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Traducción de MóNICA UTRILLA DE NEIRA
La filosofía de la investigación social pOrJOHN HUGHES y WES SHARROCK
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA mÉxIco
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PREFACIO
sido totalmente reescrita, para darle un aire aún más wittgensteiniano. Como de costumbre, hay muchas personas a quienes debemos dar las gracias. Ulrik Petersen, estudiante de ciencias políticas, sumamente inteligente y jovial, llegado de Dinamarca, nos dio mucho y muy necesario consejo, apoyo y estímulo, además de brindarnos cierto "apoyo líquido". Jon O'Brien y Mark Rouncefield defendieron el fuerte mientras el libro se terminaba. Nunca se quejaron, lo cual es notable testimonio de su generosidad. Tom Rodden, como de costumbre, mostró ser un colega inmensamente generoso. Lou Armour, quien escribió la mejor tesis doctoral que los dos autores han visto durante muchos años, siempre nos dio consejos profundos y nos concedió generosamente su tiempo. Andrew Crabtree, Jenny Ball, Cal Giles, Jason Khan, John Allen, Preben Mogensen, Catherine Fletcher, Karen Gammon, Barry Sanderson y Chris Quinn son otras personas que merecen mención especial por las diversas facilidades que nos dieron mientras se escribía este libro.
I. LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL INTRODUCCIÓN
entre la filosofía y aquello a lo que hoy llamamos ciencias sociales tiene ya una historia prolongada. En realidad, las propias ciencias sociales a menudo han considerado que están siguiendo a las ciencias naturales que se originaron al separarse de la filosofía; las ciencias sociales se apropiaron, como su ámbito científico, de los últimos problemas no resueltos de la filosofía. A diferencia de las ciencias naturales, las sociales, en su mayor parte, no han logrado disociarse de la filosofía. Aunque a este respecto las ciencias difieren entre sí, continuamente plantean las preguntas fundamentales que estas disciplinas hacen acerca de la naturaleza de sus temas apropiados, su procedencia intelectual, las razones de ser de sus investigaciones y, ante todo, la naturaleza de sus métodos válidos y apropiados. Por ejemplo, la sociología parece consistir casi exclusivamente en una sucesión de enfoques y perspectivas que en su mayor parte muestran un marcado tono filosófico y que tienen como enfoque principal una continua lucha con problemas filosóficos, muchos de los cuales son de origen deci9
LA RELACIÓN
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monónico. Como hemos dicho, las ciencias sociales varían a este respecto; la sociología tal vez constituya el caso más sobresaliente, ya que está en una crisis casi perpetua acerca de su categoría fundamental y la concepción que de sí misma tiene como disciplina. Pero hay otras que distan mucho de quedar exentas. Por ejemplo, en la preparación en ciencias políticas es común incluir cursos de teoría política; en la de economía incluir la historia del pensamiento económico, sumamente filosóficas ambas, y en la preparación metodológica en toda la gama de las ciencias sociales incluir cursos de ideas filosóficas acerca de los métodos apropiados, predominantemente organizados bajo la égida de la filosofía de la ciencia. Estamos señalando la participación de las ciencias sociales en la filosofía no como queja, sino tan sólo para llamar la atención hacia el hecho de que las cuestiones filosóficas siguen siendo una preocupación continua en las .ciencias sociales y en las ciencias humanas. Todo lo demás que esto pudiera indicar acerca de su carácter intelectual es tema de discusión, pero es un hecho básico acerca de su vida intelectual. Tampoco es sorprendente que consideremos las influencias normativas. Por ejemplo, en sociología la trinidad fundadora de Marx, Weber y Durkheim dedicó parte considerable de sus esfuerzos a establecer y refinar las bases filosóficas de sus propias ideas, cuyos resultados siguen dando forma, en gran parte, a los debates sociológicos, entre otras cosas por las marcadas diferencias que ha-
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bía entre los tres.' Para ellos —y esto probablemen te sea más típico de las tradiciones europeas de la ciencia social que de la tradición norteamericana — las cuestiones filosóficas habían de resolverse antes de las investigaciones empíricas. Dado este legado, y la enorme dificultad de llevar las controversias filosóficas a algún tipo de resolución concluyente, supónese que las cuestiones fundamentales que se encuentran en el meollo de las ciencias humanas siguen sin resolverse y continuamente estimulan la necesidad de no apartarse de la filosofía. Desde luego, la naturaleza de la íntima relación que hay entre la filosofía y las ciencias humanas no se ha mantenido constante a lo largo del tiempo. Como ya se dijo, las ciencias humanas en gran parte se originaron en la investigación filosófica, pero entonces eran labores diferentes de las que hoy conocemos. La distinción entre las investigaciones metafísicas, que hoy comúnmente consideramos como filosofía, y las empíricas, no era tan marcada como lo es hoy. Antes de que se establecieran las ciencias naturales, la filosofía era considerada como el modo de la investigación intelectual y abarcaba gran parte de lo que hoy tratamos no sólo como disciplinas separadas sino como modos de estudio muy diferentes de los de la filosofía. El naci' Véase Hughes el al. (1995) para una exposición del pensamiento de estas figuras y su repercusión sobre el pensamiento contemporáneo. Asimismo, pese a su reconocido énfasis en la psicología, Smith (1997) es una magnífica fuente para la historia de las ciencias sociales.
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miento de las ciencias naturales no sólo hizo caer a la filosofía de su trono como forma suprema de conocimiento, sino que con ello provocó cambios en la concepción de la propia filosofía, que quedó más claramente enfocada como esfuerzo metafísico, y no como amalgama de lo metafisico y de lo empírico. Las investigaciones empíricas de la naturaleza del universo se volvieron, casi exclusivamente, ámbito de las ciencias naturales; a la filosofía se le dejaron las cuestiones que no fuesen de carácter empírico.2 LA NATURALEZA DE LA FILOSOFÍA
Se han dado muchas definiciones de filosofía, y ha habido tantos estilos filosóficos como definiciones. Desde el punto de vista de llegar a una definición de filosofía, las cosas son aún peores, por el hecho de que existen dificultades especiales para definir la filosofía, que no estaremos en posición de comprender hasta que examinemos los problemas filosóficos acerca de la definición en general. Esto no es atípico del modo en que parece proceder la filosofía. Sus preguntas pronto parecen adoptar una cre2
Esto es, en gran parte, un resumen de los que fueron intercambios profundos y complejos durante muchos siglos. Lo seguro es que no podemos extrapolar de regreso al pasado nuestras actuales disciplinas. Lo que también se debe tener en cuenta son los procesos, históricamente muy recientes, por medio de los cuales se formaron y establecieron a lo largo de sus propios límites las disciplinas, tal coino las conocemos. Véase Smith (1997).
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ciente dependencia de otras cuestiones, desde antes de que empecemos siquiera a ver cuál podría ser la respuesta. Las que parecían preguntas bastante directas e inofensivas, como "¿Qué es la realidad?", "¿Existen otras mentes?" rara vez obtienen respuestas de la forma "La realidad es tal y tal", o "Sf, existen otras mentes." Las más de las veces esas preguntas lo que harán será provocar otras preguntas: "¿Qué significa. . .?" "¿Cómo podemos determinar si existen o no otras mentes?" "¿Qué normas podemos utilizar para distinguir lo real de lo irreal?", etcétera. Las preguntas filosóficas pueden parecer bastante sencillas pero pronto resulta difícil saber el tipo de respuesta que se les puede dar, entre otras cosas porque el problema de los filósofos parece consistir, en gran parte, en estar en desacuerdo mutuo acerca de los tipos de respuestas que pueden ser aceptables. Las cuestiones filosóficas acerca de la naturaleza de la materia no son del tipo de preguntas a las que pueden responder, por ejemplo, los físicos. Las preguntas filosóficas sobre otras mentes no son del tipo de preguntas acerca de las cuales los psicólogos podrían idear experimentos. Las preguntas filosóficas respecto a la naturaleza de la verdad no pueden recibir respuesta de los juristas. La física, la psicología y el derecho —para seguir con los mismos ejemplos— han de suponer precisamente el tipo de cosas acerca de las cuales la filosofía quiere hacer preguntas. Es tarea de la física hablarnos de la estructura del mundo material,
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de qué está compuesto, por qué se comporta como lo hace, etc.; no es su tarea cuestionar la existencia real de un mundo exterior. La filosofía puede aceptar todo lo que nos dice la física acerca cle la naturaleza del universo material y, sin embargo, seguir planteando sus preguntas sobre, por ejemplo, si la física nos da o no la respuesta final acerca de la naturaleza de la realidad. Gran parte del pensamiento filosófico contemporáneo, especialmente el que atañe a las ciencias sociales, gira en torno de la pregunta de si la "ciencia" ocupa un lugar especial y privilegiado en el pensamiento humano acerca de la realidad; es decir, si la ciencia representa una forma superior cíe conocimiento y, en tal caso, ¿por cuáles medios? Ilustremos esto con un ejemplo prosaico. Ocasionalmente, cuando nos paseamos por los campos ingleses, tropezamos con unos vehículos que llevan pintada, en la parte trasera y a los lados, la palabra "Leche". Al ver ese camión una conclusión bastante obvia es que se trata de un vehículo destinado a llevar leche, recogiéndola de las granjas para entregarla a la lechería. Pero, ¿cuál es la base de esta inferencia? ¿El hecho de que la palabra "Leche" aparezca en el vehículo? Más que probablemente, pero, ede qué depende esta suposición? Por una parte, depende de saber que "Leche" se refiere a lo que el vehículo transporta. Y sin embargo, corno bien lo sabemos, en los camiones pueden tar espintados nombres o palabras que no se refieren a lo que transportan. A veces a un lado está pintado el nombre de la empresa o del propietario, o el
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nombre de algún producto. Entonces, ¿cómo sabemos que el vehículo en cuestión transporta leche? "Leche" habría podido ser el propietario del vehículo, o una empresa, o hasta la marca del camión. ¿Cómo podemos estar seguros de nuestra afirmación? ¿Qué clase de afirmación es ésta? ¿Es una afirmación acerca de lo que creemos, o acerca de lo que sabemos? Desde luego, podríamos exponer muchas razones para sostener nuestra afirmación: era un camión-cisterna; "Leche" no es un apellido común y, hasta donde sabemos, no es el nombre de una empresa, y sería extraño utilizarlo como sobrenombre, etc. Tal vez una acumulación de tales razones podría "equivaler" a la convicción de que estamos en lo justo: este camión sí transporta leche. Pero, ¿por qué? Las razones aducidas incluyen una referencia a nuestra experiencia personal, nuestro conocimiento personal, las prácticas de los fabricantes de vehículos, las empresas de transporte, los conductores de camiones, y aún más cosas. ¿Hasta dónde necesitamos llegar antes de poder establecer sin la menor duda el nexo entre el letrero "Leche" y la función del vehículo? Podría argüirse que no hay una cantidad de creencias y razones personales que basten; lo que necesitamos es ver el interior del camión. Pero, una vez más, ¿qué hace que el resultado de contemplar el interior resulte más seguro o corroborativo que las razones que ya habíamos ofrecido? Aún podemos engañarnos. ¿A qué conclusión deberíamos llegar si el camión estuviera Ile-
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no de whisky y no de leche? ¿Tendríamos que acusar a su conductor de contrabandista? ¿Llegar a la conclusión de que interpretamos mal el letrero y que "Leche" se refiere a un líquido brillante, color ámbar, que llega de Escocia, y no a un líquido blanco denso que procede de las vacas? Pero, cualquiera que sea nuestra conclusión, la idea es que nos veríamos embrollados en cuestiones acerca de la naturaleza de la evidencia y, por medio de éstas, acerca de la naturaleza del mundo: cómo conocemos ciertas cosas y creemos en otras, cómo sabemos que las cosas son verdaderas y falsas, qué inferencias se pueden hacer legítimamente a partir de varios tipos de experiencias, en qué consisten las inferencias, qué clase de cosas integran el mundo, etc. Desde luego, al hacerlo empezamos a perder algo de nuestro sentido de la dirección: las experiencias familiares se vuelven dudosas y hasta los hechos aparentemente más evidentes, seguros y comunes parecen expuestos a la duda. Nótese que estas preguntas surgieron de una cotidiana capacidad que tienen las personas para comprender, en este caso, lo que significaba el letrero pintado al costado de un camión. Como tal, no incluye el uso de ningún tipo de conocimiento esotérico, aunque podríamos querer decir que sí incluye un conocimiento culturalmente adquirido.3 3 Con esto sólo queremos decir que se necesita tener experiencia de una cultura en que tales camiones desempeñan su oficio de la manera descrita. El desconcierto ordinario de esta 1»dole no es lo que tratainos aquí.
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Podemos establecer esas conexiones en forma rutinaria, y normalmente sin mayor vacilación. 12 capacidad de leer las señales de los caminos, los letreros de los paquetes o las botellas, los titulares de los periódicos, los nombres de las calles, etc., son parte integrante de nuestras aptitudes cotidianas. Y en ese caso, ¿por qué hacer el tipo de preguntas que acabamos de plantear? Desde luego, en cierto nivel no hay ninguna razón para que lo hagamos. Sin duda no es probable que discusiones filosóficas de esta capacidad establezcan gran diferencia en el modo en que intervienen en nuestras vidas diarias y las afectan. Y sin embargo, estas cuestiones filosóficas siguen ejerciendo una influencia preocupante engendrando y perpetuando la incertidumbre y la ansiedad acerca de las posibles fuentes de la autoridad intelectual. La ontología, la epistemología y la autoridad intelectual
Una de las razones principales de que la filosofía y la ciencia social sigan profundamente interconectadas es el modo en que los científicos sociales se han adherido a la visión filosófica conocida como "fundacionismo". Esta visión considera a la epistemología —la investigación de las condiciones de la posibilidad de conocimiento— como previa a la investigación empírica. No es necesario asegurar la posibilidad del conocimiento empírico en contra
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de la persistente duda escéptica, el tipo de duda que plantea argumentos en el sentido de que nunca podemos conocer nada acerca del mundo real y exterior, nunca podemos, legítimamente y con plena confianza, afirmar que conocemos algo. Para protegernos contra este tipo de escepticismo se arguye que la posibilidad y la realidad del conocimiento no deben ser concluyentemente demostradas identificando métodos o medios sólidos e irrefutables de adquirir conocimiento. Si podemos sentirnos seguros de nuestro derecho a la confianza que, por ejemplo, a menudo sentimos sobre nuestro conocimiento científico, entonces no es necesario que podamos demostrar que nuestro sistema de conocimiento está edificado sobre fundamentos sólidos. Así pues, fundacionismo es la idea de que el conocimieíito verdadero debe descansar sobre un conjunto firme e indiscutible de verdades indisputables a partir de las cuales se pueden deducir lógicamente nuestras creencias, reteniendo así el valor de verdad de las premisas fundacionales de las que se derivan, y en términos de las cuales pueden ser lícitos nuestros métodos de formar nuevas ideas sobre el mundo y de investigarlo. La influencia del fundacionismo es tan fuerte en las ciencias sociales que se da por hecho que la prioridad de los fundamentos no sólo es lógica sino también temporal. De este modo, es común que las cuestiones filosóficas —especialmente las epistemológicas— sean consideradas como las primeras y preliminares que se deberán abordar con objeto de
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poder establecer métodos sólidos de investigación, antes de la propia investigación empírica. Como pronto veremos, las propias concepciones de la naturaleza y la organización de la investigación social a menudo se derivan de una u otra concepción filosófica respecto a la naturaleza de la investigación científica. Como resultado, enfoques y técnica de investigación se desarrollan frecuentemente como aplicaciones y demostraciones de nuestros prejuicios filosóficos. Por consiguiente, el objetivo de gran parte de la investigación social consiste, de hecho, en mostrar la diferencia que establece la adopción de un punto de vista filosófico particular, especialmente en cuestiones epistemológicas. La consecuencia es que la crítica de los resultados de la investigación y de los métodos que los generan va dirigida, a menudo, a través de ellos, contra las concepciones filosóficas subyacentes, y son hechas con frecuencia desde una posición filosófica diferente y conflictiva. Vemos así que es difícil considerar que las ciencias sociales representan disciplinas que producen descubrimientos empíricos acumulativos, descubrimientos que se levantan unos sobre otros dentro de marcos más o menos establecidos. En cambio lo que tenemos, en diversos grados, son unos argumentos filosóficos que están basados en torno a descubrimientos empíricos putativos y provocados por ellos. "¿Cómo es posible, si lo es, que obtengamos conocimiento del mundo?", es la pregunta principal de la epistemología. Relacionada con ella viene otra
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de no menor importancia: "¿Qué tipos de cosas existen realmente en el mundo?", pregunta que pertenece a la rama de la filosofía conocida como ontología. Dicho en pocas palabras, la epistemolog-ía se preocupa por evaluar las afirmaciones acerca del modo en que podemos conocer el mundo y, como tal, incluye cuestiones sobre qué es conocer algo. Como preguntas filosóficas, éstas no se refieren tanto a métodos particulares de investigación o técnicas de recabación de datos, o ni siquiera de cuestiones de hechos específicos. Se supone que son cuestiones generales que se interrogan respecto a estos particulares métodos de las técnicas, o bien los hechos que supuestamente están establecidos por su uso, y si satisfacen los requerimientos generales para poder decir que sí, en realidad, conocemos algo. Desde luego, tales preguntas presuponen que podemos identificar esos requerimientos generales, y todas las controversias epistemológicas son acerca de la naturaleza de estos supuestos requerimientos. Es evidente que las cuestiones ontológicas y las epistemológicas no están desconectadas. Puede suponerse que la capacidad de cualesquiera métodos o procedimientos para darnos conocimientos de lo que existe ha de depender, en parte, de aquello que se va a conocer. Sin embargo, importa insistir en que las preguntas ontológ-icas y epistemológicas no pueden recibir respuestas de la investigación empírica, ya que se dedican a examinar, entre otras cosas, la naturaleza y el significado generales de la misma. No podemos investigar empíricamente la cuestión
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de si existen o no cosas que pudieran llamarse "hechos empíricos". Parece que podemos establecer algunos hechos particulares —como, por ejemplo, cuál fue la tasa de suicidios en el Reino Unido en 1973—, pero preguntar qué es lo que justifica esa afirmación es algo muy distinto de preguntar si en realidad existen hechos y, de haberlos, si nuestras maneras ordinarias de descubrir las cosas pueden darnos la base para establecer su existencia. Ésta no es una pregunta empírica, pues suponer que podemos darle respuesta acumulando hechos equivaldría a cometer petición de principio. Más bien invita a responder en términos de reflexionar sobre las presuposiciones mismas del conocimiento y de la identidad de los hechos. Esta reflexión obviamente no se puede hacer en términos de hechos, pues la idea es preguntar si en realidad existen algunos hechos, qué caracteriza —si acaso— algo como hecho y cómo identificar correctamente esos hech os. En nuestras vidas cotidianas y en nuestra práctica profesional de investigación tenernos bases abundantes sobre las cuales estamos dispuestos a afirmar y defender nuestra pretensión de conocer algo. Pueden incluir, segun los casos, referencia a métodos experimentales, procedimientos correctos de análisis, fuentes autorizadas, inspiración espiritual, edad, experiencia, etc.; es decir, referencia a los procedimientos colectivamente acreditados como "buenas razones" para conocer. Es de esta pública licencia colectiva de la cual prácticamente se deriva
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la autoridad intelectual de nuestro conocimiento, aunque basarse en ella no siempre es garantía suficiente de que conocemos. Lo que aquí estamos subrayando es la naturaleza arraigada de nuestras pretensiones de conocimiento y la forma en que, en condiciones apropiadas, ciertos motivos particulares adquieren categoría de autoridad; pero, por la naturaleza misma de los motivos, se los puede desafiar y refutar. Dicho de otra manera, en caso de alguna afirmación particular de conocimiento, puede haber razones por las que motivos normalmente considerados "buenos", no resultan "suficientemente buenos". Ver si los motivos en que de ordinario nos basamos soportarán un interrogatorio más intensivo es uno constituye los objetivos que impelen a la filosofía. Pero, si recordamos el ejemplo del camión de leche, ¿cómo podría haber duda acerca de los hechos, de que transportaba leche, o dudas sobre cómo podríamos descubrir cuáles son los hechos? En el sentido práctico ya mencionado, no hay ninguna razón, salvo en los casos en que, por ejemplo, existan sospechas de contrabando, engaño o casos similares que, asimismo, son muy prácticos. En casos como éstos, simplemente estamos dando por sentado, y no reflexionando escépticamente sobre un marco de normas dentro del cual hacemos nuestros juicios, sobre si existe evidencia pertinente y suficiente para establecer hechos similares. Pero tales afirmaciones, y la evidencia de la cual dependen, sólo pueden expresarse cuando existe algún marco
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para fundamentarlas como afirmaciones y evidencia sobre las cuales sea razonable preguntar: "Aunque este marco sea bastante bueno para todo fin práctico, en realidad ¿basta para establecer una identificación indiscutiblemente segura del modo en que realmente son las cosas en el mundo?". Desde luego, en un sentido práctico aprendemos tales marcos como parte de lo que aprendemos acerca del mundo. Sin embargo, en un sentido filosófico, esta realidad no nos lleva a ninguna parte porque es posible que lo que aprendemos sea erróneo, y así ocurra sistemáticamente. Podemos estar soñando, ser engañados o cegados por el prejuicio personal o haber aprendido prácticas culturales y creencias falsas. En otras palabras, se considera posible ser "profundamente escéptico" acerca de todo el marco dentro del cual se ubican nuestros juicios específicos. 4 Es decir, podemos dudar de todo nuestro modo de descubrir el mundo y, en el caso del escepticismo más extremo, podemos dudar de que sea siquiera posible saber algo. Al fin y al cabo, podemos limitarnos a señalar la variedad de opiniones y concepciones acerca del mundo que son o han sido sostenidas por diversas sociedades históricas —creencia en la brujería, dioses sentados en las cumbres de las montañas, la procreación como resultado de saltar sobre el fuego, el poder de la magia y muchas más— para sugerir que no podemos 4 La fiase "profundamente escéptico" fue tomada de Phillips (1996), que constituye una excelente introducción a la filosofía y sus problemas.
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permitirnos confiar demasiado en la validez de nuestras propias concepciones, pues bien podríamos estar equivocados. Entonces, en ese caso, surgen preguntas sobre cómo podemos saber si el mundo en realidad es lo que parece ser para nosotros; es decir, si nuestras propias creencias son sólidas. Eso no puede hacerse ofreciendo lo que, en otros contextos, contaríamos como prueba empírica concluyente, ya que lo que se está poniendo en duda es el hecho de que dependamos de esa supuesta evidencia. Después de todo, los dioses de la antigua Grecia, por ejemplo, eran hechos reales e indiscutibles para los miembros de esa sociedad, que, a su vez, acaso consideraran una especie de magia ciertos hechos de nuestro mundo, como el motor de combustión interna, la televisión o la aviación. Pero no es claro lo que puede implicar esta diferencia acerca de la naturaleza del conocimiento en general. ¿Se engañaban los antiguos griegos; cómo podemos demostrar que se engañaban y, lo que es aún más importante para nosotros, que no estamos tan engañados como ellos? ¿Qué nos da derecho a pronunciarnos contra los antiguos griegos dado que, para todo fin práctico, la facticidad de sus dioses era algo de lo que ellos no podían dudar? ¿Qué hace nuestras certidumbres más seguras que aquéllas, tan fervientemente sostenidas por los antiguos griegos? Algunas de estas cuestiones serán consideradas más 'ampliamente en el capítulo vi y en los siguientes. La epistemología se ocupa particularmente de la
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necesidad de encontrar respuestas al más persistente escepticismo. Se concentra en tratar de asegurarse de que hay verdades que pueden sostenerse contra toda duda posible, o en constatar si es inevitable reconocer ante el escéptico que, a la postre, no podemos estar verdaderamente seguros de nada y que hasta nuestras certidumbres dilectas no son más que cuestión de una confianza injustificada. En realidad, una de las actividades principales de las teorías del conocimiento ha consistido en lo que Quinton llama dar "cuenta del orden lógico de la justificación" (Quinton, 1973: 115). A menudo esto ha adoptado la forma de una búsqueda de las certidumbres indiscutibles que puedan dar fundamentos seguros al conocimiento humano; es decir, pensar en el conocimiento como una estructura similar a un edificio que necesita estar cimentado sobre una base estable, junto con la creencia concomitante de que hay algunas creencias más básicas que otras, y por l'a cual se pueden sostener y justificar estas últimas. Si pudieran formularse tales creencias, de las que es imposible dudar, podrían disponerse todas las creencias en un orden jerárquico, en cuya base se encontrarían aquellas que, aunque justificaran a las de arriba, no requerirían por sí misnras un apoyo justificatorio. Esta concepción particular, conocida como "fundacionisrno" y ya mencionada, a últimas fechas se ha identificado como uno de los componentes clave en la formación de 11 "filosofía moderna", es decir, el periodo que ha transcurrido desde el siglo xvit, y fue legada
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a épocas ulteriores por la obra de René Descartes (1596-1650), a menudo considerado padre de la filosofía moderna. El ataque al "fundacionismo" y su rechazo han sido algunos de los rasgos principales del pensamiento reciente y una clave de la reconstrucción radical de la filosofía misma. Raíces sociales e históricas de la filosofía
Lo que hasta aquí se ha dicho acerca de la ontología y la epistemología parecería presentarlas como si fueran esfuerzos que de alguna manera estuviesen apartados de las circunstancias sociales e históricas en que aparecieron. Y, en realidad, ésta ha sido indudablemente una de las motivaciones de la filosofia; es decir, descubrir principios que sean generales en el sentido de tener aplicación universal y que todos pudieran desear conocer de una manera igualmente universal, cualesquiera que fuesen sus circunstancias personales, sociales e históricas. Sin embargo, y como lo mostramos brevemente antes, las concepciones del mundo han cambiado a lo largo de la historia, ¿y por qué habrían de ser diferentes las concepciones filosóficas? La filosofía ha contemplado característicamente su historia como una sucesión de intentos progresivos por identificar estos principios universales. Pero es posible —y hoy se arguye vigorosamente y por muchas distintas razones—, que el concepto de progreso en el conocimiento pudiera ser una ilusión y, por lo tanto, que
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también la noción de avance hacia unos principios generales válidos en filosofía fuese una ilusión. Tal vez debiéramos prestar atención al consejo de Toulmin (1972: 1-14) de no tratar las formas de la episternología —y, puede suponerse, también de la ontología— como si expresaran más acerca de la naturaleza social e histórica del periodo en que se originaron que si dijeran algo acerca de las verdades últimas. Como ya lo hemos mencionado, muchos de los debates metodológicos de las ciencias sociales deben comprenderse en relación con el surgimiento y el bdto de las ciencias naturales y el modo en que los filósofos han interpretado la naturaleza y las consecuencias de este bdto. Descartes y Locke, dos de las grandes figuras en cuya obra se fundamentó el "periodo moderno" de la filosofía occidental, fueron hombres de su época y analizaron los principios del conocimiento humano ante el trasfondo de las ideas que por entonces circulaban acerca del orden de la naturaleza y del lugar del hombre en él y, con ello, hicieron mucho por aclarar y elaborar esas ideas que circulaban por entonces. Según dice Toulmin, dieron por sentados "lugares comunes", los cuales no necesitaban una justificación filosófica: en primer lugar, que la naturaleza era fija y estable, y que podría conocerse por medio de principios de comprensión igualmente fijos, estables y universales; en segundo lugar, que había un dualismo entre la mente y la materia; esta última era inerte mientras que la mente era la fuente de la razón,
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la motivación y otras funciones mentales; por último, que el ejemplo del verdadero conocimiento, de la certidumbre incorregible, lo aportaba la geometría, contra la cual debían juzgarse todas las otras pretensiones de conocimiento. Podemos ver cómo semejante concepción aportó a la vez una descripción ontológica básica del mundo y unas prescripciones epistemológicas sobre cómo se podía investigar ese mundo. Llamó la atención de científicos y filósofos hacia la estructura del universo material, a su cuantificación y medición y a su descripción en términos de principios teóricos racionales. A lo largo del tiempo esto quedó establecido como la versión autorizada del mundo, como un conjunto de instrucciones sobre cómo debía ensamblarse sensatamente el mundo. Subrayaba el método sistemático, la importancia de poner a prueba las ideas cotejándolas con la naturaleza misma, en lugar de derivar explicaciones con base en suposiciones teológicas, de comunicar el conocimiento a una confraternidad científica y acumular hechos acerca del mundo que fueran congruentes con las teorías explicativas. Se convirtió en una concepción sumamente difundida entre científicos y filósofos. A la obra teórica más detallada dentro de las varias disciplinas se le daba validez intelectual por el grado en que parecía congruente con esta concepción y, al hacerlo, se reafirmaba continuamente la concepción misma. Hubo muchas y diferentes escuelas teóricas aun dentro de una sola disciplina —racionalistas, ernpiristas, corpuscularistas, vorticistas—, que fueron consideradas
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congruentes con los principios ontológicos y epistemológicos planteados. La idea es que estos principios fijaron el contexto del debate dentro del cual las diferentes escuelas combatían sus desacuerdos. En pocas palabras, durante cierto tiempo fueron estos principios los que ejercieron la autoridad intelectual. Una conciencia de los contextos sociales e históricos de las pretensiones de conocer plantea un problema que, una vez más, será abordado adelante de manera más cabal, lo que tiene que ver con la relatividad del conocimiento. Surge de la idea de la determinación social del conocimiento, lo que significa abandonar la ambición de garantizar la verdad de nuestros modos de pensar contra los de otros tiempos y lugares. Aunque los "lugares comunes" de la cosmovisión del siglo xvii —cosmovisión, dicho sea de paso, que era específica de los grupos cultos de Europa— mantuvieron una poderosa influencia a lo largo de los siglos siguientes, ninguno de ellos tiene hoy el mismo significado o se le sostiene con la misma convicción. Las ideas de la evolución y de un universo originado en un Big Bang ya no sostienen la concepción de un universo fijo e inalterable. De manera similar, la distinción entre la mente y la materia, que era una verdad de "sentido común", ya no tiene la misma fuerza clara y brillante que en su momento tuvo. También la invención de la geometría no euclidiana tuvo un efecto devastador sobre la creencia en que el esquema geométrico euclidiano era el marco del universo;
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paradójicamente le dio más espacio a la geometría como creación humana, útil y poderosa para propósitos particulares, pero la privó de su categoría especial de representante principal de la certidumbre y de encarnación de una norma universal de conocimiento. Mas si esos principios "evidentemente ciertos" de tiempos pasados pudieron desplazarse, ¿pueden las certidumbres de nuestro tiempo y lugar librarse de un destino similar? Las creencias fundamentales han variado de un lugar a otro y de un momento a otro, y a muchos les parece que no hay razón para suponer que, a largo plazo, nuestras certidumbres resultarán ser más duraderas que sus predecesoras. Si cambian, entonces, ¿implicará su desplazamiento alguna progresión, una evolución del conocimiento hacia formas mejores, o sólo se pueden juzgar los sistemas de conocimiento en sus propios términos, como producto de unos medios sociales e históricos particulares? ¿Tenemos derecho a hacer juicios negativos y despectivos de formas de conocimiento ajenas a las nuestras, como por ejemplo la creencia en la hechicería, o en medicinas que se basan en concepciones muy diferentes de la enfermedad y que, sin embargo, han mostrado una eficacia notable, al menos en las culturas a las que sirven? Estos ejemplos —y podríamos presentar muchos más— plantean agudamente la cuestión de la relatividad de las normas de conocimiento o, dicho de otra manera, las fuentes de nuestra autoridad intelectual. ¿Cómo juzgamos entre diferentes sistemas
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de conocimiento? ¿Existen normas claras e inequívocas, como las que Platón y Descartes consideraron geométricamente representadas, por las cuales podamos determinar si lo que sabemos es cierto o no? En suma, ¿hay alguna fuente universal de autoridad intelectual, o todo conocimiento es simplemente relativo a la sociedad y al periodo en que se vive? Preguntas como éstas, por muy abstractas que puedan parecer, son importantes para ayudarnos a comprender lo que estamos haciendo cuando, entre otras cosas, nos dedicamos a la investigación social para producir conocimiento. Para redondear este capítulo inicial deseamos relacionar algunas de las observaciones generales anteriores acerca de la naturaleza de la filosofía con el proceso de la investigación social.
