenuadas: simpatía versus antipatía. 2.5.2.1.2. Formas mixtas: envidia, resentimiento 2.5.2.2. Angustia: Fobia y Obsesión .. . . .. ... .. . .. . 2.5.2.3. Pena versus alegría .. . . . . . . . . . . . . . .. . . . . 2.5.2.3.1. Melancolía versus Euforia 2.5.2.4. Vergüenza............... . ...... 2.5.2.5. Confianza versus desconfianza . . . . . . 2.5.2.5.1. Suspicacia: paranoidia . . . . . . 2.5.2.6. Seguridad versus inseguridad . . . . . . . . . 2.5.3. Conductas judicativas . . . . . . . . . . . . .. . . . . 2.5.3.1. Modelo judicativo del acto de conducta .. . 2.5.3.1.1. Implicación general y primera del modelo judicativo . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2.5.3.1.2. Nota acerca de realidad y sentido de realidad. 2.5 .3.2. Conductas judicativas paradigmáticas: denotación, connotación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . 2.5.3.2.1. Reglas de la denotación . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2.5 .3 .2.1.1. Denotación anómala: a) alucinación negativa; b) extrañamiento; e) ilusema; d) seudoalucinema; e) ilusema temporal; f) alucinema. 2.5.3.2.2. Regla de la connotación . . . .. . . . . . . . . . . . . . 2.5.3.2.2.1. Connotación anómala: a) predelirema de tipo I; b) delirema de tipo I; c) delirema de tipo II; d) predelirema de tipo II . . . . . .

202 204 205 209 211 213

220 232 241 244 251 256 261 262 266 273 280 288 288 288 290 291 295 297 299 301 308

312 324

326

12

Indice 2.5.3.2.3.

2.5.3.2.4. 2.6.

ANÁLISIS

2.6.1. 2.6.2. 2.6.3.

COMPOSITIVO

Secuencia de la conducta judicativa. Desviaciones . . . .. . .. . .. . ... ... . . . . . . .. . . . . .. .

Los factores dinámicos en la conducta judicativa .. . ... . .. .. . .. . . .. . . . .. . ... . . . .. .

DE LA CONDUCTA.

ANÁLISIS HERMENÉUTICO

...

Generalidades .. . . .. .. . . .. ... .. . .. . . . . . .. . .. . .. . .. .. . Ejemplos de implicaciones connotativas .. . .. . . . . . . . El método de análisis hermenéutico .. . .. . .. . . .. . . . 2.6.3.1. Algunos ejemplos de análisis hermenéuticos

343

347 351 351 353 367 369

BIBLIOGRAFIA GENERAL

383

LEXICO ... ... ... ... ... ...

387

INDICE DE AUTORES .. . .. . . .. . .. .. . .. . .. . .. . . .. .. . . . . . .. . . .

395

INDICE ANALITICO . . . . . . . . . ... .. . ... .. . . .. ... .. . .. . .. . . . . ... .. . . . .

401

NOTA PARA LA 2.ª EDICION

En unos meses se ha agotado la primera edición de este texto. La segunda, que ve la luz al mismo tiempo que el volumen segundo, ha sido estrictamente revisada y corregida, y, además, considerablemente aumentada mediante adiciones que aclaran multitud de conceptos que, antes, estaban tan sólo insinuados, y cuya importancia las requería. Espero que el lector acoja también de modo interesado esta versión actualizada. Agosto

l3

1979.

PROLOGO

Tengo muchas razones para justificarme a mí mismo esta Introducción a la Psiquiatría. Pero es mi convicción de que, tras su lectura, muchos podrían ofrecer a su vez tantas razones, cuando menos, que invalidaran las primeras. Por supuesto, entre las mías no figuran las tan conocidas de que «viene a llenar determinado hueco» o «cumplir determinado cometido». Entre otras cosas, porque, para quien piensa que en los textos de Psicopatología y Psiquiatría existen huecos, él mismo se encarga de llenarlos, sin que haya de esperar un texto concreto, mucho menos al mío. Aludiré a una sola razón, que exige alguna pormenorización y, naturalmente, remite a la estructura y contenido mismo del libro. Ante todo, debo decir que me he hecho serias objeciones a la estimación de este libro como texto. Verdaderamente, pensaba más en lo que por texto adivino que juzgan los demás, que lo que en realidad pienso yo. Porque entiendo que un texto para universitarios no tiene por qué ser, no debe ser, una sinopsis, un apareamiento de tendencias dispares, epistemológicamente inconciliables, que uno siente como un deber ofrecer a los demás. Para mí un texto es una doctrina, la cual evidentemente es discutible, pero cuando menos significa una referencia clara y comprometida de lo que el autor, después de años de supuesta reflexión sobre la teoría y la práctica, ha logrado considerar válido. Al contrario de lo que suele ser usual, un texto no sólo no es impersonal, sino que es completamente personal -como debe serlo una lección en el aula-, con todo lo que esto entraña de vulnerable, con todo lo que supone de riesgo. En todo caso, el texto es, desde la penúltima andadura de una vida, lo que el autor, acertada o erróneamente, pensó que tenía la posibilidad de decir. 15

16

Introducción

a la psiquiatría, 1

Y todo ello sin dramatización alguna, con la mayor simplicidad, consciente de que, aun en el mejor de los casos, tampoco es «demasiado». Quizá lo que en primer término llame la atención de este texto es la extensión que concedo a la Psicopatología en una introducción a la Psiquiatría. La justificación de ello estriba en un convencimiento teórico, que se ha visto refrendado por la prueba de realidad. Se trata de lo siguiente: la Psiquiatría es una práctica empírica. Por eso, la Psiquiatría clínica ha sido tradicionalmente descriptiva, con hipótesis explicativas de primer nivel, rudimentario, acerca de la génesis del cuadro, o síndrome taxonómicamente delimitado y, desde aquí, hacia una posibilidad de diagnóstico etiológico. Este proceder, útil en determinados capítulos de la Psiquiatría, el de las psicosis orgánicas, es decir, consecutivas a perturbaciones orgánicas o funcionales del encéfalo, ha fracasado ostentosamente en las denominadas psicosis funcionales o endógenas, y desde luego es inútil en las neurosis y las denominadas alteraciones de la personalidad. Se trata de un modelo físicalista -el modelo médico usual- de cuyas limitaciones tenemos abundantes pruebas. Pues en esos vastos capítulos, precisamente los que componen la Psiquiatría propiamente dicha, este proceder no ha hecho progresar lo más mínimo, en los últimos cien años, nuestros conocimientos sobre los mismos, bien sean acerca de sus causas, bien acerca de la motivación de los síntomas. Todo lo que en este campo se ha hecho de positivo ha sido a través de la aplicación de métodos procedentes de otros ámbitos del saber, como la Bioquímica y el metabolismo, la Neuropatología y la Neurofisiología, por una parte; y, por otra, ]a Psicología dinámica, la Psicosociología, la Sociología y la Antropología cultural. Una experiencia clínica psiquiátrica, obtenida meramente a expensas de muchas observaciones, aun cuando éstas sean rigurosas y prolongadas a través de muchos años de seguimiento del paciente, sólo sirve para difuminar los bordes de lo que se intenta demarcar -la realidad es ambigua; sólo el modelo es fixista-, de modo que, a la larga, se vuelve contra el mismo que la usa, si pretende, a partir de ella, edificar un esquema suficientemente orientador. En última instancia, tales cultivadores del dato por el dato, tales dataístas, parten de una epistemología de grado cero, en la esperanza de que el respeto exclusivo al hecho les ofrezca, por sí solo, una explicación plausible de lo que pasa. Los avatares estériles de la nosología psiquiátrica -a los que dediqué hace 25 años una extensa monografía- y, para citar ejemplos concretos, la última edición de Psycbiatrie, de Emil KRAEPELIN, y la obra primeramente traducida al castellano de O. BuMKE, la edición de los años veinte del Tratado de las enfermedades mentales, son demostrativos de esto que digo. Es más, cuando en las escuelas psiquiátricas se concede especial o único interés a la discusión de la morfología del caso clínico y a la discusión nosológica, se acostumbra al alumno o al médico a prescindir del sujeto, de la persona, de toda teoría de la motivación, y a basar todo sobre la observación casuística y la descripción más banal, como si ésta, sin aquélla, pudiese por sí misma abastecer de una experiencia que se elevase alguna

Prólogo

17

vez al concepto. Como dijo Victor von WEIZAECKER, für den Arzt ist der Begrifl eine unglücklich Liebe, aber kein Unglück *. Desde hace más de veinte años he contado con un grupo de trabajo en el Dispensario de Psiquiatría de Córdoba, ahora también en la cátedra de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de Córdoba, en donde la Psicopatología se ha puesto al servicio de la clínica psiquiátrica. Hace mucho que sostengo que la Psicopatología no debe ser sólo una catalogación de síntomas -alteraciones de la percepción, de la representación, del concepto, del pensamiento, de la afectividad, etc.-, con miras a su significación para el diagnóstico clínico, al modo como se hace en la denominada semiología médica, sino, sobre todo, el corpus teórico sobre el que ha de constituirse la Psiquiatría clínica. Cuando, no ya a médicos, que, por lo general, venían con alguna lectura psiquiátrica, sino a estudiantes de Medicina, se les ha hecho comprender la Psicopatología como teoría de la conducta, y la teoría del sujeto que se implica en ella, he comprobado que la ulterior descripción de los cuadros clínicos es una tarea minúscula, a veces trivial. Por el contrario, sin la Psicopatología teórica las descripciones clínicas se convierten en algo semejante a aquellos tratados de botánica en los que la distribución en familias, géneros, especies, subespecies, etc. se hacía a expensas de la morfología y no sobre el presupuesto teórico que la soporta. Por otra parte, el texto se denomina Psico(pato)logía. Con ello, pretendo dar constancia de que las aseveraciones conciernen tanto a la Psicología propiamente dicha, cuanto a la que se califica de Psicología patológica. En esto quiero señalar que, hasta ahora, una y otro han marchado, salvo en el Psicoanálisis, por sus propios derroteros, sin que haya podido efectuarse un cuerpo doctrinal coherente entre Psicología, Psicopatología y Psiquiatría clínica. En todo caso, se sigue en muy contadas ocasiones el punto de vista académico en Psicopatología, y se debe a las dos negatividades que creo ver en él: 1) que siendo empirista no lo es hasta el extremo de aportarnos datos suficientemente garantizados en orden a su objetividad, debido sin duda al uso de métodos escasamente rigurosos (como el fenomenológico), de modo que se trata de Psicopatolo- · gías pretendidamente formalistas; 2) porgue parten del supuesto, de la tajante separación entre el acto normal y el anormal; hacen de este último, sobre todo en situaciones extremas, actos sin sentido, por tanto carentes de motivación; por consiguiente, racionalizan de manera excelente como para no precisar en modo alguno indagar acerca de ésta. Desde mi manera de pensar, se trata de Psicopatologías seudoformalistas y amotivacionales: dos gravísimos anacronismos. Cualquiera sea la modificación que en el futuro introduzca al contenido de estas páginas, de acuerdo con el progreso de nuestros conocimientos aportado por la literatura y por las propias indagaciones, allí donde es posible pretende ser formalista y tendente al logro de objetivaciones contrastables; y, desde luego, por cuanto se parte del supuesto de que todo *

Para el médico es el concepto un amor desgraciado, mas no una desgracia.

18

Introducción

a la psiquiatría,

1

acto de conducta es acto con sentido, en este texto se adquiere el compromiso de intentar dilucidar cuál sea el sentido del acto de conducta, su propósito, su significación, su connotación, su intencionalidad -como queramos llamarle. Allí donde no lo hayamos logrado no será, sin duda, porque no haya sido intentado; simplemente, no ha sido conseguido. Ahora bien, para introducir el sentido en el acto psico(pato)lógico sin excepción alguna, he tenido que utilizar diferentes modelos del acto de conducta y de lo implicado en él: un modelo básico, la conducta como relación de objeto, y el sujeto implícito en ella; modelos subsidiarios, tales como el modelo lingüístico, el comunicacional, el dinámico, el evolutivo, el judicativo. Cada uno de ellos se muestra de especial relevancia para el planteamiento de determinados problemas o para el tratamiento de determinadas áreas de la Psico(pato)logía. Dado que el uso de estos modelos diferentes obliga, a su vez, al uso de términos propios, y en atención a que hasta ahora han sido extraños en los manuales de Psico(pato)logía, me ha parecido conveniente remitir a un léxico, que expongo al final del texto, para la definición del vocablo (señalado con un asterisco) que considero necesitado de una conceptualización precisa. Alguna referencia acerca de la distribución del contenido. Como se verá, se ha prestado suficiente extensión a las conductas paradigmáticas sexuales, de acuerdo con mi criterio de que constituye una parte esencial de la vida humana, que, sin embargo, es soslayada en los textos habituales. Resulta entonces que, luego, en la práctica, el médico o el psiquiatra se encuentran con casos en los que, a su vez, han de soslayar un área de la persona cuyo tratamiento ignoran; o bien defraudan, con su ignorancia, a quienes acuden con problemas personales de este tipo. Por otra parte, en los textos se usan de manera simplificadora conceptos tales como carácter y personalidad, que aquí son fuertemente criticados por su connotación determinista. El carácter es concebido como una estructura de defensa, como dinamismo de defensa global al que el sujeto llega como consecuencia de las relaciones consigo y con la realidad exterior; se dedica, por el contrario, bastante extensión a las actitudes -concepto que implica movilidad, nada rígido-, a las que no se confiere la más mínima atención en los manuales y tratados de Psicopatología. Finalmente, todo el problema vastísimo de las alteraciones del pensamiento, del juicio) de la percepción, etc., es decir, todo aquello que se consideran actividades del Yo, a través de las cuales consigue el sujeto, o lo intenta, la aprehensión de la realidad tal cual es, se expone aquí de manera completamente original, fruto de muchos años de reflexión en este respecto. La extensión dedicada a este extremo se debe a una situación verdaderamente peculiar, que califica el estado de la Psiquiatría como práctica médica que pretende moverse con la seguridad de un ámbito empírico. Me refiero al hecho de que en el importantísimo capítulo del delirio, la Psiquiatría sigue procediendo con criterios del más ambiguo intuicionismo diagnóstico, con las enormes consecuencias que supone desde el punto de vista social. Se deja al criterio del psiquiatra la calificación de una formación mental como delirante, sin que sepa dar un criterio razonado del

Prólogo

19

mismo. No dudo que las más de las veces acierta. Pero sería, evidentemente, un compromiso serio el que se exigiese al psiquiatra, que califica determinado fenómeno como delirante, el que explicase sobre qué lo fundamenta. Se dice que el delirio es un error del juicio de «causas internas», pero nada se sabe acerca de qué se quiere decir con estas dos palabras. Se ignora sobre qué base lógica está construido el juicio delirante y de qué dependen sus características -por supuesto no específicas del delirio- de error vivido como cierto, e incorregible ante todo raciocinio. El diagnóstico de delirio se hace, pues, las más de las veces, mediante un criterio estadístico acerca del tema del delirio, y los análisis fenomenológicos del mismo distan mucho de haber aportado luz alguna a la estructura formal de tales procesos. Antes de exponer la Psico(pato)logía he tratado tres problemas de carácter general: el concepto de Psiquiatría, que sorprendentemente se elude en la mayor parte de los tratados y manuales, y que comento con alguna extensión; las relaciones de la Psiquiatría con las disciplinas restantes, de manera que el perfil de la Psiquiatría, como objeto epistemológico, se demarque con la máxima nitidez; el lugar de la Psíco(pato)logía y de la Psiquiatría en el ámbito del saber científico, la naturaleza (lógica) del conocimiento psico(pato)lógico, la de sus hipótesis explicativas e interpretativas y finalmente la comparación entre los dos modelos, el biológico y el conductal, que han servido de base para la construcción de las teorías psi copa tológicas. En notas al pie se ha dado una breve referencia bibliográfica, generalmente de las citas del texto, otras veces de obras de consulta, a las que debe acudir quien desee ampliar el punto de vista sostenido en estas páginas. En general, he procurado que sean textos fácilmente accesibles a una mayoría de lectores. En ningún momento me ha interesado ofrecer una bibliografía con pretensiones de «completa» -lo que, por lo demás, sería prácticamente imposible, y que va al final del texto- y de cualquiera sea su orientación, sino colocar al lector en la dirección de nuestros propios plan te ami en tos. Por último, quiero agradecer a los colaboradores de la cátedra de Psiquiatría la ayuda que han prestado con la discusión de muchos de los puntos de vista aquí expuestos. Hemos dedicado, juntos, muchas horas de seminarios a temas que ahora he resumido aquí. Especialmente agradezco el mucho tiempo que a la revisión y corrección del original ha dedicado J. Beltrán Iguifio; a V. Sánchez Vázquez y T. Alvarez Lopera su ayuda en la copia del mismo; a E. Rivas Sánchez, A. Hernández Luaces, F. Rivas Guerrero y J. Pineda Albornoz la elaboración de los índices onomástico y analítico. Finalmente, en Alianza Editorial se acogió el proyecto de este libro con gran interés desde el primer momento, y esto fue, para mí, un incentivo real. En Córdoba. Verano de 1978.

1

PROBLEMAS GENERALES

1.1.

CONCEPTO

DE PSIQUIATRÍA

Defino la Psiquiatría como aquel ámbito del saber, institucionalmente médico en el actual momento histórico, que se ocupa de las consideradas alteraciones psíquicas (mentales o de la conducta) cualquiera sea su génesis, en. lo que concierne a la dilucidación de su naturaleza, en lo que concierne a la interpretación de las 'rnismas y a su posible terapéutica. Es curiosa la constancia con que se soslaya la conceptualización de la Psiquiatría. Los tratados de Psiquiatría de BuMKE, EY, MAYER-GRoss, el actualizado de REICHARDT, el de FREEDMAN y cols., el de SOLOMON y PATCH, el de KoLB y, finalmente, el de E. y M. BLEULER no hacen una definición de la Psiquiatría. Contrasta esto con la aseveración de que la Psiquiatría es una ciencia médica (BUMKE, REICHARDT, BLEULER, etcétera) y que se apoya en las ciencias naturales (MAYER-GROSSy cols.), sin que sedefinan los límites de la Psiquiatría ni el objeto propio de la misma.

Comentaré los distintos puntos de esta definición. 1.1.1.

Historicidad

Al decir «en el actual momento histórico» quiero resaltar su movilidad, dependiente de muchos factores: unos, inherentes al progreso en nuestros conocimientos científicos respecto de los problemas que conciernen 21

22

Introducción

a la psiquiatría,

I

al saber psiquiátrico; otros, derivados de la evolución de nuestra concepción del mundo y, por tanto, conectados con la .,.,ideología -en sentido débil, amplío, de este vocablo- que en distintas etapas mantiene una cultura determinada, en este caso nuestra cultura occidental. Por eso, los límites de lo que debe entenderse como Psiquiatría -lo que se denomina Psiquiatría desde finales del siglo xvm- han variado a lo largo del tiempo. Mientras perteneció en buena parte al saber médico general en el pensamiento helénico y romano, pasó a ser considerado en función del sistema religioso en el medievo, y finalmente, con la Ilustración, se recupera aquél para la Psiquiatría bajo el cada vez más preciso modelo médico de «enfermedad», que habría de dominar el siglo XIX y el actual siglo xx. Por el contrarío, algunas 1'entidades nosológicas, que antes habían sido incluidas en el campo de la Psiquiatría, por ejemplo, la corea de Sydenhan, pertenecen al territorio de la Neurología con todo derecho, cuando todavía en fecha relativamente reciente era considerada como neurosis. Es muy posible que buena parte de lo que actualmente se incluye en la Psiquiatría pase a ser en un futuro Patología médica general o Neurología, y el cuadro psíquico considerado nada más que como una «complicación» eventual del general. La epilepsia, v. g., era estimada como la «tercera '"psicosis endógena», junto a la maniacodepresíva y la esquizofrenia, hasta hace unas décadas; hoy también pertenece a un capítulo de la Neurología, y las alteraciones psíquicas que en ella se presentan componen un área menor, dentro del conjunto en el que se estudia la epilepsia. Pero en los ejemplos citados se trata del trasvase de entidades nosológicas a otros sectores de la Patología en función de la extensión de nuestros conocimientos acerca de la naturaleza de tales entidades. También la consideración como incluible o no en la Psiquiatría depende de consideraciones que no son estrictamente científicas sino ideológicas, y con ellas, de los sistemas de valores dominantes en nuestra cultura. Pensemos que la Psiquiatría ha de ocuparse de las alteraciones psíquicas -lo veremos luego con mayor extensión- que derivan no sólo de alteraciones orgánicas del cerebro, sino también de conflictos intrapersonales o, más directamente, de la relación del sujeto con el medio. Es obvio que en estos dos últimos casos, la dependencia de la evolución del medio social ha de ser relevante. Situaciones que deparaban conflictos dejan ahora de provocarlos, y a la inversa, se han creado nuevas situaciones conflictuales. Pero, además, los cambios sociales inciden en la consideración de las formas de conducta hasta el punto de que, si bien antes eran valoradas como patológicas, ahora pueden no serlo. Así, por ejemplo, muchas formas de conducta hoy usuales, y que hace muy pocos años hubieran sido catalogadas como psicopáticas, no lo son actualmente, en primer lugar porque han pasado a constituir pautas sociales generalizadas, o cuando menos aceptadas, y en segundo lugar porque no derivan de una conflictualidad con el medio sino de la lúcida aceptación de otros sistemas de valores sociales. Me refiero a los denominados movimientos contraculturales. Tampoco es de desdeñar el hecho de que la propia Psiquiatría sea muy cauta actualmente a la hora de calificar

l. Problemas

generales

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como psicopática una conducta «extravagante», evidentemente dispar de la conducta usual y genéricamente denominada como «conducta social integrada». La no integración que revelan algunas formas personales de concebir el mundo y de vivirlo en manera alguna pueden hacerse tributarias de la patología psiquiátrica, cuando se atiende a la motivación de las mismas y a la lucidez respecto de éstas por parte del protagonista. Se estaba acostumbrado a considerar como «normal» determinados apartamientos de la «norma general», por ejemplo, la reclusión en la vida religiosa, y situaciones de éstas no habían sido consideradas como dependientes de conflictos neuróticos, merced al carácter consuetudinario que poseen. Ha sido preciso un análisis del rango ideológico de estas actitudes psiquiátricas para que se deje de proceder con ligereza a la hora de la valoración de las nuevas formas de apartamiento de la norma que en la actualidad acontecen, y que en un primer momento tendían a ser consideradas como pautas de conducta psicopáticas. El problema de la conceptualización de la locura depende naturalmente de las circunstancias históricas y del trasfondo socioeconomicocultural de cada época. A partir de finales del siglo XVIII se institucionaliza como Psiquiatría, de forma que la historia de la locura es, en lo que se sabe, mucho más antigua que la de la Psiquiatría. En el volumen III se dedicará un capítulo a la historia de la locura, y de la Psiquiatría como formación social. Y precisamente por esto último, conceptos básicos como el de normalidad o su antónimo, el de anormalidad, al no ser planteados en el nivel epistemológico, están en dependencia directa del estatuto ideológico que domina en un grupo social en un momento dado.

1.1.2.

La Psiquiatrfa, institución médica

No cabe duda que la Psiquiatría es hoy una práctica y un saber teórico que pertenece sociológicamente a lo que se denomina Medicina. Aunque hoy se cuestione el saber psiquiátrico desde muchos puntos de vista, éste es una institución social y como tal pertenece a la gran institución social que es la Medicina. Es más, en la medida en que la Medicina se ha constituido como una práctica cientificonatural, en la que se destierra todo componente mágico, la incorporación de la Psiquiatría a la Medicina supuso una conquista del pensamiento positivista dominante en todo el siglo XIX y el xx. La consideración de la «enfermedad mental» -cualquiera sea la correcta aplicabilidad de este concepto a todos los ámbitos de la Psiquiatríaha pasado a ser un concepto común en nuestra cultura y patrimonio de todos los niveles sociales. Esto no significa que, de considerar relativamente estable la concepción médica general, la Psiquiatría del futuro haya de seguir perteneciendo a ella, por lo menos en el conjunto teórico y práctico que compone lo que hoy se denomina Psiquiatría. Precisamente el que la Psiquiatría sea un hecho social hace posible su movilidad, que, por otra parte, ya ha sido señalada en el parágrafo anterior haciendo alusión a su historicidad. Pién-

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Introducción a la psiquiatría,

sese que para algunas formas de práctica y teoría psiquiátricas su pertenencia a la Medicina sería discutible, por ejemplo, el psicoanálisis y muchas formas de psicoterapia. Recuérdese que FREUD 1, en una etapa media de la evolución del movimiento psicoanalítico, reclamó para el Psicoanálisis, por una parte, su rango científico, y por otra, su autonomía respecto del saber y la práctica médicas. No parece que esta aseveración sea irrazonable. La formación médica que se imparte hoy día no se presta a conferir al futuro psicoanalista más amplios y mejores instrumentos para su operabilidad, sino conocimientos que le son ajenos, y le habrán de seguir siendo ajenos, como la Osteología o la Patología del bazo. Por el contrario, la Antropología Cultural, la Psicología Social, aspectos de la Filología y la Literatura, el análisis iconológico, determinadas formas de concepción de la Historia, de la Mitología, la Lingüística, etc., representan saberes que justamente enriquecerían el trasfondo del psicoanalista, de manera tal que sus enfoques teóricos podrían dejar de ser reduccionistas. Naturalmente que esto que afirmo respecto del Psicoanálisis no es parangonable punto por punto con lo que podría decirse de la Psiquiatría. Pero sí me interesa llamar la atención sobre que el edificio de la Psiquiatría como especialidad médica, que se constituye con las concepciones de GRIESSINGER, KALBHAUN, HECKER, KRAEPELIN, NlEYNERT, WERNICKE, CHARCOT, LASSEGUE, FALRET 2, etc. no puede considerarse, ni histórica ni socialmente, inmutable. Si la Medicina es '''heteróclita, y lo mismo fundamenta su práctica y su saber teórico en ciencias básicas, como la Bioquímica, la Estadística o la Fisiología, como en ciencias sociales (Economía, Sociología, etc.), la Psiquiatría lo es aún más si cabe, en el estado actual en que se encuentra, por las razones siguientes: cualquier proceso psíquico, normal o anormal, presupone por una parte alguna modificación en el organismo, cualquiera que sea, y por consiguiente puede ser investigado en este respecto, es decir, con miras a la dilucidación de la naturaleza de dicho acto. En este sentido, la Psiquiatría se vale de ciencias básicas como la Bioquímica, la Neurofisiología, el estudio del metabolismo, etcétera. Pero ese mismo acto psíquico es conducta y como tal significante y, por tanto, aparte la naturaleza del acto, e incluso con independencia de ella, se trata de interpretar su sentido, su significación, su propósito. A este I FREUD, S., Psicoanálisis y Medicina (análisis profano), 1926, en Ob. Com. trad. cast., tres vals. Madrid, 1967. El texto citado, en vol. II. 2 Todos estos autores pertenecen al siglo XIX, y aunque en su momento haremos una mención más detallada de sus concepciones, diré que ellos son los que construyen el modelo médico de la enfermedad mental. GRIESSINGERpropugna el axioma de que «las enfermedades mentales son enfermedades del cerebro» ( 1850); KALBHAUN y HECKER son los precursores de KRAEPELIN en su constructo nosologista; la nosología de KRAEPELIN, pese a su criterio de provisionalidad, aún sigue vigente; MEYNERTes el psiquiatra localizacionista a ultranza, para quien el estudio de la anatomía cerebral es fundamental para la comprensión de la problemática psiquiátrica. En esta línea habrá deseguir K. WERNICKE y, hasta nuestros días, su discípulo K. KLEIST (Ghirnpatbologie, 1934). Respecto de CHARCOT,todavía después de sus estudios sobre la histeria, en un prólogo a una monografía sobre el tema de un discípulo suyo, sostiene la tesis de que su anatomía patológica habrá de ser descubierta alguna vez.

1. Problemas generales

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respecto, la Psiquiatría ha de fundamentarse en la Psicología motivacional

y dinámica, en la Psicología puramente descriptiva en orden a la catalogación del tipo de acto, en la Antropología Cultural, en la Psicología Social y en la Sociología; esto es, en todos aquellos sectores del saber desde donde sea posible alcanzar luz respecto de la motivación de la conducta. De acuerdo con estos dos niveles tan distintos, el primero implicando el organismo, el segundo implicando al sujeto de la conducta, la Psiquiatría no sólo es heteróclita sino heterológica 1, y con esto trato de hacer ver que los niveles en los cuales puede aprehenderse el acto psíquico o de conducta son distintos y, en consecuencia, exigen modos de tratamiento lógicos también distintos. En todo caso, la relevancia sociológica obtenida por la Psiquiatría en la cultura occidental de nuestros días es de tal cuantía, que se vislumbra -aunque sólo fuera merced a la división social del trabajo- la desmembración de la Psiqiuatría, hasta ahora sólidamente unida, desde finales del siglo XVIII, en un solo conglomerado. Si así fuera, la Psiquiatría como institución social dejaría de tener el carácter que ahora posee, sociológicamente médico, y que la sociedad reglamenta mediante titulaciones específicas 2• Esta posible desmembración de la Psiquiatría para un futuro próximo la fundamento en la «distancia», por decirlo así, que separa los dos niveles, el biológico y el psicológico, a que antes me he referido. Esta distancia hace que cada vez sea más difícil el que una sola persona se muestre competente en el conjunto de los requerimientos que la sociedad demanda a la institu1 «Heteróclito», propio de una práctica técnica como la Psiquiatría; o sea que se vale de dispares procederes. «*Heterológico» concierne a la naturaleza "epistemológica de la Psiquiatría, la cual es, por una vertiente, por lo menos actualmente, una rama

estricta de la Patología Médica, concretamente de la Neurología, mientras que por otra tiene como objeto a la persona psicosocial: naturalmente, el tratamiento lógico

de ambos objetos de la Psiquiatría ha de ser distinto . . 2 Recuérdese que KANT postulaba que las alteraciones mentales debían ser objeto de estudio en las Facultades de Filosofía (ver KANT, Antropología, trad. cast. Madrid, 1935). KANT diferencia precisamente entre los dos tipos de Psiquiatría a que hacemos referencia: «el delirio del que se halla despierto, pero en estado febril, es una enfermedad corporal y necesita de prescripciones médicas. Sólo el delirante en que el médico no percibe estos ataques morbosos, se dice loco ( ... ). Cuando, pues, alguien ha causado de propósito una desgracia y la cuestión es si recae sobre él por ella alguna culpa, o sea, que tiene que decidirse antes si estaba loco o no, el tribunal no puede enviarle a la Facultad de Medicina, sino que tendría que enviarle a la de Filosofía. Pues la cuestión de si el acusado estaba al cometer el acto en posesión de su facultad natural de entender y juzgar, es exclusivamente psicológica, y aun cuando una perturbación corporal de los órganos de los sentidos pudiera ser a veces la causa de una transgresión antinatural de la ley del deber, no han llegado, en general, los médicos y fisiólogos hasta el punto de penetrar tan hondo en la máquina humana que puedan explicar por ella el ataque que impulsa a un acto de crueldad semejante o puedan preverlo (sin anatomía del cuerpo)» (págs 105-6 de la edición citada). Para KANT, pues, la dimensión psicológica es completamente otra que la dimensión corporal, anatómica o fisiológica, porque en el primer caso no se trata de la cuestión de la naturaraleza del acto, sino del acto como acto de juicio de realidad y de su dependencia de motivaciones en el hecho de juzgar acertada o erróneamente.

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Introducción

a la psiquiatría,

cron psiquiátrica. Por eso, considero presumible que en el futuro la Psiquiatría se subdivida, y que mientras la Psiquiatría biológica se plantee ante todo la naturaleza de la alteración psíquica que el sujeto ostenta, la Psiquiatría etodinámica 1 se mantenga en el nivel de la alteración psíquica como expresión de la conducta de un sujeto, por tanto, como conducta con motivación, como conducta significante para la comunicación interpersonal. En este segundo aspecto, la Psiquiatría habría de devenir en Psiquiatría transubjetiva, o, dicho de otra forma, en Psiquiatría de relaciones interpersonales -al modo como la postuló H. S. SuLLIVAN 2 quizá un tanto prematuramente-, expresión asimismo de la modificación que en la ;, gestalt que compone una relación interpersonal es capaz de imprimir la perturbación de algunos de sus miembros. No es casual que, incluso bajo la influencia de saberes de raigambre positivista, como la Cibernética y la Teoría de la Información, amplios sectores de la Psiquiatría de hoy traten ya directamente la Psico(pato)logía de la relación interpersonal más que la Psico(pato)logía de cada uno de los que componen la relación (BATESON, JACKSON, BEAVIN, 3, WATZLAWICK, WEAKLAND entre otros).

1.1.3.

La alteración psíquica, o de la conducta, objeto de la Psiquiatría

Efectivamente, el objeto de la Psiquiatría es la alteración psíquica, mental o de la conducta. Pero también aquí hemos de recordar el carácter histórico de esta conceptualización. Ya indiqué, en 1.1.1, que conductas antes calificadas como psicopáticas no lo eran en la actualidad. Por tanto, la amplitud o extensión del concepto de alteración psíquica es relativa. Parece probable que se conserve en aquellos casos en los que tiene lugar una clara y precisa alteración del sentido de realidad bajo la forma de, por ejemplo, una alucinación, o un delirio, o la disminución de la capacidad mnéstica de fijación de engramas. Pero este criterio no puede aplicarse a conductas cuyo enjuiciamiento como «alteración», «anomalía», «anormalidad» no deriva de juicios de hecho sino de juicios de valor. Conductas eróticas como el cunnilingus o la fellatio no pueden ser consideradas sin más como patológicas, y si se aceptan intrínsecamente como tales hay que suponer que no se debe a una inferencia científica sino ideológica. Otro tanto ha 1 He acuñado el término *«etodinámica>> para hacer constar que el objeto formal de la Psicopatología y de la Psiquiatría en sentido estricto es la conducta (Etología, ciencia del comportamiento), pero no al modo meramente taxonómico, descriptivo y clasificatorio de los conductistas, sino en el sentido· de la dinámica del sujeto, o sea, de la Psicología de la motivación. 2 SuLLIVAN, H. S., La teoría interpersonal de la Psiquiatría, trad. cast., B. Aires, 1964. Otras obras de Sullivan pueden consultarse, citadas en este mismo volumen, y que completan su tesis en el campo de la Psiquiatría clínica y de la Psicopatología. 3 Todos estos autores, bajo la dirección de BATESON, G., constituyen la escuela de Palo Alto (California). De BATESON es importante el libro, en colaboración con RuESCH, Comunicación, la matriz social de la Psiquiatría, trad. cast., B. Aires, 1965.

1. Problemas

generales

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ocurrido con el comportamiento homosexual o la masturbación, que tendemos a considerar que son causa de situaciones neuróticas allí donde no son asumidas por el sujeto como opciones posibles, sino como aberraciones, de acuerdo a la concepción sociológicamente dominante, por lo menos hasta ahora, respecto de la sexualidad y de lo que debe ser y para lo que debe ser la sexualidad. Ha bastado que se acepte el que la función procreadora representa una mínima parte del cometido de la función sexual, y que, por el contrario, la relación sexual sea vista primordialmente como una forma de comunicación interpersonal y de logro del placer orgiástico, para que per se no sea aceptable la consideración de patológica para la conducta homosexual. He hablado de que el objeto de la Psiquiatría es lo psíquico en cuanto alterado, o sea la conducta psicopatológica. Quizá el vocablo «psíquico» debiera ser menos usado, por cuanto connota procesos que parece que son de otra naturaleza distinta a la de los procesos físicos, y en consecuencia remite a una concepción filosófica particular (dualista). «Psicológico» es un término que ha de referirse al nivel en el que la acción se torna conducta y, por tanto, significante. En todo caso, en mi concepto, «psíquico» es equivalente a conductal, y un acto psíquico a un acto de conducta (ver 2.1). Me veo obligado a extenderme en este momento acerca de estos conceptos para situar debidamente mi posición. Desde luego no puede ser criterio para dictaminar que un acto es conducta el que sea meramente observable: un pensamiento, si no lo traduzco en habla mediante la recodificación precisa, no es observable, pero no por eso deja de ser conducta. ¿En qué sentido hablamos de acto psíquico o acto de conducta? En el sentido de cambio que se experimenta, cuando menos en el sujeto que lo verifica -las más de las veces también en quien lo observa-, merced a la realización de un acto con propósito, sentido, significación, y con independencia de que este propósito pueda ser conocido o no por parte del sujeto mismo de la realización. Un acto no es, pues, simplemente un movimiento, sino que es un movimiento con una finalidad, significativa respecto del sujeto que lo lleva a cabo. Ciertamente, los actos *aconductales, los movimientos que no son por supuesto actos psíquicos, tienen también su finalidad, pero ésta no es significativa respecto del sujeto, sino que hace alusión a un estado del organismo. El bostezo, el parpadeo, pongamos por caso, no son actos de conducta sino aconductales, y su categoría "semiológica es de *síntoma, no de *signo. Desde direcciones muy dispares se ha llegado a concepciones afines a ésta que señalo. Por ejemplo, V. von WEIZAECKER en su consideración del acto biológico .1, o MACINTYRE 2 desde el ángulo de la *filosofía analítica. Es cierto que los actos pueden ser divididos en inintencionales e intencionales -es una forma de división, como otras muchas-, y para un 1 WErZAECKER, V. von., Der Gestaltaltkreis, Tbeorie der Einbeit uon Wabrnehmen und Beioegen, Leipzig, 1940. Hay trad. cast., El Círculo de la Forma, Madrid, 1962. 2 MACINTYRE, A., «The antecedents of Action», en Wílliams-Montefiore, British analytical Pbilosopby, 1966.

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Introducción

a la psiquiatría,

observador infalible la distinción podría ser llevada a efecto 1. El que en la práctica cometamos errores y consideremos un acto de conducta como aconductal o a la inversa, deriva de la falibilidad nuestra como observadores, pero no del sujeto de la acción. Lo evidente es que un acto aconductal agota su explicación mediante el recurso a aquello que lo hizo posible, y así, un movimiento de una pierna se explica a través de los mecanismos de la conducción nerviosa y la contracción muscular; sin embargo, ese mismo movimiento, ofrecido como gesto, es decir, conducta, tiene una significación, y la explicación anterior es necesaria ~sin los mecanismos referidos el gesto no sería posible, naturalmente-, pero no suficiente: la significación del gesto no queda aprehendida en esa explicación ni aun si se hace referencia a mecanismos nerviosos superiores, porque en todo caso es expresión de un estado del sujeto en una situación psicosocial determinada, y de ahí el que los tales gestos estén culturalmente codificados. Por tanto, lo psíqui-

co, lo conducta! queda, teóricamente, es decir, desde el punto de vista de la "axiomática sobre que se sustenta la Psico(pato )logía, perfectamente demarcado. La consideración precedente es útil para concluir un hecho de la mayor importancia, a saber: que el objeto de la Psiquiatría, al partir de la conducta, en tanto alterada, es de inmediato el sujeto de dicha conducta alterada, y, por tanto, el sujeto de quien puede decirse que es anormal, anómalo o enfermo mental, según criterios que discutiremos más adelante. Tras la conducta se implica el sujeto, cualquiera sea la cualidad de la misma, y es esto lo que da a la Psiquiatría un sesgo peculiar, incluso frente al modelo de actuación médica usual. Pues en la actividad médica común, la consideración del órgano, aparato o sistema afecto de una perturbación, aun cuando se le sitúe a su vez en el conjunto de la economía, podría en todo caso ser eficientemente remitida tan sólo al concepto biológico de organismo. Una Medicina de la totalidad podría, de pleno derecho, ser una Medicina biológica, puesto que de hecho se sitúa en el nivel del organismo 2• Por el contrario, en Psiquiatría forzosamente el psiquiatra parte del síntoma psíquico, es decir, de la conducta a priori considerada como presumiblemente anómala, y si tras ésta emerge el sujeto es a éste al que ha de, o debe, remitirse necesariamente. Por tanto, decir que la Psiquiatría es aquel ámbito del saber que se ocupa de las alteraciones psíquicas o de la I En cierto sentido se trata de una vuelta a BRENTANO (Psicología desde el punto de vista empírico, trad. cast., Madrid, 1935; es una traducción incompleta, de sólo dos capítulos). PINILLOS ha reconocido esto mismo en un trabajo reciente, «Lo físico y lo mental», Bol. In/. Fund. March., 71, mayo 1978. 2 Esta afirmación sería discutible. Para muchos una Medicina de la totalidad implica sujeto, y el organismo que subyace, por decirlo así, sería tan sólo la esfera de expresión. No obstante, pienso que si se acepta como correcta la epistemología de niveles (contra la que, por cierto, se pronuncia M. BuNGE) o de sistemas (en el sentido de la Teoria general de sistemas), entonces el nivel de organización organísmico podría prescindir del sujeto, mientras que el nivel del sujeto contiene al del organismo. Sobre la teoría de sistemas puede verse BERTALANFFY, L. von, Tbéorie générale des systemes, trad. francesa, París, 1973. Contiene un capítulo dedicado a su aplicación a la Psicología.

1. Problemas generales

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conducta, equivale a decir: la Psiquiatría trata del sujeto que muestra alte-

raciones psíquicas o de la conducta, bien sean por condiciones fisiopatológicas de su organismo, bien por condiciones inherentes a las experiencias de él como sujeto, bien por las relaciones habidas con el medio en el que el sujeto se desenvuelve. 1.1.4.

La génesis varia de las alteraciones psíquicas

En la definición propuesta se dice que el objeto de la Psiquiatría es la alteración psíquica (o de la conducta), «cualquiera sea su génesis». Efectivamente, dado que la Psiquiatría como institución sociológicamente médica ha de ocuparse de toda alteración psíquica, sin prejuicio alguno acerca de su génesis, sino simplemente por el hecho de ser alteración psíquica, la Psiquiatría muestra hoy un inventario de alteraciones psíquicas -me refiero a éstas ahora no en tanto síntomas, esto es, como alteraciones más o menos artificiosamente aisladas, sino estructuradas ya bajo la forma de * síndromes o de reales o supuestas enfermedadesde génesis muy varia y que hace de la Psiquiatría, como se dijo, una actividad heteróclita. 1) En primer lugar, ha y alteraciones psíquicas cuya condición ne cesaria es una perturbación orgánica (en sentido amplio) del cerebro. Son los síndromes psiquiátricos biogenéticos. Se trata de todo el amplio capítulo de las alteraciones psíquicas en las enfermedades primaria o secundariamente cerebrales, como puedan serlo una psicosis por atrofia cerebral senil y una psicosis delirante en una neumonía, respectivamenae. Desde el punto de vista etiológico, causal, precisamente en atención a lo que tiene de necesidad, estas psicosis serían complicaciones psiquiátricas de enfermedades, bien del cerebro, bien somáticas en general que afectan al cerebro eventualmente. Lo que les confiere su pertenencia a la Psiquiatría es el que muestran alteraciones psíquicas, lo cual está lejos de ser una obviedad. Pues si consideramos lo psíquico como la expresión del sujeto, corno conducta (patológica) de un sujeto, entonces el psiquiatra que pretendiera usar de su papel de tal, y no de neurólogo o internista que atiende a la complicación psiquiátrica, debería penetrar en la interpretación de los actos de conducta patológicos. Hay que reconocer que esto no se hace, y que los trabajos que se refieren a la interpretación psicológica de los síntomas psíquicos de las afecciones cerebrales son muy escasos (HARTMANN 1, FERENCZI, BROZIN 2, HoLLOS, entre otros). En el fondo, el psiquiatra, en estos casos, trata lo psíquico como expresión de un órgano enfermo, no de un sujeto que tiene 1 HARTMAN, H., «Sobre las parapraxias en la psicosis de Korsakoff», en HARTMAN, Ensayos sobre psicología del Y o, trad. cast., México, 1969; también del mismo, Gedácbtnis und Lustprinzip: Ilntersucbengen an Korsakoffkranken, Zeit d. g. Neurl. and Psych., 126: 496, 1930. 2 BROZIN, H. W., «Contribución del psicoanálisis al estudio de las perturbaciones orgánicas del cerebro», en ALEXANDER, F., Psiquiatría dinámica, trad. cast., B. Aires, 1958.

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lntroducción

a la psiquiatría,

un órgano -el cerebro- enfermo, y en consecuencia reduce, a sabiendas o sin saberlo, el síntoma psíquico a un síntoma neurológico. Sin embargo, es claro que cuando un psicótico senil o un paralítico general deliran, deliran respecto de algo o con alguien, y por tanto, aun cuando la alteración cerebral sea imprescindible para la psicosis, aquella no da cuenta, en La totalidad, de la estructura y contenido del síntoma psíquico. Efectivamente,

en una psicosis senil la desconfianza, de la cual emerge la dinámica del delirio que en tantos seniles aparece, se interpreta mucho mejor a través de la consideración del carácter y personalidad previos del sujeto, extremados ahora por la deficiencia instrumental que representa la alteración cerebral, que por esta misma. Una deficiencia instrumental que, mutatis mutandi, no se diferenciaría esencialmente de la que también ocurre en sordos (el delirio sensitivo de referencia en sordos, que describió KRETSCHMER), sin que a nadie se le pasara por la mente la posibilidad de dar a la sordera la categoría causal del delirio, sino tan sólo su significación psicológica de minusvalía frente a los demás. En resumen, lo que el psiquiatra no hace en estos casos es aprehender el síntoma psíquico como tal y situarlo como significante de un sujeto en una situación peculiar -la que le depara la enfermedad-, desde la que es factible una penetración inusitada en la vida de la persona afecta. Piénsese en la riqueza de conocimientos que acerca de la vida del sujeto comporta la consideración de las alteraciones de la conducta sexual en las psicosis alcohólicas o seniles, o la interpretación de los contenidos delirantes en la parálisis general progresiva o en las psicosis alcohólicas tipo delirium tremens, alucinosis o delirio de celos 1. El desdén por él contenido del síntoma psíquico, es decir, por su significación, considerándolo meramente como síntoma del proceso patológico que subyace, es herencia de una concepción sólo negativa de los tales procesos patológicos. Pero es sabido que la aparición de un proceso patológico no provoca sólo disminuciones o aboliciones funcionales, sino cambios de función, mutaciones funcionales 2• En estos casos, junto a la alteración psíquica en sentido cuantitativo, como, por ejemplo, la disminución de los rendimientos mnésticos, aparecen rendimientos (patológicos) cualitativamente 1 Las psicosis alcohólicas constituyen, a mi juicio, una psicosis modelo para referencia del proceder del psiquiatra. En ella nos encontramos con tres momentos: el primero, anterior a la psicosis, en el que el sujeto acude al alcohol con miras a lograr un cambio de la situación que de otro modo le resulta intolerable; posteriormente aparece la psicosis¡ luego, remite ésta. La mayor parte de las veces no se detiene el psiquiatra ni en el primero ni en el último momento. Basta la aparición de la psicosis para que, valga la expresión, el sujeto aparezca ante el psiquiatra como despsicologízado. En el delirio de celos (psicosis paranoide de celos) basta la referencia más o menos lejana al alcohol como presunto factor etiológico, para que la perspectiva bajo la cual se capta el problema cambie sustancialmente. 2 JACKSON, J. H., es el autor a quien se debe inicialmente la atención sobre los componentes positivos de la patología psíquica. Posteriormente, como es sabido, H. EY ha usado las tesis jacksonianas para la construcción de su Psiquiatría organodinámica. Ver EY, H., especialmente su última obra, Traité des Hallucinations, dos vols., París, 1973.

L. Problemas

generales

31

nuevos, tales como el alucinar, el delirar, o determinadas experiencias acerca de estados afectivos, como son estados de depresión o de euforia, que sólo son interpretables como experiencias del sujeto. Sin el alcohol o sin la mescalina no se alucina, pero el que alucina es el sujeto y sin él nunca hay alucinación; de modo que sí bien el tóxico es condición suficiente para el alucinar, para que exista la alucinación es condición sine qua non el sujeto. De aquí que la propiedad, por ejemplo, alucinógena pueda hacerse derivar de la estructura química del fármaco, mientras «la» alucinación sólo puede interpretarse a partir de la consideración biográfica (en sentido fuerte: que incluye no sólo la serie de acontecimientos habidos, sino también, merced a ellos, la serie de aprendizajes de pautas tales como la inhibición en las relaciones interpersonales, la depreciación o hipervalorización de sí mismo, etc.) del alucinado 2• Análogamente a como la propiedad de quemante del ácido sulfúrico sólo se manifiesta ante un objeto que reúna determinadas características que hagan posible ser quemado por este compuesto químico. Es obvio que ante el vidrio el sulfúrico no se comporta como quemante, sí ante la materia orgánica. Es, pues, la propiedad del objeto (en nuestro caso, del sujeto que ingiere el tóxico) la que hace posible que se ostenten las posibilidades del fármaco o de la noxa en general. De aquí que puedan existir funciones placebo, merced a las cuales los alucinógenos no provocan alucinaciones en determinados sujetos, y a la inversa: fármacos no alucinógenos dan lugar a la aparición del síndrome alucinatorio. 2) En segundo lugar, tenemos las alteraciones psíquicas derivadas de conflictualidades del propio sujeto, en última instancia inherentes al modo de ser del sujeto en cuestión. Tales alteraciones psíquicas son psicogenéticas, y '''paradigma de las mismas son: las neurosis, como formas de respuesta a situaciones relativamente precisas, y sobre todo las caracteropatías (psicopatías en la terminología psiquiátrica germana, neurosis de carácter en la terminología psicoanalítica), en las que podría generalizarse la respuesta y se ofrecería por decirlo así estabilizada frente a las más diferentes situaciones. En tales casos, aun cuando se presuponga axiomáticamente alguna relación con los aspectos biológicos que subyacen, no se les puede considerar como factores genéticos o causales, sino corno base estructural sobre la que se sustenta la estructura psicológica, o, en otros casos, como expresión sintomática, en la esfera biológica, del trastorno meramente psicológico. Así, la taquicardia, la sudoración, las sensaciones 1'hápticas y vertiginosas, etcétera, no son sino expresiones corporales de la neurosis, no el fundamento de las mismas. Tampoco las alteraciones metabólicas que se encuentran en los estados emocionales son actualmente consideradas causa de la emoción, sino efectos del estímulo que la provoca, y causa a su vez de otros fenómenos: así, por ejemplo) es el estímulo emotivo el que provocaría 2 Naturalmente, las psicosis tóxicas sirven de excelente ocasión para el análisis de la estructura y dinámica latente del sujeto, y en este sentido han sido utilizados no sólo el alcohol, sino la dietilamida del ácido lisérgico, anfetaminas, etc.

.32

Introducción

a la psiquiatría,

1

la descarga de catecolaminas, provocadora a su vez de los síntomas expresí vos de la emoción en la esfera corporal. J) En tercer lugar, en Psiquiatría hemos de habérnoslas con alteraciones psíquicas que sobrevienen a partir de situaciones, es decir, en las que el factor sociogenético es el relevante. En unos, situaciones de excepción para ellos; en otros, situaciones excepcionales para los más, son capaces en cualquier caso de dar lugar a perturbaciones psíquicas de mayor o menor grado. Muchas veces se trata de un desplazamiento, por ejemplo, de domicilio, que en la mayoría de los sujetos apenas si es capaz -en caso de que lo sea- de provocar el más leve trastorno. Pero en otros casos, como en la pri vacíón sensorial, puede decirse que, en circunstancias idóneas, todos los sujetos habríamos de comportarnos más tarde o más temprano de manera que podría ser calificada de psicopatológica para los criterios actuales. En resumen, nos encontramos frente a tres grandes grupos de alteraciones psíquicas según el factor genético relevante. Pero es importante tener en cuenta que esta: tripartición es en cierto modo un artefacto intelectual, y en realidad en cualquiera circunstancia los tres factores juegan en mayor o menor medida y bajo criterios categoriales distintos. Así, v. g., en la parálisis general progresiva tenemos un ejemplo de suma utilidad para comprender el carácter artificial de la tripartición. La P. G. P. es, como se sabe, una psicosis orgánica resultante de una afección sifilítica crónica del encéfalo y de sus cubiertas. Ahora bien, aquí el factor relevante es la infección sifilítica. Pero ésta, a su vez, depende de circunstancias sociales, de política sanitaria en último caso (cuando no culturales, como es el caso de aquellas culturas en las que no existe la infección luética). Prueba de ello es que una circunstancia social, como puede ser una terapéutica eficaz y accesible para la comunidad y para la mayoría de los miembros de la misma, de la infección sifilítica, ha deparado el que la P. G. P. se convierta en una enfermedad de suma rareza en nuestro medio. Por último, la morfología del cuadro psíquico depende a su vez tanto de circunstancias individuales cuan to de las sociales, y, sin que sepamos a ciencia cierta el por qué, en los últimos años en que la P. G. P. seguía siendo una afección frecuente, los cuadros expansivos, de delirio megalomaníaco, se habían convertido en infrecuentes. Pero también en situaciones en las que el factor relevante no es el biológico, sino el psicológico o el sociológico, tendría sentido una investigación acerca de cualquiera otro carácter. No cabe duda de que ante idénticas situaciones unos individuos son capaces de reaccionar con carácter patológico antes que otros. Sin duda, en ellos puede hablarse de una mayor vulnerabilidad psicológica, mas también biológica quizá, y en todo caso la consecuencia es la misma, o sea, que resulta imposible hacer depender de un solo factor la génesis de una perturbación psíquica, y que sí se consideran categorialmente diversas es tan sólo con mi-: ras a una catalogación que haga factible la operación ulterior de la índole gue sea (investigación, terapia, etc.). Antes de concluir este parágrafo desearía advertir algo obvio. Se trata de que si bien cualesquiera sean las perturbaciones psíquicas suponemos

1. Problemas generales

33

ex bipotesi que pueden ser englobadas en uno de estos tres apartados -biogenéticas, psicogenéticas, sociogenéticas-, el problema de dónde adscribir de modo preferente una concreta, derivaría más bien de una insuficiencia de nuestros conocimientos que de la precariedad del esquema. Tal es el caso que nos sugieren las denominadas psicosis endógenas y también psicosis funcionales, esto es, las psicosis paranoides, las psicosis esquizofrénicas y las psicosis afectivas. ¿Son perturbaciones psíquicas biogenéticas, psicogenéticas o sociogenéticas? Aunque el factor sociogenético no sea desdeñable en muchos casos (depresiones por mudanza, en la migración, en el éxito; esquizofrenias en clases sociales bajas preferentemente a las altas), según han demostrado BASTIDE 1 y HooLLINSHEADy REDLICH 2 entre otros muchos, el dilema se debate, en orden a la relevancia del factor genético de tales psicosis, entre perturbaciones psicogenéticas y biogenéticas. No es este el momento para discutir esta cuestión, que ocupará algunas páginas del capítulo pertinente (vol. 2; 4 .3). Basta decir que el problema está lejos de quedar esclarecido, y que se interfieren a su vez muchos subproblemas. Por ejemplo, es posible que, por lo que concierne a las psicosis esquizofrénicas, la muestra -es decir, lo que conocernos bajo la rúbrica de esquizofreniasea heterogénea, y se incluyan aquí psicosis de muy diverso origen. Aunque en menor medida, también podría ser tildada de confusa la situación que plantean las psicosis afectivas, en donde algunas de ellas, como la melancolía de la involución, parecen deberse más a factores biogenéticos que psicogenéticos, mientras que en las denominadas depresiones reactivas la dependencia de un factor psicogenético parece indudable. En suma, la cuestión a discutir es, hoy, a qué factor relevante hay que atribuir la aparición de determinadas afecciones mentales y qué estrategia debe seguirse en orden a la terapéutica. 1.1.5.

La Psiquiatría,ciencia natural

Una de las tareas que conciernen al psiquiatra es la investigación de la naturaleza: a) de los procesos psicopatológicos, y b) de los factores biogenéticos allí donde éstos se constituyan en el factor relevante de la producción del cuadro psicopatológico. En efecto, una investigación básica no tanto de la Psiquiatría cuanto de la Psicopatología, que sirve de base teórica a la misma, es la dilucidación de los mecanismos que determinan que un proceso psicopatológico tenga lugar. Efectivamente, el alucinar, el delirar, el obsesionar, el deprimirse, el euforizarse, el angustiarse, etc., ocurren en el organismo del sujeto que alucina, delira, obsesiona, etc. Pues bien, qué procesos fisiológicos 1 BASTIDE, R., Sociologie des Maladies 2 HoLLINSHEAD, A. B., y REDLICH, F.

mentales, París, 1965. C., Classi sociali e Malattie Mentalí, trad. ital., 1965. Ver también sobre esta cuestión AMAT AGUIRRE, E., y otros, Sociogénesis de los trastornos psíquicos. Pon. XII Cong. Nac. Neuropsiq., 1973.

Introducción a la psiquiatr ía,

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o fisiopatológicos acontecen durante los mismos es objeto de la investigación con todo derecho, de una investigación que se rige por los principios y postulados de la investigación cientificonatural. Del mismo modo, en el análisis de la naturaleza del factor biogenético determinante no hay otra posible forma del mismo que el cientificonatural, y la investigación neuropatológica, neurofisiológica, metabólica y bioquímica tiene aquí su razón de ser, que no puede negarse. En es ta investigación no ha lugar ninguna consideración a aquello que individualiza la alteración psíquica, es decir, el contenido de la alucinación, del delirio, de la obsesión, etc. Si usamos un símil que puede ser útil para la intelección del discurso, ·el cometido del psiquiatra biólogo sería equiparable al del técnico que, cualquiera sea el contenido del mensaje del televisor, trata de indagar los mecanismos electrónicos que hacen posible en un caso la emisión perturbada del sonido, en otro la de la imagen. 1.1.5.l.

Los métodos cientiliconaturales

en Psiquiatría

En el nivel científiconatural, los métodos usados en Psiquiatría no difieren de los que se utilizan en cualesquiera otros sectores de la Biología. En suma, se trata de dos métodos que se complementan entre sí: la observación, espontánea y experimental, y la explicación. Para que la observación sea científica ha de estar de alguna manera condicionada por una hipótesis de trabajo o hipótesis auxiliar. No tiene sentido calificar de científico al observador ingenuo (o no ingenuo, si pretende que el saber más objetivo es la simple acumulación de datos). La observación es observación dirigida, aunque la hipótesis que sirva de base en ese momento inicial tenga una formulación imprecisa. Los métodos de la Neuropatología, de la Neurofisiología, de la Neuroquímica, etc., no son, en esencia, diferentes, y si presentan algunas peculiaridades son sólo de matiz, mediante la necesaria adecuación del método general a la particularidad del objeto. Lo que confiere carácter de científicamente correcta a una hipótesis es que sea falsable, es decir, que en algún momento pueda mostrarse ser verdadera o falsa. Ese momento puede no ser actual, sino futuro, pero, aun en este último caso, esto no la despoja de ser una hipótesis susceptible de discusión. Las observaciones obtenidas mediante una metódica observacional han de ser explicadas. Las observaciones son en sí mismas "sintomas, cada una de las cuales suministran indicios para una explicación. El conjunto de observaciones puede ser todavía, en un momento dado, incompleto, o las observaciones mismas imperfectas, de modo tal que la explicación que se ofrezca permanezca de momento en la categoría de conjetura, pero aun así es una explicación, una hipótesis explicativa. La ventaja de la investigación cientificonatural estriba en lo siguiente: en el nivel de la observación ésta es contrastable, mucho más en lo que respecta a la observación experimental, en donde la contrastación es rná-

l. Problemas generales

35

xima por cuanto se es capaz de reproducir no sólo la observación, sino, ante todo, las condiciones de producción del hecho observable mismo; en el nivel de la explicación ésta puede llegar a ser unívoca. De esta forma, observación y explicación se encuentran constituidas en un corpus coherente, exento de contradictoriedad, en el que la comunicabilidad de lo observado y explicado y la verificabilidad de la observación y la explicación tienen, en el mejor de los casos, exacto cumplimiento. En 1.3 desarrollaré con más extensión los aspectos propiamente epistemológicos que suscita la investigación psicopatológica. 1.1.6.

La Psiquiatría como ciencia humana

Por el contrario, el psiquiatra etodinámíco no se interesa por la alteración del mecanismo que por hipótesis subyace en todo dinamismo psicopatológico, sino por éste exclusivamente 1• ContinÚando con el símil anterior, cualquiera sea la modificación que tenga lugar en los mecanismos, podemos interesarnos -de hecho, así es para los que no somos técnicos, sino televidentes- exclusivamente por el contenido del mensaje que se nos transmite por vía sonora o visual. El contenido del mensaje es evidente que es de carácter psicologicosocial y remite a los factores individuales y sociales del contexto. El análisis de este contenido concierne a ciencias que se denominan «humanas», calificativo que oculta muchas veces tan sólo el rango impreciso, ambiguo, en ocasiones inverificable, de dicho análisis. No obstante, es cierto que en los últimos años, y para muchos sectores de estas hasta ahora denominadas ciencias humanas, se ha conseguido un alto grado de precisión, por ejemplo, en la Lingüística, especialmente en cualesquiera otros niveles que no sean el de la Semántica (precisamente la más homologable con la Psicología), o en la Psicosociología de las actitudes y de la motivación. La cuestión de si las ciencias «humanas» deben homologarse con las ciencias de la «naturaleza» en orden a sus métodos, o si, por razón de su objeto, bien están condenadas a la ambigüedad e imprecisión, bien deben perseguir métodos propios, pertenece a la Epistemología, en este caso a la epistemología de la Psicología y de la Psicopatología. Lo que es interesante a tener en cuenta es el hecho de que, dado que el objeto de la Psiquiatría, la conducta anómala, puede ser aprehendida en su categoría de conducta significante, esto es, de sentido, el psiquiatra ha de optar necesariamente por el uso de los métodos hasta ahora habituales en estos ámbitos del conocimiento, con independencia de la discusión acerca de la categoría epistemológica de los mismos. 1 No se interesa él, el psiquiatra, en tanto sujeto investigador de un determinado nivel de los actos de conducta denominados anómalos. Esto no significa el reconocimiento del interés que la investigación de los niveles restantes puede ofrecer.

36

Introducción

1.1.6.1.

Los métodos

de la Psiquiatría

a la psiquiatría,

como ciencia humana

También en este ámbito de la Psiquiatría se parte de la observación. De aquí que haya sostenido en algún trabajo mío 1 que el punto de partida de la Psico(pato)logía es común, lo mismo si se sigue luego la investigación -no la tendencia: ésta es otra cuestión- cientificonatural, que si se orienta hacia la esfera de las ciencias humanas. Lo observable, aquí, es también la conducta. La conducta puede ser extraverbal o verbal, y sobre este tema me ocuparé en el capítulo correspondiente de la Psicopatología (2.1.6). Pero ahora la conducta, el acto de conducta, no es considerado meramente como síntoma, al modo como se procedía en la Psiquiatría cientificonatural, sino como signo) en tanto la conducta, según he dicho, tiene un sentido, propósito, intencionalidad o significación. La conducta es ya un observable significante. Una de las preliminares observaciones que ha de hacerse ante todo acto es, precisamente, su catalogación como conducta, toda vez que no todo acto es acto de conducta (ver 2 .1). El hecho de que, como axioma, se acepte que la conducta tiene sentido hace que las hipótesis que hayan de construirse acerca de tales observaciones no sean explicativas, sino interpretativas, es decir, *hermenéuticas. Hay que interpretar el signo, no explicarlo: esto último lo hace la Psiquiatría cientificonatural; lo primero, la Psiquiatría etodinámica. Pensemos, por ejemplo, en que observamos la frase que alguien emite ante nosotros y que reza así: «Desea venir conmigo.» Una explicación cientificonatural trataría de este observable en función de los mecanismos fisiológicos, y la intimidad de los mismos, que han tenido lugar para que la frase sea pronunciada. Se explicaría así el proceso mediante el cual ha sido posible la emisión. Pero, ¿qué significado posee esta frase? Además del significado preliminar, léxico, ¿qué metasignificado posee, por ejemplo, respecto de la intención o propósito que el sujeto tuvo para pronunciarla? Esta tarea compete a la hipótesis hermenéutica. Se trata de una dicotomía epistemológica, al parecer idéntica a la establecida por DILTHEY, RICKERT, etc., entre los métodos explicativos,

propios de las ciencias de la naturaleza, y los métodos comprensivos, característicos de las ciencias del espíritu (humanas). Sin embargo, hay una diferencia sustancial entre esta concepción y la que aquí sostenemos, pues no se trata de la comprensión ernpática, inherente a un sentir común, sino a la interpretación significativa y a las posibilidades de que los métodos interpretativos puedan constituirse con todas las características de los métodos científicos.

Mientras en el nivel de la observación también se hace posible la contrastación, la hermenéutica no puede ofrecer hipótesis unívocas, al modo de las explicaciones dadas en el nivel cientificonatural. La razón de ello es l CASTILLA DEL PINO, C., Criterios de cientificidad en Psico(pato)logía. Introducción a Criterios de obietiuacián en Psicopatoiogia, ponencia al XIV Congreso Nac. de Neuropsiquiat., octubre 1977.

1. Problemas generales

37

que el contexto sobre el que se sustenta la hipótesis hermenéutica es, a su vez, en buena parte, dependiente de una axiomática que no tiene por qué ser aceptada más que por aquellos que, de antemano, suscriben determinados supuestos teóricos: por ejemplo, una hipótesis sobre el sujeto. De aquí la necesariedad de que, para la construcción del corpus psicopatológico coherente y no contradictorio en este nivel, se definan del modo más preciso los supuestos sobre los que se construye luego la hipótesis hermenéutica. Un punto interesante en lo que respecta a la metódica de las ciencias humanas. Las corrientes formalistas (GRANGER 1) y las también formalistas dentro de las denominadas estructuralistas (LEVI-STRAUSS 2, BARTHES 3, etc.) pretenden ofrecer idéntica precisión en las ciencias humanas a la existente en las ciencias naturales. Hay aquí, a mi modo de ver, un error de enfoque. La formalización en las ciencias humanas no concierne a las hipótesis equivalentes a las hipótesis explicativas de las ciencias naturales, sino a las observaciones. Esto se ve claro en el territorio de la Lingüística. Es claro que en la Fonología, en la Fonética y en la Sintaxis la formalización ha logrado éxitos impensables hace años. La Semántica, que es al fin la hipótesis hermenéutica del signo lingüístico, no es formalizable. El problema, pues, radica en si la formalización es un objetivo que ha de lograrse como desideración o si, por el contrario, en el nivel del significado, la hermenéutica es insustituible en su actual propósito no reduccionista. Dicho de otra forma: formalizar implica reducir y, al mismo tiempo, precisión; la interpretación podría estar en contradicción con la reducción y, en consecuencia, con la precisión que conlleva la formalización 3• La formalización entraña la aplicación de un modelo estructural en el que sólo se tienen en cuenta, por definición, los componentes constitutivos de la gestalt en tanto tal. Implica, pues, una reducción, merced a la cual el logro de precisión es elevado, pagado, por decirlo así, al precio del soslayo del material mismo que constituye la estructura.

1.1. 7.

La terapéutica psiquiátrica

Naturalmente, trataré aquí de la terapéutica psiquiátrica en sus aspectos genéticos, o sea, en tanto en cuanto el tratamiento de los denominados, 1 GRANGER, G. G., Formalismo y ciencias humanas, trad. cast., Barcelona, 1965. 2 L'EVI-STRAUSS, C., Anthropologie Structurale. París, 1958. 3 BARTHES, R., La semiología, trad. cast., Buenos Aires, 1970. 3 Quizá sea interesante trasladar aquí, mutatis mutandi, la cita de EnnINGTON,

en The Nature of Physical World, que plantea muy claramente las ventajas y limitaciones de la formalización. Dice así: «La belleza y la melodía no poseen la contraseña aritmética y por lo tanto no pueden pasar. Esto nos enseña que lo que la ciencia exacta busca no son. entidades de una categoría particular, sino entidades con un aspecto métrico ... No serviría de nada a la belleza inventarse, por ejemplo, unos cuantos atributos numéricos con la esperanza de ser admitida en los portales de la ciencia e introducir una cruzada estética dentro de ésta. Se encontraría con que Jos aspectos numéricos serían debidamente recibidos, pero que se dejaría fuera su significado estético.»

38

Introducción

a la psiquiatría,

1

en sentido amplio, enfermos psíquicos forma parte del concepto general de Psiquiatría. Considerada sociológicamente la Psiquiatría como institución médica, y por tanto una rama de la Medicina, el problema terapéutico parece plantearse de modo sencillo. En efecto, el objetivo fundamental de la Medicina como institución social es curar a los considerados enfermos. Esa es su función dentro de la economía general 'de la sociedad. La Medicina es una ciencia aplicada, no de la Bioquímica, la Mineralogía o la Botánica, sino de cualesquiera sean los sectores del saber desde los que sea posible vislumbrar un beneficio que, cuando no es el curar en sí mismo, se aproxima de alguna manera a lo que en un sentido ingenuo denominamos curar. La Medicina, pues, es, desde ·el punto de vista de su finalidad, muy distinta a cualquiera otra ciencia no aplicada, en la que el objetivo puede ser conocer en sí, al margen de que quizá eventualmente, en el presente o con posterioridad, se encuentren aplicaciones que el científico en sentido estricto no imaginaba ni tenía por qué. Esto es lo que ocurre en el campo de la Física teórica, de la Matemática, de la Lógica, etc. La Medicina, por el contrario, es una actividad servil, al servicio del curar, actividad que en algunos aspectos posee ya el rango de ciencia, en otros no ha cesado de ser una práctica empírica rudimentaria, por tanto, precientífica. En la alternativa (no real) entre el curar sin conocer y el conocer sin curar, el médico ha de decidirse por la primera, aunque aspire a curar conociendo por qué cura. De hecho, muchas formas de terapia tienen lugar sin que sea conocido el mecanismo por el cual la acción terapéutica tiene lugar. Así, por ejemplo, el electrochoque está a punto de ser definitivamente desterrado (por mí lo ha sido hace veinte años ya) sin que su forma de acción haya sido sabida. Incluso la terapia farmacológica presenta aspectos generales que son desconocidos o insuficientemente conocidos, como es la evidente acción placebo. Por otra parte, tampoco es sabido, ni por médico ni por paciente, la serie de incidencias psicológicas que intervienen en la mera prescripción de un fármaco 1• Aun así, no se niega la licitud de la actividad presumiblemente terapéutica, y no deja de ser notable el hecho de que muchas veces cesa ésta al compás de un mejor conocimiento de la intimidad del proceso de actuación del fármaco. Recuérdese lo ocurrido con el alcanfor o la esparteína y tantos otros fármacos, cuya indigencia 1 La administración de un fármaco, aparte de sus propiedades farmacológicas dona, conlleva la del fármaco como significante: por ejemplo, en un dispensario en el que se el fármaco, como la limosna, tiene entre otros el significado de respuesta a una demanda desplazada de afecto (no se da afecto, sino en su lugar el fármaco). En otras ocasiones I?lª!1tea problemas de sumo. interés: ima.gi~e~os -lo que, por otra parte, ocurre a diana- el pstquiatra que atiende a un histérico con sus crisis o con cualesquiera otros síntomas de conversión, y al que el psiquiatra administra una medicación: ¿quién engaña a quién?. E~ histérico que sabe del propósito de sus síntomas, pero aparenta no saber; el psiquiatra que sabe del propósito de los síntomas del histérico y aparenta no saberlo, para justificar una terapia farmacológica y eludir una entrevista a fondo con el paciente. 1

1. Problemas generales

39

como tales se puso de manifiesto precisamente cuando se supo acerca de la nulidad de su acción. La cuestión comienza a complicarse cuando se considera el problema terapéutico como la forma de actividad que se lleva a cabo sobre enfermos y con miras a la curación, entendiendo por ésta la reintegración del sujeto a su bienestar individual, de manera tal que le sea posible el desempeño de sus funciones sociales de todo tipo, familiares, profesionales, de mera relación de intercambio social, etc. «Ser enfermo», «ser curado», son conceptos en los que el discurso definitorio parece transcurrir solamente en el nivel del discurso objetivo. Pero en la medida en que se trata de conceptos sociales -trataré de hacerlo ver de inmediato-, la objetividad es tan sólo una forma de lenguaje tras la que se ocultan juicios valorativos que muestran la índole subjetiva -también xubjetiva->- del discurso. Lo subjetivo en el orden social quiere decir lo aceptado por la comunidad en términos cuantitativamente relevantes; por lo tanto, la normativa que en un momento histórico preciso funciona para la regulación de dicha comunidad. En este sentido, se ha de ser sumamente cauto respecto del uso de la expresión «enfermo» y, más concretamente, «enfermo mental»; es decir, hay que saber cómo se usa y para qué se usa. En primer lugar, el término «enfermo mental» es un remedo del modelo de «enfermo» en el territorio del soma. Se dice «enfermo mental», como en otro plano se nombra al «enfermo cardíaco», pongamos por caso. «La mente» sería, pues, un «aparato» o un «sistema» resultado del funcionalismo del cerebro. Por eso se ha hablado de «funciones psíquicas o mentales», con carácter aislado, del mismo modo que se habla de la función x, y o z del hígado o del riñón. El órgano cerebro cumple, por tanto, dentro de la economía organísmica, múltiples funciones y, en consecuencia, se convierte en algo así como un conjunto de instrumentos, algunos de los cuales, o todos, podrían estar perturbados. Las alteraciones de la percepción (en realidad, del percibir), del pensamiento (del pensar), de la capacidad de juicio (juzgar), de la memoria (evocar, retener), etc., serían ejemplos de posibilidades de alteraciones instrumentales. En estos casos, pese a la tosquedad del modelo, éste resultaría válido para la conceptualización de un sujeto como enfermo mental. Para ser más claro, alteraciones de la percepción tales como el alucinar, ilusionar, delirar, obsesionar, etc., permitirían establecer criterios de validación funcional que depararían el que, dados tales fenómenos, se infiere que se trata de una alteración psíquica y el sujeto un enfermo mental. Lo msimo podría decirse de aquel que mostrase una disminución o carencia de rendimientos mnésticos que le impidiesen la capacidad de adecuación a la realidad en tanto tal. Pero para ello hace falta que las presupuestas alteraciones sean estables, o sea, persistentes en cualquiera sea el contexto situacional en que el sujeto muestre su rendimiento, en este caso anómalo. Esta circunstancia se ofrece en las denominadas psicosis de fundamento orgánico, o psicosis orgánicas, cuando menos en períodos en los que el proceso está ya suficientemente avanzado. La alteración psíquica es

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Introducción a la psiquiatría, 1

tanto más objetivabfe cuanto más puede hacérsela ostensible independientemente de la situación. Así, por ejemplo, un trastorno de la memoria de fijación en la que no importa el estímulo para no ser fijado, resulta completamente distinto de aquel trastorno de la capacidad de fijación que se refiere a ciertas áreas de la realidad: en este último caso, pensamos que no se trata de una alteración orgánica, sino de una perturbación inherente a la relación con las situaciones no retenidas desde el punto de vista mnéstico. Esto es lo que ocurre en neuróticos y depresivos cuando se quejan de que no retienenr no retienen aquello que de algún modo se relaciona con lo que no les «inreresa» retener, o, mejor dicho, les interesa no retener. Dicho de otra forma: aquí la alteración de la función sólo es objetivable para determinadas situaciones, y no es estable, como lo es en el ámbito de las alteraciones instrumentales, es decir, orgánicas del cerebro, sino que dependen del contexto en el cual el (presunto) enfermo se desenvuelve en un momento dado. Cuando la alteración de la función, en el sentido bien de anulación, bien de su disfunción, afecta a la conducta, en la medida en que la conducta (ver 2.1 y ss.) es un acto relacional, la alteración de la misma no puede dirimirse fuera del contexto en el que se lleva a cabo y con el cual la conducta se relaciona para su modificación. No considerar esta cuestión suficientemente es fo que ha convertido la conducta de, por ejemplo, esquizofrénicos en un enigma. Un esquizofrénico en la situación x se comporta esquizofrénicamente; mas en las situaciones y o z no se comporta esquizofrénicamente. ¿Por qué es así? Si la conducta es para la relación con x, y o z, es decir, para la situación en que el sujeto se encuentra, puede decirse que la intelección de la conducta ha de contar no sólo con el sujeto de la misma, sino también con el objeto sobre el cual la conducta se efectúa y que de antemano la suscita. Por tanto, el enigma de conductas anómalas transitorias se mantiene en tal enigma por cuanto se trata de comprenderlo sólo desde e] sujeto. Tampoco resuelve el problema la consideración exclusiva de la situación, porque entonces habría que explicar de modo plausible por qué determinadas situaciones son patógenas para A y no lo son para By para C. Ni el psicogenismo ni el sociogenismo resuelven el problema creado. 5í el análisis de la relación sujeto-objeto, o, cuando menos, es en el análisis de la relación en donde ha de avanzarse para el logro de una más amplia: intelección de lo que ocurre en neuróticos y psicóticos no orgánicos. Lo que he dicho del esquizofrénico aparece aún más claramente en neuróticos y, con mayor esquematismo, en histéricos. El neurótico siente la fobia ante determinada situación, y deja de ser fóbico fuera de ella; el histérico se comporta como tal, por ejemplo, en orden a sus crisis y a sus otras manifestaciones, incluso del modo de ser, sólo ante aquellos ante los cuales ha de ser histérico, es decir, se relaciona con ellos histéricamente. Está claro que incluso un carácter histérico, un necesitado permanentemente de estimación y atención egocéntrica, precisa de aquel público ante el cual puede obtener aquello que demanda, y deja de ser un carácter tal ante

l.

Problemas generales

41

públicos a los que juzga que no responderían a sus demandas a través de sus comportamientos histéricos. Szxzs ha hecho planteamientos afines que ha desarrollado ampliamente 1• Con ello pretendo cuestionar el concepto de «carácter», que es una falsa estabilización de la conducta de un sujeto, como si el sujeto poseedor de determinado carácter hubiese de comportarse siempre de acuerdo a él cualquiera fuese la situación: esto es completamente falso. Aquí radica, en gran parte, el escaso interés actual por toda caracterología y, en general, por la tipología psicológica. Tienen, en efecto, algo de verdad, pero en la medida en que lo poco que de verdadero contiene es, además, genérico, la exactitud y operatividad de sus aseveraciones queda diluida hasta el límite de su inutilidad. Pues bien, del mismo modo que no hay «carácter», en el sentido habitual de este término en las Psicologías empiristas diferenciales, tampoco puede hablarse de «enfermos» de la conducta, como categoría estabilizada, cualquiera sea la situación. Hay situaciones que motivan el que el sujeto A se comporte de modo anómalo, pero hay otras ante las que el comportamiento es opuesto. Quiero decir con todo esto que el concepto de «enfermo» es un concepto estable, y por tanto no puede aplicarse justamente en aquellos contextos en los que la estabilidad de la .alteración de la conducta no se presenta. El modelo «enfermo» es, pues, útil en las psicosis de fundamento orgánico, como hemos visto antes, pero deja de serlo en las denominadas 'paranoides, esquizofrénicas y afectivas. Por tanto, la terapia no puede ejercerse en puridad cargando el acento sobre el sujeto hasta un punto tal que se prescinde del objeto de la conducta, sino atendiendo también a aquel objeto de la conducta con el cual la relación del sujeto es anómala. Creo, pues, que si abandonamos, o tendemos a abandonar, el hábito de la denominación de enfermo en estos casos, en los que procedemos por analogía con la Medicina somática y la Psiquiatría biológica, habremos dado un gran paso adelante; paso que, por otra parte, se ha dado en terapéutica psiquiátrica sin que las más de las veces haya existido una formulación clara del planteamiento. Porque es evidente que la terapéutica de pareja, grupo familiar, la recomendación muchas veces ingenua de cambios de situaciones para beneficio del paciente, la modificación de la actividad profesional en ocasiones, pueden ser de suyo altamente beneficiosas para la vida de relación del sujeto. No quiero decir con esto que ésa sea la terapéutica total, porque es obvio que un cambio de situación, por ejemplo, de hábitat, sería una terapéutica por el hábitat y dejaría al margen al sujeto, y en todo caso lo que importa es el tratamiento de la relación, esto es, del sujeto y el hábitat determinado entre sí. Hay muchos ejemplos que muestran que el concepto de «enfermo» calcado de la Patología somática -en donde debería a su vez ser cuestio1 Szxzs, T., El mito de la enfermedad mental, trad. cast., B. Aires, 1973. Los trabajos de la escuela de Palo Alto, a la que se ha hecho ya mención, con su «prescripción del síntoma» reinvierten el rol de .enfermo de modo que dicho rol, a través de los síntomas, queda desmantelado.

Introducción

42

a la psiquiatría,

1

nado, petó no es mi intención hacerlo en este momento- es perjudicial para la gran patología psiquiátrica. Pongamos algunos que sirvan para mostrar lo que hemos dicho de modo claro. Uno de ellos es la privación sensorial, en donde la aparición de síntomas psicóticos es regular 1• Otro, la "paranoidización que acontece las más de las veces en la situación psicoanalítica: la aparición de una intensa .,.,transferencialleva consigo un incremento de la suspicacia respecto de la posibilidad de que los mensajes del analista tengan connotaciones referidas a un perjuicio respecto del paciente. Otro ejemplo lo tenemos en la psicotización que aparece en algún miembro de un grupo, terapéutico o de trabajo, tras la descalificación de su sel], situación semejante a la que acontece en mutaciones bruscas de hábitat, como en los fenómenos migratorios. Las psicosis paranoides del tipo del delirio sensitivo, que describiera KRETSCHMER 2, han de interpretarse en función de las relaciones del sujeto con la situación, según haré ver en su momento (2; 4.3.2.1). Cuanto acaba de decirse puede resumirse del modo siguiente: el concepto de «enfermo» exige un planteamiento terapéutico distinto al concepto de conducta anómala, porque ésta surge en una situación, no puede valerse del concepto de enfermo, válido para las psicosis orgánicas; y en segundo lugar, es incorrecto plantearla o sólo en el sujeto o sólo en la situación. Si la Psiquiatría no biológica, es decir, si el extenso capítulo de la misma que no concierne a las psicosis de fundamento orgánico, es Psiquiatría de las relaciones interpersonales (H. S. SuLLIVAN), la terapéutica que corresponde a esta misma es, o debe ser, terapéutica de las relaciones interpersonales 3• 1.2.

RELACIONES

DE LA PSIQUIATRÍA

A continuación estudiaré de manera somera las relaciones de la Psiquiatría con áreas determinadas del conocimiento. Dado que, como hemos visto, la Psiquiatría no es autóctona, las relaciones que establece son de dos tipos: a) aplicaciones de ciencias básicas a la esfera psiquiátrica, y b) extensión a la Psiquiatría de los métodos usados en otros sectores empíricos del conocimiento, como pueden serlo la Patología general, la Sociología, etc. De todas formas, aquí me referiré sobre todo a las relaciones que la Psiquiatría constituye con concretas y ya evolucionadas formas sistemáticas del conocimiento, como son la Medicina en general, la Neurología en particular, la Psicología, la Sociología y la Antropología Cultural. J.

1 ZuBEK, P., 2 KRETSCHMER, 3

Sensory Depriuation: Fifteen years of Researcb. N. York, 1969. E., Der sensitiue Beziebungstoabn, 2.ª ed., Berlín, 1927. Ver sobre el concepto de enfermo mental el libro de ScHEFF, T., El rol de enfermo mental, trad. cast., B. Aires, 1973; también LEVINSON y GALLAGHER, Sociología del enfermo mental, trad. cast., B. Aires, 1971; la compilación de CLINARD, M. B., Anomia y conducta desviada, trad. cast., B. Aires, 1967.

1 . Problemas generales

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Conviene decir de antemano que la Psiquiatría como esfera del conocimiento no sólo es una actividad práctica sino un conjunto de supuestos, de los cuales deriva, y que denominamos Psicopatología. Por tanto, cuando trate de las relaciones de la Psiquiatría he de hacer referencia tanto a la Psiquiatría (clínica) propiamente dicha, cuanto a la Psicopatología que le sirve de base teórica. 1.2.1.

Psiquiatría y Patología general

Como hemos dicho antes, la Patología General opera de manera suficiente manteniéndose coherente, en su teoría y en su práctica, con el modelo '''organísmico, es decir, con la consideración teóricamente exclusiva de la perturbación funcional dentro de la economía general del organismo. En este sentido, a extensas áreas de lo que hoy se denomina Psiquiatría presta este modelo, según hemos hecho notar, excelentes servicios (esclerosis vasculares, psicosis seniles, etc.). Pero a la inversa, la Psiquiatría, que se ha visto obligada, tras la consideración dinámica del sujeto, a contar con éste como el nivel en que propiamente se desenvuelve, presta a la Patología General una más amplia estimación de su problemática. Si hoy se habla de la Medicina psicosomática, de la Medicina antropológica, cuando menos de la perspectiva psicológica de las alteraciones somáticas, es en la medida en que también para la Patología de hoy la consideración del modelo médico tradicional, científico-positivo, meramente organísmico, resulta insuficiente. La alteración de la función no se puede separar ya de la conflictualidad del sujeto, y muchas veces se puede situar su origen en éste y no directamente en el órgano, aparato o sistema. Las corionopatías, el ulcus gástrico, el duodenal, el asma infantil, algunas dermopatías constituyen ejemplos paradigmáticos de esto que acabamos de decir. Por otra parte, no debe olvidarse que muchos síndromes, percibidos antes tan sólo en su perspectiva «médica» (biológica), pasan a ser más de la Medicina psicológica, cuando no de la Psiquiatría. Piénsese en la evolución del concepto de distonía vegetativa, de estigmatización vegetativa (vox BERG\\.1ANN 1), de astenia neurocirculatoria (primeras descripciones de DA CosTA y MACLEAN; ulteriores de MACKENSIE, KREHL, HUME, etc., y más tarde de LEWIS, GANNT, HocHREIN y otros). La valoración de estos cuadros como dependientes de perturbaciones funcionales corticodiencefálicas no revela otra cosa sino el intento de «centralizar» el problema que estos síndromes suscitan, de conferirles el rango de una perturbación global, no de un simple aparato tal como el circulatorio, soslayando así el factor psicológico; cuando en el fondo, los más 1 BERGMANN, G. van, Funktionelle Patbologie, Berlín, 1937. Para una visión de conjunto de los problemas de la Medicina Psicosomática sigue siendo la mejor y más completa la exposición de RoF CARBALLO, J., Patología psicosomátíca, Madrid, 1949, ediciones ulteriores actualizadas. También de RoF CARBALLO, Cerebro interno y Mundo emocional, Barcelona, 1952.

Introducción a la psiquiatría, l

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libres de prejuicios, han de hacer constar que en todo caso se trataría de una expresión del síndrome a través de la representación central de las funciones alteradas, no oponiéndose, sino todo lo contrario, a la presumible génesis psicológica del trastorno. Otras alteraciones que tienen su expresión en el soma han tenido que situarse en la esfera psicológica, como, por ejemplo, la enuresis: todos los intentos para descubrir en ésta factores orgánicos han resultado infructuosos y no dan una plausible explicación de la historia clínica de cualquier enurético. Los ejemplos podrían multiplicarse. 1.2.1.1.

Psiquiatría y Neurología

Durante años, en especial en la tradición germana, Neurología y Psiquiatría constituían una «especialidad» médica única. Por el contrario, en Francia se tendía a una separación desde finales del siglo xrx. Se ha pensado que la separación entre ambas podría estar basada más en la extensión que actualmente posee cada una de estas esferas de la teoría y la praxis médica que en una cuestión. de principio. Mi opinión al respecto es que, dentro del modelo médico, el neurológico sería el más idóneo para enfocar los problemas que se crean con algunos cuadros psicóticos. Pero si se atiende detenidamente a esto, resulta que el problema que estas psicosis sugieren -por ejemplo, las psicosis seniles y arterioescleróticas, las psicosis en neoplasias cerebrales, etc.-, queda resuelto relativamente a satisfacción en aquellos aspectos «menos» psicológicos de las mismas. Así, v. g., muchos de Jos trastornos de los psicóticos seniles se intrepretan plausiblemente mediante la patología cerebral y acudiendo a los conceptos de *agnosia, *apraxia, *afasia. Pero tales trastornos no son psicológicos, sino instrumentales. Precisamente la consideración de los grandessíndromes descritos en la patología cerebral (GOLDSTEIN 1, K. KLEIST 2) no nos acerca a lo que de psicológico pudieran tener tales cuadros, sino a la explicación de la alteración de la función, que naturalmente es condición para que lo psicológico tenga lugar. Recuerdo a este propósito que la Patología cerebral, que tantos servicios ha dado a la Patología de la percepción, sin embargo fracasa en el intento de dar una explicación de las alucinaciones, seudoalucinaciones y no hablemos de las distintas formas de delirar. Incluso en los síndromes mnésticos la alteración de la memoria ofrece un adecuado campo para la aplicación del modelo neurologicocerebral, pero este modelo resulta incapaz de explicar por qué se fabula y qué se fabula. Las mismas consideraciones pueden hacerse respecto de las epilepsias de lóbulo temporal e hipocampacal: sabemos que 1. GoLDSTEIN, K., Human Nature in the Light o/ Psycbopatbologie, Cambr. Harvard, Univ. Pr., 1940. Del mismo: Clinical and tbeoretic aspects of lesions of the frontal lobes. Arch. Neurol. Psychiat., 41, 865, 1939. 2 KLEIST, K., Gebirnpatbologie, ob. cit.

1. Problemas generales

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sin la lesión en estas localizaciones la epilepsia, en cualquiera de sus manifestaciones, no tendría lugar; mas la índole de la crisis· psíquica o psicomotora, o el cuadro psicopatológico del estado crepuscular, no remiten a las estructuras cerebrales alteradas más que en los aspectos nada psicológicos (por ejemplo, la alteración del estado de conciencia) 1• Autores tendentes a una consideración global y unitaria, como por ejemplo P. SCHIL2, DER se esforzaron hace años por ofrecer el paso del nivel neurológico al psiquiátrico en determinados cuadros, concretamente el alcoholismo o, más precisamente, algunas psicosis alcohólicas agudas. Las alucinaciones de caída dependerían de las alteraciones del sistema vestibuloóptico, las de insectos a partir de las del sistema háptico, las acústicas del sistema acústico. Mínimas modificaciones neurológicas eran alzaprimadas en favor de esta tesis, como la existencia de breves nistagmus. Ciertamente, nada se opone a que a partir de una alteración orgánica o funcional de alguna parte del organismo se ofrezca material para la construcción de una alucinación o un delirio, y las alucinaciones e ilusiones pueden resultar oscilantes o tender a interpretarse como animadas allí donde converja una alteración del sistema vestibular central y el descenso del nivel de conciencia. Pero eso es tanto como pretender que el sueño erótico lo provoca, en toda la extensión de la palabra, el que se le dé a oler al dormido un frasco de perfume. En dos ocasiones, por ejemplo, he observado la coexistencia de síndromes esquizofrénicos en pacientes afectos de esclerosis lateral amiotrófica. Especialmente uno de ellos ofrecía una interpretación delirante de sus trastornos de la deglución y de la articulación del lenguaje, pero esto es completamente lógico y no supone ningún enriquecimiento en orden a nuestros conocimientos y posibilidades interpretativas del delirio. También los demás esquizofrénicos deliran del material que recogen, bien de su propio cuerpo, bien del mundo exterior, y el paciente a que he hecho referencia interpretaba delirantemente su anartria como el esquizofrénico usual interpreta delirantemente la silla colocada de determinada manera.. Ya el propio KRAEPELIN, en su autocrítica de 1920 acerca de las formas de manifestación de la locura 3, señaló que los síndromes psicopatológicos no se dejan delimitar por la correlación con la alteración orgánica precisa. La parálisis general progresiva es un síndrome muy bien delimitado en lo neurológico (en las alteraciones pupilares, en la anartria, en las modificaciones del liquor), pero no en lo psicopatológico, y la neuropatología no puede ofrecer explicación alguna acerca de por qué algunos paralíticos generales deliran 1 CASTILLA DEL PINO, C., Psicopatologia y Lóbulo temporal, Actas L. E. de Neurol. y Psiquiat., XVIII, 2, 1959. 2 ScHILDER, P., Einige Bemerkungen zu der Problemspbdre: Cortex, StammganglienPsycbe, Neurose, Zeit. f. d. g. Neurol. Psychiat., 74, 1921. - Vestibulooptik und Kiirperscbema in der Alcobolballuzinose, Zeit. f. d. g. Neurol.

Psych., 121, 1930. -

über elementare Halluzinationen

der Beuiegungsseben.

Psychiat., 80, 1922. 3 KRAEPELIN, E., Die Erscbeinungsjormen Psych., LXII, 1920.

Zeit. f. d. g. Neurol.

des Irreseins, Zeit. f. d. g. Neurol. u.

Introducción

46

a la psiquiatría,

l

expansivamente y otros se deprimen. Las esperanzas que,' posteriormente al descubrimiento del treponema en el córtex del paralítico general, se pusieron en la encefalitis epidémica (EcoNOMO1, DrMITZ, ScHILDER, LANGE, BosTROEM, STERZT, etc.), merced a la localización de sus lesiones a nivel del tronco del encéfalo, han resultado fallidas: sabemos, en efecto, que en la convalecencia o como secuela de la encefalitis epidémica se presentaban síndromes psicopatológicos que iban desde el extremo de una perversión sexual u obsesiones hasta síndromes catatónicos, alucinatorios y paranoides. Desde la perspectiva de hoy, esto no añade nada a la cuestión, harto sabida, de que también una meningoencefalitis de la etiología que sea, o una infección, o intoxicación general provocan síndromes psicopatológicos. El problema no está en la provocación, sino en que el modelo neurológico pretendía ofrecer una interpretación patologicocerebral de la alteración psíquica, y esto es lo que una y otra vez no ha sido conseguido. Y si puede asegurarse que no habrá de serlo es por la consideración de que la traslación del modelo neurológico al psicológico es lógicamente inadecuada, es decir, errónea, desde el punto de vista de la epistemología que concierne a ambos niveles. Todo este error de planteamiento procede -lo haré ver en la parte epistemológica correspondiente ( 1.3 .3 )- de la aplicación del modelo positivista que acontece tras la inauguración de la Psiquiatría como «científica». El axioma de GRIESSINGER, «las enfermedades mentales son enfermedades del cerebro», que se propugna a mediados del siglo xrx, se constituye en el ideal al que debe aspirar la Psicopatología y la Psiquiatría para constituirse en una rama de la Medicina de idéntico· rango a la de cualquiera otra. La postulación de KRAEPELIN, que sirve de base para la construcción de su nosología psiquiátrica, a saber, a cada síndrome psíquico su causa específica, su curso peculiar, su final común y su anatomía patológica precisa, descarrió definitivamente la Psiquiatría hacia una forma de planteamiento que suponía, precisamente, la renuncia a lo que confiere peculiaridad a la Psicopatología y la Psiquiatría. Recuérdese que el propio FREUD, avanzado ya el desarrollo del pensamiento psicoanalítico, hizo el intento de una Psico(pato)logía de léxico neurológico, al que renunció prontamente 2• Este planteamiento, repitámoslo, no es incapaz por prematuro, por algo así como la justificación en el escaso desarrollo aún de la investigación neurofisiológica, sino incapaz por el error básico sobre que se sustenta. Neurología y Psiquiatría tienen -y esta es la cuestión- distintos objetos como propios y definitorios de sus esferas respectivas. Llevado Psiquiatría, cerebro, las estos casos

a las últimas consecuencias cuanto acabamos de decir, excluiríamos de la en sentido estricto, las psicosis consecutivas a enfermedades orgánicas del derivadas de enfermedades somáticas generales e intoxicaciones. En todos se trata, en realidad, de complicaciones psiquiátricas de las enfermedades

C. von, La encefalitis letárgica, trad. cast., Madrid, 1932. FREun, S., Proyecto de una Psicología para. neurólogos, en Ob. Com. III.

1 EcoNOMO, 2

1. Problemas

generales

47

del cerebro o del soma restante. Es obvio que existen enfermedades del cerebro que, en un sentido preciso, cursan sin alteraciones psíquicas, y de aparecer éstas no se pueden referir, sin más, a una localización cerebral concreta. Así, por ejemplo, tumores cerebrales, esclerosis vasculares, etc., incluso con síntomas afásicos, agnósticos o apráxicos, pueden mostrar una integridad psicológica notoria. En la misma parálisis general progresiva o en la demencia senil, las denominadas formas simples cursan con el síndrome amnéstico, pero sin síntomas psicopatológicos en tanto tales. O sea, del mismo modo que ocurre en muchas enfermedades infecciosas generales, que no muestran, en su evolución, síntomas psicopatológicos. No así, sin complicaciones neurológicas: el llamado síndrome neurasteniforme es (ver vol. 2, parágrafo 4.4..3.1.8) un síndrome orgánico transitorio. Ver también la cita de SZAsz en este volumen, parágrafo 2.1.2.

1.2.2.

