Historia de Las Persecuciones de La Iglesia Catolica Tomo I

February 3, 2017 | Author: camino26 | Category: N/A
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HISTORIA DE L A S

PERSECUCIONES SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA DESDI SU fUNUACM HASTA LA 1P0CA ACTUAL; CONTIENE UN EXAMEN DETENIDO DE LAS CAUSAS DE CADA UNA DE ELLAS Y DE LOS CARACTERES ESPECIALES QUE PRESENTARON, DE LAS PRINCIPALES LEGISLACIONES QUE CONTRA EL CRISTIANISMO HAN REGIDO Y RIGEN J LA BIOGRAFÍA DE LOS TIRANOS Y PERSEGUIDORES Y DE LOS MAS ILUSTRES PERSEGUIDOS Y MÁRTIRES, CON INTERESANTES DESCRIPCIONES DE LOS LUGARES EN QUE SE LIBRARON LOS RECIOS COMBATES DEL ORGULLO HUMANO CONTRA LA VERDAD DIVINA DESDE EL CALVARIO, EN EL SIGLO PRIMERO, HASTA EL QUIR1NAL, EN EL SIGLO ACTUAL. OBRA ESCRITA POR

D, EDUARDO MARÍA VJLARRASA Y D, JOSÉ ILDEFONSO GATELL Cura propio de la parroquia de la Concepción y Asunción de Nuestra Señora, en Barcelona.

Gura propio de la parroquia de San Juan, en Gracia (Barcelona).

É ILUSTRADA

CON MAGNÍFICAS LÁMINAS INTERCALADAS EN EL TEXTO. PREVIA

CENSURA

DIOCESANA.

TOMO PRIMERO.

BARCELONA: I M P R E N T A Y L I B R E R Í A RELIGIOSA Y CIENTÍFICA D E L H E R E D E R O D E D. P A B L O callo

d o R o b a d o r , n ú m . 24 y 26.

1870.

RIERA,

ES PROPIEDAD.

El que reproduzca una obra ajena sin el consentimiento del autor, ó de quien le haya subrogado en el derecho de publicarla, queda sujeto á la indemnización de daños y á las penas impuestas al autor fraudulento. ( LEV DE 1 0 DE JUNIO DE 1 8 4 7 , art.

19 ).

INTRODUCCIÓN

i.

ISÍos resolvemos á tomar la pluma para escribir un tratado sobre el que nos permitimos llamar la atención de los adictos y de los adversarios de la Iglesia católica. El libro de las persecuciones sufridas por el Catolicismo, no solo debe interesar á los que participan del glorioso espíritu de las víctimas y mártires de tan augusta causa, sino que además ofrece ocasión á los partidarios de la guerra social y religiosa contra la misma sostenida, en toda la estension del período de diez y nueve siglos, de calcular la inmensidad de recursos y de fuerzas empleadas vanamente para derribar el, en apariencia, endeble árbol sembrado en el Calvario y regado con la sangre del divino Mártir. Figúranse los enemigos de la Iglesia, y también en esto se equivocan, que basta hoy la inteligencia y la fuerza no se habian coaligado contra el Señor, contra su Cristo y contra la obra de su corazón emanada, y de ahí sus impremeditados alardes acerca de la proximidad del triunfo que presumen va á alcanzar la razón independiente y el indómito orgullo sobre el dogma revelado y la moral evangélica. Presumen algunos que los progresos obtenidos por la Religión en la sociedad fueron debidos al apoyo que de determinadas clases alcanzó, ó ignorando unos y olvidando otros los incomparables sacrificios que debieron imponerse los creyentes de todos los siglos para hacer predominante la fe religiosa, afirman que no radica en el cielo, ni en la acción directa de la Providencia la vida y el desarrollo de las instituciones católicas, sino que es la mano de las conveniencias y de los intereses sociales de las diversas épocas la que ha sostenido, conservado y desarrollado la obra divina. Partiendo de este supuesto y viendo tantos intereses creados en oposición á la fe y á la moral católicas, viendo divorciada la causa de la Iglesia de la de los poderes dominantes, y rotos los lazos de las alianzas contraidas por las soberanías terrenales con los representantes de la soberanía celestial piensan y proclaman la caducidad y la muerte de la Religión desamparada. Suponiéndola ya incapaz de triunfar, escriben sobre lo que ellos califican de sus ruinas un epitafio, que seria afrentoso para la Iglesia, hija del cielo, si fueran capaces de afrentar la obra de la verdad viva, las nubes confeccionadas por los ligeros vapores de la preocupada calumnia.

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El gran proceso escrito por los incrédulos y antireligiosos de todos matices contra la Iglesia católica, se reduce á acusarla de haber tiranizado despóticamente el espíritu y los i n t e reses humanos; califícasela de perseguidora. « T ú has perseguido, le dicen, á todo individuo ó colección que haya querido hacer uso de los derechos que á la razón y a la personalidad humana ha concedido la naturaleza; tú has perseguido á los que se han permitido dar alas á las expansiones generosas del corazón y del espíritu; tú has perseguido á los que pretendieron obedecer á la santa ley del progreso; y á los que no creyeron lo que tú propones creer, y á los que no esperaron en tus promesas de aplazado cumplimiento, y á los que no amaron lo que constituye el bello ideal de tu cariño les has perseguido, les has torturado, les has cruelmente sacrificado. La historia del género humano es una larga senda sembrada de víctimas hechas por tu intolerancia injustificada, por tu característica saña. Tú encendiste cien hogueras en cada siglo, y á ellas arrojaste altiva á cuantos fueron bastante dignos para arrostrar tus excomuniones y tus amenazas. La tortura y el cadalso fueron tus aliados y tu obra propia y característica es la horrible Inquisición.» A tal se reduce el proceso del mundo antireligioso contra la Iglesia de JESUCRISTO. Pues bien; nosotros vamos á abrir ante los acusadores de la Religión del amor, el libro de las persecuciones de que ha sido blanco constante desde su fundación portentosa hasta nuestros agitados dias; nosotros vamos á decir con la irresistible elocuencia de la narración histórica á los que se exhiben como á víctimas de la intolerancia del Catolicismo: «leed, y si estáis de buena fe, confesad lo que de nuestra lectura deducís: ¿qué sois ante el juicio de la historia? ¿sois víctimas ó verdugos? ¿No estabais vosotros representados en el Calvario por los que crucificaron al divino Maestro? la bandera anticristiana qtie enarbolais, ¿no es la que cobijó debajo de sus pliegues á los que sentenciaron uno tras otro á los apóstoles de nuestra doctrina y de nuestra Iglesia? en el anfiteatro de Flavio, ¿fuimos perseguidores ó perseguidos? ¿No estabais vosotros en el palacio de Agrippa y de Nerón cuando nuestros primogenitores en la fe huyendo de vuestras cade'nas, de vuestras dagas y de vuestras hogueras se escondían en las Catacumbas? Domiciano y Trajano, Adriano y Antonino, Marco Aurelio y Severo, Máximo y Decio, Galo y Valeriano, Claudio, Aureliano, Diocleciano ¿apadrinaron nuestra causa, ó personificando vuestro anticatólico espíritu, nos entregaron al vilipendio de los pueblos, inundando en aras de los ídolos, divinización de vuestras pasiones, los mas ardientes y puros adoradores de nuestro Dios y confesores de nuestra idea? ¿Hay un palmo de tierra en toda la estension del mundo entonces conocido que no esté mezclado con la ceniza de algún mártir? Durante mas de tres siglos, á los cristianos no nos concedisteis mas derecho que el de sufrir¡insultos y muerte. Los millares de millares de hogueras encendidas por la tea pagana y atizadajDor el soplo de la impiedad antigua ¿no arrancan de vuestros labios ni una pálida protesta? ¿no mueve vuestra conmiseración el recuerdo del sacrificio de legiones enteras, el degüello de grandes masas, de familias respetables, de niños indefensos y de candorosas v í r genes por el solo crimen de resistirse á negar la fe que el cielo habia implantado en sus almas vigorosas? Muchas páginas importantes de los anales del género humano habéis pasado por alto al estudiar la historia, en cuya ciencia fundáis vuestras acusaciones y vuestros augurios. Una de las páginas que no habéis leido, y que no leeréis con gusto, es sin duda aquella en que se consigna el levantamiento del espíritu público contra la opresión incalificable á que el paganismo condenaba la Cristiandad. Si meditarais los acontecimientos del siglo III veríais la expresión enérgica de la conciencia humana contra los atropellos sistemáticos de que era v í c tima la Religión del Crucificado, y saludaríais en la gran figura de Constantino al representante mas completo y mas glorioso de la indignación pública, al fruto maduro de las p r o testas de los pueblos despreocupados de sus antiguos errores, al libertador de la dignidad oprimida de los cristianos por la tenaz ira del paganismo; reconoceríais que la paz otorgada á la Iglesia, mártir como su fundador, era á la vez obra de la victoria del primer emperador

INTRODUCCIÓN.

Vlt

creyente y de los votos de aquella generación á la que repugnaban ya la inmolación escandalosa de .los mejores ciudadanos. En vano buscaríamos en la historia huellas de la venganza cristiana en aquellos primeros años de nuestra libertad. Abriéronsenos las puertas de las Catacumbas y las de las cárceles y se nos dijo : «la cruz de vuestros altares no servirá mas de cadalso á vuestros cuerpos; la patria os reconoce por hijos, y como á tales os inviste de los derechos inherentes á la plena ciudadanía.» En virtud de este decreto vinimos á la vida pública y subimos las gradas de los palacios, ¿qué excesos cometimos? ¿qué venganza reclamamos? Tres siglos habia que éramos acusados, calumniados y sentenciados sin que se escuchara nuestra defensa; sobre los sepulcros de nuestros apóstoles y de nuestros caudillos se habia amontonado el lodo de la infamia v i l ; no habia familia pagana que no nos hubiera arrojado una piedra á la frente ó un rollo de cadenas sobre las espaldas. Veníamos de las Catacumbas y en ellas habíamos sido tratados de la manera que describe un tribuno contemporáneo, cuya pluma no está por desgracia á servicio de la verdad religiosa : «Estos hombres, escribe, judíos según unos, magos según otros, aborrecidos del mundo, según Tácito; estos hombres á quienes tantos crímenes achacaban sus perseguidores, pues se decia que en sus conferencias secretas profanaban los sepulcros y bebian sangre humana; estos hombres, venidos á salvar el mundo eran blanco de general persecución y pagadores de todas las culpas, como sucede siempre en la historia á todos los que inician una gran idea; y si no llovia, los cristianos eran los culpados, porque tenian dolorido é irritado con sus abominaciones al cielo; si llovia demasiado, los cristianos eran los que habian atraído sobre la tierra aquellos torrentes porque el cielo quería ahogarlos ; si Nerón, por gozar de un espectáculo estético, incendiaba á Roma, los cristianos eran los incendiarios, y unos fueron arrojados, cubiertos de pieles frescas, á la voracidad de perros hambrientos y rabiosos, otros colgados de un palo que les atravesaba la garganta , otros .cubiertos de resina, de pez eran encendidos vivos por la noche y servían de antorchas para iluminar los jardines del emperador, y mientras su sangre caia hirviendo sobre la arena y los gemidos de su agonía poblaban los aires el tirano volvía del circo, del teatro en su carroza de marfil, entonando alegres cánticos y riéndose á todo reir de aquellos nunca imaginados tormentos.» Y á pesar de todo esto, nosotros que habíamos sido con tanta pasión acusados, con tanta injusticia aborrecidos, con tanta crueldad sacrificados ¿qué pena reclamamos contra nuestros enemigos? ¿qué víctimas exigimos contra tan prolongada persecución? Ninguna. El misericordioso olvido de los libertados cristianos probó que no en vano habian oido esta hermosa palabra brotada de los labios del Redentor: «No quiero la muerte del pecador, sirio que se convierta y viva.» Hasta los monumentos del paganismo respetamos; ni pretendimos siquiera destruir los arcos triunfales que recordaban las glorias de los emperadores que mas se distinguieron por la barbarie de sus procedimientos contra la naciente Cristiandad. Y sin embargo, la paz de Constantino no fue sino una tregua. El encono gentil tuvo bastante ardor para encender nuevas hogueras y bastante impulso para suscitar nuevas tempestades. La apostasía canceró el alma de Juliano, quien convirtiendo en cuchilla criminal su espada, que podia ser gloriosa, sembró de nuevos cadáveres el campo de la Iglesia. Cuando el paganismo hubo expirado y los ídolos fueron derretidos al calor de la cruz, incomparable sol de la caridad, los vándalos pretenden erigir la victoria de su poder sobre el pedestal formado por las ruinas de los monumentos cristianos y por los cadáveres hacinados de los confesores invictos. Grenserico, ardiente arriano, rivalizó con Nerón en materia de crueldad para con los ca*-

VIII

INTRODUCCIÓN.

tólicos. El suelo de Cartago se trasfonna en una ara inmensa donde fue sacrificado todo un pueblo fiel á sus creencias y á los preceptos de su moral, ¿quién es capaz de contar las h o gueras encendidas en toda la estension del África? Aquel tirano empezó la persecución mandando á sus soldados que dispersasen á flechazos á los fieles reunidos en las iglesias, y en el reinado de su hijo Hunerico mas de cuarenta mil católicos fueron condenados á muerte ó bárbaramente mutilados en el corto espacio de dos años. Por aquel tiempo el rey de los visigodos Eurico, ardiente arriano, atacó con encarnizamiento la fe de Nicea. «En su reinado, dice Sidonio Apolinario, caian arruinados los templos; la entrada de los lugares sagrados estaba obstruida de espinos; los santuarios servian de cuevas á los animales salvajes y los ganados iban á pacer la yerba que crecia alrededor de los altares.» Tan enérgica persecución arreciaba como para esperar la que el emperador León el iconoclasta inauguró á principios del siglo VIII. Confundidos en la misma hoguera caian los adoradores de Dios y las imágenes de los santos, que según una expresión feliz «fueron quienes nos enseñaron á. adorarlo.» Lo que los cristianos se abstuvieron de hacer contra los ídolos, representantes de las pasiones viles, hiciéronlo durante un largo período los iconoclastas contra las hermosas personificaciones de las virtudes celestiales. La tea incendiaria redujo á ceniza los recuerdos venerables de la primitiva Cristiandad. Constantinopla se convirtió en foco de guerra contra Roma. En la Edad media, á pesar de haber conseguido la Iglesia ocupar un lugar influyente y casi soberano en los consejos gubernamentales de la Europa, no se libró de tremendas y s u cesivas persecuciones. En aquella época en que la Religión y la política estuvieron aliadas en principio, no cesaron de surgir complicaciones lamentables que amargaron el espíritu de los sumos pontífices y de los sacerdotes. La opinión pública era católica; los pueblos que habian saboreado las dulzuras del espíritu religioso modelaron sus costumbres en las grandes inspiraciones del Cristianismo. La conciencia general de la humanidad encontró la paz en la palabra siempre atinada y previsora de los sumos pontífices. El pontificado era la poderosa, podemos decir, la única autoridad que ejercia verdadera y profunda influencia en el corazón de los pueblos. El vulgo se hallaba sometido. Sin embargo, los poderes seglares, las terrenales.soberanías no se hallaron de acuerdo con el espíritu popular. Con frecuencia los monarcas alzaron pendón contra los pontífices y se coaligaron con los herejes, aunque proclamaran estos algunos principios disolventes del orden social. La Edad media fue fecunda-en herejías, y por desgracia sus grandes heresiarcas pudieron contar con la protección de los cetros mas influyentes. * Creen algunos que en aquella época importante de la historia, la Iglesia, mas bien que militante, podia llamarse triunfante; sin embargo, dista mucho de ser así. Una de las mas colosales figuras de aquella edad, Gregorio V I I , el intrépido defensor de las libertades católicas , tuvo que sostener luchas gigantescas contra las potestades del siglo, y terminó sus dias expatriado de su Sede, pronunciando al expirar las siguientes palabras, testimonio eterno de lo distante que estaba la Iglesia de contarse victoriosa: Amé la justicia y aborrecí la iniquidad, por esto muero en el destierro. Mas tarde el emperador Federico Barbaroja crea cuatro antipapas, logra la consagración sacrilega de su dignidad., y desde las alturas del capitolio impera hasta que suena la hora de la vindicación divina. Federico II jura después la ruina de la Iglesia, desoía los dominios pontificios, encarcela sus obispos y sitia sucesivamente tres papas en el castillo del Santo Ángel. En el siglo X I V , Guillermo Occam, escritor anatematizado por la santa Silla, resuelve exterminar el Catolicismo, y sabiendo que el emperador Luis de Baviera va á enarbolar la bandera de guerra á Roma le sale al encuentro y «Príncipe, le dice, cuenta con mi pluma,

INTRODUCCIÓN.

IX

haz que yo pueda contar con tu espada.» Los novelistas alemanes y los legistas ingleses, inspirados en las declamaciones de Guillermo Occam, crean una atmósfera antipontificia en Europa; Juan X X I I es tratado por la literatura corrompida «como el Autecristo, como el heresiarca, como el dragón de siete cabezas.» La Iglesia tuvo en aquellos dias Se dirá: ella también perseguía, por medio de la fuerza material á la de la senda trazada por la autoridad

sus aciagas persecuciones. principalmente en aquella época; ella también reducía obediencia y al respeto religioso á cuantos se desviaban religiosa.

Y nosotros con la historia en la mano contestaremos: estos castigos á los que se da el nombre de persecuciones recaían casi siempre sobre perturbadores sociales, sobre hombres que querían disfrazar con las apariencias de una divergencia religiosa sus proyectos criminales. Los valdenses, los albigenses y otras sectas que atrajeron la autoridad de los sumos pontífices eran algo mas, mucho mas que otras tantas escuelas teológicas, eran sociedades creadas para esparcir por do quiera el espanto y el incendio. El orden social estaba colocado entonces bajo la égida de la autoridad religiosa, sin cuya sanción carecían de fuerza y de prestigio las disposiciones de los reyes. La Iglesia debia, pues, proteger los principios y las instituciones en que se basaba el orden de cosas de aquella edad, y no podia negar el auxilio moral á las soberanías por ella apoyadas para reprimir los escesos dé los espíritus mas turbulentos de aquel período histórico, que pronto lo hubieran desconstituido. Lutero, formulando el protestantismo teológico, fue la expresión de los deseos y de las aspiraciones de los imperios emancipados. El lema del luteranismo fue proclamar la libertad de examen en materias religiosas y emancipar la cristiandad del yugo de la autoridad pontificia. El criterio individualista reclamaba los derechos del magisterio apostólico, y la Biblia santa era entregada á la discusión de todos. La libertad religiosa entrañaba el germen de la relajación moral. Todos los espíritus inquietos de aquella época acudieron presurosos á agruparse junto á la bandera protestante, que no tardó en convertirse en enseña del desorden social y do la persecución. Los protestantes empezaron á enconar los ánimos contra la Iglesia, á escitar las masas contra las instituciones católicas, á coaligar las pasiones populares contra el sacerdocio, y á desafiar pública y audazmente el poder pontificio, quemando con aparato una bula del Papa procedente. Así obraban los que habían proclamado por principio el respeto á la opinión de todos: « Y o haría un lio del Papa y de los Cardenales y los arrojaría juntos al Tíber, con la certitud que el baño les seria favorable,» escribía Lutero, dando con estas palabras carácter al movimiento que inició su doctrina. Las masas se desenfrenaron, tanto mas fácilmente, en cuanto herida la autoridad en que se apoyaba toda soberanía, los poderes terrenales sintieron debilitar su fuerza moral. Nada estuvo seguro desde aquella hora; las personas y las cosas santas se vieron espuestas á ser víctimas de los desmanes de los sectarios amotinados, que tenían en la vacilación de creencias de la mayor parte de los gobiernos la garantía de su impunidad. Las disensiones con Roma pasaron á la orden del día; los escándalos repetidos contaminaron el corazón délos guias, que debían ser lumbreras del género humano, y en son de exigencias pretendieron del Papa concesiones imposibles. El hálito de la inmoralidad llegó á emponzoñar el alma de Tino de los monarcas que mas se habían distinguido en la defensa de la fe católica; Enrique VIII abjuró la fe, que habia protegido, porque el Papa se negó á rasgar en su favor una página del código de la eterna justicia. Entonces Inglaterra se convirtió en una hoguera inmensa; á torrentes corrió la sangre do los confesores católicos; hacináronse en las cárceles y mazmorras de aquella isla cuantos se resistieron á apostatar de sus creencias salvadoras. Nada se respetó por aquella revolución i n comparable. La dignidad humana fue desconocida por los que gritaban: «guerra á Roma» T . I.

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X

INTRODUCCIÓN.

bajo el pretexto de que Roma deshonraba la razón y desconocía las prerogativas inherentes á la naturaleza. Los católicos fueron declarados parias, y como en su lugar veremos, la ley anglicana despojó de todos los derechos de ciudadanía á cualquiera que tuviera valor de continuar llamándose «católico.» Entonces empezó la persecución y el martirio de la fiel, de la religiosa Irlanda. ¡ A h ! si la Iglesia de JESUCRISTO , si en nombre del Pontífice romano se hubiera, en algún período de la historia, llevado á cabo una obra semejante á la que con sorprendente tenacidad efectuó la cismática Inglaterra contra todo un pueblo; si por espacio de dos siglos y medio una nación católica hubiera dicho á una provincia gentil ó cismática: Eres indigna de asimilarte á las demás provincias en privilegios y en derechos; no puedo permitir en tus manos grandes tesoros, grandes propiedades, ni grandes fuerzas; tus hijos son incapaces de merecer la confianza de los grandes empleos y de ser investidos de las nobles dignidades; tú tendrás, en lugar de la ley de protección que abriga á tus hermanos, una ley de precaución que te vigile y otra de exacción que te debilite; tu religión será legalmente entregada al vilipendio de los representantes de la m i a ; yo haré que los ministros de tu culto no puedan vestir sino harapos, y pondré especial cuidado en que al lado de tus desvencijados templos se levanten soberbios los mios, cuyos pontífices haré que estén deslumbrantes en opulencia, para aumentar con esta gloria tu afrenta; si por centenares de años el Catolicismo hubiera pisoteado, calumniado, vilipendiado, insultado, empobrecido y escarnecido á un pueblo; si hubiéramos motivado la emigración de la mayoría de los moradores de aquel pueblo, dis pensándolos á cultivar con sus brazos campos extranjeros y á enriquecer con su ingenio la industria de naciones rivales, ¿qué se hubiera dicho del Catolicismo? ¡con qué energía se hubiera declamado contra tamaña tiranía! ¡ cómo se hubieran coaligado los protestantes de la tierra para protestar contra tan injustificable despotismo! ¡cuántas lágrimas se hubieran vertido sobre la Irlanda! y sin embargo, el martirio sufrido por la Irlanda por parte de la protestante Inglaterra, no ha quitado á la grande opresora las consideraciones debidas á un país humanitario. ¡Qué es esto! ¡Qué misterio envuelve tamaña condescendencia! ¿Por qué la sociedad es tan implacable contra la menor sombra de vejación, ó mejor, de severidad por los católicos ejercida, y es tan indulgente y olvidadiza cuando se trata de las opresiones por el cisma realizadas? Conviene insistir en este punto. Es preciso dejar profundamente trazado el paralelo entre persecuciones y persecuciones; urge que la historia diga, ó mejor, que entienda el mundo la voz clara de la historia, y que todos los hombres de buena fe llamen tiranos á los que t i ranizan , y víctimas á los tiranizados. A l inaugurarse el martirio de los irlandeses, Alemania veia convertidos sus campos en teatro de una serie de horrendos atropellos ejercidos contra los católicos. La profanación sistemática de los lugares sagradas, el pertinaz insulto á los sacerdotes, la intrusión de los protestantes en los negocios de la Iglesia, produjo un malestar, un frenesí, una agitación que dio por fruto la guerra de los treinta años, á la que ninguna otra guerra ha superado en crueldad. La Iglesia católica fue víctima en todas sus escenas. También, en la Francia, á pesar de llamarse hija predilecta del Cristianismo, el furor p r o testante causó víctimas numerosas é irreparables. El pueblo de san Luis, que se habia engrandecido á la acción fecunda del Catolicismo, y que bajo la égida del mismo proseguía su marcha majestuosa, haciéndose digno de la alta misión que la Providencia le habia confiado, vio interceptado el camino que pacífica y gloriosamente seguía por los obstáculos levantados por los calvinistas, encargados de comunicar á la Francia las agitaciones religiosas y sociales de Inglaterra y de Alemania. Todos los vacilantes en la fe y los de contaminada conducta fueron á engrosar las filas de la emancipación moral que en Francia.proclamaba Calvino como en I n glaterra la habia proclamado Enrique VIII. El Mediodía de la Francia ardió pronto, los pocos,

INTRODUCCIÓN.

XI

pero audaces reformados, arrojáronse con ímpetu infernal sobre la cristiandad fiel, y sembraron el pánico en el corazón de los pueblos puestos en la alternativa 'de ser impunemente u l trajados, ó de abandonar la fe que de sus antepasados habían recibido. Los insultos y vejaciones perpetrados contra los que pacíficamente practicaban la religión ya tradicional en el país, levantaron el ánimo de las víctimas, pues víctimas eran los católicos del siglo X V I en Francia. Encendióse allí la guerra religiosa como en Alemania, y si para amenguar los escesos calvinistas otorgóse el célebre edicto de Nantes, crecieron estos á favor de la tolerancia y de las concesiones por aquel edicto acordadas, hasta el punto de que la opinión pública, casi unánime, pidió su revocación. Y , ¿cómo no habia de reclamar un pueblo católico contra una legislación que amparaba á los que, en expresión del limo. Cornulier, obispo d e R e n n e s , en aquella época, «habían trasformado los templos en establos, las fuentes bautismales en cubas para salar tocino; á los que habían arcabuceado los crucifijos ó los habían atado á la cola de sus caballos, á los que habían violado los sagrarios y arrebatado el Santísimo Sacramento de manos de los sacerdotes, que procesionalmente lo ostentaban?» «Imposible es consignar, ni siquiera en resumen, dice V . Segretain (1), los testimonios auténticos de la hipocresía, con la cual los reformadores se procuraron un mediano éxito entre las poblaciones católicas, protestando no pretender reñir con la Iglesia católica, y del furor con que destruían hasta los últimos vestigios del culto, cuando pudieron contar con el apoyo del brazo secular. «En el primer período, muy corto por cierto, la reforma atrajo á las masas, que creían ver en ella el Catolicismo purificado de ciertos abusos, esto es, una depuración de la Iglesia, pero no su destrucción. En el segundo período, cuando vieron los pueblos que de lo que se trataba era de arrebatarles la fe de sus antepasados, retrocedieron con espanto, y solo por la violencia se mantuvieron bajo la reforma. El protestantismo se conserva allí donde los soberanos le establecen, ante todo, á sangre y fuego, luego por las legislaciones sistemáticas; mas allí donde los soberanos vacilan, la herejía no ahonda sus raíces, y definitivamente los p u e blos le abandonan cuando le abandonan los reyes. Solo la perfidia arranca la fe del pueblo verdadero; contra la fe del pueblo solo es eficaz, y no siempre, emplear la cuchilla del verdugo ó la sanción de la l e y . » El edicto de Nantes habia colocado á la herejía calvinista bajo la, égida de la protección . nacional; los herejes protegidos no tardaron en armar sus brazos con el puñal y la tea. Innumerables fueron las víctimas sacrificadas; la revocación del célebre edicto fue una satisfacción dada á los clamores de los católicos vejados y oprimidos. La persecución á la Iglesia habia sido recia, pertinaz, injustificable. Los que afectan creer que las conquistas morales obtenidas por los representantes del evangelio de JESUCRISTO débense á la protección material, ¿cómo explican la conservación de la fe en el siglo X V I I I ? Á escepcion de los monarcas españoles, y aun no todos, ¿qué poderes defendían á la Iglesia católica? ¿Qué privilegio tenia en realidad la predicación verdadera en el siglo llamado del filosofismo, y cuando esta palabra filosofismo significaba únicamente racionalismo, naturalismo y hasta ateísmo? ¿De qué favor podia disfrutar la Iglesia romana en una época en que la política se hallaba impregnada del espíritu de Federico de Prusia, y la literatura fijaba en las blasfemas armonías de la poesía de Voltaire el tipo de la belleza? Donde la pluma de Voltaire era el cetro de la literatura, y el cetro de Voltaire servia de pluma á los legisladores, la cruz no podia verse envuelta con ninguna gloria oficial. El siglo X V I I I terminó como era lógico que terminara. La revolución francesa del último decenio de aquel siglo fue un epílogo correspondiente á los insultos dirigidos á la Religión por los filósofos y políticos que habían dirigido sus sectas y sus sistemas. Los que os horrorizáis al pensar en un puñado de víctimas sacrificadas por la severidad (I)

Historia

de Sixto

V y Enrique

IV.

XII

INTRODUCCIÓN.

moral de algunos reyes, y en algunos países, ¿qué decís ante la horrorosa hecatombe que ofreció la Francia á últimos del siglo X V I I I ? ¿No os horroriza el espectáculo de millares de millares de sacerdotes y de religiosas llevados á la guillotina? ¿Nada tenéis que decir contra la ruina de los monumentos mas gloriosos erigidos por la piedad de muchas épocas? Decid con ingenuidad, desde 1789 en Francia¿fuimos perseguidores ó víctimas? Dos pontífices ancianos arrojados de la silla romana y arrastrados, sin consideración á sus años y á sus achaques, á un destierro penoso; la soberanía de la Iglesia desconocida y usurpada por un monarca advenedizo, la confusión y el enredo introducidos mañosamente en la disciplina y en la organización del clero, fue el cuadro que presentó la situación del mundo al orientar el presente siglo. ¿En qué época, en qué parto, cuándo y dónele, en lo que va de siglo X I X , la católica se ha hallado en situación de perseguir y de atropellar? Examínese año por tiempo trascurrido desde la célebre, la trascendental revolución francesa, examínese á palmo toda la tierra civilizada, y señálesenos una hora, señálese un pueblo en el Catolicismo haya ejercido, ó siquiera podido ejercer la tiranía.

Iglesia año el palmo que el

Las masas populares, llenas del espíritu de emancipación, entregadas con insaciable anhelo al goce de los placeres sensuales, se han hallado muy ajenas á la docilidad indispensable para dejarse dominar, y mucho menos sojuzgar, por la autoridad de la Iglesia; por otra parte los monarcas, recelosos del restablecimiento del predominio de la soberanía católica, han mirado con mas prevención el desarrollo del espíritu .religioso que el del creciente y altivo socialismo. Las legislaciones dominantes , impregnadas del espíritu protestante , han sostenido constantemente el movimiento secularizador de la época. Esta Iglesia, que acusáis de perseguidora, ha sido declarada sospechosa unas veces y peligrosa otras á los intereses políticos legados al nuestro por los últimos siglos. Todo cuanto podia rodearla de cierto prestigio y de cierta influencia ha sido blanco de ataques combinados y perseverantes. Se le ha arrebatado la propiedad. Se le ha arrebatado la enseñanza. Se le han arrebatado los monumentos que inmortalizaban sus glorias. Se le han arrebatado sus galerías artísticas y sus bibliotecas científicas. Se le ha arrebatado, ó á lo menos se ha pretendido arrebatarle, su honra, calumniando su historia. Pobre , desautorizada, teniendo por pedestal de sus altares las ruinas de sus monumentales glorias, despojada de los testimonios de la fecundidad de su genio, acusada de despótica á la menor actitud de recobrar algo de lo que le arrebataron sus constantes adversarios, d í gase de buena fe qué clase de persecuciones eran posibles de su parte. Á qué evocar los rigores históricos, exagerados por la pasión, en un siglo en que la Iglesia no tiene donde descansar tranquila su cabeza coronada de espinas. Cuando el Pontífice no es moralmente libre de salir del Vaticano, porque á sus mismas puertas están los centinelas del monarca que, aplaudiendo Europa, se ha anexionado la Roma de los Gregorios y de los Leones; cuando la Italia ha hecho perecer de amargura ó por las penalidades las dos terceras partes de los obispos, y ha arrojado á la calle á miles de i n d e fensos religiosos; cuando la Francia de san L u i s , protectora nata de los intereses y del i m perio de la Iglesia, ha descendido á ser la Francia de Napoleón III, el tenebroso aliado de Víctor Manuel, para arruinar la obra de Cario Magno y de Pepino, y luego ha descendido mas y ha sido la Francia de Rochefort y de Gambetta, viendo ensangrentada su capital con el asesinato de un prelado, tipo de evangélica mansedumbre, y de una multitud de sacerdotes, modelos de virtudes cristianas, y la blasfemia y la conculcación de todas las leyes divinas tienen su legalidad ante la Constitución fundamental; cuando la Alemania victoriosa se inspira en la anticatólica política del astuto Bismark, que madura en su cabeza de gigante el pro-

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yeoto del cisma infernal, mientras corta las alas á la influencia de la Religión en aquel país; cuando el Catolicismo no cuenta en toda la Europa un monasterio garantido, una universidad garantida, una catedral garantida, un edificio garantido; cuando si los católicos, tomando parte en el movimiento político como ciudadanos, nos aprovechamos de los derechos proclamados se nos dice: Per herbáis en su marcha el espíritu del siglo, y si nos retraemos de las funciones de una maquinaria montada contra nosotros se exclama: Pertenecéis á otra epóca; cuando sucede todo esto ¡ no es cinismo declarado hablar del carácter perseguidor de la Iglesia católica!!! Jamás pudo hacerse con justicia semejante acusación contra nuestras instituciones; empero este cargo, siempre injusto, nunca como en el siglo presente fue inoportuno. Es demasiado evidente que siempre y en todas partes la Iglesia es hoy la víctima sacrificada á todos los caprichos, á todas las tendencias y á todos los proyectos. Conócenlo ya los que imbuyen á las masas inconscientes erróneas ideas, propalando el convencimiento del carácter despótico de la Iglesia. Sin embargo, muchos de los que claman contra la Iglesia, muchos de los que la odian no la conocen. Han leido las novelas inspiradas por el espíritu de Voltaire, se han nutrido en las exageraciones y en las calumnias de la escuela cínica; seles ha dicho: «leed, instruios, aquí tenéis la historia,.» y seles ha dado por historia una novela; y en cada página de aquella novela, calificada de historia, se ha pintado, no con el pincel del retratista, sino con el del fogoso inventor una escena revoltante. La imaginación del pueblo, que siempre es viva y perspicaz, ha encontrado para nutrirse cuadros en los que muy al relieve ha visto á los pontífices concertándose con los tiranos para aherrojar á los indefensos, para labrar la ruina de las familias, para vender la libertad y la dignidad de los hombres; ha podido contemplar orgías de religiosos y de magnates brindando, las copas llenas de sangre de ajusticiados y de sudor de oprimidos para la consumación de la esclavitud humana; ha visto pintados cónclaves de príncipes de la Iglesia haciendo-irrisión, en la oscuridad del secreto, de los dogmas-que en público se glorifican; ha visto ridiculizados los Sacramentos, en los que plugo al Redentor fundar la divina economía del Cristianismo, y trocado en lugar de sensuales desahogos el que es la saludable piscina donde las almas se purifican; ha visto las instituciones mas sagradas pintadas como otras tantas operaciones mercantiles , y simbolizadas en una banca industrial las graves cuestiones de la inmortalidad y de la eternidad; ha visto, en fin, que la cruz misma, sagrado recuerdo de la muerte de la víctima divina, y símbolo de las persecuciones de sus adoradores y de sus discípulos, era nada mas que la pantalla con que la hipocresía sacerdotal encubría la tortura, y el ara donde sacrifica la Iglesia los individuos y las muchedumbres bastante dignas para no creer, bastante virtuosas para no esperar. Ni una palabra se dice al pueblo de lo que la Iglesia ha hecho para el pueblo.. Y si el pueblo sencillo ha preguntado un dia con candidez á los novelistas aspirantes á historiadores: « Y los hospitales, y los orfelinatos, y los hospicios, y las universidades , y las demás instituciones benéficas levantadas por el Catolicismo, ¿cómo se concilian con su carácter antihumanitario y antipopular?» se les ha contestado: «¡Imbéciles! ¡Todavía permanecéis con los ojos cerrados !!!

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«¡Hospitales! Ellos representan la especulación del Catolicismo sobre la enfermedad. «¡ Orfelinatos ! Representan el proselitismo católico sobre la niñez. «¡Hospicios! Representan la explotación católica de la pobreza.

«¡Universidades! Representan el monopolio de las letras para la perpetuación de la ignorancia.» Y los infelices creen las afirmaciones de los incrédulos, y exclaman: «Ahora vemos.» Pues bien; para demostrar que no pasa de ser una novela lo que se les exhibe como una historia nos bastará recorrer pausadamente los siglos cristianos ; partir del Calvario, en cuya cumbre saludaremos crucificado al Redentor de los hombres, amigo incomparable de los pue-

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blos, hasta el Vaticano en los presentes dias; nos'bastará coleccionar los cuadros de las s u cesivas persecuciones sufridas por la Iglesia de JESUCRISTO, y oponer esta colección leal, i m parcial, concienzudamente pintada, y decir á los alucinados; «La historia es esta.» El que nos envia nos legó la persecución universal, diciéndonos: No ha de ser ele mejor condición el discípulo cpie el maestro. El que quiera seguirme es preciso que tome mi cruz. Se os calumniar CÍ, se os perseguirá, se os martirizará, y aun se tendrá como un obsequio hecho á Dios y á los hombres el haberos sacrificado. Este legado lo hemos cobrado fielmente de la humanidad; el p r o grama se ha cumplido. Esto vamos á probar con profusión de escenas y de datos de todas clases. Y ¿por qué ha cumplido el mundo con tanta exactitud la persecución anunciada á, la Iglesia por JESUCRISTO? ¿Qué fuerzas han contribuido á la ejecución de aquel anuncio de la sabiduría encarnada: Veámoslo. II. ¿Por qué las persecuciones? ¿Quiénes fueron y son los perseguidores?

JESUCRISTO vino á traer la paz al mundo, y verdaderamente la doctrina que predicó, la ley

que perfeccionó, las instituciones á que dio espíritu y vida, la Iglesia que vino á apoyar, f e cundizar y perpetuar las instituciones, la ley y la doctrina de JESUCRISTO tuvieron el carácter, hablando el lenguaje del gran Pontífice que hoy rige al universo católico, de una obra de facificacion y de iluminación universales. • Empero la luz y la paz de que eran acreedores, y á que ardientemente aspiraban las almas sencillas, los corazones rectos, los hombres de buena voluntad no convenían igualmente á los que, aconsejándose con el criterio de las pasiones incompatibles con la moral evangélica , veian en el triunfo de la humanidad un límite impuesto á los desafueros de su egoísmo; en el de la pureza cristiana la condenación de los lúbricos placeres de su sensualismo, y en el de la liberalidad santa la sentencia definitiva contra su ambicioso positivismo. La predicación del Legislador divino, al paso que dispertó las puras y legítimas esperanzas de los que aceptaban como bello ideal el establecimiento del reino de Dios, que es también el de la justicia y de la caridad en la tierra, alarmó á cuantos no se hallaban dispuestos á deponer en aras del deber y del bien universal sus proyectos de egoísta avasallamiento, de insaciables conquistas, y de monstruosas explotaciones. La Redención divina por JESUCRISTO cambiaba las bases de la felicidad humana, y con ellas los caracteres del bienestar y de la civilización. Nadie hasta JESUCRISTO habia osado decir que la bienaventuranza estribaría en el espíritu de pobreza, de mansedumbre y de p u reza, porque se necesitaba la omnipotencia de un Dios para desafiar con la apología de los pobres la conspiración del oro, con la apología de los mansos la conspiración de los orgullosos, ó del poder, y con la apología de la continencia la conspiración de las pasiones, ó de la carne. Del paraíso al Calvario la carne, el orgullo y el oro se repartieron el imperio del mundo, y las civilizaciones que unas á otras iban sucedióndose se distinguían por el espíritu que en ellas predominaba, y que era siempre el de la avaricia, el de la lascivia ó el de la ambición. En el fondo la Redención consistía en libertar al hombre del triple aspecto de la esclavitud del pecado, y en este sentido el Eterno hizo escribir en su santo libro esta palabra: donde está el espíritu, de Dios allí se encontrará la libertad. La libertad de la verdad, del bien y de la justicia convenia á los hombres desprendidos, á las almas limpias y á los corazones mansos; mas n o , de ninguna manera á los espíritus al-

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tivos, sensuales y ambiciosos. De ahí el que el anuncio de paz enviado por JESUCRISTO á los escogidos les valiera la declaración de guerra por parte de los protervos. La obra de iluminación no gustó á las tinieblas, la obra de pacificación fue rechazada por los que especulaban con la dignidad y armonía de las conciencias y de los pueblos; y así, aunque todos los hombres eran hijos de la l u z , y también de la paz engendrada por los resplandores de la l u z , al venir á ellos JESUCRISTO, luz de luz, y paz inmensa del eterno amor, no fue recibido por los suyos, según frase inspirada al Evangelista. ¡Los suyos no le recibieron, le rechazaron! y para rechazarlo hubieron de desvirtuar su procedencia divina, su misión divina, su ley divina, su obra divina; no podían desvirtuarle sin calumniarle; le calumniaron, pues, para poder acusarle, condenarle, ultrajarle, torturarle y martirizarle. Los ídolos, que eran altas personificaciones de las miserias y ceguedades de la humanidad caida, y bajo cuyo imperio se habia sostenido la esclavitud de las almas, no quisieron descender del altar para que subiera en él el Restaurador de la imagen divina en el hombre; no le ofrecieron el altar á JESUCRISTO, presentáronle la cruz, y ya en aquel trono de i g n o minia , las tres pasiones características de la historia del hombre rebelde acudieron en son de triunfo al llamamiento del Verbo encarnado; mas ¡ a y ! el oro, en vez de rendir el cetro ante JESUCRISTO, sujetó su mano con un clavo; y la soberanía sujetó su otra mano con otro clavo, en vez de darle el cetro egoísta para que le convirtiera en cetro de la caridad; y la concupiscencia sujetó con un tercer clavo sus pies, bajo de los que no se atrevió á arrojar el s í m bolo de las pasiones corruptoras. JESUCRISTO, pues, en vez de recoger, como tenia derecho á esperar, los tres cetros, símbolo de las tres pasiones esclavizadoras de la humanidad, recibió tres clavos, ¡ elocuente y solemne declaración de guerra á las virtudes en que venia á buscar su reino! La persecución de la obra divina por las pasiones humanas tiene su expresión mas desgarradora en la escena del Calvario. Los tres clavos que sujetaron el divino Maestro simbolizan las persecuciones que en el decurso de. las edades habían de sufrir sus discípulos. Jesucristo perseguido significa el apostolado perseguido; el Calvario supone las Catacumbas, Poncio Pilatos reclama á Nerón. La cruz, siempre y en todos lugares, erigida por los cristianos es testimonio indeleble de que el Cristianismo es un combate. El Evangelio que nos pinta el génesis de la Redención se halla inundado por los resplandores del gran Mártir; el Apocalipsis, que anuncia la época postrera de la sociedad, y por lo tanto, el cuadro final de la peregrinación humana, nos deja entrever el tinte sangriento que ofrecerá el último crepúsculo de los siglos. De JESUCRISTO condenado por la Sinagoga, á Elias y Enoch sacrificados por el Antecristo, el libro cuyas descripciones son constantemente realizadas en la historia de la Iglesia es el de los lieclios de los Apóstoles; esto es, una serie de generaciones de justos luchando contra otra serie de poderes y de muchedumbres obcecadas; una serie de hijos de Dios á quienes las pasiones indómitas sujetan con clavos para que no se les arrebaten sus cetros indignos. ¡Verdad es que el espíritu cristiano sale triunfante siempre en todos los acerbos combates , y que la muerte de los escogidos no amenaza la inmortalidad de la Iglesia! ¿ Y quiénes han sido, quiénes son todavía los perseguidores del Catolicismo? No vacilamos en afirmarlo, los representantes de todas las fuerzas vitales de la sociedad. Los hombres de Estado, los hombres de talento, los grandes tribunos. Un grande orador ha dicho: « L a razón de los hombres de Estado se levantó desde el principio contra nosotros, y no solamente nos perseguían los hombres de Estado de la índole de Nerón y de Tiberio, sino también los del carácter de Trajano y Marco Aurelio, esto es, hombres que en el fondo tenían un espíritu grande y generoso, y que desplegaban verdadero g e nio en el gobierno de los negocios humanos. Estos hombres se declararon contra nosotros y lo mismo hicieron la mayor parle de los estadistas del Bajo imperio...» ¿Por qué esta oposición

iNÍHODUCCtON.

XVI

poderosa de los gobernantes del mundo contra la Iglesia? ¿Es que JESUCRISTO vino á echar á la tierra la semilla de la rebeldía humana, y á imposibilitar, por lo mismo, la acción gubernamental de la política? Todo lo contrario, JESUCRISTO vino á elevar el principio del poder ó de la soberanía humana declarándola legataria de la autoridad divina. Leed á Ventura Ráulica: « E n cuanto al hombre, dice, Dios se hizo su padre, porque le dio la vida; su rey, porque le proporcionó los medios para perpetuar y conservar su especie; y su pontífice, porque se reveló á él con su luz y le santificó por medio de su gracia. « Y en la economía de su providencia Dios ha establecido que esas tres funciones, que él mismo desempeñó directamente respecto al primer hombre, fuesen ejercidas por el ministerio de otros hombres respecto de los demás. . «En efecto, él nos engendra por.medio de los padres, nos conserva por medio del poder público, y por el ministerio eclesiástico nos enseña y nos santifica, para que haya unidad en la gran familia humana. «Pero las funciones paternales, no por ser ejercidas por hombres dejan de ser continuación de la acción del Dios Creador; las funciones públicas, cuyo objeto es mantener el orden en las familias, tampoco dejan de ser, por su parte, continuación del Dios Conservador; ni las funciones eclesiásticas, por las cuales iluminamos las almas y les administramos los misterios divinos, dejan de ser continuación de la acción del Dios Redentor y Santi/icador. «Así como en el orden político todo ciudadano que ejerce Tina función del poder público tiene derecho á ser obedecido y respetado con este mismo poder; así el poder doméstico, el poder coercitivo y el poder eclesiástico, ejerciendo funciones divinas, tienen derecho á la obediencia y respeto debidos á Dios mismo. «Por donde se ve que los preceptos de los príncipes de los apóstoles, prescribiendo la sumisión á los diversos poderes de la tierra como el poder supremo del Dios del cielo, se fundan en una gran razón, y contienen una doctrina altamente filosófica (1).» Los anteriores párrafos que contienen la exacta expresión del criterio católico sobre la dignidad del poder, manifiestan que el Cristianismo, lejos de rebajar, elevó infinitamente las bases del Estado afirmando el carácter sagrado de toda legítima autoridad. El Cristianismo vino, por consiguiente, á revestir el Estado de una autoridad superior; ¿no comprendieron esto los políticos? Imposible es que lo ignorasen. ¿Por qué, pues, los hombres públicos no se agruparon bajo la bandera cristiana, que á tanta altura levantaba el m i nisterio político? ¡ A h ! es que esta elevación y esta nobleza que el Cristianismo ha comunicado á la soberanía humana, la ha sujetado á una ley divina, ley que le ha impuesto límites sagrados, ley que ha condenado severa ó inapelablemente sus trasgresiones, ley que ha hecho á esta misma soberanía subdita de la ley organizadora y armonizadora de los hombres,y de las familias; ley que ha dicho al soberano; tú no eres el dueño absoluto de este pueblo que pongo yo á la sombra de tu c e tro, tú eres nada mas que el administrador de esta heredad que es mia; cuidado á derribar sus árboles, cuidado á arruinar sus edificios, cuidado á atropellar sus colonos. Cultiva, pero no oprimas; mira que eres responsable ante mí de tu administración. Aquí tienes un código de gobierno el código de la eterna justicia, no te separes de él, porque según él serás juzgado. Este es el lenguaje del Cristianismo. Gran parte de los hombres de Estado al oir esto, han dicho : No, no nos conviene semejante sujeción; no nos convienen tan insalvables vallas. Este juicio y la residencia á que se nos sujeta corta el vuelo á nuestras arbitrariedades. Fuera condiciones, queremos el poder incondicional, el poder ilimitado. Esta es la explicación del combate sostenido por los hombres de Estado, contra el Cristianismo, á pesar de haber esto afirmado la elevación de la soberanía, y la nobleza de un minis(1)

El poder político

cristiano,

disc.

i."

INTRODUCCIÓN.

XVH

terio, que consideraba corno auxiliar del orden moral ¡Ycosa particular! «Antes de JESUCRISTO el sacerdocio, aunque deshonrado por el error, era honrado, mimado y sostenido por el imperio. Las mas ilustres familias de Egipto, de Grecia y de Roma componían los colegios pontificios. Y si en aquellos tiempos se hubiera encontrado un hombre bastante osado para denigrar al sacerdocio pagano en los términos con que hoy se calumnia al sacerdocio católico, las furias de la república se hubieran, erguido espontáneamente para descargar sus iras sobre el profanador de los derechos, y el injuriador de los guardianes de la conciencia humana. Bien distinta es la suerte de los ministros católicos. Se nos ha dado lo que aquellos no tenian, se nos ha dado la fuerza y el poder de resistir; se nos ha dado la soberanía de la conciencia con orden de derramar hasta la última gota de nuestra sangre para defenderla, y la hemos • derramado y la derramamos cada dia. Hacemos mas, el martirio es poco; mas difícil que el martirio es resistir á los poderes que nos persiguen, á los deseos de los hombres de Estado, dignos muchas veces d é l a mayor estimación, y luchar con ellos mano á mano cada dia. «¡ A h ! Cuando un sacerdote quiere estar tranquilo y gozar de los honores mundanos trazada tiene la vereda; que ceda, que afloje ante la soberanía humana; que á esta exigencia obre como á sacerdote pagano en lugar de obrar como sacerdote cristiano; entonces los honores , la piedad pública, el nombre de tolerancia, el favor de la opinión le encadenan á porfía..., pero que un pobre sacerdote atienda á su conciencia mas que á su vida, que prohiba á la soberanía humana la introducción en el arca santa, inmediatamente comienza para él el martirio doloroso, que no es otra cosa la necesidad de combatir á los que estima y ama, y el apurar el cáliz de un odio tanto menos merecido en cuanto se trabaja y sufre por la dignidad de aquellos mismos que nos persiguen (1).» Es indudable que si el Catolicismo pudiera deponer las llaves de la conciencia que le confió el Redentor divino, el cetro de todos los hombres de Estado habría amparado y protegido á la Iglesia; el Evangelio se hubiera aceptado por todos los imperios y por todas las repúblicas si hubiéramos podido transigir en borrar de él algunas páginas, muy pocas. Estas páginas, que constituyen los límites del poder, que son la valla en que se estrella el orgullo de la soberanía, nosotros hemos declarado que eran indelebles; á esta declaración de integridad m o ral la soberanía política se ha insurreccionado; la protección debida se ha convertido en persecución cruel, pertinaz, insensata. La guerra al Catolicismo ha tenido otro auxiliar. Los hombres de talento en general nos han combatido. Nótese que decimos «los hombres de talento,» no el talento, no la sabiduría. Las victorias conseguidas por los controversistas católicos sobre los errores de todas las escuelas prueban que la fe no rechaza el talento, y que existen relaciones de intimidad entre la sabiduría y la creencia. Desvaneciéronse ya las preocupaciones del siglo pasado sobre la alianza de la Religión y de la ignorancia. Sin embargo, la razón humana, á la que el Cristianismo elevó como á la razón política, ilustrándola con la revelación de verdades que escedian á su alcance, encontró en el dogma divino un límite natural, y la inteligencia se rebela contra toda traba. Por esto las escuelas desencadenaron ya en el comienzo de la era cristiana las furias de sus sofismas contra el dogma, pretextando que el dogmatismo impedia el vuelo de la razón, y esto que nunca la razón pagana, á pesar de su independencia, liabia dominado un horizonte tan vasto como el que domina la razón católica, á pesar de su sujeción. Los hombres de escuela se coaligaron con los hombres de Estado contra el Catolicismo ; estos porque el Catolicismo limitaba su soberanía con la ley poderosa y paternal de la j u s t i cia divina, aquellos porque limitaba su razón con las predicaciones de la cátedra de la verdad eterna; es decir, las cátedras filosóficas rechazaron como un obstáculo racional la cátedra divina; los tronos humanos rechazaron como un obstáculo político el trono divino. «Celso y Porfirio, dice el abate Besson, atacan á la Iglesia en nombre de la filosofía y de la (I)

L n c o r d a i r o , De la pasión de los hombres de Estado •r. i.

con Ir a la doctrina

católica.

XYIII

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crítica; Tácito la condena en nombre de la historia á ser considerada como enemiga del g é nero humano; Plinio toma contra ella, ora la espada para herir á los cristianos que se obstinan á perseverar en la f e , ora la pluma para pedir á Trajano, en una frase elegante, si ha obrado bien persiguiendo, si su conciencia puede estar tranquila á pesar de sus persecuciones. Mas al tratarse de batir á la Iglesia, Trajano es Nerón. La literatura que ataca al Cristianismo no es otra cosa que la expresión de la sociedad que le condena.» No hay en toda la historia del género humano redimido ni un siglo en el que no se haya instituido alguna escuela destinada á combatir los principios católicos , como tampoco ha habido siglo alguno en que no se haya erigido contra ella algún imperio. Hay otra fuerza constantemente sublevada contra la Iglesia, y es una parte considerable de lo que se llama la opinión pública, es decir, la opinión de las muchedumbres, que solo han recibido del Catolicismo grandes bienes. La Iglesia, que se ha dirigido al esclavo, no empuñando la espada como Espartaco, sino armada con el Evangelio y la cruz, y le ha dicho: «Obedece y espera;» que ha predicado al pueblo, que salia del circo embriagado de crueldad, la ley de caridad fraternal; que ha r e comendado la pureza á seres degradados que, no satisfechos con ver la reproducción de los v i cios mas hediondos, han querido verlos en acción y sin velámenes; que se ha dirigido á los ricos, cuyas costumbres lúbricas, cuyos despilfarros sensualistas eran un insulto á la pobreza y un escándalo social, diciéndoles: Es mas difícil conseguir que un rico entre en el reino de los cielos que el que pase un camello por el ojo de una aguja; que sentándose en la c á tedra de los filósofos, que se ocupaban en reunir en la escuela ecléctica de Alejandría todos los errores del antiguo mundo, esto e s , las máximas del orgullo, del placer y del i n terés , les dice: «Descansad de vuestras fatigas, yo os presento un dogma constituido, y una moral que os exige que sacrifiquéis vuestra carne y adoréis á un judío crucificado;» que ha penetrado en los palacios de los cesares, y les intimó la necesidad de abatir los altares de la superstición, y de terminar las ilusiones de la idolatría; la Iglesia, que ha nivelado ante Dios la dignidad del esclavo á la del soberano, la del pobre á la del opulento, la del trabajador iliterato ala del sabio y del académico; que ha cimentado la idea de la paternidad divina como á la garantizadora égida de la fraternidad humana; que reconstituyó la familia é hizo posible la constitución del pueblo, ¿cómo se concibe que el pueblo, la familia, los pobres , los esclavos tan directa, tan extraordinariamente por ella favorecidos no hayan exclamado: Tú seréis nuestra madre. Y , sin embargo, no fue este el grito de las turbas á su aparición; no ha sido esta la e x clamación de los pueblos en el decurso de su historia. Los esclavos, el pueblo, á una voz con los opulentos, los filósofos y los soberanos, la fuerza, el talento, la opinión se han coaligado y han exclamado: «Apártate, no queremos tu d e s pótica tiranía.» «Lo que mas me sorprende, exclamaba el ilustre académico que hemos citado antes , lo que no sé explicarme es cómo lo que yo llamo la razón popular se sublevó también contra nosotros. Porque, en fin, que Dios humille á un príncipe, que le retire su luz para castigar su.orgullo, es muy concebible; también se explica que Dios humille á un talento ingrato, empero que se haya podido engañar á este pobre pueblo y desnaturalizar sus instintos; que se le haya podido persuadir que la Iglesia, que vino á alargarle una mano protectora y á destruir la esclavitud, quisiera esclavizarle; que se le haya hecho creer lo que no se pudo dar á entender á los paganos, á los mahometanos, á los protestantes ni á los salvajes; que se le haya persuadido á lanzarse sobre los altares de JESUCRISTO, y destruirlos; que haya hollado los santos patronos , cuyos nombres habia recibido en el bautismo; que haya profanado hasta los tabernáculos en donde reposaba sin.defensa el que el dia anterior era objeto de sus adoraciones ; hé aquí lo que es inexplicable, y lo que se ha visto en la Iglesia católica, sin que se haya visto en ninguna otra parte.»

INTRODUCCIÓN.

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Y , sin embargo, este enigma social h a d e tener una explicación. La naturaleza corrompida contrajo, hábitos de profunda inmoralidad. Las pasiones tenian su imperio erigido en el corazón del hombre, cualquier que fuese su estado , su categoría, su situación.social. El esclavo abyecto gozaba en medio de sus cadenas de la libertad sensualista , y tenia además la libertad del odio contra sus opresores; el pobre tenia acordada la libertad de la venganza, del deseo á lo menos de despojar al opulento y al capitalista; el hombre inferior tenia la libertad de abrigar el espíritu de rebeldía contra los superiores. La obediencia y la sujeción eran dos hechos, empero la inmoralidad pagana sancionaba el derecho de la insurrección y del desacato interiores. El Cristianismo empezó eliminando el derecho de las insurrecciones , de las rebeldías y de las venganzas intencionales; el Cristianismo dijo al esclavo: « A m a al que te encadena;» bien que al mismo tiempo dijo á los señores: «Quebrad las cadenas de los esclavos;» dijo á los pobres: «Respetad el patrimonio de los ricos,» bien que á los ricos les dijo: «Compartid vuestros bienes con los pobres.» Este respeto al bien ajeno, este amor á la mano opresora, esta pureza de costumbres á todos predicada, exacerbó á las muchedumbres, que prefirieron conservar el derecho del odio, el derecho de la venganza, el derecho de la rebeldía, á obtener la dignidad moral y las esperanzas á la misma inherentes que el Catolicismo les ofrecía. Este grito, pues, « N o queremos la tiranía católica,» injusto y repugnante como es, tenia encierta manera una razón de ser. El Catolicismo venia á oprimir realmente, pero á oprimir, no los hombres, sino las pasiones de los hombres, y como los hombres, se habían encarnado en sus pasiones, de ahí que la severidad ejercida por la moral católica contra sus pasiones los hombres la interpretaran como á una severidad contra ellos ejercida. Si junto á la predicación de la dignidad del esclavo y de la caridad para el pobre el Catolicismo hubiese proclamado la libertad de los vicios, el pueblo unánimemente hubiera aclamado por madre á la Iglesia. Pero como los tronos humanos rechazaron el veto del trono divino, y las cátedras filosóficas no quisieron admitir el criterio de la cátedra divina, de la misma manera la moral p o pular se insurreccionó contra las prescripciones de la moral divina, y el pueblo se alió con los filósofos y con los soberanos para perseguir al Catolicismo. Hé ahí consignado el qué de las persecuciones sufridas por la Iglesia de JESUCRISTO. La prolongada historia de las persecuciones tuvo su resumen anticipado, según hemos dicho, en JESUCRISTO. Cuatro jueces perpetuamente llaman á la Iglesia á su tribunal. La i m piedad, la corrupción , el odio y la política. Caifas, Herodes, los judíos obcecados, Pilatos no vivieron solo en el siglo I para condenar al gran Justo; aquellas cuatro personalidades fueron á la vez cuatro personificaciones que se reproducen y perpetúan para acusar y condenar á la Iglesia de la justicia. La impiedad interroga constantemente á la Iglesia como Caifas interrogó á JESÚS ; ¿cuál es tu doctrina, de donde la has tomado? le pregunta. La Iglesia, como el Hijo de Dios, c o n testa confirmando su origen, sus poderes inmortales, su universal jurisdicción; ella añade que su enseñanza es pública, que públicas son sus cátedras erigidas en los templos, que nada enseña en secreto. Se evocan testimonios apasionados, se piensa, so medita si entre sus principios se encuentra alguno contra la dignidad del hombre, contra los derechos de la naturaleza, contra las prescripciones de la justicia, contra la vida de la humanidad ¡en vano! las teorías cristianas nada afectan á la grandeza del hombre y al bienestar social. No encontrando nada que oponer á sus principios trata de inquirir su origen; ¿te resignas, se le pregunta, á contarte como una institución humana, ó aspiras á que se te reconozca un origen divino? ¿Eres una obra divina? A esta pregunta la Iglesia contesta hoy lo que contestó ayer, delante del progreso como delante de la herejía, delante de la herejía como en presencia de los tiranos; sí, lo so//. A l oir esta respuesta, que es la misma que dio JESÚS, la impiedad

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INTRODUCCIÓN.

rasga sus vestiduras; ¡qué escándalo! exclama. La razón se indigna, y afectando un dolor hipócrita exclama: «El milagro es una imposibilidad, lo sobrenatural una ilusión,» y los j u e ces de la prensa, los príncipes de la opinión, los aduladores de las humanas potencias repiten: ¿A qué buscar testimonios? Haléis oido la blasfemia, la Iglesia merece la muerte. La afirmación de su divinidad promueve contra la Iglesia cada dia nuevas tempestades. « H o y , dice un escritor notable, el tumulto contra ella se estiende por todo el universo, por todas partes se instruye el proceso, agítanse los escribas en todos los pueblos, y la Iglesia abandonada, cubierta con las tinieblas densificadas por el espíritu del mal, se asemeja mas que nunca á JESÚS , el acusado divino hecho en el pretorio juguete de desenfrenados cortesanos. Hoy se la escupe á la cara , se la injuria, se la vela el rostro declarándola partidaria de la oscuridad y de la ignorancia. Se la abofetea por unos que ocultan su faz y su nombre, publicando folletos anónimos y dicióndola: Profetiza quien es el qué te hiere; otros, mas cobardes todavía, la atacan en lugares donde no hay quien pueda defenderla. El cuadro de las sátiras é insultos dirigidos hoy contra la Iglesia es á propósito para dar idea exacta de lo que el Maestro divino sufrió ante el tribunal de Caifas. Si el espíritu de Caifas se perpetua en la historia contra la Iglesia, no vive y se agita menos el espíritu de Herodes. El gobernador de Galilea interrogó á JESÚS con impaciente avidez; cediendo á una c u riosidad mujeril, le pidió un milagro, como se pide un juego de manos á un magistral prestidigitador. JESUCRISTO calló, y nada obró en presencia de quien le trataba, á É l , verbo de la eternidad, y resplandor de la gloria del Padre, como objeto de diversión. Herodes lo despreció entonces, vistióle túnica de irrisión, y tratándole como á loco le devolvió á Pilatos. Pues bien; hoy también se piden á la Iglesia hechos sobrenaturales en confirmación de su carácter divino, y viendo que Dios sufre con paciencia los ultrajes de que es blanco su hija predilecta, se rien de ella, la satirizan, la visten con la ropa de los locos. ¿No hemos visto en medio de una plaza pública á un rabioso ateo, desafiar á Dios, diciendo: « y o te desprecio, yo te insulto, yo te niego si á los cinco minutos, que yo contaré en mi reloj, no me envias un rayo, ó no me quitas la v i d a , » y no hemos oido, que á los cinco minutos de espera el furioso impío ha dicho: « y a lo veis, vuestro Dios omnipotente no tiene poder bastante para matarme; si le adoráis sois unos imbéciles, sois monomaniacos,» no hemos visto y oido esto? ¿No es esto la encarnación del espíritu de Herodes? Los gabinetes actuales de la Europa ¿no califican de locura las esperanzas de la Iglesia, las glorias de la Iglesia y las definiciones de la Iglesia? ¿No ha dicho Bismarck: «el dogma de la infabilidad es una locura teológica y un despropósito social?» Proudhon negando la divinidad de la Iglesia, es Caifas negando la divinidad de JESÚS ; VoL taire riéndose del carácter sobrenatural del Catolicismo, es Herodes vistiendo traje de demente al divino Maestro. Á la impiedad y á la corrupción se agrega el tribunal del odio. Los judíos, que iban á ser redimidos, se manifestaron pertinaces en negar al Redentor sus mas excelsas cualidades. El verdadero Dios, á pesar de su dulzura, de su caridad, de sus beneficios, fue blanco de los insultos y de la animadversión popular; la verdadera Iglesia ve aparecer en su presencia las mismas turbas, oye los mismos clamores, recibe las mismas injurias. Tú engañas á los hombres, se le grita, cuando predica doctrinas de celestial esperanza; tú sublevas los espíritus, se exclama, cuando ella reprende las corrupciones que envilecen y degradan al corazón; tú perturbas las naciones, se le dice, cuando recuerda á los gobiernos la necesidad de ser justos, y á los pueblos la necesidad de ser sufridos. Y para inclinar el ánimo de los gobiernos vacilantes: lié ahí, dicen las muchedumbres incrédulas, lié allí que esta predica que no se debe pagar tributo al César. Los jurados enemigos de todo gobierno se convierten, al tratarse de perseguir á la Iglesia,

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en celadores de la soberanía humana, y la acusan de reo contra el Estado los que no se cansan de sembrar ideas y sentimientos contrarios á toda autoridad. Las turbas judaicas reaparecen siempre, y nunca falta un Pilatos que ante ellas realice en hipócritas formas el crimen político para satisfacer las injustas pretensiones de lo que se llama la razón popular. Cuando la Iglesia declarada inocente por sus obras y sus enseñanzas, es de nuevo a c u sada ante los poderes, estos, sorprendidos de tanta insistencia, resuelven hacer algo contra ella: Yo la liaré azotar, dice á la opinión la política pilatónica. Y decreta el despojo de sus bienes y la presenta de nuevo á las turbas: ahí la tenéis, e x clama, ya está desmida, dejadla libre. « N o , exclaman las turbas de sus enemigos, ni desnuda la queremos libre, ni nos basta que la veamos azotada y atada, aunque desnuda, queremos que la quites de en medio.» Entonces Pilatos, es decir, los políticos de su escuela, reconociendo tácitamente la c r i minalidad de la Iglesia proponeu á los pueblos enfurecidos una gracia; «amnistiémosla, dicen, acordémosla lo que mil veces hemos acordado áBarrabás;» como si dijera: « ¿ n o toleramos la iglesia de Mahonia, la iglesia protestante, la secta francmasónica, las sectas antihumanitarias, todas las sectas, que pretenden boleta de legitimidad, aunque su fin y su historia no sean muy puros? pues, tolerémosla como otra cualquiera á la Iglesia de JESUCRISTO, haciendo constar que si v i v e , vive por la misma gracia que viven los Barrabás.» Pero, ¡ a h ! Barrabás nunca fue impopular; «las turbas, dice Orígenes, dieron testimonio de que Barrabás era su legítimo representante.» No hay transacción posible. Ámedidaque el poder propone transacciones, los impíos multiplican su§exigencias: «libertadlo todo, exclaman, todo; el mahometismo, el socialismo, la tiranía terrenal, el despotismo pagano,lo que mas perjudicó á los pueblos en las edades gentiles, átodo, menos ala Iglesia católica.» Le damos aquí la palabra al abate Besson: « Cuanto mas los impíos vociferan, mas la política tiembla. Así, no bastando que la Iglesia sufra el suplicio injusto, pero regular de un despojo legal, de un azotamiento oficial, llegan dias y casos en que el poder cierra los ojos y permite que las masas consuman hechos que él no juzga prudente perpetrar. Los gobiernos abandonan á la Iglesia entre una muchedumbre de impíos, y hacen como que no ven. Aquellos harapos, color de escarlata, que fueron echados á las espaldas de JESÚS, aquella corona de espinas que fue hundida en sus sienes venerables, aquella caña aranosa que se le hizo empuñar á guisa de cetro,, con sus manos atadas, aquellos salibazos y bofetones, aquella sed de hundir en el oprobio al Hijo de Dios, todo es reciente, cotidiano, actual, visible hoy mismo. Los ultrajes que la Iglesia recibe son escitados por los escribas, y tolerados por los poderes en París como en Pekin, en Londres como en Constantinopla, en Viena como en Estocolmo, en Milán como £n Turin. Cada siglo tiene sus páginas manchadas con el lodo de la calle y con la sangre de la Iglesia. Á ninguna época faltan en su historia nombres odiosos, datos fatales, ejemplos y escenas cuya lectura horroriza. «Cuando los gobiernos han tolerado semejantes escesos y atropellos, cuando se han realizado, gracias á su tolerancia, las grandes revoluciones y los destructores motines, cuando es un hecho consumado las expoliaciones legales, tan frecuentes en la historia, creen que se habrá ya desahogado la ira popular; presentando á la Iglesia reducida á la miseria y á la impotencia , dicen: liedla ahí. A l verla la parte sensata de la opinión, las muchedumbres de los creyentes se indignan, mas los políticos les contestan al oido: los tiempos son malos, ha sido preciso ceder algo al viento para evitar la tempestad; tranquilizaos, conozco vuestra inocencia, yo os salvaré á fuerza de concesiones. . «Mas la impiedad y el odio siguen clamando: « ¡ m u e r a ! » «¿Muera?>> responde sorprendida la política pilatónica, «¿muera? ¿ y por qué? ¿á qué vienen vuestras alarmas? La Iglesia tiene atadas las manos, desvanecido su esplendor, terminado su imperio, lánguida su vida, ¡dejadla morir de extenuación! ¡vedla! ¡Ecce homo!

XXII

lNTItODUCClOIV.

«El siglo no retrocede. Es preciso que muera, que se la crucifique, exclaman unidas y coaligadas todas las pasiones contempladas y todos los aviesos instintos complacidos. «Entonces la política, con fingido enojo replica: Yo no haré esto, yo no encuentro para ello causa, obrad vosotros como os pareciere. Pilatos, y los políticos imbuidos del espíritu de Pilatos, siéntanse otra vez en el tribunal, lávanse las manos con solemnidad, y dicen: Soy inocente de la sangre de este justo, derramadla vosotros si queréis. ¡Vana ceremonia! ¡ r e curso v i l ! ¡ irrisoria? precauciones para evadir el juicio de la posteridad! el que entrega la sangre de la Iglesia es tan criminal como el que la reclama. Bajo Poncio Pilato el CRISTO sufrió, la línea de Poncio Pilato perpetua la pasión de la Iglesia. Para continuar en la personalidad de la Iglesia los tormentos de JESÚS , no seria bastante el concurso de la impiedad de Caifas, de la corrupción de Herodes y el ciego odio del pueblo, es preciso que la audacia de tantos vicios sea alentada por la laxitud de un poder envilecido y medroso; es preciso un Pilatos que espere, vacile, dé atestados de inocencia, se incline, y de concesión en concesión acabe por condenar sin juicio al acusado divino, que no se atreve á defender por temor de perder el destino. Ved por qué nosotros decimos de la Iglesia, como del HombreDios, con la inexorable fidelidad de la historia y del Evangelio: passus est sub Pontio Pilato. «Fáltanos casi el aliento para comentar las últimas expresiones del odio popular: que su sangre, exclaman las turbas, caiga sobre nosotros y nuestros liijos. ¡ A y ! sí, aquella sangre, en efecto, cayó sobre nuestras cabezas, nosotros la sentimos, sentimos toda la sangre i n o cente que fue pedida á la Iglesia, desde la de Abel á la del Mesías, desde la de los primeros mártires, que á grandes chorros fue vertida en los anfiteatros y en los circos al sediento grito de los cristianos á los leones, hasta la sangre de los héroes de nuestra edad derramada en las alturas de Castelfidardo, en medio de las risas de una prensa impía, que aplaudía aquella matanza feroz, y de la silenciosa aprobación del mundo á los tigres que devoraban los c o r deros. Ved en Inglaterra la sangre de María Stuard y de Tomás Moro; en Francia la de Juana de A r e , de Luis X V I y de cien mil víctimas del terror; en Holanda, Suiza, Suecia y Alemania la sangre vertida por la reforma; por todas partes es reclamada la sangre de la Iglesia que se la encarcela en Italia, se la destierra en Polonia, se la oprime en Irlanda, se la amenaza en Bélgica, y por todas partes se la denuncia y se la empuja al cadalso: ¡ muerte! ¡cruz! hé ahí el grito universal: ¡caiga sobre nosotros su sangre! « Y lo que sorprende mas, es que en los dias de tregua, cuando parece que el mundo se reconcentra, y la Iglesia puede respirar algo, nadie reclama contra la sangre vertida. Nada de arrepentimiento, nada de expiaciones, nada de justicia dispensada á las víctimas, nada de castigos impuestos á los verdugos. Resístense á inclinarse las frentes, los corazones repugnan la contrición, nadie tolera verse acusado, reprendido, condenado por la historia, y lo que horroriza mas todavía, es que los suplicios de nuestros sacerdotes, las mortandades consumadas en nuestros claustros y en nuestras iglesias profanadas han encontrado sus panegiristas.» Tal es en resumen la historia de la Iglesia. Como puede ya comprenderse, el horizonte que descubrimos desde el Calvario, y que abarca la interminable serie de persecuciones s u fridas por la obra divina es inmenso c interesante. Trascendentales son las enseñanzas que involucra la historia del constante martirio por la cristiandad arrostrado. Todas las obras humanas se hunden desde el momento que les falta el apoyo de la fuerza ó el de las pasiones; por esto no hay imperio que haya podido sobrevivir á las oleadas del tiempo. Desde el momento que una institución terrenal ha tenido que luchar con los intereses creados por sus émulos ó por sus adversarios, ha sentido debilitarse su vigor, temblar sus bases, desmoronarse sus estribos, y se ha hundido. La historia es un vasto campo de ruinas, ¿dónde están las grandezas simbolizadas en las colosales pirámides de Egipto? Las dinastías del esplendoroso Oriente ¿qué se han hecho? No hay sistema, no hay escuela, no hay i n s -

INTRODUCCIÓN.

XXIII

titucion que no haya envejecido y perecido. Solo la Iglesia, que es, entre todas las instituciones, lamas combatida, no ha perecido ni se ha debilitado. Tanto mas vigorizada cuanto mas combatida, su perpetuidad es el testimonio mas elocuente de su inmortalidad. No se limita la Iglesia á conservar el imperio sobre los lugares y los pueblos que han recibido una vez su f e ; su tendencia es la propaganda, ó sea la conquista moral. Desde que JESUCRISTO dirigió á sus Apóstoles esta palabra: id, los emisarios de la Iglesia han ido marchando. La gentilidad les ha opuesto la barrera de sus preocupaciones, el salvajismo ha pretendido interceptarles el paso con sus barbaridades; empero los Apóstoles católicos han p a sado. Los cadalsos levantados á su presencia para intimidarles no lograron hacer mella en sus ánimos varoniles, el espectáculo de luchas antropófagas que celebraban sus festines devorando la carne de sus compañeros de misión no les amedrentó. Obedeciendo á una consigna divina siguieron adelante. Donde hay un punto de tierra conocida, allí han ido los enviados de JESÚS á llevar el conocimiento de la f e ; al saludar Colon á la América, la América pudo saludar el astro del Catolicismo que brillaba en los labios de los sacerdotes exploradores; la Oceanía conoció al mismo tiempo al europeo y al predicador. ¡ Qué hermosa historia la de las fatigas sufridas,- y de los combates sostenidos por el m i sionero evangélico contra la ignorancia y la preocupación inherentes á la barbarie salvaje! ¡qué interesante estudio el de aquellos hombres, que llevados de un amor misterioso, aportaron en lejanas é inhospitalarias playas, buscando una persecución cierta y un probable martirio! Pues aquellas atrevidas, pintorescas, incidentales escursiones de los evangelizadores van á ser objeto de nuestra atención en la presente obra. La vieja Europa va olvidando ya el génesis, el origen de su civilización; la historia de los sudores y de las penas arrostradas por los que sembraron en ella la doctrina y la moral en que estriba su grandeza les parece mas bien leyenda que historia; conviene, pues, que d i gamos á los distraídos ú olvidadizos: « V e d , aquellas escenas que se os cuentan de los primitivos cristianos, y que por ser tan heroicas y extraordinarias apenas os resignáis á creer, ó si creéis en su realidad sustancial opináis que han sido embellecidas por la acción del tiempo y de la poesía; aquellas escenas que para vosotros son semi-increibles, no solo fueron una realidad, sino que continúan siéndolo.» Ellas se reproducen en nuestra época, ellas son las escenas cotidianas que lega al mundo el espíritu apostólico. Hay todavía quienes se dedican a l a sagrada industria de elaborar la civilización católica, y de trasformar en pueblos constituidos las hordas nómadas de determinados desiertos; todavía hay millares de apóstoles que derraman su sangre sabiendo que la sangre derramada por amor á la verdad es indefectiblemente semilla de cristianos. Los civilizadores emprenden la colosal tarea de crear en las regiones que toman por o b jetivo de su conquista moral, nada menos que la razón y. la fe. La razón porque está completamente apagada en la mente de los salvajes; la f e , porque aun no han recibido su primer anuncio las errantes tribus. Aquellos enviados de Dios van en busca de una persecución que saben será ignorada hasta de muchos que si la conocieran la admirarían; y , sin embargo, van á arrostrarla á p e sar de que saben que ninguna gloria humana de ella les redundará. «Que un hombre, dice Chateaubriand, á la vista de todo un pueblo, á la de sus padres y amigos, se esponga á la muerte por su patria, nada tiene de extraño; trueca algunos dias de vida por siglos enteros de gloria; ilustra su familia, la adquiere honores y riquezas, y hace brillar su porvenir. Pero un pobre misionero, cuya vida se consume en el centro de los b o s ques ; un misionero que acaba sus dias con una muerte espantosa sin espectadores, sin aplauso, sin ventajas para los suyos; oscuro, menospreciado, tratado de loco, de necio y de fanático, y todo esto para dar su felicidad eterna a u n salvaje desconocido, ¿con qué nombre podrá distinguirse esta muerte y tan extraño sacrificio?»

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INTRODUCCIÓN.

N o , no hay calificativo bastante honroso en el mas expresivo idioma del género humano al tratarse de tan heroica abnegación. Por ellos se realiza y confirma esta palabra proferida por Simeón, teniendo por primera vez á Jesús en sus brazos: lió ahí que está este destinado para que, cspueslo á la vista de todos los jíuchlos, sea luz que ilumine á los (/entiles y la gloria de Israel. La luz aparece á los pueblos y á las tribus gentílicas é idolátricas, gracias á la decisión admirable del misionero que, derramando la sangre ó rindiéndose de fatiga, considerado como á enemigo primero, se esfuerza para llegar á posesionarse del corazón de hiena, y á amansarlo hasta que, sumiso, recibe las palabras y el espíritu de la regeneración. Sabe que su patrimonio lo constituyen las enfermedades, la soledad, las privaciones de todo género, las ansiedades crueles, las burlas mortificantes, el peligro permanente, la multiforme persecución; si se le arroja h o y , vuelve mañana; si se le desdeña, espera é insiste, y si se le martiriza, muere en la seguridad de que su sangre será el licor precioso que convertirá á sus verdugos. Hablando el mismo Chateaubriand del deseo inmenso que, después de realizada la regeneración de Europa, se apoderó de los predicadores de la fe de ir á derramar la sangre para la salvación de pobres extranjeros, escribe en el Genio del Cristianismo: «Los antiguos filósofos j a más abandonaron los jardines de la Academia, ni las delicias de Atenas para dirigirse, movidos de un impulso sublime, á humanizar los salvajes, á instruir al ignorante, á curar á los enfermos , á vestir al pobre, y á sembrar la concordia y el pan entre pueblos enemigos; solo los religiosos cristianos han hecho esto y lo repiten todos los dias. Los mares, las borrascas, los hielos del polo, el fuego del trópico, nada les detiene. Viven con el esquimal en su cueva hecha con p i e les de vaca marina; se nutren como el groenlandés con aceite de ballena; recorren la soledad con el iroqués ó el tártaro; cabalgan en el dromedario del árabe ó siguen al cafre errante en sus abrasados desiertos; el chino, el japonés y el indio han llegado á ser neófitos s u y o s ; no hay escollo en el Océano que haya podido escaparse á su celo, y falta tierra para su caridad, como antes faltaban reinos para las ambiciones de Alejandro. «Los que no creen en la religión de sus padres, confesarán á lo menos que si el misionero está firmemente persuadido de que no hay salvación «fuera de la cristiana, el. acto por el cual se condena á males inauditos para salvar á un idólatra, es el mayor de cuantos sacrificios puede hacer la humanidad.» La Iglesia agradece á aquellos evangélicos héroes la demostración elocuente que están dando de que no puede ser como algunos sofistas pretenden , religión envejecida, la que para alimentar su vida y multiplicar sus frutos, cuenta por savia la sangre de millares de jóvenes distinguidos , que sacrifican la gloria del porvenir á la gloria del apostolado; y también la sangre de muchos ancianos que encuentran en la inextinguible fuerza del celo, el secreto de remozarse para subir sin jadear las gradas penosas del cadalso. Dignas son, pues, de nuestras miradas atentas y respetuosas las persecuciones, s u fridas por aquella porción escogida de apóstoles, en lugares ignorados y despreciados por la sociedad civilizada. Campo vastísimo es el que se abre ante nosotros, partiendo de esta investigación . La Ghina, la Corea, el Tonkin, las extremidades de la India, una gran parte de la América, casi toda la Oceanía, son otros tantos teatros en los que se realizan sucesivas escenas, animadas por el heroísmo de los predicadores de la fe y primeros maestros de la civilización. Lágrimas y sangre derraman allí nuestros hermanos; ¿por qué no escribir la historia detenida de sus penalidades? ¿Por qué no consagrar á la memoria de los mártires recientes el tributo de admiración que nos merecen y que prestamos á los mártires primitivos ? Jubiloso nos será saludar á aquella multitud de iglesias, engendradas por el espíritu del sacrificio católico, en las regiones de las tinieblas, de la ignorancia y de la muerte: de aquellos eriales de la inteligencia se levantan como risueña aurora las primicias de cien pequeñas cristiandades, que serán pronto otros tantos focos de vida, de luz y de calor cristiano. ¿De quién será

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INTRODUCCIÓN.

hija la civilización que allí se constituirá en un dia no lejano? de los perseguidos de h o y , de los mártires contemporáneos. Saludemos, pues, el germen de .aquellas iglesias y la adhesión católica de los que las fundan ; saludemos á los que se resignan á sufrir hambre material para que las obcecadas muchedumbres, que todavía hoy se arrastran por las gradas de los idolátricos altares, tengan mañana el pan de la verdad; á los que hoy se resignan á fatigarse y á sudar para que puedan mañana tener eterno descanso tantos seres, que ellos, sus salvadores, no conocen siquiera; á los que hoy se deciden á ser perseguidos por los mismos á los que van á proteger y á amparar ; á los que hoy dan la vida para derramar vida y sufren, como el Redentor, la muerte para redimir de la muerte á muchos hermanos. De modo que esta obra que emprendemos va á abarcar dos grandes hemisferios, el del mundo civilizado y el del mundo por civilizar ; en ambos mundos encontraremos á la Iglesia siendo blanco de sangrientos combates; en el seno de la civilización veremos los imperios y las repúblicas resistiéndose á aceptar la moral cristiana ; en el seno de la barbarie veremos á las hordas desbandadas resistiéndose al llamamiento civilizador de los emisarios de la fe. En los grandes palacios de Europa veremos fraguarse diplomáticas intrigas contra la obra de JESUCRISTO ; en las grandes asambleas de América veremos á la Iglesia cristiana sentada .en la banqueta de los acusados; en los desiertos oiremos los rugidos del bestial salvaje, repitiendo como un eco, contra el predicador de la verdad, las protestas de los herejes civilizados; y agrupando en un mismo cuadro al demagogo europeo, que asesina con un puñal al religioso indefenso, y al salvaje asiático, que cuelga de un árbol al misionero pacífico, exclamaremos : ¡ a y ! ¡terrible es la conjuración de todas las razas humanas contra el Señor y contra su CRISTO ! ! ! Sin embargo, la conjuración universal no le espanta ; «depositario de la verdad, el Cristianismo, dice Mr. Vallée, desde su origen ha dado prueba de ser una religión esencialmente apostólica ; y la historia nos manifiesta q u e , en efecto, no ha cesado desde la dispersión de • los primeros discípulos del Salvador de obedecer á esta necesidad de su naturaleza. El relato de sus vicisitudes al través de los tiempos no es en el fondo otra cosa que el cuadro de las regiones que ha conquistado, que ha perdido y vuelto á conquistar. No existe lugar conocido en que no haya puesto su pié y plantado su bandera; en cambio no ha cedido un solo palmo de terreno del que una vez se ha posesionado. No importa que se le proscriba, que se levanten contra él cárceles y cadalsos. El Pontífice supremo no borra jamás de su mapa país alguno, por causa de persecución ; y si acontece algún dia que falten mártires á los verdugos se apresurará á enviar allí nuevos apóstoles para que aparezcan nuevos mártires.» De lo espuesto rápidamente se deduce que la persecución al Cristianismo es perpetua y y universal « E l pecado original, ha dicho un erudito contemporáneo, habla por boca de cuantos protestan de palabra ó de obra contra el Verbo encarnado, como el espíritu maligno protestó por boca de la serpiente contra las obras y la ley del Verbo criador.» Desde el paraíso hasta nosotros no ha cesado de oirse el fragor de los combates suscitados, á la sombra de banderas diversas, contra la divina enseña del Evangelio esperado y del Evangelio obtenido. La caida de los heresiarcas y el tristísimo destino de Lucifer , su príncipe , no son bastantes á sembrar la desconfianza en el ánimo de los que juraron demoler la roca fundamental del arca salvadora. Las ruinas de la primera Babel no aleccionan á los que se proponen edificar una obra humana contra la obra de Dios. Los escombros de aquel edificio típico del orgullo, que debían ser monumento imperecedero de la incapacidad de la criatura, son afanosamente buscados para formar los cimientos de nuevas edificaciones contra el cielo emprendidas. Nunca ha faltado á la soberbia de la razón ó de la concupiscencia muchedumbre de b a bilonios, empleando, á favor de su ignorancia, las fuerzas materiales para erigir lo proyectado por la ciencia de los rebeldes arquitectos contra la acción de la sabia é irresistible Providencia. Los ignorantes y los salios aliados y confundidos en Babel, se han aliado en cada T. J.

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siglo para ser de nuevo confundidos y dispersados. ¡ Cuántos sudores, derramados sobre la tierra por los pueblos iliteratos, creyendo sembrarla de gérmenes de fecunda vida, mientras la impregnaban del agudo veneno de la esterilidad! ¡ cuántos raciocinios estudiosamente formulados para establecer una escuela que hendiera las nubes, desde las cuales el Eterno dejó oir sobre su Verbo y Cristo esta palabra: Este es mi Hijo en quien sumamente me he complacido, oídle! sin que la cumbre de la pretenciosa filosofía haya podido llegar á mas altura que la exigida por el cumplimiento de esta profecía: Dijo el Señor á mi Señor, siéntate a mi derecha hasta (que ponga á tus enemigos como escabel de tus pies. Proyéctanse, empréndense sistemas y escuelas contra la verdad cristiana, mas antes de llegar á la elevación trazada, húndense miserablemente, y los nuevos errores y desvarios acrecientan la montaña de desengaños sufridos por el malicioso genio de las edades. El escabel del Verbo se encumbra en razón directa que se multiplican las ruinas de los edificadores contra su palabra infalible; el trono de Dios se eleva á la mirada finita de los mortales, á medida que se hincha la ola de las pasiones tempestuosas. Dios hizo al Cristianismo á semejanza de nave, dispuesta de manera que las tempestades la elevaran sin desmontarla. Dio de ello evidente demostración en la tempestad de las tempestades, que quiso sufriera en el Calvario, donde las aguas alborotadas de todas la pasiones, y los vientos endiosados de todas las fuerzas se dieron cita, y donde el Verbo encarnado, solo y clavado de pies y manos, quiso esperarlos para vencerlos. Allí el hombre enemigo agotó sus recursos pasados y futuros: la hipocresía, la calumnia, el vilipendio, la muerte, se combinaron con diabólica astucia para sumergir á la Iglesia viva en su cuna imperecedera. Empero CRISTO clavado dispersó las tempestades libres; CRISTO solo, abandonado hasta de los suyos, venció el combate universal. Los oleajes siguientes á la borrasca deicida jamás llegaron ni siquiera á la altura del Gólgota; el hombre enemigo hizo cuanto pudo crucificando y sepultando el que es la verdad encarnada. En el dia de la gran Pascua, según el humano criterio, el naturalismo, el racionalismo, el fanatismo, el variforme error triunfaron de JESÚS. CRISTO, adorado por los pastores y reyes, fue sepultado por los cesares y las turbas. El sol que orientó un dia en Belén se puso en Jerusalen. El Niño inmortal del pesebre apareció hombre mortal en la cruz. Mas el desencanto no se hizo esperar. La víctima sacrificada resucita; el CRISTO se l e vanta del fondo del sepulcro inundado de su propia gloria, y afirma con el acento de su a d mirable soberanía la doctrina que predicó antes de su inmolación. Dos cosas hubo ya en la historia que no serán reproducidas en toda la estension de los s i glos. El diluvio universal y la sepultura del Dios-hombre. La Iglesia de CRISTO no sufrirá jamás tres dias de sepultura, porque su autor divino quiso aventajarla en sus contrariedades y en sus persecuciones. Los vientos adversos nunca llegarán á obtener la violencia incomparable del huracán del Calvario, porque sobre ellos se oyó esta frase que certifica su perpetua inferioridad: Yo he vencido al mundo. El mundo está vencido. Las persecuciones que suscitó contra el vencedor demuestran con nuevas formas su i n disputable impotencia. Las pasiones, que al nacer la Iglesia tenían altares erigidos en los países dominados por la gentilidad, se sublevaron contra las virtudes del apostolado; empero la cruz salió triunfante sobre todas ellas. La Iglesia triunfó sin morir. Después, la fuerza, los poderes mismos organizados por el espíritu evangélico, desencadenaron contra el Cristianismo sus elementos poderosos. En vano: Heraclio vio estrellada su ambición contra la fortaleza y la justicia de Gregorio V I I I , como Nerón vio disiparse la p u janza de las pasiones endiosadas á la sombra de Pedro, crucificado como el Maestro divino. Mas tarde, hoy, la palabra, elemento predominante en la sociedad civilizada, suscita tormentas pavorosas contra la escuela, donde ha aprendido su elocuencia y su vigor. La razón, forcejando para emanciparse, resiste á pronunciar el credo, base de toda sólida enseñanza. La

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tribuna, el libro, la cátedra se erigen en tribunales contra el Evangelio de la Iglesia. Las inteligencias independientes formulan religiones individuales que combinan á capricho cultos, dogmas y leyes insostenibles y contradictorios. Las falsas teorías se traducen en luchas enérgicas ; mas la tempestad doctrinal no llega al Cenáculo apostólico. Los artículos de la fe permanecen firmes. La doctrina del Crucificado es la única que hoy arrostra las consecuencias de sus bien fundados principios, frente á esas otras escuelas constituidas para combatirla, y cuyos fundadores retroceden llenos de espanto al oir las lógicas deducciones de sus fundamentos doctrinales. Los verbos de la filosofía anticristiana no aciertan á crear nada, á iluminar nada, á vivificar nada. Confunden, anublan lo que el Verbo divino distinguió y aclaró. Así se explica como después de tantos sofismas astutos, de tantos falsos argumentos, los pensadores serios vuelven las miradas al libro criticado, á la Iglesia calumniada, y regresan á ella y aprenden en é l , aspirando á aumentar el número de sus discípulos y á predicar al frente de la congregación de los disidentes la divinidad del Cristianismo al que unos desdeñaron y otros blasfemaron. La palabra racionalista, alma de las persecuciones contemporáneas contra la Iglesia católica suscitadas ,. empieza á reconocer la eficacia de su empresa. Ignora cuál es el camino de la victoria, porque ha falseado el punto de partida y no ha acertado á encontrar su propio camino. Ignora dónde está la puerta de la escuela de la verdad, porque no tiene á CRISTO, que es la puerta; ignora el único camino viable , porque se aleja de CRISTO, que se llamó á sí propio el sendero. La inutilidad de tantos esfuerzos no supone insignificancia en los combates. La historia de las persecuciones es el desarrollo, en vasto lienzo, de las vicisitudes y episodios de la guerra del hombre individual y colectivo endiosado contra la Divinidad. Dios ha permitido que. sus émulos se agigantaran para mejor confundir la locura del orgullo. La lucha, pues, de los gigantes de la tierra contra el Dios del cielo ha presentado momentos solemnes , excepcionales que merecieron concentrar la atención y el interés del universo y de los tiempos, entre los que no son los menos imponentes aquellos en los que parece que Dios se retira, como para dar lugar á que, oyendo el mundo toda la insensatez de la alegría de sus enemigos en su presente victoria, aprenda en sus himnos, de siniestra profecía, cuáles fueran para el género humano los frutos de la derrota cristiana. Empero si aquellas escenas inundan de terror el impávido espíritu, no le llenan de menor consuelo aquellas otras en que se ve la mano del Eterno rasgar, sin esfuerzo, las nubes d u rante siglos amontonadas por el vapor de inmundos corazones; y se oye, dominando el clamoreo de los perseguidores, esta cariñosa reconvención del Verbo á sus elegidos: Hombres de poca fe, ¿por qué habéis vacilado?... ¿Igno'rábais que yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos? Provechosa ha de ser la reseña de los grandes combates cristianos, pues la gloria de los triunfos es luz que difunde en las almas la certeza en la verdad, por sobrenaturales caminos entronizada. Cesa la desconfianza al contemplar cómo persiste al través de las ruinas de los i m perios y de las repúblicas, el edificio fundado por JESUCRISTO ; y viendo hechas jirones las banderas de todas las herejías y de todos los poderes rebelados contra la Iglesia, sale espontáneamente del corazón el Creo en una santa, católica y apostólica Iglesia.

III. División de la historia de las persecuciones.

Para metodizar nuestro trabajo consideraremos dividida la persecución al Cristianismo en seis fases ó períodos.

XXVIII

INTRODUCCIÓN.

La surgida en los tiempos apostólicos, ó sea, las colosales luchas, sostenidas por los doce Apóstoles y discípulos en el siglo I. La sostenida desde el martirio del evangelista san Juan hasta la aparición de Constantino , abarcando la época admirable de la Iglesia, viviendo en las Catacumbas y preparando en la oscuridad de su vida y con el sacrificio de sus miembros la iluminación y la civilización de una nueva sociedad. La sufrida en los siglos en que la Iglesia se ocupó predilectamente en echar las bases y organizar los elementos de la civilización cristiana y por consiguiente, en anonadar los restos de las doctrinas y leyes idolátricas. La surgida por la incontinencia de las pasiones de los siglos medios, en los que la Iglesia hizo vislumbrar á la sociedad las delicias y la paz vinculadas en su fe y en su moral sólidamente practicadas. La desencadenada en los tres siglos últimos por el protestantismo religioso, político y s o cial , que vino á interceptar la marcha progresiva de la sociedad católica y á retardar la realización del bello ideal, hecho concebir y empezado á realizar por la Iglesia. La de la revolución alemana-francesa, hija del protestantismo y madre de las agitaciones, que producen el desasosiego de la sociedad contemporánea, inutilizando los recursos de vida, de ciencia y de prosperidad amontonados por los siglos anteriores. El programa, la síntesis anticipada de estas seis evoluciones del anticristianismo, cuyo desarrollo es el objetivo de la presente obra, es el conjunto de persecuciones sufridas por J E SUCRISTO , que quiso beber por sí mismo, en un solo instante, toda la hiél que su hija la Iglesia habia de beber en un número de siglos, aun desconocido. El cáliz que el ángel del Padre ofreció á JESÚS en el huerto de G-etsemaní, contenia toda la dosis de amargura, que gota á gota va libando la Iglesia; contar los sorbos hasta hoy por ella de aquella copa bebidos, medir su intensidad y su repugnancia, equivale á trazar la historia que empezamos, con tanta fe en la bondad de la idea que la inspira, como desconfianza en nuestras fuerzas personales.

HISTORIA DE LAS

PERSECUCIONES SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA DESDE SU FUNDACIÓN HASTA LA ÉPOCA ACTUAL.

Jesucri sto ;persegpji.icLo.

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í? A_9L verbo de Dios se encarnó para salvar al género humano, devolviendo á la humanidad aquella vida y aquella fortaleza que perdiera en el paraíso á consecuencia de la conculcación orgullosa de la ley de la justicia. El pecado debilitó al hombre y le hizo incapaz de resistir, sin especiales auxilios, á las impetuosas corrientes de las pasiones. La historia antigua no es sino un encadenamiento lamentable de debilidades y caidas. A l través de las ruinas de los imperios y de las repúblicas, que formaron sucesivamente la situación del mundo gentil, no se ve la grandeza de la figura humana. El poder y la dignidad del hombre aparecen sepultados en los inmensos escombros de sus obras gigantescas, y si de trecho en trecho de los antiguos tiempos se ve un rayo de gloria ó de ciencia reflejar sobre alguna frente privilegiada, no es sino para que no perdieran las generaciones un punto de comparación entre los destinos envidiables de la humanidad fiel y pura y los tristes destinos de la humanidad prevaricada. Por lo mismo que el hombre rechazó la unión de Dios para hacer alarde de una fuerza de que carecía en realidad, Dios ha hecho resaltar en todos los infortunios sociales la debilidad del hombre emancipado. Sócrates, teniendo valor suficiente de apurar la mortífera cicuta en aras de una creencia levantada, se presentó como un fenómeno de grandeza, fuerza y dignidad á las generaciones antiguas. ¡Tanto se habia rebajado el nivel y menguado el temple del alma humana! JESUCRISTO vino para reconstruir lo que Adán derribó. Y en esta tarea, que solo podia emprender con éxito el que se sintiera lleno de la Omnipotencia divina, lo primero que incumbía restaurar era la fuerza del alma, la consistencia de la dignidad, la virtud, esto es, la fortaleza del espíritu. El hombre cayó, luego fue débil; para levantarse necesitaba una mano fuerte; y para T . I.

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HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

sostenerse levantado le fue, y le es indispensable nn apoyo, que le sostenga contra el ímpetu de los elementos adversarios de su dignidad, de su nobleza, de su justicia. Tal fue la misión de JESUCRISTO. Levantar al hombre y darle fuerza para sostenerse levantado, hé ahí la admirable misión del Cristianismo. Ante todo el hombre necesitaba un ejemplar, un tipo de virtud, un alma que ostentara á la faz del mundo de qué manera debia resistir y hasta qué grado podia vencer; necesitaba quien le enseñara el modo de combatir y de triunfar- desde la caida de A d á n , quien fue la primera de las grandezas humanas, todas las grandezas históricas recibieron mas ó menos funestas caidas; cayeron los hijos porque habia caido el padre; el padre se habia rendido á la primera seducción, y los hijos aceptaron como ley ineludible la rendición del espíritu ante las débiles tentaciones y las imponentes dificultades. dijo al mundo «basta de caidas, basta de rendiciones.» ¿Es que vino á acabar con todos los combates? No. No dijo el Regenerador de la h u m a nidad: «basta de luchar;» al contrario, vino.á generalizar la lucha, á revestir al hombre débil de las condiciones de valor indispensables para conseguir el triunfo de su dignidad elevada y sostenida por la verdad y por el espíritu de vida y de regeneración. JESUCRISTO

Para que á todos fuera manifiesta la fortaleza y la inílexibilidad del hombre típico, JESUCRISTO permitió que las luchas de todos los siglos y las oposiciones de todas las edades se concertaran y aunaran contra su divina persona, haciéndose blanco principal de todas las persecuciones humanas é infernales. JESUCRISTO PERSEGUIDO vino á ser el compendio anticipado de la historia de la humanidad regenerada por su fe y sometida á la fe. La historia cristiana se halla condensada en su vida, que misteriosa como es, no obstante es la vida típica de la Iglesia.

No podríamos comprender el carácter y el objeto de las persecuciones de las generaciones creyentes, sin echar antes una mirada atenta á la historia de JESUCRISTO PERSEGUIDO. Esta mirada nos dará á la vez enseñanza y aliento; será para nosotros una lección y una esperanza. ¡ Ojalá que el espíritu de la celestial inspiración dirija nuestra pluma, para que podamos trazar con acierto los rasgos característicos del cuadro que nos proponemos: contemplando un momento los hechos de la vida de JESUCRISTO referentes á las contrariedades que hubo de vencer y los brillantes triunfos obtenidos por su espíritu y por su doctrina, sabremos, p r i mero, que no es posible concebir una oposición mas estensa, mas compacta, mas universal, que la que libró fiera batalla á JESUCRISTO ; segundo, que vencida por JESUCRISTO la oposición mas cruel y estensa, aquella que contenia en principio y en resumen todas las oposiciones, la victoria no es ni siquiera cuestionable en ninguna de las situaciones difíciles y espinosas en las que es dable encontrarse él Cristianismo. II. Los caracteres que los profetas atribuyeron al Mesías escitaron la oposición de los poderes sociales contra su persona y su imperio.

Se ha escrito recientemente una obra, coronada luego por los elogios y recomendaciones del episcopado francés, cuyo objeto es demostrar que las naciones todas recibieron de la Providencia una misión relacionada con la gloria de JESUCRISTO. El abate Le Roy presenta en ella la historia de los antiguos imperios como el desarrollo del eterno pensamiento de Dios sobre la humanidad, el cual habia formulado ya inmediatamente de haber pecado el hombre. A l salir del paraíso la familia humana empezó á preparar el terreno para la venida del R e dentor prometido. El Egipto, la Fenicia, la Asiria, la Persia, la Grecia, Roma,* y sobre todo,

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la casi siempre agitada y combatida Judea, se movieron por sobrenatural impulso en dirección á JESUCRISTO, contribuyendo á la constitución del mundo mas adaptable á recibir su inspira-, cion, su doctrina, su gracia, su reinado natural, «principio y fin de todas las cosas JESUCRISTO, que el Señor constituyó heredero del universo y para el que todo lo ha establecido, se presenta como el centro hacia el que todos los seres gravitan, como el fin señalado á la vida de todos los hombres así como á la existencia de todos los pueblos. JESUCRISTO, hé aquí el fin supremo señalado por Dios á la humanidad. Así antes como después de la Redención, Dios todo lo ha hecho para su CRISTO ; la misión impuesta á los imperios tiene en este principio la llave de su explicación.» «La historia, diremos con Dom Guéranger, es un vasto drama, cuyo héroe es JESUCRISTO, y cuyo desenlace es el triunfo de la Iglesia después de mil combates.» La aparición de JESUCRISTO es para el cristiano el punto culminante de los anales humanos... « S i colocado el cristiano al pié de la cruz sobre la santa montaña echa desde allí una mirada á la historia de la humanidad, descubre despejada, clara, sin las sombras de misterio toda la senda por ella recorrida. Los derrumbamientos de los tronos, el movimiento de las razas diversas, la s u cesión de los imperios, no son para él otra cosa que la preparación de la venida del Hombre Dios y de sus enviados. Y al estender su mirada á los siglos que han seguido á la muerte del Redentor observa que cuanto en ellos acontece resulta en gloria de la Iglesia y de sus hijos, puesto que así los males como los bienes se convierten en su ventaja. La Iglesia triunfa, tanto en la persecución como en la gloria. «Lejos de ver en la cadena de los acontecimientos humanos un progreso continuo y un testimonio siempre creciente de perfectibilidad, atribuye el cristiano á un solo motivo la fluctuación creciente ó menguante de los sucesos; la salud de la humanidad por el Mesías. Para el cristiano el criterio de la filosofía de la historia se basa en la fe; CRISTO esperado y CRISTO venido es para él el Rey del mundo (1).» Sin apercibirse de ello las grandes potencias del antiguo mundo, por mas que sumidas en las tinieblas de la idolatría y en los charcos de la inmoralidad pagana, contribuían á la obra de la humana redención y eran inconscientes tributarias de la gloria del CRISTO. En las virtudes naturales de los pueblos gentílicos latia imperceptible como el germen de las sobrenaturales virtudes, que debian ostentarse con admirable resplandor en la plenitud de los tiempos; la vida cristiana que debia alegrar y llenar el gran dia de la civilización estaba latente en los instintos é impulsos justos de las generaciones todavía no redimidas, pues no en vano, Dios dispuso que se conservara entre las naciones infieles un pueblo, que fuera como el arca donde se depositaran los testimonios de su verdad y la expresión de los divinos designios. No en vano Israel habia recibido en el Sínai la l e y , que reasumía en la sabiduría y justicia de sus preceptos toda la perfección posible en aquellos dias; no en vano aparecían al frente del pueblo escogido los patriarcas y profetas, para ser aquellos salvaguardia de la moral y estos aliento de las esperanzas de las tribus. Estas grandes figuras y aquella perfecta ley debian naturalmente influir en que la humanidad no se precipitara hasta el fondo del abismo de sus locuras; aquellas y esta eran para el pueblo de Dios luz esplendorosa como la del sol, y para los pueblos menos privilegiados, luz salvadora, como lo es para el vacilante peregrino el pálido destello de lejana estrella. Aunque lejana é indirectamente, aunque velado con la sombra de un misterio indescifrable, JESUCRISTO era la esperanza de la humanidad, esperanza sostenida por la influencia que el contacto del pueblo escogido por Dios ejercía con su ley, con su culto y con sus profecías. Empero por lo mismo que JESUCRISTO era en el fondo esperado por la parte sana del a n tiguo mundo, la parte mas corrompida, los elementos que reinaban explotando las pasiones de las muchedumbres envilecidas, temían su imperio, y por lo tanto su venida. (1)

L e R o y , Filosofía

de la

historia.

í

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Temían su venida, aunque desconociendo sus caracteres personales, y solo sabiendo que el que algunos esperaban liabia de ser el restaurador de la justicia y del derecho. Dos secciones de humanidad hay que considerar para comprender la oposición que

JESÚS

habia de encontrar en el mundo. Israel y la gentilidad. No nos incumbe ocuparnos en este libro del sincero afán con que el Redentor era esperado por los que, heredando la fe de los patriarcas, reconocían en el venidero Mesías la realización del ideal bello trazado y anunciado en las sagradas páginas. La porción escogida de la grey predilecta escuchaba atenta, y le tardaba oir los cánticos de paz, con que se habia de notificar al mundo la feliz nueva de haberse cumplido los deseos de las generaciones. Para ello JESUCRISTO nada tenia de temible.

.IF.RUSALEN.

Empero no todo era santo en Israel; su historia, que ha llegado á nosotros detalladísima, manifiesta que la incredulidad y el vicio, que de esta nace, habia corrompido á muchos de sus caudillos. Miras terrenales habian hecho olvidar la misión de aquel pueblo, y á pesar de los avisos y de los castigos con que el Señor hizo en varias ocasiones patente la fuerza de su brazo, la corrupción llegó á ulcerar las entrañas de sus legales y características instituciones. La primera de ellas era la Sinagoga, constituida por los doctores y por los pontífices; asamblea venerable de la que el israelita tenia derecho á recibir espiritual pasto; garantía que habia de ser de la moral pública y privada. Pues bien; para la Sinagoga la venida del Mesías era, no podía menos de ser temida, pues debiendo realizarse en Él y por Él las profecías, el cumplimiento de alguna de ellas habia de ser el decreto de su disolución y de su muerte. No habia olvidado la Sinagoga esta palabra profética de Isaías al pueblo: « Tened entendido que por vuestras maldades habéis sido vendidos, y que por vuestros crímenes he repudiado yo á vuestra madre (1).» ¿Quién era la madre de los israelitas sino la Sinagoga, altísima institución que tenia por objeto lactar con la doctrina verdadera y la moral santa á los hijos de Israel? y ¿qué podia (1)

Isai., L .

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

B

significar el repudio de que hablaba el Profeta sino la sentencia de reprobación que el R e -

dentor habia de lanzar contra ella, á causa de no haber correspondido á sus providenciales destinos?

HISTORIA I)E LAS PERSECUCIONES

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Sabia esto la Sinagoga, y sabia que habia descuidado su consigna, y el cumplimiento de su misión hasta al punto de que al venir JESUCRISTO al mundo encontraría tan distraído y desatento á su pueblo, que no habría quien le saliera al paso para recibirle y escucharle. Isaías avisó de antemano á la Sinagoga lo .que el Mesías le diría: «He repudiado á vuestra madre, porque yo vine al mundo y no hubo nadie que me recibiese y no hubo quien me escuchase (1).» Sabia la Sinagoga que á ella, especialmente le seria dirigida esta terrible pregunta: « ¿ E s por ventura que se ha acortado mi mano de suerte que no pueda redimir? (2).» Conveníale, pues, á la Sinagoga que el Mesías no viniera; su venida habia de ser la señal de haber llegado el término de su ministerio pastoral. Isaías lo habia indicado, Ezequiel se lo anunció explícitamente; «Esto dice el Señor, son palabras del Profeta: Hó aquí que yo mismo pediré cuenta'de mi grey á los pastores y acabaré con ellos para que nunca mas sean pastores de mis rebaños, ni se apacienten á sí mismos, y libraré mi grey de sus fauces para que jamás les sirva de vianda. » «Porque esto dice el Señor Dios: Hé aquí que yo mismo iré en busca de mis ovejas y las reconoceré... y estableceré sobre mis ovejas un solo pastor que las apaciente... y haré con ellas alianza de paz (3).» El vaticinio era terminante; el báculo pastoral de la Sinagoga habia de caer ante el cayado del pastor de la casa de David, anunciado en las anteriores líneas. Jerusalen y los doctores de Israel no lo ignoraban; tenían bastante ciencia para comprender que Isaías y Ezequiel formulaban contra ellos el anatema que pronunciara el CRISTO. Presentían que la Sinagoga «seria condenada, no llamada (4)» por el reino del gran Pacificador. Los sabios j u díos al oir de labios del Maestro divino que « e l árbol ufano por la verdura de sus hojas, m i serable por la escasez de sus frutos» seria arrojado al fuego, no tuvieron que discurrir mucho para volverse hacia la Sinagoga y decirle: «este árbol eres tú.» De lo dicho se infiere que los elementos dominantes en Israel debían sentirse mas propensos á temer la venida del Mesías, que á esperarla, y por lo tanto, que la Sinagoga se hallaba dispuesta mas bien á perseguir á CRISTO que á recibirle. Existia, pues, en el seno de Israel y al frente de Israel el espíritu de persecución contra el Redentor. Echemos una mirada al espíritu de la gentilidad. A l llegar la plenitud de los tiempos Roma empuñaba el cetro del mundo. Su genio avasallador, sus cualidades de conquista habían elevado su poder sobre todos los imperios de la tierra. Las naciones que mas gloriosa historia contaban eran ya tributarias del pueblo romano. Roma gentil reunía en su seno las eminencias de la sociedad, los tesoros de todos los países, y los documentos de todas las escuelas; y era verdaderamente el capitolio del mundo, el senado universal, el campamento universal, la biblioteca universal, el archivo universal. Entre los pueblos cautivos, ó tributarios del cesar universal, contábase el de Judea. Roma no podia, pues, ignorar ni la historia de Israel, ni sus tradiciones, ni sus leyes, ni sus aspiraciones, ni sus esperanzas; estudiando á Israel hubo de conocer á JESUCRISTO ; porque la historia de aquel pueblo era la de sus patriarcas y de sus profetas, y estos no h a blaban sino de CRISTO y por CRISTO , y aquellos simbolizaban con sus virtudes á CRISTO y daban con sus ejemplos un ideal, aunque imperfecto y oscuro, de lo que CRISTO seria. Los adoradores de Júpiter tenían, pues, conocimiento de que Israel esperaba que el cetro del mundo, empuñado por el dios de la altivez romana, lo empuñaría un cordero manso de la casa de Judá; que el magisterio racionalista, simbolizado en la vana Minerva, Israel afirmaba seria ejercido sobre el universo por el Verbo del Padre prometido á la generación de Abrahan. » (1)

Isai.,L.



(2)

Ibid.



(3)

Ezcq., x x x i v .



(í)

S. A g u s t í n .

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Roma sabia lo que Israel esperaba; ¿conveníale á la metrópoli del mundo que se realizaran las esperanzas de su tributaria provincia? Examinémoslo. . Si no le convenia á Roma que viniera el que Israel esperaba, lógico es concluir que el espíritu de persecución á JESUCRISTO venidero animaba al imperio. Y que no le podia convenir á Roma la venida del Mesías, descrito por los profetas, nos lo demostrará una sencilla mirada echada sobre los cimientos en "que se basaba la grandeza r o mana. De esta formaban el pedestal el culto idólatra y las pasiones libres. Ambas cosas venia á destruir JESUCRISTO; ambas cosas debían declarar á JESUCRISTO enérgica persecución. No es necesario recordar que los ídolos imperaban en el espíritu de la gentilidad; aunque en los últimos períodos de la civilización romana habia comprendido la parte ilustrada de aquella sociedad todo lo ridículo que era la teología idolátrica; aunque los célebres oradores y filósofos conocian el absurdo de las doctrinas religiosas basadas en antiguas preocupaciones, sin embargo, los ídolos permanecían en los altares del imperio, y el trono respetaba los altares idolátricos, que eran para los Césares el mejor y mas consistente apoyo para resistir los combates de las muchedumbres. Los magnates de Roma, por mas que no creyeran en la verdad de las doctrinas religiosas que enseñaban, creian en la necesidad de la influencia religiosa, para moralizar y sostener la organización del pueblo. Si derribaban los ídolos ¿qué pondrían en su lugar? ¿qué religión sustituiría á la idolatría? La causa de los ídolos era, pues, la causa de Roma. Y ¿cómo habia de tratar á la idolatría el Mesías que Israel esperaba? Los sacerdotes de Júpiter leian el libro profético de los hebreos; y sabían que con la v e nida del Esperado habia de hacerse efectiva esta enseñanza de HabaCuc (1). « ¿ D e qué sirve el simulacro que formó un artífice y la falsa estatua ó imagen que fundió de bronce? Con todo, el artífice pone su esperanza en la hechura suya, en la imagen muda que forjó. « A y de aquel que dice á un madero: Despiértate; y á una muda piedra: Levántate y socórreme, ¿por ventura la estatua podrá instruirte en lo que has de hacer? Mira; cubierta está ella de oro y plata, pero dentro no hay espíritu ninguno.» * Así juzgaba el Profeta en nombre de CRISTO á la idolatría. Y que aquel severo juicio no habia de ser estéril, bien lo indican las amenazas de destrucción que en todas las páginas divinas en las que de la idolatría se trata están consignadas. Roma estaba, pues, juzgada y amenazada por los heraldos de CRISTO. La religión romana estaba destinada á ser un elemento de persecución. El anatema de Israel contra los ídolos adorados se estendia al reinado de las pasiones triunfantes. Roma era la capital de las pasiones. A l paso que conquistaba ella los tesoros de los p u e blos , se apropiaba y reunia en su seno cuanto podia halagar la humana concupiscencia. «Vencedor de las naciones, dice un célebre historiador, el imperio romano, cuyas fronteras se estienden desde las orillas del Tigre al rio Tajo, desde los bosques germanos á la cordillera del Altas, desde el Océano polar al Océano indio, cierra el templo de la guerra y acuerda la paz al mundo. El pueblo rey disfruta de sus conquistas arrojándose á los placeres, de que siempre son fecundos los pechos de la victoria; la gloria del poder romano llega á su apogeo, y empieza el siglo de Augusto, el mas hermoso que floreció en el mundo pagano. Roma, llena de las obras maestras del arte y de las riquezas de los reinos sometidos, recibe los trigos de Egipto y de Sicilia, encargadas de esta parte de su subsistencia; España y M a cedonia le entregan sus inmensos tesoros; el Asia le ofrece sus artísticas preciosidades; el África le regala para sus juegos los leones y tigres de sus vastísimos desiertos; la Galia arroja á los pies de aquella soberana de la tierra millones de esclavos para servirla. Mientras que A u (1)

Cap. ii.

HISTORIA BE LAS PERSECUCIONES

gusto, jefe del ejército, pontífice y rey, visita en triunfal expedición las provincias de su i n -

ELIAS

ABlllillATADO.

menso imperio, establecidas en las diversas regiones del globo, Mecenas y Agripa, sus mi-

supiniiAS pon

I.A I Í I L E S I A C A T Ó L I C A .

\j

íistros, protegen las artos y elevan monumentos destinados á eternizar la grandeza del mas ;olosal de los poderes que. en la. tierra se lian erigido. La cúpula del panteón , construida para iobijar todos los dioses que Roma lia encadenado al carro de su victoria; el grandioso arco de ,riuníb, levantado sobre los Alpes en honor del monarca reinante, son dos trofeos soberbios le aquella universal dominación que celebran en &*us -poesías Virgilio y Horacio. Espaciosas

ASESINATO

H>K

O.NÍAS.

vías públicas, soberbios acueductos, pórticos colosales adornados de estatuas de triunfadores, pirámides, termas, circos, anfiteatros gigantescos, como todas las obras de aquel pueblo soberano.» Tal era el teatro donde la sociedad romana, engreída por el laurel siempre fresco que orlaba su frente, daba expansión al capricho y á la locura de la concupiscencia de su orgullo y de su carne y de la vanidad de su vida. ¿Cómo hablar de humildad y de modestia al pueblo que donde quiera que dirigía su: pasos encontraba monumentos eternos de su gloria terrenal? ¿cómo hablar de sencillez y di

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moralidad á un pueblo, cuyas pasiones se hallaban de continuo sobreescitadas por los espectáculos de una lascivia desenfrenada? Todo en la antigua Roma respiraba molicie y orgullo ;• nunca nación alguna habia realizado en el orden material de una manera mas perfecta el bello ideal de la grandeza humana. El simple ciudadano romano se presentaba como un verdadero monarca donde quiera que no fuese Roma; y aun en Roma misma, como fuera de Roma también, el título de su gloriosa soberanía revestía de una especie 'de inviolabilidad sus actos y hasta sus caprichos. Roma, acostumbrada á una jamás interrumpida prosperidad, no pensaba ni siquiera en la posibilidad de su decadencia y menos de su avasallamiento. Creía eterno el reinado de sus bulliciosas pasiones. Sin embargo, junto al libro en que consignadas estaban las proezas de sus caudillos y las hazañas de sus ejércitos; junto al libro en que se describían sus conquistas y sus monumentos ; junto á la carta geográfica de su vastísimo imperio, estaba el libro de las creencias, de las esperanzas y de las amenazas de Israel, su provincia tributaria. Y en aquel libro, cuyos vaticinios la historia habia declarado indefectibles, leia el sabio romano una página, que era como el limpio y colosal espejo de sus grandezas y de las conquistas de su imperio; las grandezas de Tiro eran las que mas se asemejaban á las grandezas de Roma; y como una misma era la semejanza y analogía de las grandezas de ambos pueblos con sus inmoralidades, su lascivia, su concupiscencia y su idolatría, la ruina de Tiro era imagen anticipada de la ruina de Roma. Hé aquí lo que Ezequiel habia escrito por orden del Señor: «Esto dice el Señor Dios: oh Tiro, tú dijiste: yo soy de una belleza extremada; y situada estoy en medio del mar. Tus vecinos que te edificaron, te embellecieron con toda suerte de ornato; construyéronte de abetos del Sanir, con todas las crujías á uso del mar; para hacer tu mástil trajeron un cedro del Líbano; labraron encinas de Basan para formar tus remos; y de marfil de India hicieron tus bancos, y tus magníficas cámaras de popa de materiales traídos de las islas de Italia. Para hacer la vela que pende del mástil se tejió para tí el rico lino de Egipto, con varios colores, el jacinto y la púrpura de las islas de Elisa formaron tu pabellón. Los.habitantes de Sidon y los de Arad fueron tus remeros; tus sabios, oh Tiro, te sirvieron de pilotos. «Los ancianos de Gebal y los mas peritos de ella te suministraron gentes para tu maestranza, que trabajasen en el servicio de tu marinería. Las naves todas del mar y todos sus marineros estaban en tu pueblo sirviendo á tu tráfico. « T ú tenias en tu ejército guerreros de Persia y de Lydia y de L y b i a : y en'tí colgaron sus escudos y morriones, los cuales te servian de gala. «Entre tus huestes se veian coronando tus muros los hijos de Arad, y además los p i g meos que estaban sobre tus torres colgaban alrededor de tus murallas sus aljabas; ellos ponían el colmo á tu hermosura. «Los cartagineses que comerciaban contigo henchían tus mercados con gran copia de toda suerte de riquezas, de plata, de hierro, de estaño y de plomo. «La Grecia, Timbal y Mosoc también negociaban contigo trayendo á tu pueblo esclavos, y artefactos de cobre; de tierra de Thogorma traían á tu mercado caballos, y ginetes, y mulos. «Los hijos de Dedan comerciaban contigo; tú dabas tus géneros á muchas islas y recibias en cambio colmillos de elefante para marfil y ébano. «El siró traficaba contigo, y para proveerse de tus muchas manufacturas presentaba en tus mercados perlas, y púrpura, y telas bordadas, y lino fino, y sedería, y toda especie de g é neros preciosos. «Judá y la tierra de Israel negociaban contigo, llevando átus mercados el mas rico trigo, el bálsamo, la miel, el aceite y la resina. «El mercader de Damasco contrataba contigo, y en cambio de tus muchas mercancías

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te daba muchas y varias cosas ricas, excelentes vinos y lanas de extraordinaria blancura. «Dan, y la Grecia, y Mosel llevaban á tu mercado, para comerciar contigo, hierro labrado, mirra destilada y caña aromática. «Los de Dedan te vendian las alfombras de tus estrados. «La Arabia y todos los príncipes de Cedan compraban tus mercancías, dándote en cambio los corderos y carneros que te traían. «Los mercaderes de Sabá y de Reema traían á vender en tus plazas toda especie de aromas los mas exquisitos y piedras preciosas y oro. «Harán y Quene y Edén contrataban contigo; Saba, Assur y Quelmad te vendian géneros. «Hacían ellos el comercio contigo de varias cosas, llevándote fardos de jacinto y de varias estofas, y bordados,y diferentes preciosidades, embaladas y liadas con cuerdas; vendíante también maderas de cedro... (1).» ¡Qué grandeza, qué hermosura, qué poder el de Tiro, descrito por el Profeta! ¡puede darse algo mas semejante, mas igual, mas idéntico al poder, á la grandeza, á la hermosura, á la opulencia material de Roma! ¿No se vé en Tiro la universalidad del comercio y de la pujanza que á Roma caractarizó? Mas el romano después de esta página, en que se describe un pueblo y un imperio g l o rioso como el suyo, leia otra página, que dejaba vislumbrar la identidad de su fin con el de Tiro: «porque tu corazón se ha ensalzado como si fuera de un Dios, por esto mismo yo haré venir contra tí gentes extranjeras, las mas fuertes de las naciones, y desenvainarán sus espadas contra tu bello saber y oscurecerán tu gloria (2).» En estas cortas y sustanciosas frases dejábase entrever al glorioso imperio romano la p o sibilidad de su caida; la soberbia de Roma era igual á la de Tiro; igual á la de ella era su lascivia; igual á la de ella su desenfreno; ¿cómo no podia ser i g u a l s u ruina? Y ¿quién anunciaba á los romanos tan funesta posibilidad, probabilidad tan amarga? ¡ El profeta de JESUCRISTO ! ! ! Las grandezas de Roma, basadas en la vanidad altiva, en el orgullo desenfrenado, en la concupiscencia febril, nada podían esperar, todo lo debían temer del dominador que el pueblo santo esperaba, y que anunciaban sus profetas. El trono, el altar, el foro, el Capitolio, las escuelas, los mercados de Roma debían naturalmente llenarse del espíritu de persecución á JESUCRISTO. El trono debia declararle guerra, porque su base era la ambición. El altar debia declararle guerra, porque sostenía la idolatría. El foro debia declararle guerra, porque la verdad y la moral no eran las bases de su legislación y menos aun la de sus fallos. El Capitolio debia declararle guerra, porque en él se coronaba la iniquidad y la tiranía. La' escuela debia declararle guerra, porque sus enseñanzas se basaban en la preocupación y en el racionalismo. Los mercados debían declararle guerra, porque la injusticia alentada por la ambición eran la norma de las transacciones, que llegaban su iniquidad hasta hacer objeto de contrato la carne y la dignidad del hombre. Todo estaba preparado, pues, para perseguir á JESUCRISTO, mientras el cielo se preparaba para que JESUCRISTO naciera en la tierra. La Sinagoga no le quería; el Capitolio le desdeñaba. Sonó la hora suprema, el Verbo desciende de los cielos y se encarna en las entrañas de una v i r g e n , ¿qué virgen es la elegida por Madre del Redentor? (1)

Ezcq., x x v n .



(2)

Ibitl., x x v m .

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III. María es augusta nieta de David perseguido: JESUCRISTO es el heredero de las persecuciones de David, su regio ascendiente..

Incomprensible es la grandeza de JESUCRISTO. Como no puede medirse el poder del Padre, porque siendo el universo obra de su palabra, la virtud creadora de esta debe esceder á todo cuanto de ella es obra, así tampoco puede concebirse la grandeza del Hijo, espejo de la sabiduría de aquel, verbo de su omnipotencia, esplendor vivo de su gloria. Cuanto digan los hombres en su elogio distará mucho de llegar al complemento de su merecida apología; porque siendo el Hijo la palabra creadora, toda palabra creada ha de ser precisamente inferior á su virtud. Sin embargo, si algún punto de comparación puede darse entre la grandeza de JESUCRISTO y otras grandezas, es sin duda el hecho de que, la vida de JESUCRISTO, para ser dignamente simbolizada y representada á la humanidad, necesitó toda la estension de un grande pueblo en su historia de muchos siglos. En efecto; otro de los destinos del pueblo de Israel fue delinear las funciones morales, maícar los caracteres gráficos del Esperado. Pues bien, ¿qué fue el pueblo de Israel, imagen de la vastísima historia del Redentor? El pueblo perseguido. La legislación de Israel, llena del espíritu de respeto á la divinidad y de amor al género humano, establecía la justicia en términos, que no podían convenir á las naciones vecinas, y á las grandes potencias de aquel tiempo. Las leyes egipcias, según Diodoro, autorizaban el robo y el libertinaje; las leyes pérsicas dejaban sin amparo la constitución de la familia; Herodoto llamó atinadas las leyes caldáicas, no obstante de disponer la venta y adjudicación en pública subasta de las esposas al marido mejor postor, y de que el adulterio obtuviera una sanción religiosa. Pero mientras las naciones dirigidas por semejantes códigos hacían gemir la humanidad, bajo el peso de sus crímenes legitimados y de sus opresiones injustas, mientras Grecia y Roma declaraban esclavo perpetuo á todo prisionero de guerra, é indigno de hospitalidad al extranjero, el legislador de Judea ofrecía el espectáculo de una ley religiosa y humanitaria, que partiendo de la unidad y de la soberanía absoluta de Dios, hacia respetar la dignidad del hombre y la fraternidad. «Obligando á todos á saber la ley, ha dicho Josefo, y á observarla, el legislador judío hizo de la Judea un Estado modelo, al cual no llegaron á asemejarse ni siquiera lejanamente las famosas repúblicas, como Atenas, cuyas leyes, á pesar de ser buenas algunas, nadie observaba, y muchos totalmente desconocían.» La ley de Judea impedia el asesinato del niño y del esclavo; acordaba igual protección á todos indistintamente, para lo cual hace observar un profundo filósofo de la historia, que estableció la ley hebrea el ojo por ojo, pié por pié, diente por diente, mientras reservaba como sagrado ó inviolable el cuerpo de cada uno. Compárese esta legislación con la de los griegos y romanos, á pesar de ser tan elogiadas, que daba á los padres el derecho de vida y de muerte sobre los hijos, y á'los señores sobre sus esclavos; que conferia á todos la facultad de batirse y destrozarse; que autorizaba la venta pública de las infelices criaturitas; y el matar ó dejar perecer de hambre á los viejos y enfermos siervos, y dígase cuál de estas legislaciones estaba mas en armonía con la majestad de Dios, la dignidad del hombre y la civilización del pueblo. Dignísima ley la 'que prohibía la esclavitud, reduciendo la servidumbre voluntaria al corto período de seis, años; que proclamaba á la mujer compañera del hombre é igual á él, que preceptuaba compasión á los enemigos, deferencia álos extranjeros, socorro al pobre; que salvaba la familia por medio de sólidas reglas matrimoniales, y salvaba las fortunas privadas

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por la reintegración de los bienes perdidos cada medio siglo, y salvaba al trabajador prescribiendo la correspondencia entre el trabajo y el salario, y salvaba.á los indigentes por medio del abondono de una cosecha cada siete años, y hasta atendía á la higiene pública y privada prohibiendo la comida de ciertos nocivos alimentos; dignísima ley era la hebraica, y por lo tanto su justicia, su elevación, diremos mejor, su carácter paternal dejaba deslucida y fea la obra de los legisladores de mas pretenciosos países. Israel, considerado bajo este punto de vista, no podia ser simpático á los pueblos y poderes gentiles. El rigor con que Israel fue tratado en Egipto evidencia esta verdad. Hé ahí las palabras de un rey de Egipto, contenidas en el Éxodo: «Bien veis que el pueblo de los hijos de Israel es muy numeroso, y mas fuerte ya que nosotros, vamos, pues, á oprimirle con arte... Estableció, pues, sobrestantes de obras para que los vejasen con cargas i n soportables...» Y á las comadronas de los hebreos les dio este precepto: «Cuando asistiereis á á las hebreas en sus partos, al momento que salga la criatura, si fuere varón matadle, si hembra dejadla vivir.» Por aquí se ve con cuánta exactitud consigna la sagrada Escritura que «aborrecían los egipcios á los hijos de Israel, y tras de oprimirles, les insultaban.» Muchos y estupendos prodigios fueron menester para conseguir librarse el pueblo de Dios del yugo opresor de los Faraones; celebridad tienen obtenida aquellas tremendas plagas con que el Señor afligió á los egipcios, quienes resistían á dejar salir para la tierra de promisión las familias hebreas. Sin embargo, las persecuciones no terminaron para el pueblo escogido, ni siquiera cuando el Egipto les abrió forzosamente las puertas de la libertad. Perseguidos en su camino, perecido hubieran las huestes de Moisés si la mano del Omnipotente, rasgando las olas del Mar rojo, no les hubiera abierto misteriosa carretera, que fue luego la tumba colosal de los adversarios del divino nombre. Desde entonces una nueva serie de persecuciones empezó para la casa de Israel. Los c a míneos bajo el juzgado de Simeón, los moabitas bajo el juzgado de A o d , los medianitas bajo el juzgado de Gedeon, los filisteos bajo el de Thola, continuaron acrisolando la virtud del pueblo sagrado. A l clamar al Dios libertador para que les diera auxilio .contra las tropelías de los hijos de A m m o n , el Señor les.dijo: «Pues qué, ¿no fuisteis oprimidos por los egipcios y los amorreos, y por los hijos de Ammon y los filisteos y también por los sidonios, amalecitas y cananeos, y clamasteis á mí, y os libré de sus manos (1)?» Algunas de estas persecuciones que el Señor les recuerda fueron tan violentas, que la Biblia sagrada dice que sus enemigos «les oprimieron hasta el grado de que se vieran obligados á abrir grutas y cuevas en los montes para guarecerse (2).» ¡ Dignos ascendientes de aquellos inflexibles confesores de la fe que algunos siglos después escarbaron el suelo romano, para erigir en vastos templos las toscas concavidades en las entrañas de la altiva Roma abiertas, para guarecerse del encendido enojo gentil!!! Á las persecuciones de los jueces sucedió la persecución de los monarcas. Agitado sobremanera fue el reinado de Saúl, sin embargo, el verdadero tipo de Israel perseguido fue el rey David, del cual JESUCRISTO se glorió de que le proclamasen descendiente. Cuando se recuerda que en la escena evangélica donde mas ebulliciente se presenta el fervor y el entusiasmo de Jerusalen para con el Redentor, el pueblo alborozado, agitando laurel y palma le aclamaba: Hijo ele David, naturalmente uno pregunta ¿quién fue David? Digamos de antemano que fue la figura del antiguo Israel que mas se asemejó por sus virtudes y por sus persecuciones al Mesías. Vastago de modesta alcurnia manifestóse en los albores de su juventud grande por los e x (I)

L i b . de l o s J u e c e s , x .



(2)

Ibid., iv.

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HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

quisitos sentimientos de un corazón delicado. Sencillo como un pastor, atraíase la simpatía de cuantos le trataban á causa de la mansedumbre de su alma. Empero, lleno del espíritu de Dios, sin faltar á su modestia característica, sentía c r e cerse , agigantarse la fuerza de su ánimo, cuando se trataba de contribuir á la realización de los designios que Dios tenia sobre su pueblo. Agradable era á la divina presencia el pastor ríistico, que habia sabido instruirse en la ciencia de los profetas, y que en su aislamiento personal, lloraba las contrariedades que su pueblo sufría, á causa de la perversidad de los que le servían de guia y timón. Sin gloria, sin prestigio, sin pretensiones personales, David, ignorado de su pueblo, no era objeto de ninguna de las esperanzas de Israel. Solo Dios sabia que el joven oscuro era elegido para enaltecer el trono de Judá, y levantar el prestigio caido del cetro, recientemente puesto en manos de Saúl. Cuando Samuel, obedeciendo las órdenes del Altísimo, se presentó á David anunciándole que estaba elegido para glorificar el regio solio de su pueblo, casi su modestia le hubiera hecho incrédulo á las palabras sumamente halagüeñas del enviado, sin embargo, el Señor le convenció por medio de prodigios irrecusables y de luminosa inspiración que Samuel era su enviado. Después de amargas vicisitudes, de luchas lamentables, de amarguísimas pruebas, David empuñó el cetro de la casa de Israel, y comenzó aquel reinado que debia perpetuar CRISTO, SU augusto descendiente; el escogido pastor en uno de sus proféticos cánticos le anunció, p o niendo en boca del Altísimo, que le inspiraba, estas palabras: «Tengo hecha alianza con mis escogidos; he jurado á David siervo m i ó , diciendo: «Apoyaré eternamente tu descendencia, « y haré estable tu trono de generación en generación (1).» Hablé á David, siervo m í o : ungíle con mi óleo sagrado. « M i mano le protegerá; y fortalecerle há mi brazo. «Nada podrá adelantar contra él el enemigo; no podrá ofenderle mas el hijo de la iniquidad, y esterminaré en su presencia á sus enemigos, y pondré en fuga á los que le aborrecen. «Le acompañarán mi verdad y mi clemencia, y en mi nombre será exaltado su poder... «Él me invocará dicióndome: Tú eres mi padre, mi Dios y el autor de mi salud, y yo le constituiré á él primogénito, y el mas excelso entre los reyes de la tierra. «Eternamente le conservaré mi misericordia, y la alianza mia comél será estable. «Haré que subsista su descendencia por los siglos de los siglos, y su trono mientras d u ren los cielos. «Una vez para siempre juré por mi santo nombre que no faltaré á lo que he prometido á David.; su linaje durará eternamente, y su trono resplandecerá para siempre en mi presencia como el sol, y como'la luna llena, y como el iris, testimonio fiel en el cielo (2).» Tal fue el pacto del Señor con David. Esta página santa prueba que su figura escede en • majestad y en gloria á la de cuantos se sentaron en la silla presidencial de Israel. El trono cuya gloria prometió Dios no se eclipsaría no podia ser el de Judá, pues sabido es que el cetro de su poder pasó á manos de los cesares. La augusta dinastía que prometió Dios no se extinguiría por los siglos, debió perpetuarse en la inextinguible dinastía de los santos, cuyo centro es JESUCRISTO. El trono de David se trasformó en la cruz del Redentor, trono desde el que se dio á las naciones la legislación de la caridad; el trono de David fue mas tarde, y continua siendo aun, la cátedra de Pedro. No en vano, no sin misterio el cetro de Judá fue arrebatado por el Capitolio; Jerusalen abdicó en Roma. El cetro de David, que Roma cautivó, pereció anonadado en manos de los cesares; empero los cesares eran providenciales depositarios de aquella joya santa de la justicia v i v a ; cuando el enviado de JESÚS erigió en Roma la silla presidencial del mundo, cayó de las manos de los cesares á la del Príncipe de los apóstoles el cetro usurpado, y las generaciones pudieron ver (1)

Salmo L X X X V I I I .



