Historia de Grecia Hermann Bengtson

February 8, 2017 | Author: Fausto BigOtik | Category: N/A
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Historia de Grecia Hermann Bengtson...

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HERMANN BENGTSON

HISTORIA DE GRECIA DESDE LOS C O M IE N Z O S HASTA LA ÉPO C A IM PERIAL R O M A N A

TRADUCCIÓN ESPA Ñ O LA DE

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E D IT O R IA L C R E D O S, S. A ., Sánchez Pacheco, 81, M adrid, 1986, para la versión española.

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B e c k ),

M ünchen, 1965.

T ítulo original: G R I E C H I S C H E G E S C H /C H T E . V O N D E N A N F À N G E N B IS I N D IE RÔM I S C H E K A IS E R Z E I T .

Depósito Legal: M. 42701-1986.

ISBN 84-249-1076-1. Rústica. ISBN 84-249-1077-X. Guaflex. Im preso en E spaña. Printed in Spain. G ráficas C ó n d o r, S. A ., Sánchez Pacheco, 81, M adrid, 1986. — 5970.

P R Ó L O G O A LA ED IC IÓ N ESPECIAL

Esla Historia de Grecia se publicó por primera vez en el año 1950, precisa­ mente en el Harxdbuch der Altertumswissenschaft. Para llenar los objetivos del Handbuch, la obra fue acompañada de un extenso aparato erudito con datos de las fuentes, referencias bibliográficas y apéndices. Para esta edición especial era necesario renunciar a dicho aparato. El contenido puede ahora tener su expresión por sí mismo. Ofrece casi sin alteración el texto de la tercera edición aparecida recientemente. El capítulo introductorio acerca de las recientes inves­ tigaciones sobre historia griega se pudo omitir sin inconveniente, así como al­ gunas observaciones incidentales al comienzo del libro. El autor puso interés en escribir una Historia de Grecia que abarcara, no sólo la época clásica sino también el helenismo y la evolución del mundo griego en la época imperial romana. De este modo, la obra ofrece una vista panorámi­ ca de dos milenios y medio de historia griega, desde los mismos comienzos hasta el emperador Justiniano, con el que empieza una nueva época, la bizantina. El autor habrá alcanzado su objetivo si esta exposición consigue suscitar la comprensión y hasta quizá la admiración por las obras del pueblo griego y de sus grandes personalidades a las que tanto tiene que agradecer la cultura de nuestra época. El autor da las gracias sinceramente al doctor E. Buchner (Munich) por su ayuda en la preparación e impresión de esta edición especial. Tubinga, primavera de 1965. H erm ann

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P R Ó L O G O A LA Q U IN T A ED IC IÓ N

La quinta edición es, en líneas generales, una reimpresión sin cambios de la edición anterior, sin embargo se han introducido en algunos lugares peque­ ñas modificaciones que se refieren al análisis de la política de Tolemeo IV y al fin del Reino Atálida en Pérgamo. Munich, diciembre de 1978. H erm ann

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1.

LA INMIGRACIÓN DE LOS INDOEUROPEOS EN GRECIA

La tierra de los griegos no es tierra de riqueza y abundancia. La extensión del suelo cultivable es escasa, predomina la montaña árida, improductiva, cu­ yos bosques fueron víctimas del fuego ya en la Antigüedad. Fuertes oscilacio­ nes de la temperatura unidas a considerables diferencias climáticas de una re­ gión a otra, además de la sequía de los meses de verano constantemente repeti­ da, hacen poco agradable la vida en esta tierra invadida por el sol. Nada les cae del cielo a los habitantes de Grecia, y a menudo todo el trabajo de los hombres resulta inútil cuando Posidón, que hace temblar la tierra, agita su tridente. La mirada del país está dirigida hacia el Este. En la costa oriental, rica y profundamente recortada, se compenetran firmemente la tierra y el mar, aquí se encuentran los mejores puertos. Es hacia el Este, a los mares Tracio y Egeo, a donde la mayor parte de los ríos llevan sus aguas. En contraste con la rica configuración de la costa en el Mar Egeo, las condiciones para la nave­ gación en el Oeste son mucho menos favorables: sólo el profundo Golfo de Corinto ofrece a los barcos suficiente protección de las tempestades del Adriáti­ co, pero los puertos de Grecia noroccidental y de la costa poniente del Peloponeso han sido siempre sólo de uso local. Montañas escarpadas separan Grecia del tronco de la Península Balcánica, las comunicaciones se realizan, en gene­ ral, por los valles de los ríos, que son los grandes accesos del Norte hacia el Sur. Desde el Pindó, que separa Tesalia del Epiro y al que verdaderamente se puede designar como delimitador de pueblos, al Taígeto, en el Peloponeso meridional, se dan la mano las cadenas de montañas que fraccionan el territo­ rio en un gran número de unidades geográficas pequeñas, e incluso muy peque­ ñas, entre las que frecuentemente es difícil una comunicación directa. Solamen­ te en Tesalia, en el Ática y, en cierta medida también, en las llanuras del Alfeo, del Pamiso y del Eurotas existe espacio para lugares mayores de asentamiento cerrado. Desde la costa griega oriental, puentes de islas conducen a Asia Menor y a Creta; las islas han favorecido siempre las comunicaciones con Grecia.

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Com ienzos de la historia griega

El verdadero destino de los habitantes de la Península Griega está en la presen­ cia permanente del mar, que configura la historia del país en el pasado, en el presente y en el futuro. Ningún documento, ningún canto épico nos retrotrae hasta la época más antigua del pueblo griego. En tiempo histórico los griegos habían perdido in­ cluso la conciencia de que su patria de origen había que buscarla fuera de Grecia; reiteradamente se consideraban autóctonos, concepto con el que, por cierto, se encontraba en abierta contradicción el de que los «pelasgos» o los «carios» hubieran sido una población más antigua del territorio. Lo que la ciencia moderna cree saber acerca de la época más antigua de los griegos des­ cansa en conclusiones basadas sobre los resultados de las investigaciones en los campos de la prehistoria, de la lingüística y de la topografía de los asenta­ mientos. Consideradas aisladamente estas ciencias tienen una significación y una importancia diferentes, pero en su conjunto, sin embargo, permiten trazar los perfiles de una cuadro acertado de la época primitiva griega. La entrada de los antepasados indoeuropeos de los griegos en el territorio al que dieron su nombre se encuentra en indudable relación con los movimien­ tos de pueblos en el espacio situado entre el curso medio del Danubio y los Cárpatos. Empujados por pueblos que procedentes del Norte o del Nordeste penetraron en el territorio, los anteriores habitantes de la llanura húngara fue­ ron desplazados hacia el Sur. Los emigrantes eran parte del primitivo pueblo indoeuropeo cuya cuna debe situarse en el amplio territorio que se extiende entre el Báltico y el interior de Asia. El paso de la vida sedentaria al nomadis­ mo forjó de nuevo a esos grupos de pueblos tanto en su forma de vida como en su componente étnico. Varios grupos aventureros de pueblos extranjeros pueden haberse unido a estos emigrantes. El que para la emigración se necesita­ ran jefes experimentados trajo como consecuencia un considerable fortaleci­ miento del poder de los príncipes; antes, en los tiempos de paz, apenas se había sentido esta necesidad. La religión de este pueblo, del que proceden los antepasados de los griegos, presenta una mezcla de elementos fetichistas y animistas con otros de la religión natural. En el dios del cielo, al que los grie­ gos posteriores honraron con el nombre venerable de Zeus Patér, veían ellos la personificación de la todopoderosa naturaleza, con cuyas fuerzas estaba es­ trechamente ligada su vida. En el dios del cielo honraban también al protector del orden humano, de la familia y de la insegura unión estatal compuesta de amplias familias (tribus, phratríaí), que reunía a los pertenecientes a una estirpe y a una lengua. En la llanura húngara habían poseído los indoeuropeos una cultura campesina, conocían el arado y el telar. Constituían la riqueza de los campesinos las vacas, las ovejas y las cabras, que les acompañaron en la emi­ gración que se realizó a un ritmo lento, pasando desde un nomadismo pasajero a una nueva vida sedentaria. La posición particular de la lengua griega en el cuadro de la gran familia lingüística indoeuropea no alcanza a probar que el pueblo griego haya estado unido con otro cualquiera en un grupo más cerrado.

Inmigración de los indoeuropeos en Grecia

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Así pues, con razón ha sido abandonada hace tiempo por la ciencia la hipótesis greco-itálica sostenida en tiempo anterior. La ocupación del suelo griego por los indoeuropeos se produjo en la som­ bra de la Prehistoria. La datación de este importante acontecimiento para el destino de Grecia quedará insegura, hasta cierto punto, en tanto no se consiga establecer sin objeciones este proceso con la ayuda de sincronismos con otros hechos no griegos. Sin embargo, es ciertamente seguro que la inmigración in­ doeuropea, la primera que se puede registrar en Grecia, tiene que haberse pro­ ducido antes de la invasión del Peloponeso por los dorios (siglo x i i a. de C.) y muy probablemente incluso antes del primer florecimiento de la cultura micénica (segunda mitad del siglo xvi a. de C.). No es ciertamente seguro de todos modos, pero sí muy verosímil, que haya que relacionar la migración de los indoeuropeos con la catástrofe que se produce, al final del Heládico Antiguo (alrededor de 1900 a. de C.), con destrucción de un gran número de asenta­ mientos del continente en una amplia zona desde la Grecia occidental hasta la Argólide. Los hallazgos arqueológicos iluminan la evolución interna de Gre­ cia. La cultura neolítica, designada con el nombre de «cultura de Sesklo», lu­ gar de Tesalia con importantes hallazgos, alcanza aquí hasta el cuarto milenio. Esta cultura está representada en forma más intensa en el territorio tesalio (unos ciento cincuenta asentamientos) y en la comarca de Corinto. Se irradia, hacia el Oeste, más allá de Corfú hasta la zona de Molfetta, en Apulia. Son característicos de la cultura de Sesklo los asentamientos sin fortificar con caba­ ñas de arcilla de formas cuadradas o curvilíneas. La cerámica, blanca al princi­ pio y con ornamentación polícroma después, es primitiva, sin disimular, sin embargo, influencias del Asia Anterior. Además de los utensilios de piedra, se incluyen también aquí otros de obsidiana, procedentes de la isla de Melos. El «Período de Dímini» (antes de la mitad del tercer milenio), que precede inmediatamente al Heládico Antiguo, ofrece complejos de asentamientos forti­ ficados; parece, por consiguiente, que los tiempos se habían hecho más intran­ quilos. Testimonian las relaciones del círculo de Dímini con el exterior los mo­ tivos de cerámica de bandas, cuyo punto de procedencia es el territorio de Transilvania. Por lo demás, la cultura de Dímini se encuentra a la sombra de la provincia cultural minorasiática con Troya I, Poliocne y Termos (en Les­ bos). No hay indicios seguros de una emigración procedente del Norte, aunque se haya afirmado lo contrario. En efecto, el mégaron, la sala cuadrada con el hogar caliente en el centro, se encuentra con el nombre de doble mégaron no ya sólo en la fase de Sesklo, sino también en Troya I (alrededor de 3200-2600, según Blegen, y alrededor de 2700-2400, según Milojcic y otros); no es imposi­ ble que este tipo de construcción se haya formado autónomamente en el ámbito del Egeo y de Anatolia, sin relación con el centro de Europa. L a c u l t u r a d e l H e l á d i c o A n t i g u o (aproximadamente 2500-1900) con su cerámica característica de «barniz primitivo» (Urfirnis) es una cultura manifiestamente campesina. Su dominio abarca, además de Tesa-

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C om ienzos de la historia griega

lia, sobre to d o la Grecia central (Fócide, Beocia, Ática) y el norte del Peloponeso (Argólide, C orinto). La colina de Tirinte se m anifiesta ya en este período, en razón de su gran edificio circular, com o residencia de un linaje de guerreros dom inadores. En las Cíclades predom ina el tipo de asentam iento en aldeas, en tanto que la estrecha form a de vida concentrada de una población densa en el Ática (Hagios Kosmas) y en Egina tiene un evidente carácter m editerráneo. La antigua población m editerránea de Grecia dejó huellas visibles sobre to ­ do en la lengua. La lingüística co m p a rad a ha reconocido com o no indoeuro­ peos los top ónim o s en -nthos y -ssos y los ha referido a una población cuyos asentamientos tuvieron que haberse extendido sobre Grecia, las Cíclades y el suroeste de Asia M enor. N om bres como C orinto, Zacinto, Iliso, Cefiso y otras formaciones sem ejantes son preindoeuropeos, se encuentran con la m ayor fre­ cuencia en el Ática, en la Argólide, pero tam bién en la Grecia central y en las islas. La incorporación a la lengua griega de num erosos nom bres de plantas y de metales, de conceptos tom ado s de la navegación y de la pesca, testimonia la p ro fu n d a influencia civilizadora de la población preindoeuropea en la vida y en el m od o de pensar de los inmigrantes. La ciencia designa con el nom bre de «egea» a la población preindoeuropea de Grecia; los griegos posteriores llam aron a estas gentes carios, léleges o pelasgos. Se desconoce totalm ente la form a en que se llevó a cabo el equilibrio entre los invasores indoeuropeos, procedentes del N orte, y los habitantes primitivos. La adopción del antiguo patrim onio cultural m editerráneo en la lengua y en el m odo de vida de los griegos parece a p u n ta r a un largo período de am istoso y fructífero equilibrio e intercam bio, período en el que los nuevos habitantes del territorio fueron los recipiendarios y los instalados antiguam ente fueron los donantes. De la mezcla cultural y antropológica del elemento m editerráneo antiguo y del indoeuropeo surgió el pueblo griego en el segundo milenio. La prim era inmigración indoeuropea en Grecia —probablem ente al com ien­ zo del Heládico M edio— difícilmente ha de ser im aginada com o un hecho p ro ­ ducido de una sola vez, sino más bien com o un paulatino fluir y fluctuar de estirpes y de grupos desgajados de ellas, com o un continuo sucederse de guerra y paz, de luchas internas y de pacífica coexistencia. Es decisivo el hecho de que el elemento indoeuropeo se haya impuesto poco a poco com o el política­ mente dirigente, frente a los habitantes m editerráneos del país, altam ente civili­ zados. Las p ro fund as diferencias estructurales de los dialectos griegos sugieren la hipótesis de que éstos no se hayan fo rm ad o ya en suelo griego, sino que los trajeran consigo los inmigrantes. De entre los dialectos se destacan tres grandes grupos: el jonio, el arcadio-eolio (frecuentemente abreviado en «aqueo») y el dórico-griego del Noroeste. Los investigadores de época anterior han inten­ tado repetidam ente aprovechar los resultados de la investigación dialectológica para la historia de las estirpes griegas —esfuerzo inútil, pues lengua y nación son m agnitudes diferentes que no coinciden entre sí. En consecuencia, todas las hipótesis sobre la sucesión cronológica de la llegada de las estirpes griegas,

Inmigración de los indoeuropeos en Grecia

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en tanto que estén fundadas en la investigación dialectológica, están a priori edificadas sobre arena. Solamente es seguro que los portadores de los dialectos noroeste-dóricos no han pisado suelo griego hasta finales del Heládico Reciente. En lo que se refiere a la distribución de los grandes grupos a n t e s de la aparición del grupo dórico-griego del noroeste, el jonio se habló no sólo en el Ática y en Eubea, sino también primitivamente en la Argólide y en otras partes del Peloponeso así como en Beocia; el arcadio-eolio («aqueo») se en­ cuentra en Tesalia y en todo el Peloponeso; aquí, como en Beocia, ha sido substituido más o menos por el jonio, proceso que, en todo caso, puede rela­ cionarse con el desplazamiento de los pueblos y con la superposición sobre el estrato jonio de ios portadores de dialectos arcadio-eolios. En una estimación general, las migraciones de los indoeuropeos en el segun­ do milenio abarcan el amplio espacio que va desde la Península de los Apeni­ nos y desde los Balcanes hasta el interior de Asia. Para el desarrollo posterior de G r e c i a, tuvo una significación fundamental el hecho de que el Reino Hitita, establecido en el interior de Anatolia, tendiera hacia el Sureste, hacia el norte de Siria y el norte de Mesopotamia. Indudablemente las elevadas civili­ zaciones antiguas del Asia anterior tuvieron que ejercer sobre los hititas una fuerza de atracción mucho mayor que el Occidente, al que el Reino Hitita volvió en cierto modo la espalda. Por lo demás, no se sabe con certeza en qué medida ejercieron influencia política los hititas en el oeste de Asia Menor, puesto que la geografía histórica de Anatolia en la época hitita presenta todavía muchos problemas. Pero, en todo caso, la existencia de un gran Reino Anatólico, que controlaba las comunicaciones entre Mesopotamia, Siria y el Occidente, por poseer los pasos del Tauro, fue de importancia totalmente deci­ siva para el desarrollo político, económico y cultural de los países ribereños del Egeo. El Reino Hitita apareció ante los ojos de los griegos de época micénica como el modelo de un gran reino. Sin embargo, en el ámbito de la cultura, la influencia que procede de Asia Menor se entrecruza con la mucho más fuerte de la Creta minoica, cuyo primer gran florecimiento coincide precisamente con el comienzo del Heládico Medio (alrededor de 1900 a. de C.), mientras que el segundo florecimiento de la cultura minoica es casi contemporáneo del Micénico I (Heládico Reciente 1). Innumerables monumentos nos permiten proyectar una imagen rica en colo­ res de la antigua cultura cretense. Los signos de la antigua escritura cretense, a pesar de toda la sagacidad empleada, permanecen mudos hasta hoy porque falta un texto bilingüe creto-egipcio o creto-cuneiforme. La imponente herencia minoica, que han sacado a la luz desde casi el comienzo de este siglo las exca­ vaciones, con participación de casi todas las naciones cultas, es tan enorme­ mente rica y variada que con su descubrimiento se ha abierto a la ciencia un mundo nuevo que es comparable, como hermano gemelo, a las grandes cultu­ ras antiguas de Egipto y Mesopotamia.

2.

LA CULTURA MINOICA

Los antiguos llamaban a Creta, la mayor isla del Mediterráneo oriental, «Isla de los Bienaventurados», en razón de su afortunada posición y de su clima suave. Situada en el centro de múltiples comunicaciones marítimas con Egipto, Siria, Asia Menor, Grecia y el Occidente, recibió la isla en el curso de su historia las más variadas influencias de culturas extranjeras, pero a su vez las irradió también en todas las direcciones. Como en un gran espejo cón­ cavo, se reúnen en la Creta minoica muchos rayos de luz en un poderoso haz que con su fuerza luminosa atraviesa la oscuridad de la primitiva historia egea. Los nombres de Creta y de Micenas son los símbolos de una época de la primi­ tiva historia griega, que comienza hacia 1700 a. de C. y termina en el siglo xii a. de C. Mientras que los griegos al principio se entregaron de buen grado a la poderosa influencia de la cultura cretense, esta relación se alteró desde 1400 a. de C. aproximadamente. A partir de esa fecha, los griegos, conscientes de su fuerza, se echaron intrépidamente al mar hacia el Sur y hacia el Este; en una especie de «época vikinga», se despertó en Grecia un nuevo sentimiento de la vida, cuya consecuencia fue una disposición nueva hacia su entorno. Hacia 2200 a. de C. comienza, con el Minoico Antiguo III, el primer flore­ cimiento del arte cretense, que por medio de las influencias de la cerámica de bandas recibe un fuerte impulso del Norte. Sigue la edificación de los gran­ des palacios de Cnosos y de Festos, en los que la posteridad ve los símbolos de la cultura minoica. En una gran catástrofe, a finales del siglo xvm o princi­ pios del xvii, es decir, casi al mismo tiempo en que los hiksos iniciaron su dominación en Egipto, tuvo un final repentino la primera gran cultura creten­ se. La primera destrucción, sin embargo, tuvo sólo una importancia pasajera. En Cnosos, Festos y Malia se levantan de los escombros nuevos palacios más espaciosos; una vez más vuelve a vivir la isla una época de gran florecimiento cultural, en cuyo suave carácter particularmente moderno se refleja el despreo­ cupado sentido de la vida de los cretenses. Hacia 1400 a. de C. desapareció

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Cultura minoica

todo esto en una segunda destrucción total: el legendario reino del rey Minos de Creta se hundió con ello en el mar del olvido. El mapa de las poblaciones cretenses en la época minoica ofrece un cuadro instructivo. En tanto que el Este y el territorio del interior, sobre todo la fértil llanura de Mesara, ofrecen numerosos asentamientos, está el Oeste casi vacío. Aunque este resultado pueda estar condicionado por la situación de las investi­ gaciones, sale aquí claramente a la luz la orientación de la isla hacia el Este, el Sur y el Norte, y, por cierto, esto vale tanto para los períodos primitivos como para los posteriores de la historia de Creta. Hasta la primera mitad del tercer milenio se extiende el Neolítico en Creta. La población, emparentada con los habitantes «carios» de la Grecia primitiva y del Asia Menor occidental, se asienta en poblados abiertos; además, la ten­ dencia hacia el mar es manifiesta, sobre todo en la costa oriental. En la orilla del mar se levantan las cabañas de los pescadores, mientras que en la fértil llanura de Mesara se desarrolla una cultura marcadamente agrícola. Después de unos comienzos modestos, a partir de finales del tercer milenio, se eleva la cultura cretense a un admirable grado de fuerza y vitalidad; es la «época de Kamares», que debe su nombre a la cerámica que se ha encontrado en la cueva del mismo nombre en la pendiente sur del Monte Ida. Es una cerámica polícroma con gran cantidad de figuras, de líneas, de curvas y de vegetales en un fondo oscuro de barniz. Son especialmente originales los vasos de pared delgada, como cáscara de huevo, que evidentemente han surgido como imita­ ción de los vasos de metal. A la sombra de los antiguos palacios de Cnosos y Festos se forma al comienzo del Minoico Medio I (alrededor de 2000 a. de C.) en Creta central una cultura cortesana característica, y, al mismo tiem­ po, se concentra la vida de modo especial en las poblaciones urbanas. Comien­ za una época de carácter aristocrático, que al mismo tiempo marca el fin de la cultura más antigua, preferentemente campesina. Los palacios son a la vez los centros de la economía; se agregan a ellos molinos de aceite y talleres de todo tipo. Pero, ante todo, se forja un nuevo estilo de vida, la lucha y la guerra no aparecen como el objetivo de la existencia, sino el alegre disfrute sensual. El carácter de esta época de regalo se refuerza todavía en razón de la seguridad exterior. La seguridad cretense se ha cimentado tan firmemente que los palacios carecen en absoluto de la protección de muros y bastiones. Se llegó a tener conciencia de la propia fuerza, el nombre de Creta (Keftiu, Kaphtor) tenía buen eco en Egipto, en Babilonia y en Siria. Grecia no significa­ ba entonces para los cretenses aún nada, sus campesinos habitantes no necesita­ ban los tesoros que podía ofrecerles la cultura minoica. La época de Kamares coincide aproximadamente con la XII dinastía egipcia del Imperio Medio (aprox. 1950 - aprox. 1750). Quizá llegaron entonces artesa­ nos cretenses al país del Nilo; se encuentra cerámica cretense en Fayüm así como en el alejado Alto Egipto. Entre Creta y el Oriente Próximo se desarrolló un vivo intercambio. Es frecuente encontrar sellos cilindricos babilónicos en H IST O R IA D E

G R E C IA . —

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Com ienzos de la historia griega

los palacios cretenses, y precisamente sellos de la época de Ham murabi. Des­ pués de las excavaciones francesas en Mári, en el curso medio del Eufrates (Tell-Hariri), apenas puede existir ya duda alguna sobre el camino que tomó el comercio: entre Creta (Kaphtor) y Ras Shamra (Ugarit), al norte de Siria, iban y venían entonces los barcos comerciales, y desde Ras Shamra conducía el camino al valle del Éufrates y llegaba hasta Babilonia. Son aún más estrechas las relaciones de la cultura cretense con la egipcia. La idea de la escritura jero­ glífica procede del País del Nilo, aunque no faltan tampoco en la propia isla precedentes pictográficos para el desarrollo de la escritura cretense. De Egipto viene sobre todo el papiro, materia escritoria indispensable. En el campo del arte y de la arquitectura, los cretenses imitaron de los egipcios la complicada ornamentación de los techos. Desde la isla encontró esta ornamentación su camino hacia el continente griego en los palacios de Tirinte y de Micenas. Una dependencia más profunda de Creta con relación a Egipto es, sin embargo, apenas verosímil. Cuando hacia finales del siglo xvm, o un poco más tarde, se hundió en una catástrofe repentina la primera gran cultura cretense, ya había dado un nuevo semblante al mundo la primera gran migración indoeuropea. Eduard Meyer ha considerado como una prueba de la destrucción de los palacios anti­ guos de Creta por bandas de hiksos saqueadores el hallazgo de una tapa de alabastro, con el nombre del rey de los hiksos Khian, en los escombros calcina­ dos del palacio de Cnosos. Veía Meyer en el rey Khian un «soberano universal», cuyo reino se habría extendido por Egipto, Creta y Babilonia. Una hipótesis de este tipo, sin embargo, no la apoyan ni de lejos los datos disponibles. Es mucho más probable que uno de los asoladores terremotos que tan frecuentemente se producen en Creta haya producido la ruina de las ciudades. Por lo demás, ya anteriormente el palacio de Cnosos fue víctima de una catástrofe semejante. Creta se restableció rápidamente otra vez de las consecuencias de las des­ trucciones. La paz en el interior y la tranquilidad ante los peligros del exterior permitieron que los palacios resurgieran con nuevo esplendor. Se creó entonces una hegemonía de Cnosos. Con cincuenta mil habitantes por lo menos, se en­ cuentra indiscutiblemente esta ciudad a la cabeza de todas las poblaciones cre­ tenses. Al lado de los palacios se levantan numerosas villas nuevas de vasallos y de dignatarios regios. En el ambiente cortesano nace un nuevo e s t i l o a r t í s t i c o n a t u r a l i s t a , que, en su modernidad, es un documento vivo de la alegre sensualidad y la afirmación de la vida de la población de la feliz isla. Se deduce que el arte cretense se estimaba de modo especial en el extranjero del hecho de que las obras más impresionantes y más característi­ cas del nuevo estilo se han hallado fuera de Creta, en las tumbas de pozo de Micenas y en la tum ba de bóveda de Vafio (en las cercanías de Amidas). Frescos como el «Recolector de Azafrán» en el «Jardín de las Maravillas» cre­ tense del palacio de Cnosos, vivas representaciones de competiciones deporti­ vas, admirables trabajos de incrustación, como el puñal con una escena de

Cultura minoica

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caza en un bosque de papiros en Egipto, no han sido superados en todo el arte antiguo. El coloreado destello de una vida que bordea lo fabuloso se refle­ ja en los frescos polícromos; obras de arte como el «Vaso de los Segadores» de Hagia Tríada testimonian agudeza de observación y sensibilidad. En el lla­ mado estilo palaciego se percibe un lento declive y, cuando alrededor de 1500 a. de C. (?), quizá a consecuencia de un nuevo gran terremoto, los palacios son destruidos otra vez, la cultura minoica había tocado ya los límites de su existencia, mientras que en Grecia había germinado la simiente derramada por el modelo de la creación artística cretense. La cultura cretense que alcanzó su indiscutible cumbre hacia mediados del siglo xvi, como producto de las ciudades y sobre todo de los palacios, es una expresión de la vida cretense misma. En el centro de la vida pública está la mujer, la dama, como en la época de los trovadores de Occidente. El particular carácter «occidental» de esta cultura otorga al mundo cretense un aspecto muy refinado, incluso mórbido, que es completamente ajeno al carácter del pueblo griego. Esto es válido en especial para la clase culturalmente dirigente en Creta; no se conoce lo que podía significar el pueblo. La disposición de los asenta­ mientos, las viviendas cerradas (como en Gurnia), ofrece un considerable enca­ jonamiento de los grupos de edificios de característica marcadamente medite­ rránea, tal como todavía hoy se puede observar en las poblaciones de Creta oriental. En la época minoica este tipo de asentamiento está representado en Psira, Moklos, Palaicastro y, en un cierto grado, también en Malia y Cnosos. Junto a los asentamientos cerrados se elevan con frecuencia zonas de casas residenciales, sobre todo alrededor de los palacios. Estas casas son evidente­ mente las residencias de los ciudadanos ricos, de los vasallos y funcionarios de los soberanos. Estas clases acomodadas daban a la vida de la corte su marco resplandeciente, para ellos y para gentes como ellos se celebraban las fiestas, tauromaquias y competiciones de pugilato y lucha. Claramente este mundo no conoce la dura batalla por la existencia, aquí todo está sublimado y sirve para el disfrute refinado. De las exigencias del mantenimiento de la corte y de la administración gene­ ral nace la e s c r i t u r a c r e t e n s e ; en todas partes y en todos los tiem­ pos en que aparece la escritura es el símbolo de la burocracia. Acerca de su estructura sólo se puede decir aquí que una línea de evolución directa conduce desde los precedentes pictográficos antiguos a la escritura jeroglífica cretense, y que continúa desde ésta hasta la «escritura lineal», que se manifiesta en dos sistemas desarrollados (escrituras lineales A y B). Existen además otros siste­ mas, entre los que hay que resaltar la escritura H como madre de la famosa escritura lineal B (E. Grumach). La escritura lineal B aparece sólo en el palacio más moderno de Cnosos; se la puede caracterizar como una escritura creada especialmente para las exigencias del mantenimiento de la corte. El contenido principal de las tablas de arcilla lo forman, al parecer, inventarios y cuentas en sistema decimal. Los dos sistemas lineales tienen en común cuarenta y ocho

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C om ienzos de la historia griega

signos; la caligrafía de la corte ha añadido además dieciséis nuevos signos. Se trata de una escritura silábica, de la que se desarrolló, en lengua griega, la escritura chipriota (conocida desde el siglo vu y posteriores a. de C.). Con excepción de esta recepción tardía, la escritura cretense se extinguió. No produ­ jo esta escritura una influencia profunda en la cultura micénica, a pesar del hallazgo de numerosas tablillas con escritura cretense (probablemente listas in­ ventaríales) en el llamado «Palacio de Néstor» en Ano Engliano (Mesenia) y en Micenas. Es distinto el caso de la r e l i g i ó n c r e t e n s e . Contribuyó esen­ cialmente a la formación de la creencia de los griegos en divinidades y démones. No obstante, la primitiva población de Grecia estaba emparentada con los cretenses y la cultura de su población sedentaria se impuso constantemente a los invasores. Salta a la vista especialmente la compenetración de la religión cretense con la naturaleza, y también es muy digno de atención el predominio del elemento femenino. Desempeñan un papel importante la Gran Madre, des­ pués una Diosa-serpiente y la «Soberana de los Animales». Se les ofrendaban sacrificios en grutas, cuevas y también en las capillas de los palacios. Entre los símbolos del culto ocupan un puesto destacado los cuernos y la doble ha­ cha. No se conoce el origen de los «horns o f consecration»; la doble hacha se encuentra en Asia Menor, entre los hititas así como en la Mesopotamia superior como atributo de Teshub, dios churrita de la tempestad; la doble ha­ cha se mantuvo durante toda la Antigüedad como símbolo de Júpiter Doliqueno. La imagen externa de la religión cretense se completa con la existencia de numerosos démones y de seres mixtos, semejantes a los de los hititas, así como por el culto de columnas y árboles. El contenido y la esencia de la reli­ gión, sin embargo, permanecen en buena parte cerrados para nosotros. Tuvieron profunda significación histórica las estrechas relaciones entre Cre­ ta y el continente griego, relaciones que alcanzaron su cumbre indiscutida en el siglo xvi. A pesar de lo mucho que los griegos tom aron de Creta, la elevada civilización cretense no pudo transform ar al hombre griego. Aunque la civiliza­ ción minoica enseñó a los griegos a servirse de los bienes de la cultura para el perfeccionamiento de su estilo de vida, en conjunto, quedó esto en una ad­ quisición externa; los tesoros de Creta no pudieron someter las almas de los griegos.

3.

LA CULTURA MICÉNICA

La inmigración de los indoeuropeos en Grecia, lo mismo que la de los hititas de Anatolia central, no dejó ninguna huella visible en la arqueología, lo que quizá es una señal de que los llegados se movieron en constante dependencia respecto a la civilización más elevada de la primitiva población mediterránea del territorio. Las condiciones materiales de la vida no sufrieron al principio ninguna variación en Grecia. La cultura de todo el Heládico Medio (aproxima­ damente 1900-1550) tiene que ser clasificada como manifiestamente agrícola. Es característica de esta época la sencilla cerámica minia de color gris (también llamada de Orcómeno), o la cerámica minia amarilla, que no presenta ninguna influencia externa. La población campesina del territorio se mantuvo, incluso después de la llegada de las estirpes indoeuropeas, muy firme en la tradición y supo asimilar pronto a los nuevos habitantes. No aparecen relaciones con territorios no griegos, como si la nueva situación y la equiparación con los indoeuropeos inmigrados hubieran absorbido al principio tedas las energías. El descubrimiento de un complejo de tumbas de pozo en el exterior de la forta­ leza de Micenas por J. Papadimitriu, en el año 1951, fue una de las grandes sorpresas de la arquelogía. La mayor parte de estas tumbas (unas veinticinco hasta la fecha) pertenecen todavía al fin del período del Heládico Medio; las tumbas de pozo del Círculo de las Tumbas en el interior de la fortaleza, descu­ biertas por Schliemann, son de fecha posterior (ver págs. 23 sigs). Los objetos hallados en las tumbas de pozo del nuevo descubrimiento no admiten com para­ ción ciertamente con las tumbas de Schliemann, sin embargo son ricas, sobre todo en armas. Las estelas funerarias que se elevan sobre los túmulos presen­ tan, como las estelas posteriores, escenas de caza todavía, por cierto, sin repre­ sentaciones de carros de guerra. La cultura preferentemente agrícola del Heládico Medio fue desplazada por formas nuevas de vida a principios del llamado Heládico Reciente, es decir, hacia la mitad del siglo xvi. El gusto por la guerra y por la caza, por la pose­ sión de costosas armas de bronce, además de la introducción del carro de gue­

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rra, son señales de un espíritu nuevo y belicoso, que marca una ruptura decisi­ va con el pasado. Es fácil suponer que desde ahora los indoeuropeos, después, sin duda, de un tiempo bastante largo de incubación se imponen definitivamen­ te como el grupo social dirigente. Símbolos de este nuevo estilo de vivir son las ciudades fortificadas, residencia de una aristocracia poderosa y combativa. Por encima del amplio estrato de los ciudadanos libres se encuentra ahora una refinada nobleza belicosa, cuyos ideales —el combate, el desafío y las fiestas cortesanas— son esencialmente distintos de los de la población campesina. La época heroica ha tomado su nombre de M i c e n a s , la fortaleza en «lo más profundo de Argos, criadora de caballos» (Horn., Od., III, 263). Junto a Micenas, casi en inmediata vecindad, está T i r i n t e ; también en las coli­ nas de Nauplia y Midea hay una fortaleza y en general la Argólide tiene una extraordinaria densidad de asentamientos. Entre las fortalezas áticas la más importante es la acrópolis de Atenas, defendida por el muro ciclópeo, el llama­ do Pelasgikón. La cultura de la época micénica antigua está limitada esencial­ mente al este de Grecia. En el oeste se han encontrado yacimientos sólo en las regiones para cuyos habitantes se puede suponer una inmigración por mar, como, por ejemplo, en Pilos-Kakovatos y en la Pilos mesénica. El territorio más importante se encuentra en Grecia central y en el Peloponeso. Si ciertamente no se puede negar la influencia de la muy desarrollada civili­ zación minoica en Grecia, sobre todo en el siglo xvi, también se manifiesta de manera inequívoca en los monumentos de la época micénica un espíritu nuevo, guerrero y heroico que no tiene lo más mínimo en común con los idea­ les de vida cretenses. Mientras que la sociedad cretense parecía entregarse al encanto pasajero de lo presente, los griegos levantaban construcciones para la eternidad: vigorosos muros de piedra de aparejo poligonal que se elevaban sobre los montes y espacios de puertas cuidadosamente defendidos y protegidos con salientes del muro testimonian el espíritu guerrero de los dominadores. En el centro de la fortaleza se eleva el palacio con su gran vestíbulo representativo, cuya forma rectangular está determinada por la estancia princi­ pal, el mégaron, con su cálido hogar en el centro. En el mégaron, el señor de la fortaleza come con sus vasallos. El extranjero o fugitivo que busca asilo en el hogar se encuentra bajo la protección del dios supremo, de Zeus, que acoge a los extranjeros (Xenios). La armonía interna y el equilibrio de la dispo­ sición general del palacio (alrededor del mégaron, con su vestíbulo abierto, se agrupa circularmente la casa con corredores y habitaciones para los criados) se encuentra en marcado contraste con el modo mediterráneo de construcción de Creta, en cuyos palacios, en torno a un gran patio central, se agrupan de modo completamente inorgánico las habitaciones más diversas, de modo que se pierde casi toda visión de conjunto y la ordenación del espacio (compárese con el llamado Laberinto). Del mismo modo que en la construcción, los indoeuro­ peos en Grecia conservaron el pasado también en la indumentaria (quitón). Sucede lo mismo con la lengua, aunque ésta tomó numerosas palabras egeas.

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La parte final del siglo xvi y el comienzo del siglo xiv son inequívocamente el punto más elevado del desarrollo griego; por el contrario el siglo xv es un período de retroceso; precisamente en esta época alcanza el proceso de extranjerización del mundo micénico su nivel de culminación por efecto de la influen­ cia minoica. Las excavaciones de Heinrich Schliemann en Micenas, Tirinte y Orcómeno han diseñado una imagen viva de la cultura micénica. Fue sensacio­ nal el descubrimiento de las t u m b a s d e p o z o en el interior de la forta­ leza de Micenas (1876). Se trata de seis tumbas excavadas profundamente en la blanda roca, en las que se encontró una cantidad verdaderamente fabulosa de objetos, ornamentos de oro y armas magníficas. Las ofrendas guerreras caracterizan a estas tumbas de pozo como lugares de enterramiento de los prín­ cipes de Micenas; probablemente, los nueve hombres enterrados en ellas (a los que hay que añadir ocho mujeres y dos niños pequeños) forman una dinas­ tía de soberanos. Cinco de los hombres llevaban máscaras de oro, lo que cons­ tituye el primer intento de retrato en suelo europeo. Es interesante constatar que hay que admitir en estas máscaras trazos de barba diferentes, igual que en las mascarillas de Trebeniste en el lago Ocrida, del siglo vi a. de C., y en los yacimientos del Norte, de la época de Hallstatt o de La-Téne. El enorme número de objetos de valor excluye su producción por parte de la artesanía del país. Evidentemente los señores de Micenas trajeron consigo de sus incur­ siones las magníficas diademas y las abundantes láminas de oro trabajadas con figuras y ornamentos. Tenemos que agradecer a la costumbre de ponerle en la tumba al propietario su botín, como «parte del muerto», la conservación de objetos valiosos, de espadas y puñales de bronce, que los guerreros llevaron en otro tiempo o que arrebataron a los enemigos en combate. Si la sorprenden­ te abundancia de armas es ya señal de una mentalidad completamente diferente de la minoica, esta mentalidad se manifiesta tanto más en las estelas funerarias en piedra, trabajadas sin arte, casi rudimentariamente. Algunas de ellas se han conservado, en parte en fragmentos. En el centro del relieve está representado el muerto de pie en un carro de guerra ligero de dos ruedas —es ésta la primera vez que se representó en Grecia el carro de guerra. En oposición a Creta, la mujer no significa nada en la vida pública de Micenas, aunque las joyas puestas a las mujeres en la tumba hacen verosímil que ellas tuvieran participación en la representación de los príncipes. La inhumación en las tumbas de pozo fue reemplazada a finales del siglo xvi y principios del xv por el enterramiento en s e p u l t u r a s de b ó v e d a Con sus dimensiones verdaderamente gigantescas, son la expresión del espíritu de una época nueva, en la que se abre camino la voluntad de lo monumental y lo grandioso —la bóveda (en realidad, falsa bóveda) del llamado «Tesoro de Atreo» (construida hacia 1350 a. de C.) mide 14,5 metros de diáme­ tro, magnífica obra arquitectónica, aunque fuera eclipsada en época romana por la bóveda verdadera del Panteón de Adriano, que tiene un diámetro tres veces mayor. También fue construida hacia 1350 (Heládico Reciente III) la

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Puerta de los Leones de Micenas. Con las columnas cretenses flanqueadas por los leones colocados a uno y otro lado, no tiene esta puerta otra semejante en Grecia. La disposición blasonada apunta una cierta referencia hacia el Oriente Antiguo, quizá a Hatushas (Boghazkói), capital del Reino Hitita. Los construc­ tores de las sepulturas de bóveda han rodeado el terreno del Círculo de las tumbas de pozo con un muro doble (llamado Plattenring), ordenación que parece indicar relaciones con el centro de Europa. Con ello quedaban separa­ dos desde ahora el lugar de los muertos y la región de los vivos. Las construc­ ciones funerarias de Micenas fueron saqueadas, pero las sepulturas de bóveda de Vafio (Laconia) han conservado, sólo parcialmente, sus tesoros y los han conservado sobre todo las de Dendra (Midea) en la Argólide; de nuevo aparece una cantidad de costosas armas, de vasos de oro y de objetos de adorno, que atestiguan la armonía del espíritu indoeuropeo con la civilización mediterránea. Del mismo espíritu han nîtcido los frescos polícromos de Micenas y de Tirinte que representan sobre todo escenas de guerra y de caza. Se ha planteado muchas veces la pregunta sobre la o r g a n i z a c i ó n e s t a t a l d e G r e c i a en la época micénica, y ha sido contestada de modo muy diverso. Se puede dar como seguro que sólo en la Argólide y en Beocia se llegó a la unión de territorios de alguna importancia. En la Argólide parece que Micenas, cuya posición respecto a Tirinte constituye naturalmente un problema, ocupó durante mucho tiempo una situación hegemónica, en tan­ to que en Beocia los soberanos de la gigantesca fortaleza de Gha (Gla) jugaron un papel dominante en la zona del lago Copáis. Los nobles de las fortalezas circundantes reconocieron, quizá como vasallos, la posición superior de estos príncipes. La unificación de partes de la Argólide y del territorio beocio fue posible sólo por medio de la amarga violencia. El efecto de la unificación se muestra en la creación de un amplio sistema de caminos en la Argólide, así como en la desecación del territorio del lago Copáis por medio de los llama­ dos «diques de los minios». Sólo un poder central rígido podía planificar y llevar a cabo estas obras. Se necesitaba para las mismas un elevado número de esclavos extranjeros que se traían de fuera en expediciones de guerra y de rapiña y también numerosos trabajadores del territorio sujetos a servidumbre. Llevaron a cabo un trabajo que puede colocarse al lado de las grandes obras del antiguo Oriente, como las pirámides y los zigurats. Las monumentales cons­ trucciones funerarias servían para la perpetuación de la gloria de las familias soberanas, cuyo recuerdo continuó viviendo en parte hasta la época histórica en el culto de los muertos. Aunque algunos objetos aislados sean imitación del antiguo Oriente, su técnica y su ejecución testimonian una actitud genuinamente «nórdica» que, en general, es característica de todas las creaciones de la época micénica. La leyenda griega habla del reino de Agamenón en la Argólide, cuyo ante­ pasado, Zeus, le otorgó el cetro del señorío. En la leyenda de Heracles, Euristeo gobierna como rey de Micenas sobre todos los habitantes próximos. En estos

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reflejos de la leyenda así com o en la existencia de un sa n tu ario central de H era en Prosimna, entre Micenas y T irinte, puede haberse co n d en sad o el recuerdo de una unidad estatal, quizá to ta lm e n te efím era, de la A rgólide en época micé­ nica. Quizá la leyenda de la expedición de los Siete contra Tebas haya conser­ vado el recuerdo histórico de una hostilidad entre el príncipe de Micenas y los soberanos de T ebas. Pero n a d a de esto es seguro, y la existencia de fo rm a ­ ciones políticas d u r a d e r a s de cierta m agnitud es en el fo n d o im p ro b a ­ ble, sobre to d o p o rque faltan co m pletam en te los elem entos previos p ara ello, en especial la form ación de una « b u ro cracia» . T am b ién el conocim iento en Grecia de la escritura micénica, que está d o c u m e n ta d o po r los nuevos hallaz­ gos, sólo p u d o extenderse en un círculo m uy reducido. Tiene por eso poca probabilidad en sí la hipótesis de un gran Reino A q u eo , sostenida, sobre to d o , por Eduard Meyer y M. P. Nilsson. T a m p o c o tiene fu n d a m e n to la hipótesis de que hayan podido influir conceptos orientales en la «legitim ación divina» de los soberanos micénicos — H o m e ro llama al rey diíphilos. E n las empresas guerreras de cierta im p o rtan cia p u d o haber un «rey del ejército» (hegem ón); en la paz cada uno vivía por su cuenta. Así, la fragm entación de Grecia en un número infinito de territorios pequeños o m uy pequeños es ya un hecho histórico en la época micénica. Durante la prim era m itad del segundo m ilenio a. de C ., los m inoicos d o m i­ naron incuestionablem ente el m ar, el Egeo y to d o el M ed iterráneo oriental. Se encuentran pun tos de apoyo m inoicos en num erosas islas (Egina, T era, M e­ los, quizá tam bién Sam os). C o n la aparición de los griegos micénicos en el mar se m odifica p au latin am en te el c u ad ro . Los ricos tesoros de las tum bas de pozo y de bóveda d a n testim onio del éxito de sus expediciones m arinas. Pero el dom inio del m ar p or los micénicos alcanza su p u n to culm inante sólo después de la caída de la talasocracia cretense (hacia 1400 a. de C.). T uvo una duración relativam ente corta, pues, debido a los efectos de la gran m ig ra­ ción egea, se originó en el siglo xn a. de C. un a g ru p a m ie n to de potencias completamente nuevo. La expansión decisiva de los micénicos acontece en los siglos xiv y xm . Se encuentra cerám ica micénica en las Cíclades y asentam ientos m icénicos, por ejemplo, en Rodas; el á m b ito del com ercio micénico se extiende por el Este hasta Siria (aquí son im po rtantes yacim ientos de cerám ica micénica Ras Sham ra, Minet-el-Beida y Biblos) y h asta el interior de Egipto; por el Oeste, hasta Italia meridional y Sicilia. Sin em b arg o , la investigación sobre la diferenciación del material y la adscripción a los distintos lugares de origen se encuen tra sólo en sus com ienzos, de m o d o que perm anecen oscuros los diferentes procesos y los caminos del prim itivo com ercio griego y de la colonización com ercial. El radio de acción del com ercio griego ha llegado hasta la m ism a esfera de interés del Reino H itita, pero ciertam ente apenas ha interferido en ella. La expansión de la cerám ica micénica está lim itada en lo esencial a los territo rios que se encuentran al oeste y al sur del Reino H itita. Los hallazgos arqueológicos

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no ofrecen ningún punto de apoyo para suponer una colonización y asenta­ miento en gran escala. En Rodas y en Chipre y también en la costa norte de Siria existirían factorías micénicas, pero previsiblemente sólo se asentarían colonos en gran número en Chipre, donde el nombre «Costa de los Aqueos» (Achaión A kté, Estrabón, XIV, 682) pone de manifiesto la presencia de los aqueos, en tanto que en Rodas la ciudadela de Yaliso, Acaya, recuerda la épo­ ca de la expansión aquea. En efecto, «aqueos» es con certeza una denomina­ ción colectiva para los griegos de la época micénica. La difusión universal de la cerámica micénica, que sobrepasa con mucho el radio de los hallazgos minoicos en la cuenca del Mediterráneo, es sólo com­ prensible aceptando un comercio muy extenso. Este comercio presupone por su parte la existencia de una marina considerable, capaz de dominar el mar y mantener abiertas las rutas de los barcos. En Ugarit (Ras Shamra) se introdu­ ce la cerámica de manera verdaderamente repentina hacia 1400 a. de C. Los géneros proceden en buena parte de alfarerías chipriotas, hecho que supone la aceptación de los modelos micénicos, pero también con mucha mayor proba­ bilidad, el asentamiento de artesanos griegos en Chipre. Una expansión comer­ cial tan extensa es impensable sin un mando político. Desde 1400 a. de C. aproximadamente acusó Grecia un incremento de población relativamente con­ siderable, que no podía recibir alimentación por la pobreza del suelo y de los métodos poco intensivos de la agricultura en el país. Así, lo elementos más decididos y temerarios fueron atraídos inmediatamente por el mar en busca de lejanas aventuras, con lo que Creta, las islas del Egeo, Rodas y Chipre constituyeron el objetivo más inmediato, pero a la vez fueron los puntos inter­ medios para llegar al Oriente Próximo. Al comerciante que despachaba lejos el aceite y el vino griegos, y además los objetos de cerámica, le seguía el artesa­ no griego, el alfarero, el orfebre, el arquitecto, el carpintero. Con los griegos emigraron al Este formas de vida y de enterramiento continentales, incluso la religión griega encontró aceptación en Ras Shamra, como lo muestran los hallazgos de ídolos micénicos. No es inverosímil que la presencia de los con­ quistadores griegos en la isla de Creta se refleje en las sepulturas de bóveda, como la que se encontró en Céfala (al oeste de Isópata), cerca de Cnosos, tumba especialmente representativa. Sin embargo la Anatolia propiamente dicha, con excepción de una reducida faja de la costa en el extremo suroeste, permaneció cerrada para los aqueos. No obstante, en las tablas cuneiformes hititas de la época del gran conquista­ dor Shubbiluliuma (hacia 1365 a. de C.) se cita con frecuencia el país de Ahhijâwa (o Ahhija), nombre que fónicamente evoca ’Axaioí o ’AxaiFoí. Dejando aparte la lingüística, no parece posible una solución del problema. El gran reino Afjhijâwâ, inferido por Emil Forrer sobre la base de combinaciones inge­ niosas, se ha hundido de nuevo después que una cuidadosa comprobación de las fuentes hititas, sobre todo por parte de Ferdinand Sommer, ha demostrado lo insostenible de las hipótesis de Forrer, en especial la identidad del nombre.

