Historia Verde Del Mundo

April 18, 2017 | Author: economia_comunicaciones1 | Category: N/A
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HISTORIA VERDE DEL MUNDO

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CLIVE PONTIN G

HISTORIA VERDE DEL MUNDO Los cam bios clim áticos, la destrucción de la capa de ozono, la lluvia ácida, la desapa­ rición de la fauna y de los bosques trop ica­ les, la generalización de la pobreza y el ham bre, una población en rápido aum en­ to y una contam inación cada vez m ayor: he aquí algunos de los problem as más gra­ ves a los que debe en frentarse el mundo actualmente, pero, ¿son estos fenóm enos exclusivamente contem poráneos? En el presente libro, Clive Ponting no se limita a trazar una panorám ica histórica de estas cuestiones, sino que ofrece tam ­ bién un enfoque distinto de la historia hu­ mana, desde los prim eros grupos dedica­ dos a la agricultura y la caza hasta el día de hoy. Lo que ocu rre es que, en lugar de cen ­ trarse en acontecim ientos políticos, m ili­ tares y diplomáticos, el autor se ocupa de las fuerzas fundamentales que han co n fo r­ mado la historia humana, en cómo y por qué los seres humanos han cam biado el mundo que les rodea y en las consecuen­ cias que han ejercid o sus acciones. De cada una de las áreas resultantes - e l desarrollo de las ciudades, el cam bio en los patrones de uso energéticos, la necesidad de ali­ m entar a masas de población cada vez más numerosas, e tc .-, Ponting da una visión histórica ilustrada con abundantes y nu­ m erosos ejem plos: la crónica de cómo los seres humanos han destruido gran parte del mundo natural, y de cómo las socieda­ des del pasado degradaron su medio am ­ biente y se derrum baron a consecuencia d o o lio .

A la vez que dem uestra la arraigada natu­ raleza de los problem as a los que se en­ frenta actualm ente el mundo y la decisiva im portancia de nuestra relación con el medio am biente, este libro es tam bién una interp retación fascinante de la historia mundial desde una perspectiva global y “verde”. En otras palabras: una historia del mundo para nuestro tiempo.

HISTORIA VERDE DEL MUNDO

CLIVE PONTING

HISTORIA VERDE DEL MUNDO

^ E d ic io n e s Paidós Barcelona - Buenos Aires - México

Título original: A green history o f the World Publicado en inglés por Sinclair - Stevenson Limited, Londres Traducción de Fernando Inglés Bonilla Cubierta de Víctor Viano

Ia edición, 1992 Quedan rigurosamente prohibidas sin la autorización escrita de los titulares del “C opyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedim iento, com prendidos la reprografia y el tratam iento inform ático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

© 1991 by Clive Ponting © de todas las ediciones en castellano, Ediciones Paidós Ibérica, S.A., Mariano Cubi, 92 - 08021 Barcelona, y Editorial Paidós, SAICF, Defensa, 599 —Buenos Aires. ISBN: 84-7509-840-1 Depósito legal: B-38.298/1992 Impreso en Gráfiques 92, S.A., Torrassa, 108 - Sant Adriá de Besos (Barcelona) Impreso en España - Printed in Spain

A Patrick y Shirley Rivers

Sumario

Prefacio ................................................... 1.

Las lecciones de la isla de Pascua .........

13 17

Descubrimiento europeo - colonización polinesia desarrollo y declive - el «misterio» explicado 2.

Los cimientos de la historia ...................................

27

Influencia del mundo físico - importancia y función de los ecosistemas - influencia sobre la historia hu­ mana 3.

Noventa y nueve por ciento de historia de la hu­ manidad .................................... Forma de vida entre los grupos dedicados a la reco­ lección y la caza - expansión de los asentamientos

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humanos - variaciones en las técnicas de subsisten­ cia - impacto sobre el medio ambiente La prim era gran transición .................................. La lenta transición a la agricultura - tres «zonas nu­ cleares», suroeste asiático, China y Centroaménca consecuencias sociales y políticas - aparición de so ciedades complejas en todo el mundo - relación con la cultura y la guerra Destrucción y supervivencia ................................. Impacto medioambiental de la agricultura - tensión impuesta por la creación de un medio ambiente ar­ tificial - declive autoimpuesto de las sociedades de Sumeria y el valle del Nilo - degradación de la zona mediterránea - caída de los mayas - estabilidad com­ parativa de la agricultura en el valle del Nilo La larga lucha ............................................................. El crónico problema de alimentar a la población mundial - limitaciones de la base agrícola en la his­ toria de China y Europa - influencia del clima - cau­ sas y consecuencias de la desnutrición y el hambre - la difusión de las cosechas y los animales - la so­ lución europea Expansión del asentamiento europeo ..... ........ Colonización interna y transformación del paisaje expansión de Europa - impacto sobre los pueblos y las culturas nativas de todo el mundo Formas de pensar ...................................................... Influencia del pensamiento clásico, judío y cristiano, sobre la visión europea del mundo - la relación en­ tre los seres humanos y el mundo natural - la idea del progreso - tradiciones alternativas - impacto de

SUMARIO

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la economía clásica y de la teoría marxista - la bús­ queda del crecimiento económico 9. El saqueo del mundo

221

..............

Primeros ejemplos de destrucción de la fauna - ex­ tinciones - impacto de la introducción de especies no autóctonas - estudios sobre la historia de la ex­ plotación: pesca - comercio de la piel - caza de fo­ cas - caza de ballenas - la idea de-conservación 10. Creación del Tercer Mundo .........................

263

Las islas atlánticas en el siglo XV como microcosmos del desarrollo colonial - esclavitud y trabajo bajo contrato - hacia una economía mundial - agricultura de plantaciones - difusión y desarrollo de cultivos para la venta - explotación de madera y minerales consecuencias para el Tercer Mundo 11. El cambiante rostro de la muerte ..........................

303

Causas, impacto y difusión de las enfermedades in­ fecciosas - la historia de la peste bubónica - in­ fluencia de la agricultura, el comercio, lahigiene y la pobreza - desarrollo de las «enfermedades de la civilización» 12.

El peso de las cifras ...............

325

Diferentes patrones de explosión demográfica - ex­ pansión del terreno agrícola - cambios en la tecno­ logía agrícola - desarrollo de la industria alimentaria - la «revolución verde» - problemas alimentarios mundiales - impacto de la agricultura - deforesta­ ción, erosión del suelo, salinización, desertización desastres ecológicos en el mundo 13.

La segunda gran transición ............. Fuentes energéticas - energía humana, animal, hi­ dráulica y eólica - la primera crisis energética - tran­

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sición a los combustibles fósiles - crecimiento de las fuentes y el consumo energético 14.

El crecim iento de las ciudades ........................

397

Ciudades preindustriales - crecimiento urbano - el papel de los suburbios y el transporte - la conurbación y las metrópolis - ciudades del Tercer Mundo problemas medioambientales 15.

Creación de la sociedad de la opulencia

......

423

La pobreza de las sociedades agrícolas - impacto de la industrialización - crecimiento del consumo y la venta al por menor - los coches y el turismo - pro­ blemas de la opulencia - distribución de la riqueza mundial - problemas del Tercer Mundo 16.

La contaminación del mundo ..............................

463

Comienzos de la contaminación de las ciudades - su­ ministro de agua - tratamiento de los residuos humo - comienzos de la contaminación industrial efectos de la industrialización - lluvia ácida - enfer­ medades industriales - nuevos productos químicos problemas de los residuos tóxicos - contaminación nuclear - el tráfico - mezclando nuevos cócteles - los CFC y la capa de ozono - calentamiento global 17.

La sombra del pasado ....................

525

Interpretación ecológica de la historia humana - es­ tabilidad y sostenibilidad de las sociedades humanas - lecciones del pasado

Bibliografía

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Prefacio

Mientras unos escalan montañas porque están ahí, otros se encuentran de pronto escribiendo libros porque no están ahí. En su prefacio a The Normans in the South, John Julius Norwich ex­ plica cómo, después de pasar unas vacaciones en Sicilia, sintió el deseo de comprender los orígenes de la fascinante mezcla de ci­ vilizaciones que se daba en la isla. Apenas encontró unos cuan­ tos textos especializados y se dio cuenta de que si quería una historia completa de la Sicilia normanda para el lector no espe­ cializado, tendría que escribirla él mismo. Pese a su poca con­ fianza en su propia formación presintió en el tema el interés y la importancia necesarios para abordar por sí mismo la tarea. Este trabajo debe su concepción a ese tipo de experiencia. Hay mu­ chos libros sobre el estado actual del medio ambiente y sobre las perspectivas de futuro, pero pocos son los que se adentran mu­ cho en el pasado o exploran en qué medida el medio ambiente ha conformado la historia humana, y ninguno cubría el terreno ni formulaba las preguntas que a mí me parecían importantes.

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HISTORIA VERDE DEL MUNDO

Estoy absolutamente convencido de que hacía falta un libro que aborde la historia del mundo desde una perspectiva «verde». Este libro no pretende arrogarse ninguna erudición original. En los veinte años que he dedicado a pensar y leer sobre los te­ mas que se tratan en esta historia, y durante el tiempo que de­ diqué activamente a la investigación, he contraído una gran deu­ da con los muchos cientos de historiadores, arqueólogos, antro­ pólogos, científicos de diversas disciplinas, economistas y otros profesionales que han escrito sobre los diferentes temas que aquí se tratan. Gran parte de lo que ellos escribieron no se abordó te­ niendo en mente una perspectiva específicamente «verde» y, por tanto, espero que, si ello es necesario, puedan perdonar el uso que se ha dado a su trabajo. En un trabajo general de este tipo no ha sido posible incluir detalladas notas a pie de página ni acreditaciones específicas, y tengo que recurrir en cambio a una generalizada, pero no obstante sincera, expresión de gratitud. Este libro no pretende ser una historia completa del mundo. No se ocupa de la historia política, militar, diplomática o cultu­ ral. Estos aspectos ya han recibido un tratamiento más que sufi­ ciente en otras obras. La mayoría de las llamadas grandes figuras históricas o no aparecen en absoluto en estas páginas o, como mucho, sólo se las menciona de pasada. En cambio he intenta­ do concentrarme en lo que para mí son cuestiones fundamenta­ les que quizá no siempre hayan recibido la atención que mere­ cen en tratados publicados con anterioridad. Estoy convencido, tras casi veinte años de defender causas «medioambientales», que los temas «verdes» no se refieren simplemente al estado del mun­ do natural, sino que tienen que incluir problemas cruciales como el uso de los recursos y la energía, la distribución de la pobreza y la riqueza, cómo las personas tratan a otras personas y lo que piensa la gente sobre el mundo que habita. Pero estos temas se abordan en un contexto histórico. Este libro no intenta proponer soluciones. He intentado escribir una historia m undial Pero estaría dis­ puesto a aceptar que el tratamiento de cada una de las zonas del globo no es igualitario. Una historia de los pueblos del mundo que reflejase la experiencia de la mayoría de ellos requeriría cen­ trar el grueso de la atención sobre la historia de China, la India y el resto de Asia. Sobre esta base, la historia de Europa y de Es­ tados Unidos recibe más de su justa cuota en este libro, pero esta

PREFACIO

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desproporción, creo yo, se puede justificar atendiendo a su abru­ madora importancia como zonas que han influido en lo que ha ocurrido en la historia mundial en el medio ambiente del globo durante los últimos quinientos años. No he desatendido delibe­ radamente a África; lo único que puedo alegar es una falta de material de la suficiente relevancia. Todas las fechas son después de J.C., salvo indicación en sentido contrario. La investigación realizada para este libro supuso consultar muchos cientos de libros y artículos, a menudo de una relevan­ cia sólo marginal para el tema que me ocupaba. En lugar de dar una lista exhaustiva pero imposible de manejar de las fuentes a las que he acudido, he optado en cambio por dar una guía de libros particularmente valiosos que iluminan una área importan­ te o cuya lectura podría ser útil para quienes pudieran pensar que les gustaría investigar un tema con mayor detalle del que permite el espacio de que aquí disponemos. Durante el curso de la redacción de este libro he contraído dos deudas concretas de gratitud. En primer lugar, con mi editor Christopher Sinclair-Stevenson, sin cuyo entusiasmo y apoyo el li­ bro nunca se habría escrito. En segundo lugar, como siempre, con mi esposa Sally, cuyo interés en el tema y sus agudas críti­ cas a los sucesivos borradores han sido de incalculable valor. También estoy agradecido a la London Library por sus eclécticos y a veces un tanto excéntricos archivos, al personal de la Main Library y la Natural Sciences Library y, no menos, al servicio de préstamos interbibliotecarios del University College de Swansea por ayudarme a encontrar algunos textos a menudo harto recón­ ditos. Parte del Capítulo 5 se presentó como ponencia en el con­ greso anual de la British Association de 1990, a quien estoy agra­ decido por su interés en el tema y por las contribuciones de los participantes en el congreso. C live P o n t in g

CAPÍTULO 1

Las lecciones de la isla de Pascua

La isla de Pascua es uno de los lugares deshabitados más re­ motos de la Tierra, con una superficie de apenas 388 kilómetros cuadrados, ubicada en el océano Pacífico, a 3.200 kilómetros de la costa oeste de Sudamérica y a 2.011 kilómetros de la isla Pit­ cairn, el territorio habitable más cercano. En su momento de ma­ yor apogeo la población era sólo de unos 7.000 habitantes. Sin embargo, a pesar de su insignificancia superficial, la historia de la isla de Pascua es un solemne aviso para el mundo. El almirante holandés Roggeveen, navegando a bordo del Arena, fue el primer europeo que visitó la isla el domingo de Re­ surrección de 1722. Se encontró una sociedad en un estado pri­ mitivo con unas 3.000 personas que vivían en chozas de junco y en cuevas, inmersos en un casi perpetuo estado de guerra y re­ curriendo al canibalismo en un esfuerzo desesperado por suplir los exiguos recursos alimentarios de que disponían en la isla. Du­ rante la siguiente visita europea en 1770 los españoles se anexa­

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ron nominalmente la isla, pero ésta estaba tan remota, tan des­ poblada y tan carente de recursos que jamás se produjo ocupa­ ción colonial alguna. Hubo algunas breves visitas máaa finales del siglo xviii, incluyendo una del capitán Cook en 1774. Un bar­ co americano se quedó en la isla el tiempo suficiente para lle­ varse a veintidós de sus habitantes a trabajar como esclavos ma­ tando focas en la isla Mas Afuera, frente a las costas chilenas. La población siguió disminuyendo y las condiciones de la isla em­ peoraron: en 1877, los peruanos se llevaron y esclavizaron a to­ dos los habitantes menos a 110 ancianos y niños. Finalmente, Chile se anexó la isla y se convirtió en un rancho gigante para 40.000 ovejas regentado por una empresa británica, confinando a los pocos habitantes que allí quedaban a una pequeña aldea. Lo que asombró e intrigó a los primeros visitantes fue la evi­ dencia, entre tanta miseria y barbarie, de una sociedad que una vez fue próspera y avanzada. Esparcidas por toda la isla había más de 600 imponentes estatuas de piedra, con una altura media de más de seis metros. Cuando los antropólogos empezaron a es­ tudiar la historia y la cultura de la isla de Pascua a principios del siglo xx coincidieron en una cosa. El primitivo pueblo que vivía en tales condiciones de pobreza y atraso cuando los europeos vi­ sitaron por primera vez la isla no podía haber sido el responsa­ ble de una tarea tan socialmente avanzada y tecnológicamente compleja como esculpir, transportar y poner en pie las estatuas. La isla de Pascua se convirtió por tanto en un «misterio» y pro­ pusieron muy diversas teorías para explicar su historia. Las tesis más fantásticas hablaban de visitas de hombres del espacio o de civilizaciones perdidas de continentes que se habían hundido en el Pacífico dejando como vestigio la isla de Pascua. El arqueólo­ go noruego Thor Heyerdahl, en su popular libro Aku-Aku escri­ to en los años cincuenta, hace hincapié en los aspectos extraños de la isla y en los misterios que se esconden en su historia. Él sostenía que la isla la colonizó por primera vez Sudamérica y que de este continente sus habitantes heredaron una tradición de es­ cultura monumental y de trabajo de la piedra (similar a los gran­ des logros incas). Para explicar el declive, Heyerdahl aventuró la idea de que en una fase posterior hubo otros colonizadores que llegaron del oeste y desataron una serie de guerras entre los lla­ mados «orejas largas» y «orejas cortas» que destruyeron la com­ pleja sociedad de la isla. Aunque esta teoría es menos extrava­

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gante que algunas de las que se han propuesto, nunca ha goza­ do de una aceptación generalizada por parte de otros arqueó­ logos. La historia de la isla de Pascua no es una historia de civiliza­ ciones perdidas y de conocimientos esotéricos. Es más bien un llamativo ejemplo de la dependencia de las sociedades humanas respecto a su medio ambiente y de las consecuencias de dañar irreversiblemente ese medio ambiente. Es la historia de un pue­ blo que, a partir de una base de-recursos sumamente limitada, construyó una de las sociedades más alanzadas del mundo para la tecnología de que disponían. Sin embargo, las demandas que impusieron al medio ambiente de la isla para este desarrollo fue­ ron inmensas. Cuando ya no pudo soportar la presión, la socie­ dad que tan fatigosamente se había levantado a lo largo de qui­ nientos años cayó con él. La colonización de la isla de Pascua pertenece a la última fase del interminable proceso de asentamiento humano por todo el globo. El primer pueblo llegó en algún momento del siglo xv en un período en que el Imperio Romano se estaba derrumbando en la Europa occidental, en un momento en que China aún se veía afligida por el caos que siguió a la caída del Imperio Han doscientos años antes, la India contemplaba el fin del breve Im­ perio Gupta y la gran ciudad de Teotihuacán dominaba la mayor parte de Centroamérica. Eran polinesios y participaban en un gran proceso de exploración y colonización de toda la vasta ex­ tensión del océano Pacífico. Los polinesios originales procedían del sureste de Asia y llegaron a las islas de Tonga y Samoa alre­ dedor del año 1000 antes de J.C. De allí siguieron hacia el este hasta las islas Marquesas alrededor del 300 después de Jesucris­ to, y luego en dos direcciones, por el sureste hasta la isla de Pascua y por el norte hasta Hawai en el siglo V. Las últimas fa­ ses de su periplo los llevaron a las islas de la Sociedad alrede­ dor del 600 y desde allí hasta Nueva Zelanda alrededor del 800. Cuando se completó esta colonización, los polinesios eran el pueblo más extendido de la Tierra, abarcando un enorme trián­ gulo desde Hawai en el norte hasta Nueva Zelanda en el suro­ este y la isla de Pascua en el sureste, una área con una exten­ sión del doble de la de los Estados Unidos continentales. Sus lar­ gos viajes los hicieron en canoas dobles, unidas por una amplia plataforma central para transportar y guarecer a personas, plan­

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tas, animales y alimentos. Eran éstas misiones deliberadas de co­ lonización y representaron hazañas considerables de navegación y náutica por cuanto las corrientes y vientos reinantes e a el Pa­ cífico impiden viajar de oeste a este. Cuando los primeros pueblos descubrieron la isla de Pascua, descubrieron un mundo con pocos recursos. La isla era de ori­ gen volcánico, pero sus tres volcanes llevaban inactivos desde al menos 400 años antes de que llegasen los colonizadores poline­ sios. Tanto las temperaturas como la humedad eran altas y, aun­ que el suelo era adecuado, el drenaje era muy deficiente y no había corrientes permanentes de agua en la isla; la única agua dulce de que se disponía procedía de los lagos existentes en el interior de los volcanes extinguidos. Debido a su remota situa­ ción la isla apenas tenía unas pocas especies de plantas y ani­ males. Había treinta especies autóctonas de flora, no había ma­ míferos, sólo unos cuantos insectos y dos tipos de lagartija. Las aguas que rodeaban la isla tenían muy poco pescado. La llegada de los primeros seres humanos contribuyó poco a mejorar la si­ tuación. La subsistencia de los polinesios en sus islas de origen dependía de una surtido muy limitado de plantas y animales: sus únicos animales domésticos eran pollos, cerdos, perros y la rata polinesia, y los principales cultivos eran el ñame, el ocumo, el fruto del pan, el plátano, el coco y la batata. Los colonizadores de la isla de Pascua sólo llevaron consigo pollos y ratas y pron­ to advirtieron que el clima era demasiado severo para plantas semitropicales como el fruto del pan y el coco, y muy poco apro­ piado para los componentes habituales de su dieta, el ocumo y el ñame. Los habitantes se restringieron, por tanto, a una dieta basada principalmente en las batatas y los pollos. La única ven­ taja de esta dieta monótona, aunque nutritivamente adecuada, era que el cultivo de la batata no era demasiado absorbente y les dejaba mucho tiempo libre para otras actividades. No se sabe cuántos colonizadores llegaron en el siglo v, pero su número probablemente no superaba los veinte o treinta a lo sumo. A pedida que la población fue aumentando lentamente, se adoptaron las formas de organización social que se conocían en el resto de la Polinesia. La unidad social básica era la familia ex­ tendida, que poseía y cultivaba conjuntamente la tierra. Las fa­ milias más estrechamente relacionadas se unieron en linajes y clanes, cada uno de los cuales tenía su propio centro de activi­

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dad religiosa y ceremonial. Cada clan estaba encabezado por un jefe que organizaba y dirigía las actividades y que actuaba como punto base para la redistribución de la comida y de otrog. ele­ mentos esenciales dentro del clan. Fue esta forma de organiza­ ción y la rivalidad (y probablemente el conflicto) entre los clanes lo que produjo los principales logros de la sociedad de la isla de Pascua y finalmente su derrumbe. Los asentamientos se esparcieron por toda la isla en peque­ ños grupos de chozas de campesinos que realizaban los cultivos en campos abiertos. Las actividades sociales se realizaban en tor­ no a centros ceremoniales independientes, que estaban ocupados durante parte del año. Los principales monumentos eran grandes plataformas de piedra, similares a las encontradas en otras partes de la Polinesia y que se conocen como ahu\ se usaban para fu­ nerales, para orar a los antepasados y para conmemorar a jefes de clanes del pasado. Lo que hacía diferente a la isla de Pascua era que la producción de los cultivos suponía muy poco esfuer­ zo y por tanto disponían de mucho tiempo libre que los jefes de los clanes podían dirigir hacia las actividades ceremoniales. El re­ sultado fue la creación de la más avanzada de todas las socieda­ des polinesias y una de las más complejas del mundo para su li­ mitada base de recursos. Los habitantes de la isla de Pascua se dedicaron a complejos rituales y a la construcción de monumen­ tos. Algunas de las ceremonias consistían en recitaciones de la única forma polinesia de escritura conocida llamada rongorongo, que probablemente no era tanto una auténtica escritura como una serie de recursos mnemónicos. En Orongo, donde se en­ cuentran los restos de cuarenta y siete casas especiales junto con numerosas plataformas y una serie de altorrelieves esculpidos en roca, había un conjunto de complicados rituales basado en el culto a los pájaros. Los centros cruciales de la actividad ceremo­ nial eran los ahu. En la isla, sobre todo cerca de la costa, se construyeron más de 300 de estas plataformas. El nivel de desa­ rrollo intelectual de al menos algunos sectores de la sociedad de la isla de Pascua se puede juzgar por el hecho de que muchos de estos ahu tienen sofisticadas convergencias astrológicas, nor­ malmente apuntando hacia uno de los solsticios o hacia el equi­ noccio. En cada emplazamiento se construyeron de una a quin­ ce de las enormes estatuas de piedra que sobreviven hoy día como monumento conmemorativo único de la desaparecida so­

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ciedad de la isla de Pascua. Son estas estatuas las que acapara­ ron cantidades inmensas del trabajo de los campesinos. Las esta­ tuas fueron esculpidas, utilizando herramientas de piedra obsi­ diana, en la cantera de Rano Raraku. Se moldearon representan­ do de forma sumamente estilizada una cabeza y un torso masculinos. Encima de la cabeza se colocó un «moño» de piedra roja de un peso de unas diez toneladas procedente de otra can­ tera. Esculpir la piedra, más que ser una labor compleja/ era una tarea que llevaba tiempo. El problema más difícil era transportar las estatuas, cada una de las cuales tenía una longitud de unos seis metros y un peso de varias decenas de toneladas, de un lado a otro de la isla y después ponerlas en pie encima del ahu. La solución de los habitantes de la isla de Pascua al proble­ ma del transporte nos da la clave del posterior destino de toda su sociedad. Carentes de animales de tiro, tenían que recurrir a la fuerza humana para arrastrar las estatuas por toda la isla utili­ zando troncos de árbol y rodillos. La población de la isla creció sin parar desde el pequeño grupo original del siglo v hasta los alrededor de 7.000 habitantes que tuvo en su momento de ma­ yor apogeo, en 1550. Con el tiempo, también habría aumentado el número de clanes y la rivalidad entre ellos. Hacia el siglo xvi se habían construido cientos de ahu, y con ellos más de 600 de las enormes estatuas de piedra. Entonces, cuando la sociedad al­ canzó su cumbre, se derrumbó de repente dejando más de la mi­ tad de las estatuas a medio terminar alrededor de la cantera de Rano Raraku. La causa del derrumbe y la clave para comprender los «misterios» de la isla de Pascua fue la imponente degradación medioambiental que acarreó la deforestación de toda la isla. Cuando los primeros europeos visitaron la isla en el siglo xvm ésta carecía por completo de árboles, a excepción de un pu­ ñado de especímenes aislados en el fondo del cráter extinguido más profundo de Rano Kao. Sin embargo, recientes trabajos cien­ tíficos de análisis de tipos de polen han establecido que en el momento de la colonización inicial la isla de Pascua tenía una densa capa de vegetación, incluyendo extensos bosques. En pa­ ralelo al lento aumento de la población, los árboles habrían sido cortados para preparar claros para la agricultura, para conseguir combustible para calentarse y cocinar, material para construir ob­ jetos domésticos, postes y casas de paja y canoas para pescar. La exigencia más acuciante de todas era la necesidad de trasladar el

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gran número de enormemente pesadas estatuas a los emplaza­ mientos ceremoniales repartidos por toda la isla. La única forma que tenían de hacerlo era con grandes cantidades de personaa que las guiasen y las deslizasen sobre alguna forma de guía flexible hecha con troncos de árbol extendidos sobre el suelo entre la cantera y el ahu. Según crecía la rivalidad entre los clanes, para erigir las estatuas se necesitarían cantidades prodigiosas de ma­ dera y en cifras cada vez mayores. Como consecuencia, hacia 1600 la isla estaba casi completamente deforestada y se inte­ rrumpió la construcción de estatuas, dejando muchas de ellas va­ radas en la cantera. La deforestación de la isla no fue sólo el golpe de gracia para la compleja vida social y ceremonial; tuvo también otros drásti­ cos efectos sobre la vida cotidiana de la población en general. Desde 1500 la escasez de árboles estaba forzando a muchas per­ sonas a abandonar la construcción de casas de madera y a vivir en cuevas, y cuando la madera se agotó por completo un siglo después todos tuvieron que usar los únicos materiales que que­ daban. Recurrieron a guaridas de piedra excavadas en laderas o a frágiles chozas de junco cortado de la vegetación que crecía en los bordes de los lagos de los cráteres. Ya no era posible cons­ truir canoas y sólo se podían hacer barcas de junco, con las que era imposible realizar largos viajes. La pesca también era más di­ fícil porque hasta entonces las redes se habían hecho de morera (árbol con el que también se podía hacer tela) y ya no dispo­ nían de él. La eliminación de la capa arbórea también afectó muy negativamente al suelo de la isla, que ya venía padeciendo una carencia de abono animal adecuado para reponer los nutrientes absorbidos por los cultivos. El aumento de la exposición originó una erosión del suelo y la lixiviación de nutrientes esenciales. Como consecuencia el rendimiento de los cultivos descendió. La única fuente de alimentos de la isla que no se vio afectada por estos problemas fueron los pollos. Conforme crecían en impor­ tancia, tenían que ser protegidos de los robos, y la introducción de corrales defensivos construidos en piedra puede datar de esta fase de la historia de la isla. Mantener a 7.000 personas con esta base de recursos tan disminuida se convirtió en tarea imposible, y su número descendió rápidamente. A partir de 1600 la sociedad de la isla de Pascua entró en de­ clive y retrocedió a condiciones de vida más primitivas que nun­

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ca. Sin árboles, y también sin canoas, los isleños estaban atrapa­ dos en su remoto hogar, incapaces de escapar a las consecuen­ cias del hundimiento medioambiental que ellos mismos habían provocado. El impacto social y cultural de la deforestación fue igualmente importante. La incapacidad de erigir una sola estatua más debió tener un efecto devastador sobre el sistema de creen­ cias y sobre la organización social, poniendo en cuestión los fun­ damentos sobre los que se había erigido tan compleja sociedad. Hubo crecientes conflictos por Jo s cada vez menores recursos que derivaron en un estado de guerra semipermanente. La es­ clavitud se hizo moneda común, y según descendía la cantidad de proteína disponible la población recurrió al canibalismo. Uno de los principales objetivos de la guerra era destruir los ahu de los clanes enemigos. Sobrevivieron unos cuantos como lugares de enterramiento, pero la mayoría fueron abandonados. Las mag­ níficas estatuas de piedra, demasiado grandes para destruirlas, fueron derribadas. Los primeros europeos encontraron sólo unas cuantas aún en pie cuando llegaron en el siglo xvm y todas ha­ bían sido derribadas hacia la década de 1830. Cuando los visi­ tantes les preguntaron cómo habían transportado las estatuas desde la cantera, los primitivos habitantes de la isla ya no recor­ daban lo que sus antepasados habían conseguido y sólo acerta­ ron a decir que las enormes figuras habían cruzado la isla «ca­ minando». Los europeos, al ver un paisaje sin árboles, tampoco fueron capaces de imaginar ninguna explicación lógica y también se quedaron perplejos. Pese a tan grandes dificultades, los habitantes de la isla cons­ truyeron con enormes esfuerzos, a lo largo de muchos siglos, una de las sociedades más avanzadas de este tipo en todo el mundo. Durante un millar de años mantuvieron una forma de vida en consonancia con un complejo conjunto de hábitos so­ ciales y religiosos que les permitieron no sólo sobrevivir sino prosperar. Fue en muchos sentidos un triunfo de la ingenuidad humana y una clara victoria sobre un medio ambiente hostil. Pero al final el aumento de la población y sus ambiciones cultu­ rales resultaron demasiado grandes para los limitados recursos de que disponían. Cuando el medio ambiente quedó arruinado por la presión, la sociedad se derrumbó muy rápidamente con él, conduciendo a un estado de semibarbarie. Los habitantes de la isla de Pascua, conscientes de que esta­

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ban aislados casi por completo del resto del mundo, seguramen­ te se tuvieron que dar cuenta de que su misma existencia de­ pendía de los limitados recursos de la pequeña isla. Después de todo era lo suficientemente pequeña para que pudiesen reco­ rrerla a pie en poco más o menos un día y pudiesen ver por sí mismos lo que estaba ocurriendo a los bosques. Pero fueron in­ capaces de idear un sistema que les permitiese encontrar el equi­ librio justo con su medio ambiente. Por el contrario, consumie­ ron de forma constante los recursos vitales hasta que por fin no quedó ninguno. Ciertamente, fue en el pTeciso momento en que las limitaciones de la isla tuvieron que hacerse desoladoramente evidentes cuando parece haberse intensificado la pugna entre los clanes para hacerse con la madera disponible mientras cada vez se esculpían más estatuas y se transportaban por toda la isla en un intento de asegurarse su prestigio y su status. El hecho de que se dejaran tantas sin terminár o varadas en la cantera sugie­ re que no se tomó en consideración el número de árboles que quedaban en la isla. El destino de la isla de Pascua tiene también implicaciones más profundas. Como la isla de Pascua, la Tierra tiene recursos muy limitados para mantener a la sociedad humana y soportar sus exigencias. Como los habitantes de la isla, la población hu­ mana de la Tierra no tiene medios prácticos de escape. ¿Cómo ha conformado la historia humana el medio ambiente del mun­ do y cómo han conformado y alterado las personas el mundo en el que viven? ¿Han caído otras sociedades en la misma trampa que los habitantes de la isla? Desde hace dos millones de años, los seres humanos han conseguido obtener más comida y ex­ traer más recursos con los que mantener a cantidades cada vez mayores de personas y a sociedades cada vez más complejas y tecnológicamente avanzadas. ¿Pero han tenido más suerte que los de la isla en la búsqueda de una forma de vida que no agote fa­ talmente los recursos de que disponen y que no dañen irreversi­ blemente su sistema de sustento vital?

CAPÍTULO

2 Los cimientos de la historia

La historia humana no se puede entender en un vacío. Todas las sociedades humanas han dependido, y todavía dependen, de complejos procesos físicos, químicos y biológicos relacionados entre sí. Entre éstos se incluyen la energía producida por el Sol, la circulación de los elementos cruciales para la vida, los procesos geofísicos que han hecho que las masas continentales de tierra se desplacen por el globo y los factores que regulan el cambio climático. Estos elementos constituyen los fundamentos esencia­ les para la formación de complejas comunidades interdependientes por parte de los diversos tipos de plantas y animales (se­ res humanos incluidos). Aunque el conocimiento científico de al­ gunas de estas áreas, especialmente el cambio climático, aún es esquemático, la investigación en muy diversas disciplinas está de­ jando cada vez más claro que la vida sobre la Tierra y todas las sociedades humanas dependen del mantenimiento de muchos delicados equilibrios entre una serie de complejos procesos y

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dentro de ellos. Los descubrimientos nos ayudan a entender la influencia que ha ejercido el medio ambiente sobre el desarrollo de las sociedades humanas y, tan importante como esto, el im­ pacto de los seres humanos sobre la Tierra. La historia humana se ha visto influida por la acción de fuer­ zas geológicas y astronómicas de gran envergadura durante lar­ gos períodos de tiempo. Aunque la cantidad de tierra del globo ha permanecido por regla general constante, su distnbución ha cambiado radicalmente. Las rocas que se encuentran a pocos ki­ lómetros bajo la superficie terrestre ^se funden y fluyen en co­ rrientes de convección causadas por el calor que sube del núcleo terrestre. Este flujo causa movimientos en la corteza terrestre bajo la forma de grandes «placas» que se mueven por la superficie del globo. Las corrientes de convección procedentes del núcleo te­ rrestre provocan ondulaciones bajo los océanos y después fluyen hacia el exterior obligando a las placas a distanciarse, de tal for­ ma que el Atlántico norte se está ensanchando a una media de aproximadamente 1,2 centímetros al año y el Pacífico a unos 10 centímetros anuales. El material refluye después hacia el fondo de las profundas fosas oceánicas. Donde las placas se encuentran hay una gran inestabilidad que origina terremotos y volcanes. Estos movimientos tienen su manifestación en los desastres naturales que han salpicado la historia humana: erupciones vol­ cánicas como la del Thera, que puede haber aplastado la socie­ dad minoica de Creta, la erupción del Vesubio que destruyó Herculano y Pompeya, o los grandes terremotos como el de la pro­ vincia de Shensi en China que en 1556 mató a 800.000 personas o los que afectaron a Lisboa en 1755 y a Tokio en 1923 que ma­ taron a decenas de miles. El impacto a largo plazo es aún ma­ yor. Hace unos 400 millones de años la Tierra tenía dos supercontinentes, Laurasia (América del norte, Europa y Asia) y Gondwana (América del Sur, África, India, Australia y la Antárti­ da), divididos por el mar de Tethys. Cuando esta inmensa masa de tierra se partió, los continentes del sur quedaron ubicados en el polo sur, originando glaciares en lo que actualmente son Bra­ sil y Sudáfrica, y Laurasia estaba en los trópicos. Lo que ahora es Norteamérica se alejó de Europa hace unos 200 millones de años, aunque el gran desplazamiento que formó el océano Atlán­ tico no se produjo hasta hace 80 millones de años; Gondwana empezó a descomponerse en continentes independientes hace

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unos 160 millones de años, pero la formación de la mayor parte del océano índico y la ruptura entre Australia y la Antártida ocu­ rrió hace 60 millones de años. África y Sudamérica se separaron hace 100 millones de años. La deriva de los continentes por el globo ha tenido un pro­ fundo impacto sobre la historia de la humanidad. Ha determina­ do la distribución de recursos, y es la responsable de las dife­ rencias de flora y fauna entre los continentes. El material que fluía desde el núcleo terrestre formó parte de las masas de tierra continentales y determinó la ubicación y la concentración de los recursos minerales del mundo. La posición de los continentes en una fase anterior de su historia explica la distribución de las re­ servas de combustible fósil del mundo moderno. El carbón, el petróleo y el gas natural proceden de la descomposición de los inmensos bosques tropicales existentes hace 250 o 300 millones de años. La deriva continental también ha sido un factor que ha determinado de forma decisiva la actual distribución de plantas y animales. Algunos han evolucionado en solitario y otros han lle­ gado a extinguirse por la acción de sus competidores cuando de repente han entrado en contacto con otras partes del mundo. Por ejemplo, los mamíferos marsupiales se extendían por todo el mundo hace unos 80 millones de años. Según se alejaban los con­ tinentes, los marsupiales fueron sustituidos en Eurasia por los mamíferos placentales. Sobrevivieron en Sudamérica hasta que ésta se unió a Norteamérica hace unos 30 millones de años y si­ guen viviendo en Australia, que ha permanecido aislada. La evo­ lución de los animales en diferentes partes del mundo también ha tenido efectos cruciales sobre la historia humana. El aisla­ miento de las dos Américas de la masa de tierra eurasiàtica hizo que los animales domesticados en Europa y Asia, como las ove­ jas, las cabras, el vacuno y los caballos, no estuviesen presentes allí. Esto influyó tanto en su agricultura como en su transporte; los animales domesticados eran relativamente poco importantes y, aunque las sociedades de las Américas conocían el principio de la rueda, no podían utilizarlo al no disponer de animales de tiro. El clima ha sido una fuerza fundamental en la conformación de la historia humana. Un año tras otro las variaciones climáticas influyen sobre los rendimientos de los cultivos, pero hay ten­ dencias a largo plazo significativamente mayores que han afecta­ do a la capacidad de los seres humanos para asentarse en algu-

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ñas áreas del globo, que han influido en la distribución de las plantas y de los animales allí instalados y que han limitado los cultivos que se pueden realizar. La división de los continentes también ha sido uno de los factores determinantes del clima. Los efectos de los períodos glaciales, que han dominado el clima mundial desde hace dos millones y medio de años, dependen del actual reparto de las masas de tierra del hemisferio norte. Las grandes placas de hielo no se pudieron formar y desplazar­ se más hacia el sur cuando el clima se deterioró, sin que los con­ tinentes se agrupasen hacia el polo norte y sin la formación de un océano Artico rodeado de tierra hace unos tres millones de años. La posición de los continentes, es sólo uno más de los facto­ res que influyen sobre el clima mundial. Aparte de la cada vez mayor producción de energía solar y de los niveles de gases como el dióxido de carbono y el metano en la atmósfera, el prin­ cipal factor que determina el clima es una serie de ciclos astro­ nómicos que afectan a la Tierra y a su órbita alrededor del Sol. Esta teoría la propuso en la década de 1920 un científico yugos­ lavo, Milhankovic, pero fue ampliamente ignorada. Sólo en los treinta últimos años, con el análisis científico de los núcleos ex­ traídos de los sedimentos oceánicos y las placas de hielo que dan una información sobre el clima que se remonta a cientos de mi­ les de años, se ha empezado a aceptar estas teorías. A lo largo de un período de 90.000 a 100.000 años la órbita terrestre cam­ bia de ser casi circular a ser más elíptica. En el momento pre­ sente la órbita se está haciendo más circular y se está reducien­ do la diferencia entre los momentos en que el calor del Sol que llega a la Tierra está en su máximo y en su mínimo. El segundo ciclo, el tiempo de máximo acercamiento de la Tierra al Sol, se completa cada 21.000 años. En este momento la Tierra está más cerca del Sol durante el invierno del hemisferio norte. Esto re­ duce el impacto del cambio climático estacional en el norte, al tiempo que lo aumenta en el hemisferio sur. El tercer ciclo afec­ ta a la «inclinación» de la Tierra, que varía en un período de unos 40.000 años. En este momento la inclinación está decreciendo, lo que una vez más reduce la diferencia entre las estaciones. Aunque hay otros ciclos a corto plazo, como variaciones meno­ res de la energía del Sol en un período de 22 a 23 años (ligado a la actividad de la mancha solar y a inversiones del campo mag­

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nético solar), es la combinación de los tres ciclos a largo plazo lo que determina en gran medida el cambiante clima de la Tierra. Los ciclos a largo plazo alteran la distribución de la energía solar que cae sobre la Tierra. La actual cercanía de los continen­ tes en el hemisferio norte hacia el polo tiene una importancia crucial porque un descenso de sólo el 2 por ciento del calor del Sol puede iniciar una glaciación. Los veranos fríos permiten que la nieve y el hielo del invierno sobrevivan hasta el siguiente in­ vierno, y la creciente capa de nigve origina un nuevo enfria­ miento al aumentar la reflexividad de las* capas de hielo y los gla­ ciares. Este mismo proceso no puede funcionar en el hemisferio sur cuando los cambios en la órbita terrestre producen allí vera­ nos fríos. Aparte de la Antártida no hay la suficiente tierra cerca del polo ni demasiada agua (que modera las temperaturas) para permitir la formación de placas glaciales continentales. Durante los últimos dos millones y medio de años ha habido un ciclo de períodos glaciales que ha afectado al clima de la Tierra; los pe­ ríodos interglaciales normalmente han sido cortos, con un total de unos 250.000 años durante los últimos dos millones. La épo­ ca interglacial más cálida fue la que se produjo hace unos 120.000 años (con unas temperaturas superiores a las actuales en unos 2 °C). Cambio climático (miles de años antes de hoy)

500

400 ------,--------350 300 ------450 {----------j— 1-----

250 200 150 100 50 |----------,--------- ,---------,----------,

Período glacial Riss

Período glacial Würm

Cambios en la cantidad de sol en el verano del hemisferio norte. (Las depre­ siones coinciden en el tiempo con los avances de las placas glaciales.)

Las diversas formas de vida de la Tierra, incluyendo a los se­ res humanos, no existen independientemente; forman parte de ecosistemas, un término que se utiliza para referirse a una co­ munidad de organismos y a su medio ambiente. Hay muchos ti­ pos distintos de ecosistema, como el bosque tropical, el herbazal o el arrecife de coral, pero el fundamento de todos ellos, y por tanto la base de toda la vida existente sobre la Tierra, es la fo­

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tosíntesis, el proceso mediante el cual las plantas y ciertos tipos de bacteria utilizan la energía de la luz solar para crear los com­ ponentes químicos esenciales para la vida. Es ésta la única vía por la que la energía se introduce en el sistema. Muy poca ener­ gía solar se convierte, de hecho, en materia (a menudo tan sólo un 0,2 por ciento), y no hay forma alguna de mejorar esta efica­ cia por cuanto ello depende de la cantidad de luz que llega a la Tierra, de las leyes de la física y de la cantidad de dióxido de carbono de la atmósfera. (La alimentación selectiva de plantas no aumenta la eficacia de la fotosíntesis* simplemente hace que las plantas desarrollen un mayor esfuerzo en la producción de aque­ llas partes que a los seres humanos les resultan útiles a costa de otras partes.) Dentro de un ecosistema concreto los fotosintetizadores (como las plantas, los árboles y las hierbas) proporcionan el aporte energético básico. Están en la base de una cadena ali­ menticia que liga entre sí a los diferentes organismos. Los foto­ sintetizadores se descomponen en el suelo al morir por la acción de descompositores como los hongos, y sus elementos esencia­ les quedan disponibles para ser utilizados por otras plantas. (En un medio ambiente marino el proceso es similar.) Los fotosinte­ tizadores son también comidos por animales (herbívoros) que son capaces de extraer de la planta una nutrición básica. Los her­ bívoros son comidos a su vez por otros animales (carnívoros) que son capaces de extraer su alimento de los animales. Algunos animales, conocidos como carnívoros superiores, pueden comer tanto herbívoros como otros carnívoros. Cuando todos estos ani­ males mueren sus cadáveres se pudren y los elementos esencia­ les se reciclan. La mayoría de los ecosistemas tienen complejas cadenas alimenticias con numerosas interrelaciones entre sus di­ versas partes. Sin embargo, detrás de esta complejidad hay una regla de hierro. Cuanto más alto esté un animal en la cadena ali­ menticia, más escaso será. A cada paso que se asciende en la ca­ dena alimenticia más alejado se está de la producción primaria de los fotosintetizadores y por tanto menos energía se produce; en consecuencia, desciende la cantidad de individuos que se pueden mantener. Una vaca, por ejemplo, sólo puede almacenar un 0,6 por ciento de la producción primaria de la hierba de un campo. Por esta razón, dentro de un ecosistema sólo puede exis­ tir un número muy pequeño de carnívoros en comparación con

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Cadenas alimenticias CADENA ALIMENTICIA GENERALIZADA

Fotosintetizadores

Detritos orgánicos

Planta acuática

\

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y \\

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\

V \

Almeja _

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Pe)esaP^

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Plantas de las marismas X

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Mosquito Grillo

------

Martín pescador

Mirlo alirrojo Flujo energético (el grosor de las flechas representa la importancia relativa de la fuente de alimento) SECCIÓN DE LA CADENA ALIMENTICIA DE UN ESTUARIO DE LONG ISLAND

el número de los productores primarios. En el caso de un bos­ que de caducifolios del sur de Inglaterra, el 88 por ciento de la producción primaria de los fotosintetizadores (en este caso árbo­ les, plantas y hierbas) acaba cayendo y se descompone sobre el suelo boscoso, y otro 8 por ciento queda almacenado como ma-

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dera muerta, que al final se descompone. Sólo alrededor de un 3 por ciento queda para alimento de los herbívoros, y todavía menos para los carnívoros que viven de los herbívoros. Los ecosistemas no son estáticos. Con el paso del tiempo se van desarrollando a través de una serie ordenada y predecible de cambios que resultan de la modificación del medio ambiente por parte de las mismas plantas y animales para culminar en un sis­ tema clímax que tiene el máximo número posible de plantas y animales para el aporte energético de que dispone. Se tarda mi­ les de años en pasar de la roca desnuda a los liqúenes y los mus­ gos primero, después a los heléchos y las plantas, y finalmente a los árboles para crear un bosque clímax que pueda sobrevivir durante períodos muy largos, siempre y cuando no haya interfe­ rencia humana. Las especies pioneras que ocupan la roca están adaptadas para vivir en suelos pobres o sin suelo. Lentamente, según se acumula la materia descompuesta, se crea un suelo me­ jor, capaz de sostener plantas anuales y, sucesivamente, a las de hoja perenne, las hierbas, los arbustos y los árboles. A medida que el ecosistema se desarrolla y cambia, también cambian las plantas y los animales que puede mantener. Este desarrollo de un ecosistema se ha producido incontables veces a lo largo de la historia de la Tierra; por ejemplo, la retirada de una placa de hie­ lo después de un período glacial deja al descubierto roca desnu­ da, que unos cuantos miles de años más tarde se convierte en un bosque clímax templado. Cuando un ecosistema se destruye (como a menudo ocurre mediante la intervención humana para aclarar los bosques) el posterior proceso de cambio se acelera porque ya existe un buen suelo. Por ejemplo, la tierra de cultivo (resultado del clareo de un bosque en una fase anterior de su historia) dejada sin cultivar en Inglaterra, se convertirá en un bos­ que de roble y fresno, a través de una sucesión de malezas, hier­ bas y arbustos cultivables como el espino y el matorral mixto, en un plazo de 150 años. Los diferentes tipos de ecosistema dependen en gran medida de la temperatura y del nivel de precipitaciones de lluvia. Se en­ cuentran'por tanto en anchas franjas entre los polos y el ecua­ dor. Los cambios del clima terrestre hacen que estas franjas cam­ bien de ubicación, a menudo a una distancia de cientos de kiló­ metros en un período de varios miles de años, al tiempo que producen grandes variaciones locales. En el momento presente,

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cerca de los polos, las bajas cantidades de lluvia, las bajas tem­ peraturas y el permafrost producen tundra (con mala absorción de agua, suelos ácidos cubiertos de maleza baja). Más lejos del polo, en el hemisferio norte (aunque no en el sur porque no hay tierra en el lugar apropiado) están los grandes bosques de coni­ feras conocidos como la taiga. Aún más lejos de los polos están los bosques templados con su rica flora secundaria, sus mejores suelos, su alta caída de hoja y una cantidad correspondiente­ mente mayor de descompositores. Están a continuación los her­ bazales, que tienen menos lluvia que los. bosques templados y suelos más pobres. En dos franjas situadas a unos 30 °N y 30 °S del ecuador hay grandes áreas desérticas, consecuencia del siste­ ma climático global que concentra grandes masas de aire muy seco en estas latitudes. Finalmente en los trópicos, alrededor del ecuador, donde hay mucha lluvia y altas temperaturas, están las inmensas selvas lluviosas tropicales. Hay por supuesto muchas variaciones locales dentro de este patrón global, como las saba­ nas tropicales de herbazal con árboles espinosos dispersos y los bosques de lluvia moderada del noroeste de América y del sur de Nueva Zelanda. La productividad de los diferentes ecosistemas varía enorme­ mente. En la tundra el nivel de producción primaria es bajo de­ bido al frío y a la falta de luz solar. Esto significa que son pocas las especies que se pueden mantener, y no en grandes cantida­ des. La cadena alimenticia es por lo tanto corta y relativamente simple. Los océanos abiertos son verdaderos desiertos, mientras que los arrecifes de coral y los estuarios rebosan de vida, alcan­ zando niveles equivalentes al más productivo de todos los siste­ mas terrestres, el bosque tropical. Estos bosques, que cubren aproximadamente un 6 por ciento de la superficie terrestre del mundo, producen alrededor del 40 por ciento de toda la pro­ ducción primaria terrestre de plantas, y contienen más o menos la mitad de todas las plantas y animales de la Tierra. Los bosques lluviosos son relevantes no sólo por la cantidad de vida que se encuentra en ellos, sino también por su diversidad; un trozo de bosque típico de unos diez kilómetros cuadrados contendrá las siguientes especies (no individuos): 1.500 plantas de flor, 750 ár­ boles, 125 mamíferos, 400 pájaros, 100 reptiles, 60 anfibios, 150 mariposas y probablemente más de 50.000 insectos. (En total, en los bosques tropicales hay probablemente 20 millones de espe­

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cies de insectos.) Los bosques tropicales son, no obstante, muy diferentes en su estructura a los bosques templados, que tienen ricos suelos. Las tres cuartas partes de todos los nutrientes se en­ cuentran en las plantas y en los árboles, y sólo el 8 por ciento en el suelo. Muy poca agua de lluvia llega al suelo; más de la mitad se evapora y la otra mitad es absorbida directamente en su mayor parte por las plantas y los árboles. El propio suelo es fino, ácido y de baja calidad, con muy poco humus. Si se destruye el ecosistema mediante el clareo de los bosques la mayor parte de los nutrientes se destruyen también; el suelo dispone de pocos elementos para soportar los cultivos o la hierba, y la tierra ex­ puesta corre el peligro de convertirse rápidamente en arcilla seca endurecida. El suelo es el producto de un ecosistema; ha sido creado por las plantas y los animales vivos y continúa dependiendo de ellos para seguir siendo fértil y productivo. Antes de que las primeras formas de vida emergiesen del mar no había suelo; toda la tierra era roca desnuda erosionada y desiertos. Los suelos se forman a lo largo de miles de años a través de procesos físicos, químicos y biológicos a medida que la roca se erosiona en diminutos frag­ mentos y se ligan a los restos de plantas y animales muertos para formar un medio que soporte plantas y árboles más grandes mientras el ecosistema llega a un clímax. La fertilidad se incor­ pora y se mantiene como un proceso activo mediante la interac­ ción de la capa vegetal, el suelo existente, la acción de los des­ compositores y otros factores medioambientales como la lluvia y la temperatura. Todos estos procesos hacen de los diversos tipos de suelo que se encuentran en diferentes partes del globo uno de los más complejos sistemas vivientes de la Tierra. Unas 40 áreas de buen suelo de una región templada contendrán unos 125 millones de pequeños invertebrados, y treinta gramos de ese suelo contendrán un millón de bacterias de un solo tipo, 100.000 células de levadura y 50.000 hongos micelio. Aunque los suelos se crean a lo largo del tiempo este proceso es, según una esca­ la temporal humana, tan lento que el suelo es en efecto una fuente no renovable. También es muy frágil. Los ecosistemas se desarrollan naturalmente de una forma que protege el suelo del que dependen. En los herbazales secos son las raíces de la hier­ ba lo que mantiene unido un suelo pobre, y en los bosques tem­ plados es el proceso de la abundante caída de hoja en otoño, en

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conjunción con un gran número de descompositores que viven del material muerto, lo que mantiene un suelo sumamente fértil. En los bosques tropicales, donde los suelos son por lo general pobres en nutrientes y potencialmente vulnerables a las abun­ dantes lluvias y las altas temperaturas, el ecosistema se ha desa­ rrollado de una forma que protege el suelo. Una vez que los ár­ boles y las plantas de un ecosistema resultan destruidos o gra­ vemente dañados, el subsuelo se ve sujeto muy rápidamente a una grave tensión y el viento y la lluvia pueden destruirlo o ero­ sionarlo fácilmente, dejando sólo un remanente degradado. Para comprender plenamente las partes individuales de un ecosistema, es necesario verlas como parte de un todo mayor. Todas las partes de un ecosistema están interconectadas a través de un complejo conjunto de ciclos autorreguladores, de bucles y lazos de realimentación entre las diferentes partes de la cadena alimentaria. Por ejemplo, la fertilidad, estabilidad y textura de un suelo depende de una interacción con las otras partes del eco­ sistema que lo han producido. Si se elimina o se altera una par­ te de un ecosistema ello repercutirá sobre las demás partes del sistema. El alcance de las repercusiones variará por supuesto de­ pendiendo de la naturaleza, la envergadura y la duración de la alteración inicial, de la importancia relativa de la parte o las par­ tes afectadas y de la resistencia del ecosistema. Por ejemplo, si una especie de animal es aniquilada (por enfermedad o por ser cazada hasta su extinción), habrá ramificaciones hacia arriba y hacia abajo en la cadena alimentaria. Una forma de alteración que destruya a los productores primarios (como un incendio fo­ restal o un clareo deliberado del bosque) constituirá un ataque a la base de la cadena alimentaria y tendrá efectos desastrosos so­ bre todas las partes de la cadena. De la misma manera que las plantas y los animales de un ecosistema forman parte de un todo mayor, también los ecosis­ temas forman parte de un todo mayor, la Tierra misma. A todo efecto práctico, la Tierra es un sistema cerrado. Aunque llegue la luz del Sol y proporcione la energía necesaria para la vida, el res­ to de los recursos son finitos. El hecho de que la Tierra sea un sistema cerrado significa también que nada puede salirse de él. Todos los residuos deben ir a algún sitio. Este hecho, combina­ do con los recursos limitados de que se dispone para todas las cosas vivientes, hace que el reciclaje de los materiales necesarios

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para la vida sea una función esencial de todos los ecosistemas y de los demás procesos físicos y químicos de la Tierra. No obs­ tante, pueden aparecer problemas cuando «eliminamos» los resi­ duos artificiales depositándolos en los ecosistemas, por ejemplo vertiéndolos al mar o descargándolos al aire. Hay otros muchos productos que los sistemas naturales no pueden reciclar en ab­ soluto, o al menos no en las concentraciones en que se encuen­ tran como resultado dé la actividad humana, y permanecen como contaminantes en algún lugar del sistema. Toda contaminación está, por tanto, abocada a afectar a los procesos naturales y a los ecosistemas, tanto en la tierra como en los océanos o en la mis­ ma atmósfera. Los humanos forman también parte de los ecosistemas te­ rrestres, tanto si siempre son conscientes de este hecho y de sus implicaciones como si no lo son. Todas las plantas y animales tienden a modificar el medio ambiente mientras compiten y co­ operan con otros por sobrevivir y crecer. En su relación con el ecosistema, hay dos factores que distinguen a los seres humanos de los demás animales. En primer lugar, ellos son la única espe­ cie capaz de poner en peligro e incluso destruir los ecosistemas de los que dependen para su existencia. En segundo lugar, los seres humanos son la única especie que se ha esparcido por to­ dos los ecosistemas terrestres y después, mediante el uso de la tecnología, los ha dominado. (Han llegado incluso a desarrollar formas de explotar, también en exceso, los ecosistemas marinos.) La tarea más importante de toda la historia humana ha sido encontrar una forma de extraer de los diferentes ecosistemas en los que han vivido las personas recursos suficientes para mante­ ner la vida: comida, ropa, refugio, energía y otros bienes mate­ riales. Inevitablemente, esto ha supuesto intervenir en los ecosis­ temas naturales. El problema de las sociedades humanas ha sido establecer un equilibrio entre sus diversas necesidades y la ca­ pacidad de los ecosistemas para soportar las presiones que se han generado.