(2)

ibid.

SUFRIDAS POR LA IGLESIA

CATÓLICA.

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como vieron, y pueden seguir viendo como ven, la verdad de esta palabra: JEfyré que subsista el trono de David mientras duren los cielos. No pueden desearse manifestaciones mas contundentes de la verdad de nuestro aserto, que los fragmentos biblícos que acabamos de citar. El profeta típico de la vida y del poder de CRISTO fue David. Pues bien, David, el profeta mas semejante á CRISTO, fue el mas perseguido. En el mismo salmo, en el que David recuerda el pacto del Señor con su trono, describe de admirable manera la angustiosa situación á que le habían reducido sus perseguidores. «Con todo esto, dice, Señor, tu has desechado y despreciado tu ungido; te has irritado contra él. «Has anulado la alianza con tu siervo; has arrojado por el suelo su sagrada diadema, todas sus arcas las has destruido, y su fortaleza la has convertido en espanto. . «Saquéanle cuantos pasan por el camino; está hecho el escarnio de sus vecinos. «Has exaltado el poder de los qu^ le oprimen, y llenado de contento á todos sus enemigos. «Tienes embotados los filos de su espada, y no le has auxiliado en la guerra. Aniquilaste su esplendor, y has hecho pedazos su solio. «Acortado has los lloridos dias de su vida; tiénesle cubierto de ignominia. «¿Hasta cuándo, Señor, te has de mostrar continuamente adverso? ¿Hasta cuándo arderá como fuego tu indignación? «Acuérdate cuan débil es mi ser... «Señor, ¿dónde están tus antiguas misericordias, que prometiste conjuramento á David, tomando tu verdad por testigo? Ten presente, oh Señor, los oprobios que tus siervos han sufrido de varias naciones; oprobios que tengo sellados en mi pecho; oprobios con que nos dan en rostro, Señor, tus enemigos , quienes nos echan en cara la mutación de tu ungido.» En cuyos sentidos lamentos se conoce el carácter agitado y penoso de su reinado, anticipada iinágen del reinado de JESUCRISTO. Y si tomando en cuenta otras descripciones por el mismo David trazadas, las comparamos con las de la vida del Mesías, veremos brillar todavía con mayor claridad la semejanza profunda, la íntima analogía de David perseguido con JESUCRISTO perseguido. «Levantándose testigos falsos, decia al Señor, esponiend'o en otro pasaje su situación, me interrogaban de cosas que yo ignoraba. «Retornábanme males por bienes, procurando quitarme la vida, empero y o , mientras ellos me aíligian, mecubria de cilicio.; humillaba mi alma con el ayuno, no cesando de orar en mi corazón. «Con el amor que á un íntimo amigo y como á un hermano mió así los trataba: como quien está de luto y en tristeza, así me humillaba. «Mas ellos hacían fiesta y se aunaron contra m í , descargaron sobre mí azotes á porfía sin saber yo la causa. «Quedaron disipados mas no arrepentidos; tentáronme, insultáronme con escarnio; rechinaron contra mí sus dientes. «Oh Señor, ¿cuándo volverás tus ojos? libra mi alma de la malignidad de estos hombres, libra de estos leones al alma mia: yo te glorificaré en una iglesia ó congregación grande, en medio de un pueblo numeroso cantaré tus alabanzas. «No tengan el placer de triunfar de mí mis inicuos contrarios: los que sin causa me aborrecen, y sus ojos muestran complacencia. «Pues conmigo ciertamente hablaban palabras de paz, mas en medio de su indignación fija en tierra su vista, tra2aban engaños , y abrian contra mí tanta boca, diciendo: Ea , ea, nuestros ojos lo han visto. «OhSeñor, tú lo has visto, no guardes mas tiempo silencio. «Levántate y entiende en mi juicio, ocúpate en mi causa, oh mi Dios; júzgame según tu

¿

1(l

HISTORIA BE LAS PERSECUCIONES

justicia, olí Señor, y no triunfen ellos de mí. No digan en sus corazones: Albricias, bien va para vosotros. Ni digan tampoco: Le liemos devorado (1).» ¿Es la situación de JESUCRISTO Ó la de si mismo la descrita por David en las anteriores lincas? Cuando tomando el Evangelio l e e mos las persecuciones y los : fue blanco y objeto el Met haber leido lo que de leer a ral es que nos preguntemos diferencia entre el Evangeli Y si luego recordando q I TO fue dicho: «Vino a cargai > cados del mundo,» la seme, n / con JESUCRISTO aumenta le :

ALIANZA

1)1! L O S J U D Í O S

Y

ROMANOS.

página del real Profeta: «Heme llenado de tristeza en mí afán, y la turbación se ha apoderado de mí, á la gritería de mi enemigo y por la persecución de los malvados. «Porque me lutii achacado á mi la iniquidad y me molestan con sus furores (2),» y para que resplandezca mas el hecho de que David era en sus persecuciones el símbolo de JESUCRISTO perseguido , consigna aquel Profeta la inocencia y la justicia de su alma, la limpieza de su (I)

Sulmu x x x i v .



(•>) S a l m o u v .

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

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conciencia respecto á los males que se le atribuía. David, pagando injusticias de que estaba ajeno, es acabada figura de JESUCRISTO pagando los crímenes de que se habia hecho responsable ante su Padre, no obstante de ser el amor, el bien, la verdad misma. «No padezco esto, Señor, dice David, por culpa mia, ni por pecado mió : sin iniquidad seguí mi carrera y enderecé mis pasos. Levántate y ven á m i socorro y considera mi inocencia (1).»

SINAGOGAS

Y

OKATOltlOS

JUDAICOS.

Si debiéramos consignar aquí los pasajes elocuentísimos en los que se reseñan las persecuciones de David, que prenunciaron las de JESUCRISTO, trazaríamos de antemano la historia del Redentor. Dios, que eligió á David para el reino, no quiso que reinara hasta después de haber obtenido victoria sobre sus perseguidores, para que también en esto fuera el hijo de Jessé figura del cuerpo, del cual somos miembros y cuya cabeza és CRISTO, quien no quiso subiese á lo alto (1)

Salmo

Lviii.

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HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

el cuerpo que aquí abajo tornó, sino después que hubo vencido las persecuciones. David, venciendo á Goliat antes de ser sublimado al poder , figuró á JESUCRISTO venciendo á la g i g a n tesca culpa antes de ser a los cielos exaltado. El águila de Tagaste, cuya es la observación precedente, pregunta también : ¿hay alguna semejanza particular entre JESUCRISTO y David, en el hecho de haberse escondido este de la presencia de Saúl, ocultándose en una roca? y él mismo contesta: sí, la h a y , ocultarse en una roca es, dice, ocultarse en la tierra. Pues bien, JESÚS se ocultó en la tierra para no ser descubierto de los hombres, tomando un cuerpo humano, que sabido es que de tierra está formado. En'aquel cuerpo se ocultó el Verbo, como David se ocultó en la madriguera, y se ocultó para no ser reconocido de los judíos , pues á haber estos descubierto su divinidad, no le h u bieran crucificado. No le descubrieron, pues se tejió una cueva de carne áfin de que, viendo solo su débil carne, no conocieran la excelsitud del Verbo á ella unida. No conocieron en ó l á Dios y por esto crucificaron al hombre. V e Agustín en este hecho de la vida de David una analogía con la encarnación del hijo del Padre, según la divinidad,-del Hijo de María, según la humanidad. tuvo entre los Apóstoles á un Judas traidor, el que le vendió precisamente cuando se preparaba á consumar la Redención del género humano; David tuvo su D o e g , el idumeo, precisamente cuando se preparaba para dar el golpe de gracia contra los enemigos de Israel. David, después de haberse alimentado del pan santo que le dio el sumo sacerdote A q u i melec, al temer la persecución de Aquis, rey de Geth, comenzó á demudar el semblante, defándase caer en brazos de la gente; figura fue David con esto de la gran trasformacion voluntariamente sufrida por JESUCRISTO en la noche de su persecución final, cuando después dé haber comido la Pascua, tomó la forma de pan y se echó en brazos de sus discípulos. ¡Qué trasmutación , qué cambio! En fin, bajo el cetro de David y de su hijo se cumplieron las promesas hechas por Dios sobre la constitución del reino de Israel. Hasta David hubo sólidas esperanzas, después de David hubo innegables realidades. Por JESUCRISTO y sus hijos los Apóstoles el reino de la verdad obtuvo por fronteras los l í mites del universo; David conquistó á Israel las fronteras prometidas prodigando la sangre de sus huestes; derramando la sangre de sus venas JESUCRISTO constituyó el inmutable reino de su Evangelio. JESUCRISTO

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Como se ve por las observaciones que acabamos de hacer , la casa de David era la mas á propósito para ser adoptada por el Verbo divino como á raíz de su decretada humanidad: en efecto, ella fue elegida. La augusta nieta de los reyes de Judá, aquella en cuyas venas circulaba la sangre de los ilustres caudillos del pueblo santo, el virtuoso retoño de la dinastía cautiva por los romanos, que reunió en su alma todas las virtudes capaces de caber en un corazón inmenso, fue la elegida para concebir al que venia al mundo á ser perseguido, á ofrecerse como á la víctima expiatoria de los pecados de los hombres y de las naciones. Descendiente del mas combatido de los reyes, JESUCRISTO vino á ser en la tierra el blanco de la mas tremenda y universal persecución.

IV. Abyección de Israel al nacer JESUCRISTO.—Comparación de aquel período con los anteriores de la historia del pueblo santo.

Nos es preciso echar una rápida mirada sobre la historia del pueblo santo , para apreciar en toda su estension la situación del pueblo que escogió Dios por depositario de su verdad,

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

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cuando el esperado de unos y el temido por muchos apareció en la tierra. En los dias de la prosperidad do Israel JESUCRISTO hubiera sido recibido con trasportes de entusiasmo, los monarcas sentados en sus tronos hubieran descendido precipitadamente de ellos y depuesto la gloriosa corona de sus sienes para adornar la frente del Libertador. Mas en la época que el Verbo escogió, Israel no tenia ni cetro, ni corona, ni oro, ni siquiera autonomía; no era un reino independiente, era una provincia tributaria. La ley de las tribus se hallaba sujeta a l a ley del imperio. César estaba sobre el sacerdocio. Historiemos la vida de Israel, ó mejor, comparemos los diversos períodos de su historia para comprender mejor los designios altísimos de JESUCRISTO. Hemos trazado á grandes rasgos las persecuciones de Israel bajo Moisés y los jueces. No obstante las inmensas catástrofes 'que cayeron sobre el pueblo santo en E g i p t o , y las tribulaciones sin cuento que hubieron de devorar sus hijos para librarse del cautiverio, concedido le fue al guia y capitán de las tribus entonar , al pió de la tumba de sus enemigos, aquel inspirado «cantemos alabanza al Señor, porque ha hecho brillar su gloria y grandeza y ha precipitado al mar, al caballo y al caballero... con la grandeza de tu gloria, Señor, has derribado á tus adversarios.» Si bien los primeros jueces se vieron precisados á combatir contra las huestes adversas que les salían á cerrarles el paso, si hubieron de comprará costa de inmensos sacrificios la p o sesión de Jerusalen, de Hebron, de Dabir, de Ascalon y Bethel, la conquista de estos centros de vida recompensó sus rudas fatigas, y Débora y Barac pudieron cantar inspirados polla grandiosidad de los trofeos obtenidos: «Se han salvado las reliquias del pueblo de Dios: el Señor ha combatido á los valientes y los ha vencido. Los príncipes de Issachar marcharon con Débora; siguieron las huellas de Barac que se precipitó contra los enemigos... v i nieron los reyes y combatieron, mas el Señor aceptó la batalla y los derrotó. Los reyes de Canaan pelearon contra Israel en Thanac, junto á las aguas de Mageddo; mas no pudieron llevar presa ninguna. Desde el cielo se hizo guerra contra ellos. Las estrellas,, permaneciendo en su orden y curso, pelearon contra Sisara. El torrente de Cison arrastró sus cadáveres. Huella, oh alma mia, álos orgullosos campeones... cayó Sisara entre los pies de Jahel, perdió las fuerzas y espiró... Perezcan, Señor , como Sisara, tus enemigos, y brillen como el sol en su Oriente los que te aman (1). » Los siete años de esclavitud que los hebreos hubieron de sufrir bajo los medianitas fueron reemplazados con las admirables victorias de Gredeon. Nuevas afrentas cayeron sobre el pueblo libertado, porque siendo olvidadizo de las misericordias del Señor, apenas derribaba el ídolo, cuya falsedad Dios le demostraba con los argumentos de su ira, caia de rodillas ante otro que su vanidad é ignorancia forjaba. Los filisteos amargaron la paz que el báculo de Jephté habia otorgado al pueblo, mas en el período álgido de las amarguras de la expiación, un ángel aparecido á una mujer israelita, le dice : «Prepárate, vas á concebir un hijo que será desde la infancia consagrado á Dios; él empezará á librar á Israel de manos de sus enemigos.» Sansón aparece, y con el auxilio de su r o busto brazo Israel se levanta. Samuel sostiene la gloria de su pueblo contra la osadía de los filisteos reorganizados; cuando las huestes del Señor [laquean é Israel va á sucumbir, el Dios délos ejércitos, tomando por voz el trueno, aterroriza y dispersa á los adversarios. Orienta el reinado de Saúl. El ungido del Señor se presenta al pueblo, que le recibe llorando y gimiendo: un grito unánime salia de todas las tiendas; ¡ o h R e y , libértanos,» este era el clamor universal, testimonio aflictivo de la inmensa pesadumbre que ahogaba á aquel pueblo. El reinado de Saúl se inauguró bajo favorables auspicios. Los ammonitas primero y luego los filisteos experimentaron cuan afinado era el corte de su espada. Moab, Ammon, Edom, los amalecitas, los habitantes de Geth fueron despojados por el genio inspirado de la guerra. Is(I)

Jueces, V .

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rael levantó sobre el Carmelo un arco de triunfo como perpetuo monumento de las victorias de su primer Rey. Cuando la perversión de Saúl puso en peligro la pujanza de su reino y arriesgó de nuevo la libertad del pueblo santo suscita Dios á David. Aquel piadoso monarca, elevado sobre el trono por los hijos de Israel y por la elección del Dios de Abrahan, continuó la serie de triunfos que glorificaron el primer período de la monarquía de Saúl, estendiendo el poder hebraico y exterminando los pueblos vecinos que manchaban la tierra con el culto de los demonios. Arrebató á los jebuseos el monte Sion para establecer en la fortaleza de Jerusalen el asiento de su reino. Los caldeos, los moabitas, los idumeos, Derothy Damasco caen á los pies de sus estandartes. El reino de David fue glorioso, pero agitado; el de Salomón, su hijo, heredó y multiplicó las glorias del truno de su padre sin sufrir sus pesadumbres y sus agitaciones. La sabiduría y la paz fueron los caracteres del nuevo reinado. Como testimonio del incomparable esplendor de aquellos dias Salomón levantó el templo mas grandioso y rico que admiraron las antiguas edades. Palacios y monumentos artísticos embellecieron á Jerusalen. El corazón de los israelitas se alegraba con las antiguas fiestas sagradas, que tributaban al Dios de Abrahan y de Moisés respetuoso homenaje. Acampaba el pueblo desde el rio de los filisteos á la tierra de Egipto, y hasta allende el Eufrates se estendia su imperio. Gaza, devastada por los egipcios, ambas Belhorones', Balaak situada en el desierto se levantan de sus ruinas; surge de la nada, como por encanto, cual ninfa hermosa y juguetona, Palmira, ciudad que, después de mil reconstrucciones y revoluciones, ofrece todavía al v i a jero las mas bellas ruinas del Oriente. Las flotas hebreas se juntan con las de Tiro y navegan hacia Ophir en busca de escogido marfil y hacia Tharsis para traer luego plata y otros preciosos metales. De todas partes el oro afluye á Jerusalen. En sus paseos sombreados por los mas esbeltos y ufanos cedros concurren los israelitas, libre el alma de toda zozobra, porque el clarín de la guerra no suena ya para turbar la paz de las tiendas de Jacob. Á Salomón- le faltaba la plaza de Crosath y esta le abrió sus puertas sin combate; sin esfuerzo se le sometieron los amorreos y hetheos, y los phereseos, y los jebuseos, indígenas tenaces, por cuya sumisión inútilmente habian los hebreos derramado antes tanta sangre. El Señor cumplió, como siempre, su palabra; las riquezas de Salomón escedieron á las de los demás reyes; los príncipes de las grandes potencias no se habian visto rodeados de tanta gloria; ningún monarca comprendió como Salomón la majestad humana. Los soberanos todos de la tierra envian embajadores á su corte. La Arabia no se cree s e gura hasta saber que el monarca de Jerusalen ha aceptado el oro y los .aromas que en prenda de amistad le consagra. La reina de Sabá quiere visitar aquel cielo de la tierra; llega á Sion rodeada de la gloria de Oriente, y al ver el esplendor de la corte que visita, exclama arrobada : «Señor, vuestra reputación es grande, empero vuestra grandeza escede inmensamente á vuestra reputación. ¡Felices vuestros subditos, bienhadados vuestros servidores! ¡bendito vuestro Dios, que de tal manera os enaltece!» Permítasenos estendérnos en algunas consideraciones sobre la influencia universal del pueblo santo en aquellos dias, porque de la comparación de la gloria de aquel período con la miseria y el desprecio que pesaba sobre los descendientes de aquellos reyes y muchedumbres, que escogió por contemporáneos el Mesías, resplandece el carácter de'modestia y de sufrimiento que distinguió al Redentor. Todos los elementos de humano triunfo y de fácil propaganda hubiera encontrado el reino de JESUCRISTO, si este hubiera escogido la época de Salomón.

SUFRIDAS POIt LA IGLESIA CATÓLICA.

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Israel ocupaba un punto favorable para las comunicaciones é influencia con los grandes poderes de la tierra. Por el mar de Occidente daba mano á la Grecia, á la Italia, á la Galia, á la España, y al África-; las soledades del Septentrión y las de la Atlántida se comunicaban en la Judea por el mismo mar;.mientras por un brazo del Océano indio le llegaban las naves del Asia. Por los grandes rios, que fluyen de la cuna paradisiaca de la humanidad., el israelita remontaba al Oriente. • Memphis con sus templos orgullosos, Tiro con sus puertos, Nínive y Babilonia con sus murallas, constituían los contornos del país de Israel, el centro de la civilización antigua. No lejos se levantó Corinto, la mercantil, y Atenas, la estudiosa y artista. Del Egipto vecino al mas lejano imperio de Asiría, de la Fenicia á Damasco se abrieron expeditos caminos. Las naciones extranjeras no apartábanlos ojos del pueblo sacerdotal, cuya historia, llena de prodigios, se diferenciaba de la historia de otros pueblos. La protección divina sobre los hebreos era tan visible, que muchos gentiles adoraban la mano del Dios de Abrahan y de Moisés, «de tal suerte, dice Bosuet, impresionaba la repetición de los milagros obrados sobre el pueblo santo, que el número de los gentiles que creían en Él era muy superior al que muchos suponen (1).» En tiempo de los jueces contribuían á propagar la religión judaica y la esperanza del E n viado las incursiones continuas de los pueblos vecinos, la paz, las relaciones mercantiles con ellas, y las prerogativas otorgadas á los que abrazaran la fe judaica ; en tiempo de los reyes, las guerras de Saúl, las conquistas de David llevadas hasta al Eufratres, las condiciones i m puestas á los vencidos, la dominación del vencedor sobre el país de M o a b , de Animon , del Filisteo, y de los amalecitas aumentaron el número de los creyentes extranjeros. Empero en el reinado de Salomón se aumentaron los medios de la propaganda religiosa y de la influencia israelítica. El comercio tomó en Israel proporciones colosales; todos los países enviaban á aquel país falanges de obreros con destino al cultivo de los campos, á la fortificación de sus ciudades, á la construcción de sus monumentos. Las numerosas carabanas que, como las de los mercaderes ismaelitas, cruzan la P a lestina , ven y admiran el régimen glorioso del pueblo santo, mientras las naves de Judea llevan la idea y las esperanzas mosaicas á lejanas playas. A l regresar á sus patrias respectivas, los gentiles, que han visitado por lucro ó por recreo el bello país del Señor, las llanuras regadas por miel y leche, su vegetación fresca y lozana; los que han respirado su atmósfera balsámica cuentan á los suyos la magnificencia de los monarcas de Judá, la justicia de las leyes del Señor, la pompa de las solemnidades de Jerusalen. Tanta fama y tanta gloria obligan á los reyes, sabios y legisladores a estudiar el teatro de tanta grandeza y de tantas virtudes. De la estadística formada por Salomón resulta que ascienden á ciento cincuenta y tres mil los prosélitos obtenidos en el extranjero. ¡Oh Señor, por qué no descendistes sobre Sion en la época de su mayor pujanza! ¡qué gloria la del Mesías, teniendo por príncipe de su apostolado al mas sabio de los hombres! ¡qué cuadro el que se hubiera presentado al mundo si JESUCRISTO, verbo y sabiduría divina, se hubiera presentado á, Jerusalen teniendo por precursor á Salomón, personificación admirable de la sabiduría humana!!! ¡ Cómo hubiera caido de rodillas la tierra ante grupo tan augusto! Empero, ¡ a y ! en aquella situación, bajo de aquel imperio, ¡qué sacerdote se hubiera atrevido a difamar al Mesías! ¡ qué discípulo osara venderle! ¡ qué sinagoga le acusara! ¡ qué Herodes se mofara de él! ¡ qué Pilatos le condenara! ¡ qué mano se atreviera á crucificarle! ¡Salomón, el hijo de David, hubiera realizado la pasión del Redentor profetizado por su padre! ¡Cómo podia ser considerado oprobio del templo, Aquel á cuya gloria el templo acababa de ser erigido!!! (I)

rtosuct, Curta á Mr.

llrisanier.

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HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

Era preciso que Israel cayera de su poderío antes de que el Esperado descendiera de los cielos; era preciso que nadie pudiera atribuir a humanas influencias el esplendor del Mesías; era preciso que la situación en que JESUCRISTO naciera fuese tan confusa, tan abyecta que hubiera en ella quien silbara, acusara, condenara y crucificara al que David habia enaltecido y.Salomón glorificado. presentado al pueblo por Salomón desde la gran logia del templo, circuida las sienes con una corona de pedrería preciosa, empuñando el cetro de David, vistiendo el mejor manto de escarlata, precedido de una compañía de lanceros con escudos de oro; JESUCRISTO presentándose con la mitra del gran sacerdote, como á corona de su corona, hubiera arrancado hosannas y alleluyas; en himnos y cantos hubiera prorumpido el pueblo; las tribus h u bieran caido á sus pies, y cada israelita hubiera sido un defensor de su magisterio y de su soberanía. Mas el Mesías debía oir el tolla, tollo de sus hijos; estaba escrito que la malicia humana le habia de confundir con los inicuos. JESUCRISTO

No podia ser, pues, escogida la época gloriosa de Israel para descender y manifestarse. Antes que Él descendiera, debía descender Israel. El movimiento de descenso empezó al fin del reinado de Salomón. La prosperidad del gran monarca facilitó el sensualismo; Eoboam, que heredó de Salomón el reino, no heredó su sabiduría, ni su fortuna. Desoyendo los consejos de sus mas venerables subditos, adoptó medidas apasionadas. Israel vio en él un soberano egoísta y pronto fue aborrecido de todo su pueblo. Diez tribus se revelaron acaudilladas por Jeroboam. Entonces empezó en el pueblo de Dios el cisma desastroso. Las tribus rebeldes se distinguieron por un espíritu de emancipación religiosa. Los que, á pesar de pertenecer á las tribus de Jeroboam, deseaban pertenecer fieles á las tradiciones de sus padres continuaron dirigiéndose á Jerusalen para adorar á Dios en su templo. Las adhesiones de los escogidos afirmaron el trono de Roboam, que, aunque egoísta y sensualista, representaba la genuina casa de David. ' Sin embargo, dominado su corazón por la independencia de carácter, conculcó abiertamente la ley de Dios, y mereció que un profeta le dijese en nombre del Altísimo: «Puesto que vosotros me abandonáis , yo os abandono y os arrojaré á los pies de César.» Y así fue. El rey de Egipto, aprovechándose del cisma surgido en Israel y de la disipación de su soberano, tomó las plazas de Judá, reputadas como inexpugnables, y penetrando en Jerusalen cargó con sus tesoros, y regresó á su reino lleno de preciosísimos despojos. Josafat, rey de Judá, en un momento de obcecación, celebra alianza con el impío rey de Israel, por lo que, indignado el Señor, destroza la flota que ambos reinos habían enviado en busca de los productos de Tharsis. Joram abandona también el recto sendero, eleva altares á los ídolos, y atrae el enojo del Dios de Abraham. Entonces empieza la deserción de los pueblos que se [habian unido al pueblo santo bajo los anteriores reinados. La Idumea sacude el yugo de Judá, Lobna se retira de la obediencia de un príncipe que ha abandonado al Dios de sus padres. Levántase el profeta Elias y clama con varonil v o z : «Hó ahí que á causa de vuestros crímenes el Altísimo enviará un terrible castigo á vos (Joram) y á vuestro pueblo.» El Profeta admirable seca con su soplo los vapores del firmamento y esteriliza la tierra. Los consejos del varón de Dios no conmueven las entrañas del pueblo endurecido. Acab llamó á todos los suyos conjurándoles á buscar á Elias, taumaturgo de su época, con orden de prenderle y matarle. La disidencia del Rey y del Profeta fue señal evidente de la disolución del espíritu israelítico. «¿Eres acaso tú el que trae alborotado á Israel (1)?» dijo á Elias Acab. «No he alborotado yo á Israel, contestó el Profeta al R e y , sino tú y la casa de tu (1)

Lib. III de los Reyes.

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CATÓLICA.

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padre, que habéis despreciado los mandamientos del Señor, y seguido á.los Balaales (1).» Elias confirma con estupendo prodigio la verdad de su misión contra la falsedad de los pretendidos profetas de Baal; amotínase el pueblo, arremete á los embaucadores, y los arroja al torrente de Cison, donde perecen víctimas de las muchedumbres enojadas. Ábrese el vengado cielo, y las nubes derraman fecunda lluvia sobre la tierra abrasada. Mas Jezabel, impía mujer de A c a b , jura vengarse del hijo de Thesbe, al que envia á decir: «Trátenme los dioses con todo su rigor si mañana á estas horas no te hiciere pagar con tu vida la que que quitaste á cada uno de aquellos profetas (2).» El Profeta de Dios perseguido huye hacia á Bersabé de Judá, atraviesa el desierto, c o n fortado por un- ángel, y después de cuarenta dias y cuarenta noches de peregrinación llega á Horeb. Refugiado en lóbrega caverna oye la voz del Señor que le pregunta: «¿Qué haces aquí, Elias?» La contestación del vidente es una descripción del estado religioso y moral de I s rael: «Me abraso de celo por t í , señor Dios de los ejércitos, porque los hijos de Israel han abandonado tu alianza, han destruido tus altares, han pasado á cuchillo tus profetas; he quedado yo solo, y me buscan para quitarme la vida (3).» Esta triste situación de Israel "en tiempo de A c a b , no fue mejorada en el reinado de Ochosí as, al que el Profeta hubo de dirigir con justicia este reproche: «¿Acaso no hay Dios en Israel, que envías á consultar á Belzebub, dios de Accaron (4)?» No era digno el pueblo de la presencia de Elias, cuyo destino gloriosísimo prueba la estension de sus virtudes. Un carro de fuego, arrastrado por caballos de fuego también, apareció á Elias estando en espiritual plática con Eliseo su discípulo, de cuya compañía fue arrebatado por las alturas, envuelto en torbellino de llamas. Elias, perseguido, simbolizó el Mesías, blanco de la persecución mas injusta; Elias, arrebatado, fue figura perfecta de JESUCRISTO, triunfante de sus perseguidores y de la muerte, y ascendiendo á los cielos envuelto en los fulgurantes resplandores de su poder. Israel perdió con el rapto del gran Profeta la sombra del que personificaba la vida, el v i gor y la gloria de sus tradiciones. Las desgracias que le predijo el Thesbita no se hicieron esperar. Los árabes cayeron luego sobre la Judea, sus palacios fueron saqueados, destruidos sus monumentos mas famosos. Las disensiones entre los reyes de Israel insurrecto y los de Judá pervertido precipitaron el descenso del pueblo, que se hallaba ya á distancia inmensa de la pujanza á que le habian llevado David y Salomón. Ochosías, víctima de sus infidelidades, y Alhalía, que se encumbró por el asesinato, pre pararon el advenimiento de A c h a z , cuyo reinado fue célebre por la inmensidad de sus crímenes y de sus adversidades. Cien mil judíos sucumben á los filos de las espadas de los asirios y de los israelitas emancipados; los filisteos y los de la Idumea invaden una gran parte de su país en justo castigo de haberse postrado ante los ídolos de los gentiles, y de haber ensangrentado las aras del altar con la sacrilega y cruenta oblación de algunos jóvenes. Manases continuó la línea de Conducta de Achaz, y solo levantó al cielo los ojos cuando, prisionero de los asirios, se vio arrojado en húmedo calabozo de Babilonia. En fin , Judá habia perdido la fama, el esplendor y la gloria desde que algunos de sus soberanos menguaron y otros completamente extinguieron la fe de sus padres. Los que se llamaron reyes de Israel no fueron mas venturosos. El reino que se levantó sobre las ruinas de la unidad santa no podia atraerse las bendiciones divinas. Jeroboam, a u tor de la guerra civil, que tan funesta fue para los hebreos, fue vencido y derrotado, su f a milia exterminada. Nunca el odio puede cosechar amor; de ahí que los afiliados contra la di(1)

L i b . I I I de los R e y e s .

(2)

Ibitl.

(3)

Ibid.

(i)

Ibi.l.

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nastía de Judea no lograran jamás unir los'corazones y concertar las voluntades para darse sólida y duradera constitución. Las ludias intestinas que estallaron entre Nadob y Ela, la odiosa tiranía de Zambri, las persecuciones de A m r i , los males acarreados por Acab probaron que cuando el Señor no es la piedra angular de una muralla es quimérica la seguridad del pueblo. Samaría, mas pecadora que Jerusalen, no podia aspirar á cantar victoria de sus enemig o s ; de allí el que, bajo el reinado de Jehú, viérase invadido el reino desde el Jordán á la opuesta frontera. Joacbaz prosigue la línea de conducta de Jehú, y los adversarios continuaron devastando su reino. Bajo de Osea las tribus de Israel llevan al colmo la inmoralidad pública y privada; el culto del verdadero Dios es sustituido por el de los ídolos gentílicos, por lo que el Señor rechaza á Israel de su presencia, y envia al asirio á arrebatar de manos de su indigno Monarca el cetro usurpado. Los israelitas son llevados á Nínive cautivos. Las desgracias de los israelitas cismáticos ¿aleccionaron á los judíos tradicionalistas?No. Á medida que Samaría descendía, descendía también Jerusalen. Manases no puede sufrir las reconvenciones de Isaías, y manda azotar al Profeta del Señor; el pueblo aplaude el atropello del enviado; aquel crimen es el anuncio de la impunidad del libertinaje. EL rey Joaquín nada hace para restaurar las puras"y sencillas costumbres de Judá, y ve impasible la profanación del sábado y ha multiplicación del adulterio y del homicidio. El Señor envia entonces un nuevo profeta. Jeremías levanta su voz imponente y clama dia y noche contra la abominación de las cosas santas. «¿Quién me dará, les decía, una choza de pasajeros en la soledad para abandonar á los de mi pueblo y apartarme de ellos? Pues todos son adúlteros, ó apóstatas de Dios. Una gavilla de prevaricadores... Se han hecho poderosos en la tierra con pasar de un crimen á otro crimen, y á mí me han desconocido, dice el Señor... Yo reduciré á J e rusalen á un montón de escombros, y á ser guarida de dragones, y á las ciudades de Judá las convertiré en despoblados, sin que en ellos quede un solo morador... La causa es., dice el Señor, porque abandonaron mi ley, que yo les habia dado, y no han escuchado mi voz, ni la han seguido, sino que se hau dejado llevar de su depravado corazón, y han ido en pos de los ídolos , como lo aprendieron de sus padres (1).» En estas fatídicas palabras vino revelado el castigo que el Señor se disponía á enviar á su pueblo. Por desgracia eran ya demasiado profundas las úlceras corruptoras de aquella sociedad infausta. Aquel pueblo, que tenia por glorioso destino conservar el depósito sagrado de la verdad , no quería oir la verdad cuando esta condenaba sus desvíos miserables y sus. criminales locuras. Las muchedumbres desbordadas clamaron contra el nuevo Profeta, y apagaron entre gritos desaforados su palabra paternal. El quería libertar al pueblo, mas el pueblo, rechazando la libertad que le ofrecía el Profeta, cargó á este de cadenas. Surge entonces Ezequiel. «El espíritu del Señor, dice, me trasportó á Jerusalen, y conduciéndome al templo me dice: Hijo del hombre, ve las horribles abominaciones que aquí se cometen.» Jerusalen estaba en vísperas de su ruina. Toda la gloria de sus antiguos dias estaba ofuscada. Nabucodonosor aparece á sus puertas, y sus huestes furibundas penetran en la santa Sion. Los judíos no sabían ya combatir. Las pasiones habían sensualizado sus almas; se h a bia perdido la virilidad de las fuerzas con la robustez de la fe. Gozó los placeres terrenales Judá, y ya no esperó en las promesas del Altísimo. Sedecías, rey desventurado, es cargado de cadenas y le son arrancados por los asirios sus ojos para que no pudiera jamás ver la patria de sus padres. El sucesor de Salomón gime y espira en el fondo de un calabozo de Babilonia. Los soldados del invasor pasan á degüello los refugiados en el templo. El anciano y el niño sucumben á los golpes de la espada vindi(1)

Jeremías.

SUFRIDAS POR LA IOLF.SIA CATÓLICA.

»¡¡

cadora de la gloria de Dios. Los muros de Jerusalen caen, y el pueblo cautivo es arrastrado y dispersado por regiones enemigas. Sobre aquel vasto campo de ruinas, en medio de aquellas sombrías soledades que sustituyeron á la animación y bullicio del pueblo escogido, Jeremías deja oir sus tristes lamentos. Gime el Profeta, cubierta de ceniza la cabeza, llora solamente de que sus profecías hayan sido una verdad. «¡Cómo está sentada, solitaria, exclama, esta ciudad poco há henchida de

JESÚS

ES

El.

CAMINO

DE

I.A

EXPATRIACIÓN.

pueblo! La señora de las naciones está hecha semejante á desaliñada viuda; la tristeza llena su corazón, el luto cubre su frente; llora, Sion, porque nadie viene ya á tus solemnidades. ¡ A y ! sus puertas están derribadas, gimen sus sacerdotes, desoladas se hallan sus vírgenes. El enemigo penetró en su santuario, y se llevó sus tesoros. Escuchad sus sollozos. Vosotros, viandantes, considerad mi aflicción, decidme: ¿ITau dolor cornprcrnllr á mí dolor...? r

«Justo es el Señor, pues que y o , rebelde contra sus órdenes, le irrité. Pueblos todos, oid,

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HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

os ruego, y considerad rni dolor; mis doncellas y mis jóvenes han sido llevados al cautiverio...» ¿Era este el tiempo de la abyección que esperaba el Mesías para redimir á su pueblo, ó no era todavía bastante negro su estado? N o , no lo era. El .mismo Profeta lo consignó; de todas las cosas tristes y conmovedoras que puso en labios de Sion desolada, la tristísima palabra es esta: «Estoy yo llorando, y son mis ojos fuentes de agua, porque está lejos de mí el Consolador...» El cautiverio de los judíos debió durar setecientos años, tiempo suficiente para que la g e neración pecadora desapareciera, y se constituyera otra generación lavada en arroyos de lágrimas. Zorobabel y Esdras reanimaron al pueblo abatido, y volvieron á conducirle á Sion. El templo fue reedificado, el culto restablecido, la ley recuperó su imperio, y la piedad tuvo por pábulo el recuerdo del cautiverio babilónico. Todavía Judá podia admirar al mundo con las proezas de los Macabeos, hijos de Mathatías. Sus victorias, alcanzadas mas bien por los ángeles invisibles que peleaban con ellos que con la visible energía de sus espadas, son la admiración de cuantos leen y meditan la historia. «Ninguna de las familias reales que mas gloriosamente han reinado escedió en grandeza á la de los Macabeos, estos graves y bélicos genios, que realizaron los mas bellos sueños de la musa épica, invencibles vengadores de Jerusalen , sus poderosos consoladores y sus atrevidos y rápidos vengadores. ¡ O h ! ¡cuántos brillantes recuerdos suscita el nombre de los Macabeos !!! ¡ este nombre significa el patriotismo en su mas santa energía, la bravura en su mas heroico entusiasmo, la gloria en sumas celestial pureza! No faltan, por cierto, en los anales de Israel actos de valor, mas los hijos de Mathatias, salvadores de su país, forman una epopeya aparte en la historia del pueblo hebreo (1).» Gracias á los esfuerzos de aquellos venturosos caudillos, Israel unificado vio renacer la prosperidad de sus antiguos dias. Las naciones que en tiempo del cautiverio se habían olvidado de las íntimas relaciones de amistad sostenidas con la casa de Judá, volvieron á esta-, blecer pactos con ella. Jeremías habia dicho de Jerusalen: «Entre sus amantes no hay quien 'la consuele; todos sus amigos la han despreciado y se han vuelto enemigos suyos.» Simón Macabeo pudo trocar en himno aquella lamentación: «Rebosa, Sion, de alegría, pudo decir, por cuanto ya vuelven á acordarse de tí los que te habían olvidado; cesaron de despreciarte los que te veian en el cautiverio; volvieron á sonreirte y acariciarte tus antiguos amantes que te despreciaron.» Desde Salomón no habla tenido el pueblo de Dios dominios tan estensos; sus relaciones mercantiles y políticas casi igualaron al período de su máxima pujanza. Los pueblos tributarios que habían sacudido su soberanía se le inclinaron otra vez. Egipto le tendió la mano; Grec i a , según* Clemente de Alejandría y Orígenes, volvió á estudiar sus doctrinas, y se sintió en sus escuelas la influencia del dogmatismo judaico. De todas las regiones de Oriente vinieron al reconstruido templo fervorosos peregrinos á rendir homenaje al Dios verdadero. ¿Sostendrá Israel regenerado la nueva grandeza que conquistó mas con la fuerza de sus virtudes que con el ímpetu de sus armas? No. , La prosperidad aflojará la consistencia de su fe. El pueblo olvidará las causas de su p a sada decadencia, y las semillas de las malas doctrinas y de los pésimos ejemplos, que r e c i bieron y vieron en Babilonia producirán cosecha abundante de errores y de inmoralidad. Empieza el descenso definitivo de Israel. Dos sectas trabajaron de consuno para quebrantar la unidad religiosa y política, reconstituida por los Macabeos. . Los fariseos, adheridos á la letra y no al espíritu dé la l e y , se distinguieron por una se(1)

Poujul.lt, Historia

de

Jerusalen.

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

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veridad de costumbres exagerada. Creyéndose los únicos que comprendían la santidad y la virtud, despreciaban con orgullo á los que no querian amoldarse á sus caprichosas observancias. Todo para ellos consistía en la exterioridad religiosa. La ley, tal cual prácticamente la interpretaban aquellos sectarios, era una ridiculez incompatible con la dignidad humana. Sus creencias no eran del todo ortodoxas. Admitían una especie de metempsícosis; defendían la trasmigración de las almas buenas, y el estancamiento, digámoslo así, de las malas. Aquella pregunta dirigida en cierta ocasión á JESUCRISTO, sobre si era Elias ó algún otro de los grandes profetas, era inspirada por el espírituo farisaico. La acción de aquella secta dividió los ánimos del pueblo santo, y contribuyó á desvirtuar la influencia de la ley de Moisés. Los saduceos formaron una secta todavía mas perjudicial ;• eran aquellos los epicúreos de su tiempo. Negaban la inmortalidad del alma, interpretaban con un criterio materialista las Escrituras y sentaban principios y máximas favorables al sensualismo desenfrenado. Muchos personajes distinguidos de la Judea se afiliaron á la bandera saducea; la moral que se apoyaba en sus negativas doctrinas era laxa. De ahí que las conciencias ennegrecidas por la concupiscencia ó por la avaricia, se refugiaban en una secta que en cambio de un símbolo oscuro y acomodaticio les concedía una completa impunidad para el crimen. Los fariseos y saduceos mantuvieron la agitación en el pueblo judaico, y abrieron la puerta á relajaciones y desórdenes que fueron fatales á aquella nación. Las antiguas luchas de Roboam y Jeroboam se reprodujeron. Hircano y Aristóbulo disputáronse la corona real y la mitra sacerdotal; encendióse la guerra fratricida en aquel país desventurado. Jerusalen iba á caer definitivamente en la desgracia. Roma acechaba de continuo los pueblos enflaquecidos, para fundir todos los cetros y todas las coronas en un cetro universal y en una corona única. Las divisiones de Judá le ofrecieron ocasión propicia para anexionar la tierra santa á su imperio idolátrico. Esta palabra profética de Zacarías fue cumplida á la letra: «Retumban los aullidos de los pastores, porque destruida ha sido su grandeza; resuenan los rugidos de los leones, porque ha sido quebrantada la hinchazón del Jordán. Esto dice el Señor mi Dios: Apacienta estas ovejas del matadero; sus pastores las vendieron, sus dueños las degollaron. Por esto yo no perdoné á los habitantes de esta tierra, yo abandonaré estos hombres cada uno al poder del vecino, y en poder de su R e y , y su país quedará asolado y no los libraré de las manos de ellos. « Y o haré de Jerusalen un lugar de embriaguez para todos los pueblos circunvecinos: y aun el mismo Judá acudirá al sitio contra Jerusalen (1).» Sorprendente ilación de hechos. «La nación judía que, después de haber sido servida por el Egipto, la Fenicia, la Asiría, la Persia y la Grecia vio caer uno tras otro aquellos grandes imperios, permaneciendo sola en p i é , rodeada de los majestuosos escombros de aquellas grandezas, toca ya con la mano la frontera de su poderío. La que rebosaba soberano desden hacia los gentiles, hállase embriagada de amor y entusiasmo por la gentilidad cuando siente la opresión del extranjero yugo. Truécase entonces la rectitud'y acierto de sus sentidos, y ya el Mesías no se presenta á su imaginación sino como un gran conquistador, que en alas del pueblo, levantará á Israel arrojando á sus plantas á las demás naciones: y ¡cosa particular! Israel acaricia estas locas ilusiones de su orgullo, cuando ya no se pertenece á sí propio, caiando la discordia despedaza sus restos miserables, y cuando sabe'que su misión ha c o n cluido (2).» Israel habia descendido hasta al fondo. Antes Babilonia le redujo al cautiverio; Roma le tiene.ahora reducido á la nada. Perdido ha su nacionalidad; el cesar empuña el cetro de David. (1)

Cap. xi y x u .

(2)

Le Roy, Filosofía

de la

historia.

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Ya no hay profetas. Isaías y Jeremías no se levantan de sus sepulcros para mezclar con sus amargas lágrimas el néctar de una esperanza dulce, aunque de lejana realización. La mano de Roma era inmensamente mas fuerte que la de Babilonia; locura hubiera sido contar que la generación venidera alcanzara resucitar la autonomía é independencia del pueblo judío. Desde la cumbre del templo colocado en el monte de la gloria salomónica se habia des cendido hasta al fondo oscuro del provincialismo romano. ¿Qué eslabón habia aun para descender? Ninguno. ¿Era hora de que el Mesías descendiera? Todo indicaba que sí. ¡ Oh Esperado! Mira ya cariñoso á tu pueblo; no descendiste en el período de la prosperidad de Israel; desciende en el de su abyección! ¡ No quisiste que tu cuna fuese envuelta con la gloria de su soberanía casi omnipotente; resígnate á nacer en la oscuridad de una dependencia afrentosa! Desciende, Señor, que tu pueblo no puede descender mas. Lo que de tí David anunció es fácil se cumpla. De todo es capaz ya el israelita abyecto; de perseguirte, de acusarte, de arrastrarte y de crucificarte. Ha apedreado á los profetas, ha perseguido á los justos, ha dejado profanar dos veces el templo, imagen de tu persona. ¿Anhelas persecución? desciende, porque el monte Moría, que en tiempo de Salomón h u biera sido , y no podia menos de ser pedestal de tu gloria y de tu adoración, fácilmente se aparejará para ser el altar en que te consume como víctima.

V.

Nacimiento de JESUCRISTO.—Alarma de Herodes.—Simeón anuncia las futuras persecuciones del Niño divino.

Habia llegado «la abominación de la desolación,» anunciada por Daniel; la tierra se h a llaba constituida en los términos que estaban profóticamente descritos para cuando el Redentor apareciera. Dos libros bastaban para comprender que iba á sonar en el imponente reloj de la Providencia la hora suprema para la salvación del género humano. De la comparación del libro de los Profetas con el de la geografía política y religiosa de Israel y de la gentilidad habia necesariamente de brotar la luz de una convicción profunda. Los observadores instruidos veian en la sociedad de aquellos dias algo que hacia presentir un grave acontecimiento. El mundo entero esperaba. El Verbo se encarna en la descendiente de la perseguida y destronada dinastía de David. Mas ni en las entrañas virginales pudo el concebido Redentor disfrutar de paz; ni fue el tranquilo hogar de Nazaret, que era el pueblo donde su Madre habitaba, el sosegado recinto de su nacimiento. Un edicto imperial ordenaba la inscripción de todas las familias del universo romano en la ciudad de'su estirpe. José, siendo de la familia de David, vino desde Nazaret, ciudad de Galilea, ala ciudad de David , llamada Belén, en Judea, para empadronarse con María, su esposa. Los últimos dias del embarazo de la Madre de JESÚS fueron, pues, dias de agitación y de cansancio. ¿Nacerla el Redentor, cuya caridad inflamaba y a el seno virginal, durante aquella peregrinación, emprendida por respeto y obediencia á la ley? Todo indicaba que así seria, como en efecto así fue.

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Realizóse aquella palabra que estaba escrita: « T ú , Belén, no serás la mínima de las ciudades de Judá, pues en tí nacerá el caudillo que ha de regir al pueblo.» En Belén habia nacido David, quien estaba guardándolos rebaños de su padre Isaí cuando vino Samuel para ungirle la frente; de Belén era Abesan, juez de Israel; pero por muy g l o riosos que fueran para Belén aquellos nacimientos, el del Hijo de María debía eclipsar su g l o ria. En la noche en que la augusta nieta de David dio á luz en una de sus grutas al Verbo encarnado acreditó que no en vano se le habia llamado Belén ó ciudad del pan, porque en efecto, del pan nacido en aquella noche allí se alimentaran las generaciones católicas de todos los dias; que no en vano se le llamó también Ephrata, ósea, fertilidad, abundancia de frutos, porque de todos los frutos morales fue semilla el Niño, que en aquella tierra vio la luz primera. Cuando los dos fatigados esposos llegaron á Belén era, según antigua tradición, muy entrada la noche. Los hospedajes públicos, henchidos de viajeros, tenían cerradas ya las puertas; no hubo, pues, lugar para que naciera cómodamente el Salvador de Israel. Según san Jerónimo , el lugar en que nació JESUCRISTO era una cueva ó caverna; san Agustín le llama un establo; san Cipriano cree que era una reducida casa, insiguiendo la opinión de los que creen que efectivamente era la casilla de un pobre sugeto, el cual, compadeciéndose del estado de la Virgen, no teniendo habitación para colocarla, con su esposo, la alojó en el establo de su casa, y en seguida, viendo los prodigios que sucedieron al nacimiento del Infante, les ofreció su propio aposento, lo que concilia perfectamente esta palabra de san L u cas: Hallareis al Niño envuelto'entre pañales, con esta otra, referente á la adoración de los Magos: y entrando en la casa hallaron al Niño con María, su Madre. Mas no corresponde al objeto de este libro entrar en detalles sobre la vida de JESUCRISTO, sino en cuanto estos sirvan para demostrar que realmente fue blanco de todas las presumibles humanas persecuciones. nace y mientras los ángeles, dirigiéndose á los sencillos pastores, les anuncian que se han cumplido las esperanzas de sus padres; que el vaticinado por los Profetas se hallaba en Belén para empezar la Redención del pueblo: aparece una estrella nueva en Oriente que advierte á los magnates, sabios y poderosos , que se dedicaban especialmente en Persia á las observaciones astronómicas, que algo de extraordinario y raro sucedía. JESUCRISTO

Hemos dicho que las relaciones políticas y mercantiles, sostenidas por los judíos con los pueblos gentílicos, habían propagado en estos el conocimiento de las creencias y esperanzas del pueblo hebreo. Sabían, pues, los magos de Oriente, que la venida del Redentor del mundo , esperado por Israel, seria anunciada por demostraciones celestiales ; y como h o m bres de instrucción conocían la profecía de las siete semanas de Daniel, y como hombres de cálculo parecióles que habia de ser aquella, la época en que , según la mente del Profeta, el descendiente de David, habia de nacer. Que los magos admiraban desde el seno de la gentilidad los grandes caracteres de que el Mesías vendría revestido; que conocían las profecías hasta al punto de haberles dado á ellos, ajenos al espíritu judaico, una idea completa de su divinidad, bien lo prueba el acuerdo que tomaron de dirigirse á la Judea en busca del Esperado, llenas las manos de dádivas para depositar á sus pies, como cordial homenaje rendido al Salvador. Donde naturalmente se dirigieron fue á Jerusalen', centro de la vida de Judea , sede de los pontífices y de los reyes delegados por Roma. Grata fue al cielo la resolución de aquellos probos gentiles; y así, dispuso la Providencia que la estrella misteriosa precediera sus pasos , marcándoles desde el firmamento el piadoso derrotero que debian seguir para el divino hallazgo. Llegados á Jerusalen se dirigieron á su r e y , virey ó gobernador regio, que era entonces Herodes, hombre funesto en los anales del Cristianismo, cuya vida detallaremos antes d e p o ner punto final á este artículo. Recibió Herodes á los augustos peregrinos con las considera-

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ciones debidas al distinguido rango á que sus maneras y lenguaje indicaban que pértenecian. Explicáronle cómo habian estudiado las profecías de Israel, el movimiento de los astros y las vicisitudes de la historia, y asegurándole que la historia, los astros y las profecías les daban la convicción profunda de que no podia hallarse lejano el ilustre vastago de David. Que ellos confiaban en su misión,' lo mismo que los patriarcas de la casa de Jacob, y que no querían ser los últimos en postrarse á las plantas de Aquel ante quien el universo no tardaría en rendirse. Suplicaron los magos á Herodes, que puesto que en Jerusalen se hallaban los grandes doctores del judaismo les ilustraran sobre el punto probable de aquella tierra bendita en la que pudiera haber nacido el Esperado. Noticia que los peregrinos anhelaban con tanto mas ahinco en cuanto la estrella que hasta Jerusalen les habia acompañado, se desvaneció al pisar ellos los umbrales de la santa ciudad. Graves fueron las consideraciones que iba sugiriendo en la mente de Herodes la franca y levantada confereucia Con los magos. También el virey conocia las profecías y sabia que al cumplirse cambiaria radicalmente la situación política y religiosa del universo. Creia además, como la mayor parte de los judíos de su tiempo, que el Hijo de David empuñaría espada material, y encendiendo las antiguas guerras, se presentaría con el carácter de conquistador. La idea que preocupó á Herodes, al oir el razonamiento de sus huéspedes, fue la de su destronamiento. Cuanto mas se convencía de la veracidad de los sentimientos por los magos expresados, cuanto mas evidente se le hacia la solidez de las consideraciones por ellos espuestas, cuanto mas reconocía el criterio y la lógica con que ellos discurrían y hablaban, mas crecía en su p e cho la agitación y la tempestad. Manchadas de saDgre estaban ya las gradas de su solio, la pacífica posesión del cetro le costaba la perpetración de algunos crímenes, horrorizábale, pues, pensaren la posibilidad de encontrarse al frente de un competidor, cuyas victorias tenían por garantía la palabra de todos los Profetas. Sin embargo, Herodes supo encubrir-con disimulo los protervos sentimientos de su alma; llegó hasta fingir alegría y entusiasmo por la nueva que le daban los orientales, y protestando que sus deseos eran ver glorioso y próspero al pueblo santo, ofreció convocar á los ancianos y pontífices para que revelaran lo que saber pudieran respecto al nacimiento del Mesías; y así lo hizo. Los príncipes de los sacerdotes y los escribas del pueblo, turbados como Herodes, y como Jerusalen toda, al saber la relación de los magos, deliberaron y resolvieron que Belén era la ciudad de Judá de donde habia de salir el caudillo del pueblo de Israel. Herodes, llamando en secreto á los magos, averiguó cuidadosamente el tiempo dé la aparición de la estrella, y encaminándolos hacia Belén, les dijo: «Id, e informaos puntualmente de lo que hay acerca de ese Niño, y en habiéndole hallado dadme aviso, para que yo también vaya y le adore.» Notable es la circunstancia de haber Herodes llamado en secreto á los magos, como dice el Evangelio, para comunicarles que debían ir á Belén á buscar al Niño y manifestarles que también él quería adorarle. En efecto, solo con secreto y ante personas que ignoraban el espíritu y la vida de Herodes, podia este manifestar deseos de adorar al que de ninguna manera podía convenir se engrandeciera. Proteger al Mesías era secundar la resurrección del espíritu judaico y preparar la decadencia de la situación creada por Roma. Adorar el Mesías equivalía, sobre todo, según la opinión que de su reino Heredes tenia, á contrariar los intereses de su propia casa, y Herodes era incapaz de sacrificar ni el mas pequeño óbolo de su fortuna, ni el menor destello de su gloria en aras de la verdad y de la justicia, ni siquiera de la augusta y viva representación de ambas supremas cosas. En aquel dia Herodes tomó la firme, la inquebrantable resolución de perseguir astuta y eficazmente al Niño, en cuyo favor tuviera las circunstancias de que los Profetas anunciaron que el Salvador vendría rodeado.

sufridas por la iglesia católica.

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Quedó, pues, esperando el regreso de los magos para saber detalles sobre el Niño, que suponían recien nacido, para en vista de las seguras nuevas, adoptar terribles y certeras m e didas. Los orientales salieron de Jerusalen , satisfechos del recibimiento que Herodes les habia dispensado, bien que altamente sorprendidos de que los príncipes de los sacerdotes, los descendientes de los Profetas no hubieran advertido los prodigios obrados por el Señor en aquellos dias. Es que aquel pueblo habia perdido el espíritu de sus tradiciones , y el cielo no se comunicaba con él como en tiempo de sus virtudes. Grande fue la alegría de los fervorosos caminantes cuando al salir de la ciudad vieron r e aparecida la estrella. ¿Qué habrá hecho Jerusalen, se preguntaban, para que el Señor se niegue á derramar sobre ella el resplandor de su celestial luz? y luego, instruidos como eran, r e cordaban las pasadas ingratitudes de Sion, consignadas en los santos libros y decían entre s í : «el Señor no lo habrá olvidado.» La estrella se paró sobre la cueva ó casa donde JESÚS estaba, y los magos entraron en ella, y encontrando al Niño con María su Madre, postráronse, le adoraron, y le ofrecieron presentes de oro, incienso y mirra. Supieron allí que los pastores les habian precedido en sus adoraciones. Los generosos adoradores del Verbo encarnado recibieron en sueños aviso de que no c o n venia regresaran por Jerusalen, por cuanto Herodes abrigaba proyectos siniestros. Volviéronse, pues, por otro camino, según las inspiraciones del cielo. Ellos fueron los ángeles que anunciaron al Oriente el grande suceso de Judea, mientras es probable que Herodes, cuyas adulaciones al cesar llegaban hasta la indignidad, lo anunciaría bajo su punto de vista á los magnates del imperio. El universo iba, pues, instruyéndose. Digno de notarse es que JESUCRISTO tuvo un perseguidor en el mismo instante que Jerusalen supo su llegada á la tierra. El proyecto de su persecución se trazó en el momento mismo de saberse el proyecto de su adoración. Mientras unos pensaban en adorarle, otros r e solvieron matarle. nacido fue , pues, JESUCRISTO perseguido. Sabemos que existen divergencias sóbrela fecha de la presentación de los magos; creen unos que aconteció esta antes que María llevara á JESÚS al templo, mientras otros suponen que fue mucho tiempo después aquella piadosa y opulenta adoración; de todos modos , antes que la persecución se declarara, tuvo lugar un hecho que manifestó el carácter de perseguido con que JESÚS se presentó al mundo. JESUCRISTO

Vamonos al templo de Jerusalen para oir allí tremendos anuncios sobre el destino del Hijo de María. La familia terrenal del Redentor se distinguió siempre por el mas religioso cumplimiento de los preceptos religiosos y por la mas 'puntual observancia de las piadosas prácticas. Sabían María y José que aquel Niño no estaba obligado á las leyes expiatorias de Moisés, porque exento de toda culpa estaba también exento de toda pena; quisieron no obstante sujetar al Hijo á la cruda ley de la circuncisión, por mas que aquel doloroso derramamiento de sangre abriera en sus corazones sencillos vivísima herida. Y como otro precepto legal era el de la presentación de las recien paridas al templo para purificarse ante el altar, llegado el período señalado, tomó María en sus brazos á JESÚS, y lo condujo á Jerusalen. «Habia á.la sazón en Jerusalen un hombre justo y temeroso de Dios, llamado Simeón, el cual esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo moraba en él. El mismo E s píritu Santo le habia revelado que no habia de morir antes de ver al Cristo del Señor. « A s í vino inspirado de Él al templo. Y al entrar con el niño Jesús sus padres, para practicar con Él lo prescrito por la l e y , tomándole Simeón en sus brazos, bendijo á Dios di-

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historia de las

persecuciones

ciendo : ahora, Señor, sacas en paz de este mundo á tu siervo, según tu promesa ; porque ya mis ojos han visto al Salvador que nos has dado, al cual tienes destinado para q u e , e s puesto á la vista de todos los pueblos, sea luz que ilumine á los gentiles , y la gloria de tu pueblo de Israel. « Y á María su Madre le dijo: mira, este Niño que ves está destinado para ruina y para resurrección de muchos en Israel, y para ser el blanco ele la contradicción, lo que será para tí misma una espada que traspasará tu alma (1).» No puede darse un programa mas esplícito de lo que iba á ser la vida del Redentor: cuanto nosotros pudiéramos decir lo comprendió aquel venerable anciano en esta palabra: «este Niño será el blanco de la contradicción.» Esta es la historia de antemano compendiada; la filosofía de la historia, es decir, la e x presión de las causas de aquellas contradicciones características, la expresó el mismo anciano con igual precisión y lo consignó en esta frase: «Está destinado á ser ruina y resurrección de muchos en Israel.» Aquellos cuyo poder, cuya influencia, cuyas inmoralidades vino Jesús á arruinar, f u e ron los que concertándose se levantaron contra Él para evitar su, por otra parte, irreparable ruina. Grandes cosas habían oido las bóvedas de aquel templo santo ; grandes verdades se h a bían anunciado en aquel lugar, pero ninguna vez tan imponente, tan penetrante, tan terrible desde Salomón se habia levantado como la de Simeón diciendo: este Niño,—es decir, aquel del cual era sombra la gloria de David, es decir, Aquel al que invocaban y adoraban las generaciones de Judea en todas sus ceremonias y sacrificios, aquel Niño, que por primera vez entraba en el templo levantado en honra suya, aquel Niño, que ya estaba allí,—será perseguido, y mas que perseguido, será blanco de las persecuciones. Aplazando para otra ocasión la historia de aquel templo, veremos con qué prontitud e m pezaron á realizarse los anuncios de Simeón. María tomó otra vez en sus brazos al Niño, y con la herida profunda abierta en su alma por la voz de aquel Profeta, regresó á su hogar. ¿ Podrá disfrutar allí de paz ? ¿ durará mucho el plácido sosiego en el seno de la santa familia ? Veámoslo. VI. Persecución de JESUCRISTO por Herodes.—Herodes.—Degüello de los inocentes.

Herodes, viendo defraudadas las esperanzas que habia concebido de que los magos le enterarían del lugar y condiciones del nacimiento del Mesías, lleno el pecho de furor empezó una minuciosa investigación. Nunca faltan exploradores á los príncipes ; Judá tenia en aquel tiempo su policía secreta como los poderes de h o y , aun que tal vez no elevada al rango de una institución como en los presentes tiempos. La vida del augusto Infante se hallaba seriamente amenazada, discurriendo según el humano criterio; y la Providencia, que todo lo dispone de suave manera, quería aplazar el sacrificio del Hombre-Dios. Era preciso que la verdad encarnada conversara con los hombres, los instruyera en la recta doctrina y los educara según los preceptos de la ley santa. El Niño divino debia salvarse hasta que, llegando á la edad de varón perfecto, se hubieran cumplido u n a á una todas las profecías referentes á su persona. Sin embargo, Herodes hizo todo lo que es capaz de sugerir á una alma pervertida la ambición ilimitada. Herodes fue el primer perseguidor declarado de JESUCRISTO. (1)

L u c , ii.

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Veamos cual fue su vida, para que los perseguidores actuales se miren en el espejo de aquella conciencia depravada y vean de qué héroes son sucesores, ó en qué tipo y según qué ejemplar han sido hechos. Pocos hombres públicos han alcanzado una prosperidad rápida y colosal como Herodes el Ascalonita. Apenas contaba la edad de veinte y cinco años que obtuvo el gobierno de Judea á causa de sus íntimas relaciones con Casio y Bruto. Marco Antonio le propuso al senado romano para rey de los judíos, para cuya dignidad fue elegido en el año 714 de Roma. Herodes tenia un temible competidor del reino en Antígono, el que fue condenado á muerte por las intrigas de aquel. Casó con Mariámina, á cuyo hermano Aristóbulo confirió el título de gran sacriíicador,. al que mas tarde, á causa de iufuudados celos, hizo ahogar; en el año 724 condenó á muerte á Hircano, su abuelo, á pesar de su ilustre nacimiento y de su ancianidad respetable. Derrotado Antonio, su protector, en la gran batalla de Actium se presentó á Augusto, que se encontraba en la isla de Rodas, del que obtuvo la confirmación de su dignidad de Rey de Judea. A l regresar á Judea, después de haber sacrificado á algunos amigos en aras de sus pasiones, hizo perecer á su esposa, á la cual habia estimado con frenético cariño. Este atentado escitó en su corazón una especie de furor contra todo lo que le rodeaba, y una loca aversión de sí propio. Dispuso que su servidumbre llamara á Mariámina, como si viviese aun y que se le reservara lugar distinguido en todos los actos domésticos y públicos. Devorado por consumidora fiebre cayó gravemente enfermo. En sus delirios evocaba los manes de su esposa sacrificada. A l recobrar la salud se le hizo insoportable la presencia de Alejandra , madre de su esposa, y determinó deshacerse, por medio de un nuevo homicidio, de aquella figura, que le recordaba continuamente su crimen perpetrado. Josefo, el historiador, dice, que Herodes dispuso reedificar el templo ; mas en cambio construyó en honor de Augusto un anfiteatro en el que cada diez años celebraba en obsequio de aquel Emperador, que él llamaba divino, combates y simulacros en los que perecían multitud de gladiadores. Complacían á Augusto tamañas demostraciones , y así fue que en su segunda visita á Siria el Emperador sujetó tres nuevas provincias al mando de Herodes. R e conocido este á los favores de Augusto llevó su impiedad hasta edificar y consagrar un templo á su protector en la Traconitida, elevando á la nueva divinidad una estatua colosal como la de Júpiter Olimpo. La familiaridad de Herodes con Augusto llegó al grado mas íntimo. Sus hijos Alejandro y Aristóbulo formaron parte de la corte del gran Emperador. De regreso de Roma estos sus dos hijos no pudieron librarse del furor de su padre, quien prestando oido á las calumnias contra ellos levantadas por varios enemigos, los sacrificó bárbaramente. Dícese que al saber Augusto este nuevo rasgo de crueldad exclamó: «Preferible es ser cerdo de Herodes que hijo.» Consumido por el enojo y la ambición cayó nuevamente enfermo, y esta vez de tal g r a vedad , que los judíos creían inevitable su muerte, razón por la cual algunos jóvenes piadosos del pueblo, escitados por los doctores de la ley Judas y Matías, destrozaron el águila de oró que aquel príncipe habia colocado en el atrio del templo, contraviniendo á las prescripciones sagradas de Moisés. Desgraciadamente para aquellos jóvenes Herodes v i o restablecida su salud, y en uno de los trasportes de ira que le eran habituales, mandó echar á la h o guera á los autores de aquel acto, que consideró como un desacato grave al imperio. La vida dé los hermanos no tenia valor alguno para el monstruo, que supo contemplar impasible el asesinato de su abuelo, de su esposa, de su suegra, de sus hijos y de sus mas íntimos amigos. ¡Tanta érala sangre que chorreaba de las manos del que, en nombre de un imperio extranjero, empuñaba el cetro del manso David y del pacífico Salomón ! ¡Tales eran los rasgos característicos del gobernador de Judea al nacer .JESUCRISTO ! ¿Qué no debía t e merse de aquel carácter sanguinario? Todo. Pervertido completamente su espíritu, petrificado su corazón, no teniendo por guia sino

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el sórdido del interés, Herodes, que con la repetición de los crímenes homicidas habia i m puesto silencio á su conciencia, se sentía dispuesto á perpetrar cualquiera barbaridad para permanecer en el trono á que habia llegado por el camino de la villanía y de la bajeza. Buscar el Mesías para derramar su sangre y acrecentar el charco formado a sus pies por la de sus parientes, esposa, hijos y amigos fue el objeto de sus preocupaciones desde su conferencia con los magos. El ángel del Señor velaba no obstante por la conservación de la vida preciosa del Mesías ; sus alas estendidas sobre el sagrado hogar formaban la celestial techumbre que abrigaba aquellos tres corazones, modelos de virtudes. No sospechaban que apenas nacido el Hijo del cielo, ya tuviera en la tierra quienes meditaran su exterminio; aunque siendo por decreto del Eterno todo lo que en Nazaret acontecía, bien podia vivir tranquila aquella familia augusta, en la que estaba depositada todo el valor de la Redención humana. En el silencio de una'noche, cuando el laborioso esposo de María descansaba tranquilo de los trabajos de la jornada, el ángel se le aparece para decirle: «Levántate, toma al Niño y á su Madre y huye á Egipto y estáte allí hasta que yo te avise, porque Herodes ha de buscar al Niño para matarle.» Así el Redentor de Israel, Aquel que habia descendido entre los hombres para constituir en la tierra la patria tranquila y feliz del género humano, se veia obligado á dejar su propia casa, su propio país y á sufrir esta'pena profunda que se llama expatriación. Ya bajo cierto punto de vista se habia expatriado del cielo JESÚS ; ya habia descendido del cielo, patria de la gloria, para vestir la para Él extranjera forma de la humanidad; y para ello habia escogido la tierra de aquellos patriarcas que tanto habian invocado su venida y de aquellos profetas que tan detalladamente le habian descrito á fin de que la generación que le viera le reconociera y le adorara; y sin embargo, aquel país le rechaza, los descendientes de aquellos patriarcas le ven y no le conocen, y como el hijo de Jacob, para no ser esclavizado y muerto por sus hermanos, debe ser trasportado al idolátrico Egipto. ' Levantándose José tomó al Niño y á su Madre de noche y se retiró á Egipto, donde se mantuvo hasta la muerte de Herodes, de suerte que se cumplió lo que dijo el Señor por boca del Profeta : « Y o llamé del Egipto á mi Hijo.» Como Moisés, JESUCRISTO tuvo en Herodes un Faraón tiránico, que atentó contra su v i da, atentando contra todos sus compatricios y coetáneos. Aquel decreto del rey do Egipto: «Todo varón hebreo que naciere echadlo al rio,» fue el modelo de aquel otro decreto del rey de Judea: «Todo niño judío, cuya edad no esceda de dos años, será degollado.» Mas así como á pesar de haber muerto miles de hebreos, se salvó en frágil cestilla el l i bertador de Israel, también se salvó el Libertador del mundo, á pesar del bárbaro y universal degüello de infantes por Herodes decretado. De todos modos el cuadro de la degollación de los niños inocentes sintetiza lo que enfurecía á Herodes la idea del menor quebranto que su cetro y sus intereses podrían correr, y todavía es preciso reconocer en el mismo cuadro algo mas trascendental y significativo para el porvenir del Cristianismo, que iba entonces á fundarse. ¿Puede darse programa mas elocuente y expresivo de las persecuciones que esperaban á la nueva Iglesia que el de un grupo de millares de inocentes, arrebatados de los brazos de sus madres y degollados en aras ¿de qué principios? de ningún principio, ¿de qué intereses p ú blicos? de ningún interés público; degollados en aras de un interés privado, en aras de las pasiones de un déspota? Niños fueron las víctimas escogidas por Herodes, para que nadie pudiese dudar de su inocencia; niños, áfin de que la inocencia manifiesta en ellos revelara de antemano el fondo de todos los procesos que en los siglos venideros debían formarse contra el Cristianismo. • A l leer las grandes persecuciones que ha sufrido la Iglesia de Dios; al recordar y experimentar los tremendos combates que son el patrimonio de su vida social, trasládase la imagi-

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nación al oriente del Cristianismo, y ante el espectáculo de los infantes degollados solo porque JESÚS no viviera, comprende el alma cuan inveterado es el móvil entre las pasiones indignas y las santas virtudes; entre los que son en la tierra personificación miserable del egoismo y Aquel que vino á dar testimonio glorioso de la verdad y á robustecer el débil cetro de la justicia. Degollaron álos niños para que no viviera JESÚS, ¡cómo, pues, no degollaríanálos h o m bres justos que se propusieran establecer, sostener y propagar el reinado de JESÚS ! ! ! La insaciable ambición del egoismo cubrió de luto al pueblo hebreo, llenó de amargura, ó mejor, traspasó de aflicción el alma de las madres, ensangrentó los hogares judaicos y presentó" á la historia la mas horrorosa hecatombe , producida por el ciego delirio de los adversarios de la regeneración humana, ¡qué puede concebirse mas desastroso y repugnante! Y sin embargo la historia del Cristianismo es un drama compuesto de escenas de índole tan lastimosa como la de aquel degüello. No sin misterio fue por la Providencia dispuesto que junto, no lejos de la cueva en que nació el Salvador, fueran depositados ó arrojados los huesos de los niños martirizados á causa de JESUCRISTO por el prototirano de la Iglesia. Herodes no tardó á recibir el castigo merecido á su. incomparable crueldad. Hé ahí cómo el historiador Josefo cuenta los detalles de la enfermedad que le condujo prematuramente al sepulcro. Hay crímenes que Dios castiga ya en la vida, porque su enormidad reclama pronta expiación: «Un ardor lento consumía 3^ devoraba su pecho, un hambre insaciable le tenia continuamente desazonado; ulcerados estaban sus intestinos, lívidos y hendidos sus pies, contorcidos sus nervios, su respiración pesada y tan corrompida, que era imposible permanecer en su compañía ni siquiera por rápidos momentos. La parte inferior de su abdomen se convirtió en criadero de gusanos que roian su carne.» Tal fue la situación de Herodes, quien, á pesar de sentir vivamente la mano de Dios que le heria, no quiso inclinar su frente ante el cielo. Falto de resignación intentó varias veces apelar al suicidio. Y a es costumbre , providencialmente establecida, que los déspotas que han azotado sin piedad á culpables é inocentes, sean los que menos sepan arrostrar los infortunios de la vida. Desesperábanle las úlceras abiertas en su cuerpo, á é l , que tantas úlceras de dolor habia-abierto en ajenos corazones; irritábase ante la muerte é l , que impávido, átantos inocentes habia arrojado al sepulcro. Y como á monumento eterno de la ultrabarbarie del primer perseguidor de JESUCRISTO, queda consignada en la necrología de aquel monstruo la orden que dio á su vicegerente , de que al espirar se degollara á una porción de personas distinguidas, á fin de que no gozara el país mientras sufriere su familia. •• Su muerte fue la señal de una explosión de regocijo. Josefo afirma que no se ha conocido príncipe mas iracundo, ni mas injusto que Herodes; ni tampoco quien le aventajara en fortuna, pues nacido en la oscuridad llegó á sentarse en el trono, y se sostuvo en é l , no obstante las continuasy graves vicisitudes de toda especie que agitaron su reinado. Pasemos ahora á ver los episodios de la expatriación de JESUCRISTO á Egipto, ¡qué diferente colorido el del cuadro que va á descorrerse á nuestra vista, del que acabamos de examinar, lleno el pecho de santa indignación!

HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

«Jesucristo expatriado.

En los albores de su vida mortal JESUCRISTO, que venia ¡1 reconstituir la patria terrenal del género humano, quiso devorarlas amarguras de la expatriación. La crueldad de Herodes, decretando la muerte de los niños hebreos, llenó de sobresalto a la Virgen Madre, cuya angustia incomparable no procedia de la falta de fe en el cumplimiento de la redentora misión de su divino Hijo, sino de la certidumbre de que íbanse á presenciar las escenas desoladoras de un des-, potismo que habia de antemano inspirado sentidos lamentos a un profeta glorioso. Sabíanlos augustos desposados de Nazaret que no faltaría un portento que salvara de la muerte al que venia á vivificar al m u n d o ; empero apesadumbrábales la certidumbre de que los enemigos jurados déla redención agotarían los recursos de su inmenso poder para apresurar el deicidio, llevando la persecución hasta los límites de lo imaginable. La perspectiva del degüello de mil inocentes criaturas y del dolor de tantas madres acongojaba el corazón de la que Dios habia predestinado para ser tipo perfecto de maternales sentimientos. Enjugar las lágrimas de los afligidos era la aspiración de aquella familia santa, que veia inminente que antes de ser consuelo de desconsolados, era causa involuntaria del derramamiento caudaloso de sangre pura. ¿ P o s traríase la sentimental Virgen ante el Altísimo, y exhalando la expresión elocuente de sus humanitarios afectos, suplicaríale se dignara librarlo del dolor de ser testigo presencial del gran crimen, de la tremenda hecatombe? misterio es este que ha de quedar velado al historiador. Todo lo elevado y exquisito puede suponerse en aquella alma, destello el mas perfecto de la generosidad divina. JESÚS no podia morir aun; pero podia padecer. El eterno Padre, sin privar á su Unigénito la gloria de este padecimiento, decretó el dolor de la expatriación, amenguado por él lenitivo que proporcionó al corazón de María y José el alejamiento del teatro de las herodianas crueldades..

El ángel del cielo, aparecido en sueños á José, expresó que era voluntad soberana dejaran el patrio suelo él, el Hijo y la Madre y se dirigieran á Egipto. La orden fue inmediatamente cumplida. La tierra de los patriarcas era indigna, por su ingratitud, de hospedar al Esperado de las naciones. Egipto obtenía el privilegio de ser el refugio del Salvador, r e c o giendo la gloria cuyo esplendor desconocía la Judea. Las penalidades de los expatriados de todas las épocas iban á ser santificadas pasando por el corazón sacrosanto del Niño-Dios. Las almas dé los Patriarcas que sufrieran en Egipto el destierro sintiéronse poseídas de santo alborozo. El CRISTO iba á sudar sobre los campos queellos regaron con su sudor; iba á llorar sobre la tierra en que ellos lloraron; iba á sufrir allí mismo donde ellos tanto sufrieron; el desierto, que ellos habían recorrido esperando la posesión del país prometido, iba á recorrerlo Aquel por cuya fe ellos combatieron peregrinando; sobre las huellas de sus pasos iba á imprimir la divina planta el Descendiente de Abrahan; JESÚS iba á sumirse en los recuerdos del país que ellos habían recorrido y á esperar el regreso á aquella patria, dulce y constante ideal de sus esperanzas. La poesía cristiana ha encontrado en la tradición religiosa temas fecundos para admirables descripciones de aquel viaje maravilloso. La fe y la ternura de la piedad legaron á la historia cuadros verdaderamente conmovedores de los trabajos padecidos por la desterrada familia, en aquel período de penuria y de peligros. Ningún itinerario será recorrido por tantas imaginaciones fervorosas como el de Nazaret á Heliópolis. Solos lo trazaron los tres sagrados viajeros; pero los santos y los poetas de todos los siglos los han acompañado después con respeto y admiración.

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No nos incumbe en este libro detallar los episodios del famoso viaje de la familia sacra á Egipto. Bástenos consignar el hecho de la expatriación de JESÚS ante la amenaza de su d e güello, para comprender cuan pronto empezó á cumplirse la profética palabra del sacerdote Simeón: «Este será el blanco de las contradicciones humanas.» No pudieron sus enemigos quitarle la vida; pero le alejaron de la patria. Y ¿de que patria? de la que no era gloriosa

T E N T A C I Ó N DU N U E S T R O S E Ñ O R

JESUCRISTO.

sino por É l , de la que El habia distinguido con el sello de incomprensibles portentos; patria envidiada por su ley y por su fe ; patria distinguida por las notabilidades que la fe y la ley en ella engendraron; y la ley y la fe de que nació la grandeza de Israel eran la ley suya, porque solo El es el Verbo legislador en el paraíso y en el Sínai y la fe suya, porque en El creian y esperaban, de Adán á Esdras, todos los grandes hombres que no fueron g r a n des sino porque supieron ser creyentes. Hubo de abandonar aquella patria , que por El iba á obtener el dictado glorioso de Tierra Santa, j para cuya posesión y defensa habian de librarse en el porvenir sangrientas luchas; cuya visita habia de ser objeto de los deseos de T

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niSTOllIADE LAS PERSECUCIONES

las almas mas piadosas, solo porque É l , augusto expatriado, la pisó con sus plantas, la consagró con sus sudores, casi la divinizó con su sangre. Ahuyentábalo de su seno aquella patria, por Él tan querida, como que viéndola un dia personificada en Jerusalen, exclamó: «Como la gallina anhela recoger debajo sus alas á los polluelos, así yo he querido congregar á mi sombra todos tus hijos.» La pena de la expatriación fue para JESÚS tanto mas penosa cuanto era horrible la pobreza y escasez de su familia, cuanto era arduo y pesado el camino que hubieron de recorrer, cuanto era enemigo de Israel el idolátrico Egipto, lugar escogido para refugio. Pero si no seguimos las tristes vicisitudes del itinerario recorrido por la familia de Nazaret, si no consignamos los episodios que nos cuenta la ascética tradición, debemos, sin embargo, preguntarnos ¿ por qué el rigor cruel de Herodes contua el hijo de una familia oscura en la vida pública del país? Es incuestionable que los acontecimientos sobrenaturales que acompañaron la natividad de JESUCRISTO, solo impresionaron á un reducido número de i s raelitas y á contados gentiles. Algunos pastores, cuyos nombres no ha conservado la historia, tres grandes señores, ricos y sabios, en sus regiones, pero cuya celebridad científica y cuya influencia debia ser puramente "local, pues no figuran en los anales de las celebridades contemporáneas suyas, fueron los únicos testigos de los misterios de la entrada de JESUCRISTO al mundo. Los príncipes de la Sinagoga, las tribus de la Judea no sospechaban, porque no se apercibieron ; no hubo protestas, porque el suceso, cuya -importancia habia de trascender al estado general de la humanidad, apenas traspasaba los límites de un suceso doméstico. Los pocos que adoraron á JESÚS eran ó sencillos pastores, incapaces por su aislamiento montesino de comunicar al pueblo la celestial llama de los sentimientos encendidos en sus pechos por el beso de sus toscos, pero puros labios; ó gentiles, extranjeros en Israel, que no h u b i e ran sido creídos de los dogmatizadores, aunque con elocuencia hubieran revelado algo de lo que habian visto y de lo que habian sentido. Además, la situación de los hebreos era tal, que con frecuencia se anunciaba la aparición del Esperado, y á fuerza de anuncios desmentidos cundió el desengaño y la ilusión. ¿ Por q u é , pues, dio Herodes tanta importancia á la vaga noticia de los lejanos príncipes , sobre el nacimiento del misterioso Niño y quizá el confuso relato de algún devoto i s raelita ? Sin duda porque Herodes estudió la cuestión en las verdaderas fuentes. Informaríase del significado de las profecías, conocería que la situación de Israel y del mundo de antemano prevista y descrita, como la de la época del Redentor, eran las mismas de aquel tiempo; reconocería que los detalles de los santos príncipes venían comprendidos realmente en los sagrados anuncios, y confundiendo el carácter de las esperanzas materialistas y temporales de los israelitas degradados con el genuino carácter del Regenerador, diríase para s í : «hablase del nacimiento de un R e y , cuando Israel espera un R e y ; de la regeneración de un pueblo, cuando este pueblo tiene ineludible necesidad de ser regenerado, yo haré oposición á estos planes.» El degüello de los belemitas contemporáneos del anuncio fue la idea que abrazó como un argumento concluyente contra todo futuro pretexto de legitimidad. No escrupulizaban los gobiernos de aquella época sobre los medios de llevar adelante sus proyectos i n i cuos. Hoy apenas se concibe el hecho del degüello de los niños por Herodes; pero cuándo la esclavitud era una de las instituciones sociales, cuando el derecho de vida y muerte era reconocido como prerogativa de determinadas individualidades era hecho ordinario lo que hoy es inconcebible. De todos modos resulta que la causa de la expatriación de JESÚS fue lo que hoy se llama una razón de Estado. La política egoísta se oponía á cuanto pudiera conducir al ennoblecimiento y á la dignidad del hombre y de los pueblos; y basta la lectura de las profecías referentes á JESUCRISTO para comprender que debiendo ser justiciero y misericordioso el Mesías esperado,

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no podia convenir su reino á los que fundaban su existencia política y social en la abyección de la plebe y en el despotismo de la soberanía. Natural es, por consiguiente, que repugnara á Herodes todo lo que allanara el camino á la exaltación de A_quel que debia conseguir que se encontraran y abrazaran la misericordia y la verdad, la justicia y la. paz, como David escribió se realizaría bajo el imperio de su descendiente según la carne. Herodes declaró la guerra á JESUCRISTO precisamente porque vio en los detalles del anuncio de su venida algo inmensamente mas importante, que en la auréola de popularidad de que se pretendían rodear los impostores pretendientes del título mesiástico. Aquella oscuridad del nacimiento de JESÚS acompañada de demostraciones astronómicas y de adoraciones de sabios y de pastores, impresionaba su ánimo interesado en la continuación de la d e pendencia de Israel. De ahí la.inhumana medida adoptada. Aquella fue la primera persecución del poder humano contra el Verbo encarnado. El p r i mer tiro dirigido contra el Redentor lo disparó la razón de Estado. Las humillaciones c a u sadas á JESÚS por el mundo empezaron por la expatriación, bien que en ella el Enviado quiso ostentar la omnipotencia y sabiduría de su divinidad; la gloria del Verbo descubrióse junto al oprobio del hombre: JESÚS dio en Egipto pruebas de que no era un simple expatriado, sino un expatriado Dios. Por esto los ídolos, al sentir impresos en el suelo egipciaco las plantas del Niño de Belén, estremeciéronse sobre sus altares , rajáronse las aras de los politeístas sacrificios y no faltaron augurios de extraordinarios acontecimientos en el sacro olimpo. Pero ¿ quién habia de presumir que el aparente hijo del carpintero fuese el Hijo todopoderoso del eterno Padre? Dilatado y anchuroso horizonte de consideraciones se descubre á nuestra imaginación pensando en el viaje de JESÚS á Egipto y en su estancia allí. No sin profunda significación fue escogido el Egipto entre todos los países para morada hospitalaria del Restaurador de la d i g nidad humana. ¿Por qué el Egipto? Es que aquella fue la tierra que en los apuros de los hijos de Jacob les abrió generosa sus puertas. En ella reinó José y fueron bendecidos los jefes de las doce tribus; en ella nació Moisés ; en ella desplegaron la fortaleza de su fe los adoradores del Dios verdadero, con una perseverancia creciente á medida que se multiplicaban las tentaciones idólatras, Egipto habia sido la escuela económica é industrial del pueblo santo. De antemano Dios, que todo lo dispone de suave manera, preparó la organización del Egipto para que fuera en su dia el país donde se formara y robusteciera la nacionalidad de sus escogidos. «Llegado el momento de la ejecución de los designios celestiales, Egipto no es sino el instrumento sometido á los destinos de Israel. Confúndense de nuevo las propiedades individuales, y decrece el espíritu intolerante de nacionalidad, á fin de dejar libre la entrada y las posesiones á los extranjeros que el Señor introducirá. El hambre extraordinaria y persistente permite al Rey comprar, según consejo de José, todas las tierras de los egipcios, y luego el fértil país deGessen se franquea á los hebreos. Y para evitarla murmuración y las oposiciones á la libre entrada de las familias extranjeras, son separados de los consejos del Rey los ministros egipcios, y el hebreo José es llamado á sentarse á la derecha de Faraón. Y tan profusamente bendice Dios aquel reino, gracias a l a presencia de aquel poderoso extranjero, que la introducción de su familia en el país y los privilegios que se le otorgan son hechos reconocidos como la satisfacción de una deuda sagrada de gratitud. Y" este providencial reconocimiento , no solo existe mientras comienza á formarse el pueblo santo, sino que persevera hasta que, suficientemente formado y desarrollado, se encuentran en medio de una generación y de un rey, que no ha conocido á José. En interés al libré y rápido desarrollo de su pueblo, el mismo Señor fue quien, según la notable expresión del texto sagrado, introdujo la casa de Jacob en la rica y fértil región de Gessen, país, que según un antiguo escritor, era entre todos los países , el mas próspero por naturaleza, el mas cultivado por el arte y el mas enriquecido por los m o -

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narcas. Durante la permanencia de Israel en Egipto concedióle Dios constante paz á merced de la que pudo aquella bendita casa crecer tranquilamente sin ser diezmada por la guerra, ni trastornada por conmociones interiores; semejante á un padre que envia á su joven hijo á la escuela de un inteligente maestro, el Señor, que con frecuencia sigue los humanos procedimientos , se dedica a la formación de su pueblo y le envia á ejercer el aprendizaje de las artes útiles y de las ciencias prácticas al pueblo mas hábil y mas ilustrado de aquel tiempo, al centro entonces de la civilización mas floreciente (1).» La actividad de los egipcios era correspondiente á la fertilidad de su tierra. La agricultura conservaba en sus moradores la sencillez y probidad que parece mejor radicarse entre los campesinos. Los reyes de aquel pueblo guiaban personalmente los carros simbólicos en las ceremonias sagradas con que inauguraban el año rural. Con escaso sudor era inmensa la producción. «Para concebir una idea de la fertilidad del Egipto, dice Mr. Champollion, basta decir que la tierra produce cada mes flores y frutos.» Profusión de plantas, sustancia de frutos, frondosidad universal son los distintivos de aquel país, que la Escritura santa compara al Jardín del Señor, al Edén. Allí condujo Dios á Israel; de aquella aprovechada escuela hizo discípulo á su pueblo elegido. Verdad que la incondicional protección de los primeros años se convirtió después en penosa servidumbre; pero, como hace notar oportunamente Mr. Leroy, «aquella opresión obedeció á los designios providenciales, pues considerando á los hebreos como sus operarios confiáronles la ejecución de los trabajos públicos, pudiendo así habilitarse en la ejecución de las grandes obrase iniciarse completamente en la ciencia egipciaca, cuyos secretos les hubieran ocultado si en vez de ver en ellos los ejecutores de las obras , hubiéranseles presentado como peligrosos rivales.» La libre y activa cooperación délos hebreos en la vida industrial, artística y económica de aquel país, les amaestró en los mas importantes ramos de la economía general de aquel pueblo modelo. Porque en él, aliado déla agricultura, florecían los talleres artísticos y los centros industriales. El Estado gozaba de una organización política y administrativa completa é inteligente. Las artes liberales seguían el progresivo movimiento de las matemáticas , de la mecánica, de la astronomía. Egipto se movia con perseverancia por toda la vasta esfera de la actividad humana, explorada y explorable en aquellos dias. Israel servia y estudiaba; daba á los egipcios sus sudores y recibía de ellos sus conocimientos. Volvamos á la idea primitiva. El Egipto era la escuela de aquel pueblo. Así es que Moisés, el gran organizador y caudillo de los hebreos , aprendió toda la parte humana y natural de su ciencia política y diplomática en el palacio de los Faraones. Sentóse en los escaños de los colegios sacerdotales; contóse entre los alumnos de los mas distinguidos maestros , contemporáneos suyos, distinguiéndose por su talento y por sus vastos conocimientos en aritmética, en geografía, música, medicina y en jeroglífica ; de modo que independientemente de la misión sobrenatural que Dios le confió, podia prometerse ocupar un puesto preeminente en el orden natural entre las eminencias de su tiempo; hubiera sido un genio de Egipto si no le destinara Dios á ser el legislador de Israel. Habían ido á Egipto los israelitas siendo solo sencillos pastores; volvieron ala tierra de Canaan capaces de elevar al culto de Dios la obra mas artística de aquel siglo, el tabernáculo santo. Todos los progresos artísticos del Egipto son allí aplicados y escedidos. Admirables trabajos de dibujo, de fundición, de escultura, de tejido, de ornamentación, casi diremos de escenografía, clan la medida del trecho recorrido en la esfera de los conocimientos humanos por Israel desde Jacob el pastor hasta Moisés el artista. El Señor, que formó para El aquel pueblo, decretó que para Él se instruyera. Los designios divinos se cumplieron. JESUCRISTO, perseguido por Herodes, obligado á la expatriación, quiso escoger por asilo el país que habia dado generoso hospedaje á los antiguos patriarcas. Escogió por lugar de des(1)

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tierro el que fue destierro de sus antepasados, premiando con su visita infantil los sufrimientos históricos de su pueblo, y los servicios á su mismo pueblo prestados á Egipto. La tierra que acogió á José y á Jacob, aquella en que habian sido bendecidos los padres de las doce tribus, fue la señalada para ser visitada por Él. Allí le invocaron gimiendo y trabajando las tribus, allí apareció É l , ocultando su omnipotencia divina tras el velo de la flaqueza humana. Sagrado era el camino recorrido por JESÚS. Siglos antes, el pueblo judío, librado de la esclavitud de Egipto, habia divagado por aquellos mismos lugares. Aquellas vastas llanuras, mares de parduzca arena, aquellas enrojecidas peñas levantándose en medio de las regiones fértiles, las playas de los mares, las orillas de los rios formaban la decoración del teatro en el que Jehová habia ostentado su poder, su amor y su gloria. Aquel era el firmamento por el que habian cruzado las columnas de nube- y de fuego, manto contra el ardor del sol, luz contra las tinieblas de la noche, expléndido aquel, encendida esta sobre Israel por el ángel del S e ñor ; aquella era la tierra sobre la que el cielo habia llovido el rnaná^ el mas portentoso alimento probado por los mortales; aquellos eran los campos donde descansaban esparcidas las cenizas de los que murieron batallando para el cumplimiento de las profecías; por allí pasaron los caudillos y las muchedumbres; aquellos eran los aires que habian trasportado á las nubes los clamores del pueblo en sus derrotas y sus cantos de alegría después de sus victorias ; por allí habian pasado los restos de Jacob, en dias prósperos, y los de José, en hombros de Benjamín, Efraim y Manases en los adversos; JESÚS pudo ver erguida, coronada de g l o ria la cúspide del Sínai, 'monte hasta entonces sin rival, cúpula augusta desde la que la ley de la justicia fue dictada al género humano, y cuya gloria no podia ser eclipsada sino por la futura gloria del Calvario. Cuando Israel cruzaba aquellos accidentados lugares, ignoraba que un dia los surcos de sus carros y las huellas de sus plantas serian coronadas por la planta sagrada del deseado de los collados eternos. Ignoraba Moisés que marchando de Egipto á la tierra de Jacob, trazaba el camino que recorrería el Esperado desde la tierra de Jacob á Egipto; que los cantos del pueblo que pasaba del destierro á la patria serian seguidos por los gemidos del Niño-Dios que se dirigiría de la patria al destierro. Y sin embargo, lo que Moisés no pudo adivinar, aconteció en los albores del augusto descendiente de Abrahan. «En la realidad de su infancia humana, dice e l P . Faber, el mismo Criador atravesó aquel desierto histórico, deshaciendo el camino del Éxodo, yendo á refugiarse á Egipto, arrojado de la plácida tierra de los cananeos por el mismo pueblo que Él habia guiado por medio de la columna de fuego, por el pueblo cuyas batallas habia Él coronado por la v i c toria , y á cuyas tribus habia dado posesión de sus respectivos campos, según el peculiar carácter de cada una. Allí estaba María con su Magníficat, en lugar de Miriam y de su entusiasta cántico á la orilla del mar; habia allí otro José, mas grande y querido que el antiguo patriarca, pues este habia salvado la vida de los hombres, economizando el pan de Egipto, y este debia guardar, en el mismo Egipto, el pan vivo de la vida eterna.» F u e , pues, la visita de JESUCRISTO á Egipto una gloriosa recompensa dada personalmente por el Salvador á los beneficios dispensados á su pueblo por los Faraones y su sociedad. La sacra via del desierto habia sido el teatro donde tuvieron lugar aquellas escenas c a racterísticas del pueblo de Israel, que simbolizaron de antemano los rasgos principales de la vida del Mesías y de la historia de su venidero pueblo. Las páginas del Cristianismo parecen borroneadas anticipadamente en las que nos cuentan el destierro y la peregrinación de los hebreos. Israel trazó el diseño, JESÚS efectuó la realidad. Apercibióse el genio de Hipona de esta sorprendente analogía y la consignó en algunas animadas líneas : « E l pueblo de Israel , dice, es conducido al través del desierto; marchan por un desierto los bautizados, que no ven la patria, empero esperan con perseverancia llegar á ella; no abandona CRISTO á estos como no le faltó á aquel la columna protectora. Si allí, en el desierto, se endulzaron las aguas amargas, amánsanse. aquí á la señal de la Cruz los enemigos del pueblo creyente. Vemos allí doce fuentes regando setenta palmeras, figura de la gracia apostólica que riega al

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pueblo en las siete decenas representadas para que con la gracia de los siete dones del E s píritu Santo, pudiese cumplir los diez preceptos del Decálogo. Estendiendo los brazos en forma de cruz Moisés disipó la muchedumbre de enemigos que interceptaba el paso á Israel, elevando una serpiente de cobre sanábanse las heridas causadas por las mordeduras de v í b o ras venenosas; lo que aquella simbolizaba exprésalo esta palabra: Como exaltó 3/oisés la serpiente en el desierto conviene sea exaltado el Hijo del Hombre, para que cuantos creyeran en El no perezcan, sino que obtengan la vida eterna; celebróse la Pascua inmolando el corder o ; inmolóse CRISTO, de quien fue dicho: Este es el cordero que quila los pecados del mundo; prohibióse á los israelitas que celebraban la Pascua quebrar los huesos de la víctima; ningún hueso de CRISTO fue quebrado en la Cruz, según aquello: No se quebrará ningtmo de sus huesos. Tiñéronse de sangre los lindeles de las casas de los hebreos para que el ángel no hiriere á los primogénitos; las frentes de los hijos del pueblo cristiano marcáronse con señal de protección. A los cincuenta, dias de celebrada la Pascua promulgóse la l e y ; el Espíritu Santo desciende á los cincuenta dias de inmolado CRISTO.» Sembrado, pues, de recuerdos estaba Egipto y su camino; JESUCRISTO veia á derecha y á izquierda del sendero de su peregrinación lugares y monumentos que significaban los preciosos incidentes de su comenzada vida. El paso de JESÚS por allí era como una aceptación explícita del itinerario moral que los profetas le trazaran; equivalía á decir á los patriarcas: «pensasteis exactamente de m í ; seré lo que vosotros creísteis que seria; vuestro simbolismo será mi historia.» Tuvo además otro objeto aquella peregrinación forzada del Niño-Dios. Si visitando al hospitalario Egipto JESÚS se mostró agradecido á los beneficios dispensados á Israel, sufriendo El la expatriación santificó y honró la próxima expatriación de sus discípulos. A l ondear por primera vez en el mundo la bandera cristiana, los poderes gentílicos arrojaron á los adoradores de la verdad lejos de sus respectivas patrias y de sus íntimos hogares. La expatriación fue en el principio y aun continua siendo hoy una de las medidas adoptadas contra los confesores de la ley de JESUCRISTO ; desde los proscriptos de Roma por Nerón hasta los relegados por el Czar á la Siberia, ha cesado en muy cortos intervalos de oirse el lamento de los desterrados. La escena conmovedora de Nazaret se ha reproducido y se reproduce con viveza. Mas los creyentes obligados á dar un « á Dios» penoso á su casa y á su patria consuélanse recordando que el Redentor , en su infancia, siguió antes que ellos el camino que á tierra extranjera debia conducirle. Aquella alegría, que hubiera conmovido á los patriarcas durante su estancia en Egipto si hubieran previsto que el Mesías que esperaban honraría su cautiverio haciéndose cautivo el mismo, siéntenla los confesores de la ley moderna, cuándo r e cuerdan en su expatriación que el llanto del destierro humedeció los ojos del divino JESÚS. * La leyenda inspirada en la tradición popular habla de ciertos estupendos prodigios obrados por JESÚS á su llegada á Egipto. El carácter histórico de esta obra no nos permite expresar los sentimientos de que se halla poseida el alma, al figurarse tambaleando sobre sus p e destales aquellos ídolos rodeados del incienso, objeto de las adoraciones del fanatizado p u e blo. De todos modos, dado que no hubiese querido el Niño-Dios ostentar de una manera visible y palpable su poder sobre los dioses de madera ó de plata, es indudable que la mirada del Verbo encarnado hirió de muerte la antigua y ya vieja idolatría. Lá idolatría propiamente dicha no se ha levantado, ni podrá levantarse mas de las ruinas en que la hundió en su misma aparición el soplo dominador del Hijo del Dios único. En aquellos dias Egipto alcanzó la plenitud de la gloria. Ninguno de sus ilustres monarcas dióle celebridad comparable á la que recibió de la visita del entonces oscuro descendiente de David. Pero no era llegada la hora de rasgar el velo de los trascendentales misterios que venia á explicar el Verbo allí refugiado. Probablemente el Egipto «no hubiera rechazado á JESÚS , como lo rechazó Israel. Este pe caba por dureza de corazón , aquel por obcecación de inteligencia. Egipto veneraba á Apis,

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ser virginal en cuyo seno se verificaba la incarnacion de Osiris. El dogmatismo de Osiris v e nia ¡i reflejar un destello de la idea del Verbo, del Mesías hebraico, ¿quién era capaz de convencer al sacerdocio egipciaco que el Apis verdadero habitaría algunos años en Heliópolis ó en Matana? Convenía a los eternos designios aplazar la revelación de la divinidad del Niño expatriado. No estaba designado Egipto para aclamar el primero al que eligió sangre y carne de Israel para redimir al mundo, ni para ser el instrumento de la pasión y de la muerte del Enviado: Israel habia guardado la verdad revelada al través de los errores gentílicos y paganos , pertenecióle, pues, la gloria de poseer la verdad encarnada para el triunfo de la revelación. Israel habia sido el primer pueblo creyente en el Mesías, el Mesías queria que Israel fuera el primero que conociera su gloria: el primer templo levantado en honor del Dios verdadero fue el templo de Jerusalen; pues bien, la divina víctima quiso ser sacrificada en un altar levantado en Jerusalen, ciudad que edificó el primer templo. El torrente de Cedrón eclipsó la celebridad del Nilo. Judea y la Galilea fueran escogidas para presenciar los milagros de la vida de JESÚS, el Calvario para ser el imponente altar de su muerte. Meníis, Atenas y Roma buscaron la inmortalidad de sus grandezas por humanos procedimientos ; Israel solo habia aspirado á ser grande por la fe. El Redentor premió su fe q u e riendo vivir y morir en medio de su pueblo. La expatriación no.fue sino un episodio del drama divino. No ha" podido aclararse hasta hoy la duración del período en que JESUCRISTO estuvo expatriado en Egipto. Epifanio señala el tiempo de dos años; Nicóforo cree que fueron tres los años de la expatriación; Barradlo la estiende a cinco ó á seis; Ammonio de Alejandría asevera que fueron siete; Baronio opina, en vista de varios cálculos, que Nuestro Señor fue llevado á Egipto durante el primer año de su edad y regresó á los nueve; Suarez se inclina .á la opinión de Baronio, bien que conviene en la falta de datos para formarse juicio definitivo sobre este particular. Resulta unánime la opinión de que la Sagrada Familia hubo de esperar durante muchos meses en el destierro el desvanecimiento de la atmósfera de crueldad formada en el palacio de Herodes. No es presumible que esta se desvaneciera en el reducido espacio de dos años; por esto nos inclinamos á creer que al regreso á la patria JESÚS seria muy crecido. El ángel que dio á José la orden de marchar de ya voluntad divina dejara el Egipto, con su Esposa la forma con que la celestial orden fue comunicada : y vete á la tierra de Israel, porque ya han muerto

Judea fue el que le comunicó que era y el Niño. El santo Evangelio trasmite Levántate, loma el Niño y á su Madre los que atentaban á la vida del Niño.

La primera faz de la persecución habia terminado. El gran perseguidor no existia y a , pero ¡ a y ! uno de sus hijos, Agrippareinaba en vez de su padre, y el otro Herodes Antipas desempeñaba la tetrarquía de Galilea. La Sagrada Familia venia, pues, á cobijarse bajo el c e tro de una familia enemiga. Creyó José que la Galilea ofrecería menos peligros para la tranquilidad de"su estancia, y escogió áNazaret con preferencia á Jerusalen, como lugar de su permanencia. La muerte de Herodes el grande desvaneció las preocupaciones surgidas cuando el nacimiento de JESUCRISTO. Israel no habia visto nuevos prodigios que le alarmaran; CRISTO venia de Egipto, habiendo pasado las fronteras de la tierra de promisión sin el aparato con que un dia las pasara Josué. Los designios de los enemigos de la redención quedaban frustrados. La persecución por el orgullo quedaba vencida por la resistencia de la mansedumbre; J E SÚS se preparaba, por medio de la sumisa obediencia, á ejercer la mas gloriosa soberanía. Los que le persiguieron estaban muertos. ¡Cuántos en lo venidero hubieron de morir sin ver realizado la mitad de su programa de persecución! El viaje realizado en Egipto no fue estéril. Las miradas y los sudores de JESÚS fueron semillas que pronto cubrieron las áridas llanuras del desierto de hermosísima vejetacion m o ral. Aquella región, que nada de notable producía, se trasformó en el precioso Edén de las

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almas redimidas. Aquel desierto, solo admirable por los inmensos panteones, recuerdos soberbios del pasado de ambiciosas vulgaridades, v i o florecer numerosas familias dé héroes cristianos, justos distinguidos, cuya conducta realizó de la mas perfecta manera las máximas evangélicas. Lo que á muchos parecia un bello ideal casi irrealizable, vióse suavemente practicado en aquel retiro espantoso. «Los padres del desierto, dice el P. Faber, pasarán á ser un proverbio entre las grandezas del Occidente cristiano; serán un fenómeno quedos hombres no cesarán jamás de admirar, una disciplina viva, una escuela permanente en la que vendrán á instruirse en todos los grados de la perfección las generaciones de los santos católicos.» Las virtudes de los padres del desierto son en el orden moral lo que en el material las pirámides famosas del mismo. Un padre del desierto es una pirámide de santidad; de tan elocuente m a nera quiso enseñarnos JESUCRISTO, en los albores de su vida, la fecundidad de la persecución.

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JESUCRISTO combatido por el espíritu del mal.

Regresado de Egipto JESUCRISTO, esperó en la oscuridad del modesto tugurio de Nazaret la hora de empezar la pública evangelizacion de las edades. Tranquilo á la sombra de sus padres, crecia y se fortalecia lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en El. Una sola vez, desde su presentación al templo hasta el comienzo de su predicación, quiso manifestar su extraordinario poder, y fue cuando á la edad de doce años dio testimonio á los doctores de la ley de comprender mas profundamente que ellos el verdadero espíritu de las escrituras, y ¿cómo no habia de suceder así? ¿No era Él el Verbo que las habia dictado? ¿No era Él la verdad de las enseñanzas en las santas páginas contenidas? Después de haber escitado la admiración de los magnates de la Sinagoga, JESÚS regresó á su retiro con María y José. Treinta años habían trascurrido desde que se manifestó á los pastores de Judea, cuando se levanta de su retiro para dirigir al mundo su voz omnipotente; mas antes de adoctrinar quiere pasar "en el desierto algunos días, como para meditar las grandes obras que va á emprender, y para confabular á solas con su eterno Padre. En el desierto le esperaba un combate. El espíritu del m a l , receloso de la extraordinaria virtud de aquel misterioso joven, quiso probar hasta donde resistiría á su astucia. Presentóse, pues, el maligno á JESÚS , y viéndole hambriento á causa del duradero y rígido ayuno que estaba observando, díjole: « S i tú eres el Hijo de Dios, di á esta piedra que se convierta en pan.» Fue el diablo en aquella ocasión una expresión del sensualismo que debia combatir luego con furia á la santa Iglesia; fue igualmente expresión de aquellos que continuamente piden á los maestros de la verdad hechos prodigiosos para atestiguarla; el mismo espíritu de aquellos q u e , burlándose de JESUCRISTO pendiente de la Cruz, le decían: « S i eres hijo de Dios, desclávate y desciende;» el mismo espíritu de aquellos que en todas las épocas difíciles de la Iglesia le han dirigido una ironía cruel, conjurándola á triunfar por milagro de los obstáculos ordinarios que encuentra en su marcha; el mismo espíritu de aquellos que en un arrebato de locura contra el cielo han sacado un reloj de su bolsillo y han dicho: «Oh Dios, te damos cinco minutos de tiempo para que nos mates si existes; si no hemos muerto dentro de cinco minutos, es porque no eres (1).» Todas aquellas almas irónicas levantadas contra el Señor para interrogarle y trazarle el camino que debe seguir si quiere que. en él crean, se han inspirado y se inspiran en este conjuro del diablo: «Si eres el Hijo de Dios, di á esta piedra que se convierta en.pan.» (I)

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En lo que esta palabra tenia de orgullosa, de altiva, de imponente para JESUCRISTO, este divino Maestro le dio un desdeñoso silencio por respuesta. El Hijo de Dios no puede estar á las órdenes del hombre; la omnipotencia divina hace los milagros que quiere y en la forma y ocasiones que bien le parece. Para creer con seguridad, bastantes milagros se reproducen cada dia en el orden de la naturaleza. El que convierte un grano en una espiga, el barro en una flor, ¿necesita testimoniales mas elocuentes de la divinidad de su poder? Bastantes hechos estupendos habia visto el diablo referentes á la sagrada persona de JESUCRISTO ¿á qué dictarle la forma de un milagro especial? ¿Qué le importaba á JESÚS satisfacer la curiosidad de Satanás? Ya estaba marcada la hora en que Satanás habia de ver claro en este asunto. La zozobra de Satanás no era motivo suficiente de modificar el programa de la revelación cristiana. En lo que la palabra del espíritu del mal tenia de sensualista JESUCRISTO la refutó con esta magnífica sentencia: « E l hombre no vive solo de pan, sino de todo lo que Dios dice.» Y con este rasgo de soberana sabiduría desconcertó JESÚS al sensualismo en el diablo personificado. Segundo combate libró el espíritu satánico á JESUCRISTO. Condújole á un elevado monte, y le puso á la vista, en un instante, todos los reinos de la tierra, y d í j o l e : — « Y o te daré todo este poder y la gloria de estos reinos, porque se me han dado á m í , y los doy á quien quiero. Si tú quieres adorarme, serán todos tuyos.» Nuevo género de batallar fue este, empero no es nuevo en la historia cristiana desde que el diablo lo puso en planta, pues todos los siglos y los países todos lo vieron y lo ven reproducido. Aquella fue la voz de la conspiración del egoísmo avaro contra la soberanía modesta del espíritu recto. Con ser padre reconocido de la mentira, díjole á JESUCRISTO una gran verdad el demonio, y f u e , que todos los reinos de la tierra eran suyos. En efecto, lo eran. La tierra entera habia caido á sus pies, culto le profesaban los adoradores de todos los ídolos, y el espíritu satánico inspiraba á todas las legislaciones. Imperaba en el universo la ley contra Dios, adorando las criaturas; la ley contra el hombre, sancionando y protegiendo la esclavitud. El poder era del diablo, porque solo el espíritu satánico era capaz de mantener el encarnizamiento de las continuas peleas, que unas á otras se sucedieron, en los tiempos anteriores á la redención; porque solo el espíritu satánico era capaz de inspirar á los déspotas sus sangrientos y bárbaros ímpetus; era del diablo la gloria, porque de todos aquellos reinos que este mostró á JESÚS dicióndole: «son mios,» no salia mas gloria que la que brotaba de las ruinas. Gloria salida del amasamiento del polvo con la sangre, no podia ser sino gloria del diablo. Y también dijo este á JESÚS otra verdad: «yo doy este poder y esta gloria á quien quiero,» y bien demuestra la historia que el poder humano y la gloria social las daba el diablo á quien quería; los soberanos que habian regido hasta entonces las naciones, ó mejor, los déspotas que habian explotado á los pueblos manifestaron á todas luces que obraban por delegación del espíritu del mal. El poder era á la vez antedivino y antehumano; la gloria era insultante para la divinidad y desastrosa para la humanidad; y cuando Dios y el hombre sufren, alégrase y gloríase el diablo, que es la personificación mas acabada de la enemistad contra Dios y contra el hombre. Las desgracias de la historia antigua revelaban, pues, que los reyes de la tierra habian sido elegidos por el infierno; que el diablo habia dado los cetros á quienes habia querido; y que habia querido darlos á los hombres mas funestos á la marcha del género humano. Creia el diablo que en su mano continuaría el destino de las naciones, y por esto dijo á JESÚS: «Todos estos reinos serán tuyos si consientes en adorarme.» Desengañóle, empero, el Redentor de los hombres, diciéndole: «Escrito está: Adorarás al Señor Dios tuyo, y á Él solo servirás.» JESUCRISTO, lejos de inclinarse ante el poder arbitrario que le intimaba la sujeción, preséntesele con toda la dignidad de su soberanía, dándole á entender que si hasta entonces

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habia dispuesto Satanás de los destinos humanos, no así habia de suceder en adelante. Dios se presentaba á reclamar la adoración y la pleitesía de los hombres. En este segundo combate la victoria fue también de JESUCRISTO. Los discípulos de JESUCRISTO supieron ya de qué manera habia de triunfar de la batalla presentada por la avaricia egoísta. Á menudo se ha reproducido aquel halagüeño combate. Sale el espíritu satánico al encuentro de la cristiandad abatida y fingiendo compadecer la postergación de los buenos, que él mismo ha preparado, ofréceles conquistarle las simpatías de que carece entre los grandes políticos, los poderosos diplomáticos, la reina opinión pública: «Todo es mió, le dice, todo será tuyo con tal que te inclines algo ante m í , que cedas algo de tu terca actitud, que reconozcas mi poder.» La respuesta de la sociedad redimida es la misma de JESUCRISTO: « ¡ N O , adorarte á tí jamás! el espíritu del mal es indigno de nuestras deferencias; tenemos un solo Señor, y este es nuestro Dios. No queremos inclinarnos ante tí, y sin embargo, reinaremos sobre tí.» Tercera pelea trabó Satanás contra JESUCRISTO. Llevóle á Jerusalen y púsole sobre el p i náculo del templo, y díjole: «Si tú eres el Hijo de Dios, arrójate de aquí abajo. Porque está escrito que mandó á sus ángeles que te guarden y que te lleven en sus manos para que no tropiece tu pié contra alguna piedra.» Á cuya propuesta JESUCRISTO contestó: «Dicho está también: no has de tentar al Señor Dios tuyo.» La vanidad, la presunción fueron los incitativos en que el espíritu maligno se apoyó para derribar desde la altura del templo hasta al nivel del suelo mas aun la dignidad que la personalidad augusta de JESUCRISTO. Las cuerdas mas sensibles, y por lo tanto, las mas débiles del corazón fueron tocadas por el enemigo, aunque del todo inútilmente. -La verdad soberana vio la persecución que con aquellas tentaciones el príncipe de este mundo queria suscitar y hacer triunfar del reino que en la tierra venia ella á establecer, y supo rechazarlas con la energía y dignidad propias del Hombre-Dios. Cuando JESUCRISTO dio al universo la primera enseñanza ya habia contado dos victorias, una contra la persecución material de Herodes, otra contra la persecución moral de Satanás.

VIII. Primera persecución de JESUCRISTO en la Sinagoga.

JESUCRISTO se habia presentado á recibir el bautismo de manos de Juan, recibiendo de este gran profeta un brillante testimonio de reconocimiento á su divinidad. La muchedumbre que admiraba la austeridad de costumbres y la pureza de doctrinas del hijo de Zacarías, supo por boca del gran penitente que el cordero de Dios se encontraba en las orillas del Jordán.

La predicación del Bautista, cuyo objeto inmediato era preparar los caminos del Señor, ó sea, elevar un poco los corazones para que les fuera mas fácil recibir el Espíritu santo, que de los labios del Redentor se difundía, y afinar los oidos para hacer mas comprensible la c e lestial armonía del Evangelio, aquella predicación tenia desazonada á la Sinagoga de los judíos, que veia apesadumbrada cómo las ovejas de Israel buscaban en la autoridad extraordinaria del suscitado por Dios el pasto que en vano pedia á los pastores constituidos. La Sinagoga se levantó contra Juan y tegiendo insidiosa red de acusaciones y calumnias contra su conducta .inmaculada logró que Herodes le encarcelara. La persecución de Juan obligó á JESUCRISTO á retirarse á Galilea, dejando á Nazaret por Cafarnaum. Por donde se realizó, como nota un Evangelista, este anuncio de Isaías: «El país

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de Zabulón y el país de Neftalí por donde se ve el mar (1) á la otra parte del Jordán, la G a lilea de los gentiles, este pueblo que yacia en las tinieblas ha visto una luz grande; luz que ha venido á iluminar á los que habitaban en la región de las sombras de la muerte.» No es de este lugar referir el admirable éxito de la predicación de JESUCRISTO en Galilea. «Corrió su fama por toda la Siria, dice el sagrado historiador, y presentábanle todos los que estaban enfermos y acosados de varios males y dolores, los endemoniados, los lunáticos, los paralíticos, y los curaba; é iba siguiéndole una gran muchedumbre de gentes de Galilea y Decapoli, y Jerusalen y Judea, y de la otra parte del Jordán.» Después de haber echado en la Galilea las primeras semillas de la evangelizacion pasó cierto dia á Nazaret, donde se habia criado, entró, según costumbre, el dia de sábado en la Sinagoga y se levantó para encargarse de la leyenda ó interpretación de la Escritura. Fuéle dado el libro del profeta Isaías, y en abriéndole halló el lugar donde estaba escrito: « E l e s p í ritu del Señor reposó sobre m í ; por lo cual me ha consagrado con su unción, y me ha enviado á evangelizar á los pobres, á curar á los que tienen el corazón contrito, á anunciar l i bertad á los cautivos y á los ciegos vista, á soltar á los que están oprimidos, á promulgar el año de las misericordias del Señor y el dia de la retribución,» leidolo que, arrolló el libro, lo entregó al ministro y se sentó. Todos en la Sinagoga fijaron entonces en Él los ojos, cuando lleno de autoridad con voz atractiva é imponente dijo: La Escritura que acabáis de oír hoy se ha cumplido. « Y todos le daban elogios y estaban pasmados de las palabras de gracia que salían de sus labios y decían: ¿ N o este el Hijo de J o s é ? » JESUCRISTO les dijo entonces: « S i n duda que me aplicareis aquel refrán: Médico, cúrate á tí mismo: todas las grandes cosas que hemos oido que has hecho en Cafarnaum, hazlas también aquí en tu patria.... En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria. «Por cierto que muchas viudas habia en Israel en tiempo de Elias, cuando el cielo estuvo sin llover tres años y seis meses siendo grande la hambre por toda la tierra; y á ninguna de- ellas fue enviado Elias, sino que lo fue á una mujer viuda en Sarepta, ciudad del territorio de Sidon. «Habia asimismo muchos leprosos en Israel en tiempo del profeta Elíseo y ninguno de ellos fue curado por este profeta sino Nuaman, natural de Siria.» A l oir estas cosas, dice el Evangelista que todos en la Sinagoga montaron en cólera y que levantándose alborotados le arrojaron fuera de la ciudad y condujéronle hasta la cima del monte, con ánimo de despeñarle. Tales fueron las circunstancias de que vino rodeada la primera persecución ele JESUCRISTO por la Sinagoga. El Eedentor de los hombres quiso dar á su patria una advertencia amorosa, pero severa, y la patria ingrata no quiso oiría. Cerró sus oídos y se esforzó en sellar con el cruel candado de la muerte aquellos labios, que solo podían adoctrinar verdad. La extraordinaria susceptibilidad de los judíos contra las palabras de JESUCRISTO probaron la inmensa tempestad que contra Él se levantaría el dia en que entrara mas en el fondo de las grandes cuestiones religiosas y sociales que quería se abarcaran en su Evangelio. No habia hecho mas que recordar á Israel sus históricas ingratitudes y ya Israel le arrojaba de sus ciudades y se proponía despeñarle en un abismo ¿ qué no podia temerse harían los judíos el dia en que pusiera de manifiesto JESÚS toda la podredumbre de la situación h u mana; el dia en que, evocando las grandes figuras de la antigüedad, trazara una comparación sobre las nobles y levantadas aspiraciones de aquellas y las frivolidades mezquinas de los j u díos cómplices de Tiberio y de los enseñoreados cesares? ¿qué no debia temerse de aquel pueblo materializado, sensualizado, corrompido el dia en que JESÚS espusiera y desentrañara el espíritu puro é íntegro del Evangelio regenerador ? (I)

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PERSECUCIONES

•IX. Nuevas persecuciones de JESUCRISTO por los escribas y fariseos.

A medida que el Salvador ostentaba la grandeza de su poder sus adversarios redoblab an las intrigas contra su nombre y su reputación. JESUCRISTO santificaba especialmente el dia del sábado prodigando mas que en otros dias las obras estupendas de su misericordia. Entre otras curaciones en sábado operadas cuenta el Evangelio la de aquel pobre hombre que treinta y ocho años hacia esperaba poder meterse en la piscina probática, ser el primero que tocara sus aguas y obtener la salud apetecida. Carecia aquel pobre anciano de apoyo, y nunca, n i n gún brazo ,cogia al suyo para ayudarle á salir de su mísero estado. Compadecido JESÚS le dijo: «Levántate, coge la camilla y anda.» . ¡ Quién pudiera presumir que en eSta benéfica acción y estas sensatas palabras de JESUCRISTO encontraran los judíos materia para la mas enconada acusación ! Y sin embargo, el Evangelio dice que al declarar el paralítico curado que debia su salud á JESUCRISTO, los judíos persiguieron á JESUCRISTO apoyándose, ó pretextando que «tales c o sas las hacia en sábado.» Entonces JESÚS, tomando en sus labios la propia defensa,les dijo: « M i Padre, hoy como siempre, está obrando, y yo ni mas ni menos.» Y en efecto, el Dios que sustenta la vida del universo durante los seis dias de la s e mana, ¿no la sustenta igualmente en el sábado? ¿No crecen en sábado las plantas, no corren los arroyos, no sale el sol y no cae del cielo la lluvia, cuando la Providencia la juzga c o n veniente ? JESUCRISTO curaba en sábado precisamente porque también en sábado el eterno Padre dispone que nazca el hombre y que crezca, y que naturalmente otras veces cure de sus dolencias. Las explicaciones de JESUCRISTO, lejos de calmar los ánimos, los irritaron mas y mas; por lo que « c o n mayor empeño, dice el Evangelista, andaban tramando los judíos el quitarle la vida; porque, no solo violaba el sábado, según ellos, sino que además decia que Dios era Padre propio suyo, haciéndose igual á Dios. El duelo entre JESUCRISTO y la Sinagoga era, como se v e , duelo á muerte. El corazón de los judíos estaba tan pervertido, que no podia sufrir que se llamara Hijo de Dios el que probaba con toda clase de portentos tener la misión de redimir á Israel, ¡ pues qué! ¿Israel habia de ser redimido por un hombre ? Desde Abrahan á Moisés, desde Josué á David, desde Salomón á Juan Bautista, ¿hubo algún patriarca ó algún profeta que no reconociera que la redención habia de efectuarse por la divinidad? ¿por qué, pues, no examinaban las Sinagogas los títulos divinos que exhibía JESUCRISTO ? ¿ por qué cerraba oidos y ojos á sus obras portentosas y á estas sublimes afirmaciones con que los acompañaba y los e x plicaba ? No, no quería ver y oír Israel; si lo hubiera querido, por cierto no intentara quitar la vida el que después de haber curado un paralítico de treinta y ocho años, decia á los que le acusaban: «como el Padre ama al Hijo le comunica todas las cosas que hace y aun le manifestará obras mayores que estas, de suerte que quedéis asombrados. Pues así como el Padre r e sucita á los muertos y les da vida, así del mismo modo el Hijo da vida á los que quiere.» No retrocedía, pues, JESUCRISTO en el camino de su evangelizacion ante la audacia de los escribas y fariseos, sino que muy al contrario acentuaba mas las afirmaciones de su solidaridad con el eterno Padre á medida que estas afirmaciones eran tomadas como la base del proceso que los judíos proyectaban formular para perderle.

SUFRIDAS TOR LA IGLESIA CATÓLICA.

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Un nuevo escándalo promovieron los judíos contra JESUCRISTO en ocasión de haber este asistido á la fiesta de los tabernáculos. Era esta fiesta una de las mas expansivas que celebraba el pueblo santo, el que conforme á su carácter eminentemente tradicionalista, perpetuaba el recuerdo vivo de los providenciales hechos de su historia con solemnidades en armonía con los actos conmemorados. La fiesta délos tabernáculos, ó de las tiendas, dicha también scen&pegia duraba ocho dias cada año,conforme al precepto consignado en el capítulo x x m del Levítico, que dice: habitareis siete dias en tiendas ó cabanas. Tenia lugar esta fiesta el dia 15 del mes Tisri, correspondiente á nuestro setiembre. León de Módena hace notar que los judíos esmerábanse en adornar sus cabanas según sus posibilidades, cubriéndolas con verdadera profusión de flores y verdes ramos. Según la prescripción legal levantábanse las tiendas en campo libre sin que las protegiera el techo de ningún edificio, ni la copa de ningún árbol. El israelita fervoroso pasaba el dia entero y hasta-la noche en las tiendas conmemorativas, en ellas comia y dormía , mientras los menos observantes ó los mas atareados se limitaban á permanecer en ellas algunas horas. Era en aquellos dias indispensable á todo judío el procurarse una rama de palmera, tres de mirto, dos de sauce y una de limón para agitarlas en dirección á las cuatro partes del mundo y batirlas con algazara en la Sinagoga, durante el cántico de los salmos de alabanza. En el séptimo dia levantábanse muy de mañana los judíos, se lavaban, y dejando todos las ramas menos el sauce se dirigían á la Sinagoga y rodeaban siete veces el pulpito ó la cátedra, que estaban profusamente adornados, en memoria de las siete veces que rodeó Josué los m u ros de Jericó. En aquel dia los judíos rezaban con precipitación recordando la precipitación con que sus padres debían orar y aun suspender á menudo el servicio divino en el desierto. El dia octavo era también de gran solemnidad; y el nono era el del regocijo por la l e y : lee titía legis. La fiesta de las tiendas era una de las mas expansivas del pueblo; además del espíritu religioso sostenía su observancia el atractivo de su carácter. Los discípulos del Señor le suplicaron en el segundo año de su predicación, que de Galilea, donde se encontraba, pasara con ellos á Judea para celebrar juntos la fiesta de los tabernáculos. JESUCRISTO prefirió ir en secreto , no quería ir manifiestamente á Judea «visto que los judíos procuraban su muerte (1).» En secreto fué después de sus amigos; Judea no se ocupaba en otra cosa que en comentar la noticia de las obras prodigiosas del nuevo profeta; á favor suyo nada osaba declararse públicamente á causa de los judíos principales (2), limitábanse los mas benévolos á decir: «Es un hombre de b i e n , » empero la generalidad le calificaban de contraria manera: «Es un embaucador del pueblo,» decían. JESUCRISTO quiso dar entonces un testimonio incontrovertible de su poder, subiéndose á la cátedra del templo, despreciando con divina soberanía la atmósfera de oposición contra su sagrada persona constituida. En aquella fiesta propúsose el santo Maestro demostrar la divinidad de su doctrina, cómo en la escena que mas arriba hemos descrito, habia probado la divinidad de su persona. « M i doctrina no es m i a , dijo, sino de Aquel que me ha enviado; quien quisiere hacer la voluntad de E s t e , conocerá si mi doctrina es de Dios ó si yo hablo de mí mismo...» A l oir la imponente autoridad con que JESÚS hablaba á una inmensa muchedumbre, c o menzaron á decir algunos de Jerusalen: « ¿ N o es este á quien buscan para darle la muerte? Y con todo, vedle que habla públicamente y no le dicen nada. ¿Si será que nuestros príncipes de los sacerdotes hayan conocido de cierto ser este el CRISTO? Pero de este sabemos de dónde es; mas cuando venga el CRISTO, nadie sabrá su origen.» (1)

San Juan, V I I .

(2)

Ibid.

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IllSTORIA DE LAS PERSECUCIONES

Tal es la sustancia, por el Evangelio relatada, de las conversaciones del pueblo judío en aquella ocasión. JESUCRISTO, que leia claramente basta lo que estaba escrito en lo mas profundo de los corazones, iluminaba el alma de los que le oian diciéndoles: «Vosotros pensáis que me c o nocéis, y sabéis de donde s o y ; pero yo no he venido de mí mismo, sino que quien me ha enviado es veraz, al cual vosotros no conocéis. Yo sí que le conozco, porque de Él tengo el ser, y Él es el que me ha enviado. Entretanto muchos del pueblo creyeron en é l , y decían: «Cuando venga el CRISTO, ¿hará por ventura mas milagros que los que hace este?» Oyeron los fariseos estas conversaciones que el pueblo tenia acerca de É l , y así ellos como los príncipes de los sacerdotes despacharon ministros para prenderle; pero nadie se atrevió á echar la mano sobre Él. Es que no habia llegado todavía la hora. Y así los ministros volvieron á los pontífices y fariseos; y estos les dijeron: «¿Cómo no "le habéis traido?» Y los m i nistros respondieron: «Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre,» dijéronles los fariseos. «¿Qué, también vosotros habéis sido embaucados? ¿Acaso alguno de los príncipes ó de los fariseos ha creidoenÉl? Solo ese populacho, que no entiéndela ley, es el maldito.» De esta manera JESUCRISTO era perseguido y calumniado por la Sinagoga. La fama de JESÚS ocupaba en aquella sazón todos los ánimos; la curiosidad, el ahinco para oir sus enseñanzas tenia continuamente henchida de oyentes la sinagoga; en todas horas el Señor estaba en el templo, manifestando-en él una verdadera soberanía. El templo era su casa, el templo fue en aquella fiesta su engalanada tienda. En aquella fiesta perdonó JESÚS á la adúltera arrepentida, confundiendo por medio de u n . rasgo de su inmensa sabiduría á los escribas y fariseos que querían comprometerle. Desdeñando" la oposición suscitada por sus anteriores enseñanzas, tomó de nuevo la palabra: « Y o soy la luz del mundo, dijo; el que me sigue no camina á oscuras, sino que tendrá la luz de la vida.» Replicáronle los fariseos: «Tú das testimonio de tí mismo, por lo que tu testimonio no es idóneo.» « S í , les contestó JESÚS, idóneo es... yo soy el que doy testimonio de mí mismo, pero el Padre, que me ha enviado, da también testimonio de m í . » Las contestaciones de JESÚS encendían el furor en el pecho de sus adversarios; habia en sus palabras un acento divino que sellaba sus labios ahogando toda réplica. La Sinagoga se sentía impotente ante la omnipotencia del nuevo Profeta. Á pesar de la creciente oposición, el divino Maestro continuó desarrollando su admirable doctrina: «Cuando habréis levantado en alto al Hijo del hombre, les decía, entonces conoceréis quién soy y o , y que nada hago de mí mismo, sino que hablo lo que mi Padre me ha enseñado; el que me ha enviado está conmigo, y me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que es de su agrado.» Á los que, atraídos por esta elevación de enseñanzas, se habian declarado sus discípulos, JESÚS les decia: «Si perseverareis en mi doctrina seréis verdaderamente mis discípulos y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.» « ¡ C ó m o ! ¡qué decís! exclamaron al oir esto muchos de los circunstantes, somos descendientes de Abrahan, y jamás hemos sido esclavos de nadie, ¿cómo, pues, dices tú que v e n dremos á ser libres?» Y JESÚS les contestó: «En verdad os digo que todo aquel que cometa pecado, es esclavo del pecado; el esclavo no mora para siempre en la casa, el hijo es el que en ella permanece; luego si el hijo os da libertad, seréis verdaderamente libres. Sé que sois hijos de Abrahan, pero tratáis de matarme, porque mi palabra no halla cabida en vosotros. Yo hablo lo que he visto en mi Padre: vosotros hacéis lo que habéis visto en vuestro padre.» Y los oyentes contestaron: «Nuestro padre es Abrahan.» « B i e n , contestóles JESÚS, si sois hijos de Abrahan, obrad como Abrahan; mas ahora pretendéis quitarme la vida. Abrahan no obró así. Vosotros hacéis lo que hizo vuestro padre.»

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

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Alborotáronse de nuevo los circunstantes al oir esto, y exclamaron: «Un solo padre tenemos, que es Dios.» «Si Dios fuera vuestro Padre, prosiguió diciendo JESÚS, ciertamente me amaríais á mí, pues yo nací de Dios y be venido de Dios... ¿por q u é , pues, no entendéis mi lenguaje? Es porque no podéis sufrir mi doctrina. Vosotros sois hijos del diablo, y así queréis satisfacer los deseos de vuestro padre. Él fue homicida desde el principio. No permaneció en la verdad en que fue criado, y de ahí el que no haya verdad en él. Cuando dice mentira, habla como quien es, por ser de suyo mentiroso, y hasta padre de la mentira. Á m í , empero, no me creéis, porque os digo la verdad, quien es de Dios escucha las palabras de Dios, vosotros no las escucháis porque no sois de Dios.» Nuevo tumulto suscitaron estas frases: «Bien decíamos nosotros, exclamaron las turbas, que tú eres un samaritano, y que estás endemoniado.» «No, no lo estoy, contestóles JESÚS; y o honro á mi Padre; vosotros me deshonráis á mí; empero yo n o . busco mi gloria, otro hay .que la promueve, y Él me vindicará. Y ahora os digo que quien observare mi doctrina no morirá para siempre.» Otra tempestad hizo estallar esta valiente afirmación: «Ahora acabamos de conocer, dijeron todos, que estás poseído del demonio. Abrahan murió, y también murieron los profetas, y tú dices: «Quien observará mi doctrina no morirá eternamente» ¿Acaso eres tú mayor que Abrahan nuestro padre, y que los profetas que también murieron?» Y le preguntaron: «¿Por quién te tienes tú?» «Si yo me glorifico á mí mismo, contestóles, mi gloria nada vale; pero es mi Padre el que me glorifica, Aquel que decís vosotros que es vuestro Dios. Abrahan vuestro padre ardió en deseos de ver este dia mió, viole, y se llenó de gozo.» Entonces sus adversarios prorumpieron en gritos: «¿Con que, le decían, aun no tienes cincuenta años y viste á Abrahan?» Y CRISTO, con divina serenidad les contestó: « S í , en verdad os lo digo: Antes que Abrahan fuera criado, yo existo.» A l oir esto no pudieron contenerse mas los conjurados contra el Señor; mientras unos ofuscaron su voz con imprecaciones y alaridos, otros fueron á cojer piedras para apedrearle. JESÚS no quería morir aun, se les hizo invisible, y salió del templo. Ha podido observarse en el decurso de la anterior narración, toda ella apoyada estrictamente en el texto de los escritores evangélicos, que cada faz de la doctrina de JESUCRISTO promovía una protesta y una persecución. Persiguieron la verdad de su omnipotencia al obrar en sábado el primer milagro, y al sostener que la mejor santificación del dia del Señor es practicar obras benéficas. Persiguieron la verdad de la divinidad de su persona al manifestar su identidad con el Padre Eterno. Persiguieron la verdad de la divinidad de su doctrina al enseñarles que no eran sus predicaciones resultado de una combinación humana, sino tesoro traído del cielo para elevar á todos los hombres hasta la altura del espíritu de verdad y de vida. Persiguieron la verdad de la inmortalidad de los frutos y de la vida entrañada en la evangelizacion de sus labios emanada. Persiguieron la verdad del cumplimiento de las antiguas profecías y esperanzas en su divina persona. En una palabra, cada nueva faz que de la redención intelectual y moral presentaba J E SUCRISTO al pueblo, le valia un nuevo murmullo, una nueva conjuración y una nueva amenaza. Cada predicación fundamental era seguida de un amago de apedreamiento; cada destello de vida que salia de los labios del Redentor era seguido de un decreto de muerte proferido por los que venían á ser vivificados. De tal manera las páginas del Evangelio nos presentan perseguido á JESUCRISTO.

