Historia de La Homosexualidad en La Argentina - Parte 3 by Huije [Historia de La Homosexualidad en La Argentina - PARTE 3.PDF] (21 Pages)

September 24, 2017 | Author: Futuro Libertario | Category: Homosexuality, Karl Marx, Friedrich Engels, Criminal Law, Felony
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Descripción: Historia de La Homosexualidad en La Argentina - Parte 3 by Huije [Historia de La Homosexualidad en La Argen...

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PARTE III

LA INVENCIÓN DE UN PAÍS En busca del argentino ideal

28. GOBERNAR ES POBLAR: Las razas fuertes exterminan a las débiles, los pueblos civilizados suplantan en la posesión de la tierra a los salvajes.

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a había un país organizado, al menos políticamente, la Argentina. La batalla de Pavón, en 1861, y el alzamiento del caudillo Chacho Peñaloza en La Rioja contra el gobierno central porteño, en 1863, marcaron el principio del fin de las guerras civiles. Con Bartolomé Mitre en el gobierno se iniciaba un proceso de afirmación nacional. Había un espacio territorial, una lengua común, una historia con sangre compartida, instituciones incipientes. Existía el Estado argentino. Solo faltaban los argentinos y un alma común: es decir, la Nación. Y esa fue la construcción de la última mitad del siglo XIX. Con el país “vacío”, ya que los indios no eran considerados como población,1 se podía comenzar de cero, seleccionar las características deseadas, mejorar la raza. Juan Bautista Alberdi no sentenció solamente: “Gobernar es poblar”. Fue más claro. Dijo cómo y con quién poblar. Para Alberdi gobernar era poblar, que era sinónimo de civilizar, solo cuando se poblaba con gente de la Europa civilizada. Como Sarmiento,2 no pensaba en España ni en Italia. Pensaba en Francia e Inglaterra. En esa construcción del argentino deseado, Alberdi hablaba del riesgo de “poblar embruteciendo”, desgracia que ocurriría si ve_____________ 1. Domingo Faustino Sarmiento ya había escrito en el diario El Progreso de Chile, el 27 de septiembre de 1844: “Puede ser muy injusto exterminar salvajes, pero gracias a esta injusticia, la América está ocupada hoy por la raza caucásica, la más perfecta, la más inteligente, la más bella, la más progresiva de las que pueblan la tierra. Las razas fuertes exterminan a las débiles. Los pueblos civilizados suplantan en la posesión de la tierra a los salvajes. No debieran nuestros escritores insistir sobre la crueldad de los españoles para con los salvajes de América, ahora como entonces, nuestros enemigos de raza, de color, de tendencias, de civilización. Quisiéramos apartar de toda cuestión social americana a los salvajes, por quienes sentimos, sin poder remediar, una invencible repugnancia... no son más que unos indios asquerosos, a quienes habríamos hecho colgar y mandaríamos colgar ahora, si reapareciesen en una guerra”. Obras Completas, t. II, pp. 214-216. 2. Sebrelli revisó las ideas y polémicas de Alberdi y Sarmiento y concluyó: “Pueden inferirse las tendencias homosexuales de Juan Bautista Alberdi, ese solterón preocupado por las artes y las modas con quien Sarmiento polemizaba en “Las ciento y una”; éste, en uno de sus arranques de intemperancia verbal, pedía que ‘le pongan polleras’, y lo describía como ‘abate por sus modales y mujer por su voz’ (Tercera Carta). Bernardo Canal Feijóo ya se había preguntado en su obra sobre Alberdi, si Sarmiento no sugería ambigüedad sexual, y él mismo intentaba un psicoanálisis salvaje de Alberdi donde la posición afectiva negativa de este con la ‘Tierra’ sería una simbolización de sus sentimientos hacia la mujer”. Sebrelli: Escritos sobre escritos, p. 281. La obra de Canal Feijóo a la que hace referencia es Constitución y revolución. Juan Bautista Alberdi, México, Fondo de Cultura Económica, 1955.

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nían chinos o negros africanos. Lo dijo claramente. Porque la construcción del argentino fue un proceso rígido, racista y dirigido. Y que fracasó, claro.3 ¿Cómo debía ser el argentino ideal? Europeo, de tez blanca, culto, procreador. Se buscaron padrillos sanos que reprodujesen la ideología imperante. Como gobernar era poblar, el valor volvió a estar del lado de la heterosexualidad reproductiva. La homosexualidad no podría poblar el abismo horizontal de la pampa y cayó en un cono de sombras del que no saldría hasta fines del siglo XIX. Ni siquiera fue punida. Así como para Santo Tomás derrochar el semen sin ánimo reproductivo era contrariar los designios de Dios, para los estadistas argentinos del siglo XIX, hacerlo era frustrar los propósitos patrióticos. Para engrandecer a Dios o a la Patria, todos tenían planes sobre el semen. Los únicos a quienes no se les pedía opinión eran a sus patrones originales. El hombre no fue dueño de su propio semen.

_____________ 3. Según Arturo Jauretche: “La inmigración vino a satisfacer las exigencias del complejo de inferioridad racial que padeció aquella generación de hispanoamericanos avergonzados de su origen y que se liberaban del mismo calificando al resto de connacionales como víctimas de taras congénitas que los hacían inadecuados para la civilización”. La colonización pedagógica y otros ensayos, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1992, p. 11.

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29. EL CÓDIGO PENAL: ¿Qué bien se reportaría de descubrir tantas torpezas ocultas, tantos misterios vergonzosos?

artolomé Mitre designó en 1863 al jurista Carlos Tejedor1 para que crease el nuevo Código Penal.2 En ese código, promulgado en 1886, hubo un total silencio sobre la “sodomía consensuada”, las prácticas homosexuales llevadas a cabo con la anuencia de sus protagonistas mayores de edad. Aquello que merecía la hoguera en la legislación anterior no era siquiera mencionado ahora. Un clima teórico internacional ayudó a eso. La Ilustración había traído nuevas ideas sobre la sociedad civil. El jurista alemán Paul Johann Anselm Feuerbach, quien ejerció gran influencia sobre Tejedor, propiciaba la separación entre la moral y la ley, y por la misma época circulaban nuevas ideas que distinguían los crímenes públicos de los privados. Así la homosexualidad consensuada entre adultos pasaba a ser considerada como un acto privado (pero se penaba la sodomía con menores o ejercida de manera violenta o con incapacitados físicos o mentales). Más que un avance de las libertades individuales, la adopción de esta teoría significaba la virtual y deseada eliminación de la homosexualidad de la vida argentina. Al menos en los papeles. ¿Para qué ventilar en los tribunales casos oprobiosos que llenarían de escándalo a un país que necesitaba “venderse” como normal y europeo? Había que atraer a la inmigración. Canadá, Brasil y Australia competían por los mismos europeos con los que Alberdi quería sembrar el país, mientras que Venezuela repartía folletos en Francia e Inglaterra, tratando de interesar a los futuros inmigrantes. En ese mismo momento, en Europa se discutía el tema de la homosexualidad en varios de sus estados. El II Reich introdujo la cuestión de la homosexualidad en el Código Penal alemán, y lo hizo como un delito pasible de ser sancionado con la pena de muerte, a través del artículo 175. Fue en contestación a esa norma que el médico húngaro Karoly Benkert 2 envió una carta, en 1869, al Ministerio de Justicia alemán. Allí defendía la hete-

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1. Carlos Tejedor (1818-1903). Jurisconsulto, profesor de Derecho, periodista y escritor. Opositor a Rosas, amigo de Esteban Echeverría y del grupo Asociación de Mayo, que también integró. En la época de Rosas se exilió en Chile, donde se hizo amigo de Sarmiento. A su regreso, dirigió el diario El Nacional en Buenos Aires, después de Caseros. Fue diputado nacional, procurador general de la Nación, director de la Biblioteca Nacional, ministro de Relaciones Exteriores de Sarmiento, y en 1875, representante diplomático en Río de Janeiro, gobernador de la provincia de Buenos Aires, profesor de Derecho en la Universidad de Buenos Aires y redactor del Código Penal. Peleó en la llamada Revolución del 80 donde fue vencido por Avellaneda. 2. Se intentaba así superar la maraña legal creada desde 1810, ya que la legislación colonial y la republicana se habían sumado hasta formar un galimatías difícil de desentrañar. En 1865 Tejedor presentó su proyecto al Congreso y una comisión presentó ciertas revisiones. Mientras tanto, la provincia de Buenos Aires adoptó el proyecto original de Tejedor como código propio en 1877. En 1881 los expertos devolvieron al Congreso el proyecto de Tejedor con los cambios propuestos, que se convirtió en 1886 en el Código Penal Nacional. 3. Karoly Benkert (1824-1882). Científico y uno de los primeros militantes homosexuales del mundo.