Psiquiatría y Psicología

Apenas se ha llamado la atención acerca de un hecho de gran relevancia epistemológica. Se trata de lo siguiente: el estudioso que por primera vez se acerca a la Psiquiatría y trata de componer un programa sistemático para el dominio de este sector, piensa que, de ser coherente, si la Psiquiatría presupone la Psicopatología, ésta sólo habrá de ser una aplicación, al campo de· lo patológico, de la Psicología denominada normal o Psicología propiamente dicha. De hecho, los textos de Psicología son en absoluto distintos a los de Psicopatología, y la Psicología denominada experimental o fisiológica, cualquiera sea su tendencia, apenas si ofrece posibilidades de utilización en el campo de la Psicopatología. Se trata, en una palabra, de una Psicología de funciones, como advierte CH. BüHLER, la cual apenas si puede dar algo a la Psicología del sujeto que se precisa para la interpretación de la conducta y de su motivación. Se da incluso la paradoja de que, por ejemplo, la Psicología de la percepción resulta sumamente útil para interpretar la patología cerebral de la percepción, pero no la psicopatología de la percepción, y así encontramos que la aportación de los gestaltistas al análisis de las relaciones figura-fondo en el capítulo de los procesos perceptivos (WERTHEIMER, KoHLER, KoFFKA), pudo ser usada con sumo provecho en el capítulo de las agnosias, especialmente las agnosias ópticas (GOLDSTEIN y GELB, WEIZAECKER, PoTZL, GERSTMANN, etc.), y en absoluto aplicable a la psicopatología propiamente dicha de la percepción (alucinación, ilusión, pareidolia, etc.), como hemos dicho antes 1• ¿Por qué es así? También la Psicología, en su afán de hacerse «científica», aceptó el modelo de ciencia que había resultado de sumo provecho en el campo de la Fisiología (J. MüLLER 2, W. WuNDT 3, ZIEHEN 4, entre 1 Para una revisión actual de la aplicación de la Psicología a la Psiquiatría, ver BRENGELMAN, J. C., Psychologische Methódik und Psychiatrie, en Psychiatrie der Gegenuiart, Forschung und Praxis, B 1/2, Berlín, 1963. 2 MüLLER, J., Los fenómenos fantásticos de la visión, trad. cast., Madrid, 1946. 3 WuNDT, W., Grundriss der Psycbologie, 1909; hay trad. cast.; del mismo, Grundziig« der physiologiscben Psycbologie, tres vols., 1908. 4 ZIEHEN, TH., Compendio de Psicología fisiológica, trad. cast., Madrid, 1910.

Introducción a la psiquiatría, 1

48

otros), el cual a su vez se extrajo de la Física, y concretamente de la Mecánica (E. MACH 1). De esta forma, el fenómeno psíquico queda subsumido en un determinado tipo funcional (sensación, percepción, representación, etcétera, lo que conlleva las funciones sensoperceptivas, representativas, respectivamente). Pero el psiquiatra había de habérselas, como ya hemos advertido, no sólo con perturbaciones funcionales de las actividades psíquicas homologables con funciones nerviosas superiores, sino también con motivaciones de ese algo que se cuela de rondón, aunque se soslaye, que es la persona, el sujeto o como quiera denomínársele. La consecuencia de ello es que la perturbación funcional había de quedar en tales casos soslayada en favor de la perturbación (supuesta) de la motivación de la conducta. En todo caso, el resultado ha sido que la unidad teórico-práctica, el corpus que deberían constituir la Psicología, la Psicopatología y la Psiquiatría, no se da; que la Psicopatología hubo de buscar aquel derrotero que ofreciera coherencia con la práctica psiquiátrica, e incluso los fundamentos psicológicos propios, no los ubicados en los tratados y libros de texto. Así surgió la Psicopatologia general de EMMINGHAUS {1878), respondiendo muy de antemano a lo que luego habría de reconocer BuMKE como la Psicología necesaria para la Psiquiatría: «desde hace poco más de una generación ( ... ) se ha desarrollado, al lado de una Psicología cerebrofisiológica, una investigación psicológica que, liberada de todo lastre de mitología cerebral y del intento de atomizar lo psíquico en. elementos, se propone en primer lugar describir con la máxima precisión y pureza posibles los procesos psíquicos complejos, estudiados lo mismo en individuos sanos que en enfermos mentales, y en segundo lugar considerarlos en su totalidad y explicarlos a partir de sí mismos, es decir, de sus fundamentos psicológicos. Una Psicología, por consiguiente, que considera como el primer plano de sus investigaciones el temperamento y el carácter, la situación psíquica del paciente y su capacidad de reacción, el medio ambiente y los acontecimientos vivídos por él». Esta exigencia y esta necesidad, que tan agudamente recoge BuMKE 2, había plasmado en la Psico patologia general de K. JASPERS (1913) 3 y posteriormente en la Psicología médica de E. KRETSCHMER (3.ª ed., 1926) 4• Tanto en una como en otra de las obras citadas, se hace preciso aludir a los presupuestos psicológicos -especialmente esto es claro en JASPERS-, sin que en momento alguno se obligue a una referencia a las investigaciones psicológicas en sentido estricto. Concretamente, la Psicopatologia Ge5, neral de JASPERS se inspira en la *Fenomenología que inaugura HusSERL 1 MACH, 2 BuMKE,

1946.

E., Análisis de las sensaciones, trad. cast., Madrid, 1925. O., Nuevo tratado de las enfermedades mentales, trad. cast., Barcelona,

3 JASPERS, K., 4 KRETSCHMER,

franc., París, 1927.

Allgemeine Psvcbopatbologie, 5.• edic., Berlín, 1953. E., Manuel Tbeorique et pratique de Psycbologie médica/e, trad.

5 HussERL, E., Ideas relativas a una Fenomenología pura y una filosofía fenomenológica, trad. cast., México, 1949. · ·

1. Problemas

generales

49

pero que procede de BRENTANO (Psicología desde el punto de vista empírico, 1874 1). La Psicología de BRENTANO no sólo no mutila el acto psíquico reduciéndolo a su función, sino que caracteriza al acto psíquico por el dato inestimable de su intencionalidad, de estar dirigido a, frente al acto físico de ella. La consideración del acto, no como función, sin la cual obviamente no tiene lugar, sino como acto intencional y sus diferentes tipificaciones; son logradas merced a la descripción del acto como experiencia vivida en su realización: esto es la Fenomenología husserlliana (1900) aplicada a la Psico(pato)logía, que a partir de JASPERS hace su entrada en la Psiquiatría y constituye ya, durante años, la base para la descripción psicopatológica de neurosis y psicosis. Por otra parte, ] ASPERS recoge también la aportación de W. D1LTHEY 2 con su distinción entre ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu, considera la Psicología una de es tas últimas, caracterizada por la posibilidad de uso del método comprensivo, frente al explicativo, (propio de las ciencias naturales), y esto le permite, en su propia Psicopatología, no sólo el análisis fenomenológico de las vivencias (Erlebnis), sino la descripción del modo de vivenciar y la puesta en relación de este modo con determinadas concepciones del mundo 3• De esta manera, junto a la Psicopatología fenomenológica analítica, en la que luego destacarán B.ERZE, GRUHLE 4, K. ScHNEIDER 5, MATUSSEK 6 y en general la denominadla escuela de Heidelberg (K. WrLLMANS), surge la Psicología comprensiva, a partir de la cual se ofrecerá el intento de descripción, y aprehensión del sentido, de la totalidad de la vida psíquica, lo que luego va a constituir -a partir de la influencia de M. HEIDEGGER 7- la analítica existencial en Psiquiatría (GEBSATTEL 8, BINSWANGER 9, ZuTT 10). Cualquiera sea la crítica que, desde nuestra perspectiva de hoy, pueda hacerse a la aplicación de la Fenomenología a la Psicopatología, es cierto que supuso la primera introducción del sujeto, aparte la que ya se había 1 BRENTANO, F., Psicología desde el punto de vista empírico, trad. cast. del capítulo introductorio y del capítulo primero, Madrid, 1935. 2 DILTHEY, W., Psicología y teoría del conocimiento, trad. cast., México, 1945. 3 MARTÍN SANTOS, L., Dilthey y Jaspers y la comprensión del enfermo mental, Madrid, 1955. 4 GRUHLE, H., Psychologie des Abnormes, München, 1922. 5 ScHNEIDER, K., Patopsicologia clínica, última ed.; cast., Madrid, 1963. 6 MATUSSEK, P., Psycbopatbologie, II, en Psychiatrie der Gegenwart, cit. en nota l. 7 HEIDEGGER, M., Sein und Zeit, Tübingen, 1949; la l .' ed. alemana es de 1927; hay trad. cast., México, 1951. 8 GEBSATTEL, V. E. von, Prolegomena einer mediziniscben Antbropologie, Berlín, 1954; hay trad. cast., Madrid, 1966. 9 BINSWANGER, L., Drei formen missglückten Dasein. Verstiegenbeit, Verschrobenbeit, Manieriertheit, 1956. 10 ZuTT, J., Über verstebende Antbropologie; Versuch einer antbropologiscben Grundlegung der psycbiatriscben Erjabrung, en Psychiatrie der Gegemoari, cit. en nota l. También sobre este mismo problema la compilación de R. MAY, Existence, New York, 1958 (contiene trabajos de MAY, ELLENBERG'ER, MINKOWSKI, STRAUS, GEBSATTEL, BINS':"ANGER y KUI-IN). Y Boss, M., Psicoanálisis y analítica existencial, trad. cast., Madrid, 1958.

50

Introducción

a la psiquiatría, 1

verificado con la gran aportación de FREUD y que exigía presupuestos conceptuales específicos, opuestos a los de la Psicología académica de BRENTANO, HussERL y DILTHEY. La Psicopatología de JASPERS se constituye en una alternativa frente al psicoanálisis, que también había supuesto, y antes que ninguna otra forma de investigación, la presencia del sujeto y la consideración de éste como totalidad en la dinámica de la conducta extra e intrapsíquica. Pero la conceptualización del inconsciente como intencional resultaba contradictoria a una Psicología fenomenológica de corte muy lineal y, sobre todo, la revelancia de los componentes instintuales de la persona humana «deshumanizaba» la Psicología, la subsumía carente de esa «espiritualidad» que se consideraba específica del hombre, y suscitaba un rechazo en la medida en que, en el fondo, ofrecía una concepción del hombre absolutamente opuesta a la concepción espiritualista preexistente en la filosofía académica. Frente a la Antropología psicoanalítica, que representaba una superación de la Psicología atomizada experimental, había de oponerse la Antropología implícita en la Psicopatología de JASPERS, concorde ideológicamente con el pensamiento filosófico dominante en estos años en los ambientes uni ver si tarios germanos. La exigencia de presupuestos específicos como los señalados impidieron la precoz aceptación de la investigación psicoanalítica de FREUD que, entre otros, tiene el mérito de haber supuesto la primera construcción de una Psicología del hombre, frente a una Psicología de funciones. Hasta FREUD, se decía que la Psicología que precisaba el psiquiatra, la que podía acercarle a la intelección de la vida del hombre al que se califica en sentido amplio de enfermo, no estaba en los tratados de Psicología sino en las intuiciones de los grandes literatos de todas las épocas. ESQUILO, SÓFOCLES, CERVANTES, SHAKESPEARE, DosTOYEWSKY, STENDHAL, entre otros muchos, ofrecían una imagen del hombre actuando en determinada situación y, por tanto, aportaban conocimientos asistemáticos de lo que en un sentido amplio se denomina «la vida humana». A partir de FREUD, la Psicología toma también, como objeto, esa vida humana, y si no hubiera sido por el contenido ideológico revulsivo de la obra freudiana, aceptado con menos prejuicios en la sociedad psiquiátrica norteamericana, también en Europa hubiera constituido la base psicológica y psicopatológica que precisaba la Psiquiatría. La aceptación preliminar de E. BLEULER (1911) 1 no fue suficiente, y el rechazo del psicoanálisis por parte de JASPERS, K. SCHNEIDER, GRUHLE y, de un modo especialmente agresivo, por BuMKE 2, oficializó e.l desdén académico que aún caracteriza buena parte de la ideología universitaria. El carácter revolucionario de la obra de FREUD, referido ahora a su contribución psicológica, se ostenta con los Estudios sobre la histeria (1895), y se sistematiza en el capítulo VII de La interpretación de los sueños (1900). Aunque sólo sea en lo que constituye una aportación a la Psicot BLEULER, E., Demencia precoz o el grupo de las esquizofrenias, trad. cast., B. Aires, 1960. 2 BUMKE, O., El psicoanálisis y sus satélites, trad. cast., Madrid., 1943.

l.

Problemas generales

'j]

logía en el sentido último a que he hecho referencia, la obra de FREUD significa la de mayor originalidad y profundidad que se ofrece al psiquiatra. Por otra parte, con la obra de FREUD la incoherencia entre Psicología, Psicopatología y Psiquiatría, que señalaba al comienzo de este parágrafo, queda superada definitivamente 1• 1 .2 .2. l.

Psiquiatría y Psicología social

La Psiquiatría clásica prefiere habérselas con el individuo, al que califica de enfermo o presunto enfermo mental, que con el sujeto con sus relaciones sociales o, más precisamente, interpersonales. La Psiquiatría clásica tiende a estabilizar al sujeto, aunque sea en una abstracción, más que a considerarlo absolutamente móvil, variable. Recuérdese a este propósito la doctrina del temperamento y del carácter que se mantiene a lo largo de la historia de la Medicina, con lo cual de alguna manera se hacía al individuo determinado en sus formas de reacción mediante el recurso a disposiciones constitucionales, supuestamente heredadas muchas veces, y, por tanto, ahincadas en el sustrato biológico. Entre las concepciones de 2 HrPÓCRA TES y GALENO y las de KRETSCHMER y SHELDON 3, pasando por las muchas caracterologías de las Psicologías diferenciales ya en desuso, no hay sustanciales diferencias. Quizá en las relativamente recientes se trata -por ejemplo, en la caracterología de HEYMANS o en la de KLAGES 4de hacer entrar la dinamicidad del ser humano mediante «combinaciones», de las que la antigua doctrina del temperamento carecía. La necesidad de diferenciación, que la caracterología no podía suministrar, venía dada por el concepto de «personalidad», con el cual se trata de hacer ver que, aún cuando el sujeto sea susceptible de inclusión en un tipo determinado, aún queda a salvo su «individualidad» mediante la consideración de aquella suerte de matizaciones de rasgos generales que le conferían su identidad. La concepción de los «tipos psicológicos» de C. G. ]UNG 5 sin duda supuso en este sentido un progreso, porque pretendió establecer incluso la base de esta diferenciación por la disposición general de la conciencia y de la actividad inconsciente y por el uso peculiar de grupos de funciones tales como el pensar, sentir, percibir e intuir. Aunque más fructífera que la tipología de Gnoss o la de W. }AMES, de la tipología de }UNG sólo ha quedado su consideración de los tipos intravertido y extravertido, no como disposición sino como consecuencia del desarrollo psicologicosocial del sujeto en su medio primigenio. 1 FREUD, S., Las dos obras aludidas, en Ob. comp.• trad. cast., tres vols., ya citada. 2 KRETSCHMER, E., Kérperbau und Charakter, 13 y 14 ed., Berlín, 1940. 3 SHELDON, W. T., The oarieties of Human Temperatment , New York, 1942. 4 KLAGES, L., Die Personlicbkeit. Einfübrungen in die Cbarakterologie, Postdam,

1931. s JuNG, C. G., Tipos psicológicos, trad. cast., Buenos Aires, 1945.

52

Introducción a la psiquiatría, 1

La Psicología Social emerge desde este basamento único. Uno de sus fundadores, W. McDouGALL 1, todavía puede escribir su Psicología social desde el punto de vista evolutivo, es decir, darwiniano, por tanto, en última instancia biológico, aunque con la influencia de H. SPENCER. Para McDouGALL, el instinto sigue siendo el promotor de los actos sociales y sería desde dentro del individuo, por así decirlo, desde donde surgiría el condicionamiento social del sujeto. Son los sociólogos sobre todo los que se despojan del concepto de instinto y tratan de fundamentar la conducta social en los propios factores sociales, es decir, situando conducta y factores incidentes en el mismo plano de la realidad, el nivel sociológico. Surge así la Psicología Social tal y como la conocemos en la actualidad, de límites imprecisos con la Psicología, como señalara antes que nadie FREUD en su Psicología de las Masas y Análisis del Y o 2: «sólo raras veces y en condiciones excepcionales la Psicología individual puede hacer caso omiso de las relaciones de este individuo con otros... Desde el principio mismo la Psicología individual es, al mismo tiempo, Psicología Social». Esta cita es, a mi modo de ver, interesante por cuanto muestra cómo FREUD, de acuerdo a cuanto hemos dicho en el parágrafo precedente, no sólo trata de ofrecer un único corpus para la Psicología, Psicopatología y Psiqiuiatría, sino incluyendo asimismo la Psicología Social o de grupo. Aparte de que la concepción analítica de A. ADLER se vea como disidencia del movimiento freudiano, también es necesario atender al hecho de que AnLER se preocupa de las relaciones interpersonales más que ningún otro psicoanalista ortodoxo 3• ADLER es un analista del Yo anterior a ANNA FREUD, y precisamente por la superficialidad del objeto que se propone corno estudio -«superficialidad» no tiene aquí connotaciones peyorativas, sino que alude al hecho de que ADLER se preocupa ante todo de lo más superficial de la estructura que compone un sujeto- queda prendido en la persona en cuanto actuante con y entre los demás. K. HORNEY 4 recogerá, en Estados Unidos, el pensamiento de ADLER y lo enriquecerá con las aportaciones de la Psicología Social en Norteamérica. Por lo pronto, con ADLER, K. HoRNEY, FROMM 5, LASWELL 6, ERIK8) SON 7 y otros, así corno sociólogos (GERTH, MILLS y antropólogos culturales, el sujeto es percibido en tanto en cuanto actuante en un medio determinado, concreto, es decir, «dentro de su marco, que es la sociedad, y observar las fuerzas que las condiciones sociales ejercen sobre ellos (los hombres». « ... El hombre está socialmente determinado.» «La sociedad es McDoUGALL, W., An Lntroducteion to Social Psychology, 2.ª ed., Boston, 1926. FREUD, S., Psicología de las masas y análisis del Y o, en Ob. Com. ADLER, A .. Conocimiento del hombre, trad. cast., Madrid, 1931. HoRNEY, K., La neurosis y el desarrollo humano, trad. cast., Buenos Aires, 1955. FROMM, E., Psicoanálisis de la sociedad contemporánea, trad. cast., México, 1956. LASWELL, H. D., Psicopatologla y Política, trad. cast., Buenos Aires, 1963. ERIKSON, E. H., Infancia y sociedad, trad. cast., Buenos Aires, 1959. GERTH, H., y WRIGHT MILLS, C., Carácter y estructura social, trad. cast., Buenos Aires, 1963. 1 2 3 4 5 6 7 8

1. Problemas

generales

53

la principal realidad que proporciona finalidades y modela el carácter humano» (Asen 1). Ahora bien, si lo social modela el carácter, el ser del sujeto, también contribuirá a conformar su patología. En este sentido, H. S. SuLLIVAN representa el más sutil y fecundo representante de esta tesis, aplicada a la Psiquiatría de una manera original. «El campo de la Psiquiatría es el campo de las relaciones interpersonales, bajo cualquier y todas las circunstancias en que existan estas relaciones ... Una personalidad no puede aislarse nunca del complejo de relaciones interpersonales en las que la persona vive y existe» (SuLLIVAN 2). Y en otro texto: «Lo que uno observa es una situación, integrada por dos o más personas ... El problema es más complicado porque todas las personas, salvo una, pueden ser personificaciones 'ilusorias' o habitantes del ensueño o la imaginación», punto de vista que, como advierte GuNTRIP3, amplía el plano de lo que considera SuLLIVAN realidad social al hacer entrar el de la fantasía. Pero en todos estos puntos de vista lo que se señala es la incidencia de los factores sociales en el individuo. Más radical es el punto de partida de G. H. MEAD 4, para el cual el "sel] , (sí-mismo), lo que el sujeto deviene a ser, es lo que se le hace ser, a través tanto de la imagen que el sujeto propone a los demás, cuanto la que los demás le ofrecen de él. A continuación de MEAD, otros investigadores, que tratan de llevar estas aseveraciones desde el plano de la hip6tesis de trabajo al de la verificación, analizan las actitudes (SHERIFy CANTRIL 5, KRECH y CRUTCHFIELD6, ALL7, P o RT etc.) del Y o y la dinámica misma de las relaciones de grupo ( K. LEWIN 8). Finalmente, en una visión de conjunto, que trata de asumir aportaciones de los más diversos campos, la teoría de las relaciones interpersonales se constituye en teoría de la comunicación humana (BATESON 9, WEAKLAND, WATZLAWICK, }ACKSON, HALEY, BEAVIN, etc.) con su correlato patológico y permitiendo abarcar la Psicopatología en general y, en particular, las de neurosis y psicosis a través de la teoría de los niveles lógicos, de la teoría general de sistemas y de la información. En la teorfa de la comunicación humana la separación entre Biología y Psicología alcanza su máxima coherencia con el símil de la «caja negra», símil en ·el que se 1 2

Asen, S. E., Psicología social, trad. cast., Buenos Aires, 1964. SuLLIVAN, H. S., Teoría interpersonal en Psiquiatría, trad. cast., Buenos Aires,

1964 .

.1 GuNTRIP, H., Estructura de la personalidad e interaccián humana, trad. cast., Buenos Aires, 1965. · 4 MEAD, G. H., Espíritu, persona y sociedad, trad. cast., Buenos Aires, 1953. s SHERIF, M., y CANTRIL, H., The Psychology of Ego-inooloements, Social Attitudes and Identifications New York, 1947. 6 KRECH, D., CRUTCHFIELD, R. S., Tbeory and Problems of Social Psycbology, New York, 1948. 7 ALLPORT, G. A., Becoming: Basic considerations for a Psychology of Personality. New Haven, Yale Univ. P., 1955. 8 LEWIN, K., Dinámica de la Personalidad, trad. cast., Madrid, 1969. 9 BATESON, G., en colaboración con RuESCH, J., Comunicación, La matriz social de la Psiquiatría, trad. cast., Buenos Aires, 1965.

y

54

Introducción

a la psiquiatría,

l

quiere dejar establecido que lo que importa al psicólogo y al psicopatólogo no es lo que pasa en el interior de la caja sino lo que la caja recibe y emite (input, output). La Psicología Social no sólo ha tenido una influencia sobre todo en sus derivaciones psicoanalíticas, en la psicoterapia de grupo, sino que ha sido de enorme interés para la mejor comprensión de la psicodinámica de los procesos depresivos y delirantes. El concepto de sel/ todavía no ha rendido lo suficiente en el ámbito de la Psicopatología, pero no cabe duda que ofrece el punto de enlace entre la Psicología dinámica clásica -el psicoanálisis- y la Psicodinámica Social. Señalemos, por último, que los teóricos de la comunicación humana ofrecen un acceso 'no sólo a la comprensión de conductas psicóticas, hasta ahora difícilmente penetrables con las categorías psicoanalíticas, sino a la presumible psicogénesis de las mismas. 1.2.3.

Psiquiatría, Sociología y Antropología Cultural

La posibilidad de una Psiquiatría comparada ya fue valorada en tiempos de KRAEPELIN 1, y a él mismo le sorprende la muerte cuando preparaba una expedición con este fin. La Sociología, y mucho más la Antropología Cultural, permiten con mayor facilidad la captación de los factores que inciden de manera sobresaliente desde el punto de vista social, tanto en la provocación de los cuadros psiquiátricos cuanto en la morfología de los mismos. No obstante, la alternativa que alguna vez ha sido establecida, a saber, lo que no es cultural es biológico, quizá sea errónea, porque lo social se interfiere también en lo biológico, y a la inversa, de modo que incluso las aportaciones de la Sociología en sentido amplio deben ser tomadas con cautela. En un primer sentido, ha sido importante la aportación sociocultural en Psiquiatría para relativizar el concepto de normalidad y anormalidad, absolutizado hasta hace unas décadas en Europa. Los trabajos de R. BE2 NEDICT incidieron sobre este punto de modo fundamental: pautas de conducta consideradas anómalas entre nosotros, son las prescritas en determinadas culturas. Pero, como señaló K. HoRNEY, lo importante no es la pauta de conducta sino la dinámica que conduce a la misma. De aquí que, como señalábamos anteriormente, conductas extravagantes no puedan considerarse como anómalas, es decir, como psicopáticas, cuando conservan una dinámica normal mediante, por ejemplo, la asunción de un sistema de valores opuesto, o por lo menos distinto, del que domina en una sociedad en un momento dado. No obstante, los trabajos de BENEDICT y de otros antropólogos sirvieron para conferir una dosis de inseguridad, que ha sido muy útil, a nuestro sistema de referencias, cuando menos para hacer ver 1 KRAEPELIN realizó una expedición a Java con miras a una investigación psiquiátrica comparada. A su muerte, preparaba otra a la India con idéntico fin. 2 BENEDICT, R., El hombre y la cultura, trad. cast., Buenos Aires, 2.ª ed. 1944.

1. Problemas generales

55

que la conducta denominada normal puede tener múltiples formas de manifestación y que en manera alguna puede calificarse con la sola atención al comportamiento tipificado. Una vez que esta afirmación se ha hecho, no sólo resulta evidente sino que sorprende que las motivaciones ideológicas hayan podido oscurecer este planteamiento. En la conducta homosexual tenemos un excelente ejemplo de esto que decimos: no cabe duda de que en el mundo árabe la conducta homosexual no conlleva el calificativo de «homosexual» (inversión) que entre nosotros se hace. Por tanto, «ser homosexual» implica algo más, desde el punto de vista psicológico y social, que el mero comportamiento homosexual. Es la conducta individual en función del sistema de referencia social la que motiva dinámicamente al sujeto de forma tal que en la propia dinámica debe establecerse la valoración de normal o anormal. Con posterioridad, al tratar de estos conceptos de normal-anormal, haré ver con más detalle esta cuestión tan problemática ·y al mismo tiempo tan decisoria. Las conductas en principio más excepcionales podrían ser normales, por cuanto su motivación lo implicaría; a la inversa, conductas usuales pueden ser dinámicamente anómalas, como por ejemplo, alguna conducta burocrática. En suma, la Antropología Cultural no tanto ha relativizado el concepto de normalidad (y su opuesto, el de anormalidad), cuanto que ha servido para trasladar el problema de su categorización desde la morfología de la conducta a su motivación. Por otra parte, también el ámbito de la denominada conducta normal había sido ya relativizado a través de las investigaciones de M. MEAD 1: roles tan aparentemente ligados a la estructura biológica como los roles femenino y masculino se descubrieron meros roles sociales y, por tanto, no correlacionables con lo biológico sino con las pautas culturales asignadas. FREUD mismo aceptó esta correlación errónea: varón-masculinidad; hembra-feminidad. En un segundo sentido -enlazado con el último punto que acabo de señalar-, la Antropología Cultural ha sido sumamente útil en el campo de la Psicopatología y Psiquiatría. Me refiero a la necesidad de abandonar

las posibilidades de homologación entre el nivel biológico y el nivel psicosociológico al cual corresponde la conducta. El nivel biológico tiene asignadas las condiciones que hacen posible la conducta; pero las conductas como tales se rigen con respecto a reglas, a códigos, a normativas y, por tanto, son formas sociales, integradas o no integradas. Esto es válido para la intelección polidimensional de las neurosis, caracteropatías, conductas asociales, psicosis. Aun en el supuesto de que para todos estos procesos se descubra la condición somática, en tanto alteraciones de conducta sólo podrían inteligirse atendiendo a ellas en tanto conducta psicologicosocial. El ejemplo más sobresaliente de la falacia biologicista -llamo así al intento t MEAD, M., Psycbiatry and Etbnology, en Psychiatrie der Gegenwart, vol. III, Berlín, 1961.

Introducción

56

a la psiquiatría,

1

de correlación biologicopsicosocial- lo tenemos en el concepto de delincuencia: la delincuencia no es, ni puede ser, un concepto biológico, como los epígonos del positivismo pretenden de vez en vez hacernos concebir, ahora mediante el recurso al código genético como antes a la degeneración (LoMBROSO, GALET, VERVAECK, más recientemente HooTON). El concepto de delincuencia es social, porque es transgresión de la norma codificada, norma que puede dejar de ser tal por razones a su vez históricas y sociales, es decir, en última instancia socioculturales. Muchos delincuentes es claro que merecen el calificativo de psíquicamente anómalos, pero es atendiendo a la conflictualidad íntima que motiva la conducta, que, además, resulta ser delictiva, o precisamente por ser delictiva. Para otros delincuentes, la consideración de normal sería indiscutible; ejemplo de los mismos lo hallaríamos en delincuentes del tipo del estafador, del que evade capitales, etc. Volvemos, pues, sobre el mismo enfoque del problema desde distintos puntos de partida: la consideración de normal o anormal es una forma de discurso social respecto de la motivación de la conducta, la cual sólo se hace posible merced a la integridad de los procesos biológicos. De acuerdo con esto, lo anormal de una conducta, tal como en determinado contexto golpear el rostro de alguien, no reside en alguna peculiaridad fisiológica del acto, sino en la dinámica de la motivación. Cuando decimos, con otras palabras, que el criterio de normalidad o anormalidad de una conducta -me extenderé sobre este problema en la Psicopatología (por ejemplo, en 2.5.3)- ha de derivarse del contexto en el cual la acción se lleva a cabo, y por tanto el carácter de cocontextualidad que debe presidirlo, es decir, de adecuación al con texto, hacemos referencia al hecho de que, para cada situación, hay reglas decisorias de la operatividad con ellas, un grupo de las cuales responderá al criterio de normalidad, las otras al de anormalidad. Pero en otras circunstancias, tales los contenidos de las neurosis y psicosis, la investigación sociológica ha podido mostrar su eficacia frente al modo simplista de concebirlos que implica la falacia hiologicista. Varios autores (STAEHLIN 1, VoN ÜRELLI2, RuFFIN 3) han hecho ver que los contenidos de las depresiones han sido modificados en el sentido de una disminución de formaciones delirantes de autoculpabilidad, mientras que en sujetos religiosos afectos de depresiones su frecuencia se hace mayor y afloran abundantemente las instancias de autocastígo. En otro respecto, incluso puede afirmarse un aumento de los síndromes depresivos (CASTILLA DEL Pmo 4), sin determinación ahora de su catalogación, de manera que tanto la neurosis como la psicosis tienden a adoptar la tristeza como forma prevalente de manifestación, frente a la de hace unas décadas, caracteriza-

J., Uber Depressionszustande, Schwz. Mediz. Woch., 85, 1955 . A. von, Der Wandel des l nbaltes der Depressiuen Ideen bei der reinen Melancholie, Schw. Arch. f. Neurol. Psychiat., 73, 1954. 3 RuFFIN, H., Melancholie, Deutc, mediz. Woch., 82, 1957. 4 CASTILLA DEL PINo, C., Un estudio sobre la depresián, Barcelona, 7.ª ed., 1977. 1 STAEHELIN,

2 ÜRELLI,

1. Problemas

generales

57

das más especialmente por las crisis de angustia y, más anteriormente, por síntomatología histérica. La gran histeria es de presentación rara. Y KRANZ 1, que en el curso de varios decenios ha estudiado los contenidos de las psicosis delirantes, ha confirmado también modificaciones en los mismos. De interés enorme para la Psicopatología y la Psiquiatría ha sido el concepto de ~'H 11.Tt

Rl.Cf·:PT()R

~1.\\1.

>

Debe retenerse este concepto de signo perfecto, en la medida de su importancia para hechos de la Psico(pato)logía a los cuales hemos de hacer referencia constantemente: que todo acto de conducta remite, de modo por decirlo así irradiado, a la 1 Para la teoría del signo recomiendo los textos de Semiología. He aquí algunos a los que se puede acudir para una referencia más amplia del problema que la hecha en estas páginas: GmRAUD, P., La semiología, trad. cast., 1972. PRfETO, Luis J., Mensajes y Señales, trad. cast., Barcelona, 1967. PIERCE, J. R., Símbolos, Señales y Ruidos; naturaleza y proceso de la comunicación; trad. cast. 1962. MoRRIS, Ch., La significación y lo significativo, trad. cast., Madrid, 1974. MoRRIS, Ch., Signos, Lenguaje y Conducta, trad. cast. 1962 (es una obra fundamental, ya clásica, sobre el tema). GARRONI, E .. Proyecto de Semiótica, trad. cast., 1973. Eco, U., La estructura ausente, trad. cast., Barcelona, 1970. 2 PEIRCE, Ch. S., Collected Papers, en el vol. II, Cambridge, Mass., 1932. 3 DucROT, O., y Tono aov, T., Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje; trad. cast., Buenos Aires, 1974 (es una obra de gran utilidad).

Introducción

86

a 1a psiquiatría,

1

totalidad del sujeto, de manera que a cualquier acto puede aplicarse el concepto de sobredeterminacián que FREUD 1 en principio estableció para los signos oníricos (ver 2.3.2.1.10). De manera extensiva a toda la conducta lo hizo ver por primera vez WAELDER (1930) 2 con su principio de función múltiple, y HARTMAN 3 lo ha utilizado de modo expreso.

¿Cuál es el sentido del acto de conducta, sentido al que hemos hecho referencia en las páginas precedentes? El sentido viene dado por la señal -efecto que trato de producir- y por el interpretante o conjunto de connotaciones que se adhieren al signo y lo preceden incluso a su emisión. Nótese ahora -repitámoslo una vez más- de qué modo el acto de conducta sólo puede entenderse desde la relación entre el sujeto del acto y el objeto (que puede ser otro sujeto) al que se dirige la conducta. Por eso, el acto de conducta es, como dije antes, un acto diádico, y sólo en una consideración reductiva, la del acto de conducta como síntoma, tiene sentido hablar de que la conducta es del organismo y puede estudiarse como tal en dicho organismo, al modo como se hace con el acto aconductal. El acto de conducta, si no se mutila, debe conservar, en el análisis y en todo momento, su rango de señal y de símbolo y, en consecuencia, exige la consideración del objeto al que se apela como señal y al objeto al que se hace referencia (cuando no coinciden ambos). Szxzs 4 ha expresado esto en una formulación muy clara: «Los momivientos qua movimientos son problemas que corresponden a la Neurología (Biología), mientras que los movimientos qua signos -esto es, acciones- son problemas que atañen a lo que he llamado Metaneurología {Psiquiatría, Sociología, ciencias de la conducta, etc.).» Nuestra tesis sobre la conducta queda expresada también en la tesis primera del denominado Círculo Lingüístico de Praga 5, que reza así: «La lengua, producto de la actividad humana, comparte con tal actividad su carácter teleológico o de finalidad.» En la medida en que todo acto de conducta es significante se convierte, en un sentido muy amplio, en acto de habla, y le cabe la misma exigencia que para el acto de lenguaje propiamente dicho, a saber, la existencia de una intención, propósito, finalidad dependiente del objeto, para el cual el acto de conducta se verifica.

2.1.3.

Ambigüedad en la diferenciación de los actos humanos

Desde el punto de vista de un observador -sea receptor del acto de conducta que para él verifica el emisor o actor, sea un tercero, por ejemplo, l

FREUD,

S., La interpretación

2 WAELDER, R., The principie

1936.

de los sueños, trad. cast.; en Ob. Com. citadas. of Mu/tiple Function, en Psychoanal. Quart,

5,

3 HARTMAN, H., Ensayos sobre la Psicología del Yo, trad. cast., México, 1969, página 40. 4 Szxzs, T., El mito de la enfermedad mental, trad. cast., Buenos Aires, 1973, página 174. s La tesis primera del llamado Círculo lingüístico de Praga puede verse en Alcina y Blecua, Gramática española, Barcelona, 1975. También en Círculo Lingüístico de Praga, tesis de 1929, trad. cast., Madrid, 1970.

2. Psico(pato)logía

87

el psico(pató)logo que observa la serie de actos que un sujeto lleva a caboes obvio que interesa sobremanera distinguir ante cada acto si es acto aconductal o acto de conducta. La razón de ello es la siguiente: si determinamos que un acto es aconductal, concluimos que es inintencional y, en consecuencia, pertenece a la Fisiología del organismo que lo lleva a cabo. Como observadores del mismo, no le conferimos significación, sino el carácter de síntoma del proceso fisiológico que en ese momento ocurre en el citado organismo. La primera condición para que esta distinción sea posible es que el acto sea observable. Si yo contengo el bostezo o simplemente cubro mi boca de modo tal que el disimulo sea perfecto, naturalmente que el observador no tiene constancia de que he realizado un acto. Otro tanto ocurre si pienso y no recodifico mi pensamiento en forma verbal y hablo acerca de lo pensado. Una fantasía, por ejemplo, es sólo conducta para el psico{pató)logo cuando ha sido verbalizada. Lo mismo ocurre con un sueño. Por tanto, todo acto de conducta o aconductal, en tanto tal, es ya observable, y la condición de observado dependerá del sujeto receptor. Una vez que el proceso ha sido convertido en acto y, en consecuencia, se ha hecho observable, supongamos que ha sido además observado. ¿Cómo distinguir entre un acto aconductal y un acto de conducta? Naturalmente, me estoy refiriendo a las posibilidades de diferenciación para un observador. Para el propio actor la situación es, en parte, diferente. Muchos de nuestros actos sabemos que son de uno u otro tipo sin más que dirigirnos a la constatación de la posible intencionalidad o a la carencia de la misma. Pero también es claro que hay muchos actos cuya intencionalidad ignoro, que precisamente emergen como aconductales y no lo son -como es el caso de los denominados actos fallidos 1-, de cuya intencionalidad no me percato. No es tarea fácil poner un límite a un acto determinado, pasado el cual ya no debería hablarse de intencionalidad. La mayoría de nuestros actos de conducta pertenecen al tipo de los signos «perfectos», esto es, que remiten a una serie de connotaciones o interpretantes, inacabables desde el punto de vista "pragmático. Espero hacerlo ver cuando tratemos de la investigación psicodinámica. Por tanto, si no podemos estar seguros de la categorización de un acto que realizamos nosotros mismos, lógicamente debe procederse por analogía al enjuiciar los actos de los demás y quedarnos en la duda de si un acto concreto es aconductal o de conducta. La situación planteada tras esta afirmación que acabo de hacer es la siguiente: 1) la categorización de los actos humanos es un modelo que debe aceptarse como hipótesis de trabajo. En principio, alguien podría afirmar 1 Se conocen con el nombre de actos fallidos (Fehlhandlungen), sobre todo a partir del análisis de los mismos que llevó a cabo S. FREUD, a todo error oral, gráfico, perceptual (auditivo, visual, etc.) o mnéstico, de carácter pasajero las más de las veces, y en los que ha sido posible reconocer su categoría de acto significante, pese a su apariencia, opuesta, de inintencional. Ver S. FREUD, Psicopatologia de la vida cotidiana, en Ob. Comp.

88

Introducción

a la psiquiatría,

que todos los actos son de conducta, y que aquellos que no lo parecen lo son también, aunque el sentido o intencionalidad sea desconocido para el propio actor; pero quien afirmase esto tendría que demostrarlo; 2) la ambigüedad que de ello resulta, ¿es una ambigüedad conceptual o es precisamente el resultado de la ambigüedad de los actos humanos? La contestación a esta última pregunta es, desde mi punto de vista, afirmativa. Los actos humanos son ambiguos las más de las veces, en primer lugar porque están hechos por alguien cuya intimidad, en orden a la motivación de sus actos, nos es desconocida y sólo cabe conjeturarla; y en segundo lugar, porque, como haré ver en el momento oportuno, la mayoría de los actos de conducta no tienen una significación unívoca sino multívoca y, por tanto, se prestan a la equivocidad. De manera que, si la

Psico(pato)logía se ocupa de los actos de conducta normales y anormales, ha de tratarlos de acuerdo a como en realidad son, y, por consiguiente, la consideración de su ambigüedad es el respeto a una propiedad de los actos humanos en general. La situación es parangonable a la que encuentra un matemático o un lógico cuando no puede decidir acerca de los valores de verdad de una proposición. Lo correcto, desde el punto de vista científico, no es decidirse por la verdad o la falsedad, sino por la indecibilidad. Este criterio parece oponerse al que B. RussELL sostuvo en su famoso artículo Vaguedad l. Para RusSELL, la realidad no es vaga, sino las nociones que dan cuenta de ella. No puedo entrar ahora a discutir si cabe la posibilidad de tener una captación de la realidad sin que se acompañe de nociones, al modo de instrumentos, pero nociones al fin: así, por ejemplo, para determinar los colores del espectro me valgo de nociones tales como los vocablos que definen cada color. Pero he aquí que, frente a los más de trescientos colores del espectro, yo poseo menos de una decena de términos, o sea de nociones. Por otro lado, buena parte de la realidad con que hemos de habérnosla es nocional, concretamente esta realidad no física, sino relacional de que estamos tratando. La conducta es relación, luego es noción, porque es una forma de lenguaje (indiferenciado o diferenciado, según los tipos). En consecuencia, el punto de vista expuesto coincide con el de RussELL acerca de que la vaguedad es inherente al lenguaje (concebido ahora como tal en sentido amplio). Es claro que no es posible postular un lenguaje, o en general una forma de conducta que no sea ambigua, sencillamente porque no tenemos una alternativa al respecto.

2.1.3.1.

«Todo» puede hacerse conducta

La dificultad en la diferenciación de los actos en aconductales y de conducta se incrementa por un hecho que es conveniente analizar con detalle, a saber: la posibilidad de convertir, por el usuario del acto, un acto aconductal en acto de conducta. Supongamos que en el curso de una con1 RusSELL, B., Vaguedad, en BuNGE, Antología semántica, trad. cast., B. Aires, 1960. También debe verse BUNGE, M., La investigación científica, trad. cast., Barcelona,

1969.

2. Psico(pato)logía

89

ferencia, a la que asisto, me aparece la necesidad imperiosa de bostezar y bostezo. En sí, se trata de un acto aconductal, que mi organismo ha «decidido», valga la expresión, merced a necesidades internas del mismo sobre las que no me cabe intenciontalidad alguna. Ahora bien, yo puedo, una vez que bostezo, usarlo como conducta en algunas de las dos posibilidades siguientes: a) Exteriorizo mi bostezo de manera que sea perceptible para el conferenciante y lo viva como síntoma de aburrimiento provocado en mí por su disertación. Con ello puedo, convertido en señal, suscitarle la reacción de abreviar la conferencia, contribuir a su fracaso como disertante, etc. b) Exteriorizo el bostezo al mismo tiempo que hago que lo oculto, con lo cual simulo que el bostezo es incontenible en mí, al mismo tiempo que pretendo manifestar que no estaba en mi ánimo exteriorizar el estado de aburrimiento en que me encontraba. En cualquiera de ambos casos, más complicadamente en b) que en a), el acto aconductal ha sido utilizado como conducta. Para la Psico(pato)logía esto es importante, y, que yo sepa, no se ha advertido, salvo quizá de modo discreto por los teóricos de la comunicación humana. Por eso, conviene que nos extendamos sobre este tema. Son muchos los casos en los que el acto aconductal es convertido en conducta, es decir, de sólo síntoma convertido además en señal (por tanto, usado para la relación con el otro). Un ejemplo de ello, sumamente frecuente, es el uso del dolor. Se tiene un dolor de muelas, y ello es inevitable. Es notorio que la actitud del doliente es, prácticamente siempre, distinta si está solo que si está acompañado, y ello por varias razones. Al estar otro presente el doliente ha de adoptar una actitud hacia él: o no manifiesta la intensidad del dolor, con lo que comunica que tiene una alta resistencia al mismo, que es estoico y sufrido, etcétera; o lo manifiesta tal y como lo siente, en cuyo caso comunica la realidad de su dolor, cosa que no habría hecho de estar solo; o exagera la intensidad del dolor que padece, por lo que el dolor está siendo usado para obtener más de lo que con la manifestación real del dolor obtendría. La actitud ante o en la enfermedad (somática) es, como se sabe, la manera de operar como conducta con un acontecimiento aconductal. Muy frecuente es la utilización de los movimientos respiratorios como «disnea», con lo cual demandar la atención que los enfermos orgánicos requieren. Puede decirse, pues, que desde otro punto de vista, se confirma el principio de «no hay no conducta» (WATZLAWICK, BEAVIN, }ACKSON 1), aunque sería matizado de la manera siguiente: de hecho, en la práctica, no hay no conducta porque incluso los actos aconductales pueden ser usados como conducta; pero eso no obsta para que existan actos aconductales que sólo tienen valor sintomático. La generalización de los autores citados 1 WATZLAWICK, P.; B'EAVIN, y }ACKSON, Teoría de la Comunicación humana, trad. cast., Buenos Aires, 1971. (Es un libro esencial para comprender el punto de vista actual acerca de la Psico(pato)logía de los procesos interrelacionales.

90

Introducción

a la psiquiatría,

l

procede de que, para ellos, dado que el acto aconductal es síntoma, por sí es indicio que comunica a alguien algo. No obstante, creo que la diferenciación entre los dos tipos de actos, y el contar con la posibilidad de que los aconductales se usen como conducta, entraña unas mayores. posibilidades de interpretación de la vida de relación (es decir, de la relación intersubjetiva). Bajo otra circunstancia puede concluirse también el uso conducta! de actos aconductales. Como dije en su momento (2.1.2), los actos aconductales pueden ser considerados como. signos naturales: la tos es signo natural de algo irritante en las vías respiratorias; el desperezo, de la necesidad de extensión de extremidades y tronco, etc. Sin embargo, algunos autores han señalado que o los signos naturales, es decir, los actos aconductales son escasos o ellos, siempre, o casi siempre, se completan con la conducta. No se tose igual en Francia que en Nueva Zelanda (DucROT y TonOROV) 1, y, desde luego, mientras el desperezo tiende a ser ocultado entre nosotros y se efectúan actos sustitutorios si estamos en comunidad, en Inglaterra el desperezo no tendría por qué ser usado como conducta, dada su permisión, del mismo modo que ocurre con el eructo entre los pueblos árabes. A la inversa -y también la circunstancia que vamos a reseñar tiene interés psico(pato)lógico- un acto de conducta puede hacerse pasar como aconductal en determinada situación. Siguiendo con el mismo ejemplo, puedo hacer como incontenible la tos con la que obstruir el cómodo dessumado actor-, y puedo hacer como que no he tenido tiempo de ocultarlo, para, dándole el carácter de síntoma y no de señal, hacer que, quedando bien ante el conferenciante de turno, se abrevie su pesadísima charla. O puedo hacer como incontenible la teas con la que obstruir el cómodo desarrollo de la acción de una persona a quien aborrezco. Para la Psico(pato)logía, como dije, esta forma de conducirse es de interés y facilita la intelección de muchos síndromes, como, por ejemplo, el histérico: el desmayo histérico es el uso seudoaconductal de un acto de conducta (en su sitio discutiré la posibilidad de que, aun así, el síntoma histérico no sea una burda simulación). Lo que representa un punto de vista más matizado que el que aporta Szxzs 2 cuando considera el síntoma histérico como el mero paso del discurso verbal al discurso analógico (actitudinal o gestual) (sobre estos tipos de lenguaje ver 2.1.6) tras el fracaso del primero. En resumen, todo esto nos retrotrae a la situación de que partíamos en 2.1.3, es decir, la ambigüedad de los actos humanos, ambigüedad que exige el que los actos humanos hayan de ser no sólo explicados como procesos que en parte acontecen en el organismo, sino interpretados como conducta relacional de un sujeto ante una situación. No obstante, sigue en pie el que la preliminar diferenciación que el receptor de un acto, y por supuesto el psico(pató)logo), ha de hacer es la existente entre actos aconductales y actos de conducta. l 2

Ducao r y Tononov, oh. cit. SzAZs, oh. cit.

2. Psico(pato )logía

2.1.4.

91

Criterios diferenciales en los actos humanos

De todo cuanto se ha dicho en los parágrafos precedentes debe quedar establecido que las posibilidades de uso por parte del ser humano de sus actos, unas veces complementando los aconductales con la conducta, otras haciendo como si fueran aconductales -es decir, adoptando su morfología habitual- los actos de conducta, conllevan la ambigüedad y equivocidad. En efecto, tendré ocasión en este mismo parágrafo de llamar la atención sobre el carácter de conjeturabilidad, es decir, de incertidumbre, probabilístico, y, por tanto, *estocástico, que preside la interpretación de los actos humanos, tanto en la vida cotidiana cuanto en la investigación psico(pato )lógica. Ha de quedar también demostrado, según creo, que los criterios morfológicos de los actos no son suficientes para su categorización inequívoca en aconductales y de conducta. Si así fuera, se facilitaría grandemente la relación interpersonal, hasta extremos que la harían relativamente inequívoca. No es así, como se sabe. La vida humana se presta a la equivocidad, y no es necesario entrar ahora en los condicionamientos que han hecho posible el que la vida humana transcurra así y no de modo transparente y unívoco. Buena parte de los múltiples equívocos que en la vida de relación acontecen, dependen de que un acto, por ejemplo, aconductal es tomado por el receptor del mismo como conducta. Tal cosa ocurre habitualmente, por ejemplo, en el suspicaz, para quien, «mientras no se demuestre lo contrario» -y la demostración no es posible, sólo es factible el que la conjetura les incline hacia otra significación merced al acúmulo de indicios-, todo acto aconductal es elevado no sólo a acto de conducta, sino incluso a acto de conducta de significación hostil para él. Nótese la imposibilidad en que estamos de hacer ver al suspicaz que está en un error, porque, de hecho, merced a la posibilidad de que el acto aparentemente aconductal sea de conducta y sea de significación hostil, podría tener el suspicaz razón y nosotros errar por «buena fe» (que es lo mismo que ser suspicaz, aunque con significación opuesta: nada es hostil). El suspicaz, pues, sigue siendo suspicaz. Algunas formaciones delirantes, sobre todo de las denominadas percepciones delirantes (K. ScHNEIDER) 1, y de las que trataremos extensamente en 2 .5 .3, son debidas a la errónea consideración de acto de conducta, con significación además en el sentido del delirio, de un acto aconductal. Un paciente que, entre otros deliremas, imaginaba ser controlado en su pensamiento mediante artificios, me vio rascarme la frente en el curso de la entrevista que teníamos. Como el rapport se había establecido de manera excelente, el paciente sonrió, reticente, l ScHNEIDER,

K., Patopsicologia clínica, trad. cast., Madrid, 1962. La crítica al

punto de vista de (2.5.3 ).

ScHNEIDER

puede verse en este volumen en el parágrafo citado

92

Introducción a la psiquiatría,

y me dijo: «Ya está usted haciendo experimentos conrnigo.» Lo ocurrido aquí es que un acto aconductal, verificado por mí, ha sido valorado como de conducta por el paciente y, por tanto, corno significativo, en este caso como significativo de manipulaciones sobre él.

Por tanto, por el segmento denotable u observable del acto de que se trata, es decir, su morfología, no podemos inferir a ciencia cierta de qué categoría es. Hemos de suponerla porque el acto connote, es decir, remita al sujeto actor, connotación que sólo tiene lugar en los actos de conducta; o sea, por los interpretantes. Pero como tales connotaciones o interpretaciones no son observables, sino inferibles, aun así, en puridad, la categorización de un acto como de conducta permanece en el ámbito de la conjetura. Ciertamente esta conjetura puede ser de un grado mayor o menor, y es así como nos desenvolvemos en la vida de relación. Actuamos como si lo que se nos ha dicho o se nos ha hecho significase p y no q, y respondemos, con la probabilidad siempre de errar respecto de la adecuación de nuestra respuesta, a la significación que presumimos del acto de conducta que actuó como estímulo para la misma. Sobre dos criterios establecemos, en la pragmática de la vida cotidiana, la probabilidad de acertar respecto de la categorización de los actos humanos: a) sobre la morfología; b) sobre el contexto. 2.1.4.1.

Los tipos morfológicos de actos como criterio niveles de la actividad humana

diferencial:

los

Un criterio evidentemente usado, y cuya fiabilidad es relativa, es el concerniente al tipo de acto. En general, puede decirse que cuanto más diferenciado es un acto menos probable es que sea acto aconductal; y a la inversa. De este modo, los actos de habla son, las más de las veces, actos de conducta; los actos extraverbales tienen mayores probabilidades de ser aconductales. Como he dicho, el criterio es sólo relativamente fiable. En crisis epilépticas del tipo de las denominadas «crisis psíquicas», se pronuncian muchas veces palabras y frases durante la obnubilación· de conciencia, y que tienen todo el aparato de un automatismo verbal, análogo al de los automatismos motores, que en otros casos o en los mismos acontece.

También es frecuente· el uso estereotipado de frases y actos extraverbales que no tienen ya rango conducta!. Un caso de este tipo es la ritualización, por ejemplo, de rezos de letanías, rosarios, etc. Lo que caracteriza a esta actividad ritual es que deja de ser conducta para ser un automatismo, y así el rezador de este tipo prescinde de la intención inherente al contenido de la oración para quedarse sólo, como conducta, en el acto de rezar.

2. Psico(pato)logía

93

Lo mismo ocurre en muchas onomatopeyas. Si estoy solo y me pincho en un dedo, el grito de dolor no tiene un carácter relacional fuera de mí, ni siquiera sirve para mí. Emerge como un automatismo verbal. En otras circunstancias se plantea la posibilidad de que tales actos automatizados posean, no obstante, categoría de conducta, aunque con el aspecto de aconductal. Este es el caso de muchos tics, algunos de ellos caracterizados por la emisión de onomatopeyas o de vocablos de significado léxico coprológico. ¿Se trata de una liberación de automatismos de carácter puramente neurológico, o, por el contrario, son actos de conducta presentados como síntomas, para así permitirse su realización cómoda, y no punitiva? La duda en este respecto se plantea por analogía con lo que observamos en algunos obsesivos, en los que, junto a pensamientos obsesivos, emergen actos, de contenido absurdo, por tanto no relacional en la apariencia, absurdos también por el hecho de su aparición, y que un análisis muestra su significado latente -oculto por supuesto incluso para el propio sujeto. Por último, tenemos el caso de los actos fallidos, de los lapsus, considerados aconductales hasta que FREUD mostró su significación oculta, latente ·1. El rango de conducta de muchos actos de morfología aparentemente aconductal no debe llevar a la consideración exagerada de VON Mrsss 2 de que todos los actos son, por tanto, racionales, en el sentido de conducta, de acción con sentido. Sería entrar en el terreno de la especulación más extremosa, que nos conduciría a considerar conducta la respuesta de la pierna al percutir el tendón del cuádriceps o los movimientos respiratorios. La razón por la cual este criterio morfológico, relativo al nivel del acto, puede ser criterio probable, estriba en que la diferenciación del acto está íntimamente ligada a la comunicación para la que se usa, es decir, a la relación de que he hablado reiteradamente. Así el acto verbal representa el tipo de acto más diferenciado y útil no sólo para la relación sino, sobre todo, para tratar la relación misma. En efecto, el acto de habla sirve para la relación, no sólo por lo que se dice sino sobre todo por cómo se dice. O sea, por la relación que implica el modo de decir. Pues bien, el habla puede ser usada para hablar de la relación implicada en ella, lo que sólo puede hacerse como conducta muy especializada. Esto es lo que ocurre cuando el sujeto A dice al usted», y B contesta, no sentándose, sino diciendo: respuesta paratáxica, sino adecuada a la orden, que valente a: «no le aguanto a usted que me trate de ese

sujeto B con mal modo: «sientese «su abuela». No se trata de una no se acepta, y, por tanto, equimodo».

1 FREUD, S., Psicopatologia de la vida cotidiana, en Ob. comp.; también Introducción al Psicoanálisis. 2 L. VON MrsES, The treatment o/ lrracíonalíty in the Social Sciences, Phil. phenom. Psiquiatría, 2." ed., Madrid, 1978.

Introducción

94

a la psiquiatría,

l

Los actos aconductales se ofrecen mucho más abundantemente en el nivel extraverbal, aunque, naturalmente, existe toda una amplia gama de actos de conducta que usan este tipo de actividad. Trataré más ampliamente esta cuestión en su lugar. Diré ahora tan sólo que el hecho de que la expresión de nuestras emociones y afectos use específicamente de la actividad extraverbal, hace que los actos de conducta expresados a este nivel sean menos equívocos que los de carácter verbal. Su indiferenciación es mayor respecto del acto de habla. La razón de ello es que mientras el acto de habla es síntoma, señal y símbolo, el acto extraverbal es síntoma y señal y raramente símbolo. El carácter simbólico incrementa notablemente la multivocidad significativa del acto. Finalmente, el acto aconductal es sólo síntoma y, por tanto, remite exclusivamente a la situación del organismo constituyendo parte de dicha situación: de aquí su inequivocidad (o univocidad). Tanto menos diferenciado es un acto tanto más probablemente puede tratarse de un acto aconductal. Al propio tiempo, la indiferenicación va ligada a la repetición con idéntica morfología, precisamente por el carácter estereotipado de dicho acto. El acto aconductal, en suma, puede ser determinable, mientras que la conducta, en la medida en que funciona para la relación con una situación que es siempre móvil, es un acto indeterminado y probabilístico.

2.1.4.2.

El contexto

del acto como criterio diferenciador

El hecho, reiteradamente acentuado a lo largo de estas páginas, de que el acto de conducta es acto relacional, acto para la relación, puede enunciarse de esta otra forma: el acto de conducta se realiza siempre en un contexto. Es más, la significación del acto de conducta viene dada por su relación con el contexto, o -parafraseando a WITTGENSTEIN 1- por su uso en un contexto. A este principio, que desde luego caracteriza los actos de conducta, lo denomino, principio de contextualidad 2• El corolario de esta aseveración es el siguiente: dado un acto, se trata de indagar con qué se relaciona, cuál es su contexto, al objeto de dictaminar, en la medida de lo posible, su rango de acto de conducta. La estrategia a seguir es considerar todo acto como de conducta, y sólo si tras la reiterada indagación no se encuentra contexto alguno con el que se relal WITTGENSTEIN,

1967.

L., Pbilosopbiscbe

Untersucbungen,

edición

bilingüe,

Oxford,

2 CASTILLA DEL PINO, C., Modelo judicativo de conducta, en Criterios de objetivación en Psicopatologia, Ponencia al XIV Congreso Nacional de Neuropsiquiatría, Sevilla, 1977; también en Bol Infor. Fundación Juan March, núm. 73, julio-agosto 1978; del mismo autor, Sentido de realidad y Psicosis, Arbor, tomo C, 390, junio 1978. De este trabajo hay versión italiana, Senso della realtá e psicosi, en La Follia, Documenti del Congresso internazionale di psicaanalisi, Milano, 1976; la versión francesa, Sens de la réalité et psycbose, en La Folie, París, 1977. Ambos incluidos en Vieja y Nueva Psiquatria, 2.ª ed. Madrid, 1978.

95

2. Psico(pato)logía

done, pasar a consideralo acto aconductal. Se trata de una actuación pragmática: preferible errar considerando acto de conducta en principio a lo que luego habrá de ser estimado como aconductal, que a la inversa. Las consecuencias de considerar sin contexto un determinado acto han sido muy grandes en la Psicopatología clásica. Pienso en la hipervaloración de los criterios del observador que implican los enunciados por JASPERS 1 en su Psicopatología: «comprensible» es un acto que tiene continuidad de sentido; «incomprensible», el que no lo posee: este último es propiamente psicótico (procesal, en la terminología jaspersiana). Ahora bien, estos criterios no atienden al contexto del acto, sino que superponen el acto del paciente al contexto del observador: de poseer la propiedad de pertenecer, o poder pertenecer, al contexto del observador -el psiquiatra- éste lo enuncia como comprensible. Pero, como he dicho, aquí se trata de un criterio de autoridad que el psiquiatra se abroga 2. El acto ha de ser situado en su contexto, no en un contexto imaginado por el psiquiatra. La consecuencia de este proceder fue el dictamen como incomprensible, fuera de contexto, de todo acto no comprendido, al que se calificaba de psicótico, y la renuncia, pues, a la intelección del mundo del psicótico como un mundo sin-sentido (unsinnig). La verdad es que si buena parte de lo que, por ejemplo, en la esquizofrenia, se consideraba incomprensible ha dejado de serlo, ello se debe a que se ha encontrado la forma de descubrir el contexto en que el acto emerge. En ocasiones, este contexto se descubre con suma facilidad. Un paciente de 22 años, diagnosticado de esquizofrenia, es traído de nuevo a la consulta porque la familia juzga que se encuentra, o debe encontrarse, peor: el síntoma que les alarma es que, como en otras ocasiones, ríe delante de todos, aun cuando la situación en la que todos se encuentran nada tiene de chistosa. ·Pero el paciente explica de este modo lo que ocurre como adecuada justificación de su risa: «Me leen el pensamiento, y entonces, yo, ¿sabe usted lo que hago?: doy una idea y veo entonces cómo me la toman, y entonces me da risa, porque les doy ideas que no me interesan.»

Notemos aquí que el contexto donde se desarrolla el acto permite conferirle un sentido -el sentido nada tiene que ver con el error o la verdad del mismo desde el punto de vista lógico; sumar 3 y 2 y concluir que es 9 es un disparate, pero naturalmente no deja de ser un acto con sentido: un acto de sumar-, y en nada se diferencia de la risa que nos suscita un recuerdo de algo chistoso, aun ante todos, y en un momento en que nos abstraemos de los que nos rodean: lo que quiere decir que el contexto de nuestra risa no es el aparente contexto físico o social en que me hallo, sino: en ese momento, mi recuerdo. Los lingüistas prefieren denominar situación de discurso al conjunto de circunstancias que componen el entorno de un acto de habla (diríamos, de conducta, en sentido 1 JASPERS, K., 2 Ver la crítica

Algemeine Psycbopatbologie, 5.ª edición, Berlín, 1948. a este punto de vista en 2.5.3.

Introducción a la psiquiatría, 1 ·

96

amplio). Reservando el término «contexto» para el entorno lingüístico de una palabra dentro de una frase, de una frase dentro de un período, etc. Sobre el contexto debe consultarse la obra de T. SLAMA-CAZACU 1.

La posibilidad de inferir que un determinado acto es de conducta es fácil, por cuanto una parte del contexto -como hemos visto en el caso del paciente citado- es el contexto interno del sujeto y, en consecuencia, no cabe la posibilidad de que el acto de conducta se dé aislado: conserva nexos con el contexto, sea la componente interna del mismo, sea la componente externa. Esto significa que el acto de conducta se engarza en una serie. Frente al acto aconductal, meramente sintomático, que tiene cuando menos la apariencia de un acto aislado, fuera de contexto, que emerge por necesidades internas del organismo, el acto de conducta está siempre en función no de necesidades, sino de situaciones: lo que me suscita risa, el recuerdo de la situación chistosa, no puede interpretarse como una necesidad organísmica, sino como una situación recordada. He aquí otro ejemplo que tiene interés por cuanto fue reconstruible el contexto, dentro del cual el acto aparecía con sentido. Una paciente, diagnosticada de esquizofrenia, dice, en el curso de un TAT la siguiente frase, entre lámina y lámina suministrada: «no quiero ser de ninguna palabra». Ciertamente puede intuirse que la paciente apenas se encuentra interesada en el contexto que le ofrezco de administración de láminas; más bien parece estar abstraída en el suyo, interno. Cuando luego se hizo entrar al padre, pudo éste reproducir las circunstancias en que esta frase fue pronunciada por primera vez por la paciente y que ahora, según él, la repite «venga o no a cuento». Cuenta el padre que una vez le dijo a la paciente: -Tienes que ser buena. A lo que respondió la hija: -No, tengo que ser bien. El padre añadió a continuación, resignadamente, como dándole la razón, cuando en el fondo, por el tono, se traslucía que era sólo en apariencia: -Bueno, pues tienes que ser bien. La paciente, entonces, respondió: -No quiero ser de ninguna palabra. Lo que viene a significar: no quiero ser calificada con ninguna palabra, mucho menos con aquella que se me quiera imponer. Prueba de ello es que propuso el «tengo que ser bien», en lugar del «tienes que ser buena», del padre; pero al hacer suya el padre la propuesta de la hija, ésta renuncia a ella. Por otra parte, el que ella me advierta el «no quiero ser de ninguna palabra», puede tener la significación de hacerme ver que debo evitar su calificación.

Por tan to, como afirma LEA CH 2 de los signos (léase actos de conducta), éstos posen dos características: a) no se presentan aislados, sino que son siempre miembros de un conjunto de signos que funcionan dentro de un contexto específico; y b) un signo sólo transmite información -léase: sólo l 2

S1AMA-CAZACU, T., Lenguaje y Contexto, LEACH, ob. cit.

trad. cast., Barcelona, 1970.

2. Psico(pato)logía

97

tiene significación- cuando se combina con otros signos, o sea, según el uso que de él se hace entre los demás signos que componen el contexto, como decíamos anteriormente. En una aportación reciente (CASTILLA DEL Prxo) 1 he tratado esta contextualidad del acto de conducta matizándola a su vez bajo dos principios: 1) el de cosintacticidad; 2) el de cosemanticidad. He aquí con algún detalle estos dos principios a los que ha de atenerse todo acto de conducta. Para explicar suficientemente estos dos principios he de retrotraerme a la triple consideración del acto de conducta como síntoma (expresión del informante), señal (dirigida al receptor) y símbolo (cuando se hace alusión a un referente mediante un símbolo verbal o extraverbal y no mediante el mismo referente). Todo acto de conducta ha de concordar con la serie de actos de conducta que le preceden y le siguen. Este es el principio de "cosintacticídad, mediante el cual no se trata de emitir una señal aislada sino una serie, coherente en su interioridad como tal serie. Es por eso por lo que cada acto, en tanto signo, ha de constituirse en miembro de un conjunto de signos, conjunto caracterizado por la función informativa propuesta por la serie. Para el rendimiento de que se trata, la serie determina la clase a que pertenecen todos los miembros de ese conjunto. Así, por ejemplo, en el mensaje telegráfico: «llegaré mañana, espérame ocho tarde». todas las palabras deben ser miembros de la clase de palabras que en ese momento se definirían como «información de llegada». Pero no sólo las palabras, también la serie de actos tales como el dirigirme a la oficina de telégrafos, pedir un impreso de telegrama, escribir el texto, dirigirme al empleado correspondiente, llevar el suficiente dinero para abonarlo, etc., son actos que pertenecen a ese mismo conjunto (o clase). Todos ellos han de ser cosintácticos, es decir, formalmente coordinados. La coordinación sintáctica es algo distinto de la coordinación significativa o semántica, que subyace. Esto se ve claro si tratamos de una serie de actos de habla. Yo puedo decir: «hace hoy un día excelente», «hoy hace un excelente día», «un día excelente hace hoy», etc. No puedo decir «Un hace día hoy excelente», aunque lo que quisiera decir fuera «hoy hace un día excelente». En el penúltimo caso, la significación sería correcta, aunque la sintacticidad sería inadecuada. Este es el caso de los afásicos mnésticos: A un paciente con una afasia de Wernicke se le muestra un lápiz pidiéndole que diga su nombre. Emite en su lugar sílabas del tipo de «sert» o «pert», al mismo tiempo que hace gestos indicativos de que no lo está diciendo correctamente. Se le pregunta entonces para qué sirve aquello que se le muestra, y hace el gesto de escribir, al mismo tiempo que dice: «para tresbar, eso, para sebar ... sí, para brumado». Hay motivos para pensar que sabe lo que quiere decir, que no puede decirlo, y sabe que no puede decirlo.

1 CASTILLA

DEL PINO,

cit. en nota 2, pág. 96.

Introducción

98

a la psiquiatría, I

El principio de "cosemanticidad reza así: todos los actos de la serie que componen el contexto deben concordar en su significación de forma que no exista contradictoriedad entre cada una de ellas y las demás y remita la serie a la significación-clase de la cual las demás son significacionesmiembros. Supongamos la serie de actos a, b, e, ... n, cada uno de ellos con la significación

a', b', e', ... n': Llamemos P a la significación total que se pretende. La red causal deberá quedar establecida de la forma siguiente: 1) cada una de las significaciones de los actos entre sí; 2) cada una de las significaciones de los actos respecto de la significación P. (Ver esquema de la figura adjunta.)

a 1

a'

b 1

b'

e

n

1

1

e : ..... n'

La cosemanticidad resuelve situaciones paradójicas, más frecuentes de lo que se esperaría en la práctica psicopatológica, tales como que se pueda hacer una frase con sentido con palabras sin sentido. Un ejemplo lo tenemos en el juego de frases absurdas. La regla exige, entonces, que la frase no tenga sentido. Luego el sentido de la frase es su sin-sentido. Así, sería correcto en el juego emitir la frase: «espolonia jabea yaroque sin menor». Situaciones afines se ofrecen en algunos esquizofrénicos. Un paciente, al que asisto desde hace años, y que no presenta síntomas de actividad, sino un deterioro en forma de puerilismo (precisamente una tendencia casi constante al juego del lenguaje), entra en el despacho y dice: «¿pendulea usted la jibia en el día de hoy? Toda pleitesía es atributo zaresco». La significación de estas frases pudo obtenerse del paciente a duras penas, en tanto el propio paciente pretendía burlarla. Me interrogaba acerca de si yo me inclinaría a su entrada, como otras veces, al propio tiempo que le estrechaba la mano. ¿Era ironía afirmar que toda cortesía era un atributo del zar, que se abroga alguien que no es de la citada alcurnia? De este mismo paciente, al que trato frecuentemente, y que tiende a estos juegos de lenguaje, son estos fragmentos, de los que deduzco, como de muchos otros, su permanente ironía y su tendencia a esconder aquello que quiere significar. Le pregunto cómo duerme, y responde:

2. Psico( pato )logía

99

«-En la gruesa madrugada duermo profundamente. -¿Qué quiere decir 'gruesa madrugada'? -Es una expresión goda.

-? -Los

godos tenían rubíes irnpresionantes.»

La concordancia sintáctica y semántica (significativa) de la conducta supone el método intuitivamente seguido para dictaminar, en la vida cotidiana de relación, no sólo si un acto determinado es aconductal o de conducta (es decir, con intención), sino también para prejuzgar, con mayor o menor grado de probabilidad, acerca de la intención o significación del acto dentro de la serie. Dicho con otras palabras: si, como afirmé, es una característica de la actividad humana su ambigüedad, y aún más en aquel tipo de actividad que categorizamos como conducta, la ambigüedad decrece · por la aprehensión del acto y gran parte de su contexto. Digo «gran parte» porque, en efecto, el contexto interno del acto es inobservable, y hemos de valernos de los componentes observables del contexto, en su concordancia, para dirimir la significación habida para un acto relevante. He aquí un ejemplo: la frase que escribo a continuación: «Celedonio es aplicado» es con la mayor probabilidad juzgada como portadora de la significación de «un ejemplo» por la mayoría de los lectores, de los cuales es probable que ninguno sospeche que me refiero a un sujeto llamado Celedonio de cuya aplicación quiero hacer constancia a los lectores de este libro. De hecho, la significación de «un ejemplo» habrá sido obtenida del contexto, en el que de no ser un ejemplo no habría concordancia semántica entre dicho contexto y la frase emitida. Otro ejemplo: por suspicaz que fuese, la preliminar sospecha de que la significación de la tos de mi interlocutor es la de intercambiar alguna señal respecto de mí con alguien próximo se diluirá si: a) los demás actos de conducta tienden a significar una atención a mí de significado cordial; b) si reitera la tos con cada vez más probable carácter aconductal y he de aceptarla como signo natural de resfriado.

En resumen: la ambigüedad de la actividad humana no desaparece en orden a su categorización como acto de conducta o aconductal, ni en el caso de los actos de conducta en orden a la significación que poseen, pero es evidente que puede decrecer mediante la consideración de «sin contexto»-«con contexto», y en este último caso, mediante la ampliación del contexto y la observación de los principios de cosintacticidad y cosernanticidad. Una advertencia, por último, antes de concluir este parágrafo referido al contexto. Una de las más graves deficiencias de la Psico(pato)logía clásica consistía, y consiste, en tratar los actos de conducta de modo aislado, fuera de contexto, simplemente como «síntomas» de enfermedad presumible. Naturalmente, esta deficiencia procede del hecho de que, pese a que siempre se consideró el acto de conducta como expresión de la vida de relación, en la medida en que el acto de conducta es de un sujeto, se

100

Introducción

a la psiquiatría,

creía poder describir, y, en general, tratar de él sin contar con el objeto con el cual se relaciona y con la relación misma. La consecuencia de ello es que el acto de conducta se trata aisladamente, y, por consiguiente, de] mismo modo que el acto aconductal, que el acto-síntoma. El comportamiento opuesto es el que hemos prescrito antes: si un acto tiene contexto ha de estudiársele en él; si no lo tiene, en la apariencia, se ha de tratar de encontrarlo antes de concluir que es un acto aconductal. El ejemplo más elocuente a este respecto es lo ocurrido con los denominados actos fallidos. Los actos fallidos eran, como dije, lapsus, actos sin sentido. FREUD amplió el contexto de los mismos y obtuvo la posibilidad de interpretarlos como actos de conducta presentados como aconductales. Pero sin llegar a esta situación, que plantea problemas de gran interés para la Psico(pato)logía, acerca de la no percatación del carácter conductal de un acto de conducta propio, actos como «ayer Dios me hablaba» es o no psicótico dependiendo del contexto. Dicho en una iglesia, a modo de sermón, o simplemente en el contexto de «Dios me hablaba ayer al contemplar la puesta del sol y la armonía del universo», el acto de habla citado no podría considerarse presumiblemente psicótico. En otro contexto, que implicase no el rango metafórico, sino el de contigüidad -«Dios me hablaba ayer y me decía que debía salvar el mundo»- ofrecería pocas dudas acerca del carácter psicótico del mismo. La relación, pues, del acto de conducta con el contexto es de implicación, pero excediendo de la implicación lógica (J. HIERRO) 1• En la implicación lógica cada significado depende de la conexión efectuada mediante la gramática de significaciones lingüísticas; en la implicación contextual ha de tenerse en cuenta todo lo que comprende el contexto, que es tanto lingüístico cuanto no lingüístico. (Sobre la estructura general del contexto ver supra 2.3.1.2.) Se trata, pues, de la lógica de la pragmática, denominada también *lógica referencial (STRA WSON 2). Ver también a este respecto 3, 4 SEARLE WAISMANN y AusTIN 5, que tratan los aspectos pragmáticos del lenguaje de modo muy útil para el psico(pató)logo. WATZLAWICK 6 y alt. ponen un ejemplo de la importancia comunicacional -léase: significativa, connotacional- del contexto: «quien se lavara los dientes en una calle llena de gente, en lugar de hacerlo en el baño de su casa, podría verse trasladado a una comisaría o a un manicomio».

1 HIERRO, J., Ldeologia, lenguaje y clases sociales, en Sistema, 23, marzo 1978. Problemas del análisis del lenguaje moral, Madrid, 1970. 2 STRAWSON, P. F., Introduction to logical Tbeorie, Londres, 1963. 3 SEARLE, J. R., Speecb Acts: An essay in the Pbilosopby o] Languague, Cambridge, 1969. 4 WAISMANN, F., The principies of Linguistic Pbilosopby, London-Melbourne-Toronto-New York, 1965. 5 AusTIN, J. L., How to do Things with Words, Harvard, 1962. 6 WATZLAWICK y alt., ob. cit.

2. Psico(pato )logía

2.1.5.

101

Varianza de ambigüedad de los actos de conducta. La conducta como proceso "estocástico

He dicho que el acto de conducta no aparece con carácter aislado. Aparece en un contexto y se dirige al contexto. Así, por ejemplo, cuando muevo la mano para indicar que me marcho, me dirijo a alguien con el que estoy, y, por tanto, la modificación del contexto que tiene lugar con mi acto de conducta es la que conlleva el que mi prójimo abrevie lo que me tiene que decir, me invite a quedarme, o lo que quiera que sea. Dicho con otras palabras: mi acto, aparecido en un contexto, hace que el contexto sea otro. El dato de que los actos de conducta aparezcan en serie facilita enormemente la conjetura que he de hacer acerca de la significación de cada uno de ellos. Sencillamente, no tengo por qué ir preguntándome acerca de la significación de los actos a, b, e, ... n, porque éstos se presentan encadenados y estructurados de determinada forma. Esta estructuración o configuración en que aparece la serie de actos de conducta va haciéndose paulatinamente, de manera que los componentes segundos de la serie están en función de los primeros y han de configurarse de acuerdo a la restricción que les provocan los primeros. He aquí un ejemplo: si pronuncio las palabras «ahora voy ... » y al dejar sin terminar la frase doy pie para imaginar que constituyen los dos primeros actos de una serie, la probabilidad de aparición de las palabras restantes no es idéntica para todas ellas, sino que, por ejemplo, una preposición tiene un grado de probabilidad mucho mayor que un sustantivo o que otro verbo. Efectivamente es más probable que diga «a», «con», «por», «de», que «entre», «ante» o «desde»; la restricción del proceso de la serie se hace mayor cuando se ha verificado el tercer acto de conducta y he dicho «ahora voy a», en cuyo caso la probabilidad de que emita una nueva preposición es mínima, salvo para «por». Pero si la frase aparece ya constituida por «ahora voy a coger» evidentemente es el sustantivo, y determinado conjunto de sustantivos, el que tiene mayor probabilidad de aparecer: «fruta» podría ser más probable, mientras «libro» no lo sería. A estos procesos que están regidos, como los de la serie compuesta de actos de conducta, por las leyes de frecuencia, se denominan +procesos estocásticos, y la restricción que sufren a medida que aparecen se conoce con el nombre de "redundancia. La propiedad de los actos de conducta de ser estocásticos y poseer redundancia decrece notablemente la ambigüedad, o, lo que lo mismo, incrementa la probabilidad de: a) la aparición de un ulterior acto de conducta en el contexto preexistente; b) acertar respecto de la significación del acto de conducta previo y la del próximo. De este modo, podemos en cierto modo predecir -la conjetura es más verosímil- no sólo qué ha de venir sino qué ha de significar. Dicho de otra manera: los niveles sintáctico y semántico pueden ser predichos merced a que la adecuación a los principios de cosintacticidad y cosemanticidad los hacen, a su vez, altamente proba-

102

Introducción

a la psiquiatría, l

bles. De otra forma, los procesos estocásticos puede decirse que tienden a 1, y que son tanto más redundantes cuanto más se aproximan a 1. Se comprende mi desconcierto en la situación siguiente, que me ofreció un paciente esquizofrénico que volvía por segunda vez a la consulta. Estaba ya en mi despacho cuando entré, y al dirigirme con el «¿cómo está usted?» recibí la respuesta: «sentado», respuesta que para mí tenía escasa redundancia respecto de mi pregunta.

Bajo otro aspecto, puede decirse que la redundancia de un acto o una serie de actos viene lograda por la configuración o gestalt en que los actos se ofrecen. De esta forma, considerada la configuración (parcial) de los actos a y b, es más que probable que ocurra e que p (si e puede configurarse con a y b y p no). La configuración que se va estableciendo hace factible la anticipación por parte del observador de la conducta, muchas veces interlocutor del actor. Así, por ejemplo, nos anticiparnos a concluir la frase del tartamudo en virtud de la configuración o redundancia de las palabras antes emitidas. Las sílabas sa, ve, cua, [i, la, yo no tienen redundancia (salvo en ser monosilábicas}, y naturalmente no es predictible cuál habría de escribir con posterioridad. Mientras que las sílabas sa, se, si parecen ofrecer la configuración de sílabas ordenadas según el orden de las vocales. También gracias a la redundancia podemos recibir el mensaje sin la percepción perfecta de todos sus componentes. Aun cuando un mensaje sea * anacolútico «se sabe» acerca del mismo. Del mismo modo ocurre en el nivel semántico. Una muchacha de pueblo, de carácter jovial y que a sus años se ha constituido en una institución por su capacidad para la ayuda a los demás, es conocida como «M la del gremio», por su costumbre de dirigirse a aquellos con los cuales se encuentra por la calle con frases tales como «¿tienes el gremio?», «¿y el gremio cómo está?», «¡vaya gremio que hace hoy!», etc. La consecuencia de ello, como haré ver de inmediato al tratar del significado contextual, es que la palabra «gremio» se constituye en un comodín multívoco, que en cada contexto tiende a 1 (es decir, a la univocidad).

Los elementos no configurables con un determinado mensaje componen el *ruido. Pese al ruido existente en el fondo, destacamos los mensajes, aun cuando algunos de sus componentes, por el ruido, no se perciban con la nitidez suficiente. Conviene tener en cuenta que el que la probabilidad de aparición de un acto de conducta en una serie determinada sea mínima no lo excluye. Así, v.g., cuando alguien dice «ayer fui» nada se opone a que se le ocurra a continuación añadir «volumen», y espero hacer ver la significación que posee el que alguien actúe oponiéndose a la redundancia implicada en los actos de conducta previamente efectuados 1• En otro orden de cosas, se 1 Precisamente es ésta una de las muchas formas de juego de lenguaje que conduce a paradojas sintacticosemánticas, a veces usadas por esquizofrénicos: a sabiendas de la redundancia que posee la serie de actos preexistentes, me opongo a ella y doy el salto al absurdo, con lo cual evito el que se me prediga, anticipe, prejuzgue.

2. Psico(pato)logía

103

hará bien en considerar la importancia de la redundancia para la interpretación de los dinamismos delirantes, pongamos por caso 1. Anticipando algo de esta cuestión, diré lo siguiente: un suspicaz es aquel que confiere más redundancia de la debida a un determinado acto en orden a su significación. Por ejemplo, de que yo me ría, la probabilidad de que me ría irónicamente o de modo «sano» podría ser del 50 por 100 respectivamente. El suspicaz le conferirá una redundancia de 75 por 100 a la risa como irónica y de 25 por 100 a la risa como inocua. En un sujeto con percepciones delirantes la redundancia que le confiere a un acto es de 100 por 100, lo que prácticamente la hará considerar cierta aunque la significación que le dé al acto sea inverosímil: así, que el desplazar el vaso de un determinado lugar signifique que va a ser asesinado es tan improbable que en la práctica puede considerarse como incierto. Pero no lo es: en efecto, podría ser una señal convenida, y eso es lo que en verdad imagina el delirante de modo, para él, indiscutible.

En el lugar oportuno trataré de todas y las posibles implicaciones de esta propiedad del conjunto que compone la serie de actos de conducta en un contexto determinado. Junto a la redundancia sintáctica (o estructural), caracterizada por la probabilidad de que aparezca determinado acto, dado el anterior, debe contarse también con la redundancia a nivel semántico, es decir, en el plano de la significación. Así, por ejemplo, el sintagma «¿cómo está usted?», usado como sintagma de saludo, redunda en que la respuesta sea «bien» con mayor probabilidad que «mal», dado que también «bien» se presenta como un sintagma de saludo que apenas tiene que ver con el estado del sujeto al que se pregunta. Bastaría, sin embargo, que el preguntado estuviese en cama enfermo con fiebre para que el «¿cómo está usted?» redundara en favor de pregunta sobre su estado más que en sintagma de saludo. Antes de seguir adelante, conviene que nos detengamos en los cuatro significados del vocablo significado, a los que he de hacer constante alusión. Hay en primer lugar un significado denotativo derivado de la relación signo-cosa. Los enunciados los llamaré proposiciones indicativas. El signo [mesa] denota el objeto mesa. En segundo lugar existe un significado estructural o sintáctico, logrado por la relación de los signos entre sí. El ejemplo tomado de BERLO 2 es como sigue: «El maestro dijo: 'el estudiante es un necio'» es de significado exactamente opuesto, en orden a la referencia -es decir, respecto de aquello que le confiere su significado--, que esta frase: «El maestro, dijo el estudiante, es un necio». En tercer lugar existe el significado contextual, que tiene algo de denotativo y de estructural. En un párrafo tal como «haga el favor de no darme más canaje, que esto no se puede aguantar y si salto no respondo», los significados de «canaje» y «salto» se derivan del contexto, y ambos inciden en ofrecer una restricción de cierta cuantía que hace que el significado tienda a la univocidad. este punto 2.5.3. K., The Process of Communication; Practice, New York, 1960. l Ver sobre 2 BERLO, D.

an Introduction to Theory and

104

Introducción

a la psiquiatría,

1

Finalmente existe el significado connotativo derivado de la relación signo-persona o, en muchos casos, también signo-cosa-persona. Son las proposiciones que denominaré estimativas al tratar de la conducta verbaP. «Un buen muchacho» connota de quien habla, de sus valores, no de alguien a quien se aplica este calificativo. Hay que decir de todas formas que en la medida en que la conducta es, como haré ver, predicado de un sujeto, al mismo tiempo que la función denotativa, estructural y contextual, tiene lugar una función connotativa. El hecho que yo denote mesa mediante la palabra [mesa] o la frase «aquí tenemos una mesa», connota de alguna manera respecto de mí. Asimismo la forma de estructurar remite al sujeto de la conducta: «El pino, aislado, parecía representar, de lejos, un gigante cabezón», connota del hablante de otro modo que «el pino aislado parecía representar de lejos un gigante cabezón». La razón de que todo significado sea en última instancia y en alguna medida connotativo no sólo se debe al hecho de que, al fin, el acto de conducta es un acto del sujeto, sino también a que el acto de conducta se estructura sintáctica y semánticamente por el sujeto del acto de acuerdo al receptor y, en general, a la situación.

2.1.6.

La conducta como lenguaje

Si todo acto de conducta significa algo, es decir, se constituye como signo, todo acto de conducta es, en un sentido lato de «lenguaje», un acto de habla. Se «habla» con la palabra y con el gesto. Todo es un acto de habla, merced al principio de «no hay no conducta». Además, cualquiera que sea la forma de lenguaje que se adopte, y en general se adopta más de una, los actos de conducta cumplen los principios gramaticales de cosintacticidad y cosemanticidad a que he hecho alusión anteriormente. Se trata, como haré ver, de diversas diferenciaciones de lenguaje y de lenguajes de funcionalidades y posibilidades distintas. En general se consideran dos formas de lenguaje: el extraverbal y el verbal. Por razones que se deducirán a continuación, prefiero distinguir entre el extraverbal propiamente dicho y el extraverbal sexual. O sea, trataré de tres formas de lenguaje: el verbal, el analógico (gestual) y el sexual. En las páginas que siguen, hasta alcanzar el modelo comunicacional (2.3.1), usaremos para la conducta el modelo semiótico y, por extensión, el modelo lingüístico (como una forma del primero). Conviene que el lector tenga en cuenta siempre los cuatro significados del vocablo «significado» de que hemos hecho mención.

2.1.6.1.

El lenguaje verbal

El lenguaje verbal es ticamente, es un lenguaje

el más diferenciado simbólico,

de cuantos poseemos. Prácmerced a lo cual el lenguaje verbal

1 Para este tipo de proposiciones ver CASTILLA DEL Prxo, C., Introducción a la Hermenéutica del Lenguaje, Barcelona, 3.ª edición, 1975. Ver también en este volumen 2.1.6.1.

2. Psico(pato )logía

105

puede hacer alusión a su referente sin que esté presente dicho referente, sino su símbolo verbal. Por esta razón, el lenguaje verbal es de uso preferente para la información. En la teoría de la comunicación se hablará de que el lenguaje verbal transmite el aspecto relativo a la información o contenido del mensaje, mientras que sirve escasamente para transmitir la relación entre los que hablan. Sin embargo, esto es exacto si denominamos habla exclusivamente al lenguaje simbólico. Está claro que la frase «tu madre ha muerto» simplemente informa que la madre de mi interlocutor ha fallecido. Pero resulta extremadamente dudoso que pueda transmitir este mensaje, es decir, realizar este tipo de acto de conducta, sin que al mismo tiempo posea los caracteres de síntoma y de señal, esto es, de expresión de mi estado de ánimo al remitirlo y de procura de un determinado efecto en mi interlocutor. Una reflexión acerca de estos aspectos nos revela que los aspectos sintomáticos y signalépticos se logran las más de las veces por los componentes * prosodémicos del acto de habla y no por el acto de habla en sí mismo. Una perturbación prosodémica es la que tiene lugar en la enfermedad de Parkinson, en donde con suma frecuencia los mensajes son transmitidos verbalmente en su calidad exclusiva de mera información. La arnimia, que tales pacientes muestran en el rostro, es también uno de los síntomas que aparecen en la conducta verbal, y así el habla resulta inexpresiva, monocorde, átona. No se sabe lo que sienten cuando dicen, porque no pueden expresar.

En todo caso, gracias al carácter simbólico el lenguaje verbal permite la información de lo que pensamos, y sólo en los componentes paraverbales a que hemos aludido se contiene también la expresión de lo que sentimos. Nosotros no expresamos lo que sentimos con el lenguaje verbal, sino que decimos que sentimos. Por tanto, aun a riesgo de pecar de redundante, diré que el lenguaje verbal sirve para hablar de lo que se quiera y, por tanto, es el instrumento ideal para la transmisión de la información recodificada de nuestro pensamiento acerca de lo que sea. La posibilidad de una sintaxis altamente sofisticada permite, además, adecuar al máximo pensamiento y lenguaje. Pero conviene que se advierta que -salvo en las onomatopeyas- el lenguaje verbal se adecua al pensamiento y no a ninguna otra esfera o área del sujeto. Así, si digo «estoy muy alegre» o «qué alegría tengo», no estoy «expresando mi alegría» sino «hablando» de mi alegria, o, más precisamente, hablando acerca de la alegría que he pensado que tengo. Esta propiedad del lenguaje verbal de hablar acerca de lo que se piensa es lo que hace posible la mentira fácil con dicho lenguaje. Puedo, en efecto, decir que estoy alegre sin estarlo, mientras que resulta sumamente difícil expresar una alegría que no siento. No obstante, aun con el lenguaje verbal al usuario del mismo no le es posible percatarse de cuánto es lo que dice con lo que habla. De aquí

106

Introducción

a la psiquiatría,

1

que se pueda afirmar que se dice más de lo que se habla. Probablemente esto es debido a dos circunstancias cuando menos: a) al hecho de que se aprende a hablar sin necesidad de que. tengamos que hacer una reflexión expresa acerca del hablar; b) que cuando hablamos hemos de pensar más en lo que hemos de decir que en el decir mismo como síntoma o como señal. La consecuencia de ello es que un análisis del lenguaje permite descubrir las significaciones ocultas en actos de habla que, a primera vista, parecen relativamente unívocos. Veámoslo esto con detalle. La función del lenguaje es, como se ha dicho, informativa. Sustituyamos esta palabra por «denotativa», y entonces se puede afirmar que mediante el lenguaje se denota sobre cualquiera sea el referente: la realidad externa y/o la realidad interna, es decir, del propio hablante. La cuestión ahora es la siguiente: ¿se sabe, siempre que se habla, qué se denota? Es claro que cuando digo: «esta mesa es amplia» sé que hablo de la mesa. Pero ¿hasta qué punto sé que he denotado respecto de mí algo como que «desde mi punto de vista es amplia»? Nótese ahora que estos dos denotados, «la mesa» y «amplia» connotan cada uno, lo cual es, de nuevo, una forma de hablar de mí. Por ejemplo, al destacar la mesa entre los demás objetos que existen en esta habitación he dejado entrever mi preferencia por la mesa, cualquiera que sea el sentido que dé a esta palabra -preferenciaen este momento; y al calificarla de amplia he dado no una idea de la mesa sino de mi concepto de amplitud referido al objeto mesa. De esta forma, cualquiera que sea la frase que emita se constituye en predicado mío, o, dicho en términos generales, todo acto de habla es un predicado del hablante (como, por lo demás, lo es todo acto de conducta, pero ahora nos importan los actos de conducta verbales). Es claro que la función informativa del lenguaje puede llevarse a cabo de modo exacto o inexacto; por tanto, de que acontezca de una o de otra manera tenemos una preliminar connotación acerca del hablante. Si digo a alguien que 9 + 8 = 27, suministro una información falsa (no importa ahora si a sabiendas o no de la falsedad, en cuyo primer caso se trataría de una mentira que habría que descubrir), que connota respecto de mí que o no sé sumar o pretendo hacerme pasar por que no sé sumar. La falsedad o no de las denotaciones que hago respecto de mí aluden a que predique, con los actos verbales al respecto, si sé que soy yo el referente de los mis· mos o no; de otra forma: si al decir que «Franco es el más nefasto gobernante de la historia de España» no me percato de que «nefasto» no tiene como referente a Franco sino a mí, que soy el hablante, la inexactitud o falsedad del juicio es completa. En resumen, hay predicados verbales -actos de habla, proposicionesque funcionan como indicadores de referentes que se sitúan, mediante la expresión verbal, real o irrealmente, externos al hablante. A estos indicadores los denomino proposiciones indicativas o simplemente Indicativas · (I), porque son descripciones.

2 .. Psico(pato )logía

107

Cuando una indicación es falsa el indicado no existe, y por tanto, se puede decir también que no pertenece al mundo de la realidad externa; pero como ha de perteneser a algún «mundo», por decirlo así, necesariamente ha de ser al mundo interno, al del hablante. Así, por ejemplo, si digo «trae ese libro azul» y existen libros pero no azules, he situado lo azul fuera de mí de manera irreal, porque en verdad «lo azul» está sólo en mí. Otro tanto ocurre con la alucinación: no están las voces o los muñecos donde el alucinado los coloca, pero están en algún sitio, dicho sea coloquialmente: en él. mismo. De igual modo en los que creen en Dios, en los fantasmas, espíritus, etc. No cabe duda de que se trata de objetos mentales, puesto que son creencias y no tienen que ser, ni pueden ser, verificables. No obstante, el creyente en cualquiera de estos objetos los sitúa, además, fuera de sí.

Las I se dividen, por una parte, en verdaderas ( v) y falsas (/); y por otra, en totales (t) y parciales (p), según se tome como referencia la totalidad o una parte de una gestalt. En ocasiones se dan I inexistentes, es decir, neoformadas Ut+), o se dejan de ver J(-1) 1• Por último, a veces no se hacen 1, en cuyo caso hablamos de bloqueo de I(BI), con lo cual el silencio adquiere carácter significativo. Con una proposición indicativa (I) hacemos un juicio de hecho y, en consecuencia, el análisis del lenguaje a este respecto connota acerca del sentido de realidad del hablante 2• Ha de tenerse en cuenta que puesto que no puede hablarse de un acto de habla, sino de serie consintáctica y cosemántica de actos de habla, la consecuencia del proceso, una vez formalizado, nos da una idea acerca de la secuencia del proceso de aprehensión de la realidad o de lo que se toma por realidad externa al hablante. Una serie de proposiciones tal como «este niño está sentado en el jardín, tiene un libro sobre las piernas, la mirada hacia arriba, las manos con un cuaderno y un lápiz», se formalizaría de la forma siguiente:

,~

niño-jardín .

piernas

mirada

manos

hacia arriba

cuaderno

1 libro

r-..,

l.ipiz

En este caso, se trata de -Ip. (Ver Alucinación negativa, en 2.5.3.2.1.1, a.) Mediante la aplicación del modelo judicativo (ver 2.5 ..3) cada proposición es un juicio de realidad, en este caso de que tratamos un Jr denotativo. Toda I, pues, es, además, un acto de juicio sobre un denotatum, el cual da nota de su juicio de realidad, es decir, de su capacidad para denotarlo. 1 2

108

Introducción

a la psiquiatría,

1

Hay además, como dije antes, proposiciones en las que el hablante, por una reflexividad sobre sí mismo, tras hablar del objeto habla de sí mismo. «Este libro es (o me parece) bonito» es un ejemplo elemental de este tipo de proposiciones en las que el hablante emite un juicio de valor acerca del objeto, valoración que, por su subjetividad, es un predicado respecto del propio hablante. A este tipo de proposiciones las denomino Estimativas (E). Las E se dividen en verdaderas (v) y falsas (/),totales (t) y parciales (p). Verdadera-falsa hacen referencia a la conciencia o no 1, inferible por la proposición misma, acerca del carácter de subjetividad del juicio de valor; total (t) o parcial (p) concierne a la extensión del objeto sobre el que se ejerce la estimación. Hay también bloqueos de estimativas (BE), que tienen su concreción bajo la forma de descripciones (J) netas, sin estimación alguna. (Ver cuadro adjunto.) La estimación que efectuamos con este tipo de proposiciones describe nuestra relación con el objeto que estimamos, así como nuestra conciencia o no de esta relación. Un libro «bonito» no describe nada del libro sino de mi relación con el libro. Decir «relación» es decir «proyección» del hablante en el objeto, de las actitudes del hablante -precisamente la relación acontece mediante las actitudes- con respecto al objeto de que habla. CLASIFICACION DE LOS ACTOS VERBALES (PROPOSICIONES VERBALES) Indicativas: It Ip Iv

If

-I

If +

BI I?

total parcial verdadera falsa no vista falsa neoformada bloqueo de I indefinida

=

I vt Indicativa verdadera total Ift = Indicativa falsa total Ivp= Indicativa verdadera parcial Ifp = Indicativa falsa parcial -Ip = Indicativa parcial no percibida

Estima ti vas: Et Ep Ev Ef BE

total parcial verdadera falsa bloqueo de E

Evt = Estimativa verdadera total Eft = Estimativa falsa total Evp = Estimativa verdadera parcial Efp = Estimativa falsa parcial.

Naturalmente, sólo una larga práctica del análisis interpretativo del lenguaje -análisis hermenéutico- puede ayudar a resolver las muchas dificultades que presenta el 1 Los [r que implican las estimativas son connotativos, y, por tanto, dan cuenta del sentido de realidad del juicio de valor, la estimación, que verifica el sujeto.

