Impacto de La Segunda Guerra Mundial en América Latina
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impacto de la segunda guerra mundial...
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Impacto de la Segunda Guerra Mundial en América Latina I.
Introducción.
La Segunda Guerra Mundial superó claramente a la Primera, tanto por la duración y la intensidad de los combates como por las pérdidas humanas y los recursos que se utilizaron: participaron 72 Estados, fueron movilizados 110 millones de hombres, el coste económico de la guerra fue cuantiosísimo y hubo más de 40 millones de muertos. El triunfo de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial no marcó sólo el fin de la mayor conflagración bélica que la historia haya registrado sino la más épica defensa de la causa general de la libertad. La propaganda política aún juega un papel vital en la confrontación entre ideologías opuestas. En este sentido, los medios de comunicación y el mensaje que estos transmiten responden a los intereses de la clase c lase social que los posee y por lo tanto le sirven de sostén ideológico. Teniendo en cuenta que en la inmediata postguerra no se había producido aún el proceso de descolonización, la presencia de los Estados latinoamericanos en la conformación de la ONU resultó relevante para la conformación de un orden global, mientras la institucionalización posterior del sistema interamericano confirmó la inserción regional en Occidente a los inicios de la Guerra Fría. Pero la participación influyente en la propuesta de principios y normas de mayor beneficio regional –por ejemplo en el ámbito de las instituciones de Breton Woods- o que incrementaran la dimensión estratégica latinoamericana, se vio seriamente limitada. Su menor capacidad relativa no es la única explicación. Ésta debe completarse con la falta de concurso militar selectivo y/o colectivo al esfuerzo de guerra. Ello disminuyó nuestro peso en el sistema internacional, intensificó la percepción de nuestra debilidad material e incrementó nuestra marginalidad. Motivos para que las implicancias en América Latina sean explicitadas con gran veracidad los residuos de la segunda guerra mundial
II.
MARCO TEORICO 2.1.
América, En el mundo de Postguerra
Era cierto que un orden nuevo comenzaba a emerger de las ruinas dejadas por la crisis y la guerra, los rasgos de ese orden nuevo no eran necesariamente los previstos entre 1930-45. Por ejemplo, la economía de los países centrales se reconstruyó más fácilmente de lo que se había pensado en un momento, y entraría en una fase ascendente de 25 años, conocida como “los años dorados del capitalismo”.
En cuanto a Latinoamérica, sus gobernantes creyeron que la coyuntura favorable que la guerra había creado para esta región se mantendría y consolidaría durante la postguerra. Los motivos para pensar esto radicaban en que ahora los países centrales estaban reabiertos al tráfico internacional y necesitaban lo que Latinoamérica podía ofrecerles (alimentos, materias primas). Dado ese optimismo, las disidencias se daban sobre todo en torno al mejor modo de utilizar sus oportunidades, pero lo que las volvía explosivas era que cada uno de esos modos suponía una distinta distribución de las ventajas de la coyuntura. Las principales alternativas eran dos: 1) continuar con el proceso industrializador favorecido por la crisis y aún más por la guerra, o 2) retornar al modelo agroexportador y restaurar la unidad del sistema mercantil y financiero mundial mediante la liberalización económica. Mientras la primera alternativa era defendida por quienes, directa o indirectamente, se veían favorecidos por la industrialización (burguesías industriales, obreros urbanos), la segunda era apoyada por quienes se beneficiaban del modelo agroexportador (oligarquías terratenientes, clases medias rurales). Con respecto a la industrialización, anteriormente habíamos dicho que ésta era frágil y tecnológicamente precaria. Ahora se daba una oportunidad de corregir esas fallas y seguir avanzando sobre bases más sólidas. Para ello se contaba con los saldos acumulados gracias al superávit comercial generado por la guerra. Además, se esperaba que una Europa en reconstrucción demandara nuevamente materias primas, lo que permitiría financiar el proceso de industrialización. En cambio, estaban quienes creían en que la industrialización de 1930-45 había sido una solución de emergencia impuesta por la crisis y el aislamiento de la guerra. Vuelta la normalidad, confiaban en el pleno aprovechamiento de las ventajas comparativas del sector primario.