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rosexualidad. La caracterizaba como el comportamiento normal: decía que el comportamiento de amor y sexo de la homosexualidad era anormal, pero innato, no adquirido. Por lo tanto, merecía ser tratado por la ciencia, no por la ley. Benkert fue la primera persona en todo el mundo en usar la palabra “homosexualidad”. Sus logros terminaron allí. No lo escucharon. El amor entre iguales seguía siendo un delito. Y pronto, también, iba a convertirse en una enfermedad. Ajena a esa discusión, Argentina prefirió barrer con cualquier indicio de homosexualidad. Como se había enorgullecido Manuel Miltos más de cien años antes: “Teníamos los criollos la gloria de no haber salido de nuestra tierra ningún manfrodita”. Al menos eso era lo que se esperaba que creyesen en la lejana y dorada Europa, el gran objeto de seducción. Adolphe Chaveau, famoso jurisconsulto francés de la época, escribió un texto que fue citado literalmente por quienes analizaron el proyecto de Tejedor para presentarlo al Congreso. Chaveau, hablando de la “sodomía consensuada” en los códigos penales escribió que: “Los demás que se verifican en secreto y las más veces se cubren con un velo espeso, no perturban abiertamente la sociedad que los ignora, ni hacen daño más que a sus autores, a quienes degradan. ¿Podría la justicia, por otra parte, perseguirlos sin peligro? ¿Qué escándalos no nacerían de tales investigaciones? ¿Qué bien se reportaría de descubrir tantas torpezas ocultas, tantos misterios vergonzosos? ¿Qué interés tiene la moral en estas infames revelaciones? El silencio de la ley debería aprobarse aunque fuese solo dictado por un sentimiento de respeto hacia el pudor público. Basta que la justicia esté forzada a proclamar el delito, y a castigarlo cuando el escándalo sea público, o cuando ha sido atacada la libertad de las personas. ¿Cuáles serían por otra parte las consecuencias de semejante intervención de la acción pública? ¿No sería consagrar la inquisición del magistrado en la vida privada de los ciudadanos, someter a sus investigaciones las acciones íntimas, abrir, en una palabra, el santuario del hogar doméstico”. 4 El “pudor público” pedía a gritos el “silencio de la ley”. El pecado continuaba siendo “nefando”. Su nombre aun no podía ser pronunciado.

_____________ 4. Códigos y leyes usuales de la República Argentina, Buenos Aires, Félix Lajouane, 1889, vol. 2, p. 122.

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30. LA PESTE: las epidemias que nos aterran no son castigo que envía y suspende la voluntad suprema.

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res muertos en San Telmo. Una muerte horrible. Hacía mucho calor ese 27 de enero de 1871. Cinco muertos en San Telmo, 28 de enero. Y otros cinco, y otros cinco, y otros cinco. El 9 de febrero ya sumaban nueve los muertos diarios. Y diez muertos por día hacia el 22 de febrero. Ya desde el 23, los muertos cotidianos llegaban a veinte. Y el mes terminaba con más de treinta casos fatales por día. Todavía se podían contar. En marzo, la tarea se complicó. En todo el mes murieron por la Peste Amarilla 4.924 personas. En abril, 7.535. En una ciudad que paradójicamente insistía en llamarse Buenos Aires, 19 mil personas sobre 177.787 habitantes fallecieron abruptamente por la pandemia que ya había asolado Asia y Europa. El silencio pesado del sepulcro fue el sonido de las calles porteñas; el único bullicio, solemne, fatal, se daba dentro de los hospitales llenos, los lazaretos recién inaugurados. Emigraron las tres cuartas partes de los habitantes de la ciudad hacia sitios más seguros, cambiando para siempre el mapa urbano. Fue feriado en ministerios y oficinas públicas, cerraron los bancos, las iglesias, los comercios. Buenos Aires moría de peste. En mayo, el diario La Nación titulaba con una fatal mezcla de ingenuidad y humor negro: “¡Hip, hip, hurra!” ¿El motivo de tanta alegría?: “Ayer no han muerto más que 17 personas de la fiebre amarilla”.1 Sobre la ciudad, el castigo de Sodoma. Pero la Iglesia Católica ya no era lo que había sido. No hubo voces alegando que los muertos mostraban la respuesta divina a los desaguisados humanos. El poder estatal en la Argentina se separaba, por primera vez en la historia, del poder eclesiástico. Muy pocos años después, la Argentina y la Santa Sede romperían relaciones diplomáticas. El editorial del diario La Nación era claro bajo el título “El Te-Deum”: “Las epidemias que nos aterran no son castigo que envía y suspende la voluntad suprema, como en todas ocasiones se ha repetido por hombres pensadores. [...] Las epidemias son la consecuencia fatal de la violación de las leyes de la vida y tienen pena de muerte en los códigos de la higiene. Hemos infringido esas leyes”.2 En el texto, el diario se quejaba de la realización del Tedeum que habían previsto las autoridades eclesiásticas para celebrar el 25 de Mayo. En medio de la peste, era mejor no juntarse ni para rezar, decía. Había un castigo, sí, pero no era divino.3 Al Dios al que se le había faltado el respeto _____________ 1. La Nación (Buenos Aires) (5.5.1871), p. 1. 2. La Nación (21.5.1871), p. 1. 3. El paso de los años no necesariamente significa progreso para la Iglesia Católica. Según cuenta el periodista Hernán Brienza: “[Monseñor] Plaza siempre fue un advenedizo. Ambicioso y politiquero, consiguió obispar en 1950 adulando al gobernador Domingo Mercante, y ocupó hasta 1955 la diócesis de Azul. Tras el golpe, se dio cuenta del error que había cometido y para congraciarse con las nuevas autoridades atribuyó ‘la epidemia de poliomielitis que asoló al país a los pecados cometidos por la tiranía de-

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no era el Creador de todo lo visto y lo no visto. Las leyes infringidas eran las leyes de la higiene. El nuevo Dios que vendría a juzgar a los vivos y a los muertos. Y los científicos, esos nuevos sacerdotes, también dirían que su reino no tendría fin.

puesta’. Y gracias a esa excéntrica interpretación teológica, el general Lonardi lo nombró arzobispo de La Plata”. Hernán Brienza: Maldito tú eres. El caso Von Wernich. Iglesia y represión ilegal, Buenos Aires, Marea, 2003, p. 112. 94

