Historias Del Tiempo - Jacques Attali

May 11, 2024 | Author: Anonymous | Category: N/A
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SECCIÓN DE OBRAS DE HISTORIA HISTORIAS DEL TIEMPO

JACQUES ATIALI

HISTORIAS DEL TIEMPO Traducción de JosÉ BARRALES VALLADARES

FONDO DE CULTURA ECONóMICA MÉXICO

Primera edición en francés, Primera edición en español,

1982 1985

Título original:

ll istoires du Temps

© 1982, LiLrairie Artheme ISBN 2-213-01118-4 D.

R. © 1985,

FoNDO

Av. de la Universidad,

DE

CuLTURA EcoNó::o.ncA, S. A. México, D. F.

975; 03100

ISBN 968-16-1979-X Impreso en México

Fayard, París

DE

C. V.

Entonces, del mismo modo que anduve pres­ to contra ellos para extirpar, destruir, arrui­ nar, perder y dañar, así andaré respecto a ellos para reconstruir y replantar.

JEREMÍAS, 31/28

Narrar la historia de un objeto cotidiano, de sus técnicas, de sus formas, de sus usos, es la primera ambición de este libro. Yo quisiera que se encontrara aquí, ante todo, una concien­ zuda historia de los instrumentos para medir el tiempo, desde el primer cuadrante solar hasta los más extrafios objetos ac­ tuales. Una historia de sus teóricos también, de sus invento­ res, de sus fabricantes. Y, más allá, la de los usos, inocentes o perversos, cotidianos o desmedidos, que han hecho de ellos los hombres. ¿Una historia? Historias, más bien. Porque las formas del tiempo se entrelazan el'! complejos arabescos, en interferen­ cias refinadas. Muchos de los relatos del pasado son posibles y se cruzan, muchos de los del porvenir están aún abiertos. Nada resulta inesperado: las genealogías de todos los obje­ tos se inscriben en las que son propias de las sociedades y de las culturas donde toman forma. Aquellas los explican y des­ arrollan, a la vez, en historias múltiples y ambiguas. El uso, luego el abandono de un objeto, revelan en parte al orden social del que es contemporáneo y en eí que, a la vez, partici­ pa. Y de estos entrelazamientos nace la multiplicidad de las lecturas posibles de nuestro tiempo. Ahora bien, esas genea­ logías, tan modestas y tan necesarias, faltan ahora. Para com­ prender nuestro mundo y reflexionar sobre nuestro porvenir, será necesario disponer de las historias que corresponden a los múltiples objetos comunes que nos sirven y nos dominan a la vez. Será necesario saber cómo y por qué se han modi­ ficado las maneras de transportarse, lavarse, vestirse, alum­ brarse, distraerse, amueblarse; y la forma en que se ha medido el tiempo. Es decir conocer las historias de los objetos que han desempeñado esas funciones en determinadas épocas, la historia de la rueda, del vestido, de las especias, del fonógra­ fo, del refrigerador, del calendario o del reloj. El calendario, el reloj. Huellas esenciales de la trayectoria que ha seguido cada civilización y del curso de la vida co­ rrespondiente a cada hombre. Entre todas las presencias de lo cotidiano, que sería nece­ sario archivar en los recuerdos de nuestras vidas, están las que representan los instrumentos para medir el tiempo sin NoTA: Las llamadas de las notas remiten a la bibliografía ge· neral que se encuentra al final del volumen.