2. Psico(pato)logía

109

lenguaje ordinario, la lengua natural, para su formalización. Precisamente, el lenguaje natural es ambiguo, como todo acto de conducta, y tanto más cuanto más diferenciado, ambigüedad que tiene sus ventajas frente a la rigidez de la formalización. Por tanto, recomiendo al lector la lectura de textos de hermenéutica (CASTILLA DEL PIN o) 1, así

como de comentarios de textos, y, por otra parte, algunos otros capítulos de este libro en donde el análisis hermenéutico se aplica en toda su extensión. (Ver 2.5.3 y 2.6.1.) La categorización de una proposición como I apenas plantea dificultades ni tampoco como E. La subcategorización en vjf deberá hacerse ateniéndose al principio de contextualidad (ver 2.1.4.2): una I o E es v o f dependiendo de la función (uso) que desempeña en el conjunto proposicional (conjunto de actos de conducta verbal). En un sentido estricto, no existen puras I y puras E. Si digo «ahí está el piano», no trato tan sólo de indicar el objeto, sino también de mostrar mí sorpresa, mí alegría o cualquiera otra actitud por mínima que ésta fuera. Luego también se trata de una E. A la inversa, si exclamo «¡horrible!», aparece como una E pura, cuando en verdad he de hacer referencia a algo, lo que quiera que sea, que también queda mínimamente indicado. Por tanto, en la pragmática del lenguaje hablamos de I y/o E, pero en puridad debería enunciarse como relevante 1 o relevante E, según funcionen una u otra preferentemente como tales en determinado contexto.

La consideración de los dos tipos de proposiciones, I y E, respectivamente, es de importancia y merece que le dediquemos algún tratamiento desde distintos puntos de vista. El primero de ellos concierne a los niveles de lenguaje, de interés para aspectos como los de la teoría de la comunicación interpersonal, que hemos de considerar después (2.3.1.1). En este sentido, la proposición indicativa, la J, se sitúa en el nivel del lenguaje-denotación o lenguaje objeto (La); mientras la E se sitúa en el lenguaje de l ." nivel (L1) o "metalenguaje del primero, del Lo. La relación de la I con la E(I/E) es, pues, de miembro a clase. (Ver 2.5.2.) Así, por ejemplo, cuando digo «este perro es temible», sitúo al «perro» dentro de la clase de las cosas «temibles». Este es el motivo por el que el número de sustantivos 2 (1) es infinito, mientras el de adjetivos es relativamente escaso: el número de clases es siempre inferior al número de miembros. Ahora bien, además del L1 pueden exisitir muchos otros niveles de lenguaje, que son, cada uno, metalenguajes del anterior (así, el Lz es metalenguaje de L1 y metametalenguaje de Lo). El esquema adjunto representa el modo cómo se superponen los niveles de lenguaje en una serie de actos de habla, que, aunque por razones espaciotemporales han de darse en una cadena unilineal, en realidad, componen una banda multilineal. Lenguaje-denotación Metalenguaje Metametalenguaje Metametametalenguaje 1 CASTILLA DEL PINO, Hermenéutica, ob. cit. 2 En términos generales, las I son proposiciones

de adjetivos.

de sustantivos; las E proposiciones

Introducción

110

a la psiquiatría,

1

Un ejemplo tomado de un texto: «Este niño está triste aquí con el violín. Está desesperado porque no sabe cómo tocarlo. Seguramente, se escapará.» Podría decirse de esta forma: Este niño con el violín (pertenece a la clase de los) tristes (y de entre los tristes a la de los) desesperados (y de entre los desesperados a la de los que) se escaparán niño con el violín triste desesperado se escapará

Lo L1

Li L3

Lo

Lo L¡ L2

..__,..._,,_l

L2

f _:;¡

t.,

También conviene contar con la posibilidad de intersección de clases, o sea de que un miembro pertenezca a dos clases distintas. «éste es un niño triste y antipático» es un ejemplo de intersección.

La posibilidad de construir n-metalenguajes va inherente al carácter de signo «perfecto» que caracteriza los actos de conducta (2.1.2), y explica el que de un contexto restringido (C), en el que aparece el acto como constituyente de la serie, por ejemplo, el acto b en la serie siguiente:

cr { ab.r.d ... n}' se pueda ampliar indefinidamente el contexto, como ocurre cuando se pasa de una frase a un período, de éste a un párrafo, del párrafo a un capítulo, etc., en el caso del análisis de un texto escrito. Los contextos ampliados se representarían así:

cr { a.b.c.d .... cal { { c. }

n}

Acto

/""-.

{ c. } }

contexto restringido

Ca2{

{

Cr} { Cr}

e; { { Cr}

{ Cr}

{C}} { «:

}}

iVV"'

contexto ampliado

De esta forma, cada acto de conducta conecta con el paradigma mediante relaciones contextuales que no están sólo en el plano lineal de un contexto sintagmático («yo-estoy-en-el-jardín»), sino con los contextos paradigmáticos presupuestos (luego «no estoy en el interior de la casa»).

2. Psíco(pato

)logía

111

Corolario éste de suma importancia para la Psico(pato)logía, que enuncio así: cada acto de conducta remite a todos los posibles actos de conducta del hablante en cada situación habida o por haber. Lo que también puede formularse de este modo: todo acto de conducta tiene sentido, y ha de encontrársele mediante el desvelamiento dicho acto. 2.1.6.1.1.

Pensamiento

de las relaciones paradigmáticas de

y lenguaje

El problema de las relaciones entre el pensamiento y el lenguaje está sujeto a múltiples polémicas y puntos de vista. Desde luego, parece deseable desechar la identificación, pero esto es a niveles de investigación. No así desde el punto de vista pragmático. Desde este último, como decía HUMBOLDT, el lenguaje es el pensamiento. No tenemos otra constancia de lo que piensa alguien más que a través de su lenguaje. Pero es presumiblemente seguro que antes de la aparición del lenguaje existe alguna forma de pensamiento, aunque sólo tengamos acceso a él a través de otras formas extralingüísticas de conducta. Entre otros, los trabajos de VIGOTSKI 1, PIA2, GET y antes, los de N. AcH 3, de la escuela de Würzburg, pueden servir de iniciación a este tema. Sin entrar en esta cuestión, podemos decir que el pensamiento se expresa a través del lenguaje, y de ahí que el lenguaje verbal haya sido identificado como la forma de comunicación discursivológica (2.3.1.2) a diferencia de la comunicación analógica o gestual. La constancia de una alteración del curso del pensamiento, es decir, de la actividad de pensar, sólo la entrevemos a partir del análisis del lenguaje, concretamente mediante la aplicación de los principios de cosintacticidad y cosemanticidad a que me referí en 2.1.4.2 y, por tanto, de la secuencia 4• Los psicopatólogos clásicos hicieron notar la existencia de un pensamiento interceptado y un pensamiento disgregado (KRAEPELIN) 5. En el primero se trata de un bloqueo -esta denominación es metafórica; en realidad no sabemos qué pasa- que surge en el curso de un pensamiento, quedando interrumpido en un sector del mismo. Se trata, sencillamente, de una frase inacabada, pero que tiene de diferente respecto a otras anacolúticas el que en éstas el sujeto mismo está siendo consciente del bloqueo que se le impone por la índole del contenido a tratar, o por la carencia en ese momento de la evocación del vocablo preciso. En la interceptación propiamente dicha ésta surge como una incapacidad del sujeto para man1

2

3

dres, New 4

s

VIGOTSKI, Pensamiento y Lenguaje, trad. cast., Buenos Aires, 1964. PIAGET, J., y otros, Problémes de Psycbo-Linguistique, París, 1967. Los trabajos de AcH son referidos en THOMSON, The psycbology of Thinking, Lon1962; también en JoHNSON, D. M., The Psychology of Thought and [udgment, York y Londres, 1955. Sobre la secuencia, ver 2.5.3. KRAEPELIN, E. P., Psychiatrie, 9." edición, en colaboración con J. LANGE.

Introducción

112

a la psiquiatría,

tener la tendencia determinante del tema en el que inició el pensamiento. Por eso, en la interceptación es frecuente la existencia al propio tiempo de disgregación, es decir, de otro pensamiento que se yuxtapone al primero. Ejemplo de una frase anacolútica: «Bueno, yo, vamos a ver que ... le diría a usted ... yo creo que como todo, como todo, eso ... » De interceptación: «Yo es que lo traigo... sí, ésta es la rareza.»

Las alteraciones de este tipo se expresan en un lenguaje asintáctico y, por tanto, en muchos casos se llega a la agramaticalidad. Aquí ha lugar la distinción de CHOMSKY 1 entre aceptabilidad y competencia. Una frase es aceptable si, aun incumpliendo las reglas sintácticas, conserva la posibilidad de transmitir su sentido. La estructuración mejor o peor de una frase corresponde a la competencia (gramaticalidad). De esta forma, podemos encontrar frases aceptables con baja gramaticalidad (por ejemplo, «extranjero venir casa tú»), y frases inaceptables con alta gramaticalidad (así, «Plutonio verdea en ceniceros de óbito»). Precisamente la inaceptabilidad con gramaticalidad corresponde a una desestructuración semántica, esto es, a una irregularidad en el uso del principio de cosemanticidad. Conviene retener estos conceptos que permiten una más plausible descripción de las alteraciones supuestas del pensamiento, en realidad del lenguaje, que hemos de ver en pacientes psicóticos. Por otra parte, el posible sentido de estas frases asintácticas y asemánticas habrá de tratarse en el modelo comunicacional. Como he hecho ver al tratar de los juegos de lenguaje de un paciente esquizofrénico (2.1.42), es posible entrever estas «alteraciones» del pensamiento como una forma de comunicación específica, que en un caso puede ser un metametalenguaje (como en el caso de la ironía), en otro puede ser el comunicar que no quiere comunicar. En este caso, la «alteración» del pensamiento de muchos esquizofrénicos no difiere, salvo en la intencionalidad, de aquellos que cuando le preguntan sobre algo a lo que no quieren responder «se salen por la tangente» o «se van por las ramas».

2.1.6.2.

,

El lenguaje analógico (actitudinal)

Decía en el comienzo del parágrafo anterior que el lenguaje verbal es el más diferenciado de cuantos poseemos. Ahora debo matizar esta aseve-

ración. ¿Más diferenciado respecto de qué? Porque es claro que si de lo que se trata es del aporte de información discursológica, el lenguaje verbal se muestra innegablemente superior a cualquier otro, sobre todo por sus posibilidades sintácticas. Pero si la relación que d hablante establece con

1 CHOMSKY, N., Syntatic Structures, 1957; hay trad. cast., Estructuras sintácticas, Madrid, 1975.

113

2. Psico(pato)logía

el interlocutor queda oculta con el lenguaje verbal, ¿cómo podemos concluir de la simpatía o antipatía de alguien hacia nosotros sólo por sus palabras? La volteriana formulación de que «el lenguaje sirve para mentir», despojada de su carácter aforismático, se convierte en una posibilítación: el lenguaje verbal es tan posibilitador que hace posible incluso mentir con él. Pero la redundancia para la información supone escasa redundancia frente a la relación. Sólo por lo que se habla, la relación es difícilmente inferible. Así, verbi gratia, el que alguien diga a otro «te quiero» no prueba la verdad del aserto y, por tanto, que la relación con ese otro sea de intensa proyección afectiva. Tampoco el que afirme «estoy triste». Sin embargo, mis señales emocionales de afecto o de tristeza serían tomadas con un grado mayor de credibilidad, aun cuando al propio tiempo enunciase «no te quiero» o «no estoy triste». Contrariamente al lenguaje verbal, el lenguaje analógico, gestual, apenas sirve para la información, mientras es altamente redundante en lo que respecta a la relación; o mejor dicho: para expresar la relación. La relación -como hemos visto al tratar de las Estimativas- es relación no lógica, sino concerniente al modo cómo sujeto y objeto (que puede ser cualquier objeto) se relacionan, significan entre sí, cuál es su transferencia recíproca. (Posteriormente estaremos autorizados a decir que esta relación es afectiva, pero de momento, hasta no introducir el modelo dinámico de sujeto, me parece estar vedado.) En suma, cuáles son sus actitudes, entendiendo por tales las disposiciones afectivas que movilizan. La calificación de analógico (RuESCH) 1 para el lenguaje gestual se debe al hecho de que, así como en el lenguaje verbal la relación entre el significante (la imagen acústica de la palabra oída) y el significado (es decir, la imagen del objeto a que se hace referencia) es arbitraria (SAUSSURE) 2 y convencional, en el lenguaje gestual hay, la mayoría de las veces, una analogía entre el significante y el significado. Así, v.g., el golpe de mi puño en la mesa es una conducta analógica del golpe de cólera que proyectaría sobre el rostro de mi interlocutor. Es notorio que, aun sin comprender nada de un idioma extranjero, podemos entender cuando menos las actitudes del forastero. Dado que el carácter de analógico no es constante, pero sí su función de expresión de las actitudes, prefiero denominarlo lenguaje actitudinal. No se trata de un mero cambio de denominación para este lenguaje al calificarlo ahora de actitudinal. Lo analógico parece estar ligado al carácter no aprendido y, por tanto, no convencional de estos signos gestuales ('~mimemas), como si se tratara de signos naturales. Pero ya dijimos que incluso tales signos naturales están moldeados por la convención, de manera que, p. ej., no se tose en todos lados de manera idéntica. A través de los trabajos del antropólogo M. Mxuss, se ha sostenido por KoECHLIN que también la motricidad humana es un fenómeno social y no natural, y que los gestos, en su virtualidad semiótica, son aprendidos, aunque naturalmente, como todo, sus posibilidades estén orgánicamente condicionadas. (Ver sobre este punto GREIMAS 3.) 1 RuESCH y KEES, Nonverbal Communication, Univ. of Calif. Press, 1956. 2 SAUSSURE, F., Curso de Lingüística General, trad. cast., Buenos Aires, J GR'EIMAS, A. En torno al Sentido, trad. cast., Madrid, 1973.

J.,

1967.

114

Introducción

a la psiquiatría,

1

El lenguaje analógico o actitudinal indica y/ o connota directamente de nuestras actitudes, es decir, nuestra relación afectiva con el objeto, sea este objeto externo, sea uno mismo. De aquí que quien pretenda controlar sus actitudes tenga que revestirse de una coraza gestual que hace de su cuerpo un ente rígido, lo más inexpresivo posible. Pero, de acuerdo al principio de «no hay no conducta», esta inexpresividad es, valga la paradoja, sólo aparente y, por tanto, expresiva a su vez de que no se quiere ser expresivo. No deja de ser psicosociológicamente interesante el que algunas profesiones den lugar a estos tipos «inexpresivos». Una de ellas es la de juez. Tratan de expresar lo menos posible de forma que sus actitudes sean invisibles, pero es claro que no lo logran. El control de nuestras actitudes es sólo apenas factible y en cualquier caso estamos siempre a merced de ser traicionados por nosotros mismos. Muchos sujetos, conscientes de que de su lenguaje actitudinal pueden ser inferidas connotaciones acerca de ellos mismos, que pretenden ocultar, viven torturados por ello. Un caso, de entre muchos, es el de un paciente de 22 años, que me consulta por un homosexualismo no asumido. «Tengo complejo de maricón desde que en el colegio nos hicimos una masturbación un compañero y yo. A él lo echaron y me acusó a mí. .. Después comencé a pensar que en otro colegio decían de mí o que sospechaban que yo era marica. Por eso, no he sido nunca natural: si andaba debía tener cuidado con los brazos para que no se me notaran los ademanes, y si cruzaba las piernas pensaba que no debía hacerlo no fuera a ser cosa de marica»

También en el lenguaje extraverbal pueden distinguirse signos de carácter indicativo y de carácter estimativo, respectivamente. Diversos investigadores se han ocupado minuciosamente de la catalogación y funcionalidad de las posibles formas de conducta no verbal (BIRDWHISTER 1, ScHEFFLEN2, EKMAN 3, EFRON 4, GoFFMAN; DAVIS 5, etc.). Entre los que desempeñan función indicativa -repito: muy insuficiente, frente a la del lenguaje verbal- tenemos los denominados ilustradores (EFRON), entre los que se incluyen los siguientes: batutas (función de destacar palabra o frase); ideógrafos (señaladores de una dirección del pensamiento); deícticos (señaladores de un objeto presente); espaciales (describen movimiento); kinetógrafos (describen un movimiento corporal); reguladores (asienten o niegan respecto de la recepción). BrRDWHISTER, R. L., Kinesics and Context, Univ. of Pensylu. Press, 1970. ScHEFFLEN, A. E., Psycbiatry, 26, 316-331, 1963. - Psycbiatry, 27, 126-136, 1964. 3 EKMAN, P., Communication trough nonuerbal behavior: a source of injormation about an interpersonal relationship, en ToMKINS, S. S., e IzARD, E. C., Affect, cognition and personality, New York, 1965. - y FRIESEN, W. V., «Origen, Uso y Codificación: bases para cinco categorías de conducta no verbal», en Lenguaie y Comunicacián, Buenos Aires, 1969. 4 EFRON, D., Gesture and Environment, La Haya, 1972. s DAVIS, F., La Comunicación no verbal, trad. cast., Madrid, 1976. 1

2

2. Psico(pato )logía

115

Los dos primeros, batutas e ideógrafos, y el último, reguladores, describen ritmos, y marcan los equivalentes a los signos de puntuación de la expresión gráfica. Por lo que concierne a las E no verbales, que transmiten información acerca de las actitudes del sujeto, son las propiamente atribuidas a esta conducta no verbal. Son, en suma, manifestaciones de afecto y emoción, que ya fueron estudiadas en el siglo pasado por DARWIN 1 y recientemente por ScHLOBSER, ÜsGOOD, EKMAN, ToMKINS 2, entre otros. En su momento hablaré de la significación de E no verbales que surgen en diferentes estados de ánimo, y también el importante aspecto de la relación entre los niveles verbales y no verbales de la conducta (2.1.7). 2.1.6.3.

El lenguaje sexual

Mientras el lenguaje verbal funciona específicamente para la información, y, por tanto, es discursivológico, y el actitudinal para la expresión de nuestras emociones y afectos hacia el objeto, y en general, para la expresión de nuestras actitudes hacia el objeto, el lenguaje sexual, o, mejor dicho, la conducta sexual como lenguaje, muestra la índole de nuestras instancias *eróticas propiamente dichas y eventualmente las relaciones eróticas con el objeto, a través del cual podemos satisfacerlas y obtener placer. De modo que la conducta sexual expresa la forma cómo se satisfaría preferentemente una situación orgiástica, de satisfacción libidinal, de logro del placer sexual. La finalidad, pues, de la conducta sexual limita las posibilidades de ella como discurso de nuestras relaciones, puesto que en última instancia remiten a relaciones siempre las mismas en su meta final. La complejidad del lenguaje erótico deriva de algo que vamos a ver a continuación, en el parágrafo inmediato, a saber, que la represión de las instancias libidinales, el no poder usar del lenguaje propiamente sexual allí donde sería necesario, obliga al uso de cualquier otro lenguaje con las connotaciones eróticas encubiertas. El lenguaje sexual es el paradigma del protolenguaje, por tanto de un lenguaje egocéntrico, de un lenguaje que habla directamente de la autosatisfacción (narcisismo). La existencia del otro, del partenaire, no es en sí misma necesaria, y si existe se pone al servicio de la satisfacción libidinal. Especialmente esto es visible en las prolongadas etapas de la existencia en las que el único lenguaje erótico es autoerótico, como el chupeteo o la masturbación. Y aun cuando posteriormente el lenguaje sexual busque su objeto fuera de sí, su finalidad sigue estando en el sujeto 1 DARWIN, C., La expresión de las emociones en el hombre y en los animales. Traducción caastellana, Buenos Aires, 1967. 2 ToMKINS, S. S., e lzARD, E. C., citados en nota 5 de la página 114.

116

Introducción

a la psiquiatría,

mismo de la aceren sexual, en el logro del placer para sí. El objeto es objeto de placer, y la conducta sexual trata de provocar en el objeto la adecuación necesaria para que el placer sea el que originariamente se pretende. De aquí que, en la medida en que el objeto sexual no se adecua, el sujeto use del objeto como pretexto para una relación fantástica. La conducta sexual hay que verla, pues, no sólo como una relación interpersonal erótica, sino como vehículo para que se complemente en la fantasía. Lo abigarrado de muchas conductas sexuales deriva del hecho de que la relación sexual trata de hacer reales exigencias que sólo pueden tener cabida en el plano de la fantasía. (Ver 2.5.1.) Por eso aparece claro que muchas de las conductas sexuales que se conocen como «perversiones» o «desviaciones» son juegos, en el sentido literal de esta palabra, es decir, comportamientos fantásticos. Por ejemplo, el travestí juega a ser del sexo opuesto, el masoquista a ser esclavo del sádico, el sádico a que en verdad hace sufrir, etc, · La razón de todo esto que acabamos de decir hay que encontrarla en la afirmación de que el lenguaje sexual es el protolenguaje, es decir, el lenguaje inicial que se usa para la relación, en primer lugar, consigo mismo y, en segundo lugar, con otros objetos en cuan to satisfacen el propio erotismo. Este tipo de relación erótica inicial ha de ser sacrificado con ulterioridad merced a las exigencias de la realidad, cuyos objetos en manera alguna pueden reproducir aquellas primeras relaciones con el objeto. A partir de entonces, la búsqueda en la realidad de estas relaciones con el objeto erótico primero y su frustración subsiguiente, son los dos factores que han de jugar en la evasión hacia la fantasía que caracteriza la relación erótica. Así, cuando el objeto no se adecua en modo alguno a las demandas de las exigencias libidinales, surge la inhibición ante el objeto bajo la forma de frigidez o de impotencia y la regresión a la masturbación con fantasías en las que reproduce el conjunto de sus requerimientos. Al tratar de la fantasía como mecanismo protector del sel/ (ver 2.3.2.1.9) me ocuparé más extensamente de esta cuestión. Es muy apropiada la consideración de la relación erótica como juego, como suele hacerse habitualmente. Juego tiene, en este contexto, el sentido de realización fantástica. Incluso la relación erótica se sustrae habitualmente hasta el máximo de la publicidad, precisamente por tratarse de una relación que sólo puede tener vigencia, en sus reglas de juego, en un ámbito privado y para sólo determinado momento. Se renuncia, incluso a los otros lenguajes, de forma que los sujetos de la relación regresan al protolenguaje sexual, lenguaje que exige un contexto emocional de tal naturaleza que por sí bloquea cualquiera otro estímulo procedente de la realidad que no tenga connotaciones eróticas. Durante el orgasmo la entrega del sujeto es al placer, y sólo una violenta incursión de la realidad podría interrumpirlo. El orgasmo tiene, en su carácter de éxtasis, el rango de la máxima retroversión del sujeto en sí mismo, y la máxima regresión, por cuanto, en favor de él, sacrifica cualquiera demanda de la realidad.

2. Psico(pato)logía

117

Todo esto hace del protolenguaje sexual un lenguaje carente de elipsis. Mientras el discurso verbal puede ser usado para mentir, y el actitudinal también, aunque en menor medida, el lenguaje de nuestras relaciones de objeto erótico está privado de toda otra posibilidad de uso que no sea la satisfacción erótica. Piénsese que con el lenguaje verbal puede ocultarse el intento de una relación erótica, pero la inversa es imposible: el lenguaje sexual sólo es válido para la relación sexual con el objeto (CASTILLA DEL PINO

2.1.7.

1).

Interrelación entre los sistemas de lenguaje

Los tres tipos de lenguaje a que hemos hecho referencia en las páginas precedentes se han presentado desde la mayor a la menor diferenciación, tomando ésta ahora como equivalente a grado de complejidad. Pero, repito, si se trata de poner cada lenguaje en su nivel y respecto a la funcionalidad que ejerce, cada uno de ellos es el adecuado para la misma. Así, el lenguaje sexual es indiscutiblemente el único para expresar nuestra conducta libidinal, hasta el punto de que sólo cuando ésta no es factible se recurre a lenguajes verbales o analógicos de contenido erótico y que cumplen un cometido sustitutorio de la conducta propiamente libidinal. Se trata, pues, de lenguajes no sólo superpuestos sino funcionalmente distintos, y que han logrado esta diferenciación funcional en virtud de la diferenciación de relaciones que ha ido teniendo lugar en el curso de la evolución. Por lo pronto, esta tesis puede ser mantenida por lo que concierne al sujeto individual, que pasa sucesivamente de un lenguaje fundamentalmente pulsional a una especificación de actitudes emocionales y, finalmente, al lenguaje verbal. Con posterioridad, en alguna medida puede conseguirse, por una parte, una recodificación de un tipo de lenguaje en otro; y, por otra, una sustitución en virtud de motivaciones intrínsecas o extrínsecas al sujeto. Por lo que al primer punto respecta, las posibilidades de recodificación son limitadas. Así, por ejemplo, el lenguaje actitudinal resulta extremadamente limitado para el discurso, sobre todo para la formulación sin· táctica, de forma que el significado derivado de las relaciones de los signos . entre sí es prácticamente imposible y precisa de acciones sucesivas. Esto es importante para la construcción de síntomas (en el sentido tradicional de este vocablo), porque todo el cuadro expresivo no verbal de un síndrome puede interpretarse como el recurso analógico ante una imposibilidad de verbalización. Por lo que al lenguaje sexual se refiere, sus limi-

taciones son totales para la suplantación del discurso verbal, y limitadas para la expresión de las actitudes: en este sentido, actitudes elementales 1 CASTILLA DEL PINO, C., Sexualidad, represión y lenguaje,

mente III y IV.

Madrid, 1978, especial·

118

Introducción

a la psiquiatría

1

como las de posesion, entrega o agresion pueden quedar representadas mediante el lenguaje sexual propiamente dicho (de aquí, v. g., el que durante la relación sexual se expresen actitudes junto con el lenguaje libidinal estricto). Las conductas sustitutorias, es decir, el hecho de que una conducta no acontezca en el nivel del lenguaje que le sería propio, es consecuencia siempre de una inhibición (sin ahora entrar a diferenciar entre la inhibición directa o indirectamente externa). Donde no se puede hablar se recurre al gesto; donde no puedo expresar gestualmente mi emoción o mi afecto, lo describo con palabras o bien doy a mis palabras el trasfondo prosodémico equivalente; finalmente, donde no puedo expresar mi conducta libidinal, o bien doy a mis palabras contenido erótico, o las emito sobre un fondo (paraverbal) de connotaciones eróticas. La conducta sexual propiamente dicha es reveladora de que, cuando es posible su verificación, los demás lenguajes y sobre todo el verbal, se inhiben; al contrario los actos discursivológicos, de los cuales el característico sería el lenguaje científico, transcurren despojados al máximo de componentes extraverbales y, por supuesto, sexuales. Gracias a las posibles connotaciones de cualquier tipo de lenguaje, sus usos son múltiples y, por decirlo así, se trasvasan de nivel. El ejemplo más claro es la connotación erótica de lenguajes no sexuales, por ejemplo, el actitudinal o el verbal. Así, verbi gratia, hay todo un lenguaje gestual que es indicador sexual, y ello en dos formas que interesan aquí aunque sea brevemente: 1) Como señalador del sexo genérico a que se pertenece. BIRDWHISTER ha señalado el aprendizaje que tiene lugar desde la niñez para que niño y niña gesticulen de modo distinto, siempre dentro del código cultural correspondiente: el parpadeo rápido del varón, lento de la mujer, la abducción del antebrazo en la mujer, la forma de pisar, de señalar, etc. Interesante a este respecto es la angulación aguda de la pelvis en la mujer, que no es anatómica sino postural, y que, por ejemplo, determinados travestís masculinos la adoptan, en virtud de la cual se adquiere el peculiar movimiento de glúteos de la mujer en la marcha. 2) Como connotación de la iniciación de una relación erótica: jugueteo del cabello de la mujer, erección del busto en ésta, así como el ladeamiento de la cabeza; el hombre se endereza, se enfrenta a la mujer, se sitúa como barrera ante ella, etc. 1• La superposición de los niveles de lenguaje y la interrelación entre ellos da al conjunto unas propiedades de sumo interés para la intelección de la conducta global, de la que me ocuparé en 2.6. Se trata de lo siguiente: cada lenguaje de un determinado nivel: a) habla del todo específico a dicho nivel; b) oculta de alguna manera a los lenguajes a los cuales se superpone; e) éstos, en alguna medida, se exhiben en el lenguaje de nivel superior. 1

1976.

Ver sobre este aspecto DAVIS, F. La comunicación no verbal, trad. cast., Madrid,

2. Psico(pato )logía

119

Así, v. g., el lenguaje verbal habla de lo específicamente lógico, es decir, transmite mera información; al mismo tiempo oculta las actitudes y conductas que deberían expresarse en el lenguaje analógico y libidinal; pero tanto uno como otro se exhiben en el lenguaje verbal. Un ejemplo aclarará cuanto quiero decir en este contexto: el uso de un lenguaje científico por parte de alguien no impedirá el que emerjan las actitudes del hablante no sólo respecto del terna de que trata, sino, sobre todo, de los componentes con los cuales se relaciona en el contorno; pero es claro que en algún sentido el lenguaje científico puede ser usado para la expresión de conductas libidinales en una relación interpersonal en la que la conducta libidinal neta sería improcedente. Es más, puede afirmarse que la insuficiencia de cada lenguaje respecto de su uso específico resulta de la interferencia de los otros lenguajes en él; y así, un lenguaje verbal se hace imperfecto cuando el lenguaje analógico de nuestras emociones se incrusta y lo convierte en balbuceante. Por el contrario, la incrustación del lenguaje verbal en el analógico o libidinal altera el uso de los respectivos lenguajes, en la medida en que implica la intromisión de un vector «lógico» en la expresión de emociones o impulsos. También es útil lo expuesto para enunciar ahora el concepto de regresión y el de su inverso, el de progresión. No se trata de conceptos con connotaciones valorativas, como habitualmente se emplean, sino de constataciones de dirección arriba-abajo y abajo-arriba. Decimos regresión cuando un discurso conductal, imposibilitado de ofrecerse en el nivel de lenguaje que le sería propio, se obliga a su formulación en otro de nivel inferior. Regresión es el paso, por ejemplo, del discurso verbal analógico, cuando las palabras son sustituidas por una indicación gestual. Por el contrario, progresión es la sustitución de un discurso conducta! de un nivel por otro de un nivel superior. Así, por ejemplo, mientras el ataque histérico o la crisis de cólera entrañan una regresión al nivel actitudinal de un discurso que podría haber transcurrido en el nivel verbal, verbalizar estados emocionales, pongamos por caso, en la terapia, significa una progresión. Los conceptos de intercambiabilidad de niveles de lenguaje, así como los de regresión y progresión, son importantes para la intelección de la producción de síntomas. Los psicólogos de la comunicación humana (BATESON 1~ WATZLAWICK, etc., así como Szxzs) han llamado la atención de qué forma muchos síntomas representan el fracaso en el uso de un lenguaje verbal y el recurso a un lenguaje analógico. El desmayo histérico es un ejemplo de ello; lo es también ciertas formas de negativismo, mediante el cual el. sujeto adopta una actitud a través de la cual comunica que no 1 BATESON, G., y ]ACKSON, D., «Sorne Varieties of Pathogenic Organization», en D. M. Rrocn, Disorders of Communication, 42, Assoc. for Research in Nerv. and Mental Disease, 1964. - y RuESCH, J., Comunicación, la matriz social de la Psiquiatría, trad. cast., Buenos Aires, 1965.

Introducción

120

a la psiquiatría,

1

quiere comunicar, cosa que la mayoría de las veces sería imposible desde el propio nivel verbal. Me he referido en otros trabajos al hecho de que, por ejemplo, muchos celosos hablan, en una primera fase, antes de que precisamente anuncien de modo verbal sus sospechas, de su potencia sexual, haciendo gala de una actividad desusada: con ello, a nivel del lenguaje verbal quieren mostrar-mostrarse su potencia, cuestionada en su opinión, y que no sería suficientemente refutada mediante un discurso verbal 1. 2.2.

LA

CONDUCTA

COMO

PROPOSICIÓN:

EL SUJETO

DE LA PROPOSICIÓN

Hasta ahora he tratado la actividad humana, y especialmente esa forma de la misma que denominamos acto de conducta en general. He intentado hacer ver de qué modo se plantea necesariamente el acto de conducta como acto de relación, de forma que la peculiaridad de la conducta sólo podía entreverse a expensas también de la consideración del objeto de la relación, al mismo tiempo que de la relación. Para interpretar el acto de conducta en sus diferentes modalidades he adoptado un modelo que podemos calificar de lingüístico, en tanto cada forma de conducta se considera lenguaje y se sitúa en un nivel de lenguaje: el nivel libidinal, el nivel analógico (gestual) o actitudinal y el nivel verbal (discursivológico, es decir, informativológico). En suma, el acto de conducta como signo, dentro de un sistema de signos. La interrelación entre los distintos tipos de lenguaje, así como el dato de que el acto de conducta aparece con sentido -el sentido que marca el tipo de relación que se decide adoptar con el objeto-, hacían que la conducta pudiese ser considerada predicado de «algo», hasta ahora poco nombrado o apenas insinuado. La conducta resulta ser, en tanto predicado, una proposición, y la proposición exige alguien de quien dicha proposicion predica. Incluso en todo momento hice ver que la función de cualquiera forma de lenguaje era la de ser signo natural o síntoma de aquel o aquello que lo usaba, además de convertirse o elevarse a signo, con su categorización de señal para el otro y de símbolo de aquello a lo que se hacía referencia. De manera que, para ser exactos, el acto de conducta resulta ser una doble proposición: es del sujeto, en cuanto dice de él; es del objeto, en cuanto se refiere a éste. Si yo digo en este momento: «escúchame, ve a abrir la puerta», esta frase predica de mí (en cuanto sujeto que ordena y que ordena tal y tal cosa), y predica de aquel a quien digo la frase (sujeto al que puedo ordenar, o creo que puedo ordenar, y al que ordeno tal y tal "Í<

1 Casos de éstos son por demás frecuentes, incluso en no celosos, sino en sujetos que tratan de hablar de sus hazañas sexuales para compensar su insuficiencia. Esta conducta se denomina seudologismo y se describe entre las pautas de comportamiento erótico.

2. Psico(pato )logfa

121

cosa) y eventualmente también de aquello a que se refiere la frase (la puerta y la acción de abrirla), si es otro objeto distinto de mi interlocutor. Tomadas estas razones se hace inevitable la consideración de un modelo de conducta que: a) incluya al sujeto de la misma, y b) incluya al objeto sobre el cual la conducta se proyecta. El punto a) no sólo exige, como digo, el sujeto de la misma, sino en general «el sujeto», es decir, un modelo que sea válido para todo acto de conducta, y de aquí la necesaria, y al mismo tiempo relativa, generalización de inferencias. Lo que se diga de un sujeto debería poder decirse de todo sujeto. Hay que construir, pues, modelos hipotéticos generalizables de «sujeto». El punto b) supone a su vez dos cuestiones: 1) que las relaciones del sujeto son, en parte, con una clase de objetos que son también sujetos, y haremos, pues, el necesario análisis de las relaciones intersubjetiuas, como una forma peculiar de relación del sujeto con algunos objetos de la realidad; 2) además de con sujetos, el sujeto se relaciona con otros objetos de la realidad, que no tenemos por qué dividir según sus cualidades naturales (objetos físicos y objetos vivos no humanos), sino de acuerdo a su carácter sígnico, es decir, semiótico: no es categorialmente idéntica la piedra que encontramos por azar en el camino que la que sirve de mojón, o el árbol que surgió espontáneamente que el que se plantó. Esta división de los signos en naturales y no naturales (sociales) ha de ser importante para la comprensión de algunas circunstancias de orden psico(pato)lógico. Pero también el objeto inanimado tiene connotaciones que derivan de la proyección del sujeto en él, o sea, de relaciones emocionales con él, a las que he de aludir. El concepto de sujeto (sujeto del acto de conducta, del acto de lenguaje, de la proposición) es además inevitable, precisamente por la previa consideración de los actos humanos ·en aconductales y conductales. Para los primeros basta el concepto de organismo, el cual no deja de ser una inferencia como la de sujeto, pero del nivel biológico, y esto parece conferirle una categoría de objetividad superior a la de sujeto: en el fondo, «organismo» es un concepto y, como tal, un modelo, como modelo es «sujeto». Los segundos presuponen al organismo, pero en la medida en que exigen algo extraorganísmico -el objeto de la relación- suponen un nivel de organización superior, más complejo, un sujeto capaz de interrelaciones con sentido e intencionalidades inéditas, dependientes de la inédita cualidad del objeto con el que la relación se efectúa. El esquema adjunto muestra las diferencias de nivel y de organización, resultantes de las gestalten de las que surgen los dos conceptos: organismo y sujeto. El concepto de «sujeto» es metaorganísmico (metabiológico), como el de «organismo» es metafísico (no en el sentido de que proceda de la Metafísica, sino en el de que presupone a su vez niveles físicos, prebiológicos, a los que excede). Esto quiere decir que el sujeto contiene al organismo, lo presupone, como el organismo contiene y presupone el nivel de organización fisicoquímico. Dicho de otra forma: el nivel físico es atómico; el biológico, molecular; el psicológico, molar.

Introducción

122

a la psiquiatría,

1

Sobre la importancia del concepto de «persona» en el análisis de la conducta, aun desde una perspectiva filosófica, ver STRA WSON 1.

Homeostasis qui ca

psí-11 relación

NIVEL DEL SUJETO

Sujeto

(relacional, conductal, psicológico)

objeto

(logro equilibrio intrasubjetivo) (modificación contexto)

i

l

Homeostasis lógica

bio-

relación organismo -----

NIVEL ORGANISMICO (biológico)

medio

mantenimiento equilibrio intraorganísmico

i NIVEL FISICO

l

Entropía

En cierto sentido sería indiferente la intercambiabilidad entre los conceptos de «sujeto» y de «persona». No obstante, las connotaciones de uno y otro vocablo me llevan a preferir el de sujeto. Por otra parte, el concepto «hombre» no debe ser usado más que desde el punto de vista organísmíco, puesto que, en el contexto que nos movemos, «hombre» define una especie dentro de la escala animal.

El modelo de sujeto ha de contar con los tres niveles de la conducta, inherentes a los tipos de la misma. Por tanto, la conducta pulsolibidinal, la actitudinal y la verbal permiten hacer dos tipos de inferencias: una, l STRAWSON, «Personas», Minnesot. Stud. in the Pbilos. of Scienc., II, 1958, y también el artículo polémico contra STRAWSON, de AYER, en El concepto de persona, trad. cast., Barcelona, 1969.

2. Psico(pato)logía

123

general -la heterogeneidad del sujeto-; otra, que concierne a los aspectos parciales, que si han sido tratados hasta ahora referidos a la conducta, debemos, a partir de este momento, referirlos al sujeto. 2.2.1.

Heterogeneidad del sujeto: tópica y dinámica del sujeto

El sujeto de la conducta es una estructura heterogénea, o sea, no puede considerarse idénticamente constituido cualquiera que sea el ámbito del mismo. Si efectivamente existen tres tipos de conducta, interrelacionadas entre sí, esto quiere decir que cada uno de los tipos de conducta emergen desde una subestructura del sujeto, que, como la del sujeto, es un modelo epistemológico, útil para la intelección, pero que no es en modo alguno equiparable a un calco de la realidad. El modelo de sujeto es una formación mental, intelectual, del investigador, necesaria para él, como necesaria lo es también para la vida cotidiana de relación. La única diferencia entre el modelo epistemológico psico(pato )lógico y el que subyace implícito en nuestra vida de relación (la vida cotidiana), es que este último es un supuesto válido para cada momento de esta vida de relación, no una hipótesis de trabajo que se constituya en hipótesis explicativa. Dicho de otra forma: cuando actuamos los unos con los otros presuponemos en los demás intenciones para sus actos, pero esta hipótesis sólo se pone en juego en el momento mismo de la actuación y notoriamente cuando suponemos alguna suerte de contradicción entre lo que el sujeto hace para nosotros y la intención de ese hacer. En el modelo teórico se ha de dar cuenta de ésta y otras muchas posibilidades, y no puede, por decirlo así, improvisarse para el momento, sino que debe presidir, de modo coherente, todo análisis ulterior de conductas. El modelo heterogéneo del sujeto implica la existencia: a) De un nivel pulsional, en donde o de donde emergen actividades pulsionales. Es un nivel próximo al nivel orgariísmico, o sea a aquel que sólo precisa de la consideración biológica para su explicación. Cuando trate de la evolutividad del sujeto haré ver que la conducta libidinal en los primeros estadios es prácticamente, permítaseme la expresión, la menos conducta, la más cercana a un acto aconductal: la satisfacción oral, la autoerótica de los primeros estadios, no componen actos para la vida de relación propiamente dicha, sino para la intrarrelación, esto es, tendente a la satisfacción de necesidades internas. Sólo en estadios ulteriores de la evolución del sujeto la conducta libidinal se usa también para la relación, tal la conducta ínter. sexual; e incluso la sexualidad autoerótica, el autoerotismo del adolescente y del adulto, habría que considerarlo como conducta, es decir, para la relación, que no es necesariamente consigo mismo, por una reflexividad del sujeto sobre sí, sino del sujeto con otro, imaginado o fantaseado. Pero de ello nos ocuparemos en el capítulo correspondiente (2.5.1). b) De un nivel actitudinal, en donde el· sujeto propone la forma de relación como tal sujeto con los objetos que le rodean y con los cuales

Introducción a la psiquiatría, 1

124

entra en relación. Actitudes de dominación-sumisión, antipatía-simpatía, afección-rechazo, admiración-desprecio, etc., proceden de este nivel. e) De un nivel intelectual, de expresión con el lenguaje verbal, y en donde emerge la conducta controlada, adecuada sintáctica y semánticamente para la información de nuestros pensamientos, recuerdos, imágenes, fantasías, sueños, etc. La conducta es de relación informativa, como veremos luego al tratar de la relación intersubjetiva. El nivel intelectual, racional, es el nivel lógico. Mediante éste, se trata de obtener la adecuación del sujeto a la realidad (detección de qué «cosa», en el sentido débil del término, hay ante nosotros y qué significa), merced a la aplicación de las reglas y metarreglas que rigen en la estructura (lógica) de la realidad. El modelo de sujeto ha sido considerado siempre como heterogéneo. M. SCHELER I, HoFFMANN2, las teorías caracterológicas (KLAGES 3, por ejemplo), las teorías de inspiración neurológicas como las de ]ACKSON 4, VoN MoNAKOW5, GoLDST'EIN6, las psicoanalíticas. (FREUD7, M. KLEIN8, FAIRBAIN 9, A. FREUD 10, HARTMANN 11, etc.), las evolutivas (WERNER 12, PIAGET 13, entre otros). Todos ellos parten de que el hombre es, en efecto, un organismo, pero que en la medida de sus posibilidades ante la realidad y para su transformación, sitúa sus actuaciones, además, a un nivel supraorganísmico. Naturalmente esta consideración supraorganísmica ha servido en muchos casos como refugio para el dualismo cuerpo-espíritu, pero en el fondo se trata de una cuestión puramente nominalista, aunque tras cada nombre (conducta, psique, mente, espíritu, alma, etc.) se escondan toda una serie de connotaciones que remiten a la ideología del investigador en cuanto ser social. (Para la consideración estructural jerárquica en los más diferentes respectos, ver L. L. WHYTE, A. W11SON14 y otros.) Conviene precisar que actualmente la tesis de la heterogeneidad se extiende incluso a los niveles organísmicos mismos, es decir, en el ámbito de lo estrictamente biológico (d. J. ÜRO 1s, entre otros, y, con carácter de teoría general, en L. V. BERTALANFFY l.6), y que desde 1

SCHELER, M., El puesto del hombre en el cosmos, trad. cast., Madrid, 1936. HoFFMANN, J. H., Teóría de los estratos psíquicos, trad. cast., Madrid, 1946. KLAGES, L., Die Grundlagen der Charakterkunde, 8.ª ed., Leipzig, 1936. }ACKSON, J. H., Selected Writings, 2 vals., New York, 1958. VoN MoNAKOW y MouRGUE, Introduction biologique a l'étude de la Neurologie et de la Psycbopatbologie, París, 1928. 6 GoLDSTEIN, K., La structure de l'organisme, trad., franc., París, 1951. 7 FREUD, S., Introducción al Psicoanálisis, en Ob. Com. 8 KLEIN, M., El psicoanálisis de niños, trad. cast., Buenos Aires, 1948. 9 FAIRBAIN, R., Estudio psicoanalítico de la personalidad, especialmente cap. IV, trad. cast., Buenos Aires, 1962. 1 FREUD, A., El Yo y los mecanismos de defensa, trad. cast., Buenos Aires, 1954. 11 HARTMANN, H., Ensayos sobre Psicología del Yo, trad. cast., México, 1969. 12 WERNER, H. Psicología comparada del desarrollo mental, trad. cast., Buenos Aires, 1965. 13 PrAGET, J., Seis estudios de Psicología, trad. cast., Barcelona, 1967. 14 WHYTE, L. L.; WrLSON, D., y otros, Las estructuras jerárquicas, trad. cast., Madrid, 1973. 15 ÜRO, J., «El origen de la vida», en Bol. lnf. Fund. Juan March, 64, octubre, 1977. 16 BERTALANFFY, L. von, Théorie général des Sistémes, trad. franc., París, 1973. 2 3 4 5

°

2. Psico(pato la biología

vrns

1,

)logía se pretende

125 su generalización

a toda actividad en sentido amplio

(cf. R. LE·

en WADDINGTON y otros).

La existencia de los tres niveles en la estructura que compone el sujeto implica la consideración "topica del sujeto. La interrelación entre ellos supone la consideración dinámica del mismo. A S. FREUD se debe el haber sitematizado de modo coherente la tópica y dinámica del sujeto. Para FREUD el nivel *pulsional compone lo que denomina Ello. Nótese el carácter impersonal del término, sugerido por GRODDECK 2, que hizo suyo FREUD 3• La impersonalidad del Ello, de las instancias del Ello, muestra la proximidad a lo organísmico, a lo aconductal, a que antes me referí. El Ello adquiere su rango psicológico cuando sus instancias entran en transacción con los niveles más elevados del sujeto, es decir, cuando ha de ponerse al servicio de la relación con el objeto. El Ello es, pues, el estrato de las pulsiones libidinales. En la segunda tópica, FREUD 4 considera pulsión del Ello también la agresividad, la destrudo (E. WEiss) 5, lo que FREUD denominará pulsión de muerte. El problema de si la agresividad es, en efecto, una pulsión del mismo nivel que la *libidinal, o si resulta de la frustración de las pulsiones libidinales, es irresoluble, puesto que no es directamente verificable. Hay toda suerte de datos que hablan en favor de una u otra tesis, como inferencias que pueden obtenerse de los mismos.

En la relación del sujeto con el objeto (*relación objetal) se habla de la catectización libidinal de éste, cuando sobre el mismo el sujeto ha proyectado sus instancias eróticas. El término 1' catexia tiene un significado energético. La catexia es la carga energética de las instancias eróticas. La catexia libidinal sigue una trayectoria que va desde el propio sujeto hacia un objeto exterior, para revertir otra vez sobre el sujeto. El nivel actitudinal está, desde el punto de vista tópico, entre el Ello y lo que se habrá de denominar Y o. FREUD dedicó la máxima relevancia a una determinada actitud, la que llamó Superyó, que resultaba ser la interiorización de las actitudes del otro generalizado (MEAD 6), es decir, de la colectividad, concretamente de la microcolectividad que representa la familia, como receptáculo de las primeras relaciones sociales del sujeto. I LEVINS, R., «Sistemas complejos», en W ADDINGTON y otros, Hacia una Biología teórica, trad. cast., Madrid, 1976. En una perspectiva filosófica de la realidad, ver la elaboración sistemática de J. FERRATER MORA, De la Materia a la Razón, Madrid, 1979. 2 GRODDECK, G., El Libro del Ello, trad. cast., Madrid, 1973. 3 FREUD, S., El Y o y el Ello, en Ob. Compl. 4 FREUD, S., La segunda tópica es la contenida en El Yo y el Ello, frente a la primera, que se desarrolla en el cap. VIII de La interpretación de los sueños y en el título de la nota 7. 5 CrT. EN EL ARTÍCULO «AGRESIÓN»,de la Enciclopedia del Psicoanálisis, de EmEL· BERG, trad. cast., Barcelona, 1971. 6 MEAD, G. H., Espíritu, Persona y Sociedad, trad. cast., Buenos Aires, 1953.

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Introducción

a la psiquiatría,

1

Pero, de hecho, el Superyó adopta muy diversas formas, dependientes de las actitudes que se internalízan y de quienes han sido internalizadas. La situación del nivel actitudinal reviste un carácter muelle entre el Ello y el Yo. Por una parte, matizará las catexias del Ello; por otra parte, dará al Yo, en sus relaciones con la realidad, un carácter subjetivo, por cuanto son catexias que no tienen el carácter primigenio de las libidinales. Las actitudes son, pues, mediadoras. Adoptan, por una parte, la forma pática, de empatía sujeto-objeto (simpatía, antipatía), que son formas elaboradas de amor-odio; por otra, la forma ética, como asunción de la moral corno instancia del denominado Superyó. Las catexias de este nivel actúan como contracatexias del nivel libidinal. Finalmente, el nivel discursivológico es el nivel del Yo, aquel sector del' sujeto que contacta directamente con la realidad. El Yo se debe ante todo a la realidad y, por tanto, es el que obliga al sujeto, con su conducta, a adoptar el principio de realidad. Las catexias del Yo se oponen a las del Ello, en la medida que hacen suyas las demandas de la realidad y de su adaptación a ella.

2.2 .1.1. Corolario de la compositividad de la conducta La heterogeneidad estructural y, en consecuencia, dinámica del sujeto, y la consideración del mismo como sistema complejo, permite superar las relaciones causales lineales, al modo de la psicología clásica, fisicalista, y su sustitución por redes causales intrasubjetivas, es decir, entre los distintos niveles del sujeto. De acuerdo al modelo, la conducta aparece como resultante de la consideración sincrónica de los niveles de intraactuación, de la cual deviene la relación con el objeto. Por otra parte, permite una consideración diacrónica no sólo del sujeto (los niveles resultan ser diferenciaciones de los de jerarquía más baja o de cronología anterior), sino de la conducta, según pretendo hacer ver a continuación. En efecto, si el sujeto es, en cada nivel, resultante de una evolución y una diferenciación logradas en las relaciones con la realidad, y el sujeto, en su heterogeneidad, opera síncronamente en todos sus niveles para el logro de un acto de conducta, puede deducirse de ello el siguiente corolario:

todo acto de conducta contiene, en distinta medida, componentes que corresponden a los tres niveles del modelo de sujeto ofrecido, y asimismo remite a los estadios anteriores de la evolución de cada nivel, que han hecho posible la estructura y dinámica actuales.

Conviene tener en cuenta que este corolario, que permite el análisis hermenéutico de la conducta, que en verdad representa buena parte de las más importantes investigaciones actuales en Psico(pato)logía -la Psico(pato)logía actual es ante todo de la motivación y no funcional y, por tanto, es interpretativa (BÜHLER)-, es de hecho puesto en práctica en la interpretación silvestre de la vida de relación interpersonal. Cuando se afirma

2. Psico(pato)logía

127

qué connotaciones eróticas, pongamos por caso, contiene un acto de conducta de contenido no erótico, se está introduciendo al conjunto del sujeto como responsable de la compositividad de la conducta. El acto de conducta -o mejor, la conducta- es, dicho en otros términos, un texto de tres discursos, que sólo a título del análisis permite sus lecturas independientes.

Este corolario de la * compositividad de la conducta enlaza con la consideración del acto de conducta como signo «perfecto», es decir, como signo interpretan te que remite a una serie indefinida de signos y, en consecuencia, a un árbol de connotaciones que unas veces afecta al objetoreferente, otras al sujeto hablante, otras al interlocutor y oyente o receptor. conducta Ello ----•::

Sistema de ____.Y actitudes

o

compositividad

2.2.1.2.

relacional de la conducta

Una propiedad del sujeto: la reflexividad

El nivel del Yo, de la conducta verbal, permite la información no sólo sobre la realidad externa al sujeto, sino sobre el sujeto mismo. Obviamente, informamos no sólo acerca de qué es lo que hay, lo que acontece a nuestro alrededor, sino también sobre nuestros pensamientos, deseos, instancias y necesidades. El sujeto se toma a sí mismo como objeto, y por tanto, debe ser considerado como lo que en verdad es, como un objeto más de la realidad. Hablamos, para entendernos, de realidad externa y de realidad interna. Trataré de hacer ver más tarde que esta diferenciación es arbitraria. La reflexividad del sujeto sobre sí mismo le permite objetivar-se, y la posibilidad de distorsión de que está en riesgo este objeto, que es él mismo, no difiere en lo esencial de la distorsión que suele operarse sobre la considerada realidad externa al sujeto. Hablaré de este tema al tratar de la proyección, aunque debe ponerse también en relación con lo dicho acerca de la observación en Psico(pato)logía, a que se aludió en el capítulo dedicado a la epistemología ( 1.3). La propiedad reflexiva del sujeto es sólo de parte de él, del Yo, la del nivel discursivológico. Por eso, en la práctica se trata de una reflexividad verbal, y la mayoría de nuestros pensamientos están constituidos por palabras, o mejor, símbolos de palabras, metasímbolos, palabras pensadas, sobre todo cuando se refiere a pensamientos sobre conceptos. Naturalmente hay también pensamientos sobre imágenes no verbales, sino de otro tipo, visuales, táctiles, etc. Es posible que la reflexividad inherente a la funcionalidad del nivel de conducta verbal proceda del contacto con la realidad, y por consiguiente se trate de una· forma de aprendizaje. Aprendemos a pensar al compás

128

Introducción

a la psiquiatría,

1

del aprendizaje del habla. Aprender a denominar es una fuente -no la única- de aprender a pensar en determinados objetos, y, además, por ello acontecen dos cosas de importancia para la Psico(pato)logía: a) que se aprende a pensar en lo que los demás piensan a través de su habla, y b) que se aprende a comunicar lo que pensamos a expensas de nuestro habla. De esta forma, al homologarse por analogía el sujeto con los demás sujetos de la realidad externa a uno, habrán de tener lugar experiencias tales como la comunicación interpersonal y la patología de la comunicación interpersonal. Así, por ejemplo, espero hacer ver que deliremas tales como los de control del pensamiento, del pensamiento impuesto o, en otro orden, los deliremas de celos, persecución, alusiones y referencias, todos ellos supuestos, sólo son posibles, y además, sólo son inteligidos merced a la consideración de la reflexividad del sujeto y de la analogía, o transposición del modelo inherente a la reflexividad, a otros sujetos. En la discusión del trabajo de TAUSK 1 acerca del delirio de la máquina de influencia, señaló FREUD que la delirante suposición de muchos esquizofrénicos de que su pensamiento es «visto» u «oído» se debe al hecho de la comunicabilidad mediante el lenguaje verbal: si sé lo que piensan los demás por lo que hablan, los demás pueden saber lo que pienso si mi pensamiento adopta la forma de imágenes verbales.

He dicho antes que la reflexividad del sujeto alcanza sólo el nivel discursivológico. Efectivamente, sólo si se codifica a este lenguaje los lenguajes de las conductas sexuales y actitudinales es posible alcanzar también sobre éstas la reflexividad. Dicho de otra forma, la reflexividad es propia del Yo, del nivel del Yo, y precisamente la tarea interpretativa que se lleva a cabo, por ejemplo, en el psicoanálisis tiende a verbalizar, es decir, a llevar al nivel verbal lo que antes estaba en el nivel pulsional y de actitudes. «Donde era el Ello ha de ser Yo», decía FREUD que era, en suma, la tarea psicoanalítica. La reflexividad permite al sujeto saber de sí y sobre sí mismo en todos sus niveles. 2.3. 2.3.0.

LA CONDUCTA COMO RELACIÓN La conducta como relación del "sujeto con la realidad

En los parágrafos que siguen estudiaré dos cuestiones, a saber: 1) la conducta del sujeto como operación con aquellos componentes de la realidad que se denominan sujetos, o sea, la comunicación interpersonal, el sentido de realidad respecto de sí mismo y de los demás, la construcción de la conciencia de sí mismo -una expresión más de la reflexividad del sujeto- como resultado de un sentido de realidad, correcto o incorrecto, 1 TAUSK,

cast., en O.

V., «Sobre el origen de la 'máquina de influir' en la esquizofrenia», trad. Trauestismo, Fetichismo, Neurosis infantil, B. Aires, 1975.

FENICHEL,

2. Psico(pato )logía

129

acerca de los demás y de sí mismo; y 2) la conducta del sujeto como operación con aquellos componentes de la realidad que no son sujetos (relación sujeto-objeto propiamente dicha). El punto 1) es una inferencia inevitable. Si existe el sujeto existen los sujetos. Desde el punto de vista filosófico puede ponerse en cuestión la plausibilidad del argumento analógico, pero no desde el punto de vista pragmático de las relaciones humanas. Aquí, necesariamente, si yo existo existen los demás. Por otra parte, la realidad que nos demanda no es la realidad en abstracto que cuestionan los filósofos, sino la realidad de la praxis, que, ciertamente, también obliga al filósofo a aceptarla, o cuando menos a contar con ella, comportándose entonces de modo igual al denominado «hombre de la calle».

2.3.1.

La relación interpersonal

Vamos a ocuparnos ahora de los actos de conducta que se ponen en juego con la intención de comunicar algo a alguien y también de establecer una relación (comunicación y metacomunicación; o información y comunicación). Es decir, el punto 1) del parágrafo anterior. Es claro que, como se dijo, «no hay no conducta» y en todo momento estamos, por tanto, emitiendo signos. Pero también es cierto que no siempre hay sujetos receptores de tales signos. Ahora mismo, mientras escribo, no hay nadie a mi alrededor. Para un observador omnipresente, que para mí no constara, ciertamente estoy llevando a cabo actos de conducta, y extremadamente complejos, que podría interpretar ese observador teórico. Pero lo que sí es cierto es que los tales signos no poseen el carácter de señal para él, es decir, de dirigidos a él, no cumplen la función apelativa, signaléptica. La presencia del interlocutor altera la gestalt, en la cual figuro yo como sujeto de la conducta y le confiere una cualidad específica que es la que justifica su tratamiento aparte. Evidentemente no es lo mismo mi relación con un sujeto que al mismo tiempo me propone su relación, que mi relación con un objeto que, como sistema de señales, se constituye en un sistema estable, es decir, no comunicativo, por ejemplo, un objeto inanimado. No sólo mi relación con otro es distinta que con cualquier objeto inamimado, sino que mi relación con este último sería a su vez diferente de estar presente alguien, y, por tanto, tener que relacionarme con él. Quiero decir que la presencia de ese objeto que sabemos sujeto (emisor-receptor de signos) modifica cualitativamente la gestalt. ¿Qué significa la afirmación de que la gestalt se modifica cualitativamente? Significa que el modelo de sujeto en relación con la realidad no es un modelo energético, sino un modelo informativo, que depende de la índole de la información que se ofrece recíprocamente, y que en manera alguna puede homologarse con un modelo físico, de relación de fuerzas. En efecto, la relación entre los sujetos A y B queda modificada si A dice a B «eres un cerdo», lo cual nada tiene que ver con procesos energéticos

130

Introducción

a la psiquiatría,

1

ni es mensurable en términos de cuantía de energía, sino en cualidad de información. Insistiré luego en este punto. 2.3 .1.1.

Modelo comunicacional

Es un modelo que afecta tan sólo al proceso de la relación y no a los mecanismos mediante los cuales los sujetos se relacionan. El modelo comunicacional es, típicamente, un modelo psicológico: no se interesa por la naturaleza de los fenómenos, sino cómo acontecen. El símil más útil al respecto es el de los sujetos que hablan por teléfono, o el que nos habla y los que oímos y vemos en la televisión. Nada nos importa acerca de los fenómenos electrónicos que hacen posible el que me hablen y yo escuche: me interesa tan sólo qué me hablan y qué entiendo. Naturalmente, cuando el televisor se estropea la comunicación no es factible; tampoco cuando lo apago, y por supuesto cuando en los estudios los transmisores se estropean o los locutores se declaran en huelga o acaban su programación. Pero esto lo único que nos demuestra es que emisor y receptor precisan de mecanismos indispensables para la comunicación de los mensajes que se transmiten, pero nadie atribuiría una mayor competencia en la intelección de los mensajes, por ejemplo, de política internacional, por el hecho de que se supiese cómo funciona una estación de televisión y cómo funciona el televisor. El experto en electrónica no es, necesariamente, experto en política internacional, y si lo es, es en virtud de un pluriempleo, no como consecuencia lo uno de lo otro. El primer modelo comunicacional es el ofrecido en la Retórica de ARISTÓTELES cuando habla de la unidad orador-discurso-oyente. Por referirme a modelos recientes, el primero de ellos es el de SHANNON-WEAVER, inspirado en la comunicación telefónica y en el que se consideran los siguientes elementos: orador sistema vocal discurso sistema auditivo oyente

Fuente: Transmisor: Señal: Receptor: Destino:

1 Fuente 1 ~ 1 discurso 1 ~ trans mi sor

Re cep tor

señal signo símbolo

Un segundo modelo es el de

BERLO

1Destino1

1,

que matiza más que el anterior

y se aproxima mucho más a la comunicación interpersonal. El modelo es

como sigue: 1 BERLO,

ob. cit.

2. Psico(pato)logía

131 DIAGRAMA DE BERLO

FUENTE

------+

(propósito de comunicar) codificación de lo que se quiere comunicar, mediante 4 factores:

MENSAJE

-4

CANAL

-4

RECEPTOR (propósito

código tratamiento contenido

vista oído tacto olfato gusto

de recibir)

decodificación de lo que se ha de recibir, mediana4 factores:

1)

habilidades (hablar, escribir, etc.)

1)

habilidades (ver, oír, etc.).

2)

actitudes: sobre sí mismo; sobre el tema; sobre interlocutor.

2)

actitudes: sobre sí mismo; sobre el tema; sobre el receptor.

3)

conocimiento: del tema; de forma de exponerlo.

3)

conocimiento: del tema; por la exposicíón.

4)

sistema sociocultural.

4)

sistema sociocultural.

Voy a comentar este modelo, ejemplificando a expensas de situaciones, tanto de las que caracterizaríamos como psicológicas cuanto de las psicopatológicas, si bien el enfoque que luego daré a los procesos comunicacionales se inspira, por una parte, en los trabajos de la escuela de BATESON 1 (Palo Alto), en los de LAING 2 y su grupo, VERON 3 y en mis propios trabajos (CASTILLA DEL Prxo 4). El lector habrá de obtener la conclusión de que este modelo comunicacional no sólo implica, según he hecho ver, el modelo de sujeto, sino también del sujeto en su entorno, y por otra parte, al sujeto con relaciones intrasubjetivas de gran complejidad. El propósito de comunicar algo por parte de la fuente ha de ser codificado. Codificar significa la acción de convertir una intención -en el sen1 Ver no sólo WATZLAWICK y alt. ya citados, así como RuESCH y BATESON, cit.. , sino también BATESON, JACKSON, HALEY y WEAKLAND, Toward a Theory of Scbizopbrenia, Behav. Sciencie, 1, 252-264, 1956. BATESON, Minimal requirements far a Theory of Schizopbrenia, Arch. Gen. Psych. 2, 477-491, 1960. Los dos últimos trabajos, entre otros, se encuentran en el volumen de trabajos de BATESON, Steps to an Ecology of Mind, part II, 1973. 2 LAING, R. D., El Yo y los otros, trad. cast., México, 1974; también Knots, London, 1970; también LAING, PHILLIPSON y LEE, Interpersonal perception, A theory and a Method of Researcb, New York, Evanston, San Francisco, London, 1972. 3 VERON, E., Conducta, Estructura y Comunicación, Buenos Aires, 1972. 4 CASTILLA DEL Pmo. C., aparte Hermenéutica, ya citada, también La insuficienica funcional del Lenguaje, en Sistema, 2, mayo 1973.

Introducción

132

a la psiquiatría, 1

tido débil de este vocablo- en acto. La codificación ha de ser fiel, para que lo que se pretende comunicar se logre comunicar. Para ello hace falta que el sujeto emisor -la fuente- posea habilidades codificadoras, inherentes a distintas formas de conducta: habilidad verbal (hablar, escribir); extraverbal (pintar, gesticular). Las perturbaciones de estas habilidades, por ejemplo, en afasias, agnosias, apraxias y parálisis (centrales o periféricas) alteran o anulan las posibilidades codificadoras. En todo caso, y aun sin que se alcancen circunstancias patológicas, existen innumerables matices en orden a la habilidad que cada cual muestra en la codificación verbal o extraverbal. El segundo factor decisorio sobre la fuente y su posibilidad de codificar es el que deriva de las actitudes del sujeto-fuente. Actitudes que han de ser distintas según se proyecten: Sobre sí mismo, en forma de seguridad/inseguridad respecto de la consecución del objetivo. Por ejemplo, el pánico oratorio es expresión de la inseguridad del sujeto respecto del logro de sus propósitos. Sobre el tema mismo. Naturalmente, no es lo mismo hablar de un tema de aritmética que de las relaciones sexuales. Aunque tendremos ocasión de analizar detenidamente este aspecto, digamos que cuando la actitud es inhibidora sobre el tema las oraciones tienden a hacerse anacolú ticas. Sobre el receptor, según juzguemos a este favorable o desfavorable respecto de la recogida de nuestro mensaje, o simpático o antipático respecto del sujeto emisor. El tercer factor concierne al conocimiento que el sujeto-emisor posee acerca del tema y de la forma de exponerlo. El cuarto factor es inherente a la posición que ocupa el sujeto emisor en el sistema social. Los roles, el prestigio, etc., son importantes. Piénsese que no comunica igual el capitán al soldado que al coronel, aunque el contenido del mensaje sea el mismo; gestos, palabras, la actitud corporal en general son modificados en función de las relaciones de posición en el sistema social. La opción entre «Don José», «José», « J oseli to», «Pepe», que denotan lo mismo, está en función de esta relación. O, más gráficamente, la expresión de nuestra censura ante algo que reputamos indecente, bajo la forma de: 1) «esto que hace usted es una guarrada»; 2) «esto que hace usted está mal»; 3) «eso que hace usted n~ está bien»; 4) «eso que hace usted no me parece bien del todo», entre otras muchas otras opciones, connotarían acerca de las diferentes relaciones de posición entre fuente y destino (o recepción).

2. Psico(pato )logía

13.3

Por parte del receptor las condiciones son las mismas, sólo que el mensaje ha de ser decodificado y transformado, de mensaje oral o escrito, en mensaje comprendido, tanto en su contenido cuanto en sus propósitos. El mensaje debe ocupar buena parte de esta exposición por su importancia. En primer lugar, puede ser tratado de modo aislado, como un contexto restringido, por ejemplo, en sus elementos o partes de que consta: fonemas, morfemas, lexemas, etc. -y en su estructura (sintaxis)-. Importante es, en segundo lugar, lo que se denomina el nivel lógico de discusión, o nivel lógico en que se sitúa el mensaje. Supongamos que alguien dice «Madrid es insoportable» y otro afirma que «Madrid es un nombre propio». El objeto «Madrid» está en uno y otro caso en niveles lógicos distintos, y son, pues, objetos distintos. La teoría de los niveles lógicos del lenguaje proviene de una sugerencia de RussELL 1 (en la Introducción al Tractatus Logico-Philosophicus de WITTGENSTEIN) y ha sido aprovechada por CARNAP 2 y TARSKI 3. Conviene que se acentúe este problema de los niveles de lenguaje porque en gran parte muchos equívocos dependen de que emisor y receptor sitúan el mensaje en niveles distintos. Así, por ejemplo, todo mensaje del primer nivel corresponde a un lenguaje informativo, mientras que el mensaje del segundo nivel toma como referente al propio mensaje. Así, en Madrid es una ciudad de diez habitantes el mensaje toma como referente a la ciudad de Madrid; mientras que en «Madrid es una ciudad de diez habitantes» es una oración simple, el objeto o referente del mensaje no es «Madrid es una ciudad de diez habitantes», sino la oración que construyo. De este modo, es falso que Madrid tenga diez habitantes, pero es verdadero que «Madrid tiene diez habitantes» es una oración simple. En las relaciones interpersonales surgen muchos equívocos basados en el distinto nivel lógico en que ambos interlocutores pretenden situarse y situar el problema. Así, por ejemplo, la discusión en la pareja sobre, pongamos por caso, dónde colocar determinado objeto, puede ser vista como una discusión sobre ese tema concreto por uno; por el otro, como pretexto para ejercer la dominación sobre él por su partenaire.

El código del mensaje concierne al sistema en el cual es enunciado (idioma, danza, música, etc.). El contenido es el material que constituye el mensaje propiamente dicho. Respecto del tratamiento, depende de fa forma en que el emisor opera con el mensaje: un mismo mensaje, «Buenas noches», STANISLAWSKI lo hacía decir de más de treinta formas distintas a sus actores (citado por }AKOBSON 4). 1 WITTGENSTEIN, L., Traciatus Logico-Philosophicus, Introducción, de B. RussELL, trad. cast. en edición bilingüe, l.ª edición 1957, 2.ª, 1973. 2 CARNAP, R., Introduction to Semantics, Cambridge, Harvard Univ. Pr. 1942. 3 TARSKI, A., «La concepción semántica de la verdad y los fundamentos de la semántica», en BuNGE, Antología semántica, Buenos Aires, 1960. 4 ]AKOBSON, R., «Lingüística y Poética», en El Lenguaje y los problemas del conocimiento, compilación, trad. cast., Buenos Aires, 1971.

Introducción

134

a la psiquiatría,

1

El canal es el medio de transmisión del mensaje. Cada canal puede resultar más idóneo que otro para transmitir determinado mensaje. En general, usamos de más de un canal, y cuanto hemos dicho acerca del lenguaje verbal y analógico tiene su validez aquí. El lenguaje analógico, aun en su función indicativa, al ofrecerse al propio tiempo que el verbal, lo hace más inteligible, porque en verdad se dan dos mensajes cuya encodificación es de alguna manera superponible. 2.3.1.1.1.

Primera propiedad del modelo comunicacional: la circularidad

Se denomina también de interdependencia entre los distintos componentes del modelo. En efecto, emisor y receptor están en relación recíproca, según hemos visto. El propósito del mensaje, el tratamiento de éste, su contenido mismo dependen también del receptor, el cual de alguna manera los suscita. Las relaciones causales aquí estatuidas son circulares, no lineales. El receptor mismo es una fuente de señales, de manera que la dirección del mensaje en un momento dado, o dentro de una unidad comunicacional, es biunívoca. La circularidad, y por consecuencia la imposibilidad de establecer categorías de comienzo y fin en el proceso causal circular, deriva de aquel principio de la imposibilidad de no comunicar o de no hay no conducta, a que antes se aludió. Los sujetos A y B se constituyen en sistemas de signos desde el primer momento de establecer la relación, lo son incluso de antemano a dicha relación, y no tiene sentido hablar de quién inicia la comunicación y en qué sentido la inicia. Me extenderé un tanto sobre la afirmación de que incluso de antemano a la relación cada sujeto está comportándose de forma tal que puede decidir la relación una vez que de hecho ésta se lleva a cabo. Supongamos que el sujeto A va en el autobús y está de mal humor. Está emitiendo mensajes connotativos de «comunico que no quiero ser molestado». Pero alguien le pisa o le empuja en alguno de los vaivenes del vehículo, alguien a quien denominamos B. La conducta de A no sólo depende del estado en que de antemano se encontraba B, porque es claro que, después del pisotón, B actuará de manera distinta según la situación que previamente posea. Aun cuando B sea siempre un hombre correcto, dentro de la corrección caben matices de mayor o menor sequedad, de mayor o menor concesión en las disculpas, etc., que a su vez constituye información que recibe A y que decidirá de su conducta tanto como el estado en que de antemano A se encontraba. El esquema es así: receptor ----Emisor +- ·

Receptor emisor

2. Psico(pato )logía

135

El principio de circularidad puede enunciarse así: la relación interpersonal sólo se hace posible mediante la sincronía de la actividad emisorareceptora en cada uno de los que la componen. Dos consecuencias de este hecho son: a) no hay incomunicación. La comunicación interpersonal podrá ser calificada como «buena», «mala», «pobre», «rica» ... pero éstos son términos coloquiales. La comunicación en verdad siempre se logra, aunque lo que se comunique sea, por ejemplo, que no quiero comunicar, o que quiero comunicar sólo hasta un límite, o comunicar el rechazo de mi interlocutor, etc. b) En realidad se trata de una reformulación de lo anterior: si todo cuanto hacemos es signo, o, mejor, si estamos constantemente constituidos en sistemas emisores-receptores de signos, no puede haber silencio, en el sentido fuerte del término (es decir, no conducta), puesto que incluso los silencios son signos y, por tanto, significativos en el sentido que sea (de aceptación, de rechazo, de duda, de no querer «pronunciarrne»). 2.3.1.1.2.

Segunda propiedad la retroalimentación

del modelo

comunicacional:

Se dijo en 2.1.5 que los procesos de conducta son estocásticos, no energéticos. Ciertamente, la situación de una piedra después de ser impulsada por mí dependerá de la energía con que la despida, y en este caso el proceso es predeterminable y fijo si consigo calcular la energía y el peso de la piedra para cada momento. Pero si con la piedra doy a alguien, la reacción a la misma no dependerá de la energía ni del peso, sino de cómo tome el sujeto receptor el hecho de haber sido apedreado. Por tanto, ese mismo proceso se torna proceso comunicacional y el sujeto que recibe la pedrada puede sentirse vejado, atropellado, aunque la pedrada sea insignificante. La relación que se establece entre dos personas no depende de la energía con que transmiten sus mensajes sino del contenido de los mismos y, por tanto, es consecuencia de un intercambio de información al respecto. La dependencia de la información recibida y no de procesos energéticos se pone de manifiesto más ostensiblemente en la comunicación verbal. Entre dos personas, la relación entre ellas y, por consiguiente, los tipos de respuesta dependen del tipo de información que se intercambian. Así, la información en «conviene que estudies más» es prácticamente la misma que «si no estudias no parece que vayas a desasnarte demasiado pronto», pero el tipo de información es completamente distinto y evi_dentemente el interlocutor se ve obligado a adoptar una conducta distinta en uno y otro caso, que a su vez retroalimenta la conducta del primero.

2 .3 .1.1.3.

Tercera pro piedad la estratificación

del modelo

comunicacional:

Con anterioridad se expuso, en primer lugar, los tres tipos de conducta, verbal, actitudinal, sexual, así como el carácter jerárquico de los mismos.

Introducción

136

a la psiquiatría,

1

Se trata ahora de llevar este mismo concepto al modelo comunicacional y, de acuerdo con lo dicho acerca del uso síncrono de más de un tipo de acto de conducta, aplicarlo a la relación interpersonal. Reduzcamos el modelo comunicacional a estos tres términos: m

SE----SR

(1)

en donde SE es el sujeto emisor (por hipótesis sólo emisor), SR el sujeto receptor (sólo receptor en el esquema), y m el mensaje que el primero envía al segundo. Este modelo reproduce la mera información, aunque de hecho sólo con ésta existe alguna suerte de información respecto del hablante, derivada de la selección que implica el mensaje. No es lo mismo «no fuman> que «prohibido fuman>, que «se ruega no fuman>, etc. (cf. los distintos significados del «significado» en 2 .1.5). En este esquema podríamos tener representado el significado denotativo, estructural, contextual y connotativo del mensaje, pero quedaría sin constatación algo fundamental, precisamente aquello que ha sido característico del acto de conducta, según hice ver. Me refiero a la relación entre E y R. En efecto, todo mensaje, cualquiera sea la información que comunique, conlleva una cualificación, la de ser propuesta de relación entre E y R. Esta cualificación conseguida es la que se denomina metamensaje. Así, por ejemplo, el mensaje «ven y siéntate», lo mismo pertenece a las órdenes que a las expresiones de afecto o eróticas, dependiendo de los componentes para verbales del mensaje verbal (el tono con que es emitido) y del lenguaje actitudinal con que se acompaña. Recuérdese que se dijo que el lenguaje de actitudes, el lenguaje analógico, servía fundamentalmente para la relación, en tanto era expresivo de las actitudes emocionales del sujeto. La relación implícita e inferible por la cualificación que se hace del mensaje es un metamensaje. Por consiguiente, el esquema antes expuesto debe ser modificado del modo siguiente: (2)

SE

m Mm

~ SR

Pero, a su vez, el metamensaje puede ser cualificado mediante un metametamensaje (más allá no parece factible llevar a cabo la comunicación humana inteligiblemente). Este es el caso de la ironía, mentir con la verdad, etc. He aquí un ejemplo: supongamos que el sujeto A va a determinada casa a efectuar un atraco. De pronto, le sale el portero al paso y le interroga acerca de adónde va. Responde exactamente el interrogado. «¿Y para qué?», pregunta el portero de nuevo. «Para efectuar un atraco», dice reticentemente el entrante, y se le deja pasar. El atraco se lleva a cabo.

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2. Psico(pato )logía

Una historia judía puede ponerse también como ejemplo. Samuel y Daniel se encuentran en una estación de ferrocarril. Daniel pregunta: lastrada con instancias y tendencias. En resumen, la relación sujeto-objeto no es de 1 : 1, que sería la relación objetiva, aquella en la cual lo que aprehendo de la realidad resulta ser igual a la realidad aprehendida, sino de 1 --+ 1 (tiende a 1) en el mejor de los casos. Por todas estas razones es por lo que la relación sujeto-objeto ha de ser planteada y discutida, al objeto de que con posterioridad se comprendan los disturbios del sentido de realidad como perturbaciones de la relación sujeto-objeto. Sin embargo, en la vida cotidiana, y aun cuando, en contados casos y por contadas personas, pongamos en duda nuestras apreciaciones -es decir, lo que percibimos y valoramos- sobre los objetos de la realidad (personas y cosas), hemos de operar como si la objetividad fuera factible. Cuando escribo sobre el papel en este momento tengo que contar con que no sólo es papel sino que podré escribir sobre él, esto es, que tiene tales y tales características. De otra forma, como les ocurre a algunos obsesivos con su constante dubitación, sobrevendría una parálisis, es decir, una inhibición total de nuestras acciones. De manera que actuamos bajo el supuesto de que, por ejemplo, cuando veo algo, es como si lo que viera fuera •10 que en realidad creo ver. En ocasiones yerro, y pago las consecuencias de este error, como ocurre cuando cometemos errores sensoriales, que a veces se traducen no sólo en errores de sólo el juicio, sino también en acciones erradas. He aquí un ejemplo nada excepcional. «En una circunstancia en la que me encontraba presa de enorme ansiedad, esperando que llegara una persona de mi familia, -a la que la policía podía haber sorprendido cuando retiraba de su domicilio propaganda contra el régimen político franquista, tuve ocasión de cometer insistentemente errores sensoriales, tales como la confusión de personas extrañas por la persona esperada, mi nombre entre palabras que se pronunciaban por personas que andaban a espaldas mías. Los errores eran subsanados, pero como la situación se prolongó por espacio de unas dos horas, al subir de punto la ansiedad llegué incluso a salir al encuentro de aquellas personas a las que confundía con la esperada.»

Cada uno de nosotros tenemos, a lo largo del aprendizaje que sobre nosotros mismos hemos llevado a cabo, una cierta idea de nuestras posibilidades de errar y de sobre qué áreas de la realidad parece existir lo que se denomina objetividad y sobre cuáles no. Así, cuando alcanzamos la edad madura, sopesamos nuestros criterios, sobre todo en aquellos sectores de la realidad en los que, por sabernos especialmente comprometidos, tememos un cuantum de errores mayor de lo habitual.

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La relación sujeto-objeto es un complejo constituido por perceptos y valoraciones. No sólo percibo la lámpara sino que inevitablemente hago un juicio de valor acerca de la misma, merced al cual o me parece bonita o me parece fea, o me conduzco de forma tal que implica el valor de agradable o de desagradable, por cuanto «me gusta» o «me disgusta» (la acepto o la rechazo). Pero si esta división entre perceptos y valoraciones fuera tan tajante como parece quedar expresada en esta formulación, cabría la posibilidad de que en el nivel perceptivo o denotativo se alcanzase la objetividad (el 1 : 1), mientras quedaría lo subjetivo reservado al nivel de las valoraciones o connotaciones propiamente dichas. Lo grave de la cuestión es que también en el nivel perceptual hay que contar con una serie de distorsiones. ARISTÓTELES, LEIBNIZ, DESCARTES, entre otros, llamaron la atención sobre las «ilusiones de los sentidos», mediante las cuales se nos pretendía advertir la necesidad de llevar la incertidumbre incluso al acto de percepción. En nuestro tiempo, los psicólogos empíricos dedicaron bastante tiempo a la descripción, sobre todo, de ilusiones ópticas, y aplicaron éstas a la Psicología de la percepción. Las leyes de la Gestalt, en el fondo, tienden a mostrar de qué manera la estructura del campo, el objeto, condiciona la percepción (WERTHEIMER 1, Kl-IOLER 2, KoFFKA 3, LEWIN, etc.). Muy importante leste respecto son los denominados fenómenos autocinéticos, que son ilusiones de movimiento (WERTHEIMER con su conocido fenómeno phi, los fenómenos autocinéticos de ScmLDER 4, los fenómenos reaccionantes de KoRTE, etc. -para esta cuestión puede verse CASTILLA DEL PINO 5-). Pero todo esto revela que la percepción, corno acto, como proceso, está sujeta a condicionamientos derivados de la situación del objeto en el campo (por ejempol, un punto aislado tiende a moverse y a organizar a modo de seudópodos con mayor facilidad que un punto situado a escasa distancia de otro).

Aparte las distorsiones formales del proceso perceptivo, verificadas por el sujeto perceptor según las condiciones de campo perceptual, una serie de investigaciones de diferente punto de partida han demostrado la modificación de la percepción a partir de las variaciones del campo interno, es decir, del sel/ (RAIMY 6), de sus actitudes (SHERIF 7), lo que, por ejemplo, se prueba ostensiblemente. ante un campo externo no estructurado (MUR1 WERTHEIMER, M., Exper. Studien · iiber das Seben uon Bewegung. En Drei Abbandlungen zur Ge staltbeorie, 1925. 2 KóHLER, W. Die physischen Gestalten in Ruhe und im stattiiindren Zustand, 1920. 3 KoFFKA, K., Bases de la evolución psíquica; trad. cast. B. Aires, 1941. 4 ScHILDER, P., Über elementare Halluzinationen der Beuiegunsseben, Zeit. f. e. g. Neurol. Psych., 80, 1922. · s CASTILLA DEL PINO, C., Fislologia y Patología de la percepción óptica del movimiento, Rev. de Psicol. Gen. y Aplic., 1955. La Unidad sensoriomotriz en la esfera óptica, Act. L. E. de Neurol. y Psiquiat., abril 1946. 6 Cit. en ABT y BELLAK, Psicología proyectiva, trad. cast., Buenos Aires, 1967, en el cap. redactado por ABT, Una teoría de la Psicologíd proyectiva. 7 Sl-IERIF, A Study of some Social-Factors in Perception, Arch. of Psychol., 187, 1935. - -,

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RAY 1). Experimentalmente (BRUNER y GOODMAN 2, LEVINE, CHEIN y MuRPHY 3, así como MACGUINNIES 4) ha sido explicada la orientación de nuestras percepciones según las necesidades internas del sujeto, o según el valor que el sujeto le conduce a unas y otras, de forma que, como dice ABT 5, una percepción está dirigida por deseos, necesidades, valores, fantasías, y todos esos componentes del sel/ son responsables de una distorsión de la realidad física y social. La percepción, pues, se constituye en sistema de defensa del sel], mediante el cual éste filtra del campo perceptual aquello que menos le amenaza, le desagrada o rechaza. Gracias a la distorsión perceptiva, el sujeto vive la relación sujeto-objeto con el mínimo de ansiedad y el máximo de seguridad: el objeto será el que él desea -sea dicho con una formulación un tanto extrema- y fantaseará sobre el objeto. Ahora bien, todo esto que se acaba de decir no es sino la reformulación del dinamismo de la proyección, sólo que de manera más extensiva. No sólo el sujeto se proyecta de forma tal que externaliza lo interno desagradable -por ejemplo, el reproche que nos hacemos respecto de culpas de una u otra índole-, que es como FREUD entendía la proyección, sino que es todo el sel], en sus diversas necesidades, el que proyecta su actividad fuera de sí y hace de la relación sujeto-objeto una relación subjetiva. A esta relación con el objeto, que no es sólo objetiva, la denominamos relación objetal, y podría quedar definida como todo aquello que aún le falta a la percepción del objeto para ser idéntica al objeto, es decir, lo que falta para ser 1 en la relación 1 : l. Por tanto, en la relación sujeto-objeto el proceso sería el siguiente: 1) 2) 3) 4)

aprehensión del objeto; distorsión del mismo= imagen del objeto ya distorsionada; la imagen del objeto es parte del sujeto, está en el sujeto; subjetivación =objetivación distorsionada, inadvertida como tal.

Podría decirse, por tanto, que la cuantía de lo que nos separa, en la relación sujeto-objeto, de la relación 1 : 1, expresa el tanto de subjetivación alcanzado en la misma. En la ilusión -el ilusema- ·en el que hay objeto exterior, la relación entre el objeto real y el objeto percibido es menor que la existente en la alucinación -el alucinema- en el que no hay tan siquiera objeto exterior. Por consiguiente, también podría derivarse de esta relación la cuantía de la alteración perceptual en los ejemplos citados, mayor en la alucinación que en la ilusión.

He hablado de proyección como externalización de las instancias y actitudes del sujeto en el campo perceptual, En la medida en que la pro1 MuRRAY, Explorations

in Personality, New York, Oxford Univ. Press., 1938. Need and Value as Organizing Factors in Perception. Journ. of Abnor. and Social Psychology, 42, 1947. 3 LEVINE, CHEIN y MuRPHY, Tbe Relation o/ the intensity of Need to the amount o/ perceptpal Distortion. A preliminary Report. Jour. of Psychol., 13, 1942. 4 PosTMAN, BRUNER y MACGUINNIES, Personal Values as Selective Factors in Perception, Joun. of Abnor, and Social Psychol., 43, 1948. s ABT, cit. en 6. 2 BRUNER y GoonMAN,

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yeccion es del sujeto sobre el objeto, podemos hablar también de identificación del sujeto en el objeto, y concluir que toda relación sujeto-objeto está falseada por la proyección-identificación del sujeto en el objeto. La identificación del sujeto en el objeto no implica simplemente que el sujeto elige al objeto que prefiere: ésta sería una identificación por aceptación. Un ejemplo trivial de la misma sería el que eligiese, de entre los observables existentes en el campo, aquellos que le resultaran más gratos. Hay también la identificación por rechazo: percibo no-p para no percibir p. Percibo cualquier cosa para no percibir aquellas que me interesa no percibir. En muchas situaciones fóbicas y obsesivas, sobre todo estas últimas, el fenómeno del desplazamiento -del que se habló al tratar de los sueños- es usual. En la obsesión se hace determinado acto, que no depara angustia, para así dejar de hacer aquel otro, el desplazado, que la depara. En actos fallidos de determinado tipo ocurre exactamente igual. No deseo, por ejemplo, retener el nombre A y en su lugar surge el nombre, cualquiera, que no sea el de A.

La consecuencia de cuanto acabamos de decir es que en la relación sujeto-objeto se plantea casi siempre -teóricamente, siempre- una situación de conflicto para el sujeto) suscitada unas veces directamente por el

objeto (caso de objeto no gratificante), otras indirectamente por el objeto (cuando el objeto moviliza en el sujeto instancias y tendencias que no desea reconocerse). Para el logro de un neoequilibrio del sel], el sujeto ha de poner en juego uno o varios de los mecanismos de defensa merced a los cuales el neoequilibrio se conserva, a costa siempre de una distorsión de la objetividad (bien sea del objeto, bien del sujeto). La pregunta que ha de hacerse ahora es la siguiente: ¿qué hay en el objeto, en la realidad, para que me sea imposible percibirlo objetivamente? En verdad, nada; los objetos son indiferentes. Todo ocurre en el sujeto. En primer lugar, no se trata de propiedades del objeto, sino de propiedades __:actitudes, instancias, etc.- del sujeto que se proyectan en el objeto. El objeto es un pretexto para que el sujeto, con su conducta, se exprese respecto de sí. En segundo lugar, como he dicho, no se trata del objeto, sino de la imagen del objeto, y ésta está ya en el sujeto, de modo que en realidad la relación sujeto-objeto es sujeto-imagen del objeto, o sea, sujeto-sujeto. En un sentido estricto, la conciencia de realidad pasa por la conciencia de realidad de sí mismo. Con lo que alcanzamos una importante conclusión: la única posibilidad de que la relación 1 : 1 sea próxima a la identidad (1 = 1), es decir, a la objetividad, es que de antemano esta relación tome como objeto al sujeto mismo. En otras palabras: que el sujeto sea capaz de objetivar-se 1• Cuando trate el análisis de protocolos de tests proyectivos haré ver que todo él puede ser interpretado desde el axioma de «todo es proyección-identificación»; en 1 Interesa destacar aquí la coincidencia entre este resultado de la Psicología de la percepción y de la proyección y el aforismo socrático nosce te ipsum.

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suma, todo es relación objetal. Ahora bien, tras el análisis, y en cuanto sea asumido por el probando, la relación objeta! se hace objetiva por concienciar el rango de objetalidad que posee la proyección efectuada.

Pero en la relación sujeto-objeto no se trata simplemente de denotarlo. Hay además que valorarlo. La valoración de un objeto es ya la clara relación subjetivizada del objeto. Basta pensar en nuestras preferencias, racionalizadas luego en forma de adjetivaciones, tales como «bueno/malo», «mejor/peor», o afines, para advertir que tales juicios de valor remiten de modo ostensible a las propiedades del sujeto y no a las del objeto, o, mejor aún, remite a las relaciones sujeto-objeto. El ejemplo más claro en este sentido lo tenemos en el paso casi inmediato del amor al odio respecto de alguien. Alguien a quien amamos, y a quien estamos dispuestos a no verle defecto alguno, es decir, a no disvalorarlo, a través de la frustración que nos depara en un momento dado se nos convierte en un objeto odioso (en verdad, odiado), y como tal se deja de ver lo valorado antes positivamente, para sólo ver lo que antes no veíamos; sus valores negativos. Apenas hay que decir que todo ello concierne a la dinámica del sujeto, no a la del objeto. Este proceso mediante el cual se trasvasan al objeto catexias procedentes del sujeto, de los distintos niveles del sujeto, se denomina transferencia 1), (FREUD aunque en el sentido más general, aplicado a todas las relaciones humanas, lo usó por primera vez FERENCZI 2• Un objeto no es sólo lo que es sino lo que representa para mí, es decir, dicho con términos más idóneos para el estado actual de nuestros conocimientos: lo que me connota, entendiendo por esto el conjunto de significaciones de que lo doto. La investigación psicoanalítica ha mostrado que estas relaciones sujetoobjeto de carácter transferencial, las relaciones objetales propiamente dichas, responden a la proyección-identificación en el objeto de fantasías muchas veces provenientes de etapas infantiles. El hecho de que sean fantasías suscita una cuestión interesante: la proyección en el objeto no se hace sólo a expensas de significaciones de objetos reales preexistentes en la vida del sujeto, sino también de objetos que fueron sustitutorios a través de la fantasía. La transferencia adopta dos formas: positiva, de aceptación, y negativa, de rechazo. En la aceptación se incluye toda la gama de tendencias e instancias que van desde la simpatía hasta el amor; en el rechazo, desde la antipatía al odio. Podemos concluir este parágrafo diciendo: toda relación de objeto es relación objetal. Cuanto más aparenta la relación ser objetiva, tanto más se oculta tras ella la relación objetal. La relación objetal resulta ser proyección-identificación del sujeto en el objeto. Como toda conducta es relación, la interpretación de la conducta ha de tender a dar cuenta 1 FREUD, S., Un caso de Histeria. La dinámica de la transferencia. Más allá del principio del placer. Todas estas referencias en Ob. Comp. 2 FERENCZI, cit. en EIDELBERG, loe. cit., pág. 463.

s.,

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Introducción a la psiquiatría, 1

de la índole de las relaciones objetales ocultas tras la conducta, muchas veces enmascaradas bajo el disfraz de una relación objetiva. Como veremos a continuación, cuando trate del sentido de realidad, hay que contar con un cierto grado de incertidumbre respecto de nuestros juicios de realidad, si se quiere poseer sentido de realidad respecto de sí mismo. Un sujeto seguro no es un sujeto con conciencia real de sí mismo. El experimento de los tests proyectivos pone a prueba nuestra seguridad en orden a la objetividad de la relación sujeto-objeto. 2.3.4.

Memoria

El problema de la memoria hay que plantearlo de modo distinto al tradicional, precisamente tras la introducción de los modelos comunicacionales en Psico(pato)logía. Hasta ahora, la memoria era una facultad, o una propiedad, para expresarlo en términos más actuales, de la sustancia nerviosa, concretamente de las neuronas, merced a la cual los perceptos eran retenidos y eventualmente evocados. De manera que junto al caudal mnéstico, almacén de recuerdos, debía existir una memoria de fijación, por la cual los materiales psíquicos son retenidos, y una memoria de evocación por la que los recuerdos almacenados son susceptibles de ser traídos al momento actual de la actividad psíquica para constituir un contenido de la misma. Esto puede ser válido desde un punto de vista pragmático. Ahora bien, esto no soluciona problemas que surgen a la inmediata reflexión acerca de lo que se denomina memoria. De tal modo; ¿cuándo podemos decir que un percepto, por ejemplo, no es tal sino recuerdo? Evidentemente, el carácter puntiforme del presente es una abstracción, y subsiguientemente el extensivo del pasado. Pero aun cuando al presente se le conceda una extensión, una duración determinada, no por eso dejaría de ser arbitraria. Supongamos que comienzo a percibir una línea que pasa ante mi vista a una velocidad de 1 ctti.] seg. y que es de una extensión de 1 m. A los 50 segundos estoy percibiendo el cincuenta centímetro. Si yo puedo considerar que es una línea continua, es porque la percepción no comienza y acaba para cada centímetro, sino que una vez comenzada se continúa, al mismo tiempo que acontece una nueva percepción que compone una estructura con la anterior y presumiblemente con la futura (en virtud de la redundancia con que me es ofrecida la serie de estímulos que componen la línea). Un ejemplo más claro es la lectura de una 'frase, pongamos por caso «Don Miguel de Cervantes, que escribió La Galatea, y fue manco, nació en Alcalá de Henares, provincia de Madrid». ¿Se puede decir, cuando alcanzo «Henares», que ya estaba en la memoria «Don Miguel...»? Realmente la única forma de que adquiera el sentido de la frase consiste en que la información que suponen las primeras palabras sea mantenida en el presente al compás de la información de las últimas. Si llamamos percepción a la actualización, y concedemos a la actualización un margen, y en absoluto un carácter súbito, instantáneo, entonces la memoria

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queda reducida al caudal de información que se recibe en un momento dado, que se limita arbitrariamente. Si la frase citada me fuera puesta íntegra en una pantalla diría de ella que la frase ha sido percibida; si, por el contrario, se me expusiera palabra a palabra, diría entonces que la palabra pes percibida, mientras las palabras m, n, o, son recordadas. En suma, una cuestión de lenguaje que nos ha hecho caer en la trampa de la existencia de una facultad o propiedad distinta. Podemos preguntar, entonces: ¿qué es la memoria? La crítica que hemos hecho de la memoria concierne a la consideración de ésta como «facultad» o como «función» que debe situarse en el nivel del sujeto, esto es, como facultad o función «psíquica», es decir, «mental». La memoria es, en nuestro concepto, una propiedad del organismo, por tanto netamente fisiológica, en virtud de la cual los accidentes que lo modifican lo hacen ser definitivamente distinto a como era antes de que acontecieran. Por tanto, es una propiedad de la sustancia orgánica viviente y no sólo del sistema nervioso central, como lo revela la existencia de la codificación genética y de las posibilidades de modificación de la misma, de los procesos de anafilaxia, etc. La memoria es, pues, como propiedad del organismo, instrumento para el sujeto, como lo es en realidad cualquiera otra función del organismo, la sensación y el movimiento, entre otras. La memoria es información retenida y evocable. Porque con la memoria ocurre lo que hemos visto que ocurre con la percepción, a saber: se trata de una memoria selectiva, como lo es la selección de perceptos dentro del campo perceptual; hay observables, pues, que no son percibidos, o no consta que lo sean, del mismo modo que selecciono recuerdos, y hay recuerdos tan olvidados que ni puedo evocar, ni de ser, por otros medios, presentizados, los reconozco como vividos o experimentados. Puedo creer que recuerdo como creo que percibo algo que en verdad no existe, y, por tanto, junto a las alucinaciones propiamente dichas, existen las alucinaciones de la memoria (deja uu, deja uecu), Por otra parte, sabemos que experimentalmente puede ser probado que determinadas estructuras del campo han sido percibidas, aunque luego el sujeto perceptor rechace el acto bajo la forma de negación. «No lo vi», «no me fijé», etc., son las formas de expresión de esta negación de la percepción. Ahora bien, si en realidad fueron perceptos y se niega, ¿se trata de una alteración de la percepción o de la memoria de fijación? También a semejanza de la percepción, que, como se dijo, constituía un sistema de defensa del sel] a través de su selección, frente al cúmulo de estímulos procedentes del mundo exterior que desbordarían al sujeto o le amenazarían por la índole de los mismos, la memoria actúa análogamente: constituye otro sistema defensivo del sel], mediante la selección de recuerdos, la retención de los que importan, la evocación de los que nos interesan. En conclusión, entre memoria y percepción no hay más diferencia que la que le confiere a ambas la localización temporal del estímulo. Pero si ahora se recuerda que en la percepción no se opera con el estímulo

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sino con la imagen del estímulo, resulta que, en orden a la secuencia temporal, la imagen del estímulo es el presente frente al estímulo que la provocó. Efectivamente, si la figura « + » es percibida por mí como «signo más», la figura « + » es ya pasado frente al presente «signo más». Pero todo esto es una arbitrariedad y la figura « + » y la denotación como «signo más» forman una unidad, es decir, una continuidad, del mismo modo que entre lo que se denomina «percepto» y lo que se denomina «recuerdo». La prueba más concluyente a este respecto es la siguiente: siempre que existe una alteración de la memoria, específicamente de fijación, por alteraciones orgánicas del cerebro, y que impide por tanto el uso psicológico de la misma, existe al mismo tiempo una alteración de la percepción; y a la inversa, cuando existe una alteración de la percepción, por ejemplo, en la afasia y agnosia, siempre coexiste con una alteración de la memoria. ¿Qué es la falta del reconocimiento de « + » como «signo más», una alteración de la percepción del reconocimiento -agnosiao una alteración de la memoria de que «+»es igual a «signo más»? La memoria, pues, resulta simplemente el nexo entre componentes de una estructura, la cual no tiene por qué estar en su totalidad presente, pero sí configura, como los componentes del denominado presente, la conducta. De este modo, el denominado pasado) aun cuando no sea evocado) condiciona la configuración de la conducta en mayor medida incluso que los estímulos presentes) por cuanto son mucho más numerosos. Las experiencias de evocación de re-

cuerdos en el sueño hipnótico, las de la misma experiencia psicoanalítica, muestran que los denominados recuerdos, que no reconocíamos como tales, son mucho más numerosos de lo que sospechábamos. Todas estas consideraciones tienen por objeto ver que la información habida en el curso de nuestra existencia es información que condiciona nuestra actividad denominada actual y, por tanto, está siempre actualizada, si bien sobre la misma pueden existir dos posibilidades (que veremos luego repetirse en el campo perceptual): a) b)

Que el sujeto se percate de la misma. Que no se percate. Del mismo modo que, como haré ver al tratar de las alucinaciones negativas, existen perceptos que parecen no haber sido percibidos, pero que condicionan la estructura del campo perceptual que el sujeto lleva a cabo, también sobre el campo mnéstico -que así debería ser concebido el caudal mnéstico, y no el símil de almacén, que es inapropiado- puede decirse lo mismo: aunque el sujeto no «tenga en cuenta» determinados elementos del mismo, está condicionado por ellos en su conducta actualizada.