31. EL URANISMO: No existe el amor antinatural. Donde hay verdadero amor, también hay naturaleza.

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arlitos estaba nervioso. En el día de su cumpleaños iba a concretar la primera cita erótica con el chico de sus sueños, otro alemancito rubio como él. Sin embargo la noticia que le trajeron a media mañana le empañó el acontecimiento: su padre había muerto como consecuencia de una caída. La cita no se concretó. Fue el peor recuerdo de su vida, y cargó con él desde aquel día en que cumplió diez años. Era el 28 de agosto de 1835. Karl Heinrich Ulrichs creció en Westerfeld, cerca de Aurich, en el extremo noroeste de Alemania. No se sentía como los demás. Sufrió como tantos chicos de todo el mundo, antes y ahora, el presupuesto heterosexual de que todos los menores son asexuados pero heterosexuales. Le preguntaban ingenuamente por sus novias y esas cosas, intentando inocularle una visión del mundo en la que él no tenía cabida. Como sucede en estos casos, intuía otra realidad, pero no tenía medios para descubrirla. Finalmente, la revelación, espontánea y definitiva, le llegó ojeando un libro de arte. Así notó, en plena adolescencia, que lo excitaban los desnudos masculinos. En ese momento su vida adquirió sentido. No podía saber cuánto. A los veinte años fue a un baile y regresó corriendo y transpirado a su casa. Había pasado la noche contemplando a los estudiantes de silvicultura. Esos muchachos dorados y fornidos le resultaron, evidente y dolorosamente, hermosos. Mucho tiempo después admitiría que sufrió una verdadera tortura asaltado por los recuerdos de la belleza masculina. Le quiso contar a su hermana lo que le pasaba, pero la chica fue inflexible: lo mandó a hablar con un cura para que le sacara esas ideas de la cabeza. Además le recordó que una vez, él le había hablado de una chica amiga suya que le gustaba. Entonces Karl le escribió una carta muy clara a su hermana, algo que casi todos los homosexuales hemos hecho alguna vez, una manera de explicar y explicarnos que solo somos humanos no preparados para lo que nos ocurre: “La atracción que sentí por ella solo fue un débil reflejo del sol radiante del amor, de la misma manera que los destellos de la caída del sol en la cima de una montaña no son el sol, sino solo un reflejo”.1 Karl sabía claramente qué sol estaba buscando. Lo que no intuía todavía es todo lo que él haría por la historia de los que no se conformaron con los destellos en la cima de la montaña. Se recibió de abogado y trabajó en la Corte del Reino de Hannover, de donde lo echaron en 1861 por ser homosexual. Desde 1864 hasta 1869 editó sus propios escritos en latín “Investigaciones sobre la clave del amor entre hombres”. Lo hizo bajo el seudónimo de Numa Numantius. 2 El amor no osa_____________ 1. Hubert Kennedy: Ulrichs: The Life and Works of Karl Heinrich Ulrichs, Boston, Alyson, 1988, p. 19. 2. Los libros de Ulrichs son Vindex, Inclusa, Vindicta, Formatrix, Ara Spei, Gladiius Furens, Memnon, Incubus, Argonauticus, Prometheus, Araxes y Critische Pfeile. Están traducidos al alemán, al 95

ba decir su nombre. Hizo una relectura original de El Banquete, de Platón. De allí derivó su teoría del “tercer sexo”, algo que explicó en latín: anima muliebris virili corpore inclusa. Tener un alma de mujer en un cuerpo de hombre. Hoy la teoría puede mover a risa, pero en el momento fue una verdadera revolución. Rompía el esquema binario hombre/mujer y agregaba algunas variantes impensadas hasta el momento. Acuñó entre otras las palabras “uranier” y “dionäer”, para designar respectivamente a “hombres que aman a otros hombres” y “hombres corrientes”. Más cercano a la poesía que a la ciencia, concluyó: “No existe el amor antinatural. Donde hay verdadero amor, también hay naturaleza”.3 El solitario trabajo de Ulrichs, caminando a tientas y como pudo en medio del prejuicio, fue eminentemente político, ya que mientras difundía sus textos, se iba produciendo la consolidación alemana, con la anexión de reinos y regiones autónomas. Bavaria, Hannover y Württemberg habían abolido las leyes contra la “fornicación anormal”, imitando al código napoleónico pero el reino septentrional de Prusia había ilegalizado estricta y específicamente la homosexualidad y, lamentablemente, era ese el criterio que se extendía sobre todas las jurisdicciones alemanas. El avance de la represión parecía incontenible. Pero hubo un momento en que este muchacho activista, afeminado, no académico, que había tomado su vida como la demostración más clara de la validez de sus ideas, estuvo a un paso de dar vuelta la historia. Aún hoy se admira su valentía.4 Solo, contra los hombres y la época, se paró frente a los quinientos asambleístas en la Asociación de Juristas Alemanes, en Munich, que estaban estudiando cambios a los códigos penales, y habló. El momento vibrante, original, está relatado por él mismo en Espada furiosa, uno de sus textos en latín, escrito en 1868. Es la primera vez –y una de las muy raras en la historia de la Humanidad- en que un representante de la minoría homosexual logró ofrecer en un ámbito político y administrativo una visión distinta y contradictoria a los presupuestos mayoritarios: “Hasta el día de mi muerte recordaré con orgullo cuando el 29 de agosto de 1867 tuve el valor de enfrentarme en la batalla en contra del espectro de una hydra viejísima y colérica que por tiempo inmemorial ha estado inyectando veneno en mí y en los hombres de mi naturaleza. Muchos se suicidaron porque toda la felicidad en sus vidas estaba destruida. Estoy orgulloso, tuve el valor de darle el primer golpe a la hydra del desprecio público. Lo que me dio la fuerza de subir al podio fue que me di cuenta que en ese mismo instante la mirada lejana de hombres como yo estaba fijada en mí. Por su confianza en mí, no debía darles una muestra de cobardía. A pesar de todo _____________ inglés, al francés y algunos al italiano. No he podido dar con traducciones al español. 3. Citado por Mondimore: Una historia natural de la homosexualidad, p. 49. 4. Todos los días 28 de agosto, cientos de admiradores de su obra se reúnen en la ciudad de l’Aquila, en Abruzzi, Italia, visitan la casa en la que el escritor vivió sus últimos años de exilio y el cementerio cívico en donde descansan sus restos. En todo el mundo se realizan encuentros y festejos ese día para perpetuar su nombre. En Aurich, L’Aquila y Hildensheim hay calles que lo recuerdan.

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Karl Heinrich Ulrichs fue uno de los primeros teóricos homosexuales en estudiar el tema de la homosexualidad y publicar sus ideas. Soportó burlas de los intelectuales de su época, entre otros, de Karl Marx y Friedrich Engels, que lo acusaban de transformar “la porquería en una teoría”.

todo esto, unos momentos de debilidad siguieron atacándome, y una voz perversa susurró en mi oído: “Todavía hay tiempo para callarte, Numa. Solamente necesitas renunciar a las palabras que has preparado. ¡Entonces tus palpitaciones de corazón cesarán!”. Pero luego me pareció como si otra voz empezara a susurrarme. Era la advertencia de no callarme, la voz que había advertido a mi predecesor Heinrich Hössli5 en Glarus (Suiza), treinta años antes, y que en ese momento resonaba fuerte en mi mente con todo poder: “Dos senderos hay delante de mí: escribir este libro y exponerme a la persecución, o no escribirlo y estar lleno de culpa a mi entierro. Seguramente me he enfrentado con la tentación de dejar de escribir. Pero luego me aparecerían las imágenes de Platón y los poetas y los héroes griegos, los que habían sido parte de la naturaleza de Eros y en ella se hicieron lo que podrían ser para la humanidad. Y al lado de estas imágenes vi delante de mí lo que hemos ocasionado sobre esos hombres. ¡Delante de mis ojos aparecieron las imágenes de los perseguidos y de los ya malditos que todavía no han nacido, y percibí a las madres infelices al lado de sus cunas que _____________ 5. Heinrich Hössli (1784-1864). Escritor e investigador suizo. Escribió Eros: el amor hombrehombre de los griegos. La no confiabilidad de marcas externas en la vida sexual del cuerpo y la mente, editado en 1834, en el que por primera vez en la bibliografía occidental se habla de personas inclinadas amorosamente hacia su propio sexo. Para Hössli, los amantes del mismo sexo no tienen otra alternativa, “son así”, tanto como los que aman al otro sexo, que también “son así”. Al no ser “diferentes a los otros”, es injusto y criminal contra la naturaleza oprimirlos y perseguirlos. Concluía diciendo que los griegos antiguos nunca habían hecho esta persecución y por tanto “deben abolirse las leyes modernas que requieren el castigo de tales amantes”. El libro fue prohibido y muchos originales se perdieron en un incendio. 97