CAPÍTULO

________ 3 Noventa y nueve por ciento de historia de la humanidad

Excepto en los últimos milenios, los seres humanos han ob­ tenido su subsistencia en sus dos millones de años de existencia a través de una combinación de recolección de productos ali­ menticios y de caza de animales. Prácticamente en todos los ca­ sos los pueblos vivieron en pequeños grupos nómadas. Fue éste sin duda el modo de vida más eficaz y flexible adoptado por los seres humanos y el que menos daño causó a los ecosistemas na­ turales. Les permitió esparcirse por toda la faz del globo en todo tipo de ecosistemas terrestres y sobrevivir no sólo en áreas favo­ rables donde podían obtener fácilmente alimentos, sino también en las rigurosas condiciones del Ártico, la tundra de la Europa glacial y las secas tierras marginales de Australia y del sur de África. Los orígenes y el principio del desarrollo de los seres huma­ nos y de sus antepasados inmediatos hay que deducirlos de los escasos datos de que se dispone, normalmente restos fosilizados

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de esqueletos incompletos, a veces tan nimios como una mandí­ bula o un diente, lo que dificulta su interpretación. El tema, no es de extrañar, suscita gran controversia entre los expertos, y se han propuesto numerosos esquemas contradictorios para explicar la naturaleza de fósiles concretos y de la relación entre unos y otros. El hecho de que hasta el momento sólo se hayan encon­ trado restos en unas cuantas zonas del mundo, sobre todo en el este y el sur de África, lógicamente ha determinado en gran me­ dida las explicaciones que se han dado a los orígenes geográfi­ cos más probables de los antepasados humanos y a su desa­ rrollo. Los fósiles de seres de hace un millón y medio o dos millo­ nes de años, y que reciben el nombre de Homo erectus, se ad­ miten como antepasados directos de los seres humanos moder­ nos. Pero restos fósiles muy anteriores revelan la evidencia de la existencia de ciertos «rasgos humanos» hace más de dos millones de años, sobre todo la postura erguida (hace unos tres millo­ nes y medio de años) y la fabricación de las primeras herra­ mientas de piedra. La característica distintiva del Homo erectus es el gran tamaño del cerebro, de casi 1.100 centímetros cúbicos (casi tres cuartas partes de la capacidad humana moderna). Pro­ bablemente aparecieron en África, aunque si un esqueleto de Java está datado correctamente en aproximadamente 1,9 millones de años esta teoría podría necesitar una revisión, y lo cierto es que en el sureste de Asia se han realizado muchos menos traba­ jos arqueológicos sobre los orígenes humanos que en el este de África. Los datos arqueológicos de que disponemos sugieren que sobrevivieron hasta hace unos 100.000 años, fecha de que datan los primeros esqueletos anatómicamente modernos descubiertos en el este y el sur de África, llamados en un alarde de inmenso autohalago Homo sapiens. Hace aproximadamente 30.000 años había tipos humanos plenamente modernos (Homo sapiens sa­ piens) extendidos por todo el mundo. Los primeros seres humanos parecen haber habitado muy di­ versos hábitats dentro de un cinturón de zona tropical y semitropical que se extiende desde Etiopía hasta el sur de África. La población era poco numerosa, vivía en grupos que quizá de­ pendían principalmente de la recolección de nueces, semillas y plantas que probablemente complementarían recogiendo los ani­ males que mataban otros depredadores y quizá con la caza de

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unos cuantos mamíferos pequeños. Fue esta forma básica de subsistencia —la recolección y la caza— la que habría de durar como forma humana de vida hasta la aparición de la agricultura hace unos 10.000 años. La recolección y la caza como forma de vida se restringe aho­ ra a un puñado de grupos en todo el mundo, como los bosquimanos del suroeste de África, algunos grupos pigmeos de los bosques ecuatoriales de África, los hadza del África oriental, unos cuantos grupos en la India y el sureste asiático, algunos aboríge­ nes de Australia, algunos inuit del Ártico"y los habitantes nativos de los bosques tropicales de Sudamérica. Estos grupos ocupan ahora hábitats esencialmente marginales que han ido abando­ nando gradualmente por el avance de la agricultura. Dos tercios de los inuit vivían originalmente en un clima mucho más benig­ no al sur del Círculo Ártico, mientras que los aborígenes solían vivir principalmente en las regiones productivas de Australia oriental y no en los desiertos centrales y del norte. La concep­ ción más generalizada sobre la recolección y la caza es que pro­ duce una vida que es, en palabras de Thomas Hobbes, «Sucia, brutal y breve». En los treinta últimos años, nuevos estudios an­ tropológicos de los grupos que aún se dedican a la recolección y la caza nos han permitido hacernos una idea fascinante de cómo vivieron los seres humanos durante prácticamente la ma­ yor parte de su historia y de cómo se integraron en el medio am­ biente. Estos estudios han incidido sobre lo relativamente fácil que les resultaba extraer alimento suficiente en lo que habrían sido ecosistemas mucho más productivos que los que ocupan ac­ tualmente estos grupos. De forma paralela a estos hallazgos ha habido una revolución en la mentalidad y en las técnicas arqueo­ lógicas de investigación de los restos humanos antiguos. En lu­ gar de coleccionar grandes cantidades de herramientas de piedra e intentar clasificarlas en diferentes «culturas» basándose en dis­ crepancias marginales en la forma de construirlos o comparando los distintos tipos de herramientas hallados en diversos lugares, los arqueólogos han adoptado un método mucho más sofistica­ do. Éste hace especial hincapié en intentar comprender, a me­ nudo tomando como ejemplo a grupos contemporáneos, para qué tarea se fabricaban las herramientas, qué actividades se lle­ vaban a cabo en los diferentes emplazamientos, cómo los grupos humanos explotaron de distintas formas su medio ambiente para

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obtener comida y cómo se integraban sus movimientos estacio­ nales en este patrón global. Lo que se consigue con estos nuevos enfoques es una visión mucho más positiva de los grupos dedicados a la recolección y la caza. En general, los recolectores y los cazadores no viven bajo la amenaza constante del hambre. Antes bien, tienen una dieta nutritivamente adecuada seleccionada entre la amplia va­ riedad de recursos alimentarios disponibles. Esta amplia variedad alimentaria normalmente es sólo una pequeña proporción de la cantidad total de comida disponible en el medio ambiente. La obtención de comida y otros trabajos sólo ocupaban una peque­ ña parte del día, dejando mucho tiempo libre para el ocio y las actividades ceremoniales. La mayoría de los grupos sobreviven con muy pocos bienes porque sus necesidades son escasas y porque cualquier bien adicional supondría una carga para su for­ ma nómada de vida. Artículos como las herramientas de caza o los utensilios de cocina no tienen gran valor porque los podían reemplazar fácilmente con los materiales que encontraban en cada lugar. El patrón de vida variaba durante el año dependien­ do de los diferentes tipos de comida de que disponían en cada estación. La mayor parte del tiempo vivían en pequeños grupos de entre 25 y 50 personas, reuniéndose en grupos más grandes para las ceremonias, el matrimonio y otras actividades sociales en aquellos momentos en que las provisiones de comida permitían la reunión de una población más numerosa en un mismo lugar. Dentro del grupo no hay un concepto de propiedad de la comi­ da y todo el mundo tiene acceso a ella. La comida no se alma­ cena porque eso estorbaría la movilidad y porque su experiencia les dice que siempre tendrán algo de comida aunque la provi­ sión de determinados artículos sea escasa en un momento dado. Los bosquimanos del suroeste de África ilustran la facilidad de estos grupos dedicados a la recolección y la caza para obte­ ner alimentos suficientes. La base de su dieta es la sumamente nutritiva nuez del mongongo, obtenida de un árbol resistente a la sequía. Es una fuente muy fiable que se mantiene durante más de un año. Contiene 5 veces las calorías y 10 veces la cantidad de proteína de una cantidad equivalente de cereales, y doscien­ tos gramos (unas trescientas nueces) tienen las calorías de un kilo de arroz guisado y la proteína de casi medio kilo de carne de vacuno. Además, disponen de 84 especies diferentes de plan­

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tas alimenticias, aunque los bosquimanos normalmente sólo usan 23 de ellas. Disponen de 54 animales comestibles, aunque sólo cazan regularmente 17. En comparación con los niveles moder­ nos de nutrición recomendados, la dieta de los bosquimanos es más que adecuada: la ingestión de calorías es más alta, el con­ sumo proteínico es casi un tercio superior y no hay indicios de enfermedad carencial alguna. La cantidad de esfuerzo necesario para obtener este alimento no es muy alta, dos días y medio a la semana por término medio. El trabajo que se realiza es cons­ tante durante todo el año (al contrario "que la agricultura); ex­ cepto en plena estación seca la búsqueda de comida rara vez su­ pone viajar más de diez kilómetros diarios. Mujeres y hombres dedican prácticamente la misma cantidad de tiempo a obtener comida, pero las mujeres, que son responsables de la recolec­ ción, traen casi el doble de la cantidad que los hombres son ca­ paces de cazar. Las mujeres suelen trabajar de una a tres horas diarias y dedican el resto del tiempo a actividades de ocio. La caza, que la llevan a cabo los hombres, es más intermitente, de­ dicándole quizás una semana y pasando después dos o tres sin realizar actividad alguna. Aproximadamente el 40 por ciento del grupo no participa en la tarea de conseguir comida. Casi uno de cada diez son mayores de sesenta años y reciben un tratamiento honorífico, y de los jóvenes no se espera que aporten comida hasta que se casan, a una edad aproximada de veinte años para las mujeres y de veinticinco para los hombres. Se han hallado pa­ trones similares entre los hadza del este de África y los aboríge­ nes de Australia. Todos estos grupos se han visto empujados en la actualidad a áreas marginales de subsistencia, con lo que podemos asumir que para otros grupos similares que vivieron en lugares con re­ cursos más abundantes la recolección de comida habría sido to­ davía más fácil. Ciertamente, muchos grupos contemporáneos no aciertan a encontrar atractivos en la agricultura debido a su muy superior carga de trabajo. Como dijo un bosquimano a un antro­ pólogo: «¿Por qué nos vamos a poner a plantar si hay tantas nue­ ces de mongongo en el mundo?». Valoran mucho el tiempo libre, y lo prefieren a aumentar las reservas de alimentos (que ya son más que suficientes) o a producir más bienes materiales (que pueden ser una carga). A principios de este siglo, la tribu siane de Nueva Guinea adoptó modernas hachas de acero en lugar de

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sus tradicionales herramientas de piedra. Esto redujo casi en un tercio la cantidad de tiempo necesario para conseguir un nivel adecuado de subsistencia. El nuevo tiempo libre no.se empleó en aumentar la producción, sino que se dedicó a las ceremonias, al ocio o a la guerra. De igual forma, en el Brasil del siglo xvi los portugueses se encontraron con que las tribus indias, a me­ nos que las esclavizaran, sólo trabajarían para ellos ; hasta que hubiesen ganado lo suficiente para comprar herramientas de me­ tal y poder disfrutar después,de más tiempo de ocio. En general, los grupos dedicados a la recolección y la caza vivían en gran medida de la recolección. La caza es una activi­ dad difícil y arriesgada, con recompensas, en el mejor de los ca­ sos, sólo intermitentes. Los estudios sobre los carnívoros supe­ riores de los ecosistemas (que es el papel que los seres huma­ nos están intentando adoptar cuando cazan) demuestran que sólo consiguen cazar una vez de cada diez que lo intentan. Los seres humanos, incluso con una cierta ayuda tecnológica, están mucho menos adaptados para esta función que los leones o los tigres, y es probable que logren índices de éxito todavía meno­ res. La mayor parte de la carne de la dieta de los primeros gru­ pos dedicados a la caza y la recolección, conseguida utilizando lanzas, arcos y flechas bastante primitivos, es probable que pro­ ceda de la recogida de animales muertos por otros depredado­ res. En las zonas ecuatoriales y tropicales, la caza raramente aporta más de un tercio de la dieta del grupo. Los ecosistemas más alejados del ecuador son menos productivos, y por tanto la planta alimenticia de que se disponga ha de ser complementada, a menudo mediante la tarea más gravosa en tiempo de la pesca. Los grandes herbazales plantean enormes problemas a estos gru­ pos en su búsqueda de alimentos debido a que carecen de plan­ tas apropiadas para el consumo humano y a la dificultad de ca­ zar las grandes manadas de animales de pastoreo. Es únicamen­ te en las zonas árticas, con su casi total ausencia de plantas adecuadas para la alimentación, donde la caza domina la subsis­ tencia. En estas áreas no es fácil encontrar comida suficiente, y la supervivencia exige grandes dosis de habilidad y esfuerzo para poder hacer uso de los limitados recursos disponibles. Para conseguir la necesaria subsistencia, los grupos dedicados a la recolección y la caza dependen de un profundo conoci­ miento de sus zonas locales, y en particular de un conocimiento

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del tipo de alimentos que encontrarán en diferentes lugares y en distintas épocas del año. Su forma de vida gira en torno a los grandes cambios estacionales en los métodos de subsistencia, y los patrones de organización social están integrados en estos cambios. Los pueblos contemporáneos dedicados a la recolec­ ción y a la caza ilustran una vez más cómo se habrían adaptado los grupos históricos a sus condiciones particulares. Los bosquimanos del suroeste de África viven en un medio ambiente rela­ tivamente homogéneo, cambiando de campamento unas cinco o seis veces al año pero sin alejarse jamás más de dieciséis o die­ ciocho kilómetros en cada desplazamiento y haciendo viajes más largos sólo en ocasiones sociales como el matrimonio. Los abo­ rígenes gidjingali del norte de Australia tienen un claro ciclo es­ tacional de explotación variable. En la estación húmeda, cuando los pantanos están llenos, comen nenúfares; los tallos se comen crudos, las semillas se utilizan para hacer pan ácimo y los bul­ bos se cocinan. Al principio de la estación seca se trasladan a una zona donde se encuentran grandes ñames porque los tu­ bérculos son fáciles de localizar en esta época del año, en la que los zarcillos aún están verdes. Más adelante se trasladan al bor­ de de las zonas húmedas, donde los hombres cazan gansos y las mujeres arrancan bulbos de junco. En plena estación seca la sub­ sistencia depende de las nueces de cica que, aunque difíciles de preparar, son muy abundantes y pueden mantener a los grandes grupos de personas que se reúnen en esta época para aconteci­ mientos ceremoniales, religiosos y sociales. Sólo durante un bre­ ve período antes de la estación de las lluvias hay escasez de co­ mida apropiada y la subsistencia depende de raíces y plantas no tan apreciadas. Un ejemplo de una forma extrema de adaptación a un medio ambiente duro que influye en todas las formas de vida econó­ mica y social es el que aportan los inuit netsilik que viven en el norte y el oeste de la „bahía de Hudson en Canadá, estudiados en la década de 1920 antes de que tuvieran ningún contacto real con la tecnología moderna. Su forma de vida dependía de la mi­ nuciosa explotación de cada uno de los elementos de su medio ambiente. Las casas y los medios de almacenamiento se hacían con nieve y hielo. Las ropas, los kayaks, los trineos y las tiendas se hacían con las pieles de los animales, y los huesos se utiliza­ ban para fabricar herramientas y armas. Los utensilios de cocina

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se hacían de piedra. El ciclo estacional de las actividades de sub­ sistencia era enormemente variado. En invierno los netsilik de­ pendían totalmente de la caza de la foca. Un gran número de ca­ zadores tenían que cubrir los numerosos agujeros del hielo que las focas utilizaban para respirar. Era por tanto éste el momento del año en que los grupos sociales extendidos se reunían en grandes comunidades de iglúes y participaban en la principal ac­ tividad religiosa y ceremonial anual. Los grandes campamentos de invierno se fragmentaban en grupos más pequeños que vi­ vían en tiendas desde junio, momento en que era posible cazar a las focas sobre el hielo. En julio los grupos se adentraban en la isla pescando y de vez en cuando cazando caribús. En agosto construían presas de piedra en los ríos para atrapar a la gran can­ tidad de salmones que remontaban la corriente para desovar. A finales de mes volvían a reunirse en grandes grupos para la ac­ tividad comunal de cazar desde los kayaks mientras los caribús cruzaban los ríos durante su migración anual. En octubre grupos más pequeños de inuits pescaban el salmón antes de volver a congregarse en grupos más grandes para la pesca invernal de la foca. En cada una de las fases de caza comunal había costum­ bres sociales que garantizaban que todo el mundo estuviese ali­ mentado y que nadie se viese perjudicado por su mala suerte o por su falta de habilidad. Estos ejemplos modernos de grupos dedicados a la recolec­ ción y la caza nos dicen mucho sobre cómo habrían operado los grupos históricos en los diversos medios naturales que habitaron por todo el mundo. Todos los grupos dedicados a la recolección y la caza, antiguos y modernos, parecen haber intentado contro­ lar sus cifras demográficas para no exigir demasiado a los recur­ sos de su ecosistema. Esto se conseguía a través de una serie de costumbres sociales aceptadas. La más extendida era el infantici­ dio, que se realizaba matando selectivamente a ciertas categorías como los mellizos, los tullidos y una parte de la descendencia fe­ menina. (Los estudios realizados en los años treinta demostraban que los grupos inuit mataban a casi un 40 por ciento de sus hi­ jas.) Además, la tardanza en destetar a los niños probablemente era una forma de control de la natalidad, y a algunos ancianos quizá se los abandonaba si estaban enfermos y suponían una carga para el grupo. Con estos métodos se redujo la demanda de alimento y, por tanto, la presión que los grupos dedicados a la

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recolección y la caza imponían a su medio ambiente. Las densi­ dades de población eran generalmente bajas (aunque las cifras variarían según el tipo de medio ambiente y su nivel natura] de productividad). Según los cálculos más aproximados, la pobla­ ción total del mundo hace unos 10.000 años, justo antes de la adopción de la agricultura en unas cuantas áreas, no superaba los cuatro millones de personas, y en períodos anteriores habría sido considerablemente menor. El desarrollo gradual de las sociedades humanas y la expan­ sión de los asentamientos por todo el globo en medios diferen­ tes se puede resumir en cuatro rasgos básicos que diferencian a los seres humanos de otros primates. Fundamental para todo el progreso fue un aumento del tamaño del cerebro. Un mayor ce­ rebro parece haber sido importante para conseguir el poder del pensamiento abstracto de tan vital importancia en el desarrollo de la tecnología. Una segunda ruptura vital (ya presente hace tres millones y medio de años) fue la capacidad de permanecer com­ pletamente erguido y sobre dos pies. Esto fue importante no sólo para aumentar la movilidad, sino también para liberar las manos y poder realizar otras tareas como utilizar y fabricar herramien­ tas. El tercer rasgo era el uso del habla. Lógicamente no hay ab­ solutamente ninguna evidencia de cuándo se adoptó el habla, pero se asume en general que tiene que haber sido en una fe­ cha anterior, y la capacidad de comunicarse habría abierto el ca­ mino a un aumento de la cooperación grupa! y a una organiza­ ción social más compleja, así como a la difusión de diferentes avances culturales. El cuarto rasgo fue fundamental para el asen­ tamiento de los seres humanos por todo el mundo: la adopción de medios tecnológicos supone vencer las dificultades que im­ pone un medio ambiente hostil. Aunque hay otros animales que usan herramientas, los seres humanos son los únicos que las fa­ brican. La fabricación de herramientas de piedra comenzó hace unos dos millones de años con las toscas cuchillas de piedra he­ chas con guijarros, aunque probablemente ya antes se usaban otras herramientas menos duraderas que no nos han llegado. Aparte de las herramientas de piedra, los artefactos y las tec­ nologías utilizadas por los primeros seres humanos fueron jaba­ linas de madera (hace unos 400.000 años), piedras de bolas para atar a los animales (hace unos 80.000 años), el uso de la made­ ra y las pieles y también el fuego. Como el fuego también se pro-

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duce de forma natural, la fecha exacta en que por primera vez se utilizó el fuego deliberadamente es materia de considerable controversia. Hay ambiguos indicios procedentes de Chesowanja, en el este de África, y que datan de hace aproximadamente un millón y medio de años, pero la primera evidencia clara, y ampliamente aceptada, data de hace unos 500.000 años. Los pri­ meros indicios del uso del fuego se encuentran junto a lugares de sacrificio de animales, lo que sugiere que fue traído a estos lugares para cocinar la carne, y también en los campamentos, donde se habría usado para calentarse y dar luz y posiblemente como protección. En esta fase inicial, no es demasiado probable que se usara para conducir a los animales a lugares de sacrificio apropiados, aunque con toda seguridad esta técnica se usó en fechas muy posteriores. Pero durante al menos dos millones de años la principal tecnología utilizada por los seres humanos fue la herramienta de piedra. Durante casi el primer millón y medio de años de fabricación de herramientas, los tipos dominantes fueron un cuchillo hecho con guijarros y utilizado como herra­ mienta, y un hacha de mano con un filo rodeando casi la totali­ dad de su perímetro. Estas herramientas eran relativamente fáci­ les de fabricar y se encuentran en grandes cantidades. Por ejem­ plo, el esqueleto desarticulado de un hipopótamo encontrado en Olduvai Gorge en África oriental estaba rodeado de 459 hachas de mano romas y cuchillos. Fue con estas primitivas herramientas con las que los prime­ ros humanos consiguieron pasar de África a las zonas libres de heladas del Oriente Medio, la India, el sur de China y áreas de Indonesia, aunque también habría sido necesario el uso de pren­ das hechas con las pieles de los animales. El esquema cronoló­ gico exacto es difícil de establecer debido a la ausencia de tra­ bajos arqueológicos en muchas áreas, pero es evidente que el Homo erectus se había extendido fuera de África hace aproxima­ damente un millón y medio de años, muy poco después de las fechas de que datan los primeros esqueletos que se hallaron de este antepasado directo de los seres humanos modernos. Pero las áreas ocupadas aún eran escasas. Con las habilidades que po­ seían en ese momento, los seres humanos sólo podían adaptar­ se a aquellos ecosistemas descubiertos en las áreas semitropicales donde había una variedad considerable de material vegetal

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que se pudiese recolectar fácilmente y un amplio surtido de ani­ males pequeños y fáciles de cazar que les permitía complemen­ tar esa dieta. No penetraron en los bosques lluviosos^ ecuatoria­ les y el asentamiento en Europa suponía enormes dificultades. Estos problemas tardaron mucho tiempo en resolverse, con lo que la aparición de asentamientos en Europa es un fenómeno comparativamente tardío en la historia humana a pesar de su re­ lativamente fácil acceso desde el Próximo Oriente y África. Los ecosistemas europeos hicieron que fuese muy difícil, incluso en los períodos interglaciales, extraedla suficiente subsistencia con una base tecnológica tan limitada: la vida vegetal era menos rica y el ámbito de recolección más limitado. La caza a mediana y gran escala era por tanto vital, pero difícil. Aun cuando sólo se dedicasen a recoger y a matar a los ejemplares enfermos y an­ cianos de los rebaños, los grupos habrían tenido que moverse por grandes áreas siguiendo los movimientos estacionales de los animales y les habría resultado difícil mantenerse en contacto para realizar sus actividades sociales y culturales. La primera evi­ dencia de ocupación humana data de hace unos 730.000 años, y en la mayoría de las zonas de Europa se habían establecido asen­ tamientos humanos hace unos 350.000 años. Pero estos asenta­ mientos fueron intermitentes y se limitaron a los períodos inter­ glaciales en que el clima de Europa habría sido lo suficiente­ mente regular para permitir la recolección y la caza con unas herramientas limitadas. Las condiciones durante los períodos gla­ ciales, cuando avanzaban las grandes placas glaciales del norte incluso el clima del sur de Francia degeneró a condiciones semiárticas produciendo un tipo de tundra, habrían sido demasia­ do severas. No fue hasta el último período glacial largo que empezó hace unos 80.000 años y duró hasta hace aproximadamente 12.000 años, cuando tuvo lugar la primera ocupación permanente de Europa. Este hecho marcó un avance crucial en la capacidad de los seres humanos para adaptarse a un ecosistema riguroso. Du­ rante este período toda Escandinavia, el norte de Alemania, Po­ lonia, el noroeste de la Unión Soviética y la mayor parte de Gran Bretaña estaban cubiertas de hielo, y en pleno período glacial, hace unos 20.000 años, las placas glaciales se desplazaron toda­ vía más hacia el sur. La zona al sur de estas placas glaciales era una zona de permafrost y tenía una vegetación de tipo tundra.

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Pero esta tundra era más rica que la qué ya se encontraba en el norte de Europa debido a la mayor duración de los veranos. So­ portaba una amplia variedad de vida animal dominada por gran­ des manadas de renos, mamuts lanosos, bisontes y caballos sal­ vajes, junto con cantidades menores de rinocerontes lanosos, al­ ces gigantes y antílopes de la saiga. Dado el bajo nivel de vida vegetal y por tanto el limitado papel que podía desempeñar la recolección en la base de subsistencia, los seres humanos dependían de estas grandes manadas de animales para su exis­ tencia. Este retador medio ambiente produjo una cultura suma­ mente desarrollada y sofisticada para controlar los recursos ali­ mentarios disponibles y estimuló un grado mucho mayor de in­ tegración social jamás logrado hasta entonces por los grupos humanos. La imagen convencional de los habitantes de Europa durante el período glacial es que eran cazadores que atacaban indiscri­ minadamente a las manadas de renos y otros grandes animales. Pero la caza pura es una estrategia de alto riesgo: el índice de éxito es muy bajo y la caza continua sólo consigue asustar a las manadas, haciendo que sean más difíciles de perseguir y atacar. De hecho se empleó un método mucho más sofisticado para conseguir la subsistencia en un medio ambiente difícil. Se basa­ ba en dirigir las manadas con el mínimo de molestia. En Europa oriental y central ello suponía perseguir a las manadas migrato­ rias desde sus hábitats de invierno en la llanura húngara y las ori­ llas del mar Negro a sus zonas de pasto de verano en el Jura, la región montañosa del sur de Alemania y los Cárpatos. Los luga­ res de hábitat humano se encuentran a lo largo de las rutas na­ turales de migración y en los bordes de las áreas naturales de pasto del reno. Las manadas no eran cazadas indiscriminada­ mente, sino que se seleccionaban para eliminar a los enfermos y los viejos. Se apartaba del grupo principal un número suficiente de animales para conseguir carne para la estación, se los condu­ cía a áreas como depresiones naturales y eran sacrificados según hacían falta. El número de seres humanos que podían ser man­ tenidos con este método era muy reducido. Una manada de unos 1.500 renos sería quizá suficiente para sólo tres familias o unos quince individuos. Estos grupos también se habrían visto forza­ dos a ser sumamente nómadas, agrupándose en cantidades ma­

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yores, esencialmente para las actividades ceremoniales y sociales, sólo durante breves períodos a lo largo del año. En el suroeste de Francia y en el norte de España se desa­ rrolló una forma de vida distinta durante la última glaciación, hace unos 20.000 o 25.000 años. Cuando el clima era más seve­ ro, la Europa del norte parece haber estado parcialmente aban­ donada, y más al sur se desarrolló una población relativamente densa. La subsistencia se basaba en las grandes manadas de re­ nos y de ciervos rojos que cruzaban la zona de Dordoña y el norte de España. Dentro de esta región, a una población mode­ radamente densa le fue posible mantener un nivel razonable de provisiones alimentarias sin tener que emprender largas migra­ ciones siguiendo a las manadas. Consiguieron utilizar diferentes partes de la zona en diferentes momentos del año, y la comida que conseguían de las manadas se complementó con una abun­ dante provisión de salmón y otros tipos de pescado procedentes de los ríos. En estas condiciones de semiasentamiento surgió una sociedad sumamente integrada que produjo las grandes pinturas rupestres de lugares como Lascaux en el suroeste de Francia y Altamira en el norte de España (en la cueva de Apolo de Sudáfrica y en Australia también se han descubierto pinturas y arte rupestre más o menos contemporáneos). La función y el signifi­ cado exactos de las pinturas rupestres europeas no están aún del todo claros, pero no se discute su naturaleza religiosa y ceremo­ nial, y casi con absoluta certeza siempre hubo algún elemento mágico en el intento de controlar las manadas de las que de­ pendía la forma de vida de la comunidad. A medida que el hie­ lo se fue retirando lentamente, las manadas se trasladaron de for­ ma gradual hacia el norte, eliminando la tundra conforme mejo­ raba el clima. Toda la base de subsistencia de los seres humanos que habitaban la zona se derrumbó y se vieron en la necesidad de efectuar una serie de grandes ajustes para conseguir la comi­ da en un medio ambiente radicalmente distinto. Se dio mayor im­ portancia a la recolección en el ecosistema más rico que había producido un clima más benigno, y al uso de animales más pe­ queños que vivían en medios arbolados, a la pesca y a recursos marinos como los crustáceos. Europa fue también una de las áreas que contempló un sig­ nificativo avance de la tecnología humana con la aparición de nuevas técnicas de fabricación de herramientas y también con el

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uso de nuevos materiales. Esto constituye uno de los cambios más importantes realizados por los seres humanos y la mayor in­ novación antes de la invención de la alfarería y del uso del me­ tal. Estas actividades empezaron hace unos 30.000 o 40.000 años y parecen estar vinculadas a la propagación de seres humanos plenamente modernos, Homo sapiens sapiens. El número de ti­ pos diferentes de herramientas de piedra que fabricaban aumen­ tó de seis a ochenta, y la naturaleza de las herramientas cambió significativamente. Hasta hace unos 40.000 años, las herramientas solían ser de gran tamaño —sobre todo las hachas de mano— con una inversión mínima de tiempo y esfuerzo en su fabrica­ ción. A partir de esta fecha se empezó a dar más importancia a la fabricación de cuchillos muy finos de dos caras, y aún más tar­ de, hace unos 20.000 años, de pequeñas cuchillas usadas como puntas para los proyectiles. Estas nuevas herramientas requerían unas técnicas de fabricación diferentes y más complicadas en las que se incluía el tratamiento por calor y presión. El dominio de estas técnicas exigía no sólo unas habilidades motoras y una coordinación mayores, sino habilidades mentales también más al­ tas para abordar las distintas fases necesarias para fabricar estos artefactos. Por primera vez, materiales ya disponibles con anterioridad como el hueso, la cornamenta y el marfil se convirtieron en he­ rramientas, algunas de ellas de fabricación extremadamente com­ pleja, como los arpones con lengüeta. Se mejoraron las jabalinas mediante el uso de puntas de hueso o marfil que sustituyeron a las de piedra y el uso del lanzador para aumentar su alcance. La caza también se vio facilitada y empezó a depender menos de la fuerza humana con la invención, hace unos 23.000 años, del arco y la flecha y el probable uso más o menos por esta época de ce­ pos, trampas y redes, que ampliarían la base de recursos dispo­ nibles para la explotación humana. Aunque las prendas de ves­ tir se hicieron con pieles durante cientos de miles de años, la vida en Europa, durante la última glaciación, necesitó la intro­ ducción de grandes mejoras en las técnicas de supervivencia. Se fabricaron capuchas, guantes y calcetas, y hace 20.000 años ya se usaban agujas e hilo (para coser las pieles). El buen aislamiento del frío que daban las prendas de abrigo hizo que el nivel de in­ gestión de calorías necesario para la supervivencia en las crudas condiciones se mantuviese lo suficientemente bajo como para

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poder extraerlo del medio ambiente. El desarrollo de nuevas téc­ nicas probablemente estuvo acompañado de un mayor grado de especialización dentro de los grupos dedicados a la recolección, la caza y la conducción de manadas, y el uso de materiales cada vez de mayor calidad que sólo se podían encontrar en un pe­ queño número de lugares desembocó en la creación de redes re­ gionales para su intercambio. El asentamiento permanente en Europa en un momento de condiciones climáticas extremadamente severas fue un logro hu­ mano de capital importancia y un iñdicio de un creciente control humano sobre el medio ambiente. Ello fue posible gracias a la combinación de la adopción de nuevas tecnologías y de un tra­ tamiento más sofisticado de los animales. La colonización de Australia no necesitó unas adaptaciones tan complejas debido al clima relativamente benigno de la parte oriental del continente y a la facilidad con que los grupos dedicados a la recolección y la caza podían encontrar comida. No obstante, esto sólo pudo pro­ ducirse tras una invención crucial, el barco, porque Australia, aunque unida a Nueva Guinea durante la glaciación, nunca es­ tuvo unida al continente asiático. Australia fue colonizada hace unos 40.000 años en un momento en que los niveles del mar es­ taban en su punto más bajo y en que habría sido necesario un viaje de unos noventa y seis kilómetros. Tasmania estuvo unida a Australia hasta hace unos 15.000 años (los primeros asenta­ mientos datan de hace unos 20.000 años) y Nueva Guinea se convirtió en isla hace 8.000 años. La colonización inicial proba­ blemente la llevó a cabo un pequeño grupo, quizá de no más de veinticinco personas, pero la población creció rápidamente en lo que había sido un medio ambiente imperturbado hasta llegar a unas 300.000 personas, el mismo nivel que tenía cuando los eu­ ropeos llegaron por vez primera a Australia. La sociedad que se desarrolló en Australia no desembocó en la formación de orga­ nizaciones sociales más complejas como ocurrió en la práctica to­ talidad de las demás áreas del mundo. La aparición de asentamientos en América fue prácticamente la última fase del desplazamiento de los seres humanos por el globo. Esto se debió a que dependió de la habilidad de los gru­ pos humanos primero para sobrevivir a la crudeza del clima de Siberia y después al avance en dirección este hasta el estrecho de Bering. El cruce a Alaska se produjo durante la última glacia­

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ción, momento en que la reducción de los niveles del mar con­ virtieron el estrecho de Bering en un puente de tierra. El clima de la zona probablemente fuese menos severo que ahora coñ ra­ zonables oportunidades para la caza y la conducción en mana­ das de los grandes animales de la zona. Pero el movimiento ha­ cia el sur saliendo de Alaska sólo se podría haber producido en una fase ligeramente más cálida cuando las dos mayores placas glaciales del norte de América, centradas en las montañas Roco­ sas y en la meseta Laurentina, habrían retrocedido y separado lo suficiente para abrir los pasos hacia el sureste. Esto pudo haber­ se producido en uno de estos dos períodos: hace unos 23.000 o 30.000 años o hace 13.000 años. Aunque esta materia es objeto de gran controversia en la arqueología de los orígenes de Amé­ rica, la última fecha es la más probable. Una vez que los prime­ ros colonizadores humanos consiguieron atravesar los pasos ha­ cia el sur encontraron un medio ambiente enormemente rico que les proporcionaba grandes oportunidades para una subsistencia relativamente fácil. La población humana se multiplicó rápida­ mente, y unos miles de años después se había extendido hasta el extremo de Sudamérica. Fue necesaria toda una serie de adaptaciones para poder ex­ traer alimento de los diversos ecosistemas hallados en las Améri­ cas. En las planicies de Norteamérica, dada la falta de una am­ plia variedad de plantas para la recolección, la subsistencia de­ pendía de la explotación de grandes manadas de bisontes y otros animales. A menudo a estos animales se los mataba de forma brutal y masiva dirigiéndolos hacia angostos cañones o a lo alto de acantilados. En Caspar y Wyoming, hace unos 10.000 años una sola matanza suponía la muerte de al menos setenta y cua­ tro animales, y en una matanza que se produjo aproximadamen­ te por esa época en el sureste de Colorado los cazadores pare­ cen haber provocado una estampida hacia un cañón que se sal­ dó con la muerte de unos 200 animales, la mayoría de los cuales no pudieron utilizarse porque quedaron aplastados bajo una gran pila de cadáveres. En el este de Norteamérica, la expansión del bosque una vez que se retiraron las placas glaciales cambió el ecosistema y eliminó a la mayoría de los grandes animales apro­ piados para la caza. Las sociedades se adaptaron a estas nuevas condiciones de forma muy parecida a las de la Europa postgla­ cial, explotando animales más pequeños como el ciervo, pescan­

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do y dando mayor importancia a la recolección. Más al norte, en las zonas árticas, los colonizadores fueron atraídos por la abun­ dante carne de caribú, los zorros árticos y las liebres, y sólo más tarde pasaron a explotar los recursos marinos, especialmente las focas. Los desiertos del suroeste requerían una adaptación dife­ rente, dándose mayor importancia a la movilidad para explotar una amplia variedad de plantas y animales en un medio am­ biente difícil. En las áreas tropicales de Centroamérica y Sudamérica fue posible una formáf de vida basada en los amplios re­ cursos vegetales disponibles complementados con una pequeña cantidad de caza. Quizás el cambio más extraordinario tuvo lugar, no obstante, en la costa noroeste del Pacífico, con sus abundantes recursos marinos de focas, leones marinos, nutrias marinas y en particular del salmón que acudía a desovar en los ríos. Estas reservas rela­ tivamente abundantes probablemente exigieron un esfuerzo ma­ yor para su almacenamiento que para su consecución. Los di­ versos animales eran secados durante el verano o ahumados en otoño, y la grasa se transformaba en aceite para conseguir ali­ mento suficiente para el invierno. Aunque hubo, lógicamente, fluctuaciones, la provisión de comida era lo suficientemente fia­ ble para evitar la necesidad de movilidad, y esta zona produjo uno de los pocos ejemplos de sociedad asentada no basada en la agricultura. Se crearon aldeas de unos 1.000 habitantes que vi­ vían en grandes casas comunales con jefes de aldea, una consi­ derable estratificación social y una especialización del trabajo; funcionaban también complejos mecanismos de trueque y dona­ tivos de alimentos que se utilizaban como forma de obtener pres­ tigio y de garantizar que toda la población gozase de una sub­ sistencia adecuada. Esta compleja sociedad produjo incluso una casta hereditaria de esclavos. El almacenamiento masivo de co­ mida hacía que el invierno fuese una época en la que el esfuer­ zo necesario para la subsistencia era mínimo y en la que las com­ plejas actividades ceremoniales acaparaban la mayor parte del tiempo libre. Fue ésta una forma de vida sumamente estable que pervivió hasta que los europeos llegaron a la zona. Hace unos 10.000 años, con el avance de la frontera humana por las Américas, prácticamente todas las partes del globo ha­ bían sido colonizadas. La fase final del asentamiento de los seres humanos por todo el mundo se produjo relativamente tarde en

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los océanos Pacífico e índico. Esta colonización no la llevaron a cabo recolectores y cazadores puros, sino grupos que conse­ guían su subsistencia a través de una forma primitiva de agricul­ tura, aunque aún dependían de las herramientas de piedra y complementaban su dieta mediante la caza ocasional. En el Pa­ cífico, el pueblo micronesio colonizó islas como las Marshall y las Carolina, pero fueron los polinesios quienes emprendieron los viajes más extensos. Desde Nueva Guinea llegaron a Tonga y Samoa alrededor del año 1000 antes de J.C. y se trasladaron más hacia el este hasta las Marquesas alrededor del 300 después de J.C. Desde allí navegaron hasta la isla de Pascua y Hawai uno o dos siglos más tarde. Las dos últimas grandes islas del mundo fueron colonizadas por los seres humanos alrededor del 800 des­ pués de J.C. en los océanos Pacífico e índico en un momento en que el Imperio Carolingio estaba en pleno apogeo en Europa oc­ cidental y los vikingos comenzaban sus épicos viajes, y también cuando el Islam dominaba el Mediterráneo y el Próximo Oriente y China estaba gobernada por la dinastía T’ang. Los polinesios llegaron a Nueva Zelanda, y los pueblos que se desplazaron ha­ cia el oeste desde Indonesia colonizaron los pequeños grupos de islas del océano índico y también Madagascar. En todas las zonas más importantes del mundo (excepto la Antártida) había ya asentamientos humanos. Los grupos dedica­ dos a la recolección y la pesca se habían adaptado, a lo largo de cientos de miles de años, a todo tipo de medio ambiente del mundo, desde las áreas semitropicales de África hasta la Europa del período glacial, desde el Ártico hasta los desiertos del suro­ este de África. Las técnicas de subsistencia utilizadas en estos di­ ferentes medios variaban enormemente desde la dependencia de la recolección y la caza de pequeños animales hasta la conduc­ ción de manadas de renos, la caza del bisonte y la sumamente compleja mezcla de estrategias necesarias en el Ártico. Se asume a menudo que estos grupos vivían en íntima armonía con el me­ dio ambiente y que el daño que hicieron a los ecosistemas na­ turales fue mínimo. La recolección de alimentos exigía un cono­ cimiento minucioso y una comprensión considerable de dónde se podían encontrar los recursos en diferentes épocas del año para poder organizar en consecuencia el ciclo anual de la activi­ dad de subsistencia. El nomadeo y la caza de animales requería

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de igual forma un estudio atento de sus costumbres y sus movi­ mientos. Hay también evidencia de que algunos de estos grupos sí intentaron conservar los recursos en interés del mantenimien­ to de la subsistencia durante un largo período. Las restricciones totémicas a la caza de especies concretas en ciertas épocas del año o la práctica de cazar sólo en una zona cada cierto número de años habrían contribuido a mantener los niveles de población de los animales cazados. Algunos grupos tenían zonas sagradas donde estaba prohibido cazar y otros, como los cree canadien­ ses, usaban una forma de caza rotativa, volviendo a una zona sólo después de una cantidad de tiempo considerable, lo que permitía que los niveles de población animal se recuperasen de las sucesivas matanzas. Restricciones culturales específicas apar­ te, una de las principales razones por las que los grupos dedica­ dos a la recolección y la caza, en muchos casos, evitaban la sobreexplotación de los recursos naturales disponibles se basaba en que su número era pequeño, y por tanto la presión que im­ ponían al medio ambiente era limitada. Sin embargo, los recolectores y los cazadores no son en modo alguno pasivos en su aceptación de los ecosistemas, y mu­ chas de sus actividades sí alteran considerablemente el medio ambiente y causan daños. Se sabe que los hadza modernos del este de África destruyen las colmenas silvestres para conseguir una pequeña cantidad de miel, y otros grupos a menudo destru­ yen muchas de las plantas silvestres de las que dependen arran­ cándolas indiscriminadamente en grandes cantidades. Además, los grupos dedicados a la recolección y la caza sí que alteran las condiciones en las que crecen las «cosechas» silvestres, intervi­ niendo para aprovecharse de algunas de sus plantas predilectas a expensas de otras que no necesitan. Una de las formas más efectivas de hacer esto es quemándolas, y el uso del fuego con tales fines estaba muy extendido entre los grupos dedicados a la recolección y la caza. El fuego altera significativamente el hábi­ tat, favoreciendo las plantas anuales que crecen bien en tierras nuevas y aumentando el reciclaje de los nutrientes. Los aboríge­ nes usaban el fuego regularmente para estimular el crecimiento de un helécho comestible en Tasmania, y los maoríes de Nueva Zelanda usaban la misma técnica para aumentar la propagación de un helécho comestible cuyo rizoma constituía una parte sus­ tancial de su dieta. En Nueva Guinea desde hace unos 30.000

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años, no mucho después de que fuese colonizada por primera vez, hay amplia evidencia de clareo forestal por tala, descortezamiento y uso del fuego. Esta apertura de la capa forestal tenía como finalidad estimular el crecimiento de plantas alimenticias como el ñame, los plátanos y el ocumo y dejar espacio para el árbol del sagú. En la Gran Bretaña del período postglacial se aclaraban parcelas de bosque quemándolos para estimular el cre­ cimiento de forraje para el ciervo rojo. La mayoría de los grupos también cultivaban las plantas silvestres trasplantándolas y sem­ brándolas en sus hábitats naturales y eliminando las plantas riva­ les. Algunos llegaron incluso a utilizar técnicas como la irrigación a pequeña escala para mejorar el hábitat de las plantas predilec­ tas. Aunque estas intervenciones en un ecosistema natural son muy distintas a la agricultura, que supone reemplazar el sistema natural por otro artificial, nos descubren a los seres humanos mo­ dificando el medio ambiente, aunque sólo sea a pequeña escala y en emplazamientos limitados. El impacto más dramático que tuvieron los grupos dedicados a la recolección y la caza sobre su medio ambiente se produjo sin embargo a través de la caza de animales. Es mucho más fá­ cil dañar esta parte de un ecosistema porque sus cantidades son menores y las poblaciones, particularmente de animales más grandes o de carnívoros de la cúspide de la cadena alimenticia, normalmente tardan más tiempo en recuperarse de un exceso de caza. Aunque hay alguna evidencia de intentos realizados por al­ gunos grupos para no agotar la caza, hay muchas más de caza incontrolada e incluso de extinción de especies. Ya hemos visto cómo las grandes matanzas de bisontes en las planicies del nor­ te de América podían acabar con la vida de cientos de animales en una sola incursión aun cuando sólo se necesitasen unos po­ cos. La población de bisontes era enorme (de 50 a 60 millones), de tal forma que un número aún mayor de matanzas de esta en­ vergadura cada año no habría reducido significativamente las cantidades. No obstante, las poblaciones más pequeñas podían verse negativamente afectadas. El efecto de la caza empeoró con la tendencia de los cazadores a concentrarse en una especie ex­ cluyendo a otras. En las islas Aleutianas del Pacífico norte la po­ blación se concentró en la caza de la nutria marina durante más de un milenio después de la colonización de las islas en torno al año 500 antes de J.C. hasta que prácticamente se extinguió y la

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base de subsistencia de la comunidad quedó destruida. Entonces los habitantes de las islas tuvieron que modificar sustancialmen­ te su forma de vida y aceptar un nivel más bajo de subsistencia basado en los disminuidos recursos que quedaban. El impacto que pudieron tener los seres humanos sobre las poblaciones de animales queda bien ilustrado con los ejemplos de Madagascar, Hawai y Nueva Zelanda, islas con una fauna úni­ ca que hasta entonces habían estado aisladas y que se vieron so­ metidas de repente a una fuerte tensión. Como ningún gran ma­ mífero había sido capaz de llegar a 'estos puntos tan aislados, las grandes aves no voladoras, en ausencia de grandes depredado­ res, evolucionaron hasta convertirse en los animales dominantes. Estaban indefensas contra la depredación humana. Unos cientos de años después de la colonización de Madagascar muchos de los grandes animales, incluidos una gran ave no voladora y un hipopótamo pigmeo, se habían extinguido. En Hawai, mil años después de que se asentasen los seres humanos, treinta y nueve especies de aves terrestres se habían extinguido. En Nueva Ze­ landa los maoríes se enfrentaban a un medio ambiente templado donde no podían cultivar muchas de sus cosechas tradicionales como la banana, el fruto del pan y el cocotero procedentes de las islas polinesias subtropicales, e incluso el ñame y el ocumo sólo se podían cultivar en la isla Norte. Esto obligó a un cambio radical en sus patrones normales de subsistencia, empezando a utilizar plantas silvestres como el helécho y las hojas del palmi­ to y también recursos marinos. La caza adquirió también mayor importancia. Las numerosas aves no voladoras como el kiwi, el weka y las diversas especies de moa (la mayor parte de ellos de casi dos metros de altura, aunque una de las especies medía más de cuatro metros y medio) fueron cazadas implacablemente, co­ miéndose también sus huevos. Seiscientos años después del ini­ cio del asentamiento se habían extinguido veinticuatro especies de moa junto a otras veinticuatro especies de aves. Los grupos dedicados a la recolección y la caza pudieron in­ cluso tener un impacto sobre las poblaciones de animales a es­ cala continental. Muchas especies se extinguieron hacia el final de la última glaciación en un momento en que el cambio climá­ tico y el cambio consecutivo de los tipos de vegetación estaban afectando adversamente a los grandes mamíferos que habían ha­ bitado la tundra de la Europa central y del norte. En Eurasia se

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extinguieron cinco grandes animales —el mamut lanoso, los ri­ nocerontes lanosos, el alce irlandés gigante, el buey y el bisonte estepario— y muchos otros carnívoros en un espacio de tiempo de unos cuantos miles de años mientras las placas glaciales se re­ tiraban y la tundra era sustituida por el bosque. El cambiante me­ dio ambiente impuso una enorme tensión sobre estos grandes animales, pero la caza por parte de los seres humanos ha tenido un impacto devastador sobre una población ya en declive y pue­ de haber hecho volcar el equilibrio entre la extinción y la su­ pervivencia. La envergadura de la extinción de las especies de Eurasia fue relativamente pequeña. En el resto del mundo fue masiva. En Australia, a lo largo de los 100.000 últimos años, el 86 por cien­ to de los grandes animales se han extinguido en una zona don­ de el impacto climático, y por tanto el efecto sobre los hábitos animales de los períodos glaciales, fue mínimo. La explicación más probable es la caza por parte de los grupos de aborígenes desde hace 40.000 años. Aun cuando los animales más grandes no eran cazados a gran escala, la alteración del ecosistema como consecuencia de la intervención humana —destruyendo los há­ bitats o matando a los herbívoros más pequeños de los que de­ pendían los carnívoros— pudieron abocarlos muy fácilmente a la extinción. Igualmente notoria es la pérdida del 80 por ciento de los grandes animales en Sudamérica y la pérdida del 73 por cien­ to sufrida en el norte del continente. Al contrario que Eurasia, donde sólo se vieron afectados los animales de la tundra estepa­ ria, las extinciones de las Américas afectaron a todo tipo de eco­ sistema. Aunque algunas de ellas ocurrieron al final de la última glaciación, los cambios climáticos no habían producido con an­ terioridad extinciones tan masivas, y poca duda cabe de que fue­ ron resultado de alguna forma de intervención humana. Mientras se trasladaban hacia el sur alejándose de Alaska y de las monta­ ñas Rocosas, los primeros colonizadores de América habrían en­ contrado un rico medio ambiente sin explotar, y su número habría aumentado rápidamente gracias a los recursos que tan fácilmen­ te obtenían. Estos primeros colonizadores americanos dejaron un rastro de destrucción por todo el continente. Se extinguieron dos tercios de los grandes mamíferos presentes cuando los seres hu­ manos llegaron por primera vez. Algunos de ellos eran tipos ar­ caicos, como el camello plano (encontrado sólo en Norteaméri­

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ca debido a su aislamiento), otros eran especies gigantes espe­ cialmente sensibles tanto al cambio climático como a la caza ma­ siva. En conjunto, las extinciones incluyeron tres géneros de ele­ fante, seis de desdentados gigantes (armadillo, oso hormiguero y perezoso), quince de ungulados y un gran número de roedores gigantes y carnívoros. Hace unos 10.000 años los seres humanos se habían extendi­ do durante un período de unos dos millones de años desde su zona original del sur y el este de África a todos los continentes. La lenta expansión de la colonización humana dependió de una serie de procesos ligados entre sí. El aumento del tamaño cere­ bral produjo un aumento en la capacidad de pensamiento abs­ tracto y de conceptualización y una capacidad de dar soluciones culturales y tecnológicas cada vez más sofisticadas a los retos que presentaban una serie de medios naturales difíciles e inclu­ so hostiles. Estas soluciones incluían el uso del fuego y la ropa, que permitieron a los seres humanos vivir en climas más duros y adoptar estrategias de subsistencia cada vez más complejas. En las benignas zonas subtropicales, los grupos dedicados a la re­ colección y la caza pudieron apoyarse en las muchas variedades y en las grandes cantidades de alimento vegetal de que dispo­ nían, complementadas con una cantidad de caza muy pequeña. A medida que los grupos humanos se alejaron de los trópicos, tuvieron que modificar drásticamente esta forma de vida y adop­ tar muchas técnicas distintas. Éstas iban desde la intensificación de la caza o la conducción de manadas de grandes animales has­ ta el sumamente complejo ciclo estacional de las actividades practicadas por los inuit del Ártico. Los cambios tecnológicos fue­ ron vitales para permitir el asentamiento humano por todo el glo­ bo y se produjeron en varios frentes distintos, empezando por la producción de herramientas de piedra cada vez más sofisticadas y la introducción de nuevas armas como el arco y la flecha, pero incluyendo también el uso de cueros *y pieles para vestirse, la construcción de refugios hechos con materiales de muy diverso tipo y la adopción de técnicas más complejas de manipulación de los alimentos, como cocinar en hogares en lugar de con ho­ gueras y moler nueces y semillas. El ritmo de desarrollo fue por supuesto muy lento y también desigual. No fue hasta hace 40.000 años cuando el ritmo de cam­

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bio tecnológico aumento rápidamente, al menos en comparación con períodos anteriores. Pero, en conjunto, estos avances tuvie­ ron una importancia fundamental para el resto de la historia hu­ mana y para el futuro de la Tierra. Los seres humanos se habían convertido en los últimos animales que dominaron y explotaron la totalidad del ecosistema terrestre. Pero en esta fase el impac­ to global de los grupos dedicados a la recolección y la caza fue pequeño debido a la escasa y dispersa población y a su limita­ da tecnología. Aun así ya se estaba dejando sentir su presen­ cia cuando muchos animales fueron cazados hasta su extinción y cuando el medio ambiente fue modificado por procedimientos sutiles. La forma de vida basada en la recolección y la caza fue sumamente estable y muy duradera. Durante cientos de miles de años ésta fue la única forma que tuvieron los seres humanos de conseguir del medio ambiente la subsistencia necesaria. El nú­ mero de personas que podían sobrevivir en una zona dada esta­ ba limitado por su ubicación en la cúspide de la cadena alimen­ ticia. Sólo en casos excepcionales, como en la costa norteame­ ricana del Pacífico, fueron tan abundantes los recursos que las poblaciones colonizadoras pudieron desarrollarse en grandes aldeas. Después, hace unos 10.000 años, tras dos millones de años de una forma de vida sumamente estable y bien adaptada, los métodos humanos utilizados para conseguir alimento empezaron a cambiar en una serie de ámbitos repartidos por todo el globo. El ritmo de cambio aún era bajo pero mucho más rápido de lo que había sido en el pasado. Sus consecuencias fueron mucho más radicales que todo lo que había ocurrido hasta el momento. Trajo consigo la alteración más fundamental de la historia huma­ na, una alteración que posibilitó todas las evoluciones posterio­ res de la sociedad humana.

CAPÍTULO

______ 4 La prim era gran transición

Durante unos dos millones de años los seres humanos vivie­ ron de la recolección, la conducción de manadas y la caza. Des­ pués, en el espacio de unos cuantos miles de años surgió una forma de vida radicalmente distinta basada en una gran altera­ ción de los ecosistemas naturales y orientada a la producción de cosechas y a la consecución de pasto para los animales. Este sis­ tema más intensivo de producción alimentaria se desarrolló por separado en tres zonas nucleares del mundo —el suroeste de Asia, China y Centroamérica— y marcó la transición más impor­ tante de la historia humana. Al conseguir proporcionar cantida­ des de comida muy superiores, tal transición posibilitó la apari­ ción de complejas sociedades jerárquicas sedentarias y un creci­ miento mucho más rápido de la población humana. Hace unos 10.000 años, antes de la aparición de la agricultura, la población del mundo era de aproximadamente cuatro millones de personas y aumentó muy lentamente hasta unos cinco millones hacia el

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año 5000 antes de J.C. Después, en el crucial período en que las sociedades sedentarias se desarrollaron a mayor escala a partir del 5000 antes de J.C., comenzó a duplicarse cada milenio hasta llegar a los 50 millones hacia el año 1000 antes de J.C., subien­ do a 100 millones en los 500 años siguientes y a 200 millones hacia el año 200 después de J.C. Los fenómenos combinados de la transición a la agricultura, el crecimiento de las sociedades sedentarias, la aparición de las ciudades y la especialización artesana y el ascenso de poderosas elites religiosas y políticas, se citan a menudo bajo el término «Revolución Neolítica». Sin embargo, aunque las consecuencias de todos estos cambios fueron claramente revolucionarias —tan­ to en su impacto sobre la forma de vida como sobre el medio ambiente— es equívoco describir el proceso como una revolu­ ción. La escala temporal sobre la que tuvieron lugar estos cam­ bios fue larga, al menos de cuatro o cinco mil años, y la contri­ bución de cualquier generación concreta probablemente fue muy pequeña. Además, la idea de revolución implica la de una acción que se emprende con el objetivo de provocar un cambio, y lo que podemos ver retrospectivamente como un «proceso» no ha­ bría sido abordado de una forma tan intencional o deliberada. Las sociedades humanas no se plantearon inventar la «agricultu­ ra» y crear asentamientos permanentes. Lo que se produjo fue más bien una serie de cambios graduales en las formas existen­ tes de obtención de alimento como resultado de circunstancias locales concretas. El efecto acumulativo de las diversas alteracio­ nes fue importante porque actuaron como un freno. Los ajustes en los métodos de subsistencia para hacerlos más intensivos per­ mitieron mantener a una población mayor, pero hicieron que re­ sultase imposible volver a una forma de vida basada en la reco­ lección y la caza porque entonces no se podría alimentar al ma­ yor número de personas. A lo largo de este período no hubo una línea recta de desarrollo desde la «recolección y la caza» hasta la «agricultura». Se intentaron muchas formas diferentes de conse­ guir alimento de las plantas y los animales, dándose permutacio­ nes diversas y cambiantes equilibrios entre los alimentos vegeta­ les y animales. Algunas de estas estrategias fracasarían y otras sólo tendrían un éxito parcial. La aparición de una solución ra­ dicalmente nueva al problema humano de extraer alimento de di­ ferentes ecosistemas se produjo de forma lenta e involuntaria.