Este último punto puede -quedar formulado del modo siguiente: la relación sujeto-objeto no es nunca sólo una relación actual, puesto que este concepto es meramente físico (y sobrepasado incluso por la Física actual). La relación sujeto-objeto está sobredeterminada por las relaciones

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2. Psico(pato)logía

sujeto-objeto habidas, que entran a formar parte de la configuración de la relación sujeto-objeto actual 1. 2.4.

MODELO

EVOLUTIVO

DE SUJETO

Hemos hecho referencias de pasada a conceptos que implican dos cosas: 1) el modelo de sujeto usado hasta ahora en la exposición es un modelo sincrónico, y que también puede ser estudiado diacrónicamente, es decir, de acuerdo a su evolución. Tal y como le hemos tratado hasta aquí, el sujeto podemos definirlo como consecuencia de sus interacciones en las etapas anteriores de su evolución, las cuales precondicionan las de las etapas actuales y futuras; 2) el sujeto, en su heterogeneidad, conserva aún niveles de organización que representan estadios preliminares de su evolución. Hay una prueba de que el modelo es tan sólo eso, un modelo. ¿Cuándo dictaminar que se es «sujeto»? Cuando el ser humano nace puede ser considerado jurídicamente persona, y nadie pone esto en duda puesto que se trata de una convención reguladora de la normativa social. Pero aun cuando se le considere ya como un sujeto en etapa preliminar, o un organismo que tiende a ser sujeto, es claro que no puede hablarse de sujeto en el recién nacido como organización idéntica a la del sujeto adulto. Por tanto, siendo el concepto de sujeto un modelo, no tiene demasiado sentido preguntarse cuándo se hace sujeto, puesto que en todo momento está haciéndose. El problema es equiparable al que plantea el concepto de «hombre» (homínido) en Paleontología. Puesto que hay que partir de un modelo también evolutivo, no es posible dictaminar en qué momento es ya de homínido el fósil que se encuentra. La consecuencia de ello es que siempre habrán de postularse eslabones que hagan imposible la precisión de un momento, porque el paso no se decide con carácter de subitaneidad. Por último, se ha adoptado la convención de que el hallazgo de útiles -en suma, de indicios de conducta relacional con la realidad- basta para catalogar un fósil corno de homínido. Pero esto es una convención corno cualquier otra.

Puede decirse -y quizá no sea sino una convención más- que el momento del nacimiento debe considerarse como el obligado paso de la etapa de organización que denominamos «organismo», a la de «sujeto», por elemental que sea ésta. La razón de ello no es meramente cronológica, sino funcional. Una vez que se nace, el organismo se vincula con los objetos exteriores, adquiere modalidades de actos que son relacionales y que, por rudimentarios que sean, pueden ser considerados conducta. 1 Desde el punto de vista de la cibernética, un punto de vista afín sobre la memoria ha sido sostenido por W. R. AsHBY en An Introduction to Cybernetics. London, 1956. Sobre los mecanismos de la memoria puede verse la compilación de PRIBRAM, Memory mecbanisms, 1969.

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Debemos a R. SPITZ 1, desde una perspectiva metodológica observacional, y a M. KLEIN 2, desde otra de carácter inferido, la complementación de la teoría freudiana de la evolución de la pulsión erótica (libidinal), a partir de la cual se diferencia luego el sistema o nivel de actitudes y finalmente el sistema del yo o intelectual (o consciente). Para R. SPITZ, es fundamental en la consideración del recién nacido su bagaje congénito, la barrera protectora contra los estímulos, su impotencia y la carencia de una organización psíquica. En las semanas siguientes al nacimiento la serie de factores que condicionan la vida del niño son: de la no diferenciación psique-soma (y, por tanto, el que la percepción no se dirige al medio, sino que todavía la sola satisfacción decide el gobierno del funcionalismo del niño) a una progresiva diferenciación; la impotencia del niño se resuelve en la imposición de una díada, madre-hijo, de la cual va a proceder una diferenciación cada vez más acusada entre cuerpo y psique; los estadios ulteriores en los que se organizarán los precursores de las relaciones objetales, y finalmente el objeto sobre el cual se ha de verificar la relación; el papel de la frustración de las instancias como suscitador de la denominada «función de rodeo», es decir, de necesidad de obtención de la satisfacción a través de la consideración de la realidad; la aparición de organizadores esbozados del Yo -la sonrisa recíproca-, que dará lugar a una separación Yo-objeto, Yo-Otro y a la génesis de la comunicación interpersonal. Volvamos ahora con estos criterios a la consideración de la etapa preliminar propiamente dicha. Cuando encontramos el primer esbozo de conducta es cuando el sujeto establece las primeras relaciones de objeto (M. KLEIN, FAIRBAIN 3) y esto acontece después del nacimiento. Es difícil que podamos dirimir si los movimientos fetales son conducta, y el planteamiento de un psiquismo fetal es tan sólo un juego especulativo, en todo caso dependiente de la extensión del concepto de psíquico o psicológico. Si por psíquico entendemos actos relacionales, habríamos de excluir el psiquismo fe tal como tal; si por psíquico entendemos todo lo que es movimiento, entonces se trataría de una abusiva e inoperante extensión de lo psíquico a toda actividad de un organismo, cualquiera que fuese, y habría psiquismo fetal, pero quizá habría que hacerlo extensivo también a todos los sere~ vivientes, incluso las plantas. Durante esta primera etapa, a la que se califica, desde las investigaciones de FREUD 4, como etapa oral de la evolución de la pulsión erótica (o libidinal), hay dos características: a) una, aconductal, en la que el organismo del recién nacido tiende a mantenerse en situación fetal a través del sueño constante; b) otra, conductal, en la que, mediante la boca, y en general toda la zona oral, el recién nacido establece relaciones de objeto, concre1 SPITZ, R., El primer año de la vida del niño, trad. cast., Madrid, 1964.

2 KLEIN, M., El psicoanálisis de 3 FAIRBAIN, loe. cit. 4 FREUD, S., Tres ensayos sobre

niños, trad. cast., Buenos Aires, 1964.

teoría sexual, en Ob. Comp.

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tamente con objetos parciales maternos o sustitutorios (pecho o equivalente). El mundo exterior -posiblemente puede hablarse de un límite en el niño, por difuso que sea, entre mundo suyo y mundo exterior- no interesa al niño sino en esta área reducida en la que los objetos parciales satisfacen sus pulsiones orales. Es una situación de dependencia, de apoyo, a la que se ha llamado anaclítica 1; bien entendido que se trata de una dependencia en cuanto logro del placer y satisfacción de la necesidad, mientras que en lo demás el niño se muestra autónomo. A juzgar por lo que vemos en el análisis de etapas ulteriores, podemos inferir que en el recién nacido acontecen dos objetivos en una sola acción o en un solo acto de conducta. Me refiero al hecho de que, al mamar, el niño por un lado satisface la necesidad nutricia, lo que depara un placer difuso, que le incita a dormir, es decir, a la vuelta y regreso a la etapa fetal; por otro, satisface un placer en sí mismo, de manera que, por ejemplo, el niño puede seguir chupando aun cuando las necesidades nutricias han sido logradas. Es la oralidad narcisista (o el narcisismo oral). Ocurre igual que cuando en el adulto la instancia sexual procura, por una parte, el placer genital y, por otra, la procreación. Pero nada se opone a que esta doble finalidad se disocie, y de hecho se disocia. Por consiguiente, en esta etapa oral no sólo la catexia libidinal es solamente oral, sino que además va a catectizar la zona oral: es decir, va a conseguir que la zona oral sea zona erógena, eh donde pueden quedar fijadas (total o parcialmente) las catexias libidinales 2. K. ABRAHAN 3 ha distinguido dos etapas en esta fase oral: una, de succión, de chupeteo; otra, posterior, a partir de los cinco meses aproximadamente, tras la aparición de los dientes, que denomina sádico-oral o canibalística, en la que el niño trata ya de poseer el objeto mediante el intercambio del chupeteo por el mordisco. Este es el origen de la "ambivalencia (BLEULER) 4, en la que junto a la posesión se ofrece la destrucción, como tendencias ambas de consuno proyectadas sobre el objeto. Respecto de la relación de objeto en esta etapa, se trata de una relación de objeto parcial. Es decir, no es con el objeto como un todo, sino con parte del objeto -del mismo modo que no es todo el sujeto sino parte de él, la boca- con la que la relación se establece. Es más, de I Anaclisis o de apoyo, es la traducción de Anlebnung, vocablo usado por Freud para designar las primarias relaciones eróticas tendentes a la autoconservación. El objeto erótico es utilizado como apoyo para dicha conservación. 2 Ver en léxico (al final) el término «erótico». Se identifica con sexual, pero no con genital, que es una de las muchas formas de expresión de lo erótico. Erótico es, pues, sinónimo de pulsión a la satisfacción de placer. 3 ABRAHAN, K., especialmente el cap. III, El proceso de introyección en la melancolía; dos etapas de la fase oral de la libido, en Un breve estudio de la evolución de la libido considerada a la luz. de los trastornos mentales, en el volumen Psicoanálisis clínico, trad. cast., Buenos Aires, 1959. 4 El término ambivalencia fue introducido por. E. BLEULER en su estudio sobre la demencia precoz, como una forma peculiar de conducta del esquizofrénico. Ver E. BLEULER, Demencia precoz o el grupo de las esquizofrenias, trad. cast., Buenos Aires.

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a la psiquiatría,

1

acuerdo con el concepto de ambivalencia, el mismo objeto puede ser unas veces gratificante -:-el pechó que da=--, otras, ingratificante: el pecho que frustra. M. KLEIN ha denominado esta fase del niño como posición esquizoparanoide, caracterizada por la existencia de ansiedades de tipo persecutorio proyectadas sobre el objeto en tanto objeto «malo». A partir de los cinco-seis meses, el niño . establece relaciones de objeto totales y lo introyectado es también el objeto total, unas veces gratificante, otras frustrante u odiado: la consecuencia de ello es la instauración en el niño de la posición depresiva, en la que eII1etgen ya los esbozos de los sentimientos de pena y culpa. La posición depresiva está ligada al desarrollo del Yo, y las instancias sádicas, destructoras del objeto odiado, dejan paso y se compatibilizan con instancias amorosas hacia el mismo: esta introyección de los diferentes aspectos (bueno-malo) del objeto total es la que conlleva el desarrollo del Y o, en la medida en que éste ha de preservar al objeto para no destruirlo y en la medida también en que esto exige del Yo una síntesis de las pulsiones contradictorias. La depresión y la culpa aparecen como intentos de reparar la tendencia destructora del objeto, de preservarlo o de recuperarlo. Todo ello representa ya un enorme trabajo de la fantasía. Se obtienen, así, las dos grandes actividades del Yo: a) aceptación del objeto, incluso siendo ahora objeto-malo, con vistas a la manipulación ulterior del objeto como «útil» en el futuro y con el que ha de contar; b) bajo otra forma, lo mismo que en el punto anterior, a saber: posible síntesis del Yo de instancias contradictorias del Ello y Superyó, lográndose así la supeditación al principio de realidad. Aunque el placer anal parece estar ya iniciado en etapas 1D.uy .Próximas cronológicamente al nacimiento, tras la fase oral, en el curso del segundo año, se establece el estadio sádico-anal (FREUD), en el que la zona anal es el centro de todas las excitaciones. La sensación de placer suscitada en la excreción anal parece constituir el foco de atención. Más tarde, aparece también el placer de la retención fecal. K. ABRAHAN ha subdividido esta etapa en etapa anal primaria o expulsiva y anal secundaria o. retentiva. En esta etapa anal la ambivalencia se expresa bajo la forma de relación hacia un mismo objeto, que en tanto amado es retenido y en tanto odiado es expulsado. También se ha puesto en relación esta fase anal con la bisexualidad: como órgano de excreción puede expulsar ( =masculino); como órgano hueco puede ser penetrado (=femenino) (JEKELS, cit. en FENICHEL 1). Entre la etapa anal y la genital propiamente dicha se intercala la del erotismo uretral, que es la antecesora directa de la genitalidad infantil. Su interés viene dado principalmente porque hace posible por primera vez una diferenciación sexual a partir de las distintas micciones del niño y la niña. De aquí que este erotismo uretral se conecte muchas veces con el complejo de castración (imposibilidad de alejamiento de la orina expulsada). 1 FENICHEL, o.i» tbéorie psychanalytique París, 1953. Hay trad. cast.

des Neuroses, trad. franc.,

dos vols.,

2. Psicoípatollogía

199

De todas formas, estas etapas descritas deben ser consideradas autoerádiferencia de lo que pensaba FREUD- M. KLEIN y posteriormente F AIRBAU':J recalquen la existencia de relaciones objetales precoces, pregenitales. La etapa ulterior es calHi~~9~ por FREUD como fálica o genital. No quiere decir esto que, con anterioridad, los genitales no se hayan constituido como zona erógena, pero sí qµ~ ·,a partir del cuarto o quinto año de la vida del niño, todas las excitaciones §e~µale§ se organizan, o tienden a organizarse, alrededor de los genitales. En nµestr~ rnltura, la expresión más usual de la genitalídad infantil es la masturbación. La etapa fálica en la niña adopta el carácter de etapa clitoridiana y psicológicamente se caracteriza en nuestra cultura machista por fa .epyidia del pene y el complejo de castración. La concreción de las tendencias Iibidinales en la genitalidad entraña también la adopción de un objeto externo para sus relaciones genitales. La madre es el primer objeto, entendida ésta como rol. En d r1.iño, no es preciso cambiar de objeto para el establecimiento de relaciones 0pjetales genitales. No así en la niña, en la que, tras una primera fíj¡¡~ióp ~p. la madre, precisa su transferencia hacia el padre. La culminación de la fase genital infantil tiene lugar medi::int§ fa constitución del complejo de Edipo, como triángulo madre-padre-hij», Las formas del complejo de Edijo son: a) positiva, caracterizadapor proyección erótica hacia la figura parental del sexo opuesto y rechazo de la del propio sexo; b) negativa, de proyección erótica homosexual y rechazo de la figura heterosexual. En esta fase, por lo general, tiene lugar la construcción de la denominada «fantasía primitiva» (FREUD), en la que, sobre la base de alusiones reales, el niño construye la escena sexual entre los padres. En otras ocasiones, se trata de la visión real de la escena, pero, aun así, la interferencia de componentes fantásticos dará a la construcción un sesgo individual. A medida que se suceden las etapas de la evolución de la libido tienen efecto, naturalmente, desarrollos del Yo, en primer lugar, bajo la forma de interiorización de actitudes (de los padres; sobre todo del padre), y en segundo lugar 9e elección de objetos exteriores sustitutorios. Nos interesa en este momento sobre todo lo que se refiere a las primeras. Ya ~n la fase anal-sádica se exige del niño el control de los esfínteres, es decir, control de su cuerpo y control-prohibición de una satisfacción. Es la preconciencia moral o «moral de esfínteres». Posteriormente, en la fase genital y en pleno ,q.esarro,_l,l_o edípico, el niño se ve forzado al control de una relación objeta! con .el padre del sexo opuesto. La manera mejor de resolver este conflicto de oposición hijo-padre es mediante la identificación: el denominado Superyó, corno sistema de actitudes morales, es el resultado de la interiorización de las ~~dtt;tdes del padre (incluso en la niña, para guíen la madre, en todo caso, constituye un Yo ideal más que un Superyó), es decir, del Superyó parental. A p;ar.tir ge entonces, la angustia se transforma en parte en culpa, el temor a la ca~~r~.c~ón en temor

ticas, aunque ~a

Introducción

200

a la psiquiatría,

interior. La relación entre el Yo del niño y el Superyó reemplaza, dentro de sí, a la relación padre-hijo. Conviene tener en cuenta que, a diferencia de la Psicología dinámica, en la Psicología tradicional no se confiere a la fantasía el papel que aquí le adjudicamos. Si en la relación sujeto-objeto lo fundamental es la imagen del objeto en su actuación para con él, lo que a nosotros, en tanto psico(pató)logos nos importa, no es lo que realmente aconteciera -es decir, el objeto «real», en la acepción fuerte del término--, sino lo que creímos (es decir, fantaseamos) que aconteció. No sólo cabe aducir aquí en apoyo de esta idea, la experiencia con escenas infantiles. Piénsese en nuestras nostalgias, cómo éstas se basan en fantasías sobre situaciones, por ejemplo, de colegios, hogares, paisajes, etc. Cuando de adulto volvemos a ellos, comprobamos el montante de fantasía que hubo en todo ello, incluso en el nivel de las meras denotaciones de hechos, por ejemplo espacios. La destrucción que estonces se opera de la imagen que poseíamos es un motivo de frustración que prácticamente a todos acaece.

A partir de los cinco o seis años y hasta la pubertad sobreviene la fase de latencia. Durante ella el niño se posibilita para la inmersión en el mundo exterior y desarrolla ampliamente el instrumento intelectual que le permitirá el acercamiento logicocausal a la realidad externa e interna. El paso a una nueva etapa, y ulterior, no excluye residuos de las precedentes fijaciones. En el adulto subsisten residuos, como se comprueba en el hecho de la existencia, como componentes de la conducta erótica que culmina en la relación genital, de restos orales y anales, coexistentes con el comportamiento genital mencionado. DIAGRAMA

DE LA SITUACION

EDIFICA

En varón: Fijación madre-l-rechazo ante el padre).

padre

(componente

identificativo

con él: ambivalencia

En hembra: Fijación madre. Con posterioridad: desprendimiento

de la fijación materna y ulterior fijación paterna.

Por desgracia, falta aún una construcción teórica que dé cuenta de este modelo dinámico del sujeto con el instrumental de la teoría de la comunicación, es decir, mediante el uso del modelo comunicacional. Sobre la comunicación no verbal FREUD dio algunas indicaciones, y más sistemáticamente F. DEUTSCH 1. Naturalmente, en la génesis de la comunicación humana es la comunicación no verbal la que juega el papel más importante. R. SPITZ 2 ha sido uno de los primeros que ha procedido al análisis pormenorizado de esta relación. Para SPITZ, la comunicación acontece bien con lo que denominamos síntoma, bien con la denominada señal. Según SPITZ el gesto del «no» DEUTSCH, F., Analysis of postura! Bebaolour, Psichan. Quart., XVI, 1947. SPITZ, R., No y Sí; sobre la génesis de la comunicación humana; trad. cast., Buenos Aires, 1960. 1 2

2. Psico(pato)logía

201

inicialmente entraña tanto negacion como rechazo (nótese la biunivocidad); posteriormente sobreviene el paso del rechazo a la agresión, es decir, una actuación, una actividad, por tanto, un intento de modificación de la realidad externa. La semanticidad del gesto aludido se obtiene mediante la identificación (es decir, en la comunicación recíproca). ·

El desarrollo del Yo acaece como función sintética (NuMBERG 1), organizadora (HARTMANN 2) o integrativa (Knrs), por una parte, frente a las demandas de la realidad respecto del sujeto y del sujeto respecto de la realidad, y, por otra, frente a los procesos intrasistémicos y conflictuales que deparan las instancias del Ello y las actitudes, especialmente del Superyó. DIAGRAMA

DE LAS ETAPAS DE EVOLUCION

LIBIDINAL

Oral narcisística. Autoeróticas

Anal sádica: Primaria: expulsiva. Secundaria:retentiva.

Pregenitales.

Uretral.

Fálica edípica: Mas turba toria. Aloeróticas

} Genitales.

Coital (como tendencia).

Latencia.

Ahora bien, en 2 .3 .2 hicimos ver que un resultado de la comunicación interpersonal era el self. ¿Cuándo es posible hacer uso del sel/ en el modelo evolutivo del sujeto? El yo como cuerpo (body-ego) es fruto de la extensión de las catexias orales a los restantes territorios del cuerpo. El Yo es cuerpo, mi-cuerpo, y se limita a expensas del esquema corporal (HEAD 3, ScHILDER 4). Por 1 NuMBERG, H., Principies de Psycbanalyse: Leur application aux neuroses, trad. franc., París, 1957. 2 HARTMANN, H., loe. cit. 3 HEAD, H., y HoLMES. G., Brain, 34, 102-154. 4 ScHILDER, P., Das Kiirperscbema, Berlín, 1925. Ver también, sobre todo lo concerniente al esquema corporal y a sus alteraciones, el libro de M. CRITCHLEY, The Parietal Lobe, London, 1953. Contiene muy amplia bibliografía. Más antiguo aún, pero de gran importancia en todo lo que se refiere a la patología cerebral del esquema corporal (agnosia del propio cuerpo) el capítulo correspondiente de la aportación de

202

tanto,

Introducción

a la psiquiatría,

1

la fecha aproximada de aparición del mismo es hacia los tres meses.

SPiTZ se ha opuesto a la consideración de este mi-cuerpo (body-self)

como equiparable a 1o que en la moderna Psicología Social, y también en las corrientes actuales psicoanalíticas, se denomina sel]. El sel], como vimos, implica una construcción mental de las propias fantasías, emociones, deseos, formas de acción, etc., con distinción del mundo exterior: es mi idernidad frente a Ías restantes. Para SPITZ, el sel], como precipitado cognoseitivo de la experiencia, se inicia a los quince meses y posteriormente siempre conservará rastro de esta vertiente corporal, por una parte, y social, por otra. Dicho con otras palabras: el self conservará catexias narcisistas y catexias proyectivas, y así, nos encontraremos que -como hubo ocasión de exponer detalladamente- el sel], como conciencia de sí mismo, se nutre de materiales psíquicos que proceden, a su vez, de todas las etapas evolutivas del sujeto. Recordemos cómo hablamos de un sel] erótico, corporal, actitudinal y del yo o intelectual. Para cada nivel de proyección del sel/ vale la afirmación de que «llueve sobre el mojado» de la experiencia anterior del sujeto en sus interacciones. Podemos decir que, respecto de la construcción del self, y aseverando que todas sus formas remiten al sel] erótico en cuanto que necesitado de protección, confirmación o gratificación narcisista, en esquema se trata de lo siguiente: 1) el self corporal deriva de las etapas oral y anal; 2) el self actitudinal, de las anales; 3) el sel] sexual, de las genitales; 4) el self intelectual, de la genital postlatencia.: 2.5.

CONDUCTAS

PARADIGMÁTICAS

He descrito en las páginas precedentes el sujeto, en primer lugar en sus aspectos sincrónicos -a los que necesariamente, por razones pragmáticas, he dedicado mayor extensión- y, en segundo lugar, en los diacrónicos (o evolutivos). Hasta donde las razones expositivas lo han hecho posible, desde la consideración del acto de conducta a la del sujeto se ha tenido en cuenta el rango relacional y, por tanto, móvil de la conducta, del sujeto y del objeto con el cual aquél se relaciona. De manera que el acto de conducta puede ser concebido como un sistema abierto, pero sistema al fin, dentro del cual, y merced al carácter estocástico de los procesos comunicacionales, cabe una cierta predictibilidad. Por tanto, el sistema sujeto-acto de conducta-objeto es, por una parte, móvil y, por otra, en tanto que sistémico, relativamente predictible. Esto hace posible a su vez el que, dentro de la movilidad del sistema y de cada uno de los constituyentes del mismo, puedan estatuirse conductas paradigK.

GoLGSTEIN, Die lokalization in der Crossbirnrinde, Nach den Erfabrungen am leranleen Menschen, en Spezielle Pbysiologie des Zentralneruensystems der Virbeltiere, B. X del Handbuch der Normalen und Patbolgischen Pbysiologie, Berlín, 1927.

203

2. Psico(pato )logía

máticas, o sea, tipos de conducta que; a) muestran la relevancia de un nivel o ámbito del sujeto; b) en cierto sentido sirven para la definición del sujeto, es decir, para la identificación de su self. Estas conductas paradigmáticas son, naturalmente, una abstracción, pero todo modelo científico lo es y sólo a expensas de la reducción obligada es posible la descripción científica de un hecho -en realidad, irrepetible. Un ejemplo será útil para hacer ver lo que pretendo decir con todo esto. Cuando decimos de alguien: «es un sujeto triste», o «agresivo», o «antipático»; o, en otro orden: «es inteligente», o «torpe», o «más bien listo»; o, finalmente, «es un sádico», o «masoquista», o «fetichista» ... en cualquiera de estas calificaciones estamos evidentemente haciendo una simplificación, válida en tanto en cuanto no negamos la posibilidad de que, además de, por ejemplo, fetichista, sea inteligente, pero tratarnos de hacer notar una relevancia que, para la definición de su sel], puede ser útil. Nada más lejos, pues, de pretender que con ello se define un carácter o un modo de ser. 1

Precisamente es frecuente que en la definición de alguien por uno de estos rasgos que considerarnos relevante, cuando se dice del sujeto X que «es homosexual», por ejemplo, alguien añada _en forma aparentemente paratáxica: «sí, pero es buena persona» o «sí, pero es inteligente». Quien complementa de esta forma el sel] definido no lo hace de manera paratáxica, sino, en el fondo, pretendiendo mayor exactitud, huyendo de la simplificación que implica la definición de un sujeto con un término. Y así, si ser homosexual podría en ciertos contextos implicar una disvaloración, entonces se añade algo con la conjunción adversativa «pero», que supone que la disvaloración no alcanza a la totalidad del sujeto, porque un rasgo o una conducta no haceun sujeto (no lo define).

Pues bien, atendiendo a las conductas paradigmáticas, es posible agrupar éstas según que el rasgo que se pretende realzar corresponda a la esfera pulsional, actitudinal o del Yo (intelectual), y en este sentido trataré de las conductas paradigmáticas sexuales, actitudinales e intelectuales. No ya la insuficiencia, sino la imposibilidad de definir y tipificar mediante la atención a un solo rasgo, se pone de manifiesto cuando atendemos a que, en primer lugar, el sujeto -en virtud del principio de compositividad de la conducta- se comporta siempre proyectando pulsión, actitud y su sentido de realidad. Así, por ejemplo, lo que distinguirá a determinadas conductas paradigmáticas sexuales es precisamente que el sujeto de las mismas posee sentido de realidad. Un homosexual y, más especialmente, otras formas tales como el voyeurismo, pongamos por caso, exigen, para su práctica, la conciencia de la realidad del contexto, en el que tales conductas componen una figura jurídica punible. Por tanto, sin sentido de realidad respecto de la categoría de transgresión que supone frente al medio social, o bien la conducta no sería factible, o de serlo supondría un perjuicio para el sujeto de la misma.

204

2.5.1.

Introducción

Conductas paradigmáticas sexuales

1

a la psiquiatría,

(conducta sexual)

En la historia de la Psicopatología y de la Psiquiatría determinadas conductas sexuales han sido agrupadas dentro de un término que, en un primer estadio, implicaba una connotación moral disvalorativa: tal el término «perversión»; en otro, ulterior, o bien se siguió usando el de «perversión», pero haciendo notar su carencia de disvalor moral, o bien se sustituye por «anormal», que aunque parece no tener connotación moral, la tiene, y disvalorativa, aunque enmascarada médicamente en un sentido de minusvalía, la que conlleva toda minusvalía patológica. Prefiero describir e interpretar estas conductas sexuales sin el a priori de perversión moral ni de anormalidad. Luego, al concluir la exposición, hablaré de cuándo una conducta sexual debe ser considerada anómala e incluso inmoral. Anticipo, no obstante, que el tratamiento especial de la conducta sexual bajo estas rúbricas morales o patológicas es indicio de hasta qué punto juegan, solapada o no solapadamente, toda clase de prejuicios. En realidad, los criterios de moralidad o de anormalidad podrían aplicarse de manera idéntica a cualquiera otra conducta que no fuera específicamente sexual. Por ejemplo, es claro que aquel que se obstina en el estudio y en la investigación hasta el punto de perecer, está demostrando que toma esa tarea de modo tan dependiente que le inhabilita para cualquier otra. Si, por otra parte, alguien se escuda en el estudio para desatender tareas familiares o ciudadanas o para justificar transgresiones que perjudican a un tercero, podría considerarse esta tarea como inmoral en este respecto. La conclusión es: la anormalidad o la inmoralidad no derivan del tipo de conducta sino del uso de esa conducta. Bendecir no es necesariamente «moral», ni «más moral» que maldecir; y cuando se bendicen fusiles que han de matar, uno tiene que rechazar esa bendición, aun cuando un escolástico la considerara como «un acto intrínsecamente bueno». El aspecto de la moralidad-inmoralidad de un acto concierne al médico en la medida que concierne al paciente, cuando menos en los dos siguientes contextos: a) como acto que depara un sentimiento de culpa; b) como acto que es o puede ser considerado culpable para el ámbito social en que se desenvuelve el paciente. En los dos casos, el médico tiene que tomar posiciones definidas, a veces de modo concreto, como, por ejemplo, en los peritajes médicos ante la justicia civil o penal.

Es útil considerar que la pulsión sexual tiene tina finalidad y un objeto. La primera es el logro del placer sexual; el segundo puede ser autoerótico y/ o aloerótico. Respecto del logro del placer, en una consideración diacrónica y evolutiva del sujeto, hemos visto que aquél se obtiene de modo distinto según 1 Cito como obras de conjunto, a las que puede acudir quien desee una referencia más amplia del problema, así como textos a los que se aludirán en los demás parágrafos, concernientes a la conducta sexual, los siguientes: ELLIS, H., Studies in the Psychology of Sex, 6 vals. (1901-1910). KINSEY, A. C.; PoMERON, W. B., y MARTIN, C. E., Sexual Behavior in the Human Mate. Filadelfia y Londres, 1958. Los mismos autores y GEBHARD, P. H., Sexual Bebauior in the Human Fema/e, 1953. ELLrs, A., y ABARBANEL, A. (edit.): The Encyclopedia o/ Sexual Bebabior, 2 vols., 1961. WrNOKUR, G., Determinants of Human sexual Behavior, 1963. ScBWARZ, O., The Psychology of Sex., 1949. Hay trad. catalana con el título Sece Psicología, Barcelona, 1975.

2. Psico(pato)logía

205

las diferentes etapas por las que se pasa. De modo que será también útil considerar logro del placer y objeto en función de la etapa cronológica en la que el sujeto se encuentra. En este enfoque, las conductas paradigmáticas se sitúan en su contexto, y así habrá de ser considerada la masturbación en el niño y en el adolescente, por poner un ejemplo. Para demarcar nuestra exposición advertiré que me refiero a las conductas sexuales de adultos, salvo que haga expresa consideración de otra circunstancia cronológica. 2.5.1.1.

Masturbación

Todavía a principios de siglo un autor como FREUD asumió la creencia, entonces en boga, de que la masturbación era no sólo perjudicial en un sentido amplio, sino responsable de enfermedades tales como neurosis, impotencias, distintas formas de locura, la depravación moral, etc. FREUD, y posteriormente todos sus discípulos, y especialmente STEKEL, rectificaron este punto de vista. La masturbación comenzó a ser concebida como una forma habitual de sexualidad, como el paso final del autoerotismo a la búsqueda de objeto exterior de connotación erótica (FREUD 1, STEKEL 2, O. ScHWARZ 3, etc.). La masturbación se practica en todas las edades, según demostró la encuesta de KINSEY 4. Habitual en la adolescencia, decrece en frecuencia durante el período adulto, pero se practica incluso en casados. Más frecuente en varones que en mujeres, se lleva a cabo merced a la estimulación directa y/ o la estimulación fantástica. La concepción que hoy consideramos anticuada, y ligada a prejuicios de todo tipo, especialmente morales, pero también más amplios que los simplemente morales, que concebía la masturbación como perjudicial, debe ser comentada por cuanto sirve de provecho para la interpretación de muchos hechos psicosociales. Posiblemente, por aquella época la masturbación era en efecto perjudicial. Si su práctica era signo con connotaciones valorativas negativas, nada tiene de extraño, sino que es psicosociológicamente lógico que, para quienes asumieran este disvalor de la práctica masturbatoria, su realización les condujera a perjuicios de diversos tipos, y que el cansancio, la fatigabilidad, la depresión, etc., se atribuyeran a la masturbación. De hecho, dado que prácticamente la totalidad de los hombres practicaban o habían practicado la masturbación, la correlación entre ella y cualquiera otro acontecimiento era tentadora, aunque falaz. Se trataba, pues, de una expresión de la profecía autocumplidora. Únese a ello el hecho de que sobre esta cuestión existía, por el disvalor preexistente, un silencio tácito, de modo que cada masturbador, a partir sobre todo de una edad' ligeramente superior a la adolescencia, se experimentaba como «el único», y, por tanto, como «el depravado», etc. Todavía hoy vemos sujetos, cada vez en menor cuantía por fortuna, 1 FREUD, S., Contribución al simposio sobre la masturbaci6n, en 2 STEKEL. Onanie und Homosexualitat, Berlín, 1923. 3 ScHWARZ, O., loe. cit., en parágrafo anterior. 4 KINSEY y colbs., loe. cit., en parágrafo anterior.

Ob. Com., vol. III.

206

Introducción

a la psiquiatría,

1

que han sido perjudicados visiblemente por la concepción que poseen acerca de la masturbación y que, naturalmente, adquirieron. La situación es la misma que plantea la conducta homosexual. Es visible que el homosexualismo está dejando de ser cada vez más responsable de comportamientos neuróticos y de tema sobre el que los dinamismos paranoides se movilizan. Puedo afirmar que no he conocido ni un solo caso de homosexual que haya asumido sosegadamente su homosexualismo y que haya mostrado un síndrome paranoico, mientras que la inversa es por demás frecuente. Pues bien, tampoco el masturbador que asume la masturbación como una práctica subsidiaria y normal puede convertir a la masturbación en un factor causal perturbador. Sin embargo, hasta hace poco era una experiencia habitual en la consulta el síndrome delirante descrito por KRETSCHMER como delirio sensitivo de los masturbadores: sujetos, con prácticas masturbatorias más o menos cuantiosas que, presos de sentimientos de culpa, la proyectaban fuera de sí y vivían la experiencia de ser notados, aludidos, etc. A ello se unía la interpretación de ciertos síntomas =-ojeras, palidez, delgadez- que se estimaban característicos de los masturbadores, y que ellos mismos se reconocían poseer.

La masturbación cumple varios cometidos, cuándo emerge en el adolescente como práctica sistemática: es el uso de la genitalidad, y, por tanto, la concreción de las excitaciones sexuales en la esfera genital. Con ello tiene lugar el desprendimiento de fijaciones previas como estadios que tienden a perpetuarse. Por otra parte, la masturbación se acompaña de fantasías prácticamente en el cien por cien de los casos (hay, no obstante, algunos masturbadores que dicen no fantasear, pero habría que indagar sobre la veracidad de este aserto), y estas fantasías son sobre objetos reales las más de las veces. De modo que, como no puede ser de otra manera, se trata del primer ensayo (fantaseado) de una sexualidad aloerótica. O. ScHWARZ se ha expresado de modo análogo a este respecto. La masturbación, entonces, es un proyecto de coito. Buena parte de estas fantasías masturbatorias se hará realidad, mientras otras, naturalmente, no tendrá realización en la práctica y quedarán como fantasía, a modo de remanente que se perpetúa como relación de objeto no satisfecha. Pero una de las ventajas de la masturbación consiste en que algunas de las fantasías habrán de ser compensadas por la relación de objeto real, de modo que otras se desechan ya por superfluas. De este modo, conductas sexuales paradigmáticas, que habrán de ser estudiadas a continuación, y que se viven como fantasías en la masturbación de adolescentes, serán sustituidas en la práctica por una relación heterosexual genital.

Hay un aspecto sobre el que no se ha llamado la atención suficientemente respecto de la masturbación. La concreción de las excitaciones sexuales en la genitalidad da al falo una primacía real, lo que hasta entonces ha sido un puro juego fantástico, inherente a la angustia de castración. El falo se ha de constituir a partír de entonces en el fetiche de sí mismo: o sea, el sujeto será lo que sea su falo (el sel/ erótico), mientras en la niña, aceptando la realidad de la carencia de pene, aspirará a ser penetrada por el falo fantaseado. La hipergenitalidad, por decirlo así, es una forma de

2. Psico(pato)logía

207

fetichización de la genitalidad, que, por cierto, constituye un pattern de] varón de nuestra cultura. La hipergenitalidad del varón, en nuestra cultura, se expresa de muchas formas. He aquí algunas: a) la constante referencia verbal a lo genital, mediante sintagmas que se intercalan en la conversación habitual sobre tema no sexual; b) la frecuente presunción de un plus de genitalidad, a sabiendas de que no ha de ser exigida su verificación (seudologismo sexual). La masturbación mantenida durante tiempo, en adultos, es siempre una conducta sustitutoria, salvo naturalmente circunstancias como la prisión o cualquiera otra en la que el sujeto no tenga posibilidad alguna de una relación horno o heterosexual. Si no es así, la masturbación es una conducta genital por incapacidad para establecerla fuera de sí. Aun cuando en muchos casados la masturbación puede representar una conducta sustitutoria, en caso de aversión al cónyuge por las razones que sea, el ser casado y masturbador inveterado debe hacer pensar en motivaciones para la inhibición ante el objeto (horno o heterosexual). Un hombre, casado hace cuatro años, de 28 años, masturbador desde la adolescencia, no ha cesado de hacerlo después de casado. Y a en el noviazgo tuvo relaciones sexuales muy elementales. Ahora, «no siento atracción hacia mi mujer, ni hacia otras mujeres, aunque lo que pasa no es que no me atraigan sino que me despiertan agresividad». Nunca tuvo relaciones homosexuales. La masturbación es su satisfacción sexual preferida. La practica en ocasiones varias veces al día, otras temporadas hasta tres veces por semana. No problemas de impotencia. «Mi mujer es mi tipo ideal, pero es más inteligente que yo, más intelectual, y yo hubiera querido una mujer tonta, con muchos hijos, que cocine.» La *fijación edípica emerge en la lámina 6 1 del TAT: «es un chico con su madre, tiene cara de preocupado, está diciéndole algo trascendente; la madre parece sorprendida, tristemente sorprendida: lo que le ha dicho no es nada agradable, de que se independiza, de que va a tomar otro rumbo, cosa que no está de acuerdo con las ideas de la madre; de que se va a casar, de que se va de casa ... él está con el sombrero en la mano; ella no quiere hacer frente a la realidad del hijo, está vuelta, de espaldas a él. El, sin embargo, tiene cara de haber tomado una decisión tajante.» La proyección en la madre de actitudes de castración {castradoras) permiten pensar que, a su vez; son de él las actitudes de castrado por la madre; castración que trata de superar en la fantasía {mediante decisiones tajantes de independencia y boda). Evidentemente, el paciente logra en la fantasía una independencia real, mientras que en orden a sus relaciones de objeto persiste la dependencia de la madre. Hay otras respuestas del test que denotan su agresividad. Destacamos ésta, de la lámina 13 2: «Esta es una muerta ... una chica muerta sobre una cama, y el marido está no queriendo aceptar la realidad, vuelto de espaldas. Hay unos libros sobre la mesa. Al ver estos cuadros me siento incómodo y al verlo casi se me cierra la imaginación inconscientemente, no quiero imaginarme lo que pudiera ser.» A mi modo de ver, la esposa, mujer ideal para él, es tanto la figura de la madre como la sustituta de ésta. Por ambos conceptos, se inhibe de una relación genital con Contenido de la lámina 6 BM: una mujer madura de espaldas a un joven. Contenido de la lámina 13 FM: un joven de pie, la cabeza cubierta por su brazo; una mujer acostada. 1 2

208

Introducción

a la psiquiatría,

1

ella. La agresividad es la contracatectización de esa figura que, por su carácter castrante, le prohíbe la realización sexual genital. Nótese la fantasía de preferir una mujer «tonta», «cargada de hijos», etc., lo que es contradictorio con la «idealidad» de la esposa.

Tenemos fundamentos para pensar que muchos masturbadores inveterados, que jamás intentaron una relación sexual, temen a la impotencia, y son, por decirlo así, impotentes virtuales. Contra lo que se ha dicho en una visión simple del problema, no es la masturbación la responsable de la impotencia, sino que se masturban los impotentes. En estos casos, las fantasías adquieren un predominio extraordinario y desempeñan un papel de primer orden en la dependencia masturbatoria. Al mismo tiempo, se constituyen en un factor de encronización: las expectativas ante el objeto, por lo general heterosexual, son de tal naturaleza que la relación entre ellos y el objeto es altamente asimétrica, en favor de la superioridad del objeto. En la fantasía, ellos imaginan al objeto todopoderoso, y, naturalmente, la posesión del mismo connota la omnipotencia del posesor. Pero en la realidad el objeto, aun empequeñecido, es inasequible y la inhibición de la relación sexual es total. He aquí un ejemplo del que transcribo sus fantasías que me han sido copiadas por el propio paciente: Un joven de 19 años, excepcionalmente inteligente, consulta quejándose de la incapacidad para establecer relaciones, especialmente con muchachas, en las que no quede frenado, sin habla, lo que motiva el rechazo más o menos encubierto por parte de éstas. Comenzó a masturbarse a los 14 años, estando en la cama de los padres, con fantasías de cuentos infantiles, «los de Los tres cerditos y el de Blanca Nieves». No da demasiados detalles de la utilización de estos cuentos en sus masturbaciones infantiles. Ahora las fantasías son tan complejas que le invito a que las transcriba. He conservado el lenguaje que utiliza el paciente. «Me gusta hablar del sexo de esta forma.» He aquí algunos extractos de sus fantasías: «Imagino un mundo brujo en que era la mujer la que trabajaba, prostituyéndose, y los hombres los que se dedicaban a hacer disfrutar a estas mujeres cuando ellas llegaban cansadas del trabajo. Ellos, por supuesto, eran superamantes, pero no trabajaban debido a su corto cupo de eyaculaciones. La mujer, después de estar trabajando toda . la mañana, llegaba a ver a su superamante, el cual no se podía permitir muchas eyaculaciones. La mujer llega cansada. El la invita a que se siente. Deposita su boca en la vulva de ella y mordisquea su clítoris, hasta que obtiene el primer orgasmo, y así otro y otro; tras cada uno de ellos, ella deposita un beso en la boca del hombre. Los orgasmos se suceden hasta ponerse ellas en trance. Luego les toca a ellos. Ella se arrodilla delante de él y comienza a darle lametones. Cuando se va excitando penetra en la habitación otra, y la primera se pone encima, mientras la otra continúa lamiéndole todo el cuerpo .Al cabo, él se siente casi en el ataque y quisiera tener dos penes para poseerlas a la vez.» «La individua buenísima se levanta por la mañana cansada, sin apetito sexual. O un hombre o una mujer llegan y comienzan a besarle en la vulva y ella se va sintiendo mejor. Cuando tiene más apetito sexual se levanta, y unos esclavos, preferentemente hombres, la llevan entre sus brazos a una cama, a donde le van trayendo hombres con los que ella se acuesta. Casi siempre estos hombres han sido excitados antes por mujeres para que se detengan poco con la señora o ama. Tras esto, ella va a vestirse: se pone un bikini recubierto de diamantes y oro. Y va a una gran catedral en donde se le adora por hombres y mujeres. Ella se sube a un pedestal, a 28 metros del suelo. Los adoradores

2. Psico(pato)logía

209

a veces se valen de monitores de televisión para verla mejor, o bien de dispositivos electrónicos de manera que su imagen se agrande. Ellos le hacen diversos gestos de adoración y ella poco a poco va quitándose la ropa, con alevosía, la tira y quien la coge se siente muy contento. Las mujeres-brujas, como se llaman ellas, no necesitan comer. Lo ven como un acto no muy hermoso. Ellas prefieren el esperma humano. Tragan el esperma y ponen una pantalla que no lo deja pasar cerca del óvulo ... Ahora la gran señora va a visitar a sus científicos y científicas y a sus modistas que trabajan para ella: hacen inventos revolucionarios que las harán felices. Luego se acuestan con los superamantes, que son hombres que casi llegan a la altura de las grandes mujeresbrujas. Ellos les producen grandes satisfacciones. Con ellas se llevan horas enteras, y previamente han de estar preparados acostándose con señoras buenas, con las que hacer virguerías de todas clases.»

2.5.1.2.

Conducta heterosexual

genital

Es el paradigma de la conducta sexual del adulto en orden a su frecuencia. Es la conducta heterosexual que concluye en coito y orgasmo. Para la fisiología de la conducta sexual debe verse sobre todo la obra de MASTER y J OHNSON, interesante además para nuestro contexto en cuanto que es una excelente forma de deshacer equívocos hasta ahora surgidos en y por nuestra cultura. No obstante, como dije en 2.3.2.1, también la obra de MASTER y JottNSON viene a mostrar que la psicologización es independiente de la anatomía y fisiología y que la primera de ellas resulta ser una valoración (estimativa) del órgano o de la función en orden a la relación. Así, en el ejemplo que puse, un pene pequeño es psicológicamente insuficiente, se racionaliza como fisiológicamente insuficiente, pero, desechada esta racionalización a través de un mejor conocimiento de las circunstancias biológicas, la racionalización puede elegir otra forma, que venga a perpetuar, v.g., un complejo de castración. Dado, sin embargo, que la racionalización fisiológica es usual en la consulta médica, y concretamente psiquiátrica, es obvio que el médico y el psiquiatra deben procurar tener el más exacto conocimiento de la cuestión anatomofísiológica, de la que muchos pacientes muestran una extrema erudición, suscitada por su propia ansiedad.

Es de gran interés interrogar, cuando sea necesario, acerca de las relaciones interpersonales previas al coito, esto es, lo que constituyen los pródromos. Lo motiva el que la relación sexual es un tipo de interacción que trata de marginarse de todo cuanto concierne al principio de realidad: se hace en la intimidad, se despoja la pareja de los vestidos, etc. Ahora bien, ¿hasta qué límites es capaz la pareja o alguno de sus componentes de despojarse de todo componente de la realidad socializada? Esto es de por sí connotativo. Si esto ha sido logrado, los pródromos deben verse como una manera de hacer realidad la fantasía y, en ese sentido, es interesante dilucidar en qué medida el partenaire se presta al juego fantástico del otro, cómo amplian o no el juego erótico, etc. Mientras que, en otros casos, de este mismo interrogatorio habrá de concluirse que la relación sexual, ritualizada hasta la rutina, sólo permite la satisfacción de la necesi-

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Introducción

a la psiquiatría,

1

dad y el alivio de la tensión, dejando a la fantasía como tal el complementar una realidad frustrante. En este caso, habrá de interrogarse acerca de los fantasmas simultáneos al coito. Naturalmente las fantasías a este respecto son muy numerosas. Las más frecuentes son de realización del acto sexual con otro parte naire. Son frecuentes también las fantasías sádicas, de voyeurismo, incluso de objeto homosexual. a) Una mujer casada, de 28 años, hasta entonces en una relación sexual con su marido nada relevante, tuvo indicios de la infidelidad de su marido con su auxiliar en su actividad profesional. Precisamente el primer indicio lo ofreció el marido cuando, en el coito, dejó pasar el nombre de esta auxiliar, lo que connotó que el marido fantaseaba con aquélla. Pero con posterioridad, ella misma hubo de superar la repulsión al coito con su marido fantaseando acerca de las relaciones de su marido con la auxiliar y, más tarde, para llegar al orgasmo, se exigía ella misma fantasías homosexuales con aquélla. b) Las fantasías durante el coito de un hombre de 32 años consisten en la escenificación de una pareja caballar cohabitando y de qué forma él consigue que el coito se interrumpa en el macho mientras azota a la hembra para provocar la separación. El semen se derrama abundantemente en tierra.

Gran parte de esta conducta prodrómica está constituida por rituales que revelan la existencia de restos de fijaciones en etapas precedentes, de las que las más habituales son el beso y mordisco como expresión de oralidad. Un paciente al que tuve ocasión de tratar durante algún tiempo, debía elegir, antes del coito, una posición infantil respecto de su esposa, a la que pedía le acunara y de la que se valía para representar que se amamantaba de ella. Luego proseguía hasta el coito.

Para el médico es importante saber acerca de todo este ritual, de la existencia habitual de prácticas de fellatio (pene en boca) y cunnilingus (caricia bucal del clítoris), al objeto de que se despoje de. valoraciones acerca del carácter de excepción de las mismas y amplíe el horizonte interpretativo de la conducta sexual humana. Nada hay más obstaculizador que la introducción de prejuicios morales o supuestamente científicos (como son los usos triviales de «normalidad» y «anormalidad») para una correcta comprensión del hombre, sobre todo en estos aspectos en los que las condiciones sociales mismas favorecen el que, cuando menos, alguna parte de los requerimientos fantásticos se hagan factibles. Por otra parte, el análisis de las fantasías durante el coito, de esta relación heterosexual usual, pone de manifiesto dos cuestiones: a) que las relaciones objetales tienen lugar en su mayor parte en el plano de la fantasía, y la relación sexual usual debe verse como una sublimación de relaciones objetales pregenitales; b) que incluso en unas condiciones posibilitadoras, en las que pareciera que la realidad externa a la pareja había logrado ser transformada de modo tal que se ofreciera como gratificante,

2. Psico(pato )logía

211

el sujeto experimenta alguna suerte de frustración, la que precisamente le impulsa a la evasión fantástica una vez más 1• Es lógico que sea así. Mientras la fantasía es omnipotente y no tiene, pues, limitación alguna, el objeto real tiene sus límites en tanto que real, en tanto que no puede acceder a todos los requerimientos fantásticos del otro. Por consiguiente, el objeto, mientras es anhelado, está complementado por la fantasía sobre el mismo; y cuando es poseído y se le des-cubre de la fantasía de que antes se le cubrió, frustra como tal objeto real y hace derivar al sujeto hacía otros objetos fantásticos.

2.5 .1.2.1.

Variantes en la conducta heteroxesual genital 2

a) Paidofilia. El partenaire ha de ser un niño del sexo opuesto. Como fantasía es frecuente en el hombre; como práctica no es fácil dar cifras. Pero la masturbación de niños por niñeras, incluso la [ellatio, y también por las madres, no es excepcional. La mayoría de los paidófilos son impotentes y generalmente eluden el coito, manteniéndose en unos requerimientos masturbatorios y exhibicionistas. Otras veces son meros voyeurs. Un hombre de profesión liberal, casado, con nueve hijos, cinco de ellos hembras, siente una irresistible atracción hacia las niñas de diez a doce años. Todas sus hijas «han sido tocadas», según ellas mismas han ido contando en el momento de llegar a adultas. Rara es la noche en que el padre deja de levantarse en la madrugada para destaparlas y contemplar sus órganos genitales y pechos. En ocasiones, llega a acariciarlas, y ha de despojarlas de alguna ropa o cuando menos desabrocharles el pijama, de forma que muestren su cuerpo. Durante el día, «la hija de turno» es perseguida en ocasiones para que se deje besar o para permanecer en sus rodillas, cosa que ellas evitan a sabiendas de la doble intención buscada. Es frecuente que durante la noche, y una vez conseguido un desnudo satisfactorio, fotografíe el cuerpo de la pequeña. Igualmente, ante las amigas de las hijas, y sobre todo en el curso de los meses de verano, «el enloquecimiento», según la expresión de la esposa y de algunos de sus hijos varones, llega al extremo: durante horas, filma y fotografía a las niñas en traje de baño. Como actitud, la del paciente no dejaba de ser curiosa. Cuando en la primera entrevista se habló de. todo esto delante de él, adoptaba una actitud que recordaba la de un niño sorprendido en un acto juzgado desaprobable y al que se le reprendiera: sumiso, en silencio total, como afirmando, sin hablar, la veracidad de cuanto se decía, pero al mismo tiempo sin mostrar compunción, de forma que suscitaba la irritación de la esposa. 1 CASTILLA DEL Prxo, Sexualidad, represión y lenguaie, Madrid, 1978. Especialmente IV, «Sexualidad y Lenguaje», en donde analizo la relación objeta! a nivel de la fantasía y, por tanto, el coito como conducta masturbatoria. 2 Como obra de consulta para este y los ulteriores capítulos sigue siendo indispensable KRAFFT-EBING, R. von, Psycbopatia sexualis, 16: y 17." edición refundidas por MoLL, A.,, trad. franc., París, 1969. De menor interés, pero útil, Grssss y GEBSATTEL, Psicopatologia de la sexualidad, trad. cast., Madrid, 1964.

212

Introducción

a la psiquiatría,

En la paidofilia del varón un complejo de castración le atenaza para

el logro de una relación satisfactoria con la mujer adulta. Las niñas no le

deparan angustia de castración. La niña, por otra parte, es un objeto no identificable con una madre frustrante, mientras que sí lo es una mujer adulta. En la paidofilia de la mujer juegan factores a veces análogos. El hombre adulto es rechazable como figura paterna sustitutiva, figura que en ocasiones es la «imago» de un padre cuya fijación en él le depara ansiedad. Pero, en otras ocasiones, el adulto es como tal repudiable y el niño representa el objeto en el que la mujer puede ostentar su dominación y representar el rol de madre fálica. No es descartable, más que en una tendencia homosexual, el que la mujer reviva la etapa de la envidia del pene durante la infancia, y la relación con el niño sea una identificación con él, con el niño con pene que desearía ser. Naturalmente, en otras circunstancias la paidofilia no es sino una conducta accidental. b) Estupro y violación. Incluimos aquí determinadas formas de estupro, o fantasías de estupro, como son los casos en los que el sujeto precisa de un partenaire de clase socal inferior para su satisfacción: esto es bastante frecuente, y posiblemente está ligado a fijaciones eróticas precoces, por ejemplo, con muchachas de servicio. En otros casos, se precisa de la prostituta, con el fin de poder mantener con la pareja una relación sexual que al propio tiempo sea de dominación. En todos estos casos se trata de eludir la angustia, y la impotencia subsiguiente a la misma, que provocaría una relación sexual simétrica y que, en último término, remite a una relación edípica. En la violación lo importante es la manifestación de poder en la esfera del sel/ erótico. El impulso violador surge tras una crisis del sel/ en la que éste aparece depreciado, sojuzgado, y precisa recabar de sí todas las circunstancias que le susciten el logro de la autoestima. No importa, pues, tanto la estima del otro, sino en ese momento superar el sentimiento de autohumillación. La violación le ofrece la fantasía de un poder. Es frecuente que se asocie a pulsiones sádicas, incluso al asesinato. Las fantasías de violación son frecuentes. En un paciente se trataba de lo siguiente: alguien, del sexo opuesto, generalmente sumisa en su aspecto -se trataba de fantasías sobre mujeres sólo conocidas de vista-, era atrapada, llevada a la fuerza a la cama, atada de pies y manos a la misma y violada. Para el paciente, tales mujeres constituían una , provocación, en el sentido de que, siendo sumisas, sin embargo le eran inasequibles, de forma que por sí mismas suponían una herida al narcisismo, al self erótico del propio paciente, que era así humillado: ni siquiera estas mujeres de actitud humilde resultaban menos que él. Por decirlo así, toleraba la inasequibilidad de la que estimaba a priori superior, pero no la superioridad de la que por otra parte mostraba su inferioridad. La necesidad compulsiva de lograr elevar su self erótico, compulsión suscitada por un complejo de castración, estaba en la génesis de estas fantasías, la mayoría de las veces acompañadas de masturbación.

2. Psico(pato)logía

213

e) Necrofilia. Como fantasía no es del todo infrecuente. Se trata de la gratificación sexual con cadáveres. En un caso de mi experiencia no se trataba sino de verificar caricias a cadáveres de mujeres, especialmente en la cara interna del muslo. Para ello se valía de aquellos cadáveres que habían sido conducidos al cementerio a última hora, y que el enterrador dejaba para el siguiente día la culminación de su tarea. Durante la noche, el paciente pasaba al cementerio, levantaba la tapa del ataúd y, procurando no desarreglar las ropas de la muerta -no le importaba la edad-, la acariciaba durante algún tiempo. Se trataba de un débil mental. Para KRAFFT-EBING los necrófilos son psicóticos en todos los casos.

d) Sodomía (zoofilia). Se define como tal la relación sexual con animales. Es frecuente en ambientes campesinos y como relación sustitutoria de adolescentes en ámbitos de pueblos y aldeas. En el caso que describo a continuación se combina la sodomía con el homosexualismo. Un soltero de 31 años, campesino, hacia los 13 años «notaba que en los sueños me repugnaba la mujer, porque soñaba con ellas y, sin embargo no llegaba a hacer nada con ellas» porque no tenía erección. «Pero los sueños con hombres, pues en éstos cumplía.» Aunque en la masturbación rechazaba estas fantasías homosexuales, eran las únicas que le excitaban. Un intento de relación con una prostituta fue fallido, sin erección. No obstante, ha tenido relaciones satisfactorias con una burra y reiteradamente, y ahora le excita sexualmente observar las relaciones sexuales entre animales. Ha pensado en el suicidio, porque tiene fijada la fecha de la boda para cinco días después de la consulta. Con su novia ningún contacto sexual, ni le excita sexualmente.

2.5.1.3.

Conducta heterosexual no genital

Incluyo aquí la serie de conductas sexuales relevantes en las que la condición sine qua non es la inhibición de la conducta intergenital. Así, por ejemplo, incluiré tanto la masturbación exigida al partenaire, cuanto al coito per anum, en el que, si bien hay una actividad genital, se excluye el contacto con el genital del sexo opuesto. a) Frotteurismo. Es la tendencia del sujeto a mantener como única relación la aparentemente casual surgida en el frotamiento de su genital con una mujer vestida. Lo característico del [rotteur es la pasividad y el retraimiento. Generalmente se trata de sujetos que viven en aislamiento, a la caza de la ocasión, entregados a fantasías de actividad. b) Voyeurismo. Ocupa frente al exhibicionismo la misma posición que el masoquismo respecto del sadismo. En el uoyeur la tendencia fundamental es la visión de escenas que están ligadas a la angustia de castración o bien al coito parental o la mera visión de genitales adultos. En un caso de uoyeur su complejo de castración era notorio. Era un visitante de urinarios públicos, de bares o de espectáculos. Trataba por todos los medios de ver el pene y contrastarlo con el suyo, ansioso ante la posibilidad de que fueran ma-

214

Introducción

a la psiquiatría,

1

yores. Por el contrario, la calma de la angustia que sobrevenía ante la visión de penes de tamaño menor era evidente, si bien de breve duración. Otro caso de uoyeur muy frecuente es el de la tendencia a espiar el aseo de mujeres, escena especialmente excitante, muy ligada a otras análogas, primigenias. Con frecuencia estos uoyeurs tienen también comportamientos fetichistas y utilizan ropas de las personas espiadas para la masturbación ulterior. Es frecuente el uoyeur de escenas eróticas en jardines y paseos, impotente y envidioso de aquel con quien se identifica y que lleva a cabo la actividad erótica. La relación con el complejo de castración es evidente, porque en estos casos la escena visualizada representa la escena primitiva, en la que el coito parental era espiado, y él se sentía impotente frente a la figura del padre.

e) Exhibicionismo. Es una de las conductas sexuales más frecuentes. Incluso en la relación heterosexual genital es muy corriente que el hombre exhiba su pene como forma de gratificación que calme su ansiedad de castración, es decir, de pene pequeño, de pene insuficiente. Por otra parte, es una conducta que ha sido requerida en las etapas prepuberales, por ejemplo, entre amigos o entre hermanos. En un caso que traté, la tendencia exhibicionista no era a mostrar el pene erecto, sino fláccido; simplemente mostrarlo, librándolo del prepucio. Esta tendencia pudo ponerse en conexión con otra idéntica: cuando niño, siendo menor que su hermana, era requerido por ésta para que mostrase su pene y satisfaciese su curiosidad.

En general, los exhibicionistas se topan frecuentemente con problemas judiciales. La razón de ello estriba en que el exhibicionismo tiene en muchas ocasiones carácter compulsivo, ligado a crisis del self erótico que suscitan una angustia de castración intensa. Necesita entonces uno de estos dos o los dos tipos de juego erótico: o confirmando-confirmarse en la posesión de pene, o confirmarse-confirmando. Es el doble movimiento de la circularidad de la relación interpersonal (2.3.1.1.1). De este modo, trata de asegurarse la existencia de pene, mostrándolo a los otros, que lo confirman, o bien tratan de suscitar temor al otro por la exhibición del pene. Intervine judicialmente en el caso de un paciente cuyo exhibicionismo compulsivo llegó a extremos tras los cuales entraba en una postración con sentimientos de culpa y vergüenza. El paciente, que estaba judicialmente recluido, pese a lo cual continuaba con sus compulsiones exhibicionistas, solía acudir a las proximidades de un riachuelo, que por entonces usaban mujeres para lavar. Frente a ellas se colocaba de modo que su pene erecto se hacía visible, y llegaba incluso a escenificaciones tales como pasear ante ellas, sin importarle, a veces, los denuestos, otras, los sarcasmos que provocaba en ellas con su conducta. Finalmente se masturbaba ante ellas una y otra vez. He de decir que tales escenas duraban horas y se repetían incesantemente. Llegando en varias ocasiones, ante la reiterada masturbación, a eyacular alguna gota de sangre, provocada, sin duda, por el ex vacuo.

Es frecuente la actividad exhibicionista esporádica. Gente que camina con aparente naturalidad y que bruscamente exhibe sus genitales ante des-

2. Psico(pato)logía

215

conocidas. Habitualmente concluyen en la masturbación con fantasías de coito. Hay que advertir que algunos exhibicionistas son sujetos parlo demás de conducta incluso sexualmente usual. Así, por ejemplo, en un caso que me ocupó por otros conceptos, se trataba de un hombre casado, con relaciones sexuales de frecuencia media con la esposa, si bien durante las mismas tenía fantasías eróticas con otras mujeres. En estos casos, según he comprobado, también existe una angustia de castración, bajo la forma de un querer poder más. También juega en el exhibicionista un tipo de fantasía consistente en el mostrar lo que imagina que otras desearían ver. Un joven de 24 años, soltero, masturbador inveterado, de vez en vez solía entregarse a exhibiciones de sus órganos genitales. Para ello solía situarse en una terraza, desde la que dominaba a su vez otra, en la que circunstancialmente tendían ropa una o, todo lo más, dos mujeres. La exhibición se acompañaba de frases en las que, situándose en el lugar de ellas, proyectaba el deseo de que su pene fuera usado por ellas para cohabitar, como si él fuera realmente el inasequible para ellas, no a la inversa.

En todos los casos existe, pues, una angustia de castración ante la eventualidad de inexistencia de pene. Realmente notable es el caso de un muchacho de 19 años, de aspecto infantil, denunciado en varias ocasiones por sus actividades exhibicionistas verificadas en el escaparate del comercio de su padre. Hacía como que disponía el escaparate -se trataba de un comercio de prendas femeninas- para una nueva exposición. Lograba entonces reunir un determinado número de espectadoras al otro lado del cristal, y cuando éstas se encontraban suficientemente atentas, bruscamente hacía exhibición de su pene, no siempre en erección. Debo hacer notar que el paciente, en su vida habitual, solía preparar sus genitales con una cubierta de algodón y gasa, de forma que el volumen aparente de sus genitales le resultara satisfactorio a él y, en su opinión, juzgado como tal por quienes pudiesen notarlo. Ahora bien, el paciente poseía un pene desmesuradamente pequeño, por el que, si bien sentía evidentemente pudor, no era obstáculo para su exhibición en el escaparate. De lo que se trataba era de que se le confirmase en la existencia de su pene. La conciencia oscura de su impotencia la emite en la lámina 1 del T AT 1: «puede significar el sueño de este muchacho de querer ser un gran violinista, y está aprendiendo, y la imagen en sí refleja la impotencia de ese muchacho de alcanzar ese virtuosismo al que le gustaría llegar». (Cuando se analicen detenidamente los protocolos del TAT podrá verse [2.6.3.1] de qué forma el violín simboliza aquí el propio pene.) En la lámina 4 2: «es muy desagradable esto... Esto puede ser tan desagradable como una prostituta y un hombre sin escrúpulos, sin, sin razonamiento, como un animal. .. No puedo extenderme más en cosas tan desagradables»; los temores a sus propios impulsos eroticodestructivos están bien expresados. 1 El contenido de la lámina 1 del TAT: un niño contempla un violín instalado sobre una mesa ante él. . 2 El contenido de la lámina 4 del TAT: una mujer estrecha los hombros de un hombre, cuya cara y cuerpo aparta como si se tratase de separarse de ella.

216 Las fantasías masturbatorias en este muchacho así: «obligarlas a entrar en razón de que pueden de que vengan a mí, cosa que nunca han hecho», inherentes a la impotencia o, mejor, a la potencia respecto de su sel/ erótico- por la que sufre.

Introducción

a la psiquiatría,

1

son de carácter sádico y las define hacer el amor conmigo, sobre todo lo que testimonia las connotaciones no reconocida -a la descalificación

Como puede juzgarse a través de las suscintas historias narradas, en el exhibicionista existe un componente compulsivo sobresaliente, al que se ha referido Gnsss. A diferencia de los fenómenos de la serie obsesiva, en los que la conciencia de absurdidad es sobresaliente, y que tiene su explicación dinámica en el fenómeno de desplazamiento, aquí la compulsión del acto está suscitada especialmente por la angustia; una angustia que algún paciente me decía que localizaba en los propios testículos, y que le llevaba a la necesidad o de hacerlos ver o de verlos, pero en todo caso de afirmarse de su existencia. Hay que retener el hecho de que otras veces no es tanto la existencia en sí la que se cuestiona, sino la suficiencia. De aquí que muchos exhibicionistas adopten la forma verbal del mismo, bajo locuciones y sintagmas que aluden al tamaño de sus genitales, a la invitación a ser tocados por otro, etc. La palabra sustituye aquí la acción, pero es también notorio en estos casos la tendencia compulsiva que anima a estos profesionales de la verbalización soez. El exhibicionismo femenino es exactamente la imagen especular del masculino. Frente a la compulsión de poseer, la de ser poseída. Señalo aquí el carácter activo que el exhibicionismo femenino adopta: ser poseída, siendo ella quien provoca la posesión, o quien provoca en el otro el deseo de serlo. Hay que tener en cuenta que, en nuestra cultura, la mujer efectúa desde niña el aprendizaje de cómo adoptar el rol (activo) aparentemente pasivo de objeto erótico. Aunque en vías de atenuación, en la mujer se inculca ante todo el desempeño de su identidad (sel/) erótica. Como en el exhibicionismo masculino, se trata de hacer ver a sí· misma la posibilidad de ser poseída .. no de serlo realmente. Por eso, tanto uno como otra se contentan con la provocación tan sólo. d) Oralismo. En esta forma de conducta sexual la satisfacción se logra a través del contacto bucal, bien sobre pene, bien sobre vagina, bien sobre ano. No se ansía la relación genital propiamente dicha, de forma que, de sobrevenir la eyaculación, se hace directamente sobre la boca o como masturbación. e) Masturbación. Tanto en hombres como en mujeres, lo que se exige del partenaire es tan sólo que le masturbe. En el hombre, que es donde yo he tenido algunas experiencias, puedo decir que se trata de sujetos con angustia de castración, temores concretos a la impotencia, a la ejaculatio praecox, en suma, al fracaso de la relación genital propiamente dicha. f) Coito per anum. En la relación heterosexual se encuentran hombres que rechazan la penetración vaginal y anhelan, no obstante, la puramente anal.

2. Psico(pato)logía

217

No siempre es aceptada esta relación pene-anal, que puede provocar conflictos en la pareja que hayan de ser resueltos por vía judicial. En un caso en que tuve ocasión de conocer en profundidad los hechos por parte del sujeto, generalmente se comportaba como frío eróticamente; luego propuso el coito per anum a la esposa como forma de evitar los hijos. Pero en realidad se trataba de un sujeto con fantasías de ser penetrado y penetrar en el ano de sujetos del propio sexo.

g) Coprojilia. A veces la propuesta de defecar u orinar sobre el partenaire entra dentro de los mismos pródromos, especialmente la de orinar en la boca. Pero otras veces constituye la única relación buscada. Según tengo entendido, se trata de conductas sexuales que tienen su mayor relevancia .en juegos eróticos promiscuos, entre los cuales figuraba el juego a la identificación con animales. En estos casos se trata de fijaciones a etapas anales. Otras veces, la coprofilia se sustituye por la coprolalia, del mismo modo que el exhibicionismo verbal resulta sustitutorio del exhibicionismo genital. En ocasiones, se asocia al coito per anum . h) Fetichismo. Incluimos aquí este tipo de conducta sexual, por cuanto la mayoría de las veces se trata de varones con fetiches de mujer y en los que queda eludida la relación genital. Es muy poco frecuente en la mujer. En el fetichismo la angustia de castración es especialmente intensa, más aún que en el voyeur. Aquí se trata de una relación con un objeto parcial. Así, como en el voyeurismo el sujeto visto representa el sujeto con el falo suficiente, aquel que el voyeur desearía poseer, en el fetichista el fetiche representa un símbolo fálico. El carácter simbólico viene dado porque la mayoría de las veces el fetiche no es una parte genital del cuerpo, y las más, un objeto inanimado. Algunos fetichistas usan del fetiche para la preparación del acto sexual, pero los más para la masturbación. FREUD ( 1927 1) sostuvo que el fetiche era el resultado de la negación de la inexistencia de pene en la madre y, por tanto, la negación de la castración en ella y, por rebote, en el niño, como ansiedad ante la castración. Algunos de los elementos vistos por el niño en la madre eran aceptados como equivalentes del pene, por ejemplo, el vello pubiano, o ropa interior. Otros ·autores (BAK, GREENAGR'E, citados por ErnELBERG) 2 sostienen que en el fetichismo juega un papel la ansiedad ante la separación, vinculándose a través del tacto o del olfato con el objeto que representa al objeto total. Sin negar la posibilidad de la tesis freudiana, en los casos de fetichismo que he tenido ocasión de estudiar, la idea de BAK y GREENACRE me parece aceptable. Y asimismo la del intento de superación parcial de la castración -impotenciamediante el logro de un objeto parcial. Me baso sobre todo en el análisis de las fantasías de fetichistas. El carácter si~bólico del objeto madre, inasequible, parece conectarse con el hecho de que muchas veces el fetiche pertenece a una persona mayor. Como el propio FREUD advierte, en el fetichismo hay una aceptación de la pars pro tolo, quedando el totum reprimido. Con frecuencia, el fetichismo se asocia al masoquismo. En estos 1 2

FREuo, S., Fetichismo, en Ob. Comp., III. EIDELBERG, loe. cit., artículo «Fetichismo».

Introducción a la psiquiatría, 1

218

casos, bien autodescritos por SACHER-MAsocH, el fetiche es símbolo del falo de la

partenaire sádica

l.

i) Sadismo. Puede ser estudiado juntamente con el masoquismo en virtud de que, por un lado, el masoquismo es el sadismo sobre el propio sujeto y, por otro, en tanto se trata de una relación intersexual complementaria. En muchas ocasiones una conducta sádica o masoquista constituye uno de los rituales del juego erótico, que expresa la índole de las relaciones de objeto que persisten como fijaciones parciales a etapas analsádicas. Buena parte de este ritual se conecta con la identificación de roles masculino y femenino, especialmente a través de la visualización de la escena primitiva, el coito parental. MARIE BoNAPARTE 2 ha señalado que el coito parental es interpretado por el niño como una escena de agresión, si bien unida a componentes voluptuosos. Esto es fácil de comprobar en la terapia. FENICHEL 3, entre otros, ha llamado la atención sobre el carácter lúdico del comportamiento sádico, merced a lo cual se reproduce una fantasía consistente en, por una parte, hacer de castrador y, por otra, de falso castrador. En este sentido, el sádico muestra su sentido de la realidad al respecto, puesto que en ningún momento deja de contar con el carácter de fantasía que la relación implica. En el sádico hay que contar con tres elementos que me parecen fundamentales: 1) la identificación con el castrador; 2) la pugna contra su peligrosidad; 3) la pugna contra sus tendencias autodestructivas. Veámoslo esto con algún detalle. La identificación con el castrador reproduce una vez más la perpetua identificación del oprimido con el opresor y el reprimido con el represor .. Querer ser como aquel que nos reprime es una forma de eludir la represión en el plano de la fantasía. Porgue, naturalmente, no se trata de una «liberación» por el hecho de reprimir a su vez, ya que el represor sigue siendo un reprimido, cualesquiera sean las pulsiones y tendencias a que nos refiramos. Por otra parte, el sujeto represor, sádico, dominador, ha de contar con alguna instancia del Superyó que le procure un freno de su propia pulsión destructivolíbidinal. La incidencia del Superyó puede estar precisamente en el carácter de juego que el comportamiento sádico parece poseer (salvo en circunstancias excepcionales): no tomar en serio la agresión que verifica. De aquí que, salvo excepciones, el sádico se ponga un límite en su agresión al objeto sexual, y muy pocas veces culmine en la destrucción total de dicho objeto. 1 Ver CASTILLA DEL PINO, Introducción al masoquismo seguido de Prólogo a La Venus de las pieles, de SACHER MASOCH, Madrid, 1973. ' 2 BoNAPARTE, M., Psicoanálisis y desviaciones sexuales trad. cast. Buenos Aires

1967. 3

,

FENICHEL,loe. cit.

)

)

2. Psico(pato)logía

219

Finalmente, el sádico ha de destruir para no destruirse. La ira frustrada hacia el objeto podría reverter en autoagresión. La agresión hacia el exterior es, pues, una forma de proyección. «De no agredir me agrediría.» A ello se une algo que haré ver luego en el masoquista, y que es una racionalización para el sádico: «agredo porque me provocan.» Muchas conductas sádicas remiten a la fase oralsádica que señalara ABRAHAN y, por supuesto, existen también residuos sádicos en conductas genitales, fálicas. Todo ello deberá ser tenido en cuenta a la hora de la interpretación de un conjunto de reglas a las que, como rituales, somete el sádico a su partenaire. 1 j) Masoquismo. FREUD estableció un masoquismo primario cuando se consideró obligado a admitir una pulsión agresiva elemental, de idéntico nivel que la libidinal. Es una especulación inverificable. El masoquismo propiamente dicho es una reversión de la pulsión agresiva sobre el propio sujeto, tras la proyección de la misma en un objeto por fuera de él. Se trata, pues, de un retorno del sadismo contra la propia persona. Hay que explicar, por tanto, las siguientes dos cosas: 1) que el sadismo se convierta en autosadismo, y 2) que el autosadismo se impregne de contenido erótico, ya que precisamente las instancias libidinales y agresivas son antitéticas. Por lo que el punto 1) concierne, las imágenes que el niño pretende agredir son imágenes parentales, frustrantes, previamente cateetizadas libidinalmente, de modo que, cuando revierten hacia el propio sujeto merced a los sentimientos de culpa, el sujeto ha de agredirse, ha de castigarse precisamente como consecuencia de la instancia a agredir a figuras objetalizadas. En suma, la madre, objeto libidinal en la situación edípica, frustra; el niño intenta la agresión; experimenta culpa y necesidad de castigo; de aquí la gratificación en el dolor. Por lo que se refiere al punto 2), con suma frecuencia obtenemos la demanda a nuestros afectos a través de la expresión de nuestros sufrimientos. Pues bien, en el punto final del proceso antes descrito, el niño sufre por el castigo autoimpuesto y, a partir de él, logra satisfacer algunas de las demandas afectivas del objeto libidinal madre. A partir de aquí, se construye el modelo: gratificación a través de un partner sádico. Las fantasías masoquistas son muy frecuentes como fantasías masturbatotias o simultáneas al coito 2. Es también frecuente la combinación masoquismo-homosexualidad, sobre todo cuando se trata de homosexuales de tipo anal, como el caso del profesor universitario que se describe en el apartado dedicado al travestismo masculino [2.5.1.4, e)]. FREUD, S., El problema económico del masoquismo, en Ob. Comp. CASTILLA DEL PINO, C., Introducción al masoquismo, seguido de SACHER-MASOCH, Ld Venus de las Pieles. Madrid, 1973. Sobre sadismo. y masoquismo, ver también: FREun, S., Pegan a un niño, en Ob Comp. REIK, T., Masoquismo en el hombre moderno, dos vols., trad. cast., Buenos Aires, 1963. GARMA, A., Sadismo y masoquismo en la conducta humana, Buenos Aires, 1960. 1 2

Introducción

220

a la psiquiatría,

1

Nos consulta un paciente con un cuadro polineurítico, pero además deprimido por su problema, que narra en seguida. Casado, de 39 años, se autorreprocha su conducta para con su esposa. Consiste en lo siguiente: el propio paciente provoca una cita con una amiga de ambos, lesbiana. Durante una primera parte, él mantiene un papel autoritario ante ambas, especialmente ante la esposa, a la que «obliga» a una relación homosexual con la amiga. La esposa juega a la adopción de resistencias frente a las instancias del marido, hasta que al fin cede, tanto por los requerimientos de la parten aire, cuanto, sobre todo, por la imposición marital. El paciente presencia el juego erótico entre ellas. A continuación comienza la· fase de autorreproches, seguida de los reproches de ella hacia él tras el hastío posterótico. A través de las autohurnillaciones consigue la irritación preliminar de la esposa y la respuesta ulterior de ésta a los requerimientos del paciente de ser azotado para obtener el perdón. Entonces sobreviene el orgasmo de él, coincidiendo con actitudes y llantos que imitan los de un niño.

2.5.1.4.

Conducta homosexual

1

Dentro del comportamiento aloerótico, otra opcion posible es que el objeto sea homosexual. De hecho, aparece en todos los seres humanos, unas veces como condición cultural, otras, como circunstancia accidental. Ejemplo de la primera lo tenemos en culturas en las que las opciones sexuales son indistintas respecto del objeto (el 100 por 100 de los casos, STORR 2, practican ambas opciones eróticas), y evidentemente no tiene la misma connotación el homosexual entre nosotros que entre los árabes, por citar un ejemplo. En estos últimos se considera una posibilidad que su código cultural les ofrece sin restricción moral, aunque sí social. Ejemplo de la segunda, la prisión o prolongadas estancias en el mar, o en cuarteles y colegios internos, carentes de población femenina. Desde una consideración no moralista, la relación sexual es una forma más de comunicación posible entre los seres humanos, de una de las cuales (la heterosexual genital) se deriva, en contadas ocasiones, el hecho de la procreación. Las más de las veces, la relación sexual se busca en sí misma como forma de logro del placer. Esto es válido para la conducta heterosexual también, de modo que sería altamente vulnerable el punto de vista que sostenga la necesidad de que, incluso para el logro de la relación sexual orgiástica como tipo de comunicación interpersonal, el objeto habría de ser heterosexual. La anomalía o no de una relación sexual no deri1 Obras de conjunto sobre «Homosexualidad»: BAILEY, D. S., Homosexuality and tbe Western Christian Tradition, 1955. ALLEN, C., Homosexuality, 1958. También las obras citadas de ELLIS, H., de KRAFFT-EBING, de GI'ESSE y GEBSATTEL. KRICH, A. M., Los homosexuales, trad. cast., Madrid, 1966, es una compilación de numerosos trabajos sobre el tema. GIESSE, H., El homosexual y su ambiente, trad. cast., Madrid, 1962. Varios, La homosexualidad en la sociedad moderna, compilación, trad. cast., Buenos Aires, 1965. Informe KINSEY, Homosexualidades, trad. cast., Madrid, 1978. 2 STORR, A., Las desviaciones sexuales, trad. cast., Buenos Aires, 1965.

2. Psico(pato)logía

221

va tanto del objeto que se elige cuanto de la conflictualidad intrapersonal que suscita, y en este sentido hay conductas heterosexuales anómalas y conductas homosexuales normales. Muchos de los conflictos neuróticos que aparecen en homosexuales proceden de la consecuencia del sistema de referencias y valores existentes en un determinado grupo social. No me refiero ahora tan sólo a que suscite problemas de carácter legal o moral, por cuanto, respecto de este último, el Superyó obliga a rechazar lo que es la única, o la relevante, tendencia existente en ellos. Me refiero al hecho de que la tajante demarcación entre sujetos hetera y homosexuales, y el hecho de que muchos se obliguen a inaceptar el sel/ erótico que poseen, les lleva a una crisis del sel/ verdaderamente torturante. A las consultas acuden muchas veces sujetos para que les dictaminemos si son o no homosexuales. Claro que este hecho ocurre en la medida en que ellos mismos reconocen-niegan tendencias homosexuales. ¿Qué significa en estos casos decirle a un sujeto que es homosexual? Sí lo hacemos, aparte cometer una audacia e incorrección científica al dirimir que alguien es homosexual (o heterosexual), a partir del argumento de autoridad de que nos inviste, provocamos una crisis del sel/ en muchas ocasiones. La ligereza de la afirmación, ser heterosexual, ser homosexual, se hace ostensible cuando nos preguntamos acerca de en qué circunstancias verificaríamos esta afirmación: ¿cuándo hay acciones homosexuales?, ¿cuándo hay deseos, es decir, tendencias que no llegan a la acción? Y si sólo hay tendencias, ¿qué cuantía es la que legitima la afirmación de que ya se es homosexual? Y si hay actos, ¿qué tipo de actos?, ¿qué cuantía de actos? KINSEY da la cifra de 3 7 por 100 de la población masculina que ha tenido comportamientos homosexuales. ¿De cuántos de ellos podría decirse que son homosexuales? KINSEY supone que de un 4 por 100, pero sólo cuenta aquellos que no tienen ostensibles tendencias heterosexuales. Pero, ¿no pueden tenerlas latentes, como tantos heterosexuales tienen las tendencias homosexuales? Encontramos aquí, pues, un problema de identidad que afecta a muchos que, por un lado, han de reconocerse con tendencias homosexuales y, por otro, no sólo tienden a negarlas, sino que objetivamente han de verse a sí mismos tendentes también al objeto heterosexual. Esta ambigüedad del género es más importante de lo que a primera vista parece, en orden a sus repercusiones psicológicas. Una identidad diferenciada, un sel/ preciso, en ámbito tan decisivo como el erótico, confiere seguridad, de la que obtienen ventaja los otros aspectos del sel/ del sujeto. Por el contrario, la ambigüedad del sel/ erótico no sólo depara inseguridad, sino que, a partir de ella, en esta esfera surgen sentimientos de desconfianza que generan, entre otros dinamismos, los dinamismos paranoides. La relación entre homosexualismo y psicosis delirante, que FREUD 1 fue el primero en 1 FREUD, S., Observaciones psicoanalíticas sobre un caso de Paranoia («Demencia paranoide») autobiográiicamente descrito, en Ob. Corn., II. Se conoce habitualmente como El caso Schreber.

222

Introducción

a la psiquiatría,

1

advertir, es una realidad, si se considera aquí el homosexualismo no asumido, por tanto el sel/ ambiguo que el propio sujeto rechaza, y que ve, o cree ver, rechazar en los que le rodean. En este sentido, es interesante la investigación con tests proyectivos en muchos casos en los que el sujeto ostenta una inseguridad global, una indefinición que no sólo se refiere manifiestamente a lo sexual. La investigación proyectiva sugiere entonces la ambigüedad de la pulsión erótica respecto del objeto, o la indecisión para convertirla en acción. En mi experiencia a este respecto diré que las tendencias H aparecen significativas detrás de a) rechazo del objeto heterosexual; b) indefinición sexual de figuras, o inversión de la identidad sexual de las mismas; e) búsqueda de relaciones, no necesariamente eróticas, en objetos del propio sexo. Ejemplos de a) en el TAT: «El cuerpo de la señorita parece como una muñeca de cera, no tiene expresión, parece como un muerto» (lámina 13) l. «Vemos una cama con una mujer acostada, y un hombre que se ha levantado, y con las manos en los ojos. Por lo que se ve, este hombre, tras haber visto a esta mujer, está arrepentido de haberla visto, bien por la enfermedad, bien por la postura que tiene acostada, una postura más bien anormal.» «Sobre esto no se me ocurre nada ... no sé qué puede significar. .. En fin, no sé.» «Una muchacha en actitud provocativa, y éste siente horror ante ella, o sea que no accede a los deseos de ella. En cambio, parece que se decidirá por estudiar, por dedicar la vida al estudio» (ídem). Ejemplos de b): «Este es un hombre como del siglo XVIII, con peluca, aunque tiene rasgos un poco femeninos» {lámina M del THP) 2. «Esta es una mujer gorda, con cara gorda, que parece como que tiene mucho vello en la cara, un poco de rasgos extraños, como hombruna» (ídem). «Esta es una figura, no sé sí es un hombre o una mujer, por la espalda parece de hombre, pero la postura es de una mujer» (lámina 3 BM 3 del TAT). Ejemplos de e): «Hombres acostados ... en el campo. Este muchacho, despierto, como con gusto mira a los demás, sobre todo a este que está en primera línea. El muchacho está retraído, como con miedo» (lámina 9 4 TAT). «Realmente, aquí se ven varios individuos que están durmiendo, podrían ser soldados o cazadores. Hay otro que vela ... Está, desde luego, muy próximo a los otros ... Yo, en fin, de aquí no sé qué podría decir de esto» (ídem). «Un grupo de hombres que en el campo han robado ... no, son unos hombres que están en el campo durmiendo, y uno se echa en lo alto del otro. Tienen muy mal aspecto, parecen ladrones. Vemos a la izquierda un muchacho que piensa en la manera de vivir de esos hombres ... Cuando él hace cosas buenas, piensa en esos hombres que tienen esa vida, que duermen unos encima de .1 La lámina 13 del TAT tiene el contenido siguiente: Un joven de pie con la cabeza inclinada, cubierta por su brazo. Detrás de él la figura de una mujer tendida en una cama. 2 El TIIP es un test para la hermenéutica de proposiciones, consistente en tres items: uno, dibujo de la cabeza de un hombre (lam. H); otro, dibujo de la cabeza de una mujer (lam. M); otro, una mancha de tinta (lám. 0). Suministra por lo general escaso material y facilita, de este modo, el análisis hermenéutico (ver 2.6.3 ). 3 Contenido de la lámina 3 BM: En el piso, contra un sofá, se halla acurrucada una figura humana con su cabeza recostada sobre su brazo derecho. A su lado, en el suelo, un revolver. 4 Contenido de la lámina 9 BM: Cuatro hombres descansan despreocupadamente en el campo. Uno de ellos despierto.

2. Psico(pato)logía

223

otros sin ningún cuidado. Y no se explica que haya hombres que vivan así, sin darle importancia a ninguna cosa» (ídem).

Este problema de la ambigüedad en el homosexual en lo que concierne a la identidad de género se ha considerado apenas. Que conozca, sólo 1 GREENSON se ha ocupado del mismo en algunos aspectos. Pero debe recordarse que el número de homosexuales que no aceptan su sel/ es incomparablemente más elevado que el de heterosexuales que asimismo lo rechazan (los pocos casos de travestismo y transexualismo). Creo que ésta es una prueba innegable de la presión del medio cultural y de las valoraciones del mismo sobre el sujeto individual. Los problemas que suscita el homosexualismo son muy vastos y naturalmente exceden de los meramente individuales -entendiendo por tales los consecutivos a relaciones de objeto primigenias, es decir, del grupo familiar-, para ser también culturales y para complicarse, en su perspectiva, por el entramado de valores que rigen dentro de un colectivo determinado. El enjuiciamiento de la problemática total del homosexual no es tarea que concierna exclusivamente a la Psicopatología. Incluso desde el punto de vista psico(pato)lógico, el homosexualismo es un capítulo si cabe más extenso que el que corresponde al heterosexualismo. Por lo pronto, incluye la misma variedad de relaciones de objeto (paidofilia, voyeurismo, - [rotteurismo, etc.) que en el caso del heterosexual. Por otra parte, muchos homosexuales son bisexuales. La relación establecida entre homosexuales está dificultada, entre otras muchas razones, por el hecho de que culturalmente, entre nosotros, no existe una demarcación de roles para cada elemento de la pareja y, en consecuencia, la identidad de cada uno resulta estar menos diferenciada en este respecto. En la terapia con el homosexual nos encontramos, pues, con problemas muy varios. En primer lugar, su frecuente inaceptación de su sel/ homosexual, es decir, de su identidad erótica. La terapia habrá de incidir en la necesidad de su aceptación, como realidad con la que habrá de contar, y, por tanto, la evitación de las consecuencias que se derivan del rechazo de sí mismo, que la mayor parte de las veces deriva, como sabemos, del rechazo que los demás verifican respecto de él (o imagina que verifican, si el homosexualismo no ha sido descubierto). En segundo lugar, se ha de huir de la tentativa que se nos ofrece, por parte del homosexual, de ser curado, es decir, de dejar de serlo, porque esto es, ante todo, una fantasía (del terapeuta, que se cree omnipotente; del paciente, que cree que realmente desea dejar de ser homosexual); y, además, porque en el paciente la curación no se presenta como deseo por la curación misma -dejar de ser homosexual-, sino a través de la asunción del rechazo de los demás (quiero dejar de ser homosexual porque los demás lo desean). 1 GREENSON, R. R., «La homosexualidad y la identidad de género»; en Psychoanalysis and male sexuality and Psycboanalysis and [emale sexuality, New Haven, compilación de RUITENBE'EK.

224

Introducción

a la psiquiatría,

1

No hay, por tanto, una auténtica voluntad, digámoslo así, de curación, y es lógico que así sea. En este aspecto, el homosexual que no asume su sel/ homosexual se comporta como conformista, en tanto que, aun contrariándose, acepta no sus valores, sino los valores del sistema. Trataré en dos apartados distintos la homosexualidad masculina y la femenina y presentaré casos concretos de una y de otra. a) Homosexualidad masculina. O. FENICHEL 1 describe tres o cuatro formas dinámicas a través de las cuales el objeto es homosexual. Veamos estos tipos con detalle: 1) Tipo narcisístico, que tiende a perpetuar la relación edípica y pretende, entonces, un sustituto de los deseos de esta índole. El partenaire suele ser igual o semejante a él, con el que reproduce la relación maternofilial: el sujeto quiere al otro con la misma ternura con que la madre le quería a él, y el otro es un fantasma del propio sujeto, de modo que al querer al otro se quiere a sí mismo. Dicho de otra forma: este tipo de sujeto homosexual, en la relación eclíptica no proyectó hacia su madre instancia erótica alguna, sino que se dejó gratificar por ella (narcisísticamente.) Posteriormente, compensa esta frustración queriendo como le querían y queriendo a un sujeto que representa a él mismo. Se trata de horno-: sexuales fálicos -como la madre- que aman a muchachos jóvenes, incluso niños. a) Un joven de 23 años, soltero, licenciado en Económicas, «siempre he tenido complejo de tener pene pequeño». Era preferido de la madre, o «por lo menos me lo creía yo». Por eso, «jugaba de niño a las muñecas, con niñas, y era muy delicado, y mí madre decía que tenía mucha sensibilidad». A los siete años aproximadamente comienza con prácticas masturbatorias recíprocas, que de mayor controló, salvo una vez. Pero hace dos años se introducía objetos por el ano, con el propósito de saber qué se sentía. Muy proclive a la observación de los genitales de jóvenes. Sólo en una ocasión se le ocurrió ir con una prostituta para «probarse», y al principio no tuvo erección. Ella entonces le acarició suavemente y «tengo muy buen recuerdo de ella porque fue muy delicada, y entonces tuve erección y pude eyacular dentro». Pero luego se notó deprimido, con sentimientos de haber hecho algo malo. En el TAT: «varios obreros durmiendo la siesta, después de trabajar en el campo; éste les está observando» (lámina 9). «El hombre parece que se tapa los ojos porque ha hecho algo malo, algo que considera malo. La mujer parece dos cosas: o que está muerta o que ha hecho el acto, sexual con el hombre y está cansada» (lámina 13 ). b) Un estudiante de Ingenieros, de veintitrés años, tiene relaciones homosexuales con un amigo desde hace años. Su mayor deseo es besarle por todo el cuerpo; pero se resiste, y hasta ahora lo ha logrado, a que el amigo haga con él el coito per anum. «Mi cariño hacia mi amigo es entrañable, pero me da asco su pene.» Al amigo lo describe como «suave, meloso y serio ... siempre me atrajo el hombre serio, quizá porque mi padre lo es, pero prefiero sin lugar a dudas a mi madre». No tolera, como he dicho, el coito per anum, «porque he de dar la espalda, mientras que de cara me importa menos que tenga conmigo un contacto sexual». En la lámina 9 del TAT: «el que tiene som1 FENICHEL,

oh. cit.

2. Psico(pato)logía

225

brero encima de la nariz está durmiendo profundamente, echado sobre la cintura del otro ... Delante de todo hay un muchacho que no duerme, tiene la cabeza levantada está en una postura de leer o quizá de pensar, sin importarle los que están a su alrededor. Sobre el que está apoyada la cabeza está indiferente a que se la apoye, o incluso a gusto, aunque no parece estar muy dormido.» e) Un graduado social de veintiún años, soltero, que se niega a ser homosexual y amenaza con el suicidio, dice que «he necesitado siempre el calor de mi madre, pero no lo he tenido. Los días de lluvia, cuando niño, me metía en los charcos para que así ella me secara, pero no lo hizo nunca.» Tiene fantasías masturbatorias bisexuales, pero practica sólo el homosexualismo. Se inició con un adulto en un cine, pero luego él masturbaba a dos amigos más pequeños (tenía por entonces 12 años). «Me enamoraba de ellos alternativamente.» «He buscado mujeres que me mimen, porque sólo con ellas puedo salvarme. Tuve novia, pero sin relaciones sexuales con ella, y cuando la acariciaba pensaba en una prostituta, no quería pensar en ella.» La identidad ambigua es lo que le preocupa. En la lámina 3 BM: «aquí veo, no sé si una mujer o un hombre, algo desesperada, porque se ve que tiene aquí un arma.»

2) Tipo anal. Es muy frecuente entre los que se han denominado homosexuales pasivos. El proceso es como sigue: en la fase anal el niño se identifica con la madre y desea, por tanto, poseer del mismo modo que la madre, es decir, poseer al padre. La identificación con la madre es, pues, de tipo pasivo. Se trata de sujetos que juegan el rol femenino de nuestra cultura, es decir, la pasividad, la delicadeza, la dulzura. NuMBERG 1 ha señalado que en estos tipos de homosexuales se puede esconder, a su vez, una agresividad hacia la figura del padre a la que se someten. En muchos casos, la figura paterna tiene que estar representada no sólo por hombres mayores que él, sino incluso por adultos y ancianos (gerontofilia). a) Un muchacho de 19 años viene a la consulta después de retierados intentos de suicidio: «Me encontraba vacío, sin aliciente para nada.» Nunca ha sentido atracción por chicas. Masturbador, todas sus fantasías son de tipo homosexual. De pequeño masturbaba a mayores; luego actividad homosexual con un hermano mayor que él durante algunos años. Recuerda que ya a los siete años solía introducirse en la cama de los padres aduciendo miedo. Varias veces intentó masturbar a su padre y, según él, éste se daba cuenta y lo eludía sin advertirle nada concreto. Muy interesante resultó la respuesta a la lámina 7 2 del TAT en la que proyecta en la figura paterna su deseo de rechazar a la mujer. He aquí el protocolo: «Aquí un señor con un muchacho, al que le ha dicho algo que al muchacho le ha preocupado... El chico, que ya parece mayor, tiene relaciones con una muchacha que no le conviene. El padre le está aconsejando que deje de salir con ella; o que la chica sea de otro ambiente socialmente distinto ... Por la expresión de él se ve que quiere a la chica, pero comprende que el padre lleva razón en lo que está diciendo.» En la lámina 12: «Aquí un muchacho que está al parecer dormido o muerto, y un anciano que parece ser que tiene la intención de echarse sobre él, bien para acariciarlo o llorar sobre él.» Ampliando el contexto sobre esta respuesta se obtuvo: «Este señor ... que tenga una relación de 1 NuMBERG,

ob. cit.

