IGITUR Stéphane Mallarmé Sel.tex.Lrcp
February 18, 2017 | Author: luiscalder | Category: N/A
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IGITUR O LA LOCURA DE ELEBEHNON1 Stéphane Mallarmé
—Selección de textos lrcp—
Este cuento se dirige a la Inteligencia del lector que por sí mismo pone las cosas en escena
INTRODUCCION ANTIGUO ESTUDIO
Cuando el soplo de sus antepasados quiere apagar la vela (gracias a la que subsisten, quizá, los caracteres del grimorio*, dicen «¡Aún no!». El mismo al fin, cuando los ruidos hayan desaparecido, tendrá la prueba de algo importante (¿No hay astros? ¿El azar anulado?) del simple hecho que puede producir sombra apagando la luz. Después —cómo habrá hablado conforme a lo absoluto, que niega la inmortalidad, lo absoluto existirá exteriormente —satélite— por encima del tiempo. Levantará el telón enfrente. Igitur, niño, lee los deberes a sus antepasados.
(ARGUMENTOS Y FRAGMENTOS) 11 (¿Acaso, se refiere aquí el autor a un Proceso de despersonalización?...) Igitur.es una conjunción ilativa que sirve para "inferir una consecuencia lógica". «Igitur» (latín) es, sencillamente, el «por tanto» (castellano). Igitur, es una especie de persona: Elbehnon; y además, «loca». Y su locura consiste en ser «Igitur»: en ser «Don Portanto»: «El Argumentador». «El Razonador» —o «El Racionalista». Elbehnon»: rompecabezas, desafiante; tal vez el autor de esta obra se la haya, si no roto, al menos, golpeada —¿acaso por el azar y, por lo tanto, dañada parcialmente?—; O bien, tal vez, buscando otra esencia más significativa en el nombre de Elbehnon; tal vez entonces éste nombre provenga del hebreo y dicho así, en los siguientes términos: «Behn» es «Hijo». Dios-Hijo. «Dios-Padre-Hijo Hijo-Dios Espíritu Santo» son la Trinidad Cristiana —por supuesto, bien conocida por Mallarmé. Mas Dios-Hijo es la Sabiduría misma: la Sabiduría del Padre y del Espíritu, apersonada en una sola Persona: la antonomásticamente, por excelencia, Sabia. «El Bhen» es, pues, «Dios Sabiduría» (si no es evidente y verdadera, es, al menos, vero-símil). La terminación on —Salom-ón, Gede-ón, Absal-ón, da un refuerzo a ElBehn-(on). De manera y en grado «eminentísimo», «absoluto», El Hijo es Sabiduría. «Dios-Hijo», «ElBehn», es el eminente —por superlativísima eminencia, por absolutísima excelencia— «Sabiduría»-: EL-BEHN-ON. ** Libro de fórmulas mágicas usado por los antiguos hechiceros.
1. La medianoche. 2. La escalera. 3. El golpe de dados 4. El sueño sobre las cenizas, después de apagar la vela. Aproximadamente lo que sigue: Suenan las campanadas de Medianoche; la medianoche en que deben arrojarse los dados. Igitur baja las escaleras; del espíritu humano, ya al fondo de las cosas como «absoluto» tal cual es. Tumba —cenizas (ni sentimiento ni espíritu), neutralidad. Anuncia la predicción y hace el gesto. Indiferencia. Silbidos en la escalera. «No falseasteis» emoción alguna. El infinito surge del azar, que habéis negado. Vosotros, matemáticos moribundos—, yo proyectado como absoluto. Debía terminar en la Infinito Palabra y gesto, simplemente. En cuanto a lo que os digo, para explicar mi vida. Nada quedará de vosotros. El Infinito al fin escapa de la familia que lo ha soportado —antiguo espacio— no hay azar. Ella ha tenido razón en negarlo —su vida— para que él lograse lo absoluto. Eso debe tener lugar dentro de las combinaciones del Infinito con lo Absoluto. Es necesario —arrancar la Idea. Locura útil. Uno de los actos del universo acaba de cumplirse allí. Nada, quedaba el soplo; fin de la palabra y gesto unido —sopla la vela del ser para la que todo ha existido. Prueba. (Profundizar esto)
I LA MEDIANOCHE Indudablemente subsiste la presencia de medianoche. No se ha ocultado la hora en el espejo, ni se ha escondido entre cortinajes, evocando el mobiliario por su ausente sonoridad. Recuerdo que su oro simulaba en la ausencia a una joya desprovista de encanto, rica e inútil supervivencia, si no fuese que en la complejidad marina y estelar de una orfebrería se leyese el azar infinito de las conjunciones. Revelador de la medianoche, hasta ese momento no ha señalado nunca tal circunstancia, pues es ésta la única hora que ha creado. Y del Infinito se separan, y las constelaciones y el mar, que permanecen en su exterioridad como nadas recíprocas para alejar la esencia, unida a la hora, y hacer el presente absoluto de las cosas. De la medianoche que da a la presencia en la visión de una cámara del tiempo cuyo misterioso mobiliario encierra un vago temblor de pensamiento, grieta luminosa del volver de sus ondas y de su crecimiento primero, mientras se inmovilizan (el móvil límite) en sitio anterior en que cayó la hora en la calma narcótica del yo puro, largamente soñado; cuyo tiempo se ha desintegrado entre los cortinajes, en los que se han detenido, contemplándolos en su esplendor, amortiguado el temblor en el olvido, cual languideciente cabellera en rededor de rastro iluminado de misterio, de ojos yertos semejantes a espejos, del huésped, desprovistos de toda significación salvo de la presencia. Es el sueño puro de la medianoche, desaparecida en sí misma, cuya Claridad reconocida, que permanece sola en su realización sumergida en la sombra, resume su esterilidad en la palidez de un libro abierto que la mesa 2
ofrece; página y decorado común de la Noche, si es que aún subsiste el silencio de una antigua palabra proferida por él, en la que, volviendo, la Medianoche evoca su sombra acabada y ausente con estas palabras: Yo fui la hora que debe purificarme. Desde hace tiempo muerta, una idea se ve tal cual es iluminada por la luz de la quimera en que agonizó su sueño; se reconoce por el inmemorial gesto vacante con que se invita para terminar con el antagonismo que ese sueño polar, a entregarse, con la claridad quimérica y el libro nuevamente cerrado, el Caos de la sobra abortada y de la palabra que hace absoluta la Medianoche. Vanamente, en el mobiliarios ejecutado que se desmontará en tinieblas, como los cortinajes, ya desplomados en una forma permanente de siempre, mientras que, virtual reflejo, producido por su propia aparición en el resplandor de la oscuridad, brilla el fuego puro del diamante del reloj, única supervivencia y joya de la Noche eterna; la hora se formula de tal eco, al pie del único panel abierto por su acto de la Noche «Adiós, noche de la que fui sepulcro, pero que, sobrevive la sombra, se metamorfoseará en Eternidad».