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Esta larga transición se puede entender mejor abandonando toda idea de una distinción clara entre la recolección y la caza por una parte y la agricultura por otra. Habrían de verse como partes de un espectro de actividades humanas de diversos grados de intensidad orientados a la explotación de los ecosistemas. Los grupos dedicados a la recolección y la caza no son pasivos en su aceptación del medio ambiente: desarrollan una gran variedad de actividades que implican una interferencia en los ecosistemas naturales en beneficio de los seres humanos. En términos de ex­ plotación animal hay una clara gradación >entre la caza incontro­ lada de una manada, la depredación controlada, la conducción de las manadas, la crianza de animales en libertad, la crianza en cautividad y finalmente la moderna agricultura industrial intensi­ va. Los grupos dedicados a la recolección y la caza llevan a cabo los tres o cuatro primeros procesos, pero no los dos últimos. Al utilizar las plantas hay una escala de intensidad que va desde el forrajeo de plantas silvestres, el cultivo de plantas silvestres y de cosechas genéticamente distintas, algunas de las cuales sólo pue­ den difundirse mediante la intervención humana, y finalmente la ingeniería genética capaz de crear nuevas especies desconocidas para la naturaleza. Los grupos dedicados a la recolección y la caza practicaron en efecto ciertas formas de cultivo (y algunos aún lo hacen): alteran los hábitats mediante el fuego para aclarar los terrenos y mejorar el reciclaje de nutrientes, replantan y siem­ bran en zonas agrestes, desherban e incluso irrigan a pequeña escala. Preparar hábitats artificiales con el fin específico de culti­ var plantas y seleccionar y cultivar luego gradualmente ciertos ti­ pos no es más que una intensificación de este proceso de inter­ vención. Los grupos de la Europa glacial dedicados a la recolección y la caza ya habían demostrado una capacidad para explotar las manadas de renos y ciervos con métodos muy sofisticados para extraer su subsistencia de un medio ambiente hostil. La explota­ ción tan relativamente intensiva de los animales no necesita de la existencia de comunidades agrícolas sedentarias, como de­ muestran grupos actuales de conductores nómadas de manadas como los sami (renos), los masai (vacuno) o diversos pueblos de Asia central (caballos). Hay también otros ejemplos de varieda­ des de técnicas de explotación que adoptan algunos de los pro­ cesos que se encuentran en la agricultura moderna, pero no todos.

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En el Levante, ya en el 18000 antes de J.C. los seres humanos conducían manadas de gacelas en un medio ambiente semidomesticado: en lugares como Abu Hureyra en Siria y Nahal Oren en Israel más del 80 por ciento de los huesos de animales en­ contrados eran de gacelas, aun cuando disponían de muchas otras especies para el nomadeo y la caza. Al mismo tiempo, es­ tos grupos también cosechaban variedades silvestres de plantas como el carraón, el trigo duro y la cebada que habrían de ser cultivadas 10.000 años después. El uso de los cereales silvestres no era necesariamente una forma inferior de obtener comida. Re­ cientes experimentos en los que se han utilizado hoces de pie­ dra para recoger las grandes cosechas de los precursores silves­ tres de cosechas que aún se cultivan en el Próximo Oriente han demostrado que tales técnicas podían ser sumamente productivas y que los cereales silvestres son mucho más nutritivos que las va­ riedades cultivadas. El trigo duro silvestre de Israel ha producido de 2.700 a 4.400 kilos por hectárea, un índice tan bueno como el de trigo de la Inglaterra medieval. En México la zea —o cura­ gua—, una forma silvestre del maíz, ha demostrado ser altamen­ te productiva, consiguiendo con tres horas y media de recolec­ ción comida suficiente para que una persona se alimente duran­ te diez días. El esfuerzo que supone obtener alimento de estos «cultivos» silvestres también es mucho menor que en el caso de los cultivos domésticos al no hacer falta sembrar, escardar ni cui­ darlos. La identificación de plantas y animales domésticos a partir de restos arqueológicos es muy difícil. Por ejemplo, es imposible di­ ferenciar entre los restos de plantas y de cereales que crecen de forma espontánea y los que proceden de las mismas plantas y cereales en campos donde han sido plantados y cultivados por seres humanos. Normalmente es imposible distinguir las caracte­ rísticas de las plantas durante el proceso de cultivo, ya que el cambio que experimentan desde sus progenitores silvestres has­ ta las variedades plenamente cultivadas se produce de forma gra­ dual, pero los cambios tienen lugar a lo largo de un período de tiempo considerable. Las dificultades con que se han encontrado los arqueólogos se ven complicadas por los problemas asociados con los lugares tropicales y semitropicales, donde los restos de plantas raramente se conservan bien en un clima cálido y húme­ do. Muchas plantas, particularmente las raíces y los tubérculos

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como el ñame y las patatas, y también árboles como el cocotero y el sagú, no presentan casi ningún cambio cuando se los culti­ va, y por tanto intentar datar los cambios de las técnicas de sub­ sistencia supone inmensos problemas. Problemas similares afec­ tan al trabajo con huesos de animales. Es casi imposible deter­ minar directamente a partir de los restos arqueológicos si los animales salvajes estaban siendo conducidos en manadas. El me­ jor método indirecto es buscar grandes concentraciones de hue­ sos de animales jóvenes, lo que sugiere que se estaban utilizan­ do técnicas de depredación sumamente „selectivas. Los cambios morfológicos que se producen con la domesticación son objeto de debate, aunque se suele aceptar que los animales se vuelven más pequeños y retienen más características juveniles. Pero, una vez más, este proceso sólo puede tener lugar en períodos largos de tiempo, lo que hace que sea muy difícil usar los cambios de las características físicas para identificar los de las técnicas de cría de ganado a corto plazo. Tampoco hay una distinción clara, ni un alto grado de conti­ nuidad, entre las herramientas y los artefactos de los grupos de­ dicados a la recolección y la caza y las primeras comunidades agrícolas, particularmente en el suroeste de Asia (la zona donde tuvieron lugar los primeros avances hacia la agricultura). Las pri­ meras losas y piedras de moler se encuentran en el Próximo Oriente hacia el año 15000 antes de J.C. y probablemente se usa­ ban para partir nueces (especialmente bellotas) y bayas, pero quizá también para las semillas recolectadas. Entre los restos de grupos que no practicaban la agricultura también se encuentran otras herramientas como morteros y hoces, que parecerían ser «agrícolas», Por el contrario, en los depósitos de comunidades asentadas que practicaron la agricultura también se encuentran muchas herramientas asociadas con los grupos dedicados a la re­ colección y la caza (como buriles). Las aldeas no están única­ mente asociadas con la agricultura como demuestran los asenta­ mientos indios de la costa noroeste de Norteamérica, con comu­ nidades de 1,000 personas que dependían principalmente de la pesca y otros recursos marinos. Tampoco la alfarería se circuns­ cribe a las sociedades agrícolas. La cultura jomon de Japón ya practicaba la alfarería miles de años antes de la adopción de la agricultura. Este panorama más complejo refuerza la tesis de que no ha­

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bría que establecer una distinción radical entre la agricultura y la recolección, entre el nomadeo y la caza. En el período que co­ menzó hace unos 10.000 años no apareció ninguna técnica ni ninguna relación radicalmente nueva entre los seres humanos y las plantas y animales. Los seres humanos llevaban muchos cien­ tos de miles de años dedicados a conseguir su subsistencia a par­ tir de diversos ecosistemas de la Tierra. Durante ese tiempo los métodos adoptados habían evolucionado. Las técnicas de que disponía un grupo que vivió en Europa a finales del período gla­ cial, o en un período similar en el Próximo Oriente, estaban muy por delante de cualquiera de las usadas por los primeros homí­ nidos de África oriental. Las estrategias de subsistencia anteriores habían usado diferentes soluciones dependiendo de lo que en ese momento fuese ventajoso económicamente, incluyendo una intensa dependencia de plantas seleccionadas, la dependencia de un tipo de animal o un amplio espectro de uso de recursos li­ gados tanto a la recolección como a la caza. Todos los métodos que caracterizaron a la agricultura habían sido adoptados por uno o más grupos en algún momento del pasado, aunque por lo general de forma aislada. Lo nuevo fue la combinación y la in­ tensificación de técnicas que empezó a darse en unas cuantas áreas del mundo hace unos 10.000 años. Fue aquí donde los mé­ todos adoptados por los seres humanos para conseguir su ali­ mento significaron algo más que una simple variación sobre el tema de la recolección y la caza. Es difícil explicar por qué se adoptó la agricultura. Los gru­ pos dedicados a la recolección y la caza habían desarrollado un amplio repertorio de métodos para conseguir su subsistencia, en la mayoría de los casos, y en todas las áreas excepto en las más marginales, sin necesidad de invertir grandes cantidades de tiem­ po y esfuerzo. Al explotar una amplia gama de recursos también consiguieron reducir riesgos previniéndose contra el fracaso de una planta o un animal concretos. La agricultura no es en modo alguno una opción más fácil que la recolección y la caza. Se ne­ cesita un esfuerzo mucho mayor para aclarar la tierra, sembrar, cuidar y recoger las cosechas y para cuidar a los animales do­ mesticados. No aporta necesariamente un alimento más nutritivo, ni ofrece una mayor seguridad, porque selecciona y depende de una variedad mucho más reducida de plantas y animales. La gran ventaja que tiene la agricultura sobre otras formas de subsisten­

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cia es que a cambio de un grado mucho mayor de esfuerzo se pueden extraer más alimentos de una extensión menor de te­ rreno. Muchas de las primeras explicaciones dadas a la adopción de la agricultura se basaron en la opinión de que la agricultura ofre­ cía unas ventajas tan obvias que fue adoptada en cuanto el sa­ ber humano y los logros culturales habían alcanzado un nivel lo suficientemente avanzado. Esta tesis, consecuencia de investiga­ ciones sobre la forma de actuar y de conseguir alimentos de los grupos dedicados a la recolección y la caza, se ha abandonado ya en gran medida. Otra teoría ha vinculado la adopción de la agricultura a los cambios climáticos que se produjeron al final de la última glaciación. Las mejorías del clima habrían producido con seguridad cambios cruciales en los cinturones vegetales, y por tanto en los recursos de que disponían los seres humanos para su explotación. En el noroeste de Europa la sustitución de la tundra por el bosque templado destruyó completamente la base de subsistencia de los grupos que conducían las manadas de renos y obligaron a un cambio hacia métodos radicalmente distintos de obtención de alimentos. Pero antes ya se habían pro­ ducido cambios climáticos sin provocar ninguna alteración fun­ damental en los patrones de subsistencia y se prolongaron du­ rante miles de años dejando mucho tiempo a los seres humanos para adoptar estrategias alternativas de recolección y caza. Los efectos del cambio climático en las tres zonas nucleares del su­ roeste de Asia, China y Centroamérica habrían sido también muy diferentes, y por tanto es poco probable que hubiesen provoca­ do una respuesta similar. Además, las plantas y los animales que acabaron por ser domesticados llevaban miles de años existien­ do en las mismas zonas, y a menudo habían sido utilizados como si fuesen prácticamente domésticos. La explicación que mejor se aviene al saber moderno se basa en el aumento de la presión demográfica. Aunque los grupos de­ dicados a la recolección y la caza adoptan una serie de medidas para limitar su población a un nivel que el medio ambiente pue­ da soportar sin tensión, no siempre tienen éxito. La solución nor­ mal es que el excedente de población que no puede ser sopor­ tado por el territorio existente se separe del grupo, forme un gru­ po nuevo y explote una zona nueva. Si, en el caso de los grupos prehistóricos, este proceso continuase durante mucho tiempo al

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final todos los territorios apropiados estarían ocupados. Es posi­ ble que una población humana de alrededor de cuatro millones de personas (el nivel alcanzado hace unos 10.000 años), o in­ cluso menos, fuese casi el máximo que una forma dé vida dedi­ cada a la recolección y la caza pudiese soportar sin problemas. Si el crecimiento de la población continuase por encima de este punto, especialmente en áreas que estuviesen relativamente po­ bladas, los grupos se verían abocados a hábitats aun menos fa­ vorables donde tendrían que depender de plantas y animales de baja calidad o donde los ecosistemas fuesen menos ricos y don­ de por tanto necesitasen un mayor esfuerzo para obtener ali­ mentos suficientes. A lo largo de miles de años, una continuación de este proceso de desplazamiento y la necesidad de un mayor esfuerzo para la obtención de alimento conduciría a los grupos hacia formas de explotación del medio ambiente mucho más in­ tensivas y más costosas en tiempo, desembocando finalmente en lo que ahora se conoce como agricultura a gran escala. Una vez que algunos de estos grupos habían llegado a un punto en que estaban preparados para adoptar técnicas agrícolas, o no tenían otra alternativa que hacerlo, se habrían visto sujetos a un efecto de freno. La producción alimentaria aumentaría y se podría dar de comer a un número mayor de personas. Al no haber control demográfico, esta población más alta aumentaría entonces la pre­ sión orientada hacia un cultivo todavía más intensivo. Los cam­ bios de una generación a la siguiente habrían sido leves, pero los efectos acumulativos habrían sido grandes. Los cambios a los que en la actualidad nos referimos como aparición de la agricultura, tuvieron lugar inicialmente en el suroeste de Asia, en China y en Centroamérica a lo largo de un período de varios miles de años. Las similitudes entre las tres áreas son tales que se puede identificar un proceso común, pero los resultados finales presentaron diferencias significativas. Las cosechas que se podían cultivar y los animales que se podían do­ mesticar estaban condicionados por los ecosistemas locales que, a su vez, estaban condicionados por el clima y por cómo la de­ riva continental había separado a los diversos continentes y ha­ bía permitido a las plantas y a los animales evolucionar de for­ ma independiente. Las diferentes formas de agricultura que sur­ gieron habrían de tener un profundo efecto sobre el desarrollo

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de las sociedades humanas en estas diferentes áreas, y por tanto sobre el curso de la historia del mundo. La primera zona que experimentó estos cambios fue el suro­ este de Asia, un región con forma de media luna que se exten­ día desde lo que actualmente es Palestina y Siria a través de las partes sureñas de Anatolia hasta los montes Zagros de Irán. Esta zona había estado ocupada durante mucho tiempo por grupos dedicados a la recolección y la caza y no hay una gran disconti­ nuidad entre ellos y las comunidades agrícolas posteriores. Los antepasados silvestres de los cultivos en la zona ya están clara­ mente identificados. El trigo procede de dos formas silvestres que aún se encuentran en la región —el trigo duro y el carraón—, y la cebada procede de una forma silvestre de esta misma planta. También se han encontrado formas silvestres de legumbres como la lenteja, el garbanzo y el guisante. Estas plantas silvestres aún existen en la región en grandes cosechas y su distribución cons­ tituye un buen indicador de dónde es probable que se haya pro­ ducido el cultivo doméstico. Aunque su extensión se superpone, el trigo tiene una distribución muy limitada en la naturaleza sil­ vestre (confinada en gran medida a la parte alta del valle del Jor­ dán), mientras que el carraón y los garbanzos se encuentran en el suroeste de Anatolia y la cebada silvestre tiene una distribu­ ción bastante amplia en Palestina y los montes Zagros. Recientes experimentos han demostrado que el trigo duro y la cebada sil­ vestre se pueden cultivar fácilmente, pero estudios genéticos su­ gieren que el trigo, los guisantes y las lentejas modernos proce­ den sólo de una parte muy limitada de las variedades silvestres y que su cultivo puede por tanto haberse producido sólo en un número muy bajo de ocasiones. La forma en que se han perdi­ do características silvestres como los mecanismos de dispersión de semillas apunta una vez más a un número muy limitado de cultivos. Estas consideraciones biológicas sugieren que dicho cul­ tivo puede haberse producido sólo porque un pequeño número de grupos se vieron forzados a explotar lo que en esos momen­ tos eran para ellos recursos menos favorables. Hubo otras características de estas primeras plantas cultivadas que influyeron sobre el curso del cultivo doméstico. Los prede­ cesores silvestres de las plantas suelen ser tipos de maleza bien adaptados al crecimiento en lugares perturbados y abiertos. An­ tes de su cultivo sobrevivieron en suelos finos pobres en zonas

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donde no había mucha rivalidad y estaban sujetos a marcadas es­ taciones húmedas y secas. Producían grandes semillas, podían germinar fácilmente, crecer rápidamente y sobrevivir a los vera­ nos secos, todas ellas características que habrían sido útiles para los cultivadores humanos. Las continuas cosechas seleccionarían aquellas semillas con mecanismos menos efectivos de dispersión porque serían más fáciles de recolectar, y este proceso conduci­ ría a una lenta pérdida de la capacidad natural de dispersión. La siembra deliberada de semillas especialmente seleccionadas au­ mentaría esta presión selectiva. Tanto el trigo y la cebada silves­ tres como los cultivados son predominantemente autopolinizadores (al contrario que la mayoría de especies de plantas que son transpolinizadas). La ventaja de esta característica para los culti­ vadores humanos fue que las formas cultivadas se habrían inde­ pendizado con facilidad y no se habrían visto inundadas por las más numerosas plantas silvestres. Una transpolinización ocasional daría una flexibilidad genética suficiente para que las formas cul­ tivadas se extendiesen, se adaptasen y produjesen nuevas carac­ terísticas. De forma paralela al creciente cultivo y domesticación de las plantas silvestres, la relación entre los seres humanos y los ani­ males también se estaba haciendo más intensa. El primer animal plenamente doméstico fue el perro. Los aborígenes de Australia y Nueva Guinea lo domesticaron posiblemente antes que en nin­ gún otro lugar del mundo, y lo mismo ocurrió en la mayor par­ te del hemisferio norte desde Norteamérica hasta Japón a finales del período glacial y principios del postglacial, aunque en el Pró­ ximo Oriente se hizo relativamente tarde. Su importancia para la agricultura fue escasa; parece que se hizo sobre todo por moti­ vos de compañía y posiblemente de protección, y no para aña­ dir carne de perro a la dieta. El primer animal que se domesticó y se explotó económicamente fue la oveja. Esto ocurrió en el su­ roeste de Asia unos 1.000 años antes de las primeras cosechas plenamente cultivadas de carraón, trigo duro y cebada, y suscita la inquietante pregunta de si algunas de las primeras plantas de pepitas se recolectaron como comida para los animales y fue después cuando se transformaron en alimento humano. Cierta­ mente, las lentejas silvestres crecen en matas pequeñas y delga­ das y tienen un bajo número de semillas por planta, lo que las haría antieconómicas si se cosechasen por sus semillas, pero

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usando toda la planta aún podrían ser apropiadas como alimen­ to animal. La gran ventaja de animales como la oveja y la cabra (que se domesticaron alrededor del 8000 antes de J.C.), y más tarde el vacuno, es que no compiten directamente con los seres humanos por la comida. De hecho convierten lo que de otra for­ ma sería un material inapropiado para el consumo humano, como la hierba, en productos utilizables como la carne y por tan­ to amplían enormemente el surtido alimentario de que disponen los seres humanos. Animales como los cerdos no compiten di­ rectamente por los recursos alimentarios liumanos y no fueron domesticados, como muy pronto, hasta el 6500 antes de J.C., mo­ mento en que las reservas alimentarias probablemente habrían sido más abundantes. Se puede rastrear la gradual transformación de la subsistencia humana, y como consecuencia de la sociedad humana, a través de la región del suroeste asiático a medida que se iban adop­ tando nuevas técnicas. Una vez más, no hay una ruptura limpia ni un cambio súbito de la recolección y la caza a la agricultura, sino una combinación progresiva de estrategias con una lenta

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transición hacia formas más intensivas de explotación durante un largo período de unos 3-500 años a partir del 10000 antes de J.C. En Khuzistán, en las faldas de los montes Zagros, muy al princi­ pio de la fase agrícola, la gente se alimentaba con una combina­ ción de caza (sobre todo gacelas y onagros), el pastoreo de ma­ nadas de cabras y unas cuantas ovejas y la extensa siega de una amplia variedad de plantas silvestres. Este método se utilizó para mantener a diversos tipos de asentamientos: pequeñas aldeas de unas 100 personas (pero no necesariamente ocupadas perma­ nentemente) que explotaban los cereales y las legumbres silves­ tres, y también campamentos estacionales y cuevas para cazar. En la fase siguiente, la recolección de plantas perdió mucha im­ portancia y fue sustituida por el cultivo de cereales combinado con el pastoreo de manadas de cabras. Este sistema más intensi­ vo permitió que se construyeran casas y aldeas más grandes. Ha­ cia el 8500 antes de J.C., en los Montes Zagros se conducían re­ baños de ovejas (pero probablemente no domesticadas en esta región), y la siega de grano y la caza siguieron siendo impor­ tantes. Hacia el 7500 antes de J.C. los habitantes de Jarmo, una aldea de unas 25 casas, dependían de un sistema bastante inten­ sivo de agricultura mixta, cultivando cebada domesticada, trigo duro y guisantes y combinándola con el pastoreo de rebaños de ovejas y cabras, mientras que la caza sólo les proporcionaba al­ rededor del 5 por ciento del total de su alimentación. En Pales­ tina y Siria la cultura natufia, que floreció en los 1.500 años an­ teriores al 9000 antes de J.C., se basó originalmente en una com­ binación de cosecha del grano silvestre y de conducción de manadas de gacelas y cabras sin una domesticación plena, pero una vez más la caza sólo desempeñaba un papel menor. El cul­ tivo del trigo duro y el carraón y de algunas legumbres les per­ mitió conseguir una producción alimentaria mucho mayor, lo que desembocó en el primer gran asentamiento de unas 2.000 perso­ nas en Tell-es-Sultan, pero probablemente esta zona sólo estaba ocupada durante parte del año mientras se cosechaban los culti­ vos. Al final de esta larga transición se había producido un cam­ bio fundamental: la subsistencia dependía ahora del cultivo de variedades cultivadas de plantas silvestres en campos especiales y del control de manadas de animales domesticados. Hacia el 7000 antes de J.C., aproximadamente, mientras se adoptaba lentamente la agricultura permanente, había una serie

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de pequeñas aldeas agrícolas esparcidas por la región del sur­ oeste asiático. Las comunidades de toda esta zona se estaban vol­ viendo cada vez más sedentarias, mientras que la explotación in­ tensiva de una pequeña área para cultivar cosechas y alimentar a los animales hizo que el ciclo estacional de campamentos mó­ viles dejase de ser necesario. Después, cuando la producción ali­ mentaria en algunas áreas fue suficiente para mantener a una po­ blación permanente mayor, aparecieron los primeros pueblos. Hacia el 6500 antes de J.C., en Jericó se había desarrollado un pequeño pueblo, rodeado por una murálla defensiva, que ocu­ paba casi cuatro hectáreas. Un pueblo mayor que se asentaba so­ bre unas trece hectáreas creció en fatal Hüyük, al sur de Anatolia. Dependía del cultivo de trigo y otros cereales junto con ove­ jas y cabras domesticadas, aunque la caza del buey, el cerdo y el ciervo siguió siendo importante. La mayoría de las aldeas te­ nían apenas unos cientos de personas, quizá con un puñado de especialistas artesanos, pero por lo demás con poca diferencia­ ción social. La alfarería se inventó hacia el 6000 antes de J.C., pero la tecnología siguió estando basada, como en el caso de los grupos dedicados a la recolección y la caza, en herramientas de piedra, utilizando metales como el cobre sólo con fines orna­ mentales. Ni Jericó ni fatal Hüyük eran auténticas ciudades por cuanto carecían de una estratificación social significativa, y la ex­ pansión de ambas dependía de condiciones locales concretas: la muralla en Jericó y la explotación de depósitos de obsidiana, que se comercializaba en una amplia zona, en fatal Hüyük. El desa­ rrollo de auténticas ciudades no comenzó hasta pasados otros 1.500 años. Hacia el 6000 antes de J.C. se había completado la primera fase de la transformación de la sociedad humana en el suroeste de Asia, y la vida sedentaria se estaba convirtiendo en norma. Todos los principales cultivos y animales domésticos de la región habían sido domesticados y durante miles de años no se añadió ningún tipo nuevo de importancia. Los cultivos y los animales domesticados de esta región fueron de crucial importancia por­ que constituyeron la base para la adopción de la agricultura en otras áreas. La gran transición que se había producido en el su­ roeste asiático fue transferida a otras regiones, extendiéndose gracias a la combinación de los nuevos grupos que adoptaron la agricultura y del traslado a zonas nuevas de colonizadores que

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ya la practicaban. Una nueva forma de vida basada en el trigo y la cebada cultivados y en la conducción de rebaños de ovejas y cabras (y más tarde de vacuno) se difundió por Asia central y el valle del Nilo casi sin modificar, y después también pasó a Eu­ ropa, donde se necesitaron difíciles adaptaciones. Aparte de una variedad de carraón, todas las plantas usadas en las fases de for­ mación de la agricultura europea procedían del suroeste asiático, igual que los animales; las ovejas y las cabras no eran nativas en la Europa postglacial. Hasta el cuchillo de segar y el molino de mano tenían el mismo diseño que los de Asia. A pesar de estas características comunes no hay que pensar en una oleada de co­ lonizadores agrícolas extendiéndose por Europa. En muchos lu­ gares la agricultura fue claramente asumida por recolectores y ca­ zadores ya existentes, aunque Europa central fue sin lugar a du­ das colonizada por nuevos grupos de agricultores. En el Mediterráneo oriental la adopción de la agricultura planteaba po­ cos problemas porque el clima no era muy distinto al del suro­ este asiático, y entre el 6000 y el 5000 antes de J.C. Grecia y el sur de los Balcanes cambiaron su base de subsistencia a la agri­ cultura. El vacuno probablemente fue domesticado por primera vez aquí en esta época y después se extendió al suroeste de Asia (aunque no se empezó a ordeñarlo hasta 3-000 años después). La introducción de la agricultura en el centro y el noroeste de Europa duró unos tres milenios tras su adopción en Grecia, y este largo período da un indicador de las dificultades que aca­ rreaba adaptar lo que originariamente eran cosechas y técnicas apropiadas para largos veranos calurosos a los diferentes ecosis­ temas y climas que se daban en la región. Hacia el 4000 antes de J.C., la agricultura era predominante en las zonas costeras que rodeaban todo el Mediterráneo, aunque no en una franja conti­ nua, y había llegado a los suelos fácilmente laborables de Euro­ pa central y a las zonas del Rin/Danubio y del Vístula/Dniester. Entre el 3000 y el 2000 antes de J.C. había sido adoptada en el noroeste de Europa y mil años después llegó a Dinamarca y al sur de Suecia. Más allá de esta zona los recolectores y cazadores continuaron con su antigua forma de vida. En la mayor parte de Europa los campos y los pastizales sólo se pudieron crear acla­ rando algunas zonas de los bosques clímax templados, lo que aún era una tarea difícil con los recursos de que se disponía, ha­ chas de piedra y fuego. (En el Próximo Oriente gran parte de la

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tierra habría estado cubierta por un tipo más abierto de vegeta­ ción.) Después de aclarar los árboles, se plantaron árboles en el nuevo suelo desnudo enriquecido con las cenizas, hasta que la producción de las cosechas empezó a descender. Con una forma de agricultura por tala y quema, más tarde se aclararían nuevas zonas y después se dejaría que en las parcelas abandonadas vol­ viese a crecer hierba, zarzas, arbustos y finalmente bosque para volver a aclararlos más tarde. Debido a la dificultad de mantener la fertilidad con la limitada cantidad de abono disponible, mien­ tras no aumentó aun más la presión demográfica no se aclara­ rían ni se mantendrían campos y pastos permanentes. Las dife­ rentes condiciones de Europa indujeron también otros cambios. El clima forzó un cambio en las cosechas. La avena y el centeno crecían originalmente como maleza en los primeros campos cul­ tivados de cereales del suroeste de Asia, pero florecieron en el clima más frío y húmedo del noroeste europeo y se convirtieron en cosechas por sí solos. Aparte de estos cambios, los primeros agricultores europeos adoptaron un esquema muy parecido al del suroeste asiático: pequeñas aldeas de campesinos que basa­ ban su subsistencia en una agricultura mixta. En el sur de Europa y en Asia se domesticaron unas cuantas cosechas y animales más hacia el 6000 antes de J.C. En el Medi­ terráneo, los olivos, las viñas y las higueras ya se cultivaban ha­ cia el 4000 antes de J.C., pero sólo la viña llegó al norte de Eu­ ropa, y esto bastante tarde, siendo introducida en muchas zonas por los romanos en los primeros siglos de nuestra era. El dro­ medario y el camello bactriano fueron domesticados entre el 2000 y el 1500 antes de J.C., pero el animal nuevo más impor­ tante que se introdujo fue el caballo, poco después del 3000 an­ tes de J.C. El uso del caballo no sólo revolucionó la guerra en el Próximo Oriente cambiando el papel del carro y dando paso a la caballería, también permitió que se desarrollase toda una cul­ tura nueva en las llanuras del Asia central. A partir de ese mo­ mento, durante miles de años la historia del Próximo Oriente, China, India y Europa habría de verse fuertemente influida por las sucesivas oleadas de jinetes nómadas como los hunos y los mongoles que descendieron sobre las sociedades sedentarias. La segunda zona nuclear que contempló el desarrollo de la agricultura fue China. El panorama moderno de la agricultura china es la producción de arroz húmedo en arrozales, pero los

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orígenes de la agricultura radican en un medio ambiente muy distinto entre las planicies semiáridas de loess del norte del país. El loess es un suelo de finas partículas formado por el viento que es muy fácil de trabajar incluso con primitivos palos de cavar. Los suelos de esta zona eran espesos y no estaban demasiado ero­ sionados, y por tanto tenían un alto contenido mineral. Había sólo una ligera capa vegetal, y aunque la zona es semiárida casi toda la lluvia cae en verano, lo que hace posible el cultivo de la cosechas. La zona también contenía originalmente un gran nú­ mero de hierbas silvestres, algunas de las cuales habrían sido apropiadas para su cultivo y uso doméstico. Las cosechas culti­ vadas de China difieren notablemente de las del suroeste asiáti­ co. El trigo y la cebada no son autóctonas (necesitan algo de llu­ via en invierno): el trigo no se introdujo hasta aproximadamente el 1300 antes de J.C., y la cebada un poco más tarde. Por el con­ trario, la agricultura se centraba en el mijo y el arroz cultivados

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como cosecha en tierra árida en lugar de en arrozales especiales. Durante un largo período el mijo siguió siendo la cosecha pri­ maria y la base de la agricultura campesina, siendo el arroz un alimento de lujo para la elite. El arroz no se adoptó hasta "más tarde para cultivarlo más al sur en campos húmedos. Los prime­ ros milenios de la agricultura china fueron distintos a los del su­ roeste de Asia y Centroamérica en un aspecto importante. En es­ tas dos regiones se desarrolló un régimen agrícola nutritivamen­ te equilibrado basado en una semilla cereal amilácea y en legumbres ricas en proteína. Aunque la §oja es autóctona, se cul­ tivó muy tarde —alrededor del 1100 antes de J.C. en la llanura del norte de China— y después se extendió rápidamente, pero hasta entonces la agricultura china estuvo dominada por la pro­ ducción de cosechas de semillas. Los cerdos y las aves de corral fueron los principales animales que se domesticaron, y mucho más tarde las ovejas y las cabras. Los primeros lugares habitados se encuentran no en las lla­ nuras pantanosas del río Amarillo, una zona que después estuvo muy densamente poblada, sino en terrazas y montículos elevados a lo largo de los afluentes del río. El mijo se cultivó por prime­ ra vez hacia el 6000 antes de J.C. y las primeras comunidades se­ dentarias aparecieron aproximadamente al mismo tiempo. En unos mil años se habían desarrollado muchas pequeñas aldeas que practicaban la agricultura de la misma forma que en el su­ roeste de Asia, pero el proceso tuvo lugar unos tres o cuatro mil años después y se desarrolló de forma independiente. La agri­ cultura de más al sur, en el valle del Yangtsé, donde se usaba el arroz y se aclaraba el terreno mediante el sistema de tala y que­ ma, se conoció poco después del 5000 antes de J.C. y, una vez más, pronto fue seguido por la aparición de pequeñas aldeas. China no fue la única zona del mundo donde se cultivó el arroz. Parece haber estado sometido a cultivo múltiple (de más de una variedad) en la India y por todo el suroeste de Asia en un ancho cinturón que va desde las estribaciones del sur del Himalaya pa­ sando por el norte de Birmania y el norte de Tailandia hasta Viet­ namí y el extremo sur de China. Centroamérica (una zona que abarca los estados modernos de Guatemala, Belice, zonas de Honduras y San Salvador y, más importante, el sur y el este de México de 24 °N) fue la última de las tres zonas nucleares que desarrolló la agricultura. La mayor

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parte de los datos sobre este proceso proceden de las zonas montañosas de México —Tehuacán y Oaxaca— donde el clima es lo suficientemente seco para conservar los restos de plantas. Hacia el 6000 antes de J.C. (momento en que la agricultura esta­ ba extendida por todo el suroeste de Asia) la zona aún estaba ocupada por grupos que dependían de una amplia variedad de recursos alimentarios. Se dedicaban a la caza menor de especies como el conejo y el ciervo, cosechaban nueces y frijoles y reco­ gían hierbas silvestres, un tipo primitivo de maíz y varios tipos de chayóte. Estos grupos aún llevaban una vida nómada, utili­ zando productos de temporada y una amplia variedad de ani­ males como saltamontes, caracoles, lagartos y culebras. Durante la estación seca vivían en pequeños grupos, pero se reunían en grupos más grandes cercanos al centenar de personas durante la estación lluviosa cuando la comida era más abundante. Por esta época, o un poco antes, se dieron los primeros pasos hacia la agricultura, no con el cultivo de cereales silvestres sino creando pequeñas parcelas de jardín para cultivar una amplia variedad de plantas que habían sido recogidas previamente en la naturaleza silvestre (aunque el trabajo que suponía cuidar estas parcelas no les hizo abandonar su forma nómada de vida). Se cultivaban unas treinta plantas no sólo como alimento sino también para tintes, medicinas y (en el caso de la calabaza) como recipientes. En la lista se incluía el chile, el tomate, el aguacate, la papaya,

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la guayaba, cinco variedades de chayóte, la calabaza y el frijol. Algunos de los primeros especímenes de estas plantas pueden haber sido cultivados hacia el 7000 antes de J.C., pero muchos otros como el maguey, el higo chumbo y el mesquite no pre­ sentan cambio alguno en su domesticación y por tanto su datación es particularmente difícil. Los usos dados a las plantas tam­ bién cambiaron con el tiempo. Las calabazas se cultivaban origi­ nalmente por sus semillas, pero su cultivo cambió gradualmente su carne amarga por una variedad dulce más sabrosa. El desarrollo de la agricultura a gran escala en Centroamérica se vio retrasado por dos factores. El primero fue la falta de ani­ males apropiados para la domesticación. El aislamiento geográfi­ co de las Américas supuso que al contrario que en Europa y Asia no hubiese ovejas, cabras ni vacuno. Esto hizo que la caza de animales siguiese siendo una actividad vital para incluir carne su­ ficiente en la dieta. Una importancia todavía mayor fue la que tuvo el maíz, el principal cereal que se cultivó. Los orígenes exactos del maíz aún son objeto de gran controversia, especial­ mente su relación con una hierba silvestre llamada zea. Puede descender de la zea, o de un predecesor diferente pero desco­ nocido, o puede ser de origen híbrido en el que quizá participe la zea. El maíz se cultivaba desde aproximadamente el 5000 an­ tes de J.C., pero aún era un cereal muy pequeño. Las primeras mazorcas no eran más grandes que el dedo pulgar del ser hu­ mano, y durante al menos 2.000 años en lugar de molerlas para hacer harina las masticaban. Por razones genéticas era difícil cru­ zar el maíz con otras hierbas silvestres y producir variedades me­ jores y más productivas. El primer maíz que se cultivó era prác­ ticamente idéntico al silvestre, y su tamaño sólo era un poco ma­ yor debido a las mejores condiciones de cultivo. Las primeras variedades de alta producción no se desarrollaron hasta aproxi­ madamente el 2000 antes de J.C. y las mazorcas de maíz moder­ nas son unas siete veces más grandes que las primeras varieda­ des cultivadas. Esta baja productividad durante las primeras fases del desarrollo agrícola centroamericano hizo que durante mucho tiempo fuese más económico recolectar el alimento de las plan­ tas silvestres que depender del maíz. Aún 2.000 años después de la domesticación, las plantas cultivadas constituían sólo una cuar­ ta parte de la dieta. Hasta el 2000 antes de J.C. la producción no fue lo suficientemente grande para mantener la vida de las al­

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deas, que más tarde se desarrolló con bastante rapidez por toda Centroamérica. Pero esta larga transición hasta las comunidades sedentarias tuvo un profundo efecto sobre la historia mundial. Significó que la evolución de sociedades complejas en Centroa­ mérica empezase 4.000 años después que en Europa y Asia. Así, cuando en el siglo xvi llegaron a las Américas los primeros eu­ ropeos, encontraron una sociedad que era comparable en nume­ rosos sentidos a las de Mesopotamia del 2000 antes de J.C. Una zona subsidiaria de Centroamérica en el desarrollo de la agricultura fue Perú que, en términos arqueológicos, incluye grandes zonas de Bolivia y el Ecuador actuales. El maíz se ex­ tendió hacia el sur desde Centroamérica hasta llegar a los Andes hacia el 1000 antes de J.C. y a las regiones costeras unos 150 años después. Otras plantas como el chile y el frijol fueron cul­ tivadas en ambas áreas, pero a partir de distintos progenitores sil­ vestres. Una gran cosecha peruana, que fue exclusiva de las re­ giones montañosas andinas hasta el siglo xvr de nuestra era, fue la patata. Se desconoce la fecha exacta de cultivo doméstico, pero sólo podría haber tenido lugar una vez que la selección de los tubérculos había reducido los venenosos niveles glucoalcaloides naturalmente altos. La selección de tubérculos silvestres para conseguir un tamaño mayor es probable que haya ayudado. En las regiones montañosas andinas la patata era el elemento central de un complejo alimenticio que incluía la oca, el ulluco, el anu y un cereal, la quinua. El desarrollo de la agricultura en otras partes del mundo es mucho más difícil de rastrear, en parte porque se han realizado muchas menos investigaciones arqueológicas pero también debi­ do al hecho de que los restos de plantas no están bien conser­ vados en esos lugares y porque muchos de los restos de plantas presentan pocos cambios cuando se los cultiva. El cultivo de raí­ ces y tubérculos es muy probable que se haya producido en el sureste de Asia y en Nueva Guinea hacia el 7000 antes de J.C. usando ocumo y ñame, que habrían necesitado poco más que el cultivo de variedades silvestres en parcelas especialmente cuida­ das. El ocumo y el ñame formaban la base de la agricultura en esta área, donde normalmente se combinaban con otras plantas como el fruto del pan, el bambú, el cocotero, la platanera y el sagú y se asociaban con animales como las aves de corral y el cerdo, que fueron domesticados independientemente en la re­

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gión. Este complejo agrícola también formó la base del pueblo polinesio en su proceso de expansión por el Pacífico. El ñame también fue cultivado en las áreas tropicales de África occiden­ tal, pero la fecha no está clara. En el período que va del 7000 al 3000 antes de J.C. las tierras bajas del este de los Andes produ­ jeron un complejo tropical diferente a partir de las plantas que se daban en la zona, la mandioca, la patata dulce y el arrurruz (y probablemente el cacahuete). Éstas se extendieron después por otras zonas tropicales del sur y el centro de América y por el Caribe. Hacia el 2000 antes de J.C., todas las principales cosechas y animales que conforman los sistemas agrícolas contemporáneos del mundo ya habían sido domesticados. Sin embargo, durante miles de años hubo corrientes separadas de desarrollo agrícola como consecuencia de la falta de contacto entre Eurasia y las Américas, e incluso entre distintas partes de Europa y Asia. Des­ pués, en dos oleadas, los diversos sistemas independientes se agruparon. Desde el siglo vil de nuestra era los comerciantes is­ lámicos llevaron muchos de los cultivos semitropicales del sures­ te de Asia al Próximo Oriente y al Mediterráneo. Mucho después, en el siglo xvi, los cultivos americanos fueron traídos a Europa (y posteriormente a Asia) y las plantas y animales europeos fue­ ron llevados a las Américas y a Australasia. La adopción de la agricultura fue el cambio.más fundamental de la historia humana. No sólo provocó la aparición de las pri­ meras sociedades sedentarias, también cambió radicalmente a la sociedad misma. Los grupos dedicados a la recolección y la caza eran esencialmente igualitarios, pero las comunidades sedenta­ rias, casi desde el principio, provocaron una creciente especialización dentro de la sociedad y la emergencia de elites religiosas, políticas y militares y de un Estado con poder para dirigir al res­ to de la sociedad. En la raíz de estos cambios sociales había una actitud nueva hacia la propiedad de la comida. Los grupos dedi­ cados a la recolección y la caza generalmente consideran a las plantas y los animales no como cosas «poseídas» por los indivi­ duos sino como bienes que estaban a disposición de todos. Las plantas y animales se cogen de la naturaleza silvestre y normal­ mente hay fuertes convenciones sociales sobre cómo se debe re­ partir la comida entre todos los miembros del grupo. La agricul-

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LA PR IM ER A GRAN TR A N SIC IÓ N Fecha

Suroeste de Asia/ Mesopotamia

China

antes de J.C. Domesticación de la oveja 9000 Primeros asentamientos 8500 semipermanentes Cultivo pleno de carraón/tri­ 8000 go duro/cebada Domesticación de la cabra Apogeo de los pueblos 7500 de Jericó/(Jatal Hüyük Domesticación del cerdo 6500 Cultivo del mijo Domesticación del 6000 vacuno en Europa Aparición de la alfarería Aparición de las Inicio de la irrigación 5500 primeras aldeas en Khuzistán en la zona del río Amarillo Arroz cultivado/pri­ Primeros asentamientos 5000 meras aldeas de en Mesopotamia la zona del Yangtsé Construcción de templos 4500 a gran escala en Sumeria Uso de la rueda 4000 Aparición de la escritura 3500 Sumeria Grandes ciudades/sociedad 3000 estratificada/gobernantes seculares en Sumeria Imperio Akadiano en 2500 Sumeria Primeras ciudades/ 2000 sociedad estrati­ ficada 1500 1000 500 antes/después de J.C.

Centroamérica

Cultivo de la pi­ mienta/tomate/ calabaza, etc.

Cultivo del maíz

Primeras variedades de maíz de alta producción Aparición de las primeras aldeas Primeros centros ceremoniales Cultura Olmeca Aparición de una gran ciudad en Teotihuacán

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tura introdujo la idea de propiedad de la comida, bien por par­ te de los individuos o por organizaciones de mayor envergadu­ ra. El paso al cultivo de cosechas en campos y la práctica de con­ ducir manadas y alimentar rebaños de animales abrió el camino a la consideración de los recursos utilizados y el alimento pro­ ducido como «propiedad», y el enorme aumento del nivel de tiempo y esfuerzo empleado en comparación con la recolección y la caza fomentó esta tendencia. La principal ventaja de la agricultura frente a la recolección y la caza es que a cambio de un mayor "esfuerzo permite que se obtenga una mayor producción de alimentos de una área más pequeña. Una vez que se ha hecho ese mayor esfuerzo hay nor­ malmente un excedente de alimento muy por encima de las ne­ cesidades inmediatas de la familia del cultivador. Este excedente se puede utilizar entonces para mantener y alimentar a indivi­ duos que no participan en la producción de comida. Los prime­ ros no agricultores fueron probablemente artesanos que fabrica­ ban objetos de alfarería, herramientas y otros artículos especiali­ zados para la comunidad. Pero los grupos gobernantes, proba­ blemente religiosos en un principio y después políticos, asumie­ ron rápidamente las funciones de distribución. Emergieron socie­ dades en las que grandes elites administrativas, religiosas y mili­ tares consiguieron imponer la recaudación de alimentos a los campesinos y organizar su distribución a otras capas de la socie­ dad. De forma paralela, rápidamente surgió una desigual propie­ dad de la tierra, y por tanto de la comida. En su sentido más amplio, la historia humana de los aproxi­ madamente 8.000 años transcurridos desde la aparición de las so­ ciedades agrícolas asentadas ha girado en torno a la adquisición y distribución de la producción excedentaria de alimentos y a los usos que se le han dado. El tamaño del excedente de que dis­ ponía una sociedad concreta ha determinado el número y la en­ vergadura de otras funciones —religiosas, militares, industriales, administrativas y culturales— que la sociedad puede soportar. Sin un excedente alimentario sería imposible dar de comer a los sa­ cerdotes, a un ejército, a los trabajadores industriales, a los ad­ ministradores y a los intelectuales. Este vínculo quizás haya sido más obvio en sociedades anteriores más simples, pero aún está presente en las sociedades contemporáneas. En la Europa me­ dieval, y en otras muchas sociedades feudales o semifeudales,

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hubo una relación directa entre la cantidad de tierra que se po­ seía y la prestación de servicio militar, y la iglesia obtenía comi­ da bien mediante la propiedad directa de tierra o mediante la recaudación de diezmos. La redistribución de la comida se ha producido tanto dentro de una misma sociedad como entre so­ ciedades distintas. Todas las sociedades tienen un mecanismo para el reparto del excedente alimentario a los no campesinos. Esto puede producirse a través de la propiedad de la tierra por parte de gobernantes, elites y organizaciones religiosas, como en la mayoría de las sociedades preindustriales, a través de un me­ canismo de mercado (ayudados por enormes subvenciones), como en los países industrializados modernos, mediante meca­ nismos religiosos, probablemente respaldados por la amenaza de la fuerza, como en muchas sociedades antiguas o mediante el uso de la fuerza, como la Unión Soviética demostró a principios de los años treinta durante los procesos de colectivización e in­ dustrialización. La aparición de estados e imperios más grandes posibilitó la consecución de un excedente de comida de los te­ rritorios dependientes de ellos induciéndoles, por diversos me­ dios, a cultivar cosechas destinadas al poder dominante. El Im­ perio Romano consiguió esto en la región mediterránea convir­ tiendo a Egipto y al norte de África en zonas productoras de grano para Italia y Roma en particular. Los Estados europeos pu­ sieron en práctica una política muy similar a partir del siglo xvi en sus territorios coloniales y esferas de influencia introduciendo nuevos cultivos y métodos de producción, haciendo que los te­ rritorios dependientes pasasen de una agricultura de subsistencia a la producción a gran escala para el mercado europeo. La aparición de mecanismos extendidos y efectivos para la consecución de excedentes tardó en llegar. Las primeras comu­ nidades sedentarias del suroeste de Asia, China y Centroamérica eran pequeñas aldeas compuestas casi en su totalidad por cam­ pesinos que tenían una especialización muy limitada. Pero la pre­ sión del crecimiento demográfico, que había obligado lentamen­ te a la adopción de una producción alimentaria más intensiva, no cesó con la evolución de la agricultura y las comunidades se­ dentarias; de hecho se intensificó. Esto forzó la aparición de for­ mas todavía más intensivas de producción alimentaria a partir de medios naturales menos favorables a medida que los grupos de personas se encaminaban hacia áreas aun más marginales.

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La agricultura del suroeste de Asia era en un principio de se­ cano; dependía de la lluvia para la producción de cosechas. La aparición de la irrigación, hacia el 5500 antes de J.C. en el sur­ oeste del Khuzistán (en las franjas orientales de Mesopotamia), es otra ilustración de la misma combinación de presiones que hi­ cieron nacer la agricultura. La ventaja de la irrigación es que a cambio de un esfuerzo aun mayor que el de la agricultura de se­ cano (para abrir y mantener los canales de irrigación) permite que se pueda conseguir una producción mayor de comida de una zona aún más reducida. Entre el 7000 y el 6000 antes de J.C., la población agrícola del suroeste de Asia prácticamente estaba confinada en la zona montañosa, pero aproximadamente unos mil años después la población parece haber aumentado rápida­ mente hasta ocupar casi todas las zonas apropiadas para la agri­ cultura de secano. Fue en este momento cuando algunas comu­ nidades se vieron obligadas a explotar el medio ambiente más di­ fícil de Mesopotamia, una zona que carecía de lluvias, roca y árboles maderables adecuados y que obligó a la introducción de técnicas de irrigación. En principio, el asentamiento se limitó a Mesopotamia

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las zonas fáciles de trabajar del norte de Mesopotamia, y muy lentamente se fue trasladando hacia las zonas del sur donde se necesitaron trabajos de irrigación de mayor envergadura. La tie­ rra era en un principio fértil y producía abundantes cosechas y altos niveles de excedentes alimentarios. Sin embargo, sólo se podía regar una pequeña parte de la tierra disponible debido a problemas técnicos en la construcción y el mantenimiento de los canales, y por tanto hacía falta una organización y un control considerables para garantizar el* uso más productivo de recursos limitados. Conforme aumentaba la población, los asentamientos se fueron haciendo más densos debido al limitado espacio dis­ ponible para su expansión. Todos estos factores tuvieron efectos importantes sobre los acontecimientos que se produjeron en Me­ sopotamia. En el período que se inicia en el 5000 antes de J.C., Meso­ potamia estaba ocupada por comunidades con una cultura bas­ tante uniforme; los pueblos establecieron asentamientos a lo lar­ go del cauce de los ríos, de tal forma que la irrigación quedó confinada a esquemas simples de relativamente poca envergadu­ ra. Casi todos estos asentamientos eran pequeños pueblos o al­ deas repartidos a distancias aproximadamente iguales por todo el paisaje. Aunque la agricultura era vital para la subsistencia bási­ ca, la caza y la pesca en las marismas circundantes aún eran fuentes importantes de alimentos suplementarios. La investiga­ ción arqueológica sobre los pueblos más primitivos ha revelado un grado considerable de organización social interna desde los inicios del asentamiento en la zona. Casi todos tenían grandes templos que actuaban de foco de la vida urbana y desempeña­ ban un papel fundamental en la redistribución de recursos entre los agricultores, la elite religiosa y los artesanos especializados, controlando la producción alimentaria y distribuyendo raciones a todos los miembros de la comunidad. Una intensificación de este proceso de desarrollo de control dentro de la sociedad tuvo lu­ gar en el sur de Mesopotamia a partir del 4500 antes de J.C. aproximadamente. En Uruk se construyeron enormes templos (incluyendo uno de 68 metros de longitud, 61 metros de anchu­ ra y 12 de altura) y se reconstruyeron regularmente. Esto habría requerido la organización de grandes cantidades de mano de obra e ilustra el grado de control que ya ejercían las principales organizaciones religiosas. Hacia el 3500 antes de J.C. Uruk ya era

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un centro ceremonial importante con sólo unos pocos asenta­ mientos de reducidas dimensiones en la región circundante. Qui­ nientos años después, la población de Uruk había crecido rápi­ damente a unas 50.000 personas, y el número de asentamientos de la zona se había reducido de 146 a 24 en lo que parece ha­ ber sido un proceso de creciente control político y reasenta­ miento forzoso en el principal pueblo de la zona. Procesos simi­ lares, aunque a escala menos drástica, se pueden detectar en otras ciudades de la región como Ur, Kish, Lagash y Umma, to­ das ellas con poblaciones de entre 10.000 y 20.000 habitantes. De forma paralela a este gran estallido de urbanización, los trabajos de irrigación se hicieron más extensos y complejos y se fueron alejando de los ríos; se construyeron canales en grandes zonas que no tenían corrientes naturales de agua para aumentar la tie­ rra de que se disponía para la producción de comida a medida que seguía creciendo la población. Hacia el 3000 antes de J.C. la zona del sur de Mesopotamia conocida con el nombre de Sumeria estaba dominada por ocho grandes ciudades. Dentro de estas ciudades se estaban produ­ ciendo grandes cambios sociales. Generar un excedente alimen­ tario implica mucho más que simplemente cultivar un excedente por encima de las necesidades del cultivador. El excedente ha de ser transportado, almacenado y redistribuido, y esto precisa la existencia de instituciones capaces de organizar el proceso. El control del excedente implica también determinar quién posee y trabaja la tierra y quién tiene derecho a la comida. Desde el prin­ cipio el templo desempeñó un papel clave en la organización de la sociedad en Mesopotamia. Parece ser que en los primeros asentamientos el templo era el propietario de toda la tierra, y sus sacerdotes y administradores los responsables de recoger la co­ mida, almacenarla y después distribuirla, con frecuencia en ra­ ciones uniformes. La posesión de otros recursos agrícolas tam­ bién estaba centralizada —en Shuruppak el templo poseía 9.660 burros—, y la labranza estaba organizada en cuadrillas. La canti­ dad de poder que ostentaba la elite religiosa no era estática, y funcionaban mecanismos de reaprovechamiento a gran escala. Quienes tenían la autoridad perseguían aumentar el control y ob­ tener un mayor excedente y conseguir más poder mediante su ca­ pacidad para dirigir más recursos. Un mayor excedente daba capacidad para mantener a más personas no dedicadas a la agri­

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cultura, y cuanto más se prolongaba este proceso mayor era el grado de diferenciación social, hasta que aparecieron clases dife­ renciadas con un acceso marcadamente distinto a la riqueza y al poder. Esta estructura estatal más poderosa ofrecía beneficios re­ ligiosos a cambio de que el grueso de la población le propor­ cionase alimento, mano, de obra y finalmente servicio militar cuando aumentó la rivalidad entre las Ciudades Estado. Dentro de las ciudades de Sumeria, hacia el 3000 antes de J.C., se habían desarrollado sociedades de clase fuertemente es­ tratificadas: había esclavos en la base de la jerarquía, el grueso de la población estaba constituido por campesinos, y más arriba estaban los artesanos y después una elite administrativa, religio­ sa y militar. La creciente rivalidad entre las ciudades condujo a un mayor militarismo, a la construcción de fortificaciones y a la organización de milicias. Uruk construyó un gran muro alrededor de la ciudad de unos nueve kilómetros de circunferencia y un grosor de entre tres metros y medio y cuatro metros y medio con grandes torres defensivas. La creciente importancia de la guerra provocó la aparición de líderes militares temporales, que rápida­ mente se transformaron en gobernantes permanentes, heredita­ rios y seculares. Junto a los templos surgieron grandes palacios donde trabajaban varios miles de personas (más grandes canti­ dades de esclavos) y que después sustituyeron a los templos como edificios principales de la ciudad. La mayor importancia de la guerra reforzó las tendencias hacia un mayor control y una mayor dirección interna sobre la sociedad. Pero, hacia el 2500 antes de J.C., los propietarios de la tierra ya no eran el templo ni la ciudad sino individuos particulares, con lo que se comple­ tó el desarrollo de una sociedad de clases en la que eran las fa­ milias gobernantes quienes ostentaban el poder político y con­ trolaban grandes propiedades y a la fuerza de trabajo que de­ pendía de ellas. En una fase posterior, hacia el 1800 antes de J.C., cuando el sur de Mesopotamia pasó a formar parte del Imperio Babilonio, había clases legalmente separadas de nobles, plebeyos y esclavos. De forma paralela a estos acontecimientos, y con una cre­ ciente presión hacia una mayor especialización y estratificación dentro de la sociedad, hubo una serie de avances tecnológicos que se produjeron en las primeras fases de la colonización de Mesopotamia. La fundición del cobre había comenzado en Ana-

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tolia poco antes del 6000 antes de J.C. y estaba en uso en Me­ sopotamia unos mil años después, y la rueda se utilizó por pri­ mera vez en la alfarería hacia el 4500 antes de J.C. Estos dos nue­ vos procesos necesitaban de especialistas formados, que tenían que ser alimentados por otros miembros de la sociedad. Aunque las herramientas de metal duraban más que las de piedra, no eran mucho más efectivas, y en sus comienzos gran parte del tra­ bajo del metal se limitó a la producción de artículos de lujo para la elite. La rueda se adaptó pronto para los vehículos arrastrados por animales domesticados. Pero él acontecimiento más impor­ tante fue la invención de la escritura, estimulada por la necesi­ dad de los templos de llevar la contabilidad de las complejas transacciones que generaba la obtención, almacenamiento y re­ distribución del excedente alimentario. Las primeras tablillas de barro cocido con una escritura plenamente desarrollada proce­ den del recinto sagrado de Eanna en Uruk, donde se han en­ contrado más de 4.000 que datan aproximadamente del 3100 an­ tes de J.C. Forman parte de los archivos administrativos del tem­ plo, y el 85 por ciento de ellas tratan de asuntos económicos como la asignación de recursos para la agricultura y la distribu­ ción de comida a la población en lo que parece ser un sistema de racionamiento bastante estricto. Estas tablillas ilustran una vez más la abrumadora importancia de los controles centralizados dentro de una sociedad que intenta arrancar su subsistencia a un medio ambiente difícil. Los primeros pasos hacia la creación de sociedades jerárqui­ cas estratificadas con un alto grado de control por parte del Es­ tado se dieron en Mesopotamia desde alrededor del 5000 antes de J.C. Acontecimientos similares, pero independientes, tuvieron lugar en Egipto, muy poco después que en Mesopotamia, y más tarde se repitieron en el valle del Indo, en China, Centroamérica y Perú. Al igual que Mesopotamia, el valle del Nilo no era una de las zonas nucleares originales para la domesticación de plan­ tas y animales: ambas adoptaron el sistema agrícola que había evolucionado en el suroeste asiático y lo adaptaron a sus condi­ ciones locales. El valle del Nilo había estado ocupado por gru­ pos dedicados a la recolección y la caza que existieron gracias a una abundante reserva de alimentos y caza silvestre durante unos

