Historia de Las Religiones - Tomo_I - Juan B. Bergua

April 13, 2017 | Author: Annalisa Pensiero | Category: N/A
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HISTORIA DE LAS RELIGIONES El tomo seéundo de esta HISTORIA DE LAS RELIGIONES estará integrado por las siguientes: Religión de los pueblos Indo-europeos, las religiones de la India, religión de Grecia, de Creta, de Micenas, religión de los etruscos, religión de los celtas, religión de los germanos, religión de los eslavos, Chamanismo, Mazdeismo, Mitraismo, Maniqueísmo, las religiones americanas precolombianas: la religión de los aztecas y la religión de los incas del Perú. Notas. El tomo tercero comprenderá: Religión de los sikhs, Jainismo, Budismo, Lamaísmo, Islamismo, Babismo, Bahaismo y Judaismo. Más los exudados religiosos menores que no hayan ido apareciendo ya, que la creciente inquietud espiritual de los hombres descontentos de las religiones existentes, hace nacer por todas partes, y las notas. El tomo cuarto estará consagrado al CRISTIANISMO.

JUAN B. BERGUA

ISTORIA DE LAS RELIGIONES TOMO I PAIABRAS PRELIMINARES. PSICOLOGÍA DEL HOMBRE RELIGIOSO: RFLIG1ON Y FANATISMO.—EN EL UMBRAL DE LAS RELIGIONES.—LO PIJRO Y LO IMPURO. TOTEMS Y TABÚES.—ORIGEN DEL SENTIMIENTO RFLIGIOSO —MANA. PREANIMISMO (MAGIA). ANIMISMO. TOTEMISMO. POLITEÍSMO. MONOTEÍSMO.—LAS RELIGIONES DE LOS PUEBLOS PREHISTÓRICOS.—LA RELIGIÓN DE LOS PUEBLOS PRIMITIVOS ACTUALES.—LA RELIGIÓN DE LOS SUMERIOS.—LA RELIGIÓN DE BABILONIA Y ASIRÍA.—LOS HITT1TAS, LOS HURRITAS Y SU RELIGIÓN.— LA RELIGIÓN DE LOS FENICIOS. RELIGIÓN DE LOS CARTAGINESES.— LA RELIGIÓN DE SIRIA.—LA RELIGIÓN EGIPCIA.—LA RELIGIÓN CHINA.—LA RELIGIÓN DEL JAPÓN.—NOTAS. «Sí fuésemos razonables, Hermógenes, confesaríamos que nada, sabemos de los dioses, ni de sus personas ni de sus nombres.» (Platón, Kratilos). «Dada la imposibilidad en que nos encontramos de ver y conocer a Dios.» (Platón, Fáidros). «Descubrir el autor y padre de este Universo, empresa considerable es; una vez descubierto, divulgarlo para que lo sepan los demás, imposible.» (Platón, Timajos). «lie puesto la mesa para los tolerantes, para los que respetan las ideas y opiniones de los demás, para los que prueban amar al prójimo dejándole opinar y no tratando de imponerle lo que a ellos les conviene. Los fanáticos, los intransigentes, los que se obstinan en hacer creer que «su verdad» es la. única verdad, la Verdad Absoluta, pueden salir de la sala del festín: para ellos no es este banque* te.» (Hans Augreb, Pláticas filosóficas).

C L Á S I C O S

B E R G U A

DOBLE DEDICATORIA

© Juan B. Bergua, 1964 Depósito legal: AV. 5 -1964 (I) Número Registro: 5933 - 63

Impreso en España Printed in Spain

A' u -3' >l 3 - a EDITORIAL t GRÁFICAS SEÑEN MARTÍN. -PASBO DE SAW ROQUE, 38,—AVILA

1 de Enero de 1960. Con la alegría de empezar una obra nueva, sean mis primeras palabras para ofrecérsela con tanta devoción como desprecio siento hacia los fanatismos y la intolerancia, a las innumerables víctimas de los crímenes tanto políticos como religiosos, desde Sókrates, Jesús y los que fueron sacrificados antes que ellos, hasta Ali-Mohammed el Bab, Gandhi y aquellos a los que les haya ocurrido después. Dedicada pues les queda esta Historia de las religiones, de todo corazón, pues creo que nadie lo merece tanto como ellos. 5 de Julio de 1963. Al poner «.Fin» en la última página de este libro y tras el suspiro de satisfacción de obra cumplida, abro los periódicos de la mañana y leo en todos ellos la siguiente noticia aparecida, según dicen, en el Boletín Oficial del Estado: «Como expresión de la fe religiosa de la nación, que ha de manifestarse en los solemnes actos del XIX centenario de la venida del Apóstol San Pablo a España, dispongo: Artículo único.—Se rendirán a la sagrada reliquia del brazo del Apóstol San Pablo, a su llegada a España por Tarragona, los honores de capitán general con mando en plaza. Dado en Madrid a 4 de julio de 1963.

Dedicada queda pues también esta Historia de las religiones a la España católica, pues creo asimismo que nadie la necesita tanto como ella.

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fcl/íu4 ^ I *}•••:; . /aj *£&*&' * La misma empresa editorial americana que está acabando de imprimir la Mitología Universal, publicará, una vez aparecida en España, esta Historia de las Religiones. Oportunamente serán informados los lectores, por la prensa, de cuándo y adonde tienen que dirigirse, si les interesa

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truosos, otras a su imagen y semejanza y por ello dotados de sus mismas pasiones y sus mismos defectos. No contentos con ello, los vamos a ver adorar las cosas más dispares y absurdas, adorar piedras, adorar árboles, adorar animales, incluso adorar, por admiración, por servilismo o por bajeza, para el caso es igual, a otros hombres; crear las prácticas religiosas más absurdas, los ritos más incongruentes, las costumbres falsamente piadosas más disparatadas; realizar ofrendas torpes, sacrificios sangrientos, y, en una palabra, hundirse durante siglos en cultos tan ajenos a toda razón y todo buen sentido, que verdaderamente, al saber y conocer tal cúmulo de prácticas incalificables, apenas podemos darlas crédito, y al pensar que bajo dosel tan increíblemente disparatado y tan irracional vivieron pueblos, se crearon Imperios y alborearon civilizaciones, quedamos como aturdidos primero, y al punto abochornados de ser descendientes de una Humanidad semejante. Para tranquilizar al lector, me apresuraré a decir que si el desconsolador panorama que acabo de bosquejar con cuatro trazos, es innegable (con sus propios ojos le contemplará a medida que vaya leyendo), en el proceloso mar de la inferioridad general, en el calcinado desierto obra de las ignorancias, los fanatismos y las codicias, los espíritus superiores, los faros intelectuales, los oasis del buen sentido, de la tolerancia y de la ecuanimidad, se levantaron siempre como boyas salvadoras, oponiendo la luz de su inteligencia y la bondad de su corazón, a la estupidez, a la mediocridad, y la perversidad moral de los demás. Por todo ello el gran interés, el positivo valor, la real enseñanza del cuadro que nos va a ofrecer la historia de las religiones, en la rica, plural y abigarrada mezcla de su contenido. En efecto, como un maravilloso caleidoscopio, nos va a permitir contemplar todo lo malo, pero también todo lo bueno de que es capaz el espíritu humano. A saber, por un lado, de inventar dioses, urdir ritos e imaginar asimismo toda clase de mitos; por otro, oponerse a todo ello, es decir a todo lo falso, a todo lo malo, a todo lo artificioso, sentando, al hacerlo, las bases de la ética y creando una moral que ni las montañas de arena levantadas por los huracanes del desierto de la ignorancia, ni las olas frenéticas de los fanatismos, serían capaces ya de sepultar. Este cuadro, en lo que afecta a la formación de las divinidades por obra de la fantasía de los hombres, y luego a sus

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pretendidas relaciones con ellas, es de tal modo desconcertante, que con increíble sorpresa vamos a ver cómo durante larguísimos períodos de tiempo se fueron articulando panteones religiosos integrados por dioses y demonios, genios, espíritus y toda clase de pretendidos entes enteramente absurdos; y a los hombres echarse luego de rodillas ante ellos. Es más, por ellos y creyendo servirles y agradarles, realizar actos, unas veces tan inmediatos a lo estúpido y otras tan cerca de lo abominable, que a menos de estar advertidos de la verdadera naturaleza de lo que falsamente se suele muchas veces entender por religioso o como religioso, y muy particularmente de la psicología del hombre religioso vulgar antiguo (mejor debería escribir del fanático vulgar antiguo, pues lo verdaderamente religioso siempre fue algo superior y enteramente distinto), la historia de las religiones se convertiría en la historia de los extravíos, de las insensateces y de las más inconcebibles y grandes de las demencias humanas. Para no extraviarnos pues, ante el cúmulo de creencias disparatadas que vamos a encontrar hasta llegar a las tres o cuatro consideradas con razón como superiores, conviene inmunizarse previamente, por decirlo así, mediante unas advertencias preliminares, relativas a lo que durante muchos siglos han creído los hombres que era la religión y lo religioso. Es decir, establecer los siguientes postulados, que vienen naturalmente a la imaginación de todos, en cuanto se empieza a recorrer una Historia de las Religiones. 1.° Que todo parece demostrar que el hombre se inclinó desde los albores de la Humanidad, hacia lo religioso. Entendiendo por ello, en su prístina forma, la inclinación a suponer la existencia de seres superiores, extrahumanos, más poderosos que los que pensaban en ellos, y capaces de favorecer y de perjudicar. 2.° Que desde un principio, aplicó a esta tarea de imaginar dioses, la única facultad de su inteligencia apropiada para tal empresa: la fantasía. 3." Que no dudó en considerar cuanto no comprendía ni se podía explicar, como obra de los seres que iba imaginando. 4.° Que sin base alguna cierta y positiva y solo partiendo de supuestos enteramente fantásticos, o interesados (por ver de que aquellos seres poderosos dejasen de perjudicarle; luego pasaría a contar con ellos para ver de remediar sus necesidades), el hombre, durante centenares de siglos y al compás de industrias, ar-

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tes, y cuanto había de contribuir a la civilización y al progreso., fue elaborando lentamente lo religioso, pasando de las primera» concepciones, muy vagas e imprecisas en un principio, como su misma inteligencia (mana, preammismo, animismo, totemismo), a la personalización de las fuerzas de la Naturaleza primero, de muchas cosas al punto, y por fin incluso de bastantes conceptos abstractos, creando con todo ello a los dioses de los diferentes panteones antiguos, y al hacerlo, las primeras religiones propiamente dichas, únicas dignas de tal nombre, es decir soloennoblecidas gracias a la aparición de los grandes iniciados, de los grandes profetas. 5.a Que hasta ellos, hasta estos superhombres, lo llamado religioso era de tal manera insensato y absurdo, que cuesta trabajo, a menos de considerar serenamente de lo que ha sido y es capaz el hombre, apartándose de la razón, creer no solo que tales religiones hayan constituido una realidad, sino que incluso fuesen las inspiradoras de la parte más importante de la vida y de los pensamientos, e incluso de muchos actos, de los hombres; así como de la marcha de la civilización, de las artes, y, en una palabra, de los pueblos. 6.° Que durante incontables siglos, los hombres, sin dar reposo a la fantasía y cual si se obstinasen en demostrar que no eran seres inteligentes, tejieron a fuerza de suposiciones absurdas y mitos más o menos disparatados (más, por lo general), religión tras religión, mitología tras mitología, inventando dioses y más dioses, tomando luego como artículo de fe sus propias invenciones, y ajustando a ellas gran parte de sus actos y las decisiones más importantes de su vida, así como sus costumbres y sus leyes. En fin, 7.° Que hasta que, como he dicho, apareció un poco de claridad, de luz, de razón, de buen sentido en lo que afectaba a lo religioso, el Mundo diríase que estuvo poblado durante centenares de siglos por hombres incapaces de toda reflexión, y muy capaces, por el contrario, de todo lo disparatado, todo desva* río y toda demencia. Ahora bien, como por fortuna se podrá también observar a medida que se vaya leyendo, y como ya he apuntado, aunque este cuadro desconsolador fue la regla general, también en todas partes las inteligencias superiores y los hombres más cultivados espiritualmente, se colocaron frente a lo que sin discernimiento alguno creían, en manada, los demás. De modo que para no extraviarnos ni desalentarnos recorriendo el pa-