que mecían a sus niños malditos e inocentes! Y luego vi a nuestros jueces con los ojos vendados. Por fin me imaginé a mi sepulturero deslizando la cubierta de mi ataúd sobre mi cara fría. Entonces, antes de esclavizarme a él, el deseo todopoderoso de levantarme y de defender la verdad oprimida me venció con todo su poder. Y así seguí escribiendo con los ojos resueltamente desviados de los que trabajaban para mi destrucción. No tengo que escoger entre callarme o hablar. Me digo a mí mismo: ¡Hable o quédese juzgado!’. Quisiera yo merecer el respeto de Hössli. Yo no quería tampoco llegar a las manos de mi sepulturero sin haber atestiguado abiertamente a mis derechos oprimidos e innegables y sin haber roto un pasaje estrecho a la libertad. Con estos pensamientos y con el corazón batiendo fuerte en el pecho, subí al podio el 29 de agosto de 1867, en la Gran Sala del Teatro Odeón, delante de más de 500 juristas de Alemania, entre los cuales contaban miembros del parlamento alemán y un príncipe bavariano. Subí al podio con la ayuda de Dios. Habían una sorpresa y un desprecio aparentes; unos gritos aislados que pedían terminar la sesión. Había un clamor tempestuoso: ‘¡Cierren la sesión, cierren la sesión!’. Pero ahora unos clamores tan fuertes como los anteriores que venían del lado opuesto de la sala: ‘No, no, que siga, que siga...’. Había un alboroto caótico y una interrupción violenta. Una conmoción no acostumbrada en la reunión de ese lado que antes había pedido un término de la sesión. El presidente dice: ‘Le pido al locutor que siga leyendo su propuesta en latín’. Pero recojo mis notas y abandono el podio”.6 Lo echaron y nunca más pudo volver a hablar en público. Ulrichs no pudo modificar la vida política que lo rodeaba. Sin embargo, en principio no se dio por vencido. Hasta 1879 siguió escribiendo y polemizando, intentando explicar a las mentes de la época lo que a él le resultaba obvio. Pero estaba lejos de ser escuchado. Hay una carta terrible, humillante, que Friedrich Engels le escribió a Karl Marx. Es del 2 de junio de 1869 y allí Engels le cuenta al primer marxista del mundo sobre Ulrichs: “¡Es un ‘urningo’ realmente curioso aquel que me has enviado recientemente! Estas son revelaciones extremadamente contra natura. Los pederastas empiezan a contarse y descubren que forman una potencia dentro del Estado. Faltaba solo una organización, pero según este libro, existe ya en secreto. Y dado que cuentan con hombres muy importantes en los viejos partidos y también en los nuevos [...] su victoria es inevitable. De ahora en adelante será: ‘Guerre aux cons, paix aux trous de cul’ [Guerra a las conchas, paz a los agujeros del culo]. Es una suerte que nosotros seamos demasiado viejos para tener temor de que, si este partido ganase, debamos pagar tributo corporal a los vencedores. ¡Pero las generaciones jóvenes! Accidentalmente, solo en Alemania era posible que un tipo así apareciese, transformase la porquería en una teoría. Desafortunadamente, no es tan valiente todavía como para confesarlo abiertamente. Pero espera que el nuevo

_____________ 6. Ulrichs: Espada furiosa (Gladius furens), 1868. El sitio permanente de homenaje a Ulrichs es Internet.

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código penal de Alemania del Norte reconozca sus droits de cul [derechos del culo] y será todo diferente. Para las pobres personas ‘de adelante’, como nosotros, con nuestra infantil pasión por las mujeres, las cosas se pondrán mal”. Mucho tiempo después, en varios países de Occidente, dirían que el comunismo intentaba disociar a la familia y, para eso, usaba a la homosexualidad. Evidentemente, no tiene que ver con ideologías políticas. Mientras el capitalismo precisa hijos para el consumo, el comunismo los precisa para la revolución. Engels y Marx llegaron a tomar conocimiento de la lucha de esos “parias de la tierra”. Sólo les provocó comentarios desdeñosos, la risa del costado. Millones de obreros en el mundo cantarían La Internacional7 pero ¿de qué fin de la opresión podrían hablar? ¿No era que el mundo debía “cambiar de base”? El género humano era la internacional heterosexual, como bien lo entendieron después Rusia y Cuba al aplicar sus políticas de “reeducación”. Ulrichs tampoco tuvo buenos resultados al intentar influir en el campo médico. Interesó por sus investigaciones al doctor Richard von Krafft-Ebing, quien en 1886 publicó su obra muy influyente, y mediocre, la Psychopattia Sexualis, donde aseguraba que Ulrichs, -a quien anteriormente había agradecido por su colaboración- era un impostor “que intentaba abonar el conocimiento médico con charla fatua sobre su enfermedad”8 y llegaba a decir que la masturbación era uno de los orígenes de la homosexualidad. Ulrichs vio el tamaño de su fracaso y se exilió en Italia, en donde vivió, pobre, casi monástico, escribiendo un periódico en latín, Alaude (Alondras), del que se hicieron suscriptores la reina de Italia y el rey de Suecia, y por el que recibió un título honorífico de la Universidad de Nápoles. Murió el 14 de julio de 1895 sin saber que cuando reconoció que “la mirada lejana de hombres como yo estaba fijada en mí” estaba describiendo exactamente lo que pasaría con él en Buenos Aires, en donde muy poco tiempo después se convertiría en ideólogo y bandera de un grupo de locas y travestis que recorrerían el Bajo alborotando al siglo que nacía.

_____________ 7. La Internacional: Arriba, parias de la Tierra. / En pie, famélica legión. / Atruena la razón en marcha / es el fin de la opresión. / Del pasado hay que hacer añicos / legión esclava en pie a vencer / el mundo va a cambiar de base / los nada de hoy todo han de ser. / Agrupémonos todos, en la lucha final. / El género humano es la Internacional. / Ni en dioses, reyes ni tribunos / está el supremos salvador. / Nosotros mismos realicemos / el esfuerzo redentor. / Para hacer que el tirano caiga / y el mundo siervo liberar / soplemos la potente fragua / que el hombre libre ha de forjar. / La ley nos burla y el Estado / oprime y sangra al productor. / Nos da derechos irrisorios / no hay deberes del señor. / Basta ya de tutela odiosa, / que la igualdad ley ha de ser / no más deberes sin derechos, ningún derecho sin deber. 8. Mondimore: O. cit., p. 53.

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32. LA MUSA DE MARCEL PROUST: De dónde venía, quién era, lo ignoro.