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20.000 años antes de que apareciesen los primeros asentamien­ tos agrícolas hacia el 5500 antes de J.C. La agricultura basada en las ovejas, el vacuno y el trigo duro llevaba bien arraigada en el norte de África desde cientos de años antes de que los agricul­ tores llegasen al valle del Nilo. El largo, angosto y fértil valle pro­ porcionaba un excelente medio ambiente para la agricultura, mucho mejor que Mesopotamia. La crecida anual llegaba en el momento justo del año para el cultivo de las cosechas y nor­ malmente era suficiente para dar una cosecha que ocupaba dos tercios de la zona contigua al valle. La irrigación artificial sólo era necesaria a pequeña escala, y se podía realizar dragando los ca­ nales naturales de desbordamiento del río, haciendo pequeñas recámaras en diques naturales y creando pequeñas presas de tie­ rra para retener el agua. Estas medidas contribuyeron a equilibrar un nivel natural de flujo muy variable, retenían el agua en de­ pósitos para su posterior uso, y permitían plantar sobre un sue­ lo recién regado al borde de la llanura formada por los sedi­ mentos dejados por la crecida y cultivar una segunda cosecha en huertos intensivos. Egipto se desarrolló por vías distintas a Mesopotamia. El me­ dio ambiente más fácil y la menor intensidad de la irrigación hi­ cieron que hubiese una presión menor sobre la tierra en com­ paración con Mesopotamia, y por tanto no surgieron ciudades demasiado estructuradas. Las dos grandes ciudades egipcias de Memphis y Karnak-Luxor eran en esencia mercados locales, cen­ tros de culto y residencia de funcionarios, y no ciudades tan po­ pulosas como Uruk (que tenía una población residente de casi 50.000 habitantes). La mayoría de los egipcios eran campesinos que vivían en aldeas, y el sistema para regular la crecida anual del Nilo siguió siendo una responsabilidad más local que central. Sin embargo, sí que emergió una elite de sacerdotes, administra­ dores, soldados y gobernantes, como en Mesopotamia, mediante la apropiación del excedente agrícola. Esta superestructura polí­ tica fuertemente centralizada siguió existiendo, aunque basada en una administración mucho más descentralizada de la agricultura y en el control del crecimiento de las antiguas provincias o divi­ siones del valle. La unificación de Egipto en un Estado único se suele datar convencionalmente alrededor del 2950 antes de J.C. con la aparición de la Primera Dinastía. Esto viene a coincidir en el tiempo con el período en que en Mesopotamia dominaron los

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gobernantes seculares, aunque Egipto estuvo unificado probable­ mente desde los mandatos de unos diez gobernantes anteriores a la Primera Dinastía. Esta dinastía parece un punto de partida radicalmente nuevo sólo porque es contemporánea de la apari­ ción de la escritura, inventada con independencia de Mesopota­ mia y unos cientos de años después. También aquí la función de la escritura era esencialmente administrativa —distribución de re­ cursos y alimentos— y tardó otros 300 años en aparecer en un texto continuo. El valle del Indo fue colonizado por agricultores nómadas que casi con absoluta certeza se dirigían hacia el este desde el suroeste asiático, alrededor del 3500 antes de J.C., cultivando tri­ go y cebada en el clima relativamente seco de la zona y depen­ diendo de la oveja y la cabra domesticada así como de algún camélido. Al igual que en Egipto, el sistema de control del agua se producía básicamente a pequeña escala, pero la apropiación del excedente alimentario para alimentar a los no productores de­ sembocó en la emergencia de una sociedad sumamente estratifi­ cada hacia el 2300 antes de J.C. La principal característica de la sociedad del valle del Indo era su uniformidad cultural en una zona muy extensa. Hay poca evidencia del tipo de crecimiento orgánico de los asentamientos y de la evolución de las ciudades que se dio en Mesopotamia. Las dos principales ciudades —Harappa y Mohenjo-Daro— aunque separadas por más de 640 ki­ lómetros estaban construidas sobre planos similares y coronadas por enormes ciudadelas (con una longitud de 365 metros y una anchura de 180, construidas sobre plataformas artificiales a 12 metros de altura sobre la llanura de sedimentos formada por la crecida) donde estaban situados la totalidad de los principales edificios públicos. Todas las ciudades tenían grandes graneros centrales para el almacenamiento y redistribución de la comida. No se sabe si la autoridad central era religiosa o secular, pero lo que está claro es que era autoritaria y capaz de movilizar una gran cantidad de mano de obra y de imponer una uniformidad más rígida en una zona mayor que las dos primeras sociedades complejas que emergieron en el mundo. El desarrollo de este tipo de sociedades en China fue un pro­ ceso mucho más lento que en Mesopotamia, Egipto y el valle del Indo. Las razones exactas no están claras, pero pueden estar li­ gadas al lento desarrollo de los sistemas de riego y, en conse­

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cuencia, a que tardaran mucho más tiempo en aparecer exce­ dentes alimentarios de envergadura. Las secuencias y la cronolo­ gía precisas de las primeras culturas chinas son difíciles de esta­ blecer. Las primeras comunidades agrícolas posteriores a la do­ mesticación del mijo alrededor del 6000 antes de J.C. eran pequeñas aldeas de unas 200 personas con una estratificación so­ cial muy limitada, y los campesinos seguían un sistema de culti­ vo de tala y quema, aclarando los campos durante unos cuantos años y abandonándolos después cuando los niveles de fertilidad declinaban. Conforme aumentó la población y descendió la can­ tidad de tierra sin cultivar, los asentamientos se hicieron perma­ nentes, adoptando los agricultores una forma de rotación y bar­ becho en un intento de mantener la fertilidad. El torno de alfa­ rero y otras técnicas artesanales se empezaron a usar en estas circunstancias alrededor del 1750 antes de J.C. al comienzo del período Shang, cuando todo el norte de la llanura China cayó bajo el mando de un solo gobernante secular. En las dos ciuda­ des principales —Cheng-Chou y An-Yang— había una zona ce­ remonial y administrativa rodeada por una imponente muralla defensiva de tierra. Al contrario que en Mesopotamia, los gober­ nantes seculares parecen haber dominado desde el comienzo de las comunidades sedentarias, aunque estaban sólidamente apo­ yados por la élite religiosa cuyas funciones contribuían a integrar la sociedad. Los documentos escritos y las investigaciones arqueo­ lógicas confirman que el período Shang contempló la aparición de clases diferenciadas. Los enterramientos presentan una amplia diversidad de riquezas entre los diferentes estratos de la socie­ dad, y mientras que los gobernantes vivían en grandes palacios el campesinado vivía en chozas semisubterráneas. Al igual que en las complejas sociedades de Mesopotamia, Egipto y el valle del Nilo, había mecanismos centrales para el almacenamiento (en este caso en grandes fosos) y redistribución del grano. Había también un fuerte control central de los trabajadores, no sólo para la agricultura sino también para otras obras estatales como la construcción de palacios y templos. El desarrollo en Japón de una sociedad con un alto grado de organización llegó extremadamente tarde en términos mundiales. Japón dependía parcialmente de los avances externos de China, pero la historia de sus cambios sociales demuestra claramente que los cambios en la producción alimentaria eran preliminares

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necesarios para la aparición de sociedades especializadas estrati­ ficadas. Aunque la alfarería prensada a mano comenzó alrededor del 10.000 antes de J.C. (la más temprana del mundo), durante un largo período los asentamientos fueron pequeños, de unas quince chozas, y la población dependía de la caza del ciervo y el cerdo y de la pesca. Hasta aproximadamente el 1400 antes de J.C. los japoneses no empezaron a cultivar sus primeras cosechas (cebada y arroz, probablemente procedentes de Corea, que a su vez los había importado de China). Sin embargo, la extensión de la agricultura a gran escala era limitada porque más de tres cuar­ tas partes de la tierra no era apta para el cultivo. En su forma primitiva la agricultura, como en otras muchas partes del mundo, se basó en un sistema de tala y quema, y las densidades demo­ gráficas eran bajas. Los animales desempeñaban un papel menor porque la escasez de tierra obligaba a dar prioridad a la produc­ ción de cosechas, y el pescado siguió siendo la principal fuente de proteínas. Mientras el arroz no se convirtió en la principal base de subsistencia en el norte de Kyushu alrededor del 300 an­ tes de J.C. y se extendió gradualmente por toda la mitad occi­ dental de Japón, no hubo una base para niveles mayores de pro­ ducción alimentaria. El incremento de los recursos alimentarios provocó una mayor especialización artesana, incluyendo la alfa­ rería (que ahora se hacía usando tornos) y la producción en bronce. Con el cultivo más intensivo se podía mantener a una so­ ciedad más compleja, pero el desarrollo siguió siendo lento has­ ta la aparición de un Estado japonés reconocible tras la adop­ ción de la escritura, introducida desde China en el siglo vi de nuestra era. En las Américas, el desarrollo histórico de este tipo de socie­ dad se vio enormemente influido por una serie de factores me­ dioambientales. La dificultad, por razones genéticas, de producir variedades muy productivas de maíz en comparación con la re­ lativa facilidad con que se podían cruzar el trigo y la cebada cul­ tivados con otros tipos para mejorar la producción, hizo que en Centroamérica no apareciesen comunidades sedentarias hasta aproximadamente el 2000 antes de J.C. Las Américas también ca­ recían de animales apropiados para su domesticación (aparte de la llama y la alpaca en Perú). El principio de la rueda, aunque era conocido, no se adoptó para el transporte porque no dispo­ nían de animales de tiro. El forjado del metal también estaba res­

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tringido principalmente a los productos en oro y plata para la éli­ te debido a la ausencia de depósitos fáciles de explotar, y las he­ rramientas de piedra siguieron siendo habituales hasta la con­ quista europea. A pesar de estos obstáculos, sí se desarrollaron sociedades jerárquicas sofisticadas que alcanzaron un progreso cultural significativo igual, y en algunas zonas superior, a los avances de sociedades similares de otras partes del mundo. De hecho los conocimientos astronómicos y los sistemas de calen­ darios de los mayas en los siglos vi a VIH después de J.C. eran probablemente los más avanzados >del mundo. La aparición de variedades más productivas de maíz hacia el 2000 antes de J.C. fue la base para las primeras comunidades se­ dentarias centroamericanas. Éstas eran aún pequeñas y las per­ sonas dependían en parte para alimentarse de la recolección de productos silvestres y de la caza. Mil años después aparecieron los primeros pueblos pequeños y centros ceremoniales, mientras el maíz se iba convirtiendo en un componente cada vez más im­ portante de la dieta. Al igual que en Mesopotamia, los grandes templos fueron característicos de estos asentamientos desde el principio y actuaban como centros para la redistribución del ex­ cedente alimentario a un creciente número de artesanos, sacer­ dotes y administradores. Se desarrollaron grandes centros cere­ moniales como La Venta en la costa del Golfo de México (un im­ portante emplazamiento olmeca), con pirámides de 122 metros de largo, 61 de ancho y 30 de alto. Estos ambiciosos proyectos arquitectónicos habrían supuesto la dirección de ingentes canti­ dades de fuerza de trabajo humana. El ritmo de desarrollo estu­ vo muy determinado por otro salto en la productividad de maíz alrededor del 400-300 antes de J.C., duplicándose la longitud de la mazorca. Esto constituyó la base del enorme incremento de la complejidad y la organización social que se dio en el período clásico en Centroamérica entre el 300 y el 900 después de J.C. El centro de este cambio fue la ciudad de Teotihuacán. Si­ tuada en el valle de México, se asentaba sobre un área de unos veintiséis kilómetros cuadrados, y con una población de unos 100.000 habitantes, y con sus enormes pirámides, avenidas cere­ moniales y grandes plazas, era más grandiosa en su concepción que cualquier otra ciudad de Mesopotamia. Su auge demuestra una vez más cómo los aumentos en la producción de alimento originaron sociedades sumamente estructuradas organizadas aire-

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dedor de fuertes instituciones centrales responsables de la pro­ ducción y distribución de los alimentos. La ciudad estaba alta­ mente planificada, probablemente no había una distinción clara entre la autoridad política y religiosa y la población vivía en áreas estrictamente separadas. La elite vivía cerca de los templos, y las zonas adyacentes estaban ocupadas por artesanos y merca­ deres dedicados a la comercialización de productos para la elite. Grandes cantidades de campesinos vivían en recintos cercados densamente poblados, probablemente organizados sobre una base de clanes, dentro de la ciudad. A esta población tan con­ centrada la comida (fruta, verduras y el omnipresente maíz) le llegaba de diversas procedencias. La irrigación en el valle y un sistema de chinampas, o huertos «flotantes», sumamente produc­ tivos en los pantanos y en los lagos, constituían un sistema muy intensivo de agricultura. Más alejados de la ciudad, pero aún bajo su control político, otros campesinos producían todavía más ali­ mento en las laderas aterrazadas en un sistema semiintensivo, mientras que en los límites del territorio los agricultores aún practicaban una agricultura semiintensiva de tala y quema. La im­ presión que prevalece de Teotihuacán es la de un inmenso po­ der central capaz de desarrollar y dominar a una ciudad suma­ mente unificada y también de gozar de enormes poderes de dirección sobre el conjunto de una sociedad rígidamente organi­ zada. El imperio de Teotihuacán, que, en su momento cumbre, dominó toda Centroamérica, se derrumbó hacia el 700 después de J.C. Fue reemplazado, de forma muy parecida a la conquista de Sumeria por los acadianos, por el imperio militar de los toltecas radicado en Tula (también en el valle de México), y ellos a su vez fueron reemplazados por los aztecas, con capital en Tenochtitlán (actual Ciudad de México). Estas últimas sociedades dependían del mismo tipo de base agrícola, especialmente las chinampas, y estructuralmente, aparte de su mayor elemento mi­ litar, eran notoriamente similares a Teotihuacán y ejercían igual­ mente un fuerte control central. La forma en que, por todo el mundo, la creciente producción alimentaria y el incremento demográfico dieron lugar gradual­ mente a sociedades más organizadas queda ilustrada a menor es­ cala en las islas de Hawai. Como las islas fueron colonizadas re­ lativamente tarde, los avances sociales aún estaban en su fase ini­ cial cuando llegaron los primeros europeos en el siglo xvm y

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escribieron relatos sobre lo que estaba ocurriendo, recogiendo tradiciones orales sobre el pasado reciente. Estos relatos dan una idea de cómo se podrían haber desarrollado otras sociedades del mundo en sus primeras fases. Las islas hawaianas fueron coloni­ zadas por primera vez alrededor del 500 después de J.C. por los polinesios, probablemente por un grupo de no más de 50 per­ sonas. Llevaron consigo la organización social normal en Poline­ sia basada en jefes hereditarios que monopolizaban los rituales religiosos y recibían ofrendas de quienes estaban sometidos a su autoridad. En Hawai fue la posición de los jefes lo que habría de cambiar a medida que aumentaron las cifras de población y la sociedad se hizo más compleja. Hacia el 1100 todas las islas del grupo habían sido colonizadas, aunque las aldeas estaban confi­ nadas casi en su totalidad en las costas, y la población había au­ mentado a unas 20.000 personas. Pero la sociedad siguió siendo simple y muy poco estratificada. La situación comenzó a cambiar a partir del 1100 con un ritmo más rápido de crecimiento demo­ gráfico, acompañado por la expansión del asentamiento hacia el interior, de tal forma que hacia 1400 toda la tierra disponible en las islas había sido ocupada y había caído bajo el control de los diversos jefes. La situación generó grandes problemas sociales. Hasta entonces, la rivalidad entre los principales linajes se había resuelto con la separación de los hijos menores del grupo prin­ cipal y la formación de sus propios grupos en las zonas no co­ lonizadas. Esto ya no era posible y el conflicto aumentó, po­ niéndose los miembros descontentos de las familias gobernantes al frente de revueltas de plebeyos. La respuesta a estos crecientes problemas sociales y políticos, exacerbados por las pérdidas de cosechas mientras la agricultura se veía desplazada a tierras cada vez más marginales y por el cre­ cimiento de la población hasta 300.000 personas hacia finales del siglo x v iii , fue aumentar el control central. Hacia el año 1440, en la isla de O’ahu las jefaturas individuales fueron reemplazadas por un gobernante único y otras islas siguieron rápidamente el mismo camino. Este control político central ocasionó cambios so­ ciales mientras los jefes se alejaban todavía más del resto de la sociedad (casándose sólo con miembros de las familias de jefes de otras islas), obligaban a que les rindieran culto a ellos en lu­ gar de a los dioses tradicionales, se apropiaban de tierras que hasta entonces habían sido comunitarias y convertían a los cam­

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pesinos en sus arrendatarios. Estallaron guerras cuando los jefes intentaron controlar más territorio para exigir más tributos. El re­ sultado fue un aumento de las guerras interinsulares hasta que en 1795 las islas fueron conquistadas y unificadas bajo el mando de un solo gobernante. No mucho después la sociedad y la cul­ tura de las islas comenzaron a desintegrarse y los europeos ini­ ciaron la explotación del Pacífico. El desarrollo de la agricultura, que trajo consigo la aparición de formas intensivas de producción de alimentos y de socieda­ des sedentarias, tuvo básicamente los mismos efectos en todo el mundo. La comida excedentaria era utilizada para alimentar a una cada vez más numerosa elite religiosa y política y a una cla­ se de artesanos cuya principal función era abastecer y atender a esa elite. La distribución del alimento excedentario requería gran­ des mecanismos de control para su transporte, almacenamiento y redistribución que dieron origen a poderosas instituciones cen­ trales dentro de la sociedad. Estos procesos se fueron fortale­ ciendo mientras las elites con poder político y social asumían un grado de control mayor que nunca e imponían una mayor disci­ plina a través del trabajo y el servicio obligatorios, primero en grupos de trabajo para grandes proyectos sociales como templos u obras de irrigación y después en los ejércitos que estaban cre­ ciendo rápidamente. Sociedades que eran en términos generales igualitarias fueron sustituidas por otras con clases independientes y enormes diferencias de riqueza. Estos cambios tuvieron otras dos consecuencias de gran importancia, una que se suele ver como positiva y otra como negativa, pero ambas han contribui­ do a conformar el resto de la historia humana. El desarrollo de sociedades organizadas y la creciente capaci­ dad, según la agricultura se iba haciendo lentamente más pro­ ductiva, para mantener a un número cada vez mayor de perso­ nas que no participaban en la producción directa de alimentos constituyó la base para todos los avances humanos culturales y científicos posteriores. Las demandas de las elites religiosas y se­ culares produjeron los grandes templos, palacios, edificios esta­ tales, teatros y otras estructuras que conforman los grandes luga­ res antiguos del mundo y que son los principales recordatorios de sociedades pasadas. Al mismo tiempo, los artesanos produje­ ron exquisitas obras de arte que aún hoy son admiradas. Las so­ ciedades sedentarias también posibilitaron los grandes avances

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del pensamiento religioso y espiritual. Los grupos dedicados a la recolección y la caza, ciertamente en sus últimas etapas, parecen haber tenido sistemas de creencias religiosas para integrar a los seres humanos en su medio ambiente, como aún ocurre con los aborígenes de Australia, por ejemplo. De hecho, la religión actuó como una de las principales fuerzas motivadoras y organizadoras que hubo detrás del desarrollo de sociedades complejas, particu­ larmente en zonas como Mesopotamia, mientras los seres huma­ nos pasaban a explotar medios nuevos y difíciles. La aparición de la escritura y su evolución hasta llegar a las sumamente flexi­ bles formas modernas de escritura fue fundamental para todos los avances posteriores del saber humano. Las primeras socieda­ des también desarrollaron rápidamente un amplio saber astronó­ mico, sobre todo entre los babilonios y los mayas, y muchos lu­ gares de Centroamérica y China y de la Gran Bretaña de la Edad del Bronce están orientados hacia puntos solares, estelares y lu­ nares significativos. Ninguno de los grandes logros humanos cul­ turales e intelectuales habría sido posible sin el desarrollo de la agricultura y sin un excedente alimentario capaz de mantener por igual a artistas, constructores, arquitectos, sacerdotes, filósofos y científicos. La otra cara de la moneda es el desarrollo paralelo de una creciente coacción dentro de la sociedad y de la guerra. Los grandes edificios y monumentos de las sociedades antiguas sólo podían construirse utilizando ingentes cantidades de trabajo hu­ mano. La capacidad de movilizar una fuerza de trabajo de esta envergadura demuestra categóricamente el enorme poder y au­ toridad que detentaban las elites religiosas y seculares. Aunque puede haberse dado, particularmente en las primeras fases de las sociedades organizadas, un cierto grado de participación volun­ taria en un quehacer común, éste fue reemplazado muy rápida­ mente por la coacción. Una de las razones de que la organiza­ ción y la disciplina creciesen dentro de la sociedad fue la apari­ ción de la amenaza externa y de un creciente estado de guerra. El lugar que ocupó la guerra en las primeras fases de la historia humana es objeto de controversia, pero hay evidencia de luchas entre los grupos dedicados a la recolección y la caza hace unos 20.000 años con la aparición del arco y la flecha, un arma mu­ cho más efectiva que la jabalina. Algunas de las pinturas alpes­ tres francesas y españolas de la última glaciación presentan a se­

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res humanos que son atacados, y los restos encontrados en el ce­ menterio 117 en Jebel Sahaba, en Nubia, procedentes de la cul­ tura preneolítica de Qadan dan una idea de la dimensión de este tipo de lucha. De los cincuenta y nueve cuerpos allí enterrados, más del cuarenta por ciento tenían abundantes heridas causadas por puntas de flecha, y se encontró a una mujer joven que tenía en el cuerpo veintiuna puntas de flecha, varias de ellas en la boca. El nacimiento de sociedades sedentarias sin lugar a dudas au­ mentó las razones y el potencial de guerra, instituyendo territo­ rios definidos y una propiedad clara de los recursos. Desde el principio, las primeras comunidades sedentarias se vieron obli­ gadas a defenderse. Hacia el 7500 antes de J.C. Jericó estaba ro­ deada por un muro de más de un kilómero y medio de largo, tres metros de grueso y cuatro metros de alto, con al menos una torre de un diámetro de diez metros y una altura de ocho y me­ dio. fatal Hüyük, en Anatolia, estaba construida como una serie de casas interconectadas con paredes comunes sólo accesibles a través de un agujero en el techo y una serie de paredes lisas mi­ rando hacia el exterior de la aldea para que les diesen una cier­ ta protección. Hacilar estaba construida según principios simila­ res, también con un muro externo. Las sociedades se militariza­ ron rápidamente y formaron sus propios ejércitos. En el Egipto predinástico hubo continuas guerras entre las ciudades, y la uni­ ficación del Egipto alto y bajo se logró por la fuerza. En Meso­ potamia hubo batallas entre Lagash y Umma que duraron 150 años por una disputa sobre las tierras situadas entre los límites de dos ciudades. El desarrollo de tecnologías del metal fue se­ guido rápidamente por el uso de hachas de guerra, puntas de fle­ cha, escudos y cascos metálicos. La invención de la rueda pro­ vocó la aparición del carro alrededor del 2800 después de J.C. en Mesopotamia, tirado originalmente por asnos hasta la domestica­ ción del caballo. Los ejércitos y las milicias aumentaron de ta­ maño, y hacia el 1285 antes de J.C. Egipto consiguió desplegar un ejército de 20.000 hombres (más numeroso que muchos eu­ ropeos hasta finales del siglo xvni) en la batalla de Kadesh. La aparición de las armas de hierro, usadas por primera vez por los asirios a principios del primer milenio antes de J.C., sólo sirvió para reforzar estas tendencias hacia una guerra más destructiva y extensa. A menudo provocó matanzas masivas y la destrucción

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de cosechas, animales, aldeas y ciudades. En los 300 años del mi­ litarista Imperio Asirio casi cuatro millones y medio de personas fueron deportadas forzosamente en el Próximo Oriente en un in­ tento de establecer un control político. Tal inhumanidad fue fá­ cilmente excedida por el espantoso récord de los aztecas de Centroamérica, que sacrificaban ritualmente cantidades ingentes de prisioneros de guerra (a veces 20.000 de una sola vez) y les arrancaban el corazón mientras aún latía en los escalones del gran templo de Tenochtitlán. ,.r Hacia el año 3000 antes de J.C. en Mesopotamia y Egipto, unos cientos de años después en el valle del Indo, aproximada­ mente un milenio más tarde en China y otros dos milenios des­ pués en las Américas, se establecieron sociedades militaristas go­ bernadas por elites religiosas y políticas con poderes de control inmensos sobre sus poblaciones. A pesar de la aparición de tec­ nologías del metal más sofisticadas, en Eurasia no hubo ningún cambio fundamental en la forma humana de vida durante varios miles de años. La gran mayoría de sus habitantes siguieron sien­ do campesinos, trabajadores sin tierra o esclavos, y siguieron su­ jetos a la expropiación masiva de su producción, al trabajo for­ zado y a los riesgos de guerras sumamente destructivas. Sólo una minoría muy reducida dentro de cada sociedad podía ser mante­ nida en un estilo de vida más opulento o más gratificante inte­ lectualmente. Varios estados e imperios surgieron y cayeron (a menudo a consecuencia del cambio de suerte en la guerra, de las revueltas o de muertes inesperadas de los gobernantes, pero también debido a importantes cambios en su base agrícola vital) sin alterar fundamentalmente esta forma de vida. A pesar de las variaciones en los logros culturales, ninguno de estos imperios y estados cambiaron la forma que tenían los seres humanos de procurarse su sustento una vez adoptada la agricultura permanente. Sin embargo, su impacto sobre su medio ambiente inmediato fue con frecuencia trascendental. Son éstos los primeros ejemplos de intensa alteración humana del medio ambiente y de su importante efecto destructivo, También consti­ tuyen los primeros ejemplos de sociedades que dañaron su me­ dio ambiente hasta provocar su propio hundimiento.

CAPÍTULO

________ 5 Destrucción y supervivencia

La adopción de la agricultura, combinada con sus dos gran­ des consecuencias —las comunidades sedentarias y el constante aumento de la población— impusieron una creciente tensión so­ bre el medio ambiente. Esa tensión estuvo localizada en princi­ pio, pero según se extendió la agricultura también se extendie­ ron sus efectos. Algunas áreas como el ecosistema de bosques templados del norte y el oeste de Europa, con sus moderadas temperaturas, sus altas precipitaciones y sus ricos suelos, consi­ guieron soportar la tensión razonablemente bien. Otras áreas con ecosistemas más fáciles de dañar y con una densidad demográfi­ ca más alta empezaron a verse afectadas durante los mil años posteriores a la adopción de la agricultura y de una forma de vida sedentaria. La agricultura conlleva el clareo de los ecosistemas naturales para crear un hábitat artificial donde los seres humanos puedan cultivar plantas y tener los animales que deseen. Los equilibrios

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naturales y la inherente estabilidad de los ecosistemas quedan por tanto destruidos. Al contrario que cuando existe una diversi­ dad vegetal y una capa permanente de suelo natural, un núme­ ro pequeño de cultivos sólo usa el espacio disponible durante parte del tiempo. El suelo se ve expuesto al viento y a la lluvia en un grado mucho mayor que antes, particularmente en aque­ llos lugares donde los suelos quedan vacíos durante parte del año, ocasionando índices mucho mayores de erosión que los que se generan bajo ecosistemas naturales. Los procesos de reciclaje de nutrientes también resultan alterados y, por tanto, se necesi­ tan aportaciones adicionales en forma de abonos o fertilizantes para poder mantener la fertilidad del suelo. La adopción de la irrigación es aún más perjudicial por cuanto crea un medio am­ biente que es todavía más artificial que la agricultura de secano, que depende de la lluvia. Añadir grandes cantidades de agua a un suelo pobre puede permitir al agricultor cultivar las cosechas que prefiera, pero puede tener efectos catastróficos a largo pla­ zo. El agua adicional pasa a la capa freática subterránea y hará, en plazos de tiempo distintos dependiendo de las condiciones lo­ cales, que aumenten los niveles de agua hasta que el suelo que­ de anegado. El agua adicional también altera el contenido mine­ ral del suelo: aumenta la cantidad de sal que, especialmente en áreas con índices elevados de evaporación, puede acabar for­ mando una gruesa capa salina sobre la superficie que haga la agricultura imposible. La única forma de evitar este proceso es mediante un uso muy cuidadoso de la irrigación, no regando en exceso y dejando el suelo en barbecho durante largos períodos. La difusión de las sociedades sedentarias también aumentó en otros sentidos las presiones que se imponían al suelo. El impac­ to global de los grupos dedicados a la recolección y la caza, con su forma nómada de vida y su bajo nivel de exigencia de ali­ mentos, había sido leve y relativamente difuso. Pero la aparición de aldeas y pueblos (y de una población cada vez mayor) hizo que la demanda de recursos estuviese ahora más concentrada, con lo que los esfuerzos por aumentar los suministros impondría tensiones significativamente mayores sobre áreas más reducidas. Surgieron nuevas demandas, especialmente de fabricación de materiales para la construcción de casas permanentes y también de productos nuevos y más variados. Los bosques sufrieron enor­ memente con el rápido aumento de la necesidad de madera para

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construir casas, calentar las viviendas y cocinar los alimentos. La deforestación local que desencadenó una mayor erosión del sue­ lo se convirtió en un problema en torno a las zonas donde se producían los asentamientos. Datos recientes referidos a Jordania central sugieren que ya en el 6000 antes de J.C., unos mil años después de la aparición de las comunidades sedentarias, las al­ deas eran abandonadas porque la erosión del suelo causada por la deforestación dio como resultado un paisaje muy maltratado, un menor rendimiento de las cosechas y finalmente una imposi­ bilidad de conseguir alimentos suficientés. La creación de medios artificiales para cosechar alimentos y el auge de las comunidades no sólo concentró el impacto me­ dioambiental de las actividades humanas, sino que hizo que a las sociedades humanas les resultase más difícil evitar las conse­ cuencias de sus acciones. En ecosistemas particularmente sensi­ bles y dado el impacto de las modificaciones que los seres hu­ manos introducían en el medio ambiente tuvo efectos especial­ mente concentrados: los pilares de la sociedad podían resultar tan dañados que provocasen su hundimiento. Estas primeras sociedades dependían de la producción de un excedente ali­ mentario para alimentar y mantener a un creciente número de sa­ cerdotes, gobernantes, burócratas, soldados y artesanos. Si la producción alimentaria se volvía más difícil y descendía el ren­ dimiento de las cosechas, entonces la misma base de las prime­ ras Ciudades Estado y de los primeros imperios se veía socava­ da. Quizá no sea de extrañar que los primeros indicios de un daño generalizado apareciesen en Mesopotamia, la zona donde se habían producido por primera vez las modificaciones más ex­ tensas del medio ambiente natural. Cuando, en 1936, uno de los excavadores de las primeras ciudades de Sumeria, Leonard Woolley, escribió un libro sobre su trabajo titulado Ur o fth e Chaldees, se mostró perplejo ante el de­ solado paisaje prácticamente sin árboles de lo que es actualmen­ te el sur de Mesopotamia. «Sólo a quienes han visto el desierto de Mesopotamia les resultará casi increíble la evocación del mundo an­ tiguo, tan radical es el contraste entre el pasado y el presente... que es todavía más difícil comprender que este vacío yermo una vez fértil diese frutos para el

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sustento de un mundo próspero. ¿Por qué, si Ur fue la capital de un imperio, si Sumeria fue una vez un inmenso granero, ha quedado la población reducida a la nada y hasta el suelo perdió su virtud?» La respuesta al interrogante de Woolley es que los propios sumerios destruyeron el mundo que habían creado con tanto es­ mero a partir del difícil medio ambiente del sur de Mesopotamia. El valle de los ríos gemelos, el Tigris y el Éufrates, impuso problemas enormes para cualquier "sociedad, especialmente en el sur. El caudal de los ríos era mayor durante la primavera después de derretirse las nieves del invierno cerca de sus nacimientos, y menor entre agosto y octubre, momento en que las cosechas re­ cién plantadas necesitaban mayor cantidad de agua. En el norte de Mesopotamia el problema se veía aliviado por las lluvias de finales de otoño y de invierno, pero el nivel de las precipitacio­ nes era muy bajo y con frecuencia inexistente más al sur. Esto hizo que en la región sumeria el almacenamiento de agua y la irrigación fuesen esenciales para que pudiesen crecer las cose­ chas. Sin embargo, una combinación de las condiciones locales hacía que estos procesos generasen tanto costes como benefi­ cios. Al principio las ventajas habrían sido mayores que las des­ ventajas, pero lentamente habría aparecido toda una serie de grandes problemas. En verano, las temperaturas eran altas, a me­ nudo de hasta 40 °C, lo que aumentaba la evaporación de la su­ perficie y como consecuencia la cantidad de sal del suelo. La re­ tención de agua en las capas más profundas del suelo, y por tan­ to el riesgo de saturación, aumentó por dos factores. El propio suelo tenía muy baja permeabilidad. Esto se vio exacerbado por el lento ritmo de drenaje causado por lo plano de la tierra, em­ peorado por la cantidad de cieno que arrastraban los ríos, pro­ bablemente procedente de la deforestación de las tierras altas, que añadía un metro y medio de cieno cada milenio e hizo que el delta de los dos ríos se extendiese unos 24 kilómetros por mi­ lenio. Según se iba anegando la tierra y aumentaba la capa freá­ tica, la superficie iba adquiriendo más sal, y los índices de eva­ poración hacían que se formase una gruesa capa salina. Los co­ nocimientos agrícolas modernos sugieren que la única forma de evitar los peores de estos problemas es dejar la tierra en barbe­ cho y sin regar durante largos períodos de tiempo para permitir

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que baje el nivel de la capa freática. Las presiones internas den­ tro de la sociedad sumeria hizo que esto fuese imposible y pro­ vocó el desastre. La limitada cantidad de tierra que se podía re­ gar, el crecimiento de la población, la necesidad de alimentar a más burócratas y soldados y la creciente competición entre las Ciudades Estado aumentaron la presión para intensificar el siste­ ma agrícola. La imperiosa necesidad de producir más alimentos hacía que fuese imposible dejar la tierra en barbecho durante lar­ gos períodos. Las exigencias a corto plazo rebasaron toda consi­ deración sobre la necesidad de una estabilidad a largo plazo y el mantenimiento de un sistema agrícola sostenible. Hacia el 3000 antes de J.C., la sociedad sumeria se convirtió en la sociedad del mundo que desarrolló un sistema de escritu­ ra. Los detallados registros administrativos que conservaban los templos de las Ciudades Estado aportan un testimonio de los cam­ bios que se introdujeron en el sistema agrícola y nos permiten hacernos una idea de los grandes problemas que aparecieron. En el período de la Primera Dinastía, que duró más de seiscientos años hasta el 2370 antes de J.C., las principales Ciudades Estado —Kish, Uruk, Ur y Lagash— eran sociedades organizadas milita­ ristas que utilizaban el excedente alimentario producido por la irrigación para alimentar tanto a los burócratas que dirigían los Estados como a los ejércitos con los que competían continua­ mente por el dominio de la zona. Todos estos Estados depen­ dían de su base agrícola para la producción a gran escala de tri­ go y cebada, y esta base estaba siendo lentamente socavada por la degradación medioambiental que provocaba la irrigación. Ha­ cia el 3500 antes de J.C., en el sur de Mesopotamia se cultivaban cantidades aproximadamente iguales de trigo y cebada. Pero el trigo sólo puede tolerar un nivel de sal en el suelo del cincuen­ ta por ciento, mientras que la cebada aún puede crecer con el doble de esta cantidad. La creciente salinización del suelo se puede deducir de la cada vez menor cantidad de trigo que se cultivaba y de su sustitución por la cebada, más tolerante a la sal. Hacia el 2500 antes de J.C. el trigo se había reducido a sólo el 15 por ciento de la cosecha; hacia el 2100 Ur había abandonado la producción de trigo y en conjunto había descendido a sólo un 2 por ciento de las cosechas cultivadas en la región sumeria. Ha­ cia el 2000, las ciudades de Isin y Larsa habían dejado de culti­ var trigo, y hacia el 1700 antes de J.C. los niveles de sal del sue­

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lo en todo el sur de Mesopotamia eran tan altos que no se cul­ tivaba trigo en absoluto. Todavía más importante que la sustitución del trigo por la ce­ bada fue el descenso del rendimiento de las cosechas en toda la región. En las primeras fases de la sociedad sumeria, cuando al­ gunas áreas quedaron fuera de producción debido a la salinización fueron sustituidas por campos de nuevo cultivo. El aumen­ to demográfico, y la necesidad de un mayor excedente alimenta­ rio para mantener un ejército a medida que aumentaba la frecuencia de las guerras, intensificó la demanda de nuevas tie­ rras. Pero la cantidad de tierra nueva que se podía cultivar, aun con las más extensas y complejas obras de irrigación que se es­ taban generalizando, era limitada. Hasta aproximadamente el 2400 antes de J.C. la producción de las cosechas siguió siendo alta, en algunas áreas tan alta al menos como en la Europa me­ dieval e incluso mayor. Después, conforme se llegó al límite de tierra cultivable y la salinización empezaba a provocar pérdidas aún mayores, el excedente alimentario empezó a descender rá­ pidamente. La producción de las cosechas cayó un 42 por cien­ to entre el 2400 y el 2100 antes de J.C., y un 65 por ciento ha­ cia el 1700 antes de J.C. Hay documentos que datan del 2000 an­ tes de J.C. que hablan de que «la tierra se volvió blanca», una clara referencia al drástico impacto de la salinización. Las conse­ cuencias de esto para una sociedad tan dependiente de un ex­ cedente alimentario son fáciles de imaginar. El tamaño de la bu­ rocracia y, quizás aun más importante, del ejército que era posi­ ble alimentar y mantener, descendió rápidamente, haciendo al Estado muy vulnerable a la conquista exterior. Lo que es signifi­ cativo es cómo la historia política de Sumeria y sus Ciudades Es­ tado sigue tan de cerca el constante declive de su base agrícola. Las Ciudades Estado independientes sobrevivieron hasta el 2370 antes de J.C., cuando el primer conquistador exterior de la región —Sargón de Agade— fundó el Imperio Acadiano. Esa conquista es contemporánea del primer declive serio del rendimiento de las cosechas a consecuencia de la generalizada salinización. Duran­ te los seiscientos años siguientes, la región contempló la con­ quista del Imperio Acadiano por parte de los nómadas guti pro­ cedentes de los montes Zagros, una breve recuperación de la re­ gión bajo la Tercera Dinastía de Ur entre el 2113 y el 2000 antes de J.C., su hundimiento bajo la presión de los elamitas en el oes­

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te y los amoritas en el este y, hacia el 1800 antes de J.C., la con­ quista de la zona por el reinado babilonio centrado en el norte de Mesopotamia. A lo largo de este período, desde el fin de las una vez prósperas y poderosas Ciudades Estado hasta la con­ quista babilónica, la producción de las cosechas siguió descen­ diendo, haciendo que fuese muy difícil mantener a un Estado viable. Hacia el 1800 antes de J.C., momento en que la produc­ ción alcanzaba aproximadamente sólo un tercio del nivel que tuvo durante el período de la Priniera Dinastía, la base agrícola de Sumeria se había hundido por completo y el foco de la so­ ciedad mesopotámica se trasladó permanentemente al norte, donde una sucesión de Estados imperiales controló la región, y Sumeria quedó reducida a la insignificancia como un subpoblado y empobrecido lugar atrasado del Imperio. El sistema agrícola artificial que fue el fundamento de la civi­ lización sumeria era muy frágil y al final provocó su propia caí­ da. La historia posterior de la región refuerza la tesis de que todas las intervenciones humanas tienden a degradar los ecosis­ temas, y muestra lo fácil que es inclinar la balanza hacia la des­ trucción cuando el sistema agrícola es sumamente artificial, las condiciones naturales son muy difíciles y las presiones para au­ mentar la producción son implacables. También sugiere que es muy difícil equilibrar la balanza o invertir el proceso una vez que se ha iniciado. Siglos después, cuando las Ciudades Estado de Sumeria ya no eran ni siquiera recuerdo, aún operaban en Meso­ potamia los mismos procesos. Entre el 1300 y el 900 antes de J.C. se produjo un hundimiento de la agricultura en la zona central a consecuencia de la salinización provocada por una irrigación ex­ cesiva. En los alrededores de Bagdad, durante los siglos vn y vm después de J.C., antes y después de la conquista árabe, la zona era próspera y las grandes cosechas que daban los campos irri­ gados mantenían a una sociedad acaudalada y sofisticada. Pero parece que se dieron las mismas presiones que en Sumeria unos 3.000 años antes. Para estimular la producción alimentaria se abrieron cuatro grandes canales de riego entre el Tigris y el Éufrates, lo que, a su vez, desembocó en el anegamiento de la zona, el rápido crecimiento de la capa freática y el aumento de la salinización. En este momento, la población de Mesopotamia era probablemente de un millón y medio de personas, pero el colapso agrícola producido por una irrigación intensiva y la con­

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quista por parte de los mongoles en el siglo xni causó un ingente declive de población hasta unas 150.000 personas hacia el año 1500 y provocó el fin de la sofisticada sociedad que había so­ brevivido en la zona durante siglos. Muchas de estas mismas fuerzas que produjeron el hundi­ miento de las primeras sociedades sedentarias de Mesopotamia parecen haber operado también en el valle del Indo, aunque no es posible identificar las tendencias con tanto detalle porque la escritura utilizada por sus habitantes no ha sido descifrada. Como en Mesopotamia, lo que una vez fue una sociedad floreciente en una zona rica y productiva se ha convertido en una región de­ solada por la sobreexplotación de un medio ambiente delicado. La compleja sociedad jerárquica altamente centralizada que emer­ gió alrededor del 2300 antes de J.C. duró menos de 500 años. Los colonos del valle del Indo se enfrentaron a un gran problema, la tendencia del río a desbordarse sobre grandes áreas y a cambiar su curso. Se hicieron grandes obras de contención del río y de irrigación de los campos para producir los alimentos que mante­ nían y alimentaban a la elite gobernante, a los sacerdotes y al ejército. En el caluroso clima del valle, la irrigación habría teni­ do el mismo efecto que en Sumeria, aumentar la capa freática, incrementar el anegamiento, provocar una progresiva salinización del suelo y finalmente una capa salina sobre la superficie, lo que habría desembocado en el gradual declive de la producción de cosechas. El otro factor que socavó el medio ambiente del valle del Indo fue la deforestación. La zona que atrajo a los primeros co­ lonos era muy rica en bosque y tenía abundante fauna. Parte de este bosque fue aclarado para conseguir campos para la agricul­ tura. De mayor importancia sin embargo fue la técnica de cons­ trucción utilizada por los habitantes. Para construir sus grandes templos y palacios las sociedades mesopotámicas usaban ladrillos de barro secados al sol. Los pueblos del valle del Indo también usaban ladrillos de barro, pero los secaban en hornos, y el pro­ ceso requería enormes cantidades de madera. Muy rápidamente, los árboles de la zona fueron cortados. Esto expuso al suelo a la acción de los elementos y causó una rápida erosión y un des­ censo de la calidad del suelo. Hacia el 1900 antes de J.C. la so­ ciedad del valle del Indo llegó a un final súbito. El índice de de­ gradación medioambiental provocado por la salinización y la de­

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forestación sugiere que una reducción sustancial del excedente alimentario disponible puede haber desembocado en una reduc­ ción del tamaño del ejército y en una mayor vulnerabilidad a la conquista exterior, de forma muy parecida a como se produjo el hundimiento de Sumeria. La extensa deforestación ha sido un problema para muchas sociedades a lo largo de la historia. Una mayor población huma­ na imponía una creciente tensión sobre el medio ambiente de la zona en general, y en particular sobre las existencias de madera, el recurso más fácil de conseguir para la calefacción, la cocina y en muchos casos la construcción. Se aclararon bosques para de­ jar sitio a campos que alimentasen a cantidades de población en continuo crecimiento. Es la lenta, constante, y en muchos casos espectacular destrucción de los bosques y campos que rodea a todas las comunidades sedentarias lo que forma la base para el desarrollo de sociedades humanas. Estas primeras sociedades ca­ recían de la tecnología necesaria para un clareo a gran escala, pero entre ellos el hacha de metal, el descortezamiento y el fue­ go habrían sido medios muy eficaces para obtener madera o aclarar una sección del bosque. Ninguna generación habría sido consciente de estar produciendo cambios dramáticos. Por regla general, los pueblos parecen haber aceptado el proceso como forma natural de obtener los recursos necesarios para los seres humanos. A medida que los asentamientos se trasladaban a zo­ nas nuevas todo el proceso de desgaste volvía a comenzar. Hay poca evidencia de que se realizase ningún intento de plantación o replantación de envergadura, aunque en muchas partes de Eu­ ropa se plantaron arbustos como forma de obtener una produc­ ción adecuada de madera. Durante cientos de generaciones la envergadura de la destrucción pudo ser masiva. Inmensas áreas que una vez habían sido densos bosques se convirtieron en zo­ nas sin arbolado o apenas conservaron bolsas aisladas de bosque en los lugares menos accesibles. En China la aparición de la agricultura y de las primeras so­ ciedades sedentarias se había basado en la producción de mijo sobre los suelos de loess fácilmente cultivables del norte del país. Aunque el suelo era rico, se erosionó muy fácilmente una vez eli­ minada la capa natural de hierba para abrir paso a los campos de mijo. Muy rápidamente se formaron enormes barrancos y ca­ ñones conforme el viento iba levantando el suelo o lo arrastraba

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la lluvia. Al mismo tiempo, las laderas fueron limpiadas de árbo­ les para usarlos como combustible o en la construcción. La zona deforestada fue creciendo de forma constante hasta que, hace unos doscientos años, casi todos los bosques originales de Chi­ na habían sido eliminados. La pérdida en masa de árboles en las regiones montañosas de China fue una de las causas principales del con frecuencia desastroso desbordamiento del río Amarillo (así llamado por la cantidad de tierra que arrastraba debido a la erosión que ocasionaba en el suelo de su curso alto), lo que a menudo provocó grandes cambios- en el curso bajo del río y enormes pérdidas de vida. La misma secuencia de acontecimien­ tos se puede ver en Japón. La destrucción forestal, particular­ mente a raíz de la gran reconstrucción de castillos y pueblos a comienzos del período Tokugawa (poco después del 1600 des­ pués de J.C.), tuvo tal envergadura que obligó a imponer estric­ tos controles gubernamentales mediante el otorgamiento de li­ cencias para seguir talando árboles. Los mismos problemas pue­ den detectarse en el gran reino medieval cristiano de Etiopía. El centro original del Estado estaba en la zona norte, en Tigre y Eritrea. La continua deforestación provocó la creación de un medio ambiente gravemente degradado de suelos pobres y erosionó las laderas, con frecuencia en un estado tan ruinoso que ya no po­ dían soportar los arbustos ni tan siquiera la hierba. Hacia el año 1000 después de J.C. el daño era tan grande que el centro del Estado hubo de cambiar al sur y a una nueva capital en las zo­ nas altas centrales. Sin embargo, también allí se repitió el mismo proceso, provocando una vez más un gran daño medioambien­ tal en esta área. La rapidez,y la magnitud de la transformación que las personas podían ocasionar en la zona que rodeaba un asentamiento nuevo o uno que se estuviese expandiendo queda ilustrada con lo que ocurrió en los alrededores de Addis Abeba una vez convertida en capital de Etiopía en 1883. En veinte años se había devastado una zona de 320 kilómetros alrededor de la ciudad, quedándose sin árboles por la acción de los leñadores que abastecían de carbón vegetal a la capital. Donde más claramente se pueden apreciar los efectos de la constante y continua tala de árboles es en la región mediterrá­ nea. Para los visitantes modernos, el paisaje de olivos, viñedos, arbustos bajos y hierbas fuertemente aromáticas es uno de los principales atractivos de la región. Ello es, no obstante, la con­

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secuencia de una degradación medioambiental masiva provoca­ da no por la creación de un sistema artificial como la irrigación sino por la incesante presión de un asentamiento prolongado y del crecimiento demográfico. La vegetación natural de la zona mediterránea era un bosque de árboles de hoja perenne y de caducifolios de robles, hayas, pinos y cedros. Este bosque fue acla­ rado poco a poco por muy variados motivos: conseguir tierra para la agricultura, combustible para cocinar y calentarse y ma­ teriales de construcción para casas-y barcos. Había otras activi­ dades que le impedían regenerarse. Un apacentamiento excesivo del ganado ovino y vacuno, y especialmente del caprino, hizo que los árboles y arbustos jóvenes fuesen comidos antes de que pudiesen crecer y madurar. Gradualmente, los rebaños de ani­ males redujeron la vegetación a una maleza baja de plantas por lo general no comestibles. La eliminación de la capa arbórea, es­ pecialmente en las laderas de los montes, provocó una gran ero­ sión del suelo que arruinó la tierra agrícola (ya escasa de abono porque los agricultores practicaban la trashumancia, llevando los rebaños de animales a zonas diferentes durante el verano y el in­ vierno), y la gran cantidad de cieno que arrastraban los ríos blo­ queó los arroyos, formándose grandes deltas y marismas en las desembocaduras de los ríos. Este proceso de declive medioambiental a largo plazo se pue­ de apreciar en todas las áreas que rodean el Mediterráneo y el Próximo Oriente. En general, se calcula que en la actualidad no existen más del 10 por ciento de los bosques que aún en el 2000 antes de J.C. se extendían desde Marruecos hasta Afganistán. Una de las primeras zonas que se vio afectada fueron las colinas de Líbano y Siria. Los bosques clímax naturales de esta zona eran especialmente ricos en cedros, y los cedros de Líbano se hicie­ ron famosos en todo el Próximo Oriente antiguo por su altura y su rectitud. Los Estados e imperios de Mesopotamia los aprecia­ ban como materiales de construcción, y el control de la zona o del comercio con sus gobernantes tenía gran prioridad. Más tar­ de, los cedros se convirtieron en uno de los pilares del comer­ cio fenicio y se comerció con ellos por una extensa zona. Los ár­ boles se fueron cortando gradualmente hasta que los renombra­ dos cedros de Líbano quedaron reducidos a patéticos restos en unos cuantos lugares —apenas quedan ahora cuatro pequeños

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bosquecillos de cedros en la región— mantenidos como símbo­ lo de glorias pasadas. En Grecia los primeros signos de destrucción a gran escala comenzaron a aparecer alrededor del 650 antes de J.C., mientras la población aumentaba y se expandían los asentamientos. La raíz del problema estaba aquí en el exceso de pastoreo en el 80 por ciento de la tierra que era inapropiada para el cultivo. Aun­ que los griegos conocían bien las técnicas de conservación del suelo como el uso del abono para mantener la estructura del sue­ lo y la formación de terrazas para liínitar la erosión en las lade­ ras, la presión de una población en continuo aumento resultó ex­ cesiva. Las colinas de Ática fueron despojadas de árboles en un par de generaciones y, hacia el 590, en Atenas el gran reforma­ dor de la constitución, Solón, sostenía que había que prohibir el cultivo en las pendientes por la cantidad de suelo que se estaba perdiendo. Unas décadas después el tirano de Atenas, Pisistrato, concedió un subsidio para que los agricultores plantasen olivos, el único árbol que podía crecer en un terreno tan erosionado porque tenía raíces lo suficientemente fuertes para penetrar en la piedra caliza del subsuelo. Muchos de los escritores de la antigua Grecia como Herodoto, Jenofonte y Aristóteles eran conscientes del problema, pero la descripción más gráfica de los efectos de la deforestación y la erosión del suelo nos la dejó Platón en su Critias: «Lo que queda ahora en comparación con lo que en­ tonces existió es como el esqueleto de un hombre en­ fermo, toda la tierra fértil y suave ha desaparecido, y sólo queda su armazón desnudo... hay algunos mon­ tes que no tienen más que alimento para las abejas, pero que no hace mucho tuvieron árboles... había muchos árboles altos de especies cultivadas y... pas­ to sin límite para los rebaños. Además, la enriquecían las lluvias anuales que Zeus enviaba, que no se per­ dían, como ahora, deslizándose por la tierra desnuda hasta el mar; el suelo que tenía era empero profundo, y en sus entrañas recibía el agua, la almacenaba en el retentivo suelo margoso, y... abastecían a las diversas zonas los abundantes caudales de manantiales y arroyos, de los que aún hoy quedan altares en los

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lugares donde en otro tiempo estuvieron sus naci­ mientos». Estos mismos problemas pueden detectarse en Italia unos cuantos siglos después, conforme crecía la población y Roma pa­ saba de ser una pequeña ciudad a convertirse en centro de un Imperio que se extendía por todo el Mediterráneo y casi todo el Próximo Oriente. Hacia el 300 antes de J.C., Italia y Sicilia aún tenían bosque en abundancia, pereda creciente demanda de tie­ rra y madera de construcción provocaron una rápida deforesta­ ción. La consecuencia inevitable fue la aparición de unos niveles mucho más altos de erosión del suelo, y la tierra que arrastraban los ríos fue enarenando poco a poco los puertos de los estuarios. El puerto de Paestum en el sur de Italia quedó por completo enarenado y el pueblo languideció mientras que Ravena perdía su salida al mar. Ostia, el puerto de Roma, sólo consiguió sobre­ vivir construyendo nuevos diques. En otros lugares, el suelo ero­ sionado en las montañas formó grandes marismas alrededor de la desembocadura de los ríos. Las marismas Pontinas se forma­ ron alrededor del 200 antes de J.C. en una zona que había al­ bergado a dieciséis pueblos volseos cuatrocientos años antes. La creación del Imperio Romano aumentó la presión sobre el medio ambiente en otras áreas del Mediterráneo a medida que aumentó la necesidad de comida. Muchas de las provincias del Imperio fueron convertidas en graneros para alimentar a la po­ blación de Italia, particularmente a partir del 58 antes de J.C. cuando los ciudadanos de Roma empezaron a recibir grano gra­ tis por razones políticas. El norte de África, por ejemplo, tiene una gran cantidad de impresionantes restos romanos, como la gran ciudad de Leptis Magna en Libia, de lo que una vez fueron algunas de las provincias más prósperas y más productivas del Imperio. Pero ahora están rodeadas por inmensos desiertos, mo­ numento conmemorativo de una extensa degradación medioam­ biental provocada por las acciones humanas. La zona siguió prosperando aún después de la destrucción final de Cartago en el 146 antes de J.C., pero la creciente necesidad romana de gra­ no obligó a realizar cultivos en los montes y en suelos vulnera­ bles que se erosionaban fácilmente al deforestarse. No hay una fecha precisa que marque el declive de las provincias del norte de África; fue un proceso muy prolongado de creciente tensión

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y deterioro del medio ambiente a medida que se erosionaban los suelos y el desierto ascendía lentamente desde el sur. El proceso se intensificó tras la caída de Roma mientras tribus como los be­ reberes ocupaban las zonas cultivadas, llevando consigo grandes rebaños de animales de pastoreo que completaron la labor de eliminar la capa de vegetación que quedaba. Presiones similares se pueden detectar en Asia Menor, donde el interior de las anti­ guas provincias romanas de Caria y Frigia estaba completamente deforestado hacia el primer siglo de nuestra era. Unas décadas más tarde el emperador Adriano tuvo que prohibir el acceso a los bosques de Siria que quedaban debido a su grado de defo­ restación. Algunas regiones de la zona se vieron menos afectadas y siguieron prosperando mientras las exportaciones de alimento a las principales ciudades y pueblos imperiales, como Antioquía y Baalbeck, continuaron hasta comienzos del período bizantino. Pero ambas son ya ruinas, algunos de los montes de piedra ca­ liza han perdido hasta dos metros de suelo, y Antioquía está bajo ocho metros y medio de cieno formado por el agua de las lade­ ras asoladas por la deforestación. Las causas del declive y caída del Imperio Romano aún son objeto de debate entre los historiadores. Pero la mayoría estaría de acuerdo en que fue el resultado de la interacción de una se­ rie de factores que causaron una descomposición política interna y una vulnerabilidad a la presión exterior. Sería, por tanto, de­ masiado simple ver la degradación medioambiental como la úni­ ca, o incluso la principal causa, de su declive y caída. Pero no cabe duda de que fue un importante factor coadyuvante y que las dificultades para conseguir el excedente alimentario necesario para alimentar a la población de Roma y a grandes ejércitos per­ manentes fue una de las causas de la debilidad interna del Im­ perio. El proceso de deterioro del medio ambiente en la región mediterránea no se detuvo con la caída de Roma. Liberadas de parte de las imposiciones del sistema imperial, algunas zonas pu­ dieron haberse recobrado permitiendo la aparición de bosques secundarios a medida que descendía la población. La recupera­ ción de los niveles demográficos hacia el año 1000 después de J.C. seguida por un constante aumento, hizo que la deforestación haya continuado hasta el día de hoy. Cuantos más bosques se aclaraban, más suelo se erosionaba. Las mismas tendencias pue­ den detectarse en España, donde el exceso de pasto por parte de

