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February 15, 2017 | Author: Librospatodos | Category: N/A
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HISTORIA DE LOS ARGENTINOS o

TOMO

Carlos Alberto Floria César A. García Belsunce

CARLOS ALBERTO FLORIA CÉSAR A. GARCÍA BELSUNCE

HISTORIA DE LOS ARGENTINOS 2

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E D IT O R IA L K A P E L U S 2 , S. A . - B u e n o s A ir e s H e ch o d e p ó s ito q u e e s ta b le c e la le y 11.723. Publicado en junio de 1971. LIBRO DE EDICIÓN ARGENTINA

INDICE

RO SAS Y SU ÉPOCA PÁG.

21

Rosas en el poder .

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El hombre y su e s t i l o ........................................

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1

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El general Paz y la lucha por la dominación nacional . La escisión del federalism o 22

porteño . .

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1 7.

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El a p o g e o ................................

24

Política económica de Rosas .

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El contexto internacional de la época .

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24

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30

Acción y reacción

34

El dilem a de Rosas y la internacionalización de los conflictos . .

53

La c a í d a ....................................................

58

L A R E C O N S T R U C C IÓ N A R G E N T IN A

23

La hegemonía del interior

,

. La República escindida . La C o n stitu c ió n Nacional Urquiza P r e s id e n te . 24

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65

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85

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85 91

El triunfo de M itre .

94

25 Mitre y la nacionalización del liberalismo . Imposición del liberalism o Adm inistración y p o lític a

74 76

.......................................

Los problem as del doctor Derqui . .

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El colapso de la Confederación La ruptura .

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97 .

97 103

PÁG.

26 La guerra de la Triple A l i a n z a .................................................... 113 Las naciones p r o ta g o n is ta s ................................

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113

Brasil toma la in ic ia t iv a ................................................................. 119 La g u e r r a ............................................................................................122 Las operaciones m ilita r e s ................................................................. 127 27 Los años de t r a n s i c i ó n ................................................................. 134 El cambio económico y s o c i a l .................................................... 134 El cambio p o l í t i c o ........................................................................142

DE L A A R G E N T IN A É P IC A A L A A R G E N T IN A M O D E R N A

28 El apogeo l i b e r a l .....................................................................

. 159

Europa y la expansión c o lo n ia l....................................................159 La situación a m e r ic a n a ................................................................. 162 La Argentina en el m u n d o ...........................................................166 El liberalism o como id e o l o g í a ....................................................169 La generación del 80 y una nueva “cultura política” .

173

Factores de tr a n sic ió n ........................................................................177 29

La alianza de los notables ( 1 8 8 0 - 1 9 0 6 ) ..........................

182

1880: Buenos Aires, capital f e d e r a l .......................................182 Roca P r e s id e n t e ............................................................................... 191 La crisis de 1890 .........................................................................

206

Los ochocientos días de P e lle g r in i............................................. 223 La experiencia de Aristóbulo del V a l l e ................................ 231 30 La agonía del r é g i m e n .................................................................241 La vuelta de R o c a .............................................................................. 241 De la política exterior a la cuestión social .

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Figueroa Alcorta: hacia la transición política .

. .

249 .

256

L A A R G E N T IN A DE L O S P A R T ID O S ( 1 9 0 6 - 1 9 2 8 )

31

Los nuevos r u m b o s ....................................................................... 265 El contexto in t e r n a c io n a l.......................................................... 265 La guerra europea y Am érica l a t i n a .......................................268

32 La reforma p o l í t i c a ...............................................................

PÁG. 287

El sistema político y la autocrítica de la “élite” . . . 287 Roque Sáenz Peña: la concepción del cambio político 293 El eclipse conservador . . . ......................... . 298 33

La época r a d i c a l ................................................................ 310 Hipólito Yrigoyen, caudillo popular . . . . . 310 Del paternalism o populista al aristocratism o popular . 324 Las líneas i n t e r n a s ............................................................... 329 LA ARGENTINA ALTERADA

34

La restauración neoconservadora . . . ... . . 341 El fin de una é p o c a .......................341 La fatiga del régim en . . . . . . . . . . 352 La crisis de 1930 ....................................................................... 360 La frustración de U r i b u r u .................................................365 La adm inistración de J u s t o ................................................. 373

35

La revolución s o c i a l .......................................................... 387 La crisis de 1943 ....................................................................... 387 “Todo el poder a Perón” ..............................................................410 Del “m ovim iento” al “régim en” ...........................................422 L a c a í d a ............................................................................... . . 451 E p í lo g o ..............................................................................................461 A n e x o ..............................................................................................479

Orientación b ib lio g r á fic a .................................................................... 485 índice de nom bres de personas citadas en este tomo . . 492 índice de nom bres geográficos citados en este tomo . . 498 ILUSTRACIONES DE LAS PARTES PRINCIPALES DEL LIBRO La posta. (Litografía de J. Falliere, Museo Histórico N a c i o n a l .) ........................................................ ............. L a plaza de la V ictoria en 1860. (Museo Histórico N a c i o n a l .) ............................................ Fotografía de 1880 que m uestra la zona portuaria. En prim er plano el edificio de Rentas Nacionales . . Monumento a Roque Sáenz Peña, en la ciudad de B ue­ nos Aires. (O bra de José F ioravanti.) . . . . Tropas apostadas en la Casa de Gobierno la noche del derrocam iento del presidente A rturo Illia. (Fotograt*r

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ROSAS Y SU EPOCA

ROSAS EN EL PODER

El hom bre y su estilo

La consagración de Ju an M anuel de Rosas com o gob ern ad o r de la p ro v in cia de Buenos A ires fue, p ara los observadores de los sucesos políticos, el desencadenam iento n atu ral y lógico de los hechos. Para sus partidarios fue u n acontecim iento jubiloso. Rosas dom inaba el escenario político en form a indiscutida. N in g u n a de las otras cabezas del p artid o federal podía igualar su prestigio y los líderes unitarios estaban descalificados. Rosas lle­ gaba ro deado de un aura inigualable. Su in tervención en favor del g obierno de R o d ríg u ez lo había exhibido com o el defensor de la au to rid ad y el o rd en ; su -participación en el P acto de Benegas lo co n v irtió en un cam peón de la paz. Su p o sterio r retiro de la escena política había su brayado su desinterés. A dem ás, era el más p oderoso in té rp re te de los intereses de los hacendados po rteñ o s: sus relaciones con los indígenas, sus m em o­ rias sobre la situación de la cam paña y la línea de fro n tera, la perfecta organización de sus estancias, avalaban su habilidad y capacidad. H ab ía nacido en 1793 en Buenos Aires, en el seño de una fam ilia distinguida. V ivió su juven tu d en el cam po y no sólo se conv irtió en breve plazo en el m ay o r p ro p ietario de la provincia, sino que asimiló las costum bres de su g ente logrando en tre ellas u n prestigio que nadie había conocido antes. Se casó m uy joven, y la pareja no sólo fue arm oniosa sino que p o steriorm ente cons­ titu y ó un equipo p o lítico p erfecto . Rosas había recib id o una educación m ediana, pero era culto p o r sus lecturas, Con una eru d ició n un tanto fragm entaria que sabía u tilizar cuando el au d ito rio lo req u ería, p ero que n atu ral­ m ente ocultaba, sobre to d o en presencia de gentes de pocas letras. D espreciaba la p ed an tería d o cto ral v sentía una instintiva rep u g -

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nancia p o r las teorías. T e n ía un tem o r visceral p o r el caos, del que derivaba una p redilección casi obsesiva p o r el o rden y el principio de autoridad. N o fue casualidad que su proclam a de o ctu b re de 1820 term inara co n estas palabras: ¡O dio eterno a los tum ultos! ¡A m or al orden! ¡O be­ diencia a las autoridades co n stitu id as!1 E sta predilección, servida p o r una excelente opinión de sí m ism o y u n g ran orgullo., fue la base de sus tendencias au to c rític a s que se pusieron en evidencia cu an d o ejerció el pod er. Ya en su inform e sobre el arreglo de la cam paña pro p o n ía que ésta estuviese gobernada p o r u n sujeto con “ facultades tan ilim itadas com o co n ­ viene al fin de levantar y o rganizar con viveza los m uros de res­ p eto y de seguridad” .2 Rosas rechazaba el liberalism o com o novedad causante de alte­ raciones políticas, com o d o ctrin a herética y com o form ulación teórica que alejaba a sus cultores de la realidad dél país. N ada más reñido con su idiosincracia. E ra esencialm ente pragm ático. Si R ivadavia servía a los princip io s al p u n to de p e rd e r de vista las circunstancias reales, Rosas era u n p rá c tic o hasta el p u n to de p erd er de vista los principios. E n buena m edida, Rosas representa la reaparición de M aquiavelo en el m undo hispanoam ericano. E n su estilo p o lítico es el P rín cip e co n traje de estanciero. D esde tem prana edad puso de relieve este pragm atism o. U na anécdota lo p in ta entero: cu an d o sus padres se o ponían a que se casara p orqu e apenas tenía 19 años de edad, hizo que su novia le escribiera una carta sim ulando estar em barazada, carta que cuidó de dejar al alcance de su m adre. El resultado fue el casam iento. La fuerza de su pragm atism o residía en una extraordinaria frialdad para juzgar las cosas y los hom bres. E sto le daba una notable capacidad para el cálculo. Buen co n o ced o r de sus co n tem ­ poráneos, supo así p re v e r situaciones y p ro v o c a r actitudes que sirvieron a sus planes políticos. E sta frialdad no le im pedía perse­ g uir sus objetivos encarnizadam ente, con pasión. E ntonces, quienes se oponían a ellos, se tran sfo rm ab an en sus enem igos y en los ene­ m igos del o rd en y del país. L a descripción de Rosas com o g o b ern an te no se reduce a j o que podríam os llam ar su caracterología. Él in co rp o ró com o mé-_. todos políticos —p o r p rim era vez en nuestra historia— la pro p a1 I b a k g u r e n , Carlos, Juan M anuel de Rosas, Buenos Aires, La Facultad, 1930, pág. 91. * 2 Ibarguren, Carlos, ob. cit., pág. 62...

ganda y el espionaje. La prim era fue puesta en m ovim iento desde la víspera de su ascensión al p o d er v alcanzó su culm inación en tiem po de la revolución de los R estauradores, en 1833; la segunda sep erfeccio n ó d u ran te su segundo g obierno v fue uno de los instrum entos del llam ado “T e r r o r ” del año 40. U na de las claves de su acción política fue la utilización pre­ m editada del apoyo de las gentes hum ildes v, en especial, la de los am bientes rurales. Al asum ir el gobierno en 1829 expresaba a V áz­ quez, agente oriental en Buenos Aires: A mi p arecer todos com etían un grande error: .se c o n ­ ducían m u y bien con la clase ilustrada pero despreciaban a los hom bres de las clases bajas, los de la cam paña, que son la gen te de acción. Yo noté esto desde el principio y me pareció que en los lances de la revolución, los mismos partidos habían de dar lugar a que esa clase se so b rep u ­ siese y causase los m ayores males, p o rque V d. sabe la dis­ posición que hay siem pre en el que no tiene co n tra los ricos y . superiores. M e pareció, pues, m uv im portante, conseguir una influencia grande sobre esa gente para con­ tenerla, o para dirigirla, v me propuse adquirir esa influen­ cia a toda costa; para esto me rué preciso trab ajar con m ucha constancia, con m uchos sacrificios hacerm e gaucho com o ellos, hablar com o ellos y hacer cuanto ellos hacían, protegerlos, hacerm e su apoderado, cu id ar de sus intereses, en fin no ah o rra r trabajos ni m edios para adquirir más su concepto.* D en tro de esta tónica, en 1820 proclam ó a la cam paña “c o ­ lum na de la p ro v in cia” v nueve años después se dirigió a sus paisanos ni bien se sentó en el go b iern o diciéndoles: A quí estoy para sostener vuestros derechos, para p ro ­ veer a vuestras necesidades,, para velar p o r vuestra tra n ­ quilidad, U na autoridad paternal, que erigida p o r la ley, g o bierne de acuerd o con la voluntad del pueblo, éste ha sido ciudadanos, el objeto de vuestros fervorosos votos. Ya tenéis co nstituida esa autoridad v ha recaído en. m í.4 Esta actitu d de Rosas dio a su gob iern o un tono populista que disim ulaba el más co m p leto dom inio del p artid o v del gobierno, po r los sectores oligárquicos o aristocráticos de la provincia. Rosas se o cu p ó del p ueblo —y parecería según sus propias palabras arriba s I b a r g u r e n , Carlos, ob. cit., p ág s. 212 y 213.

Adolfo, Historia de la C onfederadon Argentina, El Ateneo, 1951. romo i, pág. 268. 4 S a l d ia s ,

nancia p o r las teorías. T e n ía un tem o r visceral p o r el caos, del que derivaba una p redilección casi obsesiva p o r el o rden y el principio de autoridad. N o fue casualidad que su proclam a de o ctu b re de 1820 term inara co n estas palabras: ¡O dio eterno a los tum ultos! ¡A m or a! orden! ¡O be­ diencia a las autoridades co n stitu id as!1 E sta predilección, servida p o r una excelente opinión de sí mism o y u n g ran orgullo., fue la base de sus tendencias au to c rític a s que se pusieron en evidencia cu an d o ejerció el pod er. Ya en su inform e sobre el arreglo de la cam paña pro p o n ía que ésta estuviese gobernada p o r u n sujeto con “ facultades tan ilim itadas com o co n ­ viene al fin de levantar y o rganizar con viveza los m uros de res­ p eto y de seguridad” .2 Rosas rechazaba el liberalism o com o novedad causante de alte­ raciones políticas, com o d o ctrin a herética y com o form ulación teórica que alejaba a sus cultores de la realidad dél país. N ada más reñido con su idiosincracia. E ra esencialm ente pragm ático. Si R ivadavia servía a los princip io s al p u n to de p e rd e r de vista las circunstancias reales, Rosas era u n p rá c tic o hasta el p u n to de p erd er de vista los principios. E n buena m edida, Rosas representa la reaparición de M aquiavelo en el m undo hispanoam ericano. E n su estilo p o lítico es el P rín cip e co n traje de estanciero. D esde tem prana edad puso de relieve este pragm atism o. U na anécdota lo p in ta entero: cu an d o sus padres se o ponían a que se casara p orqu e apenas tenía 19 años de edad, hizo que su novia le escribiera una carta sim ulando estar em barazada, carta que cuidó de dejar al alcance de su m adre. El resultado fue el casam iento. La fuerza de su pragm atism o residía en una extraordinaria frialdad para juzgar las cosas y los hom bres. E sto le daba una notable capacidad para el cálculo. B uen co n o ced o r de sus co n tem ­ poráneos, supo así p re v e r situaciones y p ro v o c a r actitudes que sirvieron a sus planes políticos. E sta frialdad no le im pedía perse­ g uir sus objetivos encarnizadam ente, con pasión. E ntonces, quienes se oponían a ellos, se tran sfo rm ab an en sus enem igos y en los ene­ m igos del o rd en y del país. La descripción de Rosas com o g o b ern an te no se reduce a j o que podríam os llam ar su caracterología. Él in co rp o ró com o mé-_. todos políticos —p o r p rim era vez en nuestra historia— la pro p a1 I b a k g u r e n , Carlos, Juan M anuel de Rosas, Buenos Aires, La Facultad, 1930, pág. 91. * 2 Ibarguren, Carlos, ob. cit., pág. 6 2 . . .

ganda y el espionaje. La prim era fue puesta en m ovim iento desde la víspera de su ascensión al p o d er v alcanzó su culm inación en tiem po de la revolución de los R estauradores, en 1833; la segunda sep erfeccio n ó d u ran te su segundo g obierno v fue uno de los instrum entos del llam ado “T e r r o r ” del año 40. U na de las claves de su acción política fue la utilización pre­ m editada del apoyo de las gentes hum ildes v, en especial, la de los am bientes rurales. Al asum ir el gobierno en 1829 expresaba a V áz­ quez, agente oriental en Buenos Aires: A mi p arecer todos com etían un grande error: se c o n ­ ducían m u y bien con la clase ilustrada pero despreciaban a los hom bres de las clases bajas, los de la cam paña, que son la gen te de acción. Yo noté esto desde el principio y me pareció que en los lances de la revolución, los mismos partidos habían de dar lugar a que esa clase se so b rep u ­ siese y causase los m ayores males, p o rque V d. sabe la dis­ posición que hay siem pre en el que no tiene co n tra los ricos v . superiores. M e pareció, pues, m uv im portante, conseguir una influencia grande sobre esa gente para con­ tenerla, o para dirigirla, v me propuse adquirir esa influen­ cia a toda costa; para esto me rué preciso trab ajar con m ucha constancia, con m uchos sacrificios hacerm e gaucho com o ellos, hablar com o ellos y hacer cuanto ellos hacían, protegerlos, hacerm e su apoderado, cu id ar de sus intereses, en fin no ah o rra r trabajos ni m edios para adquirir más su c o n c e p to * D en tro de esta tónica, en 1820 proclam ó a la cam paña “c o ­ lum na de la p ro v in cia” v nueve años después se dirigió a sus paisanos ni bien se sentó en el go b iern o diciéndoles: A quí estov para sostener vuestros derechos, para p ro ­ veer a vuestras necesidades,, para velar p o r vuestra tra n ­ quilidad, U na autoridad paternal, que erigida p o r la ley, g o bierne de acuerd o con la voluntad del pueblo, éste ha sido ciudadanos, el objeto de vuestros fervorosos votos. Ya tenéis co nstituida esa autoridad v ha recaído en. m í.4 Esta actitu d de Rosas dio a su gob iern o un tono populista que disim ulaba el más co m p leto dom inio del p artid o v del gobierno, po r los sectores oligárquicos o aristocráticos de la provincia. Rosas se o cu p ó del p ueblo —y parecería según sus propias palabras arriba Carlos, ob. cit., p á g s . 2 1 2 y 213. Adolfo, Historia de la C onfederadon Argentina, El Ateneo, 1951. tom o i, pág. 268. s Ib a r g u r e n ,

4 S a l d ia s ,

Rosas no d e s p e rd ic ió o p o rtu n id a d para a fir m a r su p re s tig io e n tre las c la s es h u m il­ des de la s o c ie d a d . [L ib e ra n d o esc lav o s , óleo re a liza d o por D. de P lo t en 1841.]

trascriptas, que lo hizo más p o r cálculo v tem o r que p o r a m o r pero actuando con él “p atern alm en te”, o sea conservando su infe­ rioridad política con respecto a la “ élite” dirigente a la que estaba reservado el ejercicio del poder. Rosas era em inentem ente conser­ v ador v p o r lo tan to no faltó a esa regla sagrada de su tiem po. El cultivo de lo p o p u la r'c o n firió al partid o federal una tónica nacional que cu ando llegó el m om ento del en fren tam ien to con p o ­ tencias extranjeras, derivó en un sentim iento nacionalista v xenó­ fobo. Pero este sentim iento que llegó a expresarse en ataques á los extranjeros y pedreas a las residencias consulares, nunca llegó a c o n stitu ir una política para Rosas, que era lo suficientem ente frío, inteligente v p ráctico com o para olvidar la m edida de sus intereses v ce rra r la p u erta a la conciliación. C uando más, aprovechó los estallidos populares —perm itidos u orientados p o r el g o b ie rn o com o instrum entos de presión, com o en el caso del cónsul inglés M endeville. Por o tra parte, nunca adm itió que las potencias ex­ tranjeras le hicieran im posiciones que retacearan su libertad de acción, com o se puso en evidencia en los conflictos con G ran Bretaña v Francia, v esto le dio justo prestigio de defensor de la soberanía. Pero tam poco vaciló en utilizar el apoyo extranjero co ntra los enem igos internos, si bien en esto fue m ucho más m o­ derado que sus rivales,-' ni dudó en buscar soluciones prácticas 5 K1 16 de setiembre de 1830 el coronel Rosales, apoyando un levan­ tam iento entrerriano antirrosista, se apoderó de la goleta “Sarandí” ; Rosas

A

com o cuando in ten tó cancelar la deuda con B aring B rothers re­ n unciando al dom inio de las islas M alvinas, ocupadas años antes p o r G ra n Bretaña. N i bien Ju an ¿Manuel de Rosas asum ió el g obierno de la p ro ­ vincia, el p artid o federal dio los prim eros pasos para dotarlo de un prestigio y un p o d er extraordinarios, coincidente con las aspi­ raciones y opiniones del nuevo gobernador. A fin del año 29 y principios del 30 se debatió en la Legislatura un p ro y e c to , finalm ente aprobado, que aplaudía la actuación an­ te rio r de Rosas, le ascendía a brigadier general v le confería el títu lo de Restaurador de las Leyes. E sto últim o p ro v o có la o p o ­ sición de los diputados federales M artín Irig o y en v José G arcía V aldés quienes consideraron que tal títu lo agraviaba los principios republicanos. Pero la euforia del p artid o hacia su líder no se enfrió p o r estas prevenciones ni p o r la respuesta del hom enajeado quien previno que

El Restaurador de las Leyes

no es la p rim era vez en la historia que la prodigalidad de los honores ha em pujado a los hom bres públicos hasta el asiento de los tiranos. Las características de su gobierno se pusieron en evidencia casi inm ediatam ente: o rden adm inistrativo, severidad eñ el co n tro l de los gastos, exaltación del partid o g o b ern an te v liquidación de la oposición. Rosas estableció el uso de la divisa punzó, d erogado p o r Viam onte en aras de la unión de los partidos. Pero para Rosas la única conciliación era la elim inación de uno de los dos co ntendores, com o había pro n o sticad o San M artín. Más tard e la divisa fue obligatoria para todos los em pleados públicos y con el c o rre r de los años llegó a ser una im posición para to d o ciudadano que no quisiera co rre r el riesgo de ser tachado de enem igo del régim en v vejado. A m edida que la g u erra co n tra el general Paz arreciaba, Rosas aseguraba con más severidad el co n tro l de la provincia. El 15 de m avo de 1830 d ictó un d ecreto que decía: to d o el que sea considerado au to r o cóm plice del suceso del día 1° de d iciem bre de 1828, o de alguno de los grandes atentados com etidos co n tra las leves p o r el gobierno insolicitó al cónsul inglés buques para perseguirlo y éste puso a su disposición al capitán Barrat y la corbeta “Em ulation”. V er Ernesto Celesia, Rosas. A puntes para su historia, Bs. As., Peuser, 1954, tom o i, pág. 122. Lógicamente, este hecho no puede parangonarse con las alianzas armadas de Lavalle del año 40, pero sirve para ubicar los criterios im perantes en esa época.

5

Características del prim er gobierno de Rosas

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truso que se erigió en esta ciudad en aquel m ism o día, y que no hubiese dado ni diese de h o y en adelante pruebas positivas e inequívocas de que m ira con abom inación tales atentados, será castigado com o reo de rebelión, del mismo ,': y . . m odo que to d o el que de palabra o p o r escrito o de cual­ q u ier otra m anera se m anifieste adicto al expresado m otín .de 1? de diciem bre o a. cualquiera de sus grandes atenv c / '; ,■ tados.6 ■' L a frase “que ni diese de h o y en adelante pruebas positivas e inequívocas” y la am enaza de ser “reo de rebelión” daban al g obierno u n p o d e r discrecional de persecución sobre los ciuda­ danos y sus opiniones. L a pasión política, del m om ento, la falta de perspicacia de los hom bres y la m oderación c o n 'q u e el gobierno venía usando sus poderes, im pidió la reacción ante d ecreto tan peligroso. ‘ P ero la cuestión fundam ental se planteó en to rn o a las facul­ Debate sobre las facultades tades extraordinarias con que fue investido en el acto de su elec­ extraordinarias ción, C uando el 3 de m ayo de 1830 expiraron dichas facultades, Rosas ofreció d ar cuenta del ejercicio que había hecho de ellas. A raíz de la queja de u n d etenido se originó un debate público sobre la necesidad de tales facultades, que llegó a la Legislatura cuando úna com isión parlam entaria p ro p u so que se renovaran al g o b ern ad o r las facultades de excepción. ' E l d iputad o federal M anuel H erm enegildo de A g u irre inició la oposición exigiendo que se precisasen qué leyes se suspendían. E l m inistro T o m ás M. de A nchorena in tervino hábilm ente seña­ lando que el g o b ern ad o r no solicitaba ni deseaba tales facultades, p e ro que eran necesarias ante la situación del país. A g u irre insistió en que las facultades se lim itasen p ara honor del pueblo y del go­ bierno y p o r respeto a las leyes, y exho rtó a éste a p ro m o v er la conciliación. A g u irre fue d e rro ta d o en la votación, ju n to con C ernadas, Seniilosa, U g artech e y Luis D o rreg o —herm ano de M a­ nuel— que le siguieron. ; E l 17 de octubre, de 1831 volvió a plantearse la misma cues­ tión y o tra vez fue A g u irre el p o rtav o z de la oposición federal. E i clima había cam biado. La g u erra con Paz había term inado, p ero la violencia parecía haber acrecido. U n d iputado dijo que lacues­ tió n era injuriosa para el R estaurador, A guirre fue m olestado y debió p edir garantías p ara expresar su opinión. La, v otación ¡e d e rro tó nuevam ente, p ero el debate ¡legó a la calle evidenciando ■que había m ay o ría p o r el cese de las facultades extraordinarias. t! T ranscripto en Carlos Ibarguren, oh. cit,, pág. 221.

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El 7 de m ayo de 1832 Rosas devuelve a la Legislatura dichas facultades, pues ése es el deseo de la p arte ilustrada de la población que —señala ácidam ente— es la más in flu y en te pese a ser poco num erosa, v aprovecha para dejar sentada su opinión en contrario. Esta renuncia era un pedido disim ulado de que se renovasen los poderes de excepción sin los cuales el g o b ern ad o r consideraba que el gobierno estaría inerm e v que el caos sobrevendría. U n grupo de diputados, fiel al c riterio de Rosas, p ropuso la renovación de las facultades. O tra vez A guirre se opuso v pidió explicaciones a los m inistros. Rosas les o rd en ó no in terv en ir en los debates. Ahora fueron m uchos los que siguieron a A g u irre que esta vez obtuvo un triu n fo ab rum ador: 19 votos co n tra 8. El pueblo de Buenos Aires reclam aba más libertad v la futu ra división entre los fede­ rales doctrinarios v los rosistas quedaba insinuada. El proceso term ina cu ando el 5 de diciem bre la Legislatura .. 1„ . i i i r i i reelige a Rosas en su carg o p ero sin acordarle las facultades extra­ ordinarias. Rosas ve m enguado su p oder v herido su prestigio. Su carrera política está am enazada. C om prende que sólo un op o rtu n o rep lieg u e'p u ed e salvarle. Si un sector de su p artid o se ha cansado de él, es necesario que vuelva a ser el hom bre indispensable de 1829. Iniciando un juego m agistral, renuncia a la nueva designación de gob ern ad o r, declara que no puede hacer más nada y que la responsabilidad del fu tu ro recaerá sobre los diputados. Éstos se desorientan e insisten, pero no o frecen las facultades extraordina­ rias que espera el g o b ern ad o r. T am bién p ara ellos se trata va de una cuestión de honor. Rosas ha dejado, aparte de su acción polí­ tica, una apreciable obra adm inistrativa: ha m ejorado las finanzas fiscales, ha levantado escuelas, ha hecho c o n stru ir dos canales. So­ bre tod o , sigue siendo la prim era figura del partido. R eitera su negativa, inflexible. La Legislatura no retrocede. Por fin, el 12 de diciem bre, para salir del “impasse”, los dipu­ tados eligen g o b ern ad o r al brigadier general Ju an R am ón Balcarce que acaba de p articip ar en la g u erra co n tra el general Paz v es un antiguo federal.

F¡n dei prim er gobierno de Rosas

El general P a i y la lucha por la domiiiaeién nacional M ientras Juan M anuel de Rosas, con el con curso del general Estanislao López, elim inaba a Juan Lavalle y al p artido unitario de la escena política p orteña, el general José iMaría Paz obtenía

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Juan M a n u e l de Rosas p e rso n i­ fic ó por largos años una s u til p o lític a d e h e g e m o n ía p o rte ñ a . [R e tra to , po r C ay e ta n o Descalzi.J

una serie de triu n fo s resonantes y lograba crear en el in terio r del país una organización político -m ilitar que enarbolaba la bandera unitaria y enfren tab a a las provincias del litoral. E n abril de 1829 el general Paz con su división veterana atra­ vesó el su r de Santa Fe y p en etró en su provincia natal. El g o b er­ nador, general Bustos —su antiguo jefe de 1820— se replegó a las afueras de C órdoba, ciudad que fue ocupada el 12 de abril p o r el jefe unitario. Inm ediatam ente en tró en tratativas con Bustos te n ­ dientes a o b ten er el c o n tro l de la provincia, para lo que se m ani­ festó dispuesto a e n tra r en com binaciones pacíficas co n los otros jefes federales, prim era m anifestación de que la visión del general Paz sobre el m odo de organizar el país bajo un régim en unitario no coincidía co n la de su aliado Lavalle ni con la de los corifeos de éste. Finalm ente Bustos aceptó delegar en su adversario el g obierno de C órdoba, para que éste llamara a elecciones, sacrificio que veía com pensado con la perspectiva de ganar tiem po para p o ­ der inco rp o rar nuevas fuerzas. Paz, previéndolo, ni bien o cu p ó el gobierno le intim ó disolver el ejército. Bustos no aceptó, esperanzado en la in co rp o ración de Q uiroga. Paz no le dio tiem po. El 22 de abril avanzó sobre San R oque, donde Bustos le esperaba co n fuerzas superiores al o tro lado del río Prim ero. Paz lo aferró co n un ataque fro n tal, m ientras p o r la derecha atravesaba el río y atacaba el flanco del adversario.

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El general Paz en Córdoba

Batalla de San Roque

U n ataque com plem entario sobre el flanco izquierdo com pletó la d errota de Bustos, quien se retiró a La Rioja. Esta victoria dio a Paz una sólida base de operaciones v la adhesión de las provincias de T u cu m án v Salta. El genera] Q uiroga, cu y a influencia se extendía desde Catam arca a M endoza, salió a b a tir a quienes calificó despectivam ente de “ m ocosos vencedores de San R o que” . A vanzó en busca de un en cuentro p o r sorpresa desde el sur de C órdoba, m ientras Paz se lim itó a observar sus m ovim ientos y m antenerse en los alrede­ dores de la capital apro v ech an d o su am plio sistema de com unica­ ciones que le perm itía m últiples m aniobras, en tanto dejaba en la ciudad una guarnición. Q uiro g a o b tu v o la prim era ventaja, pues con una sorpresiva Batalla • * ' r r (jg ^3 Tablada m aniobra o cu p ó C órdoba rindiendo a su guarnición (21 de junio) V estableciendo el grueso de sus fuerzas en el cam po de La Tablada. Paz avanzó de noche sobre esa posición que atacó al m ediodía si­ guiente. Q u iro g a le doblaba en núm ero, pero sus tropas no tenían ni el arm am ento ni la disciplina de las del cordobés. La batalla, reñidísim a, consistió fundam entalm ente en un ch oque recíproco donde am bos jefes buscaron la definición p o r m edio de un ataque sobre el extrem o libre de la línea —el o tro se apoyaba sobre las barrancas del río P rim ero —, Dos veces fracasó Q u iroga en su intento v Paz logró p o r fin c o n c e n tra r allí suficientes tropas para lograr la ru p tu ra y dispersión del ala enem iga, a la que siguió el resto de las fuerzas federales. Los vencedores —agotados— no persiguieron. Q uiroga, reuni­ do con su infantería que había dejado en C órdoba, decidió buscar el desquite. Al am anecer del 23 de junio apareció sorpresivam ente sobre la retag u ard ia de Paz que se dirigía sobre la ciudad, m aniobra que el jefe unitario calificó de “ la más audaz” que había visto en su vida. El apodado T ig re de los Llanos co ro n ó las barrancas. Paz form ó en el bajo y m andó una división que p o r la derecha re cu ­ perara las alturas. L og rad o esto, dicha fuerza cav ó sobre el flanco V la retag u ard ia de Q u iro g a que debió in v ertir su fren te v pese a todos sus esfuerzos fue com pletam ente d erro tad o , perdiendo mil hom bres en tre m uertos v heridos. La superioridad de las tropas veteranas y de la capacidad m ilitar de Paz habían quedado es­ tablecidas. La victoria tu v o un epílogo siniestro. El coronel Deheza, jefe del estado m ay o r unitario, q u in tó los prisioneros —oficiales y sol­ dados— fusilando a más de un centen ar de ellos. Este acto bárbaro Q

—c o n trario a! espíritu v a las órdenes de Paz, según él afirm ó— abrió las p u erta a toda clase de represalias sangrientas. La tenacidad de Q uiroga casi no conocía límites. M ientras sus segundos aplastaban m ovim ientos unitarios en C uvo, levantó un nuevo ejército en busca de la revancha. A principios de 1830 invadió nuevam ente a C órdoba p o r el sur con algo m enos de 4.000 hom bres, m ientras Y illafañe lo hacía p o r el n o rte con más de 1.000. Paz tenía p o r entonces más de 4.000 hom bres perfectam ente ins­ truidos. D espreció la amenaza de Villafañe v e n fren tó con todas sus tropas a Q uiroga. La batalla se dio en O ncativo el 25 de febrero de 1830. O tra vez Paz buscó desequilibrar el dispositivo enem igo m oviendo el c e n tro de gravedad del ataque hacia un flanco. Kl resultado fue la división en dos de la fuerza federal v su posterior destrucción. Q uiroga, privado de regresar a su base, tom ó el ca­ mino de Buenos Aires con algunos sobrevivientes. Sólo entonces Paz se volvió co n tra Y illafañe, que retro ced ió rápidam ente, v el. 5 de m arzo firm ó un pacto obligándose a abandonar el te rrito rio cordobés v ren u n ciar al m ando militar. Las consecuencias del triu n fo de O ncativo fueron im portan­ tísimas. El general Paz, que hasta entonces había p ro cu rad o asegu­ rar su p o d erío provincial, pudo trascen d er esta esfera, transform ando a C órdoba en la cabeza de una g ran alianza de poderes provincia­ les. Buenos Aires v Santa Fe ad o p taro n una a ctitu d expectante; m ientras, Paz lanzó a sus segundos sobre otras provincias del interior. Su aliado Javier López va había ocupado Catam arca \ luego, con Deheza, a rro jó a (barra de Santiago del E stero; Lamadrid se apoderó de San Juan v La Rioja, V idela de M endoza v San Luis. El im perio de Q u iro g a había sido destruido v las espaldas de Paz estaban seguras. El 5 de julio de ese año, cin co de estas provincias pactaron una alianza con el p ropósito de co n stitu ir el Estado v organizar la República, con fo rm e a la voluntad que expresasen las provincias en el C ongreso N acional. Poco después —31 de agosto— todas las provincias argentinas, excepto las del litoral, firm aban un nuevo pacto p o r el cual concedían al g o b ern ad o r de C órdoba el Suprem o Poder M ilitar, con plenas facultades para dirigir el esfuerzo bélico al que afectaban la cuarta p arte de sus rentas. De esta m anera, Paz había reunido bajo un mismo p o d er todos los territorio s del antiguo T u c u m á n , que en frentaban ahora al prim itivo R ío de la Plata. H abía constitu id o una unidad geopolí­ tica que m ilitarm ente estaba en condiciones de m edir fuerzas con

Segunda campaña de Quiroga contra Paz

Consecuencias de Oncativo

La Liga del Interior

El Supremo Poder M ilitar

la o tra entidad form ada p o r las provincias del litoral, y polí­ ticam ente se presentaba com o una alianza de las provincias inte­ riores en p ro c u ra de una organización constitucional. La bandera unitaria levantada p o r Paz al com ienzo de su cam ­ paña, no era m eneada ahora. Las provincias aliadas conservaban sus gobernadores y legislaturas v la estru ctu ra federativa se m an­ tenía bajo la supervisión suprem a del ejército. El pacto de agosto obligaba a sus firm antes a acep tar la co n stitu ció n que resultase de la opinión prevaleciente del C ongreso. Y aunque en su m ente Paz haya supuesto que esta opinión sería unitaria, él y sus segundos eran provincianos y tenían el orgullo de sus respectivas patrias. Paz se sentía y actuaba p referen tem en te com o el líder de una gran alianza provinciana c o n tra Buenos A ires y el litoral. Los pactos dé julio y agosto tu v iero n su co n trap artid a en los esfuerzos de Buenos A ires p o r co n stitu ir un fre n te de varias p ro ­ vincias para e n fre n ta r el p o d erío crecien te de Paz. Rosas, que había previsto y vivido los fru to s de la paz co n Santa Fe y que no ignoraba que sólo la política de alianzas había posibilitado la d erro ta de R am írez, p ro c u ró fo rtalecer vínculos para evitar que Buenos A ires p udiera q u ed ar sola, peligro que fue tom ando cuerpo a m edida que C órdoba dejaba de ser la bandera de los unitarios para convertirse en un c e n tro de acción del interior. Ya en 1829 V iam onte se había co m p ro m etid o con Santa Fe a la form ación de un C ongreso, lo que satisfacía las aspiraciones organizativas de Estanislao López.

Los pactos del litoral

Rosas buscó am pliar la alianza con la in co rp o ració n de C o­ rrientes. E l co ro n el P edro F erré, figura clave de esta provincia, fue enviado a Buenos A ires y aunque se firm ó un tratad o (23 de m ayo de 1830), en las tratativas se puso en evidencia la oposición en tre quienes, com o F erré, eran partidarios de una C onstitución y los em píricos, com o Rosas, que preferían una organización de hecho en una com unidad de intereses. El problem a constitucional estaba ligado íntim am ente al económ ico y m ientras C orrientes su­ gería un régim en proteccio n ista para beneficio de las industrias locales, Buenos A ires oponía la necesidad del librecam bio por razones financieras, económ icas y de política internacional. Estas gestiones culm inaron con las conferencias de San N icolás, donde Rosas, L ópez y F erré, personalm ente, firm aro n la alianza de las tres provincias. E n tre R íos faltó a la cita, convulsionada p o r el alzam iento de L ópez Jo rd á n fom entado p o r los unitarios v sofo­ cado p o r Pascual E chagüe.

La divergencia de Corrientes

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A l resolverse la situación en trerrian a se consideró necesario un nuevo tratad o . Los delegados de las c u atro provincias se reu n ie­ ro n en Santa Fe. F erré p ropuso que se acelerara la organización nacional y se arreglara el com ercio exterior y la libre navegación de los ríos Paraná y U ru g u ay . El planteo im plicaba la pérdida para Buenos A ires del m onopolio aduanero. El delegado p o rteñ o se opuso. F e rré insistió, critic ó la posición de Buenos Aires v el sistema exclusivam ente agrop ecu ario de su econom ía, afirm ando que el librecam bism o sólo era posible cuando el país ya se hubiese engrandecido p o r un previo proteccionism o, opinión que revelaba conocim iento de la historia económ ica europea. Santa Fe v E n tre Ríos, atraídas p o r este planteo p ero cuidadosas de la alianza porteña, buscaron una posición de equilibrio que salvara la co n feren ­ cia. A cep taro n despojar, siguiendo a Buenos Aires, a la p royectada C om isión Perm anente de facultades legislativas, p ero le atrib u y ero n el p o d er de invitar a un congreso co n stitu y en te. Rosas se opuso al acuerdo, p ero al v er que L ópez y F erré eran p o r entonces p a rti­ darios de un acuerdo p acífico co n la Liga del In terio r, tem ió el aislam iento de Buenos A ires y transó, con la idea de recu p erar luego el terre n o perdido. A cep tó la idea de que se convocase un congreso, pero dem orándolo hasta que las provincias estuvieran “en plena libertad, tranquilidad y o rd e n ”, o p o rtu n id ad en que reglarían la adm inistración nacional, sus rentas y la navegación. López acep tó com placido la actitu d de Rosas, que en el fondo dilataba para tiem pos m ejores y rem otos las aspiraciones de sus aliados y que iba a ser el g erm en de los alzam ientos arm ados de C orrientes c o n tra la hegem onía de Buenos Aires, años después. A l tiem p o que Rosas transaba con sus aliados las bases del fu tu ro P acto Federal, les convencía de que no era posible la paz con el S uprem o P o d er M ilitar, que acababa de to m ar form a. Desde entonces am bos núcleos políticos, dispuestos a disputarse la dom i­ nación de la R epública, se lanzaron a una carrera arm am entista y el verano de 1831 vio la reanudación de las operaciones militares. Estanislao L ópez asum ió el m ando suprem o de las fuerzas federales. Pacheco d e rro tó a Pedernera en Fraile M uerto (5 de feb re ro ) y cu ando Paz atacó a López en Cale hiñes (1? de m arzo ), éste reh u y ó la lucha a la espera de la in co rp o ració n de Balcarce y de los resultados de la ofensiva de Q u iro g a en el su r de C órdoba.