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HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

X. JESUCRISTO perseguido en la fiesta de la dedicación del templo.

Celebraban anualmente los judíos la fiesta de la dedicación del templo de Jerusalen. Puede decirse que toda la vida y toda la historia de aquel pueblo se hallaba encarnada y reasumida en el templo. Á pesar de la serie no interrumpida de prevaricaciones é ingratitudes que relatan sus fastos, no perdió jamás el recuerdo y hasta el espíritu de los altos destinos que el cielo le confiara, demostrando en la religiosidad de sus tradiciones en cuánta estima tenia el título de pueblo de Dios que le consignaba la Escritura. La gloria de Israel no se concibe sin la gloria del templo. Todo lo relacionado con la grandeza del templo encendía el entusiasmo de los israelitas; de ahí q u e , á pesar de los muchos años trascurridos desde la dedicación del templo hasta JESUCRISTO, celebraban los judíos la fiesta conmemorativa de aquel grande hecho. Las antiguas aspiraciones del pueblo santo eran poseer un templo digno donde poder c o municarse desahogadamente con Dios. El Señor les concedió en tiempo de Moisés la erección del tabernáculo ó arca, cuyas dimensiones, forma y ornamentación el Señor delineó y especificó por sí mismo. Cumplidas que fueron sus altísimas órdenes, hubo la fiesta de la dedicación. Ofreciéronse en aquel dia al altar perfumes, sacrificios y holocaustos, y Dios se manifestó propicio derramando tal profusión de luz en el interior del arca , que Moisés y los sacerdotes no pudieron penetrar en ella porque estaba toda llena de la majestad del Señor. La dedicación del templo erigido por Salomón no desmereció en nada de la dedicación del arca. El gran Rey habia convocado á todo Israel para asistir á aquella incomparable solemnidad é Israel acudió puntual á aquella convocatoria. El Monarca precedía al arca de la alianza, que procesionalmente fue trasladada del tabernáculo al templo. A cortos trayectos del tránsito inmolábanse numerosas víctimas. Cuando el arca estuvo depositada en el templo una nube opaca lo llenó, era la gloria de Dios que descendía en testimonio de agrado. Los levitas sostenidos por un coro de ciento veinte chantres acompañados de varios instrumentos entonaron luego un cántico de reconocimiento, y Salomón profundamente conmovido dirigió la palabra al pueblo, y luego, cayendo de rodillas, dirigió, elevadas las manos, una tierna plegaria invocando las bendiciones del cielo sobre aquel lugar de predilección. Veinte y dos mil bueyes y ciento veinte mil ovejas estaban preparados para el sacrificio, y el Señor, para manifestar que aceptaba aquella oblación extraordinaria envió fuego del cielo que devoró los holocaustos y las víctimas. No es de este lugar describir la magnificencia del templo de Salomón, adornando con todo el oro que aportaban de Ophir á su tesorería las numerosas flotas. El rey de Tiro habia e n viado para el templo los mejores cedros del Líbano, y la Providencia habia suscitado á H i ram, talento arquitectónico que Dios dotó de cualidades suficientes para dirigir la construcción de aquel edificio, que es uno de los que mas han honrado al genio del hombre (1). Cuatrocientos veinte años después de haber colocado Salomón los primeros cimientos del templo, Nabucodonosor lo redujo á cenizas; los judíos, olvidándose de lo que debían al Dios de sus padres, profanaron aquel lugar santo ofreciendo sacrificios á los dioses ó ídolos extranje(1)

Para c o n c e b i r u n a idea d e la m a g n i f i c e n c i a y riqueza del t e m p l o de S a l o m ó n , léase la e s p e c i e de catálogo de los v a s o s sagrados y

d e m á s u t e n s i l i o s , p u b l i c a d o p o r el h i s t o r i a d o r J o s c f o : c o n t e n í a aquel t e m p l o 10,000 c a n d e l e r o s de o r o ; 80,000 tazas de o r o para las l i b a c i o n e s del v i n o ; 100,000 palanganas de o r o y 200,000 de plata ; 80,000 platos de o r o para la harina de l o s s a c r i f i c i o s ; 100,000 platos d e plata para el m i s m o u s o ; (¡0,000 p l a t o s de o r o y 120,000 de plata para amasar la harina c o n el a c e i t e ; 20,000 c u c h a r o n e s d e o r o y 40,000 de plata para r e c o g e r los l í q u i d o s q u e se ofrecían en el a l t a r ; 20,000 i n c e n s a r i o s de o r o y 30,000 c o p a s para el f u e g o de a q u e l l o s . E l m i s m o J o s e f o afirma q u e S a l o m ó n m a n d ó c o n s t r u i r 1,000 o r n a m e n t o s para el P o n t í f i c e s u m o ; 10,000 albas de lino p u r o y o t r o s tantos c í n g u l o s d e p ú r p u r a para los s a c e r d o t e s ; 200,000 t r o m p e t a s y otras tantas t ú n i c a s para los l e v i t a s , y 400,000 i n s t r u m e n t o s d e m ú s i c a del m e t a l p r e c i o s o c o n o c i d o por los a n t i g u o s p o r el eleclrum.

A ñ a d e J o s c f o q u e c u a n d o se m a n c h a b a ó estropeaba alguna v e s t i d u r a s a g r a d a , n o se l a -

vaba , ni r e c o m p o n í a , s i n o q u e era sustituida por otra c o m p l e t a m e n t e n u e v a , d e s t i n á n d o s e las usadas á m e c h a s para las l á m p a r a s .

SUFRIDAS POR LA K1LESIA C A T Ó L I C A .

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ros. Jeremías! lloró sobre aquellos desórdenes y anunció la invasión de ¡los caldeos, que en efecto, no faltaron á la cita de la Providencia divina. El templo fue incendiado, las dos columnas llamadas Yacliim y Boar y el mar de cobre fueron hechos añicos y sus fragmentos con los vasos sagrados conducidos á Babilonia. Jeremías pudo ocultar en una caverna el arca santa, el tabernáculo y el altar de los inciensos. Pasada la cautividad de Babilonia Zorobabel reedificó el templo de Salomón. Esdras celebró la dedicación del santuario restaurado, ofreciendo en sacrificio cien becerros, doscientos carneros, cuatrocientos corderos y doce machos cabríos. La juventud de Israel se sentia entusiasmada al ver tanta magnificencia ;• mas los pocos

r.os

JUDÍOS

A p u m t ü i x

A JESUCRISTO.

ancianos que recordaban la opulencia del antiguo templo lloraban de amargura echando á menos la gloria y la esplendidez del templo primitivo. El templo de Zorobabel presenció profanaciones mas horrendas que el de Salomón; el sumo pontífice Jonatan se atrevió á matar á su propio hermano á la sombra del techo sagrado. Antíoco levantó sobre su ara la estatua de Júpiter, llevándose los tesoros y utensilios del templo de Jehová. Judas Macabeo purificó el templo de Zorobabel; el Dios de Moisés volvió áser adorado en el monte Sion.' Pompeyo le profanó otra vez, 6 3 años antes de JESUCRISTO, empero á la mañana siguiente de la profanación mandó reconciliar aquel lugar santo. T.

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DE L A S

PERSECUCIONES

Herodes, 1 9 años antes de JESUCRISTO, mandó reedificar con gran magnificencia el deteriorado templo de Zorobabel. En este templo, reedificado por Herodes, tuvieron lugar las grandes escenas de la vida de JESUCRISTO que nos cuenta el Evangelio. Hablando de aquel célebre edificio, dice el abate Mislin : «Ocupáronse en la obra diez mil operarios, mil sacerdotes que aprendieron á labrar la piedra y la madera construyeron el santuario , donde no podían entrar los operarios. En el acarreo de materiales se ocupaban mil carros. El espacio destinado al templo fue ensanchado y la montaña circunvalada por tres murallas; las piedras que se empleaban en la obra median cuarenta codos de longitud. A ellas se refiere la sagrada Escritura cuando d i c e : « Y al salir (JESÚS) del templo le dijo uno de sus discípulos: Maestro, mira que piedras y que fábrica. Y respondiendo JESÚS le dijo: ¿ves todos estos grandes edificios? No quedará piedra sobre piedra que no sea derribada.» En aquel templo fue consagrada al Señor la Niña en cuyas entrañas debia realizarse el íntimo é indisoluble desposorio del Verbo divino con la naturaleza humana; en aquel templo la Virgen Madre ofreció mas tarde al Niño Redentor; en el mismo fueron anunciadas, por Simeón el venerable, las persecuciones de que JESUCRISTO seria blanco; en el mismo celebraba JESÚS anualmente la Pascua con sus padres, y admiró á los doctores de la ley á los doce años de edad. El demonio condujo al pináculo del mismo á JESÚS para tentarle. En aquel templo perdonó el Redentor á la mujer adúltera, y en él manifestó y ejerció la plenitud de su soberanía arrojando á los que mercadeaban con los objetos del culto. Los judíos celebraban anualmente la fiesta conmemorativa de la dedicación del templo á los 25 del mes correspondiente á nuestro diciembre , y duraba ocho dias aquella solemnidad. quiso asistir á ella y aprovechó aquella ocasión para inundar aquel templo restaurado con la gloria de su presencia y con un testimonio esplendente de su divinidad. Los templos de Salomón y de Zorobabel pudieron envidiar desde la vida histórica á que habian ya pasado el honor que ellos no alcanzaron y que obtuvo el reedificado por Herodes. JESUCRISTO

Paseábase JESÚS por el pórtico de Salomón en un dia de aquella solemnidad, mientras rodeándole los judíos le dijeron: «¿Hasta cuando has de traer suspensa nuestra alma? Si tú eres el CRISTO dínoslo abiertamente. contestó: Os lo estoy diciendo y no lo creéis: las obras que yo hago en nombre de mi Padre, estas están dando testimonio de m í . . . mi Padre y yo somos una misma cosa.» «JESÚS

Luminosas palabras que colocaron sobre el lugar en que fueron pronunciadas' una c o rona mas preciosa que los inmensos tesoros que enriquecían al gran templo antiguo. El primitivo santuario v i o l a nube misteriosa del cielo; el reciente templo vio mas, vio la luz •misma del mismo Dios. A l oir esto los judíos cogieron piedras para apedrearle. Era natural; habia el Mesías dado una nueva y elocuente expresión de su divinidad; lógico era que fuese esta contestada por un nuevo amago de persecución. Sin inmutarse J E SUCRISTO les dijo : «¿Muchas buenas obras he hecho delante de vosotros por la virtud de mi Padre ¿por cuál de ellas me apedreáis?... cuando no queráis darme crédito á m í , dadle á mis obras; á fin de que conozcáis y creáis que el Padre está en mí y yo en el Padre.» Quisieron entonces prenderle , dice el Evangelio ; mas Él se escapó de entre sus manos. De todas las fiestas celebradas en memoria de la dedicación del templo, ninguna seguramente fue tan célebre como aquella en la que JESUCRISTO hizo tan explícitas declaraciones. La gloria acababa de ser revelada á Israel en el templo, y los judíos se dispusieron á apedrear allí mismo la gloria de Israel. ¡ Qué magnificencia por parte de Dios, qué miseria por parte de los hombres! JESUCRISTO continuaba enseñando; los judíos persiguiendo.

SUFRIDAS POU LA IGLESIA CATÓLICA.

XI. Persecución de los protegidos por JESUCRISTO.

Dejando para cuando trataremos de las persecuciones que sufrieron el apostolado y los primitivos discípulos de JESÚS el examen de las calumnias é insidiosas injurias de que fueron blanco los llamados á cooperar á la evangelizacion del mundo, fijémonos aliora en los combates y desprecios sufridos por los protegidos por el omnipotente Redentor. No solo se ensañaron los judíos contra el que, justificando el título de Salvador, derramaba la salud material á los enfermos físicos y la salud moral á las almas pecadoras, sino que en la imposibilidad de vencer á JESUCRISTO, en quien prácticamente reconocían un quid dwinum, probaron de desvirtuar y vencer á los que recibieron extraordinarias manifestaciones del que era la misericordia personificada. Abramos el libro evangélico, y leamos una página, que es un^uadro perfectamente iluminado, en el que se ve de relieve la persecución judaica á los protegidos por JESÚS. « A l pasar vio JESÚS un hombre ciego de nacimiento ; y sus discípulos le preguntaron: Maestro ¿ qué pecados son la causa de que este haya nacido c i e g o , los suyos ó los de sus padres ? «Respondió JESÚS: no es por culpa de este, ni de sus padres, sino porque las obras de Dios resplandezcan en Él. Conviene que yo haga las obras de Aquel que me ha enviado, mientras dura el dia; viene la noche cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, yo soy Ja luz del mundo. « A s í que hubo dicho esto escupió en tierra, y formó lodo con la saliva y aplicóle sobre los ojos del ciego y díjole: A n d a , vé y lávate en la piscina de Siloe (palabra que significa el Enviado). Fuese, p u e s , y lavóse allí y volvió con vista. «Por lo cual los vecinos, y los que antes le habían visto pedir limosna, decían : ¿ N o es este aquel que sentado allá pedia limosna? Este es, respondían algunos. Y otros decían: No es é l , sino que se le parece. Pero él decia: sí que soy y o . « L e preguntaban, pues, ¿cómo se te han abierto los ojos? Y él respondía: .Aquel hombre que se llama JESÚS, hizo lodo y le aplicó á mis ojos, y me dijo: vé á la piscina de Siloe y lávate allí. Y o f u i , lavóme y veo. «Preguntáronle: ¿dónde está ese? y respondió: No lo sé. «Llevaron, pues, á los fariseos al que antes estaba ciego. «Es de advertir que cuando JESÚS formó el lodo y abrió sus ojos, era dia de sábado. «Nuevamente, pues, los fariseos le preguntaban también, cómo habia logrado la vista. Él les respondió: Puso lodo sobre mis ojos, me lavé y veo. «Sobre lo que decían algunos de los fariseos: No es de Dios este hombre, pues no guarda el sábado; otros empero decían: ¿Cómo un hombre pecador puede hacer tales milagros? « D i c e n , pues, otra vez al ciego: ¿ y tú, qué dices del que te ha abierto los ojos? Respondió: que es un Profeta. «Pero por lo mismo no creyeron los judíos que hubiese sido ciego, y recibido la vista, hasta que llamaron á sus padres y les preguntaron: ¿es este vuestro hijo, de quien vosotros decís que nació ciego? ¿pues cómo ve ahora? Sus padres respondieron diciendo: sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego : pero como ahora ve no lo sabemos ; ni tampoco sabemos quien le ha abierto los ojos: preguntádselo á él; edad tiene, él dará razón de sí. «Esto dijeron sus padres por temar de los judíos, porque ya estos habían decretado echar de la Sinagoga á cualquiera que reconociese á JESÚS por el CRISTO. Por esto sus padres dijeron: edad tiene, preguntádselo á él.

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«Llamaron, pues, otra vez al hombre que habia sido ciego, y dijéronle: da gloria á Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador. «Mas él respondió: si es pecador no lo sé; solo sé que yo antes era ciego y ahora veo-. «Replicáronle: ¿qué hizo Él contigo? ¿cómo te abrió los ojos? «Respondióles: Os lo he dicho ya y lo habéis oido, ¿á qué fin queréis oirlo de nuevo? ¿si será que también vosotros queréis haceros discípulos suyos. «Entonces le llenaron de •maldiciones y le dijeron: Tú serás su discípulo, que nosotros somos discípulos de Moisés; nosotros sabemos que á Moisés le habló Dios; mas este no sabemos de donde es. «Respondió aquel hombre diciendo : Aquí está la maravilla , que vosotros no sabéis de donde es este y con todo ha abierto mis ojos. Desde que el mundo es mundo no se ha oido jamás que alguno haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si este hombre no fuese de Dios no podría hacer nada de lo que hace. «Dijéronle en respuesta: saliste del vientre de tu madre envuelto en pecados y ¿tú nos das lecciones? « Y le arrojaron fueteo.» No podían sufrir dentro de la Sinagoga quien reconociera, no ya la divinidad de JESUCRISTO, sino ni siquiera la excelencia de sus obras; no toleraban ni siquiera que saludara á J E SUCRISTO como manantial de luz aquel que estando en tinieblas desde el nacimiento habia recibido de Él el resplandor y la visión. Juró la Sinagoga,no solo perseguir á JESUCRISTO, sino perseguir á todo lo que JESUCRISTO protegiera; bastaba, pues, que JESUCRISTO obrara un milagro en favor de un enfermo, de un necesitado, de un indigente para que estallara en el acto mismo, sobre su misma cabeza, el rayo de la ira judaica, el huracán de la persecución por parte de los escribas.y fariseos. , Y era tan viva la ojeriza contra todo lo que respirara espíritu cristiano, era tan enérgica la oposición producida por la ojeriza de los escribas y fariseos, que el temor se habia posesionado de los judíos, hasta el punto que por miedo á sus resoluciones y anatemas no se atrevían á confesar paladinamente lo que creían, ni los mismos que al presenciar los rasgos de su omnipotencia interiormente confesaban que en realidad era Él el Hijo de Dios. Otro hecho, todavía mas ruidoso que el de la curación del ciego, vino á colmar la medida del enojo de-los escribas. Aludimos á la resurrección de Lázaro. El divino Maestro se habia hecho especial amigo de una distinguida casa de Betania, cuyo jefe, al oir las primeras enseñanzas evangélicas, comprendió que aquella era la doctrina salvadora del mundo. Marta y María, la primera virtuosa por carácter y por costumbre, la segunda dotada de un corazón exquisito, aunque víctima de una vanidad y sensualismo, mas tarde llorados, participaron del entusiasmo de Lázaro, que tal se llamaba el hermano. acostumbraba á retirarse á Betania después de cada tentativa sobre la c o n versión de Jerusalen. Esta ciudad habia endurecido su corazón de modo que apenas conocía la sublimidad y la caridad de que se hallaban impregnadas las santas máximas del Salvador. JESUCRISTO se retiraba entristecido de la ciudad de los profetas, y mas de una vez al salir de ella camino de su predilecta Betania, sentábase en una de las colinas que dominaban la ciudad y lloraba amargamente su ceguera y su ingratitud: un dia JESÚS, los ojos fijos en Jerusalen, elevadas las manos al cielo, convertidos en dos arroyos sus purísimos ojos, exclamó: ¡Jerusalen, Jerusalen, cuántas veces quise yo congregar tus hijos á mi sombree, como la gallina reúne debajo de sus alas á los patínelos y no lo quisiste !!! Jerusalen, ha dicho con cierta exactitud un crítico contemporáneo, célebre por su impiedad, era una ciudad donde predominaba el pedantismo, la acrimonia, las disputas, los odios y las mezquindades de espíritu. El f a natismo era llevado á la exageración, y con frecuencia se repetían las sediciones religiosas. Los fariseos privaban en los grandes centros; el estudio favorito de la L e y , llevado á las nimiedades mas insignificantes, y reducido á cuestiones de puro casuitismo. Mefítica atmósJESUCRISTO

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fera, demasiado escasa y estéril para complacer á la inmensidad y á la delicadeza del corazón divino de JESÚS. El orgullo de los judíos puso el sello al descontento de JESUCRISTO , y hacia mas y mas pesarosa su permanencia en Jerusalen.. En Betania una porción de familias generosas ofrecían un campo mas fecundo á las fatigas de su evangelizacion. Betania, situado en uno de los mas plácidos y frondosos paisajes de los alrededores de Jerusalen, se habia prestado á ser teatro de importantes predicaciones, de conversiones ruidosas y de hechos cuya memoria se han trasmitido los siglos y no olvidarán las futuras generaciones. Simón el leproso vivia en Betania, y en ella consagró un banquete espléndido en honra de JESÚS ; en Betania María de Magdalena se convirtió á É l , y quiso Él que Betania fuese el lugar donde aconteciera el milagro que puso el sello á su reputación divina, y que motivó la mas cruel de las persecuciones. Hallándose JESÚS en Galilea, enfermó y murió su amigo Lázaro. Intenso y general fue en Betania el llanto por aquel fallecimiento causado, por ser el difunto persona relacionada y querida. Inconsolables estaban las hermanas, tanto mas afligidas, en cuanto firmemente estaban convencidas que, á haberse encontrado en casa el divino Maestro, no hubiera sucumbido Lázaro. Un emisario de aquella noble casa fué á dar noticia de la grave enfermedad de este á JESÚS, que iba evangelizando aquellas apartadas regiones. Cuando oyó que aquel estaba enfermo, quedóse aun dos dias en Galilea, pasados los que dijo á sus discípulos: «Vamos otra vez á la Judea.» Era tan recia la persecución que en Judea se hacia á JESUCRISTO y á sus adictos en aquellos dias, que al oir los discípulos que se trataba de volver á aquel país, le replicaron diciendo: «Maestro, hace poco que los judíos querían apedrearte, y ¿quieres volver allá otra vez? les respondió, y aquí tomamos el texto del Evangelio, ¿pues qué? ¿no son doce las horas del dia ? El que anda de dia no tropieza, porque ve la luz de este mundo; al contrario, quien anda de noche tropieza, porque no tiene luz. Así dijo, y añadió: Nuestro amigo Lázaro duerme; mas yo voy á dispertarle del sueño.» «JESÚS

« Á lo que dijeron sus discípulos: Señor, si duerme sanará. «Mas JESÚS habia hablado de la muerte, y ellos pensaban que hablaba del sueño natural. «Entonces les dijo JESÚS claramente: Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haberme hallado allí, á fin de que creáis. Pero vamos á él. «Entonces Tomás, por otro nombre Didimo, dijo á sus condiscípulos: Vamos también nosotros y muramos con É l . » Tan convencidos estaban de que serian perseguidos, y de que la persecución que sufrirían seria llevada hasta el encarnizamiento. Cuando JESÚS llegó á Betania, la consternación se habia apoderado de María y de Marta, quienes vieron reunirse en su casa muchos judíos distinguidos de Jerusalen, ganosos de aligerar la pesadumbre ocasionada por tan fatal desgracia; empero al saber que JESÚS llegaba fue incomparable el contento de ambas hermanas. Marta apresuróse á salir al encuentro del Maestro, y cayendo á sus pies: «Señor, le dijo, si hubieses estado aquí, no hubiera muerto mi hermano: bien que estoy persuadida que ahora mismo te concederá Dios cualquiera cosa que le pidieres. «Dícele JESÚS, y aquí reanudamos la narración evangélica: Tu hermano resucitará. « L o s é , respondió Marta, resucitará en la resurrección del último dia. «Díjole JESÚS : Yo soy la resurrección y la vida: quien cree en m í , aunque hubiere muerto, vivirá, y todo aquel que vive y cree en mí no morirá para siempre; ¿crees tú esto? «Respondióle: O h , Señor, sí que lo creo y que tú eres el CRISTO, el Hijo de Dios vivo que ha venido á este mundo. «Marta se levantó de los pies de JESÚS, y fuese á llamar secretamente á María, su hermana, diciéndole: Está aquí el Maestro y te llama.

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«Apenas ella oyó esto, se levantó apresuradamente y fué á encontrarle, porque JESÚS no había entrado todavía en la aldea; sino que aun estaba en aquel mismo sitio en que Marta le habia salido á recibir.» Todavía hoy los que peregrinan por Tierra Santa se detienen para venerar una piedra llamada del Coloquio ó piedra de sania María, que es tradición ser la en que estaba situado el Redentor antes de llegar a Betania, cuando recibió á las dos mujeres piadosas. Después de haber repetido con Magdalena la escena pasada con su hermana, JESÚS preguntó : «¿Dónde le pusisteis?» « V e n , Señor, le dijeron, y lo verás.» Entonces á JESÚS se le arrasaron los ojos en lágrimas ; en el trayecto que recorrió desde el lugar del coloquio al sepulcro, JESÚS prorumpió en nuevos sollozos que le salian del c o razón. Era el sepulcro de Lázaro una gruta cerrada con una piedra. Todavía hoy se conserva una cavidad abierta en una peña á la que se baja por seis gradas. A l l í , rodeado el Señor de la familia de Lázaro, de los mas distinguidos judíos de Betania y de Jerusalen y de una muchedumbre de curiosos atraidos por lo extraordinario del cortejo que pasó al lugar del entierro, levantó sus brazos al cielo, dio gracias al Padre porque le daba ocasión de glorificarle de nuevo, y dirigiéndose al difunto con aquella voz que hizo surgir el universo de la nada: «Lázaro, le dijo, sal afuera.» El difunto obedeció; entonces vio el pueblo como una calavera cubierta de podredumbre, arrastrándose por la cavidad de la peña sepulcral salia atadas las manos y los pies, y se presentaba con medio roido y enteramente enmohecido sudario; vio como volvian á refrescarse aquellas disueltas carnes y á reanimarse aquellos hundidos ojos; vio como al ser desatadas las manos y los pies de Lázaro, este se postraba á plantas de JESUCRISTO, y adorándole con efusión exclamaba: « S í , sois Vos la resurrección y la vida.» Una gran parte de los que aquello presenciaron cayeron de rodillas junto á Lázaro y á los pies de CRISTO. Un Credo robusto se oyó en aquella melancólica soledad. Betania se conmovió. La Sinagoga de Jerusalen y el consejo de fariseos que dirigían la opinión religiosa de aquel país supieron inmediatamente el milagro acontecido; empero no dejaron ablandar sus corazones; juntaron consejo y dijeron: « ¿ Q u é hacemos? Este hombre hace muchos milagros, si lo dejamos así todos creerán en É l , y vendrán los romanos y arruinarán nuestra ciudad y la nación.» ¡Ya les era intolerable el predominio que JESÚS iba tomando sobre el pueblo! « E n esto, dice el Evangelio, uno de los congregados llamado Caifas, que era el sumo pontífice de aquel año, les dijo: Vosotros no entendéis nada, ni reflexionáis que os conviene el que muera un solo hombre por el pueblo y no perezca toda la nación.» En estas palabras, proferidas con intención aviesa, se entrañaba un axioma de altísima sabiduría, y un anuncio de celestial inspiración. Con venia, en efecto, que el CRISTO muriera para que el pueblo fuera redimido, y en expresión del Evangelista, para congregar en un cuerpo ti los Mjos de Dios que estaban dispersos. Desde aquella hora los judíos no. esperaban sino ocasión propicia para matar á JESUCRISTO ; ¡ resolvieron darle muerte desde el momento en que se convencieron que iba derramando y restaurando la vida! En verdad, la fama de JESÚS volaba ya con extraordinaria celeridad en la opinión general de la Judea. El hecho de la resurrección de Lázaro era innegable; habia acontecido á la faz de inmensa muchedumbre. El pueblo sentía acrecentar cada dia sus íntimas simpatías hacia el Profeta, que sin ostentar ninguna de las frivolas pompas, ni hacer los ridículos alar-' des de los fariseos, se manifestaba siempre alta personificación de la amabilidad y de la dulzura. El pueblo empezaba á reconocer en JESUCRISTO á su verdadero amigo, y de ahí que al dirigirse á Jerusalen poco tiempo después de la resurrección de Lázaro, JESUCRISTO fuese r e -

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cibido por una turba inmensa que agitaba al aire ramos de olivo y palmas, y alfombraba el suelo con las capas y túnicas de sus hijos. Ningún hijo de David habia sido aclamado con el entusiasmo que lo fue Él. En vista de aquella explosión de cariño volvieron á reunirse los fariseos, y se dijeron unos á otros: «¿Veis como no adelantamos nada! Hé aquí como todo el mundo se va en pos de É l . » « ¡ Q u e muera!» exclamaron todos. Y no solo determinaron perder á JESÚS ; conjuráronse igualmente contra Lázaro, el cual era un testimonio vivo de la omnipotencia de JESUCRISTO ; Lázaro contaba á sus amigos distinguidos y á cuantos se acercaban á él cómo habia enfermado y habia muerto, y como por el influjo de una voz irresistible,atraído por el imán sobrenatural de una palabra creadora, habia vuelto á la luz de la vida. Por esto los príncipes de los sacerdotes deliberaron quitar también la vida á Lázaro. ¡ Insigne obcecación la de los judíos perseguidores! ¿ Matar á Lázaro para que no atestiguara la resurrección en él verificada, no era esponerse á que una nueva resurrección reprodujera con mayor esplendor la omnipotencia que pretendían eclipsar? Queda demostrada con la historia en la mano la enconada persecución que sufrieron, no solo JESUCRISTO, sino aquellos á quienes JESUCRISTO escogía para realizar los portentos de su misericordia. El ciego de nacimiento fue perseguido y arrojado de la sinagoga porque recibió de CRISTO la l u z ; Lázaro fue perseguido y condenado á muerte por los príncipes de los sacerdotes porque habia recibido de CRISTO la vida. ¡La luz y los alumbrados, la Resurrección anatema!

y los resucitados cayeron bajo el mismo

XII. Traición de Judas Iscariote.

Los escribas y fariseos juraron no dejar pasar la Pascua sin haberse libertado de la sombra del gran Profeta. Era preciso poner la mano sobre de JESÚS y presentarle á los tribunales como á perturbador del orden á la sazón constituido en Judea. Desgraciadamente entre los discípulos del Maestro divino habia uno cuya fidelidad no resistía á la mas ligera prueba. Satanás estaba posesionado de su corazón, y de ahí que nunca sentía por JESUCRISTO aquellos movimientos de santo é intenso cariño, que elevaban el alma de sus compañeros, ante cada uno ele los rasgos de amor con que JESUCRISTO con frecuencia les sorprendía y admiraba. Destituido completamente del sentimiento de piedad que á los demás Apóstoles animaba ó inspiraba, encontraba motivos de crítica y pábulo de murmuración en todas aquellas escenas de la vida del divino Redentor, cuya memoria alienta el verdadero espíritu de la poesía cristiana. Judas tenia la desgracia de no sentir ; porque no sentía no amaba; por poca sensibilidad que gozara su corazón era imposible que se atreviera á cerrarlo ante las muestras especiales de cariño que de JESUCRISTO recibiera. Mientras sus compañeros en el ministerio evangélico se sentían anegados de gozo y de ternura al ver á JESUCRISTO cariñosamente obsequiado en cierto convite en su honor celebrado en Betania; mientras se expansionaba el corazón de los Apóstoles viendo postrada ante JESUCRISTO una dama distinguida, que derramó toda una libra de ungüento de nardo puro sobre sus pies, que enjugó luego con su sedosa cabellera; Judas de Iscariote, insensible á aquel elevado arranque de una alma enternecida, dijo: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para limosna de los pobres?»

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No es que Judas amara mucho á los pobres, ¿qué habia de amarles? El que ama á los pobres ama a CHISTO, y Judas sabia bien que, murmurando de CRISTO, murmuraba a la vez de la Verdad y de la Caridad. Era JESUCRISTO el.principio vivo de la beneficencia, y , por lo tanto, todo lo que tendía a desprestigiar y á desdorar la vida de aquel principio afectaba y dañaba el desarrollo del inmenso proyecto de amor concebido por el divino Maestro, que debia cambiar de raíz las relaciones de los poderosos con los indigentes. ¡ Cosa particular! Son a veces los avaros quienes mayor celo teórico manifiestan para c u brir, con elementos ajenos, necesidades a cuya voz hacen continuamente el sordo, cuando con propios recursos deben socorrerlas. Judas se sentía profundamente disgustado de la compañía amable de JESUCRISTO ; no habia podido elevarse a saborear las espirituales delicias reservadas á las almas que comprenden la grandeza del sentimiento religioso. El amor era el lazo de aquella sociedad reunida y atraída por el imán santo de la palabra del divino Maestro; unos á otros los discípulos se amaban; solo Judas no amaba. Era la ironía al lado del respeto; la sátira junto á la veneración; el odio frente á frente de la cordialidad simpática. Probablemente Judas se hizo discípulo del Señor para hacer la oposición al espíritu religioso dominante entonces en Israel; y cuando estuvo afiliado á la sociedad de JESUCRISTO se puso en relaciones cordiales con los fariseos, para hacer la oposición al naciente Cristianismo. No amaba ni creia;- falto del sentimiento de dignidad, usaba la hipocresía cuando podia serle favorable á sus planes, optando por la incredulidad cuando mejor que la hipocresía podia servir á sus mezquinos proyectos. Incapaz de comprender siquiera la idea del sacrificio, no llegó á presumir que sus compañeros llevaran la adhesión á JESUCRISTO hasta al martirio; la inmolación voluntaria en aras de la fidelidad y de la propaganda de una idea generosa no entraba para él en el orden de lo posible, ni siquiera de lo imaginable. ¿Cómo JESUCRISTO aceptó á su lado, y al lado de sus generosos discípulos un tipo tan diametralmente opuesto al dominante en la sociedad apostólica? ¿Cómo aceptó una nota tan discordante en el concierto evangélico? Acatémonos ante las divinas resoluciones. Quizá convenia que el mundo se acostumbrara á ver en la primitiva sociedad de JESUCRISTO una individualidad perversa, para que los desórdenes individuales, que habían de ser inevitables en el desarrollo de la vida del sacerdocio cristiano, no pudieran ofrecer argumento alguno contra la integridad de la institución. Judas conocía el interés de los fariseos para apoderarse de la augusta persona de JESUCRISTO ; los fariseos no ignoraban que al lado de JESUCRISTO habia un discípulo falso capaz de bajar al último extremo de la degradación, si de ello podia obtener algún lucro. La Sinagoga aprovechó la.oportunidad y entró en tratos con el falso discípulo. Los judíos compraron á J u das, Judas les vendió á JESUCRISTO. • . Para consumar el crimen el discípulo traidor escogió los instantes en eme JESUCRISTO, poniendo el sello á todas las obras de misericordia que habia ostentado, se desposó de una manera personal con la Iglesia, dándose por comida á sus mismos discípulos. Tomó la divina Eucaristía y con la Comunión en el cuerpo se fué á decir á los fariseos: «Esta es la hora.» ¡La noche del amor fue la noche de la traición!!! ¡ Idea horrible que se presta á largas y fecundas consideraciones! Ni CRISTO pudo llevar mas allá el espíritu de caridad, que haciendo lo que hizo en la noche que instituyó el Sacramento adorable ; ni Judas pudo llevar mas allá el odio, que escogiendo aquella noche para entregar en manos de los enemigos al mejor amigo de la humanidad. Desde entonces los hombres que sean capaces de abrir los ojos y de leer reflexivamente la historia, no pueden dejar de ver que la Iglesia, discípula de CRISTO, ama siempre con tanto mayor desinterés, en cuanto sabe que amando no recibe otra recompensa que la traición y el vilipendio. Judas personificaba el odio al amor; la personificación de Judas debia perpetuarse en la

dilatarse, como se dilata, hasta los siglos mas lejanos, permanece vivo el odio, que se enar-

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dece contra la caridad, y que contesta siempre á los grandes sacrificios de la caridad con el vilipendio y con la traición. Vendido el Maestro divino, natural es que sean vendidos los discípulos piadosos. La historia es un mercado donde las bajas traiciones compran y venden á los corazones levantados, para sacrificarles. Hacer bien equivale á llevar escrito en la frente un título para ser vendido por los malvados. Amar es peligroso, desde que la caridad viva, que es el sublimado del amor, fue vendida durante su suprema y mas admirable expansión. Los escribas y fariseos compraron á JESÚS, que Judas les vendió; pero encargaron a una turba desaforada de perdidos el posesionarse de su sagrada persona. El Redentor oraba en el huerto de los olivos, cuando la estrepitosa cohorte se arrojó sobre de Él. Judas le besó la frente para manifestar á los que acaudillaba quién era el que debían amarrar, atar y arrastrar. Nuevo género de perseguir fue el que Judas inventó. ¡Quién hasta entonces habia convertido el beso en señal de persecución!!! Desde aquella hora, sin embargo, el beso ha sido m u chas veces el punto de partida de grandes traiciones á la causa de JESUCRISTO. Las defecciones mas trascendentales habidas en el campo de la fe han empezado casi siempre con un beso de respeto; un beso de respeto ha sido el punto de partida de los mas escandalosos despojos cometidos contra la Iglesia, hija de JESUCRISTO. ¿ N O tenemos de ello una prueba reciente? ¿En el huerto de los olivos del Vaticano, el Vicario de JESUCRISTO no recibió un beso de amistad dé labios,—sí, de los labios, no del corazón,—-delgran vendedor de los bienes, de la gloria y de la dignidad sacerdotal? ¡ No besó con los labios y con la pluma la mano del Pontífice el que después de celebrar oscura alianza con los enemigos del Pontificado se presentó al frente de una cohorte de armados con palos, hachas y linternas para devorar su presa!!! ¡ Perseguir besando! hé ahí el grapde invento de Judas; invento q u e , triste es deber confesarlo, fue la persecución que mas amargó la sensibilísima alma del Redentor. Aquel beso produjo los resultados apetecidos. Las turbas se echaron sobre el manso Cordero, quien ni siquiera permitió que los discípulos que le acompañaban le defendieran con la fuerza. No pidió á su Padre que le enviara las doce legiones de ángeles destinadas á la protección de su Hijo encarnado, solo quiso dejar consignada esta elocuente queja y protesta: « Como contra un ladrón habéis salido con espadas y con palos á prenderme; cada dia estaba sentado entre vosotros enseñando en el templo, y nunca me prendisteis. Verdad es que todo esto ha sucedido para que se cumplan las Escrituras de los profetas.» Judas vio cumplida su nefanda tarea. Á la mañana siguiente el fantasma de su negro crimen turbó la cínica tranquilidad de su alma. La sangre del Justo, que iba á ser derramada á consecuencia de la traición deicida, se agitaba en su imaginación como tempestad horrenda. Veia ya brillar muy de cerca el rayo de la venganza divina; sentía estremecerse d e bajo de sus plantas la tierra: Los patriarcas y los profetas de lo pasado; los justos y los santos del porvenir se le representaron asestando contra su frente sus miradas encendidas de santa ira. Sintió que el universo entero marcaba su frente con el sello de la infamia, alentado por la indignación viva de todas las generaciones honradas. Habia vendido la personificación de todas las virtudes, y por consiguiente sentia sobre sí el peso de todos los crímenes. Judas se reconoció el mas inicuo de todos los hombres, y el eco de aquella dulce reprensión de JESÚS : amigo, ¿á qué lias venido? daba mayor relieve á su incomparable iniquidad. Cain, después del fratricidio, temió que el que le encontrara le mataría, y aceptó la señal de protección-que puso sobre él el cielo; Judas temió mas la vida que la muerte. JESUCRISTO, vendido por é l , le hubiera dado la amnistía de su misericordia. Ya era traidor y aun le llamaba amigo. Sin embargo, le faltaron fuerzas para aceptar el perdón de labios del que habia arrojado en manos de los enemigos. Herido por la deshonra, no supo acudir al bálsamo de la confesión y del arrepentimiento. Arrojó el precio vil de su sagrada venta y se colgó de un árbol. Murió pendiente de un árbol Judas, mientras á causa de su inicua traición moría pen-

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diente de otro árbol JESUCRISTO ; perseguidor y perseguido pendian de un leño, las entrañas del perseguidor cayeron al suelo, y revueltas en el fango, han merecido la execración de todos los creyentes ; las entrañas del perseguido se abrieron ante el mundo, y dieron paso á esta inmensidad de luz y de calor que ha llevado á las almas generosas y levantadas vida y sabiduría.

XIII. JESUCRISTO sentenciado por el Sinedrio.

En los antiguos tiempos el sacerdocio era como el centro de la vida de Israel. Nada podia hacerse con éxito y eficacia sin contar con su previa bendición. El carácter religioso que en el pueblo de Dios tenian la guerra y la paz reclamaban la influencia natural del ministro de la divinidad. El cielo contribuyó con hechos prodigiosos á sostener el prestigio del sacerdocio. Si Azarias se atreve á ofrecer incienso en el templo usurpando una atribución sacerdotal, la tierra-se estremece, un rayo hiere su frente, y el usurpador de las santas prerogativas de los hijos de Aaron se siente instantáneamente cubierto de lepra; el enojo del Altísimo estalla sobre Saúl, porque tardando á llegar el sacrificador ofrece por su regia mano la víctima de propiciación. Por otra parte, salvas contadas escepciones, los sumos sacerdotes correspondían con la austeridad de sus costumbres y el fervor de su celo á la altísima dignidad que ejercían. Gracias á ellos Israel pudo salvar la fe al través de las ruinas materiales, que unas tras otras, se amontonaban en su historia. Cuando la relajación llegó al sacerdocio pudo darse por terminada la vida del pueblo santo. La disolución de costumbres no podia menos de ser fomentada por la conducta de Aristóbulo, manchando sus manos sagradas con la sangre de su hermano Antígono, sacrificado por venganza ; ¿ q u é piedad podia respirar el pueblo que veia á Alejandro, su rey y pontífice, mandando crucificar á ochocientos subditos suyos para dar mágico esplendor á un festín consagrado á sus concubinas? Ante el espectáculo de un pontífice "que muere de embriaguez, ¿cómo podia medrar el espíritu de continencia y templanza en el pueblo fiel? En tiempo de Herodes el sacerdocio llegó al mayor grado de corrupción. Simón, hijo de Boehus Alejandrino, obtuvo de Herodes el sumo pontificado con la mira de que, ennobleciendo al padre, pudiera mas fácilmente casarse él con la hija. Treinta y cinco años obtuvo el supremo sacerdocio aquella familia intrigante. Unida con estrechos vínculos con la casa de Herodes, la familia pontificia se cuidó poco de obtener el espíritu y las virtudes sacerdotales. El pontificado pasó á ser nada mas que un empleo espléndido, dependiente en absoluto de la corte del cesar. Limitábanse los pontífices á conservar rutinariamente ciertas prácticas exteriores del judaismo, odiando por sistema todo lo que, promoviendo un renacimiento del amortiguado espíritu religioso, pudiera turbar el descanso de que disfrutaban sentados en la presidencia de la Sinagoga. José Caifas era el pontífice, creación de Herodes, que regia la Iglesia judaica cuando JESUCRISTO fue preso. Á su presencia fue conducido el divino Maestro, bien que antes, para humillarle mas, le condujeron á la de A n a s , por sola la razón de ser este pariente de aquel. recorrió el camino que, cruzando el valle de Josafat, atraviesa luego el Cedrón enfrente de los sepulcros de Josafat y de Absalon, sube la colina del templo, penetraren la ciudad por la puerta Esterquilwia y termina en casa de Anas, sita en el monte Sion. A l l í , en aquella casa, donde se debia respetar especialmente átodo el que hablara de las santas tradiciones de Israel, JESUCRISTO fue interrogado con acritud sobre su doctrina y sus discípulos. JESUCRISTO

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« Y o manifiestamente lie hablado al mundo, le dijo JESÚS, nada he enseñado en oculto; siempre lo he hecho en la Sinagoga y en el templo donde concurren los judíos: ¿qué me preguntas á m í ? pregunta á aquellos que han oído lo que yo les hablé; ellos saben mi doctrina.» Entonces, para colmo de afrenta, un criado de A n a s , dando á JESÚS un fuerte bofetón: « ¡ A s í respondes al pontífice! le dijo.» « S i he hablado mal, replicóle JESÚS, muéstrame en qué, y si he hablado bien, ¿por qué me hieres?» En aquella casa empezó, pues, el ultraje decidido á JESUCRISTO; el criado de un príncipe de los sacerdotes fue el que hirió el rostro amable del Redentor, á consecuencia de la mas sensata y prudente respuesta dada á la arbitraria pregunta de uno que ni siquiera autoridad tenia para interrogar. Todo habia de ser caprichoso é informal en el mas grave proceso que han presenciado los siglos. A n a s , reconociendo sin duda la intrusión cometida, mandó atar a JESÚS y conducirlo á casa de Caifas, su yerno, que distaba poco de la suya. En el.atrio de aquel edificio tuvieron lugar aquellas bárbaras y sacrilegas escenas que el Evangelio indica. Allí acontecieron los escarnios mas soeces contra la vida y la misión del Hijo de Dios'; allí, golpeándole con furia, le conjuraban á que adivinase quienes eran los insultantes, burlándose así de los testimonios de altísima sabiduría que los pueblos reconocían en E l ; allí fue cuando el alma lacerada de JESÚS sintió la amargura de la negación de Pedro, bien que pronto el bálsamo de las lágrimas del santo apóstol cicatrizó aquella herida profunda. En el entre tanto reuniéronse para deliberar bajo la presidencia de Caifas, los príncipes de los sacerdotes y los escribas; faltábales para formalizar el proceso la declaración de algunos testigos que afirmaran haber oido de labios de JESÚS algo ó contra el orden religioso de Judea, ó contra el orden político del imperio; en el primer caso le condenaría la Sinagoga, en el segundo Poncio Pilatos. Varios testigos comparecieron, empero unos á otros se inutilizaban á fuerza de contradicciones. Quiso la Providencia que brillara mas esplendorosa que el sol la inocencia y la justicia de JESUCRISTO. DOS testigos últimamente se presentaron á declarar que habían oido que JESÚS decia: «Puedo destruir el templo de Dios y reedificarlo en tres dias.» No era suficiente esta afirmación para provocar una sentencia de muerte, por lo que el sumo pontífice trató de provocar alguna afirmación mas grave por parte de JESUCRISTO. «Te conjuro, le dijo, por el Dios vivo que nos digas si tú eres el CRISTO, el Hijo de Dios.» Esta conminación, hace notar oportunamente el abate Mislin, debia dirigirla á los testigos para obligarles á declarar la verdad, conforme prevenía la ley, por cuanto un juez no podia poner á un acusado en la alternativa de ser perjuro ó culparse á sí propio. Sin embargo, JESUCRISTO, usando de generosidad, contestó: «Tú lo has dicho: yo soy.» Esta confesión ya pareció suficiente al Sinedrio para una condena á muerte. Profirieron contra JESÚS sentencia de muerte aquellos que no gozaban del derecho de condenar á nadie á la extrema pena; este derecho se lo habían reservado para sí los romanos, los cuales solo toleraban, ó mejor, no pedían cuenta á los judíos de los asesinatos cometidos en los tumultos populares, causados por lo que entonces se llamaba el juicio de celo. Todas las leyes fueron quebrantadas en el desarrollo del proceso de JESUCRISTO; y á la v e r dad así debia suceder; solo quebrantando todas las leyes se podia condenar á muerte al legislador de la regenerada humanidad. El que venia á perfeccionar la ley no podia morir sino en virtud del quebrantamiento de la ley. Con venia á los planes que la Providencia divina se habia trazado, que apareciera visible á todas luces la injusticia de la mortal persecución del Sinedrio á JESÚS , para que al ver la índole de persecución que sufrió el Maestro, fuera explicable la persecución injusta que sus discípulos y las generaciones engendradas por ellos habían de sufrir.

SUFHIDAS POlt LA IGLESIA CATÓLICA.

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XIV. Condenación de JESUCRISTO por Poncio Pilatos.

Los príncipes de los sacerdotes, que se habian atrevido á condenar á JESÚS, contrariando la legislación entonces y allí vigente, no osaron ejecutar por sí mismos la sentencia, temiendo que el representante del cesar les exigiera mas ó menos tarde la responsabilidad de tan grave extralimitacion. Deliberaron otra vez sobre la manera de consumar el sacrificio. Dos caminos se les presentaban para satisfacer su encono ; entregar á JESÚS al juicio del celo promoviendo contra su sagrada persona un motin popular, ó acudir á la autoridad romana para que confirmara la sentencia proferida contra el supuesto blasfemo. El primer medio ofrecía varios peligros para la causa del Sinedrio. JESÚS contaba en el pueblo muchos adictos y generales simpatías. El recibimiento entusiasta que cuatro dias antes le habia dispensado Jerusalen infundia sólidos temores en los conjurados de que el pueblo se resistiera á atropellar al que habia curado á muchos de sus hijos enfermos. El que fue resurrección de Lázaro gozaba de innegable popularidad. Por otra parte JESÚS se atraíalas simpatías de cuantos le rodeaban con sus miradas, con sus ademanes y con sus palabras. Arrojarle en medio de la turba era esponerse á que las muchedumbres al verle y sobre todo al oirle lejos de arrojarse sobre de Él se arrojara á sus plantas. Sabían los magnates de la Sinagoga que el pueblo un dia se propuso proclamarle rey ; entregándole al pueblo, podia suceder que en vez de conducirle al suplicio se le encumbrara hasta al trono. Un milagro obrado á tiempo, por el que tantos prodigios tenia verificados, podia desvanecer todos los proyectos y destejer la red con tanta malicia urdida. La idea del motin fue rechazada. Aceptaron el medio de acudir á la autoridad del cesar. Era representante de Tiberio César en la Judea durante aquellos tiempos, Poncio Pilatos, hombre de carácter grave, avaro, iracundo, sucesor de Valerio Graco en aquella alta dignidad. Nada querido era de los judíos, porque con su severa conducta habia demostrado en los actos característicos de su administración no tener otro norte de su conducta que la complacencia de su Emperador. La Judea tenia en él un tirano, un déspota, razón por la cual estaba enemistado con las principales familias del país, empezando por el mismo rey Herodes. El palacio de Pilatos estaba en el extremo nordeste del gran recinto exterior del templo; y el pretorio, que era la sala donde administraba justicia, ocupaba la parte oriental del edificio. Allí fue conducido JESUCRISTO. LOS judíos, á la pregunta que les dirigió Pilatos dicióndoles: «¿qué mal ha hecho este hombre?» contestaron: «si este no fuera malhechor no te lo hubiéramos entregado.» Pilatos les dijo: «Tomadle allá vosotros y juzgadle según vuestra l e y , » mas los judíos contestaron: « N o nos es lícito á nosotros matar á nadie.» Entonces Pilatos entró en el pretorio para interrogar á JESÚS. La escalera que subió debia ser llamada escahra santa por millares de generaciones , los creyentes de todos los siglos la habian de subir de rodillas*; rios de lágrimas debian bañar aquellos privilegiados veinte y ocho peldaños salpicados con la preciosa sangre del augusto acusado. Pilatos no sentía aversión ninguna contra JESÚS. Indiferente á la causa judaica miraba con frialdad suma cuanto se relacionaba con las divergencias religiosas de sus subditos. El interrogatorio sufrido por JESUCRISTO de parte del gobernador de Judea fue menos apasionado que el que le dirigieron Anas y Caifas. No tardó el representante del cesar en convencerse completamente de que el acusado era inocente. Los judíos no tardaron á oir de labios del gobernador esta palabra, que será siempre el mas elocuente testimonio de la inocencia de JESÚS y de la iniquidad de sus adversarios: « Y o no hallo en Él ninguna causa.» Este juicio ha retumbado como un eco de

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generación en generación; es el canto de victoria de la inocencia del Redentor, y como un epígrafe escrito en la frente de la perversa generación que sacrificó en aras de las pasiones mas bastradas al Deseado de los profetas. Esta exaltación de JESUCRISTO fue ignominia para el Sinedrio. Burlados los esfuerzos de los judíos para que Pilatos ratificara la sentencia contra JESUCRISTO, por delito religioso, acudieron á otro recurso, dieron carácter político á la acusación: « A este bemos hallado pervirtiendo á nuestra nación y vedando dar tributo á cesar y diciendo que él es e l CRISTO rey... tiene alborotado al pueblo con la doctrina que esparce por toda la Judea, comenzando desde la Galilea hasta aquí (1).» ¡ Cuánta iniquidad! Sabían los judíos que á los emisarios de los escribas y fariseos, enviados para comprometerle, que le habian preguntado: «es lícito pagar tributo al cesar?» el Maestro divino les contestó: «dad al cesar lo que es del cesar;» no ignoraban que en un momento de entusiasmo popular, en que las muchedumbres querían proclamarle r e y , JESÚS se escondió. Los hechos de la vida evangelizadora de JESUCRISTO desmentían elocuentísimamente esta inicua acusasion. Empero al formularla, no solo los judíos faltaban á la verdad, sino que obraban de la manera mas indigna respecto á la patria. ¿ A qué venia el celo repugnante de los judíos á favor de los intereses del cesar? ¡por ventura el cesarismo habia realizado el bello ideal de la Judea ! ¡ No era el cesarismo una esclavitud ! ¡ No murmuraba el pueblo entero contra los emisarios del imperio! ¡No estallaban á menudo serios motines para ahuyentar las águilas extranjeras de aquel bendito suelo, cuya independencia conquistó Josué y reconquistaron los Macabeos! ¡Jerusalen hubiera abogado por los intereses de Babilonia !!! ¡ A cuánta bajeza hubieron de caer los adversarios de CRISTO para revestirle de cierta fingida culpabilidad ! Hé ahí el tipo de los acusadores de la Iglesia; ¡ hasta favoreciendo la Iglesia los sentimientos levantados del patriotismo tiene á su frente los que en toda otra ocasión alardean de patriotas! Sin embargo, Pilatos comprendió el móvil de la acusación. El fingido celo por la causa del cesar, manifestada por sugetos conocidos por su falta de afección á aquel orden de cosas, acabó de convencer al representante del imperio que de lo que se trataba era de satisfacer innobles deseos de venganza ó de apagar vil fiebre de envidia. Pilatos supo que JESÚS era galileo, por lo que creyó salir del paso remitiéndole á Herodes Antipas, hijo del Ascalonita, el mismo que mandó degollar á Juan Bautista, y que era á la sazón tetrarca de Galilea. Herodes se alegró de ver á JESÚS en su casa, creyendo que le daria el gusto de obrar en su presencia alguno de los hechos milagrosos, cuya fama llenaba la G a l i lea entera. Mas dicho sea de paso, la misión de JESUCRISTO no era divertir, amanera de v u l gar prestidigitador, á curiosos de mayor ó menor categoría. JESUCRISTO conservó allá su d i g nidad divina ante aquel desdichado tiranuelo, no contestando palabra alguna á las molestas cuestiones por el tetrarca planteadas. Limitóse, pues, este á vestirle de blanco, que era el tratamiento público de los locos, y á remitirle otra vez á Pilatos. El gobernador llamó á los príncipes de los sacerdotes y á los magistrados y al pueblo para decirles : «Este hombre que me habéis presentado para que le castigara como á pervertidor del pueblo es inocente en mi concepto y también en el de Herodes. En vuestra presencia le he interrogado ¿ qué encontráis en Él que le haga digno de muerte? Le castigaré, pues, y le dejaré libre.» El sentido común se rebela contra este razonamiento de Pilatos: «es inocente y le cast i g o , » CRISTO merecia la libertad, empero para obtener la libertad, á la que tenia derecho, habia antes de recibir azotes, ¿por qué? solo porque Pilatos no quería desairar á los m a g nates de Judea. JESUCRISTO (I)

LlIC. X X I I I .

fue vilmente amarrad» á una columna y azotado con furia. Fue otorgado

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

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al populacho completa libertad de desahogo contra su sagrada persona; de ahí el que la bárbara impiedad del populacho, influido por la Sinagoga, inventara las sátiras mas repugnantes en desprecio é ironía de los pasos característicos de la vida de JESÚS. Para ridiculizar su divina soberanía entretegieron los soldados una corona de abrojos, que pusieron sobre sus augustas sienes, hicieron un manto con un pedazo de raida púrpura, y lo tendieron sobre sus heridas espaldas, cogieron nudosa caña y haciéndosela empuñar, remedaban el distintivo de su mando. La piedad cristiana sufre demasiado al representarse aquella bárbara escena, en la que JESÚS fue blanco del oprobio, que en todas formas, descargaron contra su mansísima y amabilísima persona. Los lamentos de David pudieron ser repetidos por el Redentor en medio de aquellos oprobios: «Multiplicado se han, mas que los cabellos de mi cabeza, los que me aborrecen injustamente ; hánse hecho fuertes mis enemigos, los injustos perseguidores mios; pagado he lo que yo no habia robado... mis propios hermanos, los hijos de mi misma madre me han desconocido; contra mí se declaraban los que tienen un asiento en la puerta, y los bebedores cantaban contra mí coplas ( 1 ) . » El aspecto de JESUCRISTO era lastimoso; perdido habia la belleza y el donaire de su talla y de su varonil fisonomía; curvado bajo el peso de tantas afrentas y de tantos atropellos, su rostro, antes sereno como los cielos, presentábase surcado por las huellas de una vejez i n comparable. Los siglos anteriores y los que habian de venir desplomaron sobre Él todas las pesadumbres de sus dias, causando un estremecimiento horrendo en su flaca y débil humanidad. La imponente lozanía que en la víspera disfrutaba convirtióse en mísera decrepitud; fresco lirio era ayer, que regocijaba las miradas de sus adictos; hoy el huracán dobló su corola y tronchó su tallo; el fango cubrió su tersa blancura. Nadie seria capaz de reconocer en Él el mas hermoso y bello de los hijos de los hombres. Cuando todas las miserias hubieron caido sobre JESUCRISTO ; cuando estuvo atribulado como David, en el álgido período de sus desventuras y ulcerado como Job en el dia crítico de su enfermedad, Pilatos, que quería salvarle, lo presenta al pueblo. ¡Hé ahí el hombre!'le dice. «¡Crucifícale!» este fue el clamor universal. «¡Dejad que lo perdone en celebridad de la Pascua!» replicó Pilatos: «No,insitieron las masas, no queremos que perdones á este, perdona á Barrabás.» Es á cuanto podía llegar la infamia de los judíos; Barrabás era un criminal, un ladrón, un facineroso.' Los escribas y fariseos instigaron al pueblo á pedir la libertad de todos los vicios é iniquidades, que Barrabás personificaba, en cambio de la muerte de JESÚS. «¿Qué mal os ha hecho?» proseguía Pilatos preguntando á las turbas; mas estas insistían: «¡ crucifícale!» «Pero ¿crucificaré á vuestro R e y ? » preguntóles Pilatos. Entonces los príncipes de los sacerdotes pusieron el sello á la degradación de Israel con este grito indignísimo sobre todos los indignos gritos proferidos en las asonadas populares : « N o tenemos otro Rey que César.» En aquel momento Israel abdicó su soberanía, su derecho, su libertad; abrazó el y u g o , la dependencia, la esclavitud. Los jueces, los reyes, los profetas se estremecieron en sus sepulcros al oir aquel clamor vergonzoso. ¡Cuan cara habia de costarle á Israel aquella pura y santísima vida! Todavía Pilatos vacilaba ; pero de todas maneras vacilaba ; sus vacilaciones encorazonaron á los inicuos; «si lo perdonas, exclamaron entonces algunos, si perdonas á este, que se ha hecho rey contra los derechos del cesar; serás enemigo del cesar.» A l oir esto Pilatos se decidió ; tomó la pluma para sentenciar al Mesías, no sin antes protestar de enérgica manera: «Soy inocente de la sangre de este justo» dijo: y no era verdad. Pilatos antes de condenar á un justo debia romper su bastón de mando; debia preferir enemistarse con el cesar que con la justicia. No tuvo valor para ello, y manchó su alma y su nombre. Condenando á JESÚS su conciencia condenó su alma; condenando á JESÚS atrajo sobre su nombre la execración de los siglos. (1)

Salm. Lxvin

HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

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El pueblo obcecado aceptó la responsabilidad del crimen que iba á perpetrarse: «caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos,» vociferaba. Y en efecto cayó. Los perseguidores de JESUCRISTO exhalaron un alarido de entusiasmo al ver que Pilatos firmaba la sentencia de muerte. Según una tradición antigua, la sentencia que condenó al CRISTO fue concebida en los siguientes términos: «Conducid al acostumbrado sitio de los suplicios á JESÚS de Nazaret, seductor del pueblo, conculcádor de los derechos del cesar, falso Mesías, como se ha probado por el testimonio de los ancianos de su nación; crucificadle entre dos ladrones con el título irrisorio de rey. Vete, lictor, prepara las cruces (1).» Después de la sentencia proferida contra JESUCRISTO, Pilatos disfrutó poco tiempo de su elevada posición. A l año siguiente, con motivo de haberse posesionado, ó incautado, como ahora diriamos, de los tesoros del templo para costear las obras de un acueducto, estalló contra él una violenta insurrección. Pilatos cometió repugnantes crueldades contra los insurrectos j u díos. Los clamores del atropellado pueblo llegaron á oidos de Vitelio, gobernador general de la Siria, quien le destituyó enviándole á R o m a , donde habia empezado á reinar Calígula, quien le desterró á Viena en las Galias. Allí, recordando su pasada esplendidez, no supo soportar su desgracia y puso término á sus temporales contradicciones, con el suicidio. De tan infeliz manera concluyeron su peregrinación en la tierra Judas y Pilatos esto e s , el que empezó y el que terminó el sangriento drama de la pasión del Mesías.

XV. El suplicio.

Sonó la hora de cumplimentarse la Redención del género humano; el sacrificio del H o m bre-Dios iba á consumarse. Estaba casi del todo recorrido el itinerario profetice Isaías, J e remías, Daniel, mas bien que profetas, parecían historiadores. El Verbo habia descendido á las entrañas de una virgen, Belén le habia visto nacer, lejanos reyes postrados fueron á sus pies, el templo habia sido inundado con el esplendor de su presencia; Egipto le habia dado hospitalidad, Judea y sus contornos habian presenciado sus prodigios y oído su palabra; habiásele visto «despreciado y el deseado de los hombres... Su rostro como cubierto de v e r güenza y afrentado... por causa de nuestras iniquidades llagado y despedazado por nuestras maldades (2)» «Habia ya sufrido la opresión ó inicua condena ( 3 ) . » No faltaba sino que se realizará esta expresión del profeta cuyas son las expresiones anteriores «fui levantado en alto.» Pilatos abandonó á JESÚS al arbitrio de sus perseguidores y empezó el desenlace del tremendo drama, cuya primera escena tuvo lugar en el huerto de los olivos. El que era personificación de la mansedumbre se vio asaltado por una turba de ilusos furiosos, atraidos por los príncipes de los sacerdotes; la Sinagoga empujaba hacia el patíbulo al Hijo de David. El divino Isaac, cargado con la leña del sacrificio subia la pendiente del Moria para complacer á su Padre el eterno Abrahan. Para que no quedara ningún género de duda sobre la i n mensa pesadumbre que gravitaba sobre las espaldas del Redentor, en aquel último trayecto de su mortal peregrinación tres veces se vio derribado sobre el polvo, el cuerpo, encarnación del Verbo que hizo los cielos y que los sustenta. Camino de amargura llaman las generaciones cristianas al recorrido por el Señor en*aquella hora, y en efecto, amargada y apesadum(1)

Jcsiim N a z a r c n u i n , scdur.torcni g e n t i s , c o m t c m p t o r e m C ¡ c s a i ¡ s , c t falsum M e s s i a m , u l m n j o n i m su¡c g e n t i s t e s t i m o n i o

c s t , d u c i t c .id c o m m u n i s s u p p l i c i i l o c u m ct c i i m l u d í b r í s cruces.» (2)

Isaías, LUÍ.

(3)

luid.

regia majestatis

in m e d i o d u o r u i n l a t r n n u m c r u c i afligitc. Y ,

proliatum

lictor,

expedí

SUFRIDAS l'ÜR LA

lfil.KSIA

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CATÓLICA.

brada estaba el alma de Aquel á quien el mismo JESÚS aludia diciendo: « á Mi le ha cargado el Señor sobre las espaldas la iniquidad do lodos nosotros.» A l pié de la letra iba cumpliéndose esta otra palabra: «conducido será á la muerte como va la oveja al matadero; y guardará silencio sin abrir siquiera la boca delante do sus verdugos. Como el corderito que está mudo delante del que lo esquila.» En la pendiente del Calvario se presentó á JESUCRISTO un grupo de piadosas mujeres, derramando copiosas lágrimas á causa de los atropellosYle que era blanco el que tantas veces las

HUSO D I ;

JTDAS.

habia consolado en sus desventuras ó ilustrado y fortalecido en sus perplejidades. Simbólica agrupación de las atinas que en el decurso di , los venideros siglos liabiau de llorar el deieidio 1

que entonces iba á consumarse. Aquella protesta piadosa salida de la fe y del cariño de los sencillos corazones que se agruparon ante la venerable ligura de JESUCRISTO perseguido, fue seguida di», la agrupación de sus verdugos, que congregados en la cumbre del Calvario, que iba á ser lamas célebre colina de ••• .'

ni

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HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

la tierra, era, mas bien que la representación de los perversos instintos de los agrupados, el simbolismo de todas las iniquidades del pasado y del porvenir. • Todos los enemigos de JESUCRISTO se hallaban representados en aquel grupo de instigadores del crimen y de perpetradores del sacrilegio; allí estaban representados los vicios y las iniquidades cometidas y venideras desde el paraíso á Josafat; todos clamaban contra CRISTO, todos empujaban al CRISTO, todos le derribaban, todos se aprestaban á crucificarle, todos emulaban en deseos de arrancar su vida y despedazar su corazón. Las iniquidades históricas estaban allí para vengarse de la justicia y de*la verdad, cuya personificación veian en CRISTO, y que les habia contrariado en el desarrollo de sus planes; las iniquidades venideras estaban allí para vengarse anticipadamente del anatema y de la oposición que de parte de CRISTO habían de sufrir. Unas y otras iniquidades exclamaban: «Esta es nuestra hora.» Y en efecto, aquella era la tremenda hora de la confusión y de las tinieblas. Los malvados y los sacrilegos de todas las épocas, desde Cain á Poncio Pilatos, desde Poncio Pilatos al Antecristo estaban en espíritu en la cumbre del Calvario para oprimirle y ejercer, aunque transitoriamente, la infernal soberanía contra Él. Aquellos gigantes antediluvianos, nacidos de la impía alianza de los hijos de Dios con los hijos de los hombres; generación pervertida que el Verbo condenó a perecer en el diluvio universal, estaban en el Calvario en aquella hora; miraban á JESUCRISTO y exclamaban: «Este es el Noé que reprendió nuestros escesos y sobrevivió á nuestras maldades; venguémonos de É l ; » y le empujaron para derribarle sobre la Cruz. Sesostris, Raruses, Pheron, los faraones perseguidores del pueblo santo estaban en el Calvario, y ante JESUCRISTO á su cumbre llegado: «Este e s , exclamaron, el Moisés que burló nuestros designios y libertó á los israelitas nuestros esclavos, venguémonos de É l . » Y recordando frenéticos su historia, «levantaos, dijeron, habitantes de Memfis arruinada, y do Tufnis envuelta en llamas, y de Pelasio la acuchillada; jóvenes de Heliópoli y de Bubasto, resucitad , reunios aquí; ahí está el que suscitó contra vosotros al persa y al griego; aquí está el que derribó al ímpetu de su espíritu vuestros magníficos templos de Vulcano y de Ser apis; si Ezequiel y Abacuc auguraron vuestra desgracia fue porque Este, que ha caído en nuestras manos, les inspiró sus amenazas realizadas; venid, arruinemos al que causó nuestra ruina.» Egipto idolátrico estaba allí, y agregaba el vigor de su empuje al de los otros inicuos para derribar á JESUCRISTO. A l lado de Egipto se encontró la Fenicia: Tiro y Sidon estaban allí para vengarse del gran Justo, que castigó las desviaciones del camino del bien de aquellas espléndidas ciudades, donde se hallaban reflejadas las grandezas de la nación á que pertenecían. Tiro.decía: Este es el que envió al profeta que clamó: «Tiro desaparecerá, viniendo á ser semejante al caos.» Este es el que suscitó contra mí á Nabucodonosor primero, y después á Alejandro, que me precipitaron de la montaña de gloria en la que brillaba como el querubín de las ciudades á la oscuridad del mísero villorio; Sidon indignada contra el CRISTO de Ezequiel y de Zacarías, haciendo coro con Tiro, su compañera de prostitución: « H ó a h í , decia, que de reina del mar que era me hizo Este esclava de los persas.» Y ambas decían: «Levantémonos contra el que convirtió en inmensa hoguera nuestros monumentos, nuestros palacios y nuestras casas.» La Asiría también compareció. Babilonia, la que vendía en mercado público á sus hijos; N í n i v e , la ciudad de las orgías impúdicas y sangrientas, recuerdan que el que va á ser ajusticiado es el Mesías vaticinado por Daniel, profeta que turbó la espansion y el regocijo de sus impúdicos festines con el tremendo vaticinio de su perdición ineludible. «Este e s , dijeron, el que hizo anunciarnos por Nahum: q u e , semejante á un torrente desbordado, caería sobre nuestro país, región del crimen, y le desolaría,'y arruinaría á sus habitantes. Este el que eclipsó nuestra gloria y amargó nuestros placeres; este el que convirtió en soledad tétrica'la ciudad mas populosa de Asiría: esta es nuestra hora, exclamaban, exijamos al Redentor de

SUMIDAS POIl LA IGLESIA CATÓLICA.

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Israel 'estricta cuenta de nuestras desgracias. Quede hoy sepultado el causante de nuestros males bajo la inmensa mole de nuestros despojos, decían Babilonia y Nínive.» La Persia vino asimismo al Calvario, recordando que uno de los profetas de CRISTO habia turbado el gozo de sus conquistas anunciándole la venganza del Altísimo por medio de la espada de Alejandro. La ruina de Persópolis, la ciudad mas bella que el antiguo sol alumbró, decia, fue decretada por Este. Los vencedores de Babilonia y de Menfis vinieron á exigir al Mesías judaico la responsabilidad de sus derrotas posteriores. « X e r x e s , el adoradar del gran Dios, el excelente Darío, celestial germen de la raza de genios; Ormuzd, el rey de los reyes de Irán y de Aniran ( 1 ) , » los que dominaron el mar y la tierra de Oriente, desde los espléndidos alcázares de Persópolis vinieron á interrogar á CRISTO sobre las ruinas de su grandeza, y á decirle: « A q u í estamos para aumentar con el cúmulo ele los destrozos de nuestro imperio la inmensa pesadumbre de tu Cruz.» Tras la nación persa compareció la Grecia. Ella habia recibido una misión importante respecto á la civilización del antiguo mundo y en parte la cumplió; empero infiel á la luz intelectual que el Señor le concedió por medio de sus legisladores y de sus sabios, no quiso prescindir de adorar las falsas divinidades, ni se resignó á amoldar su conducta con la severidad moral que le predicaron algunos de sus rígidos filósofos. El orgullo la hizo tiránica, y la ambición infundió al orgullo el espíritu de impremeditada conquista. Grecia fue la mas injusta de las naciones, precisamente porque fue la mas ilustrada. Sus estensos conocimientos aumentaron su responsabilidad. Idólatra, á pesar de conocer la solidez y la lógica del monoteísmo, invasora, no obstante de comprender las ventajas morales del respeto á los derechos de las nacionalidades ajenas, la Grecia fue la mas pecadora porque fue la mas inteligente. Ella conocía la elevada dignidad de que el hombre se halla revestido por la Providencia, y sin embargo, puede decirse que fue la cuna horrenda de la esclavitud. Alardeaba sentimientos nobles y humanitarios mientras tenia bajo la coyunda de la esclavitud feroz á trescientos cincuenta mil ciudadanos en el Á t i c a , á cuatrocientos sesenta mil en Corinto y en la Arcadia á mas de trescientos mil. Opresora de la humanidad, idolátrica respecto á la divinidad, Grecia tenia dos grandes motivos de temer al Mesías que venia á establecer la unidad del culto divino y la dignidad de la persona humana. Los sabios de aquella nación, que veian en el Evangelio del Redentor una doctrina cuya sublimidad y grandeza iba á eclipsar la gloria de sus e s cuelas , sintieron lleno el pecho de enconosa envidia contra el que también era objeto de la envidia judaica. La Grecia, pues, clamó con la Judea, en la cumbre del Calvario: Muera. JESÚS.

Allí estaba Roma; no sin pro videncial lógica fue Pon ció Pilato representante del imperio romano, el que firmó el decreto de crucifixión; no sin significación tremenda el nombre y los derechos del cesar romano fueron invocados en el proceso formado durante el alboroto trascendental de Jerusalen. Roma era la que mas debia temer de la gloria de JESÚS, porque en el gran juicio de las*naciones, su conciencia habia de aparecer la mas negra y la mas inicua. Todos los vicios antiguos tuvieron en Roma un trono en el que se engrandecieron y fueron glorificados; «las conquistas hicieron germinar en el seno de aquel pueblo vicios nuevos (2).» Cada conquista, dice el autor del libro La Ciudad de Dios, cada conquista engendró allá un vicio. La ruina de Cartago encendió la concupiscencia, los triunfos asiáticos consumaron la corrupción; los despojos del África por Marius, y de los templos de la Grecia por Sylla, abren en el pueblo romano un apetito insaciable de oro; corrompida y avara Roma pasó á ser la ciudad venal por excelencia, mereciendo esta frase de Jugurtha, que será eterno baldón escrito en la historia de aquel pueblo: « ciudad venal, que se vendería gustosa si le saliera un comprador.» Sus pasiones, que eran las mas bajas, fueron por Roma divinizadas ; los ídolos de todos los países y de todos los siglos tuvieron en Roma su templo; el único Dios que no tuvo (1)

E x p r e s i o n e s o calificativos de un gran h i s t o r i a d o r .

(2)

L e R o y , Filosofía

católica.

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HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

altar fue el Dios de los cielos; empero-al lado del templo, suprema adoración de todos los sueños y de todas las maldades humanas, al lado del templo de tocios los desvarios, levantó Roma un monumento, que se nos permitirá califiquemos de monumento colosal de la expiación humana. El anfiteatro era el inmenso círculo en donde Roma sacrificaba al hombre, después de haber obligado al hombre á postrarse ante la divinización de los vicios horrendos. El espíritu de Roma, heredera de todos los crímenes sociales y de todos los errores religiosos , vino á cernerse sobre el gran Justo en la cumbre del Calvario, y á vigorizar el odio infundido, en la atmósfera de aquellos dias, contra la misión del Redentor. Allí estaba, pues, Roma con el espíritu de los cesares y de los cónsules ; Atenas con el espíritu de los filósofos y moralistas pervertidos de la Grecia; Babilonia con el espíritu de los altares y de los sacrilegios ; Tiro y Sidon con el espíritu del injusto mercantilismo de la Fenicia; Menfis y Tebas con el espíritu del satánico orgullo egipciaco; Jerusalen y Samaría con el espíritu de la obcecación sin rival y de la ingratitud incomprensible de Israel; el espíritu de rebeldía á la ley mosaica, el espíritu de sensualidad de-los gigantes antediluvianos estaba también allí, en el Calvario, en aquella hora que era la hora suprema, la hora crítica de las edades. Todos estos crímenes eran representados por el grupo de 'verdugos que se aprestaban á crucificar á JESÚS; las eminencias sociales, que habían realizado en el decurso de la historia las grandes iniquidades, reprendidas por la ley y por los profetas del Verbo, estaban en espíritu allí para hacer «beber del torrente de la tribulación» al destinado « á ejercer su j u i cio en medio de las naciones, á consumar su ruina, á llenarlo todo de estragos y á estrellar contra el suelo las testas de muchísimos (1).» David, que habia anunciado esto de CRISTO, escribió luego: «por eso levantará su cabeza. » Pues bien, allí estuvieron los arruinados por sus desacatos á la verdad, los humillados por sus desatenciones á la justicia, los estrellados contra el suelo á causa de sus iniquidades para impedir que el que representaba y era la verdad y la justicia divinas levantará la cabeza. Todos cogieron el martillo sacrilego, y dieron el primer golpe al clavo que debió oradar y sujetar la mano del que venia á romper las cadenas de la abyección humana; todos dieron el segundo golpe sobre la otra mano; todos golpearon los clavos que debian sujetar los adorables pies del Señor; todos prorumpieron en lúbricas sátiras 'é irónicas aclamaciones al ver levantado en cruz al que habia de levantar la cabeza sobre el mundo para juzgarle, y todos , al oir la expresión de misericordia con que el Redentor perdonó á tantos ultrajes, pusieron el sello á sus locuras insensatas burlándose con desden de aquella generosa amnistía. JESUCRISTO crucificado se vio perseguido por el universo criminal; á sus plantas solo veia

á su Madre transida de dolor, y al discípulo, que en alas de su cariño voló al Calvario, del que se hallaban ausentes sus compañeros de apostolado. La justicia se veia, pues, desolada en medio de su persecución , de modo que este cruel desamparo de JESUCRISTO en la Cruz constituyó para Él la parte mas sensible de la persecución que sufría. XVI. Desamparo de JESUCRISTO en la hora suprema de la persecución.

Mientras las iniquidades de todos los siglos pasados y venideros estaban representados en el grupo de numerosos verdugos de JESUCRISTO, que coronaba la cumbre del Calvario en la hora de la crucifixión ¿dónde estaban los escogidos? ¿dónde los representantes de la causa de JESUCRISTO? Hemos visto que una porción de hijas de Jerusalen salieron al paso del divino Redentor, mientras este se dirigía al suplicio. 'Ellas eran la representación de las almas y (1)

David,

u».

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

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y de las naciones q u e , inspirándose en el corazón mansísimo de JESUCRISTO, habian de perpetuar, con la memoria de aquel ultraje y de aquella muerte, la obra divina, que habia de recibir de lá sangre que se derramaba el principal elemento de fuerza y de resistencia. Mujeres eran las que lloraban, y por lo tanto eran la parte del género humano que el mundo califica de débil y de insignificante. Puede haber, y en efecto hay en el carácter de las que lloraron la p a sión algo y mucho de simbólico ; simbolizaron aquellas mujeres la debilidad y la insignificancia material de las iglesias, que habian de formar causa común con JESUCRISTO , y por consiguiente, el admirable carácter del triunfo moral del Cristianismo que ellas, pobres m u jeres, representaban. Empero ¿dónde estaban los fuertes? ¿dónde aquellos que el Redentor habia llamado para ser sus cooperadores? ¿dónde aquellos á quienes habia ostentado su gloria en el Tabor y habia alimentado con su carne en el senado ? ¿ dónde los ciegos cuyos ojos habia alumbrado el sol de su poderosa palabra, los paralíticos á quienes habia comunicado movimiento el calor de sus labios, los muertos que habia resucitado? ¿dónde aquellas turbas que querían proclamarle R e y ? ¡estaban ausentes!!! En el Calvario reinaba la soledad. El miedo, el espanto habia alejado á los mas adictos, el temor habia quebrado los lazos de la fidelidad cordial. Los que habian de conquistar al mundo, á pesar del hierro, de la h o guera y de las fieras huian á la noticia de que el Maestro iba á ser ajusticiado. Si JESUCRISTO no hubiera sido Dios, y por lo tanto no hubiera reunido en sí la sabiduría de todas las cosas, al verse solo en el Calvario, abandonado por los suyos, cuando pendiente de la Cruz, no se librara de la desesperación. Una maldición sobre la esterilidad del mundo fuera la última palabra que arrojara desde aquella penosa altura, anatema que hubiera envuelto la confesión de la inutilidad é ineficacia de sus sacrificios. Mas JESUCRISTO sabia que aquel desamparo habia de ser su mas intensa glorificación. Su persecución no podia tener lenitivo, y su lucha con el mundo habia de ser tan e x c e p cional que á nadie se ocultase al leer la historia evangélica que Él solo habia combatido contra el universo. Quiso, sin embargo, acentuar toda la amargura producida por su situación elevando á su Eterno Padre esta dulcísima queja: «¿Por qué me habéis desamparado?» Porque, en efecto, á la defección de sus hijos en la tierra correspondía el aparente abandono de su Padre en el cielo. El cielo no le defendía mientras la tierra entera le perseguía, y aunque sabia JESUCRISTO que todo era para que se cumpliera lo decretado en la eternidad y lo escrito en los tiempos proféticos, como Él mismo lo dijo á sus adictos en el huerto, quiso no obstante que quedara así consignado para que al ser reproducido varias veces en la historia de la Iglesia, hija del Calvario, la situación en que su Fundador se encontraba, no entrara el desaliento en los fieles discípulos; y también para que esta expresión de dolor, que arrancó del Mesías el abandono en que se hallaba, advirtiera á los débiles fieles que en lo sucesivo habian de abandonar á la atribulada Iglesia toda la negrura y enormidad de su indolente proceder. Así JESUCRISTO sufrió anticipadamente, en aquel fatal abandono, el dolor que con el tiempo habian de causar á la Iglesia los cismas, las herejías y la indiferencia, triple causa de la defección lamentable y del consecuente abandono de la verdad, á cuya defensa habian sido llamados por las almas débiles y vacilantes de todas edades. Tai abandono JESUCRISTO lo sentía en su última hora, y tan profunda pena causaba en su delicadísimo corazón, que esta amargura le hacia como olvidar los agudos dolores causados por los tormentos inauditos dados á su preciosa carne. Es que la defección y la frialdad de los escogidos son el pábulo de los enemigos y dan eficacia á los planes délos perseguidores. Siempre y donde quiera que los adictos se han agrupado junto á la Cruz, y que enarbolando los trofeos de la pasión han dicho á los enemigos: «conducidnos al Calvario,» el poder de los ad-

UISTOIllA I)E LAS PERSECUCIONES

versarios se lia disipado como el humo, de modo que para ellos el Calvario no fue sino el paso para el Tabor. Empero donde el miedo ó el respeto humano entibiando la decisión, hija de la f e , ahuyentaron á los escogidos y les hicieron vacilar ante el sacrificio, allí JESUCRISTO abandonado no ve alrededor de la Iglesia, su obra predilecta, nada mas que los inicuos que la insultan, los necios que la apostrofan, los hipócritas que la ridiculizan, y los verdugos que la atrepellan. Libre queda el campo á los perseguidores, y el alma conturbada de los perseguidos repite esta expresión profundamente aflictiva: «estamos abandonados.» La defección y la indiferencia de las generaciones venideras pesaban, pues , con Inmensa pesadumbre sobre el corazón de JESUCRISTO crucificado, como las iniquidades de las generaciones anteriores fueron representadas en la agrupación de los verdugos en el Calvario. De los dolores que estos le causaron JESUCRISTO no se quejó; la ingratitud de las almas que sintieron las dulzuras y la munificencia de su misericordia le fue mas amarga. Esta fue la persecución que arrancó su última queja. Después de este suspiro de dolor y de amor, JESUCRISTO declaró que todo se habia c u m plido ya. Y entregó en manos de su Padre el espíritu que acababa de vivificar el mundo.

XVII. JESUCRISTO crucificado entre dos ladrones.—Persecución de la infamia.

Refiere el texto sagrado que juntamente con JESUCRISTO fueron crucificados dos ladrones. A. todos los atropellos de que fue blanco la Víctima adorable añadióse el de la infamia, traspasando con este hecho la animadversión judaica todo lo que hasta del furor mas desenvuelto era concebible. JESUCRISTO habia venido á honrar la humanidad entera uniéndose á nuestra naturaleza, y por lo tanto, elevándola con la íntima unión á la divinidad; y sin embargo, El se veia deshonrado por el hombre hasta confundirle con los malhechores. Nunca profeta alguno de los que Jerusalen habia apedreado se vio sujeto á ludibrio semejante. Sacrificados habian sido muchos enviados y videntes; no obstante, el pueblo, por mas que obcecado y cruel, cuidaba que se entendiera obrar á impulsos del encono encendido por las reprensiones, calificadas de demasiado severas, por las preocupaciones doctrinales,—de tales calificaban los atrepellantes de los justos—de los perseguidos, ó por la oposición que dirigían en nombre de Dios á algún proyecto por las pasiones dictado y sostenido; es decir, alegábase por causa una cuestión religiosa, sin que nunca sufriera menoscabo el honor de aquellos antiguos mártires. R e servábase para JESUCRISTO, honor vivo de los cielos, la recta aplicación de las palabras para Él escritas: «fui reputado como otro de los inicuos.» La inmensa mansedumbre del Redentor se sujetó á esta ruda persecución, bien que hizo confesar públicamente su inocencia por uno de los malhechores á su lado crucificados. Grandes prenuncios entrañó este hecho. Aquella no era solamente una infamia que personalmente recibía JESUCRISTO, era el prenuncio, el símbolo, si se quiere, de la persecución que la infamia habia de dirigir contra la Iglesia, hija del Calvario. N i uno de los improperios por JESUCRISTO sufridos dejó de ser contra su hija e m pleado en el decurso de los siglos. ¿Lo hubiera sido el de la infamia? n o ; no le habia de faltar á la Iglesia la gloria de haber saboreado esta amargura. Precisamente esta ha sido la persecución que con mas insistencia, furor y talento se le ha dirigido. Apenas los Apóstoles, recibido el Espíritu Santo, empezaron á predicar la doctrina que el divino Maestro les habia enseñado, que para desvirtuar el celo y la integridad de su evangelizacion empezaron á lavantar calumnias nefandas contra el carácter de la misión á que obedecían. Los judíos acusaron de embriaguez á Pedro cuando oyeron que predicaba la verdad de CRISTO crucificado.- El primer núcleo de fieles á la Iglesia, que estaba llamada á posesio-

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narse de todos los corazones santos que en el porvenir aparecieran, fue calificada de «secta despreciable.» La Sinagoga procuró atribuir espíritu y tendencias de inmoralidad á la sociedad cristiana para perseguirla con mas desembarazo, y sobre todo para desautorizarla con mejor éxito. El imperio romano quiso sacudir de su seno las primicias de la comunión apostólica, y sin tomarse la pena de examinar los fundamentos de la doctrina y de la ley que los cristianos enseñaban y practicaban los entregó á la execración pública. No fue un proceso el que se formuló contra el nuevo culto, fue una serie de viles calumnias y de horrendas infamias; á los cristianos se atribuían, n o t ó l o los crímenes mas repugnantes, los robos, los sacrilegios, los infanticidios, los homicidios repetidos sino hasta las guerras y las calamidades públicas; «si el Tiber se desborda, escribía Tertuliano en su Apologético, si el Nilo no se derrama, si el firmamento se cierra ó se conmueve la tierra, si hay escasez y hambre y combates, se grita: los cristianos á los Icones. Y si los cristianos intentan salir á la vindicación de su causa, á la defensa de la verdad, á obtener justicia en las sentencias, se les veda este derecho que á todo otro se reconoce. Solo se quiere de ellos digan lo que para hacerles odiosos al público es necesario, esto es, que confiesen su nombre, no que se examine su crimen (1).» ¿Sois cristianos? luego criminales. Así discurrían los gentiles romanos contra los adoradores de JESUCRISTO. No podían encontrarles crimen alguno; si les hubiesen examinado hubieran debido contestar á sus acusadores lo que Pilatos al pueblo que pedia la muerte de JESUCRISTO: « n o encuentro en El causa de muerte.» Mas como querían condenarles se resistían á escucharles, y sin permitirles la defensa del honor les crucificaban entre los ladrones. Y aun si no queriéndolo brillaba la justicia y la inocencia de los acusados cerraban los ojos los que empuñaban la vara del gobierno, y para satisfacer la sed de sangre del pueblo desenfrenado decretaban su sacrificio en odio á la Religión. Rigiendo una provincia Plinio II fueron condenados muchos cristianos, entre ellos algunos^ de distiguida posición: sorprendido por el extraordinario número de ellos consultó al emperador Trajano sobre lo que baria teniendo en cuenta que, prescindiendo de la obstinación de los acusados á sacrificar á los dioses, nada encontraba en ellos de criminal. Trajano contestó á Plinio: «no debe investigarse esto, conviene castigarlos.» Crueldad incalificable que hizo prorumpir á Tertuliano en esta severa y oportuna exclamación: sidainnas, cur non et inquirís? si non inquirís, cur non ctabsolvas? ¡ A h ! si hubiese investigado Trajano hubiera debido absolver, no quería absolver, quería condenar, por esto no investigó! no investigó para poder con menos remordimiento, ó á lo menos con no tanta repugnancia, crucificarlos, ó sacrificarlos entre ladrones. Desde entonces la táctica del espíritu del mal ha sido desacreditar al Cristianismo, infamarlo por medio de la falsificación de sus intenciones y la desfiguración de sus doctrinas. Esta táctica sobrevivió al estado de opresión oficial de la cristiandad. Las leyes de Constantino no dieron fin a l a astucia de los perversos; los sacudimientos sociales, las desgracias públicas han sido con frecuencia atribuidas á la Iglesia, á quien sus adversarios presentan coaligada con los enemigos de la paz pública. Después de diez y nueve siglos de trabajar la Iglesia para establecer el reinado del amor y de la justicia, un inmenso grupo de apasionados racionalistas se glorian de ser representados por un genio funesto, q u e , entre otros despropósitos, consignó en un libro, que puede calificarse del evangelio del m a l , esta enorme injuria echada sobre la dignidad del Cristianismo: « ¿ E l Cristianismo posee una moral? contesto entristecido, como el presidente de la Convención pronunciando el veredicto de culpabilidad contra Luis X V I , n o ; el Cristianismo no tiene moral, no puede tenerla... y puesto que después de diez y ocho siglos de existencia la Iglesia cristiana se encuentra en el mismo caso en que se encontró la Iglesia politeísta des(I)

Soil uhrislianis s o l i s niliil p e r i n i l t i t u r l o q u i , f|uod causam p u r g c l , (|iiod'vcr¡lal.ein clefendat, q u o d j i i d i c e t non facial i n j u s l i l i a i n .

Sed i11lid s o l u m e x p e c l a h i r q u o d o d i o p u b l i c o n e c e s s a i i m n e s t , c o n f e s s i o n o m i n i s non cxaniiunlio c r i i n i u i s . . . ( T e r t u l i a n o , l o e , I I ) .

HISTOIUA DE LAS PERSECUCIONES

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pues de dos mil años de existencia, la cual, falta de moral, pereció, perecerá también la I g l e sia cristiana (1).» No le bastaba á Proudbon haber negado la existencia de la moral en el Cristianismo, era preciso presentar al Cristianismo con todos los caracteres de una perversa criminalidad, para poder confundirle con los malhechores; esto lo intentó, y todavía mas, lo atentó en la siguiente blasfemia: «Julio César habia inaugurado la era del regicidio; JESÚS hizo del regicidio un dogma; sobre ambos recae la responsabilidad moral de los asesinatos (2).» De esta manera, si Proudbon y el grupo representado por sus desvarios y locuras no toma á los representantes de la idea y del espíritu de la Iglesia y no los guillotina al lado de los Orsini, Alibaud, Darmós y Pianori, los confunde, no obstante, con ellos en la responsabilidad del crimen, y todavía les proclama merecedores de mayor castigo, porque estos ejecutaron con el puñal ó con las bombas lo que aquellos inspiraron, según Proudhon, «por la imposición de los principios y la infusión del espíritu regicida.» Véase, pues, cómo á tanta distancia del Calvario todavía la Iglesia es crucificada por la infamia y confundidos entre ladrones y homicidas su grey y sus sacerdotes.

XVIII. Persecuciones simbolizadas por la corona de espinas.

Sabido es que otro de los tormentos que dieron al Redentor sus inicuos perseguidores fue coronar sus preciosas sienes con un círculo de agudos abrojos. El fervor de la cristiandad ha tomado la corona de espinas, que ensangrentó la frente mas sagrada, como á uno de los glo riosos trofeos de la victoria de JESUCRISTO, convirtiendo la figura de aquel instrumento, e m pleado con infernal malicia para torturar al Santo de los santos, en sagrado objeto de veneración católica. No ha habido en rectitud, ni haberla puede, por cuanto han durado, y por lo que pueden durar los siglos, corona tan glorificada como aquella. N i la de Salomón y la de Alejandro en los tiempos antiguos, ni la de Constantino y Cario Magno en los posteriores han sido objeto de veneración y culto como la de JESUCRISTO, á pesar de ser esta de abrojos y de ser aquellas de oro y pedrería confeccionadas. ¡Dichosas espinas, sobre las que han caido y seguirán cayendo como suave rocío y lluvia benéfica las lágrimas que ante ellas exprime de los corazones creyentes la ternura filial! ¡ Cuánto se ha llorado y cuánto se llorará sobre aquella sagrada corona! Y este lloro es un verdadero riego que fecundiza las almas. ¡Bendito el zarzal que las produjo, porque en verdad no han visto crecer los campos cultivados olivo mas fecundo que lo que él ha sido! Lycina spinosum (3) ó nablia (4) afortunado, cualquiera que fueses, arbusto ó árbol que proporcionaste aquellos abrojos, ¡ bendito para siempre seas! ¡ tú fuiste la privilegiada planta q u e , estéril en especie, has dado por fruto santos innumerables! Un rey grande como san Luis rescató de los griegos la corona de espinas y recibiéndola descalzo la presentó á un pueblo innumerable caido de rodillas al verla; bendito porque á ver tus espinas convida á las almas virginales la santa Iglesia, dictando á su lira estas poéticas e x presiones : E x i t e , Sion filias, Regis púdicas virgines Christi coronam cernite Quam mater ipsa texuit. (1)

P r m u l l i o n , De la

(2)

lliid.

justicia.

(:i)

Chateaubriand c r e e q u e de aquel a r b u s t o se sacaron las e s p i n a s d.c la c o r o n a del S a l v a d o r .

(4)

I l a s s e l q u i s l cree que fueron c o g i d o s del nab/ui de los árabes.

SUFRIDAS POII I.A IGLESIA CATÓLICA.

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Bendito porque el genio de la inspiración cristiana, que es el de las divinas inspiraciones, envía entre cantos á tus espinas este saludo expresivo: Christi dolorum conscia Salve, corona glorias Gemmis et auro pulchrior Vincens coronas siderum. Esta corona de dolor, que fue manantial de tanta gloria para JESUCRISTO, va á ser objeto de una serie de consideraciones relacionadas con el presente tratado. No nos ocuparemos de los místicos sentimientos de que ella es fuente; agradable tarea, que abandonamos con pesar al piadoso ascetismo.. La filosofía del simbolismo cristiano nos ofrece otra faz de estudios. Aquella corona fue un tormento, aquel tormento fue, no solo la expresión de una persecución real, sino una realidad simbólica de persecución. ¿Qué persecución vino a simbolizar la corona de espinas clavada en la augusta cabeza del Redentor? . Hé ahí lo que venimos á estudiar. De aquella cabeza sagrada salió la doctrina evangélica, luz de las escuelas cristianas, resplandor de todas las almas dóciles ; y así, el instrumento que mas directamente la afectó é hirió, fue el símbolo de la persecución de la doctrina por la divina inteligencia dictada. La corona de espinas simbolizó, pues, la persecución doctrinal á JESUCRISTO. La doctrina de JESUCRISTO, blanco de las persecuciones de la Sinagoga en sus dias, y a la que han combatido las escuelas disidentes y adversarias del Cristianismo en el decurso de los siglos, puede considerarse relacionada con dos grandes cuestiones: la de la divinidad y la de la humanidad. La noción de Dios y la noción del hombre se habían del todo ofuscado y pervertido á la acción perseverante de los errores y de las pa'siones gentílicas. JESUCRISTO vino á restaurar la verdad doctrinal respecto á la divinidad y la doctrina recta y justa respecto á la humanidad. Recordemos las bases de esta doble restauración doctrinal-, realizada por el Evangelio, y en su vista comprenderemos la clase de adversarios que el Cristianismo ha visto levantarse contra sus principios. La enseñanza de JESUCRISTO sobre la divinidad la encontramos especialmente en el Evangelio de san Juan ; las cuestiones humanas se hallan mas exprofeso tratadas por los demás evangelistas. Es imposible expresar de una manera mas sencilla y mas sublime toda la doctrina de la divinidad de lo que lo hace JESUCRISTO, por órgano del águila de Patmos, en la primera página de su libro evangélico. Platón y los mas profundos pensadores de la antigüedad, vieron eclipsado su genio con el resplandor de este destello de la sabiduría divina: «En el principio era el Verbo, el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio en Dios... en Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.» La unidad divina y la trinidad de personas tienen una expresión admirable en estas líneas, que han motivado innumerables e s critos teológicos. Dios principio, el Verbo estando en el principio, la vida y la luz estando en el Verbo, hé ahí la fecunda teoría de la divinidad que ninguna escuela habia concebido, ni podia concebir. Esto no lo habia dicho, ni podia decirlo por vez primera, sino el que tuviera en sí la vida y la luz de la divinidad misma; el que después do algunas predicaciones y de algunos milagros, con que apoyó la autoridad de su magisterio, pudo preguntar á sus discípulos, diciendo: «¿Cómo no creéis que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Creedlo á lo menos por las obras que yo hago.» Acostumbrados nosotros felizmente á profesar los principios de la elevada doctrina referente á la divinidad enseñada por el período de diez y nueve siglos, no podemos comprender

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la impresión que debia producir en las inteligencias d é l o s que estaban envueltos en las t i nieblas la popularización de estas sublimes teorías. Verdad es que Israel las profesaba, y á su modo las enseñaba, empero el divino acento del Evangelio Israel no lo poseia, y sus trascendentales dogmas pasaban casi del todo desapercibidos, particularmente desde que la corrupción de las costumbres desacreditaba el valor de las enseñanzas judaicas. La voz de JESUCRISTO salida del pecho mas puro, resonó clarísima sobre las escuelas, y los pensadores se encontraron con una doctrina que les era del todo nueva en lo que relación dice con la unidad de Dios y la trinidad de sus personas. Los que creen que Sócrates, Platón, Aristóteles, Cicerón y Séneca estaban á la altura de la ciencia y de la moral evangélicas, y que á no haber aparecido JESÚS el Evangelio hubiera sido confeccionado por la filosofía, tómense la pena de recordar cuáles eran las teorías que sobre la divinidad profesaban las escuelas en los últimos tiempos de la república romana, ó sea en el período inmediato á la aparición del Mesías. Abramos un libro autorizado en la materia: el de la Naturaleza de los dioses, por Cicerón. «Una de las mas difíciles y oscuras cuestiones, dice, que con frecuencia la filosofía ha suscitado sin jamás resolverla, es la de la naturaleza de los dioses. Son tantas, tan diversas y contradictorias las opiniones emitidas por los sabios sobre esta materia q u e , en vista de ello, nos creemos autorizados á pensar que la ignorancia es la base, y la incertidumbre el fondo de toda filosofía. En concepto de Thales, Dios es una inteligencia unida al agua como á un cuerpo que facilita su acción; Anaximenes establece que Dios es el aire; cree Pitágoras que la divinidad es un alma inmensa mezclada á toda naturaleza corpórea; Anaximandro piensa que los dioses nacen y mueren, mientras otros defienden que son inmortales; Demócrito, al paso que sostiene que ellos están sujetos á variaciones y á cambios, les elimina del mundo borrando hasta sus huellas; pretende Anaxágoras que la divinidad es un espíritu infinito sin cuerpo; Xenófanes afirma que es lo infinito unido á una inteligencia; para Parmenides es el arbitro del universo; Crotoniato le ve en todos los astros y en el alma de los hombres ; Xenócrates solo lo descubre en los astros; Heráclito declara que Dios es el mundo;. Empedocles lo reconoce en los cuatro elementos; en los signos del zodiaco y en el cielo lo ve Teofrasto; Zenon, primero lo contempla en todos los seres creados, después no lo halla en ninguna parte y concluye por negar su existencia. De esta manera el Dios, que la filosofía dice que es fácil encontrar y definir por medio de la razón, y cuya noción se pretende que cada cual lleva en el fondo del alma, queda desconocido, ignoramos dónde reside y quién es (1).» Tan distantes estaban los filósofos y las escuelas dominantes al aparecer JESUCRISTO de encontrar por medio de la razón « e l Verbo siendo en el principio, el Verbo estando en Dios, el Verbo siendo Dios, y la vida y la luz estando en el Verbo.» Sin embargo, esta doctrina no podia complacer á la humanidad, interesada en elevar sobre el altar de sus adoraciones un Dios de conveniencia, un Dios sin poder y sin majestad, un Dios impersonal, á cuya presencia quedaran impunes las mas negras acciones. Contra la fija, la clara, la elevada doctrina de JESUCRISTO se levantaron, pues, los ateos, los politeístas, los panteistas, los idólatras, los deístas y todos los que no deseaban ver claro en la capital cuestión de la divinidad. Los ateos, que niegan el principio, el Verbo y'la vida que del Verbo y del principio procede, son los que han clavado con sus agudas negaciones una espina doctrinal en la frente de JESUCRISTO.

Los politeístas, enemigos de la unidad divina, con la que es imposible la adoración de los pasiones y de los crímenes de la humanidad; idólatras que sancionaban y sancionan con el celestial nombre de virtud los absurdos mas repugnantes y los mas asquerosos vicios, clavaron otra espina doctrinal en la frente venerable de CRISTO. Los panteistas, que n e g a b a n , y los que todavía continúan negando, la virtud creadora de (I)

C i c e r ó n , Ve la naturaleza

de los dioses,

lib. I.

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

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la divinidad, y que pretenden que la vida no procede del Padre, que el Verbo no fue el que crió el mundo, sino que el mundo, el universo creado es en sí mismo y por sí mismo poder que se maniiiesta, Verbo manifestado, luz y vida ilimitada ; los que creen que los seres no son sino la expresión de una misma é idéntica sustancia, las diversas fases de la unidad divina, que tiene esparcida su esencia en la variedad creada; los que niegan a Dios para deificar el universo, clavaron y clavan otra espina doctrinal en la frente del que se ha dicho: Verbo del Padre, y principio del Espíritu de vida y de luz. Los deístas, q u e , concediendo á la divinidad todas las grandezas concebibles, la relegan á la altura de los cielos, y niegan bajo diversos pretextos su intervención en los destinos y en la marcha de la humanidad; los q u e , por consiguiente, contradicen esta palabra de JESUCRISTO á su Padre : «Glorifica á tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique á t í , pues que le has dado peder sobre todo el linaje humano; para que dé la vida eterna á todos los que le has señalado... Conozca el mundo que tú me has enviado... ( 1 ) » Los que para sustraerse al imperio de las leyes niegan a Dios el carácter de legislador, estos clavaron su espina á la doctrinal corona del Evangelio. Todos los errores que han sido defendidos desde los gnósticos á los proudhonianos contra los dogmas del Cristianismo tienen su representación en las espinas de la sacra corona. Todos los siglos entretejieron con su cadena de errores la diadema de amarguras sufridas por el Redentor en los momentos supremos del gran sacrificio. Clavaron los siglos á la doctrina cristiana tantas espinas cuantas habían de ser las herejías. El presentimiento de los ultrajes que sufriria la verdad de parte de las escuelas indóciles y rebeldes, era dolor mas agudo por JESUCRISTO sentido que el de los materiales abrojos que agujereaban su sien sagrada. Las espinas que atormentaban su carne simbolizaban el profundo tormento de su espíritu al considerar que contra la enseñanza dada por su cabeza divina de empinas coronada se levantarían en el siglo I Cerinto y Ebion, Menandro é Himeneo; que en el siglo II Basilides Alejandrino negaria la realidad de la crucifixión que Él sufría, los gnósticos desconocerían la esencia divina de su persona y la santa pureza de su moral, los milenarios atribuirían un carácter sensual al'reino evangélico, los sethianos negarían en CRISTO la encarnación del Verbo, no reconociendo en Él otra cosa que una trasmigración del alma de Seth; que el siglo III suscitaría á Praxeas, negador de la existencia .del Verbo; á Sabelio y Noetus, negadores déla realidad de las tres personas; á Manes, fundador del semillero de sectas anticristianas que constituyen el maniqueismo; que en el siglo I V se levantarían contra los dogmas fundamentales del Evangelio el arrianismo, el apolinarismo, el priscilianismo, y que Joviano so atrevería á negar la virginidad de su Madre, siempre intacta y pura; que Pelagio, Nestorio y Eutiques vendrían á rasgar todavía mas la túnica inconsútil de la buena doctrina en el siglo V ; que en el siglo VI la secta de los corruptibles osaría insultar la memoria de su sagrada carne, creyéndola sujeta á la corrupecion , al paso que la de los incorruptibles ó fantasmasianos negarían en CRISTO la capacidad de sufrir, ¡ incapaz de sufrir lo reputarían á Él que tan incomparables tormentos estaba sufriendo! que en el mismo siglo los monotbeitas y tritheitas aumentarían con sus sistemas respectivos la confusión religiosa de las doctrinas; que en el siglo VII los armenianos y los staurolatros multiplicarían los errores, negando aquellos que el Espíritu procediera del Verbo, y renovarían estos, con añadidura de extravagancias, la herejía arriana; que en el siglo V I H los iconoclastas pretenderían ofuscar la gloria de los escogidos y santos, y los paulocianos resucitarían los errores de Valente y Manes; que Claudio de Turia y Focio turbarían en el siglo I X la paz de las creencias; que en el siglo X una secta rebajaría á la categoría de ente corporal la esencia misma de Dios; que Heriberto, Cerulario y Roscelino esparcirían nuevos gérmenes de herejía en el siglo X I ; que en el siglo X I I toda una pléyade de ingenios malévolos se levantaría contra la verdad pura, entre ellos Pedro de Bruys, Abelardo, Tanquelino, Arnaldo de Breschia, los valdenses y los albigenses; que Amaury negaria la tran(1)

San Juan, X V H .

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substanciación eucarística en el siglo X I I I ; que Hermán y Barlaam atacarían con especial furor en el siglo X I V , el uno la moral cristiana, el otro la esencia divina, apoyando el primero el sensualismo,el segundo el racionalismo;que Wiclef, Hus, Jerónimo de Praga y RiíTvik suscitarían en el siglo X V errores en otras épocas combatidos y de nuevo con variadas formas presentados ; atribulaba la venerable cabeza de JESUCRISTO , mas que las espinas que físicamente la adolorian, el pensamiento do que en el siglo X V I el error se levantaría á oleadas contra la verdad, y que, como huracán desencadenado azotarían á la nueva Iglesia Lulero, Carlostadio, Zuitiglio, Melancton, Bucero, Janel, Calvino, Servet, atacando todos con igual ímpetu dogmas fundamentales y verdades inconcusas; que Castalion y los quintinistas sostendrían que en todas las religiones podia el hombre igualmente salvarse; los anabaptistas, los ubiquitarios, los antitrinitarios levantarían otras tantas banderas de insurrección contra la unidad religiosa; que en el siglo X V I I .nuevos protervos atacarían los dogmas de la. predestinación y de la gracia, y que los fanáticos iluminados pretenderían haber obtenido con Dios una unión de la que eran indignos ; que el jansenismo vendría á derramar mas densas tinieblas sobre el campo oscurecido de la fe genuina; que en el siglo X V I I I el Evangelio seria combatido eñ nombre de la razón, y la razón seria mas exaltada que la Cruz, en la que estaba derramando su sangre preciosa; que en aquel siglo un genio literario, animado de i n fernal orgullo, recogerla en su alma las sátiras y las ironías de todos los siglos y las amontonaría como pila de escoria sobre el nombre del Redentor y sobre la Iglesia cristiana. Voltaire y los enciclopedistas del siglo X V I I I , siglo del filosofismo contra la f e , añadieron nuevas y numerosas espinas en la cabeza sagrada del Redentor, á cuya imaginación soberana estarían también mortificando su alma, que ya estaba tristísima hasta la muerte, los errores numerosos levantados en el siglo X I X en nombre de la libertad y de la civilización contra E l , que de toda civilización vino á ser centro, y vida de aquella santa emancipación, en virtud de la cual el hombre, siervo de las pasiones, venia á ser señor de su conciencia ; afligíale pensar que después de haberse llevado cautiva la cautividad seria tratado como el opresor del género humano, y como á nube oscurantista después de haber sido el sol de las inteligencias y el inestinguible lucero de los amantes de la sabiduría. Los errores, los absurdos, las escuelas indignas, que no conocemos, pero que sin duda anublaran el firmamento de otros siglos, estuvieron ya en el Calvario atormentando el pensamiento soberano de su nobilísima frente. r

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Verdad es que era bálsamo que aquellas morales heridas cicatrizaba la idea de los grandes hombres que sostendrían, inspirados por el Evangelio, la exacta idea de la divinidad, al frente de tantos errores y despropósitos; empero aquella era la hora del dolor y del sacrificio, la hora de la amargura, del'penar y de morir. Otro género de espinas atormentaba la excelsa inteligencia de CRISTO. El que habia definido á Dios y sentado las bases de la celestial teología, habia dado á los hombres el código de la verdadera fraternidad, y establecido el reino de Dios sobre ellos, que en el fondo es reino de justicia.. Y sin embargo, la idea de la naturaleza individual y social del hombre en el Evangelio consignada sabia el Redentor que seria desvirtuada completamente por los sistemas anticristianos; que el hombre, coronado por Dios de honor y de gloria ,.quería de nuevo endiosarse como Adán en el paraíso, abriéndose á sus plantas de nuevo el abismo de la antigua esclavitud ; con pena consideraba JESÚS que sobre las ruinas de la idolatría se levantarían nuevos ídolos, á los que serian consagradas nuevas y sacrilegas adoraciones; consideraba que renunciando en muchas partes y en muchos tiempos el hombre redimido, que es como si dijéramos el hombre restaurado, á los beneficios de la emancipación cristiana, otra vez se paganizaría, y rompiendo las relaciones entre su espíritu y el espíritu de Dios, qué Él habia reanudado á costa de mil sacrificios, caería en aquella degradación nefanda que hizo un dia exclamar al Criador: « M e arrepiento de haber hecho al hombre.» Y todo esto le aíligia, le conturbaba, encendia en su corazón una hoguera inmensa de ardor, que secando sus labios, por los cuales

s n i ' i n m s pon

I.A IC.I.EKIA C A T Ó L I C A .

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habia ya Huido Inda, la doctrina evangélica , lo obligaba á demostrar al mundo y al Padre que se bailaba devorado por una sed insaciable de ver comprendidas y practicadas sus doctrinas salvadoras del género humano.

Tanta fue la importancia simbólica de la corona de espinas que ciñó las sienes de .1 usrs en el período acerbo de su pasión: representó las persecuciones doctrinales que deberia sufrir

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n i S T o n u DE LAS PERSECUCIONES

el Evangelio dictado por su inteligencia divina. Fue el tormento de aquella cabeza trono g l o rioso de la inmensa sabiduría cristiana.

XIX. Persecuciones simbolizadas en la lanzada con que fue abierto el costado de JESUCRISTO. En el grupo de trofeos que recuerdan los tormentos que hubo de sufrir el Redentor, destácase uno que á va ser objeto especial de nuestras consideraciones: la Iglesia lo guarda escrupulosamente en la basílica Vaticana, y el ascetismo piadoso le dirije de continuo puras y e n tusiastas alabanzas: hablamos de la aguda lanza con que un soldado de los que en el Calvario presenciaron la crucifixión abrió el divino costado del Redentor, después que hubo este entregado su vivificante espíritu en manos del Eterno Padre. Nadie desconoce que de la misma manera que la cabeza es considerada como trono de la inteligencia del hombre, es tenido el corazón como el santuario de los sentimientos; y así la lanza simboliza la persecución de los sentimientos de JESUCRISTO y de su Iglesia como la corona de espinas simboliza la persecución doctrinal contra el Evangelio sostenida. Veamos qué sentimientos fueron heridos por aquella célebre lanzada, y antes de ello consideremos un momento la magnificencia del corazón que les servia de templo. Oportuno es consignar que la Redención humana fue dictada y realizada especialmente y sobre todo por los sentimientos divinos: es obra de la verdad, empero de la verdad e m pujada por el amor; así la persona á la que la teología católica atribuye la primera acción en la obra redentora fue el Espíritu Santo, que, como es sabido, es el amor divino en persona. Por virtud del Espíritu Santo, es decir, de la persona del amor, el Verbo, que es la verdad divina en persona, se encerró en las entrañas de María; encarnarse fue obtener la unión de la naturaleza y de la vida humana, y lo mas exquisito de la carne es sin duda el corazón. El corazón de JESÚS, que la lanza hirió, fue unido sustancialmente al alma y á la divinidad del Verbo; « e s á la vez que'el corazón de la carne de JESÚS el corazón moral del que aquel fue símbolo ; corazón de carne, el mas perfecto que jamás haya salido de las manos de de Dios, convertido en el corazón mismo de Dios por su unión sustancial con la personalidad del Hijo; corazón moral, abismo de grandeza y de anonadamiento, de riqueza y de c a ridad ( 1 ) . » Permítasenos discurrir algunos momentos sobre la importancia y la influencia del corazón en la economía de la vida. Nos inspiraremos para ello, y en honra tenemos el confesarlo, en los elevados conceptos del limo. P a v y , una de las lumbreras del episcopado católico del siglo presente. En el hombre el corazón lo es todo, la vida tiene en él su centro; la sangre que circula ó hierve en sus venas parte del corazón en mil direcciones como los riachuelos que se originan en el mismo manantial; late el corazón al formarse la vida y su primer latido revela á la madre la formación de un nuevo hijo, y si el primer latido del corazón atestigua la vida que orienta, el latido último advierte que la vida ha llegado á su ocaso. Y si es inmensa la importancia material del corazón ¿qué diremos de la trascendencia del c o razón moral? el corazón moral es el resumen de la vida humana. El entendimiento dictó al hombre conceptos elevados, palabras de exactitud indisputable; empero la palabra inspirada, el discurso conmovedor, esta fuerza que cautiva atrayendo, que subyuga agradando, la elocuencia, cuando es verdadera, sube siempre del corazón. El entendimiento dicta, solo el corazón inspira, y de la inspiración son fruto las espansiones fecun(I)

M y r . Pavy, Discurso de la consagración de su diócesis al sagrado Corazón.

SUFRIDAS POR LA IGLESIA. CATÓLICA.

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das del genio, los pensamientos grandes del talento, las acciones generosas del héroe, las emociones vivas y tiernas de la vida. Alábase al hombre por su entendimiento despejado, ámasele por el corazón exquisito; la fortuna deslumbra, el carácter sojuzga, la belleza fascina, una sola cosa atrae y adhiere, esta cosa es el corazón. Sin la sinceridad del corazón son de ningún valor las promesas reiteradas, las afecciones atestiguadas, los arrepentimientos expresados. No hay desprecio comparable al que se da á uno diciéndole: le falta buen corazón; mas decidle al hombre: «habéis un corazón recto» y ya poco importa le neguéis otras cualidades. Los títulos de nobleza no se escriben en pergamino, sino en este pedazo de carne y en este reflejo de vida que se llama corazón. Vivir ¿es algo mas que amar? y si la vida es amor, el corazón es el centro, el depósito, el foco de la vida. El corazón es también todo el cristiano; el Padre, que está en los cielos , es el Dios de su corazón. Amarás á'Dios de todo tu corazón: así está formulado el primero y el fundamental precepto del Cristianismo; no sobre piedra sino sobre los corazones está grabada la ley evangélica, dice el Apóstol; del corazón salen, dice san Mateo, los pensamientos buenos y los malos, las buenas y las malas acciones; cuando el Señor llama á una alma es para hablarla al corazón; en el corazón reside, por consiguiente, el regulador de la vida cristiana; la voz de la gracia desde el cielo proferida tiene eco en el corazón. Y como el hombre y el cristiano están caracterizados por el corazón, así en Dios el corazón es todo Dios. « N o os admire, dice el limo. Pavy, cuyo es este concepto, no os admire la palabra que acabo de soltar, por mas que parezca original. Por lo mismo que Dios es el ser y la vida, Él no existe ni vive sino por el corazón, todo es en Él amor, ó mejor, según expresión del Apóstol, Él es el mismo amor. Desde la eternidad engendra el Hijo por el amor, y el Espíritu que procede del uno y del otro es el amor sustancial del Hijo y del Padre, ¿qué es la Trinidad? un mismo corazón, un mismo pensamiento, una misma voluntad, un mismo amor en tres personas, un triple amor en una sola sustancia. Y siendo todo corazón la esencia divina, sus obras no podían menos de venir marcadas del sello del amor, que es el distintivo de su providencia; así por amor creó al hombre, y si redimió al hombre, enviándole á su Hijo único, es porque hasta á tal extremo amó al mundo. Cuando bendice y recompensa la tierra Dios ama; ama también cuando castiga; el cielo es obra del amor justo y fiel á sus promesas como el infierno es la obra del amor ultrajado. « Y si el hombre y Dios son todo amor, si el corazón lo es todo en el hombre y en Dios, ¿cómo JESUCRISTO, el Dios-Hombre no seria todo amor y cómo el corazón no lo seria todo en JESUCRISTO? Verbo del Altísimo, tomó carne mortal por amor á su Padre, cuya gloria rehabilitó, por amor al hombre, cuya caída vino á reparar; su corazón es un foco inmenso en el que se alimenta la doble llama de la pura dilección, que se consume por Dios, y de la tierna caridad, que se hace anatema por sus liermanos. «Escuchémosle: Padre, dice, yo he venido á cumplir tu voluntad.—Yo soy el buen pastor.—Vosotros sois mis a m i g o s . — V e n i d á mí los que estéis fatigados y cargados, yo os aliviaré.—Aprended de m í , que soy dulce y humilde de corazón.—No os dejaré huérfanos. «Hemos recogido sus palabras, recordemos sus obras; ¡ cómo se rodea de los hijos del pueblo! ¡cómo ama á los pobres y á los pequeños, que por regla general, no son de nadie queridos ! ¡ qué tierna acogida dispensa á toda debilidad que le implora! ¡ cuánta indulgencia concede á los pecadores! ¡ con qué asiduidad corre tras la oveja extraviada ! ¡ qué íntimo abrazo concede al pródigo que á su casa regresa! ¡cómo perdona á la mujer adúltera! ¡cuan en alta voz otorga gracia á la pecadora de sus inmensas faltas porque ha amado mucho! Amigo fiel, llama sobre la tumba de Lázaro; amigo asequible, permite que en la última cena, un discípulo predilecto se recline en su corazón , y esto en el instante mismo en que su amor, traspasando todo lo que es capaz de soñar la imaginación de una criatura, instituye el sacramento de su presencia perpetua hasta al fin de los siglos. Y para colmo, para que todo sea



II1ST0IIIA DE LAS l'KIISEC.UCIURER

consumado en la Cruz-, para que este oráculo de un Dios moribundo se cumpliera en su plenitud, una lanza deicida vino á partir su corazón; aquella lanzada fue el final de la suprema misión de su unidad.» Sí, aquella lanzada cruel fue la corona del sacrificio de JESUCRISTO'; el hierro que partió el corazón atentó contra la vida de los sentimientos de los que el Redentor habia dado continuos y elocuentísimos testimonios. Aquella lanzada hirió la sede de la admirable generosidad con que JESUCRISTO alimentaba con el pan, confeccionado por su misericordia, á las turbas que oian su palabra; hirió el sentimiento de paternidad en virtud del que les recordaba que todos eran hijos del padre, que á Él enviaba ; hirió el sentimiento de fraternidad expresado en estas palabras : « u n nuevo mandamiento os doy y o : que os améis unos á otros del modo que os he amado á vosotros;» hirió el sentimiento de concordia formulado en esta expresión: «Habéis oido que fue dicho: Amarás á tu prójimo, tendrás odio á tus enemigos: yo os digo: amad á vuestros enemigos: haced bien á los que os aborrecen y orad por los que os persiguen y calumnian, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, quien hace nacer su sol sobre buenos y malos y llover sobre justos y pecadores;» hirió el sentimiento de paz que le habia dictado estas palabras: «Bienaventurados los mansos, bienaventurados los pacíficos;» hirió el sentimiento de humildad que. hizo brillar en esta amonestación: « E n verdad os digo que si no os volvéis y hacéis semejantes á los niños no'entrareis en el reino de los cielos:» hirió el sentimiento de beneficencia mutua revelado en este concepto: « A l que te pide, dale y no tuerzas el rostro al que pretende de tí algún préstamo;» hirió el sentimiento de integridad que le habia hecho decir: «Ningunopuede servir á dos señores;» hirió el sentimiento de confianza expresado así: «No os acongojéis por el cuidado de hallar qué comer para sustentar vuestra vida, ó de dónde sacareis vestidos para cubrir vuestro cuerpo... Mirad las aves del cielo como no siembran, ni siegan, ni tienen graneros y vuestro Padre celestial los alimenta;» hirió el sentimiento de tolerancia envuelto en este concepto : « No queráis juzgar para no ser juzgados... ¿ con qué cara te pones á mirar la mota en el ojo de tu hermano y no reparas en la viga que está dentro del t u y o ; » hirió el sentimiento de sinceridad que aconseja y manda en estas expresiones: « N o todo aquel que me dice: ¡Señor! ¡ Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial, ese es el que entrará en el reino de los cielos ;» hirió el sentimiento de magnanimidad revelado así: «Nada temáis á los que matan el cuerpo y no pueden matar el alma... si bien cuando os h i cieran comparecer no es dé cuidado el cómo ó lo que habéis de hablar, porque os será dado en aquella misma hora lo que hayáis de decir;» hirió el sentimiento de modestia vivo en esta e x presión: «Muchos que eran los primeros en este mundo serán los últimos, y muchos que eran los últimos serán los primeros;» hirió el sentimiento de abnegación entrañado en esta pregunta dirigida á los hijos del Zebedeo: «¿Podéis beber el cáliz que yo tengo que beber?» hirió el doble sentimiento de respeto y sumisión revelado en esta sentencia: «Dad al cesar lo que es del cesar y á Dios lo que es D i o s ; » hirió el sentimiento de laboriosidad que le hizo decir al siervo bueno: « M u y bien, ya que has sido fiel en lo poco yo te confiaré lo m u c h o ; » hirió el sentimiento de fe y de piedad por el que elevaba de continuo el corazón de los suyos basta unirlos á la eterna verdad y hacerles proruinpir siempre en himnos de gloria al hacedor de todo lo bueno y al inspirador do todo bien. Todos estos y otros sentimientos que tenían su santuario augusto en el corazón de JESUCRISTO fueron heridos por la punta aguda del deicida hierro; toda la moral cristiana en aquellos sentimientos basados sufrió una persecución real y simbólica en la lanzada tremenda. Partido el corazón de CRISTO hubiera quedado rajado el fundamento del nuevo orden social si aquel corazón alanceado no hubiese tenido que resucitar y si no hubiesen sido inmortales los sentimientos que so trataba de herir. Si se hubieran extinguido con la herida aquellos inextinguibles sentimientos, ahogáranse allí mismo los gérmenes déla regeneración humana, y falto el mundo de semillas no

SUFRIDAS l'OR LA IGLESIA CATÓLICA.

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hubieran brotado las virtudes heroicas, las instituciones benéficas, las escuelas luminosas, las artes admirables, los prodigios de la sabiduría y de la caridad que han embellecido los auales del género humano cristianizado. El apostolado no hubiera convertido el mundo, la Iglesia no hubiera fecundizado la sociedad, la gracia no hubiera santificado el hombre, y las generaciones hubieran continuado sentadas en las tinieblas y en las sombras de la ignorancia v de la muerte. Las nubes de las antiguas dudas hubieran continuado teniendo oscura la inteligencia, el frió del antiguo egoísmo hubiera continuado teniendo helado el corazón.

CULOS

DE

LOS

JIMHOS

ANTE

El.

I'IIOGIIESO

DEL

CRISTIANISMO.

La lanza que destrozó las entrañas del Pacificador hubiera continuado destrozando las entrañas de los hombres que no hubieran podido ser redimidos. Los pobres, los mansos, los atribulados, los perseguidos por la justicia, los rectos de alma, los sencillos de espíritu vieran desvanecidas sus esperanzas, no descubriendo delante de sí nada mas que una eterna noche. Los ángeles que anunciaron la paz en la tierra se hubieran vuelto á los cielos confesando la incapacidad de la concordia humana.

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111STOIUA DE LAS PEIISECDCIONÜS

Sin embargo, al partirse el corazón de JESUCRISTO cayó sobre la tierra la última gota de su sangre, y ella fue la semilla del gigantesco, del colosal árbol de la caridad católica", que regada luego por la sangre y las lagrimas de los creyentes, fortalecidos por la gracia, desplegó frondosamente sus ramas, que se estendieron sobre las cuatro partes del mundo, y cubrieron la faz de la tierra de llores y frutos evangélicos. Aquella lanzada, al asestarse contra el corazón de JESUCRISTO fue dirigida contra todos los sagrados misterios de la Redención; contra la encarnación del Verbo en el hombre, y por consiguiente contra el restablecimiento de las relaciones del cielo y de la tierra por aquella encarnación efectuada; contra la multiplicación del pan del pueblo, fuuto de la misericordia divina, y por lo tanto contra el espíritu de beneficencia cristiana en aquella multiplicación simbolizada; contra la Eucaristía, legado supremo del Dios amor, y por consiguiente, contra toda la vida y toda la piedad y toda la dignidad, que al género humano redunda de la perpetua permanencia de JESUCRISTO en el seno de la Iglesia. Aquella lanzada tendía á volver ciegos los ojos que CRISTO habia abierto, sordos los oidos que CRISTO habia dispertado, paralíticos los miembros á que CRISTO habia dado] movimiento; muertos aquellos á quienes CRISTO habia devuelto la vida. Sin embargo, la memoria de estos beneficios dispensados á la humanidad no podia borrarse , y los grandes misterios de la vida del Redentor estaban destinados á recibir culto o b sequioso de parte de las generaciones venideras. A diez y nueve siglos de distancia desde que fue herido el santo costado del Redentor todavía la lanza fatal es objeto de los respetos de la cristiandad, no por el atropello en la sagrada Persona causada, sino por ser ella el venerable instrumento que, partiendo el pecho santo, consumó el gran sacrificio. Desde aquel hecho ya saben los espíritus generosos en el Cristianismo inspirados lo que les aguarda de parte del mundo beneficiado. El hierro deLonginos está levantado siempre con tra el corazón cristiano. La lanza perseguidora y aguda amenaza partir la mano que multiplica el pan, atravesar el pié que camina para salvar al hermano, partir el pecho que rebosa caridad. Empero la caridad es inmortal, la herida que lacera el corazón benéfico enardece la sed de beneficencia. La persecución acrecienta la bondad; la ingratitud centuplica las manifestaciones de amor. El golpe de lanza que recibió el divino pecho promovió la explosión de innumerables dardos de amor, que esparcidos cual chispas de un volcan por el universo entero, encendieron la tierra, la pacificaron y la hicieron capaz de constituir la admirable fraternidad de los pueblos, de las familias y de los hombres, que es el glorioso distintivo de la civilización cristiana.

XX. JESUCRISTO perseguido en el sepulcro.

Estaba destinado que los enemigos de la Redención humana llevaran hasta el último e x tremo la persecución á JESUCRISTO. N O les bastó haber descargado contra su cuerpo sensibilísimo la furia y el encono de que se hallaban poseídos; no se dieron por satisfechos de haberle llevado al patíbulo de la Cruz, despedezadas sus espaldas por los azotes y agujereada su cabeza por las espinas; no quedaron tranquilos ni sabiendo que habia ya exhalado su último suspiro y que una lanzada habia destrozado sus entrañas. Presentían que quedaba algo c o n tra que cebarse, y presentían bien, porque en efecto, nada habian adelantado los perseguidores con crucificar al inmortal perseguido. El algo que podia quedar era todo lo que debia muy pronto desvanecer las ilusiones de triunfo concebidas en el Calvario.

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

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Él gran poder de JESUCRISTO fue su palabra, que salida de labios sencillos, habia c o n movido el espíritu humano y abierto ante las turbas que la escuchaban inmensos horizontes de regeneración. Cuanto JESUCRISTO anunció en vida, puntualmente se habia efectuado; los hechos probaban que el CRISTO era la verdad. Interesaba, pues, á las judíos recordar si el Maestro divino habia consignado algo para después de su muerte. La Sinagoga tuvo su conciliábulo para discutirlo. Y en efecto, muchos recordaron que JESUCRISTO habia dicho: « E l Hijo del Hombre estará tres dias en el seno de la tierra» y en otro lugar: «Destruid este templo, hablando de su cuerpo, y en tres dias yo lo reedificaré.» Grande alarma produjo el recuerdo de este anuncio en el ánimo de aquellos, cuya conciencia sufría el remordimiento del cruel deicidio consumado. ¿Temían la verdad de la Resurrección? Aunque interiormente la temieran interesábales disimularlo. Presentáronse, pues , á Pilatos y le dijeron: «Señor, nos hemos acordado que aquel impostor estando todavía en vida, dijo: «Después de tres dias resucitaré;» manda pues que se guarde el sepulcro hasta el tercer dia, para que no vayan quizá sus discípulos y lo hurten y digan á la plebe: «Ha resucitado de entre los muertos» y sea el prostrer engaño mas pernicioso que el primero. Respondióles Pilatos: «ahí tenéis la guardia: id y ponedlo como os parezca (1).» Jubilosos recibieron tan favorable despacho, ño comprendiendo eme este último rasgo de animadversión iba á proporcionar testigos irrecusables al trascendental hecho, ejue habia luego de alegrar á la naciente Iglesia. Hé aquí, pues, el cuerpo de JESUCRISTO colocado bajo el sello del sumo Pontífice, y junto á Él los guardas. Los Apóstoles intimidados se ocultaron en las cuevas inmediatas á Jerusalen. A continuar así por espacio de cuatro dias JESÚS hubiera pasado plaza de impostor; los príncipes de los sacerdotes, escribas y fariseos hubieran ganado su causa para siempre y con ellos los mortales á quienes representan, todos los enemigos de CRISTO eme desde Adán le han declarado empeñada guerra; el infierno hubiera quedado triunfante y eternamente vencidos el bien, la virtud, el cielo, la verdad; el demonio no pudo por tan pocos dias vigilar para que no se perdiera su causa (2). N o , no podían prevalecer las fuerzas del infierno contra el reino ele Dios, cuyos fundamentos JESUCRISTO habia establecido. «JESUCRISTO victorioso después de su muerte, ha escrito Voltaire, empezó á reinar precisamente en el momento en que todo en nosotros se desvanece; muriendo JESUCRISTO empezó la serie desús pacíficas conquistas.» Hé ahí cómo cuenta el Evangelio el suceso, que vino á poner la corona á la verdad de la misión de JESÚS: «Avanzada ya la noche del sábado, al amanecer el primer dia de la semana,, vino María Magdalena con la otra María á visitar el sepulcro. « Á este tiempo se sintió un terremoto grande, porque bajó del cielo un ángel del Señor y llegándose al sepulcro removió la piedra y sentóse encima, su semblante brillaba como relámpago y era su vestidura como la nieve, de lo cual quedaren los guardias tan aterrados, que estaban como muertos. «Mas el ángel dirigiéndose á las mujeres, les dijo : Vosotras no tenéis que temer, que bien sé que venis en busca de JESÚS , que fue crucificado; pero no está aquí, porque ha resucitado según predijo. Venid y mirad el lugar donde estaba sepultado el Señor. Y ahora id sin deteneros á decir á sus discípulos que ha resucitado; y hé aquí que irá delante de v o s otros en Galilea: allí le veréis ; ya os lo prevengo de antemano. «Ellas salieron al instante del sepulcro con miedo y con gozo grande, y fueron corriendo á dar la nueva á los discípulos; cuando hé aquí que JESÚS les sale al encuentro, diciendo: Dios os guarde; y acercándose ellas abrazaron sus pies y le adoraron. Entonces JESÚS les dice: No teníais: i d , avisad á mis hermanos, para que vayan á Galilea, que allí me verán (3).» (1)

San M a l e o , x x v m .

(2)

La Tierra Sania,

(3)

San M a l e o , x x v m .

por Alislris.

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HISTOIIIA DE LAS PERSECUCIONES

La iglesia habia triunfado. JESUCRISTO acababa de dar la última y la mas incontrovertible prueba de su divinidad; solo el autor de la vida podia emanciparse del dominio de la muerte. El sepulcro quedaba trasforinado por aquel hecho en el trono de la gloria cristiana. ¿Qué habian de hacer la Sinagoga y los judíos imbuidos en su espíritu? ¿qué hicieron? Lo que habian de hacer es mas claro que la luz deldia; debían someterse ala evidencia y postrarse ante el vencedor de-la muerte y repetir de hinojos las palabras del Centurión: verdaderamente este es el Hijo de Dios. El cumplimiento de las profecías no podia ser mas manifiesto: noble arranque hubiera sido confesar varonilmente: « N o s hemos equivocado.» Muchos judíos despreocupados se levantarán en el dia de la muerte universal y dirán para confusión de sus tenaces compatricios: «Nosotros, judíos como vosotros, confesamos la divinidad de JESÚS al presenciar los milagros que tuvieron lugar en su última hora ¿por qué no lo confesasteis vosotros?» ¿Qué hicieron? Todo lo contrario de lo que les aconsejaba el recto juicio. Sigamos leyendo el relato de aquel interesante episodio de la historia cristiana escrita por san Mateo: «Mientras ellas—las mujeres—iban, algunos de los guardas vinieron á la ciudad y contaron á los príncipes de los sacerdotes todo lo que habia pasado.» Profunda sensación produjo esta noticia en los adversarios de CRISTO. «Congregados, continua el Evangelista, los príncipes de los sacerdotes-con los Ancianos, teniendo su consejo dieron una gran cantidad de dinero á los soldados con esta instrucción : habéis de decir: estando nosotros durmiendo, vinieron de noche sus discípulos y le hurtaron. Que si eso llegare á oidos del presidente nosotros le aplacaremos y os sacaremos á paz y á salvo.» «Ellos recibieron el dinero, hicieron según estaban instruidos y esta voz ha corrido entre los judíos hasta el dia de h o y . » Cerremos el libro evangélico y meditemos sobre la conducta de los enemigos de JESUCRISTO ; no tratan ya de negar la desaparición del cuerpo de JESÚS del sepulcro en que se h a llaba custodiado; confiesan la desaparición y tratan de explicarla por medio de una leyenda dictada á testigos, que empiezan confesando que se habian dormido. Dios habia decretado que la crítica mas severa no pudiera encontrar ninguna oscuridad en la realización de esta parte esencial de la historia del Cristianismo naciente. Puestos á mentir ¡ cómo no supieron mentir con mas cálculo!!! Hubieron podido por ejemplo, ponerse de acuerdo y decir: «sabiendo que los discípulos de JESÚS trataban de secundar la impostura de la resurrección, nos pusimos de atalaya para expiar sus planes y sus maniobras, haciendo como que abandonáramos el sepulcro ; y ya apartados vinieron los herederos de las preocupaciones del Hijo de María, y rompiendo el sello, y levantando la losa, se llevaron el inerte cadáver. No les hemos perseguido, sabiendo que en un robo de esta especie nada puede basarse que tenga trascendencia en el mundo. Ciertos de la falsedad déla resurrección venimos á atestiguar lo que hemos presenciado, como eterna protesta de lo que los discípulos del Crucificado intentasen propalar.» Si en estos ó parecidos términos hablaran los soldados hubiera sido, menos ridículo que el recurso de fundar la negación de un hecho tan trascendental en el testimonio de testigos dormidos. ¿Si dormíais, les pregunta san Agustín, cómo podéis decir lo que ha sucedido? Y sino dormíais ¿habéis sostenido una lucha con los que decís que venian á llevarse el cuerpo de JESUCRISTO? y siendo así ¿dónde están los muertos y los heridos? Dadnos algunos permenores sobre esa sangrienta pelea; ninguno de vosotros ha pedido auxilio, nadie ha perseguido á estos discípulos que se llevan un difunto que vuestro deber é interés os obligan á guardar. Tenéis en vuestro favor al pueblo judío y á los soldados romanos y os dejais vencer por mujeres y algunos fugitivos. El mas valeroso de esos discípulos, que le negó mientras v i v i a , no pudo soportar las palabras de una criada ¿ cómo se expusieron á la muerte para salvar el cadáver de un impostor que llevó su buena fe hasta mas allá del sepulcro por la promesa de su resurrección promesa en que ellos no creian ? ?

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

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N o , no cabe el menor asomo de duda sobre la realidad de la resurrección; lo que brilla mas refulgente que el sol es la perfidia de los judíos; ellos empezaron una faz increíble de persecución á la gloria "de CRISTO. Veían á CRISTO glorioso, le veían triunfante, y sin embargo decían: Persigámosle en su gloria, persigámosle en su triunfo, como le liemos perseguido en su peregrinación y en sus combates. Neguemos lo que el mundo confesará, y si para ello es necesario comprar y seducir, s e duzcamos y compremos. Táctica practicada en aquellos dias y que, sin embargo, ha continuado siendo la observada en la sucesión de los siglos contra la Iglesia del Resucitado. Combatida la obra de CRISTO por todas las fuerzas morales y materiales de la sociedad, ha sostenido constantemente noble y heroica lucha contra todos los errores y contra todas las pasiones. Estas y aquellos se han puesto de acuerdo para perseguir la Verdad y la Justicia, enseñadas y prescritas por el Verbo perseguido. Muchas veces la Iglesia ha alcanzado brillantes triunfos; empero no importa: los vencidos perseguidores no se han rendido; al contrario, han acudido á la calumnia para explicar por bajos y viles móviles las victorias inmarcesibles del espíritu de Dios; han tratado de desfigurar los hechos, de calumniar las intenciones, de sustituir los buenos por malos fines y de presentar á la imaginación de los pueblos tergiversaciones tan fundamentales como aquella inventada por los príncipes de los sacerdotes, por la que se presentaba como un robo intencionado lo que era resurrección gloriosísima. Los sorprendentes milagros obrados por la Iglesia en la civilización del mundo han pretendido ser desfigurados por la crítica racionalista, rebajando los hechos sobrenaturales á la categoría de hechos nada admirables. Verdad es que los testimonios que alegan no valen, ni significan mas que los testimonios dormidos invocados por los judíos; empero ellos invocan testimonios, aunque dormidos, falsos y comprados, seduciendo de esta manera á los candidos y eclipsando con el vapor de las calumnias una parte de la espléndida gloria de CRISTO. Si bien el CRISTO sigue su marcha, hoy como al salir del sepulcro, va al encuentro de sus discípulos, habla con ellos el lenguaje de la inspiración, les da nuevas manifestaciones de su divinidad; les enseña repetidas veces los agujeros abiertos en sus manos y en sus pies y en su costado por la lanza y los clavos ; les alienta á creer y á sufrir las condiciones indispensables para obtener el triunfo cristiano. Cuando JESUCRISTO hubo recibido el último tiro eme era capaz de asestarle la malicia h u mana, subióse álos cielos, dejando en la tierra los herederos de sus lágrimas, de sus s u dores, de sus contradicciones, de sus tormentos y de su Cruz. El tipo del hombre perseguido ostentaba la última pincelaela. JESUCRISTO dijo: Yo soy el camino; y en otro lugar: el que quiera seguirme tome mi cruz». De Nazaret al Calvario, del Calvario á los cielos es el itinerario legado á las sociedades creyentes de todos los siglos. Las persecuciones del Cristianismo que vamos á detallar son la multiplicada reproducción de las persecuciones de JESUCRISTO cuyo relato hemos trazado á grandes rasgos. Pilatos dijo mostrando á JESÚS azotado y desfigurado: he ahí el hombre; nosotros, presentándole como la síntesis de todos los atropellos sufridos y sufribles, decimos: he sihí el Redentor. Cuando habremos recorrido las tumultuosas y sangrientas escenas de que han sido v í c timas los secuaces y discípulos del Mártir del Gólgota, exclamaremos: he ahí los redimidos. Entre la vida de JESUCRISTO y la vida de la Iglesia descubriremos mas que una semejanza una identidad completa.

