HomoSapiens

March 9, 2018 | Author: lauperez | Category: Homo Sapiens, Evolution, Science, Charles Darwin, Human Evolution
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Jorge H. Flores José Luis Vera

Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Hacia una fundamentación antropológica

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Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Primera edición: 2010

D.R. Colegio de Postgraduados / Financiera Rural Colección: Formación para el financiamiento del desarrollo rural, núm. 3

Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje. Hacia una fundamentación antropológica Jorge H. Flores y José Luis Vera Esta obra está bajo una licencia Reconocimiento-No comercial 2.5 México de Creative Commons. Para ver una copia de esta licencia, visite http://creativecommons.org/licenses/by-nc/2.5/mx/ o envie una carta a Creative Commons, 171 Second Street, Suite 300, San Francisco, California 94105, USA. ISBN 978-607-7533-48-1

Diseño de portada: Antonio A. Cuevas y Jorge Flores Diseño editorial por Antonio A. Cuevas para LinceBranding.com

El contenido del presente libro es responsabilidad exclusiva de los autores

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Mensaje del Director General, Financiera Rural Hacer de la banca de desarrollo una fuerza efectiva de acción sobre las condiciones objetivas de vida del sector rural, un complejo ámbito con la cuarta parte de la población nacional, implica involucrar múltiples recursos financieros, medios institucionales y materiales, pero, fundamentalmente, potenciar competencias humanas expresables en forma de saberes, habilidades y actitudes en cada actor de los escenarios del desarrollo: en los productores, en los consultores y capacitadores, así como en el personal de las agencias de Financiera Rural. Hoy entendemos que las necesidades de aprendizaje son directamente proporcionales al horizonte de cambio que seamos capaces de asumir. Más allá de la necesaria eficiencia administrativa y la prudencia en el otorgamiento del crédito, la sustentabilidad de Financiera Rural será posible en la medida en que los proyectos de integración económica de los productores rurales sean, asimismo, objetivamente sustentables. Nuestro país requiere enfrentar el hecho urgente de que más del 95% de los productores participa tan sólo en la fase de producción primaria, con unidades productivas histórica y sistemáticamente desvinculadas, sin escalas ni estándares de calidad que les permitan un acceso más justo a los mercados. Así, la política de integración económica procura la sustentabilidad de los proyectos productivos mediante la articulación estratégica de las empresas rurales, como vía fundamental para hacer del crédito una verdadera palanca de desarrollo regional sustentable. La posibilidad real de que los productores rurales logren agregar y retener valor, así como acceder a los mercados de manera justa y equitativa, depende no sólo de mejorar la calidad y productividad en la producción primaria sino, primordialmente, de movilizar las capacidades organizativas de los productores para apropiarse de aquellos eslabones de la cadena productiva y de valor, tales como el abasto de insumos y materias primas, servicios de mecanización, servicios financieros, desarrollo de marcas, acopio de la producción, almacenamiento, transporte, mercadeo, beneficio, empaque y comercialización, entre otros. Esta estrategia exige un conjunto de aprendizajes, necesarios para la apropiación de los procesos técnicos, organizativos, productivos y de capacidades autogestivas en general. Por este motivo, resulta vital contribuir al desarrollo de las competencias laborales requeridas por los productores rurales, los prestadores de servicios, los promotores de crédito y el personal de nuestras agencias en tanto que profesionales al servicio del campo mexicano. Estamos comprometidos con la premisa de que la capacitación es un factor estratégico del desarrollo rural, puesto que todo desarrollo implica modificación en las condiciones de trabajo y vida de la población; significa pues, que los cambios en las actividades económicas enfrentan necesariamente las exigencias del aprendizaje en todos los sujetos sociales involucrados. Asumimos la convicción reiterada de que todo desarrollo pasa por el apren-

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dizaje. Por este motivo, el Programa Integral de Formación, Capacitación y Consultoría para Productores e Intermediarios Financieros Rurales, así como sus dos maestrías –en prestación de servicios profesionales, y en gestión financiera para el desarrollo rural–, constituyen instrumentos clave de la Política de Integración Económica; instrumentos de los productores para la identificación, diseño, incubación y fortalecimiento de proyectos estratégicos de integración económica. La puesta en marcha de este proyecto formativo, se ha realizado con el concurso de prestigiadas instituciones de educación superior e investigación a través de alianzas como la celebrada con el Colegio de Postgraduados. Como proyecto nacido con conocimiento de causa y conciencia de fines, el empeño social y educativo de nuestras maestrías ha evolucionado. La iniciativa de capacitación y formación de profesionales al servicio del campo se encuentra hoy en posibilidades de renovar sus convicciones originales: para reasumir sus retos; para evaluar la naturaleza de sus logros, necesidades y procesos; para examinar, sobre nuevas bases y evidencias, sus medios y estrategias de acción. La presente serie documental que hemos titulado “Formación para el Financiamiento del Desarrollo Rural”, halla su principal razón de ser en este complejo y desafiante escenario. Afrontar esta realidad requiere, entre otras exigencias superiores, conducir nuestras acciones y decisiones desde los mejores fundamentos, ideas y modelos explicativos de una realidad que nos plantea grandes demandas y cuestionamientos: ¿qué y cómo aprenden los seres humanos en los procesos globales del trabajo?; ¿qué es exactamente el desarrollo sustentable, y cuáles sus condiciones objetivas de posibilidad?; ¿qué significa hacer de las funciones laborales ámbito de estudio y reflexión?; ¿qué implica el diagnóstico y la planeación en la mente y voluntad de los propios productores? Se trata, pues, de cuestionamientos que son frontalmente acometidos por la presente integración documental. Para la producción de esta serie, se ha recurrido a especialistas, académicos, investigadores y profesionales en áreas tan diversas como las ciencias sociales, humanas y cognitivas, ciencias económicas y agronómicas; autores que han aportado su conocimiento, su creatividad, su inteligencia teórica y experiencia profesional para ponerlos al servicio de la reflexión, estudio y análisis que realizan los estudiantes en ambas maestrías. Se contribuye, así, a enriquecer el abordaje riguroso de los contenidos curriculares y al fortalecimiento de los cuerpos docentes responsables de la conducción de los procesos formativos. Hoy, nos hallamos en posibilidad de decir que Financiera Rural, como banca de desarrollo, en alianza estratégica con entidades de educación superior e investigación, reconoce y estimula el papel de la producción del pensamiento y la inteligencia científica como contribución indispensable a los procesos de aprendizaje para el desarrollo regional sustentable. Enrique de la Madrid Cordero

Director General Financiera Rural

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Mensaje del Director General, Colegio de Postgraduados Resulta por demás significativo para el Colegio de Postgraduados, en su calidad de Institución de enseñanza e investigación superior, presentar esta serie de materiales didácticos, mismos que constituyen parte sustancial del proceso formativo de las Maestrías en Prestación de Servicios Profesionales y asimismo en Gestión Financiera para el Desarrollo Rural. El propósito central de ambos programas de postgrado es incrementar la eficiencia y eficacia de los prestadores de servicio así como de los agentes y promotores de crédito, profesionales consagrados a coadyuvar en el desarrollo de los productores y a la población rural en el esfuerzo por alcanzar su sustentabilidad socioeconómica y ambiental, teniendo el crédito como un factor primordial, y en el marco de una política de integración económica concretada en proyectos estratégicos. La elaboración de estos documentos forma parte de la instrumentación de cada una de las maestrías, la cual busca, por decisión de ambas instituciones, colocar en el centro del proceso formativo a los alumnos participantes. Ello puede constatarse desde el diseño del Plan de Estudios de cada maestría, mismo que deriva la estructura de sus contenidos así como la lógica de su tratamiento, directamente de las competencias necesarias para que los alumnos desempeñen sus funciones como agentes de desarrollo, asumiendo como ejes de su formación la problemática de desarrollo rural con enfoque regional y sus condiciones de posibilidad, lo que implica y el desarrollo de aprendizajes en los sujetos sociales con los que trabajan . Así, la metodología que se instrumenta y aplica, toma el proceso de trabajo de los alumnos como referente indispensable del aprendizaje, incorporando los principios de las ciencias sociales, económicas y cognitivas y su correspondiente concreción en criterios metodológicos. En congruencia con ello, estos documentos constituyen, en su conjunto, un recurso didáctico que tiene como principal finalidad la de fortalecer puntos estratégicos de los planes de estudios, esto es, aportando nuevas ideas al tratamiento de contenidos particulares bajo la intencionalidad de generar cuestionamientos y reflexiones de los alumnos sobre aspectos sustanciales de tres ejes básicos de formación: economía y financiamiento, dimensiones de la sustentabilidad del desarrollo, y desarrollo de los sujetos sociales como sujetos de crédito y aprendizaje. De esta manera, para el eje de desarrollo rural se formulan tres materiales, el primero amplía un tema sustancial referente a la política de integración económica, cadenas productivas y proyectos estratégicos; el segundo atiende lo relativo al diagnóstico regional con enfoque territorial; el tercero presenta elementos del enfoque de sistemas de producción para la integración económica y el desarrollo rural regional sustentable. Para el eje correspondiente a la teoría económica y financiamiento integral, el primer documento es una guía para uso didáctico de los productos y servicios

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crediticios de Financiera Rural. La segunda aportación afronta analíticamente el concepto de riesgo y administración del crédito. La tercera obra se enfoca a los procesos del marco jurídico de la organización de los productores rurales y del financiamiento rural. Por su parte el cuarto de los materiales aquí agrupado aborda el análisis crítico relativo a la organización de los productores rurales. En cuanto al eje referente al desarrollo de los sujetos sociales, comprometido fundamentalmente con sus aprendizajes y competencias involucradas, un primer libro afronta las implicaciones del vínculo natural trabajo-aprendizaje, y su poder en las dimensiones evolutivo-históricas de nuestra especie. Un segundo aporta herramientas sociales, políticas y culturales en torno al desarrollo rural sustentable. Existe asimismo un material para la profundización el tema de la organización económica de los productores rurales. En el ámbito metodológico, se ofrece un material que apoya la conducción académica de las maestrías en los términos de un manual del equipo académico, enfoque metodológico y plan modular. Por último, podríamos culminar este esbozo sobre la unidad temática de esta serie, mencionando dos temas cardinales aquí desarrollados: el referente a la conversión del trabajo en el objeto de estudio, y aquél que reflexiona la actual producción de tesinas en su la contribución a la metodología. El Colegio de Postgraduados reconoce que el diseño de este material da perspectiva, profundidad y actualidad a cada una de las maestrías, pues al avance logrado en el acercamiento a los alumnos del conocimiento existente se suman contribuciones como conocimientos, natural, pero conscientemente generados en la práctica misma de las maestrías. Al lograr que la mayoría de los autores de los materiales sean al mismo tiempo especialistas con amplio dominio en los temas tratados y asimismo parte constitutiva de los equipos académicos con experiencia en el enfoque teórico-metodológico de ambas maestrías –el Método Trabajo-Aprendizaje–, se posibilitan aportaciones que se inscriben en el mismo proceso de recuperación y proyección efectiva de los conocimientos, al mismo tiempo que se responde a los requerimientos específicos de los alumnos. Es importante señalar, finalmente, que el trabajo así materializado, expresa el ánimo y el compromiso de nuestra Institución para continuar contribuyendo a este proceso formativo, vía necesaria para la consecución de los objetivos de la política de integración económica desde la participación de los productores rurales, prioritariamente, aquellos restringidos a las condiciones limitativas de agregación-retención de valor que supone la sola producción primaria. Reconocemos que este propósito está determinado por las decisiones y competencias de quienes participan como actores centrales de estas maestrías. Félix Valerio González Cossío. Director General Colegio de Postgraduados.

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A Charles Darwin, evolución para la conciencia humana A Claude Lévi-Strauss (1908-2009), estructura capital para el entendimiento de lo humano

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Agradecimientos Nuestro sincera gratitud a las personas e instituciones que han contribuido a la realización de esta obra. Agradecemos la oportunidad creada por Financiera Rural y por el Colegio de Postgraduados que, al hacer de la educación para el trabajo un compromiso sustantivo con el desarrollo de nuestro sector rural, ha concebido estos programas de maestría, consagrados a formar nuevos profesionistas al servicio del campo mexicano; iniciativa en la que este libro halla su principal razón de ser. Nuestro especial reconocimiento a Eduardo Malagón, Eduardo Ibarra y Erick Quesnel, principales creadores de estas maestrías: por su cabal conciencia, optimismo y contagiosa certidumbre de que la imaginación, el método, la ciencia y la voluntad siempre deberán tener un papel decisivo en las mayores aspiraciones humanas de transformación y desarrollo. Gracias al Dr. Jaime Almonte y al Lic. Arturo Bodenstedt por su apoyo capital. Gracias al ingeniero Alierso Caetano de Oliveira del Colegio de Postgraduados, y al licenciado Oscar Velasco por su valioso apoyo y apreciaciones. Jorge Flores desea agradecer a la antropóloga física Elsa López y Zubillaga por la revisión crítica de los manuscritos de los capítulos 1, 4, 5 y 6. Agradecemos al Dr. Alejandro Terrazas Mata por su amable autorización para obtener las fotos de las reproducciones de algunos de los ejemplares fósiles aquí ilustrados, y pertenecientes al laboratorio de Prehistoria y Evolución Humana del Instituto de Investigaciones Antropológicas de nuestra Máxima Casa de Estudios, UNAM. Un sincero reconocimiento asimismo a la licenciada Sandra Olvera por la espléndida obtención de tales fotos.

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Índice Prefacio, 15 1. Introducción Homo sapiens: sobre las dimensiones de lo humano..................15 ¿Bichos misteriosos?, 20 2. El pensamiento evolucionista: sus ideas, sus representantes y su significado...............................25 1. La idea de evolución en la historia, 27 2. Historia del evolucionismo, 28 3. El tiempo, 28 4. La reproducción, 29 5. La sistemática biológica, 30 6. Georges Louis Le Clerc “Conde de Buffon”, 32 7. Georges Cuvier, 35 8. Jean-Baptiste Lamarck, 37 9. Charles R. Darwin, 39 10. ¿Y después de Darwin?, 43 11. La teoría sintética de la evolución (Neodarwinismo), 45 12. Tendencias recientes, 49

3. El orden primate: un lugar para el hombre...............................53 1. El primer orden zoológico, 54 2. Taxonomía primate, 54 3. La primatología: su historia y aportes, 59 4. La primatología antropológica: los estudios en libertad, 62 5. Los estudios en cautiverio, 65 6. Los argumentos, 67 7. Del hombre como primate al ser humano moderno, 69

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4. Trabajar, conocer, aprender: el proceso multidimensional de la praxis.............................................................71 1. Trabajo y praxis, 72 2. Trabajo-aprendizaje: sus órdenes de implicación, 78 2.1 Una relación ontológica, 78 2.2 Una relación epistémico-metodológica, 80 2.3 Una relación axiológica, 83 5. De Homo a sapiens: consideraciones sobre evolución humana.......87 1. Cultura y praxis, 88 2. Homo sapiens: sobre su naturaleza y origen evolutivo, 90 6. Conclusión Evolución y trabajo.........................................................................................................117

Apéndices............................................................................................................................. 123 Tabla: Inferencias sumarias sobre la ecología y comportamiento en la evolución de los homínidos, 124 Mapas, 127

Cuadros temáticos 1. El Paleolítico: la evidencia material del trabajo en la evolución del hombre, 129 2. Los Neandertales: otra forma de humanidad, 138 3. Neandertales y humanos modernos: ¿fusión o sustitución?, 143 4. El caso del Hombre de Piltdown, 147

Cédulas de algunos especímenes fósiles de la evolución humana, 149

Bibliografía......................................................................................................................... 170

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Prefacio La presente obra pone a nuestro alcance elementos centrales para comprender la formación del ser humano, articulando, en forma coherente, distintas miradas: la genealogía de la especie Homo sapiens y el papel de su acción consciente frente a la naturaleza, con el trabajo como estrategia sui géneris de supervivencia. Libro que nos fundamenta en forma actualizada, y con la profundidad crítica necesaria, el carácter histórico y específicamente humano del vínculo entre el trabajo, el conocimiento y el aprendizaje. A partir de la indudable autoridad técnico-científica de los autores, la idea aquí sostenida de que la intervención intencionada en la realidad –obedeciendo a un plan concebido con anterioridad– potencializa la capacidad de los seres humanos para comprender y representar esa misma realidad en un proceso de alimentación recíproca, constituye un planteamiento que puede asumirse con niveles de comprensión muy diferentes: desde la versión simplista de que “echando a perder se aprende”, hasta la fundamentación racional y clara de algunos de los resortes y puentes con los que la humanidad ha ido desarrollando su capacidad para conocer la realidad, intervenir en ella y aprender del proceso, modificando con ello su propia corporalidad y condición general. En el crecimiento y desarrollo de las personas (u ontogenia), es palpable que la experiencia acumulada y el tipo de actividades desarrolladas, repercute en la capacidad aeróbica, muscular, de percepciones y reflejos, y asimismo mental de los seres humanos para realizar y potenciar actividades diversas. La neurociencia explica estos fenómenos a partir de la interacción de áreas funcionales del sistema nervioso y la dinámica en la conformación de redes neuronales como resultado de la actividad. Esta obra nos ayuda a entender un proceso similar, aunque definitivamente no igual, de frente a la evolución de nuestra especie (o filogenia). La oposición del pulgar, la bipedestación, la prolongación de la infancia, la encefalización y la reorganización del cerebro, así como el desarrollo del lenguaje doblemente articulado y la capacidad simbólica, aparecen como cambios corporales y de comportamiento que se vinculan entre sí e interactúan en la configuración de una misma estrategia de supervivencia de los grupos humanos, frente a un medio ambiente cambiante: el trabajo en su acepción más amplia.

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Ya en lo que corresponde a nuestra especie, el Homo sapiens, queda claro que las instituciones centradas en el conocimiento, como la investigación científica y la escuela, han potenciado la capacidad de intervención en la realidad de la sociedad, pero involucran al 1% –si acaso– de la historia de la humanidad. Esto pone en jaque la idea de que el conocimiento es una abstracción especializada que se transmite de una generación a otra, o de una institución a otra. La conciencia de la enorme potencia que tiene convertir una situación de trabajo en situación intencionada de aprendizaje, para darle significado al conocimiento socialmente producido, se basa en la comprensión de nuestra ubicación en la evolución y en la historia de la cultura. Como antropólogo físico dedicado a la capacitación campesina, y a la docencia desde hace treinta años, considero que esta lectura fundamenta y fortalece la convicción de que existe la pertinencia y la necesidad –usando las palabras del recién desaparecido Claude Levi-Strauss– de “conciliar dominios que (aparentemente) nada incita a aproximar”. Erick Quesnel Galván Cd. de México, otoño de 2009

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1. Introducción Homo sapiens: sobre las dimensiones de lo humano

[…] nadie pudo antes, en la historia del pensamiento humano, imaginar cómo podría surgir el diseño en ausencia de un diseñador: la máquina sin un ingeniero, el Quijote sin un Cervantes, la sinfonía sin un Beethoven. Después del descubrimiento de Darwin, nada ha podido ser ya igual para nosotros los humanos. Hay “grandeur” en esta visión de la vida, decía Darwin; al ser el resultado de un proceso ciego unido a diversas circunstancias que se han dado como podrían no haber ocurrido, en un rincón cualquiera de una galaxia que es una más entre muchísimas, no le debemos nada a nadie y somos dueños de nuestros destinos. Juan Luis Arsuaga El Enigma de la Esfinge

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El hombre se contempla a sí mismo –decía Marx– en un mundo creado por él. La mano humana en la evolución: trabajo, creación y trascendencia. Pintura “al negativo”, en la caverna rupestre de Cosquer, Francia (27 mil años antes del presente). Se trata de una de las expresiones de necesidad creativa y simbólica más antiguas hasta ahora conocidas: juego y drama, teoría y poesía, pensamiento y praxis… tal ha sido, desde entonces, la existencia del símbolo en la vida humana.

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a ciencia nos ha bautizado Homo sapiens. No tenemos, como especie, más de 200 mil años de existir y definitivamente surgimos en África. Desde entonces hemos crecido mucho; demasiado quizás, y en todo sentido imaginable. Hemos llevado al límite nuestras capacidades totales y las del planeta. Somos una especie desmesurada… profundamente contrastante. No somos sólo producto de fuerzas naturales “ciegas”, sino de actos intencionados propios. Aquí, consideramos que el más intencionado y especificamente humano de esos actos es, el trabajo: un hecho humano total. Esta dimensión creativa (y autocreativa) sólo inició en nuestra larga e intrincada evolución cuando los actos dirigidos a un objeto para transformarlo partieran de un principio ideal –la idea de un fin claro–, y culminaran con un resultado o producto; tan efectivos y tan reales (ideas, acciones y productos) como la humanización del y en el mundo; tan reales como nuestra propia existencia. Nada sería igual desde entonces. La antropología puede y debe concebir al trabajo como expresión de todas las necesidades y capacidades humanas, las que sólo se realizan con logros y resultados que infinidad de aspiraciones entrañan, prefiguran o anticipan en la mente de los hombres. Es bien conocida la comparación que establece que, a diferencia de otras laboriosas especies animales, antes de ejecutar cualquier acto o construcción, los humanos les proyectamos en nuestro cerebro: “…algo que no tiene una existencia efectiva aún y que, sin embargo, determina y regula los diferentes actos antes de desembocar en un resultado; o sea, la determinación no viene del pasado, sino del futuro”1. Para pensar nuestro futuro, pero sobre todo nuestro presente, nos asomaremos aquí, muy someramente, a algunos aspectos de nuestra naturaleza bio-cultural y de nuestro pasado evolutivo. Trabajo y Conocimiento existen desde siempre en nuestra más profunda naturaleza y evolución; pero, ¿de qué tipo de naturaleza y evolución son de las que hablamos? En 1871, en su obra El Origen del Hombre el famoso padre del evolucionismo, Charles R. Darwin, sostenía lo siguiente: “De no haber sido el hombre clasificador de sí mismo, nunca hubiera soñado en fundar un orden separado para recibirlo… no debemos olvidar que el hombre no es más que una de las diversas formas excepcionales de los Primates” 2. ¿Somos realmente una especie, una criatura aparte de la naturaleza? Aunque milenaria, la inquietud que entraña esta pregunta no ha sido precisamente una preocupación universal, o sea, una cuestión compartida por todos los pueblos a través de la historia. Más aún, el desarrollo de la ciencia moderna tiende, a través de sus explicaciones, a cuestionar nuestra supuesta excepcionalidad, no tanto a confirmarla; mucho menos a radicalizarla. 1 2

Palabras del Profesor Emérito de nuestra Máxima Casa de Estudios, Dr. Adolfo Sánchez Vázquez. 1974 (véanse pp. 164 y 171)

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Efectivamente, es un hecho que, una a una, hemos ido perdiendo nuestras cada vez más escazas certidumbres de que somos un cosa esencialmente diferente; una forma de existencia “disonante” y “solitaria” en medio de los demás vivientes de la naturaleza en sus diversos ecosistemas y mundos biológicos. Para el pensamiento propio de la ciencia, hoy, ya no es muy atractivo suponer que seamos algo así como fruto inevitable del flujo de la vida: su culminación. Pero, y esto es una verdad bien conocida, percibir las diferencias, en cualquier nivel de lo real, siempre ha sido bastante más simple que entender afinidades profundas. Esto último implicaría, ante el empeño evolucionista de iluminar nuestra naturaleza, no menos que poder identificar realidades más hondas y reveladoras en los pliegues, ritmos y tendencias de nuestro devenir y realización evolutiva. Actualmente, se trataría de miradas novedosas desde la biología y la ecología evolucionistas que se pueden combinar a fin de “…disecar los fenómenos engañosamente sencillos pero increíblemente complejos que constituyen el mundo vivo que nos rodea” (Leakey & Lewin 1997, p. 17).

¿Bichos Misteriosos?

De lo anterior surge una importante implicación: naturalizar la “esencia” de lo humano (si es que la hay) promete enseñarnos más de nuestra verdadera condición, de nuestros orígenes, potenciales e incluso susceptibilidades. Al menos para esa prestigiada institución productora de conocimientos que es la ciencia, hoy por hoy, parece más interesante entender nuestra unidad y pertenencia al orden natural de las cosas, que tratar de reencontrar alguna rareza inexplicable en nuestra forma de existir en el mundo, algún rasgo especial que nos dé seguridad ante una realidad universal explicable, por otro lado, mediante los fundamentos de la física y demás ciencias de la naturaleza. Quizás entonces, una pregunta más prudente que la inicial sea ¿tiene sentido aún para la comprensión científica de la realidad intentar recuperar un fundamento superior o excepcional para la “especie elegida”? Quisiéramos mostrar que las diferencias cobran mayor sentido cuando son sobrepuestas a una base de unidad común. Fue uno de los pensadores más influyentes de la Historia, Platón, quien provocativamente caracterizó al ser humano como un “bípedo áptero” (seres que caminan en dos patas, pero no tienen alas, respectivamente). Somos animales. Una certidumbre así (decía el antropólogo africano Richard Leakey), no debiera agraviar nuestra humanidad, sino, más bien, estimular nuestra inteligencia a recomprender y dignificar la animalidad. Al igual que los caracoles que viven en los jardines, los armadillos o los cocodrilos, somos seres “heterótrofos”, dicen los biólogos. Significa que, a diferencia de otro tipo de seres vivos (como las plantas, los hongos o las bacterias), la “animalidad” consiste en poseer cierto tipo de sistemas celulares sumamente especializados que nos permiten vivir “al estilo animal”. Esas células tan especiales se llaman neuronas. Células que –en conglomerados más o menos complejos– nos permiten esencialmente

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dos cosas en tanto que animales: percibir diferentes estímulos del entorno vital (mediante “sensoneuronas” que procesan vibraciones, partículas químicas, luz, etc.), así como desplazar nuestra animalidad de forma viable o exitosa por los ecosistemas (mediante las “motoneuronas”), es decir, desplegar un comportamiento que podemos llamar idóneo, desde el punto de vista de una sobrevivencia basada primariamente en nutrición y en reproducción. Vayamos pues, en busca de la unidad de lo diverso. ¿Qué hay de común entre una rana y un humano? Sólo los animales tenemos neuronas (que pueden organizarse o no en conglomerados llamados cerebros); sólo los animales nos desenvolvemos sensorial y dinámicamente en el medio ambiente para alimentarnos de otros seres vivos; sólo este tipo de seres vivos tienen comportamiento, fenómeno biológico que nos otorga flexibilidad, adaptabilidad y trascendencia en la naturaleza. Comportamiento cuyo rango de posibilidades va, verdaderamente, desde la regulación térmica, hasta el pensamiento complejo, la educación, la ciencia y la cultura como medios que el animal humano ha desarrollado no sólo para adaptarse al mundo (como cualquier especie biológica), sino, para adaptar al mundo a sus propias necesidades de existencia y, asimismo, auto-adaptarse a la propia complejidad que ha creado: el universo “supraorgánico” de la vida sociocultural. De hecho –y hay que enfatizarlo– la excepcional adaptación del hombre a la naturaleza, y a su propia complejidad, se realiza a través de un fenómeno esencial que unifica al pensamiento, al conocimiento y a las más diversas y primordiales formas de aprendizaje. Ese “universo de acción” que vincula y potencia todas las facultades humanas de adaptación y trascendencia es el fenómeno del trabajo (y que hemos de reflexionar aquí antropológicamente en su dimensión evolutiva y en sus nexos humanos más amplios); principio y fin de los aprendizajes más significativos y vitales de la condición humana. No obstante, antes de abordar lo anterior con su debida profundidad, retomemos la ruta de nuestras consideraciones. Al interior de reino animalia somos mamíferos –al igual que murciélagos, delfines o elefantes–, es decir, experimentamos una etapa de nuestro desarrollo postuterino dependiendo de los nutrientes que nuestras madres nos proporcionan mediante glándulas especializadas para la producción de un complicado alimento, balanceado en grasas, proteínas y azúcares, así como otras moléculas vitales (como los anticuerpos) en la nutrición, el crecimiento y desarrollo de los críos: la leche. Asimismo, al igual que todos los otros mamíferos desarrollamos pelo en forma variable, o, además, presentamos tres huesecillos del oído medio llamados yunque, estribo y martillo. Estas son, entre muchas otras, características sumamente distintivas de esos animales llamados mamíferos. Ahora bien, al interior de la clase de los mamíferos, somos primates. Al igual que otras 250 especies (más o menos) entre las que se encuentran gorilas, mandriles o monos araña, por ejemplo, compartimos adaptaciones evolutivas como son las de una vista “cromática” y en estricta tercera dimensión (captamos colores, volú-

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menes y profundidades de campo con gran precisión). Como primates, podemos oponer nuestro dedo pulgar al resto de los dedos (tenemos una mano prensil). Con excepción de unas pocas especies de primates llamadas “prosimios”, no tenemos garras, sino uñas planas. Los primates vivimos en sociedades muy amplias y complicadas (salvo excepciones, como los orangutanes). Tenemos cerebros proporcionalmente grandes respecto del tamaño de nuestro cuerpo y presentamos una larga dependencia infantil respecto de progenitores o grupos extendidos de parentesco (algo llamado “altricialidad” por los biólogos). Asimismo, y, a diferencia del resto de los mamíferos, los primates no son precisamente cuadrúpedos (aunque se desplacen a cuatro patas apoyando sus manos). Eso se debe a que la mayor parte del peso de un primate se descarga sobre los miembros posteriores. Tal distribución de peso es inversa a la de auténticos cuadrúpedos (como perros, vacas o caballos), animales donde más del 60% de su peso corporal descansa sobre los cuartos delanteros, aspecto que les impide totalmente algo que sí es accesible a prácticamente todos los primates (aunque sólo sea por instantes): alzarse en dos patas. Cabe aquí comentar, que, desde hace unos 30 mil años, sólo sobrevive una sola especie de primate que se desplaza permanentemente en dos patas (dejamos la deducción al lector de cuál pudiera ser ese curioso primate). El resto de los primates bípedos que sabemos existieron (más o menos unas 20 especies, según la paleontología humana) se han extinguido en el transcurso de más o menos los últimos seis millones de años. Moverse en dos patas –y no es precisamente el caso de gallinas o tiranosaurios rex– es una adaptación evolutiva llamada bipedalismo o bipedestación. Bípedos ápteros: animales que además son mamíferos y primates… de la especie Homo sapiens. Animales que tienen una crianza basada en la lactancia (como cualquier cachorro); con 32 dientes (como todos los simios o monos del Viejo Mundo). En efecto, sin embargo, tan fácil e incluso inevitable como es encontrar innumerables afinidades con miles de especies biológicas, por otra parte, las posibilidades comparativas se pueden ver dramáticamente limitadas (o incluso impedidas) en determinado momento de nuestro empeño por situar la “naturaleza humana” en el orden universal de los seres. A través de la historia, diversos filósofos, científicos y pensadores han tratado de encontrar rasgos o características “esenciales” de la condición humana: tenemos vida mental, creatividad virtualmente ilimitada y profundos estados psíquicos, afectivos y espirituales… somos seres “sabios” (sapiens), pero también podemos enfermarnos mentalmente de innumerables formas (o bien, dar cabida a desafiantes comportamientos que no reconoceríamos en otros animales, como la locura, el hedonismo, la desmesura o la estupidez). Alcanzamos nuestra realización mediante el lenguaje y los infinitos mundos posibles del símbolo (Homo locuens, simbolicus, respectivamente); mediante el juego (Homo ludens)… mediante el trabajo socialmente organizado (Homo faber).

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“Devuelto” al universo biológico que no sólo lo explica sino que hiciera surgir la totalidad de sus características (por excepcionales que éstas parezcan), el hombre –re-naturalizado ya desde el Renacimiento por la ciencia occidental– puede entonces, y en forma paralela, excluir de la naturaleza, de sus procesos y estructuras, los misteriosos trasfondos humanoides en forma de fines, de planes o designios que únicamente caracterizan (hasta donde hoy sabemos) a una pequeña parte del universo conocido: el cerebro humano. Situar al hombre en las entrañas del mundo físico y biológico para así ser entendido, es, en la historia de las ideas, un proceso inseparable de la “des-humanización” de la naturaleza: no hay planes animistas en ella, más bien, las inmensas posibilidades creativas del “azar y necesidad”, dijera el gran biólogo molecular Jacques Monod. (L’Uomo, “El Hombre”, una evocadora visión de Leonardo sobre una transición histórica: una humanidad geometrizada; empeño racional explicativo ante las esferas sociocultural, económica, política, intelectual, ética, estética y espiritual… las esferas, planos y geometrías de lo humano).

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Un bípedo áptero que, en todas las épocas y culturas, experimenta algo tan exclusivo respecto a millones de especies biológicas, actuales o extintas, como el llanto, un estado ligado a innumerables vivencias mentales y no sólo físicas. Animal que vive los inagotables matices de la risa y la sonrisa dentro de un continuo de tonos afectivos: desde el gozo y el placer más entrañables, hasta el dolor más profundo; desde la ternura más sutil hasta la crueldad más obscena. Un animal que, además del sexo y la sexualidad, ha inventado los géneros y el erotismo (y no sólo los géneros “femenino”/”masculino”, si estamos realmente dispuestos a considerar la diversidad de todos los pueblos de la Tierra). Somos asimismo un primate que depende, a lo largo de toda su vida, de la creatividad y vitalidad del juego: desde los deportes hasta el arte y sus mundos propios. Un animal en dos patas que, además, ha inventado la danza; un primate con lenguaje simbólico que, aparte de usarlo para efectos comunicativos de sobrevivencia e interacción social, le sirve para engendrar inmensidades literarias y poéticas, científicas y filosóficas. Un mamífero con pulgar oponible que, además de aplicarlo a elaborar herramientas para adaptarse a (y adaptar los) ecosistemas, le sirve para verter en un instante la totalidad de su vida psíquica y emocional a través de un piano, un lienzo o una caricia. En fin, un ser biológico, animal, mamífero y primate que, además de trabajar para vivir –al igual que castores, arañas o macacos–, trabaja creando aprendizajes organizados lógicamente en el patrimonio del conocimiento, potencia simbólica y cognitiva para transformar el objeto y sujeto mismos del trabajo realizado. Expresiones y necesidades universales de este “bicho misterioso”, de este bípedo áptero: ecce Homo. Por encima de cualquier otra facultad, la sorprendente capacidad humana de flexibilizar y adaptar los comportamientos a partir de interpretar la vertiginosa complejidad de los entornos (y así poder adoptar las conductas y medidas más exitosas), sólo puede tener un nombre: inteligencia. Comenta en esta tónica el antropólogo español Eloy Gómez Pellón: “Es plausible pensar, y así se ha sostenido en numerosas ocasiones… que la facilidad de la mente humana para inventar y descubrir, o si se prefiere, la inteligencia humana, pudiera ser consecuencia de la vida en sociedad, y más concretamente en el seno de los grupos estables, en los que el compromiso y el sacrificio de sus miembros suponen una exigencia constante de superación por parte de los individuos, que van entregando a los demás sus propias conquistas” (2005, p. 149). Quedamos pues ante expresiones elocuentes del “techo” de la inteligencia biológica, principal recurso (e imperativo) de la existencia humana, es decir, nuestra creatividad, nuestra conciencia y albedrío, de frente al mundo. Probablemente una de las mayores enseñanzas de la reflexión científica sobre la evolución humana sea una evidencia como la siguiente: que la singularidad de la especie llamada Homo sapiens dentro de la naturaleza sólo puede ser producto de la especie misma, vía el trabajo, el pensamiento… la cultura, diría el gran antropologo francés recientemente desaparecido Claude Lévi-Strauss:

Homo sapiens: sobre las dimensiones de lo humano

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¿Dónde termina la naturaleza? ¿Dónde comienza la cultura? Pueden concebirse varias maneras de responder a esta doble pregunta […] La cultura no está ni simplemente yuxtapuesta ni simplemente superpuesta a la vida. En un sentido la sustituye; en otro, la utiliza y la transforma para realizar una síntesis de un nuevo orden. (1985, p. 36)

Efectivamente: desde la base material de fósiles descubiertos por paleontólogos de campo, hasta la facultad explicativa que aportan diversas teorías –desde el origen y evolución de la vida, hasta el cambio de las sociedades humanas–, nos revelan una realidad fundamental: la evolución humana (sí, la evolución peculiar de una especie peculiar) ha sido un proceso de cambio que se alimenta de sus propios desarrollos. Más que en ninguna otra especie, los productos o efectos de nuestra evolución han “retroalimentado” a sus propias causas; ello en un sentido permanente, radical así como vigente. Creando sus condiciones de vida, nuestra especie –y las de nuestros ancestros ahora extintos– se ha creado a sí misma; replanteando las leyes de la naturaleza, replanteando las leyes de la evolución. Pero, ¿cuáles son los fundamentos científicos de tales ideas sobre nosotros y nuestra evolución? Cabe, aquí, una advertencia. La existencia social de las ideas científicas (por grandes que éstas sean) entraña cierto riesgo permanente: la traición a los fundamentos de su rigor teórico –tan costoso al pensamiento humano– a través de versiones triviales o erróneamente simplificadas; clichés o lugares comunes que han dado paso a detritos conceptuales como la noción de “eslabón perdido”, “el hombre desciende del mono”, “la evolución es sólo una teoría”, y otras vulgarizaciones tan machaconamente oídas aquí y allá. Gravitación, Dialéctica, Relatividad, Evolución, entre otras, son visiones científicas que han enriquecido la inteligencia (o sea, la capacidad de entender) de la especie humana acerca del tiempo, el espacio, la materia, la energía, la vida, la mente… la condición humana misma. Así, devueltos nosotros al corazón de la naturaleza y la vida para lograr comprendernos mejor, nos mueve a recordar la frase contundente del genetista norteamericano Theodosius Dobzhansky: nada en biología tiene sentido si no es a la luz de la evolución. ¿Qué es, pues, la Evolución? La evolución es un atributo esencial de la realidad viviente universal y, al mismo tiempo, una invaluable comprensión científica, una teoría para arrojar luz sobre ese universo asombroso que es la Vida: “…infundida originalmente [escribía hace exactamente siglo y medio Charles Robert Darwin en las últimas líneas de El Origen de las Especies] en unas pocas formas o en una sola, y que mientras este planeta andaba rodando de acuerdo con la ley fija de la gravedad, de tan simple principio se desprendieron y evolucionan aún infinitas formas bellísimas y maravillosas”.

