Historia de La Homosexualidad en La Argentina - Parte 4 by Huije [Historia de La Homosexualidad en La Argentina - PARTE 4.PDF] (42 Pages)

September 24, 2017 | Author: Futuro Libertario | Category: Homosexuality, Anarchism, Masturbation, Science, Buenos Aires
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Descripción: Historia de La Homosexualidad en La Argentina - Parte 4 by Huije [Historia de La Homosexualidad en La Argen...

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PARTE IV

EL HIGIENISMO “CIENTÍFICO” Los “invertidos” y la Generación del 80

33. EL FUROR SANITARIO: Los parásitos de la escoria social, los fronterizos del delito, los comensales del vicio y de la deshonra.

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odo cambiaba. El enorme territorio salvaje e inhóspito se organizaba, entraba en el comercio mundial, miraba a Francia como el modelo deseado. Buenos Aires ya nunca volvería a ser la Gran Aldea. Eso que después el lugar común convertiría en “crisol de razas”, comenzaba a vislumbrarse en el puerto. Los inmigrantes llegaban a un país que no era como en los folletos que les habían mostrado en los puertos de ultramar. Los chicos que habían crecido en familias que odiaban a Juan Manuel de Rosas se preparaban para modernizar el país. La historia liberal los registraría como “la Generación del 80”, alabaría su predisposición para la organización, su idea de progreso, que incluía un claro componente anticlerical, su gusto por el consumo de bienes culturales, su obsesión parisina, el poco exigente modelo agroexportador, sus relaciones con el mercado británico, su actitud dinámica. Es un momento laico en la historia nacional, en el que llegan a sancionarse, con positivismo militante, la Ley de Registro Civil (hasta ese momento, nacimientos y muertes se anotaban en las parroquias), la Ley de Educación Común (otro bastión arrebatado a la Iglesia Católica) y la Ley de Matrimonio Civil. El enfrentamiento con la Santa Sede llegó hasta la ruptura de las relaciones diplomáticas con Roma, en 1884, bajo la presidencia de Julio Argentino Roca. Había vida y ambición en esos muchachos esclarecidos, convencidos del derecho ilustre que los asistía para dirigir un país que pedía a gritos ser encaminado por las preclaras élites oligárquicas: Roca, Carlos Pellegrini, Miguel Cané, Eugenio Cambaceres, Joaquín V. González, Rafael Obligado. Ellos decidieron en el juego de incluidos y excluidos con quienes hacer un país y a quienes desechar. El brazo científico del grupo les aportaría el marco teórico que permitiría hacer de la exclusión una simple ecuación. No fueron racistas. Fueron “científicos”.1 _____________ 1. “La superstición cientificista se alimentaba de una gran simplicidad que suponía que entre la lente del microscopio y la del telescopio podía caber todo el universo”. Arturo Jauretche, La colonización pedagógica, p. 7. 111

“La opinión pública, impresionada con el recuerdo fatídico de la epidemia de 1871, exigía a sus autoridades, medidas precaucionales rigurosas, contra toda procedencia extranjera, susceptible de ser vehículo de los tan temidos gérmenes”, escribió José María Ramos Mejía en 1892.2 Algo estaba saliendo mal. Los inmigrantes sucios y pobres que desembarcaban en la nueva tierra prometida no eran los cultos franceses e ingleses con los que soñaban nuestros prohombres. El criminólogo Eusebio Gómez escribió sobre “la influencia de una inmigración no depurada en manera alguna, inmigración que trae a nuestro país, junto con el hombre verdaderamente trabajador, la resaca extraída de los más bajos fondos de los pueblos europeos”. 3 Se armó entonces un fenomenal aparato estatal que partió de la ciencia y que, burocráticamente, extendió sus redes por cuanto resquicio encontró para llegar a dominar la vida académica, social y política del país. La punta de lanza de estos nuevos cruzados de la ciencia y de la higiene fue el fantasma de la peste de hacía veinte años, la fiebre amarilla, y la inoperancia oficial frente a la catástrofe sanitaria. Sin embargo, el Estado había hecho más para combatir la epidemia que lo que los nuevos agitadores estaban dispuestos a admitir, solo que en 1871 no había cómo parar la epidemia, todavía no se sabía que la transmitía el mosquito aedes aegipti, dato que se confirmó recién en 1901. En un completo estudio,4 Jorge Salessi demuestra el uso político de la peste entre 1871 y 1900. Los médicos/políticos le achacaron la presencia de todos los males a la ineficiencia estatal y la conclusión era obvia: el Estado debía prepararse higiénicamente para poder crecer y recibir inmigración. Con ingenio, un anónimo redactor de Caras y Caretas registró la obsesión del 90 por la peste del 70 y escribió una profecía que finalmente se cumpliría bajo el título de “El furor sanitario”: “Se imponen las medidas radicales / antes de que la peste nos infeste / más las quieren usan con bríos tales / que van a concluir porque la peste / resulte el más pequeño de los males”.5 La inmigración debía ser tratada bajo rígidos protocolos higiénicos. El hecho de que en 1890, el sesenta por ciento de la deuda externa se debía al financiamiento de obras de higiene pública, demuestra que el discurso había funcionado.6 _____________ 2. José María Ramos Mejía: Memorias del Departamento Nacional de Higiene correspondiente a los años 1892, 1893, 1894, 1895, 1896, 1897, Buenos Aires, El Correo Español, 1898, p. 1. 3. Eusebio Gómez: La mala vida en Buenos Aires (prólogo de José Ingenieros), Buenos Aires, Editor Juan Roldán, 1908, p. 28. Más adelante Gómez, abogado criminalista del Instituto de Criminología, explica el concepto: “El doctor Moyano Gacitúa llega a afirmar que esas corrientes llevan en sí el sello de la criminalidad más alta de la tierra, en razón de las razas que las constituyen. La proporción de la raza latina sobre la población total del país es de 975 por mil y teniendo esto en cuenta, así como la opinión de Ferri, que encuentra en dicha raza el predominio de las tendencias al homicidio general, al asesinato y al infanticidio, es que nuestro autor funda su afirmación, a la que adherimos sin reservas, por ser ella exacta, a todas luces” (p. 30). 4. Salessi: Médicos, maleantes y maricas. 5. “El furor sanitario”, Caras y Caretas (Buenos Aires), núm. 56, año III (28.10.1899). 6. Es cierto que las grandes obras de higiene y salubridad le dieron al país un impulso necesario y que sirvió, entre otras cosas, para elevar la expectativa de vida, que entre 1865 t 1869 era de 32 años, y que se elevó a 48-50 años entre 1913 y 1915. Ángel Jankilevich: Historia de los hospitales. Período 18801930. Museo AADHHOS.

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José Ingenieros con Julio Argentino Roca. Dos símbolos de la Generación del 80. Si bien el anticlericalismo de la época le quitó poder represivo a la Iglesia, el Gobierno invistió a la ciencia como la nueva rectora de los comportamientos y las conciencias.

Una hojeada sobre el proceso permitirá ver cómo los médicos conquistaron poder exacerbando enfermedades y multiplicando los enfermos, adueñándose del aparato del Estado para controlar a “los parásitos de la escoria social, los fronterizos del delito, los comensales del vicio y de la deshonra, los tristes que se mueven acicateados por sentimientos anormales: espíritus que sobrellevan la fatalidad de herencias enfermizas o sufren la carcoma inexorable de las miserias ambientes”, como escribió José Ingegnieros7 en el prólogo de la obra de Gómez.8 Entre 1870 y 1900, se crearon el Departamento Nacional de Higiene, las cátedras de Higiene y de Medicina Legal en la Facultad de Medicina de Buenos Aires, se publicaron las Memorias del departamento de Higiene, en donde los médicos hacían circular sus ideas, algunas de ellas, escritas en francés _____________ 7. No hay un error: El pensador se llamaba efectivamente “Ingegnieros” pero se sacó la segúnda “g” intentando disimular su origen italiano. Roberto Payró recuerda no solo que Ingegnieros era italiano sino “de ascendencia italiana meridional” y que “acabó por quitarse la g de Ingegnieros, y de ser tan porteño como el que más, adoptando y exagerando algunas de nuestras modalidades”. 8. José Ingegnieros, en el prólogo de La mala vida, p. 5.

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con el claro objetivo de difundirlas en el extranjero y atraer al mismo tiempo inmigración europea al país y prestigio internacional a sus autores. Ramos Mejía propuso la creación de un Instituto de Medicina Legal en Buenos Aires. Los higienistas y criminalistas pidieron más y más leyes, 9 se ordenaron en Buenos Aires las “visitas domiciliarias de inspección higiénica” cada dos meses, una manera de entrar en todas las casas y tener a la población bien controlada. También había inspectores higiénicos en todos los vagones de los trenes y en los barcos atestados de inmigrantes. El gran ojo higiénico todo lo vigilaba. Los higienistas, así, pasaron a tener claros y peligrosos poderes policiales.10 La tendencia argentina, en realidad, continuaba la moda de Francia. En ese contexto, los tres nombres del higienismo en la Argentina son los de los doctores José María Ramos Mejía, Francisco de Veyga y José Ingegnieros. Trabajando en conjunto, crearon una red que unió la Facultad de Medicina de Buenos Aires con la Penitenciaría Nacional y la Policía Federal. El estudio científico se alió con la represión. La enfermedad física pasó a ser moral y después ideológica.11 Los tres científicos (más Eduardo Wilde y Emilio Coni) eran también escritores. Amparados por el Estado, produjeron libros, folletos, publicaciones, reseñas, tratados, revistas, en donde se citaban una y otra vez, se elogiaban una y otra vez, creando y regalándose prestigio mutuamente.12 En famosas tertulias que organizaba Ramos Mejía en sus oficinas de la Presidencia del Departamento de Higiene y de la Dirección del Instituto Frenopático, todos ellos se reunían a tomar el té y a discutir de ciencia y literatura. En esos cenáculos se creó una visión de la sociedad en la que nacían nuevos tipos de criminales, “un mundo de inmigrantes y obreros permanente o cíclicamente desempleados, prostitutas, homosexuales y rufianes, anarquista que bajo la bandera de un activismo político _____________ 9. “Sin la ley no se adelanta en cuestiones sanitarias desde que cada habitante se cree con derecho a vivir de la manera que le parece más conveniente, aunque infrinja las prescripciones de la higiene y perjudique la salud de los demás” Antonio Piñero: Anales del Departamento Nacional de Higiene, 1892, p. 267. Citado por Salessi: O. cit., p. 30. 10. Donna Guy: El sexo peligroso. La prostitución legal en Buenos Aires 1875-1955, Buenos Aires, Sudamericana, 1994, p. 12. Guy se refiere especialmente al trato que quienes padecían de sífilis recibían de parte de los médicos, quienes conferían a la enfermedad una interpretación social, moral y médica. 11. Francisco de Veyga publicó en 1897 en los Anales del Departamento Nacional de Higiene un texto titulado “Anarquismo y anarquistas. Estudio de antropología criminal”, fundando según Salessi una “antropología criminal argentina que se ocupaba de una ideología política”. Salessi, O. cit., p. 124. 12. Para ilustrar lo rentable que era el oficio de estos investigadores, Salessi muestra un ejemplo publicado en La Vanguardia, el 25 de noviembre de 1906, titulado “Los 500.000 del perito”, que decía: “El ex-perito Francisco P. Moreno es decididamente un hombre de suerte. Surgido a la superficie en un momento en que el sentimiento patriótico había sido hábilmente agitado por los intrigantes de la alta política, su nombre adquirió desmesurado prestigio. El Congreso le pagó sus servicios magníficamente [...] fue dueño de inmensas tierras y de sumas fabulosas. Pero, ahí no pararon las recompensas; porque estos ‘servidores de la patria’ se ríen de las virtudes de Ciancianato. El gobernador Ugarte, queriendo premiar también la deuda de gratitud que debía la provincia al perilustre hombre, le acordó con el título de superintendente de obras públicas, la suma de 500.000 pesos que pesan sobre el presupuesto actual. A raíz de las denuncias de algunos diarios, se ha buscado el motivo o pretexto que justificara tan exorbitante donativo, y el motivo o el pretexto no se ha encontrado. Entre tanto el ex-perito –cuya estadía en Londres ha despertado en él un vivo amor a Bentham, el inventor del panóptico, y a la escuela utilitaria–, cobra religiosamente los emolumentos protegido por la ley”. Salessi: O. cit., p. 131.