De este modo, el sorprendente consenso que durante 1930-45 había existido en cuanto al avance del Estado en la economía y a la industrialización por sustitución de importaciones (ISI), ahora es reemplazado por un disenso profundo. No sólo se discute una distribución de recursos dentro de las economías latinoamericanas; también está en juego el perfil futuro de las sociedades latinoamericanas y la distribución dentro de ellas del poder político. Los proyectos industrializadores, en general, prevalecieron por sobre los agroexportadores: no sólo eran sostenidos por el empresariado industrial, sino por otros grupos sociales. Este apoyo se explica en parte porque la industrialización estuvo acompañada de un conjunto más amplio de soluciones político-sociales, que mejoraban la situación de estos otros grupos sociales. Así, la industrialización debe avanzar manteniendo el entendimiento con la clase obrera industrial, lo que requiere moderar la explotación de la fuerza de trabajo, frente tradicional de acumulación e inversión en etapas de industrialización incipiente. Pero también supone considerar a las clases populares urbanas como consumidoras, lo que implica mejorar sus salarios reales y ampliar sus fuentes de trabajo más allá de lo que el crecimiento industrial puede asegurar por sí solo. Estos objetivos se cubrirán, en parte, por la iniciativa del Estado, que no sólo atenderá a estos objetivos, sino que extenderá sus actividades a campos muy variados de previsión y servicio social con vistas a mantener la lealtad de las mayorías electorales. Esta lealtad también es imprescindible para asegurar la continuidad del proyecto industrializador. De esta manera, la viabilidad y supervivencia de la industrialización supone considerar todas estas precondiciones. Esto, a su vez, hace que los Estados presten más atención a cómo conservar la legitimidad de la industrialización que a la innovación tecnológica, que era la única que podía asegurar la industrialización a largo plazo. No se trataba tan sólo de modernizar la tecnología para efi0cientizar el sector industrial y ampliar la infraestructura. Más grave aún era que el costosísimo programa industrializador debía ser afrontado por una Latinoamérica que en realidad estaba en una situación menos favorable de la que se había creído en 1945. Las necesidades de la reconstrucción europea favorecían la demanda de productos latinoamericanos, pero también perjudicaban la oferta de bienes industriales –cuyo precio seguía en ascenso- que América Latina necesitaba. De esta manera, se utilizaron los fondos acumulados durante la guerra a nacionalizar empresas, repatriar la deuda pública y a importar escasos bienes industriales. Así, las economías latinoamericanas fueron lentamente renunciando a modernizar su economía, tal como había sido planeado hacia
1945, y se limitaron a asegurar la supervivencia de esa industria primitiva, mediante transferencias intersectoriales de recursos, aseguradas por la manipulación monetaria. Los países latinoamericanos adoptaron una moneda sobrevalorada, lo que perjudicaba al sector exportador y privilegiaba las importaciones baratas. El Estado trataba de que estas importaciones no compitieran con la industria nacional (en estos casos se aplicaban aranceles), sino que le proporcionase los insumos necesarios. Sin embargo, este modelo de financiamiento de la industrialización a través de los recursos de la exportación no sólo encontraría oposición en los terratenientes, empresas mineras internacionales, o compañías de transportes y comercio (a quienes perjudicaba). También, junto con un contexto que hacia los ´50 se había tornado desfavorable, implicó el estancamiento y la baja de la producción exportadora. De este modo, hacia 1955, tanto este modelo económico como las soluciones políticas que lo apoyaban mostrarían signos de agotamiento, como la inflación y el creciente desequilibrio en la balanza comercial (debido sobre todo al estancamiento del sector exportador). Uno y otro síntoma tienden a reforzarse mutuamente, ya que la devaluación (que mejoraría la balanza comercial) lleva al alza de salarios, lo cual genera inflación, y ésta a su vez conduce a una nueva devaluación. Así, en un período de 10 años, se había pasado de la esperanza a la inquietud. Prebisch, secretario de la CEPAL, indagó sobre las causas de los problemas en la industrialización latinoamericana y las encontró en la posición periférica que Latinoamérica ocupa en una economía mundial dominada por un centro industrial cada vez más poderoso, lo cual se refleja en el deterioro creciente en los términos del intercambio. En el centro, la fuerza de trabajo puede imponer un alto nivel de salarios que se refleja en el alto precio de los bienes industriales, mientras que, en la periferia, una mano de obra abundante y más dispersa debe conformarse con salarios mínimos. Además, los países centrales poseen el control del transporte y las finanzas internacionales, lo que implica otra dificultad para América Latina. La solución, para Prebisch, reside entonces en una industrialización más intensa, que cree una economía nacional de una madurez similar a la de los países centrales. El tema es que Prebisch no plantea cómo conseguir esa industrialización. El desarrollismo será una propuesta que considerará los aportes teóricos de Prebisch; en su núcleo, se busca favorecer la expansión del sector industrial que produce bienes de consumo duraderos (como al automóvil), más que bienes de capital. El desarrollismo logró ofrecer una salida rápida para la encrucijada industria-agro: aliviaba el ofuscamiento que la industrialización había arrojado sobre un sector primario ya incapaz de seguir soportándolo, permitiendo una revigorización de la expansión industrial.