LA FILOSOFÍA Y EL PROCESO DE INVESTIGACIÓN
En términos generales, la investigación se efectúa con objeto de descubrir algo de lo que todavía no se sabe. Sin embargo, esto es en términos muy generales. Si observamos lo que pasa por investigación en las ciencias sociales y humanas, por ejemplo, lo que encontrarnos es una variedad de actividades que van desde encuestas para descubrir la relación existente entre diversos factores sociales, hasta personas que pasan el tiempo observando cómo trabajan otras personas, o efectúan experimentos en laboratorios, así corno la revisión y crítica doctas de
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las ideas de X, o elaboran un nuevo enfoque dentro de la disciplina, y hasta una crítica de la labor existente sobre X, y más aún. En otras palabras, es difícil ver exactamente lo que tienen en común estas actividades que las convierte en investigación, aparte de tratar de formular o de descubrir algo nuevo. Lo que podemos decir acerca de ellas es que son actividades razonadas en el sentido de que deben efectuarse con escrupulosidad, con rigor, sopesando minuciosamente los testimonios y los argumentos, en forma metódica. Es decir, son actividades cultas.5 Desde luego, esas actividades pueden efectuarse bien o mal —de allí la palabra "debe"—, pero lo ideal es que tengan al menos las cualidades mencionadas, y serán juzgadas por el grado en que las posean. Sin embargo, en conexión con las actividades científicas —y por el momento podemos incluir las ciencias sociales bajo este rubro—, se ha dicho que no sólo interviene la simple cultura, por usar este término. Descartes y Locke legaron a sus sucesores la idea de que el éxito peculiar del conocimiento científico se debe a que poseía un método, el método científico, un corpus de procedimientos seguros que, de ser aplicados con los escrúpulos y el compromiso apropiados, producirán con certeza 5 No pretendemos implicar que la preocupación por este tipo de cosas sólo pueden manifestarla los académicos. Desde luego, esa preocupación puede mostrarse en toda clase de ocupaciones y actividades. Nuestra idea es subrayar la calidad de las actividades, en lugar de atarlas a algún papel institucional.
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el conocimiento del mundo. La identificación del
método científico parecía ser una parte vital de la solución del "gran problema" de la epistemología, a saber, encontrar un medio seguro de conocer dentro de las concepciones fundacionistas. Todas las técnicas que típicamente asociamos con la ciencia, como experitnentos, puesta a prueba de hipótesis, teorías, el escrutinio público de métodos y resultados, mediciones, etc., se considera que encarnan el método científico. Pero —y éste es el punto en que resurgen las cuestiones filosóficas—, siempre podemos preguntar: "¿Por qué estas técnicas o procedimientos, y no otros?", "¿Qué clase de garantías nos ofrecen estos métodos y técnicas que no nos ofrecen otros?" Por consiguiente, el legado de Descartes y Locke es la búsqueda y la investigación de qué hay en las prácticas de la ciencia que encarna este método que las hace superiores, que les da mayor autoridad intelectual que otras. Sin embargo, hace relativamente poco tiempo ha arraigado la idea de que ésta es la búsqueda de una quimera. Como veremos, Paul Feyerabend, filósofo de la ciencia, ha sostenido de la manera más extrema y dramática (aunque su predecesor Karl Popper y su contemporáneo Thomas Kuhn han promovido la misma idea) que no existe un "método científico" que esté en uso general entre los científicos y que sea la piedra de toque del conocitniento. En las ciencias sociales este tipo de preguntas adquiere una dimensión adicional, a saber, el hecho de que, en diversas formas, los temas de las ciencias
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sociales sean también temas para los miembros de la sociedad. En realidad, resulta más que plausible sostener que las ciencias sociales brotaron de las preocupaciones políticas, económicas y sociales de la vida ordinaria. Caso en el cual el problema de la autoridad intelectual para las ciencias sociales es: ¿qué hace que el conocimiento científico social sea superior al del hombre o la mujer de la calle, el periodista, el político, el revolucionario, el aborigen de las islas Trobriand, o el intolerante en materia racial? Dicho de otra manera, ¿cuál es la base de su autoridad intelectual? No será sorpresa para nadie descubrir que las respuestas a estas preguntas no pueden ser directas. Las dificultades aumentan si echamos así sea una ojeada pasajera a lo que hacen los investigadores sociales cuando dicen que están dedicados a su investigación. La preparación de los investigadores sociales consiste normalmente en que se les pide dominar ciertas técnicas de cuestionario, los principios de diseño y análisis de encuestas, los recovecos de las estadísticas, tal vez hasta programación y modelación en computadora, etc. Desde luego, el énfasis dado a diferentes técnicas dependerá de la disciplina en cuestión: el investigador sociológico tal vez deberá también saber de etnografía así como de técnicas estadísticas, el economista deberá saber aún más sobre modelación matemática avanzada y estadística, mientras que el historiador probablemente se preocupará por desarrollar habilidades en la interpretación de distintos tipos de testimonio
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documental. Estas habilidades pueden aprenderse y utilizarse como parte del oficio. Investigar un problema es cuestión de utilizar las habilidades y técnicas apropiadas para realizar la tarea requerida dentro de unos límites prácticos; la cuestión de juzgar finamente la capacidad de un instrumento particular de la investigación para obtener los datos requeridos ya es, en sí misma, una habilidad. En pocas palabras, es tratar los métodos de investigación como tecnología, y —no nos equivoquemos— sin esta actitud no sería posible la "ciencia normal", para tomar la frase de Kuhn (1996). Sin embargo, la causa de la pertinencia de las cuestiones filosóficas del tipo antes revisado, aunque los métodos de investigación bien puedan ser tratados como simples instrumentos, es que en realidad actúan dentro de conjuntos de suposiciones. Muchas de ellas son afirmaciones teóricas acerca de la naturaleza de la sociedad, de los actores sociales, de la interacción. Por ejemplo, las entrevistas dependen, para su uso, de pretensiones "teóricas" acerca de cómo debe realizarse la entrevista con objeto de llevar al máximo la validez de las respuestas del interrogado. El orden de las preguntas en un programa de entrevistas o un cuestionario se justifica por las presuposiciones acerca de las mejores maneras de ganarse la confianza de los interrogados para que respondan a las preguntas más íntimas sin cohibirse demasiado. Desde luego, muchos de estos compromisos teóricos son poco más que reglas generales, aunque no por ello pierdan vali-
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dez, pero otros son, mucho más explícitamente, pretensiones teóricas. La idea es que ninguna técnica o método de investigación (y esto puede decirse tanto de las ciencias naturales como de la ciencia social) se justifica por sí mismo. Su eficacia, su estatus mismo como instrumento de investigación que haga reductible el mundo a la investigación empírica, depende del tipo de "presuposiciones instrumentales", como las llama Cicourel (1964), antes esbozadas. Además, también métodos y técnicas dependen de justificaciones epistemológicas. Como lo ha observado Sheldon Wolin: El empleo de un método [...1 requiere que el mundo sea de un tipo y no de otro. El método no es una cosa para todos los mundos. Presupone una cierta respuesta a un tipo kantiano de pregunta. eCómo debe ser el mundo para que sea posible el conocimiento del metodólogo? [Wolin, 1973: 28-291 Lo que no está daro, pese a la anterior explicación de la filosofía preocupada por dar autoridad intelectual, es si realmente es capaz de concederla.6 Lo indudable es que para la mayoría de los investigadores, sean de las ciencias naturales o de las huII La cuestión de la propia autoridad intelectual de la filosofía ha sido recientemente atacada por los construccionistas sociales, quienes sostienen que la filosofía misma ha sido forjada por su cultura y que, por lo tanto, no es más segura que cualquier otra forma de conocimiento. Véase, por ejemplo, Bloor (1976). Antes, Wingenstein se ocupó de cuestionar, en sus últimas obras, la naturaleza de la filosofía misma.
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manas, a menudo la investigación filosófica parece ajena a sus actividades, y se puede sugerir que el grado en que se preocupan por lo que tenga que decir la filosofía es motivado más por una búsqueda de seguridad, como justificación de lo que de todas maneras se está haciendo, que como guía práctica. Sea como fuere, los propios filósofos no están más de acuerdo acerca del estatus que desean reclamar para su investigación que sobre cualquier otra cosa. Algunos filósofos tienen unas concepciones muy modestas de la posición de la filosofía, tal vez considerándola apropiadamente subordinada a la ciencia, y desempeñando algún papel "sublaboral", como opinaba John Locke o como, en nuestros tiempos, piensa W. V. O. Quine. En el papel de sublabor, la filosofía constituye una ayuda para la ciencia, aclara confusiones y suprime otros obstáculos que pudieran inhibir el progreso científico. Por otra parte, los grandes metafísicos, como Descartes, Kant, Hegel y, más recientemente, los fenomenólogos Husserl y Heidegger, propusieron ciertas visiones de la naturaleza de la filosofía como una aventura mucho más poderosa para evaluar las pretensiones de la ciencia. Por ejemplo, Husserl consideró que la filosofía debía ser la "primera ciencia", indicación de su prioridad sobre las ciencias empíricas. Los filósofos han llegado a cuestionar, como lo hizo Wittgenstein y, a su especial manera, los positivistas lógicos, si la filosofía, al menos su parte metafísica, pudiera tener algo significativo o importante que decir en su propio
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nombre. Wittgenstein arroja dudas sobre el concepto mismo que ha motivado gran parte de la filosofía occidental: a saber, que el conocimiento necesitaba fundamentos.? Desde luego, dado que la naturaleza de la filosofía, y su relación con otras formas de conocimiento, es, en sí misma, tema importante de la disputa filosófica, no hay una verdadera base para que nosotros defendamos alguna opinión sobre estos temas como la concepción inequívocamente correcta de la relación entre la filosofía y la investigación social. Sin embargo, lo que sí se puede reconocer es que en la ciencia social están representadas muchas opiniones diferentes acerca de la relación. Discutir cuestiones filosóficas no es algo que quede limitado a quienes han recibido una preparación profesional en esa disciplina, y gran parte de la disputa dentro de las ciencias sociales es tanto acerca de temas filosóficos —a menudo dirigida sobre la base de argumentos derivados de la obra de filósofos reconocidos— como de cuestiones propiamente científicas o empíricas. Lo que nos interesa aquí son las cuestiones filosóficas que se plantean en torno a los métodos apropiados de la investigación social, aunque muchas de estas cuestiones tendrán un peso mayor que los simples métodos de la investigación social, abarcando temas que son de naturaleza teórica. Por necesidad, 7 Wittgenstein (1958). Véase también Anderson el al. (1988, cap. 8), para un resumen de las ideas de Wittgenstein.
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gran parte del análisis se relacionará con la filosofía de la ciencia, puesto que mucho del pensamiento de la ciencia social respecto al método ha sido moldeado por una u otra concepción de la naturaleza general de la ciencia. La pregunta de si alguna ciencia social determinada es en realidad una auténtica ciencia, sólo una pseudociencia, o si por alguna otra razón carece de los requerimientos de las ciencias auténticas y maduras, es un poderoso motor de las disputas sobre la naturaleza de las ciencias sociales y de la investigación que se efectúa en ellas; se considera que la investigación fue planeada para acercar las potenciales ciencias a la categoría de ciencias por derecho propio. Dado que las ciencias sociales comúnmente insisten en medirse contra la concepción de uno u otro filósofo de los atributos de las ciencias más triunfantes, las ciencias sociales, desde su aparición en el escenario intelectual, han ido constantemente acompañadas por una sensación de fracaso, por su incapacidad de hacer que sus logros puedan compararse con los de las ciencias naturales a las que han tomado como modelo. Sus fallas prácticas, así como sus fallas intelectuales, también son agua para su molino: a pesar de la economía, seguimos teniendo crisis económicas, lo cual a menudo se atribuye a los políticos por no atender a sus asesores económicos que, en todo caso, hablan con voces muy diferentes; los políticos culpan a los científicos sociales por no enfrentarse a "los problemas de nuestro tiempo", y así sucesivamente.
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La categoría de las ciencias sociales no se ha definido. Por ejemplo, dentro de la sociología estallan debates sobre si puede ser científica a la manera de las ciencias naturales, lo que a su vez ha producido un extenso compromiso con la filosofía de la ciencia en sus repetidos intentos por comprender lo que se necesita para ser considerado ejemplo de conocimiento científico auténtico, y si la sociología puede tener siquiera esperanzas de satisfacer esos requerimientos. También hay inquietud sobre si en realidad se justificó el pesimismo de hace una década, aproximadamente, cuando muchos eminentes metodólogos empezaron a dudar de los logros y cuestionaron la dirección de los procedimientos para la investiga: ción social que ellos mismos habían apoyado antes. Aún más recientemente tenemos el más drástico "giro posmoderno" que trata de abandonar las premisas mismas en que se había basado la ambición de una ciencia social desde los primeros años del siglo xrx y, antes, durante la Ilustración. Puede dudarse de que la reflexión filosófica sobre estos problemas y otros llegue a resolverlos, ya que los problemas son tan difundidos y variados. Sin embargo, lo que puede decirse es que algunos esfuerzos por despejar el terreno filosófico no se perderán. LA RAZÓN DE SER DE ESTE LIBRO Podría decirse que nuestro interés está en la metodolog-ía de la investigación social; es decir, en un
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examen de los medios de obtener conocimiento del mundo social. En lo tocante a los métodos de la investigación social, nos esforzaremos por analizar el tipo de afirmaciones que pueden hacerse acerca del conocimiento que producen. Esto exige considerar las teorías del conocimiento en que están basadas y plantear preguntas acerca de su verosimilitud filosófica. En un libro relativamente breve, como éste, no podemos hacer más que presentar unos puntos centrales seleccionados entre las que nos pai ecen algunas de las principales cuestiones de la filosofía de la investigación social. Como veremos, uno de los problemas de la filosofía, sobre todo en un contexto como el de las ciencias sociales, en que las cuestiones filosóficas están profundamente arraigadas, es que resulta difícil tratar temas paso a paso, de una manera bien definida, sin deformarlos gravemente. A la filosofía se le puede aplicar una observación hecha por Wittgenstein acerca del lenguaje: "Se acerca uno desde un lado y se orienta uno; se acerca uno al mismo lugar desde otro lado y se desorienta" (Wittgenstein, 1958: § 203). Es decir, una de las cosas más difíciles en filosofía —aunque no sólo en ella— es ver con claridad cuál, precisamente, es el problema. Podría tenerse la suerte de ver con claridad las cosas desde una dirección, pero desde otra parecería que estamos envueltos en una niebla. Otra de las imágenes de Wittgenstein acerca de las investigaciones filosóficas, la de desenrollar una bola de estambre, lo que exige primero tirar de un hilo, y luego de otro, volver al primero, y luego
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tirar de otro más, etc., representa estar atravesando en varios sentidos un mismo terreno intelectual. Lo que esto implica es que a menudo puede ser difícil seguir un argumento en forma lineal. Será necesario tomarlo, luego dejarlo de lado, antes de volver a tomarlo en un contexto diferente y desde otro ángulo. Ésta será ciertamente una necesidad de nuestra presentación aquí; los mismos temas y pensadores aparecerán y reaparecerán en diferentes puntos de la exposición, y un mismo argumento será pertinente a cuestiones muy distintas. La consecuencia es que resulta imposible ofrecer una visión general que incluyera todo lo que interesa a la filosofía de la investigación social. Como lo hemos dicho antes, nuestro objetivo es ofrecer unos puntos centrales, y lo que encontraremos es que, aunque puedan arrojar luz sobre un sendero, en la sombra nos acechan desviaciones que indudablemente pueden ser de interés, pero que no tenemos suficiente espacio para analizar. También descubriremos que hay cuestiones que no dejan de salir a la superficie bajo varias guisas, pero no son simples disfraces. Aparecen con suficiente frecuencia para que valga la pena considerarlas, una vez más, desde una posición diferente . El libro está dividido en dos partes que intentan representar, de manera muy simplificada y esquemática, el curso principal de los acontecimientos que afectaron la relación entre la filosofía y la ciencia social en el periodo transcurrido desde 1945. El acontecimiento clave durante este periodo, en lo tocante a la filosofía de la investigación social, han
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sido las diversas reacciones contra el positivismo y sus metodologías y métodos asociados. Por consiguiente, la primera parte del libro —de los capítulos u al tv— abarca la posición positivista, sus problemas y algunas de las razones de su rechazo. La segunda parte, a partir del capítulo y, trata de la secuela del rechazo generalizado, aunque nunca universal, del proyecto positivista. La estructura del libro también pretende ser instructiva acerca de la relación entre la filosofía y los métodos de la investigación social. Es fácil confundirse y representar erróneamente la naturaleza de la reacción contra el positivismo. En particular es demasiado fácil interpretarla de modo erróneo como negación de toda utilidad de esas técnicas de la investigación social supuestamente patrocinadas por el positivismo, como la encuesta social, los cuestionarios y las técnicas del análisis estadístico. Es común, pero en nuestra opinión erróneo, presentar el argumento contra el positivismo como un argumento contra, por ejemplo, la encuesta social. O, a la inversa, suponer que indicar algunos usos válidos que pueden darse a la encuesta social en sociología —por ejemplo en los tipos de sociología que están muy cerca de la recabación de datos con propósitos administrativos— es ofrecer una defensa contra las críticas del positivismo. 8 El hecho de que se pueda reconocer cierta utilidad modesta y limiS Sobre el desarrollo de la encuesta social véase Ackroyd y Hughes (1991).
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tada de la encuesta social es algo en gran parte improcedente en la discusión sobre el positivismo (véase Marsh, 1982). El programa positivista no era modesto, ni se satisfacía fácilmente con la adopción de alguna recabadón de datos y técnicas de análisis, útiles pero limitadas. Antes bien, era un proyecto extremadamente ambicioso y de altos vuelos, que pretendía nada menos que lograr la drástica transformación de las ciencias sociales, aplicando las normas de pensamiento, que le parecían más exigentes y llevando sus resultados hasta los más altos niveles de validez, comparables con los de las ciencias naturales. Como veremos, la idea positivista es que existen una unidad y unos fundamentos básicos de todos los conocimientos, que son aportados por la unidad de la ciencia. Por consiguiente, las ciencias sociales deben ser básicamente las mismas que las ciencias naturales, y capaces de lograr realizaciones igualmente grandiosas. Por ello el blanco de las críticas al positivismo no es la encuesta social como tal, ni sus instrumentos auxiliares, como el análisis estadístico, la entrevista o los cuestionarios. Al fin y al cabo, la encuesta social, por ser un recurso práctico desarrollado pragmáticamente, no tiene una identificación necesaria con los ideales, las aspiraciones o los requerimientos del positivismo. Esto no es decir que la encuesta social o, para el caso, cualquier método, carezca de problemas o que, como método, no contenga nada de interés filosófico. La encuesta social se convirtió en foco de la crítica al positivis-
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mo por la categoría que le fue asignada dentro del proyecto positivista, en que se la trató como el parangón mismo de la práctica de la investigación social, y como el medio por el cual se podían recabai datos rigurosos y materiales, reductibles a un análisis cuantitativo. En una ejemplificación de la visión positivista, sumamente importante para la dirección de la investigación social desde 1945, se consideró que la encuesta social era el método principal para transformar la naturaleza de la ciencia social, que ayudaría a llevarla a una nueva época, en la cual las teorías podrían ser construcciones formales expresadas en términos lógico-matemáticos, y no en el lenguaje natural, y en que los datos se podrían analizar cuantitativamente. En su apogeo, durante el decenio de 1950 y comienzos de 1960, el positivismo en la sociología angloamericana tendió a mostrar una marcada arrogancia, inclinándose a suponer su propia categoría de parangón, rechazando secamente toda sugerencia de que pudiese haber otros enfoques. Es esto lo que debemos tener en mente en relación con los actuales intentos por hablar, en términos razonados y modestos, en nombre de la encuesta social y sus técnicas asociadas. La objeción original a estos métodos fue que no había parangones del método sociológico. Aunque puedan tener cierta utilidad práctica tal como los emplean los científicos de nuestros tiempos, difícilmente podría vérselos como los instrumentos de la transformación de la investigación social tal como lo plantea el positivis-
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mo. Por ello, el problema fue el grado en que se habló de las prácticas sociales y las realizaciones de la encuesta social, mostrándola como movimiento ejemplar y progresivo en el avance de la investigación social hacia la auténtica categoría de "ciencia dura". Por consiguiente, el escepticismo acerca del grado en que a) la investigación por medio de encuestas encarnaba algún grado particularmente excepcional de rigor científico en relación con otros posibles métodos de investigación; b) los ideales positivistas eran practicables y apropiados dentro de la investigación social, y c) la investigación por encuestas en realidad estaba resolviendo —en lugar de enredar— profundos problemas de método, puede coexistir, más o menos cómodamente, con la idea de que la investigación por encuestas no carece de toda utilidad y que, en el futuro previsible, puede ser un método tan prácticamente eficaz como podamos desearlo para abordar ciertos tipos de problemas de la investigación social, y ya no el único método legítimo para abordar todos los problemas de las ciencias sociales. La investigación por encuestas, despojada de toda conexión con el proyecto positivista y, por lo tanto, de la sugestión de que quienes adopten la encuesta y hagan uso de las últimas técnicas de manejo estadístico están dando los primeros pasos por la vía real hacia una verdadera ciencia, puede seguir empleándose. Pero se convierte en una actividad sin una significación particular para las ciencias sociales. También queda privada de su coartada: que sus resultados actuales
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pueden ser problemáticos y deficientes, aun según sus propias normas, pero que estas fallas deberán pasarse por alto en vista de que se está haciendo el esfuerzo al servicio de las normas y ambiciones más elevadas y exigentes. Vemos así que un logro de la crítica de la investigación social consistió en romper su conexión con las políticas del proyecto positivista. Hemos dedicado cierto tiempo a revisar los diferentes lugares ocupados por las críticas de ciertos métodos de investigación social, empleando esa revisión como ejemplo, y ciertas críticas al proyecto positivista como ilustración de la conexión —frecuentemente poco clara— entre lo que un método puede lograr en la práctica y las pretensiones que pueden hacerse en su nombre. Como veremos, la propaganda de la encuesta y los métodos asociados como parangones de la investigación social científica oscureció su utilidad auténtica, si bien modesta, sometida a un virulento ataque que habría debido dirigirse contra las pretensiones del proyecto positivista. Sin embargo, para nuestros propósitos del momento lo importante es que son las pretensiones hechas en nombre de la investigación y de sus métodos, especialmente las filosóficas, las que deben ser sometidas al más minucioso escrutinio. Toda sensación de que en este libro se está cometiendo una injusticia contra el positivismo al someterlo a la crítica más violenta y exigente debe quedar mitigada por el hecho de saber que el proyecto, en su auge en las ciencias sociales, a menudo
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fue una doctrina arrogantemente presuntuosa que desdeñaba, de modo sumario, todas las alternativas concebibles; en general era dogmática en sus respuestas a las críticas y las discusiones, además de jactanciosa sobre sus propias metas y logros. Por otro lado, aunque tendremos mucho que criticar acerca del proyecto positivista, ni por un momento sugerimos que ha sido definitivamente rechazado. En realidad, en ciencias sociales y en filosofía es raro encontrar resultados concluyentes. Como veremos, hay poderosos elementos de la concepción positivista que aún persisten en las ciencias sociales, aunque en estos días rara vez en forma completamente madura. Sin embargo, la reacción contra el positivismo lo destronó de su posición eminente y lo colocó en otra posición filosóficamente mucho más atacada, lo que alentó los esfuerzos revisionistas en un intento por superar sus problemas. Aunque ya hemos sugerido que en la ciencia social los positivistas no fueron precisamente modestos en sus tratos con quienes no estaban de acuerdo con ellos, erróneo sería suponer que no estaban conscientes de las dificultades a las que se enfrentaba su propia posición; es decir, que no eran conscientes de las dificultades de realizar efectivamente —en contraste con prescribir programáticamente— sus aspiraciones científicas. Sin embargo, la respuesta característica consistió en considerar que estas dificultades sólo eran problemas provisionales que se resolverían según los parámetros del propio proyecto positivista. De este modo, la exposición de
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la historia del positivismo progresará a través de un bosquejo de: a) La formación y elaboración de los principios fundamentales del positivismo. b) Los debates intramuros sobre el problema de especificar y aplicar doctrinas positivistas en los métodos de investigación. c) Las críticas externas, que no veían las dificultades del programa positivista como manifestaciones de dificultades temporales en la aplicación de un proyecto bien formado, sino, más bien, como fallas fundamentales. A mediados y finales de los sesenta la oposición al proyecto positivista alcanzó toda su fuerza y a menudo condujo al desarrollo de grandes dudas, no sólo acerca de la validez de los programas que alentaban a las ciencias sociales a emular a las naturales sino también, con frecuencia y en última instancia, acerca de la validez de las propias ciencias naturales. Una manera de desafiar el proyecto positivista fue condenarlo por presentar la "ciencia" como una aventura única y privilegiada que entregaba el conocimiento último de la realidad, y afirmar en cambio que la ciencia sólo era una entre una pluralidad de modos en que se podía representar la realidad; no peor, tal vez, pero ciertamente no mejor que otras versiones de la realidad, incluso conflictivas. El relativismo se convirtió y se ha mantenido como un continuo tema de debate. Ciertamente llegó a difundirse la sensación de que en el periodo positivista hubo un sentido injustifi-
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cado de certidumbre, relacionado con los objetivos y los logros de la ciencia, lo que significa que las cuestiones epistemológicas regresaron al tapete sobre todo con respecto al grado en que era posible mantener un escepticismo acerca del conocimiento "positivo". No sólo se expresaron dudas respecto a lo apropiado de las ciencias naturales como modelo de la ciencia social, sino que algunos llegaron a preguntarse si era posible tener un conocimiento de la realidad. En la segunda parte del libro consideramos algunas de las consecuencias más profundas que surgen del abandono del positivismo y el grado en que este abandono también entraña abandonar la búsqueda de la certidumbre que fuera, en alto grado, característica del positivismo. Sin duda puede sostenerse que el positivismo sostenía una imagen indebidamente restringida de lo que era permisible en la ciencia y, por lo tanto, intentaba excluirla de las actividades de la ciencia social que podían hacerse, muy válidamente, en nombre de la ciencia. Así, y como ejemplo, los positivistas en la investigación social solían sobrestimar hasta qué punto las ciencias naturales eran de naturaleza cuantitativa (la física podría ser absolutamente cuantitativa y matemática, pero, ¿qué decir de la botánica?) y subestimar de modo burdo las dificultades a las que se enfrentaban los intentos serios de medición en la ciencia social, menospreciando el grado en que podría llegar a surgir una auténtica comprensión cuantitativa a partir de interpretaciones ricamente
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cualitativas. En el nivel de la investigación, como ya lo indicamos antes, la crítica al proyecto positivista no tendía tanto a proscribir el uso de técnicas como la encuesta social, ni unos modelos matemáticos y estadísticos primitivos, como el análisis causal de opciones, sino que pretendía despejar un espacio legítimo dentro de las ciencias sociales para aquellos tipos de la obra de investigación de formas predominantemente cualitativas que el positivismo tendía a desdeñar.9 El argumento es que el camino hacia la cuantificación en las ciencias sociales, si es el que deseamos seguir, puede ser más largo e indirecto que el intentado por el proyecto positivista, y que acaso se tenga que viajar durante una larga etapa de previa labor cualitativa. En el periodo actual, quienes sostienen la validez de la investigación cualitativa no necesariamente tienen que disociarse del objetivo positivista de una ciencia social en toda forma y cuantitativa. Más bien, pueden tratar esto como un objetivo que sólo es alcanzable, si acaso, tras un lapso mucho más largo que el planeado por el proyecto positivista. Además, dado lo remoto de ese resultado a largo plazo, tan lejano de las condiciones y prácticas actuales de las ciencias sociales, aún no hay necesidad de asociarse con el proyecto positig En algunos casos la investigación cualitativa fue expropiada por los métodos llamados positivistas al aplicarla, por ejemplo, en una investigación piloto preliminar y útil, para ayudarse en el diseño de una investigación por medio de métodos más cuantitativos, como la encuesta social.
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vista, pues sus prescripciones fueron planeadas en general para tratar el alcance de la teoría formal y la cuantificación como cosas a corto plazo. Como veremos, al fundamentar esto en conceptos un tanto erróneos de las prácticas ejemplares de la ciencia natural, los esfuerzos del positivismo a este respecto no tomaron en cuenta las cuestiones sustantivas de las ciencias sociales, pues no era posible incluirlas dentro de las limitadoras restricciones de método que los positivistas intentaban imponer. Así, un punto en contra del proyecto positivista era que tenía una idea errónea incluso de lo que deseaba hacer. Sin embargo, aunque algunos pueden considerar que aspiran, no menos que el positivismo, a la categoría científica, y que sólo difieren en los medios para alcanzar tal objetivo, hubo otros para quienes el problema era más bien el de la categoría privilegiada asignada a la ciencia dentro del plan positivista. Como lo hemos señalado, el positivismo consideraba que la ciencia era muy especial, que era la encarnación de una interpretación autorizada, universal y final de la naturaleza de la realidad, y superior a todas las otras formas de interpretación. La disociación de esta concepción privilegiada de la ciencia ha sido rasgo clave de muchos de los movimientos del pensamiento en las ciencias sociales a partir de la década de 1960, y es la consecuencia de algunas de estas disociaciones intentadas la que estudiaremos en la segunda parte del libro.
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Una opinión, analizada en el capítulo vi, es que la inapropiada fijación de los positivistas en el intento de dar una explicación, como queda ejemplificado en su entusiasmo por el esquema hipotético-
deductivo de la teoría, no tomó en cuenta hasta qué punto el estudio histórico y la investigación social se hacen en realidad sobre una materia enteramente distinta de la suposición de la vida social sometida a generalidades con valor de leyes. Subrayaron la explicación a expensas de la comprensión. Este punto debe plantearse de dos maneras diferentes para evitar en lo posible la confusión que puede surgir por los diferentes significados que pueden tener "explicación" y "comprensión". Puede argüirse que "explicación" es una forma de interpretación y que, por consiguiente, debemos expresar la crítica al proyecto positivista de la siguiente manera. Los positivistas identificaban la interpretación con una sola forma de ella, a saber, la que se logra por medio de un esquema teórico formal y general. En otras palabras, no apreciaron la diversidad de formas de interpretación, los diferentes tipos de explicación que se pueden dar con toda validez. Ante todo, no apreciaron que las clases de explicación y de interpretación que buscan otros seres humanos no son del tipo teórico y ni siquiera necesariamente del científico. También podría argüirse que la "explicación" es distinta de la "comprensión", y en realidad lo opuesto, si comprendemos esta última como el tipo de transacción que ocurre entre personas, de una
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manera que no ocurre con los fenómenos inanimados, cuando un individuo intenta captar el significado de lo que dice el otro, es decir, ver el sentido y el significado de lo que dice y hace. Es el tipo de "comprensión" que buscan las otras partes en una conversación, por ejemplo, y que surge en las ciencias sociales en la medida en que implican comprender "otras culturas" como su primera tarea y, de hecho, la principal. En uno y otro caso es posible argüir que los problemas de las ciencias sociales se asemejan mucho más al problema de llegar a una comprensión recíproca en una conversación que a los de los naturalistas que intentan llegar a generalizaciones, sin excepción, para los fenómenos naturales. Es decir, los problemas y soluciones metodológicos de las ciencias sociales son de una índole que intenta abarcar unas comunicaciones difíciles u oscuras, y no del tipo que se dedica a alcanzar generalizaciones estadísticas válidas. A menudo se cree que esta opinión expresa la naturaleza "hermenéutica" de las ciencias sociales. La hermenéutica fue precisamente un método de "comprender", un método para interpretar comunicaciones oscuras y problemáticas, a saber, las que se habían originado en el intento por comprender más claramente textos antiguos, pero que llegó a aplicarse a todo tipo de comunicación. Intentaba crear métodos válidos para interpretar escritos bíblicos y similares, y por ello la idea de la hermenéutica como concepción general es la de desarrollar métodos válidos para comprender a otros,
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en especial a aquellos que están histórica y culturalmente muy distantes.1° Es perfectamente posible considerar la hermenéutica como parte importante de la ciencia social sin por ello rechazar de modo necesario la noción de que estas ciencias son, empero, científicas, como lo dijeron, por ejemplo, Ivlax Weber y Alfred Schutz. Sin embargo, también es posible considerar que el carácter "comunicativo" de los intercambios sociales indica que tienen una índole de temas esencialmente distinta de las ciencias, y que aceptar el enfoque hermenéutico viene a desplazar cualquier tipo de concepción científica para las ciencias sociales, como lo hacen Winch y Gadamer. También podemos considerar que alcanz.ar la "comprensión" en el sentido hermenéutico es una fase metodológica en una serie de fases de la investigación. Por ejemplo, Weber pensó que alcanzar un entendimiento del significado de un actor era una etapa de la investigación que iría seguida por una fase en la que se establecieran conexiones causales que validaran las conexiones, establecidas sólo hipotéticamente, por medio de sentidos de comprensión. En lugar de pensar en los conceptos científicos como algo que putativamente remplazara los conceptos empleados por los miembros de una sociedad, el énfasis hermenéutico en la "compren1° Nótese que "hermenéutica" es el nombre de una u-adición particular, y no todos aquellos que, como Peter Winch, quieren plantear argumentos similares, desearían contarse entre quienes recomiendan esta tradición.