Operaciones m ilitares en 1831

Con su acostum brada rapidez operativa, el general riojano realizó una cam paña relám pago. El 5 de m arzo, tras tres días de lucha se apoderó de R ío C uarto, defendida p o r Pringles, a quien

Campaña de Quiroga

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volvió a d e rro ta r en R ío Q u in to (17 de m arzo) siendo m uerto Pringles después de rendido. Q uiro g a vio ab ierto el cam ino de C uyo, se ap oderó de San Luis, en tró en M endoza v el 28 de m arzo batió a V'idela en Potrero de C hacón, fusilando a los oficiales ren­ didos com o represalia p o r el asesinato del general V illafañe, reali­ zado p o r los hom bres de Videla. Q uiro g a dom inaba C u v o v tenía el paso libre hacia La Rioja o hacia C órdoba. Paz vio la perspectiva de una lucha en dos frentes v el de­ rrum be del esquem a g eo p o lítico co n stru id o después de O ncativo. D ecidió entonces o p erar rápidam ente c o n tra su enem igo más in­ m ediato v avanzó sobre López seguro de vencerlo. Pero uno de esos peregrinos golpes de la suerte cam bió en un instante el curso de la situación. El m ejor estratega de nuestras guerras civiles ex­ ploraba el cam po de El T ío , el 11 de m avo, cu ando se acercó a un bosquecillo crey én d o lo ocupado p o r sus tropas, cuando lo estaba en realidad p o r una p artid a federal. C uando se apercibió ya era prisión de Paz tarde. Su caballo fue boleado v cayó prisionero. Paz era el nervio m ilitar v político de la Liga del Interior. Los cordobeses pidieron la paz que López concedió gustoso v apadrinó la elección del coronel José V . R einafé com o g o b ern ad o r de aque­ lla provincia. L am adrid se retiró a T u c u m á n perseguido por Q u i­ roga. Diez jefes y oficiales de Paz fueron fusilados p o r orden de Rosas. Ibarra recu p eró el g o b iern o de Santiago del Estero. Sólo Lam adrid resistía y fue deshecho p o r Q u iro g a en la batalla de la Cindadela (4 de n o v iem b re), donde se rep itió la ejecución de jefes y oficiales. E l general Paz pudo salvarse de la cruel ley de esos tiem pos gracias a la p ro tecció n de López, quien resistió los insis­ tentes pedidos de Rosas de que: “es necesario que el general Paz m uera” .7 La g u erra había con clu id o de m odo a lavez sorpresivo y El Pac,° brillante p ara los federales. La Liga del In terio r se había esfum ado — y el litoral había consum ado su alianza con la firm a del Pacto Federal p o co antes de la iniciación de la cam paña. El 4 de enero de 1831 los particip an tes de las conferencias de Santa F e K habían docum entado su alianza en la que reconocían la recíproca inde­ pendencia, libertad, rep resentación v derechos de las provincias, establecían la form a de los auxilios v m andos m ilitares, la incorpo7 Carta borrador d? la colección Farini citada por Ernesto Celesia, ob. cit., pág. 194. 8 Los firmantes originales sólo fueron Buenos Aires, Entre Ríos y Santa Fe, adhiriéndose poco después Corrientes, por lo que el pacto puede consi­ derarse com o inicialmente cuadripartito.

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ración de otras provincias a la alianza, la extradición de crim inales v los derechos de im portación v exportación. La única condición im puesta a quienes se adhirieran era acep­ ta r el sistema federal v no d iscu tir los térm inos del Pacto. F.l rápido derrum be de la Liga prohijada p o r Paz, facilitó la incorporación de las otras provincias al Pacto Federal, que llegó a co n stitu ir así un acuerdo de carácter nacional.” Pero vencido el enem igo com ún tom aron im portancia otros aspectos del tratad o en el que las partes no habían estado tan acordes. U n o de sus artículos estipuló la constitución de una C o­ misión R epresentativa de los G ob iern o s de las Provincias L itora­ les, con residencia en Santa Fe, integrada p o r un d ip u tado de cada gobierno, con facultades de d eclarar la guerra v celebrar la paz, de disponer m edidas m ilitares v —cláusula clave— de invitar a todas las provincias a reunirse en federación con las tres litorales v organizar el país p o r m edio de un C ongreso Federativo. Desde el principio se d iscutieron las facultades de la C om i­ sión R epresentativa. Se recordará que desde tiem po atrás Buenos Aires había venido ejerciendo la representación nacional en las cuestiones exteriores, v así tam bién lo había hecho el general R o­ sas. El Pacto atribuía a la C om isión R epresentativa com petencia en cuestiones interiores, pero no alteraba aquella representación, es decir que —com o afirm a T aü A nzoátegui— el pod er nacional queda­ ba bifurcado. Rosas se cuidó m uv bien de sostener esta bifurcación, para luego pasar a sostener la falta de necesidad de la Comisión una vez lograda la paz.1" A p a rtir de ese m om ento, Rosas no dejó de buscar la disolu­ ción de dicha Com isión, que había transferido a Santa Fe buena parte de la autoridad nacional. En realidad, Rosas tem ía que aqué­ lla Negase a m aterializar la co nvocatoria al Congreso, sobre cuva inoportunidad no dejó de pronunciarse repetidas veces, llegando hasta invocar la falta de fondos para costear su instalación." Sus cartas a Q u iro g a en este sentido tra ta ro n de anular la prédica con” T a l A n z o á t e g u i , V ícto r v A U k t i r f , l-duardo. Manual de historia de las instituciones arnentinas, Kd. La Ley, Bs. As.. 1967, pág. 57. Recomendamos la interpretación y análisis del Pacto que realiza este autor. 10 Carta de Rosas a Q uiroga del 4 de octubre de 1831, Correspondencia entre Rosas, Quiroga y l.ópez, Buenos Aires, H achette, 1958, págs. 51 a 55. " V er al respecto las cartas de Rosas a Quiroga del I" de diciem ­ bre de 1829, 4 de octubre v 12 de diciembre de 1831 y 28 de febrero de 1832, así com o la célebre del 14 de diciembre de 1834. Tam bién es ilustrativa la de Quiroga a Rosas del 12 de enero de 1832, donde expresa ser federal sólo por respeto a la voluntad de los pueblos, no por opinión propia. I-n Corres­ pondencia entre Rosas, Quiroga v López, ob cit., págs 51 i 7 5 v 90.

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traria de López. P o r fin, Rosas buscó un p retex to fútil para retirar el d ip u tad o p o rte ñ o de la Com isión v no lo reem plazó nunca, te r­ m inando así de hecho la existencia de ésta. E n tre ta n to , Ibarra reclam aba la organización del Estado v Q uiroga p articipaba de las preocupaciones constitucionales de López. A fines de 1832 los c o rren tin o s parecieron p e rd er la paciencia v M anuel Leiva afirm ó agriam ente: Buenos Aires es quien únicam ente resistirá la form ación del Congreso, p o rq u e en la organización v arreglos que m editan, pierde el m anejo de nuestro tesoro con que nos ha hecho la gu erra, y se co rta rá el com ercio de extranjería, que es el que más le p ro d u c e .12 Pero la reacción constitucionalista y an tip orteña no se co n ­ cretó. E i p o d er efectivo del país se dividía entre tres grandes: Rosas, L ópez y Q uiroga. Este últim o estaba disgustado con los dos prim eros, especialm ente co n “el gigante de los santafesinos” com o lo llam aba despectivam ente. Pero ninguno tenía p o d e r p ro p io para oponerse a los demás e im ponerles su criterio. La desconfianza y el resentim iento im pidieron a L ópez y a Q u iro g a hacer fren te com ún co n tra Rosas. T am b ién lo im pidió el pred icam ento de éste sobre cada uno de ellos. H ábilm ente, Rosas cultivó las coincidencias con cada uno y explotó sus debilidades. C uando p u d o doblegó, cuando no pudo, neutralizó. Al descender del gobierno, a fines de 1832, el g o b ern ad o r de Buenos Aires ejercía p o r delegación de las provincias las relaciones exteriores de la R epública v los intentos constitucionalistas habían sido frenados. C om batido en el orden provincial, Rosas triu n fab a en el nacional.

La escisión del federalismo porteño El retiro de Rosas al negarse a la reelección fue un hábil re ­ pliegue p ara lanzar su ofensiva en busca del p o d er absoluto que entonces le regateaban. R etirándose visiblem ente de la acción polí­ tica, hizo el vacío al g obierno, m ientras p o r un lado m ontaba una acción p artidaria de propaganda y agitación —luego de conspira­ ción— y p o r o tro afro n tab a una tarea que aum entaría su prestigio y lo m antendría en la expectativa pública. A ntes de ab andonar el poder, hizo ap ro b ar un p ro y e c to de 12 F a c u l t a d

de

F

il o s o f ía

y

L

etra s,

D ocum entos para la Historia argen­

tina, Buenos Aires, tom o xvn, pág. 114. 1 c;

M in u é en B uenos A ires. [A c u a re la re a liza d a por P e lle g rin i en 1831.]

expedición c o n tra los indios, tendiente a conq u istar todas las tie­ rras situadas al n o rte del río N e g ro , v de estrech ar a las tribus entre varias fuerzas condenándolas a la d estrucción. El p ro y e cto era am bicioso v suponía la colaboración de las otras provincias amenazadas v aun del g o b iern o de Chile. La colum na occidental estaría com andada p o r el general A ldao, la del c e n tro p o r el general Ruiz H u id o b ro v la del oriente p o r Rosas. Q uiro g a sería el com an­ dante en jefe. E nferm o entonces, Q uiro g a no dem ostró m ayor entusiasm o p o r la em presa, actuando a la distancia sobre los dos destacam entos del oeste v el cen tro , sin in te rfe rir en la acción de Rosas. La falta de recursos de aquéllos hizo fracasar a la colum na central v restó m ovilidad a la de A ldao, p o r lo que el peso de la cam paña recayó sobre las fuerzas de Rosas. F.1 g o b iern o chileno no c o n c u rrió con las fuerzas program adas. Este desbarajuste del plan original no p e rtu rb ó al caudillo p o rteñ o quien a fines de m arzo de 1833 ya estaba en cam paña. Pero los fondos escaseaban y el g o b iern o de B alcarce no pareció m uy dispuesto a esforzarse en conseguirlos. En realidad, el nuevo g o b ern ad o r era un buen federal, un hom bre recto que apreciaba a Rosas, pero irresoluto e influenciable. Los federales antirrosistas eran m ayoría en la Legislatura v no pensaban agitarse para acrecen­ ta r la influencia de Rosas. Las dificultades logísticas eran m uy grandes y la capacidad para resolverlas poca, p o r lo que casi desde

La m e d ia c a ñ a . [L ito g ra fía e fe c tu a d a por P e lle g rin i.) El b a ile e ra u n a de las fo rm a s corrientes d e e n tr e te n im ie n to social, ta n to c iu d a d c o m o en el c am p o : M in u é en B uenos A ires y La m e d ia c añ a .

en

la

su partida el ejército expedicionario se en co n tró privado de m uchas cosas v con la sensación de haber sido abandonado p o r el gobierno. Rosas recu rrió a sus am igos —hacendados m uy interesados, además, en el éxito de la em presa— v con su co n cu rso suplió todas las necesidades. La división en tre los federales d o ctrinarios v los rosistas c re ­ cía día a día v se reflejaba en el ejército. En el río C olorado, doce oficiales se separaron de la expedición. Pero Rosas siguió adelante. El 10 de m avo alcanzó el río N e g ro v a fin de mes llegó a ChoeleChoel. Castigando a las indiadas hacia todas las direcciones, las colum nas se extendieron p o r el oeste hasta la confluencia de los ríos N eu q u én v Lim av, v p o r el noroeste hasta el río A tuel donde alcanzaron la división de A ldao. Pacheco —uno de los jefes claves de la cam paña— reflejaba en una carta las expectativas de una em­ presa que se p ro lo n g ó d u ran te to d o el invierno: L a expedición . . . tendrá m ejores resultados de los que el mismo G eneral se había prom etido, El podrá o frecer a su regreso un océano de cam pos útiles para la labranza v lim pios de indios, con los datos resultados de reconoci­ m ientos p rá c tic o s.13 18 Citada por Juan Carlos W alther, La Conquista del Desierto, Buenos Aires, C írculo Militar, 1964, pág. 311.

E n efecto, 2.900 leguas cuadradas habían sido ganadas, las co ­ m unicaciones con Bahía Blanca y Patagones increm entadas, y d u ­ rante un buen tiem po los cam pos ya ocupádos qued aron libres de la amenaza de los indios. Si los resultados no fuero n m ayores —des­ de 1840 se reanuda la presencia agresiva de los indios— fue porque al no ser com batidos los indios sim ultáneam ente desde el lado chi­ leno, pudieron h uir al o ccidente de la cordillera v años después regresar con nuevos ím petus. Rosas fue bien pagado p o r su éxito: la isla de C hoele-C hoel y , sobre todo, un renovado p restigio en tre el pueblo. Pero durante la expedición no había utilizado su tiem po sólo en los problem as militares. M antuvo con diversos personajes y especialm ente con su m ujer, E ncarnación E zcurra, una activa correspondencia polí­ tica a través de la cual o rientaba la acción de sus partidarios. La división en tre los federales había alcanzado co n tornos defi­ nidos y casi violentos. D oña E ncarnación, aplicando su tem p era­ m ento exaltado a los fríos planes de su m arido, se co n vierte en un agente político de suma im portancia. T o d o lo inform a, to d o lo prevé, sabe am edrentar, estim ular, sondear; para ella no hav mis­ terios: tiene listas de los enem igos, listas de los pusilánim es, listas de los partidarios, listas de los fanáticos. El bajo pueblo, las cria­ das y esclavas, los mozos, los hom bres de pulpería, llevaban y traían inform ación a su propia casa: el espionaje se organiza así con cien ­ zudam ente y desde entonces va a ser una pieza política caracte­ rística del sistema rosista. Los com isarios C uitiño y Parra se tran s­ form an en agresores de los disidentes del R estaurador: es el germ en de la “Sociedad R estauradora La M azorca” que d e n tro de poco adquirirá form a y siniestro prestigio. Los fieles a Rosas subrayan su condición con el apodo de apostólicos, en tan to que los federales doctrinarios son'llam ados cismáticos. El general Balcarce trata de m antenerse n eu tral en el prim er m om ento. P ero a su lado hay dos hom bres decididos a hacer frente a Rosas: el general E nrique M artínez, m inistro de G u erra , y el general O lazábal. La prensa se desata en injurias recíprocas. Los doctrinarios cierran filas tras de M artínez. El 16 de junio la esci­ sión se oficializa en ocasión de las elecciones a las que ambos grupos co n cu rre n con listas separadas. Los cism áticos se ganan el apodo —p o r el colo r de la guarda de las boletas— de lom os negros. Llevan al propio Rosas en tre sus candidatos a diputado, sea para co n fu n d ir, sea para am arrar al R estau rad o r a un cargo secundario. T riu n fa n y Rosas renuncia a su banca. in

Apostólicos v. cism áticos

E l clim a de violencia ha crecid o tan to que en o c tu b re es seguro un estallido. El diario rosista E l Restaurador de las L e yes publicó un artícu lo injurioso para Balcarce, p o r lo que el fiscal lo som etió a proceso. C om o un huracán co rrió p o r la ciudad la am bigua n o ti­ cia de que sería procesado el R estau rad o r de las Leyes. G entes del bajo y del suburbio, gauchos y soldados se ap retu jaro n fren te al tribunal, dirigidos p o r com andantes militares. E l choque con la guardia de seguridad se p ro d u jo y en m edio de una inmensa grita la pueblada se retiró a Barracas, donde jefes de origen distinguido asum ieron su dirección: M aza, R olón, M anuel P u ey rred ó n , Q uevedo, etc. El general A gu stín de Pinedo asum ió el m ando de los revolucionarios, m ientras P ru d en cio Rosas reunía tropas en la cam ­ paña. E ra el 11 de o c tu b re de 1833. U n breve com bate desfavorable al gobierno afirm ó a los rebeldes que reclam aron el cese en el m ando del general Balcarce, quien sólo se m antenía en él a ins­ tancias del general M artínez. C om enzaron las tratativas, de las que Rosas tu v o cuidadosa inform ación. Si d u ran te los días precedentes —dice un testigo— ningún bando podía acusar al o tro de haberse excedido m ás,14 estas gestiones fu ero n tensas p ero pacíficas. La presión p o p u lar y el dom inio de la cam paña daban a los rev o lu ­ cionarios todas las ventajas. El 3 de noviem bre la Legislatura, en­ cargada p o r B alcarce de resolver sobre su con tin u ación en el m an­ do, le dio p o r renunciado y n o m b ró en su reem plazo al general Ju an José V iam onte. E n últim o térm ino, los artífices de la victoria, p o r la cuidada preparación del m ovim iento, habían sido d on Ju a n M anuel y doña E ncarnación, bien que el p rim e ro lo hubiese hecho en la trastienda y excusara su participación. Los lom os negros habían sufrido una seria d erro ta p ero no habían sido elim inados de la escena política. C onservaban todavía el dom inio de la Legislatura y el p ro p io V ia­ m onte era un d o ctrin ario que estaba más cerca de Balcarce que de Rosas. E ra ferviente p artid ario de la conciliación, com o había dem ostrado en 1829. Pero ése no era, en opinión de los rosistas, m om ento para conciliaciones. E ncarn ació n E zcu rra fue de las prim eras en expresar su dis­ g usto p o rq u e se había entreg ad o el p o d er a o tro s “m enos m alos” 14 A gustín Ruano en noviem bre de 1833. Citado por E rnesto Celesia, ob. cit., pag. 306. Sobre el proceso de este movimiento ver: G abriel J. Puentes, El Gobierno de Balcarce, Buenos Aires, H uarpes, 1946.

Revolución de los Restauradores

Gobierno de Viamonte

Los ho m bre s del ré gim en : M a nuel V. Maza, F e lip e A rana y Á ngel P acheco.

que los anteriores, pero que no eran “am igos”. Rosas se quedó en el cam po, sin una palabra de ap o y o al nuevo gobierno. Su cónyuge inspiró a Salom ón, B urgos, C uitiño v otros la form ación de la Sociedad Popular Restauradora (L a M azo rca), que se co n stitu y ó inm ediatam ente en instrum ento de terro rism o político: las casas de los opositores fueron apedreadas y baleadas. Los “cism áticos” com enzaron a em igrar, com o en 1829 lo habían hecho los unitarios. V iam onte, bloqueado políticam ente, se dedicó a la tarea adm i­ nistrativa v dejó sentadas las bases del ejercicio del P atronato ecle­ siástico v de la futu ra norm alización de las relaciones entre la Iglesia v el Estado argentino. El 20 de abril de 1834 los “apostólicos” ganan las elecciones. Días después llega al país Rivadavia y es acusado de ten er parte en una conspiración m onárquica. El m inistro G arcía trata de de­ fenderlo y es o b jeto de ataques periodísticos v personales. El gene­ ral Álzaga acusa a G arcía v éste pide para sí juicio de residencia com o m edio de justificación. V iam onte, harto, renuncia el 5 de junio, días después de haber ord en ad o la expulsión de Rivadavia. Q uiroga, radicado en Buenos Aires p o r entonces, será la única m ano tendida a favor del ex presidente. La Legislatura eligió, el 30 de junio, g o b ern ad o r al general R o­ sas. Era el resultado lógico. Pero Rosas renunció el cargo una v o tra vez. A legó que aceptaría la tarea si pudiese cu m p lir sus obliga­ ciones , velado recu erd o de que no contaba con las facultades extra­ ordinarias que siem pre había considerado necesarias. Señaló las

otras razones que hacían inútil su sacrificio v se cuidaba de a fir­ m ar que p o d ría objetarse que tal vez no encargándom e del gobier­ no de la provincia se me m irará, en razón de la buena opinión que m erezco a los federales, com o un estorbo a la m archa de cu alquier g obierno que se estab lezca.''• Los diputados no se resignaron a co n ced er las facultades que habían causado la crisis de fin de 1832. Rosas renu nció p o r cuarta vez. E ntonces se eligió go b ern ad o r, sucesivam ente, a M anuel v N icolás A nchorena, a Ju an N . T e rre ro v a Á ngel Pacheco, todos fervientes rosistas, que rechazaron los nom bram ientos. P or fin se encargó provisoriam ente del g obierno al presidente de la Legisla­ tura, Dr. M anuel V icen te Maza, íntim o am igo de Rosas. La misión de M aza no podía ser otra que p rep arar el acceso al gobiern o del R estaurador, quien había unido a ese títu lo el de H éro e del D esierto, m ientras su activa conso rte m erecía el apodo de H ero ín a de la C onfederación. Los rosistas habían cerrad o filas V ahora sí era total la d erro ta de los d o ctrinarios. U n suceso des­ graciado, que guarda relación con la situación de las provincias interiores, iba a facilitar aquella misión. D urante el año 1834 habían em peorado seriam ente las relaciones entre el g o b ern ad o r de Salta, general L ato rre v el de T u cu m án , Felipe H eredia, quien el 19 de noviem bre declaró la g u erra al prim ero. N o tic ia d o el gobierno porteño, decidió in terv en ir p o r aplicación del Pacto Federal y Maza ofreció la tarea de m ediador al general Q u iroga, cu v o pres­ tigio en el n o rte era indiscutible. Q uiro g a quiso co n o cer la opinión de Rosas, quien aprovechó la ocasión para renovar su prédica en co n tra de la organización constitucional, en lo que convino finalm ente el caudillo riojano. Las mismas instrucciones oficiales hacían referencia a ese asunto, V una últim a carta de Rosas entregada al enviado en el m om ento de partir, volvía m achaconam ente sobre el tem a, com o si tem iera que el voluble caudillo reto rn ara a su idea prim itiva. C uando Q u iro g a llegó a Santiago del E stero, se en teró de que L atorre había m uerto en manos de un m ovim iento co n trario salteño. Se dedicó entonces $ deliberar con los g o bernadores v el 6 de feb rero de 1835 logró un tratad o de am istad en tre Santiago, ,r> Versión de A dolfo Saldías, según papeles de Arana; ob. cit., tom o i, pág. 431.

Maza gobernador

Misión de Quiroga en el Norte

Salta y T u cu m án , tras lo cual em prendió el regreso a Buenos Aires. A la ida había sido advertido de que elem entos del g o b ern ad o r de C órdoba querían asesinarlo. D espreció todos los avisos v el 16 de febrero, en jurisdicción de C órdoba, en el lugar de Barranca Yaco, fue asaltado y m u erto p o r una partida al m ando del capitán Santos Pérez.

Asesinato de Quiroga

La m uerte del ilustre caudillo rom pía el equilibrio triangular del federalism o argentino. ¿Q uién había planeado el crim en? In­ dudablem ente el g o b ern ad o r Reinafé. En el m om ento cayeron sospechas sobre Estanislao López v aun sobre Rosas; E ra conocida la anim adversión recíp ro ca erttre Q uiroga v el jefe santafesino, disim ulada en aras del triu n fo co m ú n y de la paz. Pero López había afirm ado su influencia sobre C órdoba y no podía pensar en ir más allá, y no hay pru eb a alguna de que haya tenido parte en el asunto, aun cuando, p o r un e rro r de perspectiva política, pueda haberse alegrado de la desaparición de Q uiroga. T am p o c o en to rn o de Rosas hay algo más que vagas sospechas. Q uiroga —el único hom bre que se atrevió a am enazarle— estaba dem asiado de­ pendiente de sus opiniones en esa época para co n stitu ir un obs­ táculo a sus planes. Esta discusión nos parece ociosa. Interesa saber más bien, quién fue el beneficiario político de la desaparición del caudillo. La influencia unitiva que Q u iro g a ejerció sobre C u y o v el noroeste no fue heredada p o r nadie, v los g o b ernadores locales actuaron con independencia recíp ro ca desde entonces. Así el in­ te rio r desapareció com o fuerza política coherente. Q uedaban el li­ toral, bajo la influencia de L ópez y Buenos A ires, donde Rosas afirm aba cada vez más su poder. López, aunque p rovinciano v “patriarca de la fed eració n ”, carecía de las condiciones políticas para extender su ó rbita de influencia sobre los te rrito rio s que habían respondido a Q uiroga. Rosas sí las tenía. A dem ás Santa Fe, aun con la dudosa alianza de C orrientes v E n tre Ríos, no podía e n fren tar al Buenos Aires de entonces, con un g o b iern o que c o n ­ taba p rácticam en te con casi toda la opinión a su favor. La m uerte de Q uiroga beneficiaba pues a Rosas, quien lentam ente se co n virtió en el árb itro de to d o el país. D esde 1835, la figura de López co ­ m ienza a d ecrecer y el país en tra, sin discusión, en la época de Rosas.

Consecuencias de la muerte de Quiroga

El crim en p ro d u ce un notable im pacto en Buenos Aires. La som bra del caos, que Rosas siem pre había agitado ante amigos y enemigos, parece convertirse en una certeza. Maza renuncia a su cargo. E ntonces, lo que no habían podido los argum entos lo pudo el m iedo. El tem o r a una nueva anarquía definió el voto de los representantes: p o r 36 votos co n tra 4 se n o m b ró g o b ern ad o r por 5 años a Juan /Manuel de Rosas, en quien se depositó la sum a del poder p ú b lico , para sostener “ la causa nacional de la federación” . En cu an to a la reacción personal de Rosas, está consignada en una carta de esos días, donde tras relatar el asesinato de Q uiroga exclama: ¡Qué tal! ¿He conocido o no el verdadero estado de la tierra? ¡Pero ni esto ha de ser bastante para los hom bres de las luces v los principios! ¡Miserables! Y vo insensato que me m etí con sem ejantes botarates. Ya lo verán ahora. El sacudim iento será espantoso v la sangre argentina c o ­ rrerá en p o rcio n es."1

IK Carra a Juan José Díaz, del 3 de marzo de 1835. Publicada en Papeles Je Rosas v citada por C. Ibarguren, oh. cit., pág. 312.

Rosas nuevamente gobernador

I 22

EL APOGEO

Política económ ica de Rosas

C uando Rosas asum ió el g o b iern o en 1829 la situación de las en Si829CiÓn finanzas fiscales de Buenos A ires era pésima y los negocios p arti­ culares habían sufrido g randem ente p o r la dism inución del c o m er­ cio exterior com o consecuencia de la g u erra con el Brasil v la siguiente co ntienda civil. Las provincias interiores, que habían vis­ to un leve florecim iento de sus industrias a causa del bloqueo naval, vieron cortarse ese proceso en cu an to la g u erra se extendió a sus territorios. A u n q u e B uenos A ires p r o g re s a -le n ta m e n te , ya se p e rc ib e n c a m b io s re s p e c to del B uenos A ires de la In d e p e n d e n c ia . [C a b ild o y P o lic ía , seg ún P e lle g rin i.]

La econom ía p o rteñ a se apoyaba en la p ro d u cció n ganadera y el com ercio exterior, razón p o r la cual su interés prim ordial eran los cam pos baratos v los bajos im puestos a la exportación, para m antener v apipliar el m ercado extranjero. C onsecuente co n este sistema, que aprobaba entusiastam ente el g ru p o social al que pertenecía, Rosas p ro c u ró no in n o v a r \n la m ateria d u ran te su prim er gobierno. A nte to d o , se dedicó a poner orden en la adm inistración, haciendo econom ía en los gastos e im poniendo un m ejor co n tro l. Fiel a los intereses de los ganaderos v propietarios, evitó aum en tar los im puestos que además de per­ judicar los negocios de éstos hubieran p ro v o cad o un aum ento en el costo de la vida, co m p ro m etien d o p o r esta vía el apoyo de las clases populares. Su m argen de m aniobra quedó así m uv reducido, por lo que c e n tró su esfuerzo en dism inuir el d éficit presupuestario —va que no podía alcanzar el equilibrio— v estabilizar el valor del papel m oneda. D urante el in terreg n o B alcarce-V iam onte-M aza no se p ro d u ­ jo innovación alguna de trascendencia, v cuando Rosas retom ó el gobierno la deuda pública seguía siendo crecida v el problem a financiero p o rteñ o insoluble. Rosas, realista en esto com o en to d o , evitó sum irse en planes com plejos v am biciosos. Su acción se o rien tó persistentem ente ha­ cia dos objetivos co n creto s v lim itados: econom ía en los gastos v eficacia en la p ercepción v adm inistración de las rentas.1 En este sentido, p erfeccio n ó el régim en aduanero, desestim ó la co n trib u ció n directa —a la que juzgó poco productiva y resis­ tida p o r los terraten ien tes—, v a p artir de 1836 recu rrió a la venta de tierras públicas para en ju g ar el déficit. C uando este recurso fue insuficiente, fo rzó las econom ías en los gastos, pero en este punto no siguió un criterio o rto d o x o dejándose llevar p o r cuestiones po­ líticas. Así, m ientras c e rró la U niversidad v suprim ió los fondos para asilos v hospitales, m antuvo un abultado presupuesto policial V no dejó de aplicar fondos a fines políticos. En cu an to al presu­ puesto m ilitar, co n tin u ó g rav itan d o seriam ente sobre los gastos. Fn 1836 representaba el 2 7 '/ del total, pero en 1840 a causa de la guerra se elevó al 71 '/< v desde entonces apenas bajó del 5 0 '/ . Su resistencia a aum en tar los im puestos hizo que en caso de extrem a necesidad recurriese a la emisión, especialm ente en el últim o lustro, de m odo tal que el circulante aum entó en quince 1 Burgin, M irón, Aspectos económicos del federalismo argentino, Bue­ nos Aires, H achette, 1960, pág. 241. - Idem, pág. 262.

Acción de Rosas durante su prim er gobierno

En el segundo gobierno

años en un 1.000 ' / . En cam bio, logró reducir la deuda interna en 1840 a 1850, de 36.000.000 de pesos a algo menos de 14.000.000. Los problem as financieros del gobierno de Rosas no eran los únicos ni los principales. N i siquiera la deuda con Baring Brothers le trajo m ayores preocupaciones. Rosas nunca se decidió a hacer sacrificios especiales para pagar a los acreedores extranjeros, y debe decirse que G ra n B retaña nunca presionó para ello. Pero el co n cep to de aquél sobre el ord en y la probidad adm inistrativa lo llevó a p agar a p artir de 1844 la m odesta suma de $ 60.000 al año, reanudando así el pago suspendido en 1827. El problem a fundam ental fue la oposición en tre librecam bistas y proteccionistas, polém ica que excedía el ám bito provincial v que tuvo —o debió tener p o r sus pro y eccio n es— p ro p orciones nacio­ nales. La polém ica no afectaba a los porteños, pues unitarios y federales eran, p o r igual, p artidarios del librecam bio, aunque dife­ rían en la form a de aplicarlo. Sólo grupos num éricam ente pequeños v de no m ucha gravitación —artesanos, agricultores, pequeños co ­ m erciantes— sentían atracción p o r el proteccionism o. Las otras provincias, en cam bio, querían p ro te g er su p ro d u c­ ción frente a la com petencia extranjera y deseaban un aum ento de los im puestos aduaneros. C uando en su p rim er gobierno Rosas desgravó la im portación; algunas provincias se consideraron trai­ cionadas. Pero Rosas defendía los intereses ganaderos v su a rg u ­ m ento frente a los proteccionistas fue que el consum idor m erecía tanta pro tecció n com o el p ro d u c to r y que un aum ento de los im puestos p rovocaría un alza del costo de la vida. En las conferencias de Santa Fe p rim ero y luego en la C om i­ sión R epresentativa, en 1832, la polém ica alcanzó nivel oficial asu­ m iendo el representante c o rre n tin o F erré la defensa del p ro tec ­ cionism o. El delegado p o rteñ o alegó entre otras razones que el proteccionism o era co n trario al progreso de la industria pecuaria, que perju d icaría el com ercio de exportación v aum entaría el costo de la vida. Adem ás, sostenía que la industria nacional era incapaz de satisfacer la dem anda del país. Sostuvo, p o r fin, que no debían sacrificarse las ventajas presentes a los dudosos beneficios del fu ­ turo. En su réplica —que va hemos m encionado antes— F erré c ri­ ticó el librecam bio com o fatal para el país, ya que si bien bene­ ficiaba a la ganadería im portaba una postergación indefinida del desarrollo industrial. E ra necesario que Buenos Aires revisara su política para adecuarla a los intereses de to d o el país. T am bién exigía que no m onopolizara el com ercio exterior y que los ríos

Librecam bio v. proteccionism o

Paraná v U ru g u a y se abrieran a dicho com ercio, haciendo p a rtí­ cipes a las provincias de los beneficios fiscales de aquél. Al peso de estos argum entos, que tenían el prestigio de em a­ nar de un federal insospechado, Buenos Aires sólo podía op o n er el argum en to de que habiendo recaído en ella la deuda nacional de la época rivadaviana, era lógico que m onopolizara la principal fuente de recursos con que debía pagar esa deuda. De Angelis y otros periodistas se p reo cu p aro n p o r co m b atir la tesis de Ferré, pero lo que éstos no p udieron, lo logró un hecho político. Aquella tesis fue usada p o r Leiva y M arín para p ro p u g n ar una política co n tra Buenos Aires, v descubierto el hecho, el anatem a cavó sobre sus a u to re s,o b lig a n d o a F erré a esperar nuevos tiem pos para reanudar su prédica. C uando Rosas vuelve al poder, su agudeza política le lleva a hacer un p rim er in ten to serio de arm onizar sus intereses econó­ m icos con los de las provincias del interior. La lev del 18 de di­ ciem bre de 1835 aum entó las tasas aduaneras a la im portación en general, liberó to talm en te de tasas a los p ro d u cto s que Buenos Aires prod u cía con un alto nivel de calidad v pro hibió totalm ente la in trod u cció n de ciertos p ro d u cto s —trig o , harina, etc .— p ro d u ­ cidos en el país, rom piendo así p o r prim era vez con la tradición librecam bista. La nueva lev favoreció a los agricultores, que pasaron a ap oyar al general Rosas. Los p ro d u cto res de vinos, textiles y lanas del in terio r tam bién se beneficiaron, v tu v ieron la im presión de que Buenos Aires em pezaba una política económ ica de interés nacional. F.n 1837 Rosas volvió a aum entar las tarifas, pero al p ro d u ­ cirse el bloqueo francés, las pérdidas del com ercio le llevaron a reducirlas en un t e r c i o . I - a g uerra subsiguiente im pidió el retorno a la ley de 1835. E m pezó a sentirse una progresiva escasez de p roducto s m anufacturados, v com o no se d ictó ninguna medida de fom ento industrial, el incipiente p ro teccionism o fue abandonado lentam ente. Desde 1841 se perm itió la in tro d u cción de artículos prohibidos p o r la ley de 1835, lo que prácticam ente ponía fin al experim ento. Desde entonces, las provincias no p udieron esperar nada de Buenos Aires en el plan económ ico. En 1848 el fin de la g u erra internacional b rindó ciertas con3 Es probable que la presión de los hacendados haya tenido más fuerza en la decisión que ios efectos del bloqueo francés. Ferns sostiene que los efectos de éste sobre el com ercio inglés fue casi nulo y que en 1839 aum en­ taron las im portaciones inglesas en Buenos Aires. V er H . S. Ferns, Gran Bretaña y A rgentina en el siglo XI X, Solar-H achette, Buenos Aires, 19, pág. 25H.

Una experiencia levemente proteccionista

Regreso al librecam bio

diciones para un nuevo aum ento de las tarifas, p ero la ruina general de la econom ía y en p articu lar de la industria, hacían im posible pensar en un sistema de proteccionism o. Si en las conferencias de Santa Fe se invocó el interés in te r­ nacional para justificar el librecam bio, dicho arg u m ento no fue real, aunque haya sido sincero el tem o r de una reacción inglesa a una política proteccionista. E n 1837, al elevarse las tasas, lord Palm erston aconsejó al m inistro inglés en Buenos A ires que no se quejara oficialm ente, aunque le recom endaba señalar al gobierno las virtudes del librecam bio. Y en los dos años anteriores no dio G ran Bretaña paso alguno en este sentido. E n realidad, el gabinete inglés tem ía más a los disturbios políticos que a las leyes rioplatenses com o obstáculo al com ercio. Y Rosas era para él una garantía de paz. E n m ateria de tierras, la p o lítica de Rosas estuvo enderezada La tierra principalm ente a p o d er disponer del m ay o r núm ero de tierras p ú ­ blicas enajenables, com o m edio de p o b lar la pam pa y com o recurso fiscal. Con este objeto, se d edicó a liquidar p rogresivam ente el sistema de enfiteusis. La ley de 1836 aprobó la venta de tierras dadas en enfiteusis; aquellos enfiteutas que no las com prasen pa­ garían un arrendam iento duplicado. En m ayo de 1838 se lim itó la enfiteusis a las zonas apartadas co n el arg u m en to de que la dem anda de tierras para la ganadería se había acrecentado y que la pro p ie­ dad era el m ejor m edio de p ro m o v er el bienestar social. E ste proceso no co n d u jo a una red istrib u ció n de las tierras entre nuevos g rupos sociales, pues los adquirentes perten eciero n al m ism o 'co n ju n to de p ropietarios, a los que se agreg aron aquellos m ilitares que las o b tu v iero n com o prem ios a sus servicios. Sin em ­ bargo, Rosas in ten tó p o r este m edio aum entar la p ro d u c ció n y la población ru ral, en las que veía el fu tu ro de Buenos Aires. C uando el bloqueo de 1838-39, se p rev iero n dificultades para la exportación y en consecuencia dism inuyó el interés p o r la co m ­ pra de tierras y la provincia q u ed ó co n grandes extensiones que no p u d o vender. La insignificancia de la ag ricu ltu ra hizo que Rosas diera pocos pasos para favorecerla. E n realidad, las dificultades para el desarro­ llo agrícola eran m uchas: escasez de m ano de obra y su alto costo, m étodos prim itivos que ocasionaban un rendim iento bajo, falta de capital para c o m p rar m aquinarias y herram ientas, dificultad y costo del tran sp o rte que obligaba a re c u rrir a tierras cercanas a los cen ­ tro s de consum o y p o r ende de m ay o r precio. P o r fin, la com pe-

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tenpia extranjera era ruinosa. C o rta r ésta o asegurar a los chacareros una ganancia segura hubiera p ro v o cad o un alza del costo de la vida que el g o b iern o no q uería afro n tar. Sólo cuando en 1835 el precio del trig o había bajado en un 66 % se p ro h ib ió la im por­ tación. La reacción fue inm ediata, el p recio se estabilizó, p ero al sobrevenir la g u erra aum entó vertiginosam ente —un 2.000 % ap ro ­ xim adam ente— lo que obligó a d ar m archa atrás. H acia 1851 los precios habían bajado a la m itad. La m ay o r p arte de los argum entos referidos a la agricultura valen para la industria p o rteñ a: falta de capital, de c réd ito , de m ano de obra, de m aquinaria. El panoram a que bosquejam os al respecto para el p erío d o 1810-30 no se había m odificado en lo substancial y Rosas no dio n in g ú n em puje para favorecer un cam ­ bio. E n resum en, podem os d ecir que la política económ ica de Rosas en el ám bito restrin g id o de la provincia se caracterizó p o r el orden fiscal, una excesiva dependencia de los intereses ganaderos, y en lo demás, pragm atism o y falta de im aginación. Pero donde la cuestión adquiere más im portancia es viendo el sistema rosista en fu n ció n nacional. Buenos Aires quiso cargar con la responsabilidad p o lítica del país en el plano in tern o e in te r­ nacional, p ero se negó a responsabilizarse de su bienestar econó­ m ico y social, lo que com o dice B urgin, c o n stitu y ó la trágica in­ consecuencia del sistema.4 Esta actitu d no puede, sin em bargo, atribuirse exclusivam ente a su afán de riqueza o a su egoísm o. D esde m ayo de 1810, Buenos Aires había tom ado la iniciativa del cam bio nacional y había em ­ pezado trab ajan d o para to d o el país y para A m érica. La resistencia y el odio de las provincias la hizo desviarse de aquellas metas y se replegó sobre sí misma. E n definitiva, el localismo p o rteñ o tenía dos vertientes: una de ellas p ro p en d ía a librar a Buenos A ires del peso m u erto de una federación de provincias em pobrecidas. La o tra era la que afirm aba el vitalism o p o rte ñ o para im ponerlo al resto del país. E n estas dos líneas está en g erm en la diferencia entre los segregacionistas del 60 y los nacionalistas com o M itre. E n síntesis, el aislacionism o económ ico chocaba con el in­ tervencionism o p olítico. L legó u n m om ento en que las p e rtu rb a ­ ciones que ocasionaba el m antenim iento del sistema —guerras in te­ riores, etc.— term in aro n siendo m ayores que sus ventajas. T a n to en el plano económ ico com o en el p olítico, el tiem po de Rosas había acabado v sólo faltaba el m ovim iento que lo derribara. 4 B u r g in ,

M irón, ob. cit., pág. 355.

c r i t i c a a i s is te m a

El contexto internacional de la época E uropa com enzó en 1830 a vivir una década de agitación p o ­ lítica y nacionalism o. Residuo de las invasiones napoleónicas, el espíritu nacional tom aba vuelo en todas partes v se rebelaba contra los límites políticos del A ntiguo R égim en que todavía subsistían. A quellos lím ites respondían sobre to d o al prin cip io de legitim idad v los revolucionarios del 30 querían establecerlos según v en nom ­ bre de la nacionalidad. Así lo preten d iero n los polacos, sin éxito, y los belgas con la m ejor suerte, em ancipándose del dom inio de los Países Bajos. Más incipiente, el m ovim iento se extendió por Italia v Alemania. Al mismo tiem po o tro elem ento actuaba com o m o to r de las agitaciones políticas: el radicalism o ideológico, que venía pene­ tran d o desde fines del siglo an terio r, en contraba cada vez menos soportable el absolutism o im perante en el contin en te, v adquirió form as revolucionarias entre 1830 v 1834. Su m av or éxito fue la revolución francesa de 1830 que arro jó del p oder al p re té rito C ar­ los X y elevó al tro n o —p o r la m ediación de la burguesía liberal— a Luis Felipe de O rleáns, an tig u o candidato al c e tro del R ío de la Plata. U na co rrien te d em ocratizante que p ropugnaba el sufragio universal se expandía p o r E uropa y desde 1832 obtenía pacíficas v progresivas ventajas en G ra n Bretaña. El signo de esta década fue p redom inantem ente político. Sólo entrados ya los años 40, la ola de prosperidad que reina en E uropa va a despertar los anhelos de las clases más pobres que han vivido hasta entonces en un estado de trem enda miseria com o consecuencia de la revolución industrial: hacinam iento urbano, pauperism o, tra ­ bajo infantil, etc. Los disturbios, en adelante, especialm ente en to rn o al año 1848, ten drán una tónica m arcadam ente social. Al mismo tiem po se había p ro d u cid o una m utación del m ovi­ m iento intelectual. El rom anticism o, que había venido abriéndose cam ino desde fines del siglo xvm , adquirió form as renovadas. Des­ de 1830 su p rogram a de ru p tu ra con la tradición clásica v de nuevo sentido de la literatura, se com plica en algunos de sus seguidores con una creciente relación en tre el rom anticism o literario v el “espíritu radical”. N ace así el rom anticism o del progreso, con fina­ lidades políticas v nacionalistas.'1 Este proceso no era absurdo. Lo 5 R e n o u v i n , Pierre, Historia de las relaciones internacionales, M adrid. Aguilar, 1964, tom o n. volumen i, pág. 18.

