Historia de La Homosexualidad en La Argentina - Parte 6 by Huije [Bazán Osvaldo - Historia de La Homosexualidad en La Argentina - PARTE 6.PDF] (80 Pages)

September 24, 2017 | Author: Futuro Libertario | Category: Criminal Law, Homosexuality, Francisco Franco, Police, Politics
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PARTE VI

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PARTE VI

EL NACIONALISMO Golpes militares y peronismo 64. EL GOLPE DEL 30: Hace falta una mano de hierro, como la de Mussolini, como la de Hider

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l crack en la bolsa neoyorquina reventó en mil pedazos la era del jazz. El viernes 29 de octubre de 1929 el mundo se resquebrajaba y aquello que había sido despreocupación y ruido se transformaba en miseria y miedo. En la Argentina el derrumbe se produciría el 6 de septiembre de 1930. El primer golpe a las instituciones lo dio el primo de José Evaristo (m), José Félix Uriburu. Fue el comienzo de una serie de fines. Todo lo que la teoría había acumulado hasta este momento, empezaba a hacerse práctica.1 En los primeros años 30 asesinaron a la democracia, se accidentó Gardel2 y mataron a Bordabehere.3 Era el fin del país en el que había creído la clase media compuesta y ordenada: con sufragio universal masculino, con un tango obediente de buenos modales que salía a conquistar el mundo, con respeto a las instituciones. Militares y conservadores no permitirían ese libertinaje. En 1936 el gobierno de Agustín P. Justo sancionó la Ley 12.331 de Profilaxis Social. El piringundín, el burdel, ese antro vivo de pasiones y creación, entraba en la clandestinidad. La cultura popular perdería su mecenas, su musa inspiradora, su escenario predilecto: “Con el cierre de los prostíbulos termina una era en nuestro país. [...] El arte local, verista y realista, se inspiraba casi siempre en la vida cotidiana, en la mala vida. [...] Al cesar el estímulo, cesó el efecto y los artistas del arte menor perdieron la fuente de inspiración. Hasta ahora no se ha hecho un análisis del paralelo prostíbulo-arte 1 Hay una nota de Uriburu de diciembre de 1930 que repite casi palabra por palabra la tesis de Ingegnieros sobre el mal que los jóvenes canillitas analfabetos hacían a la democracia: “Debemos tratar de conseguir una autoridad política que sea una realidad para no vivir puramente de teorías. La democracia la definió Aristóteles diciendo que era el gobierno de los más ejercitados por los mejores. La dificultad está justamente en hacer que lo ejerciten los mejores. Eso es difícil que suceda en todo país que, como en el nuestro, hay un sesenta por ciento de analfabetos, de lo que resulta claro y evidente, sin tergiversación posible, que ese sesenta por ciento de analfabetos es el que gobierna al país, porque en elecciones legales ellos son una mayoría”. 2 Murió el 24 de junio de 1935 en un accidente aéreo en Medellín, Colombia. 3 El 23 de julio de 1935, mientras en el senado Lisandro de la Torre denunciaba profundas irregularidades en el comercio de carnes, un matón de los conservadores, Ramón Valdés Cora, asesinó de un tiro al senador santafesino Enzo Bordabehere. El objetivo era De la Torre.

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popular. Ni se relacionó el abrupto fin del arte popular con la Ley 12.331. Mu popular. Ni se relacionó el abrupto fin del arte popular con la Ley 12.331. Muchos escritores terminaron su carrera: otros pretendieron la evocación que no tuvo fuerza. [...] Se empezó a vivir del pasado con una fidelidad que aún perdura y que se ha convertido en factor estilístico, en elemento necesario para el color local, y hasta en bandera de porteñía”.4 En el mundo entero5 había llegado la hora de la mano de hierro, como pedían a conciencia intelectuales como el novelista de éxito y militante católico de derecha Manuel Gálvez: “Hace falta una mano de hierro, que ejerza la más severa censura en el teatro y en el cinematógrafo, en la radio y en el libro. Hace falta una mano de hierro que suprima la afición a la desnudez pagana que corrompe a las mujeres, emporca el periodismo y difunde en todos los rincones la inmoralidad. Hace falta una mano de hierro, como la de Mussolini, como la de Hitler, como la de Dollfuss [...] que salve a la familia cristiana y a la moral. Yo no apruebo las persecuciones realizadas por los nazis, pero me entusiasman aquellos campos de concentración en donde millares de jóvenes aprenden la vida austera. [...] Creo que un régimen fascista o algo que se le parezca, podrá dar resultado”.6 Argentina sería un lugar muchísimo peor para todos. Hubo fuerza y violencia, pero no fueron esas las únicas formas de dominación. También las hubo más sutiles. La radio, de enorme fuerza en la época pre-televisiva, y las 4 Tulio Carella: El tango, pp. 35-36. 5 Seguramente no es casual que casi contemporáneamente el fenómeno se verificara también en Brasil: “Conviene recordar que comenzaba entonces la efervescencia del nazi-fascismo en Europa. Sumado al clima de autoritarismo del Estado Novo brasileño, el endurecimiento contra la actividad homosexual puede ser constatado en la Primera Semana Paulista de Medicina Legal, en 1937. Como se proponía una amplia reformulación del Código Penal brasileño, varios juristas y médicos allí presentes sugirieron que se introdujesen en el nuevo Código ‘dispositivos puniendo toda práctica homosexual, cualquiera fuese la modalidad que revistiese’, conforme a la sugerencia del presidente de la mesa, el catedrático en Derecho Penal José Soares de Melo, secundado por el profesor Tavares de Almeida que pedía, simplemente ‘cárcel para el pervertido y manicomio para el demente'. [...] En Brasil, decía Soares de Melo, el Código Penal era insuficiente, pues muchos casos de homosexualidad sin violencia carnal o corrupción ‘escapan de la ley y no son punidos’. Por lo tanto, él proponía la creación de un Código Criminal paralelo que previese medidas de seguridad, por anticiparse a las penas o cuando no fuese posible aplicar el Código Penal. Y afirmaba con toda su autoridad de jurista emérito: ‘Aun antes de la práctica de un crimen el Estado puede segregar a un individuo’. Y ampliaba el doctor Soares de Melo: ‘Lo mismo ocurre con el homosexual, que siendo pernicioso al Estado y a la sociedad, puede y debe ser segregado’. Por lo tanto ‘mantengo firme mi punto de vista de que debemos punir la homosexualidad y hago votos para que el futuro Código Penal de la República tenga un dispositivo bien claro que puna la práctica de la homosexualidad’. En resumen, la punición ocurriría de un modo general y preventivamente, antes de que se practicase el crimen. De modo que, según tal razonamiento, ser homosexual significaría automáticamente ser criminal”. Joao Silvério Trevisan: Devassos no paraíso. A homosexualidade no Brasil, da colonia à atualidade, Río de Janeiro-San Pablo, 5 a ed. corr. y aum., 2002, p. 192. Traducción mía. Pese a los intentos de que figurase en el Código Penal, donde se llegó a escribir un artículo, el 258, cuenta Trevisan que finalmente se desistió de la idea y en el Código Penal de 1940, que continúa vigente en Brasil, no figuró la propuesta de punición. 6 Citado por Rodríguez Molas: Historia de la tortura, pp. 89-90. En el momento de difusión del texto, 1934, Gálvez ocupaba un lugar importante en la cultura nacional que fue perdiendo rápidamente con el paso del tiempo. Anotó Adolfo Bioy Casares en su diario íntimo: “Leo en una Enciclopedia de la Literatura Argentina: ‘Manuel Gálvez, uno de los escritores más discutidos de nuestro país’. Si Manuel Gálvez es el tema de nuestras discusiones, ¿qué puede esperarse de la inteligencia y del nivel intelectual de este país?’’. Descanso de caminantes, p. 359.

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revistas fueron cuidadosamente controladas. Los espectáculos “deportivos” se hicieron masivos. El control se ejerció sobre los trabajos y especialmente sobre el tiempo libre: “Un control por cierto, que canaliza en favor del Estado la coordinación y el destino de los hombres.”7 La violencia de la ley fue letal para las libertades públicas. El 15 de junio de 1932 apareció un edicto policial que, por primera vez en la historia del país, y en abierta contradicción con el Código Penal y la Constitución, enviaba a la cárcel a los homosexuales penando “el encontrarse un sujeto conocido como pervertido en compañía de un menor”. El Código Penal hablaba de “sodomía con menores”. La Policía ampliaba el concepto hasta “compañía”. Un homosexual no podía pasear con un sobrinito, charlar con un canillita o jugar al fútbol con los chicos del barrio. Adentro. En la orden del día 17 de octubre de 1933, bajo el título de “Detención de pederastas activos o pasivos - procedimiento”, podía leerse: “En lo sucesivo, cuando sean detenidos por contravención policial sujetos conocidos como pederastas activos o pasivos,8 deberán ser remitidos con la respectiva remisión a la División Investigaciones, en lugar de la Alcaidía de Contraventores. Oportunamente, la División Investigaciones enviará a los mismos a aquella Alcaidía”.9 El reglamento policial de contraventores, los edictos y órdenes del día emanados por los jefes policiales fueron las armas con las que el poder contó por casi cien años. El decreto 10.868/46 (vulgarmente conocido como R.P.C. o RRPP6) establecía el procedimiento para aplicar penas policiales a contraventores. Había aberraciones como: el “pederasta” [sic] que fuera condenado a pena de detención no podía redimirla por multa, de acuerdo a una escala determinada (artículo 43), o sea que debía cumplir efectivamente el arresto que podía llegar hasta treinta días en su casa, la comisaría interviniente o el Instituto de Detención (Villa Devoto). No importaba que las relaciones sexuales consentidas entre mayores no estuvieran condenadas en el Código Penal. Para conseguir el sambenito de “pederasta” era suficiente tener “antecedentes” o por medio de “datos fehacientes y bajo la firma del director o jefe de secciones de la Dirección de Investigaciones” (artículo 45). “En el edicto ‘Escándalo’, artículo 2°, inciso C, se pena ‘a los que se bañaren en lugares públicos’ y en el inciso B, se castiga ‘a los que molestaren con requiebros’, al igual que el inciso E castiga ‘a los que despojaren de ropas de vestir, exigibles a la cultura social’. En el edicto ‘Bailes públicos’, artículo 3°, inciso A, se castiga al ‘Director, empresario o encargado de un baile público o en su defecto al dueño o encargado del local, que permitiera el baile en pareja del sexo masculino’”.10 Además, cuando un comisario de seccional de7 Rodríguez Molas: O. cit., p. 93. 8 La diferenciación entre el agente dador y el receptor fue una preocupación fundamental de la ciencia, la Policía y la cultura popular argentina, que siempre aceptó mejor al “activo” que al “pasivo”. 9 Revista de la Policía (1933), p. 830. 10 Carlos Jáuregui: La homosexualidad en la Argentina, Buenos Aires, Tarso, 1987, pp. 164-165.

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tectaba que en ciertas casas o locales de su sección se reunían homosexuales tectaba que en ciertas casas o locales de su sección se reunían homosexuales “con propósitos vinculados a su inmoralidad” debía comunicarlo a la Dirección de Investigaciones para que interviniera (art. 207). Cualquier reunión privada de homosexuales podía dar lugar a que el comisario calificase a todos de “pederastas”. Era ridículo recordarle a esta gente que la Constitución protegía a las acciones privadas de los hombres. Simplemente, no regía la Constitución. El edicto policial sobre escándalo también tipificaba figuras contravencionales con las que se podía perseguir a los homosexuales: “inciso f”, exhibirse en la vía pública o lugares públicos vestidos o disfrazados con ropas del sexo contrario; “inciso h”, incitar u ofrecerse públicamente al acto carnal, sin distinción de sexos (orden del día del 19 de abril de 1949). La población enfermó. Todos fueron sospechosos. Todos fueron delatores. La angustia sería, en adelante, la fiel compañera de cada homosexual argentino. El miedo al acompañante ocasional, al vecino curioso, a la envidia del compañero de trabajo, a los parientes metidos, a la vida misma. Suponiendo que eso que les pasaba hubiera podido llamarse “vida”. Faltaba todavía el escándalo de los cadetes del Colegio Militar. La gota de agua.

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65. EL ESCÁNDALO DE LOS CADETES: Fotografiaban a las víctimas y con las fotos, los amorales amenazaban a los cadetes

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lgunos se habían reído en misa. Solía suceder. Toda la semana en la Escuela Militar y el domingo a escuchar el sermón de un cura que cada tanto hablaba de esa guerra que parecía contaminarlo todo, a pesar de estar tan lejos. Se miraban, se tentaban por nada. Eran adolescentes en un tiempo rígido y era domingo. Los cadetes salieron en alegre montón de la celebración obligada y se fueron a caminar por la Avenida Santa Fe. Allí los conoció, nada casualmente, Sonia. Era linda Sonia, simpática. Diecinueve años.1 Y los chicos con fiebre en la sangre. Nada hacía prever lo que vendría, las tapas de los diarios, el escarnio público, los suicidios, los documentos de Estado, los discursos patrióticos inflamados, el golpe. Por ahora era nada más que una aventura. La invitación de Sonia era tentadora. Les dio la dirección y les dijo que los esperaba en Junín 1.381. Ahí nomás. Un estudio fotográfico, dijo. Pueden ganarse unos pesos, soltó. Y prometió algunas cosas más que después todos quisieron olvidar. Los chicos fueron. Y ahí entendieron que se trataba de otra cosa. Que no todo era como Sonia había contado. Lo que ocurría en realidad en la calle Junín eran fiestas sexuales en las que varios cadetes tuvieron lugares destacados. El dueño del departamento, Jorge Horacio Ballvé Pinero, era aficionado a la fotografía y perpetuó las orgías en ellas. En esas fotos –hoy inhallables– se veía a varios cadetes con elementos militares, como las gorras o los cinturones, en poses provocativas. Se contó en su momento que esas fotos sirvieron para chantajear a los cadetes, obligándolos a que volviesen a los encuentros y trajesen otros compañeros. Amigo de Ballvé Piñero era Rómulo Naón, un muchacho de 35 años quien también puso a disposición de las fiestas su departamento de Berutti 2.576. Tanto Jorge Horacio como Rómulo pertenecían a reconocidas familias de abogados.2 Pero habían ido demasiado lejos. El clima de la época no permitiría ese tipo de diversiones. Pensaron que la pertenencia al establishment judicial porteño los salvaría. Se equivocaron. La Prensa, que desde su creación apenas había permitido el registro homosexual en sus páginas y que en el caso Comas3 había sido tan austera, se hizo un festín y fijó para todo el siglo el peaje que la homosexualidad debe1 Sebreli, quien se ocupa extensamente del caso en Escritos sobre escritos, asegura que Sonia tenía 23 años. Los recortes periodísticos a los que tuve acceso hablan de 19. 2 Rómulo era hijo de Rómulo S. Naón, ministro de Justicia y Educación pública de José Figueroa Alcorta entre 1908 y 1910, cuando fue designado ministro ante Estados Unidos por Sáenz Peña. Fue intendente porteño entre febrero y noviembre de 1932, gracias al fraude patriótico. El busto de Rómulo S. Naón puede verse aún hoy frente a Tribunales. 3 Más allá de que exista una notable relación entre la homosexualidad y las Fuerzas Armadas a lo largo del siglo -ratificada por el protagonismo del Ejército en los dos escándalos mayores vinculados al tema-, no hay que olvidar que todo el siglo XX la Argentina estuvo teñida por la relación de omnipotencia, autoridad y dominio de las Fuerzas Armadas por sobre la sociedad civil.

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ría pagar para poder ser publicada: solo sería posible en la modalidad “escándalo”. Esa característica recién comenzó a resquebrajarse al finalizar el siglo XX, aunque todavía existe. Todo comenzó a explotar cuando, en agosto de 1942, tres señores de clase alta, Fernando Cullen, Andrés Bacigalupo Rosende y Franklin Dellepiano Rawson formalizaron una denuncia por corrupción, tomada por el fiscal Luciano Landaburu (h) y el juez de Instrucción Narciso Ocampo Alvear. Hubo una sesión secreta en el Senado. Allí se formó una comisión especial “para investigar las actuaciones policiales, judiciales y administrativas en torno del asunto”4 integrada por quien había pedido la formación de la comisión, Sánchez Lago, más González Iramaín y el futuro candidato a la presidencia en 1946, el radical José Tamborini. El asunto estalló en los diarios del 30 y 31 de octubre. Noticias Gráficas publicó la nómina completa de las personas que participaron en el caso. “Como hemos informado en distintas oportunidades, en el juzgado de instrucción a cargo del doctor Narcisco Ocampo, secretaría Sagarna, se radicó hace unos dos meses una querella entablada por el fiscal del crimen doctor Laureano Landaburu (h), contra varios sujetos amorales que habrían hecho víctimas del delito de corrupción a muchos menores de edad de ambos sexos y entre los cuales figuran algunos cadetes del Colegio Militar. La índole delicada del asunto dio pábulo al comentario maledicente, y en consecuencia se propalaron absurdas versiones respecto de gran número de personas sobre cuya honorabilidad no existió nunca la menor duda. Fue por ello que en distintas oportunidades señalamos la conveniencia de hablar claro sobre el asunto para poner coto al venticello, por doloroso que resultara para los culpables y sus allegados, pero en defensa de reputaciones intachables. Pero el secreto sumarial y la seriedad del juzgado impidieron la publicidad de los nombres de las personas complicadas en el desagradable episodio, hasta tanto se produjera la esperada resolución judicial que concretara la culpabilidad o inocencia de aquellos. [...] El estado actual de la investigación permite anticipar los nombres de los procesados y detenidos, pues la prueba producida es suficiente para autorizar una decisión judicial que no demorará en producirse. Durante la investigación de los hechos contenidos en la querella del doctor Landaburu se comprobó que en el domicilio de Adolfo Jorge René de Bryn, argentino, de 54 años, casado, industrial, habían ocurrido hechos que importaban una infracción al artículo 125 del Código Penal, que reprime la corrupción con pena hasta de quince años de prisión. ”LA DENUNCIA. El proceso principal se inició por querella del fiscal Dr. Landaburu, quien recibió una denuncia sobre los escandalosos sucesos, de los que se había [hecho] partícipes y víctimas a varios cadetes del Colegio Militar. Simultáneamente se producía la intervención de la División de Investigaciones de la Policía y el comisario José Salinas, con la cooperación del auxiliar Rogelio Bazán, jefe de la sección Moralidad, procedieron a investi 4 Sebreli: Escritos sobre escritos, p. 310.

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auxiliar Rogelio Bazán, jefe de la sección Moralidad, procedieron a investigar la denuncia, procedente del Colegio Militar. En este instituto, un cadete, al comprobar las actividades de algunos compañeros, formuló la denuncia a las autoridades5 que de inmediato dispusieron una amplia investigación, la que dio por resultado la comprobación de los cargos y la separación de todos los culpables. Desde luego que las comprobaciones judiciales permitieron evidenciar que dichos cadetes fueron, más que todo, víctimas de las maquinaciones y extorsiones de los que después resultaron procesados.6 ’’ANTROS DE PERVERSIÓN. Las investigaciones ordenadas por el juez instructor Dr. Ocampo y realizadas en el juzgado a su cargo a costa de una labor intensa y prolongada diariamente hasta altas horas de la noche, permitieron establecer la existencia de distintos focos de corrupción donde sujetos amorales se reunían en pretendidas ‘fiestas’. Fue así como se cometieron numerosos delitos de corrupción que el proceso ha puesto en evidencia. El procedimiento seguido contra los menores fue extorsivo, puesto que como muchos de estos, luego de concurrir a la primera reunión resolvían no reincidir, era necesario presionarlos para que continuaran haciendo acto de presencia con argumentos convincentes. A este efecto, en la primera de las ‘fiestas’ se los fotografiaba en situaciones comprometedoras y luego se los amenazaba con difundirlas entre sus allegados o familiares si se resistían. En el domicilio de Jorge Horacio Ballvé Piñero, uno de los procesados, fueron secuestradas 170 fotografías de esa índole. ’’LOS PROCESADOS Y DETENIDOS. A pesar de la reserva del juzgado instructor, hemos logrado establecer que la nómina de los acusados, sometidos a proceso, que adelantamos como primicia en nuestra 5a edición de hoy, es la siguiente: Jorge Horacio Balvé [sic] Piñero, argentino, de 22 años, soltero, estudiante; Andrés Augusto Lucantis, argentino, de 32 años, empleado; Horacio Alberto Cabrera, argentino, de 40 años, soltero, abogado; Romeo José Luis Spinetto, argentino, soltero, de 32 años, empleado; Adolfo J. Goodwin, argentino, de 22 años, soltero, estudiante; Rómulo Sebastián Naón, argentino, de 38 años, soltero, escribano; Mario Indalecio Villafaño, argentino de 30 años, soltero, empleado; Jorge Helmut Lenk (a) ‘Barón Hell’, alemán de 27 años, soltero, empleado; Carlos Alberto Podestá Méndez, argentino, de 31 años, soltero, empleado; Ernesto Bartolomé Ludovico Brilla, argentino, de 27 años, soltero, empleado; Jorge Olchansky (a) ‘Jorge Celeste’ o ‘Celeste Imperio’, ruso, de 23 años, soltero, empleado; Horacio Alberto Arata, 5 Sebreli cuenta: “El hilo de la pesquisa se logró al hacer una requisa en los roperos de los ca detes, que permanecían abiertos en tanto estos tomaban su clase de ejercicios físicos, hallándose la carta que un cadete le había entregado a otro donde se excusaba por no poder asistir a la fiesta del departamento de Junín ese fin de semana por sufrir arresto". O. cit., p. 311. 6 Puede o no haber sido así pero lo que denota claramente el prejuicio del diario es el “desde luego”. Los cadetes del Colegio Militar solo podrían haber participado en una orgía homosexual como “víctima de las maquinaciones y extorsiones”. Jamás por propia voluntad. Todo el proceso estuvo dirigido a "comprobar” este prejuicio. El licenciado Carlos Barzani en Uranianos, invertidos y amorales dice irónicamente que “de las crónicas se desprende la ‘inocencia’ de los jóvenes cadetes ante la astucia de los ‘amorales’ que organizaban estos ‘antros de perversión’ y ‘habían provocado la desviación de los cadetes’”.

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argentino, de 28 años, soltero, empleado; Jorge Duggan, argentino, de 38 años, soltero, arquitecto; Eduardo Salvador Pérez Alien, argentino, de 55 años, casado, comerciante; Alejandro Rafael Ponferrada, argentino, de 38 años, soltero, empleado; Eduardo D. Creimping, peruano, de 35 años, casado, rentista; Javier Calvo, boliviano, de 30 años, soltero, abogado; Juan Sgambelluri (a) ‘La Juanona’, italiano, de 36 años, soltero, empleado; Luis Fernando Pérez Sucre, argentino, de 52 años, divorciado, rentista; Carlos Zubizarreta, paraguayo, de 38 años, casado, abogado; Blanca Nieve Abratte (a) ‘Sonia’, argentina, de 19 años, soltera, empleada; Adolfo Jorge René de Bruyn [sic] argentino, de 54 años, casado, industrial; Italo Salas (a) ‘Italo Gil’, español, de 48 años, soltero, fotógrafo; Walter Cabeza Serrano, boliviano, de 31 años, soltero, comerciante; Horacio Eduardo González, argentino, de 34 años, soltero, comerciante; Alberto Ricardo Frías, argentino, de 45 años, soltero, empleado; Fernando Enrique Emery (a) ‘Pepe’, argentino, de 38 años, soltero, empleado; Juan Bautista Mihura, argentino, de 33 años, casado, abogado; Miguel Angel Brest Miranda, argentino, de 27 años, soltero, dibujante; Leopoldo Pérez Lloverás, argentino de 21 años, soltero, empleado; Luisa Moreno, argentina, de 28 años, soltera, artista; Lucio Ripoll, argentino, de 25 años, empleado. Los tres últimos fueron puestos en libertad por no considerar el magistrado indispensable, por el momento, su detención. El delito que se imputa es el de corrupción de menores reprimido por el artículo 125 del Código Penal. La pena aplicable puede ser de 10 a 15 años, por haber mediado engaño, violencia, amenaza, abuso de autoridad o cualquier otro medio de intimidación y coerción.”7 La cacería fue inmediata. Algunos lograron escapar al Uruguay, hasta que la causa prescribió. Hubo diez cadetes expulsados, seis dados de baja, tres arrestados y dos destituidos. Los cadetes del Colegio Militar pasaron a ser los nuevos templarios. Se los podía humillar si eran homosexuales. Los civiles se hicieron cargo de la tarea y así, en la noche del sábado 26 de septiembre, cuando los cadetes gozaban de su franco semanal, fueron objeto de todo tipo de pullas y vejámenes. No importaba si habían estado o no en las fiestas de la calle Junín. Podían ser acusados de homosexuales. El centro de la ciudad fue una batalla campal. De un lado, los civiles que acusaban a los militares de homosexuales, por supuesto con términos menos elegantes. Del otro, los militares que se defendían negando la imputación. El sábado siguiente no encontraría descuidados a los nuevos templarios. Los cadetes salieron ya preparados, en pequeños grupos, dispuestos a agredir a cualquiera que los mirara torcido. Y entonces, para demostrar que no eran homosexuales sino personas decentes como todas las demás, agarraron entre quince a un menor que, aseguraron “los había mirado sonriente”. Lo molieron a palos. Ese sí era homosexual, no ellos. Y así lo estaban demostrando. La Policía supo qué hacer. 7 “Otro [sic] resolución del Juez”, Noticias Gráficas (Buenos Aires) (30.9.1942).

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La Policía supo qué hacer. Detuvo al menor. Seguramente al día siguiente los cadetes comulgaron, como todos los domingos. El arquitecto Duggan, después de cumplida la sentencia, se suicidó. En las sombras un grupo de militares viendo las fotos eróticas de los adolescentes, se relamía. Habían encontrado una excusa más. El golpe estaba en marcha.