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los inmensos rebaños de ovejas de la Mesta, el más poderoso de los gremios medievales, degradó permanentemente el medio am­ biente de grandes áreas del centro de España, en especial La Mancha y Extremadura, formando grandes extensiones de hierba y maleza de baja calidad. El desarrollo de sociedades sedentarias en las Américas pro­ dujo la misma secuencia de acontecimientos que en Eurasia: cla­ reo de la tierra por los efectos de la agricultura, deforestación y erosión del suelo. Hay una gran sospecha de que el hundimien­ to de la gran ciudad de Teotihuacán en el valle de México y de algunas de las primeras Ciudades Estado de la zona costera de Perú en los primeros siglos de nuestra era estuviese ligado a los problemas provocados por el uso excesivo de la irrigación y al consiguiente fracaso de la base agrícola que degeneró en una in­ capacidad para mantener la superestructura del Estado. Pero el caso más claro de colapso medioambiental que condujo a la de­ función de una sociedad lo tenemos en los mayas —que se de­ sarrollaron en zonas que en la actualidad pertenecen a México, Guatemala, Belice y Honduras—, una de las sociedades más ex­ traordinarias de este tipo en todo el mundo. Algunos de los pri­ meros exploradores que encontraron las «ciudades perdidas», como los americanos John Stephens y Frederick Catherwood a fi­ nales de la década de 1830, se sintieron tan impotentes para ex­ plicar lo que había ocurrido como le ocurrió a Leonard Woolley con Mesopotamia. En Copan y Palenque reflexionaron sobre una sociedad desaparecida: «Nosotros... nos esforzamos en vano por comprender el misterio que nos rodeaba. ¿Quiénes fueron los que construyeron esta ciudad?... arquitectura, escultura, pintura, todas las artes que embellecen la vida, ha­ bían florecido en este poblado bosque; oradores, gue­ rreros y estadistas, belleza, ambición y gloria, habían vivido y habían desaparecido, y nadie sabía que tales cosas hubiesen existido ni podía hablar de su exis­ tencia pasada... En el romance de la historia del mun­ do nada me impresionó jamás tanto como el espec­ táculo de esta ciudad, otrora grande y bella, derrota­ da, destruida y perdida; descubierta por accidente, ro­

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deada de kilómetros de árboles, y sin un nombre si­ quiera que la identifique». El principal obstáculo para comprender lo que realmente ocurrió es que la escritura maya sólo se ha descifrado parcial­ mente hasta el momento. Sin embargo, las investigaciones ar­ queológicas realizadas desde que estos lugares fueron descubier­ tos y el uso de técnicas cada vez más sofisticadas durante las tres últimas décadas nos han aportado nuevas explicaciones. La sociedad maya fue un logro ftotorio por cuanto se desa­ rrolló en una espesa jungla tropical de tierras bajas. Los primeros asentamientos de esta zona, que planteaba grandes problemas para la explotación humana por lo que se refiere a la obtención de alimentos suficientes, datan de alrededor del año 2500 antes de J.C. La población aumentó lentamente y los asentamientos crecieron en tamaño y complejidad, de tal forma que hacia el 450 antes de J.C. es posible identificar zonas ceremoniales indepen­ dientes y edificios dentro de los asentamientos. Doscientos años después en Tikal, Guatemala, había surgido una compleja socie­ dad jerárquica (fácilmente identificada por las grandes diferencias de status entre los enterramientos de distintos grupos) y se esta­ ban construyendo altas pirámides de más de 30 metros con tem­ plos en sus vértices con la piedra caliza que se daba en la zona de la acrópolis norte de este importante centro. Durante los dos o tres siglos siguientes este proceso se repitió por toda la zona hasta que se formaron numerosos grandes asentamientos con una cultura notablemente uniforme que se aprecia en la similitud de los estilos arquitectónicos y en su cultura común. Los consi­ derables logros intelectuales de los mayas se reflejaban, en par­ ticular, en su astronomía (donde hicieron minuciosos y precisos cálculos no sólo sobre las fases y posiciones del sol y la luna sino también sobre planetas como Venus) y su sumamente com­ plejo y enormemente preciso calendario, basado en un ciclo de cincuenta y dos años que empieza en una fecha fija del pasado equivalente al 3114 antes de J.C. (aunque el significado de esta fecha sigue siendo un enigma). Todos los emplazamientos mayas tienen un gran número de estelas de piedra con una serie de fe­ chas, que se pueden traducir, y textos que, en su gran mayoría, siguen sin descifrar. Las fases principales de la historia maya es­ tán claras, no obstante. Hacia los primeros siglos de nuestra era

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se habían formado por toda la región un gran número de cen­ tros ceremoniales. Después del 400 hubo durante un par de si­ glos una fuerte influencia de la ciudad de Teotihuacán en la zona central de México, pero cuando ésta declinó a partir del año 600 los mayas entraron en su período más espectacular. En todos los centros se construyeron enormes pirámides, a menudo orientadas hacia puntos astronómicos significativos, y se erigieron grandes cantidades de estelas. Más tarde, unas cuantas décadas después del año 800, toda la sociedad comenzó a desintegrarse. No se eri­ gieron estelas, se abandonaron los centrós ceremoniales, los ni­ veles demográficos cayeron abruptamente y las ciudades pronto quedaron cubiertas por la jungla invasora. Hasta los años sesenta de nuestro siglo se creyó que los ma­ yas eran virtualmente únicos en el mundo en cuanto a que eran pacíficos y estaban regidos no por gobernantes seculares y por una elite militar sino por una casta religiosa obsesionada con los laberintos de su calendario y sus observaciones astronómicas. Como sólo se podían comprender las fechas de las estelas, se asumió que tales fechas se referían a diversos acontecimientos asociados con ciclos astronómicos y del calendario. La forma que tenían los mayas de conseguir alimento y de mantener a la elite sacerdotal en un medio ambiente de jungla en tierra baja seguía siendo un misterio. Los estudios sobre los mayas del siglo xx su­ gerían que la única estrategia viable habría sido un sistema de tala y quema, aclarando un trozo de jungla con hachas de pie­ dra durante la estación seca de diciembre a marzo y después prendiendo fuego a la zona justo antes del comienzo de la esta­ ción lluviosa, momento en que se habría plantado maíz y alubias para cosecharlos en otoño. La parcela cultivada habría sido aban­ donada después de un par de años mientras la maleza volvía a invadir la zona haciendo que el clareo fuese demasiado difícil. Este sistema agrícola es muy usado en áreas tropicales y es muy estable a largo plazo, pero sólo puede mantener a una pequeña población en una zona por la necesidad de tener una cantidad más extensa de tierra para cada agricultor; las parcelas aclaradas no se pueden volver a utilizar hasta transcurridos unos veinte años o más, mientras no haya rebrotado jungla (la tarea de acla­ rar jungla es mucho menos laboriosa que la de aclarar hierba y maleza). Se asumió, por tanto, que los mayas vivían en peque­ ños asentamientos móviles repartidos por toda la jungla, reu­

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niéndose sólo durante parte del año en los centros ceremoniales donde vivía permanentemente la reducida casta sacerdotal. En los treinta últimos años se han abandonado estas asun­ ciones sobre la sociedad maya y se ha adoptado una imagen ra­ dicalmente distinta de los mayas que ayuda a explicar por qué la sociedad desapareció tan abruptamente. El cambio más impor­ tante ha surgido de una nueva comprensión de los textos graba­ dos en las estelas. Ahora está claro que éstas no representan tex­ tos religiosos sino que son más bien monumentos a los diferen­ tes gobernantes seculares de las ciudádes que recogen las fechas de su nacimiento, ascenso al poder y muerte junto con los prin­ cipales acontecimientos de su mandato. Todos los gobernantes de Tikal entre el año 376 y aproximadamente el 800, momento en que fue abandonado el lugar, han sido ya identificados, al igual que los gobernantes de Palenque desde el 603 al 799 y los de otras muchas ciudades. Se han descifrado los signos de las es­ telas que indican las diferentes ciudades y, aunque los textos aún no se pueden leer por completo, se puede deducir la conquista de una ciudad por parte de otra, y por tanto la existencia de gue­ rras. La imagen de una sociedad religiosa pacífica ha sido reem­ plazada por una idea de los mayas como una sociedad domina­ da, al igual que otras sociedades primitivas, por una elite secular apoyada por ejércitos y envuelta en un estado de guerra bastan­ te continuo entre las diferentes ciudades. Recientes trabajos ar­ queológicos también han dejado mucho más clara la naturaleza de estas ciudades. No eran simplemente centros ceremoniales ocupados por una pequeña elite, sino auténticas ciudades con una gran población permanente. En el centro estaban las inmen­ sas zonas ceremoniales con enormes templos y palacios cons­ truidos alrededor de una plaza. Más allá había complejos de cho­ zas de paja sobre plataformas agrupadas alrededor de patios donde la mayoría de las personas vivían en extensos grupos fa­ miliares. Ellos constituían la fuerza de trabajo que construía los edificios públicos y las residencias para la elite. Las excavaciones en las zonas exteriores de Tikal sugieren que, en su momento más alto, la población era de al menos 30.000 personas y posi­ blemente de hasta 50.000 (del mismo orden que las grandes ciu­ dades de Mesopotamia). Otras ciudades, aunque no tan grandes, habrían seguido el mismo patrón de densos asentamientos urba­ nos, y parece probable que la población total de la región maya

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pudiese tener en su momento de mayor apogeo cerca de cinco millones de personas en una área que ahora alberga apenas unas decenas de miles. Estos conocimientos sobre el carácter de la sociedad maya se han complementado con nueva información sobre cómo conse­ guían los mayas sus alimentos. Obviamente, un sistema agrícola de tala y quema no podía ser lo suficientemente productivo para mantener a tan numerosa población. No se disponía de tierra su­ ficiente entre las ciudades, separadas en algunos casos por no más de dieciséis kilómetros, que hiciese >esto posible. La caza y la pesca no habrían proporcionado más que útiles complemen­ tos, y aunque el ramón, o árbol de la nuez de pan, cuyas nue­ ces se pueden moler para hacer harina, crece profusamente en la zona maya, estudios de los mayas actuales sugieren que sólo se utilizarían para alimentarse como último recurso. Los trabajos arqueológicos de campo de los años setenta descubrieron que los antiguos mayas utilizaban de hecho un sistema agrícola mu­ cho más intensivo. En las laderas aclararían la jungla y harían campos usando ampliamente el aterrazamiento para intentar con­ tener la inevitable erosión del suelo. Igualmente importante fue no obstante la construcción de campos elevados en áreas panta­ nosas. Éstos seguían el mismo principio de las chinampas de la zona central de México excepto en que no se construían dentro de los lagos. En los pantanos se cavaban rejillas de drenaje y el material de las zanjas se utilizaba para formar campos elevados. Ahora se han encontrado en la jungla, desde Guatemala a Belice, restos de enormes zonas que una vez estuvieron cubiertas con estos campos. En los campos se cultivaban cosechas como el maíz y las alubias para alimentarse junto con otras como al­ godón y cacao. El sistema de cultivo intensivo fue la base para todos los lo­ gros de los mayas. Sin embargo, cuando se le exigió demasiado, no pudo soportar la tensión. El período crucial llegó tras el de­ bilitamiento de la influencia de Teotihuacán alrededor del 600. Estuvo marcado por el aumento de las guerras entre las ciudades mayas y la mucho mayor importancia que dio la elite a la cons­ trucción de más y mayores edificios ceremoniales que requerían ingentes cantidades de mano de obra. La población siguió cre­ ciendo constantemente, y una mayor proporción de personas vi­ vía en las ciudades, donde estaban disponibles para guarnecer

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los ejércitos y trabajar en proyectos de construcción. El cultivo se hizo más intenso. Sin embargo, se carecía por completo de la base ecológica necesaria para mantener una superestructura tan imponente. Los suelos de los bosques tropicales se erosionan fá­ cilmente una vez que se elimina la capa arbórea. Los asenta­ mientos mayas se agruparon, lo que no es de extrañar, alrededor de las áreas de suelo fértil, pero las tres cuartas partes del suelo fértil de la zona ocupada por los antiguos mayas se clasifica hoy como sumamente susceptible,a la erosión. Alrededor de Tikal, por ejemplo, el 75 por ciento del suelo se cataloga como suma­ mente fértil, pero casi el 60 por ciento es vulnerable a la erosión una vez que se le quitan los árboles. El clareo del bosque, por tanto, corría el riesgo de provocar un deterioro del suelo y un descenso en la producción de las cosechas, y esto se vería exa­ cerbado por la falta de animales domesticados que produjesen abonos para conservar la composición del suelo y su fertilidad. El bosque se aclaraba no sólo para dejar tierra para la agricultu­ ra sino también para combustible, materiales de construcción y para la fabricación de grandes cantidades de cal para revestir los edificios ceremoniales. La presión demográfica empujó los cam­ pos y terrazas hacia zonas todavía más marginales que aún eran más vulnerables a la erosión. En toda la zona maya los vulnera­ bles suelos estaban cada vez más expuestos al viento y a la llu­ via y cada vez más erosionados. La erosión del suelo causada por la deforestación habría re­ ducido la producción de las cosechas en las zonas afectadas, y los consiguientes niveles más altos de cieno de los ríos habrían dañado gravemente los extensos campos elevados de las zonas pantanosas alterando el delicado equilibrio entre los niveles de agua y los campos y haciendo que fuese mucho más difícil man­ tener limpias las zanjas. Los primeros indicios de descenso de la producción alimentaria se hicieron palpables en el período ante­ rior al año 800, cuando los esqueletos procedentes de los ente­ rramientos de ese período presentan una mayor mortalidad in­ fantil y femenina y crecientes niveles de enfermedades carencia­ les ocasionadas por el descenso de los niveles nutritivos. Una reducción en el excedente alimentario del que dependían la éli­ te gobernante, la clase sacerdotal y el ejército habría tenido im­ portantes consecuencias sociales. Hubo intentos de aumentar la cantidad de alimentos que se recaudaban entre los campesinos,

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lo que originó revueltas internas. El conflicto entre las ciudades por la disminución de recursos se habría intensificado, provo­ cando más guerras. El descenso de los recursos alimentarios y la creciente competencia por lo que quedaba de ellos desembocó en tasas de defunción muy altas y en un catastrófico descenso demográfico, con lo que resultó imposible mantener la compleja superestructura que los mayas habían levantado sobre su limita­ da base medioambiental. En unas cuantas décadas las ciudades fueron abandonadas y dejaron de erigirse estelas para conme­ morar a los gobernantes. Sólo un reducido número de campesi­ nos siguió viviendo en la zona-. Los campos desiertos y las ciu­ dades, enterradas bajo una espesa jungla, no se pudieron en­ contrar hasta el siglo xix. Usando los recursos naturales de que disponían, buscando formas de explotarlo más plenamente y, en algunos casos, crean­ do medios artificiales, los mayas consiguieron levantar una com­ pleja sociedad capaz de grandes logros culturales e intelectuales, pero acabaron destruyendo lo que habían creado. Quizá cuanto más compleja era la superestructura, más difícil era conservar una conciencia de las implicaciones o alterar su curso. Pero el éxito o el fracaso también dependían en gran medida de la re­ sistencia del ecosistema en cuestión. Algunos ecosistemas, como los del clima templado del norte y oeste de Europa, eran más ca­ paces de soportar una ocupación humana permanente. Los pro­ pios ecosistemas eran más difíciles de alterar, y la ocupación hu­ mana permanente (aunque con una densidad demográfica menor que en el Mediterráneo o China) y el clareo parcial de los bos­ ques sólo provocaron un bajo nivel de daño al medio ambiente durante los primeros milenios de sociedades agrícolas sedenta­ rias. En esta zona ninguna de sociedades llegó a estar bajo la amenaza de un colapso medioambiental de gran envergadura. El ejemplo más llamativo de una sociedad que establece un equilibrio sostenible entre el medio ambiente natural y su nece­ sidad de alimento es Egipto. Durante unos siete mil años, tras la aparición de sociedades sedentarias en el valle del Nilo hacia el 5500 antes de J.C., los egipcios consiguieron explotar la crecida anual del río como base de una sucesión de Estados, desde las diversas dinastías de la era faraónica, pasando por los tolomios hasta el período del Imperio Romano, y bajo los árabes y los ma­

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melucos, hasta que la nueva tecnología del siglo xix empezó a socavar el sistema. Cada año el Nilo anegaba la mayor parte de su valle bajo de­ positando ingentes cantidades de cieno procedente de sus afluentes en Etiopía y Uganda. Hasta cierto punto, los egipcios fueron los beneficiarios de los problemas medioambientales de otros. Gran parte del cieno procedía de la deforestación y la ero­ sión del suelo en el curso alto y aunque, en el momento pre­ sente, se calcula que el Nilo arrastra unos cien millones de to­ neladas de cieno al año, en períodos anteriores la cantidad pro­ bablemente fue menor. La mayor cantidad de lluvia de las zonas altas se producía en junio, y la crecida llegaba a Egipto, a más de 3.000 kilómetros de distancia, en septiembre. Aquí se exten­ día por el estrecho valle (no más de diecinueve kilómetros de ancho en algunos lugares) a través de canales naturales de des­ bordamiento para producir el rico suelo siempre renovado de Egipto. La crecida acababa hacia noviembre, pero este breve pe­ ríodo de tiempo era el justo para sembrar la cosecha de otoño. La gran estabilidad del sistema agrícola adoptado original­ mente por los antiguos egipcios y usado (sin grandes cambios) por sus sucesores radica en el hecho de que lo que ellos hacían era explotar un proceso natural, con una interferencia humana mínima, y con un nivel tecnológico también mínimo. Todo el sis­ tema de control del agua estaba construido sobre la regulación del caudal natural del río para proporcionar la cantidad justa de agua en el momento oportuno, junto con el cieno necesario para fertilizar la tierra, en lugar de crear un medio ambiente artificial. En algunos lugares rompieron diques naturales para conseguir que el agua llegase a la zona más extensa posible, y en otros construyeron bancos artificiales para tener depósitos naturales con los que poder retener el agua durante más tiempo. La irri­ gación natural de la zona inundada hacía que la construcción de canales artificiales fuese a un tiempo poco práctica e innecesaria. Debido a la estructura geológica de su subsuelo y a su sistema de irrigación básicamente natural, el valle del Nilo no padeció ninguno de los problemas y efectos secundarios del indeseado y perjudicial sistema artificial de irrigación de Mesopotamia. Al mes de la crecida, la capa freática estaba más de tres metros por de­ bajo de la superficie, con lo cual el anegamiento no era un pro­ blema y no se producían acumulaciones de sal en las capas su­

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perficiales. Esto eliminaba la necesidad de los largos períodos de barbecho que habrían sido esenciales, pero que no se adoptaron, en Mesopotamia, para evitar los desastres paralelos de anega­ miento y salinization. El cieno, rico en nutrientes y regularmen­ te renovado, también eliminaba la necesidad de abonar masiva­ mente y garantizaba la continuidad de la fertilidad del suelo. El nivel de fertilidad se puede juzgar por el hecho de que en el si­ glo xvni de nuestra era la producción de las cosechas en el va­ lle del Nilo era casi el doble que en, Francia. La ausencia de sa­ linización queda demostrada por la creciente importancia en la producción agrícola egipcia del trigo, una cosecha más sensible a los niveles de sal que la cebada, exactamente lo contrario de lo que ocurrió en Mesopotamia. Aunque hubo algunos cambios en el sistema agrícola a lo lar­ go de los siglos, éste presentó un grado notable de continuidad. En el período faraónico los agricultores egipcios plantaban trigo, cebada, alubias y garbanzos como principales cosechas inverna­ les, así como lino, la principal fibra textil, en los cauces forma­ dos por los sedimentos de la crecida. En aquellas zonas donde aún se disponía de agua en primavera, se plantaban verduras y legumbres, particularmente cebollas y lentejas, y también cose­ chas de forraje. En las zonas más altas crecían las palmeras dati­ leras. El sorgo, que resistía en condiciones semiáridas, fue intro­ ducido como principal cosecha de verano en el período tolomeico, y cosechas como el azúcar, el algodón y el arroz se cultivaron por primera vez en el período islámico. La tecnología empleada en el aprovechamiento de la crecida anual era, como el resto del sistema, básicamente simple. Durante aproximada­ mente los mil primeros años, los campos se regaban con agua de los canales mediante cubos transportados a mano. Hacia el 1340 antes de J.C, se empezó a usar el shadufCo sistema de cubo con poleas), y su mayor eficacia aumentó la cantidad de tierra culti­ vada en alrededor de un 10 por ciento. Un incremento similar se volvió a lograr alrededor del 300 antes de J.C., cuando se intro­ dujo la noria movida por animales. Después de esto no hubo cambios tecnológicos de importancia hasta el siglo xix. La estabilidad a largo plazo del sistema agrícola egipcio se mantuvo mientras sólo hubo modificaciones limitadas del régi­ men natural de crecidas. Sin embargo, hubo problemas derivados del hecho de que podía haber grandes fluctuaciones de un año

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a otro en el nivel de crecida del Nilo y de una tendencia a los períodos prolongados de crecidas especialmente altas o bajas. A corto plazo, los resultados para la agricultura y la sociedad egip­ cia podían ser desastrosos, y estas fluctuaciones tuvieron una im­ portancia crucial en el curso de la historia egipcia, particular­ mente en la era de los faraones. Las crecidas muy altas destru­ yeron muchos asentamientos y muchas obras artificiales de contención del agua. Las crecidas muy bajas dejaban algunas zo­ nas áridas y sin cieno. Por ejernplo, aunque la crecida de 1877 sólo fue unos dos metros menor de lo normal, dejó sin agua y cieno casi un tercio del valle. Ambos extremos mermaban el ren­ dimiento de las cosechas con serias implicaciones sociales. En general, la tendencia global ha sido una disminución de los niveles de crecida, probablemente por el descenso de lluvia en las zonas altas donde nace el Nilo, pero hay grandes fluctua­ ciones dentro de esa tendencia. A partir del 3000 antes de J.C., los niveles de crecida descendieron en casi una cuarta parte, pero fue la larga serie de crecidas extremadamente bajas del pe­ ríodo que va del 2250 al 1950 antes de J.C. lo que provocó una gran conflictividad social y el fin del Viejo Reino en Egipto. Es­ tas bajas crecidas redujeron drásticamente el rendimiento de las cosechas, provocando hambre, muerte del ganado, falta de se­ millas para la siguiente estación de plantación y el abandono de las tierras de los márgenes. Esto ocurrió en un momento en que las necesidades del Estado (enormes proyectos de construcción y mantenimiento de una burocracia, un ejército y una clase sacer­ dotal cada vez más numerosos) imponían una carga más pesada que nunca sobre una base agrícola debilitada. El resultado fue el hundimiento político y social del Estado faraónico tras una re­ vuelta a gran escala del campesinado. Vinieron después dos si­ glos de disgregación antes de que Egipto volviese a reunificarse a principios del llamado Reino Medio. Este período estuvo mar­ cado por una serie de crecidas muy altas (las producidas entre 1840 y 1770 antes de J.C. fueron en algunas zonas de casi tres metros por encima de la media moderna) que, aunque destructi­ vas, al menos aseguraban el agua y el cieno necesarios para la producción de cosechas. Un descenso sustancial en los niveles de las crecidas a partir del año 1150 antes de J.C. generó de nue­ vo grandes problemas políticos y sociales. El descenso en la pro­ ducción de alimentos hacía más difícil mantener a un numeroso

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sector no productivo, especialmente el ejército, en un momento en que los egipcios estaban sometidos a una considerable pre­ sión exterior por parte de una oleada de lo que sus documentos llaman «gentes del mar» que pretendían asentarse en el delta del Nilo. El poderoso Estado egipcio de la dinastía Ramessid que ha­ bía construido los grandes templos de Abu Simbel se hundió. Egipto una vez más se disgregó y no volvió a reunificarse hasta doscientos años después, bajo conquistadores exteriores. A pesar de estas vicisitudes que tuvieron tan gran impacto so­ bre la historia egipcia, la crecida del Nilo -siguió proporcionando una forma estable de sostener a una gran población y a una so­ ciedad compleja en Egipto hasta el siglo XIX. Sólo entonces se hicieron cambios de envergadura que, en un espacio relativa­ mente corto de tiempo, empezaron a tener efectos generalizados. En la década de 1840 se construyeron los primeros sistemas arti­ ficiales de irrigación para conseguir más tierra de regadío en la que cultivar cosechas adicionales, no de comida sino de otros productos como algodón, para venderlas en Europa. En unas cuantas décadas la irrigación permanente había producido una salinización y un anegamiento generalizados en las zonas de nuevo cultivo. En 1882, el experto agrónomo británico Macken­ zie Wallace describió las «blancas sales nitrosas que cubren el suelo y que relucen al sol como la nieve sin pisar». A principios del siglo xx se pusieron en marcha los primeros intentos de con­ trolar el caudal del Nilo construyendo una presa en Asuán en la parte alta del Nilo para poder liberar el agua según hiciese falta, evitando así las inundaciones o la falta de agua en el curso bajo. Fue la construcción de la presa alta actual, que comenzó en los años cincuenta de nuestro siglo, lo que acabaría con el antiguo sistema agrícola egipcio. Aunque solucionó un problema de re­ gulación de los niveles de las crecidas, destruyó el auténtico se­ creto del éxito al retener el cieno tras la presa. Como conse­ cuencia, se perdió la fertilidad natural del valle del Nilo y hubo que reemplazarla con caros fertilizantes artificiales. Ello constitu­ yó una entrada forzosa en el sistema moderno de agricultura de alto aporte, pero muchos de los campesinos fueron incapaces de hacer frente al gasto de los nuevos y caros fertilizantes artificiales. Muchas de las primeras sociedades sedentarias no consiguie­ ron establecer un equilibrio entre su necesidad de comida para

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el pueblo llano y para los gobernantes, burócratas, sacerdotes y soldados y la capacidad del medio ambiente, para soportar la agricultura intensiva durante un largo período. Algunas al final se extralimitaron, pero no obstante durante un período de tiempo considerable, a menudo de muchos siglos, fueron sumamente eficaces. En Mesopotamia, el valle del Indo, las junglas de Centroamérica y otras áreas, su frágil medio ambiente sucumbió bajo la presión. Las demandas de una sociedad cada vez más com­ pleja empezaron a agotar la capacidad de la base agrícola de la sociedad para soportar la enorme superestructura que se había levantado. Al final, los indeseados, e inesperados, efectos secun­ darios de lo que en principio parecían ser soluciones a las difi­ cultades medioambientales se convirtieron también en proble­ mas. El resultado fue un descenso en la producción alimentaria y una creciente dificultad para mantener a un gran número de no productores. Los intentos de aumentar la proporción de la de­ creciente cantidad de cosechas destinadas a la élite a menudo ocasionaron revueltas internas, y la dificultad de aprovisionar a un ejército lo suficientemente grande provocó su conquista por los enemigos. Sólo en algunos casos, como los mayas, hubo un hundimiento dramático de una sociedad entera o un abandono en masa de la tierra cuando ya no servía para la agricultura. En el Mediterráneo y China se produjo una degradación a largo pla­ zo de la base de recursos de estas sociedades. La lucha por con­ seguir comida suficiente fue una de las características centrales de casi toda la historia humana posterior. Sigue siendo un agudo problema para la mayoría de los pueblos del mundo.

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La larga lucha

La agricultura no solucionó el problema de producir alimen­ tos suficientes para satisfacer las necesidades de la población mundial. Las sociedades humanas de todo el globo la habían adoptado sobre todo porque el crecimiento demográfico reque­ ría formas más intensivas de obtención de alimentos. Sin embar­ go, hasta hace aproximadamente doscientos años la práctica to­ talidad de la población mundial vivía al borde de la inanición. Durante todo este período, y con todos los cambios de los siste­ mas políticos, el auge y caída de imperios, la aparición de nue­ vos Estados y su declive, las condiciones económicas y sociales permanecieron prácticamente inamovibles durante miles de años. Aunque zonas con un medio ambiente menos sensible que Me­ sopotamia, en el valle del Indo y en las junglas tropicales de Centroamérica no se produjo un colapso completo de la socie­ dad, aún tuvieron que pagar un alto precio en lo que se refiere a sufrimiento individual, merma del potencial humano y, a veces, pérdidas masivas de vidas. Casi el 95 por ciento de los habitan­ tes del mundo eran campesinos; dependían directamente de la

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tierra y llevaban una vida caracterizada por una alta mortalidad infantil, baja esperanza de vida, desnutrición crónica y la siem­ pre presente amenaza del hambre y las epidemias virulentas. El alimento que tomaban era casi en su totalidad de origen vegetal (especialmente en Asia, África y las Américas), y los elementos dietéticos básicos eran las tres grandes cosechas del mundo, arroz en Asia, maíz en las Américas y trigo (complementado con avena y centeno) en Europa. Debido a la abrumadora depen­ dencia de estas sociedades respecto a la agricultura, la dimensión de otras actividades y el número dé soldados, sacerdotes y arte­ sanos que el campesinado podía mantener eran limitados. La situación humana en todo el mundo variaba de un lugar a otro y de una época a otra, dependiendo no solamente de los factores que influían sobre la producción agrícola sino también de los que afectaban al nivel de población. Aunque el número de habitantes del mundo era mucho menor que en la actualidad, existía la persistente amenaza de la superpoblación y la inanición debido a la ineficacia del sistema agrícola. La agricultura permi­ tía mantener a muchas más personas que la recolección y la caza, pero apoyarse sobre un reducido número de cosechas cul­ tivadas en un medio ambiente especializado aumentaba la vul­ nerabilidad a la pérdida de las cosechas. El cultivo continuo de una misma zona disminuía la fertilidad del suelo, creándose un círculo vicioso entre la necesidad de utilizar toda la tierra que fuese posible para cultivar cosechas para consumo directo hu­ mano, la cantidad limitada de tierra disponible para los animales y la carencia de abonos animales que mantuviesen la fertilidad del suelo. Las limitaciones de la producción agrícola se vieron exacerbadas por los problemas de distribución de alimentos. La cantidad total que se podía almacenar era limitada y las pérdidas eran más altas debido a los inadecuados medios de que se dis­ ponía. Una primitiva red de transporte hacía que todo lo que so­ brepasase la distribución local de alimentos, a no ser por vía ma­ rítima, fuese extremadamente difícil. El mercado de alimentos era por tanto limitado, y muy a menudo la pérdida de cosechas en una zona no se podía aliviar trasladando provisiones desde otras zonas porque no se disponía de ellas o, si es que existían, no podían ser transportadas. Estos problemas se veían acentuados por la elite religiosa y secular que obligaba a la recogida de ali­ mentos mediante impuestos, diezmos y otras formas de apropia­

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ción directa, dejando con frecuencia al campesinado con insufi­ ciente comida para su supervivencia. Los ejércitos, que saquea­ ban los campos para conseguir la comida que necesitaban, des­ truyendo las cosechas, empeoraron la situación. Los cambios introducidos en los sistemas agrícolas para con­ seguir una mayor productividad, un mejor almacenamiento y me­ jores medios de distribución empezaron a aliviar estos problemas de forma sumamente lenta. Hasta el siglo xix, el tamaño demo­ gráfico de la mayoría de las sociedades y la cantidad de comida de que disponían a menudo estuvieron descompensados, tanto a corto como a largo plazo. A corto plazo, las fluctuaciones anua­ les del abastecimiento como resultado de una mala cosecha o de un estallido bélico podían ocasionar un desastre. A largo plazo, la población aumentó hasta un nivel en que era casi imposible que una gran parte de la población tuviese una dieta adecuada. Resolver cualquiera de los dos extremos de la ecuación era pro­ blemático; era difícil aumentar la producción alimentaria a un rit­ mo rápido y, aunque muchas de estas sociedades agrícolas pri­ mitivas utilizaron en todo el mundo métodos brutales para res­ tringir el crecimiento de las cifras demográficas (la práctica del infanticidio o una tradición de matrimonio tardío, por ejemplo), el abastecimiento de alimentos y el tamaño de la población sólo muy de vez en cuando mantuvieron un equilibrio. A muy largo plazo, es evidente que las lentas mejoras en el sistema agrícola permitieron alimentar a más personas. Pero en conjunto los ín­ dices de crecimiento demográfico siguieron siendo muy bajos. Hasta hace unos trescientos años la población mundial nunca au­ mentó a un ritmo de más del 0,1 por ciento anual, una vigésima parte del índice actual. Dentro de la tendencia al alza no hubo un crecimiento constante de la población ni de la producción ali­ mentaria. Hubo en cambio intervalos de crecimiento rápido se­ guidos por repentinos parones, y descensos causados por el cre­ cimiento de los niveles demográficos por encima de los recursos alimentarios o por las secuelas de la guerra y las enfermedades. Muy a menudo, la creciente población impuso una presión ma­ yor que nunca sobre un sistema agrícola limitado, generando más pobreza y desnutrición. El conflicto con frecuencia sólo se resolvía de forma drástica a través de hambrunas y muertes ma­ sivas hasta que la población estaba más en equilibrio con la pro­ ducción agrícola.

VERDE

DEL MUNDO

Millones

HISTORIA

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No hay estadísticas demográficas fiables hasta hace unos dos­ cientos años. Sin embargo, trabajando con censos parciales, cál­ culos contemporáneos y censos elaborados con otros fines, como por ejemplo tributarios, los demógrafos han logrado realizar cálculos que, aunque no son demasiado precisos, dan una pa­ norámica global del número de habitantes del mundo, su distri­ bución y los principales períodos de crecimiento y descenso. En el momento en que se adoptó la agricultura en las tres zonas nu­ cleares, la población mundial era de unos cuatro millones de personas (lo mismo que una gran ciudad de hoy). La expansión de la agricultura permitió alimentar a más personas y las cifras humanas subieron constantemente, duplicándose cada mil años hasta alcanzar los 50 millones hacia el 1000 antes de J.C. (apro­ ximadamente equivalente a la población actual de Inglaterra y Gales). Esa cifra se duplicó en sólo quinientos años para alcan­ zar los 100 millones hacia el 500 antes de J.C., creciendo después hasta los 200 millones en pleno apogeo de los Imperios Han y Romano alrededor del 200 después de J.C. Con el declive de esos Imperios, el generalizado aumento de la inestabilidad, la guerra y la destrucción hizo que el crecimiento demográfico mundial fuese escaso hasta cerca del año 1000. Después, tanto en China como en Europa, las cifras aumentaron hasta alcanzar una cima provisional de unos 350 millones de personas en el mundo ha­ cia el 1200. A lo largo de un siglo, la población aumentó muy lentamente a unos 400 millones mientras se llegaba a los límites de los recursos alimentarios. A partir de 1300 el hambre y las pla­ gas redujeron acusadamente las cifras hasta el punto de que ha­ cia 1400, cuando ya se había producido una cierta recuperación, aún apenas había unos 350 millones de personas en todo el mundo. Estas cifras registraron un marcado aumento durante los dos siglos siguientes hasta llegar a unos 550 millones hacia 1600. Después, durante el siguiente siglo, el deterioro del clima afectó a la producción alimentaria y restringió las cifras de crecimiento, de tal forma que en 1700 la población mundial apenas superaba los 600 millones. El siglo xvn contempló el más rápido creci­ miento de la historia hasta esa fecha, alcanzando un total de 900 millones de personas hacia 1800. La población mundial alcanzó por primera vez la marca de los 1.000 millones alrededor de 1825. La distribución de las personas en el mundo también ha cam­ biado marcadamente durante este largo período. Antes de la di­

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fusión de la agricultura la población mundial se distribuía de for­ ma bastante uniforme por todo el globo, pero la aparición de so­ ciedades sedentarias redujo las cuotas de Africa, las Américas y Oceanía de alrededor del 40 por ciento a menos del 15 por cien­ to del total, al tiempo que los grandes Imperios del Oriente Pró­ ximo, el Mediterráneo, la India y China se convertían en los prin­ cipales centros de la sociedad humana. Dentro de este panorama general casi siempre ha habido más chinos o indios que euro­ peos. Ese patrón se estableció muy temprano una vez que la im­ portancia transitoria, alrededor del 3000 antes de J.C., de las so­ ciedades del Próximo Oriente, debido a su temprana adopción de la agricultura, hubo disminuido. Por la época de los Imperios Romano y Han había unos 35 millones de europeos, pero tam­ bién había 50 millones de chinos y, una vez más, casi la misma cantidad de indios. Al mismo tiempo la población total de las Américas era de unos 5 millones de personas, la de Oceanía de alrededor de 1 millón y África tenía unos 20 millones de habi­ tantes. Estas relaciones globales aún estaban en vigor un milenio después entre Europa (60 millones), China (85 millones), India (90 millones), África (46 millones), las Américas (14 millones) y Oceanía (2 millones). Los ejemplos de China y Europa demuestran que aunque los sistemas agrícolas que desarrollaron fueron muy diferentes, am­ bos se vieron restringidos por las limitaciones medioambientales y ninguno de ellos consiguió mantener un equilibrio duradero entre la población y los recursos alimentarios. En China el desa­ rrollo de la agricultura y la aparición de una sociedad sedentaria tuvo lugar en el norte, centrándose en el cultivo de secano del mijo. Hasta finales del Imperio Han en el 220 después de J.C., el centro del Estado chino seguía estando en el norte. Fue en este período cuando apareció una de las características más distinti­ vas de la sociedad china, la casi completa dicotomía entre la éli­ te gobernante y el grueso de la población que eran campesinos que vivían en pequeñas aldeas. A lo largo de toda la historia chi­ na ha habido períodos de unidad política seguidos de períodos de desunión, pero la forma de vida de la inmensa mayoría de las personas permaneció básicamente intacta en el mundo de las al­ deas. La labor principal de la elite era garantizar que los campe­ sinos aportasen comida suficiente para mantenerlos a ellos y al

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Población mundial 200-1700 después de J.C.

ejército, que estaba casi en su totalidad estacionado en el norte para hacer frente a los ataques de los nómadas de Asia central. El hundimiento del Imperio Han bajo la presión de los ataques bárbaros desplazaron el centro de gravedad del Estado chino li­ geramente al sur hacia el río Yangtsé, a una zona que se con­ virtió en una de las principales áreas productoras de grano. La posterior reunificación de China bajo la dinastía Sui a partir del año 589, hizo que fuese necesario transportar el excedente ali­ mentario hacia el norte al centro militar del Imperio. El enorme Gran Canal, que se extendía a lo largo de unos 1.930 kilómetros,

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fue construido a principios del siglo vil para transportar provi­ siones alimentarias desde el valle del Yangtsé hasta el norte para el ejército y para la capital Pekín, que necesitaba, ella sola, 400.000 toneladas de grano al año. Hacia el siglo XI se estaba ali­ mentando de esta forma a un ejército de 300.000 soldados cerca de Pekín y de más de 750.000 en la frontera. No es de extrañar que supusiese una enorme carga para el campesinado. Uno de los cambios más importantes de la sociedad china tuvo lugar con una oleada de emigración hacia el sur del país a partir del siglo IV, estimulado por una revolución en la produc­ ción agrícola. El arroz había sido cultivado de forma generaliza­ da en el sureste de Asia hacia el 3500 antes de J.C., pero era un cultivo de secano, al igual que otros cereales como el mijo o el trigo. Alrededor del 500 antes de J.C. apareció en el sureste de Asia una nueva técnica de producción de arroz en arrozales y se extendió lentamente hasta llegar a China, Corea, Japón, India y Java durante el siguiente milenio. El contenido nutritivo inheren­ temente pobre de los suelos tropicales se consiguió evitar culti­ vando el arroz parcialmente cubierto de agua en campos espe­ ciales alimentados con complejas técnicas de administración del agua para producir grandes cantidades de agua en lento movi­ miento. Esto proporcionaba nutrientes adicionales por dos vías: estimulaba el crecimiento de algas que conseguían captar el ni­ trógeno de la atmósfera y, en segundo lugar, aportaba grandes cantidades de materia orgánica; los residuos vegetales y los es­ tiércoles de origen humano y animal se pudrían en el fondo del agua. El continuo apisonamiento que suponía trabajar en los campos volvió al suelo impermeable, y por tanto capaz de rete­ ner los nutrientes. Este sistema produjo grandes incrementos en la producción de las cosechas, pero requería ingentes cantidades de mano de obra no sólo para cultivar la cosecha sino, más im­ portante, para construir y mantener los campos y los sistemas de control del agua. En los siglos posteriores al año 400 después de J.C. hubo una constante oleada de personas que se dirigían ha­ cia el sur para descubrir y colonizar nuevas tierras utilizando sis­ temas de arrozales. Las principales provincias productoras de arroz del delta del Yangtsé, el valle de Hsiang, Szechwan y Kwangtung fueron colonizadas, y las constantes aunque poco espectaculares mejoras en las técnicas siguieron aumentando la producción. La más importante de ellas fue la introducción, en el

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siglo xi, de nuevas variedades de arroz de crecimiento más rápi­ do procedente de Indochina que permitió cultivar dos cosechas al año en las áreas más favorecidas del sur y, más al norte, una cosecha de arroz y otra de trigo. Los chinos desarrollaron la agricultura más sofisticada del mundo (basada en técnicas como la rotación de las cosechas, que por entonces aún no se utilizaba demasiado en Europa), consiguiendo cosechas muy abundantes de una tierra muy in­ tensivamente cultivada. Hacia el 1200, China era el país más ex­ tenso, culto y avanzado del mundo. La expansión del asenta­ miento por las nuevas zonas productoras de arroz del sur per­ mitió que la población aumentase de los 50 millones de la época Han (un nivel que se mantuvo después durante varios cientos de años) hasta llegar a 115 millones a principios del siglo xni. Sin embargo, hubo muchos problemas estructurales que hicieron que el equilibrio entre alimentos y población nunca fuese satisfacto­ rio. Las mejoras en las técnicas o el cultivo de nuevas tierras sólo provocaron aumentos temporales en la cantidad de alimento por persona que en seguida fueron igualados por los crecimientos demográficos. Los chinos no consiguieron introducir los cambios estructura­ les necesarios en el sistema agrícola que podrían haber aumen­ tado a gran escala la provisión alimentaria. El rendimiento de las cosechas era casi el máximo que se podía conseguir antes de la introducción de los fertilizantes artificiales modernos. Las zonas más fértiles ya estaban densamente pobladas y no se podían au­ mentar los aportes de fertilizantes porque no había tierra sufi­ ciente para mantener más animales que podrían haber aportado abono adicional. Las costumbres sociales daban gran importancia a la división igual de la tierra dentro de la familia, lo que gene­ ró multitud de granjas muy pequeñas, cada una de las cuales sólo podía producir un excedente muy pequeño, si es que pro­ ducía alguno. El rendimiento sólo se podía aumentar con pe­ queñas mejoras de la productividad y mediante el cultivo de nue­ vas tierras, aunque éstas fuesen a menudo de baja calidad y su rendimiento fuese por tanto menor. El sistema agrícola chino era ciertamente impresionante por su producción total y sus métodos de producción sumamente intensivos. Sin embargo, el alto nivel demográfico y la dificultad de hacer ningún cambio cualitativo de importancia hizo que el grueso de la población dependiese de

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un sistema que sólo podía producir un bajo nivel de comida para cada individuo. Desastres como la invasión de los mongoles que provocó la muerte de unos 35 millones de chinos (la mayor par­ te de ellos en el norte del país) o las masivas epidemias de 15861589 y 1639-1644, que en cada una de estas ocasiones extermi­ naron a una quinta parte de la población, redujeron la presión demográfica durante un tiempo. Pero después de 1600 no hay evidencia de ningún aumento significativo en la producción y, aunque aumentó el área dedicada a cultivo, la cantidad de co­ mida disponible por persona era aproximadamente la misma en 1850 que trescientos años antes. El resultado de este sistema de alta intensidad (dependiente de una gran cantidad de mano de obra para sacar altos niveles de comida de la tierra usada) fue que la abrumadora mayoría de la población viviese permanente­ mente al borde de la inanición. La agricultura china consiguió mantener a un gran número de personas al borde de la inanición. La agricultura de la Europa medieval era un sistema de baja productividad que mantenía en las mismas condiciones a un número menor de personas. Tam­ bién a Europa le resultó difícil aumentar la producción sobre una base sostenible. El problema esencial aquí era que la fertilidad del suelo se iba reduciendo de forma constante por efecto de las continuas cosechas, la lixiviación de los nutrientes por la lluvia y el bajo nivel de erosión del suelo, y además no se repusieron los nutrientes. La fertilidad de los campos cultivables sólo se podía mantener mediante el uso de estiércol animal, pero el número de animales que podían ser alimentados a lo largo del año era muy pequeño debido a la falta de cosechas para forraje. Muchos ani­ males tenían que ser sacrificados en otoño por la carencia de ali­ mento para el invierno. A largo plazo, conseguir que los anima­ les siguiesen pastando era difícil toda vez que el estiércol se re­ cogía para abonar los campos de cultivo y, a consecuencia de ello, las cosechas de heno y hierba para los animales descen­ dían. Con todo esto se creaba un círculo vicioso. Según des­ cendía el número de animales que podían ser alimentados tam­ bién disminuía el abono disponible para las tierras de cultivo, y con él la producción de las cosechas. La mayor parte del abono se almacenaba además a cielo abierto durante largos períodos, lo que disminuía drásticamente su valor nutritivo. Las cosechas se redujeron con el uso de un sistema de rotación de dos campos,

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con el cual los campos alternaban entre ser plantados en oto­ ño con grano para el invierno y ser dejados en barbecho duran­ te un año. Esto dejaba una cantidad insuficiente de tiempo para restituir los nutrientes y eliminar del suelo cualquier enfermedad o plaga que pudiese reducir las cosechas. La escasez de margas (o materiales de abono con cal) también hacía que fuese difícil reducir la acidez de los suelos, y esto mantuvo bajas las cose­ chas. La consecuencia fue que en la Europa medieval el sistema agrícola sólo consiguió mantener un nivel bajo de productividad. A corto plazo, a veces se pudo aumentar la producción. Se po­ dían introducir aportes adicionales manteniendo más animales en campos nuevos o se podían poner en uso nuevas tierras de cul­ tivo, pero estas mejoras no se pudieron mantener a largo plazo debido al agotamiento de los nutrientes de los abonos y los cam­ pos. Se dio por tanto una tendencia al descenso de la fertilidad del suelo hasta un nivel en que el riesgo de pérdida de las co­ sechas era alto. Los cambios llegaron gradualmente al sistema agrícola euro­ peo. Alrededor del año 800, en el noreste de Francia se adoptó una nueva rotación de tres campos. Con este sistema, un campo se plantaba en otoño con trigo o centeno para el invierno y un segundo la primavera siguiente con avena, cebada o quizá gui­ santes, mientras que el tercero se dejaba en barbecho. Esto no sólo aumentaba los períodos de barbecho y la variedad de las cosechas que se cultivaban, sino que además ayudaba en cierta medida a elevar los niveles de fertilidad y distribuía el trabajo más uniformemente a lo largo del año. El sistema de tres cam­ pos se extendió por Europa, pero muy lentamente. Su uso no se generalizó en Inglaterra hasta después de 1250 y en otras zonas todavía más tarde. Sin embargo, la producción de alimentos aún estaba limitada por la cantidad de aportes disponibles. Una con­ tribución importante al aumento de la producción fue la inven­ ción del arado pesado, probablemente en el siglo vi, y la difu­ sión de su uso por toda Europa durante los cuatrocientos años siguientes. Los primeros arados eran simplemente un palo de ca­ var alargado arrastrado por un solo animal o por un par de bue­ yes; no daban la vuelta al suelo y dejaban un trozo de tierra in­ tacta entre surco y surco. Este arado no era demasiado apropiado para los suelos más pesados del norte de Europa, particularmen­ te en las zonas bajas. El arado pesado necesitaba un grupo de

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ocho bueyes para tirar de él, pero permitía cultivar una zona mu­ cho mayor que hasta entonces, aunque no consiguió resolver el problema de los bajos niveles de nutrientes. Las mejoras en las cosechas llegaron muy lentamente con el creciente uso de le­ gumbres capaces de captar nitrógeno y, por tanto, de mejorar la fertilidad del suelo y de cosechas de forraje para poder alimen­ tar a los animales en invierno. No fue hasta alrededor de 1300, y sólo en una pequeña zona de Europa (principalmente Flandes), cuando su uso se generalizó por, completo. Durante miles de años la agricultura europea permaneció en un nivel bajo de productividad, y la mayoría de los pueblos vi­ vían al borde de la inanición. Hay pruebas de que las socieda­ des europeas fueron más eficaces que las del resto del mundo para limitar su población. Esto se conseguió mediante una serie de respuestas vagamente conectadas con la fortuna de la princi­ pal actividad económica, la agricultura. Las más importantes de estas respuestas fueron los matrimonios tardíos y el menor nú­ mero de matrimonios. Hay cierta evidencia de que la edad de matrimonio y el número de personas que permanecían solteras aumentaba cuando la población era más alta, y por tanto más cercana a los límites de la producción alimentaria, y descendía cuando la presión demográfica se debilitaba después de una hambruna o de una epidemia. Estos métodos nunca consiguieron ser más que parcialmente eficaces, y aún hubo muchas ocasio­ nes en que, incluso a los niveles relativamente bajos propios del período medieval y de principios de la edad moderna, Europa estaba «superpoblada» respecto a las provisiones de alimentos. En el año 1000, la población de Europa rondaba los 36 mi­ llones. En los tres siglos siguientes, las cifras aumentaron más del doble hasta llegar a los 80 millones en 1300. Muchas zonas de Europa estaban gravemente superpobladas; la población del nor­ te de Italia, Flandes, Brabante y la zona de París era probable­ mente igual de alta que a principios del siglo xix, a pesar del me­ nor nivel de productividad agrícola. La provisión de nuevas tie­ rras estaba virtualmente agotada a finales del siglo xiii, y la producción de las cosechas también iba cayendo a medida que se iba poniendo en producción más tierra como medida a corto plazo para intentar aumentar la producción alimentaria, redu­ ciendo así el número de animales que se criaban y por tanto la cantidad de abono que se producía. La escasez de tierra, junto

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con el aumento de la población, estaba provocando un aumen­ to en los precios del cereal; muchas personas no tenían trabajo y probablemente vivían en un nivel muy bajo de subsistencia. La creciente escasez de alimentos se vio exacerbada por el hecho de que la nobleza y el clero se llevaban casi la mitad de la pro­ ducción de alimentos del campesinado, si tenemos en cuenta los diezmos, las rentas, los impuestos y el tiempo que se veían obli­ gados a trabajar en las tierras de sus señores. La mayor parte de esta riqueza se empleaba en un cojnsumo ostentoso. Hacia 1300 la población europea superaba el máximo que la tecnología y las instituciones del momento podían mantener. A comienzos del si­ glo xrv hay una clara evidencia de un descenso demográfico pro­ vocado por la desnutrición crónica y por la casi inanición de mu­ chas áreas de Europa desde Toscana y Provenza hasta Normandía y el sureste de Inglaterra. La gran hambruna de 1316-1317 aumentó el número de víctimas, pero la presión de la población sobre los recursos no desapareció hasta después del brote de la Peste Negra en 1346 y los posteriores rebrotes de la epidemia durante el resto del siglo. El período que va desde finales de siglo XIV hasta mediados del XV fue una época de relativa prosperidad mientras la pobla­ ción permaneció por debajo de la cima de 1300 durante unos doscientos años. Sin embargo, hacia 1600 estaba cerca de los 90 millones, ligeramente más alta que en 1300, aun cuando se ha­ bían producido pocas mejoras en la productividad agrícola. Vol­ vieron a aparecer indicios de «superpoblación» y un desequilibrio entre las provisiones de alimento y las cifras demográficas. Los asentamientos se extendieron a nuevas áreas, pero a menudo los suelos eran pobres y la producción baja. En Inglaterra los pre­ cios agrícolas fueron en aumento desde alrededor de 1500, mien­ tras empezaban a producirse escaseces y los salarios reales des­ cendieron a la mitad entre 1500 y 1620, causando enormes ten­ siones a quienes ya estaban en los márgenes de la sociedad y eran incapaces de encontrar forma alguna de trabajo regular. Ha­ cia la década de 1620 el crecimiento demográfico se ralentizó mientras la desnutrición y la mayor mortandad causada por las inadecuadas provisiones de alimentos producían grandes canti­ dades de víctimas. Los mismos síntomas pueden apreciarse en Francia. Hacia 1570 había en producción mucha tierra agrícola y, aunque las cifras seguían contenidas por las continuas guerras ci­

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viles de la época, se llegó a una crisis a principios del siglo xvn. Los precios de los alimentos siguieron subiendo, el tamaño de las fincas se redujo y los salarios reales cayeron drásticamente. La población aumentó en ocasiones a unos 20 millones, pero volvió a caer rápidamente puesto que en ese nivel no estaba en equili­ brio con el número que podía ser alimentado a largo plazo. Una serie de fuertes hambrunas ocurridas entre 1690 y 1710 demos­ traron que la población era aún mayor que la que el sistema agrí­ cola podía mantener regularmente. En todas las sociedades agrícolas de todo el mundo el rendi­ miento de la cosecha era crucial. Una mala cosecha era una ca­ lamidad, pero dos seguidas ppdían abocar a un desastre, no sólo para los pobres que eran las primeras víctimas de la reducción de provisiones y el aumento de precios, sino también para los campesinos y en definitiva para toda la sociedad. La tentación ló­ gica, especialmente para los campesinos, era consumir la poca comida de que disponían dejando cantidades insuficientes de se­ millas para plantarlas en la siguiente cosecha, aumentando así la probabilidad de desastre para el año siguiente. La elite de cada sociedad estaban normalmente en situación de poder forzar al campesinado a entregarles comida suficiente o de poder com­ prarla a precios sumamente inflados. La inanición afectó a aque­ llos que eran incapaces de retener lo suficiente de sus cosechas para seguir viviendo hasta la siguiente y a aquellos, principal­ mente en las ciudades, que no podían pagar los altos precios de los alimentos. Bajo tales circunstancias grandes cantidades de per­ sonas, ya muy mal alimentadas, sucumbieron ante los brotes epi­ démicos que normalmente seguían a un período de malas cose­ chas. La influencia más importante sobre el rendimiento de la co­ secha y, debido a la abrumadora importancia de la agricultura en la economía, sobre el estado de la sociedad, era el tiempo at­ mosférico. Cualquiera de una serie de combinaciones —un perío­ do frío y húmedo que reducía las probabilidades de que germi­ nasen las semillas, una temporada seca cuando las cosechas es­ taban creciendo o un tiempo húmedo durante la recolección— podían amenazar la producción mermando drásticamente la co­ secha. Casi todos los gobiernos prestaban gran atención a los de­ tallados informes sobre el tiempo de todo el país, sobre las pers­

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pectivas para la cosecha y sobre el precio del grano y el pan como uno de los principales indicadores del nivel de inquietud social. Las cosechas se veían afectadas no sólo por las variacio­ nes anuales del tiempo, sino también por los ciclos a largo pla­ zo del clima de la Tierra, que podían causar un trastorno gene­ ralizado en los sistemas agrícolas. Por ejemplo, los períodos más fríos acortaban las estaciones de cultivo, hacían que algunas zo­ nas fuesen inapropiadas para la producción de cosechas y, en general, reducían la producción. Mientras duraban habría un ries­ go mayor de que hubiese una mala cosecha en un año dado, y una sucesión de malas cosechas generaba tensiones internas en la sociedad. Los períodos más cálidos aumentaban las zonas don­ de se podían cultivar las cosechas, mejoraban los suministros ali­ mentarios y reducían la presión derivada del número de perso­ nas que había que alimentar. La mayor parte de los datos de que se disponen sobre estos ciclos climáticos a largo plazo proceden de Europa, y los efectos específicos de los cambios eran distin­ tos en otras partes del mundo; por ejemplo, uno de los períodos más fríos de Japón coincidió con uno de los más cálidos que su­ frió Europa. Desde el fin del último período glacial ha habido épocas al­ ternas en Europa de tiempo más cálido y más frío. Tras una constante mejoría desde alrededor del año 10.000 antes de J.C., que marcó el final del último período glacial, el período más cá­ lido de todos llegó en los dos mil años posteriores al 5000 antes de J.C., momento en que las temperaturas estaban entre uno y dos grados centígrados por encima de los niveles del siglo XX. Las zonas de vegetación avanzaron hacia el norte, y es intere­ sante que este período de óptimas condiciones climáticas coinci­ diese con la introducción y la expansión de la agricultura por Observación directa Observación indirecta

f

Temperatura media anual de Inglaterra en 1910

900

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Período cálido medieval

1100

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«Período Glacial Breve»

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Diagrama generalizado de temperaturas anuales de Inglaterra, 900-1900 después de J.C.