Nacionalismo y radicalism o

El rom anticism o del progreso

“clásico” representa una necesidad de o rden, de síntesis, una regu­ lación del pensam iento, el sentim iento v la acción; esto significaba a su vez exclusiones v sacrificios para el cread o r, que tarde o tem ­ p ran o eran resentidas. E ntonces, nuevas form as buscaban expresión rom piendo aquellos m oldes, v estas form as en su m anifestación de fines del siglo xvm co n stitu y e ro n el rom anticism o: signo de ru p ­ tura, rebelión c o n tra las form as fijas v las reglas; en suma, la susti­ tu ción del “eth o s” clásico p o r el “ pathos” rom ántico. N o debe extrañar, pues, que este espíritu de rebeldía fuera proclive a anidar otras rebeldías en o tro s planos del intelecto y la vida social. Por algo, cronológicam ente, el tiem po del clasicism o coincidía con el tiem po del absolutism o prerrev o lu cio n ario . Su supervivencia en el período rom án tico no era sino un signo de su antigüedad. T al vez lord B yron fue inconscientem ente el p rim ero que, al convertirse en m ártir de la libertad política, aproxim ó el rom anticism o literario al radicalism o político. P or fin el m ovim iento va a derivar, a través del aristo crático Saint-Sim on, hacia una form a supranacional v so­ cial, que ya abandona casi su m atriz original. Saint-Sim on predicaba que sobre los intereses nacionales debía tenderse a la unión p o r el interés co m ú n superior. Este supranacionalism o lo convierte en un p rec u rso r de los europeístas de 1950. P ero en oposición a los saint-sim onianos, se desarrolla otra c o rrien te de m ay o r vigor, venida del idealismo alemán v que tenía en H egel su m ay o r exponente: desarrollaba una nueva teoría del E stado, en la que éste era la expresión de una unidad de cultura, de una unidad nacional. De allí se deriva una política de poder, en la que el E stado es dom inante. Las teorías nacionalistas p o r un lado, el “élan” rom ántico por o tro y el resentim iento c o n tra la dom inaciórí extranjera, son las tres coordenadas que determ inan en Francia, en 1830, el ro m p i­ m iento co n la política de co ntem porización con los Aliados que desde 1815 la m antenían bajo contro l. La izquierda dinástica, p u n to de apoyo de Luis Felipe, conduce al repu d io «del legitim ism o y al consiguiente reconocim iento de la independencia de todos los países latinoam ericanos. Al mismo tiem ­ po, repudia la política de no intervención v el gabinete declara que no aceptará atentados c o n tra los derechos de los pueblos ni co ntra el hon o r de Francia. Se inicia una política de “ frente alta” y Luis Felipe, que en el fo n d o es un pacifista y que com o todos los esta­ distas europeos tem e un co n flicto general, buscará válvulas de

Saint-Simon y Hegel

Francia

escape para la presión nacionalista. La principal es la invasión de A rgelia que term ina con la ocupación (1830-36). P rim era tendencia expansionista desde la caída de N ap o leó n , es sintom ática la lentitud de los procedim ientos franceses, que van tanteando la reacción británica. P ero G ra n B retaña ad o p ta una actitu d resignada ante esta penetración en su dom inio del M editerráneo. E n realidad, los in­ gleses p refieren que los franceses o rienten sus deseos expansionistas hacia Á frica en lugar de E u ro p a. Y cuando los franceses tom an p ar­ tido en el co n flicto de la sucesión española, a la m uerte de F e r­ nando V II, apoyando a la regente M aría Cristina c o n tra M ettern ich que apoya a d on Carlos, In g laterra se p one del lado francés para n eutralizar su influencia, y reem plazarla al term in ar el conflicto. Las sim patías de la opinión francesa estaban divididas. Desde M m e. de Staél en adelante una ola pro g erm án ica parecía invadir el país; germ anism o de tip o cu ltu ral que p ro p o n ía al pueblo ale-mán com o m odelo de E uropa. Sólo en 1832, Q u in et detecta la influencia prusiana sobre los dem ás pueblos alemanes v su peligro para Francia. O tra co rrien te, que se desarrolla en las clases altas, es probritán ica. T ien e tam bién origen cultural: influencia de Shelley y W . S c o tt y adm iración p o r el liberalismo. Estas dos co ­ rrientes actu aro n com o balancines reguladores de la política fran ­ cesa, que no logra hacia Inglaterra la deseada estabilidad. E n L ondrps existía, com o consecuencia de la época napoleó- Gran nica, una m arcada desconfianza hacia Francia, cuyos arrebatos bé­ licos se tem ían. T am b ién eran tem idos el crecien te p o derío y el absolutism o de Rusia. D u ran te dos décadas la política exterior británica estuvo orientada p o r tres estadistas de categoría: Castlereagh, C anning y Palm erston. E l p rim ero se dedicó a realizar una “política com ercial” m uy apreciada p o r sus connacionales y a c o n ­ ten er a R usia; el segundo p ro c u ró cuidadosam ente desligar a su país de com prom isos en el co n tin en te y co n tin u ó la política de “equilibrio” de C astlereagh; el tercero , si bien conservó el p ra g ­ m atism o de sus antecesores y la política de paz y desarrollo co m er­ cial, desconfió a la vez de absolutistas y revolucionarios e inauguró una cierta “arrogancia p o lítica” que sirvió de co n trap artid a a la política exterior francesa. E n definitiva, las dos potencias se con tro lab an v respetaban evitando e n tra r en conflicto. La cuestión del R ío de la Plata (18381848) se inscribe p erfectam en te en este esquema. D u ran te la década del 30, los Estados U nidos m antuvieron una Estados actitu d de prescindencia en los conflictos europeos a cam bio de

unidos

la exclusión de E u ro p a del escenario am ericano (d o c trin a M on­ ro e). Su expansión se lim itaba entonces a los territo rio s del Mississi­ ppi. Pero al finalizar la década se plantean los co nflictos con M éxico v la cuestión tejana v se desarrolla hasta 1850 la conquista del oeste. Esta política territo rial tu v o escasa oposición. G ran Bretaña, que se vio afectada p o r el asunto de O reg o n , cuidaba demasiado el m ercado yanqui, uno de los principales consum idores mundiales de m ercaderías británicas, para arriesgar un co nflicto. Además existía en tre los políticos ingleses, incluido Palm erston, la convic­ ción de que el pro g reso am ericano era incontenible, convicción que reflejaba un cierto o rg u llo com o m adre-patria. En cu an to a F rancia, c u y o interés se vio alcanzado en la cuestión m exicana, padecía desde el tiem po de T o cqueville de una am ericanofilia notable. Los Estados U nidos seguían siendo la tierra liberada con la ayuda de L afayette. A estas actitudes Estados U nidos respondió con dem ostracio­ nes de gran prudencia, p ro cu ran d o no entrom eterse en los intereses de aquellas potencias cu an d o los suvos propios no fueran fu nda­ mentales. Así, cuando se plantea la cuestión del R ío de la Plata —Estados U nidos tiene en tre m anos los asuntos de T ejas, M éxico v O re g o n — se cuida m uv bien de sacar a relu cir la doctrina M onroe. H acia 1846,1 cuando Rosas^ entra en el últim o lustro de su situación S .“ '?!?0.?® il. europea dom inación, el panoram a m undial com ienza a d ar señalas de cam ­ bio. Desde 1840 la expansión económ ica es palpable. U na ola de prosperidad se expande p o r E uropa. G ran B retaña v Francia reali­ zan el “lanzam iento” de su industria pesada. En todas las grande^ potencias —excepto R usia— se im pone el ferro carril com o revolu­ cionario m edio de tran sp o rte. El m ercado financiero deriva así de las inversiones inm obiliarias a los valores accionarios v tom a form a el capitalism o financiero. A estas transform aciones económ icas co rresponde, en el plano político, la difusión del sufragio universal. El en frentam iento franco b ritán ico se transform a en una discreta lucha económ ica: expan­ sión de las exportaciones inglesas co n tra el p ro teccionism o v la com petencia francesa. Es la g u erra aduanera que term ina, en esta prim era etapa, con una transacción. El m undo intelectual es m enos fácil de c o n ten tar. Los escri­ tores tom an conciencia de la miseria reinante en las clases humildes, la crítica política v social crece, v m ientras los herederos de H egel siguen p ro p o n ien d o teorías del Estado que subrayan la política

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del poder, el socialismo hace su aparición va no bajo la form a posrrom ántica de Saint-Sim on, sino en las utopías de P roudhon v en la form ulación filosófica m aterialista de Carlos Marx. F.l año 1848 fue de agitaciones en casi toda E uropa. Luis Felipe fue d erribado p o r la alianza ocasional de la burguesía, el pueblo v la Ciarde N a t ¡ovale v se proclam ó la R epública. En A le­ mania surge la revuelta de los cam pesinos, en Italia los carbonarios tom an alas, M arx publica su “ ¡Manifiesto C om unista” . La cuestión social pasa a ser dom inante en ciertos círculos y co n stitu y e el meollo de los co nflictos internos. Pero o tro s am bientes no perciben este cam bio radical v viven todavía en los esplendores entrelazados de la aristocracia v la burguesía, alentados p o r una expansión eco­ nóm ica sin precedentes. Para estos núcleos, que deten tan el poder en to d a E uropa, la década del 50 se inicia bajo el anhelo de “ Paz. Riqueza \ H o n o r” .

Acción y reacción Rosas subió al pod er en tre el desborde de entusiasm o de los “apostólicos” en una ciudad engalanada de rojo. Su inm ediata p ro ­ clama c o n stitu y ó un program a de acción. A la expresión p atern a­ lista que presidió su prim era ascensión al poder, se su stituyó el anuncio ton an te de la represión del enem igo: N in g u n o ignora que una fracción num erosa de hom ­ bres corrom pidos, haciendo alarde de su im piedad y p o ­ niéndose en g u erra abierta con la religión, la honestidad v la buena fe, ha in tro d u cid o p o r todas partes el desorden v la inm oralidad, ha desvirtuado las leves, generalizado los crím enes, g arantido la alevosía v la perfidia. El rem edio de estos males no puede su jetar a form as v su aplicación debe ser p ro n ta y expedita. I.a Divina Providencia nos ha puesto en esta terrible situación para p ro b ar nuestra virtud v cons­ tancia. Persigam os de m uerte al im pío, al sacrilego, al ladrón, al hom icida, v sobre to d o al p érfid o v traid o r que tenga la osadía de burlarse de nuestra buena fe. Q ue de esta raza de m onstruos no quede uno en tre nosotros v que su persecución sea tan tenaz v vigorosa que sirva de te rro r y de espanto. Si la situación local no justificaba tan terribles amenazas —el partido unitario carecía de opinión v la facción disidente del fede­ ralismo había sido d estruida— la situación del in terio r derivada del asesinato de Q uiro g a hacía tem er a Rosas un resurgim iento del caos.

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La a d h e s ió n y el fa n a tis m o p o lí­ tic o se e x te rio riz a b a n h a s ta en la m oda. [G u a n te s con la e fig ie d e R osas.]

E n el n o rte las cosas evolucionaban en favor de A lejandro H eredia, g o b ern ad o r de T u c u m á n en quien Rosas no depositaba demasiada confianza. Las dem ás provincias de la ó rbita de Q u iroga, prom etían cambios. H ab ía que castigar al g o b ern ad o r de C órdoba, sospechado de com plicidad en el crim en de B arranca Yaco. Y com o Reinafé era hom bre de López, debía obrarse a la vez co n firm eza y tacto. Rosas no esperó com plicaciones para afirm arse en el orden local. E n m ayo de 1835 d estitu y ó a centenares de em pleados pú­ blicos sospechosos de oposición o frialdad hacia el g o b ernador, dio de baja a más de un cen ten ar de m ilitares p o r idéntica causa y m andó fusilar a varios com plotados. El periódico oficial decía p in ­ torescam ente que había acabado “el tiem po de g am betear”. Y R o ­ sas mismo le anunciaba a Ibarra la nueva consigna: “ está co ntra nosotros el que no está del to d o con n osotros” . N o bastaba la adhesión. E ra necesaria la adhesión total. Esta exigencia dio origen a las más variadas m anifestaciones de obsecuencia política. Banderas, colgajos, im ágenes del R estau­ ra d o r se lucían en casas, salones, adornos, v la divisa punzó era infaltable. Ya en 1836 se registran entronizaciones en lugares p ú ­ blicos de retrato s del general Rosas, anticipo de las “procesiones cívicas” donde el re tra to del G o b e rn a d o r fue paseado con un ritual parecido al del Santo Yriático.

M ientras Rosas m ontaba su aparato represivo, que desde 1839 Las provincias adoptaría la form a del “te r r o r ”, desplegaba su diplom acia con los gobernadores de provincias. El de M endoza, P ed ro M olina, tras un fugaz in ten to de independencia, se m ostró dócil a sus solicita­ ciones y reprim ió el co m p lo t del coronel Barcala; se descubrió a la vez otra conspiración en San Juan que tam bién se fru stró v llevó al p o d e r a N azario Benavídez, que sería uno de los hom bres fieles a Rosas en el interio r. E l co ro n el T om ás Brizuela asum ió el go­ b ierno de La Rioja. E n Salta, tras prolongada agitación, H eredia im puso a su herm ano Felipe com o go b ern ad o r. C on excepción de Ibarra, Rosas desconfiaba de estos hom bres para quienes las rela­ ciones de fam ilia tenían más vigencia y fuerza que los colores políticos y en su corresp o n d en cia les predicaba el d estierro de la tolerancia de que hacían gala. A m ediados de 1836, Rosas logró de Estanislao L ópez el visto bueno para o p erar c o n tra R einafé. A fin de julio clausuró Ja fro n ­ tera con C órdoba, en lo que le siguieron otras provincias. Poco después los responsables del crim en de Q uiro g a eran detenidos y procesados en Buenos Aires. Al año siguiente fuero n ejecutados José V icente R einafé, sus dos herm anos, Santos Pérez y otros có m ­ plices. E n la silla vacante de la g o bernación cordobesa, logró im ­ po n er a fines de 1836 a M anuel López, con lo que la provincia se aproxim ó a la ó rbita bonaerense, apartándose discretam ente de Santa Fe. A paren tem en te, Rosas había logrado un bloque p o lítico hom o­ géneo con todas las otras provincias, con excepción de C orrientes, que continuaba haciendo gala de independencia. P ero se avecina­ ban conflictos que dem ostrarían que la alianza de los gobernadores argentinos, que habían delegado en Rosas el ejercicio de las rela­ ciones exteriores de la N ación, no tenía la cohesión esperada. H asta en trad o el año 1 8 3 6 las cuestiones internacionales no preo cu p aro n m ay o rm en te a Rosas. E n 1 8 2 3 el g o b iern o de Buenos A ires había com enzado la colonización de las islas M alvinas, c u y o dom inio había heredado de España. En 1 8 2 9 n o m b ró g o b ern ad o r de las islas a Luis V ern et, quien p oco después detu v o tres barcos norteam ericanos p o r pescar sin perm iso en aguas argentinas. Se originó una cuestión diplom ática que fue in terru m pida p o r el asalto que hizo la fragata “L ex in g to n ”, de bandera norteam ericana, co n tra P u erto Luis, principal establecim iento m alvinero. U na ola de indignación se alzó en Buenos Aires v se term in ó expulsando

La c u e s t ió n

Vl

al representante n o rteam ericano, lo que originó una interrupción de relaciones de más de diez años. La naciente colonia quedó p rácticam ente destruida, pero en el mismo m om ento en que Buenos Aires hacía valer sus derechos ante los Estados U nidos, los ingleses redescubrían su interés por las islas, que les p erm itirían un m ejor co n tro l del A tlántico Sur y del estrecho de M agallanes. En agosto de 1832 lord Palm erston decidió hacer valer su soberanía sobre el archipiélago, al mismo tiem po que la goleta argentina “S arandí” se establecía en Puerto Luis. A llí la en c o n tró la “C lio” de la R oval N av y , cu y o capitán intim ó al del barco argentino, el 2 de enero de 1833, que arriase el pabellón nacional en la isla. A nte la negativa, al día siguiente ocupó el p u erto , rindiendo a la escasa g uarnición v obligando a la “Sarandí” a hacérsela la vela. M anuel V . M aza, g o b ern ad o r a la sazón, calificó el hecho de “ejercicio g ratu ito del derech o del más fu e rte ” , la capital se co n ­ m ovió de indignación, el m inistro argentino en L ondres presentó una protesta v a m ediados de año c o rrió el ru m o / de que sería retirada la representación argentina en L ondres. Inglaterra rechazó la protesta y co n tin u ó la ocupación de las islas. Buenos Aires reiteró periódicam ente su reclam ación v la cosa no pasó de allí. Carecía de los m edios materiales para hacer valer su derecho v las relaciones con G ran B retaña presentaban o tro s puntos de im por­ tancia que había que cuidar, sobre to d o cu an d o años después se pro d u ce la intervención francesa. C uando Rosas se hizo cargo del gobierno, to m ó la cuestión m alvinera con circunspección, p ro cu ­ rando que no fuera causa de un co n flicto internacional v dejar a salvo los derechos argentinos. H acia 1841 tra tó de negociar la posesión de las islas, p ero el silencio v la posesión de facto de los ingleses c o n stitu y ero n una barrera infranqueable. D esde entonces v hasta hoy las islas M alvinas fueron un p u n to de honor en las relaciones argentino-británicas, que siem pre fue dejado a salvo por nuestros gobiernos, p ro cu ran d o a la vez que no entorpeciera las buenas relaciones en tre los dos países. En el extrem o n o rte de la A rgentina se cernía o tro conflicto. Bolivia, bajo la co n d u cció n dictatorial del m ariscal Santa C ruz, pro cu rab a acrecen tar su influencia sobre el Perú. Los em igrados argentinos, con L am adrid a la cabeza, intrigaban desde su territo rio co n tra los gobiernos de Salta v T u cu m án . A fin de 1836 Chile declaró la g u erra a la recién constituida C onfederación PeruanoBoliviana. Rosas consideró que era el m om ento para elim inar la

Guerra con so livia

amenaza en el n o rte y el 19 de m ayo de 1837 declaró la guerra a Santa C ruz. O cu p ad o en el co n flicto con Francia, designó a H eredia com andante de las fuerzas argentinas. Éste se desesperó p o r ponerlas en pie de g u erra y clam ó a Rosas p o r auxilios, pero lo que Rosas le enviaba era to talm en te insuficiente. E n abril de 1838 Santa C ruz, en una proclam a, dio p o r term inada la guerra p o r no ten er enem igos a quienes com batir. H eredia le buscó y fue vencido en el com bate de C u y a m b u y o el 24 de junio. M ientras, los chilenos llevaron el peso real de la g uerra v la c o ro n aro n éxitosam ente con la victoria de Y u n g a y (20 de enero de 1838) tras la cual se desm oronó la C onfederación Peruano-B oliviana v el p o d er de su creador. Las preocupaciones políticas no habían sofocado en Buenos ¿¡a A ires las inquietudes intelectuales. C om o en 1812, es la juventud la portad o ra de ellas. En 1830 regresó al país Esteban E cheverría tras cinco años de perm anencia en París v desde entonces se c o n ­ virtió en el o ráculo de los jóvenes con inquietudes intelectuales. P rim ero en casa de M iguel Cañé, luego en el Salón Literario de M arcos Sastre, se reunían a desarrollar tem as de letras, artes v política. A dem ás de E cheverría, Sastre y Cañé, figuraban G u tiérrez, A lberdi, T e je d o r, V icente Fidel López, etc. Rosas, que siem pre había recelado de los “b o tarates” de plum a, ve con malos ojos a estos jóvenes inquietos y reform adores. C uando el periódico La M oda, órgano del g ru p o , no se une al c o ro general que censura el bloqueo francés, se hacen sospechosos de afrancesam iento a los ojos del R estaurador. Sabía Rosas que aquéllos eran tributarios de E uropa en m ateria literaria v filosófica. Pedro de Angelis, el m ejo r intelectual rosista, los calificó de “ro m ánticos” . El ojo policial se aplicó sobre ellos, que sintieron cercenada su libertad. Fue un e rro r de Rosas enajenarse desde el vamos una juventud valiosa y cuyas predisposiciones políticas no le eran adversas. R e­ negaban de la división violenta en p artidos y del teoricism o de los viejos unitarios. M ientras eran sospechados de extranjerism o, el tucum ano Juan Bautista A lberdi escribía en 1837 sobre Rosas a quien llamaba “persona grande y pod ero sa” : D esnudo de las p reocupaciones de una ciencia estrecha que no cultivó, es ad v ertid o desde luego por su razón espontánea, de no sé q u é de im potente, de ineficaz, de incond u cen te que existía en los m edios de g obierno p ra c­ ticados v preced en tem en te en nuestro país; que estos me-

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Generación

dios im portados v desnudos de toda originalidad nacional, no podían ten er aplicación en una sociedad, cuyas co n d i­ ciones norm ales de existencia diferían totalm ente de aque­ llas a que debían su origen exótico; que por tanto, un siste­ ma pro p io nos era indispensable . . . . . . lo que el gran m agistrado ha ensayado de practicar en la política, es llamada la juventud a ensayar en el arte, en la filosofía, en la industria, en la sociabilidad: es decir, es llamada la juven tu d a investigar la lev V la form a nacional del desarrollo de estos elem entos de nuestra vida am erica­ na, sin plagio, sin im itación, v únicam ente en el íntim o v p ro fu n d o estudio de nuestros hom bres v de nuestras cosas. Y agregaba: H em os pedido pues a la filosofía una explicación del v ig o r gigantesco del pod er actual: la hem os podido en­ c o n tra r en su c a rá c ter altam ente representativo . . . . . . El Sr. Rosas, considerado filosóficam ente, no es un déspota que duerm e sobre bayonetas m ercenarias. Es un rep resentante que descansa sobre la buena fe, sobre el co ­ razón del pueblo. Y p o r pueblo no entendem os aquí la clase pensadora, la clase propietaria únicam ente, sino tam ­ bién, la universalidad, la m ayoría, la m ultitud, la plebe." Años después Esteban E cheverría se hacía eco con ren co r de aquella fru strad a esperanza de los jóvenes del 37 que vieron en Rosas al posible c o n stru c to r de la A rgentina que soñaban: H o m b re afo rtu n ad o com o ninguno (R osas) todo se le b rindaba para acom eter con éxito esa em presa. Su p o p u ­ laridad era indisputable; la juventud, la clase pudiente v hasta sus enem igos más acérrim os lo deseaban, lo esperaban* cuando em puñó la suma del p o d er; v se habrían reconci­ liado con él y ayudádole, viendo en su m ano una bandera de fratern id ad , de igualdad v de libertad. Así, Rosas hubiera puesto a su país en la senda del verdadero progreso: habría sido venerado en él y fuera de él com o el p rim e r estadista de la A m érica del Sud; y habría igualm ente paralizado sin sangre ni desastres, toda tentativa de restauración unitaria. N o lo hizo; fue un im* bécil v un malvado. H a p referid o ser el m inotauro de su país, la ignom inia de A m érica v el escándalo del m u n d o .' * A l b e r d i , Juan Bautista, Fragmento preliminar al estudio del Derecho, Buenos Aires, La Ley, 1958, págs. 20, 21 y 27. 7 E c h e v e r r í a , Esteban, Ojeada retrospectiva sobre el m ovim iento in ­ telectual en el Plata desde el año 57, incluido en Dogma Socialista y otras pá­ ginas políticas, Buenos Aires, Estrada. 1956. pág. 39.

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Los nu evos ideólogos: Juan B a u tis ta A lb e rd i y E steb an E c h e v e rría tra ta n de s u p e ­ rar la o p osición e n tre fe d e ra le s y u n ita rio s , [ó le o s re a liza d o s por P e lle g rin i.]

Pero en tre el au tó crata co n serv ad o r que era Rosas v estos jóvenes renovadores, había p ro fu n d o s abismos, p o r más sim ilitudes que se señalaran. E ran éstos cu lto res de la libertad —p o r la que Rosas sentía m u y p oco afecto —, eran partidarios de la organización constitucional del país, de la igualdad y el p rogreso —todos térm i­ nos integrantes de las Palabras Sim bólicas del D ogm a socialista de la A sociación de M ayo—, Y si A lberdi consideraba com o fin la “em ancipación de la plebe” a través de “in stru ir a la libertad” , o sea capacitar al pueblo p o r la cu ltu ra para el ejercicio político y social, poca relación tenía esto con el populism o paternalista de Rosas. C uando el g ru p o sé desilusionó del R estaurador, a la vez que era discretam ente perseguido, o p tó p o r la clandestinidad. E ntonces nació —el 23 de junio de 1838— la A sociación de la Joven G enera­ ción A rg e n tin a , y se encom endó a E cheverría la redacción y ex­ plicación de las Palabras Sim bólicas que co n stituirían el D ogm a socialista. Rosas no les perdía pisada. E ntonces E cheverría se m archó a lc a m p o , A lberdi a M ontevideo, o tro s m iem bros provincianos vol­ vieron a sus hogares donde levantaron con renovado entusiasm o los ideales de la A sociación: Q u iro g a Rosas en San Juan, donde tendrá seguidores en Sarm iento, A berastain v V illafañe, quien lue­ go la hará su rg ir en T u cu m án , d onde le seguirá M arco Avellaneda. V icente F. López, aunque p o rteñ o , la hará g erm inar en C órdoba donde, entre otros, convencerá a los herm anos F errev ra. P or fin, en

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f

M ontevideo se in co rp o ró al g ru p o B artolom é M itre, que aun no tenía 20 años. P oco a p o co la m ayoría de los fundadores de la A sociación em igraron. El núcleo principal, con E cheverría, se radicó en M ontevideo, donde en 1839 se publicó p o r prim era vez el D ogm a socialista. Los unitarios puros, com o A ndrés Lamas v F lorencio Varela, encuen tran insólitas las ideas de estos jóvenes: son dem asiado re­ volucionarias, dem asiado contrarias a sus cánones; se las critica, ellos tam bién les tachan de rom ánticos. P or entonces adoptan el nom b re de A sociación de M ayo. Rosas, en tretan to , los ha incluido en el calificativo genérico de “salvajes u n itarios” . N ad a más reñido co n el ideario unitario que el D ogm a de la A sociación. Pero Rosas, com o señala E nrique Barba, al u n ir a toda la oposición bajo un solo nom bre, le dio una apariencia de cohesión y un prestigio, que ni respondía a la reali­ dad ni habría logrado p o r sí el p artid o unitario propiam ente dicho.K La A sociación consideraba que el país no estaba m aduro para una revolución, que p o r ser sólo m aterial no ten d ría más alcance que el de un cam bio en la superficie. Proclam aba la revolución m oral, es decir, un cam bio en la m entalidad nacional, que term i­ naría d errib an d o sin sangre a la tiranía. La cu ltu ra europea del g ru p o no anulaba sus afanes nacionales. A lberdi era trib u ta rio de V ico, L erm inier v Savignv en tre otros; E cheverría era ad m irad o r de Schiller v B yron; en cuestiones polí­ ticas y sociales se había form ado en to rn o a Sism ondi, Leroux y Saint-Sim on; su filosofía de la historia se apoyaba en V ico v G uiz o t y su form ación cristiana viajaba de Pascal a Lam ennais y C hateau b rian d ; M itre ' devoraba autores europeos y basta leer el Diario de su juventud para ten er la prueba de ello. Pero si esta erudición los presentaba personalm ente com o “europeizados”, se constituían en defensores de la tradición que estim aban el “pu n to de p a rtid a ” de la reform a. T od av ía en 1846 E cheverría predicaba co n tra el encandilam iento con los sistemas e ideas europeos v la necesidad de adaptarse al país. Ser gran d e en política —decía— no es estar a la altura de la civilización del m undo, sino a la altura de las nece­ sidades de su país." K B a r b a , Enrique, M., La campaña libertadora del general Lavalle. A r­ chivo H istórico de la Provincia de Buenos Aires, La Plata, 1944, pág. xv. s E c h e v e r r í a , Esteban, oh. cit., p á g . 33.

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A cusaban a los unitarios de carecer de crite rio social, a los federales de despotism o; eran em inentem ente dem ócratas —com o tradición, prin cip io e institución, decían— pero no eran populistas: el progreso del pueblo sería a través de la cu ltu ra, que constituiría su verdadera carta de ciudadanía. Así atribuían los males del u n i­ tarism o a la le y de sufragio universal. Si la “rebelión intelectual” m erecía de Rosas más desprecio que preocupación, no pasó lo m ism o con el creciente descontento que desde 1836 se desarrollaba en un secto r de los hacendados p o r­ teños. Parte de ellos se había beneficiado con el régim en de enfiteusis que les había perm itido la explotación de grandes extensiones a costos bajos, y la ley de 1836, agravada p o r la de 1-838, term inaba prácticam en te con ese régim en. Al d escontento económ ico se aña­ dió el disconform ism o político, p o r la form a violenta en que eran reprim idos todos aquellos que m anifestaban cierta independencia hacia el p artid o oficial. Lo grave de este estado de cosas era que se p roducía en el c en tro m ism o del p o d er de Rosas: la cam paña bonaerense. Chascom ús y D olores eran el núcleo del malestar. E n esas circunstancias, un c o n flicto con F rancia, originado en asuntos bastante nimios, actu ó com o d etonante de un am biente político caldeado, que distaba de los resultados del famoso plesbiscito de 1835, en el que sólo o cho ciudadanos sobre más de nueve mil electores negaron su aprobación al general Rosas."' Las relaciones francoargentinas pasaban p o r un p erío d o deli­ cado a raíz de la negativa del g o b iern o de Buenos Aires —en 1834— de co n c erta r un tra ta d o que pusiera los m iem bros de la colonia francesa en igualdad de condiciones con los ingleses. U n dudoso incidente sobre unos mapas de interés m ilitar co n d u jo a la prisión del litógrafo César H ip ó lito Bacle, de nacionalidad francesa. El cónsul francés R o g er intercedió, y en el ínterin falleció Bacle. R oger, en un lenguaje inusitado reclam ó indem nizaciones, a lo que Rosas replicó intim idándole que abandonara el país. A esta cuestión se sum ó casi en seguida la del servicio m ilitar de los ciudadanos franceses, a diferencia de los británicos que estaban exentos de él p o r el T ra ta d o de 1824. T odas estas cuestiones se suscitaban en el m om ento en que el gobierno francés hacía gala de una política fu erte y “ de h o n o r” y había dem ostrado éxitosam ente sus afanes intervencionistas en varias partes de) globo, especialm ente en Argelia y M éxico. F.l pri10 Tom am os los datos del plebiscito de Adolfo Saldías, oh. cii., tom o n, pág. 11.

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Descontento en la campaña sur

El conflicto con Francia

m er m inistro, conde de M olé, que apoyaba además las aspiraciones de Bolivia, decidió ad o p tar con la C onfederación A rgentina la política de fuerza que venía practicando en otras partes v ordenó al alm irante Leblanc que apoyase coercitivam ente con fuerzas na­ vales las gestiones del cónsul R oger. El 30 de noviem bre de 1837 dos barcos de g uerra franceses se estacionaron en la rada de Bue­ nos Aires. Los pasos de R oger im portaban d esconocer al m áxim o la psi­ cología de Rosas v del pueblo de Buenos Aires. A nte la presión arm ada, el g obierno dem ora la respuesta a las reclam aciones para term inar afirm ando —en nota cu y o p ropósito no adm itía du d a— que no había tenido tiem po de estudiar el caso con la necesaria detención. F.I cónsul acusa el im pacto v denuncia un silencio ofen­ sivo hacia el g obierno de Su M ajestad. Rosas le replica descono­ ciéndole c a rá c ter d iplom ático e indicándole que se limite a asuntos consulares. En febrero, Leblanc llega a M ontevideo con instrucciones de apovar a R o g er con “ medidas co ercitivas” no especificadas. Una nueva gestión de R o g er term ina con la entrega de sus pasaportes para que se aleje del país. Leblanc declara el 28 de m arzo de 1838 el bloqueo de Buenos Aires v demás puertos de la C onfederación, a p a rtir del 10 de m avo. Buenos Aires se indigna. A su vez, L ondres bram a co n tra la m edida v un lord sugiere que es un caso de g u erra c o n tra Francia. Pero no es ésa la línea política británica. N u n ca un asunto sudam ericano había ocasionado una guerra europea v no sería éste el caso. A dem ás, era una tradición inglesa el reconocim iento de los bloqueos. Saint-Jam es guardó un p rudente silencio, dejando a la prensa la expresión de su desagrado. El atropello francés, al m ovilizar las fuerzas xenófobas de todo el país, dio a Rosas una m agnífica carta política. D on Juan M anuel requirió entonces a las provincias que aprobasen su actitu d en defensa de la soberanía de la C onfederación. C uriosam ente, las provincias dem oran su respuesta. ¿Qué ha pasado? A rriesgar una guerra con Francia no era lo mismo que arriesgarla con Bolivia, máxime cuando la cuestión era en su origen de poca m onta. D o- Acción de cuiien m ingo C ullen, m inistro de Santa Fe en ejercicio del gobierno por enferm edad de López, escribió a los g o b ernadores de C orrientes, E ntre Ríos v Santiago del E stero, sugiriéndoles un estudio m editado del asunto e insinuando que el co n flicto derivaba de la aplicación de una lev provincial de Buenos Aires, v p o r tan to no revestía carác-

ter nacional. En m avo Cullen reiteró este planteo ante Rosas, que respondió invocando el artícu lo 2 del Pacto Federal. Cullen insistió en una solución y se com unicó con el jefe naval francés invitándole a levantar el bloqueo para que Rosas pudiera, sin estar presionado, conv en ir co n Francia un tratad o satisfactorio. Cullen se p ro p o n ía tam bién separar a las provincias litorales de la tutela de Rosas. En ese m om ento crucial m uere Estanislao López (15 de junio de 1838). El intento de dem ora de Cullen fracasa. Las provincias aprueban la co n d u cta de Rosas. La misma Santa Fe lo hace. La últim a es C orrientes, siem pre remisa ante la p re p o n d eran ­ cia porteña. Paralelam ente a este co n flicto diplom ático se desarrollaba en la Banda O rien tal o tro más serio. El presidente, general M anuel O ribe, m entalidad autócrata, apoy ad o en las clases más distinguidas de la sociedad v con am plio predom inio de opinión en el sector urbano, venía enfrentándose co n el general F ru ctu o so Rivera, cau­ dillo p o p u lar entre los hom bres de cam po, de escasa cultu ra v de m enos principios. Las características personales v políticas de am ­ bos personajes habían dado a R ivera el dom inio de la cam paña oriental, m ientras el Presidente se afirm aba en la capital. Rosas había venido apoyando al m andatario legítim o. A provechando esta situación, el cónsul R o g er com enzó a in­ trig ar para lograr el apoyo de R ivera v Cullen en un plan de lucha co ntra Rosas, a cam bio del ap o v o a Rivera para que obtuviese su vieja aspiración: el g obierno u ru g u ay o . Rivera en tró en la co m ­ binación. En o ctu b re las fuerzas navales francesas com pletaron el cerco de M ontevideo que R ivera hacía p o r tierra y se apoderaron en batalla de la isla argentina de M artín G arcía. La “ cuestión francesa” ha dejado de ser exclusivam ente francesa v ha salido del plano diplom ático. El 20 de o ctu b re O rib e capituló, renunció bajo protesta a su cargo y p artió para Buenos Aires, donde Rosas lo reconoció com o único presidente legal del U ru g u ay . R ivera y R o g er apresuraron sus trabajos. Se esperaba m ucho de la acción de Cullen en Santa Fe. En diciem bre Berón de A strada, g o b ern ad o r de C orrientes, convino su alianza con Rivera. El 20 de ese mes, los em igrados argentinos en M ontevideo co n stitu ­ y ero n la Com isión A rg en tin a , presidida p o r el general M artín R o dríguez y bajo la influencia de F lorencio V arela, y prom ovieron la form ación de una legión que, arm ada p o r los franceses, co o p e­ raría en el plan. Se hicieron co n tacto s con los descontentos de la

£1 conflicto oriental. Oribe v. Rivera

La Comisión Argentina

cam paña del su r bonaerense. T o d as las esperanzas eran insufladas por la mala inform ación de los franceses v las esperanzas de los demás com plotados. Berón de A strada ha dejado constancia de que hacía la g u erra a Rosas v no a la C onfederación. T am bién se abrieron com unicaciones con H eredia, el líder del noroeste. F loren­ cio V arela se encargó de vencer la resistencia del general Lavalle a e n trar en una acción m ilitar com o aliado de una potencia ex tran ­ jera. P or fin, en Buenos A ires, algunos m iem bros de la A sociación de M ayo que form aban el C lub de los C inco, co m prom etieron a num erosos p o rteñ o s en un com plot, del que to m ó parte el co ro ­ nel «Ramón Maza, hijo del presidente de la Legislatura. El R estaurador de las Leyes no está desprevenido. Lanza a E chagüe sobre C orrientes, v en la batalla de Pago Largo (31 de m arzo de 1839), Berón de A strada es to talm ente batido v m uerto. El agente francés D ubué es descubierto en M endoza v fusilado, pero antes denuncia la participación de Cullen en la alianza an tirro sista. Éste abandona Santa Fe v se refugia en Santiago del E stero bajo la p ro tecció n de Ibarra. Rosas le exige su entrega v éste, tem eroso, entrega innoblem ente a su proteg id o , que es fusilado ni bien pisa te rrito rio p o rte ñ o el 21 de junio, sin juicio alguno.