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Lo más cerca que habrá que buscar el territorio A hhijüw ü es en Asia Menor y ciertamente en el Sureste, en Cilicia. En el estado actual de la investigación el problema de los A hhijüw ü es prácticamente insoluble. Quizá podamos con­ templar en los habitantes del país de A hhijüwü, en los hypaqueos de Heródoto (VII, 91) y en los aqaiwasha de las inscripciones egipcias un solo y mismo pueblo anatólico, no griego. No existió nunca un reino Ahhijáwü, colocado al mismo nivel de los Estados del Antiguo Oriente, que abarcara muchas partes de Grecia, las islas y parte de la costa de Anatolia. La superioridad de los griegos micénicos sobre sus adversarios se apoyaba en la existencia de una clase de nobles guerreros que luchaban individualmente e iban al combate en el carro de guerra. Protegido por el gigantesco escudo de torre, armado con lanza y espada corta, el guerrero se enfrentaba al enemi­ go a pie. Al lado del guerrero estaban los «compañeros» (hetaíroi), los proséli­ tos, que se reunían para la comida en común en casa del señor, que, a su vez, ponía su honor en hospedarlos y en darles la parte justa del botín. En las grandes contiendas se unían varios príncipes, reconocían a uno de ellos como hegemón y se obligaban a seguirle con un juramento solemne. Terminada la empresa, se deshacía la comunidad de armas del mismo modo que se había formado. Nuestro conocimiento de los rasgos de la vida política y social de la época micénica se funda, con excepción de los monumentos, sobre todo en la litada y la Odisea, llegadas a nosotros bajo el nombre de Homero. La fundamental investigación de M. P. Nilsson, H om er and Mycenae (1933), siguiendo estudios precedentes, intentó con éxito separar en la epopeya homérica lo antiguo de lo más reciente. En particular, Nilsson consiguió demostrar que el mundo he­ roico griego tiene sus raíces en la época micénica, igualmente hay en Homero una cantidad de elementos micénicos, aunque éstos están también muchas veces amalgamados en el texto poético en unidad interna con otros más recientes. A la época micénica se retrotrae sobre todo el c u l t o d e l o s m u e r t o s , que se ha conservado incluso hasta el siglo v a. de C. en la sepultura de bóveda de Menidi, en el Ática. El problema central de la primitiva religiosidad griega es la actitud de los indoeuropeos con respecto a la creencia de la población mediterránea de la antigua Grecia. Si todo no está equivocado, la religión de los minoicos ejerció una profunda influencia en las almas de los habitantes de Grecia. Es minoica la configuración de divinidades individualizadas, por ejemplo, Ártemis como Britomartis, Dictina, Afea; también la «Diosa de Palacio», que posteriormente fue venerada con el nombre de Atena, procede del círculo minoico. La difusión de las ideas minoicas precisamente en amplios estratos del pueblo sencillo se refleja en la aceptación en el continente de objetos y formas del culto minoico. La ausencia de imágenes de culto con forma humana parece que habla abierta­ mente en favor de que los griegos han seguido cultivando la herencia indoeuro­ pea. Se rogaba a los dioses en bosques sagrados, en cuevas, en las cimas de las montañas, no se conocían todavía los templos y los santuarios.

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En algunos puntos, los inmigrantes hicieron propias las costumbres de la población establecida. No es seguro que esto haya que admitirlo en los hábitos de enterramiento. En la época micénica, la i n h u m a c i ó n es la forma de enterramiento que domina en Grecia. Indicios de combustión en tumbas micénicas permiten suponer que se habían entregado al fuego las ofrendas, con frecuencia muy valiosas. Sólo es seguro que la cremación estaba mucho más extendida en Europa central que en el sur. Huellas de sacrificios de ani­ males o humanos sólo existen hasta ahora de modo aislado (por ejemplo en Midea). «La religión micénica es la madre de la religión griega, lo mismo que el pueblo micénico es el antepasado de los griegos históricos» (Nilsson). Este co­ nocimiento es importante para la apreciación de la continuidad histórica, que se manifiesta en la conservación de algunos lugares de culto micénico por los griegos de la época histórica. Son testimonios de esto el Telesterion de Eleusis, la continuidad del culto en Delfos, en el recinto del templo de Calauria, en Tegea, en Elatea y en el templo de Afea en Egina. Ni siquiera las fuertes con­ mociones de la migración egea pudieron romper en todas partes los lazos histó­ ricos que unían la vida griega a la época micénica. Esa continuidad vive en las epopeyas homéricas, que proyectan una imagen de aquella antigüedad he­ roica, que se mantuvo aún en la tradición poética, cuando ya no tenía vida en ningún lugar de la tierra.

4.

LA GRAN M IGRACIÓN

Antes de 1200 a. de C. comienza en la cuenca del Mar Mediterráneo la época de la G r a n M i g r a c i ó n . Las conmociones que produjo son per­ ceptibles en casi todo el ámbito del Mediterráneo oriental, desde la Península de los Apeninos hasta Mesopotamia, desde Hungría hasta las fronteras de Egipto. En la historia de la civilización, la Gran Migración constituye el corte decisivo entre la Edad del Bronce y la Edad del Hierro, que se impuso casi al mismo tiempo en todo el ámbito del Egeo. De nuevo fue de la llanura húngara de donde partió el primer impulso para la migración de un pueblo, que a su vez transmitió a su vecino aum entada la presión ejercida sobre él; fueron los ante­ pasados de los ilirios y de otros pueblos los que en la segunda mitad del segun­ do milenio se vieron presionados hacia el Sur. No se conoce nada seguro acerca de la causa de su migración. La suposición de que estos pueblos hubieran que­ rido entrar en posesión del hierro monopolizado por los hititas es sólo una hipótesis. El movimiento hacia el Sur de los protoilirios y de otras tribus es apreciable por sus efectos en los pueblos vecinos: los pueblos emigrantes impul­ saron a los tracios hacia el Este, hacia Asia Menor, y a las tribus griegas hacia el Sur, al Peloponeso, desde donde éstos alcanzaron Creta y las Espórades. También la inmigración de un gran grupo de itálicos, desde el Norte a la Penín­ sula de los Apeninos, fue desencadenada por la presión iliria. Vistos de una manera general, se repiten los acontecimientos del comienzo del segundo mile­ nio: después de un período más bien largo de vida sedentaria, saliendo impe­ tuosamente de un centro de agitación, son pueblos indoeuropeos nuevamente los que ponen el m undo en movimiento. A la presión de las tribus tracias cedieron los frigios, de los que sólo queda­ ron restos en Europa (los briges). Incorporando elementos ilirios buscaron una nueva patria en Misia y en el altiplano occidental de Anatolia. Con las tribus tracias llegó a Asia Menor la llamada cerámica de protuberancia, que primiti­

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vamente se encontraba en territorio tracio y macedonio, y que se considera como signo particular de la cultura tracia. Es posible que la ciudad de Troya Vila haya sucumbido ante las bandas de tracios invasores hacia 1200 a. de C., no Troya VI, como se había supuesto hace años (W. Dorpfeld), que más bien, como han demostrado las investigaciones de C. W. Blegen, fue víctima de un terremoto. Además de a los tracios, el empuje de los ilirios afectó a los dorios, que habitaban en el norte de Grecia (¿en la zona del Pindó?). El movimiento de los dorios hacia el Sur, la llamada «Migración Doria» introdujo una nueva época en la historia de Grecia y completó su indoeuropeización. Negar la reali­ dad histórica de la «Migración Doria» es una grave aberración de la hipercríti­ ca moderna, que, de este modo, se obstruye a sí misma el acceso a un conoci­ miento fundado históricamente de la formación del mundo griego en el segun­ do milenio. Para el análisis de este hecho, hay que tener en cuenta solamente los datos arqueológicos y de geografía dialectal, no historiadores posteriores, como Heródoto y Tucídides, ni poetas, como Tirteo y Píndaro. Bajo el epígra­ fe de «Migración Doria» se comprenden en la historia protogriega procesos que se han extendido durante muchos decenios, quizá durante un siglo o duran­ te un tiempo aún más largo. La superestratificación de una parte de los antiguos dialectos por el dorio sugiere la impregnación por parte del elemento dorio de los indoeuropeos llega­ dos a cómíé'ñzós del segundó milenio y de là población aborigen amalgamada con ellos en el curso de los siglos siguientes. Ciertamente esta transformación del cuadro étnico es visible sobre todo en la costa este del Peloponeso: los belicosos dorios —el nombre dorieís es forma abreviada de dorímachoi, «los que combaten con lanza»— empujaron al elemento arcadio a las comarcas montañosas del interior de la Península. La antigua cultura aquea había pasado hacía tiempo su memento de esplen­ dor en Grecia en la época de la Migración Doria. Ya antes de la llegada desde el Norte de este joven pueblo, m uestran los antiguos centros de la Argólide evidentes manifestaciones de decadencia: la época heroica de Micenas había llegado a su término, de manera que sólo fue necesario un empujón desde fuera para derribar este mundo envejecido. Inútilmente se había trabajado en el siglo x m en el reforzamiento de la muralla de Micenas; también revela tiem­ pos intranquilos el establecimiento de una ciudadela de refugio en la colina de Tirinte. Otros territorios del Peloponeso, como la región de Acaya, no vivie­ ron ciertamente un verdadero florecimiento hasta la época micénica tardía. Só­ lo en esta época la cultura micénica abarcó toda Grecia. Las devastaciones de la invasión doria se extendieron sobre una amplia zona de Grecia. Además de los grandes centros de la Argólide se hundieron en ruinas Koraku, Zygouries-Kleonai en el territorio de Corinto, también fueron afecta­ das Creta y las islas del sur del Egeo, entre ellas Melos con Filakopi. La direc­ ción del impulso de los dorios se manifiesta inequívocamente de Norte a Sur;

Gran migración

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no es verosímil la hipótesis de que los dorios dominaran primero Creta y las Cíclades meridionales y que desde allí pasaran al continente. En la leyenda del Regreso de los Heraclidas se condensa un recuerdo vago de la migración doria. En los nombres del mito —el del heraclida Hilo y los de Dimas y Panfilo, los dos hijos del rey Egimio— se refleja claramente el intento de explicar el origen de las tres tribus dorias, híleos, dimanes y panfilios. El nombre de los híleos es ilírico, Dimas es el mítico fundador de la primi­ tiva tribu dórica, en tanto que Pánfilo simboliza las partes del pueblo formadas por la mezcla de elementos dorios y de otra procedencia. El considerar la mi­ núscula comarca de Dóride en el Eta como punto de partida de la migración doria es una construcción de época posterior. Sí está, sin embargo, histórica­ mente asegurada la mezcla de los dorios con elementos ilirios, mezcla que, por otra parte, se encuentra también en los tracios y en los macedonios. Es cuestión que continúa sujeta a discusión si hay que aceptar o no un componen­ te ilirio en el pueblo filisteo, que durante la Gran Migración llegó hasta las puertas de Egipto. En todo caso, incluso todavía hoy, hay que precaverse del «panilirismo» que se pone de moda de vez en cuando. El Ática no fue pisada por las bandas de inmigrantes dorios. Quizá la fama de la resistencia ante los dorios se refleja en el sacrificio del rey Codro de Atenas. La consecuencia de la Migración Doria fue una transformación completa de la agrupación de estirpes en la Grecia continental. Al fin de la época de la migración, los dorios aparecen como elemento dominador en el este y en el sur del Peloponeso, sobre todo en la Argólide, posteriormente también en Laconia. La población aquea se mezcló poco a poco con los dorios, del mismo modo que en otra época lo había hecho la población mediterránea con los indoeuropeos. Los dorios elevaron considerablemente la proporción de sangre indoeuropea de los griegos; se puede decir lo mismo para los «griegos del No­ roeste», que, con la corriente de la Gran Migración, entraron en Grecia septen­ trional y central (Tesalia, Etolia, Fócide), y en el norte del Peloponeso (Acaya, Elide). De entre ellos, los tesalios expulsaron en parte a la población eolia nativa y redujeron a otros al estado de servidumbre. A diferencia de Tesalia, se llegó en Beocia más bien a un compromiso amistoso entre la antigua pobla­ ción eolia y los nuevos griegos noroccidentales, proceso que quizá se refleja en el dialecto mixto beocio que se encuentra en la frontera entre los dos grupos lingüísticos. No se puede cargar sólo sobre los dorios y los griegos del Noroeste la deca­ dencia de la cultura micénica. Lo que en otro tiempo fue floreciente civilización de los griegos micénicos era ya sólo una sombra de sí misma; la incontenible decadencia se coloca en la época submicénica y se continúa todavía en la época geométrica, según testimonian los hallazgos de la necrópolis ateniense de Erídano. La coincidencia del declive de la cultura micénica con las conmociones de la invasión doria en el siglo xn a. de C. determinó la cesura decisiva de la protohistoria griega.

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Comienzos de la historia griega

En el proceso subsiguiente a la migración llegaron los dorios, a través del mar, a Creta, a las Cíclades del sur y a las Espórades, incluso al continente minorasiático en la Caria suroccidental, y finalmente hasta Panfilia. Los dorios siguieron aquí la huella de los aqueos. Especialmente importante fue la ocupa­ ción de Creta; la primitiva población (cidones y eteocretenses) fue arrinconada en los extremos oeste y este de la isla, los elementos aqueos pudieron incorpo­ rarse a los dorios. De este modo, una amplia zona de dorismo se extiende desde el Peloponeso, a través del Egeo, hasta Anatolia. Por supuesto, no se llega a estructuras estatales de cierta magnitud, igual que anteriormente en tiempo de los aqueos. Considerado desde el punto de vista de la historia mundial, más importante aún que la entrada de los dorios y los griegos noroccidentales en Grecia fue la invasión de las tribus tracias en Asia Menor. Poco después de 1200 a. de C., el Reino Hitita en Anatolia, que había durado quinientos años aproximada­ mente, quedó sumergido en la vorágine de la Gran Migración. Son muchos hoy los datos que abogan en favor de que el Reino Hitita fue destruido por el ataque de pueblos extranjeros procedentes del mar. Se puede decir lo mismo para Ugarit (Ras Shamra), según atestiguan nuevos hallazgos de tablas de arci­ lla. El hecho de que la caída del Reino Hitita esté relacionada con la migración de los pueblos del mar lo indica el informe de Ramsés III de Medinet Habu: «Ningún país a partir de Katti ha resistido ante sus ejércitos: Qedi, Karkemish, Arvad, Alashia han sido destruidos». La inscripción permite percibir una pro­ gresión del ataque de los pueblos del mar desde Asia Menor a través de Cilicia (Qedi), Siria y Fenicia hacia la frontera oriental de Egipto —solamente Chipre (Alashia) se encuentra fuera de la ruta; habrá que pensar en una acción combi­ nada por mar y por tierra. El faraón egipcio cita como pueblos del mar a los puluseta, zakkari, shakalsha, danuna y washesh, el papiro Harris cita a los sherdana en lugar de los shakalsha. Es difícil la identificación de estos pue­ blos —con excepción de los puluseta, los filisteos. Sin embargo todos pertene­ cen a la zona del Egeo, pero entre ellos no hay griegos. Ante las puertas del país del Nilo contuvo Ramsés III la avalancha desencadenada sobre Egipto, el movimiento se agotó; los filisteos se asentaron en el territorio que recibió de ellos el nombre de Palestina. E l r e s u l t a d o de l a G r a n M i g r a c i ó n E g e a f ue un a c o m p l e t a t r a n s f o r m a c i ó n del m u n d o a n t i g u o e n el a s p e c t o e t n o l ó g i c o . El Reino Hitita desapareció, su civili­ zación siguió viviendo, sin embargo, durante siglos todavía en los pequeños Estados del norte de Siria y también en el interior de Anatolia. En la zona intermedia entre Asia Menor y Mesopotamia se formó un sistema de pequeños y medianos Estados que quedaron sujetos a la influencia del elemento arameo. Sobre todo, de este desmoronamiento surgió en el siglo xn con Tiglatpilesar I el Imperio Asirio Medio, que en su expansión hacia el curso superior del Eufra­ tes chocó con los frigios. Además de Asur experimentaron sobre todo un con­

Gran migración

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siderable crecimiento las ciudades-estado de los fenicios. Barcos tirios avanza­ ron en los siglos siguientes profundamente hacia el Oeste, hasta el sur de Espa­ ña, de donde llevaron a su patria el valioso estaño de Britania y la plata de España. Desde 1000 hasta 800 a. de C. ocuparon los f e n i c i o s en el Medi­ terráneo el vacío que habían dejado abierto la eliminación de la talasocracia cretense y la ruina de los aqueos. Junto a los fenicios aparecen en el Mediterrá­ neo los e t r u s c o s , cuyos barcos, aproximadamente en esta misma época, partiendo de la zona del Egeo, quizá de Misia, alcanzaron en Italia (Toscana) las costas del que después sería el país etrusco. Por sus relaciones con la cultura oriental trasplantaron al Oeste algo de la civilización oriental. Fragmentos ais­ lados de este pueblo pueden haberse quedado en el Egeo, por ejemplo en Lemnos.

H ISTORIA

DE

G R E C IA . —

3

5.

LA É PO C A DE TRA NSICIÓN (hacia 1100-800 a. d e C .)

Después de la gran Migración Egea, el m undo griego, como ya sucedió anteriormente tras la primera penetración de tribus indoeuropeas en Grecia a principios del segundo milenio, se hunde de nuevo en una oscuridad casi impe­ netrable, que ninguna noticia histórica llega a iluminar. P or esta razón quedan ocultos a la consideración histórica procesos que habrían sido de una im portan­ cia inmensa para el análisis de la form ación de los pueblos y los Estados grie­ gos a comienzos del primer milenio a. de C. No se pueden conocer más que en un bosquejo impreciso, y ciertamente sólo partiendo de los resultados de la distribución de pueblos, ni la nueva ordenación de Grecia después de la invasión de los dorios y de los griegos del noroeste, ni los procesos que condu­ jeron a la colonización de la costa occidental de Anatolia. En cuanto a la cultura material, la época de la Migración Egea marca tam ­ bién en Grecia una aguda ruptura. Alrededor de 1100 a. de C. comienza aquí la Edad de Hierro y hacia el mismo tiempo, en el siglo xi, se encuentran en Grecia, en número creciente, las primeras sepulturas de incineración, precisa­ mente en la necrópolis ateniense de Erídano, pero también, por ejemplo en Yaliso, en la isla de Rodas. Realmente no se produjo una ruptura completa con el pasado, ya que los griegos, entre ellos también los dorios, continuaron en su gran mayoría enterrando a los muertos. Merece especial atención la pre­ sencia cada vez más frecuente de armas como ajuar funerario, en oposición a la Época Micénica, en la que las arm as sólo se encontraban en las tumbas representativas de los príncipes. En tanto que en época anterior el ejercicio de las armas estuvo limitado al estrecho círculo de la nobleza guerrera, parece formarse ahora una amplia capa social de hombres libres. El acontecimiento más importante de la segunda época de transición, la c o l o n i z a c i ó n de la c o s t a o c c i d e n t a l de A s i a M e ­ n o r , está en relación con los movimientos de pueblos desencadenados tam ­

Época de transición

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bién en Grecia por la Migración Egea. Es demasiado mecánica y primitiva la opinión de que en dicha colonización se trató preferentemente de que las tribus griegas, presionadas por los inmigrantes dorios y por los griegos del noroeste, llevaran a cabo un movimiento de desviación, es decir, los aqueos del Norte (eolios) a Tesalia, los jonios al Ática y a Eubea, y no tener en cuenta también que la cronología no permite una asociación inmediata de ¡a colonización con la Migración Doria. Ciertamente los dos procesos, la Migración Doria y la colonización del oeste de Asia Menor, son en último término dos lados diferen­ tes de un solo gran fenómeno histórico, el de los movimientos a los que dio impulso la Migración Egea. Los hallazgos de cerámica micénica en suelo anatolio testimonian la existencia de ciertas relaciones comerciales entre Grecia y \a costa occidental de Asia Menor ya en el Heládico Reciente. Sin embargo, estos hallazgos difícilmente bastarían para aceptar una colonización micénica en esta época, con la única excepción de Mileto. Parece que, en tanto que el Reino Hitita se mantuvo firme, la costa occidental de Asia Menor estuvo totalmente cerrada a los griegos. Los hallazgos arqueológicos indican que la colonización jonia comenzó inmediatamente después de la Migración Doria, probablemente ya hacia 1000 a. de C. o incluso un poco antes. La ocupación de las Cíclades por los griegos precedió a la colonización, en parte fue también paralela con ella. En las expediciones a la costa de Asia Menor participaron individuos de todas las estirpes griegas. Trajeron de su tierra nativa a la nueva patria sus costumbres, sus mitos y las fiestas de las divinidades y también, a menudo, los topónimos habituales. De Norte a Sur se encuentran en la costa de Asia Menor los eolios, los jonios y los dorios, ciertamente en una sucesión de empla­ zamiento que se corresponde exactamente con la de la costa oriental de Grecia. Algunos lugares, como la Península de Mimante, la isla de Quíos, las ciudades de Focea y Esmirna estuvieron en disputa durante largo tiempo entre eolios y jonios, sin embargo, a final del siglo vm el elemento jonio, considerablemen­ te reforzado por inmigraciones desde la tierra patria, se impuso y tomó la di­ rección de las estirpes griegas en Asia Menor. Ya en el siglo vm se unieron los jonios en una anfictionía de carácter político-religioso. En la cumbre de la «Liga Jonia» estaba un jefe electo (basileús), designado por la comunidad de la Liga, que es comparable al lucumo etrusco o al tagós tesalio. El centro de la Liga Jonia era el santuario de Posidón Heliconio, en Mícale. Las comuni­ dades dorias se agrupaban en torno al santuario de Apolo Triopio, cerca de Cnido; los eolios, probablemente, en torno al santuario de Apolo en Grineon. Fracasaron todos los intentos de los griegos de continuar avanzando hacia el territorio interior. La forma en que se llevó a cabo el asentamiento en la costa de Asia Menor nos la muestra la Ilíada, en la que quizá se condensa el recuerdo de una fracasada expedición contra la Tróade (que no fue ocupada por colonos eolios antes de 700): un grupo de guerreros desembarca en la orilla de la llanura del Escamandro y, partiendo del campamento fortificado de las naves, combate en torno a la ciudad de Ilion que es defendida valientemente por

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Com ienzos de la historia griega

sus habitantes. La suerte de los vencidos es dura: la población masculina sucumbe a la espada o a la esclavitud, las mujeres se convierten en botín del vencedor. En su nueva patria, en medio de un ambiente ajeno, los colonos griegos tomaron conciencia por primera vez de su propia nacionalidad. Así, en los siglos que siguieron al cambio de milenio, en el suelo de Asia Menor, se desa­ rrollaron los primeros impulsos de un sentimiento de comunidad griega al que la / liada prestó la expresión más bella. Sin embargo, para la evolución del Estado en el pueblo griego fue aún más transcendente la polis, que se formó en un principio en territorio minorasiático, tal vez en relación con asentamien­ tos anatolios del tipo de ciudad. La insuperable oposición de los griegos frente a la población anatolia aborigen y el peligro de una destrucción repentina que amenazaba permanentemente a las nuevas fundaciones obligaron a los colonos, desde el principio mismo, a ponerse bajo la protección de murallas en asenta­ mientos fortificados. La convivencia dentro de recintos amurallados de espacio muy limitado impuso a los griegos en tierra extranjera una forma de vida muy alejada de la que llevaban en Grecia, donde predominaba el tipo de habitación en aldeas. De este modo se llegó en Asia Menor a la formación de una vida ciudadana ciertamente limitada, pero por esta razón tanto más intensa. En ella nacieron el espíritu y el pensamiento políticos, que fueron tan característi­ cos de los griegos del período histórico: el patriotismo ligado a la pequeña patria, la polis, la extraordinaria intensificación de la vida política interna de las nuevas comunidades-estados, características que, en esta forma creciente, se presentan únicas en el mundo antiguo. Entre los lados sombríos condiciona­ dos por el desarrollo en territorio colonial, hay que destacar particularmente el desinterés de los griegos por el concepto de poder político. Por el hecho de dirigir la mirada exclusivamente a su propia comunidad, fueron perdiendo los griegos poco a poco la medida para la relación con las estructuras de Esta­ do articuladas de modo diferente, sobre todo quedó totalmente cerrada para ellos la comprensión de la importancia de los grandes territorios como funda­ mento de una expansión política. En el caso de la evolución en Asia Menor, especialmente en Jonia, se trata de un fenómeno particular que hay que expli­ car a partir de condiciones especiales tanto geográficas como políticas. Esta evolución en Asia Menor precede a la del territorio patrio de modo considera­ ble, probablemente en varios siglos. Así, pues, es muy presumible que Grecia haya recibido del territorio colonial impulsos decisivos no sólo en la vida cultu­ ral sino también en la vida del Estado. L a c u l t u r a d e l a é p o c a d e t r a n s i c i ó n g r i e g a des­ de 1100 a 800 a. de C. ofrece un doble aspecto original. Las grandes conmocio­ nes de la Migración Egea tuvieron como consecuencia en Grecia un considera­ ble empobrecimiento material, la civilización griega sufrió un retroceso de varios siglos. Especialmente característica fue la fragmentación de la koiné mi­ cénica en el campo del arte en numerosas zonas, que empezaron a desarrollar

Época de transición

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todas una vida propia digna de observación, peculiar paralelo en el ámbito de la vida política con la evolución en Grecia y en el territorio colonial de Asia Menor occidental. La transición del estilo submicénico al protogeométrico y, desde 900 a. de C., al geométrico marca un cambio fundamental no sólo del gusto artístico, sino también de la posición del hom bre griego frente a su entorno. El círculo y la línea celebran ahora su triunfo, y la imagen del hombre se sublima, por así decirlo, en una abstracción en figuras largas y angulosas. Se trata de una época dura que se refleja en el arte; sus temas fundamentales son el combate y la guerra, el arte aparece aquí como la genuina expresión de un presente lleno de inquietud. Las primeras grandes creaciones del espíritu griego, esto es, la invención de la escritura alfabética y la formación de la epopeya homérica se encuentran sólo en aparente contraposición con el empobrecimiento material de la cultura de la época de transición. El hom bre es consciente de su fuerza y de su capaci­ dad espiritual en todas las épocas, sobre todo en las que no están bendecidas con la abundancia material. Precisamente en los períodos de decadencia puede el espíritu humano crear obras que sólo generaciones posteriores saben valorar plenamente. Con la caída de las culturas minoica y micénica se convirtieron los fenicios en los dominadores del Mediterráneo oriental (v. pág. 33). En los poemas ho­ méricos, son sagaces comerciantes, audaces navegantes y astutos piratas. Sus mercancías son extraordinariamente estimadas; la procedencia fenicia («sidonia») es equivalente de calidad extraordinaria, ciertamente, sobre todo, en ob­ jetos de metal y en las polícromas telas «sidonias». De hecho, la artesanía fenicia consiguió resultados excelentes en la imitación del arte asirio, egipcio e hitita, y modernos hallazgos de magníficas copas de oro con vivas representa­ ciones de animales hacen que resulte recomendable la revisión del juicio sobre una supuesta dependencia del peculiar arte fenicio. Están manifiestas en el arte geométrico tardío griego (siglo vm ) las innegables influencias fenicias; además de numerosos préstamos fenicios en el vocabulario griego, la aparición en el Egeo de divinidades semíticas, especialmente fenicias —los Cabiros en Samotracia y el muy discutido Melicertes en el Istmo, difícilmente separable de Melkart— testimonia las múltiples relaciones del m undo egeo con los fenicios. De los estrechos contactos de griegos y fenicios se originó la a d o p c i ó n d e l a e s c r i t u r a c o n s o n á n t i c a f e n i c i a por parte de los griegos. Este acontecimiento, que hace época en la historia de toda la cultura de Occidente se produjo, según parece, en el siglo ix, lo más tarde en el siglo x, a. de C., y quizá en territorio de Asia Menor. Por lo demás, en el campo de la escritura, los fenicios no fueron de ningún modo los creadores originales que los griegos creyeron y también creyó durante mucho tiempo la ciencia m o­ derna. Las relaciones ininterrumpidas con la cultura egipcia (ténganse en cuen­ ta los hallazgos de Biblos) desde los días del Imperio Antiguo han transmitido también a fenicios y sirios impulsos decisivos para la formación de la escritura.

C om ienzos de la historia griega

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Así, el alfabeto de Ras Sham ra (norte de Siria) del siglo xm o xiv a. de C., que sobre la base de elementos de escritura fonética representa ya u na evolucio­ nada escritura alfabética en caracteres cuneiformes, es invención de una sola cabeza clara en una zona en la que se cruzan las diferentes influencias de Egip­ to, de M esopotam ia, de Asia M enor y del Egeo. Hallazgos e investigaciones recientes han dem ostrado que la escritura minoica fue usada en Grecia en la época micénica. Sin em bargo no abarcó en ningún m odo amplios círculos, sino que fue la «escritura secreta» para los pocos que estaban en condiciones de aprenderla. ¡Cuán distinta la escritura que los grie­ gos to m aro n de los fenicios! El alfabeto griego surgió en la cabeza de u na sola personalidad genial que, familiarizada con las particularidades del fenicio, satisfizo de m odo extraordi­ nario las peculiaridades de la lengua griega; este hom bre desarrolló, p a r­ tiendo de la escritura consonántica fenicia, una escritura fonética completa — ¡la prim era escritura fonética pura en la historia de la civilización hum ana! De las veintidós consonantes del alfabeto fenicio, utilizando el principio «acrofónico», cuatro caracteres, aleph, he, iod y ayin fueron utilizados para la indicación de las vocales griegas A, E, I, O; para la representación de la U se utilizó la wau del semítico del Norte. Invención añ ad ida fue la V (F)En el uso de las sibilantes, para las que se disponía en semítico de no menos de cuatro sonidos, así com o en el de las letras com plem entarias (H, , X, ¥ ) presentaban ya los más antiguos alfabetos griegos fuertes diferencias de unos a otros, que reflejaban las particulares evoluciones locales. El alfabeto local de Creta y de las Cíclades del sur (llamado alfabeto «verde») es el más próxi­ mo al alfabeto primitivo; en él faltan las letras com plem entarias. De todos los alfabetos griegos adquirió la m ayor transcendencia el de Calcis, en Eubea. P or medio de la colonia calcidia de K ym e (C um ae) en el sur de Italia, el alfabe­ to de Calcis se convirtió en m atriz de todos los sistemas itálicos y también del alfabeto etrusco. C om o m uestran los fragm entos de cerám ica de H im eto, en el Ática y los óstraka corintios, el arte de la escritura se había extendido en Grecia ya en el siglo vin a. de C. Las listas de vencedores, las firmas de los artistas y los nom bres de personas em pezaron a registrarse en esta época. C iertam ente la escritura griega, a consecuencia de su fácil aprendizaje, fue desde el principio posesión de todo el pueblo o, al menos, de una am plia capa de personas ins­ tru id a s — en o p o s ic ió n a los s iste m a s d e e s c r itu r a del a n tig u o O riente q u e n o fueron accesibles más que a una clase num éricam ente m uy reducida, los sacer­ dotes y los escribas profesionales. Esto tuvo u na im portancia fundam ental para la evolución de la vida intelectual griega: ni la tradición ni los intereses particu­ lares de una clase social determ inada pudieron influir en el desarrollo espiritual del pueblo helénico o ponerle cadenas.

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Grecia y Persia hasta la B atalla de M a ra tó n

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n ordeste del Agrielici y se q u e d a ro n allí d u ra n te to d o el d ía frente a los persas, que con la conciencia de su su p e rio rid a d ofrecían b a ta lla rep e tid a m en te. Fue M ilcíades, u n o de los diez estrategos, el que persu ad ió al p o le m a rc o C alim aco a que a c e p ta ra la b a ta lla . El cu rso de la m ism a es d iscu tido, incluso los p ro b le ­ m as to p o g rá fic o s p la n te a n algu nas dificultades. Es, sin em b a rg o , seguro que se tra tó de un e n cu e n tro en fo rm a c ió n de c o m b a te , no de u n a lucha en retirad a de los persas. T o d a s las p ro b ab ilid a d e s h a b la n en fav o r de que los atacantes fueron los persas, no los griegos (co n tra lo q ue dice H e ró d o to ). U n a vez que se h a b ía decidido hacer frente al a ta q u e persa, la fo rm a c ió n de h o p lita s a te ­ nienses atrav esó el últim o tr a m o « a la c a rre ra » p a ra p a sa r entre la g ran iz ad a de las flechas persas. E n ta n to q u e el cen tro de los griegos tu v o que ceder ante las tro p a s escogidas persas, sus alas re fo rz a d a s d e s b a ra ta ro n al enem igo y c o n s u m a ro n la victoria con un m o v im ien to de conversión hacia el interior. N o se llegó a un c o m p leto a p ro v e c h a m ie n to de la victoria p o rq u e los hoplitas a rm a d o s p e sa d a m e n te e sta b a n m u y a g o ta d o s. Los persas, que o freciero n p r o ­ lo n g ad a resistencia en un a rro y o (el C a ra d ra ) y ju n to a los b a rc o s, pu d iero n ree m b arc ar la m a y o r p a rte de su tro p a . T u v o que re n u n c ia r D atis al intento de a p o d e ra rse de A te n as en un golpe de m a n o d a n d o la vuelta al cabo de S union, p o rq u e el ejército ático victorioso se h a b ía a p re su ra d o en m a rc h a s f o r ­ zadas h acia el Sur p a ra p roteg er la ciu d ad y h a b ía a c a m p a d o en el gim nasio de C inosarges. A u n q u e la b a ta lla de M a r a tó n (septiem bre de 490) no p r o d u jo la decisión final en la lucha entre persas y griegos, tu v o , sin e m b a rg o , la m á x im a trasce n ­ dencia: fue la victoria de la m e jo r calidad de las a rm a s atenienses y de la su p e­ rior táctica griega. N o cabe so b re estim ar el im pulso m o ral que los griegos, no sólo los atenienses, recibieron p o r la victoria. M a r a tó n está in se p a ra b le m e n ­ te unido al n o m b re de M ilcíades; él es el p rim e r general d estacad o de O cciden­ te. Él p ro v o c ó el p sé p h ism a decisivo y p e rsu ad ió a C alim aco a a c e p ta r el c o m ­ bate. L a gloria de la b a ta lla g a n a d a tiene q u e c o m p a rtirla M ilcíades con el polem arco C a lim ac o , qu e e n c o n tró la m u erte en el c a m p o de b a ta lla . El n o m ­ bre de C alim aco cayó in ju s ta m e n te en el olvido; sólo la e statu a de la victoria, con la inscripción que sus allegados d e d ic aro n a la m e m o ria de C a lim ac o , co lo ­ có en la v e rd a d e ra luz su p a rte en la victoria.

3.

C O N S T R U C C I Ó N D E L A E S C U A D R A P O R T E M ÍS T O C L E S Y L O S P R E P A R A T IV O S M IL IT A R E S P E R S A S

La victoria de M a r a tó n fue el an te ce d en te p a ra la expedición de Milcíades con la e scu ad ra c o n tra las Cíclades occidentales (p rim a v era de 489). La em pre­ sa, tras algunos éxitos iniciales, frac asó an te las m u ralla s de P a ro s y tuvo que ser a b a n d o n a d a . M ilcíades, llevado a juicio en A tenas b a jo la acusación de h a b er « e n g a ñ a d o » al p u eblo , fue c o n d e n a d o a u n a e n o rm e m u lta . Su muerte dejó la vía libre a sus adversarios. T ras la d e sap arición de M ilcíades, llegó en A tenas su m o m e n to a una serie de dirigentes del círculo de los p a rtid a rio s de los tira n o s y del de los Alcm eóni­ das. P o r p rim e ra vez se hizo uso del ostracism o , cre ad o dos decenios antes p o r Clístenes. E n p rim e r lugar alcanzó la suerte del destierro a H ip a rc o , hijo de C a rm o (487), después al a lc m e ó n id a Megacles (486) y a su c u ñ a d o Jantipo (484). E n el a ñ o 482 tu v o que alejarse tam b ién A ristides. E stos ostracismos no carecen de cierta sistem ática, p ro b ab le m e n te, al m enos de u n a p arte de ellos, fue Tem ístocles la fu erz a im p u lso ra . P u d o ta m b ié n h a b e r a p a d r in a d o el licómida la im p o rtan te r e f o r m a d e l a C o n s t i t u c i ó n del añ o 487/486; ésta significó, a u n q u e to d o s los detalles aislados p erm a n ec en oscu ros, un paso adelante p a ra el d esarrollo de la d e m o c ra c ia plena. El a rc o n ta d o d ejó de ser u n a m a g istra tu ra electiva. Los nueve arco n tes, p a ra los que a h o ra se tenía en cu en ta a los pertenecientes a la se g u n d a clase censatoria, los caballeros, serían designados en adelan te p o r un p ro ce d im ie n to c o m b in a d o de preelección y sor­ teo, de m a n e ra que los d e m o s del ática eligieran p rev ia m e n te c incuenta candi­ d a to s por trib u , de cuyo n ú m e ro el sorteo d e te rm in a ría los nueve arcontes. El a rc o n ta d o p erd ió su im p o rta n c ia p re d o m in a n te ; o c u p ó su puesto el Colegio de E strateg os, que, c o m o antes, siguió siendo u n a m a g is tra tu ra electiva. El p o le m a rc o , que en M a r a tó n h a b ía sido el jefe su p re m o de to d as las tropas áticas, perdió a h o ra su im p o rta n c ia , m ie n tra s que los estrategos to m aro n a su cargo enseguida un nú m ero de funciones adm inistrativas y técnico-económicas

Construcción de la escuadra p o r Temístocles

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y ascendieron paulatinam ente hasta ser los máximos representantes del Estado ático. La afirmación de que se haya creado el cargo de «estratego jefe» no encuentra apoyo alguno en las fuentes. El destierro de sus enemigos políticos despejó los últimos impedimentos pa­ ra los planes de Temístocles sobre la escuadra. Le dio impulso el conflicto crónico entre Atenas y Egina, isla que se encontraba en la cumbre de su pode­ río; el conflicto estalló de nuevo en 488/487 y terminó con una profunda humi­ llación para Atenas. A los motivos políticos se añadieron también los económi­ cos, en especial la protección de los barcos de cereales pudo hasta cierto grado haber contribuido al plan de construir una marina de guerra. La noticia de los importantes preparativos persas y de la construcción del Canal de Atos en la Calcídica eliminó las últimas resistencias en Atenas. Con la c o n s t r u c ­ c i ó n d e l a e s c u a d r a se encontraba en inseparable relación una p ro­ funda transform ación política del Estado ateniense. P ara equipar los nuevos barcos hubo que recurrir a la amplia capa social de la cuarta clase, los thetos\ también ellos tenían que prestar ahora su contribución completa al .servicio de las arm as. No asustaba a Temístocles y a sus amigos el reconocimiento de que en adelante no se podría negar ya m ucho tiempo los plenos derechos ciudadanos a los thetos. Había que reservar para el tiempo posterior a la lucha que se esperaba la solución de los problemas de política interior. P ara financiar el program a de construcción, que comenzó en el año 482, se recurrió, a p ro ­ puesta de Temístocles, al producto de las minas de plata del Estado en Laurion, que, precisamente, por el descubrimiento de un nuevo filón había aum en­ tado considerablemente. Del equipamiento de los barcos de guerra tenían que responder con contribución personal los ciudadanos atenienses más ricos (siste­ ma de la trierarquíá). Según el juicio de E duard Meyer, la construcción de la escuadra duplicó ampliam ente el poder militar de Atenas en pocos años, aunque no se alcanzó el núm ero previsto de doscientas trieres. Atenas se con­ virtió en la primera potencia naval de Grecia, con lo que dejó atrás a sus rivales, incluso Corinto y Egina. Solamente en otra ocasión ofrece la historia de la Antigüedad una empresa que pueda ser com parada con la de la construc­ ción de una escuadra en menos de dos años realizada por Temístocles, com para­ ción que incluye tam bién su importancia histórica general: se trata del naci­ miento de la potencia naval rom ana en los años iniciales de la Prim era Guerra Púnica. Con la escuadra ateniense, un elemento equivalente de poder entró en competencia con el ejército de hoplitas de la Liga Peloponesia, cuyo núcleo estaba form ado por los lacedemonios; con ello se había constituido el dualismo de Esparta y Atenas, aun antes de haber empezado la gran guerra persa. Los p r e p a r a t i v o s p e r s a s se retrasaron por el estallido de agi­ taciones internas. En el año 486/485, por tanto sólo siete años después de la represión de la sublevación jonia, se levantaron los egipcios contra el dominio persa. Esto es tanto m ás digno de atención cuanto precisamente los egipcios —que nosotros sepam os— tenían poca razón para quejarse del dominio de

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É p o ca de la p o lis griega

los A quem énidas. A p ro x im ad a m e n te d u ran te dos años se m an tu v o indepen­ diente el país del Nilo, hasta que (en el año 484) fue som etido de nuevo por Jerjes, sucesor de D arío I, m u erto en 486. Jerjes anuló de u n a vez p o r todas la situación especial de Egipto. El país, h asta entonces vinculado en unión per­ sonal a la c o ro n a persa, fue reb a jad o a h o ra al grado de las restantes satrapías y perdió sus privilegios. Casi al m ism o tiem po que los egipcios se agitaron tam bién los babilonios; dataciones en escritura cuneiform e citan nom bres de usurpadores nativos. L a respuesta de Jerjes fue la supresión del reino especial de Babilonia. C o n to d o , este hecho debe colocarse no antes de 479 ó 478, en una fecha p o s t e r i o r a la expedición co n tra Grecia, después de que los babilonios se h ubieran levantado por segunda vez. Los preparativos que Jerjes h a b ía dispuesto desde el añ o 483 p a ra la expedi­ ción c o n tra Grecia, d e ja b an en la so m b ra p o r su en vergadura a to d o lo prece­ dente. P resen tan una im agen im ponente del poder y de la organización del Im perio A qu em én id a, que entonces se e n c o n tra b a en el m o m e n to más alto de su capacidad de realización. M odernas excavaciones han c o m p ro b a d o los vesti­ gios del C anal de A tos. P a ra asegurar el abastecim iento del ejército se estable­ cieron num erosos alm acenes en M acedo nia y en Tracia. Se dio especial impor­ tancia a la estrecha colabo ració n entre el ejército de tierra y la escuadra; en tod o el Im perio se realizaron levas. No era u n a guerra de fronteras la que Jerjes quería llevar a cabo, sino que proyectó u n a guerra de conquista de gran estilo. No es posible que con ello haya m irad o solam ente a la pequeña Grecia. P o r el c o n tra rio , es p ro bable que la sum isión de G recia fuera sólo la primera etapa en el cam ino p a ra la incorpo ración al dom inio persa de to d o el sudeste europeo. Jerjes quería com pletar lo que h a b ía n p re p a ra d o la c a m p a ñ a de Darío I c o n tra los escitas y la expedición de M a rd o n io .

4.

L A C A M P A Ñ A D E JE R JE S C O N T R A G R E C IA (4 8 0 a . d e C .)

E n lo esencial, los p re p a r a tiv o s p e rsas e s ta b a n t e r m in a d o s en el o t o ñ o de 481. De to d a s las p o te n c ia s del á m b ito del m u n d o g rieg o , a p a r te de la L iga P e lo p o n e s ia d irig id a p o r E s p a r t a , el rein o s ira c u s a n o de G e ló n e ra el ú n ico que p o d ía ser p e lig ro so p a r a los p lan e s p e rsa s si e c h a b a en la b a la n z a su p o d e r en fa v o r de los griegos de la tie r ra p a tr ia . Del re c o n o c im ie n to de este h e ch o se p r o d u jo la c o n c lu s ió n de u n a a lia n z a de p e rs a s y c a rta g in e s e s , de c u y a h is to ­ ricidad n o d e b e ría d u d a rs e . A sí, el p la n de g u e rr a de Je rje s a b a r c a b a casi to d o el M a r M e d ite r r á n e o . E r a el re s u lta d o de u n a p o lític a de p re v isió n , q u e c a lc u la ­ b a las fu e rz a s del e n e m ig o , lle v ad a a c a b o p o r el rey a q u e m é n id a . A c o n s e ja d o po r los n o b le s p e rsas y p o r los e m ig ra n te s griego s c a p tó r á p id a m e n te las p o s ib i­ lidades q u e le o fre c ía la situ a c ió n g en eral. Si Je rje s h u b ie r a te n id o su erte, se h a b ría a s e g u r a d o el d o m in io de t o d o el te r r ito r io h a b it a d o p o r griegos en el M a r M e d ite r r á n e o . A c o m ie n z o s de j u n i o de 480 c r u z a r o n las m a sa s del e jé rcito p e rs a el Helesp o n to e n tre A b id o y Sestos p o r d o s p u e n te s de b a rc o s, o b r a del griego H á rp a lo ; desde a q u í a lc a n z a ro n p o r las ru tas de la co sta la z o n a de T e rm a s en M a ce d o n ia. P re c e d ía n al e jé rc ito p e rs a h e ra ld o s q u e d e b ía n e x h o r ta r a los griegos a som eterse. F re n te a la in m in e n te in v a s ió n p e rs a re in a b a en G re c ia u n e sta d o de á n im o e x tr a o r d in a r ia m e n t e a b a t id o , q u e fue a u m e n ta d o a ú n m á s p o r la voz del O r á c u lo de D e lfo s, q u e p r o f e t i z a b a la d e s tru c c ió n y el a n iq u ila m ie n to . P ero la id ea de c ed e r n o fue c o n s id e r a d a p o r los d o s E s ta d o s q u e e s ta b a n a la c ab eza de G re cia; E s p a r t a y A te n a s . E s ta a c titu d d e te r m in ó a t o m a r p a rte en la lu ch a d e fe n siv a a u n a serie d e E s ta d o s griegos. P e r o a lg u n o s se m a n tu v ie ­ ron al m a r g e n , de m o d o especial p e rm a n e c ió n e u tra l A rg o s ; la a c titu d de C o rcira fue a m b ig u a , en t a n t o q u e el t ir a n o de Sicilia, G e ló n , h izo d e p e n d e r su a y u d a de c o n d ic io n e s q u e los g riegos de la m a d r e p a tr ia n o e s ta b a n en c o n d i­ ciones de cum plir. E n Tesalia y Beocia d o m in a b a u n estado de á n im o a b ie rta m e n ­

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te prom edo; P índaro , a la vista de la m ayor guerra de la historia griega, ensal­ zaba la bendición de la paz. En un congreso de los E stados griegos que se h a bían decidido por la defensa ante los persas y que se habían unido en una confederación, se había proclam ado ya en el o toñ o de 481 u na paz general en el territorio de Grecia. T odas las controversias debían cesar, todos los desterrados tenían que repa­ triarse en sus com unidades. Aquellos de entre los griegos que simpatizaban con los persas fueron am enazados con la aniquilación, el décimo de sus bienes qued ab a a disposición de A polo délfico. P o r prim era vez en la historia griega se creó entonces u n a alianza m ilitar griega (sim m aquia), que consideraba tarea propia agrup ar todas las fuerzas antipersas del territorio patrio. Fue el gran peligro de la época el que hizo a los griegos olvidar lo que los separaba y fijar su atención en lo que los unía: el origen y la nacionalidad comunes. El plan de guerra fue establecido por Temístocles, en colaboración con los éforos de E sparta. La decisión debía producirse en el m ar; la esperanza de los griegos era la reciente escuadra ateniense. Nadie se atrevía a contar con una victoria decisiva en tierra sobre las m asas del ejército persa. L a misión del ejército griego tenía que ser la de retard ar, en cooperación con las fuerzas navales propias, el avance del ejército persa en Grecia, hasta que tuviera oca­ sión la escuadra griega de d e rro ta r de fo rm a decisiva a la persa, en un lugar que le fuera favorable. Ya en las prim eras m edidas de los griegos se manifestó la idea estratégica fun dam ental. Los griegos tra z a ro n 'a l principio u n a primera línea de defensa m uy avanzada en el valle de Tem pe, al sur del Olim po. Como este p un to podía ser envuelto con facilidad desde el Oeste, hubo que renunciar pronto a él, quizá tam bién se hizo en consideración a la actitud insegura de los tesalios, que más tarde se p a saro n abiertam ente a los persas. En cambio, la p o s i c i ó n d e l a s T e r m o p i l a s ofrecía las ventajas que los grie­ gos necesitaban frente a la superioridad persa: los pasos estrechos impedían el despliegue del gran ejército persa, y la escasa a n ch u ra del E strecho del Euripo hacía imposible u n a d erro ta de la escuadra griega que o p e ra b a conjunta­ mente. Si se llegaba a detener en las Term opilas el avance del ejército persa po r un tiem po lim itado, quizá entre tan to pudiera la escuadra griega forzar una batalla decisiva, si las condiciones eran favorables. La fuerza de combate, que bajo el m an do de Leónidas, rey de E sp arta, o c u p ab a la b a rrera de las Term opilas, estaba fo rm a d a p o r cuatro mil peloponesios (de ellos trescientos espartiatas), por setecientos tespios, p or destacam entos de focidios y de locrios opuntios; tam bién pertenecían a él cuatrocientos tebanos, que estaban de cora­ zón del lado m edo —en total un cuerpo de unos siete mil hom bres que, con todo , tenía que ser suficiente p a ra realizar u n a misión tem poralm en te limitada. La escuadra griega con un total de 270 barcos to m ó posición en el extremo noroeste de E ubea, en el C abo de Céfale. Debía aniquilar a la fuerza naval persa en el estrecho entre la isla de E ubea y el continente y obligar de este modo

C a m p a ñ a d e Jerjes co n tra G recia

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al ejército de Jerjes a la retirad a . E n la n avegación hacia el Sur, en el extrem o sudeste de la P e n ín su la de M a g n esia Gu n t o al C a b o de Sepias), tu v ie ro n que lam en ta r los persas n otab les p é rd id a s a c a u sa de u n a te m p esta d : p e rd ie ro n 400 barcos qu e e sta b a n an clad o s en la e sc a rp a d a costa. H e r ó d o to (V III, 15) refiere q u e las bata lla s de las T e rm o p ila s y de A rtem ision h a b ría n tenido lugar en los m ism o s días — en pleno verano de 480— , refe­ rencia qu e se h a c o m p r o b a d o c o m o a tin a d a p o r la investigación de A. K óster. Al q u in to día de su llegada a las T e rm o p ila s c o m e n z a ro n los persas su a ta q u e fro n tal c o n tra la posición c erro jo griega. E ste día em pezó la b a ta lla naval en A rtem isio n. Los griegos h a b ía n t o m a d o posición en el central de los tres « p a ­ sos» (an g o stu ra s) situ ad o s u n o tras de o tro . D u ra n te dos días se m a n tu v o el asalto de los persas sin éxito a lg u n o . Al tercer día, fo rm ac io n e s persas a las órdenes de H id a rn e s, con la a y u d a de guías c o n o ced o res del lu g ar, ro d e a ro n la posición p o r el S ur y a p a re c ie ro n a las espaldas de L eó n id as, tras haber so rp re n d id o al d e scu id a d o d e sta c a m e n to de focidios, a p o s ta d o p a r a g u a rd a r el sendero p o r el q ue se p r o d u jo el env olv im iento. A pesar de ver ro d e a d a su posición, tu v o L eó n id as que in te n ta r d eten er a los persas p o r lo m en o s h a sta que el ú ltim o b a rc o de g u e rra h u b ie ra p a s a d o la p u n ta occidental de E u b ea con dirección al Sur p o r u n canal q u e en p a rte s ten ía sólo 15 m e tro s de ancho y era fácil de cerrar; de no h a ce rlo así, la valiosa e sc u a d ra griega se h a b ría perdido, la g u e rra h a b ría q u e d a d o decid ida. A pesar de to d o lo que se ha o b je ta d o c o n tra su táctica, L eó n id as cu m p lió e je m p la rm e n te la m isión que se le h a b ía a sig n ad o . El rey e s p a rta n o dio la re tira d a libre a u n a p a rte c o n sid era ­ ble del c o nting en te; se q u e d ó c o n 700 tespios y 300 e sp artiatas. A c o rra la d o s en u n a colina, e n c o n tr a r o n la m u e rte h a sta el últim o h o m b re . El sacrificio no fue en v a n o ; la acción de L eó n id as dio a los griegos, en su lu ch a p o r la libertad, u n ejem plo brillan te del c u m p lim ien to del deber. E n el decisivo tercer día, el m a n d o de la escu a d ra p ersa — q u e en tre ta n to había sab id o con certeza la p é rd id a de la flotilla d e sta c a d a p o r la p a rte oriental de E u b e a , en dirección al Sur, p a r a ro d e a r a los griegos— , con un violentísim o ataq u e de frente, in te n tó fo rz a r la p e n e tra c ió n en dirección del E u r ip o , a tr a ­ vés de la b a rre ra de los b arco s griegos q u e se a p o y a b a n en E u b e a y en la pequ eña isla de A rgiro n esi. C o n graves p é rd id a s resistieron los griegos la e n o r­ me presión h a sta que la no ticia de la caíd a de las T e rm o p ila s hizo v a ria r f u n d a ­ m en talm en te la situ ació n estratég ica general. L a e sc u a d ra griega se separó del enemigo al día siguiente y se re tiró , sin que éste se d iera c u en ta, a través del E u ripo al G o lfo S a ró n ico . A pesar de las sensibles p é rd id a s, p u d ie ro n los p e r­ sas a p u n ta rs e c o m o u n éxito estratég ico la d oble b a ta lla de las T e rm o p ila s y de A rtem isio n ; se h a b ía co n seg u id o el o b jetiv o o p e ra tiv o , la a p e r tu r a del paso a la G recia central. Los griegos c o n sid e ra ro n A rte m isio n al m en o s co m o un éxito táctico. Sin e m b a rg o , en c o nexión co n las T erm o p ila s, el e n c u e n tro en el m ar fue in d u d a b le m e n te u n a d e rro ta . E sto tu v o u n a im p o rta n c ia decisiva en las o p eraciones p o steriores.