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sión" puede producir una discusión sobre hasta qué punto los conceptos de la ciencia social dependen y se derivan de conceptos de sentido común y no rivalizan con éstos, lo cual también puede llevar a afirmar que la pertinencia de las interpretaciones de sentido común es materia para el estudio científico social y no parte de una evaluación desdeñosa de éste contra las normas supuestamente universales que ofrece la ciencia. Y esto nos lleva a los debates de la racionalidad. El concepto de que la ciencia es autorizada y universal es adoptado por muchos científicos sociales, y no sólo por los de orientación formalmente positivista, en el sentido de que la ciencia puede ofrecer una norma para la evaluación de la conducta, que podemos utilizar para juzgar si las actividades de otros son, si acaso, plenamente racionales. A veces se emplea el término "racional" con este significado: lo que está de acuerdo con el actual conocimiento científico. Esto tiene que ver con la conexión o "racionalidad", con la idea de acción efectiva. Las personas tratan de adaptar los medios a los fines, y pueden ser eficaces o no al hacerlo. La ciencia nos dice cuál es la naturaleza del mundo, cómo funcionan realmente las cosas. Entonces, debería poder decirnos si un determinado conjunto de medios puede servir en realidad para alcanzar el fin buscado. Si las personas tienen concepciones que difieren de las de la ciencia o hasta las desafían, y si basan sus acciones en ellas, entonces no deberían ser capaces de alcanzar esas metas. Por ejemplo, si la
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ciencia nos dice que no existe la magia, las personas que tratan de alcanzar metas por medios mágicos están condenadas al fracaso. En ese sentido, quienes se valen de la magia son irracionales. Esta idea de que la ciencia ofrece una norma universal para todos, y lo hace basándose en una captación definitiva de la naturaleza de la realidad, se ha vuelto, en opinión de muchos, un rasgo particularmente nocivo. Se ha planteado la pregunta —y se la expondrá en el capítulo vit— de si la ciencia puede ocupar legítimamente su posición privilegiada, y si el concepto de racionalidad antes esbozado es en realidad apropiado y útil en el intento de comprender a otros seres humanos. El debate de la racionalidad es casi inevitable y conduce a acusaciones y contracusaciones sobre la cuestión del relativismo. La negativa a privilegiar la ciencia, ¿significa que sólo es tan buena —y no mejor— como la magia primitiva? Negarse a privilegiar la ciencia puede provocar la sensación de que se están perdiendo profundas certidumbres. La ciencia parece ofrecer la perspectiva de un punto de referencia estable fuera de la turbulencia de puntos de vista contendientes, y una visión general, cuasidivina, de las cosas, que es objetiva y está por encima de la parcialidad y de la perspectiva que de otra manera predominan en la vida humana. Esta opinión parece negar el hecho de que la ciencia, después de todo, es otra actividad humana, y presuponer lo que no podemos reconocer incuestionablemente, a saber, que la ciencia puede elevarse por encima de la condición huma-
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na. La ciencia es un fenómeno cultural, y si las culturas son locales, parciales y de perspectiva, entonces tal vez la ciencia sea eso mismo, expresando puntos de vista particulares pero intentando hacerse pasar por algo especial. Da sus pasos en la rivalidad de las culturas y no sobre la base de su captación de la auténtica naturaleza de la realidad misma, sino por su efectivo desempeño al presentarse dotada de sus grandes pretensiones y persuadir a otras personas, por medios buenos o malos, de que la acepten. De este modo, el objetivo no es partir de suposiciones acerca de la presunta objetividad de la ciencia —su universalidad, superioridad o finalidad— sino poner estas preguntas al principio. Se trata no sólo de saber si la ciencia tiene de-. recho a reclamar este privilegio, sino si la objetividad buscada por ella es siquiera posible. Este tipo de escepticismo tiene consecuencias para las opiniones de quienes han supuesto que pueden restablecer las ciencias sociales sobre la base de una preocupación por el "significado" mediante unas metodologías del tipo hermenéutico, pues si se le niega concluyentemente toda objetividad, entonces tampoco en el significado puede haber objetividad. En el capítulo vitt nos explayaremos sobre este tema. Una última palabra. Por nuestra preparación somos sociólogos y así, sobre el principio de que los autores deben escribir de acuerdo con sus puntos fuertes (si los tienen), la mayoría de los ejemplos y de las ideas se derivan de esta ciencia social en par-
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ticular. Sin embargo, no debe pensarse que otras ciencias sociales no experimentan los problemas que analizaremos; por el contrario. A lo largo del libro, y a menos que una exposición precisa exija lo contrario, utilizaremos el término "ciencia social" por conveniencia, y recordaremos al lector que la categoría científica de estas disciplinas está en juego en todo lo que sigue.
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III. EL POSITIVISMO Y EL LENGUAJE DE LA INVESTIGACIÓN SOCIAL Como ya se dijo, gran parte de la motivación del positivismo se debió a una opinión enérgicamente sostenida de que las ciencias sociales debían esforzarse por emular las más avanzadas de las ciencias naturales. Aceptar esta ambición era una cosa, pero realizarla era otra. No estaba claro lo que había en las ciencias naturales que las hacía tan superiores, al parecer, como formas de conocimiento. Por lo general se aceptaba que la física era la más avanzada de las ciencias naturales y por ello encarnaba con la mayor claridad el que debía ser el método científico, pero aún se discutía sobre cuál era esa característica de la física que la hacía sobresalir tanto. Sin embargo, entre quienes deseaban seguir su ejemplo no se prestaba mucha atención a las prácticas reales de las ciencias naturales. Los sociólogos, por lo general, tomaban de la filosofía de la ciencia sus ideas acerca de las ciencias naturales; el positivismo era su principal inspiración. Seguir el supuesto "método científico" tal como lo describía el positivismo era la principal ruta a lo largo de la cual los sociólogos, desde 1930 hasta el decenio de 1960, esperaban avanzar en la dirección señalada por la más triunfante de las ciencias naturales y, a la postre, igualar sus logros. 100
A pesar de todo, debe notarse que entre los sociólogos de inspiración positivista había discusiones (como todavía las hay, aunque la adhesión directa al positivismo se ha reducido desde los sesenta, pero sigue teniendo influencia y partidarios) por cuestiones como la naturaleza de la explicación científica, si las teorías de la ciencia social podían alcanzar la certidumbre categórica de las teorías de la ciencia natural o si sólo podían llegar a conclusiones probabilistas, si la norma fundamental que distinguía los planteamientos científicos era la refutación o la verificación, de los no científicos, etc. En cierto momento estos debates formaron parte de las cuestiones principales de la filosofía de la ciencia social (véanse, por ejemplo, Papineau, 1978; Ryan, 1970). Sin embargo, algunos positivistas estaban interesados en convertir su programa en una práctica y en realizar parte de la investigación empírica que su filosofía consideraba importantísima. Trataron de idear instrumentos científicos apropiados para la investigación social. En este capítulo nos dedicaremos a analizar estos intentos por descubrir cómo. Si se debía seguir el ejemplo de las ciencias naturales, entonces, ¿cómo hacerlo? ¿De qué manera la idea general positivista del método científico podía aplicarse a la vida social? EL LENGUAJE DE LA OBSERVACIÓN Uno de los rasgos importantes de las filosofías positivistas de la ciencia fue la preminencia otorgada
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a la investigación empírica en la producción de conocimiento. Se afirmaba que todos los grandes avances científicos habían resultado de la paciente acumulación de hechos acerca del mundo, para producir las generalizaciones conocidas como leyes científicas. Ante todo, la ciencia era una empresa empírica y su base estaba en la observación de lo que podemos llamar "datos brutos", es decir, datos que no son resultado de interpretaciones del juicio ni de otras operaciones mentales subjetivas (véanse Anscombe, 1957-1958; Taylor, 1978: 60). De la misma manera que los naturalistas o científicos naturales describían y clasificaban fenómenos anotando "datos brutos" como la forma, el tamaño, el movimiento, etc., así también los sociólogos o científicos sociales habían de definir y precisar los fenómenos de su interés. Los positivistas sostenían, entonces, que la objetividad de la ciencia dependía del hecho de que existe un "lenguaje de observación", teóricamente neutro, en el que los investigadores pueden hacer la descripción más escueta de su experiencia directa del mundo, presentando así datos de los que el científico puede estar absolutamente seguro, ya que describe lo que ha sido observado en forma directa. Sin embargo, las teorías científicas tratan de ir más allá de lo que simplemente se ha observado, para explicar los fenómenos observados y, por consiguiente, deberán crear hipótesis acerca de lo que no ha sido directamente observado pero que, por ejemplo, sólo se puede inferir a partir de ello. Por
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eso, el lenguaje de la observación es ontológica y epistemológicam ente primario; ontológicamente porque informa de fenómenos que se han observado, y epistemológicamente porque son estos fenómenos observados los que presentan los objetos de explicación y los datos de la ciencia.' En el lenguaje de la observación, las declaraciones pueden ser directamente evaluadas como verdaderas o falsas, sin más que relacionarlas con los "hechos" observados del mundo. El concepto de un "lenguaje de la observación" establecía, para los positivistas, la conexión entre el lenguaje y el mundo, e implicaba una "teoría de la correspondencia de la verdad", a saber, que las declaraciones hechas en el lenguaje de la observación coinciden directamente con los fenómenos observados; por consiguiente, la verdad de una declaración, incluyendo las declaraciones teóricas, quedará determinada por su correspondencia con los hechos observados. A partir de las declaraciones teóCarnap (1967, la. ed. en Alemania, 1928), por ejemplo, da una explicación de todo el aparato del discurso científico en términos de una similitud recordada entre impresiones sensoriales. Éstos son los elementos básicos a partir de los cuales se construyen, con ayuda de la lógica, los conceptos de las cosas materiales, otras mentes e instituciones sociales. Los temas del pensamiento se encuentran en varios niveles, reductible cada uno al que lo precedió. Las declaraciones de nivel superior se justifican por inducción a partir de declaraciones de los niveles inferiores; las declaraciones del nivel más bajo no necesitan ni pueden tener justificación inferencia,. En este punto el sistema de declaraciones hace contacto, por medio de la observación, con el inundo del hecho empírico "bruto".
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ricas, se podían deducir y comprobar las implicaciones sobre los hechos que debían ser observables, compulsándolas contra las declaraciones de la observación. De este modo podía elegirse entre teorías rivales viendo cuáles hechos observables debían seguirse a partir de diferentes principios, y luego comparando éstos con las declaraciones de la observación, para ver qué consecuencias predichas coincidían mejor con los hechos observados. La importancia de la "neutralidad teórica" del lenguaje de la observación queda así de manifiesto; los hechos se pueden plantear en términos que no dependen ni se derivan de las suposiciones de cualquiera de las dos teorías rivales, permitiéndoles así ser comparados contra testimonios observacionales ind,ependientes. Por lo tanto, las teorías deben ser de tal claridad que permitan hacer una comparación inequívoca con los hechos, de modo que pueda decirse de modo definitivo si los hechos lógicamente implicados por una teoría prescribían o no prescribían lo que se había observado que ocurría. Si correspondían, entonces la teoría era cierta; si no, era falsa. Más adelante, en manos de los positivistas lógicos, el hecho de que una teoría pudiera ser aprovechada en el sentido de que confirmara o rebatiera inequívocamente las declaraciones de la observación se convertiría en norma del sentido mismo de la teoría y por lo tanto, en cierta forma, en manera de distinguir las declaraciones científicas de las metafísicas.
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Los positivistas lógicos
Los positivistas lógicos propusieron la versión que tal vez sea más clara y más influyente del positivismo en el siglo xx. El grupo comenzó en Viena a finales de los veinte, encabezado por Ernst Mach, Mauritz Schlick y Rudolf Carnap.2 Habrían de darle a la filosofía positivista de la ciencia una forma y un sistema que servirían para convertirla en la visión predominante de la primera mitad del siglo xx. Al igual que otras formas de positivismo, ellos rechazaron la metafísica al reconocer sólo dos tipos de proposiciones: la analítica y la sintética. Las proposiciones analíticas incluían las de las matemáticas y de la lógica que, por sí solas, no tienen nada que decir acerca de los hechos empíricos del mundo pero que son verdaderas o falsas por virtud de las reglas y definiciones del sistema formal al que pertenecen. De este modo, la proposición 2 + 2 = 4 es verdadera por causa de las definiciones contenidas en el sistema numérico utilizado, de igual modo que "este libro rojo es de color" es tautológicarnente cierto por virtud de la conexión que hay entre las palabras "rojo" y "color". "Rojo" es una palabra que define un color, entre otros, y por lo tanto utilizar una de las palabras que significan color es, precisa2 COMO es bien sabido, muchos miembros del Círculo de Viena fueron a Estados Unidos antes de la segunda Guerra Mundial y ejercieron gran influencia sobre la filosofía de la ciencia norteamericana, así como sobre la filosofía en general. Véanse, por ejemplo, Ayer (1959) y Achinstein y Barker (1969).
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mente, decir que es de color. Decir "Este libro rojo no es de color" sería contradecirse. En contraste, la verdad de las proposiciones sintéticas queda verificada por la observación empírica, es decir, al determinar si lo que la proposición dice corresponde o no a los hechos del mundo. La verdad de la proposición "este libro es rojo" no depende del significado de sus palabras constitutivas, sino de que se haya identificado el verdadero color del libro. Si en realidad el libro es de color verde, entonces la proposición es falsa. El hecho de que la proposición sea verdadera o falsa puede determinarse viendo cuál es el color del libro. Sin embargo, las declaraciones que no son tautologías ni declaraciones empíricas no son proposiciones y, por lo tanto, carecen de sentido. Las declaraciones religiosas, morales y estéticas, junto con las metafísicas, fueron consignadas así al basurero del absurdo o a un destino apenas mejor, reducidas a declaraciones acerca de gusto o preferencia personal, ya que no eran verificables ni por observación empírica ni por deducción lógica. Por ejemplo, la declaración "Este cuadro muestra dos perros y un gato" es una declaración empírica y sintética. Declara algo que es directamente observable en el cuadro. Podemos ver en el cuadro si en él aparecen, o no, dos perros y un gato. Pero la declaración "Este cuadro es hermoso" no nos dice nada por el estilo. En la pintura no hay nada directamente observable que podamos señalar como evidencia observable o falsedad de la afirmación. Por con-
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siguiente, para algunos positivistas lógicos este último tipo de declaración no nos dice nada, y carece de sentido. Ya se chjo que otros tolerarían tales declaraciones como expresiones de gusto personal. Pero no nos dicen nada acerca de la pintura sino acerca de la persona que hace la declaración, y equivalen a decir: "Me gusta este cuadro". Utilizando el ejemplo de Ayer como nueva ilustración, "el Absoluto entra en la evolución y el progreso, pero es incapaz de hacer éstos" no es una frase analítica y, ni siquiera en principio, es verificable; es una locución "literalmente insignificante".3 El principio de verificación, es decir, si una declaración puede compararse con algunos hechos directamente observados, sirvió de norma para decidir si una declaración era significativa o no. El positivismo lógico también difirió de las versiones decimonónicas del positivismo al subrayar el carácter lógico del método científico, así como del empírico. La lógica siempre había sido un problema para las filosofías positivista y empirista, dada su insistencia en lo empírico como fuente del conocimiento, y de allí su rechazo de las doctrinas racionalistas como apenas mejores que las metafísicas. Algunos, como J. S. Mill, plantearon tina interpretación empirista de la lógica y de las matemáticas. Para Mill la lógica y la matemática pura consistían en proposiciones que eran generalizaciones a partir 3 Esto fue tomado de Ayei (1990: 114). La selección fue tornada de Ayer (1946), quien cita al hegeliano británico F. H. Bradley cotno fuente del ejemplo.
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de la experiencia; según esto, declaraciones matemáticas como 2 + 2 = 4 eran susceptibles de refutación empírica. Los avances de la lógica formal desde mediados del siglo xtx ofrecieron una solución a la desconfianza con que las filosofías empiristas veían la lógica y las matemáticas. La lógica —y las matemáticas como rama de la misma— llegó a ser considerada como una colección de reglas formales para construir proposiciones y estipular las condiciones en que, dentro del sistema formal, podían tomarse como verdaderas o falsas. En otras palabras, la lógica formal elabora la estructura relacional de términos dentro de un sistema simbólico, pero en sí misma carece de todo contenido empírico. La lógica puede decirnos, por ejemplo, que si la proposición a es verdadera, entonces la proposición p, que se sigue deductivamente de ella, también debe ser verdadera, sin que importe lo que declaren, respectivamente, las proposiciones a y p. Sin embargo, la lógica no tiene nada que decir sobre sí a es o no es verdadera. De este modo, aunque estuvieran más allá de la experiencia, la lógica y las matemáticas, en contraste con la metafísica, expresarán verdades analíticas; es decir, sus declaraciones son verdaderas o falsas por virtud de las reglas para manipular los símbolos. Las verdades matemáticas y lógicas son a priori, no, como pensaban muchos racionalistas, porque reflejan el modo en que funciona la mente humana o pertenecen a un ámbito platónico de esencias, sino porque son analíticas y reciben su verdad del modo en que se han planteado las reglas
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del sistema de símbolos. Una manera de decir esto es afirmar que plantean verdades que son verdaderas por virtud de su significado, y otra es contarlas como verdaderas por convención. Como verdades analíticas, podrían incorporarse a la estructura misma de la ciencia sin temor al contagio de la metafísica. Es decir, sin riesgo de llevar a la ciencia unas verdades que supuestamente eran verdaderas del mundo empírico pero que no eran empíricas y, por lo tanto, no podrían engendrar declaraciones de observación inequívocas. De acuerdo con las normas positivistas, tales declaraciones sólo se entrometerían inútilmente en la ciencia porque carecen de todo sentido y sólo dan una apariencia ilusoria de plantear verdades acerca del mundo empírico. En lo tocante al positivismo lógico, estos desarrollos de la reconceptualización de la naturaleza de la lógica y de las matemáticas constituyeron el fin de la filosofía tradicional. Su principal empeño, el metafísico, había intentado descubrir las verdades fundamentales acerca de la realidad, las cuales eran más profundas o más generales que las que podía alcanzar la ciencia. Para el positivismo lógico las únicas verdades acerca del mundo eran las alcanzadas por la ciencia, porque la metafísica no tenía ningún sentido. El análisis lógico, como método, podía resolver problemas filosóficos y paradojas reconstruyendo los planteamientos filosóficos en el lenguaje de la lógica formal. También ayudaron a reformular el concepto de empirismo. A partir de Hume el conocimiento empírico se había concebi-
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do en términos de ideas o de conceptos, que eran los restos de impresiones sensorias, es decir, cosas creadas en la mente por el contacto causal con cosas del mundo exterior. Éstas eran la fuente, la única fuente, de nuestro conocimiento del mundo exterior, todo lo cual debía llegarnos a través de los sentidos. Como ya se dijo, contra los racionalistas como Descartes, no había ideas innatas, pues si las ideas se creaban en la mente sólo por contacto con el mundo exterior, no podía haber ideas ya presentes en la mente que fueran anteriores al contacto experiencial con el mundo de las cosas. Para los positivistas lógicos, así como para el positivismo en general, la observación empírica del mundo era el fundamento del conocimiento y, por lo tanto, de la ciencia. Sin embargo, quedó claro que la observación empírica no era cosa sencilla. Hasta nuestra experiencia "directa", de sentido común, del mundo que nos rodea —mundo de mesas y sillas, naranjas y limones, programas de televisión, tazas de café, copas de vino y demás— no eran simples percepciones directas sino conjuntos complejos de impresiones sensoriales más básicas, entre otras cosas. Tales experiencias no podían satisfacer el persistente escepticismo y, por lo tanto, no pudieron servir como piedras angulares del conocimiento. En cambio, lo que se necesitaba era la identificación de los datos elementales básicos de la observación, de los que no se pudiera dudar, y sobre los cuales se edificarían estas percepciones más complejas.
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EL LENGUAJE DE LA OBSERVACIÓN Y LOS F-STADOS MENTALES La idea de que el conocimiento se basa en un lenguaje observacional primario o "protocolo" pretendía fincar la ciencia como disciplina empírica, dándole un carácter objetivo, al hacer —en principio al menos— declaraciones que eran exclusivamente acerca de cómo son las cosas en el mundo empírico, declaraciones acerca de cosas que fueran observables, públicamente disponibles para que las observaran otros, y liberadas de todos los prejuicios emocionales, ideológicos y teóricos, ofreciendo así un claro criterio de verdad independiente del capricho y el prejuicio humanos, con lo que quedaría privilegiada su condición de conocimiento del más alto orden. Sin embargo, las dificultades mismas de formular una observación básica adecuada o lenguaje de protocolo indicaron que la observación era cosa compleja. En realidad, hubo empiristas radicales, entre ellos Mach, que desconfiaban hasta de los poderosos conceptos teóricos de la física, como el "átomo" o el "vacío absoluto", ya que estaban fuera de la experiencia. Pero a final de cuentas para los empiristas más moderados la idea de un lenguaje experimental sensorial resultó difícil de establecer. Los hechos simplemente no aparecían. No estaban allí aguardando a que los recogiera de paso algún científico; había que descubrirlos, reunirlos y hacerlos informativos. Todos los "hechos" que Dar-
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win empleó como pruebas de su teoría de la evolución eran "conocidos" antes de que él los empleara. Otros naturalistas habían notado los fósiles muchos años antes que Darwin, y también la flora y la fauna habían sido descubiertas o vistas por otros viajeros. Lo que Darwin aportó fue una manera profundamente radical de redisponer estos "hechos" de modo que hablaran dentro de un marco teórico diferente, a saber, la teoría de la evolución. 4 Así, pues, la observación científica no sólo trataba de "observar directamente", por muy básicos o "brutos" que parecieran ser estos llamados hechos. En lo tocante a los positivistas lógicos, aunque la mayoría de los miembros de esta escuela consideraron que este lenguaje de la observación consistía en hacer informes directos y no inferenciales de la experiencia, exactamente a qué se referían los términos del "protocolo" en el lenguaje observacional fue tema de muchos debates que no llevaron a ninguna conclusión. Algunos sostenían que estos informes de la observación directa se referían a datos sensoriales, es decir, se remitían a la experiencia del observador, inducida en su aparato sensorial, lo que significaba que la "experiencia" era experiencia de un objeto y requería hacer una inferencia a partir de datos sensoriales. Pero para nuestros fines la idea es que, cualquiera que sea la caracterización de estos términos del protocolo, el lenguaje ontológica Como lo veremos más adelante, en el capítulo vi, la relación de los "hechos" con los marcos teóricos se volvió cuestión sobresaliente en la obra de Kuhn y de los construccionistas sociales.
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y epistemológicamente privilegiado fue el observacional, como si se encontrara más allá de toda duda razonable. En lo tocante a la práctica científica, no se sugirió que todos los términos y conceptos descriptivos se pusieran en este básico lenguaje observacional. Todo lo que se necesitaba era que, si se quería que tuvieran sentido, en principio debían ser traducibles o reducibles a declaraciones en el lenguaje observacional. Los positivistas no podían ponerse de acuerdo sobre cómo debía efectuarse esa traducción, y tampoco sobre a qué se referían los informes de la observación. Así, aunque la formulación de un lenguaje observacional primario resultara filosóficamente elusiva, si no ilusoria, se necesitaban otras normas o principios de observación para determinar los hechos. Hasta cierto punto, ya se encontraban implícitos en la teoría positivista del conocimiento. El mundo, fuese natural o social, actuaba de acuerdo con leyes estrictas, y por lo tanto poseía una estructura determinista que la ciencia debía descubrir, una estructura que pudiera ser descrita formal y, como veremos, cuantitativamente. Así pues, en términos metodológicos, la investigación empírica (y aquí podríamos decir que esto para los positivistas significaba la "investigación científica"), equivalía a descubrir las propiedades regulares e invariables de los fenómenos del mundo y las relaciones que había entre ellos; las propiedades debían ser descritas, de ser posible en términos de lo que es rigurosamente observable. De este modo, el físico no se enfrenta a
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bolas de billar o plumas que caen, autos que chocan, agua que hierve, sino a cuerpos de una forma, un tamaño, una masa, un movimiento, una longitud de onda, etc., particulares. Las correlaciones entre esos atributos abstractos constituyen los ingredientes básicos de las teorías científicas. Muchos de esos atributos pueden no ser observables sin la ayuda de instrumentos, pero, a pesar de todo, allí está el principio. Llevada a las ciencias humanas, esta clase de concepción se enfrentó a buen número de problemas. Uno de ellos tuvo que ver con los llamados "estados mentales". Los seres humanos no son simplemente cáscaras externas de forma, tamaño y movimiento; tienen una vida interior que no es accesible a la observación en la forma normal, a menos que la introspección privada se cuente como una forma públicamente disponible de observación. Algunos sostuvieron que lo inaccesible de los fenómenos mentales a la observación directa significaba que no se podía hacerles frente objetivamente, y por ello los excluyeron del domino de la investigación científica. Objetos físicos, acontecimientos físicos y procesos físicos podían describirse en versiones más rigurosas de los cinco sentidos y, por lo tanto, estaban públicamente disponibles. Por otra parte, los estados mentales o estados de conciencia sólo los podía experimentar y conocer verdaderamente una persona: la que estaba pasando por esa experiencia. Algunos positivistas lógicos (el "fisicalismo" de Neurath [19731 con su insistencia en que la ciencia
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sólo podía hablar legítimamente de fenómenos descritos en el vocabulario de la física tal vez fue el más destacado y radical de ellos) afirmaron que la ciencia sólo podía hablar de "mente" en la medida en que lo hiciera en términos cle fenómenos espaciotemporales, como sonidos del habla, expresiones faciales, etc. En otras palabras, las ciencias sociales eran el estudio de la conducta; la concepción de la conducta estaba interpretada de manera sumamente estrecha y confinada tan sólo a los fenómenos que pudieran ser descritos como movimientos físicos. Sin embargo, tan riguroso fisicalismo resultó demasiado radical para la mayoría de los positivistas. Una estrategia más característica consistió en sostener que, aun cuando los estados mentales no fueran observables directamente, ciertos estados mentales particulares sí estaban asociados con manifestaciones corporales físicas específicas y se los podía inferir a partir de ellas. Por ejemplo, si vemos que una persona aprieta los puños, rechina los dientes, y mira fijamente con un rostro enrojecido, razonablemente concluimos que el estado mental que esa persona está experimentando es de ira; en realidad, que la causa de toda su dramática postura es la experiencia interna de ira y rabia. Por consiguiente, se planteó el argumento de que todas las declaraciones que se refirieran a estados mentales podrían ser analizadas en otro conjunto de declaraciones, refiriéndose a señales o manifestaciones corporales visibles. Entonces, los fenómenos mentales podían ser
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observados indirectamente, tratando la correspondiente manifestación conductual externa como índice de los estados mentales "internos". Este tipo de explicación de la relación entre los estados mentales y la conducta manifiesta resultó cómodo para muchos empiristas puesto que, al menos en apariencia, ponía la "mente" en un marco de referencia científico en el que sus rasgos podían ser públicamente observados, trazados, cuantificados y correlacionados. El principio epistemológico de experiencia sensorial corno fundamento del conocimiento científico se mántuvo, y la mente pareció ser conocida por medio de la observación sistemática de acontecimientos o conductas públicamente accesibles, y no de una introspección asistemática y subjetiva. Sin embargo, aunque esta explicación tuviese cierta plausibilidad con referencia a la ira, el placer o el dolor, los seres humanos experimentan "estados mentales" más complejos que éstos. Pueden desear riqueza, categoría o poder, pueden creer en la democracia o en el derecho divino de los reyes, determinar el valor moral de acciones, admirar la belleza de la Gioconda, adorar a Eric Clapton, enamorarse, y muchas cosas más. ¿Podían interpretarme del mismo modo todas estas emociones, creencias, moral y juicios? ¿Se correlacionan estos estados mentales con determinadas manifestaciones corporales, del mismo modo que puede decirse de la ira? Para los positivistas la respuesta tenía que ser afirmativa. Las creencias que la gente alberga, los valores que suscribe, los juicios que hace, sus gustos
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y sus preferencias son, todos ellos, públicamente verificables, ya que se manifiestan en una conducta observable, en artefactos de varios tipos, etc. Estos estados mentales más "complejos" sólo difieren del caso de la ira en su grado de complejidad. Por ejemplo, una persona que adora a Eric Clapton probablemente tenga una gran colección de sus discos, coloque carteles de Eric Clapton en las paredes de su dormitorio, haga todos los esfuerzos posibles por asistir a sus conciertos, etc.; todas son conductas públicamente observables, e indicadores de la pasión de esta persona. Los valores son objetivos en el sentido de que los sostienen personas que, oralmente, pueden informarnos de estos valores y creencias. Los sociólogos no tienen que estar de acuerdo o disentir con los valores y creencias expresados, sino que simplemente pueden informar de ellos o utilizarlos como datos primarios. En suma, los valores que las personas sostienen son tan fácticamente "brutos" como los estratos geológicos, los átomos, los gases, las velocidades, etc. Al emplear instrumentos cuidadosamente construidos, como cuestionarios, escalas de actitud o entrevistas, los sujetos pueden ofrecer respuestas que son reveladoras de estados mentales, y de esta manera proporcionar un acceso objetivo a aspectos importantes de la vida mental humana. El hecho mismo de desarrollar una metodología para investigar los aspectos mentales de la vida humana era parte de una cuestión de mayor envergadura, mencionada antes, de formular principios de
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observación social científica. Se consideró que, para adherirse a lo que el científico natural podía lograr, el lenguaje de la observación de la ciencia social debía consistir en observables objetivamente definidos, y debía ser generalizable y, de ser posible, cuantificable; casi las mismas normas que había exigido Durkheim. En efecto, como el objetivo era satisfacer la visión comteana de descubrir leyes generales de la vida social, los términos básicos del lenguaje científico debían expresar cualidades generales, no particulares. Uno de los pasos importantes de la investigación social a este respecto fue la adopción de términos cuasimatemáticos con los cuales hablar acerca de los datos: el lenguaje de las variables. Esto representó un modo de hablar de los fenómenos sociales dentro de un marco aparentemente neutral en términos de sus atributos y propiedades generales, que los ejemplos particulares poseían o no poseían, o poseían en diversos grados, y que podían compararse entre sí y con otros respecto a sus presuntas causas. El lenguaje de las variables
Hoy es difícil recuperar el impacto revolucionario de esta formulación del carácter de la investigación social y sus fenómenos, pues el lenguaje de las variables se da por sentado en la investigación social empírica.5 Los avances del "lenguaje de las varia3 Como lo escribió Smelser hace algunos años, hablando del lenguaje de la ciencia: "el lenguaje de los ingredientes de la cien-
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bles" debieron mucho a la obra de Paul F. Lazarsfeld (1901-1976) y sus colegas. El propio Lazarsfeld fue participante ocasional en el Círculo de Viena antes de la segunda Guerra Mundial y su emigración a Estados Unidos. Lazarsfeld dedicó sus mayores esfuerzos a crear técnicas y diseños de investigación en el marco de la investigación, por ejemplo, de los efectos de los medios informativos y los determinantes de la votación en las elecciones, áreas, ambas, en que realizó labor de pionero. Su obra fue inspirada por una concepción particular —aunque no exclusiva— de la ciencia, y de cómo esto podía hacer que la investigación social fuese más científica en su búsqueda de teorías con una base empírica adecuada. El concepto de variable tiene ya una larga tradición en matemáticas, estadísticas y —lo que es importante— lógica simbólica. En esencia, es una idea sencilla. Una variable, en oposición a una constante, puede variar en valor dentro de una gama de vacia; variables independientes, v-ariables dependientes, marcos teóricos y métodos de investigación" (1968: 43). Sin embargo, esto revela hasta qué grado la investigación empírica de la ciencia social había sido cautivada, en aquella época, por el análisis de variables, ya que en la ciencia física es muy raro que se hable de variables. Otro ejetnplo más o menos de la misma época es el consejo que da un libro de texto acerca de los métodos: "Es neCe531"10 traducir las ideas de usted 1...1 al lenguaje de las variables E.. .1 El sociólogo experimentado desarrolla la costumbre de traducir rutinariamente el inglés que lee y oye a variables, así como una persona bilingüe puede leer un lenguaje mientras piensa en otro" (Davis, 1971: 16). En estos días sería difícil encontrar a alguien que expresara tales sentimientos con ese tipo de entusiastno.