2000

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toda Europa. A continuación se produjo un descenso similar de las temperaturas, alcanzando un punto bajo entre el 900 y el 300 antes de J.C., época también de abundantes lluvias. Alrededor del 100 antes de J.C. se apreció una mejora cuando los viñedos se extendieron más al norte, pero ésta se interrumpió alrededor del 400 después de J.C. con un período frío que duró unos cuatro­ cientos años. Después, un período que fue más breve y más intenso que la primera cima (quizás un grado centígrado más cá­ lido que hoy) llegó a su cumbre alrededor del 1200. Vino a con­ tinuación un constante descenso, dándose una prolongada baja­ da entre 1430 y 1850, el «Período Glacial Breve», momento en que las temperaturas eran entre uno y dos grados centígrados in­ feriores a las actuales. El principal impacto se dejó sentir en in­ viernos muy crudos, con unas temperaturas de verano no muy distintas a los niveles actuales. Estos cambios climáticos se han establecido a través de una multitud de técnicas diferentes: índi­ ces de polen de los núcleos fangosos, análisis isotópicos de foraminíferas de los núcleos oceánicos, registro de los cambios producidos en la extensión de los lagos, los glaciares y la región arbórea, y algunos documentos históricos. Aunque se han esta­ blecido firmemente tendencias generales, el análisis detallado de los efectos del clima sólo es posible para los dos últimos perío­ dos: el período cálido que acabó alrededor de 1200 y el «Perío­ do Glacial Breve». Durante el período cálido que se registró durante unos cua­ trocientos años hasta el 1200, el límite de la región arbórea en Europa central era unos 150 metros superior a la de hoy, los vi­ ñedos se extendían por Inglaterra hasta Severn por el norte y la agricultura era posible en Dartmoor a una altura de casi 400 me­ tros. Grandes zonas de la meseta del sur de Escocia eran terre­ nos cultivables, y en 1280 los ganaderos de Northumbria se que­ jaban de la continua invasión de los campos cultivables en sus pastos de la meseta. Uno de los efectos más importantes del cli­ ma más benigno fueron los viajes y asentamientos vikingos. Islandia fue colonizada desde Noruega en el año 874 a comienzos del período más cálido, y Groenlandia a partir del año 986. Es­ tas dos sociedades estaban en los márgenes climáticos de Euro­ pa y su existencia estaba dictada en gran medida por el tiempo. El asentamiento de Groenlandia floreció durante el período cáli­ do con una población de unos 3.000 personas, casi 300 granjas,

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dieciséis iglesias e incluso una catedral en la aldea principal. Pero siguió siendo una sociedad marginal y sumamente vulnerable, dependiente del clima benigno para su existencia misma. El gradual deterioro del clima a partir de 1200 causó un cons­ tante declive en Groenlandia. La estación de cultivo del heno se fue haciendo cada vez más corta, pero los colonos vikingos in­ tentaron conservar su forma de vida basada en el ganado vacu­ no en lugar de cambiar a otras más fáciles como la de obtener recursos marinos. Conforme se deterioraba el clima, los inuit se fueron más al sur y el asentamiento occidental vikingo de Godthaab Fjord desapareció poco después de 1350. El clima más se­ vero hizo que los bancos de hielo permaneciesen en los mares que rodean Groenlandia durante todo el verano, y el contacto con el resto de Europa se perdió a partir de 1408. El asenta­ miento oriental de Julianehaab desapareció, probablemente bajo un ataque de los inuit, alrededor de 1500. Islandia, también, se convirtió en una sociedad mucho más marginal bajo el impacto de un clima que iba empeorando. El cultivo de trigo desapareció (un descenso de un grado centígrado en las temperaturas anua­ les de Islandia acorta la estación de cultivos en casi una tercera parte) y los recursos marinos adquirieron una enorme importan­ cia en la economía. Al ser el clima más duro, la cantidad de po­ blación que podía ser mantenida era mucho menor y descendió de los 77.000 habitantes que había en pleno período cálido alre­ dedor del 1100 a 38.000 a finales del siglo xvm. El clima cada vez más frío afectó también al resto de Europa. La meseta del sur de Escocia se convirtió en pastos, y el cultivo de viñedos para la elaboración de vino desapareció en Inglaterra alrededor de 1400. Pero el impacto real de un clima mucho peor se dejó sentir desde mediados del siglo xvi; comenzó una serie de duros inviernos y un período de inestabilidad climática mu­ cho mayor que habría de durar casi trescientos años. A partir de 1580 avanzaron los glaciares de los Alpes, Islandia y Rusia, en muchos lugares casi dos kilómetros, y no empezaron a retroce­ der hasta después de 1850. Entre 1564 y 1814 el Támesis se heló en verano por lo menos veinte veces, lo mismo que ocurrió en tres ocasiones con el Ródano entre 1590 y 1603, y hasta el Gua­ dalquivir se heló a su paso por Sevilla durante el invierno de 1602-1603. En Marsella el mar se heló en 1595, y en 1684 había banquisa frente a las costas de Inglaterra. Desde la década de

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1580 el estrecho de Dinamarca entre Islandia y Groenlandia que­ dó bloqueado regularmente por bancos de hielo hasta en vera­ no. Por toda Europa las bajas temperaturas redujeron la estación de cosechas en cerca de un mes e hicieron disminuir en unos 180 metros la altura en que se podían cultivar las cosechas, con los consiguientes ajustes en las áreas de cultivo de casi todas las cosechas. La aparición de un tiempo aún más severo dentro del patrón global de un clima en deterioro podía tener efectos de­ vastadores. Por ejemplo, una serie de vientos mistrales fríos des­ truyeron muchos bosquecillos de olivos de Provenza entre 1599 y 1603, y las fuertes heladas en la zona de Valencia durante ese mismo período arruinaron muchos de los árboles frutales. Los efectos fueron distintos en diferentes partes de Europa. No había una relación simple entre la temperatura, la cantidad de lluvia y el tamaño de la cosecha, puesto que el factor más im­ portante era cómo se distribuían estas influencias entre las esta­ ciones. El descenso generalizado de la temperatura tuvo su ma­ yor impacto en Escandinavia, donde la reducida estación de co­ sechas hizo que muchas zonas fuesen muy poco apropiadas para los cultivos. Más al sur, un invierno muy frío habría tenido efec­ tos beneficiosos al destruir un número de plagas mayor de lo normal. Pero incluso aquí se pueden detectar las consecuencias de un clima que se estaba deteriorando. En Inglaterra se empe­ zó a sembrar las cosechas en primavera en lugar de en otoño para intentar evitar los daños causados por un invierno crudo. En los Países Bajos, el alforfón, que es resistente y tiene un período corto de crecimiento, pero que apenas se cultivó en Europa has­ ta 1550, adquirió creciente importancia en los cien años siguien­ tes. Otros datos procedentes de los Países Bajos sugieren que una primavera fría tardía reducía el crecimiento de hierba, de tal manera que los pastos tardaban en producirse reduciendo la pro­ ducción láctea, aumentando los precios y también provocando una masacre de vacuno el año siguiente si la cosecha de heno no había bastado para dar alimento suficiente hasta que no cre­ ciese la nueva hierba. En otras zonas el aumento de lluvia podía ser sumamente perjudicial, especialmente en verano, reduciendo la producción de las tierras cultivables debido a que los suelos estaban anegados. Este largo período de mal clima llegó en un momento en que la población europea ya había alcanzado el lí­ mite que el sistema agrícola podía soportar. El empeoramiento de

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las condiciones de cultivo supusieron una importante reducción de la producción alimentaria que provocó un aumento de la des­ nutrición, una generalización del hambre y una gran pérdida de vidas humanas. Como consecuencia de ello, hubo un período de mucha más inestabilidad interna en los Estados europeos, que fue particularmente aguda a principios del siglo xvn. Para la inmensa mayoría de las personas, comida significaba vegetales. Casi toda la tierra disponible se necesitaba más para alimentar a los seres humanos que para pastos, y no había un excedente de grano suficiente para alimentar a muchos animales. Donde se tenían animales su producción era baja. En la Europa medieval una vaca producía casi un sexto de la leche y un cuar­ to de la carne que produce un animal moderno. En China, el 98 por ciento del valor calórico de la dieta procedía de los vegeta­ les, principalmente del arroz. En Europa casi toda la población sobrevivía con una monótona dieta de vegetales y gachas de gra­ no y pan; la carne y el pescado eran productos muy raros ex­ cepto para las clases altas. Aún en 1870, el 70 por ciento de la dieta francesa consistía en pan y patatas, y en 1900 sólo el 20 por ciento de las calorías procedían de productos animales. En toda Europa, la mayoría de sus habitantes vivían con un máximo de 2.000 calorías diarias (casi el nivel de la India moderna), y un poco más en países más prósperos como Inglaterra y Holanda, pero en todas partes había enormes desigualdades dentro de la sociedad, lo que suponía que fuesen muchos los que tenían que vivir con una cantidad muy inferior a ésta. A principios del siglo xix, en Noruega, Francia y Alemania el consumo medio de ali­ mentos aún estaba por debajo de las 2.000 calorías diarias, me­ nos que en Latinoamérica y el norte de África en la actualidad. Las regiones más pobres de Europa tenían una dieta especial­ mente limitada. Durante el siglo xvm, en algunas zonas de Fran­ cia, por ejemplo en el Auvergne y en las estribaciones de los Pi­ rineos, grandes capas de la población aún se alimentaban de cas­ tañas durante dos o tres meses al año, junto con posos de maíz y alforfón más un poco de leche extraída a una vaca alimentada con las hierbas de los bordes de los caminos, y su ingestión de alimentos probablemente no superaba las 1.800 calorías por día. Esto está muy por debajo de los campesinos del desierto de Ka-

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lahari, que viven con 2.100 calorías diarias que obtienen con unos tres días de trabajo a la semana. No hubo una mejoría constante de las provisiones de ali­ mentos. Durante un siglo o más después de las pestes del siglo xiv las personas estaban razonablemente bien alimentadas debi­ do a la reducción de las cifras demográficas, pero los niveles ca­ yeron dramáticamente entre 1500 y 1800; de hecho, el nivel de consumo de carne en Alemania no retornó a los niveles medie­ vales hasta mediados del siglo, xix. Las provisiones también fluc­ tuaban durante el año. En toda Europa (y el patrón habría sido el mismo en otros lugares) el mejor momento del año sería el de la cosecha (suponiendo que su nivel fuese razonablemente bue­ no), que sería una época de celebración y de ingerir más comi­ da que de costumbre. El invierno era una mala época, pero la peor era al empezar la primavera, antes de que estuviesen dis­ puestas las primeras cosechas y cuando las reservas de alimen­ tos que quedaban del año anterior estaban en sus niveles más bajos. Estos problemas se veían exacerbados por cualquier brote epidémico entre los animales (que podían extenderse rápida­ mente entre unos rebaños con frecuencia subalimentados), como la epidemia de peste bovina que se extendió desde Rusia hasta Europa oriental entre 1709 y 1714 y que mató a un millón y me­ dio de cabezas de vacuno. Para los seres humanos, un estado permanente de dieta pobre provocaba desnutrición crónica, pro­ pensión a la enfermedad y un continuo alto nivel de mortandad. Por ejemplo en Francia, a finales del siglo xvii, de un quinto a un cuarto de la población moría antes de su primer cumpleaños, la mitad antes de cumplir los veinte y sólo uno de cada diez vi­ vía hasta los sesenta. Este nivel endémico de dieta inadecuada y desnutrición para la mayoría de los habitantes del mundo con frecuencia se con­ vertía en un desastre con la aparición de hambrunas, que nor­ malmente se debían a las pérdidas de las cosechas provocadas por el mal tiempo. En China, en dos mil años entre el 108 antes de J.C. y el 1910, hubo 1828 años (más del 90 por ciento del to­ tal) en los que se registraron hambrunas en al menos una pro­ vincia del país. En Francia, entre el año 970 y el 1100 hubo seis años de hambre (casi un 45 por ciento del total en un momen­ to de creciente producción agrícola), y en Toscana, entre 1351 y 1767 hubo 111 años de hambre y sólo 16 de buenas cosechas

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(menos del 4 por ciento del total). En Etiopía, en los doscientos años posteriores a 1540, hubo diez grandes hambrunas que afec­ taron a todo el país. En Francia el índice general de hambre que afectó a todo el país fue alto entre los siglos x y xviii. En ese pe­ ríodo, el peor siglo fue con diferencia el XI, con veintiséis ham­ brunas que afectaron a todo el país, pero la ausencia de una me­ joría global en la situación queda demostrada por el hecho de que el siglo xviii tuvo el segundo peor índice con dieciséis ham­ brunas. El mejor siglo, o el menos malo, fue el xii (momento en que se estaban poniendo en producción- nuevas tierras) con sólo dos hambrunas, seguido por el xiv que tuvo cuatro, una mejora debida en gran medida al hecho de que la población se vio drás­ ticamente reducida por la peste a partir de 1346. Cuando las pro­ visiones de alimentos descendían, la envergadura de la tragedia consiguiente podía ser inmensa. En 1696-1697, de un cuarto a un tercio de la población de Finlandia murió a consecuencia del hambre. Aproximadamente la misma proporción murió en Ben­ gala en 1769-1770, años en el que el número total de muertes rondó los 10 millones, y Etiopía sufrió una pérdida similar de su población entre 1888 y 1892. Los orígenes y efectos del hambre generalizada se pueden ilus­ trar con los acontecimientos de 1315-1317, cuando Europa expe­ rimentó sus peores escaseces en un momento en que la pobla­ ción estaba justo en el límite que el sistema agrícola podía so­ portar. En 1314, la cosecha fue razonable pero el tiempo atmosférico en 1315 fue espantoso, registrándose lluvias en todas las estaciones. La cosecha de primavera se perdió en casi todas las áreas debido a que los campos estaban anegados, las cosechas estaban enterradas en lodo y la cosecha de heno no estaba lo su­ ficientemente madura ni seca cuando se cortó y almacenó. La producción fue de casi la mitad del nivel normal y lo que que­ dó era de baja calidad. A principios de 1316 las provisiones de alimentos ya eran bajas en toda Europa y se estaban comiendo las semillas de la siguiente cosecha. El invierno y la primavera volvieron a ser muy húmedos y la lluvia continuó durante el ve­ rano produciendo otra cosecha de casi la mitad del nivel normal. La consiguiente escasez de comida trajo la catástrofe a casi toda Europa. Los precios del trigo subieron al triple de su nivel nor­ mal, y en algunos lugares de escasez aguda eran más de ocho veces superiores. Esto hizo que muchos de los pobres ya no pu­

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dieran comprar alimentos y que quiénes tenían dinero a menu­ do tampoco pudiesen comprar, pero simplemente porque no ha­ bía comida, como descubrió por sí mismo Eduardo II cuando la corte llegó a Saint Albans en 1316. El rey de Bohemia perdió mi­ les de ovejas porque no podía comprar comida para ellas. Por toda Europa se mataron grandes cantidades de animales a medi­ da que se agotaban los alimentos. Los pobres morían en canti­ dades elevadas o recurrían al robo en un intento de conseguir comida; enormes bandas de campesinos hambrientos pululaban por la campiña. La comida que qúedaba era de muy baja cali­ dad; el pan se mezclaba con excrementos de palomas y cerdos, y se comían a los animales que habían muerto de enfermedad causando epidemias en la población humana. Algunos se vieron abocados a medidas aun más desesperadas, de lo que dan fe muchos testimonios de canibalismo generalizado en una zona que va de Inglaterra a Livonia en la costa del Báltico. En Irlan­ da, en 1318 se sacaba a los cadáveres de las tumbas para con­ seguir comida, y en Silesia se comían a los criminales ejecutados. Hubo incluso casos de personas que comían carne humana en 1319. Las enfermedades de los animales, probablemente causa­ das por la falta de alimento, aumentaron la carnicería, matando a casi un 70 por ciento de las ovejas en algunas zonas, y en los cuatro años transcurridos entre 1319 y 1322 murieron unos dos tercios de la población europea de bueyes. Sólo de forma muy lenta la mejoría del tiempo y de las cosechas trajeron algún ali­ vio a la catástrofe. Las condiciones a que se enfrentaban las sociedades agríco­ las, por completo dependientes de frágiles suministros de ali­ mentos durante una época de pérdida de cosechas, queda ilus­ trada de forma gráfica y desgarradoramente detallada en un re­ lato, contenido en el registro parroquial de Orslosa en el oeste de Suecia, de la terrible hambruna de finales del siglo xvi: «Durante la marea de mediados de verano de 1596 la tierra estaba profusamente cubierta con una hierba es­ pléndida y con mucho grano, por lo que todo el mundo pensaba que habría suficiente maíz en el país. Pero... cuando la gente estaba en el mercado de Skara [junio], hubo tanta lluvia y tanta inundación que,se llevó todos los puentes. Y con esa misma inunda­

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ción... el agua anegó los campos y los pastos, por lo que se arruinaron el maíz y la hierba, y quedó muy poco grano y muy poco heno... En invierno el gana­ do enfermó con el heno y la paja podridos que saca­ ban del agua... Lo mismo ocurrió con las vacas y los terneros, y los perros que se comían sus cadáveres también murieron. El suelo estuvo tres años enfermo, con lo que no podía aguantar ninguna cosecha. Des­ pués de estos castigos ocurrió que hasta quienes te­ nían buenas granjas echaron a sus jóvenes, y muchos incluso a sus propios hijos, porque no eran capaces de contemplar la miseria de verlos morirse de hambre en los hogares de sus padres y sus madres. Después los padres dejaron su casa y su hogar y se fueron donde pudieron, hasta que cayeron muertos de ham­ bre e inanición... La gente molía y picaba muchas co­ sas inconvenientes y las mezclaba con el pan: afre­ cho, barcia, corteza de árboles, escudete, ortigas, ho­ jas, heno, paja, musgo, cáscaras de nueces, tallos de guisantes, etc. Esto dejó tan débil a la gente y sus cuerpos tan hinchados que innumerables personas murieron. También muchas viudas fueron halladas muertas en los campos con la boca llena de hierbas y semillas que crecían en los campos... Los niños mo­ rían de hambre en los pechos de sus madres, pues no tenían nada que darles. Muchas personas, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, se vieron obligados por hambre a robar... A veces llegaban éstas y otras pe­ nalidades, y también el flujo de sangre [disentería] que dejaba a las personas en una situación tan grave que muchos murieron de ella». Europa se recuperó muy gradualmente de la constante ame­ naza del hambre. La hambruna de 1594-1597 afectó a todo el continente tras una sucesión de cuatro malas cosechas que una vez más provocaron una generalización del canibalismo y que la gente se comiera a los gatos y los perros. Ese período marcó las últimas hambrunas graves del sur de Inglaterra, aunque el norte del país aún se vio seriamente afectado en 1623 cuando, por ejemplo, en la población de Penrith murieron uno de cada ocho

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habitantes. Francia aún se vio gravemente afectada por el ham­ bre durante todo el siglo xvii y la primera década del xvm. En 1693-1694 murió alrededor del 10 por ciento de la población del norte de Francia: en el Auvergne esta cifra fue del doble, y el nú­ mero total de muertes pudo haber rondado los dos millones. En 1709-1710 se produjo una hambruna de proporciones similares y también afectó a gran escala a Prusia. La última crisis grave que afectó a toda Europa llegó en 1816-1817. Aunque debida en par­ te a los trastornos provocados por las guerras napoleónicas, sus principales orígenes estaban en el pésimo tiempo que se exten­ dió por todo el continente (también afectó a Estados Unidos), probablemente como consecuencia de la gran cantidad de polvo volcánico que había en la atmósfera después de la erupción del volcán Tomboro en Indonesia en 1815. Durante todo el verano el tiempo fue frío (julio fue el más frío de la historia) y la lluvia fue un 50 por ciento superior a la media. En Inglaterra, dos ter­ cios de la lluvia de ese año cayó en verano durante los meses de julio, agosto y septiembre. Como resultado, la cosecha se retrasó seis semanas y la cosecha de vino fue la más tardía jamás cono­ cida, iniciándose en noviembre en algunos lugares. La pérdida de las cosechas fue generalizada, los precios del trigo se duplicaron respecto a su ya alto nivel, y los salarios reales de campesinos y obreros descendieron drásticamente. El resultado fue la aparición de disturbios generalizados por hacerse con comida en Inglate­ rra, Francia y Bélgica en 1816 y en la mayor parte del continen­ te al año siguiente. Las tasas de mortandad subieron, aunque no fueron tan altas como en hambrunas anteriores, y aumentó el nú­ mero de epidemias, especialmente en el sur de Europa. La última gran hambruna que golpeó a Europa llegó unos treinta años después en Irlanda. Las condiciones económicas y sociales y su frágil base agrícola eran en muchos aspectos simi­ lares a las del resto de Europa unos siglos antes. La causa del hambre era la presión de la población sobre la tierra disponible. La población de Irlanda se multiplicó por diez entre 1500 y 1846, pasando de 800.000 personas a ocho millones y medio, y las prácticas hereditarias habían provocado la aparición de un gran número de propiedades muy pequeñas de una media de 200 me­ tros cuadrados. Había también unos 650.000 trabajadores sin tie­ rras que vivían en estado de permanente miseria, y la mayor par­ te de la población rural ocupaba miserables chozas de una sola

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habitación. La necesidad de conseguir alimentos de diminutas parcelas de tierra estimuló la adopción de la patata como culti­ vo, universalmente considerada en toda Europa como comida de pobres. Doscientos metros cuadrados de tierra en los que única­ mente se cultivasen patatas podían abastecer a una familia de una dieta monótona pero que aportaba un nivel mínimo de nu­ trición. A principios del siglo xix las patatas acaparaban casi el 40 por ciento del total de la zona de cultivos de Irlanda, y era el único alimento de casi la mitad de la población. Sin embargo, la patata era un cultivo propenso a muchas enfermedades y no se adaptaba bien a crecer en el clima húmedo del noroeste de Eu­ ropa. Las plagas y el mal tiempo provocaron una pérdida gene­ ralizad de las cosechas entre 1739 y 1741 y murieron unas 500.000 personas. Hacia la década de 1830 las malas cosechas se estaban convirtiendo prácticamente en norma, lo que hacía que hasta en años buenos una alta proporción de la población estu­ viese al borde de la inanición, particularmente a comienzos del verano, antes de que la nueva cosecha estuviese dispuesta. La catástrofe se desató con la llegada en junio de 1845, pro­ cedente de América, de la roya de la patata, un tipo de enfer­ medad causada por hongos que provoca un veloz deterioro en plantas sanas y que se extiende rápidamente en las condiciones meteorológicas apropiadas. Puede destruir toda una cosecha y hacer que los tubérculos se pudran durante su almacenaje. Para agosto la enfermedad se había extendido por toda Europa, y du­ rante los dos años siguientes prácticamente no se vendieron pa­ tatas en ningún sitio. La pérdida de la cosecha de 1845 en Irlan­ da sólo fue parcial, pero la de 1846 fue prácticamente total. Las consecuencias humanas de esa pérdida en Irlanda fueron en gran medida el resultado de las políticas adoptadas por el gobierno británico y de su determinación a no interferir en las actividades del mercado libre de comida. Se revocaron las Leyes del Maíz para permitir la importación de grano (en parte porque la cose­ cha inglesa había sido mala). Aunque se importó una gran can­ tidad de grano, el problema era que el empobrecido campesina­ do irlandés tenía poco dinero para comprar trigo o maíz, y a me­ nudo ni siquiera utensilios para cocinarlo. Al mismo tiempo se exportó una gran parte de la cosecha irlandesa de grano, con fre­ cuencia bajo protección armada. En el momento de más hambre durante el verano de 1846, el gobierno interrumpió todos los ser­

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vicios públicos de beneficencia para que el pueblo dejase de de­ pender del auxilio del Estado. Los únicos servicios que se per­ mitieron tenían que pagarlos los distritos locales que, debido al hambre, tenían pocos ingresos con los que financiar estos pro­ yectos. La distribución de comida gratuita se dejó en manos de la iniciativa privada o a los esfuerzos voluntarios. Más avanzado el año se reinstauraron estos servicios, pero sólo para unas 500.000 personas, cuando incluso en un buen año habría unos dos o tres millones en la indigencia. Las reservas alimentarias del gobierno sólo se vendían a precio de "mercado con el fin de no vender más barato que los comerciantes privados. Hasta el in­ vierno de 1847 no hubo comedores gratuitos, aunque de forma paralela se interrumpieron todas las obras de beneficencia y las importaciones gubernamentales de alimentos. La consecuencia fue que, en total, murieron casi un millón de personas bien por efecto directo de la falta de alimento o por el consiguiente bro­ te de enfermedades que afectaron a la desnutrida población. Otro millón de personas emigraron durante el período de ham­ bre e inmediatamente después, a menudo en condiciones la­ mentables. Hacia finales del siglo xix otros tres millones se habí­ an ido de Irlanda y la población de la isla era de cuatro millo­ nes y medio de personas, casi la mitad de las que había a mediados de la década de 1840. La hambruna irlandesa ilustra dos importantes aspectos del problema del suministro de alimentos. En primer lugar, que se­ guía siendo posible en una zona supuestamente avanzada del mundo como la Europa del siglo xix que un millón de personas muriesen de hambre. En segundo lugar, que el hambre no es una simple cuestión de escasez de comida. En Irlanda había mucha comida; quienes murieron no podían permitirse comprarla y las autoridades no estaban dispuestas a regalársela. La cuestión de quién tiene derecho a obtener comida (ya sea comprada o rega­ lada) se ha constituido en componente crucial del análisis con­ temporáneo de las recientes hambrunas del Tercer Mundo. En casos como las recientes epidemias de hambre de Etiopía, el Cuerno de África y el Sahel normalmente hay mucha comida en el país y también continúan las exportaciones, Por ejemplo, en 1943 en Bengala (año en el que murieron de hambre unos tres millones de personas) la gente moría a pesar de las bien abaste­ cidas tiendas que eran protegidas de los saqueos por la policía y

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el ejército. En Rusia, en 1911-1912 hubo una gran hambruna que afectó a seis regiones del país, pero pese a la inanición y las muertes generalizadas una quinta parte de su ingente producción de grano se exportaba a Occidente (casi una cuarta parte del co­ mercio mundial de grano). En la Unión Soviética, a principio de los años treinta, los campesinos morían porque el gobierno se apropiaba de las cosechas para alimentar a las ciudades y para conseguir que las exportaciones financiasen las importaciones necesarias para el proceso de industrialización. Pero no es éste un fenómeno exclusivamente contemporáneo; se pueden encon­ trar procesos similares a lo largo de toda la historia. En su sentido más profundo, el problema del hambre tiene su origen en el cambio de actitud hacia la comida que se re­ monta a la aparición de la agricultura. Los grupos dedicados a la recolección y la caza no ven la comida como algo enfocado al comercio sino como un bien al que tiene derecho todo el que pertenezca al grupo. El problema de la titularidad apareció cuan­ do la propiedad de la tierra y la comida se convirtió en norma al aparecer las sociedades agrícolas sedentarias. La dependencia de estas sociedades de una variedad limitada de cosechas aumen­ tó el riesgo de pérdidas, y cuando esto ocurría los miembros más pobres de la sociedad se veían incapaces de conseguir alimento. El problema del acceso a la comida ya aparece en los prime­ ros testimonios sobre hambrunas de las sociedades antiguas, aun­ que en algunos casos, y la última gran hambruna medieval de 1315-1317 es probablemente un ejemplo de ello, hubo una esca­ sez absoluta de comida. El problema del acceso a la comida aparece con claridad por toda Europa una vez que se dispone de informes contemporá­ neos. La respuesta más frecuente de quienes padecían una inca­ pacidad para comprar comida a precios que ellos pudiesen pa­ gar era volverse en contra de los comerciantes, a los que acusa­ ban de retirar los productos del mercado o de sacarlos de la región y llevárselos a zonas donde se pudiesen vender a precios aún mayores. Temerosos de la inquietud social, los gobiernos in­ tervenían a menudo para intentar distribuir alimentos, particular­ mente en los pueblos importantes. Ocasionalmente intentaban comprar alimentos o forzar a los comerciantes a venderlo, pero la respuesta normal a la escasez desde la antigua Grecia y Roma hasta la Europa medieval y comienzos de la Europa moderna fue

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intentar fijar los precios. Esto raramente tuvo éxito y con fre­ cuencia resultó contraproducente, haciendo que los alimentos fuesen retirados del mercado. La dimensión y la frecuencia de los brotes de descontento popular queda ilustrada en una serie de revueltas que se produjeron en diversas ciudades de Francia a fi­ nales del siglo xiv y comienzos del XV; hubo violentas protestas contra los comerciantes que se llevaban de la zona los alimentos en Bayona (1488), Montauban y Moissac (1493), París (1500), Agen (1514) y Lyon (1517). Durante al menos otros tres siglos es­ tos acontecimientos se repitieron constantemente por toda Fran­ cia (y otras zonas de Europa). Los temores y percepciones de la población sobre el abastecimiento de comida y sobre aquellos que creían que la estaban retirando del mercado fueron un fac­ tor determinante que influyó sobre las acciones de las masas du­ rante muchos episodios cruciales de la Revolución Francesa. Las mismas reacciones a la escasez de alimentos se siguen aprecian­ do durante la crisis agrícola que afectó a Europa en 1816-1817. Por ejemplo, en 1816 en Dumfries, Escocia, la multitud se apo­ deró de la harina de avena en los muelles cuando la estaban car­ gando en los barcos para exportarla y se la llevaron a la ciudad, donde obligaron a venderla al público a precios que conside­ raban razonables. Un año después, en Toulouse, las masas de­ tuvieron la exportación de grano e impusieron su venta en la ciudad. Una existencia bajo la constante amenaza de la muerte por inanición, y enfrentados a la realidad diaria de una dieta inade­ cuada y de la desnutrición, ha sido la suerte común de la hu­ manidad desde la aparición de la agricultura. Muy lentamente, en unas cuantas zonas del mundo, algunas sociedades (principal­ mente Europa y sus colonias de Norteamérica y Australasia) con­ siguieron salir de esta lucha por la supervivencia. Lo consiguie­ ron como resultado de una combinación de acontecimientos que les permitieron disponer de cantidades mucho mayores de comi­ da. A lo largo de los siglos, una serie de mejoras a gran escala aumentaron lentamente el rendimiento y la productividad agríco­ la. Desde que se dispone de documentos se puede detectar una lenta mejoría en la producción y en la eficacia europea de los seiscientos años posteriores al 1200: en 1800 las producciones eran unas dos veces y media superiores. Esto se debió a muy di­ versos cambios. Aumentó la diversidad de cosechas de forraje,

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las legumbres cada vez se usaban más para mejorar la fertilidad, la mejor alimentación de los animales y un mayor número de hí­ bridos aumentaron la producción, las rotaciones se volvieron más complejas y los abonos se generalizaron a medida que se consi­ guió alimentar a más animales durante los meses de invierno. Igual de importante, sin embargo, fue la introducción de nuevas cosechas y animales, que ensancharon la base agrícola, dieron una mayor estabilidad contra las pérdidas de cosechas y mejora­ ron la producción de alimentos. Algunos de estos cambios fueron consecuencia de la lenta difusión de animales dentro de una zona limitada, particularmente desde el sur de Europa hasta las zonas del norte. Por ejemplo, los romanos introdujeron el pollo desde la región mediterránea hasta el noroeste de Europa y la uva blanca hasta el valle de Moselle. Los conejos fueron intro­ ducidos en Gran Bretaña procedentes del sur de Europa como animal domesticado en el siglo XII y no se hicieron salvajes has­ ta más tarde. Los faisanes y el gamo también se introdujeron por esta época, aunque este último no se convirtió en animal salva­ je hasta la década de 1920. Pero los grandes cambios en la dis­ tribución de plantas y animales en el mundo se produjeron en dos fases: en el mundo islámico desde el siglo vil al x y después de los primeros contactos europeos con las Américas a partir de 1492. Hasta el siglo xvi después de J.C. no hubo contacto entre los sistemas agrícolas de Europa y las Américas. Los diversos impe­ rios que dominaron Mesopotamia tuvieron numerosos contactos con la India occidental (y a menudo controlaron partes de la zona), pero muy pocos con estados más orientales. Incluso en una época en que tanto el Imperio Romano como el Han esta­ ban en su momento de mayor apogeo sólo hubo una pequeña cantidad de contacto entre ellos (poco de este contacto fue di­ recto) y siguieron desarrollándose de forma independiente. El rápido ascenso del Islam tras la muerte de Mahoma en 632 y la conquista de la mayor parte del Próximo Oriente, el norte de África, España, Armenia, Georgia, Afganistán y el noroeste de la India a principios del siglo vm no desembocó en la creación de un imperio unificado duradero, pero sí produjo una extensa zona de considerable uniformidad cultural que extendió su in­ fluencia al sureste de Asia y a lo largo de la costa oriental de

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DISTRIBUCIÓN MUNDIAL DE COSECHAS Y ANIMALES Principales centros de difusión de las cosechas y animales básicos Suroeste asiático

Caña de azúcar Arroz Naranja Limón Lima Espinaca Berenjena Plátano

Europa

Américas

Trigo Cebada Avena Ovejas Vacuno Caballo Cerdo Abeja Conejo

Maíz Tabaco Patata Tomate - Mandioca Cacao Caucho Piña Aguacate Pimienta Calabaza Chayóte Sisal

África

Trigo duro Sorgo Café

África mediante lazos comerciales. La creación del imperio islá­ mico y su red comercial provocó una difusión sustancial de las cosechas desde el suroeste de Asia y la India en dirección oeste hasta el Próximo Oriente, la región mediterránea y finalmente a zonas del sur de Europa. La India fue un centro importante para la transmisión, especialmente tras la conquista de Sind el año 711, y Omán también fue una zona importante donde los culti­ vos subtropicales del suroeste de Asia se aclimataron gradual­ mente a las nuevas condiciones de crecimiento. Desde estos cen­ tros los nuevos cultivos se extendieron hasta el norte de África, llegando algunos de ellos hasta España y penetrando otros en el África occidental, avanzando a lo largo de las rutas comerciales hasta la costa oriental de África hasta llegar a Zanzíbar y después a Madagascar. Algunos de los cultivos, como el cocotero, sólo podían cre­ cer en climas subtropicales, y por tanto no avanzaron más allá de la zona del Golfo Pérsico y del este de África, pero la mayo­ ría se estaban aclimatando gradualmente a las nuevas condicio­ nes de crecimiento en una extensa zona. El más importante de estos cultivos para la futura historia de la agricultura mundial fue la caña de azúcar. Fue llevada de la India a Mesopotamia en el siglo vil, y después se extendió hacia el oeste hasta Levante,

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Egipto y las islas del Mediterráneo oriental, especialmente Chipre, hacia el siglo x. Debido a la gran cantidad de mano de obra que hacía falta en las plantaciones, la esclavitud se convirtió en la base para el cultivo de la caña de azúcar en las zonas domina­ das por los europeos desde Chipre hasta las islas del Atlántico y las Áméricas. Casi tan importante como la caña de azúcar fue la lenta difusión del trigo duro desde Etiopía al Mediterráneo, don­ de se convirtió en parte esencial de la dieta del norte de África (cuscús) y de Italia (pasta) a partir del,siglo xiil El arroz también se difundió desde el Próximo Oriente a extensas zonas de Áfri­ ca, y llegó al valle del Po en el norte de Italia a finales del si­ glo xv. Los cítricos, la naranja amarga, el limón y la lima, los lle­ varon los comerciantes islámicos desde el suroeste de Asia (aun­ que son originales de la India oriental) hasta el Mediterráneo, donde su cultivo se extendió rápidamente, llegando a Sevilla, en el sur de España, hacia el siglo x. El sorgo, que se había difun­ dido originariamente desde África a la India alrededor del 2000 antes de J.C., se trasladó hacia el oeste hasta el norte de África y España. Verduras como la espinaca y la berenjena pasaron des­ de Persia hasta la India y el norte de África y finalmente llega­ ron a España hacia el siglo XI. Los nuevos cultivos difundidos por el mundo islámico y fue­ ra de él no transformaron la agricultura; no proporcionaron más que unas cuantos cultivos principalmente suplementarios. Un cambio mucho más radical tuvo lugar tras la conquista por par­ te de los españoles de las islas del Caribe y los Imperios Azteca e Inca a principios del siglo xvi. Los europeos que llegaron a co­ lonizar las Américas llevaron consigo sus propios cultivos y ani­ males (trigo, caña de azúcar, vacuno, ovejas y caballos). Duran­ te este proceso alteraron significativamente el medio ambiente (una historia que se analizará en detalle en posteriores capítulos). Pero igual de importantes fueron las consecuencias de llevarse consigo a su vuelta cosechas americanas hasta entonces desco­ nocidas que influyeron sobre la agricultura no sólo de Europa sino también del Próximo Oriente, India, África y China. Las dos innovaciones más importantes procedentes del «Nuevo Mundo» fueron los elementos dietéticos básicos de Centroamérica y Perú, el maíz y las patatas. El maíz era un cultivo sumamente produc­ tivo (la producción era prácticamente el doble que la del trigo) pero tardó mucho tiempo en extenderse, particularmente en Eu­

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ropa, incluso después de la aparición de variedades nuevas, po­ siblemente debido al mal clima de la zona durante el «Período Glacial Breve». El punto central para la dispersión del maíz fue la zona mediterránea, donde se podía cultivar sin dificultad. Resul­ tó particularmente apropiado para las condiciones de Egipto, donde se convirtió en cultivo básico hacia el siglo xvn. En Euro­ pa no llegó a los Balcanes hasta el siglo xvm, y su avance hacia el norte tuvo que esperar a la mejoría del clima en las zonas de la meseta y a la aparición de variedades capaces de crecer en condiciones más frías y en una estación de cultivo más corta. El maíz no se conoció en la India hasta principios del siglo xix, pero a partir de ese momento se difundió con gran rapidez. Chi­ na sin embargo adoptó el maíz muy a principios del siglo xvi, y pronto se convirtió en el principal cultivo alimentario de las zo­ nas mesetarias del suroeste del país, pero no llegó al norte has­ ta tres siglos después. El gran atractivo del maíz era su alta pro­ ducción, que permitía alimentar a más personas con la misma cantidad de tierra. En China, concretamente, fue importante en un momento en que el arroz había comenzado a alcanzar sus lí­ mites naturales. En el siglo XVII el arroz constituía aproximada­ mente el 70 por ciento de la producción nacional de alimentos, pero hacia principios del siglo xx había descendido a menos del 40 por ciento, según crecían en importancia los cultivos de ori­ gen americano. El maíz también llegó al África occidental proce­ dente de Brasil en el siglo xvi, y rápidamente reemplazó al mijo y al sorgo para convertirse en componente central de la dieta de­ bido a su mayor productividad. La adopción de la patata como cosecha principal fue un pro­ ceso tan prolongado como la difusión del maíz. Llegó a España en 1570, a Inglaterra y Alemania a finales del siglo XVI y a Escandinavia unos cien años después, y se introdujo en Norteamé­ rica procedente de Europa en 1718. Parece que la mayor parte de la población no se acostumbró rápidamente a comer patatas, y originalmente se cultivabañ como forraje más que para el con­ sumo humano. En Europa, la patata se constituyó en elemento alimenticio básico solamente en Irlanda y en algunas zonas de los Balcanes con anterioridad al siglo xix. Su principal ventaja —la capacidad de dar una gran cantidad de alimento con una pequeña extensión de tierra— era ampliamente reconocida, pero la patata normalmente sólo se adoptó tras el fracaso de otras co­

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sechas. La otra cosecha principal de las Américas que se adoptó profusamente fue una planta tropical, la mandioca. A principios del siglo xvn fue llevada desde Brasil al continente africano, don­ de sus altísimos rendimientos junto con su resistencia a la sequía y a las plagas fueron rápidamente valorados. Una vez compren­ didos los problemas relacionados con su conversión en alimento comestible eliminando los componentes tóxicos, entró a formar parte vital de la dieta de las zonas tropicales, llegando a ser es­ pecialmente importante en el siglo xix. En esta época los agri­ cultores la adoptaron también en el sur de la India. Aparte de los cultivos principales de maíz, patata y mandioca, las Américas también aportaron importantes cultivos suplementarios. Especial­ mente destacable fue el tomate, adoptado inicialmente en la zona mediterránea (y también en India y el Próximo Oriente) y más tarde en el norte conforme se fueron consiguiendo variedades capaces de crecer en un clima más frío y con estaciones más cor­ tas. (Europa produce ya alrededor del 40 por ciento de la cose­ cha mundial de tomate.) Se adoptó rápidamente una amplia va­ riedad de alubias (importante fuente de proteínas), al igual que hierbas aromáticas y especias como el chile, hasta el punto que ahora se ven como partes integrantes de la cocina «local» de mu­ chas zonas del mundo y especialmente de la India. Un gran efecto beneficioso de la difusión de nuevos cultivos fue que la base de subsistencia de muchas sociedades, que a me­ nudo era estrecha y por tanto sumamente vulnerable, se vio am­ pliada, y esto redujo el riesgo de catastróficas pérdidas de cose­ chas y de hambrunas. Otro importante beneficio fue de orden nutritivo. No sólo se disponía de una mayor variedad en las po­ bres y muy limitadas dietas de la mayoría de las personas; ade­ más muchos de los alimentos, particularmente plantas como los tomates y el chile, eran ricos en vitaminas y podían contribuir a reducir el riesgo de padecer algunas enfermedades carenciales. Sin embargo, en algunas zonas una excesiva dependencia del maíz (especialmente sin adoptar la forma americana de prepa­ rarlo y cocinarlo) produjo la enfermedad carencial de la pelagra. A pesar de las mejoras en fiabilidad, calidad y variedad asocia­ das con la introducción de nuevos cultivos, el problema básico seguía siendo el de la cantidad. Algunos de los cultivos más pro­ ductivos, especialmente el maíz y las patatas, mejoraron la pro­ ducción alimentaria, pero casi en todas las sociedades estos nue­

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vos cultivos no solucionaron el secular problema de mantener un equilibrio entre las cifras demográficas y la cantidad de alimento que se podía producir. En muchos casos los nuevos cultivos de mayor rendimiento, en lugar de proporcionar más calorías por persona tuvieron el efecto de permitir que la población creciese más rápidamente hasta alcanzar un punto en que se perdió el equilibrio con los suministros de alimentos, como ocurrió entre el campesinado irlandés cultivador de patata, antes del desastre del hambre. Muy lentamente, y en un pasadó relativamente reciente, unas cuantas sociedades empezaron a escapar de una situación en la que una gran parte de la población vivía de una dieta pobre ape­ nas suficiente para una subsistencia mínima y bajo la constante amenaza del hambre. Los primeros que se desligaron de este pa­ sado fueron los Países Bajos en los siglos xvi y xvn. Aquí la po­ blación se duplicó, pasando de alrededor de un millón en 1500 a dos millones en 1650, lo que requirió un gran ajuste en el sis­ tema agrícola. La producción alimentaria aumentó a medida que se iba poniendo en cultivo tierra nueva (parte de ella era com­ pletamente nueva, creada a partir de marismas desecadas o arre­ batándola al mar) y se introducían sistemas agrícolas más inten­ sivos (usando cosechas de trébol, legumbres y forraje junto con mayores cantidades de estiércol de los animales adicionales que se consiguió mantener). En este período, la agricultura holande­ sa era con toda seguridad la más productiva de Europa, con ren­ dimientos unos dos tercios más altos que en Inglaterra. Sin em­ bargo, gran parte de la comida adicional que requería la cada vez mayor población se importaba de las zonas semicoloniales pro­ ductoras de grano del Báltico gracias al dominio holandés del co­ mercio de la zona. Sin esta fuente adicional de alimentos es du­ doso que se pudiese haber alimentado a cantidades mayores de habitantes. Inglaterra adoptó gradualmente muchos de los mejorados mé­ todos agrícolas de los Países Bajos, de tal forma que a mediados del siglo xviii la producción aumentaba más rápidamente que la población. Pero este aumento resultó ser provisional mientras el país experimentaba un alto crecimiento demográfico sin prece­ dentes entre 1780 y finales del siglo xix, y una vez más la po­ blación amenazaba con rebasar la capacidad del empobrecido sistema agrícola inglés. El crecimiento rondaba el 1 por ciento de

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media anual, y la población de Inglaterra y Gales aumentó de 7 millones y medio en 1780 a 14 millones en 1831 y a 32 millo­ nes y medio en 1901. La respuesta de la agricultura inglesa a este aumento fue muy parecida a la del pasado; se puso en produc­ ción tierra nueva (un aumento cercano al 50 por ciento entre 1700 y 1850), se redujo la tierra en barbecho (equivalente a un aumento de otro 40 por ciento) y se cultivó comida de peor ca­ lidad (la zona dedicada al cultivo de patatas se multiplicó por tres y medio en la primera mitad del siglo xix). La productividad agrícola aumentó, en parte gracias a la difusión de las nuevas ideas introducidas en el siglo xviii, pero también por la intro­ ducción de más maquinaria, nuevos fertilizantes y nuevos pien­ sos como la torta de aceite (que se empezaba a generalizar en la década de 1820). Otro beneficio (efecto secundario de la gran cantidad de mano de obra barata de que se disponía en el país) se consiguió con un aumento de la escarda. La población rural aumentó rápidamente durante este perío­ do (casi duplicándose) generando una enorme presión social de­ bido al aumento de las rentas y los precios. La pobreza era cada vez mayor, especialmente en el este y el sur del país donde se introdujo nueva maquinaria, y el número de personas que de­ pendían de las patatas aumentó a unos dos millones. Sólo el tras­ lado de una gran parte de la población rural a las nuevas ciuda­ des industriales en busca de empleo evitó una gran crisis rural a principios del siglo xix. Aun así, hacia la década de 1840 sólo se habían logrado mejoras de menor entidad en los niveles de sub­ sistencia para la mayor parte de la población. Este período, mar­ cado por el triunfo del interés industrial sobre el agrícola con la revocación de las Leyes del Maíz en 1846, asistió al inicio de la importación de alimentos. En la década de 1840, alrededor del 5 por ciento de los alimentos que se consumían en Gran Bretaña eran importados. A finales de siglo la situación se había trans­ formado: el 80 por ciento del grano destinado al consumo hu­ mano, el 40 por ciento de la carne y el 72 por ciento de los pro­ ductos lácteos eran importados. Fue este recurrir a otros países para que suministraran los alimentos que Gran Bretaña necesita­ ba lo que habría de dar una solución al perenne problema de alimentar a una población en rápido crecimiento y de aumentar la cantidad de comida disponible por persona. La experiencia de Europa a principios del siglo xix demues­

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tra que el proceso de huir de los problemas del pasado fue len­ to y esporádico. Los problemas fueron particularmente agudos durante el período comprendido entre 1815 y alrededor de 1850, y el crecimiento demográfico había alcanzado el máximo de po­ blación que podía ser mantenida, con una subdivisión en rápido aumento de las tierras que se poseían, aumentando las rentas y los precios y por tanto reduciendo los salarios reales, y con la adopción de alimentos de inferior calidad como la patata. A prin­ cipios del siglo xix la respuesta del sistema agrícola fue también muy parecida, un aumento en la zona cultivada aun cuando esto supusiese usar más tierra marginal y reducir la cantidad de tierra en barbecho. Las técnicas agrícolas habían mejorado de forma bastante constante a lo largo de los siglos, pero en este período estas medidas apenas fueron suficientes para mantener la pro­ ducción de alimentos por cabeza. Parte de la presión se vio ali­ viada con la constante mejoría del clima a partir de 1850 y, en el caso de Inglaterra, con el traslado de la población a las nuevas ciudades industriales, mientras que en otros países, como Irlanda y Noruega, la emigración a Estados Unidos o hacia otros países era la única solución. La auténtica revolución en la situación alimentaria europea llegó a partir de 1850 con la importación a gran escala de comi­ da del resto del mundo y con el uso de recursos importados como el guano de Sudamérica y otros fertilizantes procedentes de los territorios coloniales para mejorar la productividad inter­ na. Esta solución no le fue posible a otras sociedades como Chi­ na que no tenían territorios coloniales que explotar y, por tanto, siguieron padeciendo los problemas tradicionales de desnutrición y hambre derivados de la presión demográfica. Una de las prin­ cipales razones del éxito de Europa en librarse de la larga lucha por sobrevivir que había dominado la experiencia de casi todas las sociedades desde la aparición de la agricultura, reside en su cambiante relación con el resto del mundo y, en concreto, en su habilidad para controlar una parte cada vez mayor de los recur­ sos mundiales.

CAPÍTULO

________7 Expansión del asentamiento europeo

La historia de la expansión del asentamiento europeo tiene dos fases —expansión interna, seguida por una colonización ex­ terior— que se pueden ver como partes de un solo proceso di­ rigido por el mismo tipo de presiones. El impacto combinado de estos dos movimientos ha formado, en efecto, el mundo moder­ no. Transformaron Europa haciendo que pasara de ser una de las sociedades más atrasadas del mundo, como fue el caso hasta por lo menos el siglo xv, a ser la más avanzada, capaz y dispuesta no sólo a marcar el ritmo y la naturaleza del desarrollo del resto del mundo sino, también, por muy diversos medios, a imponer­ le cambios radicales. Entre estos cambios se encuentran la forma de pensar de las personas sobre el mundo que tenían a su alre­ dedor, el uso de los recursos naturales y la explotación de gran parte del resto del mundo en beneficio de los europeos. Los efectos aún se dejan sentir en todo el globo. Pero el efecto más llamativo e inmediato de la expansión del asentamiento europeo fuera de los límites del propio continente europeo fue su impac-

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to letal sobre los pueblos y las sociedades indígenas. La secuen­ cia de acontecimientos que se pusieron en marcha con la llega­ da de los europeos, a pesar de las diferencias entre las culturas nativas y el país de origen de los colonizadores, revela un patrón consistente. Si se interpretan los acontecimientos atendiendo a la difusión de cultura europea, el descubrimiento de nuevos terri­ torios y la construcción de imperios globales, entonces se puede ver como una historia de éxito. Si nos centramos en lo que le su­ cedió a los pueblos, las tierras y el medio ambiente en general, entonces se trata de una historia por completo distinta. A lo largo de la mayor parte de la historia, Europa, con ex­ cepción de la zona mediterránea, fue una zona atrasada. Los pri­ meros grupos dedicados a la recolección y la caza sólo se asen­ taron en la zona de forma intermitente y durante el último pe­ ríodo glacial, cuando las gentes que vivieron en el suroeste de Francia estaban haciendo sus grandes pinturas rupestres, la po­ blación local probablemente no superaba los 10.000 habitantes, con un total de unos 100.000 en toda Europa, aproximadamente un cinco por ciento de la población mundial. La aparición de la agricultura tuvo lugar fuera de Europa y sólo miles de años des­ pués se extendió por ella. Las primeras sociedades sedentarias surgieron en Mesopotamia y Egipto, y hasta mucho después no aparecieron en Europa sociedades jerárquicas complejas. Aún en­ tonces siguieron concentrándose en torno al Mediterráneo: la Creta minoica, Micenas, las Ciudades Estado de Grecia y sus co­ lonias, los imperios de Alejandro y sus sucesores, los etruscos y los cartagineses. Hasta el auge de Roma, estas sociedades más avanzadas no empezaron a controlar el norte y el oeste de Eu­ ropa, lejos del Mediterráneo. Aun con la aparición de la agricul­ tura, la población de esta zona periférica siguió siendo pequeña, quizá tres millones de personas en Francia, aproximadamente la mitad de esa cantidad en Alemania y apenas unos cuantos cien­ tos de miles en Gran Bretaña. En pleno Imperio Romano, alre­ dedor del 200 después de J.C., la población total de Europa era de unos 28 millones de personas (frente a casi el doble de Chi­ na y la India), pero una cuarta parte de ese total vivía en Italia, que por entonces aún era el centro del Imperio. El hundimiento del Imperio Romano en Occidente y la pér­ dida de control sobre el norte y el oeste de Europa en favor de los invasores germánicos supuso la continuación de la zona me­

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diterránea (especialmente en su parte oriental) como núcleo del fenecido Imperio y sucesora del Estado Bizantino. El auge del Is­ lam y el establecimiento del Imperio Omeya (que se extendía desde la India occidental hasta el sur de España) como la socie­ dad más sofisticada y avanzada del mundo occidental reforzó esta tendencia. La Europa del norte y el oeste siguió siendo una región atrasada de campesinos que vivían en grupos tribales y que formaban parte de pequeños reinos primitivos. El Imperio Carolingio (en torno al año 800) tuvo una corta vida, y la Euro­ pa occidental se vio de nuevo invadida por oleadas de coloniza­ dores y saqueadores, los vikingos y los húngaros. Sólo en unos cuantos lugares —la Ile-de-France, Inglaterra, Flandes y las zonas occidentales de Alemania— empezaron a emerger entidades po­ líticas más efectivas en los siglos x y xi. La Europa medieval aún era en sus comienzos un inmenso desierto con pequeñas aldeas en gran medida autosuficientes es­ parcidas por toda ella que apenas tenían unos pocos contactos muy limitados con el exterior. A lo sumo había unos 36 millones de personas en el año 1000, unos 5 millones de ellas en Francia y 4 millones en Alemania. Inglaterra tenía aproximadamente 1 millón y medio de habitantes (equivalente a una gran ciudad de hoy día); su condado más densamente poblado (Norfolk) tenía una población de unas 100.000 personas, mientras que otros como Kent, Hampshire, Sussex y Wiltshire tenían 40.000 (el equi­ valente a un pueblo moderno) y las zonas del oeste y el norte del país aún estaban menos pobladas. Fue en los trescientos años que comienzan en el 1000 cuando se produjo una enorme expansión de la zona colonizada y una transformación del pai­ saje europeo. La fuerza motriz que hubo detrás de esta expan­ sión fue un aumento muy rápido de la población de los 36 millo­ nes del año 1000 a más de 45 millones en 1100, más de 60 mi­ llones en 1200 y unos 80 millones en 1300. Esta duplicación de la población hizo necesaria una enorme cantidad de nuevas tie­ rras para producir alimentos suficientes. El problema de cultivar más alimentos y de poner en cultivo nuevas zonas se vio facili­ tado en este período por el clima relativamente cálido que se dio entre el siglo ix y alrededor de 1200. El ecosistema natural de la mayor parte del norte y el oeste de Europa es el bosque templado, donde predomina el roble y también tienen importancia el olmo, la haya y el tilo. La difusión

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de la agricultura en tres milenios a partir del año 5000 antes de J.C. contempló el primer clareo de los bosques naturales. En sus primeras fases, la agricultura europea se basaba en un sistema de tala y quema: se hacían cláreos y se cultivaba el suelo unos cuan­ tos años y después se dejaba que volviese a crecer una vez que la fertilidad inicial había descendido. Sólo con el lento creci­ miento de la población se establecieron campos permanentes. El sistema de tala y quema sobrevivió en las zonas de Europa que tenían menor densidad de población hasta tiempos relativamen­ te recientes. Aún en el siglo xvni, muchas zonas de Suecia y Fin­ landia realizaban sus cultivos talando árboles (aunque las cepas se dejaban en el campo para ahorrar mano de obra), cultivando cosechas durante cuatro o seis años y dejando después que la tierra se convirtiera en monte bajo y finalmente en bosque. De esta forma, el mismo suelo sólo se ponía en uso unas cuatro ve­ ces por siglo. Pero incluso en zonas donde se establecieron cam­ pos permanentes la población global seguía siendo baja, y por tanto la cantidad de clareo de bosques era limitada y siguió sién­ dolo aproximadamente hasta finales del siglo x. El proceso tuvo lugar aclarando el yermo y el bosque que rodeaba las aldeas existentes para crear nuevos campos y estableciendo nuevos asentamientos, a menudo poco más que chozas aisladas o case­ ríos en un principio, dentro de las zonas arboladas. Fue un pro­ ceso que ocurrió a lo largo de muchos siglos, pero su impacto último sobre el medio ambiente fue considerable. Los bosques cubrían originalmente alrededor del 95 por ciento del oeste y el centro de Europa. A finales del gran período de colonización me­ dieval este porcentaje se había reducido a alrededor del 20 por ciento. La cronología del clareo no fue idéntica en todas las zonas. Algunos de los primeros casos se dieron en lugares, como Borgoña, que estaban relativamente alejados de las invasiones de los siglos k y x y que comenzaron el proceso de crecimiento de­ mográfico antes que en otros lugares. En Brabante los francos se asentaron en las zonas boscosas en los siglos vi y vni, y más tar­ de las convirtieron en centros de producción de carbón vegetal; aquí ya en el año 800 se estaban destruyendo amplias zonas de los grandes bosques clímax. Otras regiones, especialmente las zonas nucleares de los reinos que empezaban a formarse, tam­ bién fueron aclaradas en una fase temprana. El clareo del bos­

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que de la Ile-de-France era casi total hacia el 1080, y gran parte del suroeste de Inglaterra había sido aclarado hacia el año 1086, cuando los nuevos gobernantes normandos elaboraron el Domesday Book } También otras zonas, como Cambridgeshire, que­ daron prácticamente deforestadas. Pero la dimensión de este temprano clareo estuvo lejos de ser total. Los Weald y los Chilterns, en el sureste, aún eran casi por completo bosque, y algu­ nas de las aldeas que aparecen en el Domesday Book tenían bos­ ques suficientes a su alrededor para dar forraje a 2.000 cerdos. En los siglos xi y xn el principal movimiento del asentamiento en Europa se dirigió hacia los bosques de las tierras bajas, favoreci­ do por la capacidad del nuevo arado pesado para cultivar los suelos más duros. En zonas alejadas de los principales centros de población, monasterios recién fundados, particularmente cistercienses, llevaron a cabo un extenso clareo, pero casi en todas partes fue la lenta creación de nuevos campos alrededor de nue­ vas aldeas y la creación de nuevos asentamientos en el bosque lo que conformó el paisaje. Hacia el 1200 la mayor parte de los mejores suelos del oeste de Europa habían sido aclarados de bosque, y los nuevos asentamientos se veían cada vez más for­ zados a dirigirse hacia zonas más marginales de arcillas pesadas o finos suelos arenosos. En Francia este movimiento se extendió por la región de Argonne, las tierras más altas de Lorena (espe­ cialmente alrededor del Moselle), los Vosgos, el centro de Beauce y los pobres suelos de la meseta de Bretaña. En Inglaterra las dunas cretáceas, que habían estado escasamente pobladas en 1086, tenían una alta densidad demográfica hacia mediados del siglo XIII. En el este de Europa, el principal movimiento de coloniza­ ción fue el de los pueblos germánicos hacia el este, a las tierras ocupadas por los eslavos. Duró desde el siglo x hasta alrededor del año 1300 y cambió el mapa étnico de Europa produciendo no una frontera clara sino una compleja mezcla de pueblos que ha complicado la historia de la zona desde entonces. Por lo ge­ neral, fue un movimiento de agricultores que aclaraban el bos1. N. del T.: censo elaborado bajo el mandato de Guillermo el Conquistador donde se recoge el nombre de los terratenientes de Inglaterra, indicando el valor y la extensión de sus posesiones.