La represión rosista

R ivera, al saber la d erro ta de los corren tin o s, tra tó de hacer la paz con Rosas v p ro c u ró d eten er a Lavalle que se aprestaba a iniciar su cam paña. El co m p lo t de M aza fue d escubierto el 24 de junio. M aza fue arrestado v fusilado el 28. El día an terio r, su padre, M anuel V . M aza, p resuntam ente com p ro m etid o en el m ovim iento, fue asesinado en su despacho p o r m iem bros de La M azorca. El últim o episodio de esta sucesión de desastres para los alia­ dos se desarrolló en los cam pos del sur. Desilusionados de que Lavalle desem barcara en Buenos Aires v sabiéndose descubiertos, los cabecillas P edro Castelli, A m brosio C rám er v M anuel R ico se pro n u n ciaro n c o n tra Rosas en D olores, el 29 de o ctu b re. C arecían casi totalm en te de arm as v las pidieron a M ontevideo. Pero P ru ­ dencio R osas,. herm ano del gob ern ad o r, no les dio tiem po y los venció en la batalla de Chascormís el 7 de noviem bre, dando m uerte a sus jefes con excepción de Rico. ¿Q ué había pasado co n Lavalle? A ntes de d ar respuesta a esta pregunta, nos rem ontarem os a los orígenes de la participación de Lavalle en la em presa planeada entre em igrados, orientales v fran ­ ceses. Dos obstáculos oponía el general argentino: su negativa a actu ar aliado a una potencia extranjera c o n tra Buenos Aires v el espíritu de p artid o de algunos em igrados. H abía expresado:

La expedición de Lavalle

Estos hom bres conducidos p o r un interés p ro p io m uy mal entendido, q uieren tran sfo rm ar las leves eternas del patriotism o, del h o n o r y del buen sentido; pero co n fío en que toda la em igración p referirá que la R evista la llame estúpida, a que su patria la m aldiga m añana con el dictado de vil tra id o ra .11 C hilavert le había p ro m etid o que no se pisaría suelo argentino sino bajo el pabellón nacional, que no se consentiría ninguna in­ fluencia extranjera en la organización del país y que los auxilios serían pagados con una indem nización. T ales seguridades parecie­ ro n insuficientes al general. A lberdi logró en feb rero de 1839 que el cónsul francés en M ontevideo le diera p o r escrito las miras de F rancia respecto de sus intenciones en la A rg en tin a.12 N i aun así consintió Lavalle, que fue llam ado reiteradam ente p o r Lamas, Varela, C hilavert, R od ríg u ez v A lberdi. Por fin, F lorencio V arela lo convenció de to m ar el m ando de todas las fuerzas argentinas existentes en la Banda O riental, para evitar que la invasión fuera efectuada p o r R ivera. Los argum entos de V arela disiparon los es­ crúpulos del general; en abril se trasladó a M ontevideo v aceptó el encargo. E n cuan to a los partidos, quiso que la expedición no fuese uni­ taria sino argentina, y respetando las tendencias de los pueblos, se dispuso a aceptar la federación, com o m ucho antes la había acep­ tado Q uiroga. P or eso, la proclam a con la que acom pañó su entrada en E n tre R íos decía: “ ¡Viva el g o b iern o republicano, representa­ tivo federal!” .13 El p ropósito evidente de Lavalle fue el de dar a la cam paña el carácter de una lucha nacional c o n tra la dictadura, exenta de connivencias con los extranjeros que la apoyaban y de com prom isos con el p artid o unitario. Las resistencias creadas poi Rosas en las provincias, hacían o p o rtu n o el m om ento para arreb a­ tarle la bandera federal. Rivera, que recelaba del prestigio de Lavalle y que había p re­ tendido su b o rd in ar a su m ando a la Legión A rgentina, había en ­ tra d o en trato s con Rosas y obstaculizaba la expedición, p o r lo que la partida de Lavalle de M ontevideo, en los buques franceses, fue clandestina. El 2 de julio desem barcó en M artín G arcía. Allí preparaba sus tropas cuando la C om isión A rgentina le inform ó que no podía enviarle ni reclutas ni dinero para rem ontarlas. F.ntre11 B arba , Enrique M., ob. cit., pág. 15.

12 ídem , págs. 34 a 36. íde?n, págs. 189 v 100. A tL

tan to , Rosas, que no c re y ó que Lavalle había p o dido iniciar sus operaciones sin la com plicidad de R ivera, dio o rd en a E chagüe de invadir a E n tre Ríos. E n to n ces Lavalle cam bió su plan de cam paña —destinado a invadir a Buenos A ires— y desem barcó en E n tre Ríos el 5 de setiem bre, para c o rta r las com unicaciones de E chagüe y re ­ clu tar a los descontentos. E l 22 batió a los rosistas en Yeruá, pese a ser doblado en núm ero. E l efecto fue u n nuevo p ro n unciam iento co rren tin o co n tra Rosas, anim ado esta vez p o r el infatigable Pe­ d ro Ferré. Lavalle se in tern ó en C orrientes, m ientras R ivera derro tab a a E chagüe en Cagancha (29 de diciem b re). P ero estas sonrisas de la fo rtu n a ten d rían su precio. R ivera p reten d ió nuevam ente subordi­ n ar a Lavalle, y F erré, p revenido c o n tra un jefe que era p o rteño, entregó el m ando suprem o al general oriental. N o obstante, Lavalle decidió o p e ra r según su criterio e invadió E n tre R íos nuevam ente, con el p ro p ó sito u lte rio r de pasar el Paraná. E n D on Cristóbal obtuvo u n triu n fo relativo sobre E chagüe (ab ril 10 de 1840), pero el 16 de julio fue rechazado p o r éste en Sauce G rande. Esta d erro ta fue grave, no p o r lo sucedido en el cam po de batalla, sino p o r sus consecuencias estratégicas: c e rró a Lavalle la posibilidad de do­ m inar E n tre R íos antes de c ru z a r el Paraná. T a m p o c o le era posible dem orar este cru ce, para el que necesitaba la escuadra francesa, ante los rum o res serios de un próxim o arreglo en tre Francia y Rosas. R etirándose a C orrientes no hacía sino co m plicar su situa­ ción. E ntonces, decidió trasladar su ejército sin dem ora al oeste del Paraná y atacar a Rosas directam en te con la esperanza de pro v o car un alzam iento general. Pese a que dejó una fuerza encargada de h ostigar a E chagüe Cruce del Paraná en E n tre R íos y a que había o btenido que el general Paz —quien se había fugado el año an terio r después de o cho de cárcel— fuera a C orrientes a o rganizar o tro ejército , F erré consideró la deci­ sión de Lavalle com o una vil traició n que dejaba su provincia a m erced de los rosistas. Pese a la pretensión de co n stitu ir una em ­ presa nacional, los jefes de la coalición seguían operando según sus intereses locales. Lavalle p u d o —gracias a los buques franceses y a la inepcia de E chagüe— desem barcar en B aradero y San P edro el 5 de agosto de 1840. Inicialm ente tu v o algunas adhesiones que le dieron espe­ ranzas, ratificadas p o r el resultado favorable de todas las escaram u­ zas que sostuvo co n las fuerzas rosistas. La escasez de pastos, agua­ das, caballos e in fantería y la esperanza de un apreciable refuerzo, 47

le h icieron dem orar el avance. Sólo el 5 de setiem bre logró llegar a M erlo, a apenas 15 kilóm etros del ejército de Rosas. E ntonces se hizo evidente a Lavalle lo co m p ro m etido de su situación. N o se p ro d u jo el levantam iento general que esperaba y se en co n tró , p o b re de vituallas y casi sin in fantería, con 3.000 hom bres fren te a un enem igo que había reh u id o cuidadosam ente el com bate en cam po abierto. Rosas, atrin ch erad o en Caseros con más de 7.000 hom bres y 26 cañones, no se m ovía de su posición, que era' inatacable para Lavalle. E l 7 de setiem bre, decidió retirarse hacia Santa Fe con la esperanza de que L am adrid, que había sublevado c o n tra Rosas el noroeste, m archara sobre C órdoba, y para evitar que O ribe, que había ocupado Rosario, lo atacara p o r el norte. La etapa ofensiva de la expedición de Lavalle estaba term inada. Rosas había obten id o un triu n fo político-m ilitar. A principios de 1840 Rosas encom endó a su com padre, el general L am adrid —ex oficial de Paz que había adh erid o a la causa rosista—, que m archara a T u c u m á n a reu n ir tropas y a o cu p ar si era posible el g obierno de la provincia. C uando L am adrid llega a destino, encu en tra una m arcada efervescencia c o n tra el régim en de Rosas. Las provincias n orteñas resienten la dependencia política y la independencia económ ica del R estaurador. La reacción ya estaba en m archa y el 7 de abril M arco A vellaneda fue nom brado go b ern ad o r; inm ediatam ente desconoció a Rosas com o gob ern a­ d o r de Buenos A ires —éste estaba p o r ser reelecto — y le re tiró la autorización para m anejar las relaciones exteriores. L o mismo aca­ baba de hacer Salta y les siguieron Ju ju y , C atam arca y La Rioja. E ntonces Lam adrid, en un increíble cam bio de fren te, se pro n u n ció co n tra Rosas y adhirió a la Liga de los gobernadores, que pusieron en sus manos el suprem o m ando m ilitar. Los recursos de las p ro ­ vincias coligadas eran escasos, las desconfianzas m utuas arraigadas, nadie se fiaba demasiado de L am adrid; a su vez, Brizuela recelaba de la particip ació n de los franceses en el conflicto. Los pueblos se m ostraban apáticos, pero tam bién lo estaban los de C u y o y C órdoba donde A ldao organizaba la fuerza de represión. E l 21 de setiem bre L am adrid d e rro tó a A ldao en Pampa R e ­ donda y diez días después u n C ongreso reu n id o en T u cu m án proclam ó la alianza de las provincias norteñas “c o n tra la tiranía de d o n Juan M anuel de Rosas y p o r la organización del E stad o ” . El carácter federativo de la Liga está a la vista. El 10 de o ctu b re estalló una revolución en C órdoba ante la

Lavalle seretira

La Liga dei

Norte

aproxim ación de las fuerzas de L am adrid, a quien el nuevo g o ­ bierno en treg ó el m ando de las tropas provinciales. M ientras tan to , Lavalle se retira hacia Santa Fe y se apodera de la ciudad, sin que Ju an Pablo López le oponga el grueso de sus fuerzas. La retirada ha queb rad o la disciplina de las tropas de Lavalle, que se desbandan de los cam pam entos y com eten toda clase de tropelías p o r los alrededores. Su general se siente im po­ ten te para contenerlas y adopta una especie de “estilo gau ch o ” en su ejército , pensando que así está más acorde con la idiosincrasia nacional. P ero la eficacia m ilitar de sus tropas se resiente. E n terad o de que L am adrid estaba en C órdoba, se dirigió hacia allí, indicándole que bajara a su vez a reunírsele y le p ro v e­ yera de caballadas. El general O ribe, a quien Rosas había enco­ m endado el m ando suprem o de sus fuerzas, lo persigue tenazm ente. Lavalle se retrasa y L am adrid falta a la cita. El 28 de noviem bre las agotadas tropas de Lavalle —un tercio de su caballería de a pie—, deben hacer fren te en Q uebracho H errado al ejército de O ribe, sup erio r en núm ero, en equipo y en caballos. Lavalle co n ­ duce a sus hom bres con pericia, pero el en cu en tro estaba decidido de antem ano p o r el estado físico v m oral de los ejércitos. Los vencedores hicieron en la persecución una verdadera carnicería. M ás de mil quinientos m uertos, sin c o n tar los prisioneros, señala­ ron el exterm inio del E jé rc ito L ibertador. C om o si no fuera bastante, Lavalle recibe poco después la noticia de la convención M ackau-A rana que pone fin al conflicto entre Francia y la C onfederación. H a sucedido lo siguiente. M ehem ed Alí, p ro teg id o de Francia en M edio O riente, amenazaba al sultán de T u rq u ía , c u y a estabilidad p ro cu rab a Inglaterra. Pal­ m erston había reu n id o hábilm ente toda la inform ación sobre las gestiones e intrigas de los agentes franceses en el R ío de la Plata; reunió to d o en un d o cu m en to y lo presentó al gobierno francés. La publicidad del d o cu m en to podía d estru ir la influencia francesa en Sud A m érica. Sim ultáneam ente, otras potencias ofreciero n apoyo al Sultán. El g o b iern o francés debió batirse en retirada para evitar un fiasco internacional, y solicitó a G ra n B retaña que mediara en el P lata.14 Pese a que el baró n de M ackau llegó al Plata al frente de una poderosa escuadra y una m u y apreciable fuerza de desem barco, en cuan to com enzaron las negociaciones se m ostró dispuesto a aceptar cualquier arreglo que salvara el h o n o r de su país. La in ter­ 14 F e rn s , H . S., ob. cit., pág. 249.

Quebracho Herrado

Solución del conflicto con Francia

vención de M endeville elim inó los últim os obstáculos v el 29 de o ctu b re de 1840 se firm ó la convención de paz. Los franceses reci­ birían en la C onfederación el tra to dado a la nación más favorecida, se reconocía el derecho a las indem nizaciones reclam adas v Buenos Aires se com p ro m etía a respetar la independencia del U ru g u ay , sin perjuicio de su propia seguridad. Francia, p o r su parte, levan­ taba el bloqueo y se obligaba a desagraviar el pabellón argentino. La separación de Francia de la lucha dejaba en la estacada a R ivera v los corren tin os, p ero no alteraba m ayo rm ente la suerte de Lavalle. Éste se retiró hacia el n o rte con L am adrid, abandonando C órdoba. Los ejércitos m archaban juntos pero no unidos. Cada jefe tenía un m ando independiente v se enrostraban recíprocam ente el desastre de Q u eb rach o H errad o . P or fin, Lavalle propuso un plan audaz, que ejecutó luego brillantem ente: se in ternaría en La Rioja atray en d o sobre sí al ejército federal, en treten iéndolo hasta que L am adrid hubiera podido levantar un nuevo ejército en T u cum án.

Lavalle en La Rioja

En la nueva cam paña, secundaron a Lavalle el caudillo riojano Brizuela y el com andante Peñaloza, co nocido años más tarde com o el Chacho. D urante tres meses Lavalle en tretu v o a A ldao v a O ribe en los llanos riojanos. C uando al fin el jefe oriental logró estrechar el cerco, Lavalle se escabulló v apareció en T u c u m án el 10 de junio de 1841. Brizuela, que se negó a abandonar su provincia, fue vencido y m uerto en Sañogasta unos días más tarde. La experiencia no había bastado para p ro v o car la unificación de los m andos. M ientras Lavalle reponía sus hom bres, Lam adrid con su flam ante división se lanzó a una nueva operación sobre San Juan. Su segundo A cha o b tu v o una brillante victoria en A ngaco (16 de agosto) pero dos días después fue so rp ren d id o en la Chacarilla de San Juan y tras c u a tro días de lucha, sin m uniciones, se rindió, siendo inm ediatam ente fusilado. L am adrid, con el grueso de las fuerzas, pasó en tre las divisiones federales v e n tró en M endoza. Sobre él conv erg iero n Pacheco, A ldao y Benavídez, y lo deshicie­ ron en R o d eo del M edio (24 de setiem bre). Los sobrevivientes hu y eron a Chile. E n tre ta n to , O rib e avanzó sobre T u c u m á n donde forzó a Lavalle a dar batalla. En Famaillá lo d e rro tó com pletam ente (19 de setiem bre) al p u n to que a Lavalle no le quedó o tra solución que la huida o la g u erra de recursos. Se retiró hacia el n o rte con sólo 200 hom bres. Estaba en Ju ju v cuando una partida federal tiro teó ta

Campaña de Lamadrid

Muerte de Lavalle

la casa en que se en co n trab a m atándolo accid entalm ente.15 Después de Famaillá, O ribe reprim ió sangrientam ente a los coligados: A ve­ llaneda, Cubas y o tro s fu ero n ejecutados. La v ictoria de O rib e silenciaba toda oposición a Rosas en el noroeste argentino. Pero C o rrientes seguía en pie m antenida p o r su entusiasm o y p o r la técn ica m ilitar del general Paz. D os veces invadió E chagüe esta p rovincia sin éxito. E n su segunda tentativa se e n c o n tró con Paz sobre el río C orrientes, en el paso de Caaguazú. El 28 de noviem bre de 1841, Paz o b tu v o una victoria total. H abía incitado al enem igo a un ataque que term in ó en una em boscada, m ientras la derecha c o rren tin a tom aba al adversario p o r el flanco y la retaguardia. Más de 2.000 bajas rosistas en tre m uertos, heridos V prisioneros atestiguan la m agnitud del triu n fo. P o r entonces, Ju an Pablo L ópez había defeccionado de la causa rosista y su scripto un tra ta d o con C orrientes. R ivera, a su vez, esperaba una victoria de Paz para decidirse a actu ar sobre E n tre Ríos. C uando lo hizo alcanzó a U rquiza en G ualeguay y lo d erro tó . U rq u iza se em barcó para Buenos A ires y Paz o cu p ó toda la provincia. U rg ía ap ro v ech ar la victoria p o rq u e el ejército de O rib e y a bajaba del n o rte. Pero las rencillas en tre R ivera, Paz y F erré anularon tod o : el caudillo oriental tem ía la influencia de Paz y esperaba que éste invadiera al oeste del Paraná, quedándose él en E n tre R íos para asegurar su influencia allí —tal vez soñara con reed itar la Liga de A rtigas—. F erré, a su vez, con un localismo estrecho, preten d ía que Paz perm aneciera en E n tre Ríos p o r tem or a que se reeditara la situación del año 40. L ópez tem ía que Paz limitase su influencia y no veía con tranquilidad el avance de O ribe. Sorpresivam ente, cu an d o Paz se disponía a cru zar el Paraná, F erré retiró el ejército c o rre n tin o hacia su provincia y lo licenció. Rivera repasó el U ru g u a y V Paz no tu v o más rem edio que retirarse a M ontevideo. La reacción rosista no se hizo esperar: Ju an Pablo López fue batido en C oronda y Paso A g u irre (12 y 16 de abril) y h u y ó a C orrientes. F erré, sensible a la influencia de R ivera, en treg ó a éste la d irección de la g u erra, sacrificando al prestigioso general Paz, que q uedó fuera de la cam paña. El cam bio no p u d o ser peor, pues R ivera era tan mal general 15 Se han insinuado otras versiones acerca de su m uerte. Sin embargo. O ribe identificó al soldado José Bracho, com o m atador de Lavalle, y el 13 de noviem bre de 1842, Rosas lo ascendió a teniente, le dio tres leguas de campo, 600 vacunos, 1.000 lanares y 2.000 pesos. V er: Enrique M. Barba, ob. cit., pág. 682.

com o dudoso aliado. A hora, vuelto a E n tre Ríos, se iba a e n fren tar con O ribe, su viejo rival, p o r la presidencia o riental que él d eten­ taba —en reem plazo de P erey ra— y que O ribe p reten d ía recuperar. El 5 de diciem bre las m ayores fuerzas reunidas hasta entonces en una gu erra civil argentina se en fre n ta ro n en A r r o y o G rande (8.500 aliados y 9.000 rosistas). R ivera em pezó p o r no crear una reserva de com bate y ad o p tar una actitu d defensiva. Su co n d u cció n fue nula. La victoria de O rib e total: los aliados tu v iero n 2.000 m uertos V 1.400 prisioneros de los que fu ero n degollados todos aquellos que tenían grado de sargento para arriba. T am bién Peñaloza, en terado de Caaguazú, había p retendido reab rir la cam paña en el noroeste. D esde Chile en tró en La R ioja, se apoderó de ella y de C atam arca, batió al g o b ern ad o r de T u c u mán, pero fue finalm ente vencido en M anantial e Illisca, obligán­ dosele a un nuevo exilio. M ientras esta larga y sangrienta g u erra se definía en favor de Rosas, ahogando los arrestos federalistas de las provincias del n o r­ oeste y de C orrientes, el g o b ern ad o r de Buenos A ires había deci­ dido im poner silencio a sus adversarios p o r m edio del te rro r. D esde el asesinato del d o c to r Maza, se fue im plantando un régim en de intim idación pública que alcanzó su culm inación d u ­ rante la cam paña de Lavallé del año 40. A m edida que crecía el peligro, se agigantaba la represión c u y o principal in stru m en to era la Sociedad Popular R estauradora. Bastaban leves sospechas, un ges­ to antifederal, una denuncia de un dom éstico, para que una persona fuese encarcelada. Si la sospecha era más grave o si era un opositor sindicado, se lo m ataba o fusilaba. E l A rch iv o de la Policía porteña de esos meses registra centenares de órdenes de arresto y condena, sin c o n tar co n los p ro cedim ientos no registrados de La M azorca. La ciudad se sum ió en un silencio de espanto. H asta los m inistros de los Estados extranjeros se sintieron am enazados. C uando M endeville pidió p ro tecció n , Rosas se declaró im potente para sujetar a sus secuaces y le en ro stró al m inistro su “coraje tem erario ” p o r salir solo de noche. T a l im potencia era ficticia. N in g ú n resorte del p o d er escapaba a la habilidad del dictador. D espués de C aaguazú recrudece el te ­ rro r, com o si se quisiera ahogar to d a posibilidad de un debilita­ m iento del fren te intern o en Buenos Aires. Pero cu ando Rosas considera que lo político es restablecer la calma y que los “ejecu­ tores de la justicia federal” le deben tam bién obediencia, los en-

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Campaña de Peñaloza

frenta en u n solo día, co n el d ecreto del 19 de abril de 1842. E l te rro r no había sido u n desborde de sectores extraviados, sino una verdadera arm a política.

El dilema de Rosas y la Inter nacionalización de los conflictos El encum bram iento de Rosas había obedecido a dos causas yepac?f¡c£dón predom inantes: 1) la necesidad de asegurar el régim en federal argentino; 2) establecer la paz. Su prestigio consistió en que se lo consideró el hom bre capaz de alcanzar estos dos objetivos. Si Rosas logró d u ran te su prolongada hegem onía acostum brar a la R epública a v ivir ligada p o r una serie de p actos que prep araro n e hicieron posible la p o sterio r organización constitucional del país, su federalism o no co n venció a m uchos de sus contem poráneos. N o sólo era evidente que —com o hemos señalado— no se extendía al plano económ ico, sino que p oco a p oco fu ero n más las provincias que resentían la influencia de Rosas y su m odo de c o n d u c ir las cuestiones nacionales. A sí se explica que federales auténticos y am antes de su te rru ñ o p rovinciano, com o F erré, M adariaga, Bri­ zuela, A vellaneda, Peñaloza, se alzaran c o n tra el g o b ern ad o r de Buenos A ires y lucharan hasta el sacrificio de sus vidas. H asta hom bres de su ó rb ita desertaro n de su causa a m edida que se c o n ­ vencían que Rosas había dejado de ser la g arantía del desarrollo y la independencia política de las provincias: así o c u rrió con Juan Pablo López en 1842 y co n el general U rq u iza en 1851. P o r ello nos hemos cuidado de no d enom inar unitario al bando y al ejército que m antuvo la lucha d u ran te el p erío d o 1840-42. L lam arlo así co n stitu y e una anom alía trad icio n al que curiosam ente no ha sido “revisada”. P ero donde Rosas fracasa del m odo más ro tu n d o e indiscuti­ ble es en algo en que estaba personalm ente interesado: el logro de la paz. D en tro de su esquem a político , Rosas había debido negarse a la organización constitucional del país, negativa cuyas causas ya examinamos. Pero la adhesión a su Causa y la fuerza de los pactos no fu ero n suficientes, p o r aquello mismo, p ara dar al país la co ­ hesión que Rosas deseaba. C on quienes se m o straro n independientes o reacios —ni q u é hablar de sus opositores intolerantes, que p o r supuesto ab u n d aro n — fue incapaz de tran sar y de conceder. D onde

vio resistencia p ro c u ró reducirla. Y para ello debió re c u rrir cons­ tantem ente a la guerra. Así se m alogró la paz rosista. N o sólo p o r la virulencia de las reacciones, sino p orque antes, d u ran te v luego de ellas la diplom a­ cia de Rosas, cuya fuerza se había dem ostrado años antes, perm a­ neció curiosam ente silenciosa. C uando U rquiza, p o r iniciativa p ro ­ pia, firm ó el T ra ta d o de A lcaraz, Rosas sospechó v se opuso a lo pactado, entreg an d o todo a la suerte de las armas. Con el c o rre r del tiem po, la prolongación de las guerras co ­ m enzó a perju d icar los intereses territoriales v com erciales que le sostenían, v G ra n Bretaña com enzó a ver en la situación un estorbo para sus posibilidades com erciales. A llí estaba el dilema de Rosas: reprim ir, p rivando de paz al país, o cruzarse de brazos, dejando crecer a sus enem igos. La vio­ lencia de la época no hacía fáciles las soluciones interm edias, pero los pueblos cansados siem pre están proclives a transar. Rosas no lo vio. La consecuencia inm ediata de la batalla de A rro y o G ran d e fue la caída de C orrientes bajo el co n tro l rosista y la invasión de la Banda O riental p o r O ribe. En ese m om ento la C onfederación está en paz, aunque no esté pacificada en lo p ro fu n d o . El problem a de O ribe con Rivera era ap arentem ente un asunto interno de la Banda O riental. En realidad, Rosas no podía adm itir allí un régim en que le había sido activam ente hostil, ni tam poco podía abandonar al general O rib e que había sido su brazo arm ado en el som etim iento de la insurrección del año 40. O ribe, pues, invadió a su país con tropas argentinas v con el auxilio declarado de Rosas. En feb rero de 1843, O rib e sitió M ontevideo, m ientras la es­ cuadra de Buenos Aires la bloqueaba p o r el río. El general Paz se encargó de la defensa, p ero la oposición de Rivera a su persona lo obligó a dejar el m ando en julio de 1844 v m archarse a Río de Janeiro, desde donde co n tin u ó a C orrientes, a la que llegó en enero de 1845'. La causa de este viaje era que desde abril de 1843, ap ro ­ vechando que el general U rquiza —g o b e rn a d o r de E n tre Ríos des­ pués de C aaguazú— com batía c o n tra Rivera, Joaquín M adariaga había sublevado la provincia de C orrientes v reanim ado la resis­ tencia co n tra Rosas. D urante los años 1843 a 1845 se m antuvo en esa posición, v en 1846 decidió pasar a la ofensiva, luego de c o n ­ ce rtar una alianza con el Paraguay, al que Rosas rehusaba el reco ­ nocim iento de su independencia. Este paso del gobierno c o rre n tin o im portaba una nueva inter-

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Banda Oriental

Corrientes

Alianza con Paraguay

nacionalización del co n flicto . N o sólo in terv en d rían tropas para­ guayas en la cam paña, sino que se abría la p u e rta a la acción diplom ática brasileña, que p o c o antes había reco nocido la inde­ pendencia paraguaya y pugnaba p o r debilitar la influencia de la C onfederación en la zona m esopotám ica. D e n tro de esta línea, Bra­ sil especulaba sobre los alcances de la ya m anifestada intervención anglofrancesa en el R ío de la Plata para unirse a ella. E n realidad, Brasil había estado vinculado al co n flicto años antes, apoyan­ do calladam ente al p a rtid o colorado del general Rivera. C uando O ribe fue desalojado de la presidencia y cay ó bajo la pro tecció n de Rosas, la lucha en tre am bos caudillos orientales se transform ó indirectam ente en una lucha de influencias en tre A rgentina y Bra­ sil sobre la Banda O riental. R ivera rara vez dejó de traicio n ar a sus aliados, y los brasileños p ro n to descubrieron que aquél prom ovía revoluciones en R ío G ra n d e y trataba de suplantar la influencia de Brasil con la británica. E n vista de eso, Brasil se sustrajo p ru ­ d entem ente de in terv en ir en la nueva cuestión internacional sus­ citada en to rn o de M ontevideo. D esde que com enzó la década del 30, la im portancia de M on­ tevideo com o p u e rto y c e n tro com ercial creció notablem ente. La colonia b ritánica allí instalada p ro sp eró y en tró en lógica rivalidad con los com erciantes de Buenos Aires, incluidos los ingleses. M ien­ tras el com ercio p o rteñ o había dism inuido desde 1840, el de M o n te­ video crecía, pero la reanudación de la g u erra en te rrito rio oriental tra jo la evidencia de una nueva traba com ercial c o n tra la que quisieron prevenirse los británicos residentes allí, que enco n traro n un cam po favorable en un sutil cam bio de la política exterior inglesa. En 1841, lord Palm erston había sido reem plazado en el Foreign Of f i c e p o r lord A berdeen. Poco antes, la cancillería inglesa había pro d u cid o u n M em o rán d u m en el que propiciaba una política de apoyo a los regím enes de paz que hacían posible el desarrollo del com ercio británico. E n una in terp retació n libre de esta política, A berdeen, sensible a las reclam aciones de la com unidad británica de M ontevideo, tra tó de o b ten er un T ra ta d o co n aquella plaza, a cam bio de lo cual le p ro m etía so c o rro .16 E sto significaba tom ar partido en la contienda, aunque lo que en realidad se proponía el canciller inglés era o b ra r com o m ediador para im poner la paz. Deseoso de o b rar en c o n ju n to con Francia, p ro c u ró el apoyo 16 F erns, H . S., ob. cit., págs. 258 y 259, que se basa en la docum enta­ ción del Foreign O ffice y en los Aberdeen Papers.

Interés del Brasil

Cambio de la política exterior británica

La m ediación anglofrancesa

de ésta a su acción, que le fue dado en .a rm a vaga e im precisa. En m arzo de 1842 dio sus instrucciones a M endeville, acordando que en caso de una negativa debía hacer saber a Rosas que la defensa de sus intereses com erciales podía im poner a su g o b ierno “el deber de re c u rrir a otras m edidas tendientes a ap artar los obstáculos que ahora interru m p en la pacífica navegación de esas aguas” .17 La m ediación adquiría así form a de ultim átum , y de ese m odo lo en­ ten d ió M endeville y se lo ad v irtió a Rosas, quien no se inm utó. Ya en 1843, el m inistro inglés, co n ju n tam en te con el francés —co n ­ de de L urd e— presentó fo rm alm ente la m ediación. Rosas dem oró la respuesta, con visible m olestia del francés, v en noviem bre la rechazó totalm ente. Poco después se p ro d u c ía A rro y o G ran d e y el sitio de M on­ tevideo. A n te tal cam bio de la situación la m ediación carecía de bases, pero los representantes diplom áticos de las dos potencias propusieron un arm isticio, que significaba salvar a R ivera de su du ro trance. Peor aún, p ro m etiero n ayuda m ilitar a los sitiados, con lo que anim aron la resistencia. M endeville se dio cuenta tarde de que había ido dem asiado lejos cuando el com andante británico Purvis im pidió a la escuadra de Buenos Aires b loquear M ontevi­ deo. Purvis fue desautorizado p o r A berdeen, p ero éste no desistió de su pro y ectad a m ediación co n ju n ta, pese al rechazo ya sufrido. M ientras tan to , el com ercio m ontevideano languidecía v Rosas hábilm ente com enzó a satisfacer las reclam aciones de sus acreedo­ res internacionales, con lo que logró que la balanza del interés com ercial se inclinara de su lado. P ero A berdeen n o se p ercató de ello y am enazó con in terv en ir m ilitarm ente si no se levantaba el sitio de M ontevideo y no se retirab an las tropas argentinas de la Banda O riental. La com unidad com ercial britán ica de Buenos A ires protestó. C uando las quejas reiteradas llegaron a L ondres, A berdeen dio m archa atrás, pero ya era tard e. El 26 de setiem bre de 1845 la escuadra anglofrancesa bloqueó Buenos Aires y o cu p ó M artín G a r­ cía. Inm ediatam ente se in ten tó fo rz a r el paso de los ríos para abrir los puertos de E n tre Ríos, C o rrientes v Paraguay al com ercio inglés, representado p o r un cen ten ar de barcos m ercantes cargados de m ercancías. Rosas encargó a Mansilla fo rtific a r el Paraná, y éste lo ce rró con cadenas bajo la p ro tecció n de la artillería en la V uelta de O bligado. El 18 de noviem bre se p ro d u jo un enconado com bate en tre esta posición v la escuadra anglofrancesa, la que 17 F e r n s , H . S., ob. cit., p á g . 261.

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La intervención

finalm ente p u d o abrirse paso. E l esfuerzo, que tan to dañó las rela­ ciones en tre los beligerantes, fue estéril, pues las provincias a las que iba dirigida la expedición com ercial estaban casi en bancarrota y no co m p raro n nada. A principios de 1846, U rquiza, que había batido el año ante­ rio r a R ivera en India M uerta en form a tal que puso fin práctica­ m ente a su carrera m ilitar, invadió C orrientes donde Paz aprestaba un ejército co rren tin o -p arag u ay o . S orprendió a la vanguardia de Ju an M adariaga (4 de fe b re ro de 1846) y to m ó a éste prisionero. Paz se re tiró a posiciones prefijadas, donde U rq u iza no se anim ó a atacarlo y e m p re n d í» la retirada hacia E n tre Ríos, p ero en tretanto, p o r interm edio de su in flu y en te prisionero, p ro p u so la paz a C o­ rrientes a con d ició n d é q u e Paz fuese alejado de la provincia. La propuesta incluía la insinuación de que ambas provincias podían co n stitu ir la base de una reorganización de la R epública. Joaquín M adariaga fue sensible a la propuesta que le enviaba su herm ano. El 4 de abril, el general Paz, eterno desechado de sus aliados, fue despojado del m ando suprem o. Los paraguayos regresaron a su país y Paz se exilió con ellos.

Campañas de Urquiza

Inm ediatam ente com enzaron las tratativas de paz, que U rquiza m anejó p o r su cuenta, sin in fo rm ar a Rosas. E l g o b ern ad o r de E n tre R íos había tom ado conciencia de su posición clave den tro del panoram a nacional, d onde hasta los ingleses 16 halagaban p ro ­ poniéndole la secesión m esopotám ica bajo su presidencia. Pero U rquiza no era hom bre de fantasías. El 13 de agosto firm ó con M adariaga la paz de Alcaraz. P o r ella. C orrientes se reintegraba a la C onfederación y al P acto Federal. P ero p o r un p acto secreto adjunto, se liberaba de a c tu a r c o n tra sus aliados de ay er y m an­ tenía su alianza con P arag u ay y M ontevideo. Este p acto secreto revela el p ro p ó sito de U rq u iza de lograr u lterio rm en te la paz de la R epública, y su desilusión de Rosas.

Paz de Alcaraz

E l desastre com ercial inglés en el Plata, fru to de su in terven­ ción, hizo c o m p ren d er en L ondres el e rro r de la política seguida. E n 1845 las exportaciones inglesas al Plata fuero n m ínim as v en el año siguiente casi nulas. Paralelam ente, en L ondres, A beerden renunciaba y volvía Palm erston a la cancillería. D ecidido a cam ­ biar de política y a p o n e r fin a los conflictos p rovocados p o r su antecesor, o rd en ó el retiro de las tropas inglesas del sitio de M on­ tevideo, reem plazó a su m inistro en Buenos A ires y ya en junio de 1847 levantó el bloqueo de Buenos Aires, m edidas todas que

Nuevo cam bio de la política británica

tom ó de com ún acuerdo con Francia, tem erosa de que ésta a p ro ­ vechara la situación para reem plazar la influencia británica. Las negociaciones fueron largas y em barazosas, v no se co n ­ creta ro n hasta el 15 de m ayo de 1849: las potencias europeas reconocían a O ribe com o presidente del U ru g u ay , los extranjeros de M ontevideo serían desarm ados, las divisiones argentinas serían retiradas y los aliados devolverían M artín G arcía, la navegación del Paraná era un asunto argentino. El tratad o A rana-S outhernL ep réd o u r fue ratificado en Inglaterra y Buenos Aires rápidam ente. N o o cu rrió lo mismo en Francia y L ep réd o u r regresó en 1Ü50 para convenir una nueva paz. Rosas se m antuvo irred u ctible y p o r fin el 31 de agosto, las partes firm aro n un nuevo tra ta d o idéntico. H a­ bía term inado el co n flicto internacional.

La caída A m edida que progresaban las tratativas en tre la C o nfedera­ ción, G ra n B retaña y F rancia, se hacía más visible para todos que una nueva época de paz y prog reso podía abrirse para el R ío de la Plata. El año 1849 significó para Buenos Aires un renacim iento m ercantil. D espués de la batalla de V ences había cesado toda lucha en te rrito rio argentino, la inm igración había aum entado conside­ rablem ente, en Buenos Aíres com enzaban a abrirse fábricas, el ganado lanar se había m ultiplicado en form a so rprendente, las provincias interiores gozaban de un d iscreto bienestar y la de E n tre Ríos había hecho progresos sorprendentes. T o d o este pan o ­ ram a hizo renacer en L ondres la convicción de que Rosas seguía siendo el cam peón del orden del R ío de la Plata v el únjco capaz de p ro teg er el com ercio de im portación. La gu erra que se m antenía p o r el g o b iern o de la R epública O riental p ro n to ten d ría fin, al m enos para las arm as argentinas. Sin em bargo, Rosas tenía en aquel m om ento una p reocupación y una obsesión. La p reocupación era el general U rquiza, que daba m uestras de una peligrosa independencia en sus actos. La obsesión era el Im perio del Brasil, del cual esperaba una agresión, y estaba decidido a ganarle de m ano y llevarlo a la g u erra cuando fuera conveniente a los intereses de la C onfederación. Si el T ra ta d o de A lcaraz había constituido el p rim er síntom a externo de que el g o b ern ad o r de E n tre Ríos abrigaba planes de m ayor alcance en sus relaciones con Rosas, tal cosa no se le ocultó a éste, que rechazó el acu erd o en térm inos severos. Pero m ientras

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Situación general

C on Justo José de U r­ q u iz a la h e g e m o n ía p o ­ lític a pasa al in t e r i o r , sin a b a n d o n a r el lito ra l

esto o cu rre, U rquiza ha dado un nuevo v más grave paso: ha p ro ­ puesto «a los co n ten d o res u ruguayos su m ediación. Poco después reconoce al g o b iern o de M ontevideo com o g o bierno legítim o del U ruguay. Esta actitu d m erece la más enérgica reprobación de Rosas, que en m arzo de 1847 le en rostra haber violado el Pacto Federal por el que toda provincia se ha obligado a no c o n ce rtar tratados con naciones extranjeras sin anuencia de las otras. En privado, Rosas califica de “ ignom iniosa” la co n d u cta de U rquiza. Justo José de U rquiza tenía p o r entonces bien sentado prestigio. Provenía de una vieja familia de la costa oriental de la p ro ­ vincia, zona donde aquél com enzó su actuación política \ m ilitar V alcanzó una influencia dom inante. Rival de E chagüe, la derrota de éste en Caaguazú le p erm itió reem plazarlo v asum ir el gobierno provincial, lo que no fue m uv del agrado de Rosas, que siem pre había sospechado de su independencia de juicio. A nte la reacción de Rosas, U rquiza co m p ren d ió que no era el caso de un rom pim iento abierto e invitó a M adariaga a nuevas tratativas sobre las bases im puestas p o r Rosas. Las negociaciones se dem oraron y Rosas le o rd en ó invadir a C orrientes. U rquiza no cum plió inm ediatam ente v avisó a M adariaga que la paz va no era posible. O tro fa c to r que convenció a U rquiza de la inm adurez de la situación para llegar a la paz de la república, fue el ataque que Rivera llevó a Pavsandú, en los estertores de una vida política que

u rq u iza

se acababa. Finalm ente, U rquiza invadió a C orrientes, donde los M a­ dariaga le aguardaban sin m ayores esperanzas. El 27 de noviem bre de 1847 fuero n d errotados en Vences. Benjam ín V irasoro, correntino urquicista, tom ó el g o b iern o de la provincia. Desde entonces, el jefe en trerrian o tu v o el dom inio p olítico total de la M esopotam ia y estaba en condiciones de no ten er que agachar nuevam ente la cabeza. Inició una política de conciliación: acogió em igrados de distintas parcialidades, aum entó el com ercio con el U ru g u ay v atenuó el lenguaje oficial. Parece ser que desde 1848, Rosas estaba dispuesto a pro v o car un incidente con el Brasil. Sólo así se explica s u . insistencia ante su em bajador, el general G u id o , para que se quejase al gobierno im perial sobre m anifestaciones vertidas en el Parlam ento brasileño. C uando el canciller de P edro II accedió p o r vía de conciliación a dar explicaciones que en rig o r no debía, Rosas las hizo públicas o r la prensa, con el o b jeto de p ro v o car una crisis en R ío de aneiro.