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lores, aun si esto es sencillamente del orden de O a 1, en que O indica la ausencia de una variable, y 1 su presencia. El paso innovador consistió en utilizar esta idea como pivote en torno al cual podía girar toda una manera de pensar acerca de la investigación social. "Ninguna ciencia —declaró Lazarsfeld—, trata sus objetos de estudio en su plena concreción." 6 Ciertas propiedades son seleccionadas como ámbito especial del estudio de cada ciencia, entre las cuales cada una trata de descubrir relaciones empíricas; las últimas son las que tendrán carácter de ley. Así, como ya se dijo antes, la física se interesa en sus objetos no en su plena concreción sino en propiedades abstractas de ellos, como su masa, longitud, fuerza, velocidad, composición molecular, etc. La conexión de la ciencia con el mundo es abstracta y describe las propiedades o cualidades de las cosas, y no las cosas en sí mismas. En todo esto Lazarsfeld es absolutamente kantiano, y abraza la posición de que las cosas nunca pueden ser conocidas "en sí mismas" sino captadas sólo por medio de sus apariencias o indicaciones "superficiales". Esto significa que la primera tarea de cualquier ciencia es identificar esas pocas propiedades generales por las cuales todos los fenómenos de su ámbito pueden ser conocidos; ésta no es una tarea fácil, como lo atestigua la historia de la ciencia. Es particularmente difícil para las ciencias so° Lazarsfeld y Rosenberg (1955: 15). Toda esta colección, a pesar de su antigüedad, es testimonio del vigoroso entusiasmo del análisis de variables en sus primeros días.
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ciales cuando aún tienen que desarrollar su propia terminología común. Sin embargo, para Lazarsfeld éste no fue un problema insuperable y en realidad tampoco tenía que ser resuelto por medio de la reflexión epistemológica u ontológica. Lo que propuso fue una estrategia empírica para que la ciencia social buscara este objetivo tratando las propiedades como variables; es decir, utilizando las variables como "modos por los cuales caracterizamos los objetos de las investigaciones sociales empíricas" (Lazarsfeld y Rosenberg, 1955: 13). Dicho brevemente, Lazarsfeld consideró que el proceso de investigación consistía en convertir conceptos en indicadores empíricos; es decir, indicadores basados en lo que es observable, registrable y mensurable de alguna manera objetiva. El primer paso era la creación de una "imagen vaga" o constructo, que resulta de la inmersión de un investigador en un problema teórico. La verdadera tarea empieza por "especificar" sus componentes, aspectos o dimensiones, y por seleccionar "indicadores" que puedan "representarlos". De este modo, el concepto de "prejuicio étnico" puede manifestarse de muy diversas maneras: por la abierta expresión de desagrado a las personas de distintos antecedentes raciales o étnicos, por la renuencia a contratar a personas de distinta raza o etnia, por negarse a trabajar con ellos, por votar por los partidos políticos que proponen políticas racistas, negarse a comprar una casa en un barrio en que viven grupos étnicos o.raciales distintos, mediante abierta hostilidad, y
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de muchas maneras más. También podemos pensar en el concepto de "prejuicio étnico" como cuestión de grado, y no como en una propiedad que alguien puede poseer o no poseer. Sea como fuere, al elegir los indicadores debemos pensar en el contexto en que se está efectuando la investigación. Por ejemplo, contratar a alguien es algo que sólo puede hacer una persona que se encuentre en posición de contratar o despedir trabajadores. Puede no haber partidos políticos que explícitamente confiesen una política racial. La cuestión de colnprar una casa en cualquier barrio puede no ser ningún problema en casos particulares. La idea es que el concepto debe ser elaborado en términos de cuáles manifestaciones apropiadas, en caso de que ocurrieran, serían indicadores apropiados de "prejuicio". El siguiente paso es pensar en las formas en que esas manifestaciones se pueden observar como datos. En el caso del análisis de variables esto probablemente incluirá encuestas y cuestionarios, aunque no necesariamente. Las técnicas particulares de recabación de datos e instrumentos de medición utilizados dependerán, sin embargo, de las exigencias prácticas de la investigación. La mayor parte de los conceptos resultarán, con frecuencia, combinaciones de indicadores, y no una sola medida. Dado que la mayor parte de la investigación social se interesará en más de un solo constructo, las descripciones empíricas se edifican descubriendo patrones entre los indicadores en términos de su covariación e interrelaciones, y de todo
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ello pueden surgir teorías empíricamente fundadas para explicar los patrones descubiertos. Según Lazarsfeld, la cuantificación es posible mediante el uso de la idea de variables, si bien sólo en el nivel relativamente burdo de contar la frecuencia de la presencia o ausencia de alguna propiedad, ya que aun este modesto nivel permite la identificación de covariaciones entre las variables.7 Como ya se insinuó antes, tal vez lo mejor sea considerar los esfuerzos de Lazarsfeld como metodológicos, no filosóficos; es decir, como la búsqueda de un modo de hacer que la investigación social fuese una ciencia de base empírica. Sin embargo, hay allí una metafísica del realismo ontológico en la medida en que sólo tiene sentido hablar de índices si se puede afirmar que "representan" -algo. No obstante, aunque Lazarsfeld hablara de una conexión abstracta entre los conceptos científicos y el mundo, en la práctica su estrategia se efectúa por medio de correlaciones entre índices y la fuerza y estabilidad que muestran, si existen, en los diversos estudios. Pero no hay manera real de fincar la conexión de índices con los "objetos" o las "propiedades" que putativamente representan. Aunque, por ejemplo, el concepto de "prejuicio étnico" tiene un significado de sentido común, su conexión con las acciones o los sentimientos —los fenómenos que se supone representan, y que, en cierto sentido, son empírica7 Véase Ackroyd y ilughes (1991). Hay muchos otros que tratan estas técnicas.
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mente observables mediante las respuestas a cuestionarios y a otros instrumentos—, también es cuestión de juicio de sentido común de parte de los investigadores, y no una derivación teórica estricta como lo sería, por ejemplo, en la física. La validez teórica se debe a la posición soberana otorgada a lo empírico, ya que la adecuación de un constructo queda determinada por patrones que se encuentran entre las variables o índices mensurables. Se atribuye importancia especial al hecho de operacionalizar los conceptos para convertirlos en indicadores medidos y observables. Según Lazarsfeld, los indicadores son aquello con lo que trabaja la investigación de las ciencias sociales, e indican algo, en diversos grados, si muestran patrones detectables de asociación entre sí. En otras palabras, los patrones de asociación consistentes descubiertos en toda una gama de estudios son, para Lazarsfeld y para el análisis de variables más en general, buena evidencia de que la investigación ha descubierto verdaderas relaciones causales entre los fenómenos de interés. Así, para la ciencia social empírica el lenguaje de las variables ofrecía un medio de expresar relaciones en datos y, como tal, una manera de describir objetiva y cuantitativamente los fenómenos. Todos los fenómenos que son de interés para la investigación social, incluyendo los estados objetivos, podían ser conceptualizados y medidos al menos en cierto nivel, correlacionados y manipulados de diversas maneras por las técnicas formales del análisis variable. Se podían formular y poner a
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prueba hipótesis. Aunque pocas o ninguna de las ciencias sociales podían emular la psicología, en el sentido de ser capaces de efectuar experimentos de laboratorio, mediante métodos estadísticos de partición se podían lograr buenas aproximaciones a la lógica del diseño experimental en medios no experimentales de investigación social. Sin embargo, y pese a que la concepción lazarsfeldiana se ha convertido virtualmente en el estilo ortodoxo de investigación social, considerado por algunos como el método de la investigación social empírica, no le han faltado críticas. Hubo quienes objetaron el modo en que la realidad de los fenómenos y procesos sociales, en toda su integridad, riqueza, complejidad y flujo, quedaba oculta tras lo que no era más que un aparato descriptivo cuyo carácter debía más a los requerimientos técnicos de crear los instrumentos de medición y de manipular las estadísticas que al deseo de captar auténticamente las conexiones subyacentes entre los ffs , •ómenos que se supone describía (véase Benson y Hughes, 1991). Algunos de estos temas se desarrollarán más en el capítulo V. Otra dificultad era que el análisis de las variables era intencionalmente ateórico, método ubicuo para buscar patrones en los datos como camino hacia la formulación de teorías. Las teorías explicaban los patrones, pero antes se necesitaban éstas para obtener mejores teorías. Es decir, aunque unas ideas teóricas "vagas" imbuirán los tipos de variables que serán investigados, o que serán consi-
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derados variables independientes, variables dependientes mediadoras, etc., su significación quedará determinada por patrones y correlaciones empíricamente confirmados que aparezcan en los datos.8 En pocas palabras, el método resulta una estrategia para la formación de teorías empíricas que, como veremos, 110 llegan a ser el tipo de generalizaciones teóricas que eran el objetivo de las ambiciones de los positivistas.9 Este enfoque tampoco pudo evitar compromisos filosóficos y problemas de índole ontológica. No sólo incluía una concepción del método científico y de cómo se podía aplicar en las técnicas y prácticas de la investigación, sino que también tuvo que enfrentarse a ciertos problemas acerca de la naturaleza de los fenómenos sociales. Aunque el enfoque pretendía ser "neutral" con respecto a los compromisos teóricos, al ser propuesto como método ubicuo para poner a prueba cualquier teoría que surgiera, hubo dudas sobre si, dentro de este marco, podía enfrentarse de modo adecuado, por ejemplo, la idea tan afanosamente propuesta por Durkheim: que la sociedad no era reductible a las propiedades de los individuos.
8 Casi no puede haber duda de que el pensamiento de Lazarsfeld le debió tnucho a su compromiso con la investigación de encuestas. Esto es evidente en la obra de Blalock, tal vez el principal exponente de la modelación causal en sociología. Véase, por ejemplo, Blalock (1984).
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CONJUNTOS SOCIALES FRENTE A INDIVIDUALISMO METODOLÓGICO
Como lo había sostenido Durkheim, las ciencias sociales no se preocupaban por los fenómenos individuales como tales sino por fenómenos colectivos que, desde luego, incluían esos estados individuales de conciencia que reproducían la comprensión y la visión colectivas. Las ciencias sociales trataban de grupos y colectividades de varias clases, instituciones, culturas, sistemas completos de interacción y procesos que, por decirlo así, son más que la suma de fenómenos individuales y, como lo dijo Durkheim, tienen una realidad por derecho propio. La economía trata de instituciones interesadas en la producción y distribución de bienes; la sociología, de clases, grupos, instituciones y hasta sociedades enteras; la ciencia política, de gobiernos, partidos políticos, votaciones, y más. Y sin embargo, como en el caso de los estados mentales, esos fenómenos colectivos no son, en sí mismos, lo que un positivista consideraría directamente observables. Por ejemplo, no podemos observar clases sociales, el sistema económico, el capitalismo y similares, por lo cual, ¿qué estatus ontológico pueden poseer tales conceptos? Una vez más, como enérgicamente lo dijo Durkheim hablando de la realidad de los fenómenos colectivos, "La sociedad no es una simple suma de individuos. Antes bien, el sistema formado por su asociación representa una realidad específica
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que tiene sus propias características" (Durkheim, 1966: 103). En suma, la realidad social trasciende a la de los individuos. Al igual que en la naturaleza, también ocurren en el mundo social, definitiva. mente, conjuntos que no sólo son agregados de los elementos individuales que los integran sino que son unidades orgánicas, más que la suma de sus partes. Esos todos nacientes no se pueden reducir a las partes que los componen. Podría decirse que para la viabilidad de las ciencias sociales es necesaria una buena confirmación de este tipo de pretensión, y eso afirmó Durkheim, pues sin ella el estudio apropiado de la conducta humana, se le considere social o no. se convertiría en psicología o en una de sus ramas. En el aspecto filosófico, la cuestión es ontológica en lo tocante a la realidad de las entidades sociales (Lukes, 1970; O'Neill, 1973; Sharrock, 1987). Como lo hemos visto, Durkheim afirmó que las entidades sociales eran "cosas" reales, aunque no fuesen "cosas" materiales. Sin embargo, no era tan fácil resolver operacionalmente las cuestiones. La evidencia empírica aducida para los hechos sociales se derivaba, básicamente, de los individuos. De modo directo sólo se podía observar la conducta individual, ya fuese en forma de respuestas a cuestionarios, pruebas de actitudes, observaciones etnográficas, índices registrados de la frecuencia de actividad delictiva, índices de suicidio, preferencias de los votantes, compras generalizadas o cualquier otra cosa. En pocas palabras, "nada en los hechos sociales es ob-
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servable salvo en sus manifestaciones individuales" (Lesnoff, 1974: 77). Aquí parece patente la paradoja; por una parle, la afirmación de que los conjuntos sociales eran reales dependía del hecho de que no fuera posible reducir completamente las declaraciones acerca de ellos a aseveraciones acerca de individuos; por otra, la evidencia de la realidad de los conjuntos sociales parecía depender por completo de una evidencia derivada de conductas individuales observables. Aun cuando Durkheim, entre otros, había afirmado estar mostrando que las características y la conducta individuales variaban con factores contextuales sociales, o eran determinadas o causadas por ellos, los datos en que se basaban tales conclusiones siempre podían remitirse en sus orígenes a la observación de individuos. Es indudable que se pueden predecir propiedades de los conjuntos sociales que no se pueden predecir de un individuo. Puede decirse que una sociedad o un grupo es estratificado, jerárquico, democrático, dividido en clases, etc., mientras no pueden afirmarse las mismas características de un individuo. Como último ejemplo, puede decirse que los grupos mantienen su identidad pese al remplazo de sus miembros. Y también que es posible demostrar que el carácter de los grupos influye sobre la conducta de sus miembros. En muchos sistemas jurídicos algunas asociaciones son tratadas como si fueran personas, con derechos y obligaciones distintos de los de sus miembros. Los econo-
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mistas hablan de la empresa e incluso tienen teorías acerca de ella. Y sin embargo, hasta cierto punto, esas observaciones están erradas. Aunque en el lenguaje jurídico y en el ordinario podemos hablar de este modo y lo hacemos, la cuestión es saber si esto es legítimo científicamente y, en caso afirmativo, qué justificaciones ontológicas y epistemológicas pueden darse para hablar así. Las respuestas a esto afectan las interpretaciones verosímiles que se pueden ofrecer de las operaciones de investigación que supuestamente miden o indican los fenómenos colectivos. Desde luego, el problema tal como fue planteado no exige hacer una elección entre la realidad de los conjuntos sociales o la realidad de los individuos; no es ni necesita ser cuestión de la una o la otra. Para sostener la opinión de que hay a la vez individuos y conjuntos sociales, mientras se acepta al mismo tiempo que los últimos no son observables en forma directa, también necesitamos poder afirmar que, si algo va a ser verdaderamente predicado como conjunto social, esto deberá implicar la verdad de las descripciones de los individuos que, en parte, comprenden el conjunto social. Sin esta condición sería imposible poner a prueba las declaraciones acerca de los conjuntos sociales por medio de la observación, ya que éstos no son observables, aunque los individuos sí lo sean (Mandelbaum, 1955; Lessnoff, 1974: 80-81). Pero, asimismo, la descripción de los conjuntos sociales, aunque implique verdaderas descripciones de individuos, debe abar-
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car más que esto; es decir, deberá significar que el conjunto de descripciones individuales pertinentes no agota lo que puede decirse acerca del conjunto social. De este modo, por ejemplo, puede proporcionarse "la sociedad británica" como nombre de una colectividad social y el número de propiedades abarcadas por él, como "es una monarquía", "es miembro de la Unión Europea", "tiene un bajo índice de delincuencia en comparación con las sociedades X, Y, Z", "tiene una tasa de inflación de X%", etc. Sin embargo, lo que se trata de saber es si cada una de estas declaraciones, aunque implique la verdad de un puñado de aseveraciones acerca de individuos —su conducta en las elecciones, en el mercado, su obediencia a la ley, sus actitudes y creencias, y muchas más— es simplemente reductible a una lista de tales declaraciones individuales, por muy grande que sea su número. En caso contrario, ¿qué ha quedado que no sea así reductible? (véase Coulter, 1982). De acuerdo con la doctrina del "individualismo metodológico" no queda absolutamente nada, ya que todos los hechos llamados colectivos son, en principio, explicables en términos de hechos acerca de individuos. Según esta opinión, las referencias a conjuntos o colectividades sociales son referencias esencialmente sumarias a las características y propiedades de individuos, y estas últimas podrían remplazar a las primeras sin dejar residuo. En otras palabras, lo "real" se limita a lo que se puede observar, y éstas son las características y propiedades
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de individuos. Lo más que ontológicamente se puede decir de los conjuntos sociales, dado que nunca se pueden ofrecer concretamente a la observación, es que son una categoría de entidades teóricas que sólo tiene conveniencia explicativa (véase, por ejemplo, Hayck, 1964: 5-15). La realidad ontológica sólo es atribuible a individuos, mientras que los conjuntos sociales son considerados como entidades abstractas o teóricas no observables pero que tienen una utilidad explicativa, un tanto parecida a ciertos tipos similares de conceptos teóricos en la física y en las otras ciencias naturales. Para algunos, esta interpretación tuvo enorme importancia, pues pareció acercar aún más las ciencias sociales a la práctica de la ciencia natural, en que un principio de reducción, es decir, la derivación lógica de las generalizaciones, por ejemplo de la química, a partir de la generalización más inclusiva de las de la física, podía verse en acción por medio de una jerarquía de la explicación, partiendo de la física más fundamental y las leyes absolutamente generales acerca de la conducta de los procesos físicos en pequeña escala, hasta aquellas generalidades que se aplicaban a fenómenos más sólidos, como la conducta de los objetos, incluyendo la de los seres vivos. También dio la impresión de evitar los lapsos metafísicos de los que parecían herederas las ciencias sociales, particularmente los de reificar colectividades y atribuirles unas cualidades que, propiamente hablando, sólo podían pertenecer a individuos y sus relaciones entre sí. En la medida en
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que, en el lenguaje ordinario, se recurría a cosas como el "espíritu del pueblo", "la memoria racial", "el espíritu de una época", la "conciencia de clase", "el pueblo", etc., esto, o bien era un modo descuidado de hablar en busca del puro efecto o, en el mejor de los casos, una manera convenientemente sumaria de referirse a grandes números de individuos en alguna capacidad o, en el peor de los casos, algo acientífico e ignorante. En las ciencias sociales éste era en esencia el argumento de Weber: las referencias a entidades colectivas como "el Estado", "la organización burocrática", "el espíritu del capitalismo", etc., eran expresiones sumarias utilizadas por la simple conveniencia de no tener que expresar todas las declaraciones acerca de los individuos que las componían) ° Sin embargo, para otros "individualismo metodológico" resultaba demasiado timorato y, además, parecía conducir a un reduccionismo psicológico en que todos los denominados hechos sociales, incluyendo las propiedades y atributos de los individuos, eran reductibles, a la postre, a explicaciones en términos de disposiciones psicológicas. Sin duda Durkheim habría planteado esta objeción. A los lo Según Weber, los conceptos colectivos "tienen un significado en las mentes de personas individuales, en parte como algo que en realidad existe, en parte como algo con una autor idad normativa [...] Así, por ejemplo, uno de los aspectos importantes de la existencia de un Estado moderno [. ..] consiste en el hecho de que la acción de diversos individuos es orientada hacia la creencia de que existe o debería existir, de modo que sus actos y leyes son válidos en el sentido jurídico" (Weber, 1978: 14).
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conjuntos sociales se les debía dar un carácter menos efímero que el de simples entidades teóricas o expresiones sumarias y, en cambio, darles una concepción más congruente con una visión de ellos como verdaderos factores causales. Desde luego, como ya se insinuó, el reduccionismo metodológico no necesariamente implica un reduccionismo psicológico, es decir que las únicas explicaciones válidas de la vida social son las que se han puesto en términos de disposiciones psicológicas humanas. Por ejemplo, George Homans (1967) arguyó que la sociología podía ser "reducida" a psicología en el sentido de que sus leyes pueden derivarse lógicamente de las de la psicología, así como las leyes de la química pueden deducirse de las leyes más generales de la física. Por otra parte, la sociología, junto con otras ciencias sociales, afirma que la acción humana es, al menos en aspectos importantes e irreductibles, el resultado de la interacción con otras. Es decir, reconoce que existen "propiedades nacientes" que se desprenden de que los individuos interactúan con otros, propiedades que no están presentes en el individuo por sí solo. La interacción misma es una de esas propiedades nacientes, y todo lo que se deriva de esto, como la posibilidad de poder entre dos o más personas, intercambio, posición social, cooperación, conflicto, y mucho más. En realidad, al describir las acciones de individuos a menudo tenemos que hacer referencia a su posición institucional para comprender las acciones que están efectuando. Las acciones de
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una persona para con sus hijos no pueden comprenderse sin la descripción relacional "padre"; ser arrestado por una persona no se puede comprender a menos que entendamos la identidad institucional "policía". En pocas palabras, todo el contexto relacional que es la vida social no es reductible a disposiciones psicológicas.II Desde luego, esto no es disponer de las explicaciones psicológicas como pertinentes a la explicación de la conducta social humana, pero tampoco pretende serio; simplemente se trata de reservar lugares para la respectiva disposición de las explicaciones sociales y psicológicas. ¿A qué se reduce todo esto, metodológicamente? ¿Cuáles son las implicaciones de estas ideas para la investigación social? El problema se plantea para las ciencias sociales de la siguiente manera: "individuos" y "conjuntos sociales" no son fenómenos discretos y separados; los últimos quedan definidos y conceptualizados, en gran parte, en términos de los primeros, porque sólo son observables los individuos, sus atributos y su conducta. Si esto es correcto, entonces resulta extremamente difícil establecer, teórica y empíricamente, la realidad de los conjuntos sociales independientemente de la realidad ya aceptada de los individuos. Mas, para el positivista, II Las sociologías estructuralistas, a veces derivadas de interpretaciones de Marx combinadas con ideas tontadas de la linguistica, llevan esto más allá y ven al individuo como "portador" de estructuras relacionales más grandes, de tal manera que estas estructuras actúan por medio del individuo. Véase, por ejemplo, Althusser (1969). Estas ideas serán abordadas en el capítulo vin.
136 POSITIVISMO Y LENGUAJE si no se puede dar una base observacional a los conjuntos sociales, son poco más que entidades metafísicas, y los datos que supuestamente son acerca de las entidades están disfrazándose de datos científicos. La práctica del análisis de variables fue una manera de pasar por encima de estos problemas en la investigación. Para sus propósitos, todo lo que se necesita son unos modos de indicar las propiedades de "objetos", ya se trate de individuos, colectividades, agregados o hasta sociedades enteras. Sin embargo, al pasar por alto estas cuestiones se comete petición de principio. Mientras parece ofrecer indicadores de los fenómenos colectivos, deja abierta la cuestión de cómo se deberán interpretar estos indicadores; por ejemplo, si reflejan simples fenómenos acumulados, como los indicados por alguna operación igualadora de las variables derivadas de individuos, tal como podríamos calcular un ingreso promedio para reflejar los ingresos de un grupo particular de trabajadores, o si representan unas propiedades nacientes auténticamente colectivas. Podemos calcular esos índices, pero la afirmación ontológica es anterior a las elecciones de los indicadores, ya que —puede suponerse— el indicador debe reflejar las propiedades del fenómeno al que supuestamente "representa". No es que no puedan producirse indicadores pero, habiéndolo hecho, ¿qué inferencias nos permite hacer esto acerca del carácter del fenómeno subyacente? 12 Si nos inclinamos hacia el individualismo me-
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todológico, la interpretación de las pautas producidas nos conducirá a un tipo de interpretación teórica diferente que si estamos persuadidos de otras concepciones. Las pautas empíricas del análisis de variables no resolverán este tipo de cuestiones. Éste es un problema al que volveremos, bajo otro aspecto.
LA NATURALEZA DE LAS GENERALIZACIONES Y EL ESTATUS DE LA TEORÍA Mientras la tradición positivista hacía grandes esfuerzos por resolver sus problemas filosóficos, la investigación basada en el análisis de variables seguía adelante. Esto tal vez no deba sorprendernos, dado el énfasis hecho en la observación empírica como primer ingrediente de la ciencia. Por ejemplo, tanto Bacon como Mill, separados por muchos años, anhelosos por explotar y defender el método de la experimentación, consideraron la naturaleza y sus leyes como si ya estuvieran esperando simplemente ser descubiertas por los métodos empíricos correctos. Cualesquiera que fuesen las preguntas acerca del significado del análisis de variables, esto sin duda les pareció a muchos un método auténticamente científico, que aceptaba el énfasis de la ciencia natural en la medición por medio de la generación de estadísticas, y la sustitución de métodos experimentales 12 Véase Lazarsfeld y Menzel (1969) para un intento de resolver tales cuestiones dentro del marco analítico de las variables.
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por medio de la manipulación de relaciones estadísticas de correlación y de asociación. En general llegó a creerse que el objetivo de la ciencia era producir generalizaciones o leyes que establecieran las relaciones causales que se sostenían entre los fenómenos del universo. La ciencia natural había progresado al descubrir las conexiones invariantes y necesarias entre los fenómenos en un universo ordenado y que seguía sus leyes. Galileo, Newton, Darwin, después Einstein y otros, habían contribuido, cada quien a su modo, haciendo una declaración precisa y universal sobre cómo operaban ciertos fenómenos y, aprovechando estas declaraciones, los científicos tenían la capacidad de predecir con asombrosa precisión los acontecimientos del mundo natural. Parecía que tales declaraciones eran universales en el sentido de que especificaban que todos los acontecimientos de una índole particular estaban invariablemente conectados con otros acontecimientos y tenían la forma lógica básica de "Si A entonces B." El problema estaba en comprender cómo funcionaban estas declaraciones. Por ejemplo, ¿expresan una necesidad que es inherente a la naturaleza de las cosas mismas o, como lo propuso el filósofo del siglo xvm David Hume, una propensión psicológica natural a proyectar tal conexión a la naturaleza? Pero la comprensión de por qué las leyes abarcan tanto la invarianza como la necesidad no resultó directa. La invarianza de la regularidad era el problema menor, ya que podía verse que, en condiciones
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constantes, las leyes se aplicaban y actuaban sujetas a condiciones simplificadoras. Las variaciones de lo que la ley establecía podían explicarse por circunstancias especiales que pudieran ser elaboradas bajo la condición de "en condiciones constantes". Por ejemplo, la generalización de que el agua hierve a 100 grados centígrados presupone (aun cuando alguna declaración particular de la ley pudiera no mencionarlo) que la presión del aire debe ser equivalente a la del nivel del mar, que el agua esté suficientemente pura, etc. El verdadero problema era la necesidad. Como lo ha señalado Outhwaite, la manera más obvia era considerar que la fuente de la necesidad era inherente a la naturaleza de las cosas, y sin embargo otros consideraron que esto era antropomórfico o trivia1.13 La tradición positivista, con su presuposición de que el conocimiento empírico era el único conocimiento posible de la realidad, daría a las leyes una interpretación empírica siguiendo las ideas de Hume y de otros filósofos de la tradición empírica británica. Las leyes como generalizaciones empíricas
Hume sostuvo que la idea de causa no es más que el resultado de repetidas observaciones de un objeto que sigue a otro, o de un acontecimiento que si13 Al llegar el siglo xvti la idea de "leyes de la naturaleza" empezó a perder sus tonalidades teológicas y, por lo tanto, la idea de que aquéllas eran, de alguna manera, expresiones de la voluntad de Dios. Véase Outhwaite (1987).
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gue a otro. Según Hume, las ideas eran impresiones obtenidas por los sentidos, y su interpretación de la causa fue congruente con este punto de vista. El conocimiento de las causas era el resultado de sensación y de costumbre. Por ejemplo, la razón, por sí sola, no podía llegar a la idea de que el calor hacía que el agua hirviera, o de que la gravedad hacía que los cuerpos cayeran, sin una experiencia en que basarse. Decir que A causa B es decir que A y B están "constantemente unidas", es decir, que siempre ocurren juntas en nuestras sensaciones; la conexión causal es atribuida a la naturaleza, pero no observada en ella. Por medio de repetidas observaciones de conjunciones similares, por costumbre llegamos a esperar que estén, y siempre estén, causalmente relacionadas. La idea de causa y efecto se deriva de la experiencia, que nos informa que tales objetos particulares, en todos los pasados ejemplos, han estado unidos entre sí. Y cuando se supone que un objeto similar a uno de éstos está inmediatamente presente en su impresión, suponemos a partir de ello la existencia de uno similar como su habitual acompañante [Hume, 1978: 89-901.