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NARRAR LA HISTORIA

duda, las más llenas de sentido. Acosar a la genealogía, des­ cubrir la necesidad y el uso, revelan de modo extraño y com­ plejo no solamente el sentido del tiempo para cada sociedad, sino también la manera en que el hombre se sitúa en el tiempo, lo piensa y lo organiza. Cada sociedad tiene su tiempo propio y su historia; cada una se sitúa en una teoría de la historia y se organiza alre­ dedor de un dominio del calendario; toda cultura se construye alrededor de un sentido del tiempo; todo trabajo del hombre es pensado como un tiempo cristalizado, como una acelera­ ción del que sigue la naturaleza. En la mayoría de las len­ guas, el tiempo de los hombres se designa con un mismo vo­ cablo, el de las estrellas, de los calendarios, de los relojes, el de los paisajes terrestres, de las civilizaciones y de las socie­ dades, de las músicas y de las danzas. Muy a menudo, inclu­ sive, las lenguas indican una equivalencia cultural entre el tiempo y el espacio y una misma palabra designa el tiempo que hace y el tiempo de hacer, el del sol y el de las cosechas. Tener poder es controlar el tiempo de los otros y el suyo propio, el tiempo del presente y el del futuro, el tiempo pa­ sado y el de los mitos. El tiempo del hombre es su vida misma. �1 fija su hori­ zonte y rige su destino. �1 traza el cuadro de sus empresas y de sus ambiciones. Dinastía, fiesta, recolección, poderío, se representan en la decoración que él monta y al ritmo que él mide. Siempre ambiguo, es a la vez fuente de muerte y de vida. El hombre teme en todas partes que el Sol no se levante, que el mundo llegue a congelarse. Al mismo tiempo, espera que tal ruin¡¡ advenga y regenere al universo y desea el regreso al punto de partida de un ciclo, a la imagen del eterno mo­ vimiento de los astros y de la vida, de la luz y de la sombra. Campo cerrado de las grandes amenazas, de las mayores am­ biciones, de las esperanzas aterradas, de las consignas dadas al hombre por el hombre, el tiempo, con su medida, cons­ tituye una dimensión ilimitada de los códigos y de los ritos. Fantástica ambición del hombre, fabuloso misterio de la naturaleza, el tiempo es siempre doble: transcurre y vuelve a comenzar. Y siempre ambiguo: tiempos múltiples de las múltiples historias de las cosas y de los hombres; pero tam­ bién tiempo único en todas las sociedades. En todas partes el instrumento capaz de lograr este arraigo de los ritos mar-

NARRAR LA HISTORIA

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c a el surgimiento de las más audaces máquinas y de las más extraordinarias teorías de una época, y en todas partes es útil para el control social. En cada gran encrucijada de la historia del poder, cambia la medida del tiempo, signo anunciador. El cuadrante solar, la clepsidra, el reloj astronómico, el de bolsillo, el cronómetro marino y el marcador de fábrica revelan algunas de esas gran­ des fracturas. Así, ahora, nuestro futuro, sus riquezas y sus ruinas, sus esperanzas y sus pesadillas, son inseparables del uso que hagamos del tiempo, dicho de otro modo, del uso que hagamos de nosotros mismos. Tiempo y violencia. Calendario y poder. Relojes y mitos. Ex­ traños acoplamientos que, como lo espero, se iluminarán con la lectura de este libro. Ahora, en la mayor crisis en que estamos, surge la elección entre dos formas de emplear el tiempo. En una, el hombre es utilizado por el tiempo, se vuelve máquina codificada, pro­ gramada entre otras máquinas; la angustia se apodera de él si escapa, un breve instante, de los calendarios electrónicos que se le preparan. En el otro, el hombre inventa el tiempo, trans­ forma a cada máquina en instrumento que crea un tiempo personal en el que puede dar ritmo a su propia vida. Por muy locas que puedan parecer ciertas predicciones de este libro, por muy extraños que aparenten ser los universos que se diseñan como conclusión, ningún razonamiento aprio­ rístico, ninguna demostración preestablecida, ninguna doctrina preparada de antemano me han guiado en mi labor. Sola­ mente el simple transcurrir de mi trabajo y la obstinación de los hechos han sido el manantial. Con una gran pasión por algunos de esos objetos, también hechos de arena, medida de mi propio límite y límite de mi propia medida, reflejo del in­ cognoscible infinito y fascinación de la inaceptable finitud. Aun si en ello no hay, quizás, sino una angustia trivial ante la fragilidad de toda cosa y una ambición de transformar, con una obra, la vida en eternidad absoluta; aun si, convertido en objeto-libro, toda obra es a su turno, como la vida, amenazada por el olvido y la impotencia. He aquí, pues, las historias del tiempo, historias de peni­ tencia y de fiesta, de sacrificio y de carnaval, de violencia y de sonrisa. Ojalá que puedan ayudar a hacer despuntar mejor en cada quien el alba de un tiempo de vida, de tolerancia y de libertad.