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Los fundadores de los Archivos de Psiquiatría, José Ingegnieros y Francisco de Veyga junto con José María Ramos Mejía y Lucio Vicente López. Fueron los máximos representantes del higienismo en la Argentina que ligó a la Facultad de Medicina con la Penitenciaría Nacional y la Policía Federal. Su blanco preferido fueron los “pederastas”.

político radical ocultaban apenas la patología de los delincuentes”. 13 Y decretaron que sobre ellos debía caer el peso de las fuerzas morales. Francisco de Veyga no era solo literato y científico. Fue además miembro activo del Ejército Nacional, y llegó a alcanzar el grado de teniente general, el más alto de esa institución. Todo su trabajo está cruzado con el de las fuerzas represivas. El discurso higienista fue central en el accionar de la Policía y el Ejército argentinos a lo largo del siglo XX. José Ingegnieros, una de las personalidades más extrañas de la vida cultural argentina, venía del anarquismo, pero abjuró de sus ideales y no tuvo problemas en convertirse en secretario de Julio Argentino Roca, el líder oligárquico, jefe de la campaña de exterminio en el desierto, quien hasta lo llevó a Europa de viaje. En esa promiscua relación entre ciencia y represión participó también el jefe de la Policía Federal, Ramón Falcón, quien identificó en un memorándum del 16 de mayo de 1909 como origen de las manifestaciones obreras a “ciertos focos de patología social inasimilables a nuestra personalidad colectiva, por instinto y por educación, con atavismos exóticos y con virulencias de otros medios, que se encuentran adheridos a nuestra fisonomía orgánica”. 14 La preocupación de la ciencia, las artes, la Policía, el Estado y el Ejército no era en vano. Se debía a lo que veían en las calles de Buenos Aires, en donde el bajo fondo se hacía presente como prostitución, como tango, como anarquismo, como inversión sexual. Los excluidos hacían cada vez más ruido.

_____________ 13. Salessi: O. cit., p. 125. 14. Ib., p. 117.

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34. EL “YIRO”: A los jardines del Paseo 9 de Julio les había tomado antipatía porque eran el refugio de los pederastas pasivos.

e “yiraba” en Buenos Aires por los jardines del Paseo de Julio, el espacio arbolado que separaba la Recova de la actual Avenida Alem y el río. El “yiro” iba desde la Casa Rosada, en donde se inauguró en 1903 la estatua de Las Nereidas de Lola Mora,1 hasta la calle del Temple,2 en donde estaba la Estación Central de Trenes. Grandes personalidades de la cultura argentina establecieron esa zona del Bajo, ese borde ciudadano como sitio de encuentro, bohemia y descontrol.3 Allí estaban los bares, los “piringundines” de antes de que el tango fuera decente, los marineros, los viajantes que caminaban por el Muelle de Pasajeros,4 210 metros de madera que se adentraban en el Río de la Plata, y los pasajeros ferroviarios. En ese escenario de prostitución y música los homosexuales tenían un punto de encuentro, la estatua de mármol blanco de Giuseppe Mazzini en la plaza que, en ese momento, llevaba su nombre.5 La estatua continúa en el mismo lugar, ahora dándole la espalda al edificio del diario La Nación, en la misma plaza en que hace más de cien años se juntaban “los lunfardos”, como le llamaban a la escoria entre delictiva y enferma de la que querían librarse Ingegnieros y De Veyga. El subcomisario Adolfo Batiz escribió a principio del siglo XX: “A los jardines del Paseo 9 de Julio les había tomado antipatía porque eran el refugio de los pederastas pasivos que se juntaban alrededor de la estatua de Mazzini, el _____________

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1. Hoy ubicada en Costanera Sur. Debió ser trasladada a un lugar menos visitado por las quejas que tanta desnudez marmórea produjo en las familias porteñas de la época. 2. Hoy Viamonte. 3. Para Roberto Arlt, en su aguafuerte Las cuatro recovas, del 17 de enero de 1929, el Paseo de Julio era “la recova canalla”. Gardel cantó el tango de E. Fresedo Paseo de Julio, en donde cuenta que “un marinero amigo, que fijo me miró” le dijo antes de beber una cerveza que otro amigo en común había muerto de amor por su novia. En varios cabarets del Paseo de Julio, Tita Merello trabajó como vedette. Alberto Vaccarezza en El conventillo de la Paloma llama a su personaje más bohemio “Paseo de Julio”. El dramaturgo Mauricio Kartun estrenó en 2003 la obra La Madamita, que transcurre en un estudio de fotografía pornográfica, en el Paseo. Pero quien más ha insistido en lo pecaminoso del Paseo ha sido sin dudas Jorge Luis Borges. En Emma Zunz habla del “infame” Paseo de Julio y es allí hacia donde se dirige la protagonista para hacerse ultrajar, como parte de su venganza. Emma entra en “dos o tres bares” hasta dar con un marinero que sin mediar palabra, la lleva a una habitación donde tienen sexo rápido. Pero no terminan allí las referencias borgeanas al Paseo. En el prólogo de Artificios (1944) dice que “la torcida Rue de Toulon” (que aparece como la calle del pecado en La muerte y la brújula) es el “Paseo de Julio”. Lo nombra también como “frontera de arrabales” en Los compadritos muertos (El otro, el mismo, 1964). Y más aun, le dedica una poesía al Paseo, publicada en Cuaderno San Martín (1929): “Juro que no por deliberación he vuelto a la calle / de alta recova repetida como un espejo / de parrillas con la trenza de carne de los Corrales / de prostitución encubierta por lo más distinto: la música. / Puerto mutilado sin mar, encajonada racha salobre / resaca que te adheriste a la tierra: Paseo de Julio / aunque recuerdos míos, antiguos hasta la ternura, te saben / nunca te sentí patria. / Solo poseo de ti una deslumbrada ignorancia / una insegura propiedad como la de los pájaros en el aire / pero mi verso es de interrogación y de prueba / y para obedecer lo entrevisto. / Barrio con lucidez de pesadilla al pie de los otros, / tus espejos curvos denuncian el lado de fealdad de las caras / tu noche calentada en lupanares pende de la ciudad / [...] Detrás de los paredones de mi suburbio, los duros carros / rezarán con varas en alto a su imposible dios de hierro y de polvo, / pero ¿qué dios, qué ídolo, qué veneración la tuya, Paseo de Julio? / Tu vida pacta con la muerte; toda felicidad, con solo existir, te es adversa”. 4. Nacía en la actual Alem, entre Sarmiento y Perón. 5. Hoy Plaza Roma, entre las calles Alem, Lavalle, Bouchard y Tucumán.

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El Paseo de Julio fue el lugar de bohemia y de descontrol de la Buenos Aires de comienzos del siglo XX. Allí estaban los bares y los “piringundines” del bajo fondo. A la derecha, la estatua de Mazzini, punto de reunión de los “pederastas pasivos”.

revolucionario y hombre de las libertades itálicas”, 6 pero a su vez se alegraba de que en la otra punta del paseo, ahí donde estaba la estatua de Lola Mora, “creemos [que] no merodean pederastas”. 7 No debe haber sido casual que los lunfardos, los pícaros de la época, se tiraran más para el lado de la estatua de Mazzini que para el de Lola Mora. A tres cuadras de allí, hacia el norte, en la esquina del Paseo con 25 de Mayo, estaban los cuarteles del Regimiento 5 de Línea. Incesante inmigración masculina, sin compromisos, sin ataduras familiares, soldados solitarios y marineros de ultramar. Lunfardos riendo con risas que inventaban el tango lunfardo. Y el río brillando bajo la luna porteña. Alguien iba a querer abortar ese siglo libertario que estaba naciendo.

_____________ 6. Adolfo Batiz: “Buenos Aires, la ribera y los prostíbulos en 1880” en, Contribución a los estudios sociales. Libro rojo, Buenos Aires, Aga Taura, p. 25. 7. Ib., p. 26.

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35. EL DEPÓSITO 24 DE NOVIEMBRE: Jugaban a los hombres y las mujeres; hacían de ellos los más grandes, de ellas los más pequeños.

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esde los bordes sucios de la ciudad crecía la peste. No eran mosquitos esta vez. Eran los lunfardos italianos anarquistas, prostitutas polacas, vagabundos, huérfanos, compadritos, borrachines, obreros revoltosos, invertidos, “canfinfleros”, “escruchantes”, “madruguistas”, “biabistas”. “tableristas”, “espiantadores”, “jicadores”, “burristas”, “mecheras”, ladrones de gallinas, pederastas y “safistas”, “madamas”, cocottes y proxenetas.1 Los que no estaban invitados a construir el país que se estaba forjando en escuelas y cuarteles. Esa fiesta que armaban en las calles no era la celebración decorosa y patriótica con la que la Generación del 80 quería festejar el Centenario. Había que poner fin a tanto descaro. Había que aplicar vacunas, controlar la peste, eliminar los focos de contagio. Había que examinarlos, escrutarlos a la luz positiva de la ciencia y la moral. El doctor general de División, De Veyga, pidió en 1899 al jefe de la Policía, Francisco J. Beazley, ser designado como médico de la Policía y que se le asigne el servicio del Depósito 24 de Noviembre. No era un pedido menor. Ahí en el “24 de Noviembre”, como se lo conocía por la calle en la que estaba ubicado, iban a parar los lunfardos, la escoria, “el lodo social”.2 No hacía falta que cometieran un delito. Beazley le cumplió el sueño al doctor teniente general, le cedio el depósito para que lo convirtiese en un laboratorio de seres humanos. El 24 de Noviembre fue el eslabón imprescindible entre ciencia y represión: la Policía los encerraba, los médicos los estudiaban. José Ingegnieros exponía a los prisioneros (“los quincenarios”, les decían, porque estaban ahí por quince días) en la Facultad a sus alumnos. El historiador de la psiquiatría argentina, Osvaldo Loudet, se conmovió: “[...] en el Depósito de Contraventores sito en la calle 24 de Noviembre, y al que eran enviados todos los vagos, los atorrantes, los invertidos y lunfardos recogidos por la Policía de la Capital. ¡Qué muestrario maravilloso de degenerados hereditarios e inadaptados sociales! ¡¨Qué espectro multicolor con todos los matices de la locura y el delito! ¡Qué tesoro psicológico de todas las anomalías y todas las perversiones!”.3 El tesoro multicolor parece haber sido bastante tétrico.4 El “tesoro psicológico” fue una pesadilla para los cerca de 40 mil chicos _____________ 1. Todos subtipos de la artificial taxonomía con la que los higienistas clasificaron “científicamente” a los “lunfardos”. Cada “especialidad” tuvo su nombre, muchas veces tomado directamente del argor lunfardo, que lograba así colarse en el discurso oficial. Dice Gómez en La mala vida: “Es de advertir que, la mayoría de las voces que integran la jerga de nuestros delincuentes, derivan de las de otros países, hecho perfectamente explicable en virtud del contingente que el medio inmigratorio aporta a la criminalidad bonaerense”, p. 110. 2. Concepto del policía Laurentino C. Mejías en su libro La Policía por dentro, Barcelona, Viuda Lais de Taso, t. 1, p. 36. 3. Osvaldo Loudet y Osvaldo Elías Loudet: Historia de la psiquiatría argentina, Buenos Aires, Troquel, 1971, p. 129. 4. Mejías lo describió “comparable a una pocilga”, con los chicos presos correteando entre los detritus de las autopsias.