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abía una posibilidad en un millón y el nenito de enormes ojos negros la aprovechó. Nada hacía prever que nacido en 1860 a diez kilómetros de Tucumán, en Yerba Buena, su figura lograría un lugar en París, el centro mundial de producción cultural del momento. De ser el blanco de las burlas en un colegio del interior llegó a desplegar su gracia en la producción literaria más importante del siglo XX, En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. Gabriel fue alumno de Paul Groussac1 en el Colegio Nacional de Tucumán pero no estaba especialmente interesado en la escuela, excepto en los actos teatrales que se representaban en las galerías para los días patrios. Solía ser el protagonista porque era de los pocos alumnos que adoptaban papeles femeninos.2 Muchos años después, cuando ya la envidia y la sorpresa lo habían superado, Groussac recordaría: “La comedia elegida era la entonces famosa Marcela, de Bretón, un enredo infantil, todo diálogos y chisporroteo de consonantes. Hacía de protagonista un alumno de tercer año, poco notable en clase, pero vivísimo fuera de ella: un muchacho de catorce años, menudo, regordete, casi en exceso bonito, con sus grandes ojos tucumanos y su cutis de dorada palidez, luciendo un lunar en la mejilla izquierda, tan picante y destacado que se dijera postizo. Ceceaba un poco con una voz de niña, algo ronca. Sin parentela notoria y humildemente vestido, poco efecto causó en los ensayos. Pero la noche de la representación, cuando al brillo violento de la luz artificial apareció en figura de ‘Marcela’, bien puesta la basquiña española y la blanca mantilla, manejando el abanico y lanzando la ojeada coqueta con una perfección intencionada y no sé qué perversa naturalidad infantil -que no estaba en la pieza inocentona, y a espectadores menos ingenuos causara inquietud- estallaron tan entusiastas como unánimes los aplausos de la concurrencia. Se llamaba Gabriel Iturri. Hijo probable de alguna linda chola tucumana, no se le conocía más familia que un ‘tío’, clérigo andariego, no sé si criollo o vizcaíno. Ese triunfo de una noche le perdió, dado que no hubiera nacido con el germen de la perdición. La bordada saya de Marcela quedóle, como túnica de Neso, 3 adherida a la carne, en adelante pecadora”. 4 _____________ 1. Paul Groussac (1848-1929). Nació en Francia y se radicó en Buenos Aires en 1866. Fue inspector de Enseñanza y director de la Biblioteca Nacional durante cuarenta años. Publicó las colecciones: La Biblioteca (1869-1898) y Anales de la Biblioteca. Sus obras más conocidas son Estudios de Historia Argentina, Ensayo histórico sobre el Tucumán, Mendoza y Garay, Los que pasaban, Relatos argentinos y La divisa punzó. Su origen francés le dio un lugar importante entre los pesadores de la oligarquía. Solía juntarse a tomar café con José Ingenieros en La Costa Rica (Alsina 420). Admirador de Sarmiento, con Carlos Pellegrini y Lucio V. López fundó el diario Sud América. A pesar de su origen, denunció reiteradamente el peligro de la inmigración. 2. Para una información completa y detallada de la vida de Gabriel Iturri, ver Carlos Páez de la Torre (h): El canciller de las flores. Una biografía de Gabriel Iturri, Tucumán, Ediciones del Gabinete, 1992. Es en esta biografía que se basó Manuel Mujica Láinez para el personaje de Gabriel Iturri que incluye en su novela El Escarabajo. 3. La expresión “una túnica de Neso” se utiliza para aludir a un dolor moral devorador del que vanamente se pretende huir. 4. Paul Groussac: “Visitas parisienses”, en El viaje intelectual. Impresiones de naturaleza y arte. II serie, Buenos Aires, 1920, p. 92.

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Archivo General de la Nación

Gabriel Iturri (izq.) fue un joven tucumano de fines del siglo XIX que enamoró al aristócrata conde Robert de Montesquiou-Fézensac (der.) y se convirtió en personaje de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, de quien también era amigo. Manuel Mujica Láinez también lo retrata literariamente en su novela El escarabajo.

El éxito como “Marcela” le permitió con dulces catorce años ser la “Paulita” de El médico a palos, en 1873, y con inquietantes quince, en 1875, la “Angelina” de Los dos virreyes, de José Zorrilla. No daba para más. Cuando al año siguiente el presidente Nicolás Avellaneda, tucumano de origen, inauguró el ferrocarril Tucumán-Buenos Aires, Gabriel sería de los primeros en aprovecharlo. No lo pensó dos veces y se fue. No volvería a vivir en Yerba Buena.5 En la Buenos Aires, todavía aldea, que recibió a Gabriel, no le fue difícil

_____________ 5. “La ciudad es ante todo una manera de escapar en la medida de lo posible al horizonte de la injuria cuando esta significa la imposibilidad de vivir la homosexualidad propia sin tener que disimularla continuamente. Cuando Erving Goffman estudia los ‘procedimientos estratégicos’ utilizado por quienes él llama los ‘estigmatizados’ menciona la huida a la ciudad al hablar de los homosexuales. Pero recalca asimismo que no se trata solamente de ir a vivir ‘a otro sitio’, en busca de cierto anonimato. Se trata de una auténtica fisura en la biografía de los individuos. No es solo un recorrido geográfico ni un medio de acceder a compañeros potenciales. Es también la posibilidad de volver a definir la propia subjetividad, de reinventar la identidad personal.”Didier Eribon: Reflexiones sobre la cuestión gay, Barcelona, Anagrama, 2001, p. 41. El trabajo mencionado de Erving Goffman es Stigmate. Este tránsito del interior a la gran ciudad y, en especial, esta redefinición de la personalidad es exactamente lo que le ocurriría a Gabriel Iturri.

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acudir a una red de amistades y parientes remotos en busca de generosidad. Hasta Avellaneda (también tucumano), conocido de la familia, lo ayudó mandándolo como interno al Colegio Nacional. 6 Pero Buenos Aires era menos de lo que la cabecita de Gabriel deseaba para sí mismo. El centro del mundo era París. Si ya había salido de Yerba Buena, ¿cómo no intentarlo? El 26 de enero de 1881 tomó el vapor Senegal con destino a Portugal. Según cuenta Páez de la Torre, quien lo acompañó en este viaje fue la misma persona que lo sacó de Tucumán: Kenelm Vaugham, un presbítero que anduvo por Tucumán haciendo circular la Biblia en español. Vaugham escribió a doña Genoveva, madre de Gabriel, quien le había encargado que cuidara de su hijo, para decirle que pensaba dejar al chico en un colegio inglés en Lisboa.7 Si ya estaba en Lisboa, nada tardaría en llegar a París. Tenía poco más de veinte años. París era una fiesta a la que no había sido invitado, pero no por eso se quedaría en la puerta. Aun hablando pésimamente francés, consiguió trabajo como vendedor en los negocios vecinos al Louvre, en el bulevar de la Madeleine. Un puesto en la camisería Carnaval de Venise no era exactamente un pasaporte al gran mundo. A menos que quien lo consiguiera fuese Gabriel Iturri.8 Fue detrás del mostrador de la camisería, que atendió un día de 1883 al barón Jacques Doasan, un corpulento caballero que había sido inmensamente rico aunque había perdido su fortuna por amor hacia un violinista polaco. Con el pelo y el bigote entintados, no tardó en nombrar a Iturri como su secretario privado. Fueron dos años que le sirvieron a Gabriel no tanto para mejorar su francés, cuestión que no parece haber logrado jamás, como para entender el funcionamiento de la ciudad que lo enceguecía. En 1885, el barón y Gabriel visitaron una muestra del pintor norteameri_____________ 6. En El escarabajo Mujica Láinez cuenta la historia de una joya que perteneció a Nefertiti y que anduvo dando vueltas por el mundo y que pasó sucesivamente por Ramsés, Aristófanes, César y Buonarroti, entre otros. A fines del siglo XIX, el escarabajo va a parar a un negocio porteño, en donde nadie conoce su verdadero valor. Es allí que “el escarabajo” cuenta: “Tuve la sorpresa de que solicitara examinarme y me comprara un caballero alto, de negro pelo y grandes y brillantes ojos, a quien destacaba la coquetería de un lunar en la mejilla izquierda. Se llamaba Gabriel Iturri, había nacido en la provincia de Tucumán y estudiaba (o hacía como que estudiaba) en el Colegio Nacional de Buenos Aires. [...] Iba por las calles de Buenos Aires contoneándose ligeramente, y a su paso provocaba más de una sonrisa. [...] Como conjurando tales visiones, Gabriel escapaba al punto hasta la calle Florida y su opulencia, y espiaba allí la entrada y salida de la gente principal, en los remedos de mansiones palaciegas que empezaban a enriquecer a Buenos Aires. Tendría algo menos de dieciocho años, y era clarísimo que hacía lo posible por llamar la atención de esas personas admiradas, luciéndome y acariciando con la diestra, en la que fulgía yo, su atrayente lunar, pero nadie se fijaba en él, y regresaba a la pensión o al Colegio desilusionado y cariacontecido, probablemente bajo la amarga impresión de que su vida era injusta”, Manuel Mujica Láinez, El escarabajo, Buenos Aires, Plaza y Janés, 1982, pp. 330-331. 7. Carta de Vaugham a Genoveva Iturri, citada en Páez de la Torre: O. cit., p. 28. 8. “El fenómeno del snobismo [...] empujó a un mozo ignaro y bonito de la campesina Yerba Buena, en el extremo de la América del Sur, al asedio y apoderamiento de la sociedad más aristocrática y difícil que entonces existía. Y lo alcanzó utilizando un encanto que se asentaba en el ambiguo garbo criollo de su figura; en el lustroso ébano de sus ojos ardientes; en el dibujo del bigote que por contraste hacía resaltar su juventud; en una exagerada cortesía que no vacilaba en arrostrar las graduaciones pelgros de la adulación; y en el francés inventado y disparatado que chapurreaba lenta y obsequiosamente; todo lo cual componía un personaje exótico, saturado de amabilidad y méritos físicos que desconcertaba y engolosinaba a un tipo peculiar de público”, Mujica Láinez, O. cit., pp. 331-332.