Primera Parte EL AGUA Y EL RELOJ

Todo ser viviente se sitúa doblemente en la duración, que a la vez repite y degrada, vuelve a empezar y transcurre. Toda especie viva percibe la duración y la velocidad, resiente lo reversible y lo irreversible, distingue el presente y el pasa­ do. Toda vida es, pues, ella misma, a la vez instrumento que mide el tiempo y forma de su dualidad: transcurso y regene­ ración, fluencia y torbellino. Las diarias exigencias del cuerpo y de su envejecimiento permiten a cada quien resentir el transcurrir del tiempo, el del día como el de periodos más largos. La naturaleza provee, de manera permanente, el espectáculo de la degradación del mundo, por el movimiento de los ríos y de las estrellas, por la degeneración de las flores, de los animales, por el enveje­ cimiento y la muerte de sí y de los otros. Pero ella provee también, como singular reaseguramiento contra ese sentido de las cosas, dando el espectáculo ininte­ rrumpido de la regeneración, del regreso de la vida, de la re­ versibilidad de los astros, de la repetición de los hombres. Cada quien vive el regreso del sueño y de la vigilia, de los días y de las noches, de la lluvia y de la estación cálida. Cada pueblo, con la memoria de las grandes fechas de su historia, del apogeo y de la caída de sus dinastías, vive la amenaza de un declinar y la esperanza de un poderío. No hay sociedad alguna que carezca de cierta percepción común de esas dos formas del tiempo. Toda vida social exige un sincronismo mínimo, un acondicionamiento común de las ocupaciones, del trabajo y de las fiestas, de las destrucciones y de los renacimientos que permiten hacer en conjunto lo que debe ser, reunirse para comunicar en un sitio y una fecha co­ nocidos por todos. La primera función de un poder es, así, dar un sentido a los múltiplos del tiempo del mundo, darles nombre y orga· nizar la vida colectiva en función de su transcurso y de su regreso, dar la orden de hacer o de no hacer. Este punto es esencial: sin el enunciado de las fechas y el conocimiento -por lo menos de algunos- de las razones de la sucesión y de su regreso, ningún trabajo, ninguna vida so­ cial son posibles. Dar nombre al tiempo y sentido a sus diver­ sas fechas constituye por eso una exigencia absoluta de la supervivencia de todo grupo social.

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EL AGUA Y EL RELOJ

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Aparece entonces una relación, inesperada, entre tiempo y violencia: como todo grupo debe saber preservarse contra una violencia aislada, anárquica, imprevisible, que corre el riesgo de castigar en forma permanente, todo orden social, para durar, debe saber limitar los periodos y las fechas en que puede actuar esa violencia. El conjunto de esa fecha forma entonces el primero de to­ dos los códigos del poder, el más mal conocido y el más funda­ mental, el del Calendario, sucesión que repite las fechas ritua­ les en que la violencia es legal o simulada. Algunos deben saber prever, anunciar y ordenar el retomo de esas fechas. Los instrumentos para medir el tiempo son, en el Tiempo de los Dioses, elementos mayores de esos rituales y los augu­ res de porvenir amenazado.

l. EL TI EMPO DE LOS DIOSES

EL CONCEPTO del tiempo en las sociedades desaparecidas es casi desconocido. Las prácticas de las sociedades más alejadas del mundo moderno impiden que las comprendamos, porque la lejanía en el espacio no coincide con la lejanía en el tiem­ po, y ninguna sociedad contemporánea, que puede observarse ahora, ha mantenido un grado de aislamiento y estancamien­ to suficiente. Por eso, los raros índices utilizables son los mitos que narran el tiempo, y las lenguas que lo nombran. A partir de ellos, es posible reconstruir una imagen probable del ritmo del tiempo en ciertos pueblos antiguos y así formar un boceto de su papel en la organización del poder. De ese modo, yo haría la apuesta teórica de que la práctica del tiempo en las sociedades primitivas puede reconstruirse a partir de esos fragmentos.

l. EL RITMO DE LO SAGRADO En el amanecer de los primeros grupos humanos, el ritmo de la naturaleza se impone a los hombres, el Sol limita los días, las fases de la Luna limitan un periodo estable; los movi­ mientos del uno y de la otra describen en el espacio un ciclo de más largo periodo, que mide el conjunto de las fases de la actividad agrícola y de pastoreo. La primera medida del tiem­ po está, p ues, ciertamente ligada a la necesidad de prever la aparición de la lluvia y del Sol, para seguir y controlar la re­ novación de las reservas alimenticias, para organizar la con­ tinuidad de los medios de supervivencia de la comunidad. � la naturaleza no tiene existencia en sí, pues sólo es una de las manifestaciones de lo invisible que envuelve al hombre. Es, pues, una parte de lo sagrado y aun lo constituye. L9s rit­ mos astronómicos se sitúan así en las exigencias de lo invisi­ ble y son sus mayores manifestaciones: lo invisible es quien acuerda y retira lluvia y Sol, día y noche, abundancia y mi­ seria, en un diálogo incesante entre cosmología y cosmogo­ nía, astrología y astronomía, meteorología y augurio. Los mitos mismos, historia de los dioses, son vividos enton17