Para ello, el desarrollismo propuso una apertura parcial de la economía nacional a la inversión extranjera. Hasta mediados de los ´50, la inversión extranjera había tenido un papel limitado en la industrialización latinoamericana, ya que la crisis del ´30 y la guerra habían disminuido la disponibilidad de capitales metropolitanos para la inversión. En la posguerra, esta situación fue cambiando paulatinamente. A la vez, las economías latinoamericanas sufrían dificultades en la balanza de pagos, que intentaron afrontar poniendo trabas a la salida de ganancias por parte de las empresas extranjeras radicadas allí. En este sentido, Latinoamérica no era demasiado atractiva para nuevas inversiones. Sin embargo, éstas fueron posibles dado que el monto de las inversiones no era demasiado elevado para las empresas extranjeras. Estas inversiones se centraban sobre todo en maquinarias (que habían sido utilizadas previamente en el país de origen) que, al ser vendidas a precios altísimos, suponían ganancias extraordinarias. La apertura a la inversión extranjera concebida por el desarrollismo no suponía necesariamente la apertura generalizada de la economía, puesto que su éxito depende del mantenimiento de un estricto control de las importaciones. Pero en otro aspecto sí parece requerir alguna liberalización: la empresa inversora aspira a disponer libremente de sus ganancias (o sea, enviar las ganancias al exterior), lo cual supone un conflicto con el Estado, pues éste prefiere orientar estas escasas divisas hacia otras actividades. En general, este conflicto de intereses, será resuelto mediante una transacción que autoriza a las empresas a repatriar parcialmente sus ganancias. De esta manera, se dio una nueva oleada industrializadora en América Latina, diferente de la primera. Por ejemplo, la nueva industria (que es más desarrollada que la anterior) no tiene tanta capacidad de crear empleo, ya que se inserta en ramas en que la productividad del trabajo es más alta que en las antiguas. De esta manera, se expande una clase obrera calificada y mejor pagada, aunque la demanda de mano de obra industrial crezca poco. También, la nueva producción industrial está dirigida a los sectores sociales más altos. Durante la primera oleada industrializadora habían prevalecido los bienes textiles, químicos o farmacéuticos, de baja calidad y dirigidos al consumo masivo. Ahora, los nuevos bienes industriales, que se producían a precios superiores al de los países centrales, sólo podrían ubicarse en los sectores altos de la sociedad. En consecuencia, la reorientación de la demanda hacia los sectores más altos crea mercados mucho más estrechos, con lo cual el margen de viabilidad de estas industrias se hace más sensible (pues requieren una producción mínima para amortizar la inversión). Por lo tanto, pocos países ingresarán en esta nueva etapa: apenas Brasil y México tendrán cierto éxito en este nuevo nivel de industrialización, mientras que Argentina no podrá
sobrellevarlo; Perú y Chile, si bien tienen la tentativa de alcanzarlo, ni siquiera lo intentan llevar a cabo. En el corto plazo, esta nueva oleada industrializadora, que no avanza sustituyendo importaciones, acentúa el desequilibrio externo. Los desarrollistas sostenían que este desequilibrio sería finalmente superado; mientras tanto, la solución era apelar a la inversión y el crédito externo para evitar el estancamiento. El acceso al crédito se hace cada vez más accesible, ya que crece la abundancia de capitales en el centro, pero para recurrir a él se necesita flexibilizar el mercado cambiario. Detrás de todo esto, subyace un cambio social que ahora adquiere dinamismo nuevo, alimentado en parte por el rápido crecimiento demográfico iniciado hacia los ´20. Este incremento poblacional, en algunas áreas como El Salvador o Colombia, se tradujo en presiones sobre la tierra. La industrialización no había solucionado la cuestión agraria. Ahora, en ese agro atrasado, crece la tensión social. Por otra parte, la baja productividad del campo también influye en el proceso industrializador. Los sectores rurales, además, consumen muy poco. En este contexto la idea de reforma agraria comienza a tener más eco en la agenda latinoamericana, tanto en los programas revolucionarios (Bolivia, Guatemala) como en los reformistas. El crecimiento demográfico, junto con la rigidez del orden rural, se expresa en el rapidísimo avance de la urbanización (la “urbanización salvaje”, como la denomina