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El famoso “Niño de Taung”: ejemplar infantil de la especie Australopithecus africanus, descubierto por el profesor Raymond Dart en 1924 en Sudáfrica; hallazgo fundacional en los estudios de nuestra evolución.

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2. El pensamiento evolucionista

Sus ideas, sus representantes y su significado

Al considerar el origen de las especies, es completamente lógico que un naturalista, reflexionando sobre las afinidades mutuas de los seres orgánicos, sobre sus relaciones embriológicas, su distribución geográfica y sucesión geológica, pueda llegar a la conclusión de que las especies no han sido independientemente creadas, sino que han descendido como las variedades de otras especies. Charles R. Darwin El Origen de las Especies

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1. La idea de evolución en la historia

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xisten ideas fundamentales en el contexto de ciencias particulares, pero pocas de ellas trascienden a las disciplinas donde fueron concebidas y se constituyen en ideas que forman parte de la cosmovisión de los diferentes grupos humanos, ese es el caso del evolucionismo, que con Charles Darwin tomó carta de identidad y se popularizó como una de las teorías científicas más importantes de la biología y la antropología, pero que claramente es una idea que ha acompañado la historia de Occidente desde al menos dos siglo atrás. Se dice que el evolucionismo, las ideas de cambio y de progreso fueron centrales como motor de movilidad social durante los siglos XIX y XX y en muchos sentidos hoy siguen siéndolo (Bury, J., 1971; Nisbet, R, 1991). Las ideas sobre el cambio evolucionista tuvieron que ir en contra de ideas fijistas del mundo, ideas que aceptaban que el mundo había sido creado y no podría transformarse. De este modo, las especies eran estables, pero también las sociedades humanas, la cultura y cualquier manifestación humana, entre ellas por supuesto, también el orden social, lo cual era una idea útil para los sectores sociales a los que no convenía la posibilidad de transformación social, pues con ello podrían perder sus privilegios. Así pues, una cosa era el nacimiento de una teoría que desde la biología impactaría con su capacidad de explicar el mundo natural a otras ciencias y otra las ideas de cambio que formaron parte de la cosmovisión de Occidente a lo largo de su historia (Ruse, M. 1979, 1983, 1985). En el contexto de la ciencia, vale la pena preguntarse ¿Cuál es la importancia del pensamiento evolucionista? ¿Por qué a 200 años del nacimiento de Charles Darwin se realizan tantos homenajes en todo el mundo? ¿Cuáles fueron los aportes del pensamiento darwinista a otras disciplinas científicas? ¿Por qué se habla de una revolución darwiniana? ¿Es vigente el pensamiento darwinista? ¿Fue Darwin el fundador de evolucionismo o hubo antecedentes? ¿Cuáles son los aportes del darwinismo para entender al ser humano? ¿Cuáles son las polémicas contemporáneas del pensamiento evolucionista? ¿Qué dijo Darwin sobre el ser humano y qué fue lo que no dijo? ¿Qué sentido tiene pensar evolutivamente el mundo? Al final, el ser humano es el resultado de un largo proceso evolutivo, lo que nos diga la ciencia sobre nuestro origen y evolución, seguramente permitirá entendernos mejor como especie y sobre nuestro lugar en el mundo. No se trata sólo de narraciones sobre viajeros que descubrieron mundos diferentes a los conocidos, se trata de nosotros y en ese sentido el pensamiento evolucionista nos incumbe, de ahí su importancia. En las siguientes páginas se presentará la historia del pensamiento evolucionista, resaltando el papel que algunos naturalistas tuvieron en la historia de la

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consolidación del evolucionismo como una de las teorías más importantes de la historia de la humanidad. Advertimos que no están todos, pero sin duda sí los más representativos. En todos los casos se mencionará la posición que tuvo cada uno de ellos respecto de cual es el lugar del hombre en la naturaleza.

2. Historia del evolucionismo

Hay quien opina que en el mundo clásico podemos encontrar el origen de casi cualquier teoría científica del mundo. Parece que si uno rasca un poco siempre encontrará a un griego al que podamos designar como el antecedente de una teoría moderna. Resulta sin embargo un error hacerlo, aunque algunas ideas básicas, en este caso del evolucionismo sí fueron mencionadas por los griegos clásicos, aunque sería injusto y sobre todo equivocado ver en ellas el origen del evolucionismo moderno (Templado, J. 1974). El mundo griego concebía a la realidad como cambiante, “todo cambia” era la premisa y todo está en constante transformación. Ello es parte de el fundamento filosófico necesario para entender y explicar cómo cambia el mundo natural y el mundo social humano. Una visión transformista de la realidad sería necesaria para que surgiera una teoría científica de la evolución, aunque no fue el único requisito como veremos (Lovejoy, A. O. 1983).

3. El tiempo

En las sociedades el tiempo es un factor importantísimo para organizar la vida privada, la vida colectiva y la productividad. El tiempo no sólo es el escenario donde se llevan a cabo las actividades de las sociedades, la concepción que se tenga de él redundará en una visión sobre el contenido de los actos humanos, pero también de la antigüedad del mundo y de la estructura de la historia (Marion, M. 1994). Las sociedades tradicionales han construido una visión del tiempo a la que se le ha dado en llamar la noción del tiempo cíclico. Si el tiempo se repite, las acciones humanas también, así como la historia. La noción del tiempo como un ciclo se deriva de la observación del mundo natural, a los días les suceden las noches, las estaciones climáticas aparecen una detrás de la otra, primavera, verano, otoño e invierno, y una vez más, el eterno mundo de las repeticiones. Se dice que existen ciclos naturales, como el día y la noche, como los ciclos de siembra y de cosecha, como las fases de la luna, como los ciclos menstruales. De ahí a suponer que las cosas del mundo se repiten y de que el tiempo en cíclico, así como la historia hay un paso muy pequeño (González, L. 1988). Uno de los aportes más importantes del pensamiento judeocristiano a Occidente fue la noción del tiempo lineal o la famosa flecha del tiempo, una noción del tiempo donde unos eventos se suceden a otros como en el ciclo, pero evitando

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la eterna repetición. Hay un inicio y un final de la historia y una serie de etapas por las que han de pasar las sociedades humanas en su eterna transformación (Gould, S. J. 1992). Con la flecha del tiempo surge también la noción de la necesidad histórica, si el tiempo es como una flecha y es entonces continua y tiene una dirección, entonces las sociedades humanas han de pasar por una serie obligada de etapas de desarrollo social. Así fue que surgió el tradicional esquema de cambio social que pasaba de una serie de etapas de barbarie y salvajismo a otras como el comunismo primitivo, el esclavismo, el feudalismo, el capitalismo y el socialismo moderno, característico de la visión marxista de la historia. El surgimiento de la flecha del tiempo derivó en el planteamiento de preguntas sobre si la historia era un proceso unilineal o multilineal (Bartra, R. 1975). Por otro lado, hubo de surgir lo que se ha dado en llamar una noción del tiempo profundo, proveniente de la geología y que permitía la visión del tiempo requerido por el evolucionismo para poder operar. El célebre Obispo Usher postuló que el mundo había sido creado hacía 4004 años. Una magnitud de tiempo mucho mayor era necesaria para que los mecanismos que posteriormente propondría Darwin pudieran operar y generar toda la diversidad que podemos observar en el mundo (Gould, S. J. op. cit.). Así, en el evolucionismo moderno, el tiempo no es sólo el escenario donde se desarrolla la acción de las transformaciones del mundo, la noción del tiempo profundo, y el surgimiento de la flecha del tiempo, marcaron definitivamente una cierta concepción de las magnitudes del tiempo necesarias para que la evolución pudiera suceder, pero también involucraron visiones particulares de los mecanismos de la evolución y de la historia (Prigogine, I. e I Stengers, 1990).

4. La reproducción

Contra lo que pudiera parecer, el término de evolución no fue utilizado por Darwin en la primera edición de El origen de las especies, curiosamente tampoco fue utilizado por sus contemporáneos inmediatos, ni por los naturalistas que les antecedieron. Prefirieron utilizar términos como transformismo, trasmutación, o simplemente cambio (Gould, S. J. 1985). Ello, que es en apariencia una paradoja, se explica porque cuando surgió la teoría darwinista, y aun antes, el término de evolución tenía una connotación incluso contradictoria que finalmente enfrentaría Darwin y que es el que hoy todos reconocemos. Durante buena parte del siglo XIX y durante casi todo el XVIII la palabra “Evolución” se asociaba a una teoría de la reproducción denominada preformacionismo. Se creía que los organismos se reproducían y generaban descendientes parecidos a sí mismos, porque en los espermatozoides o en los óvulos existían pequeños seres perfectamente formados sólo que en un tamaño muy pequeño, de tal forma que cuando se daba la reproducción, estos pequeños seres

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u homúnculos no harían más que crecer, desenvolverse, “evolucionar”. Ello era contradictorio, porque si la evolución permitía entender cómo los organismos se adaptaban a su medio ambiente y ello derivaba en el surgimiento de la diversidad, en la teoría preformista, los individuos tenían ya dentro de sí a pequeños seres que contenían a su vez a otros más pequeños y así sucesivamente hasta el final de los tiempos. Incluso la polémica se presentaba entre aquellos que creían que el sujeto preformado se encontraba en los espermatozoides (espermatistas) o aquellos que afirmaban que era en los óvulos (ovistas). La idea de que lo semejante engendra a lo semejante y que hoy nos parece obvia, no siempre fue entendida así y no resultaba tan obvia. Por ello era común la creencia en la existencia de organismos monstruosos producto de la unión antinatural de organismos diversos: un perro que se cruzaba con una vaca y podía generar un híbrido entre las dos especies. La mitología popular europea de los siglos XVI, XVII y XVIII está plagada de narraciones semejantes. Se ha afirmado que en el imaginario popular, antes del siglo XVII los organismos no se reproducían, eran engendrados, y las leyes del engendramiento nada tenían que ver con las leyes de la reproducción (Jacob, F. 1986). Así pues, no se trataba sólo de una creencia popular, los naturalistas no habían desarrollado una teoría que permitiera entender por qué los organismos generaban descendencia parecida a sí mismos. Autores del siglo XVII, como Ambroise Paré, en su célebre tratado sobre los monstruos y los prodigios, afirmaba que éstos eran el resultado de la calidad, estado y cantidad del semen, pues si éste estaba podrido, podía generar seres monstruosos, si su cantidad era en exceso, se podrían generar miembros supernumerarios, si faltaba podrían surgir organismos con carencias en sus órganos. Esto, que podría resultar ridículo a los ojos de un contemporáneo, fue uno de los primeros esfuerzos por entender naturalmente el problema de la reproducción. Al mismo tiempo, Paré afirma que los monstruos podrían surgir por la maldad del demonio o la picaresca de los mendigos itinerantes que iban de pueblo en pueblo simulando ser anómalos para conseguir ayuda de los inocentes transeúntes (Paré, A. 1995). En este contexto fue que surgió la teoría preformista que luego habría de enfrentarse a la teoría epigenética que afirmaba que los organismos deberían pasar por una serie de fases de desarrollo que no estaban determinadas desde el principio de los tiempos, como sí ocurría con el preformismo. El epigenetismo finalmente triunfaría, y con él, surgió una teoría de la reproducción que permitía entender que las fases de desarrollo de los organismos, podrían afectar el resultado en la formación de la descendencia. Eso, como veremos más adelante fue un factor indispensable para que el término de evolución adoptara finalmente el significado que ahora conocemos.

5. La sistemática biológica

Una de las condiciones que permitieron el surgimiento del evolucionismo moder-

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no, aunque también podríamos afirmar lo mismo para entender el surgimiento de la biología, fue el desarrollo de la sistemática biológica, es decir, debió surgir un sistema de clasificación ordenado, sistemático de la diversidad de los organismos, para que el evolucionismo pudiera explicar el surgimiento y desarrollo de la diversidad de la vida (Llorente, J. 1989). Ello ocurrió durante el siglo XVIII, particularmente asociado a los aportes de Carl Von Linne, o Lineo en su denominada Taxonomía binominal. Durante el siglo XVIII, en el contexto de lo que se ha dado en llamar Historia Natural (y que no es más que una fase de desarrollo en la historia de la biología), se concibe que la naturaleza era como un libro, un libro que debíamos intentar leer, pero que para hacerlo haría falta entender el lenguaje en el que estaba escrito. Aunque algunos pensaron que ese lenguaje era el lenguaje de las matemáticas, otros se dieron cuenta que lo primero que se hacía necesario para poder leer el libro de la naturaleza era intentar encontrar en ella un orden. La naturaleza se mostraba a los naturalistas como un todo caótico en su superficie y se asumió que debería existir en la naturaleza una especie de estructura profunda de la vida que al ser descubierta, permitiera ordenarla, describirla y clasificarla. Ello demandaba la búsqueda de semejanzas y diferencias en el mundo, el encontrar regularidades para dilucidar ese orden que no se mostraba fácilmente a los ojos de los seres humanos. Si ese orden se encontraba en la naturaleza, podríamos entonces pensarlo como el orden natural del mundo (Jacob, F. op. cit.).

Carl Von Linne

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Por ello, todos los sistemas de clasificación de los organismos buscaban reflejar ese orden natural y constituir al método utilizado en un método natural de clasificación basado en la búsqueda de semejanzas y diferencias que permitieran, de acuerdo al naciente método comparativo, agrupar a organismos que compartieran características. En ello, la valoración del significado de las semejanzas y diferencias fue fundamental y aun más para el naciente evolucionismo que vio en cierto tipo de semejanzas, la prueba de un pasado evolutivo compartido entre los organismos parecidos. De esta forma, aunque Linneo no fuera expresamente un evolucionista, su sistema de clasificación sentó las bases para pensar la variabilidad de los organismos como el resultado de largos procesos de evolución de la vida y no sólo caprichos de una naturaleza caótica y desordenada. Por otro lado, el sistema de clasificación lineado era heredero de una vieja tradición proveniente originalmente del mundo griego, pero que durante los siglos XVI y XVII se constituyó en uno de los primeros modelos naturalistas de clasificación de la diversidad orgánica: la Gran cadena del ser, también conocida como la Gran escala de los seres. Se trataba de un modelo de clasificación que partía de tres principios griegos: el principio de plenitud o completud: el mundo está formado por todos los seres posibles, el mundo está completo, no tiene huecos, nada que tenga huecos puede ser perfecto y ello se tradujo en el famoso aforismo leibnitziano: “natura non facit saltum” la naturaleza no da saltos. Los otros dos principios eran el de la continuidad. Entre dos seres posibles, dado que el mundo está completo, se podrá siempre encontrar un tercer organismo, así al comparar los límites de dos organismos parecidos, estos siempre se sobrepondrán. Por último encontramos el principio de la gradación: dado que el mundo está completo, y que los límites de los organismos adyacentes se sobreponen, entonces la transición de un organismo a otro ocurrirá de manera gradual (Lovejoy op. cit.). Estos tres principios que fueron fundamentales para el sistema lineano de clasificación, serían un referente fundamental del pensamiento evolucionista en general y singularmente del darwinismo algún tiempo después. Pasemos ahora a hacer un breve resumen de los principales evolucionistas, iniciando con Buffon, continuando con Cuvier, siguiendo con Lamarck, para llegar finalmente a Charles Darwin.

6. Georges Louis Le Clerc “Conde de Buffon” (1707-1778)

Buffon es sin duda uno de los naturalistas más importantes para entender la historia del pensamiento evolucionista, pero también para entender el origen de la antropología. Nacido en Francia, se dedicó al estudio de la naturaleza, obteniendo sus mayores logros en el área de la botánica. Fue miembro de la Academia francesa a los 27 años y guardián de los Jardines del Rey.

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Georges Louis Leclerc conde de Buffon

Fue uno de los más fervientes defensores del modelo de la Gran escala de los seres, de tal forma que ordenó la diversidad de los organismos a partir no de criterios anatómicos, sino funcionales. En su monumental “Historia natural”, el naturalista francés escribe más de 40 libros sobre el mundo natural, pero dedica un par de volúmenes fundamentales para entender a los primates y al ser humano. Los libros cuarto y quinto están dedicados a ambos temas. Si bien Buffon puede a veces ser un campeón del fijismo, en otras establece las bases del pensamiento evolutivo, aunque explícitamente afirmó que el cambio (transformismo) está limitado al interior de las especies.

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Buffon cree que la reproducción de los organismos está basada en una especie de molde interno que posibilita que los descendientes se parezcan a sus progenitores. Aunque en un sentido abreva del pensamiento preformista, su posición será importante para establecer una teoría de la reproducción de gran importancia para el pensamiento evolucionista en general. Buffon piensa que la evolución puede ocurrir, pero probablemente muy influido por la teorías creacionistas, asume que cualquier modificación del prototipo de creación, debería resultar en una pérdida de la perfección original con la que los organismos fueron originalmente creados. Así que la visión evolucionista de Buffon, está caracterizada por una visión degenerativa de la misma. Esta posición tendría fundamental importancia en la interpretación sobre las diferencias de los europeos respecto de los americanos, particularmente a través de la polémica entre uno de sus pupilos más importantes, Cornelius de Paw que establecería con Francisco Javier Clavijero una de las polémicas más importantes para la historia de la antropología americana. Se trataba de la polémica sobre el origen del hombre americano y sobre sus diferencias con los europeos (Gerbi, A. 1982). Buffon pensaba que el clima americano era tal, que provocaba la podredumbre de la materia orgánica y la generación de plagas. Por ello, en el sur del continente americano la flora y fauna eran desmesuradas. No era más que el reflejo de una naturaleza desordenada donde los organismos estaban fuera de toda ley de la vida, incluidos los aborígenes americanos. Por ese tipo de reflexiones y sobre todo por haber incluido al ser humano dentro de sus preocupaciones, Buffon ha sido considerado el padre de la antropología. De Paw establecería una polémica con Francisco Javier Clavijero, donde desarrollaría la tesis de que los americanos son inferiores respecto de los europeos por ser entre otras cosas, lampiños, pequeños, dependientes, sin deseo sexual, en resumen infantiles o degenerados respecto de algún prototipo de creación. En ese esquema, los americanos eran vistos necesariamente como inferiores respecto de los europeos.

7. Georges Cuvier (1769-1832)

Naturalista nacido en Francia, fue uno de los iniciadores de la anatomía comparada y gran promotor de la paleontología. Fue el primero en clasificar al reino animal basándose sólo en caracteres anatómicos y no fisiológicos como habían hecho la mayoría de sus antecesores. Cuvier fue sin duda uno de los científicos más importantes de su tiempo y contó con amplio impacto entre sus contemporáneos. Fue autor de varias teorías fundamentales para su tiempo. Entre otras cosas, Cuvier es el padre de la paleontología moderna. Estableció la llamada Ley de la correlación, donde afirmaba que, los organismos presentan una muy clara correlación entre la forma y la función: de la forma puede inferirse la función, así que aquellos organismos que presentan una estructura determinada puede ésta

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correlacionarse con una función específica y por ello con otros rasgos morfológicos asociados a tal función. Este principio resultaría de gran importancia en la interpretación del registro fósil y en la naciente anatomía comparada (Llorente, J. op. cit.). Por otro lado, Cuvier fue el autor de la Teoría de las catástrofes, donde afirmaría que el mundo había sido creado y destruido sucesivamente, de tal forma que la existencia de fósiles y la distribución espacial y temporal de la vida presentaría una correlación con su destrucción y nueva creación. Ello en sí mismo no avalaba ninguna teoría evolucionista, pero sin duda justificaba los patrones biogeográficos de distribución de la vida en el planeta, que en otras posiciones era prueba de la creación divina y en particular del diluvio bíblico. Fue así uno de los primeros naturalistas en avalar esquemas de cambio discontinuistas, hecho de gran importancia de acuerdo a las polémicas contemporáneas que se expondrán más adelante.

Georges Cuvier

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También, Cuvier sería célebre por suponer que la inteligencia tenía una alta correlación con el volumen del cerebro, cosa que no siendo idea original suya, fue una de las ideas más profundamente arraigadas en la ciencia occidental y que marcarían uno de los enfoques de la antropología. Hoy sabemos que tal posición está parcialmente equivocada.

8. Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829)

Muchas veces la historia parece ser injusta con algunos de sus personajes. Ese es el caso de Lamarck. En la gran mayoría de libros abocados al estudio de la historia del pensamiento evolucionista, Lamarck aparece inmediatamente antes de Darwin como una especie de contrapunto donde parece que, mientras Darwin tuvo éxito y nació en el seno de la burguesía inglesa, él parece ser recordado como una especie de personaje fallido no sólo en términos del antecedente del evolucionismo, sino incluso personalmente. Veremos que la realidad no fue tan maniquea en ese sentido y que incluso para Darwin, constituyó un importante antecedente que incluso fue citado por él en reiteradas ocasiones (Gould, S. J. 2004).

Jean-Baptiste Lamarck

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Lamarck, nacido también en Francia, fue el primero en acuñar el término Biología para referirse al estudio de los seres animados, fue además el fundador de la paleontología de los invertebrados, y en sentido estricto, es el primer autor de una teoría de la evolución de la vida. En su obra: Filosofía zoológica, publicada en 1809, Lamarck desarrolló el núcleo de su teoría. En un mundo donde se pensaba que la realidad era inmutable, Lamarck propuso lo contrario, para él, el mundo estaba en constante transformación y ésta se debía a una serie de mecanismos que generaban la diversidad de la vida. Su propuesta central se caracteriza por el enunciado de tres principios fundamentales: 1.- Principio de que la necesidad crea a los órganos. 2.- Principio de uso y desuso de los órganos. 3.- Ley de la transmisión de los caracteres adquiridos.

Para Lamarck, los órganos y las estructuras que conforman a los individuos surgen en respuesta inmediata a las necesidades de los mismos y de acuerdo a los requerimientos derivados de las características del medio. De esta forma, el cambio será siempre direccional y se dará en correspondencia con el entorno. Una vez surgidos dichos órganos, se desarrollarán hasta aumentar tu tamaño y complejidad, o reducirán su tamaño hasta desaparecer o hipertrofiarse de acuerdo a su grado de utilización. Si un órgano de utiliza frecuentemente, se desarrollará y se volverá más complejo, si no es así podrá desaparecer. Es célebre el ejemplo lamarckiano del cuello de las jirafas donde es la necesidad de alcanzar la comida que se encuentra en las partes altas de los árboles y el constante esfuerzo por comer, lo que llevó a las jirafas a desarrollar tal rasgo anatómico. Por último, aquellas estructuras que surgieron por la necesidad de los organismos y que luego pudieron volverse más complejos, se heredarán a las siguientes generaciones, con lo cual, la noción de evolución en Lamarck era de corte claramente progresivo. Ninguno de los tres principios mencionados tienen actualmente un respaldo empírico que dé algún tipo de confirmación por parte de los modernos biólogos evolucionistas, sin embargo, en su momento, Lamarck gozó de cierto prestigio y en términos de la historia del pensamiento evolucionista fue el primero en proponer una serie de mecanismos, de corte natural para entender a la evolución. En otro contexto, para el ámbito de lo social, se habla de una herencia lamarckiana, pues aquello que sabemos que no opera para el mundo de los seres orgánicos, puede operar y de hecho lo hace en el mundo de las sociedades humanas. Más allá de lo que a la luz de los conocimientos contemporáneos podamos decir de los errores de las teorías lamarckianas, en su momento, la búsqueda de explicaciones materialistas para la evolución de la vida, así como el intento de entender a la evolución como el resultado de procesos de interacción de los orga-

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nismos con su entorno, o incluso su posición sobre la importancia del comportamiento y de los hábitos como causantes de variabilidad, resaltan la importancia de su obra y su impacto en la obra de sus sucesores. Como se mencionó anteriormente, la mayor parte de la obra de Lamarck fue presentada en su más célebre trabajo: La filosofía zoológica, publicada en 1809, año en que curiosamente vería la luz un pequeño que revolucionaría a la biología e impactaría a muchas otras ciencias, nos referimos a Charles Darwin.

9. Charles R. Darwin (1809-1882)

La obra de Charles Darwin es sin duda uno de los iconos más famosos en la historia de la ciencia. Todo mundo ha escuchado hablar de él, aunque hay que decir que sobre su obra y sobre sus ideas en general pesan una serie de preconcepciones que hacen que existan muchos errores sobre lo que dijo o no dijo el naturalista inglés. Nieto del célebre Erasmo Darwin, Darwin probó fortuna durante su educación formal en medicina, la que abandono por no tolerar el sufrimiento ajeno y posteriormente en la Teología, misma que también abandonaría. En cambio, parecía mostrar gran interés por la naturaleza. En 1831 fue invitado a un viaje a bordo del barco Beagle, hecho que transformaría su vida y nuestros conocimientos sobre la naturaleza. Así pues, se embarcaría durante 5 años en los que viajó alrededor del mundo. Inicialmente como compañía del capitán del Beagle, Fitzroy, y luego como naturalista del mismo.

Charles R. Darwin

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Lo que durante el viaje presenciaría, sus lecturas, sus amistades con científicos de la talla de Charles Lyell, padre de la geología moderna, Hooker, Henslow, etc, llevaría a Darwin, más de 20 años más tarde de su regreso del Beagle en 1836 a escribir una de las ideas más revolucionarias de la ciencia moderna, la teoría de la evolución. Aunque fue autor de múltiples artículos publicados en diversas revistas y de alrededor de 17 libros, tres resaltan por su importancia para la biología, pero también para las ciencias del hombre: El origen de las especies, publicado en 1859, El Origen del hombre, publicado en 1871 y por último, La expresión de las emociones en los animales y en el hombre, publicado en 1873. Poco tiempo después de su regreso de su viaje de 5 años en el Beagle, Darwin se dedicó a múltiples investigaciones, además que contrajo matrimonio con Emma Wedgwood con quién formaría una amplia familia. Las influencias de Darwin fueron sin duda múltiples: por un lado su pasión como naturalista y su interés por documentar con evidencias todo aquello que le rodeaba, pero también los libros de autores como Malthus, Lyell, o Humboldt. Del primero aprendió la importancia de la dinámica de crecimiento poblacional y las nociones de competencia inter e intraespecífica; de Lyell, aprendería entre otras cosas, la noción de tiempo profundo; del tercero su interés plural por la diversidad natural y la humana, así como su gusto por la cartografía. Así pues, sus lecturas, su relación con grandes científicos de la época, y su experiencia de 5 años a bordo del Beagle, conformaron el caldo de cultivo del que nacería una de las teorías más importantes de la biología y de muchas otras disciplinas científicas. Se dice que a partir del surgimiento del Darwinismo, el lugar del hombre en la naturaleza se vuelve más humilde, pues el darwinismo asumía el origen de los seres humanos desde explicaciones completamente naturales, así, el entender a la naturaleza, implicaba en muchos sentidos entendernos a nosotros mismos. Veamos entonces los principales aportes de la obra de Charles Darwin. Hay quien opina que una de las características más importantes del pensamiento darwinista es su notable simplicidad, lo cual no le da un menor valor, más bien al contrario. En ciencia, poder enunciar de modo simple los principios que explican un determinado fenómeno es una virtud que se conoce como el principio de parsimonia. Así pues, para Darwin, la evolución es un proceso que genera descendencia modificada, debido a que en la lucha por la existencia, gana aquel que está mejor adaptado al medio ambiente donde le tocó vivir. Aclaramos de inicio que el término “lucha” es metafórico, pues en realidad sólo en determinadas situaciones los organismos luchan entre sí en combates físicos, en realidad un término más adecuado sería en vez de lucha, la idea de que los organismos recurren a diversas estrategias de tipo, comportamental, de alianzas sociales, etc., para sobreponerse a su medio. Un enunciado tan aparentemente sencillo ha de desglosarse: Darwin

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se dio cuenta a partir de su propia experiencia de campo, pero también de la lectura de Malthus, quién decía que las poblaciones tienden a crecer exponencialmente mientras los alimentos sólo lo hacen aritméticamente, que las poblaciones en realidad tienden a mantenerse estables en cuanto a su número, que normalmente se producen más descendientes de los que efectivamente llegan a edades adultas y son capaces de reproducirse. Ello lo llevó a preguntarse cuáles son las causas que determinan que unos organismos sobrevivan y se reproduzcan y otros no. Por otro lado, se dio cuenta que en la naturaleza, en la medida que escasean los recursos, los organismos pueden competir por ellos, y por recursos entendemos, el alimento, el espacio, los sitios de descanso, el acceso a parejas reproductivas, la prioridad de acceso a la exploración de espacios y objetos novedosos, etc. Así, la noción de competencia debía jugar un papel central en quiénes eran capaces de imponerse a las condiciones del entorno. Notó además que los organismos pueden competir entre ellos, o al interior de sus poblaciones, es decir, que existen diferentes tipos de competencia, la interespecífica y la intraespecífica. Darwin se dio cuenta de que aunque la competencia interespecífica pueda en ocasiones ser muy ostentosa, como en el caso de un carnívoro cazando, la competencia intraespecífica era de mucha mayor intensidad, pues normalmente los individuos de una misma especie tienen los mismos requerimientos y compiten por los mismos recursos. Así pues, las estrategias con las cuales compiten los organismos pueden ser variadas y muy sutiles en la mayoría de los casos. Cuando un organismo es capaz de sobrevivir y mostrar una relación estable con su medio ambiente y sus congéneres, se afirma que está adaptado. En su caso, tendrá más posibilidades de reproducirse que aquellos con menores niveles de adaptación y por ello podrá heredar a sus descendientes parte de los atributos que le permitieron sobrevivir. Al mecanismo que en función de los niveles de adaptación permite la sobrevivencia y reproducción diferencial, Darwin le llamó la Selección Natural y constituyó el centro de su teoría. Así, recurriendo al ejemplo mencionado de las jirafas de Lamarck, para Darwin, los largos cuellos no son el resultado del esfuerzo por estirarlo para obtener el alimento y por su utilización intensa y prolongada, sino de una población donde originalmente encontramos sujetos con cuellos más largos y otros más cortos, es decir, encontramos una población con gran variabilidad (esta última es una categoría central del discurso darwiniano), donde en un proceso de competencia por recursos, algunos organismos que tienen mejores características en determinados entornos, en este caso, largos cuellos, son capaces de sobrevivir y tener más descendientes que se les parecen. Para Darwin, además el proceso evolutivo es un lento transcurrir, donde poco a poco se van modificando los organismos como resultado de diversos procesos de adaptación al entorno, y aunque no conocía las bases materiales de la herencia,

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sí fue capaz de reconocer que espontáneamente en las poblaciones surgen innovaciones que sirven de materia prima a la selección natural. De ésta forma, el proceso evolutivo es un proceso donde primero surge variabilidad y luego parte de ésta permanece y parte es eliminada por la selección natural. Darwin también identificó a la selección sexual, como una fuerza evolutiva responsable del dimorfismo sexual que caracteriza a muchas especies y el proceso es similar al de la selección natural, en este caso, se enfatiza el hecho de que en muchas especies se manifiesta una intensa lucha entre los individuos de un sexo por el acceso reproductivo. Al final, los individuos elegidos como parejas reproductivas tendrán más descendencia que los otros y como ocurre con la selección natural, heredaran los atributos que les representaron éxito reproductivo, generándose así el mencionado dimorfismo sexual. En sentido estricto, la selección sexual sería una variante de la selección natural, pues ambas producen sobrevivencia y reproducción diferencial. Darwin llegaría a sus conclusiones y a la conformación de su teoría más de 20 años después de su regreso de su viaje en el Beagle. En 1858 recibió una carta de Alfred Russel Wallace en la que mencionaba haber descubierto las leyes de la evolución biológica.

Alfred Rusell Wallace

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Le enviaba la carta para saber su opinión. Darwin se alarmó, pues la similitud entre ambas teorías era casi total. Así, tuvo que abreviar la versión que estaba elaborando y en noviembre de 1859, vería la luz El Origen de las Especies, probablemente su obra más célebre. Uno de los puntos en los que difería con la propuesta de Wallace se centraba en el origen del ser humano y particularmente de la conciencia. Mientras Darwin opinaba que tales temas eran abordables desde su teoría, Wallace que al parecer tenía inclinaciones hacia el espiritismo y suponía que el ser humano, en un sentido escapaba a las leyes naturales. Darwin sin embargo iría más allá en su posición evolucionista, incluyendo al ser humano dentro de su modelo evolutivo. En 1871 publicó El origen del hombre y en 1873 La expresión de las emociones en los animales y en el hombre. En los dos volúmenes Darwin dejaría clara su posición respecto del lugar del hombre en la naturaleza. Mientras que en El Origen del Hombre, se ocuparía no sólo del origen y la evolución humana, sino que exploraría temas como el origen del lenguaje, la estructura social, la cultura, las creencias religiosas, etc., todo ello desde una posición evolucionista, en La expresión de las emociones en los animales y en el hombre se ocuparía del comportamiento, los sentimientos y las emociones, estableciendo las bases de lo que casi un siglo después sería el estudio de las bases evolutivas del comportamiento animal, es decir: la etología (Darwin, Ch. 1983, 1988; Gould, S. J. 2004; Dobzhansky, T., Ayala, F., Stebbins, G. L. Y W. Valentine, 1980).

10. ¿Y después de Darwin?

A la muerte de Darwin ocurrida en 1882, el darwinismo era ya una teoría consolidada que se había difundido ampliamente, tal vez no por el propio Darwin, pero sí por una serie de biólogos evolucionistas, enormes polemistas y científicos con gran renombre, particularmente Thomas Henry Huxley en Inglaterra, autor del célebre ensayo El lugar del hombre en la naturaleza y otros ensayos publicado en 1862 y Ernst Haeckel en Alemania. Ambos autores fueron figuras importantísimas en la difusión del darwinismo y a su vez desarrollaron algunos aspectos de la teoría que el propio Darwin no hizo (Huxley, T. H. 1906). Uno de los aspectos centrales del evolucionismo y que Darwin desconocía era aquel que se refería al conocimiento sobre cómo funciona la herencia genética. Casi a la par que Darwin desarrollaba su teoría, un monje de origen austriaco, Gregor Mendel desarrollaría los fundamentos de la genética moderna, hecho que sin embargo pasaría inadvertido para el propio Darwin y para sus seguidores. Fue hasta 1900, donde independientemente tres científicos, llegarían a las mismas conclusiones que Mendel y proporcionarían el conocimiento sobre las bases de la herencia biológica.

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Gregor Mendel

Más allá de algunos altibajos del darwinismo, debidos paradójicamente al desarrollo de la genética y en particular del estudio de las macromutaciones (alteraciones de gran magnitud de los cromosomas), su impacto en las ciencias biológicas e incluso sociales fue grande. Sería durante la década de los veinte del siglo pasado que se desarrollarían trabajos por científicos con una fuerte orientación matemática y que derivarían una década después en la construcción del llamado Neodarwinismo o la Teoría Sintética de la evolución. Estos científicos fueron Sewall Wrigth, John Haldane y Ronald Fisher. A ellos se debió el enfoque cuantitativo que dominaría en las investigaciones evolucionistas durante las décadas subsiguientes, incluso hasta hoy (Templado, J. op. cit.).

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Ernst Haeckel

11. La teoría sintética de la evolución (Neodarwinismo)

Casi ochenta años después del nacimiento del evolucionismo moderno, es decir, casi ochenta años después de la publicación de El Origen de las Especies, la ciencia estaría lista para dar un paso fundamental en las explicaciones sobre el mundo natural: construir una síntesis que, partiendo del pensamiento darwinista, ya despojado de sus reductos lamarckianos, fuera capaz de fusionarse con los conocimientos que entonces se tenían fundamentalmente en tres áreas de conocimiento natural: la genética de poblaciones, la taxonomía o sistemática biológica y la paleontología (Blanc, M. 1982; Gould, S. J. 2004) Fue a finales de la década de los treinta del siglo pasado que se conformó la llamada Teoría Sintética de la evolución. En ella participaron destacados naturalistas que siguen hoy siendo recordados por sus aportes para entender a la naturaleza y al ser humano como producto de la evolución.

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Teodosius Dobzhansky

Uno de ellos, el genetista de origen ruso Teodosius Dobzhanzky desarrolló la genética de poblaciones moderna y en su clásico libro, Genética y Origen de las Especies, definió a la evolución como cambios en las frecuencias génicas de las poblaciones, con lo cual introdujo tres nociones novedosas en la evolución: 1.- La evolución es un proceso que, aunque podemos describirlo cualitativamente, es también susceptible de ser medido. Dobzhansky introdujo un enfoque cuantitativo en los estudios evolutivos. 2.- Identificó a las bases materiales de la evolución: los genes. Dado que éstos se expresan diferencialmente, es posible contarlos y así identificar el pulso de la evolución. 3.- Introdujo un enfoque poblacional en la evolución. Las variantes individuales son importantes, pero si sus características no se difunden en las poblaciones, en términos evolutivos carecen de importancia.