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El Depósito 24 de Noviembre era el lugar donde eran encerrados los lunfardos por la Policía y luego estudiados por los “científicos” que analizaban las “perversiones” de los vagos, atorrantes e invertidos de 4 a 20 años.

abandonados que había en la Capital a principios de siglo. En un número de la revista Fray Mocho de 1904, se cuentan las humillaciones por las que pasa un niño que fue descubierto durmiendo en un umbral y trasladado al Depósito. La descripción del periodista Juan José de Suiza Reilly muestra la hipocresía de un Estado que preconizaba la higiene pero que trataba a sus habitantes como desechos inmundos. “Después de dos días de calabozo –en donde sus camaradas, ya hombres, le obligaban a todo, cometiendo con él crímenes repugnantes y vergonzosos– el niño sale para el Depósito 24 de Noviembre. Lo llevan en el ‘carrito’. Pero el vigilante, antes de llevarlo al vehículo, le pone las esposas. No he visto jamás espectáculo que me dé más vergüenza, que contemplar a un robusto agente de la Policía llevando a un chico pequeño, débil e indefenso, encadenado como un perro. ¿Conocéis el Depósito 24 de Noviembre? [...] ¡Horroriza! En un pequeño espacio, se amontonan quinientos niños. Sin camas. Casi desnudos. Viven en una promiscuidad que, sin duda, el doctor Sáenz Peña está lejos de conocer. De lo contrario, 119

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“He aquí un menor de instintos salvajes pero no criminal –afirma la nota de la revista Fray Mocho–. Salió de la prisión a los once años, yéndose a vivir a esta choza, en el puerto, donde presta asilo a los compañeros mediante una retribución vergonzosa”.

el próximo 25 de Mayo, mandaría poner en libertad a esos pobres muchachos. Algunos, como no tienen sitio para acostarse, duermen de pie. [...] En esta pocilga hállanse encerrados los niños. Los hay desde 4 años hasta 20”.5 Como si no alcanzase la infamia, en la misma revista hay una foto de un menor, acurrucado bajo unas ramas y con un epígrafe que lo termina de estigmatizar: “He aquí un menor de instintos salvajes pero no criminal. Entró a la cárcel a los 4 años de edad por dormir en los umbrales y no tener padres. Salió de la prisión a los once años, yéndose a vivir a esta choza, en el puerto, donde presta asilo a sus compañeros mediante una retribución vergonzosa”. La sexualidad de los nenes lunfardos fue una preocupación central de estos intelectuales. Eugenio Cambaceres contó en su novela En la sangre la vida de estos chicos hijos de inmigrantes italianos. Describió una pandilla de muchachitos, y a su líder, Gennaro “hecho desde chico a toda la perversión baja y brutal del medio en que se educa”, “sin freno ni control” deambulaba por el Centro, pedía limosna a la salida de los teatros y terminaba la noche, ya de madrugada, en el Paseo de Julio. Allí iban los chicos “como murciélagos que ganan el refugio de sus nichos, a dormir, a jugar, antes que acabara el sueño por rendirlos, tirábanse en fin acá y allá, por los rincones. Jugaban a los hombres y las mujeres; hacían de ellos los más grandes y de ellas los más pequeños, y, como en un manto de vergüenza, envueltos entre tinieblas, con_____________ 5. Juan José de Suiza Reilly: “Las miserias de la infancia”, Fray Mocho, 1914, pp. 47 y ss.

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Los menores detenidos, que eran trasladados al 24 de Noviembre esposados desde la comisaría, no habían cometido más delito que no tener dónde dormir ni quién los cuidase.

tagiados por el veneno del vicio hasta lo íntimo del alma, de a dos por el suelo, revolcándose se ensayaban en imitar el ejemplo de sus padres, parodiaban las escenas de los cuartos redondos de conventillos con todos los secretos refinamientos de una precoz y ya profunda corrupción”.6 Otro profesional que se ocupó de la sexualidad de los menores como paso previo a la delincuencia fue el médico de la Policía, doctor Carlos Arenaza, quien realizó un estudio sobre doscientos “niños delincuentes” alojados en la Prisión Nacional (la vieja cárcel de Caseros), un trabajo que fue publicado en francés. Allí cuenta casos como el del “Prontuario N° 4703, José R., argentino, de doce años de edad, aprendiz de zapatero. Débil mental. Estigmas físicos de degeneración. Incontinencia nocturna de orina. Irresponsable. Padres aparentemente sanos. [...] Declara que se masturba desde que tiene memoria, lo hizo

_____________ 6. Eugenio Cambaceres: En la sangre, Buenos Aires, Imprenta Sud América, 1ª ed., 1887. 121

por imitación y sin sentir placer por ello. A los nueve años tiene relaciones sexuales con un menor algo más joven que él. Actualmente se entrega a la pederastia pasiva. Ano infundibuliforme”.7 La masturbación era, para Arenaza, un camino de ida: “Pierde con demasiada frecuencia el carácter de ‘vicio solitario’ pues se practica en rueda, sin consideraciones de lugar y oportunidad. Es una especie de justa en la que un grupo de menores inician al mismo tiempo la operación, bajo el control mutuo y aquel que termina primero recibe el premio convenido que consiste generalmente en cigarrillos y centavos, cuando no las hojas periódicas que vocean por nuestras calles. El sitio, no reviste importancia, tanto puede ser la pieza de una fonda de dudosa moralidad donde se recogen a altas horas de la noche en promiscuidad con toda la escoria social, como en una casa abandonada, en terreno baldío, los bajos del Puerto o rodeados de una verdadera muralla de “canillitas”, como me ha sido dado observarlo a unas pocas cuadras de la Plaza de Mayo”.8 Esos menores eran los que iban a tener que hacer el país, no se los podía dejar en manos de, valga la redundancia, el onanismo y los invertidos. El ojo científico policial hizo foco en la sexualidad de los chicos. Pero si hay alguien que agitó la sexualidad de los menores como fuente de toda peste social, alguien que alertó a la sociedad sana sobre el peligro fatal de tanto canillita pederasta fue, sin dudas, el padre del socialismo argentino, el de la voz insoportable y los comentarios racistas. 9 El fundador y primer director del Instituto de Criminología de la Penitenciaría Nacional de Buenos Aires. El héroe intelectual que aun en el siglo XXI tiene su enorme cuadro de honor en la Facultad de Filosofía y Letras. El que se sacó la “g” para no parecer tan italiano. El gran simulador que alguna vez nos engañó a todos: José Ingegnieros.

_____________ 7. Carlos Arenaza, citado por Fabio Adalberto de González: “Niñez y beneficencia: un acercamiento a los discursos y las estrategias disciplinarias en torno a los niños abandonados en Buenos Aires de principios del siglo XX (1900-1930)”, en José Luis Moreno (comp.): La política social antes de la política social. Caridad, beneficencia y política social en Buenos Aires, siglos XVI a XX, Buenos Aires, Trama, 2000. 8. Ib. 9. Cuenta el peruano Eudocio Ravines que, siendo joven e idealista, le preguntó a Ingegnieros: “¿Y qué cree Maestro que le hace falta a mi país?”. A lo que el doctor contestó: “Raza blanca, hijo, raza blanca”. La gran estafa, México, 1952.

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36. LOS CANILLITAS: Constituyen una masa ignorante, perjudicial al progreso del país.

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ran 500 chicos de 6 a 18 años. Vendían diarios a gritos en las esquinas. Corría 1901 en Buenos Aires. El Estado aplicó sobre ellos un dispositivo de inteligencia que no dejó nada por averiguar desde su nombre hasta la creencia religiosa, desde cuántas veces se cepillaba los dientes hasta el tamaño de sus órganos sexuales, la cantidad de veces que se masturbaban y sus gustos teatrales. Todo cayó bajo el ojo científico de José Ingegnieros. Los resultados de las pesquisas se publicaron en 1908 bajo el atemorizador título “Los niños vendedores de diarios y la delincuencia precoz”. 1 Con su amor por la taxonomía de las especies, el científico separó a los chicos en tres grandes grupos: a) los industriales, b) los adventicios y c) los delincuentes precoces. De los primeros escribió: “Son en su mayoría argentinos, hijos de padres italianos, muchos son italianos de origen. Su edad fluctúa entre los 6 y los 18 años. [...] Casi todos son masturbadores. Algunos son pederastas. La séptima parte de los de 10 a 12 años han tenido relaciones heterosexuales. [...] La mayoría de los padres son católicos y carecen de ideas sobre política y cuestiones sociales. La miseria, la ignorancia y el alcohol minan la felicidad de esos hogares proletarios”. Inscribiéndose en una tradición que, como vimos, inaugurara Álvar Núñez Cabeza de Vaca, agrega que los chicos analizados tienen “órganos sexuales muy desarrollados”. Pero José Ingegnieros, con respuestas para todo, sabía la causa del desarrollo: “Por el onanismo”, aseguraba, sin ningún rigor científico. Además del tamaño, otras cosas llamaron la atención de Ingegnieros: “Hay un hecho digno de notarse: el número de negros, tuertos, cojos, mancos, tartamudos, etcétera, es muy reducido. Se explica: esos caracteres determinantes de una inferioridad orgánica, con relación a los demás del gremio, les hace imposible ganarse la vida, por su inferioridad misma, por las bromas pesadas de que se los haría objeto y por la imposibilidad de sostener una competencia que en el último de los casos suele dirimirse a golpes de puño o titeo”.2 De los del segundo grupo, los “adventicios”, dijo: “Tienen entre 9 y 15 años de edad [...] masturbación y pederastia generalizada, frecuente el onanismo recíproco y aun el coito bucal recíproco. En estos niños los caracteres degenerativos son más pronunciados que en los precedentes. La salud física es mejor en ellos que en los anteriores, pues los enfermizos no pueden adaptarse al género de vida nómada propia de este grupo”. 2 La contradicción evidente entre “caracteres degenerativos pronunciados” y “salud física mejor” no fue salvada por Ingegnieros. Sí aseguró, en cambio, que los de es_____________ 1. José Ingenieros: “Los niños vendedores de diarios y la delincuencia precoz” (notas sobre una encuesta efectuada en 1901). Archivos de Psiquiatría, Criminología y Ciencias Afines (Buenos Aires) (1908), pp. 319 y ss. 2. Ib., p. 333. Titeo: burla. 3. Ib., p. 336.

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En su categorización de los canillitas Ingegnieros habla de “delincuentes precoces”. Eran quienes solían quedar detenidos en calabozos como el de la comisaría 3ª para terminar finalmente en el 24 de Noviembre para ser “estudiados” por los científicos. “Casi todos son masturbadores. Algunos son pederastas”, asegura.

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En Buenos Aires, según el estudio de Ingegnieros, había 10.000 canillitas entre 10 y 18 años. En su informe sobre 500 casos habla de onanismo grupal, pederastia y coito bucal recíproco.

te grupo “se mezclan y confunden de una manera insensible con los delincuentes”. A mayor pederastia, mayor delincuencia. O viceversa. Finalmente, el último de los grupos era en realidad una categoría distinta, ya que no estaba formado por canillitas en actividad, sino por “delincuentes” encuestados en el Depósito 24 de Noviembre, que alguna vez habían vendido diarios. A ellos los describió de la siguiente manera: “Como delincuentes precoces no presentan diferencias de ningún género con los que no han sido vendedores de diarios [!]. Tienen de 10 a 18 años; su vida es más nómada y azarosa. [...] Son inmorales. Sus ideas sobre política son casi siempre opositoras al gobierno, irreligiosos, faltos de ideas estéticas; igual gusto por los dramas criollos. [...] Las relaciones heterosexuales son comunes, en muchos hay tendencias al proxenetismo. [...] Los pederastas activos son más numerosos que en el grupo adventicio, pero en cambio escasean los pederastas pasivos”.4 Teniendo en cuenta la estigmatización de los “pederastas pasivos” es probable que muchos chicos no le hayan contado a Ingegnieros toda la verdad.