Halperin). Esto representa un nuevo problema social, pues ni siquiera una industrialización acelerada puede responder a este nuevo proceso, en el cual las carencias (vivienda, agua, sanidad, electricidad) aumentan. Hasta el momento se había pensado en que este problema se solucionaría por medio del desarrollo económico que igualaría la calidad de vida de los países latinoamericanos a los de los países centrales. Pero, poco a poco, dado que esto no ocurría, se comienzan a redefinir los términos en que se plantea el conflicto político-social. Esto, a su vez, se inscribe en un contexto mundial de guerra fría, que deja atrás la concordia que existía en 1945. Luego de 1945, EEUU deja de ser la potencia hegemónica continental para serla en el mundo entero. La guerra fría consolida la hegemonía norteamericana; la URSS, devastada por la guerra, no logra competir realmente con EEUU. La URSS había logrado extender su influencia en la Europa Oriental, en donde se instalaron regímenes comunistas desde arriba (es decir, no existieron revoluciones espontáneas). EEUU procuró expandirse hasta cubrir todas las áreas del planeta que habían escapado a la hegemonía soviética, a través de un sistema de pactos regionales apoyados todos ellos en el poderío estadounidense. Los países europeos industrializados permanecieron en la órbita estadounidense y, junto con EEUU, se aliaron militarmente en la OTAN. En 1949 triunfaba en China la revolución
comunista a la vez que entrados los ´50 la URSS logró que EEUU perdiera el monopolio atómico. EEUU procuró, en la OEA, mantener el statu quo de Latinoamérica. La OEA debía dirigir la resistencia a cualquier “agresión” regional perpetrada en el área. Obviamente, esto
apuntaba a la intervención en casos de revoluciones o procesos que intentaran un cambio antagónico con los intereses norteamericanos; en este sentido, los misiles apuntaron sobre todo hacia los comunistas. Los países latinoamericanos, por su parte, si bien adscribían al programa de EEUU en la OEA, no siempre colaboraban activamente en la lucha contra el comunismo (que durante la guerra había estado casi siempre alineado con EEUU en la lucha común contra el nazi-fascismo). La revolución de Guatemala en 1954, que era más nacional-popular que comunista, también fue intervenida por EEUU. Quizá, más que por una amenaza real, la intervención armada en Guatemala pretendió ser una advertencia contra quienes no acataran sin reservas la hegemonía norteamericana. 1959 inauguraría una nueva crisis en el sistema panamericano, con la Revolución Cubana. Ahora la situación mundial era bastante distinta a la de hacía diez años atrás: Europa se había reconstruido exitosamente, a la vez que había comenzado la descolonización en Asia y África, proceso que se acentuaría durante los ´60. En 1958, en la Conferencia de Bandung, los países tercermundistas se pronunciaron a favor de la “no alineación” entre el
bloque norteamericano y el soviético. EEUU adoptaría una postura más flexible contra los “no alineados”, de tal modo que no se pasaran al bando soviético. Sin embargo, la relativa pasividad con que EEUU asumió la “no alineación” de los países africanos y asiáticos, no
existió para América Latina. El bloque soviético, por su parte, había logrado sobrevivir a la muerte de Stalin en 1953, y, si bien seguía siendo autoritario, al menos su economía crecía más rápidamente que la del mundo occidental. La URSS, ante el avance de la descolonización, veía la oportunidad para extender su influencia sobre los territorios emancipados. En este contexto, en 1959 se da la Revolución Cubana, que será fundamental en el derrotero posterior de América Latina. Como dice Halperín, “el desenlace socialista de la
revolución cubana vino a reestructurar para siempre el campo de fuerzas que gravitaba sobre las relaciones entre el norte y el sur del continente, en cuanto hacía real y tangible una alternativa hasta entonces presente sólo en un horizonte casi mítico, como objeto del temor o la esperanza de los antagonistas en el conflictivo proceso político-social latinoamericano”.
En suma, el punto de partida de este período (1945-60) está dominado por las expectativas económicas y políticas creadas por el ingreso en la postguerra. El optimismo
económico se da sobre todo en los países que han iniciado un proceso industrializador. El optimismo político afecta en todos los países por igual, en cuanto la victoria de la ONU (fundada en 1945) parece haber privado para siempre de legitimidad política a la ultraderecha nazi-fascista enemiga de la democracia liberal. Además, la consolidación de la URSS, si bien casi no provoca durante este período alternativas revolucionarias, al menos incide en que ahora la reforma social, dentro del marco capitalista, se hace un tema prioritario de la agenda latinoamericana. Esta exigencia de retorno al liberal-constitucionalismo (muy variable según los países) lleva en varios países latinoamericanos al desplazamiento de los regímenes autoritarios y oligárquicos, incompatibles con la nueva coyuntura. En Argentina y Brasil, en cambio, se dan procesos populistas que conservan rasgos autoritarios del pasado, pero que también introducen reformas. 2.2
El ascenso de la economía norteamericana y el papel que ocupó Latinoamérica en el nuevo orden mundial.