La segunda área que se fusionaría con el darwinismo y con la genética de poblaciones, fue la sistemática biológica o taxonomía, desarrollada por el biólogo de origen alemán Ernst Mayr. En su libro Sistemática y Origen de las Especies, desarrolló varias ideas fundamentales para el Neodarwinismo: el llamado concepto biológico de especie, en el que se reconoce como tal a un grupo de organismos que pueden reproducirse y tener descendencia fértil. La definición de las espe-

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cies siempre había sido un tema polémico y Mayr fue capaz de acotarlo, introduciendo el criterio de la interfecundidad como aquel que permite delimitar naturalmente a las especies. Definió también los mecanismos por los cuales de una especie se generan nuevas especies, es decir, definió el proceso de especiación.

Ernst Mayr

Por último, reconoció a las variantes geográficas como entidades importantes que reflejan procesos de adaptación a ambientes singulares y que presentan importancia en los procesos de variabilidad que eventualmente pueden derivar en el surgimiento de nuevas especies. Por último, el biólogo de origen estadounidense, George Gaylor Simpson, colaboró desde la paleontología, mostrando que la evolución, era, como había afirmado Darwin, un proceso continuo y gradual, hecho que sería discutido desde mucho tiempo atrás y que hoy, como veremos más adelante, sigue siendo motivo de acaloradas polémicas.

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Georges Gaylord Simpson

Muy esquemáticamente, la teoría sintética afirmó que la evolución es un proceso que ocurre en dos tiempos: el primero en el que se genera la variación, fundamentalmente debida a mecanismos como las mutaciones o la recombinación de los genes que se da durante la división de las células sexuales, y una segunda etapa, en la que, parte de esa variabilidad permanece o es eliminada, fundamentalmente por mecanismos como la selección natural y por fenómenos aleatorios en menor medida. Como puede observarse, la variabilidad presenta gran valor para la evolución biológica, y podemos decir que en las sociedades humanas ocurre algo similar: el que los seres humanos seamos distintos físicamente, pero también en términos sociales, lingüísticos y culturales en el más amplio sentido, es algo que nos enriquece como especie.

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12. Tendencias recientes

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En la actualidad, el Neodarwinismo sigue siendo la teoría científica dominante y más comúnmente utilizada para entender a la naturaleza, pero también para comprender el origen y evolución del ser humano. Sin embargo, y como suele suceder en la ciencia, donde las ideas, los conceptos y las teorías han de revisarse continuamente, en los últimos años han surgido algunas polémicas que debaten sobre ciertos aspectos del evolucionismo y que, sin ser definitivos para desechar a la Teoría Sintética, sí han cuestionado algunos de sus fundamentos. Comentaremos a continuación dos de esas teorías. La primera es la denominada Teoría de Equilibrio Puntuado. Se trata de una teoría que analiza el ritmo con el que ocurre la evolución. Para Darwin, la evolución era entendida como un proceso lento, gradual, que poco a poco transformaba a los organismos haciéndolos cambiar. En su esquema, resultaba muy difícil que la selección natural escogiera variaciones muy grandes, pues lo más seguro es que dichas variaciones resultaran perjudiciales para sus portadores. Así, tanto Darwin como los neodarwinistas veían a la evolución como un proceso donde la selección natural era capaz de integrar pequeñas variaciones en la composición genética de las poblaciones. En 1972, dos paleontólogos norteamericanos llamados Stephen Jay Gould y Niles Eldredge, publicaron su célebre artículo: La teoría del Equilibrio Puntuado. Una alternativa al gradualismo filético. En él desarrollaron una posición alternativa al problema del ritmo de cambio evolutivo. Afirmaban que las poblaciones normalmente se mantienen estables a lo largo del tiempo y que cuando surgen nuevas especies ello ocurre en periodos breves de tiempo donde se concentra el cambio. A las primeras fases estables las denominaron estásis evolutivas y a los procesos concentrados de cambio los calificaron como puntos. De esta forma, la evolución tendría alternativamente estabilidad y cambios abruptos, por ello también se le conoce como la teoría de los equilibrios intermitentes. Partiendo de su teoría, ambos autores propusieron una teoría de cambio general, aplicable no sólo a la biología, sino también al cambio social, al cambio cultural, e incluso al cambio científico. Largos periodos de cambios mínimos y eventos revolutivos donde se concentra el cambio: así se habla hoy de revoluciones sociales y también de revoluciones científicas (Eldredge, N. y S. J. Gould, 1972). Otra de las áreas que ha generado enconadas polémicas entre los biólogos evolucionistas y los antropólogos culturales es el comportamiento humano. ¿Por qué nos comportamos como lo hacemos? ¿Tomamos decisiones de una forma completamente libre? ¿Influye nuestra biología en nuestra conducta? Son éstas sólo algunas de las preguntas que se han debatido intensamente desde el surgimiento de un área de la biología evolutiva llamada Sociobiología. Se trata de una disciplina científica que pretende estudiar al comportamiento como el resultado de un proceso evolutivo. Eso por sí mismo no es nuevo, ya el propio Darwin había establecido los fundamentos de un enfoque similar en

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su clásico libro La expresión de las emociones en los animales y en el hombre, también naturalistas como Konrad Lorenz y Niko Timbergen, desarrollaron a la etología como el estudio evolutivo del comportamiento, razón por la cual recibieron ambos el premio Nóbel. En este caso la novedad surgió con los trabajos del entomólogo de origen estadounidense Edward Wilson y la publicación de su libro Sociobiología. La nueva síntesis, publicado en 1975. En él se afirma que existe una alta correlación entre los genes y el comportamiento, sobre todo en los insectos sociales, aunque también observable en organismos más complejos como los mamíferos, los primates o incluso el ser humano. Algunas corrientes de la sociobiología llevaron esta postura al extremo y terminaron por concebir a los individuos como meros reservorios de genes, donde el comportamiento, el lenguaje, las emociones o los sentimientos eran sólo las estrategias que han desarrollado los genes a lo largo de la evolución para hacer más genes. Equivaldría a pensar, que la gallina no es más que la estrategia que tiene el huevo para hacer más huevos. Tal postura ha sido duramente criticada no sólo por algunos biólogos evolucionistas, sino también por la antropología cultural afirmando que no todo está en los genes. También es cierto, y hay que decirlo, que los estudios evolucionistas del comportamiento son diversos y plurales en cuanto a sus enfoques y que no pueden desecharse como reduccionistas porque muchos no lo son.

Stephen Jay Gould

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No podríamos dejar de destacar otro momento crucial para la historia del pensamiento evolucionista. A partir del nacimiento histórico del “núcleo duro” de toda la biología evolutiva –la selección natural y sus enormes alcances explicativos sobre toda la biodiversidad–, la posibilidad misma de pensar la evolución como fenómeno global de la vida (en cuanto a sus condiciones generales de posibilidad, sus factores, procesos, causas, ritmos, tendencias, etc.) exigiría de un nuevo nivel de explicación: el de las bases materiales, o más exactamente físicoquímicas, del cambio y la permanencia de los seres vivos. Sobre los cimientos de la teoría de la herencia sentados originalmente por el padre Gregor Mendel, tal como se vio, culminaría en el siglo XX la edificación de la biología molecular. Su logro máximo fue el de comprender la estructura y función de la “información química” contenida en el núcleo de las células y crucial en la determinación de las características hereditarias de los organismos biológicos mediante la síntesis de proteínas. Nos referimos al fundamento bioquímico de la genética, a través del desvelamiento de las dos “moléculas maestras” del control informático de todos seres vivos –desde las bacterias, hasta los animales–: el ácido desoxirribonucleico (ADN), y el ácido ribonucleico (ARN), éste último en sus tres modalidades funcionales. En 1953, James Watson, biólogo norteamericano, y Francis Crick, biólogo molecular inglés, demostraron que la molécula del ADN era una cadena doble de unidades informáticas (llamadas nucleótidos, y compuestas por las sub-unidades de las llamadas bases nitrogenadas: adenina, timina, guanina y citosina o A, T, G y C por sus abreviaturas comunes). Las interacciones de ambos ácidos nucleicos, permite comprender la síntesis de proteínas y, así, la realización de las principales características físicas (y probablemente conductuales en buena medida) de cada individuo a partir de cierta potencialidad genética dentro ciertas condiciones ambientales; realización final llamada fenotipo (desde el tipo sanguíneo o el color de ojos, p. ej., hasta ciertos rasgos de comportamiento o susceptibilidades a enfermedades). Cuando las secuencias del ADN cambian en las células germinales (por factores aleatorios y con efectos que pueden ser benéficos, neutros o bien dañinos), se produce una mutación, con más o menos probabilidades de ser heredada y, de ahí, fijada en las poblaciones. Dado que el ADN contiene la información requerida para formar la estructura global de los organismos ha sido reconocido como el “lenguaje” de la vida: “Descifrar el código del ADN ha revelado la posesión de un lenguaje… tan antiguo como la vida misma. Aunque las letras sean invisibles sus palabras están profundamente enterradas en las células de nuestros cuerpos”(en: Ember et al. 2006).

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Los senderos de la evolución humana no iniciaron con un gran cerebro, sino andando en dos patas. Pisada pre-humana de la localidad de Laetoli, Tanzania, de 3.6 millones de años.

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3. El orden primate: un lugar para el hombre

Lo confieso: si sólo hubiera que juzgarla por la forma, la especie del mono podría tomarse por una variedad de la especie humana. Georges Buffon

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E

1. El primer orden zoológico

l ser humano es el resultado de un largo proceso evolutivo que inició hace mucho millones de años y seguramente ahora mismo seguimos evolucionando. Somos portadores de una larga historia y nuestra morfología, nuestro comportamiento, y nuestras formas de adaptación al medio nos lo recuerdan constantemente. Como seres humanos tenemos ciertas características que nos distinguen del resto de nuestro parientes vivos más próximos, otras sin embargo, nos muestran y nos recuerdan nuestro pasado compartido con otros organismos. En las siguientes páginas vamos a hacer un repaso taxonómico de nuestra identidad, reflexionando cómo se expresa en el ser humano su herencia animal, para más adelante revisar la especificidad de nuestro proceso evolutivo y los pormenores de nuestra especie como organismo que al interactuar con su entorno, lo transforma constantemente, al adaptarse a él, lo adapta a su vez a sus propias necesidades y requerimientos. Empecemos con los taxa más generales, para luego centrarnos en el orden de los primates: • El ser humano pertenece al reino animal, es un animal debido a que se trata de un organismo pluricelular, cuyas células tienen núcleo verdadero (eucariote) y porque no es capaz de producir sus propios alimentos y los toma del medio (heterótrofo).

• Pertenecemos al filum cordata, porque tenemos un cordón nervioso longitudinal que recorre nuestro cuerpo, llamado notocordio.

• Vertebrados porque dicho cordón nervioso esta rodeado de vértebras que lo protegen, en la llamada columna vertebral.

• Pertenecemos a la clase de los mamíferos. Varios son los atributos de los mamíferos, y poco a poco nos empezamos a reconocer en las descripciones, cada vez son más específicas: somos animales de sangre caliente, tenemos un sistema interno de regulación de la temperatura; nuestro corazón tiene cuatro cavidades, dos aurículas y dos ventrículos; nuestro cuerpo esta cubierto de pelo o fino vello y las hembras de nuestra especie tienen dos mamas que les permite alimentar a sus críos en las primeras fases de su desarrollo. Ya veremos como estos rasgos van perfilando poco a poco nuestra identidad.

2. Taxonomía primate

El orden taxonómico al que pertenecemos los seres humanos es el de los prima-

El orden primate

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tes. Se trata de un antiguo orden que tuvo su origen hace al menos 70 millones de años. Los primates son enormemente diversos, pero tienden a distribuirse en las zonas tropicales del planeta, aunque es posible encontrarlos también en zonas deserticas, gélidas, sabana y bosque, lo anterior se debe probablemente a que los primates no se han especializado a ningún hábitat. Aunque tienden a ser arborícolas, su estructura y estrategias alimentarias les permiten invadir casi cualquier espacio ecológico. Su nombre hace referencia a su carácter de primariedad. Los primates son organismos generalistas, es decir, no especializados, y como veremos más adelante esto les ha representado algunas ventajas a lo largo de su evolución (Schultz, A. 1979). Anatómicamente los primates se distinguen por las siguientes características (Bramblet, C. 1984):

• Tienen los ojos al frente, con lo cual, sus ángulos de visión se sobreponen, permitiendo tener visión de profundidad o visión estereoscópica. Además, tienen visión cromática, es decir, son capaces de percibir el color. Es éste un rasgo muy importante de los primates, pues los convierte en animales fundamentalmente visuales y ello se traduce en la existencia de complejos y sofisticados sistemas de comunicación corporal, hecho que será desarrollado más adelante. Así pues, el sentido facial dominante es la visión. La visión cromática les ayuda a valorar el estado de madurez de los frutos y las hojas que son parte importante de su dieta, la visión estereoscópica les ayuda a desplazarse en ambientes donde el calculo de la profundidad es vital si se quiere sobrevivir, por ejemplo en las altas copas de los árboles donde frecuentemente se les encuentra. • Los primates tienen una anatomía dental conservadora caracterizada por la presencia de piezas dentales diversas: incisivos, caninos, premolares y molares, y por patrones sencillos de crestas en los molares y premolares. Es decir, tienen piezas dentales que les sirven para cortar, desgarrar y moler, lo cual esta asociado a una dieta diversa centrada en los frutos y las hojas, pero también en los granos, los insectos y en algunos casos especiales en el consumo de carne. Manifiestan también una tendencia a la reducción del tamaño del hocico.

• Los primates son pentadáctilos, es decir, tienen cinco dígitos o dedos prensiles en casa extremidad, terminados en delicados cojinetes que les dotan de gran sensibilidad y que les permiten manipular objetos de modo muy sutil. Además, dichos cojinetes están rematados de dermatoglifos, es decir, de huellas dactilares que, además de individualizar a los sujetos, les dotan de una mayor sensibilidad. • No tienen garras retráctiles como en otros grupos, en vez de eso tienen

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uñas planas no retráctiles. Su anatomía les permite sujetar objetos, aunque la denominada prensión de precisión, asociada a la oponibilidad del pulgar queda reservada para sólo algunas especies de primates.

• Presentan una tendencia al incremento del volumen cerebral, así como de la complejidad del cerebro en general y particularmente del neocortex.

• Aunque sus formas de locomoción son enormemente diversas, desde la cuadripedia, la braquiación, el nudilleo o la bipedia, presentan una tendencia a una utilización diferencial entre miembros anteriores y posteriores, es decir, utilizan hábilmente las manos y en menor medida los pies. Su estación suele ser erecta, aunque su locomoción como se dijo tiende a ser enormemente diversa.

En otro orden de cosas que, aunque involucran a la anatomía, se relaciona más con el comportamiento, encontramos lo siguiente:

• Los primates son animales extremadamente sociales. Las relaciones interindividuales y grupales son complejas, así como su estructura social. Presentan jerarquías en su organización y relaciones y alianzas para mantener la estabilidad de los grupos sociales, así como una gran capacidad para resolver los problemas que se encuentran en su medio ambiente natural. Se trata de organismos muy inteligentes con sistemas complejos de transmisión de información, es decir, con sistemas de comunicación sofisticados.

• Reproductivamente presentan una tendencia al alargamiento de los periodos de gestación, con generalmente el nacimiento de una cría por parto que suele nacer en la noche y con un muy incipiente grado de maduración, debido a lo cual, los infantes primates requieren de intensos cuidados de parte de la madre, estableciéndose así una muy estrecha relación madre-infante, donde la primera no sólo cuidará al segundo, sino le enseñara estrategias de sobrevivencia y de convivencia social que le resultarán al infante de gran utilidad en su vida adulta. Este es un rasgo de gran importancia para los primates en general y particularmente para el ser humano, pues se traduce en largos periodos de dependencia infantil donde los críos se integran a los grupos y aprenden constantemente. A ese tipo de especies se les conoce como especies altriciales, en contrapartida de los que nacen maduros e independientes denominados precociales. • Los primates tienen una intensa vida social caracterizada por la presencia de constantes intercursos sexuales que, además de favorecer la reproducción biológica de los grupos, intervienen también en el mantenimiento de la estructura social de los mismos.

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• Como se mencionó con anterioridad, sus estrategias alimentarias son enormemente diversas, aunque suelen centrarse en el consumo de alimentos vegetales, pero dependiendo de la especie y de la estacionalidad y disponibilidad de alimentos, pueden incluir en su dieta el consumo de insectos y sobre todo en el caso de los chimpancés y los seres humanos, algo de carne, convirtiendo así al orden de los primates en un orden taxonómico donde la omnivoría suele ser frecuente.

El orden de los primates se divide en dos subórdenes, los prosimios y los antropoides. El primero engloba una serie de especies evolutivamente primitivas, con rasgos que recuerdan enormemente a los primeros primates del tipo de la musaraña arborícola, con hábitos nocturnos y con el nacimiento de varias crías por parto. Los lémures, los lorísidos, los társidos y los gálagos son un buen ejemplo de este suborden. El suborden antropoidea, reúne, como sugiere su nombre a un conjunto de especies que recuerdan y semejan a los seres humanos, o al menos lo hacen de un modo más notable que los prosimios. Hay que distinguir el orden antropoidea de los antropoides como los gorilas, orangutanes y chimpancés, pues aunque éstos pertenecen al suborden mencionado, no todas las especies de dicho suborden son antropoides. Los seres humanos pertenecemos al suborden antropoidea. El suborden antropoidea se subdivide a su vez en dos infraordenes, los platirrinos y los catarrinos. Los primeros son los primates del nuevo mundo y se caracterizan por tener amplias narices con las fosas nasales orientadas hacia los lados. Son fundamentalmente arborícolas y todos tienen cola, misma que funciona como una quinta mano pues es de carácter prensil rematada en muchas ocasiones con dermatoglifos, es decir con huellas “digitales”, que les proporcionan una gran sensibilidad. Los platirrinos se distribuyen a lo largo del continente, aunque en la actualidad no encontramos casi primates en el hemisferio norte, siendo México la frontera de su distribución y hasta la mitad de Sudamérica. En México tenemos tres especies de primates platirrinos, todos ellos con problemas de extinción por el deterioro de su hábitat: el llamado saraguato o mono aullador conocido de esta manera por su potente vocalización y que en realidad se trata de dos especies: el Alohuata paliata y el Alohuata pigra y el famoso mono araña o Ateles geofrogy. El infraorden catarrina reúne a un conjunto de especies de primates muy evolucionados distribuidos en el viejo mundo, fundamentalmente en Asia y en África. Se trata de organismos con la estructura de la nariz más estrecha que la de los platirrinos y con las fosas nasales orientadas hacia abajo. Pueden o no tener cola y cuando la tienen en ningún caso es prensil. Los seres humanos pertenecemos al infraorden catarrina. Los catarrinos se dividen luego en la superfamilia cercopitecidea y en la hominoidea. En el primer grupo quedan aquellos catarrinos cuyo diámetro anteropos-

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terior del tórax es mayo que el transverso máximo, mientras que los hominoidea agrupan a individuos que por el contrario tienen la espalda más ancha. En el primer caso se trata de individuos casi exclusivamente cuadrúpedos, mientras que los segundos presentan diversas formas de locomoción, aunque suelen pasar largo tiempo en el piso, con excepción de los orangutanes, además que ninguno de ellos tiene cola, mientras que es frecuente que los cercopitecidea la tengan. Los seres humanos, sus ancestros inmediatos, así como los gorilas, los chimpancés, los orangutanes y los gibones pertenecen a la superfamilia de los hominoidea. Esta última se divide en dos familias: la familia pongidae y la familia hominidae. Los póngidos son nuestros parientes vivos más próximos y comparte con nuestra especie buena parte de su historia evolutiva, hecho que se nota en la enorme similitud anatómica, genética y comportamental que tienen con nuestra especie. La familia de los póngidos está formada por cinco especies, tres africanas y dos asiáticas. En el primer caso encontramos a los gorilas y a dos especies de chimpancés, el Pan paniscus o chimpancé pigmeo y el Pan troglodites o chimpancé común. En el segundo caso encontramos a los orangutanes y a los gibones. En su conjunto, las cinco especies reciben el nombre coloquial de antropoides. Cabe mencionar que los chimpancés son nuestros parientes vivos más cercanos y que molecularmente somos notablemente similares, llegando a compartir más del 99 % de la información genética, dato que permite identificar la existencia de un antepasado común hace no más de 5 millones de años de antigüedad, temporalidad ya claramente asociada al desarrollo de la familia de lo homínidos. Un rasgo muy importante de la familia de los homínidos a su marcada tendencia a la encefalización y al desarrollo de zonas específicas del cerebro, particularmente el neocortex y los lóbulos parietales y temporales. Lo anterior se tradujo en el desarrollo de gran complejidad del comportamiento, de un aumento en las estrategias de comunicación, en algunos casos en la elaboración de herramientas, y en general de formas complejas de interacción con el medio. Los humanos contemporáneos somos los únicos miembros sobrevivientes del linaje de los homínidos, pero son clasificados dentro de esa categoría nuestros ancestros más próximos como los pertenecientes a los géneros autralopithecus, parantropus y homo, así como algunos otros más antiguos como ardipithecus, orrorin y sahelantropus (Cela-Conde, C. y F. Ayala, 2001). Ello será desarrollado más ampliamente en los siguientes capítulos. Baste por el momento el enfoque descriptivo de los sistemas de clasificación taxonómicos. Así pues, pertenecemos al género homo, a la especie sapiens y a la subespecie sapiens. Puede notarse entonces que al asignarnos un nombre, con él se también asocian multitud de características que nos remiten a un pasado evolutivo compartido con otras especies y que, de alguna manera está presente al ser nosotros los herederos de un antiguo linaje. Más allá de la descripción taxonómica, los primates, a cuyo orden pertenece-

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mos nos dicen algo de nosotros mismos y de nuestro pasado, por ello, los enfoque basados en el estudio de los rasgos compartidos con ellos nos dan información sobre nuestro linaje. La primatología es una disciplina diversa que reúne a una gran cantidad de especialistas procedentes de áreas disciplinares distintas como la biología, la antropología, la psicología o la medicina, unidos todos ellos por el grupo taxonómico estudiado. Como disciplina formalmente estructurada, la primatología no ha cumplido aun un siglo, sin embargo, sus inicios podemos encontrarlos mucho tiempo atrás. En las siguientes páginas desarrollaremos la historia de la primatología, resaltando los hallazgos que presentaron interés para entender al ser humano como un primate singular.

3. La primatología: su historia y aportes

Aunque la primatología moderna se funda como disciplina científica hasta el siglo XX, la constante comparación de los seres humanos con sus parientes vivos más próximos, los primates, hace que tengamos que rastrear en siglos anteriores los primeros intentos de generar modelos comparativos de anatomía y comportamiento. Varios son los documentos o narraciones célebres para entender a las primeras aproximaciones de los naturalistas, viajeros o anatomistas que reportaron por primera vez diversos aspectos de la anatomía, comportamiento o hábitat de los primates. Su impacto en la antropología en general y en diversas interpretaciones de lo humano fue inmediato. Probablemente una de las más célebres procede del siglo IV antes de Cristo, cuando el navegante cartaginés, Hannón, hace referencia a que, navegando por la costa occidental de África, encontró una tribu de hombres y mujeres salvajes, que iban desnudos y que eran notablemente hirsutos o piloso a los que llamó gorgados y que algunos han pensado que se trataba de gorilas. Comenta cómo pudieron atrapar a tres hembras a las que finalmente tuvieron que matar pues cortaban sus ataduras y resultaba muy difícil controlarlas. Especialistas han determinado que por la zona donde navegaba Hannón, es muy posible que se tratara de chimpancés (Comas, J. 1966). Resulta fascinante como a los ojos de Hannón, un chimpancé pudiera parecer un ser humano, y ello sólo nos habla de cómo la identidad humana se ha modificado a lo largo del tiempo. Más tardíamente, durante el primer tercio del siglo XVII, el marinero inglés Battel propondría al mono Pongo como el tan buscado eslabón perdido. En 1699, Edward Tyson, realizando disecciones del aparato fonador de chimpancés reavivó la polémica sobre si un primate podría ser o no el eslabón perdido. Su texto Orang-Utan sive Homo Silvestris planteó la problemática de un modo explícito (Vera, J. L. 1998).

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Dibujos de chimpancés de E. Tyson

Ya en el siglo XX es fundamental mencionar a los trabajos del psicólogo de origen alemán Wolfang Köhler y los trabajos que realizó en la isla de Tenerife entre 1912 y 1920 y que inmortalizaría en su libros sobre la inteligencia de los chimpancés (Köhler, W. 1927). En el libro, sin un enfoque evolucionista de por medio, Köhler demuestra que los chimpancés poseen una gran inteligencia que se traduce en la emisión de comportamientos complejos que les son útiles para resolver problemas y que implican al menos previa planeación de las acciones encaminadas a lograr el fin. En 1929 de publicaría una obra fundamental para la primatología contemporánea, se trató de The Great Apes, de Robert Yerkes. En él, Yerckes compilaría la hasta entonces dispersa información sobre los grandes simios, particularmente sobre los chimpancés, gorilas y orangutanes. Los temas abordados serían la anatomía comparada, con frecuentes alusiones al ser humano, el comportamiento en condiciones de libertad y en cautiverio. Temas como los sistemas de clasificación, la inteligencia, la memoria, serían referencias constantes en su libro (Bramblett, C. op. cit.).

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Chimpancés de Köler

Sin embargo, no sería sino hasta 1931 que se fundaría la primatología moderna con el establecimiento de las primeras colonias de primates establecidas expresamente para su estudio por parte del primatólogo norteamericano Clarence Carpenter en algunas islas del Caribe. Inicialmente en Barro Colorado, en la zona del Canal de Panamá, monos araña y posteriormente con macacos en Cayo Santiago en Puerto Rico. De esta forma iniciaría la primatología de campo, con observaciones regulares y con la posibilidad de introducir métodos comparativos en el estudio del comportamiento, ya que Carpenter era psicólogo comparativo. El impacto de este enfoque sería casi inmediato, pues pocos años después, Louis Leakey, célebre paleoantropólogo apoyaría estudios de largo plazo con chimpancés, gorilas y orangutanes. El objetivo sería la construcción de modelos comparativos que permitieran hacer inferencias sobre los primeros estadios de la evolución humana, partiendo del hecho de que los grandes simios contemporáneos tienen una anatomía y hábitat, en muchos sentidos parecido al de los primeros homínidos, convirtiéndose así en modelos útiles para entender la evolución humana.

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4. La primatología antropológica: los estudios en libertad

La idea o intuición básica de que los grandes monos pueden proporcionar información sobre los seres humanos contemporáneos o sobre el proceso evolutivo que derivó en su aparición no es nueva. La descripción de multitud de naturalistas a lo largo de la historia, de las similitudes de los simios y los seres humanos ha sido uno de los elementos a partir de los cuales, nuestra identidad como especie ha sido constantemente reflexionada, en algunos casos para estrechar las móviles fronteras que nos separan del resto de los animales, en otros para ensanchar las mismas. Sería con dos naturalistas fundamentales en la historia del pensamiento evolucionista: Charles Darwin y Konrad Lorenz que los argumentos sobre las semejanzas entre los grandes simios y los seres humanos adquirieron una contemporaneidad que aun hoy da vigencia a sus argumentos. Darwin no sólo comenta la similitud entre los grandes simios africanos y nosotros, sino que, basándose en su existencia y distribución propone a África como un lugar probable donde pudieron llevarse a cabo las primeras etapas de la evolución humana, debido a que es precisamente en éste continente donde se encuentran dos de los antropomorfos contemporáneos. Un argumento similar,

Konrad Lorenz

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fue el que llevó a Eugene Dubois a encontrar, en la última década del siglo XIX, al Pithecantropus erectus en las islas surorientales de Asia, lugar de residencia del otro gran antropomorfo, el orangután. Por su parte, el gran etólogo austriaco, concibió al comportamiento como parte del fenotipo y producto de procesos evolutivos. Así, aunque como reza la famosa frase: “el comportamiento no se fosiliza”, el acceso a patrones de conducta de especies desaparecidas no es completamente inaccesible, si tomamos en cuenta que muchos rasgos de comportamiento son compartidos por taxa distintos y susceptibles de ser tratados como rasgos homólogos. Ya en 1862 en El lugar del Hombre en la Naturaleza, publicado por Thomas Henry Huxley, el principal defensor de las ideas darwinistas, llama la atención la estructura expositiva que utiliza el autor para hablar de la identidad humana: narraciones de variados naturalistas sobre la anatomía y conducta de los primates en general y de los grandes simios en particular; el registro fósil, la embriología y lo que entonces se sabía sobre la biología del desarrollo en general. Sería con Louis Leakey durante la década de los años sesenta del siglo pasado que el estudio de la conducta de los grades simios se utilizaría como modelo para poder abordar indirectamente el comportamiento de los homínidos que nos dieron lugar.

Louis S. B. Leakey

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Es así que los homínidos son estudiados ya sea por la evidencia directa que presupone el análisis directo del registro fósil, o indirectamente a través del estudio de los actuales grupos de sociedades de cazadores recolectores, o partiendo del análisis de los grupos de primates contemporáneos, particularmente de los grandes simios. En el caso particular del estudio de los primates no humanos como modelos que permiten el acceso indirecto al estudio de los homínidos, la idea fundamental era que el estudio de los grandes simios y otros primates gregarios como los papiones constituyen un buen punto de partida para la búsqueda de claves sobre la evolución del comportamiento humano. En ese sentido, la primatología sería una rama relativamente nueva de la paleoantropología desarrollada fundamentalmente durante los años cincuenta y sesenta del siglo XX. El papel que en ese proceso jugaría el celebre Louis Leakey sería fundamental, aun cuando fue muchas veces tachado de irresponsable por enviar a varias mujeres a hacer estudios de campo con los grandes simios, tres de ellas, sus famosas “trimates”, desempeñarían un papel importante en la constitución de la disciplina, Jane Goodall, Dian Fosey y Biruté Galdikas, sólo la tercera de ellas con formación como antropóloga, y la primera de ellas “entrenada” por el propio Leakey e Irven de Vore en el trabajo de campo, y por el gran anatomista John Napier en los principios de la anatomía comparada. Para la época se consideraba que las diferencias en el tamaño relativo del cerebro humano y el de sus parientes vivos más próximos, los póngidos, impedían que pudieran considerarse como un modelo que permitiera tomar a los segundos como modelo para entender la evolución de los primeros. Así, antes de la década de los cincuenta, la evidencia fundamental para entender nuestro pasado evolutivo era la evidencia fósil de los varios homínidos hallados en diferentes yacimientos paleontológicos. Fue en 1945 cuando Leakey escucho hablar por primera vez de una tropa de chimpancés que habitaban en las orillas del lago Tangañica, en la reserva de Gombe en Tanzania, y supuso que su vida no debería haber sido muy distinta de la de los primeros homínidos. El estudio de sus hábitos territoriales y sus patrones de alimentación, así como el análisis de su vida social deberían ser estudiados para entendernos a nosotros mismos. Para esa época una opinión muy difundida y apoyada por el propio Leakey era que el rasgo distintivo que había separado el Homo sapiens del resto de los animales era la elaboración de herramientas, sería paradójico que fuera a partir precisamente del trabajo de una de sus protegidas, Jane Goodall, que ese argumento caería por su propio peso, al demostrar Goodall la utilización de herramientas por parte de los chimpancés, dato que ya había sido reportado por navegantes portugueses durante el siglo XVI, pero que se popularizó con los trabajos de Goodall y dejó el nivel de la anécdota para constituir una descripción detallada sobre tal conducta

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Leakey tuvo que afirmar que con ese descubrimiento sería necesario volver a definir lo que es humano, lo que es una herramienta, o bien aceptar a los chimpancés como humanos. Además de las tres primatólogas mencionadas, al menos otras quince desarrollaron sus carreras en el estudio de los primates, contando con el apoyo de Leakey.

Jane Goodall

5. Los estudios en cautiverio

Especial interés revisten las investigaciones realizadas con primates no humanos en cautiverio, pues tal circunstancia permite la manipulación de variables del entorno y de los propios primates durante las investigaciones. Ello ha permitivo entender y valorar capacidades mentales tan importantes como el pensamiento abstracto, el lenguaje, la inteligencia, la memoria, la intencionalidad o la llamada teoría de la mente. Se trata de estudios de largo alcance donde diversos individuos principalmente chimpanés y gorilas, fueron sometidos a condiciones especiales de crianza con el fin de poder valorar el desarrollo de ciertas capacidades cognitivas. En otros

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casos, al mismo estilo de Wolfang Köhler citado anteriormente, los sujetos sde experimentación fueron sometidos a diversos tests con el mismo fin. Los resultados fueron en muchos casos espectaculares como veremos enseguida. Probablemente uno de los experimentos más famosos el es llamado experimento Washoe, por el nombre de la hembra chimpancé que fue utilizada en el mismo. El experimento fue realizado a finales de los años sesenta por una pareja de psicólogos, el matrimonio Gardner que tenían un hijo pequeño cuando Washoe llegó a vivir con ellos. Le dieron a la bebe chimpancé las mismas condiciones de crianza que a su hijo. En las primeras fases de desarrollo, el términos motrices, Washoe era con diferencia más capaz. Debido a que los chimpancés no tienen una estructura del aparato fonador quie les permita tener un lenguaje articulado, le enseñaron el lenguaje de señas de los humanos sordomudos o AMESLAN, suponiendo acertadamente que la ausencia de lenguaje articulado no implicaba necesariamente incapacidad de comunicarse complejamente.

Washoe, la famosa chimpancé “parlante”

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Washoe después de unas cuantas semanas era capas de utilizar adecuadamente y en contexto algunos simbolos, capacidad que se incrementó notablemente con los años, llegando no sólo a utilizarlos con fluidéz, sino a crear nuevos signos a partir de los que inicialmente poseía, rasgo que se pensaba era exclusivamente humano. Cuando, ya de adulta, Washoe tuvo su primer crio, los investigadores asombrados notaron que le empezó a enseñar el sistema de comunicación de los sordomudos expontáneamente. Una de las capacidades que más sorprendieron a los investigadores es que fuera capaz de identificar razonamientos mentirosos y aun más, que fuera capaz de mentir ella misma. Una serie de estudios posteriores fundamentalmente realizados con chimpancés, gorilas y orangutanes, mostraron capacidades cognitivas sofisticadas: gran memoria, habilidades matemáticas y de cálculo básico, notables habilidades de ubicación espacial, capacidades finas en la elaboración de herramientas simples, incluso de piedra, pensamiento maquiavélico, engaño, e incluso la capacidad de atribuir a otro un estado mental del cual se valen para aprovecharse de él. Lana, Moja, Chantek y Kanzi son sólo alguno de los famosos primates utilizados en estas investigaciones (Bramblett, C. op. Cit).

6. Los argumentos

La argumentación sobre la posibilidad de acceder al estudio de los homínidos, vía la comparación de diversas facetas de los mismos con los primates no humanos, patrones morfológicos, conductuales, cognitivos, reproductivos, etc., tienen su fundamento en un conjunto de razonamientos que exponemos a continuación. Se recurre tradicionalmente al argumento de la similitud; el método comparativo y el concepto de homología revisten importancia fundamental en este enfoque: La paleoantropología ha de realizar estudios primatológicos, porque primates humanos y no humanos somos semejantes, y somos semejantes porque compartimos un pasado evolutivo común. En 1758, Linneo reconoció la similitud y nos clasificó dentro del mismo orden taxonómico, primates, aun cuando naturalistas tan distinguidos como Cuvier y Blumenbach crearon un orden específico para nosotros. Baste recordar la intensa polémica desarrollada entre Richard Owen y T. H. Huxley a mediados del siglo XIX sobre la continuidad o discontinuidad morfológica entre los simios y los humanos contemporáneos. Compartimos pues rasgos como una tendencia a incrementar el volumen craneal respecto del volumen corporal, la visión como sentido facial dominante, pentadactilia, uñas en vez de garras, incluso periodos largos de dependencia infantil. Ello justifica, en opinión de algunos, la posibilidad de realizar investigaciones primatológicas desde el campo de la paleoantropología en particular, pero también desde la antropología en general. Los famosos estudios sobre conductas “protoculturales” (Boesch, C.1986, 1998), (Sabater Pi, J. 1984, 1992) realizadas

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por algunas especies de primates no humanos presentan gran relevancia para la antropología en general al discutir la exclusividad humana de la cultura. ¿Podríamos pensar entonces en la cultura como un rasgo homólogo que comparten algunas especies de primates no humanos y los humanos? ¿el considerar a la cultura como una homología lo constituiría en un argumento, no sólo de proximidad filogenética, sino de prueba de la existencia de la misma en el ancestro común de las especies que actualmente presentan conductas culturales? El principio de la similitud se convierte en un argumento de peso; las recientes discusiones sobre el estatus taxonómico de Homo sapiens, y sus parientes vivos más próximos, los antropoides, o sobre los problemas éticos derivados de esta similitud, que consideran poco éticas las investigaciones realizadas con individuos pertenecientes a especies de la familia pongidae, identificados como miembros de la “comunidad de nuestros iguales” hechas por autores como Peter Singer y Paola Cavalieri (Singer, P., y P. Cavalieri, 1998), o el reciente proceso jurídico llevado a cabo en Brasil basado en el Habeas corpus que dio estatus de persona para la excarcelación de una chimpancé que estaba a punto de morir dan realce al argumento. Pero, ¿La innegable semejanza es en sí misma suficiente? Recordemos que un campo disciplinar está definido no únicamente por las cualidades de su objeto, sino entre otras cosas por enfoques operativos y por formas de interpretar, evaluar y representar a dicho objeto, es decir, por la existencia de un método de aproximación a la realidad. Por otro lado, otro enfoque que reivindica la necesidad del estudio de los primates no humanos como modelos que nos permiten entender nuestra propia historia evolutiva se basa en la idea de que, organismos parecidos en condiciones similares son “moldeados” de forma similar por la selección natural. Esta ha sido a lo largo de la paleoantropología una idea tradicional de los morfólogos y podemos denominarla, “razonamiento por analogía”. Algunos de nuestros parientes vivos más próximos son morfológicamente parecidos a algunos de nuestros ancestros más antiguos, en algunos casos sus hábitats son equivalentes, así como algunas de sus requerimientos nutritivos, sus formas de locomoción, estrategias reproductivas, etc. De esta forma, no es descabellado pensar en la posibilidad de que, en un sentido, respecto de algunas características, homínidos y antropomorfos pudiesen compartir presiones selectivas equivalentes, permitiendo que el estudio de las estrategias adaptativas de nuestros parientes vivos más próximos, sirvan como modelos comparativos de las de algunos de nuestros parientes ya extintos. No es necesario aclarar que el hecho de equiparar la morfología o conducta de los antropomorfos contemporáneos con los primeros estadios de la evolución de los homínidos, no significa el establecimiento de relaciones de igualdad en cuanto a sus fases de desarrollo evolutivo, es decir, los antropomorfos no son especies primitivas. De la misma forma que cuando el modelo comparativo proviene de la caracterización de actuales sociedades de cazadores recolectores, no se tratan

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éstas de sociedades detenidas en el tiempo, aun cuando su forma de subsistencia material implique estrategias de relaciones sociales y de relación con la naturaleza distintas a las utilizadas por las sociedades postindustriales. Así, los primates son “utilizados” indistintamente siguiendo razonamientos homológicos y analógicos. Su utilización los equipara, pero los presupuestos ontológicos, técnicos y metodológicos son distintos en cada caso, así como sus consecuencias y compromisos derivados de tal práctica.