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66. EL INVERTIDO “APÁTRIDA”: Todo orden social produce en las masas que lo forman las estructuras necesarias para alcanzar sus fines principales La homosexualidad golpeaba las puertas del Colegio Militar. El enemigo (para el poder nacionalista era claro que con la homosexualidad venían el comunismo, la disolución de la familia, la desintegración de la Patria y la abolición de la religión) estaba ahí nomás. ¿Es que nadie iba a hacer algo para salvar a la Nación? El semanario sensacionalista Ahora pedía a gritos el saneamiento moral del país.1 El 4 de junio de 1943 la guarnición de Campo de Mayo avanzó sobre Buenos Aires. Derrocó al gobierno del presidente Ramón Castillo casi sin resistencia. Durante dos días el presidente fue el general Arturo Rawson. Error. El Grupo de Oficiales Unidos, conocido como GOU, no quería a Rawson, lo consideraban blando y aliadófilo. Impusieron al general Pedro Pablo Ramírez. En ese grupo empezó a brillar el nombre de un coronel en ascenso: se llamaba Juan Domingo Perón. A la sombra de la espada crecía una sociedad que Rodríguez Molas analizó brillantemente: “Entre 1930 y 1940, aproximadamente, observamos en el país cómo algunos sectores de la sociedad política y militar organizan ‘racionalmente’ las formas ideológicas y sociales, a través de las cuales los grupos de poder forman el ‘espíritu público’ e imponen a las masas por intermedio de la persuasión el consenso al orden que establecen y les interesa mantener”.2 Como antes habían hecho los conquistadores, los evangelizadores y los científicos higienistas, el nuevo orden social también presentaría a las libertades sexuales como enemigas del Estado. Ya no habría Inquisición ni Archivos de Psiquiatría. La omnipotencia del nuevo Estado entraría hasta en los más pequeños resquicios de la existencia cotidiana. Vivir sería un infierno. “La conformación del ‘espíritu público’ se estructura en las décadas posteriores a 1930 a través de sutiles formas de control organizadas con el apoyo de los ‘canales de comunicación de masas’ -radiofonía, televisión, publicaciones periódicas, prensa amarilla-. También, de manera especial, por intermedio de la oposición demagógica, los torneos deportivos, la exaltación de la soberanía y de la nacionalidad, el populismo, la apelación al ser nacional y a los ‘valores’ propios, el simbolismo patriótico, el culto a los héroes militares. Categorías que asocian a las clases sociales en una misma aspiración de intereses.”3 Dos años antes de que el gobierno cerrase los burdeles, el 3 de junio de 1 “Ahora semanario profascista muy leído entre los militares y que luego se convirtió en órgano del peronismo”, asegura Sebreli, quien además confirma que el escándalo de los cadetes fue una de las causas que adujeron los conspiradores del GOU. Escritos sobre escritos, p. 312. 2 Ricardo Rodríguez Molas: Textos y documentos. El autoritarismo y los argentinos. La hora de la espada y del balcón/l (1946-1964], Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1989, p. 11. 3 Ib., p. 12.

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1934, se constituye la Asociación de Fútbol Argentino: se institucionaliza el deporte que adquiere todas las características del entretenimiento de masas, Es en esa década que el fútbol comienza a ser dentro de la cultura popular argentina lo que hoy es: una expresión central, omnipresente a través de los medios de comunicación. La AFA supo manejarse con el poder. Entre 1941 y 1943 casi simultáneamente a la presidencia de Ramón Castillo fue presidente de la AFA Ramón Castillo (h). El golpe no solo derrocó al padre. El hijo también dejó la presidencia que asumió Jacinto Armando en 1943 y Agustín Matienzo en 1944. En las canchas se construyó, como en los cuarteles y las escuelas, el sentido de la virilidad. Desde un comienzo quedó claro que los homosexuales no eran bienvenidos en el mundo del fútbol. Más adelante, daremos cuenta de que es uno de los ámbitos en que menos han cambiado las cosas. Se estaba armando un país futbolero y autoritario. ¿A quién reclamar por las libertades sexuales? El análisis de Rodríguez Molas da más elementos para entender la discriminación del siglo: “La conformación del consenso popular comienza a gestarse en la Argentina en los albores del siglo XX y se desencadena con toda su fuerza efectiva a partir de 1943, aproximadamente. Así, a largo plazo, estes criterios están todavía en vigencia. Fijémonos, sin embargo, que en el lempo conjugan en la misma dirección la derecha, amplios sectores de la izquierda y el populismo. Todos apelan a los afectos y a los presupuestos inducidos a través del tiempo”.4 En esos presupuestos, el de la homosexualidad como pecado, delito y enfermedad ya había sido marcado a fuego. “Por norma general, y siempre, perfeccionan paralelamente los medios lingüísticos que les permite inducir y transformar los antagonismos internos en agresión externa. Determinan así la corriente de aspiraciones comunes que permite la supremacía y el dominio de las masas. Una de las características que define al fascismo y al populismo de América Latina es la creencia en una conjura mundial contra el país, una paranoia colectiva que se manifiesta en la Argentina bajo las más variadas circunstancias.”5 Casi con la precisión de un manual, Rodríguez Molas describió cómo las mayorías populistas se relacionarían con las minorías homosexuales. La internalización del discurso hegemónico por parte de las minorías (sexuales o no) es el punto más oscuro del siglo en este tema, ya que engendró seres culposos y temerosos. Seres que aceptaron todo lo que se dijo sobre ellos durante cien años. Y lo que se dijo sobre ellos fue terrible. El discurso autoritario nacionalista no fue nazi o fascista. Fue peor, porque le agregó el pensamiento más reaccionario de la Iglesia Católica, lo que le dio un toque místico e incontestable. El nazismo era una ideología atea y el fascismo no subrayaba el papel de la Iglesia, cosa que sí hizo el nacionalismo argentino. Como explicó Marysa Navarro Gerassi: “Como resultado de dicha tendencia, que cosechó crecien4 Ib., p. 12. 5 Ib., p. 12.

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te apoyo al ganar el respaldo de un sector del clero argentino, el nacionalismo se convirtió esencialmente en un movimiento católico”.6 Esa característica unió en un solo pensamiento Iglesia y Ejército. Ambos fueron los forjadores de la ideología nacionalista populista argentina que atravesó el siglo entre comunicados y tedeums, guerras y homilías, sindicatos y procesiones, y que tuvo preparado para homosexuales, lesbianas, travestís y todo el conglomerado de sexualidades no reproductivas el peor lugar: el de traidor. Como escribió Wilhelm Reich: “Todo orden social produce en las masas que lo forman las estructuras necesarias para alcanzar sus fines principales. Sin estas estructuras psicológicas de masas la guerra sería imposible”.7 Este aparato teórico tenía traducciones directas en la vida cotidiana. Nadie quedaba afuera. Era lo de todos los días. Tanto podía regir en el escenario de un famoso artista internacional como en los baños de la escuela de un pueblo perdido en la inmensidad de la pampa bonaerense, donde un argentino que triunfaría en el mundo aprendería con humillación de qué se trataba eso de las estructuras psicológicas creadas por el orden social.

6 Marysa Navarro Gerassi: Los nacionalistas, Buenos Aires, Juan Álvarez, 1969, p. 105. 7 Citado por Rodríguez Molas: O. cit., p. 13.

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67. GENERAL VILLEGAS: Una generación entera, a la que nunca pude perdonar su incapacidad para comprender lo que no se le parece

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ra un pueblo como salido de un western clase b. Y a Coco no le gustaban los western. Adoraba a Rita Hayworth, Vivian Leigh, Clark Gable. Todos .os días iba al cine. Hollywood quedaba más cerca que Buenos Aires, que estaba a 600 kilómetros y sonaba más irreal que la música de los Cuentos del bosque de Viena que Coco salió bailando después de ver en el cine El gran vals.1 Claro: la alegría no duraría por siempre, Rita Hayworth se iba a descubrir como lo que era, una traidora. Coco muy pronto descubrió que no era como los otros chicos de General Villegas. A los nueve años el comentario de los muchachitos del pueblo era fue al nene lo habían encontrado masturbando a un chico más grande. Si existía odio y resentimiento en las calles del pueblo, habían encontrado una víctima perfecta para descargar su frustración: Coco. Esas “estructuras psicológicas”, que Reich aseguraba que el orden social siempre producía en las masas, estaban actuando aceitadamente: “En el colegio primario descubrí los primeros brotes de una violencia que nunca dejé de odiar. Esa sistemática humillación de todo lo que fuera débil o sensible, que unía en una sola horda a grupos, grados, colegios enteros, contra los gordos o raquíticos, los petisos o delicados, me aterró siempre. De alguna manera. esa imagen se identificó para mí con la de una generación entera, a la que nunca pude perdonar su incapacidad para comprender lo que no se le parere”.2 Manuel Puig. Coco, sabía de qué estaba hablando. En el mismo frío mes de junio del 43 en que el GOU empujaba a las Fuerzas Armadas a tomar el poder declarando: “Se ha defraudado a los argentinos, adoptando como sistema la venalidad, el fraude, el peculado y la corrupción”, Coco se vio en el centro de la maldad pueblerina por su inopinado gusto manual. Un muchachito de quince quiso pasar a mayores pero él no aceptó: “Me negué a hacerlo por temor, él tenía poca experiencia y no se tomó tiempo”.3 Fue el final de la infancia feliz de un nene homosexual. Es que no había felicidad posible. ¿Cómo enfrentar, solo, desamparado, a los nueve años, a esa masa modelada en el prejuicio? A Coco lo sacaron de la Escuela N° 1 y lo mandaron a la N° 17, en las afueras de Villegas. “Hoy Ana María Ladaga sigue tratando de proteger a Manuel del escándalo y explica que después de quinto grado separaban los sexos, así que él tuvo que irse. Pero Julia B. de Méndez Boffi, la directora de la Escuela N° 17, 1 The Great Waltz, 1938. Película biográfica del compositor vienés Johann Strauss, dirigida por Julien Duvivier, ganadora en ese año del premio Oscar a la mejor fotografía. 2 Manuel Puig en su primera entrevista televisiva Identikit con Leopoldo Torre Nilsson, Buenos Aires 1974, citada por Suzanne Jill-Levine: Manuel Puig y la mujer araña, Buenos Aires, Seix Barral, 2002, p. 61. 3 Ib., p. 61.

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insiste en el folklore pueblerino: debido a ‘un problema en los baños’, le dijo la madre de Coco: ‘Lula, te lo mando a tu escuela’.”4 De esta historia hay registro porque Manuel Puig se convirtió en uno de los escritores más importantes del siglo XX, sus obras se tradujeron a varios idiomas y hasta logró triunfar en su Hollywood dorado. No quedan dudas de que la historia se repetiría con carbónico en miles de pueblos y ciudades de todo el país. Solo que la mayoría de las víctimas no consiguieron jamás el placer de la venganza que debe haber sentido Manuel Puig cuando en Boquitas pintadas nombró a la administradora de la escuela como “Laura P. de Baños”. Con inteligencia y osadía pudo reírse del momento en que le hicieron perder su inocencia. La gran mayoría no tuvo esa oportunidad.

4 Ib., p. 62.

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68. MIGUEL DE MOLINA: ¡Cuándo reventará ese gallego maricón y peronacho! ero, ¿por qué?, ¿por qué? -preguntaba el muchacho. Sin las blusas a lunares, sin el maquillaje perfecto o la botas con tacones, solo, empujado al pasto húmedo de los altos de la Castellana, en Madrid. –¡Por marica y por rojo! Vamos a terminar con todos los maricones y los comunistas. ¡Uno por uno!1 –le gritaron sus torturadores. Le arrancaron el cabello a tirones con una máquina de cortar pelo, tan cruelmente que le dejaron el cuero cabelludo ensangrentado. Le pegaron culatazos con la pistola, en el piso lo patearon. Con un golpe seco en la cara lo quisieron obligar a tomar un frasco entero de aceite de ricino mezclado con vaselina líquida. Le hicieron saltar dos dientes y un pedazo de vidrio le cortó la cara interna de la mejilla. –¡No lo escupas, maricón! ¡Te lo vas a tomar hasta la última gota!2 Entre tres agarraron al rojo maricón. Le incrustaron el frasco en la boca, mientras le clavaban un revólver en el estómago. –¡Tómalo todo o disparo!3 Era el 10 de noviembre de 1939 y así España expulsaba a Miguel de Molina, el cupletista más famoso que había cantado en toda la Guerra Civil entre los republicanos, en Valencia.4 Nunca quedó claro si en realidad era ese pasado el que se estaba puniendo o si el castigo fue por una discusión menor con un empresario que usó sus relaciones políticas con las falanges del Generalísimo Francisco Franco, dictador que hizo en España lo que se le ocurrió por casi medio siglo. Lo que sí era claro también para Miguel de Molina era que “las estructuras psicológicas de las masas” creadas por un orden social dictatorial se habían confabulado para darle de Madrid la peor despedida. Estaba masticando su odio Miguel cuando le llegó una invitación inexcusable: la actriz Lola Membrives quería que viniese a Buenos Aires, en donde ella manejaba el Teatro Cómico.5 Nada fue fácil para Miguel en esas circunstancias. Tuvo que pedir un favor especial: un pasaporte para escapar de España. Acudió a Polín, un “busca” de los que debieron de haber florecido por cientos en la España diezmada por la guerra civil. Polín estaba casado con Luisa y tenía dos hijos. “Flaco, alto, los ojos saltones llenos de vida y picar-

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1 Miguel de Molina: Botín de guerra. Autobiografía, Buenos Aires, Planeta, 1998, p. 153. 2 Ib., p. 154. 3 En una entrevista con Néstor Tirri, Miguel relataría esta escena: ‘“Pero, ¿qué os he hecho yo?’, les gritaba [a sus secuestradores]. ‘Es que nosotros queremos hombres’, me contestaron. ‘Yo también, pero vosotros sois fieras’”. Néstor Tirri: “Allí nací, aquí maduré”, Clarín (19.10.1992), pp. 12-14. 4 En la autobiografía, Molina niega haber sido exactamente “un rojo”. Cuenta que le regaló a Perón una bandera “española de raso, en doble faz, hecha por artesanos valencianos. Originalmente era bicolor y durante la guerra civil en Valencia, por si me encontraban con ella y me acusaban de franquista, con las imaginables consecuencias, le corté una banda roja y la suplí por una morada, convirtiéndola de monárquica en republicana. Cuando llegó Franco, con el temor de que me encontraran con la tricolor y me colgaran, volví a cambiar el morado por rojo”. O. cit., p. 279. De la lectura de la biografía se desprende más bien un espíritu libre e interesado fundamentalmente por el arte. Las circunstancias políticas en las que se vio envuelto parecen más obra de las distintas coyunturas que de su propio interés. 5 Hoy, Teatro Lola Membrives.

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día, el pelo engominado, con raya a un costado y una sonrisa que era la clave de su seducción”, como lo describió Miguel.6 Polín tenía excelentes relaciones con las falanges franquistas. Le consiguió el pasaporte y le ofreció además un salvavidas de plomo: sería su administrador en Buenos Aires. Se embarcaron en Lisboa el 23 de octubre de 1942 en el Monte Amboto, una semana antes de que en Buenos Aires estallara el escándalo de los cadetes, el “no va más” de la moral castrense. En el viaje comenzaron los problemas. Miguel se enamoró de Polín. A pesar de su discreción, en la autobiografía es explícito: llegó a plantearle seriamente mantener una relación. Polín, sin dejar de seducirlo, fue categórico: eso no ocurriría nunca. Era su administrador, podían ser amigos. Pero nada más. Eso sí, Polín no dejaba de sonreírle, de mirarlo fijo, de alimentar perversamente una ilusión que jamás se cumpliría. Miguel era la mina de oro. Polín sabría cómo explotarla. Llegaron a Buenos Aires el 7 de noviembre “y mi primera impresión no pudo ser mejor. Creo que para los que veníamos de Europa, aquel Buenos Aires era una fiesta. Después de los apagones, los bombardeos, el temor, el hambre, hallábamos todo lo contrario. Además, pocas ciudades habría en el mundo tan españolísimas y predispuestas a mi labor. Sobre todo en aquella ‘pequeña España’ que era la Avenida de Mayo y sus alrededores. Me maravillaba ver restaurantes y bares azulejados, con carteles de toros, afiches y paisajes de España y mostradores de cinc, donde se podía beber una caña de manzanilla o vino de Jerez como en mi Andalucía. ’’Recuerdo bien el Hispano, el Iberia, el Globo, donde los artistas que trabajaban en el vecino teatro Avenida iban a las dos de la madrugada, después de la función nocturna, a comer el clásico ‘puchero de medianoche’. ”En esas primeras correrías porteñas, algo que puede parecer anecdótico, pero que me impresionó hondamente, fue ver los depósitos o ‘tachos’ de basura, repletos de panes y restos de comida que tiraban los restaurantes y los particulares. Yo pensaba que con lo que se tiraba en Buenos Aires, ¡se podía alimentar a medio Madrid!”.7 No le duraría demasiado la alegría. Ni iba a debutar en la españolísima avenida porque el Teatro Cómico estaba en la Avenida Corrientes.8 Pero igual su estreno porteño fue un éxito. Todas las noches tenían que poner el cartel de “No hay más localidades”. Algo, sin embargo, no funcionaba, los artistas se iban de la compañía pese al éxito y él no veía el dinero que suponía que tenía que recibir. Tomó dos habitaciones en el Plaza. Una al lado de la otra: la suya y la de Polín. En su biografía asegura que las columnas de chismes de la prensa local afirmaban que eran amantes. Es más probable pensar que 6 De Molina: O. cit., p. 193. 7 Ib., p. 195. 8 En Corrientes estaban El Tronío y El Embrujo de Sevilla, por Sarmiento, el Goyescas. Ninguno de ellos se comparaba con el Colmao Sevilla que estaba en Retiro y en donde se lucía un gran artista del género, Angelillo.

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era un rumor comentado en el ambiente pero imposible de publicar en la prensa de la época. En todo caso De Molina asegura una y otra vez que “no fuimos amantes. Sería inútil negar los sentimientos más íntimos y hondos que despertaba en mí. [...] Mil veces le declaré lo que sentía por él y otras tantas me rechazó con su postura firme y machista”.9 Todo lo referente al dinero del espectáculo lo manejaba Polín. Y si bien parece que la relación no pasó de un enganche platónico que Polín supo manejar histéricamente a su beneficio, es cierto que más de una vez se comportaron como una pareja. Por ejemplo, la noche en que Miguel descubrió que pese a que se había despedido para irse a dormir, Polín no estaba en el hotel. Miguel se levantó de su cama, salió a la calle, paró al primer taxi y ordenó: “Al Tabarís”. Conocía bien a su administrador. Todavía le taladraba el cerebro lo que le habían contado unos días atrás en el teatro, cuando con maledicencia le chusmearon que “una fulana que salía con él había dicho que Polín le iba a regalar una pulsera de oro y que lo gracioso era que la pagaría ‘El gallego Molina’”.10 En el Tabarís lo encontró derramando champán del más caro con dos chicas de la noche. Se miraron, no se dijeron nada. Conmueve pensar en Miguel, soberbio, dar media vuelta cantando para sí su éxito La bien pagá, con el que hacía delirar al público cada noche.11 Si lloró, nadie lo vio. Volvió al hotel. Polín llegó rápidamente. Hubo algunos gritos, un portazo, silencio. Miguel no tardó en arrepentirse de todo pero cuando golpeó la puerta de Polín, el administrador ya se había ido. Recién se encontraron a la tarde siguiente en el teatro. Antes de comenzar la función Polín fue claro: “Mira, Miguel: me he mudado del hotel porque creo que va a ser mejor para los dos poner un poco de distancia. Y, si quieres, voy a seguir siendo tu administrador pero con tranquilidad, sin dramatismos; quiero insistirte por última vez que no vas a conseguir de mí más que una buena amistad. Yo te quiero a mi manera, pero jamás podría convertirme en tu pareja. Esto es algo definitivo. Piénsalo bien y, si quieres que sigamos en estas condiciones, por mí no habrá inconvenientes”.12 Miguel fue débil. No pudo dejar partir a Polín. Y pensó que la solución era que Luisa, la esposa del administrador, se mudase a Buenos Aires. Al día siguiente, ya Mi9 Ib., p. 199. 10 Ib., p. 200. 11 "Na’ te debo / Na’ te pío / Me voy de tu vera / Olvíame ya. / Que he pagao con oro / tus carnes morenas / no maldigas paya / que estamos en pa. / No te quiero / No me quiera / si to’ me lo distes / Yo na’ te pedí / No me eshes en cara / que todo lo perdistes / también a tu vera / yo to’ lo perdí. / Bien pagá / si tu eres la bien pagá / porque tus besos comprei / y a mí te supistes dar / por un puñao de pasnéi. / Bien pagá / bien pagá / bien pagá fuistes mujé. / No te engaño / quiero a otra / no creas por eso que te traicioné / no cayó en mis brazos, / me dio solo un beso, / el único beso que yo no pagué. / Na’ te pi do, na’ me llevo, entre esas paredes dejo sepultao, penas y alegrías / que te doy y me diste / y esas joyas que ahora / pa' otro lucirás.” La bien pagá, R. Perelló -J. Mostazo. 12 Ib., p. 201.

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guel estaba pagando el pasaje desde Europa de Luisa y su hijo Josecito. La nena del matrimonio se quedaría en España. Les preparó una suite en el Plaza, compró el mejor tren eléctrico para Josecito. Llenó la habitación de flores y le pidió al joven matrimonio que aceptase esa residencia en Buenos Aires como señal de amistad. El joven matrimonio concedió, por supuesto. El rojo maricón pagaba todo. Sin embargo, Miguel no estaba conforme con el trato cerrado por Polín con el Teatro Cómico13 en el que la estrella se quedaba con un veinte por ciento. A Miguel esto le pareció poco y decidió para la temporada de invierno pedirle a Lola, a través de su hermano Rafael, que manejaba el teatro en Buenos Aires, un aumento considerable del porcentaje. Rafael habló con su hermana que estaba en Madrid y le comunicó diplomáticamente a Miguel que Lola consideraba que en otras condiciones el trato no le interesaba. Según cuenta Miguel, se enteraría después que por teléfono la Membrives exclamó: “Díganle al gallego que se vaya a la puta que lo parió”.14 El 43 parecía un buen año para Miguel. No sabía lo que se estaba tramando a sus espaldas. Oía a veces los comentarios sobre el GOU y los preparativos militares, pero después de su experiencia en la República Española poco y nada quería involucrarse en cuestiones políticas. Junto con los empresarios Quiroga y Amoroso armó un pequeño espectáculo en lo que era el teatro San Martín,15 mientras planeaba con ellos y el empresario Maya un espectáculo grandioso en la catedral de la copla española en Buenos Aires: el Teatro Avenida. Pero habría más. El aceite Ricoltore lo contrató como estrella exclusiva para su programa de Radio Belgrano, con público y orquesta en vivo. Creía que la pesadilla había terminado y que todo funcionaba. Pero Ramírez estaba por ser presidente. Y ahora era que iban a ver los rojos y los maricones cómo “todo orden social produce en las masas que lo forman las estructuras necesarias para alcanzar sus fines principales”. Miguel tuvo miedo de que hubiera una guerra civil y hasta se asombró por la sencilla e indolora manera criolla de deponer gobiernos. “Y por otra parte tenía miedo de que los militares lanzaran una campaña de moralina y recordaba bien cómo en España, con una dictadura militar, se prohibió o cambió hasta la letra de Ojos verdes16 por considerarla inmoral. En lugar 13 En su autobiografía, Miguel se mostrará disconforme con casi todas las personas que manejaron su dinero. Aunque desafíe a sus críticos que le endilgan cierta “manía persecutoria”, es bastante evidente que se acomodaba fácilmente al papel de víctima. Lugar en el que, por lo demás, las circunstancias lo pusieron muchas veces a lo largo de su vida. 14 Ib., p. 202. 15 Después demolido, se convertiría en el edificio de YPF, en Avenida del Libertador. 16 “Apoyá en el quicio de una mancebía / mirabas prenderse la noche de mayo; / pasaban los hombres y tú sonreía / hasta que a tu puerta paré mi caballo. / -Serrana, ¿me das candela / y te doy este clavel?, / -¡Ven a tómala en mis labios / que yo fuego te daré! / Bajé del caballo / y lumbre te di, / y fueron tus ojos dos verdes luceros de mayo pa’ mí. / Ojos verdes, verdes como la arbahaca. / Verdes como el trigo verde, / y el verde, verde limón. / Ojos verdes, verdes, con brillo de faca, / que están clavaditos en

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de cantar “Apoyá en el quicio de la mancebía” había que decir “Apoyá en la puerta de tu casa un día.”17 ¿Le habrán llegado los artículos que por esos días publicaban las revistas fascistas Cabildo y Pampero, en donde lo execraban por rojo y maricón? En todo caso, en su autobiografía no menciona nada de esto. A él sólo parece importarle su debut. Exultante estaba Miguel con el espectáculo preparado para el Avenida. Munca había contado con tantos medios. Iban a estar los grandes éxitos como La bien pagá y Ojos verdes, una bailarina interpretaría La danza del fuego de El amor brujo y el final sería con una estampa basada en el tema Los peregrinitos, un trabajo de recopilación que había hecho alguien a quien Miguel conoció bien, Federico García Lorca. El Teatro Avenida se puso a tono con el acontecimiento. Se cambió el frente del teatro, Miguel mandó a construir una marquesina más grande, cambió los cortinados del escenario, en fin, todo se preparó para una temporada que debía durar al menos un año. No llegó ni al mes. Del 7 al 31 de julio de 1942. Ese día estaba en su piso de Arenales (un piso abigarrado de antigüedades, cuadros, joyas, porcelanas, todas aquellas cosas que D’Yturri le agradeció a su conde haberle enseñado a apreciar, cincuenta años antes, en París) a las dos de la tarde, cuando tres policías de civil le ordenaron presentarse de inmediato en el Departamento Central de Policía, en la calle Moreno. El diálogo que pudorosamente reproduce Miguel en su autobiografía es hasta condescendiente con el policía que lo interroga. Vanidoso hasta el fin, no pierde la oportunidad de afirmar que el policía le aseguró que él y su esposa lo iban a ver siempre al teatro. “–Señor Molina, este es un asunto muy enojoso para nosotros, pero lami corazón. / Pa’ mi ya no hay soles, luceros ni luna, / no hay más que unos ojos que mi vía son. / Ojos verdes, verdes como la arbahaca. / Verdes como el trigo verde / y el verde, verde limón. / ‘Vimo’ desde el cuarto despuntar el día, / anunciar el alba la Torre la Vela. / Dejaste mis brazos cuando amanecía, / y en ni boca un gusto de menta y canela. / –Serrana, para un vestido / yo te quiero regalar. / Me dijiste: –Eslás limpio, / no me tienes que dar na. / Subí en mi caballo, / y un beso te di / y nunca otra noche más bella de mayo / he vuelto a vivir". Ojos verdes, de Rafael de León y Manuel Quiroga. La canción, un clásico que ha atravesado el siglo como canción de amor heterosexual, en realidad esconde un origen homosexual que Miguel se encargó de revelar en la citada entrevista con Tirri frente a una pregunta sobre el origen de la canción: “Doña Rosita la soltera se estrenó en Barcelona, en el Principal Palace; la estrenó la Xirgú. [...] Pero un poco antes, en ese mismo teatro, Federico [García Lorca] había estado con Bodas de sangre, yo tenía un show en un cabaret vecino, y una noche le dije a Federico que me cambiaría de prisa y lo pasaría a buscar. Fui a la salida y en la puerta me lo encontré a Rafael de León. Recogimos a Federico ¿Adonde vamos? Tengo ganas de tomar chocolate con churros. Vamos a la Granja Oriente pues. Era un ambiente de la belle époque, con mesas redondas. Y empieza Rafael a contar de un marinero con los ojos verdes, que había visto frente al mar. 'Oye tú, marqués, ¿es que me has copiado el Romance sonámbulo?’ ¡El diálogo que tenían esos dos grandes! Y así, en una especie de duelo, fu e saliendo ‘Veeerde, verde como la albahaca’, la letra de Ojos verdes. Yo, mudo. A Rafael lo respetaba, pero a Federico lo adoraba. Le dije a Rafael: ‘Me imagino que me lo reservarás para que lo estrene yo’. Y mira cuánto recorrió después esa canción”. Clarín (19.10.1992). Para poder ser cantada en todo el mundo, el marinero tuvo que travestirse en serrana. 17 Ib., p. 205.