_____________ 4. Ib., p. 338.

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El estudio minucioso, detallado, prejuicioso, no fue solo un capricho intelectual del dandi que quería mostrar sus conocimientos sobre la información que en ese momento recorría el mundo. 5 Fue un arma eficaz para el control represivo. Otra vez la mayoría construía un enemigo a su medida. Para Ingegnieros esos diez mil canillitas “constituyen una masa ignorante, perjudicial para el progreso del país. [...] Diez mil vagos salidos de las filas de los vendedores de diarios son un peligro para el orden de cualquier ciudad populosa. [...] Una turba de 10.000 vagos constituye un factor de desorden y de regreso. [...] El vago es un término medio entre el honrado y el delincuente, término medio tan terrible como el delincuente mismo, porque la sociedad no puede defenderse de él atacándolo de frente. [...] Diez mil sujetos en esas condiciones suelen decidir el éxito de una elección en la ciudad de Buenos Aires”. La democracia era un verdadero peligro para Ingegnieros. Esos chicos, adoradores del coito bucal recíproco, eran una peste pronta a apoderarse de la ciudad. Otra vez: “Cualquier multitud o gremio de sujetos antisociales, está siempre dispuesta a participar de todas las perturbaciones sociales extremas, por absurdas que sean”. Pederastas y encima anarquistas: “Nadie ignora que las sectas extremas son el refugio de estos individuos”. Casi cien años más tarde algo ha cambiado en Argentina. En aquel momento, José Ingegnieros fue considerado como el pensador más moderno que el país tenía para exhibir ante Europa. Hoy sería apenas un taxista reaccionario.

_____________ 5. En Francia acababa de editarse el libro Le crime dans la famille del decano de los jueces de instrucción de París, Monsieur Albanel, de gran impacto en el mundo occidental por las cifras de adolescentes criminales que allí constaban. 126

37. LOS ARCHIVOS DE PSIQUIATRÍA: Es frecuente que el invertido profesional sea un delincuente.

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odría quizás hablarse de predestinación, de caminos astrales, de rutas trazadas en el cielo. O por ahí sabía o intuía de qué se trataba. El muchachito paraguayo de 25 años cayó a un hotelito de mala muerte en el epicentro del vicio, en el Paseo de Julio, cuando el siglo XIX terminaba. Buscaba trabajo, no conocía a nadie en Buenos Aires. Estaba entrando a su hotel en la Recova, cuando escuchó que lo llamaban desde atrás. “Al llamado se detuvo y entró en conversación con el transeúnte, siguiendo juntos el camino del hotel.”1 El tipo le dijo cosas lindas y le hizo una proposición claramente sexual. El muchacho no supo qué hacer, se enojó, se asombró, se interesó. “Fuera que encontrara cierta curiosidad en los hechos, fuera que las insinuaciones de dinero le tentaran, el caso es que poco a poco fue ablandándose hasta entrar en tratos y aceptar la propuesta. El papel que debía jugar nuestro héroe era el de pasivo.”2 Con el tiempo supo que no era el único, que había una “cofradía” porteña con circuitos de encuentro y diversión y se largó a la carrera. De allí en más, se llamaría “Aurora” y gastaría gran parte del dinero conseguido con la prostitución en ropa y maquillaje. Las otras “chicas” de la cofradía le dieron consejos. Tanto le interesó la cuestión estética que no tardó nada en dar con un amigo que le impartió las primeras clases de peluquería. Rápida para aprender, Aurora entró a trabajar en una de las peluquerías de damas más importantes de la ciudad de principios de siglo. Eso sí, al local iba vestido de varón. Es más que probable que gracias a su nuevo conchabo haya abandonado la prostitución. Lo cierto es que en poco tiempo se convirtió en algo así como una estrella. Se hizo famosa y pocas se arreglaban tan bien como ella. No volvió a estar con chicas desde su primera vez con un hombre, allá en el Paseo de Julio. Encontraba “repugnante” la sola idea de acercarse sexualmente a una mujer. La historia se la contó el muchacho a De Veyga y habrá que agradecerle al médico militar su obsesión por los lunfardos y los marginales. Los Archivos de Psiquiatría, Criminología y Ciencias Afines, que junto con Ingegnieros editó entre 1902 y 1910, son el mejor registro que nos ha quedado de la vida marica a principios de siglo.3 Claro que para llegar frente al médico y contarle sus cuitas primero debió pasar por una serie de crueles humillaciones. Es _____________ 1. Francisco de Veyga: “La inversión sexual adquirida”, Archivos de Psiquiatría, Criminología y Ciencias Afines (Buenos Aires), (1902), p. 197. 2. Ib., p. 198. 3. Los Archivos de Psiquiatría, Criminología y Ciencias Afines, creados en 1902 ´por De Veyga e Ingegnieros son un verdadero compendio del pensamiento de este grupo, con investigaciones que hacían sobre los “quincenarios” del 24 de Noviembre y en el Instituto de Medicina Legal. Algunos textos, en especial de Ingegnieros, están escritos en francés, ya que se buscaba permanentemente la publicación en el extranjero –especialmente en Francia– de las investigaciones. Fue con el aval de estas publicaciones que Ingegnieros en 1904 recibió el premio a la mejor obra científica del año, de la Academia de Medicina de Buenos Aires. En 1905 representó a la Argentina en el V Congreso de Psicología realizado en Roma. No fue solo su consagración científica internacional. El viaje también le sirvió para trabajar en Europa como

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que cuando llegó al 24 de Noviembre “estaba todavía vestido de mujer y es excusado de decir las penurias que pasó por acomodarse al local. El cambio de ropa fue, además, obra difícil; fue necesario hacerle traer hasta las prendas más inferiores del traje ordinario, pues camisa, medias, calzones, todo era de mujer. Tenía corset y enaguas, cubrecorset, ligas y todo lo que constituye la indumentaria del sexo que buscaba aparentar”.4 Llegamos a saber gracias a De Veyga, que Aurora fue detenida por “prevénción” en un baile frecuentado por gente “de su clase”, en un burdel. Hace cien años, sí, existían bailes con travestis y homosexuales en Buenos Aires. 5 No era la primera vez que Aurora caía presa. En 1897 fue procesada dos veces por hurto, en 1898 arrestada como cómplice de robo pero absuelta por falta de pruebas. Le volvió a ocurrir en mayo de 1900, acusada de cómplice en un caso de corrupción de menores. Como cuenta el propio De Veyga, “es un delincuente reincidente. Por ese motivo la Policía ejerce sobre él esa vigilancia activa que tiene sobre todos los cientos, o mejor dicho miles, de tipos que se encuentran en ese caso, vigilancia que convierte en arresto, fingiendo cualquier contravención (escándalo, embriaguez, etc.) cuando sospecha la intención de un delito”.6 Tan interesados estaban De Veyga y la Policía en que Aurora fuera delincuente que hasta “fingían cualquier contravención _____________ secretario de Roca. En 1907 fue designado gracias a su prestigio y su aceitada relación con el poder, por decreto presidencial, director del Instituto de Criminología, que funcionaba en la Penitenciaría de Buenos Aires. Desde ese año, los presos de la Penitenciaría tuvieron que trabajar imprimiendo los Archivos, para seguir cimentando el prestigio del director. Algunos datos concretos permiten dudar de la seriedad de Ingegnieros como “científico”. Alguien que lo conoció muy bien, el escritor nacionalista Manuel Gálvez, contó en La verdadera historia de José Ingenieros que, aprovechando el hecho de ser director de los Archivos, Ingegnieros le jugó una broma pesada a un poeta uruguayo enemigo suyo, publicando un trabajo en donde estudiaba al poeta como un caso clínico, cuando nada de eso era cierto. Solo se trataba de una venganza personal. Dice Gálvez: “La anécdota del poeta uruguayo demuestra también en Ingenieros su carencia de verdadero espíritu científico, lo mismo que la insuficiencia de su sentido moral. Era notorio que inventaba casos clínicos cuando los necesitaba. Hacía el efecto de que todo en él fuese cosa de broma: el socialismo y la literatura, la psiquiatría y aun el ejercicio de la medicina”. 4. De Veyga: O. cit., p. 195. 5. Gómez, el autor de La mala vida, los llamó “saraos uranistas” y cuenta que estuvo en uno, solo por curiosidad científica, claro: “Nuestra débil pluma se resiste a trazar los rasgos descriptivos de tan extraña fiesta, en la que uno no sabe con qué ha de protestar con mayor vehemencia: si contra las imposiciones de un hado inexorable, de un fatum invencible, que parece haber modelado la fisonomía moral de los miserables a que venimos aludiendo, o contra esos depravados también, que contribuyen con sus perversiones al desarrollo del vicio, influidos acaso, como los otros, por una extraña fatalidad, o, lo que es más probable, encauzados por la corriente malsana por el poderoso acicate del interés material, que los induce a asumir el rol de activos como canfinfleros, en el campo de la prostitución homosexual”. Eran épocas en las que la homosexualidad no estaba penada, por lo tanto, el doctor Gómez se sentía impotente frente a tanto depravado. Es por eso que termina su capítulo dedicado a “Los homosexuales” pidiendo el retorno a “aquellas épocas en que la ley social [...] dejaba caer sobre los rebeldes toda la severidad de sus condenaciones”. Pese a esta falta de punición hay un dato que hallé para esta investigación que me llamó la atención. En el primer Censo Carcelario Nacional del año 1906, publicado en los Archivos, en 1910, bajo el título “Condenados varones y mujeres existentes en todas las cárceles de la República”, están discriminados quienes cometían delitos “Contra la honestidad”. Allí, además de los que figuran como partícipes de los delitos de violación, estupro y corrupción de menores, constan dos presos por “sodomía” en Capital, tres en provincia de Buenos Aires, tres en Santa Fe y uno en Entre Ríos. Además, constan tres procesados por “sodomía” en Capital, dos en Buenos Aires y cuatro en Santa Fe. No es claro el registro sobre qué delito habrá cometido esta gente, ya que teóricamente la sodomía no estaba penada. 6. De Veyga: O. cit., p. 195.

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Aurora, fotografiada por los Archivos vestida de mujer y de hombre. En la clasificación científica se catalogó su condición como “inversión sexual adquirida, del tipo invertido profesional”.

travención” para mandarla al 24 de Noviembre. A Aurora la convirtieron en “reincidente” para después poder escribir: “Es frecuente [...] que el invertido profesional sea un delincuente [...]. Las relaciones que sostienen todos ellos con el mundo lunfardo son tan íntimas [...] probando así, de hecho, que no es solo “sentimiento” lo que agita el alma del invertido”.7 Aurora fue presentada por De Veyga, en esas imposibles taxonomías de los Archivos, como un caso de “inversión sexual adquirida, del tipo invertido profesional”, en donde “la inversión sexual no se ha manifestado como obra espontánea de una tendencia congénita anómala, sino como el resultado de la contaminación o del desgaste mental, operados en una época ya avanzada de la vida, después de haberse establecido en la más perfecta normalidad el instinto genérico correspondiente a su sexo”.8 Lo último que sabemos de Aurora, por medio de De Veyga, es que “al dejar el ‘Depósito’, después de haber sufrido varios días el régimen disciplinario que rige allí, su aire de marica parecía haberse disipado bastante”. Hace poco más de cien años, conclusiones tales eran parte de una disciplina a la que llamaban... ciencia. _____________ 7. Ib., p. 199. 8. Ib., p. 193.