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HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

TRATADO PRIMERO, PERSECUCIONES DE LA ÉPOCA DE LOS APÓSTOLES Y DE LOS DISCÍPULOS DEL SEÑOR, Ó SEA DESDE CALÍ GULA Á TR AJANO.

I. Persecución del Cristianismo por los judíos.

El Redentor antes de subirse a lo cielos dejó constituida en la tierra la Iglesia, institución divina que recibió la alta misión de conservar y difundir la verdad doctrinal y la santidad moral que nos vinieron con la encarnación del Verbo. El patrimonio que señaló el buen P a dre de familias a su celestial bija, fueron las virtudes, con cuya práctica pudo atraer las almas asequibles y vencer las mas rudas dificultades. Siendo JESUCRISTO la sabiduría increada, absoluta, conocía perfectarnente la viva oposición que encontraría el desarrollo de su plan en el decurso de la historia del mundo, y por esto, advirtió á sus fieles, que el programa de la evangelizacion estaba basado en la certidumbre do las recias y airadas persecuciones. « I d , dijo á siis discípulos CRISTO, héahí que os envió como corderos en medio de lobos...» «...Seréis entregados para ser puestos en los tormentos y os darán la muerte y seréis aborrecidos de todas las gentes á causa de mi nombre (1). «Acordaos de aquella sentencia mía, que dije: No es el siervo mayor que su amo. S i m e han perseguido a m í , también os han de perseguir á vosotros; como han practicado mi doc^ trina, del mismo modo practicarán la vuestra (2).» Portentosa era tamaña ingenuidad de lenguaje en aquel tiempo oscurecido por las nebulosidades filosóficas y políticas. Solo un Dios podia atreverse á proponer por semejantes m e dios la conquista del mundo. Pero el acento de la divinidad con que eran pronunciadas revestía de los resplandores de la sabiduría mas sublime estas palabras que, salidas de labios que no fueran los de JESÚS, de locura debieran ser calificadas. Es hora de preguntarnos: ¿Hubo quienes se sintieran atraídos por este programa repulsivo á los naturales instintos del hombre? Lo que equivale á preguntar: ¿La Iglesia fué un hecho? Sí, doce varones elegidos por el Mesías contrajeron cordialmente el compromiso de llevar adelante el plan del Verbo. Aceptaron la tarea de amaestrar á la sociedad perturbadora sabiendo de antemano que la corona de su apostolado seria el martirio. Setenta y dos observadores de las doctrinas y de los hechos de JESÚS corrieron á aceptar á la cooperación de la obra divina. JESÚS no abandonó la tierra santificada por sus plantas sin haber echado sólidamente los fundamentos de su Iglesia y 'completado su organización. La organización de la Iglesia católica estuvo profetizada en el Antiguo Testamento, sin que deba este hecho estrañarnos, supuesto que en el orden de los sucesos esta organización debe clasificarse de trascendental. San Jerónimo dice que así como los doce Apóstoles fueron proféticamente prenunciados por las doce fuentes de E l i m , los setenta y dos discípulos lo fueron de igual modo por las setenta y dos palmeras que orleaban las riberas de las doce fuentes de Elim. Moisés, tipo profético del Mesías, en el principio de su ministerio público excogió doce príncipes ó grandes caudillos, que vinieran á ser los padres de las doce tribus de Israel; y (1)

San M a t e o , x x i v .

(2)

San J u a n . x v i .

SUFMDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

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luego eligió de.cada tribu seis otros jefes, total setenta y dos jueces, que debian ser otros tantos senadores ó ancianos, otros tantos asesores, destinados a coadjuvar á los doce en las tareas administrativas y judiciales. Moisés figuró perfectamente á JESUCRISTO, el cual en el principio de su ministerio eligió doce apóstoles y setenta y dos ancianos, esto e s , un apóstol y seis sacerdotes ó ancianos por cada tribu. En la Iglesia; como enseñan san Anacleto y san Jerónimo, los sacerdotes han s u cedido á los setenta y dos discípulos, como los obispos á los doce Apóstoles. Dedúcese, pues, que al subir JESÚS á los cielos la Iglesia, su hija, tenia completa organinizacion; un pontificado supremo, san Pedro; un episcopado, los apóstoles; un cuerpo sacerdotal, los discípulos. Formaron el apostolado: Simón, á quien JESÚS puso el nombre de Pedro; Santiago, hijo del Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, á quienes apellidó Boanerges, hijos del trueno ó rayos; Andrés; Felipe; Bartolomé; Mateo; Tomás; Santiago, hijo.de Alfeo; Tadeo, Simón el cananeo y Judas Iscariote, el mismo que le vendió. Llamáronse los setenta y dos discípulos: Bernabé, Antipas, Ananias, Parnenas, Alejandro, hermano de san Rufo, Esteban, Nicanor, Mnason, Andrónico, Jimias, Stachis, Simón, el.negro, Felipe, Timón, Aristion, Carpo, Patrobas, Ayabo, Amplias, Juan Marcos, Olimpas, Aristarco, Simeón, Prisco, Arquipo,'Juan el anciano, Cuarto, Abdias, Evodio, Artemas, Epaphrodita, Urbano, Lázaro, Judas-Bersabé, Maximino, Marcial, Ammaon, Narciso, José-Barsabé, Matías, Lucas evangelista, Lucio, Rufo, Zenas, Herasto, Mañanen, Jesús el justo, Hermas, Epaphras, Herodion, Azyncrito, Phlegon, Hermas, Marcos evangelista, Apeles, Lucio de Laodicea, Clemente, Silas, Jáson, Sosipatro, Nathanael, Tichico, Tito, Crecencio, Cleophas, Procoro, Philólogo, Tadeo, Nicolás, Terencio ó Tercero, Aristóbulo, Valerio. Estos formaron la dichosa pléyade de varones distinguidos que, uniendo el corazón al divino espíritu de su Maestro, le acompañaron en su peregrinación penosa, participaron de sus amarguras y sudores, fueron el núcleo de la atmósfera de respeto y admiración de que la parte sencilla del pueblo de Israel rodeó"á JESÚS. Después de la cruenta inmolación de la víctima sagrada, lanzáronse impávidos á proseguir la misión redentora ocupando unos las mas importantes sillas episcopales, ejerciendo otros las funciones de párrocos y sacerdotes, todos enseñando, todos predicando, casi todos muriendo en defensa de las verdades que propagaban , dando la efusión de su sangre elocuente testimonio de la fijeza y arraigo de sus convicciones. En el decurso de esta historia detallaremos los principales incidentes de la vida de cada uno de estos héroes del Cristianismo, y no serán, por cierto, las páginas de este relato las menos interesantes, pues las figuras de los setenta y dos discípulos forman el primer grupo de santos, argumento sublime del cuadro inagural de la misteriosa galería dé que la Iglesia, hija del Verbo ha dotado á la humanidad redimida. De ellos arranca la gloriosa cadena de la tradición católica, como quiera que habiendo ellos visto y oido al Redentor, siendo los familiares de los Apóstoles, no solo se amaestraron en la palabra y en los escritos apostólicos, sino que vivieron de su mismo espíritu.y les fue dada la escepcional tarea de dar forma práctica, digámoslo, así al pensamiento del Altísimo. Oportunamente puede clasificárseles de nuestros padres en la f e , ya, que nos engendraron con la doctrina y con la sangre. Pero antes de iniciar el desarrollo de esta historia, ó mejor, como preliminar indispensable procede echar una mirada sobre la situación del pueblo judaico, teatro de los grandes misterios de la Redención. El pueblo que crucificó al Esperado por los patriarcas fue el que inauguró la persecución de sus discípulos. Los que clavaron en la Cruz al cordero divino apedrearon enojados á Esteban. Lejos de ablandarse el corazón de Jerusalen se petrificó mas y mas.

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HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

Echemos una rápida ojeada sobre el espíritu, la actitud y la manera de ser de los judíos en aquellos dias.

II. Situación de la Judea al morir JESÚS.

Los profetas habian enmudecido. El Verbo habia dicho á su pueblo todo cuanto tenia resuelto decirle por órgano de los vicíenles. Aquella tierra tan fecunda en inspiraciones extraordinarias era ya estéril en frutos de palabra. Israel sin profeta era una nación desolada. EL profeta habia sido la personificación del genio popular; y el carácter sagrado de las personificaciones del genio israelita'imprimían á aquel pueblo el sello de la superioridad sobre los demás pueblos. El profeta era sabio, era poeta; pero la sabiduría del profeta tenia una expresión que dominaba la sabiduría de los filósofos de otras naciones; su poesía tenia un encanto que no podían ni siquiera remedar las inspiraciones poéticas de los paganos. El encanto de la fe y la autoridad de la revelación revestían las palabras de los profetas de cierto esplendor, que ofuscaba las obras de los genios extranjeros. Ninguna nación podia presentar un poeta que llorara como Jeremías. Solo la fe era capaz de inspirar la sublimidad de un llanto como el suyo. Aquellas lágrimas únicamente podian brotar de un corazón humedecido en un m a nantial celeste. Tampoco ningún polítieo podia hablar del porvenir con la inflexible autoridad de Isaías y Daniel. Los sabios de otras naciones hablaban calculando; los políticos de Israel hablaban viendo. Los proverbios de Salomón habian de esceder á los discursos de todos los moralistas, porque él los escribió aprendiéndolos en la escuela divina. Séneca es un niño comparado con el hijo de David. A l cesar la voz del Señor,.aquel pueblo inclinado á la disipación, sintió el impulso de las ambiciones terrenales, y ávido de participar de la vida de los gentiles, difundióse por las naciones. Babilonia, la Media, la Persia, hasta la China recibieron falanjes numerosas de hijos de Abrahan, que olvidaban el sacro espíritu de la tierra de promisión. Alejandría y todo el Egipto, la costa de África y la Libia, la Siria, el Asia menor, la Isla de Chipre, la Grecia, Italia veian aumentarse cada dia el número de familias israelitas, que dejaban la patria tradicional, unos arrastrados con la cadena del cautiverio, otros atraídos por el imán de la especulación. « N o hay en todo el orbe, decia Agripa á los judíos, un pueblo en que -no habiten algunos de los vuestros.» El lazo religioso se iba aflojando. «Cinco siglos hacia, si es preciso remontarse hasta E s dras, como lo pretenden los rabinos, que la enseñanza rabínica habia venido á suplir, explicar y con frecuencia á complicar y sutilizar la l e y ; la Sinagoga se levantaba al pié del santuario; el rabino tomó asiento junto al sacerdote. Ritos secundarios, una religión doméstica, casi diremos municipal, habia reunido los judíos fuera de los ritos solemnes y legales que se celebraban solo en Jerusalen, solo en el templo. Mas el culto y la enseñanza de las sinagogas , menos legítima y menos definida, fundada sobre la autoridad exclusivamente humana de algunos doctores, ni era la misma en todas partes, ni por todos era igualmente admitida. La herejía samaritana protestó, erigiendo sobre la montaña de Garizim un templo, destruido después por los j u d í o s ; separóse de Jerusalen y del sacerdocio, inclinándose á la idolatría... Por otra parte, los judíos de Egipto habian levantado en Heliópolis otro templo rival del de Jerusalen ; allí convergían sus tesoros y dádivas en vez de enriquecerse con ellos el tesoro de Sion; sus doctores, mas filósofos que rabinos, griegos en lenguaje y en espíritu, platonizaban á Moisés, y llegaron á ser desconocidos, extranjeros, casi cismáticos, ante el rabinismo de Judea. Los judíos de allende el Eufrates y los de la Persia, ¿aceptaban la doctrina de los

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rabinos de Jerusalen? Lo ignoramos; las sinagogas chinas no conservaban huella alguna de las enseñanzas rabínico-jerosolimitanas (1).» Mas si la unidad doctrinal desapareció entre las ramas dispersas del pueblo santo, no la conservó tampoco su tronco. Mientras el templo de Garizim sostenia abiertamente el lema de la rebelión, á la sombra del templo de Jerusalen germinaban diversas y encontradas e s cuelas. Los saduceos protestaban contra toda tradición, y reclamaban un puritanismo basado

i.Ecrrnv

DK LA I.UY

EX LA SINAGOGA.

en la literal inteligencia del Pentateuco. Fanáticos de la le}' escrita tendían al paganismo, de la misma manera que el fanatismo por la Escritura santa de los modernos protestantes se i n clina al deismo. Los cabalistas perturbaban las conciencias, desasosegaban los ánimos con sutiles y portentosas narraciones, mezcla informe de las ideas mosaicas y del paganismo egipcíaco. El fariseísmo, que se jactaba de sostener la ortodoxia de la doctrina y de la ley, que alardeaba sentimientos de adhesión á las tradiciones y á las esperanzas judaicas, preocupábase (1)

fíome

el la Jadee,

X. I.

par C l i a m p a g n y .

13

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menos ele conservar la integridad de la verdad eme de aumentar el esplendor material. «Iba eclipsando el nombre de Moisés con la cscesiva gloria orne prodigaba a su rabino Hillel, rebajaba el templo en provecho de la escuela, el sacerdocio a favor del doctorado; amenguaba la importancia de la Biblia enalteciendo la de los comentaristas, y sin falsificar quizá la ley se la apropiaba para explotarla.-» De ellos escribió Lucas: « ¡ A y ele vosotros, doctores de la ley, cjue os habéis reservado la llave de la ciencia ! Vosotros mismos no habéis entrado, y aun á los epe iban a entrar se lo habéis impedido (1).» Los grupos diseminados de israelitas conservaron, no obstante, un signo común; el orgullo de raza. Infieles al espíritu de Abrahan, permanecían satisfechos de su sangre. Querian ser ante todo, y se confosaban sobre todo judíos. La conservación de este calificativo fue para ellos el mas vital interés. Roma en su afán avasallador comprendió la aspiración de aquel pueblo, y respetó en él la varonil pretensión de aquella porción- de vencidos. Su independencia política importaba menos a los judíos que su gloria hereditaria. Roma lo comprendió así, otorgándole la tolerancia de su modo ele ser religioso para obtener su v o luntaria sumisión política. Por otra parte, en los quince siglos de su historia Israel no habia disfrutado cuatro siglos consecutivos ele completa libertad. « L a sumisión es hereditaria en vosotros,» decia Agripa á los judíos. De ahí el que fuera fácil á Roma imponer á la Judea un rey, gobernarla por mano de Herodes. Judea aceptó. Y cuando les fue insufrible la pesadumbre del cetro herodíaco, el grito lanzado por los judíos fue, no el de la independencia, sino el de «Abajo el reinado judaico de Herodes: queremos ser solo una provincia romana.» Esta fidelidad mereció á Judea preciosas atenciones de parte de Roma. Roma admiraba á Jerusalen; porque Jerusalen poseia como ella una esplendorosa gloria. Los hijos de Jerusalen se llamaban judíos con la misma altivez que los hijos de Roma se apellidaban ciudadanos. El derecho, el cúmulo de derechos vinculado en la palabra: ciudadano romano, valia menos para el judío que las glorias acumuladas en esta palabra: descendiente de AíraJian. El romano se sentía orgulloso por las conejuistas realizadas; el judío se sentía ennoblecido por la herencia de que era depositario; se gloriaba de descender de los patriarcas y de los profetas, aunque infiel á las tradiciones de aquellos y á las doctrinas de estos, como los romanos se enorgullecían de ser el pueblo de los grandes capitanes. Roma veia en la raza judaica el elemento que hacia prepotente á su propia raza; aquella era indomable como esta. Así se explican las condescendencias del Capitolio con el templo de Jerusalen. Los estandartes de las legiones romanas se humillaban hasta velarse al entrar en la c i u dad de David, para que sus idolátricas enseñas no hiriesen las piadosas miradas dedos adoradores do Jehová ; los judíos eran esceptuados de la prescripción militar para no cohibir sus conciencias obligándoles á batirse por el triunfo de los ídolos ; las remesas de oro destinadas al templo de Jerusalen se hacían bajo la protección de dos delegados del imperio ; Cuman.o hizo ejecutar un soldado por haberse chanceado de la ley mosaica, y Pilatos mismo mereció una fuerte censura de Tiberio por haberse permitido fijar en las paredes de un palacio escudos de oro con inscripciones laudatorias del Emperador. El pueblo judaico permanecía tranquilo á esta condición. Desjudaizarle equivalia á perderle. Ocho ó diez millones de judíos contaba el imperio romano cuando la venida del Redentor; fuerza, elemento respetable cuyo valor sabia Roma apreciar. Rebosaba, pues, vida-el pueblo ele Abrahan cuando sonó la hora de dotar al mundo del mejor de sus hijos según la carne. Tenia vida, tenia su autonomía, aunque dependiente, era numeroso, era rico, era influyente, y no obstante un malestar profundo dispertó en él la expresión de una necesidad. Le era indispensable la aparición... ¿de un profeta? N o , habia tenido bastantes; quería el Redentor. (1)

San Lucas, x i , 5-2.

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En verdad, su venida estaba preparada. Por do quiera habian sembrado los judíos ideas bíblicas, aunque muchas de ellas imperfectas y oscuras. Alejandría, Atenas, Corinto habian oido hablar del Mesías venidero. Aunque divergentes en muchos puntos fundamentales, los discípulos de todas las sinagogas difundían la expresión de sus esperanzas en la redención. La propaganda habia sido activa y eficaz. Leamos algunos párrafos de Champagny en su citada obra: «Algunos fariseos impulsados por su celo traspasaron los mares anhelantes de rescatar las almas de muchos gentiles. El nombre de Jehová era enseñado á los persas por los comerciantes judíos. Isate, rey de la Adiavena, reducido por un judío á la obediencia de la ley de Moi.sés, vino en conocimiento que la fe de Israel era idéntica á la de su madre, aquella casa la comunicó á toda su familia y á muchos grandes de aquel país. En el imperio romano cada sinagoga era el centro de una propaganda á la cual se adherían con frecuencia almas inquietas y heridas, alguna santa mujer de la gentilidad. Casi todas las mujeres siríacas de Damasco profesaban la ley de Israel. La misma Roma sentíase algo atraída hacia aquel Dios que Platón le habia hecho entrever y que Moisés le revelaba. Muchos romanos, y sobre todo"muchas romanas convertidas con mas ó menos fervor practicaban el ayuno y la abstinencia de carne en los sábados; algunos convertidos llegaron ápracticar la circuncisión. Horacio, Séneca, Tácito , Juvenal llaman la atención sobre el número considerable de estos prosélitos , relatan como los ayunos y los sábados eran públicamente observados. En aquella época y bajo la influencia de aquel pueblo, la Grecia, según atestigua Plutarco, vio generalizarse la observancia de los preceptos judaicos. El uso de las semanas, desconocido hasta entonces, empezó á usarse entre griegos y romanos.» Es innegable, pues, la influencia de la doctrina y de los usos del judaismo en aquella época. Difundidos los israelitas por las poblaciones de las grandes ciudades reclamaban la parte de su herencia en las libertades municipales y participaban de la actividad pública, y tomaban actitud imponente cuando creian amenazados sus derechos. Cuéntanos el historiador citado, que el mismo Cicerón se sintió sobrecogido de temor en una brillante defensa, cuyo triunfo involucraba la sinrazón de algunas pretensiones judaicas. Lamentóse de que muy lejos del tribunal estuviera muchedumbre de judíos, cubriendo las gradas aurelianas. « V o s otros, decia á los jueces, conocéis á los judíos, los tumultos que promueven en las reuniones cívicas; os consta su acuerdo mutuo, su influjo constante.» A medida que eran mejor conocidos el espíritu y la fe del pueblo hebreo, obtenían mas justicia en los juicios de ciertos hombres de imparcial y levantado criterio. No faltaba un Varron que oponía á las torpezas idolátricas la religión pura del judaismo, y Séneca confesaba que la piedad de los hebreos era razonable, que sus prácticas estaban en consonancia perfecta con la razón. Dedúcese de lo espuesto que en aquella época el judaismo era todavía una planta llena de vida, que la conciencia de los designios que en él fijarael Altísimo le imprimían una majestad inexplicable é irresistible para sus mismos adversarios: juzgando humanamente, Israel estaba en situación de levantarse y dejar sentir la prepotente virilidad de su raza. La decrepitud de su nacionalidad no quebrantaba la integridad de su fe, y , por lo tanto, de sus esperanzas. Acogiera respetuoso al Mesías y hubiera obtenido el apogeo de la gloria humana y del poder moral. Mas no fue así por desgracia suya. Su misión providencial quedó cumplida; pero la gloria de su cumplimiento no le perteneció. Israel endureció de tal manera su corazón, que no pudo latir al impulso de los milagros de amor que JESÚS obró en su presencia. La fuerza de atracción del Dios del Evangelio, que fue capaz de despegar el mundo pagano de sus viejas preocupaciones y levantarlo hasta la región luciente de la celestial fe, no movió al pueblo predilecto, sumido en el mas estúpido fanatismo. Obcecado ante los portentos con que

JESUCRISTO

probó la divinidad de su persona, man-

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chó sus manos con la sangre del gran Justo ; aceptó solemnemente la responsabilidad del deicidio y resolvió oponerse con todas sus fuerzas á la propagación de la obra apostólica. La primera persecución de los cristianos fue iniciada por los judíos. Apenas el drama sangriento del Calvario había exhibido su última escena, que un nuevo cuadro de iracunda intolerancia patentiza la infidelidad de Jerusalen. Fijémonos en este nuevo espectáculo en que se destaca la pertinacia judaica contra la obra del Redentor.

III. Esteban protomártir.— Pablo pseudo perseguidor.

Las' predicaciones de JESÚS y los milagrosos acontecimientos de su vida y de su muerte infundieron zozobra y alarma en el ánimo de los judíos. Hasta los que no se habían fijado en la persona del Mesías, ni atestiguado ninguno de sus hechos, sentían que algo inexplicable cambiaba la atmósfera que respiraba«quel pueblo. Jerusalen, la ciudad tantas veces ingrata á sus salvadores profetas, hallábase apesadumbrada bajo un remordimiento, cuya intensidad no experimentara después de ninguno de sus históricos crímenes. ¡Como si Jeremías, envuelto en su sudario, repitiera en alta y trémula voz sus predicaciones horribles, y añadiera á sus melancólicos trinos: «Ahora e s , Jerusalen, ahora es cuando debes exclamar lo que en profético acento escribí hace siglos: Míralo, Señor, y considera como 'estoy envilecida/» Mas no dirigió á las alturas sus ojos compungidos ; entercó su corazón, y juró fidelidad á la ingratitud. Jerusalen fue el punto de reunión de los diversos partidos judaicos mancomunados, á pesar de sus mutuas divergencias, contra el espíritu de J E S U C R I S T O . El odio á la nueva asociación era como un soplo infernal que esforzaba el renacimiento de esperanzas extinguidas, aunque ya sin objeto. Empero al lado del convulso judaismo estendíase la organización de la naciente Iglesia cristiana. Los congregados en nombre del Salvador se multiplicaban, y la llama del amor á todos los hombres crecía y agitábase al soplo eficaz del espíritu divino. Junto al edificio israelítico, que se derrumbaba, echábanse los cimientos, ó mejor, se subían los muros del Cristianismo, según el vasto plan trazado por el Criador del hombre. La humanidad entera iba á ser convocada en el nuevo templo, so cuya inmensa techumbre habia de bendecirse la fraternidad universal de los hombres y celebrarse el glorioso desposorio del hombre con el Verbo. Mientras las sectas judaicas estrechaban su mezquino espíritu y discutían sobre temas ideales, la sociedad de los adoradores de C R I S T O ensanchaba el corazón y elevaba el entendimiento. Jerusalen recibía en su seno los once elegidos para juzgar á las tribus del nuevo Israel, y era la memorable ciudad en que se acordaba la sustitución del apóstol traidor por el justo Matías. La propaganda católica empezó allí. Los pórticos de Salomón , donde tantas veces JESÚS adoctrinó á su g r e y , eran el punto de cita donde se congregaban los afiliados para confirmarse en la fe y atraerse prosélitos. La divinidad de la doctrina apostólica era probada por hechos portentosos, cuya fama llevaba la convicción á muchos indiferentes y hasfa adversarios. « L a verdadera predicación, dice Renán en su libro Les Apotres, consistía en las conversaciones íntimas de aquellos buenos convencidos; era el reflejo, aun sensible en sus discursos, de la palabra de JESÚS ; era sobre todo su piedad, su dulzura. El atractivo de la vida común que observaban imprimía inmensa fuerza á aquel movimiento, puesto que sus casas eran como el hospicio donde encontraban asilo seguro todos los pobres, todos los indigentes.» . Los milagros de Dios y la edificación de aquellos hombres ensanchaban rápidamente el círculo de los creyentes. El reino de JESÚS conquistaba cada dia hombres distinguidos por la

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santidad y por la posición. Bernabé, Mnason y Marcos, notabilidades de su tiempo, se rindieron a la palabra persuasiva de Pedro. « E l primer fuego se propagó rápidamente. Los hombres mas célebres del siglo apostólico casi todos fueron adquiridos en el período de dos ó tres años por una especie de impulso s i multáneo. Acruella fue una segunda generación cristiana, paralela á la que se habia formado cinco ó seis años antes en las playas de Tiberiades (1).» Á la cedentes cristiana cedentes

Iglesia formada de hebreos catequizados por los Apóstoles se agregaron muchos prode los países helenistas, siriacos, egipcios, cirenáicos. La universalidad de la obra empezaba á dibujarse. Pronto la mayoría de los creyentes perteneció á hombres prode países extranjeros á la Judea.

Los cristianos demostraron pronto que aspiraban á aplicar los grandes principios de caridad enseñados por el Maestro divino,.y al paso que elevaban á Dios sus preces y sus himnos, trataban de hacer efectivo el precepto de amor al prójimo. Los pobres y los sencillos gemían en el mayor desheredamiento. Negábaseles desdeñosamente toda consideración social. Los Apóstoles quisieron que los hermanos en la fe fueran también hermanos en la participación del pan. El Cristianismo fue una familia vasta, cuyos individuos eran mutuamente socorridos y amparados. Volvamos á citar á Renán; los juicios de este adversario astuto de la Iglesia tienen el valor de la imparcialidad y atestiguan lo irresistible de la verdad, cuando apologian el ohjeto de sus combates. « L a reducida Iglesia cristiana, dice, debia asemejarse á un paraíso. Aquella familia de hermanos, sencillos y unidos, atrajo afiliados de todas partes. En cambio de lo que cada cual aportaba, obtenía un porvenir garantido, una confraternidad dulcísima y preciosas esperanzas... Ciertamente á todas luces era ventajoso, sobre todo para los solteros, el trocar algunas parcelas de tierra por un talón de una sociedad de seguros y ante la perspectiva del reino de Dios. Hasta algunos casados se alistaron á la compañía; tomáronse algunas precauciones para que los asociados aportasen realmente todos sus haberes, y no defraudasen el fondo común. En efecto como cada uno recibía, no en porporcion de lo que aportaba, sino de lo que necesitaba, toda reserva de propiedad era una verdadera defraudación. Sorprende la íntima semejanza de tales ensayos de organización del proletariado con ciertas utopias en época no lejana muy favorecidas. Sin embargo , hay entre unos y otros ensayos una diferencia profunda, puesto que el comunismo cristiano arrancaba de una base religiosa, mientras que el socialismo moderno no posee aquel fundamento. Es evidente que una asociación, cuyo dividendo esté en razón de las necesidades de cada cual y no en proporción al capital allegado, debe partir de un sentimiento de abnegación exaltadísimo y de una fe ardiente en uñ ideal religioso.» La Iglesia de JESUCRISTO funcionaba, pues, sobre sus dos grandes principios: la verdad y la caridad. No era solo una escuela, era también un culto religioso completo y un sistema social perfeccionado. La sangre del Hombre-Dios derramada en Jerusalen fue la semilla de una fraternidad, cuyo heroísmo debió ser admirado por los adversarios mismos de la doctrina y de la moral que lo produjo. La familia temporal no basta para satisfacer el corazón privilegiado de muchos hombres. « H a y corazones para quienes es mas dulce amar á seiscientos que á seis individuos. Estos necesitan hermanos y hermanas en un mundo superior al de la carne. El Cristianismo primitivo abundó en amantes de este género. La atmósfera que se respiraba en los reducidos círculos llamados iglesias, infundía dulzura y ardor. Una era la fe, idéntica la esperanza de todos. Jamás la palabra hermano tuvo tan exacta aplicación como en los labios de aquellos creyentes.». En tales términos comenta el alma una y el corazón uno de los fieles un filósofo de la historia que no pertenece al gremio católico. Los creyentes, (1)

R e n á n , Les

dice el sagrado libro de los Hechos de los Apóstoles, p>or su, parte

Apotres.

vivían

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tenidos entre sí, y nada tenían que no fuese común para todos ellos. Vendían sus posesiones y las repartían entre lodos, según la necesidad de cada uno. Asistiendo asimismo cada dia largos ralos al templo, unidos con un mismo espíritu y partiendo el pan por. las casas, tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón, alabando á Dios y haciéndose amar de lodo el pueblo. Y el Señor aumentaba cada dia el número de los que abrazaban el mismo género de •vida para salvarse ( 1 ) . Esta multiplicación de los creyentes creó grandes embarazos á la administración económica de la sociedad cristiana. Los encargados de la distribución de los-socorros no estuvieron siempre acertados, de ahí que empezaran á proferirse ciertas quejas, especialmente por parte de los hebreos procedentes de la Persia y de'otros países gentiles. Surgía, pues, un dualismo peligroso entre estos y los naturales de la Judea. Aquellos asociados, aunque andaban por el sendero de la santidad, no eran todavía santos, por lo que no debe sorprendernos que se ostentaran en ellos las imperfecciones propias de la humana naturaleza. Sin embargo, los Apóstoles, padres anhelosos de aquella g r e y , comprendieron la necesidad de cortar en su raíz aquel amago de división, y convocando á los discípulos espusióronles la situación de las cosas, esponiéndoles un pensamiento providencial. No es justo, dijeron, que nosotros descuidemos la palabra de Dios por el cuidado de las mesas. Por tanto, hermanos, nombrad de entre vosotros siete sujetos de buena fama, llenos del Espíritu Santo y de inteligencia, á los cuales encarguemos osle ministerio, y con esto nosotros podremos entregamos completamente á la oración y á la predicación de la palabra (2). La santa asamblea aplaudió semejante resolución, y de entre los primeros discípulos de fueron elegidos Esteban, Felipe, Procoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás.

JKSÚS

De la institución apostólica hubo ya por fruto una nueva institución. El diaconado representó el celo, la atención, la vigilancia, la administración sobre los bienes materiales de la nueva comunidad, no con independencia, sino con sujeción completa á la distribución de los bienes espirituales, pues al propio tiempo que dispensadores del pan lo eran de la palabra (3). «EL diaconado, dice un crítico eminente, fue la fundación de la economía política en el orden religioso.» Es incalculable la influencia que ejercieron en la primitiva Iglesia aquellos ñeles y desinteresados administradores, hombres prácticos en perpetuo contacto con los pobres, los enfermos, las mujeres, cuya mano, siempre abierta para socorrer, traducía con la elocuencia de las obras del amor los elevados principios de la verdad evangélica. Entre los siete escogidos descolló Esteban, el mas ardiente, el mas activo, el mas práctico, el mas fervoroso de todos. La afabilidad, la modestia, la atracción de su figura escedia á cuantos rasgos de bondad habían delineado la fisonomía de sus contemporáneos. Esteban era como un ángel encarnado; cada latido de su impetuoso corazón determinaba un vuelo, su m i rada , perspicaz como la del águila, descubría todas las miserias; su caridad, reflejo de la de las entrañas del Redentor, era inextinguible en medio de todos los hielos; su administración era un milagro de providencia. Ora ascendía al altar para ministrar á Santiago, al obispo y á los presbíteros de Jerusalen, ora descendía hasta los humildes y modestos tugurios de sus pobres. Su inteligencia correspondía á su corazón. Habia sido uno de los mas aprovechados discípulos del célebre Gamaliel, en cuya escuela aprendió sólidamente las doctrinas ortodoxas, base de la fe israelítica. Su nombre era Chelicl, esto es, corona de Dios, q u e , insiguiendo una costumbre de los judíos de aquellos dias, lo cambió por Esteban, equivalente en griego á co(1) (2)

H e c h o s de los A p ó s t o l e s , ii. Ihi.l., v i . Diácono

S. Iijnat. e¡>. ud

myslcrinrum Traíllanos.

Christi

ministros:

nec

c n i m c i b o i u m c t p o t u u m ininistri s u n t ; sed c c c l c s i i c D c i

adminislratorcs.

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

0!)

roña (1). Sus cualidades personales le valieron universal aprecio en Jerusalen, con cuj^a sociedad tenia íntimas relaciones. Créese que fue contertulio de Poncio Pilatos, pues según cuenta Brentano, la esposa de aquel desventurado gobernador, Claudia Prócula, recibía por conducto de Esteban los detalles de la pasión de J E S U C R I S T O , y después del desarrollo del drama cristiano, concurrió á las principales apariciones de JESÚS resucitado, al acto de la ascensión á los cielos y al descenso del Espíritu Santo. Pronto se notó que su celo igualaba al de los Apóstoles, y los frutos de su predicación eran tan numerosos y tan opimos, que superaban al de muchos de sus sagrados colegas. La parte oriental de Jerusalen, campo de su espiritual cultivo, y de Sion, se llenó de creyentes. Betania fue evangelizada por él. Su palabra era penetrante y persuasiva; á los espíritus dóciles y susceptibles les atraía por la mansedumbre de su llamamiento, á los protervos y endurecidos los encadenaba con la fuerza irresistible de su argumentación. Ministro del altar, congregaba á su sombra las palomas descarriadas de Israel, ofreciéndoles por cebo las delicias del Pan celestial; hombre de escuela, sujetaba con el nervio de su raciocinio á los vagos y delirantes sectarios de una religión caducada. En él brillaban á igual altura la piedad del diácono y la sabiduría del filósofo. Pronto fue el alma vivificadora de las comunidades constituidas sobre la base sencilla, pero celestial de la caridad. Aquellos sencillos y benéficos hombres echaron con profunda ciencia los fundamentos de la obra maestra del Cristianismo, el amor mutuo. Obra nueva, absolutamente desconocida, para cuya edificación no contaban con ninguna clase de antecedentes; obra original , obra inspirada. Para levantarla suscitó Dios hombres á propósito, y al frente de ellos Esteban, cuyos planes secundaron los llamados. Nadie se hacia sordo á las invitaciones del archidiaconado. El período trascurrido desde la muerte de JESÚS al martirio de Esteban es quizá el mas fecundo de la historia cristiana. «Reconoce cualquiera, dice el racionalista R e nán , que el pensamiento vivo de JESÚS llenaba todavía el corazón de los discípulos y dirijia todos sus actos con admirable lucidez. No seríamos justos si no atribuyéramos á JESÚS el h o nor de las grandes cosas por los Apóstoles realizadas.» Testimonio elocuente del sello de la divinidad que ostentan las primitivas obras de la fe. El individualismo recibió el golpe de gracia por manos de la caridad cristiana. El esfuerzo heroico contra elegoismo fue consumado. Lo supérfiuo á las necesidades propias tuvo su n a tural destino al remedio de las ajenas. La pobreza adquirió derechos tan sagrados como los de la propiedad, y la gloria jerárquica tuvo su foco en la virtud. Este plan era un programa social formulado contra la constitución dominante, no solo en Judea, sino en todo el imperio romano. Aquellos fueron dias de profunda conmoción para'Jerusalen. La Sinagoga no se habia alarmado aun, pues creyó que con la desaparición de JESÚS se desvanecerían las aspiraciones de sus discípulos. No pensaban los judíos que la obra del que murió en cruz sobreviviera á su sepulcro. Los primeros rumores de la resurrección fueron recibidos con desden, y las alocuciones de los Apóstoles como el desahogo del despecho. Pero la actitud de los cristianos, cuya iglesia se multiplicaba portentosamente atrayendo lo mas notable y escogido de entre los mas sinceros creyentes; la creciente popularidad de los Apóstoles y diáconos; la influencia decisiva de Esteban sobre los necesitados, que eran la mayoría de los judíos, preocupó seriamente los ánimos de los de la Sinagoga y del Sanhedrin. Pronto el desden se trasformó en alarma, y el desprecio en oposición. La Iglesia arrojaba con valor en el rostro de la Sinagoga el crimen de la muerte de JESÚS , y anunciaba para Jerusalen los enormes castigos anunciados por los profetas. La interpretación que los apostólicos daban á las Escrituras divinas era tan clara, tan luminosa, que Sinagoga, Jerusalen y pueblo se velan perfectamente retratados en las descripciones de la sociedad y de la ciudad objetos de los anatemas y de los gemidos profóticos. Ensayaron los judíos abrir una discusión doctrinal contra las afirmaciones apostólicas; pero (1)

M u c h o s casos r e c o r d a m o s de s e m e j a n t e s c a m b i o s : Sanio l l a m ó s e d e s p u é s Pablo;

Tliomas fue

Dídimo.

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n i S T o n i A DE I.AS PERSECUCIONES .

Esteban era en aquellos dias la figura sobresaliente en el grupo de adoctrinantes cristianos; él fue, pues, el opositor mas enérgico á las animadas controversias de las escuelas anticristianas mancomunadas. Varias eran las escuelas religiosas que germinaban dentro del judaismo, y todas tenían en Jerusalen sus cátedras, sus sinagogas y sus adeptos. La capital de la Palestina, coronada con la gloria del templo ó iluminada por el esplendor del culto á Jehová, era simpática á cuantos reunían alguna fe y algún afecto á las tradiciones mosaicas; por esto Jerusalen tenia lo mas selecto del judaismo. Las sinagogas ó fracciones mas notables que en Jerusalen brillaban eran la de los libertos, formada por los que,.después de haber ido cautivos á Roma, como á resultado de las victorias de Pompeyo, obtuvieron la libertad. Eran tantos los cautivos, que en Roma, capital del i m perio, se encontraron ocho mil para agregarse á la diputación venida de Judea para suplicar que Arquelao fuese excluido del trono: los descendientes de los judíos trasportados á Egipto y Lybia por Ptolomeo.I, constituían la fracción llamada cirenáica;los que procedían, ellos ó sus antepasados, de Alejandría ó de Silicia, ó de alguna región africana, apellibánse africanos, süicianos, alejandrinos. Mas de cuatrocientas sinagogas se contaban dentro de Jerusalen, y cada una de ellas tenia su doctorado, su magisterio, su criterio doctrinal peculiar. T o das estas agrupaciones se propusieron oponerse á la enseñanza del gran diácono, quien rebatía los argumentos contra el nuevo dogma formulados, haciendo enmudecer á los ergotistas mas sutiles y convenciendo á muchos. « N a d i e , dice la Escritura, podia resistir á la sabiduría y al espíritu que hablaban por su boca.» A l combate de la palabra sucedió el de la calumnia. Sugirieron al pueblo la idea de que Esteban blasfemaba contra Moisés y contra Dios, y sobreescitando á las turbas que poco antes pidieron la crucifixión del Señor, armóse un verdadero y temible motin contra la nueva predicación. El gran Consejo judaico, esto as, el Sanhedrin, vio conducir ante su suprema autoridad religiosa al venerable doctor cristiano. Allí no faltaron testigos que depusieran acusaciones falsas. Caifas, presidente del gran Consejo, concedió á Esteban la palabra para defenderse. La acusación afirmaba que Esteban blasfemó contra Dios, contra Moisés, contra la L e y y contra el Templo; pero lo que en el fondo habia, la pura verdad era que el santo doctor habia asegurado que el Templo seria destruido, .que los sacrificios prescritos por Moisés eran simbólicos; que las observancias de la ley mosaica no complacían ya á Dios, y qus JESÚS N a zareno los habia abolido. Si esto hubieran afirmado los testigos, la acusación fuera exacta; esta alegación seria la verdad evangélica. Setenta eran los senadores congregados para oír á Esteban; y los setenta eran lo mas notable que Israel contenia. El gozo del santo confesor al ver que le era dado confesar y glorificar á JESÚS ante las eminencias del pueblo que le crucificó, escedió á toda imaginación. Perfectamente dueño de sí mismo, íntimamente convencido de que la divinidad de J E S U CRISTO no podia ser negada con sinceras razones, tomó la palabra; siempre f á c i l , elocuente, dominante en é l : á medida que iba esponiendo los puntos mas delicados de aquella controversia su rostro tomaba una fisonomía especial, sus adversarios le escuchaban sobrecogidos de espantoso respeto; tan sobreabundante era en su alma la gracia, que se reflejaba en su rostro; iluminaba su exterior actitud el esplendor de su interior belleza ; desaparecía el hombre y aparecía al ángel. Admirable fue la defensa que hizo, no de su persona, sino de la doctrina revelada, que explicó. Jamás Dios, Moisés, la Ley y el Templo fueron apologiados con m a yor entusiasmo; pero aquella apología redundaba en honor y lauro de J E S U C R I S T O . Oyó el Sanhedrin que C R I S T O era grande, porque era el Verbo del Dios de Abrahan; que la principal grandeza de Moisés estribaba en que la ley por él promulgada, era la le}' preparatoria de la legislación cristiana; que la majestad del Templo consistía en ser el símbolo de la majes-

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tad del Templo cristiano, donde habitaría, no la figura, sino la realidad del mismo Dios. La historia y la teología ofrecieron al sabio apologista datos preciosos, argumentos contundentes que usó con especial inspiración. Confusos los senadores, sentían germinar una simpatía pura, pero involuntaria á favor del Santo que les hablaba ingenuo lenguaje. La energía de Esteban subia de matiz ante la vacilación notable de sus jueces. Hombres de dura cerviz, les dijo, y de corazón y vida incircuncisos, vosotros resistís siempre al Espíritu San-

ESTÉBAN

Y SUS A D V E R S A M O S .

t o ; como ficron vuestros padres, así sois vosotros. Y les preguntaba luego: ¿A qué profeta no persiguieron vuestros padres? ellos son los que mata ron á los que prenunciaron la venida del Justo, que vosotros acabáis de entregar, y del cual habéis sido homicidas; y ' s e ñalándoles con imponente soberanía elevaba la voz diciendo: Vosotros que recibisteis la ley por ministerio de ángeles y no la habéis guardado (1). Ante acusación tan contundente sombreóse el rostro de muchos de los jueces ; Israel acababa de oir el proceso formado contra.su (1)

l i e d l o s , de los A p ó s t o l e s , v n .

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ingratitud tradicional por órgano de un ministro del que era predicado ya como al Mesías de los profetas; hubo un momento de salvadora vacilación en aquellos ancianos, que no estaban preparados para recibir tanta l u z , ni resistir á tanta fortaleza. Pero el egoismo de raza y la escitacion del amor propio prevalecieron. Un grito de enojo'se oyó en el estrado de los m a g nates ; el murmullo de los reunidos, las llamas devorantes de sus miradas determinaron una furiosa tempestad. El Sanhedrin tenia que adoptar uno de los dos extremos de este dilema: ó rendirse ante la doctrina de Esteban, ó condenar á Esteban, que sostenia tamaña doctrina. En aquel crítico momento recibe el apologista el premio de su tesón; rásgase el velo de los cielos, y C R I S T O se le manifiesta a l a derecha del Padre. Los ojos del vidente se fijan en las alturas empíreas, todos comprenden que el levita experimenta algo extraordinario. Con admirable sencillez el confesor declara que es el mismo C R I S T O glorificado el que se le aparece y aplaude... El-aplauso de C R I S T O determinó la sentencia condenatoria de su fiel discípulo. Los setenta congregados se levantaron con fuerte ímpetu, y arrojáronse sobre é l , « q u e muera el blasfem o » gritaron unánimes. Arrojado en medio de las turbas fanáticas amotinadas á las puertas del Sanhedrin, pudo preverse el desenlace de aquel drama en el que brillaron con igual magnitud la dignidad cristiana y la ceguera judaica. Jerusalen iba á ser teatro de un nuevo crimen. Cuatro formas de pena capital podia decretar el Sanhedrin: el fuego, la espada, el apedreamiento y la cruz. Las prostitutas y mujeres adúlteras eran condenadas á la hoguera; los adúlteros, los apóstatas los idólatras, los blasfemos, los magos y los incitadores á la apostasía eran apedreados. El motin señaló este suplicio á Esteban, que arrastrado por las oleadas de la muchedumbre, llegó pronto al lugar de la ejecución, que distaba como unos mil pasos del templo. El pueblo judaico quebrantó en aquella ocasión el derecho civil constituido ; la ejecución de Esteban fue ilegal, tumultuaria. lia autoridad romana no sancionó el decreto popular de aquella muerte. Los judíos se acostumbraban á prescindir de una autoridad que se hallaba en desacuerdo frecuentamente con el emperador. Roma acariciaba la Judea, y Vitelío, padre del que fue después César, halagaba desde la Siria, en la que ejercía la legación imperial, las pretensiones d é l a altiva familia pontificia de Anas. Los perseguidores contaban con la impunidad hasta de los homicidios. Era costumbre que una vez condenado al apedreamiento un criminal, continuarán reunidos sus jueces mientras se ejecutaba la sentencia. Durante el trayecto eme debia recorrer para llegar al suplicio, el condenaelo -podia reclamar ser oido de nuevo, hasta c u a tro veces. Si se presentaba un nuevo defensor elel reo, la ejecución se suspendía m i e n tras se pronunciaba la defensa; por esto delante del supliciado iba un nuncio pregonando : « H é ahí el nombre y el crimen del reo; si alguno elesea defenderle, eme se presente.» A cuatro pasos del suplicio, se le desnudaba, presentándole el brevaje de los supliciados, atábansele las manos y los p i e s , y se le conducia á un catafalco, que media la elevación doble de la talla de un hombre. Uno de los testigos, que contra el habían depuesto lo arrojaba con fuerza al pavimiento, y si sobrevivía á la caída, los demás testigos desplomaban sobre su pecho enormes piedras. Si aun no espiraba, todos los israelitas tenían el derecho de apedrearle. Ninguna formalidad se guardó en el suplicio de Esteban. Todo lo creyeron lícito los j u díos contra el defensor de la divinidad de JESUCRISTO. No oyó Jerusalen el pregón invitando á la defensa del agusto mártir. Las Sinagogas temian oir alguna nueva apología del Cristianismo. No fue precipitado desde la altura del cadalso, sino que llegado al lugar consagrado á aquella especie de tormento, con frente serena, en pié, esperó las primeras piedras. A l recibir la primera herida su voz majestuosa exclamó: Señor Jesús , recibid mi espíritu. El eco del dulcísimo nombre ele JESÚS aumentó el encono ele los apedreantes, y bajo aquel diluvio de

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piedras, tomadas del torrente de Cedrón, santificado por los sudores de CRISTO, Esteban searrodilla, pide A-Dios que perdone a sus verdugos, y se duerme en el Señor. En aquel sangriento drama y en medio de la fanática muchedumbre , destacóse la figura de Saulo, joven de exaltada imaginación y brillante inteligencia, uno de los que mas activa propaganda hicieron contra el inocente diácono, con el que le ligaban los sagrados lazos del parentesco carnal. Saulo se hallaba devorado por el celo en favor de la casa de Israel; aspiraba á trabajar para la restauración de la fe y de las grandezas de su ,'patria y de su raza, y las creces que tomaba el grupo cristiano eran para él insufrible tortura. Como delegado del Sanhedriu asistió á la ejecución de Esteban. Créese que las palabras caritativas y la actitud sublime del mártir causaron profunda mella en su alma. El joven israelita era altamente observador, y su ascetismo sensibilizaba su corazón, que distaba mucho de ser cruel. Pero no habia sonado la hora de su conversión. La fortaleza de la víctima escitó en Saulo el deseo de nuevas represalias, pues en su criterio despejado comprendió que las piedras que acabaron con la existencia del diácono servirían de pedestal para la exaltación ele otros héroes de una fe que contaba ya con tan ardientes defensores. En efecto, el martirio de Esteban no sirvió de escarmiento, sino de incitativo á sus correligionarios. « V e d cómo hemos de morir, «decian los Apóstoles á sus fieles. Una gran parte de Jerusalen protestó contra aquel homicidio glorificando el cuerpo del ajusticiado. Los cristianos se agruparon alrededor de su hermano, y lloraron pública y solemnemente sobre sus restos mortales. Aquella pública exhibición de la Iglesia de JESUCRISTO determinó la persecución formal y sostenida contra sus adeptos. Saulo fue el genio de la nueva persecución. La grey reducida del Señor vióse obligada á dispersarse. Nicanor, otro de los siete diáconos, tuvo que s u frir horribles tormentos, que si no acabaron su v i d a , imprimieron en sus carnes heridas que le hicieron glorioso entre los santos, hasta que años después empuñó en Chipre, bajo Vespasiano la palma de los héroes. Cerca de dos mil víctimas por la fe cuentan unos, y doscientas designan otros sacrificadas en aquellos dias en aras del Redentor. Y los que no morian y se escapaban al tormento eran desposeidos de sus dignidades y honores; el nombre cristiano fue pronto un título de ignominia. Así Nicomedes, por ejemplo, fue destituido por Caifas de la dignidad senatorial, desterrado de Jerusalen, y condenado á vivir lejos de su predilecta ciudad.

IV. Los setenta y dos discípulos de JESUCRISTO.

La agrupación que vamos á considerar, después del cuerpo apostólico, es sin duda la mas respetable que ños .ofrecen los anales de la santa Iglesia, los Apóstoles fueron elegidos como columnas del nuevo templo moral, los discípulos fueron destinados á plantear sobre ellas el magnífico sistema de arcos que debia cobijar la tierra entera. La persecución iniciada en Jerusalen con el martirio de Esteban determinó la hora de empezar la propaganda universal. La semilla evangélica llevada á regiones apartadas empezó á sembrarse activamente regada por el sudor y la sangre de unos predicadores, inflamados por la bendición directa del Verbo encarnado. La energía, el celo, la ciencia de Esteban hallábanse reunidos en Felipe, el diácono; la autoridad de su palabra, el predominio de su influjo llenaban perfectamente el vacío que dejó la desaparición del angélico mártir. El nuevo astro se dirigió sobre el territorio lindante con el Mediterráneo; la Samaría le recibió como un emisario de paz religiosa. Sebaste, capital de aquella provincia ó región, recibió benévolamente al enviado de CRISTO ; los bamaritanos es-

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taban sedientos de verdad y de caridad; ambos celestiales dones encontraron en las palabras del adicto discípulo. No habia olvidado aquel pueblo, la afabilidad con que JESÚS le trató, en sus expediciones á aquella tierra; recordábase la tierna escena pasada junto al pozo de Jacob, y permanecía aun en el ánimo de muchos la grata impresión causada por la presencia y por las escitaciones del gran Profeta. Sebaste se hallaba dispuesta á recoger el tesoro que Jerusalen despreciaba. Pronto el diácono Felipe reunió una grey numerosísima de adoradores. Pedro y Juan volaron á la naciente Iglesia, para imponer las manos y confirmar en el Espíritu Santo á los que Felipe habia engendrado á la gracia por medio del bautismo. El triunfo de aquella cristiandad no se obtuvo sin arduos trabajos, pues hubo de v e n cer el proselitismo de un fanático llamado Simón de Gritón, conocido por el M a g o , quien apoyaba sus enseñanzas cismáticas con fenómenos sorprendentes para el pueblo sencillo, aunque en el fondo, no eran sino resultado de su mágico ingenio. Aquel hombre, oráculo de las ignorantes turbas, al oir las predicaciones evangélicas, quiso afiliarse á la nueva Iglesia, en la que veia quizá campo á propósito para aventajar en sus calculadas explotaciones. A todas luces superiores á los suyos los prodigios obrados por los Apóstoles, anheló S i món poseer la facultad de obrarlos y de imponer las manos para comunicar el Espíritu Santo, y creyendo poder conseguirla con dinero ofrecióselo á Pedro como á precio de su ciencia y virtud; mas Pedro, desplegando con gloria la dignidad de su alto ministerio, dióle esta respuesta que admiraron y admirarán los siglos: Sucumba contigo tu dinero, pues has crciclo que el don de Dios puede comprarse; no puedes tú tener parte ni cabida en este ministerio, porque tu corazón no es recto delante de Dios (1). La predicación del Evangelio llenó de regocijó á los samaritanos, que profesaron á su ilustre catequista la mas íntima admiración. Evangelizada la Samaría, el ángel del Señor ordenó á Felipe partir para el mediodía en dirección de Gaza. En su camino encontró á un etiope famoso, eunuco, gran valido de la reina de Etiopía, superintendente de sus regios tesoros, quien regresaba de Jerusalen, donde habia ido á adorar á Jehová, que habia conocido por los emisarios judíos. Dotado de excelente criterio, disgustábanle las vagas enseñanzas del gentilismo, cuya inferioridad respecto á la doctrina mosaica encontraba palpable. Quiso adorar en espíritu y verdad al Dios verdadero y espiritual de la Escritura. La Providencia recompensó la rectitud de su corazón dándole un lugar distinguido entre las figuras primitivas del Cristianismo. El discípulo enviado encontróle en magnífica carroza leyendo el antiguo Testamento con acento animado. Sin titubear dirigióse á él iniciando una conversación doctrinal, que el augusto viajero siguió con humilde elevación. ¿Te parece á ti si entiendes lo que vas leyendo? preguntóle Felipe, á lo que contestó: ¿Cómo lo he de entender si alguno no me lo explica? Rogó,pues, á Felipe que subiese y tomase asiento á su lado (2). Leia el eunuco á la sazón un pasaje ele Isaías en el que JESÚS venia claro y distintamente profetizado; demuéstraselo el discípulo de tan luminosa manera, que el. etiope sentia abrasársele el alma en deseos de pertenecer á la nueva grey. Sabia ya que la puerta del Cristianismo era el bautismo, y que el agua era la materia por medio de la cual el Espíritu Santo quería comunicarse. Sucedió, pues, que llegando á un paraje en que habia agua, dijo el eunuco al diácono: Aquí hay agua, ¿ qué impedimento hay en que yo sea bautizado ? Ningww, respondió Felipe, si crees de todo corazón. A lo que dijo el eunuco: Yo creo que JESUCRISTO es el Hijo de Dios. Y mandando parar el carruaje bajaron ambos, Felipe y el eunuco col agua, y Felipe le bautizó (3). Realizado este hecho, el discípulo de bilo prosiguió su viaje. (1) (2) (3)

H e c h o s do los A p ó s t o l e s , v m , Ibid. lbid.

CRISTO

desapareció; y el eunuco, rebosando j ú -

SUFRIDAS POIl LA IGLESIA CATÓLICA.

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Con este suceso abrillantóse gloriosamente la corona de Felipe. Dios le escogió sin duda para ejercer una acción eficacísima sobre su Iglesia. Tres actos importantes marcaban ya su predicación: primero, Labia conquistado la Samaría á C R I S T O , desvaneciéndolas falsedades y magias de Simón, el iluminista hipócrita, que pretendió establecer una rivalidad de portentos con la Iglesia apostólica: segundo, habia admitido al bautismo cristiano á un gentil no circuncidado, interpretando prácticamente la universalidad de la vocación hecha por CRISTO al género humano: tercero, habia afirmado la necesidad de una interpretación autorizada para la genuina inteligencia de las Escrituras. Mientras el Eunuco avanzaba hacia la Etiopía, y llegaba á su país, que era la península de Meroe, situada en el mediodía de Egipto, región entonces gobernada por reinas, Felipe se halló en Azoto, evangelizando las ciudades de aquellos contornos hasta que llegó á Cesárea. La ciudad de Cesárea, nuevamente edificada, acababa de adquirir gran importancia en la Judea. Herodes el Grande, la mandó edificar en el sitio antes ocupado por una fortaleza sidoniana llamada la torre de Straton, consagrada á honor de Augusto. Su puerto era el m e jor de Palestina, con cuya capital pronto rivalizó. Los procuradores de Judea-la preferían á Jerusalen para domicilio. Sus habitantes eran casi en su mayoría paganos; el idioma dominante era el griego, hasta el punto de que los judíos 'se vieron precisados á recitar una parto de su liturgia en aquel pagano lenguaje. Los rabinos mas austeros consideraban á Cesárea como una ciudad pervertida, donde peligraba la ortodoxia de los judíos. Felipe comprendió la importante posición geográfica y social de Cesárea, y la constituyó punto habitual de su propaganda. Cesárea fue el puerto por el cual la Iglesia de Jerusalen se comunicó con todo el Mediterráneo. La importancia de la evangelizacion de Cesárea por Felipe es comparable á la de Roma por Pedro. Allí recibió años después á Lucas y á Pablo. Felipe y sus cuatro hijas, modelos de piedad, premiados por el Señor con la gracia de la profecía, eran el centro de la cristiandad de Cesárea. Fue obispo de Tralia, ciudad opulenta de la provincia de L y d i a , en el Asia Menor. La Abisinia y la Etiopía fueron visitadas y encorazonadas por el edificante diácono. Los pueblos orientales honran con entusiasmo su memoria. Cesárea, Samaría y el Asia le invocan como padre de su fe. Jerónimo y Paula en su viaje á Palestina visitaron, como á lugar santo, la'casa de Felipe y de sus cuatro hijas, que á la sazón se conservaba con respeto. . Otro de los siete diáconos fue Procoro, natural de Chipre, cuyas hazañas le valieron justo renombre en la primitiva cristiandad. Testigo ocular de las hazañas de J E S Ú S , discípulo auricular de su doctrina, consagróse enteramente á la causa del Evangelio. Sobrino carnal de Esteban, profesó especial cariño al apóstol san Juan, al cual acompañó fielmente en sus viajes de evangelizacion del Asia. Habitó muchos años con el águila de los evangelistas en Efeso. Constituido después obispo de Nicomedia, por san Pedro, convirtió á C R I S T O innumerables almas. Partió para Antioquía, donde su celóle acarreó las fatigas de la persecución y la gloria del martirio. Timón es el quinto en el número de los diáconos instituido por la Iglesia de Jerusalen. Es imposible concebir un varón de mas actividad y constancia en las tareas de la evangelizacion. Por de pronto fue instituido obispo de Parea, luego partió para Chipre, .donde sostuvo la doctrina del Crucificado. Cuando Bernabé llegó á aquella isla, encontró á Timón postrado gravemente á causa de una calentura maligna. Bernabé le impuso las manos, esto es, le administró el sacramento de la Extremaunción, leyó sobre él el Evangelio de san Mateo, y obtuvo una curación repentina. Sobrevivió al martirio de Bernabé; mas los judíos, ávidos de sangre, juraron derramar la de los evangelizadores. En las actas del martirio de san Bernabé se lee este interesante pasaje: «Cuando Bernabé fue martirizado, los judíos, sedientos de sangre, buscaban á Marcos para matarle. Pero este h u y ó ; persiguiéndole hasta Ledras. Marcos se escondió en una caverna, donde permaneció tres dias oculto, después de los cuales salió, dirigiéndose por montaraz senda á Limnen, Timón y Rhodon le acompañaron en su f u g a . . . »

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Timón fué á evangelizar el Asia, y según una tradición respetable, llegó hasta la Fenicia y la Arabia. Fue por algún tiempo obispo de Tiro y Sidon , y últimamente de Bostra ó Bussereth. Los árabes le persiguieron á causa del ardor de su predicación y de la importancia de su proselitisino. Arrojado de allí voló á la Grecia. Corinto oyó su palabra, contra la que se coaligaron judíos é idólatras alarmados al observar la irreparable brecha que abria su elocuencia en los bamboleantes edificios del judaismo y del paganismo. Los magnates de Corinto obtuvieron del procónsul romano la permisión de sacrificarlo á sus pasiones. Arrojado vivo á una hoguera, y después crucificado, su alma fué á descansar eternamente de sus apostólicas fatigas. El sexto diácono nombrado es Parmenas. Este celoso discípulo pertenecía sin duda al grupo helenista que fue dócil á la voz de J E S Ú S . El esplendor de sus virtudes le exaltó al cuerpo diaconal; Jerusalen le vio compartir con sus colegas las fatigas de la administración benéfica y de la difusión de la verdad. Cuando la dispersión de los cristianos de Jerusalen, Parmenas se agregó á Lázaro y á sus hermanas Marta y Magdalena, pues parece era familiar de la privilegiada familia de Betania. Aportó en las playas de la Galia meridional, cuyos pueblos evangelizó. Los emisarios del emperador Trajano le persiguieron con saña, y le dieron penoso, pero triunfante suplicio. El curso de esta historia nos ha conducido á tratar del séptimo diácono. No es tan lisonjera esta parte de nuestro escrito como hasta aquí ha venido siéndolo. La memoria de los h e chos de Nicolás no es unánimemente gloriosa entre los apologistas del Cristianismo. La severidad crítica de los filósofos cristianos de la historia, si nos priva del gusto de ver la auréola de la santidad reconocida en la frente de uno de los siete distinguidos, nos lo da de tener con ello un testimonio de la madurez y tino con que la iglesia otorga sus honores y elogios á sus hijos. Ireneo, Hipólito, Gregorio de N i z a , Jerónimo y Paciano, todos santos y doctores de admirable autoridad, designan al diácono Nicolás como autor de la abominable secta nicolaita. Disienten de esta opinión san Ignacio, Clemente de Alejandría, Eusebio, san Victorino, el autor de las- Constituciones apostólicas, san Agustín y Teodoreto, quienes pretenden que los herejes, tomando ocasión de una imprudencia de aquel discípulo y de alguna de sus mal entendidas frases, se escudaron con el peso de su valerosa autoridad. • Nicolás estaba dotado de una impetuosidad de sentimientos que le hacia aparecer sumamente apasionado. En él la adhesión á una causa significaba disposición al sacrificio por ella. Su amor á la familia, y sobre todo su cariño por su legítima esposa, quizá ¡escedianen sus manifestaciones exteriores lo que la discreción exigía de un ministro consagrado al servicio del altar. Los discípulos de JESÚS echábanle con frecuencia en cara el interés ardiente que no ocultaba tomar para cuanto atañía á su consorte. Herido tal vez su amor propio, como algunos pretenden, anheloso de dar un mentís contundente á sus correligionarios, presentó'un dia á una asamblea de amigos á su mujer, hablándoles un lenguaje que en sustancia decia: « A h í tenéis á mi esposa; me acusáis de esceso de celos para con. ella; pues bien; yo os la entrego, yo renuncio á ella, tómela cualquiera de vosotros que la apetezca, yo se lo permito.» ¿ Qué revelan estas palabras ? Ó mucha corrupción de alma, ó grave imprudencia en la impetuosidad. El arma disparada por Nicolás contra sus acusadores abrió brecha á su i n t e gridad doctrinal, dejando claro testimonio de que en él la fortaleza y la prudencia no estaban á igual altura. En sus predicaciones insistía en una frase que sirvió de punto de partida á las dañinas interpretaciones de muchos. « E s preciso, decia, abusar de la propia carne para dejar al espíritu en libertad.» Expresión cuando menos vaga, en la que encontraron apoyo los sensualistas de aquellos tiempos, por mas que otros la explicaran en el sentido de la necesidad de la enérgica maceracion.

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De todos modos es preciso, aúneme doloroso, reconocer eme Nicolás no poseia las dotes de elevado y maduro criterio, ni el peso y comedimiento que á sus santos colegas distinguía. En sus doctrinas y conelucta pretendieron ampararse los nicolaitas, cuya funesta influencia en los orígenes del Cristianismo fue bastante para que en el Apocalipsis se consignara solemnemente su condenación. Los que-pretenden sostener la inocencia y la integridad de Nicolás recuerdan las santas costumbres que observó toda su familia ; pues sus bijas vivieron en pura virginidad basta la vejez, y su hijo fue en todo tiempo modelo de evangélica continencia. El resultado del debate crítico sobre la fidelidad de Nicolás á la doctrina y á la moral evangélica, y sobre su complicidad con la herejía funesta que tomó su nombre por bandera, estará reservado para el mundo hasta el dia de la liquidación universal. Después de los siete diáconos importa hablar ele los restantes discípulos. Figuró en primera línea Bernabé, admitido por la Iglesia al rango de apóstol. Natural de -Chipre, poseia allí cuantiosos bienes de fortuna y un establecimiento industrial. Fue otro ele los discípulos del célebre doctor Gainaliel, cuya escuela frecuentó en sus largas estancias en Jerusalen, en cuya ciudad y su radio tenían sus parientes propiedades considerables. Distinguióse por su talento y por su piedad. Presente á la curación milagrosa del paralítico en la piscina del pórtico, echóse á los pies de J E S U C R I S T O , quien lo recibió con misericordia, asociándole á la misión de los Apóstoles. Rebosando fe y gozo se dirigió á la casa.de su primo Juan Marcos, y con la elocuencia de la convicción mas sincera dijo á la madre de este: «Venid corriendo y veréis lo que nuestros padres desearon ver. J E S Ú S , profeta surgido en Nazaret de Galilea, está obrando en el templo estupendos prodigios. Muchos le proclaman el Mesías esperado.» Aquella excelente mujer voló al templo, y arrojándose á los pies de J E S Ú S : «Señor, exclamó, si encuentro gracia en vuestros ojos, venid á visitar la casa de vuestra sierva, para que á vuestra entrada sean bendecidos vuestros servidores.» aceptó. En premio de acmel cordial hospedaje, el Redentor glorificó su casa sobre todos los alcázares de la tierra, contituyénelola en acmel memorable Cenáculo donde fijan con respeto las miradas los cristianos ele todos los países y de todos los siglos. En aquella casa C R I S T O instituyó el adorable sacramento de la Eucaristía: en ella los discípulos se congregaron cou frecuencia; en ella recibieron el Espíritu Santo. JESÚS

Varón tan magnánimo como poderoso, nunca fue sordo á las necesidades ele la indigencia. Pedro le llamó Barnabas, esto es, hijo del consuelo, porque ele tal manera lo fue para los pobres cristianos, que llegó á vender sus propiedades de Jerusalen para socorrer la indigencia de sus hermanos en la fe. Mas tarde enajenó sus alhajas, y luego el resto de sus posesiones, poniendo su precio en manos de los Apóstoles. Su abnegación ejemplar impresionó vivamente á muchos secuaces ele JESÚS , que siguieron las huellas del que se presentó como á tipo de evangélica perfección. Condiscípulo de Saulo, Bernabé empleó su celo é inteligencia á atraerle al Cristianismo. Las conferencias religiosas al efecto celebradas no dieron resultado satisfactorio. Dios reservaba la conversión del joven israelita á su directa y maravillosa acción. Por de pronto, los esfuerzos del celoso catequista produjeron un grado mas de enardecimiento en el fanatismo de Saulo. Á pesar de los lazos de íntima amistad que unía á ambos condiscípulos, no se libró Bernabé de la punzante sátira del pertinaz judío. Saulo representaba las intolerancias inflexibles ele la Sinagoga. Ante todo y sobre todo estaba para él la fe tradicional. El lenguaje del protervo israelita se acentuaba con la sátira mortífera siempre epue se ocupaba de lo relativo al hijo del carpintero, al iliterato, al crucificado. Para él JESÚS solo era digno del desden. Y a veremos cómo lloró después Saulo el obcecado desprecio con epue miró la causa de Aquel que le reservaba como vaso de elección.

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Ahora debemos seguir el vuelo de Bernabé. Sus destinos en la Iglesia de Dios fueron incomparables. Los Apóstoles necesitaban un hombre de acrisolado celo, probidad y doctrina para sostener y encaminar una de las mas florecientes iglesias, sembradas por los dispersos á causa de la persecución de Jerusalen. El progreso de la Iglesia de Antioquía llenaba de gozo el corazón de los fieles. La importancia de Antioquía merece ser aquí rápidamente descrita. Era entonces aquella la tercera ciudad del mundo; cerca de quinientos mil habitantes formaban su población. Desde su origen los seleucides la rodearon de deslumbrante magnificencia, que las legiones romanas aumentaron. Todo cuanto labraba la celebridad de las ciudades griegas y romanas se encontraba combinado en la gran ciudad siríaca. Largas columnatas orillaban sus calles, artísticas estatuas embellecían sus plazas, arquitectónicos templos descollaban entre aquel conjunto de gallardos edificios. Cuatro líneas de columnas constituían las alas de la gran via que partía por la mitad la simétrica combinación de sus calles. Sus vastas galerías guardaban muchas obras maestras del genio helénico. Los macedonios de Antígono habian aportado allí los recuerdos vivos de su culto. La mitología designaba alíi algunos santos lugares. Apolo y las ninfas recibían allí sus poéticas adoraciones. Antioquía poseía su sacro Olimpo, y Daphne era como el venerable Ida, donde los antioquenos iban á gozar las delicias anticipadas del Edén' de los dioses. Todas las imposturas del Asia encontraban eco en aquella ciudad fronteriza de dos mundos, que saludaba á Inaco, á Oreste, á Daphne y Triptolomeo como á fundadores. Antioquía era el" punto donde se daban cita los prófugos de todas las razas. La población siríaca, indígena, sin dejar de ser numerosa estaba contrarestada por los advenedizos extranjeros, que obtenían, según la ley de Seleuco, derecho de ciudadanía al establecerse en ella. Tan abigarrada multitud corrompió las costumbres de aquella capital, que llegó á perder el último resto del pudor. El sensualismo mas perverso llegó á aclimatar en ella las costumbres mas impúdicas. La desnudez del errante salvaje no repugnaba al antioqueno, que aplaudía en sus ciudadanas la desenvoltura bacanal. En ninguna parte llegó á tan profunda miseria la dignidad humana como en aquella ciudad prostituida; sin fe en la palabra del hombre, sin conocimiento de la verdad divina, Antioquía era el pueblo desenfrenado. « A q u e l rio de lodo, de que nos habla Juvenal, que saliendo de la boca del Oronto, llegaba á Roma y la inundaba,» tenia su manantial en aquella lúbrica ciudad. Su clima suave, su riego abundante, sus pintorescas cercanías, su variada y perfumante floresta, su siempre fresca y lozana s egetacion la constituían un paraíso de voluptuosidad. r

Una colonia judía vino á mezclarse con aquel hervidero de corrompidos gentiles. Muchos judíos se corrompieron al contacto de la gangrena social allí dominante; otros, fieles al culto y á las prescripciones de Jehová, atraían.la atención de las pocas almas serias que cohabitaban con los desenfrenados adoradores del placer. ¿Quién habia de pretender anunciar á aquel pueblo desviado los caminos de la severidad evangélica? Empresa loca á los ojos de la humana prudencia. Sin embargo, el Espíritu Santo encaminó allí algunos de los perseguidos en Jerusalen. El Señor preparó los ánimos de los antioquenos, que vieron arruinados de un soplo algunos de sus bellos monumentos al ímpetu de un horrendo terremoto. Algunos distraídos hasta entonces elevaron por primera vez los ojos al cielo; la idea de lo sobrenatural iluminó el entendimiento de algunos racionalistas. La verdad se hizo desear. Un charlatán llamado Debborio, que pretendía poder evitar la repetición de la catástrofe por medio de ridículos talismanes, logró atraer la atención de la aterrada muchedumbre. Pero el talismán verdadero no tardó en llegar. Los mensajeros apostólicos llegaron á Antioquía dispuestos á todo* sacrificio. La doctrina de las bienaventuranzas predicada por JESÚS y enseñada por sus discípulos, produjo incalculable sensación en aquel pueblo, á cuyos oidos no llegara hasta entonces sino la elocuencia de

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la adulación. El éxito fue inmenso. Judíos y gentiles se agruparon á la naciente Iglesia con afán sorprendente. Los Apóstoles comprendieron la trascendental importancia de aquella conquista. De Jerusalen habia partido la luz: pero Antioquía estaba providencialmente indicada para difundirla en la gentilidad. El colegio apostólico necesitaba una gran figura para colocar á la cabeza de una Iglesia en la que tan gloriosos destinos estaban vinculados. Bernabé fue indicado para esta delicada misión. Era sin duda aquél uno de los mas ilustrados discípulos del Señor. Lleno de caridad sostuvo con Pablo, ya convertido, la necesidad de admitir á todos los gentiles en el seno de la nueva Iglesia. Abrió las puertas del templo moral á cuantos apetecían entrar en el reino de Dios.

I l U T I / O

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IXNl'CO.

«Un año entero permaneció Bernabé con Pablo en Antioquía... La fecundidad de aquellos dos grandes hombres elevó la Iglesia de Antioquía á una altura que hasta entonces ninguna Iglesia habia alcanzado. La capital de Siria era uno de los países donde las cuestiones religiosas y sociales en la época romana, como en la nuestra , se trataban y sostenian en medio de las grandes aglomeraciones de hombres. Una especie de reacción contra la inmoralidad general, que mas tarde hará de Antioquía la patria de los estilitas y solitarios, empezaba á iniciarse. La buena doctrina encontraba en aquella ciudad condiciones favorables que en ninguna otra parte se le habían presentado (1).» (I)

R e n á n , T.e.t Api'ilri's.

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Allí los creyentes empezaron ;'i llamarse abiertamente «cristianos.» El Cristianismo hubo conquistado un foco de admirable influencia. De Antioquía Bernabé pasó á Chipre y á Roma. En la capital del imperio su palabra produjo una verdadera conmoción; voló luego á Alejandría, capital del Egipto, donde anunció el Evangelio; de Alejandría pasó á Jerusalen, regresando á su predilecta Antioquía. Encargado de aportar a los cristianos de Judea las limosnas de los antioquenos para aliviar el hambre que devoraba la Palestina, obró prodigios de amor y caridad en medio de los indigentes.' Otra vez en Antioquía, recibió de Dios la orden de evangelizar á los gentiles, y partió con Pablo y Juan Marcos para la Siria. Visitó otra vez á Chipre, predicó en Salamina y Pafo, vino a Perge de Panfilia, y de allí pasó á Antioquía de Pisidia, acompañado solo de Pablo, pues Juan Marcos, espantado al peso de la enormidad de las fatigas y persecuciones que tenían que arrostrar, se habia despedido de ellos y vuelto ;i Jerusalen. En este último punto Bernabé y Pablo sufrieron las perversas diatribas de los judíos, quienes instigaron á varias mujeres devotas y de distinción y á los hombres principales de la ciudad... y los echaron de su territorio (1). Pero estos, sacudiendo contra ellos el polvo de sus pies, se fueron á Iconio de Licaonia. Recibiéronles con benevolencia los paganos , mas los judíos amotináronse contra los nuevos predicadores hasta amagar una lapidación. Marcháronse á Listria, cuyos habitantes, gentiles, les recibieron como dioses provenientes del Olimpo. Para ellos Pablo era Mercurio, Bernabé Júpiter. Mas también allí les persiguió la saña judaica. Pablo fue apedreado, Bernabé insultado. Evangelizaron á Dérba y otras ciudades y regresaron á Antioquía de Siria. Bernabé sostuvo á Pablo en la cuestión de la abolición de las prácticas ú observancias c e remoniales de los judíos convertidos, doctrina que aprobó el colegio apostólico celebrado en Jerusalen el año 51 de la nueva era. Admirable fue en todas circunstancias la modestia de Bernabé. Anterior á Pablo en el c o nocimiento de C R I S T O , reconocido como el verdadero apóstol de Antioquía, cedió siempre á su compañero el honor y la preeminencia de la palabra y de la distinción. Dejando á Pablo en la Siria regresó á Chipre, acompañado otra vez de Juan Marcos , ya fortalecido en la fe. Volvió á Roma, evangelizó á Milán, desde donde envió á su discípulo Anatelon á convertir las regiones orientales de la Italia. El éxito de la empresa determinó á constituir á Anatelon obispo de Milán. De este punto regresó á Chipre, produciendo su despedida dolor profundo en aquella cristiandad, que tanto le amaba. La fe de los cristianos de Chipre estaba sostenida por las predicaciones y ejemplo de .luán Marcos, Aristion, Timón , Rhodon , Heráclito y Aristocliano. Pasó á Amateonte, donde su presencia inflamó la ira de las orgías paganas escitadas por Bar-Jesú, falso profeta. Otra vez fue expulsado. En Salamina emprendió bajo felices auspicios la conversión de una numerosa Sinagoga: muchos judíos creian ya en J E S U C R I S T O ; pero Bar-Jesú y sus satélites llegaron de Siria para desbaratar la obra de Bernabé. Pronto estalló un motin espantoso, promovido por las calumnias de los enemigos del Varón justo. «Este hombre, decían, predica una doctrina ofensiva á Dios, á los profetas y á la l e y . » En vano el evangelizador se vindicó gloriosamente. Sus enemigos juraron perderle. El santo misionero reunió á sus amigos, notificóles que el Señor le llamaría pronto al descanso de sus fatigas, y tomando pan y vino celebró el incruento sacrificio, distribuyó la comunión eucarística á los fieles, de quienes se despidió entre los sollozos y el llanto de aquella cristiandad. Llamando aparte á Juan Marcos, díjole: «Hijo mió, hoy recibiré la muerte de mano de los gentiles. Mañana vos saldréis de esta ciudad, yendo á uniros con Pablo, hasta que el Señor disponga lo que debáis hacer.» Bernabé, sediento de beber el cáliz del martirio, presentóse otra vez á la Sinagoga, pre(I)

H e c h o s de l o s ' A p ó s t o l e s ,

xm.

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cucando con mas energía la divinidad de J E S Ú S . LOS judíos, atizados por los siríacos, lo prendieron, presentáronle á Hipátio, juez de la ciudad, y á un tal Jebuseo, pariente de Nerón, para obtener á lo menos la tolerancia del crimen que estaban resueltos á perpetrar. Bernabé fue arrastrado á las afueras de Salamina, apedreado primero, y luego arrojaron su cuerpo á una hoguera. Así acabó su vida azarosa aquel discípulo, que fue uno de los que mas activa parte tomó y mas felices resultados obtuvo en la fundación de la Iglesia de J E S U CRISTO.

Otro de los discípulos mas notables fue el ilustre jefe de la casa de Betania, tantas veces honrada con la visita del Eedentor. Hermano de María y Marta, creyó en la divinidad de JESUCRISTO atestiguada por los prodigios que por sí mismo presenció. Su fe decidida, su devoción sincera merecieron que JESÚS lo escogiera para obrar el milagro mas famoso de todos los que caracterizaron su peregrinación. La resurrección de Lázaro fue como el sello de los prodigios de la misericordia divina, y la trompeta celestial que anunció al pueblo la omnipotencia del «Profeta» eme llenaba con sus hechos y con sus enseñanzas toda la Judea. Lázaro, resucitado, prosiguió fielmente la tarea de devoción á su divino Maestro. Después de la A s censión de este á los cielos, toda la familia de Betania, con Marcela, su sirvienta, Maximino y José de Arimatea fue puesta por los judíos en una frágil nave, sin timón ni arbolado, con el dañino fin de verles sepultarse en las olas. Mas el soplo del que resucitó á Lázaro empujó la nave al través del Mediterráneo, aportándola en Marsella, donde anunció á JESUCRISTO. N u merosas y significativas fueron las conversiones allí obradas. Los Apóstoles nombraron á Lázaro obispo de aquella meridional región, que gobernó celosamente hasta que selló con su sangre las páginas del Evangelio, eme predicó incansable. Á él la gloria de haber echado da primera semilla de la cristianización de la G-alia, que tanto esplendor debia prodigar á la historia de la santa Jglesia. Ocupémonos ahora de otro discípulo, cuyo nombre constituye una apología completa. L u cas, no solo sirvió á JESÚS con la palabra, el Espíritu Santo puso en sus dedos la pluma del evangelista. Originario de Antioquía siríaca, descolló en sus escuelas por su talento. En acmella ciudad, que hemos descrito antes, existían algunas escuelas filosóficas célebres en toda el Asia. Lucas, amaestrado en las aulas de los mas notables doctores, completó su ciencia en sus viajes á Grecia, á Palestina, á Egipto. Dedicóse especialmente á la medicina, en cuya profesión obtuvo extraordinario éxito. Parece que ejerció con provecho el arte de la pintura. La tradición cristiana atribuye á su experto pincel algunos cuadros representación de la santísima Virgen (1). Lucas pertenecía al grupo helenista de los judíos. Conoció personalmente á JESUC R I S T O , y fue testigo de sus portentos, según él mismo afirma en su evangelio; aunque sobre este punto la crítica histórica sostiene dualidad de opiniones. Los críticos modernos se inclinan á creer que Lucas no fue testigo presencial de los hechos admirables que refiere, sino que los cuenta según oyó de testigos presenciales. Los autores antiguos afirman que Lucas personalmente los presenció. En efecto, Lucas conoció al Redentor. La doctrina enseñada por los divinos labios la encontró preferible á las teorías filosóficas de las que estaba imbuido. Siguió á C R I S T O desde el segundo ó tercer año de su predicación con admirable constancia. Presenció la pasión de J E S Ú S , le vio resucitado, contempló su ascensión á los cielos y recibió el E s píritu'Santo en el Cenáculo. Escribió el evangelio en griego, propagando por este medio entre las escuelas helénicas la luz de la revelación divina. En el evangelio por él escrito se nota un tinte literario, que califica al santo escribiente. Un autor racionalista y anticristiano dice de Lucas, que aparece « u n artista divino que nos presenta el carácter del fundador con una apacibilidad de rasgos, una inspiración de conjunto, un relieve tan perfecto, que supera á la obra de sus colegas. La lectura de su evangelio es la que nos encanta, pues á la incom(1)

NicéToro y otros escritores griegos afuman esta cualidad de san Lucas; Teodoro Lector dice iiuc la emperatriz ICudoxia colocó en

una iglesia por ella erigida en Constantinopla un retrato de la Yírgen pintado por san Lúeas.

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parable belleza del fondo c o m ú n , añade una parte artística, que aumenta notablemente el efecto del retrato sin perjudicar la realidad.» Mateo y Marcos recibieron de Dios el dictado de un relato puramente histórico; Juan hubo de escribir para llenar, dentro de la verdad histórica, el sentimiento místico y teológico.'Lucas adoctrinó á los historiadores y á los literatos. En lá expresión de Mateo y Marcos prevalece la narración, en la de Juan el éxtasis, en la de Lucas la elegancia y la forma. Lucas se asoció íntimamente á Pablo, cuyo genio atraía los discípulos mas celosos é ilustrados . Atribuyese á Lucas la escritura del libro de los Hechos de los Apóstoles, cuya importancia es la inseparable de todo libro inspirado y dictado por la misma sabiduría. El santo discípulo predicó en la Dalmacia, en la Galia, en Italia y Macedonia, en Tebaida y Libia. Á la gloria de su pluma y de su palabra se agregó la de su persecución y de su martirio. Marcos fue contado también en el número de los discípulos fundadores de la Iglesia. J E SUCRISTO le dispensó un llamamiento de amor, agregándole a su santa compañía; el Espíritu Santo le escogió como uno de los que debían redactar la admirable historia y consignar la sublime doctrina de la redención. Este discípulo era hebreo, de la raza sacerdotal de Aaron, según Beda. Los judíos y p a ganos le apodaban el Cfalileo. Amigo, casi familiar de Cefas, después Pedro, conoció á J E S Ú S , y se consagró á su servicio. Hombre de mediana instrucción y de formas sencillas, brillaba mas por la honradez y sinceridad, que por la ilustración de su inteligencia. Su independencia de carácter la demostró abandonando por algún tiempo á J E S U C R I S T O , por resistirse á r e conocer la verdad de aquellas palabras: Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre no tendréis la vida en vosotros. No comprendió estas palabras, no tuvo valor para creer sin comprender; renunció las satisfacciones del discipulado para no renunciar á lo que él, obcecado por divina permisión, creia ser los derechos de su dignidad personal. Con Marcos se alejaron de JESÚS algunos que le habían seguido. El misterio de la Eucaristía exigía un esfuerzo de f e , de que ellos no se sintieron capaces. Mas tarde regresó al redil por la solicitud de Pedro, quien le profesó en vista de su docilidad un cariño verdaderamente filial. Ejerció cerca del Príncipe de los Apóstoles una especie de secretariado, pues de él se valia el gran Pontífice para comunicar á diversas naciones los documentos reclamados por el buen régimen de la naciente Iglesia. Los pueblos escuchaban con deferencia la sencilla palabra de Marcos, que era siempre fiel reflejo de las enseñanzas y predicaciones de su inmediato maestro. La cristiandad de Roma admiró su doctrina y virtudes. Trasladado á Aquilea por disposición de Pedro, echó incansable los fundamentos de aquella Iglesia, que se presentó luego floreciente. Instáronle las muchedumbres convertidas que les l e gara un escrito, testimonio perpetuo de los grandes hechos por C R I S T O verificados, y que él les habia predicado perseverante. Marcos escribió entonces el evangelio q u e , aprobado por Pedro, es uno de los documentos sagrados que atestiguan la verdad del Cristianismo. M a r cos hubo de combatir en Roma y en Italia la influencia creciente de Simón Mago, eme aspiraba á levantar un sistema doctrinal completo frente á frente de la enseñanza cristiana. Pero el Señor reservaba para él una misión especial y gloriosa. La evangelizacion del África fue confiada á su celo. Voló á aquellos vastos dominios de los ídolos. La Libia, la Tebaida , la Cirenáica, la Nubia, una parte de Etiopía y todo el Egipto oyeron su elocuente y edificante palabra. Arduos combates hubo de sostener contra las preocupaciones apoyadas en la concupiscencia y altivez de los idólatras. Necesitóse toda la fuerza de la santidad para desalojar de aquel pueblo embrutecido el sentimiento de afección por su culto apasionado. A l e jandría de Egipto, foco entonces de la vida africana, prestó atento oido á la predicación de Marcos. « Y o deseo me digáis de dónde sois y quién os comunica esta irresistible doctrina de vida que nos enseñáis,» le dijo uno de sus primeros oyentes. « E s que yo soy el enviado de JES Ú S , Hijo de Dios,» contestóle.

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«Deseo ver por mí mismo al Hijo de Dios que os envia.» « Y a os lo enseñaré.» Y , en efecto, le demostró claramente la divinidad del Mesías. Aniano, que así se llamaba el convertido, no ocultó su admiración por Ja doctrina evangélica : « Y o no conocía mas basta hoy que la Iliada y la Odisea, dijo; lá ciencia egipciaca es muy reducida al lado de la que vos nos aportáis.» Aniano fue bautizado. Aquella conversión fue la señal de innumerables adhesiones á la fe. Egipto vio orientar el dia que los profetas habian predicho. El cetro social iba a caer de manos de los ídolos, para ser empuñado por los discípulos del Esperado. La Iglesia de Alejandría reunió pronto un inmenso número de adictos. Marcos, según Eusebio, dividió los cristianos de aquella ciudad en varias agrupaciones ó parroquias, encargadas al celo de sus compañeros de. evangelizacion. San Epifanio hace observar que en el siglo IV se conservaba todavía en Alejandría la división parroquial por Marcos establecida. La Iglesia de Alejandría brilló, no solo por el número extraordinario de fieles, sino por el vigor de la santidad. Los desiertos contiguos á aquella comarca se poblaron de cristianos fervorosos , cuyo desprendimiento de la mundana vida llegó hasta la maceracion, el retiro y la contemplación continua. Los discípulos de Marcos traspasaron en piedad los límites de lo concebible. Jerusalen, Roma, Antioquía, Sebaste ofrecían á CRISTO las primicias de una sociedad esclarecida por las virtudes. Alejandría ostentó pronto las galas del heroísmo religioso. El bello ideal de la ascética cristiana se realizó en aquel país hasta entonces el mas materializado é impío. Entonces se realizó esta hermosa profecía: El Señor será conocido del Egipto y los egipcios conocerán al Señor. Ellos le honrarán con hostias y oblaciones. Le consagrarán votos, que cumplirán (1). Así, por una de las incomprensibles disposiciones de la Providencia, el Egipto, perseguidor del pueblo de Dios, adoró á Dios, que en otro tiempo perseguia; y el pueblo perseguido por el Dios de Jacob, persiguió á los adoradores del Dios que los patriarcas invocaron y sirvieron. En esta admirable evolución Marcos tuvo la mas importante parte: oportuno, es, pues, preguntar con el abate Maistre: «¿qué grande hombre, citado en los anales de los siglos, qué legislador se presenta que haya llevado á cabo empresa tan excelente (2)? El extraordinario hecho de la predicación de Marcos hirió los sentimientos de los idólatras , que prorumpieron en enconados murmullos contra la obra evangelizadora. Los sacrificios paganos caian precipitadamente en descrédito, y los templos donde se prestaba culto á las preocupaciones se veian mas desiertos cada dia. Los sacerdotes egipcios recordaban la época del apogeo de sus altares, y juraban enconados deshacerse del maléfico Galileo. Previendo la proximidad de su martirio el Santo organizó la Iglesia de Alejandría, consagrando á su cabeza a Aniano, su primer convertido en África; rodeóle de un verdadero cuerpo sacerdotal, dictó instrucciones reglamentarias sabiamente concebidas, y siguió evangelizando las ciudades de aquella región africana. Voló á Roma para ser testigo del glorioso martirio de Pedro y Pablo, y regresó á Alejandría, anheloso de dotarla con el precio de su sangre. En aquella ilustre metrópoli ostentóse poseído de un reflejo especial de la sabiduría divina, convirtiendo á muchos pertinaces, y de un reflejo de la omnipotencia, curando milagrosamente m u chos enfermos, cuyas sobrenaturales manifestaciones hicieron rebosar la medida del furor de los gentiles. Un dia en que los cristianos celebraban la fiesta de Pascua, y los paganos la del dios Serapis, amotináronse estos, y como torrente impetuoso dirigiéronse á la iglesia cristiana. Marcos estaba celebrando el santo sacrificio, y en el acto del ofertorio de la sagrada, hostia fue arremetido por un grupo de calenturientos adversarios. Atáronle nudosa cuerda, arrastráronle por la ciudad, y al grito de «despeñémosle en Bucoles,» lugar escabroso de ra costa sobre el mar,, condujóronle á una prisión; donde pasó la noche en éxtasis, oracio(I)

Isaías, xix.

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Les soixante-donze

disciples.

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nes é himnos. Allí fué consolado por una visión angélica; allí el divino Maestro se dignó aparecérsele dándole el ósculo 'de la paz, y desde allí, á la mañana siguiente fue arrastrado al punto culminante de aquella áspera orilla y precipitado por entre puntiagudas peñas á las agitadas olas. El Evangelista pereció en aquella persecución; pero todas las persecuciones se lian estrellado contra su Evangelio. Entre los discípulos descollaron tres individuos de una familia célebre en los anales del Cristianismo; Simón el cireneo y sus dos hijos Alejandro y Rufo descollaron como adalides de la fe. Simón gozaba en Jerusalen de una posición desahogada, pues poseía algunas propiedades en la Judea. Créese que era judío, aunque natural de Cirene. Fue cristiano con entusiasmo y uno de los pocos discípulos que no se dispersaron en la hora de la persecución final de J E S Ú S . Mezclado con las turbas deicidas seguía compasivo el sendero del Calvario, y mereció la envidiable distinción de ser elegido para ayudar á soportar á su divino Maestro el peso de la Cruz. Los sayones le obligaron á ejecutar este penoso ministerio ¿Por qué le obligaron á él y no á otro? ¿por qué no escogieron uno de los soldados ó satélites para aquel acto? Probablemente como á castigo. Simón en su simplicidad no ocultarla las simpatías por el divino sentenciado; quizá dejaría escapar algunas expresiones de compasión; quizá brotarían de sus ojos algunas lágrimas de amargura. Los judíos creyeron castigarle asociándole á la ignominia del suplicio; mas en realidad premiaron gloriosamente su fe y su adhesión. Así lo quiso J E S U C R I S T O , no sin profunda filosofía. La Cruz era ya un leño sagrado, era un i n menso cáliz que contenia sangre redentora. Solo un discípulo de C R I S T O era digno de t o carla, de conllevarla. No se lee que este discípulo sufriese el martirio, y sin embargo ¿quién puede disputarle el título y la corona de mártir? ¿No fue un martirio conllevar el cadalso, tipo de todos los cadalsos, y compartir el sufrimiento del Rey de los mártires? En-aquella grande y suprema persecución Simón de Cirene obtuvo su honrosa parte. San Braulio consigna quemas tarde Simón fue consagrado obispo. No es estraño. Él habia empuñado el báculo del Pastor eterno, la Cruz misma del C R I S T O , ¿ q u é manos mas dignas que las suyas de empuñar el báculo episcopal, cuya gloria radica en ser figura y expresión de la Cruz, el báculo típico? Sus dos hijos Alejandro y Rufo imitaron su fe y su celo. Grecia, Roma, España, Egipto fueron por ellos evangelizados. Rufo, como atestiguan Dorelio, Flavio, A d o n y otros, fue primero obispo de Tel-as en Grecia, después de Tortosa en la Iberia. Era amigo íntimo de Pablo, quien habla de él en una de sus cartas canónicas. Su mano sembró la cosecha de santos que enriqueció la Iglesia española. Selló su doctrina con la sangre de sus venas. Alejandro escogió para escenarios de su acción el África. Cartagena, Cartago, la Mauritania escucharon su palabra, que no fue estéril. Su misma fecundidad dispertó contra-él las pasiones gentiles; cargáronle de cadenas, que en expresión de un santo, brillaron en sus manos como ornamentos preciosos, diademas brillantes dignas de coronar la frente de los escogidos por CRISTO para reinar en los cielos. Veinte y cuatro hijos de su predicación murieron con él en defensa de la doctrina vivificadora é inmortal. Otro Simón viene continuado en la lista de los setenta y dos discípulos, llamado h e r mano de JESÚS en el sentido de tener con el Mesías un verdadero parentesco carnal. Hijo de Cleophas y de María, prima de la santa Virgen, de cuyo esposo José era sobrino., formaba parte directa de aquella familia, aclamada por los siglos como á familia sagrada y sobre todas venerable. Circulaba por sus venas sangre de los reyes de. Judá, y ocupaba un lugar distinguido entre los judíos. Ignórase cuando se alió á la obra moral de J E S U C R I S T O . La circunstancia de que sus padres le seguían desde el principio de la predicación, autoriza á suponer que participaría luego de la luz que á su afortunada casa iluminaba. Cuando la distribución de los discípulos por toda la redondez de la tierra, Simón permaneció en Judea, al lado de su hermano carnal, el apóstol Santiago el Menor, obispo de Jerusalen. Cooperó actívame]¡te al apostolado de su hermano, desplegando una integridad y for-

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taleza de ánimo, que le valieron el respeto de los mismos judíos. Echóles en cara el crimen cometido con la muerte del apóstol, cuyo episcopado heredó después de algunos años, por aclamación de los apóstoles, discípulos, y parientes de J E S Ú S . Difícil era el pastorado de aquella grey, combatida por las tradiciones de la obcecada Sinagoga. Pero su prudencia ejemplar orilló las dificultades que ofrecía la evangelizacion de aquel pueblo, calificado por el Espíritu Santo de pueblo de dura cerviz. Sus virtudes pastorales desplegáronse al estallar la guerra suscitada en Judea contra los romanos. En el sitio de Jerusalen ostentó su solicitud de padre, y cuaudo conoció por celestial inspiración haber sonado la hora del castigo para la ciudad deicida, convocó á su Iglesia y dispuso abandonar con los suyos aquella tierra de maldición al viento déla eterna justicia. Nuevo Moisés condujo á su pueblo regenerado, haciéndole traspasar el Jordán y refugiarse en Pella, hasta que hubiera pasado él huracán de la divina venganza. Arruinada la ciudad de Salomón, sentada la paz sobre sus ruinas, obispo é Iglesia regresaron, para reconstruirsobre las cenizas de la iniquidad la obra de la virtud. Infatigable en la enseñanza del Cristianismo opuso la firmeza de su báculo á las puerilidades del orgullo satánico de algunos novadores. Los nazarenos y los ebionitas fueron por él combatidos y anatematizados, y la integridad de la fe fue salvada contra las tentativas del ambicioso Thebutis, por las predicaciones de Simón. El Señor, que le habia salvado, escondiéndole á los ojos de Vespasiano, ávido de descubrir los descendientes de la casa de David, para sacrificarlos en odio y miedo á la raza de los reyes de Judá, permitió que cayera mas tarde en manos de los agentes de Trajano. Denunciáronle los herejes y culpables que él habia reprendido con celo y firmeza á Ático, gobernador de la Siria y de la Palestina, quien fue inexorable. Ciento veinte años de edad contaba el santo discípulo cuando fue sentenciado á morir sujeto á la cruz. Después de v a rios tormentos sufridos con un valor elocuentísimo para atraer y convertir á los vacilantes fue crucificado y muerto en Jerusalen. Del mismo nombre Simón, hubo otro discípulo del Señor apodado el Negro. Notable fue fue por su virtud y por su saber, según lo consigna el autor del libro de los Hechos apostólicos. Tuvo la dicha de ordenar ó consagrar obispos á Pablo y á Bernabé. Dotóle el cielo de la especial gracia de la profecía. Evangelizó á Bizancio, entonces ya ciudad opulenta ó i n fluyente, obteniendo allí, con muchos otros fieles, la corona del martirio. Antipas formaba también parte del discipulado. El Apocalipsis consigna su elogio en pocas, pero preciosas palabras. Domiciano decretó la persecución de los cristianos, y á sus órdenes los agentes del imperio desplegaron solicitud aterradora para descubrir-los adoradores de la Cruz. La Iglesia de Asia fue de las mas combatidas. Pergamo era entre las ciudades asiáticas una de las mas corrumpidas, pues según frase apocalíptica «Satán la habia constituido capital de su imperio.» Antipas la escogió por cátedra de su evangelizacion. Su firmeza, su valor rayaron á lo incomprensible. Ante la oposición popular y ante la persecución oficial Antipas se creia como un atleta divino. Armado con la coraza de la justicia acometia á los idólatras en lo mas sustancial de sus preocupaciones, y los ídolos eran destrozados. Su profesión de fe ante el tribunal del procónsul es una obra maestra de fortaleza y sinceridad. A las instigaciones del magistrado á abandonar la. doctrina de JESÚS contestó con la enérgica profesión del símbolo apostólico. Las prácticas idolátricas aparecieron en toda su ridiculez en sus labios inspirados; su dignidad rayó á tanta altura, que en aquel cuadro la soberanía brillaba en el acusado y en el juez el vilipendio. Casi vacilaba, ya el procónsul, cuando la turba de gentiles que concurrían á aquel acto arrojáronse sobre el santo confesor y le arrastraron hasta el templo de Diana. Allí se encontraba un buey de bronce calentado hasta el ardor. Metiéronle en aquella bárbara tortura, donde acabó pronto su vida mortal. Ananías se llamaba otro de los setenta y dos predicadores. El mismo JESUCRISTO lo elevó á la dignidad sacerdotal, dice san Clemente de Roma. Su respetabilidad era tanta que los mis-

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niSTOIUA DI? I.AS P E R S E C U C I O N E S

mos judíos le veneraban. Damasco fue la ciudad de su domicilio. Á el fue enviado Saulo para aprender la ciencia de salvación y recibir de su boca aquellas órdenes, cuyo c u m p l i miento debia contribuir tan directamente á cambiar la faz del mundo. Predicó constantemente desde su casa y en varias expediciones á muchos puntos de la Siria y de Palestina. Fue conducido ante el gobernador Licinio, que habia suscitado fiera persecución, en acto de encontrarse presidiendo un espectáculo en el Circo. La presencia varonil y severa del discípulo de C R I S T O impresionó agradablemente al presidente, quien trató de vencer al acusado por medio de la persuasión. Ananías resistió con la impasibilidad de un héroe. La presencia de los suplicios no turbó su calma. Fue azotado y atenazado, y por fin apedreado. «Perezcan, exclamó al morir, perezcan los dioses que no criaron el cielo y la tierra; sea glorificado el Dios criador del universo, y su C R I S T O redentor del mundo.» Carpo fue otro discípulo notable por su doctrina y por sus obras. Ordenado obispo de B e rea, fue compañero é íntimo confidente de san Pablo. De él ha sido escrito: «no le hizo temblar la cólera de los príncipes.» Mnason y Sopatre tienen la gloria de haber legado sus nombres escritos-en las páginas sagradas, enseñaron en la Siria la buena nueva y confirmaron con el martirio su predicación; Andrónico y Junius añadieron al honor de su intimidad con el Apóstol de las naciones el de fundar las iglesias de Panonia y Apameo en la Siria y las de Comanes y el Ponto en el Asia Menor. Ambos fueron revestidos de la dignidad episcopal. San Pablo les calificó de «compañeros suyos en las cadenas.» Eustaquio, ó sea Stachis, fue el discípulo del Señor elegido para engendrar en la fe á la populosa Bizancio. Fundó la Iglesia de Argiropolis, enseñando por sí mismo la doctrina cristiana á dos mil fieles. Toda la Colchida escuchó su palabra magistral-; sostuvo con tesón los derechos soberanos de JESUCRISTO ante los procónsules, que le persiguieron con diabólica constancia. Aristion, otro de los discípulos, resplandeció por su doctorado. La isla de Chipre le contó con Bernabé y Timón entre los primogenitores de su fe. El menologio de los griegos consigna de é l , que «después de haber realizado grandes y arduos trabajos apostólicos, fue probado por el fuego y martirizado en Alejandría, ciudad donde desempeñó el sagrado ministerio episcopal.» Patrobas y Philólogo, después de haber acompañado personalmente á JESÚS en su fatigosa peregrinación, asociáronse directamente á Pedro, trasladándose á Roma. Vasto campo fue la capital del mundo para trabajadores asiduos coino ellos. Constituyeron una especie de c o m u nidad de santas mujeres, revestidas de la alta misión de difundir las máximas cristianas en las familias de los nobles romanos, en cuyos salones eran agradablemente admitidas. Philólogo era el director espiritual de aquella santa asociación, á cuyos principales devotos saludaba san Pablo en su carta á los romanos. Patrobas fue obispo dePonzolesy de Ñapóles; P h i lólogo lo fue de Synope en el Ponto. La Iglesia griega consigna que el primero fue decapitado en Roma el mismo dia que fue crucificado san Pedro. Agabo fue otro de los discípulos privilegiados por la gracia divina. Gozó íntima f a miliaridad con la Sagrada Familia. Amaba y respetaba á la Virgen, ya antes de su desposorio, según la tradición, que nos pinta á este buen israelita rompiendo su vara, cuando vio que habia florecido la de José, como á señal de soberana elección. Fue uno de aquellos profetas que brillaron en la época apostólica, y que realizaron la palabra de Joel, que anunció la difusión del espíritu de profecía sobre toda carne. Como si se complaciera Dios en rasgar el velo del porvenir, describían las cosas futuras simultáneamente las cuatro hijas del diácono Felipe, Bernabé, Simón el Negro, Lucio de Cirene, Mañanen, Saulo, varios doctores en Antioquía y Agabo. El hambre de Judá fue vaticinado por este feliz vidente, que avisó también á Pablo las grandes persecuciones que le aguardaban en Jerusalen. Fue martirizado en Antioquía. Amplias es el nombre del discípulo del Señor, que evangelizó una estensa región de las orillas del Danubio. La Dacia, la Servia y la Bulgaria le cuentan entre los primogenitores

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de la fe cristiana. San Pablo le llama especia ¡raen te querido. Confirmó con su sangre la elocuencia, de su predicación. Confirmáronla también Cumpas, que fue obispo de Filipes, R l i o dion,muriendo en el mismo dia y acto que Pedro y Pablo en Roma, gracias al valor cristiano con que supieron declararse discípulos antiguos de .IESÚS en el álgido período de la persecución neroniana. Aristarco acompañó también á J E S U C R I S T O , cuya doctrina propagó después asociándose á los trabajos apostólicos de Pablo. Evangelizó especialmente la Grecia, y sobre todo la Macedonia. Fue blanco de los furores de la sedición popular capitaneada por Demetrio contra los cristianos. La reacción idolátrica le señalo como una de sus víclimas escogidas. El Apóstol

le llama compañero de cautiverio, como á uno de sus mas adictos coadjutores siempre y desvelados amigos. Los griegos comparan Aristarco á Juan Bautista por la sorprendente austeridad de sus costumbres, por su mortificación ejemplar, por su habitual ayuno. Siguió á Pablo en el martirio como le habia seguido en Grecia, en la Judea y en Roma. No es menos admirable el recuerdo de otro de los fieles secuaces de Pedro. Prisco, primer obispo de Capua, lleno del Espíritu Santo, impulsado por el ardor que CRISTO le comunicara con su presencia, se consagró á la destrucción de la idolatría. En las estribaciones del monte Tifat fijó su morada apostólica, deteniendo á los que iban á sacrificar en aras de la diosa Diana, y predicándoles la majestad del Dios verdadero. Su palabra era la de un elocuente tribuno, cuyo atractivo lenguaje conquistaba muchedumbre de gentiles. El éxito e x i«

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traordinario de su. misión inflamó la envidia de los idólatras. Llevado en alas de pavoroso tumulto al tribunal proconsular, resistióse á doblar la rodilla ante una estatua inerte. Confesó allí la divinidad de JESÚS y defendió la dignidad del hombre con frases cuya inspiración c o n virtió á sus acusadores, que se declararon discípulos de Aquel en cuyo odio perseguían. M i e n tras el santo atleta daba gracias á Dios por el conseguido triunfo fue herido de repente por la espalda, legando á la silla de Capua la palma del heroísmo. «Compañero de sus combates,» llama también san Pablo á Archipe. Varios martirologios le consideran obispo de los colosenses , y unánimemente es reputado discípulo y mártir de JESÚS.

Juan, el presbítero, estableció en Efeso su cátedra, que pronto fue gloriosa por su d o c trina. Enseñó al Asia toda la verdad cristiana, de la que fue tan excelente maestro como fiel y directo discípulo habia sido del Redentor. Después de haber sembrado la vida de la fe con su palabra, sembró la fe y las virtudes cristianas con su sangre. La Fenicia oyó la palabra de Cuarto, otro de los setenta y dos, que vino después dos v e ces á España, como á coadjutor primero de Santiago y posteriormente de san Pablo. Salamanca fue el centro principal de su predicación. Como sus compañeros recibió el martirio en defensa de la fe. Ilustre es el nombre de Abdias, primer obispo de Babilonia, verdadero apóstol de la Persia, en cuyo país introdujo á Simón y Judas. El valiente discípulo del Señor combatió infatigable las preocupaciones de la idolatría y de la magia reinantes en aquellos países. Dotóle el Señor de esclarecido talento, que empleó en sólidas apologías del Cristianismo. La historia en hebreo escrita por él del martirio de los apóstoles Simón y Judas es uno de los documentos mas notables de la primitiva época. Su lectura fue semillero de valiosas conversiones. Créese perteneciera á la casa de Abdias, hijo de Isaías, padre de Semayas, uno de los jefes de la casa de David. Entre sus discípulos brilló Eutropio, escritor cristiano en el período de los grandes combates, á quien se atribuye el descubrimiento de la carta de Publio Sentulo, procónsul de Judea, hablando al Senado, de Nuestro Señor JESUCRISTO. Abdias escribió una historia de los Apóstoles traducida del hebreo al griego por Eutropio y del griego al latin por Julio el Africano. Aunque este libro goza de alta autoridad histórica, no pertenece al catálogo de los libros canónicos, como algunos infundadamente pretendieron (1). San Agustín se ocupa de este libro, «del que, dice, abusan los maniqueos en sus citas.» El cardenal Baronius consigna un juicio favorable á la verdad en lo sustancial de los relatos de la Historia apostólica por Abdias. Perrone reconoce en aquel libro el manantial de importantes documentos eclesiásticos. Es indudable el mérito científico de Abdias y la gloriosa reputación que gozaba entre sus contemporáneos. La Persia le cuenta en el número de sus apóstoles, y Babilonia después de haber recibido por mucho tiempo su predicación derramó su sangre. Lo que Abdias fue en Constantinopla fuelo Evodio en Antioquía. Pedro puso en las manos de este discípulo directo del Señor el báculo de la grey cristiana, reunida en aquella ciudad importante reunida. Ignacio, el heroico mártir del Señor, decia á los antioquenos: «Acordaos de las virtudes de Evodio, vuestro primer pastor.» Compañero suyo en la misión de cristianizar el Asia fue Oneciforo. Como aquel, puede ser calificado dé «uno de los mas distinguidos heraldos de la palabra evangélica.» Créese que se hallaba enlazado con vínculos de sangre á la familia de la emperatriz Trifena, originario y domiciliado en leona. en cuya ciudad dio generoso hospedaje al Apóstol de las gentes. Hízose pronto grande por las limosnas que distribuía y por la protección decidida que otorgaba á los fieles. Participó de los consuelos evangélicos de Pablo y también de sus persecuciones y. tormentos. Derrame, dice Pablo en su carta á Timoteo, derrame el Señor su misericordia sobre la familia de Oneciforo, porque con frecuencia me lia socorrido, no sintiendo la afrenta de mis cadenas. Vino á Roma, buscóme con ahinco y me en(1)

Sixto de Sena observa que una edición alemana déla Historia

tas explicaciones y proposiciones de su editor.

apostólica

de Abdias fue condenada por Pablo I V , á causa de cier-

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contra... Á tí te consta mas (que á nadie cuántos servicios me prestó en Efeso. Los idólatras se ofendieron de la eficacia de los trabajos apostólicos de Oneciforo, consiguiendo de Adriano, procónsul, la orden de azotarlo con Porfiro, su dependiente. En medio de aquel tormento los dos confesores bendecian á Dios. Asaron después sus cuerpos y los arrastraron atados á la cola de un fogoso corcel. Así murieron aquellos dos ejemplares de fidelidad. Como Oneciforo predicó entusiasta y constante Epafrodita la misma fe. San Pablo le llamó coadjutor de su ministerio, compañero de sus fatigas. Fue obispo de Terracina, instituido por san Pedro. Después pasó á regir la Iglesia de los íilipenses, tan querida del Apóstol de las naciones. La liberalidad de los filipenses para con Pablo mereció un testimonio de perpetua gratitud, consignado en una de las inspiradas cartas del Apóstol. Prisionero, indigente, enfermo, Pablo recibió de los creyentes filipenses dádivas puras y abundantes, que le fueron llevadas por manos de Epafrodita. Dos veces me habéis enviado á Tesalónica los recursos de que carecia... Yo estoy enriquecido con los bienes que me mandasteis y que recibí de Epafrodita, como una oblación de excelente per fume, como una hostia que Dios acepta gustoso. Así elogiaba el perseguido Apóstol al colega de sus persecuciones. De otro discípulo del Señor hace mención honorífica Pablo en su carta á los romanos, llámale también su coadjutor en C R I S T O ; eterna gloria será esta de Urbano. Este discípulo fue instituido obispo de Macedonia, donde plantó tan alta la bandera del Crucificado, que gentiles y judíos se coaligaron para acortar su vida preciosa. Cuan floreciente era la escuela cristiana de Tesalónica por Urbano dirigida, atestíguanlo los muchos discípulos SUJ'OS que, después de haber seguido su doctrina, quisieron acompañarle en su martirio. De la admirable pléyade de justos por él convertidos y fortificados, siguiéronle en los tormentos Teodulo, Agatofo, Mastesú, Publio, Valerio, Juliano, Próculo, Cayo, Agapito, Dionisio, Ciríaco, Zonizo y tres mas. Presentóse, pues, al Señor como un olivo cargado de frutos; como un campo lleno de bendición. Tesalónica fue desde aquel dia como un colosal altar santificado por tantas y tan preciosas hostias inmoladas á la gloria del Altísimo. Otro activo é influyente discípulo fue Judas-Barsabas, acompañante de C R I S T O en la p e nosa peregrinación. Su celo era tan puro y desinteresado, y su carácter tan discreto y con cienzudo, que fue escogido con Silas por los Apóstoles á Antioquía para adherir aquella cristiandad á la decisiones del Concilio de Jerusalen. Lleno del Espíritu Sauto, hábil en la predicación evangélica, fecundo en conversiones, evangelizó mucho tiempo la Judea, hasta que partió con Pedro á Antioquía, y al año siguiente á Chipre, y después á Roma, y luego á España con Epeneto, Marcelo, Apolinar, Bernabé y otros. De España regresó por África á Palestina, recorrió el Egipto, y llegó á A i ' a r a , ciudad de la Armenia, país froterizo de la Mesopotamia. Los infieles pretendieron cortar el vuelo de la propaganda cristiana, obtenida por la elocuencia y el ejemplo de Barsabas, y llenos de furor colgáronle de un árbol y flecháronle. La rama del árbol en que murió fue para él la mas preciosa palma. Maximino tuvo la gloria de pertenecer al número de los discípulos primitivos, según atestiguan varios autorizados críticos. La energía con que confesó ante los judíos la divinidad de Nuestro Señor. JESUCRISTO le valió el ser desterrado de Jerusalen, y embarcado forzosamente en peligrosa nave con la familia de Betania. Aportado milagrosamente á Marsella, fundó en A i x , ciudad de la Provenza, una cristiandad modelada según las virtudes del Evangelio. Compañero suyo en la conversión de las Galias fue Marcial, llamado el Apóstol de aquellas regiones. Pedro le encargó el pastorado de aquella grey. Tolosa, Burdeos, Cahors, los pueblos de la Aquitanía y los que ocupan el estenso país que corre del Ródano al Océano, fueron por él aleccionados, muchos de sus habitantes convertidos, y todos admirados por los hechos portentosos con que confirmó la verdad de su doctrina. Fundó en la Galia cuatro sillas episcopales, fundamento de otras tantas iglesias. Afirman algunos historiadores que Marcial es aquel joven á que aludió el apóstol san Audrés, cuando en el monte de la multiplicación dijo á J E S U C R I S T O , solícito de alimentar á la muchedumbre: Hay aquí un joven que tiene cincopanes y dos peces. El

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Redentor multiplicó su palabra con mas abundancia de la que habia multiplicado sus panes. En menos de seis años desarraigó la idolatría de los alrededores de Limoges, que escogió por lugar de su episcopado. Frente á frente los altares de los ídolos desautorizados levantó t e m plos al Dios verdadero. Parece fue el primero que puso los templos cristianos bajo la protección de algún santo particular. En una carta, que se atribuye á su pluma, se consigna que « h a consagrado una iglesia y un altar al Dios de Israel, bajo la invocación de Esteban, su testigo, á quien los judíos dieron muerte en odio á J E S U C R I S T O . N O es á un hombre, sino á Dios , que en este templo se adora; pero la sangre del amigo de Dios, que inmoló su vida en su defensa, es la gloriosa decoración de esta ara: Cujus sanguine ipsa mensa decórala est.» La influencia creciente de Marcial alarmó á los idólatras. Seis mil neófitos conquistó para C R I S T O en un solo dia, gracias a l a magnitud de sus prodigios. En Elsa resucitó á su colega Austricliano con el contacto del báculo pastoral que Pedro le regaló en R o m a ; en nombre de JESÚS devolvió la vida á un hijo de Nerva, pariente de Nerón. Convirtió á la fe dos procónsules. Burdeos vio caer ante él todos sus ídolos, y constituirse públicamente un cuerpo sacerdotal numeroso. Cuarenta eclesiásticos fueron destinados por Marcial á apacentar aquella cristiandad modelo, que vio erigirse un hospital, albergue de quinientos indigentes. Graves persecuciones hubo de sufrir el santo discípulo para sostener la obra de su celo. Marcial pertenecía á la tribu de Benjamín ; era consanguíneo del protomártir Esteban; fue bautizado por orden expresa de JESÚS á los quince años de su edad con Zaqueo y José de Arimatea, el que sepultó al Señor. Sirvió á C R I S T O con Cleofás en la cena última. Presenció la resurrección de Lázaro y el ósculo de Judas al divino Maestro. Atestigua todo esto A u r e liano, su discípulo, en las Actas de su vida. Amaon y Cleofás fueron los discípulos que merecieron conversar con el Señor resucitado en su viaje á Emaus. De Amaon, dice Sepp que fue dotado del espíritu de profecía como sus compañeros A g a b , Judas y Silas ; que fue el mismo Ammias , que brilló como una a n torcha encendida en la silla episcopal de Filadelfia. De Cleofás consignan las crónicas que fue martirizado en la primera persecución por los judíos, á causa del entusiasmo con que confesaba la divinidad de J E S Ú S . San Pablo, en su carta á los romanos, manda saludar á los que pertenecían á la casa de Narciso. Este, según Doroteo, Hipólito y la crónica de Alejandría, era uno de los setenta y dos. «Esto, dice el abate Maistre, nos autoriza á convenir en que las casas de que habla san Pablo eran los principales lugares donde se congregaban los cristianos en Roma, presididos por algunos ministros de J E S U C R I S T O , sin duda los mas considerados, porque fueron instruidos por el mismo J E S Ú S . La asamblea presidida por Narciso, discípulo del Señor, llamábase la casa de Narciso, ó sea, los que pertenecen á la casa de Narciso. Así se llamaba también la casa de Aristóbulo, la casa de Fitólogo, la de Patrobas , otros discípulos del Señor. Eran aquellas las primeras parroquias de las grandes ciudades, donde los fieles, ya numerosos, necesitaban varios puntos de reunión; por lo que estableciéronse casas óparoikias, servidas separadamente por sacerdotes elegidos por los Apóstoles.» Hemos visto que san Marcos habia constituido según este sistema la Iglesia de Alejandría. Narciso fue después obispo de Atenas. Los judíos y paganos coaligados martirizaron á Narciso inmortalizando su gloria. Algunos críticos, entre ellos el citado Dr. Sepp, afirman que este discípulo fue el liberto, secretario del emperador Claudio, que tanta influencia ejerció en la casa imperial. José el Justo, llamado también Bernabé, brillaba tan radiante en santidad y ciencia cristiana entre los discípulos, que los Apóstoles le eligieron como á candidato para ocupar la vacante , que dejó la traición de Judas, en las doce sillas que debían juzgar al redimido Israel. Favoreció la suerte á Matías, mas no por esto dejó entibiar su celo por la fe cristiana. Eleutoropolis de Palestina le poseyó como obispo; catequizó, según se cree, á Dionioso el del Areópago. Atribuyesele por algunos críticos un tratadito de Pace et silentio. Los judíos coronaron sus tareas apostólicas con la auréola del martirio.

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Notable fue la doctrina y la santidad de Zenas, á quien san Pablo califica de doctor de la l e y , y distingue nombrándole antes que á Apolo,que gozaba de gloriosísima reputación primero en la Sinagoga y después en la Iglesia. Fue obispo de Diospolis, y Lidda, en Palestina, y soportó con divino valor las persecuciones de los judíos y gentiles. No lejos de Zenas brillaba con no menos esplendor otro discípulo llamado Lucio, de Cirene, contado por san Pablo como uno de los profetas y doctores de la Iglesia de Alejandría. Discípulo de C R I S T O y compañero de san Pablo fue también Eraste, que disfrutaba una posición oficial brillante, pues era tesorero de Corinto, según unos, y de Jerusalen, como otros opinan. Lo mismo que Mateo, dejó su lucrativo cargo para seguir al divino Maestro. Palestina y Macedonia fueron sucesivamente teatro de su celo. Derramó su sangre por la fe. También Manahen abrazó la doctrina del Verbo, y aceptó el penoso ministerio de los evangelizantes á e x pensas de su brillante posición. Noble é ilustre fue su cuna; influyente era su familia. La casa de los Herodes se honraba con la intimidad de los Manahen. Su padre desempeñó la v i cepresidencia de la Sinagoga en tiempo en que la presidia el famoso Hillel. Herodes hizo educar al hijo del vicepresidente del Sanhedrin por los mismos profesores que sus propios hijos, insiguiendo una costumbre entonces admitida de la comunidad de educaciou entre los p r í n cipes y los aristócratas. Manahen, hijo, frecuentó la casa de Herodes en Galilea, hasta la o m i nosa muerte de Juan Bautista, ¿sublevó quizá los generosos sentimientos del ilustre joven el espectáculo horripilante de aquella víctima sacrificada á la incontinencia de la regia crápula? No es inverosímil. Lo indudable es que Manahen dejó la gloria y la fortuna humanas para seguir al que fundó la bienaventuranza en la pobreza y en la mansedumbre. La Iglesia de Jerusalen le confió cargos de trascendental importancia. Junto con Simón el Negro y Lucio consagró á Pablo y Bernabé para el apostolado de los gentiles. Esto pone fuera de discusión la preeminencia de que disfrutó entre los discípulos. Tan grande como era por su posición social Manahen, lo era por su talento el discípulo Hermas. Mereció también el saludo oficial é inspirado del Apóstol. Su elocuencia en la p r e dicación no era menor que la elegancia de sus apologías escritas. La iglesia griega conserva de él el célebre libro intitulado El pastor. La producción de Hermas reúne la esbeltez de las formas á la solidez de la doctrina. Epafras brilla también en los anales de aquellos bellos dias, aurora de la fe en el u n i verso, por el tesón con que supo enseñar, santificar y combatir. Los colosenses le veneraron como á su obispo, y sus virtudes merecieron una sanción gloriosa en las páginas sagradas. Laodicea y Mierapolis oyeron de sus labios la confesión ingenua de la divinidad cristiana, siguió á Pablo en sus fatigosas excursiones, sufrió con él la prisión dura en Roma, y derramó su sangre legando á la historia de la Iglesia hechos numerosos que revelan en él un corazón sobreabundante de cariño. Á todos estos adalides del Cristianismo primitivo débense añadir Herodion, el incansable imitador de los grandes Apóstoles, que rigió la Iglesia de Patras en la A c a y a , donde se i n mortalizó por su predicación y por su martirio. Pablo le llamó su pariente en la carta á los romanos: Azincrito, apellidado el Grande por los cantos sagrados de los orientales, gloria de los Apóstoles, baluarte de la Hircania y luz de los pueblos, según frases de los mismos orientalistas. La sombra de su báculo hizo germinar la fe en las regiones que se estienden desde la Siria á la M e d i a , rociando con su propia sangre la semilla evangélica por su celo esparcida: Plegon Flegonio, del cual la himnología griega ha escrito: erroris ignem extinxit urentem Plegon videtque mentes, quas David ignem vocat. Las iglesias orientales que dieron á Azincrito el calificativo de Grande, llamaron Divino á Plegon. La ciudad de Maratón le poseyó por obispo. Murió por la f e , después de haberla

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predicado por diversos países, Hermes, no menos glorioso que los anteriores, perteneció al número de los setenta y dos, según san Hipólito y otros. La tradición le venera como obispo de la Dalmacia , y los menologios orientales consignan que sufrió muchas injurias por el Evangelio, obteniendo el premio otorgado por el gran Dios á sus fieles servidores. Apeles, Lucio y Clemente son considerados por el Oriente y el Occidente como otros tantos discípulos personales del Salvador. El paganismo y la gentilidad fueron los campos por ellos escogidos para desempeñar su misión extraordinaria. Esforzáronse sobre todo para iluminar el Asia, sumergida en las pavorosas tinieblas de la mas crasa idolatría. Apeles episcopó en Esmirna, Lucio en Laodicea, Clemente en Sardes. No es regular que aludiera á estos celosos prelados el escritor del Apocalipsis, en sus advertencias á los ángeles, ú obispos de Esmirna, Laodicea y Sardes; pues el carácter apostólico de los tres discípulos les obligaría á no residir por mucho tiempo en un punto determinado, resultando que al escribir san Juan su inspirado libro, los tres báculos serian empuñados ya por sus respectivos sucesores. Á Lucio y á C l e mente, como á Apeles, Pablo les saludó en sus cartas canónicas. San Doroteo hace observar que Clemente fue el primero entre los griegos ó gentiles que crej'ó en JESUCRISTO en el principio de su predicación. Silas ó Silvano, que muchos confunden en uno, y así parece confirmarlo la semejanza de los tipos que describen los que opinan que son verdaderamente dos, gozaba de la ciudadanía romana, y fue pronto reputado como uno de los primeros entre los hermanos, en cuya calidad le eligieron los Apóstoles con Judas-Bersabé para llevar á Antioquía las decisiones del sacro colegio. Acompañó á Pablo en la evangelizacion de la Siria, de la Cilicia y de otros países, pasando de ciudad en ciudad confirmando en la fe á todas las iglesias. Atravesaron la Frigia y la Galacia, é iban á penetrar en el Asia proconsular, cuando la mano del Señor les detuvo; sus habitantes no eran dignos de recibir la buena nueva; de la Mysia fueron á Troya, dejando la Bitinia también por orden providencial. Siguieron por Trodes á Samothrace, á Macedonia, á Filipos. A l l í , después de obrar ruidosas conversiones, vieron explotar un temible motin contra ellos: Estos hombres, gritaban, turban nuestra ciudad, pues son judíos que intenta.n introducir un nuevo género de vida que nos está prohibido seguir á nosotros los romanos. Las turbas, consintiéndolo los magistrados, se arrojaron sobre ellos, rasgaron sus vestidos y los azotaron; redujéronles á prisión, de donde fueron librados por la presencia de un ángel q u e , conmoviendo los fundamentos de la cárcel, infundió motivada alarma á los c u s todios. En vista del portento, el carcelero se arroja á los pies de Pablo y recibe la luz del Evangelio. Obtenida la libertad consolaron y fortificaron á los creyentes, y partieron para A m f i polis y Apolonia, llegando á Tesalónica. Pablo y Silas sostuvieron la doctrina del Crucificado en aquella ciudad importante. Otro tumulto popular, suscitado por los judíos envidiosos, les obligó á esconderse y á huir de allí, llegando á Berea, hermoso sitio sobre el golfo de Tesalónica. Muchos hombres distinguidos y señoras considerables de Berea escucharon las enseñanzas de los ministros de J E S Ú S . Silas fué después á Atenas, donde Pablo le habia precedido. Su ilustración y talento, su criterio y caridad valiéronle numerosas conquistas ¡entre los atenienses , q u e , familiarizados con el gusto filosófico de las escuelas griegas, encontraron e x traordinaria sublimidad en la doctrina cristiana, que aprendieron de labios de los nuevos adoctrinadores. Silas ejerció el episcopado de Corinto, donde obtuvo después del báculo pastoral la palma del martirio. Jason y Sosipatro son llamados por san Pablo sus parientes; el primero gobernó episcopalmente la iglesia de Tarso, en Siria; el segundo la de Iconia, y según Orígenes también la de Tesalónica. Jason salvó á Pablo, hospedado en su casa, de la furia popular, que, según hemos visto, se presentó amenazante en las calles de Tesalónica: hombre de serenidad y de valor, defendió la misión de Pablo y Silas, sosteniendo que nada tenían de perturbadores públicos aquellos dos misioneros; que el reino de que hablaban era espiritual; que

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C R I S T O no era un rey temporal, sino el Rey de las almas; que no habia subditos mas fieles al imperio de los cesares que aquellos humildes-predicadores. La influencia de la persona y de la palabra de Jason desvaneció las preocupaciones del pueblo y de los magistrados. Jason y Sosipatro pasaron á Corfú, donde, detenidos por el procónsul ó gobernador d é l a isla, ejercieron en la cárcel su misión divina. Siete criminales allí detenidos, testigos de la santidad y poder de ambos confesores, escucharon la palabra de regeneración y de vida. Pronto se hallaron decididos á sufrir tormento por su f e , y los siete, junto con el carcelero, que también se convirtió, fueron mártires edificantes. Los nombres antes despreciables y después gloriosos de los criminales jefes de salteadores son: Faustiniano, Tannario, Marsal, Eufrasio, Inciscolo, Saturnino y Mamio. Todos murieron con Antonio, el carcelero, por haber resistido heroicamente sacrificar á los ídolos.

Los dos celosos discípulos del Señor, dotados de esclarecida inteligencia, no solo convertían á los sencillos, sino que también ilustraban á los sabios. Los argumentos del paganismo eran victoriosamente refutados por la dialéctica basada en el Evangelio, magistralmente emplead por ambos propagandistas; Dionisio el areopagita no ocultaba la impresión profunda que le causaban los discursos de Sosipatro, á quien dirigió una carta que contiene velada, pero significativa confesión de la superioridad del Cristianismo. Es un documento precioso que consignamos como á la mas valiosa glorificación del apostolado del obispo de Iconia. «No consideréis, querido Sosipatro, como un triunfo las invectivas contra un-culto ó una opinión con apariencia no legítima. Algo le resta que hacer todavía á Sosipatro después de haber juiciosamente refutado á sus vasallos; porque es muy posible que la verdad, que es una, pero oculta, se os escape á vos y á los demás confundida entre una multitud de falsedades y v a nas apariencias. El que una cosa no sea negra no significa que sea blanca; no ser caballo no equivale á ser hombre. Seguid, pues, mi consejo: cesad de combatir el error y dedicaos á establecer de tal manera la verdad, que sean irrefutables las razones en que aparezca por vos apoyada.» El sabio del Areópago confiesa en esta carta las profundas vacilaciones de su alma sobre la verdad del paganismo. Sosipatro logró sembrar en él con la duda sobre la idolatría el deseo de encontrar un sistema que la superara en racionabilidad. Lo que faltaba á Dionisio, sin conocerlo, es el último impulso de la gracia, que felizmente no se hizo esperar. A l propio tiempo que Sosipatro sostenía con una lumbrera de la grande academia ateniense un glorioso certamen sobre la fe, su colega Jason discutia luminosamente con Papiscus renombrado sabio de Alejandría. Los escritos controvertistas de Jason traducidos al griego por san Lúeas (1) gozaron merecida estima en los siglos I y II de nuestra era. Su célebre conferencia cristiana con Papiscus, que Orígenes titula: Contradicción á Papiscus y san J e rónimo Altercación llevó la fe al ánimo del obcecado disidente. Nathanael formó parte, sin duda, de la fiel cohorte que acompañó al Señor en su peregrinación. El Evangelio escrito por san Juan cuenta, que al verle venir JESÚS d i j o : ' i 7 ¿ allí un verdadero israelita en quien no cabe dolo. Este venturoso discípulo, que tuvo á Juan por biógrafo y al mismo JESÚS por panegirista, fue testigo de los principales hechos de la vida de C R I S T O antes y después de la resurrección. La extraordinaria prueba de estimación que el divino Maestro le dio hizo concebir á algunos la idea de que Nathanael figuró entre los Apóstoles, aunque con diverso nombre, llegando á suponer unos que era Bartolomé y otros Simón el Cananeo. Pero Boronio, Tillemon, Maldonado y otros juzgan estas conjeturas destituidas de ^fundamento. Lo indudable es que Nathanael gozaba especial favor en el discipulado. Es universalmente admitido que Nathanael fue enviado á las Galias, después de la Ascención del Señor, rigiendo como obispo la diócesis de Bourges, creyendo algunos que para el ejercicio de su episcopado tomó el nombre de Ursino. Según una tradición primitiva N a thanael ó Ursino tuvo el privilegio de asistir á la cena pascual en la que JESÚS instituyó el (1)

S. Clem. a p . E u s . I , v i .

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HISTORIA BE LAS PERSECUCIONES

adorable sacramento de la Eucaristía, habiéndole el divino Maestro escogido para leer en aquel solemnísimo acto. Así se lee en un antiguo rezo de la diócesis de "Bourges (1). Asistió al martirio de san Pedro en Roma. Evangelizó una gran parte de la Francia y de la España. Ticico se llamaba otro de los cooperadores del ministerio evangélico. Hombre de espíritu modesto y de carácter decidido sirvió excelentemente á Pablo, que le utilizó como á mensajero en ocasiones difíciles. Tuvo la gloria de ser el portador de las cartas del Apóstol á Efeso y á Colosso, estas cartas cuyas copias son llevadas en triunfo en las misas solemnes y leídas con majestuoso canto, él fue el que primero las llevó á las cristiandades cuya fue la dicha de recibirlas. Pablo le confió la visita de varias iglesias, habiendo proyectado enviarlo á la isla de Creta, en sustitución de Tito y á Efeso en ausencia de Timoteo. La tradición eclesiástica afirma que fue obispo de Colofón en una provincia proconsular del A s i a ; que gobernó asimismo la iglesia de Calcedonia en Bitinia y la de Neapolis en Chipre. Sufrió penosos trabajos por la fe. Uno de los mas notables discípulos de JESUCRISTO fue Tito. Grande es la figura de aquel hombre eminente, que mereció asociar íntimamente su nombre á las colosales empresas del Apóstol de la gentilidad. Zenas, el discípulo de quien nos hemos ocupado y a , escribió la biografía de Tito, poseyendo un acopio de datos, que hacen sumamente precioso su trabajo. Según é l , Tito era de la regia estirpe de Minos, soberano de Creta, y de una educación é ilustración á la altura de su rango. Desde su primera juventud se dedicó al estudio de las letras y de la filosofía, descollando en las escuelas que frecuentaba, y siendo una fundada esperanza para la Grecia literaria. En la hora de las mas risueñas ilusiones de gloria fijadas en un porvenir indefectible para quien á la posición elevada unia el brillante talento, el Señor llamó la atención de su fogosa y meditativa alma hacia el estudio de las sobrenaturales verdades. Figuróse oir una voz del cielo que con insistencia le invitaba á abrir el libro del Espítu Santo y á buscar la plenitud del descanso en la ciencia divina. Entonces Tito leyó las antiguas profecías y la historia santa, viendo desarrollarse ante sí un horizonte estensísimo de emociones y espirituales delicias. A l propio tiempo, su tío carnal el procónsul de Creta, tuvo noticia del prodigioso nacimiento del Mesías y de los milagros que obraba en la Judea, por lo que se resolvió á enviar á su sobrino con la misión de observar directamente el desarrollo de la misión del nuevo Profeta, y de.remitir una memoria luminosa sobre sus observaciones. Partió gozoso con este encargo, y llegado á Jerusalen no tardó en convencerse de la divinidad del Taumaturgo, que llenaba con sus palabras y con sus hechos el vasto país que santificaba con su presencia. Creyó y adoró. Pero hombres de su temple no abrazan una doctrina solamente para hacerla saborear á su corazón. Hay almas por naturaleza propagandistas. Tito aspiró á llevar al mundo enteróla convicción profunda de su espíritu. Creyente, entusiasta asocióse á la misión evangelizadora, y cuando Pablo empezó el ejercicio de su apostolado se adhirió á él sin reserva y sin limitación. Pablo escogió á Tito por su consejero íntimo, por el amigo de su confianza, por su constante intérprete, como Pedro habia escogido á Marcos. De ahí que Tito recorriera con Pablo desde Antioquía á Seleucia, á Chipre, á Salamina, á á Pafos , á Pergulo, á Antioquía de Pisidia, á Listria y á Derba. Otra vez en Creta convirtió á Rutitio su pariente, que se atrevió á ridiculizar la conducta de ambos confesores. Tito fue constituido obispo do Creta y de todas las islas adyacentes. Organizó allí aquella cristiandad naciente y partió con Pablo á recorrer la tierra. Por orden del Apóstol pasó á la Dalmacia. Pablo sentía por Tito el cariño engendrado por la caridad. Llámale «su hermano,» «cooperador de sus trabajos,» «corazón ardiente de celo para la salvación de las almas.» En sus grandes apuros la presencia de Tito le reanimaba y le sostenía. Asistió Tito al Concilio de Jerusalen para decidir la cuestión suscitada sobre las observancias legales. Abogó allí por la santa libertad del Evangelio, librando á los fieles de aquellas cargas, que no tenían razón (1)

H é ahi el texto de una antífona i n c l u i d a en aquel i n t e r e s a n t e d o c u m e n t o : Dominicisphnissime

sanctissimai

carnee convivium

á Domino

deputatusest

officio legendi;

cum Petro Apostólo

Romam

imbutussacramentis venit.

at ipsum

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

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de serjlespues de finalizado el período figurativo del rnosaisnio. El Concilio apostólico sancionó las doctrinas y aspiraciones de Pablo y de Tito sobre este punto. Pablo le envió de Efeso á Corinto corno un ángel de pureza y conciliación. A su soplo celestial purificóse aquella atmósfera corrompida por graves escándalos dados por algunos de enfermizo y rebajado espíritu, incapaces de elevarse á la sublime región de la moral cristiana. Tito obró allí milagros de santidad. Atrájose las voluntades de todos, cautivó á su palabra los mas díscolos y protervos, y coronó su triunfo por una elocuente expresión de misericordia. A su ruego basta el incestuoso fue perdonado. Los de Corintio sintieron por Tito el mas puro y encendido entusiasmo. El Apóstol le dirigió aquella célebre carta, en que traza á grandes é inspirados rasgos la fisonomía indispensable al verdadero obispo. Después del martirio de Pablo, Tito se limitó á gobernar y adoctrinar á los cretenses; la tradición cita varios hechos prodigiosos con que el Señor le concedió confirmar su palabra. No es ni siquiera discutible que fuera ajeno su corazón á las grandes tribulaciones que amargaron el de Pablo. Crecencio fue otro de los colegas de Pablo en la evangelizacion de las naciones. Siguió á JESÚS

en sus predicaciones, presenció sus milagros y su triunfo, evangelizó el Asia, la Ma-

cedonia, la Iliria y cuando su amigo el Apóstol fue encarcelado, partió para las Galias, donde fundó la Iglesia de Viena en el Delfinado (1). Estendió luego su acción, y según testimonio de san Ruperto, Crecencio predicó la fe en Maguncia y Colonia. Vino á España (2) con el Príncipe de los Apóstoles, al que acompañó al x\frica. Pedro le instituyó obispo de Cartago, siendo el fundador de las Iglesias de aquellas islas , que tan gloriosas fueron en los anales cristianos. Allí sufrió varonilmente el embate de aquella persecución que sacrificó en aras del furor idolátrico hombres celosos como Teodoro, discípulo de Santiago, Serapion, Ammonio y otros. Pasó de Cartago, donde dejó un sucesor, otra vez á Viena, de Viena otra vez á M a guncia, de Maguncia al Asia Menor, episcopando en Calcedonia, ó en Cálcide. Su actividad prodigiosa le permitía ser como un genio protector de las cristiandades que formaba en las regiones mas distantes entre sí. Sus alas todo lo amparaban, su doctrina y caridad todo lo iluminaban. Imagen del Espíritu Santo, que le habia constituido obispo, llenaba con su espíritu el orbe terrestre. Trajano le dio la palma conquistada por su apostolado, Maguncia pretende haber sido el teatro de su martirio. No fue menos fecunda la misión de otro discípulo de

JESUCRISTO,

llamado Tadeo. No el

Apóstol, sino otro distinto, según opinan los mas autorizados críticos. En la Historia

ecle-

siástica, por Eusebio de Cesárea, se lee la siguiente interesante p á g i n a : « L a divinidad de nuestro Salvador y Maestro era tan evidenciada por los milagros obrados por su poder, que confluían á su Persona innumerables extranjeros, procedentes de países muy distantes de la Judea por la esperanza de verse curados de las enfermedades y otras molestias. Abgaro, que gobernaba con tino su pequeño estado, estendido mas allá del Eufrates y que se hallaba atacado de incurable dolencia, teniendo noticia, por el uniforme relato de muchos testimonios, de las curaciones milagrosas por el Señor obradas, le escribió suplicándole tuviera la bondad de aliviarle. El Salvador, en vez de ir, le honró con una carta, en la que le prometía enviarle uno de sus discípulos, que,le curaría y procuraría su salvación y la de los suyos. Esta palabra fue cumplida, pues, después de su resurrección y ascención, Tomás, uno de los doce apóstoles, envió á Tadeo, uno de los setenta y dos discípulos á predicar el Evangelio á Edesa, en cumplimiento de la promesa de

JESÚS.