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mentablemente tengo aquí una orden -añadió señalando los papeles- para invitarlo a abandonar el país. –¿Qué? ¿Me expulsan de la Argentina? –No. No se lo expulsa. Se lo invita a dejar el país. –Eso es lo mismo. Pero, ¿con qué cargos? ¿Qué he hecho? –Hay una serie de denuncias... Algunas aseguran que en su casa organizó fiestas que atentan contra la moral y... –Eso es ridículo. Un disparate. Estoy trabajando en el teatro Avenida y cuando vuelvo a casa, llego solo, muerto de cansancio y me voy directamente a dormir. –Vea, señor Molina: tengo órdenes de no discutir el asunto con usted. Hoy mismo debe ausentarse del país. –¿Hoy mismo? ¿Y mi temporada en el teatro? Esto va a causar pérdidas millonarias. ¿Quién se hace responsable? –No sé. Yo me limito a cumplir órdenes de la superioridad.”18 El GOU no iba a permitir que un maricón rojo refregase sus lunaretes y volados frente al casto público porteño. La “invitación” fue perentoria. Había ya un pasaje en el Monte Urbasa que salía esa misma noche para España. No lo dejaron cumplir con sus contratos, ni volver a su casa, ni recoger sus pertenencias. La acusación era moral. Y no tuvo Miguel ni derecho a su defensa. Fue sentenciado sumariamente. Esto ocurría con un artista internacional de éxito. El castigo era ejemplar. Los invertidos deberían saber que ni las vinculaciones con la aristocracia ni el éxito artístico los salvarían. El castigo al escándalo de los cadetes y la “invitación” a Miguel buscaban disciplinar a las locas porteñas. El miedo hizo el resto. En todas las casas, por primera vez, se habló de homosexualidad. Miguel fue objeto de burla. Los chicos debían aprender que para eso estaban los invertidos. Para ser humillados. La deportación de Miguel tuvo, por supuesto, un toque argentino. El Monte Urbasa que iba a partir esa noche no pudo hacerlo por una huelga de estibadores. Eso no sirvió para que Miguel pernoctara en su casa. Lo enviaron directo para la Cárcel de Contraventores de Villa Devoto, donde pasaría sus últimos días argentinos. “¡A la cárcel! Pero, ¿qué soy yo? ¿Un delincuente? ¿Un asesino?”19 Nadie le contestó a Miguel que no debía tomárselo como algo personal. Que era apenas el orden social buscando sus fines principales. Tendría otro golpe más, en la cárcel. Se enteró que Polín –a quien esperó en vano que apareciese para ayudarlo en esa circunstancia– formaba parte de una banda ilegal de abogados y que usó una hoja en blanco que le había hecho firmar para retirar todo el dinero que Miguel tenía en el Banco 18 Ib., p. 208. 19 Ib., p. 209.

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Provincia y quedárselo. “¿Cómo pudo Polín hacerme esto?”,20 se preguntaba Miguel. De Molina siempre negó la existencia de las orgías de las que fue acusado. “Yo he amado, pero jamás fui promiscuo, y nunca di escándalos en mi casa. Todo era una infamia.”21 Según Sebreli, el comunicado del departamento de Policía decía: “Se ha podido comprobar que con suma frecuencia luego de su representación organizaba juntamente con otros individuos de su misma condición moral grandes ‘orgías’ que en varias oportunidades han trascendido el comentario público. [...] Por otra parte desde el comienzo de su actuación en las salas o lugares donde trabaja concurrían núcleos de personas de dudosa moralidad”.22 Es bastante probable que el loquerío porteño de la época se haya dado cita en las cazuelas del teatro y ese módico plumerío haya sembrado el terror en las fuerzas nacionalistas. Escoltado por un enorme despliegue policial Miguel subió al barco, esposado, el 15 de agosto de 1943.23 La ley que invocaron para expulsarlo fue la de Residencia 4.144, la que echó del país a anarquistas y obreros revoltosos. Al puerto lo fue a despedir un exclusivo grupo de estrellas: Iris Marga, Gloria Guzmán, Sofía Bozán. Ningún hombre, por supuesto. Mostrarse públicamente amigo de un homosexual no era conveniente. Pese a ello, hubo dos hombres que, según De Molina, intentaron ayudarlo. Uno fue Severo Iriberri, un vasco que vivía en Bolivia y que habría conseguido que ese país le diese un visado extraordinario para que pudiera refugiarse en La Paz. Otro fue Constancio Vigil, el fundador de Editorial Atlántida quien, siempre según Miguel, le consiguió un visado especial para entrar al Uruguay. Sebreli asegura, sin embargo, que “Uruguay y Chile se negaron a darle visa, declarándolo ‘persona no grata"'.24 En todo caso ninguna de estas gestiones prosperaron y Miguel tuvo que irse mientras el departamento de Arenales en el que vivía fue desmantelado y todos los objetos preciosos, cuadros, muebles de estilo francés, alfombras, platos antiguos, marfiles, platería y hasta sus blusas a lunares y los mantones de Manila fueron puestos a remate el 30 de septiembre de 1943. El no cumplimiento de los contratos con el teatro y con el aceite que auspiciaba su presentación en Radio Belgrano fue la excusa para despojarlo de todos sus bienes. Después, Miguel culparía de su destino a un homosexual que era jefe de Falanges para el Exterior, importante funcionario del ministerio de Relaciones Exteriores. Según Miguel, este oscuro personaje se habría encargado de hacerlo echar de España primero y de la Argentina después, a través de la embajada española en la Argentina. Estuvo un tiempo en España, pero su prohibición continuaba. Se fue a 20 21 22 23 24

Ib., p. 212. Ib., p. 212. Sebreli: Escritos sobre escritos, p. 313. Esa es la fecha que da Miguel, Sebreli en cambio anota 14 de agosto. Sebreli: O. cit., p. 314.

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México, en donde otra vez sus actuaciones fueron exitosas pero debieron terminar abruptamente, esta vez por un enfrentamiento con el poderoso sindicato de actores. Alguien irrumpió en la noche del estreno mexicano al grito de “¡Traidor!”. Desde el escenario Miguel hizo parar la representación y encender las luces. Apenas pudo ver que se llevaban detenida a esa persona. Se hizo un silencio profundo en el teatro. Las luces se apagaron y Miguel dijo: “Decíamos ayer...” y el espectáculo prosiguió. Después de la función se enteró que quien había entrado a los gritos había sido el actor Cantinflas, hecho que le dolió profundamente a Miguel. Por estos incidentes, el cantante y actor Jorge Negrete, en ese momento presidente del sindicato, tomó a Miguel como un enemigo personal. Se decidió entonces a volver a Buenos Aires. Quería recobrar el cariño del público que mejor lo había tratado y también, intentar recuperar algunas de sus pertenencias. Se hicieron algunas gestiones y ya en Montevideo le escribió a Eva Perón quien, asegura Miguel, pidió el prontuario a la Policía y al ver que no existía nada pendiente en su contra, hizo que le facilitaran la entrada a Argentina. No lo aceptaron en el Plaza “pensando tal vez que iba a dar algún escándalo en el sacrosanto hotel”.25 Volvió con un espectáculo al Premier,26 que estrenó el 11 de octubre de 1946. Desde ese momento, Miguel comenzó una relación con Eva Perón que llegaría hasta el final, siempre teñida de pedidos mutuos de favores entre el artista y la esposa del General. “Yo traté de mantener mi relación con ellos con seriedad y equilibrio y no solicitando nada para mí, que pareciera redundar en un beneficio económico o de otro tipo. Sólo les pedí la entrada al país. Que esto quede bien claro”,27 quiso remarcar Miguel en su autobiografía. Supo, eso sí, conformar a la pareja, por ejemplo, cantando en los aniversarios de casados de Eva y el General o acompañándolos a repartir juguetes para Navidad. Para muchos “contreras” la cercanía con la pareja era evidente y molesta: “Una vez que entré en un exclusivo café del Barrio Norte, escuché a un individuo exclamar: ‘¡Cuándo reventará ese gallego maricón y peronacho!’”.28 La mención a la orientación sexual de Miguel no era necesaria para amonestarlo por su supuesta elección política. Pero siempre servía para descalificarlo.29 25 De Molina: O. cit., p. 246. 26 Hoy convertido en un cine, en Avenida Corrientes. 27 Ib., p. 259. 28 Ib., p. 280. 29 Esos insultos serían habituales en la vida de Miguel. “Una noche, después de la función, fui con unos amigos a un popular cabaret. [...] Cuando llegamos, una chica llamada Rosa que solía acompañarnos cuando visitábamos el cabaret, estaba ante una mesa ocupada por un grupo de polistas, niños bien, y uno de ellos la tenía fuertemente agarrada del brazo forcejeando y tratando de obligarla a sentarse sobre sus rodillas. Al pasar yo junto a ella, Rosa alcanzó a murmurar: -Miguel, ayúdame por favor. Con buenos modos le dije al tipo que soltara a la chica, que iba a venir con nosotros, él entonces exclamó: –Y a vos, maricón, ¿quién te manda a meterte en lo que no te importa? Al mismo tiempo, el individuo dio un tirón de Rosa, que fue a parar al suelo. Entonces se me subió la sangre a la cabeza y le di una tremenda patada a la mesa, que voló con vasos y botellas. Uno de los tipos se vino amenazantemente hacia mí y alcancé a darle otro feroz puntapié en el tobillo, y entonces aparecieron varios tipos como roperos, que cuidaban el orden del lugar y nos separaron. Ahí terminó la historia, pero al día siguiente un periódico publicó que Miguel de Molina, en un ataque de furia, había hecho trizas un cabaret.” Ib., pp. 272-273.

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En 1948 el embajador español en Argentina decidió dar una fiesta en homenaje a Perón y Evita y convocó a Miguel para que, dada su amistad con ellos, organizara toda la cuestión artística de la noche. “Cuando iba a empezar la segunda parte de la actuación, me acerqué a Perón y le dije que me solicitara la canción que más le agradase de mi repertorio. Y Perón, con una de sus salidas insólitas, dijo: –Me gustaría escuchar La otra.”30 Miguel se quedó helado. Todo el mundo sabía en la época –y Perón no podía desconocerlo– que ese era el gran éxito de la rival eterna de Miguel, Concha Piquer. Todos sabían también de esa rivalidad folklórica. La broma de Perón se completa cuando se recuerda la letra de Romance de la otra: “Yo soy la otra, la otra, / y a nada tengo derecho, / porque no tengo un anillo / con una fecha por dentro. / No tengo ley que me ampare / ni puerta donde llamar, / y me alimento a escondidas / con tus besos y tu pan. / Con tal que vivas tranquilo, /¡qué importa que yo me muera! / Te quiero, siendo ¡la otra!, / como la que más te quiera”. La canción, al no estar preparada para Miguel, no tenía una versión “en masculino”. Miguel no tenía más escapatoria que cantar de la manera menos ridícula posible: “Yo soy la otra, la otra”, cosa que parece haber divertido al General. “La verdad es que en casos como ese, yo no me amilano para nada, y pensé: ¿Perón quiere La otra? Pues vamos a cantársela. Le hice un ademán a mi pianista, Guillermo Cases, capaz de tocar sin ensayo cualquier cosa, y me largué con la canción que sabía gracias a mi buena memoria. Me aplaudieron cálidamente y luego, sin más preguntas peligrosas a Perón, seguí con mi repertorio, terminando con Ojos verdes.”31 Recién volvió a España en 1955, para tomar un poco de aire, sofocado como estaba por la Revolución Libertadora: “Nunca me llevé bien con los ‘milicos’ como llaman en la Argentina a los militares y el clima de moralina que impusieron no me gustaba. [...] Así es que, después de tanto dudarlo, fue ese clima el que en 1957 me hizo volver a España”. Sin embargo, España ya no era la misma. Su madre había muerto, el clima del franquismo tampoco era muy saludable y nunca tomó ese viaje a España más que como un turismo nostálgico. Actuó, le fue bien, pero volvió a la Argentina. A fines de 1991 España, a través de la embajada en la Argentina, lo condecoró con la Orden de Isabel la Católica. Había comprado una casona de estilo andaluz en el barrio de Belgrano, en Echeverría 1.970, y allí permaneció hasta su muerte, el 5 de marzo de 1993. Su último berrinche fue con los responsables de las películas Las cosas del querer (1 y 2) que prácticamente le usurparon la vida y no le dieron un centavo, escudándose en el cartelito de “cualquier parecido con la realidad...”. Y quizás fuera cierto, a veces la vida de Miguel no parece verídica. Sin embargo, el desprecio que sufrió toda su vida “por rojo y maricón” fue real. Absolutamente real. 30 Ib., p. 284. 31 Ib., p. 284.

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69. FREUD A LA CRIOLLA: Por fusilamientos en masa o por las modernas prácticas de la esterilización, habrán desaparecido del planeta

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as grandes revistas de la intelectualidad argentina de la primera mitad del siglo pasado –Proa, Martín Fierro, Claridad– no mencionan a Sigmund Freud. Sur recién en 1935 publicó una traducción del artículo “Bergson y Freud”, de B. Fondane, y en 1936 un artículo de Guillermo de Torre, con motivo del octogésimo aniversario del nacimiento del doctor vienés.1 No iba a tardar demasiado más don Freud en desembarcar en un país tantas veces pasible de ser confundido con una pesadilla freudiana. Lo hizo de la peor manera: medio comentado y medio citado por un poeta peruano atravesado por una crisis personal afectiva y económica, que se presentaba con seudónimo como psiquiatra, en una editorial popular que vendía colecciones enteras de aventuras a 30 centavos. Los diez volúmenes de Freud al alcance de todos fueron el ariete con el cual la obra del padre del psicoanálisis se introdujo en la Argentina. Apareció en la Editorial Tor, creación del español Juan Torrendel, de enorme aceptación en la época, que instauró la moda de vender libros en los kioscos, pese a que, a veces, en tren de bajar costos, reducía la calidad de algunas obras.2 La primera generación de argentinos nacidos de europeos estaba creciendo en un país al que se estaba acostumbrando a tratar como propio. La idea de progreso estaba sellada en sus genes: había que estudiar, aprender, conocer. Todo lo que oliera a pensamiento científico europeo era interesante y su conocimiento considerado como una necesidad ineludible en aras del progreso personal. A ese público estuvo dirigido Freud al alcance de todos, el trabajo que la editorial le encargó al poeta peruano Alberto Hidalgo, quien para el trabajo eligió el seudónimo de “Dr. J. Gómez Nerea”. En realidad, no era solo un seudónimo: era también la usurpación de un título que no merecía. Amigo de Macedonio Fernández, conocido de Roberto Arlt, colaborador de Martín Fierro, fundador de La Revista Oral, El Dorado y Pulso, Hidalgo no pasaba por un buen momento cuando recibió el pedido. Era un peruano que soportaba el larvado racismo de los círculos porteños en los que quería destacarse, había apoyado a Yrigoyen y sufrido su caída, había muerto su primera esposa en 1933 después de una larga y triste enfermedad, venía de superar un intento de suicidio en 1935. Su nombre como poeta había caído en el olvido y los diez tomos de Freud lo salvaron del silencio total, así fuese con seudónimo: “Se trata de una síntesis bastante particular, donde aparece entremezclada la inclusión de importantes párrafos extraídos de la traducción de las

1 Rosa López: El estilo en la transmisión del psicoanálisis. Pichón Rivière: De Roberto Arlt a Lautrémont. Oscar Masotta: De Pichón Rivière a Lacan, Topía (Colección Psicoanálisis, Sociedad y Cultura). 2 Contó Sylvia Yparaguirre: “La editorial Tor solía editar con un número máximo de páginas y lo que no entrara en es límite debía recortarse por algún lado, o varios. Entonces, cuando uno abordaba La guerra y la paz se encontraba con que algunos personajes ya no estaban y la trama había cambiado por completo”. Gustavo Bernstein, “Las malas lenguas”, Página/12, (Buenos Aires) (1.6.2001).

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Obras completas de Freud realizada por López Ballesteros (sin aclarar esto último, aunque los párrafos están entrecomillados), con un ‘supuesto material clínico’ del propio autor y otras interpolaciones que a veces ocupan la mayor parte del libro”.3 Hasta acá, nada del otro mundo. Alguien que cae en desgracia y aprovecha un negocio editorial que le puede pagar la comida. Hidalgo/Gómez Nerea se toma “en serio” su trabajo y en el tomo V, Freud y las degeneraciones, escribe: “Pero hablemos un poco de la República Argentina. Entre nosotros el problema está asumiendo ya proporciones pavorosas. Sábese que en el ambiente literario y artístico de Buenos Aires hay un porcentaje muy elevado de invertidos. Actores, poetas, políticos de renombre, magistrados, practican el terrible vicio y aunque la sociedad los tiene señalados con el dedo de la estigmación, nada puede hacer contra ellos, porque la lev argentina ha sufrido también la influencia de la corriente liberalota padecida por la civilización europea. He oído decir que la Policía de Buenos Aires tiene prontuariadas como homosexuales a unas veinte mil personas. Esto significa que de cada cien habitantes de la Capital Federal, uno está registrado como invertido público y notorio. Pero si tenemos en cuenta que la Policía solo practica la prontuarización del homosexualismo entre la gente pobre, humilde y especialmente entre los elementos de la delincuencia, haciéndose la desentendida respecto del vicio de las altas clases sociales, si tenemos en cuenta ese razonamiento, podemos llegar a la conclusión de que el porcentaje de la inversión sexual entre nosotros alcanza cifras sumamente elevadas, quizás astronómicas. No en vano se oye decir en los países extranjeros, especialmente en los países vecinos, que Buenos Aires, disputa a las grandes capitales del mundo, a Berlín, por ejemplo, el primer puesto en materia de cantidad de homosexuales. [...] Por lo que a nuestro país se refiere, podemos afirmar, y afirmamos categóricamente, conocer invertidos que han alcanzado las más altas posiciones políticas y si no hacemos su enumeración y su nominación, es simplemente para evitar las persecuciones de una ley más tendiente a proteger a lo invertidos que a reprimir o a contener su anomalía. Precisamente considero que una de las formas más adecuadas para poner un atajo al mal sería la publicación de los nombres de los homosexuales, pues así la juventud podría precaverse como se precave del leproso y se evitaría la difusión del vicio”.4 El bueno de Hidalgo/Gómez Nerea no termina aquí, como además de los invertidos tampoco le caen bien los judíos (¿se habrá olvidado que el curro que estaba escribiendo se llamaba Freud para todos? ¿De qué origen supondría Hidalgo que era el buen Sigmund?) proponía el exterminio tanto de unos como de otros. Se enojaba con quienes estaban en contra de la persecución de homosexuales: “Este argumento es tan ingenuo como el de aquellos que sostienen que la persecución de los judíos con 3 Rosa López: O. cit. 4 Gómez Nerea: Freud y las degeneraciones, Buenos Aires, Tor, 1944, p. 148.

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nuo como el de aquellos que sostienen que la persecución de los judíos contradice también las leyes de la ciencia: persecución que, sin embargo, es una necesidad defensiva de la civilización y que habrá de extenderse a punto tal que ha de llegar el día en que los judíos, sea por pogroms, por fusilamientos en masa o por las modernas prácticas de la esterilización, habrán desaparecido del planeta. Como debería desaparecer la inversión”.5

5 Ib., p. 352.

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70. TANGO, FÚTBOL Y CINE: El ministro pagaba y el antropófago recibía el dinero.

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asta con haber nacido entre La Quiaca y Usuhaia para saber que no hay prohibición posible. Nada en la Argentina es efectivamente prohibido. La Ley 12.331 de Profilaxis Social, que en 1936 había pretendido exterminar para siempre la prostitución, apenas consiguió que lo que había sido legal dejase de serlo. Pero no impidió la prostitución. Solo que ya no hubo barrios prostibularios, no hubo una zona roja en donde se instalase el negocio. La prostitución se extendió, clandestina, anónima y furtiva, por todas partes. Más aún. El nacionalismo creyó posible crear un ordenamiento legal sobre hechos biológicos: un disparate conceptual de arraigada tradición en el mundo occidental. Mientras la India o el Perú de los mochicas, a partir de la sexualidad, produjeron un extraordinario arte erótico, entre los occidentales la sexualidad produjo discriminación y sufrimiento. Ahí donde otros consiguieron hacer florecer el arte, las culturas occidentales y cristianas lograron hacer germinar la enfermedad. Una persona que no es libre sexualmente, no es libre. La desconfianza que como una costra cubrió al país no dejó tema por barrer: la sospecha sobre la sexualidad fue acompañada con otras miradas recelosas sobre las ideas y los hechos. Todo podía ser castigado. Por eso cualquier acto sexual no bendecido por el poder era subversivo. Es descabellado pero hubo un tiempo no lejano en donde estudiar a Marx o masturbarse mutuamente con un compañero sexual fueron hechos considerados subversivos.1 Oficialmente, no era el momento del sexo. Era el momento del deporte: “Pronto se dio cuenta [Perón] de la importancia que revestía para su Gobierno el estímulo oficial al deporte [...] con claros y definidos objetivos políticos. Sabía que idénticas multitudes a las que coreaban su nombre se reunían semanalmente para ovacionar a un equipo de fútbol o a un boxeador. Promover estos deportes significaría multiplicar esos escenarios. Era preferible que los fanáticos se pelearan por divisas deportivas y no políticas, que el pueblo siguiera dividido en clubes y no en partidos. Las limitaciones que Perón impuso a las actividades políticas fueron así compensadas con un sólido apoyo a las prácticas deportivas”.2 La AFA, siempre dispuesta, fue peronista: en 1947 nombró como presidente a Oscar Nicolini, director de Correos y Telecomunicaciones de Perón.3 1 Con el agregado de que, después de la correspondencia que vimos entre Marx y Engels, para el primero, el acto masturbatorio también hubiera resultado subversivo. 2 “Los dividendos del deporte”, Primera Plana (6. 9.1966), p. 40. 3 En el trabajo “El hincha y el futbolista: masculinidad y deseo homosexual en el cine duran te la década peronista (Argentina 1946-1955)” presentado en el rv Encuentro de Deporte y Ciencias Sociales, en Buenos Aires, en noviembre de 2002, Ornar Acha estudia los discursos del fútbol en la primera parte del gobierno peronista, a través del cine, especialmente de la película El hincha (1951), de Manuel Romero, en donde intenta mostrar que “la identificación homoerótica es una precondición de la constitución del varón considerado ‘heterosexual’ en ‘hincha’, identidad según la cual el sujeto es masculinizado y separado del mundo de las mujeres. De la identificación a la conformación de un lenguaje y un espacio unisexual de sociabilidad, la retórica de la masculinidad del fútbol encuentra en el deseo de un hombre por otro el fundamento de la identidad viril. El deseo homosexual, esta es la hipótesis, fundamento la subjetividad masculinista y homofóbica de la identidad futbolística del hincha. La hipótesis de

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Oficialmente, no era la hora del sexo. Era la hora del tango. El coronel Perón, aún como secretario de Trabajo y Previsión Social del gobierno militar del GOU, se reunió con un grupo de letristas y compositores que protestaban contra la intención del gobierno de Ramírez de impedir la difusión de tangos con palabras del lunfardo. “En el futuro, fueran amigos o enemigos de Perón, los letristas tuvieron que alterar primero las letras y luego el contenido social de sus tangos. Si se proponían lamentarse por las relaciones sociales o las condiciones económicas, tenían que referirse a incidentes del pasado. El presente y el futuro peronistas, con todas sus mejoras sociales legisladas, negaban cualquier posibilidad de que la clase obrera tuviera motivos de quejas.”4 Oficialmente, no era la hora del sexo. Era la hora del cine. Desde agosto de 1947 todas las salas de cines del centro de Buenos Aires tenían obligación de pasar una película argentina por mes, todas las demás salas estaban obligadas a pasar películas argentinas durante dos de cada cinco semanas. Desde el 31 de diciembre de 1943, el Gobierno había decretado que debían pasarse ocho minutos de noticias, definidas como “propaganda nacional”. El caballito de Sucesos Argentinos, que había nacido en 1938 fue, literalmente, el caballito de batalla de la propaganda gubernamental, siempre difundiendo “el rostro feliz de miles de niños argentinos, gracias al Plan Quinquenal”. Las obras de beneficencia de la Fundación Evita siempre eran noticia para los noticiarios cinematográficos. El peronismo tuvo una clara política de incentivo y censura al cine argentino.5 damento la subjetividad masculinista y homofóbica de la identidad futbolística del hincha. La hipótesis de este estudio es que el deseo homosexual, más que estar ‘asociado’ al fútbol practicado y alentado por varones, fue su condición de posibilidad y que esa era también la trama que permitía la traducción de sentidos entre el fanatismo futbolístico y algunos de los lenguajes políticos del peronismo clásico”. El interesante trabajo puede ser leído en www.efdeportes.com (Buenos Aires), año 8, núm. 55 (diciembre de 2002). 4 Guy: El sexo peligroso, p. 228. 5 “El recurso al cine de largometraje como vehículo de propaganda directa fue la excepción y no la regla durante el período. El peronismo no encaró la producción directa de filmes de largometraje y de hecho no se planteó la creación de un sello estatal de producción o distribución cinematográfica. Se prefirió en cambio ejercer de un modo indirecto el control sobre el contenido de los filmes producidos por empresas privadas. En el cine el grueso de la propaganda directa aparecía en los noticieros sema nales (Sucesos argentinos o Noticiero panamericano) y en algunos cortometrajes más o menos argumentales, como Ayer y hoy (Ralph Pappier, 1952), con Fanny Navarro y Pedro Maratea, Cuando la plata se hizo argentina (Alberto Soria, 1952), con Héctor Armendáriz explicando la nacionalización del Banco Central y documentales como Evita inmortal (Amadori, 1952), Argentina de fiesta y Los agrarios con Perón, ambos filmados en colores y estrenados en 1953. La intervención oficial actuaba a través de la proscripción de determinados actores o actrices y la imposición de encuadrar las historias en un estilo que el historiador Alberto Ciria denomina ‘Todo tiempo pasado fue peor’. Los noticieros y varias pelí culas del período hacen hincapié en la oposición entre el presente incuestionable (‘la Nueva Argentina’) y un pasado afortunadamente superado. Esto se advierte, por ejemplo, en filmes como Deshonra (Tinayre, 1953), Barrio gris (Soffici, 1952) y Las aguas bajan turbias (Del Carril, 1952), que describen cárceles, villas miseria o la explotación en los quebrachales aclarando al comienzo o al final que hablan de otro tiempo, indefinido pero pasado.” Paula Félix-Didier, Marcela Gené y Alberto Lettieri: “Cine e historia en el peronismo”, Film, núm. 42.