II ABANDONA LA HABITACION Y SE PIERDE EN LAS ESCALERAS (En vez de deslizarse por el pasamanos)
Desaparecida la sombra de la oscuridad, la Noche queda con una dudosa percepción de péndulo que va a realizarse y morir en sí mismo; mas lo que brilla y anda expirando en el mismo se apaga; ella observa que aún lo lleva pues suyo era sin duda el latido escuchado cuyo ruido total t siempre insuficiente, cayó en su pasado. Si por un lado cesó el equívoco, un movimiento persiste por el otro, señalado insistentemente por un doble choque que no alcanzará, todavía, su sentido, y del que un roce actual, como debe haber ocurrido, colma confusamente el equívoco, o su percepción: Como si la caída total, que fue el choque único de las puertas de la tumba, no ahogase al huésped sin retorno; y en la incierta salida probablemente de cariz afirmativo, prolongada por la reminiscencia del vacío sepulcro del golpe; en que se confunde la claridad, se presentase una visión de la ininterrumpida caída del panel, como si fuese él mismo, quien dotado de movimientos indecisos, lo hiciera girar sobre sí en la vertiginosa espiral consecuente; ella debería ser indefinidamente huidiza, si una operación progresiva, pero gradual del que no se daba cuenta a pesar de que fue explicado totalmente, no hubiese implicado la evasión evidente de un intervalo, la interrupción, en el que cuando expiró el golpe, y se confundieron ellas, no se oyó nada más que la verdad: sólo el batir de alas absurdas de algún huésped aterrorizado de la noche, golpeado en su profundo sueño por la claridad y que prolongaba su huida indefinida. Pues, por el viento que había rozado ese sitio, no se trataba de alguna duda última de sí, que por azar movía las alas al pasar, sino del roce familiar y continuo de una edad superior, de la que innumerables genios tuvieron el cuidado de recoger todo su polvo secular en sus sepulcros para mirar limpios su yo, y que ninguna duda ascendiese por el hijo de la araña —para que la 3
sombra última se mirase en su limpio yo y se reconociese en los numerosas visiones, incluida la de la estrella nacarada de su ciencia nebulosa llevada en una mano, y en la otra, el áureo reflejo del bronce heráldico del libro— volumen de sus noches; así, en el presente, mostrábase, para que ella se viese; ella, pura, la Sombra, teniendo su última forma que aprehender detrás de sí, acostada y extendida; y, por otra parte, al frente, en un pozo, la extensión de las capas de sombra, entregadas a la noche pura, todas las noches similares que se le aparecieron, capas eternamente separadas y que, indudablemente no conocieron que son, lo sé, sólo la prolongación absurda del ruedo del cerrojo de la puerta sepulcral del que la boca de ese pozo recuerda la puerta. En vez, sin duda alguna, la certidumbre se enfrenta con la evidencia: inútilmente, reminiscencia de una mentira de la que era consecuencia; la visión de un lugar aparecía aún, como debiera ser, por ejemplo, el intervalo alcanzado; teniendo, en efecto, como paredes laterales, la doble oposición de los paneles y, frente, a frente, delante y detrás, el boquete de la duda que repercute en la prolongación del ruido, de los paneles, por donde huye el ave, y desdoblado por el explorado equívoco, la simetría perfecta de las deducciones provistas desmentía su realidad; él no podía equivocarse: tratábase de la conciencia de sí (en la que aún el absurdo mismo debía servir de ubicación), su triunfo. La sombra se presenta igual en ambas caras de las paredes brillantes y seculares, guardando de sí, sólo la opalescente claridad de su ciencia en una mano, y en la otra, el libro, el libro de sus noches, cerrado ahora; del pasado y futuro que, llegado al pináculo del yo, la sombra pura domina perfectamente, y concluye, fuera de ellos. Mientras que por delante y por detrás se prolonga la mentira explorada del infinito, tinieblas de todas mis visiones reunidas; el tiempo ha cesado actualmente, y ya no las divide, han caído de nuevo en un sueño pesado, profundo (en el momento en que se oía el ruido escuchado anteriormente) en el vacío en el que escuchó la pulsación de mi propio corazón. No me gusta ese ruido: la perfección de mi certidumbre me tortura: todo es demasiado luminoso, la claridad muestra el deseo de una evasión; todo es demasiado brillante; me gusta entrar en mi Sombra increada y anterior y quitarme con el pensamiento el disfraz que la necesidad me ha impuesto de vivir en el corazón de esa raza (que oigo latir aquí), único rastro de ambigüedad. ¿A decir verdad en esa inquietante y hermosa simetría de la construcción de mí sueño, cuál de los dos caminos tomar, ya que no hay más futuro que el representado por uno de ellos? ¿No son ambos equivalentes siempre, reflexión mía? ¿Aún debo temer el azar, ese antiguo enemigo que me dividió en tinieblas y tiempo creado, pacificados allí ambos en una misma suma? ¿Y no es él quien al acabar el tiempo que trajo él de las tinieblas, anulándose a sí mismo? (cuchicheos)