La memoria de este milagro se conserva en los re-

gistros ó archivos de Edesa, que contienen las actas de Egbare. De allí yo saqué su carta y , la respuesta del Salvador, que he traducido del siriaco (3).» (1)

Las antigüedades

de la Iglesia de Vienne, p o r d e B o s c h , c o n t i e n e una carta d e P a b l o II á Cario M a g n o en la q u e se d i c e q u e esta

Iglesia t u v o p o r fundador san C r e c e n c i o , colega de los A p ó s t o l e s . (2)

Metaphraste.

(3)

El texto d e las d o s cartas á q u e a l u d e E u s e b i o d e Cesárea es el q u e s i g u e : « A b g a r o , rey d e E d e s a . A JESÚS, R e y b o n d a d o s í s i m o

aparecido en .Terusilen: salud. H e s a b i d o los h e c h o s p o r t e n t o s o s y a d m i r a b l e s c u r a c i o n e s q u e lleváis á cabo sin echar m a n o á yerbas y

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HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

El Evangelio habla en efecto, de la impresión que la fama de los portentos de J E S Ú S causó en las diferentes regiones de la Siria, país que comprendía en su vasta estension las provincias de Idumea, Palestina, Celesiria, Fenicia, la Siria de Damasco, la Siria de Antioquía, la Mesopotamia y otras. Edesa venia comprendida en este privilegiado territorio, y Abgaro, enfermo, pudo aspirar y naturalmente aspiraría á participar de las gracias acordadas por J E SÚS á sus compatricios y quizá á alguno de sus dependientes. Nada mas razonable, que no pudiendo trasladarse personalmente á Jerusalen á causa de sus achaques aquel R e y ó señor principal (1) enviara una invitación respetuosa al divino Taumaturgo. Los críticos modernos formulan vagas objecciones contra la autenticidad de aquella correspondencia. Sin embargo la admiten además del citado Eusebio de Cesárea, san Efrem, el conde Darío, en una carta dirigida á san Agustín, Teodoro el lector, e n u n a carta al papa Pascual, el papa Adriano en una carta á Carlomagno, Cedseno, Procopio, Juan Damasceno, E v a g r o , Gretser, Tillemont, y Bergier, en su Diccionario teológico, Peignot, en sus Investigaciones históricas sobre la persona ele J E S U C R I S T O . Un monumento literario célebre del primer siglo, Las historias apostólicas, escrito por Abdias, del que nos hemos ocupado antes, consigna este relato hasta en sus detalles. El Dr. Sepp, ilustrado y ortodoxo teólogo contemporáneo, admite sin vacilación la realidad de aquel glorioso episodio. Tadeo cumplió con el rey Abgaro III la misión que JESÚS le confió. Predicó á él y á su pueblo la divinidad del Mesías, y su predicación obtuvo eco en el'corazón de aquel soberano y de su pueblo, que pronto se distinguió por las manifestaciones de la piedad cristiana. — « H é sido enviado acerca de vuestra persona, dijo Tadeo, porque habéis creído en el S e ñor J E S Ú S , y si creéis en Él cada dia mas, veréis cumplidos todos vuestros deseos. — « H e creído de tal manera en É l , contestó el R e y , que deseé atacar' con mis armas á los judíos que le crucificaron; solo me detuvo el temor de la potencia romana.» Tadeo predicó á aquel pueblo la doctrina enseñada por JESUCRISTO á los discípulos; la elocuencia de su palabra unida á la atracción de su santidad fue un admirable instrumento para la fecundidad de su misión. La gracia produjo inmediatamente opimos, hermosos, abundantes frutos. Además de los discípulos mencionados contiene el catálogo délos setenta y dos, los n o m bres de Tercio ó Teréncio, de Artemas de Aristóbulo, de Jesús el Justo y de Valerio. Terencio, tan amigo de Pablo, que mereció ser escogido para ser su secretario en la r e dacción de la carta canónica á los romanos, varón apostólico que selló su carrera santa muriendo á semejanza del divino Maestro , coronada la frente de espinas; Jesús el Justo, elegido por el Salvador para acompañarle en su peregrinación, fue otro de los cooperadores del apostolado de Pablo. «Jesús llamado el Justo, dice este en su carta á los colosenses, os saludaron Marcos,primo de Bernabé. Son del número de los circuncisos. Los dos unidos que ahora trabajan conmigo para propagar el reino de Dios, y que me han servido de consuelo (2).» á otros remedios. Se me asegura que devolvéis la vista á los ciegos, que hacéis marchar rectos íi los cojos y estropeados, que l i m piáis á los leprosos, que arrojáis á los demonios y espíritus impuros, que concedéis salud perfecta á los que sufren largos é incurables males y hasta que resucitáis i los muertos. Comprendo que obrando estos portentos debéis ser un Dios , ó que sois el hijo de D i o s , que hiibcis querido descender del cielo para obrar tamañas maravillas. Este es el motivo por el que me atrevo a escribiros esta carta S u plicándoos respetuosamente que os toméis la pena de venir á verme, ó de venir á mi casa y de curarme de una enfermedad que me atormenta cruelmente. H e oido decir que los judíos murmuran contra Vos y hasta que urden maquinaciones para perderos. Yo poseo aquí una quinta, que aunque pequeña, es bastante agradable y cómoda, suficiente para ambos.» JESÚS contestó: «Bienaventurado de v o s , Abgaro, por haber creído en m í , sin verme. Pues de mí está escrito: que los que me habrán visto no creerán

en mi, y que los que no me habrán visto creerán y serán salvos.

E n cuanto á la súplica que me dirigís de venir á e n -

contraros, me es preciso cumplir aquí el objeto de mi m i s i ó n . y que luego vuelva á Aquel que me envió. Cuando habré vuelto os enviaré •uno de mis discípulos, que os curará, y os dará la vida á vos y á todos los vuestros.» (1)

Edessa de Mesopotamia se llamaba antes Bombyce

y Hiera-polis,

después se llamó también Justinopolis,

y hasta fue conocida

por Ourfa. Aquella ciudad tuvo rey, desde que fue conquistada por los árabes, cuando las escisiones de los selcucidas á causado la s u c e sión de Antíoco. La dinastía que se fundó allí fue la de los .1 bgar,

p^r llamarse así el primer monarca. Abgar I I se posesionó por c o n -

quista de toda la provincia de Osroene. Sesenta y cuatro años antes de nuestra era este rey contrajo alianza con Pompeyo contra Tygrano el Grande, rey de Armenia. En las guerras de los romanos contra los partos simulóse partidario de Craso, mientras sostenía correspondencia secreta con aquellos, correspondencia que causó la derrota de sus aparentes aliados. El nieto de este fue Abgar I I I , á quien dio celebridad Eusebio consignando en su Historia (2)

E p . ad coloss.

eclesiástica

la correspondencia con JESÚS, que motiva estos párrafos.

SUFRIDAS POR. LA IGLESIA CATÓLICA.

127

Este discípulo fue instituido obispo de Eleutheropolis, cuyos habitantes todos convirtió á la fe de

JESUCRISTO.

Artemas evangelizó las fronteras de la Licaonia, alcanzando completa victoria de las preocupaciones idolátricas al través de imponentes- amenazas y de tempestades desencadenadas. • Aristóbulo fue compañero inseparable de Pablo. Recorrió con él casi todo el orbe entonces conocido. Mereció apacentar una parte de la grey en Roma congregada, esto es, una de las mas notables parroquias primitivas establecidas en la santa ciudad. Pedro el envió á I n glaterra, país entonces aun no civilizado. A l imprimir en aquellas salvajes playas la planta de sus pies hermosos, porque eran de un gran evangelista, fue recibido con desden, con encono, y tratado bárbara, cruelmente. Su tesón heroico consiguió imponer respeto á los adversarios de la luz , que al fin le escucharon y muchos se convirtieron. Empezó entonces la formación de lá Iglesia británica á la cual Aristóbulo dotó de un cuerpo sacerdotal edificante. Muchos dias gloriosos debió dar á la Iglesia aquella cristiandad, que pobló de santos la i n hospitalaria isla. En ella fue martirizado el celoso Evangelizador, siendo por lo tanto el protomártir del innumerable ejército de mártires que desde aquellos dias á los dias protestantes ha dado Inglaterra á la santa bandera apostólica. Según algunos autores, Aristóbulo fijó en Londres su silla episcopal; Alford pretende que no la fijó en ninguna localidad especial, apoyándose en el hecho de haber muerto en Glaston (in agro somersetano) según el martirologio romano; los griegos le llaman simplemente obispo de Bretaña. Los ingleses consignan quf su primer obispo era ciudadano romano, como Pablo; que procedía de noble alcurnia; que se despidió noblemente de Bernabé, su hermano, dejándole en la isla de Chipre para consagrarse exclusivamente á la cristianización de las islas británicas. .Valerio fue el discípulo del Señor enviado por Pedro á la conversión de la Bélgica. Su predicación fue tan eficaz, que en aquel país y en la vecina Germania los cristianos superaron pronto en número á los gentiles idólatras. Tréveris fue el centro de su propaganda religiosa , la silla episcopal desde cuya altura hizo irradiar el fuego de su unidad, la luz de su doctrina. Ayudáronle en su difícil y espinosa tarea Eucario y Materno: Dios comunicó á los tres hombres apostólicos el don de confirmar con milagros la verdad de las enseñanzas que predicaban. Por esto los pueblos siguieron dóciles la sombra plácida de sus pastorales cayados.

Una mirada sintética al grupo de hechos maravillosos que aparece en el cuadro de estos setenta y dos escogidos, los rasgos característicos de cuyas biografías acabamos de trazar, dará una idea correspondiente á la grandeza de la obra planteada por el Maestro divino. Inmensas dimensiones quiso dar el Verbo al edificio moral de su Iglesia, por esto aparecen tan anchurosas las bases en que plugo apoyar sus columnas. Debian ser tan fuertes como que destinábales la providencial mano á sostener el perpetuo choque de las oleadas del mundo y del abismo. El discipulado de C R I S T O es un cuerpo venerable, que constituyó en el origen del Cristianismo una escuela que en sublimidad y solidez de doctrina, en consecuencia y justicia de moral, y en valor y santidad personal se presentó revestida de una superioridad infinita con respecto á las escuelas filosóficas aparecidas y por aparecer. Egipto y Grecia hubieron de reconocerse vencidos por el Cristianismo, que oponia á sus elucubraciones científicas, á sus doctrinas incompletas, á sus sistemas vacilantes y á sus discipulados sin disciplina, un símbolo claro, explícito, definido, que abarcaba en sus dogmas con admirable claridad y concisión la resolución de todas las cuestiones suscitadas y suscitables por la inteligencia huma-

If g

mSTOBIA DE LAS PERSECUCIONES

na. Nada de oscuridad ni de ambigüedades, unidad y universalidad de afirmación, sncillez de enunciación, un sistema luminoso y consecuente, cual reclama una doctrina formulada por el magisterio soberano de Dios, hé allí los caracteres de la enseñanza de este discipulado, compacto, unido, enlazado fuertemente por el vínculo del amor puro á la verdad resplandeciente. El mundo científico no habia visto hasta entonces una escuela formada por discípulos congregados no solo para aprender y enseñar, sino ante todo para practicar, y hasta dispuestos á sacrificarse en la defensa de sus convicciones. El género humano no comprendía la sublimidad del sacrificio de aquellos varones distinguidos por la f e , y menos se hallaba dispuesto á apropiarse una moral basada en la esclavitud de las pasiones divinizadas por la idólatra sociedad. De ahí la lucha ardiente y sangrienta que hubieran de sostener los adalides de la reforma cristiana. Solo la penetración perfecta de la divina tarea que les confiara el Redentor pudo darles una superioridad incalculable respecto á los esfuerzos délos adversarios. Sabian, porque el espíritu del Señor les infundió de ello perfecta idea, que las semillas que iban á esparcir por toda la tierra la hermosearían con virtudes celestiales, no aclimatadas en el desierto del paganismo, y tomando prestadas á la caridad angélicas alas volaron por sóbrelos escollos levantados por la malicia y la astucia de los incrédulos ó impíos. No hubo para ellos fronteras ni playas; no hubo distinción de razas ni colores; no hubo griegos ni romanos. El hombre, solo el hombre, pero todo el hombre y todo hombre fue el objetivo de los trabajos evangélicos de los discípulos amaestrados por la sabiduría encarnada. La vista de los grandes prodigios de JESÚS*, las multiplicadas pruebas de su divinidad, el poder profético y milagroso que él les habia comunicado, les penetraron de una fe viva y tan decidida, que sufrir por la fe era para ellos la satisfacción cumplida de su aspiración mas profunda. Atestiguar la verdad de la enseñanza cristiana al través de las persecuciones, de las fatigas, de los oprobios y hasta por la efusión voluntaria, libre y generosa de su sangre constituyó el bello ideal de aquella pléyada de confesores, casi todos mártires. De ellos fue escrito: viviendo en la tierra plantaron la Iglesia con su. sangre, y esto otro: Presentábanse ante los consejos ó tribunales alegres por haber sido encontrados dignos de sufrir oprobios por el nombre de J E S Ú S . Constábales que no podían aspirar á ninguna recompensa terrenal por sus sacrificios tan humanitarios como religiosos. No obstante trabajaban regocijados, pues sus aflicciones presentes eran la garantía de la fidelidad de sus trabajos, habiendo sido escrito: en verdad, en verdad os digo, que vosotros llorareis, os contristecereis, mees el mundo se alegrará... Vendrá dia en que quien quiera que os mate opinará equepresta un homenaje agradable á Dios. Este es el programa del discipulado. Aceptándolo esparciéronse por la redondez de la tierra, hasta sus extremidades, las semillas de la palabra divina y de la civilización social. Jerusalen, Roma, Atenas, Antioquía, Tebas, Cartago, Bizancio, Corinto, Tiro, Alejandría, Chipre, Cartagena, las islas todas y todos los continentes conocidos fueron simultáneamente evangelizados. V.

EL APOSTOLADO. Situación política, moral y religiosa del mundo, cuya conquista fue confiada por JESUCRISTO á los Apóstoles Augusto y JESUCRISTO. JESUCRISTO mandó á sus Apóstoles la conquista moral del género humano. No puede com-

prenderse la inmensidad de la divina consigna sin echar una mirada atenta á la situación del mundo que debia ser conquistado, en el momento histórico en que fue dada á los soldados de la palabra la orden de marchar. Vasto es el campo que debemos recorrer, y preciosas han de

SUFRIDAS l'OR LA IGLESIA CATÓLICA.

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ser las consideraciones- eme va á dictarnos esta parte de nuestros, estudios. Han creido a l g u nos que la sociedad pagana habia caido en un estado de decrepitud en que, agotadas las fuerzas de su virilidad, solo era capaz de oponer la inercia de un cadáver, á la acción política ó religiosa que intentara hacerla objeto de determinados ensayos. Fuera esto exacto y aparecería notablemente disminuido el portento de la conversión social. La historia de aquellos tiempos nos ofrece documentos bastante elocuentes para obligamos á afirmar que la constitución de la sociedad, señalada ala acción apostólica para trasformarla y convertirla, entrañaba elementos de resistencia tales,"que su trasformacion y conversión á las ideas y leyes del Cristianismo habia de ser una obra sobrenatural y prodigiosa. Para facilitarnos la tarea de esta demostración y simplificar á nuestros leyentes la concepción verdadera del asunto, consignamos un hecho indiscutible. La civilización dominante en los dias en que se originó el apostolado, era la romana. Poma habia avasallado Cartago y Atenas; el mundo entonces conocido estaba á sus pies. Examinar el poder doctrinal, político y religioso de Roma equivale, pues, á obtener completo conocimiento de la vida y de las fuerzas que tenia frente de sí el Cristianismo. Datos tenemos para dejar fuera de toda discusión cuan poderosos eran los elementos que la gentilidad poseia para oponer á la propaganda evangélica. A l nacer JESUCRISTO empuñaba el cetro de Roma un soberano, cuya gloria reconocieron todos los siglos, á cuyo nombre la posteridad rinde homenaje de consideración distinguida. La virilidad militar y política de César-Agusto no revela por cierto, postración, ni decadencia en el pueblo sobre el que imperaba; la paz conseguida al resplandor de su autoridad, atestigua con su universalidad, un poder y una influencia moral vigorosa, como quiera que no era un solo pueblo, sino una multitud considerable de pueblos, de razas diversas, los que sometidos cual compacta haz, obedecian, y hasta se fundían en el crisol, enardecido por el soplo enérgico y perserverante de la política romana. La influencia de Roma llegó á su apogeo en los dias de Augusto, entre cuyas venturas, contó la de poder saludar el gran dia de la paz universal. El genio humano no ha visto jamás reunidas tantas grandezas terrenales como los eme agrupadas se hallaban á la sombra del Capitolio, formando el deslumbrante pedestal del imperio de Octavio. Inmensa era la fortuna de la ciudad, presidencia del universo. César le habia legado el fulgor de la espada mas brillante aparecida en el teatro de la guerra universal; Cicerón le habia legado el mágico recuerdo del acento mas irresistible que oyeron las tribunas de todos los pueblos; el foro, iluminado por la filosofía del derecho de que fueran lumbreras Crassus Dives, Calón, los Mutius Scasvola, Sulspicius, le legó la gloria incomparable de la jurisprudencia típica de las civilizaciones del porvenir. Las escuelas helénicas habían aportado de los montes griegos raudales de ideas, que elevaron la inteligencia romana casi al nivel de su soberanía militar. Las artes diseminadas por los países conquistados formaban en Roma una esposicion universal permanente. De Roma partían, como del centro del mundo, formando estratéjica red, innumerables vías, ó carreteras, que llevaban al corazón la savia de todas las ramas del árbol social , y por el que el corazón de la sociedad enviaba hasta las extremidades de la tierra la sangre vivificante. Todas las religiones enviaron allí imágenes de sus genios y de sus dioses. « A l arte, ala elegancia de la Grecia, ha escrito un historiador concienzudo, á sus poéticos desórdenes , á su degradación seductora, Roma agregó la fuerza, la energía: el genio helénico llevó hasta al non plus ultra el culto de la materia; produjo la Grecia todo cuanto es capaz de inventar mas completo y embelesante la imaginación humana, riqueza sorprendente, fecundidad creadora, inspiración admirable. La forma alcanzó allí la belleza ideal. Roma vino á engrandecerlo todo con el poderío de su grandiosa y real magnificencia.» El apogeo de tanta grandiosidad estuvo reservado para constituir la auréola del vencedor de Actium. «Las letras, las ciencias, las artes, han dicho los Riancey, sembraron las glorias que debían florecer ante el carro triunfal de Augusto.»

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HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

Roma tenia la misión de unificar con su espada y con su política al mundo, superando así suavemente el triunfo del Evangelio. Sin saberlo facilitaba la conquista apostólica de las naciones. La obra iniciada por Rómulo recibió el perfecto coronamiento por Octavio Augusto. Siete siglos de combate dieron por resultado la unificación social. Por intrincados caminos condujo Dios á la sociedad romana. En las imponentes tempestades desencadenadas contra la nave Roma, siempre se hace visible la mano conductora de la Providencia. Si un dia los volsgos dominan aquella vacilante y descompuesta sociedad, un influjo misterioso los ahuyenta en la víspera del triunfo definitivo; si otro dia los galos v i c toriosos acampan sobre los escombros de la reina de las ciudades, el cielo suscita á.Camilo, que los ahuyenta y declara «que es debido al Dios bondadoso y siempre grande la salvación del pueblo romano en medio del extremo peligro que ha corrido (1).» Si la formidable i n surrección de los esclavos cubre de ruinas y de ceniza el suelo de la república y a m e naza la existencia de sus añejas instituciones , el pueblo espontáneamente reconoce que al Señor supremo del cielo y de la tierra es debida la^alvacion de la patria (2). Obra de una especial protección de la divinidad, dice Cicerón, es el origen, el desarrollo y la conservación de nuestro inmenso imperio. « L o s mismos paganos reconocían una acción sobrenatural m a nifestada sobre la marcha política y social de Roma. A la gran república estaba reservada una elevada misión.» « L a tierra, escribe el abate Le R o y , se hallaba cubierta de Estados* que unos á otros se devoraban; los pueblos todos entregábanse á la iniquidad, debilitábase el papel de los reinos protectores de la Judea, pues el uno le era perjudicial, el otro infiel. Urgía poner fin á las injustas persecuciones y continuar por algún tiempo una saludable protección ; en el Norte y en el Mediodía dominaban costumbres escesivamente bárbaras, hábitos extraordinariamente salvajes, que convenia reformar, para que no fueran un obstáculo permanente á la propagación ó á la práctica de las verdades nuevas; como importaba imponer silencio á los clamores de discordias y disensiones q u e , preocupando á los hombres, turbaban la esperanza general del Oriente (3).» Roma, dijo el viejo Plinio, fue escogida por la Divinidad para reunir los dispersos reinos, dulcificar los rudos usos, inspirar sentimientos humanitarios, desvanecer la discordancia de lenguas bárbaras; en una palabra, para dar en corto espacio de tiempo á todas las naciones de la tierra una sola y misma patria (4). Y después Orígenes escribió: «Queriendo Dios preparar las naciones para la recepción del Verbo, sujetólas á un solo príncipe, formó, en cierto sentido, un solo cuerpo con todas ellas, evitando que la diversidad de dominación sirviera de obstáculo á la predicación de los Apóstoles, á los cuales habia de pertenecer el universo mundo (5).» Daniel habia previsto la unidad social realizada por el imperio romano. Á l sonar la hora de la redención humana, el pueblo al que tan gloriosos destinos le reservaba la Providencia, debia disfrutar de la mas plena vitalidad. La preparación ardua y laboriosa llevada á cabo durante seis siglos dio prodigiosamente á Roma el mas completo triunfo. El África y la España, Macedonia y el Asia se le someten. El mundo entero le pertenece. A l a sombra de su cetro enmudecen las pretensiones de los pueblos mas altivos, renuncian á sus proyectos nacionales los reformadores mas tenaces, los reyes deponen las coronas heredadas ó conquistadas á los pies de sus caudillos triunfantes. La espada de Roma es la reina absoluta • del mundo; pero lo es para abrir paso al reinado universal de la Cruz. Sí: Roma, dice el c i tado Le R o y , dirige su espada hacia el Mediodía, y el poder de Cartago se derrumba; la d i rige sobre el Levante, y la Grecia pierde su independencia; la arroja sobre los reinos asiáticos, y los Estados de Mithridates, ilustrados por su valor, los de Antíoco, afianzados por su larga prosperidad, son presa del vencedor. La.conquista del Egipto sigue á la de Siria, realizán(1)

T i t o J.ivio.

(2)

lbid.

(3)

L e R o y , Filosofía

(i)

P l i n i o el a n c i a n o , l i b . I I I .

(3)

O r í g e n e s contra C e l s o .

de la Historia,

t. I I .

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

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cióse aquella profecía: «Los reyes del Aquilón y del Mediodía meditarán mal uno contra otro, mas no podrán realizar sus proyectos, pues el fin está fijado para otro tiempo... los romanos vendrán y los dominarán. Todo concurrió ala universal dominación de Roma; las faltas de los monarcas que el Señor obcecó, porque quería perderlos , y la debilidad de los Estados , cuyos apoyos quitóles porque babia decretado su ruina; las súplicas de protección á las que correspondían armadas invasiones y hasta los tratados de alianza, q u e , como en Judea, provocaron el avasallamiento. «César, dice Mr. de Champagny, fue grande como instrumento de la Providencia en una época en que la Providencia iba á aparecer visible en el mundo. César no se presentó como á Salvador, pero los pueblos le saludaron con este título, porque sentían la necesidad de un salvador. César recibió la misión de preparar materialmente los caminos al Cristianismo : pues la historia cristiana y la historia profana de aquel siglo, que á simple vista aparecen recorrer independientes órbitas, ofrecen no obstante varios puntos de íntimo contacto (1).» N o , no era la débil mano, representación de un poder enfermizo, la que empuñaba el c e tro del mundo político al nacer el Redentor. Octavio, César-Augusto personificaba la prosperidad y el poder del reino mas estenso hasta entonces aparecido. Tracemos algunos rasgos característicos del soberano á cuya sombra orientó la luz viva que esperaba desde su cuna el género humano. El buen sentido cristiano enseña que el m o narca, entre cuyos subditos quiso contarse C R I S T O , habia de ser un monarca gloriosísimo. La unidad romana quedó garantida por la famosa victoria de A c t i u m , que aseguró á Octavio la colosal fortuna de su poder. Después de ella los pueblos vinieron en tropel implorando la amistad del vencedor. Roma, enloquecida por la magnitud del triunfo, decreta su apoteosis. Senado y pueblo la reciben con una efusión que escede á las ovaciones dedicadas á otros héroes. La patria agradecida se arroja á sus brazos y le confia sus propios destinos, que son los destinos del mundo. Octavio se elevó por la astucia política á una altura superior á la que alcanzó César por el genio militar. Sin el talento de este, sin su chispa abrasadora, sin su mirada dominante y universal , poseia la sagacidad y la malicia de lo que hoy se llama un verdadero hombre de E s tado. César tenia el pensamiento en los labios, Octavio lo ocultaba en su corazón. César redactaba en alta voz el psograma del porvenir, Octavio no dejaba oir á los soldados y á los ciudadanos sino lo que el frió cálculo le demostraba ser conveniente que oyeran. Octavio se sentía apasionado por el poder, empero sabia imponer silencio á su apasionamiento y simular glacial desden por lo que era objeto de sus ansias fervorosas. Cuando Roma le ofreció en perspectiva la adjudicación de la soberanía ilimitada, Octavio sabe retroceder como espantado. Solo* se resigna á aceptar los títulos de emperador y de príncipe del Senado. Es que aquel le aseguraba el mando de las armas, este la dominación de los votos. En lo demás se mantiene dentro la esfera de una modestia sorprendente. Á los requerimientos del Senado para que se.digné empuñar las riendas de la república, Octavio vacila, y solo cede ante las manifestaciones irresistibles de los poderes populares, y con el propósito de «organizar el Estado.» Tarea importante que se propone realizar en diez años, que es el período por el que se compromete á cargar con la cruz del imperio. Trascurrido el período, Octavio anuncia que va á deponer el yugo de su gloria á los pies del Senado, pero nuevas instancias le obligan á prolongar por un decenio mas el sacrificio: al fin ¿no era un compromiso de honor conservar el orden establecido ? Octavio obtenía de esta manera la perpetuidad del poder sin sublevar los ánimos por el'manifiesto de su aspiración. El Senado se empeñó en reunir en las manos del resignado Emperador todas las magistraturas á la vez. 'Elpríncipe del Senado resiste, el pueblo insiste, y vencen los ruegos de Roma. Empero es tan escrupulosa la conciencia de Octavio, tan profundo es el respeto que profesa á las instituciones que ampara con su égida, que imagina una ficción legal para no despojar (t)

De Cluimpagiiy, Les

Cesara.



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HISTORIA

DE LAS PERSECUCIONES

á los ciudadanos del imperio del ejercicio de unas funciones que vinculaban la salvaguardia de los derechos cívicos.. Así no aceptó la censura, porque el censor habia de ser un ciudadano, aceptó la prefectura ele las costumbres; no aceptó el consulado por idéntica razón, sino la autoridad del consulado; no el proconsulado, pero sí la autoridad proconsular ('proconsulare imperiumj. En vez de llamarse tribuno, quiso se le designara como á autoridad tribunicia. Aceptó la autoridad , no la cosa. Y supuesta esta fórmula sutil, se avino á aceptar hasta la perpetuidad del título. El heredero de .César se halló en virtud de este recurso en posesión de la autoridad mas estensa que puede imaginarse. «Emperador, es el jefe de todos los ejércitos; ejerce en Roma, en Italia, en las provincias el mando con todos los derechos y prerogativas á él inherentes en aquel tiempo y en aquel país. Príncipe, empuña las riendas del primer cuerpo del Estado, es el primer ciudadano. Prefecto de las costumbres, ejerce el poder constituyente. Cónsul y procónsul es el jefe del orden civil, pertenécele la iniciativa y la ejecución de las leyes, se encuentra á la cabeza de la. administración y de la justicia de todo el imperio. Tribuno, es.inviolable y sagrado como el mismo pueblo, perpetuo como el pueblo, participa de la majestad del pueblo... y este vastísimo poder el pueblo se lo ha conferido y lo ejerce por medio del Senado, que da vigor á sus leyes y ratifica sus actos. Su gobierno radica en las tradiciones de la república, á cuya forma rinde homenaje respetuoso. Gran pontífice, después de Lépido, jefe, por lo tanto, de la religión del Estado, esmalta todos sus poderes políticos con la santidad del ceremonial religioso (1).» Octavio tuvo sagacidad bastante para llevar á cabo una modificación del Senado. Los miembros de aquel elevadísimo cuerpo que menos garantías ofrecían de fidelidad fueron mañosamente eliminados; la iniciativa de las leyes fue pronto exclusiva del Emperador, y el Senado se vio reducido al carácter de cuerpo consultivo. La organización del imperio reservaba para el jefe la unidad y el vigor de la acción. Las provincias guerreras y fecundas fueron sometidas á militares adictos, propetores investidos del derecho de vida y de muerte sobre los subditos; solo las indefensas é inofensivas regiones se confiaron al gobierno de los senadores. Los verdaderos plebiscitos cayeron en desuso. Los senatus. consultus recibían de la plebe silencioso acatamiento, porque era sabido que las leyes del Senado expresaban simplemente la voluntad de su príncipe. • . La organización del ejército fue otro de los temas á que dedicó su atención soberana. Cuatrocieritos cincuenta mil soldados formaron el ejército romano, que reunía ya los caracteres de permanente. Octavio depuró la disciplina militar y convirtió en provechosa la carrera de las armas. Veinte y cinco legiones y otros tantos cuerpos auxiliares fueron distribuidos en.campos estacionales sobre las dilatadas fronteras. El mar interior se hallaba dividido por tres flotas poderosas, mientras una cuarta escuadra cruzaba en Puente Euxinio. Una cohorte distinguida tuvo por destino guardar y escoltar la majestad de la persona imperial. No se descuidó el cultivo de la hacienda, que quiso regularizar en cierta manera, partiendo de la idea de una especie de presupuesto, basado en la diversidad de contribuciones, de carácter industrial unas, mercantil otras, rentístico otras y personal otras. La capitación fue conocida de Octavio, la cuota profesional lo fue asimismo. Las provincias agradecieron á su administración el establecimiento de una regla fija que limitó la absoluta arbitrariedad hasta entonces reinante. Organizóse el cerarium, tesoro del Estado, y el fiscus, tesoro del príncipe, bien que en la práctica el fisco y el erario vinieron á confundirse en manos del Emperador, pues sus órdenes económicas eran acatadas'con prontitud y respeto como sus órdenes militares. No es ajeno ánuestro propósito pintar la organizadora mano del príncipe que reinó sobre laguna del Redentor, como quiera que estas observaciones constituyen un datoprecioso en favor de nuestro aserto sobre el poderío y la virilidad de Roma en los dias de la conquista apostólica. (1)

Z e l l e r , Les

empe.reurs.

SUFRIDAS POR (.A IfiLF.SIA CATÓLICA.

13 ^

La .sociedad romana disfrutaba en el reposo y en la seguridad deludas á la influencia y al talento de su jefe. Era mas subdita y se creía mas libre, porque la sujeción aumentaba el orden , y el peso de la ley es siempre carga mas suave que el mareo de la ilegislada anarquía. Roma sentía encarnada en sí misma la gloria de Augusto; sus temporales ausencias le sumergían en duelo de orfandad. Y sin embargo, el Emperador salia de vez en cuando del sagrado recinto para multiplicar á su regreso el denso bosque de laureles que circuía el basamento de su silla. Á su viaje al Oriente, los partos dejaron caer á sus pies águilas y cautivos; los armenios

recibieron sumisos de sus manos un r e y ; los escitas, sármatos, chinos á indios le enviaron embajadores á Sainos. Quizá desde Salomón el Oriente no presenció tanta majestad y tanta gloria irradiar de la frente de un poderoso. Aquel venturoso hecho valióle e! sor saludado el dia de su entrada triunfal en Roma con el título del scqv.nilo Jí/piler. Los rayos de su espada empujaron á cuantos pueblos intentaban erguirse contra el águila endiosada del Capitolio. Los dioses de la Galia son llevados al Olimpo, donde bajo la pesadumbre del cautiverio reciben los homenajes del culto. Las fronteras del imperio 'queda ron garantidas ; Agripa había afianzado mas allá de los Pirineos la dependencia cantábrica, ürusus mas allá de los Alpes tenia dominado el país Rinhniano. Las Ilotas romanas paseaban

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HISTORIA BE LAS PERSECUCIONES

el señorío imperial por el océano del Norte. El sicambro babia sentido palidecer su bélica fiereza; el mundo estaba atónito bajo el brazo del coloso. A l colmo del poder político, civil y militar agregó, por la muerte de Lépido, pontífice supremo, la plenitud de la autoridad religiosa. Reformador en este, como en los demás ramos que dominaba, reorganizó el calendario romano, imprimiendo su nombre Augustus al mes sextüis. Aumentó los privilegios de los sacerdotes y de las vestales, y elevó el culto"á un grado de esplendor en armonía con la pujanza de los demás elementos del imperio. En este particular César dio expansión á sus sentimientos tradicionales. « N o contento, dice Ovidio, con obligar á los hombres, obligó á los mismos dioses.» Nec satis cst liomines, obligal Ule cieos. Marte, Apolo, Júpiter tonante, la Fortuna de Roma, la diosa Libertad debieron al celo imperial dignísimos templos. Agripa elevó el panteón á la gloria de los dioses mayores. A u gusto quiso que se erigiera su estatua á la puerta de aquel sacro cónclave para servir de centinela perenne á las divinidades allí congregadas. Mas de ciento veinte edificios religiosos erigidos unos, restaurados otros por orden suya le valieron de Tito Livio el dictado de Templorum omnium conditor etique restituior. El cuerpo sacerdotal reformado y amplificado le profesa gratitud y respeto, y coopera á abrillantar la auréola de la semidivinidad que la imaginación popular admira sobre su frente. En medio de tanto poderío supo conservar el tacto necesario para atraerse las simpatías del pueblo republicano. Nada de esplendor en el tratamiento privado de su persona; nada de i n transigencia con los disidentes del sistema político que representaba. Horacio celebraba á sus oidos «la noble muerte y el fiero valor de Catón.» Virgilio colocaba á Catón en los Campos Elíseos á la cabeza de los justos ; Tito Livio se atrevía á ensalzar la feliz libertad de la antigua Roma. Hubo quien se atrevió á exclamar: « Á mí no me faltará ni el valor ni la resolución para matar al cesar.» Augusto no se atrevió á castigar al insolente sino imponiéndole una multa ligera-. Tiberio le escribió un dia: « ¡ Cómo no pones trabas á los que tanto mal dicen de nosotros!» Augusto le contestó : « N o te irrites con lo que nos dicen de m a l , contentémonos con que no nos lo hagan.» • Augusto reveló en la administración de la justicia cierto espíritu de rectitud. De ello es ejemplo su decreto condenando á ser sumergidos en el lago algunos compañeros de su nieto Cajus, autores de insolentes rapiñas en Asia. A pesar de las quejas de algunos descontentos, la popularidad imperial no decrecía. Cada año los dos órdenes arrojaban solemnemente una moneda en el lago Curcio, como expresión del voto que hacia Roma para la conservación de Augusto. Todas las provincias establecieron juegos en su honor, y en muchas regiones le fueron erigidos altares y templos. Lucio y Cajo, sus hijos, fueron declarados príncipes de la juventud, y á él concedió el Senado el título de padre de la patria. Gloria bastante reunía su nombre para hacerle olvidar la mortalidad de su ser en una época y en un país en donde el poder encontraba fácil divinización; pero Augusto llevaba en su temperamento un certificado de su fragilidad. Miedoso ante las tempestades, el dios viviente se horripilaba vergonzosamente al estampido del trueno. Supersticioso á la sumo, atribuía significación hasta á la forma que habia tomado su túnica y su manto en la cabecera de su cama. Carecía de fe en las grandes verdades; tenia fanatismo para ciertos hechizos y a u gurios. Por otra parte habia de reconocer que una mano superior le arrebataba sus mejores amigos y auxiliares. Agripa , que tantos lauros le proporcionara , estaba en el sepulcro ; Drusus no existia para é l ; Mecenas, el genio político de su casa, habia sucumbido. El fallecimiento de este amargó el corazón del soberano, pues perdió con él nada menos

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que al autor de todo el programa político del imperio; él le habia dicho: «Proclamad la unidad del mundo, otorgad el derecho de ciudadanía á todos los hombres libres; conferid el orden ecuestre á los senadores y á los notables de todas las provincias; borrad las diferencias de leyes , usos y gobiernos locales ; constituid una sola monarquía con la fusión de las pequeñas repúblicas ; estableced la unidad de pesos, medidas y monedas, y un solo impuesto igual y aplicable á todos.» Sin embargo, el gran político y los egregios caudillos no murieron sin haber legado al soberano los recursos de su glorificación terrena. En el punto culminante del poderío de Augusto nació JESUCRISTO. Ningún rey ha obtenido ni obtendrá la gloria que el Mesías le otorgó sujetándose á ser vasallo de su imperio. Nació en Belén para cumplimentar una orden suya. Las sumisiones de reyes y pueblos que alcanzó con el prestigio de su nombre y la influencia de su soberanía quedan ofuscadas por estas líneas, escritas de orden divino por el evangelista san Lucas: «Por aquellos dias se promulgó un edicto de César Augusto, mandando empadronar á todo el mundo. Este fue el primer empadronamiento hecho por Cirino, que después fue gobernador de la Siria. Y todos iban á empadronarse, cada cual á la ciudad de su estirpe. José, pues, como era de la casa y familia de David vino desde Nazaret, ciudad de Galilea, á la ciudad de David, llamada Belén, en Judea, para empadronarse con María, su esposa, la cual estaba en cinta. Y sucedió que hallándose allí le llegó la hora.del parto y parió á su hijo primogénito, y envolvióle en pañales , y recostóle en un pesebre, porque no hubo lugar para ellos en el mesón (1).» Hemos terminado aquí nuestra tarea respecto al imperio de Augusto. Incumbíanos trazar el círculo de su acción por las consideraciones espuestas. Sentadas la fuerza, la virilidad, la grandeza de Roma en aquellos dias, de las cuales da incontrovertible testimonio el esplendor del cetro de su soberano, solo tiene un interés secundario lo relativo á su persona y aun á su dinastía. No fueron en verdad prósperos los sucesos personales de la casa de Augusto. No solo careció de sucesión directa, sino que cuantos fueroi^objeto de su predilección para trasmitirles el imperio en herencia murieron prematuramente. Marcelo, hijo- de Octavia, su hermana, descendió al sepulcro en la lozanía de la mocedad. Virgilio lloró su pérdida. A g r i pa, desposado con Julia, viuda de Marcelo, dio á la casa imperial á Cajus, Lucius y Agripa Posthumus, niños demasiado presto huérfanos de padre para ver asegurado en sus manos el cetro romanó. Augusto dio la mano de su hija dos veces viuda á Tiberio, hijo de Livia, su segunda mujer. Tiberio se habia distinguido lo suficiente para creerse con título á aspiraciones supremas. Su enlace con Julia fue una amenaza á los nietos del Emperador. Empezaron los manejos palaciegos, las grandes tempestades de corte. El desenfreno de la conciencia inherente á todas las situaciones paganas facilitó la desaparición de Cajus y Lucius. Solo quedaba Agripa Posthumus, imbécil y protervo, á cuya incapacidad notoria unia una brutal estupidez. Augusto hubo'de fijarse definitivamente en Tiberio, cuya estrella se habia oscurecido hasta desaparecer en el ostracismo. El divinizado Emperador vio sus últimos años amargados por estas contrariedades de sucesión, y sobre todo por las públicas inmoralidades de Julia, su hija, esposa de Tiberio. La indignación de Augusto es indescriptible. El Senado escuchó los lamentos de un padre que reclamaba todo el rigor de las leyes sobre su hija, tanto mas culpable, cuanto mas distinguida por la posición y por la fortuna. Destierro y muerte fulmináronse contra los cómplices, y Julia fue arrojada á la isla Pandataria, privada de todo trato humano, excluida de la tumba augustal. Creíase afrentado el ilustre prefecto ele las costumbres con la depravación de las de su hija, hasta el punto de no atreverse á aparecer por algún tiempo en público. «¡Ojalá fuese yo pa(I)

San Lucas, u.

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niSTOMA DE LAS 1'EltSECUCIOINES

dre de P h e b e ! » exclamó al saber que una liberta de su hija comprometida con otras en los desórdenes de su señora se habia colgado en su desesperación. Por otra parte, Cinna habia logrado condensar una conspiración republicana, descubierta por algunos coaligados, mientras chispazos de insurrección revelaban en el exterior propósitos de sacudir el imperial yugo. La derrota de las tres legiones mandadas por Quintilius Varus en la Germania advirtieron á A u gusto que la gloria de su espada era eclipsable. Sintiéndose decrépito asoció a Tiberio al ejercicio de su autoridad, y partió para Benevento: en el trayecto la nave imperial encontró un buque alejandrino, cuya tripulación ofreció ¿ A u gusto incienso y rendimiento, dirigiéndole en entusiasta clamoreo estas expresiones: «Por tí vivimos, señor, por tí navegamos, á tí debemos la libertad y la fortuna.» Aquella fue como la aparición de la gloria mundana para despedirse de su mimado héroe. El buque alejandrino navegó venturoso; mas la vida de Augusto iba al naufragio. En Benevento se sintió desfallecer, y vecino á la muerte dijo á sus cortesanos: «Confesadlo; en el teatro de la vida he desempeñado á maravilla mi papel; plaudite, cives!» Augusto hizo grabar en algunas columnas el resumen de sus hazañas ; siendo aquel el monumento mas insigne del orgullo y del endiosamiento humano. Basta consignar para prueba una sola frase de aquel inmodesto elogio: « E n el Senado fue erigido un escudo de oro sobre una inscripción, dictada por el Senado y por el pueblo para atestiguar mi virtud, mi sabiduría, mi prudencia y mi piedad...» Augusto reasumía la situación del mundo, que debia ser conquistado por la fuerza moral, ó por el espíritu del apostolado. No era la sociedad un cadáver, pues entrañaba elementos de vida q u e , dispertados y organizados por el Cristianismo, produjeron luego una civilización nueva, un nuevo orden de cosas rico en virtudes. Grecia y Egipto, el África y las islas s u bordinadas por el águila imperial iban á responder al llamamiento de la emancipación de las conciencias, y á abrir sus ojos, obcecados por la idolatría, á los resplandores de la fe divina.

VI. El Imperio de Tiberio y la constitución del apostolado.

Mientras en el modesto tugurio de Nazaret entraba en la juventud el descendiente de Dav i d , cuyo era el imperio del mundo, santificando el trabajo con el sudor de su rostro, y edificando al pueblo con el ejemplo de su piedad rara, aunque divina, entronizábase en Roma, sobre el sepulcro de Augusto, Tiberio, que veia coronadas sus fatigas con el conjunto de poderes , que constituía la mas alta soberanía terrenal. Tiberio habia saboreado la gloria y la contradicción, la pujanza y la desgracia. Vitoreado en los campos de batalla, desterrado en Rodas, poseía un temple de alma capaz de resistir las vicisitudes de la fortuna. A l aclamarlo gerente del imperio, Senado y pueblo, recibieron la noticia de que el heredero directo de la suprema autoridad, Agripa Posthumus, acababa de ser asesinado en la isla á que su padre le desterrara. Corramos un velo sobre aquel crimen imputado por la opinión pública á Tiberio, y que este atribuye á una disposición de Augusto. La conciencia humana se siente igualmente i n dignada si es Augusto que desciende al sepulcro sellando su vida con el asesinato de un hijo, ó si es Tiberio que asciende al trono inaugurando su gobierno con un infanticidio. Sin detenernos á describir los episodios políticos y militares que formaron el período inaugural del nuevo Emperador, describiremos rápidamente su carácter. Tiberio demostró en su vida pública cierta ruda franqueza y hasta reveló un espíritu de

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

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rectitud natural en la administración de la justicia ( 1 ) . Menos diplomático que su antecesor, guardó quizá mas cordial respeto al resto de las instituciones romanas. El Senado le debió el decreto que prohibia á los senadores tomar parte en los juegos públicos, y el honor de las nobles matronas la ley que les prohibia alistarse en los colegios de prostitución para eludir las penas contra el adulterio fulminadas. El voto del Senado fue rodeado de mayor consideración. El nombramiento de magistrados le fue atribuido; César le confió la elección directa de los cónsules, mediante su propuesta. La asamblea llegó á resolver asuntos de alto interés hasta «contra la opinión del Príncipe,» dice Suetonio. Es que el Príncipe se gloriaba de repetir que « u n buen soberano es siempre el servidor del Senado.» Nada reveló en la primera época de su imperio la crueldad y apasionamiento que clasificaron su final. Algunas medidas altamente humanitarias probaban en él un corazón próvido y sensible á las desgracias de su. pueblo. Una de sus tareas predilectas era poner al abrigo de vientos y tempestades la subsistencia del vulgo. Llegó á acordar una indemnización á los almacenistas de trigo para rebajar el precio del pan. Prefirió dedicar cuantiosos recursos á este noble o b jeto, que sostener la holgura de los gladiadores y comediantes. Poco amigo de los grandes juegos, que eran otra plaga terrible de aquella sociedad, les redujo á límites prudentes, h a bida consideración de la importancia que les atribuía el pueblo romano. Las provincias anexionadas encontraron atención en el gobierno de Tiberio. Por primera vez sus reclamaciones fueron atendidas. Visibles eran las tendencias hacia un gobierno paternal. Mas aquellos laudables intentos, basados sobre el cálculo y no sobre la virtud, viéronse contrariados por el incendio de la envidia, producido por el acrecentamiento jde ajena gloria. Germanicus, que Augusto habia hecho adoptar á Tiberio por sucesor, desplegó las grandezas del genio militar en las márgenes del Rhin. La derrota de Varus quedó admirablemente vengada en los campos de Edistavisus; las águilas legionarias prisioneras fueron rescatadas, las cenizas de los muertos en la desastrosa derrota honradas al frente de los soldados vengadores. Germanicus domó con asombrosa facilidad la Germania entera, dotando al imperio con una de sus. mas célebres provincias. Roma llamó á Germanicus para rendirle los homenajes del triunfo. El triunfador venia sostenido por las palmas de sus victorias y por el prestigio de sus virtudes. El ascendiente de su esposa aumentaba el esplendor moral de su familia. Agripina, ha escrito Mr. Laurentie,era unamujer «célebre, porque casta en aquellos tiempos de molicie é independiente en aquella época de servilismo,» Roma entera salió á su encuentro. La ovación rayó al delirio. Tiberio se sintió herido en su amor propio. Su templanza habitual se trasformó en calenturiento frenesí. Para alejar la sombra de su émulo envia á Germanicus á Oriente, pretestando la necesidad de un hombre de talla que organizara allí los numerosos pueblos sometidos. Mas en realidad Tiberio le envió á Oriente para alejar el teatro de su infame venganza. El altivo Pisón, que el Emperador agregó á Germanicus en calidad de gobernador de la Siria, libró por el veneno á Tiberio de su. poderoso rival. Cuando la noticia llegó á los romanos un grito unánime de reprobación salió de todas las clases sociales. Tiberio fue destronado en el corazón del pueblo. Empero al llegar Agripina, acompañando las cenizas de la víctima, el dolor tuvo en Roma violenta explosión. Públicas plegarias se elevaron á los dioses parala conservación de Agripina, calificada «de verdadera sangre de Augusto, honra de la patria.» « R o m a está perdida,» era la exclamación que se oia como sordo mugido levantarse de en medio de las muchedumbres. Las estatuas de Tiberio eran apedreadas, y en la oscuridad de la noche se oia esta palabra, que al amanecer aparecía escrita en las paredes de los grandes edificios: Devuélvenos á Germanicus. (1)

Era tanta la c o n s i d e r a c i ó n de q u e gozaba s o b r e este p u n t o , q u e a l g u n o s m a g i s t r a d o s de Á f r i c a v i n i e r o n en cierta o c a s i ó n á r e c l a -

mar c o n t r a el c e s a r en s u p r o p i o t r i b u n a l .

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n i S T o n u DE LAS PERSECUCIONES

Pisón, el instrumento directo de la venganza de Tiberio', se suicidó al impulso de la desesperación. Entonces se inauguró el imperio del terror. Oscurecido por las lisonjas del despreciable Sejan, su ministro confidente, el Emperador dio soltura á su enojo. Incontables víctimas eran continuamente sacrificadas al asomo de la menor sospecha, maliciosamente suscitada. La animadversión popular crecia por momentos. En el Senado existia latente el germen de la oposición, bien que contenia su explosión el temor al poderío de Tiberio y de su ministro. No desconociendo el valor de aquel grande cuerpo, Tiberio se presenta á uná'de sus sesiones y se esfuerza á atraerse las voluntades por medio de una alocución, digna de un alma mas sólidamente modesta: «Padres conscriptos, les dice, y o soy un simple mortal, los deberes que cumplo no me dispensan la mortalidad. Mostrándome siempre digno de mis antepasados, asiduo á favor de los intereses patrios, dispuesto para conseguirlo hasta arrostrar el odio, solo intento merecer que me erijáis templos y altares en vuestros corazones. Los templos de marm o l , si cae sobre ellos la condenación de la posteridad, son sepulcros. ¡Que los ciudadanos y aliados me obtengan de los dioses durante la vida una alma calmosa, una alma serena para interpretar con acierto las leyes divinas y humanas, y después de mi muerte, un nombre de dulce recuerdo ( 1 ) ! » Este discurso era una reminiscencia de las bondades de su período inaugural. El Senado, que por adulación miserable habia emitido el propósito de elevar templos al Emperador v i viente, no creyó en la probidad de estas palabras. ¿Podia, en efecto, coordinarse la verdad de estos intentos con las crueles ejecuciones de hombres íntegros y gloriosos como los Sentulus, Domitius, Antonius y otros? Poco tiempo después de acaecido este episodio, tuvo lugar otro de muy diversa índole, también en pleno Senado. Un delator, para perder con mas seguridad á su acusado, y quizá para acusar al mismo tiempo á Tiberio, se permitió repetir literalmente todos los conceptos á este denigrantes proferidos por la víctima presunta ante la sagrada persona. Los crímenes, los v i cios, los desórdenes atribuidos á Tiberio fueron detallados con aterradora pintura. En vano los padres de la patria pretenden imponer silencio al orador. Este insiste repitiendo las maldiciones hechas populares, las imprecaciones, los anatemas que los aires repetían. Tiberio se l e vanta é intenta defenderse. Reclama una información especial que le justifique. Apenas el Senado puede calmar la ira de su augusto amo, que no abandonó la sesión sin llevarse la resolución inapeable de alejarse de Roma, cuya atmósfera le era decididamente adversa. Salió, pues, de Roma para Caprera, dejando la lugartenencia del imperio á Sejan, su f a vorito. Mientras Tiberio abandonaba el palacio de los cesares, JESÚS salia de la oscuridad de su casa para empezar los prodigios de su pública evangelizacion. Empezaron para el Oriente aquellos tres años, los mas célebres y gloriosos de los anales humanos, santificados por el ejemplo de las virtudes del Hombre-Dios, mientras para Roma empezó el período de la mas cínica tiranía. Allí la curación de los enfermos, la iluminación de los ciegos, la resurrección de los muertos; aquí la obcecación de los políticos, la persecución de los hombres honrados, el asesinato de los probos. Allí la constitución del apostolado del amor y de la paz ; aquí la conspiración organizada de los delatores movidos, por el interés y por las pasiones mas viles que este vilísimo móvil. En el retiro de Caprera, Tiberio, lejos de apaciguar su sed de venganza, la acrecentaba saturando su escitada imaginación con la hiél de sus recuerdos. En medio de los goces sensualistas de la plácida isla, escribió una carta de acusación al Senado contra Agripina. El Senado vaciló ante la popularidad de la acusada. Mas las simpatías del pueblo para su v í c tima designada y las vacilaciones del Senado enfurecieron á Tiberio, que redactó una orden de destiero para Agripina y sus dos hijos. (1)

Tácito, Ann.

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Sejan triunfó de todos los obstáculos. Á un paso de distancia del imperio proyectó desvanecer la única sombra que le interceptaba la subida al trono. Un asesinato fue convenido. Los pretorianos se inclinaban hacia el que de hecho empuñaba las riendas del Estado, y á quien el pueblo, viéndole.favorecido por el éxito, erigia ya altares. Empero la infidelidad de algunos conjurados rasgó el velo que ocultaba al Emperador la traición proterva de su favorito. Sejan es llamado en el seno del cuerpo senatorial para leerle la carta en que Tiberio va á conferirle los honores supremos del tribuniciado. Mas aquella carta, que debia poner el sello á su exaltación , era nada menos que su proceso definitivo, su inapeable condena. Jamás ilusión alguna ha sido tan momentáneamente desvanecida. La roca Tarpeya no presenció caidas rápidas como la de Sejan. Á medida que adelantaba la lectura de la carta-proceso, se dilataba el vacío de los adictos á la nueva víctima; cuando el vacío fue eompleto empezóla tempestad de la indignación. Concluido el proceso se consumó la venganza. Las estatuas recientemente levantadas en honor del desgraciado fueron derribadas con furia. A l desaparecer de la escena aquel malvado indigno luciéronse públicos sus sangrientos proyectos. Los complots tramados contra la casa imperial, los envenenamientos premeditados y realizados por aquel perverso, la urdimbre del asesinato que debia poner fin á aquella serie de trágicos sucesos , todo fue comunicado á Tiberio por la mujer de Sejan. Entonces Tiberio enloqueció de furor. La delación fue escuchada y atendida. «Aquello no fue ya un sistema de persecución, sino la ferocidad del déspota engañado que se venga. Si castiga los cómplices de Sejan, no perdona á los amigos de Agripina, cuya muerte prepara, aunque no puede ordenar, porque fallece esta antes bajo la pesadumbre de los malos tratamientos. Drusus y Nerón p e recen de hambre. En aquel tiempo el terror reinó de tal manera en los romanos, que unos á otros no se atreven á conversar temerosos de comprometerse. Las sentencias se multiplican, ni un dia pasa sin que tengan lugar varias ejecuciones, no queda familia sin lamentar alguna víctima... Toda una cárcel es despoblada en un dia, los detenidos en ella son arrastrados, sin previo proceso, hasta al Tiber, en cuyas ensangrentadas aguas los romanos no se atreven á fijar las miradas por temor de que les escape una muestra de piedad al ver flotando por ellas tantos y tan destrozados cadáveres. El espectáculo de la muerte pasa á ser fiebre, delirio... Un senador se envenena en pleno Senado. Algunas veces los acusados, para poder trasmitir á lo menos la fortuna á sus herederos, ensayan darse la muerte con mano insegura; mas s o breviviendo aun, les conducen moribundos al tribunal para que recaiga pronta sentencia, y ejecutados legalmente, obtengan los acusadores y el Estado los bienes, como provenientes de personas incapaces de testar. Un senador, un jurisconsulto, amigo de Tiberio, Coccius-Nerva, que no es ni acusado ni sospechoso, á despecho de los ruegos de Tiberio se deja morir de hambre para evitar semejante espectáculo ( 1 ) . » No podia disfrutar de paz el autor de tantos crímenes. « ¿ Q u é os escribiré, decia en una carta remitida al Senado, ó en qué términos podré escribiros? ¿ó debo quizá evitar el escribiros? Si lo s é , denme los dioses una muerte mas cruel que la que cada dia me mata.» Convulso, agitado, se siente movido á regresar á Roma; sale de Caprera, vacila por el camino, retrocede, vuelve á avanzar, llega hasta á los extramuros de la ciudad, se decide á llegar, mas la presencia de una serpiente muerta y carcomida en un margen de la via le impone pavura y regresa á Caprera á buscar en inauditas torpezas el lenitivo de sus crueles remordimientos. Aquel era el período, lo repetimos, en que se realizaban en un rincón de Oriente los portentosos hechos, fundamento de la religión cristiana, y que la predicación del Mesías dotaba al mundo de la doctrina que formó luego el código de la civilización y de la santidad. En Roma la crápula y la tiranía; en Jerusalen la pureza y el sacrificio. JESÚS constituía el apostolado, que debia ser el núcleo de la Iglesia salvadora de las a l mas, y hacia como sucesor de su poder en la tierra á un pescador oscuro, modesto, sencillo, (1)

J u l e s Z e l l c r , Les

empereurs.

HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

1 40

iliterato; Tiberio se ocupaba en Caprera de la elección del heredero de su imperio inmundo. Tiberio Gemellus , su nieto, era muy pequeño para ser designado como á sucesor i n m e diato del imperio. Fijóse, pues, en Cajus Calígula, el último de los hijos de su víctima G e r manicus, con la condición de adoptará Gemellus. Tiberio, empero, no creía en la fidelidad de Calígula. A l presentarle cierto dia á Gemellus, le dijo: «Calígula, ahí está tu hijo adoptivo; ¡ah! tú le asesinarás; pero otro te asesinará á t í . » La naturaleza de Calígula agotada y decrépita por los sufrimientos y los desórdenes, revelaba la proximidad de la muerte. Desvanecido en un festín, los cortesanos creyeron llegado el término de aquella existencia aborrecida. Mas como diera señales de curación, Macron, el protector de Calígula, quiso apresurar la hora del entronizamiento de su candidato, arrojando un colchón pesado sobre la cabeza del Emperador, que finalizó la serie de sus crueldades bajo la cruel mano de uno de sus favoritos. Tres años habian trascurrido apenas desde que, en nombre de Tiberio, se habia ejecutado el único deicidio que registra la historia. Es el único crimen de aquella especie que se ha perpetrado y que puede perpetrarse. «Las ignominias de Caprera y las ignominias del Gólgota, ha escrito Mr. Dumont, se encontraron frente á frente. Cuando la naturaleza humana vio llegado el colmo del envilecimiento donde es capaz de descender el vicio; cuando á través de todas las magnificencias el viejo mundo se disolvía en la sangrienta y pútrida depravación del sensualismo, era hora de que el sacrificio divino de la Cruz revelara en una nueva vida el secreto de la regeneración individual y social (1).» Hemos dicho que el período del retiro de Tiberio á Caprera coincidió con la exhibición p ú blica de JESUCRISTO y con la institución del apostolado. Treinta años contaba el Redentor cuando, después de un ayuno sostenido y de una oración constante, dio principio al edificio moral, á cuya sombra debían guarecerse todas las virtudes, amenazadas de naufragio, en el creciente diluvio de la concupiscencia y del orgullo. Las primeras predicaciones y los primeros milagros los habia JESÚS efectuado antes de asociar directamente á su obra cooperadores especiales. Quiso ejercer por algún tiempo por sí solo la soberanía del magisterio y de la autoridad ; confundir á la Sinagoga, condenar á los fariseos, trazar el sendero de la santificación á los publícanos. Quiso sufrir sin asociados la p r i mera persecución de los judíos, y estender el círculo de su influencia y de sus bendiciones á la Idumea, á Tiro, á Sidon. Su nombre era conocido de muchos pueblos ; atraidos los humildes de Israel y de Samaría, le seguían como á la esperanza de la regeneración. Entonces determinó compartir 1a gloria de la evangelizacion del mundo con algunos de sus mas adictos y cordiales discípulos. La noche que precedió al dia de la elección JESÚS la pasó en la cumbre de una montaña en fervorosa plegaria al Padre. A l amanecer nombró los doce distinguidos , cuyos nombres hemos consignado en otro capítulo. La conquista moral del mundo fue la consigna que r e c i bieron los doce. La empresa correspondía en magnitud á la grandeza de la divinidad del c o n signatario. Luego, inmediatamente de la elección, vino el programa. El sermón, llamado de la montaña, es el programa del apostolado. Las nuevas bases señaladas á la bienaventuranza humana echaban sencillamente por tierra el bello ideal concebido hasta entonces por los h o m bres y por los pueblos anhelosos de ventura. Atraer al mundo por la pobreza, por la mansedumbre, por el amor al sacrificio, este era el plan. Para la filosofía y la política hasta entonces dominantes era simplemente una locura; para el apostolado debia ser la sabiduría. JESUCRISTO trazó á los elegidos la línea de conducta que debían seguir; les marcó los obstáculos que tendrían que superar. «Id primero á los hijos de la casa de Israel, que andan extraviados, les dijo; presentaos á la puerta de una casa diciendo: La paz sea aquí... Si no se os acoge allí, si no se os escucha, (1)

JJistoire

romaine.

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salid, sacudiendo el polvo de vuestras sandalias en testimonio de haber sido desechados... Sed prudentes como las serpientes, sencillos como las palomas; mas guardaos de los hombres. Seréis entregados á los jueces, que os condenarán á ser azotados en las sinagogas; seréis conducidos ante los gobernadores y los reyes para dar testimonio de mí á las naciones. Seréis blanco del odio de todos á causa de mi nombre. Por lo demás, nada debéis temer; yo os inspiraré palabras con que contestar, el Espíritu de mi Padre hablará en vosotros. Lo que os digo en tinieblas publicadlo desde los terrados; yo no he venido á traer la paz, sino la espada. Tome cada cual la cruz y sígame; pues el que pierda su vida para mí la salvará.» Los doce aceptaron el programa y la tarea propuestos por el Maestro divino. La educación de los Apóstoles por JESÚS fue un verdadero milagro, pues humanamente no estaban preparados para entender ninguna doctrina elevada y mucho menos para enseñarla y defenderla contra esclarecidos argtiidores. No obstante, pronto los ignorantes secuaces manifestaron conocer la importancia de la misión que se les confiara. Verdad que no habiendo llegado la hora de emprender la conquista moral del mundo, y no habiendo recibido aun el espíritu de confirmación y de fortaleza vacilan á veces, mereciendo dulces reconvenciones del Maestro; no falta quien de entre ellos niega su participación con JESÚS en una situación crítica, y todos menos uno le. ábandona'n en el momento de c u m plirse el mas amargo de los vaticinios ; empero sus almas estaban ya alumbradas, en términos , que cuando á causa de haber anunciado el C R I S T O que su carne era verdadera comida y su sangre verdadera bebida, algunos discípulos le abandonaron; preguntados: « ¿ Y vosotros también os iréis?» «Señor, le respondió en nombre de los doce Simón Pedro, ¿á dónde iremos? ¡Vos tenéis las palabras de la vida eterna!» La Sinagoga consideraba á los « d o c e » como solidarios de la causa de J E S Ú S ; por esto les perseguía igualmente que al Maestro; ellos estaban tan convencidos de que siguiéndole se esponian á participar hasta de su muerte, que cuando resuelto JESÚS á regresar á Judea, de donde se habia retirado porque querían apedrearle, Tomás ó Dídimo dijo claramente á sus c o legas: «Vamos también nosotros y muramos con él.» Después de la resurrección, recibido el Espíritu Santo, encorazonados por la fortaleza divina , enriquecidos por la profusión de los sietes celestiales dones, empezó propiamente la época apostólica. Los intereses y las doctrinas de la Iglesia estuvieron en sus manos.

VII. Principios de la conquista apostólica.

El Espíritu Santo hizo florecer repentinamente las semillas sembradas por el Verbo e n carnado en las inteligencias y en las corazones de los Apóstoles. Jerusalen oyó el razonamiento de los improvisados oradores. Partos, ruedas, elamitas, moradores de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y del Asia, los de Frigia, de Panfilia, del Egipto, de la Libia y los romanos, los judíos, los prosélitos, los cretenses y árabes escucharon atónitos. Los que hablaban eran galileos y todos comprendían sus palabras, y esto que anunciaban cosas inauditas, misterios religiosos, superiores al alcance del paganismo. Entre las muchedumbres admiradas no faltaron algunas voces que denostaron á los elocuentes predicadores,'calificándolos de ebrios. Era la estupidez manando de la herida que en ello recibía el amor propio de los sabios. ¡Como si el don de lenguas pudiera ser fruto de la perturbación intelectual! Entonces Pedro, á quien como mas adelante veremos estableció Dios jefe y cabeza del apostolado, tomó la palabra y pronunció el mas claro, contundente y enérgico discurso, comienzo de esta gloriosa controversia .que los apologistas cristianos vienen T. 1.



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msToniA

DE LAS PERSECUCIONES

sosteniendo ante las múltiples objeciones formuladas por los siglos contra la santidad, del m i nisterio y la verdad de. la doctrina cristiana. Notable es que el que cincuenta dias antes vaciló basta negar su asociación con J E S U CRISTO ; el que varias veces mereció que el Maestro divino rectificara su modo de ver y e n tender las cosas del reino de los cielos; uno de los discípulos que á la humana mirada parecía menos apto para la defensa de la doctrina evangélica, inaugurara el misterio de la palabra, no con un elogio sencillo, con una apología puramente laudatoria, sino con un discurso de combate, con una defensa vigorosa, con una controversia modelo. Las profecías antiguas confrontadas con los hechos de la reciente vida de JESÚS , la resurrección de JESÚS sentada como el fundamento de las esperanzas del mundo, el anuncio de "que CRISTO es el soberano universal de los siglos, la universalidad del llamamiento de todos los "hombres á la salvación fueron expresados con el calor de sobrenatural convicción: « P e r suádase, decia, pues, certísimamente toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y CRISTO á este mismo J E S Ú S , al cual vosotros habéis crucificado (1).» Reto valiente echado á aquel mismo pueblo que acababa de decir: «Caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos la sangre de este.» Se habia realizado, sin duda, una misteriosa trasformacion. El don del Espíritu Santo era ofrecido, no solo áIsrael, sino á todos, porque la promesa, decia Pedro, «es para vosotros y para vuestros hijos y para todos los que están lejos; para cuantos llamare á sí el Señor Dios nuestro (2).» Los efectos de aquella primera predicación fueron admirables. De todas partes acudían á los Apóstoles preguntándoles: «Hermanos, ¿qué debemos hacer (3)?» La cosecha de conversiones prometía ser fértilísima. El Espíritu del Señor se mostraba visiblemente en su apostolado. El vacío abierto por la defección de Judas, se habia llenado por inspiración alta, con la agregación de Matías, v a ron sencillo y resuelto, copartícipe de las pasadas angustias, de adhesión probada a l a causa de J E S Ú S .

Era necesario definir los fundamentos de la doctrina que habia de esclarecer las tinieblas esparcidas sobre el mundo délas inteligencias. Las antiguas figuras debían ser explicadas con concisión y claridad. Las profecías realizadas y a , según el consummatum esl de C R I S T O a g o nizante; era preciso enseñar la manera cómo se habian realizado. La fe debia ser definida sin ambages, y su definición habia de.ser tan ajustada á la verdad, que contra ella nada pudieran los extraordinarios esfuerzos de los genios racionalistas de aquella época y de las épocas venideras para contradecirla. Tarea superior era aquella á los mas elevados talentos. Por alto, por dominante que sea un genio, su mirada no acierta á alcanzar sino un período reducido de historia y de porvenir. Regular una ó dos generaciones es empresa, bien que difícil, posible no obstante, dado el cono- . cimiento de la situación, de las doctrinas y de los ánimos, y la dirección de las corrientes y de las tendencias de actualidad; empero dominar siglos lejanos, fundar un símbolo para t o dos los siglos posibles y afirmar con sinceridad y certeza «esta es la fe definitiva» es lo que de ninguna manera cae bajo la capacidad natural del hombre, llámese ó sea talento ó genio. Pues esto hicieron los Apóstoles emprendiendo la redacción del símbolo común. El solo intento de realizarlo revelara una fuerza de voluntad incomparable, un valor, una inspiración inconcebible en hombres vulgares, destituidos de ambición social y desconocedores del atractivo de postuma gloria. Empero el haberlo realizado, el haber reducido á pocas l í - ' neas la sustancia de las creencias del género humano, el haber dotado al hombre de un credo, al que no han podido quitar, ni añadir ni siquiera un epíteto los congresos teológicos de (1)

Hechos de los Apóstoles, lí.

(2)

Ibid.

(3)

Ibid.

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

1Í3

las edades; ¡ quién negará que es un hecho prodigioso! y este prodigio de los Apóstoles, ¿no es el. mayor de los prodigios ? ¿ no es el que mas revela la divinidad de la misión de que se dijeron revestidos? La conversión del mundo es su efecto milagroso. Los Apóstoles pudieron realmente exclamar: por la fe obtuvimos la victoria sobre el mundo; mas para obtenerla por la fe necesitaban poseer claramente la f e , y poder combatir con una fe completamente definida y detallada. Sentar la fe es lo que se propusieron los Apóstoles en la redacción del s í m bolo. Consiguiéndolo obraron el mas estupendo milagro, el gran milagro de la sabiduría divina. «Reunidos en un mismo lugar, dice Agustín, en su tratado De symbolo, llenos del E s p í ritu Santo, los que habían de esparcirse por las varias naciones para predicar la palabra de Dios, establecieron en común la norma de su futura predicación, á fin de que separados entre sí en el espacio, no disintieran en la enseñanza de los llamados á profesar la fe de

CRISTO.

Comunicándose mutuamente el plan de su predicación, expresando cada cual su sentir, acordaron la que debia ser regla invariable para los creyentes. Pocas son las palabras del símbolo, abundante son en misterios. Cuanto fue prefigurado por los patriarcas, consignado en las E s crituras, vaticinado por los profetas, así en lo relativo á Dios ingénito, ó á Dios de Dios n a cido, ó al Espíritu Santo, ó á los sacramentos, ó al misterio de la muerte y resurrección del Señor, todo lo que debe confesarse se contiene con brevedad en este símbolo.» Doce pescadores en cortísimo tiempo, sin consultar ningún sabio de la tierra, fijas las miradas á los cielos, verificaron, pues, la legislación de las inteligencias, codificaron la fe, y se levantaron con la seguridad de que con aquel símbolo iban á estender sobre el mundo la soberanía doctrinal y moral de

JESUCRISTO. Y

así' sucedió.

Y

no ha sucedido en la larga serie

de siglos ningún hecho á este comparable. La tradición mas admitida es que cada uno de los doce Apóstoles formuló un artículo del símbolo. En un antiguo manuscrito, cuya publicación facilitó el ilustre conde de Montalembert, se hallan consignados por su orden los artículos del credo bajo el nombre del Apóstol á que respectivamente se atribuyen, precedido cada uno de ellos de un texto profético, en el que mas ó menos expresamente se contiene la doctrina del artículo. Como documento interesante- por la ilación que atestigua entre los profetas y los Apóstoles lo consignamos aquí, sin que demos mas autoridad que á la de una tradición no definida á la designación de los diversos artículos á los Apóstoles, que aparecen como sus respectivos autores. JEREMÍAS.—Invocareis al Padre que hizo la tierra y creó los cielos (1). P E D R O . — C r e o en Dios Padre Todopoderoso, criador del cielo y de la tierra. D A V I D . — E l Señor me dijo: Tú eres mi hijo. en

ANDRÉS.—Y

JESUCRISTO SU

único hijo, nuestro Señor.

I S A Í A S . — H é ahí que una Virgen concebirá y parirá un hijo. M A Y O R . — Q u e fue concebido por el Espíritu Santo y nació de María virgen.

SANTIAGO EL

ZACARÍAS.—Y

pondrán sus ojos en mí á quien traspasaron (2).

JUAN.—Padeció bajo el poder de Poncio Pilatos, murió y fue sepultado. O S E A S . — ¡ O h muerte! yo seré la muerte tuya—seré tu destrucción ¡infierno! TOMÁS.—Descendió á los infiernos; resucitó al tercer dia de entre los muertos. EZEQUIEL.—Y

la gloria del Dios de Israel iba sobre los querubines.

M E N O R . — S u b i ó á los cielos, se sentó á la derecha de Dios Padre O m n i -

SANTIAGO EL

potente. me acercaré á vosotros para juzgaros (3). de allí ha de venir á juzgar á los vivos y á los muertos. •

SOFONÍAS.—Y FELIPE. — Y (1) fácil

liste texto no es exacto, en vez de Patrian lerram

in forliludine

sua...

el priidenlia

invocabais

sita crlcndit

qiii lerrain cirios.

fcc.il, el candidit

Cap. ni y x.

(2)

El documento dice: quem.crucifixerunt;

(3)

El documento atribuye este texlo á Sophonias, empero es de Malaouías, m , ü.

el texto verdadero es: ijuein

con/i.rerunl.

ciclas . dchc decir: Palian

rucnbis

me... i/ui

144

HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

J O E L . — Y . . . derramaré mi Espíritu sobre toda clase de hombres. BARTOLOMÉ.—Creo en el Espíritu Santo. M I Q U E A S . — Y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán á Él (1). M A T E O . ' — E n la santa Iglesia católica y en la comunión de los santos. MALAQUÍAS.—Arrojará en lo profundo del mar todos nuestros pecados. S I M Ó N . — E n la remisión de los pecados. D A N I E L . — Y o abriré vuestras sepulturas y os sacaré fuera de ellas (2). T A D E O . — E n la resurrección de la carne. E Z E Q U I E L . — Y la muchedumbre de aquellos que duermen despertará unos para la vida eterna y otros para la ignominia (3). M A T Í A S . — Y en la vida perdurable. Así sea. Se ha debatido y sigue todavía debatiéndose entre los filósofos la cuestión de sí las ideas cristianas fueron concebidas por las antiguas escuelas. Para desvirtuar el Evangelio imaginaron algunos que Platón, siglos antes que fuera escrito, formuló la doctrina referente al Verbo, que forma el punto culminante de la enseñanza católica. Si san Juan, el águila de nuestra teología, no fue sino un discípulo de Platón, el divino Maestro viniera á la tierra para propalar los principios de la Grecia, mejor que para traernos del cielo principios de desconocida sublimidad. La índole de este escrito no nos permite entrar en esta clase de dilucidaciones. Él logos antiguo no sufre comparación con el Verbo evangélico, pues la afirmación del primero dejó envueltos en nubes de incertidumbre á los que intentaron discurrir sobre él, cuando la creencia en el segundo á afirmado las almas de todos los que en su fe han sido ilustrados. Pero prescindiendo de esto, y aun concediendo—lo que no puede concederse—que fuesen idénticas algunas ideas antiguas á otras de las formuladas por el apostolado y los evangelistas, ¿se atreverá nadie á afirmar, que el platonismo presentara todo un cuerpo de creencias religiosas, todo un sistema de teología como el que se contiene en el símbolo? Platón vislumbró algo, quizá adoctrinado por las profecías, que como acabamos de ver involucraban la doctrina del Evangelio; mas los Apóstoles lo concibieron todo y lo enseñaron todo. • El símbolo de los Apóstoles es el primer código completo de creencias que apareció, c ó digo irreformable, código líiiico, código que por la coincidencia de su sencillez y de su sublimidad es el documento que revela mas evidentemente la divinidad de su inspiración ; el credo apostólico es sencillo y sublime como el firmamento, como el mar, como todas las obras del Verbo. Las mas sutiles escuelas de la antigüedad no se propusieron emprender la redacción de un símbolo religioso. Comprendieron que aquella era tarea superior á las facultades de la filosofía y que dado caso de- emprenderla habia de ocasionar largos, duraderos y embarazosos debates. Los sabios habían de estudiar mucho para atreverse á dogmatizar para el porvenir. Pues bien, lo que el Areópago de Atenas no intentó hacer, se intentó en el Cenáculo de Jerusalen. Los doce ignorantes hicieron en pocas horas lo que los siete sabios no realizaran en muchos años. Y ¿cuándo dieron los Apóstoles el símbolo al mundo? Cuando el mundo, sumergido en la incredulidad, habia visto naufragar el último resto de las doctrinas tradicionales. Roma no creia en nada, porque lo adoraba todo; la fe y la moral habían descendido hasta al nivel que revelan estas palabras de Juvenal: « ¡ A h ! prostérnate, adora el pavimento del Capitolio, sacrifica á Juno una vaca de oro, si tienes la dicha de encontrar una mujer púdica, por que ¿cuál es- el templo en donde no se prostituyan todas?» Este era el resultado del (1)

El documento lo atribuye á Miqueas, es de Daniel.

(2)

Atribuido á Daniel, cuando en realidad es de Ezequiel.

(3)

Atribuido por el documento á Ezequiel, siendo de Daniel.

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culto del materialismo neto, practicado en el emporio de la civilización del antiguo mundo. La Europa entera postrada ante símbolos de la fuerza brutal ó de las pasiones degradantes ; en ninguna región de ella, de estas que el Cristianismo escogió para constituir en teatros de la esplendorosa gloria de la f e , tenia su trono la virtud acrisolada , ni su cátedra la verdad celestial. El Asia llegó á adorar á los mismos irracionales, colocando al perro á una categoría superior al hombre, sacrificando en aras del dios bestia al hombre esclavizado. La Persia habia olvidado las nociones religiosas de Zoroastro; la idea de Dios, eclipsada por las extravagancias de la magia supersticiosa, no estaba reemplazada por ninguna idea, ni ninguna práctica que indicara el fundamento de una fe. La India, materializada como la China, obedece este precepto consignado en su libro de Kalilá, «Acuérdate del dios que ostenta diadema en la frente, pendientes en las orejas, ricos brazaletes y una bella guirnalda ; él es el que mitiga tus penas, como mitiga los ardores del sol de estío el agua que brota de fresco manantial.» Inútil fuera recorrer detenidamente la tierra con el propósito de encontrar en ella una escuela formal y sólida, donde se encontraran, aunque mal definidos, los rudimentos de un verdadero símbolo religioso. Puede decirse que bajo el punto de vista religioso, no habia en el mundo nada que restaurar, nada que reformar. No existia edificio; las ruinas eran destrozos, propiamente d i chos. Reinaba el'caos, era indispensable una creación. El Verbo hizo la l u z , los Apóstoles organizaron el universo moral salido de las tinieblas que se cernían sobre la faz del abismó. Dedúcese de lo espuesto que el símbolo apostólico no fue ni la inspiración de una determinada escuela de aquel tiempo, ni el fruto de un eclecticismo sacado de varias escuelas religiosas. Fue la obra exclusiva del Verbo adoctrinador de los siglos por medio de los Apóstoles. La obra apostólica tiene entusiastas admiradores hasta entre los filósofos que alardean independencia de criterio. En un libro notable sobre los Orígenes del Cristianismo Mr. Bonet emite consideraciones dignas de ser leidas aquí, donde se trata de apreciar la grandeza de la evangelizacion. « S i después de haber oido á la sabiduría misma, yo escucho, dice, los hombres extraordinarios por ella inspirados, imagino que es aquella la que todavía me habla. No me pregunto, pues, cómo unos pescadores sencillos pudieron dictar al género humano aquellos escritos códigos de moral, tan superiores á cuanto la razón habia concebido hasta entonces; escritos que esponen todos los deberes, que los sacan todos del verdadero manantial, que hacen de las diferentes sociedades diseminadas por el globo una sola familia, que ligan estrechamente á todos los miembros de esta familia , que encadenan esta familia con la gran familia de Ices inteligencias celestiales-, que designan por Padre de ambas familias á Aquel cuya bondad abraza desde el avecilla al querubín. Reconozco que toda esta filosofía no pudo salir del fango del Jordán; que tanta luz no pudo brotar de las espesas tinieblas de la Sinagoga. « Y o me afirmaría mas y mas en esta.convicción, si tuviera la paciencia de recorrer los escritos de los doctores de aquella fanática y orgullosa Sinagoga, y si comparara estos escritos con los de los hombres que ella persiguió con inaudito furor, á causa sin duda de las virtudes que ellos practicaban y que tanto la afligian y mortificaban... «Vuelvo la mirada á los sabios del paganismo, abro los escritos inmortales de Platón, de Xenofonte, de Cicerón, y en realidad plázcome en reconocer en sus obras los primeros fulgores de la aurora de la razón. Empero ¡ cuan débiles, confusos y vacilantes se me presentan aquellos fulgores! ¡ en cuántas nubes se ven envueltos ! Apenas termina la noche; el dia no comienza aun. El que orienta desde lo alto no aparece todavía... «Cuanto mas estudio los sabios del paganismo, mas reconozco que no habian alcanzado la plenitud de doctrina que descubro en las obras de los pescadores y en las del constructor de tiendas. No se ve homogeneidad en las' obras del paganismo, no todo es en ellos igualmente precioso, se encuentra á menudo en ellos la feria envuelta en estiércol; dicen cosas admira-

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HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

bles que parecen deber algo á la inspiración; mas, ¡ qué se y o ! ellos no hablan á mi corazón como-lo que me dicen los escritos de estos otros hombres que la filosofía humana no ha e s clarecido. Yo encuentro en estos una unción, una grayedad, una fuerza de sentimiento y de pensamiento, casi diré, una fuerza de nervios y de músculos, que no encuentro en los otros. ¡Cómo me persuaden aquellos! ¡es que están mas convencidos! ¡han visto, oido, palpado! «Otros caracteres descubro que me parece diferencian los discípulos del Enviado de los de Sócrates y sobre todo de Zenon. Lo que mas me impresionó en ellos es el completo olvido de sí mismos, que no les dejaba otro sentimiento que el de la importancia y la grandeza de su objeto ni otro deseo que el del cumplimiento fiel de su destino; esta paciencia reflexiva que hace llevaderas las pruebas de la vida,' no solo porque es varonil y filosófico el soportarlas, sino porque están ordenadas por la sabia Providencia, la cual acepta la resignación como el mas bello homenaje; esta elevación de pensamientos y de miras, esta fortaleza y valor que hacen al alma superior á los acontecimientos, porque la hacen superior á sí misma ; esta constancia en lo verdadero y en lo bueno, porque lo bueno y ' lo verdadero descansan, no en la corriente de una opinión, sino en una demostración de espiritu y de poder; esta justa apreciación de las cosas... mas, ¡cuan superiores son tales hombres á mis elogios! Ellos se han retratado en sus escritos; allí es donde quieren ellos ser estudiados. ¡ qué paralelo podría yo trazar entre los discípulos de la sabiduría divina y los de la sabiduría humana ! «Los sabios del paganismo, que dijeron cosas tan bellas y que tanto dieron que pensar á sus adeptos ¿lograron quitar al pueblo ni siquiera una preocupación, ó consiguieron derribar ni un solo ídolo? Sócrates, que yo llamaré el maestro de la moral natural y que fue el primer mártir de la razón en el paganismo, ¿consiguió reformar el culto en Atenas ú operar la mas ligera revolución en las costumbres de su país? «Sin embargo, poco tiempo después de la muerte del Enviado, fórmase en oscuro rincón de la tierra una sociedad, cuya posibilidad no concibieron los sabios del paganismo. Ella se compone de hombres de la talla de Jonatás y de Epicuro. Sus miembros están estrechamente ligados por el amor fraternal y la benevolencia purísima y activísima. No hay en ellos sino un mismo espíritu, el de su Fundador. Todos adoran al Ser supremo en espíritu y en verdad, y la religión de todos consiste en visitar los huérfanos y las viudas en sus aflicciones y en preservarse « d e las impurezas de este siglo.» « L a naciente sociedad se fortifica, crece de dia en dia, se estiende de lugar á lugar y á medida que se establece ve caer la corrupción, el fanatismo, la superstición, las preocupaciones al pié de la Cruz de su Fundador. Pronto la capital del mundo se puebla de neófitos ; rebosa de ellos ingens multituch; inundan las grandes provincias del Imperio.» Así habla el apologista involuntario Bonnet sobre el apostolado. Como se ve, por un golpe supremo de la inspiración divina, el Cenáculo se colocó á una altura inmensamente superior á las escuelas y á las academias. El género humano recibió allí su fe detallada y perfectamente definida. Las falsas" creencias que no se alarmaban por la aparición de formas religiosas basadas en la idolatría y en la razón altiva, no tardaron en protestar contra la única fe positiva, sólida y. fecunda. La constitución doctrinal del apostolado quedó perfeccionada con el símbolo, la constitución personal ó jerárquica la habia establecido JESUCRISTO con admirable sencillez. Pedro fue el elegido entre los llamados para presidir el colegio apostólico, para gobernar la nave Iglesia, para empuñar las llaves del reino de los cielos, para confirmar á los hermanos en la f e , para ser la piedra fundamental de su obra. Es consolador poder consignar aquí que el principado de Pedro no motivó ningún síntoma de descontento, ni ninguna protesta de parte de sus condiscípulos. La voluntad del Maestro divino fue tan explícita, que no dio lugar á ninguna clase de vacilación. Toda duda sobreesté punto hubiera sido clasificada de infidelidad para la Iglesia naciente.

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

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VIII. Actitud del apostolado.—Primera persecución.

Los discípulos del Señor ejercieron con prodigiosa actividad su misión evangelizadora en un circulo modesto. Jerusalen fue por algún tiempo el centro de la vida cristiana. El pontificado de las sinagogas lo desempeñaban adversarios declarados de J E S Ú S . Anas ó Hanan conservaba toda la influencia de su autoridad; José Caifas ó Kaíapha revistió basta el año 36 el sacerdocio supremo. La región oficial era, pues, contraria á la propagación de la nueva fe. Los Apóstoles debian obrar con exquisita circunspección, aunque con decidido celo. J E S U CRISTO era cada dia confesado por nuevos adeptos, ilustrados por las conversaciones sencillas y por los grandes discursos de Pedro y de sus colegas. A l esplendor de la palabra acompañaba lo milagroso de las obras. Pedro y Juan dieron un dia agilidad y vigor á un tullido, que mendigaba en las puertas del templo, que los cristianos seguían frecuentando, y obraron el milagro en nombre de JESÚS Nazareno. La popularidad de los creyentes aumentaba. Los príncipes de los sacerdotes sentían renacer en sus pechos aquel enojo que les embraveció contra J E S Ú S , después de la resurrección de Lázaro. En medio de una de las alocuciones dirigidas al pueblo aparecen los sacerdotes con el magistrado del templo y varios saduceos, no pudiendo sufrir que enseñasen al p>ueblo y predicasen en la persona de JESÚS la resurrección de los muertos, y habiéndose apoderado de ellos, los metieron en la cárcel (1). Al dia siguiente se congregaron en Jerusalen los jefes y ancianos y los escribas con el pontífice Anas y Caifas y Juan y Alejandro, estos dos últimos parientes de los primeros, y haciendo comparecer ct los Apóstoles, les preguntaron ¿ con qué p>otestad ó en nombre de quién habéis hecho esta acción (2)? Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les contestó:... Ya que en este dia se nos pide razón del bien que hemos hecho á un hombre tullido, y que se quiere saber por virtud de quién ha sido curado, declaramos á todos vosotros y á todo el pueblo de Israel que la curación se ha hecho en nombre de Nuestro Señor JESUCRISTO Nazareno, á quien vosotros crucificcisteis y Dios ha restwilado (3). Profunda sensación causaron estas enérgicas palabras de Pedro al Sanhedrin, dichas con la firmeza de quien sabia que estaba haciéndose digno de la confianza que en él depositara el divino Maestro. Vacilaron los ancianos de Israel acerca la determinación mas conveniente. Prevaleció, por fin, el juicio de los mas templados. Los Apóstoles fueron simplemente amonestados que se abstuvieran de hablar y de enseñar en nombre de J E S Ú S . A l apercibimiento del tribunal Pedro y Juan opusieron la noble protesta dictada por sus puras conciencias. «Nosotros, dijeron, no podemos menos de hablar de lo que hemos visto y oido.» La detención de los Apóstoles produjo malísima impresión en el ánimo de los judíos de buena f e ; pues los discípulos de la nueva escuela eran cada dia mas simpáticos á la m u c h e dumbre imparcial, sedienta de oir en las cuestiones religiosas un lenguaje mas levantado y cordial que el de los saduceos y fariseos. La libertad acordada á los detenidos alegró extraordinariamente á la parte honrada de la población de Jerusalen, y sobre todo á los afiliados á la doctrina apostólica. Realizando, pues, el deseo del Redentor, revelaban los Apóstoles á plena luz lo que aprendieron en la oscuridad. En el mismo pórtico de Salomón, en las cátedras de las sinagogas en(1)

Hechos de los Apóstoles, i v .

(2)

La-curación del paralítico.

(3)

Hechos de los Apóstoles, i v .

1Í8

HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

señaban los enviados la divinidad del Crucificado en el Gólgota. Desde el primer dia, á pesar de las sediciones manifiestas y de las ocultas tramas de los judíos y de las agitaciones promovidas por el populacho pagano, los Apóstoles del C R I S T O , lejos de hablar como conjurados, tomaron la actitud de verdaderos predicadores ; no se presentaban como a proscriptos, sino como á hombres libres. El Cristianismo se desarrollaba públicamente, abiertamente. El proselitismo era cada dia mas consolador para los cristianos, mas alarmante para los judíos recalcitrantes. No era solo Jerusalen, sino las ciudades importantes y los villorrios de Judea y de Galilea y de Samaría y de las regiones limítrofes las evangelizadas. A l llegar á una ciudad los Apóstoles se presentaban el primer sábado á explicar las Escrituras en el templo, usando del derecho concedido á todos los doctores de Israel, pues la facultad de adoctrinar obtenía cierta laxitud, entonces providencial. De ella se habia aprovechado J E S Ú S , siendo aun niño. Las diversas interpretaciones de la ley revestían con frecuencia la forma de animada discusión, que no siempre era favorable á la disciplina y unidad del judaismo. El'debate sobre las doctrinas cristianas dio animación inusitada á las academias teológicas, como quiera que las conferencias de la divinidad de JESUCRISTO duraban sábados consecutivos. Cuando los evangelizadores eran echados de las sinagogas, no tenian dificultad de abordar las asambleas paganas. Gracias á esta línea de conducta adoptada por Pedro y los suyos , al poco tiempo habian oido las verdades fundamentales del Cristianismo el Foro, la A g o r a , la Basílica, el teatro de Efeso, el Areópago de Atenas. Con esto se aumentaba mas y mas el número de los que creían en el Señor, así de hombres como de mujeres: de suerte que sacaban ct las calles ct los enfermos, poniéndolos en camillas y lechos para que, pasando Pedro, su sombra tocase por lo menos á alguno de ellos y quedasen libres de sus dolencias (1). Jerusalen era el punto de confluencia de los dolientes, esperanzados de encontrar alivio; era la capital de los prodigios. Alarmado con esto el príncipe de los sacerdotes y el partido saduceo, que era el mas intransigente, encarcelaron de nuevo á los Apóstoles. Aconteció entonces que el ángel del Señor abrió por la noche de par en par las puertas de la cárcel pública. Hecho asombroso que produjo én Jerusalen una verdadera conmoción. La libertad misteriosamente obtenida agigantó la importancia de los adalides de la causa cristiana á los ojos de aquel pueblo, que, si bien maleado por la emponzoñada acción de los m a g nates, conservaba el instinto de salvación como hermosa herencia de sus santas tradiciones y religiosísima historia. Largos y animados debates tuvieron lugar á la mañana siguiente de aquella angelical l i beración. Pretendían unos llevar al extremo la persecución, mientras otros, tomando mas prudente partido, aceptaron también esta vez el consejo de la moderación y de la calma. Hemos hablado ya en otro lugar de Gamaliel, á cuyos razonamientos accedieron, no sin cierta pesadumbre, sus compañeros de Senado. Temiendo un tumulto popular, los emisarios del concilio sacerdotal condujeron con todo miramiento los Apóstoles á la presencia del sumo sacerdote y de los principales escribas : Nosotros, les dijeron, os teníamos prohibido, con mandato formal, que enseñaseis en ese nombre; y en vez dé obedecer, habéis llenado á Jerusalen de vuestra doctrina y queréis hacernos responsables á nosotros de la sangre de ese Hombre (2). La osadía y el temor se reflejan en estas palabras del concilio judaico. Notable es el propósito de.eludir la responsabilidad de la muerte de J E S Ú S . Es que la Sinagoga empezaba á medir toda la gravedad del crimen perpetrado y la importancia de aquella crucifixión, con la cual pretendieron ahogar el germen de la Iglesia. Pedro contestó en su nombre y en el de los Apóstoles: Es necesario obedecer ct Dios antes (1)

Hechos de los Apóstoles, v .

(2)

Ibid.

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

1Í9

que á los hombres. El Dios de núes iros padres ha resucitado á J E S Ú S , á quien vosotros habéis hecho morir, colgándole en un madero. A este ensalzó Dios por Príncipe y Saltador para dar á Israel el arrepentimiento y la remisión de los pecados. Nosotros somos testigos de estas verdades (1). El consejo mandó azotar á los confesores de la divinidad de J E S U C R I S T O , imponiéndoles riguroso silencio sobre la doctrina, la ley, la vida y la muerte del Dios-Hombre.

PEDRO

Y

JIAX

ANTE

EL

S A \ II E l ) I I I . W

Entonces los Apóstoles se retiraron de la presencia del concilio gozosos, ¡yorque habian sido hallados dignos de sufrir aquel ultraje por el nombre de JESÚS (2). Como es de suponer, aquel incidente acrecentó el fervor y la adhesión de los neófitos y el celo y entusiasmo de los catequistas. Ungidos con la sangre de las heridas sagradas abiertas por los sacrilegos azotes, sentíanse mas y mas fuertes ; las cicatrices vivas en sus espaldas (I)

Hechos de los Apóstoles, v .

(¿)

luid. Ti

I.

20

HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

ISO

aquilataban el valor de sus enseñanzas y de sus acentos'. Los Apóstoles azotados eran hombres irresistibles. Un enemigo declarado del Cristianismo tuvo el acierto de escribir sobre aquel hecho estas palabras: «Como se comprende, aquellas brutalidades dieron por resultado escitar el ardor de los Apóstoles. Salieron del Sanhedrin, donde acababan de sufrir la flagelación, llenos de contento por haber sido encontrados dignos de sufrir afrenta por Aquel á quien amaban...¡ A h ! sin duda merecerian el concepto de hombres de orden, por modelos de prudencia y de sabiduría, los atolondrados que creyeron seriamente el año 36 dar cuenta del Cristianismo por medio de unos cuantos latigazos. Semejantes violencias se debieron sobre todo á los saduceos, esto es, al alto clero, que rochaba el templo y sacaba de él pingües resultados (1).» El odio y la vacilación en los perseguidores no podían ser mas ostensibles. Tampoco es capaz mayor torpeza en la lucha contra una idea, que la observada en los procedimientos anticristianos de la Sinagoga. Faltábale á la persecución un gran genio que la animara. Hasta entonces solo el interés y las viles pasiones eran el impulso de la oposición á una obra, que se distinguía por su carácter espiritual, desinteresado, humanitario y divino. La persecución tuvo á no tardar el elemento de que carecía. Un hombre, que no era sacerdote, que no participaba de ninguna ventaja material del judaismo, que no podia prometerse sino contradicciones y desabrimientos de tomar parte activa en el gran litigio empezado, se levanta y ofrece á los secuaces de Moisés, toda la influencia de su talento, de su vigor, de su elocuencia, y , podemos decir, de sus virtudes israelitas. A l celo de los cristianos opondrá su celo; a l a palabra cristiana, su palabra; al desinterés de aquellos, su propio desinterés; á las fatigas, fatigas ; al apostolado de C R I S T O , SU propio apostolado. Faltábale al judaismo un verbo ortodoxo, puro, tradicional. Saulo se levanta para dar á la Sinagoga lo que le falta.

IX. El apostolado perseguidor y el apostolado perseguido.

En el reinado de Augusto, según se desprende de lo manifestado en otro capítulo, los judíos tenían vastas ramificaciones en todos los países conocidos. Desde el tiempo del cautiverio subsistían numerosas colonias israelitas. La tierra estaba sembrada de familias dispersas del pueblo santo. Entre ellas existia una en la ciudad antigua de Tarsis, que debia dar al Cristianismo una de las figuras mas colosales ó importantes. El interés que inspira todo lo referente á Saulo, primero perseguidor, después perseguido, apóstol del judaismo antes y posteriormente apóstol de la Iglesia, nos obliga á entrar en detalles curiosos relativos á aquella preciosísima existencia. Tarsis ocupó en los antiguos dias un lugar distinguido entre las ciudades orientales. Sentada sobre una colina, á cuatro leguas del Mediterráneo, circuida de espesos bosques de mirtos y laureles, la actual Tarsous apenas deja traslucir algo de lo que fue un dia la soberbia Tarsis. El mahometismo ha petrificado aquel pueblo, un dia vigoroso y juguetón, que participaba de la poesía y de la vida intelectual de Atenas. Es la arrugada y seca anciana, de aspecto sombrío y desaliñado traje, que ha dado ya al olvido las bellezas de su juventud. Quisieron los griegos ponderar su cultura diciendo que los compañeros de Triptolomeo, recorriendo la tierra en busca de lo, detuviéronse en ella, encantados de la fertilidad, poesía y riqueza del lugar. Otros remontaban su origen hasta á los reyes de Asiría. Lo cierto es que en una de sus puertas vióse durante mucho tiempo el sepulcro de Sardanápolis con esta inscrip(1)

R e n á n , Les Apotres,

vm.

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

cion': Yo, Sarclanápolis, edifiqué Tarsis en un dia. Pasajero: mda importa.

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come, bebe, diviértete, lo restante

Strabon escribió de Tarsis que en ella se profesaba un culto mas ardiente y sostenido á las ciencias y á las artes que en Atenas y Alejandría: bien que los templos de la sabiduría no o s tentaban en la ciudad de Sardanápolis y de Cleopatra el esplendor y la opulencia de las escuelas de estas dos últimas ciudades. Las mas eminentes notabilidades se habian gloriado de adoctrinar en las cátedras de la modesta émula de la capital de la inteligencia. Allí brillaron gramáticos como Artemidoro y Diodoro ; poetas y académicos como Plutiades y Diógenes; estoicos renombrados como los dos Athenodoros. Pues bien, en aquella ciudad, colocada casi en los confines de la Europa y del Asia, en el centro de una gran civilización, nació Saulo, reinando Augusto en Roma. No es fija la fecha de su nacimiento. Desígnanla unos dos años antes de la del nacimiento de JESÚS , otros ocho ó diez años después. Saulo era de origen judaico, su familia pretendía proceder de la tribu de Benjamín. Su padre gozaba el privilegio y las prerogativas de ciudadano romano, atribuyéndolo algunos al hecho de haber su abuelo favorecido los proyectos invasores de P o m peyo, sesenta y tres años antes de J E S U C R I S T O . Desde su cuna Saulo respiró una atmósfera saturada del espíritu farisaico. En él se encontraron reunidos tres elementos importantísimos en aquel momento histórico, el judaismo, el helenismo y el romanismo. Judío en fe y en sangre, griego en educación y en civilización, romano en derecho y títulos, tenia por sus antecedentes abierta la puerta de la grandeza en la filosofía griega, en la Sinagoga judaica y en la política romana. Á los ocho dias de nacido fue circuncidado, según las prescripciones del mosaismo; religioso por espíritu, dio la preferencia desde su niñez al cultivo de la ciencia judaica, tomando interés creciente en las cuestiones de la sinagoga. Tenia Tarsis, en efecto, su sinagoga, dentro de la cual se oraba, postrados los creyentes el rostro vuelto hacia Jerusalen, á cuyo templo único iban numerosas carabanas, desde todos los puntos del Asia, para celebrar con magnificencia la Pascua y Pentecostés, pagar el doble dracma y ofrecer víctimas. Así las c o lonias y la metrópoli conservaban el vínculo de la mas estrecha fraternidad. «Jerusalen no solo era, ha dicho Baunard, la patria de los recuerdos , sino también la de las esperanzas de los corazones judíos (1).» Sus padres le destinaron al cultivo de la ciencia religiosa; empero respetando esta máxima del Talmud: « N o instruir á un hijo en el trabajo es darle carrera de ladrón,» le emplearon en el arte de tapicería ó de la construcción de una tela llamada entonces cilicium, á propósito para la formación de tiendas, cuyo comercio era notable en Oriente. No era rica la casa de Saulo, mas la educación que recibió puede apreciarse en los testimonios de la finura y atención de sus ademanes, que resplandecen en varios episodios de su agitada vida. Desfavorecido era su físico, nada simpática su fiábnornía; pequeño.de cuerpo, de formas poco regularizadas, seco de carnes, flaco, enfermizo, nada revelaba que en aquel cuerpo i n ferior residía la grande alma, cuyo fuego tanto habia de influir en los destinos futuros del g é nero humano. La concentración de su pensamiento apagaba la virilidad de su mirada; los achaques consecuentes á su falta de salud corporal disimulaban aquella robustez espiritual, que debia admirar á la sociedad de su siglo y á la de los siglos posteriores. Sus ocupaciones manuales le dejaban tiempo suficiente para fomentar las escuelas de Tarsis, donde alternaba con la juventud contemporánea, ávida de saborear la ciencia y la literatura aportada por las eminencias griegas. Las epístolas que mas tarde escribió, contienen recuerdos de su afición á los poetas. Sus estudios dieron opimos frutos, pues joven aun logró expresarse con igual facilidad en hebreo, griego y latin. Enseñaba allí en su tiempo Néstor, maestro de Marcelus, cantado por Virgilio y llorado (1)

La jeunesse

dt

Saint-Paul.

1S2

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por Augusto; Néstor, cuyas ideas platónicas contrastaban con el pitagorismo de Apollonius de Thiana, joven que obtuvo alta celebridad. Habia, pues , dos corrientes filosóficas en Tarsis, cuyos debates, apasionando á los jóvenes académicos, vivificaban el ardor escolar. Saulo no era de los mas frios. Todo nos impulsa á presumir que en este ardiente debate el joven israelita se inclinaba á las doctrinas platónicas. Saulo acabó en Jerusalen su educación religiosa. Se ignora en qué año vino por primera vez á Jerusalen. « H a y épocas solemnes en la historia. Empero aquella que vio llegar Saulo á Jerusalen tiene una solemnidad exclusiva : Saulo la llamo después la plenitud de los tiempos. Las setenta semanas de Daniel tocaban á su fin. El cetro habia caido de la tribu de Judá, y á pocos pasos del templo, un centurión paseaba tranquilo su bastón junto á la casa de un procónsul romano. Ansiábase saber hacia qué punto aparecería la estrella de Jacob; mas esta habia orientado y a , y el joven trabajador de Tarsis, bajando á Jerusalen, pudo encontrar por el camino á un trabajador como é l , sentado al pié de alguna oscura colina, predicando en parábolas á gente de su país y de su condición. Acontecía esto bajo el reinado de Herodes II. Saulo contaba veinte y nueve años, y el Verbo encarnado habitaba entre nosotros lleno de gracia y de verdad (1). Saulo vio al Mesías. ¿ L e escuchó en alguna de sus predicaciones ó enseñanzas? Parece deducirse así del texto de alguna de sus cartas posteriores. Nada mas natural que atraído por la celebridad obtenida por JESÚS en Judea, el apasionado benjaminista quisiera verle y oirle. «Nosotros hemos conocido al C R I S T O según la carne,» decia á los corintios. A l entrar Saulo en Jerusalen el piadoso israelita debió recibir penosa impresión. Herodes Ascalonita habia convertido la -religiosa ciudad de los profetas en un foco de disipación oriental. Las solemnidades tradicionales del templo estaban rivalizadas por las funciones periódicas de un gran circo y de un gran teatro. Fiestas quinquenales consagradas á Augusto sancionaban un nuevo género de idolatría contrario al espíritu delmosaismo. El águila de Roma y de Júpiter coronaba la fachada del templo reedificado «como un doble insulto á la Religión y á la patria,» dice el citado Baunard. El aspecto doctrinal de Jerusalen no era mas halagüeño. A l tratar de la situación de la Judea cuando la muerte de JESUCRISTO hemos indicado la disolución doctrinal del judaismo en aquel período. La confusión de doctrinas inspiró á algunos pensadores la idea de fundir en una escuela transaccionista los principios que sostenían la rivalidad de creencias y sobre todo dé prácticas. Intentóse formar un eclecticismo entre la filosofía judaica y la filosofía racionalista , que diera por resultado una religión á la vez racionalista y mística. Sentíase por todas partes la necesidad de imprimir unidad y universalidad á las ideas, y de ahí los sucesivos esfuerzos de los hombres de cierto valer para conseguirlo. Aristóbulo habia intentado plantear este programa siglo y medio antes del período* que reseñamos ; Philon consagró su talento á ensayarlo en Alejandría y en Egipto, y finalmente Gamaliel se hizo adalid de la conciliación en el corazón mismo de la Palestina. Saulo fue partidario acérrimo de Gamaliel, aunque el carácter del secuaz era diametralmente opuesto al del maestro. Gamaliel pensaba con serenidad, calculaba con estupenda calma; sus discursos eran contundentes, como dictados por el ánimo impasible del que le importaba mas el triunfo de su criterio que los aplausos de una popularidad caprichosa. G a maliel llegó á ser el oráculo del judaismo. « A su muerte, léese en el Talmud, la luz de la ley se apagó para Israel.» Se le habia revestido del título augusto de Nasi, ó sea, jefe del Consejo de doctores; el Evangelio nos deja ver en §1 al hombre justo, sabio, moderado, i m parcial , enemigo de la violencia, dominando los diferentes partidos por una superioridad m o ral unánimente respetada. Prueba de la independencia de su carácter es el haber sido el primero que hizo leer eñ (I)

Lajeunesse

de Saint

Paul.

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

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Jerusalen el texto bíblico en griego. Así logró acercar un paso mas los judíos helenistas á los llamados hebraizantes. No es que prevaricara en nada respecto á la fe mosaica; empero conocedor de los sistemas griegos, orientales y egipcios tomó de cada uno lo conciliable con la ley de Dios, «elaborando una especie de acomodamiento generoso, y tolerante que respondía á su carácter y temperamento personal (1).» Gamaliei tenia en Jerusalen una escuela, ó lo que hoy llamaríamos una academia, donde concurrían como bullicioso enjambre los mas activos y aventajados jóvenes del país y del extranjero. Gamaliei era la l u z , Saulo el fuego; el maestro trataba de conciliar discurriendo, Saulo imponiéndose. La superioridad del talento del discípulo le hacia apreciadle al mismo jefe de escuela, que esperaba verle reducido á camino mas suave, gracias á las lecciones de la e x periencia. Saulo llegó pronto á ser el alma del judaismo. Su palabra persuasiva, su actividad infatigable le señalaban un lugar preferente en la pléyade de jóvenes adheridos á las tradiciones religiosas y patrióticas. En la escuela era el hombre de la conciliación, fuera de ella era el genio de la intolerancia, la furia vengadora cerniéndose sobre cuanto podia entorpecer la consumación de lo que él creia ser los destinos del pueblo de David. Probablemente si Saulo hubiera tenido asiento en el Consejo de los ancianos, cuando Gamaliei hizo prevalecer el criterio de la prudencia, la saDgre de los Apóstoles habría sido derramada antes que la de Esteban. La responsabilidad moral del martirio de este cabe en gran parte á Saulo, cuya frenética exaltación inflamó los ánimos y provocó la mas indigna v e n ganza. La muerte de Esteban acrecentó en Saulo la sed de persecución. Solo respiró desde aquel dia deseo de sangre. Iba de sinagoga en sinagoga espiando los actos de cuantos se manifestaban partidarios del Mesías, forzando á renegar del nombre de JESÚS á los adeptos vacilantes y tímidos. Escudado con una credencial que obtuvo del Concilio, obraba como á verdadero plenipotenciario en cuanto atañía á la persecución de los cristianos indefensos. « Y o perseguí de muerte, nos dice él mismo, á los de esa nueva doctrina, aprisionando y metiendo en la cárcel hombres y mujeres , como me son testigos el sumo sacerdote y todos los ancianos (2).» « y andando con frecuencia por todas las sinagogas les obligaba á fuerza de castigos á blasfemar; y enfurecido mas cada dia contra ellos, les iba persiguiendo hasta en las ciudades extranjeras (3).» Logró Saulo hacerse la personificación del terror. Se decia: el azote de Satclo, en vez «del azote de la Sinagoga.» Merced á su talento la persecución era sistemática, estudiada, combinada, y por ende terrible. Muchos cristianos de Jerusalen se dispersaron sobrecogidos de temor después del martirio de Esteban. Mas en los lugares que les servían de refugio, predicaban la nueva ley y los recientes milagros , con lo que centuplicábanse los prosélitos. Esto enojaba á Saulo. En su exasperación supo que en Damasco existia un núcleo vigoroso de cristianos, centro de activa propaganda. Obtuvo, pues, cartas especiales del Consejo para exterminarlos, y partió para aquella ciudad. La noticia de su venida difundió el terror en los adoradores del Dios vivo. No porque muchos de ellos sintieran morir en obsequio del Crucificado, sino porque es propio de la naturaleza humana la repugnancia á las'escenas de brutal conculcación. Unos huyeron, escondiéronse otros, y otros fiados en la protección celestial esperaban temblorosos la tempestad, que avanzaba en el límpido horizonte de aquella entonces hermosa ciudad. Indomable altivez revelaba la actitud de Saulo al partir de Jerusalen llevando la representación de los altos poderes religiosos. Nada hay tan temible en el mundo como el celo de (1)

Nicmeycr, Caracteres de la

(2) (3)

Hechos de los A p ó s t o l e s , x x n , 4. Ibid. x x v i , 11.

Biblia.

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HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

un fanático. El fanatismo reviste de formas de santidad los actos mas asquerosos, los mas repugnantes crímenes. Las inmolaciones efectuadas en nombre de Dios son siniestras, porque no están contrabalanceadas por la protesta del remordimiento. Saulo iba á atropellar á h o m bres , á familias santifioadas por el llamamiento divino y por la fidelidad á aquel llamamiento, y sin embargo, juzgábase impulsado por el espíritu de Moisés, instrumento de la glorificación de Jebová. ¿Cuáles serian los pensamientos de Saulo al divisar al través de las espesas arboledas de la llanura que recorría, los mas elevados edificios de la atribulada Damasco? Calma y d u l zura respiraba el paisaje que á derecha y á izquierda descubría el Apóstol de la Sinagoga. Mansos arroyuelos, descendiendo de aquellas montañas, sagradas por las tradiciones que encerraban, deslizábanse por aquellas esmaltadas praderas, sombreados por grupos de olivos y nogales. «Paraíso de Dios» llamaban los judíos á la zona que á Damasco circunda, porque en ella todo es suave y poético. Todo respiraba paz en aquel jardín, cultivado por la mano próvida del Señor. Empero Saulo sentía en su alma un contraste horrible con las escenas que le romeaban. El llevaba la guerra, el esterminio, ¡ sobre quiénes! ¡ a y ! sobre una multitud de hermanos suyos, hijos como él de la Sinagoga, discípulos de los profetas, descendientes de los patriarcas, quienes no tenían otro crimen que el creer cumplidos ya los anuncios de Abrahan y de David. Por primera vez Saulo sintió vacilar su indomable corazón. Pavorosas imaginaciones conturbaron su inflexible espíritu, mientras las oscilaciones del cielo, que iba á abrirse, le h i cieron presentir la proximidad de un grande suceso. Como si el monte Hermon, erguido como un gigante protector á las espaldas de Damasco, le dirigiera la voz de « a l t o » detiénese de repente-su corcel, y el altivo ginete tambalea y se siente desfallecer, cae. Un rayo deslumbrador oscurece sus ojos, y el Hermon y el Antilíbano y los collados eme ribetean el curso del Phárphar, reproducen el eco de una palabra celestial. «Saulo, ¿por qué me persigues?» Le pregunta una voz misteriosa; la voz de perseguido en sus discípulos.

JESUCRISTO

«Señor ¡qué queréis que haga!» contesta humillado el representante de la Sinagoga. Privado repentinamente de la visión natural, hubo necesidad de apoyarse en sus compañeros , que fueron testigos del acontecimiento, si bien no fueron para ellos inteligibles los términos del diálogo sostenido allí entre el cielo y la tierra. La Iglesia de Damasco supo inmediatamente la trasformacion del gran perseguidor. Saulo permaneció en casa de un tal Judas, que habitaba en la magnífica porticada, de estension de mas de una milla, llamada Recta, y que formaba como la arteria principal de las calles de aquel pueblo. Vése hoy todavía el trazado de aquella gran v i a , y permanecen las ruinas de la puerta oriental. Tres dias duró á Saulo la ceguera; empero al tercero. Ananías le restituyó la l u z , por la imposición de las manos. El corazón de Saulo habia sufrido un cambio radical. Su alma renovada, convertida, solo aspiraba ser útil á la causa que hasta entonces habia atraído sus iras. Es satisfactorio c o n signar que todo induce á creer que Saulo obró siempre con la mas perfecta buena fe. Nocreia en la verdad de la misión divina de JESUCRISTO y de los discípulos; opinaba que JESUCRISTO iba á combatir la obra de Moisés, é impulsado por su celo, consagraba la fogosidad de su carácter á la defensa de sus tradiciones religiosas. A l llamarle el Señor no fue mas tardío en seguirle que los demás Apóstoles al oir al llamamiento del Mesías. Su vocación fue clara, terminante, completa, gloriosa. Después de una corta permanencia en Damasco Saulo se retiró á la Arabia, para conversar con Dios en el retiro y para nutrir su espíritu con la verdad que le acababa de ser revelada. ¿Habia de ir á Jerusalen? Allí estaban los Apóstoles, sus nuevos hermanos. Empero, ¿cómo iban á recibir ellos á quien tanto daño causara á los primeros discípulos? Esperó, pues, que el Señor mismo designara la oportunidad del momento.

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

15B

No estuvo inactivo en su retiro de Arabia. Predicó allí á J E S U C R I S T O - D I O S ; bien que la efervescencia que agitaba la raza árabe en aquellos dias en que el cesar dispensaba cierta protección á los intereses coloniales, dificultaba el éxito de la nueva palabra. No obstante las semillas derramadas en aquel país florecieron algunos años después. Á su regreso á Damasco unos le escucharon con respeto; mas los judíos irritados contra el desertor de la Sinagoga amotináronse para perderle. Aretas, lugarteniente del rey de la Judea, tenia decretada su prisión, que solo evadió, gracias a l a solicitud de sus correligionarios, que metiéndole en un cesto, lo descolgaron cuidadosamente por la noche de lo alto de un muro. Fue á Jerusalen, no en busca de la consagración de su ministerio, pues claramente lo habia recibido de JESÚS ; sino para presentarse á Pedro, cabeza del apostolado, y concertar una acción simultánea con la de los demás enviados. Bernabé de Chipre le presentó y recomendó á Pedro y á Santiago, obispo de Jerusalen. La Iglesia de Jerusalen no conocía á fondo el portento del camino de Damasco, por esto se mantuvo en prudente reserva acerca la sinceridad del cambio del temible representante de la Sinagoga, hasta que la elocuencia de Bernabé por una parte y la oposición de los ijudíos helenistas por otra llevó la tranquilidad á todos los ánimos. Pronto las sospechas se cambiaron en entusiasmo. Á medida que trataban á Saulo los cristianos sondeaban el tesoro de sabiduría y virtud que en él poseían. Su carácter emprendedor, el don de iniciativa que recibiera del cielo, su imperturbabilidad ante los peligros, su decisión para arrollar todas las dificultades le constituyeron el porta-estandarte de la evangelizacion. El Evangelio tenia en él un excelente elemento para atraer la parte sana del judaismo, porque era j u d í o ; para cristianizar las escuelas de la Grecia, porque bajo cierto punto de vista, era griego; para preparar á Roma en el camino del Calvario, porque era ciudadano romano. Pedro empuñaba las llaves del mundo; Pablo parecía el destinado á abrir para las llaves de Pedro las puertas"de Jerusalen, de Atenas y de Roma.

JESÚS

con

X. Tregua de las persecuciones judaicas.— Dificultades y tareas del apostolado desde el año 3 7 al 4 4 .

Las tropelías de la Sinagoga en los años inmediatos á la muerte del Redentor apaciguáronse repentinamente. Varias causas contribuyeron á amenguar el furor anticristiano de aquellos dias. Palparon hasta los mas fanáticos la ineficacia de las medidas sangrientas, pues el martirio de Esteban no debilitó las convicciones de la sociedad creyente; además muchos cristianos abandonaron la agitada Jerusalen para ir á profesar y á propagar sus principios en otros países. Por otra parte la ley romana no autorizaba los atropellos perpetrados contra los disidentes religiosos. Tiberio supo con disgusto la debilidad de Pilato ante las exigencias del populacho judaico, por lo que fue llamado á Roma á defenderse ante el tribunal del imperio; perdiendo el poder para cuya conservación consintió en el deicidio. El asesinato de Esteban y los desafueros de Saulo disgustaron igualmeute á los romanos. La fama de las doctrinas y portentos de JESÚS llegó á oídos de la corte romana, y el mismo Tiberio, según afirman Tertuliano, Eusebio, san Jerónimo y Juan Crisóstomo, propuso dar á JESÚS un lugar entre los dioses extranjeros. El cardenal Mai cita un fragmento de un historiador anónimo, en el que se dice que como Tiberio propusiera al Senado contar á C R I S T O como el decimotercero de los dioses mayores y el Senado se resistiera á acceder, un senado

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n i S T O R I A DE LAS

PERSECUCIONES

de chispa exclamó: « A q u e l que desecháis como á decimotercero Dios será un dia el primero entre los dioses (1).» Tiberio obraba con mas imparcialidad porque era menos fanático. No creia Roma que el taumaturgo de Jerusalen pudiera heredar las grandezas imperiales. Desconociendo la virtud divina del Cristianismo estaba libre del odio que los judíos profesaban al cumplidor de las profecías. Á los ojos de Roma los cristianos eran una rama importante del judaismo, y en este sentido les dispensaba la protección de la ley. Los judíos comprendieron la ilegalidad de la conducta seguida, y temieron la responsabilidad que contraían ante el cesar. Aquella tregua fue altamente favorable á la organización de la Iglesia. Una cuestión importantísima se suscitó á la sazón: ¿los'paganos debían recibir el Evangelio? y ¿los procedentes del gentilismo serian obligados á la observancia de los preceptos y prohibiciones legales, y sobre todo á la circuncisión? Desde un principio Pedro se inclinó á abrir de par en par las puertas de la Iglesia, no solo á los hijos de Abrahan, sino también á los hijos de las naciones infieles, que se sintieran dispuestos á creer, adorar y practicar la ley de amor promulgada por el Verbo y por el Espíritu Santo. Los Apóstoles sabían que el Señor les habia dicho: « I d , enseñad á las naciones todas, bautizadlas.» Nada de circuncisión. Mas existia una multitud de adoradores, de JESUCRISTO amantes délas tradiciones mosaicas. La observancia de las ceremonias y prácticas legales superaba para ellas el interés de las doctrinas; ellos murmuraban de la especie de laxitud que sobre estos detalles constituía el criterio del apostolado. Los incircuncisos neófitos asistian al templo, concurrían al pórtico; pero eran mirados con desvio por el pueblo, que les consideraba como impuros. No hay que ocultar la gravedad de aquella íntima disidencia, cuya principal fuerza consistía en el respeto que muchos profesaban á las prácticas de Moisés. Reinaba empero unani-, midad de espíritu en los Apóstoles sobre esto, como sobre todos los demás puntos de dogma y de disciplina. La veneración á ciertas prescripciones disciplínales en el antiguo orden de cosas no debia llegar hasta imponer gravámenes inmotivados á los que, procedentes de varias regiones y sectas , quisieran responder a l a invitación universal del Padre de familias. La circuncisión después de la venida del Mesías carecia absolutamente de razón de ser. No obstante, las preocupaciones del vulgo mantenían la alarma en una gran parte de la nueva cristiandad. Mientras solo se admitieran en el seno de la Iglesia, sin imponerles las prácticas del judaismo, algunos individuos especiales, como el eunuco por Felipe y Cornelio por Pedro, se respetaba en estas cosas una vocación escepcional. Empero cuando se c o m prendió que se trataba de elevar el privilegio á l e y ; cuando se oyó que Pedro tomaba la v i sión de la mesa en que habia puestos manjares prohibidos, con invitación de comerlos, como un aviso del cielo, para que franqueara á todos las puertas de la Iglesia, «porque no podia ser impuro lo que Dios tenia purificado,» crecieron los murmullos y las protestas. Mucha prudencia fue necesaria ante aquel conflicto. Porque las leyes ceremoniales, no solo revestían el carácter religioso, sino también civil. El judío estaba obligado como individuo y como miembro de un pueblo, de un estado. Ningún precepto del Salvador le obligaba á separarse de su pueblo, y de su organismo político y religioso. Esta separación se hacia i m posible en Judea y en Galilea, so pena de verse obligado cualquiera que la intentase, á emigrar. Hasta los judíos de «la dispersión» continuaban considerándose como agregados á la sociedad central de Jerusalen. Allí enviaban sus tributos. En la Judea observar la ley era una necesidad. Mientras llegaba el tiempo de la realización de los designios divinos, por m e dio de una manifestación ilustradora, permanecían israelitas en toda la acepción de la palabra. Los cristianos solo se diferenciaban de sus compatricios en la creencia en el Mesías v e nido; en lo demás se sometían al orden legal. (1)

Alai, Scriptor.

vet. nova

collectio.

SUFRIDAS l'OR LA IGLESIA CATÓLICA.

«Los Apóstoles tampoco querían adoptar una medida que imposibilitara á la nación de abrazar la religión mesiánica. La nación no habia aun. renunciado definitivamente á su v o cación. El plazo que le fue acordado para secundar el llamamiento del Salvador no habia e x pirado... Los lazos , pues, que mantenían unida la asamblea de los fieles á la Iglesia nacional y al estado político de los judíos estaban intactos. Hasta los Apóstoles continuaban observando la ley y toleraban que fuera observada por la sociedad judáico-cristiana (1).» En el período que reseñamos la cuestión estaba como latente en la atmósfera de la cristiandad.

KVASION

UE

SAII.O.

La zozobra en que debían vivir los fieles imposibilitaba atender á la dilucidación de puntos diciplinales. Aquellos dias fueron los de la diseminación de la semilla evangélica. La Samaría fue el primer campo en que se cultivó con estupendos resultados. El espíritu caritativo y consolador de JESUCRISTO conquistó para sí las simpatías de aquel pueblo separado de la ortodoxia jerosolimitana. Hablarles de JESÚS equivalía para los samaritanos á r e cordarles las expansiones y familiares conferencias del único Profeta que les consideró como amigos y los trató como hijos, después de la exicion de Israel y de Judá. A l hablar del diácono Felipe nos estendimos sobre este punto. (1)

Drellinger, El Cristianismo

T. I.

¡j la

Iglesia. 21

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HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

Cinco años apenas habian trascurrido desde la muerte de JESÚS y toda la Palestina de aquende el Jordán le conocia como á Enviado divino; la Galilea guardaba también la santa semilla, y los puntos mas importantes del Oriente veian alborear la luz de la regeneración. La rapidez del éxito sorprendía á cuantos se fijaban en la marcha de aquellos acontecimientos religiosos. El grano de mostaza germinaba en las entrañas de aquella sociedad, que no tardó en ver surgir el tronco robusto en que debia apoyarse, y holgar á la sombra del fresco ramaje de sus instituciones.

XI.

Cayo Calí gula.

Ni Augusto, ni Tiberio, ni Calígula se presentan á la historia como á verdaderos perseguidores del Cristianismo. Los acontecimientos de la Judea, desfavorables á JESUCRISTO y á su institución, revistieron un carácter puramente local. Á pesar de toda la importancia de la muerte del Redentor, ella vino decretada por autoridades subalternas. El Capitolio estuvo exento de responsabilidad sobre el deicidio consumado. Roma no conocia el nombre de C R I S T O , ni su doctrina sublime ocupaba la inteligencia de los senadores y tribunos. Quiso el Maestro divino que su obra se desarrollara suave y tranquilamente , obedeciendo las leyes de la lógica. Hasta que autorizados y celosos emisarios del Evangelio aparecieran en la capital de los dioses humanos á reclamar culto y sumisión al Redentor divino, Roma casi no se apercibió de la trascendencia de los sucesos de Jerusalen. Si Tiberio, como hemos visto, llegó á proponer la exaltación de J E S Ú S , considerándole como uno de los dioses mayores, demostró con ello completa ignorancia del espíritu y t e n dencias de lo que en aquellos dias era considerado como una nueva secta jud&ica. Bajo el imperio de Cayo Calígula Roma oyó mas de cerca lo que creia, lo que esperaba y lo que reclamaba el Cristianismo; empero no llegó todavía á alarmarse por el porvenir de sus ídolos. Detallaremos rápidamente el carácter de Calígula para mejor apreciar el estado social, que la Iglesia vino á trasformar. Hijo de Germanicus y de Agrippina no heredó las excelentes cualidades de sus padres. Reflejábase en su organización física la afeminación de su alma; pálido, lívido, demasiado contorneado, para revelar la virilidad conveniente al jefe de un grande imperio, confirmaba la debilidad de su temple con la mujeril afición al lujo del vestir. Su educación, en la que tuvo parte importante Herodes Agrippa, antes de partir para el trono de Judea, favoreció las inclinaciones de su temperamento. La imaginación de Cayo fue deslumbrada en sus albores, por las estudiadas pinturas de la esplendidez oriental, trazadas por el indiscreto pincel de su mentor. Mas atento á conquistar el agrado que la admiración de sus contemporáneos, Calígula iba en pos de una gloria nada á propósito para inmortalizar un gobierno, y menos un nombre. No llegó á preocuparle la idea de vivir en la historia. Absorvido por la disipación de su conducta se ocupó muy poco de lo que hoy llamamos «política» en el período de su juventud. Quizá hubiera sido rival poco temible para el que ocupara en su lugar el alto sillón que le legó Tiberio. De él se escribió: « n o se ha conocido criado mejor, ni peor soberano.» Vislumbró Tiberio toda la maldad que era .capaz de perpetrar Cayo, cuando en arranque de bárbara franqueza dijo : «Dejo al pueblo romano una hidra para devorarle; un Phaeton para abrasarle.» Sin embargo el pueblo romano saludó con arranque de satisfacción el advenimiento del

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hijo del idolatrado Gerinanicus. Calificábale de Sidus, etpullum, etpuppum, etalumnum (1). El Senado se apresuró á sancionar su encumbramiento. La inauguración de su reinado confirmó las esperanzas de sus adictos. Apresuróse á declararse pupilo de los padres de la patria y el primer observante de las leyes imperiales, y á quebrar las cadenas de la opresión, arrojadas sobre multitud de inocentes por la febril tiranía de Tiberio. Enriqueció á Roma, mandando traer las cenizas de su virtuosa madre y de sus como ella inmolados hermanos. Fiel á sus fastuosos instintos mendigó la popularidad, disponiendo una fiesta, que superara la grandiosidad de las recordadas por los romanos, con motivo de la erección de un templo dedicado «al divino Fundador del imperio.» Cuatrocientos osos, otros tantos leones y l e o pardos batiéronse en el anfiteatro. El peso.del imperio no era soportable para su enfermizo espíritu. La embriaguez causada por la casi omnipotencia de su dignidad trastornó su naturaleza, hasta el punto de producirle una enfermedad, que le condujo al borde del sepulcro. Roma angustiada prorrumpió en inequívocas manifestaciones de zozobra. Es que. Calígula no habia tenido tiempo de desplegar la per versidad de su corazón. A l levantarse del lecho, salvada la vida,manifestó pronto haber perdido la cabeza. Un frenesí habitual le devoraba. Poseído de siniestros presentimientos eludía con frecuencia todo trato, y paseándose solitario por las galerías de su alcázar evocaba el espíritu del océano, entablando con él espantosos diálogos. Los vientos, las tempestades figurábansele voces de la i n mensidad que contestaban alas expresiones de sus locos deseos. Creyéndose superior átodo p o der y á toda moral, imponía su voluntad excéntrica y caprichosa á toda criatura. Decretó la muerte de Macron, para librarse de la gratitud que le debia, por haber apresurado su exaltación al trono. Repudió á su mujer Orestilla para desposarse con Lollia Paulina, la mas bella y opulenta romana. Casó luego con Drusilla, su hermana, cuya muerte prematura acrecentó su delirio. Perdido el dominio de sí mismo, ora se sumergía en las soledades de su casa de A l b a , ora aparecía al frente de los juegos públicos, tomando parte activa en los populares espectáculos. Elevó á Drusilla al rango de diosa é impuso su culto á Italia y á las provincias. Los que lamentaban la muerte de Drusilla eran víctimas' del furor imperial «porque las diosas no mueren ;» los que se regocijaban ante la apoteosis de Drusilla eran igualmente castigados « p o r que Drusilla estaba en el sepulcro. » En medio de un festín Calígula prorumpe en una carcajada: « e s q u e , dijo con asombro de los asistentes, yo puedo inmolar aquí á todos los convidados.» «Quiera y o , y te cortaré la cabeza,» dijo á una de sus jóvenes esposas. Entre sus terribles escritos figuraban dos listas, titulada una «los de la espada» y la otra «los del puñal.» Por el puñal, ó por la espada debían respectivamente morir los desgraciados que tenían sus nombres escritos en aquel libro de muerte. Mientras para divertir al pueblo arrojaba en un solo dia quinientos esclavos á las garras de los tigres, y hacia derramar una lluvia de oro y nácar sobre los invitados, y repartía exquisitos manjares á sus amigos y nombraba pretor al que mas se habia escedido en comer y beber; buscaba recursos para costear aquellas pródigas saturnales haciendo morir á los adversarios de Germanicus para heredar sus bienes. El desprecio á la dignidad humana llegó al colmo. En el decurso de los siglos no aparece nadie que como Calígula se haya atrevido á insultar con semejante cinismo las instituciones legales. En desprecio del consulado nombró cónsul á su caballo, llamado Incitatus; le señaló un departamento en su palacio, le designó una guardia de honor, le elevó á la dignidad de sacerdote, y le servia él mismo dorado pienso. No se libró de los instintos de gloria militar. Aunque desprovisto de genio trasla(1)

Suetomo.