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la religioso antiguo, conviene dividir a los hombres en dos clases, división que nos ayudará a comprender con tod'a claridad los hechos: la masa, y los alejados, espiritualmente, de ella. A estos los dividiremos a su vez en otras dos clases: los idealistas y los racionalistas. Me apresuro a decir que para mi la masa antigua, a la que ahora me refiero (2), era la constituida por todos aquellos, sin distinción de clase, fortuna o posición social, incapaces, en lo .que a la religión atañía, de opinar por su cuenta. Es decir, ^jue creían, sin discernimiento, lo que de niños les habían enseñado (verdaderas montañas de cosas absurdas y disparatadas, como se verá), y estimaban como un deber practicar los titos, igualmente absurdos, en que habían sido iniciados. Por consiguiente y en lo que a estos efectos respecta, tan a la masa pertenecían los reyes que creían y practicaban lo mismo que sus subditos, como los cresos que pensaban en esto como los pobres, y los conquistadores famosos que no habían sabido conquistarse a sí mismos. Dicho esto, puntualicemos aún estas tres clases antes de entrar en su psicología y para mejor comprenderla: a) La masa. La masa eternamente arreligiosa, si entendemos i;ií5¡>>:> «b!í-fcr}£>.:j;, . • • : . •,..•:. ••;;-j ".' .'••.•:•••*..! f;. :lH¡•;«;'> .O'ilígfrfí ¡:O ;trt!Íf:f 'A'-C :+:> ;/;;'Í;U;'-.;'T :•:-•.• ' • - • ; > .:,-;:»':/ rts tó-cp'ísíJ4»..»fti:t:,;cH .>!?-,.;,'-.) .vtiVji.-v «»!*! ttbÍÍÍÍ,ÍK:tí' iilí., «(Xt£.''v;'''" ,;i r «U'n'HJv

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iento, desarrollo, apogeo, decadencia, fin; todo cuanto ha existido, existe y existirá en el Universo está encadenado a seguir este curso o ley natural de las cosas. Las religiones no escapan a este destino (49). ¿Cómo nació la religión? ¿Cuál fue su aurora? He aquí el objeto de este capítulo, primero, en realidad, de la Historia de las Religiones y el más difícil de todos (50), puesto que, a falta de datos seguros en que apoyarse, hay que ingeniárselas para conjeturar cómo pudo nacer el sentimiento religioso, primer paso hacia la religión, en los pueblos primitivos (51), y además manejar con todo cuidado los raros vestigios que quedan de los hombres prehistóricos (52), pues ds ellos es de donde hay que deducir, procurando que la fantasía no vaya más allá de lo estrictamente indispensable, lo que sólo muy impropiamente §e puede llamar «religión de los pueblos primitivos». Y digo «muy impropiamente», porque tan sólo se podría hablar de religión de los pueblos prehistóricos tomando esta palabra en el sentido en que menos la conviene, es decir, «como sospecha vaga y no bien definida de la existencia de potencias extranaturales superiores al hombre», porque en cuanto se estime la religión «como respeto profundo y temor sagrado hacia un Ser superior ante cuya sabiduría hay que inclinarse y con el cual quisiéramos unirnos en la medida de lo posible en virtud precisamente de la religión, Religat nos religio omnipotenti Deo, que decía San Agustín» (53), entonces no hay medio de considerar como religiones lo que, según los autores, ha constituido su forma primitiva, es decir, ora el naturismo, ya el animismo, bjen el totemismo y mucho menos el culto a los muertos (54); y por supuesto ni tan siquiera las mitologías, a no ser en sus formas superiores, es decir, cuando los espíritus más cultivados tendían en ellas al monoteísmo (55); no hablem™1 ya de la superstición y de la magia, enemigos los más pe-

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HISTORIA DE LAS RELIGIONES

ligrosos de la religión, bien que la «magia» sea muy difícil de distinguir de ésta en un principio y que la «superstición» haya sido y siga siendo la forma más corriente que reviste la religión en los espíritus inferiores. Para poder caminar, pues, en medio de la incertidumbre propia a todo lo prehistórico con alguna posibilidad de acierto, conviene fijar bien algunas ideas. La primera de todas, que el nacimiento del sentimiento religioso no pudo ser «casual» (56), sino «causal», es decir, que tuvo que tener una causa, acerca de la cual conviene hacer algunas consideraciones. Desde luego, tiene razón Durkheim cuando dice en su excelente libro Las formas elementales de la vida religiosa: «Las religiones, incluso las más groseras, que nos hacen conocer la historia y la etnografía son ya de una complejidad que se aviene mal con la idea que nos hacemos algunas veces de la mentalidad primitiva. Se encuentra en ellas no solamente un sistema complicado de creencias y de ritos, sino incluso una tal pluralidad de principios diferentes, una tal riqueza de nociones esenciales, que ha parecido imposible ver en ellas otra cosa que el producto tardío de una demasiado larga evolución.» Y es lo curioso, que tras sentar esto, con objeto de pódsr negar que el «naturismo» y el «animismo» sean las primitivas formas de religión, él pretenda que esta primera manera entre los hombres de entrar en relación, o de pretenderlo al menos, con lo extranatural, sea el «totemismo». Porque, en efecto, para tratar de explicar cómo nació la religión, cinco teorías generales han aparecido modernamente. Voy a mencionarlas, citando al frente de cada una a su representante más característico: La naturista, de Max Müller. La animista, dé Tylor. La mágica o preanimista, de Marett. La totemista, de Durkheim, y La del monoteísmo original, del Padre W. Schmidt. Como es lógico que una Historia de las Religiones empiece tratando de averiguar cómo nació aquello de que va a ocuparse, examinemos un poco estas teorías. Manos a la obra. Qué todas cinco correspondan a manifestaciones que llamaremos religiosas para no apartarnos mucho de la cuestión (bien que no tengan nada aún de religión, pues las ideas sobre la divinidad no pueden emanar de concepciones que nada tienen que ver con lo divino), conformes. Así como que corresponden

HISTORIA DE LAS RELIGIONES a tipos de creencias más atrasados. Pero

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todavía en vigor entre los pueblos actuales que no ya la religión propiamente dicha, ni tan siquiera su primera manifestación, es decir, el despertar del sentimiento religioso, fuese una cualquiera de estas cinco manifestaciones, esto parece que hay que negarlo, como lo vamos a ver. "'.',ji .i:'. :•'• :•''• '•>';í«:J

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JtÁ RELIGIÓN DE LOS SUMERIOS ti r• , ' •K* Acabada, en efecto, la penuria económica, es decir, la dura lucha diaria por la vida, mientras ésta dependió casi exclusivamente de la caza, gracias a la agricultura y al pastoreo, el mejoramiento de las condiciones de existencia trajo como consecuencia el aumento de población, y a causa de él empezarían los períodos de las grandes emigraciones, ora en busca de nuevos pastos ya de terrenos cada vez mejores; emigraciones que seían, ya voluntarias, bien obligadas a causa de la presión de >tros grupos de hombres. No se olvide (lo diré una vez más), que para estos cambios que se mencionan ahora con unas palabras contaron los hombres prehistóricos con centenares de siglos. Períodos sí, larguísimos durante los cuales los pequeños clanes compuestos por un puñado de familias se convertirían en tribus, las tribus en hordas que iniciarían las primeras emigraciones (verdaderas invasiones muchas veces, sobre todo, cuando descubierto el medio

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LA RELIGIÓN DB LOS SUMKKIüS

HISTORIA DB LAS RÉIJGIONES

de trabajar el cobre —primer metal que fue objeto de metalur-í gia—, los hombres fuesen armados delante de sus rebaños, ert busca de tierras mejores); y finalmente, una vez hallados los terrenos apetecidos, o detenidos los avances por barreras, punto menos que infranqueables, el mar o grandes cadenas de montañas, se iniciaría la formación, al amparo de las nacientes civilizaciones dignas ya de este nombre, de los primeros Imperios, de ordinario al borde de los grandes ríos (el Eufrates, el Tigris, el Indo, el Nilo, el río Amarillo), donde asentados los hombres en ricas tierras de aluvión podrían, al fin, abandonar el pastoreo trashumante, por un régimen que haría compatible la cría del ganado con la agricultura practicada ya en gran escala, por decirlo así, en virtud del arado, y hasta el sistema de riego más o menos perfectos. ¿Dónde surgieron estas primeras grandes civilizaciones? ¿Cuál de todas ellas fue la que precedió a las demás? ¿Con cuál de ellas se sale de la prehistoria para entrar en la historia propiamente dicha? Hoy se sabe ya con certeza que ninguna civilización digna de tal nombre apareció en parte alguna con anterioridad a las siguientes: En Asia, antes que en el Próximo Oriente, valle del Indo y China; en África, antes que a orillas del Nilo; en América, en parte alguna antes que su parte central y en la occidental de la América del Sur. En cuanto al orden de aparición puede también establecerse el siguiente: Sumer (Babilonia, Asiría), Egipto, valle del Indo, márgenes del río Amarillo, y civilizaciones americanas (177). Y apresurémonos a decir que si la civilización de Sumer fue la primera, también la más importante a causa de haber inventado, primero también entre los pueblos que tal hicieron, algo sin lo cual no hay posibilidad de progreso verdadero: un sistema de escritura. Y no un sistema de escritura como el «jeroglífico» de los egipcios, que fue durante siglos la única y exclusiva forma de expresión de un solo pueblo, el egipcio (la aparición de los sistemas hieráticos y demótico no alteró la cuestión), sino que el sistema de escritura inventado por los súmenos, el cuneiforme (178) adquirió tal difusión, que mediante él, durante su larga historia, se escribió en una porción de idiomas diferentes, la mayor parte de ellos no semitas (179). En realidad, en un principio la escritura cuneiforme era la escritura de sus inventores los sumerios (cuya lengua no se ha podido encontrar que tuviese sumejanza con ninguna otra antigua o mo* '

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a), y, durante mil años (de 3.500 a 2.500 aproximadamente), a lengua fue la única escrita en Mesopotamia, e incluso pertneció luego durante otros dos mil quinientos años, siendo la igua sabia del Asia occidental. En ciertas ocasiones (hacia a. de C.) llegó a enseñarse en las escuelas de Siria y de Asia lor lo mismo que en las de Mesopotamia y de Susiana como lengua sabia, es decir, como más tarde el latín en Euro(180). todo caso, el haber descubierto que la primera civilizadigna de este nombre corresponde a Sumer, es un hecho menté reciente. Tan reciente, que en vano se buscaría este ,bre en ningún tratado de Historia Universal anterior a hace docena de años. En efecto, hasta hace muy poco era creengeneral que la civilización más antigua era la egipcia, con , tres mil años de florecimiento, antes de nuestra era. Pero la vedad es que mil años antes existía ya en Sumer una organización completa; más todo lo relativo a un sistema completo asimismo tanto comercial como de circulación de bienes; sin contar un arte en consonancia e incluso una filosofía y una ciencia incipientes. Todo ello establecido y funcionando en ciudades ya muy populosas y bien construidas y urbanizadas. En una palabra, un estado de organización social y de cultura verdaderamente notables en la que descollaban, como acabo de decir, has'ta las primeras manifestaciones del espíritu científico, y, sobre todo, como asimismo he indicado ensalzando su importancia, nn sistema de escritura sistematizado, paso notable sin el cual üo hubiera habido medio de desarrollar un saber estable, y gracias al cual se pudiera ir fijando y propagando todos los avan:s que se realizaban; pues la escritura es para los pueblos imo el lenguaje articulado para los seres animales: el paso, aquellos, de la barbarie a la civilización propiamente dicha; éstos, del estado puramente animal ai estado humano (181).