18

EL AGUA Y EL RELOJ

ces en un tiempo especial, Tiempo sagrado, diferente del tiempo histórico. Su relato proporciona el sentido prime_!!> del tiempo. Toda mitología comienza, en efecto, por describir un acto inaugural, como un diluvio, un sacrificio o un cri­ men; su representación, a intervalos regulares, implica la anu­ lación de los pecados de la comunidad y la tranquilidad acec ca de su capacidad de renacer mediante la disipación de sus faltas pasadas. A partir de este acto inaugural, los mitos organizan los ci­ clos en cuyo curso se escalonan diversos momentos del tiem­ po, sin duda favorables para la actividad humana. Cada cosa tiene así su tiempo "normal" en relación con el sistema del mundo. Los acontecimientos "fuera de estación", los muertos precoces, los embarazos prolongados, las anomalías cronoló­ gicas de la naturaleza -los árboles que florecen en invier­ no, el Sol que aparece durante la noche . . . -, son otros tantos presagios de desórdenes sociales, de acontecimientos inusi­ tados. '[ambién las más antiguas sociedades encierran al tiempo en normas rigurosas. que fijan los mitos y las exigencias de la agricultura y de la ganadería. El tiempo no existe allí sino por las actividades que lo instalan y por los mitos que lo describen, Ni la prisa ni la lentitud tienen sentido. Cada acon­ tecimiento tiene su ritmo, su origen, su duración. Las pala­ brerías, las visitas de cortesía y de amistad permiten saber lo que pasa en otras partes, conocer las opiniones de unos y de otros acerca del tiempo que va a hacer, sobre el valor de las tierras y de las cosechas, organizar una sucesión infi­ nitamente repetitiva, a la vez minuciosa, prosaica y vital. La naturaleza roporciona así la intuición de lo sa ado lo sagrado deifica a la naturaleza. os toses toman enton­ ces el control del tiempo de los hombres que imitan en su vida el de los dioses. Lo sagrado da sentido a las mutaciones de la naturaleza y a las exigencias de la agricultura, construyendo mitos capa­ ces de explicar y de prever la lluvia y el Sol, el invierno y el estío, el día y la noche. Los antiguos tienen así la impresión de avanzar hacia el por­ venir caminando para atrá:;, con la espalda vuelta hacia él. Es necesario ser sacerdote, ser amado por los dioses para_operar una conversión, volverse hacia lo que es invisible a los otros: el porvenir.

EL TIEMPO DE LOS DIOSES

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La naturaleza es entonces la fuente de todo. Del concepto relativo al transcurrir del tiempo como de su duración y de su medida. Los fenómenos vivientes proporcionan también los únicos medios de evaluar la duración y el transcurso. Por ejemplo, Evans-Pritchard [83] informa que, entre los nuer de

Africa, lo que determina el tiempo es el reloj-ganado; la ronda de las tareas pastoriles y el momento de la jornada, así como la duración en la escala de la jornada son, ante todo, para los nuer, la sucesión de esas tareas y la relación que éstas mantienen entre ellas . . . Los nuer no tienen una ex­ presión equivalente a la palabra "tiempo" en nuestra len­ gua, y no pueden por ello hablar del tiempo, como nosotros lo hacemos, como si se tratara de una cosa real que pasa, que puede perderse, ganarse, etcétera. Yo no creo que ellos tengan el sentimiento de luchar contra el tiempo, o de tener que coordinar las actividades en función de un transcurrir abstracto del tiempo, ya que sus términos de referencia son, sobre todo, las actividades mismas, que generalmente se efectúan sin prisa. Los acontecimientos siguen un orden lógico, puesto que no existen puntos de referencia autóno­ mos a las que debieran conformarse con precisión esas ac­ tividades. Entre los nandis, otro pueblo de África del que habla Thomp­ son, [228] se fecha el tiempo según el momento en que tienen lugar los trabajos cotidianos: "Los bueyes han salido a pas­ tar" significa que son las 5 horas 30 minutos. "Se ha soltado a los borregos", que son las 6 horas. Y sucede lo mismo en Madagascar respecto a las duraciones: "una cocción de arroz" quiere decir media hora, "una fritura de langostas" significa un instante, o aun se dice: "El hombre estará muerto en me­ nos tiempo del que se necesita para que el maíz quede bien tostado." En Birmania, de la misma manera, el despuntar del día se designa como el momento en que "hay bastante luz para ver las venas de la mano". [228] El análisis de las lenguas y de los mitos proporciona algu­ nos otros elementos útiles para descubrir el modo de vida Primitivo del tiempo. En él se encuentra la confirmación de la formidable complejidad del pasado, tiempo de los dioses mismos, y de la muy débil sofisticación del futuro, tiempo de los hombres. Por ejemplo, la lengua de los boruya distin·