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cano J. Whistler. Sería la última salida de Doasan con su “secretario”. En medio del gentío, Gabriel vio a Robert, Robert vio a Gabriel, y fue amor a primera vista. El conde Robert de Montesquiou-Fézensac tenía treinta años y era el rey de los dandis parisinos. Afectadísimo, con bigotes de puntas paradas, centro de los odios y amores de la sociedad francesa, juez y dueño de la balanza de la moda en la ciudad de la moda, peor poeta de lo que hubiera deseado, coleccionador bizarro de objetos imposibles, enjoyado y arrogante, para muchos un necio insoportable; para otros el dueño de un gusto excelso. Para Gabriel, de ahí en más, su amor inseparable, su protector, su guía, su ejemplo. De joven, el conde había intentado una vida heterosexual. Por ejemplo, se acostó con la actriz Sarah Bernhardt. Tras la experiencia, se la pasó vomitando una semana. Fue cuando aceptó, con gallardía, su condición homosexual. El conde era remotamente descendiente de Charles de Batz, modelo del D’Artagnan de Los tres mosqueteros. Conocido por sus extravagancias, “tenía una habitación decorada en forma de paisaje nevado, con una piel de oso polar, un trineo y mica blanca esparcida para imitar la escarcha (su querido secretario Iturri decía: ‘Cuando uno entra en esta habitación, siente un frío terrible’). [...] Llegó a hacer incrustar turquesas en el caparazón de una tortuga, a consecuencia de lo cual el pobre animal murió [...] y en vez de corbata, usaba un ramillete de violetas”.9 Junto con la princesa de Caraman-Chimay, el duque de Gramont, su mujer Margarita de Rothschild, la duquesa de Clermont-Tonerre, la condesa de Chevigné, la princesa de Bracovan, el príncipe de Sagan, la princesa Matilde, el santo abate Mugnier, Sarah Bernhardt, la señora de Cavallet y Anatole France, entre otros, el conde Robert sería inmortalizado por Proust en En busca del tiempo perdido. A ese privadísimo cenáculo estaba entrando el tucumanito de ojos grandes. Y se preparó a conciencia. Lo primero que hizo fue cambiar la “I” del apellido por una más aristocrática “Y”. Sería “Yturri”. Pero al manierismo del conde no le alcanzaba, entonces le hizo agregar un apóstrofo, que parece que siempre “da” fino. Entonces fue “D’Yturri”. Ahora sí, ya podía entrar en los salones,10 ahí donde todos los figurones de la política, la literatura y la ciencia argentina desfallecían por figurar. Ninguno de ellos, que llegarían a publicar en francés para recibir las migajas de la conmiseración parisina, lo conseguiría como sí lo hizo Gabriel, un “pardo” que apenas chapuceaba el idioma. Que fuera un invertido del interior, sin demasiada instrucción el personaje que brillara en esos círculos, era un trago difícil de digerir para los argentinos que mendigaban en la orilla del Sena un poco de atención. Y que Paul Groussac, el vie-

_____________ 9. George Painter: Marcel Proust. Biografía, Barcelona, Alianza, 1967, p. 207. 10. “La situación de don Gabriel de Yerba Buena sufrió altibajos: en lo del padre de Montesquiou, no fue admitido; en lo del fatuo primo Almery de la Rochefoucauld, lo toleraron a regañadientes; y en cambio en el faubourg Saint-Germain, lo más granado e inalcanzable de las damas acogió con divertida simpatía al pintoresco y respetuoso sudamericano”, Mujica Láinez, O. cit., pp. 336-337.

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jo profesor que en Tucumán aborreció a ese muchachito que interpretaba papeles femeninos, fuera obligado testigo de tamaña proeza, tiene algo de justicia poética. El profesor andaba por París exageradamente interesado en mostrar sus escritos. Era su tierra natal y allí no era conocido. Se sabe: nadie es profeta en su tierra. Desorbitado “cholulo” intelectual, consiguió, no obstante, ser recibido en su casa por el escritor Edmont de Goncourt.11 El anfitrión lo aburrió leyéndole un capítulo de una novela inédita “... cuando de repente se abre la puerta para dar paso a la inefable Pèlagie, 12 que anuncia: ‘Monsieur Gabriel de Iturri, secrétaire du comte de Montesquiou’ y hace su entrada un joven acicalado, afeitado, amaricado, luciendo un lunar velloso en la empolvada mejilla y exhibiendo en su vestir el nauseoso rebuscamiento de una chaqueta de negro terciopelo, chaleco blanco y ancha corbata punzó prendida con sortija de brillante. El fantoche se acerca, esparciendo un olor de patchouli y, con una estereotipada sonrisa de bailarina, que enseña la más deslumbrante dentadura, tiende la mano a Goncourt, que le deja tocar la suya tras una imperceptible vacilación (pero ¡el secretario de un conde auténtico!);13 y luego le entrega una esquela de su augusto amo. Mientras Goncourt, cambiado conmigo el vago ademán de fórmula, abre y lee la esquela, el mensajero me ha reconocido –tanto más fácilmente cuanto que, hace un par de días, en el boulevard, tuve que desviar al odioso muñeco, negándole el saludo– y, con el despejo profesional, esboza hacia mí un movimiento que contengo con la mano abierta; entonces baja los ojos al suelo con aire de fingida o real humillación. Goncourt contesta simplemente que ‘está bien’ y el oloroso Ganímedes opera su salida –menos triunfante, con todo, que su entrada– sin que el agudo novelista haya notado nuestra escena muda [...] Me vuelvo con indignación al Tucumán de mi juventud, donde conocí hace doce años al desgraciado que acaba de salir, muchacho juguetón y todavía inocente, muy distante (¡dos mil leguas en lo físico, pero cuántas en lo moral!) de sospechar él, ni tampoco nosotros, qué carrera de vicio y vergüenza sería la suya, hasta alcanzar su degradación al término brillante y abyecto que acabo de entrever”. Groussac continúa tragando bilis después de recordar las actuaciones de Gabriel en personajes femeninos: “¿En qué bajos fondos de fango y miseria hubo de revolcarse antes de reaparecerme, recién asido a la rama precozmente podrida del joven aristócrata Robert de Montesquiou-Fézensac? Se ignora en qué circunstancias vino el tucumano a encontrarse con este retoño degenerado de una ilustre y antigua familia militar (a que pertenecía el mosquetero D’Artagnan), pero sabe ‘todo París’ cómo, durante años, le dio sospechosa hospitalidad, luciéndole en sus fiestas de romana decadencia, ascendido a secretario ‘íntimo’ por sus servicios inno_____________ 11. Hecho que Groussac anuncia una y otra vez en su libro como “excepcional”. 12. Era la primera y única vez que Groussac visitaría a Goncourt; pero se sintió con el derecho de tratar a la mucama como “inefable”, fingiendo una intimidad que nunca existió. 13. El cholulismo de Groussac no se evidencia solo frente al talento, también ante los títulos nobiliarios.