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En efecto, la que primero llega semeja la espiral precedente: el mismo ruido rítmico, el mismo rostro: pero como todo ha concluido nada puede asustarme: el temor de antes asumió la forma de un ave, está muy lejos: ¿acaso no ha sido reemplazado por la aparición de lo que fui? ¡Y cómo me gusta reflexionar ahora, al objeto de liberar mi sueño de ese disfraz! ¿No era ese ritmo el ruido del avance de mi personaje, que se continúa ahora en la espiral; y ese roce, el roce incierto de su dualidad? No es el vientre velludo de su huésped inferior a mí, cuyo fulgor ha golpeado a la duda, y que se ha salvado con un aleteo, sino el busto terciopelado de una raza superior que la luz hiere, y que respira en su aire sofocante, de un personaje cuyo pensamiento no tiene conciencia de sí, de mí último rostro, separado de su personaje por una telaraña, y que no se conoce: por eso, mientras que su dualidad está separada eternamente y no escucha aún a través de sí el ruido de su marcha, voy a olvidarme mediante él, y disolverme en mí. Su golpe vuelve a ser vacilante como era antes de tener la percepción d sí: era el ritmo de mi medida cuya reminiscencia vuelve a mí, prolongada por el ruido y por la alucinación —en el corredor del tiempo de la puerta de mí sepulcro, y como ha sido cerrada realmente, también deberá abrirse ahora para que mí sueño pueda ser explicado. Ha sonado la hora de partir, la pureza del espejo se establecerá sin ese personaje, imagen mía —¡pero él llevará la luz!— ¡la noche los muebles vacíos, el Sueño ha agonizado en ese pequeño frasco de vidrio —pureza— que encierra la sustancia de la Nada.
III VIDA DE IGITUR Esquema Raza mía, escucha antes de apagar la vela —el relato os haré de mí vida— Aquí: neurosis, tedio. (¡Oh Absoluto!) Siempre he vivido con el alma atada al reloj. Realmente hice todo lo posible para que el tiempo que indicó permaneciera en la habitación y se transformara en mi aliento y vida —espesé las cortinas, y como estaba obligado, para no dudar de mí, a sentarme frente a ese espejo, recogí cuidadosamente los más pequeños átomos del tiempo en los cortinajes, siempre más espesos. A menudo el reloj me ha hecho un gran bien. (¿Sucede esto antes que su Idea haya sido completada?) En efecto, Igitur ha sido proyectado fuera del tiempo, por su raza. En resumen, este es Igitur, después de haber concretado su idea: — Comprendido el pasado de su raza que sobre él pesa en la sensación de lo infinito, la hora del péndulo vierta tedio, como tiempo pasado, asfixiante, y su espera de que se cumpla el futuro, forma tiempo puro, o tedio, hecho inestable 5
por la manía de una suprema perfección: ese tedio, no pudiendo existir, vuelve, después a formar sus elementos, los muebles cerrados llenos de secretos; e Igitur amenazado por el suplicio del ser eterno que presiente vagamente, buscase en el espejo trocado en tedio y viéndose indefinido y pronto a desaparecer, como si fuese a diluirse en el tiempo, se evoca después, cuando todo ese tedio —tiempo— se rehace, mira el espejo horriblemente vacío, y viéndose rodeado de rarefacción, falto de atmósfera, los muebles retorciendo sus quimeras en el vacío y los cortinajes temblando invisiblemente inquietos, abre entonces sus muebles para que viertan sus misterio, lo desconocido, sus memorias, su silencio, facultades e impresiones humanas, — y cuando cree ser nuevamente él, ata el reloj a su alma, cuya hora desaparece en el espejo o va a ocultarse entre los cortinajes, íntegramente, no dejando ni siquiera el tedio que implore y sueñe: Impotencia del tedio. ¡Se separa del tiempo indefinido y es! Ese tiempo no se detendrá como lo hacía antes en su temblor gris sobre el macizo ébano con que las quimeras cerraban los labios en abrumadora sensación de lo finito, y, no pudiendo mezclarse son el tedio donde, sofocado y asfixiado, yo rogaba permanecer como indefinida forma que desaparecía completamente en el espejo confundido, hasta que al fin, sacando un momento las manos de mis ojos, donde las había puesto para no verlas desaparecer, en espantosa sensación de eternidad, en que parecía expirar la habitación, se me pareció ella como el horror de esa eternidad. Y cuando abría los ojos en el fondo del espejo, vi al personaje de horror, al fantasma del horror, absorber poco a poco lo que quedaba del sentimiento y del dolor en el espejo, nutrir su horror con el supremo estremecer de las quimeras y la inestabilidad de los cortinajes y formándose con la rarefacción, el espejo de una pureza inaudita, —hasta que él se desprendía perenne, del espejo absolutamente puro, como encerrado en su frío, —hasta que finalmente los muebles, habiendo sucumbido sus monstruos con sus anillos convulsivos, murieran en actitud aislada y severa, proyectando sus duras líneas en ausencia de atmósfera, fijos los monstruos en su postrer esfuerzo, y que los cortinajes dejando de inquietarse en actitud que debía conservar eternamente.