Sin embargo, en algunos respectos esto no parece llegar lo bastante lejos. Se consideraba que las leyes universales eran precisamente eso: universales tanto en tiempo como en espacio, aplicándose al pasado, al presente y al futuro. Sin embargo, los razonamientos de Hume, al convertir a las generali-
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zaciones causales en resultado de la experiencia sensorial, no podían ofrecer garantía de que las generalizaciones se sostuvieran en el futuro, y-a que se basaban en una evidencia que sólo se podía recabar en el pasado y en el presente: se aplicaban a los acontecimientos hasta aquí. Por definición, la conjunción constante no podía ser observada hoy para experiencias futuras, y en el futuro el agua tal vez hirviera a los 80 y no a los 100 grados centígrados. La respuesta de Hume a esto sería que, en realidad, no podía haber garantía de que tales generalizaciones, ni aun las mejor establecidas por la ciencia, continuaran siendo válidas en el futuro. Sin embargo, sólo podemos basar nuestras expectativas para el futuro sobre la experiencia pasada, de modo que todo lo que podemos hacer es extrapolar éstas al futuro. Por consiguiente, el conocimiento de las conexiones empíricas, de las causas y de los efectos nunca es absolutamente seguro sino sólo probable; es decir, jamás podemos tener confianza absoluta en su conexión repetida en el futuro. Una declaración causal general, según esta opinión, era un resumen de nuestras sensaciones de dos conjuntos de fenómenos, y constituía lo que normalmente se llama una generalización empírica. Para determinar las causas, formulamos categorías de objetos o de hechos sobre la base de sus respectivas similitudes. La relación entre ellas es observada, natural o experimentalmente, y se anota la secuencia. Si descubrimos que en un número suficiente de casos hay una conjunción constante
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de la causa putativa seguida por su efecto correspondiente, esperamos que esta asociación se sostenga en el futuro, aunque no hay garantía de que así será. De este modo tenemos nuestra generalización causal. Más adelante John Stuart Mill aportaría nuevos argumentos a la interpretación empirista de las leyes. Definió los conceptos diciendo que se remitían a clases de objetos que demostraban una similitud con respecto a alguna propiedad. Hombre, mujer, vaca, muchacha, temperatura, energía, catolicismo, etc., serían conceptos en los términos de Mill porque cada palabra representa un grupo de objetos que tienen características similares. Al método de relacionar conceptos dentro de proposiciones sintéticas (es decir, proposiciones que son empíricas, en oposición a a priori —y las únicas pertinentes a la ciencia, en opinión de Mill—) lo llamó "inducción", es decir, "esa operación de la mente por la cual inferimos que lo que sabemos que es verdad en un caso o casos particulares será verdad en todos los casos que se asemejen al primero en ciertos respectos asignables" (Mill, 1961: 188). Mientras que Hume justificaba la generalización a partir de ejemplos particulares por los motivos prag-máticos de que el futuro —posiblemente— no sería diferente del pasado, Mill sostuvo que podía hacerse la inferencia inductiva de que el conocimiento que tenemos de algunos casos será verdad en todos los casos en todos los tiempos, pasado, presente y futuro. Justificó esto apelando a la uni-
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formidad de la naturaleza, a la que había llegado por medio de un proceso inductivo de razonamiento en el que las acumulaciones de inducciones de uniformidades individuales en la naturaleza son la base de la inducción absolutamente válida de que la naturaleza es uniforme. La inducción se justificaba por inducción. En cambio, Mill reconoció que la vida no era tan sencilla. En la naturaleza las cosas no parecen relacionadas unas con otras de la manera más simple. Pequeñas regularidades empíricas se traslaparían, dando la apariencia de irregularidad; algunas parecerían regulares sólo porque eran comúnmente producidas por otro agente causal no tan visible, y así sucesivamente. Las diversas regularidades causales absolutas sólo podían ser descubiertas derivando sistemáticamente una uniformidad de otra mediante métodos experimentales de manipulación. Según Mill, el resultado final de la aplicación de estos métodos serían unas generalizaciones causales absolutas. Sin embargo, hasta para los minuciosísimos empiristas esta interpretación de la naturaleza de las leyes tenía sus puntos flacos. Los métodos de Mill estaban firmemente basados en la suposición de que la naturaleza es uniforme, tiene leyes absolutas y está causalmente interrelacionada y que, por lo tanto, el lenguaje necesario para describirla debía ser, asimismo, causal. Casi no había necesidad de hablar de teorías. Aunque había jerarquías de leyes —las de Newton ocupaban el pináculo— las leyes ge-
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nerales no son más que generalizaciones empíricas que se han descubierto, como las generalizaciones más restringidas, por la aplicación de métodos empíricos de investigación. La fuente de toda ley empírica es la generalización empírica; esta conclusión se basa en la presuposición de que la naturaleza obedece sus leyes y es uniforme. En otras palabras, apegarse a las leyes es una característica de la naturaleza misma. A pesar de todo, el moderno pensamiento positivista y empírico sostiene que la interpretación de las leyes causales caracterizada por la filosofía de la ciencia de Mill es simplemente ingenua. El conocimiento en la ciencia es seguro, no probable. Por consiguiente, aunque reconociendo la naturaleza esencialmente empírica de las leyes, se sostuvo que su certidumbre se deriva del empleo de las conexiones rigurosas y necesarias establecidas por la inferencia deductiva en las matemáticas y en la lógica, y no por la inducción. De este modo, "todos los cisnes son blancos", si se interpreta como una generalización empírica, deberá verificarse una y otra vez a cada nueva observación de los cisnes. Semejante inferencia no puede justificar inferencias para el futuro, así como la declaración "Todos los primeros ministros británicos son varones" es algo que simplemente se refiere a la experiencia del pasado, hasta que la señora Thatcher llegó a primera ministra, y no habría podido decir nada acerca del futuro, como sí lo haría una ley científica. El puro empirismo no puede generar las leyes universales de la
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ciencia. Éstas, se sostuvo, sólo puede aportarlas la lógica en que la determinatividad, la necesidad, es consecuencia de la estructura deductiva. Si se siguen las reglas deductivas la conclusión de un argumento lógico debe seguirse de las premisas generales. Esta interpretación de la explicación científica, como una unión entre proposiciones empíricas y las certidumbres de la lógica deductiva, llegó a ser conocida como el "modelo hipotético-deductivo" de la explicación científica. EL MODELO DE EXPLICACIÓN HIPOTÉTICO-DEDUCTIVO Según esta escuela, una teoría científica consistía en un conjunto de declaraciones conectadas por reglas lógicas. La ley fue expresada como declaración universal de la forma "Siempre que A, entonces B." Cuando estas generalidades se unen a otras declaraciones que dan las "condiciones iniciales" (es decir, que declaran las circunstancias empíricas a las cuales se aplica la ley), entonces se puede deducir una hipótesis que puede ponerse a prueba contra la observación empírica. 14 La concepción de "dar una explicación" de un hecho llegó a significar, para los positivistas, que se puede predecir un hecho como 14 Por ejemplo, si la ley afirma que 'cada vez que se deja caer azufre en una llama encendida", la llama se vuelve amarilla, las condiciones iniciales podrían decir "se ha dejado caer azufre en la llama de esta vela", lo que autoriza la conclusión-predicción de que la llama de esta vela se volverá amarilla.
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consecuencia lógica de las declaraciones teóricas, junto, desde luego, con la especificación de "condiciones iniciales". Esta interpretación pareció resolver buen número de problemas, entre ellos las deficiencias de la idea de inducción como base para la universalidad de las leyes científicas. Aunque declaraciones de la forma "siempre que A, entonces B" no pueden demostrarse o verificarse lógicamente de manera concluyente, sí pueden ser refutadas por un contraejemplo en que A no va seguida por B. Es la naturaleza absoluta de la "generalización universal", es decir, cada vez que ocurre A, siempre va seguida por B, la que afirma su posible vulnerabilidad a la refutación. Dado lo que dice la generalización, sólo es necesario que una vez se dé el caso de que ocurra A sin ser seguida por B para que quede refutada la afirmación de que cada vez que ocurre A también ocurre B. Karl Popper, quien se disoció de los positivistas aun cuando otros lo contaran entre ellos, a lo largo de su carrera negó la posibilidad de la validez de llegar a una ley general empleando el razonamiento deductivo, y en cambio propuso la interpretación de la falsación o refutacionista de la naturaleza de las leyes científicas, como lo veremos en el próximo capítulo. La universalidad de la ley tampoco puede ser cuestión de probabilidad, ya que esto, de hecho, diría que la ley a veces era cierta y a veces no. Sin embargo, las leyes científicas están sometidas a confirmación empírica, y la deducción participa en el método de ponerlas a prueba. La explicación cien-
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tífica es explicación causal en que "la explicación de
un hecho significa deducir una declaración que lo describe, utilizando como premisas de la deducción una o más leyes universales, junto con ciertas declaraciones singulares, las condiciones iniciales".15 Las leyes científicas son declaraciones causales que describen hechos en la naturaleza y que pueden ser verdaderas o falsas; su verdad o falsedad queda determinada por observación. Otra cuestión que la combinación de empirismo y de lógica pareció resolver fue analizada antes en relación con la observabilidad —o falta de ella— de los conjuntos sociales. Una teoría, interpretada del modo que acabamos de analizar, era evidentemente más compleja de lo que parecería implicar "Siempre que A, entonces B." La teoría puede contener postulados y conceptos que no están sometidos a la prueba observacional. Tales conceptos servían a un propósito heurístico dentro del lenguaje teórico. Por lo tanto, aunque las teorías aún recibían una interpretación empírica, llegó a dejarse más espacio a los no observables, a conceptos que, para ser verdaderos, no dependían directamente de que correspondieran con el mundo. La estructura formal de una teoría era tan compleja y detallada que a menudo se hacían necesarios unos "conceptos teóricos" 15 Popper (1959: 59). Para Popper la posibilidad de que una teoría fuese refutada por evidencia empírica era la que determinaba la distinción entre las teorías científicas y las teorías no científicas. En su opinión, muchas de las teorías de las cielicias sociales podrían volverse acientíficas.
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para la conveniencia de la manipulación lógica y matemática. Ya no se consideró necesario que todos los conceptos de una teoría tuviesen un significado empírico. Una manera de expresar esto era hablar de un lenguaje teórico y de un lenguaje observacional, unidos ambos por reglas de correspondencia que interpretaban empíricamente algunos de los conceptos teóricos. I6 De esta manera, la teoría aún estaba sometida a la prueba empírica por medio de hipótesis derivadas deductivamente de ella. Estas desviaciones de la interpretación empirista, un tanto ingenua, de la explicación teórica que proponían Mill y sus seguidores, no destruyeron, empero, el espíritu empirista: la reinterpretación simplemente la enmendó para que se adaptara más de cerca a la que se consideró la práctica científica. Para las ciencias sociales éste fue un desarrollo favorable, ya que vino a autorizar los que hoy son los métodos de investigación ortodoxos. La distinción entre un lenguaje teórico y uno observacional fue decisiva. También lo fue la versión de la supuesta certidumbre de la ciencia. La interpretación empirista de las leyes científicas había afirmado que sólo eran probables en el sentido de que eran tentativas, y expuestas a revisión. Entonces, ¿cómo podía explicarse la certidumbre? Según la versión hipotético-deductiva de la explicación científica, la combi16 Véase Nagel (1961) para un análisis de los lenguajes - teó-
ricos"
y "observacionales" de la ciencia. Ésa fue una concepción también empleada por Lazarsfeld.
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nación de matemáticas-cum-lógica y la interpretación esencialmente empírica de las leyes fue la que les dio a las leyes su "certidumbre". Esta "certidumbre" era una ficción, desde luego conveniente y útil, pero no dejaba de ser ficción, ya que no podía ocultar el carácter provisional del descubrimiento científico. Al fin y al cabo, en la historia constaba que se había descubierto la falla de leyes científicas, sólo para ser remplazadas por otras más nuevas y eficaces. La historia de la ciencia es una historia de teorías erróneas. Para las ciencias sociales esto era alentador, pues su incapacidad para formular leyes, así fuesen de una probabilidad solamente moderada, podía achacarse a la mucho mayor complejidad de los fenómenos sociales en comparación con los de la naturaleza inanimada. Los fenómenos sociales también eran más difíciles de medir con el tipo de precisión ya lograda en las ciencias naturales. Todo esto fue tomado como señal de que la ciencia social positivista iba al menos por el buen camino al subrayar la creación de métodos más y más refinados de investigación, y prestar menor atención a las cuestiones de la base teórica de las disciplinas. La explicación correlacional de las generalizaciones
A este respecto, vale la pena observar que Karl Pearson, pionero de la biología matemática y uno de los fundadores de las modernas estadísticas inductivas a principios del siglo xx, sostuvo que las leyes pre-
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cisas y prístinas de la ciencia son idealizaciones, productos de porcentajes y no descripciones del verdadero universo, en el que están presentes todo tipo de "contaminaciones" (Pearson, 1911). Hasta en la más avanzada de las ciencias naturales existe toda clase de factores que afectan la relación causal de interés. El resultado es que los datos tienden a una variabilidad debida a errores de todas clases. Por consiguiente, la distinción entre una relación causal, como queda expresada en una ley, y una correlación empírica entre variables, es totalmente espuria. Una dedaración universal de una conexión causal es simplemente el límite conceptual de la correlación, pero en el confuso mundo en el que se efectúan las investigaciones no esperaríamos llegar a este límite debido al hecho de que es imposible excluir todo lo que pudiera afectar la conexión causal de interés. En cambio, lo que esperamos son unas correlaciones sólidas, aunque no perfectas. En este caso, y basándose en este argumento, falla la distinción entre la ciencia natural y la ciencia social —que la primera u-ata de relaciones causales, y la segunda de correlaciones—, ya que todo lo que esto refleja son las condiciones en que se pueden estimar los errores. En realidad, semejante interpretación también pareció convenir al hecho de que, en contraste con la mayoría de las ciencias naturales, aunque no con todas, y por buenas razones prácticas y éticas, era difícil lograr condiciones experimentales en la investigación social. En su mayor parte, la investigación social debíá efectuarse en el mundo
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"confuso" en el que era extremamente difícil separar todos los factores potencialmente interactuantes y, por consiguiente, poder especificar la envergadura de cualquier generalización putativa. Es decir, no podríamos precisar cuáles casos serían determinados por la generalización y cuáles por otras generalizaciones. Existen muchos factores que afectan, por ejemplo, el logro educativo, pero identificar cuáles de ellos son más importantes, cuáles pueden ser los efectos interactivos entre los diversos factores, cómo otros factores desconocidos pueden afectar la relación, en qué circunstancias se aplica la generalización, son, todas ellas, cosas difíciles de lograr a falta de controles efectivos. Todo lo que podemos esperar, en términos de Pearson, son correlaciones razonablemente sólidas entre los factores más importantes. Quedaban otros problemas. Ya hemos señalado antes que el modelo hipotético-deductivo de la explicación requería que la teoría se relacionara con el mundo por medio de reglas de transformación que convirtieran algunos de los conceptos de la teoría en conceptos observacionales. Para ser verdadera o falsa la teoría dependía —sin que importara la posición verificacionista o refutacionista popperiana— de los hechos del mundo. El mundo era "externo" a la teoría; la teoría no le daba forma al mundo sino que sólo podía responder a él. La importancia de un lenguaje de observación neutral estaba precisamente en esto, aunque la idea de semejante lenguaje resultara inquietante. Las reglas de
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transformación también resultaron igualmente reacias y se redujeron a lo que llegó a ser conocido como el "problema de la medición". 17 Generalizaciones nomológicas y generalizaciones empíricas
Entre las soluciones positivistas a este problema se encontraron diversos modelos de medición que, suponíase, se aplicaban a los datos de la investigación social y a los contextos en que habían sido recabados, como lo hemos analizado antes en relación con las variables y los índices. Una doctrina que ejerció gran influencia fue el "operacionismo", el cual estaba fundamentado en la suposición de que las categorías empleadas en la investigación empírica quedaban insuperablemente definidas en términos de las operaciones empleadas para medirlas (véanse Bridgeman, 1927; Campbell, 1957). Por ello, según esta doctrina, el concepto de IQ queda definido como la propiedad medida por las pruebas del IQ conceptos similares, como clase, posición, poder, autoridad, etc., quedarían definidos por los indicadores empleados al medirlos. Por ejemplo, el concepto de clase podía medirse por la ocupación o por el informe de los interrogados sobre la clase a la que creían pertenecer, o por su nivel de educa17 Por ejemplo, así es como aparece en la obra de Blalock. Véase, entre estos, Blalock (1982).
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ción, etc. Tales medidas podían ser empleadas, y en realidad lo son, en el análisis estadístico de los datos. Una vez más, el operacionismo encarnó una concepción empirista de la naturaleza de los conceptos, que no correspondía a las esperanzas puestas en ella. Una dificultad era que el operacionismo, como fue rigurosamente concebido, creaba agudos problemas de validez. Aunque estrictamente hablando no se podía preguntar lo que una prueba medía en realidad, ya que la medida era el concepto, sí surgieron cuestiones de validez. Por una parte, podía decirse que las diferentes medidas de los fenómenos, como el IQ estaban midiendo diferentes cosas, puesto que eran diferentes medidas. De manera similar, las diferentes medidas de clase social o de posición social estarían midiendo diferentes cosas. Sin duda ésta no era una situación satisfactoria, ya que a menudo las medidas tenían que ser diferentes por muy buenas razones prácticas, y sin embargo los investigadores seguían deseando generalizar a todos los ejemplos de los fenómenos, cualesquiera que fuesen, pese a tener que emplear diferentes medidas. Por ejemplo los físicos, después de todo, miden la temperatura de muy diversas maneras, utilizando toda una variedad de instrumentos, pero todas se ven como medidas de una misma propiedad. Asimismo, hasta un débil operacionismo —es decir, uno que no afirme que los conceptos eran las propias operaciones de medición sino que, en cambio, adoptara la doctrina como útil imperativo para guiar la investigación social— conducía al
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problema de relacionar conceptos empíricos con conceptos teóricos.I8 Aunque los procedimientos de medición en buen número de las ciencias sociales son extremamente refinados, como lo son los métodos del análisis cuantitativo de datos, sigue teniendo importancia la cuestión de la pertinencia teórica de tales técnicas.I8 En su mayor parte fueron diseñadas para explotar el principio de asociación o de correlación, muy en la tradición de descubrir generalizaciones empíricas, y su objetivo era medir conceptos en un nivel lo bastante elevado como para satisfacer las suposiciones de las técnicas correlacionales, creadas inicialmente en la genética, a principios del siglo xx. Aunque el uso de tales técnicas ha dado por resultado cualquier número de generalizaciones empíricas, hasta hoy ninguna se ha ofrecido corno ley causal. La ciencia social ha producido todo un catálogo de asociaciones entre cualquier número de variables; por ejemplo, entre clase y logro social, entre logro social y movilidad, entre clase y elecciones al votar, entre clase y enfermedad mental, entre religión y elecciones de los votantes, entre el grado de industrialización y la violencia política interna, etc.; casi demasiadas para poder enumerarlas.2° Todas 18
Para un útil análisis véase Pawson (1989). Tales preguntas no sólo son planteadas por los filósofos sino también por practicantes. Véanse, por ejemplo, Blalock (1982) y Lieberson (1985). 2° Véase, por ejemplo, el compendio de "descubrimientos" que aparece en Berelson y Steiner (1967). Tal vez sea señal de los tiempos el hecho de que, desde entonces, nadie haya intentado repetir este ejercicio. 19
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van de lo débil a lo fuerte y ninguna es perfecta, lo que se ha atribuido a diversos tipos de errores de medición y a la dificultad de controlar todos los factores posibles. Y sin embargo, ¿a qué equivalen tales generalizaciones? ¿Son "protoleyes" tomadas de disciplinas jóvenes e inmaduras que, sin embargo, podrían servir como base para leyes más sólidas? ¿O son, simplemente, generalizaciones empíricas que describen relaciones locales y temporalmente restringidas? Abordemos primero la cuestión de la naturaleza de tales generalizaciones. Tales asociaciones normalmente se derivan de una muestra de alguna población, y las medidas de asociación resumen las relaciones entre las variables de tal muestra. En cualquier muestra podría producirse un número indeterminado de tales asociaciones, entre todos los tipos de fenómenos heteróclitos que normalmente no consideraríamos de gran interés. Por consiguiente, las asociaciones resumen las relaciones entre las variables que parecieron de importancia suficiente para ser consideradas. Así, ¿cómo se llega a la decisión de qué incluir dentro de un estudio, dado que es imposible incluirlo todo? El modelo hipotético-deductivo sugeriría que la teoría dicta lo que se debe incluir, las variables que se deben examinar, las variables que se deben controlar, etc. El propio Mill, aunque tan empirista como el que más, no negó la importancia de las hipótesis como necesarias si se quería aplicar alguno de sus métodos de investigación y derivar consecuencias verificables
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de las propias leyes. Mas para Mill todas las hipótesis eran sugeridas por la experiencia y podían ser verdaderas o falsas. Si aceptamos esto, aún no queda claro cómo podría decirse que las asociaciones entre variables pudieran ser teóricamente pertinentes. ¿Qué debemos hacer con una asociación o correlación que no es perfecta? ¿Prueba o refuta una teoría? O bien, ¿debemos decir algo un poco más débil: que "presta apoyo" o que "no es enteramente congruente con"? En realidad, por lo general la interpretación de tales asociaciones es cuestión post hoc, a pesar de que nos inclinemos ante el hecho de que el modelo hipotético-deductivo ha aprobado la prueba de la predicción. Todos los tipos de racionalizaciones, algunos más plausibles que otros, pero muchos de ellos aun bastante plausibles, intervienen para hacer teóricamente interesantes las asociaciones. La obra clásica de la ciencia social positivista, el estudio del suicidio hecho por Durkheim, contiene muchas generalizaciones que resumen las correlaciones entre el matrimonio y el suicidio, la vida urbana y el suicidio y más, mientras que el resto del análisis consiste en interpretaciones y argumentos, muchos de ellos sagaces, ingeniosos y profundos, que elaboran razones post hoc para explicar qué había en los fenómenos correlacionados que condujo al suicidio. Lo que queda claro es que las asociaciones entre variables no hablan por sí solas. ¿Pueden considerarse tales asociaciones como protoleyes? Una respuesta afirmativa a esta pregunta parece difícil, pues lo que hasta aquí se ha dicho
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señala la conclusión de que ninguna generalización puede, lógicamente, entrañar una ley. El hecho de que A siempre, hasta hoy, haya sido seguida por B no implica que siempre será seguida por B. En realidad, no todas las declaraciones de la forma lógica "Siempre que A, entonces B" pueden tratarse como leyes en el sentido requerido por la ciencia. Por ejemplo, las "generalizaciones nomológicas" apoyan las declaraciones condicionales subjuntivas y contrafácticas mientras que no lo hacen así las "generalizaciones empíricas". Por ejemplo, la ley sobre los efectos de los solutos en el punto de ebullición de un líquido impone un condicional subjuntivo como "Si esta sal sólida se disolviera en esta olla de agua hirviendo, entonces se elevaría el punto de ebullición." La ley, junto con declaraciones acerca de las condiciones iniciales que afirman que la ley es aplicable en este caso particular, nos permite hacer semejante declaración. De manera similar, apoya declaraciones contrafácticas como "Si este pedazo de sal sólida se hubiera disuelto en agua —aunque no ocurrió así— se habría elevado el punto de ebullición del agua"; en pocas palabras, las "generalizaciones nomológicas" o leyes nos permiten hacer inferencias acerca de casos que no ocurren hoy, no ocurrieron en el pasado y pueden ocurrir o no en el futuro. Declaran unas relaciones hipotéticas de conexión invariable, ya sea que las relaciones se hayan ejemplificado realmente o no. Ninguna de estas características se aplica a las generalizaciones empíricas. La generalización de
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que todas las personas que hay en la habitación miden menos de 1.80 ni no permite hacer la inferencia de que cualquiera que entre en la habitación medirá menos de 1.80. Aunque siempre se haya sostenido buen número de tales generalizaciones, en realidad, en todo tiempo y lugar, esto seguirá siendo, como dice Brown, "Un feliz accidente y no una consecuencia de que exista una conexión similar a ley entre las propiedades en cuestión o, más básicamente, que haya una teoría científica de la cual se pueda derivar la generalización."21 Es decir, a falta de una teoría científica que impida la aparición de alguien de más de 1.80 ni que entre en esta habitación, no tenemos ninguna base para el tipo de inferencia que podemos hacer utilizando generalizaciones nomológicas. Sin embargo, la cuestión consiste en saber si las generalizaciones empíricas o las nomológicas son la calse de generalizaciones que producen los métodos de ciencia social del tipo de Lazarsfel d. Supongamos, por ejemplo, después de intensivos estudios de muestras de individuos, que encontra21
Brown (1973: 93). En las elecciones generales de Gran Bretaña en 1997 los encargados de las encuestas se emocionaron mucho pensando que por entonces habían logrado hacer correctas sus predicciones de los resultados, después de fallar en la lección anterior. Lo lograron después de hacer varios ajustes a sus métodos para tomar en cuenta las tasas cambiantes de la revelación de las intenciones de los votantes y otros cambios sociales. Esta vez predijeron sumamente bien el resultado de la elección, pero aún están batallando con generalizaciones empíricas, y no teóricas.
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mos una alta correlación positiva entre el número de hijos de una familia y un mal desempeño educativo. ¿Qué clase de generalización sería ésta? ¿Una "accidental" o empírica, o qué? Resulta difícil decirlo, pues podría argüirse que fueron ambas cosas. En realidad, no es de esto de lo que se trata. Si deseáramos aplicar la generalización para explicar por qué el pequeño Juanito, en la pobreza con 12 hermanos y hermanas, no lo está haciendo muy bien en la escuela, ésta bien podría ser la explicación. Pero, ¿basta? ¿Que decir de otros factores que pueden desempeñar una parte? ¿Cómo sabemos que es el número de hermanos el que causa su mal aprovechamiento, y no, por ejemplo, la mala escuela, la pasión de Juanito por la pesca, su dislexia o cualquier otra cosa que pueda caracterizar la vida y las circunstancias de Juanito? En pocas palabras, ¿podría deducirse el mal aprovechamiento de Juanito a partir de esa generalización? La respuesta es: no, y por tres grandes razones. En primer lugar, en contraste con las leyes que se ofrecen en las ciencias naturales, el requisito de si las condiciones permanecen constantes, en que se juzga la aplicabilidad de la ley, en este ejemplo y en la mayoría de los ejemplos de la verdadera vida social, no ha sido determinada... por decir lo menos. En segundo lugar, la falta de una teoría de la cual derivar la generalización y —lo que es importante— junto con alguna declaración de las condiciones en que se aplicará la teoría, significa que cualquier aplicación tendrá que ser determinada post hoc. Aunque los mecanismos que in-
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tervienen aquí tienen plausibilidad intuitiva —por ejemplo, las familias numerosas significan menos tiempo para estudiar, menos atención de los padres a cada hijo, rivalidad entre hermanos, etc.— este proceso ad hoc no es precisamente lo que se esperaría de una teoría científica y de las observaciones que de ella pudieran deducirse. Más aún, en realidad existe cualquier número de teorías que pudieran explicar el mal desempeño de Juanito en la escuela, congruentes algunas de ellas con la generalización, pero muchas no tanto, y para las cuales la conexión empírica entre el número de hermanos y el aprovechamiento escolar no tiene importancia. En tercer lugar, dado que la generalización se hace a partir de muestras, todo lo que tenemos es una generalización estadística, según la cual una propiedad (el número de hermanos) queda asociada con otra propiedad (el aprovechamiento escolar) en una dirección y un tamaño particulares. De esto no se sigue nada acerca de ningún ejemplo particular. 22 No se puede encontrar una conclusión deductiva, sino sólo una inductiva. Las premisas erigidas sobre tales generalizaciones no pueden implicar lógicamente una conclusión sino tan sólo darle apoyo. A este respecto Lieberson nos ofrece un ejemplo esclarecedor. 23 Pregunta: ¿cómo se las arreglan los investigadores sociales, utilizando sus métodos y 22 Robinson (1950) es un ejemplo clásico que identifica cierto número de "falacias ecológicas" que intervienen al hacer inferencias acerca de individuos, a partir de datos acumulados. 23 Lieberson (1985: 99-101). También es importante observar
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modos de pensar, para estudiar la cuestión de por qué caen los objetos? Visualiza un estudio, basado en una analogía con el tipo característico del estudio de investigación social en que el objetivo característico es explicar la varianza en la conducta de diferentes ejemplos de los fenómenos (como las diferencias de logros educativos de individuos o de clases de individuos). De este modo, en la analogía con la ciencia natural, se deja caer toda una variedad de objetos desde una altura, sin beneficiarse de fuertes controles, como el vacío, condición, repetimos, que corre paralela a la mayoría de las circunstancias en la investigación social, en que los controles, si existen, entran post hoc en la etapa del análisis de datos. Si el tiempo que tardan los objetos en llegar al suelo difiere, entonces la pregunta se vuelve: ¿cuáles características de los objetos determinan esta diferencia? La resistencia del aire a falta de un vacío, y el tamaño y la densidad de los objetos, a primera vista afectan la velocidad de la caída. Supongamos que estos factores, aun incluyendo a otros, tomados en conjunto explican todas las diferencias de velocidad de la caída entre los objetos." En el contexto de una investigación social, la mitad de las que comprende que la investigación social es, principalmente, investigación de estudios y análisis cuantitativo de datos. 24 Esto presupone que podríamos explicar todo lo que se conoce como la varianza, estadísticamente definida, en la investigación social. Sería algo sin precedentes. Lieberson saca algunas conclusiones devastadoras acerca de la capacidad de la investigación social no experimental para realizar sus ambiciones de predecir explicaciones que teóricamente fuesen pertinentes.
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veces se concluiría que debía llegarse a una completa comprensión del fenómeno, puesto que ya se habían explicado todas las diferencias. Pero, desde luego, la idea de este ejemplo es que no habíamos contado con la idea de la gravedad. ¿Qué estuvo mal? Como dice Lieberson, los datos sobre el fenómeno de interés no necesariamente son aplicables a la cuestión de interés. Por ello, un análisis de la velocidad de la caída de diversos objetos podría revelarnos por qué difieren en la velocidad de su caída, pero no por qué caen. Lo que no tendríamos sería la capacidad de la teoría de la gravedad y su declaración de la constancia de la tasa de aceleración de los objetos al caer, para enfrentarnos a muchas de las aplicaciones para las que se la emplea. Aquí una consideración importante, que ya encontramos en nuestro análisis de las ideas de Pearson, y plenamente reconocida por Lazarsfeld, en su búsqueda de las ideas del análisis de variables, es el carácter no experimental de la investigación social. Sin la capacidad de hacer eficazmente suposiciones, si las condiciones permanecen con.stantes, acerca de los efectos de factores no deseados, identificar relaciones causales en que siempre está presente la "contaminación" por diversas influencias probablemente le presentará dificultades fundamentales a los investigadores positivistas. Como ya se ha dicho antes, en el análisis de las variables normalmente se emplean controles en la etapa del análisis de datos, por ejemplo, comparando unidades en las estadísticas de algunas características para ver cómo, dado
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que esas características son las mismas, difieren de otras características; el objetivo es ver cuánto de la variabilidad de los valores de la variable dependiente queda explicado por una o más de las variables independientes. Asimismo, como ya se dijo, para Pearson y sus afines esto es enteramente el problema, a saber, encontrar las variables que explican la mayoría pero no toda la varianza. Para él simplemente no tiene objeto tratar de sumar las causas hasta que se haya explicado toda la variación. La eliminación completa de la variabilidad en la observación del mundo real es una quimera. Lo único que importa son las variables sumamente correlacionadas.25 25 Por desgracia para este tipo de concepción, tiene varias graves fallas técnicas, aparte de las sugeridas por el ejeinplo de Lieberson. Turner (1987) señala, por ejemplo, que ni la metafísica subyacente en esta concepción de la investigación social ni las técnicas estadísticas utilizadas para aplicarla toman en cuenta que las teorías quedan subdeterminaclas. No sólo no hay 1.111 objetivo alcanzable de la eliminación completa de la variabilidad sino que habitualmente hay más de una manera de añadir o de combinar vaiiables hasta llegar al punto de redundancia, suponiendo que esto sea capaz de arribar a una definición plausible, sin tomar en cuenta el hecho de que hay más de una elección acerca del modo en que se pueden medir las variables. Turner indica que no se puede mantener una relación lógica entre pretensiones teóricas y generalizaciones basadas en datos estadísticos, en gran parte por causa de la suposición acerca del orden de las variables, el hecho de que estén completas, su linealidad u otras cosas, y su independencia, esencial todo ello para las matemáticas de la modelación estadística, y que siempre hará que las generalizaciones estén relacionadas con suposiciones. Sin embargo, esto no equivale a decir que las condiciones de una ley,
164 POSITIVISMO Y LENGUAJE EL POSITIVISMO Y LA TEORÍA
La concepción positivista del conocimiento científico, con su hincapié en la observación y en el método empírico, con relativo descuido de la teoría, resulta ser una mala caracterización de la lógica de la ciencia natural a la que supuestamente rinde homenaje. Esto no es decir que la observación y el método empírico carezcan de importancia en la ciencia natural o en cualquier otra ciencia, aunque el positivismo tal vez tendiera a convertirlas en fetiches. El problema se encontró en la forma en que el positivismo trató la teoría y las generalizaciones teóricas con su conexión con lo empírico. De acuerdo con la versión positivista, los fundamentos del conocimiento científico han de encontrarse en la relación sistemática y persistente de lo observable con lo observable. 26 Es un sistema de prueba y error, y no por ello pierde eficiencia. En contraste, el racionalismo subraya la conexión lógica de la idea con la idea, como es característico en la lógica, en las matemáticas y en algunos sistemas metafísicos de pensamiento. La ciencia comparte característipor ejemplo las leyes de Newton, se apliquen en un vacío a baja velocidad, sin una presión significativa de la luz, etc. Pero se sabe que éstos son factores mensurables, y no suposiciones que haya que hacer para aplicar modelos estadísticos. 26 Esto es uno de los rasgos distintivos de la mayor parte de las formas del empirismo y se encuentra en muchas actividades diversas, desde la magia primitiva hasta la tecnología moderna. Véase Willer y Willer (1973: 16).