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A m ediados de 1849, una p ereg rin a incursión m ilitar paraguaya en te rrito rio argentino es tom ada p o r Rosas com o fru to de una intriga brasileña y exige nuevas explicaciones en térm inos e n ér­ gicos. A p a rtir de entonces, sus exigencias a G u id o son cada vez más perentorias, instru y én d o le que en caso de que no se den expli­ caciones suficientes, pida los pasaportes y dé p o r rotas las rela­ ciones. Esta exigencia no se entiende si no es con el pro p ó sito de p ro v o car un co n flicto arm ado en un m om ento en que el Brasil enfrentaba serias dificultades internas y Rosas creía haber alcan­ zado el cén it de su fo rtu n a. T en ía p o r entonces casi 20.000 hom bres en pie de g uerra, lo que el Im perio difícilm ente podía lograr. Por fin, su insistencia p ro d u ce fru to s: Brasil no da más explicaciones, G u id o anuncia que se retira v se rom pen las relaciones el 11 de setiem bre de 1850.

Rosas y el Brasil

E n el cálculo de Rosas hubo un serio erro r. Pensó hacer la g u erra al Brasil con O rib e y U rquiza y sus respectivas fuerzas; pero éste pensaba o tra cosa. La agresividad del d ic ta d o r argentino co ntra los brasileños le brin d ó a U rquiza una carta de triu n fo . Las fuerzas de C orrientes y E n tre R íos solas eran pocas para im poner un cam bio, p ero aliadas con Brasil podían com enzar p o r enderezar a su favor la situación de la R epública O riental, y con sus fuerzas acrecidas, sus espaldas guardadas y una colaboración naval, dispu­ ta r a Rosas el dom inio de la C onfederación, que era tam bién disputárselo a Buenos Aires.

U rquiza y el Brasil

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En enero de 1851 un agente de U rquiza p ropuso en M o n te­ video al represen tan te im perial una alianza para deponer a O ribe V expulsar a los argentinos de aquella república. Brasil tem ía una d e rro ta m ilitar, que hubiera acabado con el Im perio, trataba de hacer m éritos en A sunción y M ontevideo, v la expulsión de las fuerzas .argentinas del U ru g u a y le quitaba una secular preo cu p a­ ción, de m odo que no vaciló en aceptar la p ropuesta, pero exi­ giendo que previam ente U rquiza ro m piera públicam ente con R o­ sas. E n tre ta n to , la prensa en trerrian a presentaba a U rquiza com o “el paladín de la organización nacional” . La política del g o b ernador com enzaba a hacerse pública. Desde diciem bre de 1848 Rosas había insinuado que no iba a aceptar una reelección cuando term inara su p eríodo en m arzo de 1850. D u ran te el año 1849 reiteró varias veces esto y cuando llegó el mes de diciem bre lo anunció una vez más. El género de política que venía desarrollando con el Brasil perm itía suponer que estas renuncias no eran sinceras, pues de lo c o n tra rio hubiera m ediado inconsecuencia en tre ambas actitudes, defecto que Rosas nunca tuvo. C om o en 1832 y 1835, puede presum irse que Rosas procuraba m ejorar su situación política antes de em p ren d er una guerra que lo con v ertiría en á rb itro de Sud A m érica. D a respaldo a nuestra presunción el p ro y e c to presentado en la Legislatura po rteñ a de designar a Rosas Jefe S uprem o de la C onfederación, con plenos poderes nacionales. De este m odo, Rosas dejaba de ser el goberna­ d o r de Buenos A ires en cargado de las relaciones exteriores para convertirse en jefe del estado argentino. O n ce provincias adhirieron al p ro y e c to . E n tre Ríos v C o­ rrientes se abstuvieron, y el prim ero de m ayo de 1851, U rquiza aceptó la renuncia presentada p o r Rosas com o encargado de las relaciones exteriores, separó a E n tre R íos de la C onfederación v la declaró en ap titu d de entenderse con todas las potencias hasta que las provincias reunidas en asamblea nacional dejasen constituida la república. Pocos días después V irasoro le im itó. C uando Rosas se enteró, calificó a U rq u iza de traid o r, loco y salvaje unitario. E ra la misma etiqueta para un p ro d u cto distinto. E l 29 de m ayo de 1851 se firm ó la alianza en tre Brasil, E n tre R íos y el g o b iern o de M ontevideo, para luchar c o n tra O ribe. La respuesta de Rosas es la declaración de g u erra al Brasil el 18 de julio y su aceptación a co n tin u a r en el g o b iern o (15 de setiem bre). U rq u iza se puso en cam paña inm ediatam ente. D ejó a V irasoro

La ruptura

Alianza con Brasil y Montevideo

en E n tre R íos para co n ten er cu alquier m ovim iento de Rosas e invadió el U ru g u ay . Las tropas de O rib e no o freciero n resistencia V el general o riental o p tó p o r cap itu lar el 8 de o c tu b re ante las excelentes condiciones que le ofrecía U rquiza, que inauguró el lema: “N i vencedores ni vencidos” . T erm in ad a esa cam paña con tan to éxito com o m oderación, el 21 de noviem bre se firm a un nuevo p acto en tre Brasil, E n tre Ríos, U ru g u a y y C orrientes, destinado a p o n er fin a la extensa dom i­ nación del g o b ern ad o r Rosas. Se establece que el m ando suprem o correspond erá al general U rquiza, se estipula la cooperación m ili­ tar y financiera de las potencias aliadas v se p ro m ete la libre na­ vegación de los ríos. Inm ediatam ente com ienza la form ación del E jército G ran d e • i t xt en D iam ante, que se pone en pie con una rapidez asom brosa. N u n ca se había visto tam año ejército en nuestro país: 30.000 hom bres, de los cuales 24.000 eran argentinos, 4.000 brasileños v 2.000 o rien­ tales. T o d o s los jefes de división eran federales, con excepción del general L am adrid, cu y o co lo r p o lítico es difícil de definir: V irasoro, M edina, Ábalos, Juan Pablo López, G alán, U rd inarrain v G alarza. A lgunos oficiales que han m ilitado en el “ unitarism o” tam bién se in co rp o raro n : los principales eran A quino y el teniente coronel de artillería B artolom é M itre. D om ingo F. Sarm iento ob­ tuvo un cargo adm inistrativo en el ejército. A m ediados de diciem bre p u d o U rquiza cru zar el Paraná con la colaboración de la escuadra brasileña, sin ser hostigado p o r las fuerzas rosistas. A l entusiasm o que reina en las filas de U rquiza, corresponde una m arcada frialdad en el bando co n trario . La gente está harta de guerras. Los soldados todavía responden a su caudillo, pero entre los jefes se nota una apatía rayana en el desgano y aun en el disgusto. El general M ansilla, héroe de la V uelta de O bligado y pariente del dictad o r, rechaza el m ando superior v se va a su casa. Rosas nom bra entonces a P acheco, pero éste renuncia varias veces invocando que es desobedecido y que hav “órdenes secretas” en el ejército que no em anaban de él. T ra s m uchas vacilaciones acepta el cargo. A fines de enero un jefe denuncia a Rosas que Pacheco lo traiciona. Según el testim onio de A ntonino Reves, secretario de Rosas, esta noticia p ro d u jo en éste un efecto trem endo. El 30 de enero U rquiza llega al río de las C onchas y Pacheco en vez de defender el paso se retira sobre Caseros, luego envía su renuncia a Rosas y se va a su estancia. Estos episodios ensom brecieron el ánim o de Rosas. O bligado ZT

La campaña contra Rosas

p o r las circunstancias tu v o que asum ir el m ando suprem o, cuando nu nca lo había hecho y no había estado en o tra batalla propiam ente dicha que la de Puente de M árquez, 22 años antes. El 2 de febrero, m ientras U rquiza se aproxim aba, reunió un consejo de guerra do n ­ de m anifestó su decisión de luchar, p ero ofreciendo su renuncia si la opinión era la de p actar con el enem igo. Se o p tó p o r dar batalla, dada la cercanía del adversario. E l 3 de feb rero , en el cam po de Caseros, se libró la lucha. Los ejércitos eran parejos en núm ero y disciplina. La posición defen­ siva era buena, pero la co n d u cció n de Rosas fue totalm ente estática y sus subordinados tam p o co d ieron m uestras de iniciativa. U rquiza planeó bien su acción, aunque siguiendo una actitud que le sería típica: en un m om ento de la batalla abandonó la co nducción general para m ezclarse en la batalla com o jefe de un ala. La victoria de los aliados fue total. Rosas nada salvó y con unos pocos seguidores regresó a Buenos Aires. Los honores de la jornada habían corres­ pond id o a la caballería m esopotám ica y a la infantería oriental. Rosas red actó inm ediatam ente su renuncia y a continuación se asiló en la legación británica. Esa misma noche, acom pañado del encargado de negocios inglés, se trasladó con sus hijos Manuelita y Ju an a una fragata inglesa. C u atro días después partía para Inglaterra, para no reg resar jamás.

LA RECONSTRUCCION ARGENTINA

LA HEGEMONÍA DEL INTERIOR

La República escindida

La caída de Rosas dejó de hecho to d o el p o d er político na­ cional en las m anos del general U rquiza. Pero en el o rden local po rteñ o , el vacío de p o d e r resultó más difícil de llenar, dada la an terio r om nipresencia de Rosas en tod o s los aspectos de la vida política provincial. C uando el ejército de U rquiza p en etró en la ciudad, una quin­ cena después de la batalla de Caseros, fue recibido según unas versiones co n aclam aciones y lluvia de flores; según otras, con un silencio reticen te y hostil. T a l vez ninguna de ambas versiones sea totalm en te exacta. Sin duda hubo p o rteñ o s que sintieron su libertad recuperada de los excesos de la autocracia, y la población de Bue­ nos A ires era bastante num erosa com o para que un secto r de ella llenara la calle y diera una im agen de euforia a los recién llegados. T am b ién hubo otros, afines al régim en derrib ad o , que m iraban el po rv en ir con tem or. P ero en tre estos extrem os hubo sin duda un g ru p o g ran d e de ciudadanos cuya actitu d d om inante fue la ex­ pectativa. Rosas había fracasado en lo g rar la paz. E sto y el desgaste p ro ­ vocado p o r casi veinte años de g obierno personalista, más los excesos del régim en, habían apagado m uchos entusiasm os y alejado más de u n adherente. Pero sería erró n eo sacar com o conclusión que Rosas era un hom b re im popular el día de su d errpta. E ran m u­ chos todavía los intereses que se sentían tutelados p o r él, m uy num erosas las masas p obres que le veían com o u n p ro te c to r, y por fin, no escaseaban los que aun crey en d o que Rosas no era un buen g o b ern an te lo aceptaban com o m ejor que el caos que él había p red ich o co n insistencia. Buenos Aires tenía ahora en sus calles un e jército de en trerrianos, corren tin o s, santafesinos, orientales y brasileños, m andados por un caudillo federal. M ás de un p o rteñ o m ad u ro en años pudo haber

com parado la situación con la del año 1820, en sus aspectos exte­ riores. La ciudad entera observó los prim eros pasos de U rquiza para alinearse en p ro o en c o n tra suva. El resultado fue que le aceptó —se dijo entonces— com o “ lib ertad o r” pero no com o “o rg a­ n izador” de la nación. Al día siguiente de Caseros, U rquiza n om bró g o b ern ad o r p ro ­ visorio de Buenos Aires a un p o rte ñ o ilustre, federal de roda la vida, rosista hasta pocos años antes, el d o c to r V icente López v Planes, quien asumió la m agistratura proclam ando a Rosas “salvaje u n itario ”. Su m inisterio fue de conciliación: figuraban en él V a­ lentín Alsina, viejo rivadaviáno, v federales com o G orostiaga v el coronel Escalada. Este g obierno expropió los bienes de Rosas, de­ volvió los que éste había confiscado, restableció la libertad de im prenta v la Sociedad de Beneficencia v creó la Facultad de M e­ dicina. Pero ningún hecho del m om ento prov o có tantos com enta­ rios com o el restablecim iento p o r el general U rquiza del uso del cintillo punzó. El acto más trascendente de esos días fue la firm a del p ro to ­ colo de Palerm o, el 6 de abril. Por él, los gobiernos de Buenos Aires v de las tres provincias libertadoras invitaban a los de las provincias herm anas a una reunión de gobernadores en San N icolás de los A rro y o s para reglar las bases de la organización nacional. A la vez, encargaban a U rquiza las relaciones exteriores de la na­ ción. Por prim era vez el ejercicio de estas facultades no estaba en manos de un g o b ern ad o r p orteño. Para ese entonces, los ciudadanos de Buenos Aires va habían tom ado partido. Para co m p ren d er las razones de las diversas posi­ ciones adoptadas, es conveniente repasar cóm o se habían alineado en la época de Rosas. E n tre los que apoyaron al R estaurador había quienes, verda­ deros federales, veían en él al realizador de hecho de la C onfede­ ración v al sostenedor de la bandera federal; o tro s le seguían, contrariam en te, p o rq u e Rosas afirm aba la hegem onía porteña so­ bre el co n ju n to de la nación unida; y o tro s lo apoyaban porque con él Buenos Aires conservaba el pleno y libre ejercicio de todos sus derechos sin interferencias de otras provincias o de un posible Estado nacional. Q uienes m ilitaban en su co n tra lo hacían: unos p o r federalism o, p o rq u e creían que Rosas lo traicionaba; otros por liberales, juzgando a Rosas com o un déspota que atentaba c o n ­ tra la libertad, v los menos, en fin, p o r ser unitarios doctrinarios. F.n abril de 1852 se había p ro d u cid o una verdadera redistribu-

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El protocolo de Palermo

Las posiciones partidarias antes y entonces

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ción de la ciudadanía. Se form ó un p rim er g ru p o que podem os lla­ m ar urquicista o federal en tre los que se co n ta ro n F rancisco Pico, V icente Fidel López, V icen te López y Planes, M arcos Paz, H ilario Lagos, Juan M aría G u tié rre z , etc. Son los hom bres que van a apo­ y ar el A cu erd o de San N icolás y la unión lisa y llana de Buenos Aires a la C onfederación. C ualquiera que haya sido su posición en la época p reced en te, reen co n tram o s en ellos a los federales auténticos. O tro g ru p o —donde se reunieron Carlos T e je d o r, los O bli­ gado, José M árm ol, A d o lfo Alsina, todos en to rn o de V alentín Alsina— respondían al más cru d o provincialism o y sostenían las libertades de Buenos A ires a toda costa: desde San N icolás fueron aislacionistas e inm ediatam ente después segregacionistas, que no se apuraban p o r ver reco n stru id o el Estado nacional. P o r últim o, el te rc e r g ru p o respondía a la iniciativa de B arto­ lom é M itre, a quien seguían Sarm iento, Elizalde y otros, y por cierto tiem po V élez Sársfield. E ran nacionalistas, o sea partidarios de la organización nacional, se declararon adeptos al sistema federal y proclam aro n que Buenos A ires debía ser la cabeza v la inspira­ ción de esa organización federal. N o es casual que dos ex rosistas —R u fin o de Elizalde y D alm acio V élez Sársfield— m ilitaran en este gru p o , c u y o prog ram a, dejando de lado su liberalism o v su deseo de institucionalizar la organización nacional, coincidía no ta­ blem ente co n la política de Rosas. E n los tres g ru p o s se en trev eraro n , pues, rosistas y antirrosistas. Los part¡dos Los dos últim os coincid iero n en oponerse al general U rquiza en quien veían al caudillo p rovinciano que hollaba los derechos de Buenos A ires y fo rm aro n el partido liberal, c u y o nom bre subraya­ ba la orientación ideológica de la m ayoría de sus m iem bros. Pero esta unión no sería durad era. D u ran te una década se m anifestaría la divergencia de opiniones en el seno del p artid o , que en definitiva se separaría en sus dos núcleos originarios: el partido A u tonom ista, dirigido p o r A dolfo Alsina y el partido N acional, conocido igual­ m ente com o m itrism o. O tro fa c to r que acercaba o separaba a los protagonistas de las políticas confed erad a y p o rteñ a era el ideológico. Si bien U rquiza representaba ideales políticos divergentes de los del vencido Res­ tau rad o r, su estru ctu ra m ental estaba más cerca del tipo pragm á­ tico representado p o r Rosas que de los líderes liberales, que hacían profesión de fe de unos “principios” que constituían un dogm a político. E sto no significa que no hubiera liberales al lado de U r-

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quiza v lo prueba la sola m ención de del C arril, Seguí v A lberdi, para lim itarnos a los más conspicuos, pero su situación en el “siste­ ma federal” era am bivalente, pues “no eran p ro p iam en te hom bres del sistema en el sentido de los tipos mentales adecuados” .1 El sis­ tem a federal al que perten ecía U rq u iz a -c o rre sp o n d ía en buena m edida a la época v al estilo del tiem po de Rosas, v la dificultad V a la vez el m érito del gran en trerrian o fue in te n ta r una simbiosis entre las características de un tiem po que pasaba p ero aún existía V o tro tiem po que advenía lentam ente. Esta intención está m ani­ fiesta en su deseo de re e stru c tu ra r la nación sin alterar el equilibrio de hecho logrado p o r Rosas v tra ta r de reconstruirla, políticam ente con una m ayoría de hom bres que provenían del sistema derribado. E n este sentido, podem os calificar a U rquiza de “bisagra” entre dos tiem pos políticos. F ren te al pragm atism o v al sentido tradicional del general U rquiza se levantaba en Buenos Aires un fren te cuva heterogénea com posición acabam os de analizar, p ero donde la voz cantante la llevaban los ideólogos liberales. M uchos de ellos habían em igrado durante la época de Rosas y co n cebido en el d estierro un fu tu ro para la A rgentina y una política para lograrlo. H abían vuelto al país dispuestos a realizar a toda costa lo p rogram ado, con el senti­ m iento de quien cum ple una misión v a la vez recu p era el lugar de que había sido privado hasta entonces. P or eso la vehem encia V el dogm atism o de los ex em igrados. E n tre ellos, el realismo m o­ d erador de M itre co n stitu y e una variante excepcional. U rgía al general U rquiza, en tretan to , d ar a su p o d er de facto saneN¡°oíás una base jurídica. Para ello su único p u n to de apoyo eran las autoridades va constituidas, los gobernadores de las provincias. De ahí la convocatoria resuelta en el P ro to co lo de Palerm o. La tesis urquicista, que V icente Fidel López expondrá después era: llegar a la legalidad a través de la personalización del poder, es decir, que las masas pasaran del respeto al organizador al respeto a la o rg a­ nización. El p ro sp ecto liberal era distinto. D aban p o r supuesto en todos la adm iración p o r la ley que ellos sentían v p artiendo de ella iban hacia la institucionalización del poder. U rquiza llegó a San N icolás de los A rro y o s con el p ro y ecto del co rre n tin o Juan Pujol en su cartera. Para lograr la adhesión porteña, había elim inado tem as tan irritantes com o la nacionaliza­ 1 Véase en Equipos de Investigación H istórica, Pavón y la crisis de la Confederación, Buenos Aires, 1966, el capítulo prelim inar de Carlos A. Floria, “La crisis del 61 v el nuevo orden liberal”, especialmente págs. 10 a 18.

ción de las aduanas y la federalización de la ciudad de Buenos A ires com o capital de la R epública, que P ujol había incluido ori­ ginariam ente. El 31 de m ayo se firm ó el A cuerdo. C om enzaba éste declarando ley fund am en tal de la R epública al P acto Federal de 1831 y llegado el m om ento de organizar p o r m edio de un congreso fede­ rativo la adm inistración del país, sus rentas, com ercio, navega­ ción, etc. A él c o n c u rriría n las provincias co n igual representación —lo que subrayaba la igualdad de sus d erechos— y hasta que se dictase la C o nstitución se nom braba a U rq u iza D ire c to r Provisorio de la C onfederación A rg en tin a, encargado de co n d u cir sus rela­ ciones exteriores, reglam entar la navegación de sus ríos, percibir y d istrib u ir las rentas nacionales y com andar todas las fuerzas m i­ litares, a cu y o efecto las tropas provinciales pasaban a fo rm ar parte del ejército nacional. L o convenido superaba am pliam ente el tex to estricto del Pacto Federal, p ero se conform aba a su espíritu. C uando Buenos Aires conoció extraoficialm ente el A cuerdo, estalló una verdadera to r­ m enta. Los gobern ad o res habían ido dem asiado lejos al despojar a Buenos A ires de su ejército y sus rentas. Los “sagrados derechos” de su pueblo habían sido tocados, ¡con la condescendencia de un go b ern ad o r que había actuado sin m andato! P resentado el A cu erd o a la Legislatura, com enzó el 21 de junio el debate. M itre y V élez Sársfield atacaron el A cuerdo, V icente Fidel L ópez, Pico y Ju a n M aría G u tié rre z lo d efendieron, con igual entusiasm o. La m esura inicial de los oradores fue dom inada por la violencia de una barra vocinglera que in terru m p ía las discusiones y am enazaba a los m inistros. Los discursos fu ero n varias veces c o r­ tantes, p ero los oradores recu p erab an la m esura, m ientras la actitud de la barra elevaba la tensión hasta lo indecible. N o nos d e ten d re­ mos en los detalles anecdóticos de este fam oso debate.2 V eam os en cam bio su m eollo. E l co ro n el M itre —artillero ascendido en Caseros, periodista y poeta de inspiración liberal, y poseedor de una erudición supe­ rio r— acababa de hacer gala en L o s D ebates de su aspiración a “ la 2 T odavía nadie ha descripto m ejor las ¡ornadas de junio que Ramón J. Cárcano en su célebre libro D e Caseros al O nce de Septiembre, adonde remitimos al lector que quiera ampliar su inform ación. U n buen análisis político puede verse tam bién en Rodolfo Rivarola, M itre. Una década de su vida polttica. 1852-62. Buenos Aires, “Revista A rgentina de Ciencias Políti­ cas”, 1921. A dolfo Saldías, muy brevem ente, da un colorido cuadro en Un Siglo de Instituciones, La Plata, 1910, tom o i, capítulo xvn.

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contenido del Acuerdo

organización nacional p o r m edio de un congreso co n stitu y en te" v de su federalism o: El federalism o es la base natural de la reorganización del país . . . La organización federativa es no sólo la única posible sino que es tam bién la más racional.3 ¿F.n qué fincaba pues su oposición? M itre invocaba el exceso de facultades otorgadas a U rquiza. La som bra de Rosas estaba d e­ masiado cerca para los liberales, v bajo la invocación de los “p rin ­ cipios” latía en el discurso de M itre un tem or que disimulaba por respeto al vencedor: N oso tro s convenim os, v ésta es mi creencia, que el general U rquiza no abusará de su poder, que su persona es una g arantía; pero eso no quita que vo no me considere suficientem ente autorizado para d ar mi voto a la autoridad de que se le p retende investir v de que vo piense que esa autoridad es inaceptable, p orque es con tra el derecho es­ crito v co n tra el derecho natural, v p o rq u e ni el pueblo mismo puede crearla.4 Además del exceso de p oder que se otorgaba, había otra razón que M itre callaba: la persona del depositario de aquellas facultades, a quien el orad o r consideraba una garantía. Pero g arantía m oral, no política; garantía de no abusar, pero no garantía de que Buenos Aires no perdería su posición hegem ónica en el co n cierto p rovin­ cial. Lo que los oradores co n trario s al A cu erd o callaron, lo vociferó la barra. Bien escribió Rivaróla al respecto: Los diputados v los m inistros fueron elocuentes, cultos v c o rte s e s . .. D esgraciadam ente fue consentida la in ter­ vención de la barra apasionada, rosista v tal vez en m ínima parte, unitaria; de todas m aneras localista p orteña, va ene­ miga de U rquiza v de los en trerrianos, sus vencedores en la batalla de la víspera.'1 Los Debates, 1" de abril de 1852. Kn este núm ero inaugural de su periódico, en su artículo "Profesión de Fe”, M itre proclamó que "no liav cuestión económica que no envuelva otra cuestión política o social" y la consecuente necesidad de resolver los problemas materiales del país, a cuyo fin propiciaba: sufragio universal, libertad de imprenta y reunión, organiza­ ción de la G uardia Nacional, libre navegación de los ríos, aduana federal, fom ento de la inm igración y libre com ercio. 4 Diario de. Sesiones de la Legislatura de Buenos Aires, sesión del 21 de junio de 1852. R lvaróla, Rodolfo, ob. cit., pág. 80.

D esbrozado de elem entos anecdóticos o circunstanciales v de la argum entación jurídica —precisa p ero secundaria— de V elez Sársfield, es claro que el A cu erd o fue d e rro ta d o p o r antiporteño, o m ejor p o r “a -p o rte ñ o ” . Las amenazas del público a los m inistros p ro v o caro n la renun­ Enfrentam iento con Urquiza cia inm ediata del g o b ern ad o r, antes de la votación final. Pero el mismo día el D ire c to r Provisorio lanzó su contraofensiva contra “ la dem agogia” —según sus palabras—. D isolvió la Legislatura, en­ carceló a los diputados opositores y —al día siguiente— delegó el gobierno en el m ismo renunciante. El golpe final —28 de a g o s to fue la nacionalización de las aduanas. U rquiza había castigado el orgullo con la fuerza. Desde en­ tonces las líneas del queh acer p olítico van a tran sitar p o r dos rutas: la de los intereses tradicionalm ente opuestos de Buenos A ires v las demás provincias, y la de las susceptibilidades heridas. Éstas ani­ man a los protagonistas, engendran actitudes y alejan las soluciones. U rquiza tenía una tarea m ayor en tre sus manos que la de do­ del m ar a Buenos Aires. A principios de setiem bre se retiró a Santa Fe Revolución 11 de setiembre para p rep arar el C ongreso C o n stitu y en te, d ecretan do previam ente una am nistía general.“ P ero el m ovim iento p o rte ñ o ya estaba en m archa. E n la noche del 10 al 11 de setiem bre se sublevaron M a­ dariaga, H o rn o s, T ejerin a y otros, dirigidos p o r el general Pirán, que restableció la L egislatura disuelta y en treg ó el m ando ejecutivo de la provincia al general M anuel Pinto. La revolución m antenía la alianza de los dos grupos porteñis- Segregación tas: el nacionalista .y el aislacionista. La proclam a de M itre, que de Buenos Aires p reten d ió dar “el sen tid o ” del m ovim iento, respondía netam ente a su propia concepción del m om ento: d efen d er ‘ la verdad” del p acto federativo, organización nacional sin que ningún hom bre ni provincia p retenda im ponerse a las demás p o r la coacción o la fu er­ za y la organización adm inistrativa del país, arreglando sus rentas, navegación, instrucción, etc. Proclam aba la realización de la dem o­ cracia y —nota significativa— el rechazo de la tiranía “ venga de donde viniere”. Este pro g ram a suponía una ru p tu ra con U rquiza, pero las leyes del 21 y 22 de setiem bre la c o n cretaro n en form a m uy favo­ rable para los aislacionistas: se desconoció al C ongreso C o nstitu­ y ente com o autoridad nacional válida; se declaró que su base, el • V icente López había renunciado nuevamente en julio, por lo que U rquiza asumió personalmente el gobierno de la provincia, lo que afrentó a los porteños. Al retirarse a Santa Fe, delegó el mando en el general Galán.

B a r t o l o m é M it r e , a u n q u e s u b s ta n c ia lm e n te p o rte ñ o en su e s tilo , po seía una fle x ib i­ lid a d p o lític a m uy euro p e a .

A cuerdo de San N icolás, no había sido aceptado p o r la provincia; que la elección de sus diputados a aquel C ongreso se había hecho bajo el im perio de la fuerza, v se o rdenó el regreso de aquellos diputados. P or últim o, se retiró a U rquiza el encargo de m ante­ ner las relaciones exteriores, en cu an to a la provincia, encargo quei ésta reasumía p o r sí. La segregación de Buenos A ires se había consum ado, v se . . . ° , j j j / m aterializaría m enos de dos anos despues en un texto co n stitu cio ­ nal, donde triu n faría la tendencia aislacionista im pulsada p o r Alsina, T e je d o r y A nchorena. Allí se proclam ó que Buenos Aires era un Estado con el libre ejercicio de su soberanía in terio r v exterior. El g ru p o nacionalista había pro p u esto o tro texto, redactado p o r M itre, donde se insistía en el carácter provincial de Buenos Aires: La provincia de Buenos Aires es un estado federal con el libre uso de su soberanía salvo las delegaciones que en adelante hiciese al g obierno federal. Se había afirm ado en vano que existía una nación preexistente, cu y o pacto social estaba constituido p o r el acta de la Independen­ cia. M itre describió en la C onvención el clima segregacionista al decir:

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Constitución provincial de 1854

J

. . . los p rincipios de disolución ganan terren o . D ebo c o n ­ fesarlo dolorosam ente. M e afirm o más en esta desconsola­ d o ra idea, cu an d o veo que el señor m inistro de G o b iern o ha dicho que la posición excepcional en que nos hallamos colocados respecto del resto de la nación, es un mal que sólo el tiem po puede cu rar, y que m ientras tan to lo más acertad o es declararnos sem i-independientes o cosa pare­ cida. E sto im p o rta abdicar p o r nuestra parte, esto im porta arro jarn o s ciegam ente en brazos de la fatalidad; y m ientras el tiem po p rep ara lentam ente el resultado que se espera, esto im p o rta hacer to d o lo posible para que tal resultado no tenga lugar.1 La segregación no se lim itó a las palabras. Pese a sus difereno o r . y cias, nacionalistas y aislacionistas estaban unidos en la tarea de salvar a Buenos A ires de la influencia de U rquiza. P o r esos días fracasó ruidosam ente una burd a inten to n a de d e rro c a r al D irecto r en el c e n tro de su p o d e r —E n tre R íos— p o r m edio de una expedi­ ción m ilitar confiada a H o rn o s y M adariaga. Pero po co después el g ru p o de p o rteñ o s federales no liberales, apoyado en el pueblo de la cam paña, se sublevaba bajo la dirección del coronel H ilario La­ gos ( I 9 de diciem bre de 1852), p roclam ando obediencia al Congreso C onstitu y en te y la v oluntad de rein c o rp o ra r la provincia. Lagos tu v o g ran eco en la zona rural y pocos días después se acercó a Buenos A ires. Se encargó la defensa al general Pacheco y el m ando de la G u ard ia N acional al co ro n el M itre. Lagos sitió la ciudad; Alsina ren u n ció a la g o bernación que acababa de dársele p o r el d eb er de “q u ita r p retex to s a las malas pasiones” , y el general Pinto asum ió nuevam ente el gobierno. Las gestiones de paz m u­ rieron p o r la intransigencia recíp ro ca. Buenos A ires se arm ó con el p o d er de sus am plios- recursos y el asedio se prolongó. ‘P o r fin, el C ongreso encargó a U rquiza que restableciera la paz. T ras fracasar los m edios pacíficos, U rquiza declaró el bloqueo de Buenos A ires (ab ril 23 de 1853) e in tervino con las tropas na­ cionales. Los p o rteñ o s no se am ed ren taro n y re c u rrie ro n a un arm a que no podía esgrim ir la C onfederación: el dinero. Se inició una cam paña de sobornos que d em ostró los pocos escrúpulos de quienes daban y quienes recibían. E l jefe de la escuadra confederal, com o­ do ro Coe, se pasó a Buenos A ires y le siguieron casi todos sus subordinados. E l 31 de junio la C onfederación había perdido su escuadra sin disparar un tiro. 7 El subrayado es nuestro. Discurso de M itre en la Convención Cons­ tituyente citado por Rivarola, ob. cit., pág. 123.

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Lucha armada sitio de Buenos Aires

La acción se rep itió sobre las tropas de Lagos, quien vio deser­ ta r a sus soldados en tales cantidades que a m ediados de julio el ejército estaba prácticam ente disuelto V se levantó el sitio. Buenos Aires había ganado la prim era etapa de su nueva lucha p o r la> hegem onía. Sin em bargo, su ventaja no era decisiva. E n el ínterin, el C o n ­ greso había p ro d u cid o una C onstitu ció n que fue aceptada p o r el resto del país. U rquiza había ejercido su p o d e r provisorio con seguridad y m oderación y p o r fin había sido electo presidente de la R epública. E l p o d er había sido legitim ado. La C onfederación tenía una C onstitución, un presidente y un líder. E n Buenos Aires, si no dom inaba u n hom bre, sí lo hacía un partido.

La Constitución Nación Casi desde la inauguración misma del Congreso, la com isión redactora del p ro y e c to co nstitucional trab ajó incansablem ente. José Benjam ín G orostiaga y Juan M aría G u tié rre z fu ero n los artífices. Sus fuentes de inspiración: los antecedentes nacionales, el Pacto Federal de 1831, la co n stitu ció n norteam ericana v los diversos intentos nacionales de co n stitu ció n p roducidos en tre 1813 v 1826 y el notable libro de A lb erd i Bases y p u n to s de partida para la organización nacional, que acababa de publicarse en Chile. E l resultado fue un p ro y e c to de constitución de tip o federal atenuado, pues para entonces la sedición de Buenos Aires había convencido a los con stitu y en tes que —sin p erju icio del federalis­ m o— era necesario d o ta r de fuertes poderes al g obierno central. P o r otra parte, el p ro y e c to era liberal en su fo rm ulación y la exis­ tencia de to d a una sección sobre derechos y garantías de los ciu­ dadanos lo atestiguaba. T o d o s los grandes tem as del liberalismo argentino de ese tiem po estaban allí form ulados, en buena parte recogidos de la C onstitución de 1819 program ada p o r la genera­ ción anterio r: libertad de trab ajo , de prensa, de reunión, de aso­ ciación, defensa de la propiedad, garantía de igualdad ante la ley, etc. T re s novedades señalaban el cam bio de los tiem pos: la inclusión de la libertad de navegación de los ríos, el anatem a co ntra quienes concediesen la sum a del p o d er público al g o bernante, y el tratam iento a la religión católica que pasaba a ser de “religión del E stado”, la “religión p ro te g id a ” p o r el Estado. Este últim o cam bio, más sutil que p ro fu n d o , revelaba el proceso de laicización ocu rrid o en los últim os trein ta años; el segundo era la consecuencia directa

P a ra n á, c a p ita l p ro v is io n a l de la C o n fe d e ra c ió n . por M ou sse en 1858.]

[S egún un a lito g ra fía re a liz a d a

del p erío d o rosista; y el prim ero, el reflejo de la vocación de desarrollo de las provincias litorales, la opinión general de los eco­ nom istas y la presión de las grandes potencias. E n definitiva, este pro g ram a estaba tan p róxim o del contenido en la proclam a del 11 de setiem bre que su co m paración sólo puede p ro d u c ir asom bro. H a v que leer las norm as sobre rentas de la N ación para com enzar a d iscernir las causas de la segregación, sin perjuicio de la reticencia que provocaba la persona de U rquiza. N o eran los derechos hum anos ni las fórm ulas jurídicas los que dividían a los co ntendores, sino un problem a p olítico-económ ico, cargado de em otividad, y que en últim o térm in o consistía para Buenos A ires en conservar su p o d er hasta el m om ento de recu ­ p erar su hegem onía o de hacer definitiva su separación, y para la C onfederación en “nacionalizar” los beneficios del p u erto de Bue­ nos A ires y som eter a la igualdad a esta provincia. El artículo te rc ero de la C onstitu ció n subray ó la p roblem ática en juego al declarar a la ciudad de Buenos A ires capital federal de la R epública. El p ro y e c to co nstitucional fue aprobado el 30 de abril y p ro ­ m ulgado el 25 de m avo. D esde el p u n to de vista organizativo garantizaba a las provincias la subsistencia de sus instituciones y la elección de sus gobiernos, a condición de que respetaran el sistema republicano, y aseguraran el régim en m unicipal y la edu­ cación prim aria gratuita. Adem ás, establecía la igualdad de repre-

scntación provincial en el Senado nacional. T o d as estas norm as eran gratas al espíritu federal. Al mismo tiem po establecía un sistema legislativo bicam eral y co n trap o n ía al Senado una Cám ara de D iputados, elegidos en fu n ció n del núm ero de habitantes v donde los electos no representaban a sus provincias sino al pueblo de la nación. A esta atenuación de los principios federales se agregaba la facultad del g o b iern o nacional de in terv enir las p ro ­ vincias en determ inadas condiciones, la creación de una justicia federal, encabezada p o r la C o rte Suprem a de Justicia, que coexis­ tiría con los tribunales provinciales, y la facultad nacional de d ictar los códigos básicos de la legislación: civil, com ercial, penal y de m inería. El p o d er ejecutivo nacional se confiaba a un presidente y un vicepresidente, cu y o p erío d o duraba seis años y no era reelegible en el p erío d o subsiguiente, para evitar la contin u id ad dictatorial en el cargo. La segregación p o rteñ a obligó a buscar una capital provisional de la nación. E n tre R íos ren u n ció a su autonom ía provincial v la ciudad de Paraná se tran sfo rm ó en capital de la C onfederación.