IV EL GOLPE DE DADOS (EN LA TUMBA)
Esquema En síntesis, acto en que el azar está en juego; es siempre el azar quien realiza sus propia Idea, afirmándose o negándose. La afirmación o negación sucumben ante su existencia. Contiene lo Absurdo —lo implica, pero en estado latente no lo deja existir; o que permite ser al Infinito. La Corneta es el Cuerno del licornio —del unicornio. Pero el Acto se realiza. 6
Su yo, entonces, se manifiesta al retornar la Locura: admite el acto y, voluntariamente, retorna la Idea, en tanto que Idea: y el Acto (cualquiera sea la potencia que lo guio) habiendo negado el azar, concluye en que la idea ha sido necesaria. Concibe entonces que es en verdad locura en admitirlo absolutamente: pero al mismo tiempo puede decir, que, habiendo sido negado el azar mediante esa locura, esa locura era necesaria. ¿Por qué? (Nadie lo sabe; él está aislado de la humanidad). Todo lo que es, se lo debe a su raza por haber sido pura: aquélla ha quitado al absoluto su pureza, para el Ser, dejando sólo una Idea que en sí misma confina en la Necesidad; y que, en cuanto al Acto éste es perfectamente absurdo, sólo como movimiento (personal) en dirección al Infinito: pero el Infinito se ha fijado, finalmente. ESCENA DE TEATRO Igitur sacude simplemente los dados —movimiento— antes de unirse a las cenizas, átomos de sus antepasados: el movimiento que está en él se libera. Se comprende lo que significa su ambigüedad. Cierra el libro —apaga la vela— con el soplo que contenía el azar: y, cruzando los brazos, se acuesta sobre las cenizas de sus antepasados. Cruzando los brazos —lo Absoluto ha desparecido, cual pureza de su raza (pues es necesario, ya que el ruido cesa). Raza inmemorial, cuyo tiempo que gravitaba, ha caído, excesivo, en el pasado y que, colmada de azar, vivió sólo de su futuro. Negando ese azar con la ayuda de un anacronismo, un personaje, suprema encarnación de esa raza —que siente en él, mediante lo absurdo, la existencia de los Absoluto— ha, solitario, olvidado la palabra humana en el grimorio, y el pensamiento en una luminaria, anunciando el primero con la negación del azar, y el segundo, aclarando el sueño en el que es. El personaje que, creyendo en la existencia de un único Absoluto, se imagina estar por doquier en un sueño (él actúa desde el punto de vista Absoluto), encuentra el acto inútil, pues hay y no hay azar — que, dice, debe existir en alguna parte. SE ACUESTA EN LA TUMBA Sobre las cenizas de los astros, las indivisas de la familia, estaba acostado el pobre personaje, después de haber bebido la gota de la nada que falta al mar. (La pequeña botella vacía —locura—. ¿Es todo lo que queda del castillo? Alejada la Nada, queda el castillo en la pureza.
TOQUES Ha sonado la hora —predicha exactamente por el libro— en la visión inoportuna del personaje empañaba la pureza del espejo quimérico en el que yo surgía, iluminada por la luz, va a desaparecer, esa antorcha llevada por mí: a desaparecer como todos los otros personajes que partieron en la época de 7
los tapizados, conservados únicamente porque el azar había sido negado por el grimorio con el que también quiero partir, ¡Ah, desgracia!, la pureza no puede establecerse —la reemplazará la oscuridad— y los pesados cortinajes al caer simultáneamente, crearán las tinieblas —mientras que el libro con las páginas cerradas noche a noche, creará el día que ellas delimitan, mientras los muebles mantendrán su clausura y agonía de sueño quimérico y puro; un pequeño frasco contiene la sustancia de la Nada. Entretanto sólo hay sombras y silencio Que el personaje que ha manchado esa pureza tome el pequeño frasco que le predecía y se incorpore después: pero que lo ponga simplemente en su seno, absolviéndose del movimiento.