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cas de ambas, pero de una manera muy distinta de la propuesta por el positivismo. En realidad, la ciencia se interesa principalmente por producir explicaciones teóricas de conexiones empíricas pero no —al menos no de manera sencilla— como relación de lo observable con lo observable. Podríamos decir que sus explicaciones teóricas son más racionalistas que empiristas, y en las más avanzadas de las ciencias naturales consisten casi exclusivamente en formulaciones matemáticas. Los conceptos de las teorías reciben su relieve empírico a través de la abstracción mediante la cual se seleccionan propiedades de objetos empíricos y se las conecta racionalmente dentro de un marco teórico. La fuerza del anterior ejemplo, tomado de Lieberson, es que los métodos de la ciencia social no pueden simplificar suficientemente sus problemas para poder formular leyes definitivas. Para volver a emplear el mismo ejemplo, no pueden abstraer las propiedades pertinentes de los "cuerpos que caen" haciendo suposiciones, en este caso, acerca de un vacío perfecto en que los objetos están cayendo, y aportando así las condiciones necesarias para la matematización de la teoría. 27 Una explicación científica utiliza conexiones teó27 El proceso, desde luego, es más complicado que esto, y no toma en cuenta los años de paciente trabajo que sentaron la base de la idea. Pero recuérdese que nuestro análisis, aquí, es acerca de la lógica de la explicación científica, y no de la práctica de la ciencia. Se sabia de los "cuerpos que caen" antes de que Newton propusiera la teoría de la gravedad. Para él la cuestión era explicar por qué caen los cuerpos.
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ricas determinativas, y no conexiones interpretadas como declaraciones causales generales, como lo quería el pensamiento positivista. Pero esto es lo determinante de la conexión racional. Como ejemplo (Willer y Willer, 1973: 16) una relación entre el clima frío y la ruptura de radiadores de autos puede establecerse fácilmente por medio de métodos empíricos. En semejante caso, la conexión se precisa como resultado de repetidas observaciones y, como diría Hume, por hábito. Semejante explicación, valiéndose de la conexión empírica entre radiadores rotos y clima helado, puede ser adecuada para su propósito, especialmente si el objeto es evitar que se rompan los radiadores de los autos. En cambio, una explicación científica podría empezar con la idea de que, con perfecta elasticidad, tensión es igual a esfuerzo. Se haría entonces un intento por determinar un valor para el límite de elasticidad del radiador, midiendo la cantidad de fuerza aplicada antes de que el radiador se rompa. Al medir la temperatura del aire y del agua la noche en cuestión, podemos determinar el punto en que el agua se congelaría, produciendo hielo suficiente para aplicar la fuerza que llevaría la resistencia del radiador hasta su límite; una fuerza superior a este límite quebraría el radiador. En este caso estamos aplicando una ley, una afirmación de identidad, en que la fuerza es igual a la tensión en condiciones de perfecta elasticidad de un objeto. El propósito de la ley es derivar una medida del límite de presión, y comparar con tal límite la presión calculada en el mo-
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mento de la ruptura. En la medida en que el valor del límite de presión fue determinado por un cálculo de la presión, es difícil ver cómo se podrían refutar las leyes en semejante aplicación. No habría sido posible llegar empíricamente al cálculo exacto de un límite. Aun cuando la temperatura se habría podido medir con tanta exactitud como aplicando métodos empíricos, y hacer la generalización de que cuanto más frío haga más probablemente se romperá el radiador, esto no daría por resultado el cálculo de un límite. Puede resultar en una distribución de la probabilidad, pero esto no nos revelará si el radiador se romperá o no. La ley científica puede señalar una condición mensurable en la cual ocurrirá esa rotura; una generalización empírica sólo nos dirá que la rotura tiene una cierta probabilidad. Antes ya se observó que la explicación positivista de los modos en que trascendían los ejemplos particulares fue deficiente. En efecto, propone un proceso de aplicar un nombre a un conjunto de propiedades similares, para formar una categoría particular: un Volkswagen sedán pertenece a la categoría general "automóvil", John Hughes a la categoría "varón", Charis Hughes a la categoría "hija", etc. Luego, esas categorías se relacionan con otras categorías empíricas por medio de métodos como las correlaciones. La ciencia, por su parte, trasciende los casos particulares, como ya se dijo, por abstracción; es decir, por un proceso de selección, y no por la suma de características similares. En reali-
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dad, los fenómenos de observación abstraídos de esta manera pueden tener poca similitud obvia entre sí. Las bolas de billar no son como los cohetes, pero podrían ser conectadas de modo abstracto con los conceptos de las mismas leyes del movimiento. El significado de los conceptos abstraídos no se deriva de la similar apariencia de los objetos sino de su relación con otros conceptos en la teoría. En efecto, el proceso de abstracción es una de las observaciones conceptualizadoras, de tal modo que se las pueda relacionar deterministamente con otros conceptos. Al punto se ofrece como marco conceptual de la teoría un universo potencialmente infinito. La conexión racional entre los conceptos de una teoría no es como una conexión causal. Bien podemos emplear la relación d = vi ("distancia" igual a "velocidad" multiplicada por "tiempo"), y utilizarla para construir velocímetros, medir distancias recorridas, calcular cuánto tiempo necesitaremos para llegar hasta Guadalajara, etc., pero no observamos la distancia para descubrir si en realidad es una velocidad multiplicada por ef tiempo; vt nos dice lo que es la distancia en términos de tiempo y de velocidad. La abstracción en la ciencia va y viene entre el nivel empírico y el teórico, exponiendo y agudizando la gama de aplicación y su poder explicativo. Es cuestión de establecer un isomorfismo entre términos teóricos que, por su naturaleza, son inobservables, y los observables empíricos. Esto se puede facilitar mediante la manipulación en condiciones de
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laboratorio, fijando condiciones empíricas y variando el modelo que convenga al caso empírico, etc. En lo tocante al proceso de abstracción, y en contraste con el caso de las generalizaciones, no hay dificultad acerca de cuán similar es lo similar, puesto que la teoría y su(s) modelo(s) son constructos o invenciones mentales deliberadas para adaptar y traducir la teoría a fin de aplicarla a casos particulares. En realidad, las teorías pueden aplicarse a un gran número de casos, así como la ley de los cuerpos que caen se aplica a todo lo que cae o vuela. No ocurre así con las generalizaciones empíricas. La falta de éxito en el caso de una teoría no significa que la teoría fuera falsa; puede indicar más bien un límite para su alcance, o que se ha cometido un error al abstraer. 28 En esta visión de la explicación científica se encuentra una concepción muy diferente de la medición. Para el positivista la medición es, efectivamente, cuestión divorciada de la teoría. Por lo tanto, el llamado "problema de la medición" en la ciencia social se ha visto casi siempre como un es/ fuerzo por tratar de poner en escala todo tipo de variables, desde las macroestructurales hasta las afectivas, intentando darles el tipo de precisión y exactitud que se consideran características de la 28 El advenimiento de la teoría de la relatividad de Einstein y la mecánica cuántica en física, por ejemplo, no han refutado la teoría de Newton sino, más bien, indicado su alcance, es decir, '0‹ su restricción a la baja velocidad de la luz y en distancias relativamente cortas.
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medición en la ciencia.29 Se dedicó mucha energía
a formar "índices" para los conceptos teóricos, con
el objeto de conectar la teoría con el mundo empírico de las cosas observables mediante el uso de técnicas esencialmente empíricas. Sin embargo, según la visión abstractiva de la conexión de la teoría con los hechos observables empíricos, es la medición la que da su interpretación empírica a un concepto teórico. La medición ordena los datos, y no a la inversa, y es, en gran parte, consecuencia de la teoría. Por ejemplo, la "longitud" en una teoría científica tiene un significado puramente teórico determinado por los postulados y las leyes de la teoría. Los conceptos que se miden son elegidos a consecuencia de estos postulados y leyes y pueden ser empíricamente interpretados de muy distintas maneras, de acuerdo con las circunstancias. La aplicación de una teoría a una vasta gama de fenómenos hace surgir muy diversas interpretaciones empíricas. Como lo ha señalado Pawson, en -la ciencia: el objetivo de la medición es encarnar dentro de un instrumento los principios derivados de la ciencia teó29 Duncan (1984) tiene mucho que decirnos sobre la llamada exactitud de la medición en las ciencias físicas y, con mayor extensión, sobre los esfuerzos de las ciencias humanas por emularlas. Durante los decenios de 1930 y 1940 se dedicó considerable esfuerzo, principalmente entre los psicólogos, a lo que se conoció como la "teoría de la medición", la cual trataba la medición como si fuese una lógica "que se sostenía por sí sola", independiente de consideraciones teóricas. Véase, por ejemplo, Torgerson (1958); Stouffer (1962) contiene escritos de uno de los principales iniciadores de este movimiento.
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rica. De este modo, la instrumentación se ve como
rama de la ingeniería y la ingeniería no es más qtte la aplicación de las leyes, teorías, hipótesis y principios de la física teórica [...I la incorporación de la teoría en el dominio observacional no es considerada como un problema sino como la verdadera justificación de la medición [Pawson, 1989: 106-107).
Por ejemplo, se puede medir la temperatura empleando un simple termómetro de mercurio o, con objetos muy fríos, por medio de la resistencia de una corriente eléctrica. En ambos casos la medición es resultado directo de las leyes de la termodinámica aplicadas a diferentes dominios: la expansión de los líquidos en un caso, y la conductividad eléctrica en el otro. La medición de un carácter científico riguroso es imposible sin una teoría rigurosa que especifique la estricta relación matemática existente entre los conceptos. Si las ideas que acabamos de resumir son correctas, debemos descartar la visión positivista del conocimiento científico. Subrayaba algunos aspectos de la ciencia, en particular su carácter empírico, al precio de no ver la significación de otros, especialmente de la teoría. La ciencia es empírica pero también es profundamente teórica; en realidad, tal vez podría establecerse un argumento más convincente de que la ciencia está más interesada en la teoría que en lo empírico. Las leyes, que eran objetivo a la vez del positivismo y de la ciencia, no son generalizaciones empíricas causales, sino declaraciones ra-
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cionalmente conectadas. Cierto es que en su infancia algunas ciencias bien pueden proceder de manera más empírica correlacionando hechos observables con otros hechos observables, pero si se quiere que haya progreso las cosas no terminarán allí. El positivismo sospechó que la conexión racional podía ser más importante de lo que quisieran algunos de sus partidarios y, por ejemplo, el modelo de explicación hipotético-deductivo fue un intento por racionalizar la importancia de la lógica y de las matemáticas, pero firmemente dentro del marco empirista. Sin embargo, aunque bien puede aceptarse que la visión positivista de la ciencia estuvo mal concebida, esto no es decir que los métodos que autorizaba como propios de la ciencia social también sean enteramente inútiles. Bien puede ser que no sean científicos, ya sea en el modo en que el positivismo los interpretaba o, en realidad, en términos de la opinión que acabamos de esbozar, pero esto no implica que carecieran de todo objeto como forma de conocimiento. En cambio sí implica que no podemos salir del paso tan fácilmente otorgando a esos métodos la categoría de parangón científico, que no tienen. Se ha dicho, y desde muy diversos enfoques, que el esfuerzo por emular la ciencia natural y, para el caso, la más avanzada de las ciencias naturales, es prematuro, dado el actual desarrollo de las ciencias sociales. Por ejemplo, el empleo del modelo de explicación hipotético-deductivo bien puede no ser
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útil dadas las condiciones especiales de las que depende: un conocimiento sólido, una capacidad de mantener factores constantes ajenos a la relación de interés, claras conexiones deductivas con la teoría general, etc., y por consiguiente, en la actualidad las ciencias sociales deben contentarse con formas "menores" de explicación. Al fin y al cabo la historia funciona bien con "explicaciones genéticas", interesadas por mostrar cómo ocurrieron ciertos acontecimientos y sin hacer ninguna referencia explícita a las leyes como tales, sino por el despliegue de una narración explicativa. 30 También es posible reconocer que hay más maneras de ser científico de lo que aceptaría el positivismo, y que no es posible tratar las ciencias sociales como si fuesen ciencias naturales inmaduras, sino que son claramente diferentes y, por lo tanto, necesitan seguir una lógica de explicación diferente. Esto fue, en términos generales y como lo veremos en el capítulo v, el centro de los debates ocurridos en Alemania a partir de finales del siglo xix. Éstas son, obviamente, cuestiones importantes, algunas de las cuales serán abordadas más directamente en capítulos ulteriores. De momento, procede sacar una o dos conclusiones preliminares. Una implicación es que la versión positivista de la autoridad intelectual de los métodos de la ciencia social es deficiente, al igual que algunas de las afirmacio" Pero véase Nagel (1961) para otro concepto de la explicación histórica.
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nes hechas en nombre de esos métodos. En la medida en que tales métodos producen generalizaciones empíricas, se verán sometidos al tipo de limitaciones lógicas que hemos analizado. Pero, reiterando, esto no es decir que tales generalizaciones carezcan de interés. También hay implicaciones para las interpretaciones de la naturaleza de la teoría científica social, que en su mayor parte se vuelven menos que científicas. Aun dentro de un marco positivista, la relación de la teoría con los datos resultó problemática. Suponíase que, para ser verdad, la teoría dependía de los "hechos" del mundo que eran externos a la teoría misma. La teoría no le daba forma al mundo, pero respondía a él. La importancia atribuida al desarrollo de un lenguaje de la observación que fuese neutral ante las teorías radicaba precisamente en esto. Sin embargo, muchas de.las candidatas a teorías en la ciencia social fueron y siguen siendo rechazadas por motivos extraempíricos. Por ejemplo, durante los sesenta, el gran debate teórico en la sociolog-ía fue entre las teorías del conflicto y el funcionalismo. El funcionalismo fue atacado porque parecía desconocer el hecho del conflicto en la vida social, mientras que uno de sus principales objetivos era examinar las causas y consecuencias del conflicto dentro de un marco de conceptos que subrayaban la naturaleza sistemática de la sociedad. Sin embargo, cada bando del debate hablaba sin escuchar al otro. Estaba en juego algo distinto de la categoría científica de las respectivas posiciones teó-
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lo cual tenía mucho que ver con lo que las connotaciones de conceptos como "conflicto", "estabilidad", etc., llevaban consigo acerca de acontecimientos y procesos familiares en las sociedades históricas. Más vale ver esos debates como riñas sobre cómo debería verse al mundo social, poco relacionadas en realidad con el valor científico de tales teorías. Esto nos lleva a otro punto general acerca de la teoría científica social, que analizaremos más completamente en el próximo capítulo. El positivismo, con su insistencia en la idea de un lenguaje de observación neutral, generalización empírica, etc., se mostraba renuente a preocuparse por el origen y la fuente de las teorías. Esto queda ilustrado por la relativa falta de interés hacia la cuestión del descubrimiento científico, que fue relegada a la posición de aspecto secundario, fuera de toda preocupación filosófica seria. De mucho mayor importancia era la cuestión de verificar las teorías, una vez formuladas. El descubrimiento de teorías era cuestión de conjetura de parte de los científicos y su imaginación, fantasía, inducción y especulación, pero ciertamente quedaba más allá de la descripción lógica formal. Se sostuvo que lo que podría describirse como proceso lógico era la confirmación y prueba de las teorías. En esa medida las teorías habían de apegarse a ciertas normas formales para ser capaces de ser probadas contra los "hechos" del mundo. Sin embargo, aunque esta insistencia habría podido parecer excusable o justificable en conexión con las teorías de la ciencia na-
ricas,
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tural, lo resulta bastante menos con referencia a las ciencias sociales. El concepto mismo de un ámbito de la investigación, fuese sociología, economía, física, química, historia o cualquier otra cosa, presupone cierto esquema conceptual que ordena el mundo como preludio a la observación de los hechos pertinentes. Por ejemplo, esto fue lo que Durkheim insistió en establecer, a saber, la distintividad conceptual de la sociología como disciplina autónoma con su propio dominio de hechos, hechos que cobran importancia y significación porque son distintivamente sociales. En otras palabras, el ordenamiento conceptual necesario para identificar una especie de hechos empieza a desafiar la idea de que la observación es, exclusivamente, una cuestión neutral en términos teóricos. Sugiere que el conocedor es constituyente activo de la construcción del conocimiento. Según esta opinión, las teorías científicas se vuelven como invenciones activamente dedicadas a crear una realidad, y que no aguardan en forma pasiva su sustanciación por los hechos del mundo exterior. En realidad, gran parte de la teoría científica social queda subdeterminada por los hechos del mundo social, en el sentido de que no es concebible un "experimento estratégico" que pudiera decidir entre ellos. Antes bien, más vale considerar tales teorías como esquemas conceptuales que estipulan y hasta legislan lo que puede ser el dominio del hecho. Una última observación. Aunque se ha mostrado que la concepción positivista de la ciencia tiene gra-
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ves fallas, esto no equivale a decir que las ciencias sociales no pueden ser científicas según otra interpretación de la ciencia. Habrá que enfrentarse a esta cuestión, pero antes de hacerlo es necesario poner al día algunos de los debates acerca de la naturaleza de la ciencia.
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V. LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA EN LOS capítulos anteriores ha salido a la superficie, en diversos aspectos, una distinción que, desde el punto de vista histórico, es de fundamental importancia en el pensamiento occidental: la que existe entre mente y materia. Tal vez pudiera escribirse toda la historia de la filosofía occidental con sólo describir una pugna entre las diversas maneras de formular lo que es, en términos filosóficos, esta distinción. Por ejemplo, algunos materialistas tienden a reducir los fenómenos mentales a epifenómenos de lo material. La mente, sus actividades y sus contenidos son el resultado de los procesos materiales del cerebro y del sistema nervioso. En el caso materialista más extremo, la mente es el cerebro. En el polo opuesto, los idealistas sostienen que el llamado mundo material sólo es, en realidad, un conjunto de ideas en la mente.' Desde luego, los pensadores materialistas y los idealistas sostienen ideas más detalladas y refinadas de lo que pudieran indicar estos resúmenes. Para nuestros propósitos inmediatos en este capítulo lo que importa es que la distin1 O, como diría el obispo Berkeley (1685-1753), ideas en la mente de Dios.
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ción de la mente y la materia plantea la pregunta de si existen diferentes órdenes de fenómenos en el mundo, que, por consiguiente, tendrían que ser conocidos de distintas maneras. En este capítulo y en los siguientes nos proponemos explorar algunas de las doctrinas filosóficas y sus implicaciones en torno de este dualismo y, al hacerlo, volver a algunos de los problemas planteados en los capítulos anteriores. ALGUNOS
PREDECESORES INTELECTUALES
Para las ciencias sociales la distinción entre mente y materia cobró importancia por los debates ocurridos en Alemania a finales del siglo XIX. Éstos tenían sus antecesores en las ideas del italiano Giovanni Batista Vico (1660-1744) y del suizo-francés JeanJacques Rousseau (1712-1778), quienes habían ofrecido alternativas radicales a la concepción ilustrada del pueblo y de la sociedad (Manicas, 1987). En suma, rechazaron la concepción del individuo racional y casi asocial en favor de una concepción del individuo perteneciente a una vasta entidad social y cultural: la asociación moral y política de la sociedad. En el pensamiento francés y en el inglés estos principios no lograron florecer como lo hicieron en Alemania (Manicas, 1987: 73), donde establecieron una sólida tradición, por medio de Johann Gottfried Herder (1744-1803), Georg W. F. Hegel (1770-1831) y Karl Marx (1818-1883), que culminó en los debates acerca de la naturaleza de la huma-
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nidad como seres materiales o "espirituales" a los que nos acabamos de referir. Una vez más en pocas palabras, la tradición intentó crear teorías de la historia, considerada como la ciencia distintivamente humana y como su disciplina unificadora. En aspectos importantes, las disputas se centraron en torno al método histórico y, en particular, se quiso saber si el estudio de la historia podía ser una ciencia natural o si tenía que crear sus propios métodos distintivos como investigación característicamente humana; este debate, cosa casi inevitable, se extendió a las ciencias sociales más en general. Al negar el camino filosófico hacia una ciencia de la historia, rechazando por lo tanto a Hegel, la pregunta se volvió cómo convertir la historia en una disciplina empírica de bases sólidas, ya que su objeto de estudio no era la naturaleza inanimada'sino la vida humana en todas sus manifestaciones. ¿Cómo enfrentarse al hecho de que la historia abarcará, en suma, la comprensión y la autocomprensión de parte de los mismos seres humanos que se estaban estudiando? En esta fase del debate del siglo xix, conocida como el Methodenstreil (la "disputa sobre los métodos"), tuvieron importancia ciertas consideraciones que emanaron de la filología bíblica.2 Traducir textos que a su vez habían pasado ya por cierto número de distintas traducciones y modificaciones desde su lenguaje original era algo que no sólo abarcaba
consideraciones lingüísticas sino que también exigía que estuviesen relacionadas, para poder descubrir el significado original, con el contexto social más vasto en que originalmente se las había producido. Por lo tanto, darle sentido a materiales textuales era algo que exigía una unión de la filología y de la historia y, podríamos añadir, la sociología y la antropología. Esto fue lo que hizo surgir lo que ha llegado a conocerse como hermenéutica —término originalmente usado para identificar la interpretación bíblica pero que llegó a emplearse para representar el proceso general de interpretación cultural—, con su pregunta inseparable: ¿cómo puede lograrse una comprensión del pasado por medio de sus textos y otros restos? (Anderson el al., 1986: cap. 3; Bauman, 1978). Friedrich D. E. Schleiermacher (1768-1834), quien en los primeros arios del siglo xix fue el responsable de apartar la hermenéutica de su hogar original, la filología, y de aplicarla a los problemas del conocimiento histórico, consideró que éste era el problema de la historia.3 Para comprender el pasado había que identificarse con él. Al complementar la interpretación gramatical con la identificación psicológica, la hermenéutica se introdujo en el estudio de las actividades humanas en general, elevando particularmente la comprensión interpretativa a una posición prominente en la metodología de las ciencias sociales. Wilhelm
2 Originalmente el debate surgió en economía, pero pronto se volvió más general, y a él se vieron arrastrados diversos especialistas en historia y en estudios jurídicos y lingüísticos.
3 Véase la introducción a Mueller-Voltmer (1985) para una revisión general y un análisis del surgimiento de la hermenéutica.
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Dilthey (1833-1911), basándose en Schleiermacher y como parte de una difundida reacción romántica contra el positivismo, sostuvo que la metodología positivista de las ciencias naturales era inadecuada para comprender los fenómenos humanos, salvo en la medida en que los seres humanos eran objetos naturales. El positivismo no dejó ningún espacio a la idea de que historia y sociedad eran creaciones humanas y que esta creatividad libre constituía la esencia de todas las formas sociales. El estudio de la historia humana había de basarse en el hecho de que los seres humanos eran creadores con propósitos que vivían dentro de un mundo que tenía significado para ellos. La dualidad de lo subjetivo y lo objetivo era irreductible. Es decir, no había manera de hacer que el estudio de la historia fuese propiedad exclusiva de las ciencias naturales y materiales, pues la realidad de la historia consistía fundamentalmente en fenómenos mentales o espirituales, ejemplificados en instituciones sociales, el derecho, la literatura, el gobierno, la moral y los valores. Investigar esta "realidad mental" era algo que requería un método totalmente distinto del de la ciencia natural, pero que no tuviese menor justificación filosófica. El método debía reconocer las acciones, acontecimientos y artefactos desde adentro de la vida humana en los términos en que eran experimentados y conocidos por quienes vivían entre ellos y por medio de ellos, y no por medio de la observación, como si fuesen una realidad externa percibida desde cierta distancia. Sólo se podía lograr el
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conocimiento de las personas mediante un procedimiento interpretativo fincado en la recreación imaginativa de las experiencias de los demás para captar el significado que para ellos tienen las cosas que hay en su mundo. Historia, sociedad, arte, y en realidad todos los productos humanos, eran las objetivaciones de la mente humana, y no se parecían en nada a las cosas materiales. Por consiguiente, comprender tales fenómenos requería captar las experiencias vividas de otros mediante una aprehensión de los pensamientos y las interpretaciones que habían intervenido en su producción. No es posible comprender el mundo sociohistórico simplemente como una relación de cosas materiales que existen en sí mismas, pues las cosas materiales que desempeñan un papel en la vida humana tienen, a menudo, un carácter simbólico: expresan algún contenido de la mente humana. Vemos así que para Dilthey y para otros de ideas similares la cultura y lo social eran, por su naturaleza esencial, diferentes del mundo de la ciencia natural, y exigían distintos métodos de estudio. La ciencia, concebida principalmente en términos positivistas, estudiaba el mundo objetivo, inanimado, no humano. En cambio, para Dilthey la sociedad, como producto de la mente humana, era subjetiva y emotiva, así como intelectual. Los modelos de explicación que nosotros llamaríamos causales, mecanicistas y orientados hacia la medición eran inapropiados, pues la conciencia humana no estaba determinada por fuerzas naturales. La conducta so-
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cial humana siempre estaba imbuida de valores, y sólo podría obtenerse un conocimiento confiable de una cultura aislando las ideas coinunes, los sentimientos o las metas de una sociedad histórica en particular. En términos de éstas se formaban las acciones y los logros de los individuos. El observador, como ser humano que estudia a otros seres humanos, tiene acceso al mundo cultural de otros por medio de alguna forma de "reconstrucción imaginativa" o "empatía". Otros, especialmente Heinrich Rickert (18631936), no aceptaron la dicotómica visión de la realidad de Dilthey, separada entre naturaleza y cultura, sino que sostuvieron que la realidad era indivisible. Sin embargo, en contraste con los positivistas que habían sostenido una idea similar, esto no implicaba que los métodos de la ciencia natural fuesen por ello aplicables al mundo de la sociedad, la cultura y la historia. Las diferencias entre las ciencias naturales y las ciencias sociales o culturales se basaban más en la lógica que en la ontología. Según Rickert, los seres humanos no podían tener un conocimiento del mundo que fuese independiente de lo que ellos tenían en la mente. No tenían manera de descubrir si su conocimiento reproducía fielmente una realidad que existiera fuera de su mente, e independiente de ella. Sólo podían conocer las cosas cuando aparecen como fenómenos, y nunca en cuanto cosas como tales.4 Los hechos, por de4
Para un análisis de la influencia de Rickert véase Burger
(1976: cap. 1).
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cirio así, están constituidos por fenómenos, y reciben de la mente su forma y contenido. Se trata de un acto volitivo, y su realización es una actividad intencional. Por lo tanto, todo conocimiento humano es selectivo e incluye abstracción de acuerdo con intereses particulares. En consecuencia, no se logra la objetividad compulsando ideas contra alguna realidad externa, como lo habrían querido los positivistas, sino por medio del establecimiento intersubjetivo de esos hechos por quienes tienen un interés en conocerlos. Por consiguiente, si el conocimiento de las leyes de la naturaleza es el único conocimiento que alguien desea tener, el método legítimo que conducirá a su descubrimiento es el método de la ciencia natural. Por otra parte, si el interés está en conocer cosas distintas de las que pueden abarcar las ciencias naturales, entonces también la base del conocimiento será diferente. De hecho, según Rickert, hay en acción dos principios básicos de selección, cada uno de los cuales hace posible llegar a uno de dos diferentes tipos de representaciones de la realidad: el tipo nomotético y el tipo ideográfico. El primero, característico de la ciencia natural, es un interés por descubrir leyes generales, mientras que el segundo, más característico de la historia, se preocupa por comprender el caso concreto y único. No estamos interesados en los atributos únicos y específicos de los fenómenos naturales ordinarios, como las briznas de hierba o las nubes del cielo, sino que nos satisfacemos con conocer sus características generales. En cambio,
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estamos sumamente interesados en los atributos únicos y específicos de otros seres humanos, en conocer toda dase de cosas acerca de personas particulares. Esta dicotomía no representa una diferencia fundamental en la ontología del mundo; no significa que los seres humanos sean esencialmente distintos de las briznas de hierba o de las nubes, pero sí implica una diferencia del tipo de conocimiento requerido por los diversos intereses. Los productos humanos encarnan valores y son éstos los que deben ser comprendidos por los científicos sociales para dar un sentido a las constelaciones únicas que crean la historia humana. De este modo, aunque la ciencia natural se interesa por formar conceptos generales, abstrayendo del taso concreto aquellos rasgos que tienen en común con otros casos, la investigación histórica se preocupa por formar conceptos individuales, concentrándose en la combinación única de elementos que representan un fenómeno que tenga significación cultural, como la vida y el carácter de una gran figura, de Napoleón, por ejemplo. Ambas formas de investigación utilizan sus propios principios de selección con el propósito de aislar los elementos de la realidad empírica que son esenciales para sus respectivos propósitos cognitivos. El ideal del conocimiento objetivo exige ambos métodos, ya que cualquiera de ellos sólo ofrece una imagen unilateral de la realidad. Sin embargo, la misma realidad se puede presentar como historia o como ciencia natural. Aunque Dilthey y Rickert difirieron en cuanto a
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las razones del empleo de diferentes metodologías con respecto a los mundos natural y social, sí convinieron en que los tipos de métodos de la ciencia natural positivista no podían emplearse para obtener un conocimiento adecuado de lo social y de lo cultural. Max Weber (1864-1920), muy influido por Rickert, aceptó el carácter distintivo de las ciencias sociales —es decir, su interés en el caso individual— pero no las implicaciones de que, por lo tanto, eran acientíficas, al ser incapaces de satisfacer las rigurosas normas de objetividad que se necesitan en la cultura. Al igual que Dilthey, Weber aceptó la importancia de la "comprensión interpretativa" como forma distintiva del conocimiento para las ciencias sociohistóricas, pero sólo como medio hacia el conocimiento objetivo. Al igual que Rickert, apoyó la idea de que la distinción esencial entre las ciencias naturales y las sociales era metodológica, y no ontológica. De hecho, la posibilidad de una "comprensión interpretativa" en las ciencias sociales era, según Weber, una enorme oportunidad, y no algo por lo que hubiese que dar disculpas. Por su intermedio se podía estudiar la acción humana con mayor profundidad de lo que un científico naturalista pudiese penetrar jamás en la naturaleza del mundo inanimado (Weber, 1969: 101; Bauman, 1978: cap. 3). Y sin embargo había que pagar un precio en materia de objetividad, precisión y conclusión. Por su propia parte Weber trató de reconciliar las ventajas de la "comprensión interpretativa" con las exigencias de las normas científicas.