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que y usaban el arado pesado en una zona donde los eslavos aún practicaban la agricultura de tala y quema, dando gran im­ portancia a la cría de ganado en conjunción con la caza y la pes­ ca. Las primeras fases del movimiento se produjeron entre los años 919 y 932 cuando los germanos se asentaron en la zona comprendida entre los ríos Elba y Saale. Después quedó deteni­ do por las invasiones húngaras, aunque Viena fue fundada en 1018. El principal avance hacia el este no comenzó en firme has­ ta mediados del siglo xn cuando se fundaron Holstein, Mecklenburgo y Brandeburgo. Una vez conseguido el control político mediante la guerra, los colonizadores se instalaron. Estaban or­ ganizados por agentes que actuaban para los diversos príncipes u obispos que controlaban la zona. Los agentes dividían la tierra, daban equipamiento a los colonos y construían aldeas y pueblos, a menudo con planos similares. Los agentes eran pagados con concesiones de tierra de los obispos y los príncipes. Sólo en el sur, con el avance a lo largo del Danubio, algunos de los asen­ tamientos se desarrollaron en torno a las minas en lugar de de­ dicarse a la agricultura. El movimiento hacia el este continuó has­ ta Livonia y Courland (1186), Riga (1201), Prusia oriental (1231) y hacia 1240 había llegado hasta el río Oder y Silesia, y por el sur hasta los montes Erzgebirge y Sudetes. Sólo hacia finales del siglo x i i i , momento en el que muchas de las mejores tierras ya estaban ocupadas, se debilitó el avance del movimiento. Por toda la zona los bosques habían sido aclarados y convertidos en cam­ pos siguiendo una política sostenida y deliberada de desarrollo. La actitud de los recién llegados la expresó el abad de Fellarich, uno de los nuevos asentamientos germanos, cuando dijo: «Creo que el bosque que linda con Fellarich cubre la tierra sin ningu­ na finalidad, y pienso que esto supone un perjuicio insostenible». La zona recién colonizada, particularmente aquellas partes de fá­ cil acceso a orillas de los ríos y hasta los puertos bálticos, pron­ to se convirtió en una importante región productora de grano que exportaba al oeste de Europa. La gran colonización interna de la Europa medieval se detu­ vo prácticamente en todas partes alrededor de 1300. La pobla­ ción era mayor que nunca, y probablemente era demasiado alta para que el sistema agrícola pudiese mantenerla a largo plazo. El clima también se estaba deteriorando. Los asentamientos del si­ glo x iii habían sido empujados continuamente hacia zonas mar­

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ginales donde las producciones eran bajas, lo que agravó el de­ sequilibrio entre población y alimentos. El descenso de la pobla­ ción europea que comenzó, como muy tarde, en los primeros años del siglo xiv impidió posteriores colonizaciones. De hecho la catastrófica pérdida de población durante la Peste Negra (en algunas zonas llegó a un tercio del total) y las reapariciones pe­ riódicas de la epidemia que se siguieron dando durante el resto del siglo xiv provocaron una acusada reducción de la zona colo­ nizada. En España se detuvo la Reconquista, que había alcanza­ do su punto culminante en el siglo x i i , mientras se creaban nue­ vas aldeas de campesinos cristianos detrás de la frontera militar a medida que los Reinos de Castilla, Aragón y Portugal avanza­ ban hacia el sur sobre los antiguos territorios árabes. No terminó hasta finales del siglo xv. Un avance similar, pero posterior, del asentamiento lo encon­ tramos en Rusia tras la recuperación del Estado ruso de las inva­ siones mongolas y su constante expansión desde el siglo xv en adelante. Al igual que en Europa occidental, se dio un proceso de clareo de los bosques a medida que aumentaba la población y se necesitaban nuevas tierras para cultivos. Hubo períodos de estancamiento e incluso de retroceso, las cifras demográficas de­ jaron de subir o incluso descendieron pero, en general, el pro­ ceso fue inexorable. A veces llegó a tener un impacto dramático y sumamente visible sobre el medio ambiente de un distrito en el espacio de unos cuantos años. Por ejemplo, en un distrito a orillas del Volga el área de tierra de labranza aclarada se multi­ plicó por cinco en los diez años transcurridos entre 1613 y 1622. Hacia finales del siglo x v iii , unas tres cuartas partes de la gran es­ tepa boscosa del norte había sido aclarada de árboles y arada. En el sur, colonizado más tarde, el clareo también llegó algo des­ pués; en una tercera parte la tierra había sido aclarada por com­ pleto hacia 1800, pero más del 80 por ciento de la tierra había perdido su capa forestal cien años después. Aparte de la pérdida de sus bosques naturales, el paisaje eu­ ropeo también ha sido transformado por la desecación de maris­ mas y pantanos y por la tierra arrebatada al mar. Algunos de los primeros proyectos de desecación los emprendieron los roma­ nos, tanto en Italia como en las provincias. En Gran Bretaña, por ejemplo, desecaron parte de The Fens, así como Otmoor, cerca de Oxford, pero muchos de los asentamientos de ambas zonas

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fueron abandonados tras el fin del gobierno romano. El reasen­ tamiento de la zona de The Fens comenzó en el período anglo­ sajón, y el Domesday Book recoge que a finales del siglo xr ha­ bía unas quince aldeas,en las tierras altas alejadas de la costa, protegidas por un dique costero artificial y un dique tierra aden­ tro, ambos de unos veinticuatro kilómetros de longitud. New Romney, el primer asentamiento de las marismas Romney en la costa sureste, se data en el año 1000, pero aquí el proceso de desecación parece haber avanzado en lentas etapas. Lo mismo ocurre con posteriores cambios producidos en la zona de The Fens. Aquí, mientras la población siguió creciendo también au­ mentó el número de asentamientos y la cantidad de tierra sa­ neada, particularmente en el período de 1150 a 1300. El llamado «dique romano», que se extendía a lo largo de unos 95 kilóme­ tros en torno a The Wash fue construido en este período, pero casi toda la tierra saneada y los nuevos asentamientos no tenían su origen en un esquema global, sino en el trabajo gradual y poco sistemático de las comunidades aldeanas, los terratenientes seculares y las grandes abadías de la zona. Hacia el siglo xiv, ésta era una de las zonas más prósperas de Inglaterra: la tierra sa­ neada proporcionaba pastos de alta calidad para los animales, turba para combustible (las excavaciones para la extracción de tur­ ba formaron la red de vías navegables conocidas como Norfolk Broads) y juncos para recubrir las casas. Otras zonas de Europa contemplaron proyectos similares de saneamiento a gran escala. En Francia, las marismas de Poitevin fueron desecadas después de 1100, y las de las cercanías de Arles unos cincuenta años des­ pués. En el valle del Po los trabajos continuaron desde principios del siglo xii, cuando los monjes de la abadía de Chiaravalle em­ prendieron una serie de proyectos de control del agua, hasta el siglo xv. El resultado fue una enorme zona de tierra nueva, el 97 por ciento de la cual era propiedad de grandes terratenientes (que financiaron gran parte de las obras) y donde los trabajado­ res, empleados a tiempo parcial en los nuevos campos de arroz, vivían en condiciones de extrema pobreza aun para los niveles de la época. Una lucha más amplia, difícil y duradera para crear nuevas tierras tuvo lugar en los Países Bajos. Hasta el siglo xvi casi to­ dos los esfuerzos se centraron en arrebatar tierra al mar, espe­ cialmente alrededor de los grandes estuarios fluviales. Una vez

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que el mar se había retirado de la zona, la tierra aportaba un ex­ celente suelo fértil, liso y sin piedras. El proceso, iniciado en Flandes y Zeeland alrededor del 900 y en Holanda unos tres­ cientos años más tarde, fue una respuesta al constante aumento demográfico y a la necesidad de más tierra agrícola. Cientos de pequeñas islas de los estuarios de los ríos y muy cercanas a la costa se convirtieron en islas más grandes, no trabajando conti­ nuamente hacia el exterior desde la costa, sino ampliando las is­ las existentes y formando islas nuevas en un proceso no planifi­ cado que creó un nuevo paisaje. A medida que se formaba nue­ va tierra, las zonas existentes se estaban perdiendo ante la invasión del mar. De hecho, parte del saneamiento comenzó como consecuencia secundaria de la construcción de barreras de defensa contra el mar para proteger la tierra baja existente en un momento en que los niveles del mar estaban subiendo en la zona. El actual Zuiderzee se creó entre 1250 y 1480 por anega­ miento, pero la pérdida de tierra más catastrófica se produjo en 1421. El «Elizabethvloed» del 19 de noviembre, que provocó la muerte de decenas de miles de personas, ocasionó la pérdida de­ finitiva de más de 16.000 hectáreas de tierra y creó la marisma de Biebosch en pólder hasta entonces fértil. En 1507, también se hubo de abandonar una gran cantidad de tierra fértil en la de­ sembocadura del río Ems. Durante el siglo xvi los holandeses dejaron de prestar aten­ ción a la costa y se centraron en el interior, iniciando en los Paí­ ses Bajos el largo proceso de desecación interna que ha conti­ nuado hasta la actualidad. Éste era un proceso técnicamente más complejo que arrebatar tierra al mar. Requería grandes cantida­ des de capital (aportadas por consorcios privados propietarios de las nuevas tierras) para construir molinos con los que llevar a cabo la considerable cantidad de bombeo necesario para reducir el nivel hidrostático; en el drenaje del Lago Beemster, en 1612, se utilizaron cuarenta y tres molinos para drenar sesenta y cua­ tro kilómetros cuadrados de agua de cuatro metros de profundi­ dad, con lo que se consiguieron 6880 hectáreas de tierra fértil. El momento cumbre de actividad en los Países Bajos se produjo en­ tre 1615 y 1640, y en conjunto se saneó un total de unas 162.000 hectáreas en los cien años posteriores a 1550. Algunos de los principales proyectos tardaron siglos en completarse; por ejem­ plo, el drenaje del Haarlemmermeer, iniciado en el siglo xvn, no

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se terminó hasta 1852. En el siglo xx el Estado ha emprendido proyectos aun de mayor envergadura, incluyendo grandes obras en el mar de Wadden y convirtiendo el Zuiderzee en un lago in­ terior (el Ijsselmeer) en 1932, seguido de un constante sanea­ miento de grandes secciones. Como consecuencia de este es­ fuerzo sostenido de modificación y control del medio ambiente, en los Países Bajos se han creado unas 810.000 hectáreas de tie­ rra desde el siglo xiii, con el resultado de que el cuarenta por ciento del país está ahora bajo el nivel del mar. Las sofisticadas técnicas desarrolladas por los holandeses en el siglo xvi también se aplicaron en otros países, en particular en Inglaterra. En la región de The Fens, a principios del siglo xvii, los grandes terratenientes recibieron amplios poderes para recla­ mar tierras, anular los derechos de otros pequeños terratenientes y suprimir derechos civiles. Se hizo responsables a los habitantes del mantenimiento de los nuevos trabajos, mientras que los es­ peculadores se llevaban los beneficios. El resultado fue una obra de gran envergadura, supervisada principalmente por un inge­ niero holandés, Vermuyden. Se abrieron nuevos canales y el Gran Ouse se desvió a lo largo de treinta y tres kilómetros (el curso de agua artificial más largo construido desde tiempos de los romanos). El resultado de gran parte de estos trabajos fue un desastre ecológico. No se tuvo en cuenta el encogimiento de la turba una vez eliminada el agua. La consecuencia fue que el nivel de tierra descendió y los ríos quedaron por encima de ella. Alrededor de The Wash, la costa también se extendió unos cin­ co kilómetros entre 1620 y 1770, e importantes áreas como la isla Canvey fueron arrebatadas al mar. Otros proyectos a gran escala emprendidos por Vermuyden, como los de la frontera entre Yorkshire y Lincolnshire, fracasaron y hubo que abandonarlos. En otras partes de Europa hubo otros proyectos de saneamiento en las zonas de Narbona y el estuario del Ródano, en el sur de Francia, a mediados del siglo xvi. Pero muchos de ellos no fue­ ron viables; el duque de Toscana intentó en vano desecar el Maremma, y en una gran zona del valle de Adige la cantidad de ma­ rismas aumentaron de hecho tras un intento chapucero de dre­ naje. Otros proyectos de drenaje a gran escala tuvieron que esperar hasta el siglo xx para poder ser realizados con éxito. En­ tre ellos se incluían las marismas de la llanura de Salónica, el del­

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ta del Ebro y las marismas Pontinas, todos ellos drenados en los años veinte de nuestro siglo. A pesar del aumento de población y de la gran extensión de la zona colonizada, la Europa de los siglos xni y xiv siguió sien­ do una región atrasada, al margen de los grandes avances de la historia mundial. China era el país más poblado y avanzado del mundo, y los Estados islámicos del Mediterráneo y el Próximo Oriente, a punto de ser reactivados por el Imperio Otomano, es­ taban culturalmente muy por delante de una Europa relativa­ mente empobrecida. Las Cruzadas fueron una empresa de corta vida, y el control cristiano del Levante, mantenido en muchas zo­ nas no más de unas cuantas décadas, pasó casi sin importunar al mundo islámico. En 1241, los mongoles llegaron al río Oder, y la Europa occidental sólo evitó la invasión posterior a la victo­ ria mongol en la batalla de Wahlstatt debido a la muerte del lí­ der mongol Ogodai y la consiguiente confusión interna dentro del Imperio. Sin embargo, unas décadas después los mongoles gobernaban el mayor imperio que jamás había visto el mundo y que se extendía desde el Volga en el oeste hasta China en el este, abarcando grandes zonas del suroeste asiático. El avance de los turcos otomanos en el siglo xiv destruyó la mayor parte de los últimos restos del Imperio Bizantino (que ya se había visto socavado por la conquista de Constantinopla por parte de los cristianos del oeste durante la Cuarta Cruzada en 1204), aunque Constantinopla consiguió sobrevivir hasta 1453- Pero los turcos siguieron avanzando hacia el oeste y derrotaron a los cristianos en la batalla de Nicopolis en 1396, extendiendo su control por la mayor parte de los Balcanes y conquistando más tarde Chipre y otras islas del Mediterráneo oriental. Al mismo tiempo los chinos también estaban explorando hacia el oeste; el almirante eunuco Cheng Ho dirigió siete flotas de sesenta y dos buques y 37.000 sol­ dados, entre 1405 y 1430, hacia veinte países tan alejados unos de otros como Kamchatka en el norte y la isla de Zanzíbar fren­ te a las costas orientales de África. De no ser por la muerte del emperador y la consiguiente lucha de facciones en la corte que provocó una nueva política de evitación de los contactos con el exterior, los chinos podrían haber «descubierto» gran parte del mundo antes de que lo hiciese Europa. La notoria transformación de la fortuna de Europa, que habría

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de desembocar no sólo en una remodelación del mapa político del mundo, sino en un amplio control sobre los recursos mundia­ les, comenzó en el siglo xv. La gran ventaja para los países de la Europa occidental fue que la exploración hacia el oeste no en­ contró ningún estado fuertemente organizado como los del Me­ diterráneo ni otros más orientales que fuesen capaces de hacer frente al poder europeo. España y Portugal, las primeras nacio­ nes que exploraron el Atlántico oriental e inauguraron el lar­ go período de expansión europea a ultramar, establecieron el control sobre las islas del Atlántico (Canarias y las Azores) en el siglo xv, y los portugueses siguieron bajando por la costa oes­ te de África. Una vez rodeado el cabo de Buena Esperanza en 1488, empearon a usar las ya bien establecidas rutas comerciales del océano índico para conseguir alimentos para su venta en Eu­ ropa. Los portugueses, con una población de sólo un millón y medio de habitantes, tenían poco poder militar y no consiguie­ ron desafiar seriamente a los estados ya existentes de la India y el suroeste de Asia. Consiguieron, no obstante, capturar unos cuantos emplazamientos comerciales clave —Goa (1510), Malaca (1511) y Hormuz (1515)—, siendo su principal objetivo no la conquista del territorio sino la explotación de la riqueza de la zona. Los españoles, que llegaron por el oeste al Caribe des­ pués del viaje de Colón en 1492, apenas encontraron en las di­ versas islas tribus relativamente primitivas. Al llegar al continen­ te hallaron Estados más avanzados en los Imperios Azteca e Inca pero, debido al lento desarrollo de sociedades complejas en las Américas, tecnológicamente estos imperios indígenas aún estaban por lo menos tres mil años por detrás de los europeos. La con­ quista, aprovechándose también de la disensión interna en los imperios, fue por tanto una tarea relativamente fácil incluso para el reducido número de españoles que participaron en ella. Los portugueses encontraron pueblos de un nivel equivalente a los de las islas del Caribe en Brasil, y pronto establecieron colonias a lo largo de la costa. La primera fase de la expansión europea, desde 1500 hasta aproximadamente 1700, se limitó prácticamente a las conquistas españolas y portuguesas del centro y el sur de América, a la co­ lonización del norte de América, principalmente por parte de bri­ tánicos y franceses, y a la extensión del comercio a lo largo de la costa africana y por el océano índico y el sureste de Asia. La

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segunda fase, que duró aproximadamente de 1750 a 1850, con­ templó la derrota de los franceses por parte de los británicos en la lucha por el control del subcontinente indio, el aumento del comercio entre Europa y China y la colonización de Australia y Nueva Zelanda. En la última fase, a partir de 1850, se concentró la atención en la división de África, y en 1919, tras la derrota del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial, Francia y Gran Bretaña impusieron su control sobre la mayor parte del Próximo Oriente. La última guerra europea de conquista llegó en 1935 cuando Italia derrotó al longevo imperio de Etiopía. Du­ rante todo este período hubo una ola de colonización europea que se extendió por todo el globo. Los colonizadores de Norte­ américa llegaron por el oeste hasta el Pacífico, se fundaron las nuevas colonias de Australia y Nueva Zelanda, y los asentamien­ tos coloniales de las costas de Sudamérica avanzaron tierra aden­ tro. De forma paralela a estos avances se produjo la gran ex­ pansión de Rusia, saliendo de su reducido enclave en el norte al­ rededor de Moscú. En 1552 y 1554 los kanates de Kazan y Astrakán en el Volga fueron conquistados, lo que permitió la co­ lonización de las regiones al sur y este de Moscú. Durante los tres siglos siguientes, los rusos del norte y los ucranianos del oes­ te llegaron a esta zona boscosa esteparia, y a principios del siglo XVIII una cuarta parte de la población rusa vivía en la región. A finales del siglo xvni, la derrota de los turcos permitió la coloni­ zación de las estepas de hierba de la zona del mar Negro. En la primera mitad del siglo xrx, los agricultores de las zonas de Ucra­ nia y el Volga pusieron en cultivo unos veinte millones de hectá­ reas de tierra nueva. Pero los rusos también estaban avanzando hacia el oeste. En 1581 cruzaron los Urales, y partidas de cómerciantes y pobladores avanzaron rápidamente por Siberia, cu­ briendo casi 5.000 kilómetros en sesenta años, fundando Tomsk en 1Ó04 y llegando a Ojotsk en la costa del Pacífico en 1649. Ha­ cia 1707 conquistaron Kamchatka y treinta años después se esta­ blecieron asentamientos en Alaska. Este proceso estaba nominal­ mente bajo el control del Estado, pero en la práctica, especial­ mente fuera de los pueblos, Rusia era una sociedad de fronteras similar a Estados Unidos. Aunque los españoles conquistaron fácilmente las sociedades del Caribe y los Imperios Azteca e Inca, la expansión de la co­ lonización europea fue un proceso lento. En África los nuevos

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asentamientos se limitaron en gran medida a los emplazamientos comerciales costeros hasta bien entrado el siglo xix. En China la influencia se restringió a unas cuantas estaciones comerciales hasta mediados del siglo xix. Incluso en Norteamérica, la coloni­ zación europea se centró casi en su totalidad en una zona al este de los Apalaches hasta aproximadamente 1800. Para esa fecha, sólo un pequeño número de europeos se habían asentado fuera de sus fronteras. La población blanca de Norteamérica era de unos 5 millones de personas, la de Sudamérica de unas 500.000 y la de Australia de 10.000 (Nueva Zelanda aún no había sido coloniza­ da). Pocos de ellos eran colonos libres. Unos dos tercios de los blancos que llegaron a América antes de la Revolución eran sier­ vos sin contratos obligados a trabajar para sus amos durante años antes de conseguir la libertad; si vivían lo suficiente, y muchos no vivieron. Hasta la década de 1830, la mayoría de los emi­ grantes que llegaron a Australia eran presidiarios y sólo Nueva Zelanda fue colonizada por completo por personas libres. La gran oleada de emigración europea no comenzó hasta la década de 1820, cuando las presiones combinadas de una población eu­ ropea en rápido crecimiento, unas deficientes reservas de ali­ mentos y un bajo nivel de vida (más un transporte mejor) fo­ mentaron la emigración. Entre 1820 y 1930 unos cincuenta mi­ llones de personas emigraron de Europa. Aparte de las White Highlands keniatas y Costa Rica, pocos se asentaron en los tró­ picos; la mayoría se dirigió a Estados Unidos y a las colonias blancas de Canadá, Australia y Nueva Zelanda, así como a Suda­ mérica. El mismo aumento puede apreciarse en el movimiento de personas desde Rusia hasta las escasamente pobladas y difíci­ les tierras siberianas. A principios del siglo xviii la población to­ tal de Siberia era de unas 250.000 personas (aunque los colonos europeos ya sobrepasaban en número a los nativos). Cien años después vivían allí un millón y medio de personas, y la cifra era de 9 millones en 1914. Ahora ya supera los 30 millones. La expansión de Europa provocó un complejo choque de cul­ turas. Las sociedades avanzadas, culturalmente seguras y que lle­ vaban mucho tiempo establecidas como la India y China sobre­ vivieron mejor, aunque al final sucumbieron en diverso grado al poder político, militar y económico europeo. (Sólo Japón consi­ guió mantener su independencia política y económica.) Los pue­

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blos que más sufrieron fueron las sociedades menos desarrolla­ das, en particular la población de los Imperios Azteca e Inca y los pueblos nativos de todo el globo que aún eran recolectores y ca­ zadores o agricultores primitivos. Muchas sociedades indígenas se desintegraron bajo la presión europea, cuando no fueron des­ truidas deliberadamente. La pura verdad es que los pueblos na­ tivos perdieron su tierra, su sustento, su independencia, su cul­ tura, su salud y en la mayoría de los casos sus vidas. A pesar de las diferencias de enfoque, los temas,comunes que dominaron las actitudes europeas hacia el proceso fueron el desprecio de la for­ ma de vida nativa y un imperioso impulso de explotar las tierras y a las personas. En todos los continentes, pueblos como los in­ dios nativos de América del Norte y del Sur, los aborígenes de Australia y los pobladores de las islas del Pacífico vieron cómo sus sociedades se hundían bajo la influencia europea. La historia de los nativos bajo el impacto de Europa es una historia de altí­ simas tasas de mortalidad provocadas por la enfermedad, el al­ cohol y la explotación junto con la desorganización social y el declive de las culturas nativas, especialmente bajo la influencia de los misioneros. Los europeos mostraron poco o ningún inte­ rés por las creencias o las costumbres nativas hasta que hace cien años los antropólogos empezaron a investigar los restos de las sociedades destrozadas. La rapidez con que se hundieron las vulnerables sociedades nativas de las Américas se puede apreciar claramente en los acontecimientos acaecidos en Santo Domingo, una de las prime­ ras islas que descubrió Colón. En el momento de la conquista es­ pañola, la población era de alrededor de un millón de personas, pero cuarenta años después, tras la intensa explotación, la escla­ vitud y las numerosas muertes ocasionadas por enfermedades eu­ ropeas, sólo quedaban unos cuantos cientos de nativos. Lo mis­ mo ocurrió a escala aún mayor en México tras la conquista es­ pañola de los aztecas en 1519. Allí la población descendió de unos 25 millones de personas a principios del siglo xvi a unos seis millones hacia 1550 y a un millón alrededor de 1600. La compleja cultura que se había desarrollado a lo largo de miles de años no pudo soportar tan catastróficas pérdidas. A la población le resultó imposible sobreponerse a este desastre, y su forma de vida y sus creencias se desintegraron. Muchos de los nativos su­ pervivientes fueron esclavizados aun cuando la esclavitud nativa

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era técnicamente ilegal en el imperio español desde 1542. Du­ rante la primera mitad del siglo xvi, más de 200.000 indios salie­ ron sólo de Nicaragua como esclavos. La esclavitud continuó du­ rante siglos dentro de las fronteras del imperio español; los arau­ canos del sur de Chile fueron utilizados como esclavos hasta 1680, y los apaches, los navajos y los shoshoni del norte hasta el siglo xek. Tras la conquista de los incas en Perú en la década de 1530, la población nativa descendió a aproximadamente una cuarta parte de su nivel anterior a la conquista bajo la presión de la extracción forzada de alimentos, la extinción de las manadas de llamas, las nuevas enfermedades europeas y la explotación de los trabajadores por parte de los poderes civiles y religiosos es­ pañoles. Se obligó a los nativos a desempeñar dos ocupaciones sumamente peligrosas. La primera, el cultivo de la coca, tuvo lu­ gar en las tierras bajas, donde a los nativos procedentes de los Andes les resultaba muy difícil vivir. Aproximadamente la mitad de los trabajadores murieron durante el período que pasaron en las plantaciones, la mayor parte de ellos por efectos del «mal de los Andes», una enfermedad de tipo verrugoso transmitida por un insecto que destruía la nariz, los labios y el cuello. La segunda zona donde los españoles explotaron a los trabajadores nativos fue en la mina de plata de Potosí, a 3-600 metros de altura en los Andes. Esta mina fue descubierta en 1545 y se introdujo mano de obra forzosa en 1550, cuando los españoles ya sabían que los esclavos africanos no podían vivir a esta altura. A prin­ cipios del siglo XVH se llegó a emplear a unos 60.000 trabajado­ res indios en condiciones lastimosas. Se les obligaba a permane­ cer bajo tierra durante una semana seguida sin salir a la superfi­ cie. No es de extrañar que estas condiciones, junto con las miserables raciones de comida que recibían y el uso de mercu­ rio altamente tóxico en el tratamiento de los metales, produjese una tasa de mortandad sumamente elevada. Tanto en México como en Perú la cultura indígena quedó destruida, gran parte de ella simplemente para conseguir un botín. Casi todos los grandes tesoros de los Estados azteca e inca fueron fundidos y embarca­ dos hacia Europa. En total, entre 1500 y 1650 España importó unos 200.000 kilos de oro y dieciséis millones de kilos de plata de las Américas. Como los españoles, la mayoría de los portugueses veían a los indios como bestias inferiores que habían de ser explotadas

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al máximo. Los misioneros querían sus almas (pero también sus cuerpos para el trabajo), y otros simplemente querían sus tierras y su trabajo. Aun cuando el número de colonizadores europeos había aumentado significativamente y el número de nativos ha­ bía disminuido, el desprecio por los derechos y el bienestar de los nativos continuó. Los primeros colonizadores no tenían in­ tención de trabajar y esperaban que los indios lo hiciesen por ellos. La actitud india, como tantos grupos dedicados a la reco­ lección y la caza, era que ellos no tenían necesidad de trabajar porque ya tenían todo lo que necesitaban. Los portugueses rápi­ damente capturaron y esclavizaron a todos los indios que en­ contraron, y cuando vieron que la cantidad no era suficiente tra­ jeron más personas de África como esclavos. Como escribió un comentarista a mediados del siglo xvi sobre los inmigrantes por­ tugueses: «Lo primero que intentan conseguir es esclavos que trabajen en las granjas. Cualquiera que consiga reclu­ tar a cinco o seis ya tiene los medios necesarios para mantener a su familia de una forma digna, aun cuan­ do no tenga ninguna posesión terrenal. Pues uno pes­ ca para él, otro caza y el resto cultivan y labran sus campos». Hacia l6l0, en la provincia de Bahía había 2.000 colonizado­ res blancos, 4.000 esclavos negros y 7.000 indios en las grandes plantaciones de azúcar que ya llevaban tiempo establecidas. En 1600, cuando casi todo el litoral oriental de Brasil estaba bajo control portugués, había unos 50.000 inmigrantes blancos, pero los esclavos eran 100.000. Muchos de los indios de la costa mu­ rieron de enfermedad o emigraron hacia el interior, de tal mane­ ra que hacia la década de 1630, cuando los holandeses se hicie­ ron con el noreste de Brasil, encontraron una tierra prácticamen­ te desierta; a lo largo de 1.300 kilómetros de costa, donde un siglo antes hubo cientos de miles de indios, apenas quedaban nueve mil. A medida que los indios se trasladaban hacia el interior para evitar la colonización blanca, se emprendieron grandes expedi­ ciones para encontrar los esclavos que los blancos aún necesita­ ban. Hubo una larga disputa entre los jesuitas, que fundaron «mi-

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siones» que eran productivas plantaciones de azúcar y ganado donde se obligaba a los indios a convertirse, y los colonizadores, sobre quienes recaía el control de los indios que quedaban. Los jesuitas organizaron algunas de estas expediciones esclavistas (la reconstrucción de la catedral de São Luis en 1718 fue financiada por una de ellas), marcaron a los nativos que capturaron y los obligaron a trabajar en sus misiones. En el siglo xvii, la coloni­ zación blanca se estaba alejando de la costa y se dirigía al seco sertao habitado por los indios tapuia, que fueron expulsados a la fuerza a medida que se establecían grandes ranchos ganaderos. En la década de 1690, el descubrimiento de oro en el noreste de Brasil provocó una fiebre del oro durante la cual los buscadores esclavizaron y explotaron a los indios de la zona. Aun cuando la esclavitud fue abolida a finales del siglo xrx en Brasil, la explo­ tación y destrucción de los nativos continuó. Las cifras demográ­ ficas cayeron rápidamente; prácticamente la mitad de las tribus que aún existían en 1900 se han extinguido ya, y la población india, que probablemente era de dos millones y medio de per­ sonas en 1500 antes de la llegada de los portugueses, ahora no llega a 200.000 y sigue bajando. Desde la independencia, el go­ bierno brasileño sólo ha tenido gestos simbólicos respecto a la protección de los indios. En 1967, la agencia gubernamental para la protección de los indios (la SPI) hubo de ser disuelta a raíz de una investigación en la que se descubrió que había llevado a cabo un genocidio deliberado introduciendo enfermedades entre los indios y que se había aliado con especuladores para perpe­ trar robos y asesinatos a gran escala. El fiscal general brasileño la describió como «un antro de corrupción y de asesinatos indis­ criminados». Su sucesora FUNAI ha hecho poco por proteger a los indios. La actitud del gobierno brasileño queda perfectamen­ te resumida en lo que dijo un portavoz gubernamental: «Sólo cuando estemos seguros de que hasta el último rincón del Amazonas está habitado por auténticos brasileños y no por indios podremos decir que el Amazonas es nuestro». Los indios de Norteamérica sufrieron tanto como los del sur. En 1500 la población nativa del actual territorio de Estados Uni­

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dos era de cerca de un millón de personas, con muy diversas culturas y formas de vida. Cuatrocientos años después había sido prácticamente exterminada. Los indios consiguieron adaptarse a algunas de las cosas que los europeos llevaron consigo, como caballos y herramientas metálicas. Los indios de las llanuras abandonaron la agricultura, domesticaron al caballo y lo usaron para cazar búfalos. Otros como los iroqueses usaron armas eu­ ropeas para establecer un gran imperio que se extendía por los Estados actuales de Nueva York, Pensilvania y la parte norte del valle de Ohio. Muchos de los primeros asentamientos europeos, como Jamestown, dependieron en realidad de los indios para su supervivencia en sus primeras etapas, pero una vez asentados só­ lidamente la hostilidad latente de los colonizadores no tardó en aflorar. Pocos años después de establecer los primeros asenta­ mientos en Nueva Inglaterra, los Puritanos, que creían que Dios estaba de su parte en la matanza de indios paganos, estaban en guerra con las tribus locales. Ya en el siglo xvii se establecieron las primeras «reservas» para eliminar a los indios de las tierras que querían los europeos, y las cifras de indios empezaron a des­ cender a lo largo de toda la costa oriental. De los primeros co­ lonos, sólo los cuáqueros en Pensilvania trataron a los indios con un cierto grado de respeto y humanidad. Desde muy al principio, en la colonización europea de Nor­ teamérica apareció un patrón definido de tratamiento de los in­ dios. Los primeros contactos se produjeron normalmente con co­ merciantes europeos de pieles, que incitaron a los indios a atra­ par animales y a comerciar con ellos a cambio de diversos productos europeos. Esta fase de relativa prosperidad raramente duró mucho tiempo, y los indios pronto se vieron sometidos a la presión del avance de la frontera de la colonización europea. En muchos casos, los europeos al principio compraban la tierra a los indios pero, más bien pronto que tarde, estalló la guerra, que, aunque al principio les diese algunos éxitos, acabaron perdiendo los indios, quienes después se vieron obligados a ceder grandes cantidades de tierra. Una vez que empezaron a declinar, los in­ dios se vieron obligados a dar cada vez más tierra hasta que les resultó imposible mantenerse con lo que quedaba de su territo­ rio ancestral. Después emigraron hacia el oeste (incrementando la presión sobre otras tribus) o se los recluyó en reservas donde la pobreza de la tierra, junto con la enfermedad, el alcohol y la

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masiva desintegración cultural, provocó índices muy altos de. mortandad y con frecuencia la extinción de la tribu. Durante los primeros doscientos años de colonización europea, esta invasión se limitó prácticamente a la zona oriental de los Apalaches. Des­ de principios del siglo xix, los indios tuvieron que enfrentarse a todo el peso de la expansión americana. Aunque las ventas de terrenos eran forzadas (a precios nominales) este método resultó inadecuado para aclarar la cantidad de tierra que querían los blancos. En el sur de Estados Unidos, a medida que aumentaba la presión para extender el cultivo del algodón, los cheroquis, que habían adoptado una forma de vida sedentaria y razonable­ mente próspera con escuelas y hasta su propio periódico, seguían siendo un problema para la explotación de sus tierras por parte de los blancos. El Congreso aprobó una ley de expropiación for­ zosa; se pagó a los cheroquis medio millón de dólares como compensación y el ejército expulsó hacia el sur a un total de 90.000 indios. Unos 30.000 murieron a consecuencia de las con­ diciones de la marcha. El proceso continuó con otras tribus y en otras zonas del país. Por ejemplo, entre 1829 y 1866, los winnebagos fueron trasladados hacia el oeste por la fuerza en seis oca­ siones, y la población se redujo a la mitad. Hacia 1844 había me­ nos de 30.000 indios en todo el este de Estados Unidos, la ma­ yor parte de los cuales vivían en una zona remota de los alrededores del lago Superior. En una serie de guerras brutales acaecidas durante las déca­ das de 1860 y 1870, los indios de las Grandes Llanuras cayeron bajo control y fueron expulsados de las mejores tierras. Alrede­ dor de veinticinco tribus fueron reubicadas en «Territorio Indio» (actual Oklahoma), donde se emprendieron intentos rudimenta­ rios de hacerles romper con el pasado y obligarlos a llevar vidas sedentarias, pero la mayor parte de la ayuda gubernamental fue derrochada por contratistas corruptos. Cuando Oklahoma quedó abierta al asentamiento blanco a principios del siglo xx se trasla­ dó a los indios a tierras aún peores. Entre 1887 y 1934, los in­ dios perdieron dos tercios del territorio que les quedaba (35 mi­ llones de hectáreas) y se quedaron con las peores zonas desérti­ cas o semidesérticas que los blancos no querían. Las condiciones de las reservas eran terribles, y casi todos los indios tuvieron que vivir con parcas subvenciones gubernamentales en la base de la escala social y económica y con sus instituciones y su forma de

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vida en rápida desintegración. A pesar de algunas mejoras a par­ tir de los años treinta, los indios siguieron siendo la minoría más deprimida de Estados Unidos, padeciendo los efectos de la dis­ criminación, un nivel de vida muy bajo y una alta mortandad in­ fantil, y siguieron dependiendo en gran medida de la ayuda del gobierno federal. El impacto de los europeos sobre los pueblos del Pacífico fue igualmente dramático. Antes de la llegada de los europeos la zona no era del todo la Arcadia que algunos documentos, y las ilusiones de los europeos (particularmente extendidas durante el siglo xviii) sobre una existencia primitiva idealizada, sugerían. La guerra y el canibalismo estaban, de hecho, generalizados, pero la zona estaba relativamente libre de enfermedades —no había vi­ ruela, sarampión, tifus, fiebre tifoidea, lepra, sífilis ni tuberculo­ sis—, la subsistencia se conseguía con poco esfuerzo y la forma de vida era descansada. El impacto europeo desde finales del si­ glo xviii significó la llegada del alcohol y de multitud de enfer­ medades mortales y el comienzo de una masiva desintegración cultural. Hacia 1900, la población nativa se había reducido a una quinta parte del nivel que tenía antes de la llegada de los euro­ peos. La población de Hawai descendió de unas 300.000 perso­ nas a finales del siglo xviii a 55.000 en 1875, y la de Rarotonga en las islas Cook pasó de 7.000 en 1827 a 1.850 en 1867. En al­ gunas zonas la sociedad nativa fue completamente aniquilada. Por ejemplo, cuando los rusos llegaron a las islas Aleutianas du­ rante la década de 1750 obligaron a los nativos a cazar nutrias para enviar las pieles a Europa y China. Como consecuencia, los animales prácticamente se extinguieron en treinta años, y cuan­ do la población nativa se había desplomado a casi un 5 por cien­ to de su nivel original, los supervivientes fueron reasentados en las islas Pribilof para seguir trabajando para los rusos. La historia de Tahití es un ejemplo de lo que ocurrió por todo el Pacífico a finales del siglo xviii y durante el xix. En su segun­ da visita a la isla en 1773, el capitán James Cook ya se mostró preocupado por el impacto que estaban teniendo los europeos sobre los pueblos nativos, como escribió en su diario: «Pervertimos su moral ya propensa al vicio e introdu­ cimos entre ellos deseos y quizás enfermedades que no conocían... Si alguien niega la verdad de esta afir­

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mación preguntémosle lo que han ganado los nativos de toda América con el comercio que han mantenido con los europeos». Las violentas tripulaciones de los balleneros que llegaron a la isla (alrededor de 150 al año durante la década de 1830) intro­ dujeron la prostitución, las enfermedades venéreas y el alcohol, pero los cambios deliberadamente impuestos por los primeros misioneros a partir de 1797 tuvieron el efecto de minar perma­ nentemente la forma de vida de los habitantes de la isla. La reli­ gión nativa fue abolida y la música tahitiana, los tatuajes y el uso de guirnaldas de flores fueron prohibidos. Se obligó a los nati­ vos a llevar ropa europea y a trabajar en la recogida de aceite de coco para la exportación. En un espacio de tiempo relativamen­ te breve la población se vio drásticamente reducida y la cultura local fue destruida. En la década de 1770, cuando llegaron los primeros europeos, la población era de unos 40.000 habitantes: había descendido a 9.000 cuando Francia se anexó las islas du­ rante la década de 1840 y finalmente quedó en menos de 6.000. Cuando el autor de Moby Dick, Hermán Melville, visitó las islas en la década de 1840 mientras trabajaba en un ballenero, quedó impresionado por las condiciones en que vivían los isleños, lo mismo que le ocurrió al pintor Paul Gauguin cuando llegó en la década de 1890: «Los nativos, al no tener absolutamente nada que ha­ cer, sólo piensan en una cosa, la bebida... Aquí exis­ tieron una vez muchas cosas extrañas y pintorescas, pero hoy no queda rastro de ellas; todo ha desapare­ cido. Día a día la raza se extingue, diezmada por las enfermedades europeas... hay tanta prostitución». En uno de sus viajes al Pacífico, el capitán Cook visitó tam­ bién Australia, donde se encontró con los aborígenes que aún vi­ vían de forma muy parecida a como vivían cuando llegaron por primera vez al continente 40.000 años antes. Le impresionó la amabilidad de los nativos y su forma de vida, y escribió que «a algunos les pueden parecer los seres más miserables de la tierra, pero en realidad son mucho más felices de lo que somos los eu­ ropeos». El botánico de la expedición, Joseph Banks, llegó a la

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misma conclusión: «Así viven quienes acabo de referir, gentes fe­ lices que se contentan con poco; mejor aun, con casi nada». El gobierno británico, no obstante, decidió convertir el país en una colonia penitenciaria, y el primer envío de prisioneros llegó a lo que hoy es Puerto Sidney en 1788. Los aborígenes intentaron se­ guir llevando su vida frente a una sociedad de fronteras salvaje dirigida por mano de obra esclava y violencia y enfrentada con una zona de colonización europea en continua expansión, pero la convivencia resultó imposible. Se declaró todo el territorio pro­ piedad de la Corona, pero los nativos no podían comprender la idea de propiedad de la tierra, que era por completo ajena a sus tradiciones, y no consiguieron adaptarse a ella ni al igualmente extraño nuevo sistema legal introducido en la colonia. Se negó a la población indígena todo derecho sobre la tierra y el disfrute de los mismos derechos que los europeos. Por ejemplo, en 1805, las autoridades coloniales decidieron que como los aborígenes no podían comprender la ley europea no había necesidad de so­ meterlos a juicio, y por tanto se los podía tratar con la «justicia» inmediata de los colonizadores. A medida que los europeos iban haciéndose con la tierra, los aborígenes resistieron, pero el con­ flicto era absolutamente desigual; unos 2.000 europeos fueron aniquilados a lo largo de la frontera, pero murieron unos 20.000 aborígenes. Los que no fueron exterminados en la frontera ni se vieron obligados a retirarse a zonas más inhóspitas del país se dedicaron a la mendicidad y la prostitución, arruinados por el al­ cohol, en las afueras de los pueblos. A finales de la década de 1840, en la zona de Sidney apenas quedaba un puñado de su­ pervivientes. Cuando un polaco, el conde Strzelecki, visitó el país en la dé­ cada de 1830, dejó un testimonio que contrasta vivamente con la experiencia del capitán Cook sólo sesenta años antes. Esta vez se describía a los aborígenes como: «Degradados, sojuzgados, perplejos, torpes y descon­ fiados, presos de sentimientos de ira, desprecio y ven­ ganza, demacrados y cubiertos de andrajos mugrien­ tos; estos señores nativos del suelo, más parecidos a espectros del pasado que a hombres vivos, se arras­ tran por una existencia de melancolía hacia un desti­ no aun más melancólico».

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Ese destino llegó en primer lugar a Tasmania. Las guerras es­ porádicas entre los europeos y los nativos, que rondaban los 5.000 a finales del siglo xviii, empezaron en 1804 y continuaron con una larga serie de atrocidades perpetradas por los blancos. Hacia 1830, sólo quedaban vivos unos 2.000 aborígenes, pero el gobernador de la isla decidió llevárselos de la zona central colo­ nizada de la isla. Una incursión de siete semanas por toda la isla realizada por soldados y por colonos sólo capturó a un número muy reducido de aborígenes, pero hacia 1834 todos ellos habían sido expulsados de Tasmania a la isla de Flinders en el estrecho de Bass. Allí, completamente desorientados, especialmente por los intentos de los cristianos evangélicos de obligarlos a usar ro­ pas europeas y abandonar sus hábitos y tradiciones nativas, su número descendió rápidamente. Hacia 1835 sólo quedaban vivos 150 de ellos, y en 1843 quedaban apenas cuarenta y tres. El úl­ timo y desaliñado superviviente de los aborígenes de Tasmania murió en 1876. Los aborígenes del continente fueron desapare­ ciendo también a medida que sus tierras ancestrales eran expro­ piadas por los colonizadores blancos y se veían desplazados a zonas más inhóspitas que nunca, atacados por los blancos o abandonados en los márgenes de la sociedad blanca. Unos cuan­ tos intentaron preservar su forma de vida en las zonas más re­ motas, pero todos ellos padecieron una enorme discriminación. La última gran zona del mundo que cayó bajo la dominación europea fue África. Aunque las enormes dimensiones del conti­ nente y los problemas de acceso dificultaron el exterminio de pueblos y culturas enteras, las consecuencias de la intervención y control final por parte de los europeos fueron drásticas. El co­ mercio de esclavos fue la principal forma de contacto entre Eu­ ropa y África durante los primeros trescientos años que siguieron a los viajes de los portugueses por la costa, y la explotación eco­ nómica habría de permanecer en el núcleo de la relación. Al contrario que los nativos americanos y los habitantes del Pacífi­ co, los africanos vivían en una zona donde se daban muchas de las mismas enfermedades que padecían los europeos, por lo que no sufrieron el rápido descenso de población experimentado por los otros grupos; de hecho, los europeos sufrieron más, espe­ cialmente por las enfermedades tropicales. En las zonas donde optaron por asentarse los europeos, una característica común fue la expropiación de tierras a los nativos. En Argelia, 20.000 colo­

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nizadores franceses se hicieron con dos millones y medio de hectáreas de la mejor tierra y dejaron a 630.000 nativos con 5 mi­ llones de hectáreas de tierra de mala calidad. En el sur de Ro­ désia 50.000 blancos poseían 20 millones de hectáreas, y un mi­ llón y medio de negros tenían 11 millones de hectáreas. En Sudáfrica, a los negros (más de tres cuartas partes de la población) se les dejó sólo el 12 por ciento de la tierra, y casi la mitad de ella en zonas semiáridas. Cuando, en 1919, Sudáfrica se hizo car­ go de la antigua colonia alemana del suroeste de África bajo el mandato de la Liga de Naciones, el 16 por ciento de la pobla­ ción era blanca, pero poseía el 60 por ciento de la tierra, inclu­ yendo la totalidad de la mejor tierra agrícola, los depósitos mi­ nerales y los puertos. Leutwein, el primer gobernador alemán, es­ cribió en julio de 1896 en un momento de sinceridad que: «La colonización siempre es inhumana. Al final siempre equivale a una usurpación de los derechos de los habitantes originarios en favor de los invasores». Los europeos también llevaron con ellos un sentido innato de superioridad, teñido de un alto grado de racismo. Aunque algu­ nos europeos se esforzaron por mejorar la vida de los nativos mediante programas médicos y educativos, muchos socavaron la cultura local forzándolos a adoptar hábitos europeos. A pocos parecía preocuparles el declive de la cultura nativa. El Comisio­ nado británico de Kenia escribió en 1904: «No puede haber duda de que los masai y otras muchas tribus deben sucumbir. Es una perspectiva que contemplo con ecuanimidad y una clara con­ ciencia». Bajo la superficie, y con frecuencia ni siquiera bien dis­ frazado, había un desprecio hacia los africanos, bien expresado en una petición de los colonizadores alemanes del suroeste de África a la Oficina Colonial en julio de 1900: «Desde tiempos inmemoriales nuestros nativos han crecido acostumbrados a la pereza, la brutalidad y la estupidez. Cuanto más sucios van, más cómodos se sienten. A cualquier blanco que haya vivido entre na­ tivos le resulta casi imposible verlos como seres hu­ manos en ningún sentido europeo». La historia del suroeste alemán de África (ahora Namibia) aporta una visión llamativa de las realidades del colonialismo eu­

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ropeo. Es un ejemplo importante porque tuvo lugar no en el si­ glo xvi ni en el x v i i , sino en un momento en que Europa se enor­ gullecía de ser la sociedad más avanzada del mundo. El suroes­ te de África estaba habitado por tres grupos tribales principales —los ovambo en el norte, los herero (criadores nómadas de ga­ nado) y los ñama, que habían llegado a la región empujados por la expansión de la colonización blanca de Sudáfrica— y había continuos conflictos entre las diferentes tribus. La zona fue asig­ nada a Alemania en la Conferencia de Berlín de 1884-1885, que dividió entre las potencias europeas la mayor parte de las zonas de África que seguían siendo independientes. En veinte años, los africanos fueron desposeídos de toda su tierra y se convirtieron en una subclase de jornaleros que vivían en condiciones espan­ tosas. El asentamiento alemán siguió siendo reducido —2.000 co­ lonos en 1896, 4.700 en 1903 y 14.000 en 1913— en compara­ ción con una población nativa estimada en 500.000 personas en la década de 1890. El control alemán se extendió por una zona en constante aumento de administración militar directa y de go­ bierno indirecto de los jefes tribales. El plan alemán para la co­ lonia era montar enormes ranchos ganaderos propiedad de los colonos y en los que se emplearía mano de obra africana bara­ ta. Esto inevitablemente suponía hacerse con el territorio de las tribus, desposeer a los nativos e interferir en la vida africana. El brote de una epidemia de peste bovina en 1897, que mató al no­ venta por ciento del ganado de los herero, seguida por una epi­ demia de malaria provocó la desintegración de la sociedad here­ ro. Durante los siete años siguientes, los alemanes no mostraron ningún interés por preservar la forma de vida nativa ni siquiera en las zonas que les habían dejado, y en las primeras fases esta­ blecieron una sociedad de apartheid confinando a los africanos en reservas. En 1904 los herero y los ñama, enfrentados a un futuro poco prometedor como trabajadores de una tierra que una vez había sido suya, se alzaron en una revuelta. Fue en respuesta a las au­ toridades alemanas embarcadas en una política de suprimir y destruir a los habitantes africanos. Al final de una brutal campa­ ña militar, los herero se vieron reducidos de una población de unos 80.000 habitantes a 16.000 una vez que fueron encarcela­ dos en campamentos que eran poco menos que campos de ex­ terminio. La revuelta de los ñama duró hasta 1907, y cuando aca­

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bó la mitad de la tribu había sido exterminada. Una gran parte de los herero y los ñama restantes fueron perseguidos hasta el desierto donde, como comentaba el informe del oficial alemán: «El árido Omaheke [un desierto al noreste de Namibia] habría de completar lo que el ejército alemán había iniciado: el exterminio de la nación herero». Toda la tierra aún ocupada por los africa­ nos fue expropiada, se les prohibió criar ganado y todas las or­ ganizaciones tribales fueron disueltas. Los africanos se convirtie­ ron en una clase de trabajadores sin tierra que necesitaban un carné de identidad y un pasaporte para circular por el país, y el noventa por ciento de los varones se vieron forzados a trabajar para los europeos. En 1915, un informe descubrió que a tres cuartas partes de los africanos o se les pagaban salarios insufi­ cientes para comprar una dieta que les permitiese subsistir o se les daba comida que también era inadecuada para sus necesida­ des. Los africanos se vieron, por tanto, obligados a buscar comi­ da para intentar sobrevivir. Destruida su cultura y su estilo de vida nativo, y mientras seguían padeciendo un cierto nivel de violen­ cia y muertes por parte de los colonizadores blancos, los africa­ nos se habían visto reducidos a una subclase. No hubo un cam­ bio a mejor cuando el territorio pasó a ser administrado por Sudáfrica a partir de 1919. La expansión de Europa fue un desastre para los pueblos na­ tivos de aquellas zonas del mundo que no consiguieron sobrevi­ vir como entidades independientes o semiindependientes o limi­ tar la cantidad de contacto europeo. Unos, como los aborígenes de Tasmania, fueron exterminados, otros sufrieron una enorme reducción de población a consecuencia de diferentes combina­ ciones de enfermedades, guerra, alcohol y desorganización eco­ nómica y social. Todos vieron socavada su cultura y su forma de vida nativa, a menudo destruida por unos europeos resueltos a imponer sus propios valores. Esta saga de desplazamiento y des­ trucción no se limitó a las primeras fases de la expansión y el co­ lonialismo europeos, sino que continuó durante todo el siglo xix y se adentró en el xx. En muchas zonas del mundo aún continúa mientras los Estados que acaban de constituirse en independien­ tes siguen acosando a las pocas tribus nativas que quedan en el mundo y que aún intentan mantener su antigua forma de vida. La expansión de la colonización brasileña y la explotación eco­

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nómica del Amazonas ha desembocado en el exterminio de al­ gunas tribus, y las pocas que aún quedan están al borde de la extinción. El amplio programa de transmigración de Indonesia —el traslado de los colonizadores de las densamente pobladas is­ las centrales como Java a las islas periféricas— ha supuesto un ataque y un exterminio de los miembros de las tribus. La expansión de la colonización europea por ultramar some­ tió a explotación inmensas zonas nuevas del mundo, con un im­ pacto devastador sobre la flora^y especialmente la fauna mundial. También supuso una remodelación de las relaciones económicas y una creciente dominación y manipulación de otras economías por parte de Europa para que cultivasen los alimentos y produ­ jesen los bienes que Europa necesitaba. Como parte del mismo proceso las ideas europeas también han llegado a dominar el mundo. ¿Qué ideas sobre la relación entre los seres humanos y el resto de la vida sobre la Tierra había heredado Europa y cómo las desarrolló, las transformó y las aumentó?