Paraná, capital

Urquiza Presidente E n agosto de 1853 se dispuso la elección del ejecutivo na­ cional. La candidatura del general U rquiza era absolutam ente lógica. N adie igualaba su p restigio político en toda la C onfede­ ración; nadie había bregado co n igual tesón y desinterés p o r lle­ var a buen térm in o el C ongreso C onstituyente. Éste había testi­ m oniado, al term in ar la C o nstitución, el respeto que el D irecto r Provisorio había tenido hacia sus deliberaciones: V u estra es, Señor, la obra de la C o nstitución, porque la habéis d ejad o fo rm ar sin vuestra influencia ni concurso; y es p o r esto que podéis librem ente sacudir las hojas de su libro para calm ar todas las pasiones, y levantarla en alto com o enseña de la con co rd ia y fratern id ad alrededor de la cual se reu n irán los patriotas de todas las o p in io n e s. . .s El 20 de noviem bre tu v o lugar la elección, triu n fa n d o U r ­ quiza p o r 94 votos sobre un to tal de 106. La vicepresidencia fue 8 Citado por Beatriz Bosch en el capítulo 40, “Presidencia U rquiza”, de la Historia Argentina, dirigida por R oberto Levillier. Buenos Aires-Barcelona. Plaza y Janés, 1968. tom o iv, pág. 2733.

obtenida p o r el sanjuanino Salvador M aría del C arril, federal libe­ ral, en elección m ucho más reñida.” Inm ediatam ente de asum ir el cargo, el ly de m ayo de 1854, U rquiza co n stitu y ó su m inisterio: José Benjam ín G orostiaga —re­ d acto r de la C o n stitu ció n — en In terior, Juan M aría G u tiérre z —el o tro re d a cto r— en Justicia, C ulto e In strucción Pública, Facundo Z uviría en E xterior, M ariano F ragueiro en H acienda, el general A lvarado en G u erra. Los tres últim os habían sido candidatos a presidente o vicepresidente en la reciente elección. U rquiza reunía así en su to rn o , no sólo a los hom bres más capaces v más fieles a la C onstitución, según dijo, sino tam bién a los que m ejor rep re­ sentaban las aspiraciones políticas del país. Con este equipo debía afro n ta r no sólo el con flico con Buenos Aires, sino que debía encarar todos los problem as derivados de in tentar m aterializar en obras el gobierno nacional. U rquiza com partía las ideas alberdianas sobre población y fom entó la inm igración —suizos, franceses, sabovanos— e impulsó la creación de varias colonias, de las que E speranza (Santa Fe) v . San José (E n tre R íos) dieron excelentes fru to s totalizando 4.000 habitantes va en la presidencia de Sarm iento. F irm ó el trafado de libre navegación con Brasil, siguiendo los lincam ientos del c o n ­ cluido en 1853 con G ra n Bretaña, dispuso la exploración de te rri­ torios y ríos, reco n o ció la independencia del Paraguay (ju n io de 1856) y llegó a un p rim er tratad o de límites con el Brasil (diciem ­ bre de 1857). N acionalizó la universidad de C órdoba, el colegio de M onserrat de esa ciudad y el de C oncepción del U ru g u a y y levantó nuevos establecim ientos secundarios en otras capitales de provincia. O rd en ó levantar una carto g rafía y geografía de la C onfederación —obra confiada a M artín de M oussy—, se estudió un ferro carril de R osario a C órdoba que diese vida a aquel puerto, organizó la justicia federal y o rd en ó la publicación de las obras de A lberdi sobre la C onstitución. T o d a esta tarea la realizó dejando gran iniciativa a sus m inis­ tros, y casi sin residir en la capital, pues perm aneció en San José casi to d o el tiem po. Pero su presencia im ponderable se m ateriali­ zaba a través de la co rrespondencia v los mensajes verbales. Conviene re c o rd a r que el te rrito rio de la C o nfederación tenía 9 C ontra los 94 votos de U rquiza, /Mariano Fragueiro obtuvo 7 y Zu­ viría, Virasoro, López, José M. Paz y Ferré, un voto cada uno. Para vice­ presidente, del Carril obtuvo 35 votos, Zuviría 22, Fragueiro 20, A lvarado I?, V irasoro 8, A lberdi 7 y Ferré I.

o b ra de gobierno

El p u e rto 0 e B uenos A ires. [L á m in a re a liz a d a por L. de D eroy, im p re s a en 1861.)

p o r entonces unos 740.000 habitantes y C órdoba, con 110.000 al­ mas, era la provincia más poblada, en tan to que la segregada Buenos Aires tenía cerca de 400.000 habitantes, de los cuales unos 150.000 residían en la ciudad. La obra de g obierno debió realizarse en m edio de las m ayores dificultades financieras, derivadas de la secesión de Buenos Aires. En efecto, el co n flicto en tre los dos Estados no se dirim ía sola­ m ente p o r las arm as ni p o r los arrebatos periodísticos. U na sorda com petencia económ ica se desarrolló en tre Buenos Aires v la C on­ federación, con ventaja para la prim era. Por entonces, los hechos económ icos se m anejaban políticam ente. Si Buenos Aires luchaba p o r conservar su predom inio com ercial, no lo hacía sólo ni prin ci­ palm ente p o r la presión de sus fuerzas económ icas, sino porque aquél era un elem ento básico para la conquista del poder político. N o en vano M itre había escrito, en su Profesión de Fe, que debajo de cada problem a económ ico o social se en contraba un problem a político. La habilitación de los ríos a la navegación internacional dem ostró, a su vez, que respondía más a una aspiración ideológica interna y externa que a una realidad económ ica. R osario v los puertos entrerrianos carecían de una p ro d u cció n suficientem ente abundante com o para atraer a los buques extranjeros v —lo que era igualm ente m alo— carecían de dinero suficiente para im portar m ercancías. El grueso de los p ro d u cto s im portados seguía desem ­ barcando en Buenos Aires v pagando allí sus derechos aduaneros, para ser luego transferido a la C onfederación, que no podía gra-

El p u e rto de R osario.

[S e g ú n S c h re ib e r, M u s e o M itre .)

A la p o te n c ia lid a d e c o n ó m ic a d e l p u e rto d e B uenos A ires, la C o n fe d e ra c ió n quiso o p oner la fu e rz a n a c ie n te del p u e rto de R osario.

varios nuevam ente p o r tem o r a ah u y en tar el com ercio y prom over el contrab an d o . Buenos A ires, a su vez, era un gran cen tro consu­ m idor de p ro d u cto s de las provincias v cualquier medida co n tra la aduana p o rteñ a creaba el tem o r de que Buenos Aires cerrara la in trodu cció n de esos p ro d u cto s p rovocando la pobreza v la des­ ocupación de aquellas provincias. Pero llegó un m om ento en que la situación hizo crisis. En diciem bre de 1854 se había convenido un T ra ta d o de Paz entre las dos partes. Incursiones de jefes federales que procuraban de­ rrib ar al g obierno provincial —Flores v C osta— dieron lugar a que las fuerzas de Buenos Aires los persiguieran hasta te rrito rio confederado. El 31 de enero de 1856, en Villam ayor, las fuerzas rebeldes fu ero n derrotadas v sus jefes v oficiales fusilados inm e­ diatam ente, p o r orden del g o b ern ad o r O bligado, reeditándose así episodios de épocas que se creían superadas. U rquiza denunció entonces los tratados de paz v se prep aró a red u cir nuevam ente a la provincia segregada. Juan Bautista A lberdi había fom entado una política pacífica: A prenda la C onfederación a ser egoísta en el presente, para p o d er ejercer la grandeza en el n ítu ro . Pelear cuando no hay medios, es hacer pisar sus b anderas.1" 10 A lberdi, Juan Bautista, Sistema económ ico y rentístico de la Con­ federación Argentina segim su constitución de 1X53, Besançon, Jacquin. tom o ii, pág. 820.

E ntonces sugirió u n nuevo m edio de presión económ ica que doblegara a Buenos A ires sin usar de la fuerza m ilitar: los derechos diferenciales de aduana. La ley p ropuesta fue largam ente debatida y al fin aprobada p o r sólo dos votos de ventaja. Se tem ió que sus resultados fueran negativos. E n realidad, sus efectos fu ero n pobres aunque favorables. R osario increm en tó su m ovim iento com ercial y p o rtu ario en form a discreta, m ientras en Buenos A ires se alzaba la grita de que U rquiza quería arru in ar a la ciudad en beneficio de Rosario. Buenos Aires estaba lejos de arruinarse. Los gastos de 1853 habían sido lentam ente com pensados. Se realizaban obras públicas de envergadura: las aguas corrien tes, el muelle, la aduana nueva, y se m ontaba el p rim e r fe rro c a rril de la R epública, el “F erro carril al O este”, casi un ferro carril suburbano, p o r una em presa de capi­ tal nacional que dio ganancias. P o r prim era vez en la nación, un Estado provincial dem ostraba que había llegado al nivel económ ico capaz de p ro d u c ir su p ropia capitalización. Con em presas modestas, pero adecuadas a su nivel de población y riqueza, la provincia se encontraba en condiciones de p rescin d ir del capital extranjero, al m enos provisoriam ente. Podía así m ostrarse independiente e indi­ ferente no sólo ante la C o nfederación sino tam bién ante Inglaterra, cuyos agentes diplom áticos presionaban p o r la in co rp o ració n de Buenos Aires a la N ación, tem erosos de que la secesión perjudicase el com ercio b ritán ico .11 Pero cuando los p o rteñ o s vieron orientarse al capital extran­ jero hacia la C onfederación —ru m o r de la co n stru cció n del fe rro ­ carril R osario-C órdoba—, ab andonaron su posición y presentaron un ro stro más amable. S úbitam ente, el gobierno com enzó a aum en­ tar los pagos de la deuda con B aring B rothers hasta niveles ines­ perados p o r los agentes de la firm a acreedora. P or fin, hacia setiem bre de 1857, el m inistro de H acienda de Buenos A ires, N o rb erto de la R iestra, p ro p u so un arreglo de la deuda que fue inm e­ diatam ente aceptado. M ientras se desarrollaba el “ bo o m ” económ ico de Buenos A ires y se creaban periódicos e instituciones significativas del espíritu de la época, com o el C lub del Progreso, la m asonería por11 N o hay indicios ciertos de que en G ran Bretaña se com prendiera entonces la capacidad de Buenos Aires de autocapitalizarse com o un riesgo a la colocación de capitales ingleses. Esta posibilidad desapareció cuando se produjo la unión nacional y los recursos porteños debieron diluirse en las vastas y descapitalizadas extensiones de toda la República. Véase Ferns, oh. cit., págs. 316 y sgts.

Situación económica de Buenos Aires

Situación política porteña

El p rim e r fe rro c a rril a rg e n tin o , s ím b o lo de la p o te n c ia lid a d e co n ó m ic a d e l E stado d e B uenos A ires. [P rim itiv a e s ta c ió n c e n tra l del F e rro c a rril al O e s te .)

teña se organizaba bajo la supervisión de la inglesa v se producían acontecim ientos políticos im portantes. Pastor O bligado había asum ido el g obierno provincial en julio de 1853. Separatista intransigente, siguió una política intolerante hacia los opositores, d esterran d o a m uchos de ellos —Iriarte, M a­ nuel P u ey rred ó n , O lazábal, los H ernández, etc.— v destituyendo a los m iem bros del S uprem o T rib u n al de Justicia, p o r razón de co lo r político. Estos hechos no d ejaron de p ro v o car reacciones, agravadas p o r la situación de la cam paña donde los indios asolaban las p o ­ blaciones y habían batido al m inistro de G u e rra , coronel M itre, en la Sierra Chica. Las elecciones de renovación de la Legislatura (m arzo de 1857) decan taro n las posiciones, va insinuadas en las candidaturas para g o b ern ad o r: V alentín Alsina p or el oficialism o V Juan Bautista Peña p o r los m oderados. P or esos días se c o n stitu y ó el partid o Federal R eform ado, dirigido p o r N icolás Calvo, y apoyado sobre los núcleos federales V populares; predom inaba am pliam ente en las parroquias del sur, donde organizaba banquetes que le ganaron el nom bre de chupan­ dinas. El p artid o Liberal recibió a cam bio —p o r su ju v entud agre­ siva— el m ote de pa?idilleros. Las elecciones am enazaban dar el triu n fo a la oposición, que buscaría un arreglo con U rquiza. El gobierno, dispuesto a evitarlo, bajó del terren o de los principios

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al del “fraude p a trió tic o ” . Se alteraron los padrones, se utilizó la policía, hubo agresiones en los com icios v triu n fó la lista oficial. Poco después, 3 de m avo, V alentín Alsina era elegido go b ern ad o r de Buenos Aires. Alsina co n tin u ó la línea de O bligado v la situación política se m antuvo estacionaria hasta que en ,1858 episodios m arginales ac­ tuaron conm detonantes. En enero el general u ru g u ay o César Díaz, del p artid o c o lo ra d o , invadió su patria desde Buenos Aires, con la com plicidad del gobierno p o rteñ o , o al m enos con su bene­ volencia. El gobierno de la C onfederación auxilió al del U ruguav —p artid o b lanco— con fuerzas militares. Los invasores fueron ven­ cidos v p o r ord en del presidente oriental, fu ero n fusilados Díaz V 51 de sus seguidores. El hecho suscitó agrias acusaciones entre Buenos Aires v la C onfederación, agravadas poco después cuando el g o b ern a d o r de San Juan, G óm ez R ufino, de extracción liberal, redujo a prisión al ex g o b ern ad o r v caudillo, general Benavídez. C o rriero n rum ores sobre la seguridad del detenido v el gobierno confederad o envió una com isión a San Juan con facultades de intervenir la provincia si era necesario. Pero antes de que ésta llegara a destino, el general Benavídez fue m u erto a tiros en su calabozo. Benavídez había sido un g o b ern an te manso a quien el propio Sarm iento hizo justicia años después. Pero en aquel m om ento la prensa oficialista p o rte ñ a .sa lu d ó el crim en com o la liberación de un tirano y un acto de justicia. H asta se anunció que U rquiza seguiría la misma suerte v se le invitó a “ poner la barba en rem ojo” . La respuesta de la prensa co nfederada fue acusar a los porteños de haber p ro vocado v aun planeado el crim en. El m inistro del In terio r de la C onfederación, Santiago D erqui, p artió a San Juan. C uando llegó, d etuvo al g o b ern ad o r G óm ez R ufino v lo m andó engrillado a Paraná, intervino la provincia y designó para ese cargo al coronel José A ntonio V irasoro. En los meses siguientes la tensión creció v fue evidente que las partes iban a la guerra. U rq u iza gestionó en el Paraguay el auxilio del presidente López v Buenos Aires votó veinte millones de pesos para gastos de gu erra, m ovilizó la G u ard ia N acional y ascendió a M itre a general, quien dejó el m inisterio de G u e rra para asum ir, en m avo de 1859, el m ando del “ejército de operaciones”. El m inistro plenipotenciario de los Estados U nidos, Benjamín Y ancey, in ten tó m ediar, p ero la intransigencia de Alsina, que puso com o condición básica q u t U rquiza se retirara a la vida privada.

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ruptura

fru stró el in ten to . Lo m ism o o cu rrió con la m ediación del general Francisco Solano López, hijo del presidente paraguayo. A com ienzos de o c tu b re U rquiza se situó cerca de R osario con un ejército de 14.000 hom bres bien instruidos y con una exce­ lente caballería. M itre acam pó cerca de San N icolás con unos 10.000 hom bres de buena infan tería y p o b re caballería. El 23 de o ctu b re se dio la batalla. La caballería p o rteñ a se dispersó en se­ guida, p ero com o U rq u iza dio el com bate ya avanzada la tarde, no p u d o antes del ano ch ecer c e rra r su caballería sobre la infantería enem iga, a la que la p ro p ia no había in tentado vencer. M itre a p ro ­ vechó la noche p ara retirarse sobre San N icolás, perdiendo la artillería pesada en la m archa, y una vez allí em barcó en la escuadra para Buenos A ires. Su aparición, en m om entos en que se suponía al ejército p o rte ñ o totalm en te d estruido v se sabía que U rquiza avanzaba sobre Buenos A ires, tran sfo rm ó su d erro ta en un nuevo triu n fo para la excitada opinión de la ciudad.

cepeda

Alsina la fo rtific ó v M itre asum ió el m ando de su defensa. U rquiza se situó en San José de Flores. Se inten taron negociacio­ nes, pero ahora U rquiza le devolvió el guante a don V alentín: no negociaría m ientras Alsina estuviese en el gobierno. Al mismo tiem ­ po arengaba a los habitantes de Buenos Aires: V engo a o freceros una paz durad era bajo la bandera de nuestros m ayores, bajo una ley co m ú n p ro te cto ra y h e rm o sa . . . D esde el cam po de batalla os saludo con abrazo de herm ano. In teg rid ad nacional, libertad, fusión, son mis p ro ­ pósitos. A ceptadlos com o el últim o servicio que os prestará vuestro com patriota. V encida y hum illada, Buenos Aires supo e n c o n tra r la co rdura que no había hallado en su optim ism o exaltado. Alsina renunció a su cargo el 8 de noviem bre v la L egislatura n o m b ró go b ern ad o r provisorio a Felipe Llavallol, quien inm ediatam ente en tró en tratativas de paz con la m ediación del general Francisco S. López. Ya no se tratab a de una sim ple paz sin condiciones, sino del m odo cóm o Buenos Aires se rein co rp o raría a la N ació n y aceptaría la C onstitución. E sto últim o era la condición sine qua no n puesta por el Presidente. El 10 de noviem bre se firm ó en San José de Flores el Pacto Pacto de de U nión N acional. Uni

La G u ard ia N a c io n a l e ra el o rg u llo de B uenos A ires y el p u n to de c o n c e n tra ­ c ión de la ju v e n tu d b u rg u e sa . H ela a q u í p a rtie n d o pa ra la c a m p a ñ a de Pavón. [S egún P a llié re .l

A com pañaban a M itre, V enancio Flores, Paunero, Em ilio M itre —su herm ano—, H ornos. E n las fuerzas de Buenos Aires p red o ­ m inaba la in fantería —2/3 del to tal—; en las confederadas, se equi­ libraban caballería e in fantería. E ra la p rim era vez que U rquiza recu rría a una masa de infantes tan im p o rtan te; la prim era vez tam bién que adoptaba una actitu d defensiva en las operaciones. Su rival no se hacía ilusiones sobre la capacidad de la caballería po rteñ a y jugaba to d o a su infantería. Buscó al e jército federal v lo en co n tró el 17 de setiem bre, sobre el a rro y o Pavón. Las p revi­ siones del general p o rte ñ o se cum plieron. Su caballería fue arrasada de entrada y sólo una pequeña p arte se cu b rió sobre la reserva. La infantería po rteñ a, en cam bio, pese a la obstinada resistencia fede­ ral, rom pió el c e n tro de la línea co n traria y la desorganizó. El triu n fo era tan com p leto en el c en tro com o lo era la d erro ta en las alas. P ero am bos ejércitos no habían em peñado prácticam ente sus reservas. U rquiza, que situado en un ala vio la d erro ta de su cen tro y carecía de noticias del o tro extrem o de su línea, supuso que aquella tam bién estaba en derrota, y cansado de una lucha que veía sin objeto, o rd en ó la retirad a del ejército. Si la d e rro ta del ejército co n fed erad o no había sido decisiva en el cam po de la lucha, si lo había sido en cu an to a equipo: los

32 cañones perdidos son el indicio más notable de la m agnitud del desastre para un Estado que carecía de dinero v de c ré d ito v que había levantado aquella fuerza con verdadero sacrificio.11 Los efectos políticos fueron aún m ayores v perm itieron al general M itre una amplia explotación de la batalla. U rquiza, dis­ gustado con el Presidente, se retiró con las fuerzas entrerrianas a su provincia, separándose desde entonces prácticam ente de la lucha, V sorprendiendo a todos con su actitu d . Su alejam iento p ro d u jo tal desaliento que los esfuerzos de D erqui, V i raso ro v otros jefes, nada pudieron para evitar el progresivo desbande de lo que había queda­ do del ejército nacional. El 4 de o ctu b re, M itre inició su avance sobre la provincia de Santa Fe; el H en traro n en R osario sus fuerzas navales y el 12 el ejército. E ntonces com ienza una nueva etapa en las relaciones del trianr guio del poder. D erqui —v su vicepresidente P edernera— lucha desesperadam ente v sin éxito p o r restablecer la situación v exhorta a U rquiza a reto m ar el m ando suprem o. U rquiza, deseoso de alcanzar la paz hace una apertu ra hacia M itre p o r interm edio de Juan C ruz O cam po p rim ero v de M artín Ruiz M oreno después, m ientras hace oídos sordos a los pedidos del Presidente v de gran cantidad de gen te de su p ro p io círcu lo . En cu an to a M itre, se de­ cide a una política transaccional co n U rquiza, a condición de que éste deje a Buenos A ires libre para d errib ar a las autoridades nacio­ nales, actu ar sobre las provincias interiores v “ restablecer” la C onstitución. A cam bio de ello, no m olestará en su p ro pio dom inio al g o b ern ad o r de E n tre Ríos, v hará la paz con esta provincia v C orrientes.

Acercamiento Urquiza-M iíre

El triunfo de Mitre La victoria m ilitar no iba a facilitar el cam ino p o lítico del go b ern ad o r p o rteñ o . Se lo com p ren d e fácilm ente cuando se co m ­ prueba la reacción desaforada de S arm iento al día siguiente de Pavón: “El general me ha vengado del diplom ático” v agregaba: “ Invasión a E n tre Ríos, elim inación de U rquiza, S o u th a m p to v o la horca". O tro s, com o (Manuel O cam po, prop o n ían llam ar a una nueva convención co n stitu y en te. M itre contestó que la guerra se había hecho en nom bre de la C o nstitución y de los derechos emaw Para un estudio militar de esta campaña ver el capítulo del coronel José T . G o y ret en: E q u ip o s ..., ob. cit. En la misma obra Palmira S. Bollo examina los problemas financieros de los litigantes.

nados de ella. M ientras tan to , m antuvo inm óvil al ejército a la espera de los acontecim ientos. Esta inactividad y las trascendidas negociaciones con U rquiza alb orotaro n más el am biente p o rteñ o . U nos —S arm iento— clam aban p o r expediciones al in te rio r para que se p ro d u jera la esperada “ reac­ ción liberal” y p ara “a p o y ar a las clases cultas co n soldados co n tra el levantam iento del paisanaje” . O tro s acusaban a M itre de debi­ lidad o infidencia y atacaban la presunta unión suya con U rquiza com o un equivalente del p acto de San N icolás: D ecía La Tribuna: La paz o la alianza en tre U rquiza v M itre sería la revo­ lución de los g o b ernadores de E n tre R íos v Buenos Aires co n tra los poderes que han sido constituidos por la C on­ federación v que ésta no reniega. Y agregaba: La g u erra no se ha hecho únicam ente para que sea presidente M itre . . . M ientras éste aguantaba sem ejante to rm en ta política seguro de que no habría reacción en las provincias sin la presencia del ejército p o rteñ o , v que luchar con U rquiza era un com prom iso serio y un esfuerzo estéril, pues aquél les tendía la m ano, una reacción parecida se operaba en to rn o del ex Presidente. M uchos de sus partidarios se sentían m olestos p o r sus esfuerzos por la paz v su acercam iento a M itre. Se veía aquello com o una claudicación, v el disgusto crecía disim ulado p o r el respeto. En estas tratativas, el lecto r ha visto diluirse al presidente D erqui. En verdad, éste había quedado al m argen de la co nducción del procedo político, pues carecía de p o d er efectivo alguno. Sus em peños p o r restablecer la situación fueron infructuosos v final­ m ente los abandonó. El 6 de noviem bre se refugió en el barco británico A rd e n t, anunció que presentaría su renuncia v se m archó del país. El 20 de noviem bre partía Paunero con una división de ejército sobre C órdoba, d onde estallaba una revolución liberal. El 22 los restos del ejército federal eran acuchillados en Cañada de G ó m e z p o r el general Flores, y term inaba su existencia com o fuerza m ilitar organizada. El colapso de la C onfederación era total e irre­ m ediable. En la lucha p o r la dom inación que se había librado, la bandera de la hegem onía volvía a pasar a Buenos Aires: a un Buenos A ires liberal. El I ^ de diciem bre. E n tre R íos reasum ió su soberanía v se declaró en paz con las dem ás provincias. F,l 12 de diciem bre, el

Alejam iento de Derqui

Disolución de la autoridad na cio r?

vicepresidente P edernera, legalizando la situación de hecho exis­ tente, declaró caducas a las autoridades nacionales. E l proceso co n ­ cluyó cuando el 28 de enero de 1862, adelantándose a las otras provincias, E n tre R íos encom endó al general M itre p ro c ed e r a la con vocatoria e instalación del C ongreso Legislativo N acional. La paz lograda era, sobre to d o , la paz en tre M itre y U rquiza. Los dos líderes habían renunciado a ciertas posiciones para lo g rar­ la y habían violentado en buena m edida las tendencias, opiniones y sentim ientos de sus partidarios. Im pusieron su política, o m ejor dicho, U rqu iza aceptó que M itre im pusiera la suya, y no hubo en la R epública p o d e r que pudiese co n trarrestarla. Pero aquella vio­ lencia no dejó de p ro d u c ir sus fru to s próxim os y tardíos. E n las elecciones de abril de 1862, O bligado, candidato m itrista de tra n ­ sacción, fue d erro tad o am pliam ente p o r M árm ol, su opositor y uno de los líderes aislacionistas. E l p artid o L iberal se escindió en A utonom ista y N acional, y si bien M itre subió a la presidencia de la N ació n , dejó m uchos descontentos en Buenos Aires. A la vez, la autoridad de U rquiza no se rec u p e ró nunca del m alestar p ro d u ­ cido p o r su alianza con los p orteños. Casi una década después, su asesinato p o r los partidarios de L ópez Jo rd á n no es sino el acto final de este deterioro.

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MITRE Y LA NACIONALIZACION DEL LIBERALISMO

Imposición del liberalismo

T ras la disolución de las autoridades nacionales v del pacto de “neutralizació n ” de U rquiza, Buenos A ires había recogido la bandera que había p erd id o en Caseros, y se disponía nuevam ente a d ictar su política al resto del país. B artolom é M itre iba a ser no sólo el insp irad o r de esa p o lítica, sino tam bién su ejecutor. Desde la revolución de setiem bre había ido elaborándola pacientem ente y en los crítico s días anteriores y posteriores a Pavón había logrado im ponerla a sus com provincianos. En verdad, era más la política de M itre que la de Buenos Aires, todavía enceguecida p o r los arrebatos segregacionistas y el resentim iento hacia los provincianos. E l ho m b re era capaz de hacerlo, com o lo fue de sortear m úl­ tiples obstáculos en una de las carreras políticas más largas que conoció la R epública, pues su actuación se p ro lo n g ó hasta el fin mismo del siglo. N ac id o en 1821, m ilitar de carrera y literato por vocación, incursionó en la poesía y la novela, cultivó el ensayo e hizo del periodism o p o lítico su m ejor m odo de expresión. C om o m ilitar cultivó el arm a más técnica y m oderna —la artillería— lo que es u n indicio de su m odalidad. O tro es que en tre el frag o r de la acción política, se sum ergió en la historia y escribió la H istoria de Belgrano (1857-59), una de las obras más notables de la histo­ riografía argentina. Estos datos bastan para definirlo com o un político de nuevo cuño. Sensible com o h om bre, com o p o lítico era frío y sereno. A ferrado a sus principios, p ero con una alta dosis de realismo que le daba una notable flexibilidad política. Así, m ientras fue capaz de sacrificar su p restigio local en 1861 y de su p ronunciam iento principista de 1874, tam bién fue el hom bre de las conciliaciones, las colaboraciones y los acuerdos: con U rquiza en 1861, con Sar­ m iento en 1873, con A vellaneda en 1877 y con R oca en 1892. M itre había resum ido su pro g ram a en el lema “N acionalidad,

A rq u e tip o s de la c la s e d irig e n te d e B u e n o s A ires, q u e e s p e ja n e l c a rá c te r y la m oda d e su tie m p o : doña A d e la B u s ta m a n te de G im é n e z [óleo de P rilid ia n o Pueyrre d ó n ] y don M a n u e l O c a m p o [seg ún e l re tra to re a liz a d o po r el m is m o a rtis ta ].

C onstitución y L ib e rta d ” : una N ació n unida, em inente, superior a sus partes; una C o nstitución federal, garantía de los derechos de esas mismas partes; libertad política y civil. ¿Q ué libertad? La concebida p o r el liberalism o de entonces: libre juego de las insti­ tuciones, libertad de crítica, elim inación del caudillaje auto crático que im pedía a los pueblos expresarse librem ente, libertad que nacía de la “civilización” y que im ponía co m b atir la “b arbarie”, para usar térm inos de Sarm iento. E n sum a, era el estilo n u e v o , dispuesto a desalojar al estilo viejo de nuestro escenario político. E l pro g ram a m itrista suponía la existencia de un orden liberal en la R epública p ara desarrollarse arm ónicam ente, lo que signifi­ caba que exigía com o tarea previa crear ese o rden, rem oviendo la m ayoría de las situaciones provinciales m anejadas p o r los federales. Dada la debilidad de los m ovim ientos liberales del interior, no quedaba o tro recurso que p ro v o c a r el cam bio p o r la acción directa o indirecta de las fuerzas m ilitares, puestas al servicio de los prin­ cipios. Este p ro ced im ien to ponía a los liberales en una especie de co n trad icció n in terio r, pues m ientras sostenían el principio de la libertad de los pueblos se disponían a d errib ar regím enes que g o ­ zaban del consenso de las poblaciones para im ponerles otros, creados desde afuera y apoyados en m inorías más o m enos exiguas. Pero resolvían la co n trad icció n cre y e n d o —o al m enos arg u m en tan d o — que aquellos pueblos habían sido sum idos en una suerte de m inono

ridad que les impedía elegir librem ente, v que prim ero debían ser libertados, darles acceso a la cu ltu ra política, pára que luego pu­ diesen elegir conscientem ente el sistema de su predilección. Así, la acción a desarrollar iba a ser considerada p o r los liberales una misión libertad o ra v civilizadora, en tan to que los pueblos del in terio r iban a ver sim plem ente en ella la prepotencia de Buenos Aires, im poniendo a las provincias hom bres v estilos ajenos para m ejor sojuzgarlos. El general M itre no quiso o p erar sobre el in terio r m ientras no tuviera asegurada una base de p o d er en el litoral. Para ello p ro ­ m ovió una revolución en C orrientes que d errib ó a R olón, ocupó la ciudad de Santa Fe, y n o m b ró g o b ern ad o r a D om ingo C res­ po; pese a alguna m om entánea tentación, respetó el dom inio de U rquiza en E n tre Ríos, c o n v ertid o en un aliado pasivo. La revolución liberal cordobesa del 12 de noviem bre de 1861 c o n stitu y ó la única dem ostración de fuerza de los liberales del interior, pues los T aboada perm anecían inactivos en Santiago. C uando M itre envió al general P aunero con una división del ejér­ cito sobre las provincias, éste llegó a C órdoba para en co n trar un partido Liberal dividido p o r las apetencias del poder. Paunero ofició de á rb itro e im puso com o g o b ern ad o r provisorio a su segundo, el coronel M arcos Paz, tu cu m an o liberal. Al avanzar sobre las dem ás provincias, fueron cayendo sin resistencia los gobernadores federales. Saá, N azar, V idela, Díaz, se exiliaron v C uyo pasó a los liberales B arbeito (San L uis), M olina (M endoza) v Sarm iento, quien había acom pañado la expedición com o audi­ to r, con el expreso designio de o b ten er la g o bernación de San Juan que reclam aba a M itre desde el día siguiente a Pavón. En el norte, A n to n in o T aboada d e rro tó en El Ceibal al go­ b ernad o r tu cu m an o G u tié rre z , que fue reem plazado p o r Del C am ­ po. El g o b ern ad o r de C atam arca renunció para evitar la invasión, el de La Rioja, V illafañe, se p ro n u n ció p o r M itre. Sólo Salta quedaba en pie para los federales, pero M arcos Paz, abandonando el difícil g o b iern o de C ó rd o b a fue a T u c u m á n com o com isionado nacional v logró un acu erd o pacífico (m arzo 3 de 1862) entre los gobiernos de T u cu m án , C atam arca, Santiago del E stero v Salta, renunciando el g o b ern ad o r de esta últim a, T o d d , que fue reem pla­ zado p o r Juan N . U rib u ru . El éxito de M arcos Paz hubiera puesto final feliz al proceso de los reem plazos, si no hubiera sido p o rq u e el general riojano Angel V icente Peñaloza. apodado el C hacho, se rebeló c o n tra la QQ

pasividad de V illafañe. H abía luchado veinte años antes p o r la federación co n tra Rosas v volvía a hacerlo c o n tra las tropas de Buenos Aires. T ra tó de inv ertir la situación tucuniana pero las fuerzas de esa provincia le rechazaron en R ío Colorado (feb re ro 10 de 1862) y p o co después fue batido p o r las tropas porteñas en A guadita v Salinas de M oreno (m a rz o ), siendo fusilados los ofi­ ciales prisioneros p o r orden de Sarm iento, convencido que civili­ zaba si no “ahorraba sSngre de gauch o s”. N uevos com bates m eno­ res, casi siem pre favorables a Buenos Aires, pusieron a Peñaloza en una situación desesperada v dem ostraron que la m ontonera gaucha, falta de recursos, no podía m edirse con las fuerzas de línea. Pero al mismo tiem po, Paunero se fue convenciendo que Peñaloza era el único hom bre capaz de p oner ord en en La Rioja v que era posible conseguir su adhesión. Con ese fin n om bró una Com isión M ediadora, a cuyas instancias cedió Peñaloza, quien el 30 de m ayo, desde La Banderita, declaró su som etim iento a las autoridades nacionales v se co m p ro m etió a p acificar la provincia. E n tre ta n to , M itre había sido encargado p o r las provincias de reu n ir el C ongreso N acional y de m anejar las relaciones exteriores. C onvocó a elecciones y el 25 de m avo se reunió el nuevo cu erp o legislativo, con amplia m ayoría liberal, que encargó a M itre el ejercicio provisional del p o d er ejecutivo nacional. En junio, M itre podía halagarse de la pacificación de to d o el país, p ero la paz del in te rio r fue precaria. En m arzo de 1863 Peñaloza, co nvencido de que el g obierno nacional se proponía tiranizar a las provincias, se sublevó nuevam ente, e invitó a U r­ quiza a im itarle y asum ir la d irección del m ovim iento. La rebelión riojana no estaba inspirada sólo en la resistencia a Buenos Aires o a doctrinas liberales que no im portaban dem asiado. La p ro v in ­ cia, com o sus herm anas cordilleranas, se debatía en la miseria. A floraba un d e sc o n ten to -p ro fu n d o y se hacía responsable al nuevo gobierno nacional de una situación que distaba de ser sim plem ente política y cuyas causas eran anteriores y com plejas. Sin em bargo, la falta de auxilios que Peñaloza esperaba del g o b iern o central, la falta de com prensión de la situación riojana y las presiones polí­ ticas, se con ju g aro n para anim ar su rebelión v la de sus co m p ro ­ vincianos. M ientras U rquiza respondía con el silencio a la invitación del C hacho, M itre se dispuso a realizar una “g u erra de policía” y encargó a Sarm iento su con d u cció n política, acto riesgoso en quien conocía las pasiones que anim aban al sanjuanino. R ápida­

Paz de La Banderita

Restablecimiento de las autoridades nacionales

Segundo alzam iento de Peñaloza

m ente co n v erg iero n sobre Peñaloza las fuerzas nacionales co n d u ­ cidas p o r P aunero, quien venció a los rebeldes en Lom as Blancas (m ayo 20). Peñaloza se desvió sobre C órdoba, p e ro fue nuevam ente batido en Las Playas (ju n io 28). Propuso entonces negociaciones, p ero P aunero —irritad o p o r el escaso fru to de la paz a n terio r— las rechazó. M enos las iba a acep tar S arm iento, quien en la guerra además de los objetivos generales buscaba la reparación de las m uertes de sus parientes, sacrificados p o r los hom bres de Peñaloza. V encido o tra vez en Puntillas del Sauce, Peñaloza se refugió en O lta, donde fue tom ado prisionero p o r los nacionales v ultim ado p o r el m ay o r Irrazáb al.1 La m u erte de Peñaloza no iba a asegurar la paz p o r m ucho tiem po, pues las condiciones que habían im pulsado el alzam iento no habían desaparecido. Las levas para la g u erra c o n tra el Paraguay p ro v o caro n m otines y deserciones, pues los provincianos no que­ rían ir a pelear. Las guerras del C hacho iban a te n e r u n eco tardío en 1866 co n la “rebelión de los colorados” que estalló en M endoza y se extendió a casi todas las provincias cordilleranas, poniendo en aprietos al g o b iern o nacional en m om entos en que se libraba una guerra internacional. V idela en M endoza, Felipe Saá en San Luis, y Felipe V arela en C atam arca, asum ieron la co nducción del m ovim iento, que triu n fó en Lujan de C u yo y R inconada del Pocito (enero 5 de 1867). El g o b iern o nacional declaró traidores a los revolucionarios y retiró 3.500 hom bres del fren te del Paraguay. El mism o M itre regresó al país. Por entonces, Juan Saá había asum ido la d irección de los rebeldes. P or fin A rred o n d o lo d erro tó com pletam ente en San Ignacio (1^ de ab ril). Casi sim ultáneam ente (10 de a b ril), V arela era deshecho p o r A n to n in o T ab o ad a en Pozo de Vargas, con lo que term in ó la rebelión. T o d o este p erío d o se caracterizó p o r una extrem a agitación en las provincias, p ro d u c to no sólo de las reacciones federales, sino de las luchas en tre las distintas fracciones liberales y de los en fre n ­ tam ientos personales. R enuncias, m otines v conatos constituyen 1 Sarm iento en carta a M itre del 18 de noviem bre de 1863 en la qije le anuncia la muerte de Peñaloza, 12 de ese mes, y dice que ha “aplaudido la medida” por que la ley sólo existe para los que la respetan. M itre le contestó felicitándole por la conclusión de la guerra y guardando un silencio total sobre la ejecución del Chacho, pero al mismo tiem po le ofreció un cargo diplomático. Posteriorm ente (25 de diciembre) M itre le escribió “. . . n o he podido prestar mi aprobación a tal hecho. N uestro partido ha hecho siem­ pre ostentación de su am or y respeto a las leyes y a las formas que ellas prescriben; y no hay a mi juicio un solo caso en que nos sea perm itido faltar a ellas, sin claudicar de nuestros principios”. En Correspondencia Sar­ m iento-M itre, Museo M itre, Buenos Aires, pags. 261.

Rebelión de los colorados

la historia provincial de aquellos años. C om o saldo hubo num erosas intervenciones federales, el g obierno de C órdoba quedó en manos de opositores al g obierno nacional hasta que en 1867 Félix de la Peña, nacionalista, asumió la gobernación. Fn el norte, los cu atro herm anos T aboada v su prim o Absalón Ibarra c o n stitu y ero n una especie de dinastía que, adherida al régim en liberal, constituía la más sólida v recalcitrante supervivencia del sistema que el libe­ ralismo había querid o desterrar. M anuel T aboada era el jefe del equipo v A n to n in o su brazo arm ado. E xtendieron su influencia sobre Catam arca, La Rioja, T u c u m á n v Salta v dom inaron en Santiago del E stero casi u n c u a rto de siglo. Este panoram a p olítico interno se veía seriam ente agravado p o r la ausencia del presidente M itre que había asum ido la c o n d u c ­ ción de los ejércitos aliados en la lucha c o n tra Paraguay. Sus vistas personales, opiniones v consejos, enviados desde el lejano fren te de gu erra, no co n trib u ían a facilitar la tarea del vicepre­ sidente. Sólo la capacidad de M arcos Paz pudo sortear la suma de inconvenientes acum ulados, y que m uchas veces le hicieron perder la paciencia v le llevaron a p resentar su renuncia reiteradam ente. Llegó a decirle a M itre que si fuese legislador pro h ib iría la salida del p rim er magis­ trad o de mi p a tria 'c o m o está dispuesto en casi todos los pueblos civilizados. Y agregó: Los pueblos quieren ser m andados p o r aquel que tiene m ejor derecho a m andar. U sted fue elegido canónicam ente por el pueblo argentino para g o b ern ar v no para m andar un ejército.-’ Es indudable que si M itre hubiese perm anecido en el país ?l fren te del g obierno, o tro hubiese sido el desarrollo de los sucesos v hubiesen habido menos conm ociones. Pero el Presidente tenía una razón para asum ir el m ando aliado: que las tropas argentinas no estuviesen conducidas p o r un jefe extranjero, v ser la cabeza m ilitar de la alianza-. Era una cuestión de prestigio, pero encubría una razón de política internacional, pues revelaba la necesidad —sentida p o r M itre— de no ced er posiciones frente al Brasil, apenas m enos riesgoso com o aliado que com o adversario. - A rchivo del general M itre, tom o vi. pág. 183. Citado por Ricardo Levene en Academia Nacional de la Historia, Historio Argentina C ontem ­ poránea, vot. i, I9 sección, cap. “Presidencia de M itre", pág. 22.

Sólo a la m u erte de Paz (en ero 2 de 1868), se resignó a en tregar el m ando suprem o m ilitar al general brasileño M arqués de Caxias y reasum ir la presidencia, que salvo el lapso entre febrero y julio de 1867, había abandonado el 17 de junio de 1865. Pese a tantas dificultades, al term in ar su m andato en o c tu b re de 1868, había logrado su p ro p ó sito de c o n stru ir una A rg en tin a política­ m ente liberal.