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Las intervenciones de Weber Sin embargo, para comprender precisamente lo que esto significa, es importante entender algo de la vía que llevó a Weber a su conclusión. Por entonces dos posiciones generales dominaban el debate acerca del método de la ciencia social; una de ellas, la positivista, ya la hemos examinado con cierta extensión; la otra era la intuicionista, es decir, la idea de que podemos comprender a los demás por medio de nuestra intuición ernpática de sus mentes. Weber rechazó ambas. Toda ciencia sociocultural debe utilizar un método distinto del que emplean las ciencias naturales, pe,ro esto no se caracteriza, como lo deseaban los intuicionistas, por una supuesta actitud única de empatía. Ambas formas de conocimiento, la científica natural y la sociocultural, están "invariablemente atadas al instrumento de la formación de conceptos" (Weber, 1975). En otras palabras, los problemas de la lógica de la formación de conceptos, es decir, el modo en que deben formar ideas teóricas, son los mismos para las ciencias naturales y las ciencias sociales, pese a las diferencias de prácticas en la manera en que se lleva adelante la investigación intelectual. La diferencia decisiva se encuentra en el "interés teórico" o "propósito" de comprender, que para las ciencias socioculturales es comprender fenómenos subjetivamente significativos. De este modo, comprendemos y esperamos que las ciencias históricas, lo sociocultural, sean distintivas en su objetivo de in-
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terpretar el significado por causa de nuestros propios intereses históricamente formados y teóricamente informados. Son los valores de nuestra propia cultura los que determinan los tipos de intereses que tenemos en la historia y en el mundo social como algo subjetivamente significativo. Por idéntica razón, tomamos el "interés teórico" de las ciencias naturales en la producción de conceptos y proposiciones universales-generales, o leyes. Pero ninguno de estos diferentes tipos de intereses teóricos se puede reducir al otro. Esto no es por razones ontológicas, como sostenían los intuicionistas, sino por las diferencias en el propósito axiológico o teórico de la investigación, lo cual tiene consecuencias metodológicas para la ciencias socioculturales. Procede aplicar aquí un método diferente de investigación, dado el interés teórico de comprender o de interpretar la significación, y éste es el método de veistehen es decir, tratar de reconstruir la experiencia subjetiva de los actores sociales. Con este fin, Weber planteó dos importantes principios metodológicos, los cuales siguen siendo parte del lenguaje contemporáneo de la ciencia social: la neutralidad del valor y el método de los tipos ideales. En lo tocante al primero Weber, conservando la misma distinción que habían hecho los positivistas entre el hecho y el valor, sostuvo que los científicos sociales nunca debían abusar de su autoridad cien,ffica haciendo pasar sus juicios de valor como verdades científicas. Acerca de los valores conflictivos, !los científicos no pueden tener nada que decir so-
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bre cuál se debe preferir, sino que sólo pueden revisar el probable resultado de las diversas alternativas de valor. La ciencia sólo trata con lo racional, y es una actividad instrumental, orientada técnicamente (Weber, 1949). El segundo recurso metodológico, el tipo ideal, que requiere formar abstracciones que simplifican y exageran rasgos descubiertos en la realidad para crear una pauta más lógicamente coherente de la que jamás podría encontrarse en el mundo, fue presentado como medio de captar con más objetividad unos significados subjetivamente sostenidos. Al trazar con la mayor claridad posible ciertas relaciones descubiertas en la realidad, el "tipo ideal" ofrecía un medio de estructurar y de enfocar la investigación del estudioso, poniendo de relieve ciertos rasgos de los fenómenos empíricos. Vemos así que para Weber todos los aspectos irracionales y emotivos de la conducta humana deben entenderse como desviaciones de un tipo conceptualmente puro de acción racional, el cual nos hacía figurarnos cómo se comportaría la gente si fuera, por decirlo así, enteramente lógica, permitiéndonos apreciar mejor por qué se comportaba de maneras no lógicas; por ejemplo, cómo intervenían la emoción o una costumbre irracional al determinar su curso de acción. La comprensión, pues, fue transformada por Weber en la construcción de modelos racionales. Weber consideró que el método de la ciencia natural, transplantado al estudio de la conducta social, produciría un conocimiento válido pero, en gran parte, de actividades
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poco importantes, que no venían al caso, al menos en lo tocante a la perspectiva subjetiva. El contraste entre las ciencias naturales y las sociales ocurre porque, en estas últimas, los seres humanos son a la vez el sujeto y el objeto de la investigación, lo que significa que el conocimiento de la sociedad es una forma de autoconocimiento. Verstehen, la comprensión interpretativa, ofrece a los observadores sociales un método de investigar los fenómenos sociales de una manera que no deforma el mundo social de los que están bajo estudio. Puesto que la esencia de la interacción social se encuentra en los significados que los agentes dan a sus acciones y a su entorno, todo análisis social válido debe remitirse a ellos. Sin embargo, la visión obtenida de esta manera deberá ser apoyada por datos de índole científica y estadística. Todos los fenómenos, por muy únicos y particulares que sean, son producto de condiciones antecedentes y causalmente relacionadas. Con ello no quiere decir Weber que los hechos sociales deban reducirse a leyes aisladas que lo abarquen todo sino, antes bien, que partiendo del complejo conjunto de la realidad social se deben abstraer y relacionar antecedentes y consecuencias limitados y únicos, que se relacionarán con los fenómenos observados. Esta "causación adecuada" nos ofrece explicaciones probabilistas. Esta tradición de pensamiento, reaccionando contra las concepciones positivistas de la ciencia y su importación a la ciencia social, ejerció un poderoso impacto, especialmente en Europa pero, aun-
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que no se la pasó por alto, su influencia fue menor en el Reino Unido y en Estados Unidos, al menos hasta hace poco tiempo.' Para nuestros propósitos sobresale un rasgo por encima de los demás: la idea de que las ciencias sociales incluyen métodos radicalmente distintos de los de las ciencias naturales. Se reconoce que los argumentos en favor de esto no siempre adoptan una forma ontológica sino que más bien señalan los diferentes tipos de conocimiento requeridos por las respectivas disciplinas. Sea como fuere, intervenían diferentes metodologías. Y ahora nos dedicaremos a un examen de algunas de estas cuestiones.
ACCIÓN Y SIGNIFICADO SOCIAL
En parte, la actitud "humanista" es una reacción contra la concepción "cientifizada" del actor social que parece encarnado en la ciencia social ortodoxa de persuasión positivista. La acusación dice que esos rasgos que hacen de la vida social un producto distintivamente humano están mal representados al ser analizados y reducidos a la interacción de variables.6 Desde luego, a veces tales acusaciones son excesivas. En realidad, comoquiera que acabemos juzgando la iniciativa de Lazarsfeld al establecer el 3 La decadencia del marxismo académico como fuerza doininante en el Reino Unido ha renovado el interés por Weber. 6 Véase, por ejemplo, una crítica no filosófica en Blumer (1956).
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análisis de variables como método de investigación en las ciencias sociales, una de sus intenciones era desarrollar un modo de análisis que admitiera el hecho de que la mayor parte de los conceptos más importantes de interés era cualitativa, y sin embargo reductible al menos a un modesto nivel de medición. Como hemos dicho, acaso el análisis de variables no resulte, a la postre, un intento triunfante por transformar de modo decisivo las cosas en una dirección mucho más "científica", pero su motivo no fue eliminar, repitiendo nuestra antigua frase, lo "distintivamente humano" del análisis científico social. Sin embargo, ha sido causa de ciertos debates qué fue exactamente lo que dejó fuera la ciencia social positivista; ¿el libre albedrío y la elección, las preocupaciones morales y políticas, el respeto al destino humano, los valores, el ego, la dimensión subjetiva, o qué? La discusión es acerca del objeto de la investigación científica social y los medios por los cuales se la debe interpretar. Aun si fuese realmente posible describir las pauta:. _mpíricas de las actividades sociales utilizando todo el elegante aparato correlacional de la ciencia social positivista, esto no lograría, afirmase, llegar al tema apropiado de la ciencia social. Nos daría un conocimiento adecuado de por qué las pautas ocurrían como ocurren, como producto social de seres humanos en acción. En el mejor de los casos, tales versiones sólo serían parciales; en el peor, los métodos mismos distorsionan en forma. profunda la realidad de la vida social.
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Las muy diversas cuestiones que están aquí en juego se encuentran resumidas en la célebre definición hecha por Weber de la "acción social": una acción es social cuando un actor social le asigna cierto significado a su conducta y, mediante este significado, se relaciona con la conducta de otras personas (Weber, 1969: 88). Ocurre una interacción social cuando las acciones de una persona van orientadas hacia las acciones de otras. Las acciones no van orientadas de una manera mecanicista de estímulo y respuesta, sino porque los actores interpretan y dan significado tanto a su propia conducta como a la de los demás. El propio Weber dedicó esfuerzos considerabl'es a dilucidar las implicaciones de esta formulación del lema central o, según Weber, el objetivo de la sociología. El punto importante tiene que ver con la idea de significado y su relación con el tipo de conocimiento que requerimos para comprender y explicar los fenómenos sociales. Hablar de significado es empezar a señalar el más importante de los hechos: que los seres humanos tienen una vida mental rica y sumamente variada, que se refleja en todos los artefactos por los cuales viven y en las instituciones en las cuales viven. En términos sociológicos y antropológicos modernos, a esto se lo llama "cultura" e incluye todo aquello de que los actores sociales pueden decir, que pueden explicar, describir a otros, excusar o justificar, creer en ello, afirmar, teorizar al respecto, estar de acuerdo y en desacuerdo, orar, crear, edificar, etc. En otras palabras, el mundo de los ac-
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tores sociales es un mundo que es inteligible para ellos y por ellos? Una manera de considerar el significado es verlo como componente subjetivo o interno de la conducta. Esto sería destacar un contraste entre los rasgos objetivos de la acción social y sus elementos subjetivos. Entonces las regularidades que descubrimos al estudiar la sociedad no son más que las apariencias externas de lo que comprenden los miembros de una sociedad y, por lo tanto, sobre lo que actúan. Este punto se puede ilustrar empleando el célebre ejemplo de Hart sobre el tránsito callejero (Hart, 1961; Ryan, 1970: 140-141). Una corriente de tráfico controlada por los semáforos muestra una regularidad. Si la considerásemos puramente como producto de factores causales, para explicar los patrones tendríamos que especificar las condiciones necesarias y suficientes que producen un patrón determinado, y pasar de allí a formular una teoría que vinculara los semáforos con el movimiento de la corriente del tránsito. Tendríamos que postular el mecanismo causal que interviene efectuando la conexión entre las diferentes luces de colores y el desplazamiento de las unidades vehiculares. Y sin embargo, tal como ocurren las cosas, sabemos que 7 Esto es, desde luego, lo que por ejemplo se utilizaba en la elaboración de cuestionarios y escalas de actitud. Sin embargo. la cuestión es saber cómo es tratada metodológicamente esta dimensión significativa de la vida social, y hasta qué grado tales tratamientos deforman los fenómenos que son los objetos de la ciencia social.
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existen regulaciones que gobiernan los semáforos y que se espera que los conductores de automóviles y otros vehículos obedezcan y, al hacerlo, se producen los patrones de tráfico como respuesta a los patrones de los semáforos. De este modo, la conexión entre las luces y el avance del tráfico se puede explicar en términos del significado que tienen las luces, es decir, representan las órdenes "ialto!" y "isigar, por ejemplo, dentro de la cultura. Una cuestión importante que surge de este ejemplo es saber si una explicación en términos de significado es compatible con una explicación causal. Si la respuesta es negativa, esto parecería indicar una diferencia fundamental entre las ciencias sociales y las ciencias físicas. Lo que se afirmaría sería que las relaciones entre los semáforos y la conducta de los vehículos no es del mismo orden lógico que, por ejemplo, la que existe entre la luz del sol y el crecimiento de las plantas, entre el trueno y el rayo, o entre bolas de billar que chocan. Aunque clásicamente considerados los elementos causales sí participan en los semáforos y en la conducta que producen, por ejemplo en los mecanismos que activan las luces y en el sistema de control de los vehículos, esto no nos sirve para comprender la relación entre las luces y los patrones del tráfico. Esa relación incluye una conexión significativa. Los conductores de vehículos que se detienen y avanzan están obedeciendo una serie de órdenes señaladas por los semáforos, y lo que hemos descubierto es una costumbre, o una práctica regulada, y no una ley causal. Los
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conductores podrían dar razones por las cuales se detuvieron cuando la luz se puso roja, o avanzaron cuando la luz se puso verde. En pocas palabras, ellos mismos podrían explicar por qué hicieron lo que hicieron: "Porque la luz roja me indicó `alto'"; "La luz verde me permitió avanzar"; "Si no se detiene uno ante la luz roja puede tener dificultades con la policía"; "Hay que obedecer los semáforos pues de otra manera las calles serían un caos", etc. Tales razones invocarían intenciones, propósitos, justificaciones, reglas, convenciones y similares, y no mecanismos causales impersonales. Existe aquí toda una serie de problemas relacionados con la categoría ontológica de razones y reglas, y con la categoría de las teorías de la ciencia social en relación con esas explicaciones ofrecidas por los miembros de la sociedad, la naturaleza de la acción social y su descripción, entre otras cosas, todo ello entrelazado de las maneras más complejas. Sin embargo, en este capítulo tratemos de establecer algunas posiciones preliminares. Una manera predominante de caracterizar la tarea del científico social es considerarla como un intento por dar una explicación teórica de la vida social. Esto requiere una investigación empírica para hacer que los datos pesen sobre la teoría. Estos datos se deben derivar, de alguna manera, de las vidas de los actores sociales que se estén estudiando, pero, en contraste con los fenómenos físicos, los actores sociales se dan un significado a sí mismos, a los demás y a los medios sociales en que viven. Pue-
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den describir lo que hacen, explicarlo y justificarlo, dar razones, declarar sus motivos, decidir los cursos de acción apropiados, tratar de que los medios correspondan a los fines, etc. Tal como lo ha expresado Schutz: Le corresponde al científico natural, y sólo a él, definir, de acuerdo con las reglas procesales de su ciencia, su campo de observación, y determinar los hechos, datos y acontecimientos que ocurren dentro de él y que son pertinentes a los problemas o propósitos científicos de que se u- ate [...] El mundo de la naturaleza, tal como es explorado por el naturalista, no "significa" nada para las moléculas, átomos y electrones que lo habitan. En cambio, el campo de observación del científico social, es decir, la realidad social, tiene un significado específico y 'una estructura de pertinencia para los seres humanos que viven, actúan y piensan en ella. Mediante una serie de constructos de sentido común han preseleccionado y preinterpretado este mundo que experimentan como la realidad de sus vidas cotidianas [Schutz, 1963: 234].
Así, el científico social debe enfrentarse a estos significados pues, como veremos más adelante, en un sentido fundamental los orígenes de los datos del investigador, cualesquiera métodos que emplee en su investigación, se encuentran en estos significados. El punto de partida para la investigación empírica de la ciencia social es la observación de lo que los miembros de la sociedad hacen o han hecho, dicen o han dicho. Estas observaciones pue-
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den tener forma de registros, tasas estadísticas, grabaciones, escritos, cuestionarios o entrevistas, restos arqueológicos, diarios, etc. Un aspecto esencial de la observación es la descripción del fenómeno. Hay que clasificar y catalogar las acciones y las conductas. Por ejemplo, se deben tomar decisiones sobre si un hombre que talló una pieza de madera estaba haciendo algo económico, religioso, político, artístico o cualquier otra cosa. Lo que también es seguro es que el propio hombre tenía un sentido de lo que estaba haciendo. Entonces, ¿cuál es la relación que hay entre su versión y cualquiera que el científico social pueda ofrecer? ¿Cuál debe ser el nexo, si lo hay? En términos más generales, ¿qué diferencia establece, para el estudio de la vida social, el hecho de que los actores sociales asignen un significado a su realidad social? Dado que la ciencia social de inspiración positivista no ha pasado por alto, precisamente, lo que podríamos llamar de manera tentativa los "componentes significativos" de la conducta social, y puesto que las posiciones filosóficas que estamos analizando en este capítulo incluyen una crítica del trato que le da el positivista, tal vez convenga empezar con alguna declaración de los modos tradicionales en que los "componentes", como razones, motivos, intenciones, reglas y convenciones, han sido considerados en la teoría científica social tradicional.
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REGLAS, MOTIVOS Y DESCRIPCIÓN DE LA ACCIÓN SOCIAL
En el anterior ejemplo de los semáforos se identificaron dos clases de fenómenos importantes para toda explicación "significativa" de la conducta: las reglas que rigen el tráfico en los semáforos y los conceptos disposicionales, como razones, intenciones o motivos. Estos últimos, especialmente, señalan el carácter "interno" de la relación que hay entre los semáforos y la conducta de los conductores, es decir, el significado subjetivo que lleva a la secuencia de acciones que describiríamos como "obedecer las reglas de las señales de tráfico". Desde luego, la idea de que la acción social es gobernada por reglas no es nueva ni sorprendente. Algunos de los conceptos básicos de la ciencia social, como normas, instituciones, desvíos, racionalidad, autoridad, búsqueda del lucro, intercambio, legitimidad y muchas más, rinden homenaje, y no sólo de paso, a la idea de que la conducta social, consista en lo que consista, incluye reglas. Característicamente se invocan las reglas como explicación de la conducta social. Por ejemplo, la insistencia de Durkheim en que la sociedad es una entidad moral subraya este aspecto de la vida social, tal como lo hace el interés de Weber en la naturaleza de la acción social y, edificando sobre ello, el lugar central que ocupa la noción de autoridad en sus concepciones de cómo se produce y reproduce la organización social. Ambos
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presentan las reglas como distintivas de la organización social. El modo típico de explicación se basa en el concepto de que la interacción es gobernada y, a la vez, motivada, por reglas. Se explican las pautas de acción por referencia a dos grupos de factores: los disposicionales, como actitudes, motivos, sentimientos, creencias, personalidad, y las expectativas sancionadas, o reglas normativas, a las que está sujeto el actor. A veces a estas últimas se las llama "expectativas de rol", que corresponden a quien ocupa una posición particular dentro de una red de relaciones sociales. Por ejemplo, de quienes tienen puestos empresariales otros esperan que se comporten en formas particulares; lo mismo pasa, aunque de diferentes maneras, con las madres, los padres, primeros ministros, sacerdotes, empleados de banco, etc. Estas expectativas pueden verse como reglas que guían o que hasta imponen el modo apropiado de conducta para alguien que ocupe uno de estos puestos. Como ilustración, digamos que un maestro recién empleado tiene que aprender las reglas, tanto las oficiales como las extraoficiales, que forjan lo que de ellos esperan otros con quienes entran en contacto. Además, se esperará que el ocupante de un puesto particular lo desempeñe auténticamente, teniendo las motivaciones debidas para desempeñar de modo adecuado su rol. Estas expectativas o reglas son, por decirlo así, «externas" al individuo. Existen desde antes de que alguien ocupe un puesto y, además, pueden actuar
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como elementos coercitivos que producen la conducta apropiada. En términos de Durkheim, tienen una cualidad "de cosas". Su "externalidad" en ese sentido produce pautas sociales porque reglas similares se aplican a puestos similares; todos los gerentes se ven sometidos casi al mismo tipo de expectativas, así como también los padres, las madres y todos los demás. Esto es en gran parte lo que significa la idea de un orden normativo y, por consiguiente, es una fuente importante de las pautas acumulativas que son características de gran parte de la vida social. Se supone que éste es un nexo más o menos estable entre el desempeño de roles que se espera de quienes ocupan puestos y las situaciones en que se encuentran por causa de las reglas normativas que gobiernan la conducta en esa situación. Además se supone que los actores se han "socializado" en una cultura común, por lo que hay un considerable consenso cognoscitivo entre ellos, que les permite identificar situaciones, acciones y reglas de manera casi idéntica (Wilson, 1974; Weider, 1974). Las pautas que regular y rutinariamente ocurren en la vida social permiten a los científicos sociales hablar de elementos sociales tan estables como "estructura social", "instituciones", "lo político" o el "sistema económico". Para completar el argumento, es importante establecer el punto de que puede haber diferencias significativas entre subgrupos dentro de una sociedad, en términos de las expectativas y las definiciones normativas que son inseparables de ciertos pues-
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tos particulares, pero eso no modifica el cuadro general. En realidad, tales diferencias plantean problemas de cierto interés, según lo muestran los estudios de fenómenos como el conflicto de roles, la marginación, el cambio social y la desviación. En vena similar a las reglas, también los motivos, las razones, las intenciones, etc., son considerados como antecedentes causales y, por lo tanto, externos a la acción, lo cual afecta o empuja a las personas a caer en ciertas conductas. En pocas palabras, la conducta tiene un carácter motivado. Según esta idea, atribuir un motivo a alguien es identificar un mecanismo causal "interno" que produce una muestra de conducta "externa". Decir que los obreros se declaran en huelga porque tienen disposiciones o actitudes antiempresariales es lo mismo que decir que el cuadro "interno" de su mundo laboral produce o causa su intransigencia ante la administración. Esto es atribuir a la conducta del huelguista un propósito o una meta, y ofrece una explicación en términos de los fines que la acción pretende alcanzar. El análisis de Weber (1960) de la conducta económicamente innovadora de los protestantes ascéticos atribuye un conjunto particular de motivaciones religiosas que hacen que las personas que tienen esa fe trabajen más, sean ahorrativas, se esfuercen por triunfar en todo lo que hacen, etc. Desde luego los motivos, aunque considerados tomo estados "internos" y privados, no se consideran distribuidos al azar entre la población. Igual que en el caso de las reglas, la socialización en una
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cultura común significa que los motivos forman pautas, típicas de las personas socialmente definidas y, de este modo, producidas por la estructura social. Así, ocupar una posición social particular "conduce" al desarrollo de ciertas disposiciones que tienen relieves y consecuencias sociales que, a su vez, dan por resultado una conducta de un tipo particular. A menudo se dice que el carácter motivado de tales acciones surge de los intereses encarnados en la ocupación de puestos particulares; los votos por razones de ventajas de clase, el ingreso en ciertas asociaciones para mejorar las perspectivas de hacer carrera, o las huelgas para mejorar los ingresos propios y de los compañeros de trabajo, son ejemplos de ello. Así pues, éste es el modelo básico de las versiones del científico social, utilizando los elementos de significado a los que hemos llamado reglas y disposiciones. Aunque nos hemos basado en la sociología para establecer los lineamientos de esta versión, dista mucho de limitarse a esta disciplina. La suposición del homo economicus en la teoría económica es postular a un actor con la disposición de actual- racionalmente (Anderson et al., 1988); la explicación histórica se logra, en parte considerable, atribuyendo motivos a personajes que actúan en circunstancias históricas específicas; las explicaciones que da la ciencia política de por qué la gente vota por ciertos partidos considera que la gente es motivada, al menos en parte, por sus evaluaciones de sus intereses sociales y económicos, etcétera.
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Desde un punto de vista positivista existen algunos elementos adicionales que es necesario añadir a este modelo. En primer lugar, que la explicación debe ponerse en una forma deductiva, mostrando cómo la conducta observada se puede deducir de un conjunto de premisas que contienen la teoría, además de unas condiciones empíricas declaradas. Desde luego, la teoría debe contener referencias a las reglas y disposiciones que, por hipótesis, están causando la conducta observada. En segundo lugar, y como consecuencia de la primera condición, la conducta que va a explicarse deberá ser definible independientemente de las reglas o disposiciones que, según se dice, la causan, pues de otra manera no podremos afirmar que lo que estamos examinando es la relación causal entre dos o más entidades distintas. En tercer lugar, las descripciones de las condiciones empíricas, los hechos que van a explicarse y las reglas y disposiciones de 1.a teoría deben tener significados estables y no depender de las circunstancias y de la ocasión (Wilson, 1974: 71; Quine, 1960). Dado que el modo de explicación antes esbozado satisface estas condiciones, el marco es coherente. La labor de la investigación empírica consiste en descubrir precisamente el patrón de las relaciones contingentes que hay entre reglas, motivos, situa.ciones, relaciones sociales y conducta, y formularlos como regularidades, uniéndolos en una teoría que (explique por qué tienen la forma que tienen. Para :ler hasta qué punto se justifica esto, examinemos
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un poco más minuciosamente la relación que existe entre los motivos y la descripción de la acción social. Como ya se indicó, en la típica forma de explicación antes esbozada se ofrecen ciertas características internas y privadas de las ,personas, como antecedente causal que predispone al actor a comportarse de una manera particular. Se considera que el motivo y la conducta son independientes, pues el estado interno y privado es la fuente causal, por decirlo así, de la conducta externa, de la acción. Sin embargo, esta formulación de la relación hace surgir toda clase de problemas metodológicos para la ciencia social. El problema, concebido como interno y privado y, por lo tanto, no abierto a inspección directa, consiste en inventar métodos de evaluar tales estados internos, para cuyo efecto se ha inventado un gran número de técnicas, como escalas de actitud, cuestionarios, entrevistas e inventarios de personalidad. Los resultados de todo esto suelen ser correlacionados con índices "subjetivos", como nivel de educación, clase social, identidad étnica, participación en asociaciones, votos, patrón de gastos, para mencionar sólo unos cuantos de los tipos de variables que se emplean. Con métodos como éstos, para su atribución a "estados mentales" —para emplear un término general, por el momento— de lo que dicen los encuestados, siempre ha existido el problema de relacionar lo que la gente dice con lo que hace (por ejemplo véase Deutscher, 1973). Durante una en-
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trevista los interrogados bien pueden decir una cosa, pero al enfrentarse a la correspondiente situación en la "vida real" pueden hacer otra. Por ejemplo, pueden expresar una marcada antipatía contra el gobierno del momento y sin embargo votar por él el día de las elecciones. En otros casos se infieren los motivos a partir de lo que la gente hace o ha hecho. De que los primeros capitalistas fuesen miembros de ascéticas sectas protestantes se ha inferido que su persuasión religiosa los motivó a dedicarse a una conducta apropiada a la acumulación capitalista. Se ha considerado que el problema consiste en obtener las inferencias de los "estados mentales" a partir de la llamada conducta externa. Sin embargo, la concepción de la relación entre los llamados "estados mentales", como motivos, intenciones y razones, y la conducta presupuesta en el modelo antes esbozado está, afirmaremos, fundamentalmente mal concebida. Consideremos la siguiente descripción de acciones bastante prosaicas: "Levantó el brazo", "Levantó el vaso", "Brindó por la feliz pareja", "Sació su sed", "Decidió que lo único que podía hacer era emborracharse." Todas estas afirmaciones describen lo que podría llamarse diferentes acciones, y sin embargo también podría decirse que consisten o que implican un movimiento corporal muy parecido. Esta "muestra conductual", por lo tanto, puede formar parte de muchas diferentes acciones, y, generalizando a partir de esto, podemos decir que no es necesario que haya un acoplamiento, de una a una, de la descripción de una acción
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con un despliegue conductual. Pitkin planteó bastante bien este punto: Con el mismo moviluiento físico, un plumazo o un meneo de la cabeza, un hombre puede violar una promesa o hacer una, renunciar a su derecho de nacimiento, insultar a un amigo, obedecer una orden o cometer traición. En varias circunstancias y con diversas intenciones el mismo movimiento puede constituir cualquiera de estas acciones; por ello, en sí mismo, no constituye ninguna de ellas [Pitkin, 1972: 1671.
Un observador que viera a alguien levantar el brazo con un tarro de cerveza podría describir la acción de muy diversas maneras. Cualquiera de las acciones antes descritas podría ser apropiada, aunque "Levantó el brazo" parece singularmente poco informativo, dentro de cierto contexto. Si nos atenemos al cuadro de intenciones, motivos, etc., como estados literalmente "internos" localizados en la mente (que, en este cuadro, suele suponerse que está contenida "en la cabeza"), el observador no puede captar directamente algún supuesto "estado mental" que causara la conducta observada. Y sin embargo, el modo en que la acción misma de un individuo deberá ser identificada depende de la referencia a supuestos "estados mentales". Pero la atribución de esos "estados mentales" no implica inferencias problemáticas acerca de hechos ocurridos "en la cabeza" sino que exige observar las circunstancias de la actividad —era una boda, un día
caluroso, a alguien lo habían "plantado", etc.— y habría podido darse alguna descripción sin mayor dificultad ni angustia acerca de lo que en realidad ocurrió. Algunas de estas descripciones bien pueden imputarle un motivo o propósito a la conducta, como un deseo de emborracharse, de mostrarse so-
ciable, de desear buena suerte a la feliz pareja, de saciar la sed, etc. En tales casos, lo que hace el motivo es decirnos más acerca de la acción que se está efectuando, y nos dice lo que la persona está haciendo: "emborrachándose", "brindando por la feliz pareja", "saciando la sed", etcétera. Al describir muchas acciones achacamos inevita>lemente motivos de una índole u otra. La fuerza Inalítica de motivos y razones no se encuentra tanto en que sean fuentes "internas" y fuentes causales privadas de la acción o comportamiento, sino en que equivalen a reglas para identificar una muestra fic conducta como acción de una índole particular. Motivos, razones y otros conceptos disposicionales y pueden considerar como reglas o como instruc%iones internas para ver el comportamiento de tal o manera, para explicar más la acción, para ha.siir un relato de tal acción. De ahí se sigue que cualqpier despliegue de comportamiento se puede describir y explicar en toda una variedad de formas Istintas y a menudo excluyentes, es decir, como diIsersos tipos de acción motivada. Como lo expresa hustin (1961; véase también Anderson et aL, 1986: 911. 9):
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256 LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA En principio, siempre está abierto a nosotros, a lo largo de varias líneas, describir "lo que hice" o referirnos a ello de tantas maneras distintas. . ¿Debemos decir, como estamos diciendo, que él tomó el dinero de ella, o que metió la pelota en el hoyo? ¿Que dijo "Hecho", o que aceptó una oferta? Es decir, ¿hasta qué punto los motivos, intenciones y convenciones forman parte de la descripción de las acciones? [Austin, 1961: 148-149J.