7. Del hombre como primate, al ser humano moderno

Los seres humanos contemporáneos somos herederos de un largo proceso evolutivo. De entre todos los miembros de la familia de los homínidos somos la única especie sobreviviente, pero tenemos parientes vivos muy cercanos, como los grandes simios y en particular los modernos chimpancés. Las semejanzas saltan a la vista. La contemplación de su comportamiento y de su anatomía es ciertamente perturbadora por cuanto, a manera de espejo, nos reflejamos de alguna manera en ellos. Somos animales visuales, nuestras formas de relación social nos muestran que en una interacción entre varios individuos, obtenemos gran cantidad de información a partir del canal visual. Llevamos con nosotros una especie de territorio portatil a partir del cual organizamos nuestras relaciones sociales, y el invadir el territorio de otro puede traducirse, dependiendo de la cultura, en reacciones hostiles de parte del invadido. Nuestras formas de aprendizaje, involucran además de la educación institucional, complejos patrones de relación en la diada madre-infante, somos animales claramente inmaduros al nacer y dependemos del cuidado materno, paterno y en un amplio sentido, del grupo social al que pertenecemos. Nuestra sexualidad es intensa, diversa y plural. Trasciende claramente a sólo la intención reporoductiva. La complejidad de la estructura social de los grupos humanos es grande y diversa. Llevamos a cabo alianzas, asociaciones diversas, cuyo objetivo principal es mantener una cierta estabilidad de la vida social. Somos primates y por ello, tenemos una herencia que nos marca y distingue como especie. El reconocer las similitudes no implica que no reconozcamos las diferencias. Compartimos un pasado evolutivo común, pero tenemos nuestra propia identidad, caracterizada por rasgos que nos distinguen como especies. Unidad y diversidad, dos de los principios centrales del pensamiento evolucionista. Las diferencias son el resultado de formas distintas de interactuar con y apropiarse del entorno. Si bien es cierto que, por su sóla presencia, una especie es capaz de tranformar su entorno, en nuestro caso esta frase es singularmente adecuada. Mientras que por un lado hemos sido capaces de adaptarnos de formas muy exitosas al medio ambiente, al mismo tiempo hemos hecho algo radicalmente diferente: adaptar al medio a nuestras propias necesidades. Esta plasticidad en las formas de interacción humano-medio ambiente han resultado sin duda exitosas. En todos los casos hemos modificado el entorno, adaptándonos

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a él o adaptándolo a nuestras propias necesidades. Nuestra historia evolutiva da cuenta de ello: asociado a nuestro enorme potencial cognitivo descrito en las lineas anteriores, en muchos casos herencia de nuestra primateidad, encontramos la modificación del entorno vía la elaboración y utilización de herramientas; el establecimiento de bases hogares que modificaron nuestras formas de relación social, pasando de un forzado nomadismo a una especie de sedentarismo transitorio; la elaboración de formas complejas y sofisticadas de representación de nosotros mismos y del mundo con las primeras figurillas humanas o el llamado boom creativo de las manifestaciones gráficas rupestres. Somos naturaleza, pero también hemos tomado a la naturaleza en nuestras manos, así, en muchos sentidos somos dueños de nuestro futuro por cómo fuimos construidos por nuestra historia como especie. Tal vez, ese es nuestro sello.

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4. Trabajar, conocer, aprender

El proceso multidimensional de la praxis

La parte conceptual de lo real no es menos concreta que su parte material. Una praxis es así una totalidad orgánica en la que se mezclan estrechamente los aspectos materiales y los aspectos mentales; si no es posible reducir los segundos a reflejos deformados de los primeros, en cambio tal vez no es imposible evaluar la parte respectiva de unos y otros en la estructuración de las prácticas. Maurice Godelier Lo Ideal y lo Material: pensamiento, economías, sociedades.

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1. Trabajo y Praxis

E

s especialmente desde una perspectiva antropológica, que nos resulta posible comprender y dimesionar las diversas formas de representación, de intervención y de apropiación humana de la realidad; de ese universo tanto sociocultural como natural en el que existimos. Desde la religión y el arte, hasta las estructuras sociopolíticas y sus ideologías; desde el pensamiento teórico-científico, hasta las disciplinas técnicas y la práctica del trabajo, constituyen –en su unidad humana indivisible– expresiones múltiples de nuestra actividad creadora y transformadora: apropiación humana y humanizante del mundo a través de las diversidades culturales en la historia, en toda la evolución de nuestra especie biológica. El trabajo, en tanto que actividad primordial del hombre ante una realidad de adaptación, de sobrevivencia y de desarrollo, implica siempre facetas y posibilidades de creatividad; creación permanente que incluye capacidades amplias y complejas de comprender y actuar en el mundo: realidad sobre la cual desplegamos intencionadamente –con éxito y riesgos relativos– nuestras prácticas materiales de vida, de existencia medioambiental, de trascendencia y de desarrollo multidimensional. Ello puede entenderse como la movilización de todas las capacidades histórica y evolutivamente alcanzadas por una especie biológica (auto-nombrada Homo sapiens) poseedora de una creatividad vital que ha de incluir, asimismo, una comprensión inteligente y renovada de la dinámica de los entornos sociales y ecológicos, así como de sus siempre crecientes exigencias. Sostiene el neurocientífico español Emilio García: “Decir que la inteligencia es un caso particular de adaptación biológica es pues, suponer que esencialmente es una organización y que su función consiste en estructurar el universo […] la inteligencia es una adaptación o, mejor, una continua readaptación” (2001, pp. 98-99). Aquí se argumentará que la importancia de una visión antropológica del trabajo humano como fenómeno global (no sólo económico y social, sino esencialmente comunicativo, psicológico, simbólico, cognitivo y valorativo), ha de permitirnos comprender el poder y el alcance auto-creativo de la actividad humana por excelencia: la praxis; esto es, la práctica material sobre la naturaleza y sobre nosotros mismos. Práctica sobre el medio ambiente como fuente primera y última de adaptación y sobrevivencia, pero asimismo, de generación, de retención y distribución de la riqueza esperable del trabajo: práctica, en fin, sobre nuestro poder de entendimiento, de cambio y autorrealización. Nunca ha sido mejor captada esta idea del trabajo humano como praxis, o práctica auto-creativa, que a través de las clásicas palabras del pensador alemán –permanentemente redescubierto– Carl Marx: “En el acto de tejer se producen, al mismo tiempo, el tejido y el tejedor”.

El proceso multidimensional de la praxis

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La potencia del razonamiento puede extenderse para decir que, en el acto de trabajar, se crean, al mismo tiempo, la producción material del trabajo y la integridad del propio humano que trabaja; el productor, que se crea trabajando al aprender sus saberes, sus habilidades y actitudes… su visión y condición mismas del y en el mundo. En ese acto de conocer-trabajando se crean, al mismo tiempo, los alcances del pensamiento humano, transformando su propia naturaleza y potenciales: El trabajo es, en primer término, un proceso entre la naturaleza y el hombre… [el cual] pone en acción las fuerzas naturales que forman su corporeidad para, de ese modo, asimilarse bajo una forma útil para su propia vida, las materias que la naturaleza le brinda. Y a la par que de ese modo actúa sobre la naturaleza exterior a él y la transforma, transforma su propia naturaleza, desarrollando las potencias que dormitan en él y sometiendo el juego de sus fuerzas a su propia disciplina…1

Por virtud del trabajo, praxis adecuada a fines, los humanos vencemos la resistencia de las materias y fuerzas naturales (cfr. Sánchez Vázquez 1979); creando objetos útiles, realidades enteras que satisfacen las tan complejas y siempre crecientes necesidades humanas: del estómago y de la imaginación, en efecto, objetivas y subjetivas, individuales y colectivas, inmediatas y trascendentes… humanas, e incluso, visto en su perspectiva evolutiva, pre-humanas. Toda praxis es actividad, sin embargo, no toda actividad es praxis. Más allá de cualquier forma de actividad, la praxis –más antigua incluso, como hemos de ver, que la propia especie Homo sapiens– se ha desplegado crecientemente durante los últimos dos millones de años no sólo sobre la realidad adaptativa, o sea, sobre la naturaleza, sino sobre la totalidad de las posibilidades de la existencia humana misma. La autocreatividad de los seres vivos (“autopoiesis”, dirían los influyentes biólogos contemporáneos Humberto Maturana y Francisco J. Varela), más específicamente la de nuestra especie, resulta directamente proporcional a la complejidad social, cognitiva y comunicativa alcanzadas evolutivamente. Tal como sostiene el paleoantropólogo mexicano Alejandro Terrazas (2001), a la autopoiesis de lo biológico se sobrepone la autopoiesis de lo social (la praxis, diríamos aquí). Desde su perspectiva ecológica de “sistemas complejos en co-evolución”, el autor nos advierte de la necesidad de renunciar a modelos simplistas (como los de una evolución unidireccional y progresiva), a fin de aproximarnos a mejores enfoques comprensivos de nuestro cambio (y naturaleza); más exactamente, en términos de una: “interacción dinámica del acoplamiento estructural que ocurre entre los sistemas biológicos, cognitivos y sociales del fenómeno humano, así como las relaciones jerárquicas con su entorno” (ibíd. P. 162).

1 El parágrafo es de El Capital. Crítica de la Economía Política (Cursivas añadidas). Un examen racional básico puede constatar que su principio seguirá trascendiendo, por mucho, los usos y abusos panfletarios de la historia del pensamiento dialéctico materialista y su versión política marxista, para constituir, en sí mismo, una de la captaciones más lúcidas sobre la dimensión antropológica del trabajo.

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La Hominización-Humanización: una “Morfogénesis Multidimensional”. El contexto de la praxis en la naturaleza y la evolución humanas, según el sociólogo y antropólogo francés Edgar Morin; en su famoso El Paradigma Perdido ya advertía: “La hominización no podrá ser concebida por más tiempo como resultado de una evolución biológica estricta, ni tampoco como producto de estrictas evoluciones espirituales o socio-culturales, sino como una morfogénesis compleja y multidimensional que es la resultante de interferencias genéticas, ecológicas, cerebrales, sociales y culturales” (1974, p. 65).

A través de la historia, las interacciones sociales de producción han sido relaciones que los hombres contraen, en gran medida, independientemente de su voluntad e incluso de su conciencia. Decía el filósofo Friedrich Engels que la historia humana se despliega de tal modo, que el resultado final siempre ha derivado de los conflictos entre muchas voluntades individuales “…efectos [decía Engels] de una multitud de condiciones especiales de vida de las que surge un resultado –el acontecimiento histórico–, que, a su vez, puede considerarse producto de una potencia única, que, como un todo, actúa sin conciencia y sin voluntad…”2. Con todo –tal como él mismo permitiría derivar–, aunque predominantemente los humanos no somos del todo conscientes de las causas y determinaciones básicas que rigen los procesos económicos y sociales en que vivimos inmersos, nuestra búsqueda de fines diversos da origen a horizontes de acción que se subordinan o se equilibran, a menudo incluso, se contraponen o excluyen. Puede, en consecuencia, ser advertido que el cambio y progreso socio-histórico se han caracterizado por una superación de esa inconciencia y de esa “in-intencionalidad”, ambas, limitaciones constantes en la expresión histórica más desafiante del trabajo; aquello que precisamente ha sido llamado explotación del hombre por el hombre mismo: potencia enajenante de la conciencia, de la libertad y la autodeterminación… deshumanizante, en una palabra. Realidad dramática y paradójica, sobre 2

C. Marx y F. Engels, Obras Escogidas. Moscú, 1952 (pp. 459-460).

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todo si se piensa, por otro lado, en la naturaleza evolutiva del trabajo, es decir, principal fuerza creativa de las condiciones sociales e incluso biológicas de la humanidad (cfr. Klamroth 1987; Terrazas 1994). Faceta que más nos interesa aquí examinar y reivindicar antropológicamente. En todo proceso productivo, y económico en general, se desarrollan determinados tipos de relaciones: entre los propios agentes económicos entendidos éstos como los sujetos sociales en su actividad consciente, y, por otra parte, sus relaciones con los medios materiales de producción específicos. La importancia y complejidad de estas relaciones3 no sólo dependen del nivel y “sofisticación” de las características técnicas de los procesos de trabajo en cada época de la historia –y prehistoria– humana (desde las primeras herramientas humanas hace unos dos millones de años, hasta las actuales tecnologías globales de la informática). Tales relaciones sociales de producción constituyen condiciones, o por el contrario, límites objetivos de posibilidades múltiples; posibilidades conciliables o incluso opuestas entre los agentes o sujetos sociales y económicos involucrados, y que pueden abarcar, desde la equidad y el bienestar objetivamente caracterizables4, hasta la pobreza y explotación del hombre por el hombre; espectro de posibilidades que va, desde la integración y el desarrollo sustentable5, hasta la dependencia, la exclusión o el franco espolio. Se trata de extremos cuya existencia depende de la comprensión, de la acción así como de las decisiones históricocoyunturales de sus actores, no de determinaciones inherentes y necesarias de la condición humana. Como sostiene el antropólogo físico Erik Klamroth, refirién-

“El conjunto de relaciones de los agentes de producción entre ellos y con la naturaleza constituye precisamente la sociedad bajo el aspecto de su estructura económica [como] conjunto de relaciones de producción [cuyo] sistema económico es el proceso económico global: producción, distribución, intercambio y consumo” (Klamroth op. cit., véase pp. 113 y 114). 4 La objetivación del bienestar y el Desarrollo Humanos (mucho más allá de lo económico) no sólo resulta posible sino indispensable. Sería sólo desde un relativismo cultural ramplón y mal entendido (incluso dentro de la propia antropología, paradójicamente) que acaso pudiera llegar a cuestionarse la pertinencia y posibilidad de estandarizar y aún de parametrizar indicadores y expectativas de desarrollo humano (a través de las enormes diversidades históricas y culturales, tan sólo de México). ¿Existirían formas de bienestar objetivos, e igualmente deseables, para poblaciones indígenas de la Sierra Tarahumara que para agricultores de Bajío o para empresarios de la Comarca Lagunera? Conviene que la respuesta sea afirmativa. De hecho, desde la misma antropología debe resultar posible sustentar los fundamentos transculturales de la equidad y justicia sociales, del desarrollo, dignidad, integridad y bienestar humanos (empresa crítica y analítica que rebasaría los objetivos centrales del presente trabajo). Sugerimos al lector, en este sentido, el completo, actual y riguroso recurso del documento Indicadores del Desarrollo Humano (http://hdr.undp.org/en/media/HDR_2001_indicators_ES.pdf), generado por el Programa de Naciones Unidas para en Desarrollo (PNUD). Establece el documento en su prefacio: “El propósito primordial de este Informe es evaluar la situación del desarrollo humano en todo el mundo y proporcionar cada año un análisis crítico sobre ese tema. El informe combina los análisis temáticos de políticas con datos detallados por países acerca del bienestar de los seres humanos, y no meramente de las tendencias económicas.” 5 A fin de evitar clichés y lugares comunes sobre esta importante categoría, “desarrollo sustentable”, tan susceptible de trivializarse, sugerimos al lector una exhaustiva y especializada obra al respecto: 3

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dose a los orígenes prehistóricos de esta realidad humana del trabajo: “Lo que distingue a las épocas unas de otras no es lo que se hace, sino cómo se hace…” (op. cit. p. 109). Con todo, se trata de condiciones posibilitadas no solamente por los medios materiales de producción: medios extensivos de la corporeidad e inteligencia humanas ante los objetos y realidades a modificar intencionadamente. Se trata, asimismo, de determinaciones fundamentalmente basadas en las relaciones económico-sociales que las personas son capaces de llegar a establecer y mantener: “Estas relaciones [continúa Klamroth] se caracterizan por el tipo de control o dominio que tales agentes de la producción puedan ejercer sobre los medios y el proceso de trabajo” (Ibíd. p. 111). Fenómeno pues inseparable de las relaciones humanas de trabajo socialmente estructuradas (y estructurantes); “relaciones de producción” que configuran todo el proceso de trabajo, incluidas las condiciones objetivas creadas y asumidas por los agentes económicos en su realidad histórica concreta: pobreza o desarrollo objetivables; exclusión o integración. Justo en este último sentido, superar esa inconciencia, esa no-intencionalidad de que hablaba Engels, es, de hecho, un irreductible asunto de elecciones humanas. Así, la elección de trascender, de superar inconciencia y ausencia de intencionalidad, sólo puede iniciar –consideramos– como la voluntad de dirigir nuestro pensamiento, nuestra inteligencia crítica, hacia eso que Engels había reconocido como la condición básica y fundamental de toda la vida humana… el trabajo: “la aplicación de la fuerza y el conocimiento humanos, socialmente determinados hacia la acción recíproca transformadora del hombre sobre la naturaleza, es decir, hacia la producción.”6 Sostenía la pedagoga Irene Duch-Gary que en el trabajo se realiza íntegramente la praxis del hombre al abarcar, más allá del nexo práctico, la relación teórica entre sujeto y realidad (2007, p.127). Examinando la categoría unificada trabajo–aprendizaje como la piedra angular de la concepción metodológica de la pedagogía de la capacitación, la autora sostendría que los principios que inciden en esta práctica educadora, y que permitirían explicar las determinaciones internas de su desarrollo, sólo pueden ser cabalmente comprendidos, filosófica y cientíCiencia Ambiental y Desarrollo Sostenible, de Ernesto C. Enkerlin, Gerónimo Cano, Raúl A. Garza y Enrique Vogel. Thomson Editores. México, 1997. Sostienen los autores ahí: “El desarrollo hasta nuestros días se ha caracterizado por el predominio de la tendencia hacia la máxima rentabilidad a corto plazo en cuanto al uso de los recursos naturales […] Se requiere un cambio fundamental en la manera de implementar el desarrollo; en pocas palabras, se requiere llevar a cabo el desarrollo visto en su dimensión social de largo plazo, en su contexto más amplio. La palabra desarrollo siempre ha sido sinónimo de crecimiento económico, no necesariamente de bienestar, por ello, este tipo de desarrollo reevaluado y dimensionado adecuadamente requerirá de un nuevo nombre, de un calificativo; sólo así podremos aceptarlo, difundirlo, comprometernos con él y vivirlo como el nuevo paradigma de la humanidad” (pp. 497 y 499). 6 Citado en Terrazas op. cit., p. 97.

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ficamente. Son profundas –escribía– las intersecciones multidisciplinarias que permitieran revalorar la educación para el trabajo, sobre todo cuando éste ha de ser reconocido como la transformación de la realidad natural, inseparable del surgimiento de la capacidad humana de conocimiento del cosmos, “…mediante la confrontación crítica con los hechos de la realidad que pretenden explicar [y] la conquista plena del pensamiento abstracto.” (Ibíd. véase pp. 124-126). Resulta curioso constatar que, de manera común, suele relacionarse la idea de “trabajo intelectual” con la práctica de científicos, de maestros o educadores. Aunque tal ponderación no es en principio equivocada, sus énfasis sí acarrea una comprensión muy parcial de lo que aceptamos concebir como prácticas productivas reputadamente intelectuales. De forma inseparable y necesaria a su naturaleza, todo trabajo humano involucra procesos de aprendizaje y productos de conocimiento. Desde el acopio de la producción primaria hasta su comercialización, desde la siembra y la cosecha hasta la negociación de recursos crediticios, desde la transportación hasta venta de insumos para los requerimientos de la producción constituyen, por definición y derecho propio, trabajo intelectual: permanente estudio o conciencia analítica del proceso de trabajo como dinámica socioeconómica; formulación y ejecución de proyectos de desarrollo de los procesos productivos, así como la conducción misma del proceso de aprendizaje inherente a tales procesos anteriores (cfr. Malagón, E. En prensa, p. 157). Efectivamente, iniciativas económicas que constituyen, en sí mismas y en forma interdependiente, análisis de potencialidades de negocio, trascendencia lógica de lo presente e inmediato; proyección del desarrollo, comprensión objetiva de la realidad dinámica del mercado, organización, planeación y estrategia que son, entre otras, facultades del pensamiento humano. Constituyen, todos, procesos intelectuales inseparables del diseño, la incubación, el fortalecimiento e integración de las empresas de productores rurales; de cada eslabón de la cadena producciónconsumo; de cada función económica. Actividades específicas y concretas de una “praxis total humana gracias a la cual el hombre como ser social y consciente humaniza al mundo y a sí mismo” (puesto en las palabras del destacado filósofo mexicano-español Adolfo Sánchez Vázquez). Más aún, los productos de nuestras actividades, de nuestra práctica transformadora, llegan a constituir realidades materiales, objetivas y concretas: desde la “humanización de la naturaleza”, hasta la sociedad misma, sus dimensiones y, con ello, el sujeto individual. Productos que sólo se realizan en la medida en que sus condiciones de posibilidad pueden ser abstraídas y generalizadas, deducidas, sintetizadas y previstas. Se trata de productos materiales e intelectuales en que se plasman fines y proyectos humanos que subsisten más allá del proceso de su gestación o génesis y, en sentido literal, cobran realidad independiente de la actividad de los sujetos específicos que les han creado (cfr. ibíd. 159 y ss). Pero concedámonos examinar lo anterior con los términos y alcances analíticos que realmente se merece. La inter-determinación esencial entre las esferas

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unificadas que forman el trabajo, por un lado, y el aprendizaje-conocimiento, por el otro, constituye relaciones con diferentes órdenes de implicación: órdenes ontológicos, epistemológicos, metodológicos y axiológicos, fundamentalmente. Explicaremos esto con cuidado.

2. Trabajo-aprendizaje: sus órdenes de implicación. 2.1 Una relación ontológica.

Dado que, de forma necesaria, trabajar resulta inseparable de procesos de aprendizaje –activa creación de significados, conocimientos y habilidades–, los saberes y estructuras así producidos constituyen, en su más estricto sentido, no menos que representaciones mentales socialmente justificables. En el más antropológico sentido de la cognición humana, esas representaciones implican expectativas vitales en y ante el mundo, más exactamente, estados de creencia (Flores 2003): compromisos existenciales del pensamiento y la conducta, ante cómo asumimos que es la realidad misma (compromisos “ontológicos”, dicen por su parte los filósofos7). Era justo en el terreno disciplinario de vinculación entre la antropología cognitiva y la antropología económica que uno de sus mayores representantes, Maurice Godelier, sostuviera: “Uno no puede comprender las formas de regulación consciente de la economía y de la relación con la naturaleza en los diversos tipos de sociedades sin hacer una teoría acerca de la transparencia y la opacidad que estas relaciones revisten en la conciencia de sus miembros” (1984, p.49. Cursivas añadidas). Esa necesidad se debe a que la natural imbricación trabajo-conocimientoaprendizaje, en buena medida, determina cómo asumimos, y por ende creemos, que es la realidad en la que vivimos y trabajamos conociendo. Ello es decisivo, puesto que, como ya lo advertía el destacado filósofo contemporáneo Richard Rorty: sólo entenderemos la verdadera dimensión humana del conocimiento, cuando reconozcamos la justificación social de cada representación mental como estados de creencia (1979, véanse pp. 162 y 171). Pero ¿qué aporta exactamente la creencia al contenido pensado, aprendido, conocido? Al creer un hecho, considero que forma parte del mundo real y, por tanto, “…me relaciono con el mundo contando con su existencia”; cualquier creencia, incluso la más abstracta, implica expectativas, más o menos explícitas, que “regulan nuestras acciones más vitales ante el mundo” (Villoro 1982, pp. 32-35). Cada imagen mental, cada representación, cada estado de creencia socialmente significativo que la praxis del trabajo hace posible, implica, en efecto, “… el desarrollo de estructuras cognitivas, redes neuronales y signos, mediante la 7

Cfr. W. Quine 1969.

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interacción y estructuración de la realidad más significativa para el individuo, el trabajo”8. Consideramos, no obstante, que la plena dimensión de esto último solamente se alcanza cuando entendemos que, tales aprendizajes, no sólo se crean en los ámbitos más vitales de la existencia, también los determinan, pues comprometen nuestras orientaciones más básicas hacia la realidad, o, puesto en términos de más precisión y alcance: “…lo que los grupos humanos necesitan es creer que el mundo está estructurado de tal modo que acredite sus ontologías culturales” (Rorty op. cit. p. 166. Cursivas añadidas). Tal aplica, por igual, al caso de una ontología desde, en y para el trabajo. Una ontología, pues, no es otra cosa que el conjunto de ideas desde las cuales afrontamos, asumimos e intervenimos nuestras realidades existenciales más fundamentales. La vivencia racional del trabajo es la fuente primera de nuestras ontologías. En qué ontología, es decir, en qué estructura de la realidad es en la que creemos, no es, ni puede ser, un asunto trivial. Estados de creencia como, por ejemplo, los de que, en el medio rural mexicano, la abrumadora mayoría de los productores están posicionados sólo en la producción primaria; que tal, es una situación crítica debido a la tendencia general de la disminución del valor correspondiente a esta fase de las distintas cadenas productivas; que así, millones de productores son excluidos y/o se excluyen a sí mismos del control del resto de los eslabones de la cadena de valor, en manos minoritarias de otros agentes económicos quienes, en consecuencia, sí retienen el valor correspondiente. Asimismo, “estados de creencia” son los consistentes en asumir –con todo lo que ello pueda implicar– que la vida en el medio rural realmente constituya una opción de desarrollo personal, social y nacional; más todavía, creencias (y convicciones) sobre la existencia de esquemas que permitirían a los productores retener el valor asociado a su producción, asumiendo el control de otros eslabones de la cadena productiva y de valor donde participan. En fin, estados disposicionales a comportarse como si aquello en lo que se cree, realmente exite. Tal como la existencia de una realidad donde los propios productores rurales asumen la necesidad y capacidad de asociarse y conformar empresas viables, eslabones proyectados estratégicamente cuyo desempeño constituya mercado, implique agentes económicos y agregación de valor bajo escalas económicas determinadas. La asunción de creencias semejantes (tal como las de orden científico, y a diferencia de otros sistemas mucho menos rigurosos de creencia), exigen nuestro mejor sentido crítico, nuestro apego a la evidencia observable así como ordenamiento racional. Constituye otra creencia el sostener que, cada vez resulta más difícil vivir en el campo y del campo, y que se expresa con toda claridad en los movimientos migratorios de la población rural hacia las ciudades Duch-Gary (op. cit. p. 127). Para la fundamentación original y completa, véase Malagón M. op. cit. En su contexto y compromiso formativo y curricular, Plan Modular de Estudios para la Formación de los Prestadores de Servicios (Colegio de Postgraduados-Financiera Rural). 8

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y hacia el vecino país del norte. Sistemas de creencia que fácilmente podrían apelar al peso abrumador de evidencias legítimas y objetivas. El mismo estado psicoafectivo, cognitivo, conductual y social (la creencia) supone dar por existente, dentro de la estructura de la realidad, cierta facultad vitalmente humana: la capacidad de generar y conscientizar estados de suficiente insatisfacción y, desde ahí, necesidades de cambio, pues “Si el hombre viviera en plena armonía con la realidad, o en total conciliación con su presente, no sentiría la necesidad de negarlos… ni de configurar en su conciencia una realidad inexistente aún” (Sánchez Vázquez, op. cit. p. 156). Por la facultad de podernos trazar fines, las personas, como individuos y como sujetos sociales, negamos realidades determinadas, y, por ende, afirmamos otras que no existen (todavía). Aceptar el mundo en su estado actual, la realidad tal cual se nos presenta, nos priva de una preciada capacidad humana: generar la necesidad de transformar la realidad y, con ello, a nosotros mismos. Tal es otro estado de creencia (y, creemos aquí, digno de ponderarse para asumirse). Ya decía el célebre filósofo español José Ortega y Gasset que “Las creencias nos ponen delante lo que para nosotros es la realidad misma”. El estudio de la naturaleza del conocimiento en la vida y trabajo del hombre demanda el análisis de las formas en que pueden actuar las personas a partir de sus conocimientos, en tanto estados de creencia más o menos conscientes, elaborados o plausibles. Conlleva consecuencias ontológicas muy delicadas que a su vez exigen formas especiales de entender al Homo sapiens, el cual, para la antropología cognitiva, constituye una especie biológica cuya orientación fundamental hacia la realidad es y ha sido el conocimiento: patrimonio que se viene generando, replanteando y aprendiendo dentro de la esfera total del trabajo, incluso, cientos de miles de años antes del surgimiento de la enseñanza institucionalizada o las escuelas (cf. Malagón op. cit.). Tal fue en efecto la relación captada entre la acción y el pensamiento por el gran filósofo y pensador rumano Mircea Eliade, cuando escribía que el estudio de los mecanismos del pensamiento “...nos ayuda a comprender cómo y por qué algo llega a ser real para el hombre […] Nos importa ante todo comprender bien ese mecanismo para seguidamente poder aproximarnos al problema de la existencia humana” (1985, p. 13. Cursivas añadidas).

2.2 Una relación epistémico-metodológica

Porque natural e históricamente, el trabajo proyectado a la realidad condiciona y ha condicionado la manera en que suponemos que puede ser conocida, y por ende transformada y apropiada, la realidad misma. Dicho de otra manera: desde qué posibilidades, alcances, formas y niveles podemos conocer la realidad, es algo inseparable del trabajo, y, por lo mismo, define las condiciones racionales para asegurar su replanteo, recíprocamente, replanteando nuestra comprensión ordinaria, elemental o ingenua de lo real, ante las necesidades de su transformación. Una certidumbre que bien puede derivarse de la historia ascendente del co-

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nocimiento científico, es reconocer que los más reputados y valiosos saberes que hoy tenemos sobre la realidad en su conjunto –desde la formación del universo hasta la naturaleza de los procesos de la mente humana– son, todos, saberes noespontáneos; expliquemos. Esa “no-espontaneidad” de nuestras mejores formas de comprensión frente a los problemas que nos plantea y demanda la realidad, se encuentra basada en una especie de negación. Efectivamente, una negación metódica, es decir, consciente, racional e intencionada, bajo una forma de oposición a la “inercia natural” del entendimiento humano y sus frecuentes (y a menudo peligrosas) ingenuidades intuitivas ante las complejidades inherentes del mundo. Eso exactamente, es lo que nos permite entender el filósofo francés Gastón Bachelard. En La Formación del Espíritu Científico, enfatizaba ese carácter –de cierta manera contraintuitivo– del pensamiento y conocimiento superiores, pues significa que sólo puede conocerse a profundidad algo mediante la oposición a las formas de la experiencia básica e inmediata, con todas sus inercias y ambigüedades lingüísticas y de significación, incluso emotivas o psicológicas9: “…en contra de lo que es, dentro y fuera de nosotros, impulso y enseñanza de la naturaleza, en contra del entusiasmo natural… coloreado y variado”10. Existiría, efectivamente, en los empeños del entendimiento científico de la realidad (mucho más allá de sus técnicas y procedimientos especializados), una voluntad correctiva que, por principio, sólo puede trascender la conciencia ordinaria identificando con suficiente exactitud algo llamado por Bachelard, obstáculos epistemológicos: “Es ahí donde mostraremos causas de estancamiento y hasta de retroceso; es ahí donde discerniremos causas de inercia [...] El conocimiento de lo real es una luz que siempre proyecta alguna sombra. Jamás es inmediata y plena…”11 Por su parte, el sistema humano trabajo-conocimiento-aprendizaje posibilita la racionalización de nuestros procedimientos y condiciones para comprenderintervenir nuestras condiciones de existencia, constituyendo, por ende, una relación de una gran potencialidad metodológica. Como veíamos arriba, situados en muy diversos niveles, procesos o etapas del entendimiento humano, la existencia de los errores en nuestra comprensión ordinaria y cotidiana basada en la intuición espontánea (inevitables, de principio pero conscientemente superables), constituyen un punto de partida obligado de identificar, ello en vías al abandono progresivo de los niveles de la inmediatez, puesto que “Lo inmediato debe ceder paso a lo construido [...] resultado de una objetivación crítica, de una objetividad que [sin embargo] retiene del objeto solamente lo que ella criticó”12, decía Bache9

10 11 12

Cf. Aguilar R. “La Epistemología Bachelardiana”. Teoría. Anuario de Filosofía 1 (1). UNAM 1980. Ibíd. p. 431. Citado en, Jarauta 1979, p. 64. Jarauta, op. cit. p. 51. (Cursivas añadidas).

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lard esta vez en su libro La Filosofía del No. En otras palabras: únicamente desde la negación de la experiencia inmediata, ingenua y ordinaria con todos sus obstáculos, entorpecimientos y confusiones –metódicamente caracterizados–, un conocimiento superior podrá moverse hacia nuevas construcciones, hacia nuevos “espacios de configuración”,13 de significado y, por ende, de acción práctica, pues “Toda verdad nueva nace a pesar de la experiencia inmediata”. Afrontar y manejar “…la contradicción entre las condiciones y posibilidades personales del sujeto que aprende y las características intrínsecas del objeto de estudio, es decir de la realidad del trabajo” es, fundamentalmente, un problema didáctico (Duch Gary op. cit. p 127). Problema que más exactamente abre posibilidades metodológicas para vincular intencionadamente el trabajo con los productos del conocimiento, vía los procesos del aprendizaje, y considerando que para cada uno de sus contenidos “…es necesario y factible identificar el fenómeno correspondiente y la lógica interna que lo explica a fin de construir una secuencia lógica, estructurada y coherente de reflexiones bajo la forma de cadenas de causalidad que conduzcan desde la estructura de pensamiento del que aprende hasta la lógica interna del fenómeno bajo estudio y por tanto a su aprendizaje” (Malagón op. cit. p. 154. Cursivas añadidas). Una concepción didáctica de la relación entre la ontología (cómo asumo son las cosas) y la epistemología (cómo supongo que puedo conocerlas) involucradas en el trabajo, nos permite cobrar conciencia de una falta variable de homogeneidad, o, mejor dicho, de correspondencia entre la estructura propia de la realidad, y la estructura lógica (o modelos) con la que pensamos la realidad misma. La realidad siempre es enormemente más compleja, incluso, que los mejores modelos mentales que usamos para entenderla: “…esta esfera más compleja sólo puede ser comprendida de un modo aproximado, y el modelo puede constituir una primera aproximación a una adecuada descripción e interpretación de la realidad” (Kosik op. cit. p. 59). De forma aproximada, pero creciente, en efecto, los modelos lógicos creados por nuestro tipo de inteligencia propiamente humana14, permiten conocer y entender la condición de la realidad. Con todo, la brecha entre ésta y el pensamiento y sus obstáculos inherentes, siempre nos exige una reducción estratégica y progresiva (es decir, metodológica), acerca de las posibles contradicciones respecto de, por ejemplo, ciertas necesidades del entendimiento ante el trabajo y sus procesos productivos; requerimientos de nuestra inteligencia ante los objetos de trabajo, poseedores de una lógica inherente de la que dependerán las Ibíd. p. 63. Es interesante e incluso revelador lo que en este sentido comenta el neurocientífico Francisco Varela: “El proceso continuo de la vida ha modelado nuestro mundo en una ida y vuelta entre lo que describimos, desde nuestra perspectiva perceptiva, como limitaciones externas y actividad generada internamente. Los orígenes de este proceso se han perdido para siempre, y en la práctica nuestro mundo es estable (excepto cuando se desmorona).” (1990, p. 102). 13 14

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condiciones para su conocimiento: “…secuencia de reflexiones para el sujeto que le permitan avanzar en el nivel de representación del fenómeno y en la cadena de premisas y consecuencias que explican el fenómeno.” (Malagón op. cit. p. 151):

• ¿Cuáles son las características de un producto a obtener, mediante un determinado proyecto productivo, y en función del mercado real o potencial?; • ¿De qué dependen, cuál es el tipo de soluciones tecnológicas que asegurarían el producto con las características ya pre-definidas?; • ¿Cómo debe realizarse cada fase o componente del proceso productivo para asegurar las características de un producto?; • ¿Cómo deberán organizarse los productores en el proceso productivo para que éste pueda realizarse de acuerdo al diseño identificado de sus productos?; • ¿Cuáles son las necesidades de capacitación del grupo de productores para realizar el proyecto, y asegurar el producto con las características identificadas, o más exactamente, “¿Qué sabemos y qué debemos aprender para asegurar la producción?” 15

2.3 Una relación axiológica Porque aprender-de-la-realidad-trabajando, incluso, influirá sustancial y permanentemente sobre qué valores entendemos y asumimos ante la realidad. Merece la pena esforzarse por entender que, los seres humanos, somos una especie biológica poseedora de albedrío, y que, justo por ello, creamos, asumimos, replanteamos o bien desechamos valores. Sucede a menudo que relaciones de profunda significación son, también, las menos obvias y, por ende, menos esperadas. Con su enorme autoridad intelectual, Paulo Freire se daba la libertad de pensar complejas relaciones; alguna vez, refiriéndose a las resonancias, vínculos y relaciones expandidas de la educación como fenómeno humano total, decía: “Como proceso de conocimiento, formación política, manifestación ética, búsqueda de la belleza, capacitación científica y técnica, la educación es práctica indispensable para los seres humanos y específicamente de ellos en la historia como movimiento, como lucha”. Consideramos aquí, que, con igual riqueza de consecuencias, y justificación de relaciones, podría decirse exactamente lo mismo de un concepto inseparable al de educación: trabajo. Pensamos, en efecto, que pudiéramos situar, justo en el mismo sitio del concepto “educación”, el de “trabajo” con idéntico sentido y profundidad relacional: proceso cognoscente, formación político-social, manifestación ética y de valores de realización plenamente humanos, capacitación científico-técnica… práctica y lucha indispensable para los seres humanos. 15 Malagón op. cit. pp. 164-165. Véase también Manual Integrado (documento inédito, Financiera Rural), pp. 84-86.