Contenido de la lámina 7 BM: Un hombre mayor observa a un joven que mira fijo al espacio. 2

226

Introducción

a la psiquiatría;

tipo homosexual con el chico ... estaba pensando si podría tenerla.» De la lámina 18 2: «Un señor que ha estado peleando y que en un momento determinado piensa huir y que, sin embargo, el otro combatiente lo sujeta para que no huya ... Al huir da la impresión de cobardía o temor. .. Y de un modo imaginativo, pues las manos pudieran ser las garras del placer sexual y él está dudoso o intenta desechar la idea, por la expresión de la cara. Como las manos parecen ser de hombre pudiera ser que el otro quisiera tener una relación homosexual con él y él huyera.» b) Un hombre de cuarenta y ocho años, casado, de profesión liberal, consulta por sus tendencias homosexuales que le conturban, porque, por una parte, «respeto a mi mujer y por otra las leyes morales». Desde pequeño notó la tendencia a «apartarme de mi madre», mientras que «yo quería a mi padre, aunque era una cosa especial lo que sentía por él». Estando en Málaga en los baños del Carmen, vio a su padre desnudarse. El paciente tenía seis años. «Vi sus órganos sexuales y deseé tocarlos, cogerlos ... tuve una impresión muy voluptuosa ... Yo quizá proyecté lo que luego he hecho con otros: acariciar el pene, succionarlo, tenerlo entre mis piernas escondiendo yo el mío.» «Me he masturbado pensando en mi padre muchas veces.» Con su mujer tiene espaciadas relaciones sexuales, porque consultó con el doctor Marañón y tras esto pudo decirle a su esposa que el coito sería perjudicial. Siempre se dijo de ella, nos dice el paciente, que «eta hombruna de joven» y «pensé que podía currame con ella, pero no ha sido asi». Abiertamente nos dice: «Mi inversión es el deseo de ocupar el lugar de mi madre para captar a mi padre, pero sólo su órgano genital, porque él era una persona muy rara, escrupulosa al máximo, tenían que abrirle las puertas por el asco que le daba a él hacerlo.»

3) Tipo narcisísticoanal. Es una combinación de ambos. De esta forma, mientras el primero buscaba el objeto homosexual y el segundo se convertía en objeto homosexual (para el adulto), la interferencia de componentes narcisísticos y femeninoanales es la que da lugar a homosexuales que lo mismo adoptan el rol activo que el pasivo. Constituye la forma más frecuente de homosexualismo. 4) Lo denomino homosexualismo compensador. A partir de una situación traumática castrante, el sujeto se retrae de toda relación heterosexual y, en la medida en que un objeto carente de pene le suscita de nuevo la ansiedad de castración, compensa su ansidead y se gratifica libidinalmente mediante objetos con pene. Un hombre de 25 años, con una infancia complicada: tenía fracturas espontáneas que obligaron a reposos muy prolongados. Presenció muchas veces el coito entre los padres. Le producía asco. Esto le llevó a «la abstinencia más completa». «Aunque deseaba relaciones homosexuales, la verdad es que no tenía que reprimirme, porgue lo que quería era afecto.» Hace un año primeras relaciones homosexuales, que han seguido con el mismo partenaire, hasta cesar hace pocas semanas. No le satisfacen demasiado, pero no obstante se encuentra más seguro, más decidido. Han aparecido algunas inclinaciones hacia muchachas. La insatisfacción hacia la relación homosexual deriva de que «yo esperaba más ternura». En la lámina 9 del TAT concluye: «Debe haber una buena actitud entre ellos, si no estarían más distanciados.» En la 13: «Una imagen de una pareja que está haciendo el amor y él se va con disgusto.» En el aná1

Contenido

de lámina 18 BM: Hombre

asido por detrás por tres manos.

2. Psico(pato)logía

227

lisis que se llevó a efecto como terapia, «mi problema central: mi inhibición sexual, y cuando me voy a lo homosexual quedo sin satisfacción». Durante su estancia aquí tiene por primera vez una relación homosexual con un desconocido y le sume en una profunda depresión. En un sueño transferencia}, tiene una relación sexual conmigo, pero yo había eliminado, en el sueño, de muy distintas formas, a todos los que habían tenido antes relación con él.

b) Homosexualidad femenina. Aunque algunos dinamismos son idénticos, o cuando menos homologables, la complicación dinámica del homosexualismo femenino proviene de la carencia de pene. Por otra parte, ha de contarse con que, como se dijo, el primer objeto de todo ser humano es la madre, por tanto, en la mujer el primer objeto es homosexual, de modo que la fijación a un objeto homosexual puede representar en algunos casos una regresión a la fijación materna, resultado de la inhibición del paso al objeto heteroxesual. Distingo los siguientes tipos en lo que concierne a la dinámica de su provocación: 1) Tipo preedipico, de fijación a la madre, equivalente al tipo narcisístico o tipo 1 de la homosexualidad masculina. La mujer adopta el rol de niña, o de adulta-madre que ama a la niña. Este tipo de homosexualismo se halla en adolescentes y es frecuente en los tipos de amistad que aparecen en colegios, precisamente en situaciones en las que existe una privación del amor maternal. En tales casos, la adolescente ama a la niña compañera, generalmente menor, con la que revive el amor de madre del que está carente, y al mismo tiempo se identifica con aquella niña a la que juzga necesitada de protección y de amor. Una soltera de 26 años, maestra de EGB, consulta por su amistad «malsana»: «Tengo una amiga hacia la que siento una especie de atracción que no es de tipo sexual, simplemente me gusta mucho estar con ella y hablar.» No se ha atrevido a propasarse en sus relaciones con la amiga, sólo quiere estar junto a ella, ayudarle en sus cosas, «porque es que considero que es una criatura que no sabe nada de la vida». La amiga tiene dos años menos que ella y es también maestra. Tiene fantasías de ser amada por un hombre «como en las películas», otras son de tipo sexual con hombres. Pero en sus relaciones tiene amigos, pero «soy amiga de todos, no tengo amigos especiales». De adolescente recuerda que en el colegio llamó la atención también por la amistad que tenía con una compañera algo menor, «pero no pasó nada, aunque yo tenía celos, y ella me daba celos, y hacía como que no me quería y que prefería a otras».

2) Tipo sadomasculino. La mujer se identifica con el padre como figura represora-protectora de una mujer que, a su vez, representa a la figura materna. Son mujeres activas, que buscan la adopción del rol masculino, tendente a la dureza, a la concreción, al mismo tiempo que a la protección libre de sentimentalismo. a) Una joven de 19 años de edad, muestra atracción hacia las chicas desde los 12. «Me gustan las chicas que sean muy amigas mías, delgadas y más bajas que yo. Me

228

Introducción

a la psiquiatría, 1

gustaría ser hombre pero sin pene, porque el pene me da asco. Ser un hombre para poder amar a las chicas y ser amado por ellas de forma posible, sin que a nadie escandalice.» Una experiencia heterosexual resultó altamente frustrante: le pareció algo ajeno a ella, el muchacho «como animalizado, y yo indiferente». Tiene amiga con la que vive a temporadas: la masturba, la pareja se deja acariciar. Si trata de acarretar a la paciente, ésta no lo tolera, sobre todo que le acaricie el pecho, mientras ella siente hacia el pecho de la otra una gran atracción. b) Otra paciente, de 26 años, soltera, ha estado internada por episodios psicóticos coincidentes con enamoramientos homosexuales. Todos sus sueños son homosexuales, si son eróticos. La única vez que se enamoró de un chico fue «brutal, me dominaba brutalmente, me pegaba, pero luego yo hacía lo que quería». Con el novio se dejó masturbar, pero ella no sintió jamás deseo de acariciarlo sexualmente. El primer brote psicótico ocurrió durante un viaje turístico por Italia. Se enamoró de una chica que había conocido en el tour, y entonces comenzó a decir que ella era un hombre y trataba de conducirse como tal, incluso adoptó un nombre masculino. Hubo de ser internada en Italia ante los graves problemas que suscitó. Remitió, pero en dos ocasiones más ha tenido episodios análogos en los que trata de hacer realidad sus fantasías. Se viste de hombre, se corta el pelo y trata de andar como los hombres. La última vez que ha acaecido un enamoramiento de este tipo ha sido durante la estancia de una amiga en su casa, a la que abordaba sexualmente hasta un punto que, pese a los intentos de discreción de la huésped, ésta hubo de notificarlo a la familia. El temor a sus propias fantasías, es decir, a sus impulsos, queda ostentado en la lámina .3 GF 1 del T AT: «Esta le ha ocurrido algo, posiblemente de imaginar mucho.» e) Una muchacha de 20 años, soltera, me dice que de pequeña envidiaba a los hombres por su mayor libertad, jugaba a ser matrimonios haciendo ella de marido, y a abogados. Delgada, llevaba el pelo corto, de chico. Hacia los 9 años tuvo relaciones sexuales con su primo: ella, desnuda, mientras él la acariciaba. «Tengo una percepción muy difusa de aquello, pero sé que luego sentí que no era normal y una vaga conciencia de pecado.» Los impulsos homosexuales se despertaron hacia los 11 años. Todavía a los 14 no tenía reglas. «No tenía claro cuál era mi sexo.» A los 15, primeras relaciones homosexuales, de caricias y besos, más tarde de masturbación recíproca, adoptando ella la iniciativa. «Para mí eso es fundamental: sí con un hombre yo supiera que iba a tener la iniciativa o que la íbamos a tener los dos, quizá podría tener relaciones sexuales.» Afectivamente se siente muy ligada a veces a chicas, a las cuales no sólo desea sino que protege. Es notable que en la lámina 3 GF, de identidad femenina tan clara, la paciente tenga dudas acerca de la identidad: «Esta debe ser una chica», dice. Esto vuelve a repetirse en la 12 F 2: «La mujer de la derecha en principio me sugiere la muerte y luego me recuerda una monja, Santa Teresa o algo así; el hombre de la izquierda me parece bailarín de ballet. Juntos, desde luego, no llego a ligar una persona con la otra. Los bailarines de ballet suelen tener rasgos afeminados.»

3) Homosexualismo compensador. A expensas de un complejo de castración, a expensas muchas veces del aprendizaje del rol de pasividad, de la violencia del rol masculino, del carácter agresivo de la actividad genital masculina, es frecuente el rechazo del pene. El rechazo del pene tiene I Contenido de la lámina 3 GF: Una joven de pie, cubierta su cara con la mano y apoyado el brazo en una puerta. 2 Contenido de la lámina 12 F: Una mujer joven, detrás de la cual aparece una mujer vieja.

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un comportamiento envidioso que en nuestra cultura es perfectamente comprensible. La tendencia homosexual en estos casos es tardía en su aparición y encubierta las más de las veces. Sólo pasado tiempo llegan a establecer relaciones de amistad que traspasan determinados límites y se tornan decididamente eróticas. a) Una soltera de 29 años, profesora de Instituto, tiene relaciones homosexuales por primera vez en la vida desde hace un año. «Mis padres muy poco cariñosos; una vez los vi hacer el coito y pensé que él estaba aplastándola. Siempre he tenida complejos de inferioridad, cualquier cosa me afecta mucho.» Fantasías de ser casada, siendo ella el marido; otras veces de que «mi padre muere en la guerra; o de relaciones eróticas homosexuales con extranjera muy cariñosa». «Hace un año que conocí a esta chica con la que vivo y soy muy feliz porque ella es muy cariñosa y yo siento hacia ella una gran ternura. Tengo que cuidar esta relación porque es hermosa, una relación que estoy convencida que no puede existir entre hombre y mujer.» b) La ATS de 31 años, soltera, consulta «por mi miedo al hombre». «Cuando pequeña mí hermano vino por mí, pero de una forma bestial, me besó, me tiró ... yo era muy pequeña, y además mi madre nos sorprendió y a mí me dijo que iría al infierno. Todavía mi hermano me dice que se siente atraído por mí y a mí me da miedo, a pesar de que la última vez que he estado en casa estaba él con una amiga suya hospedado también. Me da miedo el sexo del hombre, me parece que con el miembro pueden agarrarme, pueden hacerme daño, me parece que los hombres no buscan más que eso.» Hace unas semanas ha tenido unas experiencias sexuales con muchachos, pero todas han resultado frustrantes: «En la primera él tuvo eyaculación precoz y no llegó a penetrar; en la segunda, se lo pedí yo a un amigo, porque quería que me rompiera el himen para ver si se me iba esta fobia: lo consiguió, pero no disfruté en absoluto». En la tercera «al entrar en el apartamento del chico vi detalles de que era de Fuerza Nueva y me levanté y me marché.» Desde hace unos años aproximadamente, relaciones esporádicas con una muchacha de su misma edad. Cuando se ven se acuestan juntas, duermen, se acarician; «luego estamos varias semanas sin vernos».

e) Travestismo. El travestismo fue descrito por HIRSCHFELD en 1910 con su entidad actual, que es peculiar. Los sujetos logran su aspiración vistiendo ropas y adoptando modos que corresponden al sexo opuesto. Es frecuente el comienzo muy precoz, a veces a los tres o cuatro años. En general, se trata de una inaceptación del sel/ erótico que poseen, de aquí la ansiedad que padecen, muchas veces disfrazada bajo un humor y un sarcasmo defensivos y agresivos. En el travestismo masculino se da la conjunción de los siguientes factores: 1) amor homosexual por la madre; 2) iden tificación con ella; 3) componente fetichista a través de la ropa femenina; 4) componente narcisista-exhibicionista. a) Un muchacho de 20 años, con rasgos muy femeninos, nos consulta porque «está mal de los nervios», pero en seguida toda la entrevista camina hacia su actitud erótica, por la tendencia exhibicionista que presenta. Peinado femenino, pulsera y collar, escote muy amplio de camisa, con vellos del pecho afeitados. «Mí madre es magnífica y me

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llevo con ella como nadie, mientras mi padre es un atravesado.» Antes ha tenido sueños eróticos heterosexuales, pero siempre con mujeres de más de 40 años. «Me gusta llevar el pelo como lo llevo y cosas raras por distinguirme; de las cosas de mujer lo que más me gusta son los colores vivos. Yo me veo muy favorecido, sobre todo cuando canto y bailo zarzuela.» «No me siento los testículos; es como si toda esa zona la tuviese dorrnida.» Usa un lenguaje desgarrado. «Me miro mucho al espejo, sobre todo por detrás a ver si me gusto; las niñas dicen que tengo gestos de mariquita pero que tengo buen tipo.» Escenifica ante el espejo representando doble papel: «¿Qué es lo que tengo que no te gusto? y entonces acerco la cara al espejo para besarrne.» Por una parte, «me gustaría ser mujer», pero por otra no, «me gusta ser como soy». b) Un marino, de 45 años, casado, consulta torturado por su problema, ante la amenaza de disolución de su matrimonio por parte de la esposa. No ha efectuado aún coito con ella después de 6 años de casado. La madre engañaba al padre, cosa que el paciente de niño veía. «Ahora cuando pienso en una mujer pienso en mi madre, en una mujer rnayor.» De adolescente se masturbaba con la siguiente fantasía: él estaba vestido de mujer y vivía con un hombre mayor. Hasta los 38 años precisaba vestirse de mujer para masturbarse ante el espejo. Sólo en una ocasión un primo suyo hizo con él coito per anum, agradándole, aunque no ha reiterado esta práctica. Tuvo de adolescente sus únicas relaciones heterosexuales completas, con una muchacha de servicio. Luego se enamoró de una prima suya, cuando tenía 20 años, sin tener relación sexual. Con su esposa no ha logrado la penetración, pese a repetidos intentos, «porque la vulva es muy estrecha». Sin embargo, esta afirmación se contradice con la insistente pretensión de que le permita practicar con ella el coito per anum, a lo que ella se niega. Sueño reciente de una fiesta, él vestido de mujer, bailando, «sin que nadie se metiera conmigo, esto es lo que más me llamaba la atención». Las ropas preferidas fueron de pequeño las de su madre (más que las de su hermana); también las de una sirvienta. Ultimamente usa, cuando puede, las de su suegra. Trataba de que en casa siempre fuesen las sirvientas de edad madura. Ha deseado vivamente el coito con la madre cuando niño. «¿Lo que me gustaría ser? Mujer y lesbiana.» El TAT es interesante en muchos aspectos: en la lámina 3 BM: «De momento parece que no sé si es un hombre o una mujer. En el suelo hay una pistola. También pensé que estaba masturbándosela. Tiene nalgas grandes encima del pie, y el pie le cae encima del mismo ano.» En 111: «Esto parece un pene y un pescado de mar.» En 16 2: «He visto aquí la sombra del dedo y me ha parecido un pene.» En 17 3: «Lo primero que veo es que no está bien, porque la cuerda no está tensa y tenía que estarlo con el esfuerzo de este hombre. Al decir tensa puede que usted piense que me refiero al pene ... Parece que está riéndose, más riéndose que haciendo esfuerzos ... con la mano parece que está haciéndose una masturbación, lo parece la mano, pero en la cuerda no puede hacer eso.» En 18: «primero, aguantándolo; luego, como si estuviera dándole por el ano y la cara del placer ... Pero está con pantalón y hasta con abrigo ... No le veo el cinturón. Las manos que están detrás de él no se ven si son de mujer o de hombre. El hombre parece guapo.» En 19 4: «Esto parece una ballena, esto un camarote, esto un pene con testículos y éste también otro pene y un testículo muy raro, como anormal.» l Contenido de la lámina 11: Paisaje de precipicio, abismal. Sobre una de las paredes del abismo emerge la cabeza de un animal antediluviano. 2 El contenido de la lámina 16 es nulo; es una lámina en blanco. 3 El contenido de la lámina 17 BM: Un joven asciende por una cuerda. 4 Contenido de la lámina 19: Cuadro de formaciones nubosas y una cabaña.

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e) Un profesor universitario, de 41 años, soltero, actualmente con novia, consulta por su problema, necesitado de orientación respecto del futuro de su noviazgo y matrimonio. Hacia los 14 años comenzó a masturbarse, con maniobras de tipo masoquista: se ataba una cuerda al cuello, la pasaba por los muslos fuertemente; o se ataba la cintura hasta un punto irresistible; o con pinzas de ropa se pellizcaba en los pezones. Hacia los 18 años se inician sus prácticas travestistas: vestía ropa interior de mujer, cuando estaba a solas se pintaba los labios y los ojos. Si la imitación era perfecta podía en la masturbación prescindir del dolor, pero «eso era sólo una vez de cada cien». «Si no lo era, junto a la vestimenta de mujer tenía que provocarme el dolor para alcanzar la eyaculación. Las fantasías durante la masturbación son que soy una mujer y soy vejado, escarnecido por hacerme pasar por mujer, ya que se me descubre que no lo soy; o que me exhibo para que la gente me insulte ... Todo esto lo reprimo, aunque a medias, porque he salido alguna vez a la azotea y vestido de mujer he provocado con mis posturas y me han dicho cosas.» No recuerda nada de la infancia, salvo que era el preferido de la madre (son dos hermanos). Ver la vulva es «impresionante para mí, me imagino que voy a ser mordido; la rechazo, me deprime. Tengo miedo a los cuchillos, yo creo que por lo mismo, la muerte por arma blanca la considero la peor, frente a la por arma de fuego ... Mi madre me hacía arrodillarme cuando pequeño si había hecho algo malo. En mi pueblo recuerdo cómo me elogiaban y decían que era demasiado bonito para ser niño, que mi pene era pequeñito». «Mi identificación con mi madre la siento porque mi novia se parece mucho a ella y la confundo de nombre muchas veces.» En el TAT, el problema de la ambigüedad del sel/ erótico: «es una figura en principio masculina, y por la actitud la he asociado con los casos en que he tenido incapacidad de erección ... Ahora no veo tan claro que sea una figura masculina» (lámina 3 ). En la 10 l: «La primera impresión determinar el sexo. Inicialmente pensaba en madre e hijo, pero en una visión posterior no me parece nada claro.»

En el travestismo femenino se trata de hacer creer en la existencia de pene a los demás. De aquí el componente exhibicionista común con el travestimo masculino. La envidia del pene juega aquí un papel decisivo, hasta el punto de pretender hacer realidad el impulso, el deseo. Una adolescente de 16 años tiene secretamente ante sus padres el deseo de ser chico. Está enamorada actualmente de una chica de la misma edad, «me desespero si no la veo, me pongo celosa si la veo con otros». «No sé lo que soy, pero no soy una niña.» A los cinco años presenció el coito entre los padres y le produjo una intensa sensación de miedo mezclado con algo de voluptuosidad, de atracción hacia aquello. Al poco, jugaba con otra niña a hacer lo que había visto entre los padres, adoptando ella el papel de hombre. Se siente muy culpable todavía de aquello que hizo con aquella niña, pese a haberlo confesado reiteradamente. Sueña que está casada con la chica que ama, que tienen un niño. Nunca ha tenido contactos eróticos con ella. Alguna masturbación, con fantasía de que es un hombre de carrera, que está casada y que hace el amor con su mujer.

En algún caso, la pretensión de cambiar de sexo llega a convertirse en una necesidad tan imperiosa que solicitan la intervención quirúrqica. 1

bre.

Contenido de la lámina 10: La cabeza de una joven sobre el hombro de un hom-

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Una soltera de 26 años, funcionaria del Estado, consulta para que le asesoremos sobre la posibilidad de injertarse un pene y en dónde podría llevar a cabo esta pretensión. De siempre ha tenido instancias homosexuales, desempeñando ella el papel activo. Desea ser hombre, con nombre que comience con consonante fuerte. No cree satisfacer suficientemente a su pareja y esto le preocupa. Sus amores con chicas tienen gran estabilidad. Es una persona excepcionalmente inteligente, con rasgos discretamente masculinos en la marcha, en la actitud del sentarse, etc. Curiosamente, en la relación erótica lo que más desea es acariciar el epigastrio y el borde inferior del pecho de su pareja; no tanto los órganos genitales. La negación de la relación heterosexual es visible en la respuesta a la lámina 13 del TAT: «No sé, este señor, tanto puede estar desesperado, como ... no sé ... tal vez con dolor. Lo mismo que ella. Lo mismo puede estar muerta que dormida. No se les ve la cara a ninguno de los dos y él parece tener el reloj al revés. Parece la hora del amanecer.»

Tanto el travestismo como el transexualismo son, quizá, las únicas formas de inaceptación del sel/ erótico que se posee por encima de toda normativa social. El travestí tiene clara su inaceptación del sexo que posee. No obstante, hay muchos travestís ocultos, bien bajo la forma de «doble vida», bien bajo la forma del amaneramiento y de fantasías de vida en el sexo opuesto. En el amaneramiento, el sujeto adopta las señales verbales y no verbales del sexo opuesto (tono de voz, gesticulación, incluso adopción de una mayor angulación pelviana en el caso del travestí varón, etcétera). 2 .5 .1.5.

Otras conductas sexuales: A) inhibición sexual

Me ocuparé en este apartado de algunas conductas sexuales de gran significación por su frecuencia y por las repercusiones psicosociales que provocan. Como conductas inhibidas tienen de interés el que son conductas, pese a su negatividad y, como tales, son significantes (excluimos las impotencias que aparecen sustituidas por otras conductas: sádica, masoquista, fetichista, etc.). 1) Impotencia. En la impotencia existe una inhibición de la erección, de modo que la penetración del pene no es posible. En muchas ocasiones, hay eyaculación sin erección. Es frecuente la impotencia transitoria) acaecida en el curso de concretas relaciones, pero las más de las veces es superable, bien con el mismo partenaire, bien con otro. Es usual que la impotencia sea precisamente ante el partenaire, mientras que a solas el mismo sujeto consiga la erección mediante estimulaciones masturbatorias. Cuando la inhibición de la erección es completa, el pronóstico es peor, y así mismo cuando no existe alguna erección espontánea matinal. Se pasa entonces a la carencia de deseo libidinal (anafrodisia). Existen impotencias de causa orgánica, aproximadamente el 1 O % de la totalidad de impotencias. Sobrevienen en lesiones de médula, especialmente del cono medular,

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a causa de esclerosis múltiples, traumatismos, etc. Es de tener en cuenta que en graves traumatismos craneales se ha descrito impotencia sexual, y en mi experiencia es la regla, aun cuando en los traumatismos leves la impotencia sea transitoria. Para los problemas de peritaje medicolegal esta circunstancia debe tenerse en cuenta. Otras enfermedades generales, como la diabetes y hemopatías, producen impotencia total o relativa. Actualmente hay que contar con el uso masivo de tranquilizantes, timolépticos y neurolépticos, que inciden sobre la excitabilidad de los centros medulares, y quizá también corticales encargados de la erección. La tioridazina (Melleril) provoca, primero, una disminución de la excitabilidad genital y, posteriormente, una inhibición de la eyaculación, Los inhibidores de la monoaminooxidasa producen una auténtica castración farmacológica: disminución del apetito sexual; luego inapetencia completa; más tarde, impotencia. Los trastornos descritos desaparecen a las pocas .semanas de la supresión del tratamiento, y parece que se presentan más tardíamente y con menor acento si se administra al mismo tiempo vitamina B6. Las benzodiazepinas en dosis prolongadas, incluso en dosis medianas, disminuyen la excitabilidad sexual, y también las imipraminas. La morfina y derivados, el alcohol y los barbitúricos producen también disminución o inhibición de la excitabilidad sexual. Las dosis, incluso pequeñas, de anfetamina modifican la excitabilidad sexual: al principio quizá un cierto incremento; posteriormente la inhibición. He tenido casos de impotencia sexual definitiva por la anfetamina en dosis altas y prolongadas.

Más del 90 % de las impotencias deben ser consideradas formas de conducta sexual y, por tanto, deben ser psicológicamente explicables. a) La forma más frecuente es la impotencia emocional, que acaece especialmente en jóvenes en las primeras experiencias sexuales. Por la ansiedad, sobre todo en lo que respecta a las expectativas que él mismo se traza y respecto de la pareja, se suele prestar excesiva atención al proceso de la erección, que debe transcurrir con la mayor espontaneidad posible. El trauma a su autoestima, al narcisismo erótico, la depreciación de su sel/ erótico que aparece tras la experiencia frustrada, suscita en ocasiones una prolongación de la impotencia, y muchas veces una . inhibición ante toda nueva experiencia, que sume en tortura y depresión al sujeto para toda su vida. La ereccion es una de las muchas actividades humanas que siendo aconductales se alteran en su funcionalismo al elevarse a conducta. Ocurre como con el hablar, andar, etc. La base de estos actos es aconductal, y obviamente cuando hablamos atendemos a lo que decimos, pero no a la actividad del habla. De proyectarse sobre ésta, como ocurre cuando, por ejemplo, hemos de hablar en público, sobreviene una alteración del mecanismo de génesis emocional, y que hay que poner en relación con la angustia ante la crisis del self. La frustración acaecida fija la atención en exceso sobre la erección que debiera tener, y paradójicamente la inhibe: a más expectativa, menor respuesta, o más riesgo de que la respuesta sea insatisfactoria. Son frecuentes en la consulta casos, no precisamente de inexpertos, en los que la impotencia en' una situación de expectativa extrema provoca una impotencia prolongada. Uno de ellos es el siguiente: un hombre de 34 años, casado, carpintero, poseía su taller lejos de su domicilio. Era un artesano que solía trabajar solo. Con frecuencia

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pasaba por la puerta del taller una muchacha a la que dirigía piropos, a los que ella respondía con actitudes de aceptación e ironía. Una tarde, presto ya a cerrar el taller, cumplió la «amenaza» que alguna vez la había hecho de pasarla con él y quedarse a solas para hacerle ver su capacidad: ella miró sigilosamente a uno y otro lado, vio que no había testigos y se deslizó al interior del taller, apresurándose él a cerrarlo. Su fracaso fue total y el sarcasmo de ella proporcional al mismo. Al día siguiente repitió la situación y se reiteró el fracaso. Con ella hubo de abandonar todo otro intento. Pero, a renglón seguido, a través de una racionalización tal como que «algo me pasa» de carácter general, que eludía la situación concreta con esta mujer, comenzó la experiencia con la esposa, y los coitos con ésta también concluyeron en frustraciones.

Otras veces el núcleo de la impotencia emocional se encuentra en los sentimientos de culpa que emergen en el sujeto ante una relación que considera reprobable por sí misma o por la pareja. Un soltero de 29 años, abogado, consulta por su impotencia sexual, pero «también por mi modo de ser». De adolescente mostró escrúpulos religiosos intensos a partir de pensamientos obscenos con su madre y con la Virgen María. Esto le obligaba a confesarse con demasiada frecuencia. «En unos ejercicios espirituales fui y le dije al confesor: no siento un arrepentimiento profundo de mis pecados, de modo que vamos a dejar esto», y desde entonces rompió con toda práctica religiosa. Tiene un hermano gemelo, «del que me siento orgulloso porque es más alto que yo, dibuja muy bien, todo lo hace mejor que yo ... pero, en parte, a esto se debe lo que me pasa». Sigue con la práctica masturbatoria con frecuencia de dos-tres semanales, con fantasías de fellatio con mujer mayor, una mujer «que haya visto ese día en cualquier sitio y que sea desconocida». Considera que su pene es pequeño, «vergonzante». Recuerda un sueño hacia los 24 años, en el que «mis padres habían hecho el coito en la cama y el semen estaba esparcido por las sábanas ... Yo lo interpreto como que el semen soy yo, y yo preferiría no haber nacido». Siente una gran tensión cuando tiene contactos con mujeres, aunque no sean eróticos. La primera eyaculación la tuvo hada los 12 años. Fue seguida de dolores de estómago y debilidad intensa en las piernas, que motivó «el que estuviera en cama durante un mes». «Yo creía que había echado pus.» Sólo ha tenido dos relaciones sexuales con prostitutas, con eyaculación rápida y escasa sensación voluptuosa. No puede pensar en relaciones sexuales con alguna mujer que no sea prostituta, porque «para mí que la degrado, como si el acto sexual fuera algo sucio». Sólo la [ellatio le sería permisible y la desea vivamente. Tiene pánico a hablar en público, hasta el punto de que un profesor suyo le ofreció dar clases, a partir de los excelentes rendimientos que tuvo en su disciplina, «Y me ha sido imposible». Por último, está habituado a los barbitúricos, que toma hasta en dosis de 14 a 20 tabletas diarias de In-Som o de Isoamitil Sedante, «para evadirme mientras duermo», y que luego contrarresta con Sabacid (un preparado anfetamínico).

b) Impotencia vestibular. Es usual oír la queja sorprendida de pacientes que saben de su capacidad de erección y que, no obstante, al iniciar la penetración, de manera abrupta la erección desaparece. En tales casos, la angustia de castración, que parece superada antes de comenzar el coito, emerge con carácter de crisis en el momento preciso, y el coito se impide. En mi experiencia, he encontrado que la mayor parte de estas impotencias

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ante vestíbulo coinciden con el momento en que la mujer pasivamente se deja penetrar. Mientras dura el juego erótico previo, y para el sujeto reviste carácter de conquista, la erección se mantiene. Un paciente me decía: «cuando la mujer se da es cuando yo no puedo». Este mismo paciente pudo hacer el coito varias veces jugando a vencer resistencias en su pareja. Como en todas las impotencias, puede establecerse una relación con la situación edípica no superada. En el caso a que acabo de aludir, la relación era la siguiente:' mientras la mujer se resistía a la penetración no representaba a la madre; al adoptar la actitud pasiva, de entrega, la imagen de la madre emergía e inhibía la relación, que hubiera sido incestuosa. Es lógico que la impotencia, que concierne a la etapa genital, pueda relacionarse con la situación edípica, precisamente donde tienen lugar las primeras relaciones de objeto genitales. Otros casos son, naturalmente, más complicados, y precisamente la inhibición sexual aparece cuando sobreviene una identificación de la esposa con la imagen de la madre castrante. He descrito un caso de este tipo con suficiente extensión 1. En otro caso, la esposa había sido elegida de forma que representase la imagen opuesta a la madre castrante: con ella era potente. Pero si en el curso del día algunas escenas domésticas -sobre todo «la casa patas arriba el día de limpieza»- le recordaba a la madre, la inhibición sexual era total.

e) Semejante a esta situación es la de la ejaculatio praecox, conducta sexual sumamente frecuente y difícilmente superable. La eyaculación sobreviene ante el vestíbulo o en los primeros momentos de penetración, con orgasmo insatisfactorio. Se ha descrito una conducta sádica encubierta bajo la apariencia de pasividad en sujetos con la eyaculación ante portas. El sujeto adoptaría la pasividad inherente a la no penetración como defensa frente a la agresión sexual que teme provocar. En alguna ocasión, la eyaculación precoz aparece en historia de masturbadores, pero es dudoso que esto pueda correlacionarse. Más bien pienso que la masturbación representa la forma de relación sustitutoria en la fantasía de relaciones de objetos reales. a) Un hombre de 25 años, casado desde hace dos años, fue visto primero por su dependencia masturbatoria intensa (tres veces al día más o menos) en la adolescencia; luego, hacia los 18, por sus poluciones nocturnas. Ahora casó y tiene eyaculación precoz. Antes eyaculaba inmediatamente después de penetrar; ahora, antes. Aún ahora suele tener poluciones nocturnas a veces, pese a que hace el coito, se frustre o no, dos o tres veces semanales. Las fantasías masturbatorias revelaron algún dato de interés: en general se trata de fantasías de coito con muchachas muy jóvenes. «La mujer, nos dice, me desequilibra un poco.» b) En el caso que expongo a continuación precisamente ocurría lo que es frecuente en otros pacientes de eyaculación precoz: apenas se masturbaron o nunca lo hicieron. Se trata de un soltero de 28 años, ingeniero; hasta los 16 muy influido por una educación religiosa muy fuerte. Se inició en la masturbación durante el servicio 1 CASTILLA

Madrid, 1972.

DEL

Prxo,

C.,

Patografías: Neurosis de angustia; Impotencia sexual.

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militar, y tuvo la primera experiencia heterosexual a los 22 años: «Fue muy insatisfactoria porque yo no tenía experiencia alguna», y «fue causa de una explosión de agresividad por parte de ella, porque yo no sabía que tenía que moverme». Apenas recuerda, pero cree que ni siquiera llegó a penetrar. En otras experiencias ha habido penetración, pero eyaculando en seguida. Viene a consulta por la confusión que posee: tiene relaciones con una chica «pero no puedo llegar al coito por mi problema; ella, al final, está muy traumatizada y se niega a toda relación». Espontáneamente nos cuenta que días antes de consultar soñó con su madre, con la que efectuaba un coito. Se le asocian los recuerdos de cuando la veía por casa en sostén y bragas, o cuando se oían ruidos en la casa, por ejemplo, de un gato, siendo él pequeño y se metía con su madre en la cama. En la lámina 13 del TAT: «Ahora, momentáneamente, esta situación me recuerda el primer encuentro que tuve con una mujer, y aunque aquí no se ve que ella reaccione violentamente, aparece el chico como que se aparta afectado, después de haber intentado tener con ella relaciones... aunque se ve que está vestido ... Parece como que hubo una disputa entre los dos.» Nótese aquí: 1) el recuerdo de la situación de rechazo, pese a que ella no tiene actitud violenta, de modo que es una tendencia a delirar -un predelirema, como veremos en 2.5.3-; 2) pese a no haber violencia por parte de ella, él aparece afectado; 3) intento frustrado de relación. La catectización de estas imágenes es de tal fuerza que se imponen pese a que señala las contradicicones siguientes: no hay violencia en ella, él está vestido (luego no ha debido haber relación erótica), parece, a pesar de todo, que ha habido una disputa. La experiencia de ser rechazado es clara.

d) Impotencia por homosexualismo encubierto. En estos casos el homosexualismo queda sólo como tendencia que apenas si ha tenido oca· sión de ostentarse. Sin embargo, la terapia o los tests proyectivos suministran con frecuencia conductas significantes de homosexualismo reprimido. Un hombre, de 26 años, consultó por su impotencia ocasional con su novia y, sobre todo, por su escasa atracción hacia ella. Disociaba perfectamente entre la atracción erótica y la ternura hacia ella. Refirió algún contacto homosexual en la adolescencia y luego, de adulto, de modo esporádico, mera manipulación genital del otro. Era notoria su tendencia voyeurística y la atracción hacia los penes de tamaño gigantesco. Durante años recordaba la escena en un urinario: al dirigir la vista a su vecino le sorprendió el tamaño del pene, dejándole en la incertidumbre de si trataba de un pene fláccido o en erección. Las fantasías acerca de este pene y del sujeto portador del mismo le atormentaron durante tiempo. Al mismo tiempo, reconociendo sus tendencias homosexuales, las rechazaba. Había tenido relaciones sexuales con muchachas anteriormente al noviazgo, aunque sin excesivo entusiasmo. El análisis pudo poner de manifiesto la fijación a una madre dominante e hiperprotectora; el complejo de castración y la necesidad de fantasear a expensas de un pene enorme con cuyo poseedor se identificaba: deseo de posesión de ese pene como falo materno, en figura alejada realmente de la figura materna.

Es interesante hacer notar la frecuencia con que los sujetos impotentes han elegido un partenaire que no añade conflictualidad por el hecho mismo de la impotencia. Es algo que me ha llamado la atención por dos razones: a) la buena tolerancia, por lo general, de la esposa del impotente; b) la fre-

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cuencia con que los impotentes se plantean el contraer matrimonio. He aquí algunos casos en los que me ha sido posible hacer una indagación mayor o menor sobre la esposa: a) El primero concierne a un hombre de 33 años, que nunca había tenido antes de casarse relación sexual alguna. A los tres años de casado aún no había conseguido efectuar un coito con la esposa por carencia de erección. No obstante, se masturba 1-3 veces semanales, con erección satisfactoria. La esposa, a la que entrevistamos, sólo nos decía: «qué se va a hacen>. b) El segundo, militar, de 35 años, llevaba cinco años casado. La esposa, aún virgen, nos decía: «acepto el sacrificio». En este hombre, las poluciones nocturnas eran muy abundantes, en sueños no sólo eróticos sino no rnanifiestamente eróticos. Este hombre, con una actividad sexual fantasmática muy intensa, nos narró el siguiente sueño: «un retrete público en donde había una limpiadora exuberante que se fue desnudando. Yo tenía una habitación al lado de los retretes». «Recuerdo que era una mujer exuberante tipo Rubens, y luego me acordé que había tenido una niñera exuberante y que a los 4 años tenía deseos de estar en su cama y hacer cosas sexuales. El sueño me ha llevado a conclusiones interesantes: he tenido dos novias y en ellas siempre he diferenciado la cuestión sexual de la otra. Me he fijado en la cara; han de tener ojos azules, pelo castaño. Lo que más me atrajo de mi mujer fueron los ojos. Sin embargo, el tipo sexual mío es el exuberante, que no lo han sido ninguna de las dos novias que he tenido, y las que me enamoran son delgadas y espirituales.» e) El tercero, asmático crónico, de 36 años, ocho años casado, psicoanalizado antes en Madrid durante ~eis meses; la mujer hubo de ser desflorada quirúrgicamente. La mujer, de rasgos físicos infantiles, mostraba una absoluta indiferencia ante la posibilidad de que entre ellos fuese imposible el coito. El paciente tuvo el primer intento de relación heterosexual a los 15 años con una sirvienta, sin lograr coito; luego, ni erección. Posteriormente ha tenido tres novias «en las que no podía pensar siquiera en nada que fuese sexual». Este recuerdo surgió al presentarle la lámina 10 1 del TA T: «un matrimonio viejo, quizá mis padres. Ai principio vi maldad de cosa sexual, pero luego veo un cariño maternal. Al ver los ojos cerrados, pienso que no quieren ver a nadie y son felices». Interesante también la lámina 6 2, «el hijo ha dado un disgusto a su madre. Han discutido acaloradamente, quizá por algunas relaciones sexuales que él haya podido tener». Se entrega con frecuencia a fantasías sexuales pero han de reunir dos condiciones al parecer: han de ser mujeres «inasequibles» y han de ser desconocidas. Ultimamente sus fantasías preferidas son con muchachas turistas que «me encuentro casualmente por la calle y luego no sé más de ellas». La primera de las esposas de estos pacientes adoptaba un rol en cierto modo análogo al de la madre del paciente: muy ocupada en la casa y en atenderlo y en tener todo a punto para el trabajo de él; posiblemente, una mujer con sentido del deber profundamente interiorizado. La segunda era el tipo de mujer frígida que puede hacer de la carencia virtud llegado el caso. La tercera era de una anafrodisia total, incluso vivía el rol de niña que había de ser pura, con sentimiento de suciedad hacia lo sexual, negando todo deseo: «para mí, mejor así, porque todo eso es muy feo». No era partidaria de que el marido hiciese tantos esfuerzos para curarse. Se sornetió a la des1 Contenido de la lámina 10: Cabeza de una joven sobre el hombre de un hombre mayor. 2 Contenido de la lámina 6 BM: Una mujer madura, de espaldas a un joven alto que mira hacia abajo.

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1

floración médica con grandes resistencias y en los primeros intentos de coito había presentado vaginismo.

2) Frigidez femenina. En la frigidez femenina juegan tantos factores que es imposible adscribir a uno de ellos un carácter prevalente. Por otra parte, la frigidez es un modelo de hasta qué punto los factores culturales, sociales (de clase y estatus) y los económicos son asumidos, y usados luego psicológicamente como conducta consciente o inconsciente. Se ha dado una cifra de frigidez en nuestra cultura occidental muy varia, desde los que ofrecen una cuantía aproximada al 60 % a los que dan la cifra de 80 % y más. Hay que tener en cuenta, en justificación de esta disparidad, que unas veces la frigidez se toma como respuesta a cualquiera sea el estímulo, otras se reputa frígida sólo a la mujer que no experimenta excitación o cuando menos orgasmo en el coito. Hay mujeres frígidas en el coito que no lo son en la masturbación, lo cual puede suponer un rechazo del pene y/ o tendencias homosexuales. 1 FENICHEL sostiene, como común denominador de la dinámica de la frigidez, la existencia de una angustia ante el perjuicio derivado de la satisfacción completa de las tendencias sexuales. Esto puede decirse de aquellas, la mayoría, en las que ha tenido lugar, a través de los condicionamientos de educación, de clase y estatus, de creencias, etc. una internalización disvalorativa de lo sexual, sobre todo de la sexualidad femenina. Desde el horror al pene, la fealdad, la suciedad, la violencia, hasta la encubierta agresividad al varón que la somete y al que envidia, todos ellos pueden ser elementos, únicos o asociados, que intervienen en la génesis de la frigidez. Otras veces existe un rechazo más o menos encubierto a la pareja, en la medida en que en la mujer la disociación erótica/ afectividad es menos hacedera que en el hombre de nuestra cultura: al sobrevenir problemas en la pareja, sobre todo institucionalizada, mientras la mujer actúa más unitariamente que el varón, haciendo una aceptación o un rechazo in tato, el hombre puede, más fácilmente, seguir una relación sexual desprendida de la relación afectiva. Como la impotencia, también la frigidez debe buscarse en la mayoría de los casos en problemas inherentes a la situación edípica. He aquí algunos: 1) fijación al padre y rechazo del partenaire como figura equivalente; 2) fijación al padre y rechazo del partenaire como figura opuesta; 3) fijación preedipiana a la madre y rechazo de toda figura masculina. En otros casos, al mismo tiempo que cualquiera de los factores aducidos, se encuentra en la frígida la gratificación masoquista de la pasividad; fENICHEL, ob. cit. Sobre aspectos de la sexualidad femenina puede verse: a) Maríe BoNAPARTE La sexuc:Lidad de .la 1!1,ujer, trad. cast., 1972. b) CHASEGUET-SMINGEL, J., La sexualidad femenina (compilación), trad. cast., 1973. e) SERRANO V1cENS, R., La sexualidad femenina, Barcelona, 1971. d) HITE, H., Sinceridad sexual, trad. cast., 1977. Aparte el volumen correspondiente a la sexualidad en la mujer, de KrNSEY y colbs., ya citado. .1

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o bien, la defensa frente al sentimiento de culpa inherente a la satisfacción sexual. En resumen, el problema de la frigidez es tan vasto incluso como el de la impotencia y, dentro de las posibilidades de un planteamiento genérico, obliga a la consideración casuística e individualizada del caso de que se trata. a) Una mujer de 25 años, casada, con una sexualidad orgiástica hasta meses antes de consultar, lo hace ahora por su frigidez. El marido tiene un componente sádico notable: busca la forma de suscitar algo que le irrite en ella, y descarga sobre la misma golpes. Entonces, cuando ella está vencida, parece reproducir una escena de violencia, acudiendo incluso a escenificar la sorpresa: el acto sexual lo hace bruscamente, en cualquier lugar de la casa, sin previa preparación de ningún tipo ni intento de reconciliación, generalmente en el suelo, adonde la arroja. «Ahora no me apetece ni masturbarme, cosa que antes hacía sobre todo durante el embarazo, en el que mi marido me rechazaba.» De todas formas, ella parece aceptar de alguna manera la situación: «yo creo que quiero a mi marido». Es presumible un componente masoquista. Nótese la respuesta en la lámina 13 del TAT: «Esto parece un homicidio o una violación o algo de eso ... Y éste parece que se está arrepintiendo de lo que ha hecho ... o que no quiere ver a la mujer. Más bien parece que la ha matado, porque la postura de ella no es de estar viva, que digamos.» b) Otra casada, de 30 años, de educación muy religiosa; durante el noviazgo tenía orgasmos en las caricias clitoridianas verificadas por el actual marido. Actualmente no sólo no tiene orgasmos en coito, sino tampoco en la masturbación. No obstante, en sueños sí tiene orgasmos. Curiosamente, ella no se apercibe de la posibilidad de un rechazo al marido. Sin embargo, el marido sí, y cree que el cambio se produjo cuando le confesó que había tenido relaciones con una chica de una sala de fiestas hasta mes y medio antes de la boda, cosa que supo ya una vez casada. Ella hizo que se suspendiera el viaje de novios; por otra parte, ella estaba embarazada cuando contrajeron matrimonio. La lámina 13 del TAT: «Una muerte, pero más bien que una muerte, otra cosa: que esta mujer puede repudiar a este hombre y este hombre la quisiera.»

3) Dispareumia y vaginismo. En la dispareumia la relación sexual es dolorosa. Generalmente es superable y obedece muchas veces a una defensa inicial frente a la angustia de la penetración y la inherente a la satisfacción sexual subsiguiente. En el vaginismo hay un espasmo muscular de los músculos pelvianos que impiden la penetración del pene y a veces provocan la expulsión. Los sentimientos de culpa en casos de vaginismo suelen estar en el núcleo del problema. Otros autores han citado como factor dinámico del vaginismo la tentativa fantástica de posesión y retención del pene. Una joven de 22 años, casada siete meses antes de consultar, aún no ha podido ser penetrada y,. por tanto, desflorada por su marido. Tiene siempre un estado constante de inquietud, «como si estuviera esperando siempre una mala noticia, y aún cuando estoy dormida me despierto sobresaltada». No han conseguido hacer el coito: ella se contrae, al mismo tiempo que le sobrecoge una sensación de «miedo horrible, que no puede controlar». «Siempre pensé en estas cosas con miedo a hemorragias, a que

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a la psiquiatría,

l

hiciera mucho daño o cosas así.» Sin embargo, ha logrado que esto se interfiera poco en sus relaciones maritales, consiguiendo que el marido comprenda que se trata de una enfermedad. Durante el noviazgo nunca hizo el menor intento de relaciones sexuales. No logra apenas excitarse con caricias en clítoris, aunque si consigue algo, desaparece si el marido intenta la penetración. «Incluso si me excito siento como culpa.» «Recuerdo que una vez, de soltera, tuve un sueño en el que estaba casada y hacía el acto sexual: al mismo tiempo quería y no quería, y al despertar me parecía que había hecho algo malo.» El pene le produjo temor, como un objeto con el que necesariamente se ha de producir dolor. En la lámina 13 del TAT la sustitución de una escena erótica por otra agresiva se hace en un primer momento; en el segundo, la correlación entre lo erótico y el horror está evidenciado: «Aquí parece que este señor o ha cometido un crimen y está horrorizado, o también está horrorizado, pero al ver desnuda a la muchacha.» Como haré ver en su momento, la proyección de horror se hace sobre la figura masculina, la activa, con la cual se externaliza y se libera de la misma a la figura femenina de identificación primera.

4) Frigidez masculina. No suele ser motivo de consulta. Se trata de sujetos que presentan una carencia de todo apetito sexual y en los que la pulsión erótica parece estar ausente en sus aspectos anales y genitales. Sin embargo, muestran una exagerada actitud narcisista, con enorme preocupación por el self corporal, precisamente en sus connotaciones eróticas. Son sujetos, por tanto, provocadores y creadores de equívocos, puesto que, cuando son empujados a una relación erótica, se retraen y tratan de convertir la situación en otra de carácter confidencial, quejumbrosa, en ocasiones ma ternofilial. A un caso de este tipo tuve ocasión de conocerle desde adolescente, cuando ya tenía novia. De por sí era sobresaliente la actitud del muchacho, más preocupado de su exhibición que de la relación con ella o incluso de la exhibición de ella. El noviazgo se rompió, precisamente por la queja que en este sentido expresaba la novia. Años más tarde, la pauta de conducta de él consistía en provocar la seducción -hay que decir que se trataba de un joven excepcionalmente agraciado-, sin pasar luego de los estadios de la coquetería. Con esto, suscitaba en ellas la iniciativa y la relación tendía a hacerse más directamente sexual, sin que, no obstante, se lograse de él no ya una relación genital sino ni tan siquiera de carácter previo a la misma. Debo añadir que idéntica conducta adoptaba en la relación con personas de su propio sexo. Parecía sentir gratificación exclusivamente en el hecho de afirmarse en su potencialidad, para continuar luego con el desdén hacia lo que podía ser obtenido. Años más tarde hizo una psicosis extraña, a expensas de deliremas megalomaníacos, pero con un componente maníaco muy pronunciado.

Estos casos sugieren un problema de interés en orden de las relaciones eróticas intersexuales. ¿Qué significa el «físico», es decir, los rasgos y conformación del cuerpo y especialmente del rostro? No se trata de una conformación estática, sino de una forma de comunicación no verbal con connotaciones eróticas. Formulado de acuerdo al modelo comunicacional: los mensajes suministrados de forma extraverbal poseen un metamensaje erótico, de reclamo y permisibilidad. Pero el equívoco, en estos casos de

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241

narcistsmo extremo -en nuestra cultura más frecuentes en la mujer-, deriva de la presencia de un metametamensaje que no es captado por el interlocutor, quizá porque es negado por él de acuerdo a la puntuación de la secuencia de hechos. Me refiero a que mientras el metamensaje dice «puedes», el metametamensaje dice, contradictoriamente, «al fin no podrás», que es lo que el interlocutor no capta en la medida en que le conviene. Una señora casada, de 30 años, consulta por un cuadro depresivo. Para ella es significativo el hecho de su edad. «Estoy derrumbada, me siento vieja, no soy la que era.» Ha sido una mujer altamente solicitada por los hombres. Pero, como describe, «conmigo no ha podido ninguno, y cuando mi madre se preocupaba por mi forma de vida, de soltera, porque aceptaba ir en coche con cualquiera que me lo pidiese, yo le he podido siempre asegurar que no había de pasar nada ... Sabía a lo que todos iban, pero yo los detenía en el momento en que comenzaban o sobrepasarse. Los veía venir y me entretenía con ello». Toda su vida ha sido centrada en el aprendizaje de los modos . de atracción eróticos. De familia modesta, ha logrado, precisamente por dicho aprendizaje, contraer matrimonio con un hombre de mucha mejor posición economicosocial. «Con mis mismas amigas he sabido suscitarle la envidia ... Me veían vestida de alguna manera, y cuando me decían algo así como 'qué bien vienes', me gustaba regodearme diciéndoles que todo era de rebajas.» Frígida total, su desinterés por la relación sexual propiamente dicha es de tal cuantía que cada acceso sexual del marido ha de ser logrado como donación de ella después de la prevía conquista mediante regalos de distinta índole. «No me interesa nada la relación sexual... Muchas veces cedo a mi marido porque me da pena después de habérselo negado una y otra vez, y hasta me he 'quedado dormida mientras él hacía el amor conmigo.»

2.5.1.6.

Otras conductas sexuales: B) depravación; C) conductas complejas

B) Depravación. Determinado tipo de comportamiento sexual se caracteriza por la intencionalidad, apenas subconsciente, de la búsqueda de situaciones que para el mismo sujeto connotan depravación. Es una con· ducta perversa en el sentido más estricto de la palabra, en la medida en que es el propio sujeto de la conducta el que se la adjudica. Mediante ellas, buscan la maldad, se recrean en el daño y, sobre todo, en lo que estiman daño moral, en la incitación, en el proselitismo, habida cuenta de que en todo momento se trata para ellos del empocilgamiento. Muchas veces son sujetos heterosexuales que asumen el disvalor que la sociedad concede al homosexualismo, y entonces la práctica de la conducta homosexual, como la heterosexual, tiene el carácter de enviciamiento. a) Un caso, de final dramático, fue el de un médico de 34 años, homosexual, bebedor, cocainómano y morfinómano. Era una persona excepcionalmente delicada en el trato cotidiano, fina, distinguida. A partir de cierta hora de la noche vivía una nueva idea: buscaba el círculo de prostitutos, rateros, proxenetas. Les pagaba para representar con ellos escenas de procreación animal, especialmente· con mujeres de avanzada edad.

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Introducción

a la psiquiatría,

b) Otro sujeto, de 29 años, fue siempre heterosexual hasta los 20 años, y con éxito entre mujeres. A los 21 se dejó pagar por un homosexual adulto. Más tarde, paga él para que los muchachos se dejen masturbar o se dejen penetrar. Su conducta tiene un carácter de provocación -no de exhibicionismo--, de contestación frente a los demás, de modo que ha ido suscitando el abandono de los amigos. Especialmente notable ha sido la conducta última con su madre, viuda, mujer delicada, constantemente expresiva de su pena por el hijo. Este introduce a sus partenaires en su propia casa, en donde organizan grandes orgías, representan «escenas romanas» y presenta los amigos a su madre con los atuendos y disfraces. e) El tercer caso, de 36 años, soltero, viene consultando psiquiatras desde los 20 años por su homosexualidad. El padre vive en el exilio y como hijo único se ha criado por una madre que ha demostrado ser una excelente negociante. Actualmente, de modista en casa, goza de gran prosperidad económica. El lo dice abiertamente: «chupo el pene y el culo hasta devolver, porque cuando me entran estos deseos quiero ser el más maricón del mundo». Sus descripciones son naturalmente soeces. Sus recuerdos infantiles están ligados al asco: «vi a mi madre desnuda y me dio mucho asco»; «me acostaban con mi abuelo y me daba mucho asco ... » «A mí me atrae lo sucio, lo basto, lo agitanado ... me da asco un niño guapo.» Una de sus primeras experiencias homosexuales fue en un urinario de Barcelona, presenciando cómo uno se masturbaba. «No me apetecía atrapar el pene, sólo me gustaba al mismo tiempo oler la orina y la putrefacción, del urinario.» Tenía 16 años y vivía en una residencia religiosa. Confesaba, comulgaba y luego se iba a la búsqueda de incitaciones. «No he sentido amor por nadie, sólo busco el placer. He luchado mucho por contenerme. Con cilicios he ido a buscar un viejo que me pagaba hasta mil pesetas por masturbarme. Cuando ahora busco a gente de la calle que no conozco y me la llevo para el placer, mientras les penetro en el año les vuelvo la cabeza a la fuerza para verles la cara, para hacerles ver que los domino», al mismo tiempo que les pronuncia frases soeces y humillantes. En el TAT hay respuestas de gran interés que muestran la índole de sus dinamismos. Así, en la lámina 41: «al verlo se me ha ocurrido que ella solicita amor; luego me doy cuenta de que no. Una cosa que me jode es que la mujer pida amor. La mujer para mí es femenina ... Me molesta que una chica diga un chiste verde». En la 6: «Me recuerda mi caso. Mi madre se parece a esta señora. Es la clásica mujer buena, sacrificada. Antes me molestaba venir de las juergas por mi madre.» En la 9: «Me encantaría estar aquí acostado. La indolencia me es simpática. El hombre ordinario me atrae por su simpleza. El de la primera línea tiene la postura que más me excita.» En la 3: «Un tipo en una celda, desesperado porque pensando no se saca nada . El es muy responsable ... Comete el delito porque está enfermo ... Aburrido, cansado . A mí la cárcel me es simpática porque hay maricones y de los que a mí me gustan.»

En estos casos, y en otros más atenuados que he tenido ocasión de tratar, la relación con la madre es ambivalente: junto a una especial veneración, hay también la necesidad de ofenderla con su conducta, de rebelarse frente a ella. A mi modo de ver, se trata de una defensa frente a las instancias anales y genitales incestuosas. C) Conductas complejas. Incluyo aquí todos aquellos tipos de conducta sexual que resultan de combinaciones abigarradas de muchos de los tipos descritos anteriormente en ésta o en cualquiera otra aportación biblio1 Contenido de la lámina 4: una mujer sujeta a un hombre, cuya cara y cuerpo están en dirección opuesta a ella.

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gráfica al respecto. Carece de interés el intento de perseguir la taxonomía por sí misma de estos tipos de conducta. Como ejemplo de un tipo de conducta sexual compleja expongo un caso a continuación: Un hombre de negocios, de 30 años, que trabaja en una importante industria familiar, consulta a exigencias de la familia por problemas de relación interpersonal con sus familiares y con todo el personal de la industria. Pero en el curso de las entrevistas surge su problema sexual. «A pesar de estar casado me masturbo, y esto lo considero anormal. En el coito exijo que ellas (ver infra) tengan el orgasmo antes que yo para que luego se queden absolutamente quietas, en silencio, de modo que me pueda entregar a mis fantasías. Entonces, yo acabo mi excitación tocándome con la yema de los dedos mis pezones. Si ellas lo hacen, entonces me angustio mucho y se me va la excitación. Por otro lado, también he de ir con prostitutas, pero mientras estoy con una, otras dos o tres han de hacer lesbianismo en mi presencia.» La masturbación consiste en lo siguiente: su pene queda atrapado entre sus piernas y entonces las mueve; sus dedos acarician sus pezones, y mientras, imagina mujeres en actos homosexuales. «Las mujeres tienen que ser gordas y mayores de 40 años, que era la edad que tenía mi madre cuando yo era pequeño. Nunca acepto ponerme arriba en el coito, porque tengo la impresión de que puedo aplastar a la mujer y que no soy dueño de la situación: temo que se ahoguen mientras yo no me doy cuenta por el placer. Algunas veces pienso que debía haber nacido mujer, pero que aun así me gustarían las mujeres. Me alejo de las de tipo gordo porque me descomponen. Por eso prefiero en el cine Audrey Hepburn a Sofía Loren: ésta me descompone de tal manera que mi cerebro se echa para atrás.» Y a a los cinco años se masturbaba pensando en mujeres carnosas y dominantes. «Con las gordas soy su esclavo, porque como no tienen cerebro me siento aún más humillado, porque es ser esclavo por sí.» Ha dormido con su madre -es el menor de 4 hermanos, con gran diferencia con el penúltimo- hasta los 14 ó 15 años. La madre quedó viuda cuando el paciente tenía dos años, y el hermano mayor ha desempeñado el papel de padre en el negocio familiar. «Cuando dormía con mi madre yo apoyaba mi cabeza sobre sus senos; la veía, además, vestirse y desnudarse y me atraía sexualmente. Por eso también me atraen mucho las viudas y en fantasías masturbatorias imagino que las viudas instruyen a los niños en la cuestión sexual.» «Ahora mi madre tiene 70 años, es delgada y me repugna y no voy a casa a verla porque me besa y me da asco.» Otra de sus fantasías masturbatorias actuales es con una vecina cuyo marido se marcha, por razones de su trabajo, durante días: «entonces pienso que la vecina se acuesta con sus hijos pequeños». La vida fantástica de este hombre es extraordinaria en lo que respecta a la vivacidad y corporeidad de sus fantasmas, incluso sobre sí mismo. En una reviviscencia en el diván, entra en un estado de éxtasis, de ensoñación, al mismo tiempo que comunica alteraciones del esquema corporal, sobre todo en forma de alargamiento desmesurado de los brazos. En estas fantasías vividas durante un estado de éxtasis, ve muchas mujeres, con las cuales va haciendo el coito de lado, porque así es hombre; «SÍ me pongo encima me convierto en mujer y ella también sigue siendo mujer. Me veo joven, con los pechos grandes, ella jovencita o vieja de unos sesenta años. Cuando comienzo a tocarme los pezones imagino que mi pene desaparece, que se convierte en vagina y que se roza con la vagina de la otra. Es un mundo en el que no hay hombres ni entran hombres, porque a los hombres los odio. Al concluir la masturbación o el coito fantaseado, me entra un asco muy grande y me pongo a dormir pensando que soy un tipo muy macho, un militar que conquista un país, o un gobernante que gobierna muy bien, o un literato que escribe muy buenos libros». Después de una

244

Introducción

a la psiquiatría,

1

sesión en la que vivió las fantasías en éxtasis, escribe esta nota (se trata de una persona escasamente cultivada): «esta semana lo he pasado muy mal, fue mi obsesión y lo sigue siendo. Lo que descubrí el lunes en la sesión[ es] que ya solo, incluso sin referirse a mis atributos sexuales ni a otros, solo, en una 'duerme vela', como usted dijo, me 'paso' al cuerpo de una mujer estilo mi madre o a mi madre, y siento placer. Nunca imaginé que en el diván ese iba a sentir el placer de la transfiguración en otro ser, no en mí; eso me asusta y me deprime fuertemente. Nunca podré ser yo, es decir, ni en el placer seré yo protagonista de nada, siempre mi interior, o como se llame, será esa mujer carnosa, tez blanca y deseante, que tengo dentro, la que será el protagonista. Esto me obsesiona y me quita toda la gama de esperanza y voluntad que pudiera tener, que creo que tengo poca o nada». En la lámina 10 del TAT hay una crisis de identidad: «Es una mujer que se supone la madre, o un hombre con cara de mujer, no se sabe. Y un niño, un niño o una mujer ... , una mujer. Dos mujeres, que no se sabe si una está besando a la otra o se están hablando, porque la mano del niño no es de niño ... ; debe ser una mujer, incluso por el pelo ... » Y en la lámina 1.3 hay un lapsus interesante: «un hom ... digo una mujer desnuda, pues se la ven los senos, encima de una cama, y un hombre de pie, parece apesadumbrado por algún problema». Un esquema de las relaciones objetales de este hombre sería como sigue: l.ª 2.ª

etapa: relación con la madre de tipo genital: prohibición; fantasías masturbatorias infantiles deseo de la relación con ella o con figuras homólogas. ·etapa: logro de la relación a costa de sometimiento masoquismo, esclavitud; comienzo coito siendo hombre con mujer equivalente a madre: temor a ahogarla si hace de hombre poniéndose en posición superior. Luego, es él la madre deseada: maniobras sobre las mamas, fantasías de mamas: desaparición pene, transfiguración en mujer como su madre, relación homosexual con su madre. Al concluir el coito: recupera identidad de hombre y exalta su sel/ de tal: no hay peligro de ser hombre.

2.5 .1.7.

=

=

La valoración de las conductas sexuales.

El médico debe tener una idea lo más clara posible acerca de los aspectos valorativos que se derivan -los derivamos todos- de la conducta sexual, sobre todo de determinados tipos de la misma. Cuando no para una terapia, el médico es requerido para una orientación. Es fácil caer en la trampa de que nuestras orientaciones son sólo de carácter médico, por tanto referido a los polos normal-anormal, no a los aspectos morales. Pero sobre esta cuestión hay que decir dos cosas cuando menos: 1) que en la práctica, el médico está lejos de moverse, con acierto o con error, con sólo valoraciones de carácter médico; en general, de modo abierto o encubierto, transmite sus valoraciones morales 1• Y no puede ser de otro modo: el médico es un ser social, con sus problemas por sí mismo o por sus relaciones sociales (dependencias de su clase, grupo social, expectativas, etc.) y, por consiguiente, es frecuente que sea tendencioso, en la dirección de sus propias concepciones morales, religiosas, políticas, culturales, etc.; 1 Morales en sentido amplio, como equivalente a . sistema de valores, no necesariamente adscrito a una moral positivamente institucionalizada-

2. Psico(pato)logía

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2) si atendemos a la evolución de nuestros conceptos médicos, sobre todo

en lo que concierne a los conceptos psicopatológicos, podemos decir que, en algunos aspectos cuando menos, la sustitución de lo moral-inmoral por lo normal-anormal no ha sido sino un desplazamiento de términos, con los cuales la actitud de fondo frente a estos mismos conceptos no se modifica. Así, por ejemplo, muchos médicos estarían hoy dispuestos a considerar el homosexualismo no como inmoralidad sino como anormalidad, pero, en tanto tal, como antinatural, y, en consecuencia, como justificadamente prohibitivo y reprimible. En esta cuestión considero importante que el médico se pronuncie acerca de aspectos que le son suscitados por el consultante, sin que pueda aducirse la pertenencia de la pregunta a un ámbito que no le es propio. Porque sí que lo es, como trataré de demostrar a continuación. Al médico -:-sujeto que por su función se presta a ser receptor de la problemática del hombre (de hecho, sin embargo, la formación médica, sobre todo universitaria, no garantiza en modo alguno la amplitud del horizonte intelectual del médico en los aspectos netamente humanistas)se le consulta para recabar acerca de una conducta en aspectos tales como normalidad-anormalidad, moralidad-inmoralidad, legalidad-ilegalidad. El médico debe estar preparado para estos requerimientos, y daré razones por las que pienso que es él, entre cualesquiera otros, quien ha de responder a los mismos. a) Normalidad versus anormalidad.-Cuando se trabaja con grandes números es obvio que el método estadístico tiene gran utilidad. Pero el médico, por la propia índole de su función, pocas veces ha de habérselas con muchos casos, sino con el caso individual. Ciertamente, como investigador, se trata de descubrir las reglas que han hecho posible una conducta concreta, reglas que pueden ser· aplicadas a las conductas de otros sujetos. Pero, de cualquier modo, el caso individual es irrepetible, y muestra circunstancias que obligan a su análisis particular. El médico, como práctico, trata a enfermos, es decir, sujetos psicológicos y sociales que, además, de modo transitorio o permanente desempeñan el rol de enfermos (PARSON:)

1•

Todo esto viene a concluir que la media estadística nos habla de la frecuencia de una conducta en una población, pero no de su normalidad.

No es habitual que se orine en una iglesia, pero cualquiera puede imaginar circunstancias en las que este acto no sería reputable como anormal, pese a ser insólito y, por tanto, alejado de la media estadística. Lo que decidiría que un acto insólito, como el orinar en la iglesia, no fuera conducta anormal, derivaría de la motivación del acto, que lo haría coherente, a pesar de la aparente incoherencia con el contexto. La conducta sexual, como toda conducta, es una relación, según hemos dicho reiteradamente a lo largo del texto. Pero la relación exige reglas que .1 PARSONS, T., El sistema social, trad. cast., Madrid; 1966. También, del mismo, La estructura de la acción social, dos vols., trad. cast., Madrid, 1968.

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Introducción a la psiquiatría,

I

han de cumplirse, mediante las cuales se hace factible la conducta. Una de las reglas básicas es la adecuación al objeto de la relación, de modo tal que el sujeto pueda conservar la relación en el contexto. De otra forma la conducta no sería una relación capaz de asegurarla en el presente y en el futuro para sí o para el otro. Pero el mismo sujeto precisa cumplir la regla de la cosemanticidad entre el segmento motivacional de su conducta y el realizativo. Si el sujeto desea, tiene que contar con que la verificación del deseo no ha de suponer contradictoriedades con el deseo mismo. O sea, se trata de que el sujeto, en ningún momento de la ejecución del acto, desde la motivación a la ejecución propiamente dicha, carezca del sentido de realidad que le lleva a saber que una cosa es desear, otra, hacer factible el deseo. Cada uno de estos momentos tiene sus reglas y no deben entrar en contradictoriedad: si lo hacen, evidentemente no se han cumplido o unas u otras o las dos. En mi opinión, la normalidad de una conducta se determina por el cumplimiento de reglas que el sujeto ha de saber, porque debe saber la categoría lógica de los segmentos que componen la conducta: él, el otro de la relación, la relación, el contexto de la relación. Si tales reglas se cumplen, decimos que el sujeto conserva su sentido de realidad a lo largo de todos los momentos de la relación conductal, y que la conducta es normal. Porque todos estos momentos concuerdan, están integrados entre sí, de manera que no cabe ser normal en uno y dejar de serlo en otro. Así, desear, puedo desear cuanto quiera, y nada me impide, ni puedo impedir, que el deseo más abigarrado emerja en mí. La cuestión estriba en si en mí, o en el otro sobre el que yo he de proyectar el deseo, o si en el contexto de ambos en el que la acción deseada habría de verificarse, dicho deseo es factible. Un impulso necrofílico puede asaltar a cualquiera que vea un cadáver, y esto es frecuente entre estudiantes de Medicina. Pero los más no desean sentir este impulso, y si no les importa, no desean hacer realidad ese deseo, ni tratan de modificar la realidad para hacerla compatible con el deseo. La regla básica de toda conducta pulsional es que, como tal conducta, se proyecte sobre un objeto. Pongamos por caso: instancia a cohabitar con un animal. La metarregla siguiente concierne a todo ese conjunto como objeto: ¿deseo tener ese impulso o no? Finalmente, en el supuesto de que el deseo del impulso prevalezca, ¿deseo hacerlo acción? En la hipótesis de que desee hacerlo acción, ¿puedo hacerla? La regla básica, pues, concierne al nivel pulsional. La * metarregla primera a la aceptación o rechazo de la pulsión. La metarregla segunda, a la conversión o no en acción. La metarregla tercera, a la posibilidad o no de acción. He aquí el esquema de la serie:

1 ª· pulsión respecto del objeto. 2 ª· deseo respecto de la pulsión. 3 ª· acción respecto del deseo. 4 ª· acción respecto del contexto.

2. Psico(pato)logía

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Por tanto, si el sentido de realidad preside todos los momentos de la conducta -motivación y acción-, el primero llevaría a la aceptación de la pulsión como existente en nosotros; el segundo, a la aceptación de la existencia del deseo, de aceptación o rechazo, de la pulsión; el tercero, a la actuación de acuerdo con el deseo (de aceptación o de rechazo) ; finalmente, el cuarto, a la actuación si el contexto lo permite y lo hace factible. b) Moralidad versus inmoralidad.-Es bastante frecuente que el psiquiatra haya de toparse con problemas morales que el paciente le suscita. No me refiero ahora a la moralidad de la actuación médica, sino a lo que el paciente requiere que se juzgue, o se le ayude a juzgar, en un determinado sentido: la moral de una acción verificada, el sentimiento de culpa inherente a determinadas acciones, etc. ¿Debe el médico soslayar el compromiso y remitir el paciente a un sacerdote o a cualquiera otra persona que se considere autorizada desde el punto de vista moral? Mi respuesta es negativa. Los sujetos de las acciones lo somos todos, y todos estamos constituidos como moralistas 1, quedando reservado para el especialista en Etica el planteamiento mismo de qué son los valores, las normas, su objetividad o no, etc. La remisión a un teólogo, en general a un sacerdote, me parece improcedente. Si, por razones inherentes a nuestro enclave dentro de un sistema de valores, todos somos, o podemos ser, tendenciosos, el sacerdote, de no importa qué religión, lo es -la ventaja es que no lo oculta-. El sacerdote necesariamente ha de tratar de valorar el acto de conducta de acuerdo al sistema en el que él está situado. La consulta al mismo puede ser válida para aquellos pacientes que de antemano no se pregunten sobre la moralidad-inmoralidad de la acción, sino sobre su carácter de pecado. Así, por ejemplo, en términos generales el coitus interruptus o la masturbación pueden ser considerados pecados contra la honestidad en la religión católica, pero ello nada afecta a la moralidadinmoralidad de estas conductas, si se las sustrae de esta consideración teologicomoral. ¿Cómo enfocar, pues, el problema que en ocasiones el consultante nos suscita? En mi opinión, una moral es un sistema de metarreglas para la conducta. Toda conducta ha de estar supeditada a reglas que hacen que pueda de hecho ser conducta, es decir, que pueda hacerse. (Poder en la acepción de ser posible, no de deberá.) Si yo quiero escribir, para poder convertir mi deseo en acto he de poder tener algo de la clase de los objetos con lo cual hacerlo y algo de la clase de los objetos sobre el cual hacerlo. Esto respecto de las reglas que hacen que la conducta sea factible. Lo dijimos antes, y esto es tan sólo una repetición. Ahora bien, de ser factible una acción, ésta ha de sujetarse a metarreglas en virtud de las cuales debe serlo o no serlo. Yo puedo matar al 1 «Moralistas» en tanto en cuanto somos sujetos sociales que hemos de ajustar nuestra conducta a reglas y metarreglas, estas últimas coincidentes con lo que se denominan normas morales, cualquiera sea el sentido que al adjetivo «moral» quiera dársele.

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a la psiquiatría,

1

sujeto K en determinada situación, pero si no lo hago es porque no estoy dispuesto a desobedecer las metarreglas que me.lo prohíben. Estas metarreglas tienen un ámbito más o menos extenso, según se refieran al sujeto en sí mismo, a un grupo (el grupo menor es el dual) o a una colectividad. Hay metarreglas que conciernen a uno mismo, al grupo y a la colectividad. Las de la colectividad suelen estar codificadas en sus aspectos más gruesos y, por tanto, entran dentro de lo que se denomina legalidad, y su transgresión ilegalidad. Hablaré de ello también posteriormente. Respecto a aquellos actos que sólo se refieren al propio sujeto de la acción, su moralidad o inmoralidad dependerá del sistema de valores (metarreglas) que asuma, el cual puede ser común con el de muchos, o singular (o relativamente singular, puesto que es verosímil que sea compartido por otros, aunque se ignore). Así, por ejemplo, la moralidad de una masturbación o de la entrega a fantasías eróticas, que son acciones que no implican a un otro (por lo general), depende de las metarreglas del sujeto mismo de la acción: si es católico y asume los valores de la moral católica tradicional, tales actos serían inmorales; podría considerarlas a-morales sí considerara que tales acciones no han de estar sujetas a las metarreglas morales; podrían ser incluso morales si las estimara como metarreglas que deben cumplirse. Más probablemente la moralidad-inmoralidad de la acción se plantea cuando hay involucrado algún otro. Pero el problema sigue siendo el mismo en sus premisas, a saber: la relación interpersonal no sólo ha de poder verificarse, para lo cual se exigen ciertas reglas f áctícas, tales como hablar, en suma contactar, sino que además se sujeta tácitamente a metarreglas, merced a las cuales cada sujeto de la relación sabe cuáles son a las que debe someterse. Por ejemplo, en determinadas relaciones la metarregla fundamental es que ninguno debe mentir al otro, pero hay otras metarreglas que, a veces, como en los contratos de SACHER-MASOCH 1, pueden quedar consignadas explícitamente. Así, en el terreno que nos ocupa, la metarregla de muchas relaciones sexuales es la de evitar la coacción o el abuso de poder de uno sobre otro. Estas metarreglas han sido impuestas por ellos mismos, por los sujetos de la relación, y se imponen por su misma acción, sin necesidad de que hayan de ser formuladas verbalmente: «Se sabe» cuáles son y en qué consisten. Naturalmente que pueden ser modificadas, pero por ellos mismos, y el problema sigue siendo idéntico en ese caso. Por tanto, desde mi punto de vista, en una conducta de carácter interrelacional, es decir, una acción que es un componente de la relación con el otro, debe juzgarse su moralidad o inmoralidad según se cumplan o incumplan las metarreglas que hicieron que la citada relación, ya de por sí factible, se posibilitara. Para decirlo con formulación breve: que se cumplan las reglas 1 Los contratos de SACHER-MASOCH con sus amantes eran firmados seriamente por ambos, y en ellos se señalaban las reglas y metarreglas de las conductas por las cuales los dos firmantes habían de regirse. Ver sobre este punto CASTILLA DEL PIN o, C. 1 ntroducción al masoquismo y Prólogo a SACHER-MAsocH, La Venus de las pieles, Madrid, 1973.

2. Psico(pato )logía

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del juego, y, en este caso, también las metarreglas. Es obvio que con una baraja de cartas ad hoc tenemos la regla básica que hace posible jugar al póquer; sobre ésta se superponen las reglas del juego, que deciden que una pareja vale menos que un trío, etc. Pero sobre estas reglas del juego hay una metarregla que no se dice pero se sabe: no se debe hacer trampas, aunque se pueda. En conclusión: las reglas morales son de un tipo lógico superior a las reglas que hacen factible la acción: mientras las reglas de la acción nos vienen impuestas por la naturaleza de la acción -recuérdese el ejemplo de la acción de escribir-, y si se transgreden la acción no puede realizarse, las metarreglas morales son impuestas por los sujetos que intervienen en la acción. Una acción es inmoral si se transgredieron las rnetarreglas, las normas que ambos impusieron, y que hizo que la relación que fue posible se llevara a cabo, pero no como debía. Por tanto, si el médico ha de juzgar la moralidad de una acción a requerimiento, implícito o explícito, del consultante -por ejemplo, en virtud de los sentimientos de culpa que padece- hará bien en atender, minuciosa y lo menos tendenciosamente posible, al contexto en el que la acción se lleva a cabo: sujetos involucrados en la misma, reglas y metarreglas que jugaban en la relación (es decir, sistema de valores sobre cuyo comportamiento se basaba quizá la conducta), génesis de tales metarreglas (por ejemplo, asunción de valores como normas a través de la internalización no consciente de las mismas). En suma, de ninguna acción se puede decir que es intrínsecamente moral o inmoral, sino que deriva de su aplicación moral o inmoral de acuerdo al contexto. Esto es decisivo para juzgar las conductas sexuales -que cito como conductas en donde, por razón de su condición, se prestan a que se falseen por nuestros prejuicios- de, por ejemplo, una pareja. Una relación habitual, tal como un coito con persona del sexo opuesto, puede ser, en determinado contexto, una inmoralidad (engaño, violencia, etc.); una otra conducta, v. g., una relación sadomasoquista, las escenificaciones más bizarras, no lo serían, si son metarreglas aceptadas por ambos sujetos de la interacción. Pero esto, a su vez, plantea otro problema. ¿Cuándo podemos hablar de aceptación en sentido fuerte y no de seudoaceptación en virtud de una dependencia? Es claro que la normativa jurídica -por ejemplo, la que se basa en la mayoría de edadno ha lugar en este momento, porque de hecho se tiene experiencia de casos en los que la dependencia psicológica nada tiene que ver con la edad del sujeto dependiente. También esto habrá de ser sopesado hasta donde sea fastible, porque de hecho se da el caso legal y, sin embargo, inmoral, precisamente por lo que entraña de coacción psicológica (coacción que no puede ser muchas veces justipreciada en términos legales). Y a la inversa: se da el caso ilegal que es moral o que cuando menos no es inmoral: por ejemplo, una relación sexual aceptada por una . menor puede ser ilegal hasta pocas horas antes de cumplir la mayoría de edad, y, no obstante, sería dudoso que este delito fuera una inmoralidad.

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a la psiquiatría,

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Situarse en el contexto de los sujetos de la relación: ésta es la cuestión fundamental. Nunca en nuestro contexto. La misión del médico debería ser ayudar a esclarecer el contexto para que el sujeto actúe de acuerdo a él, nunca prescindir de ese contexto y tratar de que el sujeto actúe de acuerdo al sistema de normas que el médico posea. Hay veces que, sin que el sujeto modifique su contexto, no es posible afirmar que una determinada conducta sexual no es para él inmoral, porque la es: pensemos en conductas homosexuales, en relaciones sexuales prematrimoniales, etc. Para él y en su contexto son inmorales, lo que no obsta para que, modi: ficado el contexto, dejen de serlo también para él. No obstante, como he dicho antes, es importante que se atienda a la génesis de la asunción del sistema de valores. Así, por ejemplo, muchos homosexuales reprimen su conducta porque han hecho suyo el rechazo que de la conducta homosexual hicieron figuras familiares, cuando no la sociedad en general. En este caso, también se trata de una conducta en la que está involucrado el otro (los padres, la familia en general, la sociedad a la que se debe por su aceptación de la misma): mientras sus valores sean efectivamente los de los otros, él sabe que debe reprimirse; cuando sus valores dejen de ser idénticos a los del grupo al que perteneció, él sabe que no tiene por qué deber reprimirse, y si lo hace es por una cuestión práctica, no moral. e) Legalidad versus ilegalidad.-Tampoco el médico puede sustraerse al compromiso de su juicio sobre la legalidad o ilegalidad de una acción. En primer lugar, porque es él mismo sujeto legal y, de modo discutible, se le exige, como a todo ciudadano, que cumpla las leyes aunque las desconozca. En segundo lugar, porque efectivamente muchas veces es requerido por jueces y magistrados para que se pronuncie sobre aspectos de la conducta que, de modo directo o indirecto, tienen que ver con la problemática legal. El requerimiento de dicho juicio a un especialista (abogado, juez, fiscal) es cuestión de excepción, pero debe hacerse lógicamente allí donde los matices legales escapan a nuestros conocimientos concretos. La legalidad o no de las acciones está codificada y sólo atiende a la regulación de los comportamientos entre los miembros de una colectividad en tanto sujetos de derecho. Por tanto, se trata de una normativa positiva. La fundamentación en la moralidad para tales normas de derecho no es decisiva. Hay normas legales que se basan en las metarreglas que los sujetos de la relación imponen: por ejemplo, matar está prohibido. Por lo general, no se está dispuesto a entrar en relación con alguien en donde se puede hacer factible la muerte de uno u otro de los interactuantes. Pero hay legalidades que nada tienen que ver con la moralidad: son disposiciones que traza el legislador sobre conveniencias circunstanciales, no sobre preceptos morales. Por tanto, aquellas normas legales que el sujeto asume como normas morales del grupo en el que se inserta no difieren de las metarreglas morales de que hemos tratado en el apartado precedente. Otras normas legales no plantean problema de moralidad o inmoralidad respecto de su cumplí-

2. Psico(pato )logía

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miento o transgresión, sino una cuestión practica: conviene no transgredirlas, porque de serlo, y saberse, caerá sobre el transgresor el peso de la ley. 2.5.2.

Conductas actitudinales (actitudes en general)

Sólo en condiciones de excepción emergen las pulsiones al exterior con toda su limpieza, como tales pulsiones. Cuando así lo hacen, se constituyen y definen como impulsos, y característico de estos impulsos es su prescindencia de la realidad como tal. El impulso surge y estalla como una necesidad apremiante de la capa irracional del sujeto, del Ello, y, por tanto, se proyecta en la realidad sin ese tener en cuenta ante todo la realidad, que es lo que caracteriza a otras conductas, no impulsivas precisamente. Pero, como he dicho, sólo excepcionalmente los impulsos surgen al exterior limpios de todo control y matización ulterior. Incluso en aquellas situaciones en las que hemos logrado disponer la realidad de forma tal que los impulsos puedan proyectarse, por ejemplo, cuando en la intimidad tratamos de dar satisfacción a nuestras pulsiones eróticas, existen por lo general interferencias y mediaciones derivadas de nuestras relaciones previas con la realidad, naturalmente con la que componen nuestras relaciones interpersonales. Para decirlo de otra forma: las pulsiones del Ello se modifican merced a la incidencia de las actitudes que hemos internalizado en las relaciones interpersonales habidas con anterioridad, y también por las exigencias de la realidad en sí misma. De manera que sobre la pulsión del Ello actúan instancias procedentes, sobre todo, del sistema de actitudes que se denomina Superyó, y también del Yo. En las condiciones en las cuales la pulsión emerge mediatizada y, por tanto, complicada por la incidencia de otros sistemas del sujeto, hablamos de actitudes. También podríamos hablar de sentimientos, al modo de la vieja Psicología empirista y descriptiva. La ventaja -y el progreso- que entraña hablar de «actitudes» en lugar de «sentimientos» deriva del hecho de que en estos últimos se considera al sujeto aislado, y a los sentimientos como estados del sujeto sin objeto. Claro está que en el orden de la descripción, ésta puede hacerse sin tener en cuenta al objeto, pero en este caso la descripción es parcial. Se puede describir el sentimiento que el sujeto experimenta cuando ama u odia, abstrayendo al objeto, pero entonces la descripción prescinde de un componente importante del sentimiento, que es la relación sentimental o afectiva. Lo importante es, pues, junto a la descripción de los sentimientos como estados, la de los sentimientos como modos de relación con el objeto. En este sentido, el término «actitud» tiene la ventaja de que implica conducta. La actitud es una estimativa de la conducta, es la valoración que hacemos de nuestra relación con el objeto. Cuando estamos tristes, independientemente de cuál sea el motivo de nuestra tristeza, la relación con los objetos es apagada, opaca, des-interesada, lánguida. El objeto, apenas hay que decirlo, puede ser el propio sujeto, y en este sentido nada tiene de extraño que tradicionalmnte se haya hablad · de sentimientos propiamente dichos,

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a la psiquiatría, 1

cuando se refiere a las actitudes personales, y de actitudes, por lo general, cuando éstas conciernen a sentimientos que compartimos con muchas personas (Asca .l ). Así, pues, las actitudes personales se refieren a estados del sujeto, merced a los cuales el sujeto se relaciona individualmente con el objeto; y actitudes sociales a aquellas que definen relaciones colectivas con los. tales objetos. Amar u odiar se consideraría, pues, una actitud personal; mientras los prejuicios nacionalistas, los sentimientos antirraciales o antihomosexuales serían ejemplos de actitudes sociales.

Definidas, por tanto, las actitudes en personales y sociales trataré aquí de las actitudes personales, de modos afectivos o emocionales de relación con el objeto, a diferencia de las relaciones pulsionales (relaciones objetales propiamente dichas) que han sido descritas en los parágrafos anteriores (2.5.1). Antes de ocuparme directa y singularmente de los grupos de actitudes señalaré tres cuestiones que tienen importancia a este respecto: 1) las actitudes contactan de alguna manera con los procesos cognoscitivos. Así, por ejemplo, por una parte, dependen de la percepción (denotación) y, según sea el contenido de ésta, se nos suscita una u otra actitud; por otra, influyen sobre la percepción, distorsionándola, a veces hasta un grado tal que provocan incluso falsas percepciones (ilusiones, alucinaciones, alucinación negativa), que estudiaremos luego con detención (2.5.3). Del mismo modo se comportan las actitudes también con respecto a nuestro juicio de realidad connotativo: se altera hasta producir predelirios o delirios. De todo ello, naturalmente, me ocuparé en su momento, cuando el tema se centre precisamente sobre el juicio de realidad. 2) Las actitudes 1, como se sostuvo en la psicología de los sentimientos, son casi siempre bipolares: frente al amor, el odio; frente a la alegría, la tristeza; frente a la aceptación simpática, el rechazo antipático; opuesto a la confianza, la desconfianza; a la seguridad, la inseguridad. 3) Desde el punto de vista de la categoría lógica de las actitudes, éstas, al ser valoraciones que hacemos de los objetos (entre otros de nosotros mismos, de nuestra conducta), constituyen un criterio de clase, del cual los objetos son los miembros del conjunto. Un acto de conducta es estimado, valorado, como una conducta de la clase de las agresiones, o de los afectos, o de las seguridades. Esto tiene su importancia para la interpretación, y hace que las actitudes que definen nuestra conducta tengan mayor redundancia que la conducta misma. Frente al número infinito de actos de conducta, el número de clases de actos es relativamente pequeño, y esto es decisivo a la hora de aplicar el 1 2

Asca, S. E., loe. cit.

Como dice DELVAL, el material de que se construye un razonamiento es decisivo también para el proceso mismo, y este efecto, denominado «efecto atmósfera», ha sido estudiado desde hace años. La influencia del contenido no ha partido, pues, de los psicodinamistas, sino mucho antes, por ejemplo, de psicólogos como STORRING o THORDNIKE, cada uno de ellos de orientación muy dispar en Psicología. Para este aspecto del problema, interesante en el contexto en el que aquí nos situamos, puede verse la compilación de DELVAL, J., Investigaciones sobre lógica y psicología, Madrid, 1977, especialmente caps. 6 y 7.

2. Psico(pato)logía

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criterio probabilístico acerca de la intencionalidad, propósito, actitud, etc., del sujeto del acto. Si alguien me habla, el metamensaje de aquello que me dice con su mensaje sólo puede ser orden o favor, propuesta de aceptación o de rechazo, expresión de su seguridad o de su inseguridad, etc. Esta enorme reducción del número de actitudes, que cualifican los actos de conducta, motiva el que mucha gente crea «ven> las actitudes que se ocultan tras la conducta con la misma nitidez y corporeidad que ven los actos de conducta de aquel con el que se relacionan. Las actitudes, pues, están a un nivel lógico superior a los actos de conducta a través de los cuales se expresan. Si ahora recordamos (2.1.6.1) que las valoraciones o estimaciones, es decir, las proposiciones denominadas estimativas, cualifican a las indicativas, entonces podemos decir: mediante las estimativas se describen las actitudes. Así, por ejemplo, cuando decimos: «ese niño parece que está contemplando un violín que tiene sobre la mesa», «contemplando» es equivalente a «en actitud contemplativa», y tanto una como otra son formas lingüísticas de proposiciones estimativas. Las I pertenecen, pues, al lenguaje de primer nivel, mientras las E lo son del lenguaje de 2.º, 3.º, etc. nivel. Como se verá (en 2.6), una forma de escribir la I cualificada por la E es como sigue:

con lo que se quiere indicar que 2.1.6.1.)

I

es de la clase

E 1.

(Ver a este respecto también

Las actitudes, como forma de conducta que son, se relacionan con el objeto, según he dicho antes. Ahora bien, según el objeto dividimos las actitudes en actitudes sobre sí y actitudes sobre objetos externos. Naturall Puesto que la E es un metalenguaje de la J, hay que considerar también las metaestimativas, en las que una E califica a la anterior E. Entonces se escribe de este modo:

I

E

E

E;



mientras que el cruce o la aposición de E es tan sólo una E situada en el mismo nivel que otra:

I

E+E

Ejemplo de la primera sería: «esto parece un animal terrible, un monstruo», en la que la h inicial se cualifica ulteriormente por la metáfora «monstruo». De este modo, una metáfora puede definirse como la E que cualifica el conjunto preliminar h. Ejemplo de la segunda sería: «este niño está triste, y además como enfermo». La E «triste» y la E «enfermo» son del mismo nivel, o sea, dos definiciones de clases a las cuales pertenece el mismo miembro.

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a la psiquiatría, 1

mente que ambas son actitudes del sujeto, esto es evidente; por eso se dijo anteriormente que habían sido consideradas sentimientos o estados del sujeto) y con razón. Pero aunque todas las actitudes denoten estados del sujeto, no cabe duda que pueden tomar como objeto al propio sujeto o a objetos externos. Cuando decimos de alguien: «tiene una actitud hipocondríaca», o «su actitud es neurótica», hacemos referencia a que en el primer caso su actitud se refiere a su propio cuerpo, y concretamente al cuerpo como objeto fisiológico, funcionante, mientras en el segundo aludimos a que el sujeto adopta ante la realidad una actitud temerosa, difusamente fóbica. De igual modo, hablamos de «actitud suspicaz», «actitud segura», «actitud envidiosa», etc., en cada una de las cuales evidentemente describimos el estado del sujeto respecto del objeto, hasta tal punto que sin el objeto, cualquiera que sea, no cabe la posibilidad de que se suscite la actitud. Esto es fundamental a la hora de intercambiar el término sentimiento por el de actitud. Porque las descripciones clásicas (por ejemplo, las de M. SCHELER 1, JASPERS 2, KLAGES 3, STUMPF 4, LIPPS 5, SCHNEIDER 6, entre otros), en la medida en que sólo atienden a los sentimientos como estados del sujeto, pueden hablar de sentimientos provocados -cuando dependen de un objeto-vivencia- y de sentimientos espontáneos. Hablar de actitudes como conducta significa, por el contrario, negar que el sentimiento pueda surgir sin referencia a un objeto, negar que sea una conducta sin objeto con el cual relacionarse, negar la espontaneidad, en el sentido de no-motivación. No podemos sostener ya la existencia de tristezas inmotivadas sobre la base de alusiones totalmente irreales a la capa vital 7), (LÓPEZ lBOR al fondo endotímico (LERSCH ,8), etc. Por el contrario, afirmar que la actitud es una conducta implica un objeto, y concretamente una relación de objeto, y la obligación ineludible en el psico( pató)logo de esclarecer qué objeto es el que suscita la actitud 9. Al sujeto se le describe por su comportamiento con los distintos SCHELER, M., Esencia y formas de la simpatía, trad. cast., Buenos Aires, 1950. JASPERS, ob. cit. KLAGES, ob. cit. STUMPF, cit. en FROEBES, Tratado de Psicología empírica y experimental, dos volúmenes, II, pág. 289, trad. cast., Madrid, 1944. s Cit. en FROEBES, II, pág. 106. 6 ScHN,rIDER, K., en Patopsicologia clínica, Esbozo de una patología de los sentimientos y 'pulsiones. 7 LóPEZ IBoR, J. J., La angustia vital, Madrid, 1950. 8 LERSCH, Ph., La estructura de la personalidad, trad. cast., dos vols., Barcelona, 1958. 9 En el punto de vista de BRENTANO el rango de intencional es lo que caracteriza a lo psíquico, al estar dirigido-a. La categoría psíquica de la actitud se demuestra precisamente por su intencionalidad, su carácter relacional. Lo que en el punto de vista dinámico adquiere primacía es el objeto de la relación, o el objeto hacía el cual la intención se dirige. La idea de BRENTANO acerca de lo psíquico, en fütENTANO, F., La Psicología desde el punto de vista empírico, trad. cast., Madrid, 1935; y también el olvidado, pero importantísimo, estudio del mismo autor, El origen del conocimiento moral (para el tema que nos concierne en este momento, especialmente 19, 20 y 21 ). 1 2 3 4

2. Psico(pato)logía

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objetos de la realidad y, por tanto, las actitudes que cada uno de ellos provoca es, precisamente, lo que delimita el contorno del sujeto en orden a sus motivaciones. La distinción entre actitudes sobre sí mismo y sobre objetos externos al sujeto tiene interés, además, si se atiende al hecho de que, en tanto en cuanto se trata de estados del sujeto más próximos a lo pulsional que a lo racional, los objetos que provocan las actitudes tienden a absorber a la totalidad del sujeto. Así, una actitud hipocondríaca denota que ante todo el sujeto coloca su cuerpo, en orden a sus afectos, por delante de cualquier otro objeto; una actitud pedante, que ante todo el sujeto tiende a exhibir su capacidad intelectual o su saber, y que es en esta área del sel] donde proyecta su narcisismo; una actitud histérica, que ante todo el sujeto pretende constituirse en demandante de la atención de los demás; una actitud envidiosa, cuando ante todo el sujeto tiende a la solapada destrucción del objeto bajo el disfraz de una crítica que, entre otras cosas, pone al descubierto lo que de negativo existe en el objeto, etc. Ese «ante todo» implica que de alguna manera hay cabida también para otras actitudes y, por tanto, para otras relaciones con los objetos, que no son excluyentes ni siquiera si son del polo opuesto a la que se destaca como prevalente. De aquí la ambivalencia, de que luego hablaré respecto de las actitudes, igual que antes lo hicimos de las pulsiones (2.4 ). Pero todo ello lo que revela es que las actitudes están provocadas por el objeto: una actitud apasionada implica el objeto sobre el cual se adopta, y es, por tanto, compatible con la actitud opuesta, de frialdad y total indiferencia, ante otros objetos. Así, todos hemos conocido sujetos capaces de adoptar un apasionado interés por objetos, al mismo tiempo que, no ya el rechazo apasionado -que sería lo mismo-, la indiferencia frente a enormes áreas de la realidad: una observación trivial, por lo demás. Lo cual tiene su explicación: si la actitud es el modo de relación con el objeto y éste la determina y provoca, con cada objeto adoptamos preferentemente un modo de relación, que a su vez es compatible con los otros modos de relación que adoptamos con los objetos restantes.

Las actitudes pueden disociarse respecto de los objetos que las provocan. Mi actitud colérica puede quedar como «estado de ánimo» si se desliga del objeto que me la provoca. En tal caso, ocurre que la relación que la actitud provocara con el objeto x, desplazado ahora, se mantiene, no obstante, con los objetos y, z. Si se interroga entonces acerca de qué objeto fue el que dio lugar a la actitud, el desplazamiento del mismo conlleva la ignorancia en este respecto, ignorancia que en realidad es una forma de auto-ocultación. Una de las características de la conducta actitudinal es la de ser ambivalente, o, cuando menos, la de poder serlo. La ambivalencia fue un término, como se dijo, introducido por E. BLEULER para designar la coexistencia de sentimientos opuestos respecto del objeto por parte del mismo sujeto. La ambivalencia se reveló después como una propiedad de la conducta pulsional y actitudinal en general, y no sólo de la patológica (ver 2 .5 .2 .1). La ambivalencia es demostrativa de la coexistencia en el mismo sujeto de actitudes que pueden movilizarse, alternativa o simultáneamente, respecto del objeto. Lo más frecuente es la sucesión alternativa. La ambiva-

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a la psiquiatría,

1

lencia se hace posible por el carácter bipolar de las actitudes, de forma que, en ocasiones, una actitud decididamente volcada sobre el polo A, es reveladora de la defensa frente a la posibilidad de volcarse sobre el polo B 1. Esto es lo que ocurre en actitudes de entrega y dependencia, que esconden muchas veces las opuestas, de rechazo y destrucción, contra las cuales el sujeto se defiende. Por otra parte, la actitud resulta ser a veces una transacción entre la pulsión y el Superyó o el Yo, que impide que la pulsión se proyecte sobre el objeto. Esta transacción tiene lugar a costa de un montante de frustración, que también se proyecta sobre el objeto en virtud de la tendencia del sujeto a responsabilizar al objeto de la relación habida. Antes de pasar a describir los tipos de actitudes más relevantes para el psico(pató)logo, he de decir algo sobre la relación de objeto que acaece en la conducta actitudinal en general. A semejanza de la relación de objeto pulsional, la relación actitudinal es fantástica, pero, a diferencia de ella, no es sólo fantástica, sino que contiene elementos cognitivos, precisamente por su nexo con el nivel racional del sujeto. Cuando odiamos o amamos, el objeto no es, por supuesto, tan relevante como lo suponemos en nuestra relación absorbente para con él y, además, ni está negativa ni positivamente poseído de las propiedades que en ese momento la adjudicamos. Es característico de la conducta actitudinal la escotomización del objeto, es decir, puntos ciegos respecto del mismo: así, si amamos, negamos toda posibilidad de negatividad en el objeto; y a la inversa, si odiamos, negamos la existencia de positividades, que cualquiera otro estaría dispuesto a reconocer si, en efecto, no le odia como el primero. Por el hecho de resultar la actitud una transacción entre la pulsión del Ello y las instancias del Superyo y Yo, respectivamente, las actitudes en general han sido consideradas, desde FREUD, como elaboraciones del Superyo y Yo de las tales pulsiones del Ello. En este sentido, la simpatía sería una mediatización de una pulsíón amorosa, libidinal, y la antipatía de una pulsión de odio, destructiva.