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Tras la caída de las T erm opilas to d a la Grecia central quedó abierta a los persas, cuyo avance era señalado por ciudades y aldeas en llamas. Fue respeta­ da Tebas que había luchado p o r la causa de la libertad con pocos ánimos. P o r su ab ierta adhesión a los m edos pud o Delfos salvar los tesoros del santua­ rio. Los habitantes del Á tica tuvieron que ser evacuados, sólo en la Acrópolis de A tenas quedó u n a débil guarnición que fue som etida p or los persas tras un asedio regular y la ciudad fue m etódicam ente devastada. M ientras aún se tra b a ja b a febrilmente en la fortificación del Istm o, la últi­ m a posición defensiva de Grecia, se concentró la escuadra griega en el Estrecho de Salam ina bajo el m a n d o del e spartan o E uribíades. E n total eran algo más de trescientos barcos; el m ayor contingente con m ucho lo había enviado Ate­ nas, superan do a C o rin to y Egina. P a ra la elección del lugar de la batalla fue decisiva la opin ión de Temístocles; sólo él había discrepado de la idea de com batir p o r tierra, en tan to que, prim ero entre los griegos, defendió la auto­ nom ía de la escuadra y que la guerra se decidiera en el m ar. El propósito de d e rro ta r a los persas allí dond e Temístocles deseaba lo m anifiesta su mensa­ je secreto a Jerjes, cuya autenticidad no debiera ponerse en d uda, puesto que está atestiguada por Ésquilo en los Persas, tragedia representada sólo ocho años después de la B atalla de Salam ina: Jerjes debía aprov ech ar enseguida la ocasión, pues los griegos habían to m a d o la decisión de huir. La batalla decisiva se p ro d u jo , pues, en el lugar más angosto del Es­ trecho de Salam ina, en las aguas entre el m o n te Egáleon, la isla de Psitalía (Lipsocutala) y la Península de C inosura que avanza en p u n ta hacia el Este, es decir, exactam ente en el lugar en que Temístocles quería tener a los persas. La posición persa en la Batalla naval de Salam ina m uestra ciertas semejan­ zas con la táctica em pleada en la Batalla de A rtem ision. N uevam ente fue desta­ cada u na flotilla p a ra la m a n io b ra de envolvim iento, debía navegar hacia el Sur ro d ean d o la isla de Salam ina y cerrar el estrecho espacio entre la isla y el territorio de la M egárida, de m an e ra que la escuadra griega q u e d ara apresa­ da com o en un saco. A dem ás la isla de P sitalía (Lipsocutala) fue ocupada por un cuerpo de desem barco que debía apresar los restos de los barcos grie­ gos. La escuadra persa com batía d an d o su frente al Sur, con las alturas del Egáleon a la espalda, desde donde Jerjes c o ntem p lab a el grandioso espectáculo a sus pies. El ala derecha persa estaba m ás bien cerca de H agios Georgios que de H eracleon (hoy P eram a), situado en el lugar m ás angosto del estrecho (contra lo que opina J. Keil). J u n to a H agios Georgios com batían los fenicios; el contingente jon io que se ap o y ab a en Psitalía o c u p ab a el ala izquierda persa. Los griegos fo rm a b a n con su frente hacia el Norte; en el ala derecha estaban los egínetas, en la izquierda los atenienses. El curso de la batalla decisiva pre­ senta to davía algún problem a; en to d o caso puede darse por seguro que el desenlace se p ro d u jo p o r un ataq u e lateral p o r sorpresa de los atenienses desde el Oeste (quizá ro d ea n d o la isla de H agios Georgios), operación que redujo

Cam pur, ci de Jerjes contra G reda

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aún m ás el espacio ya antes m uy estrecho en que estaban las naves persas, y les entorpeció su capacidad de m aniobra. Sin em bargo, ofrecieron los persas una enérgica resistencia. Su destacam ento en la isla de Psitalía fue aniquilado por h oplitas y arq u ero s áticos a las órdenes de Aristides. T ras una lucha de doce horas term inó la batalla con una com pleta victoria griega. Los barcos persas que se libraron de la destrucción se retiraron a la rada de Palero. T am ­ poco h abía que pensar m ás en una continuación de las operaciones persas por tierra. Sin ni siquiera haber intentado un a ta q u e a la posición del Istmo, retiró Jerjes el ejército ¿ Atenas. Si uno se pregunta las causas p ro fu n d as de la d e n o ta persa, no se puede pasar por alto que los barcos de los persas eran de m ejor navegabilidad y mayor capacidad de m aniobra que los griegos. Además contab an los m arinos fenicios y los jonios con un m ejo r conocim iento del m ar que ios griegos de la m adre patria, lo q u e les confería un p ro n u n cia d o sentimiento de superiori­ dad frente a sus enemigos. P o r o tr a parte, la escuadra persa fue a fectad a grave­ mente por la iorm em a de tres días en el C a b o de Sepias, antes de la Batalla de Artem ision; las deficiencias náuticas, la escasa familiaridad con los mares griegos, la incapacidad de los alm irantes procedentes de la alta nobleza persa, la esclava dependencia a la dirección de la g u erra por tierra son factores todos ellos que explican la severa d e rro ta . A dem ás, en Salam ina luchaban los griegos por la patria y po _ la libertad, a ios persas, en caso favorable, les esperaba solam ente una recompensa de m anos del G ran Rey. El elemento irracional se ha m anifestado como el decisivo; gracias a la estrategia genial de Temístocles, este elem ento irracional consiguió ia victoria sobre la superioridad numérica y la m ayor experiencia. La Batalla de Salamina (fin de septiem bre de 480) decidió la c a m p añ a del año. La m archa victoriosa de Jerjes desde el m o nte O lim po hasta el Istmo d e C orinto fue detenida, l o s griegos no e stab a n , sin em bargo, en condiciones de a p rov echar estratégicamente la victoria conseguida. Así, fue rechazada por los peloponesios la p ropu esta de Temístocles de ilevar a cabo un avance de la escuadra con tra el H clcsponio. Se m antenía firme la am enaza a Grecia del grueso del ejercito persa que b a jo el m and o de M ardonio invernaba en Tesalia. El G ran Rey se dirigió a Sardes para estar cerca cuar.do com enzara la nueva cam paña en Grecia, proyectada para la prim avera siguiente. Es difícil q u e en la decisión de Jerjes de a b a n d o n a r el territorio griego haya influido el discutido consejo de Temístocles, pues probablem ente esie segundo m ensaje del ateniense es un doblete no histórico del p rim ero enviado antes de la Batalla de Salamina. F.i efecto p rofu ndo de la d e rro ta persa se refleja en los levantam ientos que estallaron en la Calcídica y tam bién en el c o razó n del Imperio Persa, en Babilo­ nia. M ientras Olinto fu e som etida peu m o , P utid ca se m antuvo; sus ciudadanos aparecen p o r ello con pleno derecho en la co lu m n a de Delfos entre los c o m b a ­ tientes en la guerra por la libertad. Ln Babilonia destruyeron los persas el m a g ­ nífico tem plo de Bèl-Marduk y suprim ieron el Reino Je Babel. E sta subleva­

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ción b a b ilo n ia del a ñ o 479 es la q u e fru s tró que Jerjes t o m a r a de nuevo el m a n d o de la c a m p a ñ a y el envío de n u e v as tro p a s a G recia. Las o p eracio n es de los griegos después de la B atalla de S a la m in a no tuvie­ ro n p rá c tic a m e n te im p o rta n c ia . Se exigió el p a g o de c o n trib u c io n e s a las Cíclades p a ra castigar su a c titu d p ro m e d a . N o se llevó a efecto el av an ce p o r tierra p ro p u e s to p o r el e s p a rta n o C le ó m b ro to m ás allá del Istm o hacia la G recia cen­ tral. Si éste f ra c a s a b a se p o n ía en peligro to d o lo h a s ta entonces conseguido. E r a p referible m a n te n e r in ta c to el ejército griego, pues la b a ta lla decisiva por tie rra era inm inen te.

5.

LAS V IC T O R IA S D E LO S G R IE G O S E N P L A T E A Y M ÍC A L E (479 a . d e C .)

D u ra n te la estancia de Tem ístocles en E s p a rta en el invierno de 480/479 se estableció el plan general de g u e rra de los aliados. De nuevo se to m a ro n medidas a medias; el rey e sp a rta n o L eotíquidas realizó u n a dem ostración con la escuadra p a ra protección de las Cíclades q ue resultó c om pletam ente in fru c­ tuosa. P o r o tra p arte, el ágil M a rd o n io desde su cuartel general en Tesalia desplegó u n a viva actividad dip lom ática. Su objetivo e ra dividir el bloque de los griegos, m ientras p o n ía su esfuerzo sobre to d o en A tenas. E n la prim avera de 479 se presentó co m o m e d ia d o r en A tenas el rey A le ja n d ro I de M acedonia; tenía que tran sm itir im p o rtan te s p ro puestas de los persas, en el caso de que los atenienses se m o stra ra n dispuestos a u n a alianza. En el invierno de 4 80/47 9 se p ro d u jo en A ten as un cam b io político de g ra ­ ves consecuencias. E n lugar de Tem ístocles fu ero n elegidos estrategos Ja n tip o , e m p a ren tad o con los A lcm eónidas p o r casam ien to, y A ristides. C laram ente no estaban co n ten to s en A ten as con lo conseguido p o r Tem ístocles en el C ongreso de E sp arta. E n el v eran o de 479 h u b o que evacuar o tra vez el territorio ático y la ciudad de A ten as ante el avance, desde el N orte, del ejército persa. M ien­ tras la po blació n b u sc ab a refugio en Salam ina, c o m p leta ro n los persas su o b ra de destrucción en A tenas. Los espartanos no pud ieron seguir cerrados m ás tiem ­ po a las aprem iantes peticiones de los atenienses. P a u sa n ias, tu to r del joven rey P listarco, hijo de L eónidas, c o n d u jo las tro p as de los peloponesios al o tro lado del Istm o. A él se u niero n los contingentes de los aliados griegos, de Atenas, P latea, M égara, E gina, C o rin to y sus colonias, en to tal unos treinta mil hom bres; eso fue poco m ás o m enos to d o lo que p u d o reunir Grecia en la parte que no d epend ía de los persas. M a rd o n io se h a b ía retirado a Beocia y esperaba al enem igo en el territo rio de P la te a con unos c u aren ta o cincuenta mil hom bres.

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El particular desarrollo de la Batalla de P l a t e a sólo se puede com pren­ der si se adm ite que c ad a uno de los contingentes griegos han librado el com ba­ te con un cierto aislam iento, sin p reocup arse m ucho de las órdenes del jefe suprem o P au sanias. L a b atalla pro p iam en te dicha tuvo lugar en la zona norte de P latea (al oeste de la carretera de T ebas a A tenas) en la zona del río Asopo. A consecuencia de un m ovim iento de repliegue o rd e n a d o p o r P au sanias, que tenía por objeto la c o b ertu ra del im p o rtan te paso de D rioscéfalas, se produjo u n a total confusión en el ejército griego. Los atenienses a las órdenes de Aristi­ des no siguieron este m ovim iento, sino que, p o r el co n tra rio , av an z aro n incluso más hacia el norte, p o r el curso del río. E n esta precaria situación encontró a los griegos el ata q u e persa; sin em bargo, fue contenido por la formación esp artana. O tra vez la lanza griega triu n fa b a sobre el arco persa; M ardonio e ncontró la m uerte con num erosos persas. Sobre la lucha del contingente ate­ niense no se sabe n a d a con certeza. C on razó n p u d o P a u sa n ias reclam ar para sí la gloria de la victoria; él había d o m in a d o la situación a pesar de la deficien­ cia de una parte del ejército. E n el cam po de batalla erigieron los griegos un altar a Zeus y establecieron u n a fiesta de la salvación p entetérica (celebrada cada cuatro años) cuya dirección fue tran sfe rid a a los píateos. El territorio de éstos fue declarado inviolable por los aliados. Q u e d ab a a h o ra a ju sta r las cuentas con T ebas, el b a lu a rte del m edism o en suelo griego. A pesar de su fuerte m uralla, los tebanos se a c o b a rd a ro n y entre­ garon a los cabecillas propersas, a los que hizo d ar m uerte P ausan ias en el Istm o. C on ello term in ó la c a m p a ñ a de los griegos; d u ra n te casi siglo y medio — hasta Q u e ro n ea (338)— ningún enemigo ex tranjero pisó suelo griego. Salie­ ron a h o ra los griegos de la situación defensiva a la que les había empujado el ataq ue de Jerjes; P la te a constituyó así un giro decisivo de la historia griega. P o r su significación histórica, es sólo c o m p arab le con el paso de Alejandro a Asia en el año 334 a. de C. A pesar de lo av an zad o de la estación del año , siguió a la victoria de Platea u n a expedición de la escuadra griega a Jo n ia , a las órdenes del rey espartano L eotíquidas. E n el p ro m o n to rio de M í c a 1 e en la llan ura de la desemboca­ d u ra del río M ean d ro se e n c o n tra b a el e m b arcad ero de las naves persas; fue to m a d o al asalto p o r un cuerpo de desem barco griego superior en número; los barcos fueron destruidos p o r las llam as, u n a parte de los persas sucumbió en el m o n te a m ano s de los jo nio s. Mícale fue p a ra los jonios la señal de la deserción general frente a los persas. E n to d as partes expulsaron a los tiranos y a las débiles guarniciones persas. A fin de no estar entregados en el fu tu ro a la venganza de los persas, solici­ ta ro n los jo n io s su adm isión en la alianza griega si E sp a rta estaba dispuesta a aceptar, com o potencia hegem ónica, la protección de los jo nio s. Los esparta­ nos, con clara com prensión de sus posibilidades políticas, no acep taron esto. M ás bien invitaron a los jo nios a trasla d ar su residencia a Grecia; en ella de­ bían recibirlos las ciudades que se h a b ían unido a los persas, plan que habría

Victoria de los griegos en Platea y Mícale

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sido prácticamente irrealizable. Sólo las islas de Lesbos, Quíos y Samos, cierta­ mente con el apoyo de Atenas, fueron admitidas en la comunidad helénica de lucha. Atenas concluyó separadamente tratados de alianza con algunas co­ munidades de Jonia y del Helesponto, alianzas que constituyen el germen de la Primera Liga Marítima Ática. Hubo todavía un epílogo en la A nfictionía de Delfos (otoño de 479 o pri­ mavera de 478). Los espartanos reclamaban la exclusión de todos los Estados que no habían participado en la lucha contra los persas. Temístocles se opuso a esta propuesta y salvó con ello la A nfictionía. Con la ocupación de Sestos en el Helesponto concluía la campaña de la escuadra. Es este el último acontecimiento que Heródoto ha relatado en su obra histórica. Por tierra tuvo la lucha defensiva de los griegos una conclusión más tardía. En el año 477 emprendió el rey espartano Leotíquidas una expedi­ ción a Tesalia, sobre todo para castigar a la nobleza con inclinaciones prome­ tías. No se alcanzó un éxito definitivo; incluso hubo que dejar a los Aléuadas en posesión de su dominio sobre Larisa. Los griegos intentaron explicar el fra­ caso admitiendo que Leotíquidas había sido sobornado. Salamina y Platea trajeron la decisión final en la lucha por la libertad grie­ ga. Aunque hasta una generación más tarde, por medio de la Paz de Calías (449), las Guerras Persas no concluyeron con un tratado, no obstante el gran cambio de época está marcado por las victorias de los griegos en Salamina y Platea. En las luchas por la libertad no se trataba sólo de la existencia mate­ rial de los griegos. Éstos sabían muy bien que en caso de derrota eran seguras la esclavitud y la deportación. Se trataba en la gran lucha de algo más, es decir, de los bienes supremos para los hombres griegos y para el pueblo griego, de la libertad en el exterior y en el interior, de la dignidad humana, de la autonomía del Estado, en una palabra, de todo lo que ha dado valor y plenitud a la vida de los griegos, tanto de los individuos como de la colectividad. El que sabía interpretar los signos de la época y ponía ante sus ojos el destino de sus hermanos jonios de Asia Menor, ese sabía que el oscuro nubarrón del despotismo persa devoraría también a Grecia, si los griegos no se unían para una defensa común. Sin duda, los persas, el pueblo que conducía el Imperio Aqueménida, pose­ yeron también ideales cuyo valor no permaneció oculto para los griegos: la fidelidad de los vasallos a su señor natural, la incondicional entrega del hombre persa a la dinastía, el orgullo de la nobleza por su raza aria, el placer en el combate a caballo, la defensa del derecho y de la verdad. La estrecha vida común con las naciones de las antiguas culturas del Oriente Próximo, especial­ mente con los babilonios, no se produjo, sin embargo, sin dejar huella en los persas. La religión, las costumbres, la forma de pensar y sentir se transform a­ ron de forma decisiva en medio siglo por la influencia de Asia occidental. H a­ bía llegado al poder una generación nueva, que ya no podía acomodarse a las relaciones sencillas y patriarcales que habían regido en la época de Ciro

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É p o ca de la polis griega

el G rande. U n gran abism o, que se am pliaba constantem ente, separaba al Gran Rey del h o m b re persa. En especial, las form as en que se producía la relación entre el go bern ante y los súbditos tenían que producir en los griegos un efecto extraño e incluso claram ente repelente. Lo m ismo se puede decir respecto de la masa de escribas que habían entrado en Jonia en el séquito de los sátrapas persas. El gran peligro persa encendió, por prim era vez en la historia griega, la llama de la conciencia de la u n idad helénica. Si los atenienses, como cuenta H eró d o to (VIII, 144), respondieron a la pro puesta de alianza de Mardonio, en el año 479, que no les era posible traicionar al espíritu griego que se mani­ festaba en un origen y en u na lengua com unes, en el sentimiento común de lo sagrado y en los sacrificios, así com o en la com u n id ad de las costumbres, la contestación, sea histórica o no, re ñ e ja perfectam ente el espíritu de la época. Si ha habido u n a ciudad griega que haya com prendido p ro fu n d am e n te el senti­ do de la lucha por la libertad, esa ciudad ha sido A tenas. Sus ciudadanos tuvieron que a b a n d o n a r dos veces el suelo patrio , y los gobernantes atenienses, por el hecho de haber su b o rd in a d o su flota incondicionalm ente al mando su­ prem o espartan o, d o c u m e n ta ro n ante los ojos de todo s que la nación tenía que ser colocada por encim a de las prerrogativas de los E stados aislados. Se estaba ciertam ente m uy lejos todavía, incluso después de las victorias de Salam ina y P latea, de u n a realización práctica de la idea panhelénica en la vida de cada u n a de las ciudades griegas. E n todo caso, en lo que se refiere a su historicidad, no está fuera de d u d a la decisión to m a d a p o r los griegos después de la Batalla de P latea de establecer, p ara la continuación de la lucha, una fuerza de com bate c om ún de diez mil hoplitas y mil jinetes, decisión que apare­ ce com o u n a anticipación de la organización de la Liga de Corinto del año 338/337. Las perspectivas p a ra la historia universal de la victoria griega sobre los persas son casi incalculables. El que los griegos su peraran la embestida del Este dio objetivo y orientación al desarrollo político y cultural del Occidente pa ra un siglo com pleto. Sólo po r medio de la victoriosa lucha de los griegos por la libertad ha nacido E u ro p a com o idea y com o realidad. Los bienes por los que un día los griegos arriesgaron su vida son tam bién todavía hoy los valores suprem os de la h u m a n id a d occidental. El que la cultura griega, en ple­ na libertad en el interior y en el exterior, pudiera elevarse a esas creaciones que el Occidente a d m ira com o los m odelos clásicos sin p a r en el arte figurativo, en el d ra m a , la filosofía y la historiografía, eso se lo debe E u ro p a a los comba­ tientes de Salam ina y de Platea, a Temístocles no m enos que a Pausanias. Los griegos no defendieron solam ente la libertad política sino tam bién la inde­ pendencia espiritual del hom bre occidental, y si nosotros hoy nos sentimos hom­ bres libres que piensan, ellos crearon las condiciones previas para ello. C o m p a ra d a con la gigante m ag nitud del Im perio Persa, Grecia era sólo una nación de segunda o tercera categoría que, dividida en m ultitud de peque­ ños E stados, parecía pred estinada p a ra o tra cosa que p a ra un papel efectivo

Victorias de los griegos en P latea y M ícale

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en la política m undial. El ejemplo de la lucha griega p or la libertad dem uestra que la historia del espíritu h u m an o no está sujeta a realidades geográficas o de política de poder, más bien está en relación con la realización del ingenio creador, no con el factor colectivo de la m asa, del que no puede prescindir el político p ara sus proyectos. ¿Es una casualidad que el Im perio Persa, con la excepción de las figuras de sus reyes, que eternizaron sus acciones en m o n u ­ mentales y suntuosas inscripciones al estilo de los reyes asirios, no pueda m os­ trar ni un a sola personalidad original, cuyas creaciones sean notables en cual­ quier esfera del espíritu hum ano? A pesar de su innegable capacidad, los persas cedieron m uy pro n to al abrazo de Oriente; el objetivo de la cultura persa es la igualación no la individualización com o en Grecia. P o r el contrario, renovadam ente d urante siglos, Grecia p ro porcionó al Im perio Persa nuevas fuerzas y nueva vida con sus artistas, médicos y sabios; no recibiendo n ad a a cam bio, o m uy poco, y generalm ente sólo contraprestaciones materiales. En cambio, el espíritu griego se ha convertido en el ferm ento del m u n d o entero, de Occi­ dente y de Oriente.

6.

EL O C C ID E N T E G R IE G O D E 500 A 480 A. D E C.

Lo característico de la historia de Sicilia en el paso del siglo vi al v es la t i r a n í a . Surgida, po r lo general, de trasto rn o s sociales que ocasional­ m ente fuero n agravados p o r enfren tam ien to s po pulares, com o, p o r ejemplo, en Siracusa p o r la lucha de los pro pietarios griegos (gám oroi) y los siervos sicilianos, la tiranía activó enérgicam ente en suelo siciliano las fuerzas del hele­ nismo y las agru pó en im p ortantes núcleos de poder. C o m o paladines del m un­ do griego frente a la agresión cartaginesa, iniciaron los tiran os u n a nueva época en la historia del helenism o occidental. P o r p rim era vez no sólo se completó aquí el concepto de la p o lis con el de un E stad o territorial, sino que hasta cierto p u n to fue tam b ién su p erad o . E n ta n to que reconocían la im portancia política y económ ica del factor de pod er que existe en un territo rio lo más extenso posible, los tiranos de Sicilia fueron los creadores de u n a nueva con­ cepción política y se a d ela n ta ro n a la evolución del Este griego en más de un siglo. C iertam ente se pagó a precio m uy caro el p o d e r político. La vida y la libertad de sus c o n ciu d ad a n o s valían poco p a ra los tiranos. El objeto de su dom inio era el establecim iento de un pod er fam iliar que in te n tab a n cimentar lo más firm em ente posible con m atrim o n io s políticos. De este m o d o los pode­ rosos tiran os A naxilao de Region, H ipócrates de Gela, su sucesor Gelón, y Terilo de H ím era destruyeron con ru d a m an o el idilio del E stad o siciliano pe­ queño; sacaron a la p o lis siciliana de un período de im potencia y establecieron p a ra los griegos de Sicilia objetivos nuevos, es decir, objetivos nacionales. Sólo así se consiguió elim inar el peligro cartaginés que a m e n a z a b a con aplastar el m u n d o griego de Occidente. De entre las tiranías sicilianas le c orrespo nde un valor histórico especial a la de O l e a n d r o de Gela (desde a p ro x im a d a m e n te 505 a. de C.), en la costa sur siciliana, p o rq u e ella fue la célula prim itiva del posterior doble E stad o de Siracusa y Gela, regido po r los D einom énidas. El h e rm a n o de Olean­ dro , H i p ó c r a t e s , estableció en Gela u n a m o n a rq u ía m ilitar, cuyo apo­

El Occidente griego de 500 a 480 a. de C.

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yo lo constituía un fuerte contingente de mercenarios. Sólo podía mantenerse si tom aba el cam ino de la conquista. Puesto que H ipócrates había sometido algunas com unidades sicilianas en el interior de la isla, e incorporado a su dominio las colonias calcidias de Calípolis, Naxos y Leontinos, am plió su sobe­ ranía hasta el otro lado del E tna. El Estado de Gela se extendía como una ancha faja a través de toda la isla, a la que dividía en dos partes, una m ayor al Oeste y una m ucho más pequeña al Este. Tras una decisiva victoria sobre los siracusanos en el río H eloro, Hipócrates obligó a éstos a a b an d o n a r C am a­ rina. Su sucesor G e l ó n , hijo de Deinómenes, que a la muerte de H ipócra­ tes en 491 (?) se apoderó del gobierno, postergando a los hijos del tirano, consi­ guió coron ar la obra de su antecesor, puesto que incorporó Siracusa al Estado territorial del Este de Sicilia que se estaba fo rm ando. L lam ado en su ayuda por gám oroi siracusanos desterrados en Cásm enas, los reintegró a su patria, pero no retiró el pie que él había puesto u n a vez en el um bral de Siracusa. La anexión de Siracusa (hacia 485 a. de C.) al naciente E stado de los Deinomé­ nidas, hasta entonces gobernado desde Gela, es, según el acertado juicio de E. A. Freem an, uno de los hechos más destacados de la historia de Sicilia. Pues, a diferencia de Gela, Siracusa con sus excelentes puertos y sus posibilida­ des de ampliación a la llanura de Epípolas estaba claram ente predestinada para ser capital de un Estado siciliano. Con el traslado de los habitantes desde Mégara Hiblea, desde la E ubea siciliana y desde Gela y C am arina, con la coloca­ ción de sólidas fortificaciones, con el asentam iento de población en la zona de Acradina y con la construcción de una escuadra de guerra —casi en la mis­ ma época en que Temístocles convertía a Atenas en la prim era potencia naval del oriente griego— , el deinom énida Gelón estableció la base de la grandeza posterior de Siracusa. Él mismo desem peñaba nom inalm ente en la ciudad el cargo legal de «estratego con plenos poderes», pero en el gobierno como tal participaba to da la familia de los Deinoménidas. Así H ierón, herm ano menor de Gelón, regía Gela com o lugarteniente; a éste, com o m iem bro más próximo de la familia, le correspondió la sucesión del tirano. El que la totalidad del Estado fuera considerada como propiedad de la familia del tirano y, en cierto modo, heredada como propiedad privada, fue el resultado de una original con­ cepción patrim onial que posteriorm ente han hecho suya los reyes helenísticos. La form a externa del autogobierno ciudadano se conservó por lo demás bajo el poder de Gelón en Siracusa, com o tam bién en otras ciudades griegas. Se seguía reuniendo la ekklesia, pero ésta había tom ado otro aspecto, pues por orden del tirano hubo que dar derechos ciudadanos a num erosos mercenarios, sobre todo arcadios, procedim iento que parece igualmente una anticipación de posteriores costumbres helenísticas. El segundo E stado en im portancia gobernado por tiranos se constituyó a principios del siglo v a. de C. en el Estrecho de Sicilia. La célula primitiva fue la ciudad de R e g i o n (Reggio di Calabria). Su gobernante A n a x i l a o (494-476 a. de C.) extendió tam bién su poder a la siciliana Zancle (Dancle). H IST O R IA

DE

G R EC IA . —

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É p o c a de la p o lis griega

P a ra ello se sirvió de la ayud a de refugiados sam ios y milesios, que habían aban­ d o n a d o su p a tria después de la B atalla de L ad e. P r o n to se cansó de ellos Ana­ xilao e hizo venir p o b la d o re s m esenios; en ra z ó n de ellos cam b ió el nom bre de la ciudad de Z ancle p o r el de M e sa n a (hoy M esina). El tira n o fu n d ió Region y M esana en u n s o l o E stad o , que, entre otras cosas, acuñó m o n e d a común. G elón e n c o n tró un valioso a liado en el E s ta d o de T e r ó n d e A c r a g a n t e , cuyo territorio, tras ser expulsado de H ím era el tirano Terilo (483/82), se extendía desde el M a r de L ibia al M a r T irre n o . P o r m edio de em parenta­ m ientos recíprocos se e strec h aro n los lazos entre los dos tira n o s. L a superiori­ d a d de la coalición de G elón y T e ró n tuv o c o m o consecuencia que los otros tiran o s se a p o y a ra n en C a rta g o , la p o ten cia cuyo m áx im o interés consistía en im pedir u n a am p lia u nificación de Sicilia. Las llam ad as de so co rro de T erilo d iero n a los pú nicos el pretexto más larg am en te deseado de im pedir la progresiva unificación de la isla b a jo la direc­ ción de los D eino m én idas. N o es u n a c asu alid ad el que el a ta q u e cartaginés coincidiera en el tiem p o con la ofensiva de Jerjes c o n tra G recia; a m b a s agresio­ nes e sta b a n c o n ce rta d ás entre sí c o m o resu lta d o de u n g ran p lan ú n i c o que se h a b ía fijad o c o m o objetivo el a n iq u ilam ie n to de los griegos en el Este y en el O ccidente. Fue u n a de las « g ran d io sas c o m b in acio n es políticas la que lanzó al m ism o tiem p o las tro p a s asiáticas c o n tr a G recia y las púnicas contra Sicilia, p a ra , con un solo golpe, b o rr a r de la faz de la tierra la libertad y la civilización» (Th. M o m m se n ). U n gran ejército m ercen ario de libios, feni­ cios, sa rd o s, corsos, iberos y ligures b a jo el m a n d o de A m ílcar p uso pie en tierra siciliana en P a n o r m o (P a lerm o ); d eb ía a rra n c a r H ím e ra de las manos de T eró n . L a dirección c o m ú n de las fuerzas de c o m b a te de los griegos estaba en m an o s de G elón, T e ró n se s u b o rd in ó a él. E n la B atalla del río Hímera, cuyo d esarrollo ya no es posible reco n stru ir, vencieron los griegos, Amílcar se dio m u erte a rro já n d o s e a las llam as (480 a. de C .). Del b o tín tomado a los cartagineses y de la in d em n izació n de g u e rra erigió el v encedor G elón nume­ rosos tem p lo s y envió a los sa n tu a rio s panhelénicos de Delfos y de Olimpia valiosas o fre n d a s. Desde la B atalla del H ím e ra fue G elón el m ás poderoso so­ b e ra n o en el O ccidente; su gloria la p ro c la m a P ín d a ro (P it., I, 75 sigs.) que coloca la victoria siciliana al lad o de las batallas de S alam in a y Platea. Así, te rm in a b a la historia de los griegos occidentales en la época de las g randes G u e rra s P ersas con un triu n fo de tra n sc e n d e n c ia m u n d ial. También en O ccidente fue la gran p e rso n a lid a d individual la que g a n ó y d efen d ió la libertad p a ra los griegos. Al lado de E s p a rta y A te n a s, los E sta d o s hegemónicos de la tierra p a tria , se c oloca el doble E sta d o de S iracusa y G ela del tira n o Gelón, E sta d o que a la m u erte de éste, en el a ñ o 478, pasó a H ie ró n . D urante su g o b iern o se convirtió Siracusa en el núcleo cu ltu ral del O ccidente griego.

II

LA

P E N T E C O N T E C IA (478-431 a. de C.)

La política de la Pentecontecia se caracteriza por el enfrentam iento de A te­ nas con Persia y por el creciente dualismo ático-espartano. La Liga M arítim a Delo-Ática se constituyó en esta época como la más im portante estructura de poder que alguna vez haya sido fu n d ad a y dirigida por una po lis griega. Atenas y la Liga M arítim a por ella dirigida, ya no E sparta, son las que llevan la guerra nacional con tra Persia, guerra que, tras grandes éxitos iniciales de los griegos, terminó en el año 449 con el T ratad o de Calías. En esta época no son las ciudades aisladas las que dirigen la vida política en Grecia, sino más bien las grandes organizaciones hegemónicas federadas: la Liga Peloponesia y la Liga Marítima Delo-Ática. En cuanto a la política m undial, el resultado es un cierto equilibrio de fuerzas entre el Este y el Oeste, situación que ciertamente está condicionada en gran m edida por la inactividad de los persas a consecuencia de agitaciones internas. El acontecim iento más im portante de la Pentecontecia en política interior es la creación por Efialtes y Pericles de la dem ocracia radical ateniense. D ado que se llevaba a cabo la idea de la igualdad política de los ciudadanos hasta sus extremas consecuencias, se abrió cam ino, en últim o térm ino, al dom inio de los demagogos. El que por el m om ento no se hubieran producido conse­ cuencias negativas es mérito de Pericles, que desde la m uerte de Efialtes (461) fue la figura dom inante de la política ateniense. Bajo la jefatura de Pericles, la democracia ática ofreció al m u n d o lo más bello y du rad ero que un Estado, una com unidad de gobernantes y gobernados, en suma, es capaz de realizar: en las obras de los grandes m aestros de la poesía y del arte figurativo, dio a Occidente los modelos clásicos para todos los tiem pos, que, todavía hoy, constituyen parte inseparable de la cultura europea. Ciertam ente, la concentra­ ción de la vida política e intelectual en A tenas, sede de la Liga Delo-Ática, tuvo tam bién sus lados som bríos; produjo en los aliados un retroceso cultural, muchas veces incluso la decadencia. Los artistas emigraban de las ciudades jonias hacia el Oeste; los tiem pos del siglo vi en los que ciudades com o C nido, Sifnos

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Época de la polis griega

y Clazómenas erigían sus magníficos tesoros en Delfos habían pasado de modo irrecuperable. Además del territorio patrio griego, en el que E sparta, sobre todo a conse­ cuencia del movimiento regresivo de la población, destacaba menos en política exterior, estaba el Occidente griego, Sicilia y la Magna Grecia. Con la caída de los tiranos en Sicilia comienza una nueva época en el Occidente. Está carac­ terizada por las agitaciones internas, por las luchas de las ciudades griegas entre sí, pero sobre todo por el despertar de la población indígena, los sículos y los pueblos itálicos. Todavía estas fuerzas de la población indígena estaban muy dispersas para igualarse con los griegos, pero la nueva época llamaba de m odo claro a las puertas de las ciudades griegas y las exhortaba a la unidad, si no querían perder lo más im portante que, en sustancia, poseían los griegos: la libertad y la capacidad de determ inar su suerte por sí mismos.

1. LA F U N D A C IÓ N D E LA L IG A M A R ÍT IM A D E L O -Á T IC A . LA E R A DE C IM Ó N (478-463 a . de C .)

La historia de Grecia en los quince años siguientes a la expedición de Jerjes produjo com o hecho de transcendencia m undial la elevación de Atenas a la categoría de gran potencia. C on la constitución de la Liga M arítim a Delo-Ática se creó A tenas un instrum ento de poder que la colocó en situación de igualdad con la Liga Peloponesia, bajo la hegem onía de E sparta. En estos años el a n ta ­ gonismo entre E sparta y A tenas se convierte en un hecho histórico. Este a n ta ­ gonismo se puso de m anifiesto por prim era vez con m otivo del conflicto surgi­ do a causa de la construcción de la m uralla de A tenas. La c o n s t r u c c i ó n d e l a m u r a l l a p ro puesta por Temístocles debía convertir a Atenas en una firme fortaleza y hacer inexpugnable la ciudad a todo enemigo exterior. La construcción de la m uralla era, en cierto m odo, el complemento de la escuadra de guerra creada por Temístocles. De hecho, sobre ambas se apoy aba la extraordinaria posición estratégica que distinguió a A te­ nas de todos los otros Estados griegos hasta el fin de la G u erra del Peloponeso. El plan de Temístocles chocó no sólo con la oposición de los vecinos más próximos de Atenas, sobre to d o Egina, sino tam bién con el abierto rechazo de los espartanos. M ientras Temístocles se desplazó a E sparta, p ara d ar garan­ tías tranquilizadoras a los aliados (invierno de 479/478) se construyó en Ate­ nas, en el plazo más corto posible, un recinto am urallado de unos seis kms. de largo (zócalo de piedra con una estructura superior de adobe), utilizándose para ello cualquier m aterial aprovechable: hasta se inco rp o raro n allí estelas funerarias. En com binación con la construcción del m uro de la ciudad se co­ menzó la edificación de las fortificaciones del Pireo, cuyos trab ajos parece que fueron term inados en el curso del decenio de los setenta. Según el plan de Temístocles, Atenas debía convertirse en una poderosa fortaleza por tierra y mar; sin em bargo, sólo al final del decenio de los sesenta quedó coronada

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É poca de la polis griega

la obra con la construcción del m uro norte y del m uro del Falero: la ciudad y el puerto se habían tran sform ado con ello en una sola fortaleza. El espartano P a u s a n i a s representó un papel original en los primeros años posteriores a Mícale (479). Después de que una expedición com ún de la escuadra griega a Chipre había term inado con el sometimiento de numerosas ciudades chipriotas y su ingreso en la sim m aquia griega (invierno de 478), el com portam iento despótico de Pausanias en el sitio de la fortaleza de Bizancio condujo a la inmediata insubordinación de contingentes jonios; tras la toma de Bizancio tuvo E sparta que hacer volver al regente (477). La conducta de Pausanias (se había rodeado de una escolta personal form ada por persas y egipcios, además había adoptado la indum entaria y los hábitos de vida persas) lo caracteriza como una poderosa individualidad, que no hace caso de las limi­ taciones establecidas por las leyes espartanas para, lejos de la patria, por medio de su influencia personal crearse una posición de poder propia. Ciertamente no se probó en m odo alguno que además hubiera conspirado con los persas, como le acusaron los espartanos en el proceso posterior. No se llegó a conde­ narlo entonces, antes bien Pausanias regresó por su propia cuenta a Bizancio, donde pudo sostenerse aún como déspota independiente durante poco tiempo (probablemente hasta 476). La retirada de E sparta de la guerra por m ar abrió un camino libre en el Egeo para Atenas. Los griegos de Jonia veían en la escuadra de Atenas el único instrum ento de poder que podía impedir la vuelta del dom inio persa. En el año 478/477 (en el arcontado de Timóstenes) se llegó a la coalición, bajo la hegemonía de Atenas, de una serie de ciudades jonias y eolias, así como de algunas islas. Este es el m om ento del nacimiento de la fam osa L i g a M a r í t i m a D e l o - Á t i c a , en cuya organización ju n to a Temístocles se distinguió sobre todo Aristides. De este m odo se había constituido dentro de la gran sim m aquia Panhelénica, cuya cabeza era Esparta, una coalición particular, que proclam aba como objetivo la continuación de la guerra y la protección de los griegos de Asia M enor frente a la intervención de los persas. En cuanto a su form a externa, se tratab a de una alianza defensiva y ofensiva sin limitación de tiempo. De entre los m iem bros de la Liga, los Estados de mayor importancia, en especial las islas de Quíos, Samos y Lesbos, estaban obligadas a proporcionar barcos de guerra. El que no dispusiera de escuadra tenía que pagar a la caja federal cuotas (phóroi) que serían depositadas en el templo de Apolo y de Ártemis, en Délos. Estas cuotas — inicialmente no eran tributos sino «pagos de com pensación»— fueron establecidas por Aristi­ des en un total de 460 talentos. E sta suma se m antuvo fija durante más de 50 años, hasta los primeros tiempos de la G uerra del Peloponeso (425 a. de C.), aunque habían cam biado notablem ente las bases para el incremento de la suma, tanto por la entrada de numerosas ciudades en la Liga como por la modificación de su capacidad de aportación económica. P ara la primera tasación se to m aro n como base, según parece, la renta de cada Estado y el producto de la tierra.

Liga M a rítim a D elo -Á tica . C im ó n

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La su m a de 460 talen to s es b a ja ; la prim e ra sa tra p ía persa en Asia M enor debió de alc an z ar en su tiem p o los 520 talentos. P a ra el p ago, por regla gene­ ral, los E stad o s eran ta sa d o s de nuevo cada c u a tro año s. La caja de la Liga era a d m in istra d a p o r el Colegio de los H e lle n o ta m ía s, fu n cio n ario s n o m b ra d o s por el p u eb lo de A te n as. La Liga celebraba sus reuniones en Délos y, por cierto, c a d a m ie m b ro d isp o n ía de u n s o l o v oto , sin tener en cu en ta su im po rtancia o su c a p a c id a d de a p o rta c ió n , incluso A te n as, que, sin em bargo , al estar en posesión de la h e g em o n ía , sabía dirigir según su v o lu n ta d las deci­ siones de la asam blea. T enía que resultar u na d esventaja de gran im p o rtan c ia para los E stad o s m ie m b ro s q u e la alianza estuviera c o n c e rta d a sin lim itación de tiem po. A ten as utilizó esto p o ste rio rm e n te p a ra a p la sta r con b ru tal dureza todos los intentos de e m a n c ip a c ió n . La Liga, que en su m o m e n to culm in an te a b arcaba el am plio espacio de to d o el E geo, desde al costa jó nico-eolia de Asia M e n o r h asta E u b e a , y desde la C alcídica hasta R o d a s, no fue constituida en un solo día. T o d a v ía en el decenio de los c incuen ta se ad h iriero n a ella nuevos m iem b ro s. El n ú m e ro de los E sta d o s pertenecientes a la Liga en cada m om ento fluctúa c o n sid era b le m e n te; u n a estim ación exacta resulta imposible en razón del estado fra g m e n ta rio de las listas de trib u to s. Si en el año 425 se pueden acred itar m ás de c u atro cien ta s p ó le is c o m o m iem bros de la Liga Delo-Ática, c iertam en te este n ú m e ro representa un m últip lo del que se puede c o njeturar p a ra el añ o 47 8 /4 7 7 . En la co n tin u ac ió n de la g u e rra ofensiva c o n tra los persas tuvieron los a te ­ nienses un valioso resp ald o en la Liga E s p a rta n a , circu n stan cia qu e, en últim o térm ino, hizo posible la c o n c e n tra c ió n de la potencia ateniense c o n tra el Este. La hipótesis m o d e rn a de qu e E sp a rta , p o r m edio de P a u sa n ias, qu e vivía en Bizancio, haya con clu id o u n a paz se p a ra d a con los persas, no e n cu e n tra apo yo alguno en las fuentes; es, p o r lo m enos, tam b ién inverosímil p o rq u e la petición de ayuda a A tenas hecha p o r los e sp arta n o s en la T ercera G u e rra Mesénica dem uestra la existencia de la alian za to d a v ía al final de los años sesenta. En la política ática de los a ñ o s setenta se refleja el a n ta g o n is m o entre T e­ místocles y C im ó n . En ta n to que el vencedor de S a lam in a, con clara previsión del próxim o e n fre n ta m ie n to con el aliado e sp a rta n o , dirigía su m ira d a hacia el fu tu ro y p ro c u ra b a fortalecer al m áxim o la posición de A te n as sin tener en cuenta a E sp a rta , el c o n se rv a d o r C i m ó n , hijo de M ilcíades, luchaba por una convergencia fran c a con los e sp a rta n o s, posición que tam b ién m anifes­ taba en su actitu d p ersonal respecto a E sp a rta y en sus sim patías p o r el m o d o de ser e sp a rta n o . A m b o s e sta b a n de a c u e rd o en la idea de que, en to d o caso, había que p roseguir la g u e rra c o n tra los persas. En A te n as tuvieron lugar en aquellos a ñ o s las representaciones de los P ersas, de E squilo (472), y, a n te rio r­ mente, de las F enicias, de Frínico (476), q u e d e sp e rta ro n el recuerdo del gran p a sad o , en el q u e la e sc u a d ra de A ten as había c o n q u is ta d o la libertad de Grecia.