Pero situémonos un poco, geográfica y etnográficamente, antes de entrar en el estudio de da religión de Sumer. < En los oscuros principios de la historia de Mesopotamia (182) se entreven dos razas y dos países: Accad o Akkad al norte y Sumer al sur. Este ocupaba toda la parte limítrofe a la orilla del golfo Pérsico y el delta habían ido formando en su desembocadura el

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HISTORIA VE LAS RELIGIONES,

Eufrates y el Tigris unidos, y una parte de las tierras hacia ©1 norte. Este delta formado por los dos grandes ríos a su llegada al mar, no era entonces es decir hace cinco o seis mil años, como hoy. Así como nuestro delta del ¡Ebro, extenso arrozal hoy de más de 400 kilómetros cuadrados no existía en 'tiempos de los romanos, allí los acarreos, mucho más importantes, han ido ganando terreno ai .mar día tras día, año tras año, siglo tras siglo, de tal modo, que la antigua Eridú que entonces era un puerto marítimo y un centro pesquero, hoy está a unos 160 kilómetros al interior. Pues bien, toda esta región meridional de la Mesopotamia era la que ocupaban los sumeros. Estos sumeros o sumerios no eran semitas. En sus venas, quizá corriese un poco de sangre mongola; tal vez, e incluso es lo más probable, perteneciesen a la cepa proto-elamita (183) a la cual hay mucha tendencia a atribuir la civilización del Indo recientemente descubierta. En todo caso, antes de ser dominados por los accadios primero y por los babilonios más tarde, semitas unos y otros, habían desarrollado ya una civilización brillante. Los accadios, llegados en olas sucesivas (estos accadios eran muy probablemente originarios de Arabia), tras batirse con los sumerios acabaron por fundirse con ellos, como los visigodos que invadieron España en el siglo V se fundieron con los hispano-romanos. '

Los sumerios marcan el tránsito del animismo al politeísmo. Estos cambios religiosos, como por supuesto los políticos, no se hicieron bruscamente. En lo político, los pequeños Estados que constituyeron cada una de las ciudades importantes de toda la región mesopotámica (Eridú, la «ciudad del mar», Ur —la patria de Abraham— , Lagash, Larsa, Uruk, Nippur, las ciudades gemelas de Babilu-Borsippa y Agad-Sippar, y más al norte Asur y Harran, segunda patria de Abraham, etc.) fueron teocracias antes de ser monarquías; monarquías, especie de primitivas democracias cada una de las cuales se gobernaba a sí misma, formaban una variedad de confederación más nominal que efectiva, hasta el momento que pasaron a constituir el pri-

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nier Imperio. Asimismo su grado de civilización variaba, decreciendo a medida que se ascendía hacia el norte, y precisamente esta civilización fue la que a medida que avanzaba marcó paulatinamente el paso del animismo al politeísmo. Pero estas diferencias de civilización eran grandes: Entre Eridú, puerto floreciente, y Nippur, que tierras adentro había alcanzado también un grado notable de progreso en el que descollaban, por ejemplo, obras de ingeniería muy importantes ya, gracias a las cuales habían sido desecados los pantanosos terrenos del delta y transformadas tierras inservibles en vergeles y huertos perfectamente regados, y Ur, la Ur de los caldeos, como es llamada en la Biblia, ciudad mucho más joven, frente al desierto y al país del oeste (es decir, en la dirección que tomó Abraham al volver hacia la región semibárbara de Arabia) había una diferencia notable. Sólo así se explica que en esta última ciudad, bien que muy influenciada por la civilización superior del Sur, se haya encontrado una mezcla curiosa al hacer las excavaciones: junto a muestras de un arte lindando con lo genial, costumbres lindando también, pero con lo salvaje, de las tribus todavía animistas. Tocados, adornos y joyas de oro, realmente admirables, al lado de esqueletos de mujeres, las que los habían llevado, inmoladas brutalmente para que acompañasen a su señor en el t.Bjt™!.™ otro mundo. ro»-^?;; 'r.ij'íiJiiO'. t < ! v; í- ¡i.. '¡.V1', „.,;.

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¿•Se han descubierto asimismo tanto en Mesopotamia como en Siria toda una sucesión de culturas chalcolíticas (184) muy desarrolladas, representadas por depósitos de gran espesor. Hasta ahora, la más antigua parece ser la de Samarra, seguida por la de Halaf. Esta irradió a través de Mesopotamia y del borde de Siria (siglos V y principios del IV a. de C.). Ya entonces, de las dos variedades de construcciones que han sido halladas, una rectangular y otra circular, ésta, los tholoi, debían ser templos; tal se cree al menos a causa de haber encontrado en torno de ellos una gran cantidad de figurillas, identificadas algunas de ellas cuando menos, como religiosas. De estas figurillas unas son humanas y otras de animales. Y precisamente como entre estos hay bastantes representando palomas y más tarde en todo el Próximo Oriente tanto en los textos co-

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HISTORIA DE LAS RELIGIONES

LA RELIGIÓN DE LOS SUMERIOS ,i

mo en el arte se asociaba la paloma a la diosa-madre, se ha supuesto que esta diosa estaba ya representada en Arpachiyah, que es donde más figurillas se han encontrado en torno a los tholoi. Al período Halaf (hacia 4000 a. d. C.), sucedió el Obeiü. que, en Babilonia, es el primero bien definido que se encuentra en casi todas las ciudades notables: Ur, Uruk, Lagash, Eridu, etc. Esto parece probar que las tierras pantanosas de Babilonia fueron ocupadas bastante tarde, probablemente hacia el año 4000 a. de C. De este período Obeid tomó la civilización mesopotámica la fisonomía que guardó luego durante más de 3000 años (185). De este período se han encontrado muchos templos, pero ya rectangulares y muy bien construidos. Al período Obeid sucedió el período Uruk, que fue realmente espléndido en cuanto a arte y civilización. Los templos, cuidadosamente concebidos y ejecutados ya, eran construidos sobre plataformas para protegerlos contra las inundaciones. En cuanto a la escritura, ésta había salido ya de su fase pictográfica. El idioma por su parte continuaba siendo el sumerio (186). Los más antiguos documentos cuneiformes factibles de ser leídos casi enteramente, pueden ser atribuidos a una época que puede ser situada hacia el año 2800 antes de Cristo. La tercera fase del período sumerio clásico es bien conocida, en su principio, a causa de las famosas tumbas reales de Ur; y su final por los monumentos de Lagash. Una misión alemana descubrió en Shuruppak, patria tradicional del Noé babilónico, unas tres mil tabletas que fueron estudiadas y publicadas por A. Deimel (1922-1924). Por ellas tenernos informes preciosos relativos a las condiciones de vida y a las creencias religiosas de la Mesopotamia hacia el año 2400 antes de nuestra era. Lo hallado en dichas tumbas reales, además, prueba la gran prosperidad de una ciudad como Ur hacia el año 2500 a. d. C. También nos informa sobre muchas costumbres de aquellos tiempos. En

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m ¿%fecto, las tabletas estudiadas por Deimel prueban que feas condiciones de vida en Babilonia por esta época, adefinas de interesantes en muchos sentidos lo son particularmente en lo que afecta a la historia de su religión, | ya que casi todas se refieren a la administración del templo. '•''-'• '" ''' ' • •: > i K ró .«3'Jíiiii..•'!>;"!;).'; '.'• \i '."'.•..ji^-'.; unL» de los príncipes de Lagash, llamado Urukagina (hacia año 2350 a. de C.) tuvo, mediante reformas administrativas rudentes, que poner coto a las exacciones de los sacerdotes que, habiendo llegado a ser muy poderosos poco antes de subir 'él al poder, habían depuesto incluso a lo gobernadores civi; Jes del país e implantado una especie de teocracia, forma la más abusiva de gobierno puesto que los que la ejercen suelen escudarse para sus depredaciones, no sólo en los poderes de la Tierra, sino en los del Cielo. .ü; J ; .fu>"i'-A :/'i/'. :'¡) ,.',r,.-:,•?:. ,;':.-.¡n

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^^^ sumerios eran francamente politeístas. Su «dinaniismo» permaneció dentro del dominio de la magia, forma seudorreligiosa muy avanzada en Mesopotamia (187). Los dioses eran numerosísimos. Las listas de Shuruppak (Babilonia central), copiadas hacia el año 2600 antes de Cristo, citan más de 700, y no es seguro que se posean todas las listas que existieron. Tal vez en un principio los sumerios adoraron, en el período de transición del animismo a los dioses propiamente dichos, a espíritus personalizados en dioses representantes del principio de la fertilidad; dioses, diosas o divinidades de sexo indeterminado que encarnarían, como divinidades creadoras el principio, en espíritu, de la fertilidad de los cereales, de la viña, de los árboles, o bien presidían indirectamente la fertilidad como espíritus de la lluvia o de la irrigación productoras de las cosechas. Pero luego, con el tiempo estos dioses de la fertilidad y de la fecundidad del suelo tenderían a desaparecer, insistiendo la religión sobre el carácter astral de los dioses. Y en marcha esta nueva tendencia, los sumerios parece ser que establecieron a través de toda Babilonia como dios supremo a An, palabra que literalmente quie-

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re decir cielo (188). Inmediatamente de él que, como digo, estaba a la cabeza del panteón religioso, venía En-lil (o Enlil, el «Señor de la Tempestad»). Hechos o imaginados los dioses en Sumer, como en todas partes, con ayuda del antropomorfismo, lógico era que como los monarcas de la Tierra, el del Cielo tuviese una compañera (189). La compañera de An era Inanna (la «Dama del Cielo»). Estas divinidades disfrutaron del favor popular durante más de tres mil años (190) y los que creían en ellas lo hacían de tan buena fe y estaban tan convencidos de que existían y de que lo podían todo, como los que al mismo tiempo y después creyeron a ojos cerrados en otras, y cómo los que aún creen en las que las han substituido; lo cual no impide que hoy nadie que no se asome a una Historia de las Religiones, sepa siquiera que existieron (en la imaginación de los hombres, claro) miles de .divinidades cuyos nombres y proezas se llevó el huracán del tiempo, como en otoño el viento las hojas de los árboles. Muchos aspectos del panteón babilónico son sumamente parecidos al griego. Babilonia y Grecia son los únicos países que casi llegaron a establecer un sistema politeísta organizado. Los textos sumerios de finales del III milenario a. de C. encontrados en Nippur, descubren que muchos nombres divinos no son sino apelaciones litúrgicas en realidad, y que los portadores de estos nombres no eran, por lo general, considerados como entidades diferentes (lo que no impediría que la masa ignorante viese en cada nombre una divinidad de carne y hueso, y cuantas .más mejor). Esto se ve claramente en el mito Uttu publicado en 1915 por S. H. Langdon. Las relaciones del dios Enki con toda una serie de diosas son descritas de tal forma que la identidad de todas ellas es evidente. Los nombres lo indican sin lugar a duda: Nin-siküla es «La Señora de la pura... (bondad, hermosura, claridad, lo que convenga); Nin-tus es «La señora que da a luz»; Nin-hursag es «la Señora de la Montaña»; Nin-kurra

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«La Señora del País Alto». Es decir la misma Señora con atributos diferentes. Esto marca una evolución hacia el sincretismo (191) y hacia una tendencia monólatra: el que adora concentra su atención en un solo dios al que identifica con todos los dioses de tipo semejante (192). De la universalidad de Enlil da prueba el texto sumerio siguiente:

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«Hacia Enlil levantan los ojos los países extranjeros. Hacia Enlil los países extranjeros testimonian homenaje. Los cuatro cuartos (de la Tierra), florecen como un jardín, para Enlil».