VARIOS ESBOZOS DEL ABANDONO DE LA HABITACION No se cerraran aún los paneles de la noche de ébano, sobre la sombra que percibe únicamente la oscilación vacilante y pronta a detenerse, de un péndulo escondido que empieza a tener la percepción de sí. Pronto repara que es en ella donde el fulgor de su percepción penetra como ahogado —y que ella entraba en sí misma. Enseguida el ruido tomó un ritmo más definitivo. Pero a medida que se hacía más evidente y acelerado, su vacilación aumentaba en una especie de roce que reemplazaba al intervalo desaparecido y, presa de duda, la sombra se sintió optimada por una pureza huidiza como por la prolongación de la idea surgida de los paneles que, aunque cerrados, comenzaban abrirse, tendrían para llegar a esto, en vertiginosa inmovilidad, que girar largamente sobre sí mismo. Por fin, un ruido que parecía la liberación de la condensación absurda de los precedentes se produjo, peor dotado de una cierta animación ya conocida; y la sombra escuchó sólo un latido regular que parecía huir siempre como un vuelo prolongado de algún huésped de la noche despertado de su pesado sueño: no se trata de eso; sobre las brillantes paredes no había trama alguna en la que pudieran apoyarse ni siquiera las patas de araña de lo supuesto: todo era brillante e inmaculado y si algún plumaje sacudió esas paredes sólo podrían ser plumas de genios de una especie intermedia deseosos de recoger todo el polvo en un lugar especial, a objeto de que sus sombras, multiplicadas en ambos lados al infinito, aparecieran como sombras puras llevando cada una el volumen de su destino, la pura claridad de su conciencia. Lo que era claro es que esa morada concordaba perfectamente con él mismo: en los dos lados miles de sombras semejantes, y en los otros dos, en las paredes opuestas, que se reflejaban, dos boquetes de sombras impenetrables que debían ser necesariamente lo inverso de esas sombras, no su aparición sino su desaparición, negativa sombra de ellas mismas: tal era el sitio de la certidumbre perfecta. La sombra escuchó en ese sitio sólo el ruido de un latido regular que reconoció como el de su propio corazón: lo reconoció, y torturada por la perfecta certidumbre de sí, intentó escapar y entrar en sí misma, en su 8
opacidad, ¿pero por cuál de los dos boquetes pasar?; en ambos se esbozaban las divisiones que correspondían a las infinitas imágenes, aunque distintas: recorrió una vez más con los ojos la habitación que, parecíale idéntica a sí, salvo que el reflejo de la claridad se mostraba en la superficie pulida inferior, desprovista de polvo, y con la otra apareció más vagamente: había allí un escape de luz. La sombra se decidió por aquélla y se sintió satisfecha. El ruido que escuchó era de nuevo distinto y exactamente el mismo al anterior, indicando una igual progresión. Todo había vuelto a su orden primero: no había que tener más dudas: esa pausa, ¿no había sido acaso el intervalo desaparecido y reemplazado por el roce?: había allí el ruido de su propio corazón, explicación del ruido allegado distinto; era ella misma quien daba el compás y la que había aparecido en innumerables sombras de las noches, entre las sombras de las pasadas noches y las noches futuras desvenidas iguales y exteriores, evocadas para mostrar que estaban igualmente acabadas con una forma que era el estricto resumen de ellas; ¿qué era ese ruido?, no se trataba del ruido de algún pájaro escapado del vientre velludo del que había dado la luz, sino el torso de un genio superior cubierto de terciopelo, cuyo único estremecimiento era la labor de araña de un encaje que caía sobre el terciopelo: personaje perfecto de la noche tal cual ella se había aparecido. En efecto, mientras tenía la noción de sí mismo el ruido de medida cesó, volviendo a ser lo que era; vacilando, separada la noche de sus acabadas sombras, el resplandor que había surgido de su imagen desprovista de cenizas, era la luz pura, y esta vez iba a desaparecer en el seno de la sombra que, acabada, surgida del corredor ella misma en su propio sepulcro, cuyos paneles se abrían nuevamente sin ruido. La sombra desapareció en las tinieblas futuras y permaneció con una perfección de péndulo expirante; mientras, comenzó a tener la sensación de sí: percibió el expirante ahogo de lo que brilla, aun cuando se hunde en ella —que entra en sí, de dónde provenía en consecuencia, la idea de ese ruido que cae nuevamente ahora de una sola vez, inútilmente, sobre ella misma en el pasado. Si por un lado desaparecía la duda netamente ritmada por el único movimiento que del ruido quedaba; por el otro, la reminiscencia del ruido manifestábase por un vago roce desacostumbrado, y ese estado de angustia consciente era comprimido contra el espejismo por la permanencia comprobada de los paneles, todavía abiertos paralelamente, y a la vez cerrándose sobre sí mismos, cual espiral vertiginosa siempre huidiza si la comprensión prolongada no debiera implicar la pausa de una expansión contenida que tuvo lugar, en efecto, sólo turbada por el ademán del revoloteo evasivo de un huésped de la noche asustado de su pesado sueño, que desaparece, en esa lejanía indefinida. La Noche, esta vez, estaba totalmente dentro de sí, segura de que todo lo que le era extraño era sólo quimera. Se miró en los paneles brillante de su certidumbre en los que duda alguna pudo fijarse con sus plumas; tratábase de genios de especie superior a los huéspedes que había imaginado, semejantes, quizá, a los de sus sombras surgidas en los paneles; cuidados en recoger todo el polvo de ella, para que llegados, al sitio de reunión de su futuro y su pasado 9