EL AGUA Y EL RELOJ

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gue cuatro formas de pasado, que podemos encontrar en otras muy numerosas lenguas del mundo antiguo: un pasado lejano, el de los fundadores, tiempo del ensueño y del mito, de los orígenes en que se estableció el orden del mundo; es el tiempo de los dioses, en cuyo transcurso ellos han vivido los mitos que los hombres no hacen sino repetir torpe y rudi­ mentariamente en sus gesticulaciones. Una segunda forma del pasado designa los acontecimientos gloriosos de la historia del pueblo mismo: el pasado social, el de los mitos en la es­ cala de la historia. Una tercera forma indica el pasado or­ dinario, el de la memoria de cada quien, sin acontecimiento de importancia histórica. En fin, los boruya distinguen una cuarta forma de pasado, el pasado próximo, que describe los acontecimientos de la noche que precede al día en que se ha­ bla, en cuyo curso todos los espíritus abandonan los cuerpos y el territorio de la tribu. Como_ de julio de 1 797, 26 de julio de 1797, 1 8 de diciembre de 1797, 19 de diciembre de 1797, 16 de marzo de 1798, 25 de octubre de 1 849. 267. Ordenanzas de los reyes de Francia, tomo IV, p. 209. 268. Colección de reglamentos generales y particulares con­ cernientes a las manufacturas y fábricas del reino, tomo III, pp. 63-64, 1730. 269. Presentación al Comité Selectivo de Peticiones de Relo­ j eros, tomos VI, IX, 1 8 1 7-1818. 270. Revue des P.T.T., núm. 6, "El tiempo y la hora: el reloj parlante", noviembre-diciembre de 1 970. 271 . Revue T. transport, núm. 2, 1975. 272. Revue Temps Libre, en particular el núm. 4. 273. Vie du rail, número especial 872, 25 de noviembre de 1 962. 274. Vie du rail, número 1434 "L'heure en voyage", 17 de mar­ zo de 1974.

fNDICE

Primera Parte

EL AGUA

Y

EL RELOJ

l. El Tiempo de los Dioses .

17

El ritmo de lo sagrado . El imperio del Tiempo . Kronos y Cronos . Tiempo, violencia, poder.

17 23 26 31

11. El calendario de lo sagrado

35

1. 2. 3. 4.

l. El orden y el agua . 2. La Casa del Calendario . 3. Ostracismo y calendas 111. Agua y cuadrante

IV.

35 40 43 48

l. Cuadrante y perfume 2. Conventos y clepsidras

48 59

Autómatas y atalaya

70

Segunda Parte

PESAS

Y

PáNDULOS

l. El Tiempo de los Cuerpos .

l. 2. 3. 4. S.

Pesa y péndulo La s mecánicas del tiempo . Relojeros y astrónomos . Relojes y corazones . El Tiempo de los Cuerpos .

11. Carnavales y ferias .

81 81 87 95 98 103 108

l . Tiempo rural y tiempo urbano 285

108

1NDICE

286

2. Campanas de policía . 3. Fiestas de policía . III. Muelle

y

1 17 126

cronómetro

135

l. Muelle y péndulo . 2. El reloj y el hombre-máquina . 3. El cronómetro sobre el océano

1 35 1 39 144

Tercera Parte EL MUELLE Y EL ÁNCORA I. Las máquinas del tiempo .

1 57

l . Ancora y máquinas-herramienta 2. La precisión en serie

1 57 160

Il. El Tiempo de las Máquinas

169

l. El tiempo es dinero . 2. Ganar tiempo . 3. Apuntadora, guardián

169 176 1 86

y

cadena

III. Vivir a la hora .

201

l. El tiempo para todos 2. El tiempo para cada quien .

201 212

Cuarta Parte CUARZO Y CLAVE l. Tiempo de crisis .

l . Las últimas máquinas del tiempo 2. Tiempo perdido, tiempo vivido

Il. Reloj de vida, reloj de muerte . l. Tiempo propio y tiempo universal 2� Aglomeración del tiempo y reloj de cuarzo . 3. Calendarios electrónicos .

227 227 230 235 235 246 256

íNDICE III. "Vigilante sagaz . . . "

.

l . "No hay nada nuevo bajo el Sol" . 2. "Por encima está lo nuevo"

Bibliografía .

287

262 263 269 273

Este libro se terminó de impri­ mir el 20 de agosto de 1985 en los talleres de Editorial Melo, S. A., Avenida Año de Juárez 226, lo­ cal D, 09070 México, D. F. El tiro fue de S 000 ejemplares.

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