2 .5 .2 .1.

Amor versus odio

Lo que mantiene al sujeto unido a los objetos, lo que constituye el soporte de la relación durable, es la afectividad. Si se mantiene la hipótesis de la libido, a partir de la cual la relación afectiva no sería sino una forma encubierta de la relación libidinal, podríamos decir: lo que mantiene al sujeto permanentemente conectado con los objetos -y; por supuesto, con ese objeto que es el sel], el sí-mismo- es la fijación de la libido en ellos. Esta relación afectiva puede ser positiva, en forma de amor al objeto, pero también negativa, en forma de odio, de rechazo e 1

Siendo B, en este caso, anti-A.

2. Psico(pato)logía

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instancia destructiva: también el odio es una forma de querer, como trataré de hacer ver luego, pero cuando menos es ostensible que se trata de una forma de conexión con el objeto. El amor y el odio constituyen el par de actitudes básicas de la existencia humana. Si, por la causa que sea, se carece, definitiva o transitoria-

mente, de tales actitudes, la existencia se torna vacua, incluso se vivencia como carente de sentido. Si se reflexiona en profundidad acerca de muchas situaciones psicopatológicas, es fácil concluir, tarde o temprano, que remiten a la incapacidad o imposibilidad de amar y a la incapacidad o imposibilidad de hacerse amar. La pena, la melancolía, el aburrimiento, el sentimiento de soledad, y muchos otros, muestran siempre una carencia de amor o de la posibilidad de amar, o cuando menos una desconfianza e inseguridad acerca de la posibilidad de ser amado. Asimismo, muchos otros dinamismos psicopatológicos ·pretenden fantasear sobre la posibilidad de amar o ser amado, y, por ejemplo, muchos delirios de grandeza, pueden ser interpretados, en lo que respecta a su base afectiva, como el intento por reconstruir un sel/ que, ahora, tras el delirio, sería digno de ser amado, frente al preexistente, inaceptado y rechazable por los demás y por el propio sujeto. Estudiaré a continuación la dinámica de una y otra actitud, es decir, como conducta relacional de un tipo determinado.· 1) Amor. Toda relación sujeto-objeto, como vimos, es una forma de proyección del sujeto en el objeto. Pero, naturalmente, no toda proyección connota acerca de la existencia de una actitud amorosa hacia el objeto, y cuando describamos la dinámica de las otras actitudes habrá de verse esto con suficiente claridad. La proyección amorosa sobre el objeto adopta la forma de la identificación en una primera etapa. Parte del objeto amoroso es luego incorporado al Yo e introyectado fantasmáticamente. La posesión que hacemos del objeto querido es una ilusión, por cuanto naturalmente el objeto no es incorporado, sino su imagen, la imagen que tengo de él. Por otra parte, hay también una inicial distorsión, por esto que acabo de decir de la incorporación parcial. En efecto, sólo incorporamos a nosotros mismos aquella parte del objeto que, a través de la identificación, nos lo hace objeto amado, mientras que desdeñamos, o negamos incluso, la parte del objeto que podríamos valorar como desagradable, y en general negativo, es decir, odioso. Este proceso de distorsión-escisión del objeto querido sólo puede acontecer en una circunstancia emocional -la del enamoramiento- en la cual tiene lugar toda suerte de regresión. Cuando nos enamoramos, regresamos a anteriores etapas de nuestras relaciones de objeto. Adoptamos actitudes que recuerdan en buena parte estadios preexistentes, de los cuales no aparentamos tener restó alguno cuando la relación con el objeto no era de este carácter, sino relativamente privada de ingredientes afectivos. Nótese que en la relación entre· dos sujetos que se dicen enamorados el lenguaje se torna infantil y los requerimientos constantes son de caricias, que com-

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a la psiquiatría,

1

ponen remanentes de nuestras actitudes afectivas preliminares. Muchas de estas actitudes básicas de amar-ser amado deben ser siempre entrevistas en orden a las relaciones que se proponen. Así, por ejemplo, hay quien al amar protege, pero también quien se deja proteger; y a la inversa, quien pretende ser amado proteccionalmente, o dejando que se ejerza nuestra protección sobre el otro. He calificado al amor de actitud básica. En efecto,· amar-ser amado, aparte constituir por sí una actitud, un tipo de relación sentimental entre sujeto y objeto, contamina a la totalidad del sel/ y le hace adoptar otras actitudes que juzgamos de carácter secundario. Así, v. g., la alegría resulta ser una actitud derivada de la conciencia de ser amado, y lo mismo la euforia, la seguridad o la confianza. Y no sólo es básica como determinante de las demás actitudes, sino en otro sentido: quien ha sido inicialmente amado y ha podido amar, pasará luego por la vida, incluso en momentos en los que no ame o no sea amado, como confiado, seguro de sí y con óptima comunicabilidad. Obsérvese que distinguimos entre la actitud básica de amar-ser amado y la relación sexual. Esta no implica necesariamente la primera. Por otra parte, se puede amar y ser amado sin que, por razones que hay que considerarlas a través del modelo dinámico del sujeto, la relación sexual sea imprescindible. La actitud básica de amar-ser amado remite próximamente a la relación sexual y, por eso, . se adoptan modos que recuerdan ya los modos deseados de las relaciones objetales primigenias. Pero se trata evidentemente de dos formas de conducta distinta, que pueden quedar permanentemente disociadas.

La importancia de la puesta en juego de la actitud básica amar-ser amado -sobre la que la Psicopatología tradicional y académica ha pasado como sobre ascuas; no así la Literatura y, desde luego, en la Psico(pato)logía, por primera vez por el psicoanálisis- se pone de manifiesto en las situaciones de privación afectiva. Cuando se dice que a través de la afectividad el sujeto adquiere la afirmación de sí mismo (POROT1), se formula de otra manera el papel de la relación afectiva en la formación de un sel/ seguro, confiado básicamente y capaz de amar a su vez. La privación afectiva aguda equivale a la actitud de la pena (que describo en 2 .5 .2 .3). Las investigaciones de SPITZ y WoLF 2 mostraron las consecuencias de esta privación en los niños en forma de disminución de interés y de la reactibilidad, más tarde inmovilidad, apatía y anorexia (depresión anaclítica de SPITZ 3). Las consecuencias tardías se traducen en la incapacidad para es· tablecer relaciones sociales durables, descontrol de la agresividad, carencia de lazos afectivos. l PoROT, A., Manual Alphabetique de Psychiatrie, París, 1969. Hay trad. cast., art. «Carencia afectiva.» i SPITZ y WoLF, cit. en Porot, art. «Carencia afectiva.» 3 SPITZ, R., «Anaclitic Depression», Psychoanalytic Studies in cbild, II. New York, 1946.

2. Psico(pato)logía

259

Me interesa llamar la atención sobre una actitud que acaece cuando, pasajera o más duraderamente, somos incapaces de amar. Me refiero al aburrimiento, que en las situaciones transitorias se traduce por la incapacidad para interesarnos por los objetos -proyectado bajo la forma de incapacidad de los objetos para despertar nuestro interés-, pero que como situación duradera traduce ya un des-interés del sujeto para incorporar nuevos objetos o para reincorporar objetos antiguos. En ocasiones, la persona antes amada nos deja luego totalmente indiferentes, sin componente alguno de 'rechazo, comprendiendo entonces el carácter ilusorio y fantástico de su anterior incorporación. En ese caso, de indiferencia ante el objeto, se encuentra el sujeto no sólo ante los objetos antes amados, sino ante todos, porque no ama. La incapacidad para amar conduce a esta forma de lenta aniquilación del sujeto que es el aburrimiento persistente, en el que ni siquiera logra esa mínima construcción fantástica, merced a la cual «ilusionarse» (en el doble sentido, coloquial -de interesarse vivamente- y técnico -de poner más de lo que en el objeto hay-) con la realidad o con determinados componentes de la misma que caracteriza la actitud amorosa. El esfuerzo de muchos para salir del aburrimiento es, en ocasiones, enorme, sin que, naturalmente, quepa la posibilidad de amar porque se pretenda amar 1• 2) En el odio la relación sujeto-objeto es más complicada. Porque evidentemente no se trata simplemente de una carencia de amor hacia ese objeto. Si así fuera, estaríamos en la indiferencia absoluta ante el objeto, su descalificación como existente. En el odio hay un rechazo del objeto, y la cuestión estriba en explicar su porqué. Hay mucho de positividad en la relación sujeto-objeto odiado. Para explicar ese rechazo compulsivo, que caracteriza nuestra actitud hacia el objeto odiado, hay que pensarlo como de alguna manera objeto nuestro. Odiamos lo que nos importa, pero sólo nos importa lo que hemos hecho nuestro. De manera que en la interpretación de la dinámica del odio hay necesariamente que considerar una etapa inicial, aquella en la que el objeto comenzó siendo objeto nuestro. Sin duda, hubo en esta etapa una identificación también con el objeto y, por tanto, su incorporación (introyección). Fue, pues, un objeto amado. Pero ese objeto era amado como forma de impedir que el objeto nos agrediese. El primer objeto odiado es el primer represor, con quien nos identificamos en la medida en que lo tememos. La identificación reprimido-represor, que hace del reprimido un represor futuro y, por tanto, análogo al represor, es un hecho de observación trivial 2• Con posterioridad, el sujeto pretende expulsar de sí al objeto odiado, esto es, su imagen, o, con otras palabras, lo que tiene de él en lo más íntimo de sí mismo, que es su self. De esta forma, cuando odiamos nos odiamos, y esto es válido tanto para la tota1

Sobre el aburrimiento puede leerse el libro de

aburrimiento, trad. cast., Madrid, 1954.

REVERS,

W.

2 Puede verse sobre este tema mi libro Sexualidad, represión 1978.

J.,

Psicología del

y lengua]e,

Madrid,

260

Introducción

a la psiquiatría, 1

lidad del sujeto cuanto para aspectos parciales del sujeto: odiamos actitudes en otros en tanto en cuanto nos identificamos con estos otros a través de nuestras actitudes. Obsérvese el perfil de nuestras antipatías profundas y podrá notarse que ellas responden a actitudes que percibimos en determinados sujetos, y que hemos de reconocer que, cualquiera que sea la forma de su control, responden a las mismas nuestras. Las más de las veces, pues, el odio coexiste con algo de amor al mismo objeto. Es claro que si odiamos al objeto porque nos odiamos, amamos porque nos amamos. En la cuantía que sea -la cuestión no es mensurable, naturalmente- hay componentes de ese objeto amado susceptibles de depararnos una identificación y ulterior incorporación, y otros en los que tras la identificación nos suscitará el rechazo. Nada tiene de extraño, pues, que ocurran las siguientes dos cosas: 1) que al sujeto antes amado se le odie con ulterioridad; 2) que al sujeto se le ame y se le odie al mismo tiempo, posibilidad ésta muy frecuente, expresiva de la ambivalencia frente al objeto, y que habré de examinar con más detención al tratar de las actitudes de envidia y celos. La importancia del odio para la economía de nuestras relaciones con la realidad es enorme. Merced al odio aprendemos a diferenciar el mundo exterior del interior. Si no odiáramos, si, por el contrario, siempre hubiéramos amado, sujeto y objeto permanecerían fundidos, los objetos introyectados en el sujeto, y éste sin poder discriminar qué es él -sin hacerse quién- y qué son los objetos, que no son él, pero que experimenta como suyos. Como he dicho antes, en el amor la distorsión del objeto es de tal naturaleza que la relación sujeto-objeto es de carácter alucinatorio (tantasmático). Al odiar expulsamos desde nosotros lo que ha sido nuestro, y lo distanciamos y adquiere categoría de «afuera». El odio hace el objeto, decía FREUD (refiriéndose, claro está, al objeto en el sentido de no-yo, de externo al Yo). FREUD 1 consideró, en su segunda tópica, la agresividad y el odio como una pulsión -la pulsión de muerte- de idéntica categoría a la pulsión del Eros, de vida o libidinal. He dicho que esta tesis no es verificable. Por otra parte, como hipótesis no explica más de lo que era posible mediante la consideración de la agresividad y del odio inicial como derivados de la frustración primigenia de pulsiones libidinales. En todo caso esta hipótesis de la pulsión de Muerte, desde mi punto de vista, suscita más problemas de los que pretende resolver. El odio como derivación de las primeras frustraciones aparece con etapas pregenitales (M. KLEIN) 2, en la relación sujeto-objeto parcial. Como relación de objeto total surge en la etapa edípica: a la identificación e introyección del padre sucede luego la expulsión por el dinamismo del odio. Como al propio tiempo --como dije antes- se trata de un objeto amado, se crea así una relación ambivalente para con él. Esta relación ha de reiterarse posteriormente con figuras equiparables. 1 FREUD, S., El Y o y el Ello, y también Más allá del principio del placer, ambos en Ob. Comp. 2 KLEIN, M., Desarrollos en Psicoanálisis, especialmente Algunas conclusiones teóricas sobre la vida emocional del lactante, trad. cast., Buenos Aires, 1962.

2. Psico(pato)logía

2.5.2.l.l.

261

Formas atenuadas: simpatía versus antipatía

La simpatía y la antipatía no siempre son actitudes puras, por decirlo así. Quiero decir que muchas veces bajo el manto de la antipatía se cubre la actitud más vergonzante de la envidia o del resentimiento, y, por supuesto, bajo la simpatía se oculta muchas veces no sólo una actitud amorosa sino incluso erótica (ver lo dicho al final de 2 .5 .2). Ambas actitudes, la simpatía, y su opuesta, la antipatía, se consideran formas mitigadas del amor y del odio, respectivamente. Y en efecto, puede estimarse así. Mitigación que no es en manera alguna resultado de una sublimación de pulsiones, sino consecuencia del control de las mismas por supeditación al principio de realidad. Simpatía y antipatía serían así el amor y el odio filtrados por el Y o. El carácter de relación afectiva de ambas actitudes se pone de manifiesto en la subitaneidad con que aparecen las más de las veces. La rapidez con que tiene lugar la aparición remite a procesos de identificación retroactivos. Así, la simpatía o la antipatía, que emergen a través simplemente del rostro como conjunto de señales, movilizan en cada uno actitudes que deben ponerse en relación con figuras amadas u odiadas, de las cuales son éstas de ahora agentes catalizadores. Estas transferencias súbitas, de simpatía y antipatía, ocurren de continuo en la cotidianeidad y, naturalmente, por eso mismo no son autoanalizadas. En gran parte, porque nos irritan -sobre todo las segundas-, en la medida en que no queremos presentarnos a nosotros mismos como sujetos a esta inmediatez irracional. No obstante, analizarlas, y constituir el punto de partida para todo autoanálisis es, según creo, de una importancia singular. En seguida nos retrotraen, más drásticamente que los tests proyectivos, a experiencias ancladas en etapas preliminares.

Esto no se contradice con la afirmación que hago a continuación, a saber: que la simpatía y la antipatía surgen como respuesta a la actitud que el objeto muestra hacia nosotros. Podemos decir que simpatizamos con aquel a quien simpatizamos, y a la inversa. Este proceso se desencadena rápidamente, en forma de una estructura circular, como el «bucle cibernético», al decir de los teóricos de la información 1. Este es el motivo de que las simpatías y antipatías sean recíprocas prácticamente en la totalidad de los casos, y podamos conducirnos con acierto, y sin temor a errar, a juzgar por lo que sabemos de nuestra actitud para con el otro, respecto de la actitud del otro para con uno. Naturalmente esto es inexplicable sin el recurso a dos circunstancias que deben cumplirse necesariamente en todo encuentro interpersonal: simpatía y antipatía se proyectan, y ambas han de ser expresadas mediante, cuando menos, mensajes actitudinales, extraverbales, y fundamentalmente con éstos, no con formulaciones verbales. De este modo, mi actitud es proyectada y atribuida al otro, pero como 1

Ver 2.3.1.1.1, circularidad como propiedad del modelo comunicacional.

262

Introducción

a la psiquiatría, 1

además la siento en mí, la expreso, y el otro me responde adecuadamente con idéntica actitud. No hay, pues, enigma alguno en el hecho habitual de cómo, sin conocimiento previo, sin aparente comunicación, dos sujetos que coinciden -en realidad se encuentran- en el mismo marco situacional, comienzan a transmitirse mensajes y metamensajes extraverbales de la actitud de simpatía o antipatía recíprocas. Las actitudes simpáticas y antipáticas deben ser consideradas como equivalentes del amor y el odio. Un argumento en favor de esta tesis consiste en la observación de las muchas formas de simpatizar (o de antipatizar) que podemos adoptar. Así, mientras el sujeto A nos es simpático por su ingenuidad, B nos lo es por su seriedad, C por su amabilidad, D por su gracia, etc. Quiere esto decir que, de cada uno de los sujetos en cuestión, requerimos una forma de relación, que recuerda las muchas formas de amor de que fuimos dispensados con anterioridad. A, con su ingenuidad, nos permite establecer una comunicación protectora, paternal; B, con su seriedad, nos facilita una relación confiada, C nos da ante todo afecto; D nos remite a una relación infantil, lúdica. Ninguno de ellos reúne en sí la condición para convertir esa tendencia en suficiente, pues, si así ocurriera, de la simpatía se pasaría al amor, en el que sólo pedímos una de tales actitudes, pero en grado tal que satisfaga a pesar de la carencia de las demás. A la inversa, en la antipatía también los sujetos que nos son antipáticos reúnen cada uno por sí aquella condición en virtud de la cual sólo pueden sernos antipáticos, todo lo más «odiosos», pero no «odiados» (notemos las gradaciones que el uso del lenguaje permite en uno y otro caso). Pero cada uno de los objetos antipáticos parecen poseer una, cuando menos, de aquellas cualidades que a su vez tenía el objeto íntegramente odiado 1• 2.5.2.1.2.

Formas mixtas: envidia, resentimiento

En el análisis del odio pudo constatarse la necesidad de hacer entrar la ambivalencia para la interpretación dinámica plausible del mismo. De todas formas, en el odio puede existir la ambivalencia diacrónica, sucesiva, del modo como explico a continuación: un objeto ~persona, actitud, etc.que ha sido primero identificado con uno mismo, y por tanto asumido, y posteriormente necesitado de expulsar, constituye un proceso que deviene a lo largo de un tiempo. Puede incluso que, por ejemplo, la identificación con el objeto o la actitud no existan ya, sino que existieran con anterioridad. En ese caso, uno odia aquello que alguna vez fue suyo y fue amado por él. En este caso se trata de una ambivalencia en el tiempo -quise, pero 1 Para el análisis fenomenológico de estas formas de manifestación afectiva, aún sigue vigente el libro de SCHELER, M., Esencia y formas de la simpatía, citado anteriormente. De todas formas, su descripción se nos antoja ya definitivamente caduca.

2. Psico(pato)logía

263

ahora no quiero; odio, porque quise con anterioridad lo que ahora no puedo (o no quiero) querer. Los procesos que ahora vamos a describir como actitudes poseen como característica el tener en primer plano la ambivalencia, pero coexistentes en el tiempo, síncronas, las actitudes de amor y odio. Aunque pueden describirse muchas más formas, me limito aquí a describir sólo dos con carácter paradigmático: la envidia y el resentimiento. 1) Envidia. Según creo, ha sido sólo H. S. SuLLIVAN 1 quien ha dedicado páginas profundas al análisis del dinamismo de la envidia, señalando al propio tiempo su importancia para la Psico(pato)logía. En buena parte, sigo sus puntos de vista, que voy a exponer a continuación, entreverados con los míos propios y con los de G. BENEDETTI 2• Para comprender el dinamismo de la envidia hay que acentuar el carácter público de determinados signos que, convencionalmente significativos, deparan seguridad al sujeto, a la persona. Por ejemplo, signos de estatus social o de prestigio (intelectual, económico, etc.). Quizá muchas veces pueda afirmarse que la seguridad lograda mediante estos signos es tan sólo una seguridad prestada, obtenida al fin, precisamente, como resultado de un esfuerzo para superar la inseguridad básica. Esta es precisamente la forma cómo muchos trepadores alcanzan éxito social, y la razón de que, aun obtenida, necesiten ostentar continuamente tales signos que les reafirmen en su seguridad, nunca del todo obtenida. Con esto quiero señalar el hecho, por demás usual, de personas movilizadas ante expectativas, a] modo como lo señala el sociólogo ATKIMSON, más que ante o por necesidades. Naturalmente, muchos de los que aspiran a tales situaciones son sujetos de acentuado narcisismo, de manera que sólo algunos elegidos puede decirse que llevan a buen término el conjunto de sus fantasías. Los más quedan a mitad de camino cuando menos y, por tanto, la no consecución conlleva una permanente herida a su narcisismo que no pueden tolerar. La intolerancia ante esta situación provoca el que el sujeto acabe negando en sí mismo tales expectativas, incluso odiándolas, como forma de exteriorización de su rechazo de las mismas. La consecuencia de todo esto es que ese odio se concreta en aquel o aquellos que, o bien aspiraron también a idénticas expectativas y las consiguieron, o bien, sin haberlas tenido nunca, se les vinieron, por decirlo así, a las manos, por sus propios méritos y se encuentran al fin en la situación que otros hubieron anhelado. El envidioso se transforma en un hipercrítico, que, además, en mucha parte, y sobre todo para los primeros de los descritos, tiene la razón. Lo que no reconocen es que ellos, pese a poseer idénticas expectativas, y quizá a utilizar los mismos medios, no consiguieron igual meta, y racionalizan esta incapacidad como «virtud» o como «indiferencia» frente a las citadas aspi1 SULLIVAN, 2 BENEDETTI,

Estudios clínicos de Psiquiatría, cit. G., El paciente psíquico y su mundo, especialmente l.ª parte, cap. IV, trad. cast., Madrid, 1966.

264

Introducción

a la psiquiatría,

l

raciones. Otras veces, la racionalización elige la forma de una oposición a su persona, que le impidió a él y no al otro el logro del objetivo (actitud paranoide querulante). Lo destructivo de la envidia para el sujeto estriba en que ama de alguna manera -como admiración encubierta, por ejemplo- al otro, al mismo tiempo que tiene que odiarle para destruirle. El envidioso se identifica con su rival -lo estaba antes incluso de la obtención de sus aspiraciones-, no puede negarle el éxito por cuanto que éste está probado en la realidad y reconocido por todos; finalmente, no puede expulsar todo el odio de sí, por cuanto objetivamente reconoce, las más de las veces, el deseo de éxito igual o análogo. M. SCHELER diferenció la envidia respecto de un bien, de la ojeriza o envidia respecto del sujeto, dada la cual el envidioso ha de buscar objetos y motivos por los cuales envidiarle, incluso justificarse en su envidia. Como se habrá deducido de las líneas precedentes, en este contexto interesa sobre todo la envidia del sujeto, no la envidia -relativamente inocua- del objeto poseído por otro y que, como dice SCHELER 1, desaparece una vez que se obtiene el bien envidiado. En el castellano coloquial no se recata uno en decirle a otro, que ha obtenido la licenciatura, o que ha comprado un automóvil, o que posee un libro valioso encontrado por azar: «[cuánto te envidio!», incluso siendo falso. La envidia respecto de la persona es, sin embargo, inconfesable, o difícilmente confesable, incluso en la terapia analítica.

La envidia a la persona es, pues, envidia a la identidad que posee, a ser como es, y, recíprocamente, a no ser nosotros como es él. Por eso, en muchos celos existe la envidia del rival, que, por ser como es, sin otro mérito, ha logrado el objeto que también nosotros deseamos. De aquí que en tales casos exista: a) identificación con el sujeto envidiado, deseando ser como él y, por tanto, un cierto enamoramiento de él que se está presto a negar su existencia en uno mismo, y b) un rechazo del propio self, de nuestra identidad, con la que no es posible el logro del objeto que el envidiado obtuvo. El problema, pues, de la envidia es muy grave, por cuanto remite a la inaceptación de todo o parte de nuestro propio self, al mismo tiempo que, no careciendo de sentido de la realidad, no se puede negar esta identidad que poseemos y rechazamos. El carácter inconfesable del odio en la envidia· hace que muy pocas veces -salvo circunstancias excepcionalmente oportunas, como lo fue la guerra civil de España- la envidia provoque la venganza, que en todo caso parecería gratuita, puesto que el sujeto envidiado en realidad nada ha hecho en contra nuestra -salvo su mera existencia, pero esto no consta de manera que pudiera ser aducido en una buena defensa ni siguiera en un juicio informal-. Sin embargo, el odio propiamente dicho sí puede ser motivo de venganza, y cualquiera sea el juicio moral que ésta nos merezca, el sujeto del odio sabe del daño que el odiado le provocó, y puede hacerlo público para su justificación. 1 SCHELER,

M., El resentimiento

en la moral, trad. cast., Madrid, 1936.

2. Psico(pato)logía

265

2) Resentimiento. Los límites y diferenciaciones con la envidia son difusos. En el resentimiento la distancia que separa al sujeto del resentimiento, el resentido, de aquel sobre el que se proyecta es aún mayor que en la envidia. Para el resentido ni siquiera las aspiraciones serían tales, porque su sentido de la realidad respecto de su impotencia se las veda. El estatus del resentido es de tal nivel que sería imposible la adquisición del que alcanza aquel del cual se resiente. Por otra parte, en el resentimiento se le ha hecho un daño al sujeto del mismo, aunque se hipervalore y, sobre todo, se le atribuyan intenciones que están lejos de poder insinuarse. La mayor parte de las veces, de aquel del que estamos resentidos hemos recibido un daño que el propio sujeto-actor ignora. Es más, las más de las veces el sujeto del que estamos resentidos nos ignora de hecho, o nos descalifica. Y en su misma ignorancia y/ o descalificación hallamos un motivo, naturalmente inconfesable, para nuestro resentimiento: «ni siquiera nos ve». El resentimiento tiene de la envidia el amor al envidiado y a lo que envidia. Pero se diferencia de ella en que no sólo no lo reconoce, sino que lo niega y lo invierte. De esta manera, lo que tiene aquél del que estamos resentidos ni siquiera es digno de ser poseído. Estamos por encima de tales aspiraciones, o al margen de las mismas, o incluso en otro mundo: mundo, margen, nivel que, por supuesto, son implícitamente -nunca se dice abiertamente por el resentido- superiores. · La relación entre el resentimiento y la moral fue establecida por primera vez por F. NIETZSCHE, en su Genealogía de la Moral 1. Allí hizo ver de qué forma el esclavo convierte necesariamente su moral, resultado de una situación, en una moral más alta que la de los señores. El resentimiento está, pues, ligado a la impotencia, y desde ésta edifica su moral, invirtiendo el valor: el sometimiento, por ejemplo, indignidad en el hombre, se invierte y se transforma en virtud: la humildad. He aquí algunos párrafos nietzscheanos, que transcribo de la edición de Obras Completas traducidas al castellano por Ovejero y Maury (Vol. VII). «La rebelión de los esclavos en la moral comienza cuando el 'resentimiento' mismo se hace creador y engendra valores: el resentimiento de estos seres a quienes la verdadera reacción, la de la acción, les está prohibida y no encuentran compensación sino en una venganza originaria. Mientras que toda la moral aristocrática nace de una triunfal afirmación de sí misma, la moral de los esclavos opone un 'no' a lo que no forma parte de ella misma, a lo que es diferente de ella, a lo que es su 'no-yo'; y este no es acto creador. Esta inversión de la mirada apreciadora, este punto de vista necesariamente inspirado en el mundo exterior, en vez de descansar sobre sí mismo, pertenece en propiedad al resentimiento: la moral de los esclavos tiene siempre y ante todo necesidad, para nacer, de un mundo contrario y exterior'» (10). «Y la impotencia que no busca represalias se convierte, por una mentira, en bondad; la bajeza medrosa, en 'humildad'; la sumisión a los que se odia en 'obediencia'... Lo que hay de inofensivo en el ser débil, su cobardía, esa cobardía de que tan rico es y que le hace antecámara y espera a la t NIETZSCHE, F., Genealogía de la Moral, trad. cast. en Ob Com., tomo VII, Madrid, 1932; también, con el mismo título, Madrid, 1972, (Los números citados entre paréntesis en el texto corresponden a los aforismos de NIETZSCHE.)

266

Introducción

a la psiquiatría,

1

puerta inevitablemente. esta cobardía se adorna aquí con un nombre biensonante que se llama 'paciencia', a veces 'virtud', sin más; 'no poderse vengar' equivale a 'no quererse vengar', y a veces, hasta el perdón de las ofensas ('pues no saben lo que hacen').» En la traducción de Sánchez Pascual se añade «Únicamente nosotros sabemos lo que ellos hacen.» Y el párrafo concluye: «de este modo se habla del 'amor a nuestros enemigos', 'y se suda el quilo'» (14). La descripción de NIETZSCHE, de la que parte SCHELER para su análisis del resentimiento, responde a lo que en el psicoanálisis freudiano se denominaría racionalización, en este caso racionalización del odio. La tesis de ScHEL'ER es muy próxima a la de NIETZSCHE: la .moral del esclavo es un subproducto invertido de la moral del señor. Para NIETZSCHE, como para SCHELER, los valores serían objetivos, y precisamente los valores únicos, de aquellos de los cuales se podría hablar como tales valores, serían los de superioridad. Cualesquiera otros serían resultado de la inversión resentida de los anteriores, verificada por aquellos que no pueden tener acceso a los mismos. Así, cuando SCHELER sostiene que la tesis de la subjetividad de todos los valores, mediante la cual todos los valores son admisibles, sin que haya prueba alguna de objetividad de una escala jerárquica de los mismos, es una forma racionalizada, una «ilusión del resentimiento», en palabras del autor. Con ello alude a la teoría de los valores de SPINOZA t, de la cual existe toda una amplia corriente en la filosofía moderna y contemporánea (especialmente Mo ORE 2, RusSELL 3, y los filósofos morales analíticos 4), en la que los valores son, como tales estimativas, subjetivaciones. Entre nosotros, ÜRTEGA Y GASSET y, siguiendo a él, GARCÍA MoRENTE, se adscribieron a la teoría objetivista de los valores.

2.5.2.2.

Angustia: fobia y obsesión; conversión

La angustia la defino como la actitud del sujeto dominado por una relación de peligro frente a un objeto indeterminado. Esta definición ofrece lo siguiente: a) semejanza y diferencias entre miedo y angustia: el miedo sería la actitud del sujeto frente a un peligro suscitado por un objeto conocido, determinado; la angustia ante un objeto impreciso. b) Conserva el carácter de conducta, es decir, relacional, que ha presidido la tesis básica de este texto y que, sobre todo a partir de las últimas contribuciones de FREUD acerca de la angustia, se admiten generalmente. e) El rango de dominante de esta actitud en el sujeto: en efecto, el carácter de peligro, de 1 SPINOZA, Oeuvres Completes, París, 1962. Ver L'Etique. Hay una trad. cast., de Etica, Buenos Aires, 1940. · 2 MooRE, G. E., Principia Etbica, trad. cast., México, 1959. 3 RusSELL, B., Human Society in Ethics and Politics, 1954. 4 HuDSON_, W. D., La filosofía moral contemporánea, trad. cast., Madrid, 1974. Además, sobre este tema del valor, en el que Psicología y Ética se entrecruzan, debe verse el trabajo de MuGUERZA, ]., «Es» y «debe»: en torno a la lógica de la falacia naturalista. En Teoría y Sociedad, libro homenaje a J. L. L. ARANGUREN, Madrid, 1970, y los capítulos correspondientes de mi libro La Culpa, cit., así como el apéndice sobre teoría de los valores, en mí Un Estudio sobre la Depresión, cit. 5 ÜRTEGA Y GASSET, J., Introducción a una estimativa. ¿Qué son los ualoresr, en Obras Completas, VI, págs. 315 y ss., 3.ª edic., Madrid, 1955. GARCÍA MoRENTE, M., Lecciones preliminares de filosofía, 3.ª edic., Buenos Aires, 1943.

2. Psico(pato)logía

267

relación de objeto peligrosa (para el sujeto, claro está) hace que adquiera una categoría absorbente y se extienda por la totalidad del contexto, es decir, de la relación sujeto-objeto, impregnando a todos los componentes de la misma. Por eso, del mismo modo que hablamos de sujeto que ama y objeto que es amado, aquí hemos de hablar del sujeto de la angustia y del objeto que angustia, a sabiendas naturalmente de la índole unitaria de esta relación: un objeto en sí mismo no es peligroso sino para un sujeto, de forma que la consideración del objeto remite a la del sujeto de modo inmediato: ¿qué es lo que pasa en el sujeto para considerar peligroso, angustioso, un objeto, por impreciso que éste sea? La angustia, como la describía KIERKEGAARD 1, es ante la posibilidad. Posibilidad de un riesgo que todavía no se precisa respecto de qué cosa es y qué consecuencias puede tener. Por eso la angustia se sustituye por el miedo cuando sabemos al fin qué objeto es y, en función de éste, precisamos, dentro de lo posible, los riesgos que de él se derivan. Ahora bien, sí la angustia surge como relación con un objeto, impreciso, indeterminado, pero objeto al fin, esto es connotativo de la conciencia de la impotencia del sujeto frente al objeto. Este es un punto sobre el que ya advirtió FREUD 2 suficientemente, al considerar la ontogénesis de la angustia. Es obvio que aquello ante lo cual nos sentimos poderosos, seguros cuando menos, no puede provocarnos angustia de ningún tipo. Pero hemos hablado de la conciencia por parte del sujeto respecto de su impotencia y esto obliga a una reflexión más detallada de lo afirmado. En efecto, la angustia es un estado del Yo, porque sólo en el nivel discursivológico del sujeto se puede concienciar el sujeto de algo, en este caso del peligro. Pero si bien el nivel del Yo es el que suministra conciencia, de lo que sea, el que se refiera a conciencia de la impotencia alude a la totalidad del sujeto, es decir, al sel]. Uno puede ser impotente en sus pulsiones eróticas, en sus defensas frente a las mismas, en las diversas relaciones con los objetos de la realidad, cuyo alcance ignora en algunos momentos y situaciones. Precisamente el carácter finalista de la angustia estriba en advertir al sujeto de la existencia del riesgo, y la necesidad de apartarse -real o virtualmente, lo veremos luego- del objeto que lo suscita. De esta forma, la angustia es también defensa. El Yo, pues, puede ser impotente frente a un objeto, y éste, a su vez, puede ser un objeto externo o un objeto interno, es decir, algún contenido que por su índole es vivido con temor. Podemos definir ahora la angustia de la forma siguiente: la angustia aparece ante todo aquello que se teme que pueda provocar una crisis del sel], y que el Yo se considera apriorísticamente impotente para superar. Debe volverse sobre el tema crisis del self (2.3.2.1.5) para comprender exactamente las muchas situaciones ante las cuales se experimenta la angustia y los muchos tipos de expresión de la misma. 1 KIERKEGAARD, S., El concepto de la angustia) trad. cast., Buenos Aires, 1948. 2 FREUD, S., Inhibición, síntoma y angustia, en Ob. Comp.

Introducción a la psiquiatría, 1

268

Por todo esto que acabo de decir, se explica que la angustia depare tan enorme inseguridad en el sujeto. No sólo por la . impotencia frente al objeto sino por las consecuencias que se derivan de ella, a saber, la pérdida de su identidad, en todo o en parte, y expresada como angustia ante la posibilidad de cometer una acción culpable, como angustia ante la posibilidad de enloquecer, o de perder el. equilibrio, es decir, dominar la situación desde su propio cuerpo, o de que éste pueda ser contagiado, o de que emerja una acción indeseable que le deprecie ante los demás, o de que se enfrente ante una situación en la que no pueda disponer de los controles suficientes para adoptar una relación simétrica; de equiparidad, suficiente, como pueda serlo cualquiera situación en la que pueda quedar en ridículo, etc. La estratificación de las esferas del self permite, dentro de la generalidad de la angustia como actitud, reconocer qué se teme en la angustia, es decir, qué consecuencias se derivan de la relación del sujeto con el objeto que angustia. Así, encontramos angustia frente a la depreciación del sel/ erótico, bajo la forma de temor a la impotencia (angustia de castración); angustia del sel/ corporal, concretada bajo la forma de temor a enfermedades, a contagios, a peligros materiales; angustia .ante .la relación interpersonal, temida en la medida en que afecta a la descategorización del sel/ que se derivaría de ella; angustia ante la posibilidad de aprehensión parcial o errada de la realidad, y aparecer como no inteligente. La actitud del sujeto, generalizada, presa de la angustia de modo permanente, de un sujeto que teme «cualquier cosa», no se sabe qué, y que por tanto está siempre rápido a la defensa, se denomina coloquialmente corno «ansia», como «agonía». TIPOS DE SELF Y TIPOS DE ANGUSTIA Intelectual

(angustia ante insuficiencia· intelectual; temor a enloquecer) Actitudinal

Corporal

(angustia hipocondriaca; angustia ante pérdida de equi- -----+-----librio)

Erótico

(angustia d e castración; cuestionamiento de su identidad erótica)

(angustia ante la relación interpersonal y crisis del self por descubrimiento de su identidad real)

2. Psico(pato )logía

269

En Andalucía, y en general en España, se conoce a determinados sujetos como «agonías», «es un agonía», «qué agonioso eres», etc. «Se aplica a la persona que ... se muestra infundada o exageradamente apurada o angustiada» (M. MoLINER) 1. En determinados contextos se le hace sinónimo de «ansia», «ansioso», aunque en general el uso de estos términos se reserva para actitudes en las que domina el carácter posesivo. «Es un ansia» se dice de aquel que muestra excesiva angustia ante el comer, el ganar dinero, el atrapar determinado objeto.

Las áreas sobre las cuales cada sujeto se muestra ansioso son importantes para comprender los perfiles de cada cual y también porque remiten al punto de vista evolutivo peculiar en cada individuo. Las áreas de sí mismo o de la realidad, pero que en el fondo remiten a sí mismo, sobre las cuales el sujeto muestra su agonía, su ansia, la actitud angustiosa, son de excepcional importancia por dos razones: 1) permiten contribuir decisivamente a la construcción del perfil del sel] de cada cual, y 2) remiten a los momentos genéticos del propio sujeto. Este último punto obliga a una consideración genética de la angustia. La conocida angustia del nacimiento o angustia del parto, que describiera RANK 2 y a la que FREUD prestó su atención, en general para ·desdeñarla, está actualmente en cierto descrédito. No es posible angustia allí donde no ·hay todavía algún esbozo del Yo. La situación del parto es tensional, como lo es la inherente al desequilibrio organísmico provocado por la insatisfacción de necesidades de hambre y sed. No puede hablarse propiamente todavía de un .nivel de organización psicológica, racional, de objeto. Las tensiones .del equilibrio organísmico dan lugar a actos aconductales tendentes al logro de la homeostasis. ·

En el tercer mes considera SPITZ 3 que aparece el «primer organizador», bajo la forma de sonrisa ante el rostro conocido y el miedo al objeto desconocido. FREUD señalaba que la angustia del niño ante la oscuridad, ante la soledad y ante la persona extraña se reducen a una sólo: falta de la persona amada, es decir, carencia de relación con el único objeto conocido. Esta etapa se corresponde con la posición esquizoparanoide, de M. KLEIN, en la que el niño tiende a fa separación de malo-bueno, por una parte, Y, por otra, a la de la proyección de lo malo hacia el exterior.

Posteriormente tiene lugar la aparición del «segundo organizador» de SPITZ, en la que el Yo es experimentado como un todo, y lo mismo el objeto. La angustia es ante la pérdida no de fragmentos de objeto sino del objeto total. Por eso va ligada al reconocimiento del rostro de la madre como peculiar, como distinto a cualesquiera otros rostros. Es la posición 1 MoLINER; 2 RANK, O.,

M., Diccionario de uso del español, dos vols., Madrid, 1967. Das Trauma der Geburt und seine Bedeutung für die Psychoanalyse. Int. Psychoan. Bibl. XIV, 1924. La trad. franc., Le traumatisme de la maissance, Etude Psychanalytique, París, 1968. 3 SPITZ, «El primer año ... », oh. cit.

Introducción a la psiquiatría, 1

270

anaclitica, de SPITZ; posición depresiva, de M. KLEIN. La angustia que entonces sobreviene es ante el temor a la pérdida del objeto amado (que naturalmente debe distinguirse netamente de la pérdida del objeto amado: depresión anaclítica, de SPITZ): por eso es una angustia depresiva o angustia de separación, como la ha denominado también BoLWY1• Es interesante que se advierta que ésta es la primera vez que en el niño puede aparecer angustia inherente al sentimiento de culpa: la separación del objeto amado puede depender de la culpa del sujeto, culpa que, todavía, no puede remitir a las inherentes a situaciones edípicas. En una etapa ulterior las angustias van ligadas a la analidad: angustia ante la pérdida de objetos propios, a la posibilidad de destrucción del objeto amado, a la agresión de fuera tras la desobediencia -miedo al objeto exterior dominador: angustia social, ante el Superyó. Finalmente, en la etapa fálica, de hipervaloración del falo, el Yo se vive ya como totalidad de modo nítido. La angustia que emerge en esta situación edípica se traduce en angustia ante la posibilidad de la pérdida de sí mismo, del sel], de su propia identidad, y remite siempre a la angustia de castración. La angustia de castración hay que tomarla en tres sentidos: a) literal, de pérdida del falo, como tiene ocasión de verse reiteradamente en muchos neuróticos en los que domina la inhibición, la timidez en la esfera del falo, genital; b) metafórico, en el que la pérdida del falo 'es, por decirlo así, indirecta: cuando alguien es herido en su narcisismo en cualquier esfera no primariamente erótica, remite y repercute también a la erótica: por ejemplo, la depreciación erótica que deriva de una situación de ridículo; e) metonímico, en el que la angustia de castración referida al área fálica se proyecta a las restantes· áreas del sel]: son los sujetos inhibidos, tímidos, vergonzosos, no necesariamente de las áreas genitales, sino del todo de su subjetividad. self eroticofálico

angustia de castración

1

sel/ actitudinal

sel/ racional

Por tanto, si en el diagrama precedente determinamos las áreas del sel/ sobre las que se expresa inmediatamente la angustia, desde el punto 1

BoLWY, J., Soins Maternels et santé mentale, Org. M. de la Santé, Genéve, 1954.

2. Psico(pato)logía

271

de vista geneticodinámico todas estas formas de expresión remitirían siempre al área del sel/ erótico, como área primigenia. Metáfora y *metonimia de la angustia llevan consigo el fenómeno del desplazamiento de la angustia, que es de sumo interés en todos los aspectos, y fundamental para la comprensión de los cuadros clínicos de neurosis de conversión, fóbica y obsesiva. Mediante la expresión sintomática el sujeto hace una formulación de la angustia que puede -de acuerdo con el principio de la conducta como lenguaje (2.1.6)- ser interpretada como una estructura lingüística. Fobia u obsesión son dos formas de desplazamiento del objeto originario de la angustia. Las formulaciones de las mismas las denominamos * f obemas y 7' anankemas respectivamente 1• En el [obema, el objeto de la angustia es desplazado a otro, que de alguna manera lo simboliza y sustituye. El objeto de la angustia es extroyectado, externalizado y, por tanto, proyectado fuera del sujeto. En la fobia a los cuchillos es la posibilidad de que el cuchillo sea clavado en el cuerpo de una persona amada; en la de los animales, a que éstos ataquen o penetren en su cuerpo; en la fobia a las alturas, a la posibilidad de caerse, etc. El desplazamiento es, pues, de dentro a fuera: no soy yo quien puede agredir, sino el cuchillo el que se puede clavar. En el anankema, la estructura queda en la interioridad del sujeto. El desplazamiento es de lugar también, pero dentro del propio. sujeto: así, una pulsión o una· tendencia reprobable, temida, ansiógena, es sustituida por una acción o un pensamiento que, para el sujeto, aparece como absurdo, por cuanto no se relaciona en modo alguno con el motivo de la angustia. Todos los fenómenos obsesivos se definen, desde W ETSPHAL ( 18 7 3), del modo siguiente: son actividades del sujeto -pensamiento, imágenes, actos- que se presentan en el primer plano de la conciencia del que las realiza; le impiden o dificultan la actividad principal; son reconocidas por el propio sujeto como absurdas tanto por su contenido cuanto por el hecho de su presentación, pero el sujeto no les niega su pertenencia a él mismo; por último, se imponen en el sujeto. Esta definición sigue siendo válida como caracterización de los anankemas. En primer lugar hay toda suerte de gradaciones entre el fobema y el anankema, de manera que la distinción tajante entre neurosis fóbica y neurosis obsesiva sólo puede sostenerse en clínica psiquiátrica referida a los casos extremos. Hay muchos fóbicos que confieren al objeto de la fobia un carácter de absurdidad. En segundo lugar, hay metadesplazamientos en los fóbicos que contribuyen a desplazar aún más el objeto de la angustia; así, una paciente me decía: «no puedo asomarme a un balcón porque me pongo a llorar y no quiero, porque me parece absurdo», escondiendo de este modo su temor a la posibilidad de suicidarse. 1 Utilizo los términos de fobemas y anankemas para referirme a las proposiciones que formulan cualesquiera de las producciones fóbicas y obsesivas, respectivamente, cualquiera sea la forma del lenguaje usada.

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Introducción

a la psiquiatría,

1

He aquí algunos ejemplos de anankemas: a) «Se me vienen pensamientos absurdos, que yo no quiero tener, porque no deseo. Por ejemplo, me veo violando a mi madre pero sin deseo sexual, o si miro a una persona se me viene a la cabeza que puedo chuparle el ano; otras veces, miro un zapato y pienso que podría hacer el amor con él, o veo una lámpara y se me ocurre pensar que a lo mejor me daba por comerla.» b) «Cuando veo a alguien, quien sea, tengo que maldecirlo, y me digo ¿pero qué me ha hecho éste para que lo maldiga si no lo conozco siquiera? No puedo sujetar el pensamiento, que se me va a la maldición sin que yo quiera.» e) «Cuando pienso una cosa, en seguida me asalta la cosa de que por qué no he de pensar otra. Es como si lo que yo pensara me viniera impuesto y entonces yo quiero darme a mí mismo la idea de que soy libre para pensar lo que quiera.» d) «Tengo que dormir en el suelo porque pienso que la cama puede caerse, o no entro en la habitación porque pienso que puede estar llena de víboras. Pero sobre todo son las posibilidades de caída: de la bombilla, del cordón de la luz, del techo, y se me ocurre pensar que todo eso es absurdo, que no puede ser nunca verdad.» Los anankemas deben ser considerados, según la forma lingüística que adoptan, en verbales y analógicos, y el desplazamiento tiene lugar tanto· en uno como en otro nivel del lenguaje y también de uno a otro nivel. Así, pues, un anankema puede sustituir un pensamiento reprobable en otro «indiferente» pero considerado absurdo en su necesidad de reiteración o en su presentación; o bien, el pensamiento puede devenir y ser sustituido por un acto: de este tipo son los rituales anankásticos 1. e) El paciente, de 52 años, tiene necesidad de hacer un movimiento con los dedos índice y medio de la mano, como sacudidas, antes de pronunciar alguna frase: si no, cree él que podría decir algo que fuese lo opuesto a lo que quisiera decir. También al sentarse necesita hacer de modo que la pierna derecha salga del borde ligeramente, de modo que no puede usar de sillas que tengan brazos, porque ello le produce una gran desazón: «es como inseguridad», dice el paciente. f) Un muchacho de 12 años repleto de rituales obsesivos, antes de hablar con alguien tiene que hacer lo siguiente: se acerca a él, le toca la frente con el dedo índice de la mano derecha, luego gira sobre sí mismo y al mismo tiempo comienza lo que tenga que decir.

Se comprende que siendo los fobemas y anankemas desplazamientos metafóricos y metonímicos de la angustia, mejor dicho, del objeto que suscita la angustia, el sujeto adopte una actitud fóbica y obsesiva, respectivamente, que son peculiares cada una de por sí y distintas de la actitud angustiosa propiamente dicha. La actitud fóbica está dominada por el temor concreto a aquello que se fobia, de modo que el fóbico cercena la realidad de manera tal que le sea posible eludir el objeto fóbico: de alguna manera es un arreglo transaccional con la realidad, que le limita, pero que, eludién1 El desplazamiento del anankema implica una disociación entre contenido y deseo (o afecto). El contenido al que se agregaría el deseo inicialmente, no aparece; y en su lugar aparece un contenido que deja indiferente, de aquí la conciencia de absurdidad respecto del mismo. Sobre lo obsesivo en general debe consultarse la Ponencia al XI Cong. Ne. de Neuropsiquiatría, Patología obsesiva, dirigida por MoNSERRAT EsTEVE, S.; CosTA Mo r.rNARI. J. M.a, y BALLÚS, C., 1971.

2. Psico(pato)logfa

273

dola, evita así el temor. En la actitud anankástica la dominante es la inseguridad sobre sí mismo, ante la posibilidad de que emerjan pensamientos, acciones, meras palabras que puedan expresar sus pulsiones. Esta inseguridad de sí se hipercompensa mediante la rigidez normativa de una realidad muy circunscrita, pero que precisamente por eso domina. De la inseguridad al orden estricto, fuera del cual todo sería posible y el sujeto se descompensa y desequilibra. El anankástico se petrifica en su ejecución seriada, siempre la misma, de cualquiera acción. Lo nuevo debe ser eliminado. En la conversión la angustia es proyectada en el cuerpo, al modo de un proceso morboso que acontece en él y, por tanto, de carácter somático. El desplazamiento, aquí, tiene lugar en lo que respecta al nivel: desde el plano del sujeto, en donde no se quiere tener motivo para la angustia, al plano somático, corporal. El sujeto, por decirlo así, prefiere ser enfermo corporal a ser enfermo psicológico. Típicas son las formas de angustia cardíaca, digestiva, la cefalea denominada psicógena, algunos trastornos sexuales inhibitorios, como las impotencias. Mención especial merecen las conversiones histéricas de carácter accesional, como las específicas crisis histéricas, en las que el paciente muestra ataques que de alguna manera remedan ataques cerebrales; o bien, parálisis, cegueras, etc., cuya naturaleza orgánica puede ser descartada por lo general fácilmente. En todos estos casos, el desplazamiento significa el fracaso del sujeto para resolver su conflictualidad en el nivel meramente psicológico, de él como sujeto, y el paso a la utilización de niveles extraverbales de lenguaje. La situación es en parte semejante a la que sobreviene en situaciones de intercomunicación en las que el lenguaje verbal resulta infructuoso, por ejemplo en una discusión, fracasada la cual se alcanza la forma extraverbal de agresión. En todos estos casos de angustia fóbica; anankástica y de conversión existe, pues, un beneficio para el paciente. Es lo que se denomina beneficio secundario (de enfermedad). Para el paciente, en efecto, el desplazamiento entraña una defensa frente al encaramiento directo con el motivo de la angustia, o, mejor, del conflicto que le motiva la angustia. El paciente que experimenta la fobia se defiende del objeto que la suscita, en este caso sus pulsiones destructivas o libidinales, y se aparta de dicho objeto. En los anankemas incluso el objeto aparece como absurdo, y, por tanto, como impuesto, aunque le reconozca su pertenencia a él: por tanto, como indiferente y no ansiógeno; finalmente, en la conversión -como veremos (volumen 2)- se trata de obtener el beneficio que de una enfermedad corporal se lograría bajo la forma de mayores demandas de afecto, de atención, etcétera. 2.5.2.3.

Pena versus alegría

Como se dijo al tratar de la actitud amorosa, nuestra relación con los objetos, sean éstos del mundo exterior, sean de nuestro mundo interno

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Introducción

a la psiquiatría,

I

-nuestros recuerdos, nuestras fantasías, nosotros mismos, en suma- tiene lugar a expensas de relaciones afectivas. La expresión «relación afectiva», por sus connotaciones coloquiales, no da una idea exacta de la intensidad del nexo establecido por el sujeto con los objetos antes citados, e imaginamos que es de rango más débil que si se tratara de una relación pulsional. Sin embargo, en la relación afectiva está presupuesta la relación pulsional, por encubierta que haya de aparecer; y si vale todavía el uso de la expresión «relación afectiva» es, precisamente, porque ella traduce la ocultación de la naturaleza auténticamente pulsional de toda relación afectiva. En efecto, cuando queremos a alguien, cuando sentimos afecto por alguien, la relación que con ese objeto efectuamos implica una suerte de transacción entre la satisfacción de la pulsión y el «principio de realidad», que nos exige que retengamos dentro de nosotros mismos la pulsión, para dejar paso, tan sólo, a lo que se denomina afecto. Gracias a este control de la relación pulsional, y a su mutación por una relación meramente afectiva, no perdemos el sentido de realidad, cuando menos totalmente, acerca del objeto que queremos, y tenemos relativa conciencia exacta de lo que el objeto querido representa. 1) La intensidad de la relación afectiva y el rango pulsional de la misma se ponen de manifiesto cuando tiene lugar la pérdida de un objeto amado y sentimos, en consecuencia, pena. FREUD señala que hay equivalentes de ese objeto amado en forma abstracta, como son la patria, la libertad, la justicia, cualquier otro ideal; pero también hay equivalentes que no son abstractos y que representan desplazamientos del objeto inicial amado: así, queremos un libro, unos cuantos cabellos, una hoja de un árbol, el domicilio, etc., por cuanto representan simbólicamente el objeto amado que tras ellos discretamente se encubre. Cuando se pierde el objeto amado aparece el sentimiento de pena y nuestra actitud fundamental es la tristeza. La pena es, pues, la tristeza que nos invade ante la pérdida del objeto querido. Decimos justamente que la tristeza nos invade. En efecto, difícilmente puede uno sustraerse a la tristeza cuando acontece la pérdida y, es más, como actitud domina la relación con cualesquiera objetos de la realidad externa e interna. La pérdida del objeto amado interrumpe la relación con él. Esta es la primera fase con la que ha de contarse en la dinámica de la pena. Al sobrevenir la pérdida, todos los demás objetos, menos queridos que el objeto perdido, dejan de interesarnos. Los demás objetos, en efecto, no representaron nunca al objeto perdido, pero, ahora, cuando el sujeto está absorbido por la pérdida, el sujeto ·mismo rechaza toda posible sustitución. En esta primera fase, el sujeto de la pérdida se entrega por completo al recuerdo del objeto, es decir, a fantasías sobre el objeto, de forma que, de alguna manera, trata de recuperarlo de nuevo. Piénsese en lo que significa ese traer a nuestro presente recuerdos pasados de la persona amada que se nos ha malogrado. De ninguna manera puede afirmarse que sea el objeto mismo, sino sus equivalentes fantasmáticos. Vemos al objeto perdido andar, reír, llorar, pocas veces hacernos sufrir, porque en todo caso de lo

2. Psico(pato)logía

275

que se trata es de revivir al objeto en la forma en que el objeto era amado y por las razones por las cuales nos parecía digno de ser amado. Lo que distingue estas fantasías mnésticas de las fantasías propiamente dichas es que las primeras son reales: recordamos escenas realmente vividas, no que quisiéramos haber vivido. Es más, el caudal de nuestros recuerdos es evocado hasta en los más pequeños detalles, rasgos que justamente estábamos lejos de sospechar que habían sido captados por nosotros en su momento. De esta forma, el objeto perdido en la realidad, convertido ahora en pura imagen, es ya sólo objeto internalizado y, como imagen, tiende, una y otra vez, a conservarse. En algunos casos, y en los primeros momentos, hay vagos intentos de negación de la realidad de la pérdida: «no me es posible creer que haya sucedido», es una de tantas expresiones coloquiales mediante las cuales intentamos negar la realidad de la pérdida; intento que queda simplemente en tal, por cuanto la conservación del juicio de realidad exacto acerca de la misma, salvaguarda la integridad del sujeto con la realidad, en ese caso, la realidad de que el objeto no es ya sino mero recuerdo. En algún caso, puede llegarse auténticamente al delirio (mediante deliremas o predeliremas de tipo II; ver 2 .5 .3 .2 .2 .1), para negar así la pérdida del objeto querido. a) Este fue el caso de un muchacho de 12 años, que perdió a su padre de un infarto de miocardio. Estaba muy ligado a su padre, de carácter bonachón y protector. La madre -éste fue le motivo de la consulta- lo sorprendió varias veces hablando con el padre, especialmente antes de acostarse, ante una fotografía de él que existía en el comedor de la casa. La madre, al principio, al objeto de hacer la observación más completa, no le advirtió nada, y pudo notar de qué modo el muchacho se dirigía a su padre en conversación y parecía esperar que le contestase, a lo que de nuevo replicaba él de acuerdo a la supuesta respuesta paterna. b) La madre de una niña de cinco años ahogada en el Guadalquivir vivía a diario la fantasía de que su hija vivía, para lo cual disponía las ropas que había de ponerse cada mañana para ir al colegio, la recogía después para lavarla, jugaba, a la espera del colegio, a reprenderla incluso por la suciedad de las manos y la ropa, etc. En todos estos casos no puede hablarse de delirio, sino de fantasías. Para ambos era notorio que el objeto amado había sido perdido, pero las respuestas dejaban paso al hecho de que no estaban dispuestos a renunciar de antemano a las fantasías, sobre todo en este último caso. «Yo sé que mi niña ha muerto; ya lo sé, nadie me tiene que convencer de ello; pero yo quiero que viva, que todo quede como cuando estaba viva, yo quiero vivir para mi hija.» La expresión «como si», de que hablan K. ScHNEIDER y LLOPIS, es suficiente para distinguir estas fantasías del auténtico delirio.

Si, como ocurre en la pena, queda a salvo el juicio de realidad acerca de la pérdida, entonces, a medida que el tiempo pasa, se acepta más y más el hecho de la misma. De nuevo reaparece el interés por el mundo exterior, no sin un tanto de ansiedad: la reaparición del interés por el mundo exterior significará la pérdida total del objeto: ya no estará siempre presente aunque sea en forma de fantasía, incluso en momentos cada vez más amplios permanecerá en olvido. El objeto no recordado, o, mejor, la constatación de que a veces no es recordado, produce angustia y sentimiento

276

Introducción

a la psiquiatría,

I

de culpa. De aquí la resistencia a amar a otro objeto que aparece durante la pena por la pérdida de un ser querido: el amor a otro objeto anulará el sentimiento por la pérdida del anterior. Este objeto, al que podía amarse, sería el auténtico sustituto -aunque en algunos momentos se afirme, en la reviviscencia periódica, que el objeto perdido es irreemplazable-, y por tanto el objeto peligroso, mientras los demás objetos del mundo exterior, que apenas nos importaron, no pueden ser nunca rivales del objeto querido, de manera que fácilmente podemos, de hecho, dejar de interesarnos aún más por ellos. Este es el trabajo del duelo, es decir, el proceso que tiene lugar tras la pérdida del objeto amado, que incluye no sólo el momento de la pérdida, sino el momento de la recuperación del sujeto tras la pérdida. El sujeto libre de la pena puede de nuevo establecer relaciones afectivas o conservar las que poseía con anterioridad a la pérdida. No es infrecuente que en el proceso de recuperación del duelo por la pérdida del objeto, el sujeto se entregue a recuerdos de connotaciones negativas respecto del objeto. Gracias a esto, se facilita la separación del objeto en el plano de la fantasía incluso, que es el que resta por obtener, separación que resulta necesaria para la economía de las relaciones del sujeto con la realidad. Un duelo prolongado supondría un enorme dispendio para la economía psicológica del sujeto, que perecería precisamente por su desinterés excesivo por el mundo exterior y por sí mismo. Para decirlo de otra forma, el sujeto siente ya de algún modo la necesidad de desprenderse de la pena, de fijar sus intereses en los otros objetos, muchos de los cuales necesitan a su vez de él, de restablecer relaciones afectivas o de constituir otras nuevas, marginadas hasta entonces. La necesidad del sujeto de volver a amar es la que hace que, entre otros dinamismos, recurra a traer ante sí imágenes contracatectizadas del objeto perdido, facilitando de este modo la irreversible aceptación de la pérdida. La pena se acompaña de sensaciones corporales que pueden ser interpretadas psicológicamente en el sentido antes expuesto. El sujeto de la pena pierde el apetito, como expresión del desinterés por la incorporación de cualesquiera otros objetos de la realidad. De existir una sensación aguda de extenuación que incita a ingerir algo, la toma de alimento se acompaña de una sensación de constricción epigástrica previa a la náusea, que, sin alcanzar muchas veces ésta, impide continuar la ingestión. Es habitual que al sujeto apenado haya de advertírsele que «debe» comer, que ha de ingerir algo, tan desprendido está de cuanto pueda suponer interés por lo que le rodea o por sí mismo. Hay también una disminución de peso que no guarda proporción con la disminución del hambre y de la sed. El apetito sexual desaparece, y en el hombre no tienen lugar erecciones espontáneas. Los objetos que antes despertaban impulsos eróticos dejan de constituir estímulos para los mismos. En otro orden de cosas, aumenta el número de distracciones: absorto el sujeto en el objeto perdido, todo cuanto transcurre en derredor pasa a un último plano de su interés, y la consecuencia de ello es la escasa retención de lo que, sin embargo, ha de ser atendido

2. Psico(pato)logía

277

en virtud de las demandas de la realidad. El sueño se conserva, incluso se duerme más de lo usual, facilitándose así, mediante los sueños, requerimientos fantásticos con el objeto, que en el mundo vigil el sujeto no se permitiría. La pena 1 se expresa a través de >':mimemassignificativos del desinterés del sujeto por el mundo exterior y, a la inversa, el acentuado interés hacia el objeto interno que es el recuerdo del objeto perdido. Por eso, el sujeto mantiene los ojos bajos, o los cubre con la mano, o sitúa ésta como pantalla separadora entre los ojos y la menos inmediata realidad. Toda esta serie de mimemas connota acerca del deseo del sujeto de que la realidad no penetre en él, y que se le permita vivir la fantasía como realidad que sólo es válida para él mismo. Nótese que la colocación de la mano depende de la intensidad de la pena; en el acmé de la misma la mano cubre totalmente los ojos, negándose así a la percepción de cualquier estímulo. Cuando la pena es menor, la mano no cubre directamente los ojos, sino que, apoyado el borde de ella en la frente, hace posible la penetración de algunos, muy pocos, componentes filtrados del mundo exterior. Esta serie de actitudes tiende a comunicar que nada queremos saber de cualquiera otra cosa que no sea el objeto perdido, ahora conservado tan sólo en forma de imagen, es decir, como producto mental; que queremos, en suma, estar solos, a sabiendas de que así es la única forma de que aún disponemos para retener el objeto. Por tanto, a semejanza del negativista, el sujeto de la pena comunica extraverbalmente que no quiere comunicar, que no quiere ser invadido por nada que le distraiga de la entrega al recuerdo del objeto amado. De aquí la escasa tolerancia ante aquellos impertinentes que, no captando el metamensaje implícito en el mensaje extraverbal, se empeñan insistentemente en penetrar en el mundo del sujeto que padece la pena con la intención de distraerle, es decir, con la indeseable pretensión para el sujeto de que otros objetos constituyan sustitutos del perdido. De aquí también la situación contraria, la tolerancia hacia aquellos que nos facilitan el recuerdo del ser perdido y que nos provocan asociaciones de escenas vi vidas del mismo. Esto no se contradice con el hecho de que en otros momentos el sujeto sienta la necesidad de comunicar su pena y entonces se exprese mediante el llanto, es decir, comunicando el desvalimiento en que se encuentra y la demanda de ayuda que precisa; revelando, en suma, cuánta pérdida supone en él el objeto desaparecido. Mediante la expresión crítica, del llanto incoercible e impulsivo, el sujeto quiere mostrarse como sujeto aniquilado, y elige aquellas formas regresivas de expresión que, como el llanto, le sitúan en ese momento en un estado de puerilidad que los demás, identificados con él, están dispuestos a aceptarle, y merced al cual

S.,

1 Sobre la pena sigue siend~ f~ndametal el trabajo de FREUD, La pena y la melancolía, en Ob. Com. Puede verse también el capítulo dedicado a la tristeza, en los dinamismos patológicos de los enfermos depresivos, en CASTILLA DEL PINO, Un estudio sobre la Depresión, ya cit.

Introducción a la psiquiatría, 1

278

puede ser consolado como lo fuera cuando lloraba siendo niño. Con el llanto se da permiso a los demás para que se nos consuele. Son momentos en los cuales el sujeto quiere mostrar su pena, no respecto del objeto perdido solamente, sino también respecto de sí mismo, por sí mismo, por la pobreza en que queda sumido, y al llorar concede al interlocutor una preeminencia -llora para él- que provoca en éste, inevitablemente, la adopción a su vez de un rol parental (materno o paterno, según los casos). He aquí el diagrama del proceso dinámico en la pena: Sujeto -+ objeto relación amorosa pérdida del objeto

l

Sujeto -+ fantasías sobre regresión el objeto

l

---+ negación de la realidad

de la pérdida

---+ negación de la comunicación

interpersonal

llanto ---+ aceptación de la pérdida -+ deseo de comunicación Sujeto -+ Relación con nuevos objetos progresión 2) La alegría como actitud ha merecido mucha menos atención que la pena en la literatura psicológica, y también en la psicoanalítica (no así la euforia maníaca, de la que me ocuparé en el parágrafo próximo). Nos referimos aquí, naturalmente, a la alegría como contraposición a la pena, no al humor o la risa proveniente de una situación chistosa. En la alegría todas las relaciones de objeto están facilitadas, hasta e] punto de que el sujeto se expande en los objetos quizá de modo superficial, atendiendo más a la extensión de las relaciones que a la profundidad de las mismas. De hecho, de lo que se trata es de establecer relaciones, contactos. El sujeto alegre, por definición, hace buen contacto con los demás, en la medida en que aparece donando precisamente su alegría, de la que quiere hacer partícipes. El sujeto alegre se muestra asimismo generoso porque, ante todo, lo que pretende es la relación, y al regalar algo da parte de sí a cambio de la relación que obtiene. La alegría es, al contrario que la pena, la actitud derivada del logro de un objeto ansiado. La alegría acompaña a los momentos de la posesión,

2. Psico(pato)logía

279

no a la posesión ya consumada. De aquí el júbilo que experimentamos cuando obtenemos algún éxito al que aspirábamos, algún objeto que deseábamos adquirir, la seguridad de que somos amados por aquella persona que deseábamos poseer. La expansión que sobreviene en la alegría deriva del hecho siguiente: poseído el objeto ansiado, aun cuando los demás nos resulten valiosos, no lo son en comparación con aquel que por fin hemos conseguido. La consecuencia de ello e~ que creemos bastarnos con sólo el objeto incorporado, y los demás, aunque significativos, no importa que sean donados como correspondencia a la donación que hemos obtenido. Por eso no sólo correspondemos generosamente a aquel que nos da su amor, sino que damos afecto también a los demás, como pago por el amor recibido del sujeto que ansiábamos. Así como en la pena, junto a la pérdida del objeto amado estábamos dispuestos a prescindir del amor de los demás objetos, en la alegría, de manera inversa, junto al logro del objeto amado queremos incorporar a los restantes objetos, poseídos de la fantástica omnipotencia de que nuestra alegría puede ser alegría de todos a través de lo que damos. También en la alegría, o tras la alegría, sobreviene un proceso de recuperación, mediante el cual, al desaparecer paulatinamente, devuelve al sujeto a su estatus habitual. El proceso es como sigue, y, que yo sepa, no ha sido descrito hasta ahora en la literatura psicológica ni psicoanalítica: antes de poseer el objeto que anhelamos no podemos tener una clara percepción del mismo ni, por supuesto, una valoración real. En la medida en que el objeto no es nuestro, operamos con la imagen fantástica de lo que suponemos que el objeto es. Nuestra ansia del 'objeto está en proporción a la valoración que hacemos del mismo. En el primer momento de la posesión de este objeto fantástico nuestra respuesta al mismo es también fantástica, puesto que en cada caso se es lo que se puede, es decir, lo que se posee. Es natural, pues, que un objeto considerado fantásticamente elevado, nos eleve a su vez fantásticamente cuando lo logramos. El sel/ del alegre experimenta, pues, una exaltación ilusoria. Pero, una vez poseído el objeto, la relación con él es otra -no necesariamente más real que la anterior, pero sí otra-, de valoración decreciente respecto de la anterior, y consecuentemente tiene lugar también un decrecimiento de nuestra conciencia de sí mismo, es decir, de nuestro sel]. El objeto es desfantaseado, y nuestro self también. La alegría desaparece. El ceremonial derivado de la posesión del objeto ansiado es revelador de la dinámica antes citada. Se concluye una carrera, se obtiene un cargo, se consolida la posesión del objeto amado mediante la boda, etc. y a todos estos acontecimientos acompaña una fiesta en la que el triunfador, el que al fin obtuvo el objeto ansiado, da un festín, o dona objetos, etc., actos todos mediante los cuales quiere· hacer partícipes a todos de su alegría y que se comporten como alegres a su vez. El que en estos casos haya libaciones alcohólicas, incluso por parte de aquellos que en cualquier otro momento no las harían -y «está mal» que en este momento de la fiesta no compartan esta pauta-, tiene como sentido último la producción fantástica de la alegría en aquellos que, por no ser los poseedores del objeto, no tendrían motivo alguno para alcanzarla.

Introducción a la psiquiatría, 1

280

El cese de la alegría sitúa al sujeto ante dos posibilidades: o queda de la posesión del objeto, de un objeto que considera, pese al plus de fantasía de que lo despojó, suficientemente valioso y, a través de la satisfacción que le depara el objeto, autosatisfecho a su vez, o frustrado, precisamente porque, a partir de la posesión del objeto, éste no ha respondido en ninguna medida a las demandas fantásticas previamente construidas sobre él. El esquema general del proceso es como sigue: satisfecho

sujeto ---->

objeto fantaseado

(relación fantástica, aspirada)

l posesión del objeto sujeto -----+

objeto fantaseado poseído

hipervaloración objeto hipervaloración sujeto (exaltación sel], euforia) sujeto

-----+

objeto tras poseído, desfantaseado

satisfacción del objeto

y

de sí

o

frustración del objeto y de sí

2.5.2.3.1.

*Melancolía versus euforia

La distinción entre la pena y la melancolía es clara desde el punto de vista meramente descriptivo, y de aquí que los psicopatólogos, psicoanalistas y psiquiatras hayan diferenciado siempre, e incluso antes de la sistemática actual, entre una y otra. También, por analogía, resulta nítida la distinción entre la alegría que, para entendernos, denominamos «sana» o consideramos «normal», de la euforia, de la cual la forma más precisa es la que se califica como estado maníaco. Esta diferenciación es evidente, si se tiene en cuenta que, en una aproximación inicial, así como la pena y la alegría tienen su motivación -la pérdida o el logro del objeto amado, respectivamente-, en la melancolía y en la euforia nos hallamos frente a estados de ánimo, frente a actitudes del sujeto que parecen no tener referencia alguna, cuando menos externa, a la cual atribuirse, de modo que se presenten como actitudes «espontáneas». La analítica dinámica de ambos procesos permite una aproximación a la génesis de estas actitudes que la mera descripción está lejos

2. Psico(pato}logía

281

de lograr. No obstante, la descripción debe ser el punto de partida de la exposición. 1) La melancolía es una actitud derivada de un estado de ánimo sumamente doloroso, en el cual, pese a no existir aparentemente pérdida alguna de objeto amado, el sujeto se muestra profundamente triste, cesa en él el interés por los objetos del mundo exterior e incluso por sí mismo, los objetos y él mismo aparecen depreciados, todas las funciones somáticas están inhibidas, la relación con los demás se coarta también hasta extremos profundamente alarmantes, el sujeto se mantiene a solas con su pena en un aburrimiento profundo, en una apatía invencible. Pero, aunque todos estos rasgos pueden ser tributarios también de la pena profunda, en la melancolía existe uno que le es característico, a saber: el profundo autodesprecio que le lleva al sujeto en cuestión a imaginarse incapaz, a autoculparse, a sentirse empobrecido material y psíquicamente, y, además, a exhibir estas autoacusaciones de forma más o menos visible. Desde el punto de vista descriptivo, FREUD sólo encontró diferencias entre la pena y la melancolía en la depreciación del Yo del sujeto melancólico. Para los psiquiatras y psicopatólogos clásicos, la tristeza del melancólico arranca de un plano aparentemente más profundo que la del afligido por la pérdida de un ser amado, y la inhibición de los denominados sentimientos vitales característica (BUMKE 1, ScHNEIDER 2, LóPEZ !BoR 3). Sin embargo, todo esto procede más bien del hecho de que el propio paciente no encuentra motivo alguno para su melancolía, y cuando lo refiere es de tal modo impropio que no parece procedente concederle veracidad en este extremo: se trata de distorsiones, cuando menos en la apariencia, de la realidad tanto externa como de sí mismo. a) El paciente de 42 años, casado, de profesión industrial, refiere que cuando se encuentra deprimido «todo es de otra manera a como antes nos parece. Parece imposible que uno pueda llegar -al extremo de no querer nada ni a nadie, y lo mismo si me tocara la lotería que si se me muriera un hijo me quedaría sin reaccionar, porque hasta para reaccionar por una desgracia hay que estar vivo ... Cuando uno se pone así es eso, como si no viviera, como si ya estuviera muerto en vida, o como si fuera uno de otra materia que ya nada le afectara». . b ) Otro paciente, campesino, en plena melancolía, dice lo siguiente: «No valgo para nada, es mejor que Dios . me recoja, ni quiero ni me quiere nadie, porque soy un miserable; si no fuera pecado y un contradiós me mataría, porque así no se puede vivir. No quiero a mis hijos ni a mi mujer. Durante la noche, como no duermo, se me aparecen todos los malos pensamientos, de qué va a ser de uno, de que así no se puede seguir.» 1

1946.

BuMKE, O., Nuevo tratado de las enfermedades mentales, trad. cast., Barcelona,

2 ScHNEIDER, K., Patopsicología clínica, ya citada, el capítulo titulado «Diagnóstico de los estados depresivos». 3 LóPEZ lBOR, J. J., La angustia vital, cit.

282

Introducción

a ·la psiquiatría,

1

La autodepreciación del melancólico es un punto clave para la comprensión de la dinámica de esta actitud. FREUD llegó a la conclusión de que también en el melancólico existía una pérdida de objeto, pero que éste, en lugar de ser externo, como en el caso de la pena, era un objeto interno, el propio Yo. A las tesis de FREUD parecen oponerse otras, de psicoanalistas más recientes, como BrnING 1 (1953), para quien la melancolía sobreviene por un estado de indefensión del Y o, consciente de su incapacidad para realizar las aspiraciones narcisistas. EIDELBERG 2 y también FREEMAN 3 se adhieren a este punto de vista. A mi modo de ver, resulta ser tan sólo un replanteamiento de las propias tesis de FREUD.

Recuérdese la propiedad del sel/ de su reflexividad. Sólo mediante la reflexividad el sujeto puede hacerse objeto de sí mismo. Es posible que en otras especies animales superiores existan actitudes melancólicas, y desde luego como tales conductas de este tipo pueden describirse en aquellos animales que han perdido alguna de sus crías, y en los animales a su dueño, con el que a veces existe una intensísima vinculación afectiva. También se observan conductas melancólicas en perros cuando, ligados afectivamente a una situación, son trasladados a otra, o bien creen haber perdido el amor al objeto a juzgar por la presencia de otro animal al que suponen rival. No es presumible imaginar que existan melancolías inherentes a la conciencia de autodepreciación, y por supuesto es imposible verificarlos, cuando menos directamente. Sobre los estados depresivos en las especies animales superiores ver en BRION y EY 4, y también en ScHNEIDER

5•

Para FREUD el dinamismo de la melancolía es, en esquema, como sigue: de hecho hubo pérdida de objeto amado, pero en lugar de retraerse de momento la fijación afectivolibidinal y proyectarse luego sobre otro objeto, como en la pena, en la melancolía el sujeto se identifica con el objeto perdido y entonces resulta que la pérdida del objeto deviene en pérdida del Yo. En FREUD no hay una distinción entre Y o y sí mismo, según riormente. La consecuencia de ello es que unas veces Yo representa rato psíquico, la que contacta con la realidad, y otras la totalidad bida como sujeto funcionante, es decir, lo que denominamos sel]. esto en cuenta si se quiere entender algunos pasajes de FREUD Pena y la melancolía, entre otros.

hemos dicho anteuna parte del apadel mismo, conceEs necesario tener de su trabajo La

1 Brarxc, E., «The mechanism of depression», en GREENACRE, ed., Affective disorders, Nueva York, 1953. 2 3 4 5

ErnELBERG, Enciclopedia FREEMAN, Psicopatología BRroN, A.-B., y EY, H., SCHNEIDER, K., Probleme

11, 1955.

... , ya cit. artículo «Melancolía». de las psicosis, trad. cast., .Barcelona, 1972. Psiquiatría animal, trad. cast., México, 1968. der Veterindr-Psychiatrie, Fortsch. Neurol. Psychiat., 23,

2. Psico(pato )logía

283

La conclusión a que llega FREUD es compartida por todos, pero no así la dinámica. Desde mi punto de vista, en general el proceso dinámico puede describirse del siguiente modo: el melancólico ha tenido intensas fijaciones afectivas: la intensidad de las mismas deriva de que son fijaciones preedípicas y edípicas, y ellas son las que determinan el tipo de relaciones pulsionales (relaciones objetales). Ahora bien, la conciencia de sí mismo, el grado de valoración del sel/ de cada cual, está en función de estas relaciones objetales iniciales: a mayor gratificación de las mismas, obviamente el sel/ infantil se exalta y se autoaprecia, puesto que posee un objeto asimismo valioso (hipervalorado, además). Cuando a través del decurso de la existencia el sujeto adquiere la conciencia de su incapacidad para reiterar nuevas relaciones de objeto de idéntico tipo, o para continuar con las mismas, sobreviene una crisis del sel], a través de la cual el sujeto es profundamente herido en su narcisismo, se rechaza, se inacepta, se desprecia, y automáticamente considera que los demás deben hacer lo propio con él. El objeto perdido es, pues, él mismo -en ellos la coincidencia con el punto de vista de FREUD, ABRAHAN 1, M. KLEIN 2, etc .es completa- y de este modo las posibilidades de autoaniquilación son inmediatas. No hay apenas melancólico en el que no aparezcan actitudes suicidas. La comprensión de la melancolía como pérdida del objeto más querido -el sel/-, pérdida que puede revestir el carácter de depreciación, de conciencia de su inanidad, ha de hacerse a partir de la consideración de lo que significan las expectativas narcisistas. Un sujeto intensamente gratificado en etapas narcisistas es inevitablemente un sujeto autovalorado. Recuérdese de qué forma situábamos el sel] en función de los otros. Pues bien, en este caso, esos que llamamos «otros» son figuras enormemente valiosas, parentales. Las expectativas del niño sobre sí mismo están en función de las gratificaciones que obtuvo. Un niño gratificado por su madre ha logrado la máxima valoración de sí. Ahora bien, en un momento determinado, a veces con carácter abrupto, sobreviene una crisis del self: el sujeto no ha conseguido en el arden del amor todo cuanto le era dable esperar a juzgar por el sel/ edificado; en consecuencia, el sel/ se deprecia tras la crisis y él se pierde a sí mismo. El gran acierto de M. KLEIN ha consistido en establecer la correlación y la semejanza entre la melancolía y los estados depresivos de la primera infancia -la posición depresiva-, en la cual el niño se siente desposeído del objeto amado, el pecho materno en ese momento. SPITZ 3 ha descrito la depresión anaclítica en los niños privados de afecto en situaciones de hospitalismo. Como en todos los casos de melancolía, la frustración se transforma en agresión, que, al no poderse proyectar sobre objetos externos, se hace sobre sí mismo.

En todo melancólico hay un comportamiento agresivo que se pone de manifiesto no sólo en la consideración de las instancias suicidas, sino tamK., cap. XXVI, de Psicoanálisis clínico, cit. M., «A Contribution to the psychogenesisof manie depressive states», en

1 ABRAHAN; 2 KLEIN,

Contributions to psycboanalysis,Londres, 1948. 3 SPITZ, R., Anaclytic Depression, cit.

Introducción a la psiquiatría, 1

284

bién en su relación con los demás. Muchos melancólicos agreden mediante su misma actitud; de aquí la reiterada respuesta de los parientes con la irritación, una forma de agresividad también, coartada por el Superyó merced a la consideración de que el melancólico se autorreprocha lo bastante como para cargarle eón mayores acusaciones. Pero, en muchos casos, éstas que los parientes verifican son ostensibles. De este modo, la incapacidad para ser amado, gracias a la depreciación del sel], se autoconfirma, en un ejemplo más de profecía autocumplidora. Los tests proyectivos ponen de manifiesto las instancias agresivodestructivas de los melancólicos, que las más de las veces se ocultan no sólo por ellas mismas, sino también a expensas de la exteriorización de su autoculpación. Cuando trate de los estados depresivos describiré protocolos del TAT de depresivos y se analizarán con detalle. El diagrama, pues, de la actitud melancólica es como sigue: etapa primigenia: sujeto --+ objeto relación narcisista

l

Exaltación del self etapa ulterior: sujeto --+ objeto pretensión de relación narcisista, autogratificadora

1

frustración

1

Depreciación del sel]

1

Melancolía

De la melancolía como actitud se sale muchas veces, pero no siempre. Más frecuente, pero .menos llamativa, es la actitud melancólica crónica, que se constituye en modo de ser del sujeto. Las dos formas de solución de la melancolía son: a) La aceptación resignada del nuevo estatus del sel], mediante la coartación del horizonte de expectativas. El sujeto deja de aspirar a mucho de cuanto anhelaba, se contenta con lo que logró, recorta sus aspiraciones narcisistas y evita también el .riesgo de nuevas frustraciones. Es, en suma, la aceptación de la realidad que ahora se le ofrece y la negativa a aspirar a otra realidad que reiterara sus anteriores aspiraciones. b) De la melancolía puede salirse también negando la inaceptación del

2. Psico(pato)logía

285

sel/ que ella le procura: el sujeto niega esa realidad de la depreciación del sel/ y la sustituye por la imagen inversa: el sel/ es hipervalorado y el sujeto se encuentra satisfecho, supersatisfecho de sí mismo, fantásticamente omnipotente y, por consecuencia, eufórico. Como he dicho antes, apenas hay melancólico eri el que no aparezca la actitud suicida. La inversa no es cierta: no todo suicida es melancólico, y aquí aludiré tan sólo a la dinámica de la actitud suicida en la melancolía, independientemente de que volvamos a tratarla con mayor extensión en su parte correspondiente. La actitud suicida connota unas instancias destructivas hacia el propio sujeto, inhibidas de proyectarlas fuera de sí. En muchos melancólicos hay, junto a las fantasías de autodestrucción, fantasías de destrucción del mundo, de repulsión del mundo, muy activas en el plano fantástico. La interrelación valor del mundo-valor del Y o conlleva, en esta situación, la depreciación de ambos. Para vivir es necesario reconocerle algún valor al mundo y a sí mismo. Por otra parte, en muchos suicidas melancólicos existe la fantasía de reconciliación lograda tras el suicidio o precisamente mediante el suicidio, de forma que con él harían desaparecer las fantasías de autoacusación. 2) En la euforia los dos aspectos fundamentales de la misma son: la hiperconciencia del sel/ -valorización de la persona- y la desinhibíción mediante la disminución de las actitudes superyoicas. Como en la alegría, el sujeto, poseído ahora del objeto, que es el sí mismo hipervalorado, está en plena fase de gratificación narcisista, mayor de la que fuera en los mejores momentos de sus fantasías: ahora tales gratificaciones aparecen con categoría de reales, merced a la carencia del juicio correcto de realidad acerca de la actividad fantástica que verifica. La omnipotencia fantástica se vive como real y la actividad del sujeto entre los objetos es constante. La energía de que da cuenta el sujeto es inacabable. Ya cuando estamos meramente alegres nuestra capacidad de trabajo aumenta, y apenas si somos capaces de sentir la fatiga. En la euforia esto se lleva al extremo. Mediante la actividad todos los objetos son introyectados, nuevas relaciones se establecen para premiar a los otros de este gran triunfo del Yo que es la lograda, por fin, conciencia de la enorme potencia de su self. Como haré ver en la descripción clínica de los estados maniacodepresivos, en la fase pueden descubrirse idénticos contenidos que en la melancólica, pero vividos de modo tal que los contenidos dejan de tener la connotación de desvalorizadores del self. Esto se pone de manifieso mediante el uso de tests proyectivos tipo TAT (volumen 2, 4.3.1).

* maniaca

Las salidas de la euforia son también dos: a) la aceptación de la realidad del valor del sel], cosa que suele ocurrir cuando sólo acontece una exaltación eufórica; b) la frustración y depresión subsiguiente. En ocasiones, del mismo modo que hay sujetos que poseen una constante actitud melancólica, también se ostenta la actitud eufórica como forma estabilizada del sel].

286

2.5.2.4.

Introducción

a la psiquiatría,

1

Vergüenza

Todo sujeto y en todo momento propone una definición de sí mismo con su conducta, es decir, exhibe la índole de su self en cualquiera de los aspectos a que se hizo referencia en 2 .3 .2. Ahora bien, en algunas de estas facetas del sel/ el sujeto cree deber ocultarla, y la vergüenza aparece siempre y cuando ha de ser exhibida bien a su pesar. Curiosamente, a la actitud vergonzosa se ha dedicado escasa atención en la Psico(pato)logía, pese a ser un dinamismo psicológico de uso constante -no hay sujeto que en algún aspecto de su sel/ o para algunos momentos no muestre la necesidad de ocultación- y que sume al sujeto en una tortura y en una limitación muy amplias. El sujeto que mantiene una actitud vergonzosa lleva a cabo un enorme dispendio de su economía personal, puesto que por una parte ha de atender a lo que oculta y, por otra, la misma vergüenza se constituye en un mecanismo connotativo de lo que oculta. Quien siente vergüenza comunica con ella que algo de sí mismo debe ser encubierto. De aquí que el sujeto se preocupe de disimular su vergüenza, de ocultarla a su vez. Naturalmente con la simple ostentación de la vergüenza no se comunica lo que oculta, y si fuera así el sujeto acabaría por superar esta actitud, precisamente por inútil. Cuando nos hallamos frente a alguien que experimenta ese tipo de temor que denominamos vergüenza, o bien nos limitamos superficialmente a constatarla -al modo como los psiquiatras tradicionales constatan el síntoma, sin penetrar en su motivación-, o bien imaginamos algo acerca de lo cual, o por lo cual, experimenta la vergüenza. La situación en que se encuentra el sujeto que experimenta vergüenza por su sel], es decir, por ser como es, es, pues, del tipo de las que, desde BATESON, se denominan de «doble vínculo» (double bind): mientras por una parte, ha de ocultar porque se avergüenza, por otra el hecho de avergonzarse le depara la expresión de «algo» de qué ocultar.

La vergüenza se acompaña siempre de angustia. Si la diferencia entre la angustia y el miedo deriva del desconocimiento en la primera de aquello que la causa, entonces decimos que el sujeto de la vergüenza siente angustia porque se niega a sí mismo el saber de aquello por lo cual se inhibe. Preguntemos a alguien sobre este extremo y recogeremos, en niños y adultos, respuestas ambiguas. La motivación de esto es la siguiente: si el sujeto supiera de qué se avergüenza, o lo superaría o, por decirlo, nos estaría manifestando la descalificación de su sel/ que lleva a cabo. La mejor manera de no manifestarlo es desconocer el motivo. Por otra parte, el que se presente siempre la angustia depende de que, en cualquier momento, aquel aspecto del sel] que se oculta puede ser ostentado; incluso, como he dicho, el mero sentir vergüenza es señal de que algo se oculta; de aquí al qué es lo que se oculta no hay más que un paso. La vergüenza surge siempre ante una situación en la que el sel/ puede quedar exhibido. A solas, o no se siente vergüenza o desde luego tiene un

287

2. Psico(pato)logía

carácter tan absolutamente distinto que no parece adecuado denominarla del mismo modo. Puede ser sentimiento de culpa, de temor a que se sepa aquello que sabemos a solas, se fantasea acerca de la vergüenza que se experimentaría si se supiese, etc., pero no es el mismo sentimiento, la misma actitud. Esto revela que la actitud que denominamos vergüenza está íntimamente ligada al posible desprestigio de aquel aspecto del sel/ que puede quedar manifiesto en una relación interpersonal. Mientras la relación no se efectúa, el sel/ del sujeto queda en enigma para el otro. Como señaló CuMMING 1 cada interacción pone a prueba nuestra identidad, nuestro self. En la vergüenza se pone de relieve esta afirmación. Sentimos vergüenza en una relación, en un simple acto relacional, que a veces es meramente un saludo a alguien. Debe advertirse que la vergüenza es, por la referencia no a una acción concreta, sino al sel], una actitud difusa, inconcreta. De aquí, también, el dato al que aludí de la ignorancia del propio sujeto de aquello que le avergüenza. Porque no es de una acción, que además es fácilmente ocultable, y que provocaría más bien un sentimiento de culpa, sino que es de sí mismo, se avergüenza de la imagen que necesariamente ha de ofrecer de sí. El sujeto de actitud vergonzosa puede ser herido en su narcisismo a flor de piel. Pero esto no significa que el sujeto sea más narcisista que otro u otros. Significa tan sólo que su narcisismo es herido a través de la propia reflexividad del sel]: se sabe a sí mismo descalificado, inacepta su sel/ o parte de su sel], y esto gravita de modo constante sobre el sujeto de manera tal que, de igual modo que él parasí mismo, los demás podrían descalificarle o inaceptarle. Y esto es lo que le resulta insoportable. De hecho, pese a todo el rechazo que haga de su sel], sabe que ha de contar con él, y con él obtiene una suerte de transacción: lo oculta cuanto puede, lo compensa mediante fantasías de exaltación, se priva del máximo de relaciones y riesgos. Lo que a veces resulta insuperable para el sujeto es e1 momento en que, por la interacción, el sel/ ha de definirse inevitablemente ante el otro. Las consecuencias de la vergüenza son incalculables para el sujeto. Por una parte, cada vez se limita más su esfera de acción, por cuanto sólo puede relacionarse con aquellos cuya interacción no supone una definición arriesgada del sel]. Por otra, esta limitación del horizonte de actuaciones deseadas suscita la agresividad contra sí mismo y contra los demás, agresividad que queda a su vez oculta y que se resuelve en fantasías de destrucción de todo aquello que, por su mera existencia, nos obliga a definirnos y a exhibirnos en un aspecto de nosotros mismos que somos los primeros en rechazar 2• ob. cit. vergüenza, ver Londres, 1958. 1 CUMMING, 2 Sobre la

LYND,

H. M., On the Same and tbe Searcb [or identity,

Introducción

288

a la psiquiatría,

1

La vergüenza estabilizada, cronificada, corresponde a la timidez, no como estado transitorio del sujeto, sino como rigidificación del sel]. El tímido no lo es por esto o 'por lo otro, sino por todo (que es casi decir «por nada»), es decir, por toda situación, porque es en toda situación en donde le cabe el temor de que se le vea tal como es.

2.5.2.5.

Confianza versus desconfianza

Me refiero aquí no a la confianza o desconfianza en sí mismas, como a veces se emplea en el lenguaje coloquial: a ello me referiré en el parágrafo dedicado a seguridad versus inseguridad. La confianza o desconfianza están, en este contexto, en relación con el otro. En la actitud confiada el sujeto se muestra seguro de la actitud del otro respecto de su intencionalidad positiva para con él. Cualquiera otra intención de signo opuesto precisaría ser confirmada, pero de no ser así ni siquiera se adopta en calidad de hipótesis. El sujeto confiado no proyecta, pues, en el otro, instancias o deseos reprobables. Ni tan siquiera tiene que reprimirlos en él mismo, porque esto denotaría de su existencia y no garantizaría el que dejasen de proyectarse en los demás. La imagen inversa es la del sujeto desconfiado. La posibilidad de que en los mensajes que recibe se escondan metamensajes y metametamensajes de significación negativa para él, es, por hipótesis, probable, altamente probable. En términos del modelo comunicacional podría decirse: el desconfiado da redundancia a la conducta del otro en el sentido de la negatividad, de acuerdo al contexto interno, a las premisas sobre las que se desenvuelve el propio sujeto receptor de la conducta: puesto que en él existen las instancias que podrían hacer posible la ejecución de una acción de conducta negativa, instancias que él reprimiría en la mayor parte de las situaciones, en el otro cabe: a) la posibilidad de que se den instancias análogas; y b) que carezca del aparato represor de las mismas. De lo que duda el sujeto desconfiado es, pues, de estas dos cosas: por una parte de que en el otro no exista intencionalidad reprobable y, sobre todo, y además, de que el otro posea la integridad moral suficiente para inhibir la acción. 2.5.2.5.l.

Suspicacia:

* paranoidia

La suspicacia la incluimos en la desconfianza, como una variante de la misma, pero en realidad tiene su propia entidad. La denomino también paranoidia, porque la actitud paranoide es condición inevitable de la sospecha infundada o de escaso fundamento. Veamos en primer lugar la diferencia entre la actitud desconfiada y la actitud suspicaz.

2. Psico(pato)logía

289

En la actitud desconfiada se juzga que el otro puede tener distinta intención respecto de una acción, que aquella que no sólo se puede inferir de ésta, sino que incluso la declara. En suma, el desconfiado teme poder ser engañado, y cuenta con esta posibilidad como tal de antemano. Pero en este engaño el desconfiado no suele ver sino ante todo la utilidad que al otro puede depararle el engaño que hace, y no la depreciación del sel/ del engañado. Si desconfío de aquel que me lleva la maleta en la estación del ferrocarril es porque temo que pueda quitármela, y presumo que es ésta la posible finalidad de su acción presunta, pero en modo alguno que me robe la maleta para hacerme vet que soy un deficiente mental. En la actitud suspicaz lo que domina ante todo es la posibilidad de que otro, con su acción, trate de humillarnos, de herir nuestra estima, y por tanto de desestimamos, queramos o no. Ya en muchas personas confiadas que son objeto de una acción mendaz, suele oírseles expresiones tales como «no me importa tanto lo que ha hecho sino el que me haya tomado por imbécil». En efecto, el suspicaz piensa que los demás no es que le engañen, sino que le desprecian, le consideran ininteligente, le rechazan por su carácter, por su fealdad; en suma, tratan de depreciar su self. La dinámica de la actitud paranoide o suspicaz no deriva de que el sujeto sienta deseos de hacer lo mismo para con los demás, y, negándolo en sí mismo, lo proyecte en el otro. Aquí de lo que se trata es de que el sujeto tiene de sí, es decir, de su propio sel], una estimativa negativa, y esta depreciación es la que teme ver confirmada en la relación de los otros para con él. La racionalización viene con posterioridad: no me desprecio, me desprecian. La herida al narcisismo que implica el rebajamiento del sel/ es lo que más le importa al suspicaz. Así, por ejemplo, en el celoso juega mucha más importancia la desestima que implica el ser cornudo que el hecho mismo de que el cónyuge tenga una relación sexual con otro. Prueba de ello es que, en muchas ocasiones, si el acto de infidelidad no tiene repercusión social, la tolerancia ante el adulterio es mucho mayor de lo que podría pensarse de antemano en el sujeto. La repercusión social es la confirmación pública de la depreciación del sel], Los deliremas que tienen lugar en esta actitud suspicaz son de distinto carácter a los que acontecen en los psicóticos paranoides. Aquí lo que domina es sobre todo la actitud suspicaz del sujeto. Esto es lo que llevó a JASPERS .1 a la consideración de que sólo estos deliremas tienen sentido, son comprensibles, porque en la medida en que tienen un nexo (ostensible) con el estado de ánimo, con la actitud, no pierden la conexión de sentido. A los deliremas que surgen en esta circunstancia los denominó 1 JASPERS, K., ob. cit. Sobre la suspicacia como actitud paranoide puede verse: LACAN, De la Psycbose paranoiáque dans ses rapports auec la personalité suioi de premiers ecrits sur la par:anoia, París, 1975; BLEULER, Afectividad, sugestibilidad, Paranoia, trad. cast., Madrid, 1942; SwANSON, D. W.; BoHNERT, Ph. J., y ]ACKSON A. SMITli., El mundo paranoide, trad. cast., Barcelona, 1974; SuLLIVAN, Estudios clínicos de Psiquiatría, cit. l.ª parte, capítulo VII, «El dinamismo paranoide»; CASTILLA DEL PINO, «Dinamismo paranoides», en Un estudio sobre la Depresión, cit.