El sexo de los dioses, por otra parte, tan perfectamente diferenciado en Egipto, por ejemplo, para los sumerios no tenía sino una importancia secundaria, puesto que sus divinidades eran sucesivamente, según las circunstancias, machos o hembras (193). En el ciclo Tammuz, donde esto se evidencia más particularmente, el dios-luna es llamado en un himno, alternativamente: «Joven toro vigoroso... fruto que se engendra a sí mismo... matriz que produce todo...» Tammuz (cuyo culto data sin duda del principio del período sumerio), que tenía como nombre completo en lengua sumeria Dunu-zi-apsu, «verdadero hijo de Apsú» (Apsú, es decir, océano subterráneo de agua dulce), las liturgias sumerias tardías le llaman Nin-asu, «Señor de la curación», Safarán (la diosa-serpiente), Amaushumgalanna, «la Madre Pitón del Cielo», etc. El padre de Tammuz era Ningizzida, «el Señor del árbol fiel», y su madre Zertur (la joven hija o la virgen). Los accadios tomaron de los sumerios los ciclos mitológicos, por ejemplo Gilgamesh, Lugal-banda, la Creación, el Diluvio, la Bajada de Ishtar (al Infierno), Agushaya, etc., y los transformaron en verdaderos relatos épicos, que luego fueron copiados durante mucho tiempo. La ética sumero-accadia ponía a los dioses, sobre todo al dios-sol, más próximo a la perfección que los hom-

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bres. Urakagina, de Lagash (XXIV siglos a. de C.) emprendió la reforma de la corrupción oficial para ver de impedir la opresión e injusticias de que eran víctimas los pobres, restableciendo con ello «las leyes equitativas de Nin-Girsú» que habían sido violadas por los perversos. Al principio de la IIIa dinastía de Ur encontramos referencias a las leyes reales, de acuerdo con «las justas leyes del dios-sol». Esta legislación se basa en normas elevadas, como se puede juzgar por la última manifestación, el Código de Hammurabí (hacia 1600 antes de Cristo) que no era sino la continuación de una serie de códigos sumerios concebidos desde el mismo punto de vista. Los sumerios concentraban en este mundo todas sus ilusiones y esperanzas de vida dichosa. Del otro, o mundo de después, al revés que los egipcios y otros muchos pueblos, no esperaban nada (194). Incluso ciertos pensadores sumerios insisten sobre la imposibilidad de obtener una vida eterna. Esta idea es expresada firmemente en el Gilgamesh accadio que precisamente en esto contrasta con la versión sumeria más antigua y primitiva. Tras la muerte de Enkidú, el sombrío porvenir del hombre y el miedo del héroe son insistentemente descritos en el poema. Este concepto negativo de la vida futura llevaría más tarde a los babilonios a considerar el problema de la justicia divina y del sufrimiento humano, mucho más seriamente que lo hicieron jamás, por ejemplo, los egipcios contemporáneos suyos (195). Veamos ahora un poco la cosmología de los sumerios. Para los sumerios el Universo visible se presenta bajo la forma de una media esfera, cuya base estaba constituida por la Tierra y la bóveda por el Cielo. De aquí el nombre que se daba en Sumer al conjunto del Universo : An-ki, es decir el Cielo-Tierra. Esta se la imaginaban como un disco plano rodeado por el mar y flotando, faorizontalmente, ,sobre el plano diametral de una inmensa esfera cuyo casco superior era, como acabo de decir, el

Cielo; y cuya parte inferior debía de formar una especie de anti-cielo invisible, donde localizaron los infiernos. Entre Cielo y Tierra imaginaban la existencia de un tercer elemento que llamaron lil, palabra cuyo sentido aproximado es «viento» (aire, aliento, espíritu). El Sol, la Luna, los planetas y las estrellas, estaban hechos de Ja misma materia más la luminosidad. En fin, más allá del Mundo existía por todas partes un océano cósmico, misterioso e indefinido, en el seno del cual se mantenía inmóvil el Globo del Universo. ¿Cómo había llegado a ser cuanto existía? Habiendo tenido evidentemente, principio, el primer elemento había sido el Océano primordial infinito. El Océano era, sí, para los sumerios la «causa primera», el «primer motor», Del seno de este mar original habían salido, o nacido, el Cielo y la Tierra. El había «procreado» el Universo. Divino padre-madre de los dioses, había dado nacimiento al Cielo y a la Tierra y estos, dioses ya. habían dado nacimiento a su vez a los demás (196). Es decir que en un principio era el Mar primordial. En una tableta, que da una lista de dioses sumerios, la diosa Nammú (cuyo nombre está escrito mediante un «pictograma» empleado para representar el «Mar» primitivo), es designada como «la madre que da nacimiento al Cielo y a la Tierra». Luego este mar primitivo produjo la ontaña cósmica, compuesta del Cielo y de la Tierra todavía unidos y mezclados. Personificados, es decir imaginados como dioses con forma humana, el dios An recibió el papel de macho, y Ki, la Tierra, el de hembra. De la unión de ambos nació En-lil. Este, al unto, desunió o separó el Cielo de la Tierra y mientras su padre, An, se llevaba el Cielo, En-lil por su parte se llevó la Tierra, su madre. Y la unión de En-lil con la Tierra, su madre, fue el origen del Universo organizado ya, es decir de la creación del hombre, de los animales, de las plantas y del establecimiento de la Luego el Universo había sido creado por los dioses

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de los cuales los cuatro primeros se confundían con los cuatro grandes «elementos» cósmicos, a saber, Cielo, Tierra, Aire y Agua. El resto del panteón religioso lo organizaron, no podía ser de otra manera, de un modo antropomórfico; a saber, de acuerdo con lo que ocurría en la Tierra. Pusieron pues a la cabeza de los dioses uno supremo, reconocido como tal por los demás; o sea, exactamente como ocurría en cada uno de los pequeños Estados súmenos. Y en torno a este dios una asamblea, como en Sumer se hacía también. Junto a los cuatro dioses creadores y como consejeros suyos, siete dioses supremos también, o sea muy poderosos, «que decretaban los destinos», más cincuenta otros a los que llamaban «los grandes dioses» (197). Los sumerios del III milenario a. de C. distinguían, por lo menos de nombre, centenares de dioses, como ya he dicho. Pero de todos ellos los cuatro principales eran: An, En-lil, Enki y la diosa Ninhursag, cuyo papel fue esencial en la creación. Dioses cósmicos, en un principio no constituían sino uno en realidad, con los grandes elementos constitutivos del Universo. Mas poco a poco su personalidad se fue afirmando en prácticas religiosas y relatos místicos. No obstante siempre formaban un grupo aparte, y de concierto tomaban las decisiones importantes. En reuniones y ban quetes divinos ocupaban también el sitio de honor. An, dios del cielo, en época arcaica fue considerado como el soberano supremo del panteón; pero luego este papel quedó reservado para En-lil. En todo caso, An, adorado durante muchos siglos, tuvo un gran templo un Uruk, ciudad que desempeñó un papel muy importante en la historia de Sumer. Pero luego, como digo, acabó por ceder el puesto a En-lil al que los más antiguos documentos que han podido ser descifrados presentan como «el Padre de los dioses», «el Rey de todos los países». El era el que daba a los soberanos la realeza, y la prosperidad y la victoria sobre sus enemigos. El quien «pronunciaba el nombre» del

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. , quien «le daba su cetro», quien «echaba sobre él una Airada favorable». El era el que hacía que naciese el día, uien se compadecía de los humanos, quien dirigía el ereiento de las plantas y de los árboles; él el inventor de i azada y del arado, el manantial de la abundancia, y, en in, el dios bueno y el dios grande por excelencia. ,« El tercero de los grandes dioses sumerios era Enki, dios del abismo, del océano, o, según la propia palabra sumeria del Abzú. El cuarto y último la diosa Ninhur sag, era también conocida con el nombre de Niamah, «la Dama majestuosa». Esta diosa había tenido anteriormente también, mayor importancia todavía. Hay que suponer que su nombre había sido en un principio Ki (Tierra), la esposa de An (Cielo), y que había dado nacimiento a todos los dioses. Se la conocía también con el nombre de Nintú, «la Dama que da a luz». Los primeros soberanos de Sumer gustaban decir (y además les convenía para crecer ante los crédulos ojos de los incautos que eran sus esclavos), que habían sido «alimentados con la leche fiel de Ninhursag». Esta gran diosa era también considerada como la madre de todas las criaturas vivas. Enki por su parte no era tan sólo el dios del agua sino de la sabiduría. Además, se ocupaba, con En-lil, de las actividades de la tierra. Hay a propósito de él un poema muy interesante que suele ser llamado Enki y el orden del Mundo en el que aparece como creador eficaz. Todo «es Enki quien lo ha hecho», o «así lo ha hecho y ordenado Enki». Un delicioso poemita más pequeño relata cómo Inanna, la reina del Cielo, diosa tutelar de Uruk, dio a esta ciudad «leyes divinas», lo que consiguió seduciendo 3. Enki y contra su voluntad, cuando el poderoso dios, vuelto en sí tras haberse emborrachado en compañía de Inanna, quiso impedírselo. • • ' . *. í • • Como se ve pues, al aparecer en Sumer al mismo tiempo que las primeras ciudades^Estados una civilización digna de tal nombre, todo lo esencial por decirlo así, economía, política, re-

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ligión y moral, estaba ya formado tras muchos cientos de años de tanteos (cuadro que DOS ofrecen aún en grandes líneas los pueblos primitivos actuales, en los que puede observarse, comparando unos con otros, el desarrollo de cultura, instituciones, religión e ideas), y cuyo resultado fue en todas partes el mismo, puesto que en todas partes, con leves diferencias, la condición humana es la misma también. Por todas partes pues, en lo económico, dos clases de hombres; los amos y los esclavos; los detentadores de los bienes y los sometidos, por la miseria, a yugo. En política lo mismo: un puñado de dirigentes, que siguiendo una tradición vieja de siglos se decían y hasta se creían tal vez, a fuerza de repetirlo, hijos o herederos de los dioses, y en torno a ellos una casta que se mantenía y medraba sosteniéndoles; casta doble en realidad formada por «nobles» (de palabra siempre, de condición raramente) y de «sacerdotes» (que asimismo de palabra se afirmaban representantes inmediatos de los dioses en la Tierra, y sus servidores oficiales); doble casta de la cual los demás hombres sólo eran, dada su calidad inferior, servidores. En religión, un panteón de dioses nacidos, como hemos visto, del miedo y de la ignorancia, organizados para poder ser mejor comprendidos, pero hijos en realidad de la fantasía y del interés, consagrados por la ignorancia y el fanatismo, y junto a todo esto tan bajo, tan injusto y tan malo aunque con apariencia de todo lo contrarío, un poco de bien, a saber, unas briznas de moral administrada sabiamente por los detentadores de lo político y lo religioso, como hábil señuelo para ahogar en ella posibles protestas y mediante ella acabar de engañar, como el espejuelo a las alondras, a los pobres incautos. Este cuadro que fijándose un poco lo ofrecía ya Sumer hace cinco mil años, le veremos repetirse a través de los siglos, sin que otra cosa que esto, la moral, descanse las miradas. Como entre la podredumbre y la chatarra es lo único que lanzó siempre destellos de oro puro, examinemos brevemente la moral de los sumeros ya que, lo mismo que su religión y su civilización toda, serviría de antorcha y pauta a los pueblos posteriores.

En lo que a la moral afecta, a juzgar por lo que nos dicen las tabletas cuneiformes, los sumerios no eran en modo alguno optimistas (ya he hecho observar varias veces que se nota en ellos atisbos de buen sentido que no perduró mucho en los que heredaron su cultu-

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ja), es decir, que no se hacían ilusiones desatinadas en jo que afecta al hombre y a su destino. Convencidos de l ';'/;;>pbn3 :> ; -:hh >F-'. h .".ovír} h ;r'l> En lo que a la moral de los babilonios respecta, me

limitaré a transcribir un trozo de cierta tableta (233) en la casa del prójimo? ¿Ha robado el traje de su pró! ¿Ha separado al padre del hijo o #1 hijo del padre? ¿Ha separado a la madre de la hija o a la hija de la madre? ¿Ha separado al hermano del hermano? ¿Se ha negado a dejar en libertad al cautivo o a desencadenar a un encadenado? ¿Ha dicho sí por no o no por sí? ¿Ha empleado una balanza falsa? ¿Ha dado dinero falso como si fuese verdadero? ¿Ha desheredado a un hijo legítimo y ha hecho heredar a uno ilegítimo? ¿Ha trazado límites falsos en vez de justos? ¿Ha entrado en la que se lee: «¿Ha ofendido a su dios o a su diosa? jimo? ¿Se ha acercado a la mujer de su prójimo? ¿Ha vertido sangre de su prójimo? ¿Se ha levantado con-