De forma activa o pasiva, países de todos los continentes se vieron implicados o afectados por la segunda guerra mundial, una contienda en la que naciones con siglos de civilización se enfrentaron en una escala destructiva sin precedentes. La segunda guerra mundial fue un conflicto armado que se extendió prácticamente por todo el mundo entre los años 1939 y 1945. Los principales beligerantes fueron, de un lado, Alemania, Italia y Japón, llamadas las potencias del Eje, y del otro, las potencias aliadas, Francia, el Reino Unido, los Estados Unidos, la Unión Soviética y, en menor medida, la China. La guerra fue en muchos aspectos una consecuencia, tras un difícil paréntesis de veinte años, de las graves disputas que la primera guerra mundial había dejado sin resolver. La frustración alemana después de la derrota y los duros términos del Tratado de Versalles, junto con la intranquilidad política y la inestabilidad social que afectaron crecientemente a la república de Weimar, tuvieron como resultado una radicalización del nacionalismo alemán. De esta forma se produjo el advenimiento al poder de Adolf Hitler, jefe del Partido Obrero Alemán Nacional Socialista (NSDAP), o partido nazi, de ideología totalitaria, ultranacionalista y antisemita. Después de hacerse otorgar plenos poderes en 1933, Hitler, que había asumido el título de Führer o caudillo del Tercer Reich, impulsó el rearme secreto de Alemania. Aprovechó la falta de decisión de las potencias europeas para oponerse activamente a sus designios y ordenó la ocupación militar de Renania en marzo de 1936, decisión que contravenía unilateralmente el Tratado de Versalles.
En ese mismo año, Benito Mussolini, el dictador fascista de Italia, que ya se había embarcado en una agresión a Abisinia (Etiopía), firmó con Hitler un acuerdo secreto germano-italiano que daría lugar al establecimiento del Eje Roma-Berlín. Al año siguiente, Italia se unió al pacto que Alemania y Japón habían firmado en 1936. Fue el llamado pacto tripartito. Alemania e Italia intervinieron, en nombre del anticomunismo, en la guerra civil española iniciada en 1936.
Para introducirnos en lo que fue la Segunda Guerra Mundial, creemos necesario, en planos generales, considerar cuales fueron las cifras que posibilitaron el hecho . Estados Unidos fue el país que destinó más dinero a la guerra: el gasto aproximado fue de 341.000 millones de dólares, incluidos 50.000 millones asignados a préstamos y arriendos; de éstos, 31.000 fueron destinados a Gran Bretaña, 11.000 a la URSS, 5.000 a China y 3.000 fueron repartidos entre otros 35 países. La segunda nación fue Alemania, que dedicó 272.000 millones de dólares; le sigue la URSS con 192.000 millones; Gran Bretaña, con 120.000 millones; Italia, con 94.000 millones; y Japón, con 56.000 millones. No obstante, a excepción de Estados Unidos y algunos de los aliados menos activos desde el punto de vista militar, el dinero empleado no se aproxima al verdadero coste de la guerra. El gobierno soviético calculó que la URSS perdió el 30% de su riqueza nacional. Las exacciones y el saqueo de los nazis en las naciones ocupadas son incalculables. Se estima que el importe total de la contienda en Japón ascendió a 562.000 millones. 2.2. El proceso de independencia de las colonias europeas en el mundo.
La Segunda Guerra Mundial transformó profundamente la relación entre las metrópolis europeas y sus colonias. La guerra puso de manifiesto la fragilidad de los imperios, minados, por añadidura por el fermento de las ideas nacionalistas que se habían desarrollados en las colonias durante el conflicto. Algunas de las potencias colonialistas habían sido derrotadas y humilladas: ante la embestida japonesa, por ejemplo, los imperios de Inglaterra, Francia y Holanda en el sudeste asiático se habían derrumbado sin resistencia. Los estados europeos arruinados por la guerra, se hallaban cargados de pesadas deudas. No tenían la fuerza necesaria para mantener un imperio colonial ni los capitales necesarios para asegurar en desarrollo de la defensa de sus colonias. Si bien los dos grandes vencedores de la guerra, EEUU y la URSS, no tenían colonias en el sentido tradicional, necesitaban apoyo para su disputa de su hegemonía mundial. Por ello propiciaron el desarrollo de movimientos independentistas.
En muchos pueblos colonizados, las ideas de libertad políticas habían sido implantadas por los propios europeos. Por otra parte los integrantes de las elites locales, que habían estudiado en París o Londres, experimentaron la diferencia entre la situación europea y el estado de sujeción de los países de origen. Distintos grupos sociales, elites autóctonas y partidos políticos organizados de manera semejante a los de las metrópolis, asumieron entonces, la tarea de llevar a cabo la acción liberadora. Diversos factores, como la situación geopolítica de las colonias, la forma en que se había implementado el colonialismo, las influencias recibidas por los movimientos de liberación y la actitud de las metrópolis, determinaron diferentes formas de liberación según los países (pacíficos y violentos). Surgimiento de la modernidad.