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nominables, a pesar de no chapurrar sino la más infame jerga franco-española”.14 El intelectual que fue a París a recibir la limosna de algún laurel, volvió y gastó cinco páginas en propagar el chisme mundano. Quien fuera director de la Biblioteca Nacional por cuarenta años, bien pudiera reclamar el título de pionero del periodismo que cada tarde prodiga escándalos de la vida privada desde la televisión argentina. Un vulgar chimentero. Continúa Groussac: “Un viajero argentino de vida airada –y, por supuesto, muy orgulloso de tener alguna relación con el anormal gran señor– me contaba que una noche, durante una de aquellas orgías grotescamente ‘heliogabalescas’, había recibido las confesiones desgarradoras del miserable, y vístole llorar a sollozos sobre su vergüenza, recordando a Tucumán y pensando en la feliz existencia de trabajo honrado que pudiera haber disfrutado en su tierra, siendo hombre de bien. ¡Ojalá sea cierto, y brotando de un arrepentimiento sincero esas lágrimas, pueda del invertido salir un convertido”. 15 Y agrega como nota al pie: “El arrepentimiento, si la escena fue cierta, hubo de ser pasajero. Iturri continuó su existencia de brillo material y miseria moral. Supongo que moriría en París, hacia 1894. Años más tarde, Montesquiou le dedicaba sus Hortensias blues, con un soneto liminar ‘a la memoria de Gabriel de Iturri’, en que el noble e innoble anormal –suerte de Oscar Wilde sin talento– proclama sus sentimientos ‘fiers d’être éternels’ por el andrógino, gloriándose ‘d’avoir aimé sans feinte’. Todos aquellos abortos literarios demuestran, gracias a Dios, la incompatibilidad del verdadero genio con la ignominia. 16 Pero, después de burlarse del grotesco grafómano, cuando el noble conde daba una de sus fiestas sardanapalescas, el ‘todo París’ acudía a ellas”. 17 Gabriel no se sintió herido por tantos agravios. Volvió una sola vez a la Argentina, visitó a su madre en Yerba Buena, pasó por Buenos Aires en plena Revolución de 1890 y se fue para no regresar jamás. Europa lo seguiría recibiendo con los brazos abiertos. El conde consiguió una entrevista con el Papa, que Gabriel relató exultante en una carta a su madre.18 Marcel Proust y el conde Robert de Montesquiou se harían amigos/enemigos en 1893. Según los biógrafos de Proust, tanto el conde como Iturri aparecen retratados en En busca del tiempo perdido. El conde, como un revulsivo Barón Charlus, e Iturri como Jupien, el secretario fiel de Charlus.19

_____________ 14. Groussac: O. cit., p. 92. 15. Ib., pp. 92-93. 16. No explica Groussac cómo en Oscar Wilde, a quien consideraba talentoso, se daba la “compatibilidad” entre “verdadero genio” e “ignominia”. 17. Ib., pp. 93-94. 18. ¡Aunque yo viviese cien años no olvidaré nunca la emoción que he sentido en el momento que dándose vuelta hacia nosotros ha levantado las manos blancas y flacas y nos ha dado la bendición con una voz celestial” [...] Después nos ha dado de nuevo su bendición, ha bendito los objetos que llevábamos.” Carta de Gabriel a su madre del 5.11.1892. En Páez de la Torre: O. cit., p. 59. 19. Así entra Jupien a la historia: “A algunos pasos de distancia, destruyendo enteramente el efecto que sin eso hubieran podido producir sus gordas mejillas y su piel florida, sus ojos, desbordados por una mirada compasiva, desolada y soñadora, hacían pensar que estaba muy enfermo o que acababa 105

Si bien el conde había recibido una cuantiosa herencia, sus gastos eran tan elevados que alguna vez se vieron en aprietos económicos. Allí aparecía la picardía tucumana de Iturri, siempre con una carta escondida en la manga para pasar el temporal. Como ocurrió cuando recorriendo el jardín del convento de Versailles encontró la bañera de mármol rosado que había pertenecido a Madame de Montespan, célebre amante de Luis XIV. Apelando a toda su gracia provinciana, Gabriel terminó canjeándoles a las monjas la bañera por un par de zapatillas viejas que llevaba puestas: les juró que habían pertenecido al Papa. Con su gorrito de ciclista, salía Gabriel por las calles de Paris en su bicicleta, excursiones que enloquecían de celos al conde. Suponía, quizás con razón, que esas escapadas eran también sexuales. De cualquier manera el conde le pidió al pintor italiano Giovanni Boldini, una de las figuras renombradas dentro de las artes plásticas de entonces, quien ya lo había retratado en 1897, un óleo que mostrara las piernas de Gabriel con sus calzones cortos de ciclista. Viajaron juntos por toda Europa, Gabriel soportando los delirios de grandeza del conde pero siempre dispuesto a seguirlo en la jarana, a perdonarle sus infidelidades.20 Estuvieron en Estados Unidos en donde el conde dio una serie de conferencias, celebraron fiestas y asistieron siempre juntos a los eventos más salientes de la Belle Époque. Veinte años duró la unión por la que Gabriel se convirtió en la sombra eficiente que solucionaba problemas, que daba ánimos en los momentos precisos. Cumpliendo los ritos de la época, llegaron a batirse a duelo en dos oportunidades. 21 Paul Groussac no sería el único argentino con quien Gabriel se cruzaría en Paris. Otro sería Lucio V. Mansilla,22 que si bien había sido compañero de Groussac en el periódico Sud América, tuvo una posición totalmente distin_____________ de sufrir un gran duelo. No solo no había nada de esto, sino que, en cuanto hablaba, perfectamente bien por otra parte, era más bien frío y provocador. Resultaba de aquel desacuerdo entre su mirada y sus palabras algo falso, que no era simpático y por lo cual él mismo tenía aire de sentirse tan fastidiado como un invitado de levita en una velada donde todos llevan frac, o como alguien que, debiendo responder a una Alteza, no sabe cómo hay que hablarle y resuelve la dificultad reduciendo sus frases casi a nada. Las de Jupien –porque es pura comparación– eran, por el contrario, encantadoras. Correspondiendo quizás a aquella inundación del rostro por los ojos (en la que ya no se prestaba atención cuando se le conocía), se discernía con rapidez en él una inteligencia rara y una de las más naturalmente literarias que me había sido dado conocer, en el sentido de que, probablemente sin cultura, poseía o había asimilado, con la sola ayuda de algunos libros rápidamente recorridos, los giros más ingeniosos del idioma. Las personas más dotadas que yo había conocido habían muerto muy jóvenes. Por eso estaba persuadido de que la vida de Jupien iba a terminar pronto. Tenía bondad, piedad, los sentimientos más delicados, los más generosos”. Marcel Proust: En busca del tiempo perdido. Del lado de Guermantes (trad. Estela Canto), Buenos Aires, Losada, 2003, p. 21. Nótese la disparidad de las apreciaciones de Proust y Groussac sobre el mismo personaje. Quizás todo se debía a que uno fue un francés genial, intelectualmente superior, y otro fue, simplemente, director de la Biblioteca Nacional por cuarenta años. De cualquier manera, la Historia se encargó de remarcar las diferencias. 20. Durante tres años el conde mantuvo simultáneamente una relación con el joven pianista Leon Delafosse (también aparece en En busca del tiempo perdido, como “el violinista Morel”, protegido de Charlus), que Gabriel parece no solo no haber obstaculizado, sin más bien alentado. 21. El conde con Henri de Régnier y Gabriel con Jacques-Emile Blanche. 22. Lucio V. Mansilla (1831-1913). Escritor, militar, periodista y diplomático. Hombre de mundo, dandi, fue diputado de la Confederación en 1857, peleó en Pavón y en la Guerra del Paraguay. Fue un precursor de la Generación del 80. Su principal obra literaria es Una excursión a los indios ranqueles,