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38. LA “HONESTA” AÍDA: El “casamiento” de invertidos sexuales no es un hecho raro.

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ída nunca fue como las otras. Aída era serio. No le faltó nunca nada, fue un bebé hermoso, un nene frágil, un adolescente marica, un joven serio. Aída, cuando el siglo XX comenzaba, soñaba lo mismo que cualquier chica de su hogar. Una casa para limpiar y convertir en palacio, hijos para cuidar y un marido a quien cuidar y querer. No pedía demasiado. Solo que había nacido anatómicamente varón y esa era una verdadera complicación. Como varón, entró a trabajar en Casa de Gobierno a los veinte años. Su familia tenía buenas relaciones con el poder, el muchacho era eficaz, buen mozo, y lograron acomodarlo allí sin mayor impedimento. No harían mucho más por él. Con su disfraz de varón, el que le exigía la dictadura de la apariencia, se convirtió en un empleado eficiente, un muchacho dispuesto al trabajo, casi uno más. Pero Aída no se sentía uno más. Era otra cosa. Así lo advirtió un compañero de trabajo, señor bastante mayor que él, de quien se fue haciendo amigo. El señor resultó ser un poco calavera, un poco picaflor, un porteño de los tiempos de cuando se estaba forjando la “porteñidad”. Y estaba solo. De la amistad en la Casa de Gobierno pasaron a un copetín en el Paseo de Julio, si quedaba ahí nomás y la tarde invitaba a la caminata. Un vagabundeo nocturno, tonto como son los paseos de los enamorados, aprovechando la brisa húmeda del río dulce. Las miradas que se estiran, lánguidas, y las palabras que ya ni se dicen. Sin embargo, Aída no iba a permitir que las cosas pasaran a mayores. Era honesta y exigía matrimonio. “Con matrimonio, todo, sin matrimonio, nada”, le habrá dicho esa noche. Lo debe haber hecho con tanta convicción y honestidad que su compañero prometió pensarlo. “El ‘casamiento’ de invertidos sexuales no es un hecho raro, pero esta ceremonia solo se realiza como acto de ostentación escandalosa para hacer público un amancebamiento existente o deliberado; en este caso, la proposición tenía todo el sello de la ingenuidad, debiendo admirarse tanto la intención que la provocaba como la condescendencia del aceptante, pues al fin fue tomada en serio y llevada a la práctica.”1 Sí, se casaron. _____________ 1. José Ingenieros: “Patología de las funciones psicosexuales. Nueva clasificación genética. Por el Dr. José Ingenieros. Profesor de la Universidad de Buenos Aires – Director del Servicio de Observación de Alienados. Obs. 9. Inversión primitiva de la tendencia sexual”, Archivos (1910), p. 27. Aquí Ingegnieros retoma un caso ya estudiado por De Veyga en 1903. Era muy común que un investigador republicara estudios hechos años antes por otros investigadores, siempre citándose y elogiándose. También era común en los Archivos que un autor retomara su trabajo de años anteriores, con pequeños cambios. Lamentablemente no hemos podido recoger más registros de esos “casamientos de invertidos”, que, según asegura Ingegnieros eran tan comunes en la época. Llama también la atención que la intención de honestidad proclamada por Aída, el hecho de que no privilegie su placer sexual, se convirtiera en el único rasgo “admirable” que Ingegnieros encontró en toda su historia sobre “invertidos”.

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Sus amigas le envidiaron el tocado blanco, de azahares, y aunque no le dijeron nada porque todas eran honestas, le miraron al novio, tan imponente con su frac y sus guantes blancos. La ceremonia fue sencilla, pocos invitados, nada de repercusión social. Ella era una chica recatada. Vino el tiempo de acomodar la casita, modesta pero elegante. Bien puesta la casita, ella estaba en todos los detalles. Pero el hombre propone y ya se sabe por dónde andan los planes de Dios. Su sueño duró poco. Ella era demasiado celosa. Él, demasiado calavera. Una noche él se habrá quedado de más en alguno de los piringundines del Paseo de Julio o escuchando esa música nueva, a la que llamaban tango, en el bar de la esquina de Necochea y Suárez, en la Boca, bailando con los amigos. Ella sufrió pero no dijo nada. Cuando él volvió, con olor a ajenjo, se hizo la dormida. Pero estaba triste. Muy triste. Nada estaba saliendo como lo había soñado. Al poco tiempo comenzaron las peleas, las mentiras, el llanto a escondidas, los gritos destemplados, las acusaciones. Demasiado ruido. Aunque a ella le parecía increíble, tuvo que aceptarlo como había aceptado todo en su vida: se había deshilachado el amor. El divorcio fue una consecuencia inevitable. Su historia romántica fue entendida así por la ciencia de la época: “Mentalmente considerado, ‘Aída’ es un imitador de la mujer honesta. Bajo el punto de vista sexual, era un impotente completo. Jamás tuvo una erección. Jamás sintió la menor emoción de orden genésico. Su voluptuosidad consistía en sentirse poseído por un hombre, en sentir su compañía y su influencia protectora, en ser la mujer de un hogar, pero no tenía siquiera el goce del contacto con el amante, el placer de ver o tocar las formas; ni aun el de presentar los espasmos eróticos. Insensible a toda impresión de este orden, se prestaba fríamente a las exigencias pederastas, sin dar de su parte más que el concurso mezquino de su tolerancia”.2 No sabemos si Aída leyó lo que escribió Ingegnieros. Es probable que no le hubiera interesado demasiado. Después del divorcio se sintió viuda y, en calidad de tal, por insistencia de sus amigas y amigos de la cofradía, fue a algunos de los saraos uranistas que se realizaban en el Paseo de Julio o en casas particulares. Habrá que suponer que fue en una de esas oportunidades que la Policía lo llevó al 24 de Noviembre para que De Veyga lo calce en su microscopio y lo analice, ya que ese dato no consta en los Archivos. Siempre serio y recatado, siempre callado, en poco tiempo todos supieron de su estado. Apareció entonces el muchacho que completaría la historia. Bueno, trabajador, dispuesto a llevar a esa casita modesta pero elegante un poco de amor. Vivieron juntos hasta el fin de sus días. No sabemos si las perdices formaban parte del menú cotidiano de principios del siglo XX.

_____________ 2. Ib., p. 28.

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39. LA TRISTE MANÓN: Es un caso típico de inversión sexual congénita. ugaba con muñecas y le decía “la nena”. Se reían de todo lo que hacía, de cómo se movía, de cómo hablaba, de cómo sentía. Le pegaban entre todos porque sí. Por nena. Lo escupían. Toda humillación le era propia. A los 15, su maestro lo hizo permanecer en clase hasta más tarde. Se acercó el maestro. Mucho. Lo acarició. Él tuvo una erección, la primera de su vida. Cada día buscaba quedarse hasta más tarde en el colegio. El maestro lo acariciaba y olvidaba las mortificaciones de los compañeros, el desprecio de la familia, la burla del planeta. Un día el maestro lo invitó a su casa. Se estremeció. Fue la primera vez que tuvieron sexo. Tragó el semen del amor y sintió que por fin le pasaba algo bueno a su vida. Corría 1885 y España ya no era un buen sitio para él. Su familia decidió que debía embarcarse hacia un lugar lejano, hacia donde nadie lo conociese, otro continente en donde no pudiera ya dejar marcas de vergüenza. En medio de la marea de inmigrantes llegó al puerto de Buenos Aires con poco más de 16 años y una valija de cartón. Lo recibió el Paseo de Julio. Empezaba una nueva vida con un nuevo nombre: “Manón”. Era flaquito, amanerado, lampiño. Limpio. Frágil, muy frágil. Su profesión, peinador de señoras. Sabía coser y su vestuario femenino era la envidia de los saraos uranistas que lo tenían siempre como una de las principales atracciones. Sólo dos años en Buenos Aires le bastaron para coronarse como una de las figuras más sensuales de la noche del bajo fondo. A los 18 años, ya fatalmente enfermo de tuberculosis, tomó un barco a España para morir con los suyos. Lo cual no dejaba de ser solo una manera de decir. El doctor De Veyga contó el caso en los Archivos de 1902,1 con algunas omisiones muy llamativas. De Veyga dijo que Manón fue a verlo porque “esputaba sangre, tenía tos y se había adelgazado notablemente”. Lo revisó y le diagnosticó tuberculosis, de la que moriría un año más tarde. El tema de la inversión sexual aparecía después, con las siguientes visitas de Manón al médico. En su relato, Manón era un paciente que voluntariamente lo visitó. José Ingegnieros, fiel a su costumbre, retoma el caso ocho años después2 y lo cuenta de manera muy distinta: “En diciembre de 1899, ingresó al depósito de contraventores de la Policía el Sujeto N.N., joven de 18 años de edad, de aspecto afeminado, correcta presencia, lampiño, insinuante. Su historia clínica ofrece un ejemplo claro de parestesia sexual; la hiperestesia del recto es el punto de estímulo de la emoción sexual”. Según analiza Jorge Salessi, la omisión de De Veyga no fue casual: “En esta otra historia de Manón desapareció la tuberculosis [...] reemplazada por la emoción sexual de Manón, entregado al goce de sus sensibilidades anales. [...] La referencia al arresto de Manón en la historia escrita por De Veyga hubiera dejado transparentar que _____________

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1. De Veyga: Archivos (1902), p. 44. 2. José Ingenieros: “Patologías de las funciones psicosexuales”, Archivos, 1910.

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Manón brilló brevemente en los saraos uranistas y murió de tuberculosis a los 18 años. Para De Veyga se trataba de un caso de “inversión sexual congénita”. Por lo tanto debía tratarla la ciencia a diferencia de la “adquirida” que debía ser punida como delito por la Policía.

los médicos y policías colaboraban y utilizaban procedimientos violentos, detenciones ilegales y aprisionamientos durante los que los criminólogos sometían a sus prisioneros a interrogatorios de la misma forma que los policías investigaban el movimiento obrero”.3 Para De Veyga, Manón: “Es un caso típico de inversión sexual congénita, que ha permanecido latente hasta que la ocasión le permitió manifestarse y establecerse definitivamente. Es posible que si las primeras sensaciones sexuales hubieran sido producidas por personas del sexo femenino, las imágenes psicosexuales se habrían formado normalmente sobreponiéndose o borrando las tendencias congénitas. Es indudable que la educación de las funciones sexuales, en uno u otro sentido, influyen para determinar o no la inversión de los sujetos congénitamente predispuestos, de igual manera que,

_____________ 3. Salessi: Médicos, maleantes y maricas, p. 160.

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en los no predispuestos, condiciones especiales de educación y ambiente pueden determinar perversiones sexuales adquiridas”.4 Las teorías de Ulrichs sobre la homosexualidad congénita, eso de tener “un alma de mujer en un cuerpo de hombre”, le servían al doctor De Veyga para tratar el tema como una enfermedad, pero no al policía De Veyga, ya que al ser la homosexualidad algo congénito, no podía castigarla como un delito. Establecieron entonces De Veyga, Ingegnieros y sus colegas una diferenciación minuciosa y poco seria entre “congénita” y “adquirida”, que le serviría tanto a la medicina como a la Policía. Los invertidos congénitos serían tratados por la ciencia. Los que tuvieran inversión adquirida serían tratados por la Policía. La mala noticia era que medicina y Policía estaban en las mismas manos. Para De Veyga, Manón no murió porque en 1902 todavía no se conocía la cura de la tuberculosis, sino porque “su vida desarreglada hizo fracasar el régimen curativo”.5 Ni muerto Manón consiguió algo de respeto.