CAPÍTULO

8 Formas de pensar

Las acciones humanas han conformado el medio ambiente en el que han vivido sucesivas generaciones y diferentes sociedades. La fuerza motriz que ha impulsado muchas de estas acciones ha sido simple: la necesidad, ante el constante aumento de las cifras demográficas, de alimentar, vestir y dar hogar a la población. Pero la forma de pensar de los seres humanos sobre el mundo que los rodea ha sido importante para legitimizar el tratamien­ to que se le ha dado y para dar una explicación de su papel den­ tro de la estructura global. La forma de pensar sobre el mundo que se ha convertido en dominante en los últimos siglos tuvo su origen en Europa. Otras tradiciones, particularmente las de las re­ ligiones orientales, han dado interpretaciones radicalmente dis­ tintas, pero su influencia ha sido menor. Uno de los temas fundamentales abordados por todas las tra­ diciones es la relación entre los seres humanos y el resto de la naturaleza. ¿Son los seres humanos parte integrante de la natura­ leza o son independientes de ella y de alguna manera superio­

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res a ella? La respuesta a esta cuestión es crucial para determinar cómo diferentes pensadores y religiones deciden qué acciones humanas se pueden considerar legítimas o moralmente justifica­ bles. De aquí surgen otras preguntas relacionadas con la anterior sobre si todas las plantas y animales del mundo existen sólo para beneficio de los seres humanos; sobre si los seres humanos tie­ nen la responsabilidad de conservar y cuidar al resto de la natu­ raleza (o creación de Dios). Desde hace unos doscientos años es­ tas preguntas religiosas y filosóficas se han visto desplazadas en gran medida por cuestiones de carácter económico: cómo hay que organizar la vida y cómo se han de utilizar y distribuir los escasos recursos. Aunque a primera vista éstas no parecen ser cuestiones filosóficas, han ejercido una influencia que sobrepasa la esfera de economistas y académicos. Han tenido, también, un impacto fundamental sobre cómo ven el mundo los seres huma­ nos y sobre cómo justifican sus acciones. Los orígenes del pensamiento europeo sobre la relación en­ tre los seres humanos y la naturaleza se pueden remontar, como en tantas otras áreas, a la influencia de los filósofos de la Grecia y Roma antiguas y a las ideas que la iglesia cristiana heredó de sus orígenes judíos. La fuerte convicción que recorre las tradi­ ciones clásica y cristiana ha sido que los seres humanos han sido puestos en una posición de dominio sobre el resto de una natu­ raleza subordinada. Aunque la idea de que los seres humanos tienen la responsabilidad de preservar un mundo natural del que son meros guardianes se puede encontrar en muy diversos pen­ sadores, siempre ha sido una tradición minoritaria. Muchos pensadores han contemplado el mundo que tenían a su alrededor y han visto que lo que los ecologistas ven ahora como rivalidad y cooperación entre plantas y animales agrupa­ dos en ecosistemas, ha producido un mundo ordenado en el que cada parte parece tener una función y un propósito dentro de un plan global. Esto los ha llevado a proponer que tal plan sólo lo puede haber concebido Dios, o los dioses, y han pasado a es­ pecular sobre la posición que ocupan los seres humanos dentro de este plan. Uno de los primeros que lo hizo fue Jenofonte en su Memorabilia. Él atribuye a Sócrates el argumento de que todo lo relacionado con los seres humanos (como los ojos y las ma­ nos) tiene un propósito, y que los dioses lo han dispuesto todo minuciosamente en beneficio del hombre. Eutidemo, uno de los

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participantes en el debate ficticio, responde diciendo que: «Em­ piezo a dudar si después de todo los dioses no están ocupados en alguna obra distinta al servicio del hombre». Pero le preocu­ pa que, «los animales inferiores también disfrutan de estas ben­ diciones», hasta que Sócrates lo tranquiliza asegurándole que dentro del plan global es evidente que estos animales sólo exis­ ten o son alimentados en beneficio de los seres humanos. Este argumento, basado en un proyecto y un diseño que se perciben dentro de la naturaleza, reaparece frecuentemente en el pensa­ miento occidental hasta que en el siglo xix los avances del pen­ samiento científico, especialmente las ideas de Darwin sobre el origen de las especies, que funcionan a través de la selección na­ tural y la adaptación, contribuyeron a derrumbarlo. A lo largo de los siglos, el debate evolucionó principalmente en el sentido de que nuevos pensadores propusieron nuevas evidencias de dentro de la naturaleza para ilustrar la perfecta adaptación de plantas y animales a sus funciones concretas. Esto tendía a re­ forzar la idea de que, como todo ha sido tan bien dispuesto para los seres humanos, ciertamente deben ser las criaturas más im­ portantes de la Tierra y por tanto tienen derecho a usar a las de­ más como mejor les parezca. Otra expresión temprana de esta vi­ sión básicamente antropocéntrica del mundo la podemos encon­ trar en Aristóteles. En la Política sostiene que las plantas están hechas para los animales, y concluye afirmando que: «Luego si la Naturaleza no hace nada incompleto, y nada en vano, debemos inferir que ha hecho a todos los animales para el hombre». Con los estoicos (especialmente Panecio, que vivió en Rodas en el siglo n antes de J. C), y también con Cicerón, se añadie­ ron algunos argumentos más sutiles a este enfoque general, acentuando los aspectos estéticos y utilitarios. Para ellos el mun­ do es bello y útil. La belleza es agradable de contemplar y por tanto hay que conservarla, pero los seres humanos, al satisfacer sus necesidades de comida, recursos y bienes, mejoran la natu­ raleza. Cicerón, por ejemplo, hace poca distinción entre el mun­ do natural intacto y el modificado por la acción humana; se asu­ me que los dos son auténticos. Aunque los pensadores epicú­ reos hicieron hincapié sobre los aspectos más duros de la natu­ raleza —las bestias salvajes, los desastres naturales, la pérdida de las cosechas— que acompañaban a la belleza, el pensamiento clásico se caracterizó por lo general por una idea de los seres hu­

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manos como ordenadores de la naturaleza. A los seres humanos se los situaba en un plano superior a otros animales: su capaci­ dad de crear su propio mundo implicaba una posición superior como acabador de una creación inconclusa. Los pensadores clá­ sicos eran plenamente conscientes de que las acciones humanas estaban cambiando el mundo que los rodeaba (como deja claro Platón en el pasaje de Critias sobre la deforestación y la erosión del suelo citado anteriormente en la página 116), pero aparte de quienes, como Jenofonte y Hesiodo, veían la historia humana como una historia de decadencia desde una edad dorada pasa­ da, por lo general las acciones humanas que modificaban el me­ dio ambiente se veían como algo absolutamente natural y bene­ ficioso. El auge del cristianismo y su adopción como religión estatal a finales del Imperio Romano en el siglo iv introdujo un nuevo elemento —el pensamiento judío— que hasta ese momento ha­ bía estado confinado a un pueblo pequeño y hasta entonces sin influencia situado en los márgenes de lo que los contemporá­ neos consideraban el mundo civilizado. Los cristianos incorpora­ ron a sus textos sagrados libros religiosos judíos anteriores. El Génesis, que se convirtió en el primer libro de la Biblia cristia­ na, contiene dos mitos distintos de la creación (ninguno de ellos, no obstante, muy diferente a otros muchos de las religiones del Próximo Oriente), pero ambos dan esencialmente la misma vi­ sión de la relación entre Dios, los seres humanos y el mundo na­ tural. En el primero de ellos (Génesis, capítulo 1) Dios crea a los seres humanos como culminación de sus cinco días previos de trabajo. Con la bendición divina se les concede el dominio sobre el resto de la creación: «Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y so­ metedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tie­ rra... Creced y multiplicaos y henchid la tierra y so­ metedla». En el otro mito (Génesis, capítulo 2) primero se crea al hom­ bre, después el Jardín del Edén con todas las plantas y animales y finalmente a la mujer. Pero también en este mito los anima­

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les son creados en beneficio de la humanidad y es Adán quien les pone nombres. Después Dios casi destruye el mundo con un gran diluvio, pero en un nueva alianza con Noé y su familia Dios, una vez más, esta vez en términos aun más absolutos, les otorga a ellos y a sus descendientes dominio sobre el mundo: «Todo lo que se mueve y tiene vida os servirá de ali­ mento: todo os lo doy, lo mismo que os di la tierra verde... Infundiréis temor y miedo a todos los anima­ les de la tierra, y a todas las aves del cielo, y a todo lo que repta por el suelo, y a todos los peces del mar; quedan a vuestra disposición». Este tema aparece en otros muchos libros sagrados judíos in­ cluidos en la Biblia. El Salmo 8 por ejemplo dice: «Le hiciste se­ ñor [al hombre] de las obras de tus manos», y el Salmo 115 con­ tiene el mismo mensaje: «Los cielos son los cielos de Yahveh,/ la tierra, se la ha dado a los hijos de Adán.» Los primeros pensadores cristianos y los medievales acepta­ ban, casi sin vacilaciones, la visión heredada de los escritos ju­ díos de que Dios ha dado a los seres humanos el derecho a ex­ plotar las plantas, los animales y el mundo entero en su prove­ cho. La naturaleza no se ve como algo sagrado, y por tanto está abierta a la explotación por parte de los seres humanos sin nin­ gún escrúpulo moral; de hecho, los seres humanos tienen dere­ cho a usarla de la forma que mejor les parezca. A Dios se le re­ trata normalmente por encima del mundo y alejado de él, y lo más importante es la relación del individuo con Dios y no con el mundo natural. Ciertamente, según esta forma de pensar a los seres humanos no se los ve como parte del mundo natural, pues­ to que son únicos y Dios los ha puesto en un pedestal por en­ cima del resto de las cosas vivientes. En la Europa medieval esta visión, cada vez más influida a partir de los siglos xn y xiii por los autores clásicos, proporcionó un esquema ampliamente aceptado para la comprensión del mundo y de la posición que ocupa el ser humano dentro de él. Aunque cada autor podía incidir sobre aspectos distintos, nor­ malmente se veía el mundo como una creación planificada y or­ denada, hecha por Dios en su bondad, que sobreviviría hasta el

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día del juicio. La ordenación del mundo natural era prueba de la obra de un creador benevolente. Los seres humanos disfrutaban de un status absolutamente distinto a otros animales al ser las únicas criaturas que tenían un alma y una vida después de la muerte. El autor del siglo vi Cosmas Indicopleustus proclamó en su Topografía cristiana que el hombre era «el rey de todas las cosas sobre la Tierra y de todos los reinos junto con nuestro Se­ ñor Jesucristo en los cielos». Tomás de Aquino, asumiendo gran parte del pensamiento clásico (especialmente Aristóteles) com­ prendió estas visiones y dio, como hizo con gran parte del pen­ samiento medieval cristiano, su expresión más coherente y lógi­ ca. Él sostenía que había una jerarquía de seres desde el más in­ significante hasta Dios pero, aunque había una razón para la existencia de cada uno de ellos, el plan completo sólo lo cono­ cía Dios. Los seres humanos asumían que su lugar único por en­ cima de los animales y su dominio sobre la naturaleza era parte del lógico plan divino: las criaturas racionales debían gobernar sobre las irracionales (animales), y esto quedaba bien demostra­ do por la capacidad humana de domesticarlos. La Reforma del siglo xvi no introdujo ningún cambio fundamental en este punto de vista, y de hecho al reafirmar la importancia de los textos bí­ blicos tendía a reforzarlo. Calvino, uno de los líderes del movi­ miento, sostenía firmemente la opinión de que a Dios le había llevado seis días hacer un mundo perfecto para acoger la llega­ da de los seres humanos, y que Dios «creó todas las cosas para el hombre». La posición única persistentemente atribuida a los se­ res humanos en la teología judía y, derivada de ella, en la cris­ tiana, produce una visión sumamente antropocéntrica del mundo que habría de tener un profundo y perdurable impacto sobre el pensamiento europeo posterior, aun cuando no fuese específica­ mente religioso. Dentro del judaismo y el cristianismo había excepciones: la especial posición de los seres humanos en el mundo fue cues­ tionada por algunos pensadores. En esta tradición minoritaria se incidió sobre aspectos ligeramente diferentes de los mitos de la creación judía, particularmente el del Jardín del Edén. Se dibuja a los seres humanos esencialmente como los administradores de la creación divina encargados de cuidar de ella en su nombre. Este punto de vista queda bien ilustrado por el pensador judío Maimónides, que escribió:

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«No hay que creer que todos los seres existen en bien de la existencia del hombre. Por el contrario, también el resto de los seres han sido concebidos en prove­ cho de sí mismos, y no de ningún otro ser». Esta misma nota de disensión respecto a la tradición general­ mente aceptada podemos encontrarla también en las ideas de Francisco de Asís. Sus tesis reflejan en gran medida la corriente principal del pensamiento cristiano^ en particular la idea de que la naturaleza, su propósito y su orden, y la buena adaptación de cada parte a su forma de vida, era prueba de la obra de un crea­ dor benevolente. Para él, el mundo natural se podía ver por tan­ to, como en la Biblia aunque a un nivel menor, como si fuese una imagen de la naturaleza de Dios. Francisco veía a todas las criaturas como partes iguales de esta creación, cada una de ellas una parte del plan de Dios pero que no habían sido colocadas ahí para los fines utilitarios de los seres humanos. Esta idea, que tenía implicaciones revolucionarias y que, como gran parte de su pensamiento, suscitaba un amplio rechazo dentro de la Iglesia, jamás pasó de ser un punto de vista minoritario dentro de la es­ tructura global de las creencias cristianas, aunque, en una situa­ ción de creciente preocupación pública por el medio ambiente, ha recibido un fuerte apoyo en las últimas décadas. El cada vez más rápido desarrollo del pensamiento secular en Europa a partir del siglo xvi provocó una escasa alteración en las asunciones y creencias heredadas del pensamiento clásico y me­ dieval sobre la relación entre los seres humanos y el mundo na­ tural. El antropocentrismo básico del cristianismo continuó, aun­ que de forma ligeramente modificada. El mundo aún se veía como parte de un plan divino organizado y racional. Los autores utilizaron la creciente cantidad de conocimientos biológicos para ilustrar, con más ejemplos que nunca, la sabiduría de Dios al dar­ nos un mundo tan perfectamente adaptado. Este enfoque quizá queda mejor ejemplificado en la obra de Ray, un autor inglés de finales del siglo xvn, y que se resume en el título de su obra La sabiduría de Dios manifestada en las obras de la creación. A los seres humanos aún se los consideraba situados por Dios en una posición especial, por encima de otras criaturas y autorizados a usarlas a ellas y al mundo natural en provecho propio. Las in­ tervenciones, y las modificaciones, en el mundo natural se po­

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dían interpretar como parte del plan de Dios para perfeccionar la creación. Por ejemplo, Marsilio Ficino, un autor renacentista italiano, escribió que: «El hombre no sólo hace uso de los ele­ mentos, sino que los adorna... el hombre cuida de todas las co­ sas, tanto de las vivientes como de las inanimadas, es una espe­ cie de Dios». Un punto de vista similar lo encontramos en los es­ critos de Sir Matthew Hale, un jurista inglés del siglo xvii que, en La organización primitiva de la hum anidad, escribía: «Éste era el auténtico Fin de la Creación del Hombre, a saber, Ser Vicegerente [sic] de Dios Todopoderoso, en el Regimiento subordinado especialmente de las Provincias Animal y Vegetal». Para estos pensadores, la posición única de los seres huma­ nos y su derecho a ejercer control sobre la naturaleza procedía de su posición como el eslabón más alto de lo que en ese mo­ mento se veía de forma generalizada como una gran cadena de seres que se extendía desde el más insignificante al más impor­ tante. La idea de que los seres humanos necesitaban interferir en la naturaleza, o darle los toques finales, para mantener la civili­ zación era una asunción ampliamente aceptada, como lo era la idea de que la naturaleza era mejor no en su estado primitivo o inconcluso sino cuando los seres humanos la controlaban y la conformaban. A partir de tales tesis se estaba a un corto y lógi­ co paso de dar la bienvenida a las perspectivas que generó el sa­ ber humano de un mayor control sobre el mundo natural y de creer que esto placería a Dios porque los seres humanos estaban aprovechando plenamente las maravillas de su creación. Uno de los grandes temas de los escritos del siglo xvn fue la importancia que se dio al dominio humano sobre la naturaleza y a su papel en la terminación de la obra de Dios. Las acciones hu­ manas encaminadas a este fin se veían como beneficiosas e ino­ cuas. En este momento, un método científico en lento desarrollo y un creciente cuerpo de saber científico trabajaban en la misma dirección. En su Discurso del Método, René Descartes hacía hin­ capié en la importancia del método científico a través del uso de las matemáticas para medir y cuantificar, junto con un proceso de análisis encaminado a reducir los todos en sus partes constitu­ yentes. La adopción generalizada de este enfoque reduccionista

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de la investigación científica habría de tener un profundo impac­ to sobre la modelación del pensamiento europeo en general. Ello llevó inevitablemente a una visión fragmentada del mundo, a centrarse en las partes individuales de un sistema y no en el todo orgánico, en el estudio de la forma en que los elementos cons­ tituyentes operaban por separado y no en su forma de interactuar, tanto por competición como por cooperación. Esta tenden­ cia se vio reforzada con un enfoque mecanicista de los fenóme­ nos naturales que se remonta hasta Descartes, quien escribió: «No veo ninguna diferencia entre las máquinas que construyen los ar­ tesanos y los diversos cuerpos que sola compone la naturaleza». Los animales eran por tanto máquinas y, como tales, aunque he­ chos por Dios, incapaces de pensar, dotados sólo de impulsos naturales. Independientemente de los nuevos métodos intelec­ tuales que Descartes quisiese emplear, Dios seguía siendo central en su visión del mundo, y los seres humanos aún ocupaban un lugar especial en ese esquema, diferenciados por poseer mentes y almas que les permitían dominar la naturaleza. Su visión me­ canicista del mundo pareció quedar reivindicada con el especta­ cular éxito de Newton a finales del siglo xvn en la aplicación de leyes físicas, como la que gobernaba la fuerza de la gravedad, para explicar el funcionamiento del universo. Se lanzó una nue­ va imagen popular de la relación entre Dios, los seres humanos y la naturaleza. En los doscientos años siguientes o más hay fre­ cuentes referencias a la idea de Dios como el gran inventor de una máquina cuyo funcionamiento, a través de sus facultades in­ telectuales de origen divino, pretendían comprender los seres hu­ manos. Escribiendo doscientos años después de Descartes, el economista americano H. C. Carey aún declaraba en 1848 que «la Tierra es una gran máquina, entregada al hombre para que la moldee a su voluntad». La idea de que la aplicación de la ciencia es una poderosa ayuda para el progreso y una herramienta vital que permite a los seres humanos dominar el mundo se recoge frecuentemente en la obra de Francis Bacon. Él partía de una visión tradicional cuando escribió que «el mundo se hizo para el hombre, no el hombre para el mundo», y: «El hombre, si atendemos a causas finales, se puede considerar como el centro del universo, hasta tal pun-

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to que si se quitase al hombre del mundo, lo que quedase parecería carecer de objetivo y propósito». Preconizaba a continuación que el objetivo final del quehacer científico era restaurar el dominio sobre el mundo que se había perdido con la expulsión de Adán y Eva del Jardín del Edén. Como escribió en el Novum Organum. «Hagamos que la raza hu­ mana recupere ese derecho sobre la naturaleza que por legado divino le pertenece». La forma de poder reconquistar ese derecho usaba cada vez más el lenguaje de la violencia. Un poeta de la época, Abraham Cowley, hablaba de «las guerras inocentes del labrador sobre las bestias y las aves», y palabras como «suprema­ cía», «conquista» y «dominio» eran frecuentes al describir los es­ fuerzos humanos por controlar la naturaleza. Bacon, en su co­ rrespondencia con John Beale, decía que la finalidad de estudiar el mundo natural era que: «Una vez conocida la naturaleza, se la puede dominar, dirigir y usar al servicio de la vida humana». Des­ cartes veía también la finalidad de la ciencia y el cada vez más amplio saber humano como parte de una lucha de mayor alcan­ ce para que «podamos... darles todos esos usos a los que se adaptan, y así convertirnos en señores y poseedores de la natu­ raleza». Durante la segunda mitad del siglo xviii, la idea de un mun­ do perfectamente diseñado fue objeto de ataque, especialmente en la satírica acometida de Voltaire contra el optimismo leibniziano en el Cándido. Esta tendencia de las obras de los filósofos se vio ayudada por posteriores avances del pensamiento científi­ co. La obra de Charles Darwin El origen de las especies, publica­ da en 1859, desencadenó un debate sobre los orígenes del hom­ bre, socavó la tesis ortodoxa de la creación divina y propuso la idea de la selección natural de características que contribuían a la supervivencia en un mundo sumamente competitivo. En ma­ nos de filósofos como Herbert Spencer, esta teoría sobre el ori­ gen de las especies se transmutó en una declaración sobre la naturaleza de la sociedad y la moralidad de las acciones huma­ nas. Spencer, en efecto, restauró las viejas ideas sobre la especial posición de los seres humanos en comparación con el resto del mundo natural al modo darwiniano. Para Spencer, toda la vida era una lucha por «la supervivencia de los más capacitados». Los seres humanos tenían que luchar contra la naturaleza para poder

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sobrevivir, y con ello demostraban su capacidad para estar en el peldaño más alto de la escala. En otros muchos escritos del siglo xix aparecen variaciones sobre el viejo tema, prueba del potente atractivo de una idea que no sólo reforzaba poderosamente una sensación de objetivo y de superioridad sino que también justifi­ caba fácilmente áreas de tradicional interferencia humana en el mundo natural, así como nuevas actividades como el enorme in­ cremento de la producción industrial. El filósofo ímmanuel Kant escribió que: «Como único ser sobre la Tierra que posee com­ prensión, él [el hombre] es ciertamente.señor titular de la natu­ raleza... nace para ser su fin último». Dada esta posición, Kant pensaba que la relación humana con la naturaleza no podía es­ tar sujeta a censura moral alguna. Otras tesis similares también vuelven a aparecer con tonos apenas diferentes en muchos pen­ sadores modernos. Por ejemplo John Stuart Mili, en sus Tres en­ sayos sobre la religión, escribió sobre la naturaleza que: «Sus po­ deres se dirigen a menudo contra el hombre como si fuesen ene­ migos, a los cuales debe arrebatar, mediante la fuerza y el ingenio, todo lo que pueda serle de utilidad». El fundador del psicoanálisis, Sigmund Freud, dijo en La civilización y sus des­ contentos que el ideal humano era «agruparse con el resto de la comunidad humana y lanzar un ataque sobre la naturaleza, for­ zándola así a obedecer la voluntad humana, bajo la guía de la ciencia». Al igual que ocurre con la fuerte sensación de continuidad que emerge en el pensamiento europeo sobre la relación entre los seres humanos y el mundo natural a lo largo de muchos si­ glos, también se puede rastrear la emergencia de un poderoso elemento nuevo, la idea del progreso. Esta idea es parte constitu­ yente tan fundamental del pensamiento moderno que es muy di­ fícil apreciar lo reciente que es o cómo veían el mundo otras so­ ciedades antes de que la idea se afianzase. El mundo antiguo te­ nía un concepto vago de la idea de progreso: la historia solía verse como algo sin dirección concreta o, si es que la tenía, como una historia de decadencia desde una edad dorada. Para autores como Jenofonte, Hesiodo o Empédocles, la sociedad hu­ mana había ido en continua decadencia desde una edad de oro a una de plata hasta llegar a la edad del hierro en que vivían. Otras sociedades, por ejemplo los indios cheroquis, han tenido la

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misma idea de una edad de oro perdida, como la han tenido pensadores chinos como el taoísta Chuang Tsu. Tanto los prime­ ros cristianos como los de la Europa medieval veían la historia del mundo como una historia de decadencia, de inocencia per­ dida en el Jardín del Edén, que nunca se habría de reconquistar sobre la Tierra. También creían que llegaría un día de juicio en un futuro no muy distante que marcaría no ya el juicio final para los vivos y los muertos sino también el final de la historia sobre la Tierra. Muchas figuras seculares de los siglos xv y xvi creían que, aunque habían redescubierto gran parte de la cultura del mundo antiguo, su propia época era muy inferior a los reveren­ ciados griegos y romanos, no sólo en términos culturales, sino también en la virtud y el valor cívicos. Dentro de un esquema in­ telectual de este tipo era casi imposible interpretar la historia hu­ mana como una historia de progreso ininterrumpido. No es hasta finales del siglo xvn cuando el continuo aumen­ to del saber científico y el constante avance de la tecnología (dos áreas en las que Europa estaba por entonces claramente por de­ lante de las sociedades antiguas) empezaron a convencer a algu­ nos pensadores de que la historia podría ser una crónica de pro­ greso y no de decadencia. Gradualmente los intelectuales euro­ peos empezaron a aceptar de forma generalizada que la historia era una serie de cambios irreversibles en una sola dirección, la mejora continua. El siglo xviii estuvo marcado por una oleada de optimismo respecto al futuro y la inevitabilidad del progreso en todos los campos. En 1793, el autor inglés William Godwin es­ cribió en términos entusiastas sobre el futuro en su obra Justicia Política: «Tres cuartas partes del mundo habitable están toda­ vía sin cultivar. Las mejoras que se han de introducir en los cultivos, y los aumentos que la tierra es capaz de recibir en el artículo de la productividad, no se puede reducir, hasta ahora, a límites de cálculo. Pue­ den transcurrir aún incontables siglos de continuo crecimiento de la población, y la Tierra seguirá sien­ do suficiente para mantener a sus habitantes». El mismo año el marqués de Condorcet publicó su Esbozo p ara una visión histórica del progreso de la mente humana. El li­

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bro era una declaración de su creencia en el potencial humano y del ilimitado alcance del progreso del hombre: «La perfectibilidad del hombre es auténticamente infi­ nita; y que el progreso de esta perfectibilidad, de aho­ ra en adelante independiente de cualquier poder que pretenda detenerlo, no tiene otro límite que la dura­ ción del globo sobre el que la naturaleza nos ha pues­ to... este progreso... nunca dará marcha atrás mientras la Tierra ocupe su lugar" actual en el sistema del uni­ verso». Posiblemente si Condorcet hubiese sabido que iba a morir el año siguiente en la cárcel durante el período de Terror de la Re­ volución Francesa su visión de la naturaleza y la historia humana no habría sido tan optimista. Ciertamente el reverendo Thomas Malthus tenía una opinión mucho más oscura. Su Ensayo sobre el principio de la población, publicado poco después en 1798, soste­ nía que había un ciclo permanente en la historia en el que las ci­ fras demográficas aumentaban hasta que eran demasiado altas para las reservas de alimentos disponibles, momento en el cual el hambre y la enfermedad reducirían la población hasta que volvie­ se a estar en equilibrio con la cantidad de alimento que se podía producir. Malthus no veía salida a este terrible ciclo. Durante el siglo xrx, la visión malthusiana de la historia fue ampliamente ig­ norada, y la idea del progreso se llegó a aceptar de manera casi universal como asunción natural implícita. Se pensaba que tal op­ timismo estaba justificado por el gran progreso material experi­ mentado por Europa en el siglo xrx: su capacidad para alimentar a una población mayor que nunca, el crecimiento de las ciudades, los nuevos inventos y el desarrollo de la industria. La aceptación del progreso estaba en el núcleo del pensamiento de intelectuales europeos como Saint-Simon, Comte, Spencer y John Stuart Mili. Su manifestación más contundente la encontramos en el pensamien­ to de Marx y Engels con su idea del inevitable progreso de las so­ ciedades humanas a través de diferentes etapas económicas y de las estructuras de poder relacionadas con ellas. La historia huma­ na era, sostenían ellos, la historia del progreso desde las socieda­ des tribales pasando por las sociedades feudales y capitalistas has­ ta su clímax en la inevitable victoria del proletariado y el socialis­

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mo. Hacia finales del siglo xix la idea del progreso se había con­ vertido también en parte de la cultura popular, algo tan arraigado en las asunciones implícitas de casi todo el pensamiento europeo que prácticamente cualquier avance se podía igualar automática­ mente a progreso. Aunque vapuleada por algunos de los aconte­ cimientos del siglo xx, sigue siendo una asunción ampliamente aceptada sobre la naturaleza de la historia humana. Aunque el elemento religioso había menguado y desapareci­ do de gran parte del pensamiento europeo a finales del siglo xix, muchas de las asunciones que'descansaron en el seno del pen­ samiento cristiano durante dos mil años, junto con las anteriores influencias clásicas y judías, han sido incorporadas, casi irreflexi­ vamente, al patrón general de asunciones que han constituido la base de la visión europea del mundo. A los seres humanos se los consideraba como algo aparte, y superior, de un mundo natural independiente que tenían derecho a explotar como mejor les pa­ reciese. Esta explotación parecía algo perfectamente lógico y una forma de terminar un medio ambiente natural imperfecto e in­ concluso. Las consecuencias de las acciones humanas eran be­ neficiosas y formaban parte de un historia ininterrumpida de pro­ greso que inevitablemente continuaría en el futuro. Fue esta vi­ sión del mundo la que constituyó el trasfondo del período más activo de la expansión de Europa y la que, dado el aparente éxi­ to de este continente, más atrajo a los pueblos que trabaron con­ tacto con los europeos y con sus altos niveles materiales. Esta vi­ sión antropocéntrica del mundo no se aceptaba de forma gene­ ralizada en Europa. La idea de que los seres humanos sólo fuesen administradores del mundo siguió siendo una tradición minoritaria dentro del judaismo y el cristianismo. E incluso esta tradición suponía en muchos aspectos un cambio de énfasis más que un enfoque radicalmente distinto, puesto que situaba a los seres humanos en una especial posición, encargados del mundo y autorizados a usarlo para sus propios fines, aunque de una for­ ma más moderada y restringida. Otras tradiciones religiosas del mundo no dejan a los humanos en una posición tan especial y dominante. El pensamiento taoísta chino hacía hincapié sobre la idea de un equilibrio de fuerzas, tanto dentro del individuo como de la sociedad. Ambos deberían intentar vivir en equilibrio y ar­ monía con el mundo natural. La tradición india, como queda ejemplificado en escritos como los Upanishad y en religiones

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como el jainismo y el budismo, está constmida sobre una visión radicalmente distinta del mundo. Todas las criaturas, incluidas las humanas, son vistas como partes de un mundo que sufre, todas necesitan liberarse de un ciclo continuo de existencia en el que, mediante el karma y la reencarnación, las acciones de una vida afectan a la siguiente. Se da una enorme importancia a la com­ pasión por todas las criaturas atrapadas en este ciclo de existen­ cia. Los seres humanos están en una posición privilegiada, pero no porque sean gobernantes del mundo en nombre de Dios. An­ tes bien son las únicas criaturas capaces de lograr la iluminación y por tanto deberían hacer el mejor uso de una rara oportunidad de escapar del ciclo del sufrimiento. Aunque la variedad de di­ ferentes corrientes de pensamiento dentro de todas las tradicio­ nes religiosas más importantes, incluido el cristianismo, hace que sea difícil generalizar la visión que la tradición religiosa «oriental» tiene del mundo, desarrollada siglos antes de la aparición del cristianismo, sí que hace hincapié en un acercamiento menos agresivo de los seres humanos al mundo natural. No concibe a los humanos como seres situados por encima de un mundo na­ tural que hayan de explotar. Los seres humanos no son más que una pequeña parte de un todo mucho mayor, y lo que los hace diferentes —su mayor capacidad intelectual y espiritual— debe­ ría dirigirse hacia el objetivo de la iluminación y a capacitarlos para actuar sabiamente hacia otras criaturas y no arrebatarles la vida innecesariamente. Elemento central de esta forma de pensar no es el dominio del mundo, sino la idea de sufrimiento y la ne­ cesidad de compasión universal. El conocimiento que se tiene sobre las ideas y las creencias de los grupos dedicados a la recolección y la caza sugiere, lo que no es de extrañar dada su íntima relación con el mundo natural al cazar para conseguir alimento, la existencia de una variedad de conceptos que giran en torno a la interdependencia de los se­ res humanos y las plantas y los animales. En general ellos no aprecian, al contrario que las sociedades modernas, una distin­ ción entre naturaleza y sociedad. Su mundo se compone simple­ mente de personas, animales y objetos inanimados, todos los cuales están ligados entre sí en un todo único sin categorías di­ ferentes. Quizá la expresión más explícita que tenemos de estas creencias procede del Jefe Seattle de la tribu squamish, que es­ cribió al presidente de Estados Unidos en 1854 para protestar

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(sin éxito) contra el tratamiento que los colonizadores blancos daban a los indios y al medio ambiente de Norteamérica: «¿Qué es el hombre sin las bestias? Si desapareciesen todas las bestias, los hombres morirían de una gran soledad de espíritu, pues todo lo que le ocurra a las bestias también le ocurrirá al hombre... Enseñad a vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñado a los nuestros: que la tierra es su madre. Todo lo que acon­ tece a la tierra acontece a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen al suelo, se escupen a sí mismos. La tierra no pertenece al hombre, el hombre pertenece a la tierra. El hombre no tejió la tela de la vida, no es más que un hebra de ella. Lo que a la tela le hace, a él mismo se lo hace». Es difícil imaginar una declaración más encontrada con la vi­ sión europea dominante sobre la relación entre los seres huma­ nos y el mundo que los rodea. Aunque es evidente que la influencia del pensamiento reli­ gioso y filosófico occidental sigue tiñendo la forma en que los europeos, y cada vez más el resto de la humanidad, ven el mun­ do que los rodea y llegan a decisiones sobre qué acciones son permisibles, es manifiesto que durante los doscientos últimos años el crecimiento de la disciplina de la economía ha introdu­ cido un potente elemento nuevo. Ciertamente, en todo el mun­ do los debates contemporáneos sobre cómo tendría que estar or­ ganizada la sociedad giran en torno a la salud y la dirección de la «economía» nacional e internacional. Esta «ciencia social», una relativa recién llegada entre las disciplinas académicas y marcada por las controversias entre sus profesionales, ha llegado no obs­ tante a ejercer una profunda influencia sobre cómo se ve y se analiza el mundo. El pensamiento económico es ahora crucial en la forma que tienen las sociedades humanas de tratar el medio ambiente. No sólo el sistema económico que profesa una socie­ dad, sino también las asunciones ocultas y el sistema de valores que encierra, son elementos centrales para comprender la visión moderna de la relación entre los seres humanos y el mundo na­ tural. Pese al aparente abismo existente entre las economías de

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mercado occidentales y las economías centralizadas del mundo comunista, por lo que se refiere a las actitudes hacia el mun­ do natural su concepción se torna notoriamente similar. Es fácil olvidar que las economías y las sociedades domina­ das por los mecanismos de mercado son un fenómeno relativa­ mente reciente. Hasta el siglo xrx no surgieron sociedades con­ troladas por el funcionamiento libre (o básicamente libre) de mercados de tierras, trabajo y capital, quedando las demás con­ sideraciones subordinadas a esta exigencia. Durante miles de años las sociedades estuvieron organizadas de forma muy distin­ ta. Los grupos dedicados a la recolección y la caza por regla ge­ neral tenían pocas posesiones, la idea de propiedad de la tierra les era por completo ajena (lo que explica por qué no consi­ guieron adaptarse al sistema europeo) y los bienes vitales para la continuación del grupo, especialmente la comida, estaban a dis­ posición de todos y se compartían si ello era necesario. Las pri­ meras sociedades sedentarias dependían de la redistribución de los alimentos entre los miembros de la comunidad, una tarea que normalmente realizaban los sacerdotes o los gobernantes secula­ res en nombre de ellos. La población de Roma, igualmente, era alimentada mediante la distribución gratuita de grano por parte del Estado. En estas sociedades antiguas, y en todas las socieda­ des del mundo hasta siglos recientes, la mayor parte de la po­ blación vivía en pequeñas unidades, básicamente autosuficientes a casi todos los efectos, practicando una agricultura de semisubsistencia y dedicando gran parte de la producción sólo al uso personal o al trueque con la comunidad. En ausencia de merca­ dos en los que comerciar con los productos, la elite secular o re­ ligiosa contrataba o patrocinaba a los artistas y los artesanos para obtener lo que necesitaba. Estas sociedades eran mayoritariamente agrícolas y el comercio se restringía en gran medida a unos cuantos artículos íntimamente conectados con ese sector de la economía más unos cuantos artículos de lujo para la elite. En las sociedades «feudales» de la Europa medieval, al principio ra­ ramente se comerciaba con la tierra; se intercambiaba por servi­ cio militar o una renta, en especie más que en dinero. Muy len­ tamente se desarrolló a lo largo de siglos un mercado de la tie­ rra. Durante cientos de años, aunque había un mercado de trabajo, estaba muy lejos de ser libre. Estaba organizado en gre­ mios (tanto de propietarios como de trabajadores) que regulaban

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las horas de trabajo, el salario, el aprendizaje y la producción. Existían los mercaderes, pero desempeñaban un papel menor y el comercio de bienes funcionaba de una forma muy distinta a los mercados modernos. En lugar de funcionar con precios que fluctuasen según la oferta y la demanda, los mercados solían operar con relaciones fijas entre distintos productos, de tal mane­ ra que el beneficio no procedía de las diferencias de precios sino del movimiento. En Europa esta situación empezó a cambiar a partir del 1100, primero en zonas más desarrolladas como el norte de Italia y Flandes, generalizándose después por todo el continente. El co­ mercio se expandió y creció el número de mercaderes, apareció la banca, aumentó constantemente el mercado de la tierra y el tra­ bajo se convirtió más en un artículo de compra y venta. Pero aun­ que el comercio creció, aún estaba fuertemente regulado, a me­ nudo por parte del Estado por razones estratégicas, y el mercado de trabajo aún estaba parcialmente controlado, particularmente por las limitaciones impuestas sobre los salarios que se podían pagar y sobre la libertad de movimiento. Las actitudes sociales también imponían restricciones sobre la conducta económica, en particular sobre la obtención de beneficios. Hacia el siglo xvni, sin embargo, estaba apareciendo en Europa un comercio libre de tie­ rra, trabajo y capital, especialmente en los países más desarrolla­ dos como Gran Bretaña. El primer autor que aportó un análisis sistemático y una apología de la revolución de la conducta y la organización social que estaba teniendo lugar fue Adam Smitli (considerado ahora como el fundador de la economía moderna) en su Estudio sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, obra publicada en 1776 en una época en que estaban empezando a aparecer en Gran Bretaña nuevos métodos de or­ ganización económica. Sostenía que los individuos que actuaban en su propio interés, ya fuese como productores o consumidores, buscando mayor riqueza, pero regulados por la competencia en­ tre ellos, producirían el resultado más beneficioso para el conjun­ to de la sociedad. Su visión era la de una sociedad ocupada en un proceso de continua mejora que habría de producirse a través de la inversión, la mayor productividad y la acumulación de ri­ queza individual. Compartía la común creencia del siglo xvni en la inevitabilidad del progreso y asumía que la mejora de la so­ ciedad era equivalente a la producción de riqueza material, una

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asunción que muchos podrían discutir puesto que deja de lado muchos valores importantes, pero es una creencia que ha sido su­ mamente influyente. Smith, junto con otros autores como Ricardo y John Stuart Mili (ahora clasificados como economistas clásicos), situaron la producción de bienes en el centro de la economía. Desde el principio, por tanto, los economistas concentraron gran parte de su esfuerzo en el estudio de la organización de la pro­ ducción, en cómo interactuaban los diversos factores responsables de ella (tierra, trabajo y capital). Poca duda cabe de que la teoría de Smith sobre la compe­ tencia y un mercado autorregulador que opera a través de pre­ cios impuestos por un equilibrio entre la oferta y la demanda es, en la práctica, una forma sumamente efectiva de equilibrar pro­ ducción y demanda. Las asunciones de la economía clásica han tenido amplia aceptación, durante los doscientos últimos años, en las sociedades occidentales industrializadas. Hay no obstante, un fallo fundamental en la economía clásica (y en los sistemas modernos derivados de ella, la economía marxista, la del bie­ nestar, la keynesiana y la ultraliberal). Todas ellas ignoran el pro­ blema del agotamiento de los recursos y sólo se ocupan del problema secundario de la distribución de recursos entre dife­ rentes fines opuestos. El defecto crucial es que los recursos de la tierra son tratados como capital, un conjunto de activos que se han de convertir en fuente de beneficios. Los árboles, la flora y la fauna, los minerales, el agua y el suelo son tratados como ar­ tículos para vender o transformar. Más importante aún, su precio es simplemente el coste de extraerlos y convertirlos en bienes vendibles. (Algunos como el aire jamás entran en un mecanismo de mercado.) Pero esta visión pasa por alto la verdad básica de que los recursos de la tierra no es ya que sean escasos, es que son limitados. Como la economía clásica es incapaz de incorpo­ rar este hecho a su análisis, los sistemas económicos basados en ella alientan tanto al productor como al consumidor a agotar los recursos disponibles al ritmo que dicten las condiciones vigentes. Asume, desafiando toda lógica, que los recursos, en lo que se re­ fiere a materiales y energía, son inagotables, que el crecimiento en el nivel global de la economía puede continuar eternamente y que la sustitución de un material o una forma de energía por otra puede continuar indefinidamente aun cuando en la realidad las reservas totales sean limitadas. En este sistema no hay forma

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de que los precios actuales, y por tanto los niveles de actividad económica, tengan en cuenta los problemas que habrá que afrontar en el futuro. De hecho, si lo más racional que pueden hacer los seres humanos es, como sugiere la economía clásica, perseguir el propio interés inmediato, entonces no hay necesidad de preocuparse de la posteridad. Pero como en el mundo real los recursos son limitados, consumirlos ahora tiene un precio muy real: no estarán a disposición de generaciones futuras. La aparición de la economía keynesiana en los años treinta de nuestro siglo, que demostró cómo los gobiernos podían re­ gular la demanda en la economía para mantener el pleno em­ pleo, trajo consigo nuevos métodos para medir el nivel de acti­ vidad económica de un país. Los economistas desarrollaron el concepto de Producto Nacional Bruto (PNB) como medida de la cantidad de producción, consumo e inversión. El éxito de una economía se suele juzgar en la actualidad por el índice de au­ mento del PNB. Pero la forma de definir el PNB tiene una serie de defectos. No mide todos los tipos de actividad económica, y la forma de calcularlo da una visión distorsionada del éxito eco­ nómico. El PNB sólo mide ciertos flujos monetarios de una eco­ nomía y, por tanto, no puede cubrir la «economía sumergida» de actividades no declaradas o las transacciones no monetarias com o los tmeques, la agricultura de subsistencia, el trabajo do­ méstico y el trabajo voluntario. El PNB, que mide la magnitud de una economía, incluye muchos artículos que no constituyen un beneficio para el conjunto de la sociedad. Por ejemplo, cuanto m ás corta es la vida de los coches, y cuanto más a menudo se averíen, mayor será la cantidad de actividad en una' economía Cmás ventas de coches y más reparaciones) que quede reflejada e n las cifras del PNB. Esto ignora el hecho de que los individuos (a menos que trabajen en una fábrica de automóviles o en un ta­ ller) tendrían más dinero si tuviesen coches más seguros y más duraderos. Los cálculos del PNB tampoco tienen, en cuenta los costos sociales de algunas formas de producción, como los ma­ yores niveles de contaminación o la mayor congestión del tráfi­ c o , ni los retrasos o los problemas sociales como los malos ni­ veles de vivienda o la delincuencia. Es difícil poner un precio a tales artículos, y quedan fuera de la mayoría de los modelos eco­ nómicos y de los mecanismos de fijación de precios, reducidos a ■una categoría de «marginales». A largo plazo, la teoría del PNB no

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tiene en cuenta la cuestión fundamental de si su nivel en un mo­ mento dado, independientemente de su continuo crecimiento en el futuro, es de hecho deseable o sostenible. En ciertos aspectos, el desacuerdo más radical con la econo­ mía clásica y liberal vino con Marx y Engels, y sus obras teóricas publicadas a mediados del siglo xrx, y sus seguidores, en parti­ cular Lenin y los revolucionarios que detentaron el poder en la Unión Soviética a partir de 1917. Sin embargo, Marx y Engels, en su forma de tratar los recursos y eh medio ambiente, adoptaron muchas de las asunciones de la economía clásica (y el pensa­ miento occidental anterior), y en muchos casos llevan tales con­ cepciones al extremo, sin paralelismos en otros lugares. Marx y Engels, como los primeros economistas clásicos, sostenían que el «valor» de cualquier producto procedía de la cantidad de trabajo humano puesto en él. Tal punto de vista olvida los recursos em­ pleados: juzga el «valor» únicamente por la cantidad de trabajo humano empleado en su extracción y procesamiento y no tiene en cuenta su naturaleza limitada. En algunos de sus primeros trabajos, como los Manuscritos económicos y filosóficos escritos a principios de la década de 1840, Marx adopta una visión más idealista de la naturaleza que en sus obras posteriores (y esto coincide con algunas obras de Engels que demuestran que era consciente de algunos de los problemas medioambientales causados por la actividad humana en el pasado). Pero en otros trabajos Marx adoptó la común te­ sis europea de que la naturaleza sólo tenía significado en función de las necesidades humanas, por ejemplo cuando escribió que: «La naturaleza vista en abstracto, por sí misma, y fijamente aislada del hombre, no es nada para el hombre». En sus obras posterio­ res Marx sostiene que la «gran influencia civilizadora del capital» es que rechaza la «deificación de la naturaleza», de tal forma que «la naturaleza se convierte, por primera vez, simplemente en un objeto para la humanidad, en una mera cuestión de utilidad». En­ gels adoptó la misma postura, sosteniendo que los seres huma­ nos, en el futuro, serían capaces de «aprender y por tanto con­ trolar hasta las consecuencias naturales más remotas de al menos nuestras actividades productivas más comunes». Marx, Engels y Lenin rechazaron las ideas socialistas más libertarias en el senti­ do de que se podría obtener más felicidad reduciendo la canti­ dad de consumo de la sociedad y buscando una vida más sim-

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pie y más armoniosa. Por el contrario, para ellos su primer ob­ jetivo era hacer subir al proletariado hasta el nivel de consumo alcanzado por la burguesía en la Europa del siglo xix. El socia­ lismo habría de construirse sobre la capacidad productiva de una sociedad industrial avanzada organizada mediante el sistema de fábricas y con un alto grado de poder estatal para alcanzar estos fines. Este optimismo general del marxismo, que específicamen­ te rechazaba el pesimismo de autores como Malthus y se mos­ traba a favor de las posibilidades sin límite que una mayor pro­ ducción abre para la sociedad, lo resume a la perfección Engels cuando declara que «la productividad de la tierra puede ser in­ crementada infinitamente mediante la aplicación de capital, tra­ bajo y ciencia». El marxismo en la práctica resultó estar aún más comprome­ tido con la abrumadora importancia de la producción que las propias economías occidentales. Lenin, tanto en sus escritos teó­ ricos como en la práctica que se dio en la Unión Soviética a par­ tir de 1917, estaba obsesionado con la producción industrial y te­ nía en gran aprecio la capacidad de lo que él veía como capita­ lismo de monopolios para producir grandes cantidades de bienes. Una vez constituida la Unión Soviética, el desarrollo de la industria adquirió una alta prioridad, especialmente una vez que se aceptó el «socialismo en un país» como política del nue­ vo Estado a finales de la década de los 20. Las consecuencias para el medio ambiente de estas políticas eran potencialmente menos dañinas, pero este aspecto se dejó de lado en gran medi­ da en el contexto de una filosofía materialista que veía los gran­ des logros humanos como la capacidad de alterar el mundo na­ tural según fuese necesario y que se centró en una visión entu­ siasta del futuro como la evocada por el historiador soviético M.N. Pokrovskiy en su Breve historia de Rusia, de 1931: «Es fácil prever que en el futuro, cuando la ciencia y la técnica hayan llegado a una perfección que aún no somos capaces de imaginar, la naturaleza se converti­ rá en suave cera en sus manos [del hombre] a la que él podrá darle la forma que desee». La fuerza de la tesis marxista sobre la suprema importancia de la habilidad de los seres humanos para moldear la naturaleza

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para sus propios fines se puede juzgar por el hecho de que el li­ bro de Pokrovskiy fue condenado más tarde ¡por dar demasiada importancia al papel desempeñado por el medio ambiente en la historia humana! A muchos profesionales y políticos les ha convenido repre­ sentar la economía como una ciencia y una herramienta objetiva para analizar la actividad humana y para dirigir los asuntos eco­ nómicos. Sin embargo, nunca ha estado ni jamás puede estar li­ bre de valores. Su propia aparición como disciplina indepen­ diente en el siglo xrx refleja la importancia en los países indus­ trializados de Europa y Norteamérica de la expansión de la producción y el consumo. Éstos se convirtieron en el centro de atención y preocupación, y otras consideraciones, especialmente los juicios sobre la calidad de vida, que no se refiriesen a los bie­ nes materiales fueron ampliamente ignoradas. Aunque como dis­ ciplina la propia economía ha evolucionado mucho, la mayor parte de su análisis es esencialmente estático. Sus textos clásicos describen cómo funcionan o deberían funcionar las economías, pero poco o nada contienen sobre la dinámica a largo plazo que se da. Cuantifican el nivel actual de la producción pero no dicen nada sobre lo sostenible que es a largo plazo y en qué medida se están consumiendo recursos no renovables y escasos. La ma­ yor parte del pensamiento económico dominante arroja poca luz sobre las consecuencias inmediatas y futuras de la producción y el consumo actuales (aparte de su influencia sobre la inflación y el desempleo), y ofrece pocas soluciones a preguntas sobre los niveles de contaminación y el daño que se produce al medio ambiente. Sólo un número muy reducido de economistas han intentado abordar estas profundas cuestiones. E. F. Schumacher en su libro Small is Beautiful, publicado a principios de los setenta, defen­ día un enfoque de la economía «como si la gente importase». Para él esto significaba concentrarse en cuestiones de la magni­ tud y la escala apropiadas para las actividades y la tecnología e identificar las necesidades reales de las personas en lugar de per­ seguir niveles absolutos de producción, un enfoque que él defi­ nió como «Economía budista». Aunque sus escritos se convirtie­ ron en éxitos de ventas mundiales, sus ideas han tenido poco impacto sobre los diseñadores de políticas y sobre la economía dominante. Otro agudo análisis de las deficiencias de la econo-

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mia convencional fue el elaborado por Hazel Henderson en su libro Creating Alternative Futures publicado en 1978. Como Schumacher, esta autora criticaba la fragmentación del pensa­ miento económico, su fracaso en reconocer los valores profun­ damente arraigados dentro de él y el que no consiga tener en cuenta la dependencia de la humanidad respecto del mundo na­ tural. El resultado, según Henderson, es que: «La economía ha entronizado algunas de nuestras pre­ disposiciones menos atractivas: codicia material, com­ petición, gula, orgullo, egoísmo, imprevisión y simple codicia». A riesgo de simplificar excesivamente, se pueden agrupar los diversos elementos que conforman una visión «europea» del mundo. Esta visión está compuesta por muchas tradiciones dis­ tintas —filosóficas, religiosas y científicas— y han sido canaliza­ das por muy diversas vías. Los europeos llegaron a ver a los se­ res humanos como situados en una posición especial, por enci­ ma de un «mundo natural» independiente que ellos podían explotar impunemente. La influencia del pensamiento científico se puede ver en el dominio de los modos reduccionistas de pen­ sar: el énfasis sobre la observación y la comprensión de partes del sistema en lugar de fijarse en el todo. Llegaron a darse cuen­ ta los europeos de que su posición material y su nivel de cono­ cimiento eran mayores que los de sus predecesores, y a esto lo llamaron «progreso». Los niveles más altos de consumo material y la mayor capacidad para alterar el mundo natural recibieron la consideración de grandes logros. El progreso era por definición beneficioso y algo a lo que todas las sociedades debían aspirar en el futuro, y se asoció el progreso, por encima de todo, con el crecimiento económico. Sería ingenuo asumir que este trasfondo intelectual propor­ cionó la fuerza motivadora que impulsó el auge de Europa, y es difícil desentrañar cuál fue la causa y cuál el efecto. Pero la for­ ma de pensar de los europeos sobre el mundo que los rodeaba fue importante. Contribuyó a dar una autojustificación intelectual a lo que hicieron los europeos con el mundo natural, a cómo adaptaron a otras sociedades a sus propios fines y a cómo ex­ plotaron los recursos naturales del mundo.

CAPÍTULO

_______ 9 El saqueo del mundo

Durante los 10.000 últimos años las actividades humanas han provocado cambios fundamentales en el ecosistema del mundo. La expansión universal de los asentamientos humanos y la crea­ ción de campos y pastos para la agricultura, el continuo clareo de bosques y otras zonas silvestres y la desecación de zonas pan­ tanosas han reducido constantemente los hábitats de práctica­ mente todo tipo de animales y plantas. La caza deliberada de ani­ males para conseguir alimentos, pieles y otros productos (y en algunos casos por «deporte») y la recolección de plantas han re­ ducido drásticamente el número de ejemplares de muchas espe­ cies. Los seres humanos han introducido nuevas plantas y ani­ males en los ecosistemas a menudo con resultados inesperados y casi catastróficos. La envergadura de las pérdidas de fauna en períodos anteriores es difícil de evaluar. Hay más datos, aunque todavía muy desiguales, sobre el período posterior a 1600, pero hasta el momento presente no se han emprendido investigacio­ nes minuciosas, en gran medida impulsadas por una creciente

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conciencia ante el continuo número de pérdidas. No cabe duda sin embargo de que el ritmo de destrucción ha ido en aumento, en especial tras la expansión de Europa a partir de 1500. Desde el momento de los primeros asentamientos humanos se puede detectar una reducción en los hábitats de la fauna y en la extinción de especies a escala local. En el valle del Nilo la ex­ tensión de la zona cultivada, la desecación de zonas pantanosas y la caza organizada de animales provocó la eliminación de mu­ chas especies originalmente autóctonas de la zona. Por la época del Viejo Reino (2950-2350 antes de J. C), animales como los ele­ fantes, los rinocerontes y las jirafas habían desaparecido del va­ lle. La difusión del asentamiento por el Mediterráneo produjo los mismos resultados, concentrándose la destrucción sobre los vul­ nerables animales situados en la cúspide de la cadena alimenti­ cia. Hacia el 200 antes de J. C., el león y el leopardo se habían extinguido en Grecia y en las zonas costeras del Asia Menor, y los lobos y los chacales estaban confinados en las remotas zonas montañosas. La caza con trampas de castores en el norte de Gre­ cia también los habían llevado a la extinción. La afición romana al sacrificio deliberado de animales salvajes en juegos y otros es­ pectáculos también contribuyó a la matanza. La envergadura de la continua destrucción para divertir a las masas por todo el Im­ perio Romano, año tras año, durante siglos, se puede deducir del hecho de que durante los 100 días de celebración de la consa­ gración del Coliseo de Roma se mataron 9-000 animales captura­ dos, y otros 11.000 para celebrar la conquista por parte de Trajano de la nueva provincia de Dacia. En los primeros siglos de nuestra era, el elefante, el rinoceronte y la cebra se habían ex­ tinguido en el norte de África, el hipopótamo en el bajo Nilo y el tigre en el norte de Persia y Mesopotamia. Los grandes espectáculos del Imperio Romano cesaron en el occidente europeo a partir del siglo v, pero la destrucción de la fauna continuó por otros procedimientos. A principios de la Edad Media, Europa consistía principalmente en grandes zonas de eco­ sistemas naturales sin explotar con una pequeña población que vivía dentro de ellos en asentamientos dispersos (justamente lo opuesto a su paisaje posterior). La expansión de la zona coloni­ zada redujo gradualmente los hábitats de los que dependían las plantas y los animales para su supervivencia. Especies enteras se extinguieron y otras desaparecieron en grandes zonas o vieron

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sus poblaciones gravemente reducidas. El uro (antepasado salva­ je del toro actual) era un animal de bosque que padeció parti­ cularmente los efectos de la deforestación. Se extinguió en Gran Bretaña alrededor del 2000 antes de J. C. y lentamente desapa­ reció del resto del continente. El último ejemplar conocido mu­ rió en el bosque de Jaktorowa, en Polonia, en 1627. El bisonte europeo aún se encontraba a principios de la Edad Media en una extensa área de Bélgica y Alemania, pero hacia el siglo xviii sólo se encontraba en la Europa oriental, y el último animal salvaje murió en el bosque de Bialowieza de Polonia en 1920. La gran alca, un ave acuática no voladora, vivió una vez en grandes co­ lonias a lo largo de las costas atlánticas de Escocia, las islas Oc­ cidentales, Orkney y Shetland e Islandia. Era una presa suma­ mente vulnerable; en un episodio acaecido en 1540, en media hora se llenaron dos barcos de alcas recién sacrificadas (produ­ ciendo cinco toneladas de aves en salazón) y la tripulación mató más aves para comerlas frescas. Los marineros también se co­ mieron los huevos y como el alca sólo ponía uno al año, su ca­ pacidad reproductora se vio perjudicada. Hacia el siglo xviii el pájaro empezó a ser una especie rara en la costa británica. La úl­ tima pareja fue exterminada en Islandia en 1844. Muchas más especies que una vez fueron comunes en toda Europa se han extinguido en grandes zonas del continente. Los lobos existieron en grandes cantidades por toda la Europa occi­ dental hasta hace unos 500 años. En 1420 y 1438, todavía se vie­ ron manadas de lobos por las calles de París a la luz del día. En 1520, aún sobrevivían los suficientes para que Francisco I orga­ nizase cacerías oficiales, y más de cien años después, en 1640, hay relatos que hablan de lobos que bajaban de las colinas del Jura aterrorizando a los habitantes de Besançon. En Gran Breta­ ña, durante el siglo xvi aún había los suficientes lobos para per­ mitir grandes cacerías en Escocia. El último avistamiento docu­ mentado de un lobo se produjo en i486 en Inglaterra, en 1576 en Gales, en Escocia en 1743 y en Irlanda durante los primeros años del siglo xdc. El oso pardo aún era común por toda la Eu­ ropa occidental medieval (aunque se había extinguido en Gran Bretaña hacia el siglo x). Sin embargo, las cifras de ejemplares declinaron constantemente por efecto de la caza y la destrucción de su hábitat, y ahora sólo sobrevive en unas cuantas zonas montañosas remotas. El mismo patrón de acontecimientos afectó

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al castor, que también era común en la Europa medieval y se ca­ zaba con trampas para conseguir su piel. Se extinguió en Gran Bretaña a principios del siglo xiii y más tarde por la mayor par­ te del resto de Europa. Gran Bretaña, uno de los primeros países densamente pobla­ dos e industrializados, ilustra muchas de las fuerzas que afecta­ ron a toda Europa. La grulla se extinguió en el siglo xvi. El águi­ la marina aún era común en la década de 1870 pero ahora está extinta. La conversión de herbazal en tierras cultivables, combi­ nada con una caza masiva, provocó la extinción de la avutarda hacia 1838. Al quebrantahuesos, que era tan común en el siglo xviii que su presencia no era motivo de comentario especial al­ guno, se lo consideraba, erróneamente, un gran depredador del salmón. Con el aumento de la pesca del salmón en el siglo xix fue atrapado implacablemente y acabó por extinguirse. En el si­ glo xx volvieron a aparecer unas cuantas parejas, pero ahora sólo se reproduce gracias a una rigurosa protección. Hubo un mo­ mento en que el ave de caza de los bosques escoceses, el uro­ gallo, fue común por todo el país, pero el incesante clareo del bosque redujo sus cifras. Hacia el siglo xvii estaba confinado a la zona norte del río Tay, y el último ejemplar fue visto en Inverness-shire en 1762. Fue reintroducido en 1837, pero una vez más el continuo clareo del bosque redujo sus cifras a un nivel crítico; se calcula que en la actualidad sólo sobreviven unos 2.000. El águila real aún se encontraba en Derbyshire a principios del si­ glo xvii, y el cordero de Cheviot en el xix, pero ahora se ha re­ tirado a zonas remotas de las regiones montañosas escocesas. La chova fue común en zonas del interior de Escocia hasta princi­ pios del siglo xix, pero ahora es una ejemplar raro incluso en las costas. El milano rojo fue una vez una de las aves de rapiña más comunes. En el siglo xvi aún se lo podía ver en el centro de Lon­ dres buscando alimento entre la basura de las calles. Durante los siglos siguientes fue cazado y sus hábitats quedaron destruidos. A principios del siglo xx se reducía a unos cinco ejemplares, y aún hoy no se ha recuperado por encima del centenar escaso de parejas confinadas en el centro de Gales. Aunque este rastro de destrucción fue en parte efecto secun­ dario de la agricultura y en parte consecuencia deliberada de la caza y la explotación comercial, también resulta evidente por los textos de la época que la ausencia de la idea de conservación y

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preservación de la fauna fue notoria hasta tiempos relativamente recientes. La actitud general hacia el mundo natural la resumió bien Edmund Hickeringill, el clérigo inglés del siglo xvii que es­ cribió que: «Tan nocivos y ofensivos son algunos animales para el género humano que concierne a toda la humanidad liberarse de esta molestia, acabando con ellos con la máxima rapidez y di­ ligencia posible, por todos los medios legales». En 1668 John Worlidge publicó su Systema Agriculturae, que contenía un ca­ lendario para ese año con las siguientes tareas que afectaban a animales considerados «perjudiciales» para la agricultura:
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