Durante la primera mitad del siglo XX coincide históricamente con la primera crisis de la modernidad europea y de alguna manera la refleja, sólo que en América latina las consecuencias son específicas: el poder oligárquico empieza a derrumbarse, la llamada "cuestión social" se hace urgente, vienen regímenes de carácter populista que incorporan a las clases medias al gobierno y se inician procesos de industrialización sustitutiva. Esta etapa de crisis y cambio en América latina va acompañada en sus comienzos del surgimiento de una conciencia anti-imperialista, de una valorización del mestizaje, de una conciencia indigenista acerca de la discriminación de los indios y de una creciente conciencia social sobre los problemas de la clase obrera. Más tarde y en el contexto de la gran depresión, esta época difícil parece promover discursos y ensayos de carácter bastante pesimista que acentúan los rasgos negativos de nuestra identidades o sueñan con rescatar los rasgos hispánicos de nuestro carácter. De este período son, por ejemplo, las tesis de Martínez Estrada acerca del resentimiento de los latinoamericanos; las proposiciones de Alcides Arguedas sobre la duplicidad del carácter boliviano y las ideas de Octavio Paz acerca de la personalidad doble y resentida de los mexicanos. Se ve así como una etapa de cambios económicos y políticos importantes va acompañada también de nuevas formas de conciencia social y de una búsqueda identitaria que ensaya varios caminos pero que en todo caso ha abandonado las certezas decimonónicas y que, en algunos casos significativos, intenta afirmar una identidad latinoamericana contra la modernidad. Sin embargo, la línea gruesa promoderna de apertura política, derechos sociales e industrialización es en la práctica el eje en torno al cual giran los grandes debates y los procesos identitarios básicos. Desde fines de la Segunda Guerra Mundial, consolida democracias de participación más amplia e importantes procesos de modernización de la base socioeconómica
latinoamericana. Entre ellos destaca la industrialización, la ampliación del consumo y del empleo, la urbanización creciente y la expansión de la educación. Aún con sus deficiencias y problemas, el avance de la modernidad en la postguerra es notable y muestra la continua importancia cultural de las ideas racionalistas y desarrollistas europeas y norteamericanas. Es en esta época que se consolida en América latina una conciencia general sobre la necesidad del desarrollo. Sea en el pensamiento de la sociología de la modernización de origen norteamericano, sea en el pensamiento contestatario autóctono que desarrollaron la teoría de la dependencia y algunos intentos socialistas, o sea en el más reciente neoliberalismo, la premisa básica continúa siendo el desarrollo y la modernización como único medio para superar la pobreza. Sin embargo en todas estas posiciones subsiste la tendencia a pensar la modernidad como algo esencialmente europeo o norteamericano que América latina debe adquirir. La importancia cultural de este hecho y su impacto sobre los procesos de construcción de identidad no deben ser subestimados. A fines de los sesenta se entra en una nueva etapa de crisis que coincide con la segunda crisis de la modernidad europea: se estanca el proceso de industrialización y desarrollo, viene agitación social y laboral, y se cae en dictaduras militares, los que demuestran la precariedad de las instituciones políticas modernas latinoamericanas en comparación con las europeas. Esta segunda crisis de la modernidad en parte explica y coincide con una crisis de identidad bastante profunda que está, una vez más, marcada por el pesimismo y las dudas acerca de si el camino de la modernidad que se ha seguido ha sido errado. Surgen así en los ochenta neo-indigenismos, concepciones religiosas de la identidad latinoamericana e incluso formas de postmodernismo, todos los cuales son profundamente críticos de la modernidad. Sin embargo, por más serios que son estos ataques a la modernidad, el proyecto de avanzar rápidamente en la senda de la modernidad continua imponiéndose y ahora con un sesgo más radical influido por el neoliberalismo. De esta trayectoria específica surgen algunos rasgos importantes y peculiares de nuestra modernidad actual que marcan diferencias con la modernidad europea. El primer rasgo al que quiero referirme es el clientelismo o personalismo político y cultural. La incorporación y reclutamiento de nuevos miembros del Estado, las universidades y los medios de comunicación se continúa haciendo a través de redes clientelísticas o personalistas de amigos y partidarios. No existen o están muy poco desarrollados los procesos del concurso público, lo que muestra tanto la ausencia de canales modernos de movilidad social como la estrechez y alta competitividad de los medios culturales y políticos.