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Cine, fútbol y tango: Los tres berretines ya anticipados por la película de Luis César Amadori de 1933 en donde no casualmente aparece el primer afeminado del cine argentino como objeto de burlas. Un cine ascético, un fútbol liberador de tensiones y un tango limpio y decente. Dice Rodríguez Molas: “Se desarrolla en el período 1946-1964 la tendencia irracional: antiintelectualismo (discurso político, medios de comulación, prensa amarilla, deportes masivos, comportamientos estancos, ortoodoxia, antisemitismo, nacionalismo agresivo, rechazo a las expresiones no son las propias, tradicionalismo)”.6 Como les ocurrió a los sacerdotes que en el siglo XVII, se autoflagelaban para no pensar en “eso” y paradójicamente la presencia constante de la mortifición hacía que no pudieran pensar en otra cosa; así, la sociedad argentina se encontró obsesionada clandestinamente por el sexo. Ya no había burdeles pero los bares comenzaron a emplear a chicas que servían sus copas a los consumidores. Nacieron las “coperas”. El cabaret pasó a ser boite. La boite, night club. Y el night club terminó siendo un “local mistongo con orquesta de señoritas que se ubicaba en un palco”,7 cuenta Carella quien además se despacha con otra novedad: “En el 45 abundaban estos tugurios de aspecto inocente en las calles Reconquista, 25 de Mayo, Leandro N. Alem, entre Viamonte y Lavalle,8 no tenían de inocente más que la apariencia. Marinos mercantes extranjeros, aficionados a las drogas –se había divulgado el uso de la marihuana– y pervertidos sexuales los frecuentaban. Repetidamente salían parejas de hombres que no despertaban suspicacia alguna, y se dirigían a un hotelucho, al reparo de la oscuridad de los muelles, o a los buques mismos. Esta prostitución dolosa no era menos abundante que la femenina auténtica, solo que el dinero refluía en sentido contrario:9 el ministro pagaba y el antropófago recibía el dinero. Por alguna razón no estudiada aún, y que se mantiene en reserva, los sitios de mala fama atraían a los desviados sexuales. En el Bajo hubo bares para hombres solos, frecuentados por marinantes y sodomitas. Estos eran a veces amasijados, robados, y hubo alguno que quedó en pelota, a la intemperie, víctima de individuos que utilizaban el machete para engatusar a los estasos. Pero en tanto que hubo prostitución legal y tolerada, estas actividades eran el resultado de dos aquiescencias individuales. Cuando se decretó perentoriamente la clausura de los cafetinos con orquestas de señoritas de la zona mencionada y la portuaria, el hampa allí reconcentrada se desparramó por toda la ciudad. Ya no hubo sino escasas posibilidades de diferenciar, de aislar, de separar. La peste cundía. La prostitución es un mal, ya se sabe; pero desgraciada de aquella sociedad que no tiene prostitución para cana6 Rodríguez Molas. Textos y documentos. El autoritarismo y los argentinos, p. 17. 7 Tulio Carella: Picaresca porteña, p. 37. 8 Lo que demuestra que ya no existía el Paseo de Julio, pero su espíritu continuaba. 9 En todo el libro Picaresca, Carella demuestra un amplio y elegante conocimiento del lunfardo porteño. “Ministro” se le decía al homosexual pasivo (derivaba de “mina”, “ministra”) y antropófago al activo (la persona que “come” a un hombre).

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lizar las fuerzas excedentes del individuo y sus fantasías secretas, sus parafilias, en fin”.10 La idea que maneja aquí Carella, de que la prohibición de la prostitución femenina engendró homosexualidad, aunque absurda e inverosímil, tuvo predicamento en la sociedad de entonces. Muchos dijeron que había sido una de las causas del escándalo de los cadetes. Según este análisis, los muchachos con las hormonas excitadas por la edad, al no poder descargarse con chicas buscarían algún “ministro” para eyacular. Por supuesto, solo funcionarían como “activos”, lo cual haría que no fueran homosexuales, sino simplemente padrillos buscando liberar sus fuerzas naturales. Concluido el episodio, volvería tranquilamente al redil, encontraría una chica buena con quien formar una familia y jamás se podría decir de él que fuera un “prisco”.11 Veremos que esta idea tuvo hasta defensores “científicos”. No es demasiado suspicaz pensar que estaban tan interesados en no considerar a los “activos” como homosexuales porque habrían cometido algún pecadillo de juventud. En esto hay una diferencia con el pensamiento religioso de Santo Tomás, que consideraba más punible el derramar semen sin propósito de procreación que el recibirlo. Tanto puritanismo oficial elevó el nivel de ansiedad sexual de manera incontrolable. En todas partes saltaba la desesperación. Según Carella “nació el Don Juan de los colectivos, viajador que se sabía de memoria –como el punguista– las horas y las líneas propicias para ponerse en contacto con grupas más o menos desprevenidas, más o menos inocentes. (En un colectivo una niña de 10 años se pasa la mano por detrás, encuentra húmedo y exclama: –¡Ay, mamá, qué asquerosos! ¡Me orinaron encima!) El pudor desapareció con rapidez vertiginosa en los viajeros. El coqueteo largamente repetido de los cuerpos perturbó el funcionamiento normal de los mecanismos reproductores, propició la impotencia y no pocas parafilias”.12 Determinar oficialmente que no era la hora del sexo hizo que el sexo estallara de la peor manera. Lo oculto chorreaba por las calles. Nunca había estado tan prohibido, nunca había estado tan presente. Lo nefando se escondía para sobrevivir y acechaba en cada conversación, en cada esquina: “Proliferaron las perversiones sexuales. En calles oscuras o poco frecuentadas, aunque céntricas, se emboscaban los exhibicionistas, que entreabrían de repente el sobretodo o el impermeable para mostrar sus genitales a la víctima. En cierta ocasión, un hombre, amparado por la soledad, se bajó los pantalones para mostrar a una horrorizada mujer, una bombachita roja muy poco masculina. Las plazas, los bosques de Palermo, los portales sombríos, se llenaron de parejas casi inmóviles, silenciosas, de aspecto desdichado. La Policía se ensañó con estos dobles solitarios”.13 10 Carella: O. cit., pp. 38-39. 11 El durazno tipo “prisco”, que es grande y se parte al medio, mostrando dos grandes mitades redondas abiertas era también un mote lunfardo para homosexuales “pasivos”. 12 Carella: O. cit., p. 43. 13 Ib., p. 44.

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En las Fuerzas Armadas cundió el pánico. “¿Y si es cierto?”, se habrán preguntado. ¿Si hay una relación entre todos esos incidentes homosexuales y la medida que habían tomado en 1936? Algo debían hacer. Sin embargo, no podían reabrir los prostíbulos oficialmente. La Iglesia incidió en la medida del cierre, la aplaudió y dio su apoyo. Había un recurso al que se podía echar mano en esas circunstancias: la hipocresía. Muy pocos supieron entonces que en abril de 1944 el presidente militar Edelmiro Farrel firmó (y también Perón) el decreto 10.638 que “reformó las dos cláusulas de la Ley de Profilaxis Social de 1936 que eliminaban la prostitución y los burdeles. El artículo 15 reformado autorizaba a la Dirección Nacional de Salud Pública, en consulta con el Ministerio del Interior, a permitir el funcionamiento de algunas casas de prostitución, siempre y cuando las mujeres se sometieran a la supervisión médica”.14 Esto tuvo vigencia exclusivamente para zonas militares.15 Al dificultarse el acceso a las prostitutas, los muchachos debían “trabajar” sobre las chicas decentes, para que dejaran de serlo. Eran meses de salidas, noviazgos, cines con hermanitos y paciencia, mucha paciencia. El sexo, tan prohibido, tan difícil, se convertía en una obsesión que dominaba todas las horas. Si al final la chica, una en mil, aceptaba, solo estaba cumplida la mitad del recorrido. Ya había con quién. Faltaba el dónde. En las ciudades proliferaron los hoteles “amueblados”, que cuidaban el buen nombre del hogar familiar. Los famosos hoteles por horas para amantes, que se convirtieron en una identificación argentina. Primero se los conoció como “amueblados”, de allí pasaron a ser “amuebladas” y finalmente, “mueble”. Si el afortunado tenía chica que había dicho que sí y un “mueble” a mano, todavía no se podía dar por satisfecho. Faltaba el automóvil. Nadie entraba al “mueble” caminando. En Buenos Aires La Orquídea, El Monumental, El Paraíso o El Lirio de Oro ocultaban con sus nombres altisonantes innumerables épicas cotidianas. No era la hora del sexo. Pero nadie pensaba en otra cosa.

14 Guy: O. cit., p. 226. 15 Según Carella: “En zonas militares se permiten los lenocinios para prevenir peligros de mayor calibre”

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71. EL EMBAJADOR Y LOS PESOS PESADOS: Y pensar que a esos nosotros los aplaudimos por machitos en el Luna Park.

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provechó el momento exacto de la charla, ese donde los periodistas comienzan a distenderse. En realidad, eso no pasaba nunca del todo. Esas reuniones semanales de Perón con los editores de los diarios más importantes del país eran monólogos brillantes, con algunos chistes, en los que el General les hacía creer que pertenecían a su intimidad, reforzaba los lazos con la “prensa libre” y fortalecía el control sobre lo que se publicaba en el país. Rara vez tenía de qué enojarse. Ya el omnipotente Raúl Alejandro Apold, subsecretario de Informaciones, se encargaba, día a día, de que nada que preocupase al General o a Eva fuera impreso. De vez en cuando, pero muy de vez en cuando, el monólogo era cortado por las únicas preguntas de José Gabriel López, periodista famoso de la redacción de Democracia, quien firmaba sus notas como José Gabriel. Nadie más preguntaba. Era distendida la charla. Mate cocido para todos y la voz del General solitaria, charlando de lo que le viniera en gana. Habían pasado ya más de cuarenta minutos cuando Perón, conocedor de los tiempos del drama y la comedia, largó como al pasar: “Yo no tengo nada contra los uruguayos ni su gobierno. Miren...”. Hizo un silencio, abrió grandes los ojos, los edito res tenían que saber que Perón estaba por contarles algo que no se podría publicar jamás y que si los hacía partícipes del secreto significaba que la confianza era total. La confianza en los propios métodos de silenciamiento, claro. Y continuó: “Hace unos días la Policía allanó una casa donde se hacía una orgía de homosexuales. Lo detuvieron al embajador Márquez Castro, pero en cuanto se identificó, se lo puso en libertad. Si tuviera algo contra el Uruguay, habría hecho un escándalo”. El Presidente de la Nación contaba un escándalo, similar al de los cadetes del Colegio Militar (aunque quizás sin la presencia de menores, nadie preguntó, ni el osado José Gabriel), que había servido como excusa, entre otras, para dar un golpe de Estado. Se lo contaba al más importante grupo de periodistas y editorialistas del momento. Sin embargo, esta vez a nadie se le ocurrió agitar el hecho como la demostración palmaria del nivel de degradación moral al que la Patria había llegado. Esta vez podía pasar. Muchos años después, el entonces periodista y diputado por el peronismo, José Gobello, uno de los presentes en la ronda de mate cocido en la que Perón contó las andanzas eróticas del embajador uruguayo, fue encarcelado por la Revolución Libertadora. La duda le había quedado dando vueltas. Y quiso saber la verdad: “Años más tarde, cuando el comisario Camilo Racana -que sobrellevaba su destino con la dignidad de un conde- era uno de mis tantos compañeros en la Prisión Nacional, intentando abusar de su cordialidad, le dije: ‘Comisario, Perón nos contó una vez...’. Y le relaté lo que acabo de contarle a usted. ‘Me acuerdo, yo mismo hice el procedimiento, fue así nomás como usted me cuenta.’ ‘¿Y quiénes estaban allí?’ ‘No se 246

Archivo General de la Nación

El embajador uruguayo Mateo Márquez Castro fue señalado por el general Perón en una charla informal con periodistas como protagonista de orgías homosexuales con boxeadores famosos de la época.

lo voy a decir, no debo decírselo. Sólo le digo que algunos de los detenidos eran boxeadores y que al día siguiente Borlenghi (Ángel Borlenghi era el ministro del Interior) me comentó: ‘Y pensar que a esos nosotros los aplaudimos por machitos en el Luna Park’”.1

1 La anécdota fue contada por su protagonista, José Gobello, presidente de la Academia Porteña del Lunfardo en Marcelo Héctor Oliveri: José Gobello, sus escritos, sus ideas, sus amores, Buenos Aires, Corregidor, 2002, p. 111. Además me la ratificó personalmente Gobello en la Academia Porteña del Lunfardo. Él le preguntó a Racana por el nombre de los participantes, pero no consiguió ninguna otra respuesta más que la publicada.

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72. TULIO CARELLA: Yo parecía un hombre creado para encender conchas pero hago arder las pijas como antorchas

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norme, con su elegante traje gris, con la corbata y el pañuelo al tono, Tulio Carella fue lo que se conoció en el siglo XX como un porteño de ley. Tanguero, apasionado por Buenos Aires, bohemio, fatigador de piringundines del Bajo y de salones del Centro, un tipazo, buen mozo, pícaro intelectual, agudo observador. Estudió Ciencias Químicas pero debe haber sido nada más que para cumplir con algún mandato paterno, porque lo de Tulio venía por otro lado. Si a los 22 ya andaba por los arrabales del mundo del espectáculo: logró que representaran su obrita de un acto en un circo de Barracas. Estudió Bellas Artes y Música y se dedicó a escribir. En ese mismo año de su primer estreno, 1934, consiguió un trabajo que lo haría inmensamente feliz, en donde podría aplicar todo lo aprendido: ingresó al diario Crítica donde fueron famosas sus crónicas y comentarios sobre temas cinematográficos.1 En el 59 ganó la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores por Cuadernos del delirio. Ya había publicado varios libros de poesía: Ceniza heroica (1937), Los mendigos (1953), Intermedio (1955), y se había iniciado como autor teatral en 1940 con Don Basilio mal casado. Al año siguiente estrenó Doña Clorinda la descontenta. Vendrían después Coralina (1959) y Juan Basura (1965).2 Contó Carlos Gorostiza que cuando le preguntó a Armando Discépolo “su opinión acerca de la difundida creencia (así decía yo en 1962) de que el problema del teatro argentino era la falta de autores”, Discépolo le contestó: “Hay autores nacionales. Gorostiza es un valor para siempre, al igual que Ornar del Cario y Lizarraga y Tulio Carella y Dragún y Cuzzani y Aroldi”.3 También participó como guionista en dos películas: El gran secreto, 1942, de Jacques Remy, con Mecha Ortiz y Mi divina pobreza, 1951, de Alberto D’Aversa, con Elina Colomer y Armando Bo. Hoy puede estar un poco olvidado pero Carella recibió el reconocimiento de sus contemporáneos. Así como fue celebrado como poeta, dramaturgo, guionista y crítico periodístico, también le fue muy bien como ensayista. Hay tres trabajos de Tulio que quien quiera recorrer la vida cotidiana porteña de mediados del siglo XX debe consultar, necesariamente. Ya hemos paseado por Tango, mito y esencia, ese estudio en donde explica, como vimos en el capítulo 52: “La violenta afirmación que denota el tango era quizá necesaria, a fines del siglo pasado, para nuestra falta de seguridad”; el que cuenta, como vimos en el capítulo 56 que “el carácter de la pugna no era musical, sino social” y que “el tango declara una época, la explica”. Y también recurrimos a 1 Tito Livio Foppa: Diccionario teatral del Río de la Plata, Buenos Aires, Argentores, Ediciones del Carro de Tespis, 1961, p. 160. 2 Pedro Orgambide y Roberto Yalini: Enciclopedia de la literatura argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 1970, p. 121. 3 Carlos Gorostiza: “El autor de Yepeto memora aquella charla”, la Maga (1.4.1994).

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Picaresca porteña, en donde da cuenta de los cambios que, según él, produjo el cierre de los prostíbulos en la Argentina. El tercer ensayo de Carella es El sainete criollo. Pero hay una obra que no aparece en ninguna reseña sobre Tulio Carella en la Argentina. Tampoco se habla de las circunstancias que rodearon ese libro. Se trata de una novela que se publicó en Brasil en 1968, en portugués, y es absolutamente inhallable en la ciudad de Carella. Se llamó Orgía. Por ese libro y las circunstancias que lo rodearon fue torturado y deportado del Brasil. Por ese libro el Grupo Gay de Bahía inscribió al argentino Tulio Carella en la lista de los cien brasileños gay vip.4 En Orgía Tulio escribió, con precisión quirúrgica, el proceso por el cual se fue transformando en un frecuentador del lado oscuro de Recife, de los paseos pecaminosos por las márgenes del río Capibaribe en los que conoció, entre otros, a King Kong, un muchacho de 22 años que lo llevó al delirio sexual, al que describió como “un monstruo obcecado, poseído por un furor erótico exaltado, implacable, [que] perdió el control de sus reaccio nes”. Transformado, Tulio usaría un crudelísimo lenguaje para describir lo que hasta ese momento no tenía nombre: “El violentísimo deseo de King Kong me contagia plenamente. Olvido el pudor, las precauciones de la prudencia y las restricciones morales. Me siento compelido a entregarme, ansío sentir y disfrutar de ese instrumento gigantesco. Me relajo, ayudo al macho que, con movimientos que duelen y no duelen, va penetrando en mis entrañas”. Finalmente, después de una detallada descripción de sus sensaciones en la relación sexual, Carella escribió: “Nos lavamos en la pileta, nos vestimos. Una sonrisa agradable ilumina el rostro de King Kong, que se sienta y vuelve a tomar el lápiz. Me pregunta si estoy contento. Respondo, omitiendo la mitad de la verdad: ‘Dolió mucho’. El otro escribe, con una expresión orgullosa: ‘Dolió pero gustó’”.5 ¿Cómo llegaría el porteño Carella a enloquecer de sexo homosexual en Brasil, cumpliendo la fantasía argentina de que el país del norte era patria 4 El grupo de derechos gays de Bahía, Brasil, publicó el 6 de diciembre de 2002 una lista con los “100 desviantes sexuais mais célebres na história do Brasil”. Fue una forma de autoafirmación y un intento de romper con el estereotipo del desviado sexual caricaturizado por los medios de co municaron. Allí figuran –gracias a un paciente trabajo de investigación del grupo– desde héroes nacionales como Tiradentes, Zumbí dos Palmares, Don Joao VI Rey de Portugal y príncipe de Brasil, la emperatriz leopoldina o el precursor de la aviación Santos Dumont, hasta intelectuales como el sociólogo y antropólogo Gilberto Freyre, el escritor Mario de Andrade, y los músicos Francisco Chico Alves, Assis Va lente, Cazuza y Renato Russo, líder del grupo Legiao Urbana. En la lista figuran dos argentinos: uno es el poeta y sociólogo Néstor Perlongher. El otro es Tulio Carella. 5 Fragmento de “El diario de Lúcio Ginarte”, en Orgía, Río de Janeiro, José Alvaro Editor, 1968. Traducción al portugués de Hermilo Borba Filho. La edición está agotada hace muchos años y los originales en castellano se perdieron. La re-traducción al castellano es mía. Encontré dos versiones del libro. En una esta parte del relato está en primera persona, contada por “Lúcio Ginarte”, el nombre que adoptó Carella como alter ego para su obra. En la otra, la historia está contada entre “King Kong” y Lúcio, en tercera persona.

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liberada, como ya imaginaban en la época en que dibujaban la bandera de Brasil con la frase Ojete en Peligro? El proceso fue contado por su amigo, anfitrión y traductor Hermilo Borba Filho6 y lo estudió largamente el historiador y ensayista brasileño Joao Silvério Trevisan en su fundamental Devassos no paraíso. A homossexualidade no Brasil, da colonia á atualidade.7 La presencia de Tulio y las extrañas circunstancias en las que se vio envuelto impactaron en Brasil pero prácticamente son desconocidas en Argentina. El “profesor”, como lo conocieron en Brasil, había dejado a su esposa en Buenos Aires. Llegó a Recife en 1962 para cumplir un contrato como profesor de dirección y escenografía en la Escuela de Teatro de la Universidad local. “Los hechos e impresiones del viaje fueron siendo escrupulosamente anotados por él en un diario (más tarde publicado) que se constituyó en uno de los más perturbadores documentos sobre el súbito proceso de transformación (o locura) de un extranjero en los trópicos”.8 Alto, con ropas extrañas para el norte brasileño, hablando español, tardó nada en ser considerado toda una originalidad en las calles de Recife. Rápidamente lo fascinaron los negros con sus “cráneos espejados, color de acero lustroso, son lascivos y crueles. El aire afrodisíaco que llega del mar los hace tiernos y sanguinarios. Constituyen para mí una inagotable fuente de asombro. Tener uno cerca me produce una especie de felicidad, y en el momento, no pido nada más. Esto es África en América”, escribió en su diario. La descripción de cómo va subiendo la apuesta erótica hasta conocer a King Kong suena honesta y se lo nota sorprendido a Carella. Con la misma precisión que describía el asco de la nenita a la que habían manchado en un colectivo en Buenos Aires, como hizo en Picaresca porteña, Tulio ahora es el protagonista de esas andanzas: “Ómnibus. Durante todo el trayecto, un moreno apoya su sexo en mi mano. Por mi parte, apoyo mi mano en un marinero cuya cola sobresale en una curva armoniosa. [...] Sentirme rodeado por este deseo incesante me hace feliz. [...] Gané mucho al venir a esta ciudad. Me siento liberado. [...] Me desprendo de mi país, de mis costumbres, como la cáscara de un fruto que acaba de madurar. Creo que está naciendo un otro yo. [...] Yo parecía un hombre creado para encender conchas pero hago arder las pijas como antorchas”.9 Quizás en Recife se haya podido contestar la pregunta que se hacía en Picaresca porteña: “Por alguna razón no estudiada aún, y que se mantiene en reserva, los sitios de mala fama atraían a los desviados sexuales”.10 Mirando la novedad de los televisores en las vidrieras notó imprevistamente que los muchachos se juntaban y se palpaban. Lo palpaban. No tar6 Hermilo Borba Filho: Deus no pasto, Editorial Civilización Brasilera, 1972. 7 Joao Silvério Trevisan: Devassos no paraíso. A homossexualidade no Brasil, da colonia á atualidade, Río de Janeiro-San Pablo, Editora Record, 5 a ed. corr. y aum., 2002. Siempre que se hace mención a este libro, la traducción es mía. 8 Ib., p. 76. 9 Carella: Orgía, p. 120. 10 Carella: Picaresca porteña, p. 78. Citado en el capítulo 70 de este libro.

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dó en descubrir los sitios de mala fama que atraían a jóvenes y adultos, un circuito de masturbaciones mutuas, sexo oral subrepticio y toqueteos varios. En todos sus textos se repite obsesivamente la palabra “negro”: “Si la repito constantemente es porque la siento como una nota musical, un canción airulladora, algo envolvente [...] creo que por las venas de los negros no corre sangre, sino luz del sol, la sustancia vital de los trópicos. Aquí ellos tienen el aire del cisne y usan sus harapos con una majestuosidad indescriptible”.11 Según Trevisán: “Carella está fascinado también por los negros rubios, típicos del Nordeste brasileño y allí llamados sararás que tienen la misma complexión física que los negros, excepto que su piel es clara y sus cabellos rubios, debido a una anomalía congénita caracterizada por la ausencia de pigmentación”.12 Justamente, el famoso King Kong es un sarará de 22 años por quien rápidamente Tulio se siente atraído. En la primera conversación que tienen no buscan subterfugios ni disimulos. King Kong le cuenta cuál es su orgullo: “23 por 4 de diámetro”, le dice. Tulio decide entonces llevarlo inmediatamente a su cuarto, sin importarle que sea Viernes Santo y en las calles avance una procesión cantando músicas religiosas. Trevisán anota refiriéndose a la descripción del encuentro entre Tulio y King Kong: “En su diario, Carella escribe algunas de las más bellas páginas de erotismo homosexual que conozco; tal vez por vana precaución, habla en tercera persona y se llama a sí mismo con el seudónimo de Lúcio Ginarte”.13 La historia con el sarará King Kong parece no haber terminado como a Tulio le hubiera gustado. Es que el muchacho estaba de novio y tenía pensado casarse. Convirtiéndose en el “ministro” que le paga a su “antropófago”, Tulio pagó a King Kong, dinero que el sarará usó para irse con unas prostitutas que le transmitieron una enfermedad infectocontagiosa. Es por eso que durante un tiempo no pudieron tener sexo. Tulio desistió de una relación más estable como hubiera deseado. Sin embargo, los hombres lo continuaron cercando. Lo contó en su diario: “Así como las grandes colas siguen a las novias, aquí se forma una gran cola de jóvenes y hombres que me siguen. No es posible sacarlos de encima mío, parecen sanguijuelas. [...] Hay operarios, mulatos, changarines, negros, malvestidos, descalzos, que me inspiran deseo y soy deseado por ellos”.14 Son los primeros dos años de la década de 1960 que Tulio pasará en Recife, cambiando radicalmente su vida. Recién a su vuelta a la Argentina escribirá Picaresca porteña, es por eso que llama la atención que en ese libro hable despectivamente de “parafilias”, con el bagaje que traía a cuestas. Algo que sí hace en Picaresca es nombrar, casi a cuento de nada, a su anfi11 12 13 14

Carella: Orgía, p. 80. Trevisán; O. cit., p. 77. Trevisán: O. cit., p, 78. Carella: Orgía., p. 120.