Aquí la cuestión es más manifiesta cuando el carácter motivado de un acontecimiento es equívoco, como en un caso del que nos informa Atkinson (1971; véase también Heritage, 1978). Una viuda de 83 años fue descubierta en su cocina, habiéndose suicidado con gas. Había vivido a solas desde la muerte de su marido. Había colocado tapetes y toallas bajo las puertas y en torno de las ventanas. En la investigación los vecinos declararon que siempre había parecido persona alegre y feliz. El jefe de investigaciones dio un veredicto abierto, porque no había pruebas de por qué se habían abierto las llaves del gas. En este caso, las circunstancias de la muerte, ocurrida durante el invierno, fueron insuficientes para llevar a un veredicto definitivo. Por ejemplo, fue difícil establecer si se habían utilizado los tapetes y las toallas para proteger del frío y de las corrientes, y no para evitar la salida del gas y, por consiguiente, establecer si la salida del gas fue intencional o bien inmotivada, y debida a simple distracción. Si la muerte hubiese ocurrido en verano el carácter motivado de los acontecimientos ha-
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bría sido menos ambiguo. El hecho de que ocurriera en invierno hizo que el carácter motivado de la escena no se pudiera aclarar sin recurrir a testimonios circunstanciales con respecto al estado mental de la viuda. Las diferentes suposiciones con respecto a su estado mental habrían instruido a los responsables de llegar a un veredicto para formarse una versión de la escena en formas particulares o bien, a la inversa, las suposiciones acerca de la escena les habrían llevado a hacer inferencias acerca del estado mental de la víctima, etc. Es importante subrayar que la incertidumbre en este caso no se debió al hecho de que las intenciones de la viuda nos fuesen ocultadas a los demás, "dentro de su cabeza", por decirlo así, sino porque nos fueron ocultadas dentro de su habitación. Si hubiésemos estado allí para observar sus acciones en el momento, habríamos podido determinar mucho mejor cuál era su propósito. Suponer, como el modo típico de la explicación científica social quisiera que lo hiciésemos, que la conducta se puede describir como una especie de "hecho bruto", independiente de motivos o de razones, es representar sumamente mal la relación que éstos tienen con la descripción de la acción. Describir la acción antes mencionada como "llevarse un vaso a los labios" como si esto fuese, de algún modo, más real que otras descripciones que implican imputaciones o inferencias acerca de las motivaciones, excluye los elementos mismos que la hacen una acción social, aunque, debe decirse, para
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algunos propósitos semejante descripción bien puede ser adecuada. Empero, esa descripción, tratada como descripción de un "hecho bruto" indiscutible o de un "dato observacional" básico, que permite el significado o la imputación de motivo, razón o intención, tan sólo como componente subjetivo, es un error al concebir el proceso de descripción de la acción.8 Además, los motivos pueden ser discutibles, indeterminados y dudosos como cosa natural. La conjetura como motivo no surge de la ausencia de evidencia que podemos tener pero que no tenemos —como lo quisiera el positivista desesperado del que hablamos antes— sino que es una revisión de toda una gama de posibilidades en que la relación de la conducta con sus circunstancias simplemente es ambigua, aunque pueda no ser así para aquellos cuyas actividades se están observandó. Lo que ocurre con los motivos ocurre con las reglas. Cualquier ejemplo de conducta se puede hacer congruente con un gran número de reglas, aunque en la práctica sólo algunas parecerán pertinentes para cada ocasión. Algunas reglas son mandamientos de hacer o no hacer algo que podríamos hacer si existiese o no existiese la regla. Por ejemplo, podríamos dejar de comer ciertos alimentos sin que nos lo hubiesen ordenado ciertas restricciones alimentarias. En ese sentido, las reglas son externas a la conducta a la que se aplican. Por Coulter (1979) desarrolla este' teina con cierta extensión. Véase también Coulter (1969). 8
ejemplo, los diez mandamientos prohiben varios tipos de conductas que, puede suponerse, el autor de las reglas no consideró sanas, como el adulterio, el robo, la envidia, la idolatría, etc. Sin embargo, algunas reglas hacen posibles las actividades mismas a las que se aplican y por ello se puede decir que son "constitutivas" de la acción, en el sentido de que prescriben lo que se requiere para desempeñar cierta acción. Como ejemplo obvio, diremos que sería imposible imaginar siquiera jugar al ajedrez sin las reglas del ajedrez, pues son esas reglas las que establecen cómo se juega, qué maneras de mover las piezas cuentan como jugadas en una partida, etc. Si suspendemos reglas como éstas, deja de existir la actividad en cuestión. Desde luego, aún quedaría la conducta de empujar piezas de madera o de plástico sobre un tablero ajedrezado, pero no podría decirse que esto fuera precisamente jugar al ajedrez.9 Del mismo modo, "obedecer los semáforos" no tendría sentido fuera de la idea de reglas de tránsito. Aquí, una distinción procedente es la que hay entre un proceso que esté de acuerdo con una regla y un proceso que implique una regla; entre "acción de acuerdo con una regla" y "acción gobernada por una regla"» Cualquier agente, proceso o acción observado puede ponerse bajo los auspicios de muchas formulaciones similares a reglas, ninguna de Sobre las "reglas constitutivas" véase Searle (1969). 1° Véanse Coulter (1973: 141); Rawls (1955). La distinción se debe a Wittgenstein (1958: 199-202). 9
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las cuales es inconfundiblemente la regla que gobierna el proceso o el acontecimiento. Como lo expresa Coulter, las "reglas que hacen de una acción lo que es no son reductibles a ningún [conjunto de] descripciones de transformaciones físicas o fisiológicas, ya que virtualmente cualquier 'acción' o 'actividad' se puede realizar por medio de diferentes transformaciones [. .1 y lo inverso también es cierto" (Coulter, 1989: 14). Una actividad está de acuerdo con una regla si muestra las regularidades expresadas por la regla. Implica una regla si los agentes en realidad utilizan la regla para guiar o evaluar sus acciones. Sin embargo, las reglas no determinan sus propias aplicaciones sino que tienen que ser usadas, y uno de sus usos más importantes consiste en poner una serie de acontecimientos, procesos, personas o conducta, o todo ello junto, dentro de algún esquema de interpretación. En este sentido, el concepto de regla queda atado al de "cometer un error", y es la posibilidad de esto la que ayuda a distinguir entre ser "gobernado por reglas" y la simple regularidad. Es decir, nos permite evaluar lo que se está haciendo, atribuir las faltas, vernos sometidos a críticas. Invocar reglas es una manera de pintar o de describir acción, o de señalar lo que estamos haciendo, o hacer responsables nuestras acciones. Empleadas de esta manera, las reglas son parte de nuestros recursos para hacer comprensible el mundo. El resultado de esas observaciones sugiere con toda claridad un tipo muy distinto de relaciones en-
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tre la acción y su descripción, y las reglas o los mo-
tivos de los que podría decirse que gobiernan la acción, del considerado en el enfoque positivista. Pos una parte, afirma que las acciones y sus descripciones están conceptualmente unidas a razones y motivos, y que ni unos ni otros pueden describirse como si fuesen separados e independientes; por el contrario, se imbuyen unos a otros reflejamente. Este análisis de reglas, motivos y otros conceptos intencionales —a los que podemos denominar conceptos de acción— sostiene que éstos son recursos por medio de los cuales damos su sentido y significado al mundo social. También está estableciendo el punto de que el vocabulario de la acción muestra propiedades muy diferentes de las presupuestas en un vocabulario causal. La acción se predica sobre las ideas de un agente, específicamente de un agente humano. El vocabulario de la acción es empleado por los seres humanos al hablarse entre sí acerca de lo que están haciendo. Un agente difiere de un proceso causal porque puede decirse que está haciendo una elección, ser responsable, iniciar, hacer algo, etc. Una acción se puede elogiar o condenar, mandar o prohibir, porque la persona que efectúa la acción puede ser elogiada, condenada, ordenada o proscrita. El empleo de expresiones causales en contextos de acción no debe hacernos pensar en relaciones invariantes ni creer que éstas, por alguna razón, son más reales que las no causales. Decir algo como "El hecho de que estuviera oscuro lo hizo tropezar
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con el taburete" es usar un tipo de relación causal entre la cantidad de luz y la capacidad de ver, pero equivale a ofrecer una excusa, a sugerir que él no sólo fue torpe sino que no pudo evitarlo y, por consiguiente, no se le pudo culpar de lo ocurrido. Las acciones no se presentan convenientemente tituladas "suicidio", "torpeza", "obedecer las señales de tránsito", "sacar a pasear al perro", "votar por un partido de la clase obrera", "mostrarse maternal", etc., sino que se las debe describir, y hacer esto es, en sí mismo, una acción. No sólo incluye observar una "c"onducta concreta", si es que esto tiene algún sentido, sino también prestar atención a circunstancias, razones, motivos, reglas, etcétera. Por supuesto, no se trata de que intenciones, motivos, reglas o convenciones sean necesariamente imputaciones en descripciones de acción. Se puede matar inadvertidamente, engañar sin intenciones de engañar, etc., mientras que en otros casos las cosas no son tan claras; ¿se puede asesinar sin intención de asesinar, prometer sin la intención de prometer, por ejemplo? Y los acontecimientos también se pUeden describir sin implicaciones de motivo: "La pistola estaba casualmente cargada, el seguro abierto, el proyectil la alcanzó, y ella falleció de las lesiones recibidas". Que semejante descripción pudiese ser considerada precisa o adecuada dependería de los propósitos para los que se formulara la descripción. La descripción de una acción es un hecho ocasional, en sí misma es acción, hecha con algún propósito, imbuida por algún interés, y realiza-
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da en algún contexto. Sin embargo, la idea es que las descripciones de acción son esencialmente refutables; es decir, siempre es posible, en principio, discutir en contra de cualquier descripción particular, introduciendo otros detalles acerca de la situación, la persona, el hecho o el objeto. Ilustremos esto con otro ejemplo casero. Hace algún tiempo, uno de los autores de esta obra OAH) iba caminando por un corredor y, casualmente, se detuvo para abrirle la puerta a una mujer que lo seguía. La señora se detuvo e hizo la observación de que lo que él había hecho era sexista. jAH ofreció sus disculpas, un tanto confuso, y dijo que abrir la puerta para permitir que ella lo precediera era un gesto de simple cortesía, que él habría hecho -por cualquiera, hombre o mujer. Esto no pareció muy convincente, y la discusión prosiguió durante tinos minutos. Lo interesante de esta anécdota no es el punto, hoy ya familiar, de que la misma muestra de conducta —abrir la puerta, apartarse, etc.— esté expuesta a diferentes interpretaciones, sino que está expuesta a diferentes descripciones como acción. kio se trata de encontrar la descripción adecuada de un hecho, como habría que hacerlo para introducir taquetes redondos en agujeros redondos, o las pala..kiras adecuadas en las líneas de un crucigrama. Se .trata de justificar una acción y de describirla en forAltas que tuviesen consecuencias sociales. Preguntar la descripción adecuada de la acción de JAH fue rtesía" o "chovinismo machista" es perder de vislía el punto principal. La cuestión de la descripción
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es inseparable de justificar la acción o un punto de vista con razones y argumentos apropiados,
Sin embargo, la incapacidad de encontrar "mé todos comunes", por así llamarlos, no es una falla
que tienen que ver con persuadir, halagar, amena-
de nuestro conocimiento sino una característica de
zar o coaccionar a alguien para que acepte que lo ocurrido tuvo tal y cual carácter. No se trata de saber si la intención de JAH no viene al caso o si tie-
nuestro vocabulario de la acción. Al señalar la esen-
ne la intención que él reconoció. Se trata de saber si la intención, por sí sola, basta para decidir el carácter de la acción, o si la posesión misma de esa intención muestra ingenuidad acerca del contexto de las relaciones entre hombre y mujer, contexto dentro del cual semejante intención no puede ser "inocente", pues equivale a no reconocer que tratar a una mujer ostensiblemente del mismo modo que se trataría a un hombre no es en realidad tratarla del mismo modo, en absoluto. Es, por decir-
cial refutabilidad de las descripciones de la acción se afirma que el vocabulario de la acción es parte integral del discurso moral y que, como tal, se preocupa por la evaluación de la conducta. En este ámbito de discurso lo que hemos hecho o estamos haciendo no tiene una descripción bien definida en las formas requeridas por la ciencia positivista, aunque tales descripciones funcionan bastante bien en el contexto de la acción. Saber lo que se está haciendo, lo que se va a hacer, lo que se ha hecho o no se ha hecho son cosas que no pueden explicarse completamente considerando, de hecho, lo que se
lo así, un residuo de actitudes patriarcales. La señora y JAH habrían podido presentar, cada uno, sus argumentos sensatamente. Él habría podido señalar sus ejemplares antecedentes de cortesía en todo, mientras que ella bien habría podido tomar esto como más pruebas en favor de su caso, arguyendo que esa conducta indicaba una actitud patriarcal de parte de JAH, y que el sexismo era parte integral de esto. Como en el caso de los motivos, podrían invocarse varios argumentos, aducir razones para apoyar el argumento de que la escena debía considerarse de un modo particular. Sólo habrían podido llegar a algún acuerdo si sostuvieran, por
hace. Saber lo que se está haciendo es ser capaz de
decirlo así, un marco en común, por el cual pudieran resolverse tales disputas (Ryle, 1966).
la acción social es cuestión problemática tanto para
elaborar la acción, decir por qué se la está haciendo, excusarla o justificarla en caso necesario, etc. (Pitkin, 1972: cap. 7). En suma, lo que está en juego es lo que en realidad se hizo. ¿El hecho de que JAH abriera la puerta fue un ejemplo flagrante de chovinismo machista o un último vestigio de cortesía caballeresca? Y aun si fue ese "último vestigio de cortesía caballeresca", ¿no sería esto más "chovinismo machista"?, etc. La disputa no trata del tipo de cuestión que se puede resolver consultando algún presunto diccionario de acciones sociales. Estos argumentos sugieren que la descripción de los actores sociales como para los observadores. Se
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ha indicado ya que las descripciones son sumamente sensibles al contexto, y refutables. La descripción misma es una actividad social que se hace con algunos propósitos particulares y considerada adecuada o inadecuada, según el caso, de acuerdo con esos propósitos. Esto nos lleva a otra propiedad general de las descripciones, a saber, que siempre y en principio son incompletas. Cualquier cosa que se incluya en una descripción es siempre selectiva y no logra agotar todo lo que puede decirse acerca de un objeto, hecho o persona. Siempre se podría añadir algo más; por ejemplo, se puede describir a una persona diciendo que "es de pelo negro", "alta", "egoísta", "reservada", "trabajadora", "de inteligencia superior a la normal", etc., pero esto no agota todo lo que puede decirse acerca de la persona. Las descripciones son selecciones de lo que era posible decir y, dependiendo de la ocasión, pueden ser perfectamente adecuadas para esa ocasión y para ese propósito. Aunque las descripciones tienen un aura de estar completas, o, como lo dice Frederick Waisemann, una calidad de "textura abierta", esto no menoscaba su capacidad de hacer la labor requerida, pues los hablantes de una lengua natural nunca han intentado hacer una descripción absoluta y definitivamente completa (Wiseman, 1951; Pitkin, 1972: 61-62). Como ya se dijo, a menudo un solo descriptor nos dará una descripción adecuada— "este amigo", "mi colega", "el casero de los Plough", "ese estúpido perro"—, y los detalles restantes quedan, por decirlo así, apartados entre corchetes para
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los propósitos presentes, o bien su sentido queda "llenado" utilizando los detalles específicos de los contextos en que aparecen. Sín embargo, siempre es posible ofrecer otras descripciones de un objeto, hecho, acción o persona. Se pueden añadir otras propiedades que pueden modificar la descripción original, o bien presentarse otros aspectos que aporten elementos adicionales para condicionar, modificar o aun negar el original. La relación entre los rasgos de un objeto, un acontecimiento, un acto o una persona, y alguna descripción, no es determinada. La selección que hace el hablante de un descriptor, entre todo lo que podía decirse o predicarse de algún fenómeno, normalmente le dice al auditor algo acerca de los propósitos prácticos del hablante al ofrecer esa descripción en particular, Esto requiere una multitud de posibles elaboraciones y quiere decir que, en las ocasiones de su empleo, una descripción sólo puede indicar lo que significa; a esto Harold Garfinkel lo ha llamado "indexicalidad" (Garfinkel, 1967; esp. cap 1). Los argumentos que hemos revisado desafían las presunciones de la explicación convencional de la acción atada, como lo está, a los requerimientos del positivismo. La tradición de la ciencia social de la que se derivan atribuye un lugar central a los significados al comprender la vida social, y señala las diferencias cruciales entre el "vocabulario de la acción", para retener esa expresión, y el cuadro de acción residente en las explicaciones positivistas. El término un tanto ampuloso y elaborado de "signifi-
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cado" no sólo insinúa un carácter intersubjetivo de la vida social y, a su manera, señala el hecho de que la acción humana no está tan determinada en su curso como el objeto-tema inanimado de la ciencia natural." Mientras que el positivismo tal vez atribuiría esto a una escasez de buenas mediciones, buenas teorías, y a la infancia de las ciencias sociales, o a la mayor complejidad del mundo social comparado con el natural, lo que aquí se está afirmando es más fundamental, a saber, que la vida humana es esencialmente distinta y que esta diferencia exige otra metodología, diferente de la requerida por una concepción positivista. También puede exigir un tipo distinto de conocimiento. Desde luego, las cosas dependen mucho de la trivial observación de que los seres humanos son capaces de dar explicaciones de sus propias vidas y de sus relaciones con otros. Sin embargo, lo que se está afirmando es, asimismo, que esta capacidad es esencial para que exista siquiera una vida social. Dar razones, justificaciones y explicaciones, hacer descripciones, son, en sí mismas, actividades profundamente sociales y, por consiguiente, hacen de la vida social lo que es. Lo que tenemos que examinar ahora es si estas consideraciones implican o no que es imposible una ciencia social. II El hecho de que las acciones de la gente no estén causalmente determinadas no significa que, por lo tanto, la vida social sea desordenada o inexplicable. La vida social es inmensamente rutinaria y predecible casi todo el tiempo. La cuestión se refiere a la base por la cual es tan ordenada.
LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA 269 RAZONES FRENTE A CAUSAS
Una importante consecuencia metodológica de unir razones, motivos y otras disposiciones al concepto de acción es que plantea preguntas sobre si la ciencia social puede preocuparse por las causas de la acción. El nexo conceptual entre la imputación de Tazón y motivo y la descripción de la acción sostiene que no se ha satisfecho una de las principales normas para identificar una relación causal: la independencia lógica del factor antecedente —la razón— y el efecto —la acción—. En cambio se afirma que ha surgido una relación muy diferente en que la razón (o el motivo) y la descripción de la acción se informan mutuamente, aunque no de manera determinada. Otra objeción a la versión causal brota de las cuestiones enfocadas en conexión con la descripción de la acción misma, y es una objeción al empleo del modelo de explicación hipotético-deductivo. Se afirma que semejante método sólo puede utilizarse si es posible una descripción literal; es decir, una descripción que no dependa, para tener sentido o significado, de la ocasión de su empleo (Wilson, 1974: 75). Como ya se señaló, las descripciones entran en la forma hipotético-deductiva de explicación, al menos en dos lugares: en las declaraciones acerca de las condiciones iniciales y en la predicción deducida que constituye el explanandum. Sin embargo, el peso del argumento es que la descripción literal es
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posible en las
ciencias sociales sólo si se pasa por alto la naturaleza interpretativa de la acción social y se introducen por la fuerza categorías en un marco, para los requerimientos de la descripción literal.satisfacer "Saber lo que la gente está haciendo [incluyéndose uno mismo] es saber cómo identificar lo que se está haciendo en las categorías del idioma natural, lo cual requiere saber cómo utilizar esas categorías en contextos discursivos" (Coulter, 1989: 1516). De este modo, si alguien desea describir un ejemplo de conducta, que puede ser una locución o un movimiento corporal como, por ejemplo, indicadores de "enfermedad mental", ni la locución misma ni el movimiento indicarán esto sin el uso de algún esquema que nos permita presentar esto como un ejemplo, un indicador de enfermedad mental. Huelga decir que diferentes esquemas harán surgir diferentes descripciones, aunque no siempre incongruentes. De manera similar, si yo me valgo de las descripciones, hechas por alguien más, de los mismos elementos, para comprender esto deberé valerme de los mismos procedimientos interpretativos a fin de poder apreciar cómo fueron reunidos 'los ejemplos en la descripción usada. Garfinkel (1967: 76-103) se refiere a esto como el "método documental de interpretación", en el que un conjunto de apariencias, que pueden ser objetos, hechos, personas o símbolos, se toma como prueba de algún patrón subyacente, mientras que el patrón postulado sirve como guía para ver cómo se deben interpretar las propias apariencias. De este
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modo, la clasificación de la descripción de algún ejemplo de conducta en alguna ocasión determinada, como ejemplo de un tipo particular de acción, no se basa en un conjunto de rasgos especificables de la conducta y la ocasión sino que, antes bien, depende del contexto indefinido que el observador consideró pertinente, concepto que obtiene su significado, en parte, por la acción misma que se 'está utilizando para interpretar. El significado, y por lo tanto la acción que se está efectuando, por ejemplo un brazo levantado, dependerá del contexto; de manera similar, el contexto mismo se volvería parcialmente inteligible por el significado o la descripción dada al movimiento. De ahí se sigue que cualquier interpretación es siempre revisable retrospectiva o prospectivamente a la luz de nuevas evidencias. Estos argumentos —y examinaremos más de ellos en el próximo capítulo— ponen en duda seriamente la idea de una ciencia social basada en la búsqueda de causas. Winch (1990), entre otros críticos, sostiene que los conceptos de acción son lógicamente incompatibles con la idea de necesidad causal y, así, con la explicación causal de las ciencias naturales. También se han hecho intentos de negar la fuerza de esta distinción entre las razones y las causas. Por ejemplo, MacIntyre (1977: 117), irritado por el hecho de que los agentes pueden ofrecer muchas razones de por qué están haciendo algo, desea argüir que la posesión de una razón por un agente puede ser un estado identificable independientemente de que el agente efectúe una acción y, por
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consiguiente, ser una causa candidata. La atribución de una razón es, en sí misma, cuestión de relacionar una persona con un contexto. Decir de la gente que tiene una razón es, precisamente, decir que se encuentra en una situación particular. En las novelas policiacas clásicas los investigadores descubren que muchos personajes tenían buenas razones para odiar a la víctima del asesinato, y lo hacen develando las relaciones de estos personajes con la víctima. Descubren que uno de los sospechosos se encontraba en una situación en que era explotado y maltratado por la víctima, sin poder hacer nada, y ésta es una razón por la que dicha persona pudo haber odiado tanto a la víctima como para llegar a asesinarla. Obviamente, no todo el que tiene una razón hace aquello para lo cual tenía razón. Sólo en Asesinato en el Orient Express, de Agatha Christie, todos los sospechosos que tenían razones para matar fueron los asesinos. En la habitual novela policiaca sólo uno de quienes tenían una razón para matar a la víctima cometió el asesinato. Tener una razón para hacer algo no significa que eso se hará. Decir que alguien tiene una razón es algo como decir —a veces es decir— que tiene una justificación o una razón para hacerlo. Decimos "como" porque tener una razón para asesinar a alguien no es tener justificación y derecho de matar a esa persona, en contraste, por ejemplo, con el caso en que podemos decir que alguien tiene una razón para presentar una demanda, es decir, que estaría justificado si lo hiciera. Sin embargo, atribuir una razón para hacer
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algo a alguien está muy lejos de decir que la persona hará eso que tiene una razón de hacer. No es, ni remotamente, como identificar una causa. Desde luego, el hecho de que la gente tenga razones puede identificarse independientemente de que realice la acción para la que tenía razones. La gente puede hacer o no hacer el hecho pertinente. Pero éste no es el argumento que desean establecer quienes insisten en que las razones no son causas y ni siquiera se les parecen. Su idea es que la identificación de una razón está lógicamente conectada con la acción para la cual hay una razón, que la razón es identificada, para empezar, como razón para una cierta acción. No podemos investigar la vida de un individuo para ver cuáles razones habría tenido y luego, habiendo establecido que la persona tuvo esas razones, efectuar nuevas investigaciones para ver cuáles acciones eran razones para ello. En la novela policiaca clásica establecer las razones del asesinato, las razones de asesinar a esta víctima, es algo integral a decir lo que la acción es una razón para hacer. Por lo tanto, no podemos efectuar el tipo de investigación empírica que trata de descubrir cuáles consecuencias causará una cierta condición con objeto de descubrir qué tipo de acciones hará surgir la posesión de una razón. La identificación misma de razones dice cuáles acciones son razones para cometerlas. Desde luego, es una pregunta empírica sobre si una persona tiene una razón para una acción y sobre cual —si alguna— de las personas con una razón para efectuar esa acción la efectuó.
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Hasta pueden hacerse investigaciones para establecer si alguien que tenía esa razón, que efectuó esa acción, la efectuó por esa razón. Puede haber más de una razón, por ejemplo, para que alguien efectúe una cierta acción, y esa persona puede efectuarla por sólo una de esas razones. Las razones entran como justificaciones, como nuevas elaboraciones de las acciones, y no necesariamente se formulan como antecedentes previos a la acción a la que correspondería la razón. Y el argumento tampoco destruye el nexo conceptual entre las razones y la descripción de la acción, relación que no es de independencia ni de invarianza contingente. El apego a la idea de que todos los fenómenos, incluyendo las acciones, deben tener causas, puede ser en parte manifestación de un apego a las ideas positivistas acerca de la ciencia, es decir que el modo de explicación científica es universal y causal. Si las acciones van a caer bajo la denominación de ciencia se las debe explicar causalmente y, en consecuencia, si las razones explican las acciones, deben ser algún tipo de causa. La resistencia a esta opinión sostiene que hay más de un tipo de explicacióh, y que no todas las explicaciones ofrecen causas. Las explicaciones por medio de razones son distintas de las explicaciones causales, pero también explican. Explican al poner en claro cuál era el punto o propósito de una acción. Dar la razón por la cual el asesino cometió el asesinato pone en claro lo que significa este punto: interrumpir toda nueva explotación y maltrato por la víctima, digamos, o
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heredar el dinero legado en su testamento. De este modo, la razón elabora la identidad de la acción. El deseo de retener la noción de que las explicaciones causales son las únicas explicaciones reales de las acciones también está conectado con el determinismo y el libre albedrío, debate que podemos resumir brevemente como sigue. Por una parte, hay argumentos que dicen que hacemos responsables a las personas de lo que hacen, las censuramos cuando se portan mal, etc., y que lo hacemos porque tienen libre albedrío. No tuvieron que hacer lo que hicieron, pues fueron libres de hacer otra cosa. Tenían opción. Por otra parte, si todo lo que la gente hace es causado, entonces eso significa que las personas fueron creadas para hacer lo que hicieron, y así la idea de libre albedrío es una ilusión. Por lo tanto, no tendría objeto culpar a nadie por hacer algo que estaba fuera de su dominio. Lo que la gente hace es función de los supuestos factores causales, como educación, personalidad, situación, y por lo tanto es simplemente víctima impotente de todos estos factores. Aunque todos podamos sentirnos libres de elegir y de actuar, en realidad somos inconscientes de las causas de nuestras acciones. Aquí el conflicto, aunque fácil de plantear, no es tan fácil de resolver. La noción misma de causa se emplea de muy diversas maneras, no todas las cuajes coinciden con la concepción humana de causa1idad. El hecho de que demos explicaciones de srazón" y de "intención" de las acciones no necesariamente implica que nunca demos causas de las ac-
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ciones. Peters, quien adopta la opinión de que a menudo damos otros tipos de explicaciones de las acciones, aparte de las causales, sostiene sin embargo que probablemente damos explicaciones causales cuando algo ha salido mal, "cuando hay algún tipo de desviación del modelo propositivo que sigue una regla; cuando la gente, por decirlo así, lo entiende mal" (Peters, 1960: 10). En tales casos surgen dudas sobre si la acción fue plenamente realizada. Asimismo, solemos dar explicaciones causales de acción cuando la elección o responsabilidad del actor es mínima o bien no tiene interés para nosotros. Podemos hacer esto, como lo muestra Pitkin (1972: cap. 7) al considerar cómo hacer que una tercera parte haga algo. Aquí las causas no son incompatibles con razones, motivos e intenciones. Por ejemplo, en la explicación histórica solemos estar un tanto más interesados en explicar por qué una persona hizo lo que hizo que en hacerla responsable o atribuirle una culpa. Podríamos decir que esto está muy bien. Las prácticas del idioma ordinario con respecto a las atribuciones causales contra las imputaciones de motivos o razones son bien aceptadas en conexión con acciones particulares, pero no son precisamente pertinentes para la ciencia social, la cual se interesa por la explicación de clases enteras de acciones. Como respuesta, podríamos decir que, al tratar de dar una explicación de esta índole, se corre el riesgo de estirar el idioma hasta crear dificultades conceptuales insolubles. "Libre", "determinado",
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"causa", son conceptos conectados con muchos otros conceptos, y abandonar las nociones de "libre albedrío" no sólo significa sacar de nuestro vocabulario la expresión "libre albedrío", sino que también incluiría reorganizar todo nuestro modo de hablar acerca de lo que hacemos, y prescindir de modos de hablar que nos son útiles con propósitos que no tienen que ver con explicar científicamente nuestras acciones. Si se nos preguntara "equé es una acción libre?", podríamos plantear sin mayor dificultad muchos ejemplos, sinónimos, analogías, y ofrecer conceptos casi equivalentes en significado, los cuales mostrarían que el concepto de "hacer libremente X" está directamente interrelacionado con muchos de nuestros modos de hablar. Si negáramos que algunas acciones fueran libres nos veríamos obligados a rechazar categorías enteras y relaciones, negando, de hecho, zonas íntegras de nuestro lenguaje. Términos como "libre", "causa", "determinado" y conceptos asociados con ellos se utilizan, en contextos particulares, para evaluar alguna acción particular hecha o considerada. Si una persona tiene opción o no es cuestión que depende en parte de la posición adoptada por un hablante en la situación de marras y no tiene nada que ver con si podrían ser causas de las acciones. Podemos decirle a un amigo íntimo, "No puedo ir al cine contigo porque mis padres están de visita", y dar a entender que la fuerza de la obligación con los padres significa que no soy "libre" de ir. La aceptación de esta explicación por parte del otro significaría que no se
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iba a ofender ni a sentir decepcionado por el hecho de que rehusara su invitación. En cambio, si un amigo deseara que lo acompañáramos al hospital, es posible que pudiéramos pasar por alto las obligaciones con los padres, y nuestros padres comprenderían por qué "tuvimos" que aplazar nuestras obligaciones para con ellos. No lo haríamos por un simple conocido, aunque también esto podría depender de la gravedad de la razón de la visita al hospital. La idea es que en cada una de estas situaciones se está adoptando una posición con respecto a otros, y por ella seremos juzgados. Lo difícil de generalizar a partir de estos casos particulares es distinguir unas normas por las cuales todas las acciones se consideren causalmente determinadas. Sea como fuere, es difícil ver cómo podríamos descubrir si todas nuestras acciones en realidad están causalmente determinadas o si en realidad todas son libres. Casi parece como si la cuestión no fuera acerca de los hechos del mundo. Si, como ya se sugirió antes, hemos considerado seriamente la idea de que toda acción fue causada (o libre), esto implicaría grandes cambios al sistema conceptual en el cual y. por el cual están constituidas nuestras vidas. Difícil sería hablar de responsabilidad, culpa, castigo, honor, logro, generosidad, valor, habilidad, calidad, fracaso, conducta, etc. Cierto es que podemos retener el uso de estos términos y de otros similares, pero su sentido se perdería. Aun podemos tener "castigo", pero ésta sería la aplicación de otro mecanismo causal destinado a modificar la con-
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ducta. Aun podríamos tener "elogio", pero esto no sería dar crédito por alguna realización personal, y sólo vendría a añadir otro factor para inducir una conducta particular, de la que nosotros, como "censuradores", o "elogiadores", no podríamos arrogarnos ningún crédito, pues tampoco nosotros habríamos podido evitarla. La ídea es que aunque nuestro idioma y nuestra comprensión sí cambian y son convencionales, no son arbitrarios. Han sido forjados por nuestra conducta como seres humanos. El determinista podría argüir que lá distinción entre acciones y causas surge porque ignoramos las causas de algunas acciones, pero esto es perder de vista el punto principal. También resulta dificil no ver la presentación misma del punto de vista determinista en contradicción con la sustancia de sus propias doctrinas, Los deterministas tratan de darnos razones para pensar que el caso determinista es correcto y requieren nuestra aceptación de su argumento, no sobre la base de causas que nos obliguen a creer en el determinismo, sino como cuestión de cumplir con las obligaciones que nos impone reconocer un argumento mejor, es decir, aceptar lo que se nos ha mostrado. No podríamos encontrar una oposición más decidida. El tipo de enfoque positivista supone que sólo la observación objetiva puede hacer posible la. investigación de la auténtica naturaleza de las cosas, suponiendo, como parte de esto, que esa objetividad nos exige apartarnos de los fenómenos que
280 LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA se estén observando. La cara opuesta del argumento es que este "apartarse" de los fenómenos sociales no nos dará su auténtica naturaleza sino que deformará su carácter. Lejos de capacitarnos para comprender mejor las cosas que hacemos, el punto de vista positivista causaría un equívoco o haría que se evaporaran. El punto de vista supuestamente "objetivo" no es que si se aleja tanto al observador de las realidades que se están observando se perderá su carácter específico y distintivo. Una escena puramente "observacional", en el sentido que le dan los positivistas, podría satisfacer los requerimientos de atenerse al procedimiento científico común, pero también significaría abandonar el vocabulario de la acción del que, como hemos dicho antes, está compuesta o constituida tan gran parte de nuestra existencia. ¿Qué estaría observando el positivista? Semejante observador no podría discernir promesas, guerras, poder, intereses, culto, organizaciones, explotación, privación, etc., ya que éstos no podrían llamar la atención del observador libre del concepto de acción. En suma, semejante ciencia "no podría responder a las preguntas que hoy podemos formular, pues están formuladas en los conceptos que tenemós" (Pitkin, 1972: cap. 7). En el próximo capítulo examinaremos otros argumentos pertinentes al caso.
VI. CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS EN EL CAPÍTULO anterior analizamos cierto número de problemas para las versiones positivistas de la ciencia social, que surgen de la naturaleza del vocabulario que utilizamos en nuestras vidas ordinarias al hablar acerca de cosas y desempeñar acciones. Lo que hemos tratado de poner de relieve es la tensión entre el "vocabulario de la acción", por conservar durante un tiempo esta frase, y los intentos de crear un vocabulario que esté más en armonía con los requisitos observacionales de una ciencia positivista. Como intentamos poner en claro, las cuestiones no son simplemente acerca de "vocabu,' lario" en el sentido de colección de palabras con las cuales la gente ordinaria habla de cierta manera de sus asuntos, mientras que los hombres de ciencia hablan acerca de ellos de otra. Como hemos trata' do de mostrar, en lo tocante a las ciencias sociales el hecho de que sus temas vivan dentro de un mundo ya preinterpretado tiene implicaciones muy serias para la naturaleza de estas disciplinas. Es decir, ars cuestiones son, mucho más que respecto a las palabras, acerca de los modos en que los fenómeitos mismos, la materia misma de la vida social, es281
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