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Despreciando ese timorato prejuicio por reconocer su pleno lugar a las esferas psicoafectivas y emocionales de la condición humana en todos los ámbitos de nuestra vida (prejuicio que hace del racionalismo más una pose que una convicción), el biólogo y científico cognitivo Humberto Maturana16, sostenía alguna vez que, en el dominio de la relación con el otro (sí, ese universo o dominio que crea y a su vez es creado por el trabajo), tienen lugar tanto la responsabilidad como la libertad en tanto modos de convivir y de accionar. Es allí mismo, sin embargo, donde también existen las emociones como modos y como posibilidades de relaciones entre los sujetos y, allí, en el fondo del alma humana –decía él–, es donde puede estar la frustración y el enojo, pues:

Hemos querido reemplazar el amor por el conocimiento como guía única en nuestro quehacer [léase, trabajar], en nuestras relaciones con otros seres humanos y con la naturaleza toda y nos hemos equivocado. Amor y conocimiento no son alternativas [de mutua exclusión], el amor es un fundamento mientras que el conocimiento es un instrumento… el amor es el fundamento del vivir humano, no como una virtud sino como la emoción que en lo general funda lo social, y en lo particular hizo y hace posible lo humano como tal en el linaje de primates bípedos a que pertenecemos, y al negarlo en el intento de dar un fundamento racional a todas nuestras relaciones y acciones nos hemos deshumanizado volviéndonos ciegos a nosotros mismos y a los otros.17

La voluntad de ampliar la comprensión del trabajo y, de ahí, sus alcances humanos y humanizantes, resulta inseparable de otra esfera de la creatividad humana: la generación de valores (por supuesto que no sólo económicos). Esfera que, sin lugar a dudas, hay que dar por existente: no menos que la dimensión que posibilita a la especie Homo sapiens vivir lo inmediato en función de lo trascendente, bajo la forma de aspiraciones, de expectativas, de prioridades y necesidades ante capacidades humanas tan prácticas y técnicamente eficaces las unas, como igualmente subjetivas, emocionales y psicológico-afectivas las otras. No debiera olvidarse que las necesidades del animal humano son directamente proporcionales –y de hecho derivadas– de su forma y su nivel de complejidad evolutivamente alcanzados (cualquiera que éstas sean); necesidades de un orden existencial superior. Más que una actividad puramente instrumental, reconocer que el trabajo pudiera tener recompensas intrínsecas, es decir, como faceta de la existencia humana con un fin propio e independiente de satisfactores externos (sobrevivencia, dinero, prestigio social), implica considerarle desde una concepción amplia (cf. Noguera 2002). Concepción capaz de incluir una dimensión valorativa (axio-

16 Junto con otro destacado biólogo de Harvard e investigador de la cognición, el ya desaparecido Francisco J. Varela, Maturana es co-autor de una de las teorías más originales e influyentes de las ciencias contemporáneas: el modelo de los sistemas autopoiéticos, aplicable no sólo a la re-comprensión del fenómeno de la vida, sino de la existencia de los sistemas cognitivos y sociales. 17 Maturana, Humberto y Francisco J. Varela (1997) De Máquinas y Seres Vivos. Autopoiesis: la organización de lo vivo. Editorial Universitaria. Santiago de Chile (p. 32)

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La humanidad, sus valores y sentidos trascendentes en todo ámbito de existencia y de creatividad: el trabajo no es la excepción desde el comienzo de los tiempos. (Pinturas de Lascaux, Francia, c. 14 mil a.p.).

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lógica en términos estrictos) que abarcaría desde la eficacia técnica y utilitaria, el equilibrio normativo y la solidarización social, hasta la libertad creativa que supone generar significados múltiples de autonomía y de autorrealización de los propios sujetos activos y conscientes del trabajo: derecho inalienable y deber consustancial de la condición humana. A diferencia de una concepción reducida –o reductiva–, supone pensar al trabajo no meramente como un medio subordinado a fines materiales “superiores” de legitimación, sino como despliegue humano con sentidos y valores propios (visibles desde su comprensión como praxis), y compatibles con la libertad, la dignidad y la felicidad humanas. Supondría tomarse en serio preguntas tan especiales y demandantes, como: ¿es el trabajo un ámbito de emancipación, de autorrealización y autosuperación humanas?, ¿bajo qué condiciones?, ¿va pues, más allá de una racionalidad puramente instrumental, o se agota en ella?, ¿puede el trabajo ser una práctica generadora de sentidos más allá de sí mismo, de sentidos trascendentes? (cfr. Ibíd.). Pero hablar, no a la ligera, del problema de la trascendencia en la vida sociocultural, cognitiva, mental y psicoafectiva humana, no puede dejar de considerar una dimensión inseparable y crucial; me refiero a la centralidad del poder del simbolismo en la existencia del hombre: comunicación, pensamiento y praxis… más allá del aquí, más allá del ahora.

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El símbolo –decía el filósofo latino Agustín de Hipona ya en el siglo V d. de C.– “Es aquello que, además de la imagen que deja en los sentidos, hace venir al pensamiento otra cosa diferente”. El oscuro significado etimológico literal de “símbolo”, puede ser tan evocador como pudiéramos –o incluso deseáramos– llegar a relacionar y proyectar. Siguiendo a Hans Georg Gadamer18, desde su sentido etimológico se traduciría aproximadamente como “lo que es conjuntamente arrojado”, syn-ballein (del griego syn, “junto” o “con”, y ballein, esto es, “arrojar”). Aunque probablemente casual, su relación etimológica con otro significado del pensamiento occidental no deja de ser bastante llamativa; sobre todo por las asociaciones y “resonancias” tan propias de este otro término. Asociaciones que en el pensamiento euro-occidental han sugerido, entre otras cosas: rebelión, exilio, ruptura, conflicto, condena... ¿De qué otro término, casualmente similar en su etimología, estamos hablando? Del griego dia, “a través de”, y ballein o ballo, “lanzar” o “arrojar”, es decir, “arrojado a través” (diabolo, diablo). ¿Supuso el advenimiento del símbolo, dentro de la historia evolutiva humana, alguna suerte de “rebelión del pensamiento” ante los límites, digamos, objetivos de lo real?; ¿supuso el “exilio” o mejor dicho auto-exilio representacional de la mente “fuera” del reino de la naturaleza y sus posibilidades hasta entonces existentes?; ¿la ruptura trascendental del pensamiento simbólico con la esfera fenoménica del aquí y el ahora?; ¿el conflicto perenne y virtualmente insalvable entre la realidad y su representación?; ¿la “condena” humana a la significación indefectible del mundo vivido material e intelectualmente? (cfr. Flores 2002b; 2003).

Concepción amplia versus concepción reducida del Trabajo a partir de los ámbitos de la acción humana y sus criterios de validación (adaptación basada en Habermas 1981, y Noguera 2002). 18

La Actualidad de lo Bello. Paidós 1988.

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5. De Homo a sapiens: consideraciones sobre evolución humana

El trabajo es la fuente de toda riqueza… Lo es, en efecto, a la par con la naturaleza, que le provee de los materiales que él convierte en riqueza. Pero el trabajo es muchísimo más que eso. Es la condición básica y fundamental de toda la vida humana. Y lo es en tal grado que, hasta cierto punto, debemos decir que el trabajo ha creado al propio hombre. Friedrich Engels El Papel del Trabajo en la transformación del Mono en Hombre

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1. Cultura y Praxis

U

n plano fundamental de análisis que permite comprender la unidad creativa e indisoluble entre trabajar y aprender-conocer es una óptica o perspectiva histórica, más concretamente, la visión evolutiva de este nexo. De ahí la relevancia de que el vínculo del trabajo y las esferas de la cognición no sólo en su profundidad teórica sino en su potencial metodológico y práctico, deba re-ponderarse como una “…forma viva y espontánea de la relación teoría– práctica en las condiciones históricas originarias de sobrevivencia del hombre y su medio ambiente.” (Duch-Gary op. cit. p. 128). Al respecto, el orden de razonamiento que interesa aquí destacar sería como sigue: hoy más que nunca, la ciencia que explica nuestros orígenes evolutivos (llamada paleoantropología1) se halla en posibilidad de sostener, como una de sus mayores evidencias, y más exactamente certidumbres, que nuestra singularidad como especie tiene, a su vez, una evolución singular. Evolución cuyas causas o fuerzas primordiales se han nutrido “auto-catalíticamente”, o sea, de sus propios productos; puesto en otros términos: en nuestro ascenso evolutivo, los productos han retro-alimentado sus propias causas. En efecto, la especie que, en el sentido más radical, no sólo ha podido generarse, sino, incluso, ha podido crear también condiciones potenciales de su propia extinción2. Como el resto de las especies vivientes o extintas, somos resultado de las determinaciones ambientales más básicas, desde causas necesarias hasta casualidades indeterminadas, sí, climáticas, geológicas, ecosistémicas. Nadie mejor que el antropólogo y filósofo Francés Edgar Morin, ha sabido captar esta zaga evolutiva del Homo sapiens “…un juego de interferencias que presupone la existencia de acontecimientos, eliminaciones, selecciones, integraciones, migraciones, fracasos, éxitos, desastres, innovaciones, desorganizaciones, reorganizaciones.” (1974, p. 67).

1 La Paleoantropología es la ciencia de los orígenes y evolución de la especie humana, sus determinaciones, sus ámbitos geo-ecológicos, sus temporalidades, ritmos y “rutas” evolutivas (filogenias). Constituye un campo de unificación disciplinaria entre estudios de la paleontología humana, tradicionalmente biológicos, por un lado, y los representados por la arqueología prehistórica, más bien pertenecientes al campo de las ciencias sociales o humanas, por otra parte (Flores 2005). Como bien señala la antropóloga Martha M. Lahr (2001, pp. 107-108), la intersección entre ciencias naturales y ciencias sociales que la paleoantropología constituye, involucra, como era de suponer, estudios que van desde la anatomía, hasta los de las sociedades del pasado; desde la ecología, hasta las tecnologías de la prehistoria; desde etología (estudio del comportamiento animal), a los estudios en biología molecular, por sólo mencionar algunos. 2 Asestando un duro golpe a esa verdadera arrogancia cósmica que es la del ser humano, el ilustre paleoantropólogo africano Richard E. Leakey en La Sexta Extinción. El futuro de la Vida y de la Humanidad, armoniza su preocupación con la del filósofo contemporáneo Karl R. Popper, y ello desde visiones profundamente antropológicas como las siguientes: “…la razón y el conocimiento que aparecieron durante nuestra historia evolutiva dotó a nuestra especie de una flexibilidad de comportamiento

Consideraciones sobre evolución humana

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Más que ninguna otra forma viviente, sin embargo, somos producto evolutivo de nuestras propias prácticas vitales en la naturaleza, esto es, de la manera en que nuestro linaje homínido3 ha venido ganándose la vida en la naturaleza desde hace unos cuatro millones de años; creando el nicho ecológico más expansivo, complejo y multideterminado del universo biológico hasta ahora conocido. Ese nicho lo han llamado los antropólogos, “cultura”:

[...] no existe una naturaleza humana independiente de la cultura [...] al someterse al gobierno de programas simbólicamente mediados el hombre determinó sin darse cuenta de ello los estadios culminantes de su propio destino biológico. Literalmente, de manera absolutamente inadvertida, el hombre se creó a sí mismo [...] somos animales incompletos que nos completamos por obra de la cultura [...] la cultura más que agregarse a un animal terminado, fue un elemento constitutivo y un elemento central en la producción de ese animal mismo (Geertz, 1991: 54-55; las cursivas son nuestras).

Somos, así, resultado de nuestra propias capacidades de acción sobre la naturaleza y, a partir de ello, sobre nuestra propias posibilidades de existencia; esa capacidad la han llamado los historiadores, filósofos y teóricos sociales “praxis”:

Se actúa conociendo, de la misma manera que se conoce actuando. El conocimiento humano en su conjunto se integra en la doble e infinita tarea del hombre de transformar la naturaleza exterior, y su propia naturaleza [...] la modificación práctica del objeto no humano se traduce, a su vez, en una trasformación de hombre como ser social (Sánchez Vázquez, 1967, véanse pp. 158 y 164).

Ahora bien, dando por bueno aquel principio que sostiene que la mejor manera de entender algo es averiguando cómo se originó, entonces, la “referencia a la problemática fundamental que constituye el hombre” (tomando palabras de Gilbert Durand, filósofo contemporánteo), supone una referencia a nuestros orígenes; a nuestros orígenes evolutivos.

que nos permite multiplicarnos y crecer con entera libertad prácticamente en todos los ambientes de la Tierra. La evolución de la inteligencia humana, por tanto, dilató el potencial de expansión y el crecimiento poblacionales […] succionamos nuestro sostén y nuestro mantenimiento del resto de la naturaleza de un modo sin parangón en la historia del mundo […] Somos como ha dicho Edward Wilson, ‘una anormalidad ambiental’. Las anormalidades no duran eternamente; al final desaparecen…” (Leakey, 1997, 251). Paralelamente nos recomienda Popper: “…podemos descartar una teoría defectuosa antes de que la adopción de esa teoría nos haga ineptos para sobrevivir: al criticar nuestras teorías, podemos hacer que ellas mueran, en vez de que nosotros muramos. Esto claro, reviste muchísima importancia” (citado en Flores 2003, p. 123). 3 Como hemos ya anticipado, se entiende por familia de los homínidos (Hominidae, en términos taxonómicos estrictos) a aquellos primates que incluyen a la especie humana así como a sus ancestros directos o colaterales; más precisamente, a partir del momento evolutivo de la adquisición de la marcha bípeda hace unos 4.2 millones de años, pues la especie de homínido más antigua reconocida hasta hoy, es el Australopithecus anamnesis, como podremos ver abajo. Ese rasgo adaptativo (el de caminar en dos patas) es el que, en definitiva, nos separaría de nuestros parientes biológicos más cercanos (como el gorila, el chimpancé o los grandes simios asiáticos o sea el orangután y el gibón), tal como veremos. Todas las especies humanas habidas (definitivamente más de una como veremos) han sido homínidos; no todo homínido, sin embargo, es humano.

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Significará, lo anterior, pensar al trabajo humano como cultura y como praxis; por ende, que el trabajo no es propiamente humano si no es generador de conocimiento. Justo desde la antropología, implicará situar estos fenómenos, y el del aprendizaje, que propiamente los une, en el corazón mismo de la naturaleza humana… la de la especie Homo sapiens, en su unidad, diversidad, naturaleza y evolución.

Si el trabajo es producto humano (incluso pre-humano), ¿es nuestra especie producto del trabajo? La respuesta afirmativa proviene de la antropología. La organización social del trabajo, fenómeno ya anterior al nacimiento de nuestra propia especie, implica comunicación, símbolos, aprendizaje transgeneracional y conocimiento socialmente significativo. (Grupo de neandertales involucrados en un proceso de trabajo-aprendizaje; escena plasmada por la obra artístico-científica del pintor checo Zdenek Burian).

2. Homo sapiens: sobre su naturaleza y origen evolutivo

Nuestro planeta no sólo es el único mundo conocido que posee la cúspide de la complejidad de lo existente, o sea, la vida; también la posee de forma realmente exorbitante. A pesar del impacto humano sobre el planeta, y de cierto proceso natural e inseparable a la evolución llamado extinción, las cifras de la biodiversidad (la multiplicidad de tipos de seres vivos) son datos que producen vértigo. Según las estimaciones más recientes de la rama de la biología dedicada a la clasificación de los seres vivos, la llamada taxonomía, se calcula que podrían existir hasta 30 millones de especies en la Tierra, entre bacterias, hongos, plantas y animales (Burnie 2004). A fin de situarnos dentro de ese fastuoso orden universal de los

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seres vivos, resultaría interesante recurrir brevemente a la “frialdad analítica” (no de la filosofía, la psicología o de la antropología) sino a la de la zoología. Con honda conciencia, el antropólogo y ambientalista Richard E. Leakey decía que, a fin de conocernos a nosotros mismos como especie viviente (como qué si no…), y comprender así nuestro justo lugar en el sistema universal de los seres, debemos distanciarnos –tanto como en espacio como en tiempo– de nuestra propia experiencia, de una inmediatez ingenua y elemental: “No es fácil [decía] pero es esencial si de veras queremos ver una realidad más amplia” (1997, p. 16). Como hemos visto, ya desde el siglo XVIII, los seres humanos ocupamos formalmente un lugar dentro del “catálogo” de la biodiversidad planetaria. Conservamos, desde entonces, el nombre científico oficial con el que ingresamos: Homo sapiens sapiens. El nombre nos fue dado por el naturalista sueco Karl von Linné. A menudo, y quepa la siguiente aclaración, suele denunciarse que la duplicación del “apellido” sapiens (es decir, el nombre de la especie dentro del género Homo), pareciera un gesto muy poco modesto: “dos veces sabio”. Con todo, la intención verdadera dista mucho de un énfasis aparentemente tan arrogante. Al duplicar el nombre de la especie, la ciencia (la forma de saber más prestigiada que a la fecha poseemos) renuncia a asignar una sospechosa subclasificación dentro de las especies, y tal subclasificación sólo puede ser la de raza. El propósito debe quedar claro: para el conocimiento científico, “raza” ha acabado por reducirse a un falso concepto pues, sencillamente, resulta insuficiente para comprender la extraordinaria (e innegable) variabilidad biológica y cultural de los pueblos de la Tierra. La unidad y diversidad humana no podría, definitivamente, ser comprendida con seriedad mediante una noción tan ambigua y defectuosa (incluso, históricamente tan lamentable). Así, sin embargo, tan natural es designar razas al interior de especie de felinos, p. ej., Panthera leo bleyenberghi (el típico león africano, un poco diferente del asiático), como chocante sería hoy para la ciencia hablar de algo tan improcedente como un Homo sapiens caucasicus o un Homo sapiens africanus. La invaluable variabilidad biológica y cultural humana no da origen a “razas”; todos somos doblemente sapiens. Ello no enfatiza nuestra “doble sabiduría”, sí empero, nuestra unidad indivisible. Por otra parte, sin embargo, si la evolución nos ha enseñado algo, decía Robert Proctor –historiador y crítico de la ciencia–, es que no existe algo así como una esencia humana. Digamos, una misteriosa forma fija y final de eso que sentimos y creemos ser y que alcanzamos, en la historia del universo, de una vez y para siempre y clausurando con ello “la máquina de la evolución”, potencia cósmica al servicio de nuestra realización. No obstante, particularmente en la ciencia de nuestros orígenes, la paleoantropología, sigue siendo frecuente la existencia de presupuestos implícitos o silenciosas asunciones acerca de “arribos”, “liberaciones” o “realizaciones” relacionados a tal supuesta esencia consumada de lo humano (2003, p. 220-226). Por lo mismo, según Proctor, nunca estarán demasiado

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lejos ciertos “mitos creacionistas de antiguos monoteísmos”4 como misterioso origen de una suerte de santificación de la “puesta en marcha” de realidades que supuestamente culminarían en formas o estados del presente: nosotros. La variabilidad humana es realmente asombrosa, pero, más aún, lo es su unidad fundamental, realidad estimulante de nuestras mejores explicaciones disponibles así como de nuestras convicciones de acción sobre nosotros mismos. El famoso antropólogo de la Universidad de Harvard, William W. Howells reconocía que, aunque la variabilidad planetaria del Homo sapiens es una clara evidencia del poder evolutivo de la diversificación de las poblaciones, sin embargo, realmente no es mucho lo que se sabe sobre las causas de la variabilidad de los “tipos” humanos (para no hablar ya de “razas”). Efectivamente, si bien las poblaciones sapiens en diferentes partes del mundo se han ajustado a múltiples ambientes físicos o ecosistemas (desde la pigmentación dérmica hasta la capacidad pulmonar a grandes altitudes o, incluso, mutaciones en la hemoglobina, la molécula de la sangre), sorprende constatar –nos dice Howells– que todavía es poco entendido el significado adaptativo de la mayor parte de las diferencias físicas entre los pueblos de la Tierra (1992). Lo anterior es muy importante porque, aunque cuesta mucho a la ciencia explicar el principio de la diversificación humana, no obstante, es clara y universalmente reconocido aquello que nos unifica; constatación para la cual las ciencias involucradas en el estudio de nuestros orígenes, poseen abundantes y contundentes demostraciones: las diferencias físicas y culturales del Homo sapiens son exuberantes, no obstante, mayor poder expresivo –para la ciencia y la conciencia universal– posee su esencia cohesiva y unificante; nunca se insistirá demasiado: todos somos sapiens. Extendiendo hacia nuestros fines el sentido de la tesis sobre la “unidad material interna de la realidad” (desde el átomo hasta el cerebro5), consideramos que una de las mejores evidencias del avance de la ciencia antropológica, es que, cuantos más nuevos aspectos, facetas o dimensiones de la realidad humana acomete y busca comprender (fenómenos como el trabajo, las diferenciaciones genéricas entre los sexos, el juego, la vida religiosa, el poder sociopolítico, la locura, Quepa la siguiente digresión. En 1950 el papa Pío XII en su encíclica Humani Generis (el Género Humano) reconoció que la evolución biológica es compatible con la fe cristiana. En 1981 Juan Pablo II pronunció un discurso a la Academia Pontificia de Ciencias donde claramente se manifestaba contra el fundamentalismo de quienes hacen del Génesis una descripción estrictamente literal: “Las Sagradas Escrituras –expresaba– desean simplemente declarar que el mundo fue creado por Dios, y con el fin de ensañar esta verdad se expresan en términos de la cosmología conocida en tiempos del escritor sagrado […] Cualquier otra enseñanza sobre el origen y composición del universo es ajena a las intenciones de la Biblia, que no pretende enseñar cómo se formó el firmamento, sino cómo llegar al cielo” (citado en Cela Conde y Ayala 2001, p. 36). 5 Sostenía al respecto el filósofo checo Karel Kosik: “La existencia de analogías estructurales [decía en el clásico Dialéctica de lo Concreto] entre los más diversos campos –que, por otra parte, son absolutamente distintos– se basa en el hecho de que todas las regiones de la realidad objetiva son sistemas, es decir, complejos de elementos que se influyen mutuamente” (1967, p. 58) 4

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el pensamiento mitológico, el erotismo, la conciencia, el dolor, la violencia, el arte y un largo etcétera), tanto más penetrante se evidencia la unidad sustantiva y evolutiva de la especie humana. Nos referimos al hecho de que un conocimiento más profundo de esta unidad, resulta paralelo a la profundización de nuestro entendimiento del carácter específico de los distintos sectores y planos de la vida humana; esa capacidad para inventar diferencias que, paradójicamente, expanden los alcances de la unidad esencial de lo humano. Ello implica una naturaleza, y, necesariamente, un origen que la explique, pero, si tal nos exige algo así como una “definición”, estaremos ante la más problemática de todas. Con agudeza –y algo de acidez– el paleoantropólogo del Museo Americano de Historia Natural, Ian Tattersall decía que, “Humanidad” es a los humanos (incluidos los antropólogos) como la pornografía es a sus persecutores: saben plenamente cuando la están viendo, incluso, si no están en la posibilidad de definirla. Según la Encyclopedia of Human Evolution and Prehistory la especie Homo sapiens –crecientemente desde su aparición y hasta el presente– ha sido una especie con variabilidad biológica entre sus poblaciones; se dice que es “politípica”. Según el importante paleoantropólogo inglés Christopher Stringer, en la misma enciclopedia, los rasgos distintivos de nuestra especie (como pudieran caracterizarse, por su parte, los propios de una ballena gris, una orquídea o una araucaria), y que son comunes a todas las poblaciones que forman y han formado la humanidad, son algunos como las siguientes (pp. 267-274):

Tenemos la mayor gracilidad (delgadez) de esqueleto de todos los miembros del linaje de los homínidos. Ello se ha interpretado como indicador de que los sofisticados comportamientos adaptativos de la especie (los más, por sobre cualquier otra especie habida), han determinado en nuestra evolución el máximo énfasis sobre la economía de esfuerzo físico y la máxima presión selectiva sobre otro tipo de fuerza. La fuerza que posibilita el cerebro más grande y complejo de toda la biodiversidad e inseparable al desarrollo del más sofisticado “órgano” adaptativo de toda la naturaleza, órgano creado por la propia especie: la cultura (léase trabajo, praxis), es decir: “…la acumulación global de conocimientos y de invenciones derivados de la suma de las contribuciones individuales transmitidas de generación en generación y difundidas en nuestro grupo social, que influye y cambia constantemente nuestra vida”, sostiene el célebre genetista y antropólogo italiano Luigi L. Cavalli-Sforza (2007, p. 9). Cerebro y cultura: órganos que han co-evolucionado (Durham 1991; Terrazas 2001); que se determinan mutuamente en su naturaleza y potenciales más esenciales. Con frecuencia se enfatiza la autoría del cerebro sapiens sobre la obra cultural, sin embargo, el sentido inverso es igualmente decisivo pues, en sentido literal: “…la cultura actúa moldeando la conformación de las redes neuronales del cerebro y con ello la forma en que comprendemos y actuamos sobre el mundo” (Malagón op. cit. p. 135).

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Nuestra especie posee, característicamente, un cerebro de gran tamaño, tanto en sentido absoluto como en relación al tamaño promedio del cuerpo humano. En sentido absoluto, sólo elefantes y ballenas poseen cerebros mayores; en sentido relativo, otra especie de primate (el mono ardilla de las selvas sudamericanas) es el poseedor del cerebro más grande, o sea, con respecto al tamaño de su cuerpo. Existió otra especie humana, ahora extinta, que poseyó un volumen de cerebro absoluta y relativamente comparable al nuestro: el Homo neanderthalensis, homínido surgido en el continente euroasiático (no los hubo nunca en África) hace unos 150 mil años y virtualmente extinto hacia 30 mil (véase recuadro Los Neandertales: otra forma de Humanidad). En nosotros, como en esta especie hermana, quizá la más popular en la divulgación no especializada, el volumen cerebral promedio se ha calculado en 1300 mililitros (lo que puede variar en función del tamaño del cuerpo del individuo). Aunque machos respecto de hembras de la misma población tienden a tener cerebros más grandes, no hay que malinterpretar los alcances del mero tamaño: Anatole France, premio Nobel de literatura, apenas excedía los 1000 mililitros de cerebro, y la prodigiosa creatividad de Mozart necesitó de menos de 1100 aproximadamente. Si bien cráneos sapiens y neandertales son prácticamente idénticos en volumen, sin embargo, no lo son en su forma. La nuestra es sumamente característica: un cráneo poco alargado (en sentido antero-posterior); nuestra redondez y elevación es la más marcada de todas las otras especies homínidas, con la frente más vertical y de prominentes proyecciones frontales. Visto desde atrás o de frente el cráneo sapiens, presenta una forma única: paredes laterales (los huesos llamados parietales) en forma de domo, bien redondeadas o de una homogénea curvatura. Nuestro occipital (la nuca) siempre carece de un típico reborde horizontal de hueso presente en los neandertales acompañado, en éstos últimos, de una fosa llamada “suprainiaca”. Las paredes óseas de nuestro cráneo son también de las más delgadas de todo el linaje evolutivo de los homínidos. A diferencia de nuestro enorme neurocráneo (el que alberga el encéfalo), tenemos el cráneo facial más pequeño, vertical y casi carente de rebordes de hueso sobre las órbitas de los ojos (arcos “superciliares”). Por ser la especie animal que mayormente retiene rasgos infantiles durante la vida adulta (tanto físicos como conductuales, aspecto que es llamado “paidomorfismo”), nuestro cráneo resulta ser el más bulboso y nuestra cara la más pequeña, proporcionalmente, en relación a cualquier otra especie. Valga comentar que todas estas características tan distintivas de la morfología sapiens, son más enfáticas, aun, en hembras que en machos. Las características propias del crecimiento y desarrollo de nuestra especie (lo que técnicamente llamamos “ontogenia”) nos hacen el animal con el más prolongado período de dependencia infantil; mayor que la de cualquier primate vivo o extinto. Asimismo, somos el primate más longevo, con el mayor período de vida correspondiente a la etapa post-reproductiva. La importancia sustantiva de am-

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bas características, conjuntamente, radica en las posibilidades que abre para la continuidad intergeneracional del conocimiento y la cultura: entre más tardamos en crecer y entre más vivimos, más cosas aprendemos y mejores capacidades de aprendizaje desarrollamos. Técnicas muy precisas desarrolladas para determinación de la edad de la muerte de homínidos fósiles, apuntan a la evidencia de que los lentos patrones de crecimiento sapiens, aún estaban ausentes en nuestros ancestros más o menos remotos (Tattersall, Delson y Van Couvering 1988). Es justamente el ritmo único de la ontogenia humana lo que permite expandir al máximo los potenciales bio-culturales para aprender, y el enriquecimiento ilimitado de construir conocimientos nuevos y acumulativos; el “efecto trinquete”, en términos del primatólogo y antropólogo Michael Tomasello: Ciertamente, la más notable característica de los procesos de evolución de la cultura humana es la forma en que modificaciones a una determinada invención, artefacto o práctica social realizada originalmente por un individuo o una colectividad determinados, se dispersan al interior de los grupos humanos, y una vez instauradas, sufrirán posteriores modificaciones futuras acumulativas –y sobre éstas a su vez nuevas modificaciones serán hechas (1999, p. 512).

En efecto, ello aplica desde las filigranas simbólicas y profundidades del lenguaje, hasta nuevas formas de estar en el mundo, actitudes y habilidades que nunca dejamos de aprender sea por necesidad, por azar o bien por placer. Aprender es la capacidad sapiens más profundamente arraigada en nuestra específica naturaleza animal y, al mismo, tiempo en nuestra esencia cultural. Evidencia profundamente antropológica. ¿Es posible, sin embargo, precisar el tiempo, espacio y condiciones razonablemente precisas de la aparición de esta especie llamada Homo sapiens sapiens? La respuesta es sí. Los conocimientos generados en más de un siglo de la ciencia de la paleoantropología, son hoy coherentes, amplios, rigurosos y, por ende, suficientemente persuasivos de nuestra inteligencia explicativa y, asimismo, de nuestra posiblemente mayor inquietud: de dónde venimos y, en función de ello, porqué somos como somos. Lo que hoy se sabe y entiende acerca de la antigüedad, la procedencia geográfica, así como los ambientes y condiciones fundamentales de aparición de una especie biológica, de nosotros, no es precisamente poco. Varias coyunturas han hecho girar el caleidoscopio de las ciencias de nuestros orígenes, de modo que sus innumerables y coloridas piezas siguen y seguirán cayendo ante nuestros ojos asombrados: cráneos y otros huesos fosilizados, herramientas prehistóricas, e incluso, áreas de actividad diversa; indicios del paso, de las necesidades e inquietudes vitales de nuestros ancestros (desde huellas fosilizadas hasta trazas de uso de fuego, o las expresiones artísticas y rituales más profundamente humanas). Con todo, fundamentalmente han sido modelos teóricos cada vez más penetrantes, los que han permitido ordenar e iluminar esos descubrimientos. Hoy, las invaluables y crecientes colecciones de fósiles humanos y pre-humanos existen-

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tes en el Museo del Hombre de París, los grandes acervos de Kenia, Sudáfrica, o los provenientes de la sierra Atapuerca al norte de España, por nombrar sólo algunos de los casos más notables, nos confirman algo que bien pudiera resultarnos paradójico: que los mayores avances en la comprensión de nuestros orígenes evolutivos han sido esencialmente logros deductivos, logros de la creatividad y la formalización del razonamiento explicativo; en pocas palabras: de la inteligencia y la inventividad teórica. Bien señalaba el importante arqueólogo norteamericano Lewis Binford “Que el pasado se hace evidente para aquellos que realizan cuidadosas observaciones es un pensamiento consolador, pero desgraciadamente falso” (1991, p. 82). Nunca se insistirá excesivamente en algo: los mejores conocimientos hoy disponibles no sólo sobre nuestros orígenes, sino sobre el mundo en su conjunto, no son, ni por mucho, logros de la sola observación cuidadosa de la naturaleza, sino de la potencia explicativa de la deducción, la generalización y la predicción; del pensar mediante teorías el mundo: “prueba de que nuestra mente [reza la sabiduría de la Grecia clásica] mira más lejos que nuestros ojos” (Flores 2008). Así es, ninguna cantidad o clase de fósiles podrían, por sí mismos, revelarnos tanto como las enormes ideas surgidas, de hecho, antes del hallazgo de cualquier cráneo, esqueleto o herramienta paleolítica. Descubrimientos más o menos fortuitos que sólo comenzaron a significar cosas realmente importantes sobre nosotros mismos, si y sólo si, pudieron ser vistas con ojos teóricos; esto es, mediante revolucionarias ideas que les precedieron. Un ejemplo extremo: llegar a sostener que la selección natural es causa primordial de toda la biodiversidad, es algo que ninguna evidencia empírica per se podría inspirarnos espontáneamente, sino como producto de la capacidad para crear atribuciones explicativas sobre la realidad, en este caso, debida a dos inventividades coincidentes pero independientes: Charles R. Darwin y Alfred R. Wallace. Antes del descubrimiento de cualquier resto paleontológico, asimismo, ya era deducido teóricamente algo tan revelador como vigente (y por supuesto confirmado por el catálogo actual de reliquias paleolíticas): el trabajo, producto humano, hace, de la propia humanidad, su propio producto. Las teorías son pues los ojos de las ciencias. Adecuando aquí una célebre frase de Emmanuel Kant, podremos sostener: percepciones sin conceptos son ciegas; sin embargo, cualquier idea o concepto (por creativos que puedan ser), carente de la evidencia de las percepciones, son teorías vacías. La ciencia de nuestros orígenes posee ambas: un gran sistema teórico aglutinado por el pensamiento evolucionista, y asimismo, un cada vez mayor registro paleontológico y arqueológico. No han sido los fósiles los que, por sí mismos, hayan creado las mejores y más reveladoras ideas sobre nuestra naturaleza evolutiva; han sido, estas ideas, los que han hecho de hallazgos fortuitos evidencias verdaderamente significativas, asimismo, objeto de la propia confirmación teórica.

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Pensemos en la siguiente “progresión” de fenómenos evolutivos, secuencia tan característica de lo que a menudo se ha llamado los senderos de la evolución humana: posición erecta; liberación de las manos de las necesidades de desplazarse; habilidades técnicas (para crear, más que para usar herramientas); consumo creciente de carne y compartición de los alimentos; capacidades comunicativas y cognitivas de mayores alcances y exigencias dentro de la vida social y mental de un cerebro en expansión (tanto craneal como simbólicamente). Esta ruta de fenómenos, causal y ascendente (bien documentada de hecho), como explicación o comprensión auténtica, puede correr el riesgo de quedar reducida a una simple “relatoría” de eventos más o menos espontáneos e inconexos, quizás incluso, dar cierto aire de imaginativas especulaciones. Ruta, en efecto incompleta, si no fuera porque la inteligencia teórica es capaz de expandir e interrelacionar ese universo de causas, de modo tal que podamos llegar a comprender cómo los productos retro-alimentan a sus causas originales y, a través de ello, proyectan al máximo su potencial original. El razonamiento resulta aplicable por igual al lenguaje, a la elaboración de utensilios o a la adaptación cultural materializada en el trabajo vivo; todos, productos, y a la vez motores, de la hominización-humanización. Expresemos esto de otras maneras: cuanto sea que podamos considerar de “especial” al animal humano, igualmente singular deberá ser su evolución específica. Evolución peculiar donde, más que en ningún otro ser biológico (vivo o extinto), los productos, de ese proceso de cambio, han re-potenciado a sus causas; los efectos amplificarían a los procesos que los generaran, o, como ya lo alcanzara a vislumbrar hace siglos el famoso Juan Jacobo Roussseau: el hombre es obra de sí mismo.