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tra su superior? ¿Ha tenido franqueza en boca y falsedad en el corazón? ¿Ha enseñado cosas tenebrosas o lo que no se debe enseñar? ¿Ha desunido a alguna familia bien unida?». Es decir que, como se ve, consideraban elementalmente inmoral la impiedad, el obrar con mala voluntad y torcida fe, la falta de caridad social, la falsedad, la desvergüenza notoria, la carencia de honradez, el practicar la ilegitimidad, el atropello, el adulterio, el robo, el crimen, el desacato y la maldad. Es decir todo aquello que siempre y en todas partes desde que el hombre vivió en sociedad y tuvo idea de lo justo y de lo moral, quiso y sigue queriendo que se cumpla .(234). El texto siguiente hace pensar en los Proverbios: «No abras la boca, retén tus labios, cuando estés encolerizado no dejes escapar ni una palabra, pues si hablas precipitadamente te arrepentirás más tarde, mientras que jamás aflijirás a tu alma por haber contenido tus palabras. Ofrece todos los días a tu dios, sacrificio, incienso y los debidos rezos. Muéstrate siempre ante Dios con el corazón puro, pues esto es lo que agrada y conviene a la 'Divinidad. El temor de 'Dios engendra el favor, el sacrificio enriquece la vida y la oración libra del pecado...» (235). En lo que afecta a ¡la vida luego de la muerte, parece haber contradicción entre lo que se lee en el poema Bajada de Ishtar a los infiernos (poema que los babilonios habían heredado, como tantas cosas, de los sumerios), y las ideas sobre una posible vida luego de morir aquí, que al parecer se iba iniciando poco a poco. Según el poema, el Kigállú («la vasta tierra»), o sea el Haides babilónico cuya soberanía estaba en manos de Nergal v de Ereshkigal, era «la tierra sin vuelta», «la casa en la que se entraba y no se salía», «la casa de las tinieblas»; mansión con guardianes que impedían a los muertos volver a subir, y además, cercada por siete murallas que completaban su seguridad, como aquí en la Tierra las murallas completaban

asimismo la seguridad de las ciudades. En esta morada que la imaginación colocaba ya bajo tierra, la conbabilónico, poco a poco debió ir naciendo y cuajando una idea diferente no tan sólo sobre las propias almas de los muertos, sino sobre el lugar en que se las suponía morar. La fantasía humana movida por el egoísmo trabajaría sobre esto como sobre tantas cosas inciertas, misteriosas y desconocidas, acabando por pensar, a causa, ora de desearlo, ora de temerlo, más bien en virtud de ambas inquietudes, en algo distinto del nada codiciable «Kigállú», puesto que en varias tabletas se habla de almas con alas y de almas vampiros. Es decir que ya en Mesopotamia había nacido la idea luego tan corriente, de que las almas podían venir a atormentar a los vivos, de sus venganzas, de los males sufridos a causa de ella, y consecuencia natural, nacerían también las fantasías imaginadas por ver de aplacarlas (entre otras las de ofrecerlas alimentos más substanciosos que el polvo y el barro), y el suponer asimismo los motivos que podían hacer que fuesen desgraciadas: el hambre y además del hambre la irreverencia o falta de amor y atenciones hacia ellas, el quedar los cuerpos insepultos, y algunas otras que heredaron también los pueblos que vinieron detrás.

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.Y voy a cerrar este capítulo señalando una idea o tendencia que se ha creído ver entre los babilonios, y que luego se encuentra también más o menos claramente manifestada en las religiones posteriores: la tendencia al monoteísmo. Los que tal suponen (pretendiendo que se observa ya desde el tiempo de Hammurabí), se fundan para ello en lo siguiente: primero, que en el famoso código de este rey (descubierto, como creo

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HISTORIA DE LAS RELIGIONES

que ha sido dicho en diciembre y enero de 190M902, en Susa, por la misión Morgan, y descifrado al punto por V. Scheil), ordena muchas veces hacer comparecer a los culpables «ante Dios», sin citar a continuación nombre particular de dios alguno; segundo, por haberse encontrado una lista en la cual todos los dioses importantes no son sino representaciones diversas de Marduk, el dios principal; por ejemplo, Ninib=Marduk en cuanto dios de la puerta, de las plantaciones y de la irrigación; Nergal=Marduk como dios de la guerra; Zamama=: Marduk como dios de la batalla; En-lil=Marduk como dios del dominio y del gobierno; Sin=Marduk como dios iluminador de la noche, etc., En fin, que se encuentran nombres de personas (siempre en la época de Hammurabí) compuestos con la palabra «dios», es decir, ilu; por ejemplo: Ilu-ittia («Dios conmigo»), Ilu-abi («Dios es mi padre»), Avel-ilu («Servidor de Dios»), y otras (236). Y vamos con los herederos de la religión asirio-babilónica. '-•'.•) ' t

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é!-LOS HITTITAS, LOS HURRITAS Y SU RELIGIÓN •.;-.:. Del mismo modo que no se puede separar, de tal sínodo hay semejanza entre ellas, la religión de Babi-íonía de la de Asiría, otro tanto ocurre con los cultos los hittitas y de los hurritas. Tal vez cuando se llea conocer mejor que hoy se conoce la religión de último pueblo se consiga apreciar diferencias, de r, que pudieran separarla de la de los hittitas, hoy la asimilación de sus divinidades con las de %Stos es tan frecuente que no hay más remedio que '«tótudiarlas juntas. Hablando pues de la religión de los ('•lüttitas lo haremos al mismo tiempo, bien que indirec"•tamente, de la de los hurritas. ' '••> Ha sido dado el nombre de hittitas a los habitan' tes de un antiguo país de Asia menor llamado Hatti, ^Cuya capital, Hattusa se levantaba en el interior del meandro de Hizil Irmak, cerca de una ciudad mo«lerna llamada Boghaz-Keui, en Anatolia. Las excava-eiones practicadas en este lugar a partir de 1907 por 'Hugo Winckler permitieron descubrir, entre otras cosas, un palacio (entiéndase sus ruinas) de la antigua 'éapital Hatti y en su archivo una buena cantidad de tabletas cuneiformes, escritas con este sistema de es'eritura tomada de los babilonios, pero en lengua hit•-'tita (testigo el más antiguo conocido hasta hoy de las -'•lenguas indo-europeas) que, gracias a los trabajos de 'Hrozny se puede, desde 1917 descifrar, y que nos ha ^permitido conocer lo que hoy se sabe acerca de la

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historia y de la religión de los hittitas (237). El conocimiento de ésta religión ha podido ser completado gracias a una serie de admirables relieves rupestres xnuy especialmente los de Yazilikaya (siglos del XV aí XIII), y un grupo de bajorrelieves de Malatya, rnás los de Karkemish, Zendjirli y otros. Gracias a todo ello se sabe que ios hittitas adoraron a un gran número de divinidades, «los mil dioses de Hatti». Estos dioses representados siempre en los monumentos con figura humana tenían una vida semejante a la de los hombres, es decir que fundaban familias y ejercían funciones diversas en la sociedad. Esencialmente buenos, jamás cometían maldades ni podían ser alcanzados por adversidad alguna, y su muerte, de llegar a ocurrirles, no era una muerte verdadera sino una desaparición momentánea seguida al punto de resurrección. Los dioses habitaban al mismo tiempo en el Cielo y en la Tierra. Y lo mismo que a los hombres les hacía falta (y sus excelentes sacerdotes además de asegurarlo, pues lo sabían muy bien, se preocupaban de ello) moradas, alimentos, vestidos y hasta distracciones. Y por supuesto, procesiones (238) sin contar la más importante de las prácticas rituales, los sacrificios. El sacerdote encargado de ello era llamado frarshiyala a causa de ser el pan (harshi) el elemento más corriente de los sacrificios en unión de las bebidas fermentadas y toda clase de animales domésticos más ciervos, liebres y aves. Mientras tenía lugar el sacrificio eran quemadas plantas odoríferas, muy especialmente madera de cedro. Y, naturalmente, iban acompañados de rezos. Conviene decir, que si los reyes podían hacerse reemplazar y de hecho lo hacían, en sacrificios y otras ceremonias cultuales por los sacerdotes, no en las verdaderamente grandes y solemnes, por ejemplo en ciertas fiestas de la diosa Sol de Arinna, de la que el rey era el gran pontífice. Entonces presidía el culto asistido por la reina. Y ello porque gracias a los ritos de

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RELIGIÓN

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consagración, el rey incorporaba en él todas las fuertas vivas de la ciudad. Vuelto gracias a ella hijo del ¿ios, era el intermediario natural entre los hombres gu los que mandaba en virtud de su triple poder de jefe religioso, jefe militar y juez, y la divinidad a la cual le unían lazos íntimos y particulares. Como jefe religioso una de sus prerrogativas más notables era la evocación. En los textos ios vemos evocando a las divinidades de las ciudades enemigas para que vengan al país de Hatti trayendo con ellas todos los bie, 0es del país que abandonaban. Luego de su muerte, los jpeyes hittitas eran divinizados. En vez de decir: «cuando mi padre murió», la fórmula corriente era: «Cuando, el Sol, mi padre, llegó a ser dios». t Las mansiones de los dioses eran construidas por los hittitas a semejanza de los palacios de los reyes, de los príncipes o de los gobernadores. Estos templos (en los cuales un dios moraba como un príncipe, rec^íía la visita de otros dioses, daba audiencias, respondía a lo que se le consultaba mediante oráculos, etc.) ;*ran, a causa de su riqueza, como en Babilonia y en iSumer, focos importantes de vida económica. Esta riqueza provenía en primer lugar de las larguezas de rios reyes, luego de lo que daba la ciudad y los fieles, ¿sin contar la parte considerable de botín atribuida a ¿•¡tos ^dioses (entiéndase a ^sus afortunados servidores) terminar las expediciones victoriosas. A cargo de los es estaba el reconstruirlos si por accidente o lucha renían a ser destruidos. Y como los dioses, para conar su vida, necesitaban, como los hombres, ali.entarse vestirse y hasta utilizar toda suerte de insnentos (la gran habilidad sin duda de los sacerdoque les servían estaría en armonizar lo para ellos .cíente con lo imprescindible, y tal vez algo más, * el dios o dioses), por ello el que los hombres ofrendasen sacrificios y cuanto les era necesario conservarse en buen estado, del que sería la señal evidente la papada y buen porte de sus ministros. MUOIQWSS), I,—7

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HISTORIA DE LAS RELIGIONES

Consecuentemente, olvidar estos sacrificios, o no hacerlos a tiempo, podía acarrear las mayores calamádu, des. Las faltas contra el dios o los dioses no eran como las infracciones corrientes de las que se quedaba libre mediante una multa o un castigo corporal; lo^ dioses herían con la desgracia, la ruina, la enfermedad o la muerte. Su castigo de los pecados era seguro; pronto o tarde alcanzaba no solamente al culpable sino a toda su familia, a sus esclavos, a sus ganados y a sus cosechas (239). De la justicia divina no se libraba nadie. Y menos que nadie los reyes. Admírese la astucia y seguridad con que la malla religiosa envolvía a todos. El no haber hecho los sacrificios debidos en honor del dios-río Mala, el rey Mursil II a principios de su reinado, originó una epidemia que asoló Hatti. Tal afirma un documento y yo no dudo en transcribirlo para lección de olvidadizos y descreídos. Los dioses ni antes ni ahora pueden perdonar ciertas cosas que van contra sus intereses. Hoy que no obstante las innumerables iglesias que con diverso estilo y riqueza se levantan por todas partes, y la vida ejemplar de sus servidores, hay tan poca piedad y los cepiliitos se llenan tan despacio, seguro que a causa de ello los dioses menores indignados, estos dioses que otras veces hay que rogar y pasear tanto para que hagan llover, desencadenarán las inundaciones que tantísimos daños causan. Que no se eche en saco roto y volvamos con los hittitas. El servicio regular de los templos exigía la presen cia de numerosos funcionarios de ambos sexos (240). De ordinario en cada uno había un gran sacerdote, el sankunui, y a sus órdenes sochantres y clero inferior encargados personalmente del servicio de las estatuas divinas. Entre este personal inferior figuraba un tesorero, los cocineros, los panaderos, los orífices, sastres, zapateros, labradores, pastores y cuanto el dios y su familia podían necesitar para sus múltiples necesidades, no bien satisfechas seguramente, si no lo estaban las de sus