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trión en Recife, Hermilo Borba Filho. 15 Le debía grandes favores. Hermilo sería quien estaría con él en el peor momento. El de la expulsión. Los años que Tulio vivió en Brasil no fueron tiempos fáciles para ese país ni para el mundo. Dos acontecimientos que poco parecen tener que ver con las andanzas de Tulio, pero que serían vitales para la tragedia que se desataría, ocurrieron en enero de 1961. El 8, Estados Unidos rompió relaciones con Cuba. El 31 Janio Quadros asumió la presidencia del Brasil. Sólo una semana después, en esa misma ciudad que Tulio recorrió de punta a punta, deteniéndose especialmente en los puentes pecaminosos del río Capibaribe. en los mercados y en los baños públicos, vería pasar con asombro, no ya la corte de varones que perseguía a Tulio, sino una manifestación de campesinos descalzos, con rifles y machetes, exigiendo derechos mínimos, un pedazo de tierra. Más de uno, seguramente, habrán sido de esos sararás que tanto entusiasmaron al tanguero transplantado. Encabezaba la marcha Francisco Juliao, hijo de una acaudalada familia de terratenientes que desde hacía seis años venía impulsando los sindicatos rurales conocidos como Ligas Camponesas de Pernambuco. Los militares brasileños buscaban desesperadamente desentrañar qué relación había –en el caso de que la hubiere y ellos no tenían ninguna duda de que así era– entre la Revolución Cubana y las Ligas Camponesas. En ese estado de sospecha, un presidente como Quadros, que el 3 de agosto condecoró al astronauta ruso Yuri Gagarin y el 19 repitió la acción nada menos que con Ernesto “Che” Guevara, tenía los días contados. Fueron solo seis. Debió renunciar una semana después, el 25 de agosto, y partir urgentemente hacia Londres. Cuando el 7 de septiembre el vice Joao Goulart asumió la presidencia, hubo movilizaciones urbanas y rurales, simpatizantes de la Revolución Cubana y las Ligas Camponesas. Los militares brasileños decidieron que las cosas habían llegado demasiado lejos y se impusieron rastrillar todo Recife, todo Pernambuco si era necesario, para encontrar el punto de unión entre los revolucionarios cubanos y los “sin tierra” pernambucanos. Encontraron rápidamente al responsable de esa unión. Era un argentino alto, grandote, que no se sabía bien qué estaba haciendo en Recife pero al que era común ver rodeado de gente que no pertenecía a su clase social, en lugares extraños. Era el contacto que seguramente vendía armas cubanas a los de las ligas camponesas en exóticos encuentros en el muelle, en los baños públicos, en los puentes. La historia de la detención de Tulio está contada por su amigo Hermilo Borba Filho, en el libro Deus no pasto, editado en 1972 y jamás reeditado. 15 “Quibebe es un alimento que se usa para acompañar ciertos platos de pescado o de poro tos. Sin duda –escribe Hermilo Borba Filho–, llaman quibebe al prostíbulo por la semejanza entre las mujeres y la masa, pues tanto las mujeres como el zapallo se ven reducidas a una pasta informe”. Ca rella: Picaresca porteña, p. 10. Como se ve, citar a Borba Filho parece más un capricho que una necesidad del texto.

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Hay, sin embargo, una versión contada por Alvaro Machado en la revista electrónica Opera Prima: “Un buen día, cuenta Borba Filho, el profesor argentino dejó de ir a la escuela. Algunos días más tarde, tres alumnos suyos fueron a buscarlo a su departamento, al no encontrarlo, siguieron la búsqueda por hospitales, en la Policía y en la morgue. Nada. Desaparición completa. ‘La tierra de Recife se abrió y engulló al extranjero’, pensaron. Hablaron con el rector y con el cónsul argentino. Quedaba solamente esperar que apareciese el cuerpo. Finalmente, un hombre de aquel tamaño tendría que ser visto por los cueros, sería imposible que escapase. Quince días después, el rector mandó a llamar a Borba Filho para anunciarle: –El hombre es un pederasta. –¿Qué hombre? –¿Qué hombre? [...] Adiós, amigos, compañeros de mi vida [en castellano en el original]. Está en su departamento. [...] Cancelé el contrato y voy a mandarlo de regreso a su país. No puedo permitir que la Escuela Analítica de Geometría y Artes pase por esta desmoralización. –Pero, ¿dónde estuvo todo este tiempo? –Vaya al departamento si quiere saber. En el departamento Carella preparaba su equipaje: valijas, cajas, paquetes. –Mirá mis manos... Las miré: los nudos de los dedos estaban despellejados y como la cáscara todavía no se había formado, se veían las heridas de un castaño rojizo. Levanté los ojos interrogantes y él explicó: –Me pegaron mucho en las manos para dar la impresión de que yo había reaccionado. Se sacó los zapatos y también pude ver las marcas en las plantas de los pies. Cuando se sacó la camisa constaté grandes rayas que cruzaban su espalda enorme, flagelada por latigazos de cuero. –Me agarraron saliendo de acá del departamento. –¿Quiénes? –Ellos. –¿Tus amigos? –No, los otros –hizo una pausa y continuó–. Estaba saliendo justamente para ir al Departamento de Extranjeros a revalidar la visa de mi pasaporte, cuando paró un jeep con dos sujetos en el frente y uno atrás. Borba Filho detalla entonces en su libro cómo Carella fue secuestrado por la Policía, preso en un cubículo y torturado para que confesase que entregaba furtivamente, en los puertos y en los baños públicos, mensajes de revolucionarios cubanos para receptores de armas. Vendado, llegó a ser colocado en un avión y transferido a la celda de una fortaleza, en una isla.16 Solamen16 Según Trevisán los captores de Tulio hicieron un simulacro de lanzarlo al mar desde el avión, para amedrentarlo.

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te después, cuando revisaron su departamento y encontraron el diario, fue liberado. El jefe de los torturadores le comunicó: –Todos pueden cometer un error (dijo con una sonrisa). Pero por las dudas (me previno) sacamos copias de su diario. Si cuenta esta historia, publicaremos los fragmentos escabrosos que escribió y entonces será completamente desmoralizado. Impotente para reaccionar, antes de partir el argentino le dijo a Borba Filho: –Ya te mandaré algunas páginas del diario –dijo de repente, levantando la cabeza–, el diario de un contrabandista cubano– reafirmó con una sonrisa amarga”.17 Deportado inmediatamente, chantajeado por funcionarios del Estado, Tulio volverá a la Argentina y no dirá una palabra sobre su experiencia brasileña, tampoco volverá más al país en donde fue otro. Se separó de su esposa y editó Picaresca porteña. Murió de un paro cardíaco en 1979.

17 Alvaro Machado: “Orgia. A saga de un professor argentino nas ruas do Recife, 1962”, Operapríma (San Pablo) (2003).

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73. LOS AMORALES: Por razones de dignidad.

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o podían reunirse en las casas. El edicto se los prohibía. No podían pasear con sus sobrinitos. Otro edicto lo prohibía. No podían juntarse en los bares. Cerraron los pocos que quedaban en el Bajo. No podían entrar en el Ejército. En 1951, al Código Bustillo de Justicia Mijar, se le agregó una enmienda que lo prohibía especialmente. No podían votar. En 1946 el gobierno del general Domingo Mercante,1 por decreto ley, les prohibía votar en la provincia de Buenos Aires “por razones de dignidad”. No podían leer sus historias. La censura no permitía pasar ningún conferido que no afirmase los valores tradicionales de la familia. No podían gozar de su sexualidad. Tener algún tipo de actividad sexual era arriesgado. Los “antropófagos” aprovechaban la circunstancia para el chantaje emocional, económico y violento. No tenían voz, voto, opinión, visibilidad. No existían. Pero existían. Así lo suponían los autores de la revista Los Amorales, quienes con su mezcla de “divulgación científica” y el módico escándalo que la época permitía, era uno de los pocos latidos que esa “otra vida” daba en la cerrada Argentina de los 50. Era una pequeña revista, tipo librito, de 1 2 , 5 x 1 7 , 5 cm en blanco y negro. Se presentaba en su página cinco como “Los Amorales. Publicación periódica de temas científicos, literarios e históricos. Director: Rodolfo Alberto Seijas”. En el número de noviembre de 1957 constaban los colaboradores estables: Janos Zudeski, Saúl Nervo, Estela Blodd, Martha Sthendal, Profesor Adolfo Boquini, nombres que de lejos olían a seudónimo. En su editorial anunciaba: “A los lectores: En este número de la Colección Científica nos ocupamos del problema de la virginidad, problema muy agudo para la conciencia occidental. Moral e instinto se entrecruzan al pretender sondear este problema”. Los temas propuestos por la revista eran una mezcla de todo lo que podía sonar pecaminoso en la época: “Sensacional documento sobre la prostitución masculina en París”; “La virginidad y sus anécdotas”; “Sobre la flagelación”; “Patrón demasiado paternal flagelaba a sus dactilógrafas”; “Carta de una adorable actriz rusa al autor de un libro sobre la flagelación”; “André Gi1 Según cuenta De Molina en su autobiografía ya citada (p. 257), cuando el 12 de diciembre de 1946 Evita y Perón festejaron su primer aniversario de casados, fue invitado a cantar en la fiesta muy íntima en la que se celebró el hecho. En la selecta lista de invitados estaban Alberto Dodero y su esposa Betty, Rolando Lagomarsino y Domingo Mercante. Impresiona fuertemente imaginar el momento en que De Molina y Mercante se saludaron. No les molestaba tener a un “indigno” en la fiesta, un “bufón/bufa rrón que los divirtiese, sin derecho al más mínimo reclamo.

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de. Teórico de la pederastía”; “La amistad de las muchachas en la escuela”, etcétera. Ninguna era una investigación propia, en general se trataba de traducciones de revistas francesas de fin de siglo XIX, que se promocionaban como gran novedad. Si a principios del siglo XX la divulgación científica en la Argentina parecía estar inserta en las corrientes de pensamiento mundiales, a mediados del mismo siglo esa contemporaneidad estaba perdida. En la sección “Correspondencia”, la revista se abría a las experiencias del público. Allí, gente que no se identificaba, planteaba sus problemas, en general sexuales. Son un ejército de seres angustiados, solitarios, atormentados por “terribles secretos” y “dolores morales”. No hay certeza de que todas las cartas hayan sido verdaderas, tampoco de lo contrario. Quizás algunas simplemente fueron una coartada de la revista para tocar temas que le interesaban. De todas maneras estas historias suenan verosímiles y seguramente ocurrían en la Argentina de los 50, de un modo bastante parecido a como allí se contaban. Los lectores sabían de qué se estaba hablando. Las respuestas del director de la revista, el inefable Rodolfo Alberto Seijas, quien no se presentaba como médico o psicólogo pero contestaba con “certezas científicas”, son un claro muestrario de los prejuicios de la época. 1) “Señor director de la Colección Científica: Mucho tardé en resolverme a escribirle estas líneas, pero sucede que ya no puedo más y necesito unas palabras que ayuden a la solución de mi terrible problema. Soy lector de su revista, cuya lectura sigo, no buscando descripciones sexuales sino soluciones. Tengo 29 años y hasta ahora no experimenté el contacto carnal con ningún hombre ni mujer. Las mujeres no me atraen. Puedo observarlas cuando son bellas, pero la sola idea de tener contacto camal con ellas me repugna. En cambio, me gustan con locura los hombres y, sin embargo, no me atrevería a tener contacto con ellos, los temo. Quisiera ser igual que los demás y, aparentemente, quizás lo sea, pero nadie sospecha que pesa sobre mí una cruz de la cual no sé cómo librarme. Mi voz y mis modales son afeminados, y siempre que traté de enmendarme no conseguí resultado alguno. Hay días en que mi deseo de ser poseído por un hombre es tal que temo enloquecer al no poder satisfacer mi pasión... Creo, señor, que no hay remedio para mi mal, y que la enfermedad de mi cuerpo y de mi alma es incurable. ¿Qué mal habré hecho para recibir un castigo así? ’’Trabajo en [...] y allí todos me quieren aunque parezcan comprender algo, y si yo aflojara en mi conducta estoy seguro de que algunos de ellos se pasarían conmigo. Sin embargo, yo no llego a eso que tanto deseo, pues creo que se trata de un acto inmoral. ’’Por favor, ayúdeme en lo posible a solucionar este problema. Espero sus líneas agradecido. Me agradaría inmensamente que me enviara, si no fuera mucha molestia, la traducción de los párrafos que en ‘La confesión de un invertido’ figuran en latín. Agradecido.” 256

La revista Los Amorales reflejaba las dificultades cotidianas de un homosexual en la década del 50 cuando prácticamente todo estaba prohibido para los invertidos. La culpa, inclulcada por el Estado, la iglesia y la sociedad, estaba presente en casi todas las cartas de los lectores.

“Respuesta: Olvida usted señalar si orgánicamente es normal, es decir si su impedimento para poseer una mujer es solo de orden moral o psicológico. Aunque es muy difícil aconsejar nada con esos datos tan generales, su caso hace recordar a otros en los cuales la inversión es solo mental y consecuencia de algún desengaño amoroso de la adolescencia o la juventud. Si usted tuvo alguna novia a la cual amó profundamente y dicho noviazgo se tradujo en fracaso es muy posible que su inversión sea mental y de que exista la posibilidad de superarla con un buen tratamiento psicoanalítico. ’’Piense seriamente sobre la cuestión pues como suele ocurrir con los fracasos amorosos, la defensa anímica es a veces tan perfecta que dicho fracaso trabaja el espíritu subterráneamente y el ‘enfermo’ vive ignorando ese dolor que en el subconsciente lo corroe. Si usted tuvo un profundo desengaño amoroso no tema enfrentarlo. Si su caso es este, entonces sí podría darle consejos concretos y la solución de su problema podría alcanzarse.” 2) “Señor Rodolfo Seijas Estimado Señor: Leo con mucho interés cada una de sus publicaciones esperando encontrar siempre algo referente a mi caso particular. Empezaré por decirle que tengo 30 años, soy soltera, desde la edad de ocho años estuve internada en un colegio religioso donde a una niña mayor que yo le gustaba acostarse con257

migo y acariciarme. Llegó a gustarme el juego y cuando esta niña se fue del colegio experimenté una crisis de nervios y de abandono que no podría expresarle con palabras. Tenía en ese entonces 18 años y comencé a conquistar a niñas mayores que yo. Por ese entonces era usual y normal en el colegio que dos o más alumnas se acostaran juntas (en invierno, con el pretexto del frío). De esta manera la práctica de la masturbación dual o triple era cosa corriente. Las mismas (eliminamos este párrafo por considerarlo inconveniente e innecesario) intervenían en estas orgías que dentro del encierro en que vivíamos resultaban justificadas. ’’Ahora bien; ya hace unos años que salí del colegio y, a pesar de haber tenido muchos festejantes, no encuentro junto a ellos el placer que experimento junto a una mujer. He llegado, en mi desesperación, a hacer invitaciones a mujeres que me gustaban y siempre he sido rechazada. Hace un año me encontré con una ex compañera del colegio que se había casado y echó a reír cuando le conté mi drama. ¿Por qué, me pregunto, a las otras no les ocurre lo mismo que a mí? ¿Hay alguna publicación científica sobre mi caso? ¿Soy la única que gusta de las mujeres? ¿Podría usted dedicar un número de su interesante Colección Científica a las que como yo padecen de este problema? Recuerdo haber leído algo sobre las “lesbias”. ¿Es eso lo mío? ’’Señor no lo canso más. Espero que perdone mi letra, mi redacción y demás. Le agradecería mucho que me contestara en su revista. Salúdalo. M.T. “Estimada lectora: Es extraordinario que usted no conozca nada de la frondosa literatura que existe sobre el tema del tribadismo. En el número de la revista que usted menciona, hay una ilustración que lleva como epígrafe “Batalla entre tríbadas en un lupanar” y que apareció adornando un interesante libro sobre las diferentes facetas de la prostitución contemporánea. Sin embargo, no crea usted que el tribadismo, el lesbianismo, safismo o, más llanamente, el amor entre mujeres es cosa exclusivamente contemporánea. Está muy extendida y, como todas las demás desviaciones sexuales, su origen se pierde en nuestro más remoto pasado. Tuvo relación con la magia negra en el Medioevo y se cuentan entre sus adeptas a las más notables mujeres. Su historia, en fin, es tan frondosa como la inversión masculina y llama la atención que algunas ‘nobles damas’ hablan despectivamente del ‘tercer sexo’ queriendo con ello desprestigiar al sexo fuerte pareciendo ignorar que existe aún un cuarto sexo (y quizás más). Su curiosidad será ampliamente satisfecha, así lo esperamos, en nuestro gran número extraordinario de noviembre donde nos ocuparemos del caso, con numerosas ilustraciones. [...] ’’Podría recomendarle una treintena de libros que se ocupan del tema, pero antes quiero que me escriba más extensa y explícitamente, pues a veces la literatura sobre estos temas hace más mal que bien. Por ejemplo, usted puede ignorar algún ‘arte’ sexual y al desconocerlo no lo practica si el instinto y la ocasión no la llevan a ello, y si se entera de esa práctica puede usted misma ser campo más propicio a su instinto y buscar la ocasión de una nueva práctica que podría resultarle nociva.” 258

“Creo, señor, que no hay remedio para mi mal, y que la enfermedad de mi cuerpo y de mi alma es incurable. ¿Qué mal habré hecho para recibir un castigo así?”

3) “Muy señor mío: Le aseguro, señor Seijas que su obra la encuentro sumamente interesante y de indudable valor científico y didáctico para ‘nosotros’ los que hemos sido elegidos o seleccionados por el negro y torvo dado del destino para circular por el camino de la amoralidad. No le escribo a usted como un espíritu abatido o amargado ya que en mi espíritu no hay tal abatimiento o amargura. Lo hago partícipe de mi problema, si es que puede llamársele así porque usted –profundo conocedor de estos casos– puede aclararme algunos puntos oscuros. Comenzaré por decirle que soy argentino y pertenezco al proletariado de este hermoso país. Tengo 45 años y estoy en el camino de la pederastía desde los 14 años... 31 años transitando por ese delicioso camino con breves intervalos que no han hecho más que acicatear mi deseo. Bueno, hasta aquí todo va bien, pero hay algo que no entiendo o que me resulta algo nebuloso. Mi deseo de ser poseído por otros hombres sigue a mi cerebro y a mi cuerpo cuando estoy bajo los efectos del alcohol. ¿A qué cree usted que se debe ello? ¿A que el alcohol actúa como estimulante o a que ha sido el alcohol el que me ha degenerado? Cuando no tengo nada de alcohol en mi cuerpo soy reservado y discreto. Ningún deseo de esa naturaleza me invade, pero bajo los efectos de la bebida siento la necesidad de ser acariciado y poseído por los hombres. Si usted quiere decirme algo por intermedio de su revista o en forma particular, hágalo que yo se lo agrade259

ceré mucho. Haga lo que quiera con esta carta, si quiere publicarla puede hacerlo. ”He oído decir que las personas que son como yo no gustan, por lo general, desnudarse en público, excepto ante la persona [...] (párrafo impublicable) a mí me sucede todo lo contrario; es para mí un placer mostrar mi [...] desnudo a los demás hombres, y cuando las manos de los hombres acarician [...] siento sensaciones indescriptibles. También siento una gran inclinación a ser poseído por [...] a la vez, cosa que según tengo entendido no es lo más corriente. ’’¿Cuál es mi caso, señor Seijas? ¿Nací para ser eso o me degeneró el alcohol? ¿Le parece a usted que estoy acertado en seguir los dictados de la naturaleza o debo luchar para apartarme de esta vida?” “Respuesta: El alcohol no es la causa de su homosexualidad, es sí una causa aparente pues al desconectarlo a usted de su atmósfera moral lo impulsa a la homosexualidad. Es obvio que para evitar tales actos usted debe evitar esa causa aparente, pero con ello no dejará de ser un homosexual mental, solo dejará de cometer los actos y siempre que estos no se le presenten con la más absolu ta impunidad. Siendo su homosexualidad pasiva la curación es más difícil y dada su edad, la contundencia de su deseo y el tiempo que practica está propenso a adquirir peores enfermedades físicas y mentales. Además se va a ver obligado a recurrir a medios cada vez más sombríos y a frecuentar personas cada vez más viles. Su caso, al carecer de todo elemento platónico, merece ser tratado por un especialista. No vea a un médico clínico pues le aconsejará cándidamente que deje el vicio. Trate de autoanalizarse seriamente, pues su caso es complejo y delicado. En cuanto a la relación entre homosexualidad y alcoholismo, lea en Stekel el capítulo ‘Homosexualiad y alcoholismo', de la obra Onanismo y homosexualidad.” 4) “Señor Alberto Seijas: Leo todos los meses su gran libro Los Amorales y su lectura iluminó en mí una gran esperanza. Desde los diez años tuve contacto con amiguitos, pero esos contactos eran inocentes. Tuve la mala suerte de encontrar un degenerado que me sedujo para regalarme un juguete. Lo recuerdo como si fuera hoy. Nos sorprendió mi madre. Tenía once años. Desde entonces sufro mucho y no tuve contacto con ninguno. Me sucede que me pongo muy nervioso cuando voy con una mujer. Hace poco intenté varias veces pero sin ningún resultado. ’’Perdone lo que voy a decirle pero se me [...] (impublicable) quería [...] pero no podía porque [...]. Cuando tenía 19 años [...] todas las noches. A los 25 años soñaba siempre con mujeres. Hace poco tiempo tuve paperas y se me bajaron los [...]. Llamamos al médico y este me dijo que andaba mal de las hormonas, yo le pregunté qué eran las hormonas y él me contestó que [...]. 260

"Su obra la encuentro sumamente Interesante y de indudable valor científico y didáctico para ‘nosotros’ los que hemos sido elegidos por el negro y torvo dado del destino para circular por el camino de la amoralidad."