_____________ 4. De Veyga: Archivos (1902), p. 44. 5. Ib.

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40. ROSITA DE LA PLATA: Su único deleite es saber que desempeña bien su papel de marica.

por primera vez se haya sentido libre. Vio el barco alejarse lento, Quizás como un planeta que abandonase distraídamente su órbita original. Un planeta imposible que renunciase a jugar su juego exacto en el universo. Parado sobre la soledad del puerto de partida se sintió “un pobre diablo”, como le dirían los médicos una década más tarde. Saludó tímido, agitando un pañuelo bordado, a su esposa y a sus hijos (aun no sabemos si fueron tres o cuatro). Habían sido cinco años de matrimonio. Buenos, claro, estaban los chicos. Se conocieron en la casa en donde él trabajaba como sirviente desde que llegó de España. Lo querían mucho allí, era un buen dependiente. No se atrevió a decirle a su novia entonces, y tampoco pudo en el momento de la partida, que a veces notaba con ansiedad en él, una alma que no le correspondía, un alma equivocada. El alma de una mujer coqueta que adoraba pasearse por los carnavales con su sombrilla, su peinetón, sus atrevidas enaguas. Los primeros años en Buenos Aires, antes del noviazgo, se aventuró. Entró en el corso como una más. Adoró las frases galantes, los piropos atrevidos, los roces disimulados. Se casó pero igual siguió tomándose la licencia de esos cuatro días locos. Hasta que nació el primer hijo, y entonces se propuso ser un padre como todos los demás. No le salió. No pudo. El alma de mujer que llevaba adentro, ¡cuánta razón tenía Ulrichs! Por eso, cuando su esposa le dijo que asuntos urgentes la requerían en Europa, no hizo ningún esfuerzo por retenerla. Solo le prometió que mensualmente le mandaría dinero, preparó su mejor pañuelo y los acompañó hasta el puerto. Nunca faltó a su promesa de cuidarlos económicamente a la distancia. Pero el barco se iba, y con él, la farsa de una vida familiar tan burguesa como heterosexual. Lo que quería era olvidar para siempre ese ridículo nombre masculino y bautizarse como ya le decían algunos de los amigos de la cofradía: Rosita de La Plata, el nombre de una écuyère famosa de la época. Para el siguiente carnaval ya no tenía ninguna atadura. Cuando el hombre se acercó y le propuso directamente un encuentro íntimo, dicen que Rosita pensó que “tanto le habían hablado del asunto” que “le pareció de su deber probar”. 1 Lo que había intuido en tantas noches de matrimonio mentiroso se hizo verdad: no tardó nada en ser más famosa que la Rosita de La Plata original. En los siguientes diez años, dictaría moda, no solo entre las chicas de la cofradía. Las damas porteñas la criticaban, pero siempre alguna le robaba el diseño de un sombrero, de unos zapatos originalísimos hechos especialmente para ella. En un mercado exigente, como el porteño de fines del siglo XIX, donde cada día aparecía un gringuito nuevo queriendo ser la gran dama _____________ 1. De Veyga: Archivos (1902), p. 203.

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ma, Rosita de La Plata no tuvo rivales. Y eso que su apariencia habitual era demasiado viril para lo que se esperaba de una dama de la cofradía. Sería quizás esa apariencia la que despistó al teniente general doctor De Veyga, quien en los Archivos dictaminó que Rosita “Representa el tipo que se hace invertido por simple espíritu de imitación”.2 Y agregó: “Se trata de un débil de espíritu que ha pasado su juventud de una manera arreglada, que se ha casado y formado una familia, que ha trabajado siempre con circunspección y honradez, pero que, careciendo de ideas, se ha dejado llevar por las tentaciones que el medio le ofrecía, terminando por penetrar en él. Es un pobre diablo que lo mismo que se ha hecho invertido ha podido hacerse delincuente u otra cosa cualquiera, si la sugestión lo hubiese solicitado en otro sentido”.3 Científicamente, De Veyga decía que Rosita se hizo homosexual _____________ 2. Ib., p. 202. 3. Interesante notar que si bien para el doctor Rosita podría haberse hecho “otra cosa cualquierra”, lo primero que pensó es que podría haberse hecho delincuente.

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Se bautizó a sí mismo Rosita de La Plata cuando decidió abandonar a su familia y su vida heterosexual para volcarse a lo que íntimamente siempre había deseado. De Veyga dictaminó que “representa el tipo que se hace invertido por simple espíritu de imitación”.

porque sí. Quizás nunca había estado tan cerca de la verdad. “Ninguna razón plausible explica su caída en la inversión. Lo único que él puede decir es que ahí está, contento de ocupar cierta posición entre la gente de su especie y tratando de divertirse con ella lo más que le sea posible. [...] Provecho pecuniario no saca ninguno. Satisfacciones genésicas, tampoco. Su único deleite es saber que desempeña bien su papel de marica”. 4 Para De Veyga, Rosita de La Plata pertenecía, dentro del grupo de “inversión sexual adquirida”, al subgrupo del “invertido por sugestión”: “Como se ve, este caso es el resultado de la contaminación del medio ambiente, obrando éste sobre un cerebro débil, falto de ponderación y de ideas directrices. Es un tipo de invertido ocasional, que mañana quizá deje de serlo para volver a la vida sexual ordinaria, cansado de estas aventuras o llamado por la familia, cuyo s lazos mantiene”.5

_____________ 4. Ib., p. 202. 5. Ib., p. 204.

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41. INVERTIDO POR DECADENCIA MENTAL: La expresión fisonómica que toma el sujeto una vez iniciado a las prácticas de esta anormalidad sale de lo común.

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entonces, el aburrimiento. El dolor de la nada. Sus hijos crecían. Su esposa, en lo de la modista, en las tertulias con amigas. Su vida en ningún lugar. Había sabido administrar la herencia, eso estaba bien. El dinero no era problema ni por su presencia ni por su ausencia. La herencia le daba un pasar tranquilo. Pero él no quería tranquilidad. La tranquilidad no era un valor ni un deseo y llegó un día en que se le hizo insoportable. La agonía duró casi un año. Vagaba sin rumbo, no aparecía por los lugares acostumbrados, no soportaba a los amigos. Sus amigos tampoco lo soportaban a él. Semanas enteras lejos de casa y su esposa que no sabía qué explicar a los hijos, y los hijos que veían llegar al padre desaseado, triste, encerrado en pensamientos que suponían tan lejanos. Concilio familiar de por medio, decidieron que había que ponerle vigilancia al padre. Ver quiénes eran las nuevas amistades, si es que las había. Constatar por qué agujero se estaba escapando la herencia familiar antes tan bien cuidada y ahora en proceso de rápida evaporación. No fue necesario. Aparecieron algunas mejorías leves. Ya saludaba, desaparecía menos y hasta había quienes aseguraban que lo habían visto sonreír. Volvió a cumplir sus horarios con regularidad, y si bien no era el de antes, al menos se mostraba más sociable. Ya no estaba ausente, ahora era como un chico, un consentido al que la familia le decía que sí, pero que no tomaría nunca más muy en cuenta. Desde luego, no había retorno. No se reencontraría con sus amigos y las noches no lo contarían en la casa familiar. ¿Para qué? Si su mujer no le despertaba ningún deseo, sus hijos lo aburrían y las habitaciones le significaban un encierro intolerable. Algo buscaba y suponía que solo podría encontrarlo en los burdeles del barrio. Noche tras noche contemplaba a las chicas maquilladas, los senos turgentes, las piernas a veces depiladas, las sonrisas de Margot y de Mimí. Nada. “Ya no experimentaba ninguna de las viejas estimulaciones eróticas que antes lo hacían entrar en excitación”.1 Hasta que unos lunfardos amigos, bajo fondo del peor con los que se encontraba en los piringundines de mala muerte, lo llevaron a una fiesta de maricas. Algo se quebró, algo se torció, algo floreció. Vio a estas otras chicas, historias prohibidas de Manón y de Aurora, y fue como una revelación. Quiso saber todo acerca de ese universo. Inmediatamente sintió una conexión con estos hombres que también se habían rebelado contra un mundo tranquilo y reglamentado. Se dijo que ese era su lugar en el mundo, en la compañía de los lunfardos, los compadritos, los invertidos. Ya no volvería a su casa burguesa. Tardó poco y nada en encontrar un hombre que lo quisiera y se fue a vivir con él. Todos sabían en el ambiente febril de los saraos uranistas que eran una pareja bien constituida, que gustaban _____________ 1. De Veyga: Archivos (1902), p. 207.

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La dama de la sombrilla asombró a los médicos por su origen social acomodado que le permitía practicar la homosexualidad sin ejercer la prostitución ni el robo: “Representa una de las formas más raras de la homosexualidad, por perversión del instinto sexual”.

del lujo y no reparaban en gastos. Más de una supo de la generosidad de los muchachos, siempre dispuestos a sacarlas de algún apuro. No ocultaron la relación ante los ojos asombrados del Buenos Aires del 900. De Veyga, que no cuenta por qué fue encarcelado este “invertido por decadencia mental”, ya que por lo que vemos no ejercía la prostitución ni el robo, se mostró asombrado frente al caso: “Representa una de las formas más raras de la homosexualidad por perversión del instinto sexual. La patogenia es, de suyo, algo extraña y la expresión fisonómica que toma el sujeto una vez iniciado a las prácticas de esta anormalidad sale de lo común”. 2 No le pareció bonito a De Veyga el muchacho en cuestión: “Mal dotado en cuanto a atractivos físicos, maltratado por los años y debilitado mentalmente por la afección que había pasado, se comprende que el brillo de esta figura no había de ser de la mayor pureza. El retrato adjunto, que pierde gran parte de su mérito al ser reproducido pues es una fotografía pintada, nos dice qué piadosa conmiseración debía producir, en medio de todo su lujo, este infeliz invertido. Ahora está arruinado, y casi retirado de la actividad, viviendo de una _____________ 2. Ib., p. 207.

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una pensión que los suyos le pasan. Su estado mental, por otra parte, parece cercano de la decadencia completa, sin haber perdido por eso sus tendencias homosexuales”.3 No llegó hasta nosotros el nombre ni ningún otro dato de la dama de la sombrilla. Solo la sospecha de que el día en que dijo basta, fue el más feliz de su vida.

_____________ 3. Ib., p. 208.

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42. LA ARISTÓCRATA: Yo soy así porque así he nacido.

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s ridícula su exigencia de que le cuente, en la forma comprometedora de la carta, los detalles de mi vida; pero como soy atenta, y nunca fui descortés con un hombre, allá van estas líneas, para que las guarde y sea discreto. Noblesse oblige, como dicen los caballeros. Yo soy así porque así he nacido, y de todos modos tendría que serlo, porque para mí, la belleza no tiene sexo, ni el amor lo reconoce. Yo no hago nada de extraordinario: me gustan los hombres y por ello tengo expansiones con ellos. Los trato con exquisito savoir faire, como dice una de las de la cofradía, que escribe la crónica social de cierto diario; pero no los busco, porque soy hermosa y ellos son quienes me deben buscar. No podría decirle qué clase de hombres prefiero: el amor es ciego. ¡Bendito sea el amor! No tengo querido, porque me considero incapaz de serle fiel. Au revoir. Myosotis. P.D. Rompa esta carta después de leerla. Vale.”1

_____________ 1. Citada en Gómez: La mala vida, pp. 185-185. Gómez la presenta así. “Respecto de ese afán de vindicarse, es interesante, siéndolo también bajo otros aspectos, la siguiente carta que nos dirige Myosotis, invertido congénito, joven, y de la clase que llamaremos ‘aristócrata’”. No hace referencia Gómez a las circunstancias en las que pidió al muchacho la descripción, pero ha de colegirse que Myosotis estuvo preso en el 24 de Noviembre.

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43. LA BELLA OTERO: Me subyuga pasear en Palermo, porque el pasto es más estimulante para el amor que la mullida cama.