devenidos idénticos, se mirase en todas esas sombras surgidas puras con el volumen de su destino y el resplandor purificado de sus conciencias. Todo era perfecto: al frente y al fondo dos idénticos espesores oscuros eran exactamente las tinieblas habitadas por esas sombras vueltas al estado de tinieblas y sólo divididas al infinito por los escalones hechos con las piedras funerarias de todas las sombras. Ambos parecían igualmente idénticos, salvo en que —así como eran lo opuesto de las sombras, debían oponerse también el uno al otro y a las divisiones girando simultáneamente; era la Noche pura y escuchaba a su propio corazón que latía. Sin embargo, la inquietó con una exagerada certidumbre, con una constatación demasiado segura de sí misma: quiso ella hundirse a su vez en las tinieblas en dirección a su espectro único, y adjurar de la idea de su forma tal cual se había aparecido mediante el recuerdo de genios superiores encargado de juntar sus pasadas cenizas. Se sintió turbada un instante por su propia simetría, pero comprendiendo por la evasión exagerada de claridad antes atenuada que esa evasión había sido el ruido de un pájaro cuyo vuelo dilatado le había parecido continuo, pensó que siguiendo esa luz, al recrear un vértigo semejante al primero, volvería a desvanecerse. Colocando el resplandor frente a las tinieblas, reconoció cuál de las dos puertas había de tomar por el efecto idéntico del resplandor y conocedor allá de la arquitectura de las tinieblas, se sintió feliz al percibir el mismo movimiento e igual estremecimiento. Ese estremecimiento estaba en el corredor por donde había escapado el ruido para desaparecer para siempre; no el de un huésped alado de l noche, cuya luz había estremecido el velludo vientre, sino el propio reflejo del terciopelo sobre el pecho de un genio superior, y no había más tela de araña en el encaje sobre el torso, en cuanto al movimiento que había producido ese estremecer, no se trataba de la marcha circular de tal animal, sino la marcha regular, erguida de dos pies, de la raza que había aparecido llevando en las manos un libro y una luz. Ella reconoció su antiguo personaje, al que se le aparecía cada noche, pero, ahora lo había reducido a le estado de tinieblas, después que se le apareció como sombra; estaba libre al fin, segura de sí misma y desembarazada de todo lo que era extraño. En efecto, en la luz que quedó sola y pura casó el ruido. Transformada nuevamente la sombra en oscuridad, quedó la Noche con una percepción dudosa de péndulo que va a expiar en la percepción de sí mismo; pero ella observa que todavía lleva lo que brilla y va a extinguirse, probablemente en sí; de ella surgía pues el latido oído cuyo ruido total cayó para siempre en el pasado (Sobre el olvido). Si por una lado ceso toda ambigüedad; la idea del impulso dura por el otro, marcada regularmente por el doble golpe imposible del péndulo que solo alcanza su noción, pero cuyo roce actual vuelve a ser posible, como debe ocurrir, al llenar el intervalo como si la totalidad del golpe no hubiera sido caída única de las puertas de la tumba sobre él mismo, y sin retorno, sino que en la duda nacida de la certidumbre misma de su percepción surgiera una visión de paneles abiertos y cerrados al mismo tiempo, en su caída en suspenso; como si fuese él, quien dotado de movimientos girase sobre sí mismo en la espiral vertiginosa consecuente, que debía ser indefinidamente huidiza si una opresión progresiva, pero del que no se daba cuenta a pesar de 10
lo que comprendiese, en suma, no hubiese implicado la expansión cierta de un intervalo futuro —su cesación— en el que, cuando se encontrara nuevamente, se escuchase sólo el ruido de un batir de alas espantadas, de algunos de sus huéspedes absurdos, despertados en su pesado sueño por la claridad, prolongada su huida indefinida.
VI PESE A LA PROHIBICION DE SU MADRE, VA A JUGAR EN LAS TUMBAS Puede avanzar, porque marcha en el misterio. (Acaso toda la oscuridad no se desliza por el pasamanos —todo lo que ignora de los suyos, corredores olvidados desde la infancia—). Tal es la marcha inversa de la noción, de la que no ha conocido su ascenso, habiendo, adolescente, llegado a lo Absoluto: espiral, en lo alto del que permanecía como Absoluto, incapaz de moverse se ilumina y se sumerge en la noche apropiada. Creer atravesar los destinos de esa noche famosa: al fin llega a donde se debe llegar, y ve el acto que le separa de la muerte. Otra niñería. Dice: no puede hacer eso seriamente: pero es horrible vivir el mal que sufro; en el fondo de la confusión perversa e inconsciente de las cosas que aísla su absoluto —siente la ausencia del yo, representada— por la existencia de la Nada como sustancia. Debo morir, y como ese pequeño frasco contiene la nada diferida por mi raza hasta llegar a mí (antiguo calmante que no han tomado; los antepasados solamente lo salvaron del naufragio). No quiero conocer la Nada antes de darle a los míos el porqué de haberme engendrado —acto absurdo que colma la inutilidad de su locura (El no cumplir me seguiría y momentáneamente mancha mi Absoluto). Todo eso después de haber abordado el catillo, en un naufragio sin duda — segundo naufragio de algún alto designio. ¡No me silbéis, porque haya dicho la inutilidad de vuestra locura! ¡Silencio!: nada de esa denuncia que a propósito queréis mostrar. ¡Eh! Bien fácil es volveros allá arriba en busca del tiempo— y devenir. ¿Acaso están cerradas las puertas? Sólo yo —sólo yo— voy a conocer la Nada. Vosotros, volvéis a vuestra mezcla. Prefiero la palabra para sumergirla nuevamente en su inutilidad. Arroja los dados; sé realizar el golpe —doce— el tiempo (medianoche) que creo reencuentra la materia, los bloques, los dados. Entonces (DE LO ABSOLUTO SU ESPÍRITU SE FORMA POR EL ABSOLUTO AZAR DE ESE HECHO) Dice a todo ese alboroto: hay realmente en eso, un acto 11
—es mí deber proclamarlo: esa locura existe. Habéis tenido razón (ruido de locura) al manifestarla: no creáis que voy a mandaros nuevamente a la nada.