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É p o ca de la p o lis griega

En C im ó n to m a c u erp o , u n a vez m ás, la grande, la em inente personalidad de la nobleza, que, sin em b a rg o , a diferencia de sus predecesores del siglo vi, se a c o m o d a p lenam en te en el c o n ju n to del E stad o y se desenvuelve en él. De la regia liberalidad de C im ó n d a n testim o nio las construcciones en el Ágora ateniense y los « Ja rd in es de C im ó n » . Su riqueza era p a ra él u n com prom iso, su ilustre origen y sus dotes m ilitares le p red e stin ab a n p a ra ser general en jefe del ejército del E stad o ático, a cuyos objetivos se sentía unido p o r la tradición de su fam ilia. A u n q u e su vida p riv ad a p u e d a ofrecer algunos rasgos que sólo se pueden c o m p re n d er p a rtien d o de la trad ició n del m u n d o de la nobleza —esto se aplica especialm ente a las estrechas relaciones de c o n fia n za personal que existía entre C im ón y sus convecinos de d em o , igualm ente a su doble m atrim o ­ nio y a la n o to rie d ad en la o p in ió n pública de su h e rm a n a E lpinice— , como político y general fue C im ó n el « b raz o del E sta d o ático» (H. Berve), del que éste se servía p a ra la dirección de la política exterior c o n tra los persas y, cuan­ do era necesario, ta m b ién c o n tra los aliados. E n el a ñ o 476 consiguió C im ó n expulsar de la fortaleza de Bizancio a P ausan ias; E sp a rta no m ovió u n a m an o en su favor. P u ed e ser que a causa de la posición d o m in a n te que P a u sa n ias se h a b ía c read o en los E strechos se hu biera hecho m olesto no sólo p a ra el com ercio ático, sino tam b ié n p a ra los restantes griegos. C im ó n se dirigió con la e scu ad ra desde Bizancio a Eyón y Esciros, estas dos ciudades y ta m b ién C a risto p u d iero n ser conquistadas en el año 475. Sin em barg o, D orisco, en T racia, p u d o a ú n m antenerse durante años com o p u n to de ap o y o persa. Sólo a fines del decenio de los setenta c o b ra ro n á n im o los persas p a ra ma­ yores preparativos; p a ra la rea n u d ac ió n de la guerra ofensiva se estacionó en Pan filia u n a g ran escuadra fenicia, se esp erab an nuevos refuerzos. Los atenien­ ses m a n d a d o s p or C im ó n se a d e la n ta ro n al ata q u e persa. Después de haber o c u p ad o Faselis, en Licia, y h a b erla o bligad o a e n tra r en la S im m a q u ia DeloÁ tica, co m enzó en la d e se m b o c a d u ra del río E u rim e d o n te un a violenta batalla doble p o r m ar y por tierra; el c a m p a m e n to naval persa cayó en m an o s atenien­ ses, u n a e scu ad ra persa de refresco fue d e rro ta d a . C o n esta gran victoria en E u r i m e d o n t e (prim era m ita d de los años sesenta) quedó quebrantada la suprem acía persa en las aguas entre C h ip re y A sia M en o r. El Egeo se había convertido en un m ar interior griego. C o m o en S alam in a, tam b ién en Eurime­ do n te, el espíritu de los m arino s griegos se h a b ía m o s tra d o superior a la alta capacid ad técnica de las tripulaciones fenicias. L a victoria se h a b ía ganado con los recursos de la Liga y era, a la vez, la g ran p ru e b a de confirmación de la S im m a q u ia D elo-Á tica, que ta m b ién en los decenios siguientes —hasta la P a z de Calias (449)— se p resenta co m o el m ás im p o rta n te an tago nista del Im perio P ersa. En S alam ina, T em ístocles h a b ía conseguido la libertad para los griegos, con la victoria de C im ó n en E u rim e d o n te se convirtió Atenas en u n a gran potencia.

Liga M a rítim a D elo -Á tica . C im ó n

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En la evolución interior y exterior de la P rim e ra Liga M a rítim a m arca la Batalla de E u rim ed o n te u n a n o tab le separación. Lo m ás p ro b a b le es que la gran m asa de co m u n id ad e s licias y carias, quizá tam b ién ciudades jonias aisladas (¿É feso?), ingresara entonces en la S im m a q u ia . P o r o tra p a rte , entre algunos aliados se a firm a b a la creencia de que, en adelante, tras la d esap ari­ ción de la am e n az a persa in m ed iata, no se necesitaba ya la p rotección de la escuadra ateniense; resu ltab a m olesta ía tu tela de la po ten cia hegem ónica, p o r ­ que A tenas utilizaba su situación p re d o m in a n te en la Liga p a ra asegurarse im ­ portantes ven tajas económ icas a costa de m iem bro s de la m ism a. Ya antes de la B atalla de E u rim e d o n te se h a b ía se p ara d o Naxos y de nuevo hab ía sido som etida. F u e el p rim er ejem plo de u n a oposición ab ierta en la S im m a q u ia Delo-Ática. En el año 465 se dirigió a las órdenes de C im ó n u n a expedición c o n tra las posesiones persas en el Q u erso n eso T racio . O tra em presa, e m p re n d id a con preparativos m uy im p o rtan te s, tu v o co m o o b jetivo la llan u ra del curso inferior del E strim ó n , es decir, la c o m a rc a con la que hab ían existido ciertas relaciones ya desde la época de los Pisistrátidas. Si se conseguía p e n etrar política y eco n ó ­ m icam ente en el rico territo rio in te rio r tracio, tenía que abrirse al com ercio ático un nuevo y am plio c am p o . L a o cu p ació n de la llan u ra de N ueve C am inos (Eneahode) con diez mil colonos c o n d u jo a un grave conflicto co n la rica Tasos, que precisam ente h a b ía conseguido estim ables rentas del interior del territorio tracio. T asos se separó, C im ó n la cercó por m a r y p o r tie rra (465). La d e rro ta que sufrieron los colo nos áticos en lucha con los edones de T racia cerca de D abresco puso térm in o a la expansión ática en el E strim ó n (464). Se vieron d e fra u d a d a s las esperanzas p uestas por los de T asos en u n a interven­ ción a rm a d a de los e sp arta n o s. El g ran terre m o to que destruyó co m p letam en te la ciudad de E sp a rta en el añ o 464 y causó im p o rta n te s pérdidas de vidas h u ­ manas hizo im posible u n a activa intervención e sp arta n a. Después de dos años de sitio tu v o T asos que rendir las a rm as. L as condiciones de la capitulación eran las siguientes: entreg a de la escu adra, derrib o de las m u rallas, p érdida de las posesiones en tierra firm e y de su p articipación en las m inas de oro de P an g eo n . El bienestar de la isla q u e d ó d e struid o p a ra m uchos años, un ejemplo aleccio nado r p a ra los dem ás aliados. T uvo u n a im p o rta n c ia con sid erable p a ra la evolución de to d o el m u n d o antiguo el hecho de que el estad o de g u e rra entre P ersia y A tenas h ay a c o nti­ nuado sin in terru p ció n alguna d u r a n te m ás de u n a generación desde que u na escuadra ateniense intervino en la sublevación jo n ia . E sto h u b o de conducir a una sep aración cad a vez m ás p r o f u n d a del m u n d o oriental y del occidental, no sólo en eco nom ía, sino ta m b ién en la vida del espíritu. Los hilos que en otro tiem po un ían a G recia c o n tin en ta l y a J o n ia con el O riente q u e d a ro n ro ­ tos. Los dos m u n d o s vivían su vida p ro p ia, cuyas fo rm as se c o n fig u ra b a n con arreglo a leyes de características p ro p ias, leyes que fu ero n decisivas p a ra la evolución posterior.

2. E L F IN D E P A U S A N IA S Y D E T E M ÍS T O C L E S . LA G R A N R E B E L IÓ N D E LOS H IL O T A S . L A R A D IC A L IZ A C IÓ N D E LA D E M O C R A C I A Á T IC A .

E n ta n to que la Liga M a rítim a D elo-Á tica, b a jo la dirección de Atenas, c o n tin u a b a la lucha c o n tra los persas, y en ta n to que E sp a rta , a m en azad a gra­ vem ente en su situación p rep o n d e ran te en el P elo p o n eso , estaba com prom etida en encon adas luchas con sus vecinos, los griegos se deshicieron de las personali­ dades a las que de m o d o especial tenían que agradecer su libertad: los vencedo­ res de Salam ina y de P latea, Tem ístocles y P au san ias. Este hecho, que repre­ senta el triu n fo del E stad o sobre las grandes individualidades, es u n signo de la tran sfo rm a ció n interna del p ensam iento político de los griegos en los dece­ nios de los setenta y los sesenta del siglo v. El em peño, cad a día m ás afirmado, de la ciu d a d an ía ateniense de dirigirse p o r sí m ism a era incom patible con la prep o n d e ran c ia de que d isfru tab a Tem ístocles en el E sta d o , gracias a sus méri­ tos y a sus fieles adeptos. El c o m p o rta m ie n to a u to c rático de P au sanias se en­ fren ta b a a la o rd en ació n del E sta d o e sp arta n o m ás de lo que estim aban adecua­ do los guardianes designados p a ra vigilar este o rd en , los éforos. N o es casuali­ dad alguna que, en A tenas, haya seguido a la caída de Tem ístocles el estableci­ m iento de la dem o cracia radical, y que, en E sp a rta , h a y a seguido a la muerte de P au san ias el d om in io de los éforos p o r m ás de un siglo. A m b o s Estados, A tenas y E sp a rta , se e n c o n tra b a n en el p u n to crítico decisivo de u historia in terna y externa; a p a rtir de ese m o m e n to se sep ara ro n los cam inas que uno y o tro iban a recorrer, y después del ostracism o de C im ó n ya no pu do hallarse en p arte algu na un político que u niera a a m b o s E stad o s en u na acción común en favor de to d a Grecia. A consecuencia del fo rtalecim iento del m o vim iento antilaconio en el Pelo­ poneso, se e n c o n tra b a E sp a rta en u n a situación política extrem adam ente difícil en el interior y en el exterior. A pesar de su in ferio ridad num érica en las san­ grientas batallas de Tegea y D ipea, conservó E sp a rta la suprem acía sobre los

Fin de P ausanias y T em ísto cles

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tegeatas, argivos y arcad io s (¿final del decenio de los setenta?). L a hegem onía de E sp a rta en el P e lo p o n eso fue p e rtu rb a d a especialm ente p o r un m ovim iento d em ocrático en su a liad a Élide. A q u í se in tro d u je ro n (hacia 470), siguiendo el m o delo ático según parece, diez tribus y u n C o n sejo de los Q uinientos; con ello se a n u ló el p red o m in io de las fam ilias aristocráticas, cuya p r o b a d a am istad con los lacedem onios h a b ía sido h a sta entonces la g a ra n tía de la estrecha a lian ­ za de E s p a rta y Élide. E stos graves conflictos en el P elo p o n eso fueron u n a de las razones fu n d am e n ta les de la inactividad de la política exterior de E sp a rta frente al Este en los dos prim ero s decenios después de Platea. E x pulsado de Bizancio en 476, huyó P a u sa n ia s a la T ró a d e y se instaló, c laram ente con la callad a c o n fo rm id a d del s á tra p a persa de Frigia, en la f o r ta ­ leza de C o lon as. Tem ístocles fue c o n d e n a d o al o stracism o en el año 471 y se trasladó de A tenas a A rgos; desde aquí debe de h a b er atizado el m ovim iento a n tiesp artan o en el P e lo p o n eso . S o rp re n d en te m e n te obedeció de nuevo P a u s a ­ nias (¿469?) la o rd en de los éfo ro s de regresar a E sp a rta . Allí en ce rra ro n en prisión al vencedor de P la te a. N o se p u d o o b ten er n in g u n a p ru eb a de relación con los persas que significara traició n p a ra la p a tria, sin em barg o lo c o n d u jo a la ruina su im p ru d e n cia de e n ta b la r relaciones con los h ilo ta s, sacudiendo con ello los fu n d a m e n to s del E sta d o e sp a rta n o . Fue d e n u n ciad o a los éforos y pereció de u n a m uerte m iserable p o r h a m b re , tras h a b er huido al refugio sagrado de A te n a Calciecos (¿467?). Sólo un os pocos a ños antes el rey e sp a rta ­ no L eotíquidas fue h a llad o culpable de so b o rn o , b a sán d o se en antiguas incul­ paciones sobre su c o m p o rta m ie n to en la expedición a Tesalia del añ o 477, y m urió en el destierro en T egea. La victoria del e fo ra to fue com p leta, pero a un precio m uy caro. C o n tra Tem ístocles, que vivía en el destierro, se levantó la inculpación de que había c o n sp irad o con P a u sa n ias; la acusación era de traición a la p a tria (m edism o). Sobre la base de un m aterial a g ra v ato rio , que se a firm a b a h ab er encontrad o entre los d o c u m e n to s de P a u sa n ias, establecieron los éforo s la p eti­ ción de intervenir c o n tra T em ístocles. E n A ten as fo rm u ló la acusación p o r el procedim iento de eisangelía un alcm eó n id a (L eobotes) con el a p oyo de C im ón . Temístocles no se p resentó al juicio, se defen dió p o r escrito. Fue c o n d e n a d o en contum acia a m u erte e in cu rrió en a tim ía , pro scrip ción, en to d o el territorio de la alianza griega. A u n q u e en A te n as, c o m o en E s p a rta , estuvieran convenci­ dos de la cu lpab ilidad de T em ístocles, sin e m b a rg o , la c o n d en a p o r m ed ism o del gran político y estrateg o fue un inm enso e rro r judicial. Tem ístocles tuvo que huir de sus perseguidores de m o d o a v en tu rero : desde A rgos a C orcira; desde aquí al rey de los m olosos A d m e to ; a c o n tin u a c ió n , a M acedon ia; desde Pidna, cru z an d o el Egeo, a É feso. El rey persa A rta je rje s I — h a b ía subido al trono de los A quem énidas después del asesinato de Jerjes, en el año 465/464— lo acogió en su corte del m o d o m ás deferente y le dio en feudo hereditario las ciudades de M agnesia, en el río M e a n d ro , M iunte, L ám p sa co y algunas pequeñas aldeas en la T ró a d e . E n M agnesia vivió Tem ístocles h a sta com ienzos

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É poca de la p olis griega

de la década de los cincuenta. El infortunio de su vida fue que sus conciudada­ nos atenienses no fueran capaces de seguir el vuelo de sus ideas. Así, el eminen­ te político, que se había atrevido a em prender la solución de problem as políti­ cos cuya im portancia real sólo podían com prender las generaciones siguientes, no encontró ningún apoyo real en la lucha por el poder interno. Puesto que sus partidarios se m ostraron dem asiado débiles frente a sus num erosos e influ­ yentes adversarios, no pudieron impedir su caída. La terrible catástrofe del terrem oto en E sparta (verano de 464), que, al parecer, diezmó considerablemente las quintas con capacidad militar, fue la señal para una gran sublevación de hilotas en Mesenia (la llam ada Tercera G uerra Mesénica). T am bién algunas ciudades de periecos se unieron al movi­ miento contra E sparta. El odio acum ulado en los mesenios d u ran te largos si­ glos se desenfrenó en horribles atrocidades contra los dom inadores espartanos. Sin em bargo, de nuevo la disciplina espartana obtuvo tam bién esta vez la victo­ ria. C om o en la Prim era G uerra Mesénica (v. pág. 55) se retiraron los subleva­ dos al m onte Itome; los espartanos no se encontraban en condiciones de hacer un cerco efectivo. A nte esta situación, dirigió E sparta una llam ada de ayuda a Atenas. E n ausencia de C im ón, estaba al frente del gobierno el sector radical; como representante de este sector, Efialtes se opuso enérgicamente al envío de la ayuda. Sin em bargo, Cim ón que, tras las fracasadas acusaciones de sus enemigos (entre ellos aparece por prim era vez el nom bre de Pericles), había vuelto a ser elegido estratego, consiguió el envío de una tropa de auxilio ática de cuatro mil hoplitas. Los espartanos reenviaron p ro n to a los atenienses a casa porque ya no había necesidad de ellos (otoño de 462). Esta afrenta condu­ jo en Atenas a la ru p tu ra de la alianza que se había concluido con motivo de la invasión de Jerjes. Con ello quedaba roto el vínculo que había unido , a Atenas con E sparta desde 481; el creciente dualismo de los dos mayores Esta­ dos de Grecia tuvo en este hecho una expresión simbólica. P o r lo demás el m onte Itom e debió continuar cercado todavía durante algún tiem po. En el año 460/459 capitularon los mesenios con la condición de la salida libre; fueron instalados por los atenienses en N aupacto. C uando todavía se en contraba Cim ón en Mesenia, in tro d u jo Efialtes en Atenas (verano de 462) una m odificación fundam ental de la Constitución; ésta se dirigió, sobre todo , contra la posición preponderante del antiguo consejo de la nobleza, el A reópago, constituido por los que habían sido arcontes. El Areópago perdió entonces los derechos políticos, conservó solam ente la juris­ dicción en delitos de sangre y un cierto derecho de vigilancia en el ámbito de las cuestiones sagradas. En sustitución de él tuvieron com petencia en adelan­ te el Consejo (boulé), las comisiones del tribunal de jurados (heliaía) y la Asam­ blea del pueblo (ekklesía). El C onsejo, que, adem ás del derecho de inspección sobre la m ayor parte de los «funcionarios», tenía a su cargo una amplia com­ petencia penal, debía exam inar previamente to d a moción que fuera a la ekkle­ sía y autorizar su puesta a votación con su propio dictam en favorable o sin

Fin de P ausanias y Tem ístocles

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él. Sobre la aprob ación de la gestion en los cargos, tras hab er transcurrido el tiem po en la función, decidían comisiones de la heliaía, que se com ponía de seis mil ciudadanos designados p o r la suerte. C o n la introducción de la acusación de ilegalidad recibe a h o ra todo ciud adano sin distinción el derecho de elevar u n a acusación c o n tra el que p ro p o n g a una resolución que a él le parezca ilegal. E sta acusación tenía efecto dilatorio. Después del asesinato de Efialtes (461), se colocó Pericles a la cabeza del sector dem ocrático y continuó la actividad reform ista. Pericles in tro d u jo las asignaciones por asistencia para los jurad o s, posteriorm ente tam b ién p a ra los m iem bros del Consejo así como para todos los que ejercían un cargo designado por sorteo. E n el año 458/457 fueron adm itidos tam b ién p a ra el arco n tad o los zeugitas, la tercera clase. Sin embargo, los thetos no alcanzaron nunca el derecho del voto pasivo p ara este cargo. Jam ás en la historia — así o p in a Ed. M eyer— se h a to m a d o tan en serio el autogobierno del pueblo com o en la refo rm a de la C onstitución de Efialtes en Atenas. El pueblo era a h o ra el dueño de los tribunales y el dueño de la totalidad de la vida pública. Las reform as estaban apoyadas p o r u n a descon­ fianza llevada al extrem o c o n tra la personalidad libre e independiente que sería soportada ya solam ente com o ó rg an o interpretativo o co m o correctivo de la Constitución. Y aun así no se alcanzó de ningún m odo su elim inación de la vida pública. La revolución de Efialtes fue la h o ra del nacim iento de los d em a­ gogos áticos, que, em p u jad o s p o r las olas del caprichoso favor del pueblo, se insertaron en la m aq u in aria de la vida pública. U n a idea real del com plicado mecanismo de la política exterior y del funcionam iento de u n a adm inistración organizada de las finanzas sólo p odía alcanzarla el que hubiera hecho de la política la ocupación de su vida. C ondición previa p a ra ello era la in dependen­ cia económ ica, tal com o la poseían solam ente las ricas familias nobles; por ello no es de extrañar que estos círculos h ayan destacado con preferencia ta m ­ bién en la generación siguiente (hasta el com ienzo de la G u erra del P elopo ne­ so). De m o d o general, la dem ocracia ática excluyó de los derechos políticos a las grandes m asas, especialm ente a los num erosos metecos y a los esclavos; en realidad, fue siempre el dom inio de una m inoría aristocrática, la de los ciudadanos de plenos derechos, a los que no se les puede dejar de reconocer sagacidad política y abnegación en favor del bien com ún expresada en las litur­

gias (trierarquía, coregía). El refo rm ad o r, Efialtes, tuvo que pagar sus éxitos con la vida; su asesinato fue sin d u d a la acción de exaltados políticos. Su m uerte y el destierro de C im ón dejaron abierto el cam ino a u n a gran personalidad, Pericles.

3.

A T E N A S E N L A É P O C A D E P E R IC L E S

El juicio del Clasicismo sobre Pericles se refleja en la descripción que Adolf Schmidt, historiador y filólogo de Jena, ha hecho en su libro sobre la época de Pericles. Según ella, Pericles es no sólo el representante de un corto período y de un E stado pequeño, la República ática, incluso tam p o co es sólo el repre­ sentante más significado de u na gran nación y de su historia, sino que es el representante característico de to d o el m un do antiguo y de un estadio del desa­ rrollo de la H u m a n id a d . P a ra este investigador, Pericles está en el cénit de toda la época antigua o clásica, y representa en su persona y en su obra una de esas olas culturales de amplio y elevado m ovim iento, que al sucederse unas a otras están destinadas a conducir a la H u m a n id a d a sus más altos objetivos culturales, a su más elevado perfeccionam iento. La investigación m oderna, que se inicia con el trab a jo de Julius Beloch D ie attische P o litik seit P erikles (1884) ha llegado, por el contrario, a u na opinión con frecuencia contradictoria sobre el m érito del político ático. En ta n to que la interpretación crítica de Beloch no concedía valor a Pericles ni com o político ni com o general y lo dejaba sólo en destacado « p arlam en tario » , en los tiem pos presentes se ha abierto ca­ m ino, ciertam ente con razón, un juicio m ucho más favorable. La consonancia arm ónica, de hecho com pletam ente original, entre la construcción del Estado realizada p or Pericles y su «política cultural» tiene que irradiar consecuente­ m ente su brillo, en prim er térm ino, al h om bre cuyo espíritu ordenador supo unir los elementos aislados en un c o n jun to orgánico. De hecho, rara vez en la historia universal ha habido un E stado que haya sabido com binar su misión política con la realización de una elevada tarea cultural tan perfectamente co­ mo lo hizo Atenas en la generación anterior a la G u e rra del Peloponeso. C iertam ente se h abía esforzado el E stado ático, desplegando un esplendor de apariencia casi sob ren atural, en d o cu m en tar su posición hegemónica y su pred om in an te potencia en Grecia, sin em bargo este esplendor no era sólo la expresión pasajera de un imperialismo externo, sino más bien «la reali­

Atenas en la época de Pericles

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zación válida para todos los tiempos de una misión cultural que emanaba del espíritu más profundo del genio griego» (H. Hohl). El que el pueblo ateniense haya asumido con sagrado celo el compromiso nacido de su hegemo­ nía política es obra de Pericles. Su ardiente entusiasmo dio forma y figura a las ideas, permitió la ejecución de los proyectos de los arquitectos y artistas, poniendo a disposición de ellos medios gigantescos procedentes de las cuotas de los aliados. El que las edificaciones con que Pericles embelleció Atenas mues­ tren monumentalidad uniforme, unidad interna y acabada armonía es mérito de su inagotable espíritu creador, que se forjó con ello un monumento para todos los tiempos. El aspecto urbano de la Atenas de Pericles fue configurado preferentemente por las poderosas fortificaciones en el Pireo así como por las edificaciones monumentales, sobre todo en la ciudadela, la Acrópolis. Son las edificaciones monumentales las que han fijado su imagen para todas las épocas, y sus vene­ rables restos, aún en ruinas, testimonian hasta nuestros días la fuerza del espíri­ tu que en otro tiempo los llamó a la vida con radiante belleza. Fue inmediatamente después de que los espartanos reenviaran a casa desde Mesenia a las tropas de auxilio áticas (462) cuando se hizo realidad el plan de fortificación ideado por Temístocles. Atenas, unida al Pireo y al Falero por la llamada muralla del Norte y por la muralla del Falero, se convirtió en una gigantesca fortaleza, inexpugnable para la técnica de asedio de enton­ ces. Posteriormente se añadió además otro tercer muro, el «Mediano», paralelo al del Pireo. En caso de una invasión enemiga, permitía ahora el espacio entre los brazos de los Muros Largos entre la ciudad y el Pireo dar cabida a toda la población del territorio. Habían pasado para siempre los tiempos en los que había que buscar refugio en Salamina o en Trecén, cuando, tras quince años de construcción, quedaron casi terminados en 445 los Muros Largos. El Pireo con sus tres ensenadas fue firmemente fortificado, reforzado con bastio­ nes y torres, y dotado con cobertizos para el alojamiento de las trieres, con astilleros y arsenales; era el baluarte naval más fuerte del mundo griego, sólo Siracusa podía presentar algo semejante. A la construcción de las fortificaciones siguieron las edificaciones monu­ mentales en la ciudad y en la Acrópolis. Las dos ocupaciones persas (480 y 479) habían dejado poco del antiguo esplendor de la Atenas de los Pisistrátidas. Muchos templos estaban medio destruidos, sus paramentos ennegrecidos. La munificencia principesca de Cimón había comenzado la construcción de una Atenas más bella. Después de la victoria de Eyón (476/475) construyó el filaida el llamado Pórtico de los Hermes, mientras que su cuñado Pisianacte edificaba la Stoa Poikilé y la hacía adornar con pinturas de los primeros artis­ tas de su tiempo, Polignoto, Micón, Paneno. En tiempo de Cimón se edificó también el Teseon; cobijaba los supuestos restos de Teseo que habían sido transportados de Esciros a Atenas.

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Todo esto fue, sin embargo, sólo un preludio para la actividad edificadora de Pericles, que se apoyó en las cuotas de los aliados al tesoro federal, y, con estos recursos, de un bien efímero creó obras para la eternidad. Con la idea de embellecer la Acrópolis, retomó Pericles los planes de los Pisistrátidas, pero con mucha mayor amplitud. Para ensanchar la superficie de la Acrópolis se colocaron grandes muros de apoyo. Los excavadores modernos han encon­ trado buena cantidad de obras de arte arcaicas e inscripciones áticas antiguas en el terraplén de las llamadas «ruinas de los persas». En la Acrópolis, como símbolo de Atenas, encontró su lugar propio el templo de Palas Atena, el Partenón, construido por Ictino y Calícrates. Se empezó a edificarlo después de la Paz de Calias (449), sobre los cimientos del templo antiguo, con mármol pentélico que resplandece a distancia; en el año 438 hizo su entrada en el tem­ plo la augusta estatua creada por la mano de Fidias. En el friso del Partcnón, la representación de la procesión de las Panateneas proclamaba la grandeva y magnificencia de Atenas cuyos ciudadanos convirtieron la fiesta nacional áti­ ca en una celebración conocida en todo el mundo. Decoraban el acceso a la Acrópolis los Propileos de Mnesicles, solemne puerta monumental con cinco accesos; en la forma de las columnas se daban la mano el arte dórico y el jónico. Frente al Partenón se elevó la nueva edificación del templo de Atena Políade, llamado generalmente «Erecteon», por el héroe ático Erecteo, comen­ zado también éste en tiempos de Pericles pero no terminado hasta fines del siglo v. Con el Teseon (probablemente un templo de Hefesto) situado en la cuesta del Ágora (noroeste de la Acrópolis) y con el Odeón, destinado a audi­ ciones musicales, edificado al sudeste de la Acrópolis, consiguió Atenas en unos pocos años un gran número de edificios suntuosos: la ciudad se cubrió con un resplandeciente vestido de fiesta hecho con magnífico mármol, cuyo res­ plandor ocultaba las estrechas callejas de las viviendas levantadas con apresura­ miento después del incendio de los persas, y hacía de Atr/.as la maravilla del mundo antiguo. Las exigencias que el programa de construcciones de 3ericles planteaba a las finanzas eran extraordinariamente elevadas. De las cuotas de los aliados de la Liga Marítima Delo-Ática, es decir, del dinero de los miembros, reduci­ dos a súbditos, de la gran comunidad de lucha dirigida c r i t r a los >ersas, surgió una nueva Atenas, cuyo prestigio internacional se maniL staba a todos los visi­ tantes extranjeros en sus monumentos. Para la población de Ate ías, represen­ taron las edificaciones, durante largos años, una fuente inagotable de trabajo y de salarios. Plutarco (Peric., 12) esboza una colorida imagen de la multiplici­ dad de oficios y clases de comercio que se ganaban la vida en las obras: carpin­ teros, escultores, picapedreros, vaciadores de bronce, tintoreros, orfebres, ta­ lladores de marfil, pintores, bordadores, grabadores, transportistas por mar y por tierra; los trabajadores de las canteras de mármol encontraron aquí una ocupación provechosa. Y cada oficio, así continúa Plutarco, poseía, a su vez, como un general, su ejército compuesto por la masa de jornaleros y peones,

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Grecia en vísperas de la Guerra del Peloponeso

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Atenas y sus aliados Esparta y sus aliados I

I Estados griegos neutrales

Distritos de la Liga Marítima Delo-Ática: I. D istrito Tracio II. D istrito Helespóntico III. D istrito Jonio IV. Distrito Insular

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y de este modo cada edad y cada oficio participaban en el trabajo y en el bienestar. Recientes investigaciones sobre los costes de la vida en la Antigüedad (G. Glotz) han dado como resultado que en ningún otro momento del mundo antiguo han sido más bajos que entonces. Incluso el esclavo-obrero del tiempo de Pericles tenía un buen pasar, más ventajoso que el «funcionario» libre de categorías inferiores y que el trabajador libre cualificado durante toda la Anti­ güedad posterior; ésta es una confirmación especialmente expresiva de las fuen­ tes antiguas, en las que la época de Pericles aparece como la Edad de Oro de la Antigüedad. Una relación nueva de Atenas con su pasado halló su expresión en la pintu­ ra histórica; gigantescos frescos, pinturas de la lucha contra las amazonas, la destrucción de Troya, las Batallas de Maratón y de Énoe (v. pág. 149) embelle­ cían la Stoa Poikilé y ponían vivamente ante los ojos de los atenienses la gran­ deza del pasado y del presente. Correspondiendo a la preponderante posición política y económica de Ate­ nas, avanzado ya el siglo v, y debido sobre todo a las creaciones de los autores dramáticos áticos, ganó terreno de modo considerable el dialecto ático frente al jonio, hasta entonces predominante en los campos de la historiografía y de la ciencia (por ej., la medicina). Se impuso el ático como lengua escrita sólo cuando el esplendor de Atenas se aproximaba a su fin. El documento más antiguo de la prosa ática es la Constitución de los Atenienses del PseudoJenofonte, un pequeño tratado anónimo, probablemente de los primeros años de la Guerra del Peloponeso. Del mismo modo que el escultor del Partenón, Fidias (aprox. 500-420), autor de la estatua sedente del Zeus de Olimpia y de la estatua de la Atena Prómaco, imprimió el sello de su genio en el arte de esta época, así también la escena ática fue dominada por Sófocles, que por primera vez en las Grandes Dionisias de 468 a. de C., en virtud de un arbitraje de Cimón, alcanzó la victoria sobre el viejo Esquilo. En tanto que la vida de Ésquilo (muerto en 456) apenas entra en la época de Pericles, es Sófocles el característico representante espiritual de ella. Los personajes de sus tragedias son en carne y hueso hombres de aquellos días, aunque a veces —y en esto son comparables a las imágenes de los hermes— carezcan de individualidad. Del mismo modo que el historiador Heródoto de Halicarnaso, el filósofo Anaxágoras de Clazómenas, el urbanista Hipódamo de Mileto, creador del primer Estado ideal, pertenecen también Sófocles y Fidias al círculo de Pericles y Aspasia, que, jonia de nacimiento, tomó parte activa en las realizaciones del polí­ tico ático. La cultura de la Atenas de Pericles fue compartida por amplios sectores de su población. La mayor parte de los atenienses sabían escribir y la asistencia de los muchachos de las clases acomodadas y medias a los gimnasios era cosa natural. En la escuela, el ateniense aprendía de memoria en su primera juven­ tud a Homero, a Hesíodo y a los líricos; los versos de Homero eran los mode­ los para la enseñanza elemental de la escritura. Los versos del sabio Solón HISTORIA D E

G REC IA . —

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y de Teognis, orgulloso de su nobleza, se cantaban en los alegres banquetes. C uando en el teatro de Dioniso, ante una m ultitud de espectadores que se con­ taba por millares, llegaban a la escena los dram as de Sófocles, podían estar seguros el poeta y los actores de que tenían ante sí un público que sabía apre­ ciar las finuras de la técnica d ram ática e igualmente las alusiones literarias. Y, sin em bargo, la sociedad ática se distinguía fundam entalm ente en u n pun­ to de la del Renacimiento: la m ujer ática no tenía participación en ella, aunque Eurípides describiera su alm a con la más fina intuición. Desde la caída de C im ón y la m uerte violenta de Efialtes (461) fue P e r i ­ c l e s el centro del E stado ático. Después del ostracism o (en 443 a. de C.) de su rival Tucídides, hijo de Melesias, fue elegido estratego año tras año. El cargo de estratego era el fund am en to form al de su situación preeminente. El fundam ento real era su auto rid ad ante el pueblo ático, en la que superaba am pliam ente a sus sucesivos colegas en el cargo. La n aturaleza de su posición la ha captad o Tucídides (II, 65, 9) en las frases fam osas: el régimen de Atenas era una dem ocracia sólo de nom bre, pero en realidad era el gobierno de su primer ciudadano. Pericles conducía al pueblo en la A sam blea gracias a sus excelentes dotes oratorias con las que siempre llevaba a las masas a su campo. D urante el gobierno de Pericles se realizó una paulatina transform ación in­ terna del E stado ático, pero enorm em ente transcendental: el paso de un Estado de producción a un E stado de asistencia y beneficencia. La introducción de las dietas, consecuencia de la dem ocracia radical de Efialtes, corrom pió poco a poco al menos a una parte de los ciudadanos, y éstos, habiéndose acostum­ brado a la pensión, a b an d o n a ro n el trab a jo productivo. P a ra alimentar a las gentes más pobres y sin tierras de la población ática, pero tam bién con mani­ fiestos fines de política expansiva en el ám bito de la Liga, sirvió el envío de colonias, esto es, de apoikías y cleruquias. En tanto que las apoikías estaban constituidas como com unidades a utóno m as con derecho de ciudadanía propio, según el m odelo de las antiguas colonias de la época arcaica, las cleruquias perm anecían en estrecha vinculación política con el E stado ático. Los clerucos conservaban su ciudadanía ática, su terreno era una parte del territorio del Estado ático. Tales cleruquias se encontraban, entre otras partes, en Naxos, A ndros, Lesbos, en Óreo de E ubea, en el Quersoneso Tracio, en Anfípolis, en parte con guarniciones áticas a las órdenes de jefes militares. La enorme ex­ tensión de la esfera de poder ateniense alcanzó en su impulso el oeste y el norte del m undo griego. E n la fundación de la colonia panhelénica de Turios (no lejos de la antigua Síbaris destruida), en el sur de Italia, en el año 444/43 tom aron parte las cabezas más distinguidas de la época: el sofista Protágoras de A bdera, el filósofo Em pédocles de Agrigento, el historiador Heródoto de H alicarnaso, el urbanista H ip ó d a m o de Mileto, que proyectó el plano de la ciudad. Con el envío de estas colonias proyectó su so m b ra la política ateniense hasta el sur de Italia. A tenas se presentó aquí, com o lo dem uestra la renova­ ción de los tratados con Region y con Leontinos (433), com o competidora de

A ten a s en la época de Pericles

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la potencia comercial corintia, que, ap o y ad a en sus firmes relaciones con Sira­ cusa, había considerado m o n o p o lio propio el m ercado occidental. C o n la expe­ dición al P o n to (m itad de los años treinta), avanzó Pericles hasta la zona del reino del B osforo, que c o n tro lab a la exp ortación de g rano desde el sur de R u ­ sia. Las relaciones universales del com ercio ateniense y la variada m ultiplicidad de las m ercancías de im p ortación las describe en los F o rm ó fo ro s (representada antes de 425) el poeta cómico H e rm ip o , cuyos datos tienen tam bién valor preci­ samente p a ra el decenio anterior a la G u e rra del Peloponeso: «D esde Cirene nos traen los barcos tallos de silfion y pieles de buey; del H elesponto, atún y pescados salados de to d o tipo; de Italia, cebada sin cáscara y lom o de vaca. Siracusa sum inistra cerdo y queso; E gipto, velas de b arco y rollos de papiro; Siria, incienso; C reta, m ad e ra de ciprés p a ra los dioses; en Libia se puede co m ­ prar m ucho m arfil; de Rodas vienen pasas e higos secos; de E ubea, peras y ovejas cebadas; de Frigia, esclavos; m ercenarios, de A rcadia; criados inútiles, de Págasas; P a flag o n ia sum inistra castañas y alm endras; Fenicia, dátiles y fina harina de trigo; C a rta g o , a lfo m b ras y a lm o h ad a s de colores». En dos puntos la política interior de Pericles se iba a m anifestar peligrosa, incluso v erdaderam ente funesta p a ra el fu tu ro de Atenas: en la política de dere­ chos ciu dadanos y en la adm in istración de las finanzas. C u a n to m ás radical se hacía la dem ocracia ática ta n to más intolerablem ente se c o m p o rta b a con los grandes grupos de gentes que no tenían plenos derechos ciud ad an os. La preocupación egoísta de perder, p o r la participación de un núm ero relativa­ mente grande de gentes con los m ismos derechos, alguna de las ventajas que el naciente E stado Social iba a ofrecer precisam ente a los más pobres entre los ciudadanos por m edio de dietas y distribuciones de trigo, hizo al pueblo ciego ante todos los perjuicios que habían de resultar de un aislam iento c o m ­ pletamente inorgánico del estrato que g o b e rn a b a el E stado. Así, u n a ley p r o ­ puesta por Pericles en el año 451 /4 50 excluyó del círculo de los ciudadanos de plenos derechos a los hijos de los m atrim o nio s con m ujeres no áticas, m edi­ da que h ab ría sido im pensable e irrealizable en el E stad o nobiliario. La fuerte carga de los gastos por la actividad c o n stru cto ra con tin uam en te creciente hizo imposible, sobre to d o en los años de 454 a 434, crear unas reser­ vas adecuadas en el tesoro del E stado. Los altos costes de la guerra desde 460, en especial las expediciones de C hipre y de E gipto tuvieron que devorar completamente las contribuciones de la Liga. ¿Qué o tra cosa q u e d ab a sino echar m an o del tesoro de A ten a Políade en A tenas, tesoro que h asta entonces había sido capital m uerto? El D ecreto de Calias (434/433 a. de C .), a m enudo discutido p o r los investigadores m o d ern o s, intentab a, con la p ro p u esta de una entrada de 3.000 talentos en la caja de A te n a, fo rm ar u n a reserva inmóvil a la que se pudiera recurrir en caso de necesidad, es decir, en caso de la guerra que ya d e ja b a ver sus som bras. C u a n d o com enzó la G u e rra del P eloponeso había 6.000 talentos en el tesoro de A te n a (T ue., II, 13, 3). En las disposiciones del Decreto de Calias hay que ver tam b ién u n a estrategia de Pericles, por

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la que el político tra ta b a de cubrirse de la posible inculpación de haber malgas­ tado millones en sus construcciones. Sin em bargo, lo que se había descuidado en decenios no podía recuperarse ya en pocos años. Así al final de la Pentecon­ tecia, la época que había llevado a Atenas a una altura insospechada, queda escrita la maliciosa palabra «negligencia».

4. LA LIGA DELO-ÁTICA Y LA HEGEMONÍA ESPARTANA HASTA LA VÍSPERA DE LA GUERRA DEL PELOPONESO

El reenvío por los espartanos del cuerpo de auxilio ático desde el monte Itome en el otoño de 462 a. de C. señala la separación definitiva de los dos aliados. Si al principio no hubo repercusiones inmediatas de política exterior, la razón de ello fue la situación general: especialmente las fuerzas de Atenas y de su simmaquia continuaban unidas por la guerra contra los persas. Cierta­ mente éstos permanecían completamente inactivos en el Occidente. El gigantes­ co imperio tuvo que superar en el reinado de Artajerjes I (465-425/4) un momento de declive en su evolución; fue agitado por sublevaciones peligrosas, bactrianos, sirios y egipcios fueron los afectados. El levantamiento de los prín­ cipes nativos Inaro y Amirteo en la parte occidental del Delta del Nilo y la decisiva victoria de los sublevados en Papremis sobre el sátrapa Aquémenes fueron la causa de la intervención de los atenienses en la tierra del Nilo. En el fondo había consideraciones de política expansiva y comercial. Egipto, la tierra más rica en trigo del mundo antiguo, junto con Sicilia y el sur de Rusia, ofrecía con su valioso papiro un amplio campo al comercio ático con tal de que se prestase a abrir su territorio. Con la ocupación de Menfis, fortaleza de los persas, ofrecía la empresa, empezada con una victoria de los atenienses en el Nilo, un desarrollo prometedor (460). Sin embargo, la ciudadela de Men­ fis pudo mantenerse con la guarnición persa. Esparta estuvo encadenada hasta el año 460/459 por la sublevación de los mesenios. Entonces, Argos, enemiga tradicional de Esparta se lanzó contra Micenas, la sometió por hambre y redujo la población a la esclavitud. No pudo Esparta salvar a su aliada. En la Batalla de É n o e (en la carretera de Argos a Mantinea) el ejército espartano fue vencido por los argivos y voluntarios atenienses (¿460?). Los atenienses valoraron la batalla como un éxito importan­ te; existía hasta entonces la aureola de que los espartanos eran invencibles en batalla campal. El poder proselitista de las ideas democráticas se reflejó en

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la unió^i de M antinea y M égara con A tenas. La alianza de los megarenses trajo natu ralm en te a los atenienses la hostilidad abierta de la po derosa potencia co­ mercial de C orinto, que por su parte se unió con Egina, la reina del M ar Sarónico, antigua rival de Atenas. Después de sensibles reveses, que se explican por la gran dispersión de las fuerzas atenienses, que estaban al m ism o tiempo en Egipto, se consiguió en la p rim avera de 459 el cerco de Egina. H asta entonces, a pesar de sufrir sensibles pérdidas en todas partes, había quedado A tenas dueña del cam po de b atalla, pero tod av ía no ha b ía entrado en lucha abierta E sp arta, el enemigo más im p o rtan te, que desde lejos manejaba los hilos de la política antiateniense en Grecia. Sólo ante u n a petición insistente de auxilio de los dorios de E ta apareció en la Grecia central un ejército de la Liga Peloponesia. Sólo a h o ra , a p o y ad a en u n a alianza con los beocios, se sintió E sp a rta suficientem ente fuerte p ara d ar la batalla decisiva allí donde pudiera afectar más sensiblemente a Atenas. Venció E sp a rta en T a n a g r a (verano de 457) a A tenas y sus aliados, pero su victoria no tuvo consecuencias políticas duraderas: el ejército e sp arta n o se retiró, y la B atalla de E n ó f i t a restablecía ya, dos meses después, la suprem acía ateniense en Beocia. Una con­ secuencia de ello fue la capitulación de E gina (456): con severas condiciones fue obligada a entrar en la Liga M arítim a Delo-Ática. A tenas quebró con bru­ tal decisión la p rosperidad de la ciudad; la vida artística de E gina se extinguió rápidam ente. El año 455 a. de C. señala indiscutiblem ente el p u n to más alto, la akmé, del poder ateniense en la Pentecontecia. T o d o el espacio desde el Istmo de C orinto hasta el G olfo Málico estab a bajo el control de A tenas. Tesalia depen­ día de A tenas, al m enos nom inalm ente, las ciudades comerciales dóricas de Egina, M égara y Trecén eran m iem bros de la Liga, el M ar Egeo se había con­ vertido en un m ar ateniense. E xpresión de la creciente voluntad de poder fue la expedición de Tólm ides: en 455, dio la vuelta al extrem o meridional del Peloponeso, después de haber c ausad o considerables d años a los espartanos, desem barcando en varios puntos de L aconia. C on la anexión de Acaya, «la feliz tierra sin historia», puso A tenas indirectam ente su pie en el norte de la Península del P eloponeso, allí, desde el asentam iento de los hilotas mesénicos en N au p acto , tenía b a jo vigilancia el acceso al G olfo de C orinto. P ero la gran ciudad comercial dórica del Istm o fue gravem ente afectada por la incursión de Tólm ides en el im perio colonial corintio del M ar Jónico; aquí Zacinto y Cefalenia se unieron a los atenienses. El gobierno ateniense estaba ya dirigien­ do sus ojos al Occidente lejano, c u an d o un cam bio repentino en el país del Nilo le obligó a un enfrentam iento c o n tra el Este. En Egipto, el persa M egabizo, tras haber sofocado el levantam iento en Ba­ bilonia, había obtenido en colab oración con u n a escuadra fenicia una gran victoria en el Delta sobre los egipcios y sus aliados atenienses (456). Éstos fue­ ron encerrados en la isla de P rosopitis en el Nilo, y allí, depués de año y m edio de cerco, aniquilados p o r los persas excepto un pequeño núm ero (454).

Liga Délo-Ática y hegemonía espartana

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Inaro cayó prisionero de los persas. Amirteo, en cambio, continuó con sus fieles la resistencia contra los persas en el oeste del Delta. Las consecuencias de la derrota en Prosopitis, la primera desde decenios que los atenienses tuvie­ ron que recibir de los persas, fueron enormes. Se perdió Chipre, y en el máxi­ mo desconcierto se trasladó (a propuesta de los samios) la caja de la Liga desde Delos a Atenas (verano de 454). Sin embargo, ni Persia ni Esparta esta­ ban en condiciones de aprovechar la situación favorable. Con ocasión de una segunda expedición naval de los atenienses a Occidente (bajo el mando de Peri­ cles) se llegó, en 453, a la conclusión de una tregua de cinco años entre Atenas y Esparta. Atenas tuvo que pagarlo con el abandono del aliado argivo, que, por su parte, acordó en el año 451 (?) una paz de treinta años con Esparta. Sólo ahora eran de nuevo los espartanos dueños en su propia casa, en el Peloponeso. El regreso de Cimón del destierro atizó una vez más la llama de la guerra persa. Una poderosa escuadra de doscientas naves de la Liga Marítima se pre­ sentó en Chipre y alcanzó una brillante victoria sobre los persas en la S a l a m i n a c h i p r i o t a . Fue ensalzada esta victoria como uno de los más grandes hechos de Atenas, aunque no dio lugar a ningún resultado definitivo en la lucha que duraba ya más de treinta años. Por lo demás, ni siquiera el propio Cimón sobrevivió a esta victoria; había muerto poco antes en el asedio de Cition. La orden dada por Pericles a la escuadra, para que regresara desde Chipre y desde las aguas egipcias, y el envío del rico Calias a Susa caracterizan el cambio de la política ática frente a Persia. Tras difíciles negociaciones, acor­ daron finalmente los enemigos, en el año 449, una delimitación de las esferas de intereses. Ningún barco persa debía en adelante entrar en el Egeo; en la costa, los puntos de demarcación eran la entrada oriental del Bosforo, al Nor­ te, y la ciudad licia de Faselis, al Sur. En el territorio de Asia Menor, junto al Egeo, se creaba una amplia zona desmilitarizada de una jornada a caballo, es decir, de tres días de marcha a pie en la que no podrían entrar las tropas persas. No se firmó un tratado de paz con las formalidades debidas, porque el rey persa seguía aferrado a la pretensión de considerar como súbdito suyo a todo hombre que viviera en el ámbito de su dominio. Sin embargo, el tratado fue confirmado con una declaración vinculante del rey Artajerjes I. La llamada Paz de Calias no fue una página de gloria para Atenas; ya que se había conse­ guido simplemente el reconocimiento de facto de la situación real en Asia Menor. La conclusión de la paz debía ser coronada con un congreso que Pericles pensaba celebrar en Atenas con la participación de todo el mundo griego, tam­ bién de Esparta. Puesto que Atenas con el Tratado de Calias había renunciado espontáneamente a su gran tarea nacional, es decir, la dirección de la guerra contra los persas, el programa de paz de Pericles era de importancia decisiva; debía mantener la pretensión ática al liderazgo de Grecia junto con Esparta. El programa decía así: mantenimiento de la paz, seguridad en los mares, reedi­ ficación de los templos destruidos por los persas. Esparta, sin embargo, no

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estaba dispuesta a apoyar el plan. Con ello el proyecto fracasó. La fecha de convocatoria del congreso es discutida; hay que pensar en el año 448/447 o bien en los primeros años después de 446. Representó para Atenas un sensible contratiempo la revolución oligárquica en Beocia (¿verano de 447?); los atenienses fueron derrotados en Coronea y tuvieron que evacuar toda Beocia con excepción de Platea. Por iniciativa de Tebas se formó una Liga Beocia; ésta se dividió en once sectores, cada uno de los cuales enviaba sesenta consejeros al Consejo de la Liga e igualmente mil hoplitas y cien jinetes al ejército, ejemplo de una precoz constitución repre­ sentativa griega. Al año siguiente (446), Eubea y Mégara se separaron de Ate­ nas; Pericles sólo pudo conseguir la retirada del ejército de la Liga Pelopone­ sia, que acudía en socorro de Mégara, sobornando al rey espartano Plistoanacte y a su consejero Cleándridas. Entonces tuvo Pericles las manos libres en Eubea; Calcis e Histiea fueron duramente castigadas, en Histiea se estableció una cleruquia ática (Óreo). Con la conclusión de una paz para treinta años entre Atenas y Esparta (446/445) se consiguió un reposo en el gran enfrenta­ miento de las dos potencias rivales griegas. La paz confirmó el status quo: Atenas tuvo que renunciar a su influencia en Grecia central y en el Peloponeso; su supremacía sobre Egina, sin embargo, se mantuvo. En cuanto a la composición externa y a la forma interna, la Liga Marítima Delo-Ática había sido sometida desde su fundación, en el año 478/477, a cons­ tantes transformaciones. Fue un momento importante en la evolución de la Liga Marítima el Tratado de Calias (449), que descartaba ciertamente la guerra persa, pero no el peligro del lado del gran Imperio. El desequilibrio constante­ mente creciente de la supremacía ateniense había provocado ya en los años sesenta que repetidamente algunos aliados se sustrajeran por separado a este opresivo dominio (v. pág. 137). Por tanto no se puede decir que hasta la Paz de Calias no se haya producido la transformación interna de la Liga desde una sim m aquia (alianza) a una arqué (dominio); tampoco demuestra nada en este asunto el que sólo desde 446/445 aparezca (en las listas de tributos) la división en distritos de los territorios de la Liga. De mayor significación es que, según parece, ya en el año de la Paz de Calias (449/448) el pago de las cuotas de la Liga o fue interrumpido en general o lo efectuó sólo un reducido número de miembros, signo inequívoco del efecto del tratado en la consistencia interna de la Liga. Al predominio político y económico de Atenas correspondía el papel predo­ minante de la cultura ática, la penetración del ático en la lengua hablada, en la escritura y también en los actos jurídicos de la Liga. La moneda de los aliados fue en parte suplantada por la de acuñación ática. Las acuñaciones de los miembros de la Liga, sobre todo los de la circunscripción insular, mues­ tran desde 450 a. de C. aproximadamente considerables vacíos, lo que sin duda fue un efecto de la ley monetaria ática. Sólo durante la Guerra del Peloponeso los miembros que se rebelaron acuñaron de nuevo sucesivamente su propia

Liga Delo-Ática y hegom onía espartana

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moneda. Si Atenas en 450/449 intervino en los problemas internos de Mileto, y si en 442 lo hizo en Sanios, en favor de la tendencia democrática, estas inter­ venciones significan una reducción totalmente decisiva de la autonom ía de los miembros de la Liga: los «aliados» se convirtieron muchas veces en «súbditos» de Atenas. Cuán cuidadosamente vigilaba Atenas el pago de las cuotas de los aliados lo muestra un fragmento de una inscripción: a los aliados se les entre­ gan sellos; con estos se sellan las liquidaciones de los tributos. Por lo demás, la total sumisión de Samos por Pericles tras el levantamiento de los samios (441-439) muestra lo que los miembros de la Liga tenían que esperar de Atenas, si se atrevían a dar coces contra el aguijón. Sin embargo, careció Atenas total­ mente de los requisitos previos decisivos para una penetración política de la Liga, sobre todo de una burocracia organizada, que no existió en Grecia y con la que sólo había contado el Imperio Persa. Fue igualmente un gran impe­ dimento la ausencia de un «sentimiento de imperio» en los Estados de la Liga; no podía surgir a causa del predominio político y material de Atenas. Fue el sentimiento griego de libertad el que se opuso a la integración de la Liga en una «provincia» ática. Los últimos años anteriores a la Guerra del Peloponeso están caracterizados en Atenas por una creciente oposición a Pericles. Ciertamente ya en el año 443 había sido víctima del ostracismo el principal antagonista de Pericles, Tucídides (hijo de Melesias), que había hecho cosa propia la situación de los alia­ dos. Sin embargo, en la comedia y en los procesos contra los colaboradores del «olímpico» (Pericles) se m ostraba una creciente oposición. Anaxágoras, Fidias y Aspasia fueron acusados uno tras otro. No se puede hablar, sin embar­ go, de un serio quebrantam iento de la posición relevante de Pericles en el dece­ nio de los treinta.