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iró a los ojos al doctor De Veyga. Sonrió, seguro que sonrió. Bajó los párpados. En todo caso, el doctor era más o menos parecido a su tipo ideal, cuarentón, canoso, bien formado, aunque a él le gustaban más gorditos. No podía dejar de ser el pícaro que era, ni siquiera entre las paredes lúgubres del 24 de Noviembre. Y se lo propuso. El doctor general de División, pensando en otro trofeo para su galería de monstruos clasificados, aceptó. Apenas desconfió de las verdaderas intenciones de Luis, pero la curiosidad científica pudo más. Luisito no era como los otros objetos de estudio que andaban por ahí. Luisito era el más osado, el más divertido. De haber sido menos rígido. De Veyga podría haber llegado a reírse más tarde recordando los delirios de Luisito, que se hacía llamar “La Bella Otero”.1 Luisito quería que en el estudio que el doctor general de división escribiese para los Archivos figurase, además del discurso científico estigmatizador de De Veyga, su propia versión del asunto. No supo en ese momento el higienista que estaba abriendo la puerta para que un invertido pudiera hace un show en plena revista científica. “La Bella Otero”, usó el aparato del Estado, ese dispositivo que los higienistas pusieron al servicio de la represión, para tomarle el pelo a sus cancerberos y, fundamentalmente, lanzar una botella al mar, un mensaje que traspasó el siglo hasta llegar a nosotros. Las ansias de figuración de “La Bella Otero” hicieron que en el estudio de De Veyga constaran su autobiografía y sus fotos. Hoy podrían formar parte de un show tavesti en Buenos Aires. “(Autobiografía) He nacido en Madrid, en el año 1880. Siempre me he creído mujer, y por eso uso vestido de mujer. Me casé en Sevilla y tuve dos hijos. El varón tiene 16 años y sigue la carrera militar en París. La niñita tiene 15 y se educa en el ‘Sacre-Coeur’, en Buenos Aires. Son muy bonitos, parecidos a su papá. “Mi esposo ha muerto y soy viuda. A veces quiero morir, cuando me acuerdo de él. Buscaría los fósforos o el carbón para matarme, pero esos suicidios me parecen propios de gente baja. Como me gustan las flores, me parece que sería delicioso morir asfixiada por perfumes. _____________ 1. La actriz y cantante “La Bella Otero” (1868-1965) era una de las figuras más populares de la época. Nació en un remoto pueblo de Galicia, como Agustina Iglesias, pero se cambió su nombre por el de Carolina Otero para ser finalmente reconocida internacionalmente como “La Bella Otero”. Discreta cantante y bailarina, su nombre resonó a fines del siglo XIX por sus amores con grandes personalidades. Se cuenta que para su cumpleaños número treinta se reunieron en el Casino de París el rey Leopoldo II de Bélgica, el príncipe Nicolás II de Montenegro, el gran Duque Nocolai Nicolaievich de Rusia, el príncipe Alberto de Mónaco y el príncipe Eduardo de Gales, para homenajearla, ya que todos ellos habían sido, consecutivamente, sus amantes. También fueron famosos sus romances con el Duque de Albornoz, Gustavo Eiffel, Colette, Isadora Duncan y Antonio Gaudí. Estuvo en Argentina, en el teatro de revistas El Nacional, en agosto de 1906, tres años después de que Luisito le contara su historia al doctor De Veyga. Murió pobre en París, después de haberse gastado algo así como 25 millones de dólares de la época de entreguerras, en sus incursiones por los casinos de la Riviera.

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La Bella Otero escribió para los Archivos su autobiografía haciendo gala de un fino sentido del humor que sus cancerberos no supieron captar. “No quiero tener más hijos, pues me han hecho sufrir mucho los dolores del parto”, ironizaba.

“Otras ocasiones me gustaría tomar el hábito de monja carmelita, porque soy devota de Santa Teresa de Jesús, lo mismo que todas las mujeres aristocráticas. Pero como no soy capaz de renunciar a los placeres del mundo, me quedo en mi casa a trabajar, haciendo costuras y bordados para dar a los pobres. “Soy una mujer que me gusta mucho el placer y por eso lo acepto bajo todas sus fases. Algunos dicen que por todo esto soy muy viciosa, pero yo les he escrito el siguiente verso, que se lo digo siempre a todos. “Del Buen Retiro a la Alameda los gustos locos me vengo a hacer. Muchachos míos ténganlo tieso que con la mano gusto os daré. Con paragüitas y cascabeles y hasta con guantes yo os las haré, y si tú quieres, chinito mío, por darte gusto la embocaré. Si con la boca yo te incomodo y por la espalda me quieres dar, no tengas miedo, chinito mío, no tengas pliegues ya por detrás. Si con la boca yo te incomodo

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y por atrás me quieres amar, no tengas miedo, chinito mío, que pronto mucho vas á gozar. “He estado en París, donde bailé en los cafés-conciertos dándole mucha envidia a otra mujer que usa mi mismo nombre para pasar por mí. “Muchos hombres jóvenes suelen ser descorteses conmigo. Pero ha de ser de gana de estar conmigo, y ¿por qué no lo consiguen? Porque no puedo atender a todos mis adoradores. “No quiero tener más hijos, pues me han hecho sufrir mucho los dolores del parto, aunque me asistieron mis amigas ‘Magda’ y ‘Lucía’, que no entienden de parto, porque nunca han estado embarazadas, porque están enfermas de los ovarios. “Me subyuga pasear en Palermo, porque el pasto es más estimulante para el amor que la mullida cama. “Esta es mi historia, y tengo el honor de regalarle al doctor Veyga algunos retratos con mi dedicatoria. La Bella Otero.”2 En una época en donde no se dejaban registros periodísticos ni históricos de la vida homosexual, Luis D., español conocido efectivamente en el bajo fondo como “La Bella Otero”, consiguió hacer publicar sus fotos y sus poesías ingenuamente pornográficas en una revista estatal. Luis D. era bajito, de pies pequeños, lampiño, de voz aflautada. De Veyga, siguiendo la obsesión de Álvar Núñez Cabeza de Vaca y de Ingegnieros, hizo especial hincapié en el tamaño del pito de Luis: “Merece señalarse que la excesiva pequeñez de sus órganos sexuales, atribuida por el interesado a la más absoluta castidad; no conoce el coito con mujeres ni ha practicado la pederastia activa”.3 Fue mucamo hasta que, según De Veyga, entró en “el meretricio homosexual, lo que le produce lo necesario para vivir”.4 Como sus amigas de la cofradía, entró y salió del 24 de Noviembre y de varias comisarías. Cada vez que aparecía en la calle vestido de mujer, lo llevaban, y llegó a estar preso seis meses en la Penitenciaría Nacional, acusado de hurto. Sus habilidades sexuales despertaron el interés científico de De Veyga, quien describió: “Además de ejercer la pederastia pasiva, practica el onanismo sobre sus clientes y no desdeña el ejercicio del coito bucal; entre sus congéneres es alabado por esta última ‘habilidad’”.5 Y agrega el doctor general de División casi al borde de la pornografía: “Contra el gusto dominante entre los demás invertidos, prefiere hombres de edad a los jóvenes, explica su gusto porque los viejos prolongan el coito y le pagan puntualmente, mientras que los jóvenes lo practican rápidamente, y en lugar de pagar le exigen dinero o lo maltratan. Entre los viejos prefiere los “barrigones y peludos”, barrigones porque la intromisión del pene es menor y toda la excitación se

_____________ 2. De Veyga: Archivos (1903), pp. 495-496. 3. Ib., p. 493. 4. Ib. 5. Ib., p. 404. 144

localiza en el esfínter; peludos porque le producen gratas cosquillas en la espalda y en las regiones glúteas. Dice que el coito anal le produce sensaciones sumamente voluptuosas; cuando lo practica con personas que le son simpáticas no defeca, para no desprenderse del esperma, cuya retención cree le conserva las ilusiones sexuales relacionadas con el acto realizado”. Otra muestra del humor de La Bella Otero, que solo paseaba en carruaje por la ambigua Buenos Aires de fines del siglo XIX.

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44. LOS INTERNADOS DE SEÑORITAS: Anoche soñé que estábamos solas, en un sofá, alumbradas por la luna.

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asaron cuatrocientos años, pero bien sabido es que la venganza en un plato que se come frío. La Iglesia Católica fue obligada a probar su propia medicina. A comienzos del siglo XIX, los pensadores del Estado laico se tomaban la revancha, lanzándole a la Iglesia la misma “acusación sodomita” con la que aquella había abierto la puerta a los conquistadores para pisotear los derechos indianos. Víctor Mercante1 realizó una investigación en un internado, pero su precisión científica le alcanzó para decir que “los hechos se refieren al internado x..., escuela de enseñanza superior de Buenos Aires donde cursan niñas de 10 a 22 años. Mis anotaciones comprenden, además, establecimientos particulares y del Estado donde las prácticas religiosas parecen mal antídoto para la psicopatía que voy a tratar, el uranismo estático”. 2 El resultado de la investigación, como no podía ser de otra manera, fue publicado en los Archivos de Psiquiatría, Criminología y Ciencias Afines del prestigioso tándem De Veyga-Ingegnieros. No se salva nadie en el trabajo de Mercante, ni la Virgen María: “La homosexualidad femenina no es por lo común impulsiva, hay una predisposición morbosa a mantenerse contemplativa y romancesca, si es posible, con cierta operosidad mística. Aquí su parentesco claustral. El culto de reclusas a María es un síndroma psicopático donde el amor de la mujer ha sufrido la inversión, pero dentro de una actitud completamente pasiva, extática”.3 Tantas chicas arrodilladas en silencio, contemplando a una señora de yeso o madera, horrorizó a Mercante, quien tituló su trabajo “Fetiquismo [sic] y uranismo femenino en los internados educativos”. 4 El profesor visitó varios internados religiosos, y en uno de ellos le llamó la atención la tranquilidad y el silencio en que las alumnas se encontraban en un recreo. No había gritos ni corridas. Solo grupos estáticos de chicas charlando. Al ojo científico no se le escapó nada: “De modo que el patio era _____________ 1. Víctor Mercante (1870-1934). Pedagogo y psicólogo. Fue maestro y director de escuela hasta que lo convocó Joaquín V. González para organizar la sección Pedagogía de la Universidad Nacional de La Plata, base de lo que hoy es la Facultad de Ciencias de la Educación, de la que fue decano. Entre 1906 y 1914 dirigió los Archivos de Pedagogía y Ciencias Afines y entre 1914 y 1920, los Archivos de Ciencias de la Educación. En 1908 fue designado presidente de la Sociedad de Psicología de Buenos Aires. Escribió La crisis de la pubertad y sus consecuencias pedagógicas en 1918. Allí estudió a los chicos de entre 12 y 16 años, en “la crisis de la pubertad”, cuando según él, complejos afectivos afloran caracterizandose como una especie de “cretinismo transitorio y a la vez contradictorio”. Por eso propuso incluir tareas de granja, taller, prácticas intensivas de ejercicio físico con la intención de “canalizar el excedente de energía física del púber”. 2. Víctor Mercante: Archivos (1905), p. 25. 3. Ib., p. 25. 4. En la primera parte del trabajo se encarga del “fetiquismo” y denuncia, azorado, el uso de medallones y anillos por parte de las chicas ya que “el resultado inmediato del fetiche, que evoca una situación ausente, es la idea obsesiva que orienta la actividad psíquica en una sola dirección e incapacita el cerebro para el estudio”. Por eso aconsejaba prohibir el uso de anillos y collares, pese a las protestas de las directoras de los colegios. “Nosotros ordenamos y al día siguiente todas obedecieron. La mujer es hija del rigor”, sentenció. Archivos (1905), p. 23.