FRAGMENTO INEDITO Durante mucho tiempo, ¡oh mucho tiempo, cuando dabas las campanadas inútilmente —ahora atmósfera de ausencia—, tu áureo sonido volvía a ti, en mi sueño, y en él te creaba, joya de oro, y mostraba, indicándome tu complejidad estelar y marina, las circunstancias eternas del mecanismo cósmico; sin embargo, pude decir, teniendo en cuenta los recuerdos de la raza que evocas, que nunca, en esas superficies marcadas por los juegos múltiples y combinados de la multiplicidad del pensamiento universal, nunca, resumen del universo que representas, joya entre las cosas, creaste otro minuto que tuviera tan magnífica concordancia, y dudo que tal instante tenga actualmente en la indecible multiplicidad de los mundos. En consecuencia, mi pensamiento se ha reconstituido, pero, yo mismo, ¿lo estoy acaso? Sí, percibo que ese tiempo vertido en mí, me devuelve el yo, y me veo como las ondas de un narcótico calmo, cuyos círculos vibratorios, yendo y viniendo, forman un límite infinito que no perturba la quietud del centro.
NOTA DEL TRADUCTOR Noticia sobre Igitur: Igitur desempeña un papel importante para la comprensión de la obra mallarmeana. Redactado en la época en que el poeta vivía en Avignon (1869), fue fruto de una verdadera crisis espiritual. Mallarmé, había llegado a la ciudad de los Papas huyendo de Tournon; en la esperanza de que con el contacto con los «fe-libres» podría sentir la comprensión de espíritus similares al suyo, que vibran ante los mismos hechos y aspiraciones, sufre una verdadera decepción frente a la superficialidad de sus compañeros de letras, como se deduce de algunos fragmentos de su epistolario. A esto se suma una enfermedad que lo tiene obligadamente alejado de su labor. Mientras que el «fantasma de la impotencia» lo tortura. Deprimido, pobre, sin la alegría de la
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creación, pese a que «Herodiade» había sido publicada contemporáneamente en «Le Parnasse», el poeta se recoge en sí mismo, bucea en su propio yo, cual nuevo y puro Hamlet, y concibe el plan de su futura y secreta obra. En una de sus cartas habla de tres grandes poemas que piensa realizar, de los que «Herodiade» sería el preludio; y de otras tantas obras en prosa, de las que Igitur es lo único que conocemos. Muchos años después en su «Autobiografía», diría que la mayor aspiración del poeta es la interpretación órfica del universo. Esto sólo sería lejana resonancia de la concepción lograda en los oscuros días de Avignon. Mallarmé ha descubierto la Nada, en su lucha contra la divinidad, ese antiguo monstruo. Ha sentido la responsabilidad de la creación como manifestación de lo absoluto. La Obra logra una autonomía, superior a la usual dimensión humana. De ahí la lucha y la magnitud de la empresa. La lucha contra el azar se manifiesta en él, en forma dramática. El «desafío» es total y en ello va la misma vida. Superada la original idea de la divinidad, se encuentra con la Nada. Queda la arquitectura del cosmos, la mecánica estelar, el azar infinito de las «conjunciones». A la idea de Dios, opone la del Poeta, en su creación y desafío. Con ello intenta anular la casualidad. Claro que tiene conciencia de lo que significa esa actitud, de ahí que la califique de «locura», pero necesaria. Rimbaud, en su «Carta al vidente» considera que el poeta era, el último grado, la voz del Gran Todo. Sólo un sensible, per involuntario instrumento de la divinidad. Mallarmé, en cambio, llega a una concepción más avanzada, al anular el sentido de esta última. El poeta no sólo supera al azar (símbolo de su antigua impotencia, en el tiempo), sino que se transforma en un verdadero demiurgo, al crear el poema en su autonomía definitiva. Claro que la creación no resulta simple, sino que es dolorosa, por la responsabilidad que implica, de ahí «la operación» mallarmeana, que se identifica con el «arrojar de dados» (acto de pensamiento), desafío al azar, que en manos del poeta, por su capacidad de encantamiento (el cubilete es el cuerpo del licornio, del unicornio) ha de dar irremisiblemente, la más alta cifra —el doce— del triunfo. Una vez logrado, ha cumplido con su verdadera misión, sólo queda la muerte. Esta cuestión se plantea por primera vez en Igitur. Luego pasada toda una vida, reaparecería —trocada — en «Un coup de dés». Igitur tuvo —como su clima— un inicio trágico. Williers, Catulle Mendés y Judith Gautier visitaron al poeta en 1869, de regreso a Alemania, donde habían estado con Richard Wagner. Mallarmé leyó a sus amigos su sorprendente prosa. Sólo Williers sintió la conmoción ante la originalidad de la obra. Catulle Mendés, más superficial, no percibió el sentido que encerraba la belleza formal, ni la nueva dimensión de la prosa, verdadera precursora del «monólogo interior». Mallarmé siguió trabajando en su obra como lo testimonian los fragmentos publicados, póstumamente, por su yerno, el doctor