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ÍIISTOUIA DE LAS PERSECUCIONES

dóse á las fronteras de la Galia y saludó el R h i n ; pero los germanos no hubieron de temer su empuje. Apareció á la vista de la Gran Bretaña, cuya sumisión anunció al Senado; mas su victoria se redujo á un tributo de perlas. Botin mas precioso que honorífico. Agigantándose cada dia su locura créese superior á los mortales y proclama con desenfado su propia divinidad. Familiar de los dioses ensaya imitar su inmovilidad; pasa largas horas absorto, sin pestañear, sin dar muestra alguna de sensibilidad..Desprecia la comida de • los mortales y manda se le sirva ¡mesa de dioses, y.sorbe ferias disucllas en ácidos. Por la noche finge ser visitado por Diana, su esposa. Risibles coloquios se establecen entre « e l Dios de la tierra» y la diosa del Olimpo. «¿No la ves?» pregunta una noche á Vitelio, uno de sus adoradores: «Señor, le contesta, solo los inmortales gozan del privilegio de verse y tratarse mutuamente.» No tardó Calígula en decirse igual á A p o l o ; luego se proclamó igual á Júpiter. Cayo visitaba por la noche á su compañero del Olimpo, discutía con él con calor y hasta prorumpia en frases enérgicas como estas: «mátame, ó te mato.» Para atestiguar la superioridad de su genio emprendió obras sorprendentes. Unió su palacio con el templo de Castor y Polux por un lado y por el otro con el de Júpiter capitolino. Castor y Palux eran sus porteros; Júpiter, su hermano. Concibió el proyecto de romper el istmo de Corinto y unir los mares Archipiélago y Adriático. Recordando que un astrólogo aseguró á Tiberio que Calígula no reinaría si no atravesaba á caballo el golfo de Ba'ia, hace tender de Ba'ia á Puzzolo un puente gigantesco, regia carretera adornada con fuentes, cascadas y estatuas, por el que Calígula, vestido con la coraza de Alejandro, atravesó al frente de sus legiones. Toda grandeza ajena le molestaba. Decretó el derribo de las estatuas de los grandes caudillos erigidas en el campo de Marte; mandó retirar de las bibliotecas las obras clásicas, h i jas del ingenio humano, como las de Homero, Virgilio, Tito L i v i o ; y si alguien sobresalía en fortuna, ó en hermosura, ó en talento llevaba en cada uno de estos apetecibles privilegios el proceso de su condenación. La política de Calígula imprimió un sello de tolerancia respecto á los judíos y tendió á salvar cierta autonomía á las provincias de Oriente. En consecuencia de su programa estableció los principados regios de Antiochus, Herodes Agrippa, S o h e y m , Cotys y Polemon II. Destituyó á Pilatos de la gobernación de la Judea, sustituyéndole por un tal Marullus. Así Pilatos , que para complacer al cesar romano, sentenció contra el dictado de su conciencia al inocente JESÚS, vio defraudado su inicuo cálculo. No conservó la amistad del cesar, á pesar de haber manchado sus manos con sangre redentora para no perderla. Desterrado por Calígula á Viena de la Galia, no pudo soportar el peso de su desgracia y de sus remordimientos, y dio fin á su vida con el suicidio, en el año 4 0 . Así los dos personajes mas repugnantes de las e s cenas del Calvario, Judas, discípulo traidor, y Pilatos, juez injusto, murieron desastrosament e , aquel sin haber disfrutado del precio de su traición; este sin haber disfrutado la recompensa de su debilidad. No es que Calígula simpatizara con los ritos y las doctrinas judaicas, ni con las cristianas. Sus pretensiones á la adoración de los mortales le hacían naturalmente odiosa toda religión que se basara en la unidad de Dios. Para protestar contra el gran dogma de la unidad divina, siempre enseñado en Jerusalen, dispuso que se levantara en el gran templo su propia estatua, construida de oro, y hasta pretendió que se consagrara á su gloria aquel santuario sin duda el mas célebre del mundo. Judea iba á rebelarse como un solo hombre contra aquel descabellado proyecto. La prudencia del legado imperial, Publius Patronius, y la mediación de A g r i p p a , favorito de Calígula, evitaron una catástrofe retardando la ruina definitiva de la nación judía. Philon nos ha conservado los curiosos detalles de la escena pasada en el palacio imperial con la comisión que de Jerusalen vino para impetrar del cesar la revocación de' varias m e didas inicuas. Recibióles Calígula en una de sus posesiones cercanas á Puzzolo. «¡-Ahí les dijo

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con aterrador ademan, vosotros sois los únicos que os resistís á reconocer mi divinidad, prefiriendo adorar un Dios, cuyo nombre apenas sabéis proferir.» Calígula acabó la frase con una blasfemia sobre Jehová. Los judíos temblaban de espanto. «Señor, dijo entonces Helicón, el adulador del cesar, mas detestaríais á esta gente si supierais cuánto os detestan. El odio que os profesan les impide sacrificar por vuestra salud.» «César, contestaron los judíos, se nos calumnia aquí; tres sacrificios fiemos consagrado con la solemnidad mayor que nuestros ritos nos permiten, para vuestra prosperidad.» « ¿ Y qué? replicó con desden el cesar, ¿qué ventaja reporto yo que sacrifiquéis para mí á otro? Á m í , y solo á mí es debido todo sacrificio y toda inmolación.» Calígula volviendo las espaldas con indecente ademan dirigióse á los artistas que restauraban su palacio dándoles órdenes. La comisión seguía temblorosa al dueño de sus vidas, arbitro quizá de los destinos de su patria, que se complacía en humillarles atrayéndoles sobre su sombra, como mansos perros. Después de haber recorrido varias galerías y salones, Calígula de repente se vuelve á ellos, y con tono desatento les dice: « Á propósito; ¿por qué no coméis carne de cerdo?» Entonces fue el reir de los aduladores. «Señor, contestaron humildes los judíos, subditos vuestros hay que no comen cordero...» «Estos obran bien, replicó el Emperador, la carne de cordero es insípida.» Simulando luego querer oir el discurso de la comisión, el judío Philon, venerable en su patria, empezó el desarrollo de sus argumentos; mas Calígula otra vez les vuelve la espalda y reanuda la conversación con los artistas. Durante largo tiempo se reprodujeron estas humillantes escenas, hoy inconcebibles, y cuyo desenlace juzgaban los enviados que habia de serles terrible en extremo. A l fin, cansado de pisotear la dignidad de los emisarios, les despachó diciéndoles: « I d , que sois menos dignos de castigo que de compasión no prestándoos á reconocer mi divinidad.» Calígula, aterrorizando á los judíos, ignoraba que. favorecía el desarrollo del Cristianismo. La Sinagoga, oprimida bajo el peso de las amenazas idolátricas , pensaba menos en la persecución de sus hermanos disidentes. No perseguía, porque era perseguida. Algunos de sus miembros, los menos preocupados, presentían el cumplimiento de los anatemas lanzados por el Crucificado, pues palpaban que el Dios de Moisés y de David no les era propicio. El sacrilegio que iba á manchar el templo rejuvenecía el recuerdo de que se habian cebado contra el que con elocuencia divina afirmaba que era el templo vivo de Dios, que seria destruido y reedificado en tres dias. Las predicaciones de la resurrección de JESÚS les parecían menos absurdas y mas atendibles. Entonces se reconstituyó la Iglesia de Jerusalen, casi dispersada cuando el martirio de Esteban, apoyada por la robusta cristiandad de la de Antioquía, que atendida su importancia, Pedro habia constituido en sede de su pontificado. Roma, fatigada de la cínica locura de las ridiculas excentricidades de Calígula, esperaba se levantara un brazo atrevido, que lavara la sede presidencial de la república-imperio con el golpe regicida. Varias conjuraciones cautelosamente urdidas fueron venturosamente destramadas por el ojo avizor de los prosélitos. Por fin sonó la hora providencial. Chereas, liberto enriquecido, asoció á su proyecto una porción de hombres, ruborizados por la idea del envilecimiento de que eran víctimas los romanos. La conjuración estuvo á punto de descubrirse. Una actriz, cooperadora del plan de Chereas, sufrió la tortura por sospechas sin pronunciar,, muriendo, la palabra que le hubiera devuelto la vida. El aire, el agua, la luz, el pan, la soledad, los festines dejaban sentir presagios de sangre en la atmósfera que se respiraba en el alcázar imperial. Solo Calígula no temia morir; ¡creia aun en su divinidad! En una de las fiestas palatinas los conjurados rodearon «al Dios del Capitolio» en una galería subterránea. Dos certeras puñaladas le derribaron al suelo, herido mortalmente: «¡Calígula v i v e ! » exclama inundado en su propia sangre, como protestando contra la idea de su morta-

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HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

lidad. « ¡ A u n ! » exclamaron los asesinos « p u e s , redoblad» dijo Chereas. La inmortalidad de Calígula no resistió á la prueba de una lluvia de veinte puñaladas mas. Roma se sintió mas libre y mas digna después de aquella deshonrosa escena-.

XII.

Claudio emperador. —Pedro en Roma.

El año 41 de la era cristiana es doblemente célebre en los anales del género humano. En él murió, es decir, fue asesinado Calígula; en él entró á echar el pedestal de su gloriosa s o beranía el Príncipe de los Apóstoles. Estendió Pedro el vuelo hasta á Roma, centro de la vida y de la civilización de aquel mundo, y el espectáculo que se ofreció á sus ojos en el emporio de las ciencias y de las pasiones universales le determinó á establecer allí, que era el punto mas difícil y peligroso de la tierra, su cátedra doctrinal, su trono moral. Mientras Roma, agitada por las consecuencias del asesinato de Calígula y los episodios de la entronización de Claudio, calculaba las probabilidades de su bienestar futuro ó de sus próximas desgracias; mientras preparaba nuevos incensarios para honrar la divinidad imperial , que orientaba sobre el ocaso de la vencida, el pescador de Galilea, desembarcaba silencioso en la Ripa, sin llamar la atención de los senadores, de los patricios, de los cónsules, ni del pueblo. El recien llegado traia el específico celestial para curar los males hereditarios de las reinantes instituciones. Pedro no se fijó en el emperador, sino en los ídolos; no desconocería los episodios humillantes entre Philon y Calígula, comprendería que el nuevo emperador no podia prescindir de prestar homenaje, mas ó menos sincero, á las preocupaciones religiosas del imperio; mas lejos de su corazón estaba proyecto alguno contra la tranquilidad y la vida de los soberanos. Sus pensamientos eran ¿cómo podría desarraigar los altares, á cuya sombra eran posibles tantos desórdenes individuales y sociales? ¿cómo era posible difundir la fe ennoblecedora en las inteligencias sumergidas en las tinieblas de las extravagancias sectarias y délas dudas é incredulidades allí bogantes? Poca cosa era para él derribar un emperador ó un imperio. Solo era digno de sus miras levantadas reformar la sociedad que tales imperios t o leraba. Desaltarizar á Júpiter capitolino se propuso desde su entrada en la ciudad de los dioses y de los cesares. ¡ A h ! ¿revelóle JESÚS, le hizo presentir á lo menos que el bronce con que se modeló la estatua de Júpiter capitolino serviría para modelar dentro pocos siglos su propia estatua? No pretendemos saberlo. Empero Pedro vino á Roma en alas de una esperanza infinitamente mas vigorosa que la que inspiraba planes de humana política á los estadistas del paganismo. Ni su genio personal, ni su sabiduría, ni sus recursos, ni su influencia valían para constituir un áncora que le garantizara lógicamente un hecho completo sobre aquella sociedad sumergida en orientales thermas , símbolo del sensualismo ; coronada por palmas y laureles procedentes de todas las florestas, símbolo de su orgullo. El oro y la gloria de las otras naciones confluían allí para formar un lago de incomparable esplendidez , sobre el que flotaban, cual naves empavesadas, las personificaciones históricas y vivientes de los orgullos habidos y por haber. Pedro venia para obligar á humillarse los altivos y á levantar á los esclavos; á establecer la fraternidad de los cesares con los vencidos, y á colocar sobre las familias de los reyes, con sules y emperadores la eterna dinastía de los representantes de CRISTO. Venia sin

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cetro, sin espada; con nnas llaves para abrir el reino de los cielos á las miradas de la tierra. Si algún confidente de Pedro, siendo infiel á la confianza de su pastor, hubiera tenido m e dio de hacer comunicar al Senado el programa del sencillo galileo, se le hubiera contestado por toda refutación y por toda penalidad con una risotada unánime. Tan lejos estaba Roma de JESUCRISTO en el año de la muerte de Calígula. « E l dia en que bajo el reinado de Claudio un judío, iniciado en las nuevas ideas, puso el pié en tierra frente al Emporium, nadie sospechó en Roma que el fundador de un segundo imperio, otro Rómulo, habitaba en el puerto durmiendo sobre paja (1).» Nadie pensaba en el pobre judío q u e , confundido entre los míseros transtiberianos, r o deado de israelitas oscuros y de trabajadores sirios, empezó á conferenciar sobre la manera de difundir el Evangelio en aquel campo sembrado de vicios y errores. Dejando á Pedro medir con preciosa exactitud la grandiosidad de la empresa que el cielo le confiara, y echando las primeras piedras del edificio, cuya sombra debia cobijar los siglos, ocupémonos ahora de las circunstancias que acompañaron el entronizamiento de Claudio. Roma hubo de resolver en medio de febril agitación política quién heredaría el cetro del asesinado soberano. Á la nueva del atentado contra Calígula el Senado proyectó el restablecimiento puro y neto, de la república. Las pasiones todas del imperio, desencadenadas en aquel momento solemne, produjeron una de las mas violentas tempestades estalladas en el firmamento de Júpiter capitolino. Sentius Saturninus fue el apologista de la antigua forma de g o bierno romano. «Quítate el anillo en que llevas esculpida la imagen.del Emperador para anatematizar el imperio,» le gritó para desconcertarle un senador imperialista. Los adictos al imperio chocaban con una dificultad, ¿quién habia de ser el nuevo emperador? Minutianus y Asiaticus tuvieron modestia suficiente para proponer su propia candidatura y el Senado abnegación bastante para no admitirla. ínterin el Senado gastaba horas preciosas en discusiones estériles, los pretorianos se agitaban en el campo. Un soldado abandona las filas, y seguido de algunos camaradas, penetra en palacio. ¿Va en busca de los asesinos de su amo? La historia lo ignora. En el detallado registro de las cesáreas habitaciones descubre el bulto de un hombre tiritante, escondido bajo regia alfombra. «¿Quién eres tú? ¿qué temes aquí?» El hombre, pálido, balbuceante, contesta: «Espero de tí me concedas la vida.» Era el hijo de Drusus, hermano de Tiberio, tio de Calígula. « V i v e , le contesta el soldado, tú eres emperador.» Los invasores le toman en hombros y lo conducen al Campo de Marte. «Este es el emperador,» exclaman ante las legiones. « ¡ V i v a Claudio!» prorumpen los soldados. Irrítase el Senado y le envia una protesta conjurándole á que respete las decisiones de la patria. «Decid al Senado, contestó Claudio, que yo no soy mas que un forzado.» . Agrippa, rey de los judíos, le ofrece su apoyo, y dirigiéndose á las legiones les promete pagar á quince mil sestercios por plaza la fidelidad al nuevo cesar. Este donaíwum aseguró el éxito definitivo de la empresa. Preguntemos ahora como el soldado registrador de palacio: «¿Quién era Claudio?» Era sencillamente un estúpido. «Mirad este hombre viejo y calvo; hermosa es su fisonomía, pero tardío en su andar, nulo en su acción. Su nariz destilante, sus labios babosos, temblorosos todos sus miembros. Apenas habla, discurre tardíamente, ora rie ó se enoja sin m o tivo ni pretexto.; tal es el nuevo dueño de la tierra (2).» La soberanía pasó de manos de un loco á las de un imbécil. Su tio habia mandado arrojarle al Ródano. Claudio evitó la muerte escondido en el mismo palacio de su tirano. El Senado aceptó el candidato de las legiones. El primer decreto del nuevo soberano fue enviar á Chereas al suplicio: «Matadme, dijo este, con la espada con que maté á Calígula.» (1)

Nardini, Roma

(2)

Riancey.

antigua.

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Claudio desplegó luego una actividad intelectual y una disposición gubernamental que superó todas las esperanzas. Habia pasado de juguete de las bufonadas de Calígula á empuñar el cetro del i m perio. En el mando superior el desdeñado por Augusto, relegado por Tiberio, y ridiculizado por Calígula, demostró comprender las necesidades y exigencias de su posición. Muerto Chereas decretó una amnistía general; olvido perpetuo sobre los complicados en la conjuración sangrienta. No manifestó anhelo alguno de gloria personal, hasta pretendió rechazar el título de emperador. En su aislamiento social Claudio habia hecho estudios, casi secretos, sobre la literatura griega y romana; habia estudiado á César y á Augusto. Esforzóse en restaurar la dignidad del Senado, tan vilipendiada por su antecesor, entre cuvos dos cónsules se sentaba siempre que asistía á las deliberaciones; restableció el Consejo privado y supremo del imperio, obra política de Augusto, y adoptó otras medidas encaminadas á armonizar la doble acción del Senado y del imperio. Ávido de facilitar la subsistencia al pueblo allanó el camino al aprovisionamiento romano. Erigió el puerto de Ostia, dispensó de las trabas y dificultades creadas por el fisco á los navieros que comerciaran con Roma en la importación de comestibles; las aguas del Anno fueron traídas á la capital, inundando sus parques y sus calles de caudalosas fuentes y soberbias cascadas. Intentó proseguir la obra del lago Fucino, ante la que se amilanó el mismo A u gusto. Tuvo la feliz idea de emplear las legiones en trabajos pacíficos. Mandó á los soldados de la Grermania la apertura de un canal de comunicación entre la Bélgica y el Rhin. Á los dos generales que dirigieron los trabajos concedióles los honores del triunfo, con descontento de los belicosos romanos. La censura de las costumbres llamó también su atención. La decadencia de la aristocracia antigua, la corrupción espantosa del pueblo, los vicios orgánicos de la emancipación de los esclavos, eran plagas reconocidas, lamentadas, pero descuidadas en el imperio. Claudio puso sobre ellas la mano. Los esclavos emancipados sin preparación y sin mérito previo llevaban al corazón de la sociedad los vicios de la servidumbre. Los libertos, lo eran habida atención á la osadía y al crimen, lo que volvía criminales y osados á los que deseaban y no obtenían la libertad. Así los dueños eran mas crueles y los siervos volvíanse mas criminales. Claudio impuso límites á la crueldad de los dueños-. Abolió para estos el derecho sobre la vida y sobre la muerte. Exigió garantías, si no de buen trato, á lo menos contra los bárbaros caprichos .entonces reinantes. Las condiciones de la emancipación fueron regularizadas, los deberes, de los emancipados establecidos. Reforzó el Senado con emisarios procedentes de las provincias. Llamó al jus lionorum á provincianos mas dignos de representar el poder y las instituciones que muchos que investían aquella alta representación. En vano los antiguos senadores protestaron contra aquello, que llamaron invasión senatorial ; Claudio contestó: « Y o desciendo de un sabino admitido á los derechos de ciudadano romano... Dichosos los fundadores de Roma que en un dia supieron trasformar en ciudadanos á sus -vecinos, y en amigos á sus adversarios.» Rígido contra las usurpadores de la ciudadanía, fue pródigo en otorgar sus derechos á los merecedores de aquel título, tan glorioso entonces. Su acción se estendió en el terreno religioso. No olvidó el título de auguro que recibió de su abuelo. Abolió el culto de Calígula, creó una comisión de senadores encargada de examinar los aspirantes al sacerdocio, restauró algunos templos y edificó otros, reconoció en los judíos el derecho de adorar á un solo Dios, así en Jerusalen como en Alejandría, en todas las ciudades y en las colonias romanas; abolió los sacrificios humanos de los druidas.

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Sin embargo, Claudio creyó deber ser intolerante con los cristianos. Aconteció que las conferencias que Pedro tenia con algunas familias, ó á lo menos con algunos individuos de Roma, causaron viva impresión á los corazones predilectos del Señor. Las doctrinas de Pedro desvirtuaban al gentilismo, y el relato de la pasión y muerte del Redentor anulaba la importancia de los ídolos. La fe y la poesía paganas dejaban fria el alma por mas que á veces lograran el encanto de la imaginación. La redención del género humano por JESUCRISTO conmovía la imaginación, el corazón, la inteligencia de los llamados á conocerla y aprovecharla. Aunque los discípulos eran pocos, devorados por el celo divino, se convirtieron en otros tantos apóstoles, que anunciaban la renovación de la faz de la tierra en todas las ocasiones oportunas que se les ofrecían. Resultó luego una agitación notable en el mundo religioso. Judíos y paganos se sentían heridos por las pretensiones del Cristianismo, calificado entonces de secta. Discutíanse calurosamente las enseñanzas de Pedro; y en su decidida actitud los cristianos se manifesta-

CALÍGULA.

ban dispuestos á sacrificarlo todo en aras de su fidelidad religiosa. Algunas escenas borrascosas surgidas á causa de la difusión de la nueva doctrina, en la que los discípulos de Pedro sostenían , en virtud de sü innegable derecho, la firmeza de sus principios, y los gentiles y judíos combatían la nueva fe con mas desafuero que razón , dieron pretexto para formular amargas quejas al Emperador sobre la propaganda de la secta degradante. Fácil fue á los acusadores señalar los centros de agitación; porque la agitación de los espíritus era verdadera. No examinó Claudio la doctrina acusada; bastóle que los principales romanos encontraran peligrosos al orden público los que la difundían para decretar su expulsión de la ciudad. Suetonio consigna el hecho en los siguientos literales términos: «Claudio expulsó de Roma algunos judíos que promovían ciertos tumultos á instigación de un tal Chrest.» A q u í , como puede observarse, se confunden los cristianos con los judíos y CRISTO con Chrest. Lo que prueba que ni Claudio ni Suetonio conocían á fondo el nombre, la procedencia, las doctrinas y las aspiraciones del Cristianismo. T. I.

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Hasta aquella expulsión no se encuentra en la historia romana ninguna alusión á la Iglesia naciente. Claudio fue el primer perseguidor directo de los cristianos; aunque no seríamos bastante imparciales si no consignáramos que su persecución no procedía de ningún odio consciente á la nueva doctrina. Pensó expulsar unos cuantos perturbadores de la paz. Esta expulsión sirvió de incitativo á los expulsados para esparcir la simiente de vida por los lugares de refugio, pagando la hospitalidad con el tesoro de la fe. Claudio fundó por aquel tiempo importantes colonias, entre ellas la de Tréveris, Colonia y Colchester. No descuidó la administración de la justicia. En este ramo acostumbró á desplegar la sutileza de su genio. Una madre desconocía, -negaba ante el tribunal á su propio hijo: « B i e n , sentencia Claudio, si no es tu hijo sea tu esposo. Cásate con él.» Los jurisconsultos formaban una de las mas intolerantes plagas de aquella sociedad. «Pretendían recibir honorarios por acusar, por no acusar, por hablar, por callarse; aceptaban la defensa de una parte, y á la m i tad del litigio cambiaban su cliente por el. contrario, si el contrario les ofrecía mejores ventajas (1).» Claudio, desdeñando la oposición de los explotadores de la palabra, les fijó un arancel razonable. Los libertos gozaron constante privanza en sus consejos. Pallas, Callistus, Narcissus, P o llybius le fueron íntimos. No reinaba la mayor generosidad y entereza en los negocios urdidos por aquellos hombres trasportados repentinamente desde la esclavitud al poder. La sociedad de los libertos venia apoyada por la influencia de Messalina, mujer mas corrompida que bella, que convirtió el palacio de su esposo en sentina hedionda de concupiscencia. El patriciado repugnaba aquel tipo de libertinaje, del que llegó á desaparecer el último resto del pudor. Claudio condescendía con los envilecidos elementos que formaban la liga palaciega, porque débil y asustadizo por carácter, veía ante sí constantemente el brazo homicida. Durante algún tiempo no se atrevió á presentarse al Senado presintiendo encontrar allí la muerte; una guardia numerosa de seguridad le acompañaba siempre; las casas de los amigos que resolvía visitar eran previa y minuciosamente registradas; hasta el lecho de sus enfermos amigos eran objeto de detenida inspección. No eran en verdad santas las intenciones de todos sus subditos. Un hombre fue detenido dirigiéndose á Claudio con un puñal oculto bajo de su capa. Claudio vuela al Senado y con lágrimas en los ojos suplica á los senadores le releven del peligro del imperio. Tramábanse imponentes conspiraciones republicanas para cambiar por un golpe de mano el orden de cosas. La conspiración latia en su propio palacio. La liga de los crímenes era tan estrecha, que todo nuevo personaje que apareciera en escena debia hacerse criminal ó resignarse á ser perseguido. Julia, hermana de Calígula, llamó la atención de Claudio; Messalina arrancó contra ella un decreto de destierro. Silanus indica la necesidad de establecer el decoro de las costumbres palaciegas, mas los palaciegos le acusan de intentos regicidas. Narcissus ha soñado que Silanus levantaba el brazo contra Claudio; idéntico sueño ha tenido Messalina; Silanus muere. Valerio Asiaticus tuvo integridad para emitir un juicio severo sobre la marcha de la casa i m perial; Messalina le acusa de intentar ponerse al frente de las legiones. Esta acusación le costó la vida. Messalina, autora de tantas iniquidades, encontró su digno castigo en sus amores con Silins. Repudiando ella misma al Emperador, casóse ostentosamente con el .mas esbelto de los romanos, soñando tramar la caida de Claudio y la entronización de Silius. La fidelidad de los libertos desbarató los planes de la infiel esposa. La muerte de Silius y de Messalina aumentaron el largo catálogo de crímenes perpetrados en aquella atmósfera corrompida. (1)

Julos Zcller.

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Después de algún tiempo Agrippina, hermana de Calígula, obtuvo la mano de Claudio. Agrippina subió al trono, mas impulsada por la sed de imperio, que por el amor de esposa. Un cetro buscaba, no un corazón. Desde el primer dia Roma pudo advertir que tenia una Emperatriz sobre el Emperador. En el Senado, en las recepciones públicas compartía el trono de su esposo; su efigie se grabó en la moneda al lado de la efigie de su señor. El ideal de Agrippina era introducir su hijo Tiberio Nerón en la familia imperial y abrirle el camino del trono; para ello pidió á Claudio desposar á su hija Octavia con Nerón. Verdad es que Octavia estaba prometida á Silanus, hijo del Silanus sacrificado por Messalina; empero Agrippina sacrificó á Silanus, hijo, como Messalina habia sacrificado á Silanus, padre. Así se arreglaban expeditamente los negocios en aquella época. Nerón fue adoptado por Claudio, á la edad de diez y seis años, para que fuese como el protector de Britanicus, el heredero inmediato del imperio. El talento de Agrippina supo escatimar todas las distinciones á Britanicus y acordarlas á Nerón. Á este le dio por instructores y patronos á Burrhus, militar probo, y á Séneca, filósofo experto. Algunos libertos dispertaron los recelos de Claudio. Un dia dijo este abrazando tiernamente á Britanicus : « L a mano que te ha herido te curará.» Y luego añadió: « M i destino es sufrir las ignominias de mis mujeres y después castigarlas.» No le dio tiempo para cumplir este destino Agrippina. El veneno de Locusto infiltrado en sabrosa comida empezó el fin de aquel reinado; el médico Xeuofonte dio fin al reinado dándolo al envenenamiento. Acontecía esto en el año 54 de la nueva era. Veamos los principales sucesos religiosos de este período.

XIII. Tercera persecución por los judíos.—Martirio del apóstol Santiago el Mayor. —Tercera prisión de san Pedro.

Herodes Agrippa, nieto de Herodes, llamado el Grande, reconstituyó el reino de su abuelo en el año 4 1 . Gracias á los favores de Calígula acrecentó sus dominios con la Batanea, la Traconitida, parte del Hauran, la Abilena, la Galilea y la Perea. El importante papel que jugó en la proclamación de Claudio acrecentó su prestigio, y por premio de sus intrigas políticas fraguadas en Roma obtuvo la Samaría y la Judea para sí y el pequeño reino de Chalcis para su hermano. Agrippa aspiró á la popularidad entre los judíos. Jerusalen encontró en él un apasionado rey. Dion Cassius lo presenta como un asiduo practicante de las prescripciones mosaicas, como ejemplar de piedad, como entregado á la corriente de la devoción. Consultaba asiduo los rigoristas de la ley, y fomentaba incansable la restauración del culto de sus mayores. Jerusalende quería; empero en Sebaste y Cesárea, donde predominaba el elemento pagano, no conquistó simpatía alguna. Cuando hizo su entrada oficial en Alejandría, investido de los atributos de rey de los judíos , los alejandrinos se irritaron, y encontró estrepitosa silba allí donde quizá esperaba ovación afectuosa. Sabían los pueblos que el judaismo tendía á la persecución. Preferían el yugo de Roma al de Jerusalen. En Roma se levantaba de vez en cuando la protesta de algún político concienzudo contra las aglomeraciones de pueblos gozando cierta autonomía, formando poderosos vireinatos, que tenían medio para entrabar en una ocasión dada la acción general del imperio. Para complacer á los judíos, Agrippa debia mantener relaciones cordiales con dos familias que venían monopolizando el sumo sacerdocio: la de Hanan, ó Anas, y la de Boélhus. Pues aquellas dos casas, elevadas y sostenidas por el espíritu del judaismo, eran intransigentes en todo lo que se relacionaba con la conservación de las antiguas tradiciones.

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Agrippa se vio arrastrado á la persecución de los cristianos que, á favor del período pacífico, 6 sea de la tregua disfrutada, habian logrado reconstituir la Iglesia de Jerusalen. Convengamos desde luego que la forma tomada por la sociedad cristiana ofrecía bastantes motivos de inquietud á la Sinagoga y á los adeptos. El espíritu de fraternidad extinguido en Judea y en todo Israel, se inflamó vigoroso en la nueva sociedad. La secta, según los judíosdesarrolló de admirable manera los dos mandamientos de amor, resumen de la ley". La comunidad de vida basada en la caridad fundia á todos los creyentes en una sola familia. Los huérfanos y las viudas no conocian el desamparo. Las necesidades de todos eran socorridas, no por compasión, sino por deber. El nombre de « h e r manos» que mutuamente se daban veíase confirmado con la elocuencia de los hechos. Ligados por una misma fe y por una misma esperanza, la caridad era el fruto de este celestial c o n sorcio, que hacia de la Iglesia de la tierra el espléndido reflejo de la del cielo. Todo judío que poseyera un corazón exquisito llevaba en sus entrañas un peligro de caer, ó mejor, de elevarse hacia el Cristianismo. La delicadeza de sentimientos era una predisposición para echarse en brazos de la Iglesia, que solo aspiraba á ensanchar las fronteras del amor hasta los límites del mundo conocido. En el año 4 4 afligió á'Jerusalen un hambre espantosa. Los fieles de Judea agotaban los recursos comunes. Empero todas las iglesias del mundo eran solidarias. Los Apóstoles enviaron á las comunidades de Siria emisarios llenos de celo para manifestarles la penuria de sus hermanos. Antioquía fue el centro de una copiosa colecta, y Bernabé, el apóstol de aquellas regiones, voló á Jerusalen cargado con los tesoros de la espontánea caridad. El gozo fraternal de la Iglesia de Jerusalen para su fiel hermana la de Antioquía hizo elocuente explosión. La Providencia demostrábase pródiga para sus hijos. Los dadivosos sacrificios de las Iglesias lejanas llamaron la atención de judíos y gentiles; la organización cristiana se revelaba en un santo positivismo. Veíase ya que al pan de la palabra se unía el pan del socorro. El hecho fue en lo ruidoso comparable al de la resurrección de Lázaro por JESÚS. Los judíos quisieron protestar de la única manera que podían y sabían, con la persecución. Para renovar el terror ocasionado por el asesinato de Esteban reclamaron algunas víctimas. El colegio apostólico, que no habia levantado su asiento de Jerusalen, ni aun en lo mas crudo de la tempestad, fue naturalmente indicado como el blanco de los tiros de la Sinagoga. Las víctimas señaladas fueron Pedro y Santiago, hijo del Zebedeo. Fue este uno de los mas activos miembros del apostolado. Interpretando el « i d » del d i vino Maestro en toda su estension, salió de Judea, luego de recibido el Espíritu Santo, para evangelizar á los dispersos hijos de Israel y también á los gentiles que se manifestaran d i s puestos á escuchar la buena nueva. Hermano de Juan el evangelista, el hijo de Zebedeo y Salomó, sintióse desde el principio de la predicación de JESÚS atraído á la obra evangelizadora. La piedad fervorosa de su madre alentó á sus dos hijos, conjurándoles á distinguirse en el camino á que fueron llamados, y al mismo tiempo, llevada por santo egoísmo maternal, pidió á JESÚS un lugar distinguido para sus dos hijos. La solicitud de Salomé ocasionó aquella respuesta consignada en el Evangelio: «Pueden estos beber el cáliz que yo beberé.» «Podemos,» contestaron. «Pues el cáliz lo b e beréis , replicó el Señor, pero atañe á mi Padre señalar quién ha de sentarse á la derecha ó á la izquierda en su reino.» Desde aquel dia pudieron saber aquellos dos hijos la suerte que obtendrían. Beber el cáliz equivalía á sufrir el martirio. Es notable que Santiago, uno de aquellos dos hijos, fuera el primer apóstol que bebió el cáliz, y Juan el último. Fueron como dos figuras colosales colocadas al principio y al fin de las inmolaciones apostólicas. Santiago fue apellidado por el Señor «hijo del trueno.» Envidiable elogio del que se hizo

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digno por la actividad, la energía, la fuerza que desplegó en el decurso de tan corta como g l o riosa misión. Uno de los mas opimos frutos de su apostolado fue la constitución de la Iglesia en España. Aquí estableció la jerarquía episcopal con discípulos llenos de fe y de celo, primicias de los millares de lumbreras de doctrina y de santidad que lian adornado esta parte del firmamento católico. De regreso á Jerusalen distinguióse por el ardor con que combatió la obcecación de los j u díos ante la luz aparecida. La Sinagoga lo consideraba como uno de los mas temibles adversarios , y lo prueba el haber sido la víctima indicada para contrarestar el impulso de la propaganda cristiana, notable en aquellos dias. Santiago fue preso por orden de Agrippa, y degollado por los judíos en uno de los mercados de Jerusalen. Aquella ejecución revistió todos los caracteres de un injusticia, hasta en el orden legal entonces constituido. Como sucedió con la muerte de Esteban, á Santiago no se le juzgó. Una-órden gubernativa fue todo el proceso. Los Herodes obraban así; Herodes el Grande mandó degollar al Bautista sin razón ni pretexto alguno; Herodes Agrippa decretó sin preámbulo la degollación de Santiago. Parece que uno de los principales delatores de Santiago, admirado de la firmeza y sinceridad con que su víctima confesaba la divinidad de J E S U C R I S T O , no pudo resistir la acción de la gracia, y declarándose cristiano fue degollado con el Apóstol, después de obtenido de este el perdón. El martirio de Santiago llenó de regocijo á los judíos recalcitrantes y de aflicción á la Iglesia. Agrippa proyectó coronar su obra ejecutando con solemne aparato después de la Pascua á Pedro, reconocida cabeza de la cristiandad. Pedro fue reducido á prisión y encarcelado en la torre Antonia. Los fieles trataron de violentar al cielo á fuerza de oraciones. Uno era el pensamiento de la Iglesia, libertar al pastor universal de la cristiandad. Noche y dia se oraba. Quizá la Iglesia no ha pasado en toda su historia un período tan angustioso como el de aquellos pocos dias. El campo estaba sembrado, y se habia sembrado bajo la dirección de Pedro; los fundamentos del edificio estaban echados y se habian echado según el plano por Pedro trazado en virtud de las instrucciones de J E S U CRISTO. No era concebible una calamidad mayor á la que amenazaba al edificio y al campo con la muerte de Pedro. Dios hubiera salvado á su Iglesia; empero humanamente hablando, las tribulaciones venideras , los conflictos ciertos por la prematura desaparición del Jefe de los apóstoles eran inconmensurables. El Señor obró un milagro. Una noche envió el ángel y le anunció la hora de la libertad. Cayeron de sus pies las cadenas y el preso pasó como una sombra entre los diez y seis guardas que le vigilaban. Dirigióse al Cenáculo, ó sea casa de María, madre de Juan Marcos , donde se hallaban reunidos muchos fieles rogando por Pedro. De repente oyen llamar reiteradamente á la puerta. La sirvienta, llamada Rodas, descubre desde la ventana á Pedro, que le dice: « A b r e , no te detengas.» Mas ella embriagada de entusiasmo se dirije á los congregados, y les dicec «Pedro está aquí.» La reunión la trata de visionaria. Ella insiste en sus afirmaciones: « Y o le he visto, yo le he oido.» Así el cariño prolongaba una discusión, que aumentaba el peligro de Pedro, que insistía llamando con masfuerza. En fin, Pedro entra, y se realiza una de las mas tiernas escenas del período apostólico. Pedro cuenta como en un éxtasis sostenido el ángel del Señor le desató sus cadenas y le acompañó al través de los soldados, y no le dejó hasta haber recorrido todo el espacio de una calle, que después habia desaparecido completando su obra providencial. Agrippa vio burlados sus proyectos, y pronto empezó la decadencia de su popularidad. La activa parte que tomó aquel mismo año en los juegos celebrados en Cesárea en honor de Claudio disgustó á los judíos de pura raza. Enviados de Tiro y Sidon reconciliáronse en

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Cesárea con el rey de los judíos. Esta condescendencia con los gentiles se atragantaba á los rabbis intransigentes. El segundo dia de las fiestas de Cesárea, Agrippa, desdeñando los murmullos de los hijos de Moisés, apareció en el teatro vestido con túnica y manto de tisú de plata de efecto deslumbrador. Los fenicios exclamaron: «Este no es un hombre, es un Dios.» Agrippa no protestó. El escándalo tocó la meta. Cinco dias después Agrippa murió; cuyo acontecimiento fue considerado como á punición providencial por judíos y cristianos. Para el Cristianismo fue además sumamente próspero. La independencia de Judea recibió con aquel hecho un rudo contratiempo. Roma empezó á atender las observaciones formuladas contra las grandes autonomías. En consecuencia e n vióse á Jerusalen un procurador imperial. Esta forma de gobierno habia de ser favorable á la libertadcristiana. Cuspidus Fadus vino á Jerusalen para administrar la provincia ó el reino en nombre del cesar. Su carácter era semejante al de Pilatos, Á Cuspidus sucedió Tiberio Alejandro, judío de origen, sobrino de Philon, quien tenia en su contra la fama de apóstata á los ojos de sus compatricios. Desde aquella hora los judíos tuvieron necesidad de pensar mucho en sí mismos, pues las complicaciones peligrosas á la nacionalidad se amontonaban siniestramente en el horizonte. En consecuencia la persecución á los cristianos no tomó el vuelo temible. Dios acordó á su hija una nueva tregua.

XIV. Continúan los trabajos apostólicos.—Persecución satánica al espíritu de unidad cristiana. —Rivalidades insensatas,

Lejos de decrecer la actividad del colegio apostólico tendió mayor vuelo el espíritu del Evangelio, al vapor de la sangre derramada por el sagrado colega. Un'solo momento de v a cilación hubiera comprometido el progreso de la tierna Iglesia, así como la firmeza é impavidez en aquella crisis garantizó la seguridad del triunfo. La inmortalidad de la causa defendida hacia despreciar la mortalidad de los defensores. Sabían estos que iban al triunfo por la vida ó por la muerte. El estoicismo encontró en ellos la justicia. Nunca olvidaron aquellos héroes lo que el Verbo les dijo: Si el grano no -cayera en tierra no se multiplicará. Favorecía al apostolado la perfecta unidad de miras y de doctrina. En vano la crítica racionalista se esfuerza en buscar nebulosidades en el límpido firmamento de la unión primitiva. El dualismo de espíritu no existe sino en las arbitrarias hipótesis de los adversarios del Cristianismo. Esteres el lugar oportuno de ocuparnos de la delicada cuestión debatida en los orígenes de la Iglesia, y resuelta en paz y concordia por el Concilio III de Jerusalen, celebrado el año 4 9 , y por lo tanto bajo el reinado de Claudio. Cuestionábase sobre la validez de las prescripciones rituales del Antiguo Testamento después de promulgada por el Espíritu Santo la ley evangélica. ¿Era preciso que el mundo se hiciera judío para obtener los frutos de la redención.? ¿La circuncisión y las prohibiciones hebraicas habían de formar parte del ritual y de las penalidades cristianas? Y dado que la cuestión se resolviera negativamente, dado que no se debiera, ¿podíanse libremente practicar aquellos ritos, ceremonias y costumbres ? Hó ahí toda la cuestión. Desde luego aparece fuera de toda duda que el Cristianismo aspiraba á ser mucho mas que

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una secta dentro del judaismo. Era el cumplimiento de los anuncios y de las figuras del A n tiguo Testamento, era un nuevo y dilatadísimo horizonte abierto á todo hombre que viene á este mundo. No habló C R I S T O solamente de tribus; no se limitó á convocar á Jerusalen y á Samaría; Id, enseñad á todas las naciones, dijo á los Apóstoles; y el Evangalista consignó que el Verbo hecho carne dio el poder de hacerse hijos de Dios á iodos los (que nacieran, no de la sangre, no de la voluntad de la carne, ni de la del hombre, sino de Dios. Eliminación de toda diversidad de raza, de familias, de pueblo, de privilegios; proclamación de la unidad de título para ser regenerado; universalidad del llamamiento; suficiencia del amor divino, de la gracia divina, de la fe divina, de la adhesión á lo divino para ser inscritos en el libro de la vida; hé ahí lo que el Evangelista proclamó sin ambages, fiel á las enseñanzas mesiánicas. N i un solo momento Pedro vaciló sobre este particular. El dia de la primera predicación habló Pedro en el sentido que algunos años mas tarde habló Pablo y escribió Juan. Empero era preciso suavizar el camino de la Iglesia. Los judíos, en los cuales predominaba desde antiguos tiempos un criterio materialista, se hallaban aferrados tan profundamente á las prácticas materiales , que imponer la renuncia de ellas equivalía para muchos á cerrarles la puerta de la regeneración. Dura era la cerviz del pueblo de Israel, según e x presión del mismo Dios. La prudencia aconsejaba usar de exquisita táctica, con los que de todos modos debían formar y habian formado el primitivo núcleo de la Iglesia. Además las ceremonias antiguas en nada contradecían al dogma nuevo, ó mejor, al nuevo desarrollo del dogma judaico. Esta es la sencilla, pero contundente explicación del espíritu de tolerancia y de la perseverante condescendencia de algunos Apóstoles con las pretensiones de las iglesias de origen judaico. Así se explica clara, neta, victoriosamente la actitud de Santiago el Menor y de Juan, que los críticos anticristianos han querido oponer á la gloriosa personalidad de Pablo y á la santa figura de Bernabé. Se ha buscado allí un cisma, mas no ha p o dido encontrarse sino la unidad. Santiago y Juan, cultivadores especiales de la viña del Señor en Jerusalen, abogaban para hacer llevadores el yugo evangélico á los judíos; Pablo y Bernabé, que cultivaban la viña de Antioquía llena de paganos convertidos, de que aquella ciudad se hizo centro, trabajaban para quitar los obstáculos á las masas de gentiles que iban acercándose á la Iglesia. No h a y , no se ve disidencia alguna en la f e , en la doctrina, en la moral, en las esperanzas; vése solo una pequeña diferencia en lo que podemos llamar la política apostólica. Como punto de convergencia de la conducta de Pablo y Bernabé y de Santiago y Juan encontramos á Pedro, corazón vivo donde vienen á cruzarse en santa paz estos dos grandes brazos de la salvación del mundo. En un principio, cuando eran pocos los gentiles convertidos, la cuestión-de la observancia de los preceptos legales podia resolverse casuísticamente, en virtud de las circunstancias escepcionales de cada uno, ó de cierta tolerancia indefinida; pero luego fueron imponentes m u chedumbres, las que se sometieron á la predicación de los apóstoles de la gentilidad. Urgía una decisión solemne; porque los cristianos del paganismo procedentes se resistían á someterse á ceremoniales impuestos á un pueblo no redimido, y por otra parte los judíos cristianizados redoblaban sus esfuerzos para obtener la sumisión completa, hasta en lo ceremonial, de los recien llegados. Es innegable que se produjo cierta fermentación en los ánimos de los que formaban uno y otro grupo. Para sellar perpetuamente la concordia celebróse el Concilio III de Jerusalen. Pablo y Bernabé fueron diputados por la gloriosa Iglesia de Antioquía. Llegados á Jerusalen fueron bien recibidos de la Iglesia y de los Apóstoles y de los presbíteros, y allí refirieron cuan grandes cosas habia Dios obrado por medio de ellos; «pero, añadieron , algunos de la secta de los fariseos que han abrazado la fe se han levantado, dicien-

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niSTOniA DÉ LAS PERSECUCIONES

do ser necesario circuncidar á los gentiles y mandarles observar la ley de.Moisés. «Entonces los Apóstoles y presbíteros se juntaron á examinar este punto. Y después de un maduro examen, Pedro se levantó y les dijo : Hermanos míos, bien sabéis que mucho tiempo hace fui yo escogido por Dios entre nosotros para que los gentiles oyesen de mi boca la palabra evangélica y creyesen. Y Dios, que penetra los corazones, dio testimonio de esto enviándoles el Espíritu Santo del mismo modo queá nosotros, no se ha hecho diferencia entre ellos y nosotros habiendo purificado con la fe nuestros corazones. Pues ¿por qué ahora tentar á Dios con imponer sobre la cerviz de los discípulos un y u g o , que ni nosotros, ni nuestros padres hemos podido soportar? Pues nosotros creemos salvarnos por la gracia de nuestro Señor JESUCRISTO así como ellos. «Calló á esto toda la multitud y se pusieron á escuchar á Bernabé y á Pablo, que contaban cuantas maravillas y prodigios por su medio habia obrado Dios entre los gentiles. «Después que hubieron acabado tomó Santiago la palabra y dijo: Hermanos, escuchadme : Simón os ha manifestado de qué manera ha comenzado Dios desde el principio á mirar favorablemente á los gentiles, escogiendo entre ellos un pueblo consagrado en su nombre. Con Él están conformes las palabras de los profetas, según está escrito: Después de estas cosas yo volveré y reedificaré el tabernáculo de David que fue amanado y restauraré sus ruinas y le levantaré; para que busquen al Señor los demás liombres y todas las naciones que lian invocado mi nombre, dice el Señor que liace estas cosas. Desde la eternidad tiene conocida el Señor su obra. «Por lo cual yo juzgo que no se inquiete á los gentiles que se convierten á Dios; sino-que se les escriba que se abstengan de las inmundicias de los ídolos (1) y de la fornicación y de animales sofocados y de la sangre. Porque en cuanto á Moisés, ya de tiempos antiguos tiene en cada ciudad quien predique su doctrina en las sinagogas, donde se lee todos los sábados.» «Oido esto, acordaron los Apóstoles y presbíteros con toda la Iglesia elegir algunas personas de entre ellos y enviarles con Pablo y Bernabé á la Iglesia de Antioquía; y así nombraron á Judas, por sobrenombre Barsabas y á Silas, sujetos principales éntrelos hermanos, remitiendo por sus manos esta carta: « L o s Apóstoles y presbíteros hermanos, á nuestros hermanos convertidos de la gentilidad que están en Antioquía, Siria y Cilicia, salud. «Por cuanto hemos sabido que algunos que de nosotros fueron sin ninguna comisión nuestra, os han alarmado con sus discursos, desasosegando vuestras conciencias; habiéndonos congregado, hemos resuelto de común acuerdo, escoger algunos personajes y enviároslos con nuestros carísimos Bernabé y Pablo, que son sugetos que han espuesto sus vidas por el nombre de Nuestro Señor JESUCRISTO. «Os enviamos, pues, á Judas y á Silas, los cuales de palabra os dirán también lo mismo. Y es, que ha parecido al Espíritu Santo y á nosotros no imponeros otra carga, fuera de estas que son precisas, que os abstengáis de manjares inmolados á los ídolos, y de sangre, y de animal sofocado y de la fornicación: de las cuales cosas haréis bien en guardaros. Dios os guarde.» «Despachados, pues, de esta suerte los enviados llegaron á Antioquía, y congregada la Iglesia, entregaron la carta; que fue leida con gran consuelo y alegría (2).» Esta descripción textual de los Hechos de los Apóstoles desvanece todas las dudas y ambigüedades. La voluntad de la Iglesia está expresada en las anteriores líneas con tal claridad, que toda falsa interpretación pone en relieve la astuta malicia que la dictó. La concordia de los Apostólos resplandece sobre toda oscuridad. El pensamiento de la Iglesia está expresado en los anteriores párrafos. Si en el decurso de aquellos dias hubo quien se separó de la línea trazada por el Concilio de Jerusalen; si los pro#

(1)

M a n j a r e s á e l l o s sacrificados.

(2)

H e c h o s de l o s A p ó s t o l e s , XXII, 4.

SUFRIDAS POH I.A ICLCSIA CATÓLICA.

1 7.'{

cedentes del fariseísmo insistieron en exageraciones caducadas, trabajaron de propia cuenta: la responsabilidad no afecta al colegio apostólico. La unidad canónica quedó cimentada entre Jerusalen y Antioquía, entre los judíos y los gentiles cristianizados. Permitió Dios que la diversidad de circunstancias de los dos campos en que era simultáneamente cultivada su palabra produjera amargos sorbos á los hermanos; martirio que unos y otros sufrían en aras de la caridad, que los impulsaba á salvar á todos. Momentos hubo que el calor de la respectiva defensa tomó un tono de subida energía, y que el mismo Pedro oyó

JUDÍOS Y C R K T . A N O S

ECHAMOS l)K R O M A

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Cl.AÜDIt).

de Pablo el lenguaje de una convicción intransigente. Así la verdad y la ley, depuradas ya en el espíritu de los Apóstoles, se presentaron completamente depuradas en faz de la Iglesia universal. Los ritos mosaicos estaban destinados á desaparecer por completo. La Religión naciente llevaba en su seno un tesoro de poesía, y digámoslo así, de adoración, que no tardó en revelarse por medio de la mas rica, de la mas filosófica, de la mas teológica y de la mas moral

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liturgia. Todo lo consagrado á la gloria de JESUCRISTO habia de ser nuevo, y todo lo fue. La multitud de los adorantes fue pronto tan inmensa, que los israelitas comprendieron no deber separarse del universal rito de las universales observancias. Por gratitud á la Sinagoga, que les habia facilitado el paso al conocimiento del Mesías, los judío-cristianos fueron deferentes cuanto les fue posible con las tradiciones inofensivas de sus mayores. Mas la generación venidera fue toda hija, é hija exclusiva, hija desde la cuna de la Iglesia. No hubo dualidad de procedencias, la transacción no tuvo razón de ser. El adalid de las observancias legales fue Santiago el menor. Dcellinger, en una de sus preciosas obras, escritas antes de su separación del gremio de nuestra Iglesia, escribió los siguientes notables juicios que explican la actitud de Santiago, en la cuestión qne nos ocupa: «Como no tomó ninguna parte en la conversión de los gentiles ; ni hubo necesidad de vivir entre paganos convertidos, encontrándose constantemente á la sombra del templo, pudo desplegar, para la práctica habitual de la l e y , aquel celo, que le hace aparecer á los ojos de sus contemporáneos y á la posteridad, un modelo de la piedad judaica y nacional ilustrada por el Evangelio. Cuando Pedro partió fue él para Jerusalen y Palestina el centro eclesiástico y la autoridad suprema. Y no es que esta alta autoridad le fuese acordada porque era « e l hermano del Señor» ni porque añadiera á esta cualidad la dignidad apostólica; pues su hermano Judas, que tenia con JESÚS el mismo parentesco y era también apóstol, se llamaá sí propio « e l servidor de C R I S T O y el hermano de Santiago,» considerando este parentesco como un privilegio especial. Así san Lucas le llama únicamente «Judas, hermano de Santiago.» «Los judíos no convertidos al Cristianismo profesaban alta estimación á Santiago, á causa de su piedad y profundo ascetismo, de modo que universalmente le fue acordado el renombre de « j u s t o . » «El fue quien en el Concilio de los Apóstoles tomó la palabra después de Pedro, sobre las cuestiones suscitadas respecto á los cristianos venidos del paganismo, y el que propuso las decisiones que se tomaron tocante á las abstinencias. Como Pedro y Juan apoyó á Pablo, dando los testimonios que deseaba en confirmación de la misión apostólica, que este habia recibido, y como un certificado de que estaba en comunión de fe con los demás Apóstoles. Pero la situación de Santiago, y los lazos que le unian á la comunidad de Jerusalen, únicamente constituida de judío-cristianos, le obligaron á aparecer ante todo como el Apóstol de los j u díos (1).» Basta lo espuesto para que de un solo golpe de vista se comprenda el fundamento de la sencilla organización de la cristiandad universal en aquellos dias. Santiago, jefe , protector, apóstol de los judíos cristianizados; Pablo, jefe, protector, apóstol de los gentiles; Pedro jefe, protector, apóstol, cabeza de gentiles.y judíos convertidos. Estos fueron los tres astros del firmamento primitivo, que brillaron, Santiago, en Jerusalen, Pablo especialmente en A n t i o quía , Pedro en Roma. Los demás giraban en órbitas, podemos decir subordinados á estos grandes y luminosos centros. Las divergencias entre los representantes de estas tres fases principales de la economía cristiana, no afectaron jamás la unidad de espíritu. Recojamos aquí el testimonio de un adversario declarado del Cristianismo, sobre la elevación de miras de Pedro y Pablo, á pesar de la diversa manera con que apreciaron algunos puntos de conducta administrativa, digámoslo así, de la obra que les fue confiada. « E l rasgo mas admirable de la historia de los orígenes del Cristianismo, dice Renán , es que esta división tan profunda, tan radical, sobre un punto de tan grande importancia, no ocasionara un cisma completo, que habría causado su pérdida. « E l genio... de Pablo tuvo aquí una ocasión formidable de mostrarse, pero su buen sentido práctico, su sabiduría y su prudencia lo remediaron todo. (1)

D c e l l i n g e r , El Cristianismo

y la iglesia

en la época de su

fundación.

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

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«Los dos partidos estuvieron enérgicos, animados, duro el uno respecto al otro ; mas á pesar de esto ningún individuo dejó de cumplir con su deber. « U n lazo superior, el amor que todos tenian á J E S Ú S , el recuerdo en que todos vivian estuvo muy por encima de sus divisiones. « E l disentimiento mas fundamental que jamás se baya producido en el seno de la Iglesia fue aquel, y sin embargo, no atrajo el anatema (1).» Y hablando de los caracteres dominantes en Pedro y Pablo, dice : «Pedro, como todos los hombres alentados por sentimientos magnánimos, era completamente ajeno á las cuestiones de partido. « L e afligian extremadamente y solo deseaba la unión, la paz y la concordia... « El alma de Pablo era tan grande, tan abierta, tan llena del nuevo fuego que JESÚS habia venido á esparcir sobre la tierra, que Pedro no podia menos de simpatizar con él. « L e amaba, y cuando estaban juntos se asemejaban á dos soberanos del porvenir repartiéndose el mundo entero (2).» Gracias á esta unión, que en su intimidad revela la divinidad que la alentaba, los esfuerzos del espíritu del mal, que es siempre espíritu de discordia, no prevalecieron. El colegio apostólico se libró por la protección de Dios de un cisma que, humanamente hablando, hubiera sido desastroso para el Cristianismo; y la victoria obtenida sobre esta persecución infernal no es la menos importante entre las conseguidas .por la causa de la verdad. Fue por aquellos dias, que las simpatías conquistadas en la opinión pública por los cristianos , y la gloria de los prodigios que Dios obraba por medio de ellos escitaron la emulación de un hombre de altivo carácter. Simón, apellidado luego el « M a g o » pretendió rivalizar en santidad y en apostolado con los enviados de J E S Ú S . Mendigando primero el compañerismo y Ja participación de los privilegios y de la dignidad de los verdaderos Apóstoles, y pretendiendo luego contrabalancear los hechos y doctrinas de estos, en nombre y virtud propia, Simón es la primera figura que osó levantar una rivalidad religiosa frente á frente la Iglesia. Pretendía, entre otros absurdos, ser él quien apareció á ios samaritanos como al Padre, á los judíos por la crucifixión visible del Hijo y á los gentiles por la difusión del Espíritu Santo. Enseñaba que él sufrió en la persona de J E S Ú S , y que era la expresión viva de la divinidad en la tierra. Su aparición fue un ardid insidioso del espíritu del mal, para introducir la confusión en las almas. Simón Mago seguía con perseverancia los pasos dados en la evangelizacion del mundo por los Apóstoles llegando hasta Roma, ciudad que fue teatro de sus plagios y de sus desengaños. Mas la doctrina cristiana brillaba á una altura inaccesible á las nubes levantadas por pasiones mezquinas. Ya Mateo y Marcos habían escrito el Evangelio, cuyas páginas eran luz vivísima para todas las inteligencias no refractarias á la verdad. La majestad de la doctrina evangélica atestiguaba la soberanía, que era acreedora de ejercer en los entendimientos. Toda otra doctrina debia forzosamente ser comparada respecto á la evangélica, á las luces artificiales con relación á la del sol. El Cristianismo seguía, pues, desarrollándose por la lucha.

XV. Misiones efectuadas por Pablo.—Sus persecuciones.

Es hora de que nos fijemos directamente en los trabajos y fatigas apostólicas del grande instrumento escogido para iniciar y asegurar la conquista de los gentiles para J E S U C R I S T O . (1) . S a n P a b l o . (2)

Ibid.

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HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

Si el martirio glorifica la palabra, la predicación de Pablo es sin duda de las mas gloriosas. No es concebible una actividad mayor á la del propagandista del Evangelio que nos ocupa. Las fronteras del mundo conocido eran estrechas para contener la vida que el Espíritu Santo habia reunido como un depósito celestial en su alma. Pablo es el tipo del carácter c o municativo. No le bastaba creer y amar; le era indispensable ver sentados en el banquete de su fe y de su caridad los habitantes del mundo entero. Siete años apenas habian trascurrido desde su conversión, y no le satisfacian los resultados de su celo, sin embargo de ser entre otros la admirable organización de la Iglesia de A n tioquía. Determinó, pues, llevar á mas lejanos países la semilla del Evangelio. Con Bernabé y Juan Marcos, partió para Chipre. El antiguo puerto de Salamina recibió á los enviados, que predicaron en seguida la buena nueva en las principales ciudades. Entre los innumerables adictos que valió á la Iglesia el celo de aquel pequeño grupo apostólico, figura el procónsul romano Sergio-Paulo, que tenia en Nea-Paphos su residencia oficial. Sergio reconoció la inferioridad de las doctrinas idolátricas, confesando la divinidad de J E S U C R I S T O , y dando con su conversión valiosa prestigio á la naciente Iglesia. Créese, que en memoria de la conversión de Sergio-Paulo, trocó el Apóstol su nombre propio, que era Saulo, adoptando el de Pablo, que fue el que desde aquella fecha usó constantemente. Dejando celosos encargados en aquella isla de sostener y desarrollar los principios gloriosamente sentados, fijaron las miradas al Asia Menor, país, que por el grado de civilización que disfrutaba , ofrecia un campo agradable -á la enunciación de las verdades sublimes del Credo apostólico. La idolatría sombreaba los reales progresos de aquellos pueblos , que no obstante habian sido cuna de notabilidades. Mucho habia allí que combatir, mucho podia esperarse obtener de unos países religiosos por carácter, aunque idólatras por necesidad. Aquellos pueblos se prosternaban con miserable humillación—que no humildad—ante el altar de Augusto y de Livia. « L o s templos á estos dioses terrestres asociados siempre ala divinidad de Roma, se multiplicaban por todas partes ( 1 ) . » El testamento político de Augusto habia llegado á ser una especie de texto sagrado, una enseñanza pública que se ofrecia á las miradas de todos, grabada en magníficos monumentos. Pablo se convenció que aquellos p u e blos , sedientos de grandeza, eran tierra preparada para recibir la única doctrina y el único culto verdaderamente grandes. Dirigióse á Pergo, con sus dos compañeros, ciudad grande y floreciente, donde la diosa Diana imperaba en las almas. Allí Pablo y Bernabé tuvieron el disgusto de verse privados de la cooperación de Juan Marcos, cuyo celo se sentía ya debilitado por las crecientes fati-gas del arduo apostolado. De Pergo pasaron á Antioquía de Pissidia, ó Cesárea. Numerosos eran los judíos moradores de aquella importante ciudad. Los dos piadosos viajeros asistieron á la Sinagoga, cuyo presidente al ver la gravedad y la devoción de los recien llegados, después de la lectura de la ley y de los profetas, les invitó á tomar la palabra. Pablo aceptó. El anuncio de la venida de J E S Ú S , de su vida, de su muerte, de su resurrección y de su doctrina por Pablo produjo en los circunstantes una emoción indescriptible. Ávidos de oir de nuevo el relato de tantos misterios con tanta elocuencia enunciados r o gáronle prosiguiera su conferencia en el venidero sábado. La población entera se trasladó aquel dia á la Sinagoga; empero los jefes de la Sinagoga habian prevenido los ánimos de los ortodoxos. Vencedores por la palabra, pero vencidos por el tumulto, Pablo y Bernabé dijeron á los judíos: «Nosotros debíamos principiar por predicaros la palabra de Dios; pero toda vez que la rehusáis y os juzgáis indignos de la vida eterna, vamos á dirigirnos á los gentiles.» Volviéronse, pues, á los gentiles, que aprovecharon las palabras de vida eterna, correspondiendo con numerosas conversiones á las fatigas apostólicas. (1)

Dion Cassius.

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Pronto fue la Iglesia de Antioquía cesárea centro de una propaganda que irradiaba sobre las regiones circunvecinas. Los judíos alarmados por la constante progresión del Cristianismo obtuvieron la expulsión de Pablo y Bernabé, que sacudiendo el polvo de sus sandalias partieron para Licaonia. La sinagoga de Iconium ó Iconio escuchó la predicación apostólica, y C R I S T O obtuvo allí nuevos prosélitos. No obstante, la gentilidad envió mayor contigente á los estandartes de la nueva fe. Consoló á Pablo la ruidosa conversión á JESUCRISTO de una de las mas influyentes y ricas licaonienses. Tecla, hija de una rica familia del país, se sintió cautivada por la apología de la virginidad, elocuentizada por la inspiración de Pablo. El título de esposa de J E S U CRISTO llenó de celestial ambición su alma exquisita, y renunciando á los proyectos de g l o ria terrena, determinó abrazar la austeridad de la vida cristiana. Gloriándose, como el Apóstol, solo en la cruz del Redentor, ostentábala con humilde altivez en su frente. Á instigación de Thamyride, noble joven, que aspiraba á obtener la mano de la atractiva compatricia, fue llevada á los tribunales de Antioquía cesárea. Su defección de la fe de sus padres atrajo sobre sí una sentencia severa de los tribunales. Probablemente el prestigio que disfrutaría su pretendiente obtendría mayor rigidez y rigor en el fallo. Condenada á presentarse desnuda en el anfiteatro para servir de espectáculo á los antioquenos, supo arrostrar con mas que varonil ánimo aquella doble tortura material y moral, fortalecida por el espíritu heroico que le confirió la gracia de C R I S T O . E S tradición que las fieras se amansaron ante la virginal candidez, dejando intacta sobre la arena, con u n i versal sorpresa, la destinada á ser víctima de pagano apasionamiento. El triunfo de la i n o fensiva virgen equivalió á fecundísima predicación. La virgen, vencedora del tormento, y del ultraje retiróse á profesar su fe y evangelizar á muchas compañeras suyas en las desiertas montañas del Asia Menor. Pablo tenia ya dos vivas y notables personificaciones de sus triunfos evangélicos: en Chipre , Sergio-Paulo, en Iconio, Tecla. El poder y la belleza obedecían á C R I S T O por su palabra. ¡ Estímulo digno de escitar una alma grande y generosa como la de Pablo á nuevas y mas arriesgadas empresas! La tempestad que ahuyentó á Pablo y Bernabé de Antioquía cesárea, estalló sobre ellos en Iconio. Los judíos ortodoxos soliviantaron los ánimos de muchos paganos contra ellos. Formáronse dos partidos, que se declararon enconada rivalidad. Estalló ruidoso motín con el objeto de apedrear á los mensajeros evangélicos, quienes, dejando establecida y organizada una nueva Iglesia, se dirigieron á la Galacía. Lystres y Derbé vieron llegar con júbilo á los ilustres fugitivos. Aquellas ciudades «perdidas, según dice un historiador, en los valles del Karadagh, ó en medio de poblaciones pobres, dedicadas exclusivamente al pastoreo, al pié de los atrincheramientos de los mas obstinados bandidos que la antigüedad ha conocido, habían permanecido concentradas en sí mismas, y por lo tanto, ajenas á toda civilización. Un romano civilizado se hubiera creído allí entre salvajes.» Lystres recibió admirada la visita de aquellos hombres, que les hablaban una doctrina superior á cuanto habia oido. Los filósofos desdeñaban enseñar en aquellos teatros arrinconados, que en la oscuridad de su posición no podían proporcionarles gloria alguna. El impulso de los Apóstoles era mas elevado. No hay para ellos, porque no lo hay para Dios, lugares oscuros y lugares esclarecidos. Toda alma es la imagen de la divinidad, bastante preciosa para ser digna de los sudores de la restauración. En la balanza de la Providencia Atenas no pesa mas que Lystres, ni Roma mas que Derbé. Por esto, Pablo y su colega entraron con igual entusiasmo en el consistorio de los lystrienses que en el Areópago de los griegos. . Lystres, ó Listria, admirada de la predicación de Pablo y de los portentos con que Dios confirmaba su verdad, tomó á Pablo y áBernabé por verdaderos dioses. Adoraban los listrien-

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ses á Zeus y á Hermes, divinidades viajeras que tenian allí su templo erigido. Pues bien, Bernabé fue aclamado por dios Zeus, Pablo por dios Hermes. El sacerdote del templo fue advertido de la manifestación de las dos divinidades: un sacrificio solemne fue preparado, dispues tos los toros, que debían ser inmolados, festoneado el templo con frescas guirnaldas. Mas Pablo y Bernabé protestaron que no eran mas que mortales, designados para anunciar el Dios verdadero. Innumerables fueron los que aceptaron el Evangelio. Tuvo allí Pablo su familia predilecta formada por una anciana llamada Lois, Eunice y su hijo Timoteo. Este joven, educado en la piedad judía reconoció pronto la verdad cristiana, de la que debia ser mas tarde, á la sombra de Pablo, esclarecido maestro. La fama de las conversiones de Listria enojó á los paganos y judíos de Antioquía de Pissidia y de Iconio, que enviaron agentes para encender la discordia en contra de los Apóstoles. Gracias á viles manejos explotó un motin ruidoso, que terminó con el apedreamiento de Pablo, abandonado por muerto en las afueras de la ciudad. Sus discípulos le recogieron y cuidaron durante la noche, favoreciendo su huida con Bernabé á la mañana siguiente. Llegados á Derbé sembraron con no menores frutos la semilla del Cristianismo. Las demás poblaciones del país fueron sucesivamente visitadas y adoctrinadas. Pablo tenia la costumbre de servirse para designar cada país evangelizado del nombre administrativo. El país que habia evangelizado desde Antioquía de Pissidia hasta Derbé, se llamó por él Galacia, y á los cristianos allí residentes les llamó gálatas. Aquellas cristiandades fueron objeto constante de su pastoral cariño y solicitud. Los gálatas le dieron muestras de fidelidad y adhesión en medio de sus glorias y de sus persecuciones. , En cada uno de aquellos centros de fe dejaba Pablo representantes de su autoridad y de la Iglesia que personificaba. El lazo mas íntimo de unidad dejaba unidas para siempre las greyes constituidas á la sombra del báculo universal. Pablo y Bernabé determinaron regresar á la grande Antioquía. Cinco años de separación enardecían en ellos el deseo de ver á los antiguos hermanos. Volviendo sobre sus pasos v i sitaron otra vez las iglesias formadas y se maravillaron de la perserverancia de los santos. Pasaron por Derbé, por Listria, por Iconio, por Antioquía de Pissidia, por Pergo, v i nieron á Atalia, embarcáronse en el gran puerto de Panfilia para Seleucia, de donde se dirigieron á Antioquía. La misión habia evangelizado toda la isla de Chipre y una línea de cien leguas- de estension en el Asia Menor. Inmensos obstáculos se habian superado; inmensas ventajas estaban conseguidas. Los Apóstoles llevaron á sus colegas del colegio apostólico la seguridad de que los p u e blos gentiles se hallaban preparados para recibir la luz. El pedestal de los ídolos bamboleaba al impulso algo enérgico del espíritu cristiano. Las naciones llamadas iban respondiendo á la vocación. Los resultados obtenidos en la gentilidad en aquel viaje precipitó la solución de las o b servancias legales en el sentido de que antes nos hemos ocupado. Zanjadas las dificultades consiguientes á la diversa apreciación disciplinaria, Pablo p r o puso á Bernabé un nuevo viaje á la Galacia, como base de mas prolongadas excursiones. Accedía gustoso á estos deseos su fiel compañero, pero á condición de que fuera con ellos Juan Marcos, que curado de su pusilanimidad sentíase fortalecido para arrostrar las penalidades apostólicas. No accedió á ello Pablo. Carácter íntegro, ánimo impasible, voluntad de hierro el Apóstol temia rodearse de colaboradores, que pudieran comprometer la dignidad de su causa con vacilaciones peligrosas en los momentos de graves pruebas. Todas las consideraciones de Bernabé se estrellaron en la firmeza de Pablo. Bernabé renunció á la gloria de la nueva

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expedición. No hubo ruptura, como quiera que las relaciones mas cariñosas entre ambos vienen atestiguadas en documentos varios. En lugar de Bernabé, Pablo tomó para la nueva espedicion á Silas, el amigo de Pedro, enviado en representación del Concilio de Jerusalen á Antioquía la grande, como á portador de la carta apostólica. Silas poseía el título de ciudadano romano; Pablo y Silas viajaron por tierra. Tomando el Norte al través de las llanuras de Antioquía , atravesaron el desfiladero del Amanus , las «Puertas syrias,» rodeando luego el fondo del golfo de Isis, franquearon la rama septentrional del Amanus por las «Puertas amánidas,» atravesaron la Cilicia, pasaron tal vez por Tarsis-, salvaron el Taurus, sin duda por las célebres «Puertas cilicias,» uno de los puntos mas temibles del globo, penetraron en la Licaonia y llegaron á Derbé, á Lystria é Iconio. Aquellas Iglesias, aumentadas en número y virtudes, recibieron triunfalmente á su fundador. Allí Timoteo, robustecido ya en la doctrina y en el espíritu del Evangelio, se asoció definitivamente á las fatigas apostólicas. La frente de Timoteo venia coronada por la mas esclarecida reputación de virtud y de santidad. Licaonia le profesaba universal simpatía. El grupo evangelizador atravesó la Frigia Epicteta, atravesó la Mysia en toda su estension y llegó á Alejandría de Troas, puerto importante situado frente de Tenedos, no lejos de la antigua Troya. En Troas, Pablo obtuvo para la Iglesia una preciosa conquista; de tal puede calificarse la adhesión de Lucas á su apostolado. Según hemos dicho en otro capítulo, probablemente Lucas conoció personalmente á J E S Ú S , oyó su palabra, atestiguó sus prodigios. Mas después de la muerte del Maestro divino se retiraría sin duda á su país. La visita de Pablo puso en vigor la virilidad de su espíritu. Estensa era la órbita de sus conocimientos. Su educación , á la vez helénica y judía, le daba indisputable superioridad. Dulce, conciliador era su carácter, s i m pático su trato, tierna y expansiva su alma. Lucas, Timoteo y Pablo aparecieron como tres cuerpos movidos por un solo corazón. Profesaba'la medicina ; empero el Señor le habia destinado á ejercer la cura superior de las almas. Los tres, conviniendo Silas, determinaron evangelizar la Macedonia. Era aquel un país íntegro. «Llenos de antipatía por el charlatanismo y la agitación casi siempre estéril de las pequeñas repúblicas, ha escrito un historiador, los macedonios ofrecían á la Grecia el tipo de una sociedad análoga á la de la Edad media, fundada sobre la lealtad, la fe y la legitimidad de la herencia y sobre un espíritu conservador, tan lejos del despotismo ignominioso de Oriente, como de esa fiebre democrática q u e , abrasando la sangre de mi pueblo, gasta con tanta prontitud á los que se abandonan á ella. « E l pequeño reino de Macedonia sin facciones ni sediciones, con su buena administración interior fue la nacionalidad mas sólida que los romanos tuvieron que combatir en Oliente. « N o se vio á los macedonios, como á los sirios, egipcios y asiáticos, acudir á Roma para enriquecerse con el fruto de sus malas práticas.» Estas cualidades morales hacían á los macedonios dignos de ser invitados á la coherencia de la fe cristiana. Los misioneros evangélicos dirigiéronse por Sametracia y Necípolis á Philipos, donde A u gusto habia establecido una colonia romana, distinguida con el jus italicum. Los philipenses eran laboriosos, industriales, honrados y dados á la piedad. . Adheridos á sus tradiciones idolátricas, habian cercenado del culto de los dioses mucha parte de lo que mas repugnaba á la razón y á la dignidad humana. Eran los idólatras mas inclinados al monotheismo. La predicación de Pablo, recibida por de pronto con respeto, no tardó en dar frutos positivos. En las orillas del rio Gangas ó Gangites congregábanse los fervorosos philipenses para

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oir cada sábado las instrucciones apostólicas. Los misterios de JESÚS interesaron luego á las mujeres piadosas de aquel pueblo sencillo. Ellas creyeron en seguida. Auroras de la f e , no tardaron en esparcir su luz en el interior de los hogares. Entre las casas adictas descolló la de Lydia ó Lydiana, mujer influyente por su comercio de púrpura y por su excelente trato. Toda su familia recibió el bautismo. Eyodia y Syntyche emularon en piedad con Lydia. La cristiandad de Philipos seguia progresando, cuando plugo á Dios sonara la hora de la contradicción. Pablo y Silas convirtieron á la fe á una pitonisa ó adivina, que con sus ampulosos presagios atraia á sus amos cuantiosos réditos, pues era esclava de condición. La cristiana dejó de embaucar al prójimo, empero los explotadores, los mistificadores de aquel negocio juraron venganza. . Infundieron á una parte de pueblo sentimientos de animadversión contra los que predicaban, según ellos, doctrinas ilícitas de ser profesadas por ciudadanos romanos. " E l populacho se arremolinó contra el Apóstol y Silas, quienes fueron condenados por los duunviros á ser fuertemente apaleados. Los Apóstoles recibieron la afrenta y el tormento en público; y luego fueron encarcelados. Y a en la cárcel los santos confesores, declararon el título de ciudadanos romanos., que les ennoblecía; ¡ fatal declaración que llenó de zozobra á sus autores, pues habian caído bajo el peso de las leyes Valeria y Porcia apaleando á dos romanos! Reconocida la culpa por los duunviros, los Apóstoles fueron declarados libres ; bien que se persuadieron de la oportunidad de cambiar dé campo de operaciones, máxime cuando para continuar el cultivo de aquella Iglesia podian quedar sin temor alguno Lucas y Timoteo. A l salir de la cárcel los Apóstoles fueron recibidos en la casa de L y d i a , donde se congregaron los creyentes, como en glorioso triunfo. Eran ya verdaderos mártires de C R I S T O . Salieron de Philipos los Apóstoles, recorriendo la pintoresca via Egnaciana; encamináronse á Amfipolis, y al través de desiertos bosques y de encantadores paisajes llegaron á Tesalónica, ciudad mercantil del Mediterráneo. Allí les esperaban nuevos consuelos. En la Sinagoga, muchos judíos reconocieron estar cumplidas las esperanzas de los patriarcas con la venida de J E S Ú S ; pero sobre todo de donde vio venir al reino de la gracia numerosos prosélitos fue del seno de aquella gentilidad. La moral del trabajo, emanada del espíritu evangélico, era predicada con encantable efusión por Pablo, que se les presentaba como un ejemplar vivo de laboriosidad. Ganaba con el sudor de su rostro el pan, el alimento de su cuerpo. Trabajaba y predicaba. Su doble sudor engendró una cristiandad modelo. Pablo se entusiasmaba ante aquella prodigiosa fertilidad de su cultivo. Mas las escenas de otras ciudades se reprodujeron en Tesalónica. Los jefes de la Sinagoga compraron algunos alborotadores, tramando tumultuosa asonada contra Pablo y Silas. La consigna fue atribuir carácter político antíromano á la misión. «Estas gentes, clamaban las turbas, se han puesto en rebelión contra los edictos del Emperador.» «Tienen un rey erigido contra el cesar,» exclamaban otros. La gritería era imponente, la actitud de los vociferantes aterradora. Jason, discípulo de JESÚS y colaborador de Pablo en aquella ciudad, era acusado como ocultador de la conspiración. A l llegar la noche, Jason y sus piadosos correligionarios condujeron á Pablo y á Silas fuera de la ciudad. La Iglesia de Tesalónica continuó siendo blanco de la furia judaica; pero el celo de discípulos dicididos como Jason, Cayo, Aristarco y Segundo la sostuvo y desarrolló. Los dos evangelizadores llegaron á Berea, la Sinagoga de cuya ciudad se distinguió por su benevolencia. Las doctrinas de Pablo, lejos de irritar á los judíos que á ella concurrian, escitaron su curiosidad. Los bereanos se tomaban la pena de hojear el antiguo Testamento y

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confrontar los textos citados por Pablo. Mas los judíos de Berea, si bien no perseguían, tampoco se convertían. En cambio muclios griegos se apresuraban á aceptar el símbolo de la fe cristiana. Los judíos de Tesalónica, sabedores de los progresos de Pablo en Berea, enviaron delegados para urdir la ya habitual asonada. El Apóstol se vio precisado á abandonar de prisa aquel campo, mejor parecido á un jardín del Señor, ¡tanto habia fructificado su palabra! Dejó allí

MISIÓN

DE

PABLO

Y

HIÍHNAIIÉ

EX

I.ISTIUA.

á Silas y encaminóse á Atenas, acompañado de algunos adictos bereanos. Brillante fue la misión de Macedonia. El pueblo conquistado á CRISTO era de los mas ilustrados y sensatos del Oriente. Impreso traía el criterio de la Grecia en su educación intelectual. Razas finas, delicadas y espirituales venían a formar el culto nuevo, que habían abrazado muchos pueblos ligeros como la Siria y retraídos como la Licaonia. Philipos y Macedonia por sí solas eran auréola bastante gloriosa para inmortalizar el nombre de un apostolado.

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Sigamos á Pablo en la segunda parte de-su segunda misión. La importancia de Atenas y de lo allí acontecido reclama un orden á parte de consideraciones.

XVI. Continua la segunda misión de Pablo.—Atenas.—Persecuciones en Corinto.

Con la llegada de Pablo á Atenas el Cristianismo se encontró en posesión de los puntos culminantes de la tierra. En Jerusalen, junto al Calvario, el colegio apostólico ; en Roma, junto al Capitolio, Pedro; en Atenas, junto al Areópago, Pablo. La predicación del Evangelio, contenida un dia en las playas de retirados mares, en la arena de solitarios lagos, esparcía su eco en las gloriosas capitales de la soberanía y de la ciencia. Ningún pueblo de la tierra se hallaba en mejor aptitud que Atenas de comprender las elevadas doctrinas que Pablo fué á predicarle; porque el amor á las investigaciones científicas formaba elrasgo fisonómico de su peculiar historia. Atenas era la escuela del mundo, como Roma era su cuartel y Jerusalen su templo. A l entrar Pablo en la patria de los grandes sabios sintióse elevado sobre todos ellos por la superioridad del criterio religioso. Verdad es que habia pasado la época del predominio de las escuelas griegas; que las escuelas de Platón y Aristóteles no eran mas que fugitivas sombras de lo que fueron. Sin embargo, lo extraordinario de la misión de Pablo vino á resucitar la grandeza de las antiguas ideas y á dotarlas con su resurrección del espíritu de la verdad religiosa y moral que se echaba de menos en sus sistemas científicos. Discútase norabuena si el platonismo influyó ó dejó de influir en las fundamentales c o n cepciones cristianas; sobre toda discusión existe un hecho incontrovertible y significativo. La escuela platónica carecía de discípulos, cuando los,de JESUCRISTO vinieron á amaestrar en sus desiertas, cátedras. Platón era incapaz de resucitar la Grecia pensadora. Pablo aportó para ello sobre las ruinas de las cuatro escuelas griegas algo infinito, mas que un logos filosófico, aportóle el Verbo y el Espíritu de Dios. Las cuatro escuelas que formaron respectivamente en los Anales de la Grecia estaban degeneradas. El estoicismo disuelto, porque la impasibilidad varonil de sus adeptos ante las calamidades y las venturas, fue vencido por el epicureismo que, coronado de flores, celebró los funerales de la inteligencia. El peripatecisnio habia fatigado la razón de los mas perseverantes , con la complicada gimnástica de su ampulosa dialéctica ; el platonismo basaba en la duda el sistema fundamental del género humano, porque la duda es peculiar de las almas culpables. « S i las escuelas de Platón y de Pitágoras se distinguieron por la elevación de sus consideraciones metafísicas, sus mas célebres maestros deshonraron sus doctrinas con sus ideas e x travagantes. Aquel trastornó el orden social con la teoría de su república imaginaria, este degradó el almaífel hombre, haciéndola pasar, según sumetempsícosis, á informar cuerpos bestiales, degradando asimismo la divinidad en el hecho de identificarla con el espíritu humano. Discursistas fútiles, cuyas contradictorias doctrinas se destruyen mutuamente, como se deshacen las olas al flujo y reflujo de mar agitado, solo aparecen de acuerdo para legitimar escesos monstruosos, para degradar la condición humana y para trastornar el principio de la h o nestidad pública ( 1 ) . » • Cuando Pablo entró en Atenas, la Grecia rendía homenaje divino á las bellas artes bajo las égidas de Apoloy de Minerva, el dios de la poesía y la diosa de la escultura. Pero además acordaba la apoteosis á todo lo relativo al orden moral. «Cada una de las facultades humanas que concurren á componer una obra maestra, la memoria, que reúne los elementos para formarla; la ima(1}

El Cristianismo

demostrado

por los Padres,

por Cuadfinéde.

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ginacion, que los desarrolla; el genio, que los fecundiza y anima; el criterio, que los coordina, fueron igualmente divinizados bajo el nombre de las nueve musas. Aquella nación en su loco entusiasmo llegó á divinizar los pasajes de la naturaleza, los aspectos del cielo, que reproducían sus pintores, los sentimientos que ponian en escena sus poetas, los grandes hombres, c u yos hechos memorables relataban sus oradores y sus escritores. A cada paso se tropezaba allí con altares erigidos á la Tierra, al Bosque, á la Aurora, á las Tinieblas, al Miedo, á la Discordia, á la Clemencia, á los primeros legisladores y á los primeros monarcas. « L a imagen de la Divinidad, imagen que une el recuerdo de la grandeza infinita al de la infinita santidad, el griego la arrastró por el fango del vicio. Puso especial empeño en pintar el escándalo en la vida de los dioses para legitimar la escandalosa vida de los mortales ( 1 ) . Los treinta mil dioses que contaba diseminados por el cielo, la tierra y los mares, eran una prolongada serie de intrigas forjadas por la pasión y por ella desenlazadas. Hasta en el fondo de los infiernos, lugar de punición y de sufrimientos, fue el griego á divinizar las pasiones. La misma casta Diana nos revela con su equívoca conducta lo que pensaban los griegos sobre la castidad (2). Lejos de atraer á la virtud las fiestas religiosas, degeneraron en misterios de execración. Atenas y Corinto, y con ellas todas las ciudades griegas erigen voluptuosos templos á Venus. Esparta, la austera Esparta, sacrifica á sus altares impúdicos; Argos enseña el mal, que Delphos, Perintho y Elis favorecen. La Beocia propaga la disolución, que Efeso y Lesbos coronan. « N o satisfecha con haber llenado el cielo con imágenes de sus pasiones degradantes, y de haber divinizado el asesinato en Saturno, el crimen en Júpiter, el robo en Mercurio, los celos y el orgullo en Juno, la crápula en Baco, la cólera y el odio en Marte, la discordia y las venganzas en los Eumenides, quiso el griego poblar la morada de los mortales de estos ilícitos afectos. Anima con un soplo impuro los seres de la creación y tachona en el firmamento los símbolos de sus innobles placeres... El universo entero, donde resplandece la gloria del Criador, se convierte á los ojos de aquel pueblo envilecido en un vasto receptáculo de abominables maridajes. La voluptuosidad preside la formación de las montañas y de los mares y el nacimiento de los héroes... todo para el griego se trasforma en objeto de concupiscencia ( 3 ) . » Fácil es comprender la pesadumbre que sintió el alma de Pablo al encontrarse ante aquella universal y permanente esposicion de todas las miserias humanas coronadas y divinizadas. Atenas presentó á su mirada, bajo un solo golpe de vista, la síntesis de todo lo que el Cristianismo venia á destruir. Allí habia la glorificación de los siete pecados capitales y de los vicios secundarios, que son la numerosísima prole de los siete. El libro de los Hechos apostólicos expresa con sencilla frase la desagradable impresión que sufrió el gran evangelizados «Se consumía interiormente su espíritu, considerando aquella ciudad, toda entregada á la idolatría (4).» ¡Qué le importaban los monumentos casi intactos del Acrópolis, el Psecilio, con su brillante decoración, los Propyleos, el Parthenon , el templo de la Victoria! Una cosa llamó su observadora atención. El lema « A l Dios desconocido,» grabado sobre algunos altares. Tuvo ya Pablo un tema á propósito para fundar su predicación. Atenas confesaba que desconocía todavía á un Dios. Pues predicarle este Dios ignorado era su tarea. En la Sinagoga y en las academias se presentó Pablo para descifrar el enigma indescifrable-de los sabios. La decisión de su carácter, la afluencia de su palabra, la sinceridad de su aserto, la firmeza de sus convicciones, su sencillez, su modestia, su virtud atrajeron oyentes á sus d i s cursos catequistas. Atenas estaba familiarizada con los grandes hombres. Las reputaciones científicas habian (1)

San A g u s t í n , Ciudad de

(2)

Viaje del joven

Dios.

Anacharsis.

(3)

Le Roy, Filosofía

(4)

Hechos de los Apóstoles, XVII.

católica de la

historia.

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ido á inspirarse en su atmósfera doctrinal y artística. Ático, Craso, Cicerón, Varron, Ovidio, Horacio, Agrippa y Virgilio aprendieron en ella ó en ella se inspiraron. Bruto pasó su último invierno repartiendo el tiempo entre el paralítico Cratippo y el académico Theommestes. N a die de ellos fue osado subir al Areópago á esponer una doctrina nueva, que llevaba en sus principios la trasformacion |de la filosofía religiosa, cuyo magisterio Atenas reclamaba. Esta gloria estaba reservada á la osadía apostólica de Pablo. «Atenienses, dijo á los sabios congregados para oirle, ecbo de ver que vosotros sois casi nimios en todas las cosas de religión, porque al pasar, mirando yo las estatuas de vuestros dioses, be encontrado también un altar con esta inscripción: A L D I O S DESCONOCIDO. Pues ese Dios que vosotros adoráis sin conocerle es el que yo vengo á anunciaros. « E l Dios que crió al mundo y todas las cosas contenidas en é l , siendo como es el Señor del cielo y de la tierra, no está encerrado en templos fabricados por hombres; ni necesita del servicio de las manos de los hombres, como si estuviere menesteroso de algo; antes bien Él mismo está dando la vida y el aliento y todas las cosas. « É l es el que de uno solo ha hecho nacer todo el linaje de los hombres para que habitase la vasta estension de la tierra, fijando el orden de los tiempos y los límites de la habitación de cada pueblo; queriendo con esto que buscasen á Dios, por si rastreando y como palpando pudiesen por fortuna hallarle: como quiera que no está lejos de cada uno de nosotros. «Porque dentro de Él vivimos, nos movemos y existimos; y como algunos de vuestros poetas dijeron: Somos del linaje del mismo Dios... (1).» Hablóles luego de lo improcedente de la idolatría y de la responsabilidad que contraían los que hicieran el sordo al llamamiento de Dios, responsabilidad que les exigiría cuando juzgaría al mundo con rectitud «por medio de aquel varón constituido por É l ; dando de esto á todos una prueba cierta, con haberle resucitado de entre los muertos (2).» El Areópago escuchó sorprendido el anuncio de una doctrina tan diversa de todas las que Atenas habia enseñado y aprendido. La idea de la resurrección de los muertos escitó sentimientos encontrados en el ánimo de los oyentes, cuya mayoría expresó el deseo de oirle otro dia explanar tan trascendental tema. Muchos creyeron en su predicación, entre ellos Dionisio el areopagita, y una ateniense notable llamada Dámanis. El Areópago fue quizá el tribunal mas serio de la historia. Incumbíale así fijar ó moderar la inconstancia de las asambleas populares, como vigilar la observancia de las leyes divinas y humanas, mantenidas mucho tiempo en vigor, gracias á la intervención de tan augusta asamblea (3). A aquel respetabilísimo cuerpo pertenecía examinar las doctrinas nuevamente aparecidas, y emitir su juicio para ilustrar el criterio popular sobre ellas. Pablo ante el Areópago estaba, pues, ante un concilio verdaderamente doctrinal. Los sabios areopagitas no se rieron por cierto al oir aquellas sublimes concepciones sobre la naturaleza divina, y las relaciones existentes entre Dios y el hombre, y sobre la acción de la Providencia en la vida de los individuos y de los pueblos. Atenas, acostumbrada á oir el acento de los.poderosos aduladores, escuchó la reprobación' doctrinal de su idolatría. Aquello de « n o debemos imaginarnos que lo divino se parezca al oro, á la plata y á la piedra esculpidos por el arte y el genio del hombre » fue una verdad, que exigía valor sobrenatural para expresarla ante la congregación de los divinizadores de todas las esculturas maestras. Sembradas las ideas cristianas en aquel campo, partió el Apóstol para Corinto, desembarcando en el puerto de Kenchrios, en el mar Egeo. Corinto es una ciudad tendida en un baño de hermosuras. Rica, floreciente, formada por extranjeros de diversas procedencias, centro de un comercio activo, distinguíase por la molicie de su carácter. (1) (2) (3)

I l o c h o s d e los A p ó s t o l e s , x v i i . Ibid. C i c e r ó n , De

ofíiciis.

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Venus era su gran diosa, rodeada de mil cortesanas, que cubrian la prostitución de su vida con el título de un ministerio semisacerdotal. Habia una Sinagoga de judíos, animada á la sazón por la reciente llegada de la colonia judía arrojada de Roma por Claudio. Allí Pablo encontró á Aquila y Priscila, fervientes esposos convertidos por Pedro. Pablo se estableció allí. Organizó un establecimiento de tapicería como recurso de subsistencia. Pronto se le agregó Timoteo, llevándole satisfactorias nuevas de Tesalónica, cuya cristiandad, á pesar de las persecuciones que sufría, perseveraba en la f e , en la caridad y en el afecto á su fundador. También se le agregó Silas, alegrando el corazón de Pablo con la noticia de que Berea permanecía fiel al Evangelio. Corinto no hacia el sordo á la palabra apostólica. Entre las familias convertidas cítase por su influencia la de Stephanephoro ó Stephanos. La parte recalcitrante de los judíos se irritó ante los triunfos de Pablo. Hubo tumultuosas protestas y enérgicos anatemas. Desdeñando la animadversión de los tradicionalistas, Crispo, el jefe de la comunidad de los judíos, pidió á Pablo el bautismo para sí y para todos los de su casa. Glorioso trofeo que recompensó sus evangélicos sudores. Pablo enseñaba á los gentiles en casa de Titojusto, hombre de probidad universalmente reconocida. Formóse pronto en Corinto una verdadera pléyade de discípulos de JESÚS. Además de Aquila y Priscila, de Titojusto, Crispo y Stephanos, allí estaban Cayo, Cluartus, Achaicus, Fortunato, Erasto, que era tesorero de la ciudad, Chloé, opulenta dama, y Zonas, antes doctor de la Sinagoga, y Phebse, señora principalísima por sus riquezas y por sus cualidades. Tantos triunfos enardecían el espíritu de rivalidad de los adictos á la Sinagoga. La murmuración de los que perseveraban fieles al judaismo \ba creciendo, hasta que Sosthenes, el jefe de la Sinagoga que habia sustituido á Crispo, condujo á Pablo ante el tribunal bajo la acusación de predicar un culto contrario á la ley. Era procónsul Marco Annio Novatus, hermano de Séneca, que se llamó después Gallion, de suavísimo trato y pacífica alma. Stacio le llamaba clulcis Oalizo. A su autoridad acudieron los padres de la Sinagoga contra Pablo, quien iba á sincerarse de aquellas acusaciones ; mas el procónsul, dispensándole la defensa, dijo: « S i se tratase de algún crimen yo os escucharía como conviene; pero tratándose de vuestras disputas doctrinales, de vuestras querellas de palabra, de controversias sobre vuestra ley, juzgad vosotros mismos; yo no quiero ser juez en semejantes materias.» Esta actitud disgustó á la plebe judía, que promovió una asonada contra Sosthenes y el procónsul. La fuerza pública hubo de emplearse contra los amotinados. Pablo resolvió para evitar desgracias dirigirse á Antioquía de Siria, donde le esperaban nuevas tareas y nuevos trabajos. Antioquía tenia noticia de los laureles conquistados por Pablo en su segunda expedición. La cristiandad le recibió en triunfo. No entró sentado en carroza de oro, bajo pabellón de estandartes , coronado por águilas preciosas, rodeado de cautivos; entró volando en alas de cariridad, llevando miles de almas libertadas de la opresión idolátrica. Si debiéramos materializar el triunfo moral de Pablo, lo representaríamos entrando en Antioquía rodeado de un vuelo de incontables palomas, formando su aéreo cortejo. Las fatigas sufridas , las luchas empeñadas, los disgustos devorados, las zozobras, las persecuciones, los tormentos grabaron profundas huellas en su varonil rostro, aunque b a ñado de la serenidad del justo, que ha cumplido fiel una misión providencial. Era un g u e r rero al venir de ardua y cruda campaña, con las cicatrices en el cuerpo y la gloria en el alma. Su nombre asociado al de CRISTO habia adquirido auréola de inamisible inmortalidad.

loo

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Su palabra, no solo habia poblado los aires de las iglesias engendradas por su espíritu, sino que escrita ya en algunas cartas, como las á los tesalonicenses, formaba la riqueza.doctrinal de las felices cristiandades, que obtuvieron la dedicatoria de aquellos documentos, destinados á formar una de las solidísimas bases déla reina de las teologías, de la única teología que debia prevalecer en él mundo de las inteligencias regeneradas. La poesía del culto y la prosa de la argumentación tenían un tesoro en aquellos escritos, nervio de la argumentación de la sabiduría y tema de los cantos de la mística cristiana. Así los sudores de aquel Apóstol eran glorificados. Nutridos coros de hossanna derramaron el consuelo sobre las heridas abiertas por los tumultos judaíco-paganos urdidos y levanta dosá su paso.

XVII. Nuevas contradicciones en la Iglesia.—Trabajos apostólicos de Pedro.

El hombre malo no se durmió. El campo del Señor fue cautelosamente sembrado de e x terminadora cizaña. No todos los convertidos lo eran de corazón. Muchos procedentes del fariseísmo se resistían á reconocer la elevación y la anchura de la obra de J E S Ú S . Miopes y raquíticos no alcanzaban la largueza y la universalidad de la Redención. Aquellos formaban la verdadera remora al espíritu de los Apóstoles. Á medida que se ensanchaban las fronteras del reino evangélico, suscitaban aquellos nuevas dificultadas á la paz cristiana. Pablo era el tema de las murmuraciones de las almas apocadas. Por fortuna la unidad doctrinal estaba garantida en las firmes bases del mas definido símbolo, y la grandeza de ánimo del Apóstol no habia afectado ni un ápice la integridad de los acuerdos dogmáticos. La cuestión de las observancias legales, aunque solventada en el Concilio jerosolimitano renacía con reiterados pretextos, y era causa de vacilaciones hasta en algunos Apóstoles. La firmeza de Pablo salvó la unidad de conducta tan necesaria para dejar á completo abrigo la unidad doctrinal. Las discusiones habidas en Antioquía entre los discípulos de Pablo y los de Jerusalen, si bien enérgicas y empeñadas, no quebrantaron el lazo de la caridad y aquella unión, cuya debilidad tan fatal hubiera sido á la propagación del Evangelio. El mismo Pedro atendió con humildad admirable las observaciones de Pablo, triunfando el espíritu de JESUCRISTO sobre las asechanzas infernales urdidas para desbaratar los planes apostólicos. «Con frecuencia, dice Dcellinger, se viene abusando de algunas expresiones de la epístola de san Pablo á los gálatas para suponer entre san Pablo y los otros Apóstoles separaciones, tirantez de relaciones, divisiones marcadas, que en realidad no existieron. Lejos, muy lejos de pretender despreciar la dignidad, los tratamientos y diferente estimación, adhiérese á ellos, hace con ellos causa común. Reconoce y deduce que ellos son iguales á é l , y que él es igual á ellos, igual en la sublimidad del ministerio y de la misión; igual en el menosprecio del mundo. Señala para los Apóstoles el primer lugar en la Iglesia; para él ellos son con los profetas los fundamentos de la Iglesia. Son sus hermanos, hombres que por sus obras dan gloria á J E S U C R I S T O . Llámase el último de los Apóstoles, aunque é l , ó mejor la gracia de Dios en é l , haya trabajado mas que los otros.» Por otra parte los demás Apóstoles tenian formado de Pablo una idea correspondiente á su importancia, á su celo, á sus obras, á sus milagros. Solemnemente habian declarado que uno era el Evangelio de Pablojy el Evangelio que ellos predicaban.

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El espíritu de división no pudo separar lo que Dios habia unido. El enlace se verificó al influjo del Espíritu Santo. Y en verdad era necesaria toda la abnegación de los Apóstoles y discípulos para mantener compacta la cristiandad, pues frente á frente la Iglesia se iban levantando cátedras religiosas contradictorias de la misión y de la doctrina reveladas. Ebion combatía la divinidad de J E SUCRISTO, apoyando con su pagano criterio la persistencia de los judíos refractarios á las obras del Mesías; los osenianos defendían la licitud de disimular la fe ante los grandes peligros provocados por su confesión; Himeneo negaba la resurrección venidera. La doctrina cristiana veia, pues, combatidos en detall sus artículos; contra las argucias sistematizadas era indisputable la compaginidad de los confesores. Por esto los síntomas de división entre los procedentes del paganismo y los del judaismo llenaban de zozobra el corazón de los Apóstoles. Mas el verdadero espíritu evangélico triunfó. Los agentes de la discordia devoraron la amargura de ver deshechos sus satánicos proyectos ante la caridad de los legítimos Apóstoles. No estaba Pedro ocioso mientras Pablo diseminaba el buen grano. Si bien su silla propia estaba erigida en Roma, visitaba, como pastor solícito, las v a rias cristiandades. No guarda la historia eclesiástica detalles minuciosos de las misiones ó viajes de Pedro; pero sabido es que visitó á Cesárea, Tiro, Sidon, Berito, Byblos, Trípoli, Antaradus, Laodicea, sufriendo contradicciones y gozando delicias semejantes á las que sufrió y gozó Pablo. Roma vio crecer á su sombra la mas floreciente iglesia. Pablo mismo en su carta á los romanos atestigua la confianza que le inspiraba la vigilancia y la instrucción de aquella cristiandad. Declara que él no la ha fundado, y que se abstiene por lo tanto de ir allí con una misión expresa, bien que no renunciase á la idea de hacerle una visita accidental al regreso de su viaje á España. Los demás Apóstoles dedicábanse, cubiertos con el manto de la modestia, á edificar unos desde Jerusalen, otros en las regiones á que respectivamente fueron enviados, la Iglesia de la cual JESÚS les habia designado como arquitectos. No era esplendor humano, ni ruidosa forma temporal el objetivo de los Apóstoles; de ahí que la mayor parte de sus prodigiosos hechos no vengan consignados en los anales de los orígenes del Cristianismo. El libro histórico conocido con el nombre de los Hechos de los Apostóles inserta aquellos que mas directamente se relacionan con los principios de la doctrina ó con la organización de la Iglesia. Los de carácter puramente personal, los referentes directamente á la santidad cristiana de sus autores no están escritos allí. Solo se trataba de glorificar y perpetuar la obra divina; las obras de los hombres eran relegadas á un término secundario. XVIII. Nuevos trabajos, obras y viajes de Pablo.— Iglesia de Efeso.

La cizaña sembrada en la cristiandad de Antioquía se diseminó hasta á las organizadas por Pablo. Sobre todo en la Galacia los adversarios del Apóstol de la gentilidad hicieron esfuerzos supremos para divorciar los fieles de su ilustre padre en la fe. El alma del padre prorumpió en un grito de indignación santa al ver espuesta la constancia de una de sus hijas predilectas.' La carta á los galatas es un eterno y amirable monumento de la ternura y de la firmeza apostólicas. Las gestiones de los falsos hermanos para apagar la llama del Evangelio encendida en las iglesias de Gralacia, tiene en aquel documento el mas enérgico y contundente

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anatema. Pero no se crea que el anatema de Pablo alcanzara a los Apóstoles verdaderos. En aquel ilustre documento se halla esplícitamente reconocida la autoridad de la misión de P e dro: «Visto que me habia sido encomendado á mí el Evangelio de la incircuncision, dice, como á Pedro el de la circuncisión. (Porque el que obró en Pedro para el apostolado de la circuncisión, obró en mí para con las gentes].» Cuyas palabras, equiparando los fundamentos de su misión á los de la de Pedro, colocan á gloriosa altura ante sus discípulos el apostolado del que, algunos críticos racionalistas, presentan como á su rival inconciliable. N o , esta rivalidad jamás existió. Las discuciones fueron notables, abiertas, francas. Los respectivos criterios se espusieron con calor, pero con perfecta buena fe. Pablo, cumplido el objeto de su permanencia en Antioquía, emprendió su tercer viaje. Efeso fue el lugar escogido para formar un nuevo centro de propaganda. De paso visitó á sus queridos gálatas, que se esmeraron en probarle la constancia del amor que le profesaban. Colosos, Laodicea y Hierápolis, situadas en la cuenca del L y c u s , fueron tres campos que recibieron la semilla de su predicación. Efeso aguardaba su llegada, porque la fama de su nombre era admirada en ella; pues estuvieron allí domiciliados Aquila y Priscila y era la patria de Epeneto, á quien san Pablo llamó «primicia del Asia Menor.» Pronto conquistó para C R I S T O á Apolonius ó Apolos, hombre de preclaro talento, estudioso observador, filósofo que habia aprendido en los escritos de las escuelas helénicas, y que gracias á sus vastas relaciones obtuvo noticia de JESÚS y del Bautista por medio de los discípulos de este. Las nociones religiosas adquiridas en sus viajes dejaban algo que desear. Pablo completó su instrucción, y la de los que habían sido por él semi-instruidos. En la sinagoga de Efeso hizo prosélitos; pero el mayor núcleo de ellos los obtuvo en las conferencias cristianas que daba á los gentiles en la sala de la casa de Tyrannus, gramático entonces muy reputado. Los portentosos hechos con que el predicador de C R I S T O confirmaba la verdad de su doctrina, acrecentaron su reputación de santidad. Pablo era una medicina universal ambulante. El contacto de su sombra ó de sus vestidos restauraba la salud de los mas enfermos. Los partidarios de la magia veíanse humillados por los prodigios verdaderos del Apóstol. Algunos exorcistas judíos, hijos de un tal Schevas, príncipe de los sacerdotes, pretendieron operar los portentos de Pablo, sirviéndose como él del nombre de JESÚS para librar á un poseso; mas el endemoniado se burló de los exorcismos de los falsarios, que hubieron de abandonar sonrojados su propio país. Muchos testigos de aquel hecho se convirtieron. El espíritu de rivalidad soliviantó los ánimos contra la nueva predicación, y. á los clamores é intrigas de los partidarios de Schevas se unieron las imponentes protestas de los i n dustriales, que veian en el descrédito de los ídolos un perjucio á sus materiales intereses. Efeso poseía uno de los templos mas espaciosos á la sazón conocidos. Monumento gigantesco , maravilla artística de aquellos tiempos, el templo de Artemis ó Diana atraía á Efeso grandes riquezas y numerosas peregrinaciones. Las fiestas religiosas que se dedicaban á la gran diosa valían á la ciudad asombroso concurso de extranjeros. Uno de los ramos de i n dustria que se nutrían del culto de Artemis era la platería. Fabricábanse hermosas ñecos, ó miniaturas del templo, estatuitas de la mujeril divinidad y otros objetos mas ó menos relacionados con esta y con aquel. Centenares de obreros se dedicaban á su fabricación. Pablo predicaba que «los dioses hechos por mano de hombre no son verdaderos dioses» y esto, zapando el fundamento de la idolatría , hería de lleno la industria y el culto de los efesios. El jefe de los plateros, llamado Demetrio, empezó á escitar las pasiones de la clase trabajadora, perorando en los talleres contra las innovaciones religiosas de Pablo, y llamándoles la atención sobre los perjuicios materiales que pronto reportarían de la propaganda de la nueva doctrina. Los obreros se lanzaron á la calle al grito de « V i v a la grande Artemis de Efeso.»

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Había en aquella ciudad un teatro que en grandeza y lujo competía con el templo. Todavía boy se puede medir su vastísimo círculo por las ruinas amontonadas en la falda del monte Prion. Cincuenta y seis mil espectadores cabían holgadamente en él. Rodeaban el patio c o lumnas elegantes, pórticos esbeltos. El pueblo amotinado se dirigió á aquel lugar centro de las manifestaciones ruidosas decidido á jurar y obtener la conservación de sus dioses. Cayo y Aristarco, dos cristianos de Tesalónica, agregados entonces á la misión de Pablo corrieron inminente riesgo de ser. atropellados y arrastrados por la desbordada muchedumbre. El tumulto atizado por inteligentes jefes crecía por momentos. La gritería horrísona se propagaba desde el teatro al foro y al mercado, lugares vecinos, henchidos aquel dia de operarios. El clamoreo era en favor de Diana y contra Pablo. Pablo se disponía á presentarse al pueblo y arengarle, como piloto diestro é impasible á quien no impone jamás la tempestad. Su alma serena contemplaba siempre la tormenta como

TUOAS Ó T I I O A D E .

el sol mira las nubes desde inasequible superioridad. Mas sus discípulos le detuvieron. A l gunos señores principales de Asia, conocidos de Pablo, y entonces residentes ó pasajeros en Efeso, temiendo un arranque de celo de su amigo enviaron también á rogarle que no se presentase. El furor popular era ya obcecación. Sin embargo, hubo un hombre esforzado, que con heroico denuedo, saliendo del fropel, hizo señas á la muchedumbre para que escuchara; mas luego que conocieron los oyentes que era afecto á Pablo, un grito compacto de « v i v a la gran Diana de los efesios» ahogó su voz. A l fin el secretario ó síndico se presentó; é impuso silencio; atentas ya las masas, dijo:

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«Varones efesinos, ¿quién hay entre los hombres que ignore que la ciudad de Efeso está d e dicada al culto d é l a gran diosa, hija de Júpiter? «Siendo, pues, esto tan cierto, que nadie lo puede contradecir, es preciso que os soseguéis y no procedáis inconsideradamente. «Estos hombres que habéis traido aquí, no son sacrilegos, ni blasfemos de vuestra diosa. «Mas si Demetrio y los artífices que le acompañan tienen queja contra alguno, audiencia pública hay y procónsules; acúsenlo y demanden contra él. « Y si tenéis alguna otra pretensión, podrá ella decidirse en legítimo ayuntamiento. «Cuando no, estamos á riesgo de que se nos acuse de sediciosos por lo de este dia, no p u diendo alegar ninguna causa para justificar esta reunión (1).» La energía y prudencia de aquel probo funcionario apaciguó los ánimos. Dispersóse la multitud, no sin llevarse los amotinados buena dosis de rencor en los corazones. En aquellas escenas Aquila y Priscila espusieron la vida para salvar la del hombre de Dios. Pablo creyó prudente alejarse de aquel volcan peligroso. Quedaron, empero, allí para sostener y continuarla obra del Apóstol, varios de sus adictos discípulos, al frente de ellos Aquila y Priscila, respetable pareja, que mereció auténticos y reiterados elogios del maestro; después una mujer activa y santa llamada María; Urbano, calificado de cooperador por Pablo; Apeles, que mereció el calificativo de «honrado en J E S U C R I S T O » y Rufo, «distinguido en el Señor,» y su madre anciana, que el Apóstol, por respeto llamaba: « M i madre» y una pléyada de mujeres piadosísimas, á las cuales Renán califica de «verdaderas hermanas de la caridad,» entre ellas Triphones y Triphosia, «buenas obreras en la industria del Señor;» Persis, particularmente encomiada por Pablo; distinguíanse también allí Ampliato, ó Amplias, Herodion, Stachis; en un grupo no menos celoso que el de los citados fieles brillaban Asqueretas, Flegon, Patrobas, Nermas y Hermas. Filólogo y J u lio tenian asimismo un círculo de correligionarios; Nereo y su hermana brillaban en su círcul o ; Olimpas tenia sus secuaces. Las casas efesias de Aristóbulo y de Narciso convirtiéronse en pequeñas parroquias. Tignico, Trofimo, Andrónico y Junio elaboraban en aquel campo la salud de las almas. Aquella cristiandad, una de las mas numerosas, fue también de las mas disciplinadas, como quiera que debió formarse en el crisol de un ardiente y sostenido combate. Pablo consideró la Iglesia de Efeso como una de las mejores recompensas otorgadas por el cielo á sus desvelos y á su adhesión. La parte occidental del Asia Menor, sobre todo las orillas del Meandro y del Hermas se cubrieron de Iglesias. Smirna, Pergamo, Thyatiros, Sardes, Filadelfia, Tralles aceptaron la nueva fe. No se crea fueran aquellas regiones sin importancia. La Jonia estaba en el primer siglo sumamente poblada, «poderosas asociaciones de obreros análogas á las de Italia y Francia en la Edad media, ha escrito un historiador, nombraban sus diguitarios, alzaban monumentos públicos, erigían estatuas, hacían trabajos de utilidad común, fundaban sociedades de socorro, y manifestaban por doquiera la prosperidad, el bienestar y la actividad moral. Laodicea y Hierápolis eran ciudades de verdadera importancia. Roma las atendía como á tales. En Laodicea, Nimphas ó Nimphodoro erigió en su casa una iglesia concurrida. Sobre esta ciudad y la de Hierápolis y la de Colosos, Epaphras ó Epaphroditas, amigo de Pablo, ejercía sólida influencia, como Filemon y Apia la ejercían en Colosos. El celo de Archipa desarrollado en aquellas regiones florecientes le valió de Pablo el dictado de «compañero de armas.» Pablo estendió el círculo de su palabra y de su autoridad en la gran Frigia. El Ponto y la Capadocia escucharon su predicación. Prósperos eran los sucesos del Evangelio en aquella tierra, los que Renán ha compen(1)

Hechos de los Apóstoles.

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diado en esta línea: « E l Cristianismo, semejante á nn voraz incendio, abrasó todo el Asia Menor ( 1 ) . » Mas en medio de aquellos consuelos una división inesperada turba la paz de Corinto, y por lo tanto amarga el alma de su evangelizador. Apolo predicaba allí el Evangelio verdadero. El estilo de Apolo se diferenciaba del de Pablo, aunque idéntica era la doctrina de ambos. Pero en Apolo predominaba el lenguaje y la forma filosófica, su elocuencia era académica, sus producciones artísticas. Las predicaciones de Pablo eran teológicas en la forma y en el fondo. Los cristianos educados en el helenismo simpatizaron extraordinariamente con A p o l o ; los sencillos, con Pablo. Por fortuna Pablo y Apolo, unidos por el doble vínculo de la verdad y de la caridad, no rivalizaban; «eran dos almas grandes dignas de comprenderse y de amarse,» expresión de un crítico contemporáneo. Para aumento de confusión llegaron á Corinto emisarios de los fariseos para soliviantar la opinión contra Pablo. Y para dar cierta autoridad á su bandera cismática levantáronla en nombre de Pedro, quien era del todo ajeno á tan infernal maniobra. Hubo tres partidos vivos, encarnizados en Corinto. El de Apolo, el de Pablo y el de Pedro. Pablo dejó oir su palabra: «Todos somos de Cristo,» dijo á los corintios en una de sus admirables cartas. Como la escisión no era de doctrina sino de simpatías, el nombre de CRISTO disipó las nubes que amenazaban mas crudas tempestades. A l mismo tiempo cundía cierta desmoralización en aquella cristiandad. En las ágapas ó festines místicos se notaban abusos, que podían llegar á ser un dia reproducción de la crápula pagana; en los templos, las mujeres, dejándose trasportar por inconveniente fervor m í s tico, prescindían de la modestia cristiana, y profetizaban, descubierta la cabeza y con alta voz, con desenfado gentil; se enturbiaba la santa pureza del matrimonio, separándose de las reglas de honestidad, que formaban uno de los puntos principales de la moral. De todó^esto se ocupó Pablo, lleno de aflicción, en su célebre carta. Envióles además emisarios de su entera confianza. Timoteo y Erasto eran los principales confidentes. Y a por aquella época Pablo pudo presentarse coronado por el esplendor de los mares de sudores derramados y de la variedad de persecuciones sufridas por el Evangelio. «Las fatigas, las prisiones, los golpes, la muerte, dice, de todo he probado con extraordinaria abundancia: cinco veces los judíos me han aplicado sus treinta y nueve azotes con cuerdas ; tres veces he sido apaleado, una apedreado; he naufragado tres veces y he pasado un dia y una noche en el abismo ; viajes sin número, peligros al pasar los rios, peligros por los ladrones, peligros nacidos de la raza de Israel, peligros por parte de los gentiles, peligros en las ciudades, en el desierto, en el mar, peligros por parte de los falsos hermanos, todo lo he conocido. Fatigas, trabajos, vigilias repetidas, hambre, sed, prolongados ayunos, frió, desnudez, lié aquí mi vida.» Y por cierto que cuando trazó estas líneas todavía le faltaba una buena pieza de persecuciones á sufrir. Diez años le restaban aun á viajar, esto es, á sudar, á sufrir, á devorar injusticias y atropellos. Empero antes de seguirle en este último período de su penosa evangelizacion debemos volver las miradas á otro punto del cuadro social. -

(1)

San Pablo, x i v .

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XIX.

Nerón.—Sus inclinaciones.—Su elevación al imperio.—Su disipación.

Hemos llegado al año 54 de nuestra era; hemos visto la palabra del Evangelio sembrada en los principales centros de la civilización entonces reinante. La Iglesia se hallaba plantada; su magisterio organizado en muchos puntos, JESUCRISTO tenia altares erigidos, donde era místicamente inmolado para la salud de todos por el nuevo sacerdocio. Roma vio levantarse hasta al trono de los cesares á un j o v e n , sobre el que ninguna esperanza podia racionalmente fundarse. Su primera educación fue lo que podia prometerse de un danzante y de un barbero, á quienes su tia Lépida le confió en su infancia, durante el destierro de su madre Agrippina por Claudio. Cuando Agrippina se elevó al rango de esposa de este, llevando al trono el proyecto de obtener á toda costa el entronizamiento su hijo, colocóle bajo la dirección de Burrhus, tribuno militar de gran fama, y de Séneca, filósofo de estendida reputación. El filósofo y el guerrero comprendieron luego las inclinaciones de su educando á las frivolidades de la vida. Prefería las artes alas letras; la pintura al estudio. Aversivo á la filosofía, sentíase inclinado á la poesía, esto e s , á la recitación de piezas ajenas. El canto y la declamación eran su objetivo. El moralista Séneca perdió pronto la esperanza de legar á la historia un discípulo que le glorificara. Burrhus, por su parte, no tardó en convenperse que su educando no sombrearía con su talla la gloria de Julio César. Los juegos del circo y del anfiteatro le preocupaban sobre los ejercicios militares. Agrippina maleó el corazón de su hijo, valiéndose de él por instrumento de la perdición de Lépida. Ella le enseñó la manera como debia delatar á su antigua bienhechora. Nerón, apenas j o v e n , supo desempeñar el repugnante papel para con Claudio. ¡ Hermosa aurora de una vida destinada á labrar desde el imperio la felicidad de la mayoría del género humano! Agrippina le abrió las puertas del reinado con el envenenamiento de su esposo y con la traición magistralmente urdida contra Gernianicus, el legítimo heredero del trono. La astucia y la hipocresía trabajaron de consuno en aquella jornada decisiva para los proyectos futuros de la mas criminal de las esposas y la mas cínica de las madres. Nerón, proclamado emperador por las legiones compradas con la promesa del pródigo do-nativum, empezó desahogando su piedad filial con la propuesta al Senado de elevar á la categoría de Dios á su padre adoptivo. Durante las fúnebres honras, Nerón pronunció la apoteosis de Claudio, obra maestra de cinismo, capaz de manchar una reputación, aunque fuese de un hombre esclarecido como Séneca. A l oir el Senado elogiar las cualidades intelectuales y morales del idiota que acababa de sucumbir, ni el temor, ni el respeto, ni el carácter lúgubre de la solemnidad pudieron contener la expresión de la hilaridad general. La ironía apareció al través del velo de la alabanza, que quizás Séneca dejó algo toscamente urdido para que la posteridad viera la idea de su conciencia por entre el humo de la adulación. ¡Sarcástica burla que, jugada sobre la losa de un despreciado soberano, revestía todas las repugnancias de enorme impiedad! Séneca, verdadero autor de aquellas risas, lo fue de un estúpido sacrilegio; porque S e nado y pueblo de Roma riéronse en aquel acto, no de un hombre, sino de un Dios. No se humillaba la ceniza de un mortal, sino la gloria de un genio encumbrado en el altar. ¡ A h !

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es que Séneca no creia ya en la santidad del culto romano , liturgia consagrada á todas las indignidades humanas. Después de la divina apoteosis del estúpido soberano vino la glorificación de la mas r e pugnante de las mujeres. Cuando el jefe de las legiones se acercó al imperator, según costumbre, para recibir la consigna militar del dia, Nerón, enternecido, le contestó: «Sea: ¡á la mejor de las madres!» ¡ La mejor de las madres! ¡ la madre típica! ¡ Agrippina! ¡ qué colmo de iniquidad entraña este calificativo! El hijo sabia por qué caminos la mejor de las madres le habia conducido á la altura en que rayaba. Sin embargo, la confidente de Locusta y de Xonophon fue declarada sacerdotisa del divino Claudio. Título irrisorio por una parte, pero providencial por otra; porque, en efecto, Agrippina habia inmolado á Claudio en el altar de su ambición y de su altivez. Nerón se presentó después al Senado para esponer el programa de su imperio. La política de Augusto fue confirmada por el joven soberano. Se anonadó ante los padres conscriptos para que estos le otorgaran la omnipotencia; apareció esclavo para hacerse señor. Los senadores resolvieron por unanimidad que las palabras del Príncipe fueran grabadas en planchas de plata y cada año solemnemente leídas. Pretendieron levantarle una estatua de oro y otorgarle el título de padre de la patria. Dos distintivos que Nerón rehusó. Rehusó también acceder á ratificar el senaius consultus, que establecía que en adelante el año empezara por el mes de diciembre, que era el de su nacimiento. Convengamos que el exordio de su imperio fue digno. Clemente con Julius Drusus, acusado de profesar íntimas simpatías para Germanicus, lo puso bajo su protección. Protegió al senador Carinas, delatado por su esclavo; abolió los impuestos escesivamente pesados, y r e dujo á la cuarta parte la recompensa que la ley Papia concedía á los delatores. Suetonio cuenta que al presentarle á la firma una sentencia de muerte, exclamó : «Ojalá no supiera yo escribir.» La ingerencia de la altiva Agrippina en la administración y en el régimen de la cosa p ú blica dejó pronto sentir sus funestos efectos. Sin conocimiento de Nerón, Silanus, hermano del sacrificado antes, hombre inofensivo, á quien Calígula apodó la bestia de oro, fue envenenado de orden de la Emperatriz. Narciso, liberto influyente en el reinado de Claudio, r e cibió semejante muerte venida de la misma mano. La sangre de Silanus y de Narciso dispertaron el ánimo adormecido de Séneca y Burrhus; los dos consejeros espusieron á Nerón el verdadero estado de las cosas, y los peligros que corría el imperio si se dilataba el correctivo. Entonces Pallas, el liberto confidente y cómplice de los grandes crímenes de Agrippina, fue alejado de la corte. Las discusiones administrativas dejaron de celebrarse en el palacio i m perial, donde la madre de Nerón las escuchaba tras cortina. Algunos de los extraordinarios homenajes que le habían sido otorgados cesaron por orden del Senado. Agrippina, mortificada, resuelve revindicar su supremacía en un acto solemne. Dirígese al Senado cuando los embajadores armenios fueron á ofrecer los testimonios de respeto al pueblo romano. A l entrar dirige sus pasos hacia el sillón de preferencia, empero por consejo de Séneca, Nerón desciende, toma la mano de su madre, y la ofrece un asiento inferior. Entonces Agrippina se reconoce realmente destronada. Roma aplaudió este rasgo de independencia. Roma habia tocado las consecuencias de los principios sentados y practicados por el epicureismo, este desborde de las pasiones mas inmorales, frenesí del sensualismo elevado á la locura. Los epicúreos habían llevado el desden á la humanidad y el insulto á los derechos ajenos hasta el punto de provocar el enojo en todo pecho que conservara algún destello de honradez. Desgraciadamente la sociedad romana, falta de una virtud sobrenatural, carecía de la única fuerza capaz de contrarestar la corriente corruptora. Hubo de buscar solo en hombres menos corrompidos un contrapeso puramente humano, y por lo mismo incapaz de desarraigar la que

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tenia sus raíces en las tendencias mismas del corazón. El estoicismo era el sistema de la i m pasibilidad y de la fria firmeza. Necesitaba combatir el deleite grosero, el amor desenfrenado con un sistema que proporcionara al alma delicias superiores, gozos espirituales y puros. Esto ni siquiera se lo proponía el estoicismo. En la corte de Nerón empeñaron reñido combate de influencia ambos sistemas. Séneca y Burrhus sostenían el espíritu de severidad y trabajaban hasta cierto punto para conservar la integridad de carácter en N e r ó n ; pero el joven Emperador sentía inclinaciones diametralmente opuestas á los preceptos de sus guias. Nerón era práticamente todo un epicúreo. Rodeado de jóvenes voluptuosos, ocupábase en organizar repugnantes festines, crapulosas orgías donde la sensualidad obtenía sibarítico refinamiento. La corte vino á ser el lugar de cita de los hombres conocidos por su disipación y libertinaje. En sus cotidianas tertulias, Nerón tocaba la lira y la flauta y recitaba versos tan impúdicos como el auditorio que los escuchaba y aplaudía. Allí exhibía el Emperador los cuadros debidos á su pincel, allí desempeñaba bajas y repugnantes pantomimas, inspiradas por Paris y por Menecrato. Petronius escribía muchas de las poesías que Nerón recitaba como á propias. Othon, Doriphorus, Sporus, Epaphrodita eran los comensales casi cotidianos del nuevo comediante, que se atribuía la gloria de poseer un admirable genio artístico. Era costumbre de los jóvenes discípulos de Roma el terminar las comilonas con un paseo nocturno por la ciudad, durante el que, con la inmunidad de la embriaguez, se entretenían en insultar á los transeúntes pacíficos, promover pendencias y disputas escandalosas, originar conflictos, á veces sangrientos, ya con los agentes de la autoridad, ya con personas que no se resignaban á ver pisoteada su dignidad. Nerón tomó parte en las expediciones nocturnas dfe sus compañeros. En el segundo año de su principado rodeábase ya de sus desenfrenados favoritos, y bajo el disfraz de un esclavo recorría las calles de Roma, entrando en las hediondas tabernas de los indigentes barrios, promoviendo escandalosas querellas. Desconocido de la plebe, blanco de sus provocaciones, hubo mas de una vez de retirarse á palacio pintados en el rostro los golpes en las refriegas recibidos. Pronto Roma conoció las extravagantes diversiones de su Príncipe, á cuyo aliciente la intrépida juventud quebró todo freno. Las calles de Roma se convertían cada noche en puntos de asalto. Multiplicábanse los combates librados á las patrullas de vigilantes, ó á los indefensos ciudadanos que se veian precisados á salir de sus casas por alguna urgencia. Aconteció una noche que el senador Julius Montanus, al salir de la casa de un amigo, se vio asaltado por una docena de pendencieros. Montanus dio á los criados que le acompañaban la orden de defenderle, y para ofrecer él mismo ejemplo de valor descargó una lluvia de palos sobre el jefe de los salteadores. De repeute reconoció al resplandor de una antorcha que habia vencido nada menos que á Nerón. Huyó lleno de asombro, y á la mañana siguiente escribió una respetuosa esquela al Emperador excusándose por la escena de la víspera, y protestando haber ignorado el carácter del adversario. La carta de Montanus le irritó mas que su propia derrota. « ¡ C ó m o , exclamó, este hombre ha vencido al cesar, lo reconoce y aun v i v e ! » Y escribió: «Te concedo dos horas para morir.» Y entregó la tablita en que se consignaba esta sentencia al mensajero de la carta. Montanus obedeció. Á tanta bajeza llegó en la época de la altivez romana la humillación de los ciudadanos. La noticia de la escena y de su desenlace convirtió á Roma en un verdadero desierto; desde que se tendia sobre la ciudad el manto de la noche ninguna persona decente por ningún pretexto abandonaba el hogar. Hasta la gente perdida huia precipitadamente al.descubrir el mas mínimo grupo. Nerón no pudo insultar á falta de personas que se resignaran á ser miserables juguetes de sus indignos caprichos. Entonces se entregó con igual desenfreno al encorazonamiento de los juegos públicos. Enemigo del orden, promovía intrigas y disensiones entre los artistas y el pueblo. Retiró la guardia de vigilancia de. los espectáculos, prohibiendo á sus agentes intervenir para la pacifica-

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cion de los tumultos que se originaran en los circos ó anfiteatros. El populacho, creyéndose autorizado para todo libertinaje, convirtió los teatros en campos de batalla. Á las escenas representadas acompañaban trájicos y hasta sangrientos lances, que se continuaban y reproducían en las calles de Roma. Los desórdenes crecían por momentos; Nerón empezaba á ser considerado como un verdadero peligro de guerra para la patria. Jamás se habia visto escándalo semejante apoyado, impulsado y cínicamente promovido desde las regiones del poder. Los ministros ó consejeros le manifestaron la proximidad de la anarquía si no cambiaba de senda. Temiendo perder el trono, que le facilitaba tan ilimitado goce, el inconsiderado Príncipe cambió en rigor severo su tolerancia pueril. Las guardias fueron restablecidas en los teatros, las pantomimas prohibidas, los histriones expulsados. Las quejas del pueblo abrieron de nuevo á no tardar á los histriones las puertas de la p a tria, á la mímica los de la escena. Nerón se entregó á deleites todavía mas asquerosos. Las intrigas de la corte seguían complicándose. Agrippina pretendía re vindicar su i n fluencia á toda costa. Concibió la idea de suscitar contra su hijo Nerón la rivalidad de Britanicus , y en un arranque de altivez tuvo la imprudencia de revelar su plan siniestro en son de amenaza. Una tempestad de desenvueltas pasiones suscitóse en el corazón del Emperador; una crueldad implacable suavizó ante su ánimo la senda del crimen para desembarazarse del peligro de ser destronado. En medio de un festín Britanicus cayó repentinamente muerto. Habia libado una copa de antemano preparada por Locusta. Agrippina cayó desvanecida de terror; Octavia quedó helada,inmóvil como el mármol;Nerón, impasible. En aquella misma noche Britanicus fue sepultado, y el pueblo advertido de que habia muerto Britanicus de una enfermedad hereditaria. En efecto, era ya hereditario el veneno en aquellas mefíticas regiones. Agrippina disimuló el efecto producido en su altiva alma por aquella escena de la v e n ganza triunfante de su propia venganza. Librábase en aquellos palacios una batalla del c r i men contra el crimen. Empero no renunció ella al proyecto de deponer á un hijo que rechazaba su influencia maternal. Dedicóse con sutilidad y ahinco á formarse un partido adicto entre la nobleza romana que en su dia le facilitara un golpe de Estado incontrarestable. Nerón fue instruido de los manejos de la que no consideraba ya como madre. Una de las favoritas de Agrippina, Julia Silana, fue testigo de las asiduidades de Rubellius Plantus, hijo de Julia, nieta de Drusus. Silana interpretó el pensamiento político que envolvían las caricias de aquellas mujer. La sospecha fue comunicada á Nerón como un verdadero y ya fraguado complot. Nerón, loco de furor, determinó condenar á muerte á su propia madre; pero Séneca y Burrhus le convencieron de la necesidad de oiría antes de sentenciarla. Nerón cedió. Agrippina, llamada á defenderse , obtuvo fácil victoria sobre sus enemigos. Los acusadores pasaron al rango de acusados. Atimetus, el mensajero de Silana, pagó con la vida su delación. Silana, Iturius y Calvisius fueron desterrados. Agrippina consiguió rehabilitarse momentáneamente. En aquellos dias empezó á levantarse en el firmamento de la sociedad romana una nueva estrella. PoppaBa Sabina, primero esposa de Rufus Crispinus y luego de Sylvius Othon, mas tarde emperador, brillaba con todos los hechizos de la belleza y de la opulencia. El culto de que era objeto ensanchó sus aspiraciones. No le bastó ser la esposa de un subdito, pretendió serlo del Emperador. Nerón no tardó en sentirse cautivado por el influjo de la diosa que orientaba. El esposo de Poppsea fue enviado á Lusitania con carácter de gobernador. Poppasa tuvo un obstáculo de menos que vencer. Faltábale conseguir el divorcio de Octavia, esposa de Nerón. Octavia era una rival poco temible. La perversidad de Nerón habia amargado en ella las delicias palaciegas. Enfermiza, angustiada, retraída, para ella la perspectiva del divorcio distaba mucho de revestir el carácter de una desgracia. Pero la unión de Nerón con Octavia estaba bajo el protectorado de Agrippina. Era preciso deshacerse de la madre para romper el nudo conyugal del hijo.

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Poppsea dirigió sus esfuerzos á este resultado. La perfecta tutela en que tenia Agrippina al Emperador dieron a Poppsea temas á propósito para escitar la altiva susceptibilidad de su amante. Conoció la intriga Agrippina, y resolvió alejarse de un campo en el que le faltaban sostenes. Nerón felicitó á su madre por su resolución de preferir el retiro y la soledad al bullicio de la corte. Mas la sombra de su madre siempre reaparecida continuaba siendo para él una amenaza. Resolvió, pues, relegarla al retiro de los muertos. Anicetus, liberto, comandante de la flota de Misenas, propuso á Nerón el proyecto de un naufragio preparado. Un buque construido á propósito debia abrirse en alta mar, sepultando en sus ondas el embarazo vivo de los proyectos neronianos. El plan recibió omnímoda aprobación. Agrippina, invitada por su hijo á asistir á las fiestas consagradas á Minerva, con expresiones que reveleban cariño filial, cayó en el lazo. En la casa de Hortensius, sobre el golfo de Bayo, Nerón y Agrippina se entregaron á espansiones familiares. Hablóse de lo presente, de lo pasado y de lo venidero. Las sospechas de Agrippina se desvanecieron, la despedida fue tierna, los besos multiplicados, los abrazos íntimos. Á juzgar por las apariencias de aquella escena, mas bien las almas se fundían que los cuerpos se estrechaban. Agrippina y su esclava Aceraunia se embarcaron por fin en la galera tiburriana. Nerón quedó aguardando la nueva del naufragio combinado. El resplandor de las estrellas iluminaba la noche, negando al crimen un manto para ocultar su oscuridad. Un horrible crujido avisaá los pasajeros el peligro que corren; empero la maniobra lentamente ejecutada da tiempo á estos de echarse á nado. « Y o soy Agrippina,» grita la esclava, no sabemos si por un movimiento de egoismo cruel ó de heroica fidelidad. Á este grito una mano nervuda la precipita al mar. La verdadera Agrippina se salva. Anicetus aparece á informar á Nerón la desgracia del proyecto, al mismo tiempo que A g e rinus, emisario de Agrippina, llega á anunciar de su parte que la Emperatriz se ha salvado. Nerón deja deslizar entonces un puñal á los pies de Agerinus y exclama: « M i madre me envia un sicario para asesinarme.» Los crímenes se multiplican allí con infernal fecundidad. Aquel era sin duda el lugar mas infame de la tierra. Anicetus recibe la misión de asesinar á Agrippina. Ignoraba esta la conjuración tramada contra su existencia. A l ver entrar á su asesino comprendió el peligro que corría. «Debéis morir, Nerón lo dispone,» díjole Anicetus. « N o , replicó Agrippina, mi hijo no ordena esto.» Pero al ver relucir el puñal parricida, Agrippina señala al asesino el lugar de sus entrañas, diciendo: « ¡ P u e s hiere a q u í ! » ¡Arranque de elocuencia maternal que la historia ha recogido como el tipo de las maldiciones! Un escándalo mayor si cabe que aquella iniquidad acabó de deshonrar á Roma. Séneca consintió á ser el panegirista de tan nefando parricidio. Nerón se sintió oprimido por inmensa pesadumbre. Creyó oir el grito de indignación de la conciencia pública. Mas ¡ a y ! la conciencia no existia en Roma. La sucesión continua de criminales hechos habia empedernido los sentimientos. El alma romana no tenia de qué sorprenderse. Aplaudiendo Séneca, el mas rígido de los moralistas, ¿cómo no habían de aplaudir sus discípulos? Estoicos y epicúreos habían descendido al fondo del abismo. Nerón se sorprendió viendo que Roma aun le adulaba. Roma envió diputaciones á Nerón advirtiéndole de las buenas disposiciones de la ciudad para recibirle. Un grandioso triunfo estaba preparado. El Senado, adhiriéndose al discurso de Séneca, habia decretado un dia de acción de gracias á los dioses; la erección de una estatua de oro á Minerva, en conmemoración de la virtual triunfante; declaró asimismo nefasto el dia del nacimiento de Agrippina. En aquella votación una sola figura se elevó como una protesta de la conciencia del género humano. El senador Thraseas Petus abandonó precipitadamente el salón así que el cuestor

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anunció el senatus consúlius. Es preciso trasladar la imaginación á aquellos dias y figurarnos envueltos en la atmósfera criminal de Roma para medir todo el heroismo de aquel arranque de nobleza y dignidad. Consecuente con los acuerdos tomados, el Senado en cuerpo, vestido de gran ceremonia; el pueblo, dividido en tribus; masas de mujeres y niños con guirnaldas, esparciendo flores salieron al encuentro del parricida. El incienso perfumaba los. templos, los himnos poblaban el aire. Nerón entró radiante de gloria. No le acompañaban turbas de vencidos; pero atada al carro de su triunfo arrastraba una esclava degradada; la esclava, la vencida era Roma. Es mas que seguro que los cristianos, que pasaban aun desapercibidos, llorarían en a l gún secreto cónclave el oprobio que sufria la moral. ¡ Lágrimas desconocidas, que envolvían la virtud corrosiva de las entrañas del imperio glorificador del crimen!

l'ILIPOS, CAPITAL

DE

MACEDO.NIA.