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ta a la del profesor franco argentino respecto de Gabriel. Mansilla no solo tenía “más mundo” que Groussac, además era admirador de la obra del conde de Montesquiou. Un día Mansilla y Gabriel se encontraron en un teatro, Gabriel reconoció al escritor argentino y lo saludó. Congeniaron de inmediato. Asegura Páez de la Torre que a Mansilla, Gabriel “le parece un hombre inteligente y receptivo”.23 No sería el único en considerarlo así. Uno de los personajes más extraños de la época, Léon Daudet,24 escribió elogiosamente sobre Gabriel en sus Souvenirs littéraires, una galería de personajes de principios del siglo XX. Contó Daudet: “Detrás de esas explosiones que hacían la delicia de los asistentes, acechaba un ojo claro, observador y frío. Este singular joven ha permanecido para mí como un enigma viviente. Como se había dado cuenta de que yo me burlaba profundamente (de la casa y los adornos del conde) y que la poesía del señor de la casa no me divertía casi, abrió el compartimiento moral y me contó rápidamente, a hurtadillas, como un chiquilín ladronzuelo que se come una fruta, sabrosas historias sobre los invitados y las bellas damas. [...] Tenía el don de captar los movimientos de las almas por debajo de la máscara mundana y tipificar la tontería ambiente. Había en él la madera de un potente satírico. Su ojo pasaba de la dulzura melancólica a la cólera con una alegre prontitud y si un bello asunto lo dejaba perplejo, se manoseaba nerviosamente un lunar velludo que tenía en la cara. De dónde venía, quién era, lo ignoro. Parecía desgajado de todo, bien que aferrado aparentemente a mil futilezas. Tenía el corazón cálido, el gesto frenético, el sentido del lirismo, y veía casi todo en negro, como una llama pasando sobre la nada. Una tarde [...] me encontré solo en un auto con Yturri. Me explicó su carácter en términos a la vez vagos y conmovidos. Había tenido una juventud difícil, dolorosa, se sabía muy enfermo a pesar de que tuviera apariencia de salud y no había encontrado más que un ser que fuese bueno y acogedor con él: Robert de Montesquiou. Esto despachado nerviosamente, con un tono sincero que me golpeó y con la voluntad evidente de disipar mis prevenciones contra aquel de quien me hacía el elogio. En la vida parisiense, estos rasgos de amistad son raros”.25 _____________ inspirada en los años que pasó como jefe de la frontera luchando contra los indios en Río Cuarto, al sur de Córdoba, puesto en el que fue designado por el presidente Sarmiento en 1869. Según Sebreli: “El primer dandi esteta, Lucio V. Mansilla, que no era homosexual, no tenía sin embargo problemas para usar corsé, pintarse con abayalde y alternar en París con homosexuales notorios como el conde de Montesquiou, Gabriele d’Yturri o Proust. Es significativo que el propio Mansilla dirigiera sus libros y conversaciones ‘a unos cuantos elegidos, a esos que entienden’ y que los homosexuales aristócratas se reconocieran entre sí como ‘los que entienden’”. Sebrelli: Escrito sobre escritos, p. 299. 23. En su biografía, Páez de la Torre incluye una carta de Mansilla a Iturri, pp. 88-89. 24. Léon Daudet (1867-1942). Hijo del escritor Alphonse Daudet, a quien Groussac se vanaglorió de extensamente haber conocido en París. León fue sucesivamente demócrata, radical, antirreligioso, anti-alemán en la Primera Guerra Mundial, filo nazi y antisemita en la Segunda, se terminó convirtiendo en un acérrimo defensor de la derecha. Personaje controvertido, protagonizó varios escándalos políticos a lo largo de su vida. 25. Léon Daudet, Souvenirs littéraires, Paris, 1968, p. 189. Citado por Páez de la Torre, O. cit., p. 93.

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Fue el padre de Marcel Proust, el doctor Adrien Proust, quien detectó la diabetes de Gabriel, enfermedad que le hacía exhalar un extraño olor a cloroformo y a manzanas podridas. Los últimos años de Gabriel fueron tristes, empañados por su enfermedad. El conde, viendo el frágil estado de su compañero, quiso alegrarlo con viajes por Argelia, Italia, Alemania. Estuvieron juntos en Bruselas, visitaron a una dama amiga y Gabriel se entusiasmó tanto con el perrito de la señora, un brussels griffon, que la dama prometió regalarle uno. Cuando recibieron el cachorrito, el conde montó en cólera. Los odiaba. Pero Gabriel estaba tan enfermo que no se animó a prohibirle la entrada a casa. Así apareció en sus vidas Friquet, que estuvo los últimos años con Gabriel y murió de tristeza, poco después de la muerte de su amo. El caluroso verano francés de 1905 marcaría el final del tucumano. La madre de Proust, por pedido de Marcel, acudió dos veces a ver a Gabriel. El conde, triste, recibió un pésame anticipado. Marcel intentaba darle ánimo al conde, declarándose: “muy triste de saber que M. Yturri estaba tan enfermo. No lo sospechaba pero le confieso tener la impresión de que es uno de esos condenados que no son ejecutados jamás, y que no tardará en recibir su gracia”. A duras penas, envuelto en una bata de seda, Gabriel se echaba viento en la boca, con un abanico. Intentaba en vano activar sus pulmones. Era el 5 de julio de 1905. En la habitación, solos, Gabriel y el conde. Gabriel miró por última vez los objetos que atiborraban la sala. Adornos, telas, cuadros, colgantes, joyas: “Gracias por haberme enseñado a comprender la belleza de todas esas cosas”, murmuró Gabriel. Y entró en coma. Murió a la madrugada del día siguiente. A Proust le pareció que “una parte de su propia vida, lo mismo que gran parte de la del conde, desaparecía con Yturri”.26 En 1910, los retratos del conde y de Iturri aparecerían en la prensa argentina. Con motivo del centenario la revista Caras y Caretas, encargó a su reportero estrella, Juan José de Suiza Reilly, que le solicitase a varias celebridades europeas que le respondieran por escrito un cuestionario sobre Argentina. El conde de Montesquiou no le contestó aduciendo que sus conocimientos sobre el país no eran demasiado profundos, pero aseguró: “Personalmente tengo algo que decir sobre la República Argentina. Ya que usted me quiere reconocer algún prestigio, y cierto lugar en el pensamiento contemporáneo, creo sería justo restituir la parte que le corresponde a quien durante veinte años vino de esas lejanas riberas argentinas a asistirme y protegerme con su espíritu vivaz, con su celo maravilloso y con su radiante cordialidad. Quiero hablar de Gabriel de Iturri, tucumano de origen, y perteneciente a una familia muy conocida y apreciada. La suerte, o mejor dicho, la providencia de un encuentro mundano, me lo hizo conocer _____________ 26. Painter: O. cit., p. 73. 27. La fecha no coincide con la que anotan los biógrafos, quienes ubican el hecho en 1883.

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en 1885,27 y desde entonces no cesó de prodigarme su fe en mis obras y su amistad y afección a mi persona con ingenioso cuidado casi genial; Gabriel de Iturri me ayudó en todas las dificultades, y me ha sostenido en todas las pruebas por las cuales he tenido que pasar. El apoyo que mi familia me negó y la comprensión que me regateaban mis amigos, todo lo encontré en este extranjero; él me protegió sin una duda, sin un desfallecimiento durante veinte años, al cabo de los cuales la desclimatación y la vida de fiebre en un centro que no era el suyo –París– lo usurparon a mi corazón y al cariño de todos los que le conocieron y trataron. En cambio de lo que él hizo por mí y en reconocimiento (que esta palabra sea dicha), en reconocimiento a sus favores, yo no deseo nada con tanto ardor como alcanzar un día el triunfo de mis obras. Y quiero que triunfen no por el renombre que ellas puedan traerme, sino para que Aquel que fue mi colaborador ocupe en la historia literaria de Francia el sitio que le corresponde”.28 En un tiempo en el que en la prensa no se podía hablar de relaciones homosexuales ni siquiera negativamente, se publicó el primer registro de una relación amorosa entre personas del mismo sexo. Con subterfugios, con rodeos, con disimulos. Y con todo el amor de que el conde fue capaz.

_____________ 28. Caras y Caretas (Buenos Aires), número extraordinario (mayo 1910).

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