Huellas prehumanas de 3 y medio millones de años de antigüedad, halladas en 1978 por la paleoantropóloga Mary Leakey en la localidad de Laetoli, Tanzania, en África oriental. El animal que las produjo (de hecho, fueron dos o posiblemente tres individuos de la especie Australopithecus afarensis) caminaba ya entonces en dos patas, de un modo muy similar –aunque no idéntico– a nuestro tipo humano moderno de bipedestación. Fueron preservadas gracias a la consolidación de las cenizas volcánicas, húmedas en el momento en que fueron improntadas (véase: Leakey, M. D. 1979 “3.6 Million years old Footprints in the Ashes of Time”, en: National Geographic vol. 155, núm. 4).

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De fósiles e ideas: tan reales y contundentes como los miles de restos paleontológicos hasta hoy descubiertos, es el rigor explicativo de las teorías que permiten entenderlos y, así, reconstruirlos desde su anatomía probable hasta sus formas de vida. (Visión interpretativa del Homo erectus asiático, cuyo fémur y fragmentos craneales fueran descubiertos por el médico y anatomista holandés E. Dubois en 1892 en la localidad de Trinil, Java. Pintura de Burian).

Como bien reflexiona el antropólogo John H. Relethford (2000, p. 311), la pregunta ¿cuán antigua es la humanidad? resulta engañosamente sencilla; una interrogante que parecería tan manejable como, simplemente, remitirnos al resto fósil más antiguo conocido. En realidad, no obstante, la verdadera dificultad para responderla se encuentra a otro nivel de complejidad. Depende de un asunto que no ha quedado científicamente saldado a la fecha (ni desde ninguna otra perspectiva); a saber: qué entendemos exactamente por “humanidad”. Sólo entonces, acaso,

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responderíamos en términos científicos cuándo esa condición, esa naturaleza o “esencia”, apareció en la noche de los tiempos. Hoy se sabe, con cabal certidumbre, que hace ya más de cuatro millones de años, en lo que hoy es el África oriental, cierto tipo de primates, habían alcanzado una anatomía y un comportamiento adaptativo que los hacía bastante capaces de caminar en forma muy parecida a como lo hacemos nosotros, esto es, en dos patas. Abrirían, con ello, posibilidades evolutivas inéditas (posibilidades que ninguna inteligencia científica –de haber existido entonces– hubiese sido capaz de predecir en sus inmensas consecuencias evolutivas, mismas que culminarían con el eventual desarrollo de varias humanidades, como nosotros, una de ellas). Esos primates, similares a chimpancés, pero haciendo buena parte de su vida “en dos patas” se denominan “homínidos”. De estas criaturas, una especie queda indisputada con 4.2 m.a. como primer homínido, y ha sido llamada Australopithecus anamensis por sus descubridores6. Poseía ya, la familia Hominidae, y a diferencia de sus primos del África centro-oriental (gorilas y chimpancés), dientes con gruesos esmaltes, caninos notablemente reducidos, y una forma muy peculiar de la arcada de su dentadura superior, esto es, semicircular o más exactamente parabólica. Animales con diferencias sutiles aunque decisivas respecto de los grandes simios africanos, pero ¿eran ya humanos? ¿estamos ante el alba de la humanidad? Ninguna simple respuesta categórica –ni sí, ni no– es del todo satisfactoria, y enfrentará complicadas exigencias argumentativas, ello, sin embargo, es más una virtud que una debilidad en el pensamiento científico de nuestros orígenes: el sentido crítico ante un conocimiento permanentemente abierto a la perfectibilidad. También es sabido, con igual rigor y honestidad intelectual, que hace más de dos millones de años, animales, definitivamente descendientes de los anteriormente referidos, poseían un cerebro con inteligencia adaptativa desconocida hasta entonces en toda la historia de la vida: la inteligencia técnica. En efecto, no sólo usaban herramientas ya disponibles en forma natural (como de hecho hoy lo hacen los chimpancés e incluso otras especies de mamíferos y aves), sino que, incluso, las manipulaban de tal modo que elaboraban formas destinadas a fines muy precisos. Insistimos: no estamos hablando del sólo usar herramientas, sino de elaborarlas, y, así, generar oportunistamente un peculiar nicho ecológico como carroñeros u omnívoros de la sabana africana usando instrumentos líti6 Otras tres especies que han sido defendidas como raíz de todos los homínidos (con mayor o menor polémica sobre su verdadera identidad taxonómica) son el Ardipithecus ramidus; el Orrorin tugenensis, dado a conocer por los paleontólogos Brigitte Senut y Martin Pickford en 2001, un debatido fósil proveniente de la localidad Tugen Hills en Kenia y datado en seis millones de años (Cela Conde & Ayala 2001). Por último, el Sahelanthropus tchadensis descubierto al norte de Chad (región centro norte de África al sur del Sahara) en julio de 2001 por el equipo francés de Michel Brunet: un cráneo datado en siete millones de años. Es conocido también por su sobrenombre en lengua gorán Toumaï, “esperanza de vida” (Coppens & Picq 2004).

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cos7 creados para tales fines (es decir, ni garras, ni dientes ni picos, como hoy lo siguen haciendo leones, hienas o buitres). Las herramientas líticas más antiguas conocidas provienen de sitios del este de África con algo más de dos millones de años (m.a.). En el famoso yacimiento etiope conocido en el medio como la Formación Shungura, cercana al también legendario río Omo, se han hecho dataciones cercanas a los 2.2 m.a., aunque en la región del Hadar, también Etiopía, se han alcanzado fechamientos cercanos a los 2.6 m.a. Otros sitios que disputan antigüedades extremas8 son Senga, en la actual Zaire; Mwimbi en Malawi, así como uno de los mayores santuarios de la ciencia de nuestros orígenes: el borde oriental del Lago Turkana, en Kenia (Gowlett 1992). ¿Es tan antigua la humanidad como las rocas –inequívocamente transformadas en instrumentos– con las que da inicio el Paleolítico? Decía el teórico y filósofo de la cultura Carlos París (1998) que, siempre abierta, inventable y perfectible, la inteligencia técnica humana constituye el mecanismo de adaptación más flexible y activo al medio y de transformación de él; catapultando drásticamente las posibilidades de una inter-determinación esencial en la evolución y la vida del hombre, es decir, las interacciones entre lo innato (natura) y lo adquirido (cultura, en su acepción antropológica más amplia): “La inventividad [sostiene este autor] se yergue como el rasgo más altivamente característico de la técnica humana... radical respuesta creativa con que el ser humano se afirma desde su posición especial” (Ibíd. p.251), esto es, posición especial adquirida en la naturaleza y la evolución de las especies.

Del griego lithos, piedra. (Ver recuadro “El Paleolítico”) Más o menos debatidas vienen siendo sin embargo, reportes de prácticas técnicas tan antiguas como los tres millones de años (o incluso más). Desde los años 70’s J. Chavaillon y H. Merrick, por ejemplo, refieren fragmentos de cuarzo presuntamente trabajados por alguna forma prehumana (posiblemente australopitecos) en el yacimiento de Melka Kunturé, en el bajo curso del río Omo en Etiopía (Chavaillon 1976). Sin embargo, no será sino hasta la aparición del género Homo, no más allá de 2.2 m.a., que la cultura homínida, expresada como creación de una esfera de adaptación artificial, instrumental y técnica, se hará permanente, abundante y diversa, reconoce Yves Coppens; aspectos, en definitiva, que culminarán con nuestra especie, el más radical de los homínidos: “La aceleración de la cultura, hace 100 mil años, habilitó al Homo sapiens para ser libre” (Coppens 1996, p. 111). 7 8

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Definen los biólogos a las especies no sólo por sus características físicas y su repertorio genético pero, asimismo, el comportamiento en los ecosistemas define lo que una especie es, o sea, por lo que ésta hace. Los primeros animales en proyectar de este modo su sobrevivencia (o sea mediante la inteligencia técnica) existían hace ya más de dos millones de años. Somos, sin lugar para ninguna duda, descendientes de ellos y, de hecho, pertenecemos a su mismo grupo taxonómico al interior de la familia de los homínidos: el género Homo. ¿Son éstos los orígenes de la cultura? La mayor parte de los paleoantropólogos coincide afirmativamente, pero, de ser así, ¿son éstos nuestros verdaderos orígenes humanos? Había surgido la “Tecnósfera”, el ámbito o esfera de la adaptación artificial al medio natural; completando y extendiendo, mediante “prótesis”9 culturales, las limitantes naturales de un animal que sólo es viable mediante herramientas social, comunicativa y cognitivamente posibles; nunca insistiremos demasiado en esto último. Hoy, son dos las especies que disputan esta preeminencia: el Homo habiPara un interesante examen de este asunto véase Parente (2007); ahí el autor sostiene sutantivamente: “Los primeros gestos técnicos habrían sido analógicos respecto a gestos biológicos, de allí que los paleontólogos se encuentren con herramientas que raen, golpean o punzan –todas, acciones realizables con prestaciones biológicas propias de la especie” (p. 162).

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lis10 (ver cédula), y, sorpresivamente, el Australopithecus garhi. El ejemplar BOUVP-12/30, de éste último, fue recuperado en Bouri Etiopía en varias campañas entre 1990-99. Se trata de fragmentos craneales, fémur y algunos otros huesos postcraneales (del resto del cuerpo) datados en 2.5 m. a. El cráneo tiene unos 450 mililítros de volumen cerebral. Sus posibles asociaciones de excavación fueron una “sorpresa” (justamente el significado de la palabra garhi en alguna lengua de Etiopía). Hasta el momento de su hallazgo, se atribuía la primera manifestación de culturalidad (léase elaboración de utensilios líticos) al Homo habilis con sus más o menos 2 millones de años. Es decir que lo que haría Homo a un homínido es, ni más ni menos, la cultura en tanto nivel cognitivo de inteligencia técnica para la elaboración de herramientas. Cercanos, y a juzgar de algunos, asociables a los fósiles del garhi, fueron hallados huesos de bóvidos con claras marcas de corte con instrumentos líticos (ver foto en el apartado de Conclusiones). Parecía tratarse de la primera evidencia de que la inteligencia técnica apareció entre los australopitecos, y no en el género Homo, según Berhane Asfaw su descubridor. Hasta donde hoy sabemos, es una de estas dos especies la primera en hacer de la tecnósfera su modus vivendi, universo que, desde entonces (el Paleolítico inferior o, más específicamente, Olduvaiense), y hasta el momento en que usamos este procesador de textos para comunicar gráficamente nuestro pensamiento, “...se sitúa entre el ámbito natural y las necesidades humanas, construyendo un nuevo medio... en que la vida humana se desarrolla” (París op. cit. p. 252). ¿Cuán antigua es la humanidad? Es posible que se antoje resolver el entuerto tratando de vernos tal como somos, física y conductualmente, en alguna manifestación paleontológica (del orden biológico) y/o prehistórica (del orden de lo cultural). Sin embargo, existen evidencias difíciles de interpretar, de que las características físicas de la humanidad aparecieron en otro momento (anterior) respecto de los atributos no físicos de lo humano: una conducta especial basada en símbolos, lenguaje, arte, conciencia trascendente... Aunque ambas facetas de “modernidad” son identificables en el registro prehistórico y paleontológico, no precisamente aparecen de manera simultánea. Comenta el biólogo y antropólogo inglés Steven Churchill que comprender los procesos evolutivos que produjeron los cambios comportamentales de los humanos modernos “...es la más interesante cuestión, y una que requiere una aproximación holística”11. Más aun, el dilema sobre el surgimiento de una humanidad anatómica y conductualmente como nosotros es la cuestión, dentro de la paleoantropología, más importante que cualquier otro en el estudio de la evoPrimer ejemplar descrito en: Leakey, L. S. B., Tobias, P. V. y Napier, J. R. (1964) “A New Species of the genus Homo from Olduvai”, Nature 202. 11 Churchill 1997, p. 217. 10

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lución, como dice el antropólogo Richard Klein, quien se pregunta: “¿Cuándo y dónde apareció inicialmente la anatomía y el síndrome conductual propiamente humano? ¿aparecieron más o menos al mismo tiempo en sus rasgos arqueológicamente visibles12? [...] ¿fueron condiciones medioambientales específicas (ciertas presiones selectivas) las que explicarían su aparición?”13. Los orígenes de los humanos modernos, nos dice Klein, constituye probablemente la cuestión más difícil y demandante entre cualesquiera otros importantes eventos en la evolución, no sólo humana, sino de toda la vida en su conjunto. Resulta evidente que, aplicada a prácticamente cualquier fenómeno, la pregunta “cuándo” (tal o cual cosa apareció por vez primera), tiene un enorme significado para nosotros, incluso, más que una pregunta de mayor dimensión científica: la pregunta “cómo”. En el año de 1997, un equipo multinacional comandado por dos célebres estudiosos de nuestros orígenes, el etíope Berhane Asfaw y el norteamericano Tim White, descubrieron en la localidad de Herto en el curso medio del río Awash en Etiopía (Formación Bouri, en el triángulo de Afar) los máximos trofeos en cuanto a los fósiles con anatomía prácticamente moderna, pero con una antigüedad hasta hoy insuperada: es el grupo de cráneos catalogado como la serie BOU-VP-16 (White et al. 2003). Los fósiles de Herto (dos adultos y un tercer sujeto inmaduro) proveen evidencia crucial sobre la temporalidad, geografía y circunstancias del más remoto amanecer de la especie biológica Homo sapiens. El fechamiento, basado en isótopos radiactivos, arroja una antigüedad de entre 160 y 154 mil años. Son anteriores, incluso, al surgimiento de “otra humanidad”, la más cercana a nosotros jamás habida (pero sin ser “de los nuestros”), es decir, los famosos neandertales de Europa y Asia centro-occidental, quienes surgirían –y desaparecerían– por su propia ruta y destino evolutivos. Los rasgos anatómicos del Homo sapiens idaltu (así han sido bautizados los homínidos de Herto: “ancestro” en lengua gorán), aunque no idénticos a los nuestros, definitivamente son más cercanos a los que escribimos y leemos estas líneas que a la humanidad neandertal. Con todo, su cultura asociada (básicamente tecnocomplejos del llamado Acheulense africano) son, en definitiva, más parecidos al comportamiento cultural de los neandertales que al nuestro (o bien al del llamado “hombre de Cro-Magnon”, prácticamente indistinguible de nosotros tanto en lo anatómico como en lo comportamental). En efecto, a juzgar por las evidencias arqueológicas de los humanos de Herto, como su tecnología u otros comportamientos inferibles (y de algunos otros pueKlein se refiere a conductas tan peculiares como esenciales del así llamado Paleolítico superior, tal como hemos de ver con más detalle: el arte, la tendencia inédita a la manufactura de artefactos muy especializados en hueso o concha, la proliferación sin precedentes de formas y funciones en instrumentales líticos, los cada vez más complejos enterramientos basados en ceremonias y rituales, los avances materiales en posiblemente nuevas prácticas de subsistencia, etc. 13 Klein, R. (1989: 410) 12

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blos de rasgos y temporalidades más o menos emparentadas, todas en África, como Klasies River Mouth o Border Cave en Sudáfrica, Omo-Kibish en Etiopía, o Jébel Irhoud en Marruecos14) parece aún lejano el desmesurado y extravagante comportamiento que, fascinantemente, caracteriza a todos los pueblos de la Tierra: inquietudes trascendentes, vida simbólica que ya se deja ver en el arte de las cavernas paleolíticas, especialmente de las regiones francocantrábricas; en los dramáticos entierros de Sungir en Rusia o de Dolni Vestonice en la hoy República Checa; en las hermosas estatuillas femeninas de la llamada tradición Gravetiense como las “venus” Lespugue o Laussel en Francia o de Willendorf en Austria. Perplejo ante la creatividad artística, ritual, simbólica y social de las pinturas prehistóricas de Combarelles en Les Eyzies, Francia, hace unos trece mil años, en el período llamado Magdaleniense, Ian Tattersall escribe en su clásico Becomig Human: Caballos, mamuts, renos, bisontes, cabras montesas, leones y un sinfín de otros mamíferos cuyas imágenes caen como una cascada por las paredes de la cueva, cubriendo una distancia de casi cien metros, más de trescientas descripciones en total [...] ¿Por qué? ¿...a lo largo de un pasaje constreñido, asfixiante, oscuro, incómodo y posiblemente peligroso que muere en la profundidad de la roca y apenas deja espacio para volverse? ¿Por qué crear un arte que podía volver a visitarse sólo con las mayores dificultades? [...] Los seres humanos somos en verdad animales misteriosos. Estamos vinculados al mundo viviente, pero nos distinguen radicalmente nuestras capacidades cognitivas, y buena parte de nuestro comportamiento está condicionado por inquietudes abstractas y simbólicas (2008, pp. 13-16).

El arqueólogo William Noble y el psicólogo evolutivo Iain Davidson, por su parte, sostienen un “salto cuántico” en la evolución de la inteligencia humana. Una verdadera revolución cognitiva, simbólica y comunicativa (lingüística) como inseparable y exclusiva de la aparición de los humanos conductual y cognitivamente modernos, es decir, alrededor de los 60 mil años (no antes sin embargo); momento que ellos vinculan con la primera colonización humana de Australia desde el continente asiático: un logro náutico sencillamente impensable sin elevadas capacidades organizativas, comunicativas y de abstracción. En una afirmación no poco controversial sostienen: “Nuestro criterio respecto de una comunicación basada en sistemas simbólicos considera una cuestión de ‘todo-o-nada’; encontramos difíciles de aceptar nociones tales como la de ‘protolenguaje’. Ideas así se han usado como parte de una visión gradualista en el desarrollo del uso de símbolos. No creemos que tal visión sea correcta” (1996, p. 8).

14

Para una interesante revisión crítica y aún vigente véase Vandermeersch 1996.

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Especímenes fósiles correspondientes a humanos anatómicamente modernos de mayor antigüedad conocida (Tomado de Trinkaus, E. 2005, p. 209).

*

*Entre las más desarrolladas se encuentran las que se basan en la transmutación radiactiva constante de ciertos isótopos (“relojes atómicos”). Esencialmente son cálculos de las proporciones relativas entre, p. ej., el carbono 14 (radiactivo) y el carbono 12 (estable). El tiempo transcurrido para la reducción de la forma radiactiva a la mitad de su cantidad original, es un intervalo bien conocido para diferentes átomos, llamado vida media (el mismo para la reducción a la cuarta parte de la cantidad original, y así sucesivamente). Este tiempo es muy variable entre diferentes isótopos (variantes por número de neutrones de un mismo átomo): de 5,730 años en el C14 o radiocarbono, a millones de años como la técnica basada en la transmutación del potasio 40 en argón 40, las series de uranio o las del argón radiactivo al estable. Otras técnicas con alcances de fechamiento intermedio son la “luminiscencia ópticamente estimulada” (OSL, por sus siglas en inglés), la termoluminiscencia (TL), la resonancia del espín de electrones (ESR), o la aceleración de espectrometría de masas (AMS) aplicado al carbono 14 para extender su alcance de datación a más de 50 mil años (Cabrera V. 1997, pp. 113-138). ** circa (locución latina estandarizada que se traduce como “en torno a”).

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La aparición de un comportamiento guiado por símbolos, esencialmente lingüísticos, viene siendo distintivo de lo humano de acuerdo con el influyente pensamiento de la antropología clásica, especialmente en autores como Leslie White15. Según la paleoantropóloga Alison Brooks, la “esencia” de la distinción entre comportamiento humano moderno, propiamente, y cualesquiera de sus precedentes evolutivos, es la facultad que los humanos modernos poseen para habitar dentro de un mundo cognitiva y no sólo naturalmente estructurado (1996, p. 160). Sigue siendo problemático dentro del estudio de nuestra evolución, que estas manifestaciones tan profundamente humanas no aparezcan precisamente simultáneas (ni en cualidad ni en cantidad) con el surgimiento de la anatomía moderna. Según algunos autores16, y por alguna extraña razón, la modernidad anatómica precede (hasta por 100 mil años) a la plena modernidad conductual, conducta que se está produciendo necesariamente “...en la relación de transformación material del medio en el proceso de producción de las condiciones materiales de vida.” (Bate 1978, p. 32. Cursivas añadidas). ¿En qué sentido cabe reconocer que los orígenes de nuestra especie, tal como nos conocemos y reconocemos hoy, sean ubicables en algún tiempo y espacio particulares y definitivamente no en otros? Si decimos que en tal lugar, en tal momento y en tales condiciones de la evolución de los homínidos, el Homo se convirtió en sapiens, ¿habría “algo” que nos permitiría decirlo? Ese dónde, ese cuándo y ese cómo de hecho sintetizan, desde cada tipo de interpretación, identidades, estados, condiciones, facultades diversas (Flores 2008); búsqueda cientí15 White planteaba en el año de 1949: “Cultura es el nombre de un orden distintivo, o una clase de fenómenos, concretamente de aquellas cosas y eventos que dependen del ejercicio de una capacidad mental propia de la especie humana, que hemos designado simbolismo [es decir, la invención y uso de símbolos]. Se trata de un elaborado mecanismo, una organización de las formas y medios empleados por un animal particular, el hombre, en la lucha por la existencia y la supervivencia”. (Citado en Rappaport 1999, p. 31. Cursivas añadidas). Tal es la más importante definición de Cultura que se haya generado, decía el antropólogo norteamericano Roy A. Rappaport, lo cual es mucho decir. De hecho, hay que aclararlo, ese radical reconocimiento concedido a White por Rappaport en la obra póstuma de este último sobre el poder de la religión y el ritual en la creación de lo distintivamente humano, resulta muy significativa para nuestro interés evolutivo por comprender el poder auto-creativo de nuestra especie. Todo indica que, cualesquiera sean los atributos distintivos de la especie, éstos sólo pueden ser producto de la especie misma. 16 Como el propio Ian Tattersall (op. cit.) o los paleoantropólogos ingleses Christopher Stringer y Clive Gamble (1993), entre los más destacados. Una revolución súbita o ruptura de todo o nada, tal como ha intentado demostrarlo en su forma más radical Richard Klein (2001), antropólogo americano para quien la modernidad anatómica y de comportamiento pueden haber aparecido simultáneamente en lo que hoy es aproximadamente el continente europeo, justo durante el llamado Paleolítico superior (hacia los 45 mil a. p.). No obstante, por lo que toca a Cercano Oriente y África, evidencia arqueológica de peso indicaría que la anatomía propiamente humana es anterior por mucho, a un comportamiento de tipo moderno; una brecha de tiempo no sólo problemáticamente amplia, sino difícilmente comprensible: ¿primero adquirimos la anatomía moderna, y sólo más tarde –mucho más tarde– la mente moderna? ¿cognitiva, mentalmente no fueron plenamente humanos los primeros homínidos, no obstante, tan parecidos físicamente a usted o a nosotros?

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fica de algo que conduciría a la presencia de la especie humana como quiera que se la pueda dimensionar: ¿bipedalismo y aumento del cerebro? ¿cultura, trabajo y elaboración de herramientas? ¿lenguaje y vida simbólica? No hay razón para esperar respuestas ni sencillas ni definitivas.

Útiles representativos del Paleolítico inferior (en torno a los dos millones de años): 1. Canto trabajado por un solo lado o unifacialmente (Choppers); 2. Talla por ambos lados o bifacial (Chopping Tools). Esta tecnología da inicio con el Homo habilis y posiblemente con el género Australopithecus. Su uso se extendió, sin embargo, aun después de la extinción de estas formas homínidas a través de especies como, por ejemplo, el Homo erectus.

A mediados de los años 90’s, el paleoantropólogo francés Yves Coppens desarrolló una coherente y original hipótesis para explicar el surgimiento de los primeros simios bípedos; ancestros de prácticamente todos los homínidos posteriores,

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incluida nuestra especie (como sabemos el Homo sapiens es el único homínido viviente). Esta característica –la postura y desplazamiento habitual en dos patas– es, en definitiva, el rasgo anatómico, funcional y adaptativo que más claramente diferencia a los homínidos entre los primates. La hipótesis, popularizada como East Side Story (“Historia del Lado Este”) relaciona la aparición de los primeros homínidos, específicamente en el lado oriental o el este de África, con los efectos de un fenómeno geológico, climático y ecológico de grandes magnitudes: la formación del llamado Valle del Rift, una gran falla en la corteza terrestre que se extiende desde la actual Palestina y el Cercano Oriente, al norte, hasta Mozambique al sur. El territorio de los actuales países de Etiopía, Kenia, Tanzania y Malawi se halla “fracturado” por esta gigantesca hendidura tectónica, claramente visible en fotos satelitales (un proceso similar, aunque más antiguo, acabó por separar a la isla de Madagascar del Continente Negro). Se trata de un accidente terrestre que daría lugar asimismo a la elevación de una barrera de montañas, mesetas, actividad volcánica y formación de gigantescos lagos. A diferencia del lado occidental u oeste de África, en la misma latitud, y poseedor de una densa e imponente cubierta forestal (existente hasta nuestra época), la historia y destino ecológico de su lado oriental serían por otras vías. Su distinta topografía afectaría, desde hace unos ocho millones de años, época del nacimiento del Rift Valley, los regímenes de lluvias. Los ecosistemas locales se volverían desde entonces más secos, las densas selvas originales (como las de la actual Zaire o Ruanda, a idéntica latitud pero diferente altitud) darían paso a pastizales, sabanas abiertas o incluso a la desertificación (Coppens 1996). Según la biología molecular, el tiempo necesario estimado para acumular las diferencias genéticas que separan a humanos y chimpancés (y que no obstante comparten el 99 por ciento de sus genes17) sería de aproximadamente unos 7.5 m. a., o sea, el posible momento del gran split, o bifurcación, de dos familias taxonómicas de primates: Panidae (de la que hoy existen tres especies) y Hominidae (con sólo una sobreviviente, nosotros). Los primeros primates bípedos (con Ya en 1975 la prestigiada revista científica Science publicaba un artículo de Allan Wilson y M. C. King que presentaba este dato perturbador basado en los “relojes moleculares”. Su principio está basado en que las diferencias a nivel molecular (como el del sistema inmunitario, p. ej.) y que podemos constatar en especies vivas emparentadas (digamos entre leones y tigres o entre chimpancés y humanos, más alejados entre sí estos últimos que los primeros), son distancias que resultan de la acumulación a tasas constantes de mutaciones (al azar) a lo largo de tiempos evolutivos determinables (Scheinsohn 2001). Las semejanzas, paralelismos y homologías entre las especies no son casualidad: son el resultado de ascendencias compartidas más o menos lejanas en el tiempo (una evidencia del pensamiento darwiniano). La naturalidad con que nos explicamos nuestras grandes similitudes con los familiares más cercanos (digamos con nuestros hermanos) resulta tan elemental como reveladora. Rasgos, complexión e incluso actitudes son estrechamente compartidos con nuestro hermanos carnales por una sencillísima y poderosa razón: tenemos los mismos padres; simplemente no aceptaríamos que ello pudiera ser casual, es, simplemente, un imperativo racional. Así, las similitudes serán proporcionales a la distancia de los antepasados que compartimos. Con mis primos hermanos

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candidatos entre los siete y cinco millones de años como el Sahelanthropus tchadensis, el Orrorin tugenensis o el género Ardipithecus) no serían la única especie de mamíferos aparecidos en estrecha dependencia del nacimiento del Rift: área característica por su fauna endémica. Otro soporte de evidencia para la hipótesis de Coppens es que nunca ha habido evidencia fósil de homínidos tempranos del lado Oeste de esta gran falla geológica, como tampoco, restos de simios en el lado este (Ibíd.). A la hipótesis de Yves Coppens se ha opuesto una interesante evidencia. En 1996 Michel Brunet, jefe de la expedición francesa-chadiana descubridora del Sahelanthropus, dio a conocer una nueva especie a partir de un maxilar superior de tres y medio millones de años: el Australopithecus bahrelghazali. Hallado en Chad, a 2.500 kilómetros al noroeste del valle del Rift, ha hecho pensar en la exitosa expansión y adaptación de los australopitecos mucho más allá de su zona de origen en el África centrooriental, esto es, hacia puntos sumamente distantes no sólo en distancia neta, sino en características ecológicas. Con excepción de esta especie, todas las variedades autralopitecinas han sido halladas en África oriental y en Sudáfrica, siendo quizás la más emblemática la correspondiente al cráneo infantil de Taung Botswana, dado a conocer por Raymond Dart en 1924: el Australopithecus africanus. La desertificación de esta región, todo indica, ejercería presiones ambientales (selección natural) que harían del caminar en dos patas una adaptación más viable (cfr. Lahr, M. 2001 pp. 117-119; Isidro, A. 1992 pp. 7-9): • El bipedismo18, es decir la postura y locomoción específicamente homínida, resulta energéticamente más eficiente que andar como los chimpancés o gorilas, sobre todo, tratándose de largas distancias. Ofrece una mayor resistencia en los grandes espacios abiertos por las sabanas del Rift. • Reduce, favorablemente, la superficie del cuerpo expuesta al sol; aspecto muy benéfico para la termorregulación de estas áreas despobladas de árboles, con elevadas temperaturas y radiación solar. • Asimismo, andar en dos patas eleva el campo visual en los altos pastos de la sabana; aspecto crucial para la detección de los numerosos depredadores en estos ecosistemas (leones, hienas, leopardos, perros de las praderas, etc.).

la similitud disminuye (es obvio: nuestros antepasados comunes ya no están a una sola generación de distancia). Qué hay de un parentesco menos evidente, aunque existente, con la población biológica de la que formamos parte: a pesar de la enorme variabilidad, los mexicanos somos más parecidos entre nosotros que respecto de turcos, zulúes, japoneses o vascos. Nuevamente lo explica una ancestría, en este caso histórica, común a la población mexicana; ello tampoco puede ser casual. Pero forcemos al máximo este razonamiento: ¿puede ser casual nuestra semejanza innegable con los chimpancés?, ¿esa sí? La respuesta nos exige el mismo imperativo racional: no. 18 A la postura erecta se le puede llamar, aunque de forma menos frecuente bipodalidad; el bipedismo, bipedestación o bipedalismo sería el mecanismo de locomoción derivado de esta postura (Isidro, A. Ibíd.).

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Como bien sostiene la paleoantropóloga argentina Martha M. Lahr: cualquier “novedad evolutiva” (el bipedalismo, como caso ejemplar), depende de un equilibrio entre costos y beneficios, “…y ciertamente todos estos factores deben haber actuado para favorecer a aquellos individuos que se aproximaban… a una forma de locomoción diferente” (Ibíd. p. 119). El surgimiento de los primeros homínidos inauguraría nuevas posibilidades, una de ellas, sería, la humanidad misma. Nunca se insistirá demasiado en lo siguiente: no comenzamos nuestra larga carrera evolutiva a partir de grandes cerebros, o de notables habilidades técnicas ni mucho menos, nuestros primeros ancestros bípedos (seguro que no muy diferentes a chimpancés), son el arranque mismo de una dinámica evolutiva sin precedentes: una sinergia de causas, factores y determinaciones.

Liberadas las manos, la “guillotina darwiniana” (una selección natural negativa), activada por los ecosistemas surgidos en el Rift, comenzará a operar sobre nuevas desventajas, esto es, eliminará a aquellos individuos con poco potencial para un nuevo y prometedor uso de las manos (ahora, libres de caminar): el aprovechamiento oportunista del nicho que representan los desechos de la sabana, la carroña. Pero las carcasas de animales muertos, parcialmente devorados y abandonados por predadores más poderosos (biológica no culturalmente) como grandes felinos, cánidos o hienas, sólo resultan explotables con el poder vital de la inteligencia técnica, ya entonces, conocimiento y trabajo colectivamente organizados y simbólicamente comunicables, así como socialmente potenciados; es decir, las formas primigenias de la praxis: práctica cultural creativa de sobrevivencia, de hominización y humanización. Lo que resulta aplicable a partir de aquel período (el Plioceno, hace unos tres millones de años), es aplicable a nuestro presente: el trabajo humaniza.

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Los nuevos ecosistemas creados por el Rift sólo parecen explotables cuando cerebros más grandes, cuando mejores habilidades en la comunicación social existentes dentro de una variabilidad poblacional ciega y sin destinos preestablecidos, conducen a la retención ambiental selectiva de características más favorables en ciertas condiciones “en la lucha por la vida” (usando las propias palabras de Darwin). El nicho generable, más bien que disponible, por las nuevas criaturas bípedas de la sabana, implica selección de ciertas aptitudes (y la extinción de otras), así como las posibilidades de su transmisión. Es evidente, para la comprensión teórica, que las aptitudes ambientalmente más favorecidas fueran habilidades técnicas y de aprendizaje de las mismas; ello supuso cerebros más complejos y potentes, características crecientemente seleccionadas y en estrecha interdeterminación. Ello daría origen a patrones de retroalimentación entre factores múltiples o “auto-catalíticos” (usando términos del gran paleoantropólogo sudafricano Phillip V. Tobias). Sostiene este reputado autor: Un patrón de factores causales que podría anteponerse es un sistema de retroalimentación positivo ya que, una vez establecido dicho sistema autocatalítico, podría continuar operando más o menos bajo su propia inercia, a pesar de la diversidad conductual o ecológica […] Se propone que el agrandamiento y la reorganización del cerebro en la filogenia homínida estaba en una relación de retroalimentación positiva con el aumento e incremento en complejidad de la cultura […] Ciertos aspectos materiales de la evolución cultural, muy obvios en el registro arqueológico [herramientas de piedra], requirieron capacidades visuales y motoras participantes en este sistema autocatalítico. (Citado en: Klamroth, op. cit. p. 83).

El resultado, tras miles de generaciones de presión selectiva continua (y vigente), fue una descendencia con modificación. El extremo de esas características ambientalmente favorables somos nosotros: homínidos bípedos, de grandes cerebros y capaces de hacer nuestro mundo (cultural) trabajando-aprendiendo; en efecto, ya millones de años antes de la enseñanza institucionalizada y de la educación escolar (cfr. Malagón op. cit.). Los productos de presiones selectivas, en sí mismos, constituyen condiciones y limitaciones para cambios evolutivos ulteriores o subsecuentes. Por ello, todo modelo de comprensión del cambio evolutivo deberá relacionar diversos factores y dimensiones involucrados de un modo sistemático (Foley 1995, p. 71). El mayor objetivo de la ciencia de la evolución puede ser reconocido en términos de poder expandir y mejorar nuestra inteligencia sobre cómo los sistemas biológicos y sociales (como los involucrados en el proceso de la hominizaciónhumanización) “establecen, históricamente, sus propias relaciones y estados internos para lograr un acoplamiento exitoso con su respectivo entorno” (Terrazas 2001, p. 146). El fenómeno abre espacios investigativos realmente fascinantes, por ejemplo, ante el hecho de que, por complejo que pueda ser un sistema biológico, social o cognitivo, nunca existe –en su desarrollo evolutivo– algo así como la anticipación de estados predeterminados de antemano.

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En todo evento resultante del proceso evolutivo, sostiene el paleoantropólogo inglés Robert Foley, se hallan involucradas al menos cuatro dimensiones: condiciones, causas, restricciones y consecuencias. El bipedismo fue una poderosa o “prometedora” condición adaptativa, bajo la cual, la selección natural debió operar durante millones de años. Una “ruta” evolutiva de cambio posible desde la cual, respuestas adaptativas emergentes (como el aprovechamiento de las manos para fines instrumentales a partir de cierta potencialidad adaptativa original), pudieron ser crecientemente seleccionadas. (Esquema basado en Foley 1995, p. 72).

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Cada producto de la evolución puede ser comprendido en la riqueza de su significado intrínseco y en las posibilidades que abre en el desarrollo de los seres vivos, en este caso, el linaje de los homínidos. Veamos un breve ejemplo. Con su promedio de capacidad craneal de unos 600 mililitros, el Homo habilis, especie existente entre los 2.3 y 1.6 m. a. (ver cédula), tuvo un cerebro aproximadamente 40% más grande que las australopitecos. La tendencia continuada hacia la encefalización (aumento y reorganización del cerebro) es detectada a partir de esta especie, y supondría desarrollos cruciales en la senda de la humanización (mucho más allá de la tendencia original en sí misma, sin embargo): expansión de la memoria, enriquecimiento de los nexos sociales y de los nichos adaptativos en sus rangos y áreas de actividad, proyectando, asimismo, la inteligencia social en grupos mayores en tamaño y dinamismo (cf. Tobias 1994, p. 61). Tal, no obstante, es un fenómeno inseparable del lenguaje. Cuando se piensa sobre el lenguaje en la evolución homínida, existen algunos presupuestos que han venido dando forma a la estructura de nuestro razonamiento acerca de sus condiciones y causas primordiales. Según el prestigiado paleontólogo inglés-sudafricano Phillip V. Tobias, autores como Premack, Hewes, Donald o los Gardner (famosos éstos últimos por sus estudios en chimpancés cautivos, tal como vimos), han considerado que el primer lenguaje homínido pudo ser más bien gestual que verbal, o que las formas más tempranas de su existencia hayan sido, si bien vocales, carentes de sintaxis o de articulación entre signos (como nuestras estructuras oracionales). Por otra parte, está la propuesta según la cual el lenguaje humano sería desarrollo directo de las vocalizaciones primates tal como hoy se constatan en especies vivas; postura más bien defendida por estudiosos del tema como Hockett, Ascher y Westcott (Tobias Ibíd. pp. 64-65). A diferencia de los niveles expresivo y referencial del lenguaje (que de hecho compartimos en común con otras especies), los niveles descriptivo y argumentativo –tan propiamente humanos- permaneces obscuros en gran parte acerca de su origen. Es en estas dos últimas facultades donde la posibilidad de enseñar un lenguaje humano a los simios se ve del todo imposibilitada, según el famoso lingüista norteamericano Noam Chomsky o el neurocientífico John Eccles. Con todo, según Tobias, los albores de estas capacidades (describir y argumentar) serían tan antiguas como el origen mismo del género Homo, hace unos dos y medio millones de años; capacidades inseparables de probables exigencias derivadas de transiciones ecológicas contemporáneas: el deterioro climático del hemisferio norte y las fases glaciares del Cuaternario; procesos de creciente aridificación en África con nuevas exigencias adaptativas. Es el momento de aparición de especies coexistentes como los australopitecos robustos o paranthropos (ver cédula para el caso típico del Australopithecus boisei), eficientes comedores de tubérculos, y asimismo de una especie más pequeña pero más cerebralizada: Homo habilis (Arsuaga y Martínez 2006).