Administración E ncargado M itre p o r el C ongreso del ejercicio provisorio del poder ejecutivo nacional, convocó a elecciones presidenciales. D om inadas todas las provincias, salvo E n tre Ríos, p o r el partido Liberal, no so rp ren d e que M itre haya sido electo p o r 133 votos sobre 156 posibles, pues hubo 23 electores que no sufragaron. La elección de vicepresidente fue disputada en tre M arcos Paz v T aboada, p ero el prim ero , prestigiado p o r su m isión de paz en el norte, logró 91 votos c o n tra 16 de su oponente. Inm ediatam ente después de asum ir el p o d er, en o ctu b re de 1862, M itre c o n stitu y ó su m inisterio: G u illerm o R aw son, sanjuanino, para In te rio r; R ufin o de Elizalde, p o rteñ o , para Relaciones E xteriores; D alm acio V élez Sársfield, cordobés, para H acienda; los tres, senadores nacionales. Para Justicia, C ulto e In stru cció n Pública designó a E d u ard o Costa y para G u e rra v M arina a Juan A ndrés G elly y O bes, que le había servido en igual cargo durante su gobierno de la provincia de Buenos A ires.3 Este m inisterio —co n excepción de V élez Sársfield— fue ex­ traordinariam en te estable, pues se m antuvo hasta que, en ocasión de las elecciones de renovación presidencial, ren u nciaron Elizalde y Costa, reem plazados p o r M arcelino U g arte v José E varisto U riburu. E n los últim os meses, M itre volvió a llam ar a los renunciantes al gabinete e in ten tó n o m b ra r a Sarm iento en reem plazo de Raw son. A u n antes de su elección, y siguiendo en esto el antecedente de U rquiza, M itre p ro c u ró la federalización de Buenos A ires en toda su extensión. La L egislatura p o rteñ a rechazó la sugestión. M i­ 3 Para los devotos de las interpretaciones generacionales agregamos estos datos sobre las fechas de nacim iento de los integrantes del gobierno: M itre nació en 1821, Rawson en 1821, Elizalde en 1822, Costa en 1823, G elly y Obes en 1815. Sólo Vélez Sársfield, nacido en 1800, pertenecía a una generación distinta y fue pronto reemplazado por Lucas G onzález, nacido en 1829. F.n cuanto a U garte y U riburu que integrarían brevem ente el gabinete, nacieron en 1822 y 1831, respectivamente.

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política Elección presidencial y m inisterio

tre buscó entonces una solución transaccional que se m aterializó en la Lev de C om prom iso, p o r la cual las autoridades nacionales residirían en Buenos Aires, q u ed an d o la ciudad bajo la jurisdicción provincial hasta que el C ongreso nacional dictara la lev definitiva sobre la C apital, convenio que tenía cinco años de duración. El p ro y e c to m itrista había definido m ejor que ningún o tro la línea nacional de su au to r v fue en esta ocasión que se c o n c re tó la va insinuada división del p artid o Liberal, fu ndando A dolfo Alsina el p artid o A utonom ista. El hecho de que el nuevo g o b ern ad o r de Buenos Aires, M a­ riano Saavedra, p erteneciera al m itrism o, facilitó el buen en ten d i­ m iento entre las autoridades nacionales v provinciales, condenadas a vivir en curiosa superposición. En 1866 A dolfo Alsina conquistó la gobernación p orteña v p oco después cesó la lev de C om prom iso, pero M arcos Paz, en ejercicio de la Presidencia, invocó el derecho del gobierno nacional de residir en cualquier p u n to del territo rio V co n tin u ó ejerciendo sus funciones desde Buenos Aires, con el consentim iento de Alsina, a quien se había acercado políticam ente. N o faltaron intentos de hacer de R osario la capital de la R e­ pública —p ro v e c to de M anuel Q u in tan a— p ero la cuestión no se c o n cretó p o rq u e M itre vetó la lev en los últim os días de su presi­ dencia, p o r considerar que tam aña reform a correspondía a su sucesor. Sarm iento dejó d o rm ir el problem a, que sólo tuvo solución violenta en el año 1880. C orrespondió a M itre —pese a las com plicaciones políticas v bélicas de su g o b iern o — realizar una intensa labor adm inistrativa, especialm ente hasta el año 1865, en que su alejam iento del gobierno V las atenciones de la g u erra internacional p ro v o caro n una dism i­ nución del ím petu creador. El colapso de la C onfederación d u ran te la presidencia de D erqui obligó a rehacer varias de las obras realizadas o com enzadas du ran te la presidencia de U rquiza. La prim era de estas tareas fue la reconstitución de la C o rte Suprem a de Justicia v la organización V proced im ien to de los tribunales nacionales. T u v o M itre el acierto de llamar a in teg rar el suprem o tribunal a hom bres ajenos a su línea política: V alentín Alsina —que no acep tó —, José Benjamín G orostiaga y Salvador M. del C arril, a quienes acom pañaron los doctores C arreras, Barros Pazos y D elgado. La C o rte se negó a actuar com o consejera del g obierno, estableció su com petencia e inició una jurisprudencia de alta calidad jurídica que le dio soste­ nido prestigio.

División del Partido Liberal

Obra adm inistrativa

La C onstitu ció n había previsto la unificación de la legislación fundam ental del país, p ero la tarea aún no había sido em prendida. E n este p erío d o se ad o p tó para la N ació n el C ódigo de C om ercio de Buenos A ires —obra de A cevedo y V élez Sársfield—; se enco­ m endó al p rim ero de ellos la redacción del C ódigo Civil, obra m onum ental term inada en cinco años, que el C ongreso aprobó a libro cerrad o y fue prom u lg ad a p o r Sarm iento en 1869, y encargó a Carlos T e je d o r la redacción del C ódigo Penal. L a enseñanza secundaria fue atendida, siguiendo las líneas del g obierno de U rquiza. Se re e stru c tu raro n los colegios nacionales existentes y se crearo n o tro s en varias provincias. Poco se pudo hacer en m ateria de enseñanza prim aria, obra que correspondería a la adm inistración entrante. E l p roblem a del indio, en tretan to , se había agravado. Las tie­ rras conquistadas p o r la expedición de Rosas se habían perdido progresivam ente y desde 1854 los m alones avanzaban cada vez más sobre estancias y poblaciones. Las guerras civiles prim ero y la del Paraguay después habían obligado a d esguarnecer de tropas las fron teras interiores. P or ello, el plan originario de M itre de llevar Ja ocupación nuevam ente hasta los ríos N e g ro v N e u q u én no en c o n tró ocasión de realizarse y quedó en p ro y e c to hasta el año 1879. M itre pensaba que la verdadera fro n tera co n tra el indígena la constituía la ocupación efectiva y en propiedad de la tierra, y decía que los indios habían recu p erad o las tierras de los enfiteutas p ero no habían p o d id o o cu p ar la tierra de los propietarios. R aw son, a su vez, hablaba de la “ fro n tera de h ie rro ” constituida p o r el ferro carril, con lo que coincidía en la necesidad de una colonización real del desierto. P o r eso vieron satisfechos que la inm igración europea superaba las previsiones oficiales v sorprendía dada la agitación reinante en el país. E ra una inm igración espon­ tánea que se rad icó princip alm en te en Buenos Aires v en m enor m edida en Santa Fe y E n tre Ríos. Para ella el gobierno no previo ningún régim en especial en m ateria de tierras ni en ningún o tro orden. U na excepción a esta característica fue la inm igración galesa que, debidam ente planeada, se estableció en 1865 en el valle del C h u b u t, donde subsistió pese a sus padecim ientos iniciales. N o fue este el ú n ico m om ento en que el gobierno dirigió su atención hacia la Patagonia. E l com andante Piedrabuena exploró am pliam ente la región, afirm ando la soberanía argentina v se dictó

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una lev declarando federales los territo rio s no incorp orados a las provincias, previendo la ocupación de nuevas regiones. Llegado el año 1866, el problem a de la sucesión presidencial com enzó a agitar el am biente político. El general U rquiza surgía com o el candidato natural del p artid o Federal. Los autonom istas propiciaron la candidatura de su jefe, A dolfo Alsina. El partido N acionalista se inclinaba p o r Elizalde. O tro s dos m inistros, Raw son v Costa eran candidatos potenciales, v no faltó quien alentara la candidatura de M arcos Paz, pese al im pedim ento constitucional. En un p rim er m om ento Elizalde se veía favorecido p o r las provincias cuvanas v to d o el n o rte argentino que respondía a la influencia de los T aboada, con lo que reunía casi la m itad de los electores. Alsina contaba con Buenos Aires v Santa Fe v U rquiza con C órdoba, C orrientes y E n tre Ríos. Pero el vicepresidente logró que T aboada le transfiriera el apoyo que había dado a Eli­ zalde, con lo que llegó a c o n ta r en su haber con 58 electores posibles. La im prevista m uerte de M arcos Paz restableció parcialm ente las perspectivas de Elizalde, en ta n to que Alsina m ejoraba su situa­ ción a costa de U rquiza. Para éste, Alsina encarnaba las peores corrientes del porteñism o, p o r lo que se m anifestó dispuesto a entenderse con Elizalde, p ero no se pusieron de acu erdo sobre el candidato a la vicepresidencia. En esas circunstancias, v cuando Elizalde parecía ser el hom bre de las m ayores posibilidades, Lucio V . Mansilla lanzó la can d id atu ra de D om ingo F. Sarm iento, en­ tonces m inistro argentino en los Estados U nidos. Esta candidatura había surgido en los cam pam entos m ilitares en el Paraguay, a espaldas del Presidente, v respondía a la idea de sup erar el anta­ gonism o en tre porteños y provincianos, consagrando a un político provinciano que gozaba de gran p redicam ento en Buenos Aires. C onsultado M itre p o r G u tié rre z sobre los candidatos, respondió desde T u v ú -C u e el 28 de noviem bre de 1867 con un “ program a electoral” —mal llam ado testam ento político — donde proclam aba su prescindencia en favor de los distintos candidatos liberales. Des­ calificaba M itre la candidatura de U rquiza p o r estim arla reaccio­ naria, pese a lo cual anunciaba que sólo le o p o n d ría su autoridad m oral; tam bién se pronunciaba co n tra el candidato autonom ista, aunque reconocía que esa candidatura tendría validez si fuera ratificada p o r una m ayoría. Luego pasaba revista a los demás can­ didatos liberales v concluía que el m ejor sería aquel que reuniese el m ayor núm ero de votos espontáneos. De no ser consagrado por

i r\c.

La sucesión presidencial

esa vía, decía, sólo dará o rigen a su d erro ta o en caso con trario a un gob iern o raq u ítico y sin fuerza, y en últim o térm in o , frente a U rquiza, sólo daría lugar a un gobierno de com prom iso. Si el p artido L iberal no era capaz de p ro c e d e r c o rrectam en te m erecería su d errota pues para escam otear la soberanía del pueblo, desacredi­ tan d o la libertad y desm oralizar el g obierno dándole por base el fraude, la co rru p ció n o la violencia, ahí están sus enem igos que lo harán m ejor, La negativa de M itre a a p o y ar un candidato desorientó a Elizalde. A la vez los m ilitares en tre quienes había surgido la candi­ datura de Sarm iento se consideraron en libertad de proceder. A rred o n d o p rom ovió revoluciones en C órdoba y La Rioja para asegurar la o rientación de los respectivos electores. P or vez p ri­ m era, el ejército , o al m enos alguno de sus m iem bros destacados, se co n v ertían en un fa c to r p o lítico , utilizando la fuerza de la ins­ titu ció n en la contienda electoral. Lo curioso de este caso es que tal proced im ien to se da al m argen de la v oluntad del jefe del Estado. E ra la p rim era vez que se daba en el país una auténtica co n ­ tienda electoral presidencial. C uando las provincias cuvanas se in­ clinaron p o r S arm iento, hasta entonces candidato sin partido, pero cuyas posibilidades crecían, Alsina consideró o p o rtu n o llegar a un acuerdo co n sus sostenedores. De ese acuerd o surgió la fórm ula Sarm iento-A lsina, que p restó al sanjuanino to d o el apoyo del p a r­ tido A utonom ista y de los electores porteños. Llegado el m om ento de la elección. Sarm iento o b tu v o 79 votos —electores de Buenos Aires, C órdoba, to d o C uyo, La R ioja y J u ju y —, U rquiza 26 —E n ­ tre Ríos, Santa Fe y Salta— y Elizalde sólo 22 votos de Santiago del E stero y C atam arca, lo que vino a dem ostrar, aparte del fracaso de los T ab o ad a en su zona de influencia, la p érd id a de prestigio del p artido M itrista, com o consecuencia de las agitaciones interiores y de los sacrificios im puestos p o r una g u erra im popular. Para la vicepresidencia, Alsina logró 82 votos co n tra 45 de P aunero, can­ didato nacionalista.

La política exterior y el m undo am ericano C uando B artolom é M itre asume la presidencia en o ctu b re de irracionalidad 1862, las relaciones argentinas con las potencias europeas pasan p o r un p erío d o de am istad v calma. C on la misma España se man107

tienen buenas relaciones que p erm iten rever parcialm ente, el tratad o de paz firm ado p o r la C onfederación. En éste, A lberdi había adm i­ tido com o prin cip io de la nacionalidad el jus sanguinis, según el cual un nativo seguía la nacionalidad de sus padres, principio harto peligroso para un país que necesitaba de la inm igración v que va entonces tenía dos tercios de extranjeros en la población de su ciudad más populosa. M itre encom endó a M ariano Balcarce la revisión de ese aspecto del T ra ta d o v, p o r uno nuevo firm ado en setiem bre de 1863, logró el reconocim iento del fus soli, que establece que la nacionalidad es la del lugar de nacim iento. Estas buenas relaciones, que no excluían intensas vinculacio­ nes com erciales en las que G ra n Bretaña ocupaba un destacadísim o lugar, eran el indicio no sólo de que los gabinetes europeos habían abandonado la política de fuerza p racticada tres lustros antes, sino de que A rgentina estaba en tra n d o en una nueva etapa de su desarrollo nacional donde sería más independiente políticam ente de E uropa y desarrollaría su p ro v e c to nacional según cánones p ro ­ pios, vuelta sobre sí misma y sobre los estados vecinos. En la m edida en que dism inuye la gravitación europea, aum en­ ta la im portancia de los países am ericanos en la determ inación de una política internacional. E n consecuencia, es o p o rtu n o establecer cuáles eran las líneas básica« en que se m ovían esas naciones. Los Estados U nidos, después de su g uerra con M éxico v de su colosal expansión hacia el P acífico, se habían visto envueltos en la gu erra de Secesión, donde no sólo se jugaba el fu tu ro de la esclavitud en el país, sino que se oponían los Estados industriali­ zados del n o rte a los Estados rurales del Sur, v los criterios p ro ­ gresistas y liberales de los prim eros co n tra la m entalidad tradiciona lista de los segundos. Esta g u erra -no careció de resonancias internacionales v obligó al presidente L incoln, v encedor final en la contienda, a desentenderse de m uchos otros problem as, en p ar­ ticular aquellos referentes al resto del pontinente am ericano. Esta circunstancia fue aprovechada p o r Francia, donde la res­ tauración napoleónica había insuflado nuevas tendencias im peria­ listas, a ten ta r suerte en M é x ic o , donde apoyó al secto r conservador, que con la adhesión d e (la Iglesia trataba de re c u p e rar el poder que había pasado a m anos del m ovim iento liberal, cuva cabeza era Benito Juárez. Se p ro p o n ía N ap o leó n III establecer en M éxico un antem ural católico v latino a la influencia sajona v protestante de los Estados U nidos, del que Francia fuera el p ro te c to r. Así nació bajo la p ro tecció n de las armas francesas el Im perio de

El panorama americano. Estados Unidos

Liberales y conservadores en Latinoam érica

¡Maximiliano que no p u d o vencer la resistencia juarista. En 1866, habiendo term inado E stados U nidos su g u erra civil, com enzó a terciar en el problem a m exicano, apoyando a los liberales rep u ­ blicanos. Francia, que veía a la vez com plicarse el horizonte eu ro ­ peo (g u e rra austro-prusiana) o p tó p o r retirarse v librar a M axi­ m iliano al ap o v o conservador, lo que d eterm inó su d erro ta v fusilam iento. La im posición del liberalism o en M éxico distaba de ser un fenóm eno aislado en A m érica. Si tras las guerras de em ancipación, seguidas de procesos anárquicos, había sucedido en casi todos los países regím enes de tip o conservador, frecu en tem ente autocráticos, la estabilidad o el p rogreso de aquellas sociedades v los excesos de los gobiernos com enzaron a g en erar hacia la m itad del siglo el debilitam iento de aquéllos y el alza de los regím enes liberales. Ya hem os visto cóm o se im pone el liberalism o en A rgentina. T am b ién en V enezuela se derru m b a el conservadorism o hacia 1850 dando lugar a un liberalism o federalista y anticlerical. Lo mismo o cu rre en C olom bia, donde los liberales g o biernan desde 1850 v desde 1861 a 1880 lo hace el ala extrem ista del partido. En Chile, el conservadorism o gob ern an te, progresista en lo económ ico v cu l­ tural, transa hacia 1861 co n los liberales iniciándose así una tra n ­ sición que diez años después daría a Chile el prim er presidente liberal, Z añartú. Incluso el Im perio del Brasil ha alternado en el g obierno elem entos conservadores v liberales, pero a p artir de 1863 estos últim os se aseguran en el g obierno que les pertenecerá hasta después de la g u erra de la T rip le Alianza, cuando la influen­ cia del duque de Caxias inclinará o tra vez la balanza hacia los conservadores. Esta revisión nos p erm ite inscribir el cam bio operado en A r­ gentina en 1861-2 d e n tro de un m ovim iento continental p ro ­ liberal. Los únicos países que se han sustraído a ese proceso son Bolivia, Perú y E cuador. Bolivia se g o b ern ó en esta época sobre la base de un p o d er militar,, que se apoyaba circunstancial v alter­ nativam ente en elem entos oligárquicos o populares. Perú respondió de 1845 a 1875 a una p lu to cracia conservadora que basaba su sistema económ ico en la explotación del guano v que se caracterizó por cierta co rru p ció n adm inistrativa que desem bocó en contiendas civiles. E cuador, p o r fin, con o ció bajo la égida de G a rc ía M oreno (1860-75) una dictad u ra conservadora v católica, progresista en lo económ ico v afrancesada en lo cultural.

A m érica había crecid o considerablem ente en los últim os años. Brasil tenía 10.000.000 de habitantes, M éxico era el país más po­ blado de la A m érica española, Colom bia frisaba los 3.000.000 de habitantes, Perú tenía 2.600.000, Chile 2.000.000 v V enezuela 1.800.000. La R epública A rg en tin a apenas igualaba las cifras de este últim o E stado al p rom ediar la década del 60. El aporte inm i­ grato rio recién em pezaba a hacerse sentir v p o r lo tan to nuestro país era uno de los m enos poblados de A m érica. T am bién la vida económ ica de estas naciones había tom ado cierto vuelo. Chile co ­ menzaba su desarrollo m inero, Perú vivía del guano, C olom bia com enzaba su desarrollo cafetero , Paraguay exportaba bajo m ono­ polio estatal tabaco y y erb a m ate. La p ro d u cció n agropecuaria argentina estaba todavía cen trad a en la exportación de p roductos del ganado bovino y ovino. L atinoam érica era en su totalidad exportadora de m aterias prim as cu y o principal co m p rad o r era G ra n Bretaña. Los intereses e influencias de los Estados U nidos eran variados según las regiones del contin en te y se debilitaban hacia el extrem o sur, en tan to que el desarrollo industrial francés daba lugar a un m arcado acrecentam iento de sus relaciones c o m er­ ciales con A m érica latina. H acia 1856 y a causa de las actividades del pirata W a lk e r en A m érica C entral, se firm ó un T ra ta d o C ontinental entre Perú, Chile y E cu ad o r, tendiente a fo m en tar la unión hispano-am ericana y a e n fren tar la agresión europea. C uando en 1861 los dom inicanos decidieron reinco rp o rarse a España, Bolivia se in co rp o ró al T r a ­ tado, y sus firm antes co nvinieron en p ro m o v er una gran alianza latinoam ericana a través de un C ongreso que se reunió en Lima, al que co n c u rrie ro n aparte de las naciones ya nom bradas, V ene­ zuela, Colom bia y G uatem ala. Los organizadores excluyeron ex­ presam ente a los Estados U nidos:

Potencial de América

El hispano­ am ericanism o de las naciones del Pacífico

N ada político —explicaba el boliviano M edinacelli— era m ezclar en el asunto a la A m érica Inglesa cu y o origen es distinto, cuyos intereses son igualm ente distintos v, q u i­ zá, opuestos a los nuestros, cu y o p oder colosal, sobre todo, es tem ible. ¿A qué m ezclar al fuerte, cuando se trata de asociar a los débiles para que dejen de serlo ?4 La alianza estaba dirigida a c o n ten er a E u ro p a y cuando el gobierno argentino recibió la invitación la rechazó (noviem bre de 1862) afirm ando que respondiendo el p ro y ectad o C ongreso a un 4 Citado por J. Pérez Amuchástegui en Más allá de ¡a cróvica en la revista “C rónica A rgentina”, nQ 52, pág. l i v .

Identificación con Europa y repudio del panam ericanism o

antagonism o hacia E uropa, el mismo no era co m p artid o p o r el gobiern o argentino, pues la República estaba identificada con E uropa en to d o lo posible. A dem ás de esta respuesta oficial, podem os juzgar la posición argentina a través de las cartas personales en que M itre censuró a Sarm iento su particip ació n en el citado C ongreso a títu lo perso­ nal. T ra s calificar al C ongreso de pam plina, señalaba que se había invitado al Brasil y excluido a los Estados U nidos, sin los cuales fren te a E u ro p a “nada podía hacerse, al m enos en los prim eros tiem pos”. L uego, exam inando el am ericanism o com o d o ctrina decía: . . . la verdad era que las repúblicas am ericanas eran na­ ciones independientes, que vivían su vida propia, v debían v ivir y desenvolverse en las condiciones de sus respectivas nacionalidades, salvándose p o r sí mismas, o pereciendo si no en co n trab an en sí propias los m edios de salvación. Q ue era tiem po que ya abandonásem os esa m entira pueril de que éram os herm anitos, y que com o tales debíam os auxi­ liarnos enajenando recíp ro cam en te hasta nuestra soberanía. Q u e debíam os acostum brarnos a vivir la vida de los pueblos libres e independientes, tratán d o n o s com o tales, bastándo­ nos a nosotros mismos, y auxiliándonos según las circuns­ tancias y los intereses de cada país, en vez de jugar a las m uñecas de las herm anas, juego pueril que no responde a ninguna verdad, que está en abierta contrad icció n con las instituciones y la soberanía de cada pueblo independiente ni responde a ningún propósito serio para el porvenir. Y tras afirm ar que era una ‘“ falsa política am ericanista que está m uy lejos de ser am ericana” agregaba: P re te n d e r inven tar un derecho público de la A m érica co n tra la E u ro p a, de la república c o n tra la m onarquía, es un v erdadero absurdo que nos pone fuera de las co n d i­ ciones norm ales del derecho y aun de la razón.5 Si la posición del C ongreso A m ericano, según M edinacelli, es el an tecedente de un am ericanism o sin los Estados U nidos, que tom ó im pulso en este siglo después de la diplom acia del big stick de T e o d o ro R oosevelt, la posición de M itre, que en su fondo es em inentem ente p ragm ática, tam bién refleja varias constantes de la política ex terio r argentina: en p rim er lugar su braya el predom inio de la relación A rg en tin a-E u ro p a, que va a m antenerse sin in­ te rru p c ió n desde su g o b iern o hasta el de Y rigoven en el plano 8 Correspondencia Sarm iento-M itre, oh. cit., págs. 347 y 350. 111

político v casi p erm anentem ente en el plano económ ico, aunque desde la Prim era G u e rra M undial acrecerá la relación con los Es­ tados U nidos en d etrim en to p aulatino de las potencias europeas. Pero no se agota ahí la posición de M itre; al desahuciar al am eri­ canism o com o form a de acción política com ún v form u lar el principio de “ bastarse a sí m ism os” v auxiliarse según “ las circuns­ tancias y los intereses de cada país” estaba afirm ando una verdadera autarquía nacionalista —que enraiza en el particularism o de la p ra ­ xis federal— antecedente cie rto del fu tu ro aislacionalismo argentino frente a las dem ás naciones am ericanas y uno de los elem entos integrantes de la “política de no in terv en ció n ” defendida p o r nues­ tra cancillería en este siglo. Identificación con E u ro p a y autarquía nacionalista no eran, al parecer de M itre, térm inos incom patibles. Los países am ericanos no podían o fre c e r p o r entonces nada co n creto al interés argentino, m ientras que E uropa era la fuen te de su com ercio, de los capitales, de los inm igrantes que el país necesitaba y de la cu ltu ra que p rac ti­ caba. Y en la opción práctica que realizaba p arecería que M itre intuía o tra constante de la política am ericana —la acción com ún del “g ru p o del P acífico ”— cu ando hacía referencia en o tra parte de los docum entos citados a la necesidad del apoyo n o rteam ericano para una “política del A tlán tico ” . C onform e a este planteo, y teniendo presente las dificultades crecientes de la situación u ruguaya, com plicada p o r la in terven­ ción de Brasil y Paraguay, M itre se desentendió de la gu erra que com o consecuencia de la ocupación de las islas Chinchas y el bom bardeo de V alparaíso p o r la escuadra española, se desató entre C hile y Perú p o r un lado y España p o r el o tro . N o terciaro n en el conflicto los demás participantes del C ongreso A m ericano, lo que en cierto m odo ratificó la opinión de M itre sobre la inoperancia del am ericanism o que, según él, va se había m anifestado en el caso de las M alvinas, en la agresión anglo-francesa c o n tra la C on­ federación, en la intervención francesa en M éxico v en el incidente entre Paraguay v G ran B retaña.“

11 N o sería pecar de suspicaces suponer que también influyó en la neutralidad de M itre en ese conflicto el hecho de que los países que parti­ cipaban de la “política del Pacífico” eran, precisamente, aquellos que en el plano interno mantenían una política adversa al movimiento liberal que se iba im poniendo en el continente y del que M itre participaba. Este hecho pudo haber form ado parte de “las circunstancias y los intereses" considera­ dos. Lo exponemos como una simple hipótesis.

LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA

Las naciones protagonistas

La g u erra de la T rip le Alianza co n tra el Paraguay integra con Je%stadguerra las guerras de la unificación alemana y la g u erra de Secesión n o rte ­ am ericana, los grandes conflictos bélicos de la segunda m itad del siglo xix. G ran d es no sólo en sus p roporciones m ilitares, sino por su trascendencia en el desarrollo p o sterio r de la historia co n tin en ­ tal. El triu n fo del binom io B ism arck-M oltke sobre D inam arca, A ustria v Francia (1864, 1866 y 1870) co n d u jo a la unificación alemana bajo la égida de Prusia, v al lanzam iento del nuevo Im perio Alem án a la conquista de la hegem onía económ ica v política de E uropa en abierta com petencia con G ra n Bretaña y Francia, p ro ­ ceso que desem bocaría en la G ra n G u e rra de 1914-18. La guerra de Secesión (1860-65) significó en su desenlace un p o der v una estructura nacional más sólida v la cond u cció n del país p o r la sociedad industrial del noreste, factores ambos que dispusieron a los Estados U nidos a desem peñar un papel de p otencia m undial a co rto plazo. En cu an to a la g u erra de la T rip le Alianza, significó la destru cció n de la única p otencia m editerránea de Sudam érica v el últim o g ran acto de una polém ica seeular: la disputa fronteriza entre los im perios hispano y lusitano y sus respectivos herederos. Desde su segregación de la autoridad de Buenos Aires, en 1811, Evolución b, ° del Paraguay el Paraguay había vivido en una independencia de hecho de las Provincias U nidas, tan to en lo político com o en lo económ ico. El d o c to r Francia, co n stitu id o casi inm ediatam ente en dictador, go­ bernó pacíficam ente p o r m uchos años, conservando la estructura social de la época española, acostum brando a su pueblo a un autocratism o sin lim itaciones v desarrollando al m áxim o su eco­ nom ía de tip o rural. Al m ismo tiem po, el citad o Francia im­ puso el aislacionism o com o norm a de política internacional. A su m uerte, en 1840, esta especie de m onarca republicano dejó una

nación con coherencia interior, que desconocía las luchas y c o n ­ m ociones civiles que habían agitado to d o el resto de A m érica his­ pánica y con una sólida econom ía. Le sucedió com o presidente Carlos A n to n io López en 1844 —tras un in terreg n o consular de go bierno co m p artid o —, que co n tin u ó la línea aislacionista de F ran ­ cia, aunque atenuándola con esporádicas intervenciones com o su alianza con F erré c o n tra Rosas. La prim era preo cu p ación de este m andatario fue superar los problem as de sus lím ites todavía no definidos con el Im perio del Brasil y la C onfederación A rgentina, situación de las que tem ía com plicaciones bélicas. Paraguay había sido neutral en el co n flicto argentino-brasileño de 1826 v co ntinuó n eu tral en la alianza b rasileño-entrerriana c o n tra Rosas. Éste se había negado a reco n o cer la independencia del Paraguay, pero cuando U rquiza hizo tal recon o cim ien to en 1854, las relaciones en tre los dos Estados se descongelaron y en 1859 Paraguay tuvo una exitosa m ediación diplom ática en tre la C onfederación v el Estado de Buenos Aires, p rim era y triu n fal aparición de aquella nación en las cuestiones del contin en te. López realizó en lo eco ­ nóm ico una adm inistración notablem ente progresista. O rganizó la explotación de las grandes tierras fiscales p o r vía de arriendo y estableció el m onopolio estatal de la explotación del tabaco y la yerb a mate, bases de la econom ía nacional. T am b ién el com ercio exterior estaba m onopolizado p o r el E stado y lo mismo ocurría con la explotación m aderera. En suma, un capitalism o de Estado, insólito en el siglo xix. H acia el final de su g obierno, contaba Paraguay con un ferro carril de A sunción a Paraguarí, un astillero, una fundición de hierro y u n telégrafo de la capital a H um aitá. La estru ctu ra rural no im pedía el nacim iento de las prim eras indusrias: papelera y textil. Las finanzas del E stado no tenían déficit y los 600.000 habitantes proveían 24.000 alum nos a sus 432 escuelas V 18.000 soldados a sus cuarteles. Paraguay ofrecía, pues, al o bservador ex tranjero, la fisonom ía de una verdadera p otencia m editerránea, libre de las presiones del capital internacional, autosuficiente v aislada. La aislación generó una natural desconfianza hacia el ex tranjero, en especial hacia los vecinos a los que se conocían pretensiones territoriales, v de esta desconfianza hacia el nacionalism o hubo poca distancia, la cual se reco rrió insensiblem ente. E n 1862, m u erto López, le sucedió su hijo el general Francisco Solano López, sin más oposición que la infructuosa de su herm ano Benigno. El nuevo presidente había hecho su experiencia in ter­

nacional en París, adm irando el segundo Im perio. Pese a su expe­ riencia m ilitar m ínim a, p ro n to logró p o r influencia “dinástica” el grado de m ariscal. H e re d ó de su padre la desconfianza hacia las potencias vecinas y su vanidad, unida a su nacionalism o, le im pulsó a abandonar el aislam iento en que hasta entonces había vivido su país po rq u e en su opinión “ había llegado la hora de hacer oír la voz del Paraguay en A m érica” . Brasil era un Im perio que en sus casi diez millones de habitan­ tes reunía p o c o más de cin co millones de blancos, siendo el resto negros e indios. H abía crecid o en relativa paz v o rden v desarro­ llado una cultura. Sus estadistas v hom bres de letras pasaban por los prim eros de A m érica. P edro II era un hom bre retraído, m elan­ cólico y sabio. S om etido a cánones arcaicos, había sido casado con una princesa italiana en vez de unirse a la aristocracia brasileña. Inteligente p ero aislado, dejó que la m onarquía se desarrollara a la par que el país, pero sin consustanciarse con él. En política, c o n ­ servadores y liberales form aban —com o dijo R am ón J. C árcano— un ángulo recto cu y o vértice era el E m perador, que intervenía en todos los asuntos del Estado. La rebelión republicana de Río G ran d e y la presión de los terratenientes cuasi feudales del norte no habían logrado alterar pro fu n d am en te a la nación, que se sentía fu erte y confiada. Su política internacional sigue siendo de co rd ia­ lidad hacia G ra n Bretaña y de expansión territo rial en Am érica conform e al esquem a heredado de Portugal. S obre su fro n tera sur existen dos repúblicas pequeñas, P araguay y .U ru g u a y , segm entos separados del viejo V irrein ato español. Sobre ellas trata de influen­ ciar una vez que las circunstancias le han im pedido absorberlos. P or lo menos, busca que no form en p arte de la zona de influencia argentina. Su diplom acia es la m ejor de A m érica y trabajará en ese sentido. El desquicio in tern o del U ru g u a y le dará la o p o rtu ­ nidad de lograr sus objetivos en p o r lo m enos u n o de esos Estados. Su ejército es de más de 30.000 hom bres, aunque la extensión del país le im pedirá un aprovecham iento integral de su fuerza. En realidad, el Im perio es m ucho m enos sólido de lo que aparenta.

Brasil

C onocem os ya el desarrollo p olítico de la antigua Banda O riental, m ezclada desde antes de su nacim iento com o república independiente a los con flicto s internos argentinos, situación que se prolonga hasta la caída casi sim ultánea de O rib e y Rosas. H acia 1860 sus 400.000 habitantes no habían co nocido aún una época de orden. D esaparecidos Lavalleja y R ivera, el general V enancio Flores era la prim era figura política del país. Pertenecía al p artido

La situación uruguaya

colorado, d em ocrático v liberal. E n 1856 fue derribado p o r un m ovim iento del p artid o blanco y colorados disidentes que llevó al gobierno a G abriel Pereira, que consolidó la endeble econom ía oriental con la ayuda brasileña. En 1860 los blancos se afirm aron en el gobierno. Es el p artid o conservador y aristo crático —si cabe este últim o térm in o —, Flores se exilió en Buenos Aires, com batió en Pavón y venció en Cañada de G óm ez, sirviendo a M itre. E n­ tonces le re c o rd ó a éste que no olvidara a los orientales proscriptos que deseaban volver a la patria. M itre tenía que saldar la deuda e hizo su vista a un lado m ien­ tras el general Flores planeaba desde Buenos A ires, en 1862, la revolución colorada en el U ru g u ay . Flores agradeció con su dis­ creción y el 19 de abril de 1863, con sólo tres amigos, se trasladó subrepticiam ente al U ru g u ay , donde desem barcó p roclam ando la revolución. La prensa de Buenos A ires se declaró decididam ente a favor del m ovim iento, p ero los en trerrian o s p ro h ijaro n al gobierno blan­ co de Berro. Buques nacionales tran sp o rtaro n al U ru g u ay co n ­ trabandos de armas para las fuerzas de Flores en abierta violación de la neutralidad argentina. M ilitares en trerrianos, entre ellos un hijo de U rquiza, reclu taro n voluntarios y se in co rp o raro n a las fuerzas blancas. R azón le sobraba a Juan Bautista A lberdi para afirm ar que en la A rgentina nadie era neutral respecto del c o n ­ flicto oriental. Los p artidos en lucha no eran sino prolongaciones de los partidos argentinos y todos sabían cuál era la influencia que el desenlace podía ten er en la política nacional. La existencia de una p rovincia brasileña a las espaldas del Paraguay —M ato G rosso— a la cual no se podía acceder sino a través de las vías fluviales que dom inaban A rgentina v Paraguay, im pulsaron a los brasileños a buscar un acuerdo con este últim o país sobre navegación y límites. Después de variados incidentes, y cuando Brasil ya había logrado un acuerdo sim ilar en 1856 con el gobierno de Paraná, se llegó a la firm a del tratad o Bergés-Silva Paranhos p o r el cual se aplazaba la consideración de los límites p o r seis años y se convenía la libre navegación de los ríos, c o n fo r­ me a la reglam entación que hiciera el Paraguay. Pero López, en 1857, reglam entó la navegación de tal m odo que im portaba violar el T ratad o . Lo que pasaba era que el presidente estaba convencido de que la g u erra con Brasil era inevitable y buscaba las m ejores condiciones para su iniciación. En ese m om ento Buenos Aires, segregada, vio con tem o r la

Las relaciones paraguayobrasileñas y paraguayoargentinas

aproxim ación del Brasil a Paraná. M itre d en u n ció los avances territoriales del Im perio y señaló que el Paraguay- era el m uro de co n ten ció n con que A rg en tin a contaba fren te a la expansión brasileña. P araguay decidió estim ular esta posición de Buenos Aires y se declaró n eu tral en el co n flicto que se definió en Pavón. Sin em bargo, p ro n to se iba a in v ertir este esquem a político. E l 12 de o c tu b re de 1862 asumía la presidencia argentina el ei Protocolo . . . . 1/ , / I • 1r • de 1863 y sus general M itre y cu atro días despues tom aba identico cargo en derivaciones P araguay el m ariscal L ópez. La idiosincrasia liberal del nuevo gobierno no podía ver co n sim patía el régim en au to cràtico de A sunción, sentim iento re trib u id o p o r los dirigentes paraguayos que acusaban a Buenos A ires de ay u d ar a los “tra id o re s” de su país. La noticia de la ayu d a prestada p o r el g obierno argentino a Flores aum entó la inquietud p araguaya sobre cuál sería en definitiva la actitu d argentina en una situación de crisis. Pese a las sim patías personales, el presidente M itre se declaró neutral en el co n flicto del U ru g u ay . Lo exigían los principios del derecho internacional y la opinión pública del litoral, fuertem ente adicta a los blancos. U na intervención abierta p odría encender nuevam ente la g u erra civil argentina, que todavía se prolongaba en el oeste. P ero la neu tralid ad argentina era sólo form al. E n junio de 1863 los u ru g u ay o s d etu v iero n al buque argentino “S alto” cuan­ do tran sp o rtab a c o n trab an d o de g uerra para Flores, situación harto em barazosa p ara las autoridades de Buenos A ires, cu y o canciller acababa de afirm ar la n eutralidad ante el g obierno de B erro en térm inos de una arrogancia casi im pertinente. La verdad es que para Elizalde la n eutralidad consistía en b rin d ar igualdad de o p o r­ tunidades al g obierno u ru g u a y o y a los rebeldes.1 E l favoritism o p o rte ñ o había indignado al general U rquiza, quien, según el cónsul p arag u ay o en Paraná, José R. Cam inos, ha­ bría m anifestado la conveniencia de que P araguay firm ara una alianza con U ru g u a y p ara c o n ten er a Buenos A ires, en cu y o caso U rquiza estaría dispuesto p ara ponerse al fren te de un m ovim iento que cond u jera a la separación de Buenos Aires de la C onfederación. Si este paso existió o fue una mala in terp retació n que los agentes paraguayos d ieron a las dem ostraciones de am istad de U rquiza, el resultado fue bastante funesto, pues alentó en el mariscal López la posibilidad de c o n ta r con una escisión argentina fren te al p ro ­ blema que se desarrollaba. 1 Box, Pelham H o rto n , Los orígenes de la guerra de la T riple Alianza, Buenos Aires, N izza, 1958, pág. 99.

En o c tu b re de 1863 se firm ó en tre el gobierno u ru g u ay o y el argentino un P ro to co lo en el que ambas partes se daban p o r satis­ fechas de sus recíprocas reclam aciones, se fijaban las bases de neutralidad y se establecía para el caso de fu tu ras diferencias el arbitraje del em perador del Brasil. E ste P ro to co lo ponía fin al en tredicho y alejaba la posibilidad de serios conflictos. E n efecto, en setiem bre, el g obierno u ru g u ay o envió al d o c­ to r L apido a A sunción en busca de un aliado. El presidente Berro abandonaba así su sana p o lítica de “ nacionalizar” la política orien­ tal, rom piendo con la que calificaba “tradición funesta” de buscar auxilios en el exterior. L apido gestionó ante López la p ro tección de la independencia u ru g u ay a y del “equilibrio co n tin en tal” . D e­ nunciaba a la vez las violaciones del g obierno arg en tino a la debida n eutralidad y anunciaba que en caso necesario U ru g u a y lucharía solo. López resolvió entonces reclam ar al g obierno argentino por su actitud , en nom bre del interés del Paraguay en el equilibrio del R ío de la Plata y acom pañó a su queja las denuncias de Lapido. Este paso podía co n d u cir a una verdadera ru p tu ra entre Buenos A ires y M ontevideo, y L apido, alarm ado, pidió el retiro de la queja y m anifestó que: L a verdad es q u e hasta el presente el auxilio que ha podido recibir del te rrito rio argentino ha sido miserable. Som os nosotros los que hemos agrandado a Flores.2 El mal estaba hecho. La im prudencia de L apido disgustó a López, pero en definitiva o freció su m ediación en el co n flicto u ru g uayo-arg en tin o . C uando el canciller u ru g u ay o recibió la in­ form ación de L apido, p ro c u ró m odificar el P ro to co lo y reem pla­ zar a P edro II p o r L ópez com o m ediador o que fig u raran c o n ju n ­ tam ente. Elizalde hizo n o ta r que el cam bio sería u n desaire para el Brasil y to d o quedó com o estaba. Pero López, a su vez, quedó resentido p o r el rechazo. Insistió en su reclam ación a Buenos Aires, a lo que se le contestó que la cuestión ya estaba zanjada en tre las partes interesadas. P arag u ay vio así fru strad a su intención de in terv en ir en la política rioplatense. Su ap artam iento del aislacionismo lo había llevado a un desaire internacional, doblem ente doloroso para un gobierno nacionalista. La reacción final de A sunción fue expuesta tajantem ente p o r el canciller Bergés: el Paraguay prescindía de las 2 H errera , Luis A lberto de, La diplomacia oriental en el Paraguay, M ontevideo, 1908-1926, tom o ii, pág. 484.

explicaciones argentinas v en adelante atendería sólo a sus propias inspiraciones sobre la cuestión suscitada en la R epública O riental del Uruguay'.