290

Introducción

a la psiquiatría,

1

ideas deliroides ( W anbajte Ideen), y también se les designó ideas delirantes secundarias. Sólo en alguna medida esta tesis es defendible actualmente. La conexión de sentido no se pierde porque el delirio simbolice y, por tanto, parezca, en virtud de un desplazamiento (como en otro orden hemos visto que ocurre en la obsesión), que no existe conexión de sentido. En todo caso, discutiré este punto de vista en el parágrafo correspondiente, al tratar de los deliremas de tipo II.

2.5.2.6.

Seguridad versus inseguridad

La actitud segura es segura de sí de manera que lo que más contrasta en tales sujetos es el no cuestionamiento de su propio sel] y también la remota posibilidad de que sea cuestionado en cualquier interacción. Incluso si existe algún fracaso en alguna interacción, éste no se interpreta como crisis del sel], sino como algún fallo que, entre otros, puede estar en él mismo, y se apresura al análisis de la interacción y a la posibilidad de mejorarla. No deriva consecuencias para el sel/ del conjunto de sus acciones. Esto es lo que ocurre en algunos sujetos que en el curso de una conferencia o de una lección tienen una falla mnéstica. En modo alguno esta situación cuestiona su sel], sino que sencillamente lo reconocen corno simple fallo. La relación que en ese momento han establecido con el auditorio no es de recalificación de su sel], mediante la exhibición de su saber o de su elocuencia, sino una relación simétrica, y que pretende seguir siéndola por su parte, en la que ante todo se atiende a la información que ambos se procuran.

En el inseguro de sí mismo -nótese que esta expresion se usó en la tradicional Psicopatología germana- lo que en cada acción que se lleva a cabo se suscita es la posibilidad de que ofrezca connotaciones distintas, tanto en el orden de la acción misma cuanto de las conjeturas que pueda suministrar, de las que pretendía. El inseguro de sí se pregunta constantemente sobre si hay concordancia entre lo propuesto y lo efectuado, si hay posibilidad de derivar otra connotación de la· acción realizada, incluso sobre si realmente era su intención la que creía que era cuando llevó a cabo la acción. El inseguro de sí mismo pone en crisis permanente su self a partir de sí mismo, y de ahí, a los demás, en la medida en que aspira a que en todo momento los derriás posean otra imagen de él que la que él posee. El inseguro de sí mismo es un desconfiado de· sí mismo, y, como tal, sabe que puede dar pie a que los demás desconfíen de él y le infravaloren en los aspectos morales o intelectuales. Para evitarlo llega a la meticulosidad y la prolijidad en la precisión de sus acciones e intenciones, como forma de evitar cualesquiera otras posibles denotaciones y connotaciones para las mismas. De aquí la rigidificación y el ritualismo a que tiende el inseguro de sí mismo. Y también, dada la depreciada imagen que tiene de sí, la tendencia a la suspicacia, a la posibilidad, en suma, de que los demás, al fin, hayan obtenido también de él la misma imagen que sabe que tiene de sí.

2. Psico(pato)logía

291

Una forma de defensa de la inseguridad de sí mismo es la ocultación y transformación en el contrario. El biperseguro, el pedante, el preocupado ante todo de ostentar ser el primero que sabe de algo de lo que se dice, no vaya a ser que se le considere ignorante, o cuando menos, más ignorante que cualquiera otro de los presentes, son los modos más usuales de manifestación de esta forma de inseguridad encubierta. En un caso que conocí suficientemente, hubiera sido de todo punto inadecuado en la apariencia la calificación de inseguro para aquel sujeto inteligente, elocuente, culto. No es que justamente no tuviera él esa imagen de sí. Efectivamente la tenía, y tampoco nadie la ponía en cuestión. Lo que ocurría es que él trataba de ofrecer una imagen aun más superior, y, por tanto, las inseguridades se montaban en función de las expectativas que pretendía ofrecer, no respecto de sus probadas cualidades. En dos ocasiones asistí a un derrumbe agudo del sel], las dos veces en circunstancias análogas: durante una disertación, tras la fatiga de los primeros cuarenta minutos. Si alguien del público expresaba una señal de fatiga, o suponía él que era connotativa de la misma, interrumpía la conferencia presa de un colapso psíquico invencible. La justificación posterior para él mismo estribó siempre en la creencia de que había provocado el aburrimiento en los circunstantes y, por tanto, el que los demás no habían podido obtener de él la imagen del sel/ que inicialmente pretendía ofrecer.

2.5.3.

Conductas judicativas

Nuestra conducta, de· acuerdo al principio de compositividad de la misma, tiene componentes pulsionales, actitudinales y otros, judicativos, que han de operar con el objeto fundamentalmente con miras a dar cuenta de la categoría que posee como objeto de la realidad. Los objetos de la realidad son internos y externos. Un objeto interno es una percepción, una fantasía, un deseo de algo, un sueño, un pensamiento acerca de un proceso operativo de la índole que sea, etc. Objetos externos son los de la realidad externa al sujeto, lo que se denomina el no-yo, lo que está fuera del sujeto: las otras personas con sus actos y sus intenciones y sus deseos; los animales, los objetos inanimados, muchos de los cuales tienen una o muchas significaciones. Nuestro juicio de realidad tiene que precisar en todo momento, como regla básica del comportamiento normal, qué es interno y qué externo, qué pertenece a mí mismo y qué es lo ajeno a mí. La conducta mediante la cual se dota de categorización lógica a cada objeto de la realidad es la conducta judicativa. La conducta judicativa es el discurso propio del Yo, concorde con el principio de actuación de éste que se denomina «principio de realidad». Misión del Y o es adecuarse a lo que la realidad es y, para ello, es imprescindible poner en juego la conducta judicativa, es decir, un complicado proceso mediante el cual se verifica un juicio de realidad sobre el objeto. A lo largo de las páginas precedentes he .hecho mencion reiteradas veces de la expresión «sentido de realidad», y la inversa, la «carencia de sentido de realidad».

Introducción a la psiquiatría, 1

292

Así, por ejemplo, hablaba de las distorsiones del sel], es decir, de la realidad de sí mismo. Esta distorsión acaece en virtud de que el sujeto carece de la capacidad para dar cuenta de las notas esenciales que caracterizan su identidad, su sí mismo, siempre a consecuencia de frustraciones que precisa compensar. También se mencionó cómo durante el soñar acontece una transitoria pérdida del sentido de realidad, que se recupera al despertar. Durante el sueño lo imaginado es plenamente vivido, es decir, lo imaginado es experimentado como percibido, lo cual es ya un error respecto del juicio de realidad, que en este caso es la fantasía; además, en tanto que vivido como percepción, se sitúa fuera de sí, lo cual es otro error, en virtud del cual el sueño se experimenta como escenificación las más de las veces. De aquí la reiterada afirmación de psiquiatras y psicólogos clásicos (WUNDT, ZIEHEN, entre otros) de la analogía entre sueño y psicosis, sin que, sin embargo, se haya obtenido de la analogía el fruto que hubiera sido de esperar. Sólo MoREAU, de Touns, en el siglo pasado, hizo aproximaciones al tema de una actualidad sorprendente. Finalmente, ha sido FREUD quien ha llevado sistemáticamente esta analogía a las últimas consecuencias.

Sobre cualquier actividad del sujeto, pues, ha de verificarse un JUlcIO de realidad. Si éste es adecuado, tenemos un juicio correcto, verdadero, acerca de la categoría del objeto: algo percibido, algo pensado, algo deseado, algo soñado, etc. Se trata de actividades, esto es, de conductas diversas, según la categoría del objeto a que se hace referencia. Si a es un objeto externo y b un objeto interno -por ejemplo, un pensamiento de algo, una imagen-, a no puede ser tratado como b ni b como a. La alucinación, pongamos por caso, es tratar al objeto b como si fuera a. La discriminación dentro-fuera -.es decir, mío-fuera de mí- es fundamental, y se denomina cliuaie en la terminología psicoanalítica. En su momento se verá que lo característico de la psicosis, o de la «parte psicótica» del Yo (con lo cual, dicho sea de paso, el acto psicótico adquiere una relatividad respecto de su valor indicativo de sujeto psicótico, o de implicativo de sujeto psicótico; ver 2.5.3.1.1) es la inexistencia de clivaje (BLEGER) l, El clivaje, concepto introducido por la escuela kleiniana, es una actividad característica del Yo, precisamente el plano en donde acontece la actividad psicótica y también, naturalmente, la no psicótica, es decir, toda actividad.

Se ha dicho también en este texto que la conducta es predicado de un sujeto. En efecto, una conducta pulsional nos da idea de cuál es la estructura pulsional del sujeto, pero si es reprimida, también permite inferir que en el sujeto hay instancias superiores capaces de inhibirla, de modo que tenemos así parte del perfil actitudinal del sujeto observado. Del mismo modo ocurre con la conducta judicativa. Al constituirse todo acto de conducta en un juicio de realidad (Jr) respecto del objeto con el cual se relaciona, ese ]r connota respecto del sentido de realidad del sujeto (S). Se dice que A tiene «escaso sentido de realidad» para el dinero, o para el tratamiento con personas de distinto sexo, etc., cuando su comportamiento nos traduce que sus Jr con unos u otros objetos, por su inadecuación, connotan en ese respecto. 1

BLEGER,

J.,

Simbiosis y ambigüedad, Buenos Aires, 1972; especialmente, cap. IV.

2. Psico(pato)logía

293

Si consideramos todo acto de conducta como Jr, entonces el acto de conducta se constituye: 1) en un enunciado susceptible de ser analizado con los criterios de la Lógica de enunciados y de predicados; y 2) en un predicado de un sujeto epistémico (5) -es decir, sujeto en tanto sujetode-conocimiento- que da cuenta, mediante su acto de conducta y el ]r implicado en él, de su sentido de realidad al respecto. La aplicación de estos criterios tiene lugar mediante el uso de lo que he denominado modelo judicativo (CASTILLA habla de la identidad

DEL PINO)

1•

Aquel sector del acto de conducta que

y significatividad del objeto o referente (es decir, el objeto con el que la conducta se relaciona) lo denomino conducta judicativa) y se presenta de consuno con las conductas pulsionales y actítudinales. Mediante la conducta judícativamente correcta logramos verificar con el objeto una relación objetiva) frente a la relación objetal, en la que el objeto es distorsionado de acuerdo a nuestras instancias pulsionales y nuestras tendencias actitudinales. De todas formas, de acuerdo al principio de compositividad, es de notar que en toda relación objetiva se contienen componentes de la relación objetal, de manera que, incluso en aquellos casos en los que ha sido conseguida una conducta judicativamente correcta, ha de tratar de verse, también, la relación objeta! que se oculta. Las conductas judicativas han sido consideradas en la Psicopatología clásica de un modo peculiar. Como alteraciones de la capacidad de juzgar, reservando esta última a la función elaboradora de conceptos. Sólo en JASPERS 2 encontramos por primera vez el tratamiento de Ía conciencia de realidad a propósito del delirio, diferenciando entre certidumbre directa de la realidad y juicio de realidad. Para JASPERS -aunque no lo advierta explícitamente- es un raciocinio, y la esfera del juicio es la esfera del raciocinio. No podemos compartir esta tesis en manera alguna. Los lógicos mismos han llamado la atención innumerables veces acerca de que una cosa es el juicio lógico, y la serie de pasos lógicos que conducen a la verdad de un predicado, y otra, muy distinta, la forma cómo el sujeto real se acerca al logro de la verdad respecto de una proposición. Sobre esta cuestión ver RussELL 3, POPPER 4, y también la autodescripción de MENDELEJEW s acerca de cómo le fue posible llegar a concluir la tabla periódica de los elernentos.) Procederes lógicos incorrectos, tales como la inducción, pueden ser válidos en el raciocinio pragmático. Conviene tener en cuenta esto que en manera alguna la tiene JASPERS (ver página 79 de la Allgemeine Psycbopatbologie, 5.ª edición.) Hay que advertir que JASPERS parte de un concepto de realidad como lo que es en sí, lo cual nada tiene que ver con la pragmática de la vida cotidiana. Lo que es en sí apenas si lo sabe, cuando lo sabe, el científico; por ejemplo, el químico, que sabe que

c.,

1 CASTILLA DEL PINO' «Modelos analiticoestructurales. Modelo Judicativo». En Criterios de Obieiiuacián en Psicopatologia, Ponencia al XIV Congreso de la Asoc. Esp. de Neuropsiquiatría, octubre 1977. También, Sentido y Psicosis, en Arbor, tomo C, 390, junio 1978. (Este último, incluido en Vieja y Nueva Psiquiatría, Madrid, 2.ª ed., 1978.) 2 JASPERS, K., ob. cit. 3 RussELL, B., Análisis del espíritu, trad. cast., Buenos Aires, 1950. 4 POPPER, K. R., Conocimiento objetioo, trad. cast., Madrid, 1974, especialmente capítulos 3 y 4. 5 Ver apéndice sobre la intuición de MENDELEJEW, en RUBINSTEI&, S. L., El ser y la conciencia, trad. cast., México, 1963.

294

Introducción

a la psiquiatría,

l

la sal es cloruro sódico, a la hora de aderezar los alimentos usa de la sal por su sabor, no por su contenido en Cl y en Na. Si en vez del ejemplo de la sal utilizamos cualquier otro aderezo --el tabasco, pongamos por caso- se ve claro que la realidad con la que operamos no es el ser en sí sino su uso en un contexto: exactamente lo opuesto del ser en sí, es decir, la relatividad del concepto de lo que un objeto es, según su función en cada contexto. El modelo judicativo ha sido aplicado de siempre en Psicopatología. La denominada Psicopatología fenomenológica (JASPERS, BERZE, GRUHLE, ENKE, K. y C. ScHNEIDER, MATUSSEK l, WEITBltECHT, KRANZ, y tantos otros 2) ha tratado, en su investigación, de aproximarse al tipo de error que, al mismo tiempo que tal, es anómalo, y por tanto patológico (en sentido amplio). El autor a quien se debe el análisis más serio a este respecto es, sin duda, KuRT ScHNEIDER, pero sus contradicciones a este respecto son grandes, e irresolubles desde la perspectiva en que se sitúa. Hablaré de ello con posterioridad, por cuanto la psicopatología de K. ScHNEIDER goza de gran relevancia en los círculos psiquiátricos europeos de estos últimos cuarenta años. La verdad es que el instrumental metodológico de la fenomenología es rudimentario -frente al de la lógica actual- para dar cuenta de la lógica de los contextos pragmáticos, es decir, de la lógica referencial. Por ejemplo, la psicopatología clásica no ha resuelta de modo satisfactorio la distinción entre un delirio religioso (o experiencias religiosas de tipo delirante) y experiencias religiosas que denominamos normales, y que sin duda acertamos al hacerlo así, aunque de modo empírico o intuitivo, según se quiera. Conviene advertir -ya lo dije antes- que no se trata de que el pensamiento humano actúe conforme a los principios de la Lógica formal. Se trata de que el sentido de los actos humanos tiene su lógica de acuerdo a lo que los motiva y a sus propósitos. Conviene tener una idea clara a este respecto, porque, por ejemplo, J. S. M1LL consideraba la Lógica como la ciencia del razonamiento, y BooLE tituló su trabajo fundamental U na investigación sobre las leyes del pensamiento. Sin embargo, B. RussELL ha sostenido su independencia: la Lógica, como la Física o la Matemática, existirían como procesos, independientemente de que existiera o no una mente humana, y NAGEL 3, es aún más explícito cuando afirma que la existencia de creencias incompatibles entre sí demuestra que el principio de no contradicción no es un hecho universal de la Psicología 4• De acuerdo al criterio ya expresado sobre la heterogeneidad de lo real (incluyendo al sujeto), cada una de sus áreas ha de ser tratada de manera distinta de acuerdo con su naturaleza. No es lo mismo mi propósito cuando digo «desearía P», que cuando afirmo «voy a hacer p», Para decirlo en pocas palabras, aun cuando los procesos mentales no se efectúen de acuerdo con los de la Lógica, tienen sus leyes lógicas dependientes de la naturaleza psicológica que posean. Si un recuerdo no me suscita la misma actuación que un percepto es de acuerdo a la lógica de los procesos psicológicos MATUSSEK, P., Neruenarzt, 19, 1948. Para una revisión de este problema, referido al delirio, ver ScHMIDT, G., Zbl. Neurol., 97, 1940. Revisa las aportaciones desde 1914 a 1939 en la Psicopatología tradicional y especialmente de habla alemana. Las de HuBER, G., en Fortsch. Neurol. Psycb., 1955, y en la misma revista, 1964, revisan el problema del delirio hasta esta última fecha. 3 NAGEL, E., Lógica sin metafísica, trad. cast., Madrid, 1961. 4 En efecto, ya he citado ejemplos en los cuales se muestra la existencia de la contradicción en el análisis psico(pato)lógico. Recuerdo aquí, en este momento, la ambivalencia, como querer y no querer; o el hecho de que una inhibición sexual condicione un desarrollo intelectual elevado, en un caso, y, en otro, una inhibición asimismo del citado desarrollo intelectual. 1 2

2. Psicoípato )logía

295

de la memoria y de la percepción. Esto es lo que se llama Lógica referencial, lógica en la que el proceder sigue unas leyes de acuerdo al referente. Poniendo otro ejemplo, al que se ha aludido antes, si nos comportamos de modo distinto frente al objetomaterial mesa y frente al objeto-palabra «mesa» es en atención a la naturaleza del referente. Es perfectamente lógico, desde el punto de vista psicológico, decir «desearía no desear», porque con ello se constata la realidad del deseo y la realidad de mi actitud frente al deseo.

2.5.3.1.

Modelo

judicativo

del acto de conducta

Supongamos un acto, extraverbal o verbal: la aprehensión de un lápiz o la frase que emito a un interlocutor, por ejemplo: ( 1)

creo que vendrá mañana.

Cualquiera de estos actos puede ser considerado un ]r. Pretendo coger el lápiz y lo consigo o no, y si es esto último he cometido un error al hacer un movimiento corto, pongamos por caso, que yo creía suficiente. El ]r puede ser, pues, verdadero o falso (v, f). Asimismo, podría juzgarse del J r que implica la frase ( 1): puedo hacer referencia a alguien real que anunció su llegada o acerca de la cual poseo algún indicio, pero puedo aludir a alguien fallecido, a Dios, a un fantasma; o bien, basar mi afirmación en que soñé con determinada persona o que le recordé. Por tanto, también este ]r podría ser considerado v o f. Un acto de conducta, pues, es: a) denotativo respecto del ]r que implica. ¿Es un Jr v o f? Si es i. ¿es normal (error normal) o anómalo? ¿En qué baso que un Ir! es anómalo?; b) es connotativo respecto del S del acto: ¿es un S normal o anormal?; ¿en qué medida un J r] y anómalo (] rfA) connota respecto de la anomalía del S y no de la anomalía simplemente del acto? (cuestión esta de suma trascendencia). Pongamos varios ejemplos para que advirtamos la ligereza sobre la que se ha montado el proceder psiquiátrico -el psicopatológico que le sirve de base- habitual. La suma (2) 2+3=9

es un Jrf, pero no necesariamente anómalo, porque no siempre el que se ignore sumar es signo de anomalía mental. Tampoco parece serlo si alguien afirma: (3)

qué mala suerte tengo: me ha tocado el trece.

Más probablemente sería considerado un

JrfA

el que afirmara:

(4) mi mujer me engaña: la he visto cómo se acerca a la ventana para arreglar los visillos, seguramente para hacerle señas a alguno que pasa.

Introducción a la psiquiatría,

296

Y se aseveraría acerca de la anormalidad del (5)

]rf

el que sostuviera:

quieren matarme: hay una caja de cerillas en el suelo.

La pregunta es: ¿qué es lo que hace que el psiquiatra considere el (2) y el (3) normales; probablemente anómalo el (4) y firmemente anómalo el (5)? Aun cuando no se niega el esfuerzo de los investigadores citados, la mayoría de los psiquiatras se comporta en este respecto del modo más rudimentariamente empirista. Sin enunciarlo de manera explícita, la mayoría los juzga no a través de la perturbación lógica que pueda existir, sino a expensas del tema, y en el fondo se trata de un criterio estadístico avant la lettre. Determinar cuáles son las bases sobre que pueda sustentarse el juicio del psiquiatra es el objeto de la aplicación del modelo judicativo, y al mismo tiempo llevar al ánimo de todos la necesidad de que se abandone el rudo empirismo y se procure la reflexión lógica sobre sus propios juicios acerca de la conducta de un paciente. Dicho de otra forma, aunque asemeje un juego de lenguaje: hacer que los Jr del psiquiatra acerca de los Jr del paciente se sometan al rigor exigible en tarea de tanta trascendencia como es la enunciación de un diagnóstico y la institución de un tratamiento. Cabe preguntar ahora si este modelo es aplicable a cualesquiera sean los actos: perceptos, fantasías, manifestaciones de deseo, indicaciones sobre estados de ánimo, operaciones mentales, etc. Mi respuesta es afirmativa. Así, por ejemplo, un deseo es v o f si se dan las condiciones siguientes: a) es vivido como tal deseo; b) al tratar de llevarlo a cabo cuenta con las condiciones mínimas de viabilidad o factibilidad. Criterios análogos aplicamos a una fantasía: exigimos que la vivamos como tal y que no se trate de aplicarla al contexto externo a ella. Ahora bien, el modelo judicativo necesita quedar formulado lingüísticamente; de aquí que ante todo se trate de una superposición de ambos modelos, el judicativo y el lingüístico; concretamente el verbal, del que se hizo una breve referencia en 2.1.6.1. Trataré ahora de manera más extensa esta recodificación verbal del modelo judicativo, al objeto de formalizar no sólo los ] rv sino también los ] r] y ] rf A. Por consiguiente, los J r que componen cualquier acto de conducta o son expresados verbalmente o lo son extraverbalmente, pero en este caso pueden ser recodificados al lenguaje verbal. El análisis que se haga de cualquier Jr supone un análisis del lenguaje en el que es expresado, y por eso lo denominamos en general * loguemas, y a los loguemas anómalos los dividimos en alucinemas, deliremas, etc. El sufijo ema alude a la formulación verbal (como fonema, morfema, *grafema, semema, semantema, etc.).

Jrf

Hay que tener en cuenta que los análisis de alucinaciones, delirios, etc., no son en realidad de tales, sino de sus formulaciones lingüísticas. ·No es lo mismo analizar un sueño que el relato de un sueño, ni es lo mismo analizar un pensamiento que la

2. Psico(pato )logía

297

formulación verbal del mismo. Aun cuando se considere la inaccesibilidad del objeto (sueño, fantasía diurna, etc.) si no es a través del lenguaje, se debe insistir en este punto para no caer en la trampa que entraña la falacia verbalista (RussELL), en la que el nombre se toma como prueba de la existencia de lo que designa.

2.5.3.1.1.

Implicación general y primera del modelo judicativo

El modelo judicativo aplicado a la Psicopatología supone, en mi opinión, un planteamiento que excede de la mera catalogación de un acto como ]r. Se trata de que, a través de las inferencias, se cuestiona el concepto habitual de «enfermo mental» y de «psicosis». Veámoslo esto con algún detalle. Aunque no todos los JrfA sean considerados psicóticos, ciertamente algunos de ellos pertenecen a los psicóticos y son considerados como tales. Así, por ejemplo, obviamente una seudoalucinación -«creía ver una cara y me entró una angustia muy grande»- no es considerada síntoma psicótico, pero sí la alucinación o las formaciones delirantes. Así, «oigo voces que me dicen que soy el salvador del mundo» (que es tanto alucinación como delirio) es un loguema notoriamente psicótico para cualquier psiquiatra en ciernes. A través de la aplicación del modelo judicativo voy a tratar de determinar dos cosas: 1) qué reglas son las que se aplican a los Jr denominados normales; 2) qué reglas de los Jr normales se dejan de cumplir en los J rfA y cuáles reglas se adoptan en su lugar. Porque es claro que alucinar, delirar, son formaciones sin duda patológicas, pero que se llevan a cabo regularmente, es decir, de acuerdo a reglas. La conducta anómala, incluso la anómala psicótica, no es un des-arreglo, sino un- neoarreglo, válido para el sujeto en cuestión 1• Pero, además, y con ello enlazo con el comienzo de este parágrafo, la existencia de un JrfA, ¿implica necesariamente la existencia de una anomalía psíquica? Si se sustituye el vocablo «anomalía» por el de «psicosis», ¿implica un Jr de tipo psicótico una psicosis? El punto de vista afirmativo es el que sigue la Psiquiatría tradicional, con su búsqueda de síntomas, y sobre todo de síntomas denominados específicos (patognornónicos). En la Psicopatología clásica, en efecto, en la que a veces se hace el diagnóstico, aunque sea de presunción, de esquizofrenia por el «olor» (en sentido metafórico, claro está: RüMKE 2), el raciocinio es como sigue: 1 La frase de SHAKESPEARE, que sirve de epígrafe a este texto, alude de modo genial a esto que acabo de decir. 2 En realidad, la expresión de RuMKE es «Praecoxgefühl», es decir, sentimiento (en el sentido en que coloquialmente decimos. también «sensación de», «tengo el sentimiento de») o «impresión de esquizofrenia» (demencia precoz). La traducción como «olor a o de esquizofrenia» es de LóPEZ Isoa, que no parece haberle hecho, de esta forma, ningún gran favor a RüMKE.

Introducción a la psiquiatría, 1

298

dado un acto de conducta K, que implica el ]rfA P, si P es un ]rfA psicótico, el sujeto, S, de la conducta K es psicótico. S::> K :J ]r/A (P) (P=psicótico)

=:) S

psicótico

El problema se plantea idénticamente a cuando a un sujeto se le califica de ladrón. ¿Cuándo es ladrón? Cuando ha llevado a efecto la sustracción de algo que no era de su propiedad. Pero, ¿es él por ello ladrón? Desde mi punto de vista se trata de un proceder inductivo y, por tanto, lógicamente incorrecto. Se trata de una situación en la cual se comportó como tal, esto es, en la que la relación sujeto-objeto fue de índole tal que mereció ese calificativo. A lo largo de este texto se ha insistido abundantemente en el hecho de que la conducta es la relación sujeto-objeto, y que no hay conducta sin sujeto ni hay conducta sin objeto. Por tanto, si denominamos a la relación sujeto-objeto «situación», podemos decir que hay situaciones en las que el sujeto determina la cualidad de psicótica, otras en las que es el objeto la determinante. Con ello, en primer lugar, se hace ver que, sin negar la existencia de sujetos que lleguen a ser psicóticos, hay situaciones que hacen psicóticos a los sujetos. Un caso de este tipo es la privación sensorial; otro la privación afectiva; otro, situaciones límites para el sujeto. Con esta tesis se hace posible dar solución a una cuestión que las tesis organicistas en Psiquiatría, referidas a las psicosis esquizofrénica y afectivas, no habían resuelto, a saber: el que sujetos diagnosticados justamente de una u otra psicosis se comportaran como no psicóticos en muchas situaciones, cosa que naturalmente no ocurre en las psicosis orgánicas del cerebro, en las que la alteración instrumental es constante 1• Y a la inversa, que sujetos normales fuesen tributarios de verificar ]rf A de tipo psicótico en determinada situación (por ejemplo, en situaciones transferenciales durante el tratamiento psicoanalítico y fuera de él). Si esto ocurre en el ámbito de las psicosis, más abundantemente aparece en el de las neurosis. También en las neurosis hay Jrf A, por ejemplo, cuando nos apartamos de un objeto porque nos causa terror, sea un cuchillo, sea un determinado animal, o cuando creemos contagiarnos a través de inverosímiles e inverificables procedimientos. También aquí naturalmente el problema se plantea en la relación sujeto-objeto. Pero nadie negará, que hay situaciones en las que el objeto puede haber desempeñado el determinante fundamental, caso de, por ejemplo, situaciones de terror provocado; otras, en las que es el sujeto ~l determinante decisivo. Es por esto por lo que cada vez la catalogación de «neurótico» tiene menos vigencia, en la medida en que hay que valorarla en función del objeto ante el cual se es, o se obliga a ser, o se comporta uno como tal, neurótico. 1 En el sentido de su independencia respecto del tema. Así, un psicótico senil que no es capaz de repetir cinco cifras se comporta, en su incapacidad, idénticamente, cualesquiera sean las cifras. No puede afirmarse tal cosa· de las psicosis esquizofrénicas o afectivas.

2. Psico(pato )logía

299

Este enfoque del problema enlaza en sus resultados con los análisis efectuados a este respecto desde la perspectiva de la teoría de la comunicacion y de la relación interpersonal (SuLLIVAN BATESON LAING etc.), en los que la situación es la que deviene en neurótica o psicótica. 1

2.5.3.1.2.

1

1

Nota acerca de «realidad» y «sentido de realidad»

Cuando se plantean problemas tales como «sentido de realidad» surgen siempre dos preguntas: la primera, qué debe entenderse por «realidad»; la segunda, si tener sentido de realidad, es decir, hacer un Jr correcto, entraña o presupone «estar conforme» con la realidad. Hablaré de la primera en último lugar. Desde luego, por lo que a esta última concierne, no se trata de una conformidad de intención con la realidad, porque esto supone un juicio de valor respecto de la realidad (la realidad es «buena», «mala»), y estar conforme con ella es considerar que la realidad de un determinado momento es valorativamente buena. Cualquiera que sea el juicio de valor que nos merezca una determinada realidad (se entiende, sobre todo, la realidad social), lo que hay que saber es en qué consiste, cuáles son los valores que sobre ella adoptan determinados grupos sociales, cómo debe operarse en ella, si se está conforme con el sistema de valores dominantes o si no se está, etc. Por tanto, tener sentido de realidad en manera alguna implica conformidad con la realidad en cuanto aceptación de la misma tal como es. Sentido de realidad alude a realidad como hecho, y el Jr es un juicio de hecho, no de valor. Por «realidad» entiendo el contexto dentro del cual aprehendo un objeto o verifico determinado acto, tal como percibir, moverme, pensar, fantasear, orinar, estirar piernas y brazos, y así ad libitum. Por tanto, los objetos de la realidad son materiales o conceptuales, y también es aquello que el sujeto se propone como actividad o aquello que le suscita actividad. Un objeto de la realidad es, por ejemplo, la afirmación de que «ayer me decían desde Marte que era maricón», lo cual es presumiblemente falso. Objeto es tanto la mesa o la silla, cuanto las palabras mesa y silla, o los conceptos de mesa y silla. Objeto es también la intención que trato de adivinar en el acto de mi interlocutor ... En resumen, objeto es todo aquello de lo que podemos hablar, sea verbal, sea extraverbalmente. Esto muestra que la realidad es categorialmente heterogénea desde el punto de vista lógico. No puedo tratar bajo la misma rúbrica, es decir, hablar con la misma lógica -de hecho no lo hacemos así en la vida cotidiana- de «torear ante un toro», «creer que toreo ante un toro» (sin toro), «jugar a que toreo ante un toro» (sin toro), o «haber soñado que toreaba». Por tanto, en un contexto (C) hay que construir el mapa lógico (RYLE).l de dicho contexto. También vale decir que los determinados sectores del C se sitúan en estratos lingüísticos distintos (WAISMANN) 2, puesto que: a) el acto de conducta es acto dethabla, y b) cada acto de habla es Lobjeto (L0) o metalenguaje (L1) o metarnetalenguaje (L2), según vimos en 2.1.6.l. Esto significa que en el análisis del contexto debemos ante todo precisar en -qué nivel lógico o nivel de lengua;e se encuentra el objeto sobre el cual, con nuestra conducta, emitimos un Jr. Por último, ante un acto considerado como Jr, hemos de ver cuáles son sus vínculos 1 RYLE, G; «Categories», en FLEw, Logic and Language, cit. en BLASCO, Lenguaje, Filosofía y Conocimiento, Barcelona, 1973. 2 WAISMANN, ob. cit. 3 WITTGENSTEIN, ob. cit.

J.

LL.,

300

Introducción

a la psiquiatría,

1

lógicos (RYL'E): es decir, lo que implica el acto, lo que es implicado, lo que es compatible y lo que es incompatible; es decir, lo que WITTGENSTEIN 1 llamaba la gramática profunda, en la que queden expresadas todas las posibilidades de uso de ese acto en el contexto 2. Dicho con otras palabras, cada contexto exige, para un acto emitido en él, reglas de uso de carácter pragmático, sintáctico (estructural) y semántico (de acuerdo al significado). En resumen, si la conducta es relación, la relación ha de regirse por reglas, adecuadas en el caso de la relación normal, inadecuadas en el de la relación anómala. La referencia, pues, al contexto en el que en cada momento nos situamos da al concepto de «realidad», para el psico(pató)logo, un carácter pragmático. La pregunta qué es la realidad concierne al filósofo o al epistemólogo; nosotros lo que preguntamos es: ¿cuál es la realidad? (se entiende, la que sirve para operar en este instante). Si interrogo a alguien sobre qué es esto y señalo un vaso de agua, me responderá «agua» en casa o en un restaurante; H20 en un examen de Química. Se trata de dos realidades distintas, que no tienen nada que ver con qué sea la realidad (algo así como la esencia, el en-sí de JASPERS) de ese objeto con independencia de su situación o contexto. La Psicopatología tradicional no ha podido dar cuenta satisfactoria de por qué cuando alguien dice «creo que Dios existe» no alucina ni delira (por lo general) y sí cuando afirma que «creo· que me hablan desde Marte». Es claro que el recurso a la cornpartitividad de la creencia no es válido, puesto que hay situaciones colectivas de alucinación o delirio. Ahora bien, si se aplica la Lógica referencial hay que tratar de las implicaciones y compatibilidades del verbo «creer» en el contexto primero y en el último. En el primero, creer no significa evidenciable, en manera alguna pretende conferir al objeto Dios la categoría de observable; mientras que cuando dice «Creer» en orden a las voces de Marte evidentemente sitúa las voces de Marte en la misma categoría lógica de las voces terráqueas, es decir, audibles por cualquiera ~«si dicen no oírlas es cuestión de ustedes», alega el sujeto alucinado. «Lo que es yo, las oigo como oigo a x o y»-. De otra forma ~respecto de las compatibilidades-: «Dios existe» es compatible con «Dios no es un objeto», e incompatible con «la botella existe». Por el contrario, «las voces de Marte se oyen» es compatible con «las voces de usted las oigo». Ahora bien, ¿por qué decimos «sentido de realidad»? Preferirnos el uso del vocablo «sentido» al de «conciencia» de realidad, porque permite la doble acepción, en primer lugar del sujeto, y en segundo lugar de la realidad. En efecto, la realidad tiene un sentido, la realidad significa; cuando me enfrento con una realidad, aunque sea inanimada.: se constituye en sistema· de signos, que son signos naturales; pero si en lugar de una realidad inanimada me enfrento con la realidad de las relaciones interpersonales, entonces también veo en éstas un sistema de signos, naturales y convencionales, merced al cual se actúa y se envían mensajes y metamensajes. Interpretar esa realidad es saber el sentido de esa realidad. ·Y saberlo supone haber verificado uno o varios J r correctos. Pero también el sujeto ha de saber interpretar esa realidad. Debe saber que un signo natural tal cómo la rama caída de un árbol implica quizá que hubo viento y la tronchó o que alguien la rompió al subir al árbol, etc., pero no puede conferirle el carácter convencional ~hó natural-e- de los signos. sociales: no puedo decir que sig1 WITTGENSTEIN, ob. cit.

Ejemplos de vínculos lógicos: si «estoy en el jardín» es verdadero, «estoy en el cine del barrio» es falso y «no estoy en el cine del barrio» es verdadero. Pero si «deseo escribir esta tarde» es verdadero, «deseo dormir toda la tarde» no es necesariamente falso. 2

2. Psico(pato)logía

301

nifica que he perdido el amor de las gentes, y si así lo hago, a pesar de todo, es decir, desobedeciendo las reglas que dan sentido a la realidad, entonces no tengo sentido de la realidad (formulado correctamente, sin elipsis: no sé el sentido del sentido de la realidad). Con otras palabras, mi J r es incorrecto.

Quienes hayan seguido paso a paso la exposicion que antecede qmza concluyan lo siguiente: la realidad se da estructurada como un discurso; en este discurso establecemos arbitrarias discontinuidades que faciliten su lectura y que aprehendemos como unidades (totalidades de grado menor). Estas unidades, en las que arbitrariamente descomponemos la realidad, aparecen, pues, como mensajes y metamensajes que hemos de captar e interpretar. Nuestra tarea inmediata es explicar las reglas y metarreglas que seguimos en la captación e interpretación de la realidad. Posteriormente me ocuparé de determinar qué reglas y metarreglas son sustituidas en la captación e interpretación anómalas. 2.5.3.2.

Conductas judicativas paradigmáticas:

denotación,

connotación

Las dos actividades decisivas del juicio son las siguientes: a) dirimir si un objeto existe y dónde, si en la realidad interna o externa (denotación); b) atribuir o negarle al objeto determinadas cualidades o significaciones (connotación). Esta síntesis de las conductas judicativas, denotar acerca de la «situación» y «tipo» del objeto, connotar acerca de sus cualidades, se logra desde cualquiera sea el modelo que se aplique a la conducta judicativa. En el modelo comunicacional, el receptor de la conducta ha de interpretar un acto de conducta del otro, el interlocutor. En primer lugar, ha de denotar la índole del mensaje del mismo: constatar el acto y el género de acto que es; pero, a renglón seguido, ha de preguntarse acerca de qué significa ese acto, cuál es el propósito del sujeto al realizar el acto, cuál su intención: con ello, cualquiera que sea la connotación que le confiera, trata de penetrar en el metamensaje (connotaciones) contenido en dicho acto de conducta. En el modelo dinámico, psicoanalítico, FREUD estableció también estas dos actividades del juicio, remitidas a una consideración genética, evolutiva. La antítesis entre lo subjetivo y lo objetivo no existe al principio. Esta se establece cuando se tiene la seguridad de que lo percibido, como producto mental, puede ser de nuevo contrastado con la realidad como existente. Por otra parte, para FREUD, fas cosas, existentes dentro o fuera de mí, son al principio cualificadas en buenas y malas, que es la primitiva atribución (o negación de la contraria) de una cualidad a un objeto 1• (Ver también sobre esto SPITZ 2,) l Sobre el juicio de realidad y el. concepto de sentido de realidad en su trabajo Negación, en ob. com.

· 2 SPITZ,

R., No y Sí, oh. cit.

FREUD,

ver

302

Introducción

a la psiquiatría,

l

En el modelo lingüístico (CASTILLA DEL Prxo 1 ), como por otra parte se ha dicho en este contexto con reiteración, las proposiciones 2, que son actos de juicio, se dividen en Indicativas (o denotativas) y Estimativas (o connotativas, valora ti vas o atributivas). La atribución básica es, al modo freudiano, bueno-malo; incluso me atrevo a afirmar que las demás remiten de alguna manera a la atribución básica. Así, por ejemplo, cuando decimos «este niño está contemplando el violín», una ampliación del contexto nos llevaría a la conclusión de que a «contemplando» se le da a su vez un metavalor, tal como «sin saber qué hacer» (lo que implicaría que sería un objeto «malo» en el más amplio sentido de la palabra: «temible», «difícil», «que no le gusta»), o al contrario, «pensando en que algún día llegará a tocarlo» (lo -que implicaría ser un objeto «bueno», en sentido lato: «deseado», «admirado», etc.). También desde la Filosofía analítica del lenguaje los actos de habla han sido divididos en indicativos y valoratívos (J. WILSON) 3, y la teoría del significado en dos grandes niveles: el de la denotación y el de la connotación (BLASCO) 4.

A) La conducta judicativa preliminar, mediante la cual se dirime si un objeto existe, si está fuera o dentro de mí, qué tipo de objeto es, así corno su designación y su sucesión se denomina denotación y las proposiciones mediante las cuales se expresa, Indicativas (I). En la proposición 1 la relación es signo-objeto. Así como desde el punto de vista de la teoría general del conocimiento puede discutirse si puede llamarse objeto a un objeto interno, tal como el pensamiento acerca de p (siendo p cualquier contenido pensable), desde el punto de vista psicológico no hay duda alguna que se trata también de objetos. La diferencia entre estos puntos de vista deriva del hecho de que en Filosofía no se parte de un modelo de sujeto, ni tan siquiera de la existencia de sujetos, mientras que en Psico(pato)logía el sujeto es sujeto del acto y el acto es o por sí mismo objeto para el sujeto, o acto de relación para con otro objeto. Así, por ejemplo, en la frase denotativa, es decir, en la I, «el actual rey de Francia es calvo», se crea un problema filosófico de significado que aún ahora es objeto de polémica: ¿tiene significado, pese a ser falsa? Si es falsa, ¿qué es lo que denota? ¿Es una frase de construcción denotativa, pero no denotativa, puesto que no denota nada, ya que no hay rey en Francia ni en consecuencia puede ser calvo? Desde nuestro punto de vista, psicológico, se trata de una denotación, una I u, si con ella se implica que «pienso» o «imagino» un actual rey de Francia y no que considero el actual rey de Francia como observable. No habría diferencia, pues, con el relato de un sueño en el que dijera: «soñé que había ahora un rey en Francia y que era calvo» 5• CASTILLA DEL Prxo, C., Hermenéutica ... , ob. cit. Como se recordará, las denominamos proposiciones, no en el sentido lógico del vocablo, sino en el 'de propuesta del sujeto. Si un acto de conducta puede concebirse como predicado del actante y como propuesta de relación de él para con el interlocutor, entonces es lícito usar de esta acepción de «proposición» como «propuesta». 3 WILSON, J., El lenguaje y la búsqueda de la verdad, trad. cast., Barcelona, 1971. 4 Br.xsco, J. LL., ob. cit. s Para quienes se interesen sobre este tema de la denotación, aparte de la obra de BLASCO, cit., debe consultar toda la Parte I de la compilación de SIMPSON, T. M . Semántica filosófica: problemas y discusiones, Buenos Aires, 1973, dedicada a la denotación. 1 2

2. Psico(pato)logía

303

La denotación, el acto de juicio denotativo, formulado por el sujeto mediante una 1) no puede homologarse con el acto perceptivo, es decir, con la percepción. Denotación no es percepción. Probablemente, si existe la función de percibir, es dudoso que pueda concebirse al modo habitual, como una función realizada por órganos tales como el sistema visual, auditivo, etc., con todo su complejo órgano del sentido-órgano central. En este orden de cosas, la percepción aparece como una función en la que el sujeto como totalidad no se implica, cuando menos en el mismo plano que el órgano del sentido y el órgano central. Sin embargo, la percepción está condicionada también desde dentro, por el sujeto, además de por el objeto, y no sólo en los aspectos formales, como describieron los psicólogos gestaltistas (KOHLER, KoFFKA, KATZ, etc.), sino también en el contenido mismo: pensemos, por ejemplo, que la estructura del campo perceptual no es sólo externa sino interna, y que hay componentes del campo externo que no son percibidos, es decir, no pasan a constituir parte del campo perceptual interno (alucinación negativa; ver después en 2.5.3.2.1.1). Por otra parte, a la percepción, tal y como se trata en los textos al uso, se la describe como una función, merced a la cual se obtiene conocimiento Objetivo del mundo exterior o de la esfera corporal, pero no como acto de juicio. Y la actividad judicativa no sólo coexiste con el acto sensoperceptivo, sino que está implicada en él y constituye una actividad inevitable. La Psicopatología tiene ocasión de demostrar este aserto, y el extrañamiento de la realidad, el deja vu, etc., lo que revelan es cómo, en determinadas condiciones, el juicio de realidad pasa al primer plano. En otro orden de cosas, la denotación de objetos internos, tales como una imagen, un concepto, un pensamiento, no sería percepción, sino representación y conciencia de la representación. Nuestro punto de vista es el siguiente: no hay razón alguna para considerar que los objetos internos no son objetos, puesto que son objetivables, y que la categorización corno fuera-dentro es posterior: lo que ha estado fuera está dentro luego; y a la inversa en la alucinación: la fantasía se exterioriza. La percepción, en suma, es un proceso más complejo que el que se denomina así, como ejemplo de acto meramente sensoperceptivo. Pienso que hay que respetar todas aquellas cualidades del acto sin las cuales no sería tal, y por tanto usaré del término denotación en lugar del de percepción.

La denotación incluye un complejo de actividades tales como las siguientes: a) b) e)

Identificación: A es A. (Jr identificativo.) Designación o denominación: A se llama «A». (Jr designativo.) Localización espacial: A está abajo-arriba; delante-atrás; fuera-den· tro (] r localizativo). d) Ternporalización: A es antes o después que B. (Jr temporal.)

Algunos de los juicios parciales contenidos en la denotación están implícitos, y precisamente una de las reglas de la denotación consiste en la evidenciación de las notas denotativas, de modo que se obvia la necesidad de precisarlas. Así, cuando digo: «el niño está mirando el violín, con el brazo apoyado en la mesa. Lo han metido en esa habitación y se ha encontrado con el instrumento»,

Introducción a la psiquiatría, 1

304

la identificación y designación son inevitables para la mera formulación de la I; pero también queda implicado el que el niño está detrás del violín y que en el acto representado el violín estaba antes que el niño, es decir, los J r localizativo y temporal. Las tablas de verdad , que suministran los textos de Lógica, pueden ser usadas para determinar la verdad o falsedad de las proposiciones denotativas o I, y las combinaciones de las mismas. En general dado un número n de enunciados, las posibilidades son 2", en este caso 16 casos posibles. De este modo, si denominamos con las letras anteriores al paréntesis el enunciado que viene tras de él, y llamamos v y f (verdad, falsedad) los dos valores de verdad, tenemos que en un acto de juicio denotativo pueden darse estas combinaciones: a b c d l.ª 2.ª 3.ª 4.ª 5.ª 6.ª 7.ª 8.ª 9.ª 10."

vvvv f V V V f V V V f V V V

f f V f V f V V f V f f V f V 11." f V V 12.ª f f f 13." f f V 14." f V f 15." V f f 16.ª f f f

aAbAcAd V

V V V

f V V

f V

f f V

f f f f

f

f f f f f f f f f f f f f

f

El signo A indica la conjunción «y», de modo que los enunciados de la derecha se constituyen en. un solo enunciado a través de las copulaciones efectuadas entre los distintos componentes. De esta tabla se infiere que en la l.ª posibilidad se dan los cuatro juicios parciales correctos (verdaderos) y en la 16.ª los cuatro incorrectos (falsos). En todas las demás posibilidades se ofrecen: 1) cuatro combinaciones de tres J r verdaderos y uno falso; 2) seis combinaciones de dos Jr verdaderos y dos falsos; 3) cuatro combinaciones de tres ]r falsos y uno verdadero. Si consideramos, como es en realidad, el ]r denotativo en forma lineal, es decir, como secuencia, la necesidad de que se precisen las lt o Lp, v o i. es indispensable, puesto que la tabla de verdad antes expuesta lo que ofrece es la posibilidad de catalogación de la secuencia de una pro-

2. Psíco(pato)logía

305

posición I en la que puedan detectarse las_ notas parciales a que hice mención anteriormente. Aparte los dos valores de verdad ~verdadero y falso-, existe un tercero, al que en aras de la claridad expositiva voy a hacer sólo alusión. Se trata de Jr indecidibles, sobre los cuales la Lógica se ocupa desde LUKASIEWICZ. Puedo, en efecto, no decidir acerca de un determinado Jr si es v o f, bien porque no me sea factible, bien porque las condiciones en que el objeto se me ofrece no me parecen idóneas para la decisión. Una voz que oigo a lo lejos no me permite decidir si es tal voz, si es de hombre o mujer, si es de contenido tal o cual. He de investigar cuidadosamente acerca de la aplicación de este tercer valor de los Jr en Psicó(pato)logía. Porque es claro que hay pacientes que por su dubitación =-por ejemplo, determinados obsesivos, aquellos que los franceses gráficamente calificaban de padecer la maladie de la doute- no se atreven a decidir, aun cuando las condiciones parecen idóneas para que el J r sea decidido. Así, el paciente que pregunta, con la habitación a oscuras, si la luz está apagada, o -como en un caso de mi experiencia- interroga a quien tiene delante sobre «verdaderamente, ¿le maté a usted?», está haciendo J r indecidibles donde puede hacerlos apofánticos.

De ello se deducen los * corolarios de la completud de la I, que enuncio así: 1) toda 1 t es v si y sólo si las I p de que se compone son I u; y a la inversa; 2) toda It es f si cuando menos una de las Ip es f. Estos corolarios son importantes en dos sentidos distintos: a) desde un punto de vista práctico, por cuanto no siempre se hace posible el análisis pormenorizado de un acto de conducta: si en algunos de los J r parciales, es decir, si alguna Ip es /, se puede concluir la categorización f del acto total; b) desde un punto de vista teórico, de investigador, en la medida en que es posible determinar, dentro de la f de la Lt, gradaciones, dependiendo del número de I p que resultan [: es evidente que no es falsa una I t que consta de sólo una Ifp, que si consta de dos, de tres o de cuatro. También es interesante la posición de la Ifp. Los corolarios de la completud pueden formularse así: 1:

Ivt.._ ¡Jp},,

;

o también

Ivf

::J

n [!pi,,

que se lee así: Una It es v si, y sólo si, el conjunto de la Ip de que se compone es v; mientras que el segundo sería: 2:

n :Ip

f,- Itf ;

o también Itf :::> n Jip f1

que se lee de. la siguiente forma: si alguna de las nI p es f entonces la I t es f. Cuando tratemos de las anomalías en la denotación hablaremos de las distintas posibilidades, y de las más frecuentes sobre todo, que acaecen como actos de conducta judicativa peculiar. B) A todo denotado, sea acto nuestro, sea acto de otro, hay que darle una significación, Dotarle de significación es atribuirle una connotación.

Introducción a la psiquiatría, 1

306

Así, cuando decimos que «usted al levantar el brazo ha hecho el saludo fascista», estamos dotando de significación al acto denotado «levantar el brazo», o sea, le estamos atribuyendo una serie de connotaciones (he dicho «serie de connotaciones» que en este caso podría ser: que es fascista, que quiere hacer exhibición de ello, que pretende provocar a los que no son, que pretende hacer ver su valor personal, etc.; pero también podría ser otra serie: que no es fascista pero pretende hacerse pasar por tal, que siente miedo a los fascistas, que prefiere vivir aunque sea mintiendo o humillándose, etc.). La relación de significación que comprende lo que se denomina connotación, o juicio connotativo, es de signo-persona. En la connotación del acto atribuimos propiedades a dicho acto que en realidad son atribuciones al sujeto del acto: sus intenciones, sus propósitos, sus finalidades 1• Las proposiciones mediante las cuales expresamos las connotaciones que atribuimos a un acto de conducta denotado las denomino Estimativas (E). Como toda E es sobre un acto denotado, quiere decir que toda E se cuelga a una I, de la cual es propiedad atribuida. Así: «este hombre está mirando al cielo, meditando en la grandeza del universo»,

«mirando», «meditando» son E colgadas a la 1 «este hombre». Ahora bien, los atributos al acto y, desde él, al sujeto del acto de la connotación correspondiente, son una atribución en el sentido literal de la palabra. Quiero decir que las connotaciones atribuidas pueden ser las connotaciones que en verdad posee el acto, pero pueden no serlo, y esta cuestión es indecidible. Un ]r connotativo, una E, para que sea verdadera ( v) hace falta que en todo momento el sujeto del juicio sepa de la pertenencia a él y no al objeto al que le atribuye la connotación. Así, por ejemplo, que «Juan es bueno» es una connotación que yo hago de Juan. Dicho de otra manera: una E es siempre predicado del que la emite, nunca predicado de a quién o a qué se atribuye. Por tanto, una connotación, una E, incluye el siguiente complejo de actividades: a) b) c)

Identificación del denotado (objeto) al que se atribuye cualidad: A tiene la connotación K. Designación o denominación de la atribución: K se llama «K». Localización de la E. La atribución K es de x a A.

Como además es posible la remisión de una E a otra y otra, recuérdese el concepto de signo perfecto (2.1.2), tenemos que: d)

Ordenación de la E en la serie de E correspondientes a una l.

Un ejemplo de falsedad de a): atribuyo la E a un objeto distinto a aquel que le pertenece. Si digo «la taza se resbaló», en lugar de «la taza 1 Como dice SHAKESPEARE en Hamlet «porque no hay nada ni bueno ni malo que no lo hagamos tal con sólo pensarlo». (Subrayado, mío.)

307

2. Psico(pato)logía

se me cayó», estoy desplazando el objeto sobre el cual proyecto la connotación. Un ejemplo de b): la propiedad K que atribuyo al objeto A se llama «K». Cualquiera otro nombre puede ser «no-K». Ejemplo de e) «Mozart es el mejor músico del mundo» localiza en «Mozart» la E, mientras que «a mi juicio, Mozart es el mejor músico del mundo», localiza la E en el hablante. d) Con frecuencia se ofrecen series de E, que se ordenan en niveles distintos, de manera que la E-1 conecta con el objeto y podría ser llamada también E-ob, mientras que la que sigue se constituye en una metaestimativa o E de la E-ob. Por ejemplo: «esto es un animal terrible; parece un monstruo que viniera a coger a alguien.» La I «animal» acabalga la E «terrible», que, juntas, se metaforizan en «monstruo», al que se le atribuye la connotación de «venir a coger a alguien». Esto quedaría expresado gráficamente de esta forma: 1+E1

le1 1

también:

Ez

E2

1

E3

E3

en la que E-1 es la E-objeto; E-2 es la metaestimativa de E-1; E-3 es la metametaestimativa de E-1 y metaestimativa de E-2. Naturalmente se puede construir la tabla de verdad de las E, esta vez con cinco enunciados, y derivarse de ella los corolarios de completud de la E) idénticos a los de las J. Una última advertencia: la mayor parte de las veces, I y E se dan de consuno en una sola locución 1• Las posibilidades de que I y E sean v o f son cuatro, según la tabla de verdad construida ad hoc: I AE

I

E

V

V

V

V

f

f

V

f

f f

f

f

Lo que quiere decir que en el conjunto de enunciados formado por E, sólo es v si los dos son u, y f si uno de los dos o los dos son f. Para la *pragmática de la vida cotidiana esto es interesante. Porque un mensaje se rechaza por su falsedad, sin entrar en detalle acerca de en

I

+

1 Ver Hermenéutica, ob. cit., en donde se hace notar que en realidad no podría hablarse de I y E puras. Aunque ahora hacemos referencia a algo distinto, conviene traer a colación este punto. ·

Introducción a la psiquiatría, 1

308

qué es, sin embargo, cierto. Para el análisis, I y E deben ser consideradas como proposiciones independientes, y entonces las combinaciones serían las siguientes: I

E

V

V

f

V

f f

V

f

Hay, además, dos tipos de E, sobre los cuales la práctica del análisis hermenéutico (ver 2.6) nos ha exigido su delimitación. Estas E son: 1) asertante, y 2) relacionante. En la primera, la E queda acabalgada sobre una I: «Esta mujer está triste». En la segunda, la E sirve para establecer la relación entre dos o más I, Y, por tanto, la E afecta a las I correspondientes: «Este niño está asustado de la rata», en donde tanto la I «niño» acabalga la E «asustado», cuanto la I «tata» acabalga la de «asustar», «agredir», etc. La representación de ambas es distinta, y sería así: y

respectivamente 1.

2.5.3.2.1.

I

I

"/ E

Reglas de la denotación

En el parágrafo anterior anticipé que la regla básica de la denotación consiste precisamente en que los cuatro ]r contenidos en una I se implican, de modo que; en ocasiones, no es precisa la advertencia previa o explícita de los mismos. En efecto, si digo «llegó Pepa después de Pedro» la nota temporal es la que se expresa, mientras queda implicada la de identificación de Pepa y Pedro, la de su designación y la de su localización fuera de mí. Por el contrario, si advierto: «llegó Pepa, no Juana», la identificación como persona está implicada en el ]r designativo. En resumen, pues, como se recordará, un loguema denotativo contiene cuatro subloguemas o Jr: 1) Jr identificativo; 2) ]r designativo o denominativo; 3) ]r localízativo; y 4) Jr temporal. La I mediante la cual refiero verbalmente el loguema denotativo expresa, quizá, uno de estos Jr particulares, pero 'se implican los 'res1 La necesidad de esta subdivisión de las E me fue sugerida por Joaquina Pineda Albornoz.

2. Psico(pato )logía

309

tantes. La elección de uno u otro depende del contexto, que es el que marca cuál es el J r que debe quedar explícito en la 1 y cuáles los que pueden quedar simplemente implicados. El contexto, pues, es el que marca la regla básica. De esta forma, cuando alguien me pregunta «¿quién llegó primero?», mi respuesta de «llegó Juana» obvia la necesidad de decir «llegó una persona, que se llama Juana, que es del sexo femenino, que ha sido percibida por mí y que no es imaginación», etc.

Conviene, pues, que enunciemos cuáles son las reglas básicas de la denotación, es decir, aquellas que se cumplen siempre que llevo a cabo un loguema denotativo que expreso mediante una J. 1) Regla de la implicación restante. Es la que acabo de enunciar, que podemos resumir así: cada l, cualquiera sea el Jr que explícitamente refiera, contiene los otros Jr, componentes del loguema denotativo, a los cuales implica. En el protocolo «mirando un violín, como diciendo que cómo se comerá esto», pese a no quedar explicitado «niño» ni las relaciones de posición niño-violín, el Jr identificativo está implícito, lo mismo que el localizativo. (El Jr temporal no es necesario en este contexto.) 2) Regla de la denotación del nivel de identificación. Recuérdese que al tratar del mensaje hablábamos del nivel de discusión. Un nivel de discusión homológico es éste: -¿Es esto una mesa? -No, es una consola.

Ambos interlocutores se encuentran en el mismo nivel de discusión, lo que no ocurre si alguien se refiere a la mesa y otro a la palabra «mesa», en cuyo caso decimos que los niveles de discusión son heterológicos. Los objetos de la realidad que son denotables, es decir, observables, pueden estar en niveles distintos, y puesto que cada objeto tiene su nombre, nuestra primera tarea al enfrentarnos con la realidad denotable es saber a qué nivel de la realidad hacemos referencia con el nombre: si a la cosa, si a la composición de la cosa o si, en un nivel superior a la cosa, al nombre mismo de la cosa. En resumen: ¿cuál es el nivel de discusión en que hay que situar el objeto que hay que denotar? La determinación se implica en el contexto. Otro ejemplo: se administra una lámina del TAT y se pregunta al probando «¿qué es. esto?». El probando puede responder: «un niño mirando un violín», etc.; o bien: «una lámina en donde está dibujado un niño que mira a un violín»... Por supuesto también es «cartón», y «el producto resultante de trabajar de modo industrial una pasta de celulosa». No cabe duda que las dos respuestas últimas revelan que el probando o ignora el nivel de discusión en el que coloco lo que ha de ser denotado, o se niega a· colocarse en ese nivel por razones que ahora no hacen al caso.

Introducción

310

a la psiquiatría,

1

1 MOLES denomina clave a todo lo que el receptor sabe a priori sobre el mensaje, fuera del simple enunciado del repertorio. «La clave de las presiones, añade, determina estadísticamente la complejidad de las formas que se le proponen al receptor.» La clave, pues, determina de alguna manera el nivel («de alguna manera» quiere decir estadísticamente; prueba de ello es que podemos errar respecto del nivel). Presentándose la realidad como un texto, el nivel de realidad es equivalente al nivel de lectura: un libro se puede leer como estilo, como narración, etc. Entre el sujeto y la realidad ha de haber lo que ScHMIDT 1 ha denominado relación de com plementariedad: cuando alguien dice «éste es un niño con un violín», etc., complementa su denotación con las exigencias de la realidad (la lámina 1 del TAT y mis claves suministradas).

Algunos esquizofrénicos, bien por juego, a través del cual logran evitar la comunicación que se les exige, bien por otra razón, se sitúan en otro nivel respecto del objeto que el interlocutor propone. Cuando el esquizofrénico a que he hecho referencia responde a mi pregunta de «¿cómo se encuentra?» con «sentado», a propósito elude sintonizar conmigo. Otro, al que he citado también, que al verme rascar mi frente me dice: «está usted haciendo experimentos conmigo», sitúa en un nivel conducta! un acto aconductal mío. Como se ve, es de enorme importancia atender a las posibles des-nivelaciones entre los interlocutores para comprender la situación creada de completo absurdo y malentendido, a veces intencional, otras involuntario.

Si consideramos contexto ampliado (Ca) toda una serie de contextos restringidos (Cr) alguno de los cuales es el ofrecido mediante las claves, se puede representar así:

{C11}=>{C11

C:. C,,}

e

se constituirá como la gestalt elegida como adecuada al nivel. La indecisión entre uno u otro C, legítima, por cuanto la realidad se ofrece como un proceso estocástico, se representa de este modo:

y un

{ e"}

::J {

e_,., } C,.2

que se lee de la siguiente manera: del contexto ampliado escojo el contexto restringido 1 ó 2. He aquí un ejemplo: «esto puede ser un hombre que salta por una ventana, o un ladrón que entra en la habitación» (de la lámina 14 del TAT) . .1 MoLES, A., «Teoría informacional de la percepción», en El concepto de información en la ciencia contemporánea, compilación con introducción de M. GuEROULT, trad. cast., México, 1966. 1 ScHMIDT, S. J., Teoría del texto, trad. cast., Madrid, 1977. El equivalente de la lámina del TAT es la situación real en que el sujeto se encuentra en cualquier momento de la vida cotidiana.

2. Psico(pato )logía

311

3) Regla de la denotación seriada y estructurada de la gestalt. Por lo general, lo denotado, en el nivel que sea, revela la tendencia estructuradora que el sujeto imprime a lo denotable. De este modo le es posible hacer una definición, designación o denotación global. Los enunciados denotativos son Ir, las cuales a su vez pueden ser v o t, dependiendo de que la relación de complementariedad entre sujetorealidad se verifique o no. También puede ser indecidible (I?) (ver 2 .5 .3 .2). Una J, puede adoptar la forma elidida, cosa que ocurre cuando, en lugar del nombre que designa globalmente al objeto, usa demostrativos como «esto», «eso», «aquello», que son equivalentes de lo que se denominan definiciones ostensivas (l del lenguaje analógico: señalar con el dedo índice al objeto, por ejemplo). Una J, queda definida por ser una descripción de un conjunto, que bien puede quedar en el mismo, bien puede a su vez complementarse con las descripciones de los componentes del conjunto mediante IP. En la lámina 13 del TAT, por ejemplo, puede decirse: «una pareja», o bien: «una pareja, en la que ella se queda durmiendo mientras él se ha vestido para marcharse». Por tanto, en un contexto restringido (unidades arbitrarias, a las que se hizo mención en 2.1.6.1) (C,) tendríamos:

La denotación de la gestalt se hace con arreglo a una secuencia. El estudio de la secuencia es interesante para formalizar el proceso mediante el cual el sujeto capta la realidad. La representación del proceso secuencial se puede hacer de dos formas: a) mediante diagramas arbóreos; b) mediante patentización. He aquí los esquemas de ambas:

4) Regla de la categorización de los componentes de la gestalt. Una Ir se constituye a expensas de lp, las cuales a su vez pueden ser v o f. De este modo, la secuencia muestra no sólo el valor de verdad de la Ir, sino los valores de verdad de cada uno de los componentes (Ip). Al tratar de los *alucinemas tendré ocasión de hacer ver de qué modo una formación de este tipo es a veces una J,, otras una IP que se intercala dentro del conjunto constituido por la J,.

Introducción a la psiquiatría, 1

312

La formulación de las gestalten en la que se dieran las dos posibilidades sería ésta: a) J, (1., 11, l.,); b) J, (1., l .. , l.,) .

No debe olvidarse que el proceso de formación de una gestalt es de carácter estocástico y, por tanto, en la secuencia no existe idéntica redundancia en los primeros que en los ulteriores miembros de la misma. De este modo, el sujeto de la conducta se plantea It? (I indecidibles) en un primer momento, como cuando decimos: «esto, no sé, a lo mejor puede ser que ... »

de las que luego resulta una Iv1 o una I¡1. Naturalmente no podemos entrar aquí en las infinitas formas de denotar que cabe ante una situación, formas que connotan respecto de la actitud del sujeto ante esa situación. Las J, pues, son los enunciados lingüísticos de los ]r denotativos que el sujeto lleva a cabo. Por tanto, una I será v sí la relación signo-cosa es verdadera; f si la relación es errónea. Dicho de otra forma: las I muestran la capacidad para formar el sujeto significados denotativos. Las cuatro reglas expuestas constituyen las reglas de la denotación normal. A continuación resumo las cuatro reglas básicas que presiden la construcción de un loguema, que han de cumplirse necesariamente en todo Jr denotativo normal. 1) Cualquiera que sea el ] r explícitamente referido en la I que se enuncia, los demás ]r están implicados. 2) El denotado se ofrece en un determinado nivel de la realidad. La captación del nivel de realidad se determina a través de la aprehensión del contexto en que la realidad a que se hace referencia se ofrece. 3) Lo denotado se da estructurado por el sujeto de la denotación y se ofrece seriadamente, en un discurso sintagmático, lineal. 4) Una gestalt denotada categoriza sus componentes según valores de verdad (verdad-falsedad). 2 .5 .3 .2 .1.1.

Denotación anómala

A) Si se echa una ojeada a la tabla de verdad construida para los Jr denotativos en el parágrafo 2.5.3.2, podrá inferirse que, salvo en la combinación o posibilidad l.ª, en la que el loguema denotativo es o, todos los demás resultan ser falsos. La falsedad se sitúa unas veces en el Jr identificativo, otras en el designativo, otras en el localizativo, otras en el temporal; también se sitúan en más de un Jr (en dos, tres o en cuatro).

2. Psico(pato )logía

313

La ventaja de haber expresado estas posibilidades en la tabla de verdad estriba, entre otras cosas, en el hecho de que permite d'emblée comprender la localización de la anomalía, en este caso de la falsedad, y en censecuencia, desde el plano empírico se lleva el relato a la tabla para su ubicación. En mi concepto -sirva esta aclaración como válida pata cualquier otro contexto en donde no se exprese otra cosa-« falsedad es igual a anomalía, no entrando ahora en la consideración de los siguientes dos puntos: 1) que la anomalía es o transitoria o permanente; 2) que la anomalía sólo en determinada medida hace referencia a la anormalidad del sujeto de la misma. Un sujeto será anormal con muy distinta implicación si la anomalía es transitoria que si es permanente, y, a su vez, si lo es en un ]r, en dos, en tres o en cuatro. Normal es, en mi concepto, cumplimiento obligado de reglas que hacen posible aquello que se pretende y se le exige, y ahora tratamos de las reglas de la denotación, que han de ser cumplidas por todo sujeto que denote -es decir, por todos-. Cualquier incumplimiento de reglas de la denotación es una conducta denotativa anómala.

El cuadro adjunto sitúa, junto a la tabla de verdad de denotados, la designación de la anomalía a la que corresponde en la práctica psicopatológica.

l. 2.

3. 4. 5.

6. 7. 8.

9.

10. 11. 12. 13. 14. 15. 16.

V V V V f V V V V

V V V V V V f V V f f f V V f V f V V V f f V f f V V f V f f V V f f f f V f f V f

f

f

f f f f f f f f f V

V

Loguema denotativo correcto. Identificación errada. Designación errada. Localización espacial errada. Localización temporal errada. Identificación y designación erradas. Identificación y localización espacial erradas. Localización espacial y temporal erradas. Designación y localización espacial erradas. Designación y localización temporal erradas. Identificación y localización temporal erradas. Identificación, designación y localización espacial erradas. Identificación, designación y localización temporal erradas. Identificación y localización espacial y temporal erradas. Designación y localización espacial y temporal erradas. Identificación, designación y localización espacial y ternpor al erradas.

No todas las combinaciones de este cuadro son detectables en Psicopatología. Pero una de las ventajas que ofrece la posibilidad de contar con estas combinaciones es la consideración de gradaciones dentro de un mismo tipo de proceso seudodenotativo. Por ejemplo, no es idéntica la ilusión de 2, que es las más de las veces un error pasajero que el sujeto

Introducción

314

a la psiquiatría,

1

comete, que la ilusión de 7. Desde el punto de vista del análisis del fenómeno y de su cuantificación como anomalía es importante saber, en cada caso, cuál o cuáles componentes del ]r son los errados. A continuación señalo algunas .correspondencias con síndromes psicopa tológicos: 2=lapsus . .3 =lapsus linguae. 4 =lapsus en localización espacial. 5 =lapsus en la ordenación temporal, por ejemplo deja vu. 6 = agnosía y subsiguiente afasia nominal, transitoria o permanente. 7 =ilusión. 8 =desorientación espaciotemporal. 9 =afasia nominal y desorientación espacial. 10 =afasia nominal y desorientación temporal. 11 = agnosia y desorientación temporal. 12 =alucinación. 13 =alucinación mnéstica. 14 =(no posible). 15 =afasia nominal y desorientación espaciotemporal. 16 =alucinación con desorientación espaciotemporal. Conviene tener en cuenta que en la vida real no sólo existen valores de v y l. sino también intermedios. Lo hemos visto al tratar de las gradaciones de la f de las I t. No cabe duda de que una I t es más falsa si tiene sus cuatro I pf que si sólo tiene tres, dos o una. Podría decirse igualmente respecto de la verdad de la l. En Psico(pato)logía hay que dar entrada, como he dicho antes, a Jr índecidibles: «¿Es esto un fantasma?» «No sé si ha sonado el teléfono.» «Me pareció oír mi nombre», etc. El relato denominado «extrañamiento de la realidad» (exactamente, de un objeto, sea de la realidad interna o de la externa) es una prueba de estas proposiciones I que son intermedias entre la v y f. La lógica moderna cuenta con estos valores intermedios de verdad o falsedad. Ver sobre esta cuestión, entre muchos, HuGHES y CRESSWELL 1: se trata de la lógica modal y polivalente. Relatos del tipo de los que tratamos ahora son, por ejemplo, entre otros, los siguientes, entresacados directa y literalmente de pacientes: a)

b)

«A veces no sé quién soy, mejor dicho, me parece que no soy p y me siento actuando como si fuera otro, pero, al mismo tiempo, me doy cuenta de que tengo que ser yo.» Aquí, el objeto es el sel/ del paciente. «Me ocurre ahora que veo una cosa y me digo: ¿es de verdad lo que veo? Y también que me hablan y me digo: ¿me hablan a mí o no es a mí? Sé que es a mí, pero es como si no lo fuera, porque noto las voces extrañas.»

1 HuGHES

y CRESSWELL,

Introducción a la Lógica modal, trad. cast., Madrid, 1973.

2. Psico(pato)logía

315

B) A continuación voy a ocuparme de una serie de modificaciones frecuentes de la denotación, caracterizadas todas ellas por ser una perturbación, pasajera o permanente, del sentido de realidad. Se trata, pues, de Jr denotativos falsos y anómalos, que se expresan mediante proposiciones indicativas falsas (1/). Todas ellas son de excepcional importancia para la Psicopatología por la inferencia que de ellas se obtiene respecto del sujeto de la proposición. En efecto, trataré aquí de las seudopercepciones (ilusiones, alucinaciones, etc.), en sus diferentes variantes. a) Alucinación negativa. El término «alucinación negativa» no es de uso común en la Psicopatología. FREUD 1 aludió a él sin que de hecho volviera a ocuparse de este importante fenómeno. En efecto, se trata de lo contrario de la alucinación sensu stricto. En la alucinación propiamente dicha, como se verá, se trata de percibir lo que no existe. En la alucinación negativa se trata, por el contrario, de no percibir lo que existe. FREUD considera, en esa alusión citada, que una teoría de las alucinaciones debe comenzar por el análisis de la alucinación negativa. Sólo hace unas décadas se experimentó con la selección perceptual (ver 2 .3 .3), mediante la cual se hace ver que denotables situados en el campo perceptual no son percibidos, excluyéndose naturalmente el que se trate de observables que no reúnen las condiciones idóneas para ser perceptos (por ejemplo, observables que están fuera de mi campo perceptual). La teoría de la información permite concebir este curioso fenómeno de la vida habitual de todos nosotros por lo que denomino negación de la redundancia) de modo opuesto a como una ilusión o una delusión 2 (percepción anómala) exige una redundancia ampliada. En efecto, el que alguien tome la palabra «X» por su apellido y porque se le nombra, implica una redundancia mayor de la existente, mientras que el que no se oiga nuestro nombre y se le subsuma en el ruido supone una negación de la redundancia que por sí tiene esa palabra. La alucinación negativa 3 es, pues, un objeto no percibido que reúne las siguientes circunstancias: a) es un constituyente del campo perceptual; b) ha tenido que ser percibido; e) se actúa como si el objeto no hubiera sido percibido, por tanto como inexistente. Si un acto de denotación es:

t FREUD, S., Adición metapsicológica a la teoría de los sueños) cit. Se trata de una breve nota a pie de página. FREUD no volvió a ocuparse de este tema, aunque sí de las psicosis alucinatorias. 2 Delusión es el vocablo inglés con el que se designa lo que en la Psicopatología de K. SCHNEIDER se denominan percepciones delirantes (ideas delirantes primarias, de JASPERS). Fue adaptado para el castellano por B. LLOPIS, a mi juicio acertadamente, aunque no se ha generalizado. En este texto es denominado delirema I. 3 Ver CASTILLA DEL Pmo. C., «Alucinación negativa», en Vieja y Nueva Psiquiatría, 2.ª ed., Madrid, 1978.

316

Introducción

a la psiquiatría,

1

entonces una gestalt, J,, es un conjunto constituido por nl», y una alucinación negativa se formula de este modo:

en la que - I P designa el percepto no denotado y que forma parte, no obstante, del conjunto-gestalt 1t. Donde se ha puesto de manifiesto la importancia de la alucinación negativa es mediante el uso de los tests proyectivos, especialmente de 1, MuRRA Y que prueban que la selección del campo perceptual tiene un carácter de defensa, según hicimos ver al tratar de la relación sujeto-objeto (2.3 . .3). El que la alucinación negativa haya pasado inadvertida como fenómeno patológico sólo prueba la insensibilidad de la Psicopatología ante la vida cotidiana, y su atención selectiva ante lo extravagante e inusual. Ciertamente, es un principio económico el que la percepción de la gestalt conlleve el sacrificio de las partes de que se compone, de modo que una cierta prescindencia de denotados es incluso facilitadora del proceso de denotación útil. Por otra parte, es notable el que el vacío dejado por una - IP no se cubra por una neoformación del tipo de la alucinación sensu stricto Utp+), y posiblemente aquí radique el hecho de que la alucinación negativa haya sido considerada un hecho normal. Así como la aparición de un nuevo elemento modifica la gestalt, la supresión de uno, en la alucinación negativa, no modifica sustancialmente la J,, de modo que hasta resulta ventajoso para el sujeto. Los protocolos del TAT demuestran que el percepto negado ha sido, no obstante, percibido. He aquí un ejemplo (de la lámina 3 BM: una figura humana echada sobre un banco; a su lado, una pistola): «Esta mujer está desesperada, abatida, ahí echada, tirada sobre el banco. No sabe ya qué hacer, todo está acabado para ella... no se me ocurre nada más.» Obsérvese lo superfluo de la - IP (la pistola). Lo eludido ha sido la verbalización de la Ip, que implicaría su denotación y el reconocimiento explícito de la instancia autodestructiva. Cuando se la advierte al sujeto de la - IP añade: «es como si no quisiera mirar la pistola, porque si lo hiciera, entonces no sabemos lo que haría, a lo mejor no podría contenerse... a lo mejor sí». Por tanto, la negación que implica la - IP persiste; no querer mirar ee no cogeree no hacer; incluso si mirar e coger, entonces podría ocurrir que: a) no podría contenerse; b) podría contenerse.

La alucinación negativa plantea una serie de problemas de gran interés, algunos de los cuales conciernen a la Psicopatología, otros a la Epistemología general, es decir, a la relación sujeto-objeto (considerado el sujeto ahora como sujeto epistémico). 1) En su referencia a la Psicopatología, la alucinación negativa sugiere que debe haber en el sujeto un dinamismo por el cual tiene lugar la selección que al fin consti1

Test de MuRR}.Y, es decir, el TAT (test de apercepción temática).

2. Psico(pato )logía

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tuye el campo perceptual, y que lo no seleccionado no sólo es dejado al fondo, sino negada su existencia incluso. De esta forma, no se trata de que sobre ellos se ejerza la represión, en el sentido habitual de este dinamismo en Psicología dinámica, sino que, al negarse su existencia, deja incluso de influir como contenido reprimido. Sería, pues, una doble negación: negación de la negación; dicho con otras palabras: la descalificación, la negación de lo existente. (Compárese con la descalificación como forma de negación total del sel], de que hablábamos en 2.3.2.1.3.) 2) Desde el punto de vista epistemológico, la existencia de alucinaciones negativas sugiere que el sujeto epistémico no es tanto sujeto de la posible distorsión del denotado, sino negador de su existencia y, por tanto, de su presencia como objeto para el sujeto. Por otra parte, el hecho de que, como vimos, la alucinación negativa no modifique sustantivamente la It resultante, lleva consigo la inexistencia de un «factor de corrección», como sería la conciencia de la incompletud (en el fondo, un efecto análogo al denominado «efecto Zeigarnic» .1 ).

La interpretación de la alucinación negativa no se deja apenas ver en la vida cotidiana más que en condiciones de excepción, por ejemplo, cuando un denotable especialmente significativo es negado como denotado. Tal es el caso del sujeto que tenemos delante y que no es tan siquiera notado. Esto no quiere decir que no la posea de ordinario. Cuando se usan tests proyectivos, la alucinación negativa pone al descubierto las deficiencias de la conducta judicativa habitual del sujeto, por lo menos para ciertas áreas de la realidad que catalizan áreas conflictivas del sujeto de la conducta. b) Extrañamiento. Son I?, es decir, indecidibles. Incluso aunque aparezcan dadas como I u, la actitud del sujeto es de que no se atreve a decidir acerca de la v de la I. He aquí algunas expresiones de pacientes con extrañamiento de la realidad: a) «Me pasa que no sé si lo que veo es de verdad. Me pongo a mirar un lápiz y me digo: ¿será un lápiz o me creeré que es un lápiz y no lo es?» b) «Fue de pronto que me ocurrió al mirar la cara de mi padre. Yo estaba leyendo. Estábamos oyendo la televisión. Al levantar la mirada del periódico me resultó todo extraño, como si fuera imposible que mi padre fuera mi padre; quiero decir, que la cara de aquel hombre fuera la de mi padre. Todos los rasgos de su cara me parecían extraños, como si no fueran los suyos.» e) En ocasiones, los pacientes muestran tan sólo perplejidad ante el denotado, como ocurre muchas veces en la realidad y en los tests proyectivos. «¿Qué es esto? Y o no sé qué es esto, qué puede ser esto.»

e) Ilusema. Se denomina también «falso reconocrrmento» e ilusión. Se trata de una identificación falsa, es decir, de una denotación errada. Por eso son If de denotados externos. 1 Se conoce. con esta expresión la tendencia a permanecer en el campo de la conciencia todo aquello que, por inacabado, suscita tensión. Fue descrito por B. ZEIGARNIC en 1927 (Psychol. Forscb., 91 t85). Los psicólogos de la Gestalt prestaron mucha atención a este efecto. No así los psicoanalistas, cuando realmente permite una interpretación dinámica de gran interés.

.318

Introducción

a la psiquiatría,

1

Dividimos las If en dos tipos, Ift e Ifp. En las primeras, la denotacíón errada afecta a la gestalt, de manera que, por principio, puesto que concierne el error al conjunto o a la clase, concierne también a los miembros de ese conjunto. En las If p sólo algunas de las formaciones que componen el conjunto gestáltico son erradas. En la vida cotidiana es muy frecuente la If p, es decir, la ilusión sobre algunos de los denotables del campo. Las lft son poco frecuentes, incluso en Psicopatología, y sólo se observan en alteraciones del estado de la conciencia, en forma de onirismo, como en los cuadros de las psicosis tóxicas, en las que, además de alucinemas, pueden provocarse en el sujeto ilusemas. A un enfermo de delirium tremens alcohólico le colocamos un cartón en el que hay algunas líneas dibujadas, y nos dice: «mire usted los gusanos puñeteros, mire cómo suben por aquí y se vienen como jugando hacia la cama. Ahora parece que se van».

Con frecuencia las Ift son criticadas con posterioridad, entonces la fórmula se convierte en:

de manera que

lft+Ivt y de la segunda I, la I vt, se parte hacia un nuevo conjunto. caso de los seudoilusemas. He aquí un ejemplo:

Este es el

«Por la noche, cuando abro los ojos, veo en las paredes unas caras muy feas, muy horrorosas, y luego· me doy cuenta de que son las sombras que se hacen en las paredes con la luz de la habitación de al lado, que da como dibujos de caras.»

Si se reflexiona detenidamente sobre estos casos, por demás interesantes desde el punto de vista formal, encontramos que el sujeto construye una gestalt errada, Ift, con todo su conjunto de lp. De alguna de estas Ifp infiere la falsedad del conjunto Ift del que se partió: así, por ejemplo, ve las caras, pero no ve los ojos, de lo cual deduce que no pueden ser caras. Entonces, es una sombra, es decir, una Ivt, de la que parte la serie de I vp. Por tanto, el proceso se formula del modo siguiente:

o abreviadamente:

f/i { f/p}

n

+ t..

{ frp}

n

Conviene advertir -cosa que es válida para todas las denotaciones análogas que sustituyen el denotado real por el neoformado-, que es de interés saber cuál es el tema de la denotación neoformada. Por ejemplo, ¿qué sustituye a las sombras de la pared o a las líneas de la página ofrecida? Los temas sustitutorios son símbolos que hay que interpretar me-

2. Psico(pato )logía

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díante ampliaciones del contexto, es decir, mediante la asociación libre, sí eso es posible. El tema de los. ilusemas y seudoilusemas debe ser tratado, pues, como un tema onírico o como un tema fantástico, puesto que, naturalmente, se trata de una fantasía. d) Seudoalucínema. Desde el punto de vista tradicional deberían ser tratados como formas de la alucinación. El análisis de la denotación que hemos llevado a cabo demuestra que se trata tan sólo de un loguema denotativo anómalo en el Jr localizativo. Es la 4.ª de las combinaciones posibles. El seudoalucinema es muy frecuente en la vida cotidiana. Se trata de una alucinación criticada, en la que la alucinación tiene lugar sólo durante brevísimos instantes. Así, cuando alguien se levanta porque cree oír el teléfono y dice a continuación «creí oír el teléfono», en ese momento se trata de una denotación anómala de la localización: a la espera de oír sonar el teléfono, un denotado interno es convertido en externo. La formulamos así: 11+ • , que corresponde a una Indicativa falsa neoformada (es decir, una alucinación, luego corregida y que, por tanto, hace verdadera).

La diferencia, como se verá al hablar de la alucinación, estriba en que éste de que tratamos es criticado y la alucinación no. Pero la crítica es un momento lógicamente ulterior, que ofrece la oportunidad de comprender que en el momento previo, en el que se genera la alucinación que luego ha de ser criticada, lo fundamental es la ansiedad. De manera que el análisis de la seudoalucinación nos permite confirmar algo que la Psicopatología tradicional nunca señaló, y que debemos al Psicoanálisis su advertencia, a saber, la génesis ansiosa de la alucinación. La existencia del momento crítico ulterior hace pensar que la ansiedad no debe tener carácter tan intenso como para hacer estable la alucinación. La seudoalucinación se da con frecuencia en las neurosis de angustia, del mismo modo que, en el ejemplo antes señalado aparece a partir de la espera ansiosa. He aquí algunos ejemplos de neurosis de angustia con seudoalucinaciones: a) Una paciente tiene una neurosis de angustia en la que resalta sobre todo la angustia ante la posibilidad de suicidarse. «Lo tengo tan fijo que cuando estoy sola parece que me dicen, ya sé que esto no puede ser, pero de momento lo oigo aunque me doy cuenta de que es imaginación: que se ahorque.» b) Otra paciente nos refiere lo siguiente: «de noche veo cosas raras ... las cosas que yo pienso que las veo, y luego me doy cuenta, en seguida, que no son más que mis imaginaciones. Veo, por ejemplo, un hombre con los pelos tiesos, chorreando sangre, que viene a mí. Otras veces voy a entrar en la habitación y oigo una voz que dice: vuélvete, y es que estoy con un miedo tan grande que parece que de verdad oigo la VOZ». e) «De toda la vida -nos dice una mujer de 29 años, muy ansiosa, con el sentimiento de siempre de no ser normal, de poder volverse loca alguna vez- he oído como voces que dicen que estoy loca. Naturalmente esto no puede ser, porque no hay nadie. Es que yo paso al lado de gamberros o de alguien con voz altisonante y me parece que dicen eso.»

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d) Una mujer, de 67 años, amblíope, veía como «para mí que era un hombre que me miraba, y veía también a otro en la puerta y que se metía en la viga del techo; pero yo pensaba en seguida que todo era imaginación mía».

e) llusema temporal. Se comete con frecuencia un error en el ]r temporal que implica todo loguema denotativo. El más habitual consiste en ilusionar imaginando haber visto o en general vivido, experimentado, lo presente como ya anteriormente visto o experimentado. Es el fenómeno conocido como deja uu, deja vecu. a) Un paciente esquizofrénico me decía insistentemente: «he estado en su consulta, seguro que tengo mi ficha aquí... todo esto de los libros, de los relojes me ha hecho reconocer que he estado aquí antes». Cuando se comprueba que no figura en , el índice de pacientes, no se da por vencido: «dejémoslo, he estado aquí, eso es seguro, ¿para qué vamos a discutir?». b) Fenómenos de «dejá vecu» son frecuentes en crisis epilépticas, como ésta que describo a continuación: «todo lo que oigo en esos momentos -se refiere a los momentos previos a la pérdida de conciencia- es como si lo hubiera yo oído antes; si me hablan, pienso: esto me lo han dicho antes. También los mismos pensamientos que se me ocurren entonces imagino que los he pensado antes, que son otra vez las mismas ocurrencias».

f) Alucinema. En ellos se trata de la neoformación de un percepto, es decir, la denotación en el exterior de algo existente en el mundo interno del paciente. Por tanto, se trata de una I] +·Generalmente se trata de lit+, y sólo excepcionalmente una llP+ se interfiere en el contexto. De este modo, el alucinema es por sí mismo una gestalt. Al ser una Iit «, por su carácter de t, ocurre que el sujeto sustituye todo el contexto dénotable que se le ofrece por la gestalt alucinada, de manera que en el alucinema tienen lugar dos procesos: una ~ It y una lit+. Veremos luego que cuando los alucinemas se degradan en el tratamiento farmacológico, entonces la If deja de ser t para hacerse p. Trataremos de ello posteriormente. Problemas en torno a la alucinación.-Cualquiera que sea el léxico usado para la formulación· de lo que se considera como alucinación, en último término puede decirse así: alucinar es percibir lo que no hay; es decir, una percepción sin objeto (L'HERMITTE I). Así, por ejemplo, con suma frecuencia algunos pacientes dicen oír voces (que les llaman, les insultan, denuncian lo que piensan, etc.). De momento, no me interesa hacer constar que en muchas alucinaciones se contiene además un delirio; de ello me ocuparé al tratar de los deliremas: tal es el caso de la voz que insulta, y que se atribuye -porque es obvio que hay que dar alguna explicación y generalmente ésta es errónea- a alguien situado en el piso, ciudad o planeta distintos al del alucinado. En la Psicopatología tradicional se hace una taxativa diferenciación entre el error que supone la alucinación y el error que implica el delirio, pero un análisis con un instrumental adecuado puede hacer quebrar esta satisfactoria diferenciación, que hasta ahora ha sido mantenida en la semiología psiquiátrica para uso diagnóstico. 1 L'HERMITTE,

J.,

Les Hallucinations, París, 1951.

2. Psico(pato)logía

321

El problema mismo de la alucinación es más complicado de lo que entraña su definición aceptada. Por lo pronto, se suele incluir en el capítulo de las perturbaciones de la percepción, lo que quiere decir: 1) que hay una «función» que tiene por objeto percibir lo que hay; 2) que puede perturbarse de modo tal que se perciba lo que no hay. Pero, como no puede ser de· otra manera, percibir lo que no hay supone que el sujeto alucinado escoge, de entre su contexto interno, algún elemento, que no tiene categoría de perceptible (puesto que no es observable) y se la confiere erróneamente. Sencillamente, fantaseo, imagino una voz, por ejemplo, y creo, con la certidumbre que he de dar a todo lo que percibo, que la voz está fuera de mí.

Si trasladamos la denotación anómala que supone la alucinación a la tabla de verdad, vemos que el error corresponde a la posibilidad séptima, a saber: ]r identificativo y localizativo anómalos. En efecto, en primer lugar, el denotado (interno) no se identifica como tal, y a lo fantaseado se le confiere categoría de percepto; en segundo lugar, de interno se proyecta al mundo exterior, como forma de hacer verosímil el carácter de percepto. A diferencia de lo que ocurre con la ilusión, el extrañamiento, los fenómenos de ilusión temporal y, por supuesto, la seudoalucinación, la alucinación tiene un carácter de certidumbre -la certidumbre que da lo. percibido, lo denotado con los, o a través de los, órganos de los sentidos. Esta certidumbre conferida al tema alucinatorio es general, pero en todo caso hay momentos en la génesis de las alucinaciones en las que puede aparecer extrañamiento de las mismas: a) Un paciente, en el comienzo de una psicosis esquizofrénica, me decía: «son como voces; bueno, a veces son voces, otras sólo lo parecen y yo atiendo para ver si son voces o son ruidos de otro tipo». b) Otro paciente relata: «oigo voces como en la cabeza, y cuando quiero atender a ver qué es lo que dicen, entonces dejo de oírlas».

Pero la certidumbre del contenido alucinatorio a veces se impone por sobre toda verosimilitud para el propio paciente: a) «Es lo que digo yo: ¿cómo puedo oír voces estando solo y sin nadie alrededor? Pero oigo que hablan de mí, que no me dejan dormir con las voces, dialogan sobre mí..; No digo que a lo mejor sean imaginaciones, pero la verdad es que yo las oigo y son verdad, aunque no lo crean. Y o tampoco las creo a veces, o no quisiera creerlas o yo qué sé.» Puede llegarse a límites completamente grotescos en orden a la certidumbre conferida, como en el paciente a que me refiero a continuación. b) Un esquizofrénico de 30 años de edad, con más de cuatro de psicosis, aparte otros síntomas, relata así sus alucinemas: «son voces impertinentes, me impiden conciliar el sueño; alguna vez es una sola voz, chillona, metálica. Pero esta noche era todo el clan familiar desde P el que hablaba diciéndome haz esto, haz lo otro». Pero en otras ocasiones las describe «como una "voz en off que dice que soy hijo natural, que Franco no me quiere, que me vaya a París con Sartre, que soy drogadicto, cualquier cosa, siempre intentando confundirme, dirigirme».

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a la psiquiatría,

1

En casos como éste el alucínema es interpretado a su vez delirantemente, y sobre este fenómeno me ocuparé al tratar del delirio (2.5.3.2.2.l ). Pero esta explicación de las alucinaciones, que revela ya la psicosis constituida, todavía no aparece en los primeros estadios. Pero en ocasiones se encuentran estadios intermedios, en Jos que todavía la explicación sobre las alucinaciones está en el ámbito de la hipótesis. He aquí un caso: e) Se trata de un muchacho de 19 años, diagnosticado de esquizofrenia desde hace tres años. «Oigo una voz interior que me dice haz esto, haz lo otro, y esto me da que pensar que puede ser a lo mejor el demonio, pero no estoy seguro; alguien tiene que ser, porque la voz no es mía.» d) A veces dialoga con las voces, como en ésta que narro a continuación: «una vez la voz me dijo: 'di vete al carajo', y yo le respondí que por qué lo iba a decir; entonces la voz me añadió: 'eres libre y puedes decirlo y tienes que decirlo'». e) En un caso, que describiré en otro capítulo de este texto (ver 2, 4.4), un paciente ciego presentaba alucinernas consistentes en que por las fosas nasales creía expulsar gusanos largos «como cabellos» y del grosor de «un macarrón». Lo interesante era que el paciente decía verlos, y una vez que verificaba lo que para él era su prensión, nos los mostraba a los demás. f) Otro paciente, voyeurista con anterioridad, consulta por presentar unas «cosas extrañas» que le acontecen. Se trata de lo siguiente: «cuando voy por la calle la gente me mira y entonces me provocan un pellizco en los testículos».

No todos los alucinemas tienen el mismo carácter de certidumbre. Así, por ejemplo, los alucinemas auditivos sí lo poseen: oigo una voz y, como por sí misma la voz es algo efímero y poco durable, apenas oída dejo de tener la posibilidad de contrastar su verdad o falsedad, salvo que el contexto en que me encuentre la haga presumiblemente inverosímil (caso de estar solo, de no ver a nadie conocido, de que la voz no se continúe con algún otro acto de conducta dirigido a mí, etc.). Los alucinemas auditivos, constituyendo por sí mismos todo el contexto -recuérdese la afirmación que hacíamos de que el alucinema era una Indicativa falsa total-, son vividos con certidumbre, la misma que luego veremos reiterarse en los deliremas. Pero los alucinemas visuales, por su característica sensorial, son experimentados por lo general con certidumbre menor: así, en el delirium tremens las alucinaciones visuales son corregidas cuando el sujeto, contando con que el observable persiste en el campo perceptual, trata de actuar sobre él, y entonces, en la acción, tiene ocasión de contrastar su error: de momento al menos, se disuelve el alucinema. En este caso se trata de una alucinación que luego es corregida, es decir, Ift+ (v) (seudoalucinación). De todas formas, como se sabe, no siempre es así. Un paciente de delirium tremens decía: «ahí están los muñequitos otra vez», y cuando se incorporaba en la cama, como para atacarles una vez levantado, añadía: «ya se han escapado», con lo cual, natural= mente, no criticaba el alucinema previo, sino que lo reafirmaba con otro.

La regla de los alucinemas es la siguiente: una Ústalt fantaseada, denotada en la realidad interna, de mayor o menor extensión, es trasvasada al rango de lo denotable en la realidad exterior: la «observación» interior es

2. Psico(pato)logía

323

convertida en exterior. La procedencia del contexto interno del sujeto es clara para él mismo muchas veces. «Las voces las oigo yo dentro de mí, son csas que me ocurren y que no me explico.» Son aún más ostensibles cuando el paciente las vive como referidas por su contenido a él: «yo las oigo perfectamente, y no es que digan mi nombre, pero se refieren a mí; mis hijos dicen que no oyen nada y será verdad, pero yo las oigo y como es que sí, lo digo».

El proceso de formación de los alucinemas. De vez en vez se tiene ocasión de asistir a la formación de alucinemas en psicosis muy recientes, de horas o de días de duración. En estos casos se observa la escisión entre los dos juicios, de que hacía mención antes, precisamente a través de la incertidumbre que todavía confieren al contenido de sus alucinemas. Por una parte, tienen que conceder que, por ejemplo, las voces se oyen; pero, por otra, ponen en duda que su acto de denotación sea correcto. 1) «Anoche oía como si me llamaran, oía mi nombre, no sé si me llamaban, pero sí que me nombraban. Yo miraba alrededor y no vi a nadie. Aunque seguía oyendo de vez en cuando cómo decían alguna cosa, me dije que podían ser figuraciones.» 2) Otro paciente: «estoy seguro de que me hablan, pero ¿cómo puede ser, cómo puedo oír voces de gente que no hay... ? Son además voces raras, como de gente que no existe, y no veo a nadie cerca de mí.» En ambos casos, todavía el alucinema no constituye una gestalt total (Jt), sino Tp, y es precisamente esto lo que le hace al sujeto entrar en incertidumbre. La I t representa el contexto y, por tanto, una Ifp no se aviene adecuadamente con la It restante, que es v (Itv), y la desecha y la critica. De este modo la fórmula es: Ivt Ivt

Ivp Ivp

Ifp+Ivp f, que se transforma en: If P+(v) Ivp i, que es la alucinación criticada.

La atención sobre los relatos de los pacientes y el intento de formalizarlos permite establecer algunos géneros de alucinemas que tienen interés por cuanto revelan la modificación que el sujeto alucinado va efectuando al respecto. Uno de ellos es el alucinema mnéstico (Allm). El allm es siempre una Lp, que puede intercalarse en el contexto de Ivt. «Ya no oigo las voces, pero antes sí las oía, y además es verdad, las oía elata· mente, como le oigo a usted; decían mi nombre, otras veces parecía que me insultaban, que me decían marica o cosas por el estilo.»

O sea, que mientras el mnema no es actualizado, el sujeto es capaz de construir I vt con todo un conjunto de I up; pero cuando el mnema es actualizado, entonces éste se interfiere de esta forma: It

·: Ivvp

Ifp+I vp

f

lo cual es completamente distinto del alucinema recordado:

324

Introducción

a la psiquiatría,

1

«Y o creía que oía voces que me insultaban, pero ahora me doy cuenta de que eran imaginaciones mías, que nadie se metía conmigo; que por qué me imaginaba estas cosas es lo que ya pienso ahora, que sería que no estaba bien.»