5.

LOS GRIEGOS OCCID EN TA LES EN LA PENTECONTECIA: EL DESPERTAR DE SÍCULOS E ITÁLICOS

En tanto que en el Fste, después de las victorias de Salamina y Platea, la guerra contra los persas duró todavía treinta años completos, en el Oeste, la Batalla del Hímera trajo a S i c i l i a un reposo ante los cartagineses duran­ te setenta años, período que ante todo favoreció el desarrollo cultural de los griegos occidentales. Después de la muerte de Gelón (478), su hermano H i e r ó n tomó posesión del cetro del doble Estado de Siracusa y Gela. Se rodeó en Siracusa de una brillante corte de las musas, sus huéspedes eran los más importantes poetas de la época. Píndaro y Baquílides, Simónides y Esquilo residieron transitoriamente en Siracusa y celebraron con cantos la gloria del soberano. Su victoria sobre los etruscos en K ym e (Cumas) en 474 a. de C. convirtió a Hierón en el salvador de los griegos occidentales ante el peligro etrusco. Con razón dice Píndaro (Pit., I, 140) que Hierón '(había arrojado al mar desde las rápidas naves a la juventud de los etruscos y había salvado a Grecia de una pesada servidumbre». También la victoria de Hierón fue im­ portante para los comienzos del Estado romano: aseguró definitivamente la independencia de Roma. La gran prosperidad de la tiranía siciliana después de las victorias sobre los cartagineses y los etruscos no podía hacer olvidar su debilidad interna, la ilegitimidad. Aunque Hierón, Anaxilao y Terón pudieron mantener importan­ tes ejércitos mercenarios, aunque pudieron hacer surgir del suelo magníficas ciudades (Hierón fundó la dórica Etna), trasladar a capricho a los ciudadanos, construir bastiones y edificios suntuosos, no llegaron nunca a una soberanía firmemente fundam entada. Ni siquiera durante un solo año pudo Trasíbulo mantenerse en posesión de la tiranía en Siracusa y sobre los dominios de los Deinoménidas tras la muerte de su hermano Hierón (466). Con el levantamien­ to de los siracusanos prendió el movimiento de libertad en toda Sicilia; la tira­ nía de Region-Mesana fue la última que cayó en 461. En el nuevo orden del

L o s griegos occidentales en la P entecontecia

155

Estado de A cragante participó decisivamente cl filósofo E m pédocles. Él acuñó la frase clásica sobre el estilo de vida de sus c o n ciu d ad a n o s griegos, que carac­ teriza, corno ninguna otra, la n atu raleza del m un d o colonial griego en el Occi­ dente: «Los de A c rag an te viven disipadam ente, co m o si tuvieran que morir m añana, y constru yen edificios c o m o si fueran a vivir eternam ente». L)e hecho la ¿poca que sigue a la victoria del Hirnera se caracteriza por un número sorprendentem ente g ra n d e de magníficos tem plos en A cragante, Siracusa, Selinuitlc c H ím era, d e los que el Olimpieon de A crag an te, con sus gigantes­ cas dimensiones, representa una realización arq uitectó nica especialmente im­ presionante. A penas se había recuperad o la libertad, levantó de nuevo su cabeza la que­ rella interna de las c iu d a d es sicilianas. Siracusa, Gela, A crag an te, H ím era y Region fueron d esgarrad as por disputas internas; ju n to a esto constituían los m ercenarios, sostenidos por los tiranos, peligrosos focos d e intranquilidad, so­ bre todo en Siracusa. Un rasgo com pletam ente nuevo e n la conform ación dé­ la historia siciliana fu e el d e sp e n a r del elem ento siciliano autóctono, que en­ contró su jefe n acion al en Ducecio. El objetivo de los siculos era expulsar to tal­ mente a los griegos d e la isla. Ducecio fundó en Paliee la capital del Estado federal siciliano, que intentaba extender su esfera de p o d e r desde el interior hasta el m ar. Sólo la d e rro ta de Ducecio frente a la fuerza unida de siracusanos y a craganlinos p ro d u jo el cam bio de la situación: Ducecio i u v o que buscar refugio de sus prop ios partidarios en Siracusa; los siracusanos lo enviaron luc­ ra de la isla, a C o rin to , en ho norable prisión (451 ó 450). A un q u e el sículo regresó otra vez a su patria, no tuvo ya influencia en la evolución política de la isla. Más bien consiguió Siracusa establecer de nuevo su hegem onía; hacia final del decenio de los treinta es de nuevo Siracusa c o n m ucho la potencia más fuerte de Sicilia, incluso de todo el occidente griego. La historia externa de la M agna Grecia en el siglo v se puede conocer sólo en sus rasgos superficiales. En to d as partes estaban las ciudades griegas en enconadas luchas defensivas c o n tra los pueblos de la a n tig u a Italia q u e desper taban; T are n to v Region sufrieron una terrible derrota frente a los yápiges (473). En el interior se levantó el pueblo en m uchas ciudades contra la aristo­ crática clase dirigente sostenida p o r los pitagóricos; en to d as partes había guerra civil, robos, asesinatos, pillaje, un entristecedor c u ad ro d e la desunión griega. C om o un oasis en el desierto aparecía la pequeña ciudad ele Elea (posteriormente Vclia) en la costa oeste de L ucania. D entro de sus m uros vivían los más desta­ cados pensadores griegos de la época: Parm enides y Z en ó n . En fo rm a de un magnífico p o em a didáctico ha eternizado Parm énides su explicación de la n a tu ­ raleza, q u e tiene un p a rticu la r carácter dualista con la hipótesis de un fuego etéreo y u n a o b scu rid ad absoluta. Su teoría de las z o n a s basada en la idea de la configuración esférica d e la tierra adquirió gran im p o rtan c ia en la investi­ gación científica. A sí. la pequeña Elca fue un ejem plo de lo que e ra c ap a / el espíritu griego c u a n d o había e n co ntrad o un am b ien te nutricio adecuado.

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Época de la polis griega

A diferencia de las comunidades helénicas del sur de Italia era M a s a I j a en el siglo v un refugio de tranquilidad y seguridad. Con sus magnificas relaciones comerciales, que por el Oeste se extendían hasta muy el interior de España, por el Norte, curso arriba del Ródano hasta la Francia septentrional y el territorio del Rin, y que por el Este penetraban ampliamente en el espacio itálico, era Masaba la más importance ciudad de la costa de Occidente junto con Cartago. Se establecieron relaciones especialmente firmes entre la colonia griega de Occidente y el pujante Estado romano, relaciones que se explican por la posición de lucha común contra los etruscos. Cuando los romanos, des­ pués de la conquista de Vcios (3-96), consagraron al Apolo de Delfos un trípode de oro, lo colocaron en el Lesoro deifico ele los masaliotas. Así como la leyenda de la fundación de Roma fue forjada por los griegos, también debe Roma a los helenos en último término su liberación del dominio etrusco. Las victorias de los griegos se hallan en la cuna del Estado romano y sólo la impregnación del mundo romano con la cultura helénica capacitó a Roma en siglos posterio­ res para el dominio del mundo.

L A G U E R R A DEL PELOPONESO (431-404 a. de C.)

Al indiscutido m om ento culm inante del m undo griego clásico en la época de Pericles siguió la crisis de la G uerra del Peloponeso, de casi treinta años de duración. Las conexiones universales de la guerra —el teatro de sus acciones se extendió desde la Península griega hacia el Este por el Egeo, M acedonia, Tracia hasta Asia M enor y hacia el Oeste por el Mar Jónico hasta Sicilia y la Italia m eridional— la caracterizan como el m ayor suceso de la historia griega desde la cam paña de Jerjes contra Grecia. P o r el hecho de que el Reino Persa y el Occidente griego quedaran englobados en su ám bito, es al mismo tiempo esta guerra un acontecim iento de primer rango en la historia universal, es inclu­ so un m om ento verdaderam ente crítico en la historia del m un d o antiguo. C ons­ tituye algo más que un símbolo el que la guerra haya sido n arrada por Tucídides, el más grande historiador de la A ntigüedad. • De esta lucha universal por el poder no salió vencedora E sparta, sino el Reino Persa; por tan to el siglo iv resultó al principio un siglo persa, después m acedonio. Las poderosas fuerzas que se desencadenaron por la guerra dentro y fuera de Grecia actu aro n con efectos destructivos, incluso, en parte, aniquila­ dores en m uchos cam pos, sobre todo en el de la política y la econom ía. Grecia, centro del m undo desde Salam ina y Platea, p or las consecuencias de esta guerra se vio em pujada poco a poco hacia la periferia, mientras que sobresalían el Oriente, Persia, y el Occidente, especialmente el reino de Dionisio I de Siracu­ sa. La hora de la p o lis griega se agotaba lentamente. La creación realizada por A tenas, la Liga M arítim a, no se había m ostrado capaz de resistir la difícil prueba. P o r el exceso de libertad, por la incapacidad de alcanzar un equilibrio satisfactorio entre libertad y obligación, no sólo Atenas y su arqué sino también Grecia se hundieron com o factor de poder político. Las perturbaciones de la gran guerra no se pro dujeron sin dejar huella en el hom bre griego. Las agitadas olas de odio, las terribles crueldades perpetra­ das con frecuencia en prisioneros desarm ados o en habitantes de ciudades conquistadas arro jan obscuras som bras sobra la imagen lum inosa del carácter

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É p o c a d e la p o lis griega

griego, tal c o m o está p la s m a d o en las im p e re c e d e ra s o b r a s de a rte del siglo v. A u n q u e p a re z c a s o r p r e n d e n te , p e rm a n e c e la in a g o ta b le fu e rz a c re a d o r a del esp íritu griego incluso en los a ñ o s m ás s o m b r ío s de la g ra n g u e rra . L a mayor p a rte de las o b ra s de E u ríp id e s (m u e rto en 406) y de las c o m e d ia s políticas de A ris tó fa n e s , q u e a p a re c e p o r p r im e ra vez en el a ñ o 427, pe rte n ec e a la é p o c a de la g u e rra y d a te s tim o n io de u n a flo rec ie n te v id a in telectu al en Ate­ nas, d o n d e no se s u s p e n d ie ro n las re p re se n ta c io n e s a n u a le s de tra g e d ia s y co­ m ed ias, a u n q u e los a rsen a les y los talleres en la c iu d a d y en el P ire o resonaran co n el ru id o del t r a b a j o de los a p re s to s m ilita res. T a m p o c o d e s c a n s a b a n por e n te ro el cincel y la sie rra de los q u e t r a b a j a b a n en las ed ificacio n es; se conti­ n u a b a t r a b a j a n d o en el E re c te o n y los te s o re ro s n o o lv id a b a n a n o ta r , entre los gastos de la g u e rr a , los p a g o s a c iu d a d a n o s , m eteco s y esclavos. E n los p rim e ro s a ñ o s de la g u e rr a hizo su e n tr a d a o ficial en A te n a s la «nue­ va d o c tr in a » , la s o f í s t i c a ,

en la fig u ra del g ra n o r a d o r G o rg ia s , emba­

j a d o r de los le o n tin io s . L a so fístic a tu v o u n a p a rte decisiva en la acuñación del n u ev o h o m b re g riego . P re c is a m e n te , ella p ro v o c ó la t r a n s fo r m a c ió n de la vida in telectu al griega; sus e fe cto s so n a p re c ia b le s en to d o s los á m b ito s de la vida y no m e n o s en la política. A p e sar de sus c o n sec u en c ias negativas, no se p u e d e n p a s a r p o r a lto las positiv as: los so fista s c o lo c a ro n los fundam entos del p e n s a m ie n to c ientífico; al s itu a r al h o m b r e en el c e n tro , in tr o d u je r o n un nu evo m o d o de ver el m u n d o . E l o c u p a rse de la n a tu r a le z a del h o m b re es, en to d o caso , u n rasg o de m o d e r n id a d q u e tr a s p a s a c o n su so p lo esta época. El n u e v o espíritu cien tífico se ex p re sa en los escritos del m éd ico H i p ó ­ c r a t e s

de

Cos

(n a c id o h a c ia 460 a. d e C .), f u n d a d o r del nu evo arte

m éd ico , y en los de su c írculo de t r a b a jo ; s o b r e t o d o el t r a t a d o Sobre la enfer­

m edad sagrada y el lib rito Sobre el clima so n te s tim o n io s im p re sio n a n te s de un p e n s a m ie n to v e rd a d e r a m e n te científico, q u e ya n o q u ie re c o n fo rm a rs e con explicaciones m etafísic as. N o es u n a c a s u a lid a d q u e la te rm in o lo g ía de la obra de T u cíd id e s m u e stre in e q u ív o c a s re s o n a n c ia s del Corpus Hipocraticum. E n n in g ú n o tr o c a m p o se e x p re sa ta n c la ra m e n te el n u e v o e sp íritu griego c o m o en el de las creen cias religiosas. L a a p e r t u r a del c a rá c te r griego a los usos a je n o s , se m a n if ie s ta en la n a c io n a liz a c ió n de n u m e r o s a s divinidades ex­ tra n je ra s : la B endis tra c ia , el frig io S a b a c io , el libio A m ó n y m u c h o s otros a lc a n z a r o n el d e re c h o d e c iu d a d a n ía en G re cia; a u n q u e c o n fre c u e n c ia la políti­ ca h a y a p r e p a r a d o el c a m in o a la creencia. P e r o si en to d o s los tiem pos la n ecesid ad e n se ñ a a re z a r, t a m b ié n en la G u e r r a del P e lo p o n e s o m a sa s de cre­ yentes se e n tr e g a ro n a los e n ig m á tic o s c u lto s m istérico s p a r a e n c o n tr a r en ellos c o n su elo y e sp e ra n z a . P o r o tr a p a rte , el n u e v o h o m b r e f o r j a d o p o r la g u e rr a y la fa lta de com pa­ sión q u e é sta tra e c o n sig o se h a s a lta d o c o n m u c h a fre c u e n c ia las barreras del d e re c h o y de las c o s tu m b r e s , de la le a lta d y de las creencias. Hom bres influ y en tes del tip o de A lc ib íad e s y de L is a n d r o d o m in a n la escena de la po lítica, p e ro la m a s a n o está m e n o s a tr a íd a p o r la v ía de la fu erz a. En las

La Guerra del Peloponeso

159

Asambleas del pueblo los sentimientos de venganza prevalecen frecuentemente sobre los movimientos de sobria prudencia. Además el triodo de proceder del pueblo ático desmiente la opinión que cree ver en el pueblo soberano un instru­ mento de inequívoca sagacidad política. En este cuadro sombrío, sin embargo, no faltan totalmente colores más claros. La posteridad no podrá negar su reco­ nocimiento a la alta talla hum ana y al valor confirm ado de Sócrates, al fiel y paciente cumplimiento del deber de tantos miles de desconocidos, a la supe­ rior abnegación de Atenas. Es un destino trágico el que se ha cumplido en Grecia y para Grecia en la lucha ático-espartana por el poder. La incapacidad del vencedor espartano para construir una nueva Grecia libre y la supremacía de la gran potencia persa sellaron la decadencia de la nación griega. Sólo pasa das más de dos generaciones, el macedonio Alejandro despertó al inundo grie­ go a una nueva vida.

I.

LOS A N T E C E D E N T E S DE LA G U E R R A DEL PELOPO NESO

Fn su ob ra histórica se enfrenta Tueídides a la interpretación de que Peri­ cles, p a ra superar dificultades de política interior había prom ovido la Guerra del Peloponeso. C o n plena razón ve el lam oso historiador las causas profun­ das, que él por prim era ve/, distingue de los pretextos externos, en el hecho histórico del dualism o ático-espartano así c o m o en la oposición de los princi­ pios de política interna representados por los do s E stad os dirigentes. Los inves­ tigadores m odernos en su gran m ayoría han seguido a fucidjdes: sólo K. J. Beloch se ha esforzado en a y u d ar a que prevaleciera la interpretación combati­ da por Tueídides que para nosotros es visible sobre todo a través de la comedia. El desarrollo de los acontecim ientos hasta la ru p tu ra abierta de las hostilidades en la prim avera de 431 es, sin em bargo, una prueba convincente de la exactitud de la opinión de Tueídides. Si hay algo seguro, es que Pericles no buscó la guerra, tam poco ciertam ente se a p a rtó de su cam ino c u an d o la rup tu ra parecía irrem ediable y los acontecim ientos no d ejab an ya o tra opción al político ate­ niense a m enos de causar u n a p ro fu n d a e injustificada hum illación a Atenas. Se encendió la llam a de la gran guerra en la desavenencia de (as potencias comerciales A tenas y C o r i ti t o . La reina de las ciudades del Istmo había sido en el siglo vi la d o m in a d o ra casi absoluta de las com unicaciones de Grecia con el Occidente, debido al ap o y o q u e recibía de su extenso dom inio colonial, en las islas y en la costa del M ar Jónico, m antenido en disciplinada dependencia política y económ ica. En la rica isla de C o rcira poseía un im portante punto de apoyo interm edio desde el q u e el comercio corinto-corcirio a barcaba casi todo el Occidente: Sicilia, Italia m eridional y toda la Península de los Apeninos. Corint.o en contró un serio com petidor, ya después de las grandes victorias so­ bre los persas, en el floreciente com ercio de Atenas con el Occidente; de ello dan p ru e b a los hallazgos de vasos áticos en Italia así co m o los tratados de A tenas con ciudades del O ccidente griego y especialmente la fundación de Tit­ rios (v. pág. 146). Su situación incom parablem ente favorable sobre dos mares

A n teced en tes de la Guerra del P eloponeso

161

habría perm itido a C orinto participar tam bién preponderantem ente en el co­ mercio del Este si su actividad en esta zona no hubiera sido fuertem ente limita­ da por la rivalidad de Egina y de Mégara. El ascenso vertical de Atenas obligó a C orinto en el curso de la Pentecontecia a to m ar posiciones nuevas; en la llam ada Prim era G uerra del Peloponeso se colocó C o rin to al lado de los enemi­ gos de Atenas, en tan to que otorgó su apoyo abierto a los eginetas, como más débiles. A tenas respondió con su alianza con Acaya y, sobre todo, con su esta­ blecimiento en N aupacto, el « G ib raltar ateniense» en el Golfo de C orinto (v. pág. 140). C on ello había puesto Pericles el cuchillo en la garganta a la m etró­ poli comercial corintia. Si no quería arruinarse, la antes tan orgullosa reina del M ar Jónico tenía que recurrir a todo p ara librarse de un cerco mortal. A diferencia de C orinto, am enazad a en sus intereses vitales, estaba E s ­ p a r t a , la potencia hegemónica de la Liga Peloponesia, m uy poco inclinada a la guerra. El retroceso de su m ovim iento dem ográfico, el fantasm a del tem or ante un nuevo levantam iento hilota, los escasos recursos financieros y económ i­ cos, la debilidad de la organización de la alianza en el Peloponeso en co m p ara­ ción con la consistente Liga M arítim a Ática, todo esto entorpeció la iniciativa de E sparta. No eligió ella la guerra sino que fue forzada a entrar en ella, y precisamente por C orinto y sus aliados. A m ediados de los años treinta cuando el fragor guerrero de la sublevación samia fue acallado, se concentraron oscuras nubes de to rm e n ta sobre el M ar Jónico. De la enemistad de C orinto con su colonia C orcira se originó una ver­ dadera guerra en la que se puso en juego el dom inio del M ar del Oeste. Dispu­ tas internas en la colonia corcirense de E pid am n o (posteriorm ente Durazo) entre oligarcas y dem ócratas provocaron la intervención de am bos Estados. Los corintios, que habían rechazado una intervención arbitral propuesta por Corcira, sufrieron una d errota aniquiladora en una batalla naval en el p ro m o n ­ torio de Leucime (en el extremo sur de Corcira); E pid am n o se entregó a los corcinos, la guarnición corintia fue a p arar al cautiverio (435). M ientras C orin­ to, apoyada por Léucade y A m bracia, se a rm a b a febrilmente, dirigió Corcira una llam ada de auxilio a Atenas y obtuvo la conclusión de una alianza defensi­ va (epim aquia); por cierto, sólo tras largas vacilaciones llegó a tom ar esta deci­ sión la Asam blea popular ática. En el centro del verano de 433 se enfrentaron en las islas Síbota (en el estrecho entre C orcira y el continente) 150 trieres corintias y 110 corcirias. La intervención de una flotilla de socorro ática, que hasta entonces se había m antenido a la expectativa, privó a los corintios del pleno aprovecham iento de la victoria alcanzada. T am bién en la Calcídica, en Potidea, se en frentaro n los intereses de atenien­ ses y corintios. C om o colonia corintia fu n d ad a por P erian d ro (v. pág. 75) se había m o strad o Potidea com o fuerte salvaguardia de la libertad griega en el Norte. H a b ía entrado en la Liga M arítim a Delo-Ática sin renunciar, sin em bar­ go, a sus vínculos con la m etrópoli, que todos los años enviaba los m agistrados para Potidea. C u a n d o el conflicto de C orcira estaba en su punto culminante, H IST O R IA

DE

G R EC IA . —

11

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É p o c a de la p o lis griega

en el verano de 433, Pericles dirigió a Potidea la exigencia de que expulsara a los epidamiurgoi corintios y que derribara la muralla que cruza el sur de la Península de Pallene. Potidea, apoyada en la alianza con el rey de Macedo­ nia Perdicas II, respondió al desafío ateniense con la separación abierta (hacia mayo de 432), a la que se unieron también los botieos y los calcidicos. El punto grave del conflicto lo marcó el p s é p h i s m a (decreto) d e M é ­ g a r a ; con él Pericles cerró a los megarenses, aliados de Corinto y competi­ dores de Atenas, todos los puertos en el ámbito de la Liga Marítima asestando con ello un golpe aniquilador al comercio de Mégara (432). Los contemporá­ neos consideraron este decreto como la causa verdadera de la guerra, pero sin razón; Pericles lo estableció como un episodio sin importancia, como los que ocurren en momentos de crisis en todas las partes y en todos los tiempos. Sin embargo, el pséphisma fue sólo la expresión de una de las muchas diferen­ cias surgidas entre Atenas y los peloponesios. Así lo ha descrito también Tucí­ dides (I, 67). Ante la queja de Mégara, la apélla espartana primero y después la Asamblea de la Liga Peloponesia declararon la ruptura por parte de Atenas del tratado de la Paz de Treinta Años. La guerra se hizo inevitable. El invierno de 432/431 estuvo lleno de negociaciones simuladas. Las dos partes, sobre todo Esparta, intentaban por vía diplomática ganarse una posi­ ción favorable de salida y convencer a la opinión pública de Grecia de que la razón estaba de su parte. Esto lo consiguieron los espartanos ciertamente mejor que sus antagonistas atenienses. Cuando finalmente Esparta exigió a Ate­ nas la expulsión de los execrados Alcmeónidas, es decir, de Pericles, así como la restitución de la autonomía a los miembros de la Liga Ática, se estaba mo­ viendo ya en el campo de la propaganda de preparación de la guerra. Se había proclamado como objetivo de la guerra la autonomía de los griegos, con la esperanza segura de que esta consigna no quedaría sin eco en la Liga Marítima. Pero Pericles se mantuvo firme frente a las exigencias peloponesias. Cuando los enemigos rechazaron el arbitraje ofrecido por el político ateniense sobre la base del tratado de paz de 446/445 a. de C., quedó claro ante todo el mundo quién quería la guerra: fueron Corinto y sus aliados los que arrastraron consigo a Esparta con la amenaza de que sabrían encontrar otras ayudas —referencia a Argos, que no pertenecía a la Liga Peloponesia.

2.

LA G U E R R A A R Q U ID Á M IC A (431-421 a. de C.)

Los enem igos que e n tra ro n en el duelo decisivo eran fu n d am en talm en te di­ ferentes en su e stru ctu ra interna y en c u an to a sus m edios militares. E staban a disposición de A tenas, indiscutiblem ente la m ayor potencia naval en el M edi­ terráneo oriental, los ricos recursos de to d o el radio de acción de la Liga M arí­ tima; tenía A tenas com o im p o rtan tes aliados en el M a r Jónico a Zacinto y Corcira; en el Oeste, en Sicilia e Italia m eridional, a Segesta, L eontinos y Re­ gion; en G recia central, estaban al lado de A tenas los m esem os de N aup acto, los acarnanes, los anfílocos y, sobre to d o , los tesalios. P o r tierra, se veía la ciudad evidentem ente cercada de enem igos p o r todas partes: M égara, C orin to , los beocios esperaban sólo un m o m e n to favorable p a ra caer sobre el odiado enemigo. Sólo A rgos y A caya perm an ecían neutrales en el Peloponeso; todos los demás E stados enviaron sus contigentes al ejército de la Liga Peloponesia, que incluso era a u m e n ta d o con refuerzos de los focidios y de los locrios orien­ tales. Así, casi to d o el m u n d o griego, desde Jo n ia h asta Sicilia, estaba dividido en dos cam pos p or la guerra. Al ejército de la Liga P eloponesia con u n a fuerza de cu aren ta mil hom bres opuso A tenas sólo unos trece mil hoplitas, adem ás mil doscientos jinetes y mil seiscientos arq u ero s, éstos de escasa eficacia m ilitar. La reserva ática de dieciséis mil hom bres era aplicable sólo a tareas defensivas y com o trop as de ocupación. L a situación en el m ar era co m p letam ente distinta. La g ran escua­ dra de trescientas trieres áticas, que fue re fo rz a d a adem ás con naves de guerra de Quíos, Lesbos y C orcira, no tenía igual en el M ar M editerráneo. D isponía de dotaciones en n ú m ero suficiente entre los thetos, m eteco s y esclavos de A te­ nas así com o de rem eros c o n tra ta d o s d entro del territorio de la Liga. M ientras que la Liga Peloponesia no disponía de ninguna clase de reservas financieras, ni siquiera tenía u n a caja p a ra la g uerra, más bien dependía de las aportaciones en dinero y en especie de los aliados, tenía A tenas unos firmes recursos fin an ­

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É poca de la polis griega

cieros en los tributos que llegaban regularm ente así com o en el tesoro de reser­ va creado a propuesta de Calias, aunque el tesoro ático por los grandes gastos de las suntuosas construcciones de Pericles hubiera rebasado sus altas posibili­ dades. En la diversidad de las fuerzas militares de los dos rivales por mar y por tierra se basaba el p l a n d e g u e r r a d e P e r i c l e s . Ante el aban­ dono del territorio llano del Ática — sólo debían m antenerse una serie de fuer­ tes en la frontera beocia— toda la población de la cam piña ática debía recogerse en el espacio entre los M uros Largos. U n asedio de la gigantesca fortaleza doble que fo rm a b a Atenas con el Pireo tenía que ser de hecho completamente ineficaz m ientras la b an dera de A tenas d o m in a ra soberanam ente el mar. Como represalias se habían proyectado desem barcos de fuerzas navales áticas de com­ bate en el Peloponeso. Conscientem ente el plan de guerra de Pericles renunció a éxitos de gran efecto superficial; en cam bio, su ejecución puso las máximas exigencias en la buena disposición de ánim o y en la disciplina de la población, y en especial de los no com batientes. N unca podría haberse fraguado un plan semejante en la cabeza de un político y general que hubiera provocado petulan­ tem ente la guerra p a ra conseguir en ella laureles a bajo precio. La guerra com enzó en la prim avera de 431 con un golpe de m ano de los tebanos c on tra Platea. Esta ciudad estuvo desde siempre ligada estrechamente a Atenas; representaba una perm anente am enaza p a ra Tebas, distante apenas tres horas de m archa. Los hoplitas tebanos que habían entrado en Platea fue­ ron reducidos: ciento ochenta de ellos fueron pasados por las arm as. Una ad­ vertencia de A tenas llegó dem asiado tarde. A este sangriento prólogo siguió dos meses más tarde la invasión del territorio ático por el ejército peloponesio bajo el m ando del rey espartano A rq u id am o . A pesar de la gran desmoraliza­ ción de la población ática, a p iñ a d a en el espacio de los M uros Largos, para la que debían servir com o refugio forzoso los tem plos y las barracas colocadas con rapidez, m an tu vo Pericles una defensiva estricta con el resultado de que los peloponesios se retiraron ya p asado un mes. La respuesta de Atenas consis­ tió en el envío de una escuadra contra el Peloponeso. R echazada en Metone por Brásidas, penetró la escuadra en el M ar Jónico y atrajo a Cefalenia a la unión con A tenas, tam bién fue ocu pada Solion en A carnania. Con la expul­ sión de su isla de los eginetas, que fueron sustituidos p o r clerucos áticos, dejó despejado Pericles el G olfo Sarónico; por el contrario, la expedición de saqueo enviada al territorio de M égara no fue o tra cosa que un acto de venganza que no influyó lo más m ínim o en la situación de la guerra. T am p o co a p o rtó ningún cam bio la invasión de los peloponesios en la pri­ m avera de 430, que ocasionó en el Ática un a devastación extraordinariamente grave. Entonces, en el verano de 430 se declaró, contagiada de Asia Menor, una terrible epidem ia en la ciudad, repleta de gente, y en la escuadra ateniense; es la llam ada «peste» cuyo curso describió Tucídides (II, 48-54) de modo tan insuperable. El carácter de la enferm edad se discute todavía hoy. En cuatro

G uerra A rq u id á m ic a

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años se llevó la epidem ia no m enos de un tercio com pleto de la población. Ante el m iedo a la m u erte em pezaron a sobreponerse, por encim a de todas las consideraciones de razón política, el desaliento y la desesperación de la población encerrada en un estrecho espacio. Se buscaba al responsable y se lo e n co n tró en Pericles. Bajo la acusación de haber m alversado fo ndo s públi­ cos, se le separó (oto ñ o de 430), con desprestigio, de su cargo de estratego que había o c u p a d o sin interrupción d u ra n te quince años. El proceso y la co n d en a de Pericles m arcan una fase nueva de la guerra. Si hasta entonces se había llevado la g u erra en A tenas sólo con energía m o d era ­ da, a h o ra se tra ta b a ya de la p u ra existencia. La intensificación de las directri­ ces de la g u e rra por a m b as partes fue la consecuencia. M a ta b a n los peloponesios a to d o ateniense q ue caía en sus m an o s, ¡para que de este m o d o se cu m ­ pliera por en tero la cuarentena! Con la capitulación de P o tidea, que en la prim avera de 429 tuvo que entre­ gar las arm a s tras dos años de defensa heroica, experim entó A tenas en el Norte un sensible alivio. El tra ta d o concluido en el a ñ o 431 entre A tenas y el p o d e ro ­ so rey tracio Sitalces dio un fuerte respaldo al dom inio ateniense en el N orte, sobre to do frente al vacilante rey m acedo nio . Sin em barg o, las grandes espe­ ranzas que en A tenas se habían puesto en Sitalces no se cu m plieron . Pero, en todo caso, el rey tracio era un aliad o im p o rtan te . Su reino a b a rc a b a el a m ­ plio territorio entre el E strim ó n , el M ar Negro y el curso inferior del D anubio, y, por ta n to , ofrecía ricas posibilidades al com ercio ateniense. Sin em bargo, no se alcanzaron buenos resultados en el N orte. El ejército q ue h a b ía sitiado Potidea sufrió incluso u n a sensible d e rro ta en E sp a rtó lo , en lucha con los calci­ dicos y los botieos. Tiene im p o rtan cia esta b atalla p ara la historia de la guerra, en cu an to que aq uí, p o r prim era vez, gentes de a rm a d u ra ligera y jinetes alcan­ zaron la victoria sobre los hoplitas; se a nu nciaba con anticipación la tran sfo rm a ­ ción en la táctica introducida en especial p o r Ifícrates una generación más tarde. En el O este, po r el co n tra rio , logró la escuadra de F o rm ió n (o to ñ o de 429) un doble éxito ateniense; los peloponesios se esforzaban inútilm ente por levan­ tar la e stran g u lad o ra b a rre ra del m ar en N a u p a c to . La escuadra ateniense m a n ­ tenía seguro el bloqueo del P elopo neso , los precios subían, no llegaba el trigo de Sicilia, de m o d o que no sólo los corintios sino to d o s los peloponesios se dieron cuenta de lo que significaba estar en guerra con A tenas. En las elecciones de la prim avera de 429 fue rehabilitado Pericles, sin em ­ bargo, su energía estab a q u e b ra n ta d a ; a causa de la peste h a b ía perdido a sus dos hijos legítimos; sentenciado p o r ella m u rió él m ism o pocos meses después. Nadie en A tenas d isponía de su gran experiencia política, sólo él había sido capaz de tener firm em ente en su m a n o los hilos, con frecuencia cruzados entre sí, de la estrategia, la diplom acia y las finanzas. N unca tuvo Pericles c o la b o ra ­ dores valiosos, y no le falta por co m p leto la razón a Beloch al reprocharle que se había ro d e a d o de nulidades m anifiestas. De la clase de los industriales, que, a diferencia de la población rural llegada a m en u d o a la ciudad sin ningún

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recurso, habían decidido continuar la guerra a cualquier precio, procedían É u c r a t e s , L i s í e l e s , am igo de Pericles, y C 1 e ó n , el «Curtidor», un dem agogo de p u ra cepa. A n te rio rm en te h a b ía estado en violenta oposición a la política de gu erra de Pericles, pero después de la m uerte del rival se convir­ tió en ferviente p a rtid ario de ella, el tipo de político fanático a que suelen dar origen casi todas las guerras largas y crueles de la historia. A ta ca d o feroz­ m ente p or la com edia, sobre to d o p o r É upolis y p o r A ristófanes, caracterizado, un a generación después, con p rem e d ita d a iron ía por Tueídides, aparece Cleón com o el auténtico e n te rra d o r de la g randeza de A tenas, a pesar de su energía, que nadie le puede negar. J u n to a C león, aparece com o rival suyo Nicias, hijo de N icerato. Nicias adq u irió prestigio com o estratego; después de la muerte de Pericles, de m o d o general, q u e d a ro n sep arad as las direcciones tom adas por los militares profesionales de las to m a d a s p o r los dem agogos, en conjunto sin d a ñ o p a ra los intereses militares. Debido a las consecuencias de la peste fue poco activa la dirección de la guerra por am bas partes en el añ o 429; fracasó un golpe de m an o del intrépido esp artan o Brásidas c o n tra el Pireo. E n el añ o 428, la defección de la rica isla de Lesbos con la capital Mitilene c o n d u jo a u n a crisis en A tenas. Sólo con un esfuerzo su prem o de la capacidad financiera y m ilitar, alistando además a los clerucos áticos en u ltra m a r se pu d o conseguir el asedio de Mitilene. La ciudad tuvo p o r fin que rendirse incondicionalm ente (verano de 427) a causa del ham bre. En la ekklesía ateniense propu so Cleón un castigo totalm ente ejem­ plar p ara los que h a b ía n hecho defección: to d o s (!) los hom bres adultos serían ejecutados, las m ujeres y los niños reducidos a la esclavitud, el territorio repar­ tido entre clerucos áticos. Ya al día siguiente se volvió a en tra r en razón. La sentencia definitiva fue b astan te du ra: Mitilene tuvo que p agar con la pérdida de su a u to n o m ía , la dem olición de sus m urallas, la entrega de la escuadra y la pérdida de su territorio; no m enos de mil c iu d ad an o s, que so hab ían compro­ m etido especialm ente, m u rieron a m ano s del verdugo. L a inaud ita acción san­ grienta, o rd e n a d a expresam ente p o r la A sam b lea Á tica, parece tan monstruosa que u na p arte de los investigadores precedentes ha in te n tad o eliminarla de la historia o reducirla en su escala. Los peloponesios no d e ja ro n n a d a a deber a sus enem igos en c u a n to a b ru talid a d . E n P latea, que capituló poco después de Mitilene, fue p a sad a a cuchillo to d a la gu arn ició n, m ás de doscientos píateos y atenienses (otoñ o de 427). C o n trib u y ó co nsiderablem ente a la agudización de la gu erra el entrecruzam iento de las acciones militares en el exterior con las luchas de partidos en el interior. U n ejem plo de ello es el ap lastam ien to con a y u d a ateniense de una revolución oligárquica en C orcira (pleno v eran o de 427). P a ra la posición de A tenas en el Occidente, el d o m in io de la isla del M ar Jó nico precisamente en ese m o m e n to era de gran im p o rtan c ia, pues los acontecim ientos en Sicilia to m a ro n un ru m b o que parecía favorable p a ra la intervención directa de Ate­ nas. L a posición p rep o n d e ra n te de Siracusa, que h ab ía creado u n a importante

Guerra Arquidámica

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simmaquia con las comunidades dóricas de Gela, Selinunte, Mesana, Hímera y Locros Epicefirios, provocó la formación de una coalición enemiga, formada en su mayor parte de ciudades jónico-calcídicas (Naxos, Catane, Leontinos, Region y, la única dórica, Camarina) y sicilianas, que, sin embargo, era muy inferior. Entonces envió Atenas en el otoño de 427 una pequeña escuadra a Sicilia al mando de Laques (la llamada Primera Expedición de los Atenienses). Con Region y Leontinos estaba unida Atenas desde hacía años, la alianza con Segesta fue renovada por Laques y parece que también Halicias se echó en brazos de los atenienses, en 427-426 o, lo más tarde, en 426/425. Pocos progresos trajo el año 426 a los peloponesios. Solamente la funda­ ción y ocupación militar de Heraclea Traquinia (en la salida norte de las Ter­ mopilas) tenía importancia estratégica puesto que se había conseguido un pun­ to de apoyo desde el que se podía operar contra la Grecia central. En Atenas se produjo un transcendental cambio interno: ni uno sólo de los anteriores estrategos fue reelegido; en lugar de ellos tomó el mando Cleón, ya hellenotamía desde 427/426, y con él el partido de la guerra. El cambio tuvo como consecuencia una notable activación de la política ática. Se envió una segunda escuadra, mayor que la anterior, a Sicilia (abril de 425); en ella se encontraba Demóstenes, elegido estratego para 425/424. La adiestrada vista militar de este hombre encontró en el puerto de Pilos, en la costa occidental del Peloponeso, el lugar desde el que se podían causar graves daños al enemigo: desde Pilos se podía entablar relación con los mesenios y con ello suscitar para Esparta el fantasma de una nueva guerra mesénica. El desembarco en Pilos fue un éxito extraordinario. Todos los ataques de los peloponesios por mar y por tie­ rra fueron rechazados, cuatrocientos veinte hoplitas, una décima parte del total de la fuerza de combate lacedemonia, que desembarcaron en la isla de Esfacteria, situada delante, quedaron incomunicados. Bajo la impresión de la catástro­ fe estaba Esparta dispuesta a negociaciones de paz; se produjo un armisticio en la zona de Pilos. Lo que ofrecía Esparta era no sólo el restablecimiento de la Paz de Treinta Años de 446/445 a. de C., sino incluso una alianza defen­ siva y ofensiva (simmaquia). Pero Cleón despreció el ofrecimiento. En una agitada reunión de la Asamblea —los detalles están descritos por Tucídides de modo insuperable— , obligó Nicias a Cleón a aceptar el mando en Pilos; él se echó por completo en manos de Demóstenes y obligó, ya al segundo día de su llegada, a entregarse sin condiciones a los lacedemonios cercados, que eran todavía casi trescientos hoplitas (agosto de 425). Es un servicio indiscutible de Cleón haber impuesto la reorganización de la tributación de los aliados, aprovechando la impresión del asombroso éxito de Esfacteria, que le proporcionó honores extraordinarios, entre otros la ali­ mentación vitalicia en el Pritaneo y un lugar de preferencia en el teatro. Con la llamada tasación de Cleón del año 425/424 se establecieron de forma nueva las cuotas. En lugar del phóros de Aristides de cuatrocientos sesenta talentos, que se mantuvo por más de medio siglo, fue ahora elevada la cantidad total

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a mil cuatrocientos sesenta talentos. Puesto que las reservas financieras de Ate­ nas estaban agotadas, no quedaba otra elección. Que pagaran por tanto los aliados con tal de que la escuadra ateniense, el más costoso instrumento de poder del demos, dominara en adelante el mar. Con la elevación del salario *de los heliastas a tres, en vez de dos, óbolos diarios, sabía Cleón que la masa de los ciudadanos modestos áticos se uniría a él lo más estrechamente. Con la ocupación de la isla de Citera (424) por Nicias tomaron las operacio­ nes por mar un desarrollo extraordinariamente favorable para Atenas; el blo­ queo del Peloponeso llegó a ser con esto casi ininterrumpido, parecía ser sólo ya una cuestión de tiempo el que fuera vencida Esparta. En esta situación de peligro se convirtió B r á s i d a s , hijo de Telis, en el salvador de Esparta. Ya en Metone (en el primer año de la guerra), y después en Pilos, se había distinguido por su extraordinaria perspicacia y valentía. Ahora se le entregó el mando de una pequeña fuerza de combate que Esparta envió en socorro de los calcidicos en el año 424. Tras una admirable marcha al otro lado del Istmo —en ella fue arrebatada a los atenienses Mégara con excepción del puer­ to de Nisea—, a través de Beocia, pasando por Heraclea Traquinia y por Tesa­ lia llegó Brásidas a la frontera de Macedonia. El rey Perdicas II había prepara­ do la acción diplomáticamente. Brásidas supo acertar al Imperio Ático en su talón de Aquiles. Acanto y Estagira fueron las primeras ciudades calcídicas que se unieron a él, y con la ocupación de Anfípolis en el territorio del Estrimón, que el estratego ateniense Tueídides, posterior historiador de esta guerra, no pudo defender —sólo se conservó el puerto de Eyón—, asestó Brásidas un duro golpe al prestigio de Atenas en el norte del Egeo. Las minas de oro del distrito de Pangeon cayeron en sus manos, y la defección de las ciudades del distrito tracio adquirió mayor envergadura (otoño de 424). En general el año 424 fue un año desafortunado para Atenas. Fracasó un ataque concéntrico de los atenienses contra los beocios, proyectado con mu­ chos medios. Al regreso, la falange de hoplitas áticos fue completamente derro­ tada en Delion por un ataque de flanco por sorpresa de los beocios, que refor­ zaron el ala derecha con veinticinco hombres en fondo. Esta fue la única gran batalla campal de todos los diez años de la Guerra Arquidámica, y en ella fueron vencidos los atenienses, ¡una señal también del acierto del plan de gue­ rra de Pericles! En Delion emplearon por primera vez los beocios la táctica de la «formación oblicua», que posteriormente fue desarrollada con tanto éxito por Epaminondas y que tuvo luego como consecuencia una completa revolu­ ción del arte militar griego (v. pág. 204). Por otra parte, también en el Occi­ dente, en Sicilia, iba descendiendo la influencia de Atenas. Teniendo en cuenta los refuerzos atenienses que llevaba la flotilla de Sófocles y Eurimedonte desde Pilos a Sicilia, los griegos sicilianos pusieron término a sus desavenencias en el Congreso de Gela (424), después que el siracusano Hermócrates lanzara entre los asistentes la enardecedora consigna «Sicilia para los sicilianos». Ya no era necesaria la ayuda ática, la escuadra ateniense regresó a la patria. En el año

Guerra A rq u id á m ica

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424/423, se llevó a cabo, según parece, u n a revisión del registro de ciudadanos, ya que se dispuso de m ayor can tid ad de gran o p a ra distribuirlo. N um erosos procesos contra estrategos (Laquete, E urim edonte, Sófocles, T u ­ cídides) perm iten reconocer el nerviosismo de los atenienses. H ab ía descontento por la conducción de la guerra, perdió terre n o el p a rtid o favorable a la guerra y, con la tregua de un año llevada a cabo por Laques en 423 parecía estar de hecho a la vista la paz que la gente anhelaba. Después de la m uerte de A rtajerjes I, los atenienses habían reno vado con los persas (424 o, com o m áxi­ mo, 423) el T ra ta d o de Calias, de m odo que p or el Este no am en azab a ningún peligro inm ediato. La rápida evolución en la Calcídica frustró, sin em bargo, las perspectivas de paz. A causa de Escione, que h abía hecho defección de A tenas ju stam en te en los días en que se firm ó la tregua, se p ro d u jo u n a desave­ nencia; los atenienses insistían en que les debía ser devuelta, en ta n to que los espartanos sólo se declaraban dispuestos a perm itir la constitución de un trib u ­ nal de a rb itraje especial. Así pues, co ntinuó la güera, y Cleón, el nuevo héroe de la dem ocracia ateniense, cosechó éxitos a h o ra en el N orte. Ya en el invierno de 423/422 había llevado a efecto Nicias la adhesión a Atenas del siempre vacilante rey de M acedo nia Perdicas II, al que por a ñ a d id u ra se le obligaba en el tra ta d o a la entrega de m ad e ra p a ra barcos procedente de los bosques del reino. Cleón consiguió apoderarse de T o ro n e y otras ciudades de T racia, entre ellas G alepso. E n u na operación de reconocim iento c o n tra Anfípolis m ostró su grave flaqueza; seiscientos atenienses y el p ro p io Cleón q u e d aro n sobre el cam ­ po, pero entre los escasos muertos del enemigo estaba Brásidas. Los anfipolitanos erigieron a éste un m o n u m e n to en el m ercado y le trib u ta ro n honores de héroe. C on la m uerte de Cleón y de Brásidas se había elim inado el im pedim ento decisivo p a ra una reconciliación. En A tenas se im po nía el p artid o de la paz, el de Nicias, y no estaban m enos dispuestos a la paz en E sp a rta , donde se temían serias dificultades en un fu tu ro p ró xim o por parte del enemigo tradicio­ nal, A rgos, pues era inm inente el térm ino de la Paz de T reinta Años. E sparta exigía la devolución de los prisioneros de E sfacteria, la evacuación de Pilos, Citera y M etana, pero estaba dispuesta, p o r su parte, a entregar a los atenien­ ses las ciudades que d u ra n te la g u erra se habían separad o de la sim m a q u ia ática y habían p a sad o al lado de los peloponesios. A pesar de la oposición del p artid o radical de A tenas, dirigido p o r el « fabrican te de lám p aras» Hipérbolo, y p o r P isan d ro , después de que E sp a rta dio la firm eza necesaria a sus condiciones por m edio de un ultim átum , se llegó en abril de 421 a la conclusión de u n a paz p a ra cincuenta años entre atenienses, lacedem onios y aliados de las dos partes. Indiscutiblem ente la « P a z de Nicias» fue un im p o rtan te triu n fo de Atenas. Se había conseguido el objetivo p o r el que Pericles en su día había sido llevado a la guerra, la con firm ación de las posesiones adquiridas. P o r el contrario, había resultado una p a la b ra vana la prom esa de libertad y a u to n o m ía de los griegos que habían d a d o los peloponesios. C iertam ente el territorio ático estaba

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d esierto y to d a v ía no se h a b ía n resarcid o en A te n a s de las g ran d es pérdidas h u m a n a s c a u sa d a s p o r la peste. E n la e s tru c tu ra de la L ig a M a rítim a , especial­ m e n te en el d istrito tra c io , se d e ja r o n ver a n c h a s q u e b r a d u r a s . El tiem po tenía q u e e n señ a r si A te n a s sería c a p a z de hacer fren te de m o d o eficaz a las tenden­ cias c en trífu g a s de u n a p a rte de los m ie m b ro s de la L iga M a rítim a , y cierta­ m e n te no sólo con el p o d e r de las a rm a s, sino m ás bien p o r m edio de una n u e v a idea c o n stru c tiv a . E sto era lo m ás necesario, p u e s to d a v ía no se había p r o d u c id o u n a decisión final en el d u a lism o griego.