La aparición de un cometa hizo concebir al pueblo el presentimiento de la caida de N e rón, y en voz baja empezó á pronunciarse el nombre deRubellius Plantus, á quien el Príncipe desterró por de pronto al A s i a , donde dos años mas tarde le envió un decreto de muerte. Cornellius Sila, descendiente del dictador de su nombre, recibió en Marsella un decreto igual. La cabeza de Sila fue llevada como trofeo á Roma por el liberto Pelagon. Creyéndose en paz Nerón resolvió celebrar el himeneo con Popprea. El divorcio de Octavia fue decretado pretextando su esterilidad; mas para acallar las murmuraciones del pueblo, se agregó la deshonra á la injusticia. Octavia fue luego acusada de complicidad en varias conspiraciones. Confinada á la isla Pandataria sufrió las brutalidades de sus satélites, hasta que un centurión le llevó el decreto de muerte. En vano evocó ella la m e moria de Germanicus y de sus ilustres abuelos; en vano escitó sentimientos de conmiseración en sus verdugos; en vano intentó luchar con sus asesinos. Atada como vulgar criminal le fue-

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ron abiertas sus venas , y como la sangre helada no manara de ellas, fue sumergida en un baño hirviente. Á la nueva de este asesinato, todavía mas revoltante que los anteriores, el Senado se reunió para decretar un voto de gracias y un sacrificio solemne á los dioses. « Y yo lo consigno aquí, dice Tácito, á fin de que los que por mis reseñas ó por las de otros aprendan la historia de estos tiempos deplorables, sepan que cada vez que el Príncipe ordenaba el destierro ó la muerte, se tributaba á los dioses acción de gracias ; de modo que las ceremonias que antes servían para celebrar los hechos venturosos para el pueblo romano, no eran sino una consagración solemne de las calamidades públicas.» Libre de la sombra de Agrippina, Nerón experimentó un crecenclo de inmoralidad. R e l e gando al desprecio la política y la administración, dedicóse al fomento de las diversiones p ú blicas. Estableció los juegos en honor y para solaz de la juventud: Juvenalia;\os juegos neronianos cada quinquenio: Neronia; los tres juegos mayores: Lucli maximi. No contento con presenciar la disipación del pueblo fomentada por la molicie imperial, quiso él mismo tomar parte en las representaciones públicas. En vano los pocos hombres de alguna formalidad que tenían el privilegio de aconsejarle trataron de disuadirle de sus proyectos. Nerón se dio en espectáculo al pueblo romano. En presencia de los senadores y de cien mil romanos apareció guiando un carro. Grandes masas de aduladores convenientemente apostadas le aplaudieron con un zumbido imitativo del de las abejas. El conductor de carros se trasformó en cantante de teatro. La lira en la mano aparecía en vastos teatros en Ñapóles y en Roma. Infatuado por locas espansiones del entusiasmo popular no aspiró á otra cosa que á los aplausos ruidosos. Sin embargo, el pueblo, mas sensato que el Príncipe, comprendió que era tan ridículo aplaudir como ser aplaudido. Palidecieron las ovaciones, y Nerón, enojado, atribuyendo á la falta de instrucción artística del pueblo romano la decadencia del entusiasmo: «Solo el pueblo griego, exclamó, es digno de admirarme.» Un viaje á la Grecia fue acordado. Eligió Acaya por teatro dé su exhibición en la antigua tierra de las bellas artes. Aplazado el viaje á A c a y a , determinó pasar á Alejandría. Un edicto imperial comunicó la resolución del viaje al pueblo y al ejército. Antes de emprenderlo dirigióse al Capitolio para invocar el patrocinio de los dioses, y de allí pasó al templo de las vestales. A l traspasar sus lindeles un fuerte desvanecimiento le derribó en brazos de sus inmediatos cortesanos. Los augures y adivinos alarmados por aquel accidente aconsejáronle desistiera de su proyecto ; las vestales unieron sus plegarias á las de los videntes. Nerón desistió. «Ciudadanos, dijo al pueblo, ningún sentimiento prevalece en mi corazón sobre el amor patrio. Yo he visto en vuestro rostro reflejada la tristeza que os embarga; he oido vuestros secretos lamentos... Gemís al ver empeñado en largo viaje á aquel c u ya breve ausencia os trastorna, acostumbrados á sentir refrigerados por su sola .vista los sinsabores y los contratiempos de la fortuna. Cedo á vuestros deseos; permaneceré en Roma.» El comediante y anfitrión quiso figurar como poeta. Sea que él escribiese versos dictados por su propio talento, cuya capacidad le niega Tácito , sea que se apropiara las producciones de los jóvenes contertulios, es innegable que se preocupó de obtener los aplausos de un estenso círculo de literatos, que se gloriaban de sancionar el maridaje monstruo del amor á las musas con la adulación al soberano.. La prodigalidad de las riquezas y de la opulencia fue otro síntoma de la depravación de aquel reinado. Cuando Tiridato vino á Roma en reconocimiento de haberle otorgado la corona de A r mena, destinó 800,000 sestercios, esto es, unas 134,340 pesetas diarias para albergar al P r í n cipe y demostrarle que el lujo de los cesares no se dejaba eclipsar por el de los potentados orientales. No usaba mas que una sola vez los mas preciosos vestidos, aunque le costaran fabulosas

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sumas. En todos sus viajes, por cortos que fueran, iba seguido y precedido de un convoy de mas de mil carros. Por este camino olvidaba el altivo soberano las condiciones de su propia mortalidad. Si bien sabia que estaba lejos de poseer la virtud de los dioses, comprendía que la radiante auréola de poder y de gloria, con que se presentaba siempre rodeado, le daba á los ajenos ojos la importancia de una verdadera divinidad. Reunía á sus pies la obediencia, el homenaje y el culto del pueblo.

XX. Desarrollo del Cristianismo en Roma.—Nuevas misiones, gran colecta y prisión de san Pablo.

Mientras Nerón, ocupado en el goce de sus epicúreos placeres, descuidaba la buena administración de sus estados y comprometía el porvenir de la república, sobre la que imperaba, los cristianos trabajaban con ahinco en propagar y solidar el reino de J E S U C R I S T O . En el oscuro barrio transtiberiano, donde habitaban muchos délos discípulos de los Apóstoles, ejercíase activa propaganda por medio de la palabra y del ejemplo. Los cristianos plantearon junto con la fe lá moral que de la fe emana. La resignación, la mansedumbre, la h u mildad , la conformidad á los planes de la Providencia divina, las espansiones de la efusiva caridad, virtudes sinceramente practicadas, crearon una atmósfera de atracción y "de respeto en los lugares en que mas abundaban los fieles al Evangelio. Aquella pequeña sociedad, aquel reducido núcleo social desapercibido de la mayoría de los romanos, formaba un contraste n o table con la sociedad pagana, agitada, envilecida, esclava de los caprichos altivos de sus soberanos , que llevaban el orgullo personal hasta aspirar á los honores divinos después de la muerte. La idolatría era la gloria de los grandes ; el vulgo, los pequeños no encontraban en ella sino la degradación, el envilecimiento. Llamando al pueblo á la sombra de la Cruz, Pedro santificaba el espíritu de sacrificio y fortalecía la dignidad de los pequeños poniéndolos bajo la égida de Aquel q u e , siendo él solo grande, quiso empequeñecerse para engrandecer á todos. La doctrina cristiana atrajo á muchos, que vieron como fruto inmediato de su adopción el sentimiento de la grandeza propia y la esperanza de la salvación venidera. Los que estaban cargados venían á buscar alivio á la sombra del Redentor. ¿Qué podían esperar los pobres, qué los esclavos de una sociedad que adoraba solo el lujo, la crápula, la gloria? Sin defensa contra la tiranía que los aplastaba, sin preservativo contra las malas pasiones que les gangrenaba el corazón, la única perspectiva del pobre mercenario y del infeliz esclavo era el sufrimiento perpetuo. Veian pasar de mano á mano de los poderosos la copa de oro que rebosaba placeres, que ellos jamás habian podido libar; veian desde la oscuridad de sus tugurios desvencijados, desde el barro mal oliente, de las cuadras en que yacían hacinados, los resplandores que se desbordaban de los mares de luz que contenían los artísticos salones de los grandes señores. Los abyectos eran menos que desgraciados, formaban una raza maldita, separada por insalvable valla. No se conocia la fraternidad de los hombres. E s pecialmente los esclavos eran cosas, muebles disponibles por el capricho del señor. Inclinarse hacia los desheredados de la fortuna terrenal y de la gloria olímpica; derramar palabras de consuelo y promesas de gloria á los heridos por el desden social, equivalía á abrir un horizonte de amor para los que no veian sino pavorosas perspectivas de desprecio. Por esto los pobres, los siervos formaron el principal núcleo de la primitiva Iglesia romana. Sin embargo, la fe vio acudir á la sombra del altar de CRISTO algunas personas distinguidas de la sociedad romana. No fueron muchos los venidos del campo de la aristocracia idolá-

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trica al de la religión de J E S U C R I S T O ; empero aquellos pocos equivalían á un gran triunfo. Todo lo que no pertenecía á la casta nobiliaria repugnaba instintivamente á los grandes de Roma. Colmo de humillación era para un noble de aquellos dias acercarse al esclavo, como no fuera para mandarle ; ¡ quién era capaz, con sola la autoridad humana, de convencer á un aristócrata de la necesidad de llamar hermano al esclavo, hermano al j u d í o ; de darle el ósculo efusivo de la paz; de reconocerse su igual, y con frecuencia su inferior ! «En cuanto á los individuos de la plebe, escribió Mr. Maugin, el título de ciudadanos les valia alguna mayor estima de parte de los grandes ; mas como no se recataban de tratar con los esclavos, de comer, beber y trabajar con ellos, amenguaba esto la simpatía y cordialidad de parte de los nobles... Considerados como corporación ó estado, los plebeyos imponían cierto respeto, como quiera que en el fondo constituían la mayoría del pueblo romano. El Príncipe necesitaba su apoyo, lo que era suficiente motivo para ser respetados por los grandes. Mas i n dividualmente eran tratados sin ninguna especie de consideración; sus patronos les arrojaban como si fueran perros las sobras de sus opíparas comidas; les hacían servir de escolta en sus expediciones. Un poderoso del dia, por mas que fuera liberto de la víspera, creíase deshonrado admitiendo á su mesa un quírite.» Desvanecer estas indignas preocupaciones era empresa superior á las fuerzas humanas. S é neca atrajo sobre sí la oposición de la aristocracia enseñando que «los esclavos son hombres,» y aconsejando á los señores la dulzura y moderación en el trato de los siervos. Las palabras del filósofo fueron estériles ; la filosofía era impotente para mejorar lá moral de una sociedad basada en el egoísmo. Sin duda permitió Dios este infructuoso ensayo del filósofo mas serio de aquella época para que apareciera con mayor evidencia la grandiosidad de la obra apostólica. El primer patricio romano que abrazó la f e , según antiquísima tradición, fue Elius P u dens". Opinan algunos historiadores que habia pertenecido al orden senatorial; de todos modos es umversalmente reconocida la importancia d,e aquella casa. ¿Cómo se convirtió? ¿qué incidentes antecedieron y siguieron á su conversión ? Hé ahí datos preciosos que probablemente no serán jamás conocidos. Su mujer y sus hijas, Pudencia y Práxedes, abrazaron la fe con su padre. El nuevo convertido abrió las puertas de su palacio á sus correligionarios. Pedro se h o s pedó en él en muchas de sus estancias en la capital del imperio, que ya lo era también de la cristiandad. Aquel palacio afortunado era el verdadero Vaticano de h o y ; allí estaba Pedro vivo, como en el Vaticano de hoy están las cenizas de Pedro, y la augusta personificación de Pedro. En aquel palacio iban los Apóstoles y los Obispos del orbe á tomar instrucciones de su Príncipe ; como hoy los Obispos de la redondez de la tierra van á buscarlos en el Vaticano. Aquel palacio fue después el primer templo erigido en R o m a ; lugar santificado por el espíritu de Dios, que cada dia descendía allí para fortalecer los mensajeros de JESÚS ; por las c e remonias religiosas que allí se efectuaban; por ser el primer alcázar de aquella Babilonia en la que fueron derribados los lares y penates de sus aras para erigir un solo altar al solo Dios verdadero. La imaginación cristiana ha creado hermosas leyendas sobre los sucesos trascurridos en la casa d e P u d e n s ; páginas atractivas, leídas con creciente afición por la piedad curiosa; novelas edificantes que veríamos complacidos en manos de la literata juventud. Empero el carácter rígido de la historia que trazamos no consiente consignar aquí las creaciones de la poesía. La cristiandad cada dia era mas numerosa, los vastos salones del ilustre patrono no p o dían contener la muchedumbre de fieles. Entonces una dama también distinguida ofreció á Pedro su casa espaciosa. El palacio de Euprepia fue el segundo templo consagrado á Dios en la ciudad de los ídolos. Es probable que los cristianos serian divididos en dos grupos, y que cada grupo tuviera respectivamente asignado su palacio de Pudens ó de Euprepia para congregarse; que al frente

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devcada una de aquellas dos parroquias primitivas Pedro colocada un discípulo de su especial confianza; este es el parecer de Baronius en sus Anales eclesiásticos. Otra dama influyente conquistó la cristiandad en aquella época primitiva. Pomponia Grecina, mujer de Sextus Plantus, comandante á la sazón del ejército que operaba en Bretaña, se declaró discípula de J E S U C R I S T O . Tácito lo consigna en su historia. Racionales hipótesis dan el filósofo de la historia camino para obtener una explicación probable de los móviles que condujeron á Pomponia á la verdadera fe. Tenia aquella ilustre cristiana amistad íntima con Julia, hija de Drusus, bárbaramente sacrificado por la infame Mesalina. Su familiaridad con la corte la hizo conocer los detalles de las trágicas escenas cuyo desenlace fue el sacrificio de la víctima inocente. Las corrupciones de la corte sensualista oprimieron el corazón de la esposa de Plantus, cuya nobleza de alma no podia transigir con el envilecimiento de la sociedad, que quemaba el incienso de la adulación ante la perversidad triunfante. El sacrificio de su amiga le hizo insoportable el trato con aquella corte criminal. Retiróse del bullicio de las pasiones romanas, y en su voluntaria soledad envióle Dios algún mensajero de Pedro, quizá Pedro mismo. La sociedad cristiana de la casa de Pudens se adaptó desde luego mas á las disposiciones de su espíritu bien preparado por el supremo cultivador de las almas. Su duelo constante, su retiro, el género de vida abstraído que guardaba, dispertaron las sospechas de los agentes de Nerón, ante quien fue acusada de profesar una superstición extranjera. Conforme á las leyes entonces vigentes la inculpación fue elevada al juicio de su marido. Sextus Plantus tendría ilimitada confianza en la moralidad de su esposa; quizá ella, antes que los. acusadores , le abriera las puertas de su corazón haciéndole participante de sus nuevos sentimientos religiosos; es indudable que Plantus no se alarmó; que los principios religiosos de Pomponia no aparecieron condenables á sus ojos, que en el consejo de famila reunido para juzgarla el esposo la declaró inocente; y Pomponia, protegida por el veredicto de su esposo y juez, seguía profesándolas máximas de moralidad evangélica, mereciendo, según tesíf timonio de Tácito, el aprecio y la admiración de los mismos paganos, que atribuían al rejcuerdo de la amistad y de la desgracia de Julia su triste y sombría actitud. \ Tuvo en aquella época la cristiandad romana fortuna providencial de verse honrada co: la adhesión de las personas mas íntegras que se conocían en aquella ciudad depravada; cuya circunstancia favoreció el creciente prestigio de la Iglesia. Pedro no descuidaba desde Roma la vigilancia de las iglesias diseminadas; á ellas, y especialmente á los extranjeros elegidos dispersos en el Ponto, la Galacia, la Capadocia, el Asia y la Bitinia escribió en aquellos dias su primera y magistral carta. No nos incumbe analizar los escritos de los Apóstoles, mártires y perseguidos en esta obra ; no obstante, lícito nos es consignar que en este y en el otro documento de la misma índole expedido por Pedro descuella un tono de majestad y.de autoridad, que revelan el verdadero pastorado, el pastorado supremo. Nótase una fijeza, una universalidad, una catolicidad de doctrina, un aplomo tan seguro, una luz tan intensa, un acento tan dominador, que se r e conoce en su todo y en sus partes el lenguaje de la soberanía, la voz del pontificado. « . . .Ahora por un poco de tiempo conviene que seáis afligidos por varias tentaciones, decia, para que vuestra fe, probada de esta manera y mucho mas acendrada que el oro, que se acrisola en el fuego, se halle digna de alabanza, de honor y de gloria en la venida manifiesta de JESUCRISTO. A quien amáis, con todo que no le habéis visto; en quien ahora igualmente creéis, aunque no le veis; mas porque creéis os holgareis con júbilo indecible y colmado de gloria ; alcanzando por premio de vuestra fe la salud de vuestras almas. « D e la cual salud inquirieron ó indagaron los profetas, los cuales prenunciaron la gracia que habia de haber en vosotros; escudriñando para cuándo, para qué punto de tiempo se lo daba á entender el Espíritu de C R I S T O que tenían dentro, cuando les predecía los tormentos

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que padeció C R I S T O y las glorias que le seguirían; á los cuales fue revelado que no para sí mismos, sino para vosotros administraban ó profetizaban las cosas que ahora se os han anunciado por medio de los que os predican el Evangelio, habiendo sido enviado del cielo el E s píritu Santo; en cuyas cosas los ángeles desean penetrar con su vista. «Por la cual, bien apercibido y morigerado vuestro ánimo, tened perfecta esperanza en la gracia que se os ofrece hasta la manifestación de J E S U C R I S T O , como hijos obedientes ; no conformándoos ya con los apetitos que teníais antes en vuestra ignorancia, sino que conforme á la santidad del que os llamó sed también vosotros santos en todo vuestro proceder: pues, está escrito: santos habéis de ser, porque yo soy santo (1).» Con pena suspendemos la cita aquí. Ideas de sorprendente sublimidad fluyen de aquella i n teligencia pastoral, elevando los entendimientos de los cristianos, así sabios como ignorantes, á una región teológica y moral, inaccesible á los esfuerzos de los genios que hasta entonces se atrevieron á ocuparse de asuntos religiosos. Principios, raciocinio, afectos, lenguaje, todo es nuevo en aquellas páginas , cuya sagrada inspiración se revela á la primera lectura. ¿Cuando habían oido las gentes humildes y desheredadas, sobre todo en aquella época de odiosos privilegios, palabras semejantes á estas: «Vosotros, al contrario, sois el linaje escogido, una clase de sacerdotes reyes, gente santa, pueblo de conquista, para publicar las grandezas de Aquel que os sacó de las tinieblas á su luz admirable; vosotros, que antes no erais pueblo y ahora sois el pueblo de Dios ( 2 ) ? . . . » ¿Es que la elocuencia de Cicerón ó la filosofía de Séneca emitieron jamás ideas tan sublimes en conceptos tan inspirados? Hablamos con noble ingenuidad ; nada hemos encontrado á esto comparable. Y esto lo escribía Pedro desde Roma envilecida, subordinada á dos caprichos de los poderosos, cuya vida vamos trazando imparcialmente. ¿Debe sorprendernos que cuanto quedaba sano é íntegro en aquella sociedad abriera los ojos á la luz que orientaba, y se precipitara á los pies del nuevo ministerio? Mientras los cristianos, que pudieron permanecer en Roma á pesar de la expulsión decre• tada en tiempo de Claudio, reorganizaban los restos dispersos de la cristiandad y veíanla crecer con mas robustez y lozanía, Pablo, impulsado por su espíritu eminentemente propagandista, llevaba adelante su obra apostólica. Habíase dicho, y aun hay quien sostiene pertinazmente que Pablo era adverso á la Iglesia de Jerusalen. Pretensión maliciosa, refutada sin efugio por hechos indiscutibles. Lo que vamos á relatar bastaría por sí solo para derribar todas las ilusiones y calumnias basadas en protervas suposiciones. Sabiendo que los fieles de Jerusalen sufrían las incomodidades y perjuicios de la escasez de medios pecuniarios trató de emplear su influencia en los países por él evangelizados para llevar á sus hermanos en la fe un socorro digno de su generosa alma. Las cristiandades de Asia y de Grecia recibieron invitación cordial de socorrer con la limosna á los sufrientes j e rosolimitanos. «Vosotros sois sus deudores, decia á sus fieles Pablo; si los gentiles son partícipes de los santos de Judea en el orden espiritual, nada mas natural que les correspondan con sus bienes materiales.» ¿Quién de buena f e , después de leido este testimonio, sostendrá la dualidad de espíritu entre el apostolado de Jerusalen y el de los gentiles ? Pablo organizó con admirable tino la recaudación. Creyó que si en las iglesias de Grecia se esperaba su llegada para la colecta no daria grandes resultados. Tuvo, pues, la precisión de disponer que todos los domingos cada uno reservara en su casa un ahorro proporcionado á

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Carta primera.

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Ibid.

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sus medios con destino al gran acto de caridad. Este pequeño tesoro debia aumentar progresivamente basta el dia en que debería disponerse de él. Entonces las iglesias elegirían diputados que, provistos de cartas de recomendación de Pablo, llevarían los presentes de la cristiandad entera á la santa ciudad. Pablo mismo se ofrecía á acompañar personalmente las diputaciones, dado que se lo permitieran sus apostólicas tareas. Una emulación benéfica, sabiamente inflamada por el gran maestro en el arte de dirigir las. alma, tenia en espectativa á la cristiandad entera; este pensamiento hacia latir todos los corazones. Era el primer espectáculo de íntima fraternidad que ofrecía el mundo entre pueblos que no se conocían. La grandiosidad de este comunismo acrecentaba el amor á la f e , que lo producía hasta á la efervescencia del entusiasmo. Llegado el momento oportuno Pablo y las diputaciones de sus iglesias se dirigieron en peregrinación á la santa ciudad de Jerusalen. El itinerario recorrido fue sembrado de ejemplos de la edificación mas alta. Quince ó veinte leguas se recorrían diariamente. Pablo visitó en aquella ocasión varias iglesias, entre ellas Mileto y Efeso; Tyro y Ptolemaida volvieron á escuchar su palabra cautivadora. En Cesárea el profeta Agab se le presentó anunciándole los graves peligros y amarguras que le aguardaban en Jerusalen. Los amigos de Pablo, aterrorizados por la solemnidad del anuncio, trataban de disuadirle de proseguir su viaje, mas el Apóstol era inquebrantable en sus resoluciones. Algunos dias antes de Pentecostés del año 58 Pablo entró en Jerusalen; y al dia siguiente presentó á los diputados portadores de los tesoros recogidos á Santiago, que seguían ejerciendo el episcopado jerosolimitano. Aquella edificante entrevista es otro mentís eterno á los que sostienen el dualismo apostólico. Nada puede concebirse tan espontáneo como la gran colecta efectuada por Pablo á favor de la grey de Santiago. Los tesoros reunidos por el Oriente equivalían á tantas gotas de sudor vertidas por Pablo para reunirías, como dragmas contaba el generoso donatwum ofrecido y apeptado. Cada acto del genio apostólico de Pablo producía una nueva efervescencia en el judaismo protervo. „ La gran colecta produjo en Jerusalen el efecto de la explosión de un volcan. Tantas limosnas llovidas de lejanos y desconocidos pueblos comparábanse á lluvias de amor, venidas de nubes misteriosas. Del soplo de Pablo eran hijas aquellas tempestades de caridad. El partido de la Sinagoga se exasperó, y tomando por pretexto el que Pablo habia profanado el templo entrando en él acompañado con el incircunsiso Trófimo de Efeso, formóse pavoroso motin á los gritos de «Zocono, fuera de Israel; este es el que declama por todas partes contra el pueblo judío, contra la ley y contra este santo lugar.» Apoderáronse de Pablo é iban á arrastrarle, cuando intervino la autoridad romana, representada en Jerusalen por Claudio Lysias, tribuno de la cohorte de guarnición, que residía en la torre Antonia al Nordeste del templo. El tribuno arrancó á Pablo de manos de las turbas, y reputándole causa del motin, mandó se le atara á una columna para azotarle. Entonces el Apóstol reclamó sus derechos de ciudadanía romana, y la ejecución fue suspendida.. Lysias convocó al sumo sacerdote y al Sanhedrin para informarse sobre la índole de las acusaciones formuladas contra Pablo. Hubo de Comprender el tribuno que se trataba de consumar un crimen semejante al del asesinato de Esteban y de Santiago el Mayor, y tratando de impedirlo envió al amenazado preso custodiado por fuerta escolta á Cesárea, donde residía el procurador de la Judea. Investido de las altas prerogativas de la soberana procura estaba entonces F é l i x , de quien ha sido escrito; que tenia «poderes de rey y alma de esclavo.» Era liberto de Claudio, h e r -

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mano de Pallas que hemos visto mezclado en las intrigas palaciegas de Agrippina y Nerón. Hablaban los judíos de la inmoralidad administrativa de Félix como de cosa incontrovertible. . Félix trató de sacar un buen rescate de su nuevo prisionero; pues sabedor de las grandes sumas recogidas por su influencia esperaba convertir en provechoso botín la generosidad de los adictos. Pablo prefirió seguir encarcelado y encadenado á comprar una libertad que le pertenecía de derecho, mayormente pudiendo desde la cárcel enviar saludables instrucciones á sus queridas iglesias. Dos años estuvo Pablo detenido en Cesárea bajo el poder de Félix, y mas se hubiera prolongado su detención allí, sin el relevo de Félix por Porcius Festus, acaecido en agosto del año 5 9 . El gran sacerdote y el partido saduceo al felicitar á Festus por su encumbramiento oficial, le suplicaron enviara áPablo á Jerusalen, con ánimo de asesinarle. A l saberlo Pablo pronunció la fórmula sacramental de los acusados romanos: «Invoco el emperador.» Festus no se atrevió á pisotear los derechos de un ciudadano. En verdad, los romanos profesaban íntimo respeto' á las protecciones acordadas bajo la egida de la ley. Después de aquella invocación judicial Pablo tenia derecho á ser conducido á Roma; Festus le contestó: «Como quiera que has invocado al cesar, ante el cesar comparecerás.» Embarazaba al procurador la fórmula con que debia comunicar á César la remisión de -aquel excepcional cautivo. Afortunadamente para Festus llegó Agrippa, rey de los judíos, á quien el vacilante funcionario comunicó el asunto que le traia perplejo. El rey quiso celebrar una entrevista con Pablo, quien se declaró sin embozo cristiano; habló con tanta dignidad, firmeza y convicción, que Agrippa concluida la conferencia dijo á Festus: « ¡ V a y a un hombre , á poco mas que hable me persuade de hacerme cristiano; si no hubiera apelado á César, podríamos darle la libertad. » Pablo no pretendía evadir el viaje á Roma. Desde mucho tiempo deseaba visitar aquella fervorosa cristiandad, y le halagaba la idea de entrar en Roma prisionero por C R I S T O . De otra manera, persistiendo algo en su inocencia, rovocando voluntariamente au apelación á César y teniendo como tenia favorable el ánimo de Agrippa, el negocio se hubiera arreglado con facilidad suma. Poco tiempo después de estas deliberaciones salió Pablo de Cesárea para Roma, junto con otros prisioneros, bajo las órdenes de un centurión de la cohorte prima Augusta Itálica, llamado Julio; iban con él Lucas, Timoteo, Aristarco, Silas, Epaphras y Tychico.

XXI. Viaje y permanencia del prisionero Pablo en Roma.

Calcúlase que la partida del ilustre prisionero aconteció el año 59 de nuestra era, tercero del imperio de Nerón. Mientras este preparaba el parricido cruel de su madre y el Senado aplaudía aquel extraordinario crimen, el Apóstol, rebosante el alma de sentimientos de caridad, se hacia cautivo voluntario para llevar la libertad del Evangelio á la ciudad oprimida por la idolatría. El viaje empezó con todas las contrariedades imaginables para la navegación. A l cabo de muchos dias no habia podido llegarse mas allá de la altura de G-nido. El capitán intentó g a nar el puerto, pero rechazado por el viento Nordeste hubo de dejarse empujar hacia la isla de Creta. Reconocieron pronto el cabo Salmone, especie de barrera del Mediterránro, abrigo seguro contra las tempestades procedentes del archipiélago. El capitán, ladeándose hacia allí, costeó la parte oriental de la isla entrando en las aguas

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del Sur, ancló en una especie de puerto, cerrado por un islote, y suficientemente flanqueado para garantirles seguridad. Después de un prolongado descanso determinóse emprender el viaje hacia el puerto Phonix, mas de repente desencadenóse por el Oeste un huracán, llamado por los marinos Eur aquilón. El buque, entregado á la violencia de la tempestad, empezó á ser juguete de las olas. D u rante catorce dias el fantasma de un desastroso é inminente naufragio tuvo consternadas las doscientas setenta y seis personas que tripulaban el buque. Solo Pablo permanecía sereno en medio de tantas nubes, calmoso al través de tanta tormenta, impasible entre los gemidos y angustias de todos. Preguntado por la razón de su imperturbabilidad «es q u e , contestó, el ángel del Señor me ha dicho que el buque perecerá; pero todos los viajeros seremos salvos.»

XEROX.

La carga, los equipajes, los arreos de la nave habian sido arrojados al mar. Una noche los marinos creyeron reconocer tierra. La sonda dio veinte brazas, poco después quince. Creyóse que se iba á dar con los arrecifes que allí abundan; echáronse .cuatro anclas á popa y amarróse el timón para esperar la luz del dia. Los marineros intentaron evadirse en la lancha, mas los soldados, advertidos por Pablo, lo impidieron. A l amanecer reconocióse la vecina tierra. Una playa de finísima arena estaba contigua ; decidióse encallar en ella el buque. Pronto hundida la proa en aquella arena y azotada la popa por las olas gigantescas llegó la hora de abandonarlo. Los soldados ante la posibilidad de que los prisioneros aprovecharan la confusión del desembarque para evadirse propusieron se les matara; pero Julio se opuso á esta bárbara medida, dio libertad á todos para salvarse á nado. Habíase llegado á Melita, ahora Malta. Los naturales de aquella isla desplegaron para con los náufragos los sentimientos de la mas noble hospitalidad. Pablo se hizo notable á causa de los prodigios que el Señor obraba por él. A l coger un pu-

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nado de hojas para alimentar el fuego, fue mordido por una víbora venenosa; creyósele perdido, pero el Apóstol invocó el nombre de JESÚS y fue instantáneamente curado. El padre de P u blio, gobernador de la isla, enfermo de muerte, recibió también pronta y completa salud. La isla entera se conmovió ante la virtud de Pablo, á cuya presencia acudían todos los dolientes y eran aliviados. Por toda paga Pablo les suplicaba escucharan las máximas del Evangelio. Después de permanecer tres meses en aquella isla los náufragos se embarcaron en un buque alejandrino, llamado Castor y Polux, dirigiéronse á S i r a c u s a y Reggio, y de allí á Puzzola, donde desembarcaron. Una pequeña cristiandad se habia formado en Puzzola, que recibió á Pablo con inexplicable entusiasmo. Siete dias pasó el cautivo, gracias á la condescendencia del centurión, hablando á sus hermanos en la fe de las cosas acontecidas en su largo apostolado. Entre tanto la Iglesia de Roma, sabedora de la llegada de aquella gloria viva de la fe, nombró diputaciones que le salieran al paso. En el Forum Apius y en las «tres tabernas» encontró los escogidos de aquella ilustre y acrisolada falanje de confesores. La entrada de Pablo á la ciudad de los cesares presentó las circunstancias de un verdadero triunfo. El tribuno Julio, que habia estado complaciente con su cautivo durante el viaje, le acompañó al prefecto del pretorio, que era Burrhus, personaje importante, del que nos hemos ocupado. Este, enterado por los documentos remitidos por Festus y Agrippa de la clase de acusación que motivaba el proceso, lo juzgó una pura formalidad, y se limitó á señalar domicilio al preso y á consignarle un guarda, hasta que Nerón se sirviera ocuparse de aquel insignificante asunto. Pablo entró en Roma por el mes de marzo del año 6 1 . Ignoramos si Pablo era libre de salir de su domicilio; pero está fuera de toda duda que dentro de él gozaba perfecta libertad de recibimiento y hasta de propaganda. Uno de los primeros actos del Apóstol fue invitar á los judíos, que en gran número habían regresado á Roma después de la espulsion, para enterarles de la causa de su cautiverio. Los congregados declararon ignorar los detalles del proceso y que no sabían nada mas desfavorable á su persona que lo referente á su adhesión á una secta prohibida. Entonces Pablo les espuso la doctrina cristiana. Algunos judíos se convencieron de la verdad; la mayoría persistió en los errores judaicos. Viendo la tenacidad de estos les dijo, que ellos rechazaban la luz; quedos gentiles no la rechazarían; que él era llamado á evangelizar á las naciones. A l salir de aquella convocatoria los judíos disputaron calurosamente sobre lo que en ella habian oido. Pablo se relacionó cariñosamente con la familia Pudens y los demás cristianos. Hablóse de varías conversiones efectuadas por su ministerio, especialmente de una ilustre dama romana, que unos quieren fuera Poppesea Sabina y otros Actea, y también de un liberto notable llamado Torpes, que después selló con el martirio la fidelidad al Evangelio. Tenia Pablo relaciones íntimas con la casa del Emperador, en cuya servidumbre se contaban ya algunos cristianos, según lo atestiguan estas palabras de la carta á los filipenses: «todos los santos os saludan; mas principalmente los que habitan en la casa del cesar.» Los filipenses al saber el cativerío del Apóstol le enviaron, por conducto de su obispo Epaphrodita, considerables recursos, que les valieron la cariñosa carta, glorioso documento, sagrado tesoro doctrinal admitido y apreciado por la universal Iglesia. Durante su detención Pablo, además de esta carta, escribió otras á los colosenses, álos efesios, á los hebreos y á Filemon. Aunque Pablo fue á Roma para comparecer ante el cesar, no fue pronto juzgado; sea porque Nerón, atareado con sus proyectos criminales y sensualistas no encontrara tiempo á propósito para ocuparse de un insignificante j u d í o , sea porque Burrhus y Séneca aplazaron la

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comparacencia esperando un momento propicio para obtener la liberación del detenido, sin causarle nuevas molestias y aun evitándole ciertos peligros inherentes al carácter de Nerón. De todos modos, Pablo, comprendido en la amnistía acordada por el cesar después del asesinato de su madre, con cuyo acto de clemencia quiso borrar la memoria de su crueldad, alcanzó el término de su cautiverio. Respecto á los detalles del proceso que naturalmente debió formarse á Pablo, reina grande oscuridad en la historia. En la segunda carta á-Timoteo habla el Apóstol de una primera defensa sostenida victoriosamente, como no podia menos de serlo. lia causa de Pablo no era de índole alarmante para los romanos. Galion le habia absuelto en Corinto, Lysias en Jerusalen, dos procuradores imperiales en Cesárea. Los judíos le acusaban de combatir las costumbres y blasfemar de la religión mosaica, turbando la paz pública. Este último extremo era el único que podia interesar á los romanos, pero sobre esto P a blo era esplícito. El habia predicado siempre el respeto á las autoridades constituidas y á las leyes vigentes. Festus, que le envió á Roma, el centurión que le custodió durante el viaje atestiguaron la fidelidad del acusado. Quedaba, pues, solo en pié la acusación religiosa. Mas en este terreno el cesar abrigaba pocos escrúpulos, ¿qué habia de importarle al jefe nato del paganismo la mayor ó menor ortodoxia de un judío? El poder público, dice Mr. A u b é , no tenia la misión de vigilar la p u reza de las tradiciones religiosas de los países sometidos. El resultado fue satisfactorio, s e gún se desprende de estas palabras á Timoteo: « E l Señor me ha fortalecido á fin de que mi predicación fuese eficaz, que los gentiles la atendieran, y que yo saliese incólume de la garganta del león.» Se debate entre los críticos la cuestión histórica sobre si Pablo tuvo relaciones doctrinales con Séneca. No nos incumbe sondear este tema de serias deliberaciones, ni evocar pruebas favorables y contradictorias sobre este punto; mas creemos oportuno consignar una reflexión. Séneca era amigo y colega de Burrhus; este tuvo conocimiento del carácter y de las pretensiones doctrinales de Pablo, por el proceso que sobre él le remitieron Festus y Agrippa. La permanencia de Pablo produjo gran sensación en las colonias judía y cristiana en Roma .residentes. Tratábase de una doctrina religiosa, y por lo tanto filosófica. Un filósofo observador como Séneca, sabiendo la presencia en Roma de un doctor de la nueva escuela, de la talla de Pablo, y habia de saberla, ya por su amistad con Burrhus, ya por la emoción de las mismas predicaciones de aquel, ¿ era regular que renunciara la ocasión de escuchar por autorizados labios vertido el Cristianismo que orientaba? Resístesenos, en verdad, suponer en un filósofo del carácter de Séneca semejante indiferentismo doctrinal. N o , no se hizo cristiano Séneca. Su muerte distó mucho de ser la de un discípulo de J E SUCRISTO ; sus doctrinas están lejos de las del Evangelio; creemos no obstante que Séneca y Pablo se vieron en Roma; que el filósofo y el Apóstol se hablaron.

XXII. Martirio del Apóstol Santiago el Menor, Obispo de Jerusalen.

Mientras Pablo recobraba la libertad y Nerón daba espansion ilimitada á sus caprichos, en Jerusalen los judíos inmolaban una víctima preciosa en aras del cruel apasionamiento. Una de las tres principales columnas de la Iglesia era Santiago el Menor. Según tradición antigua JESÚS reveló á tres discípulos privilegiados el gnosis, esto es, la alta inteligencia de su doctrina, haciéndoles como centro de la ilustración evangélica (1). Lo indudable es que el Sal(1)

Clem. A l e p . ap. Euseb.

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HISTORIA BE LAS PERSECUCIONES

vador resucitado se reveló á Santiago en una aparición especial. Conocí ásele con el particular calificativo de «hermano del Señor.» Su madre, hermana de la Madre de Dios, llevaba igual nombre que esta. Era la altera Marta, que citan los Evangelios asistiendo á la sangrienta escena del Gólgota. Cinco hijos tuvo de su matrimonio con Cleophas ó Alfeo, y fueran Santiago, Judas, Simón, Joses ó José y una hija. A l fallecimiento de Cleophas ó Alfeo, José, el padre nutritivo de JESÚS , recibió en su casa á la viuda y á sus hijos, viviendo ambas familias en santa y compacta unión. Los primos y demás parientes de JESÚS se consideraban como hermanos y hermanas, según costumbre de los judíos, los cuales daban mayor laxitud que nosotros á la palabra hermano. IndicaHegesipo que Alfeo era hermano de José, en cuya caso, los dos hermanos se h u bieran casado con dos hermanas; y así, adoptando José los hijos de su hermano difunto h u biera observado fielmente la costumbre vigente entonces entre los judíos. De estos hermanos, esto es, primos, de J E S Ú S , Santiago y Judas fueron admitidos en el número délos Apóstoles, aunque Simón y Joses no disfrutaron este privilegio, á causa de haberse resistido por algún tiempo á reconocer la dignidad mésiánica de su augusto Primo. Mas ilustrados por los portentos sucesivos tomaron una parte activa en la propagación del Evangelio. Santiago, á causa de su piedad, del celo y exactitud en la observancia de los preceptos tradicionales del pueblo judío gozó constante influencia sobre sus compatricios. La omnímoda confianza que merecía á los probos y honrados hebreos daba mucha autoridad á sus opiniones y doctrinas. Dios se valió de él para atraer á muchos ilusos al reconocimiento de la divinidad de su Hijo J E S Ú S . Santiago era la puerta por la quedos hijos de Israel entraban en la sagrada arca del Cristianismo. De todos los Apóstoles quizá Santiago era el que mortificaba mas á la Sinagoga, y por lo tanto el blanco principal de sus calumnias y asechanzas. Santiago y Pablo introdujeron realmente la desconfianza y el desfallecimiento en las filas de los recalcitrantes judíos; porque en ambas veian sus antiguos correligionarios una especial ostentación del espíritu de Moisés, que, como es sabido, JESÚS vino á esclarecer, no á ofuscar. Varias veces intentó la Sinagoga deshacerse del hombre que tan perjudicial influencia ejercía en sus subditos; pero la intervención de la autoridad romana desbarataba sus planes inicuos. Aconteció que muerto Festus, procurador del cesar en Judea, fue nombrado para sustituirlo Albinus. En el interregno, ó período de la vacante de aquella dignidad, Ananías, que revestía el supremo sacerdocio judaico, tramó una conjuración espantosa contra el Obispo de Jerusalen. Eran los dias de la Pascua; judíos de varias sectas procedentes habían consultado á Santiago sobre varios puntos litigados, el Obispo de Jerusalen resolvía sus dudas y disidencias convenciéndoles de que Moisés y los profetas habían visto cumplidos el objetivo de su ley y los anuncios, base de las antiguas esperanzas; que JESÚS era el Enviado por el Padre, el único Salvador verdadero. Muchos se convertían. Los doctores d é l a l e y , indignados por el proselitismo de Santiago, fueron á su encuentro suplicándole que en obsequio de la paz, cortara el vuelo á la defección del judaismo y , aprovechando la reunión de forasteros en la capital, pronunciara desde el templo algunas palabras atenuantes de sus anteriores declaraciones, «os conjuramos á ello, le dijeron, emplead el prestigió que os da sobre el pueblo la santidad de vuestra vida para disuadirle de adoptar estas novedades peligrosas, que á tantos han ya pervertido. Apelamos á vuestra probidad. Sabemos que sois inasequible al interés y á la gloria. Os hablamos en nombre de los intereses religiosos del país.» Conducido á una altura del templo, los ancianos le dijeron : «Varón santo, hablad ; el pueblo desea conocer vuestro pensamiento sobre el Crucificado; explicaos, vuestras palabras serán para el pueblo y para nosotros otros tantos oráculos expresados por boca de la misma verdad.»

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La Sinagoga pronto vio disipada su última ilusión. «¿Por qué me interpeláis, exclamó el Obispo de Jerusalen, porque me interpeláis acerca de J E S Ú S , hijo del hombre? Sabed que Él esta sentado á la derecha de Dios omnipotente y que ha de venir en medio de nubes á juzgar el universo.» Inmensa conmoción produjeron estas palabras inesperadas. Los cristianos exclamaron unánimes: «Gloria á J E S Ú S , honra sempiterna al Hijo de David.» Los fariseos y los doctores de la ley irritados prorrumpieron en un grito de venganza. Y otros sorprendidos se decian: «¿qué? jhasta el hombre de Dios ha prevaricado!» Un doctor de la Sinagoga gritó, dominando el tumulto: «Apedreadle.» « S í , apedreadle,» contestaron todos. Santiago derribado desde la plataforma del templo, herido gravemente, tuvo fuerza aun para postrarse de rodillas, elevar los trémulos brazos y exclamar: «Señor'JESÚS, perdonadles.» La actitud mansa de la víctima, apreciada de todos los judíos de buena f e , produjo una escisión en la masa de sus rivales. «Perdonémosle á é l , » decian unos ; « n o , otros replicaban, el judaismo exige un castigo ejemplar.» Una lluvia de piedras cayó sobre el exánime Apóstol, cuya cabeza aplastó un enorme golpe de mazo descargado por un brazo impío entre los impíos. La muerte de Santiago produjo sensación en Jerusalen. El mártir era allí universalmente querido y respetado. Casi todos los cristianos le debian la fe ; los judíos le eran deudores de inmensos- actos de beneficencia. El historiador Eusebio cita un pasaje de Josefo, en el que, hablando del sitio de Jerusalen, dice: «Esto lo sufrieron los judíos á causa de Santiago, hermano de J E S Ú S , apellidado el C R I S T O , que ellos mataron, á pesar de ser unánimemente reconocida su acrisolada probidad.» El descontento causado por la intolerancia del Sanhedrin, y el bárbaro proceder de sus agentes contra un justo universalmente querido como Santiago, se tradujo pronto en hechos. Algunas personas notables de Jerusalen presentáronse á Agrippa denunciándole unos hechos injustificables, cuya responsabilidad pesaba sobre Ananías. A l mismo tiempo A l b i n u s , l l e gado y a , recibió las protestas de algunos ancianos contra el proceder delsumo sacerdote, que congregó el Sanhedrin sin obtener los consentimientos previos que la ley exigia. Albinus escribió con aquel motivo una carta de reprobación á iVnanías, y Agrippa poco después le destituyó de la sacrificatura máxima, sustituyéndole en aquella grande dignidad por un tal Jesús . hijo de Damneus. Estos hechos evidencian la importancia y la estima de que disfrutaba en Jerusalen el Obispo de los cristianos. Y bien merecida tenia aquel justo la sólida reputación de que disfrutaba. A su piedad acendradísima unia elevadísimo criterio. Hubo y hay empeño por parte de los que pretenden la existencia de un dualismo de espíritu entre los Apóstoles, en rebajar el carácter y la nobleza de Santiago. No faltan historiadores que han puesto especial empeño en pintarnos, cierta mezquindad de miras y bajeza de ánimo en aquel digno hermano del Señor. El racionalista Renán ha escrito : «Santiago era un hombre respetable, pero poseído de un espíritu mezquino que seguramente JESÚS hubiera censurado á haberle conocido tal como se nos representa... Lo que hay de cierto es que el personaje que se llama Santiago, hermano del Señor, ó Santiago el Justo, era en la Iglesia de Jerusalen la personificación del partido judío mas intolerante. Mientras que los Apóstoles activos corrían el mundo conquistando almas, el hermano de JESÚS en Jerusalen hacia cuanto le era posible para destruir su obra, contradiciendo á JESÚS después de su muerte de una manera mas profunda que lo habia hecho en vida... Lo que mas irritaba era esta oposición que se hacia á la propaganda. Como los judíos de la estricta observancia, los partidarios de Santiago no querían que se hicieran prosélitos (1).» (1)

Vida de San Pablo,

por R e n á n .

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Estas altisonantes afirmaciones vienen refutadas por la historia y por los escritos del ilustre Apóstol. ¿Quién martirizó á Santiago? El partido judío intransigente. Luego no existia la especie de mancomunidad de espíritu que Renán y sus antecesores en la crítica anticristiana pretenden. ¿Por qué los partidarios de la Sinagoga martirizaron á Santiago? Porque este confesó la divinidad de JESUCRISTO y el futuro juicio del género humano por J E S U C R I S T O . Luego no le molestaba, no podia molestarle la propaganda de la fe. ¡ Que el espíritu de Santiago era mezquino! ¡ que formaba la mezquindad de su carácter contraste con la generosidad del corazón de J E S Ú S ! Gratuitas aseveraciones que vamos á confundir con documentos incontrarestables. En la carta de Santiago, que forma parte de la sagrada Biblia, aborda con varonil denuedo una de las cuestiones mas espinosas para ser dilucidada por un espíritu apocado. Y ¿en qué sentido la resuelve? Léase y dedúzcase. Tratábase de la cuestión social, planteada en aquellos dias en Jerusalen como en Roma, en Atenas como en Cartago. Hé ahí como se expresó el Obispo « d e mezquino criterio:» «Hermanos mios, no intentéis conciliar la fe de nuestro glorioso Señor acepción de personas.

JESUCRISTO

con la

«Porque si entrando en vuestra congregación un hombre con sortija de oro y ropa p r e ciosa, y entrando al mismo tiempo un pobre con un mal vestido, ponéis los ojos en el que viene con un vestido brillante y le decís: Siéntate tú aquí en este buen lugar, diciendo, por el contrario, al pobre: Tú estáte allí en p i é , ó siéntate acá á mis pies, ¿no es claro que formáis un tribunal dentro de vosotros mismos y os hacéis jueces de sentencias injustas? « O i d , hermanos mios, ¿no es verdad que Dios eligió á los pobres en este mundo para hacerles ricos en la fe y herederos del reino que tiene prometido á los que le aman? «Vosotros, al contrario, habéis afrentado al pobre. ¿No son los ricos los que os tiranizan y no son estos mismos los que os arrastran á los tribunales ? ¿ No es blasfemado por ellos el buen nombre (de C R I S T O ) que fue sobre vosotros invocado? « S i es que cumplís la ley regia (de la caridad) conforme á las Escrituras: Amarás á tu prójimo como á tí mismo, bien hacéis. Pero si sois aceptadores de personas cometéis un p e cado, siendo reprendido por la ley como á trasgresores (1).» El autor de estas palabras no podia tener mezquino espíritu. Ellas están del todo conformes con el criterio que normalizaba los escritos de Pablo. La doctrina sobre la necesidad de armonizar la fe con las obras para obtener la salvación sirve de fundamento á las enseñanzas teológicas sobre este punto, respecto al cual vóse también la mas completa conformidad entre Santiago y Pablo. Santiago era sin duda el Apóstol de privilegiado talento en la escuela que podemos llamar jerosolimitana. Gracias á esto y á su edificantísima conducta ejerció verdadera influencia en la moral y administración de la cristiandad, hasta el punto de haber sido considerado como el doctor cuyas sentencias ú opiniones eran decisivas, salvo el derecho supremo del Príncipe de los Apóstoles, cuyo hombre de íntima confianza era. Si los sostenedores del dualismo apostólico se tomaran la pena de comparar la epístola de Santiago con las de Pablo, reconocerían la mas perfecta unidad doctrinal y moral en los jefes respectivos de las dos escuelas. Las enseñanzas antioquenas, digámoslo así, en nada se diferenciaban de las jerosolimitanas, salvo el punto de disidencia sobre las ceremonias. Todo lo que emanaba del credo era semejante, idéntico. Hablando Dcellinger de la carta de Santiago, dice: que «es notable por la fuerza y riqueza de pensamientos, por una alocución sentenciosa, rica en imágenes, con frecuencia poética y elevada, por una afinidad sensible y constante con el discurso del Salvador en la montaña. Encuéntrase en ella la refutación del error dogmático de los que explicaban m a l , porque no la comprendían bien, la doctrina de la justificación por la fe. Pero ella tuvo por especial ob(1)

Carta de Santiago.

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jeto corregir las imperfecciones morales, mejorar las costumbres, borrar la diferencia creciente entre ricos y pobres y las pretensiones de los primeros en las asambleas de los fieles. El A p ó s tol representa "al Cristianismo como la ley de la libertad, la ley regia del amor que Dios escribe por la fe en el corazón del hombre.» El Apóstol q u e , según Renán, «hubiera merecido la reprobación de J E S Ú S , cuya obra se esforzaba en destruir,» era, según Doellinger, aquel en cuyo escrito «se contienen mas a l u siones á los discursos de JESÚS , mas reproducciones de las palabras del Salvador que en todas las demás cartas apostólicas juntas.-» Esta es la verdadera fisonomía del grande Apóstol cristiano, sacrificado por el enojo de la pérfida Sinagoga.

XXIII.

Incendio de Roma.

El delirio de Nerón para gozar llegó á su álgido período. Dos cosas eran en él ilimitadas, el poder y la concupiscencia del orgullo y del placer. Jamás el epicureismo tuvo una personificación tan viva como en aquel cesar, en cuyo corazón estaba extinguido el último resto del pudor. La voz de la conciencia no tenia para él ningún significado, como carecían de valor la honra, los bienes, la sangre, la vida ajenas. Señor, dueño absoluto de todo, solo reconocía un derecho y una propiedad. El era el gran propietario, él el supremo arbitro. El género humano era su esclavo, y en esta calidad podia disponer de su fortuna y de su vida. Nerón es quizá el soberano mas endiosado y á la vez mas criminal que aparece en la historia de los siglos. Como si la serpiente paradisiaca se hubiera deslizado en el alcázar neroniano y vuelto á r e petir el erüis sicid clii, Nerón, creyendo en su propia divinidad, no respetaba precepto alguno. El crimen fue el mas activo y fiel agente de sus infernales proyectos. Cruzó un dia por su mente la idea de la reconstrucción de Roma, y al momento se la afilió ; pero para reconstruir á Roma era preciso destruirla. Los procedimientos administrativos y económicos eran escesivamente lentos y costosos. Satán le inspiró un sistema corto, p o é tico y barato. ¡ El fuego! Contemplar tranquilamente el cuadro de Roma incendiada ofrecía una perspectiva digna del sanguinario cesar. La corte se trasladó á Antium. El dia 16 de julio del año 64 se declaró un violento incendio en el distrito contiguo al círculo máximo, al pié de los cerros Palatino y Caelio. En pocos instantes las llamas envolvían en sus mugientes olas aquellas pobres barriadas. Leamos la descripción que hace Tácito de aquel espantoso acontecimiento. « E n su impetuosidad el incendió devoró desde luego todas las construcciones de la parte baja, subió sin estorbo á los puntos mas elevados, descendió y volvió á subir, consumiéndolo todo con una celeridad que frustraba todos los auxilios. La antigua Roma con sus estrechas y tortuosas calles ofrecía á las llamas un alimento inagotable. Imagínese el lector los chillidos délas espantadas mujeres poblando el aire de sus lamentos; ancianos endebles, intentando salvar apersonas menos ágiles aun que ellos; niños inexpertos, corriendo desatinados sin guia ni dirección; unos parándose en el lugar de mayor peligro, otros corriendo en los momentos que era mas arriesgado huir; resultando una confusión que paralizaba cualquier saludable esfuerzo. Muchos, volviendo.la vista atrás, veíanse casi alcanzados por las llamas, que asimismo estaban posesionadas de los flancos. Creían otros haber salvado el mas próximo p e l i gro, cuando otro peligro inesperado les salia al encuentro. Huyendo de las calles arruinadas

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acampaban algunos en las afueras, y allí unos devorados por el dolor de la pérdida de la fortuna y de los recursos indispensables á la vida; otros por la desesperación de ver perdidos sus mas próximos parientes y amigos sin poder socorrerles, se arrojaban voluntariamente á la terrible hoguera, sin admitir el auxilio que se les ofrecía. Y nadie alcanzaba combatir el elemento destructor, porque algunos hombres diseminados proferían amenazas contra los que intentaban hacer algo serio para extinguirlo, y hasta habia quienes arrojaban antorchas embreadas, diciéndose competentemente autorizados para ello. ¿Era este un recurso empleado para saquear á mansalva los edificios desolados? ¿ó era que realmente tenían órdenes incendiarias ( 1 ) ? » Seis dias y siete noches duró la tempestad de fuego. Toda la ciudad, apoyada en el monte Esquilinio, no era mas que un campo de cenizas humeantes. Esperábase el próximo término de la catástrofe, cuando el incendio reaparece por el lado del palacio Emiliano. Aquella s e gunda edición duró tres dias. Allí el incendio fue mas lento, porque siendo mas aristocráticos los barrios devorados encontraba menos combustible, aunque los edificios incendiados en ellos eran mas preciosos. «Seria demasiado prolijo, dice el mismo Tácito, enumerar los palacios, casas, templos desaparecidos en aquellas terribles jornadas. .Los monumentos mas antiguos de la religión, el templo dedicado por Servius Tullius á la Luna; el grande altar y la basílica elevados en honor de Hércules por el arcadiano Evandro; el santuario de Júpiter Stator construido por el mismo Rómulus; el palacio de Nurna; el templo de Vesta y de los penates del pueblo romano, todo fue reducido á pavesas. Así desaparecieron las riquezas conquistadas por tantas victorias, las obras maestras del arte griego, todos aquellos antiguos y sagrados monumentos del genio, cuyo recuerdo no pudo borrar en el espíritu de los ancianos, porque era irreparable pérdida, el esplendor de la Roma renaciente (2).» De los catorce cuarteles ó.distritos en que estaba dividida la capital, cuatro desaparecieron por completo; siete se veían cubiertos de escombros inaprovechables; solo cuatro permanecieron intactos, y eran estos el del monte Janlculo. el del Aventino, el del Celio y el de la puerta Capena. El número de víctimas será para siempre ignorado. La opinión pública atribuyó la iniciativa de la catástrofe á un capricho, á un cálculo de Nerón. Suetonio escribió: «Nerón supo disimular tan poco su culpabilidad, que algunos consularios sorprendieron en sus habitaciones criados del Emperador con antorchas y breas, y no se les detuvo, y hasta se empleó la maquinaria para derribar algunos edificios cercanos al palacio imperial, .que, cimentados y apoyados en rocas, no cedieron á la acción de las llamas.» El mismo Suetonio cuenta que Nerón en lo mas crudo del incendio subióse, acompañado de sus íntimos cortesanos, á la cumbre de la torre de Mecenas, en el monte Esquilinio, para disfrutar del excelente punto de vista que desde allí se ofrecía; entonando en aquella altura un himno sobre la ruina de Troya al acorde de su propia lira. Dion Cassius es igualmente e x plícito en este punto. La indignación de los romanos fue correspondiente á la escandalosa conducta del Emperador ; porque aun suponiéndole inocente de la iniciativa de aquella catástrofe sin igual, su con'ducta durante la aflicción de la ciudad no admite justificación. Nada hizo, nada dispuso que pudiera ser eficaz para alejar, ó á lo menos disminuir la gravedad del siniestro. Solo á ú l tima hora, cuando el fuego habia consumado su obra, se presentó mas bien como curioso espectador que como solícito soberano. Sus medidas para improvisar un barrio de cabanas, que sirvieran de asilo á los que habían perdido los hogares, y para que abundara el alimento para las muchedumbres desposeídas, no escitaron la gratitud del pueblo, en cuya imaginación y en cuya conciencia Nerón era el grande incendiario. (1)

Tácito, Ann.,

(2)

Ibid.

lib. X V .

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Verdad es que los antecedentes de Nerón y sus posteriores hechos no eran los mas á propósito para desvanecer el convencimiento popular. Por sus antecedentes, Nerón se presentaba sin disputa al pensamiento del pueblo como parricida, adúltero, incestuoso, asesino de su hermano, envenenador de Burrhus, oprobio de las personas honradas, bufón sobre la moral y sobre las leyes. Recordábanse varias frases suyas emitidas con despecho contra lo mas sagrado y respetable; sabíase el lujo de cinismo que le

MlEÜ'iK Dli S A N T I A G O ,

3ra característico; nadie ignoraba que su despotismo no toleraba freno. Cuando un pueblo mtero cree en la posibilidad de que un hombre sea capaz de cometer tamaño crimen, el presunto criminal está deshonrado sin apelación. Y si sus antecedentes le acusaban, ó á lo menos le hacían acreedor á ser sentado en el ban[uillo de los acusados, los hechos posteriores agravaron los motivos de las fatales sospechas. Apenas terminadas las ceremonias expiatorias á los dioses decretadas por el que habia toíado el rayo de los cielos para incendiar la tierra, Nerón se dedicó con visible satisfacción á T. I.

28

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realizar el bello ideal de la reconstitución de la ciudad. Sobre las cenizas nial apagadas de dos distritos enteros empezóse á erigir el soberbio palacio ele oro, que Suetonio describe como reuniendo los increíbles bálagos de los cuentos orientales. Rodeado de estensísimos jardines, estanques, cascadas y bosques, erigióse en el vestíbulo del alcázar una estatua de Nerón de treinta y nueve metros de talla. Mil pasos de largo media la fachada adornada con una triple línea de columnas de mármol. El oro y las piedras preciosas lucían profusamente en los t e chos y paredes. El gran salón de los festines giraba de continuo sobre un eje para imitar la rotación del orbe terráqueo. Una lluvia de esencias delicadas rociaba los convidados en las grandes recepciones. Un mar artificial, poblado de enormes peces, construyóse en el parque, en cuyos bosques pasturaban animales exquisitos traídos de todos los países. Di cese que al instalarse en aquella vivienda opulentísima exclamó Nerón : « ¡ A h , por fin estaré alojado como á hombre!» El pueblo recibió con manifestaciones de disgusto aquella especie de deificación de un mortal; y no siendo posible formular públicamente las quejas que estaban en el ánimo de todos , aparecieron en son de protestas epigramas picantes concebidos y escritos por autores desconocidos , pero que eran verdadera expresión del sentimiento general, como este: Roma ílomus fiet; veios migrate, Quintes, Si non et veios oceupat ista olomus. La reprobación pública era cada dia mas pronunciada. Nerón veíase apremiado por el sordo murmullo de las muchedumbres, que le prodigaban significativos desdenes y á todas luces profundo descontento. Rodeándose de gloria en el teatro mismo de las desgracias, escribía con la esplendidez de su corona el proceso de su criminalidad. Nerón buscó nuevas víctimas para velar la enormidad del sacrificio de las primeras. R e currió al crimen para explicar el crimen. Á tan profundo abismo quizá no habia descendido aun la humanidad.

XXIV. Acusaciones y persecución de los cristianos por Nerón.—Sus pretextos.—Sus causas.

La Providencia divina resolvió glorificar á su Iglesia, acrisolándola por medio de sangrienta prueba. Dura fue la tormenta ; pero la mano que la desencadenó era la mas á propósito para ensalzar á los ojos de Dios y de los hombres á los que ella abatía. Háse atribuido á Nerón esta frase: «Quisiera que el género humano no fuese sino un hombre para decapitarle de un g o l p e . » Título suficiente contiene esta frase para acreditar á Nerón de verdugo universal in voto. A l echar siniestra mirada á su alrededor para encontrar víctimas sobre quienes cargar la responsabilidad de los crímenes perpetrados, dio con una sociedad de hombres cuyas virtudes cívicas y religiosas les habian creado una posición escepcional en la capital de los vicios y de las supersticiones. Reconozcamos que los cristianos eran blanco de la oposición y del desprecio de los romanos , ¿por qué causa? Ante todo, los judíos, que podian considerarse como sus originarios, lograron difundir conceptos sumamente desfavorables á sus principios, conducta y tendencias. La insistencia en acusarles de enemigos de la tranquilidad pública desvirtuaba la elocuencia de anteriores sentencias absolutorias. Recordábase que Jerusalen habia pasado dias críticos y presenciado escenas lamentables debidas á la tenacidad y osadía de los que se gloriaban de ser discípulos

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de un ajusticiado; recordábase que el antiguo orden religioso de su mismo país habia recibido quebranto profundo por parte de unos ilusos que anonadaban las tradiciones mas venerandas; presentábaseles como hombres díscolos é intransigentes, enfáticos y misteriosos, formando una conspiración constante y peligrosa. Por otra parte, los cristianos, consecuentes con .las máximas de humildad y de desprecio de las pompas mundanas, vivían retirados del gran mundo, alejados todo lo posible del m o vimiento social y político, reducidos á sus negocios particulares y á su sencillo culto, mirando con cierta compasión á cuantos eran objeto de la envidia y de la admiración aristocrática y popular. Despreciaban aquello á que otros aspiraban; desdeñaban lo que la generalidad aplaudía ; estaban en el mundo sin vivir en el mundo. Para ellos era el mundo el viaje, no la patria. Estas consideraciones servían de foco al desprestigio de los cristianos en la sociedad r o mana. Nerón necesitaba descargar un golpe sobre un núcleo impopular. La víctima, pues, la víctima colectiva estaba naturalmente designada. Hé ahí como Tácito explica el procedimiento de Nerón; y nótese antes que al .autor de la página que va á leerse le era absolutamente antipático el Cristianismo; pagano de espíritu, usa el lenguaje entonces admitido por la opinión contra los cristianos. «Para imponer silencio, dice, al descontento público, Nerón supuso culpables y entregó á los mas refinados suplicios á aquellos hombres detestables por sus desafueros que el pueblo llamaba cristianos. Este nombre les viene de C R I S T O , quien fue ejecutado bajo Tiberio por orden de Poncio Pilatos, procurador de la Judea. Esta secta detestable, reprimida por de pronto, se propagó de nuevo, no solamente en la Judea, donde habia tenido origen, sino en la misma Roma, donde todo cuanto existe de criminal por las cuatro partes del mundo confluye y encuentra crédito. Echóse mano desde luego á todos aquellos que confesaron, y en virtud de su deposición hubo muchos convictos, si no de haber incendiado á Roma, á los menos de profesar cierto odio al género humano. Dióse á su suplicio la forma de un juego cruel. Cubrióseles de pieles de bestias para hacerles devorar por perros, que los destrozaron; se les ató á las cruces, encendiéndolas como antorchas para que alumbraran al caer de la tarde los jardines. N e rón ofreció sus jardines para este espectáculo. A l mismo tiempo daba juegos en el circo, mezclándose con el pueblo vestido de cochero, y guiando un carro. Si bien los cristianos fuesen culpables y dignos de los últimos suplicios, elevóse en todos los corazones un sentimiento de piedad á favor de ellos, porque aparecían sacrificados, no por utilidad pública, sino por la crueldad de un hombre (1).» Los hechos que Tácito relató eran, puede decirse, recientes en la fecha en que los historió, usaba el lenguaje de su tiempo al atribuir infames crímenes (ob flagitia invisos) á los cristianos. Cuales fueron los infames crímenes, lo calle Tácito, como guardó sobre ellos silencio cómodo Plinio el joven. Un solo crimen se cita, y es el odio que profesaban al género humano. En verdad, que las escenas que ofrecía el género humano, gobernado por Nerón, no eran muy á propósito para escitar el aprecio y el entusiasmo. La religión pagana consistía generalmente en alegres fiestas; era el culto de la naturaleza y la adoración de la vida. La religión cristiana parecía ser la religión de la tristeza y del duelo; la meditación de la muerte. Nada parecía tan antisocial y antihumano, desde afuera considerado, como el eulto grave, severo, proscribiendo todo placer y todo deleite (2), predicando á los hombres la humildad, el desnudamiento de sí mismos, la vanidad délas cosas y la nada de la vida terrenal (3). En efecto, semejantes doctrinas y la conducta á ellas correspondiente podían tomarse (1)

T á c i t o , Ánn.,

(2)

Excesivo.

(3)

Mr. Aubé.

líb. X V .

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HISTOIUA DE lAS

PERSECUCIONES

como un odio al género humano, ó á lo menos como un desprecio supremo á la vida, á la corrupción romana; y á los ojos de una moral rastrera, como la del paganismo, este sentimiento de austeridad y de abstención podia ser calificado hasta de crimen. N o , no se encuentra otro crimen atribuible á aquella sociedad de cristianos, como no sea este; como quiera que, aquello de que los cristianos eran ajusticiados a medida que confesaban, no debe entenderse de la confesión del crimen del incendio de Roma, sino de la confesión de pertenecer al Cristianismo, que por lo visto era por sí solo crimen horrendo. De todos modos los cristianos fueron elegidos para purgar las obscenidades y los despotismos del imperio. Nerón expidió un edicto concebido en los siguientes términos: «Romanos, vuestro dolor es tan profundo como legítima vuestra cólera. El desastre que acaba de destruir las tres cuartes partes de Roma y sumir en el duelo tantas familias no es efecto del acaso ni de una simple imprudencia. Manos enemigas lo han encendido, atizado y propagado, ¿qué manos son estas? No era fácil tarea el descubrir los autores de tan grande crimen, perpetrado á favor de las tinieblas de la noche y luego consumado por medio del t u multo. Yo lo he conseguido sin embargo, con el auxilio de los dioses protectores del pueblo romano, y se hará justicia, pero justicia ejemplar y terrible, que apaciguará los manes irritados de vuestros parientes y amigos. Los culpables son estos viles sectarios del Judío c r u cificado, que ellos llaman C R I S T O . Vosotros ya los conocéis y los detestáis. Llenos de odio salvaje contra Roma, adversarios tenebrosos de los dioses y de los hombres, aspiran nada menos que á destruir vuestros templos y vuestra ciudad para establecer sobre los escombros de vuestro culto y de vuestra patria la dominación de su secta impura y sacrilega. «Ellos pertenecen en su mayoría á la nación judaica, en la cual son tradicionales el odio y el desprecio al género humano; nación diseminada para sembrar gérmenes de disolución por todo el mundo. Mi padre el divino Claudio los espulsó de Roma; ellos han vuelto, sin saber cómo, mas decididos que antes á elaborar nuestra pérdida, y mas resueltos á consumarla. El espantoso acto que acaban de cometer es consecuencia natural de sus doctrinas impías y de sus pasiones homicidas. Déjeseles impunes, usése con ellos de indulgencia y veréis como mañana reanudan para llevarla á término la obra de devastación para la que se compremeten mutuamente con exacrables juramentos. Es preciso, pues, hacerles guerra de esterminio, y solo arrancándolo de raiz es como puede exterminarse este mal. Urge que en pocos dias se vea purgada la tierra de esta raza perversa. Por lo tanto yo he dictado severísimas órdenes para que cuantos se adhieran á la secta cristiana sean buscados con minucioso ahinco y entregados á los últimos suplicios, así en Roma como en todas las regiones del imperio inficionadas por el veneno de tamañas doctrinas.» No se necesitaba tan osada iniciativa para desencadenar la sangrienta tempestad que descargó sobre la naciente Iglesia. Las crueles ejecuciones que siguieron á este edicto, que j u s tificaba todos los atropellos realizados antes contra los cristianos, revistieron un carácter de fiesta; fueron una especie de diversión pública de nuevo carácter. El horripilante espectáculo que Roma presenció no lo habían disfrutado todavía los siglos. Nerón se apropió al firmar aquel documento las bárbaras sentencias de Poncio Pilatos contra JESUCRISTO y las inhumanas ejecuciones de la Sinagoga contra Esteban y los dos Santiagos y las víctimas que con estos fueron inmoladas. El deicidio de Jerusalen pasó á ser por aquel acto una obra romana. El Capitolio adoptó el cadalso del Calvario; el Senado recibió la mancha del Sanhedrin. El grito de tolle lanzado por el populacho de Jerusalen fue repetido por el populacho de Roma; la responsabilidad de la sangre del Príncipe de los justos y la de los justos todos cayó sobre el pueblo conquistador. Nerón mandó crucificar la Iglesia, como Poncio Pilatos mandó crucificar á J E S Ú S . No repitiremos las descripciones de Tácito y de Suetonio sobre los espectáculos de aquellas jornadas tristísimas. Descorazónase el ánimo mas impávido al figurarse los preparativos de aquellas fiestas de muerte, inventadas y combinadas por un genio infernal. Las largas

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avenidas y anchurosos paseos que cruzaban los jardines del monte Vaticano, aparecieron adornados con maderos cubiertos de hermosas telas; en cada madero, sobre un pedestal de leña seca, se veia atado un cristiano, embreados los vestidos. Veíanse allí víctimas de todos s e xos y edades; ancianos de barba encanecida, doncellas de rubicunda y sedosa cabellera, unos y otros ceñida la frente de coronas y guirnaldas de azufre y resina, dibujadas por el mismo Emperador. Una hora antes de la iluminación con antorchas humanas, los cielos contemplaban centenares de justos dirigiendo á ellos los ojos humedecidos; plegarias tiernas de almas desconfiadas de sí mismas, mas temerosas de que les faltara la firmeza de la f e , que de ver rota la esclavitud corporal. Unos tenían valor para modular un canto de acción de gracias á Dios, que les habia elegido para tan solemne confesión; otros estupefactos no atinaban a comprender la posibilidad de tanta malicia en el corazón de un soberano, como el que tales escenas daba al mundo; no faltaban quienes acobardados á la idea de los sufrimientos próximos revelaban un verdadero abatimiento; otros tendían, en la manera que les era dado, sus manos suplicantes á los transuentes, implorando una piedad imposible. N i uno solo ofrecia ademan de apostasía, el único recurso salvador en aquellos instantes críticos. El pueblo romano se trasladó en masa á aquellos jardines; parte para presenciar la grande expiación del incendio; parte para ver sufrir gente tan indigna de misericordia. Nerón se presentó antes de anochecer para asegurarse de la exactitud en el cumplimiento de sus artísticas disposiciones. Disfrazado de cochero revistó detalladamente la combinación de aquellas teas vivientes, entablando con el pueblo repugnantes diálogos y encareciendo la esplendidez de la diversión nocturna. No le faltaron aplausos dedicados á la fecundidad de su imaginación y al exquisito gusto que le era inseparable. Anochecido y a , Nerón, colocado de pié en su carroza en un punto dominante, dio la señal de iluminar. En un abrir y cerrar los ojos varias antorchas aplicadas á los pedestales de los centenares de víctimas empezaron á arder. Las llamas comunicándose á los vestidos embreados envolvieron con un rio ascendiente de fuego aquellos cuerpos venerables. Tantas pirámides de l u z , sembradas por el olímpico parque, ofrecían realmente una perspectiva asombrosa. Mas los gritos de agonía, los lamentos de los ancianos acompañados de los chillidos de los jóvenes; el llanto de los niños y las plegarias piadosas de las mujeres, conmovieron las entrañas de la cruel muchedumbre. Nerón esperó en vano un aplauso universal. Aquello superaba la ferocidad del circo. El murmullo sordo de la multitud pudo haber hecho comprender á Nerón la repugnancia del pueblo ante la despótica adulación con que pretendía obtener sus simpatías. Poco duró aquel festín, porque la vehemencia de las llamas consumió en breves minutos el combustible humano. Una -hora después no quedaban mas que simétricos montones de parduzca ceniza; venerables restos de una sociedad modelo sacrificada por el vicio imperante. La historia no consigna los nombres de los inmolados ; empero pocos años después Juan, al abrir el quinto sello del libro de los misterios, vio en el cielo sus almas «almas de los que fueron •muertos por la palabra de Dios y por ratificar su testimonio, que clamaban á grandes voces, diciendo: Hasta cuando, Señor santo y veraz, no haces justicia, y no vengas nuestra sangre contra los que habitan en la tierra.» Y vio que se les daba «luego á cada uno de ellos un ropaje blanco, y se les dijo que descansasen, ó aguardasen en paz un poco de tiempo en tanto que se cumplía el número de los consiervos y hermanos que habian de ser martirizados también como ellos (1).» Nerón no obtuvo el fin político que se propuso con aquella"magistral barbaridad. El sacrificio de los cristianos escitó vivas simpatias á favor de ellos. Muchos idólatras se resolvieron á enterarse de los principios de una escuela que infundía tanta seguridad de una recompensa imperecedera; algunos creyeron, adhiriéndose á una Iglesia cuyos dogmas eran tan (t)

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superiores á las confusas teorías del gentilismo; otros suspendieron el juicio, trasformándose de adversarios intransigentes en espectativos admiradores. Hubo hombres bastante independientes para defender el derecho y la moralidad de la secta. Los cristianos, imposibilitados de celebrar sus asambleas á la luz del dia, buscaron en las entrañas de la tierra espaciosos antros donde erigir altares. El altar era para ellos su necesidad primera. Como los cuerpos necesitan la influencia del sol, los espíritus cristianos necesitan de la sombra del altar. Descendieron, pues, á las entrañas de la tierra, al sepulcro, como CRISTO, ciertos que un dia saldrían de allí, resucitados á la vida social; porque allí, como CRISTO, bajaron envueltos con el blanco sudario de la inocencia. Mas no estaban todavía allí seguros; porque necesitaban abandonar de vez en cuando las subterráneas mansiones para respirar, para conseguir los elementos indispensables á la vida. Algunos abandonaban el sombrío asilo por la noche para dar un desahogo necesario á sus h i jos. A la luz de las estrellas contemplaban la ingrata y bárbara Roma bañada del resplandor de sus orgías, celebradas bajo la égida del más bárbaro soberano; otros, audaces, se aventuraban á dirigirse á sus casas para procurarse objetos que les eran indispensables; otros se dirigían en la oscuridad á lugares lejanos donde encontrar una seguridad que les negaba Roma, el grande hospicio de todas las maldades y de todas las extravagancias. Cada noche algunos de los que abandonaban las Catacumbas por pocas horas no regresaban, porque el ojo vigilante de la policía neroniana se fijaba en ellos, y descargando sobre ellos una mano de hierro les cautivaba. Así todo era en las Catacumbas ansiedad, desolación y llanto, bien que el consuelo de poder elevar á Dios la plegaria y el sacrificio compensaba el martirio continuo de aquel modo de existir. El espíritu de fraternidad se ostentaba allí en todo su esplendor, trascendiendo á cuanto puede concebir la imaginación mas feliz. La miseria de las Catacumbas hubiera acabado por extenuación con aquellos heroicos soldados de CRISTO, á no ser la generosidad de algunos ricos paganos, compadecidos de la suerte de aquel puñado de indefensos perseguidos. Por fortuna el esceso de barbarie desplegado por Nerón les conquistó protectores secretos entre los que se cuentan Agrícola y Labeon, que desempeñaban cargos importantes en el imperio y Cineas, Petus, Traseas, contando algunos entre ellos al mismo Séneca. Á los que caian en poder de los neronianos. les aguardaban tormentos no menos repugnantes que á los que sirvieron de antorchas en los jardines del Vaticano. Muchos de ellos f u e ron vestidos con pieles de fieras y entregados á la voracidad de los perros de caza del E m perador. Apenas se encuentra una explicación algo satisfactoria de tanto enojo concentrado contra una sociedad que no era temible por el número ni por la influencia de sus adictos. Si Nerón hubiera sido un hombre religioso dentro del gentilismo, podríase atribuir á fanatismo de secta su inusitado rigor; pero lejos de esto, el hijo de Agrippina era todo un e s céptico. Además las disidencias religiosas eran familiares á los romanos. No se inquietaba el poder ante las diversas escuelas que fundaban en Roma los filósofos y sectarios procedentes de todos los puntos conquistados. Durante dos años, uno de los mas caracterizados Apóstoles del Cristianismo, aunque prisionero, habia públicamente enseñado las teorías mesiánicas. Á vista de la autoridad Pablo habia convocado á su casa gentiles y judíos y les habia predicado á CRISTO perseguido, muerto y resucitado. Gallion, Lisias y Festus habian enterado oficialmente al consejo imperial sobre las aspiraciones de la disidencia jerosolimitana, y los agentes del imperio no manifestaron alarma. Además, si el grupo cristiano era peligroso por sus doctrinas religiosas, mas habia de serlo el grupo judío, mas numeroso, mas influyente, mas decidido si cabe, porque tenia todo un reino en que apoj'arse y tradiciones mas arraigadas que oponer á la idolatría. Sin embargo, el judaismo, no escitó la animadversión del trono. La cuestión religiosa probablemente fue ajena en su origen á la bárbara determinación:

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es regular, que, como observa un historiador, fuese la cuestión de carácter de los cristianos lo que decidió á concitar sobresellos la venganza. Veíase en los cristianos una especie de raza de hombres bizarros distintos de los demás, que no participaban de los gustos, de las aficiones, ni de los placeres comunes, que se r e traían del trato de una sociedad ulcerada, que se reunían secretamente y como en familia para realizar sus ceremonias y sacrificios que nadie conocía. Esta reserva necesaria atendido la índole de los misterios que formaban la base de sus creencias, escitaba la imaginación del vulgo y era tema, ó mejor, servia de pábulo á fantasmagóricas suposiciones. La curiosidad pública buscaba en el rito secreto, escenas antisociales, conjuraciones peligrosas, reprobables inmoralidades, un conjunto de circunstancias que volvían odiosa la llamada secta, hasta el punto de marcar con nota de infamia todo nombre que á ella se adhiriera. Aquellas reseñas de crímenes imaginarios, aceptados mas ávidamente cuanto mas monstruosos, valíales la execración pública, y les señalaba naturalmente como presa segura de una policía sedienta de v í c timas. La facilidad de echarse sobre la Iglesia naciente, la seguridad de que el pueblo no se opondría á su inmolación fueron los móviles que determinaron la horrenda hecatombe que llenó de sangre y de gloria el majestuoso camino por el Cristianismo emprendido. El edicto de Nerón produjo funestos efectos en muchas provincias, especialmente en las enclavadas en Asia. Los prefectos imperiales juzgaban atraerse la benevolencia del César imitando su conducta en la capital. La predicación cristiana tuvo á su frente la oposición directa y formidable de los agentes del poder absoluto, ilimitado. Toda la Iglesia se sintió herida por la pérdida de las primicias de sus confesores. La nave de Pedro hizo la primera prueba de su solidez en la tempestad de sangre contra ella suscitada; bien que al través del universal llanto se veia la mano del Todopoderoso estendida sobre la bandera combatiente como segura garantía de salvación y de triunfo.

XXV. Consecuencias de la persecución neroniana.

El lamentable hecho ó serie de acontecimientos que acabamos de relatar tuvo consecuencias consoladoras, previstas por el divino Espíritu, que encaminaba la Iglesia hacia la consecución de sus gloriosos destinos. La primera y quizá la mas importante de ellas fue estrechar la santa unión de los cristianos. La tolerancia y condescendencia del paganismo con las sectas judaicas, contrastando con la severidad proclamada y ejercida para con los hijos de la Iglesia, ahondaron á la vista de los mas miopes, la real y esencial separación de ambos campos. Los perseguidos lo eran •por el nombre de CRISTO, y en virtud de las doctrinas mesiánicas que profesaban, esto es, habida consideración de las divergencias fundamentales con los discípulos persistentes de la Sinagoga. La especie de amalgama peligrosa, causa de los primitivos disgustos de la Iglesia, descompúsose al influjo del reactivo de la persecución, ¡ química moral tan á tiempo permitida por la Providencia! Simultánea 'é idénticamente perseguidos cristianos judaizantes y cristianos incircuncisos aunáronse, como-era natural, los intereses y las aspiraciones. La participación de las amarguras de la Cruz hizo olvidar la diversidad de otros gustos y de otros respetos. Creábase una tradición "común á medida que surgían comunes esceuas; la comunidad del dolor fomentaba la comunidad de gloria. El abismo entre ambas religiones se ahondaba cada dia, y como dice un filósofo de la historia: «Aquella comunidad de peligros afrontados y de pruebas sufridas hizo

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nías que los mas bellos discursos y los mas elocuentes escritos para la unión de las almas.» En efecto, todos, judaizantes y no judaizantes tuvieron una circuncisión común, circuncisión de sangre, la circuncisión del martirio. ¡ Por tan violento é irregular medio valióse Dios de Nerón para cimentar la unión de los confesoros de la fe y facilitar la espléndida propaganda del Evangelio. La otra consecuencia fue el retraimiento que aquel acto bárbaro del Emperador produjo en las personas mas caracterizadas por cierto valor moral. La cínica inhumanidad de las ejecuciones repugnó á todo corazón que conservara un resto, solo un resto de honradez. Los romanos probos empezaron á avergonzarse de ser gobernados por la personificación de todas las pasiones indignas capaces de hervir en una alma degradada, y á sentir un anhelo de libertad y de dignidad que solo podia proporcionarles la emancipación de aquella tiranía. Por aquellos dias retiróse del íntimo consejo imperial el filósofo Séneca, cuya probidad relativa en aquella aglomeración de personajes insensatos le daba cierto prestigio. Probidad relativa, decimos, pues depuradas en el crisol de la crítica cristiana las máximas, de Séneca distan mucho de contener los principios de una moral sólida. Reconocemos que en sus escritos se encuentran algunas máximas severas, algunos c o n sejos sanos, algunas consideraciones aceptables, pero en ninguna de ellas descuella el espíritu de rectitud y de justicia, la elevación de miras y la superioridad de origen que son i n dispensables á la legislación autorizada de las costumbres. Natural de Córdoba en España, fue discípulo de Socion Alejandrino y de Phatin, que gozaban distinguido predicamento entre los filósofos estoicos. Inauguróse brillantemente, en el foro, en cuya tribuna adquirió la primera auréola de celebridad. La animadversión de Calígula hacia todo talento descollante le obligó á retraerse de los combates de la palabra, librándose con el silencio voluntario de la rivalidad del déspota cesar. Relegado no obstante á la isla de Córcega, á causa de su cortesanía á la viuda de su protector Domitius, escribió desde su forzoso retiro alguno de sus tratados, cuya propagación acrecentó la gloria de su nombre en el círculo de los letrados. La fama estendida del ilustre proscrito llamó la atención de Agrippina, después de sus desposorios con el emperador Claudio, quien le llamó del destierro para confiarle la educación intelectual y m o ral de su hijo Nerón, como hemos visto antes. La sombra del respetable Séneca contuvo por algunos tiempos las pasiones de su fogoso discípulo, y los cinco primeros años de su reinado lo fueron de grandes esperanzas para sus subditos, hasta al punto de haber escrito Tácito que «pocos príncipes pueden gloriarse de haber debutado mejor que N e r ó n . » El estoicismo, que era el sistema filosófico que inspiraba á Séneca el criterio, distaba de ser el valor cristiano, fundado en la resignación y conformidad con los designios de la Providencia y en el gustoso sacrificio individual en aras del bien común. Era nada mas que el desden altivo á las vicisitudes de la naturaleza y la inflexibilidad insensata ante sentencias supremas que humillan al hombre por expiación. Estoico equivalía y equivale á Adán, que, en vez de llorar su tropiezo y horrorizarse ante la tumba, exclamara: « M e es indiferente ser arrojado al sepulcro ó ser encumbrado al trono de los cielos; ¡Dios! yo desprecio tu anatema.» La moral de Séneca no pasa de ser una moral independiente; fáltale á su organismo el espíritu de Dios; es un organismo completamente muerto. Séneca no ajustaba su conducta ni siquiera á los principios de la moral fraguada por su buen sentido. El apologista de la sencillez de vida y de la modestia del trato, vivia en un palacio rodeado de jardines y enriquecido con preciosidades artísticas de fabuloso valor. L a mentábase de la vanidad mundana en salones donde se ostentaban raros vasos etruscos, c l á sicas pinturas de la escuela griega, excelentes tapices asiáticos. Celebrábanlos encantos del retiro y de la soledad teniendo muchedumbre de esclavos. Una estatua de mármol, representación de su persona, erigida en el vestíbulo de su alcázar, era el elocuente y compendiado mentís á las lecciones de abnegación y renuncia á las pasajeras pompas que iban á recibir los discípulos de aquella escuela.

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A esta perserverante contradicción entre los principios y los actos del filósofo consejero débese el que apologiase el asesinato y el parricidio y el que cubriese con su égida los dcs-

baucbes y dilapidaciones del Príncipe. Séneca debia retirarse de palacio en el momento en que VIO prevalecer la moral, Ó mejor la inmoralidad epicúrea. M i s , epicúreo práctico, el es-

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tóico doctrinal encontraba sin duda medio de tranquilizar su conciencia menos rígida que su razón. Vestía de gloria la virtud para que otros se enamoraran de ella. No es esto decir que la intervención de Séneca dejara de evitar, ó á lo menos de retardar, escandalosas disipaciones en el imperio. Á pesar de su carácter acomodaticio, el filósofo ministro sintió profunda repugnancia ante el incendio de Roma y la cruel expiación en las personas de los cristianos. Estos dos becbos unidos á las exacciones y depredaciones que Nerón hubo de decretar para cubrir el presupuesto de sus perpetuos festines y espléndidas bacanales, le decidieron á separarse del consejo imperial. En efecto, los templos idolátricos fueron saqueados, las estatuas de metales preciosos, los objetos ofrecidos por la piedad de los antepasados, secuestrados por el fisco; los monumentos de Roma, de la A c a y a , del Asia despojados de sus valiosos ornamentos. La na*?e del imperio bogaba en un lago de sangre y de oro reunido por el asesinato y el pillaje en grande escala. La vida y las fortunas del pueblo eran patrimonio exclusivo del Emperador. Séneca encontró la frontera de sus condescendencias y retrocedió. Aquel retiro, solicitado del Emperador y negado primero, aunque después concedido, atendiendo los motivos de falta de salud alegados, fue el preámbulo de su sentencia de muerte. De lo espuesto hasta aquí se deduce que Nerón perdió gran parte de su popularidad á causa de las enormes injusticias y nefandos crímenes perpetrados para asegurársela y estenderla; que sus gestiones para sepultar el Cristianismo dieron por resultado estrechar el vínculo de unión de los diversos elementos que formaban la cristiandad, y por lo tanto, robustecieron la fuerza de resistencia en la Iglesia, que se pretendía debilitar. El protectorado de Dios se hizo visible sobre los elegidos. Las ventajas morales empezaron á verse manifiestas en el apostolado sobre el imperio. La persecución de los cristianos en Roma equivalía á la predicación solemne del Evangelio á las puertas mismas del Capitolio. El mundo entero quedó advertido de la aparición de una doctrina, de una moral, de una Iglesia salvadoras. En este punto las esperanzas de Pedro y Pablo se hallaban realizadas con esceso. Renán ha* apreciado las consecuencias de la crueldad de Nerón sobre los destinos del Cristianismo en los términos que vamos á trascribir, cuya importancia viene aquilatada por la desafección de su autor á la causa de la Iglesia. « L a orgía de Nerón, dice, fue el gran bautismo de sangre que designó á Roma como la ciudad de los mártires, para jugar un papel aparte en la historia del Cristianismo, y hacerla la segunda diudad santa. Equivalió aquello á la toma de posesión de la colina Vaticana por unos triunfadores de desconocido género. El atolondrado odioso que gobernaba el mundo no se apercibió que era el fundador de un nuevo orden de cosas, y que firmaba para el porvenir una letra, escrita con hiél, cuyos efectos habían de ser revindicados hasta diez y ocho siglos mas adelante. Roma, hecha responsable de toda la sangre derramada, vino á ser como Babilonia una especie de ciudad sacramental y simbólica. De todos modos, Nerón tomó un puesto de primer orden en la historia del Cristianismo. Aquel milagro de horror, aquel prodigio de perversidad fue para todos un signo evidente. Ciento cincuenta años después Tertuliano exclamaba: « ¡ S í , nos sentimos orgullosos recordando que fuimos declarados fuera de la ley por semejante hombre! Cuando se ha profundizado bien el caso se comprende que lo que Nerón condenó no pudo ser sino el bien, y un gran bien (1).» (1)

Renán,

L'Antechrist.

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XXVI.

Conspiración y venganza.

Determinó el cielo quitar la paz del ánimo del gran perseguidor desde la consumación de sus característicos crímenes. No detallaremos las vicisitudes por que pasó la conjuración de algunos notables tramada artísticamente contra la vida del Emperador. El núcleo de ella formáronle hombres conocidos Ó influyentes como Cne'íus Calpurnius Pisón , joven arrogante, audaz, elocuente^ y erudito; Subrius Flavius, tribuno de una cohorte pretoriana; el centurión Sulpicius Asper; Plantius Lateranus, designado Cónsul; el poeta Amweus Lucain; Flavius Scevinus; Afranius Quinctianus; Senecion, familiar del César; Natalis, confidente de Pisón; Fenius Rufus, uno de los prefectos del pretorio. Jamás hubo conjuración que representara mas fielmente las aspiraciones de la opinión pública. Sin embargo, la venalidad de algunos conjurados descubrió el plan y abrió una era de nueva y cruelísima venganza. Los empresarios de la emancipación de Roma tenían estensas ramificaciones en las principales familias, y por lo tanto, fue considerable el número de v í c timas sacrificadas por el tirano. Entre ellas cuéntase Séneca, que recibió la orden de morir. El filósofo murió como un verdadero estoico. Abiertas ya sus venas y manando con dificultad de ellas la sangre á causa de su ancianidad, habló con elogio de la sabiduría y prudencia de sus escritos; de las largas y continuas meditaciones en las que habia pasado sumido la vida; del ejemplo de las virtudes que legaba al mundo. « N o te dejes arrastrar por un dolor eterno, dijo á su esposa al abrazarla por última v e z ; la contemplación de mi vida pasada en el seno de la virtud debe consolarte de la pérdida de un esposo.» Lento fue su desangre; para morir mas presto tomó primero una dosis de veneno ineficaz, luego hizo preparar un baño tibio para precipitar el desfallecimiento. A l sentirse cercano al último sueño, tomó en la palma de su mano un poquito de agua mezclada con su sangre, y esparciéndola sobre los circunstantes, exclamó: «Hagamos una libación á Júpiter Liberator.» Esta última frase, citada por Tácito, demuestra que Séneca murió pagano, desvaneciendo la opinión de los que creen que abrazó el Cristianismo. Con que Nerón se halló libre de la sombra de los dos mas respetables varones que sin duda le hubieran conducido por el camino de la virtud y de la gloria, á haberse prestado á secundar los consejos nobles y levantados su corazón inclinado al placer sin freno y al orgullo sin ley, y sobre todo á haber sido menos infecta de toda clase de concupiscencia la atmósfera social que en aquellos dias se respiraba. Burrhus y Séneca no existían. Sorprende á todo observador atento el contraste que se nota entre el orgullo de los romanos, sus teorías de-dignidad, la especie de regia soberanía con que se glorificaba la ciudadanía, y el bajo servilismo con que los mas encumbrados patricios obedecían y ejecutaban por sí mismos la voluntad del Emperador, que les intimaba la muerte. Allí no habia verdugo para los grandes; para la muchedumbre de patricios el verdugo era su propio cirujano. ¡Sabia permisión de la Providencia, rectora de los hombres y de los siglos, que así humillaba aquella soberbia raza, haciendo tangible la miseria inherente á la mas espléndida gloria h u mana ! Así murieron Subrius Flavius que, interrogado por Nerón sobre la causa que le habia resuelto á atentar contra su vida, contestó: «Ninguno de tus soldados te fue mas fiel mientras mereciste mi estimación y respeto; solo empecé á odiarte cuando te convertiste en asesino de tu madre y de tu esposa, en cochero,.histrión é incendiario.» Flavius fue sacrificado inmediatamente. Sulpicius Asper, Senecion, Scevinus Quinctanus sucumbieron casi á la misma hora.

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El poeta Lucano se abrió las venas recitando un pasaje de la Pharsalia. Vestinus se dio la muerte á la primera noticia que tuvo de que Nerón deseaba se la diera; Granius Silvanius se la dio sin ni siquiera esperar la orden imperial. Hasta las mujeres eran víctimas de la crueldad de aquel soberano. Epicharis, dama r o mana distinguidísima, poseedora del secreto de la conspiración, sufrió los horrores de la tortura sin revelar una palabra referente al complot, y se abrió á sí misma las venas antes de recibir la sentencia de muerte. A l través de la abyección de los romanos aparecía en estos ejemplos, por otra parte deplorables, un resto de la antigua virilidad de aquella raza. Mientras la ciudad se llenaba de luto por la muerte de sus mas ilustres hijos, el Capitolio celebraba festivo el triunfo de su amo. Los parientes de las víctimas se apresuraban á manifestarse regocijados tomando parte activa en los festejos promovidos con motivo del descubrimiento de la conspiración. El Senado escuchó el discurso que le dirigió Nerón, declarándoles haberse salvado por la benevolencia de los dioses. Los aplausos de los padres de la patria, dados al que habia manchado tan negramente la historia de su hija, fueron el mas elocuente certificado de la abyección de aquel cuerpo, antes respetable. El Senado decretó ofrendas y acciones de gracias á los dioses, especialmente al Sol, cuyo templo antiguo estaba próximo al Circo, donde Nerón debia ser asesinado, y que habia iluminado con sus resplandores los tenebrosos secretos de los conjurados; decretó aumentar el número de carros que figuraban en las fiestas de Céres; dar al mes de abril el nombre de Nerón; elevar un nuevo templo á la Salud, y el senador Anicius Cerialis llegó á proponer que se erigiera á costa de la república un templo al dios Nerón. Poco tiempo después el dios Nerón pagó la baja cortesanía de este senador indigno enviándole una orden de muerte. Semejantes adulaciones complacían al vanidoso déspota que aspiraba también á sustituir el nombre de Roma, justo recuerdo de Rómulo fundador, por el de Neroniana, á la ciudad que habia incendiado. Mas tarde á causa de nuevas sospechas fue sacrificado Caius, Cassius Longinus, el jurisconsulto mas distinguido de su época, y Lucius Silanus, degollado en Ostia. Familias enteras, como la de Antistus Vetus, Antistia y Sextia sufrieron los rigores de la persecución i m perial. Nerón se negó á oir la defensa del probo jefe de aquella casa respetable, cuyo único crimen consistía en estar en parentesco con Rubellius Plantius, resistiéndose á los tiernos lamentos de una hija que, postrada á sus pies, le pedia únicamente se dignara oir á su padre. Este y sus hijas se hicieron abrir las venas simultáneamente antes que se expidiera el decreto de muerte contra ellos; decreto que fue expedido cuando los condenados se habian ejecutado á sí propios. El año 6 6 se inauguró por el suplicio de Publius Anteius y Ostorius Scapula, aquel antiguo protegido de Agrippina. Nerón calculaba que los amigos y parientes de las víctimas no podían serle adictos de c o razón , y así acontecía que los sacrificados de hoy preparaban y preludiaban nuevos sacrificios para mañana. La muerte de Séneca, por ejemplo, determinó la de Annaaus Mella, su hermano. Nerón envió ejecutores de muerte á Rufius Crispinus, primer marido de su esposa Poppsea, con orden de ahogar en un rio á un hijo de aquel primer matrimonio de su esposa, temeroso sin duda de una futura venganza. El poeta Petronio, acusado por Tigelino, preveyó la suerte que le esperaba, y anticipándose como tantos otros al decreto imperial, se dio voluntaria muerte ; pero antes quiso vengarse escribiendo el Satyricon, folleto escandaloso, en el que se pintaban al vivo los cuadros mas caracterizados de la sociedad palaciega. Pudo pintarlos con tanta mayor maestría , en cuanto personalmente habia figurado en muchas de las bacanales que describe. En fin, para terminar este catálogo de inmolaciones injustas citaremos la impuesta á Paetus Thraseas, tipo de probidad inmensamente superior á Séneca, el hombre mas sensato y h o n -

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rado de los romanos, del cual el mismo Nerón dijo á un delator: «¡Pluguiera á los dioses que -Thraseas estuviese tan adicto á mi persona como lo está á la equidad!» Thraseas era una protesta viva contra las inmoralidades entonces vigentes, el que tenia valor bastante para negar su voto en el Senado á la sanción de los enormes crímenes del Emperador y á las adulaciones exageradas con que se aplaudían sus execrandos vicios. El Senado tuvo la debilidad de procesar y condenar á su virtuoso colega. Acusábase á Thraseas de despreciar el culto y las leyes de la república, de no interesarse por la conservación del Príncipe y de su familia, de regocijarse por las desgracias de la casa imperial. « E n las provincias y en las legiones, decia á Nerón Cossutianus, se leen con curiosidad los boletines del pueblo romano para enterarse de lo que ha dejado de hacer Thraseas. Si las opiniones de este son preferibles, adoptémoslas; si no, quitemos á los partidarios de la revolución su jefe y su apoyo. La secta estoica ha dado á Tuberon y á Favonius nombres fatales para la república. Sus adeptos halagan la libertad para derribar el imperio. Dejad que triunfen y les veréis combatir con igual violencia la libertad. ¡En vano, pues, oh César, alejastes á Cassius si dejas que se engrandezcan y fortifiquen los émulos de Brutus! No te pido que escribas tú contra Thraseas, solo que me permitas procesarle ante el Senado.» Nerón accedió. Thraseas escribió á Nerón suplicándole una entrevista para justificarse. Pero nada odiaba tanto Nerón como las justificaciones evidentes. La tiranía es siempre la oposición apasionada al derecho. El Senado, reunido en el templo de Venus genitrix, celebró contra Thraseas una de las mas vertiginosas sesiones que registran los anales de aquel cuerpo. En el período mas álgido de la discusión «apareció, dice Tácito, ante el tribunal consular un viejo venerable por una parte y por otra su hija, que apenas contaba veinte años. El viejo era Careas Soranus , a c u sado de ser amigo de Thraseas; la hija se llamaba Servilia, acusada de haber dado dinero á los magos para obtener con sortilegios la muerte del Emperador. La hija, viuda de Annius P o llion, desterrado, no se atrevía á fijar sus miradas en su padre, temerosa de agravar su situación. Habiéndola pedido el acusador si habia vendido sus ornamentos nupciales y su rico c o llar para obtener el dinero necesario para los sacrificios mágicos, ella se prosternó el rostro pegado al suelo, permaneciendo largo rato en silencio, casi ahogada por sus sollozos. Después, levantando su frente bañada de lágrimas, y abrazando el altar de la diosa: « Y o , dijo, no i n voqué en estas fatales plegarias ningún dios, cuyo culto sea impío, yo no he practicado ninguna ceremonia criminal; yo no he pedido otra cosa sino que César y vosotros me conservéis á mi padre. Para conseguirlo, s í , yo he dado mis pedrerías, mis vestidos, mis galas, y si me las hubieran pedido, diera igualmente mi vida y mi sangre. Los hombres á quienes me d i rigí , me eran antes desconocidos ; á ellos incumbe explicar el arte que profesan. En cuanto al nombre del Príncipe, yo no lo he pronunciado sino entre los de las divinidades. Mas si lo que yo he hecho es un crimen, mi padre es inocente, porque yo lo cometí ignorándolo él.» Thraseas, Soranus y Servilia, su heroica hija, obtuvieron la gracia de escoger el género de muerte que bien les pareciere. Nerón sentía, no obstante, la pesadumbre de su cargadísima conciencia, y acudió por necesidad de su comprimido espíritu al refinamiento de los placeres de la vida. Á este período corresponde su aparición en el teatro público, los concursos literarios y artísticos por él sostenidos hasta con esclavos, las festivales en que tañia su lira y cantaba solo ó acompañado de los comediantes mas abyectos; en fin, la continua orgía. Como un dia su esposa Poppsea le echara en cara el olvido á que la tenia relegada por aten der á sus placeres, Nerón le dio un violento puntapié en el seno, de cuyas resultas-no tardó á morir. Pronto enjugó el llanto de su viudedad suplicando la mano de Antonia, hermana de Octavio y de Britanicus ; y como se la rehusara por dignidad, decretó su muerte. Statilia Messalina, viuda de Vestinus Atticus, que él mismo habia hecho morir también, menos delicada que Antonia, consintió á ser la esposa del verdugo de su primer marido.

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HISTORIA DE LAS

PERSECUCIONES

Cuanto rodeaba á Nerón, cuanto se le adhería llevaba impreso el sello de alguna infamia ó de alguna repugnante bajeza. El contacto de su aliento inficionaba la' atmósfera, volviéndola irrespirable á toda virtud.

XXVII.

Tiridato, Simón Mago y Pedro en Roma.

Á consecuencia de los hechos de armas, ora favorables, ora adversos, realizados por las armas de la república, Corbulon, el mas ilustre de los generales de César, derrotó el ejército parto del príncipe Tiridato, q u e , cautivo del águila imperial,ur

s e n t e n c i a j u d i c i a l ó por hacer o s t e n t a c i ó n d

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DE LAS PERSECUCIONES

El teatro romano en aquella época ya no podia ser una escuela de costumbres. Roma habia descendido de las regiones de lo ideal; los horizontes en donde se alimenta la fantasía para Roma no guardaban el menor encanto. Por esto la concepción dramática, la fábula poética no ejercían para el romano ningún atractivo. Cuando lo ideal desaparece, el hombre, abrumado por el peso del realismo, se confunde con el broto ó con la fiera, y en vez de espectáculos que hablen al alma, se buscan, si el hombre ha descendido al nivel del bruto, esos espectáculos eróticos, esos cuadros de repugnante sensualismo, de monstruosa relajación en que la materia se agita sola prevaliéndose del letargo del espíritu; si el hombre ha bajado al nivel de la fiera, entonces en vez de las grandes creaciones del alma, se complace, se embriaga en espectáculos de una realidad sangrienta; lo mismo que la fiera, solo piensa en matar ó en m o rir , entonces el hombre se deja deslumhrar por el carmín de la sangre, se calienta con sus hervores, se deleita con voluptuoso placer en respirar aquella atmósfera de horror y de muerte. Hé aquí lo que pasaba en Roma en la época á que nos referimos. Para los romanos'era i n sulsa la ficción dramática en que un actor cae ensangrentado en un escenario para aparecer sano y salvo después de la representación; era una pantomima ridicula la del puñal que el espectador sabe no ha de clavarse en el pecho. Roma quería sangre verdadera, espadas que hiriesen, actores que muriesen ó que matasen. Y de esto se hacia un arte. Cuando no se acertaba á saber matar era preciso al menos saber morir, y saber morir sin afectar sufrimiento. Una manifestación de debilidad, una lágrima era recibida con un silbido general por aquel público que aplaudía frenético el golpe mortal dado magistralmente ó la caida á gusto de los espectadores. El romano desdeñaba la e m o ción de un drama que desaparece pronto; aquel pueblo de v a g o s , aquella plebe que no trabajaba, aquella multitud que no pensaba, que se ocupaba tan solo en respirar la atmósfera vertiginosa de aquella ciudad é ir á perderse después en un bosque de laureles y de estatuas, exigía espectáculos que le impresionasen, no con una impresión fugaz, sino con una impresión duradera. Allí lo estético, lo sublime no se concebía; allí no pudo haber mas que un espantoso realismo. Para aquel pueblo de desocupados las diversiones del Coliseo eran una medida política. Distraídos en presenciar aquellas luchas, ya no pensaban en escoger un Bruto que matase al cesar. Por lo mismo que el Coliseo era el palacio del pueblo, allí hacia uso de su soberanía, decretando á su sabor la vida ó la muerte, lo mismo que la decretaba el Príncipe desde su trono. Allí el vencedor, oprimiendo con su pié el cuello de la víctima, aguarda con indiferencia la resolución popular, mientras que el infeliz que besa el polvo compone sus miembros para que su último suspiro se pierda entre el estrépito de un aplauso. Veíase en el Coliseo á la vestal, al tipo mas perfecto de la santidad pagana, á la personificación de lo mas puro y mas espiritualista que allí pudiera concebirse; veíase en el anfiteatro á aquellas vírgenes de actitud modesta, de mirada dulce, cuyo casual encuentro en una calle bastaba para salvar la vida á un reo condenado ala última pena, cómo cubiertas con su majestuoso traje de sacerdotisas, se levantaban entusiasmadas ante una herida grave dada con acierto, cómo con su irritación producían en el público una tempestad si el vencido tenia la debilidad de pedir misericordia, cómo contaban por sí mismas las heridas, cómo mandaban volver á clavar la espada, cómo doblando el dedo daban la señal de muerte á todo trance. Tito, al contemplar el estrago de Jerusalen, al anegarse en aquel torrente de sangre, al oir los gemidos de aquellos millares de Víctimas, exclamaba: «Si los habitantes de la ciudad viesen esto, ¡qué espectáculo tan sublime para Roma!» Entonces concibió el proyecto del anfiteatro. Tito, después de haberse oido llamar Mesías por las víctimas que él sacrificaba, después de verse constituido en dios por los egipcios-, después de haberse formado una corte de sátrapas en Oriente y pasado un dia entero en Roma entre las aclamaciones del triunfador, Tito,

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á quien la adulación llamaba Delicias del género humano, hizo desecar el estanque que se estendia entre el monte Celio y el monte Esquilino, arrasó los bosques y praderas que convertían aquel sitio en voluptuoso jardín y mandó levantar el Coliseo, cuya inauguración se celebró con cien dias de fiesta, que fueron cien dias de locura, en que hubo luchas de gamos, de elefantes, de tigres, de leones, de hombres. En aquellos espectáculos murieron nueve mil alimañas. «La historia, que ha conservado el número de fieras muertas, dice un escritor racionalista, no ha conservado el número de personas; sin duda, porque á los cesares les interesaban menos los esclavos que las bestias.» Sucede con el Coliseo lo que sucede con todas las obras colosales que personifican un período histórico. Así como no puede precisarse el arquitecto que ideó las pirámides de Egipto, ni el que trazó los planos de la Alhambra, ni tampoco el escritor que redactó el admirable libro de Imitatione Christi, tampoco puede precisarse el artista que concibió el plan del anfiteatro. Es que las pirámides con sus proporciones grandiosas, con sus formas en donde la majestad entra por todo y el arte por muy poco, no son la obra de un hombre sino la de una civilización; son la obra de un pueblo grande, robusto, pero no artista. La Alhambra, con sus toques delicados, con sus bellas combinaciones, con sus graciosos detalles es la obra, no de un hombre, sino de la civilización árabe en los dias de su esplendor. El libro de la Imitación de Cristo tampoco es el trabajo de un hombre, sino que es la expresión de la sublime piedad del período de la Edad media. El imperio romano, aquel admirable coloso habia de producir su obra, y edificó el Coliseo. Para trabajos de esta clase no hay que buscar al arquitecto; el verdadero artista es la época. Los planos existen y a ; solo falta que un artista sea el que les dé la expresión exterior. Por esto el nombre de este último desaparece ante el verdadero autor, que es una civilización, una época, las necesidades características de un período histórico. Aquel pueblo titánico que contaba ejércitos de esclavos que preferían cargar un peso enorme sobre sus robustas espaldas- que percibir en sus rostros el látigo que los azotaba, habia de aprovecharse de aquellas legiones de infelices dispuestos á subir inmensas moles á vertiginosas alturas. Los héroes, las ninfas, los emperadores, tenían sus templos; Roma aun no los tenia. El anfiteatro es el templo de la Roma pagana. Aquella arena empapada en la sangre es un pavés digno de aquella divinidad vengativa, que sacrificaba hombres y pueblos con la mayor indiferencia; aquel vapor de sangre era el incienso mas adecuado al culto de semejante divinidad; aquellos gritos de ira, de venganza, con que atronaban los aires los gladiadores, mezclados con los aullidos de las fieras ó con las escitaciones de la plebe, eran las únicas armonías que debían resonar en aquel templo. Aquel gigante de piedra permanece en pié todavía como diciendo á las generaciones : • «Esta fue la pagana Roma.» El templo permanece; no ha sucedido sino que los siglos han marcado sus huellas sobre las espaldas de la vergonzosa divinidad; y que la modesta cruz que figura en su centro, está manifestando á las generaciones con sublime elocuencia como la civilización de la paz, de la mansedumbre, de la humildad y de la caridad , se ha sobrepuesto á la civilización del orgullo y de la fuerza bruta. Podemos decir que el Coliseo fue la última obra de la Roma pagana. Era una corona digna de aquella civilización. A l verlo el espectador concibe alguna idea de la torre de Babel; solo que si la torre de Babel se hizo para escalar al cielo, el Coliseo se hizo para adherirse mas á la tierra, al lodo; y así como á la construcción de la torre de Babel hubo de sobrevenir la confusión de lenguas y la dispersión de pueblos, poco después de la construcion del Coliseo hubo de sobrevenir también en Roma algo parecido á la confusión de lenguas, pues en los dias de decadencia no encontramos allí sino partidos, bandos, agrupaciones que se dividen y se subdividen, hasta que acaban por no entenderse; confusión de lenguas que no fue mas que el prólogo de la dispersión de aquel pueblo que en su soberbia llegaba á creer sus destinos inmortales.

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BE LAS PERSECUCIONES.

Tito, después de haber incendiado á Jerusalen, después de haber inmolado un millón y medio de judíos, sirviéndole de altar aquellas piedras calcinadas, después de destinar á m u chos de ellos á degollarse entre sí como gladiadores en las ciudades de Siria, los restantes que entraron en Roma atados á su carro de triunfador, los destinó á levantar sobre sus espaldas amoratadas por el látigo las pesadas piedras de aquel colosal edificio. con su palabra profética, llorando junto á las murallas de Jerusalen, habia anunciado la desolación de aquella ciudad, las ruinas de aquel templo, la dispersión de aquel pueblo. De las ruinas del templo quedan como testigo sus escombros; de la dispersión del pueblo judío queda como testigo el anfiteatro. JESUCRISTO

El Coliseo parece una montaña dé piedra, pero de formas perfectamente regulares, e s culpidas por el esfuerzo gigantesco de una generación atlética. Su circunferencia pasa de quinientos metros, midiendo mas ele ciento ochenta el diámetro largo y ciento cincuenta el trasversal, y escediendo de ciento ochenta pies su altura. En su interior, el sitio llamado La Arena, mide una circunferencia de mas ele setecientos pies con doscientos setenta de longitud y ciento sesenta y cinco de anchura. Está colocado en la confluencia de los tres célebres montes Palatino, Celio y Esquilino, y afluían allí las tres vías principales, la Suburra, la Sacra y la Triunfal. Como en el panteón estaban reunidos todos los dioses, en el Coliseo se encuentran reunidos también todos los órdenes de.arquitectura. La gran elipse rodeada de dos anchos vestíbulos, ostenta cuatro órdenes de arcos, columnas y pilares sobrepuestos donde se a d miran los tres géneros, el dórico en la base, el jónico en el medio y el corintio constituyendo el remate, adornando los lados de las doscientas ventanas ricas estatuas y preciosos m e dallones. En la primera línea estaba el podium, grandioso palco formado de las piedras de mas precio. Allí se colocaban los pretores, los cónsules, las vestales; sobre el podium, al laclo de Oriente, figuraban los sitios destinados al Emperador y su familia^ Habia en la parte superior tres órdenes de gradas (prmeinctiones), de veinte y cuatro, diez y seis y diez filas respectivamente ; y en la parte mas elevada se estendia alrededor un pórtico sostenido por columnas, cubierto de preciosos mármoles. Habia gran número de puertas llamadas consislorias, á fin de proporcionar fácil y casi inmediata saliela á aquellas compactas masas de gente, que concluido el espectáculo, impelidas por la escitacion propia de escenas semejantes, se lanzaban en tropel fuera de la plaza para comunicarse el efecto que la función les habia producido. ¿Estuvo satisfecho Tito ele su obra? La historia nos dice que no. Aquella gran mole "de piedra aparecía ante él como una visión sombría, como un fantasma que le espantaba: sobre • la conciencia del culpable amante de Berenice, hermana del rey judio A g r i p p a , del que hizo asesinar en su mesa á Cecina, acusado de conspirador, el anfiteatro con su aspecto grandioso pero sombrío á la vez pesaba sobre su conciencia como un inmenso remordimiento. Se le veía triste, melancólico, cargado el corazón de secretas pesadumbres Tme él mismo no acertaba á explicarse en medio de una aparente felicidad. Hallábasele taciturno en medio de los mismos placeres. Sus sueños eran una constante pesadilla; hasta de dia, en medio de sus ocupaciones, aparecian ante su imaginación calenturientas nubes de espectros que le amenazaban. Un dia, como huyendo de aquel anfiteatro, fue á la Sabina para ver si encontraba la calma tan indispensable á su existencia. Pero fue en vano; mientras andaba errante por la campiña de Roma, la fiebre le tendió en el suelo y murió allí descompuesto el cuerpo por el hervor ele la calentura, destrozada el alma por los fantasmas que le aterraban. El Coliseo e s , según la frase de san Juan Crisóstomo, el gran semillero de los cristianos. Aepiel fue el teatro de la solemne lucha entre el paganismo, que se gozaba en la plenitud de su poder, de su influjo y de sus riquezas; que lo tenia todo á su disposición, príncipes, guerreros, oradores, pueblo; y el Cristianismo,* .que habia nacido humilde, desdeñado, casi desconocido en un miserable rincón de la Judea. La debilidad triunfó de la fuerza; la constancia

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de las víctimas acabó por vencer la ferocidad de los verdugos. El Coliseo, que es una vergüenza para los idólatras; es un trofeo de victoria para los cristianos. Contemplemos en la persona del obispo de Antioquía otra de las escenas que allí tuvieron lugar en la época de las persecuciones.

VI. Ignacio echado á las

fieras.

Roma, que no cuidaba poco ni mucho de instruir ni de mejorar al pueblo, tenia interés especial en corromperlo. Es la conducta que se suele observar en un régimen tiránico. Hacer perder al pueblo su sentimiento de dignidad, sumergir al alma en el fango del materialismo: entonces el pueblo ya no es menester esclavizarle, porque degradándole de esta suerte es esclavo por su propia condición. Hé aquí por que Roma, que admitía al pueblo á sus circos, no le admitía á sus escuelas. Hé aquí por que á aquel pueblo al que no se le proporcionaban nunca enseñanzas provechosas, hasta se le prodigaban los juegos públicos, las ferias, las fiestas, que se dilataban en ciertas ocasiones, no solo semanas enteras, sino aun meses. En aquellas fiestas nada habia que elevase al alma ni al corazón del pueblo, nada que le hiciese experimentar los beneficios de una libertad justa y conveniente; todo se reducía á quitar por algunos dias el bozal á la fiera, no para que adquiriese el sentimiento de la dignidad, sino para que realizase la satisfacción de sensuales instintos. Entre la multitud de fiestas que se celebraban en Roma, las que obtuvieron celebridad mayor fueron las llamadas Saturnales. La antigüedad do las Saturnales parece que se eleva al tiempo del rey Tulio Hostilio, que las autorizó en conmemoración de la victoria que sobre los sabinos obtuvieron los romanos. En un principio no duraban mas que un d i a ; pero ya Augusto añadió dos mas, y siendo continuación de estas fiestas los juegos Sigilarios, Roma tenia de esta suerte siete dias en que se daba el espectáculo del libertinaje mas escandaloso. Durante aquel período, Roma estaba convertida en teatro de desenfreno, en que todos eran actores y espectadores á la v e z , escepto unos pocos de la clase elevada, que se alejaban de la ciudad, no tanto por la repugnancia natural que sentían á las espansiones del pueblo, como porque siendo autorizada costumbre el que mientras duraban semejantes fiestas los esclavos no solo se desentendiesen de los mandatos de sus amos, sino que hasta se hallasen en el d e recho de hacerse servir por estos, trataban de evitarla natural molestia, cuando no irresistible repulsión, que semejantes libertades habían de producirles. En aquel período no habia l e y , no habia autoridad; el último hombre de la plebe podia insultar y hasta maltratarla la persona mas encopetada; los tribunales permanecían cerrados y no se ejecutaba ninguna sentencia de pena capital. Roma en aquellos dias se entregaba á la licencia mas completa. Cada función, cada acto terminaba con una bacanal. En el período de las Saturnales las calles se llenaban de gente, que formando grupos iban recorriendo la ciudad con gestos los mas indecorosos ó insultantes, y gritando de una manera la mas estrepitosa. Las casas de los ricos y de los patricios permanecían cerradas; en cambio las popinas (1) engullían hombres y mas hombres que salían luego en tropel á fin de dejar el lugar libre para otros. Entre los vapores del vino, percibíase por todas partes pronunciado por bocas roncas de tanto vociferar , el grito atronador de 10 Salurnalia, que repetían á coro millares de voces. Niños disfrazados de dioses; máscaras ridiculas, faunos, sátiros y bacantes iban dando brincos y haciendo los mas extraños visajes. N

(1)

H o s t e r í a s ó tabernas.

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HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

De esta suerte se habian pasado las Saturnales, tras de las que sigiueron los juegos Sigilarlos. Cuando llegó el 2 0 de diciembre, destinado á festejar los dias de Trajano, Roma se sentía ya harta de fiestas. Tanto ir y venir, tanta gritería, tantas bacanales, acababan por producir un vértigo general. Los placeres producen su fatiga aun mas que el trabajo mismo. Cuando son ya no solo largas horas, sino largos dias y hasta semanas enteras las que se destinan á la disipación, como en estas recreaciones violentas el hombre se halla fuera de su centro, se necesita para mantener semejante actividad un esfuerzo superior que, si no se percibe en las horas en que el hombre se halla arrastrado por el torbellino que todo lo envuelve, llega el instante en que el cerebro se siente sofocado por la embriaguez, en que se experimenta en el corazón el hastío, esto aun prescindiendo de ese otro malestar que se siente, pero que no se explica y que consiste en el aletargamiento total del alma. Este cansancio, este hastío, lo sentía Roma al llegar la fiesta del Emperador. Por fortuna, se le prometió para aquella solemnidad un espectáculo original, de una novedad que á Roma no podia menos de interesarle. Este espectáculo debia tener lugar en el Coliseo. Durante aquellos dias, el pueblo habia asistido á la Naumaquia, combate naval que se daba en lagos hechos de intento, y en el que se veian con aplauso de Roma, no solo bajeles echados á pique, sino hombres heridos y hasta ahogados; se habia gozado en las carreras de carros, en que multitud de estos, teniendo la forma de una concha montada sobre dos r u e das , con un timón muy corto, al que iban uncidos tres y cuatro caballos de frente, tenían que recorrer siete veces la carrera señalada, debiendo los carros dar doce vueltas alrededor de una columna de término, ejercicio sumamente peligroso por estar Taraxipo en el límite como genio turbador de los caballos que, desconociendo la voz y la mano de sus conductores, volcaban los carros. Aquellas turbas se habian divertido, ora viendo presentarse en la arena un monstruoso elefante que bailaba con admirable agilidad sobre una cuerda, ora contemplando como salia otro elefante que en traje de abogado imitaba la actitud de un senador que perora, mientras que por otra puerta del Coliseo, asomaban seis parejas formadas cada una de un macho y una hembra de aquellos gigantescos animales, vistiendo ellos la toga dedos caballeros y adornadas ellas de ricas vestiduras de patricias romanas, con cuyos trajes tomaban parte en un convite que les servian otros doce miembres de su misma familia, presentándoles los platos en ricas fuentes y la bebida en copas de oro. Estos juegos iban unidos á los de los gladiadores, entre los que unos, como los Anclábales, luchaban á caballo con los ojos vendados, otros como los Essedavios, combatían subidos en carros, otros como, los Laquearlos, procuraban envolver en un lazo escurredizo á su competidor, y otros como los Púgiles , combatían desnudos á puñadas. Los espectáculos de los gladiadores eran de un carácter tal, que la misma Atenas, á pesar de ser pagana, cuando en la época de la república se le instó para que los autorizase, c o n testó por boca de uno de sus magistrados : «Debiéramos destruir antes el altar que nuestros mayores erigieron á la Misericordia ; y este altar tiene ya mil años de fecha.» Á no tratarse de un espectáculo de mucha novedad, hasta los mas ávidos de emociones, hasta los mas curiosos, habrían permanecido indiferentes después de tantas y tan continuadas fiestas, y los hombres mismos de la plebe al llegar la tarde del último dia hubieran p r e ferido tenderse á dormir debajo de alguno de los pórticos. ¿Qué nueva diversión era la que se ofrecia? El echar al Coliseo para que fuese devorado por los leones un obispo cristiano. Para que se comprenda la curiosidad que un hecho semejante habia de escitar, seria preciso que se conociese la extraña idea que el pueblo de Roma tenia de un cristiano. En aquella Roma que adoraba millares de dioses, el cristiano que profesaba la- unidad de Dios era considerado como todo un impío, poco menos que como un ateo. A aquellas sociedades

SUFRIDAS POR LA

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materializadas, en las que hasta la religión estaba fundada en el materialismo mas abyecto, el cristiano que hablaba de una religión toda espíritu, era un ser estravagante. Para aquellos •pueblos egoístas, predicar una religión, toda perdón, toda olvido, toda amor, toda caridad, era un lenguaje estraño que nadie comprendía. En una época en que los dioses solo se buscaban en los tronos, el adorar á un Dios que subió á un patíbulo constituía una excentricidad incon-

MARTIRIO

DE

SAN

Jl'AN

EVANGELISTA.

cebible; en una época eñ que para subir al altar de los dioses era menester presentarse con una corona de oro, adorar á. un Dios coronado de espinas se calificaba de la mas solemne locura. Para la gran mayoría de los idólatras el cristiano era un monstruo de osadía que llevaba su atrevimiento hasta insultar la religión de Roma. Los mismos filósofos que no creían en ella, apenas se atrevían á indicar sus dudas á algunas personas íntimas; pero reservándose asistir á los actos del culto, á tomar parte en las ceremonias, á inclinar el incensario como el mas fervoroso creyente. Hasta el incrédulo se doblegaba á la necesidad de ser hipócrita: nadie se

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HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

atrevía á arrostrar la indignación pública oponiéndose al culto del imperio; y esto que nadie se hubiera aventurado á hacer, los cristianos se gloriaban de hacerlo. Sus Haterías ó reuniones se las consideraba corno logias ó clubs en donde solo se trataba de subvertir el orden establecido; se referían sobre sus Ágapas estraños cuentos, que eran tanto mas creídos cuanto que eran mas inverosímiles. La imaginación popular se encargaba de dar forma á las mil fábulas que acerca los cristianos se repetían, y no solo para las clases del pueblo, sino hasta para personas de posición, un cristiano era un ser raro, un fenómeno, llegándose á creer si hasta en su figura se diferenciaba del común de los hombres. El solo hecho de presentarse en la arena un cristiano bastaba ya para escitar la curiosidad general. Calificados los cristianos nádamenos que de locos, esperábanse ver en el Circo escenas de una novedad toda particular, y no faltaba quien creia que los que se atrevían á desafiar el furor de los tiranos estarían dispuestos á batirse contra las fieras. Así fue que aquella tarde las estensas galerías del Coliseo aparecieron coronadas de espectadores ávidos de disfrutar de la novedad de la fiesta, pudiendo contarse allí hasta ciento veinte mil concurrentes. Los Designatores habian ido indicando á cada clase su Cuneí (1) respectivo, para que después los Locaríos señalasen á cada persona, según su posición ó su jerarquía, el puesto correspondiente. Sobre el Suggestum (2) está colocado el dosel imperial en forma de pabellón. A su izquierda se halla el sitio designado al Pretor, y en un lugar de preferencia, bajo dosel también, se sientan las vestales que, adornadas con su blanca tela, han sido traídas en lujosas literas al lugar del espectáculo. Allí están ocupando un sitio distinguido los enviados de las naciones e x tranjeras. En sus sillas curules, adornadas de esculturas de marfil y oro, se ven los personajes consulares; y hasta los ausentes en servicio del imperio, propretores, procónsules, legados, tienen su sitial que los aguarda aun cuando no hayan de ocuparlo. El colegio de sacerdotes constituido por Rómulo ocupa también su correspondiente lugar. Tras de los senadores, que llenan las gradas mas bajas, se colocan los caballeros , y mas arriba los padres de familia que han dado á Roma cierto número de hijos. Ocupan los asientos de piedra llamados Popularium apiñadas masas de espectadores, y mas arriba las mujeres que, cubiertas de tenues gasas, ostentando riquísimos aderezos, perfumando la atmósfera con esencias que llevan en pomos de oro, asisten ala función con permiso de las personas á que están sujetas. El suelo resplandece con polvos de minio, de carmín, de oro, con que'se disfraza el color de la sangre, y por unos tubos dispuestos al objeto sube hasta los asientos mas elevados un licor odorífero que va á caer en finísima lluvia sobre todo el concurso. Mientras se aguarda que principie la función se tienen conversaciones como las que siguen: — A l fin ese bonachón de Trajano se decide á dar á esos cristianos el castigo que merecen. — Y a era tiempo. Pero por fortuna le hemos de agradecer el que los lleve al Circo. Tendremos una diversión mas. — Y que á Roma le vendrá tanto mejor, cuanto que los gladiadores empiezan ya á agotarse , y los mas de ellos no saben el oficio (3). — L o que es los cristianos no se agotarán por ahora, pues es casta que aumenta cada dia. — Y no dejaremos de tener variedad de espectáculos, ya que cristianos los hay de todas las edades, de todas las condiciones y hasta de todos los sexos. (1)

Local destinado á cada clase social.

(2)

Trono del Emperador.

(3) parum

Séneea formula la queja de los romanos contra los gladiadores con aquellas palabras: Quare lam timide incurrít audacler occidil,

quare parum

libenler

morilur

1

in ferrum,

guare

S U M I D A S ron

LA IGLESIA CATÓLICA.

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La plebe se entretenía en sacar á relucir vidas privadas, empleando en la chismografía el tiempo destinado a aguardar que principiase la fiesta. Otros, que la echaban de conocedores de los secretos del palacio imperial, se entretenían en conversaciones como esta: — ¿ H a s visto á este que acaba de entrar? — E s el poeta Cneo Curcio. —¿Poeta dices? ¿ Y hace versos que valgan algo? — ¿ Que si hace versos que valgan ? Le valen el sentarse á menudo en la mesa del E m perador. — ¿ Y qué talento tiene este hombre para hacer versos ? —Tiene el talento de leerlos en los convites, cabalmente en la hora en que ni él sabe lo que lee ni los demás lo que oyen. — Y todo lo llenaron los aplausos. — A s í es; los aplausos llenan todo el salón del festín, pero es porque el vino ha llenado antes todas las cabezas. Revestidos de sus blancas clámides, empiezan á llegar los guardias que han de hacer el servicio del anfiteatro. Nutridos coros llenan los aires, y la música se entretiene en armonías que apenas se perciben entre los gritos atronadores de la muchedumbre que manifiesta su impaciencia á m e dida que mas se acerca el momento del espectáculo. Aquellos millares de voces confusas se parecen al ruido de un mar agitado por una tormenta. Y en efecto, aquello era una tempestad levantada por el huracán de sangrientas pasiones. A una señal convenida, como si el Coliseo fuese un inmenso buque, multitud de marineros y mecánicos ocupan la altura del edificio, las antenas rechinan y se adelantan con uniformidad matemática los diferentes contornos del grandioso velario de seda y púrpura bordada de oro que acaba por formar una bóveda tachonada de estrellas. Se abre la puerta por donde ha de entrar el sentenciado á ser devorado por las fieras. Un hombre aparece, y el robusto Coliseo parece que se conmueve al grito atronador que resuena por todos sus ámbitos de ¡ cristianos á los leones! Cien mil personas se levantan á una impelidas por la curiosidad, inclinándose para ver al mártir. Era la sociedad antigua que saludaba al representante de la sociedad cristiana. Aquel hombre que no iba allí ni á jugar ni á combatir, que iba solo á morir; aquel hombre que se presentaba en el Coliseo sin un arma en la mano, sin miedo en el pecho, sin un rencor en el corazón, sin nubes en el alma, sin remordimientos en la conciencia, solo en la dilatada arena, ante unas fieras hambrientas de carne humana, ante un pueblo de triunfadores y otro pueblo de esclavos, ante un público que se gozaba en ver derramar sangre de un semejante suyo, ante un hervidero de odios, ante un mundo de preocupaciones, era menester que á la majestad de aquel hombre el Circo se inclinara. Se ve á un varón cargado de años.—Es un v i e j o , — d i c e n ; — y muchos se figuran que como los infelices tránsfugas, los esclavos ó los condenados á muerte, va á ser menester atarle á un pilar donde helado de terror acabará su vida antes de que lleguen las fieras, ó si le dejan suelto, hará un esfuerzo supremo para correr á fin de dilatar su última hora. Mas ven con sorpresa que con paso mas firme del que pudiera esperarse de su edad, el anciano se adelanta. A l través de su cabeza de nevados cabellos, debajo de aquella frente en que la edad y los trabajos han abierto sus surcos naturales, se ve una mirada llena de animación. Su semblante está demacrado, es verdad; aquel hombre que ha abierto las puertas de la fe á tantas almas, que ha proporcionado á tantos corazones los tesoros de la caridad hubo de sufrir mucho en una época en que el creer en J E S U C R I S T O era un gran delito, y un apóstol era considerado como un gran criminal. No obstante aquella fisonomía ligeramente sonrosada por el vehemente deseo de morir por Diosproducia la veneración mas profunda. Á p e -

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sar del respeto que inspiraba, se sentia en torno de aquel hombre cierta fuerza de atracción inexplicable ; pero al acercarse uno ante él, por un impulso natural tenia que caer de rodillas, tal era el aroma de virtud que junto á Ignacio se experimentaba. Los mismos paganos ven en su semblante algo que no habian visto jamás, algo que el arte no supo ejecutar nunca. La escultura griega pudo reproducir admirablemente semblantes robustecidos por el valor, por el instinto de la patria, ó idealizados por el amor de familia; pero no podia expresar, porque no los habia visto, rostros trasfigurados por el espiritualismo cristiano. El pagano que buscaba hasta sus dioses en la tierra, lo sublime no lo conocia. Sin darse cuenta de ello, aquellos gentiles acababan de ver en Ignacio el tipo de lo sublime, porque ya el santo Obispo vivia en unas regiones superiores; allí respiraba la grande atmósfera del alma, allí vivia en la montaña de las grandes verdades, en el cielo de los grandes sentimientos. Pero aquel pueblo no podia ver todo esto, porque estaba ciego. La Cavea, que era una bóveda ó caseta poco elevada, donde se hallaba la fiera, cerrada con los ferréis clatliris, ó grifos de hierro, da paso á un corpulento león. La trompeta anuncia la aparición de la fiera. A l rechinar los hierros de la cueva en donde estaba cerrada, al caer sus cadenas, al salir rugiendo, los espectadores se estremecen á pesar suyo. Era un magnífico león macho que lucia sobre su cuello y hombros su majestuosa melena, v ostentaba con orgullo su larga cola terminada en una borla de pelo. Adelantándose con feroz andar, con la cabeza erguida y moviendo la piel de su cara y frente, lanza sobre el concurso miradas que estremecen. A l acercársele, Ignacio se arrodilla. El mártir está tranquilo. En sus labios se dibuja un sonrís, que no es el de la indiferencia ; es el de la paz que rebosa su alma. Antes.de morir, en presencia de aquellas cien mil. personas, hace una solemne protesta de su fe. —Romanos, dice; he sido condenado á las fieras, no por algún maleficio ó algún delito. Dios, á quien tengo un amor el mas entrañable, cumple mi deseo de unirme á Él. Aquel hombre arrodillado, con la vista fija á lo alto, en medio de aquel circo bañado por la luz del sol que se encaminaba al ocaso y cuyos rayos eran templados por el estenso velo de púrpura, todo contribuía á dar á la actitud de Ignacio el aspecto de una visión celestial. Cuanto mas sublime era la actitud de Ignacio tanto estallaba con mayor fuerza el furor de los concurrentes. El feroz león atizado por la espantosa gritería se arroja sobre el venerable Obispo. Este cae al suelo de una manera tranquila, pero sin los movimientos estudiados del gladiador. ¿Qué le importa la manera como se derriba la puerta del calabozo al que recobra su libertad? Para Ignacio todo se reducía á. que su alma pasase á ser libre en el seno de Dios, saliendo de la cárcel de su cuerpo. . La fiera bajo su pesada mole ahoga al mártir, quien pronuncia el santo nombre de JESÚS: diríase que Ignacio á JESÚS le está viendo; que el Redentor le llama y el mártir le responde. El numeroso público disfruta con aquella escena. El piteólo rey, al complacerse en aquel espectáculo de muerte, se sentia bien representado en el rey de las fieras. La majestad del león le parecía el reflejo de la majestad de aquella Roma grande por su fuerza: como el león dominaba por el poder de sus garras, Roma dominaba también por el poder de sus espadas. El león ahogando al mártir parecía á aquellos idólatras el símbolo de Roma ahogando el Cristianismo. ¡Cuánto se engañaban ¡Era la lucha de la fuerza contra la fe, contra la razón; era la lucha del poder material contra unas ideas, contra unas asociaciones que habian de llenar el mundo. En esta lucha, la razón, la f e , el alma, acaban por vencer siempre. Es la ley providencial de la historia; porque la razón , la f e , el alma valen inmensamente mas qué la fuerza bruta. En esta l u c h a , los sufrimientos de hoy son los triunfos de mañana.

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Cuando la sangre de Ignacio cae hirviendo en la arena, cuando ya no se percibe el respirar de su pecho, cuando el león devora los desgarrados miembros , el Circo ofrece un c u a dro que hiela de horror. Aquel pueblo se goza en el espectáculo ¿pero hasta qué punto? De una parte se ven millares de rostros desencajados, convulsos por nerviosa risotada que se parece á la de los epilépticos; es la alegría feroz, el placer bestial que les produce la escena; y otros, erizados los cabellos agitan los crispados puños, porque tienen envidia de la fiera, quisieran poder arrebatarle su víctima, quisieran poder hartarse como ella de carne y sangre de un cristiano. Todos se levantan, todos gritan, y en medio de aquellas risotadas y de aquella horrorosa gritería, en medio de aquel cuadro infernal se destaca la figura de las vestales gritando también, palmoteando con furor, sosteniéndose sobre las puntas de sus pies como una legión de furias, caídas ó desgarradas sus estolas, completamente absorvidas en la v o luptuosidad de aquella atmósfera satánica. Para ellas, la muerte de Ignacio era una expiación con que se vindicaba la honra de los dioses ultrajada por los cristianos ; y en este c o n cepto, Ignacio era la víctima, el león el sacerdote, el Circo el altar, el vapor de la sangre el incienso y los aullidos de aquellas masas el canto que acompañaba la inmolación. Ignoraban que sangre como aquella que cae de un cuerpo hirviendo de vida, abrasada del calor de la f e , quema los altares en donde se inmola. Acabado el acto, todos tienen prisa en salir de allí; como si hubiera alguna sombra, algún fantasma que les persiguiese, y se precipitan sobre los anchos y numerosos vomitorios (1). «Esto sucedió, continúan diciendo sus compañeros, el 13 de las kalendas de enero; es decir, el 20 de diciembre, siendo cónsules en Roma por segunda vez Sura y Senecio. Nosotros, testigos del martirio, pasamos la noche en nuestras casas llorando de rodillas , y rogando con insistencia al Señor que nos instruyese y tuviese piedad de nuestras debilidades. Mas' tarde, nos dormimos, y después de algunos instantes de sueño, algunos de nosotros vieron al bienaventurado Ignacio levantarse y abrazarnos afectuosamente.»