Yo noto que mi desarrollo no es normal y que [...]. Me parece que jamás podré poseer a una mujer. No por mi mal parecido porque muchas que me conocen me dicen que soy lindo. ’’Ahora quiero que usted analice todo lo que he escrito y que me dé un consejo sobre lo que debo hacer. Tengo 36 años, soy de familia humilde pero de muy buena reputación.” “Respuesta: No creo que sea usted homosexual. Es una falla de su carácter. Aquel hecho de su niñez pudo dejar una marca subconsciente que le hace creer que usted es incapaz de amar a mujeres. Su carta es tan confusa que no atino a aconsejarle nada. En general, su caso lo veo así: el acto del cual fue víctima cuando tenía 11 años dejó en usted su marca y ello lo impulsa a creerse incapaz de practicar el coito normal. Y el desequilibrio producido entre su traba subconsciente y la normalidad real de su sexo trae como consecuencia esos desequilibrios nerviosos. Si este desequilibrio se agrava, usted puede llegar a creer equivocadamente que es homosexual y buscar ese tipo de placeres. Haga un esfuerzo por normalizar su vida sexual, cohabite regularmente con mujeres. Siga escribiéndome.” 5) “Señor Alberto Seijas: No sé con exactitud qué es lo que me impulsa a escribirle, quizá el deseo 261

de confiar a alguien lo que con tanto celo guardo dentro de mí mismo, o quizás para hacerme yo mismo esta especie de autoestudio al que siempre rehuí por miedo a ver el lado malo de la homosexualidad. Mentiría si le dijera que tengo la esperanza de curar, jamás he creído en esa posibilidad. Creo que soy homosexual desde mi niñez. Trataré de relatar algunos hechos a fin de que conozca usted mi carácter para poder decirme qué tipo de homosexualidad es la mía. ’’Creo que todo comienza cuando yo tenía diez o quince años. Un primo mío, mayor que yo algunos años, me poseyó. Por aquel entonces yo gustaba leer novelas de amor y vivía con intensidad sus personajes femeninos; recuerdo el de Scarlett O’Hara de Lo que el viento se llevó y las sensaciones extrañas que me produjo la lectura de esa novela. En ese mismo período fue cuando mi primo me poseyó, durante una noche de Carnaval que recuerdo como el día de ayer. Luego de aquel acto, al cual fui llevado con la mayor inocencia, tomé una especie de odio y repugnancia hacia quien habíame hecho objeto de tal ultraje. Conté todo a mis padres, quienes recriminaron a mi primo, que abandonó mi casa al cabo de pocos días. Entonces fue cuando me entregué a mis prácticas onanísticas, que practico hasta hoy. ’’Tuve siempre conciencia de mi propia belleza, eso era lo que escuchaba siempre de labios de la gente. Esto, unido a mis maneras afeminadas, o tal vez lo último solamente, dio lugar a que siempre me viera acosado por personas de mi mismo sexo. Cuando cursaba en la escuela mis años primarios, tenía predilección por algunos chicos y hubo uno a quien quería mucho y que me recordaba a un actor de cine. ’’Cuando contaba dieciséis años mi primo volvió a casa para vivir con nosotros (entonces mi inclinación hacia los hombres era franca y decidida). Lo recordaba siempre y esperaba el momento en que me tomara en sus brazos. [...] Hasta que ese día llegó. Mantuve estas relaciones muchos años, hasta que él se casó y se fue lejos. Fue feliz formando un hogar con sus hijos: él era un hombre como todos y encontró su destino; yo seguí rodando sin saber nunca dónde quería llegar. ”La práctica del onanismo ha quebrantado en parte mi salud y eso es lo que más me asusta. Me veo desmejorado y enflaquecido y quisiera dejarla sólo por no empeorar mi belleza integral, de la cual siempre me sentí orgulloso. Por otra parte, de no ser por ello, nada me importaría seguir masturbándome, ya que eso evita el deseo imperioso de tener un hombre a mi lado. ’’Siempre he sido un poco ególatra y en estos últimos años he adoptado un aire frío y apático que me hacen extraño a los ojos de los que me rodean. Donde trabajo todos me han insinuado cosas y he tenido contacto con hombres, pero no encuentro lo que me gusta y ando siempre sin saber qué quiero. He encontrado quien me ha querido de verdad y no supe apreciar el caudal de amistad y cariño que se me brindaba; por todo ello, he buscado en libros científicos las causas que determinan la homosexualidad pero no lo encontré, y creo (perdóneme usted) que nunca se hallará. Alguien dijo que en el cuerpo de un hombre podía esconderse el alma de una mujer o 262

viceversa y creo que es lo que sucede con la homosexualidad, por raros designios de Dios o de la Naturaleza. Espero su respuesta y desde ya le pido disculpas por la molestia que le pueda ocasionar. Queda a sus gratas órdenes y le saluda con todo respeto. Sergio, de Capital.” “Respuesta: Desde ya le digo que para mí no existe la más absoluta semejanza entre la homosexualidad escandalosa, agresiva, soez y delictiva y la pederastía platónica, que surge como solución de un profundo problema sentimental y que incluso suele aludir a la consumación del coito homosexual. No creo en una justificación natural de la homosexualidad, pero sí en su justificación espiritual. Así como Stekel demostró que el onanismo es un bien social ya que evita en el mayor de los casos catástrofes sociales y personales, entiendo que la homosexualidad platónica o semiplatónica está en el mismo caso aunque abarque un terreno más reducido. Recuerdo que se debe tener en cuenta que no me refiero a la homosexualidad viciosa y degradante que suele ‘acompañar’ a otras taras y vicios y que es un ingrediente de un estado patológico y morboso general. La homosexualidad que llamé delictiva nada tiene que ver con la homosexualidad de Wilde, de Gide, de Loti, de Lorca y tantos otros que sería largo enumerar. Me resisto a ver en la inversión de tipo platónico y espiritual una enfermedad que pueda ser tratada ‘localmente’. Se trata de una ‘situación’. Es antinatural, pero, acaso, ¿todo lo que creó el hombre no es antinatural? O, enfocado de otra manera, el hombre como principio disonante en el orden cosmológico, ¿no tiene derecho a poner en tela de juicio lo natural? La rebeldía es una de las cualidades que todas las religiones reveladas señalan en el hombre. Gide fue un rebelde, un disconforme y nadie puede negar que tenía razones para ello. ”Su homosexualidad es, según lo que puedo colegir por sus líneas, anímica. Trate de acentuar su rasgo platónico y casto. Transforme su deseo en un sentimiento elevado y no deje radicalmente el onanismo, puesto que ello puede traducirse en una neurastenia que puede arrojarlo a un negro abismo. No creo que su pérdida de peso se deba directamente a la masturbación, sino a su estado de inquietud general.” Esta era de las pocas “manos amigas” a las que una persona homosexual podía pedir ayuda en la mitad del siglo. El “Sr. Seijas”, que atribuía la homosexualidad de sus lectores a desengaños amorosos, a fallas de carácter, que no le recomienda ninguna lectura a una lectora lesbiana por miedo de que allí aprenda algo inconveniente, que le pide a otro muchacho que cohabite con mujeres para que se le pase y finalmente diferencia entre “homosexualidad plátonica o semiplatónica” y la “viciosa y degradante”. Eso era estar terrible, absoluta, espantosamente solo.

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74. EL ASPIRANTE A SUBTENIENTE: ¡Clarinete con bombete!

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e faltaban dos meses al tucumanito de Infantería para recibirse de subteniente. Pero se le cruzó el 756 de Justicia Militar y su carrera se destrozó frente al concepto de “honor militar”. Por la fecha, es uno de los primeros que probó en carne propia el escarmiento con el que los militares pretendían desembarazarse de algo que era evidente: la homosexualidad, que ya había escandalizado al doctor Madera en 1811 en el Regimiento de Patricios, era una práctica común en sus filas. El tucumano era gracioso, simpático y de buen humor, algo que no parecía caracterizar a su arma de Infantería. Allá por los primeros 50, los de Caballería eran los caracterizados –entre la tropa– como los más cercanos a la alegría, mientras que Zapadores e Infantería estaban catalogados como de más serios. Por eso, por ser una excepción entre los suyos, solía jugar en el casino de cadetes con los de Caballería.1 Como buen tucumano era muy diestro en el billar y más aún en el snooker. Le recuerdan todavía sus compañeros la alegría que tenía el tucumano cuando mandaba una bola a la tronera y gritaba un enigmático: “¡Clarinete con bombete!.” El cadete fue nombrado pomposamente “Encargado de la Sala de Armas”, uno de esos títulos burocráticos al que son tan afectas las Fuerzas Armadas. Por este cargo, tenía que firmar recibos por entregas y devoluciones, esa miríada de documentos que llenan de nada la vida militar. En una de esas tertulias de billar contó, como una gracia que solo después sus compañeros reconocerían como un rasgo de honestidad, que al firmar esos papeles después de su nombre y el burocrático “Encargado de la Sala de Armas. 4a Compañía de Infantería”, agregaba un simpático: “Cadete Bufarrón”. Pero contó más, el tucumano Cadete Bufarrón. Cierta vez en su compañía (“La cuarta”, conocida en la época también como “La Voladora”) había organizado un concurso de piernas bonitas. Los chicos de 16 años que entraban como cadetes, lampiños y aún sin entrenamiento militar, no tenían cómo negarse. El concurso fue un éxito, los cadetes mostraron sus piernas rubias y el tucumano fue el único jurado inapelable. Tuvo, además –y esto no lo contó en las tertulias de billar– la idea de premiar a las piernas más bonitas de La Cuarta con el turno nocturno de centinelas en la terraza de “LaVoladora”. El cadete de piernas más bonitas pasó la noche como centinela en la terraza, con la única compañía del tucumano. Que no pudo aguantar y le propuso tener sexo ahí mismo. El cadete tenía piernas bonitas pero no estaba dispuesto a que fueran tocadas por el tucumano. Lo denunció y así, a dos meses de recibirse de subteniente de Infantería, debió dejar el Ejército y sus lascivos concursos adolescentes.

1 La anécdota fue contada por el ex militar Federico Mittelbach en la revista Sex Humor en julio de 1988. Él da como fecha del suceso 1950, pero la enmienda que penaba la homosexualidad es de 1951.

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75. Witold Gombrowicz: Qué triste país, tan puto y tan torcido, donde nadie se atreve a darse el gusto

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abía que ser dueño de una voz muy poderosa y de una convicción ardiente para defender la libertad individual en un país tan cerrado como era la Argentina de mediados del siglo pasado. Witold Gombrowicz tenía esa voz y esa convicción. “Ningún animal, batracio, crustáceo, ningún monstruo imaginario, ninguna galaxia me son tan inaccesibles y ajenos como yo. ¿Una idea fútil? ¿Te has esforzado durante años en ser alguien? ¿Y qué has llegado a ser? Un río de acontecimientos en el presente, un torrente tempestuoso de hechos fluyendo en el presente hacia el momento frío que padeces, y que no logras referir a nada. El abismo. He aquí lo único tuyo.” Así se describió en su Diario argentino. Entre el mito y el enigma, hoy Gombrowicz es reverenciado por escritores, intelectuales y lectores que han encontrado en su obra algunas de las mejores descripciones sobre la Argentina y los argentinos que se hayan escrito en el siglo XX. Autor iconoclasta por excelencia, cayó en el país casi de casualidad en 1939, cuando en su Polonia natal se estaba consagrando como escritor gracias a la edición de su obra Ferdydurke. Pero claro, la Argentina estaba lejos y no había traductores del polaco. En el 46, mientras todo se iba cerrando y prohibiendo, él abrió un espacio de libertad en el primer piso del actual teatro Gran Rex, en la Avenida Corrientes al 800, donde funcionaba un bar con jugadores de billar y ajedrecistas. Ahí, con la ayuda de dos cubanos que estaban trabajando en la embajada de Cuba, Virgilio Piñera1 y Humberto Rodríguez Tomeu, tradujo al castellano su Ferdydurke. Pero los traductores no sabían polaco. Witold leía en el idioma original, contaba qué había dicho y entre los tres, reescribían el texto en español.2 Fue como pulir un diamante, el brillo de Ferdydurke encegueció a un puñado de seguidores y amigos. Se vinculó con artistas como Rogelio Plá, Antonio Berni, Leónides Barletta, escribió en La Nación gracias a Eduardo Mallea y Arturo Capdevila, fue amigo de Ernesto Sábato (“Arnesto”, le decía) y en sus habituales viajes a Tandil consiguió un séquito de incondicionales jóvenes que difundieron su obra con fe religiosa: el filósofo Alejandro Russovich, el físico y matemático Juan Carlos Gómez, el escritor Jorge Di Paola, el periodista y poeta Miguel Grinberg y el dibujante Mariano Betelú. Con quien nunca se llevó bien fue con el grupo Sur, no tanto por sus ideas sino por su insoportable soberbia de aristócrata polaco y su sarcasmo ma1 Virgilio Piñera [1902-1979], Estuvo en la Argentina 14 años, donde cultivó su amistad con Gombrowicz. Volvió a Cuba a fines de la década del 50, entusiasmado con la Revolución que finalmente lo silenció durante sus últimos quince años, relegándolo al ostracismo por su declarada homosexualidad y su amistad con otros escritores homosexuales notables, también perseguidos, como Reinaldo Arenas, Severo Sarduy o José Lezama Lima. 2 Las reuniones de traducción también se' realizaron en un bar que mucho frecuentó Witold, El Querandí, de Perú al 300, y La Fragata, hoy desaparecido, que estaba en la esquina de Corrientes y San Martín.

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gistral, inadmisibles para los integrantes del grupo en alguien a quien consideraba un simple empleado de banco.3 Es famosa la anécdota de la partida de Witold, en 1963, hacia Europa cuando desde el barco que lo llevaría para siempre de la Argentina le gritó a sus amigos: “¡Maten a Borges!”.4 En 1952 publica Transatlántico, según el escritor Ricardo Piglia, una de las mejores novelas argentinas. Allí, el protagonista/narrador vive algunas aventuras homosexuales. Sobre la homosexualidad en Transatlántico, Juan José Saer dijo: “Cuando se cree ser alguien, algo, se corre el riesgo, luchando por acomodar lo indistinto del propio ser a una abstracción, de transformarse en arquetipo, en caricatura. El homosexual de Transatlántico se llama lisa y llanamente ‘Puto’, lo que en polaco o en francés no significa nada, pero que en español quiere decir justamente eso, homosexual –y lo ridículo del personaje, y lo patético también, provienen de la constante adecuación de su comportamiento a la definición que engloba su nombre: ‘Puto’”.5 Con un rechazo violento por las etiquetas, Gombrowicz jamás permitió ser definido como “homosexual”, hecho absolutamente coherente con alguien que escribió: “¿Quieres saber quién eres? No preguntes, Actúa. La acción te definirá y determinará. Por tus acciones lo sabrás. Pero tienes que actuar como ‘yo’, como individuo, porque sólo puedes estar seguro de tus propias necesidades, aficiones, pasiones, exigencias. Solo una acción directa es un verdadero escape del caos, es auto creación. El resto, ¿acaso no es retórica, cumplimiento de esquemas, bagatela, mamarrachada?”. “No hay nada más fácil que permitirse aquí un puñado de paradojas animadas por el realismo más despejado. Por ejemplo: el argentino auténtico nacerá cuando se olvide de que es argentino y sobre todo de que quiere ser argentino; la literatura argentina nacerá cuando los escritores se olviden de la Argentina... de América; se van a separar de Europa cuando Europa deje de serles problema, cuando la pierdan de vista; su esencia se les revelará cuando dejen de buscarla. La idea de realizar la nacionalidad bajo un programa es absurda; tiene aquella, por el contrario, que ser imprevista. Así como la personalidad a escala individual. Ser alguien es estar continuamente informándose sobre quién se es y no saberlo ya de ante mano. La creación no se deja deducir de lo que previamente existe, ella no es una consecuencia.”6 En los Diarios cuenta su atracción por los muchachos en la zona de Retiro, en sus viajes a Tandil o Santiago del Estero, donde sigue a los “changos” que lo entusiasman. Pero nunca, ni sus seguidores de Tandil, hablarán jamás de “homosexualidad”. Cuando Juan Carlos Gómez, en una carta desde Bue3 Fue empleado del Banco Polaco entre 1948 y 1955. 4 Alguna vez le preguntaron: “¿Pero usted leyó a Borges?”. A lo que contestó, borgeanamente: “Naturalmente que no, ni pienso, con la opinión que tengo de su obra”. Sin embargo, aclaró en 1962: “No es Borges el que me irrita, son los borgeanos, ese batallón de estetas”. 5 Juan José Saer: “La perspectiva exterior”, Punto de vista (Buenos Aires), núm. 35 (1989). 6 Witold Gombrowicz: Diario argentino, Buenos Aires, Sudamericana, 1969. Supongo que al cambiar la palabra “argentino” por la palabra “homosexual”, se consigue algo parecido a la visión de Witold sobre la homosexualidad.

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nos Aires, menciona el hecho, Witold se enoja y contesta con una carta que desnuda magistralmente el estado general de hipocresía con el que se tocaba el tema en ciertos círculos porteños. "Berlín, 21 de julio de 1963. Mi estimado Goma:7 Su última me procuró cierto disgusto. Primero lo de la homosexualidad y de la inmundicia. ¡Qué homosexualidad y qué inmundicia! Sépalo, yo no soy ni nunca he sido un homosexual, sino que de vez en cuando suelo hacerlo cuando se me da la gana. Soy persona sencilla y, sobre todo en materia erótica, mi maestro es el pueblo , que muy felizmente desconoce totalmente la terrible homosexualidad y se acuesta con quien puede y como puede. Me gustaría que Vds., manga de degenerados, fuesen la mitad tan sanos como esos inocentes y encantadores niños del Ejército o de la Marina. ’’Sus vociferaciones de inmundicia me suenan archiburguesas. Vds. en general son unos pitucos y también, creo yo, unos reprimidos e hipócritas, y les aconsejaría a todos que, en vez de dedicarse a interminables discusiones acerca de mi homo (el tema les interesa, según parece) se acostasen entre sí un día de estos para ver cómo es esto. Qué triste país, tan puto y tan torcido, donde nadie se atreve a darse el gusto. Les aconsejo paternalmente a Vd. Goma y a todos: si notasen que algún instinto reprimido les hace aborrecer a la homo, no se olviden acostarse enseguida con un macho, pues no hay cosa peor que no obedecer a los santos mandatos del cuerpo. ”En cuanto a Flor, ya se sabe que no estaba del todo enemistado con esta idea cierto día en el café del León de Francia. Que no me venga, pues, ahora haciendo muecas de asco y de abominación. ¡Qué pavo! En general me imagino el pánico que cunde entre Vds., conejos, después del Eco y de las revelaciones de la Vieja Puta Atorranta. Aprendan a ser valientes y libres y no se dejen asustar por palabras. Esto es ser macho y lo demás es pura convención. ’’Todavía quiero hacerle observar desde el punto de vista estético que la belleza del amor depende únicamente de las personas que lo hacen. Imagínese al maestro Frydman encamado con Frau Schultze y observe si esto no es inmundicia. Aunque fuera santificado aun por el Santo Matrimonio. Vd. Goma no sabe nada de nada. [...] Todavía le quiero significar que si yo trataba estos asuntos con cierta discreción, no es seguramente por miedo sino porque en las condiciones de nuestra convivencia era imposible expresarlos sin exponerse a toda clase de guaranguerías e imbecilidades. Ahora es necesaria una inteligencia tan poderosa como la suya para no darse cuenta en cinco minutos, después de leer p.e. mi diario de Retiro, de qué se trata. Vds. nacieron boludos. "Goma, no es imprescindible que me notifique sus ascos por certificada 7 Así le llamaba a Juan Carlos Gómez. “Flor” que aparece mencionado en la carta es “Flor de Quilombo”, el dibujante Mariano Betelú (1937-1997).

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"Goma, no es imprescindible que me notifique sus ascos por certificada exprés, tuve que ir al correo, trate de mandarme solo la correspondencia por certificada. Flor es un imbécil y Vds. una manga de farsantes. Cordialmente suyo W.G.” No ha de ser casual que el espíritu libre de Gombrowicz se haya ido de la Argentina para no volver jamás, En Europa se casó con Rita, ganó el premio Fomentar, que Borges había ganado años atrás y murió en 1969.

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76. LA BRASA EN LA MANO: Ya había sufrido la humillación del grito, de la trompada, del furor o de la impotencia

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eto lucía unos batones horrorosos, los de entrecasa. También tenía otros de fiesta, de raso. Pasaba horas maquillándose, pero tanto trabajo artesanal, las gruesas capas de cake, solo eran adivinadas por el incrédulo cartero o por el chico que le alcanzaba los diarios por la puerta entreabierta. Afuera era otro mundo. Beto, con Myriam, el Príncipe de los Lirios, y Adolfo y Babá y el muchacho de las fotonovelas y algunos otros, formaban la desangelada tribu que describió Oscar Hermes Villordo en La brasa en la mano, quizás la más clara radiografía del estado de angustia, miedo y desolación en el que vivían los homosexuales argentinos de los años 50. El libro fue escrito en 1962, en las plazas de Atenas, en el Pireo. Por ahí andaba vagando Oscar, extrañando esa Buenos Aires de encuentros adrenalínicamente furtivos que conoció a los 25 años, cuando se mudó a la ciudad en ese viaje iniciático que es lugar común para tantos habitantes de este libro. No había ningún interés –ni posibilidad– en la Argentina de publicar una historia que hacía epicentro en Plaza San Martín, en la incesante búsqueda de un grupo de invertidos, persiguiendo a –siendo perseguidos por– los soldados del cuartel, los marineros del puerto cercano. Pero Villordo ganó una beca para Iowa, en los Estados Unidos. Tuvo que presentar una novela y como tenía aquellos cuadernos griegos, los copió y los envió. Hubo una propuesta de edición en México: “El escritor mexicano Jorge Ibargüengoitía la leyó y la presentó al editor Joaquín Mortiz. Cuando llegué a Buenos Aires, Mortiz me escribió diciéndome que la pensaba publicar en la producción del año siguiente. Yo estaba felicísimo. Sin embargo, la obra no se publicó nunca y nunca tuve otra carta de Mortiz”.1 Hubo que esperar una venganza personal que recién cuando terminaba la última dictadura hizo posible la publicación de la novela: “La sucursal argentina de Bruguera había sufrido la prohibición de una hermosa novela de Juan Carlos Martini por una escena de cama. Estaban indignadísimos. Nos reunieron a varios escritores para ver si teníamos algún trabajo, sin importar el tema. Tenían ganas de desafiar. Me acuerdo que el editor me dijo que tenía la sangre en el ojo”.2 Pero incluso veinte años después de escrita, en los albores de la primavera democrática del 83, La brasa en la mano era exactamente eso, una brasa en la mano de los bienpensantes que no sabían cómo debían tomar la obra de un homosexual que osaba decir su nombre. Así, en la Revista Humor –el medio “progre” por excelencia de la época– escribieron una crítica llena de prevenciones: “Resulta muy difícil hacer un comen1 Miguel Russo: “El sexo es lo más sagrado que tenemos”, La Maga (15.7.1992). Entrevista a Oscar Hermes Villordo. 2 Ib.

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tario de esta novela de Oscar Hermes Villordo. El autor, de vasta trayectoria como poeta, crítico y periodista, asume su condición de homosexual sin escamotear detalles, en una historia difícil de tragar para gente que no puede desprenderse de ciertos prejuicios, como somos los de la redacción de Humor. El asunto está muy bien escrito –Villordo narra excelentemente y engancha al lector desde la primera página y seguramente puede llegar a convertirse en un best seller. Hay que reconocer que no cualquiera se anima, en un país como este, a describir el amor pan con pan. Y por ese lado, aunque uno no comparta sus inclinaciones, hay que concederle al autor el mérito de la valentía. Con respecto al título, se nos ocurrieron un montón de variantes. No nos animamos a publicarlas”.3 Cuando Villordo llegó a Buenos Aires trabajó en la secretaría de la Sociedad Argentina de Escritores, fue colaborador en Billiken, se relacionó con el grupo Sur,4 ganó el premio del Ateneo Popular de La Boca y la faja de honor de la Sade (Sociedad Argentina de Escritores) por su libro de poesías Poemas de la calle. Fue amigo y protegido de Manuel Mujica Lainez y fue despedido del diario La Prensa por participar activamente de una huelga organizada por el sindicalista Raimundo Ongaro, con quien Oscar tenía una muy buena relación. Según cuenta Leopoldo Brizuela: “Es llamativo, por ejemplo, la cantidad de cartas o poemas de amor donde el autor o autora se cuida muchísimo de borrar las marcas del género. Esto se nota en algunos textos de Hermes Villordo, sobre todos los previos a que él hiciera pública su condición de homosexual. Lo lindo, de todos modos, es que preferían esas estrategias de ocultamiento antes que el silencio”.5 En La brasa en la mano no hay ocultamiento: “El año es 1950, cuando no había libertad pero se podía conversar, los homosexuales se mezclaban en la corriente como podían. Esa experiencia es la que está en el libro. También los lugares. La ciudad entera es el escenario de la novela. Está la estatua de San Martín a propósito, el héroe impoluto que señala con el dedo, y la plaza San Martín, que era un centro de yiro, de búsqueda. Había unos mingitorios al que ya se sabía que entrando allí se encontraban buscas. Los marineros del puerto que estaban cerca, los colimbas de franco iban allí. El comercio no era exclusivamente monetario. Había interés en la homosexualidad, eso siempre estuvo presente, pero generalmente había que sostener económicamente al amado”.6 Los mismos soldados y marineros, en el mismo lugar que habían entusiasmado, en la misma época, a Witold Gombrowicz. Villordo contó que el sexo era pago y el amor estaba ausente: “Sí, Esteban 3 “Cuando aún no existía la corrección política, era posible usar esa descarnada primera persona del plural que no se desprendía de prejuicios (y lo decía abiertamente), y que no compartía las ‘inclinaciones’ del autor justo ‘en un país como este’, vale decir, un país que todavía asumía naturalmente un Nosotros para delimitar bien hasta dónde podían expresarse Ellos”. Claudio Zeiger: “La otra mejilla”, Radar Libros, Página/12 (4.1.2004). 4 En donde se hizo amigo de José Pepe Blanco, quien le rechazaría algunos textos, como dejó intuir Villordo por su desparpajo a la hora de describir escenas sexuales. 5 “El deseo escondido”, Clarín (9.7.2000). Entrevista a Leopoldo Brizuela. 6 Entrevista a Villordo de 1983, citada por Claudio Zeiger: O. cit.

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se acostaba por plata. Yo podía tenerlo todo de él, pero no sin plata. Comencé pagándole la primera comida y terminé pagándole cada noche que pasaba conmigo. Era doloroso y tardé mucho en decírmelo. Pero el amor también se compra. ‘Todo tendrás que pagarlo en vida’, me decía, cambiado el significado de ‘pagar’, que de un sentido moral pasaba al sentido de ‘plata’.7 [...] ’’Sus exigencias crecieron, y ahora ya no tenía que pagarle solo sus fechorías, y vestirlo, y hasta alimentarlo, porque se llevaba mal con los de su casa, sino sus vicios, el juego y las carreras. ¡Y para que me tratara como a un miserable! Estaba bien que le diera para el hipódromo, de vez en cuando, y para una jugada en el café, pero que dejara mi sueldo en los caballos y en los billares, no. ¡Y que me hiciera escándalos! ¡Y que me levantara la mano! ¡Ah, eso no! Y así terminó todo, porque no pude más y le dije que ya tenía bastantes cafishios con mi madre y con mi padre.8 [...] ”El hombre le pidió dinero y como él le dijo que no se lo daría porque sencillamente no lo tenía, comenzó a golpearlo e hicieron tal escándalo que las tías no tardaron en despertarse y correr enloquecidas por la casa pidiendo socorro.9 [...] ”Y llegaron al acuerdo de que él, Hugo, esperaba que le pagara, que le hiciera algún ‘regalo’, porque era fácil comprender sabiendo que era soldado. [...] Le regaló la billetera que le había regalado una de las tías y le compró una cadenita igual a la que tenía. [...] Tampoco le molestó saber que Hugo tenía ‘novia’; era natural.10 [...] ’’Entonces Myriam11 comprendió que desde ese día le darían una inmensa piedad los muchachos como Hugo; los que ni siquiera venden su belleza; los que tal vez ‘buscan’ sin saber y ponen en juego sentimientos o formas de sentimiento, como la bondad y la nobleza, ignoradas en el mundo que les toca vivir; los que caminan por la calle y no son capaces de hacerse llevar a sus casas en un coche una noche de lluvia; los que sin embargo esperan, y caminan, y uno puede ‘comprar’ una noche de frío, llevárselos del bar donde han buscado refugio; que se avergüenzan de sus medias rotas, de sus zapatos agujereados, que tienen un cuerpo que es como ‘una rama fresca’. Myriam comprendió todo y lloró, lloró solo en el bar, borrando con sus lágrimas la imagen de los ojos que había amado, que podía encontrar en cualquier esquina cualquier noche (al día siguiente, si quería) pero que cada vez brillarían más lejos, que nunca le pertenecerían porque nunca le habían pertenecido. ‘¿Y qué fue de Hugo?’, le preguntó cuando hubo terminado el cuento, con temor a que se quedara dormido. ‘Se casó’, me contestó.”12 Al lector contemporáneo de La brasa en la mano puede llamarle la aten7 Oscar Hermes Villordo: La brasa en la mano, Buenos Aires, Bruguera, 4- ed., 1984, p. 12 (Narradores de hoy). 8 Ib., p. 135. 9 Ib., p. 148. 10 Ib., p. 153. 11 Según cuenta Zeiger en su nota, el personaje de Myriam es el alter ego del autor. 12 Ib., p. 156.