3. LA ÉPOCA DE LA PAZ DE NICIAS (421-414 A. DE C.) Y LA GRAN EXPEDICIÓN DE LOS ATENIENSES A SICILIA (415-413 A. DE C.).

Los compromisos aceptados en la Paz de Nicias no fueron cumplidos leal­ mente por ninguna de las dos partes, puesto que ni tenían intención de hacerlo ni eran capaces de ello. De los miembros de la Liga Peloponesia, ni siquiera habían ratificado la paz Corinto, Mégara, Élide y Beocia. El harmosta esparta­ no en Anfípolis, Cleáridas, se negó a entregar los anfipolitas a la venganza de Atenas, sólo consintió en la evacuación de los lugares de la costa tracia. Los atenienses respondieron con represalias: mantuvieron la ocupación de Cite­ ra como antes y negaron a los prisioneros de Esfacteria el regreso a Lacedemonia. El mayor descontento estaba en Corinto; no se habían recobrado ni Corci­ ra ni Potidea, tampoco se habían recuperado Solion y Anactorion, pues los acamanes las mantenían ocupadas. La crisis de la Liga Peloponesia empujó a Esparta en brazos de Atenas; a principios del verano del año 421 se firmó una alianza defensiva ático-espartana por cincuenta años. La desconfianza de los otros peloponesios aumentó todavía más por esto, se llegó a una revuelta abierta en la Liga Peloponesia. Élide y Mantinea se separaron de la alianza peloponesia y formaron una liga aparte con Corinto, Argos y las ciudades calcídicas, con el resultado de que ahora Esparta se encontraba casi aislada en el Peloponeso. Como siempre, la fuerza impulsora era Corinto, que aprovechó el movimiento democrático que se propagaba a su alrededor en el Peloponeso y lo empleó hábilmente contra la aristocrática Esparta. En otro tiempo había utilizado Esparta una táctica semejante contra Atenas y su Liga Marítima, aho­ ra se movilizaron enfrentamientos ideológicos contra las pretensiones domina­ doras de los lacedemonios. Fue sólo una débil compensación por el terreno perdido en el Peloponeso el hecho de que la diplomacia espartana consiguiera concluir en la primavera de 420 una alianza con los beocios. La clara insatisfacción por la ambigua paz tuvo como consecuencia un cam­ bio completo en la política ateniense. Ya no se quiso saber nada de Nicias

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y su paz; se hab ían olvidado d e m a siad o p r o n to los h o rro res de los diez años de guerra. Así consiguió v e n ta ja la tendencia radical; sus dirigentes eran Hipérbolo y A l c i b í a d e s , hijo de Clinias y de u n a alcm eón ida. A la muerte de su padre, Alcibíades se había criado en la casa de Pericles; las eminentes dotes de su espíritu y de su constitució n física parecían anunciarle u n a gloriosa carrera. Sin e m b a rg o , en su ju v e n tu d , incluso en su tra to con Sócrates, no a pren dió a do m in arse ni a d o m in a r sus pasiones. P o r ello su indiscutible talen­ to actuó destructivam ente, ta n to m ás c u an to tod as sus acciones estaban deter­ m inadas p o r u n a irresistible am bición. Q ue a v en tajab a en fuerza intelectual a sus c o n te m p o rá n eo s de A ten as lo sabía él m ism o d em asiad o bien y no era cosa extraña que con frecuencia pudiera deslum brar, incluso a políticos de mente lúcida con el fascinante encanto de su p e rso n alid ad y con el inequívoco destello de su genialidad. El objetivo político de Alcibíades era el aislamiento total de E sp a rta . A este aislam iento sirvió la conclusión de u n a alianza de Atenas con A rgos, M antinea y Élide, en principio sobre la base de un tra ta d o defensi­ vo por cien años (verano de 420). E n esta alianza c o m o en el conflicto de A rgos y E p id a u ro del siguiente a ñ o , en el que se m ezclaron A tenas y Esparta, se esbozaba ya la evolución po sterio r, que, sin em b a rg o , q uedó aplazada por­ que en las elecciones de estrategos de la prim av era de 418 no ob tu v o de nuevo este puesto. La lucha p o r el p red o m in io en el P elo p o n eso entre E s p a rta y A rgos culminó en la Batalla de M a n t i n e a (418 a. de C.). A u n q u e reforzados por un contingente ático, los argivos y las fuerzas de co m b ate de la reciente Liga sepa­ rad a sucum bieron ante la falange lacedem onia m a n d a d a p o r el rey Agis. Fue esta la m ay o r batalla que se h a b ía librado en territo rio griego desde Platea. La consecuencia fue el restablecim iento sin reservas d e la hegem onía espartana en el P eloponeso. A rgos, M a n tin e a y A caya e n tra ro n en la alianza peloponesia, sólo Élide se m an tu v o a p a rta d a . L a fo rm ac ió n de u n a alianza separada apoya­ da en A tenas se convirtió en polvo y con ella las ilusiones que se había hecho A tenas, seducida p o r los cantos de sirena de Alcibíades. En A tenas d ep en día to d o del resultado del duelo político entre Alcibíades y Nicias; paz o guerra, esa era la cuestión. Se buscó la salida utilizando una institución que desde hacía m u c h o tiem p o estaba en el c u arto trastero de la dem ocracia ática, el ostracism o. Supo Alcibíades so rte ar el rigor de la institu­ ción dirigida c o n tra él, consiguiendo el p u ro im posible de atra er a su lado a su adversario, Nicias, y fo rm ar con él un «cartel electoral». El tercer afectado era H ip érb o io , al que la v o tació n co n d en ó al destierro (¿prim avera de 417?). C on esto el ostracism o hab ía d e m o s tra d o tan con vin centem ente su total inutili­ dad que ya ja m á s se recurrió a él en A tenas. Elegidos estrategos Nicias y A lcibíades p a ra el a ñ o 4 17/416 a. de C. se esforzaron a m b o s en o b ten e r ráp id o s éxitos en el exterior. M ientras Nicias en el añ o 417 conseguía p o co en T rac ia , Tisias y C leom edes pusieron a los pies de los atenienses la isla de M elos. C on desprecio de su ne u tra lid a d fue la isla

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tratada con violencia; el ciudadano que no encontró la muerte a manos del verdugo fue a parar al mercado de esclavos. La expedición de los atenienses contra la isla dórica de Melos es una manifestación de brutal deseo de poder, como la ha descrito Tucídides en el famoso «diálogo de los melios». Pero Es­ parta no se dejó sacar de su reserva ni por esta provocación ni por las correrías de la guarnición ateniense de Pilos. Es posible que haya determinado la actitud pasiva de Esparta el resurgimiento de sus disputas con Argos, que además ha­ bía entrado de nuevo en una alianza con Atenas (primavera de 416). El gran cambio en el destino de los griegos, no sólo de los atenienses, lo trajeron los acontecimientos del Occidente, es decir, de S i c i l i a . El C on­ greso de la Paz de Gela (424) había puesto fin sólo provisionalmente a las disputas de las ciudades griegas de la isla. La dórica Siracusa sometió a la jónica Leontinos, aliada de Atenas, e incorporó el territorio de la ciudad al Estado siracusano. Entonces Segesta que estaba en lucha con Selinunte se diri­ gió a la gran potencia protectora en la tierra patria haciendo valer su alianza con Atenas. Que el envío de la ayuda ateniense alcanzara finalmente un volu­ men tan grande y que esta ayuda suscitara reservas incluso en los aliados de Atenas en Sicilia fue el resultado de una política de la que es responsable, en primer lugar, Alcibíades. Para los griegos de la madre patria desde siempre, Sicilia venía a ser como el «dorado Oeste». Las posibilidades económicas in­ comparablemente grandes, la riqueza de los campos en cereales y ganados, el esplendor de los soberbios templos y de las ricas ofrendas, todo esto hacía de la isla un país de leyenda que ofrecía sus tesoros al que quisiera recogerlos. La escuadra de Atenas dom inaba sin limitación las rutas en el Mar Occidental. Las disensiones de las póleis sicilianas creaban, para una potencia exterior más poderosa, una ocasión increíblemente ideal para una intervención con éxi­ to. Para el ciudadano con pocos medios resultaba cierto que una ampliación de la esfera de poder ateniense a Sicilia duplicaría, incluso triplicaría, el bienes­ tar de todos los ciudadanos. Alcibíades alimentó intencionadamente esta ciega creencia de la gente, desde luego por razones egoístas. El m ando de las tropas de Sicilia, que deseaba obtener, debía convertirse para él en la base de una gran posición personal de poder que sólo le podía dar la amplitud del Occidente, no la estrechez de la madre patria. Siguiendo el modelo de los tiranos, en los Juegos Olímpicos del año 416 a. de C. había hecho correr Alci­ bíades no menos de siete carros, para la dotación de su fastuosa tienda habían contribuido complacientemente los aliados áticos, y como lo habían hecho en su tiempo con Píndaro los tiranos sicilianos Gelón e Hierón, también Alcibía­ des había encargado a Eurípides un canto triunfal. De esta manera la brillante presentación del «joven león» arrastró consigo a la gran masa, excepto unos pocos pesimistas. La Asamblea del pueblo ático decidió (abril de 415) ir en auxilio de Segesta y encargarse del restablecimiento de la autonom ía de Leonti­ nos. El ejército que, a las órdenes de Nicias, Lámaco y Alcibíades, se envió en auxilio de los aliados sicilianos se elevaba a la cifra de cientro treinta y

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cuatro trieres con u n a dotación de m ás de veinticinco mil hom bres (además seis mil cuatrocientos hom bres com o tro p a de desem barco). A los tres generales les fueron conferidos plenos poderes especiales p a ra el m a n d o de las operacio­ nes y p a ra la conclusión de tra ta d o s. L a suerte estaba echada: A tenas volvía la espalda a Grecia, dirigía su vista hacia el Occidente con la esperanza de que desde aquí, con los ilim itados recursos de Sicilia, según se creía, poner más tarde a Grecia a sus pies. La excitación política en A tenas h abía subido al m áxim o. Inmediatamente antes de la p a rtid a de la flota de Sicilia se desencadenó u n a enorm e tensión por el sacrilegio de los hermes. N u n c a se h an explicado los m otivos de la gam­ berrada, que fue in te rp retad a p o r la gente supersticiosa com o un presagio des­ favorable. Son m uchas las razones en favor de que hay que buscar en los círcu­ los de asociaciones oligárquicas a los autores de la m utilación de los hermes du rante la noche en u n a orgía sacrilega. E n las denuncias salió tam bién el nom­ bre de Alcibíades. Se le inculpaba el haber p ro fa n a d o los sagrados misterios de Eleusis en casa de un amigo. N o se consiguió aclarar la situación y se aplazó la investigación hasta el regreso de la expedición, aunque Alcibíades pedía aprem iantem ente la aclaración del caso. En Sicilia, en contró la gran escuad ra sólo u n a fría acogida, incluso entre los aliados de A tenas. Fue funesto el que los estrategos áticos no tuvieran nin­ gún plan de guerra preciso. Así L ám aco q uería dirigirse prim ero co ntra el ba­ luarte del dorism o occidental, c o n tra Siracusa. Alcibíades se opuso diciendo que era m ejo r unir en la alianza prim ero a las ciudades pequeñas p ara conse­ guir u n a base de operaciones. Si tenían la esperanza de que por este camino se procedería con m ás rapidez, h a b ía n sufrido u n a equivocación; sólo la colo­ nia calcídica de N axos se unió vo lu n tariam en te, C a ta n e tuvo que ser obligada por la fuerza. N ad a hizo tan to d a ñ o a la m arc h a de las operaciones como la orden de regreso de Alcibíades. A causa de u n a delación de Tésalo, hijo de C im ón, que le a cu sab a de particip ar en el sacrilegio de los hermes, recibió Alcibíades la orden de regresar a A tenas y defenderse ante el tribunal. En Turios en co ntró la ocasión de escapar de su p ro p ia triere; inm ediatam ente se diri­ gió a Élide y desde allí a L acedem onia. De este m o d o , Alcibíades, él héroe de la dem ocracia ateniense se convirtió en tra id o r a su patria; colocó la satis­ facción de sentim ientos de venganza personales por encim a del bien y la vida de su p a tria a la que él hab ía precipitado en la m ayo r a ven tura de su historia. C on la separación de Alcibíades le h a b ía n a rre b a ta d o el alm a a la empresa de los atenienses en Sicilia. Después de acciones aisladas que no respondían a ningún p lan se desem barcó finalm ente (av anzad o el o to ñ o de 415) en el gran puerto de Siracusa. E n un prim er encuentro q u ed ó Nicias vencedor del ejército de la ciudad. E ntonces dirigió H e rm ó c rate s, el político que g o b ern ab a en Sira­ cusa, una a p rem iante petición de auxilio a C o rin to y E sp a rta , las grandes pro­ tectoras del dorism o occidental, y las exh o rtó a em p ren der la guerra contra Atenas en Grecia.

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En mayo de 414 desembarcaron los atenienses por segunda vez en el territo­ rio de Siracusa, esta vez al norte de la ciudad. Con la ocupación de la altura de Epípolas y la construcción de un muro desde Epípolas al Gran Puerto quedó separada la ciudad del interior. Los sitiados levantaron a su vez otro muro, con cuya ayuda intentaban liberarse del cerco. Cuando la situación de peligro de la ciudad estaba llegando al máximo, envió Esparta a Gilipo, experto militar, a Sicilia. Desembarcó en Hímera y con tropas auxiliares de ciudades sicilianas se abrió paso a la ciudad a través de la línea de fortificación ateniense insufi­ cientemente vigilada. En la misma medida en que levantó el ánimo de los sitia­ dos se propagó en el ejército sitiador de los atenienses la desmoralización y la indisciplina, especialmente en la gran masa de las inactivas dotaciones de la escuadra, cuyas filas se aclaraban visiblemente por las deserciones. Cuando Gilipo recuperó la dominante altura de Epípolas y construyó un nuevo gran contramuro desde Acradina hasta Euríalo, el cerco estaba forzado. El ejército ateniense se vio expuesto a continuos ataques desde la ciudad y desde el interior de la isla. A esto se añadió la pérdida del baluarte naval de Plemirion. En el apuro dirigió Nicias una petición de ayuda a Atenas. La mala noticia, llega­ da a Atenas avanzado el otoño de 414, destruyó de un solo golpe el tejido de ilusiones que hasta entonces no habían podido desgarrar ni siquiera los ru­ mores más desfavorables. Hasta diciembre de 414 no se enviaron camino del Occidente diez trieres a las órdenes de Eurimedonte, y unos meses después, sesenta y cinco más bajo el mando de Demóstenes. No les había sido fácil a los atenienses la decisión, pues desde el verano de 414 había estallado de nuevo la guerra entre Atenas y el Peloponeso, la dudosa Paz de Nicias había terminado; la aventura siciliana se había convertido en una guerra general entre los griegos. En la primavera de 413, traspasó de nuevo el ejército de la Liga Peloponesia las fronteras del Ática, no habiéndolo hecho desde doce años antes. El rey espartano Agis, por consejo de Alcibíades, ocupó D e c e 1 i a , un fuerte acan­ tonamiento distante sólo veinte kilómetros de Atenas, y devastó el norte del Ática a sangre y fuego. En el Ática cesó el comercio y el tránsito, los esclavos del Estado en las minas escapaban de ellas en grandes masas, sobre la ciudad misma pendía la espada de Damocles de un ataque espartano, el nerviosismo y el temor se apoderaban de la gente cuyas esperanzas sicilianas se habían frus­ trado tan cruelmente. Un poco más tarde, avanzado el verano de 413 se hundió en una horrible catástrofe la gran expedición de los atenienses a Sicilia. Ciertamente la llegada de nuevos refuerzos de momento había mejorado considerablemente la situa­ ción de los atenienses ante Siracusa, pero en un desafortunado ataque nocturno a Epípolas se había buscado Demóstenes un descalabro completo (julio de 413). La crisis fue agudizada por discrepancias entre Nicias y Demóstenes. Se deja­ ron perder preciosas semanas en completa inactividad; finalmente Nicias, que temía su condena en Atenas, se declaró conforme con el levantamieno del lar-

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gilísimo asedio que no tenía ya sentido. A causa de un eclipse de luna —27 de agosto de 41 3— el irresoluto y supersticioso Nicias retrasó un mes completo la partida de la escuadra que estaba anclada. Con ello quedó decidido el desti­ no de la expedición ateniense. Los siracusanos cerraron a la escuadra la salida del Gran Puerto. Un intento de abrirse paso no tuvo éxito; el consejo de De­ móstenes de repetir el intento al día siguiente no fue seguido, a pesar del asenti­ miento de Nicias. En esta situación sólo quedaba la retirada al interior del país; todos los barcos tenían que ser abandonados. Incluso en la realización de este plan con pocas perspectivas estratégicas hubo todavía dilaciones a causa de la indecisión de Nicias, cuando Hermócrates hizo divulgar la noticia de que todos los cami­ nos y carreteras hacia el interior estaban bloqueados. El comportamiento de Nicias confirma, como nunca en la historia de las guerras, la exactitud del principio militar de que la omisión y la negligencia causan un daño incompara­ blemente mayor que el error en la elección de los medios. La retirada de los atenienses, cuyo número Tucídides, probablemente con exceso, fija en cuarenta mil hombres, se convirtió en una ruta de pasión. No era un ejército lo que finalmente, cruzando el Heloro, tomó el camino hacia Camarina en dirección suroeste, sino una masa indisciplinada, en su mayor parte dotaciones de la escuadra sin instrucción militar, sin confianza alguna en sí mismos, sin un mando conveniente, sin aprovisionamiento, sin agua, constantemente acosados por el enemigo. Pronto se perdió el contacto entre el grueso del ejército y la retaguar­ dia; primero tuvo que rendirse Demóstenes con seis mil hombes de la retaguar­ dia, dos días más tarde alcanzó la misma suerte al grueso del ejército bajo el mando de Nicias, en el río Asinaro. Los prisioneros fueron echados a las canteras. De ellos, el que en los dos meses siguientes no murió de hambre o por la dureza de la intemperie fue vendido como esclavo. Gilipo habría teni­ do interés en salvar a Nicias y Demóstenes, pero en Siracusa exigieron su ejecución. La pérdida del ejército ateniense en las canteras de Siracusa es por su mag­ nitud y por sus consecuencias la más dura catástrofe que haya sufrido jamás un ejército griego. Estuvo motivada por el insuficiente conocimiento de la ver­ dadera situación en Sicilia, así como por el deficiente mando militar de Nicias. La importancia de la derrota para el curso de esta gran guerra fue incalculable: fue el episodio más importante de la guerra, como ya lo dijo Tucídides.

4.

L A G U E R R A DE D E C E L IA Y DE JO N IA (414-404 a. de C.)

La d e rro ta de la expedición ateniense en Sicilia constituye un m om en to crí­ tico no sólo de la historia de G recia sino de to d o el M u n d o A ntiguo. La evolu­ ción política de Grecia, a p artir de a h o ra d u ran te m edio siglo com pleto, estuvo bajo el signo del predom inio del Im perio Persa, cuya política exterior conducida por los sátrapas occidentales se hizo más activa de año en año. T ras la m uerte de A rtajerjes I (425-424) y tras un m uy breve interregno de Jerjes II y de Sogdiano, subió al tro n o de los A quem énidas D arío II Ocos, con el que renovaron los atenienses a perpetuidad la « P a z de Calias» en el llam ado T ra ta d o de Epílico, en el añ o 424/423, de m odo que por este lado no am enazab a peligro alguno al Im perio Ático. Dio un paso m uy irreflexivo y peligroso A tenas en el año 414 apo y an d o abiertam ente al dinasta cario A m orges que se h abía separado de los persas. El debilitam iento general de la posición ateniense fue lo que indujo a los persas a salirse de su actitud m o d era d a en Asia M enor. Darío II ordenó a Tisafernes, sá trap a de Lidia y c o m a n d an te militar de to d a Asia M enor, y a F a rn ab a zo , sá trap a de Frigia, recaudar el tributo atra sa d o de las ciudades griegas m inor asiáticas. Persia consideraba anulad o el T ra ta d o de C a ­ lias, to m a b a abiertam ente posición c o ntra A tenas y entregaba subsidios a los espartanos. A cam bio de ello, los espartanos por su parte ponían a los griegos de Asia M en or en m ano s de los persas (verano de 412). La consecuencia fue que se separaron de A tenas la isla de Quíos, las ciudades de Mitilene y Metimna en Lesbos; tam bién en tierra de Asia M en or empezó a derrum barse el do m i­ nio ático (412). E n la p ropia A tenas crecían las dificultades; las reservas econó­ micas estaban casi co m pletam en te agotadas, hasta el p unto de que (ya en el curso del año 413) h u b o necesidad de com plem entar el trib uto que llegaba sólo de form a irregular con un im puesto del 5% sobre todas las mercancías que entraran y salieran del territorio de la Liga M arítim a. En el año 412 hubo que echar m an o incluso de la últim a reserva de emergencia de mil talentos. HISTORIA

DE

G R E C IA . —

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Los fracasos en política exterior habían d a d o adem ás un considerable impulso a m ovim ientos políticos clandestinos. L a dem ocracia tenía que responder de lo que había sucedido en Sicilia; no había que extrañarse de que las hetairías de los oligarcas desarro llaran u n a actividad febril. A la cabeza de los oligarcas había cuatro personalidades: A n t i f o n t e , uno de los abogados (logógrafos) m ás destacados de su época, P i s a n d r o , que había sido en o tro tiem po d e m ó c rata radical y am igo íntim o de Cleón, F r í n i c o y T e r á m e n e s de Estiria. El prim er «giro hacia la derecha» fue la elección de diez p ro b o û lo i en el año 413; ellos fueron la más alta autoridad en A tenas y se hicieron cargo de u n a parte de las funciones del Consejo. La corriente oligárquica a d q uirió especial relieve p o r su relación con A l c i b í a ­ d e s . Éste, después de haber a c tu a d o en J o n ia p rim ero en interés de los es­ p artano s co n tra su ciudad pa tria, se enem istó con ellos p or com pleto y amplió sus tanteos a la escuadra ateniense que estab a anclada en Sam os, cuyos oficia­ les ya estaban fuertem ente influidos en sentido oligárquico. C ausó profunda im presión el ofrecim iento de Alcibíades llevado a A tenas p or P isan d ro , de pro­ curar un tra ta d o con el rey persa si se llegaba en A tenas a un cam bio de la C onstitución en sentido oligárquico. Las grandes esperanzas de los atenienses se vieron, sin em bargo, fru strad as. E n el año 411 Tisafernes y F arnabazo reno­ varon el tra ta d o con E sp a rta . La escuad ra fenicia no p u d o , sin em bargo, entrar en acción, quizá p o rq u e en E gipto se h abía p ro d u cid o un levantamiento. En el a ñ o 411 a. de C. se d e sm o ro n ó en A tenas, socavado desde dentro y desde fuera, lo que aún q u e d a b a de la dem ocracia.. L a revolución comenzó en el mes de m ayo con la instauración de u n a com isión de treinta «legisladores con plenos poderes», entre los que se e n co n tra b a n los diez p roboûloi. En la ekklesía, que se celebró el día 8 de ju n io en circunstancias extraordinarias —no com o hasta entonces en la Pnix, sino en C o lo n o , fuera de A te n as— se llegó a un ataque general a la d em ocracia. P isan d ro presentó la proposición de abo­ lir todas las dietas y rem uneraciones, el p alad ió n de la dem ocracia, y de limitar a cinco mil personas el cuerpo cívico g obernan te. Estos cinco mil debían ser consultados en las decisiones políticas, sobre to d o en la conclusión de tratados, si el C onsejo lo ju zg a b a conveniente — éste debía com ponerse de cuatrocientos m iem bros n o m b rad o s con p o d er ilim itado. El objetivo del golpe de Estado no era por ta n to un gobierno de los cinco mil sino u n a d ictad u ra de los cuatro­ cientos. El hecho no era ni más ni m enos que u n a r e v o l u c i ó n ; esto lo indica sobre to d o la descripción del te rro r oligárquico que hace Tucídides (VIII, 65), au n q u e la exposición de A ristóteles, b asad a en fuentes oligárquicas, por razón de la d ocu m en tació n em p leada refleja u n a evolución aparentemente pacífica. Sin em b arg o, la dem ocracia de A tenas fue llevada con este hecho a la sep ultura casi cien años después de que Clístenes hubiera colocado sus fun d am en to s. Si en A tenas se tuvo la creencia de que con un golpe de E stad o oligárquico se creaba u n a p la ta fo rm a m ás favorable p a ra la política exterior, se había sufri­

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do un profundo error. En el año 412 a. de C., un levantamiento del demos contra los geomoros aristocráticos había terminado, en Samos, con el restable­ cimiento de la democracia, y los atenienses devolvieron entonces a los samios la autonomía que habían perdido por su levantamiento en la época de Pericles (ver. pág. 153 y sig.). El levantamiento en la isla afectó a la escuadra ateniense que estaba anclada en Samos; el movimiento oligárquico promovido especial­ mente por oficiales de la escuadra quedó ahogado incluso antes de que pudiera cobrar vida. Eligieron nuevos estrategos, entre ellos Trasilo y Trasíbulo, tan famoso después. Con esta situación, la escuadra, el instrumento de poder de Atenas, se constituía en salvaguardia de la democracia frente a la ciudad regida oligárquicamente. Mientras en Samos se hacían esfuerzos para conseguir la mediación de Alci­ bíades entre la escuadra y la patria, la oligarquía ática vio llegar su última hora. Para mantenerse en el poder se esforzaron Antifonte y sus amigos en conseguir una paz con Esparta a cualquier precio. La fortificación de Eecionea en el Pireo suscitó en el dem os la sospecha ciertamente no infundada de que se quería dejar entrar a los peloponesios en el puerto para aterrorizar al pueblo. El gobierno de los Cuatrocientos, la oligarquía extrema, se hundió en el torbe­ llino de los acontecimientos que se sucedían atropelladamente en el verano de 411 a. de C.: a la separación de Eubea siguió la pérdida de la ruta de los Dardanelos y de la importante ciudad de Bizancio, de modo que no llegaban a Atenas las flotas de barcos de trigo procedentes del Ponto. Se alcanzó un compromiso entre la orientación democrática y la oligárquica, el gobierno pa­ saría, tras la destitución de los Cuatrocientos, a manos de cinco mil ciudadanos que «pudieran costear su equipo». Formaban éstos un Consejo que, dividido en cuatro secciones, se hizo cargo por turnos de la dirección de los asuntos de la ciudad. Esta es la C o n s t i t u c i ó n d e T e r á m e n e s , creada según el modelo beocio; es posiblemente idéntica a la «constitución futura» reproducida por Aristóteles (Constitución de los atenienses, 30), que fue pro­ puesta al demos en la primera reunión extraordinaria celebrada en Colono. Sólo tuvo validez durante ocho meses. Entre tanto no se había roto la cadena de fracasos en política exterior de Atenas. A la pérdida de Eubea y de casi todo el distrito del Helesponto se había añadido la defección de la isla de Tasos, uno de los aliados de mayor capacidad económica, y la de Abdera (otoño de 411). Los días del dominio del mar por los atenienses pertenecían al pasado; los subsidios persas permitían a Esparta mantener una gran escuadra, a la que daba el necesario apoyo un excelente destacamento siracusano a las órdenes de Hermócrates. Ahora sólo podían ayudar a Atenas medidas extraordinarias y hombres con ideas nuevas, y, en tales circunstancias, los ojos de los atenienses se dirigieron a Alcibíades, al que los hombres de la escuadra que estaba en Samos habían elegido estratego y que se comportaba allí como un soberano. Hacia el fin del año 411, rico en acontecimientos, los atenienses, bajo el mando de Trasíbulo, quedaron ven­

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cedores de la escuadra esp artana en dos encuentros especialmente sangrientos en C inosem a y A bido. Pero el cam bio de la situación lo trajo la Batalla naval de Cícico (mayo de 410). La estrategia de Alcibíades derro tó aquí totalmente a los espartanos, ni un sólo barco pudo escapar, el alm irante espartano Míndaro m urió en el com bate. La consecuencia fue el restablecim iento de la suprema­ cía ateniense en los Estrechos. En un fuerte levantado frente a Bizancio se cobraba un im puesto de paso del Estrecho a las naves del P o n to , cuyo produc­ to le venía muy bien a la econom ía de Atenas. A E sp a rta la d errota de Cícico le cayó com o un rayo. Bajo la im presión de la pérdida com pleta de la costosa escuadra, estaban incluso dispuestos a la paz sobre la base de la situación en­ tonces existente; se cam biaría Decelia por Pilos y Citera. Le corresponde a C leofonte la responsabilidad de haber rechazado la favorable propuesta. Poco después se d esm oronó el gobierno de pies de b arro de los Cinco Mil y con él desapareció la m o d era d a y oligárquica C onstitución de Terám enes. En julio de 410, el antiguo C onsejo de los Q uinientos recuperó el ejercicio de los asun­ tos públicos, el tribunal p op ular, es decir, la heliaía, reanudó sus sesiones. P o r prim era vez en la historia de Atenas se decidió la codificación de todo el derecho vigente y se asignó esto a una com isión especial. Es el prim er intento conocido de recopilar en la A ntigüedad, m ediante u n a codificación de gran alcance, la constitución, el derecho público, privado y sagrado de un Estado. Por lo dem ás el intento fracasó, pues los m iem bros de la comisión resultaron corruptos y retrasaron la codificación por razones egoístas. Introdu jo Cleofonte la diobelía, una «pensión del E stado » o rd in aria p ara asegurar la manutención de los ciudadanos que no o c u p ab a n ningún puesto oficial ni prestaban servicio en el ejército o en la m arina. A dem ás se dio com ienzo a obras declaradas de urgencia, por ej. el Erecteon. En especial la diobelía significó a la larga una carga insoportable p ara la econom ía ática, porque los aliados procuraban, cada vez más, rehuir el pago por todos los medios. Fue elegido Alcibíades estratego para el año oficial 408/407, bajo la impre­ sión de los brillantes éxitos en el exterior. Alcibíades h abía recuperado Calcedón, Selimbria e incluso Bizancio, adem ás h abía a co rd ad o una suspensión de hostilidades (409) con F arn ab azo , el sátrapa de Frigia. El día de la fiesta de las Plinterias del año 408 hizo su entrada triunfal en su ciudad patria que había a b a n d o n a d o siete años antes a la cabeza de la soberbia escuadra de Sici­ lia. A bsuelto oficialm ente de todas las inculpaciones, y tras la entrega de una concesión com o indem nización de los bienes confiscados, recibió Alcibíades un m an do ilimitado p o r m ar y p o r tierra com o generalísimo. C uand o después cond ujo por tierra bajo la protección de la fuerza arm a d a la sagrada procesión desde A tenas a Eleusis — hasta entonces tuvo que ser interrum pida por la ocu­ pación e sp a rta n a — su prestigio llegó a u na altura enorm e, era considerado com o el salvador de la patria. Alcibíades no tenía posibilidad de c o n tin u ar su m arch a triunfal en el Helespo nto y en Jonia. La situación general entre ta n to había cam biado tan funda­

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mentalmente que tampoco pudo Alcibíades variar ya el destino de Atenas. La dirección del Estado espartano había encontrado finalmente en la persona de L i s a n d r o el estratego que necesitaba para la escuadra, costoso instru­ mento de guerra. Lisandro, que frente al enemigo no tenía escrúpulo en usar los medios más reprobables, era en su vida personal un hombre modesto y completamente incorruptible, lo que tratándose de griegos tenía una extraordi­ naria importancia. Impulsado por una ardiente ambición gastó su vida al servi­ cio de su patria. Fue Lisandro el que inculcó al rey persa la convicción de que a los verdaderos intereses del Reino Persa sólo respondía una victoria com­ pleta de Esparta, no el restablecimiento del anterior equilibrio en Grecia. Espe­ cialmente, el consecuente hombre de estado espartano supo ganarse totalmente para su causa a Ciro, joven hijo del rey, virrey de Sardes desde el año 408. Lisandro dio la primera prueba de su gran capacidad estratégica en la Bata­ lla naval de Notion (primavera de 407). Con la derrota de los atenienses se consumó al mismo tiempo el destino de Alcibíades. El pueblo irritado lo desti­ tuyó del mando. El antes generalísimo de Atenas se retiró a sus posesiones en el Quersoneso Tracio y allí llevó la vida de un gran señor independiente. Después de la caída de Atenas, huyó a la corte del sátrapa persa Farnabazo que le hizo matar por indicación de Lisandro. Así murió violentamente Alcibía­ des, tipo de hombre violento para el que no hubo nada sagrado en la vida. El destino cambiante de su vida extraordinaria ha atraído repetidamente con su hechizo a la posteridad. Así, el emperador Adriano visitó el lugar de Melisa, en Frigia, en el que Alcibíades fue asesinado, y honró con una estatua la me­ moria del famoso ateniense. Del mismo modo que Alcibíades fue sustituido por C o n ó n , también tuvo Lisandro al término de su año de navarco un sucesor en Calicrátidas, un espartano de vieja cepa. Aunque Calicrátidas se enemistó con Ciro el Joven, porque se retrasaban los subsidios persas, la ofensiva espartana por mar tomó un brillante impulso. Tras la pérdida de Teos y Metimna (en Lesbos), quedó encerrado Conón con sus barcos en el puerto de Mitilene. El temible peligro despertó una vez más la antigua energía de los atenienses. Con los más grandes sacrificios y con la ayuda de la fiel isla de Samos se puso en pie una vez más una flota de más de ciento cincuenta (rieres. En las Arginusas (en la entrada meridional del Estrecho de Lesbos), los espartanos fueron completamente de­ rrotados, más de setenta barcos de Calicrátidas quedaron en poder de los ate­ nienses (agosto de 406). El dolor por las sensibles pérdidas humanas —en su mayor parte ciudadanos atenienses— condujo en Atenas al Proceso de las A r­ ginusas. La ekklesía —no los tribunales ordinarios— , en un juicio tumultuario, condenó en bloque a muerte a seis estrategos, entre ellos un hijo de Pericles de su mismo nombre, porque habían descuidado la salvación de los náufragos. Algunos prítanes, entre ellos Sócrates, se habían opuesto a este procedimiento ilegal, pero sin resultado. La condenación de los generales tuvo el efecto de un recordatorio preventivo para Atenas y para su ciudadanía que había tolerado

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una cond en a que iba en c o n tra de todas las leyes de la razón. P a ra hacer más com pleta la desgracia, se rechazó sin deliberación en A tenas, por oponerse a ella C leofonte, una nueva proposición de paz de E sp a rta sobre la base de la situación existente. ¿C óm o h a b ría podido cum plir E sp a rta la exigencia atenien­ se dé devolver las ciudades que se habían separad o de A tenas, aunque hubiera tenido leal volun tad de hacerlo? En el año 406, cuan d o a los atenienses les llegaba el agua hasta el cuello, u n a e m b ajad a se desplazó a Sicilia para entablar negociaciones con los cartagineses. Si se habían puesto esperanzas en el resulta­ do de esta misión, que nos es conocida p or el hallazgo de inscripciones, éstas no llegaron a cumplirse. Fue la escuadra e sp arta n a la que decidió la guerra. Dirigía sus operaciones L isandro, agregado com o alm irante al navarco Á raco. L a combinación de la ocupación de Decelia en el Á tica con el cierre de los D ardanelos produjo la ruina económ ica de A tenas. A esto se a ñadió la d e rro ta en la Batalla naval de E gospótam os (pleno verano de 405); en ella se h u ndió en la tu m b a la gran­ deza de A tenas. Millares de prisioneros cayeron en m anos de los espartanos, entre ellos unos tres o cuatro mil atenienses fueron pasados a cuchillo como represalia de las crueldades atenienses. C o n ó n , cuya im prudencia culpable ha­ bía favorecido la victoria de los espartanos, huyó a C hipre, el resto de la antes tan orgullosa Liga M arítim a Á tica se desm o ro n ó , las ciudades del Helesponto y las com unidades tracias se adhirieron al vencedor. Sólo los samios permane­ cieron fieles, en agradecim iento recibieron el obsequio tardío del derecho de ciud ad an ía ática. El destino de A tenas quedó sellado con la pérdida de la últim a escuadra. M ientras L isandro cru zab a hacia el G olfo Sarónico con ciento cincuenta naves, las fuerzas de tierra peloponesias a las órdenes de los reyes Agis y Pausanias II se reunían en un c am p am en to fortificado ju n to a la A cadem ia, inmediatamente delante de las puertas de la ciudad. C iertam ente se retiró el ejército durante el invierno, pero se m a n tu v o firme el asedio. En A tenas se desvaneció toda esperanza, estaban dispuestos a negociaciones, incluso al a b an d o n o del Imperio Ático, con tal de que se conservaran al menos Samos y las cleruquias imprescin­ diblem ente necesarias p a ra el sostenim iento de los ciudadanos. Pero cuando los espartanos insistieron en que los atenienses tenían que derribar los Muros Largos en un a longitud de diez estadios y entregar to d as las posesiones de A tenas, excepto las antiguas colonias de L em nos, Im bros y Esciros, cambió de nuevo la disposición de ánim o en la ciudad sitiada. Bajo la influencia de Cleo­ fonte qued ó p ro h ib id a la discusión de las condiciones. E ntonces fue Terámenes en busca de L isandro con el pretexto de conseguir condiciones más favorables, pero en realidad para esperar un cam bio de opinión en A tenas. De hecho, Cleo­ fonte term inó pronto, tuvo que defenderse de u n a acusación por incumplimiento del deber m ilitar. T erám enes fue a E sp a rta com o e m b a ja d o r plenipotenciario. E sp a rta se enfrentó con decisión a los terribles enemigos de Atenas, al fren­ te de los cuales estaban C o rin to y Tebas; no estaba interesada Esparta en la

Guerra de Decelia y de Jonia

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destrucción de Atenas. Sin embargo las condiciones de paz fueron enormemen­ te duras: Atenas perdía todas sus posesiones en el exterior, debían ser demoli­ das todas las fortificaciones y los Muros Largos y entregada toda la escuadra excepto doce naves, tenía que permitirse el regreso de los desterrados. Además de esto, Atenas tenía que obligarse a seguir con su ejército a los espartanos, es decir, se les obligó a la entrada en la Liga Peloponesia. Sólo un día después del regreso de Terámenes la ekklesía ateniense ratificó las condiciones; no ha­ bía otra elección. El día 16 del mes de Muniquión (finales de abril) de 404 a. de C., el vencedor Lisandro con la escuadra hizo su entrada en el Pireo. Con la sumisión de Samos, que se rindió después de más de un mes de asedio, acabó la guerra; Atenas y el Imperio Ático quedaban a los pies del vencedor.

LA D E C A D E N C I A D E L M U N D O D E L A POLIS G R I E G A (404-360 a. de C.)

La terminación de la Guerra del Peloponeso puso de manifiesto la gran crisis del mundo griego en todos los ámbitos de la vida, la del Estado, la social y la económica. A las sensibles pérdidas de vidas humanas se añadió la devasta­ ción de extensas zonas de campos de labor y de huerta, especialmente en el Ática, pero también en ciertas partes del Peloponeso. Amplios grupos de población se habían empobrecido y todos sentían como una pesadilla la insegu­ ridad general del derecho que alcanzó su cúspide con los actos arbitrarios de los Treinta en Atenas. Pero todos estos fenómenos eran sólo los síntomas de la grave enfermedad que había atacado al Estado griego, a la polis. A ésta la crisis no la llevó a la vida, sino a la muerte. Al final del siglo iv no existe ya la polis griega, sino que las monarquías helenísticas de cuño macedónico son los soportes de la política mundial, en cambio la polis perdió para siempre su importancia en el campo del que en otro tiempo había sacado constantemen­ te nuevas fuerzas para su regeneración interna. El cambio fundamental, es de­ cir, el abandono de la política por una misión de lo griego, que se encuentra con preferencia en el campo de la ética y de la cultura, está diseñado en la vida de Platón. De hecho, lo que Grecia perdió en el ámbito de la política lo recibió por duplicado en el dominio del espíritu: Platón y Aristóteles funda­ ron en el siglo iv la hegemonía mundial del espíritu griego, pusieron los funda­ mentos para ello en una época en la que Grecia estaba hundida en la impoten­ cia política y se había convertido en una pelota en manos de las potencias extranjeras, en especial del Imperio Persa. Para la evolución política fue de importancia transcendental que Esparta, la vencedora de la gran guerra, no poseyera en modo alguno ideas constructi­ vas para una nueva configuración del mundo griego, en el que el ocaso de Atenas había dejado tras de sí un vacío imposible de llenar. De modo especial carecía la dominación espartana de una gran idea nacional, como la que había poseído en su tiempo la Liga Marítima bajo la dirección de Atenas en la forma de la lucha defensiva de los griegos frente a los persas. La efímera hegemonía

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É p o ca de la p o lis griega

teb ana (371-362) se ap o y ó en lo esencial sólo en el a p ro vecham ien to de una situación única de política de fuerza debid a al genio de E p am in o n d as y de Pelópidas. P o r eso se quedó en un corto episodio. El p u n to neurálgico de la política m un dial se h a b ía tra sla d a d o ya al term in ar el siglo v desde Grecia al Este; desde allí r o d a b a el oro persa hacia G recia a torrentes. E n el Occiden­ te, en Sicilia, ante el gran peligro cartaginés, el m u n d o griego libre se doblegó ai fuerte b razo del so b eran o de Siracusa Dionisio I. Este tiran o es sin discusión la figura m ás grande entre los griegos en la prim era generación posterior al fin de la G u e rra del Pelo pon eso. Rasgos característicam ente m odernos en la vida del E stad o y en la cultura en Sicilia y en el territorio de A natolia occiden­ tal anticipan la evolución de los siglos siguientes. Q ued a ensom brecido el siglo iv p o r la m uerte de S ó c r a t e s de Atenas (399). En un tiem po en el que los vínculos sociales y éticos se relajaban y deshacían a ojos vistas, Sócrates, al que se acusó de la introdu cción de nuevos dioses y de la co rru p ció n de la ju v en tu d , pagó su convicción con la vida, obediente a las leyes de su ciu dad. E n u n a época en la que la m asa no tenía ya ningún ideal, en la que las gentes cultas se a b rían al relativism o de la sofísti­ ca, Sócrates, com o m aestro de sus discípulos, com o su e d u ca d o r y como esti­ m ulad or en el cam ino de la verdad , enseñó un intelectualism o ético poco aco­ m o d ad o a su tiem po: el conocim iento sobre la esencia de la virtud y su aplica­ ción práctica, la inteligencia y la acción se unen, según él, en u na sola cosa. La vida y la enseñanza fo rm an en Sócrates u n a unidad inseparable. Partiendo del p ro fu n d o rigor m oral de su p erso nalidad se explica la incom parable in­ fluencia que irradió sobre sus c o n te m p o rá n e o s y sobre la posteridad, en espe­ cial sobre sus discípulos, de entre los cuales P la tó n (427-347) se convirtió en el verd ad ero d ifusor de la g ran d eza m oral del m aestro. P l a t ó n com enzó com o p o e ta d ram á tic o . P ero el tra to con Sócrates guió sus prop ósito s p o r u n a dirección nueva que hizo de él uno de los mayores educadores de la H u m a n id a d . P o r su actividad en la A cad em ia fundada por él a su regreso del p rim er viaje a Italia (387 a. de C.) — estaba situada en la zona de las afueras de A tenas que debía su n o m b re al héroe A c ad e m o — , esta­ bleció P la tó n en la enseñanza de sus discípulos los fu n d am e n to s p a ra la forma­ ción de un m éto d o científico. A d em ás de esto, creó u na gran dio sa imagen dua­ lista del m u n d o : frente al m u n d o de lo c o rp o ra l, el m u n d o de la apariencia, estableció otro , el m u n d o del ser v erd adero, que estaba representado por las esencias independientes, las «ideas». Al aceptar, por influencia órfico-pitagórica, el concepto de la in m o rtalid ad del alm a, dirigió el p ensam ien to del hombre griego hacia lo eterno e im perecedero — ésta fue la m ayo r transform ación que experim entó el pensam ien to occidental antes de la venida de Jesucristo. Pero el destino personal de P la tó n fue la fo rza d a exclusión de la actividad política práctica en su ciudad, según él m ism o lo ha expresado de m o d o patético en su vejez (C arta VII, 325). La ciudad -estado griega se h a b ía q u e d ad o anticuada, no po día ya asignar u n puesto precisam ente al m ejor de sus ciudadanos. Así

L A D E C A D E N C I A D E L M U N D O D E L A P O L IS G R I E G A (404-360 a. de C .)

La term inación de la G uerra del Pelopo neso puso de m anifiesto la gran crisis del m u n d o griego en todos los ám bitos de la vida, la del E stado, la social y la económ ica. A las sensibles pérdidas de vidas h um an as se añadió la devasta­ ción de extensas zonas de cam pos de lab o r y de h u erta, especialmente en el Ática, pero tam bién en ciertas partes del Peloponeso. A m plios grupos de población se h abían em pobrecido y todos sentían com o u n a pesadilla la insegu­ ridad general del derecho que alcanzó su cúspide con los actos arbitrarios de los T rein ta en A tenas. P ero todos estos fenóm enos eran sólo los síntom as de la grave enferm ed ad que había a ta ca d o al E stado griego, a la po lis. A ésta la crisis no la llevó a la vida, sino a la m uerte. Al final del siglo iv no existe ya la p o lis griega, sino que las m o n arq u ías helenísticas de cuño m acedónico son los soportes de la política m undial, en cam bio la p o lis perdió p a ra siempre su im po rtancia en el cam p o del que en o tro tiem po h abía sacado con stan tem en ­ te nuevas fuerzas p a ra su regeneración interna. El cam bio fu n d am en tal, es de­ cir, el a b a n d o n o de la política p o r una m isión de lo griego, que se encuentra con preferencia en el cam po de la ética y de la cultura, está diseñado en la vida de P la tó n . De hecho, lo que Grecia perdió en el ám bito de la política lo recibió p o r duplicado en el dom inio del espíritu: P la tó n y Aristóteles fu n d a ­ ron en el siglo iv la hegem onía m undial del espíritu griego, pusieron los fu n d a ­ mentos p a ra ello en u n a época en la que G recia estaba h u n d id a en la im po ten ­ cia política y se había convertido en u n a p elota en m an o s de las potencias extranjeras, en especial del Im perio Persa. P a ra la evolución política fue de im p o rtan c ia transcendental que E sparta, la vencedora de la gran guerra, no poseyera en m o do alguno ideas constructi­ vas p a ra u n a nueva config uración del m u n d o griego, en el que el ocaso de Atenas había dejado tras de sí un vacío im posible de llenar. De m o d o especial carecía la dom inación esp artan a de una gran idea nacional, com o la que había poseído en su tiem po la Liga M arítim a b a jo la dirección de A tenas en la form a de la lucha defensiva de los griegos frente a los persas. La efím era hegem onía

1.

G R E C IA D E SP U É S DE LA G U E R R A D EL P E L O P O N E S O (404-400 a. de C.)