Un segundo rasgo podría denominarse tradicionalismo ideológico, que consiste en que los grupos dirigentes aceptan y promueven los cambios necesarios para el desarrollo en la esfera económica, pero rechazan los cambios implicados o requeridos por tal transformación en otras esferas. Por ejemplo, ciertos grupos dirigentes abogan por la total libertad en la esfera económica pero apelan a valores morales tradicionales de respeto a la autoridad y al orden, de defensa de la familia y la tradición, alimentando dudas sobre la democracia y oponiéndose, por ejemplo, a leyes de divorcio o a la despenalización del adulterio para la mujer. Un tercer rasgo importante que ha subsistido desde la Colonia, a veces en forma más o menos atenuada, a veces en forma más o menos exacerbada, es el autoritarismo. Esta es una tendencia o modo de actuar que persiste en la acción política, en la administración de las organizaciones públicas y privadas, en la vida familiar y, en general, en nuestra cultura, que le concede una extraordinaria importancia al rol de la autoridad y al respeto por la autoridad. Su origen está claramente relacionado con los tres siglos de vida colonial en que se constituyó un fuerte polo cultural indo-ibérico que acentuaba el monopolio religioso y el autoritarismo político. Otro rasgo importante es el racismo encubierto. La existencia de racismo en América latina está bien documentada aunque es un área relativamente descuidada de las ciencias sociales y generalmente no se percibe como un problema social importante. Es claro, sin embargo que desde muy temprano ha habido en América latina una valorización exagerada de la "blancura" y una visión negativa de los indios y negros. Es sabido que varios gobiernos intentaron "mejorar la raza" mediante políticas de "blanqueo" que favorecían la inmigración de europeos. Existe también una segregación espacial mediante la cual las regiones indígenas son las más pobres y abandonadas y los barrios pobres de las ciudades contienen una mayor proporción de gente de piel más oscura, sean indios, mestizos, mulatos o negros. Un rasgo significativo que nos diferencia de otras modernidades es la falta de autonomía y desarrollo de la sociedad civil. En América latina la sociedad civil (esfera privada de los individuos, clases, y organizaciones regidas por la ley civil) es débil, insuficientemente desarrollada y muy dependiente de los dictados del Estado y la política. Esta es una de las consecuencias de la inexistencia de clases burguesas fuertes y autónomas que hayan desarrollado la economía y la cultura con independencia del apoyo estatal y de la política. La marginalidad y la economía informal constituyen otro rasgo típico de nuestra modernidad. A pesar de los procesos de crecimiento económico bastante dinámicos en los noventa, subsiste una marginalidad económica y social en grandes sectores de la población latinoamericana. Un rasgo actual de la modernidad latinoamericana de mucha
importancia es la vuelta a una estrategia de desarrollo extravertido, o basado en las exportaciones (export-led), después de años de seguir una estrategia proteccionista para lograr un desarrollo industrial. Pero esta estrategia, no tiene los mismos resultados en toda América latina. Aparte de Brasil y México que logran tasas significativas de exportaciones industriales, el resto de América latina pareciera seguir un modelo extravertido de desarrollo que difiere de las estrategias asiáticas y europeas, por su especialización en la exportación de productos naturales semi-elaborados. Otro rasgo importante es la fragilidad de la institucionalidad política de los países latinoamericanos. La ola de dictaduras militares que empieza en los sesenta y cubre los setenta y parte de los ochenta no respetó ni aun aquellos países que, como Chile, tenían fama de estabilidad institucional. Es cierto que hoy se vive un período de vuelta a la democracia pero los síntomas de la debilidad institucional permanecen muy evidentes en toda América latina y con especial fuerza en Argentina, Venezuela, Colombia, Perú y casi toda América Central. Es importante mencionar como rasgo relativamente reciente de la modernidad, especialmente la chilena, la despolitización relativa de la sociedad. Las dictaduras militares buscaron una despolitización de la sociedad, eliminando elecciones, aboliendo partidos políticos y cerrando parlamentos. Su política de exclusiones y violaciones de los derechos humanos, sin embargo obtuvo a la larga el resultado opuesto; la sociedad se politizó más intensamente y en un sentido contrario a los gobiernos militares. Esto llevó a la búsqueda de grandes acuerdos y coaliciones que permitieran un retorno a la democracia. Una de las condiciones de este proceso de búsqueda de consenso democrático fue autonomizar el área económica y sacarla de los vaivenes de la discusión política diaria. De ahora en adelante el sistema económico se autorregula de acuerdo a las leyes del mercado y se introduce una política económica de consenso sobre el manejo de las grandes variables macro-económicas. Una vez autonomizado el subsistema económico, la política pierde la capacidad de observar e intervenir sobre la economía. De este modo, lo que había sido un área inmensa de desacuerdo y disputa política, queda fuera de la discusión. De aquí se puede concluir que la redemocratización en Chile, mediatizada por el proceso de automatización de la economía, ha resultado en una considerable y significativa despolitización de la sociedad. Por último, otro rasgo muy reciente es la revalorización de la democracia política y de los derechos humanos. Sin perjuicio de lo dicho en el punto anterior sobre la despolitización relativa de la sociedad, es obvio que una de las tendencias más poderosas que ha contribuido a ella es la revalorización de la democracia y los derechos humanos por los sectores intelectuales y las mayorías populares de América latina.