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presentantes superiores. Ahora bien, unos y otros, srdotes y funcionarios, debían de ser puros y san; como todo cuanto estaba en relación con la divini, De incurrir en impureza les sobrevenían penas ísimas, y dejaban de estar al servicio del dios hasestar de nuevo purificados. Los reyes mismos, colos sacerdotes debían estar libres y protegidos jtra toda mancha; de advenirles quedaban en estade interdicho del cual no podían salir sino medianpurificaciones prolongadas. " as fiestas religiosas eran numerosísimas, y por lo 2ral en relación con el calendario agrícola puesto el pueblo hittita estaba casi exclusivamente comiesto de agricultores y de pastores. De estas fiestas se conocen sino los nombres. Tan sólo la de la ilanta llamada «antahsum», en honor del dios Zababa, es descrita larga y minuciosamente en los textos. Los hittitas podían, mediante rezos, pedir a los dioses cuanto necesitaban. Una ley divina establecía los preceptos que ligaban a los hombres con sus dioses, [tomo los dioses habían delegado en los reyes la adstración de Hatti, los reglamentos dictados por eran obligatorios. Faltar a ellos, pecado. Y topecado irritaba a las divinidades y debía ser castigado. El castigo infligido por los dioses consistía en abandonar al culpable a las potencias del mal. Consecuencia el dolor físico o moral, la enfermedad, la desgracia, la muerte prematura incluso. El medio de librarse de tanta calamidad consistía en empezar por saber, gracias a un oráculo, qué divinidad había sido ofendida. Se comprende sin necesidad de insistir que esto era importante pues rogar a otra hubiera sido molestarla en vano. Una vez descubierto qué divinidad estaba irritada (los intérpretes de los oráculos seguramente eran infalibles en esto), venía la penitencia prescrita o penitencias, según el caso. En primer * gar había que hacer una confesión sincera, esto era Disolutamente indispensable. Luego una oración fer-

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HISTORIA DE LAS RBLÍGIüNES

LOS HiniTAS, LOS HURRTTAS Y SU RELIGIÓN

viente durante la cual el pecador exponía cuanto creyese útil para atraerse a la divinidad, es decir, para obtener clemencia, como ante un juez. Por último venía la satisfacción debida, que solía ser pagada mediante sacrificios (trabajos personales) u ofrendas. Una vez la divinidad satisfecha, el pecador, que ya no lo era, volvía a entrar en su gracia. Las manifestaciones de la voluntad divina eran conocidas (como en Sumer y en Babilonia antes y como en todo el 'mundo pagano muchos siglos después) gracias a los oráculos. Estos eran interpretados de diverso modo previo el examen de los signos inscritos en el hígado de una víctima pura (¡el hombre, salido del animal, avanzaba por el camino de la civilización volviendo a ellos y dándoles crédito!). Otras veces observando los astros, el vuelo de los pájaros o el caer de las flechas. Mediante la magia, los hittitas trataban de restablecer el orden perturbado, ora librando al hombre del mal en virtud de su acción eficaz contra los genios perversos, ora atrayendo los males sobre los culpables, es decir, modificando en favor de aquel en cuyo provecho se practicaba, el curso de los acontecimientos. La ¡magia tuvo un gran desarrollo. Tanto que se cita el caso de la madre de Mursil II a la que su propio hijo expulsó de la corte por haber practicado maleficios contra su nuera (quién sabe si no fue la magia de ésta con su marido real, la que perjudicó a la pobre suegra). Magia, mántica, sueños, predicción, astrología, eran prácticas corrientes. Los mitos -de los hittitas no son bien conocidos. El más interesante es el de Telepinú, que ya conocen los lectores de mi Mitología Universal. Otro que por lo visto era muy célebre estaba formado por la lucha entre el dios Inar y la serpiente de varias cabezas Illiiyanka, del cual se conocen dos versiones que para ser bien interpretadas parece que era preciso representarse a este fabuloso animal como imagen del caos y

fuerzas desencadenadas rebelándose contra el ¿¡os bienhechor. Iniciada la lucha, Illuyanka consigue, fuerza era inmensa, arrancar los ojos y el corazón al que, naturalmente, queda vencido, es decir como tarde Zeus cuando su lucha con Tifón. Pero gracias a la astucia de su hijo (como Zeus gracias a Hermes), el s recupera sus preciosos órganos y vuelve al combate. relieve H de Malatya nos permite ver el fin de la ludia. El dios de la tormenta, secundado por su hijo, ataca a Illuyanka mediante cuantos medios están a su alcance; Zeus a Tifón valiéndose de sus rayos, él a la serpiente desencadenando una tormenta terrible, en la que tampoco, claro, faltarían los rayos, y finalmente un verdadero diluvio. Como este mito era recitado durante las fiestas de purulli, es decir durante las fiestas de primavera y el dios además de matar a la serpiente mataba a su propio hijo, se ha deducido que se trataba de un rjto de renovación: al llegar el verano, el verdor de la primavera moría; exactamente como el hijo de Inar. Pero veamos brevemente los dioses principales, antes de pasar a otra cosa. 'Las primeras manifestaciones religiosas de la población proto-hittita del Asia Menor que han llegado hasta nosotros consisten en ídolos de alabastro en forma de .placas circulares en las que se ven salir uno, dos o tres cuellos cada uno de ellos acabado en una cabeza triangular. Donde hay varias se ha supuesto que se trata de un dios asociado a una o dos diosas madres. También por esta misma época, o algo después, parejce seguro que el primer puesto del panteón religioso estaba ocupado por la diosa Sol de Arinna. Esta diosa era llamada entonces Vurusemú. Un texto de Ras Shamra la llama Sol de Arinna. Los hurritas la identificaron con su gran diosa Hebat. Este nombre se lo dieron también varias veces los hittitas. Parece que no se la debe considerar como una sobrevivencia del matriarc^o. Como atributos poseía la pantera o la leona (se la ve representada junto a un animal que pudiera ser

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HISTORIA DE LAS RELIGIONES

una cosa u otra, tal vez mejor una leona) y la paloma que no es un animal solar, lo que parece indicar que por lo menos cuando ponían a su lado a este animal ya esta diosa tenía otro u otros caracteres que son difíciles de precisar. Casi de su importancia (e éstos se han descubierto las ruinas de dos en Ras Shamra, uno dedicado a Baal (Hadad) y el otro a Dagón. Un empiece de escalera encontrada junto a la nave principal parece, indicar la subida, para ofrecer los holocaustos, sobre la terraza del templo. Como el patio del templo no medía sino 13 metros de ancho

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LA RELIGIÓN DE LOS FENICIOS

HISTORIA DE LAS RELIGIONES

por 17 de largo, ello prueba a su vez que el pueblo que daba al exterior durante las ceremonias no penetrando en el patio sino los que ofrecían el sacrificio. Junto los templos estaban las moradas de los sacerdotes, con biblioteca (estas bibliotecas son precisamente las que han facilitado los textos gracias a los que se ha pocljdo conocer todo lo expuesto sobre da religión fenicia) Los sacerdotes (kohanim) estaban presididos y bajo la autoridad de un gran sacerdote (rab kohanim). Otra categoría de personajes adscritos a los templos eran los kedeshim cuyo papel debía de ser análogo al de los profetas del Antiguo Testamento. Los sacrificios de fenicios y cartagineses, a causa de su carácter sanguinario, eran célebres en la antigüe dad. La religión, como todo lo social, es, en definitiva, una consecuencia de la psicología de los pueblos, así como ésta de su manera de vivir, probando una vez más que es la Tierra la que ha creado y dado normas al Cielo. Un pueblo agricultor producirá una religión tranquila, sus dioses serán agrarios, sus sacrificios consistirán en (productos de la tierra. Un pueblo pastor tendrá tendencia a los dioses siderales, a fuerza de acostumbrarse el hombre durante las largas esperas dedicadas a la guarda del ganado a observar el cielo y a meditar sobre él; y en sus cultos la parte artística, especialmente la música, tendrá suficiente importancia, pues también la ociosidad de la custodia habrá permitido al hombre iniciarse en das primeras artes. Un pueblo guerrero por esencia u oligárquico, es decir dominado por la bestialidad o por la riqueza como los fenicios y sus hermanos los cartagineses, fatalmente tenían que caer en los sacrificios sangrientos: ni la espada ni el dinero tienen entrañas. Por eso los sacrificios humanos en estos dos pueblos fueron más bárbaros y más duraderos que en ningún otro de la antigüedad. Cuando Diodoros refiere que los cartagineses sacrificaban niños a Kronos arrojándoles a un brasero, ni miente ni exagera: en Cartago, en el lugar llamado Sa-

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ibó se ha descubierto un amplio recinto en el que •ante siglos se amontonaban las urnas que contenían huesos calcinados de los niños inmolados en los ¡rificios. Como estos sacrificios eran por lo visto ¿ominados molk, su bestialidad acabó por crear, o aginar al menos, el famoso dios Moloch, que si no _stió de hecho sí de derecho. En todo caso práctica selejante cuajó entre los fenicios y entre sus vecinos, y particularmente entre los israelitas. A las puertas Jerusalén el tophet del valle de Ben-Hinnóm, destina, especialmente, al sacrificio de niños, es análogo a la jStalación descubierta en Cartago. Con el tiempo, los imales sustituyeron a los niños. En los sacrificios de dación que durante siglos exigieron siempre una víca humana, se acabó por sustituir ésta por una lámiara. •"A los muertos, por lo que han demostrado las excaiones, se les concedían cuidados particulares. El aivegetativa, nephesfr exigía que se la asegurasen ali:ntos y agua, y así se hacía. Para esto último las tumde Ras Shamra estaban provistas de ingeniosos dispossitivos destinados a hacerla llegar hasta el difunto. Hftdemás del alma «nephesh» había el alma ruafr o ruach d Mjruaj ) : aquella permanecía junto al cuerpo, en la tum"Üa, ésta se alejaba por el contrario. A la que permanecía se la alimentaba, a la otra no. La nephesh residía las entrañas, la ruach en el corazón (sitio de la inteigencia) y en la sangre. Las tumbas más ricas descubiertas en Fenicia son las correspondientes a los reyes de Byblos contemporáneos a la XII dinastía egipcia. Con el cadáver dejaban todas las insignias reales: la harpé (garfio, gancho o arma real), sus joyas y todo su mobiliario. | Los textos de Ras Shamra han permitido conocer varios mitos fenicios que, en general, tienen un marcado carácter agrario. Estos textos son poemas que debían ser recitados con motivo de las ceremonias religiosas. El principal de estos mitos que ha llegado a nosotros,



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HISTORIA DÉ LAS RELIGIONES

está dedicado a cantar el ciclo de las dos estaciones conoce el clima siro-palestiniense: el invierno regentado por Baal y el verano dominado por Mot, el hijo de El es el mito llamado de Baal y de Aliyan Baal. Corno este mito así como el relativo a la leyenda de Keret los he referido ya en mi Mitología Universal, a ella remito al lector. En fin, también ha sido hallada una versión fenicia del mito de Kumarbí de los hittitas, es decir, una nueva lucha de dioses por la supremacía, que luego sería repetida en la mitología griega. Aquí es El (Kronos) el que trata de que el Cielo (Ouranos) no se reúna con la Tierra (Ge). Ello hace que padre e hijo, es decir Ouranos y El luchen encarnizadamente; Ouranos incita a las diosas Astarté, Rea (Asherat) y Dione (Anat) para que hagan perecer a El; pero éste las seduce. Entonces encarga a Baal (Hadad) que se oponga al grupo Pontos, Tifón, Nereus, es decir, a Yam (Mar), a Tannín y al dios Nahar (Río) de los textos fenicios de Ras Shamra. Baal, la primera vez, da muestras de debilidad ante tales enemigos, pero Kusor, experto en magia le proporciona los medios para que pueda vencer. Conseguida la victoria, Baal arrebata Astarté a Yam que la había tomado por esposa y reina en su compañía sobre todo el país. El propio El-Kronos, aunque Ouranos ha quedado derrotado, tiene que ceder el puesto a Baal, es decir el poder.