C o n el h u n d im ie n to de A te n a s , la s o b e r a n ía e s p a r ta n a o c u p ó el puesto de la Liga D e lo -Á tic a, u n o r g a n is m o fin a m e n te a rtic u la d o fu e su stitu id o por un sistem a g ro se ro , incluso vio len to . L a h e g e m o n ía de E s p a r t a

se apoyaba

en la a lia n z a c o n P e rsia , cuy o o ro h a b ía c re a d o la e s c u a d r a e s p a rta n a y había so c a v a d o la s o b e ra n ía de los aten ien ses. P e ro , p o r lo d e m á s, E s p a r ta era total­ m en te in a d e c u a d a p a r a recibir la s u p re m a c ía a te n ie n se , ni siq u iera hasta un cierto g r a d o . Ni d is p o n ía de la p o b la c ió n q u e h a b ría sido n ecesaria para la d o m in a c ió n de u n espacio ta n g ra n d e y p a r a la p e n e tra c ió n p o lítica en los Esta­ dos d e p e n d ie n te s, ni ta m p o c o existía lazo a lg u n o id eo ló g ico o económ ico que h u b ie ra v in c u la d o a la p o te n c ia d irig e n te de la L iga P e lo p o n e s ia c o n los griegos de la m a d re p a tr ia en T ra c ia y A s ia M e n o r. P a r a m a y o r a b u n d a m ie n to , come­ tió E s p a rta e rro re s qu e a h o g a r o n p r o n t o to d a s las sim p a tía s p o r el vencedor: L is a n d ro q u itó a Q u ío s la e s c u a d ra , y ta m b ié n los re s ta n te s aliad o s de Atenas, q u e an tes g e m ía n b a jo el peso de las c o n trib u c io n e s de la L iga M a rítim a , tuvie­ ro n q ue p e rc ib ir m u y p r o n t o q u e el d o m in io de E s p a rta n o e ra m en o s opresivo q u e el de la a n te rio r p o te n c ia h e g e m ó n ic a . A d e m á s creó m u c h o s odios el siste­ m a e s p a rta n o , q u e en to d a s p a rte s fa v o re cía el d o m in io de las m in o rías oligár­ quicas p o r m ed io de las lla m a d a s d e c a rq u ía s (com isiones de diez) y trataba de a firm a rla s con g u arn icio n es m ilitares b a jo el m a n d o de jefes espartan os (harm o sta s). L a a u to n o m í a , que h a b ía p r o m e tid o E s p a r t a y c o n la qu e se había s o ñ a d o tra s la d e r r o ta de A te n a s , se m a n if e s tó m u y p r o n t o c o m o u n a simple s o m b ra . N o h a b ía m á s lib e rta d en G re cia, sin o q u e h a b ía m u c h a menos que en c u a lq u ie r tie m p o a n te r io r . T a m b ié n se sin tió a b r u m a d o r a m e n t e la inseguri­ d a d en los m a re s, q u e , tra s la d e s a p a ric ió n de la policía n av al ateniense, se c o n v irtie ro n en lu g ar de recreo de los p ir a ta s . E n los m ism o s espartanos la elevación de su E s ta d o al d o m in io so b re G re c ia n o h a b ía d e ja d o de producir sus efectos: a m p lio s círculos f u e r o n c o rr o m p id o s p o r la a flu e n c ia del metal

Grecia después de la Guerra del Peloponeso

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noble. Teniendo en cuenta que la ley prohibía a los espartanos poseer metal precioso, depositaban éste al otro lado de la frontera del territorio, en lugares como Tegea o Delfos. Los casos de soborno estaban a la orden del día. Se produjeron graves tensiones sociales a consecuencia del desequilibrio numérico entre la cantidad decreciente de ciudadanos con plenos derechos y la gran masa de espartanos empobrecidos (los llamados hypomeíones)\ tensiones que culmi­ naron en la conjuración de Cinadón. Sin embargo, el intento de transformar completamente la situación de la propiedad dominante en Esparta fue descu­ bierto y castigado con la ejecución de los revolucionarios (398 a. de C.). Después de la caída de Atenas, era Lisandro el «rey sin corona de Grecia» (Ed. Meyer). Los griegos lo colmaron de extraordinarios honores. Los samios cambiaron el nombre de la fiesta de Hera por el de «Lisandrea», se le erigieron altares y se le ofrecieron sacrificios y en los templos griegos sus estatuas esta­ ban al lado de las de los dioses olímpicos. Lisandro fue el primer griego al que sus contemporáneos elevaron a la esfera divina, un precedente de la divini­ zación helenística. También en este aspecto rebasó él ampliamente los límites que el Estado espartano había establecido para un individuo. En A t e n a s el tratado de paz presuponía el restablecimiento de la «Cons­ titución heredada de los padres», denominación que los oligarcas naturalmente interpretaban a su modo. Bajo la presión de la escuadra de Lisandro en el estío de 404 fue sepultada la democracia ática, por segunda vez en siete años (ver pág. 178). Después de que los oligarcas formaran al principio un «comité de acción» de cinco éforos, se estableció una comisión de gobierno de treinta ciudadanos; Terámenes y el inteligente pero violento Critias (tío de Platón) eran sus portavoces. En lugar de redactar la nueva constitución, con la toleran­ cia de Lisandro, los Treinta monopolizaron en Atenas todo el poder. En la Acrópolis se instaló una guarnición espartana bajo el m ando de un harmosta, y pronto se desenmascaró el gobierno de los Treinta como un régimen de terror; todos los elementos incómodos fueron quitados de en medio con la ayuda de denunciantes. No menos de mil quinientos ciudadanos atenienses en­ contraron la muerte a manos del verdugo, muchos otros, entre ellos Trasíbulo, salvaron su vida por medio de la huida. Tebas, Argos, Mégara y otros lugares les concedieron asilo. Finalmente dio un vuelco el terror de los Treinta —el tímido meteco Lisias lo ha descrito acertadamente desde su punto de vista— y se dirigió contra sus propias filas, precisamente contra el ala moderada de los oligarcas que dirigía Terámenes. A pesar de que se defendió de modo im­ presionante, Terámenes fue ajusticiado. Para aplastar todo movimiento de crí­ tica, no tuvieron escrúpulo en prohibir incluso la enseñanza de la retórica. La salvación para la ciudad vino de fuera. Un pequeño grupo de desterra­ dos atenienses y emigrados bajo el mando de Trasíbulo, partiendo de Beocia, ocupó en un golpe de mano la fortaleza de File, en las estribaciones del Parnés. Tras una victoria sobre la guarnición espartana y haber ocupado Muniquia, controlaba Trasíbulo la arteria vital de Atenas, el Pireo. Critias y su compañe­

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É p o ca de la polis griega

ro C árm ides cayeron en com bate, el gobierno de los T rein ta se derrum bó (fin de 404 o com ienzo de 403). En su lugar asum ió el p o d er un colegio de diez m iem bros de orientación m o d e ra d a com o la que h a b ía represen tado en su vida T erám enes. Se estaba tod av ía m uy lejos de un a cu e rd o entre demócratas y oligarcas. L isandro se e n f r e n t ó a T rasíb ulo y blo queó el Pireo. Enton­ ces, enviado por los éforos, apareció en el Á tica el rey esp artan o Pausanias II con un ejército, L isand ro tuvo que ponerse a sus órdenes. Después de que los esp artanos en un c o m b ate c o n tra los d em ó cratas d e m o stra ro n que tenían la intención de o b ra r con seriedad, los p artidos que co m b a tía n en Atenas y en el Pireo estuvieron dispuestos a u n a reconciliación. Se concluyó una amnis­ tía general (bajo el a rc o n ta d o de Euclides, 403/402 a. de C.); sólo fueron ex­ cluidos de ella los m iem bros de las comisiones de los T rein ta y de los Diez. E n septiem bre de 403 hicieron los d em ócratas su e n tra d a en la ciudad desde el Pireo, com enzó a fu n cio n a r de nuevo el C on sejo de los Q uinientos, el inter­ m edio oligárquico h a b ía term in a d o , A tenas era de nuevo u n a democracia. Sin em bargo, no se llegó a u n a reconciliación co m pleta h a sta el año 401/400, en que el E stad o separado de Eleusis, fu n d a d o por los oligarcas radicales en el año 403, se unió de nuevo al E stad o ático. El hecho m ás im p o rta n te de los prim eros años de la postguerra fue, sin em bargo, la c a í d a d e L i s a n d r o (¿finales de 403 a. de C.?). Ya des­ de hacía tiem po su posición de p o d e r ilim itado era inso p o rtab le p ara los éfo­ ros. Así que no era extraño que en E sp a rta se p restaran oídos complacientes a las quejas llegadas de todas partes c o n tra L isan dro y c o n tra la conducta de sus harm ostas. R esultaron infructuoso s todos los intentos de este hombre antes tan po deroso p a ra recuperar su a n te rio r influencia po r m edio de intrigas en E sp a rta o por la vía indirecta de los grandes san tu ario s panhelénicos de D od o n a, Delfos e incluso de A m ó n en Libia. U n a vez m ás, el concepto esparta­ no del E stad o hab ía triu n fa d o sobre u n a p erso n alid ad poderosa aislada. La caída de L isandro significó el d esm o n taje de la política imperialista de E sparta. La nueva consigna decía: reto rn o a la política tradicional peloponesia. A las puertas de E sp a rta , Élide, el único E stad o de la Penínsu la que no perte­ necía a la Liga Peloponesia, fue d o m in a d a tras repetidas cam pañas (402-400) y perdió la m itad de su territo rio , pero conservó la dirección de los Juegos Olímpicos. La hegem onía de E sp a rta en el P elo p o n eso parecía con ello asenta­ da más firm em ente que nunca. El fu tu ro , sin em b arg o , iba a enseñar que Es­ p a rta no p o d ía a b a n d o n a r a su suerte al m u n d o del E geo, en especial necesita­ ba urgentem ente u n a aclaración fu n d am e n ta l el p ro b le m a de las ciudades grie­ gas de A sia M en or y su relación con los persas. E s p a rta había trapicheado po r oro estas ciudades con el rey de Persia, pero a éste le h abían faltado hasta a h o ra los m edios de fuerza p a ra hacer valer realm ente su soberanía en Jonia. La consecuencia era un estado de indecisión to ta lm e n te insostenible a la larga.

2.

LA EX PE D IC IÓ N DE CIRO EL JOVEN (401-400 A. DE C.) Y LA GUERRA ESPA RTANO -PERSA EN ASIA MENOR (400-394 a. de C.)

En el reinado de Artajerjes II que, como sucesor de su padre, Darío 11, subió al trono de los Aqueménidas en el año 404, se manifestó abiertamente la decadencia interior y exterior del Reino Persa. Mientras en Susa no cesaban las intrigas de harén, el reino fue gravemente afectado por la separación de Egipto, que en el año 404 recobró su independencia bajo el mando del príncipe del Delta, Amirteo, y la conservó sesenta años completos. Además, la ya decre­ cida autoridad del gobierno central fue puesta en peligro muy seriamente por las incesantes querellas de los poderes particulares, es decir, de los sátrapas. Dueños de gigantescas extensiones de tierra, rodeados de millares de vasallos, los sátrapas disponían a su arbitrio en sus territorios casi como señores absolu­ tos, sin preocuparse ya mucho de las órdenes del lejano Gran Rey. En Asia Menor, la enemistad del joven príncipe Ciro, hermano de Artajerjes II, con el sátrapa Tisafernes, todopoderoso en otro tiempo, llevó a situaciones caóticas de esas que ponen en vergüenza a todo gobierno organizado. Ciro, virrey (káranos) de Asia Menor desde 408 a. de C., y confirmado como tal por su herma­ no, siguió una política patrimonial desconsiderada en su posesión de las satra­ pías de Lidia, Gran Frigia y Capadocia, en tanto que intentaba ampliar su propio territorio con anexiones a costa de las satrapías vecinas. En esta situa­ ción mantenía un pleito con Tisafernes por la importante ciudad de Mileto. En realidad, se había fijado una meta mucho más elevada. Lo que ambiciona­ ba era el gran Imperio Aqueménida, que le había sido negado a él, más joven pero nacido en la púrpura, a la muerte de su padre, Darío II. Crearon las condiciones necesarias previas para la empresa el alistamiento de mercenarios griegos, que se podían conseguir por poco dinero en todas par­ tes al fin de la gran guerra, y un tratado secreto entre Ciro y Esparta. Los espartanos enviaron un cuerpo auxiliar bajo el m ando de Quirísofo, que se unió al ejército de Ciro en Cilicia; también la escuadra espartana participó

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Epoca de la polis griega

en las operaciones. La empresa fue enmascarada como una acción local contra los pisidios sublevados. De acuerdo con el cilicio Siénesis, superó Ciro los im­ portantes puertos del Tauro, tampoco en el norte de Siria se levantó ninguna oposición. Advertido por Tisafernes, el gran rey Artajerjes II concentró en Babilonia el contingente del Este; estas fuerzas no podían resistir la compara­ ción en valor militar con los hoplitas y peltastas griegos que había en el ejérdto de Ciro. En el otoño de 401 se llegó a la batalla en la aldea de Cunaxa (al norte de Babilonia). Ciro, que se había lanzado temerariamente contra el cen­ tro del ejército del Gran Rey y había herido a su hermano con su propia mano, encontró la muerte en el tumulto de la pelea, cuando ya se sentía vencedor. La expedición había perdido su razón de ser. La operación de retirada de los griegos (que fueron privados de sus generales por un engaño de Tisafernes), curso arriba del Tigris, a través de las inhóspitas montañas de Armenia hacia el Mar Negro, al que llegaron en Trapezunte, es una página de gloria imperece­ dera de la historia militar griega. La superioridad militar y moral de los griegos frente a los asiáticos, muchos más numéricamente, nunca se había mostrado a la luz tan claramente como en esta marcha desde Babilonia hasta el Mar Negro. Es ésta una hazaña que en su efecto psicológico sólo se puede comparar con la de las Termopilas. El regreso de ocho mil seiscientos mercenarios (los que habían quedado de trece mil) fue bastante inoportuno, especialmente para los espartanos. St veían molestamente comprometidos frente al Gran Rey, y recusaban toda co­ munidad con «los de Ciro». No se llegó a la fundación, propuesta por Jeno­ fonte, de colonias en el Ponto y en Bitinia a consecuencia de la oposición del sátrapa Farnabazo. Lo que había quedado de los Diez Mil (sus hechos estaban en todas las bocas) fue desviado a Tracia, donde los soldados entraron al servicio de Seutes, un príncipe desposeído. Éste fue el final de una empresa que había conmovido en sus fundamentos al gran Reino Persa. La muerte de Ciro el Joven y el regreso de Tisafernes a Asia Menor en el año 400 a. de C. pusieron candente el problema de la situación de las ciuda­ des griegas minorasiáticas. Tisafernes, que había firmado en su fecha (ver pág. 177) con los espartanos el acuerdo de los subsidios persas, puso su empeño en la cláusula que entregaba los griegos de Asia Menor al Gran Rey. En este asunto eran decisivas no sólo las razones de prestigio. Si los persas hubieran entrado en posesión de los puertos jonios, habrían estado en condiciones de dominar con su escuadra el Mar Egeo, que se había convertido en un espacio sin dueño a causa del desmoronamiento de Atenas y de su Liga Marítima. La petición de auxilio de los jonios colocó a Esparta ante la decisión de elegir entre la alianza persa y la libertad de los jonios. Los espartanos prometieron a los griegos jonios su ayuda (400 a. de C.). El ejército enviado por los espartanos bajo el m ando de Tibrón a Asia Menor contaba con poco más de cinco mil hombres y no estaba capacitado para operaciones de envergadura. En consecuencia, lo que se alcanzó fue muy

Ciro y la guerra espartano-persa

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limitado. De todos modos, se consiguió al menos poner a salvo de la interven­ ción persa a las ciudades griegas de la Eólide. Farnabazo y Tisafernes, los sátrapas persas, estaban desunidos, llevaban la guerra por iniciativa propia, cada uno por su parte, hasta que en el año 397 se llegó a la conclusión de un armisticio entre ellos y el espartano Dercílidas. La dirección espartana de la guerra se hizo más activa sólo después de haber tomado el mando el rey Agesilao, que había subido al trono en el año 399 con la ayuda de Lisandro. Se comportaba Agesilao como si fuera sucesor de Agamenón, e intentó dar un sello panhelénico a la guerra contra los sátrapas. La expedición militar del nuevo Agamenón se inauguró —como en aquella ocasión antes de la expedi­ ción contra Troya— con un sacrificio en Áulide (por cierto, es ésta una indica­ ción significativa del valor práctico del mito en la vida de los griegos); sin embargo, no hubo éxitos convincentes después del desembarco de Agesilao en Éfeso. A orillas del Pactólo, a las puertas de Sardes, hubo una batalla con la caballería persa, pero no se pudo llegar a la toma de la ciudad por los espartanos (395). Si por el lado persa se había esperado un cambio de la situación por medio de la guerra en el mar —en Chipre se había construido una importante escua­ dra, en la que desempeñaba un papel importante el ateniense Conón como consejero de Evágoras, rey de Salamina— , esto no tuvo éxito pues Conón fue encerrado y bloqueado en el puerto de Caunos, en Caria (396). La rivalidad de los magnates persas libró a los espartanos de su enemigo más peligroso. Tisafernes fue ajusticiado por el quiliarca Titraustes que Persia había enviado a Asia Menor. Así la guerra en Anatolia occidental continuó siendo esencial­ mente lo que había sido antes, una cadena de expediciones de pillaje, de tran­ quilos cuarteles de invierno, de tratados de armisticio que, por regla general, no eran ratificados, y por recíprocos intentos de engaño. Las víctimas eran los jonios, que tenían que soportar las cargas de los cuarteles de las tropas espartanas. Por lo demás, desde el punto de vista militar los espartanos tuvie­ ron una labor fácil. Agesilao, que aprovechó la desunión de Titraustes y Farna­ bazo, iba empujando delante de sí a las tropas persas y hacía un botín enorme. Fue entonces cuando se produjeron en territorio griego acontecimientos que hicieron necesaria la repatriación a Grecia de la fuerza de combate espartana en Asia Menor.

HISTORIA D E G R E C I A . —

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3.

EL L E V A N T A M IE N T O DE LOS G R IE G O S C O N T R A ESPARTA Y LA PA Z DEL REY (395-386 a. de C.)

La m archa de los acontecimientos en Grecia en los primeros años del siglo iv llevó la m arca de una superior política persa que, por medio del abundante empleo del oro, supo atizar hábilmente el descontento de los griegos contra el violento sistema de gobierno espartano. P o r encargo del sátrapa Farnabazo fue a Grecia el rodio Timócrates e hizo que el oro persa corriera en Tebas, Corinto, Argos y Atenas, hasta el punto de que ya sólo se necesitaba un peque­ ño em pujón para un levantamiento general de los griegos contra el gobierno violento de E sparta. Se encendió la llama del conflicto deseado por los persas con el enfrentam iento de locrios y focidios (395). Detrás de los locrios estaba Tebas, la prim era potencia de la Liga Beocia, sobre cuya particular Constitución representativa han d a d o aclaración los Hellenikú de Oxirrinco (c. XI): la com unidad beocia se dividía en once «sectores», cada uno de los cuales disponía de un beotarca y sesenta miembros para el Consejo de la Liga, así como de un contingente de mil hoplitas y cien jinetes. Tebas (junto con algunas pequeñas comunidades) com prendía cuatro «secto­ res». Los focidios encontraron apoyo en Esparta. A tenas, cuya posición era muy im portante, concluyó con los beocios un tratad o defensivo. P o r de pron­ to, los espartanos o b raron con poca fortuna. En un intento de apoderarse de Haliarto, en el lago Copáis, fue vencido Lisandro por las tropas beocias y quedó en el cam po de batalla (otoño de 395). Este revés tuvo como consecuen­ cia que los aliados de E sparta en la Grecia central, adem ás de Corinto, Argos y los calcidios, se pasaron al enemigo. El rey espartano Pausanias II había llegado dem asiado tarde a H aliarto, además había entregado Beocia sin comba­ tir. C uand o era ya inminente su condena, huyó a Tegea, fuera de su tierra. Entonces no les quedó a los espartanos otra elección que ordenar el regreso de Agesilao desde Asia; la política persa había alcanzado totalm ente su objeti­

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vo. Antes de la llegada de Agesilao a Grecia, las tropas de la Liga Peloponesia habían obtenido la victoria en un violento combate junto al arroyo de Nemea, al lado de Corinto (julio de 394). Estaba reservado a Agesilao el restablecimien­ to de la supremacía espartana en Beocia, después de un victorioso encuentro en Coronea (agosto de 394). El resultado definitivo, sin embargo, no se produjo en territorio griego sino en Asia Menor, es decir, allí donde tenía que producirse. El ateniense Conón y el sátrapa persa Farnabazo, con barcos chipriotas, rodios y fenicios consi­ guieron una victoria decisiva en Cnido sobre el navarco espartano Pisandro (principios de agosto de 394). En las aguas de Cnido se hundió en el mar el «poder naval» espartano, después de un corto esplendor de diez años. Las consecuencias de esta derrota fueron enormes en Asia Menor y en el Egeo. Por todas partes se expulsaba a las guarniciones espartanas junto con los odia­ dos harmostas y una serie de ciudades griegas abrieron sus puertas a los persas, sólo en el Helesponto pudo Dercílidas mantener la soberanía espartana. El éxito persa fue casi arrollador: se trataba de la victoria más grande y de mayor transcendencia que se había conseguido nunca sobre los griegos, desde la alcanzada sobre el ejército expedicionario ateniense en Prosopitis, en el Nilo (ver págs. 150-51). Por primera vez desde los tiempos de Jerjes se atrevió la escuadra persa a aparecer ante las costas de Grecia; avanzó contra el Pelopone­ so y desde Citera abrió una activa guerra de pillaje contra los barcos de comer­ cio griegos. Al año siguiente (primavera o verano de 393), regresó Conón a Atenas. Allí habían olvidado su comportamiento en Egospótamos, y se apresu­ raron a dispensar honores extraordinarios al enviado del Gran Rey. Con oro persa fueron reconstruidos el recinto del Pireo y los Muros Largos, además se llegó a la conclusión de una serie de alianzas, entre otras, con Quíos, Mitile­ ne, Cos, Cnido y Eteocárpatos. Finalmente, fueron unidas de nuevo al Estado ateniense las antiguas cleruquias de Lemnos, Iinbros y Esciros, de importancia vital para el abastecimiento de la población más pobre de Atenas. Los subsi­ dios persas permitieron además elevar el sueldo de los ekklesiastas de uno a tres óbolos diarios. Por lo demás, lo determinante para el restablecimiento de Atenas era exclusivamente el interés persa. El instrumento del Gran Rey era, sin embargo, el ateniense Conón —nada señala con más claridad la dis­ tancia de los tiempos en que Pericles decidía la política ateniense frente a Persia. A principios del año 392 se produjo una revolución democrática en Corin­ to; a ella siguió la fusión del Estado con Argos. Merece especial atención, como un intento prematuro de superar las estrechas barreras de la polis, este doble Estado corintio-argivo de corta vida (fue disuelto en 386, después de la Paz de Antálcidas). La unificación creó en el Istmo y en la Argólide un considerable contrapeso frente a la hegemonía espartana, y no se necesita ape­ nas prueba de que también el oro persa había fomentado decisivamente la evo­ lución de este proceso.

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Un golpe duro para Esparta fue la derrota de uno de sus regimientos, que fue atacado por sorpresa por peltastas atenienses a las órdenes de I Iterates y sufrió sensibles pérdidas (fines de 392). Por lo demás, la derrota es indicativa de un próximo cambio en el arte de la guerra entre los griegos. El futuro no pertenecía a la falange de hoplitas pesadamente armados, de difícil movilidad, sino a los «peltastas» equipados con escudos ligeros (péltai), con lanzas cortas y con jabalinas, es decir, a los mercenarios, que, a diferencia de la milicia ciudadana, se mantenían en constante instrucción. En relación con la transfor­ mación externa de la guerra griega, en la primera mitad del siglo iv a. de C. se constituyó la teoría del arte de la guerra como una rama de la ciencia. Con Dionisio 1 de Siracusa y Filipo II de Macedonia, finalmente, fue elevada al rango de ciencia también la técnica del asedio (poliorcética). Pero su floreci­ miento pertenece ya a la época de los diádocos. Son una señal de la sombra persa sobre Grecia las negociaciones de paz iniciadas entre Atenas y Esparta en el año 392 (todavía antes de la aniquilación del regimiento lacedemonio). Andócides, que fue a Esparta como uno de los enviados atenienses con plenos poderes, hizo un informe oficial sobre esto, por otra parte no sin tendenciosidad, en su Discurso de la Paz. El punto deba­ tido era el principio de autonomía de cada uno de los Estados griegos, por el que Esparta en su día había entrado en la Guerra del Peloponeso y que ahora defendía también con inusitada tenacidad. Por lo demás, estaba Esparta dispuesta a aceptar no sólo la construcción de la muralla ateniense y el aumen­ to de la escuadra de Atenas, sino incluso la unificación con Atenas de las antiguas cleruquias áticas de Lemnos, Imbros y Esciros (lo que habría sido equivalente a la anulación práctica de la paz de 404), con tal de que Atenas se declarara de acuerdo con la exigencia espartana de la autonomía para todos los Estados griegos. En estas negociaciones fue puesto a debate por primera vez, y precisamente por Esparta, el concepto de la koiné eiréne, la lAna. de una paz que comprendiera del mismo modo a t o d o ? ios griegos, es decir, el concepto que a lo largo del siglo iv iba a alcanzar un significado central en la política griega. La idea de la paz general se nutrió del profundo anhelo de paz extendido por todas partes en el mundo griego, y vino a coincidir am­ pliamente con el sentimiento de la época. En Atenas, sin embargo, se rechazó la oferta espartana. En realidad, la decisión sobre el destino de Grecia no se encontraba ya desde hacía tiempo en este lado del Egeo, sino en el otro lado, en manos del Gran Rey persa, con el que Esparta se encontraba todavía en estado de guerra. Para poner en claro la situación con los persas, enviaron los espartanos a Sardes ante el sátrapa Tiribazo a A n t á l c i d a s , hijo de León. Como precio para la paz con los persas ofreció Esparta su renuncia a toda Asia Me­ nor, lo que equivalía a una completa capitulación ante el Gran Rey (U. Wilkken). Sin embargo, el congreso para la paz convocado en Sardes, en el que participaron también enviados de Atenas, Beocia y Argos, fracasó a causa de

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la cuestión de Asia Menor: en oposición a los otros griegos, los atenienses se negaron a entregar a sus herm anos de estirpe, los jonios de Asia Menor, a los persas. El cambio de frente del sátrapa de Sardes —Tiribazo había apresa­ do a Conón, pero éste huyó y murió en la corte de Evágoras de Salamina, en Chipre— no encontró aprobación en el gobierno central persa que conside­ raba, ahora como antes, a E sparta el enemigo más peligroso. Se produjo un trascendental reajuste administrativo en Asia M enor: fue eliminada la situa­ ción preponderante del virrey de Sardes; Tiribazo fue retirado. Jonia, hasta entonces administrada conjuntam ente con Lidia, obtuvo un sátrapa propio en la persona de Estrutas. Lidia fue asignada a A utofradates; Caria, al dinasta nativo Hecatomno de Milasa. El reavivamiento de la oposición entre esparta­ nos y persas atizó una vez más la antorcha de la guerra en Asia Menor. El envío al otro lado del Egeo del espartano Tibrón terminó, sin embargo, con un duro descalabro: su ejército fue atacado por sorpresa por el sátrapa Estru­ tas, y el propio Tibrón halló la muerte (391). Pero el cambio de la situación en el Egeo fue de m ucha mayor transcenden­ cia. Entre el dinasta de Chipre Evágoras, que se había emancipado del Reino Persa, el rey egipcio Acoris y los atenienses se llegó en el año 389/388 a. de C. a la conclusión de una alianza tripartita, que beneficiaba sobre todo a Ate­ nas. Su escuadra, a las órdenes de Trasíbulo, alcanzó ya en el año 389 éxitos sorprendentes. Se ganaron Tasos, Sam otracia, el Quersoneso Tracio, Bizancio y Calcedón, también Halicarnaso y Clazómenas se unieron a Atenas. No hay que extrañarse de que el viaje victorioso de Trasíbulo suscitara en Atenas las más temerarias esperanzas. Se esperaban m ontañas de oro y una vida de Jauja, como lo describe el segundo P luto de Aristófanes (representado en 388 a. de C.). Cuando la elevada expectación quedó defraudada, el rencor de la gente se dirigió contra Trasíbulo; éste, sin em bargo, se sustrajo a esta responsabili­ dad al morir en Panfilia en una expedición en busca de botín. Por su parte, los espartanos habían ocupado la isla de Egina, y desde allí emprendieron una guerra de corsario contra los barcos atenienses. Puesto que, por de pronto, no era posible cerrar los Estrechos, tenían a Atenas agarrada por el cuello. La amenaza se m antuvo hasta el fin de la guerra, incluso el Pireo no estaba seguro de un ataque espartano por sorpresa. El resultado final se produjo en territorio asiático, no en Grecia. En el año 388 a. de C. regresó Tiribazo a Sardes. Estrutas fue retirado del puesto. Esparta sacó provecho enseguida de esta nueva situación. De nuevo se dirigió Antálcidas a Sardes, y desde allí en com pañía de Tiribazo a Susa, a la corte del Gran Rey. Las condiciones en las que el rey de los persas se declaraba dispuesto a establecer la paz y alianza con E sparta eran las siguientes: entrega a Persia de la tierra firme de Asia M enor con inclusión de Clazómenas y Chi­ pre, autonomía de todas las ciudades griegas con excepción de las antiguas cleruquias áticas. En los enemigos de E sparta chocaron estas exigencias con una obstinada oposición. Si se aceptaban, perdía Atenas todo lo que acababa

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de ganar Trasíbulo, Argos tenía que renunciar a su unión con Corinto, Tebas a su hegemonía en la Liga Beocia; en otras palabras, quedaba destruida en Grecia toda formación de poder importante que de algún modo pudiera repre­ sentar un contrapeso para Esparta. Por otra parte, no faltaban griegos que aprobaban con satisfacción el principio de autonom ía exigido por el rey persa. Pero, en general, predominaba la oposición, y sólo cuando Antálcidas con una poderosa escuadra —que se había form ado con la ayuda de los sátrapas de Asia Menor y la de Dionisio 1 de Siracusa, aliado de E sparta— bloqueó los Estrechos y el fantasma del hambre se colocó a las puertas de Atenas, también aquí estuvieron dispuestos a ceder. Tiribazo, como representante del Gran Rey, dio a conocer el siguiente docu­ mento a los enviados de todos los Estados griegos participantes en la guerra, que se habían reunido en Sardes en el año 387 (está transmitido literalmente en las Helénicas de Jenofonte, V, 1, 31): «Artajerjes, el Gran Rey, considera justo que las ciudades de Asia le pertenezcan a él y, entre las islas, Clazómenas y Chipre, pero que las otras ciudades griegas, grandes y pequeñas, hayan de ser autónomas, excepto Lemnos, Imbros y Esciros que, como en los tiempos antiguos, han de pertenecer a los atenienses». Al que se negara a aceptar estas condiciones una cláusula de sanción le amenazaba con la guerra. El documento no es, por lo demás, otra cosa que el extracto de las condiciones de paz acorda­ das en Susa entre Persia y Esparta. Éstas fueron tomadas por los persas como base para una paz que comprendiera a todos los griegos. La forma de hacerla pública indica la conciencia de poder del Gran Rey oriental: era un edicto, un dictado, como Isócrates (Paneg., 176) caracterizó acertadamente esta paz. Se había encargado a los espartanos poner en práctica las determinaciones de la paz «enviada» por el Gran Rey a los griegos. Bajo la presidencia de ellos tuvo lugar en Esparta, en el año 386, un congreso general de la paz. En él se declararon los griegos, los corintios y tebanos lo hicieron sólo tras obstinada resis­ tencia, dispuestos a aceptar las condiciones. Por el hecho de que el Gran Rey había jurado la paz, se convirtió en su garante, en el «vigilante de la paz» (Isócr., Paneg., 175). Para introducir en Grecia el principio de la autonomía gestionó Esparta una paz general entre los griegos, que fue, por consiguiente, una realización parcial de la Paz del Rey. Se ha intentado encontrar explicación en las costumbres diplomáticas de Oriente al hecho de que la Paz del Rey no tuviera duración limitada. De ningún modo es esto seguro; hay también, sin embargo, tratados g r i e g o s que están acordados para tiempo indefinido. En la historia griega significó la Paz del Rey el punto de depresión más profundo de todos los tiempos. En tanto que Persia utilizaba el principio de autonom ía de cada Estado, que para los griegos significaba el alfa y omega de su vida estatal, para fragmentar a Grecia en impotentes Estados enanos y puesto que el Gran Rey se hizo el garante de esta situación, la gran potencia del Este tenía puesto el pie en la nuca a los griegos. Impotencia y servidumbre eternas parecían haberse convertido en el destino de los griegos y, de hecho,

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el medio siglo siguiente hasta la fundación de la Liga Corintia, en el año 338/337 a. de C., se halla Grecia bajo la oscura sombra de la Paz del Rey. En una ocasión, el anciano Gorgias de Leontinos había pronunciado, ante los griegos reunidos en la gran fiesta olímpica, un ardiente discurso contra los persas, y exhortado a los griegos a la concordia; en el Epitafio en honor de los atenien­ ses caídos en la Guerra de Corinto, había recordado la victoria sobre los bárba­ ros. De ese espíritu no se podía ya recoger aliento alguno en una Grecia que a cambio del «obsequio de los Dáñaos» de la autonomía había olvidado su gran pasado.

4.

E S P A R T A Y T E B A S E N L U C H A P O R L A H E G E M O N ÍA . L A S E G U N D A L IG A M A R Í T I M A Á T I C A (386-371 a. de C.)

M ie n tra s que la P a z del Rey estabilizó la situ ació n en A sia M enor, hasta el p u n to de que con ella co m e n zó p a ra los jo n io s un p e río d o de nueva prosperi­ d a d e co n ó m ic a, cuyos efectos se p o d ía n recoger en la m a d re p a tria y en la lejan a A n a to lia , el « d ic ta d o » del G ra n Rey h a b ía s u je ta d o a la prop ia Grecia con cad e n as irro m p ib les. El ú nico E s ta d o q u e era fav o re cid o p o r los artículos de la P a z del Rey e ra E s p a r t a ; su h e g e m o n ía en la Liga Peloponesia, que c ie rta m en te re s p e ta b a la a u to n o m ía de los m ie m b ro s , no estaba afectada p o r la P a z . N o p u e d e lla m ar la a te n ció n q u e E s p a rta , b a jo la dirección de los é fo ro s y de A gesilao hiciera to d o lo posible p a ra seguir a firm a n d o su posi­ ción en G recia. L a é p o c a en la que la política m u n d ia l se hacía en Grecia, c o m o en tie m p o s de Pericles, e sta b a ev id en tem en te lejos de m o d o irrecupera­ ble; so bre to d o , e sta b a claro que c u alq u ie r d e s p la z a m ie n to significativo del po­ der político sólo p o d ía p ro d u cirse en G recia si P ersia lo to le ra b a o lo favorecía. Y a en el a ñ o 385 M a n tin e a fue m e tid a a la fu erz a en la Liga Lacedemonia. L a ciud ad fue fra g m e n ta d a (p or m ed io de un d iecism o ) en cinco comunidades rurales in d ep e n d ie n tes, qu e te n ía n que enviar p o r se p a ra d o sus contingentes al ejército p elo p o n esio . T a m b ié n en F liu nte im p u so E s p a r ta su voluntad y obli­ gó a la re p a tria c ió n de los exiliados oligárq u ico s. L a h e g em o n ía de E s p a rta en la G recia c en tral se a p o y a b a preferentemente en los p a cto s que h a b ía hecho c o n las c o m u n id a d e s beocias aisladam ente, con lo que el prin cip io de a u to n o m ía se u tilizab a u n ila te ra lm e n te co n tra Tebas, pero a fa v o r de la h e g e m o n ía e sp a rta n a . C u a n d o T eb a s, en la G u e rra de Olinto , en el a ñ o 382 negó a E s p a rta el envío de tro p a s , el lacedem onio Fébidas, p ro b a b le m e n te p o r o rd e n secreta de los é fo ro s , o c u p ó la C a d m e a en Tebas. E n esto le p re s ta ro n su a y u d a oligarcas te b a n o s. Ism enias, enem igo jurado de

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los espartanos (como co m p añero de Tim ócrates h ab ía hecho correr el oro persa en Grecia) fue ejecutado; se dio com o causa de su m uerte la traición a la causa de los griegos. Este abuso de E sp arta levantó en to d a Grecia una ola de indignación, hasta el p unto de que los responsables espartanos se vieron obligados a colocarse al m argen de la acción ante la opinión pública: se impuso una m ulta a Fébidas, pero la tro p a de ocupación perm aneció en la Cadmea. En el m ismo año (382) se h abía entrom etido E sparta en el enfrentam iento de la Liga Calcídica con M acedonia, precisam ente habían entrado en liza los espartanos, ju n to con el rey de M acedonia A m intas III, com o protectores de las comunidades calcídicas aisladas frente a la poderosa Olinto. U n ejército de diez mil hom bres cruzó Grecia hacia el N orte. O linto, capital de la Liga Calcídica tuvo que capitular en el año 379 después de un largo asedio. La consecuencia fue la disolución del E stado calcidico, A m intas III recuperó el dominio absoluto en M acedonia. El éxito de E sp a rta en el N orte señala el p unto culm inante de su poder en el siglo iv a. C ., definitivam ente el últim o m om en to cum bre de su historia. Muy alejada de su base, había e n trad o E sp arta com o árbitro en la lejana Calcí­ dica y, gracias a su fuerza militar, había m antenid o la validez, que ella defen­ día, del principio de a u to n o m ía de los E stados. Ya en el año 382 había creado en Grecia un a extensa organización, una división en circunscripciones militares, que refleja de m odo preciso la potencia de la hegem onía espartana. Las diez circunscripciones de provisión de tropas del ejército esp artan o a b arca b a n toda Grecia, desde el extrem o sur del P eloponeso, hasta T racia en el N orte. Sola­ mente siete de ellas corresp ond ían al P eloponeso (la prim era circunscripción era puram ente lacedem onia; la segunda y tercera, arcadias; la cuarta, elea; la quinta, aquea; la sexta com prendía C o rin to y M égara; la séptim a, Sición, Fliunte y las ciudades costeras de la Argólide), la octava circunscripción estaba formada por A carnania; la novena por Fócide y Lócride; m ientras que la déci­ ma, antes de 379, la fo rm a b a Beocia y después agrupó Olinto y los aliados de Esparta en Tracia. Según parece, cada circunscripción tenía que enviar mil hombres al ejército de la Liga, el envío de contingentes de tropas p odía susti­ tuirse por pago en dinero; adem ás un jinete equivalía a cuatro hoplitas; un hoplita, a dos peltastas. En el sum ario de D iodoro del año 378 (XV, 31) no se cita ya a Tebas. En el año 379 se p ro d u jo en Tebas un cam bio de la situación de graves conse­ cuencias, la prim era señal p a ra la ascensión de una nueva potencia en Grecia, la primera grieta en el edificio, construido p or E sp arta, de la organización de alianzas, que se extendía por casi to d a Grecia. U nos desterrados tebanos, a los que A tenas había prestado asilo y apoyo activo, d erribaro n el gobierno, sujeto a E sparta, de los oligarcas de Tebas. L a guarnición de la C ad m ea tuvo que capitular en el invierno de 379 con retirada libre. La impresión de este hecho en E sparta fue casi a te rrad o ra ; los jefes que habían tenido el m ando

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É p o c a de la p olis griega

en la C a d m e a fu ero n a justiciados o c o n d e n a d o s a graves penas. Se intentó en vano restablecer la situación env iand o a Beocia al rey C leó m b ro to . Tebas qu edó defin itiv am en te p e rd id a p a r a E s p a rta , fue a rr a n c a d a la piedra angular del sistem a de d o m in io e sp a rta n o en G recia central. La e m an cipación de T ebas de la su p re m ac ía e sp a rta n a constituyó la condi­ ción previa p a ra la fu n d a c ió n de u n a Liga M a rítim a Á tica en el año 377 a. de C ., ex actam en te cien años después de h a b e r sido c re a d a la Liga Marítima D elo-Á tica p o r A ristides y T em ístocles. L a asociación se a p o y a b a en tratados de alianza aislados que A ten as h a b ía concluido desde el a ñ o 384/383, el prime­ ro con Q uíos. Después de la p ro c la m a c ió n de la invitación oficial a los griegos, a los b á rb a ro s del C o n tin e n te y a los nesiotas que no fu e ra n súbditos del Gran Rey, se a d h irie ro n a la Liga la m a y o r p arte de las islas del Egeo, las ciudades griegas de la costa trac ia y ta m b ié n después, las c o m u n id ad e s del M ar Jónico. La Liga llegó a c o n ta r con un o s setenta m iem bros en el p u n to más alto de su desarrollo, es decir, que en su a m p litu d se q uedó m u y atrás respecto de la p rim era Liga M a rítim a . L a lla m a d a S eg unda Liga M a rítim a dejó intactas las a u to n o m ía s de sus m ie m b ro s c o n fo rm e a las determ in acion es de la Paz del Rey. L a p ro p ia A te n as estab a a l l a d o d e , no, co m o cien años antes, s o b r e la Liga. E n el sinedrio , la reu n ió n de la Liga que tenía lugar en A tenas, c a d a m ie m b ro tenía u n voto; p a ra que u n a decisión tuviera validez era necesario el acu e rd o entre el sinedrio y A te n as, es decir, las decisiones del sinedrio precisaban la c o n firm a c ió n de la ekklesía ateniense. Los miembros de la Liga p a g a b a n co ntrib u cio n es (syntáxeis, n o phóroi). A tenas tenía que apor­ tar la m a y o r p a rte de la e scu a d ra y to m a r a su cargo la parte ejecutiva en el á m b ito de la Liga. En los a ñ o s siguientes a la P a z del Rey h a b ía llegado al pod er en Atenas u n a nueva generación. El político q ue e stab a a la cabeza e ra C a 1 í s t r a t o de A fid n a. T u v o en la o rg an iz ac ió n de la Segun da L iga M arítim a la misma particip ación que en su tiem p o tu v o A ristides de A lópece en la de la Liga Delo-Á tica; éste m o stró , c o m o aqu él, g ran cap a cid ad en el m u n d o de las finan­ zas. J u n to a él, e sta b a n , c o m o jefes de los m ercenarios, C a b r i a s , amigo de P la tó n , e I f í c r a t e s , m u y c a p a c ita d o en tác tic a m ilitar. También el hijo de C o n ó n , T i m o t e o , tu v o con sid erable influencia en Atenas debido a su gran riqueza. L os nuevos políticos sabían a ctu ar y colocar a sus hombres en sus puestos. E s ta b a n alejad o s de un d o c trin arism o político unilateral, y, precisam ente p o r ello, e ra n especialm ente a p ro p ia d o s p a r a u n a política ática libre de prejuicios. Los a ñ o s que siguieron a la liberación de la C a d m e a (379) fueron para T ebas u n a alta escuela de estrateg ia y de política. L a posición de Tebas, que no p u d iero n q u e b ra n ta r las c a m p a ñ a s de A gesilao y de C le ó m b ro to en Beocia (377 y 376), se a p o y a b a en su h egem onía en la Liga Beocia, que ahora se m a n ife sta b a de nuevo h acia el exterior. El vértice del gob ierno de la Liga lo fo rm a b a n los siete (ya no once) b e o ta rca s, en T ebas c eleb rab a sus reuniones

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una A sam blea de to d o s los beocios; h ubo h a sta u na escuadra de la Liga Beo­ d a , pero no llegó a alcanzar gran im portancia. C on la victoria naval de C abrias sobre la escuadra de los peloponesios en el estrecho entre N axos y P a ro s (376) consiguieron los atenienses u n a p reponde­ rancia naval a b soluta en el Egeo. Los éxitos de C abrias en la costa tracia (375) fueron c o ro n ad o s con un tra ta d o de alianza con el rey m acedon io A m intas III, quien estaba muy solicitado como proveedor de la necesaria m adera para barcos. Ju n to a la Segunda Liga M arítim a Ateniense, es un d a to característico para el aspecto político de G recia en los años setenta del siglo iv la form ación de un E stad o im p o rtan te en el N orte. T e s a l i a había desem peñado hasta en­ tonces sólo un papel pasajero en la gran política a consecuencia de las perm a­ nentes luchas entre sí de las poderosas familias nobles. P e ro a h o ra , en el gran tirano J a s ó n d e F e r a s , un antiguo discípulo del sofista Gorgias de Leontinos, en contró este territorio un jefe excelente, que con p u ñ o de hierro obligó a la unificación de las fuerzas centrífugas del país. E sta o b ra estaba ya a ca b ad a en el año 372, después de que dos años antes el tetrarca de Farsalo, Polidam os, se hubiera doblegado ante Ja só n . N inguna o tra potencia en Grecia podía presentar algo sem ejante co m p a rad o con las reservas de los tesalios: ocho mil jinetes y veinte mil infantes. A liado del rey de M acedo nia y de Atenas —Jasó n perteneció p asajeram ente a la Segunda Liga M arítim a Á tica — , apo ya­ do por fieles vasallos, p u d o el tagós (jefe) tesalio incluso adherirse al plan de una guerra c o n tra los persas y por ello merecer el aplauso de Isócrates y de los p atrio tas griegos. E n el añ o 375/374 se reunió en E sp a rta un congreso de la paz. E ra obra de los espartanos y de los atenienses, am b o s m irab an con ojos envidiosos el crecimiento de Tebas. Es digno de observar que tam b ién potencias extranjeras como Dionisio I y el Rey persa m etían sus m anos en el asunto. L a novedad fue la proclam ación de u n a paz general que incluía a todos los griegos. A pesar de su poca d uración merece tenerse en cuenta esta paz p o rq u e hay que atribuirla a iniciativa griega. Injerencias del ateniense T im oteo en la situación interna de la isla de Z acinto dieron p ro n to a los espartan os la deseada ocasión de considerar ro ta un a paz incóm od a p a ra ellos. En A tenas se procesó a T im o ­ teo. Sin em b arg o el proceso acabó con sentencia ab solutoria. Ja só n de Feras y el rey de los m olosos Álcetas se hab ían interesado personalm ente por T im o­ teo en A tenas. L a rem oción de T im oteo de su puesto señala el fin de los éxitos de Atenas en política exterior. C u a n d o su sucesor en el m a n d o , Ifícrates, liberó a Corcira del asedio de los peloponesios, tuvieron que co n tratarse com o brace­ ros con los corcirios los remeros de la escuadra ateniense p a ra poder sustentarse. C uando Tebas, que nom inalm ente pertenecía a la Liga M arítim a destruyó Platea, aliada de A tenas (374/373 ó 373/372) se reunieron de nuevo los anti­ guos enemigos, A tenas y E sp arta. P o r iniciativa del rey persa tuvo lugar en Esparta, en el verano de 371, una nueva conferencia general de la paz en la que tam bién estuvieron representados Dionisio I de Siracusa y A m in tas III de

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É p o ca de la polis griega

M acedonia. De nuevo sirvieron de base p a ra las negociaciones las decisiones de la P az del Rey sobre la a u to n o m ía de los E stados griegos. Atenas obtuvo, adem ás del reconocim iento de su Liga M arítim a, incluso la confirmación de sus pretensiones sobre A nfípolis y el Q uersoneso T racio. E ntre los miembros de la Liga M arítim a figuraba en el d o c u m e n to de la paz tam bién Tebas. Se suscitó un violento e n fre n tam ie n to con el rey espartano Agesilao acerca de una petición adicional del be o ta rca E p a m i n o n d a s , en el sentido de que en el do c u m e n to se sustituyera la p a la b ra « teb anos» p o r el térm ino «beodos» (lo que h a b ría sido equivalente al reconocim iento público de la Liga Beocia). Puesto que E p a m in o n d a s no cedió, se convirtió la paz en un trozo de papel ya al día siguiente de haber sido firm ada. En el C ongreso reunido en E sp a rta aparece por p rim e ra vez Epaminondas a la luz de la historia. Lo que en la A n tigüed ad se solía contar de su vida anterior a 371 pertenece al reino de la leyenda. Sólo es seguro el hecho de que fue discípulo del pitagórico Lisis de T a re n to . A ristó c ra ta de pies a cabeza en su c o m p o rta m ie n to , no disim ulaba su aversión a la dem ocracia, sin embargo sirvió fielmente a su patria. U n id o en estrecha am istad con Pelópidas, algo más joven que él, perso nalm ente m o desto e inso born ab le, es Epaminondas una de las personalidades m ás sim páticas del siglo iv. Su im portan cia histórica se encuentra en el cam po de la estrategia. E n ello es E p am in o n d a s uno de los más audaces innovadores de to d o s los tiem pos. Las batallas anteriores de los griegos h a b ía n sido batallas paralelas características, es decir, por medio del ala derecha refo rz ad a in te n tab a n envolver al adversario, rebasarlo y arrollarlo desde el flanco, táctica que con m uchas variantes se repetía continuamente. E p am in o n d a s, a u n q u e u sand o la táctica de filas cerradas, tuvo una nueva idea p ara abrir la brecha: la idea del « o rd en de b atalla oblicuo». No era ya el ala derecha (com o to d av ía en Delion, en 424), sino el ala i z q u i e r d a forma­ da hasta u n a p ro fu n d id a d de cincuenta hom b res, la que desde ahora decidía la batalla. L a idea de E p a m in o n d a s, llevada a cabo con el m ayor acierto en la Batalla de L euctra (371), m arc a en sum a u n a nueva época de la estrategia. Los tiem pos en que el ejército esp arta n o con el em puje de su ala derecha deci­ día to d a la batalla h a b ía n p a sad o irreversiblemente. Ya veinte días después del fin del C ongreso de la paz en E sparta se produjo la decisión en la lucha p o r el p red om in io en Grecia. E sp a rta había dirigido un u ltim átu m a T ebas p a ra que devolviera la a u to n o m ía a las comunidades beocias, u ltim átu m que Tebas rechazó firm em ente. E n vista de ello, el ejército lacedem onio que se e n c o n tra b a en la Fócide b ajo el m a n d o del rey Cleómbroto recibió la o rd en de e n tra r en Beocia. E m p lea n d o u n a hábil m aniobra táctica, engañó C leó m b ro to a los beocios, que lo esperaban al sur del lago Copáis, y d ando la vuelta p or el sur al H elicón se presentó en Creusis, y desde allí, girando hacia el N orte, en L euctra, once kilóm etros al oeste de Tebas. A los diez mil h om bres de C leó m b ro to sólo p u d o op oner E p am in o n d as siete mil, sin em barg o, gracias a su nueva táctica, la batalla term inó con una derrota

Esparta y Tebas en lucha. Segunda Liga M arítima

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total de los espartanos. El ala derecha de los lacedemonios no fue capaz de hacer frente al empuje de la concentración de fuerza de los beocios, en forma­ ción casi cuadrada de cincuenta hombres en profundidad y sesenta en anchura, en cuya primera línea luchaba el «Batallón Sagrado» bajo el mando de Pelópidas; fue inútil todo el heroísmo espartano. De los setecientos espartiatas, más de la mitad, entre ellos el rey Cleómbroto, cubrieron con sus cuerpos el campo de batalla, una terrible pérdida de la que nunca pudo resarcirse Esparta. El resto del ejército lacedemonio (el ala izquierda ni siquiera llegó a combatir) se retiró a un campamento establecido en un lugar elevado. Por el hecho de que se solicitó a los beocios la entrega de los caídos quedó reconocida su derro­ ta. Por mediación de Jasón de Feras, el aliado de los beocios, consiguió Espar­ ta un armisticio, bajo cuya protección se puso a salvo el resto del ejército a través del Citerón. En la propia Esparta suscitó la victoria de Epaminondas profunda perplejidad y abatimiento, también Atenas, que había contado con una victoria segura de Esparta, se sintió amargamente desengañada. Leuctra es uno de los momentos críticos más significativos de la historia de Grecia. En esta batalla quedó quebrada la espada espartana. La fragmenta­ ción de Grecia en un número infinito de pequeños Estados impotentes, que habían intentado las determinaciones de la Paz del Rey quedó consumada en esta batalla. En efecto, la historia griega en el decenio que sigue a Leuctra, en la época de la hegemonía tebana (371-362 a. de C.), quedó bajo el signo del predominio de potencias extranjeras en un grado aún más alto que en el que había estado desde la Paz del Rey.