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una sala, las niñas visitas, el conjunto etiqueta. La impresión era buenísima y envidiable, tanto más cuanto que el fenómeno se producía espontáneo, a punto de ser innecesaria la vigilancia de las profesoras; en efecto, abandonaban los patios para entregarse a quehaceres del momento. No advertían que la quietud de aquellos seres sin trabajo no podía ser sino ficticia, y que donde hay un cerebro hay una actividad. Parte de aquellas niñas yacían de a dos o en pequeños grupos, en un ángulo, sobre un banco, contra una columna, del brazo o tomadas de la mano, minutos antes de una lección de Aritmética o de Historia, conversando quedas o ilusionadas, ¿de qué? Debía presumirse. Las confidencias, por caminos indirectos, llegaron a mí. Eran novios que conversaban de sus asuntos. No obstante el carácter espiritual y femenino de aquel connubio, un elemento era el activo, el otro pasivo, lo que confirma el principio de las autoridades en la materia”. 5 Mercante estuvo ahí y vio ese recreo, pero extendió sus conclusiones mucho más allá del patio de ese colegio por métodos no tan científicos como la observación, según él mismo contó: “Gracias a relaciones de familia pude, con sorpresa, constatar que el uranismo pasivo (acerca del impulsivo no tengo datos) constituye en los grandes internados de educación, una epidemia”.6 Con ánimo de maestra metiche, Mercante hurga entre las cartitas que se mandaban las chicas y no duda en publicarlas, como prueba científica de la epidemia denunciada: “Ayer al subir las escaleras fue tan poco tu cuidado que muchas de mis compañeras vieron tus piernas. No sé qué me pasó en ese momento. Sentí que la sangre se me agolpaba a las mejillas. Te ruego, mi alma, que ajustes las polleras y uses enaguas menos almidonadas”, dice una carta. Otra: “Esta mañana noté que mirabas a Ofelia; sabes cuánto sufro con estos procederes de tu conducta. No dudo de tu amor tantas veces jurado estrechando tus manos y besando tus labios. Pero no lo hagas; soy celosa, yo sufro”. Y otra: “Mi querida Chacho, tus besos abren para mi corazón un mundo de felicidad. Dios conserve este amor que comprendo tan grande. A veces eres celosa y me increpas injustamente. Debes saber que para mí tú eres todo en este mundo. Mi pensamiento vive en ti. Anoche soñé que estábamos solas, en un sofá, alumbradas por la luna. Tus palabras eran dulces como las de Efraín. ¡Ah, no quisiera olvidarlas nunca! Al levantarme puse tu retrato junto a mis labios y lo cubrí de besos”. 7 Después de meterse en los recreos y en la correspondencia privada de las chicas, Mercante anunció sus intenciones, científicas claro: “Sólo he pretendido, con hechos documentados, constatar la existencia de un estado morboso, posiblemente de remota data en establecimientos organizados conventualmente”. El pobre Mercante no sabía que no solo eran de remota data, sino que la “epidemia” lo sobreviviría y a pesar de las maestras metiches y los doctores escandalizados, miles y miles de chicas se seguirían mandando cartitas inocentemente eróticas, por lo años y los años. Amén. _____________ 5. Ib., pp. 25-26. 6. Ib., p. 25. Mercante no explica la diferencia entre “uranismo pasivo” e “impulsivo”. 7. Ib., p. 30.

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45. LA MADRINA DEL PUEBLO: Vestido de hombre es un hombre y vestido de mujer es una mujer; esto es innegable.

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iempre vivió con sus padres; era una de las personas más queridas de Colonia General Frías, cerca de Conesa, en la provincia de Río Negro. Tanto la querían que se fue convirtiendo en madrina de todos los chicos que nacían en la localidad. Los padres la elegían porque adoraba a los pibes, les hacía regalitos que ella misma confeccionaba. En el pueblo todos sabían que era una persona honesta, trabajadora y hasta Viedma había llegado su fama de habilísima tejedora y bordadora. Lo que no sabían en el pueblo era de qué sexo era, pero eso no parecía importarle demasiado a nadie. Excepto al Estado, claro. ¿Quién es? ¿Cómo se llama? ¿Qué sexo tiene? Para que la gente contase esas cosas es que se había creado la Ley de Enrolamiento. Un día de 1902, mientras vendía los bellos bordados, las mantas y los gorros en Viedma, el profundo ojo del higienismo estatal la detectó, llegó hasta ella y, claro, la detuvo. No podían hablar de escándalo, no podían hablar de prostitución, mucho menos de desacato a la autoridad. ¿Cómo encarcelar a alguien que está en su casa, bordando, acompañado por sus padres, estimado por la comunidad? Ah, sí: como “infractor a la Ley de Enrolamiento”.1 Fue llevado a la cárcel de Viedma. Así lo contó la revista Caras y Caretas: “Un sujeto indígena que vestía de mujer y servía como madrina en los bautismos, siendo muy obsequiado por los vecinos de aquellos lejanos lugares. En dichas apartadas regiones de nuestro país, en que son escasas las mujeres, es industria provechosa apadrinar niños en la pila bautismal”.2 La revista se vio en la necesidad de justificar al pueblo de Colonia General Frías que andaba eligiendo a una travesti como madrina. Pero en el pueblo nadie se llamaba a engaño: “En la Colonia General Frías, donde desde hace muchos años está radicado el sujeto, juntamente con sus padres, era público y notorio que, a pesar de sus ropas de mujer, se trataba de un hombre; pero como la original dama no causaba daño ni perjuicio [...] nadie observó nunca su singular manía de disfrazar su sexo. El sujeto, vestido de hombre es un hombre y vestido de mujer, es una mujer; esto es innegable”.3 Lejos del 24 de Noviembre pero cerca de sus reglas, fue en la cárcel de Viedma que la versión rionegrina de De Veyga, el doctor César Fausone, la fiscalizó. Vinieron entonces las fotos de la vergüenza, la soberbia intelectual y el patoterismo médico. El doctor Fausone, demostrando que en el interior del país se conocía y respetaba la literatura médica porteña contemporánea,

_____________ 1. “El hombre-mujer descubierto en Viedma”, Caras y Caretas (Buenos Aires), núm. 189 (1902), p. 39. 2. Ib. 3. Ib.

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Archivo General de la Nación

En su pueblo, la Colonia General Frías en Río Negro, todos la querían y la solían elegir como madrina de bautismo de sus hijos. Era una hábil tejedora y bordadora y vivía con sus padres. Su caso fue “científicamente” calificado como “inversión sexual con anestesia congénita”. Fue detenido como infractor a la Ley de Enrolamiento.

emitió su veredicto en un informe: “Se trata de un caso de ‘inversión sexual’, con anestesia congénita’”.4 Ya ni en la Patagonia se podía estar tranquilo/a.

_____________ 4. Ib.

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46. LOS COLEGIOS RELIGIOSOS: En las clases más elevadas encuéntranse múltiples ejemplos de homosexualidad.

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l juez Servando Gallegos visitó la cárcel correccional de menores, instituto que en 1900 manejaba el presbítero Pedro Bertrana. Las denuncias arreciaban en la prensa de la época: en ese lugar los menores eran castigados con torturas, decían. En Caras y Caretas consignaban: “Cuando los poderes públicos decidieron la creación del nombrado establecimiento, 1 creyeron lo más conveniente a semejanza de lo que en algunas naciones europeas se acostumbra, confiar su dirección a ciertas congregaciones religiosas”.2 Pronto se arrepentirían. En su visita el juez encontró “según se dijo, ‘cajas de emparedamiento’” y pudo comprobar “lo que respecto a la crueldad de los castigos se había hecho público”.3 Sigue relatando el articulista: “De la inspección judicial parece resultar que en aquella cárcel se han renovado ciertos procedimientos terribles, cuya descripción puede hallarse en las sangrientas crónicas del Santo Tribunal de la Inquisición. Como inspirados por el propio Torquemada –quien, según la leyenda y como ya vimos, era el mismo diablo convertido en inquisidor– las torturas a las que se somete a los menores detenidos revisten un carácter insuperable de refinada crueldad. Los plantones, el ayuno, el encierro, los azotes y el ‘encajonamiento’ son las más suaves y sencillas formas de las penitencias impuestas”.4 Algo extraño ocurre en la nota sin firma de Caras y Caretas. Cuando habla de los tres chicos castigados por los que se inicia la investígación, nombra al menor Juan B. Irigoyen (“preso por haber herido a varios niños en el rostro con un trozo de sierra”), a Vicente Gherzzi (“muchacho pendenciero y de carácter indómito”) y a Norandelli (“condenado por actos de sodomía”). Sin embargo, en la foto que ilustra la nota, aparecen tres muchachitos y un epígrafe que reza: “Los menores Juan B. Irigoyen, Agustín Romero Rocott y Vicente Gherzzi, que denunciaron haber sido castigados cruelmente”. Norandelli fue sustituido en la ilustración por otro menor. El sodomita no merecía ni la fama infamante de la foto en la revista. Lo interesante es ver cómo en 1900 el Estado se quejaba por el castigo que un presbítero –comparado con Torquemada– aplicaba a un “sodomita”. Mientras tanto, el criminólogo Eusebio Gómez también criticaba la educación cristiana pero desde otro lado: “En las clases más elevadas, especialmente entre los jóvenes que a ellas pertenecen, encuéntranse múltiples ejemplos de homosexualidad. Todos los conocemos y los observamos. Se trata aquí, casi siempre, de una homosexualidad adquirida en la comunidad de la vida de colegio, especialmente del colegio religioso, tan propicia, con todas sus particularidades, al desarrollo de esta aberración”. 5 Y hay otro ilus_____________ 1. Se había inaugurado solo dos años antes, en 1898. 2. “Las denuncias contra la correccional de menores”, Caras y Caretas (1900), pp. 23-24. 3. Ib. 4. Ib. 5. Gómez: La mala vida, p. 190.

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tre de la Generación del 80 que también muestra su preocupación por la sexualidad de los internados en los colegios religiosos o dirigidos por religiosos. Miguel Cané se queja en Juvenilia: “El colegio fue regido algún tiempo por un sacerdote de quien tengo forzosamente que hablar tan mal, que me limito a designarlo solo por sus iniciales, D.F.M., era extranjero, e ignoro por qué circunstancia un hombre como él, sin moralidad, sin inteligencia y desprovisto de ilustración había conseguido hacerse nombrar vicerrector del Colegio Nacional”.6 Y continúa: “Don F.M., nos organizaba bailes en el dormitorio, antiguamente dedicado a capilla [...] Se bebía vino seco [...], sucedía que muchos chicos se embriagaban, lo que no era solamente un espectáculo repugnante sino que autorizaba algunos rumores infames contra la conducta de don F.M., que hoy quiero creer calumniosos, pero sobre cuya exactitud no teníamos entonces la menor duda. El simple hecho del baile revelaba, por otra parte, en aquel hombre, una condescendencia criminal, tratándose de un colegio de jóvenes internos, régimen abominable por sí mismo y que solo puede persistir a favor de una vigilancia de todos los momentos y de una disciplina militar”.7 Era tiempo de castigar a la Iglesia, eso estaba claro. Mercante lo hacía por la permisividad con las “uranistas” pasivas que distendidas en los recreos, escribían cartitas sin parar. Gómez, por las particularidades de los colegios religiosos que desarrollaban la “aberración”. Cané, por la presencia sospechosa de sacerdotes embriagadores. Pero también se criticaba a los hombres de la Iglesia por castigar exageradamente la homosexualidad. Por complacencia o rigidez, la Iglesia recibía palos. Era obvio que el tema sexual en sí mismo no era la preocupación. Simplemente, otra vez, se construía un enemigo.

_____________ 6. Miguel Cané: Juvenilia, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1992, p. 36. 7. Ib., p. 40.

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