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ción la multitudinaria presencia de soldados y marineros, quienes, a juzgar por el relato, eran el centro de una actividad homosexual que continuaba la tradición inaugurada en el Regimiento de Patricios, seguida por el mayor Comas y continuada por los cadetes del Colegio Militar y el cadete tucumano que no llegó a subteniente. “En los bancos que parecían islas (en hileras en las avenidas, solos en las esquinas) entretenían su ocio los muchachos, esperaban los marineros.13 [...] ’’Rodeados de uniformes blancos, estaban los dos conscriptos. Como si adoraran el arco iris de la victrola, las gorras con cintas negras en las manos, las manos con las gorras en las cinturas, los marineros les hacían ronda, entrelazados y apoyados los unos en los otros, y ellos en el medio escuchaban la música.14 [...] ”Ya me había abrazado y sentado casi en las rodillas de uno de los marineros, aproximando él su silla al otro. ‘Estos buenos muchachos no tienen dónde ir’, me explicó.”15 El texto es también un registro claro del argot homosexual de la época: “¿Pero vos te creés que alguien que es puede llamarse Mario?”16 “Para mí que esos entienden, y el libro lo disimula.”17 “Porque dijo no sé qué cosas del ‘tercer sexo’.”18 “Iba con su último affaire, el muy zonzo.”19 “Puedo traer a vivir a un sobrino como se dice.”20 “Había que verlo, era un vivillo, rubiecito con pinta de gigoló.”21 “Yo me alegraba de tener un amiguito.”22 Pero lo más dramático, lo que conmueve y convierte al libro en un fresco de época es la violencia subterránea que todos los personajes parecen consentir, moldeados en una ideología que aceptan fatal y naturalmente, y que se expresa en párrafos de descarnada crudeza: “Ya habían comenzado sus andanzas por las calles; habían desfilado varios zaguanes. Pero él no entendía la violencia; creía que cuando lo llamaban, o accedía, era solo para satisfacer el placer de los otros. Detrás de una celosía lo habían tenido tumbado toda la noche; en un vagón lo habían maniatado dos muchachos, que lo poseyeron por turno; en unas cloacas lo habían encerrado unos obreros borrachos; a la salida de un bar lo había golpeado el hombre que miró en el baño, y huyó con la cara ensangrentada, espantado por primera vez. Ya conocía la ‘amistad’ de los vagos, de los rateros, de los ‘enfermos’, de los ‘viciosos’, de los ‘desertores’; ya había sufrido la humillación del grito, de la trompada, del 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22

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Ib., p. 26. Ib., p. 61. Ib., p. 86. Ib., p. 11. Sencillamente alguien “era” o “no era”. Ib., p. 100. Sí, la gente se dividía entre los que “entendían” y los que “no entendían” Ib., p. 110. Ib., p. 110. Ib., p. 121. Ib., p. 125. Ib., p. 130.

furor o de la impotencia; de los celos que no provocaba y del desamor que no podía cambiar, aunque quisiera”.23 Algunas novelas no solo son tributarias de una época, también la definen. Eso consiguió Oscar Hermes Villordo. Y más. Le dejó La brasa en la mano a una sociedad que no tenía ganas de hacerse cargo de lo que había engendrado.

23 Ib., p. 147.

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77. LOS PROSTÍBULOS: La perversión llamada homosexual puede ser adquirida por la falta de ocasiones de ayuntamiento heterosexual

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adie lo dijo como el precursor Gomara: “Hay putos”. Pero había. Penados, escondidos y perseguidos, seguía habiéndolos. Entonces, desde los despachos oficiales del peronismo, profundizaron la peregrina teoría que ya habían usado en 1944 para abrir prostíbulos cerca de las zonas militares: la homosexualidad existía y se extendía porque se habían cerrado los burdeles. La idea básica era que la homosexualidad era contagiosa, que todos, si tuvieran la oportunidad, la practicarían.1 Bastaba para comprobarlo la cantidad de marineritos y soldaditos que aprovechaban su día de descanso para dar rienda a sus affaires bufarronescos con gente que “entendía”. Por eso, había que facilitar a como diera lugar la posibilidad del sexo heterosexual, para que los muchachos dejaran de convertirse en los “sobrinos” de los “ministros”. Parece que muchos heterosexuales han considerado –antes y ahora– que podrían dedicarse a las relaciones homosexuales como una alternativa fácil a las relaciones heterosexuales. Este es uno de los impedimentos que tuvieron –y tienen– para entender que homosexuales y lesbianas sienten de otra manera. Reabrir los burdeles era algo difícil, la Iglesia no lo iba a permitir fácilmente. Era bueno tener a mano algunas argumentaciones científicas de esas que siempre le sirvieron al poder para llegar a sus objetivos. Los prostíbulos también se volvían necesarios porque, según el Estado, desde que en 1936 se habían cerrado, la prostitución clandestina y sin control había elevado astronómicamente la cifra de infectados por enfermedades venéreas. En 1947 se publicaron dos tomos con la primera campaña de cinco años de Salud Pública llevada a cabo por Perón. Las enfermedades venéreas fueron el enemigo declarado en un capítulo entero con un informe revelador: una encuesta nacional daba cuenta de que el de las prostitutas era el grupo que mayores posibilidades tenía de haber contraído la enfermedad. La causa era evidente: al estar los prostíbulos proscriptos, las chicas ejercían lo suyo sin ninguna regulación estatal, como ocurría hasta 1936. El segundo grupo era el de los prisioneros (una mayoría abrumadora de hombres). Y el tercero, el de los trabajadores del ferrocarril, curiosamente, los grandes opositores políticos del primer peronismo. Algo había que hacer porque los hombres argentinos iban a terminar, al no poder dar rienda suelta a sus instintos –como los presos– acostándose entre ellos. Se iba preparando el terreno. Se presentaba el tema como un problema sanitario, no moral.

1 Esa teoría absurda ha traspasado los años y las fronteras: “Tras escuchar una conferencia dada por el representante de una organización homosexual en la universidad de Athens, en el estado de Ohio, un asistente al acto pidió la palabra para objetar enérgicamente que, ‘si se eliminaran las leyes para la represión de la homosexualidad y desapareciera el estigma social, entonces todo el mu ndo sería homosexual’”. George Weinberg: Sexuality and the Healthy Homosexual, Anchor Books, 1972, p.11.

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En 1948 un artículo del profesor honorario de las facultades de Ciencias Médicas de Buenos Aires y La Plata, Nicolás V. Greco, publicado por el Estado, recordaba que tanto la ley civil como la religiosa reconocían al matrimonio como base de la familia y el hogar; sin embargo, existían otras formas de sexualidad: “La eliminación de los burdeles en 1936 había inhibido al hombre en la búsqueda de relaciones sexuales, obligándolo a recurrir cuando puede hacerlo, a la prostitución clandestina de la mujer y cuando ello no le es posible, se vale de recursos artificiales como la masturbación o las perversiones sexuales, es decir, la homosexualidad o pederastia en el hombre, o tribadismo o safismo en la mujer, la que también tiene necesidades de satisfacer su instinto sexual haciéndolo entre ellas cuando no puede hacer con el hombre. Otros recursos de perversión sexual como el beso genital o la bestialidad concluyen como la inversión sexual y la masturbación, y el debilitamiento orgánico y mental tanto del hombre como de la mujer, en los cuales se observan estados de postración, de alteraciones nerviosas y psicopáticas”.2 Sostenía, sin ningún testimonio ni estadística, que “cuando la Argentina admitió el funcionamiento de los burdeles impidió que los buscadores de placer cayeran en las perversiones sexuales”. Para Greco estaba demostrado que los burdeles estimulaban la heterosexualidad tradicional, reforzando así las instituciones del matrimonio y de la familia, por eso aseguraba que haber prohibido los burdeles había contribuido más a la fragmentación que a la proliferación de las familias. “Como Greco no podía fundamentar ni una sola de sus demandas, se refugió en las autoridades católicas. El doctor Greco hizo lo mismo que los legisladores municipales del siglo XIX que apelaron al pensamiento medieval para justificar las formas modernas de control social marcadas por el género. Citaba a San Agustín y a Santo Tomás de Aquino y señalaba que, en abril de 1944, la enmienda a la ley de profilaxis social, aproximaba a los designios religiosos.”3 Finalmente, terminaba el amor: peronismo e Iglesia, que compartieron durante años su pasión por el respeto a la autoridad, a los uniformes,4 a la obediencia; aquellos que tenían un discurso unido por los grandes gestos multitudinarios, sus sentimientos anti intelectuales, la sobrevaloración de la virilidad y el desprecio por el espíritu crítico llegaron a un punto de ruptura por razones en las que los historiadores no se han puesto de acuerdo. Sebreli cita el trabajo de otro funcionario peronista que defendió la reforma de la Ley de Profilaxis en un folleto titulado El patotero y la Ley de Profilaxis Social, en 1951 que decía: “Los vicios sexuales están hoy en su apogeo. La masturbación es un vicio de la juventud, motivando cuando es excesiva 2 Nicolás V. Greco: “La Ley 13.332 de profilaxis de las enfermedades venéreas debe reformarse”, Archivos de la Secretaría de Salud Pública (noviembre de 1948), p. 450. 3 Guy: El sexo peligroso, p. 234. 4 Fue apabullante en el año 1950 el uso de la Ley 13.661 que obligaba a incluir en toda la docairientación oficial la leyenda “Año del Libertador General San Martín”, conmemorando el centenario la muerte del militar. Los chicos tenían que escribirlo en los cuadernos y figuraba en cada lugar en donde se escribiera “Año 1950”.

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estados neuróticos y anémicos. Constituye un estigma degenerativo la masturbación psíquica o el placer sexual provocado por la imaginación. La perversión llamada homosexual o comercio entre individuos del mismo sexo puede ser adquirida por la falta de ocasiones de ayuntamiento heterosexual. No hace mucho se comenzó a ventilar en nuestros tribunales una causa donde los protagonistas son más de cien jovencitos homosexuales capitaneados por un intelectual”. También Perón, en esa época, se quejaba de los desvíos de la pornografía en el país. Así lo escribía en la prensa adicta (cualquier prensa): “Toda la pornografía publicitaria tiene su origen en esas publicaciones foráneas que, siguiendo la norma de cierta propaganda comercial, tratan de atraer la atención del incauto por medio de fotografías y dibujos sensacionalistas, inmorales o pornográficos. La policía de costumbres tiene aquí mucho que hacer con el decomiso de toda esta mercadería de escándalo, inmoralidad y engaño.”5 El decreto que reformaba la Ley de Profilaxis Social fue promulgado el 31 de diciembre de 1954, aprovechando ese día feriado con la esperanza de que pasara un poco más inadvertido. Apagados los ecos del festejo por el año nuevo, el diario La Prensa, en ese momento en manos de la CGT peronista, clamó en su editorial del 3 de enero de 1955: “En cuanto a la Ley de Profilaxis Social, cabe volver a aplaudir su reglamentación por lo que significa en la liberación de una supuesta continencia que no era sino nefanda desviación”.6 Al poder heterosexual le costaba muchísimo aceptar que hubiera hombres homosexuales que simplemente preferían el sexo homosexual, más allá de las oportunidades que hubiera o no para la práctica heterosexual. No era una novedad, ya en 1846, más de cien años antes, en Río de Janeiro, se había pensado más o menos igual: “El aluvión de uranistas llegó a ser tan atemorizador [...] que para restarle la impetuosidad siempre creciente que tenía, se decidió oficialmente la importación de las primeras prostitutas europeas, con la ayuda del cónsul portugués en Río, el barón de Moreira”.7 Pero la medida no se limitaría a poner otra vez a los “quilombos” en funcionamiento. El peronismo quería demostrar que la cosa iba en serio: “Se desató una verdadera cacería de homosexuales.”8 Fue para esa época que en los paredones apareció una leyenda que los no entendidos no entendieron: “Gamboa Traidor”, rezaba. “Los que entendían”, en cambio, tenían la mínima satisfacción de una venganza anónima y críptica. Es que el jefe de Policía Miguel Gamboa se había puesto al frente de la cacería que el 25 de diciembre de 1954 había llenado de homosexuales (o mejor dicho, de supuestos homosexuales, ya que la sobreactuación fue el tono del 5 Juan Domingo Perón: Democracia (Buenos Aires) (13.12.1951). 6 La Prensa (3.1.1955). 7 José Ricardo Pires de Almeida: Homossexualismo (a libertinagem no Rio de Janeiro), Río de Janeiro, Laemmert, 1906, p. 76. Traducción mía. 8 Jáuregui: La homosexualidad en la Argentina, p. 165.

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operativo) la cárcel de Villa Devoto y el departamento de Policía. No quedó baño público, café, cine, playa y hasta casa privada sin revisar. Todos los que la Policía tenía detectados como “trolos”9 fueron encarcelados. La idea que se pretendía demostrar era que la ciudad y el país estaban tomados por hordas de homosexuales y que la reapertura de los burdeles era un clamor de la población. Para la mayoría de los historiadores, todo el conflicto de los burdeles fue nada más que un ingrediente efectista del peronismo en su pelea contra la Iglesia Católica. Pero puede ser visto también como fruto de los debates homofóbicos de los 40 y como “otro esfuerzo políticamente motivado por imponer el control del gobierno sobre la sexualidad inaceptable de mujeres y hombres”.10 También puede ser analizado como la suma de ambos factores. Con claridad. Sebreli vio en Argentina “una sociedad política autoritaria con fuertes tendencias al totalitarismo que forma a una sociedad civil sumisa y conformista, acostumbrada a que le den órdenes y decidan por ella, y a la vez plena de odio y fanatismo, proclive a estallidos de violencia irracional. La estructura política y social autoritaria que a su vez contribuye a la conservación y fortalecimiento de aquella”.11 A la creación de esa sociedad contribuyeron tanto el peronismo y la Iglesia Católica. En la pelea por los burdeles, los homosexuales fueron chivos emisarios o causa real, poco importa. Lo cierto es que para ninguno de los dos bandos los homosexuales fueron personas cuya dignidad debía ser, en modo alguno, respetada.

9 “Cuando apareció el trolley bus por las calles de Buenos Aires, pronto se lo conoció por ‘trolebús’. Aun más, y a través de un derrape lingüístico despectivo, en el uso popular la palabra “trolebús” fue adosada a la figura del homosexual, aludiéndose a la obligación de subir y bajar por la puerta trasera del vehículo, de lo cual queda aún entre nosotros, y ya desvaneciéndose, una suerte de derivación apocopada la voz ‘trolo’”. Christian Ferrer: “Progreso, ilusión, ruina”, Lote (Buenos Aires), núm. 60 (julio 2002). 10 Guy: El sexo peligroso, p. 234. 11 Juan José Sebreli: Los deseos imaginarios del peronismo, Buenos Aires, Legasa, 4 a ed., 1984, p. 61.

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78. LA REVOLUCIÓN LIBERTADORA: Restablecer el imperio moral.

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emos de restablecer la tranquilidad, entre el gobierno, sus instituciones y el pueblo, por la acción de gobierno, de las instituciones y del pueblo mismo. La consigna para todo peronista, esté aislado o dentro de una organización, es contestar a una acción violenta con otra más violenta. ¡Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos!”1 Era el principio de otro final. En el último discurso en la Plaza, Perón mostraba unas uñas que finalmente ni arañaron en el momento de la caída. La pomposa autodenominada “Revolución Libertadora” no dejaría piedra sobre piedra del régimen del “Tirano Depuesto”. Bueno, algo dejaron. La Policía, purgada de elementos peronistas, quedó intacta.2 Los homosexuales fueron casi el único grupo social que no registró cambios respecto del poder entre peronistas y antiperonistas. Los “libertadores" los siguieron tratando tan mal como los “tiranos”. El nuevo gobierno se quejaba de la “corrupción de todos los órdenes de la vida pública y privada”.3 Por si quedaran dudas, el general Pedro Eugenio Aramburu fue clarito sobre los objetivos de la “Revolución”: “Con el apoyo unánime y la adhesión entusiasta de las Fuerzas Armadas de la Nación. Esas fuerzas están plena y absolutamente identificadas en el ideal superior de la Patria, bajo el signo de su pasado glorioso y con la esperanza y la voluntad puestas en el propósito de restablecer su jerarquía moral”.4 Debía quedar meridianamente claro que se intentaba “restablecer el imperio moral”.5 Cuando el 17 de mayo de 1957 la Corte Suprema de Justicia, siguiendo el dictamen del entonces procurador general de la Nación, doctor Sebastián Soler, declaró la inconstitucionalidad del artículo de la Ley de la Policía Federal, por la cual se la facultaba para emitir y aplicar edictos, alguno habrá respirado aliviado. El reglamento de contravenciones y su bizarra punición de homosexuales, vagos, prostitutas y ebrios fue considerado inconstitucional. Pero la alegría duró nada: ese mismo año, a través del decreto 17.189, los edictos fueron ratificados. Esperar al restablecimiento de la democracia tampoco ayudó: durante el gobierno del doctor Arturo Frondizi, los edictos fueron elevados al rango de 1 Presidente de la Nación, general Juan Domingo Perón. Discurso en Plaza de Mayo, 31 de agosto de 1955. 2 Cuenta Uki Goñi en La auténtica Odessa, Paidós, 2002, que los protagonistas de la Revolución Libertadora interrogaron exhaustivamente a la joven Nelly Rivas, miembro de la Unión de Estudiantes Secundarios, a quien se vinculó afectivamente con Perón, sobre si este era homosexual o impotente. Estaban obsesionados con esa posibilidad. 3 Decreto ley N° 2.908, publicado en el boletín oficial el 18 de noviembre de 1955, firmado por Pedro Eugenio Aramburu y Arturo Ossorio Arana. 4 Mensaje del Presidente Provisional General Aramburu al pueblo de la República por Radio del Estado, 22 de noviembre de 1955. 5 Directivas básicas del Gobierno provisional emitidas el 7 de diciembre de 1955. Firmadas por Pedro Eugenio Aramburu, Isaac F. Rojas, Alvaro Alsogaray, entre otros.

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ley por el Congreso de la Nación.6 El peronismo, que se había imaginado a sí mismo casi como una religión, con sus veinte verdades, su mitología y sus propios santos (San Perón, Santa Evita) había caído. La Iglesia Católica y el nacionalismo militarista gozaban de excelente salud.

6 Jáuregui: La homosexualidad en Argentina, p. 166. Según Sebreli en Escritos sobre escritos, “Arturo Frondizi dejó sin efecto el dictamen de la Corte Suprema para congraciarse con la Iglesia”. Más adelante, Frondizi, para defenderse del ataque de “comunista” que se le hacía, se mostraba orgulloso de que “respetamos y resguardamos la fe religiosa de nuestros mayores y la acción ejemplar y argentina de su Iglesia”, como dijo en su mensaje al Ejército del 12 de octubre de 1960, consignado por Rodríguez Molas y García: Textos y documentos, p. 452.

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79. LAS “TETERAS”: Soy petiso, gordito y rubio. Vos pedime fuego y yo te digo que no fumo

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están, decime, las paredes para escribir? Antes eran el muestra“ Dónde rio de ingenio. Podías encontrar la guía telefónica escrita en el muro,

la exposición de dibujos más original, los avisos más útiles; en fin, las muestras de talentos condenados a pasar indiferentes, pero que encontraban el lugar para divertirte, para fijar sus momentos de felicidad, advertir el peligro y, sobre todo, trazar con una economía de rasgos las promesas más descomunales. ¡Todo eso borrado por los azulejos! ¡Por la moral amparada en la higiene!”, se quejaba Beto en La brasa en la mano.1 No era un enojo porque sí, Beto sabía. Aunque hoy parezca una locura, entre los años 45 y 55, ¡la censura llegó a los baños! Si en la pared íntima y sucia del baño de un bodegón aparecía alguna leyenda o inscripción contra el gobierno, el dueño del boliche era multado “aludiendo a los privilegios del porteño a la higiene”.2 Pero los pornógrafos, amparados en el anonimato, no dejaban de garrapatear las paredes con “lápiz, bolígrafo, estilográfica, tiza, lápices grasos de color, punzones o algo que hiciera las veces de punzón para trazar palabras en bajo relieve”.3 Lavar una y otra vez, pintar una y otra vez era costoso, por lo tanto los dueños decidieron en muchos casos azulejar los retretes para darle un corte definitivo al problema. Aquello que Lehmann-Nitsche había registrado a fines del siglo XIX, fue considerado subversivo. No hubo paz ni en ese lugar sagrado adonde acudía tanta gente. Ya a fines de los 50, la persecución a los retretes parece haber menguado. Así al menos lo sintió Fernando Vidal, el protagonista de Sobre héroes y tumbas, publicado en 1961, que entró apurado a La Perla, de Once: “Mientras me acomodaba en el infecto cuartucho, confirmando mi vieja teoría de que el cuarto de baño es el único sitio filosófico que va quedando en estado puro, empecé a descifrar las enmarañadas inscripciones”.4 Después de constatar la saga de “Viva Perón” y “Muera Perón”, Fernando registra: “Y en diferentes lugares libres, abajo o al costado, a veces (como en el caso de los avisos importantes de los diarios) con marcos orlados, con diversos tipos de letra (ansioso o lánguido, esperanzado o cínico, empecinado o frívolo, caligráfico o grotesco), pedidos y ofrecimientos de teléfonos para hombres que tuvieran tales y cuales atributos, que estuvieran dispuestos a realizar tales o cuales combinaciones o hazañas, artificios o fantasías, atrocidades masoquistas o sádicos. Ofrecimientos y pedidos que a su vez eran modificados por comentarios irónicos o insultantes, agresivos o humorísticos de terceras personas que por algún motivo no estaban dispuestas a intervenir en la combinación precisa, pero que, en algún sentido (y sus comentarios así lo 1 2 3 4

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Viilordo: La brasa en la mano, p. 197. Carella: Picaresca porteño, p. 171. Ib., p. 171. Ernesto Sabato: Sobre héroes y tumbas, Buenos Aires, Seix Barrai, 1983, p. 320.

probaban) también deseaban participar, y participaban, de aquella magia lasciva y alucinante”.5 El baño como “único espacio filosófico puro que va quedando” volvió a ser un trofeo de la libertad individual por sobre la asfixia que el Estado imponía sobre sentimientos y deseos. “Te espero mañana domingo, a las 19.30, en Córdoba y Alem, con un diario en la mano. Llevo traje azul y zapatillas de basque [sic]. Soy petiso, gordito y rubio. Vos pedime fuego y yo te digo que no fumo”,6 anotó Carella en su Picaresca que registró en un baño público. El intrincado método de acercamiento da cuenta de una paranoia, es de suponer, bastante justificada. Qué hubiera pasado si el gordito de traje y zapatilla de “basque” hubiera confundido a su citado con otro ciudadano cualquiera? Tantas prevenciones hablan de un agudo paisaje de ansiedad y zozobra. Eran tiempos ya de Guerra Fría y las contraseñas del espía que suenan hoy a Súper Agente 86 sexuado parecen haber sido un eficaz reaseguro contra lo desconocido. “A un Víctor que espera que lo llamen, le dicen que irán a la cita con un pañuelo. El objeto de reconocimiento varía: es a veces un diario, un ejemplar de Selecciones. Se entablan diálogos: –Te espero el viernes a las 11. –Imposible ir el viernes a esa hora; dejar nueva cita. Y más abajo: –Lo borraron, escribí de nuevo. Un desesperado consigna esta fecha al azar: –Ando más caliente que la gran puta. Quiero guerra. Dejá cita con anticipación para el sábado.”7 Los deseos ocultos de la ciudad solo podían expresarse en el lugar de los excrementos. Las calles, las casas, las plazas, los parques eran sitios en los que el deseo homosexual era violentamente rechazado. Los baños –ya lo había contado Arlt en Los siete locos– eran lugar de cita y socialización del deseo que seguía sin poder decir su nombre. Como en gran parte del mundo occidental, estaciones de trenes, subterráneos, bares y cines acogieron en sus baños legiones de desesperados que encontraron un sitio –desde los magníficos mármoles de los hoteles elegantes a los apestosos y sórdidos de los bodegones de extramuros– al que al menos se podía reivindicar como propio. Nacieron las “teteras”, símbolo de resistencia y gozo. La tetera ofrecía una enorme variedad de relaciones: el voyeur que sólo quería estar allí, formando parte de un grupo silencioso en donde la ansiedad reinaba; el exhibicionista, que encontraba delicioso masturbarse en público, a veces dejándose arrebatar el pene erecto. Estaban los más osados que se encerraban de a dos en los pequeños cubículos. Hasta bien entrada la democracia hubo teteras en muchos baños, pero el avance de otras posibilidades de encuentro, menos adrenalínicas, sacó a los nuevos homosexuales de aquel ritual, que hoy sobrevive en algunas capitales de provincia o estaciones de trenes suburbanas, aunque los baños de las facultades de Derecho y de Ciencias Económicas, el 5 Ib., p. 321. 6 Carella: O. cit., p. 165. 7 Ib., p. 166.