El alucinerna recordado, como tal alucinema, es ya criticado, de forma que· el proceso puede formularse así: l ." fase: alucinema: lit+ 2! fase: alucinema criticado: l!t+(v);

o bien : lft+Ivt:,

puesto que se trata del reconocimiento del error de entonces, lo cual hace al juicio sobre el error, verdadero. No se trata de un juego de lenguaje. 2 + 3 = 7 es un error; reconocer este error no significa que necesariamente haya de saber que 2 + 3 = 5, sino sencillamente que el resultado 7 no es verdadero, lo cual es verdad. De otra forma: 2 + 3 = x está en un lenguaje de primer nivel; mientras la verdad o falsedad de la suma es un metalenguaje de la misma.

2.5.3.2.2.

Regla de la connotación

La regla de la connotación, me refiero a la regla básica, la que hay que cumplir necesariamente, es que toda connotación es hipotética. En efecto, cuando a la vista de que alguien cierra su coche connoto que es desconfiado, debo saber que la desconfianza que le atribuyo es una conjetura. Sé que «cierra su coche», pero debo saber que mi creencia de que «es desconfiado» no tiene el mismo valor de verdad que el que posee mi denotación de «cierra su coche». Dicho en otros términos: mientras la denotación es un Jr de evidencia, o cuando menos evidenciable, si las condiciones son idóneas, la connotación nunca es evidenciable, es tan sólo un supuesto, porque toda connotación es atributo del denotador sobre lo denotado -externo las más de las veces al propio denotador-. El loguema connotativo es, pues, un loguema indecidible, pese a que, en tanto en cuanto los actos de conducta se presentan las más de las veces en secuencias, el acúmulo de indicios puede aproximar a 1 la verdad de lo que conjeturo. En términos de teoría de la comunicación podemos. decir: la connotación es un proceso estocástico cuya aproximación a 1 se mantiene distante. Así, de que alguien cierre el coche, la probabilidad de la connotación de «desconfiado» está más próxima de 1, que la de que connota que, por ejemplo, «está probando la cerradura».

2. Psico(pato)logía

325

Pensemos, además, que la solución de la incertidumbre no se obtiene porque ampliemos el contexto. Supongamos que yo voy al señor que cierra el coche y le pregunto: «¿por qué lo cierra usted?». Supongamos también que me responde: «es que soy desconfiado». Efectivamente he ampliado el contexto, pero aun así ¿cómo puedo asegurar que me está diciendo la verdad y no que me está tomando el pelo? No tengo que subrayar que el que, a renglón seguido, jurase que es verdad la motivación que aduce, no por eso la haría más verosímil, pues es obvio que puede jurar en falso. Concretamente esto es lo que nos ocurre en la relación con gente suspicaz y con muchos esquizofrénicos. Algunos de estos últimos piensan que les controlamos el pensamiento, por ejemplo, con nuestra mirada o con el poder de nuestra mente. Ellos lo aseguran así, luego le confieren una redundancia máxima, de 1, y persisten en su afirmación, pese a que les decimos una y otra vez que no es así y que no puede ser así de ninguna manera. Por tanto, la regla básica de la connotación podemos enunciarla como regla de la conjeturabilidad del signiiicado, o regla de la incompletud e incertidumbre del significado, mediante la cual se quiere hacer constar -como se dijo en 2.5.3.2 B)- que los Jr connotativos son indecidibles. Es interesante que haga constar que, desde el análisis filosófico, un autor como ha llegado a la misma conclusión, después de un meticuloso estudio de las expresiones de nuestros sentimientos y actitudes. Así, afirma que, aunque en general acertamos en nuestros juicios acerca de lo que las personas sienten --es decir, connotan con sus actos-, nuestros juicios sobre lo que los demás están sintiendo van siempre más allá de la evidencia y no hay justificación posterior para estos juicios; es más, es esta correlación, entre lo que denotan con el acto y lo que el acto connota, la que necesita justificarse. TILLMAN l

Notemos, además, el importante dato de que el principio de incertidumbre del significado se aplica también a las connotaciones derivadas de denotados del propio sujeto, sean internos, sean los propios actos de conducta externalizados. Así, por ejemplo, lo que yo pienso es un denotado interno mío, pero las connotaciones de dicho denotado pueden ser próximas a 1 (las más inmediatas), pero más distantes a 1 las que se constituyen en metaconnotaciones o metaestimativas. También sobre las connotaciones que posee un acto de conducta externalizado, como, por ejemplo, un viaje o el escribir este libro, las hay próximas a 1 y distantes. En suma, la ambigüedad de nuestra conducta, interna o externa, se conserva incluso para el sujeto de la misma, de aquí que, a través de nuestro análisis, confirmemos el dato aportado por la literatura psicoanalítica respecto del posible desconocimiento de las motivaciones de nuestros actos. Si así no fuera, evidentemente la necesidad de una reinterpretación de nuestra conducta, sobre bases distintas que 1a mera introspección inmediata, no tendría razón de ser. Lo cierto es que el descubrimiento aproximado de las motivaciones .1 TrLLMAN, SS.

págs. 285 y

F. A., De la percepción de las personas, Rev. Occidente, 90, sept. 1970,

326

Introducción

a la psiquiatría,

l

de nuestros actos requiere la ampliación del contexto que se obtiene mediante la asociación libre. Ejemplos claros de desconocimiento de las connotaciones de nuestros actos podrían multiplicarse: un acto fallido, un sueño, una fantasía, son actos cuyas motivaciones últimas nos son directamente inaprehensibles. Recordemos la afirmación hecha, al ocuparnos de la fantasía, de cómo, si bien sabemos qué es lo que fantaseamos, casi siempre ignoramos qué es lo pretendido con ello. (Ver 2.3.2.1.9.) Los protocolos del TA T muestran que no es el sujeto-probando el que tiene la verdad acerca de lo que connotan sus respuestas, y son suyas, y que se precisa, tanto para él como para el observador, una metódica para el análisis que nos ofrezca, de modo elíptico, esas connotaciones que investigamos. Como vimos al tratar de los ]r denotativos, los hay también indecidibles, de valores intermediarios enter v y f. Ahora bien, los denotados, si son indecidibles, es por razones que dependen del contexto (sujeto y /o objeto) en el que el denotado se ofrece. Si yo digo: «no sé qué es esto porque está muy oscuro», procedo correctamente, pero en principio estoy advirtiendo que, si las condiciones de luz fueran adecuadas, podría saber qué es. Lo mismo valdría para otras condiciones. Y también se puede pensar que, aunque nunca se restablezcan las condiciones que hagan posible la decisión sobre el denotado, se puede postular que, si fueran idóneas, el denotado sería decidible. Este es el caso de que no pueda decidir qué cosa dijo alguien que pasaba cerca de mí en una atmósfera de mucho ruido, alguien que desaparece y que no vuelvo a ver.

La indecidibilidad de los Jr connotativos es intrínseca, porque concierne al objeto sobre el cual se efectúa el juicio. Efectivamente, se trata de un juicio sobre una intención, y como tal intención, es inobservable. A diferencia del denotado, que es observable, o puede disponerse una serie de condiciones que lo hagan así, el connotado es, por naturaleza, inobservable y, por tanto, repitámoslo una vez más, sólo inferible, con aproximación, a través del acúmulo de denotados con sus connotaciones correspondientes. 2 .5 .3 .2 .2 .1.

Connotación anómala

Toda connotación anómala consiste, en última instancia, en la desobediencia a la regla básica de incertidumbre del connotado o E. El grado de certidumbre que se le confiere es asimismo el grado de anomalía de la proposición que se enuncia. Las anomalías en el proceso de connotación constituyen los deliremas, algunos de cuyos tipos vamos a describir a continuación. a) Predelirema de tipo I. La certidumbre conferida a un denotado externo al sujeto es próxima a 1, más próxima de lo que el contexto permite. Es el caso de la suspicacia, en la que, mientras no se demuestre lo contrario, cualquier acto, del que sea receptor el suspicaz, tiene una connotación que puede serle hostil (la confiabilidad es lo mismo, aunque de contenido inverso). En la suspicacia no se afirma tajantemente que -deter~ minado signo, que ha sido denotado, sea connotativo-de, sino que «sospe-

2. Psico(pato)logía

327

cha» que sea connotativo-de. En una formulación precisa diríamos: el suspicaz tiende a dar al significante denotado P la connotación K como altamente probable (siendo K de contenido hostil). Nota peculiar de estos predeliremas I de contenido hostil es la actitud de espera, de sospecha, de casi certidumbre acerca del prejuicio existente respecto de la significación conferida. La confirmación o no de la connotación conferida depende de la serie de denotados y sus connotaciones correspondientes que sucedan en las cadenas de actos de conducta. Como veremos luego, ésta es la diferencia fundamental con el delirema: en éste, basta un denotado para concluir una connotación con carácter de certidumbre (de redundancia= 1). En el predelirema I a la sospecha inicial debe seguirle una serie de denotados cuyas connotaciones la incrementen. «Cuando estaba en una reunión con unos compañeros, en la que tratábamos de analizar el comportamiento tenido en un acto que hicimos en la Universidad (era la época de la dictadura), comencé a sospechar que algunas cosas se referían a mí. Me encontraba en un ángulo de la habitación y no había hablado todavía. Se pronunció la frase 'llegado el momento hay que dar la cara', y se dijo con mucha convicción. Pensé que podía ser por mí. Le confieso que estaba ojo avizor. Momentos después estaba más sosegado, porque la conversación se dirigió hacia el tema de cómo no habíamos podido hacernos con la situación. Pero más tarde se recogió de nuevo la cuestión del principio y alguien dijo 'cada cual debe hacer su autocrítica', con lo cual pensé que lo que se esperaba era la mía, y que hablara del miedo que había pasado y que creía que se me podía haber notado. Especialmente el que llevaba la voz cantante, ordenando la discusión, era quien me provocaba mayor intranquilidad. Así bastó que éste dijera 'no nos desviemos', para que se me apareciera la sospecha de que se trataba de sacarme a la palestra y a decir todo de mí.»

Obsérvese aquí que en los predeliremas I -las ideas deliroides de 1 o ideas delirantes secundarias- la connotación podría ser la que en realidad le confiere el sujeto. El ladrón que, después de cometido el hurto, piensa que la policía le mira con especial énfasis, podría no estar equivocado. Tampoco asegura que esté en lo cierto. Simplemente se han incrementado sus sospechas. De forma que el alejamiento del. sentido de realidad, de una conducta judicativamente correcta, es mínimo.

JASPERS

La denominación de idea delirante secundaria proviene de que se parte de la base, acertada, de que tales errores de juicio derivan de la situación emocional en que se encuentra el sujeto. Como decía E. BLEULER, con frase feliz, «la afectividad disuelve la lógica». JASPERS les dio la denominación también de «ideas deliroides» ( wanhafte

ideen).

Cuando se interroga despaciosamente a los pacientes que muestran este tipo de predeliremas I se tiene ocasión de comprobar que siempre se apovan en denotados: la mirada puede ser de observación reticente; la sonrisa, podría ser de burla; la conversación que oye, alusiva a él. Incluso en oca1 JASPERS,

ob. cit.

Introducción

328

a la psiquiatría,

siones, como ocurre en muchos de los casos calificados por E. KRETSCH1 como delirios sensitivos de relación, que en realidad son construcciones a expensas de predeliremas, el sujeto justifica la acción intencional, es decir, las connotaciones de las acciones de los demás, en datos que él mismo aporta. MER

Frecuente era antes el delirio sensitivo de los masturbadores, quienes a través de las ojeras y palidez que ostentaban, creían provocar las miradas de los demás, connotativas de sospecha de que eran, en efecto, masturbadores. A expensas, pues, de una formación predeliremática tenía lugar la profecía autocumplidora: soy masturbador, soy culpable, se me nota, la gente me lo reprocha. He tenido algunos casos en los que la alusión al homosexualismo era el tema del predelirema que el propio paciente decía provocar, justificando así, esto es, interpretando, la conducta de los demás para con él. En un caso concreto también era sobre su mirada sobre lo que él centraba la posibilidad de que los demás percibiesen sus tendencias homosexuales: «Y o miro algunos días de una forma que los demás se ven obligados a mirarme a mí de mala rnanera.» Transcribo el relato del paciente por su claridad: «Yo, por ejemplo, le miro a usted y corto mi mirada, y con mi corte de mirada puedo indicar que soy homosexual. Entonces, pienso que usted piensa, o puede pensar, que si no mantengo la mirada es por algo. Es decir, que el cortarme es lo que hace que sea sospechoso a los demás. Es lo mismo que le ocurre a los niños: si se cortan es que han hecho algo malo, y entonces temen cortarse y que se les note. Esto ha hecho que, para no cortarme, no vaya con los amigos» 2.

Una variante de este predelirema es el predelirema I-M (mnéstico): las experiencias delirantes no se actualizan, pero siguen teniendo el mismo carácter para el pasado. Recordemos que algunos delirios sensitivos de los descritos cursan como episodios tras los cuales el paciente queda libre de toda experiencia actual, pero sigue, no obstante, con el recuerdo de las pasadas como predeliremáticas. «Ahora me siento más seguro de mí; no creo que la gente se octipe de mí para nada. Pero, antes, lo que le decía a usted era verdad. Usted sabe que hay gente que le gusta coger a uno y machacarlo. Yo creo que todo lo que le decía era cierto, aunque puede que exagerara. Pero lo de las sonrisitas, lo de las señas, las frases que se cruzaban cuando yo entraba en el comedor del colegio... Había allí un individuo de cuya mala leche no me cabe la menor duda, y la tenía cogida conmigo, y lo único que yo quería era tener un día la prueba absoluta.»

La formulación del predelirema I es: (1 ut Eft)

Pero en ocasiones ocurre que la formación predeliremática se hace a partir de I p, por ejemplo, el caso de los suspicaces que connotan de un E., Der sensitioe Beziebungsioabn, 2." ed., Berlín, 1927. «corte», «cortarme», etc., significa, como puede ser claro para muchos, que el sujeto muestra determinada inhibición o sonrojo. 1 KRETSCHMER, 2 La expresión

2. Psico(pato)logía

detalle minúsculo, los restantes.

329 a partir del cual se extiende

la connotación

anómala a

En el protocolo del T AT se observan con frecuencia casos de esta contaminación a partir de una Ef p. He aquí un ejemplo: «Esta mujer está aquí sosteniendo a la otra que parece que se ha caído por la escalera y necesita ayuda ... La mano es muy rara, parece como que es de estrangular... A lo mejor lo que quiere es estrangularla o va a estrangularla.» En este caso la fórmula sería: (l ut Eft)

+

Ivp Efp

(Eft)

mujer con mano de estrangular

quiere estrangularla

b) Delirema de tipo I. En estos deliremas, de excepcional importancia práctica y teórica, la connotación adquiere el grado de certidumbre, es decir, la máxima redundancia ( 1). De ahí la incorregibilidad que caracteriza al delirio -en éste y en otros tipos de deliremas- y sobre la cual la Psicopatología clásica sólo pudo aducir «causas internas» (KRAEPELIN 1) para dicha incorregibilidad, sin que se precisara en qué consistían. En el delirema I a un denotado, externo al sujeto por lo general, se le confiere una significación que adquiere el carácter de certeza, impropio del principio de incertidumbre del significado que caracteriza la regla básica de la connotación. Así, por ejemplo, veo una caja de cerillas y le doy la significación de que voy a ser condenado a muerte. La base de la certidumbre consiste en lo siguiente: el paciente tiene conciencia de cuál es la connotación que él da a lo que denota. Lo único que hace es atribuir esa connotación a la acción de otro, que compone el denotado. Esto se ve claro en los deliremas I surgidos en una relación interpersonal. Un paciente me dice, al rascarme yo la frente: «Ya está usted haciendo experimentos conrnigo.» Para él, que confiere esa connotación, ésta adquiere la máxima redundancia ( 1); ahora trata de atribuírmela a mí, con idéntica redundancia. Yo sé -dicho sea con otras palabrasde las connotaciones inmediatas de mis actos o de la que daría a cualquier acto de conducta que presenciara y del cual fuera receptor. Lo que he de hacer, para errar, es hacerla pasar por la connotación que el otro da a dicho acto de conducta. Hay que tener en cuenta que muchos denotados, sobre los que se basa la significación delirante, son objetos inanimados, pero esto no quiere decir que no sean signos. Lo que hace el delirante es elevar el rango del signo de natural a convencional y, por tanto, con mayor amplitud de connotaciones: una nube es, en efecto, signo natural de lluvia; pero si creo en Dios e imagino que es Dios quien la coloca en determinado lugar del delo, entonces este signo deja de ser natural para convertirse en

=

=

1 «Psychiatrie», ob. cit. BuMK'E insiste en esta misma característica del delirio como error de «origen morboso», pero esto es justamente lo que hay que demostrar. Es curioso que este último autor dedique toda una página al «origen morboso» sin que haga referencia al mismo. Ver BuMKE, ob. cit.

330

Introducción

a la psiquiatría, 1

convencional: Dios pretende llamarme la atención de algo, por ejemplo, de que debo estar en gracia de Dios. La formulación: «He visto una nube, luego debo estar en gracia de Dios», da, en la apariencia, un carácter saltígrado al proceso de dación de significado que, en realidad, no posee. Un caso de este tipo es el de un paciente, campesino, para quien la transformación a que se veía obligado, de carácter místico, resultó a partir de la obtención de un melón blanco en su huerto. «Un melón blanco quiere decir que Dios quiere que sea bueno.» «Blanco es signo de pureza.» El delirema I corresponde a la percepción delirante de K. ScHNEIDER 1, ideas delirantes primarias de JASPERS. El carácter de primarios vendría dado, a diferencia de las ideas delirantes secundarias, por su no dependencia de un trasfondo emocional. Ambos autores, así como todos los fenomenólogos que se ocuparon del análisis de esta experiencia delirante, hicieron constar siempre la presencia de un objeto al que se dotaba de significación anómala. Lo que no se caracterizó nunca es en dónde radica el carácter anómalo de la significación, salvo en un a priori: «Sin que exista para ello un motivo comprensible de índole racional o emocional» (ScHNEIDER)2. Y añade esta frase que denota la incapacidad para ponerse en el contexto del sujeto que delira: «Aquí son interpretadas, sin motivo aparente, y en el sentido de autorreferencia, percepciones que en sí carecen de importancia.» ScHNEIDER comete· aquí la E/ de atribuir importancia por sí mismo a los denotados, cuando se trata de una atribución del sujeto y por tanto del que connota. No hay percepciones importantes e inimportantes, sino unas a las que el perceptor considera de una o de otra manera. ScHNEIDER parte. del supuesto de que la significación que se ofrece a un percepto, a un denotado, es independiente en algunos casos del estado de ánimo, concretamente en la percepción delirante, grave error que convierte al sujeto en compartimientos estancos en el que se pueden establecer Jr sin que se afectaran por las actitudes. · Por todo esto, K. ScHNEIDER sostuvo que en la percepción delirante se trataba de una alteración del pensamiento, meramente formal, para explicar así la conexión entre un hecho y la significación anómala, sin sentido, como una conexión mecánica, al azar,· de la que resultaría la percepción delirante. Pero este sin sentido es del observador, no del paciente. He aquí un ejemplo: .l Para los interesados en el tema, conviene recordar que quien primero habla de percepciones delirantes es JASPERS (Allgem. Psybop., cit., pág. 83 ), si bien con matizaciones distintas a las que luego haría ScHNEIDER. 2 ScttNEIDER, K., «Zum Begriff des Wahns», Fort. Neurol. Psycb., 1, 1949. También debe verse la Patopsicologia clínica, cit. El «hallazgo» de ScHNEIDER de la estructura bimembre de la percepción delirante no resiste la más leve crítica. Sostiene que «el primer miembro va desde el que percibe, al objeto percibido; el segundo miembro, desde el objeto percibido, al significado anormal». Pero advierte, corno es lógico, que esto es lo que ocurre en todo proceso perceptivo: del sujeto al percepto, del percepto al significado; la diferencia estaría, pues, sólo en la anormalidad del significado. Justamente la anormalidad del significado es lo que se ha de demostrar. GRUHLE es aún más tajante cuando afirma que el delirio es «la puesta en relación sin motivo» entre el percepto y la significación, y la anormalidad ·del delirio estaría en esta conexión inmotivada entre un denotado y la connotación que se le atribuye. (GRUHLE, Ober der Wahn, Nervenarzt, 22, 1951.) También debe verse, en contraste con la posición de ScHNEIDER, a la que matiza, la de MATUSSEK, P., en Ilntersucbungen über die Wahrnehmung, 1, col. Arch. Psychiat. Nerveuk., 189, 1952, y 2, col. Schweiz. Arch. Neurol. Neuroch. Psychiat., 71, 1953.

2. Psico{pato)logía

331

Un campesino de treinta y cinco años vino a la capital un accidente laboral. Se hospedó en una pensión, en donde

a rehabilitación después de irrumpió la psicosis. «Noté

una cosa rara en la pensión. Durante la comida, un señor que se hospedada allí hizo una cosa. rara con el brazo», que él interpretó como un corte de manga. «Yo me dejé la sopa porque pensé que pasaban cosas extrañas. Luego fui al water, y, cuando salía, ese mismo señor dijo algo así como «éste ya mismo se cae», hablando con otro, y ya pensé que todo esto eran señas de que estaban en combinación y que tramaban algo contra mí, y me fui a la estación y me vine al pueblo.»

Si el principio de incertidumbre del significado nos obliga, para mantener un ]rv, es decir, correcto, a una fórmula que puede expresarse así: dado el acto K, la connotación C de K es probable,

en el delirema I la fórmula es: dado el acto K su connotación es C.

Típico del delirema I es el logro de la connotación de un acto aislado de conducta. Así como los que se consideran normales precisan el acúmulo de actos de conducta para, en el conjunto de las connotaciones, inferir la connotación más probable a expensas de la totalidad de la serie, en el delirema I ocurre a la inversa: basta un acto, incluso fuera del contexto en que se ofrece: el acto es aprehendido por sí solo y dotado de la significación aducida. No hay razón alguna para que no sea así en estos casos, pues en realidad se trata de la connotación que el propio paciente da al denotado, de ningún modo se trata de ponerse en el lugar del sujeto del denotado. De modo que podemos concluir que la regla del delirema I es la siguiente: dado el acto K, que denoto, la conontación C que posee es la connotación que al acto K le doy.

Dicho de otra forma: proyecto en el acto del otro la connotación que le confiero. Como la denotación es normal, la fórmula es

La E/ es neoformada (E!+) puesto que el significado es completamente improbable, es decir, privado, del propio sujeto que connota, a diferencia del predelírema de tipo I en el que la E/ es, como dijimos, probable (el suspicaz podría acertar). Addenda sobre los predeliremas y deliremas l. El análisis que hemos hecho de la estructura lógica de ambos fenómenos difiere grandemente de los puntos de vista usuales en la Psicopatología de influencia germana. En efecto, mientras las ideas deliroides, los predeliremas, resultan ser comprensibles, los deliremas I, en la medida en que la connotación que se le confiere al denotado es «privada», resultaría incomprensible, ilógica y, por tanto, resultado de la incidencia de un factor no psicológico

332

Introducción

a la psiquiatría,

I

para la explicación -no la interpretación, puesto que se trata de fenómenos «no cornprensibles»- del mismo. A partir de JASPERS, en efecto, estas vivencias delirantes primarias, que denominamos delirernas I, son incomprensibles, psicóticas, y remiten no a conductas inherentes al desarrollo de la vida de relación del sujeto, sino a una causa extrasubjetiva, en último término orgánica, que daría lugar al acto sin sentido. He criticado reiteradas veces este punto de vista por varios motivos: en primer lugar, por su defecto lógico de planteamiento. Se trata de una forma de falacia verbalista: de que algo a lo que denomino, por eso mismo ha de denotar algo existente en la realidad exterior. Así, de que algo sea no-comprendido-por-mí resultaría poseer la propiedad de ser-no-comprensible. Llevado al extremo, de que soy incapaz de inteligir la teoría de la relatividad, no sólo la tal teoría es incomprendida, sino incomprensible. Hago, pues, una E/: mi connotación la considero connotación del objeto. Y, además, hago una inducción: de que sea incomprendida por mí, la hago incomprendida para todos, luego incomprensible-por-sí. Una concepción semejante se parece precisamente al dinamismo del delirio, en el que la redundancia es 1: «X no es que me parezca que me persigue, es que x me persigue» (dicho sea de paso, se trata de un uso inadecuado del verbo «ser» que no debe funcionar como partícula de identidad, sino como cópula: «Juan es bueno» no· equivale a Juan = bueno, entre otras cosas porque un todo no puede ser identificado con una propiedad del todo; nadie diría que porque la mesa es negra, «mesa» es igual a «negra», salvo que se emplee corno metonimia, en cuyo caso es lenguaje «figurado», no «realista», pero no es el caso en este contexto). Naturalmente, no niego con esto que los deliremas I no sean connotativos de una conducta psicótica: esa es otra cuestión. Desde mi punto de vista lo son, pero no por las razones de incomprensibilidad aducidas por JASPERS, GRUHLE L, BERZE, ENKE, ScHNEIDER, etc., sino por otra, a la que voy a hacer mención inmediatamente. En principio, estoy dispuesto a partir, como hipótesis más productiva, del sentido de toda conducta, incluso la psicótica, que negarla en cualquiera de las áreas de la misma. Como dice el gran lingüista HocKETT 2, aunque refiriéndose naturalmente a otra cuestión, pero utilizable en este momento, «si una expresión suena como si debiera tener sentido, pero desafía nuestro entendimiento a pesar de las pistas contextuales, podemos llamarle 'no significativo'. En tales casos el término 'no significativo' quiere decir que no comprendemos o que, por alguna razón, pretendemos no comprenderlo» (subrayados míos). Otra de las diferencias de esta concepción con la tradicional en las literaturas psipatológicas académicas europeas, estriba en que el delirema I, es decir, la percepción delirante, vivencia delirante primaria de JASPERS, es, para esta escuela, cualitativamente distinta a la idea deliroide o idea delirante secundaria. También aquí se comete un error de tipo lógico que es fundamental destacar: que entre la sospecha normal de que un acto signifique algo determinado, la anormal no psicótica (es decir, la suspicaz), y la anormal psicótica, existe por parte de las dos primeras gradación, mera diferencia cuantitativa, mientras que entre la segunda y la tercera la distinción es cualitativa. De ello se deduce algo que es cierto, a saber: que comprendemos al suspicaz y nos resulta de entrada incomprendido el delirante propiamente dicho. Como el problema es importante, lo enunciaré de otra forma, más concreta. Supongamos que veo encendida la lámpara de mi biblioteca; la interpretación de este acto podría tener tres posibilidades desde el punto de vista formal. (el contenido podría concretarse de infinitas formas): l GRUHLE, Psychologie des Abnormen, primeramente aparecida en KAFKA, Handbuch der oergleicbenden Psycbologie, t. III, München, 1922. 2

HocKETT, CH., El estado actual de la lingüística, trad. cast., Madrid, 1974.

2. Psico(pato)logía a) b) c)

J33

Normal: alguien, distraído, ha debido dejarla encendida. Suspicaz: alguien la ha encendido para hacerme ver que no estudio lo que debiera. Delirante: me pueden matar.

La interpretación a) se considera normal no porque sea la cierta -he podido ser yo quien se la dejara encendida y no recordarlo- sino porque el grado de probabilidad que confiero a esa posibilidad es el adecuado, ya que no puedo asegurar que sea ni tampoco puedo asegurar que no sea. La redundancia de este acto no permite su aproximación a 1, es decir, a la verdad, que exigiría a su vez, de modo lógico, mayor probabilidad en la afirmación. La diferencia de la interpretación a) y b) estriba en que el grado de probabilidad conferido a esa posibilidad b) es mayor que el que lógicamente debo adjudicarle por la redundancia que posee. Es claro que se podría haber dejado la luz con este propósito señalado en b ), pero es menos probable que el que resulte de la distracción de alguien. Por tanto, la redundancia conferida al acto es próxima a 1. La respuesta al suspicaz que hiciera la interpretación b) sería algo así: «puede ser verdad lo que dice, pero ¡se le ocurren unas cosas tan improbables!». Puesto que las interpretaciones a) y b) son probables ambas, más la primera que la segunda, se deduce que a) es comprensible y b) también, puesto que pueden ser compartidas por los demás mortales. Pero como a) es más probable que b), a) contaría con mayor número de sujetos que compartiera esa interpretación, mientras que b) contaría con menos, incluso pocos. De todas formas, no cabe duda de que el sujeto de la interpretación b) revela que le preocupa no estudiar lo suficiente, el que pueden reprochárselo, etc. Esa interpretación, que sería cornpartible, es la que nos la haría comprensible a los demás. Veamos ahora la interpretación c). La interpretación c) se da como cierta: primera característica. Y se da como tal porque al acto se le confiere una connotación de grado 1, es decir, de verdad, cosa que no puede hacerse nunca, según hemos visto antes. Una vez que se da como cierta, evidentemente se trata de que mi connotación de ese acto la hago connotación de ese acto, del mismo modo que en las interpretaciones a) y b). De este modo, las diferencias entre ambas sigue siendo de grado de probabilidad, esto es, cuantitativas de la connotación o signifícación atribuida: de 50 por 100, pongamos por caso, en a); de -7- 1 en b); de 1 en e), Lo que demuestra que la diferencia es meramente cuantitativa también entre b) y c). Podríamos poner un ejemplo: 2 + 3 = 9 es un error más alejado de la verdad que 2 + 3 = 6; pero la diferencia entre esta última suma y la correcta, 2 + 3 = 5 es cuantitativa también, aunque de ésta resulte verdad y de las dos anteriores falsedad. Es el caso inverso, pero análogo, de estas interpretaciones: a) y b) son probables; e) lo es también, aunque mucho menos probable que las otras dos, luego es improbable, luego es prácticamente incierta. Esto quiere decir que la interpretación e) no puede ser compartida por nadie, ya que todos los demás darían su interpretación, normales y suspicaces, como probables, mientras que el que ofrece la e) la da como segura. Al delirante se le podría decir: «también cabría la posibilidad de que lámpara encendida fuese connotativa de que le van a matar, pero ¿por qué la da como segura?»; o esta otra: «hay 1/ n posibilidades de que la lámpara encendida signifique que le van a matar, pero hay otras que son mucho más probables, es decir, 1/ n-x; ¿por qué asegura la primera y no cualquiera de las demás?». La segunda característica de la interpretación delirante c) estriba, pues, en que, al ser infinitamente improbable, sólo cabe una probabilidad entre infinitas de que fuera compartida por alguien, lo que implica que es en la práctica exclusivamente privada, suya: al no ser compartida en la práctica por nadie decimos

334

Introducción

a la psiquiatría,

1

que no la comprendemos, y desde ahí concluimos erróneamente que es incomprensible. Los deliremas I o percepciones delirantes o vivencias delirantes primarias, son comprensibles desde el contexto del sujeto que los verifica como actos de su conducta, contexto que es singular de él -su connotación es la connotación que atribuye; es infinitamente improbable, luego no puede ser más que singular-. Del mismo modo que el suspicaz en la interpretación b) cuenta con que lo mismo que él se reprocha que no estudia, los demás pueden hacerlo también, cosa poco probable pero posible al fin, el delirante en e), preocupado con que pueden matarle (cosa infinitamente improbable) connota de cualquier acto la connotación, prácticamente imposible, de que pueden matarle. Añadamos ahora lo siguiente: el sujeto que actúa merced a deliremas de tipo I, se comporta, como se sabe, como altamente suspicaz, receloso, presa las mas de las veces de miedo, incluso de pánico. Es el humor delirante (Wahnstimmung). De hecho, si al suspicaz, como se dice en proverbio, «todos los dedos se le vuelven huéspedes», en el delirante presa de tales deliremas lo es en grado sumo. Y ello en virtud de su situación emocional, dígase lo que se quiera acerca de su inexistencia en algunos momentos. Ese estado emocional es, la mayoría de las veces, el pánico. De hecho, dentro del contexto del sujeto presa de pánico, cualquier señal podría ser connotativa de que la amenaza general de que se siente víctima se hace realidad: ¿es que es inverosímil que algo, lo que quiera que sea, pueda ser usado como la señal de que ya va a consumarse la amenaza?

e) Deliremas de tipo JI. Son deliremas construidos sobre un denotado alucinatorio, de modo que se trata de una If + que acabalga a una E/+. Son muy frecuentes en las psicosis ya constituidas, en las que las alucinaciones son, a su vez, connotadas. Van a constituir buena parte del material del sistema delirante (ver supra e)). Tienen interés desde el punto de vista del análisis formal, cuando la psicosis todavía no es antigua y, como los deliremas I, suscitan la perplejidad en -el paciente, que se ve obligado a dar una connotación a denotados correctos o incorrectos, como es el caso en estos deliremas de que tratamos. La formulación queda sí:

«Oigo voces, como murmullos (If +). Pienso que deben ser que .me están críticando (Ef + ); otras veces se me ocurre pensar: eso es señal de que quieren hacerme algo (E/+). ¿Puede haber alguna cosa, como máquinas, para dañarle a uno el pensamiento?». De otro paciente: «por la noche es cuando oigo las voces muy claramente, oigo que dicen 'puta', y eso significa que M no va a salir más conmigo.»

A estos deliremas II los denomina ScHNEIDER ocurrencias delirantes y JASPERS los designó como representaciones y cogniciones delirantes. Ninguno de estos autores, ni GRUHLE 1 y los restantes fenomenólogos, advirtieron que la carencia de un denotado, de un percepto, radica en el componente alucinatorio de estos Jr anómalos, es decir, que son seudodenotados o ]r anómalos. Efectivamente, la mayor parte de las veces se trata 1 GRUHLE,

H. W., Über den Wahn, Nervenarzt, 22, 1951.

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335

de for~ula~iones delirantes qu: inicialmente se ~onstruyeron a expensas de alucinaciones, a las cuales dieron las connotaciones pertinentes. Posteriormente, la red de connotaciones se multiplica y se hace más extensa y deja de afectar a gestalten minúsculas para afectar a realidades, o a áreas de la realidad, cada vez más amplias. Al final, se trata de una fantasía delirante. Pero como en toda fantasía, hay un apoyo en denotados o en seudodenotados (alucinemas), a partir de los cuales se acabalgan las connotaciones restantes. Quien fantasea que torea usa de los denotados imaginados; quien torea en la calle, como tantos ebrios, monta su fantasía sobre seudodenotaciones (toro, público, muleta, etc.). De forma que el delirema JI es un delirema en el que el percepto es falso a su vez y, además, se presenta encadenado, a diferencia de los ejemplos arriba citados, en los que, todavía, por la escasa cronicidad de la psicosis, emergen con carácter aislado, referidos tan sólo a un acto, por decirlo así. En los deliremas II ya constituidos, como en las fantasías, la construcción implica toda una cadena de actos. Gran parte, casi la totalidad del sujeto, aparece invadida por la psicosis. Una paciente, soltera, de 52 años, viene a la consulta acompañada de sus hermanas. Hace dos años que la encuentran decididamente mal. Comenzó diciendo, narran las hermanas, que en el piso de abajo entraban hombres que hacían contrabando; «es un teje y maneje que no podía precisar al principio, pero luego me di cuenta de lo que se trataba. Porque ahora veo luces por la noche que hacen señas, sirven de señales: son como linternas. Además, con ellas me dan corrientes por las noches, cada vez más fuertes, en la cadera y en la cabeza. Es un aparato de luz roja que aparece y desaparece al mirarlo y que conectan a los enchufes. Y a hace tiempo sospeché que me ponían corriente en la cabeza durante el sueño porque me ha crecido el pelo ... Sé que quieren matarme y no sé quiénes son, y si me pidieran juramento no podría decirlo; lo único que me figuro es que ellos creen que yo sé algo que no quieren que se sepa, a lo mejor por haber mirado por las ventanas y descubrirlos sin querer». Cuando venía a la consulta decía que venía perseguida por un cojo, que la seguía por la calle. Las hermanas no han confirmado que hubiera cojo alguno cerca de ellas durante el trayecto. H~ce días aseguraba que con una motocicleta querían atentar contra su vida.

Casos como éstos son muy frecuentes en clínica psiquiátrica. Claro está que la conexión con un denotado -perceptoque es visible en el delirema I llama la atención, porque a ese mismo denotado los demás conferimos connotaciones probables, es decir, compartibles. Pero la conexión en el delirema II tiene lugar sobre seudodenotados, los cuales, naturalmente, son privativos del sujeto que alucina, y, en manera alguna, pueden ponerse en parangón con situaciones usuales. Desde cierto punto de vista, la terminología de JASPERS se ajusta .rnás a la realidad que la de ScHNEIDER. Porque al hablar JASPERS de «representaciones» delirantes hace constar la existencia de un denotado -«la representación»; es decir, un denotado del mundo interno del sujeto- que se connota de modo falso, delirantemente. Mientras que, al definirse como ocurrencia delirante,· parece

Introducción

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a la psiquiatría,

implicarse que, como tal ocurrencia, es sólo pura construcción sin denotado o séudodenotado, lo cual es imposible por principio. d) Predelirema de tipo II. He dejado para después del tratamiento de los deliremas II el problema de los predeliremas correspondientes, por una razón metodológica. Se trata de la fantasía en el grado intermedio entre el Jr correcto acerca de la misma y el Jrf A (]r falso anómalo). Hay muchas situaciones de la vida que denominamos normal en sentido muy amplio, que se caracterizan por la presencia de predeliremas II: estados de cólera en los que se maldice en alta voz, dirigiéndose a alguien a quien se seudoalucina. A veces, incluso se hace delante de terceros a los que se inadvierte. En tales situaciones, se trata, como he dicho, de una seudoalucinación sobre la que se monta una connotación neoformada criticada. La formulamos del modo siguiente: (Ifth)

E/th))

Para hacer más clara la exposición pongamos un ejemplo: Un sujeto nos consultó con otros problemas que ahora no hacen al caso, aunque se podían poner en relación con un determinado acto de conducta sobresaliente de días antes: había dado un puntapié a una puerta y se había fracturado un dedo. El paciente se reía de sí mismo, de su pie escayolado y su cojera. Se había tratado de una situación de ira contenida, en la que su jefe de administración le había trasladado de puesto, llevándole precisamente a uno que sabía que le disgustaba profundamente. Cuando volvió a su despacho, tuvo lugar el accidente de violencia. «El puntapié iba dirigido al jefe, al mismo tiempo que le llamaba como no le habían llamado nunca, porgue es un imbécil. Estaba delante mi secretaria que se quedó patidifusa sin saber lo que me pasaba.»

En ningún momento hay una pérdida del sentido de realidad del denotado, y el sujeto a quien se dirige la agresión está claramente ausente para el actor. Se trata, pues, como he dicho, de una seudoalucinación sobre la que se acabalga la connotación correspondiente. Predeliremas II se dan también en psicosis junto a los deliremas I y II. He aquí algunos procedentes de historiales clínicos de psicóticos: a) Una enferma de 26 años, soltera, a quien he tratado de varios episodios psicóticos delirantes, refiere deliremas II tales como «mi padre vive, no sé dónde, pero vive -el padre falleció hace 20 años y no fue conocido por ella-, he ido al hospital, a la prisión ... el otro día reconocí su voz que decía 'mi hija a la que tanto guise', luego lo reconocí en la calle, de espaldas y estaba muy delgado». Pero también muestra estos predeliremas: «me gusta imaginarme cosas, a veces casi me las creo, y hablo y discuto. Por ejemplo, hace días le preguntaba a mi padre, hacía como que él estaba y yo le preguntaba, que si había estado en Rusia todo este tiempo y que por qué nos había dejado abandonadas». b) Un paciente esquizofrénico, deteriorado, que fue lobotomizado hace años en una clínica madrileña, aparte deliremas II y de vez en vez alucinemas aislados, muestra

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337

predeliremas Il: (

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Para mayor claridad de la notación exponemos a continuación el texto que resulta de las implicaciones: (él) la mató (It), qué horror (E) él, pobre; ella, tirada ... (IpE IpE) el brazo de· él (I p) manchado de sangre (/ + : se trata de una I f neoformada, es decir, un alucinema). (el alucinema prosigue en las dos I p que continúan, derivadas del brazo): La mano, las dos manos. (De ambas Ifp + aparece un esbozo de crítica, como diciéndose: sin embargo, no cuchillo ni nada; pero queda como una Ip indecidible Ip?).

Introducción a la psiquiatría, 1

378

4. «Sin embargo»: como adversativa, propone la probando una alternativa, indecidible, a la opción anteriormente expuesta, que podría quedar invalidada. Al ser indecidible, la adversativa es también dubitativa. 5. G. al. Son 4, a) connota el shock inicial, que prosigue en b); e) connota acerca de la perplejidad de la propia probando acerca de la interpretación de la conducta que constata. Perplejidad, duda, que también expresa la conectiva analizada antes; d) constata la índole del shock provocado. 6. La secuencia se caracteriza porque la I en la que necesariamente ha de apoyarse la E está casi elidida, sólo explícita lo suficiente para dar paso a la Et. Luego, la I, él, es la que continúa con una serie de I y de E. 7. La identificación preferente con él: mayor número de I y E. Incluso es altamente significativo el que los alucinemas acaezcan sobre él, en un intento de crítica de los mismos que es muy revelador: la alucinación inculpa, pero la crítica exculpa (él tiene brazo y manos manchadas de sangre; pero puede que no, puesto que no tiene cuchillo ni nada).

=

él agresor, digno de compasión (en 1.1). ella = agredida él = podía no ser agresor (en 1.2 .1). Por otra parte, el G. al. e) muestra que «algo» ha podido pasar que haya dado lugar a la situación; ese «algo» podría ser extrínseco al sujeto, de modo que entonces la exculpación sería mayor. El ha deseado agredir y ha agredido; él es digno de compasión por su misma pulsión agresiva, ante la cual se muestra débil. Algo ha debido pasar que haya movilizado la pulsión agresiva, y, por tanto, puede haber sido víctima, pese a ser agresor. 8. La pulsión agresiva que en el fondo deseo descargar, deseo a la vez haberla contenido, y de no serlo, como en efecto ocurre, muestro mi Yo débil y la depresión por la agresión verificada. Deseo ser agredida. En suma, deseo agredirme y no soy responsable de ello, sino víctima de la debilidad de mi Yo. La fantasía final de que puede no haber habido agresión: no hay cuchillo ni nada. El rechazo de la pulsión -o sea, actitud de rechazo de la pulsión- se ostenta en el G. al. d). 9. Pulsión destructiva intensa; rechazo de la misma, frustrado; la agresión se consuma sobre el objeto (ella misma); el sujeto de la agresión debe ser exculpado. Ejemplo 7.º (De la lámina 6 del TAT.) [«El hijo no quiere decirle a la madre algo que está ocultando; ]1 [pero parece que la madre lo sabe y no lo quiere oír.] u [El hijo no sabe qué hacer.Ju [Parece que se va.» ]1.2.1 1. Ver segmentación. 2. y 3.

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1P l: /:

La It está constituida por «hijo» y «madre». Cada una de estas Ip tienen sus series estimativas: «hijo» = no quiere decir (E), luego oculta; por eso (meta E) no sabe qué hacer; por eso, puede que se vaya (rnetameta E). «Madre» = lo sabe (E); porque lo sabe, no quiere oírlo (meta E). 4. «Pero» no es específicamente adversativa, sino causal desaprobativa. (Ver M. MoLINER, Diccionario ... ) Hay que tener en cuenta que aunque no ha dicho a la madre nada, quiere decirlo, lo que significa e implica que con su actitud ya está diciendo algo: comunico que lo que voy a comunicar me cuesta trabajo decirlo. Por eso, la madre, a sabiendas de que se trata de algo que aún no ha oído, puede juzgar ya que es desaprobable (lo que se va a confirmar por la E ulterior: «no lo quiere oír»). «Y» no es copulativa sino causal: a causa de que lo sabe, la madre no quiere oír lo que va a decirle el hijo. 5. No G. al. 6. Secuencia (ver 2 y 3 ; paren tización). 7. Identificación relevante con el hijo; secundaria con la madre. Relación asimétrica: el hijo, puesto que tiene algo que ocultar, se inferioriza ante la madre; también depende de ella, puesto que se siente impelido a hablar de lo que oculta. Ella en actitud de rechazar la realidad, lo que ha de oír, pese a que lo sabe. El «parece» denota la actitud paranoide del hijo frente a la madre: sospecha que puede saberlo. Indecisión del hijo; al fin, probable huida. 8. .El sujeto se tiene que decir a sí mismo algo que se oculta; pero ante la parte de sí que escucharía él sabe que hay ocultación real: se sabe. Luego esto equivale a negarse a sí mismo respecto de lo. que sabe de sí. La prueba de la negación a saber es «no lo quiere oír». Huirá, se evadirá, sin plantearse la verdad sobre sí mismo. 9. El hijo es metáfora de su Yo; la madre metáfora de su Superyó. 10. El Yo quiere que el Superyó acepte el Ello, las pulsiones del Ello que se consideran reprobables, que han de tener no sólo contenido erótico sino, para el Superyó, aberrante: por ejemplo, tendencias homosexuales. Del «parece» como connotativo de actitud paranoide se derivan cuestiones interesantes: el temor a que el Superyó desapruebe lo que sabe de él, pero no de modo explícito, puesto que no lo ha dicho; pero el Superyó externalizado son. los otros, el mundo, ante los cuales él cuenta con que parece que se sabe de él, aunque no de modo explícito. Addenda. Algunos comentarios acerca de los ejemplos anteriores y de la metódica.

Los ejemplos expuestos son naturalmente algunos de los muchos a los que hemos sometido a análisis pormenorizado. Será de interés hacer ver

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Introducción a la psiquiatría, 1

hasta qué punto existe correspondencia entre los logros a través del análisis y los que se obtienen en prolongadas entrevistas. Muchos de estos análisis han sido hechos por personas que no tenían conocimiento del probando. El ejemplo 1.º es de una muchacha con inaceptación del sel/ femenino (en parte), en tanto este sel/ comporta, para ella, alguna suerte de castración. El 2.º es un sujeto con un alto grado de ansiedad interna, controlada, pero tras la cual emergen ansiedades infantiles no superadas, correspondientes a complejos de culpa; el Superyó es aterrador. El 3.º corresponde a un sujeto que consulta por su impotencia sexual, pero que, ante los demás, hipercompensa con un seudologismo erótico y, por tanto, con una actitud exhibicionista. El 4.º es un sujeto con una grave neurosis de carácter: inhibido en toda relación, específicamente en la relación sexual, a los 51 años aún no ha logrado una relación sexual, concretamente la anhelada heterosexual. El 5 .º es una estudiante que inacepta el sel/ actitudinal y corporal: se considera fea y antipática y, por tanto, rechazante, y mientras en la apariencia está más allá de toda dependencia erótica, la anhela y se sabe rechazada. El 6.º pertenece a una mujer de 54 años, con una psicosis depresiva ansiosa grave, con alucinaciones y seudoalucinaciones de terror (incendio, infierno, rostros demoníacos, etc.) y angustia intensa ante la posibilidad de cometer actos «de loco». El 7 .º pertenece a un muchacho con sentimientos de temor y de culpa ante sus tendencias homosexuales. Es importante penetrar en detalles técnicos minúsculos que resuelvan todos o, cuando menos, una mayoría de problemas concernientes a la categorización de las proposiciones. Remito al lector a la Hermenéutica, ya citada, aunque algunos puntos de vista técnicos han sido ya modificados. Desde luego el resumen que hago en los capítulos dedicados a conductas judicativas (2.5.3) contiene algunos perfeccionamientos de ese tipo técnico. De todos modos, habituarse a la formalización del lenguaje natural es tarea que requiere mucho tiempo de entrenamiento sobre casos particulares. La experiencia me ha enseñado que hay una gran dificultad en que el observador, el estudioso de la conducta, en su calidad de conducta compositiva, aplique el axioma de «todo es proyección, luego todo es identificación». De hecho, estamos habituados a disociar lo que la realidad nos da como disociado, sin percatarnos de que realidades distintas nos obligan a proyecciones distintas, y ello de acuerdo a la heterogeneidad del sujeto. Si, como hemos visto en los ejemplos 6.º y 7.º, hay en cada lámina dos sujetos, ambos sujetos son dos aspectos -simbolizados en dos sujetos ~de un mismo sujeto, y cada uno de ellos encarna distintos selfs. De esta forma, un texto del TAT es idéntico a una narración (cuento o novela). Una primera lectura puede facilitarse mediante la consideración de la realidad como disociada en componentes que entran o no en relación. La segunda lectura debe hacerse superando esta disociación que el sujeto quiere ofrecer, pero que no es tal en él mismo; en la interioridad de sí mismo. Si en el ejemplo 6.º tenemos un agresor y una agredida, ambos son el mismo, y el agre-

2. Psico(pato )logía

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sor se agrede (el sádico es masoquista). Cuando se trata de objetos inanimados, en tanto estos son instrumentos de los que habrían de valerse el sujeto, son partes del sujeto. De modo que no es nada singular que el violín sea un instrumento con el cual me realizo o me frustro; que el violín remita a aquella parte de mi cuerpo, tan importante que puede permitirme realizarme o frustrarme; y que, en consecuencia, las más de las veces esa parte importante sea el pene. Por otra parte, el análisis hermenéutico pretende ejemplarizar la superación de la artificiosa separación forma-contenido. La forma, la mera distribución categorial de las proposiciones, connota, luego es contenido. He de concluir advirtiendo algo que el lector puede no precisar, a saber: que los pasos sucesivos del método no implican alguna suerte de separación entre unos y otros. Las I remiten a las E y a la inversa; los G. al. se correlacionan con las E y las conectivas, etc. Quiero con todo esto decir que el acto de habla que compone la construcción de un contexto ha de tener necesariamente unidad, incluso aunque se ostente de modo manifiesto como pluralidad, por ejemplo, como actos de conducta aposicionales. Por tanto, todo intento de llevar la artificiosa separación del modelo metodológico a la realidad del acto de habla está condenada a la simplificación.

BIBLIOGRAFIA

a)

GENERAL

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LEXICO

GLOSARIO DE ALGUNOS TERMINOS USADOS EN EL TEXTO AcoNDUCTAL, acto. Tipo de actividad del organismo en la que no se involucra el nivel de organización que es el sujeto. Por tanto, no tiene carácter relacional, carece de propósito, intencionalidad, significación. Es, simplemente, un signo natural, es decir, no convencional, no arbitrario, de un proceso fisiológico o fisiopatológico. El bostezo, el parpadeo, la disnea, etc., son aconductales. Precisamente, algunos actos de conducta se pretenden aconductales -la disnea que se simula, por ejemplo-- para restarles todo carácter intencional y hacerlos pasar ante el otro como signos naturales de los procesos que tras ellos acontecerían (un proceso cardiorres pira torio en el caso de la disnea). AFASIA. Toda alteración de la comprensión o de la emisión del lenguaje de carácter central. Las afasias se dividieron en sensoriales y motoras, y los paradigmas de las mismas fueron la afasia de Wernicke y de Broca, respectivamente. Luego se describieron muchas más formas. AGNOSIA. Toda alteración del reconocimiento de lo percibido debida a lesiones de la corteza adyacente a los centros de proyección sensorial. En este sentido se habla de agnosias ópticas, táctiles (asterognosia), etc. Las afasias receptivas pueden ser consideradas como un tipo de agnosia del lenguaje oído. ALUCINEMA. Enunciado verbal de las denotaciones anómalas del tipo de las alucinaciones. J r falso en la identificación y en la localización dentro-fuera. AMBIVALENCIA. Vocablo introducido por E. BLEULER para definir la coexistencia de tendencias o actitudes contradictorias entre sí en un objeto y respecto del mismo objeto. ANACLÍTICA. De anaclisis, traducción inglesa del sustantivo alemán Anlehnung, adhesión, apoyo. FREUD introdujo el término para designar la función primera de las pulsiones sexuales, tendentes a la autoconservación. La depresión anaclítica, descrita por SPITZ, designa la provocada por pérdidas del objeto utilizado como apoyo por el

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sujeto. Es la depresión subsiguiente al abandono y al desvalimiento subsiguiente. Frecuente en niños, en el adulto aparece como pérdida de una relación de objeto que, en verdad, era una relación anaclítica. ANACOLUTO. Desviaciones sintácticas subsiguientes al hecho de que el hablante se deja llevar del curso de sus propios pensamientos, sin previo abarque de la totalidad de lo que había de decir. El anantopódoton consiste en la supresión de uno de dos términos correlativos del discurso; el anapódoton es la repetición de parte de una frase después de un inciso, pero de otra forma. Se trata de figuras interesantes en el lenguaje coloquial. ANAGÓGICO.Término introducido por SILBERER como definitorio de un método de aproximación posible a la interpretación de los símbolos oníricos. Junto a la interpretación psicoanalítica, existiría la anagógica, en la que se atendería directamente a las «ideas fundamentales» motivadores del sueño. ANÁLISISFACTORIAL. Surgió como análisis de los distintos factores que intervienen en los rendimientos intelectuales. Su introductor fue SPEARMAN. ANANKEMA. Enunciado verbal de un fenómeno obsesivo. ANOMIA. Estructura social caracterizada porque sus individuos aceptan las metas propuestas, para el logro de las cuales precisan, no obstante, desobedecer las normas. Disociación, pues, entre metas y normas para obtenerlas. Resulta entonces que las metas que la sociedad propone como exitosas requieren la desobediencia a las normas que la propia sociedad predica como aceptables, honestas, etc. ANTROPOMORFISMO. Que deriva de una imagen del hombre. APOFÁNTICO. Se dice de las formas indicativas del lenguaje, a las cuales limitaba ARISTÓTELESla lógica formal. En el Organon, dice que «no todo enunciado es apofántico, sino sólo aquellos en los que se da el ser verdaderos o falsos». LuKASIEWICZ introdujo un tercer valor, además de verdad o falsedad, a saber: lo posible, creando así la lógica trivalente. APRAXIA. Alteración o incapacidad de elaboración del movimiento voluntario. AUTISMO. Término introducido por E. BLEULER (1913) para denominar el estado de extrema introversión del esquizofrénico. El término se ha generalizado, aplicándose siempre a la proyección del sujeto hacia el mundo interior, con pérdida del contacto con el mundo exterior. El sujeto vive para sus fantasías, delirantes o no. Es característico del pensamiento autista la «indisciplina» (BLEULER), derivada precisamente de la pérdida del vector de la realidad que impone una dirección al pensamiento normal. Ax10MÁTICA. Conjunto de axiomas o postulados de los cuales se parte como supuestos en toda hipótesis de trabajo o en toda hipótesis explicativa de observaciones. La axiomática subyace en el conjunto de las hipótesis particulares. BEHAVIOURISMO. Escuela psicológica que parte del punto de vista de que la Psicología, si pretende ser científica, ha de estar únicamente sustentada en la observación, que en el caso de la Psicología sería la observación de la conducta. Su fundador fue WATSON. Trata de excluir todos aquellos términos como «mente», «pensamiento», «deseo», etc., que presuponen procesos internos del organismo o del sujeto y que son inobservables. En lingüística se parte de la conducta verbal y, por tanto, la teoría del significado se excluye, por cuanto los significados son inobservables. B10LOGICISMO. Explicación basada exclusivamente en los procesos biológicos. CASTRACIÓN. Como ansiedad, se dice de todo temor a ver o sentir dañados los genitales. Como complejo (de castración), se dice del conjunto de reacciones ligadas a la ansiedad de castración. Proceden de amenazas directas de padres, de inferiorizaciones ulteriores de los atributos masculinos y también de la visión de la carencia de pene en la niña. Otras veces, se trata de fantasías de castración.

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CATEXIA. Cuantía de la fijación afectivoerótica de un sujeto sobre un objeto. De un objeto se dice que está catectizado si sobre él el sujeto ha proyectado tales instancias y tendencias. Naturalmente también puede catectizarse alguna parte del propio sujeto. CoNTRACATEXIA es la cuantía de las instancias, de signo opuesto a las catexias, que el sujeto moviliza para intentar descatectizar a un objeto; así, por ejemplo, un objeto puede odiarse para contracatectizar las catexias de amor. COMPLETUD. Corolario de la ... Toda proposición, por cuanto es un complejo judicativo (contiene un conjunto de subjuicios de realidad), sólo puede ser verdadera si lo son todos los subjuicios de que se compone. CoMPOSITIVIDAD. La conducta es una resultante, por tanto es un complejo expresivo y expresado de instancias, tendencias y juicios de realidad. Por consiguiente, el principio de compositividad alude a la necesidad c!e considerar los tres planos o discursos de la conducta, que aparecen interferidos en el discurso lineal único con que la conducta se ofrece. CoPROLALIA. Uso de expresiones groseras, obscenas, en la consideración usual del lenguaje. Puede aparecer como compulsión en algunas neurosis obsesivas; y también, como tic, en la enfermedad de Gilles de la Tourette (tics y coprolalia). También aparece a veces en cuadros delirantes agudos y crónicos. CosEMANTICIDAD. Los actos de conducta se ofrecen en conjunto como un texto. Por consiguiente, la forma de poder ofrecer un significado global de dicho texto es a través de la concordancia semántica o significativa de los actos singulares de conducta de que se compone la serie. Los actos de conducta deben ser cosemánticos con los que le preceden y le siguen, y, por tanto, obedecer al principio de cosemanticidad. CosrNTACTICIDAD. Los actos de conducta precisan concordar recíprocamente, es decir, con los que anteceden y le siguen. Por tanto, deben obedecer al principio de cosintacticidad, o sea, ser cosintácticos. DELIREMA. Enunciado verbal de las connotaciones anómalas del tipo del delirio. DENKSPSYCHOLOGIE. Psicología del pensamiento. Escuela de Wüzburg, fundada por O. KüLPE. Estudió especialmente los procesos del pensar. ENTIDAD NOSOLÓGICA. Enfermedad específica por su etiología. Al ignorarse ésta, la polémica sobre si determinado síndrome es específico o no de una etiología, es decir, si constituye una entidad nosológica, independiente de cualesquiera otras, se constituye en una tarea interminable, muchas veces baladí y en ocasiones bizantina. EPISTEMOLOGÍA. Es una versión modernizada de la antigua teoría del conocimiento. Trata de la teoría del conocimiento científico y en este sentido se identifica con teoría de la ciencia. Hay epistemologías particulares de cada ciencia, en la medida en que plantean a su vez problemas particulares. REICHEMBACH asigna a la epistemología tres tareas: el descubrimiento (tarea de la sociología y la psicología del descubrimiento científico), la justificación del mismo y la crítica. En psicología tiene hoy (PrAGET) un alcance más general: la epistemología genética trata de la psicología de los procesos cognoscitivos, o más precisamente, de la psicología de la adquisición de conocimientos generales. ERÓTICO. Referido a lo sexual. Por tanto no necesariamente genital. La actividad genital es una posibilidad más de actividad erótica. EsrocÁSTICO. Del griego stokbastikos, conjetural. En Matemática, concretamente en Estadística, que comporta la presencia de una variable aleatoria. Los fenómenos estocásticos son aquellos que son fruto del azar. ETODINÁMICA. Uso de este vocablo, compuesto de etas, costumbre, conducta, y dinamos, fuerza, energía, actividad, para designar el nivel de discurso en que sitúo la Psico(pato)logía propiamente dicha; que no es la naturaleza de la conducta (fisiolo-

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Introducción a la psiquiatría, 1

gía ), sino la conducta como forma de relación (etas), de alguna manera codificada, y que es motivada por instancias, tendencias y demandas de la realidad. EXTENSIÓN. Colección de objetos a los que un término es aplicable. El campo de aplicabilidad de un término. FENOMENOLOGÍA. Corriente filosófica, creada por HussERL, que pretende, mediante la aplicación del método fenomenológico, la descripción pura de los fenómenos de conciencia. Tales fenómenos tienen como característica, frente a los fenómenos físicos, el ser intencionales, el estar dirigidos a (BRENTANO ). El método fenomenológico es, pues, descriptivo. Su aplicación a la Psicopatología se hizo por K. JASPERS, y luego por la denominada escuela de Heidelberg (WILLIANS) en las décadas del 20 y .30. FIJACIÓN. Término utilizado en psicoanálisis y aplicado metafóricamente a la fijación de la libido o del afecto a los objetos (objetos o sí mismo) o a sus imagos. FILOSOFÍA ANALÍTICA. La corriente filosófica generada en Inglaterra y que considera como tarea fundamental de la misma el análisis del lenguaje, por cuanto muchos de los denominados problemas filosóficos son, para el filósofo analítico, problemas surgidos por y desde el lenguaje. Aunque sus precursores deben verse en RusSELL y MooRE, el creador de esta corriente es decididamente L. WITTGENSTEIN tras su renuncia a su primera aportación, el Tractatus Logico-Philosophicus. FISICALISMO. Concepción filosófica de la ciencia que concibe la Física como el modelo cientificonatural por antonomasia, al que habrían de ajustarse las ciencias restantes. El denominado positivismo lógico fue un intento fisicalista, cuando menos en Psicología. Pero, con anterioridad, muchos biólogos del siglo XIX pretendieron llevar a la Biología en general una concepción fisicalista (DUBOIS-REYMOND, BRÜCKE, etc.). FOBEMA. Enunciado verbal de una fobia. GESTALT. Alemán, forma, figura. En Psicología designa una estructura formal, especialmente perceptual, cuyas propiedades derivan de la totalidad -la estructura, la Gestalt- de los elementos que la componen, no de la adición de los mismos. Una melodía, una figura geométrica, se definen por la disposición de sus elementos, su configuración. La escuela psicológica que considera la gestalt como base fundamental de los procesos psíquicos se contrapone, pues, al asociacionismo clásico. La Gestaltpsychologie surgió en 1911 por los investigadores conocidos como «berlineses», WERTHEIMER, KoHLER, KoFFKA. Son los primeros estructuralistas. GRAFÉMICO. Expresado en términos escritos. HÁPTICO. Relativo al tacto, a la esfera táctil. Las alucinaciones hápticas son las alucinaciones táctiles. HERMENÉUTICA. Relativo a la interpretación. Se usaba especialmente en la interpretación de textos bíblicos. Recientemente (1962), BETH llama hermenéutica a las connotaciones semánticas elementales que acontecen intuitivamente en el lenguaje común. Hemos usado el vocablo en el sentido primitivo de interpretación, referido al árbol de connotaciones que comprende una proposición indicativa o estimativa. HETERÓCLITA. Que se aparta de las reglas. Pero también, y es en esta acepción en la que es usada como categorización de la Psiquiatría como ciencia empírica, se dice de una obra que ha sido hecha de partes pertenecientes a estilos distintos. La Psiquiatría como práctica empírica es heteróclita, por cuanto se construye a expensas de la Psicología, Biología, Estadística, Fisiología, Bioquímica, etc. HETEROLÓGICA. Que exige la aplicación de reglas lógicas distintas. La realidad, al ser heterogénea, exige ser heterológicamente tratada. No se trata del mismo modo al pensar sobre un acto que al acto, por poner un ejemplo. HEURÍSTICO. Del griego heuriskein, hallar. Un modelo tiene una función heurística porque sirve para descubrir posibles relaciones del objeto, del cual el modelo es una reproducción abstracta.

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HIPOCONDRÍA. Atención angustiosa, preocupante, respecto de la salud y la enfermedad. Suele existir una hiperestesia respecto de las sensaciones derivadas del propio funcionalismo de órganos. Es un síndrome inespecífico que se presenta en neurosis de angustia, en estados depresivos y en psicosis. HoMEOSTASIS. Término introducido por CANNON para designar el equilibrio interno del organismo, lo que implica la existencia de mecanismos encargados del mantenimiento del mismo. Es una concepción precursora de la consideración cibernética actual, en la que el homeostato y los servomecanismos juegan un papel fundamental. IDENTIFICACIÓN. Proceso psicodinámico mediante el cual se asimila por el sujeto un aspecto, una propiedad o un atributo de otro, de modo que se transforma, total o parcialmente, en ese otro, sobre todo en los aspectos del actuar. La identificación con el represor es una forma usual de «superación» de la represión. IDEOLOGÍA. Tiene dos acepciones: 1) como sistema de ideas al que determinado sujeto se adscribe; 2) como sistema de ideas no sustentadas científicamente y que sirven como conjunto de racionalizaciones (justificaciones, «buenas» razones) merced a las cuales el sujeto da coherencia a su posición social, sus aspiraciones y expectativas, sus deseos, etc. lLUSEMA. Enunciado verbal de una ilusión o falso reconocimiento. Juicio de identificación falso. lMAGO. Esquema imaginario adquirido, con el que se opera de modo inconsciente, y que depende de las primeras relaciones con las figuras parentales. Estas imagos se proyectan luego en las relaciones del sujeto con determinadas figuras, por ejemplo, la imago paterna en la relación con maestro, autoridad; la materna, con la maestra, la mujer en general. Es un término derivado de la doctrina psicoanalítica. INTENSIÓN. El concepto o contenido de lo que un término suscita. Por ejemplo, la intensión del término «inclusión» es la de la relación lógica entre la parte y el todo. lNTERPR'ETANTE. El sentido del signo; el sentido puede, a su vez, conectarse con otro y otro, en el caso de los «signos perfectos». LIBIDO. Vocablo usado por FREUD para designar la energía psíquica derivada de la actividad sexual humana. La libido es, pues, la forma psicológica que adopta toda instancia sexual. LÓGICA REFERENCIAL. Mientras la lógica formal trata de la corrección de los enunciados y de las operaciones que con ellos se verifican, la lógica referencial trata de las implicaciones de un enunciado respecto del objeto a que hace referencia. LoGUEMA. Término con el que designo cualquier juicio de realidad (Jr) implícito en cualquier acto de conducta. O sea, un acto de conducta, en tanto ]r, es un loguema. Los loguernas son denotativos y connotativos. MANÍA. Estado de euforia anómala, tanto por su exceso cuanto por su referencia a una extremada sensación de vitalidad e hiperpotencia. HrPOMANÍA, manía atenuada; también puede hacerse extensivo a algunos modos de ser (hipomaníacos), hiperactivos, plenos de vitalidad, volubles. MELANCOLÍA. Depresión no directamente relacionada con un acontecimiento externo. En ello se diferencia de la pena, que en la Psiquiatría usual se llama depresión reactiva. METÁFORA. La acepción en retórica: uso de una palabra con un sentido distinto del usual, con el que se relaciona de modo figurado, imaginado. En Psicodinámica, la metáfora está ligada al desplazamiento: hacer el ridículo puede ser metafóricamente una castración, .en la medida en que el sujeto pierde valor erótico. METALENGUAJE. Lenguaje o acto de habla con el cual se alude al lenguaje. La gramática es un metalenguaje, porque habla acerca del lenguaje. «Madrid es la capital

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Introducción a la psiquiatría,

de España» es un acto de lenguaje, «un» lenguaje; mientras «Madrid es bisílaba» es una expresión metalinguística, porque habla acerca de la palabra Madrid. METARREGLAS. Son las reglas de orden superior a las reglas básicas. Así, la regla básica para hablar es que se sepa el idioma; pero hablar educadamente sería una -de entre las muchas posibles- metarregla: presupone la regla básica. En el juego de naipes la regla básica es el conjunto de normas que hacen posible determinado juego, por ejemplo, el póquer; la metarregla es no hacer trampas. METONIMIA.En retórica, tomar el efecto por la causa, el instrumento por el actor, la parte por el todo. En Psicodinámica tiene una acepcion que va ligada a la contigüidad: la castración erótica se traduce, de abajo arriba, en inhibición afectiva 00 intelectual. MIMEMA. Lexema o significante extraverbal, gestual. NosOLOGÍA. Clasificación de las enfermedades. Entidades nosológicas: enfermedades individualizadas. ÜBJETAL, relación. Indole de la relación que el sujeto establece con el objeto. Las relaciones objetales remiten a la proyección de instancias y tendencias y por tanto a las instancias y tendencias del sujeto que establece la relación. Aunque FREUD habla de relaciones de objeto, u objetales, ha sido la escuela inglesa (M. KLEIN, FAIRBAIN, GuNTRIP, WINICOT, etc.) los que han basado su investigación en las relaciones objetales. ÜBJETO. Una primera acepción es la de todo aquello que no es sujeto (persona, animal, cosa). Pero el sujeto puede ser objeto para sí mismo, por lo que la segunda acepción, que incluye a la primera, sería la siguiente: todo aquello que el sujeto toma para su relación (sea él mismo, sea algo exterior). ÜRGANÍSMICO. Referido al organismo como un todo. PARADIGMA. Tiene dos acepciones: 1) ejemplo especialmente tiprco; así se dice de la palabra-tipo que se ofrece como modelo de una declinación o conjugación; 2) sistema o conjunto de leyes propias: una lengua es un paradigma; una teoría científica es un paradigma. En lingüística se refiere a los grupos asociativos (de ideas, SAUSSURE; de similaridad, }AKOBSON). Hoy, más restringidarnente, se aplica a todas aquellas unidades que podrían sustituir a la emitida por el locutor en un sintagma dado. PARANOIDIA. Actitud paranoide, tendente a las formaciones delirantes. P ATTERN. Expresión inglesa, acuñada sobre todo por la antropología cultural norteamericana: patrón, norma, pauta de conducta. No implica juicio de valor sino tipos de conducta relativamente estereotipados en una comunidad. PRAGMÁTICA. Dos acepciones: 1) sinónimo de práctico, utilitario, de uso; 2) parte de la semiótica (MORRIS) que trata de las relaciones entre los signos y los usuanos de los mismos. PROSODEMAS. Posibilidad de abstraer unidades en el discurso oral merced a las funciones fónicas distintivas (de un sonido a otro con la misma vocal, por ejemplo), demarcativas (de una palabra frente a otra), culminativas (en la que se resaltan las diversas articulaciones del mensaje que interesan al locutor). En la expresión «mamá abstrae», la a última de mamá es distinta a la primera y también a la primera de abstrae; también con ella se demarca mamá de abstrae; finalmente, al culminar en mamá, se acentúa esta palabra como lo importante en el mensaje. PsrcoGENISMO. Explicación basada exclusivamente en los datos psicológicos. Especialmente, la consideración de lo psicológico como causa única de los procesos. PSICOSIS. Enfermedad mental. Psicosis endógena: la causada por procesos internos no suficientemente sabidos: la hipótesis hereditaria es la más extendida, pero también hay otras, como la metabólica. Psicosis exógenas: de causa externa al sujeto (tóxicas, infecciosas). Psicosis sintomáticas: las secundarias a enfermedades no primariamente

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cerebrales. Psicosis orgánicas: las debidas a una perturbación lesiona} del cerebro. Las psicosis endógenas se conocen también como psicosis funcionales, en contraposición a las orgánicas, por cuanto no ha sido posible demostrar lesión alguna específica del cerebro. PuLSIÓN. Proceso dinámico merced al cual el sujeto se proyecta, real o virtualmente, de forma impulsiva en el objeto. Las pulsiones son expresión de los contenidos inconscientes, del Ello. REDUNDANCIA. En lingüística, repetición. En teoría de la información la redundancia es la propiedad que poseen determinados procesos de ser restrictivos, configurados, de manera que a medida que transcurren redundan en lo que ha de venir. Con otras palabras, lo hacen probable. Así, la redundancia de K respecto de que tras ella aparezca ¡ es nula en castellano, mientras la de cio respecto de que después aparezca n es alta. Rurno. En teoría de la información cualquier distorsión que vicie a un mensaje durante su transmisión. Cuanto mayor sea la redundancia de un mensaje mayor será su resistencia a dejarse influir por el ruido, y a la inversa. SELF. Sí-mismo; en alemán, selbst. Aunque usado por JuNG, se generalizó a través de la Psicología social. La identidad de un sujeto, la conciencia que tiene de sí mismo. Desde nuestro punto de vista, el sel/ es una estimación, un juicio de valor que el sujeto adquiere en la relación con los otros, y que «sabe» que los otros tienen de él. El sel/ se proyecta bajo varias formas: como self erótico (la identidad sexual de uno mismo: horno o heterosexual, bisexual, etc., pero también sobre ser más-menos capaz, potente, seductor, atrayente, etc.); como sel/ corporal (hermoso-feo); como sel/ actitudinal (simpático-antipático; decente-indecente, etc.); como sel/ intelectual (inteligenteininteligente). Hay una posibilidad de intercambio funcional entre unos y otros, lo que permite, por ejemplo, la sublimación, etc. SEMÁNTICA. Estudio del lenguaje en sus aspectos meramente significativos. La semántica trata de la relación entre el significante y el significado, los cambios de sentido, la polisemia, etc. SEMIOLOGÍA. Ciencia de los signos, de los sistemas de signos. En Medicina tiene una acepción precisa: estudia la relación de determinados síntomas con determinados trastornos. La semiología médica, pues, concierne más a la patología general que a la patología médica, porque no es tanto la relación de los síntomas a concretas enfermedades, cuanto a alteraciones de órganos o sistemas, que remiten, por sus etiologías distintas, a procesos patológicos diversos. SEÑAL. Los tipos de signos que simplemente notifican (señalan), indican, sin que posean ninguna otra relación de significación, se denominan señales. La señal provoca una reacción en el receptor. La señal de tráfico que indica precaución transmite la notificación de que se debe caminar despacio y advertidamente, pero no remite a nada más. El guardia que nos señala que pasemos o que nos detengamos, con su señal no nos transmite más. Los animales emiten sólo señales en su forma de comunicación. También la especie humana usa señales, por ejemplo, el bostezo, señal de sueño, de hambre, de cansancio, etc., pero no remite a connotaciones intencionales. SEUDOLOGUEMA. Todo juicio de realidad categóricamente falso. Es decir, cualquier acto que, concebido en el modelo judicativo como [r, connota un ]rF. SrGNALÉPTICO. Concerniente a la señal, esto es, al carácter apelativo del signo que emite el locutor para el receptor. SIGNO: Conjunto resultante de la relación de un significante con su significado o significados. En el signo, el significante remite siempre a un referente, que es aquello que significa.

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Introducción

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SÍMBOLO. Son aquellos signos en los que el objeto no está presente y, por tanto, representan a éste. Las palabras categoremáticas de una lengua son símbolos. SíNDROME. Conjunto de síntomas. Especialmente de uso en Patología, pero también en Psicología (normal), en cuyo caso, obviamente, síntoma no tiene una connotación patológica, sino de indicio. Así, se habla de síndromes de modos de ser, como conjunto de pautas de conducta relativamente estereotipadas. SINTÁCTICO. La sintaxis concierne a las relaciones entre los signos que se emiten en una cadena longitudinal. Las relaciones entre los signos están sujetas a reglas; tales reglas son sintácticas, y el conjunto de las mismas constituye la sintaxis. Puede aplicarse, por extensión, a una serie de actos de conducta en tanto series de signos que necesitan concordar sintácticamente. SINTAGMÁTICO. Orden de sucesión de carácter lineal, en el que acontecen los actos de conducta, especialmente verbales. Frente al conjunto paradigmático, el sintagmatico, al referirse al plano de la sucesión, tiene en cuenta las relaciones de un acto con el que le precede y con el que sigue. SÍNTOMA. Equivale a signo natural, y lo mismo se aplica al signo natural de un proceso fisiológico, como, en la acepción más usual, a un proceso fisiopatológico; en este caso se habla de síntomas del proceso natural patológico que se denomina «enfermedad». SoBREDETERMINACIÓN. FREUD lo usó para explicar la múltiple significación de los contenidos oníricos. En realidad, puede hacerse extensivo a todo acto de conducta, especialmente a los que derivan directamente del inconsciente: los sueños, los síntomas, los actos fallidos. Por otra parte, remite también a una multiplicidad de factores determinantes, y así un acto de conducta está sobredeterminado en tanto puede ser motivado de modo múltiple. TAXONOMÍA. Sistemática. En principio, ciencia de las leyes de clasificación de las formas vivas. Por extensión, ciencia de las leyes de la clasificación. TÓPICA. Primera y segunda tópica. Se denomina así a la hipótesis estructural del aparato psíquico que FREUD construyó. La primera tópica consideraba los estratos consciente, preconsciente, inconsciente. La segunda tópica, el Yo, el Superyó y el Ello. TRANSFERENCIA. Relación de carácter afectivoerótica que establece el analizando con el analista. También se conoce como neurosis de transferencia. En ella, surgida en el curso de la terapia analítica, el paciente reproduce el modelo de relación habida en la triangulación edípica Puede ser positiva (de afecto) o negativa (de odio). La CoNTRATRANSFERENCIA alude a la relación afectiva de dirección inversa, del analista al analizando. Por extensión se aplican estos términos a las relaciones afectivas surgidas en la relación interpersonal.

INDICE

DE AUTORES

Abarbanel, A., 204 Abrahan, K., 197, 198, 219, 283 Abt, 188 Ach, N., 59, 111, 345 Adler, A., 52 Adrian, 82 Alcina, 86 Alexander, F., 29, 163, 166 Allen, C.,· 220 Allport, G. A., 53 Amar Aguirre , E., 33 Andreas-Salorné, L., 166 Aranguren, J. L. L., 266 Aristóteles, 130, 188, 388 Asch, S. E., 252 Ascu, S. E., 53, 145 Ashby, W. R., 194 Atkimson, 263 Austin, J. L., 100 Ayer, 76, 122 Bailey , D. S., 220 Bak, 217 Bales, 57 Ballus, C., 272 Bandura, A., 60 Barthes, R., 37 Bastide, R., 33, 57 Bateson, G., 26, 53, 119, 131, 140-41, 154. 158, 286, 299

Beavin, J. H., 26, 53, 89 Bechterew, V. M., 60 Bellak, 188 Benedetti, G., 263 Benedict, R., 54, 145 Benedito, G., 74 Bergman, G ., 43 Berlo, D. K., 103, 130 Bernard, C., 7 5 Berner, C. y P., 342 Bertalanffy, L. von, 28, 124 Berze, 49, 294, 332 Beth, 390 Bibing, E., 282 Binswanger, L., 49 Bion, 175 Birdwhister, R. L., 114, 118 Blanchet, R., 70 Blascc, J. Ll., 299, 302 Blccua, 86 Bleger, J.,73, 292 Bleuler, E., 21, 50, 197 Bleuler, M., 21 Bloomfield, L., 62 Bollote, G., 77 Bolwy, J. 270 Bonaparte, M., 218, 238 Boole, 294 Borger, R. ]., 72 Boss, M., 49, 163 Bostroem, 46 395

Indice de autores

396 Braunstein, N. A., 74 Brengelman, J. C., 47 Brentano, F., 28, 49, 50, 254, 390 Bleuler, E., 255, 327, 338, 342, 387, 388 Brion, A. B., 282 Broca, 387 Brozin, H. W., 29 Brücke, 390 Bruner, 68, 188 Bryson, L., 58 Bühler, K., 59 Bumke, O., 21, 48, 50, 281, 329 Bunge, M., 28, 66, 70, 72, 88 Cannon, W. B., 79, 165, 391 Cantril, H., 53 Carnap, R., 58, 62, 65, 76, 133 Castilla del Pino, C., 36, 45, 56, 57, 59, 70, 94, 97, 104, 109, 117, 131, 160, 164, 188, 211, 218, 219, 235, 248, 259, 266, 277, 289, 293, 302, 315, 340, 354, 364 Cervantes, 50 Cicerón, 75 Ciofi, F., 72 Clarín, 171 Clinard, M. B., 42, 57 Colodrón, A., 60 Costa Molínari, J. M.ª, 272 Critchley, M., 201 Crutchfield, R. S., 53 Cumming, J. 143, 154, 287 Charcot, 24 Chaseguet-Smingel, J. 238 Chein, 188 Chomsky, N., 112, 344, H5 Da Costa, 43 Darwin, C., 115 Davis, F., 114, 118 Deaño, A., 62 Delval, J., 252, 345 Descartes, 188 Deutsch, F., 200 Dilthey, W., 36, 49, 50 Dirnitz, 46 Dollard, J., 60 D'Ors, E., 171 Dostoyewsky, 50 Dowley, 145 Dubois-Reyrnond, 390 Ducroy, O., 85, 90 Dumbar, F., 163

Dunhan, 57 Durkheim, E.,

57

Eco, U., 85 Economo, C. Von, 46 Eddington, 37 Efron, D., 114 Eidelberg, 125, 173, 191, 217, 282 Ekman, P., 114, 115 Ellenberger, U. F., 49, 57 Ellis, H., 204, 220 Emminghaus, 48 Enke, K., 294, 332 Erikson, E. H., 52, 137 Esquilo, 50 Esterson, 158 Ey, H., 21, 30, 282 Eysenk, H. J., 60 Fairbain, R., 124, 196, 199, 392 Falret, 24 París, 57 Feigl, M., 58 Fenichel, O., 128, 194, 218, 224, 238 Ferenczi, 29, 191 Ferrater Mora, J., 125 Fessard, 83 Flew, 299 France, A., 137 Freedman, 21 Freeman, 282 Freud, A., 52, 124, 166 Freud, S., 24, 46, 50, 51, 52, 55, 60, 71, 72, 77, 86, 87, 93, 100, 124, 125, 128, 160, 161, 164, 165, 166, 175, 176, 179, 180, 181, 189, 191, 196, 197, 198, 199, 200, 205, 217, 219, 221, 256, 260, 267, 269, 274, 277, 281, 282, 283, 292, 301, 315, 350, 351, 387, 391, 394 Friesen, W. V., 114 Froebes, 254 Fromm, E., 52 Galdós, 171 Galeno, 51 Galet, 56 Gallangher, 42 Gannt, 43 García Morente, 266 Garma, A., 219 Garroni, E., 85 Gebhard, P. H., 204 Gebsattel, V. E. von, 49 Gelb, 47, 59 Gerth, R., 52

397

Indice de autores Gerstmann, 47 Giesse, H., 220 Giesse y Gebsattel, 211, 216, 220 Gilles de la Tourette, .389 Ginsburg, B. E., 145 Goffman, 114 Goldstein, K., 44, 47, 59, 124, 202, 350 Goodman, 188 Graco, P., 69 Granger, G. G., .37 Greenagre, 217, 282 Greenson, R. R., 223 Greimas, A. J., 113 Griessinger, 24, 46, 75 Groddeck, G., 125 Gross, 51 Gueroult, M., 310 Gruhle, H., 49, 50, 294, 330, 332, 334 Guiraud, P., 85 Guntrip, H., 53, 142, 392

Haley, 53, 66, 131 Hampson, J. L., 145

Hartrnann, H., 29, 73, 86, 124, 201 Head, H., 201 Hecker, 24 Heidegger, M., 49 Helmholtz, 80 Heráclito, 167 Herbert, 168 Heissernberg, 186 Hetmans, 51 Hierro, J., 100 Hierro, S., 58 Hilgard, 72 Hipócrates, 51, 75 Hizschfeld, 229 Hite, H., 238 Hochrein, 4 3 Hockett, Ch., 332 Hoff, H., 163 Hoffmann, J. H.,124 Hollinshead, A. B., 33, 57 Bollos, 29 Holmes, G., 201 Hook, S., 72 Hooton, 56 Hormann, H., 83 Hornet, K., 52, 54 Huber, G., 294, .342 Hudson, W. D., 266 Hughes y Cresswell, 314 Humboldt, 111 Hume, 43 Husserl, E., 48, 50, 390

Isaacs, S., 175 Ischlonsky, N. E., 60 Izard, E. C., 114, 115 Jackson, D.,

158

26, 53, 89, 119, 131, 140,

Jackson, J. H., 30, 124 Jakobson, R., 133, 392 James, W., 51 Jaspers, K., 48, 49, 50, 60, 95,

169, 254, 289, 293, 294, 300, 315, 327, 330, 332, 334, 335, 390 Jekels, 198 Johnson, D. M., 111 Johnson, V. E., 147, 209 Jung, C. G., 51, 161, 167, 393 24 Kaníer, F. H., 60 Kant, E., 25 Kasanin, 350, 389 Katz, 303 Kees, 113

Kalbhaum,

Kennedy, G., 72 Kierkegaard, S., 267

Kinsey, 204, 205, 220, 221, 238 Klages, C., 51, 124, 254 Klein, M., 124, 175, 176, 195, 196, 197, 198, 260, 269, 270, 283, 392 Kleist, K., 24, 44 Koechlin, 113 Koffka, K., 47, 188, .303, 390 Kohler, W., 47, 188, 303, 390 Kolb, 21 Korte, 188 Kraepelin,. E., 24, 45, 46, 54, 59, 111, 329 Krafft-Ebing, R. von, 211, 213, 220 Kranz, H., 57, 294 Kretch, D., 5.3 Krehl, L. von, 43, 163 Kretschmer, E., 30, 42, 48, 51, 206, .328 Krich, A. M., 220 Kris, 201 Kubie, 72 Kuhn, 49 Külpe, 59, 345 Lagache, 57 Laing, R. D. 131, 154, 158, 299 Lange, J., 46, 111 Laplanche, 173 Lassegue, 24 Laswell, H. D. 52

398 Leach, E., 81, 96 Lee, 131, 154, 168 Lehrrnan, N. S., 72 Leibniz, 188 Lersch, Ph., 254 Levine, 188 Levins, R., 125 Levinson, 42

Lévi-Strauss, C., 37 Levy, L. H., 67

Lewin, K., 53, 188 Lewis, 43 L'Hermitte, l , )20 Lipps, 25..J . Lambroso, 56 López Ibor, J. j., 254, 281, 297 Lukasiewicz, 305, 388 Lynd, H. M., 287 Llopis, B,

275, 315

MacGuinnies, 188 Mach, E., 48, 76 Mac::intyre, A., 27 Maciver, 57 Mackensíe, 4 3 Martín, C. E., 204 Martín Santos, L., 49 Master, W. H., 147, 209 Matussek, P., 49, 294, 330 Mauss. M., 11.3 May, R., 49 Mayer-Gross, 21 McDougall, W., 52 Mead, G. H., 53, 125, 153, 154 Mead, M., 55, 145 Mendelejew, 293 Merton, R. K., 57 Messer, 59 Meynert, 24 Mili, ]. S., 294 Millon, T., 72 Minkowski, E., 49 Mises, L. von, 93 Moles, A., 310 Moliner, M., 269, 373, 379 Mali, A., 211 Monakow, van, 124 Montserrat Esteve, S., 272 Moore, 266, 390 Moreau de Tours, 77, 292 Morris, Ch., 85, 392 Mourgue, 124 Muguerza, L. 266 Mü1ler. J., 47, 75, 80 Murphy, 188 Murray, 188, 316, 369

Nagel, E., 58, 294 Neal, E. H., 60 Neurath, O., 76 Newton, 80 Nietzsche, F., 265, 266 Numberg, H., 201, 225 Oerter, R., 345 Orelli, A. van, 56 Oró, J., 124 Ortega y Gasset, J., Osgocd, 115 Ovejero, 265 Ovesey, 160

156, 2ó6

Parsons, T., 57, 245 Pasternac, M., 74 Patch, 21 Pavlov, I. P., 60 Pelechano, O., 60 Pescador, J., 58 Phillipson, 131, 154 Piaget, J., 69, 111, 124, 347, 389 Pierce, Ch. S., 85 Pierce, J. R., 85 Pinillos, J. L., 28, 62, 66 Pomeron, W. B., 204 Pontalis, 173 Popper, K. R., 293 Porot, A., 258 Postman, 188 Potzl, 47 Pribrarn, 194 Prieto, L. J, 85 Pulaski, M. A S., 347 Punpian-Mindlin, 72 Raimy, 188 Rank, O., 71, 269 Rapaport, D., 72 Redlich, F. C., 33, 57 Reich, W., 169 Reichardt, 21 Reichembach, 389 Reik, T, 219 Revers, W J., 259 Rickert, 36 Riesman, 57 Ringel, E., 163 Rioch, D. M, 119 Rof Carballo ]., 43, 163 Rorschach, H., 68, 346, 369, 370, 371 Rowe, 145 Rubinstein, J. L., 293 Ruesch, J. 26. 53, 113, 119, 1.31

Indice

399

de autores

Ruffín, H.,

56

Ruitenbeek, 223 Runke, 297 Russell, B., 88, 133, 266, 293, 294, 297 352, 390 ' Ryle, G., 299, 300 Saal, F., 74 Sacher-Masoch, 218, 219, 248 Sarason, 72 Saussure, F., 113, 184, 392 Scheff, T., 42 Schefflen, A. E., 114 Scheler, M, 124, 254 262 264 266 Schilder, P., 45, 46, Íl8, 201 ' Schlobser, 115 Schmideberg, M., 169 Schmidt, G., 294 Schmidt, S. J., 310 Schneider, C., 294 Schneider, K., 49, 50, 91, 254, 275, 281, 282, 294, .315, .3.30, 332, 334 335 Schuster, 160 ' Schwarz, O., 163, 204, 205, 206. Scriven, M., 58 Searle, J. R., 100 Sears, R. L., 145 Sechenov, J. M., 60 Serrano Vicens, R. 238 Shakespeare, W., '50, 297, 306 Shannon-Weaver, 130 Sheldon, W. T., 51 Sherif, M., 53, 188 Silberer, 180, .388 Simpson, T. M., 302 Skínner, B. F., 60, 62, 69

Slama-Cazacu, T., 96

Sófocles, 50 Solomon, 21 Spearrnann, C., 60, 388 Spencer, H., 52 Spinoza, 266, .3.38 Spitz, R., 195-96, 200, 202, 258, 269-70 283, 301, 387 ' Staehlin, J., 56 Stanislawski, 133 Stekel, 205 Stendhal, 50 Sterzt, 46 Storr, A., 220 Storring, 252 Straus, 49 Strawson, P. F., 100, 122 Stumpf, 254 Sullivan, H. S., 26, 42 53 61 154 158 169, 26.3, 289, 299 ' ' ' ' ' Szazs, T., 41, 47, i2, 86, 90, 119

Tarski, A., 133 Tausk, V., 128 Thomson, 111 Thordnike, 252 Tillman, F. A., 325 Tizón García, J., 58, 66, 69, 74 Todorov, T., 85 90 Tomkins, S. S., '114-15

Unarnuno,

M ,

171

Valle-Inclán, R., 17J. Vatsuro, E. G., 60 Veron, E., 131 Vervaeck, 56 Vigotsky, 111, 345 Vogt, C. y O., 82

Waddington, 125 Waelder, R., 86 Waismann, F., 100, 299 Walters, R. H., 60 Watson, .388 Watt, 59 Watzlawick, P., 26, _53, 89, 100, 119, 131, 138, 154 Weakland, 26, 53, 131 158 Weiss, E., 125 ' Weítbrecht, 294 Weizaecker, V. von, 27, 41; 80, 163 Werner, H., 124 Wernicke, 24, 387 Wertheimer, M., 47, 188, 345, 390 Wetsphal, 271 White, L L., 124 Wilde, O., 155 Williams, 390 Willmans, K., 49 Wilson, A., 124 Wilson, J., 302 Winicot, 392 Winokurg, G., 204 Wittgenstein, L., 94, 133, 182 299 300 351, 390 ' Wolf, 258 Wolpe, ]., 60 Wundt, W., 47, 59, 292 1

'

Zeigarnic, B., 317 Ziehen, T. H., 47, 59, 292 Zuber, J. P., 42 Zutt, ]., 49

INDICE ANALITICO

Aburrimiento, 84, 257, 259, 281, 291 Acción, 247, 268, 271, 273, 287, 289, 364 mendaz, 289 Acepción, 364 Aceptabilidad, 112, 344 Aceptación, 284 de la pérdida, 278 de la realidad, 176, 284, 350 simpática, 252 Acmé, 277 Aconductal (véase Acto) Actitud, 53, 89, 108, 113-14, 126-27, 132, 140, 190, 201, 203, 251-54, 256264, 266, 268-69, 274, 278, 280-82, 284, 287-88, 295, 312, 325, 327, 330, 347, 350-52, 368-69, 372, 374-75, 379, 387 apasionada, 255 angustiosa, 272 (Véase también Angustia) amorosa, 273 (Véase también Amor} de castración, 207 (Véase también Castración) celosa, 260 (Véase también Celos) confiada, 288 control de, 114 colérica, 255 desconfiada, 288-89 exhibicionista, 380

envidiosa, 254-55, 260 eufórica, 285 fóbica, 254, 272 (Véase también Fobia) forma pática, 126 forma ética, 126 génesis de, 280 histérica, 255 (Véase también Histeria) hipocondriaca, 254-55 (Véase también Hipocondría) melancólica, 284-85 narcisista, 240 (Véase también Narcisismo) neurótica, 254 obsesiva, 272-73 (Véase también Obsesión) pedante, 255 respecto del self, 153-54, 158-59 segura, 254, 290 sobre sí mismo, 132, 255 sobre objetos, 108 superyoica, 285 (Véase también Superyó) suspicaz, paranoide, 254, 288-89, 379, 392 (Véase también Suspicacia, Paranoia} suicida, 283, 285 (Véase también Suicidio} vergonzosa, 286 40]

402 Actividad, 62, 201, 237, 292, 299, 301, 387, 389, 391 conducta como, 63 del sujeto, 271, 292 erótica, 214, 389 genital, 228, 389 homosexual, 225 (Véase también Homosexualidad) judicativa, 303 psíquica, 76, 348 con significatividad, 62 Acto (véase Conducta) aconductal, 27, 78-9-80, 84, 86-7, 89, 94, 96, 121, 123, 125, 233, 269, 310, 387 ambigüedad de los, 67, 86-7, 90, 99, 101 biológico, 27 categorización del, 87 comprensible, 95 de comunicación, 71 (Véase también Comunicación) conducta! (véase Conducta) configuración del, 102 connotación del, 7 6 (Véase también Connotación) con sentido, 95 contexto de, 78, 92, 94, 99 (Véase también Contexto) del sujeto, 104 denotado, 305, 315, 323 diferenciación de, 83, 87, 91, 93 dinámica del, 78 discursívológico, 118 estereotipado, 94 extraverbal, 92, 94, 295 fallido, 62, 73, 87, 93, 100, 190, 326, 394 físico, 49 forma de, 78 de habla, 84, 86, 92-3, 95 ,104-06, 121 ("Véase también Habla) incomprensible, 95 indeterminado, 94 indiciario, 83 indiferenciado, 94 inintencional, 27, 84, 86 intencionalidad del, 27, 67, 94, 99 de juicio, 107 (Véase también Juicio) mental, 70 morfología del, 91-2 naturaleza del, 81-2 observable, 87, 92 perceptivo, 303 probabilístico, 94 propósito del, 67 psicótico, 95, 100

Indice analítico psíquico, 49, 70, 76 (Véase también Psíquico) (Véare también Psicosis, Psicótico) tipos morfológicos, 92 redundancia del, 102 relacional, 287, 302, 343, 347 segmento conductal, 70 segmento denotable, 92 sentido del, 67, 71, 111 seriación de, 344 sexual, 210, 217, 239, 240 (Véase también Sexual) significación del, 67, 76, 99 símbolo, 84 sin sentido, 332 sintomático, 83 (Véase también Símbolo) verbal, 108, 295, 302, 352 Actor, 86 Adulterio, 289 Adversativa, 378-79 Afasia, 44, 132, 194, 387 de Broca, 387 mnéstica, 97 nominal, 314 de Wernicke, 387 Afectividad, 256, 258, 327, 338 Afecto, 255, 274, 279, 351, 390 expresión de, 94 carencia de, 258 Agnosia, 44, 132, 194, 314, 387 Agramatical, agramaticalidad, 112 Agresión, agresividad, 68, 201, 207-08, 219, 236, 238, 260, 283-8+ 287' 351) 372, 378, 380 (Véase también Destrudo) sexual, 235 Alegria, 252, 258, 273, 278-80, 285 Alma, 124 · Aloerótico, 201, 204, 206 (Véase también Erótico, Sexual) Alteración cerebral, 75, 348 funcional, · 75 Alteración psíquica (véase Anormal, Enfermedad ,etc.) análisis genético, 32 biogenética, 29 como alteración del hombre, 75 cualitativa, 30 cuantitativa, 30 génesis, 29 instrumental, 39 psicogenética, 31 sociogenética, 32 Alucinación, alucinema, 44, 46, 47, 107, 140, 176-77, 179, 184, 189, 252, 292, 296-97, 300, 303, 311, 314-16, 318-24,

Indice

403

analiuco

334-38, 340-41 ,346, 350, 377, 378, 380, 387 auditiva, 322 criticado, 319, 323 de la memoria, 193 génesis del, 319 háptica, 390 interpretación, 31 rnnéstico, 314, 323 negativo, 140, 194, 252, 303, 315-17, 348 recordado, 32324 del sel], 151

seudo ... , 44, 177, 297, 319, 321-22, 336, 369, 372, 380 tema, 321 visual, 179, 322 Ambición, 338 Arnbíto social, 204 Ambivalencia, 197, 200, 242, 255, 260, 262-63, 294, 370, 387 Amimia, 105 Amor, 126, 191, 252, 256-58, 260-63, 265. 279 carencia de. 259 homosexual, 229 (Véase también Homosexual) Anaclítica, 197 Anacoluto, 102, 370, 388 Anafrodisia, 232, 237 Anal, 198, 200, 225, 240, 270 (Véase también Sádico) tipo, 225 Análisis, 347, 351, 367, 368 composición de la conducta, 346, 351 (Véase también Conducta) de contenido, 367 de secuencia, 346-47 del lenguaje, 390 factorial, 60, 34 7, 388 filosófico, 325 formal, 367, 369 hermenéutico, 108-09, 126, 308, 351352, 369, 381 Analogía, 292 Anankema ( véase Obsesivo, obsesión) Anartria, 45 Angustia, 68, 71, 160-61, 164, 166, 182, 199, 212, 214, 216, 233, 238, 26~ 270, 272-73, 275, 286, 319, 337-38, 348, 380 anakástica, 273 ansiógeno, 273 ante enfermedad mental, 164 autogénesis de, 267 crisis de, 57. 337

de

castracion, 160, 162, 206, 212-17, 226, 234, 268, 270, 374, 388 de la penetración, 239 depresiva, 270 de conversión, 273 desplazamiento de la, 271 Ióbica, 273 (Véase también Fobia) formulación
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