5.

LA É P O C A DE L A H E G E M O N ÍA T EB A N A (371-362 a. de C.)

Después de la Batalla de Leuctra no había más que una sola potencia que ju n to a Beocia pudiera ser tenida en cuenta p ara una posición de primer rango entre los Estados griegos: Tesalia bajo el gobierno del tirano Jasón de Feras. Jasón había conseguido la posesión de la fortaleza de Heraclea en el monte Eta y con ello m antuvo en su m ano la llave de acceso a la Grecia central. P ara las Píticas del año 370 tenía proyectado presentarse en Delfos con el ejér­ cito tesalio. Parecía que se había hecho inevitable un conflicto con los beocios, cuando el puñal de los conjurados aniquiló al tirano. C o m o consecuencia, Te­ salia volvió a caer en la confusión interna. La creciente im portancia de Beocia se refleja en una serie de alianzas que abarcan a toda la Grecia central: los locrios occidentales y los orientales, los focidios, los malios, los enianes, las ciudades de Eubea, los acarnanes e incluso los etolios se adhirieron a la Liga con los beocios. Entre Atenas y Tebas se pro dujero n fricciones en m edida creciente porque un núm ero de miembros de la Liga Beocia pertenecían al m ismo tiempo a la Liga M arítima. Cuando en un segundo congreso de la paz en el año 371, año tan rico en acontecimientos, con la participación de casi todos los Estados griegos, entre ellos Esparta, Atenas hizo que se confirm aran en una ko in é eiréne las disposiciones de autonomía de la Paz del Rey, fue un gesto sin valor práctico dirigido contra Tebas. El signo característico de la historia griega entre Leuctra (371) y Mantinea (362) es el intento de Tebas de extender su influencia tam bién al Peloponeso, hacer saltar la com unidad militar lacedemonia y dar el golpe m ortal a Esparta. La penetración de los ejércitos beocios en el Peloponeso refleja la situación totalm ente alterada del interior de Grecia. E sparta, en otro tiempo la potencia hegemónica de Grecia, se veía desde ahora em p u jad a totalm ente a la defensiva, y envuelta en una lucha a vida o muerte que apenas estaba en condiciones de aguantar con sus propias fuerzas. Esta lucha entre E sp arta y Tebas no tenía

H eg em o n ía tebana

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prácticam ente ningún significado p a ra la política m undial. A pesar de la genia­ lidad de E p am in o n d a s y de P elópidas, a quienes debía el auge de su im p o rta n ­ cia, Tebas fue sólo u n a pieza en el tablero de la política persa, exactam ente igual que lo había sido E sp a rta en los años que siguieron a la P az del Rey. La caída de E sp a rta trajo en el Peloponeso un período de confusión inter­ na; por to d as partes a so m ab a su cabeza el m ovim iento dem ocrático hasta en­ tonces o prim ido . C aracterizan a la nueva era, a la vez an tiaristo crática y anties­ p a rta n a , los asesinatos, las deportaciones y confiscaciones en u n a m edida en la que todavía no se habían visto en Grecia. Se conm ovieron los basam entos del E stado peloponesio; todas las fuerzas subversivas salieron en m asa a la superfi­ cie, se practicó un ju eg o criminal con la vida y la propiedad de los ciudadanos. Así, en Argos no m enos de mil ciudadano s fueron m uertos literalmente a palos. Bajo la dirección de M antinea se unieron los arcadios en el año 370 en un E stado federal, acto que inequívocam ente iba dirigido c o n tra E sparta. P or necesidad, buscó su apoyo el nuevo E stad o allí don de lo po día encontrar: en Tebas. La petición de auxilio de los arcadios fue p a ra E p am in o n d a s el pretexto deseado p a ra a cab ar definitivam ente con E sp arta. En la prim era de las cuatro expediciones al Peloponeso, el ejército beocio ju n to con los aliados penetró en el valle del E urotas, sin que, sin em barg o, pudieran cruzar el río muy creci­ do por las lluvias del invierno (370/369). T uv o m uy graves consecuencias la sublevación de los m esem os en la prim avera de 369, instigada por E p a m in o n ­ das, y la fundación de un E s t a d o m e s e n i o independiente de E sparta. C on este hecho no sólo perdió E sp arta la tercera parte de su territo rio , precisa­ m ente la m ás fértil, sino que fue desp o jad a de las verdaderas bases de su exis­ tencia. El orden de vida e sp arta n o se a p o y ab a esencialm ente en la actividad y en la servidum bre de los h ilólas mesem os. El nuevo E stad o creó su núcleo en la ciudad de M esena en el m o nte Itom e. Casi al m ism o tiem p o, y bajo la protección de las arm a s beocias, se llevó a cab o en A rcadia un gigantesco sinecism o: por a g ru p a m ie n to de treinta y nueve com un idades se fundó la capital de M egalopolis. E stab a colocada com o una b a rre ra que c errab a el paso a Es­ parta desde el E u ro tas al Alfeo. C on sus dim ensiones gigantescas, Megalopolis es una predecesora de las ciudades helenísticas, fo rm ad as igualm ente por sinecism o. En el centro de la ciudad se elevaba un m agnífico pórtico cubierto (el Tersileon); estaba destinado a recibir la asam blea de la Liga A rcadia, los m yrioi (diez mil). La Liga a cu ñ ó m o n ed a pro pia y dispuso de un ejército que podía alistar cada a ño cinco mil arcadios. De este m odo la prim era expedición de E p am in o n d as al Pelo pon eso red u jo com pletam ente a escom bros el sistema es­ p artan o . A d ond e quiera que en E sp a rta se dirigiera la m irad a, por to das partes se veían frente a enem igos m ortales y, ad em ás, com o consecuencia de la pérdi­ da de la fértil cam p iñ a mesenia, levantaba la cabeza en su propio territorio el fan tasm a de la pobreza. Los éxitos de E p am in o n d a s en el Peloponeso llevaron a u n a aproxim ación entre E sp arta y A tenas; a principios del a ñ o 369 se concluyó un tra ta d o de

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alianza. T am bién Dionisio I envió a E sp a rta a y u d a en fo rm a de dos mil merce­ narios galos e iberos. L a segunda expedición de E p am in o n d a s al Peloponeso (prim avera de 369), p o r el co n trario , transcu rrió si ningún éxito excepcional. En la elección de beotarcas no salieron E p am in o n d a s y Pelópidas, incluso se les som etió a un proceso (otoño de 369). La m uerte del tira n o Ja só n de Feras (370) había abierto a Tebas un camino libre hacia el N orte. N o sólo en T e s a l i a , tam b ién en M acedonia los dis­ turbios internos ofrecían ocasiones favorables p a ra la intervención de potencias extranjeras. E n Tesalia h abían sucedido a Ja só n en la tiranía, uno tras del o tro, sus herm an os P o lid o ro y P olifró n. A m b o s perecieron, com o Jasón, por m ano asesina. E n vista de ello pidieron los A léuadas la intervención de poten­ cias extranjeras. El rey de M acedonia A le ja n d ro II puso la m ano en las ciuda­ des de C ra n ó n y L arisa. Sin em bargo, la p ro p ia M aced onia estaba poco conso­ lidada p a ra d o m in ar efectivam ente a Tesalia. H ab ien d o fracasado un intento de m ediación del teb a n o Pelópidas entre A lejan d ro II y el pretendiente Tolemeo de A lo ro, fue asesinado — p o r instigación de su p ro p ia m adre (Eurídice)— el rey A lejand ro II p o r T olem eo (369/368). C o m o tu to r del joven príncipe Perdicas III, h erm ano de A lejan d ro , usurpó T olem eo el tro n o . E n tanto que en A tenas Ifícrates intervino en favor de la m adre del rey, Eurídice, viuda de A m intas III, to m ó T ebas el p a rtid o de T olem eo. C o m o rehén de la fidelidad del nuevo regente de M acedonia, en el año 368 a. de C ., fue enviado a Tebas con otros jóvenes m acedonios el h erm an o m en o r de Perdicas, Filipo. N o tuvo suerte Pelópidas en Tesalia. N o le a g ra d a b a el teb ano al nuevo tirano A lejan d ro de Feras, sobrino de P o lifró n ; el tirano tesalio detuvo a Peló­ pidas y a su c o m p añ ero Ism enias y sólo en el año 367 p ud o la diplomacia de E p am in o n d a s m over al tira n o a dejar libre a P elópidas. Desde la prim av era de 368 a. de C. se reunió en Delfos un congreso de la paz. Allí estaba en juego el oro persa que el sá trap a A riobarzanes repartía p or Grecia a m anos llenas a través de sus agentes. P uesto que E sp arta se man­ tuvo inflexible, encalló el congreso en el escollo m esenio. M ejor resultado tu­ vieron las negociaciones em prendidas en Susa, en el a ñ o 367, bajo la égida del G ran Rey. E n la « com petencia de adu lación » (Beloch) p a ra ganarse el favor de A rtajerjes II q uedó vencedor Pelópidas. El tra ta d o concluido entre Persia y los beocios contenía com o determ inación m uy im p o rta n te la independencia de Mesenia — esto era un golpe m ortal p a ra E s p a rta — , la cesión a Élide de la com arca de Trifilia p o r los arcadios, la a u to n o m ía de A nfípolis y finalmente el desm antelam iento de la escuadra ateniense, que era u n a pesadilla para los persas. A los enviados de A tenas y de E sp a rta , que se hab ían doblegado al dictado persa, les sobrevino u n a suerte desgraciada; el espartano Antálcidas puso fin a su vida en el cam ino de regreso, el ateniense T im ágoras fue acusado en su p atria y pagó con la m uerte el fracaso de su m isión. Sólo Tebas había alcanzado el objetivo de sus deseos. Su hegem onía en G recia, que se apoyaba en los fu n d am e n to s de la a n tig u a alianza teban o-persa parecía establecida con

H egem onía tebana

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más firmeza que nunca. Nadie en Grecia alim entó siquiera el pensamiento de oponerse al dictado del G ran Rey, aunque los síntomas de decadencia del Im ­ perio A quem énida se hicieron manifiestos ante todo el m undo en los levanta­ mientos de los sátrapas occidentales, y en que tam bién Egipto, ahora como antes, afirm ara su independencia. El éxito tebano en Susa y la anexión de la ciudad fronteriza de O ropo por los beocios (366 a. de C.) tuvieron com o consecuencia una reorientación completa de la política ateniense. En vano se había dirigido Atenas a Esparta en busca de ayuda. El program a defendido por C alístrato de ir juntos con Persia y con E sparta había resultado una quim era. Atenas dio un cambio a la situación: acordó una alianza defensiva con la Liga Arcadia. De aquí resultó la interesante posición en virtud de la cual Atenas — nom inalm ente aún en alianza con E sp arta— estaba obligada a prestar ayuda a los arcadios contra E sparta y a los espartanos contra los arcadios, según cuál de los dos aliados atenienses se considerara atacado. No estaban aún los tiempos m aduros p a ra una paz general en Grecia. En el año 366 se llevaron a cabo en Tebas tratad os de paz por separado entre los beocios y algunos Estados del norte del Peloponeso (C orinto, Fliunte, ¿Epidauro?). La situación de aislamiento de E sp arta causó p ro fu n d a impresión en Grecia. En Atenas, Isócrates en su A rq u id a m o defiende el punto de vista de Esparta. Las sim patías que en o tro tiem po había perdido la poderosa Esparta de Lisandro, las volvió a ganar en estos años, pero ya era demasiado tarde. Si el gobierno espartano envió al otro lado del m ar, a Asia M enor, al rey Agesilao p ara prestar ayuda al sátrapa sublevado A riobarzanes en su lucha contra el dinasta cario Mausolo y el sátrapa lidio A utofradates, esto se hizo para llenar de nuevo las cajas vacías en E sparta. El oro de Ariobarzanes era más pesado que la m oneda de hierro espartana. En contradicción con las m anifestaciones hechas con motivo de la creación de la nueva Liga M arítim a de no llevar á cabo ninguna nueva anexión, arrebató Timoteo a los persas la im portante isla de Sam os (365) en la que fueron asenta­ dos dos mil clerucos áticos. T am bién en el Quersoneso Tracio (Sestos, Critote), incluso en Bizancio, pusieron de nuevo sus pies los atenienses. Los éxitos de Timoteo en el Norte fueron im portantes. No pudo ciertam ente conquistar Anfípolis, pero en lugar de ello ocupó Pidna y M etone, am bas de gran im portan­ cia como accesos al interior de M acedonia. Las ciudades de T orone y Potidea hicieron pública su separación de la Liga Calcídica, Potidea se convirtió en cleruquia ática, una segunda Samos. Atenas había a b an d o n a d o hacía tiempo la vía de la política de la Liga: se soñaba en un nuevo imperio m arítim o ático cuyo auge parecía estar favorecido por la situación caótica en Grecia y, sobre todo, por la parálisis de la iniciativa persa. Entre tanto, los beocios habían ganado influencia en Tesalia. Ciertamente había m uerto Pelópidas en una incidencia del com bate victorioso en Cinoscéfalas, pero el poder de A lejandro de Feras estaba lim itado a sus propia tetrarHISTORIA

DE

G R EC IA . —

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Época de la polis griega

quia e incluso obligado a participar en el ejército beocio. Para poder insertarse en la gran política necesitaba Beocia, que era potencia terrestre, un acceso al mar y una escuadra poderosa. Fue Epam inondas, quizá con la ayuda de un cartaginés, el que en el año 365 cambió la situación. Se anexionó el puerto de Larimna en Lócride, y Macedonia envió la madera para la construcción de barcos. Extraordinariam ente importante para los planes tebanos era, sin embargo, la isla de Eubea con sus excelentes puertos. La primera expedición de la escuadra de Epam inondas (364) se dirigió contra los Estrechos. Bizancio se pasó enseguida a Epam inondas, también cambiaron de partido Quíos y Ro­ das, los Estados miembros más significativos de la Liga Marítima Ática. Sin embargo, no llegó a alcanzar Epam inondas un éxito duradero, pues lo conse­ guido en el primero y único viaje de la escuadra no pudo ser asegurado. No se llegó, por otra parte, a una ruptura abierta con Atenas. Los conflictos en el P e l o p o n e s o pusieron de manifiesto la gran ca­ lamidad que suponía 1a estructura de pequeños Estados griegos. Élide y Arca­ dia se peleaban por el territorio de Trifilia, con lo que Élide se puso del lado de Esparta, mientras Atenas envió como auxilio un cuerpo de jinetes a los arcadios (365). En la Pisátide por gracia de los arcadios se creó un Estado independiente del de Élide; a él le fue traspasado el cuidado de los Juegos en Olimpia. En la celebración de la Olimpiada del año 364, se empeñó una batalla en medio del recinto sagrado entre arcadios y eleos. Los arcadios no se abstuvieron de saquear los tesoros del templo de Olimpia; sus estrategos necesitaban dinero para pagar el ejército de la Liga y no quedaba otro recurso que un empréstito forzado del templo. El saqueo del templo no trajo la prospe­ ridad a los arcadios. Favorecido por la antigua oposición entre Tegea y Manti­ nea, se llegó a un abierto fraccionamiento de la Liga. En tanto que Megalopolis y Tegea se mantenían en la alianza con los beocios, los restantes arcadios, bajo la dirección de Mantinea, acordaron una coalición con Élide, Acaya y Fliunte a la que también se asoció Atenas (362). Puesto que Mantinea y Espar­ ta se encontraron en un mismo camino, se vieron los beocios ahora enfrentados a una fuerte coalición en el Peloponeso. Desde el año 370/369 a. de C. en que Epam inondas pisó por primera vez el Peloponeso, habían cambiado los tiempos de modo decisivo. Fue la nueva agrupación de fuerzas la que una vez más —la cuarta— hizo venir en el año 362 a Epam inondas al Peloponeso. Como en su primera expedi­ ción intentó un golpe de m ano contra Esparta que, sin embargo, fracasó igual que un ataque por sorpresa contra Mantinea. Con la confianza puesta en su ejército, el mayor que nunca había reunido bajo su mando, forzó Epaminon­ das el resultado final. Éste se produjo en la planicie que se eleva delante de Mantinea, el día 12 del mes de Esciroforión del año 362 a. de C. Frente a tropas aproxim adam ente equivalentes del enemigo, el embate de la concentra­ ción de fuerza beocia contra el ala derecha de los espartanos y mantineos se mostró una vez más irresistible. «Com o una friere» (Jenofonte) penetraban

Hegemonía (chana

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los beocios las lincas enemigas. Pero cuando cayó Epam inondas, que luchaba en la primera línea, dieron por perdida los beocios la victoria que ya casi ha­ bían alcanzado. El completo agotam iento de los adversarios condujo a la paz en el ano 362/361. Se llevó a cabo una ko in è et rene, de la que sólo Esparta de nuevo se quedó fuera. Se estipuló repetidamente la independencia de Mcsenia, se re­ conoció la división de Arcadia en una Liga Norte, bajo la dirección de Manti­ nea, y una Liga Sur, con Tegea y Megalopolis. Por lo demás la guerra de fronteras entre espartanos y mesen ios continuó todavía muchos años; las fuer­ zas de E sparta no eran suficientes para recuperar Mcsenia. Una interesante hipótesis m oderna se relaciona con la paz. de 362/361. Esta paz sería supuestamente la primera que los griegos habían acordado en el siglo iv sin la influencia de potencias extranjeras. Si los griegos rechazaron entonces una invitación de los sátrapas occidentales sublevados para que participaran en la lucha contra el G ran Rey, se manifestaría aquí una nueva actitud funda­ mentalmente distinta de la m antenida en los últimos decenios desde la Paz del Rey: Grecia se habría vuelto hacia sí misma. Pero una opinión ele este tipo conduce plenamente al error. Pasa por alto en especial, el estado de agota­ miento en que se encontraba Grecia desde M antinea. Si los griegos se negaron a apoyar a los sátrapas contra el Gran Rey, esto no significa otra cosa que la confesión de la propia debilidad; esta era tan grande que los griegos ni si­ quiera pudieron obtener el m enor provecho de la situación cada vez m ás caóti­ ca del Imperio Persa. Con la Batalla de M antinea acaban las H elénicas de Jenofonte. N o deja de haber motivo para ello. De hecho, Mantinea señala el término del período de la historia griega al que la polis fia dado su estructura característica. Llega a su fin con la creación de las organizaciones hegemónicas griegas. L a polis no pudo desarrollar, partiendo de sí misma, las fuerzas que Grecia necesitaba tan apremiantemente para la nueva ordenación de sus relaciones estatales, so­ ciales y económicas. Desde el comienzo de la G uerra del Peloponeso los griegos se habían consumido en una lucha incesante de todos contra todos, y con ello habían abierto paso a la intervención de potencias extranjeras, en especial de Persia. C on el derrum bam iento de la hegemonía espartana en el Peloponeso y con la efím era hegemonía tebana, favorecida por Persia, parecía definitiva­ mente sellado el destino de Grecia. Pues tam poco pudo cambiar la faz política dei país la idea de una «paz, general» extendida a todos los griegos, que ocupó el primer plano desde el comienzo del siglo tv. También en los decenios que siguieron a Mantinea se movió el pensamiento político griego dentro de las antiguas vías. P o r ello, la idea de la koiné eiréne no se convirtió en un elemento constructivo de la vida estatal de los griegos, era, y continuó siendo, sólo la expresión de un p rofundo v genuino anhelo de paz de un país afligido desde muchos decenios atrás por guerras incesantes. La idea de la polis soberana no era ciertamente incompatible con el pensamicn-

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É p o ca de la p o lis griega

to de u n a paz general en G recia, sin em b a rg o , la a u to n o m ía , es decir, el pala­ dión de la c iu d ad -estad o griega, ha d ificu ltad o m u ch o desde el principio la fo rm ació n de grand es potencias, incluso en ocasiones la ha hecho verdadera­ m ente im posible. Así la p o lis griega co m o fac to r de la h isto ria m un dial pereció finalm ente en el desequilibrio en que ella h a b ía c olo cado la idea sobre sí misma con respecto a las relaciones reales del p o d e r. A pesar de to d o , su significación para la historia de la H u m a n id a d continúa siendo todavía suficientemente grande. C o m o c o m u n id a d de g o b e rn a n tes y g o b e rn a d o s rep re se n ta la fo rm a más eleva­ da, la m ás d elicad am en te d e sarro llad a del c o n ce p to occidental del Estado. Por la c o n cen tració n de las fuerzas culturales y políticas en u n espacio m uy reduci­ do p r o d u jo en to do s los cam pos de la vida intelectual realizaciones que son únicas e in co m p ara b les. E n la p o lis griega el h o m b re occidental se hizo cons­ ciente, p o r p rim e ra vez, de su m isión y de su destino, esto es, de ser portador de la idea de la lib ertad política y p erson al en un m u n d o desde el que no se puede ten d er nin g ú n puen te hacia el desp o tism o o riental de cu ñ o persa. La conciencia política de los griegos, sus altas realizaciones de civilización han puesto la base p a ra esa c u ltu ra que constituye u n a posesión indestructible de Occidente. Sólo p o rq u e h a b ía n p a sad o p o r la enseñan za de la p o lis, se convir­ tieron los griegos de la ép oca helenística en la sal de la tie rra. P e ro , lo mismo que a n te rio rm en te , en el tiem p o de la g ran co lon ización de la época arcaica, la civilización griega, las creencias griegas, el pen sam ien to griego hallaron aho­ ra con los helenos u n a nueva p a tria en tierras lejanas. L a p o lis griega tuvo que hun dirse en la im p o ten cia p a ra que el espíritu griego p u d iera conquistar un m u n d o nuevo. L o que antes se h a b ía se m b ra d o en G recia p ro d u jo mil por u n o en la lejana extensión del Este.

6.

EL R E IN O DE D IO N IS IO I Y D E SUS S U C E S O R E S E N S IC IL IA . T IM O L E Ó N (406-337 a. de C.)

La historia del Occidente griego aparece en el prim er tercio del siglo iv, bajo el signo de la figura sobresaliente de Dionisio I de Siracusa. M ientras que las p ó le is de la p a tria original griega se a rru in a b a n en luchas incesantes, se form ó en este m ism o tiem po en tierra de Sicilia un E stad o que hizo saltar el estrecho m arco de la p o lis y e ncon tró el cam ino p a ra un E stado territorial. Con Dionisio I el m u n d o helénico occidental se hizo cargo de la dirección de los griegos; se trató de un desplazam iento transcendental del equilibrio político en el M ar M editerráneo al que p onía aún m ás de relieve la decadencia de la tierra pa tria griega. Ya c u atro años después del fracaso de la expedición siciliana de los atenien­ ses, en el añ o 409 a. de C ., la desgracia invadió de nuevo Sicilia. D u ran te setenta años, desde que Gelón en la Batalla del H ím era d e rro tó de m o d o decisi­ vo a los cartagineses (480), la isla h abía estado sin riesgo p or parte púnica. Pero Segesta, que se en co n trab a en lucha con Selinunte, dirigió u na llam ada de auxilio a los púnicos (410). Los cartagineses al m a n d o de A níbal asolaron la desgraciada Selinunte (409); tam bién H ím e ra fue to talm en te destruida, las imponentes ruinas de los tem plos son testim onio, todavía hoy, de la p rosperi­ dad de la ciudad en el siglo v. En H ím era no m enos de tres mil griegos fueron sacrificados a los m anes de A m ílcar (véase pág. 130), hecho sangriento que produjo u n a terrible consternación en el Occidente griego. U n a ofensiva c arta ­ ginesa p ro y ec tad a con grandes m edios a rru in ó A cragan te (406), tam b ién Gela y C a m a rin a tuvieron que ser evacuadas p o r los griegos. M ientras en Grecia el oro persa y la e spada esp arta n a a rru in a b a n A tenas y su Liga M arítim a, se extendió sobre Sicilia la oscura nube de la invasión cartaginesa. De todas las ciudades im p o rtan te s de la isla sólo Siracusa podía enfrentarse a los cartagine­ ses. Los grandes éxitos de C artag o se explican en últim o térm in o por el cam bio

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É p o c a de la polis griega

de la situ ac ió n que se h a b ía p r o d u c id o p o r la p é rd id a de la gran escuadra ateniense en el p u e rto de S iracusa en el a ñ o 413. N o fue Siracusa, sino Cartago, el E s ta d o que sa có m a y o r p ro v e c h o de la d esg racia de Atenas. E n esta situ ac ió n se co n v irtió D i o n i s i o en el salvad or de la Sicilia griega. T ra s la d e stitu c ió n del m u lticé falo colegio de estrateg os siracusano, fue elegido, a los v einticin co a ñ o s, ú nico e strateg o co n plen os poderes (406): con ello se le tr a n s fe ría el m a n d o su p re m o de la g u e rra c artag in esa sin limitación. El carg o de e strateg o c o n plenos po d eres fue el p u e n te p o r el que Dionisio alcan zó la tira n ía (405 a. de C .). Llegó a ser el p rim e r h o m b re del Estado sira cu sa n o , después de p o n e r fin a la g u e rra c o n los cartagineses en ese mismo a ñ o con u n a paz re la tiv a m e n te fa v o ra b le ( C a rta g o tu v o qu e reconocer la inde­ p e n d en c ia de S iracusa, y a d e m á s se e statu y ó la lib e rta d de M esana y de Leonti­ nos así c o m o la de to d o s los sicilianos). E n tre ta n to se ab stu v o de violar las fo rm a s externas de la d e m o c ra c ia , ni siq u iera la e k k le sía se vio impedida por él en sus acu e rd o s. D e cre to s ático s p o ste rio re s lla m an a Dionisio «soberano de Sicilia», y éste p o d r ía h a b e r sido de h e ch o el p o ste rio r título oficial. C o n el fin de p o d e r e n fre n ta rs e a los cartagin eses con perspectivas de éxito en u n a g u e rra fu tu r a , c o n stru y ó el tir a n o en S iracu sa, en la isla Ortigia y en el fu erte E u ría lo , u n a o b r a de fo rtific a c ió n g igantesca. P o r el hecho de haber u n id o E p íp o la s a S ira cu sa, la m e tró p o li siciliana se co n v irtió en la ciudad más g ra n d e de to d o el m u n d o griego o c cid en tal. Se c re a ro n a d em ás numerosas fá­ bricas de a rm a s , se c o n s tr u y e r o n un m o d e r n o d iq ue y naves de cuatro y de cinco filas de rem o s, de m o d o q u e fin a lm e n te D ionisio dispuso de una flota de g u e rra de trescien tas u n id a d e s, c o m o n o h a b ía o tr a sem ejante en todo el m u n d o . E sto s re s u lta d o s n o se p o d ía n a lc a n z a r m ás q u e p o r un esfuerzo sin m ira m ie n to s de los rec u rso s e co n ó m ic o s del te rrito rio c o n tro la d o por él. E n el a ñ o 397 a. d e C ., d e claró D ionisio la g u e rra a los cartagineses. Se t r a t a b a de e xpu lsar de Sicilia a los e x tra n je ro s qu e d o m in a b a n la mitad de la isla, to d a la co sta su r y la c o sta n o rte h a sta H ím e ra inclusive. L a declaración de g u e rra tu v o c o m o co n sec u en c ia el estallido salvaje del odio nacional griego c o n tr a los c artag in eses. M u c h o s c o m e rc ia n te s sem itas en las ciudades griegas de Sicilia h u b ie ro n de p a g a r c aro los p e c a d o s que los ejércitos cartagineses h a b ía n c o m e tid o a n te r io r m e n te . T ra s la u n ió n de to d a s las ciudades griegas a S iracusa, a c a b ó el p rim e r a ñ o de la g u e rra co n la c o n q u is ta por los griegos de la p laz a m ilitar c a rta g in e s a de M o ty e, firm e m e n te fo rtificad a, situada en el ex tre m o occidental de Sicilia. E n el a ñ o siguiente (396), el desembarco de H im ilc ó n en P a n o r m o p r o d u j o u n c a m b io de la situ ació n . Los cartagineses r e c o n q u is ta ro n M o ty e y É rix, D ionisio fue o b lig a d o a retirarse a Siracusa, su e sc u a d ra su frió graves p é rd id a s en u n a b a ta lla en C a ta n e . Sólo el brote de u n a terrib le e p id e m ia e n el ejército c artag in és, q u e en tre ta n to había avanzado p a ra el ased io de S ira cu sa, salvó a D ionisio (v era n o de 396). E n un a afortunada salida de la c iu d a d venció el tir a n o en u n a b a ta lla terrib le a los cartagineses, ta m b ié n a n iq u iló su e sc u a d ra . Sin e m b a r g o h a sta c u a tro años más tarde,

R eino de D ionisio I de Sicilia. T im oleón

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392 a. de C ., después de num erosos reveses para los griegos, no se llegó a la conclusion de una paz con C artag o . T o d a Sicilia, con excepción del noroes­ te, quedó b ajo el dom inio de Dionisio, liberador del m u n d o griego occidental de la opresión púnica. El que quiera d o m in a r Sicilia no puede detenerse en los Estrechos. Dionisio, que ya tenía una alianza con L ocros, vio que el m ayor im pedim ento p ara sus proyectados planes en el sur de Italia estaba en la Liga de ciudades de esta región a la que se ha b ía n unido C ro tó n , C aulonia, Síbaris (en el Trainte), T u ­ rros, H ip o n io n , T aren to y otras ciudades. Se alió, por lo tan to , con los iucanos itálicos y derro tó de m o d o decisivo al ejército de la Liga en el año 388 ju n to al río E léporo. Parece que en la paz se estableció el Istm o de C a ta n za ro como límite norte de la zona de influencia siracusana. Esto significaba prácticam ente una condena de m uerte para la a u to n o m ía de Region, que q u e d ab a aislada. Después de un tiem po de horribles sufrim ientos, la ciudad tuvo que capitular en el año 386; a partir de entonces el dom inio de Dionisio estaba firmemente asegurado a am bos lados del estrecho de Mesina. En los años en que los galos devastaban la Península Itálica se dedicó el tirano de Sicilia a la form ación de un poderoso imperio colonial en el A driáti­ co. Estableció en la isla de Isa (Lisa) u n a colonia y una estación p ara la escua­ dra, adem ás fu ndó en tierra italiana los puertos de A n c o n a y A d ria (en la desem bocadura del Po). D onde en otro tiem po ond eaban las banderas de Corinto y de C orcira, navegaban a h o ra barcos comerciales siracusanos. E n el año 384 efectuó la escuadra un a ta q u e a la costa de E truria, en donde fue saqueado el templo de Leucotea en Pirgos, puerto de Caere. T am bién se estableció un punto de apoyo en el extremo sur de C órcega (¿P o rto Vecchio?). La o b ra de Dionisio debe ser aún más estim ada si se piensa que fue llevada a cabo con la oposición de una gran parte de la población de Siracusa y con la oposición de las ciudades griegas del sur de Italia. Así pues, al producirse de nuevo la guerra entre Dionisio y C artago en el año 382, tam bién estas ciuda­ des se colocaron al lado de los púnicos. El nuevo duelo entre Dionisio y C a rta ­ go acabó con un notable retroceso para los griegos occidentales: Selinunte, Heraclea M inoa y T erm as se perdieron en favor de los púnicos. Desde ahora los ríos H ím era y H álico señalaban en la isla las fronteras del territorio griego y cartaginés —tam p o co la últim a guerra co n tra C artago, prov ocada por D ioni­ sio en el año 368, hizo variar n a d a — , hasta que la intervención de R om a, más de un siglo después, creara una nueva situación en Sicilia. A Dionisio, el salvador del helenismo en Sicilia, se le negó en su época el reconocimiento que deberían haber m erecido sus realizaciones en la guerra y en la paz. C on razón, Escipión el Viejo lo com paró con la gran personalidad de Agatocles (Polib., XV, 35). C iertam ente su gobierno no podía disimular los rasgos antipáticos de la tiranía. Dionisio se rodeó de u n a guardia personal, creó una policía secreta m uy efectiva, y por más que se esforzaba en poner en práctica en su vida personal el ideal de u n a co ndu cta intachable (no eran

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É poca de la polis griega

simples palab ras que él pusiera a sus hijas los nom bres de A rete, Dikaiosyne y S o p h ro syn e), sin em bargo, a los ojos de los griegos su gobierno siguió adole­ ciendo de lo que realm ente era, u n a tiranía con la m ancha de la ilegitimidad. T am bién sus realizaciones com o político, a pesar de que fueron muy grandes, quedaron finalm ente com o o b ra imperfecta. N o pudo conseguir expulsar com­ pletam ente a C artago de Sicilia. Así pues, persistió el enfrentamiento entre griegos y cartagineses y el sucesor de Dionisio recibió esta herencia. Dionisio II (367-357) no tenía ni las dotes ni el sentimiento del deber de su padre. Al principio estuvo bajo la decisiva influencia de Dión, cuñado de Dionisio el Viejo; posteriorm ente, después del destierro de Dión (366), cayó bajo la influencia de Filisto. P o r consejo de D ión, fue P la tó n a la corte siracusana con la esperanza de poder realizar con el joven y moldeable tirano el E stado ideal sobre la tierra. A nte la d u ra realidad, la utopía se disipó en la nada. El desterrado D ión regresó en el año 357 a Siracusa con ayuda cartagine­ sa y (como estratego con plenos poderes) restableció allí el orden. Dionisio II, que al principio había resistido en la fortaleza de la isla Ortigia, se puso a salvo en Locros, en el sur de Italia. El pro pio Dión que no era ni un hombre de E stado ni una personalidad de carácter to m ó el cam ino de la tiranía y, en 354, cayó víctima de un a conspiración de los mercenarios. La muerte de Dión tuvo com o consecuencia nuevos disturbios hasta que en el año 347 Dioni­ sio II llegó al poder p or segunda vez en Siracusa. P o r lo demás, ofrecía Sicilia entonces u n a triste imagen de la desunión y de la im potencia griegas. En mu­ chas ciudades b ro ta b a n de la tierra las tiranías locales, por ejemplo en Leonti­ nos, C atane, T au ro m en io n , M esana, Agirion, parecía com o si el caos quisiera invadir la vida de los griegos en Sicilia. La desaparición de la hegemonía siracusana en Sicilia había hecho crecer una simiente verdaderam ente mala. Los jefes del partido siracusano expulsados por Dionisio II se dirigieron a la metrópoli, C orinto, pidiendo ayuda. Ésta envió a T i m o 1 e ó n com o árbitro a Siracu­ sa (344 a. de C.). A su desem barco en T au ro m en io n fue saludado por el tirano A n d ró m aco com o salvador de Sicilia. Incluso Dionisio II se puso a su lado a la vez que renun ciaba a la tiranía. El enemigo del tirano, Hicetas, trató de afirm arse en Siracusa con apoyo cartaginés, fue en vano; la brillante victoria de Tim oleón sobre los cartagineses ju n to al río Crim iso (341) restableció la soberanía política de los griegos en la isla. En la paz de 339 a. de C. se confir­ m aron las antiguas fronteras de los ríos H ím era y Hálico. Después de la victo­ ria sobre los enemigos externos se to rn ó T im oleón a poner en orden los proble­ mas internos de las ciudades griegas en Sicilia. T o das las tiranías fueron aboli­ das, con la única excepción de A n d ró m ac o de T au ro m en io n , el que había lla­ m ado a Tim oleón a Sicilia. T im oleón tuvo com o heraldo apasionado de sus hechos en Sicilia al hijo de A n d ró m ac o , el historiador Timeo. En el año 337 estaba term in a d a la o b ra de pacificación interna; las ciudades griegas se habían unido en u n a agrupación federativa a cuya cabeza estaba Siracusa. Timoleón resignó por libre iniciativa los poderes extraordinarios que se la habían con­

Reino de Dionisio I de Sicilia. Timoleón

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ferido, es decir, el cargo de estratego plenipotenciario y pasó el resto de sus días en Siracusa. Es una de las personalidades más distintivas de la época, una de las últimas grandes figuras que ha producido el mundo griego del siglo iv; él volcó toda su personalidad por un ideal y dio a Sicilia la paz interior y exterior que tan apremiantemente necesitaba la isla. En el sur de Italia no le surgió al mundo griego un salvador semejante. Tarento, acosada por los tucanos, se volvió a Esparta en petición de ayuda. Desde el año 342, el rey espartano Arquidamo III estuvo en suelo de Italia con un ejército mercenario. Halló la muerte (338) junto al río Mandonion en combate contra los lucanos y mesapios coaligados. Estaba en todas las bocas la pregunta de cuánto tiempo podrían aún sostenerse los griegos del sur de Italia frente al mundo de los pueblos itálicos que estaba despertando.

CAPÍTULO IV

LA ÉPOCA DEL HELENISMO (360-30 a. de C.)

EL C O M IEN Z O DE UNA NUEVA ÉPO CA

La cesura decisiva, profundamente hendida en la vida del pueblo griego, entre los tiempos antiguos y los nuevos se produce en la mitad del siglo iv a. de C. Sólo algunos años después de que el mundo de los Estados griegos se hubiera hundido en la impotencia política en la Batalla de Mantinea (362 a. de C.), se formó al borde del ámbito geográfico heleno la potencia que estaba llamada a recibir la dirección de los asuntos griegos: el reino macedóni­ co de Filipo II (359-336). El c a m b i o profundamente trascendental d e 1 m u n d o g r i e g o se manifiesta en todos los ámbitos a mediados del siglo rv, en política, en economía e igualmente en la vida cultural. En tanto que lo viejo se extingue, aparecen por todas partes nuevas tendencias que necesitan, sin embargo, una configuración más metódica. En líneas generales, la imagen que ofrece Grecia en esta época de transición es la de desavenencia y completa contradicción. En Grecia, el caos político sustituyó al orden, y en muchas par­ tes la arbitrariedad, a los proyectos sensatos. La vida de la polis tiende en medida creciente hacia un amplio proceso de estructuración económica, y es muy significativo el hecho de que importantes políticos áticos, tales como Eubulo y Licurgo, se hayan encumbrado en su condición de expertos en finanzas. Es evidente un cierto impulso del comercio marítimo, proceso que se refleja en numerosos tratados comerciales, y también de la banca. A la decadencia política del mundo de los Estados griegos contribuyeron sobre todo los enfrentamientos sociales cada vez más agudos entre ricos y po­ bres. En tanto que los pudientes eran gravados con desagradables liturgias (coregías, trierarquías), se acostumbraron pronto los pobres a vivir a costa de los medios públicos. Forma parte ahora de las obligaciones más destacadas del Estado el asegurar a los ciudadanos la alimentación, criterio que tampoco ha dejado de influir en la política exterior. Los radicales veían el remedio de la época en una completa redistribución de la tierra. La intranquilidad social que hizo conmoverse a Grecia en sus fundamentos se manifiesta en una ola

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Época del helenismo

de destierros y confiscaciones. Con los muchos desterrados sin patria se formó en toda Grecia un proletariado inestable, fermento de nuevos movimientos anár­ quicos. De esta masa se reclutaba el mercenariado; su existencia es un rasgo esencial del siglo iv. Mientras el ciudadano sentía el servicio militar nada más que como una carga, lo practicaban los mercenarios como un oficio cualifica­ do. No hay hecho militar en Grecia, ni incluso en Asia, en el que no hayan participado decisivamente los mercenarios griegos. Las guerras del siglo V, pero sobre todo la gran peste que se declaró en el año 430, habían diezmado fuertemente la población de algunas partes de Grecia. También la primera mitad del siglo iv fue preferentemente una época de guerras. Sin embargo, el índice de la población de Grecia se mueve en evolu­ ción ascendente, fenómeno que hay que atribuir a las moderadas pérdidas en la guerra: la estrategia se hizo más hum ana. Así, sucedió que en el siglo iv Grecia tuvo que sufrir, en medida constantemente creciente, una aguda necesi­ dad de tierra a causa de la relativa superpoblación. Continuamente se proyecta­ ban planes de colonización. Jenofonte quiso fundar una nueva patria en el Mar Negro para sus compañeros de guerra, e Isócrates pensaba en toda el Asia Menor hasta el Tauro como territorio de asentamiento griego (Filipo, 120). El pueblo griego necesitaba apremiantemente un espacio que fuera capaz de recibir la población excedente, si no quería aniquilarse en una lucha de todos contra todos en el interior del país. De hecho no era desfavorable la situación del m undo para una e x p a n ­ s i ó n d e l m u n d o g r i e g o , especialmente hacia el Este. El Imperio Persa en la primera mitad del siglo iv se encontraba en progresiva decadencia. En Asia M enor se producían prolongados levantamientos de los sátrapas, se constituían gobiernos locales indígenas que, con la ayuda de tropas mercena­ rias, llegaban a ser prácticamente independientes del G ran Rey. Así el que en otro tiempo fue poderoso Imperio Aqueménida se había convertido en un «co­ loso con los pies de barro», y tam poco su importancia económica era ya la misma que bajo los reyes del siglo v, pues Egipto, rico en trigo, pudo afirmar su independencia durante toda la primera mitad del siglo iv, desde 404/403 hasta 342. En tajante contraposición a los planes de colonización de amplitud mundial que tenían los patriotas griegos estaba la limitación que suponía la situación real griega con su parcelación en pequeños Estados. Sin embargo, no han falta­ do intentos, precisamente en la primera mitad de este siglo, para encontrar medios nuevos de superar esa impotencia de los innumerables pequeños Esta­ dos. La unión de los arcadios y de los etolios en E s t a d o s f e d e r a d o s fue el primer paso de un camino que recorrieron, en la época posterior a Ale­ jandro, también otros pueblos griegos (por ej. los aqueos). Así pues, al final de la historia de una Grecia libre, se vuelve a las relaciones estatales de las que se había partido antiguamente en el tiempo de la ocupación del territorio (v. pág. 12): el Estado de las estirpes en form a federal parece haberse converti-

Principio de una nueva época

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do en el símbolo de una nueva época de la vida estatal en Grecia. La idea de una koiné eiréne, de una paz general que incluyera a todos los griegos, mantuvo despiertos no sólo el anhelo de paz extendido de modo general, sino también la conciencia de los griegos de ser una comunidad. El concepto panhelénico encontró su form a de expresión propagandista es­ pecialmente- en los discursos de I s ó c r a t e s . La retórica de la época utili­ za con preferencia ejemplos de la mitología panhelénica. Cuando Isócrates com­ paraba al rey de Macedonia Filipo II con el pastor de hombres helénico Aga­ menón, toda Grecia sabía qué quería decir con ello. Es un error que un sector de la moderna investigación histórica desestime notablemente la preparación ideológica del pensamiento panhelénico que procede de la retórica. La nueva época se manifestó, sobre todo, por un creciente culto a las gran­ des personalidades que con frecuencia fueron elevadas a la esfera de la divini­ zación. Ya al espartano Lisandro se le habían dispensado honores divinos. Clearco, tirano de la Heraclea Póntica (tras doce años de gobierno, fue asesinado en 352 a. de C.), se hizo a sí mismo hijo de Zeus y exigió de sus súbditos los correspondientes honores —genuino precursor del macedonio Alejandro. También el ejemplo del médico siracusano Menécrates, que acostumbraba a firmar sus cartas con «Menécrates Zeus», señala cuán estrecho se hizo en aque­ lla época el espacio entre lo divino y lo terrenal, aunque en este último caso no debe dejar de considerarse el factor patológico. También la vida intelectual de los griegos encontró nuevas formas. Mientras que antes los poetas, artistas, actores y cantores peregrinaban a las cortes de los grandes tiranos sicilianos, ahora los arrastraba con su impulso el esplendor de las cortes de los príncipes en los confines de Grecia. En Pela, la corte mace­ dónica, residieron a finales del siglo v Eurípides y el pintor Zeuxis, ambos como invitados del rey Arquelao (413-399). Cuando el dinasta cario Mausolo de Halicarnaso murió (353 a. de C.), convocó su herm ana Artemisia un con­ curso de literatos griegos para su necrología. Muy lejos de la tierra patria grie­ ga, en Heraclea del Ponto, el citado tirano Clearco creó la primera biblioteca pública. Ciertamente continuaba Atenas siendo aún el centro indiscutido de la educación griega, pero se form aron en la periferia del mundo griego algunos focos culturales que recibieron su luz de ese gran centro. La escuela de Platón envió a sus jóvenes por todo el m undo; aparecen en el sur de Italia y en Sicilia así como en las ciudades griegas del Ponto. La educación y el pensamiento griegos cruzan los amplios espacios de la ecúmene, y también en la corte y en el reino persas son huéspedes bien acogidos los sabios y artistas griegos, sobre todo los médicos. La nueva época se refleja en una posición nueva del hombre respecto al mundo que lo rodea. El autor trágico Antifonte, que vivía en la corte de Dioni­ sio I de Siracusa, caracterizó acertadamente el nuevo sentimiento de la vida en la frase: «Dominar con el arte lo que es superior a nosotros por naturaleza». Por otra parte, Dionisio fue el primer tirano que aprovechó el trabajo de inves­

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Época del helenismo

tigación de los sabios para creaciones prácticas. Dos nombres se encuentran en el comienzo de la nueva época, propiamente al principio de la ciencia griega y con ello de la ciencia occidental: Éudoxo de Cnido (muerto en 355) y Aristó­ teles de Estagira (384-322), ambos procedentes de la escuela de Platón, de la Academia. É u d o x o se creó un gran nombre como matemático y astróno­ mo, médico y filósofo, geógrafo y físico y también como político práctico, todo en una sola persona. Los famosos E lem entos de geometría de Euclides (hacia 300 a. de C.) son consecuencia de la investigación de Éudoxo y, en astronomía, mereció general reconocimiento su teoría de las esferas. En su muy extensa universalidad aparece Éudoxo como un genuino precursor de los gran­ des sabios helenísticos, y difícilmente sería una casualidad que sus Phainómena, puestos en verso por Arato, por orden del rey macedonio Antígono Gonatas, llegaran a convertirse en libro predilecto de los lectores cultos helenísticos. Cuando Éudoxo murió, todavía era A r i s t ó t e l e s discípulo de Pla­ tón. Tras la muerte de éste (Platón murió en 347 a. de C.), Aristóteles abando­ nó Atenas. Asos, con la corte del dinasta minorasiático Hermias de Atarneo, Mitilene, la residencia macedonia de Pela y la pequeña Mieza fueron las esta­ ciones de su vida errante, hasta que en el año 335/334 a. de C. regresó a Atenas. En la escuela fundada por él, el Perípato, se convirtió Aristóteles, rodeado por numerosos discípulos, en el núcleo de la vida intelectual griega. Fue él quien llevó a cabo la conversión decisiva desde la especulación a la investigación empírica. En tanto que interesó a sus discípulos en una investiga­ ción de grupo planificada, en la recogida y clasificación del material, se convir­ tió Aristóteles en el archegeta de la ciencia occidental, en el creador de la idea de la organización científica. En casi todos los campos del saber humano (sólo se mantuvo alejado de la medicina, siendo hijo de médico) reunió con ayuda de sus discípulos un material gigantesco y lo elaboró al menos en parte en escritos de recopilación. Ciento cincuenta y ocho Constituciones —de ellas se ha hecho la más famosa la Constitución de los atenienses hallada en un papiro del Museo Británico— , una lista completa de los vencedores en los Juegos Píd­ eos, los documentos de las representaciones dramáticas en Atenas, investigacio­ nes en el campo de la física, de la meteorología, de la zoología, de la botánica y otros muchos escritos dan testimonio de la amplitud y de la energía de su espíritu infatigablemente investigador, ordenador y valorador. Por el hecho de que incluyó en sus investigaciones problemas de teoría del conocimiento y de ética, reunió en sí Aristóteles en el cénit de su vida casi toda la universitas litterarum. Su figura se presenta como la del genuino investigador universal en los comienzos de la ciencia occidental que, tras de su muerte, se dividió en un gran número de campos. Sólo después de casi dos milenios volvió a surgir en Occidente, con Leibniz, una personalidad sobresaliente, verdadera­ mente universal. El crecimiento vertical de la vida espiritual griega en el siglo iv a. de C. se refleja en la formación de un nuevo ideal de educación. La frase de Isócrates

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