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Es decisivo percibir aquí, sin embargo, que una evidencia de la complejización creciente del lenguaje, como constituyente nuclear de la cultura humana, es la aparición de respuestas adaptativas que cada vez dependerán menos de ajustes, cambios o adecuaciones en la composición biológica de la especie en cuestión. A partir de entonces, y para siempre, las transformaciones anatómica y fisiológica cederán paso, en velocidad e importancia, a los cambios culturales; cambios a los cuales quedarán amarrados los destinos mismos de las especies homínidas. Con todo, cada evento evolutivo, a su vez, deberá ser entendido en los términos de subsecuentes restricciones, condiciones y causas: siempre nuevas y replanteadas. En evolución, ninguno de sus productos deja de repercutir sobre el universo precedente que les produjera; del que surgieron: desde el bipedismo, hasta el trabajo convertido en proceso económico, social e intelectual; desde las primeras formas de elaboración de herramientas, hasta el conocimiento liberado de los aparentes límites de las posibilidades de lo real; desde la encefalización hasta el lenguaje constituyen una espiral inflacionaria e irreversible de complejidad, de humanidad (cf. Flores 2002). Toda consecuencia, todo producto o resultado de la evolución, muy especialmente la de nuestro linaje, deben entenderse desde potenciales crecientes que ellos mismos se posibilitan. A partir de esta lógica de análisis, podemos constatar que no todo producto resultante del cambio tendrá la misma potencia, la misma “resonancia” sobre sus condiciones-causas-restricciones originales. Y esto, exactamente, es lo de habrá de enfatizarse cuando se piensa en productos como el poder de trascendencia del pensamiento simbólico y formalizado; en resultados como el conocimiento estructurado; en fin, en consecuencias para el curso subsecuente del ascenso humano como la praxis, como el trabajo elevado a práctica transformadora de los ambientes adaptativos, de los sistema más amplios y profundos de significación, de la integración social… de la condición y existencia humana. Productos, resultados y consecuencias de la evolución, capaces de desplazar restricciones (como la mismísima guillotina darwiniana de la selección natural); de transformar y complejizar las condiciones originarias (desde los entornos naturales, hasta las dinámicas productiva); retroalimentando –en espiral creciente- las causalidades iniciales presentes y futuras de la hominización humanización. Antes pues de concluir, en este brevísimo abordaje de una esfera ilimitada en vertientes e implicaciones, examinemos breves aspectos sumarios y, además, las características más significativas de algunos de los personajes más célebres de esta zaga homínida, de esta historia de millones de años que aún empezamos a comprender en sus determinaciones más íntimas, en esa singularidad de nuestra naturaleza y evolución, y que, en algún momento cada vez más claro –o menos obscuro– para la ciencia, hizo de nuestras propias acciones, de nuestras prácticas y activa transformación del mundo, la fuerza primera de nuestra naturaleza y origen.

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En fin, ni un cerebro grande, ni una locomoción bípeda, ni una sociedad extensa, ni ninguna otra característica primate o inclusive homínida constituyen –por sí solos- rasgos mágicos capaces de explicar cómo un simio se convirtió en homínido o cómo un homínido se convirtió en hombre: cómo un Homo se transformó en sapiens. Estamos aún lejos de poder disecar con el pensamiento (incluso teórico) la dinámica de la complejidad cúspide existente: la vida; sus propiedades y sus transformaciones, de la biodiversidad al trabajo y la praxis; del cerebro a la conciencia; del bipedismo al lenguaje. Debiéramos tener, sin embargo, la conciencia y la humildad para afrontar ese universo por comprender: sin atajos sobrenaturales… sin claudicaciones prematuras.

Nivel de importancia relativa en la historia de la evolución humana de determinadas capacidades adaptativas, tanto las biológicas, y por ende heredadas genéticamente (“morfología y función” en el gráfico), como aquellas transmitidas por vías o medios culturales (“comportamiento cultural”, indicado también con expresiones como “rituales/espirituales”, arte, comunicación social). Las evidencias paleoantropológicas nos indican que capacidades de adaptación como las anatómicas y las fisiológicas (o sea biológicas) fueron determinantes para la sobrevivencia de los primeros homínidos. Es a partir de los 2 millones de años, aproximadamente, que los factores biológicos comienzan a ceder importancia a mecanismos culturales de adaptación (pareciera tratarse de roles inversamente proporcionales en importancia). Gradualmente, aspectos de comportamiento como la cultura material, es decir herramientas, o el habla articulada en sociedades crecientes en tamaño y complejidad, se vuelven inmensa y permanentemente decisivos para nuestra sobrevivencia, ello a partir de los primeros miembros del género Homo. Por otra parte, los ajustes o cambios en anatomía y fisiología (como en la mayoría de los animales), se harán cada vez menos determinantes. El diagrama incluye mecanismos vitales a la sobrevivencia y adaptación humana a la complejidad del mundo, y a nuestra propia complejidad social y simbólica, mecanismos adaptativos tan singulares para nuestra especie animal como son el ritual y la religión, el arte o la conciencia trascendente (se ha destacado incluso el papel del estrés o la neurosis en los procesos de adaptación del hombre al propio ambiente humano). Gráfico tomado de Tobias 1998, p. 68.

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La actual filogenia humana

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6. Conclusión Evolución y trabajo

La relación entre el pensamiento y la acción requiere la mediación de los fines que el hombre se propone. Por otra parte, si los fines no han de quedarse en meros deseos o ensoñaciones, y van acompañados de una apetencia de realización… requiere un conocimiento de su objeto, de los medios e instrumentos para transformarlo y de las condiciones que abren o cierran las posibilidades de esa realización. Adolfo Sánchez Vázquez Filosofía de la Praxis

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ecía el filósofo francés Gilbert Durand que ninguna aspiración realmente significativa, ninguna empresa o iniciativa de convicciones hacia lo humano, puede aparecer y mantenerse sin un mínimo de referencia “a la problemática fundamental que constituye la esencia del hombre”1. Así, la voluntad de reflexionar y asimismo proyectar la riqueza del fenómeno del trabajo, obliga a hacer referencia a una problemática antropológica fundamental: la de una esencia sociocultural, histórica, cognoscente, evolutiva… humana. Sostener que el trabajo es la matriz fundamental de los aprendizajes más vitales para el hombre constituye una tesis invaluable del Método Trabajo-Aprendizaje: devolver intencionadamente el potencial del aprendizaje del Homo sapiens a su fuente y sus condiciones originarias: el trabajo. Tal es una certidumbre que debe vincularse con la antropología general, la cual está integrada fundamentalmente a la biología. La praxis humana, es decir el trabajo en su más amplia acepción, tanto en el pasado como en el presente, se ha desplegado configurando y transformando los ambientes socioculturales, naturales e históricos más diversos. Ha constituido elaborados sistemas cognitivos, simbólicos y de actividad material interpretables en múltiples formas, y donde la antropológico-evolutiva puede y debe ser una de ellas. Este fenómeno universal, la praxis, de origen prehistórico, que no obstante alcanza y trasciende nuestra modernidad, no puede ser explicado por o derivado de ningún sistema económico por sí solo. La búsqueda de la fuente de la auto-creatividad práxica (humana y prehumana) demanda una perspectiva más amplia, incluso más allá de tiempos y espacios específicos, lo cual debe tomar en cuenta no menos que el vasto proceso de la hominización-humanización dentro del más general proceso evolutivo de la vida. En este sentido, la historia y prehistoria del trabajo nos pone frente al problema mismo de la naturaleza y origen de nuestra especie. Tiene algo de ironía: mientras pudiéramos estar debatiendo sobre si la evolución es o no “sólo una teoría”, realmente involucraríamos en ese debate múltiples capacidades (como la habilidad argumental, la imaginación y más); capacidades que son, todas, productos mismos de ese poder dinámico esencial en la naturaleza: la evolución. Como ya hemos visto, esa palabra –evolución– designa dos cosas: primero, una realidad independiente del ser humano, fuerza que ha estado actuando sobre toda realidad viviente desde hace unos 3.800 millones de años y aún en este preciso instante; por otro lado, es el nombre de una idea que ha alcanzado, con grandes y honestos esfuerzos antes y después de Darwin, a atisbar esa inmensa complejidad que es la vida: la dimensión que abarca la totalidad de la condición

1 Ciencia del Hombre y Tradición. El nuevo espíritu antropológico. Piadós Orientalia, Barcelona, 1999 (p. 32)

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existencial humana; dimensión a la que debe retornar todo lo que nos hace peculiares, forma insoslayable de comprendernos realmente y, de ahí, asumir nuestros imperativos y derechos (desde socioeconómicos hasta educativos, entre todos los concebibles) como seres reputadamente pensantes, creadores y “sabios” (sapiens). En palabras del gran antropólogo francés, Claude Lévi-Strauss, recientemente desaparecido –en lo físico–: Si lográsemos admitir que lo que ocurre en nuestra mente no se diferencia en absoluto, ni sustancial ni fundamentalmente, del fenómeno básico de la vida; y si llegáramos a la conclusión, por un lado, de que no existe tal hiato imposible de superar entre la humanidad y todos los demás seres vivos […] por el otro, llegaríamos tal vez a obtener más sabiduría que aquella que esperábamos llegar alguna vez a alcanzar… algún día el último problema de las ciencias del hombre consistirá en devolver el pensamiento a la vida...” (1978, pp. 45-46. Cursivas añadidas).

Devolver el pensamiento a la vida es devolverlo a su dimensión evolutiva. Es posible naturaleza sin cultura, empero, no es posible cultura sin naturaleza, tal como tampoco sería concebible naturaleza –humana– sin cultura. No obstante que nuestros lejanos orígenes parecen perderse en la noche de los tiempos, y que la “silueta” de nuestros primeros comienzos sigue siendo una imagen de contornos difusos y casi imperceptibles, “no podemos reducir lo humano a lo específicamente humano”. Más aún, hoy es del todo posible sostener que nunca han existido ni existirán “puntos de partida obvios en el que quedara establecido lo que los seres humanos iban a ser” (Gómez Pellón, op. cit. p. 175). El ser humano es un recién avecindado en la biósfera del planeta Tierra. Sabemos, tal como hemos visto, de especies homínidas con duraciones que parecerían impensables para la nuestra: el registro fósil del Australopithecus boisei, p. ej., abarca unos 900 mil años, y es posible que una especie muy cercana a la nuestra, el Homo ergaster, haya sabido sobrevivir por casi un millón de años. Definitivamente, nuestra existencia en el planeta no excede, ni por mucho, los 200 mil años, e incluso, hemos llegado a dejar en entredicho, desde hace apenas unas cuantas décadas, no sólo nuestro provenir, sino el destino total de la biósfera (Leakey & Lewin op. cit.). La evolución ha dado origen a complejidades asombrosas en la naturaleza: desde la biodiversidad de los millones de especies que existen y han existido, hasta la inteligencia humana misma capaz comprender y explicar ese universo (y de entenderse a sí misma). En efecto, el espectro de la creatividad biológica, a través de su “motor” primordial –la evolución–, abarca desde un sinfín de adaptaciones a casi todos lo ecosistemas planetarios, hasta las capacidades humanas de la invención, la conciencia, la voluntad, las convicciones, el lenguaje simbólico, el albedrío, el sentido más profundo de los vínculos interpersonales, la libertad… la sociedad sapiens misma. Facultades, todas, que constituyen condiciones –a la vez que productos– de la primera fuerza creativa y auto-creativa de nuestra especie (no sólo en la “lucha por la vida” dijera Darwin, sino en la lucha por el desarrollo, la dignidad humana y la auto-trascendencia): el trabajo como praxis.

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Surge de lo anterior un paralelismo: lo que la evolución es a la naturaleza viviente (primera condición de posibilidad), lo es el trabajo en la vida social humana: primera condición de posibilidad de diversidades, de equilibrios, de transformación, de mundos presentes y futuros posibles, de permanente y renovada humanización: “…el trabajo caracteriza al hombre, cuya naturaleza es eminentemente social. Sólo en ésta, en la sociedad, es posible entender al hombre en toda su magnitud. El trabajo nos hizo [humanos] al mismo tiempo que inventamos dicha acción. Antes la naturaleza se formaba; desde entonces, se transforma y, con ella, nosotros”, puesto en palabras del desaparecido paleoantropólogo mexicano Erik Klamroth Walter (Ibíd. pp. 115-116). Más que “progreso”, la evolución es cambio y diversificación, y tal fuerza biológica primaria de transformación ha sido objeto, ella misma, del cambio. La evolución misma, como mecanismo generador de nuevas especies ha cambiado también sus formas de operar: la evolución ha cambiado, ha evolucionado. Y es posible, por su parte, que el mayor cambio en las posibilidades de acción de la evolución, haya sido la aparición de seres capaces de influir sobre sus propias condiciones de existencia, de transformación, de adaptación y trascendencia. La evolución de la evolución consiste en haber producido nuevas formas de cambio en la naturaleza viva: el hombre, como ser natural, ha tenido una evolución particularmente activa (la más); generando, hasta este preciso instante y en cualquier futuro imaginable, sus propias condiciones existenciales, de porvenir, de afirmación y, a veces, de negación. No debiéramos concedernos el “lujo” de menospreciar esas evidencias. Quisiéramos concluir con la siguiente consideración. Una creencia constituye contenidos del pensamiento susceptibles de ser explicitados mediante diversos enunciados o proposiciones; contenidos proposicionales acerca del orden y relación entre la cosas. Así, los sujetos que les poseen y usan –que les creen– establecerán, necesariamente, algún tipo de compromisos pragmáticos o psicoafectivos con la realidad a partir de sus creencias. Eso es lo que escribía el famoso antropólogo Ward Goodenough (1990) al reflexionar sobre la condición evolutiva humana de los estados de creencia2. Pero más aún –añadiríamos–: las creencias, como compromisos prácticos o bien psicológicos de los humanos ante la realidad, son vividas y asumidas hasta sus últimas consecuencias ¡cualquiera que pueda ser la naturaleza de sus contenidos y atribuciones!; sí, desde las más contraintuitivas o nocionalmente promiscuas y caóticas, hasta las más honestas y racionalmente comprometidas con alcanzar a representar la condición íntima de las cosas. Todo lo anterior nos parece un verdadero asunto de conciencia; uno mismo que nos mueve a reconocer el papel de las creencias y las certidumbres en el patrimonio vital de los seres humanos: la riqueza humana puede también ser “tasada” en estados de creencia, de convicción y certidumbre –las más conscientes, 2

“Evolution of the human capacity for beliefs”, en: American Anthropologist, vol. 92, núm. 3. E. U.

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La evidencia más antigua hasta hoy conocida del trabajo en la evolución y la humanización. Fémur fosilizado de antílope de 2.5 millones de años de antigüedad. Pueden observarse tenues líneas transversales así como típicas fracturas concoidales; marcas de corte realizadas, inequívocamente, con herramientas de piedra por alguna inteligencia prehumana en el camino evolutivo directo hacia nosotros (el Australopithecus garhi, posiblemente). Foto: cortesía del profesor Berhane Asfaw, Rift Valley Research Service, Etiopía.

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honestas y mejor fundadas posibles. Por ende, riqueza ponderada en significados y conocimientos capaces de replantear nuestro presente y futuro. La certidumbre de que el ámbito natural, cultural y universal de aprendizaje y permanente re-humanización es el trabajo (durante toda la evolución de los homínidos), es un estado de certeza antropológica, biológica y humanista que pone ante nosotros la realidad misma; nuestra propia realidad y, con ello, las posibilidades objetivas de nuestro porvenir.

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Apéndices

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* Basada en Potts, R. 1992 p. 332, con adiciones de los autores. ** Millones de años antes del presente.

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África: Principales localidades mencionadas en el texto. De norte a sur y a lo largo del Valle del Rift: 1)Aramis; 2) Hadar; 3) Bouri; 4) Melka Kunturé; 5) Omo; 6) Kanapoi y Allia Bay; 7) Formación Shungura (borde oriental del lago Turkana; 8) Tugen Hills; 9) Olduvai; 10) Laetoli. Principales yacimientos sudafricanos: 11) Sterkfontein, Swartkrans y Kromdraai; 12) Taung; 13) Klasies River Mouth. Al sur del Sahara: 14) Chad.

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Europa y Asia occidental. Algunas localidades mencionadas en el texto: 1) Lagar Velho (esqueleto infantil con presunta mezcla de caracteres sapiensneandertal); 2) Atapuerca (Homo antecessor de la Gran Dolina); 3) Les Eyzies (Cro-Magnon); 4) Feldhofer (Valle del Neander). Algunos yacimientos con formas preneandertales (Homo heidelbergensis): 5) Heidelberg; 6) Steinheim; 7) Tautavel; 8) Petralona. 9) Dmanisi, yacimiento con la presencia más antigua de homínidos fuera de África (1.7 millones de años, Homo georgicus).

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Cuadro temático 1

El Paleolítico

La evidencia material del trabajo en la evolución del hombre La postura académica que sustenta la visión de la cultura como principal desarrollo adaptativo de la especie humana, es la llamada Nueva Antropología Física de las décadas de 1950 y 1960. Según esta posición teórica, existió una poderosa determinación evolutiva por parte de los desarrollos utensiliares, técnicos e instrumentales de la inteligencia humana y pre-humana, capacidades que de hecho formarían parte de un complejo adaptativo articulado mayor representado por el modelo conceptual del “hombre cazador” (en especial a partir del influyente libro de Irven De Vore y Richard Lee, Man the Hunter). Estas perspectivas enfatizan explicaciones de orden funcionalista y adaptacionista acerca del empleo y elaboración de herramientas como factor disparador en el tipo especial de evolución de los homínidos y sus tendencias esenciales como las de reducción de caninos, la gracilización y sobre todo la encefalización. El impacto teórico en la comprensión de nuestra prehistoria y evolución sería particularmente determinante bajo la influencia del antropólogo físico Sherwood Washburn, para quien la cultura rehace al animal: “El uso de herramientas no sólo definió el comportamiento característico de la humanidad, condujeron su propia evolución… las herramientas hicieron al hombre” (citado en Churchill 1997, p. 206). Los materiales de piedra (líticos, estrictamente hablando) creados por humanos y pre-humanos han venido siendo una de las principales fuentes de conocimiento para los estudios de la arqueología prehistórica: dadas sus óptimas condiciones de preservación, su prologada presencia durante cientos de miles de años, así como la riqueza de evidencias de procesos involucrados en su creación y uso, y que nos quedan como fruto mismo del trabajo materializado, la existencia social y las capacidades cognitivas involucradas, entre otros motivos de su enorme interés. Por tales razones, el estudio de estos vestigios y su interpretación ha dominado en gran medida la apreciación de estos remotos períodos de la existencia humana, es decir, la llamada Edad de la Piedra Antigua, con sus más de dos

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millones de años de duración. Son estudios que por obvias razones han predominado sobre el de otros restos y evidencias, por ejemplo los de origen orgánicos, óseos o vegetales (Cfr. De la Peña 2007). Según la prehistoriadora española Paloma de la Peña, era François Bordes, gran prehistoriador francés de mediados del siglo pasado, quien consideraba que “el hecho capital del progreso humano”, no residía tanto en técnicas específicas, sino en la abstracción que la mente es capaz de realizar del sentido de cada útil, lo que, en definitiva, caracterizaba a cada época y subordinaba los medios necesarios a fines preconcebidos. Por su parte, otro connotado estudioso de los orígenes prehistóricos de la capacidad humana de creación simbólica, técnica y social, fue André Leroi Gourhan. Él introdujo también en los estudios de la prehistoria un valioso concepto proveniente de la etnología, la llamada cadena operatoria; noción que dotó a los estudios de tecnología posteriores una de los principales recursos de comprensión. Para este autor el comportamiento “operatorio” o “técnico” del hombre desde sus más tempranos momentos, se podía desagregar en tres planos (Ibíd.): 1. Actos automáticos, directamente relacionados con la naturaleza biológica.

2. El comportamiento adquirido por la experiencia y la educación, inscrito en el comportamiento gestual y en el lenguaje.

3. Lo que él mismo denominara “comportamiento lúcido”, en el que el lenguaje podía intervenir de manera preponderante y por el cual se creaban nuevas soluciones operatorias.

Extendiendo este interesante análisis, puede constatarse que el avance científico en la comprensión de los restos materiales del trabajo humano, desde sus orígenes más antiguos, hizo de los artefactos paleolíticos algo más que expresiones características dentro de una cultura, concibiéndoles como evidencias del comportamiento humano en sus dimensiones técnica, económica y social, en una palabra, en su praxis. Ello debido a que el material lítico ha podido llegar a ser concebido de una nueva manera: el estudio tecnológico de la arqueología paleolítica es capaz de dimensionar herramientas de las diversas especies de homínidos en actividades vitales y, de ahí –a partir de la evaluación de las habilidades involucradas en su producción–, en el comportamiento humano en su evolución autocreativa.

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El Paleolítico, fase primera de la llamada Edad de Piedra, es dividido, a partir de una larga tradición académica, en tres etapas fundamentales de acuerdo con sus temporalidades, atributos tecnológicos y, en cierto modo, las especies de homínidos a que puede llegar a corresponder cada tipo de herramientas. Sólo mencionaremos en este recuadro temático, su temporalidad, fases y algunas otras asociaciones básicas:

Paleolítico Inferior

Su primera fase es llamada período Olduvaiense, debido al yacimiento que originalmente tipificó este tipo de industria prehistórica, Olduvai en Tanzania. Su origen está en África aunque se le puede ver extendido en todo el Viejo Mundo (desde Europa hasta China). Si bien se ha encontrado asociado a varias especies de homínidos, su desarrollo original se debe probablemente al Homo habilis, o incluso a alguna especie no identificada de Australopithecus. Las expresiones más tempranas son tan antiguas como los dos y medio millones de años e incluso más. Respecto a los tipos y funciones que caracterizan la industria olduvaiense, consisten principalmente en guijarros o cantos rodados percutidos por una o ambas caras; son tajadores llamados Choppers o Chopping Tools. Otros elementos de estos repertorios tan remotos son bolas poliédricas y esferoides facetados (Menéndez 1997 pp. 87-111). La segunda fase del Paleolítico inferior es el Complejo Achelense caracterizado por primera vez en la localidad francesa de St. Acheul (tipificado en varias regiones de África y Europa con industrias como la Micoquiense, Clactoniense, Tayaciense y Evenoisiense y otros tecnocomplejos regionales que toman su nombre de localidades características). Aunque podría ser más antiguo, comienza hace unos 1.3 m. a. en África con la especie homínida Homo ergaster, y se difunde a otras regiones del mundo con otras especies humanas, como el Homo heidelbergensis. Aparecen por vez primera piezas plenamente simétricas con formas y funcionalidad de una compleja anticipación mental. Las llamadas hachas de mano o “bifaces”, son los más típicos ejemplares, aunque el repertorio instrumental se amplía a otras formas como triedros, raederas o hendedores.

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Paleolítico Medio

Se le conoce también como Musteriense, y la especie humana típicamente asociada es el Homo neanderthalensis (véase recuadro sobre los neandertales), así como el Homo sapiens en las primeras etapas de su aparición y dispersión (pues virtualmente no hay tecnologías de tipo Paleolítico medio asociable al sapiens en Europa). Se suele distinguir al Musteriense del Chatelperroniense, asociado este último a neandertales tardíos en Europa, fase que incluye las únicas herramientas en hueso y ornamentos asociables a neandertales (Cabrera V. 1997). El Paleolítico medio se extiende entre 120 mil y 40 mil años y se le puede ver en toda Europa y Cercano Oriente; en África esta tradición tecnológica es propiamente sapiens, pues los neandertales fueron del todo inexistentes en este continente. En el Continente Negro la industria paralela es conocida como Middle Stone Age (MSA) y se le puede hallar asociada a otra especie humana como el Homo rhodesiensis o el Homo helmei. (Más información incluida en el recuadro “Los Neandertales”).

Paleolítico Superior

Más aún que la misma Revolución Neolítica, es decir, las primeras formas de producción de alimentos, la agricultura y la sedentarización de sociedades de clase hace unos 8.000 años (Ember et al. 2006), la mayor transición humana en toda la historia evolutiva de nuestro linaje, es la llamada Revolución del Paleolítico Superior; en África conocida como Edad Avanzada de Piedra (LSA, por sus siglas en inglés: Late Stone Age). Aunque sus más tempranas expresiones arqueológicas son en África y tan antiguas como los 100 mil años o incluso más (McBrearty & Brooks 2000), su más asombrosa explosión y proliferación –por factores explicables de manera diversa– tiene lugar especialmente en Europa hacia los 40 mil años. Algunas determinantes y causas esgrimidas en su explicación van desde los biológicos: la aparición de humanos no sólo anatómica sino comportamentalmente modernos tipificados por el famoso pueblo Cro-Magnon (como opinarían Ian Tattersall, Richard Klein o Chris Stringer), económico-demográficos (Gilman 1996), hasta ambientales o tecnológico-culturales (según opina el prehistoriador Paul Mellars).

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La sepultura doble de Qafzeh, Israel (individuos Q9 y Q10). Corresponden a una mujer joven y a un infante que fue depositado a sus pies. Según Bernard Vandermeersch, máxima autoridad en la prehistoria de la región, es un caso único de sepultura en todo el Paleolítico Medio. Su datación los ubica en los 92.000 años (tomado de Vandermeersch 2006)

Paleolítico Superior: arpón y punta de pedernal del período Magdaleniense (entre 18 y 10 mil a.p.). Cortesía IIA-UNAM.

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Este fenómeno del Paleolítico Superior ha sido inseparable del acontecimiento más drástico de toda nuestra evolución: la primera manifestación del comportamiento humano moderno. Parece también coincidir (no precisamente por azar) con la extinción más o menos drástica de otras dos humanidades, neandertales y Homo erectus asiáticos, a favor de una más cercana a nosotros (o más exactamente, “nosotros”). A los ojos de paleoantropólogos y prehistoriadores, la naturaleza y características de esta revolución paleolítica integra aspectos sumamente peculiares, prácticamente en todas y cada una de sus cuatro grandes fases entre los 40 mil y 10 mil años; estas etapas son: Auriñaciense, Gravetiense, Solutrense y Magdaleniense. Enunciaremos tales singularidades con base en el estudio analítico de Ofer Bar-Yosef (2002), basado a su vez en numerosos estudios: • El repertorio técnico-instrumental presenta la primera aparición sistemática de producción de navajas prismáticas (con disminución de la producción de lascas). Desde el punto de vista de su eficiencia funcional, las primeras incrementan, por mucho, la longitud de bordes cortantes efectivos. Deriva también en la producción de hojas y cuchillos líticos de gran eficiencia, especialización y estandarización. Se ha enfatizado el hecho de que el instrumental se complejiza y diversifica tanto por funciones como –piensan algunos– por “estilos” incipientes; proliferan puntas, hojas, navajas, láminas, laminillas, microlitos, raspadores, buriles, perforadores, hojitas de dorso, azagayas y un largo etcétera. Las variantes interpretadas como estilísticas han sido relacionadas con los primeros sentidos de diferenciación entre las primeras identidades étnicas. • Destaca la explotación sistemática de nuevos materiales como el hueso, el marfil o el asta (sin precedentes en el Paleolítico Medio, ni en cantidad ni en calidad). • Surge la práctica de pulimentación de los instrumentos líticos.

• Uso sistemático y definitivo de ornamentos como cuentas, abalorios, pendientes y otras decoraciones (seguramente pigmentación corporal con ocre). Los objetos de ornamento personal

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fueron realizados en conchas, caracoles, dientes de animales o en marfil. Prácticamente ausentes en el Paleolítico medio, son testimonio de poderosos recursos comunicativos, de autoconciencia e identidades individuales y colectivas, etnicidad, diversificación inter-cultural y unidades sociales. Su sola presencia es testimonio de aprendizajes inducidos dentro de grupos sociales complejamente estructurados, segmentados o diferenciados por trabajo, estatus o función; incluso pueden interpretarse como los primeros marcadores de una territorialidad incipiente. • Amplias redes geográficas de intercambio de materias primas (sobre todo líticas), algunas incluso provenientes de cientos de kilómetros de distancia. Salvo el caso excepcional del yacimiento de Howiesons Port en Sudáfrica, tales testimonios de intercambios tan distantes están ausentes en el Paleolítico Medio.

• Aparecen nuevas invenciones instrumentales, sin precedentes de tal magnitud: arcos, arpones, lanzadardos, y probablemente redes y boomerangs. La eficiencia de las prácticas cinegéticas (la cacería) evidentemente fueron más elevadas que las de la caza neandertal. Se deduce una diversificación y/o especialización en la cacería de animales de mayor porte o dificultad de obtención. • Aparecen figurillas talladas en piedra, hueso, marfil o asta: representaciones femeninas (“venus” gravetienses), animales, bastones ceremoniales, falos o representaciones abstractas (las más escasas). Es el momento de las artes florecientes: creación de pinturas rupestres, es decir, las grandes cavernas decoradas tan célebres en la región franco-cantábrica (Lascaux, Altamira, Chauvet, Niaux, etc.); profusión de imágenes tanto realistas como abstractas, e incluso, de seres imaginarios, sobrenaturales o dualidades humano-animales (seres “teriantrópicos”), plasmados en pinturas o esculturas: por vez primera el pensamiento se independiza de la inmediatez percibida o de las posibilidades objetivas de la realidad empírica, creando formas ideales materialmente imposibles (cfr. Flores 2002). Su interpretación ha abarcado desde la inducción de estados alterados de conciencia (Lewis-Williams & Dowson 1988), hasta fines pedagógicos, según piensa el arqueólogo inglés Stephen Mithen (1998).

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Bisonte del “Techo de los Polícromos”, caverna de Altamira España c. 14-10 mil años a. p. (reproducción, Museo Arqueológico de Madrid). Período Magdaleniense.

• Formas incipientes de almacenamiento de recursos. Evidencias de almacenaje diverso han sido arqueológicamente detectadas en regiones con difíciles condiciones climático-ambientales, especialmente en las etapas más rigurosas de las bajas térmicas del final del Pleistoceno superior. • Se documenta en excavaciones la existencia de elaborados fogones y hogares, con amplitud y conformación inéditas.

• Tiene lugar una reorganización funcional del espacio de acuerdo con áreas múltiples de actividad: pernocta y habitación, estaciones de caza, preparación de alimentos, áreas de destazamiento, talleres de talla de piedra, o incluso basureros, son arqueológicamente distinguibles (se ha señalado la posibilidad de una división no sólo sexual sino social incipiente en la organización del trabajo). • Aparición de las sepulturas y prácticas rituales funerarias más complejas conocidas hasta entonces. Entierros asociados a ofrendas, posicionamiento de cadáveres y asociaciones entre los cuerpos se dejan ver desde Rusia hasta la Península Ibérica.

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En esencia, como sumariza el paleoantropólogo de la Universidad de Harvard, Ofer Bar-Yosef, el Paleolítico superior atestigua en su registro arqueológico cambios en la organización social del trabajo y tecnológicos de gran alcance y velocidad, aparición de identidades y conciencia grupales e individuales; formación de alianzas a grandes distancias, generación de sistemas de simbolización de gran eficiencia y complejidad, inquietudes mágico-rituales, artísticas y religiosas, expresiones, todas, tan vigentes hoy como entonces.

Paleolítico Inferior: hacha de mano del período Achelense. Esta industria, con más de millón y medio de años (muy anterior al surgimiento de nuestra especie), muestra una revolución cognitiva trascendental: la aparición de complejas formas simétricas que implicó, necesariamente, no sólo nuevas destrezas manuales sino, ante todo, la facultad de anticipar mentalmente formas, funciones y fines antes de su realización material. Foto, cortesía IIA-UNAM.

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Cuadro temático 2

Los Neandertales:

otra forma de humanidad La presencia en el planeta del Homo neanderthalensis (anteriormente Homo sapiens neanderthalensis) coincidió con la nuestra por muchos milenios, compartiendo incluso amplios territorios como fueron Europa y Medio Oriente. Mucho se ha estudiado, y especulado, sobre su extinción y aunque no es plenamente aceptada la hipótesis de que su desaparición recibieran alguna “ayuda” de sus hermanos africanos (nosotros), es un hecho que ellos se han ido pero no el Homo sapiens, quien les ha sobrevivido más de 27 mil años. Sus características principales fueron una corpulenta estructura corporal semejante a la de las actuales poblaciones sub-árticas y de una estatura promedio menor a la humana sapiens igualmente promedio; con antebrazos y tibias proporcionalmente más cortos que en nosotros. Su excelente adaptación evolutiva a las bajas temperaturas del Pleistoceno (fluctuaciones climáticas mundiales con drásticos descensos térmicos en latitudes mucho más extendidas que los actuales polos norte y sur, y cuyos efectos han sido más acusados a partir de los últimos 1.7 millones de años, y hasta hace unos 10 mil) hacen suponer, con apoyo asimismo en pruebas moleculares, que su piel pudo haber sido blanca, adaptación de grupos humanos a las necesidades de mayor captación de radiación solar para la síntesis de vitamina D, ahí donde la luz de sol es tenue o escasa. Rasgos típicos de su anatomía (pero no de la nuestra) fueron: cráneos alargados y de bóveda menos elevada; masivos, prominentes y fusionados arcos de hueso sobre las órbitas de los ojos (torus superciliares). Espacio existente entre el tercer molar y la rama ascendente de la mandíbula (espacio retromolar); ausencia de mentón. A diferencia de nuestro rostro, proporcionalmente pequeño y vertical, la cara neandertal era mayor y notablemente prominente o proyectada. En 1999 Joao Zilhao y Erick Trinkaus relacionaron un esqueleto infantil proveniente de Portugal (Lagar Velho) con una posible hibridación o mestizaje entre neandertales y sapiens, dada cierta “mezcla” de rasgos (Arsuaga 2001, p. 396).

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Por obvias razones, son considerados una especie de gran especialización ecológica y por ende exitosa en los paisajes adaptativos de la Edad del Hielo.

A comienzos de los años noventa, las recién desarrolladas técnicas de fechamiento por termoluminiscencia y de resonancia del espín electrónico (TL y ESR, por sus siglas en inglés), fueron aplicadas a los hallazgos de los yacimientos israelíes de Qafzeh y Skhŭl. Éstos sitios han sido siempre de gran atractivo, debido a sus fósiles con algunas de las morfologías más antiguas, generalmente reconocidas como ya pertenecientes al universo de variación de los humanos anatómicamente modernos, tal como lo demostró su principal estudioso Bernard Vandermeersch. Las nuevas fechas traerían consigo un enorme e irreversible cambio en la comprensión de las etapas más recientes y cruciales de toda la evolución humana, esto es, durante la transición entre el Pleistoceno medio y el superior (Bar-Yosef et al., en Lindly & Clark 1990; Aiello 1993; Trinkaus 2005). Al haberse estimado inicialmente su antigüedad en torno de los 40 mil años, y dado su interesante mosaico de formas, o sea, combinación de características tanto plenamente modernas como asimismo “arcaicas” (Corruccini 1992), llegaron a ser considerados descendientes de las poblaciones neandertales de la misma región, y con antigüedades situables en torno de los 60 mil años. Tal visión filogenética (la genealogía entre las especies) y sus implicaciones se harían insostenibles a partir los datos arrojados por fechamientos más adecuados. En efecto, las poblaciones de Qafzeh y Skhŭl (humanos anatómicamente modernos), con antigüedades replanteadas ya en torno de los 90 y 110 mil años, precedían, sin relación alguna de ancestría/descendencia, a los neandertales de la misma región –las localidades de Amud y Kebara– en al menos 30 mil años (esquema tomado de Stringer y Andrews 2005).

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El continente neandertal. Ocuparon áreas geográficas muy expandidas y se los ha encontrado en casi toda Europa, en Cercano Oriente e incluso en Irak, así como el sur del Cáucaso en Asia central. El primer ejemplar fue hallado en Alemania en 1856 en la gruta Feldhofer, cerca de Düsseldorf en un valle llamado Neander (Stringer & Gamble 1993).

La cultura con que generalmente se los caracteriza es la llamada Musteriense (por la localidad típica de los hallazgos de estas herramientas en Francia, Le Mustier). Principalmente incluye una técnica de desprendimiento de utensilios preformados, como serían puntas de lanza, llamados núcleos preparados (desde el soporte original de sílex o pedernal); es llamada técnica “Levallois”, también tipificada en Francia. No se conocen en esta especie, al menos no de forma inequívoca, sepulturas tan simbólica y ritualmente complejas como las del Homo sapiens contemporáneo en Europa (Klein 2003), no obstante, el comportamiento cultural y la tecnología es muy similar entre ambas especies en yacimientos del Cercano Oriente. Se les han asociado expresiones simbólicas del tipo de ornamentación corporal, procedentes de la localidad francesa de Arcy-sur-Cure (adornos y pendientes en huesos y dientes de animales), lo que algunos investigadores interpretan como la influencia de los recién avecindados sapiens europeos en la primera fase del Paleolítico superior, conocido como Auriñaciense (entre 40 y 27 mil años a. p.). Tal es la hipótesis de la “aculturación” que no todos aceptan (d’Errico 1998).