RELIGIÓN DE I^lf CARTAGINESES |Como se sabe (véase mi Mitología Universal) eran llamados púnicos los fenicios que habiendo partido de este país se establecieron en la parte norte de África donde fundaron Cartago. Como era lógico, sus diosobre todo en un principio, siguieron siendo los los fenicios sus antepasados, pero como era lógitambién sufrieron inevitables cambios como ellos mismos que de comerciantes que habían sido sus abuelos, se tornaron soldados y belicosos, y que en vez de irradiar por el Mediterráneo fundando despachos y factorías comerciales, fundaban cabezas de puente, como hoy se dice, con vistas a futuras conquistas de carácter dominador e imperialista. Pero vamos con sus dioses que es lo que ahora nos ocupa. Las grandes divinidades de Cartago fueron Baal Ham man (identificado en los textos con Kronos-Saturno), y su compañera la diosa Tanit. Estos dioses, en realidad eran simplemente, bien que con dos nuevas apelaciones, el El fenicio y la Elat fenicia asimismo. Los textos púnicos mencionan también a Ashtart, Eshmún, Melkart, Safan o Baal Safan (Hadad) y Resef, que tampoco son difíciles de reconocer. Hasta un dios grotesco, jovial y belicoso como sus adoradores, Besu o Biso, enano bestial representado con una cabezota enorme, grandes ojos, pómulos salientes, lengua también enorme que se veía constantemente en la siempre abierta boca, dios en Cartago de los matrimonios, de los nacimieny del tocado de las mujeres (véase mi Mitología

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Universal), no era sin duda sino un traslado a Cartago del monstruo semejante, el famoso Bes egipcio, creación tardía pero que por esos inexplicables caprichos dei fanatismo, ascensor y demoledor de divinidades, llegó a adquirir en su país de origen tal popularidad que al propio Osiris hizo durante mucho tiempo competencia. Por lo demás bien se comprende que no habiendo mejorado la psicología de los fenicios que se mudaron en cartagineses, los sacrificios humanos siguieron en vigor cuando ya en todas partes parecían olvidados. Los prisioneros de guerra parece ser que eran aplicados en Cartago, con harta frecuencia, a este bárbaro fin.

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del culto a Hadad en la Beka (valle que separaba el Líbano del Antilíbano) acabase por adquirir el nombre de Heliópolis. El Júpiter heliopolitano se hizo célebre por sus oráculos. Se dice que consultado por Trajano el año 114 d. de C. cuando la guerra con los partos, el dios predijo que volvería vivo a Roma. _ Cuando ¡las ciudades a causa de su situación constituían verdaderos centros comerciales a causa de ser el punto de refugio, por decirlo así, de las caravanas que llegaban de uno y otro lado, su carácter en cierto modo internacional les hacía ser particularmente acogedoras de todos los dioses que llegaban hasta ellas. Tal fue el caso de Palmira, situada en pleno desierto, pero con agua abundante. El gran dios de Palmira (entre sus ruinas pueden admirarse aún las de un templo imponente consagrado el año 32 de nuestra era) era Bel. Otros sostienen que Bol, contracción de baal. En todo caso la filiación es clara: Bol, identificación del Bel babilónico; Bel igual a Baal; Baal igual a Hadad. Había también una triada compuesta de un dios anónimo «bueno, misericordioso, propicio» (probablemente Beelsamín—el amo de los cielos—llamado también Zeus Hypsistos) y otros dos dioses: Agibol, dios lunar y Malakbel, dios solar. Los árabes por su parte introdujeron en Palmira numerosos dioses: en primer lugar la diosa Al-lat; Raham, Arsú dios jinete o caballero, Azizú, Abgal y Ashar. En fin, una divinidad, Rabasiré (el amo de las cadenas) tuvo también un templo en Palmira. Un clero numeroso (Palmira era ciudad rica) aseguraba el servicio de tanta divinidad, que acabó por adquirir el carácter y la importancia de ciudad santa. Los banquetes sagrados eran célebres. El sacerdote supremo de Bel ejercía su -función durante un año. Como el vino corría en los banquetes sagrados, cuando el dios en cuyo honor se celebraba era un dios árabe, entonces esta bebida se suprimía. El dios árabe Shaial-

LA RELIGIÓN DE SIRIA

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• kaum, por ejemplo, según una inscripción «no bebe vino». En las procesiones figuraban caballos y camellos. ' ¿stos últimos llevaban los pabellones árabes (kubba) • que servían para trasportar las representaciones divi• ñas. La guarda de estos kubba estaba encomendada a | mujeres, como se ve en un bajorelieve de Palmira. En fin en Dura-Europos, en el Eufrates medio (llegó a ¿ser una gran capital y quedan ruinas soberbias) las exIcavaciones han dejado al descubierto un gran número de santuarios en los que no es difícil ver la influencia de Palmira y de Hierápolis. En Dura fueron adorados numerosos dioses: junto a los cultos propios de Palmira, la triada hierapolitana. Más tarde, con los griegos entraron también allí los dioses de éstos: Un Zeus Olimpios, templo para Apolo y Artemis, y otros.



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,ntre todas las religiones de la antigüedad, la egipcia íprprende a causa de su duración, su variedad, y, sobre "o, porque junto a cultos como la adoración a ciertos .ales, práctica corriente en aquel país y que prueba qué grados de inferioridad y de demencia puede llegar hombre en lo religioso cuando no tiene otros guías que ignorancia y el fanatismo, apareció la primera xnani.ción conocida de una tendencia por el contrario, a y elevada hacia el monoteísmo. Es, además, una iligión desconcertante, en el sentido de que no obstante haber llegado a nosotros una cantidad enorme de documentos religiosos, se ignora sobre ella mucho más de lo que se sabe (256). En cuanto a su duración, ninguna otra religión, ni el Hinduísmo aún vivo (a menos de sumarle el Brahmaismo del que es consecuencia), puede alabarse de conr o haber contado cuatro o más milenarios de duración. Su variedad no es menos notable pues en tan largo pe¡odo conoció cuanto la fantasía por un lado y el interés »r otro, fueron capaces de imaginar en torno a lo desocido que se hace caer en el campo de lo religioso, 'ara completar la rica gama que forma esta parte de la actividad espiritual humana no faltó a aquella brillante religión sino el último proceso: la humanización de pretendidos dioses (como ocurrió en otros sitios, por ejemplo en la India, con Vishnú), con objeto de hacerles cumplir fines humanos más o menos redentores. En fin, tiene además otras particularidades, tales, por ejem(HISTORIA KHUOIONES). i.—8

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pío, su originalidad, su no excesiva abundancia de mitos no obstante su considerable duración, y la falta de teología oficial. En lo que afecta a la originalidad, es preciso entender esta palabra no en lo relativo a su proceso de formación, que no podía ser distinto al de las demás religiones (pues el egipcio primitivo incapaz hubiera sido de crear su religión de modo distinto a los demás hombres ya que, como a todos, sería la sorpresa y el miedo lo que pondría en movimiento su fantasía en busca de lo desconocido) ; la originalidad pues, hay que buscarla o entenderla en el sentido de que al revés de todas las religiones antiguas (si se exceptúa tal vez la de Sumer que, como hemos visto, parece ser da primera en haber alcanzado un grado importante de desarrrollp, pero que nada prueba que pudiese influir en la egipcia), no tuvo precedentes en los que apoyarse (luego, sin excepción alguna, todas debieron mucho a las que las habían precedido), y esto a causa también de la situación geográfica de Egipto, lo que una vez más viene a probar en qué estrecho grado el hombre es hijo de la geografía. ¿Qué nos dice la geografía de Egipto? Pues nos dice, que pasada la época de las grandes emigraciones, los hombres que se quedaron todo a lo largo del Nilo (de las cataratas al Delta), habitaron un enorme pasillo entre dos mares (el Mediterráneo al Norte y el actual mar Rojo al Este) y un desierto. Y que bien que este pasillo estuviese unido al Noreste mediante una estrecha faja de tierra al continente cuna probable de la Humanidad, no solamente durante muchos siglos, según lo que se puede conjeturar, estuvo sin relaciones inmediatas con este continente (así como con el resto del suyo propio), sino que habiendo desarrollado ellos una civilización superior, si algo pudo ocurrir sería que fuesen ellos los que diesen, no los que recibiesen influencias extrañas. Luego, geografía e historia ya de la .mano, nos dicen que este enorme pasillo estuvo primitivamente dividido en divisiones territoriales integradas por una ciudad de

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importancia más el territorio que la rodeaba, di,visiones llamadas nomos que, con el tiempo se fueron fundiendo (tal vez por obra de conquista; tal vez en virtud de uniones familiares), acabando por formar dos reinos: el del Delta y el del Alto Egipto. En fin, que allá, probablemente en el cuarto milenario antes de nuestra era, ambos reinos quedaron unificados en uno sólo. Pero .jiabían estado durante tanto tiempo formando dos reinos .distintos que su fusión no pudo hacer olvidar la separación anterior, de tal modo, que siguieron llamándose ellos mismos el doble país (257). Muchos siglos después • de la fusión, cuando la coronación de los reyes, aún estos •reyes eran consagrados dos veces, una por cada reino, ,pues sólo con ello quedaba demostrado que tenían derecho a imperar en los dos. En lo que a la religión afecta (y ello va a traernos a otra de sus cualidades, su riqueza), como cada nomo primitivo durante los muchos siglos que constituyó un pequeño Estado independiente fue imaginando poco a poco a sois dioses, y como al fusionarse luego varios nomos estos dioses no desaparecieron (pues como ya sabemos las religiones «politeístas» no eran intransigentes en esto, como luego se mostraron las «monoteistas»), sino que lo más que les ocurrió fue perder categoría, de aquí que llegase a haber, como era natural, una variedad y riqueza extraordinaria de divinidades (258). Forzosamente, con la fusión de nomos, el dios principal del nomo dominante se impondría a todos los demás reservándose el primer puesto en el panteón; es decir, exactamente como ocurría con los jefes políticos. Pero como los dioses principales de los nomos sometidos soportarían difícilmente esta sumisión (entiéndase los sacerdotes y los mismos fieles), acabó por formarse (al menos tal parece evidente por lo que se puede conjeturar) una «categoría de dioses», es decir una especie de aristocracia divina semejante a la que en el orden humano constituían los faraones y sus familiares, o los jefes, entonces, de los nomos reunidos.

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Lo malo es, en efecto, que si cierto, gran riqueza de dioses, no menos incertidumbre (para nosotros) respecto a ellos pues, nueva particularidad de esta religión, la abundancia de textos sagrados corre pareja con su vaguedad (259). En todo caso la geografía nos va a ayudar a comprender algo más sobre la religión egipcia, y lo primero su carácter alejado, de un modo general, de toda violencia. Segundo, por qué el trabajo de la imaginación de los hombres primitivos en su esfuerzo por descubrir las potencias desconocidas, inclinaron a los egipcios hacia los dioses de forma animal. En cuanto a lo primero, si la religión de un pueblo guerrero y batallador es natural que tenga este mismo carácter y que su dios principal sea, ante todo, el dios de la guerra, en un pueblo de mentalidad contraria lógico es asimismo que los dioses sean de otra manera. Pero tanto en uno como en otro caso son las condiciones geográficas las que influyen, al determinar el modo de ser de los hombres, en el modo de ser de los dioses. Allí donde la lucha contra la Naturaleza, contra una Naturaleza ruda, inclemente, pobre o agreste obligue al hombre a un esfuerzo continuo y penoso para malvivir, lógico es que se sueñe siempre con los países donde todo, empezando por el clima, es favorable; y que traten incesantemente de abandonar lo malo y de conquistar lo bueno. Las luchas durante siglos de los pueblos llamados «bárbaros», en Europa, por avanzar hacia el Sur (de las dos últimas avalanchas hemos sido testigos muchos de los que aún vivimos), no tenían otro objeto. Los naturales de Germania que habitaban los inacabables bosques de encinas y los terrenos fríos y pantanosos que describe Tácito, natural era que en busca del sol y tierras ricas y feraces, tuviesen en continua alarma durante siglos a los romanos. Así como que sus dioses fuesen como ellos bárbaros y belicosos. En cam< bio los pueblos tranquilos y laboriosos como aquel que durante muchos siglos habitó el valle del Nilo (260) sin otra preocupación que cultivar sus campos y guar-