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aunque los baños de las facultades de Derecho y de Ciencias Económicas, en el Buenos Aires del siglo XXI, parecen continuar la tradición. El heterosexual apurado que entraba a un baño muchas veces no reconocía la existencia de una tetera, que requería de un conocimiento previo sobre su funcionamiento, ya que muchas veces, ante la presencia de un “extraño”, el funcionamiento sexual de la tetera entraba en pausa, hasta su salida. El toilet room norteamericano, apocopado como t-room, sonó a tea room o “sala de té”. Fue una ironía gay llamar “sala de té” a lo que en realidad era el baño. Las locas argentinas prefirieron nacionalizar el término y de tea room pasó a “tetera”. Pese a que durante décadas fue el único lugar de libertad, no hay que suponer por ello que estaba fuera del alcance de la persecución: en el año 1965 hubo una serie de asesinatos, de los cuales se responsabilizó al “sátiro de los baños”; en la dictadura del 1976 era habitual que, especialmente en las de los baños de las estaciones de trenes, llegasen los patrulleros, estacionandose uno de cada lado de la estación, provocando virtuales “ratoneras” entre los asistentes. Y a fines de los 50, Carella registró un graffiti tan amenazador como desprejuiciado en su gramática y ortografía: “Si se agarra a alguno a aser cosas aquí te mandan a Villa Devoto”.8

8 Ib., p. 167.

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80. LA REVISTA SUR: El homosexual y el comunista se consideran como la avanzada de nuestro tiempo

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staba ahí. Nadie entendía cómo, pero estaba ahí. No se movía, parecía que no respiraba, pero estaba ahí. Lo habían quemado, lo habían torturado, lo habían silenciado. Las instituciones, la Historia, la ciencia, la religión, el Estado, todos lo habían negado. No lo habían nombrado. Pero estaba ahí. Sufrió todo. Y estaba ahí. El deseo homosexual, terminando la década del 50, estaba ahí. Entonces fue que comenzó a respirar. Su presencia, finalmente, era insoslayable. Ningún arma se había mostrado efectivamente letal. No nombrarlo no lo había hecho desaparecer. Y se lo nombró. El debate comenzó en las páginas de Sur, revista que según Leopoldo Brizuela fue “uno de los focos de resistencia [a las políticas cada vez más represivas en términos sexuales] más constantes y menos estudiados [...] dirigida por Victoria Ocampo, pero efectivamente dirigida por dos homosexuales, José Bianco primero y Enrique Pezzoni mucho tiempo después”.1 En enero de 1959, Sur publicó lo que Brizuela llamó “monstruoso panfleto homofóbico” de un amigo de Victoria, Héctor Murena,2 bajo el título “La erótica del espejo”. Pese a la calificación de Brizuela, en ese trabajo Murena tiene algunos aciertos como el diagnóstico sobre los cambios en la apreciación de la homosexualidad y una velada defensa de la bisexualidad, lo que en la época sonaba como una rareza. La publicación de “La erótica del espejo” inició un debate que sacó al tema de la lista de “innombrables”. La visibilidad comenzaba su lucha contra lo nefando. Para Murena, la homosexualidad era una forma de la “autoidolización”, categoría en la que también incluía al narcisismo, la locura, el nacionalismo y el tribalismo. Se quejaba amargamente de la existencia en Buenos Aires de 1 Brizuela: Historia de un deseo, prólogo, p. 17. 2 Héctor A. Murena (1923-1975). Escritor, ensayista, poeta, traductor. Fue uno de los escritores más influyentes de las décadas del 50 y el 60, tanto por su posición en Sur como por sus notas en La Nación. Fue el primer traductor al español de los trabajos de la Escuela de Frankfurt. Casado primero con Alicia Justo y después con Sara Gallardo, su muerte se vio envuelta en una polémica que finalmente aclaró su hijo Sebastián Álvarez Murena en La Nación (29.12.2002). Se estaba convirtiendo en un mito el “suicidio alcohólico” de Murena, que Sebastián desmintió con datos claros. Desde 1998 surge un nue vo interés por la obra de Murena, con la reedición de Folisofía, de Polispuercón y de la antología Visiones de Babel. Según cuenta Sebreli en “Una mujer desdichada, Victoria Ocampo”: “Los hermanos Estela y Patricio Canto, con su humor vitriólico decían: ‘Sur es una monarquía constitucional; Victoria es la reina que reina pero no gobierna, Bianco es el primer ministro, y Murena, el favorito del primer ministro que es el que verdaderamente gobierna’”.

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una editorial que publicaba obras de autores extranjeros y nacionales con “el detalle de que todos los libros que dicha editorial publica son de carácter homosexual”.3 Se refería, sin nombrarla, a Editorial Tirso, de Renato Pellegrini y Abelardo Arias, que desde 1957 había conseguido publicar en la Argentina a André Gide, Henry de Montherlant y Roger Peyrelfitte, entre otros extranjeros, y al propio Pellegrini. En 1957 “el fiscal Guillermo de la Riestra, católico de derecha, ejerció el terrorismo antisexual enjuiciando películas, piezas teatrales y libros conceptuados como pornográficos” 4 y, entre otras, prohibió la novela Asfalto, de Pellegrini, por tratar el tema homosexual, condenando además al autor a cuatro meses de prisión. Murena no se horrorizó por la condena a prisión de un autor sino por la selección de autores o temas homosexuales: “Alguien con quien comentaba el hecho fue de la opinión de que parecía tan extravagante como elegir a los autores por el color del pelo: solo los rubios, solo los morenos”, sostenía livianamente. Y continuaba, asombrado: “Lejos de ser arbitraria, sin embargo, la orientación de la editorial mencionada5 constituye el índice veraz de un fenómeno respecto al cual resulta difícil no cobrar conciencia en nuestro tiempo. Pienso en la militancia y en la difusión que el homosexualismo ha alcanzado en los últimos años. [...] La homosexualidad se pasea ahora por calles y salones a cara descubierta, sin asomo de la inseguridad que la distinguía antaño. Y su estilo avanza día a día con grandes oleadas que, al parecer, no han llegado aún a su intensidad máxima”. No sabía la que se venía, Murena. “El uranismo reserva hoy una corona de fulgor que, pese a ser turbio, se ha tornado prestigioso. Pues quizás uno de los aspectos más importantes de la situación sea la actitud de la sociedad heterosexual en cuyo ámbito la homosexualidad crece. El mismo hombre que no alcanza a reprimir una sonrisa de repugnancia ante la afectación en que incurre de súbito un pederasta, no se sentiría empero elegante en ropas distintas de esas de corte y colorido cada vez más femeninos que usa cotidianamente.” Hay que reconocerle a Murena un certero diagnóstico que los propios homosexuales de la época no habían logrado. “¿Qué pensar de danzas más o menos ‘tropicales’, adoptadas por doquier con furioso entusiasmo, que implican ya una indiferenciación de los sexos, ya una postura sádica respecto al sexo?” Las mismas prevenciones que los bien pensantes argüían frente al tango, cuando comenzó a bailarse, casi cien años antes. “En estos síntomas, y en otros mil semejantes, yo no puedo sino leer el oscuro homenaje que la sociedad rinde a una conducta que no hace mucho sentía como francamente repudiable. Para decirlo con más exactitud, acontece que mientras en el plano mental se continúa rechazando la homosexualidad, en el profundo 3 Héctor A. Murena: “La erótica del espejo”, Sur, (Buenos Aires) núm. 256 (enero 1959), p. 19. Todas las citas que no están expresamente consignadas son de ese trabajo. 4 Sebreli: Escritos sobre escritos, p. 323. 5 En realidad, debería haber escrito “la editorial no mencionada”, ya que no la nombra.

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plano mental se continúa rechazando la homosexualidad, en el profundo nivel instintivo se la acepta, se la celebra incluso. La homosexualidad se ha convertido así en un constitutivo esencial de la atmósfera de nuestro tiempo, tanto para quienes la practican como para quienes se sienten ajenos a ella: todos lo compartimos de algún modo, pues al igual que la energía atómica, la dictadura del proletariado, las filosofías existencialistas, etcétera, la homosexualidad es uno de los factores preponderantes en el zeitgeist en que vivimos.” Hace entonces Murena una reflexión sobre la ópera que estaba escuchando en ese momento, Tristán e Isolda, de Wagner, en donde advierte una apertura al otro sexo, una salida de sí hacia una tierra extraña. Y encontró que esa era la dialéctica del ser humano, su abrazo antagónico: “Mediante esa especie de prueba por lo contrario, en la experiencia de la entrega amorosa al sexo opuesto, se declara la finitud de la criatura. El amor heterosexual es la asunción, el reconocimiento más rico del estado fundamental de necesidad de la persona. [...] En cambio, cuando se escoge al propio sexo para cumplir la salida erótica, con tal salida se está ejecutando al mismo tiempo una vuelta a sí.” La disquisición de Murena suena tan artificial, que solo un enorme esfuerzo de fe puede hacerla creíble. Se dedica después a contestarle a André Gide que, en Corydon, libro de gran incidencia en el momento, usado como bandera por los homosexuales cultos, donde decía que el uranismo era algo natural porque se lo encontraba en los animales. Murena dice que justamente, la heterosexualidad era algo conquistado por el hombre, que demostraba cómo había sabido refrenar los impulsos y desconfiar de los actos instintivos. Concluía, sólo para quitarle valor a la argumentación de Gide, que la heterosexualidad no era natural. Murena también habla del “conflicto ‘neurótico’ en que Occidente ha entrado respecto a su sexo”, asegurando que “la inversión sexual contemporánea forma parte de la subversión general de los valores que Nietzsche fue el primero en anunciar como típica del para él venidero y para nosotros actual nihilismo”. Para Murena la homosexualidad, está claro, no era una alternativa sexual que la Humanidad conoció desde los orígenes del tiempo, era simplemente un rasgo cultural de la Guerra Fría. Elevando la apuesta, Murena desarrolla su tesis de que la homosexualidad negaba a Dios y era demoníaca: “Mediante el voluntario enclaustramiento en su propio sexo, la criatura expresa su renuencia a utilizar ese camino de retorno a Dios que consiste en la salida amorosa hacia el otro sexo y que Dios mismo le marcó desde el origen en su naturaleza”. No explica la contradicción con lo apuntado unos párrafos arriba, cuando asegura que lo natural era la homosexualidad. Murena ahonda después en un clásico del nacionalismo argentino: “homosexualidad = comunismo”, algo que ningún intelectual de la Guerra Fría se había animado a expresar con tanta claridad y solo habían dejado en manos de obispos y generales: “Siempre me llamó la atención la semejanza de 285

las reacciones del homosexual ante el heterosexual y del comunista frente al no comunista. Ambos ponen de manifiesto, como forzados huéspedes en campamento enemigo, una cordialidad fría y lejana tras la cual es fácil percibir una mezcla de desdén y resentimiento. [...] ¿Por qué tal contradicción? Resentimiento a causa de que ambos participan de ideologías ‘igualitarias‘ que niegan en grado variable la individualidad, ese carácter único, inefable de cada persona, que sus interlocutores pueden en cambio asumir y desarrollar con libertad.” Calificar a Proust, Wilde, Gabrielito D’Yturri y su conde y hasta a Bunge como comunistas era un argumento insostenible, por lo que Murena, más inteligente que obispos y generales, hace una comparación pero se detiene en el borde. Deja una luz entre ambos para hacer más fuerte su argumento pero los asimila en lo que ambos tendrían de un forzado “igualitarismo”. “Todo comunista siente en el fondo insobornable de sí que esa ‘libertad en la diferencia’, a la que tiene derecho como criatura y a la que en un momento renunció por estimarla menospreciable, resulta a la postre el oxígeno mismo sin el cual falta la vida del alma que permite apreciar el resto íntegro de la existencia. Mientras que el homosexual –que con su igualitarismo erótico por definición ha eludido la realización plena de su persona que significaría la apertura al sexo opuesto– experimenta el vago horror hacia sí de quien, por haber llevado la perversión al orden sagrado del amor, sabe que su actitud merece el calificativo de pessima que la tradición reserva para la corruptio optimi. Pero además del resentimiento, el desdén. Ello debido a que el homosexual y el comunista se consideran, no sin razón, como la avanzada de nuestro tiempo.” Finalizando su trabajo, Murena da un giro inesperado, una velada defensa de la bisexualidad, hablando de una “lastimosa y voluntaria amnesia respecto a la bisexualidad del ser humano [que] condujo a una exacerbación del ‘masculinismo’ y el ‘feminismo’, que agravó las tensiones y socavó las bases del amor heterosexual”. Describe las relaciones matrimoniales heterosexuales como hipócritas en donde “el amor se remontó a las esferas de lo imposible”. Y cierra su nota hablando de un ser casi ideal que “no es homosexual, porque ello sería ceder a la zona animal de su ser. Pero tampoco responde a la cerrada idea heterosexual sostenida por la ‘ortodoxia’ racionalista de todos los tiempos, pues eso sería esclavizarse a una sublimación estéril e imposible. Ese tenso equilibrio es lo que asegura la singular plenitud con que su persona moral se alza en la Historia. Por otro lado la persona más plena, esa que no sacrifica nada de sí a la homosexualidad ni a la heterosexualidad, resulta equívoca. [...] Pero, ¿no será ese tipo de persona más plena el objetivo hacia el cual nos encaminamos con movimientos lentos, complejos y penosos? Ese ser capaz de cumplir con su sexo pero liberado de problemas sexuales, ¿no será la forma nueva de salud que la presente enfermedad del homosexualismo prepara? Esa criatura que tras una larguísima crisis recuperaría su equilibrio entre animalidad y racionalidad en un escalón espiritual superior, en un escalón que hasta ahora solo han pisado contados 286

ejemplares humanos, ¿no será el punto hacia el cual mira el gran cuerpo de la sociedad de Occidente para dar el salto que su aguda retracción al círculo natal indica como seguro? Tal es lo que me pregunto”. En el siglo XXI, cuando el rock and roll que horrorizaba a Murena ya es solo música de padres (o abuelos), y la aparición de nuevos paradigmas como el hombre sensible o la mujer activa se convirtieron en lugar común, la pregunta de Murena ha sido contestada.

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81. LA REVISTA CONTORNO: Mientras haya hombres rabiosos o espantados, este universo estará ahí viernes 10 de abril de 1959 Ernesto Savid se sintió perturbado por la “Ellectura de la revista Radiolandia y por la noticia del casamiento de un actor.” Así comienza La narración de la historia, de Carlos Correas, cuento que provocó un escándalo en el Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras de la UBA en 1959. El mismo fiscal Guillermo de la Riestra que había prohibido y condenado a Renato Pellegrini por su novela Asfalto “condenó a seis meses de prisión en suspenso al autor, al director de la revista, Jorge Raúl Lafforgue, así como al comité de redacción en pleno y a todos los representantes de la comisión directiva del Centro. La Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires resolvió, por su parte, retirar el subsidio a la revista Centro y en importantes diarios aparecieron artículos de fondo elogiando la actitud del fiscal De la Riestra”.1 No iba a ser ni de lejos el último acto de censura del fiscal.2 La narración de la historia es un relato seco y dulce a la vez. Un muchacho clase media, de no más de 25 años, Ernesto Savid, conoce en Constitución a un adolescente, Juan Carlos Crespo, un morochito de 17 años. Recorren arrabales porteños, la Costanera Sur, toman un colectivo, cruzan la General Paz, llegan a San Martín, hay algo de sexo, algunas mentiras, algún miedo, alguna traición. Un ejemplo claro de lo que quiere decir “nefando”: aquello que había sido escrito (y muy posiblemente vivido) en 1959 recién pudo ver la luz 39 años después, cuando Ricardo Piglia incluyó el cuento en la antología Las fieras.3 Carlos Correas, destacado escritor y pensador, figura fundamental de la mítica revista Contorno de los años 50, quien junto con Juan José Sebreli y Oscar Masotta4 “constituimos sin darnos cuenta un trío que destacaba por ser el primer y único grupo existencialista sartreano, así como por una apro1 Sebreli: Escritos sobre escritos, p. 324. 2 En 1965 llegó a iniciarle una causa por desacato al crítico cinematográfico Raimundo Calcagno (Calki) porque habla tenido la osadía de publicar en el diario El Mundo, del 27 de febrero de 1964, una nota titulada “El resto es silencio”, en donde se quejaba de la censura a la película El silencio. El juez Edmundo M. Sanmartino absolvió al periodista, pero la Sala I de la Cámara de Apelaciones en lo Criminal y Correccional, con el voto de Alberto S. Millán y Jorge A. Quiroga, revocó la absolución y lo condenó a un mes de prisión en suspenso alegando que “el derecho de crítica no confiere a nadie el de agraviar utilizando términos o expresiones innecesariamente injuriosas y mucho menos que con frases más o menos encubiertas se alcance o englobe al funcionario público en la atribución de cualidades repudiables". La Nación (12.6.1965), p. 8. 3 Ricardo Piglia (comp.): Las fieras, Alfaguara, 1998. La narración de la historia también figura en la antología de Brizuela: Historia de un deseo. 4 Oscar Masotta (1930-1980). Psicólogo y semiólogo. Figura fundamental de la cultura argentina en los años 60. En 1965 publica en la revista Pasado y Presente por primera vez el pensamiento en lengua castellana de Jacques Lacan. A partir de esa publicación, consigue la introducción de la obra de Lacan en la Argentina, la fundación del Grupo Lacaniano de Buenos Aires, la edición de Cuadernos Sigmund Freud y la fundación de la Escuela Freudiana de Buenos Aires, primera institución de psicoanálisis lacaniano de habla hispana. Su obra más conocida es Sexo y traición en Roberto Arlt.

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Oscar Masotta y Juan José Sebreli, dos de las figuras fundamentales, junto a Carlos Correas, de la mítica revista Contorno de los años 50. Se autodenominaban Existenclalistas sartreanos, heterodoxos sexuales y se ubicaban a la izquierda, pero próximos, del peronismo.

ximación desde la izquierda al peronismo. Como si esto fuera poco se sumaba un tercer rasgo, una proclamada heterodoxia sexual con tintes genetianos, que en el caso de Masotta era tan sólo una actitud mimética”.5 Pese a la prohibición, Correas escribe otro libro en donde cuenta más 5 Sebreli: “El joven Masotta” en Escritos sobre escritos, p. 376. A pesar de que Sebreli al mismo tiempo que se declara junto con Correas “heterodoxo sexual” parece apartar de esa “heterodoxia” a Masotta, un poco más adelante en el mismo trabajo reconocerá que “sus relaciones afectivas [las de Masotta] eran de la misma índole que sus relaciones intelectuales: como necesitaba ser amado por todos, no discriminaba demasiado el objeto de su elección, y esto lo impulsaba, a pesar de su heterosexualidad básica a mantener relaciones ambiguas, verdaderos simulacros de romances con homosexuales, que rara vez llegaban a la realización, era el típico personaje del ‘amante hasta el borde del lecho’, tal vez con la única excepción –reconocida por él– de una furtiva fellatio en una playa desierta en la ribera norte del Río de la Plata. Le gustaba dejarse desear por los homosexuales y sacaba sus ventajas, incluso llegó a vivir esporádicamente con alguno de ellos”. Ib., p. 385. En el mismo trabajo cuenta que un traje a cuadros lila y negro que durante mucho tiempo fue una prenda muy conocida de Masotta “había pertenecido a un estanciero cuyo hijo homosexual, a quien había conocido en la conscripción, se lo había regalado con alguna vaga promesa erótica que jamás se cumpliría”. Ib., p. 375.

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aventuras de “heterodoxos sexuales” en la Buenos Aires de mediados del siglo XX. Se trata de un texto hoy prácticamente inhallable, Los reportajes de Félix Chaneton. 6 El primero de sus “reportajes”, Rodolfo Carrera, un problema moral, describe otra vez el ambiente opresivo y violento de los años 50. Así, el protagonista reconoce que el paraíso del teatro Avenida, que tantos problemas le trajese a Miguel de Molina, se había convertido en lugar de encuentro y seducción: “He oído zarzuela desde el paraíso de un teatro de la Avenida de Mayo. [...] Un refugio para los que hartos y excluidos de las calles sacábamos la entrada [...] y trepábamos –el corazón se nos volvía fuerte y sano por la expectativa de la aventura– hasta el paraíso, que todavía tenía en los extremos, en plena oscuridad, otras escaleras que llevaban a un nivel superior. [...] No teníamos adonde ir e íbamos a ese teatro. Éramos artistas en el paraíso. Como carecíamos de un orgullo que pudiera ser herido y buscábamos, penetrando en la abyección, la imposibilidad de que se nos ofendiera, teníamos la sucia complicidad de los vencidos por un mundo que se nos antojaba idiota y hostil. Para cumplir con los reglamentos municipales había un baño en el nivel inferior del paraíso; estaba iluminado por una lamparita temblorosa, creo que con la cantidad mínima de bujías. El que entraba en el baño tenía que pasar, en la mayoría de los casos, por la prueba de un espectáculo de amor y de deseo exclusivamente entre varones, experimentar las más curiosas e imprevistas maneras en que se manifestaba el erotismo, la paciencia, el renunciamiento de hombres que por el logro de una relación sexual se habían preparado durante horas en las casas o en los sucuchos donde vivían, y habían merodeado por el semicírculo del paraíso, escrutando en la penumbra, buscando a la luz del escenario rasgos puros y también juveniles”. El muchacho protagonista recuerda de esas tertulias “la vocecita aguda de una marica niña diciendo: ‘Antes jugaba con las muñecas; ahora juego con los muñecos’”, cuenta los juegos de seducción entre mayores y jóvenes y que “la pasión surgía –y a veces hasta la culminación del éxtasis– solo cuando se establecía una relación íntima, que podía producirse milagrosamente en cualquier rincón del paraíso (la señal era el rápido arremolinamiento de los asistentes que habían encontrado otro espectáculo además del que se brindaba en el escenario): en el suelo, en el hueco de las escaleras, sobre la barandilla, detrás de la puerta de batientes del baño, en las baldosas roñosas y corroídas de la letrina de olor asfixiante”.7 Ante la falta de otras fuentes, aquí se registra desde la literatura el pequeño intervalo que la agobiante situación de opresión y falta de libertad presentó en algunos meses de 1956, entre la caída del peronismo y la consolidación de la nueva revolución, siempre tomando como ámbito la zona de Plaza San Martín y Retiro: “He estado sentado, en unas noches de Carnaval, en el césped de Plaza Britania, frente a la entrada del Parque Retiro [hoy desapareci6 Carlos Correas: Los reportajes de Félix Chaneton, Buenos Aires, Celtia, 1984. La editorial pensó reeditarlos en el 2000, pero la crisis la forzó a dejar esa publicación en suspenso. 7 Ib., pp. 19-20.

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do] rodeado de maricas disfrazadas de mujer. Digo ‘rodeado’ porque yo buscaba el centro de ellas, diría el punto medio (¿el punto matriz?) de sus risas, ocurrencias, extravagancias, sus osadías y desmesuras, su viciosa predilección por las agitaciones en el vacío. Los machos, jactanciosos y vanos, ásperos, tensos (no duros, sino tensos), con sus fábulas pueriles de agresiones y reventamientos, me asqueaban. El abigarrado loqueo de las maricas me ofrecía protección y amabilidad. [...] En ese Carnaval (año 1956) la Policía se hallaba ocupada en problemas políticos, de donde resultaba una cierta distracción en la vigilancia de la llamada ‘moral pública’. Las maricas habían aprovechado lo que, desde luego, no era nada más que un intervalo, y se habían entregado al loco jolgorio de ir por la calle vestidas con tacos altos, con polleras, con blusas. Había algunas muy lindas y parecidas a modelos francesas. En la Plaza Britania las maricas, encandiladas por su propio desorden, por la apariencia que otorgaba el Carnaval de un poder de producir encantamientos, se complacían en el equívoco y alternaban con soldados, con marineros, con sus chongos amantes o con sus maridos. Se tomaba vino y cerveza”.8 Finalmente, la crueldad y el vacío de la época están representados en estas dos muestras de poderosa literatura: “Se llamaba Rolando, le decían Roly o Choly, era mendocina y tenía diecisiete años. [...] La marica me dio lástima. Fuimos hasta el puente Barracas y nos besamos en un instante en que estuvimos lejos de la gente. Me contó que había querido suicidarse dos veces: una vez con diez pastillas de Luminal y otra vez con un vidrio. [...] La marica Roly también me dijo que conmigo se avergonzaba y me preguntó si yo había visto alguna vez a una marica tan tirada como ella; casi todo el tiempo sentía un insecto, más todavía: según ella se sabía insecto. No le pedía dinero a la familia por vergüenza. Vino de Mendoza a Buenos Aires porque le habían pintado de color de rosa la vida en Buenos Aires, le habían dicho que había hombres que le iban a dar dinero y a mantenerla. También dijo, con tono lánguido y como una heroína, que estaba cansada de que los hombres jugaran con su inexperiencia. [...] Me contó sus anécdotas con los viejos: como uno que se acercó a ella y que antes de tocarla acabó”.9 El otro párrafo es aún más lacerante: “Si con respecto a las maricas, que, uno ya habrá advertido el lector, son la clase más baja, la más grotesca, dentro de la homosexualidad; si con respecto a las maricas, digo, lográramos aislar y luego reunir en su desnudez extrema las cualidades propias de las mismas (la temeridad, el ansia de vencer el bochorno, la inversión también moral, la bruma y el turbio resplandor, la magnificación del ridículo, el refocilo en el desquicio, el sueño de la más grave descalificación y condena), tendríamos ante nosotros, por un imposible, el universo absoluto de las maricas. Este universo excluye radicalmente a las mujeres, pero a la vez las contiene en el modo de negarlas por identificación con ellas, o, mejor, con 8 Ib., pp. 22-23. 9 Ib., pp. 120-121.

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cierta idea de mujer. El lenguaje que aquí se habla está asediado por la pornografía victoriosa; sus imágenes florecen entre la mayor suciedad que saben segregar los machos; sus costumbres se orientan por el fanatismo de las masturbaciones que tienen que adorar y destruir en el propio cuerpo el sexo que se desea. El que ha saboreado este lamentable, es decir, este compadecible y asolado universo donde la muerte no es sorprendente, ha preparado su paladar para la atrofia, la mutilación, la agonía de la desnutrición, la peor desazón. Sin duda, es un universo aberrante, y sus habitantes son enfermos, pero solo porque en la base de este pathos se encuentran la rabia y el pavor en mezcla inextricable. Mientras haya hombres rabiosos o espantados este universo estará ahí. Yo te invito, lector, a que lo tomes a tu cargo”.10 Correas fue profesor de Filosofía en Filosofía y Letras de la UBA, pero nunca obtuvo la titularidad de la cátedra, Sus trabajos fueron también conocidos en la revista El ojo mocho. Fue en la mañana de un domingo caluroso, el 17 de diciembre de 2000 que, como Roly, en ese universo donde la muerte no es sorprendente, intentó suicidarse. No fue con un vidrio. Fue cortándose la yugular. Como no lo consiguió, se tiró, ya desangrándose, por el aire-luz de su departamentito del barrio de Once. La noticia casi ni se difundió.

10 Ib., p. 122.

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