VII. Las reliquias de san Ignacio.

Mientras esto sucedía en la morada de los compañeros de Ignacio, en el Coliseo tenia l u gar otra escena no menos conmovedora. Nunca el silencio era tan profundo en Roma como la última noche de una larga serie de fiestas. Á la animación mas estrepitosa seguía la quietud mas completa. El que hubiese recorrido los barrios de Roma en la noche del 20 de diciembre del año 107 habría podido figurarse si era aquella una ciudad deshabitada. A l descubrirse solo aquellos suntuosos edificios proyectando su majestuosa sombra al través de los rayos de la luna , hubiera podido creer si era aquella una capital de solitarios palacios, ó un grandioso cementerio de suntuosísimos sepulcros. Entre la soledad y el silencio universal, se ven deslizándose misteriosamente á manera de sombras unos seres humanos que parece que se ocultan y como si temiesen ser sorprendidos en aquella quietud general. Han salido del fondo de las Catacumbas y á la luz de la luna se deslizan como fantasmas en dirección al anfiteatro. ¿Qué buscan? Los huesos del mártir son un tesoro que ha escitado s-u codicia, y esponen su vida para recoger, los restos que las fieras han perdonado. Cuando ricos con su caudal de reliquias logran atravesar el pórtico y la puerta del anfiteatro, otros bultos no menos misteriosos pero que avanzan con paso mas menudo, seres de (1)

P u e r t a s del m u r o exterior para la salida del p ú b l i c o .

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forma mas ligera se dirigen á los primeros y les interrogan con signos ó con monosílabos. Son las mujeres cristianas que vienen con ricos lienzos, con flores y con aromas á recibir el sagrado depósito que les entregaban. Sus restos fueron enterrados en las afueras de Roma, para trasladarlos después en triunfo, en época del emperador Teodosio, á la ciudad de Antioquía.

VIII.

San Onésimo.

Después de cuatro mil años la política humana habia aprendido bien poca cosa. Todo se limitaba á saber que un triunfador era un hombre que sembraba cadáveres por su camino,, que las naciones se engrandecían á fuerza de derramar sangre de los hijos de otras naciones. Era por cierto una ciencia bien triste la que se reducía á saber matar. Y sin embargo con la aplicación de esta ciencia terrible se habian constituido los grandes pueblos. < J E S U C R I S T O quiere que aquella civilización degradada cambie de rumbo. Á la civilización del egoismo hará que suceda la civilización del sacrificio; sobre aquellas generaciones que no saben sino matar, J E S U C R I S T O va á establecer generaciones que saben morir. Harto habian h e cho los verdugos para estraviar al género humano: si el estraviarle fue obra de los verdugos, el volverle á camino ha de ser obra de las víctimas. Todo lo que aprendió la civilización antigua se redujo á decir: El poder está en las espadas; el secreto de la dominación se encuentra en las puntas de las lanzas. Los destinos del género humano se discuten matando: esta fue la filosofía política de aquellos tiempos. J E S U C R I S T O viene á enseñar unos principios completamente distintos. Á aquel que dice: la fuerza de la dominación está en los verdugos, suya es la tierra, J E S U C R I S T O opone una teoría c o m pletamente contraria que dice: La obra de los tiranos la destruirán los mártires. Morir para vencer; dejarse sacrificar, nada mas que sacrificar, sin odio, sin deseo de venganza para triunfar; llegar á la conquista del mundo por el camino de las continuas inmolaciones hubo de parecer un procedimiento bien estraño. Entonces se le calificó de locura; hoy la historia de diez y nueve siglos nos dice de una manera harto elocuente que el procedimiento, que los gentiles calificaron de locura era una inspiración celestial. Ello es que los mártires triunfaron de los déspotas, que el sacrificio triunfó de la tiranía, estableciéndose de esta manera un reinado que no cede á la acción del tiempo, que permanece en.pié, á pesar de las convulsiones de todas clases.

Aquellos imperios fundados sobre víctimas sacrificadas al poder de sus conquistadores han caído todos. El imperio de Alejandro quedó desgarrado apenas muerto el grande emperador, Roma empieza á descomponerse poco después de acabarse las conquistas de César; y sin embargo, el imperio de J E S U C R I S T O , que se establece sin soldados y sin armas, sobre el pedestal de los mártires, subsiste desafiando la acción de los tiempos y la fuerza destructora de las grandes revoluciones. El triunfar muriendo que al mundo pagano le parecía una locura, á nosotros, alumbrados por la nueva luz que trajo á la tierra J E S U C R I S T O , nos parece la cosa mas natural. Una idea, una doctrina, una comunión; diremos mejor, una fe que tenga hombres, no ya que acepten resignados la muerte, sino que se sometan á ella con satisfacción, con alegría, hasta con entusiasmo, ha de acabar por obtener el dominio del mundo. El hombre que está dispuesto á morir con gusto por una doctrina, representa una potencia de una fuerza incalculable. La experiencia de cada dia nos ofrece el testimonio del contagio de las ideas. Y cuando una idea, ó mejor una f e , no solo es luz que alumbra un alma, sino que se convierte en h o -

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güera que arde en las regiones del corazón; cuando una fe se ama hasta el punto de querer morir por ella, esta hoguera tiene que propagarse á otros corazones. Esto se verificó de un modo particular después de la muerte de Ignacio de Antioquía. El martirio vino á ser un deseo, una pasión seductora para todas las almas llenas de la fe en CRISTO.

En aquella época tuvo lugar también el martirio de Onésimo. Era Onésimo un esclavo del amigo de san Pablo, Filemon. Seducido por la codicia, Onésimo habia cometido un robo en la casa de su señor. A l temor de ser descubierto y tratado con la severidad con que se trataba á los esclavos, Onésimo huyó de Éfeso, escondiéndose en Roma, capital que por su gran población, por sus estensas dimensiones, proporcionaba fácil refugio á los que quisieran ampararse en ella para ocultar sus crímenes. En Éfeso habia podido conocer y tratar á san Pablo. Á pesar de la diferencia de religión, pues Onésimo era gentil, á pesar de su condición de esclavo, el Apóstol no se desdeñaba de hablar con él y hasta de distinguirle con su afecto y su familiaridad, mientras que por su parte Onésimo tenia de san Pablo la idea mas elevada, pues todas las preocupaciones de la religión pagana que profesaba Onésimo no fueron bastantes á que él no se enamorase del gran carácter, de la portentosa caridad de san Pablo. Onésimo se encuentra en Roma solo, destrozado por el cáncer del remordimiento. El hombre que se habia habituado á vivir en el abismo de la esclavitud, no sabia habituarse á vivir en el abismo del crimen; tenia fuerzas para soportar las cadenas que le imponía aquella organización social; pero no se resignaba á resistir un aguijón eterno en aquella conciencia, que el trato continuo con los cristianos habia puesto á un nivel menos bajo del nivel en que acostumbraba á estar la conciencia de un gentil. Se hallaba en el borde de la desesperación, cuando se encuentra Onésimo con san Pablo. El encuentro con el ilustre Apóstol, fue para él un hecho providencial; vio en el Apóstol un ángel que le enviaba la Divinidad. Era imposible encontrarse con san Pablo y no sentir por él la mayor simpatía , no c o n traer con él la mayor intimidad, no sentirse movido á abrir ante él de par en par el corazón, hasta en lo que en su fondo se esconde mas de las miradas de los hombres. Onésimo refirió á san Pablo el delito que habia cometido. En la confesión espontánea de una falta hay algo que eleva al hombre sobre sí mismo. San Pablo dejó de ver en Onésimo un delincuente desde el instante en que le contempló reconociendo su culpa. El Apóstol creyó que aquella alma podia subir á las 'alturas del Cristianismo. Era un esclavo, pero ¿qué importaba? ¿Por ventura el mismo JESUCRISTO no murió en el suplicio de los esclavos?Por mas que el paganismo no le reconociese como tal, ante un apóstol de JESUCRISTO un esclavo era un hombre, y un hombre que como el libre podia i n v o car en su favor los títulos de una misma redención, los derechos de una misma inmortalidad. Después de la preparación conveniente, en el dia designado al objeto, Onésimo, el esclavo , el hombre que por su condición, á consecuencia de las antiguas leyes paganas, se veia marcado con sello de ignominia, el esclavo á quien se vendía en los mercados públicos, á quien se podia azotar en los cubículos, á quien se enviaba á la arena del Coliseo para ser objeto de diversión á Roma, á quien se mataba para que sus despojos pudiesen servir de alimento á las murenas de los estanques, va á ser investido por la religión cristiana con todos los grandes derechos del alma; el esclavo, el gran desheredado de la tierra, va á ser proclamado heredero del cielo; Onésimo, inclinada su cabeza ante el Apóstol, siendo confirmado en el nombre que ya llevaba, con voz robusta y acento lleno de convicción renuncia á Satanás , á sus pompas y á sus obras, y san Pablo echa sobre su cabeza el agua de la regeneración en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. San Pablo remite á Onésimo á Filemon con una carta tan llena de ternura y tan e l o cuente, que hace asomar las lágrimas á los ojos. El mismo canon de los Libros santos hace mención de esta carta.

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Filemon recibe A Onésirno con los brazos abiertos, le perdona su antigua falta, sobre la que promete echar el velo de un eterno olvido. Hace m a s : para Filemon , el que recibió el agua del bautismo no debe gemir bajo el yugo de la esclavitud; el cristiano debe pertenecerse á sí mismo; Filemon rompe las cadenas de su ominosa servidumbre. Ya no solo Onésirno es hombre, es libre, es cristiano, sino que se le dedica á trabajos de propagación de la Iglesia. Filemon le envia á Roma para que se ponga á las órdenes de san Pablo. El Apóstol se vale de Onésirno para hacer llegar una carta á los colosenses; el antiguo esclavo se convierte á su vez en apóstol también, y en nombre de la Religión que viene a establecer sobre la tierra la verdadera igualdad, sin atender a la triste condición en que se le habia hallado, se le eleva á obispo. La antigua ciudad asiática, llamada Éfeso, en la Jonia, la grandeza de cuyos-monumentos se manifiesta aun hoy en sus ruinas , le aceptó por su pastor. Allí se distinguió de tal suerte por su celo pastoral, por su acendrada piedad, que el mismo san Ignacio mártir, se constituye en su panegirista. Estimulado por el ejemplo de este ilustre mártir, Onésirno fue otro de los que se ofrecieron gustosos á morir bajo la cuchilla de los verdugos de Trajano. A tal punto llegaba la pasión del martirio que en aquella época se habia apoderado de los héroes de la f e , que en Asia el procónsul Arrio Antonino, al ver que se agolpaban en su tribunal todos los cristianos de una ciudad para denunciarse en masa y pedir el martirio, no pudo menos de impresionarse hondamente ante aquella escena, y después de no conceder esta gracia sino á unos pocos, dijo á los demás : «¡Desgraciados! Si tanto deseáis morir, tenéis las cuerdas y los precipicios.» En ninguna época de la historia se habrá visto un heroísmo semejante. Roma se sintió confundida. Trajano creyó conveniente por entonces suspender la persecución.

IX. Recrudece la persecución.

Parece que á Trajano le perseguía la sombra de los mártires que hizo sacrificar. Su vejez estuvo agitada por grandes tempestades que revelan en el fondo de aquella alma terribles sufrimientos. Con la imaginación llena de fantasmas y la conciencia de remordimientos, solo en medio de la grandiosidad de su imperio, porque habian muerto los amigos de su mas íntima confianza, buscaba distraerse en el ruido del campamento, en la gritería del campo de batalla. En este período el afán de hacer la guerra se convierte en él en una especie de locura. Entonces fue cuando se acordó que en las márgenes del Bajo Danubio se sentaba un reino semibárbaro, que avergonzaba á Roma cobrando de ella un tributo : «Juro por los dioses, dijo, que conquistaré la Dacia.» Rudos fueron los combates; pero logró su propósito. Sus victorias junto al Danubio engendraron en él la ambición de otras victorias junto al Eufrates. Allí estaban los partos. Estos que habian sido un dia una raza de conquistadores, un pueblo de gente que vivia de la espada, dominadores en todas partes y ciudadanos en ninguna , que arrastraban en pos de sí á los persas , á los caldeos, á los griegos, á los judíos , habian llegado á la mayor decadencia, empleando su actividad en cazas interminables, envileciéndose en continuada orgía, ocupados en revueltas de vasallos poderosos, de combates entre hermanos que se disputaban la corona, en revoluciones promovidas por reyes un dia escarnecidos y otro dia divinizados, á quienes se desterraba hoy para exaltarles mañana. Habia llegado la época en que los partos eran incapaces de vadear el Eufrates para ame-

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nazar á R o m a ; entonces Trajano creyó que el Eufrates debian vadearlo los romanos para vencer á los partos. Se buscaron pretextos para bacer la guerra, y cuando se buscan se encuentran. Trajano necesitaba enemigos que vencer, cuando no hubiesen existido, él los hubiera hecho. No habia aua llegado el Emperador á Atenas, cuando se le presentó una embajada de Cosroes trayéndole magníficos presentes, ricas armas, seda, todas las preciosidades de Oriente, y ofreciéndole una satisfacción á los agravios que él pretextaba. Trajano rechazó los presentes y dijo : «La amistad se prueba con hechos y no con palabras; cuando llegue á Siria, yo resolveré.»

TRAJANO.

Y al llegar á Siria, todos los reyes vasallos se arrodillan ante é l ; el nuevo rey de Armenia, Parthanasiris, le escribe una carta suplicante. Trajano recibió aquellos homenajes con altanería y no se dignó contestar la carta de Parthanasiris, solo porque se llamaba r e y ; y al fin este depuso su corona á los pies de Trajano. Con la sumisión de la Armenia se apoderó de otros reinos. De todas partes recibía embajadas de reyes que le enviaban regalos y le suplicaban el honor de ser admitidos como vasallos de Roma. Vacilaba Trajano en establecer sus cuarteles de invierno en la famosa ciudad de san Ignacio, á quien él habia hecho sacrificar. Entre los magníficos edificios de aquella ciudad le parecía estar viendo la figura del santo Obispo, que amenazadora se levantaba contra é l , y presentía que al llegar allí habia de suceder algo de funesto. Así fue efectivamente, como si aquella tierra se estremeciese al pisarla el Emperador, como si aquellas piedras se sublevasen contra é l , vino á turbar, el alborozo de las fiestas, la esplendidez de los espectáculos, un terremoto de.los mas horrorosos que registra la historia, en el que Trajano hubo de reconocer que hay algo mas fuerte que el poder soberbio del hombre. T.

I.

U

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Dion describe de la siguiente manera aquel fenómeno, que tuvo lugar el 13 de diciembre de 1 1 4 : « A l cantar del gallo, percibióse una especie de mugido subterráneo, al que sucedió un espantoso sacudimiento. Pareció que la tierra con sus edificios era levantada al cielo. Luego las casas empiezan á chocar unas contra otras, y muchas bambolean como a g i tadas por un mar tempestuoso. Los terrenos no edificados se cubren de ruinas... y de entre aquellos escombros se levanta tal nube de polvo, que se hace imposible y a , no solo verse, sino oírse y hablarse. Los árboles son arrancados de raíz; los hombres, hasta aquellos que han ido á ponerse á salvo en la campiña, son engullidos en las profundidades que se abren ante ellos. En la ciudad fueron innumerables las víctimas... y los que inspiran mayor lástima son aquellos que, medio sepultados entre las piedras y las maderas,no pueden ni vivir ni morir (1).» El Emperador, aterrado, pudo salvarse saltando de una ventana. Este terremoto, sucedido después de los presagios que habian atormentado su imaginación, impresionó al Emperador profundamente ; pero procuró distraerse de nuevo entre el ruido de las batallas y el esplendor de las conquistas. Trajano se encontraba en aquel país que ha sido en todas épocas el corazón del vYsia Occidental , en donde los dos históricos rios, el Tigris y el Eufrates, que corren paralelos, se aproximan y se enlazan por numerosos canales. Son .aquellas llanuras de Sennaar, en donde los nietos de N o ó , venidos de las montañas de Armenia, se detuvieron para construir la primera población, en que se levantó la torre de Babel, que pasó á ser mas tarde Babilonia. No fue una conquista, fue un paseo militar. Otra vez Trajano ve satisfecha su ambición de gloria. A la embriaguez de los triunfos quiso añadir la embriaguez de la popularidad en esa época en que, debilitado su carácter por la fuerza de los años, no quedaban del gran Trajano sino grandes pasiones. El mejor medio para obtener el aplauso de las masas, que tanto le halagaba, era sacrificar nuevos cristianos. Así sucedió. A l paso del Emperador por la Grecia, al paso de su ejército por el Oriente, levántase nueva hecatombe de mártires. En Éfeso, una tradición consigna que la virgen Hermonia, hija del apóstol san Felipe, según unos, ó del diácono san Felipe, según otros, al hallarse allí de paso Trajano cuando iba á combatir á los partos, fue azotada por orden del Emperador; pero este le perdonó la vida, porque le profetizó las victorias que habia de obtener. En Sinope, ciudad marítima del Asia Menor, patria de Diógenes el Cínico, el obispo Focas, después de haber permane'cido largo tiempo en un calabozo, cargado de cadenas, fue condenado á la hoguera. Retenido por vergonzosas pasiones, Trajano permaneció por algún tiempo en Edessa, que hoy se llama Urfa, ciudad de la Mesopotamia, bañada por el Eufrates, capital de la antigua provincia del Osrhoene, fundada por Nemrod, y que antes de Alejandro formaba una república, bajo la protección de la Persia. A l escándalo de sus sensualidades añadió allí Trajano la infamia de una persecución llevada al último grado del furor. El apóstol de aquella región, Barsimeo, sucesor de san Tadeo, fue martirizado. Sabel, Manuel é Ismael, persas los tres é hijos de una madre cristiana que les educó en la fe de C R I S T O , cooperando á su obra un sabio y celoso varón llamado Eunoico, fueron enviados por su país con una embajada al emperador de Roma, quien después de tratarles con mucha cortesía y de llenarles de las mayores consideraciones, les invitó á una de las grandes solemnidades gentílicas, á la que asistió el Emperador con todos los personajes distinguidos que se hallaban en la población. Hubo de notarse la'ausencia de los tres persas. El Emperador les mandó un alto funcionario de su corte para que les dijese con mucha atención que Trajano deseaba que los puestos que á ellos les correspondían no quedasen vacíos. — Decid en nuestro nombre al Emperador, á quien respetamos por la alta autoridad que ejerce, que hemos venido, no para adorar á vuestros dioses, sino para representar los intereses de nuestro país, que nos ha honrado con su confianza. (1)

D i o n , ajmd Xiphil.,

2 4 , 23.

SUMIDAS roa

LA

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Enojóse de la respuesta el Emperador, acostumbrado á que todos se inclinaran ante su voluntad. La ausencia de los tres legados tuvo para él el carácter de un desaire público, y se manifestó dispuesto á no tolerarlo. Otro hombre á quien hubiese sonreido menos la v i c t o ria , hubiera respetado en los tres hermanos su carácter oficial de embajadores; Trajano se consideraba dueño del mundo, creia que todo habia de someterse á él y se persuadió de que el emperador de Roma podia prender sin miramientos á los embajadores de Persia. Era menester justificar la prisión con un proceso, del que el mismo Emperador se constituyó en j u e z , atendido el elevado carácter de los tres personajes y la representación que ejercian. Lijóles Trajano que si habian ido allí á representar la rebeldía á las leyes del imperio, él se encargaría de vengar los derechos de Roma, á la que todo el mundo habia de obedecer. v — T e n e d en cuenta, Emperador, lo que nosotros representamos. Hemos venido aquí para tratar asuntos civiles y no debemos tolerar que se nos imponga una tiranía religiosa. A l confiársenos una misión, no se nos preguntó por nuestras creencias. Hemos venido como persas, y no tenéis derecho á oprimirnos como cristianos. Ni nosotros nos metemos en la ley religiosa del Emperador, ni el Emperador puede meterse en la nuestra. Aquel hombre acostumbrado á que antes de hablar con él los reyes depusiesen sus coronas, hubo de tomar á insulto semejante respuesta. — M e dispenso do discutir con vosotros, dijo; el tormento os hará mas comedidos: ya v e réis cómo se trata á los que profesan una religión que debilita los espíritus. —Os vamos á probar que-los fortalece, contestaron, sabiendo sufrir por ella. Los tres hermanos fueron tendidos en el suelo, se les azotó con duras correas, hasta bañarlos en sangre. A l sacarles del tormento, Trajano les hizo entender que si no se retractaban solemnemente, dando una satisfacción pública á la religión del imperio, les aguardaban tormentos mayores. — L o s que hasta aquí hemos sabido sufrir, le respondieron, cuando convenga sabremos morir. Figuróse Trajano que si reunidos los tres manifestaban tanto valor , sin duda aislados seria mas fácil disuadirles. —Todo es en vano, le contestaron unánimes. Vuestros dioses son de piedra; nos creemos mas que ellos, y nunca les hincaremos nuestra rodilla. El Emperador les condenó á ser decapitados y á que se quemaran sus restos, para que no los recogieran los cristianos. A l terminar la ejecución, los verdugos aterrados figurándose ver que la tierra se abría para tragarles, dejaron allí los santos cuerpos, á los que se dio honrosa sepultura. Rómulo, que ejerció en la corte imperial un destino de alta confianza, fue enviado á las Galias, á fin de que averiguase lo que habia de verdad, respecto de lo que se decia de que en las legiones allí acantonadas, muchos se resistían á sacrificar á los dioses. Efectivamente era así. A pesar de las instancias de Rómulo, á pesar de los ruegos y amenazas, multitud de legionarios, y entre ellos el jefe Eudoxio, que tenia el carácter de ciudadano romano, se negaron á tomar parte en cualquiera solemnidad idolátrica, que importase la negación de su f e ; en vista de lo cual, fueron desterrados á Melifina, en Armenia. Conmovido Rómulo por el ejemplo de aquellos hombres qué, tan sumisos á las órdenes del Emperador, cuando se trataba de obedecer como soldados, se resistían, no obstante, tan valerosamente á todo lo. que pudiese implicar de su parte una apostasía, encantado ante la hermosa religión de las almas, ante el sublime culto de la caridad que profesaban y practicaban los cristianos, después de algún tiempo de serias meditaciones, acabó por convertirse á la fe. Presentóse al Emperador para decirle que, no participando de las preocupaciones paganas, su situación en la corte era algo comprometida, y que antes de faltar á los deberes de su

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culto, prefería renunciar su puesto. Era esta una declaración de cristianismo que la leycondenaba con la muerte. Róniulo fue decapitado. Después de haberse Trajano saciado en sangre de mártires, su estrella empezó á caminar rápidamente hacia su ocaso. Habia un pueblo entregado á una especie de desesperación, era el pueblo judío. Un inmenso dolor ahogaba el pecho de los hijos dispersos de aquella nación. Y lo que les oprimía no era precisamente el peso de la dominación romana. Escepto en la Palestina, no podían quejarse de su posición legal. Pero su templo habia caido, su sacerdocio se extinguía, sus sacrificios ya no existían, el tributo destinado hasta entonces al templo de Jerusalen se destinaba á Júpiter Capitolino; por otra parte, el tiempo designado por los profetas para la aparición del Mesías habia expirado ya. Acuden á un recurso q u e , lejos de revelar el e n tusiasmo de una nación que quiere recobrar su independencia, no es mas que un golpe de desesperación. Aprovechándose de la ausencia del Emperador y de sus tropas, el sacerdote desde el fondo del templo pronuucia palabras de terror y escita á la venganza: la población judía de la Cirenaica se subleva para acabar con todo lo que fuese griego ó romano. De entre los romanos, unos son echados á las fieras, otros obligados á matarse mutuamente, otros aserrados vivos. Se comen su carne, se untan con su sangre, se hacen vestidos de su piel, y t e niendo á su frente un hombre á quien califican de inspirado, de profeta, al cual llaman BarCochebas, hijo de la estrella, le toman por rey, y pasan á degüello doscientas veinte mil personas. El incendio se propaga por el Egipto, se introduce en la isla de Chipre y en Salamina, y teniendo los judíos á su frente á un jefe llamado Artemon, asesinan á doscientas cuarenta mil personas. Ya no son únicamente los judíos los que se rebelan; Nísibe, Seleucia, Edessa contribuyen también á la rebelión que en el Asia va haciéndose general. Las guarniciones de los romanos, en donde no son arrojadas, son aniquiladas. El consular Máximo, que marcha contra los rebeldes, es muerto. Edessa y Seleucia son incendiadas. Estas noticias sorprenden á Trajano mientras, ya demasiado viejo, soñaba en imitar las glorias del grande Alejandro, mientras proyectaba un canal que echase el Eufrates en el T i g r i s , y alimentaba el propósito de hacer una expedición á la India. Los desastres del imperio le arrancaron de sus sueños para hacerle entrar en la realidad. Roma habia estendido imprudentemente el círculo de sus cadenas; eran demasiados los pueblos que forcejaban para romperlas; el Emperador lo comprendió harto tarde. Trató de retroceder volviendo su autonomía á reyes vasallos. Respecto al imperio de los Partos, que él creia haber destruido, llama á sus jefes, los reúne en una llanura, desde un lugar elevado les dirige una arenga, hablándoles de las glorias de aquel pueblo, proclama rey á Partamaspato, y él mismo le pone la corona sobre la cabeza, encargándose al propio tiempo de repartir otras coronas de que él se habia apoderado. Su dominio en Asia habia terminado; después de aquella perorata, el cetro de Ciro se caia de sus manos debilitadas. Desapareció la creencia de que Roma era invencible después de estas forzosas concesiones. Fue menester que Trajano en persona marchase á dominar la sublevación de Atra. Era un país sin bosques, sin pastos, casi sin agua. Trajano mismo, á p i é , sin usar sus insignias i m periales , no distinguiéndose del último de sus soldados sino por su blanqueada cabeza y su esbelta estatura, conducía las tropas al asalto. Mas que contra los rebeldes tuvo que combatir contra los elementos. Cada vez que emprendían una acción desencadenábase una tempestad y el rayo caia sobre las legiones de Roma. A l cesar la tormenta, millones de insectos invadían el campamento mezclándose con la comida y la bebida del soldado. El Emperador, acostumbrado á que le sonriera la fortuna, se sintió abatido á los primeros golpes de la desgracia. Conociendo que le faltaban las fuerzas, fatigado, enfermo, levantó el sitio.

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

345

Su salud iba inspirando cada dia mas serios cuidados. No pudiendo viajar por mar, se encaminó hacia el Asia Menor. Pocos dias mas tarde, Trajano tuvo que detenerse en Selinonte, en la Cilicia, casi moribundo. El 11 de agosto del año 117 murió lejos de Roma , destrozado su pecho por la idea de no haber podido apaciguar las provincias sublevadas, sin que p u diese poner su firma en el nombramiento de su sucesor.

X.

Adriano.—Mártires de esta época.

La Providencia se valió de las agitaciones de una guerra continuada para propagar la divina religión de la paz. Los cautivos oian hablar durante su cautiverio de una Religión que no podia menos de ser simpática á los débiles y á los aprisionados, y de la q u e , al recobrar la libertad, se convertian en apologistas. El árbol de la nueva Iglesia apenas acababa de nacer, y cubria ya con sus benéficas sombras todo el Oriente. Cesárea no tardó en ser una cristiandad muy importante. Antioquía, la patria de san Ignacio, aun después de la muerte del ilustre mártir, continuó siendo la primera y mas floreciente de las Iglesias orientales (1). En la Siria se habian formado las Iglesias de Seleucia, Berea, Apamea, Hierápolis, Ciro y Samosata. En Mesopotamia florecen ya desde la cuna del Cristianismo las comunidades de Amida, de Nísibe y de Cascar. Un discípulo del apóstol san Tadeo, Maris, ocupa ya en Seleucia, cerca del T i g r i s , una silla episcopal. La semilla echada por san Pedro produce abundantes frutos en la Arabia ( 2 ) , y en P e r sia el Cristianismo tiene también numerosos adictos. En España el Evangelio es predicado desde el primer siglo. No solo el Cristianismo habia penetrado en la Galia, la Gran Bretaña, la Germania, sino que los pueblos mas bárbaros, tales como los Sármatas, los Dacios, los Scytas, los Létulos, y hasta las islas mas desconocidas habian recibido la Buena Nueva. La persecución de Trajano fue continuada por su sucesor, siendo el papa san Alejandro una de sus primeras víctimas. Era este hijo de un ciudadano romano de su mismo nombre. Parece que este Pontífice hizo sus estudios bajo la dirección y con los. consejos de Plinio el joven, y que Plutarco le enseñó á meditar sobre la literatura griega, estudio que no podia desconocer un papa que habia de sostener correspondencia con tantas ciudades ilustres en que se hablaba la lengua de Homero y Herodoto. Distinguíase por su profundo talento y vasta erudición. Subió al pontificado á la edad de treinta años. «Joven por su edad, como dice Novaes, pero viejo por sus costumbres, su saber y su virtud.» Ordenó que los sacerdotes solo celebrasen una misa diaria (3). Convirtió á la fe á Hermes, prefecto de Roma, á su esposa y á multitud de ciudadanos ilustres. Habia sido ya preso en la época de Trajano. Hallándose en la cárcel, según refiere la tradición, apareciósele de noche un niño con una hacha encendida en la mano, diciéndole:—Sigúeme, Alejandro. (1)

Eusebio, Hisl.

(2)

Gálatas, i , 17.

(3)

Novaes, 1 , 36.

Ecles.

III,

36.

34f)

HISTOKIA DE LAS PERSECUCIONES

El Obispo obedece sin vacilar. Las puertas se abren á su paso y los guardias se inclinan ante él. El misterioso niño le conduce a la casa del tribuno Quirino, donde se hallaba preso Hernies. Los dos santos se abrazan, animándose mutuamente á sufrir por J E S U C R I S T O . Esta escena conmovió á Quirino, y al ver después que al contacto de las cadenas en que habia estado aherrojado Alejandro, curaba de una grave enfermedad una hija del tribuno, este se convirtió á la verdadera fe. Tales hechos llegaron á noticia de los agentes del Emperador-, quienes mandaron dar la muerte á Quirino y degollar á Hermes. Á Alejandro, sometido al tormento, le preguntó el juez al admirar su paciencia: —¿Por qué callas? ¿por qué no te quejas? —Cuando el cristiano ora habla con Dios, le contestó Alejandro. Fue martirizado, después de haber regido la Iglesia por espacio de diez años. Sus restos se guardan en Santa Sabina, en Roma, debajo de un altar erigido por Sixto V . En el principio del reinado de Adriano, su paso por la alta Italia se señaló por algunas ejecuciones. Cuéntase entre estas la de Marciano, Obispo de Tortone. Habia recibido su consagración de manos de san Bernabé. Denunciósele por su celo en propagar el Cristianismo, lo que dio lugar á que se le sometiese al tormento, colocándosele entre dos planchas que e s trujaban el cuerpo del paciente. Conservándose fiel en proclamar su f e , fue decapitado. En la misma época sufrieron el martirio los dos hermanos Faustino y Jovita, naturales de Brescia, en la Lombardía: era presbítero el primero y diácono el segundo. ' Hacian estos dos público alarde de profesar la religión cristiana, lo q u e , considerado por el Emperador como un insulto á las leyes de Roma, les hizo conducir al templo del Sol. R e fiere la tradición que el esplendor de la mentida divinidad se empañó, y que al querer los sacerdotes limpiar sus rayos de oro se hizo pedazos la estatua, en virtud de lo cual los santos mártires, acusados del doble crimen de Cristianismo y de magia fueron condenados á las fieras. Estas, en vez de devorarles, se inclinaban ante ellos. Bajóse á la arena una estatua de Saturno para que los santos mártires la adorasen; pero las fieras pisotearon el ídolo, en vista de lo cual fueron echadas del Circo para que se volviesen al desierto. Se les sometió á los dos hermanos nuevamente al tormento, donde prorumpian en alabanzas al Señor. Junto á ellos sufría también la tortura un antiguo pagano llamado Calocero, que la constancia de los dos mártires habia convertido á la fe. No pudiendo este resistir la crueldad de los verdugos, dijo á Faustino y Jovita: —Rogad por mí para que Dios me de constancia; porque sufro demasiado. — T e n valor, le contestaron; con algunos momentos de sufrir compramos una eternidad de gozar. Los dos hermanos entregaron su cuello al verdugo fuera de una de las puertas de la c i u dad de Brescia el 15 de febrero, del año 122. También Afra, viuda del gobernador de Brescia, se sintió impresionada por el valor de los dos mártires, proclamó valientemente su fe en presencia de Adriano, y fue decapitada. Á su vez el ejemplo de Calocero condujo al martirio á Secundo, noble pagano de Asty. De esta suerte los mártires hacian los cristianos. Durante el primer viaje de Adriano á Atenas, encontrábase allí un vastago de las primeras familias de Mitilene que se llamaba Publio, el cual ejercía el cargo episcopal. La palabra de san Pablo, á quien recibió en su casa cuando iba prisionero á Roma, le condujo á la fe de C R I S T O : fue constituido en sucesor de Dionisio el Areopagita, y recibió el martirio el ano 125. Teodora fue condenada á muerte por el delito de haber dado sepultura al mártir san Hermes. En la misma Brescia fue decapitado san Calocero, que habia sido convertido al Catolicismo por Faustino y Jovita.

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

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XI. Primer paso de la Iglesia para entrar en la vida pública.

¿Qué se necesitaba en aquella época para hacer un mártir? Muy poca cosa. Algunas e s citaciones de parte de los judíos, que profesaban tan acendrado odio á la religión del Crucificado, un pequeño motin en que se revelase el fanatismo pagano, esto era suficiente para encender las hogueras y levantar los patíbulos. De parte de los gobernantes un poco de celo mas ó menos hipócrita en favor de los idólos; y , lo que era mas general, bastante cobardía y mucha indiferencia por la vida de los hombres. Para hacer mártires ni siquiera se necesitaba la iniciativa imperial; para lo que en varias ocasiones se hacia indispensable todo el poder de los emperadores era para poner trabas al fanatismo popular contra los cristianos. Este celo del poder civil, la Iglesia cristiana creyó llegada la hora de provocarlo. Hasta entonces los creyentes^no hacían mas que esconder sus libros, los obje.tos del culto cuando arreciaba la persecución, volviéndolo á sacar luego que llegaba un período normal. Hasta entonces la Iglesia no se presentaba á los tribunales sino en carácter de proscrita, esperando siempre un fallo condenatorio. Se oian allí protestas calurosas de f e ; jamás se intentó una súplica: se aceptaba la confiscación, la cárcel, el tormento, la muerte; hasta entonces no se habia pedido la libertad. Pero, primero con Trajano y después con Adriano, se inauguraba en el imperio una política menos injusta, mas humana. Ante este progreso en el orden social del que el Cristianismo guardaba el verdadero secreto, creyó la Iglesia que no era para ella una degradación el pedir, ni una abdicación el obtener. La primera palabra de súplica partió de aquella Iglesia de Atenas en donde el genio co losal de san Pablo marcó un rasgo de unión entre la oscura tradición del género humano y la luz renovada del Evangelio. Adriano amaba á Atenas, la patria de su inteligencia. Hombre de letras y de genio consideraba á Atenas como madre en el orden de su cultura. Adriano era griego por sus doctrinas, por la poesía, por el amor á las artes, hasta por sus costumbres. En Atenas Adriano no era ni soldado, ni siquiera emperador; era ante todo el admirador de Fidiás, el discípulo de Sófocles. Á Atenas Adriano la engrandeció, la hermoseó; á la humilde subdita del imperio romano la otorgó la soberanía de Cefalonia, llenó de trigo sus graneros, le añadió una ciudad nueva que llamó la ciudad de Adriano; su solicitud de admirador de la gran capital la dotó de puentes, de acueductos, de bibliotecas, de templos, y embelleció aquel teatro tan glorioso en los tiempos de Eurípides, terminó aquel templo de Júpiter Olímpico en.que habian trabajado siglos enteros, colocando un Júpiter colosal de oro y pedrería. Creyeron los cristianos que el que se gloriaba con el título de Arconte, aquel que se llamaba ciudadano de Atenas, aquel adorador de la Grecia seria mas benévolo que el cesar de Roma. Tras del mártir Publio sentóse en aquella silla episcopal Cuadrato, quien presentó al Emperador una apología en favor del Cristianismo, invocando el recuerdo de los milagros que realizó el Salvador, los enfermos que curó, los muertos que resucitó, hechos que aparecían evidentes por el testimonio de las personas mismas que habian sido objeto de tales p r o digios (1). Otro cristiano, Arístides, discípulo ilustre de la escuela de Platón, presenta al Empera(1) iluslribu,

V é a s e E u s e b i o Hist. 19, 37, Epist.

Ecles.,

70, Epist.

el cual cita á D i o n i s i o d e C o r i n t o y un e s c r i t o a n ó n i m o . P u e d e v e r s e t a m b i é n a J e r ó n i m o 83 ad

Magnum,

Deviris

348

HISTORIA

DE LAS

PERSECUCIONES

dor, en su carácter de erudito, de retórico, al discípulo de los antiguos sabios, otra apología de la religión cristiana (1). Hablase además de una tercera apología dirigida á Adriano y escrita por Aristo de Pella (2). ¿Qué significaban estas apologías presentadas al Emperador? Era el Cristianismo p i diendo por primera vez su entrada en la vida pública. En tiempo de emperadores déspotas no habia para él mas que cadalsos, y subia con gusto á ellos; en tiempo de emperadores filósofos veia abierta la arena de la discusión y reclamaba el derecho de ser discutido. Era el primer paso para sentarse en los escaños de la escuela y subir después á la tribuna. No fue la voz que se perdia en el desierto. En Adriano habia dos hombres: de una parte el romano supersticioso, corrompido, que por nada ni por nadie quería dejar caer de sus espaldas su manto de Pontífice; de otra parte, el hombre de la razón, el filósofo, el partidario de la justicia: faltaba solo que el hombre de la justicia venciese en él al hombre de la superstición. No dio, es verdad, un edicto de tolerancia pública oficial, sin cortapias; no habia l l e gado aun la hora de hacerlo; no absolvió solemnemente al Cristianismo. Pero Adriano, si no supo aun llegar á las alturas de Constantino en este terreno, sobrepujó á Trajano su antecesor. Á la gritería del populacho gentil contestó en la siguiente carta: « Á Minucio Tundano (procónsul de A s i a ) . — R e c i b í la carta del ilustre Serenio Graniano, tu antecesor. Es menester que se esclarezca debidamente el asunto de que ella trata, de lo contrario traeríamos la perturbación á los espíritus y proporcionaríamos á los calumniados pretextos para hacer daño. S i , para apoyar los ataques contra los cristianos, los habitantes de la provincia tienen motivos suficientes que hacer valer ante la justicia, que lleven el asunto á los tribunales, pero que no se acuda á tumultos ni á gritos en las calles. Lo que debes hacer es que el acusador se presente y que te entiendas con él en la acusación. Si se presenta un acusador y prueba que los cristianos hacen algo contra la ley, resuelve tú mismo, según la gravedad del delito. De lo contrario, ¡por Hércules! si no se busca mas que ocasión de calumniar, procede contra estas maniobras crueles, y encárgate de castigarlas ( 3 ) . » El Cristianismo en sí, pues, dejaba de ser un crimen. Se podia ser cristiano y hasta m a nifestarse tal, sin hacerse reo de condenación por este mero hecho. Adriano parece que hasta llegó á comprender algo del Cristianismo, pues acabó por edificar templos sin ídolos, á los que, no sabiendo que nombre dárseles, se les llamó Adrianos (4). Hizo mas: trató de colocar á JESUCRISTO entre sus divinidades (5). Pero los sacerdotes gentiles, mas previsores que é l , le hicieron decir por medio de sus oráculos: «Que si aceptaba al Dios de los cristianos, pronto en el mundo no habría mas que cristianos; que entonces los templos del Nazareno acabarían con los templos de Roma (6).» Convencido de lo que se le dijo, ó espantado tal vez al comprender el alcance de su obra, Adriano retrocedió. Para subir á las alturas del Cristianismo no es suficiente la escalera de la humana filosofía. No bastaba que abriese su inteligencia á la l u z ; antes que todo era menester que abriese su corazón al arrepentimiento. Se necesitaba pasar por el camino del bien, tal como lo enseña el Evangelio, para llegar á las cumbres de la verdad cristiana. Habia en aquella c o n ciencia demasiados puntos flacos; la doctrina de C R I S T O en aquel hombre formado en los v i cios del paganismo habría agitado demasiados remordimientos. Aquel gentil no habia de 7. Calal.,

2 0 , Ep. 83, Ad

(1)

Ilieronym,

(2)

Cron.

Magnum.

(3)

El texto griego de esta carta se encuentra en Euscbio, Hisl.

Paschale. Ecles.,

i v , 9 , en Nicéforo Calixto y á continuación de la primera apo^

logia de san Justino. El texto latino se halla en la traducción de Eusebio por Rufino. (i)

Hadrianus

(5)

Christo templum faceré,

(6)

Consultantes

Ibid.

templa in civitatibus sacra

sine simulacris fieri fecit,

eumque inler déos accipere.

repererunt

omnes

christianos

quai id circo...

dicuntur

Hadriani.

Lampridc, In. A.

Jex. 4 3 .

Ibid. futuros,

si

id óptate

evenisset,

et templa

reliqua

desserenda.

Lampridc,

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

'

349

permitir que penetrasen en el fondo de su alma las grandes claridades del Cristianismo que habrian revelado tristes manchas, que él podia querer como gentil, y á las que hubiera tenido que renunciar como cristiano. De todos modos, el Cristianismo se habia hecho oir de un emperador. Aquella escuela oscura acababa de salir á la l u z ; aquella religión que no mereció hasta entonces ser escuchada acababa de obtener una audiencia del César. El imperio empezaba á acostumbrarse á la voz de la Iglesia.

XII. Profanaciones de Adriano.

Una tercera sublevación de parte de los judíos dio lugar á hechos que están en desacuerdo con las esperanzas que Adriano daba motivos para concebir. Esta vez la rebelión estalló en la Judea misma, en los alrededores de Jerusalen. Los judíos, al menos en apariencia, estaban sumisos á Roma y hasta se presentaban l i songeros y aduladores ante los representantes del imperio. Adriano, en su permanencia en Siria, tuvo la curiosidad de visitar las ruinas de Jerusalen. Durante esta expedición concibió el pensamiento de reedificar la ciudad derruida, pero de reedificarla, no ya judaica, sino romana; en vez de Jerusalen, Adriano quiso darle su nombre, y llamóla yElia Capitolina; sobre los escombros del famoso templo levantó un Capitolio, proclamóla ciudad de Júpiter y poblóla de colonos romanos. Cuéntase además que Adriano quiso prohibir la circuncisión, y los talmudistas pretenden que una hija del Emperador hizo arrancar un cedro que consideraban como sagrado, haciéndolo servir para reparar su carroza. Los judíos estaban exasperados; pero prefirieron aguardar á que el Emperador y su ejército se ausentaran, á fin de acertar mejor el golpe. La revolución estalló apenas hubo salido Adriano. Los judíos se armaron en masa como un solo hombre, echando mano de las armas que confiaron á sus herreros las legiones para que las reparasen, armas que ellos mismos hicieron defectuosas con el objeto de que se las dejaran por inservibles. Levantáronse como por encanto las numerosas fortalezas que Tito habia hecho destruir, las que se pusieron en comunicación por medio de subterráneos, á fin de que los defensores pudieran auxiliarse mutuamente ó tener por allí segura la retirada. Por otra parte, la desesperación de los judíos habia llegado á su colmo. Mas de cien años iban trascurridos desde la aparición de C R I S T O , habian expirado desde mucho tiempo las sesenta y dos semanas de Daniel, los ochenta y cinco jubileos de Elias; todos los horizontes aparecían cerrados. Muertos los judíos como pueblo, debían morir como religión. Entonces fue cuando apareció Cozbad ó Bar-Cozbad, (mentiroso, ó hijo del mentiroso),que cambió su nombre con el de Cochebas ó Bar-Cochebas (estrella, ó hijo de la estrella). Los judíos creyeron que se referia á él el anuncio de Balaam: — « Saldrá estrella de Jacob, y levanlaráse cetro de Israel, y herirá los cantones de Moab, y destruirá todos los hijos de Seth... Israel se portará varonilmente. Y el de Jacob se enseñoreará, y destruirá de la ciudad lo que quedase (1). Bar-Cochebas contó con el apoyo de A k i b a , que después de haber sido pastor por espacio de cuarenta años, tomó el carácter de rabino distinguido y fue venerado por los judíos, los cuales hasta hoy le consideran como un segundo Mesías (2). (1)

N ú m e r o s , x x i v , 1 7 , 1 8 , 19.

(2)

H i e r o n y m . , Apoc, T.

i.

1 1 , adv.

Ruf. íij

HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

350

Decían, los judíos que de la boca de A t i b a salía una llama de vivísimo fuego, se paseaba rodeado de sus numerosos discípulos , los cnales, habiendo visto en el recinto arruinado de J e rusalen un chacal corriendo por la montaña, tuvieron el consuelo de oír de boca de A t i b a el anuncio que ellos verían reedificarse el templo. A l presentarse Bar-Cochebas, A t i b a declaró solemnemente que aquel era el Mesías, le dio la unción real, le hizo montar en un caballo, del cual él sostenía el estribo, y le ciñó la espada de Jehová. En aquella ocasión solo el rabino Jochanan se resistió, diciendo: « A t i b a , la yerba se l e vantará sobre los restos de Bar-Cochebas, y el hijo de David no habrá aparecido todavía.» La advertencia fue inútil. Los judíos palpitaban todos de esperanza, y no solo en Palestina , sino en todas las provincias en donde ya habian vertido su sangre en tiempo de Trajano, se sublevaron unánimemente. Jerusalen fue tomada, los romanos asesinados, el templo de Júpiter derribado. Mas los judíos convertidos al Cristianismo no quisieron sublevarse. Para ellos Bar-Cochebas no era mas que un impostor; las profecías no habian de consumarse, porque lo estaban ya. Nueva hecatombe de mártires cristianos se levantó en la Palestina. Los fanáticos judíos hicieron caer sobre ellos todo el peso de sus venganzas. Sus compatriotas les arrastraron al suplicio por no querer sublevarse contra sus perseguidores. Adriano llamó inmediatamente de la Bretaña al mas hábil de sus generales, á Julio Severo. Los judíos se batían como leones; disputaron á sus enemigos el terreno palmo á palmo, se apoderaron de las alturas, escogieron por última fortaleza las ruinas de su vieja capital, resueltos á sepultarse entre ellas. Tres años costó á Roma la pacificación de aquel país. La victoria se adquirió anegando en sangre á quinientos mil judíos. La lucha fue terrible. Cincuenta fortalezas fueron tomadas y convertidas en escombros, se destruyeron novecientas ochenta y cinco poblaciones, toda la Judea fue asolada. Según los judíos, hubo torrentes de sangre bastante caudalosos para arrastrar piedras de cuatro libras de peso á cuatro millas de distancia, y durante siete años no hubo necesidad de abonar las tierras, porque para ello bastaron los cadáveres. Adriano resolvió que aquella sublevación fuese la última. Los que escaparon de la muerte fueron vendidos como esclavos. En el famoso mercado de Terebinto se hizo la primera subasta de cabezas humanas; el hombre era vendido al p r e cio del caballo; y aquellos que no podían venderse en la Palestina, eran llevados á Egipto. Lo que aun quedaba de Jerusalen fue destruido, el lugar del templo nivelado, sembrado de sal en señal de maldición y de esterilidad. En la entrada de la vieja capital se pintó la imagen de un cerdo, y solo una vez al año les era permitido acercarse á la ciudad santa para ir á cantar las lamentaciones de los profetas sobre sus ruinas, para conmemorar el aniversario de la destrucción del templo por Tito. En los demás dias solo el acercarse al recinto de Jerusalen constituía para todo judío un delito, que era castigado con pena capital. A u n hoy, el dia del aniversario de la destrucción de Adriano ruegan á Jehová que castigue al segundo Nabucodonosor que destruyó cuatrocientas ochenta sinagogas. Adriano hizo mas. Acabó de consumar la deshonra sobre aquel triunfo, con la sacrilega profanación de los lugares mas venerados por los cristianos, cabalmente cuando no solo estos se opusieron á la revuelta, sino que se constituyeron por ello en objeto del furor de los judíos. Sobre la colina de la Ascención se colocó una imagen de Júpiter; sobre la del Gólgota una estatua de Venus. Belén quedó dedicada á Adonis; plantóse allí un bosque sagrado, y la santa gruta donde nació el Salvador se dedicó á su vez á aquella impura semi-divinidad de los fenicios (1). Es cierto que á los cristianos se les permitió entrar en el recinto de Jerusalen; pero no (1)

H y e r o n . , Ep. 49. ad

Paulin.

SUFRIDAS. POR LA IGLESIA CATÓLICA.

351

queda la menor duda acerca las profanaciones que acabamos de consignar y de que aquel período se revistió con nuevos mártires. En aquella época murió en Pamfilia toda una familia de esclavos. El amo les exigía que tomasen parte en unos sacrificios idolátricos para celebrar el nacimiento de un hijo. — ¿ Y qué, dijeron estos esclavos á su madre; debemos obedecer á estos impíos antes que al Señor? Y al aproximarse su amo para forzarles á contribuir á la ceremonia gentílica le dijeron: — L a fortuna te ha hecho señor de nuestros cuerpos; pero JESUCRISTO lo es de nuestras almas; preferimos á tu servicio el servicio de C R I S T O . Se les suspendió en un árbol, donde al destrozarles con uñas de hierro, decia al verdugo la madre de los mártires: — ¿ Por qué no se nos castiga mas ? Estos golpes son harto débiles; escoge otros tormentos. Las valientes víctimas fueron echadas en un horno, donde murieron cantando las alabanzas de Dios. En Roma murió santa Sofía con sus tres hijas Pistis ( f e ) , Ebpis (esperanza), y Ágapa (amor). Las desgracias comunes parece que debieron haber undido á judíos y cristianos. No fue así. En adelante, como ya lo venían haciendo desde mucho tiempo, los judíos se constituyeron en espías de los cristianos. Ellos, que al proclamarla independencia de la Palestina f u e ron con los cristianos mas crueles que los idólatras, trataban de granjearse la voluntad de los gentiles denunciándoles á los que creían en JESUCRISTO. El rabinismo, que era entre los judíos tan poderoso, se empleaba especialmente en alejar á los descendientes de Israel de la religión cristiana. En las" sinagogas se pronunciaba s o lemnemente el anatema contra el CRISTO entre insultantes risotadas. Cada mañana al levantarse , al medio dia y por la noche, cada judío debia exclamar : «¡ Que Dios maldiga al N a zareno!» La Sinagoga venia siendo el taller donde se fabricaban todas las difamaciones, todas las calumnias contra los cristianos. Los judíos se constituían espontáneamente en esbirros del fanatismo idolátrico. Las prevenciones, el odio de los judíos contra los cristianos, tienen una explicación muy natural. Creyeron aquellos que la religión cristiana acabaría en la cruz á que ellos condenaron á su Fundador; y mientras cada nuevo hecho determinaba un nuevo grado de decadencia en el culto judaico, en cambio cada dia que pasaba se señalaba para la Iglesia de C R I S T O con nuevos aumentos. Los judíos se habian sublevado ya en tres ocasiones distintas, y cada vez para hundirse mas ; los cristianos no se sublevaban nunca. Los judíos acudían á la fuerza de las armas; los cristianos solo las tenían mientras su conciencia les permitía estar á las órdenes de los poderes constituidos; al creer que como cristianos no podían obedecer un decreto imperial empezaban por soltarlas. Los judíos estaban cuando menos bajo la ley de los vencidos, que al fin era una l e y ; para los cristianos la ley no existia, hallábanse á placer de las masas, al arbitrio del último de los agentes del poder. Aun cuando á los judíos se les castigaba como nación, quedaban libres como sinagoga; su fe no se proscribía, sus casas de oración eran respetadas, lícitas sus reuniones; sus mujeres ostentaban públicamente el velo que las daba derecho á ser reconocidas como tales; en sus mismos sepulcros podia colocarse la palma, el candelabro , los títulos de padre, de madre de la Sinagoga. Nunca se les obligó á ofrecer incienso á los ídolos, nunca se les sometió al tormento. Entre los judíos pudo haber soldados que muriesen luchando por las leyes patrias; pero jamás hubo mártires. Y sin embargo, la Iglesia

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cristiana proscrita, perseguida, no dejaba de progresar; la Sinagoga, mas libre, íbase extinguiendo. Desde la época de Adriano el judaismo ya no tiene profetas, ya no tiene sabios, ya ni siquiera tiene guerreros. Pasó á ser una secta pueril en la observancia de la l e y , capciosa en sus doctrinas; una comunidad de traficantes que no piensan sino en realizar sus negocios, en cuidar de sus intereses materiales, en satisfacer su miserable egoismo.'Después de J E S U C R I S T O , la Sinagoga no era una Iglesia, no era mas que un pueblo; estuvo como á tal, sujeta á las vicisitudes históricas de un pueblo. Hasta el mismo A t i b a murió, no como mártir que confiase en la inmortalidad de su causa , sino como desesperado, lanzando imprecaciones contra el rabinismo y aconsejando á sus hijos que se abstuvieran en adelante de comprometerse ni por su f e , ni por su nacionalidad. «Es que, dice Bossuet, no quedaba á Israel sino un duelo eterno y una lamentación sin fin.»

XIII. Últimos tiempos de Adriano.

Á pesar de su clara inteligencia, Adriano era hombre de costumbres corrompidas. Los paganos le echan en cara sus adulterios; los cristianos le reprochan crímenes no menos vergonzosos. Así se explica el que andando los años se anublase de una manera bien triste aquella i n teligencia que en el primer período de su imperio apareció tan despejada. En la embriaguez de sus pasiones, dejó de ser filósofo para no ser nada mas que pagano. Fue fanático, supersticioso, hasta fue cruel. En el interior de su palacio trataba á su esposa Sabina como una esclava, hasta el punto de que ella proclamara en alta v o z , que no habia deseado ser madre para no hacer la desgracia del mundo dándole un hijo de Adriano (1). La historia consigna su comportamiento con el célebre constructor del puente de Trajano, Apoliodoro de Damasco. Este se habia atrevido á criticar al Emperador como á estatuario, respecto á las dos diosas de talla colosal que estaban sentadas en los templos de Venus y de Roma, de las cuales dijo : «Si un dia las diosas llegan á levantarse, no podrán salir del templo.» Este juicio le costó la muerte. . Aquejábale una enfermedad larga, dolorosa, humillante. Se habia vuelto melancólico, caviloso. A l agravarse esta enfermedad se volvió sanguinario. Este César, viejo ó hidrópico, preveía próxima su muerte, ó inquieto por el porvenir de Roma, ordenaba matanzas por precaución. Cualquiera que á su juicio pudiese aspirar al imperio, por solo esta sospecha era condenado á morir. Los mismos que habian contribuido á su elevación, que ejercieron durante su reinado un papel importante, eran objeto de sus temores. En cada amigo su misantropía le hacia ver un futuro emperador. Mar ció Turbo, su prefecto de pretorio, fue d e gradado y perseguido; Taciano, que contribuyó á que el Emperador fuese adoptado por Trajano, sufrió la proscricion; muchos de los que cooperaron á su grandeza vióronse r e ducidos á la indigencia ó al suicidio. Su cuñado Serviano, de noventa años de edad, pereció, lo mismo que su nieto que no tenia mas que diez y ocho. ¿De qué crimen se les acusaba? El nieto era culpable de tener en favor suyo ciertos presagios que le anunciaban la púrpura; el cuñado, de haberse sentado una vez en una silla reservada al Emperador y haber hecho algunos presentes á los esclavos de palacio. Sabina, su esposa, murió envenenada, siendo muchos los que aseguran que fue el Emperador quien le proporcionó el veneno. Es verdad que después de muerta la proclamó diosa. «Le importaba poco, diceLenain de Tille(1)

Aurcl. V i d . ,

Epist.

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

353

mont, que estuviese en el cielo ó en el infierno, con tal' de que no estuviese en la tierra.» Acercábase para Adriano la suprema crisis. Á la par que su cuerpo, iba extinguiéndose su espíritu, y al apagarse su inteligencia apoderábase de él el delirio homicida de los emperadores romanos. En su hora de calma era supersticioso hasta la fatuidad; en su hora de fiebre era sanguinario hasta la locura. Cuando ya apenas podia escribir, se entretenía en dar decretos de muerte. Concebía sospechas de un senador, de un patricio, fuese quien fuese, tenia desde luego que ser ajusticiado. Hasta con soldados desconocidos sació su crueldad aquel César moribundo. Se concibe, pues, perfectamente, que ejercitase su furor, su sed de sangre en el anima vili de los cristianos. Terenciano, que habia sido consagrado obispo de Lodi, en la Umbría, por los Apóstoles, acusado de propagar con su palabra la doctrina de C R I S T O , fue condenado á que se le arrancase la lengua y se le degollase después en 1." de setiembre del año 138. Eusiquio, natural de Cesárea, en la Capadocia, ingresó en la Iglesia cristiana, luego de muerto su padre, que era gentil. Acusósele por su f e , lo que le valió el verse encarcelado por mucho tiempo. Apenas recobró su libertad, consagróse á vender su rico patrimonio, de cuyo producto dio la principal parte á los que le habian delatado, á los que consideraba como sus principales bienhechores, pues le proporcionaron la dicha de sufrir por JESUCRISTO , dando lo restante á los pobres. Se hacia conocer en público como cristiano práctico, en virtud de lo cual se le martirizó pasándole con una espada. Adriana, joven griega que vivia en Frigia, llevada por su entusiasmo en favor de su fe, sintióse movida á ir á proclamar la divinidad de JESUCRISTO en medio de una gran solemnidad pagana. Se la puso presa inmediatamente, se la colocó en el torment.0 después, y por fin fue degollada. Igual suerte cupo al senador Fileto, á su esposa Lidia y á sus hijos Macedón y T e o prépides. Juvencio, obispo de Pavía, y que trabajó con mucho ardor en la evangelizacion de aquella parte de Italia, fue martirizado en la ciudad de su sede. Cerdeña guarda con particular veneración los restos de las santas Justa, Justina y Enedina , martirizadas también en aquella época. Una antigua lápida conserva el recuerdo de Gabino y Críspulo, que sufrieron por aquel tiempo el martirio en Torres de Cerdeña. Montano servia en el ejército de Roma. Habíase constituido en apóstol de sus compañeros de armas, cuando al saberlo el Emperador, le llamó él mismo á que se presentase ante él. Confeso y convicto de su delito se le condenó á pena de azotes. Montano, en vez de c e der , prosiguió con mas fervor su obra de propaganda cristiana, y acusado en Terracina de hablar contra los dioses se le cortó la lengua, muriendo después degollado. Fraida, joven cristiana de Alejandría, al ir por agua á una fuente, vio junto á la playa al prefecto de la población que iba á embarcarse en un buque lleno de presos. Tuvo la curiosidad de preguntar por qué se habia preso á aquella multitud de personas.—Porque son cristianos, le contestaron. —Pues cristiana soy yo también, dijo la muchacha con angelical ingenuidad. A l punto se la colocó entre los demás, sometióse á todos al tormento en Andrinópolis, á donde se les condujo, y fueron después degollados, ocupando el primer lugar la virgen Fraida. En la iglesia de San Marcelo, una de las mas lindas de Roma, se guarda el cuerpo de santa Digna-Émérita, que pagó con su vida el ardor "de su fe. Adriano, desde el dia en que conoció la gravedad de su dolencia, quiso retirarse á Tibur (Tívoli), ciudad del Lacio. El sitio estaba perfectamente escogido. Difícilmente podia encontrar algo mejor que aquellos ricos paisajes, que se estienden á orillas del Anio. . En vez délos viajes en que habia gozado tanto, tenia necesidad de una vida sedentaria;

HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

354

en vez de costumbres severas, creyendo próximo su fin trataba de rodearse de flores antes que para él estas se marchitasen para siempre; en vez de una mesa comedida la esplendidez de dilatados festines que no hacian mas que empujarle al sepulcro. Recordando lo mucho que disfrutó en sus viajes, trató de reunir en Tibur todo cuanto de magnífico habia contemplado. Desde su cama de enfermo podia admirar la Academia, el P e cilo, aquel riquísimo Museo público de Atenas, donde se conservaban las obras maestras de los grandes pintores; el Pritaneo, donde en Grecia se congregaban y mantenían á costa del Estado los cincuenta senadores investidos del título de pritanos y donde se conservaban los penates públicos y el fuego de Vesta; toda Atenas, en fin, con sus teatros, con sus templos, con sus paseos, todo estaba reproducido allí, en piedra, en bronce, en mármol, dentro de un circuito de cuatro leguas y media. Cuando sus fuerzas le permitían levantarse de la cama podia allí sentarse en el Liceo, respirar en el valle de Tempe, tan delicioso que, según los poetas, era el paseo de los dioses, visitar los Campos Elíseos. Si le ocurría el deseo de cazar, los ciervos andaban por allí á m a nadas; si quería darse el espectáculo de la naumáquia, veíanse desde luego flotar los buques en un inmenso estanque de mármol. Á mas de Atenas, estaba allí Egipto, con sus estatuas, con sus ídolos, con los dioses de Meníis. Todos los pueblos., todas las épocas, todos IQS estilos se dieron allí cita, obedeciendo á las órdenes de Adriano, epue contaba con numerosos y hábiles artistas, dispuestos á satisfacer hasta sus menores caprichos. Durante su residencia en Tibur fueron sacrificados en aquella ciudad gran número de cristianos. Una sola familia proporcionó diez mártires. Getulio tenia el empleo de tribuno en el ejército de Adriano. Impulsado por la gracia, d e seoso de seguir el consejo evangélico en toda su estension, dejó Tibur, su fortuna, su esposa, sus hijos, para retirarse á un lugar retirado en el país de los Sabinos. Un agente del gobierno de Roma, llamado Cereal, fue comisionado para hacer algunas investigaciones, respecto á las ideas y á la conducta del que, habiendo sido antes bravo militar, abandonó tan de i m proviso las filas de la milicia, donde por sus cualidades podia conquistarse posición y gloria. Cereal encontró allí á Getulio con su hermano Amancio, que si bien profesaba la fe cristiana, no por esto se creyó en el deber de abandonar el distinguido puesto que ocupaba entre las legiones imperiales. El lenguaje de Amancio y las virtudes de- Getulio admiraron á Cereal, quien cambió m u y pronto la severidad del juez por la adhesión del discípulo. No tardó en comparecer allí el obispo de Roma, que tuvo noticia de la extraordinaria piedad de Getulio, de la fe de Amancio y de las buenas disposiciones de Cereal para entrar en el gremio de la Iglesia. Era Sixto un hombre venerable perteneciente á la familia senatorial de los Pastore, el cual habia sido elevado á la sede romana el 29 de mayo del 119. Su reconocido celo para evitar toda clase de perturbación en la jerarquía católica, le inspiró la previsora medida de que ningún obispo llamado á Roma, al regresar después á su diócesis, fuese recibido en ella, si no presentaba al pueblo Letras apostólicas, llamadas Formatos, en que se recomendaban la unidad de la fe y el mutuo amor entre el Pastor supremo de la Iglesia y los fieles que á ella pertenecían (1). En su interés á favor del gran respeto con que deseaba se celebrasen los d i vinos misterios, ordenó que solo los ministros sagrados pudiesen tocar el cáliz y la patena. (1)

S e llamaban fórmalas eslas cartas en razón al sello ó a Ja forma especial q u e se e m p l e a b a para e s c r i b i r l a s . A d e m á s d e las

la;, ya d e s d e l o s p r i m e r o s t i e m p o s v e m o s usarse otras clases d e c a r t a s , c u a l e s s o n las canónicas t a m b i é n se dirigían á l o s o b i s p o s al regresar á s u s o b i s p a d o s ; las pacificas, communicatoriw,

, m a s esplícitas q u e las formatce,

fórmay que

q u e se c o n c e d í a n a los p e r e g r i n o s c o m o t e s -

t i m o n i o d e su estado d e c o m u n i ó n c o n la I g l e s i a ; las comandan lia>, de q u e usaban los p e r e g r i n o s para las n e c e s i d a d e s de s u v i a j e ; las dimisorias, q u e atcstiguabaigBuc u n c l é r i g o habia salido d e su d i ó c e s i s c o n p e r m i s o d e su p r e l a d o ; las sinodalia, c a s o s , y se llamaban enciclica; ó c i r c u l a r e s y católica! c u a n d o se dirigían á toda la c r i s t i a n d a d ; fices romanos c o n t e s t a b a n a varias c o n s u l l a s ó prescribían

q u e se daban en d i v e r s o s

las decretalia.,

c o n las q u e los p o n t í -

la c o n d u c t a q u e había de o b s e r v a r s e , y las confesorio:,

de q u e se s e r v í a n

para q u e l o s cristianos d é b i l e s , q u e p o r t e m o r al t o r m e n t o h u b i e s e n renegado d e su fe , p u d i e s e n s e r a d m i t i d o s a hacer bia a d e m á s las cartas apostólicas los breves,

q u e procedian

penitencia. H a -

d é l o s r o m a n o s p o n t í f i c e s , en virtud d e su a p o s t ó l i c a a u t o r i d a d , s i e n d o d e esta clase

p o r c u y o n o m b r e e n t e n d í a n en un p r i n c i p i o los a n t i g u o s las actas en q u e estaban d e t a l l a d o s l o s b i e n e s , y q u e c o n o c e m o s h o y

c o n el n o m b r e d e inventarios.

H o y la palabra breve s e ha g e n e r a l i z a d o l l a m á n d o s e así las cartas m i s i v a s d e los p o n t í f i c e s r o m a n o s . H a -

S U F R I D A S ron

L A IGLESIA CATÓLICA.

355

Sixto corrió á Gabie, en donde se hallaba Cereal, y en una cripta le administró el.bautismo. Á efecto de la denuncia del agente fiscal, Amancio y Getulio fueron conducidos ante el j u e z , al que contestaron con el sonrís del triunfo, muriendo con el nombre de JESÚS en los labios. Los restos de Getulio fueron religiosamente recogidos por su esposa Sinforosa y sus siete hijos Crescencio, Juliano, Nemesio, Primitivo, Justino, Estacteo y Eugenio, los cuales los sepultaron y fueron á rezar sobre ellos las santas vísperas de los mártires. ¿Iban allí á rogar en favor del mártir su esposa y sus hijos? No iban á rogar por el. mártir; iban á que el mártir rogase por ellos. La oración elevada á Dios por mediación de los mártires es tan antigua como el Cristianismo. Son evidente testimonio de ello las inscripciones que se encuentran en los sepulcros de los primitivos cristianos que obtenían la honra de morir por J E S U C R I S T O . Hé aquí algunas de estas inscripciones: Januaria, disfruta de tu felicidad y ruega por nosotros (1). Mártires santos, pensad en María (2). Ruega por nosotros, porque sabemos que tú estás con C R I S T O (3). Vicenta, tú que vives con C R I S T O , ruega por Felá y por tu marido (4). Aurelio, Agapito y Aurelia, Felicísima á su alumna. Felicitas muy digna, que lia vivido XXX años y VI y ruega por Ceisniano tu esposo (5). Sallatio, alma querida, ruega y suplica por tus hermanos y compañeros (6) . Ático, tú espíritu goza de la felicidad, ruega por nosotros (7). Juliano, vive en Dios y ruega (8). Exuperancia en paz ruega dichosa (9). Junto á este epitafio hay representada una estufilla, de la que salen llamas, instrumento del suplicio que figura también en las Actas de los mártires. Algunas inscripciones se refieren á votos y ofrendas hechas á los mártires: Pecho y Perneara han hecho este voto á la mártir Felicitas (10). bia t a m b i é n las clericm,

ó c l e r i c a l e s , dadas p o r el c l e r o en época d e Sede V a c a n t e . San A g u s t í n habla d e cartas llamadas fraclatoriw,

por

las c u a l e s los p r í n c i p e s se c o m u n i c a b a n c o n los o b i s p o s para a s i s t i r á los C o n c i l i o s , d á n d o s e el m i s m o n o m b r e á l o s q u e se cambiaban e n t r e sí l o s prelados al darse c u e n t a d e algún a s u n t o d e i m p o r t a n c i a . D e n o m i n á b a n s e , p o r fin, privadas especial d e c o m u n i c a c i ó n ú otras s e ñ a l e s p ú b l i c a s . — Véase Arlaudde

Mentor,

(1)

J A N V A R I A , BKNE U E F R I G E R A E T R O G A P R O N O S . ( C e m e n t e r i o d e C a l i x t o ) .

(2)

M A R T Y R E S S A N C T I IN M E N T E H Á L E T E M A R I A ( I I I ) . A q u i l e o .

flíarini,

(3)

C e m e n t e r i o de santa I n é s ,

(i)

P E T A S PRO PHOEBA E T PRO VIRGINIO TOO. ( D e R o s s i . Rome sublerraine,

Atlidei

frati

(3)

las q u e n o eran notadas c o n u n título

q u i e n c i t a á San A g u s t í n , Sangallo, S i r m o n d , d u C a n g c , e t c .

Arvati. XLVIII, 5 3 ) .

AURELIÜS, AGAPITUS ET AURELIA FELICISSIMA A L U M N O F E L I C I T A T I D L G N I S S I M A E QUAE V I C S I T A N I S X X X E T V I E P P E T E PRO CEISNIANO CONJUGEM.

( M a r a n g o n i , De carnet, SS. Satum). (0)

S A B B A T I DULCÍS A N I M A PETE E T RQ GA »

(Ecccmet.

SS. Gordiani

et

PRO F R A T R E S E T S O D A L E S TITOS.

Epimahi). A T T I C E , SPIRITOS T V O S

(7)

IN BONO O R A P R O P A R E N TIBUS T V O I S .

( M a r a n g o n i , E coemet. C a l l i s t i , p á g . 1 1 3 ) . (8)

J V L I A N E V I B A S I N Ü E O E T RO ( GA ) .

(Eccemet. (9)

Exuperantia

ción d e p r o (10)

Callist.

B u o n a r o t . , Vet

in pace petas po no felix.

(Eccemet.

Callisti

Arringh.,1.1,

pág. 3 2 1 ) . Las sílabas po, no, parecen s e r u n a a b r e v i a -

nobis.

Petras 'el Pancara

Egregius

ant.).

lapis,

BOTCM POSVERUNT M A R T Y R E F E L I C I T A T I . (E carnet.

d i c e M u r a t o r i , ad confirmandam

velustatem

dogmalis

Cyriaca;).

de inlercessione

sanctorum.

3S6

n i S T O R U DE LAS PERSECUCIONES

• Hemos aducido e'stos datos, como testimonio indiscutible de que ya en la primitiva I g l e sia se rogaba por conducto de los mártires. Creia ya entonces la Iglesia, como ha creido en todas épocas, que las almas de los mártires al volar al cielo no rompen la relación de plegaria que constituyen un precioso lazo e n tre los hijos de la Iglesia. La oración en el mundo de las almas es un don mutuo, que obedece á la ley suprema de caridad, por la cual nos prestamos común ayuda en las necesidades de esta vida mortal. Los santos son los ricos en esta sociedad espiritual; ellos derraman constantemente su tesoro de oraciones, y su limosna tiene el precio que le dé el amor para con Dios. Cuando una de estas almas deja la tierra, no se hiela su caridad solo por el hecho de que su corazón de carne y de sangre quede petrificado por la muerte; el último suspiro que recogen los que le rodean no eontiene la última oración en favor de sus hermanos; la espada del verdugo al separar la cabeza de su tronco no separa su espíritu de la gran sociedad de las almas, ni el cielo debe concebirse tan estrecho que encierre en un eterno egoísmo la piedad fraternal. Creer lo contrario seria figurarse que el alma de un mártir, de un santo, en la hora de su trasfiguracion deja ya de tener el influjo de sus oraciones, cuando cabalmente empieza su vida en el seno de Dios; y que desaparece en el cielo esa especie de omnipotencia de la criatura, que es la plegaria. Sin duda cuando la viuda y los hijos de Getulio se encontraban reunidos en oración junto á su lecho, el santo oraba por ellos para que Dios les comunicase la fe de los héroes, el valor de los mártires. Era la época en que Adriano al terminar su palacio de Tibur iba á ofrecerlo á los dioses, el Emperador consulta al oráculo, el cual le contesta: — L a viuda Sinforosa y sus hijos invocando á su Dios me insultan todos los dias. —Pues yo les forzaré, contestó Adriano, á consagrar sacrificios á las divinidades de Roma. A l obligarse á Sinforosa á que se presentase , ella exclama con singular satisfacción: — ¿ Á qué debo la dicha de que yo y mis hijos podamos ser inmolados como víctimas al Señor? A l amenazársela con la muerte, Sinforosa contesta con la mayor serenidad: —Estraño es que supongas que semejante amenaza ha de intimidarme, cuando cabalmente morir para mí es ir á gozar con mi esposo Getulio, sentenciado también á muerte por el nombre de C R I S T O . La virtuosa viuda fue abofeteada, y se la colgó de los cabellos teniéndola suspensa en el aire. Desde allí exhortaba á sus hijos diciéndoles: — Q u e sepáis sufrir contentos como yo sufro: ya que vosotros sois hombres, no seria bien que os aventajara en firmeza una mujer. Atada al cuello una enorme piedra, la valerosa viuda fue echada al Anio, entregando allí su espíritu al Criador. Ciego adorador de la Grecia, Adriano se habia vuelto fanático por sus divinidades, adoptando entre ellas particularmente aquellas que le parecían mas identificadas con sus pasiones. Distinguía de un modo particular á Hércules. Él le habia visto á Hércules en aquellas piedras grabadas en que conduce el amor sobre sus espaldas y parece sucumbir bajo su paso, simbolizando la Virtud vencida por la Voluptuosidad. Esto era Hércules para é l , y esto era también Adriano en el último período de su vida. El famoso torso de Belvedere, obra maestra del arte antiguo, constituía uno de los objetos de su entusiasmo; aquel Hércules descansando de sus trabajos y haciendo cariciasá Tola, para él era Adriano descansando en Tibur y entregándose á sus sensualidades. Adriano iba á adorar con frecuencia á aquel dios de cabeza pequeña, de cuello grueso, de cabello corto y crispado, porque para él aquel símbolo de la fuerza era el símbolo de su imperio. Mas que el Hércules de los TracMnios, de Sófocles y del Hércule furente ó el Hércule in monte ¿Eta de

SUFRIDAS POU LA IGLESIA CATÓLICA.

357

Séneca, Adriano no admiraba el Hércules bebedor de Anteo ó el Hércules Bufago ó comedor de bueyes, en aquella edad en que su vida se pasaba en una orgía continuada, solo suspendida por los sufrimientos de una cruel enfermedad. Á aquel dios de la fábula que al morder el pecho de la diosa Palas hizo subir su leche hasta la bóveda celeste formando la via láctea, Adriano va á ofrecerle un sacrificio; pero ¿qué

ÁGAPAS.

sacrificio? Una inmolación que él cree digna de aquel dios que siendo aun niño ahogó entre sus manos las dos serpientes que le habia mandado Juno, que mató al rey de Ecalia y á t o dos sus hijos: Adriano mandó atar en un poste á cada uno de los siete hijos de Sinforosa frente al templo de Hércules. Así quiso el Emperador manifestar su culto en favor del dios cuyas correrías le recordaban las suyas durante el primer período de su imperio, del dios que hilaba á los pies de Onfala, del dios que habiendo librado á Prometeo del águila que le roia el hígado esperaba que le libraría á él de la grave dolencia que le estaba royendo las entra-

HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

358

ñas. Sin duda fue después de uno de estos sueños, resultado de su fanatismo y de su superstición , en que veia á Hércules vistiendo la túnica teñida en sangre del Centauro y empapada en el veneno de la hidra de Lerne, que le mandó su mujer Deyanira, por consejo de Neso, y temiendo si tal vez también era algún maleficio de su esposa Sabina el fuego oculto que devoraba su cuerpo, resolvió que esta muriese envenenada (1). Los cuerpos de santa Sinforosa y de sus siete hijos descansaron por mucho tiempo en la via Tiburtuia, á unas ocho ó nueve millas de Eoma, en un lugar que los pontífices p a g a nos llamaban por insulto Ad VII Biothanatos. Existen aun las ruinas de una iglesia de T i bur, llamada VIIBiothanati. Mas adelante los restos de Getulio, llamado por alguno Zótico, los de su viuda y sus siete hijos fueron trasportados á R o m a , donde se hallan hoy, en el templo de san Angelo in Pes-clieria, cuyo origen se remonta al siglo VIII. En aquel mismo sitio donde estuvo la famosa Yenus de Filisco, la Minerva de Fidias, el Amor de Praxiteles, el Esculapio de Cefisodoro, el Hércules de Antifilo, hoy no hay mas que unas ruinas, y en el lugar mas humilde de la moderna Roma, en el punto mas prosaico, en la plaza donde se vende el pescado (Pescheria veccliia), se guardan solo restos ennegrecidos de las columnas corintias que formaron la entrada del pórtico de Octavio. En cambio, lo que es hoy objeto de la general veneración son los cuerpos de la santa familia de Getulio, cuya m e moria creeria sin duda Adriano que habia de estinguirse con la muerte á que condenó á todos sus individuos.

XIV. Muerte de Adriano.

En el delirio de su enfermedad, durante la fiebre lenta que le iba consumiendo, Adriano olvidó por completo la respetuosa tolerancia que en la época del vigor de su inteligencia le habia merecido el Cristianismo. De los furores del déspota se le veia pasar á las mas vergonzosas debilidades del supersticioso. Después de firmar un decreto de muerte, veíase á aquel hombre trémulo, pálido, caer de rodillas ante su juez el destino. Desesperado de las respuestas del destino, recurría á la magia. Cuentan que la magia fue por algún tiempo todo su consuelo. Después pedia á los oráculos que le curasen una locura de la cual acabó por tener el mismo conciencia, y le aconsejaron que amparase con su nombre á algún loco célebre. Adriano se acordó en seguida de Orestes, el hijo de Agamenón, rey de Micenas, y de Clitemnestra, que en el templo de Apolo habia dado muerte á su madre y al seductor de esta, Egisto, culpable del asesinato del padre del héroe. Desde aquel dia Orestes vióse perseguido por las furias. La locura de Orestes fue motivo para que Adriano á la ciudad de Oresta le diese el nombre de Adrianópolis ( 2 ) . Desesperando, por fin, de la medicina, de los oráculos, de la magia, cansado de decretar penas de muerte, aquel Emperador en medio de su poder, circuido de toda la esplendidez artística que pudo reunir en Tibur, no veia para él mas recurso que el suicidio. El hombre que consumó tantas muertes queria poner la suya por punto final de su historia. Antonino, el hijo adoptivo de Adriano, que en vista del sangriento delirio del Emperador (1)

E l c u l t o de H é r c u l e s es c i t a d o por l o s h i s t o r i a d o r e s a n t i g u o s c o m o particular a la v i l l a de T i b u r , y c o m o a n t e r i o r a la época de

A d r i a n o ( E s t r a b o n V ) . S u p ú n e s e q u e las c o l u m n a s del t e m p l o de H é r c u l e s f o r m a n h o y el p e r i s t i l o de la iglesia actual de San L o r e n z o , en Tívoli. (2)

L a m p r i d , in

Elagab.

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

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había hecho ocultar algunas de las víctimas condenadas á la última pena por la mas despótica arbitrariedad, se opuso con toda su fuerza á que la vida de Adriano acabara por un acto tan degradante como el suicidio. El suicidio de un emperador era un- hecho harto grave para que los que le rodeaban arrostrasen tamaña responsabilidad. Antonino declaró que si hubiese tolerado que .Adriano se diese la muerte, él mismo se hubiese creido parricida (1). Antonino acudió á los ruegos, á las lágrimas, para hacer cambiar la resolución del moribundo. Cuando j a ni é l , ni los pocos amigos que aun le quedaban al Emperador pudieron nada, entonces se recurrió a la fuerza. Se pusieron vigilantes en derredor de Adriano, amenazando con las penas mas severas á todo el que cooperara al fatal proyecto. Furioso Adriano pedia una espada, un veneno, prometía dinero, rogaba, en medio de lágrimas prometía la impunidad de su matador. Logró hacerse con un puñal; pero se le arrebataron de la mano en el momento en que iba á consumar su último crimen. Á fuerza de amenazas y de promesas un dia logró ganarse un esclavo que se llamaba Mastor, un bárbaro de raza sarmática, antiguo compañero de sus cacerías, hombre robusto, audaz. El Emperador le enseñaba ya la parte del pecho que su médico le habia indicado como mas segura para producirle una pronta muerte. Mastor levantó el puñal; pero al ir á herirle se siente aterrado y huye. Adriano quedó derramando lágrimas de furor, lanzando imprecaciones, quejándose del destino que le autorizaba para dar muerte á otros cuando no le permitía dársela á sí mismo. En estas horas fatales, Adriano se acordó de un hecho que acabó de hacer mas terrible su situación. Una de sus víctimas, su cuñado Serviano, en el instante en que iba á ser e s trangulado pidió el incensario é inclinándolo ante un altar exclamó: —Dioses inmortales, á quienes tomo por testigos de mi inocencia, una sola cosa os pido y es que Adriano se vea en situación de desear la muerte, y no poder obtenerla (2). Se acudió para consolarle á ridiculas supercherías. Se condujo ante él una mujer que se fingió ciega. — E n un sueño, decia, los dioses me han advertido que viniese á verte para que te d e s aconsejase el suicidio y te anunciase que muy pronto ibas á obtener tu curación. No obedecí, porque me imponía demasiado el llegarme hasta tu persona, y en castigo los dioses me privaron de la vista. Los dioses me mandaron segunda vez que viniese, y hoy cumplo con tan sagrada obligación. Dicho esto, la mujer, continuando la farsa, se inclina, besa las rodillas de Adriano, se lava los ojos con una agua recogida junto á las paredes de un templo y finge que recobra la vista. La estratagema salió perfectamente. El Emperador pasó algún tiempo bastante calmado. El delirio volvió. Mas se sabia ya el remedio, y acudióse nuevamente á él. Preséntase al Emperador otro fingido ciego, que se dice venido de la Pannonia. Se acerca á Adriano, víctijna en aquel instante de un gran acceso de fiebre. El enfermo toca al pretendido ciego, el cual recobra instantáneamente la vista que, por supuesto, no habia perdido jamás (3). Adriano acude á un suicidio de otra especie. Deja Tibur, manda que le trasladen á B a y e s , en donde ordena que no le visiten los médicos que prolongaban artificialmente su vida. No tardó Antonino en recibir orden de trasladarse á Bayes, donde apenas pudo recibir el ú l timo aliento del agonizante. Acabó pronunciando estas palabras de un antiguo proverbio: «El rey muere de una indigestión de medicina.» El adorador de los dioses, el hombre fanático, supersticioso, ¿qué idea tenia acerca la (1)

Parricidam

(2)

D i o n , L X I X , 17.

(3)

M a r i o M á x i m o q u e refiere estos h e c h o s u n siglo d e s p u é s , n o vacila en calificarlo de c s t r a g e m a . (Spartien,

se fulurum,

si Hadrianum,

adóptalas

ipse, paterelur

occidi ( S p a r t i a n , 2 4 ) . Sí).

HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

360'

vida futura que le prometían los misterios paganos? Dejó en versos latinos y griegos consignada su incertidumbre acerca su suerte después del sepulcro: Cued huésped mi cuerpo guardaAlma iénue, alma pequeña, Al morir, pedida, fria, Sola, ¿qué suerte le aguarda? Jamás la veré risueña, Juguetona cual solia (1).

.

Á la muerte de Adriano, Roma lanzó un grito de alegría. N i siquiera Antonino se atrevió á decretar sus funerales en la gran capital, y dispuso que su cadáver fuese quemado en Pouzzol. El Senado trató de condenar su memoria, de anular sus actos, de proscribir á sus ministros. Pero Antonino creyó que debia salir en su defensa. Se presenta al Senado el nuevo Emperador; y con lágrimas en los ojos, exclama: —*:.

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

387

tianisnio. Proporcionaban pretextos á las masas, á los tiranos para calumniarles, pues se concibe muy bien eme no habia de distinguirse fácilmente entre el Cristianismo de la Iglesia y el de los herejes, en aquella época en que á unos y otros se les daba el apodo general de Nazarenos; y mientras que al ser conducidos á los tribunales los gnósticos, sin oponer el menor'reparo, apostataban de J E S U C R I S T O , partiendo de la idea de que la fe debe residir solo en el i n terior del hombre, y se arrodillaban á los pies de los ídolos para inclinar ante ellos el incensario, en cambio los católicos que sufrían atropellos por el odio escitado con frecuencia por los abusos ó la licencia de los gnósticos, como no estaban dispuestos á adorar á los dioses falsos, eran conducidos al suplicio. No era este el aspecto mas peligroso de la persecución gnóstica. El Cristianismo constituyó desde su principio una doctrina completa. Solo los resabios de la vieja tiranía pudieron abrigar la loca pretensión de matar el Cristianismo con las armas. Los gnósticos precedieron con mas talento al querer ahogar una doctrina. Bajo este respecto el gnosticismo representa el esfuerzo mas colosal del orgullo humano para impedir que se estableciese definitivamente en el mundo la enseñanza divina. Á ser la Iglesia una escuela h u mana no hubiera resistido á la multitud de recursos que acumularon en contra de ella las h e rejías gnósticas. El saber de Pitagoras representado en Basílides, el genio de Platón personificado en Valentín eran armas de mayor alcance que las que pudiesen usar Nerón y todos los déspotas. Las supercherías de Marco habian de producir peores resultados que las locuras de Adriano. Así y todo, el esfuerzo de los gnósticos se perdía en la esterilidad. La soberbia h u mana trataba inútilmente de sobreponerse á la obra de Dios. La esterilidad de los resultados produjo en los gnósticos el despecho, el furor contra el Catolicismo. Los ofitas no fueron ya una escuela; representaban-el odio á las instituciones cristianas, pero un odio descarnado, un odio elevado á la insensatez, hasta á la locura. N e gar todo lo que afirmara el Cristianismo; destruir todo lo que él levantara; y esta obra de destrucción ejercerla con saña, sin acudir á pretextos, sin ni aun salvar las apariencias. El Cristianismo humilló á la antigua serpiente, personificación del mal; pues ellos á la serpiente la erigieron altares, introdujeron en el mundo una nueva idolatría que por cierto no cedió en lo repugnante de su carácter á cuanto pudo inventar el mas brutal fetichismo. Hé aquí su dogma: El mundo fue hundido en la ignorancia por una divinidad maléfica, de la que el hombre se constituyó en esclavo. Por fortuna, mientras Adán y Eva dormidos en el sueño de su estupidez se apoyaban en su completa ociosidad á la sombra de los árboles del paraíso, que el hombre no habia plantado ni se cuidaba de cultivar, un genio bueno personificóse en la serp i e n t e , y enseñó á los hombres el bien y el mal, la verdad y el error, es decir, la ciencia en toda su estension. Hé aquí justificado el culto del reptil. Sus misterios religiosos consistían en hacer salir una serpiente que tenían dentro de una jaula. Esta se enroscaba en torno de unos panes que aquellos insensatos comían después dan doles el carácter de eucaristía. Echados los gnósticos en semejante pendiente fácil es concebir hasta donde habian de llegar. La secta tuvo sus ramificaciones naturales. Hubo los cainistas. Abel era un esclavo del genio malo. Cain quiere que desaparezca del mundo semejante esclavitud, y le mata. Ya en este terreno, se comprende que apareciesen los adoradores de Coré, de todos los reprobos de la ley antigua; que en su culto los gnósticos recordasen áSodoma y Gomorra como centros de heroísmo en donde se trabajaba para emancipar al género humano, y que surgiesen por fin los judaitas, que trataban, no ya de escusar á Judas, sino de presentarle como un ser providencial que, vendiendo á J E S Ú S , nos proporcionó el gran beneficio de la redención. Hasta tanto llegó la locura del hombre ó de la escuela que rechaza el criterio divino para poner en su lugar los caprichos de una razón alucinada.

388

HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

XXXI. Marcion.

Marcion representa el gnosticismo espirante. Para hacerse gnóstico Marcion necesitó verse severamente castigado por sus pasiones, ofendido en su amor propio, contrariado en su ambición personal. Marcion nació en Sínope, en Paflagomia. Hijo de piadosísima familia, su padre abrazó el estado sacerdotal, subiendo por fin á la categoría de Obispo de aquella Iglesia. Con sus sensualidades de joven borró Marcion sus virtudes de niño. Y ya no fueron faltas privadas. La seducción de una doncella pasó á la categoría de hecho público, que escandalizó á la ciudad con tanta mayor razón cuanto que el seductor era el hijo del Obispo. El episcopado, el clero, los fieles en general aceptaban gustosos la lucha contra los herejes , resignábanse al martirio; pero tenian particular interés en que no se les pudiese reprochar en sus costumbres. El Obispo de Sínope manifestó con Marcion la correspondiente severidad. Á pesar de que era su hijo fue solemnemente excomulgado por é l , dando á conocer con esto que por encima de los vínculos de la sangre estaban los deberes de su posición, que debia cumplir con m a yor inflexibilidad cuanto mas allegado se hallaba á su persona el delincuente. Marcion avergonzado buscó un refugio en Roma. Con muestras de una piedad que en el fondo no era mas que hipocresía trabajó para que se le aceptara de nuevo en el gremio de la Iglesia. Aspiró al sacerdocio; y hasta llevó su a m bición á querer subir á las alturas del pontificado á la muerte del papa Higinio. Á Marcion se le contestó: — T e recibiremos en la comunión de la Iglesia romana el dia que tu Obispo, que te ha e x comulgado, te haya absuelto. —Pues b i e n , contestó Marcion ardiendo en cólera; si vuestra Iglesia cree que no necesita de m í , yo sabré destrozarla, y pronto destrozada la tendréis. Marcion va en seguida á ponerse de acuerdo con otro gnóstico al que la Iglesia echara también de su seno. Les animaba á Marcion y á Cerdon el odio inspirado por un resentimiento; ambos h a bian sido católicos, ambos habian sido excomulgados, ambos eran apóstatas. Marcion era hombre de mas audacia, de mas talento, de mas prestigio que su compañero. Emprende la lucha contra la Iglesia. Habla, escribe, se agita, congrega en torno suyo á multitud de sectarios, mueve todos los resortes que le sugiere su ingenio. Aunque gnóstico, ya no son los principios del bien y del mal que luchan en igualdad de fuerzas, no es el marcionismo esa numerosa procesión de Eones que presentaban las demás sectas. Se iba realizando la obra providencial. La infinidad de dioses del paganismo no habian de arrancarse todos de una vez de las alturas de su Olimpo; vienen los gnósticos, y los antiguos dioses empiezan á evaporarse convirtiéndose en aquellos Eones de carácter indefinido, flotando en los mundos de lo infinito, seres estraños, compuesto inconcebible de criador y de criatura, de infinito y de limitado, de espíritu y de materia. En Marcion hasta los Eones desaparecen. Es ya el gnosticismo batiéndose en retirada. Admite un Primer Principio, super-ior á todo, que le llama Archas, Dios fuerte; tras de él,

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

389

en un grado mas bajo en la escala del ser, sigue el Creador, Demiurgos, y luego viene Materia, con el Maligno, ó Diablo.

Hile,

Marcion tiende de una manera mas marcada que los demás gnósticos al sobrenaturalismo. Es que la doctrina de lo sobrenatural, á impulsos de los principios cristianos, iba ganando cada dia terreno. Aceptó el Evangelio de san Lucas, las cartas de san Pablo; pero para sobreponerse á la Iglesia, inauguró la obra que continua boy la exégesis protestante y racionalista: con el pretexto de depurar estos libros sagrados acabó por rasgarlos por completo.

ONÉÍIJIO

111 Y E

DE

ÉFESO

PAR A

OCri.TABSE

EN

ROMA.

Estando el judaismo definitivamente vencido por la Iglesia, claro es que Marcion no habia de ponerse de parte de los judíos. Lejos de ello, la ley judaica, según Marcion, es el mal, es el error, es el vicio, es obra del principio malo, mientras que la religión cristiana es obra del principio bueno. — ¿ Q u é ? pregunta, ¿por ventura el Dios de Moisés no es distinto y hasta opuesto al Dios de los cristianos? ¿Aquel Dios que hacia atravesar con su espada á los delincuentes, es del mismo carácter que el Dios que salva el mundo con el beso de su boca, con el abrazo de su corazón? ¿No es aquel el Dios de la Justicia, y este el Dios de la Misericordia; aquella l a l e j ' d e la esclavitud, y esta la ley de la libertad; aquella la humanidad del temor, y esta la humanidad del amor (1) ? El (I)

CRISTO,

según Marcion, vino para destruir la obra de Moisés.

E n esto c o n c e p t o e s c r i b i ó su f a m o s o libro de las

Antítesis.

HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

390

No toleraba que sus sectarios admitiesen nada del Antiguo Testamento, sirviéndose, de la parábola de JESUCRISTO en que se dice que no se cosa el paño nuevo con el viejo ni se ponga vino nuevo en odres viejos (1). Jün odio á los judíos los marcionitas ayunaban el sábado. Una de las pruebas de la divinidad del Cristianismo es la santidad de su doctrina. T a m bién Marcion paga un tributo de admiración á la moral cristiana; pero quiere ser mas espiritualista, mas puro, mas severo que la Iglesia misma. La materia, dice, es obra del principio malo. Los marcionitas ayunan á pan y agua, y aun esto tomando solo lo mas preciso; porque comer es alimentar la materia; toda comida, siendo materia, es obra del mal. Teodoreto cita un viejo marcionita que por odio al agua se lavaba con saliva. A l matrimonio se le da los nombres de prostitución, de peste; los casados no pueden ser admitidos al bautismo. Para librarse del cuerpo los marcionitas corrían gustosos al martirio. Marcion, en sus horas tranquilas, en estos momentos en que no sentia la agitación del sectario y en que su conciencia se sobreponía á las seducciones de su orgullo, echaba á menos á la Iglesia. Solo le faltaba un arrepentimiento á que no supo resignarse su amor propio. Con un poco de humildad hubiera vuelto á ser creyente. Arrojado de la sociedad cristiana por su Obispo, confirmada su excomunión en Roma, quiere hacerse pasar por amigo de san Policarpo, con quien pretende hallarse en armonía de ideas y de sentimientos. No podia estar de acuerdo con un santo el que se divorciaba con la Iglesia. Cuando Policarpo se encontraba en Roma, fingiendo Marcion una intimidad que no existia, el protervo heresiarca, el que ponía enjuego todos los medios para destruir la Iglesia, el que movia todos los resortes posibles para introducir en ella divisiones, acercóse al santo y le dijo con afectada dulzura: —Reconóceme; seremos siempre amigos. — T e conozco m u c h o , le contestó con energía el santo ; eres el primogénito de Satanás (2). La severidad de los marcionitas duró poco. Ya el frigio Apeles, para no dejar al gnosticismo en una soledad completa, creyó que el único modo de dar vida á la abandonada escuela era establecer la alianza entre el vicio y la herejía. Burlándose de las excomuniones de Marcion, como este se habia burlado de las de su padre, acabó por presentarse con una prostituta, á la que convirtió en profetisa. Un ilustre escritor hace la síntesis del gnosticismo en las siguientes palabras: « E s el Centauro de la fábula; una cabeza de hombre que se pierde en los delirios de un saber orgulloso; un cuerpo de bestia que se entrega sin freno á todos los instintos de la voluptuosidad (3).»

XXXII. Los literatos. El talento es uno de los mayores beneficios que puede dispensar al hombre la divina Providencia, porque en el orden natural nada como el saber eleva al ser humano. Pero el talento, que es un gran beneficio, se convierte con facilidad en una gran tentación. En las" alturas de la ciencia se necesita una naturaleza bastante fuerte para sustraerse á las impresiones (1)

San L u c a s , v , 3G, 37.

(2)

Eusebio, I V , U .

(3)

Stolberg., Gesch. Derkirche, J. C , I I , I V , SU y 96.

SUFRIDAS POR LA

IGLESIA CATÓLICA.

391

del aire del orgullo que allí sopla. Por mas que constituya una fatal aberración, vemos con frecuencia que el hombre que se cree mas alto que los demás siente tentaciones de querer equipararse á Dios. Por aquí se explica la enérgica, la desesperada oposición que encontró la Iglesia de parte de los sabios del paganismo. La Iglesia es autoridad; ya se comprende que aquellos adoradores de su razón, aquellos que no tenían fe sino en los errores consagrados por su capricho, habian de oponer resistencia á una religión que se presentaba en el mundo con su dogma ya formulado é indiscutible. Aquellos filósofos, aquellos moralistas que se daban por tan satisfechos al creerse ocupar la cumbre de la montaña de la inteligencia, en la cual el vulgo les contemplaba como dioses, no habian de estar dispuestos á tolerar que mas alta que ellos apareciese una religión que media á todos los espíritus, sabios é ignorantes, con un mismo rasero. Ellos, los privilegiados del saber, la aristocracia de la ciencia, los que consideraban á las clases inferiores con irritante desprecio llamándoles el vulgo, la vil muchedumbre, habian de odiar la divina religión de la igualdad que tanto estima el alma del genio que ocupa el p r i mer puesto en una academia de sabios como el alma del aldeano consagrado al cultivo de la tierra. La l e y , la sociedad, las costumbres, les rodeaban de demasiadas distinciones para que ellos no se sublevasen contra una religión que les confundía con la plebe, obligándoles á aceptar una creencia común. Porque es menester advertir que en las sociedades paganas la religión del pueblo no era la religión de los hombres de letras. Ya Platón no admitía que el pueblo en materia de religión pudiera elevarse jamás por encima de la opinión vulgar, mezcla de verdadero y de falso; Plotino se complace en m a n i festar su desprecio á los artesanos, á los obreros incapaces de llegar nunca á las alturas de la verdad (1). Varron dividió la teología en poética ó civil para las gentes sencillas y en n a t u ral para los sabios (2). Los poetas se entusiasmaban ante las solemnidades del culto pagano, ante la riqueza de los templos , ante la imponente grandiosidad con que la esplendidez de los emperadores p r e sentaba los sacrificios para producir un efecto de alucinación en las masas. Los artísticos monumentos de Grecia, la grandiosidad y riqueza de los edificios religiosos de Roma, los gigantescos templos de Oriente, aquellas obras de arte como la consagrada á Diana en Éfeso y considerada como una de las maravillas del mundo, no podían menos que escitar la imaginación de los poetas (3). El paganismo halagaba su fantasía. Pero el sentimiento de los poetas, lo mismo que el délos filósofos, no llegaba hasta la f e ; no se estendia mas allá de la admiración. Pagaban tributo á las preocupaciones vulgares, á las tradiciones mitológicas; pero con la condición de poder contradecirlas como absurdas en la intimidad de sus academias; asistían á los actos del culto público, pero reservándose el reírse después de ellos á carcajada suelta. A Jos ojos de aquellos que se tenían por hombres pensadores, la religión no era mas que un instrumento de policía para contener las pasiones de las masas. «Los legisladores, dice Polibio (4), tienen necesidad de emplear estos medios á fin de enfrenar la violencia del pueblo y dominarle por el temor de cosas invisibles.» « N o es con lecciones filosóficas como se conduce á la piedad á las mujeres y á las gentes sencillas; sino que se necesita acudir á la superstición, con un aparato de fábulas y cuentos maravillosos... Los legisladores vienen empleando 1

(1)

Ennead

(2)

San A g u s t í n , D e Civ. üei,

, I I , I , X , 9.

(3)

E s t o t e m p l o habia s i d o i n c e n d i a d o p o r E r o s t r a t o la n o c h e en q u e nació A l e j a n d r o , á fin de q u e su n o m b r e v i v i e r a tanto c o m o el

I , V I , S el seq.

r e c u e r d o de aquel i n c e n d i o . L o s efesinos se a p r e s u r a r o n á reedificar un m o n u m e n t o q u e era el o r g u l l o de su país, y c u a n d o A l e j a n d r o les o f r e c i ó c o s t e a r los g a s t o s , r e s p o n d i e r o n al i l u s t r e c o n q u i s t a d o r : — « U n D i o s c o m o A l e j a n d r o no d e b e edificar un t e m p l o á o t r o D i o s . » (i)

Historia

general,

I , V I , cap. V I .

392

niSToniA D E L A S P E R S E C U C I O N E S

este recurso como una máscara para espantar al pueblo, que es un niño incapaz de reflexionar por sí solo (1).» Escitando el odio de aquellos sabios, en el Cristianismo se veia el pueblo por todos sus lados. JESUCRISTO salió del taller de Nazaret; sus apóstoles, sus discípulos, fueron en casi su totalidad hombres del pueblo; el Evangelio lo predicaron hombres del pueblo venidos de la Palestina, unos bárbaros, según el lenguaje de aquella época, desconocedores del arte y de la ciencia. ¿Cómo aquellos que se llamaban representantes del saber de la altiva Grecia, de la soberbia Roma habian de aceptar una creencia venida del pueblo mas despreciado del m u n do? ¿Cómo aquellos hombres que miraban al esclavo, no como un ser humano, sino 'como una cosa la mas despreciable, habian de caer de rodillas ante JESÚS Nazareno, muerto en el suplicio de los esclavos? ¿Cómo en su altanería habian de querer sustituir los escritos de san Lucas, de san Mateo, nombres desconocidos en sus escuelas, á los trabajos filosóficos de Platón y de Aristóteles? El sistema mas fácil y mas en armonía con su orgullo fue un desdeñoso silencio. El Cristianismo les humillaba; nada mejor que no ocuparse de é l ; dejarlo pasar como desapercibido. Á mitad del siglo II el Cristianismo era ya un hecho harto solemne, adquiría su propagación demasiadas proporciones para que los hombres de letras pudiesen continuar en su e s tudiado silencio. Después del desden vino la sátira, ese argumento insensato que la razón reprueba y que inspira el odio; ese sistema que, en vez de convencer, se reduce solo á escitar pasiones. El satírico Luciano nació en Samosata el año 1 2 0 , elevóse por la fama de su saber desde un puesto humilde á una délas posiciones mas distinguidas, desempeñando en Egipto, en nombre del Emperador, un cargo público de la mayor importancia. Perteneciente á la escuela escéptica, es Luciano un sofista que no deja de manifestar i n genio y fecundidad en su carácter especial de escritor satírico. Luciano trataba de realizar con la ironía lo que los déspotas intentaban con los tormentos, poniendo su espíritu sarcástico á disposición de la tiranía anticristiana. Después de insultar con la burla mas sangrienta á todos los filósofos á quienes ridiculiza haciendo de ellos almoneda (2), después de someter á un análisis esencialmente racionalista las tradiciones mitológicas y llevar su escarnio hasta á la idea misma de la diviuidad, empleó toda la hiél de su sátira contra lo que él llamó la nueva secta. No nos referiremos á la mofa estúpida que se le atribuye referente al augusto misterio de la Santísima Trinidad, ya que la crítica pone cuando menos en duda que pertenezca á él el diálogo Filopalris. Pero en su Pseuclonomantis, y especialmente en su carta á Cronio sobre la muerte de Peregrinus, se encuentran frecuentes burlas contra la religión cristiana. Contando con acento satírico lo que él sabe de los discípulos del Evangelio, dice : «Figúranse estas pobres gentes que van á ser inmortales en cuerpo y alma; en virtud de lo que no solo desprecian la muerte, sino que andan en pos de ella. Su primer legislador les ha hecho entender que renegando de los dioses helenistas para adorar á un sofista crucificado, todos los hombres son hermanos. Desprecian todo lo de la tierra, participan mutuamente de sus riquezas y propiedades, lo que produce la facilidad de que pueda hacer rápida fortuna el primer impostor que se proponga esplotar á estos insensatos.» Por tales aserciones se ve que Luciano ó no conocía bien las costumbres de los cristianos ó los calumniaba. De todos modos, hay en ellas el reconocimiento de que la inmortalidad constituyó la doctrina de la Iglesia ya desde los primeros tiempos, que el principio de la fraternidad apareció desde entonces identificado en el Cristianismo y que la abnegación constituyó ya el carácter de los primeros cristianos, desprendiéndose de sus riquezas en favor de sus hermanos,.como estaban dispuestos á desprenderse de la vida en obsequio á la divinidad. (1)

Geograf.,

(2)

La Almoneda

1 , 1 , cap. I I . de los

filósofos.

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

393

Claro es que este espíritu fraternal, estos sentimientos de sacrificio habian de escitar las burlas de aquellos escépticos egoístas.

XXXIII.

Historiadores.

Mas digno de atención que Luciano y otros escritores satíricos, raza dispuesta á posponer los principios á una frase que promueva la risa, que sacrifican la verdad, las doctrinas á los recursos del ingenio, son los historiadores. Estos presentan ya un carácter mas grave; y su hostilidad contra el Cristianismo, si no era por el pronto de mas efecto que la de los satíricos, no habia de ser de menores consecuencias. No podemos dejar de colocar en primera línea á Cayo Cornelio Tácito, que murió el año 134 de nuestra era. Fuerza es reconocer en el eminente orador y consumado crítico, que para huir de las degradaciones de su época se refugiaba en espíritu en los bosques de la Germania buscando allí virtudes ilusorias, cierto fondo de rectitud y de natural honradez. No obstante, al estudiar sus obras no puede verse en Tácito un hombre religioso. Habla de los dioses, es verdad; pero reservándose el concepto en que los tiene. A l estudiar los acontecimientos de la historia, se nota en él un espíritu fatalista. Añadamos á esto las preocupaciones de aquel período histórico, y se comprenderá por qué Tácito fue resueltamente hostil á la religión cristiana. Desdeñó el deber en que estaba de estudiar el Cristianismo para contar mejor con el d e recho de insultarle tan desapiadadamente como lo hizo. Respecto á la historia de la Iglesia se limita á decir que nació en la Judea, donde C R I S T O su fundador fue condenado á muerte por Poncio Pilatos, bajo el reinado de Tiberio. Sin e x a minar su doctrina, sus instituciones, sus tendencias, respirando como respiraba aquella atmósfera saturada de prevenciones ^contra la religión cristiana, se hace eco de las calumnias que contra ella se propalaban, é inspirándose en la ira popular, llama á los cristianos gentes odiadas por su infamia, miserables dignos del último suplicio. Así legitima la barbarie de Tiberio y de Nerón el escritor que en otras ocasiones, cuando su espíritu se halla libre de toda preocupación, se manifiesta tan elocuente al sublevarse contra el despotismo. Tácito califica la religión cristiana de detestable superstición (1): el llamar superstición al Cristianismo parece que pasa á ser la consigna de los hombres de letras. Suetonio, el secretario de Adriano, el autor de las Vidas de los doce Césares, apodó á los cristianos de la misma manera. A l tener que hablar de los tormentos de los primitivos m á r tires no se les ocurre clasificarles sino diciendo «que son una clase de gente de una nueva superstición y aficionados á la magia (2),» frase que acusa de parte de Suetonio una culpable ignorancia respecto de la institución á que se refiere, ignorancia que se hace mas patentedesde luego q u e á los cristianos les confunde con los judíos cuando dice de estos «que escita ban tumultos en Roma bajo la impulsión del C R I S T O . » Plinio el joven llamó también al Cristianismo una mala superstición (3). Y téngase en cuenta que este escritor no solo conocia á los cristianos, sino que después de examinar su conducta no encontró en ella cosa alguna condenable. «Todo cuanto he podido averiguar, es(1)

Exiliabais

(2)

S u e t . , In Claud.,

superstitio.

(3)

Superstitio

Ann.

2 5 ; in Nazar.,

prava.

XV. 10.

HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

394

cribia á Trajano, es que se comprometen por juramento á no cometer crimen alguno, á huir del robo y del adulterio, á no faltar á la palabra empeñada, á devolver fielmente el depósito que se les confia.» XXXIV. Los moralistas.

Así como el platonismo constituye el trabajo mas colosal de la razón para llegar á la verdad , el estoicismo personifica el esfuerzo mas heroico para llegar al bien. El estoicismo es un sistema moral con su organización, con sus doctrinas, con su código: el hombre por sus solas fuerzas no podia llegar ni mas alto ni mas lejos. Nótese que el estoicismo, después de Zenon, que murió doscientos sesenta años antes de J E S U C R I S T O , parecía destinado á hundirse en el fondo donde la acción del tiempo sepulta las escuelas mas distinguidas, como las mas ilustres instituciones humanas; sin embargo, cuatro siglos mas tarde vuelve á revivir con mas robusta vitalidad. ¿Cómo se verifica esto? ¿Por qué el estoicismo de Epicteto, sin tener este mayor inteligencia que Zenon, no obstante, es n o tablemente mas elevado? El viento de las doctrinas produce corrientes de ideas á las que no puede sustraerse el espíritu por mas que no acierte á verlas ni á adivinar de donde vienen. Era imposible que la moral de J E S U C R I S T O no impresionara á todos los espíritus que se dejasen impresionar por la belleza de la virtud, evangélica. Esto sucedió á los estoicos: las virtudes del Evangelio eran de mucho superiores á las predicadas por los antiguos maestros de la e s cuela del Pórtico. Pero los estoicos de la primitiva época cristiana, al aprovecharse de aquellas ideas, creyeron mas en armonía con su orgullo de jefes de escuela el presentarlas como creación particular suya. El estoicismo, que llegó hasta donde pudo llegar una escuela puramente humana, tiene como á escuela todos los defectos de tal. Lo que parece un grandioso edificio no es nada mas que fachada. Para sistema completo de moral falta allí la base, que es la f e ; falta el remate del edificio, que es la sanción divina; falta el calor sobrenatural que debe estimular y sostener la práctica de virtudes tan severas. Hé aquí por que aquella fachada cayó tan fácilmente al empuje del tiempo, mientras aun permanece en pié el grandioso edificio de la moral evangélica. La túnica de aquellos cínicos se deslizó pronto de sus espaldas; mientras la del monje cristiano guarda después de tantos siglos toda su majestad. Aquellos hombres de luenga barba, de faz severa, que iban con su gravedad de filósofos y con su pretensión de seres superiores, mendigando de puerta en puerta, cayeron pronto en ridículo, dando lugar al epigrama : Non es t Me Cymetes,

Cosme. — Quid erg o?—Canis

(1).

Hoy el eremita, el hijo de san Jerónimo, de san Benito, de san Bernardo, escita aun toda la veneración. El estoicismo fue la puerta por la que muchos espíritus "rectos entraron en la Iglesia c a tólica; pero los estoicos no quisieron pasar de allí. Para penetrar en el santuario cristiano era menester que aquellos hombres altivos bajaran la cabeza, que se resignaran á confundirse con los demás creyentes; ellos prefirieron quedarse en la entrada, haciendo lo posible para impedir el paso-. Desde allí algo de los ecos de la palabra evangélica derramada en aquella sociedad, algo de la moral cristiana, algo de la sublime poesía de la religión católica ellos lo percibían, lo enviaban después á los demás, pero con el propósito firme de ocultarse hasta á sí propios que aquella inspiración pudiera venirles de otra parte que de ellos mismos. ¿Habian de resignarse á confesar, á estudiar siquiera si aquellas doctrinas les venían de la despre(1)

M a r c i a l , Epigr.,

I V , 52.

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

395'

ciada secta de los nazarenos? Cuanto mas se apercibiesen de ello mayor interés babian de manifestar en ocultarlo. El Cristianismo era una religión; ellos no constituian nada mas que una secta: no podia halagar su vanidad de sectarios el que la grandiosidad del templo l l e gara á ofuscar la escuela. El Cristianismo, religión para el pueblo lo mismo que para las clases elevadas, habia de ser tratada de superstición pueril, de debilidad de espíritu por aquella falange de semidioses que hablaba con el mayor desprecio de «las muchedumbres sin filosofía, de las almas comunes y vulgares que forman la mayoría del género humano.» Esto explica el por qué los estoicos odiaban hasta con furor al Cristianismo. Aun cuando recomendasen el desprecio á la vida, el heroísmo de los mártires lo consideraban simplemente como una alucinación, conforme lo vemos en Epicteto ; mientras que Marco Aurelio halla en él martirio una obstinación que nada justifica.

XXXV. La persecución popular.—El fanatismo pagano.

Cualquiera sistema humano habría perecido irremisiblemente ahogado en el vacío en que querían envolverlo los hombres de letras; hubiera muerto oprimido bajo el peso del desden de aquellos historiadores, de aquellos moralistas. Parece que aquella religión oprimida hubiera debido encontrar, cuando no simpatía, al menos tolerancia de parte de los oprimidos, de las clases populares tan rudamente azotadas por el látigo de los déspotas; de parte cuando menos de los esclavos. No fue así. El pueblo amaba sus dioses, sus templos, sus sacrificios. Para gentes que no acertaban á ver los vastos horizontes abiertos al alma y al corazón por la fe de J E S U C R I S T O , el paganismo llenaba su alma. Lo absurdo de las fábulas mitológicas revestía para el pueblo el dogma pagano de un carácter maravilloso que suplía en gran parte esa necesidad que el hombre siente de lo sobrenatural; sus dioses habian descendido de lo alto del Olimpo, la historia de aquellas divinidades se perdía en la oscuridad de los tiempos mas remotos. Aquel culto constituia para ellos el culto del hogar, el culto de la patria, el culto del género humano, pues aun las clases elevadas, que eran escépticas por convicción, eran hipócritas por conveniencia. Los dioses les seguían en la guerra, les protegían en el triunfo, les amparaban en la derrota; la sangre de la víctima inmolada era para ellos, motivo de consuelo en los dias de tristeza; la voz del oráculo hacia caer sobre sus pechos la esperanza en las horas de la desesperación, y hasta en el placer de la orgía ó de la disolución se gozaban en la vista de Baco ó de Venus, que les sonreía desde lo alto de su pedestal. Aquellas divinidades eran la patria, la familia; eran sobre todo las pasiones hasta en lo que pudiesen tener de mas exagerado y mas brutal: ya se comprende el arraigo que un culto semejante habia de alcanzar en las masas. No echemos en olvido la manera como el culto pagano hería la imaginación popular. Seria preciso evocar aquí la esplendidez de aquellos templos, aquellas aras cubiertas de flores, aquellas víctimas con sus coronas. Seria menester entrar en el Capitolio en uno de los dias de gran solemnidad, ver su magnífica fachada formada por treinta y seis columnas en triple fila, puesta entre Oriente y Sur, destacándose como término de un majestuoso frontón coronado por multitud de estatuas la gran cuadriga de bronce con la estatua de Júpiter; sería preciso ver allí en i n numerables trofeos el monumento de las victorias de Roma sobre el mundo entero, contemplar ocupando los intercolumnios del peristilo los siete reyes de Roma, Bruto el Antiguo al lado de César, el republicano que derribó la monarquía al lado del dictador que iba á fundar eL imperio; poder recorrer las tres naves determinadas por dobles hileras de columnas, y hallar entre Minerva y Juno al riquísimo Júpiter; ver pasar los coros de las vestales frente

396

HISTORIA

DE LAS

PERSECUCIONES

al cuerpo de los magistrados, el colegio de los pontífices con sn magnífica pretexta, con su velo llamado Tirtalo, y su mitra, llamada K/pex, y tras del sumo Pontífice, los flámines con su bonete de color de fuego y su flamero, recorriendo las bóvedas artesonadas con ricos casetones en que rebosaba el oro; sentirse deslumbrado por aquella multitud de j o y a s , coronas, simulacros de metales preciosos, grupos esculturales en oro, perlas y pedrerías, de las que solo las regaladas por Augusto representaban quinientos mil sextercios sin contar las diez y seis mil libras de oro que ofreció .aquel Emperador; los magníficos vasos, las obras primorosas de los mejores artistas del mundo, formando lo que se llamaba el palacio terrestre de Júpiter, su segunda morada después del Olimpo.

XXXVI. El pueblo acusa á los cristianos del crimen de ateísmo,

Cuando la imaginación popular contempla las cosas al través del prisma de la superstición ó del fanatismo religioso, entonces con facilidad las mas pequeñas sombras se convierten en imponentes fantasmas; un grano de arena toma las proporciones de un coloso. A l través de una niebla de superstición lamas exagerada es como el pueblo pagano veia al Cristianismo. No cabe dudar que al aparecer la religión de J E S U C R I S T O en el mundo, el pueblo pagano era fanático hasta llegar al último extremo de la mas absurda exageración. Si creia menos en los dioses de Roma, es porque creia mas en los dioses extranjeros que mas fomentaban sus supersticiosos instintos. Juvenal nos describe de qué manera aquel pueblo accedía á toda clase de fábulas, con tal de alimentar su extremado fanatismo. «Cuidado, cuidado, escribe (1); el otoño viene amenazador, el setiembre se inaugura preñado de desgracias. Id á Meroé á buscar agua, sí; agua del N i l o , derramadla sobre el pavés del templo de Isis. Vengan un centenar de huevos para el pontífice de Belona. Vuestros vestidos usados para el sacerdote de la grande Isis. El infortunio está sobre vuestras cabezas pendiente de un hilo : vuestras túnicas para los servidores -de la gran diosa. Así tendréis expiación y paz para todo un año.» Séneca pinta á su vez como el pueblo se dejaba alucinar por los embaucadores. «Cuando uno de esos hombres que agitan el sistro (2), viene á echar un ensarte de mentiras; cuando uno de esos que hacen el oficio de desgarrar sus carnes ensangrienta con ligera mano sus brazos y sus' espaldas; cuando otro, arrastrándose de rodillas por la via pública está dando aullidos, ó un viejo vestido de h i l o , llevando delante un laurel y una linterna en pleno dia va gritando que alguno de los dioses está irritado, vosotros corréis, vosotros le escucháis, y haciéndoos competencia en vuestra recíproca estupefacción, afirmáis que está inspirado (3).» En aquella época la gente del pueblo se lanzaba con frenesí en pos del primer adivino que se les presentase, cansaba á los oráculos, practicaba con inusitada frecuencia las purificaciones (4), se multiplicaban las taurocolias (5), las crónias (6), y los ritos y sacrificios de todas clases. (1)

J u v . , V I , 511 et sen,.

(2)

I n s t r u m e n t o m ú s i c o de la a n t i g ü e d a d .

(;!)

S é n e c a , De

(í)

Consistían estas en una aspersión de agua luslral sobre la cabeza y p i e s , á v e c e s s o b r e l o d o el c u e r p o y hasta la ropa ó traje

Vita JBenta X X V I .

v e s t í a n . Si se trataba de un d e l i n c u e n t e ,

Aquí

Séneca hace a l u s i ó n á los s a c e r d o t e s e g i p c i o s , á los de Isis y de B e l o n a . que

la aspersión se b a c í a con s a n g r e , se le frotaba c o n una e s p c c i e ' d c c e b o l l a y se le p o n i a en el

c u e l l o un collar de h i g o s . L a s p u r i f i c a c i o n e s g e n e r a l e s q u e se hacian en t i e m p o

de p e s t e , h a m b r e ú otra c a l a m i d a d p ú b l i c a se revestían

de un carácter el mas b á r b a r o , e s p e c i a l m e n t e entre los g r i e g o s , pues q u e e c h á n d o s e m a n o del h o m b r e m a s feo y m a s d e f o r m e q u e p u d i e s e e n c o n t r a r s e , se le c o n d u c í a c o n l ú g u b r e aparato al lugar del s a c r i f i c i o , d o n d e se le i n m o l a b a , y d e s p u é s de h a b e r l e q u e m a d o , s u s c e n i z a s eran arrojadas al m a r . (3)

Corridas de l o r o s en h o n o r de N e p l u n o , los c u a l e s , d e s p u é s de escitada su f u r i a , eran i n m o l a d o s á los d i o s e s .

((>)

Sacrificio en q u e se i n m o l a b a un c r i m i n a l .

S U F R I D A S pon

397

I.A I G L E S Í A C A T Ó L I C A .

La recrudescencia del fervor idolátrico no era esclusiva de Roma; ostendíase también á Efeso, á Corinto, al Oriente lo propio que al Occidente. Como

si todo

esto no bastase á

satisface!'

el fanatismo popular, como si

el O l i m p o

no es-

tuviese aun bástanle Heno de dioses, habia venido la apoleosis ó divinización de los emperadores. Y no es que los tiranos impusiesen á los pueblos su culto personal, sino que eran los pueblos los que pedían á los déspotas el que se revistiesen del carácter de

I'X

I.NMRXSO

DOLOR OPRIMÍA

KI. I'KCHO DE LOS HIJOS DISPERSOS DK A Q I ' K I . I . A

dioses.

Viviendo

XAI'.ION.

aun Tiberio, once ciudades so disputaron el honor do levantarle un templo, ('alígula los tuvo en todas las provincias, Claudio hasta en la Bretaña, y Nevón on la misma Homa (1). Desdo César á Diocleciano se verificaron nada monos que cincuenta y tros apoleosis, en medio del entusiasmo de la muchedumbre. Aquel politeísmo en que todo era, materialista, en que se al i moni aba el sentimiento reT á c i t o . A un.

I V . ; ; i ¡ . X V ; I l i o . Cus. s u . ¿ K . n o . :;. S u e h m . In i'nli Les incita á sufrir por la causa de Dios lo que otros sufren por la causa de un hombre; y refiriéndose á las sangrientas luchas de los partidos que habian tenido lugar en el imperio al subir Séptimo Severo á la sede imperial y cuyas consecuencias se tocaban todavía, escribe: «Los tiempos presentes lo proclaman muy alto. ¡Cuántos personajes de la mas alta jerarquía perecen de muerte que no hacia presagiar ni su cuna, ni su posición, ni su edad, ni su temperamento! ¿Y por qué? Por un hombre; á manos de un hombre si combatieron, á manos de sus enemigos si se adhirieron á un partido (2).»

LXVII. Paralelo trazado por Tertuliano entre el paganismo perseguidor y el Cristianismo perseguido.

El ilustre escritor no habia de limitar su actividad, su celo por la propaganda católica al escrito á que acabamos de referirnos, sino que habia de tomar la defensa de la Religión entonces tan desconocida por unos, tan calumniada por otros. El primer trabajo que consagra á este objeto es su opúsculo Ad Nationes. En esta producción se propone desvanecer las preocupaciones dominantes en las clases poco ilustradas. Tarea era esta que la habian realizado ya con éxito otros apologistas; pero Tertuliano, aunque repite las mismas pruebas, sabe revestirlas de tal novedad, tienen en su pluma un carácter tan contundente, usa con tal oportunidad y acierto los argumentos ad 7iomimm, se vale tan atinadamente de la ironía, que su trabajo no puede menos de admirarnos aun después de tantos siglos y de ser este un asunto harto manoseado. Se califica al Cristianismo de crimen que la misma conciencia individual lo condena. Si el Cristianismo fuera un crimen reprobado por la conciencia, dice, nosotros nos avergonzaríamos de é l , y no obstante, nosotros nos gloriamos de ser cristianos, y al proclamar nuestra fe lo hacemos de una manera pública y solemne. «Lo que engendra el miedo es la torpeza, lo que produce la vergüenza es la impiedad; los malos procuran ocultarse, evitan las miradas; al sorprendérseles tiemblan, al acusárseles nieg a n ; con trabajo el tormento logra arrancarles la confesión de su falta; y si de todos modos una condena les aplasta, se reprochan á sí mismos lo que fueron, atribuyen su delito á un pasajero extravío ó á la fatalidad, y no pudiendo negar el mal declinan la responsabilidad del hecho. Pues bien, decidme: ¿obran así los cristianos? Entre ellos nada de vergüenza, nada de arrepentimiento. Sometéis á un cristiano al tribunal, él lo tiene por una gloria; le p r e n déis, él no os opone la menor resistencia; le acusáis, él no se defiende; le interrogáis, él d e (1)

Ad Martyret,

(2)

Ibid.

VI.

IV y V.

S U F R I D A S P O R I.A I G L E S I A C A T Ó L I C A .

S27

clara; le sentenciáis, él triunfa. ¿Qué delito es ese, pues, en donde no se encuentra nada de lo que caracteriza el delito (1)?» < Se trata del nombre de cristiano tan odiado por los gentiles, y él dice: «¿Por qué motivo os encarnizáis contra ese nombre? No tenéis derecho á reprocharnos un crimen imaginario que no mencionan vuestros códigos, que no deñne vuestra legislación, que no se expresa en vuestros fallos. Presentadme un juez que presida los debates, una causa que se instruya, un acusado que niegue ó que declare, un abogado que defienda, y entonces yo os diré que allí hay un culpable. ¡ Pero un nombre!... Si tratáis de instruir el proceso de un nomb r e , yo no sé qué podáis reprocharle otra cosa que el ser bárbaro, de mal presagio, inconveniente para el que lo profiere ó duro para el que lo escucha. La criminalidad de los nombres no puede pasar de aquí. Y el nombre de cristiano equivale por el sentido á unción, y aun cuando vosotros lo pronunciáis mal,—porque hasta respecto á nuestro nombre estáis en la i n certidumbre,—este término significaría siempre bondad ó dulzura (2). Lo que perseguís, pues es un nombre inocente en personas inocentes, nombre que no es ni embarazoso para la l e n gua ni áspero para el oido, que no es fatal al individuo ni de mal presagio para la patria; un nombre, en fin, griego como tantos otros, sonoro en sus elementos y grato por su significación. Después de todo, no es ni con la espada, ni con la cruz, ni con los dientes de las fieras como los nombres deben castigarse.» ?

El lenguaje de este libro brilla de un modo particular por la concisión de la frase, por ese estilo cortado en que con la concisión de formas aparecen magníficos pensamientos. Ocupándose de la maledicencia, del espíritu de difamación que domina en Roma, dice: «Es un pueblo en que la espada se somete, pero la lengua está siempre en rebelión.» Se ocupa del efecto del sofisma, y dice: «El hombre es hecho de tal manera, que el que mejor ha hablado es el que ha dicho la verdad, pero no el que ha dicho la verdad es el que mejor ha hablado.» Con una plumada describe el verdadero carácter de la apoteosis de los emperadores: «Os complacéis en infestar el cielo haciéndolo cementerio de vuestros reyes.» Entonces como ahora, de las faltas de unos pocos se hacia un cargo contra toda la Religión. Tertuliano contesta á este argumento: «No tratamos de negar respecto á algunos los vicios de que les acusáis... Tomad el cuerpo mas bello, mas puro, siempre encontrareis alguna imperfección... El cielo mismo rarísimas veces aparece con una serenidad tan completa que no veáis flotar en él algún ligero celaje... La escepcion, en lo que ella tiene de defectuoso, atestigua la bondad de la regla... Vosotros mismos lo reconocéis en las conversaciones que sostenéis contra nosotros. ¿Por qué fulano carece de probidad siendo así que los cristianos son personas de bien? ¿Por qué tal otro es duro de carácter mientras que los demás son misericordiosos? Tan cierto es que rendís homenaje á la virtud de los cristianos, que si encontráis uno que sea vicioso vosotros mismos lo estrañais... Además, hombres de esta clase, no son de los nuestros, no asisten á nuestras asambleas, no ruegan con nosotros; por sus vicios han vuelto á pertenecer á vuestras filas; son vuestros (3).» Á los que les acusan de las calamidades públicas les responde: « N o hace auu trescientos años que existimos y no debéis ignorar cuántas calamidades cayeron sobre el mundo antes de nuestra aparición. ¡Cuántos pueblos y provincias desoladas! ¡Cuántas guerras exteriores é intestinas! ¡Cuántas pestes! ¡Cuántos incendios! ¡Cuántos terremotos ! ¿Dónde estaban los discípulos de C R I S T O en aquellos tiempos en que los romanos suministraron á la historia tantas desgracias que contar? ¿Dónde estaban los cristianos cuando las islas de Hierennape, de Délos, de Rodas y de Creta desaparecieron con millares de h o m bres, cuando aquella otra isla que, según Platón, era mas vasta que el Asia y que la Europa, fue engullida por el Atlántico, cuando el mar de Corinto quedó enjuto á consecuencia de un (1)

Ad Naílones,

(2)

L o s p a g a n o s a c o s t u m b r a n d e c i r ChresUani

( 3)

Ad

Naílones,

l i b . I , c a p . I. lib. I. cap. V .

en v e z de

Clirisliani.

HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES

528

terremoto, cuando el diluvio inundó el universo? ¿ E n dónde estaban entonces, no diré los cristianos despreciadores de vuestros dioses, sino vuestros dioses mismos, menos antiguos eme aquel desastre, como lo prueban las ciudades donde nacieron, donde habitaron, donde fueron sepultados, los pueblos que ellos levantaron con sus propias manos, pueblos que no subsistirían hoy á haber sido posteriores á aquella catástrofe (1)?» No se limita Tertuliano á defender el Cristianismo, sino que pasa á impugnar el paganismo con una fuerza de lógica irresistible. Introduciéndose en el origen de las sectas paganas se expresó así: «Si pregunto á Varron quién introdujo los dioses, me contestará sin vacilar que fueron los filósofos, los pueblos ó los poetas. Hé aquí, pues, los dioses divididos en tres clases: los de la naturaleza, que deben su existencia á los filósofos; los alegóricos, encerrados en el cerebro de los poetas, y en fin, los nacionales, entronizados por la aclamación popular. Ya que los filósofos á fuerza de conjeturas han producido sus dioses, ya que los poetas han pedido á la fábula que les prestase sus mitos, y los pueblos se forjan sus divinidades .civiles á medida de su gusto, ¿dónde deberemos ir á buscar la verdad? ¿ E n las conjeturas? Quien dice conjeturas dice i n certidumbre. ¿En la fábula? Pero la fábula es un tejido de absurdos. ¿En la adopción popular? Una divinidad adoptada es una divinidad pasiva, una especie de dios municipal... Es carácter de la divinidad, si queremos atenernos á lo verdadero, el no apoyarse en conjeturas inciertas, ni ser profanada por fábulas indignas, ni constituida pasivamente por adopciones. Es menester concebirla tal como es realmente en s í ; cierta, íntegra, universal, porque es para todos. Por otra parte, ¿cómo creer en un dios que no presenta otra credencial que un cuento cualquiera ó la adopción de una ciudad? Es preferible no creer en nada antes que admitir un dios conjetural, de que tengamos que avergonzarnos, ó un dios consagrado por una adopción (2).» Pasa luego á ridiculizar la numerosa serie de dioses paganos. « N o hablaré de Ascensio, dice, dios que os ayuda á subir, ni de Levícola, que preside las pendientes, ni de Fórculo, que protege las puertas, ni de Cardea, diosa de los goznes, ni de toda esa infinidad de dioses porteros. Esto no tiene nada de particular cuando colocáis dioses en las cárceles y en las c o cinas.» A l tratar este asunto, deja completamente demostrada la existencia de un Dios por el principio de causalidad. «Thales, en el fondo de un pozo, dice, es el tipo de aquellos hombres á quienes la curiosidad induce á estudiar la naturaleza, sin ocuparse de Aquel que la crió y que la gobierna: estos infelices se agitan en el vacío.» Establecida la existencia de un Dios, sigue Tertuliano combatiendo el paganismo y entra en el examen de la razón que dan en favor de sus dioses, importados en su mayor parte de la Grecia, á los que atribuyen la prosperidad del imperio. «Si son los dioses los que han dado á Roma su superioridad, ¿por qué Minerva no defendió á Atenas contra la invasión de Jerjes? ¿Cómo se explica el que Apolo no arrancara á Delfos de las manos de Pyrro? ¡ Cómo! ¡ Habrían estos dioses engrandecido el imperio romano sin poder salvar el suyo propio! N o , la grandeza de Roma no es el premio de su culto á los dioses, porque este culto, tal como hoy existe, es posterior á la preponderancia de Roma. Por mas que en el origen de vuestras supersticiones encontremos á N u m a , ello es que en tiempo de Numa no teníais ni estatuas ni templos donde manifestar vuestro celo religioso. Entonces la religión era sobria, el ceremonial sencillo, se veian solamente algunos altares sobre la y e r ba , vasos groseros, un poco de humo eme se escapaba; pero el dios no parecia en ninguna parte. En una palabra: los romanos no fueron supersticiosos antes de ser grandes; hoy no son grandes porque sean supersticiosos. Por otra parte, yo pregunto: ¿Cómo se concibe que el respeto de los romanos hacia los dioses y sus escrupulosos homenajes hayan podido valer(1)

Ad Naliones,

(2)

Ibid..

1.1.

l i b . I , can. I X .

SUFRIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA.

529

les el imperio cuando cabalmente el imperio no ha podido acrecentarse sino con menosprecio de los dioses? En tanto es así, que, ó yo me equivoco mucho, ó los imperios se instituyen por las guerras y se agrandan por las victorias. Pues bien: estas guerras, estas victorias suponen ruinas, y los pueblos no pueden ser arruinados sin que de ello participen sus divinidades. Á la par que las murallas de las ciudades se derrumban también los templos; la sangre de los sacerdotes se mezcla con la de los demás ciudadanos; el oro sagrado y el profano se confunden en el saqueo general. Cada trofeo de triunfo por parte de Roma supone un sacrilegio, la v i c toria sobre una ciudad significa la derrota de sus divinidades, y sus ídolos participan también de la desgracia del cautiverio. Si estuvieran dotados de sentimiento no tolerarían á los autores de semejantes ultrajes. Podéis ofenderles contando con la impunidad, porque adoráis unos dioses que no sienten. No atribuyáis, pues, á los dioses la grandeza de Roma, cuando Roma no ha podido engrandecerse sino humillando á los dioses. Cada nación ha disfrutado del i m perio en su época, lo mismo los asirios que los medos, los persas como los egipcios, y tened en cuenta que al perder el imperio no es que hubiesen perdido la religión. Los imperios caen uno tras de otro; así lo quieren las revoluciones. Buscad quien ordena las vicisitudes de los siglos, y encontrareis que es el Dios que distribuye los imperios y que hoy conserva reunidas las coronas sobre la cabeza de Roma (1).»

LXVIII. El Apologético.

La obra maestra de Tertuliano, la producción donde se da á conocer su genio en toda su plenitud es el Apologético. Diez y seis siglos pasaron desde que se escribió y conserva aun todo su interés; durante este tiempo el error viene presentando diversidad de formas, la c a lumnia contra la religión cristiana ha acudido á diferentes recursos, no obstante el Apologético ha sido y sigue siendo una contestación á los anticatólicos de todas las épocas. Es un proceso contra los perseguidores y una defensa en favor de las víctimas que vivirá mientras viva el género humano. No podia menos que ser altamente irritante el ver que se perseguía al Cristianismo cerrándole todas las puertas á la defensa. El Apologético es la religión cristiana rompiendo el círculo de hierro en que quería ahogarlo la tiranía de los gentiles. Le concibió su autor al ver caer las cabezas de los mártires de Cartago á que antes nos hemos referido. Los defensores de todas las escuelas filosóficas, los propagandistas de todos los cultos idolátricos hallaban campo abierto donde sostener sus doctrinas, por muy absurdas y disolventes que ellas fuesen; tan solo á los cristianos se les prohibía toda clase de expansión ; tan solo á los cristianos les estaba proscrito el hacer uso de la palabra en favor de sus principios y de sus instituciones. Y a Justino, Taciano y tantos otros protestaron contra la injusticia de que se prohibiese á la Religión de J E S U C R I S T O toda clase de vindicación y que no se permitiese á sus hijos nada mas que subir á los cadalsos; pero la protesta de Tertuliano es de una fuerza superior á la de todos los que le precedieron. Tertuliano se dirige especialmente á los que ejercen la magistratura en Cartago. «Si vosotros, supremos magistrados del imperio, que administráis públicamente justicia en el puesto mas distinguido de esta ciudad, no sois libres para instruir y examinar la causa de los cristianos á la vista de todos; si solo en este asunto vuestra autoridad teme ó se avergüenza de indagar públicamente la justicia; si, por último, el odio de nuestro nombre, llevado á las (1)

Ad Nali
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