Bonniot, quien hace notar que la escritura del manuscrito corresponde a distintas épocas, verdaderos «estados» y variantes, de un mismo tema. La idea del teatro preocupaba a Mallarmé. «L’après midi» fue pensado originalmente como un espectáculo posible de ser representado, La misma «Herodiade» tiene un diálogo, que en cierto modo se relaciona con el teatro. La idea del drama wagneriano, como representación total, conmovía entonces a muchos escritores, que en Francia, reaccionaban ante el simplismo del drama histórico, del que Hugo había sido el más alto exponente. Banville, poeta del Parnaso y más tarde Copée, habían logrado verdaderos triunfos con «Gingoire y Le passant». Resulta entonces comprensible que Mallarmé se sintiera también interesado por el teatro, de ahí que Igitur fuera, o aspirara a ser, una obra relacionada en algo con el espectáculo teatral. Como siempre, Mallarmé utiliza sólo las quintaescencias. El cuento, como dice el acápite «se dirige a la inteligencia del lector, quien pone las cosas en escena». Trátese de una representación «mental», de un verdadero drama metafísico. La acción, en sí misma, falta casi. En el texto hay también ciertas referencias al drama: el telón que el mismo Igitur descorrerá; la cámara de los paneles; la boca de escena, transfigurada en «la abertura de la inútil duda»; las escaleras, el espejo —escenografía escénica— y una «escena de teatro» en la que el personaje se acuesta sobre las cenizas de sus antepasados», después de haber vivido la nada que falta al mar.
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Ahora bien, Mallarmé, la concepción del Drama difería totalmente de la usual. En notas encontradas posteriormente, afirma que «el Drama se produce por el Misterio que existe entre la Identidad que hay entre el Teatro y el Héroe, a través del Himno» Y luego: «el Drama está en misterio de la ecuación siguiente: el teatro es el desarrollo del héroe, igual al himno. Esto forma un todo indivisible. También el Drama y el Misterio se identifican» Para evitar la división anotada, Mallarmé une la Idea y el Misterio, con el Teatro, lo que constituye el Drama. Al Teatro le corresponde el Héroe (mimo), y al Himno, la danza. En un trabajo sobre Wagner, publicado posteriormente (1885), Mallarmé desarrolla con más claridad sus ideas sobre el Drama: «Gusto reflexionar sobre las pasadas y soberanas pompas de la Poesía». «Ceremonia de un día que SE ESCONDE EN EL SENO INCONSCIENTE DE LA MULTITUD». El poeta «sólo percibe el fasto extraordinario, pero inacabado en el presente, de la representación plástica, en la que se desata la Danza, única capaz de traducir lo fugaz e imprevisto, hasta la Idea misma, mediante su escritura sumaria». Un héroe o héroes (hecho de doble identidad, erróneamente dividida); la recíproca también similar visión comprende el poeta, en el espectáculo futuro, si considera el aporte que la Ficción era mantenida POR UN ELEMENTO GROSERO, QUE SE IMPONÍA DE GOLPE, Y OBLIGA A CREER EN UNA EXISTENCIA DEL PERSONAJE Y DE LA AVENTURA. ESA SENSACIÓN PRODUCIDA POR UN INGENUO REALISMO DEBIERA SER LA REALIDAD, RESULTANTE DEL CONCURSO DE TODAS LAS ARTES, QUE PRODUCIRÍA EL VERDADERO MILAGRO DE LA ESCENA. La música es la que da amplitud sublime al espectáculo, pero, por otra parte, hace que desaparezca toda vitalidad. Esto —agrega Mallarmé— se confirmaría, si durante el espectáculo la orquesta dejara de tocar; el actor, entonces, se transformaría en una estatua. Vamos entonces que la aspiración del autor de «L’Azur» va más allá del mismo drama wagneriano. Ceñido a una estética rigurosa, huye de la claridad del hecho teatral usual, y lo proyecta a una región más alta y trascendente. «Debe haber siempre algo oculto en el fondo de todo», de ahí que desprecie los elementos «parásitos»* a la idea misma. Por eso Igitur no necesita de escenario, ni decorados. Igitur —Mallarmé mismo— no representa, sino, y al mismo tiempo, medida del hombre. «En rigor, un papel basta para evocar a cualquier obra. Ayudado por su personalidad múltiple, cada uno puede representársela dentro de sí, lo que no ocurre cuando se trata de piruetas»**. Al revés de lo que algunos han querido ver e Igitur —verdadera catástrofe— considero que la obra es testimonio de una de las más altas aventuras del pensamiento. En realidad, «no ha habido locura». Es la mayor exaltación de la capacidad creadora del hombre, ante lo desconocido. Lógicamente, su autor tenía conciencia de lo inconmensurable de su planteo. Quizá por ello no la publicó en vida. La versión que hoy damos fue editada originariamente por el doctor Bonniot. Son sólo fragmentos, esbozos. Así deben considerarse, sin que por ello pierdan valor dentro de la obra mallarmeana. —Agustín O. Larrauri
** «Le mystère dans les lettres». [El misterio de las letras]. **** «Le génère ou des modernes». [Lo genera los modernos]. 14
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