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__ sus ganados, forzosamente tuvo que orientar su reglón en sentido completamente distinto, y limitar el trabajo de su imaginación en la tarea de crear dioses, a liacerlo en torno a las fuerzas, a los fenómenos y a los imales favorables o adversos que les rodeaban. Por uesto, todo esto no quiere decir que no conociesen guerras y las violencias (261) ya que de esto ningún meblo ha podido librarse pues cuando las primeras no ¡s hacían sufrir el peso de su garra a causa de las [icias exteriores, las segundas brotaban muchas a causa de las interiores; pero ni vivieron de ellas como •otros pueblos, ni, protegidos como estaban por su situación geográfica, tuvieron que estar en constante estado de alerta. Naturalmente pues, los dioses sanguinarios hijos de ciertos estados de espíritu y de ciertas normas :de vida, que caracterizan a otras religiones antiguas, e incluso los dioses implacables o iracundos, faltaban en Egipto; así como los pretextos para cultos y ceremonias a base de orgías, o de éxtasis anormales y antihumanos. El culto fue allí tranquilo y solemne, y los dioses considerados como seres humanos excepcionales y poderosos, hasta cuando estos dioses eran animales (262). Y por ello el ofrecerles con qué satisfacer su hambre y con qué apagar su sed, vestidos con los que cubrirse, joyas para adornarse, el hacerles ofrendas de perfumes y flores en vez de sacrificios sangrientos, y el construirles mansiones magníficas, verdaderos templos-palacios en nada inferiores a los que levantaban para sus príncipes. Luego hablaremos de la riqueza enorme de muchos de estos templos, de la organización perfecta de su sacerdocio y de la aureola de sabiduría de que éste estaba rodeado. Hoy sabemos con suficiente precisión hasta donde alcanzaba su saber y la verdad es que no iba muy lejos. Lo esencial de esta sabiduría consistió en mantener durante siglos la ignorancia general a costa de la cual vivían y junto a la cual, evidentemente, su saber era prodigioso. Es decir que si su sabiduría es discutible, no el arte realmente sabio mediante el cual y

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gracias a un culto perfectamente organizado supieron mantener, en su provecho, durante cerca de cuatro mi} años la natural e ingenua inclinación de la ignorancia popular hacio lo sobrenatural y maravilloso, haciendo que millones de esclavos, muchos de cuerpo, todos de espíritu, trabajasen sumisos en provecho de dioses que, a cambio de agotarles, les protegían y bendecían, según aseguraban sus ministros (263). Tratar de comprender cómo pudieron llegar a formarse las primitivas concepciones religiosas en Egipto, sería imposible a menos de no olvidar que en este país, como en todas partes, los hombres primitivos para explicarse cuanto no podían comprender, en vez de acudir a la reflexión, proceso difícil para la inteligencia en sus albores, acudieron, llevados por la ley del menor esfuerzo, a la facultad intelectual que primero se desarrolla: la fantasía. ¿Cómo se habían formado, por ejemplo, el cielo y la Tierra? Ello, como tantas otras cuestiones concretas no le importaba al hombre primitivo. Ya lo explicarían más tarde las cosmogonías, así como las teogonias tratarían de justificar la existencia de los dioses. El, cuanto necesitaba era un poco, muy poco, de luz en lo misterioso y para ello salió del paso del modo más a su alcance: comparándolo con algo que le era familiar sin preocuparse de si la comparación era justa o no en todos sus detalles. Así y no con mucha lógica por cierto (claro que si en las religiones antiguas hablar de lógica es perder el tiempo, en la egipcia con doble motivo) los primitivos egipcios compararon el cielo a una vaca. Digo con poca lógica porque en cualquier parte en que las cosechas hubiesen dependido de las lluvias, •absurdo era pero hubiera podido admitirse con buena voluntad, que éstas hubiesen sido comparadas, en muy grande con la «lluvia» benéfica del ordene; pero en Egipto donde las cosechas dependían y siguen dependiendo de las crecidas del Nilo única y exclusivamente, ¿cómo justificar la comparación? Porque, ¿no consideraban precisamente a la Tierra dividida en dos partes,

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.estéril, el país rojo en el que los bárbaros tenían que jr de la lluvia, a causa precisamente de lo cual eran radas con desprecio, mientras que Egipto era el ;s de la tierra negra a la cual, los dioses que habitaen él habían dado el Nilo para alimentar a los hom; el Nilo cuyas aguas, cuando la crecida, ni siquieprovenían del cielo sino de la fuente viva que hay en la tierra, fuente y agua por consiguiente que brotaba lie las dos cavidades situadas bajo los remolinos de la primera catarata? Asimismo, ¿no era igualmente ilógico que debiendo todo al Nilo, no considerasen a este tfo como un dios, ellos que con tanta facilidad hacían Dioses de todo, hasta de los animales, e incluso como «1 más grande y el primero y de la misma categoría que el Sol? No obstante no ocurrió así, limitando este privilegio a la inundación misma a la que reverenciaron con el nombre de Hapy. Al Nilo le hacían ofrendas, le celebraban mediante cantos, pero ni le consideraban como un dios ni su papel religioso fue más allá del de servidor representado como un barquero o pescaor, encargado de mostrar a los dioses los productos obtenidos gracias a sus inundaciones. ¿Por qué incluso le representaban con barba y al mismo tiempo con senos de mujer? Pero ya digo que en esta religión hay rftucho de incomprensible y de inexplicable. 'En religión tan varia y pintoresca hay pues que desistir de comprender muchas cosas, y limitarse a saber, como decía, que por ejemplo el cielo, cuando al ser edificado recibió nombre, fue llamado Nut, y que era representado gráficamente como una vaca, es decir como entidad femenina; mientras que la Tierra, Geb era por el contrario un ser ¡masculino, un dios que representaban a su vez echado sobre el vientre y en cuya espalda brotaban plantas. Entre ambos estaba el espacio vacío, Shu, que era representado como un hombre pie sobre la Tierra, sosteniendo con sus brazos la ca celeste (264). La tercera parte del Universo era el "t, el otro mundo, el sombrío reino de los muertos,



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el país en que el Sol se acostaba cada tarde para reaparecer a la mañana siguiente. Este país, según los egip. cios era cruzado por un río que el astro (Ra), recorría en su barca. En una barca porque como en Egipt0 todo el tráfico se hacía por el Nilo, es decir mediante barcas, el Sol, la Luna y las estrellas se suponía que navegaban también en barcas, por el cielo. Y todo fue imaginado, primitivamente, de un modo semejante. En cuanto al Sol, la fantasía trabajó también con él infatigablemente. Así, unas veces le vemos representado como un disco rojo, Ra, incandescente, que, como digo navegaba de día o de noche en una barca por el cielo o por un río subterráneo; otras como un escarabajo, Khepri, que hacía rodar ante él el disco solar a través del cielo, como en la Tierra sus congéneres la bola de estiércol por el suelo. Aun otras veces era un ternero de oro parido cada mañana por la vaca celeste (papiro 149), ternero que durante el día crecía y se tornaba toro, Kamefis de nombre, es decir, el toro de su madre, toro que fecundaba a esta para que al siguiente día pudiese parir otro ternero, y así sucesivamente. Cuando el cielo era representado en vez de como vaca con forma de mujer, como ocurría otras veces, entonces paría al Sol cada mañana en forma de niño; niño que como el ternero cuando era su turno, durante ©1 día crecía de tal modo que por la tarde era ya viejo al ir a entrar en el otro mundo. Esta representación del Sol con los rasgos de un hombre viejo, Atúm, fue adorada en Heliópolis, mientras que el escarabajo sagrado era mas bien considerado como el Sol de la mañana; con lo que había tres aspectos del Sol: Khepri por la mañana, Ra a mediodía y Atum por la tarde (papiro 1695; en el papiro 888, Ra se levanta y Khepri se acuesta). Por si aún fuese poco, el Sol era imaginado también como un halcón (un dios con cabeza de halcón), Horus, nombre que significa el lejano, porque está alejado de los dioses (papiro 1693), y porque dirige sus miradas hacia abajo sobre los dioses mientras que ningún dios puede llevar

miradas hacia él (papiro 1479). Es más, en un prinera considerado como el dios amo del cielo y tedos ojos deslumbradores: el Sol y la Luna. Cuando e representaba con forma de hombre, en torno al ¿Siseo solar que corona su cabeza se enrollaba el uraeus ° *a) serpiente terribilísima que tan sólo con su o de fuego abrasaba a sus enemigos (entiéndase los enemigos del Sol). Sería cuestión de nunca acabar el seguir relatando fantasías que se conocen, imaginadas en torno al y a su viaje, tanto diurno como nocturno (265), •i como lo que se decía sobre su palacio, la Casa de 'orus (papiros 1026, 1027), al que, como Amo del Unirso que era, iban los demás dioses unas veces a recijr órdenes, otras a comer, como los nobles y cortesaa la mesa del rey. Sobre sus ojos también se fan.seaba de lo lindo. En un principio se solía hablar del jo del Sol, ojo que inspiraba terror y consumía a su enemigo; pero como también se decía lo mismo del «uraeus» que había sobre la cabeza de Ra (papiro 1568), ambas cosas se confundían; confusión que aumentó luego ya que, natural era que hubiese también dos serpientes, así el dios tiene sus ojos en calidad de dos serpientes (papiro 1287). Mas como la serpiente era también la diadema del faraón, y como los soberanos llevaban dos coronas (la del Alto Egipto y la del Bajo, como ya he indicado), estas coronas tenían el valor de dos serpientes y al mismo tiempo de dos ojos (papiros 1795 y 1832), con lo que la cosa seguía complicándose. Pero aún había más, puesto que a las os coronas correspondían dos dioses protectores del •ey, un buitre y una serpiente, que eran representados igualmente como dos uraeus. Si a esta inacabable mezcla de ojos, coronas y serpientes añadimos otra no menos complicada de contradicciones, por ejemplo que Ra se valía de su ojo para matar a sus enemigos, que la serpiente que lleva sobre la cabeza daba el pecho rey difunto (papiro 1108), o que la diosa protectora

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del Alto Egipto era al mismo tiempo la corona y ei nemes (gorro de tela) del faraón, diosa cuyo aspecto ordinario era el de un buitre, pero que otras veces era imaginada como una vaca salvaje y al mismo tiempo con los rasgos de una mujer con los senos llenos de leche que mama el rey (papiro, 729), se comprenderá sin necesidad de que insista, por qué he dicho antes que la religión egipcia era un laberinto desconcertante. Y como lo mismo que con el Sol ocurre con la Luna y poco más con los demás dioses, podemos darnos cuenta de que nada más fácil que perderse en esta verdadera selva virgen, ni nada más seguro que hundirse en este pantano cuando se entra en él con el necesario rigor a que obliga la investigación científica. Pero como nosotros no pretendemos tanto ni siquiera nos preocupa perder el hilo en este inextricable ovillo de cultos, dioses, animales divinos y cuanto constituye este tinglado religioso, el más abundante y oscuro que se puede ofrecer a todo investigador, este mismo tumulto y confusión será el ejemplo ideal que nos muestre de un modo perfecto hasta dónde puede llegar la fantasía de los hombres, su credulidad y su insensatez cuando «iluminados» por la fe que tantas veces tiene el don de «oscurecerlo» todo en torno a la razón, se echa a andar a ciegas, muy particularmente en Egipto, por los campos de lo impropiamente llamado religioso. Los tan abundantes como inconexos textos que nos quedan de esta religión, nos permiten recorrer este campo laberíntico durante cerca de cuatro mil años que duró su proceso desde que salió del horizonte animista, hasta que decadente tras ese período de exaltación fanática y de seudomisticismo que suele preceder a la desaparición de las creencias (que como las nova suelen arder con vivísimo resplandor antes de morir), fue suplantado por otra que nacía entonces: la cristiana (266). Ahora bien, como decía al principio, una característica más de esta religión es, que, no obstante,

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duración no fue capaz de engendrar una teología cial. Cosa sabida es cómo están formadas hoy las actuales iones: en torno a una divinidad que encarna una fundamental, aparecen una serie de creencias que ,tienen carácter dogmático. Creer en divinidad y doglanas es creer y pertenecer a tal religión. Opinar sobre ••Ja divinidad o sobre los dogmas apartándose de lo fijado ,« descrito, equivale a apartarse de tal religión e iníC^uso a caer en herejía. Tal es la regla en la actualidad, ^>ero en la religión egipcia ocurría exactamente todo . •...?..-«
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