En conclusión, la modernidad latinoamericana no es inexistente, ni igual a la modernidad europea, ni inauténtica. Tiene su curso histórico propio y sus características específicas, sin perjuicio de compartir muchos rasgos generales. La trayectoria latinoamericana hacia la modernidad es simultáneamente parte importante del proceso de construcción de identidad: no se opone a una identidad ya hecha, esencial, inamovible y constituida para siempre en el pasado, ni implica la adquisición de una identidad ajena (anglosajona, por ejemplo). Tanto la modernidad como la identidad en América latina son procesos que se van construyendo históricamente y que no implican necesariamente una disyuntiva radical, aunque puedan existir tensiones entre ellos. Quiero, finalmente tratar de responder a la pregunta acerca de por qué, si los procesos de modernización han ido entrelazados con los procesos de construcción de identidad en América latina, ha existido sin embargo una tendencia tan manifiesta a considerar la modernidad como algo externo y en oposición a la identidad. Esta pregunta es muy difícil de contestar con total seguridad y sólo podemos esbozar algunas hipótesis preliminares. El primer hecho que puede tener importancia en esta explicación es la postergación por tres siglos del comienzo de la modernidad debido al bloqueo colonial español y portugués que estableció barreras culturales que rodearon a sus dominios. Esto significó que cuando los precursores de la independencia empezaron a empaparse de las ideas modernas a través de viajes y contrabando de libros, la modernidad no podía sino presentarse como algo externo que otros había desarrollado fuera de América latina. Esto dejó una impronta en el imaginario social que tiende a asociar modernidad con Europa o Estados Unidos, y que ha durado por mucho tiempo. La persistencia de esta idea fue reforzada durante todo el siglo XIX y hasta los años treinta por una economía extravertida y una orientación cultural que continúa mirando hacia Europa como la fuente misma de toda cultura. Cuando empieza la crisis del régimen oligárquico y surgen pensamientos que cuestionan nuestra extraversión, la modernidad aparece una vez más como una imposición externa, esta vez con sentido negativo y contrario a nuestra identidad. Los intentos por encontrar o reafirmar una identidad propia en momentos de crisis llevaron a criticar lo ajeno, y precisamente la moderni dad hasta ese momento había sido considerada un fenómeno de carácter extranjero. De allí que por acción y reacción hasta la Segunda Guerra Mundial, desde ángulos opuestos, la modernidad fue concebida como algo externo. En los últimos cincuenta años la situación ha cambiado pero no totalmente. Varias teorías anti-imperialistas y de la dependencia han continuado poniendo en duda la viabilidad del capitalismo en Latinoamérica mientras el polo neoliberal el luchado por una total y renovada extraversión que en último término logró imponerse. La polaridad entre
modernidad e identidad ha por lo tanto continuado en el imaginario social mientras en la práctica nuestra identidad y modernidad continúan construyéndose estrechamente ligadas.
Conclusiones
América Durante la guerra desde el punto de visto nacional
En el transcurso de la segunda guerra mundial América latina tuvo una considerable participación en la guerra, enviando flotas, enviando soldados al frente de ataque, enviando aviadores, entre otros. Argentina y Brasil fueron por latino América los principales países en enviar fuerzas armadas al frente de ataque. Por centro América países como Méjico, y un país independiente como el antillano de cuba le declararon la guerra a las potencias del eje estando así presentes en las batallas sucedidas en el pacifico. Otro país que declaro la guerra fue Colombia pero este solo se decidió a resguardar la ruta de comercio de Cartagena- Panamá. Los demás países rompieron relaciones políticas con las potencias del eje mas no declararon la guerra, hasta febrero de 1945 cuando la mayoría de los países restantes declaro la guerra.
Consecuencias desde el punto de visto nacional
La Segunda Guerra Mundial: Este fue un factor primordial para el desarrollo tecnológico como económico de los Estados Unidos, debido a que gran parte de las naciones Europeas estaban afectadas por la guerra; de manera que nuevamente Estados Unidos aprovechó esta situación para fortalecer su economía, así como su influencia el países del resto del continente. Revolución Industrial: Esto marcó una nueva tendencia de producción, de manera que los Estados Unidos elevó su capital de manera tan alta que gran cantidad de importaciones de Latinoamérica venían de Estados Unidos, de esta manera los Estados Unidos reclamaba poder de alguna manera absoluto en el aspecto económico para con Sudamérica. Revolución Cubana: Luego de la revolución Cubana, Estados Unidos se ve susceptible a nuevas amenazas del mismo tipo y empieza a ver en Latinoamérica un enemigo potencial, de manera que vuelve a ejercer su influencia Decidir a qué bloque pertenecer: capitalista o socialista (o bien ya sea el comunismo). Desgraciadamente América Latina recibió los exilios de muchos incitadores de guerra (por no llamarlos xenofóbicos).
El mundo se dividía en 2 por un lado Estados Unidos y su capitalismo y por otra Rusia y su comunismo. Estados unidos ofrecía créditos a América latina para incrementar su "desarrollo" a cambio de que firmaran con el fondo monetario internacional un acuerdo sobre ser parte de la economía capitalista, y todos los países lo aceptaron esa es la razón por la cual todo América (excepto cuba) tenemos el sistema capitalista y las deudas externas.
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