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Su éxito adaptativo en condiciones tan extremas sólo pudo ser cultural y de gran sofisticación social, simbólica y comunicativa. Seguramente poseyeron lenguaje, pero no necesariamente del tipo que unifica a las miles de lenguas existentes o desaparecidas entre los pueblos sapiens que pueblan y han poblado la Tierra. Se considera que el gene FOXP2 involucrado en nuestros procesos lingüísticos habría alcanzado su moderna secuencia hace 200 mil años, esto es, mucho después de nuestra separación evolutiva con los neandertales (Klein ibíd. p. 1526). Se trataba pues de otra especie, con un comportamiento distintivo, y una vida mental y cognitiva que nos separó evolutivamente hace entre 700 y 500 mil años.

Ornamentos personales hechos en caninos de zorro e incisivos de bóvido: cultura “Chatelperroniense” de la Grotte du Renne, Arcy-sur-Cure, Fancia (en: Zilhao & d’Errico 1999, p. 49)

En 1997 la revista científica Cell publicaba un revolucionario trabajo de M. Krings y colegas con las primeras evidencias genéticas que apuntaban a esta separación interespecífica (Relethford 2000). Se trataba de ADN mitocondrial de un neandertal de hace unos 50 mil años. Comparada la secuencia obtenida con humanos vivientes, el espécimen neandertal difería (en ciertas bases de ADN mitocondrial) en un promedio muy superior al observable entre cualesquiera poblaciones humanas vivas por históricamente alejadas que estuviesen entre sí (Ibíd. p 366).

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En un estudio más reciente, la revista Nature publicó resultados del análisis de un millón de bases moleculares en ADN neandertal de 38 mil años con lo cual se podían derivar conclusiones muy similares: las humanidades neandertal y la nuestra son dos especies diferentes, las que se separarían hace al menos 500 mil años (Green et al. 2006, pp. 330-336). Los hallazgos espectaculares de las últimas décadas en el yacimiento español de Atapuerca (Burgos) han arrojado luz no sólo sobre los más diversos aspectos de la vida de los pre-neandertales en el yacimiento de Sima de los Huesos, sino sobre el último ancestro común entre ellos y nosotros: una colección de fósiles proveniente del depósito 6 de la llamada Trinchera Dolina (TD6) con más de 700 mil años de antigüedad, y que fuera bautizada por el equipo de Juan L. Arsuaga, José Ma. Bermúdez y Eudald Carbonell como Homo antecessor. Es postulada como el momento de bifurcación de dos especies: una surgida en Europa llamada Homo heidelbergensis (pre-neandertales), y otra de raíces netamente africanas: Homo rhodesiensis, antecesora de nuestra humanidad (Arsuaga 2001, pp. 300-312).

fALTA FOTO Aires de familia. Los más célebres representantes fósiles de dos formas de humanidad: reconstrucción del cráneo neandertal de La Chapelle-aux-Saints, Francia, hallado en 1908 (izquierda en primer plano), y cráneo de Homo sapiens sapiens del yacimiento de Cro-Magnon, descubierto en la localidad francesa de Les Eyzies en 1868 (foto de reproducciones: cortesía del Dr. Alejandro Terrazas Mata, Laboratorio de Prehistoria y Evolución Humana, Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM).

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Cuadro temático 3

Neandertales y Humanos modernos: ¿fusión o sustitución?

El primer contacto entre los más tempranos representantes de nuestra especie y los neandertales tuvo lugar por vez primera en Cercano Oriente (hace unos 90 mil años). Más de 50 mil años después constatamos nuevos encuentros en Europa: ¿tuvo lugar una fusión entre ambas humanidades, o hubo reemplazo a favor de los nuestros? Considerar que la humanidad es una sola especie altamente variable desde los inicios de la expansión geográfica del Homo erectus (a comienzos del Pleistoceno hace unos 1.7 millones de años) y hasta el presente, constituye el núcleo argumentativo de la llamada perspectiva de “Evolución Multiregional” o de “Continuidad”, al menos en su acepción más radical: la humanidad moderna surge simultáneamente en varias partes de mundo, véase Frayer et al. (1993). Por otro lado, la perspectiva antagónica de la anterior, o sea, el modelo explicativo basado en una visión de “Reemplazo” (mejor tipificada por las etiquetas “Out of Africa” o “Jardín del Edén” entre las más conocidas), sostiene la idea de una evolución relativamente tardía, hace unos 200 mil años exclusivamente en África, de la especie a la que pertenecemos, a partir de los descendientes del grado Homo ergaster, de modo tal que las sucesivas salidas de estas poblaciones origiarias más allá del Continente Negro habrían supuesto, necesariamente, algún grado de desplazamiento, de reemplazo o finalmente de exterminio de las formas indígenas o locales de erectus, de sapiens arcaicos o neandertales tanto en Asia como en Europa. “Continuidad” vs. “Reemplazo” constituirían, a juicio de Clark & Willermet (1997) posiciones antagónicas. Son principalmente los antropólogos británicos Christopher Stringer y Peter Andrews quienes han dado forma a todo un conjunto de argumentos para enfocar la evidencia disponible –básicamente genética y paleontológica– acerca del surgimiento del Homo sapiens. Para esta perspectiva, cada vez más generalizada y convincente, todos los humanos modernos somos de un origen africano relativamente reciente, y acabamos sustituyendo a otras humanidades más arcaicas establecidas fuera de África.

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Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Entre las pruebas que aducen están (Simmons 1994):

• La mayor variación genética y politípica (es decir de tipos físicos humanos) que hoy existe, se puede encontrar entre poblaciones africanas, mismas que han tenido más tiempo de acumular mayores variantes genéticas (o polimorfismos) que en cualquier otra parte del mundo.

• Hasta hoy no han sido evidenciados, fuera de África, “fósiles transicionales” o de características intermedias entre las poblaciones de Homo sapiens anatómicamente modernos, y las formas más primitivas, como el Homo erectus, existentes fuera del Continente Negro.

• Hay evidencia de reemplazo, más o menos súbito, de poblaciones locales arcaicas no africanas a partir de la llegada, en momentos variables, de sapiens modernos. El caso más ilustrativo es la final desaparición de los neandertales de Europa con la penetración de humanos modernos a ese continente hace unos 45-40 mil años. • Los más antiguos ejemplares hoy existentes de humanos modernos, han sido hallados en tierras africanas, de modo que los que les siguen en antigüedad se encuentran ya fuera del continente, empezando por la zona más cercana a África, es decir, Cercano Oriente. La interrelación entre factores biológicos y culturales en el debate sobre los orígenes de los humanos modernos (Tomado y adaptado de Zilhao & d’Errico 1999, p. 4)

Multirregionalismo:

• Las poblaciones humanas contemporáneas, geográficamente diferenciadas, son producto de continuidad evolutiva local (en Europa, Asia y África); descendientes directos de poblaciones ancestrales de Homo erectus.

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• Los neandertales habrían constituido formas sapiens arcaicas, ancestrales de los europeos contemporáneos. Éstos pues, evolucionaron hacia la anatomía moderna manteniendo redes de intercambio genético con otras poblaciones del Viejo Mundo.

• Las más tempranas expresiones del Auriñaciense en España demuestra una transición local tanto biológica como cultural hacia el Paleolítico superior (involucrando flujo genético entre algunas zonas del Mediterráneo), y sin influencia proveniente del exterior.

Postura radical de la Hipótesis de Sustitución, del “Candelabro” o de Reemplazo (“Out of Africa”):

• Los neandertales son una especie diferente de la nuestra, tal como lo demuestra la anatomía entre ambas humanidades, y estudios en ADN antiguo; especies con estructuras cerebrales diferentes que limitaron a los primeros del pleno desarrollo del pensamiento simbólico.

• Los neandertales se extinguieron sin dejar descendencia, siendo del todo reemplazados por una especie culturalmente superior, representada por el Homo sapiens, poseedor de comportamiento plenamente simbólico. • La cultura Chatelperroniense, tradicionalmente asociada a los neandertales (portadora de expresiones ornamentales y de connotación simbólica), fue expresión de una mera “imitación sin comprensión” a partir de que se produjeran los primeros contactos con los colonizadores sapiens de Europa, y poseedores de la cultura Auriñaciense, de plena riqueza simbólica.

• Debemos descartar un desarrollo independiente de comportamiento simbólico por parte de los neandertales, dada la absurda posibilidad de que éste haya sido alcanzado, coincidente y autónomamente, sólo en el momento del contacto con el Homo sapiens en su entrada inicial a Europa hace unos 40 mil años (no obstante el previo estatismo cultural de decenas de miles de años del neandertal).

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Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Postura moderada de la Hipótesis de Sustitución o de Remplazo: • Los neandertales pudieron haber constituido una especie diferente, sin embargo, sus capacidades cognitivas y culturales fueron comparables a las nuestras y de nuestros antepasados.

• Las evidencias de la cultura Auriñaciense en ciertas partes de Europa hace probable que las expresiones del Chatelperroniense neandertal sean producto de aculturación, más que de invención propia independiente.

La genealogía entre las especies (filogenia) más cercanas a la nuestra. La última bifurcación observable correspondería al más reciente ancestro común entre neandertales y nosotros: hace unos 750 mil años, según los hallazgos de la Sierra de Atapuerca (España) y correspondería a la especie Homo antecessor. La incógnita (?) que une a esta última con H. sapiens parece corresponder a formas africanas de entre 400 y 200 mil años tipificadas por la especie que ha sido llamada Homo rhodesiensis (ver cédulas). La escala de la izquierda corresponde a millones de años.

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Cuadro temático 4

El CASO DEL Hombre de Piltdown Mucho se ha avanzado desde los primeros balbuceos de la ciencia de nuestros orígenes, la paleoantropología. Pero ello no sólo en sus técnicas, sino en la conciencia con que asume sus expectativas, así como la honestidad intelectual que implica reconocer la susceptibilidad social y psicológica de sus teorías y modelos en la compleja historia de las ideas. Tras la efervescencia y crisis iniciales del “efecto Darwin” en la sociedad europea de la segunda mitad del siglo XIX, las primeras e impulsivas búsquedas de evidencias materiales que probaran la gran teoría darwiniana condujeron –hay que reconocerlo– a un famoso fraude que tardaría 40 años en ser desmantelado. En 1912, bajo circunstancias de excavación muy inciertas y sospechosas, un arqueólogo aficionado de nombre Charles Dawson, halló fragmentos de un cráneo en la gravera de Piltdown, en Gran Bretaña. Reconstruido, ese cráneo sería conocido como el Hombre de Piltdown; dándose como evidencia genuina de esa quimera llamada “eslabón perdido”. Aunque se trataba en realidad de una minuciosa falsificación, llegó a ser considerado ancestro de toda la humanidad y objeto de entusiastas estudios. Era, como se demostraría más tarde, el cráneo de un humano relativamente reciente, con los dientes y mandíbula de un simio (posiblemente un orangután) hábilmente modificados y envejecidos para el propósito fraudulento. Esta historia tiene una enseñanza. Aparecido en Inglaterra y con cerebro tan grande como el de sus descubridores (no obstante y presentara extraños rasgos simiescos), ese hallazgo “ajustaba bien” con dos expectativas ideológicas de la época (aunque no tan ajenas al presente después de todo); expectativas muy interesantes desde la perspectiva social e histórica de las ciencias: que el hombre originario (porque además era un macho) había sido “bendecido” por la luz de la razón y el espíritu desde el comienzo de los tiempos, tal como testimoniaba su gran cerebro. Pero, además, que había surgido en Europa (mejor aún, ¡era inglés!).

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Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

Fueron pruebas anatómicas y de fechamiento realmente rigurosas las que no pudo soportar el fraude de Piltdown, trabajos de desfalsificación debidos a Kenneth Oakley, J. S. Wiener y Wilfrid E. Le Gros Clark en 1953. (Véase: Howell, F. Clark 1971, pp. 24-25). Nuestros orígenes, hoy lo sabemos, no están en Europa: todos provenimos de una relativamente pequeña población africana (parece ser que no mayor a los 10 mil individuos) de entre hace unos 200 y 150 mil años. Por su parte, el largo camino de la hominización no comenzó con un gran cerebro, sino andando en dos patas.

El legendario cráneo de Piltdown

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Cédulas de algunos especímenes fósiles de la evolución humana*

* Aunque complementada en forma variable por los autores, la información de las siguientes diez fichas sobre algunos ejemplares fósiles de la evolución humana, proviene principalmente de Johanson & Edgar (1996, pp. 124-144). Los especimenes elegidos para describirse aquí se consideran no sólo entre los más célebres y representativos de la historia de la paleoantropología, sino que se sitúan en el transcurso de más de tres millones de años de evolución homínida. Las reproducciones de los fósiles corresponden a la colección del laboratorio de Prehistoria y Evolución Humana, Instituto de Investigaciones Antropológicas-UNAM, y gracias a la amable autorización del Dr. Alejandro Terrazas Mata. Las fotos fueron obtenidas y procesadas por la lic. Sandra Olvera Enríquez, Financiera Rural.

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Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

I.

Australopithecus afarensis

(Catálogo: A.L. 444 - 2) Espécimen: Cráneo de un macho adulto. Localidad: Hadar Etiopía. Antigüedad: 3.0 millones de años. Descubridor: Yoel Z. Rak. Fecha del hallazgo: febrero 26 de 1992. Primera Publicación: Kimbel, W. H., D. Johanson & Y. Rak 1994 “The first Skull and other new discoveries of Australopithecus afarensis at Hadar, Etiopia” Nature 368.

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El ejemplar mostrado corresponde a la reconstrucción de 1983 basada en fragmentos de diferentes individuos atribuidos a la misma especie. La veracidad de este espécimen compuesto se confirmó con el hallazgo del primer cráneo suficientemente completo (no ilustrado aquí) y al que corresponden los datos de la cédula. La recuperación de este último proviene de la localidad Afar (A. L. “Afar Locality”, con su respectivo número de catálogo paleontológico). Se trata del primer cráneo relativamente completo de esta especie: la misma de la célebre “Lucy” (A. L. 288-1), el famoso esqueleto parcial de 3.2 millones de años descubierto en Hadar Etiopía, por Donald Johanson el 30 de noviembre de 1974. Lucy, sin embargo, carecía de rostro. En 1978 se anunció una nueva especie de homínido: el Australopithecus afarensis; pero su aceptación por parte de la comunidad científica se haría esperar hasta el hallazgo de algo que pudiese darle verdaderamente la identidad anatómica a la estirpe de Lucy. Resultaría ser un cráneo de macho al que apodaron “Lucien”. Se trata del cráneo de australopiteco más grande descubierto, aunque su tamaño de cerebro (capacidad craneal) sólo excede los 500 mililitros o centímetros cúbicos; superior apenas a la de un chimpancé. Por el tamaño de sus caninos e inserciones musculares se considera un macho, de modo que las diferencias entre sexos (dimorfismo sexual) en esta especie parece comparable con la hoy observable entre los grandes simios, diferencias mucho mayores que la existente en el Homo sapiens, comparativamente con otros primates, pues somos una especie con dimorfismo sexual moderado. A diferencia de las formas robustas de australopitecos, carece del fuerte reborde de hueso en la parte superior del cráneo, como punto de anclaje de los músculos masticatorios, llamado “cresta sagital” y tan típica en primates como el gorila (un herbívoro permanente). Quizá pudo tratarse de una especie no exclusivamente especializada en dieta vegetal. No se sabe de herramientas asociables a esta especie. Su caminar bípedo es constatado por la anatomía del esqueleto de Lucy y por huellas de pisadas de más de tres millones de años de la localidad de Laetoli, sitio de hallazgo de más ejemplares de afarensis. La duración de esta especie en los ecosistemas del Plioceno africano, bien pudo extender los 900 mil años.

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Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

II.

Australopithecus africanus

(Catálogo: STS 5) Espécimen: Cráneo de posible hembra adulta. Localidad: Sterkfontein, Sudáfrica. Antigüedad: 2.5 millones de años. Descubridor: Robert Broom y John T. Robinson. Fecha del hallazgo: abril 18 de 1947. Primera Publicación: Broom, R. 1947 “Discovery of new skull of south african ape man Plesianthropus”. Nature 159.

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Este famoso fósil vino a confirmar la veracidad de la existencia de la primera especie de australopiteco, y que fuera propuesta por el anatomista Raymont Dart en 1925 a partir del pequeño cráneo hallado en Bostwana conocido como el “Niño de Taung”. Fue bautizado originalmente por Robert Broom como género Plesianthropus (“cercano al hombre”) y especie transvaalensis. Más tarde se devolvió al género Australopithecus, y se atribuyó equivocadamente a una hembra, siendo apodado desde entonces “Señora Ples”. A la fecha se poseen numerosos ejemplares de esta especie, incluido un esqueleto parcial, todos provenientes de Sudáfrica. Se considera una especie “generalista”, es decir, carente de adaptaciones anatómicas o funcionales tan especializadas como las del Australopithecus boisei (ver cédula). El A. africanus, un australopiteco grácil, debió ser una especie poco comprometida con especializaciones alimentarias, y posiblemente un omnívoro oportunista. La especie a que pertenece la “Señora Ples” ha sido considerada como mejor candidato a ser ancestro del género Homo. Aunque es verosímil poder atribuirle el empleo de herramientas, no se posee evidencia empírica. A partir del descubrimiento del Australopithecus garhi en los 90’s, éste sí asociado al uso de herramientas, se sumó un segundo posible antecesor del género al que pertenecemos, Homo.

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Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

III.

Australopithecus boisei (ESPÉCIMEN TIPO)

(Catálogo: OH 5) Espécimen: Cráneo de un macho adulto. Localidad: Barranco de Olduvai, Tanzania. Antigüedad: 1.8 millones de años. Descubridor: Mary D. Leakey. Fecha del hallazgo: julio 17 de 1959. Primera Publicación: Leakey, L.S.B. 1959 “A new fossil skull from Olduvai.” Nature 184.

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A sólo unos días de cumplirse 100 años de la publicación de El Origen de las Especies, Louis y Mary Leakey dieron a la ciencia de nuestro orígenes toda una referencia del registro paleontológico que quedaría expuesta en una monografía de 264 páginas del Dr. Phillip V. Tobias de 1967. Este cráneo, el Olduvai Hominid (OH) 5, inauguró los innumerables descubrimientos del este de África siendo, además, el fruto de una visión multidisciplinaria de la paleoantropología. La perspectiva del padre de esta ciencia (Louis S. B. Leakey) acerca de una temprana condición cultural del género Homo, cerebralizada y creadora de herramientas –misma que impulsó sus trabajos en Olduvai desde 1931– entraña cierta ironía en su primer gran hallazgo: ¿un australopiteco fabricante de herramientas? Pronto se suscitó una controversia sobre la ancestría y presunto comportamiento cultural del “Zinj” o “Cascanueces”, como se le apodó. Hoy se han encontrado ejemplares de boisei (nombre tomado del apellido del mesenas de Leakey) en Etiopía, en Turkana y Kenia con antigüedad máxima de 2.3 m. a. y mínima de 1.2. Es la especie hiper-robusta por excelencia; una extrema especialización ecológica. Sus molares de cúspides bajas son hasta 4 veces el tamaño de los nuestros, con fuertes inserciones faciales, huesos malares (pómulos) prominentes que alcanzan a ocultan el orificio nasal visto de perfil. Son notablemente reducidos sus caninos e incisivos, debido quizás a mínimas acciones de corte y desgarre. Su mandíbula es en algunos puntos hasta 10 veces más gruesa que la nuestra, movida por potentes fuerzas musculares verticales cuyas inserciones las fijaban en la cresta de hueso de la parte superior del cráneo. Debió tratarse de un pacífico herbívoro comedor de raíces y tubérculos. El fin de las formas robustas deberá ser explicado como resultado directo de cambios ambientales para una especie superespecializada, es decir, un homínido demasiado comprometido con ecosistemas muy específicos y, por tanto, muy susceptible a cambios o transiciones que provocarían eventualmente su extinción. Nuestro linaje (el género Homo) no evolucionó de ellos.

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Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

IV.

Homo habilis

(Catálogo: KNM–ER 1813) Espécimen: Cráneo adulto, posiblemente una hembra. Localidad: Koobi Fora, Kenya Antigüedad: 1.9 millones de años. Descubridor: Kamoya Kimeu Fecha del hallazgo: 1973 Primera Publicación: Leakey, Richard E. F. 1974 “Further evidence of lower Pleistocene hominids from East Rudolf, North Kenya, 1973”. Nature 248.

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El “Kenia National Museum-East Rudolf” (KNM-ER) 1813 posee una bóveda craneal diferente de los autralopitecos de igual antigüedad. Su rostro y dientes son pequeños, de moderada robusticidad y un cerebro relativamente pequeño (510 cc., lejos aún de los 600 propios del género Homo), si bien no debido a inmadurez, pues sus terceros molares habían ya aparecido. ¿Se trata de una hembra de la misma especie que el famoso “KNM-ER 1470”, o el asunto es más complicado? Parecería tratarse de otra especie, además, conducente hacia la nuestra. Es significativo su torus transversal occipital (reborde nucal), que hace pensar en los Homo erectus asiáticos posteriores. El 1813 muestra afinidades con el fragmentario OH 24 (un Homo habilis), en el tamaño y lo corto de su rostro; asimismo en sus órbitas, huesos nasales y malares, y en cierta proyección del maxilar bajo la abertura nasal. Es semejante también en las dimensiones de parietales y occipital. Con base en tales similitudes, para el paleoantropólogo Bernard Wood se trata de un habilis. Si bien Richard Leakey llegó a resaltar sus semejanzas con el Autralopithecus africanus (la famosa “Sra. Ples”). Posteriormente evitó asignarle etiqueta taxonómica, reservando el grado habilis para su querido “1470” (hoy finalmente clasificado como Homo rudolfensis). Con todo, anatómica y cronológicamente se encuentra más cercano a nosotros.

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Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

V.

Homo ergaster

(Catálogo: KNM – ER 3733) Espécimen: Cráneo adulto Localidad: Koobi Fora, Kenya Antigüedad: 1.75 m.a. Descubridor: Bernard Ngeneo Fecha del hallazgo: 1975 Primera Publicación: Leakey, R. E. F. 1976 “New hominid fossils from the Koobi Fora formation in Northern Kenya”. Nature 261.

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Este magníficamente conservado cráneo confirmó la coexistencia del género Homo con los autralopitecinos robustos en el Este de África, refutando así la hipótesis sobre una especie única en el transcurso de la evolución humana (perspectiva de la evolución por anagénesis). Hasta el descubrimiento del esqueleto completo KNM-WT 15000 en 1984 (“Turkana Boy”), este ejemplar fue el mejor representante de la especie. Para Ngeneo (uno de los miembros de la famosa “Banda de los Homínidos” dentro del medio paleoantropológico), fue clara su presencia en el terreno de superficie, debido a que quedaban expuestas las prominencias de sus arcos superciliares, haciendo posible su hallazgo. La mandíbula jamás fue recuperada. Debido a que los rasgos anatómicos del rostro son notablemente menos robustos que aquellos del juvenil WT 15000 (“West Turkana” núm. de catálogo 15000), hallado en la orilla opuesta del lago, el 3733 es considerado confiablemente como una hembra (¿o una mujer?). La erupción de sus terceros molares, el grado de desgaste dentario y el cierre de sus suturas, permiten concluir que había alcanzado la madurez. Visto lateralmente, despliega una bóveda craneal baja, característica de los erectus asiáticos; cierto engrosamiento, o quilla, a lo largo de la línea sagital (coronilla del cráneo) hasta alcanzar posteriormente un torus (protuberancia) redondeado a través del occipital (nuca). Asimismo, la base del cráneo es más ancha que la parte superior. Su capacidad craneal es grande (850 centímetros cúbicos), comparada con los especimenes erectus de Zhoukoudian; los lados de su bóveda son aplanados, en lugar de arqueados, como en los humanos modernos. Con todo, 3733 carece de ciertos rasgos propios del H. erectus en Java y China como los de un notable grosor de las paredes del neurocráneo, un torus angular, o un sulcus o depresión obvia por encima de los arcos superciliares. Tales diferencias, permiten garantizar su ubicación, y la de otros fósiles africanos en una especie separada, Homo ergaster, (del griego ergon, trabajo, es decir “hombre que trabaja”); nombre creado anteriormente, con el hallazgo de otro fósil de Koobi Fora, la mandíbula ER 992. Se trata de una especie inequívocamente asociada al uso y producción de herramientas del Modo I africano (Olduvaiense y Achelense).

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Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

VI.

Homo erectus

(Sobrenombre: “Hombre de Pekin”) Espécimen: Cráneo de un macho adulto (reconstruído). Localidad: Cueva de Zhoukoudian, China. Antigüedad: 400-500 mil años. Descubridor: W. C. Pei (Cenozoic Research Laboratory). Fecha del hallazgo: 1928-1937 (varios especíenes usados en su reconstrucción) Primera Publicación: Weindenreich F. 1943 “The skull of Sinanthropus pekinensis: a comparative study of a primitive skull” Palaeontologia Sinita New Series. Geological Survey of China, Pehpei Chung King.

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Réplica de la reconstrucción basada en un molde efectuado por el anatomista Franz Weidenreich en los años 30’s sobre el original cráneo XII de Zhoukoudian. Perteneció a una rica colección de fósiles extraviada durante la invasión japonesa a China en la Segunda Guerra Mundial. Es uno de los representantes más típicos de la especie Homo erectus en Asia, y algunos paleoantropólogos han buscado demostrar en sus características las primeras expresiones “raciales” de las actuales poblaciones humanas en la región, postura defendida por la hipótesis del “Multirregionalismo”. Los antecedentes de esta postura están en el llamado “Poligenismo” de Weindenreich: la humanidad moderna se habría originado, en forma paralela, aunque en diferentes momentos en varias partes de mundo, manteniendo su unidad a partir de un permanente intercambio genético entre las poblaciones. La postura siempre entraña una delicada implicación: ¿algunas poblaciones habrían alcanzado la condición plenamente sapiens, antes que otras? O bien ¿ciertos grupos humanos habrían llegado a ser Homo sapiens más rápido en la evolución homínida? Es irónico que fuera un judío alemán (Franz Weidenreich) quien desarrollara esta hipótesis, al final, usada para los oscuros fines políticoideológicos de la Alemania hitleriana: para una mentalidad tan retorcida como la de los nazis y el Tercer Reich, la “raza aria”, a diferencia de otras, habría alcanzado las más plena y temprana condición sapiens moderna. Después del yacimiento español de Atapuerca, la cueva de Zhoukoudian, ha dado la mayor cantidad de fósiles humanos, especialmente del grado erectus, especie así bautizada por E. Dubois en el siglo XIX con el hallazgo del “hombre de Java”, un espécimen con marcadas características simiescas pero con la anatomía de un bípedo. Esta cueva en China también presenta posibles indicios de los primeros usos del fuego. La tecnología asociada a esta especie en China es de tipo Olduvaiense (ver recuadro “El Paleolítico”). No se descarta el aprovechamiento expeditivo de recursos materiales alternativos a la piedra como el bambú, dada la pobreza técnica de las herramientas asociadas al erectus en la región, no obstante su abundancia. Esta especie contaba ya con un cerebro comparable en tamaño (no en organización) al nuestro, con unos 1,043 mililitros o centímetros cúbicos. (La media humana moderna es de unos 1,300).

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Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

VII.

Homo rhodesiensis

(Catálogo: Broken Hill 1; sobrenombre: “Hombre de Rhodesia”) Espécimen: Cráneo de un macho adulto. Localidad: Kabwe, Zambia. Antigüedad: c. 300 mil. Descubridor: Tom Zwigelaar. Fecha del hallazgo: junio 17 de 1921. Primera Publicación: Woodward, A. 1921 “A new cave man from Rhodesia, South Africa”. Nature 108.

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Se trata del primer homínido fósil hallado en África. Este imponente cráneo es uno de los mayores retos interpretativos para la paleoantropología: su cerebro es tan grande como el nuestro (1,300 mililitros), pero las características de su conformación son de una robusticidad inimaginable para cualquier miembro de nuestra especie (como los arcos de hueso sobre los ojos, arcos superciliares) u otras características de la nuca. Su bóveda craneal es aplanada, y a diferencia de nuestra frente vertical y abultada, la suya es huidiza. Definitivamente, tampoco tiene las características de los neandertales ¿qué tipo de humanidad constituyó? Muy diferente a nuestra especie se considera sin embargo la forma ancestral de la humanidad moderna, y algunos le clasifican como Homo rhodesiensis, antepasado directo del Homo sapiens. En la actualidad se conocen varios otros ejemplares fósiles de esta antigua humanidad tan cercana y a la vez tan remota a nosotros; especimenes como el de Bodo en Etiopía, Ternifine (o Tiguenife) en Argelia, Florisbad y Elandsfontein en Sudáfrica, Salé en Marruecos, Eliye Springs en Kenia, etc. (Arsuaga 2001, p. 310). Estos ejemplares son asociados a tecnologías de tipo Paleolítico medio (Middle Stone Age, en África, o Modo II). No hay pruebas de comportamientos rituales, funerarios, estéticos o en general simbólicos como los de los cromañones o sapiens anatómicamente modernos de Sudáfrica, como las cuevas Blombos o Klasies River (McBrearty & Brooks 2000). Su antigüedad original fue erróneamente estimada en 40 mil años (contemporáneo de los cromañones europeos). Actualmente, con base en estudios de vertebrados asociados al yacimiento donde fue hallado, se estima más antiguo: 125 mil años o incluso más. El sujeto sufrió de lesiones traumáticas y de avanzados abscesos; casi todas las piezas dentarias presentan profundas cavidades y lesiones infecciosas. En 1925 el anatomista sir Arthur Keith escribió de él: “los atrevidos sueños del darwinismo tienen ahora una sólida evidencia material… por vez primera damos un vistazo a nuestro estado ancestral” (Johanson & Edgar 1996, p. 128). No se equivocaba con este magnífico ejemplar: nada más alejado del fraude de “Hombre de Piltdown”.

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Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

VIII.

Homo neanderthalensis

(La Chapelle-aux-Saints) Espécimen: Esqueleto parcial y cráneo de un macho adulto. Localidad: Bouffia Bonneval, La Chapelle-aux-Saint, Francia. Antigüedad: c. 50 mil años. Descubridor: Amadee y Jean Bouyssonie. Fecha del hallazgo: agosto 3 de 1908. Primera Publicación: Boule M. 1908 “L’Homme fossile de La Chapelle-aux-Saints” Academia de Ciencias de París 147.

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Este ejemplar reconstruido, junto con su esqueleto parcial, fue base para las primeras e injustas interpretaciones de la “leyenda negra” de los neandertales: brutos primitivos y retardados; más cercanos a la bestialidad que a la humanidad. Tal fue el antecedente que sentó la extensa descripción del primer “neandertólogo” de la historia, Marcelin Boule, hecha en 1910. Hoy esa visión resulta del todo insostenible. Los neandertales habitaron, durante al menos 100 mil años los ambientes más hostiles de la historia del continente europeo, hazaña de supervivencia impensable sin grandes capacidades adaptativas, de comunicación, organización social del trabajo y pensamiento complejo. La sofisticación de comportamiento que debió caracterizar a esta exitosa humanidad no la hace necesariamente idéntica a nosotros. Estos restos fueron los de un sujeto anciano afectado por deterioro degenerativo como artritis, fracturas, deformaciones y resorción ósea. La visión prejuiciada de Boule, sin embargo, sólo vio estos aspectos y le hizo pasar por alto el tamaño del cerebro de este individuo, por encima incluso de la media humana moderna: 1,625 centímetros cúbicos. La primera reinvidicación de los neandertales, sin embargo, no estuvo ausente de errores interpretativos, como el de suponer que constituían los antepasados de nuestra especie. Hoy esa visión prácticamente está descartada: ellos y nosotros fuimos especies hermanas pero diferentes. Este cráneo fue objeto de minuciosos estudios anatómicos y reveló que su base, a diferencia de la del cráneo sapiens moderno, es significativamente plana, aspecto que habría limitado a la laringe en la fisiología del habla respecto de fonaciones de ciertas vocales (como “a”, “i” y “u”) propias de todas las lenguas humanas modernas.

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Homo sapiens, evolución y trabajo-aprendizaje

IX.

Homo sapiens

(Skhul V) Espécimen: Esqueleto y cráneo de un macho adulto. Localidad: cueva Skhul, Monte Carmelo Israel. Antigüedad: c. 90 mil años. Descubridor: Theodore McCown. Fecha del hallazgo: mayo 2 de 1932. Primera Publicación: McCown T. & Arthur Keith 1939 “The fossil remains from the Levallois-Mousterian”. The Stone Age of Mounth Carmel, vol. 2 Oxford.

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La población representada por los individuos de la “Cueva de la Cabra” (Skhul, cabra en hebreo) siguen constituyendo un problema interpretativo. Su anatomía general los sitúa como Homo sapiens, pero carecen de los complejos indicios de comportamiento de los posteriores cromañones europeos (sepulcros, ornamentos, tecnologías altamente especializadas o arte). Su tecnología es prácticamente indistinguible de la de los neandertales (la llamada industria Musteriense). Por otro lado, su robusticidad los sitúa casi en el límite de la de cualquier población sapiens posterior, sin mencionar la falta de un rasgo inequívocamente nuestro (el mentón), y su marcada proyección facial. La hipótesis de que podrían tratarse de formas transicionales entre neandertales y sapiens, por otro lado, también ha sido totalmente descartada, pues una anatomía detallada muestra su gran diferencia con el Homo neanderthalensis. La bóveda craneal es prácticamente idéntica a la nuestra en forma y tamaño: redonda y elevada, con unos 1,518 mililitros o centímetros cúbicos. Junto con los individuos de Qafzeh, también en Israel, se trata de los humanos (casi) anatómicamente modernos más tempranos fuera de África. Este ejemplar junto con los restos de otros nueve adultos y niños pueden ser parte de las poblaciones antepasadas de toda la humanidad que, una vez salidas de África, se expandiría hacia Europa, Asia, Oceanía y América. Las condiciones de aparición de los esqueletos hace pensar, no sin reservas o incluso sesgos interpretativos, en sepulcros intencionados: fenómeno asociable a pensamiento simbólico y conciencia trascendente de los humanos de Skhul. Por el desgaste de sus terceros molares y de las suturas (puntos de unión) de los huesos del cráneo, el hombre de este cráneo debió tener entre 30 y 40 años al morir.

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X.

Homo sapiens sapiens

(Cro-Magnon 1) Espécimen: esqueleto y cráneo de un macho adulto. Localidad: abrigo rocoso Cro-Magnon, Les Eyzies, Francia. Antigüedad: 30-32 mil años. Descubridor: Louis Lartet & Henry Christy. Fecha del hallazgo: marzo de 1868. Primera Publicación: Jones, T. R., 1868 “On the human skulls and bones found in the cave of Cro-Magnon, near Les Eyzies”. Reliquiae Aquitanicae.

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Uno de los más famosos protagonistas de la historia evolutiva humana: el anciano de Cro-Magnon. Las características físicas y conductuales de esta humanidad son ya plenamente comparables a todos los pueblos de la Tierra: nada menos que los autores de las grandes pinturas rupestres en las cavernas. La riqueza simbólica de sus sepulcros nos son tan familiares como nuestros ritos plenamente vigentes en la actualidad, producto de conciencia trascendente, vivencias religiosas o prácticas mágicas; cazadores-recolectores especializados y poseedores de tecnologías que aún hoy siguen siendo motivo de asombro. Remotos en el tiempo, son la primera manifestación de seres humanos como usted o nosotros. Sus rasgos faciales, sus inquietudes psico-afectivas, sus dimensiones éticas y estéticas, o sus capacidades sociales e intelectuales, tal como lo evidencia plenamente la arqueología del Paleolítico superior, son las mismas que unifican a todos los miembros de la especie Homo sapiens sapiens. Ni siquiera la invención de la escritura, la domesticación de plantas y animales o las formas institucionalizadas de enseñanza serían tan importantes como las capacidades lingüísticas, sociales y cognitivas ya plenamente desarrolladas en estos cazadores de fines de la Edad de Hielo. Son descendientes de las poblaciones africanas que, salidas de ese continente hace unos 100 mil años, emprenderían la colonización del planeta, posiblemente, desplazando en el proceso a otras humanidades locales y estableciendo la hegemonía planetaria de nuestra especie. Las características físicas de estas poblaciones prehistóricas, no obstante europeas, muestran más afinidades con actuales grupos de África o de zonas tropicales. Los entierros de Cro-Magnon estaban asociados a una diversidad de restos de animales y a una sofisticada tecnología auriñaciense. El individuo representado por este cráneo sufrió en vida de una grave infección micótica (hongos) que le provocó la lesión ósea claramente visible en el rostro; otros esqueletos muestran asimismo las lesiones traumáticas o degenerativas de lo que seguramente fue una vida dura. Hombre de edad relativamente avanzada para la época, tiene un rostro pequeño y vertical con un agudo mentón (no se ilustra la mandíbula). Su cerebro era de unos 1,600 centímetros cúbicos; su cráneo es elevado y redondeado, y con claras prominencias de sus lóbulos frontales, es decir, las áreas cerebrales de los procesos cognitivos superiores como la abstracción lógica, la planeación, la inferencia deductiva o los análisis explicativos de procesos y fenómenos. Seres generadores de conocimientos, creencias, proyectos, valores, aspiraciones, cosmovisiones y, más tarde, creadores y usuarios de las ciencias (incluida aquella dedicada a entender nuestros orígenes evolutivos y nuestra más íntima naturaleza: la antropología, ciencia del Homo doblemente sapiens).

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