Brasil toma la iniciativa F.n 1863, el nuevo gabinete brasileño, de tendencia liberal, Aplomada la se hizo eco de los reclam os de sus elem entos riograndenses que brasileña deseaban extender su influencia sobre las praderas uruguayas. Com o por otra parte la avuda que Flores había recibido de la A rgentina era insuficiente —aunque no fuese “m iserable” com o confesaba La­ pido—, el jefe colorado buscó la avuda brasileña. H om bres v armas cruzaron la fro n tera para ayudarle. Las tropas blancas persiguieron a los colorados más allá de los lím ites orientales y dieron ocasión a la protesta brasileña. Ésta no pasó de un p retex to para intervenir en el problem a oriental. La verdad era que R ío de Janeiro veía con alarma la influencia argentina en la pequeña república. Si los blancos triunfaban no dejarían de ten er en cuenta la buena dispo­ sición de Buenos Aires en el p ro to co lo de o ctu b re y si triu n ­ faban los colorados, lo que parecía bastante posible, Flores era hom bre seguro de Buenos Aires. La diplom acia brasileña se m ovilizó entonces para tom ar parte en el problem a, siguiendo las más antiguas tradiciones nacionales. Y si no se podía desplazar la influencia argentina, se intentaba al menos llegar a un em pate: u nir la propia influencia a la argentina, para limitarla en el com prom iso. Brasil se lanzó entonces a apoyar francam ente a Flores v ad o p tó una diplom acia sim pática hacia Buenos Aires. La coincidencia liberal favorecía el paso v Brasil hacía coin cid ir sus intereses con los nuestros para su beneficio. Fl cam bio de R ío de Janeiro no dejaba m uchas alternativas a .Mitre. D istanciado del P araguay p o r los sucesos relatados, e im­ posibilitado de cam biar de bando en la cuestión oriental, no podía obligar tam poco a Flores a rechazar la avuda brasileña, que no podía reem plazar sin p ro v o car la reacción del P araguay y tal vez la del mismo Brasil. C uando M itre creía que había logrado salir de su pro p io juego con el P ro to c o lo de o ctu b re, los brasileños le obligaban a c o n tin u ar la partida. O les abandonaba el cam po a su sola influencia, o aceptaba el em pate. Es m uy difícil discernir hoy si existía o tra posibilidad sin m odificar el mismo planteo de la política in terio r argentina. Lo cie rto es que la solución de la op-

Las a u to c ra c ia s en pugna: P edro II , je fe de la a u to c ra c ia im p e ria l b ra s ile ñ a [lito ­ g ra fía de M a u rín , im p re s a por L e m e rc ie r, P a rís ] y el m aris c a l F ra n c is c o Solan o Ló p e z [g ra b a d o re a liza d o en 1870].

ción se presen tó com o lógica aunque costosa: M itre había perdido la iniciativa diplom ática. E l presidente A gu irre, que acababa de suceder a B erro, acórralado p o r la ayuda que recibía Flores, dio el paso desesperado pero lógico de pedir nuevam ente el auxilio del P araguay, m ientras M itre enviaba a M árm ol a R ío de Jan eiro para d efinir ¡a política brasileña y con v en ir las form as de una acción co njunta. E n ese cuadro, se p ro d u jo en m ayo de 1864 el ultim átum bra­ sileño al g obierno blanco, acom pañado p o r la presencia en el río de la Plata de la escuadra brasileña, donde se enum eran las quejas del Brasil p o r los atropellos fro n terizo s del U ru g u ay . M itre juega entonces una últim a carta: la m ediación co n ju n ta anglo-argentina en tre los partidos en pugna. Si tiene éxito, el Brasil habrá perdido la m ayo r p a rte de sus ventajas. Brasil se in co rp o ra a la gestión com o era previsible y se firm a un acuerdo bastante parecido a una “capitulación h o n o rab le” para los blancos: A guirre queda en el p o d er co n un m inisterio colorado. Pero el 7 de julio, A guirre, presionado p o r el secto r intransigente de su p artido, rechaza a Flores com o m inistro de G u e rra , con lo que fracasa la m ediación. El diplom ático brasileño Saraiva se trasladó a Buenos A ires r . . . . . . . para lo g rar una acción c o n ju n ta sin fisuras co n nuestro gobierno, pero M itre, consciente de la repercusión interna de su actitu d , se lim itó a o frecer la colaboración argentina a la intervención brasi­ leña. E l P ro to co lo del 22 de agosto im p o rtó el consentim iento dado al Brasil para que actuase p o r su cuenta. M itre esquivaba así

La reacción

ei protocolo Saralva-Elizalde

la acción co n ju n ta y dejaba a su co m p etid o r los riesgos v los frutos de la em presa. E ra una retirad a a medias de su posición anterior. M ientras el presidente p araguayo contestaba en ese mismo mes a su colega de M ontevideo que el P araguay cum pliría su deber de p ro te g e r al U ru g u ay , la flota brasileña atacaba un buque oriental v po co después Saraiva daba el visto bueno para la invasión. El 14 de setiem bre el ejército brasileño invadía el U ru g u ay . La alianza del Brasil y el general Flores com enzaba a o perar. La respuesta del mariscal López no tarda. El 12 de noviem bre / r # r apreso un buque brasileño que navegaba hacia M ato G rosso, v al día siguiente inform ó al m inistro brasileño que el Paraguay consideraba la cuestión com o un “caso de g u e rra ” . Inm ediatam ente López ord en ó la invasión de M ato G rosso. .Juzgadas las posibilidades bélicas de cada co n trin c an te según su potencialidad actual, resulta insólita la actitu d de A sunción. Pero entonces los hechos eran diferentes. El Im perio tenía 35.000 hom ­ bres sobre las arm as p ero sólo 27.000 de ellos en la zona del co n ­ flicto y no se había prep arad o para la g u erra que desataba. Las fuerzas uruguaya?, tan to las de uno com o las de o tro bando, care­ cían de verdadera significación m ilitar, y requerían apoyo exterior para superar la organización de algo distinto a una división de caballería. El Paraguay, en cam bio, se había p rep arado cuidadosa­ m ente para la g uerra. T en ía 18.000 hom bres en arm as v una reserva instruida de otros 45.000, sin c o n tar con las milicias departam en­ tales que sum aban 50.000. Si bien éstas tenían m uv escaso valor m ilitar no puede decirse lo m ismo de los 63.000 hom bres que fo r­ maban la e stru c tu ra m ilitar paraguaya. Ésta se com pletaba con un sistema de fo rtificaciones en el ángulo de los ríos Paraguay v Paraná, y una flota fluvial de 15 naves capaz de d isp utar el dom inio de los ríos a la escuadra brasileña. Con este p o d erío m ilitar y una estru ctu ra industrial que le proveía de arm as y m uniciones, se com prend e que López no titu b eara en hacer fren te al Brasil. N i siquiera la aproxim ación de éste a la A rg en tin a le podía alarm ar. N u estro país sólo tenía 6.000 hom bres en arm as, com plicados en la defensa de la fro n tera in te rio r y en la custodia del orden p ro ­ vincial. Si bien esas fuerzas podían ser aum entadas con milicias provinciales y la guardia nacional de Buenos Aires, su increm ento requeriría tiem po. Saraiva no estaba seguro todavía del g rado de adhesión argen­ tina a su p o lítica, p o r lo que ofreció a M itre una alianza en tre los dos países y el m ando suprem o en caso de g u erra, pero M itre

invasión brasileña

Paraguay en guerra con Brasil

se m antuvo partidario de la n eutralidad argentina, com o lo eviden­ ció en sus cartas a U rquiza en noviem bre y diciem bre de 1864. E n tre ta n to , L ópez confía en que al p ro g resar el co n flicto las JiSnitoS tensiones internas de A rgentina actú en a su favor. E n efecto, sus agentes en Paraná y C o rrientes han continuado trabajando para ob ten er la adhesión de los federales para que se p ro n u n cien co n tra Buenos Aires, anulando así la acción presunta de M itre y logrando la alianza de las dos provincias. Pensaba López que eso conduciría a la hegem onía paraguaya en el R ío de la Plata, ya que era tiem po de “desechar el hum ilde rol que hemos jugado” com o decía el canciller Bergés. E l destinatario principal de aquella m aniobra era U rquiza, p ero la actitu d p ru d e n te de M itre y el brutal asalto a Paysandú realizado p o r las fuerzas unidas de Flores y el ejército V la escuadra brasileña —heroicam ente resistido del 6 de diciem bre de 1864 al 2 de enero siguiente— acrecen la repugnancia de U r­ quiza p o r una acción cuyc. desenvolvim iento d iplom ático ha p re­ senciado sin co m p ro m eter su opinión. Llegado el m om ento de la guerra, López le exige una decisión. Pero U rquiza estaba decidido de antem ano. N iega su p articipación, desaprueba a V irasoro que parecía dispuesto a e n tra r en el asunto, v descubre la intriga rem i­ tiendo a M itre la correspondencia respectiva. Esta intrig a dem oró la acción m ilitar paraguaya en auxilio del gobierno blanco u ru g u ay o . T ra s la catástrofe de Paysandú, en febrero de 1865, A g u irre term ina su perío d o presidencial y asume T om ás Villalba, m oderado, cu y a misión es llegar a un acuerdo pacífico. El 20 de feb rero se firm a el acuerdo p o r el cual Flores asume la presidencia del U ru g u a y . E n el m om ento mismo de com enzar la g uerra, Paraguay ha perd id o a su ú n ico aliado.

La guerra López había inten tad o en to d o m om ento evitar el arreglo entre Buenos A ires y el g o b iern o blanco de M ontevideo, pues sólo la subsistencia del co n flicto le daba la o p o rtu n id ad de actu ar com o m ediador, á rb itro o aliado de una de las partes. El clima político de A sunción quedó asentado en la correspondencia del canciller Bergés: . . . p o r fin to d o el país se va m ilitarizando, y crea V d. que nos pondrem os en estado de hacer o ír la voz del G o ­ bierno Paraguayo en los sucesos que se desenvuelven en el

R ío de la Plata, y tal vez lleguem os a q u itar el velo a la política som bría y encapotada del B rasil. . ,:l Paraguay se prevenía sim ultáneam ente c o n tra Brasil v A rgen­ tina, no obstante lo cual su m ovilización de m ediados del año 1864 parece haber respondido más a la eventualidad de un conflicto con nuestro país, conclusión a la que llega P. H\ Box considerán­ dolo an terio r a la fecha de la misión Saraiva, que es la que definió el intervencionism o brasileño.1 P ro d u cid a la g uerra con Brasil y siendo previsible la caída del gobierno blanco, desbaratada además la conspiración del litoral ante la negativa de U rquiza, Francisco Solano López no pensó en ningún m om ento la posibilidad de n eutralizar a la A rgentina. Sin em bargo, tal posibilidad existió. La situación era para M itre excep­ cionalm ente com pleja. La reacción nacional frente a la destrucción de Paysandú había sido trem enda y enajenado toda sim patía para el Brasil. E n cu an to a Flores, después del P ro tocolo de o ctu b re de 1863, M itre había dejado el cam po abierto a la influencia de Río de Jan eiro y el general colo rad o se había arro jad o atado de pies v manos en el regazo brasileño. M itre no tenía va nada que ganar en el co n flicto u ru g u ay o , p o r eso d urante el año 1864 su política originariam ente intervencionista se transform a en una política de neutralidad. El colapso blanco, sin em bargo, dejaba a nuestro país in ter­ puesto g eográficam ente en tre los beligerantes. El 13 de enero de 1865, el secretario de la legación oriental en A sunción escribía a M ontevideo: Es term inante, decidida, la invasión a C orrientes, si el “T a c u a rí” no trae la respuesta a la nota paraguaya o si la trae deficiente o evasiva.' La nota en cuestión era el pedido de libre paso p o r el te rri­ to rio argentino de los ejércitos paraguayos. La respuesta de M itre fue negativa. T al perm iso significaba igual autorización para el Brasil y c o n v e rtir el te rrito rio nacional en cam po de batalla. El 17 de m arzo, siguiendo los planes de López, el C ongreso p araguayo declara la g u erra a la A rgentina, pero sólo se firma su notificación el 29 de ese mes. “El enem igo está en cam a”, dijo :t R e b a l d i, A., La declaración de guerra de la República del Paraguay a la Repiíblica Argentina, Buenos Aires, 1.924, que cita abundante docum en­

tación de origen paraguayo sobre el asunto.

4 Box, Pelliam H o rto n , ob. cit., pág. 211. Citado por A. Rebaudi. ob. cit., pág. 124.

López, y con la dem ora buscaba la sorpresa. El cónsul paraguayo recibió la n ota el 8 de abril, p ero co n fo rm e a las órdenes recibidas, no la com unicó al g o b iern o arg en tin o hasta el 3 de m ayo. Para entonces, la invasión se había prod u cid o . U n ejército paraguayo había ocupado sorpresivam ente la ciudad de C orrientes el 14 de abril. M itre había previsto el hecho, aunque carecía de m edios milir ’ _ T tares para enfren tarlo . D u ran te dos anos ha realizado una paciente V seria aproxim ación a U rquiza, c u y a p rim er fru to es afirm ar a éste en su postura nacional y desbaratar la conspiración p ro g ra ­ mada en A sunción. Ya en 1865 M itre pidió a U rquiza una de­ claración franca de cuál sería su p u n to de vista en caso de que fuera violado el te rrito rio argentino. La respuesta —el 23 de fe­ b re ro — es clara. N o hay duda en ese caso sobre el cam ino a tom ar V el país m archaría unido a buscar la satisfacción del agravio. Y tem eroso de la influencia brasileña agregó:

Hacia la Triple Alianza

Si la desgraciada hipótesis a que me he referido llegara a re alizarse. . . la R epública no necesita buscar la alianza del enem igo de la potencia que lo agraviase, ni inm iscuirse en sus cuestiones internacionales o civiles." El program a era más teó rico que real p o rq u e difícilm ente p o ­ dían com b atir con eficacia dos ejércitos no com binados c o n tra un mismo enem igo. El Im perio lo sabía y se apresuraba a buscar la alianza enviando a A lm eida Rosa a Buenos Aires, una vez que su m ejor diplom ático, Silva Paranhos, ha co m p ro m etid o a Flores a declarar la g u erra al Paraguay com o precio p o r el ap oyo recibido. Pero Brasil tenía sus dudas sobre la disposición de Buenos Aires, v en las instrucciones a A lm eida Rosa, del 25 de m arzo, se le reco ­ m ienda “evitar que el g o b iern o argentino p reten d a estorbar de cualquier m odo la acción del Im perio co n tra el P araguay” . Pero esas instrucciones son anteriores a la invasión paraguaya. C onocida ésta, la trip le alianza es un hecho antes de estar co n cretad a en un tratad o , el que se discute en abril en tre A lm eida Rosa, C astro —u ru g u ay o — y Elizalde, con la supervisión de M itre. El 1° de m ayo se firm a. Inm ediatam ente se reúnen los firm antes: M itre, U rquiza, Flores, T am an d aré, O sorio v otros. “ D ecretam os la v ictoria”, dice M itre, que p oco antes ha p ro m etid o al pueblo p o rteñ o : “ E n 24 11 D o cu m en to del A rc h iv o del gen eral M itre, citad o p o r R am ó n J.

Cárcano, Guerra del Paraguay. A cción y reacción de la T riple Alianza. Bue­ nos Aires, Viau, 1941, vol. i, pág. 112. i

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Tratado

horas en los cuarteles, err 15 días en C orrientes, en tres meses en A sunción.” T u v o razón el h istoriador brasileño N a b u co cuando afirm ó que nunca se había co n c re ta d o un tratad o tan fundam ental con tanto apresuram iento. Exigidos p o r las circunstancias, se buscó dar form a de hecho a la alianza. Ésta estuvo a p u n to de naufragar por la cuestión del m ando de las tropas. C uando M itre dijo que si el m ando suprem o no corresp o n d ía al presidente de la República no había alianza, A lm eida cedió. C om o com pensación, T am andaré recibió el m ando suprem o naval. El p ro p ó sito confesado de la Alianza es “ hacer d esaparecer” el gobierno de López, respetando la “soberanía, independencia e integridad te rrito ria l” del Paraguay. Es la prim era vez en la historia, probablem ente, que se aplicó un principio que si no igual, es niuv próxim o al de la “ rendición incondicional”, pues no había posibilidad, alguna de un cam bio de gobierno espontáneo en Paraguay. T am p o co se respetaba la inte­ gridad te rrito rial desde que se fijaban los lím ites del Paraguay con Brasil y A rgentina, con generosidad para los aliados. En realidad, los argentinos no sabían hasta dónde iban sus derechos territoriales v o p taro n p o r la reclam ación más amplia. Casi inm ediatam ente de firm ado el tratad o , Brasil reacciona y a su pedido se firm a un p roto co lo reversible que establece que los lím ites argentinos —fi­ jados sobre el río Paraguay hasta Bahía N e g ra — son sin perjuicio de los derechos de Bolivia. Este p ro to c o lo es la prim era gran de­ rrota argentina en la alianza. Brasil había p o r ella neutralizado los derechos argentinos v creado un co n flicto latente con Bolivia. T am b ién se pacta que Paraguay será obligado a pagar las deudas de g uerra. Pero el grueso de las cláusulas del T ra ta d o no está dirigido c o n tra P araguay sino al recíp ro co c o n tro l de los alia­ dos, en clara m anifestación de la m utua desconfianza: ninguno de los aliados p o d rá anexarse o establecer p ro te c to rad o sobre Para­ g uay (cláusula 8^), no p o d rán hacer negociaciones ni firm ar la paz p o r separado (cláusula 6^), se garanten recíprocam ente el cum plim iento del tratad o (cláusula 17? ). E n el T ra ta d o , M itre com etió un erro r: se declara, en una frase elocuente y política, que la g u erra es c o n tra el gobierno de López y no c o n tra el pueblo paraguayo. C u atro años después, en la célebre polém ica con Juan Carlos G óm ez, M itre debió rectifi­ carse: los argentinos no habían ido al Paraguay a d errib a r un tirano sino a vengar una ofensa g ratu ita, a reconquistar sus fronteras de hecho v de derecho, a asegurar su paz interio r y exterior, y habría

obrado igual si el invasor hubiese sido un g obierno liberal y civi­ lizado. E ra la verdad tardía, p ero tam bién era cierto que se había ido a la g u erra con m enos escrúpulos co n tra un “régim en b á rb a ro ” . La c rítica del T ra ta d o no sería justa si no se agregara que los brasileños qued aro n disconform es con él a raíz de los lím ites atri­ buidos a nuestro país. Para el C onsejo de Estado im perial, el trata d o es un triu n fo de la diplom acia argentina; para los intereses brasile­ ños, un calam itoso convenio. A rgentina ha obtenido la m argen oriental del Paraná hasta el Iguazú y la m argen occidental del P araguay hasta el paralelo 20; ha logrado una fro n tera com ún con el Im perio, lo que éste había tratad o cuidadosam ente de evitar. N u n ca la A rgen tin a podía haber p reten d id o extenderse arriba del río Berm ejo o com o m áxim o del Pilcom ayo. Los nuevos límites le darán una influencia decisiva sobre el Paraguay. Sin em bargo, el T ra ta d o ha sido ratificado v solo restaba al Im perio perm anecer en guardia. T ra s u n año y m edio de g u erra y estando ya los ejércitos alia­ dos en te rrito rio p araguayo, la d erro ta p rácticam ente inevitable im puso al m ariscal L ópez a p ro p o n e r una conferencia de paz al general M itre, que se llevó a cabo en Y ataití-C orá el 12 de setiem ­ bre de 1866. M itre rem itió a la decisión de los gobiernos aliados, p ero la conferencia fue in terp retad a en R ío de Janeiro com o un inten to arg en tin o de n egociar una paz separada c o n tra lo estipu­ lado en el T ra ta d o , p ero será Brasil quien años más tard e firm ará la paz p o r separado, en una nueva ofensiva diplom ática co n tra la A rgentina. La d e rro ta de C u ru p aity conm ovió a los aliados que ya sopor­ taban la presión internacional. P araguay se presentaba al m undo com o la nación pequeña y sufrida que soportaba el asalto de los dos colosos de Sudam érica. Las naciones del Pacífico la llaman “ la Polonia am ericana” —antes alguien la llamó co n igual o m ayor acierto “ la Prusia am ericana”— y censuran severam ente a los alia­ dos. Éstos se dedican a rep o n er las pérdidas sufridas. Brasil aum enta sus tro p as m ientras las provincias argentinas se sublevan y los reclutas se desbandan. N o sólo no se reponen las bajas argentinas, sino que la m itad del ejército es retirad o para dom inar la rebelión interior. C uando p o r fin ésta ha sido contenida y M itre vuelve a asum ir el m ando suprem o aliado, la prep o n d erancia m ilitar del Im perio en el teatro de g u erra es enorm e. La m uerte del vice­ presidente Paz obligó a M itre a resignar el m ando suprem o, y ya no fue cuestión de p lan tear com o en 1865 que el m ando corres-

pondiera a un general argentino. N o se luchaba en nuestro te rri­ to rio sino en el p araguayo, y las tres cuartas partes del esfuerzode guerra corresp o n d ían al Brasil. F.1 m ando co rrespondió al ma­ riscal m arqués de Caxias. A rgentina había p erd id o, por im perio de sus circunstancias interiores, la con d u cció n m ilitar de la guerra com o antes había perd id o su conducción diplom ática.

Las operaciones militares Inm ediatam ente de conocida la invasión al territo rio argéntino, se dispuso la form ación de las fuerzas nacionales, cuva van­ guardia se puso bajó las órdenes del general U rquiza. La invasión fue realizada p o r 31.000 soldados paraguayos, di­ vididas en dos colum nas: una de 20.000 (general R obles) avanzó* bordeando el Paraná, la o tra (coronel E stigarribia) buscó la costa del U rug u ay . F.l plan de López era m antener separados a los alia­ dos apoderándose de C orrientes y F.ntre Ríos. Se presum e que pensaba batirlos p o r separado, pero para ello dividió sus tropas debilitándolas. Para colm o, el m ando de las fuerzas paraguayas fue pésimo en el plano técnico. Robles se detuvo en G o v a, sin ningún objetivo m ilitar, abandonando a su suerte a la colum na del U ru ­ guay. Le ocupaban tal vez am biciones políticas, que luego co n d u ­ jeron a su fusilam iento. F.stigarribia o cupó U ru g u avana, en te rri­ torio brasileño, v se m antuvo a la defensiva. F.I p ro v e c to paraguayo exigía un espíritu netam ente ofensivo v aun audaz, pero nada de eso hubo v el generalísim o, mariscal López, no abandonó el te rri­ torio paraguayo. Los argentinos respondieron con un audaz golpe de m ano de Paunero sobre C orrientes (25 de m ayo) co rta n d o las com unica­ ciones de Robles con el Paraguay, pero la falta de apoyo de la escuadra brasileña le obligó a renunciar a su objetivo. Paunero recibió entonces órdenes de in corporarse a U rquiza, pero se d e­ m oró v las tropas de éste se desbandaron en Basualdo, reluctantes a pelear co n tra el Paraguay v a favor de los p o rteñ os y brasileños. M itre, evitando caer en el mismo e rro r que el enem igo, c o n ce n tró sus fuerzas en E n tre Ríos, donde el 17 de agosto, en Yatay, se dio la prim era batalla de la g uerra. Diez mil aliados al m ando del general Flores, jefe de la vanguardia en reem plazo de U rquiza, co n tra tres mil paraguayos sin artillería v m andados p o r un m ayor, que fu ero n aniquilados totalm ente, p erdiendo dos mil hom bres en-

M u e rte de L ó p e i

1-111-1870

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Marcha del Ejército Aliado v illa del P ila r H u m a itá

_ — — . . . Marcha del Ejército Paraguayo . . Fortificaciones de los paraguayos

'G uerra d e la T rip le A lia n za .

O p era c io n e s m ilita re s en te rr ito rio p a rag uayo.

tre m uertos y heridos y el resto prisioneros. Los vencedores se c erraro n sobre U ruguayana, donde E stigarribia debió rendir su división sin lucha el 18 de setiem bre, al ejército va com andado p o r M itre. Estas operaciones pusieron fin irrecusable a la am pulosa o fen ­ siva paraguaya con la que el m ariscal L ópez pensaba d e rro ta r a los aliados. E l 7 de o c tu b re dio o rd en de retirad a a la colum na del Paraná donde el general R esquín reem plazaba a Robles. A fin de mes los paraguayos habían recru zad o el Paraná. Influencia decisiva en esta retirad a fue la d e rro ta naval del R iachuelo (11 de ju n io ), donde el alm irante Barroso deshizo a la escuadra paraguaya, lo que hizo tem er a López que sus tropas fueran cortadas en su reti­ rada. Pero la escuadra brasileña contem p ló inerte el pasaje de los paraguayos, e rro r que costó c u a tro años de d u ra lucha. La g u e rra en tró entonces en una nueva etapa. El ejército alia­ do se c o n c e n tró en las cercanías de la ciudad de C orrientes para p rep arar la invasión al te rrito rio enem igo, tras rech azar una in c u r­ sión paraguaya (batalla de Corrales, 31 de enero de 1866). A p rin ­ cipios de abril, M itre había logrado reu n ir un ejército de 60.000 hom bres (30.000 brasileños, 24.000 argentinos y 3.000 u ruguayos) con 81 piezas de artillería y disponía además de un ejército brasi­ leño de reserva de 14.000 hom bres y 26 cañones, m andado p o r el barón de P o rto A legre. El desam paro m ilitar en que se habían en co n tra d o los aliados al p rincipio de la g u erra no había sido ap rovechado p o r el mariscal López. A l cabo de un año y m ediante un trem en d o esfuerzo habían levantado un ejército form idable, el m ay o r que hasta entonces había visto Sudam érica en una cam paña. Los problem as logísticos que presentaba la m ovilidad, abastecim iento y batalla de sem ejante fuerza eran enorm es, to talm en te nuevos, y d ebieron ser resueltos p o r el general M itre. Su solución co n stitu y ó tal vez su m ayor m érito com o c o n d u c to r m ilitar. Para los aliados, y en p a rtic u la r para argentinos y orientales, la cam paña sobre el P araguay representaba un gén ero de guerra igualm ente nuevo. U n te rre n o de bosques, selvas y esteros, espe­ cialm ente apto para las operaciones defensivas y dificultoso para la ofensiva, un clim a tro p ical cuyas nefastas consecuencias para la salubridad de las tro p as p ro n to iba a sentirse: una gu erra, en suma, especialm ente de infantería. Adem ás, los paraguayos contaban con un cin tu ró n de fo rtificaciones que cerraba el cam ino hacia A sun­ ción y que apoyaba u n extrem o sobre el río P arag u ay V el o tro

Retirada paraguaya

Invasión al Paraguay

Características de esta guerra

sobre los esteros, lo que exigía un esfuerzo artillero v la colabora­ ción naval. Los progresos técnicos que el arte bélico evidenciaba en E uropa no habían llegado a nuestras tierras. Los beligerantes no disponían de fusiles de re tro carg a ni de cañones de ánima rayada. Sus armas eran más o m enos equivalentes a las utilizadas p o r los ejércitos europeos en la g u erra de Crim ea diez años antes, o sea anteriores a la revolución técnica m ilitar. Las fortificaciones para­ guayas, aunque estaban lejos del nivel de sus equivalentes europeas, dem ostraron ser plenam ente aptas para sus fines. G u e rra de grandes masas hum anas, com o sus contem poráneas, la de Secesión v la austro-prusiana, fue adem ás una guerra san­ grienta p o r la tenacidad de los contendientes. C om batir co n tra un tirano era un eufem ism o de los aliados, pues el m ariscal López tenía atrás a to d o su pueblo, e invadido defendió su te rru ñ o con ve­ hemencia. La m ejor ocasión que quedaba a los paraguayos era im pedir el cruce del Paraná a los aliados o arrollarlos ni bien pisaran la m argen defendida p o r ellos. El general M itre planeó la operación, una de las m ejores de la gu erra. M uchos de sus jefes, acostum brados a o tro tip o de lucha, no co m p ren d ían lo que pasaba, v es ilustrativa al respecto una carta del- general Flores:

Cruce del Paraná

N o es para mi genio lo que aquí. T o d o se hace por cálculos m atem áticos; v en levantar planos, m edir distan­ cias, tira r líneas y m irar al cielo se pierde el tiem po más precioso.7 El 16 de abril se inició el pasaje. El p rim er escalón (general O sorio, brasileño) debía c o n te n e r la reacción enem iga, el segundo (general Flores) apoyarle. O sorio arrolló a los paraguayos que no adoptaron ninguna m edida contraofensiva v se ap oderó del fuerte de Itapirú. El 19, el grueso del ejército, p ro teg id o p o r esa cortina de 15.000 hom bres, com enzó el cru ce del Paraná. López re tiró sus fuerzas sobre el estero Bellaco. M ientras los aliados se reorganizaban con una lentitud excesiva, López se deci­ dió p o r pasar a la ofensiva. N i sus concepciones estratégicas fueron valiosas, ni su ejecución p ru d en te, ni los m andos subordinados fueron inteligentes. Se hizo en cam bio derro ch e de valor p o r jefes V soldados. Del lado aliado, la con d u cció n en todos los niveles principales fue francam ente superior, v el derro ch e de valor igual 7 Citada en “Crónica A rgentina", nv 54, pág. 205.

Contraofensivas paraguayas

al adversario. La contraofensiva de López va a ser terriblem ente costosa en vidas, sobre to d o para sus tropas, pues se perderá la flor del ejército paraguayo. D urante un mes v m edio realiza estas operaciones ofensivas, siendo rechazado sin excepción. En Estero Bellaco (2 de m ay o ) caen 2.000 hom bres p o r bando, en T u y u tí —la m ayor batalla de S udam érica— (24 de m av o ) en cinco horas de lucha caen 13.000 paraguayos entre m uertos y heridos v 4.000 aliados. D espués de este trem en d o fracaso, siguen Yataití Corá v Ñaró. M itre no aprovecha estos fracasos. En su cam po han surgido disidencias en tre los jefes de las distintas naciones, que enarbolan concepciones tácticas distintas, que traban las operaciones. Por fin. (Mitre ordena atacar las trincheras paraguayas de donde parten los ataques de López. Las posiciones son fuertes y los brasileños fra­ casan frente al B oquerón (16 de julio) y los argentinos y orientales frente al Sauce (18 a 21 de julio), que cuesta 5.000 hom bres a los aliados v 2.500 a los paraguayos. Estos fracasos se com pensan cuan­ do se conquista la fortaleza de C iiruzú p o r la acción com binada de T am an d aré v P o rto A legre. El triu n fo de C uruzú abre a .Mitre la posibilidad de atacar C urupaity. F.1 ataque se com bina entre ejército y escuadra. La dualidad de los m andos se pone en toda su evidencia. T am andaré resiste la operación v finalm ente inicia el bom bardeo de las fo rti­ ficaciones. Éstas quedan intactas v cuando el alm irante brasileño avisa que puede iniciarse el asalto terrestre, éste es rechazado to tal­ m ente. 4.000 bajas sufriero n los aliados v sólo 92 los defensores. Este fracaso levanta una ola de recrim inaciones. M itre acusa oficial­ m ente a T am an d aré de no haber cum plido con su deber. El minis­ tro de G u e rra del Brasil renuncia, T am andaré v P o rto A legre son relevados. El m arqués de Caxias es n om brado jefe de todas las fuerzas brasileñas. E n Buenos Aires, acrecen las críticas c o n tra la conducción de una g u erra que el grueso del país rechaza v de la que Buenos Aires va se cansa. ¡Mitre se dedicó entonces a rehacer el ejército , que era además diezm ado p o r el cólera, la disentería, y el paludism o. El general argentino, considerando inexpugnables p o r el m om ento las fo rti­ ficaciones paraguayas, p ro y e c tó un m ovim iento de flanqueo por el este, para interponerse en tre las fo rtificaciones y A sunción. Pero las dificultades para rem o n tar las tropas son m uv grandes. Los ar­ gentinos deben retirar, a su vez, fuerzas para destinarlas al frente interno —revolución de los colorados— v Brasil debe re c u rrir a la m anum isión de esclavos para cu b rir las bajas. Las operaciones

Tuyutí

Curupaity

El flanqueo de las fortificaciones

El m e d io g e o g rá fic o y la e v o lu c ió n té c n ic a h ic ie ro n de la in fa n te ría el a rm a p re ­ d o m in a n te en la g u erra de la T rip le A lia n z a . [D e s e m b a rc o del e jé rc ito a rg e n tin o fr e n te a las trin c h e ra s de C u ru zú el 12 de s e tie m b re de 1866, óleo re a liz a d o por C án d id o Ló pez.]

quedan interrum pidas hasta junio de 1867, en que ¡Mitre inicia el m ovim iento de flanqueo p ro y ectad o . López trata de im pedirlo y desde el II de agosto hasta el 3 de noviem bre disputa encarniza­ dam ente el terren o a los aliados que term inan p o r com pletar la operación de flanqueo éxitosam ente (batallas de Paracaé, Pilar, O m b ú , T a y í, T ataiybá, Potrero de O bella y T u y u t t) . E n el m om ento mismo de reco g er el fru to de este esfuerzo, la m uerte del vicepresidente Paz im puso a M itre abandonar la co nducció n del ejército aliado, cu y o m ando pasó al m arqués de Caxias. López había quedado en cerrad o en su c u a d rilá tero ' fo r­ tificado. A p a rtir de ese m om ento. López, n o podía ten er la m enor duda de la d erro ta paraguaya. El país estaba desangrado v era el m o­ m ento de m editar la exigencia de la T rip le Alianza de que aban­ donara el p o d er com o requisito de la paz. López no lo entendió así y se lanzó a nuevas cam pañas donde su pueblo pereció p rá ctica ­ m ente en masa. El 23 de m arzo de 1868 L ópez evacuó p o r el C haco la fo rta ­ leza de H u m aitá donde quedó una pequeña g uarnición y cruzando nuevam ente el P araguay, se in terpuso en el cam ino de A sunción sobre la línea del T e b ic u a ry . H um a itá todavía rechaza un ataque brasileño en julio v luego los paraguayos la abandonan para ser bloqueados en Isla Poi p o r la escuadra v el general Rivas, donde deben rendirse.

E l fre n te in tern o parag u ay o da los prim eros síntom as, de res­ quebrajam iento. D istinguidas personalidades organizan un com plot para d e rrib a r al m ariscal y hacer la paz. L ópez los descubre v eje­ cuta a sus dos herm anos, a! obispo de A sunción v a otras persona­ lidades. Se organiza un cam pam ento de prisioneros v m uchos habitantes de A sunción huyen. E l m ariscal se re tiró entonces a una nueva línea defensiva en P ik y sy r y , p rácticam en te inexpugnable. Caxias o p tó p o r franquearla p o r el C haco. L ópez en vez de retirarse decidió batirse en esa línea, lo que fue un grave erro r. Sólo le quedaban 10.000 hom bres de su o tro ra m agnífico ejército. Caxias atacó con 24.000 hom bres. Los pa­ raguayos fu ero n d erro tad o s en Y to ro ró (diciem bre 6) v en A va h y (diciem bre 11). D el 21 al 30 de diciem bre se batieron bajo la d irec­ ción personal de López en L om as Valetitinas. H asta niños de 12 años luchan en sus filas. C ay ero n 8.000 paraguayos y 4.000 aliados. F.l ejército de López había desaparecido y sus m ínim os restos se rindiero n en A ng o stu ra el 30 de diciem bre de 1868. López huyó a las m ontañas del in terio r, m ientras los aliados entraban en una A sunción despoblada, el 5 de enero de 1869, y casi inm ediatam ente se instalaba un g o b iern o pro-aliado. La g u erra había term in ad o p rácticam ente. El pueblo paragua­ y o había p erd id o el 90 % de su población m asculina según estim a­ ciones respetables. Los mismos aliados se h o rro rizaro n de su victo­ ria. A un hoy, el sacrificio de aquel pueblo v las discutidas circu n s­ tancias en que A rg en tin a e n tró en la g u erra hacen que m uchos sectores cu b ran aquel acontecim iento con un silencio piadoso o con una crítica vehem ente.* D esde entonces, la g u erra entra en un p eríodo que podem os llam ar de policía y queda a cargo casi exclusivo de las fuerzas brasileñas com andadas entonces p o r el conde de E u. L ópez, con una tenacidad que se p u ede calificar de dem encial, insiste en resistir con unas tropas ham brientas v desnudas. Es vencido nuevam ente en P eribebuy y R u b io Ñ ti (12 v 16 de ag o sto ). De allí López inicia un perip lo p o r los cerros, sin ninguna esperanza. Sólo le quedan 500 hom bres cuando el 1° de m arzo de 1870 es alcanzado en C erro C orá, donde es b atido v m u erto p o r los brasileños. s El m ovim iento revisionista ha sido particularmente virulento en esta crítica y el país ha velado con el silencio el centenario de la guerra. La crítica a los acontecim ientos políticos que llevan a la guerra y se desarrollan paralelamente a ella puede ser justa según cuáles sean sus térm inos y argu­ mentos. En todo caso es lícita. Pero parece haber olvidado, a la vez que alaba el heroísm o paraguayo, el de los propios argentinos, que escribieron con su sacrificio la penúltima página épica de nuestro pasado.

Campaña de Pikysyry

Toma de Asunción

LOS AÑOS DE TRANSICIÓN

El cam bio económico y social

P reten d er señalar hitos en el tiem po histórico es una tarea mación^enTa engorrosa, pues la elección depende del p u n to de referencia desde y múltiple el cual se hace. La vida institucional nos ofrece jalones bien m ar­ cados com o son 1853 —año de la C o n stitu ció n — v 1880 —año de la solución del problem a C apital—, El proceso social tiene límites m enos precisos, uno de los cuales puede ser la década del 60 con el com ienzo de la gran inm igración. Si nos atenem os a la pugna entre Buenos Aires v el interior, los años claves son 1852, 1861 v 1880. Un enfoque económ ico puede llevarnos a to m ar com o datos fundam entales el predom inio del ovino, la prim era exportación de cereales v la aparición del ferro carril. Pero todos estos datos se en trecru zan en el p erío d o c o m p ren ­ dido en este L ibro com o La reconstrucción argentina desde 1852 a 1880, tres décadas donde el rasgo fundam ental es la reco n stru c­ ción institucional de la R epública. Este en trecru zam iento no es accidental, pues revela la fuerza definitoria de esos años. N uestra patria cambia. El g obierno de ¡Mitre es el últim o estadio de la A rgentina épica, donde va se co n fig u ran rem ozam ientos parciales que señalan el advenim iento de cam bios niavores. Éstos serán cada vez más varios v sensibles hasta co n fig u rar, hacia 1880, una imagen nueva v reconocible: la A rgentina m oderna. Una década larga (1868-1880) que com prende dos presiden­ cias, señala una transición política: las líneas paralelas interiorfederal v Buenos A ires-liberal cesan de existir. El In terio r se torna liberal v el partido A utonom ista se vuelve nacional, v con su conversión al liberalismo, los provincianos reconquistan la c o n d u c ­ ción nacional.

En el plano económ ico v social el cam bio es todavía más in­ tenso, v com o los cam bios históricos 110 suelen ser violentos, sus prim eros indicios se dan en la presidencia de M itre: entre las gue­ rras civiles se desarrolla el ferro carril, m ientras la guerra del Pa­ raguay consum e a los argentinos —v a sus aliados v adversarios— otros hom bres, inm igrantes, llegan al país. La A rgentina heroica m uere v va viendo la luz la A rgentina nueva. El censo de 1869 da la prim era im agen de un cam bio incipiente v el p u n to de co m ­ paración para el fu tu ro . De allí en adelante, la radicación del inm i­ grante, la lucha co n tra el analfabetism o, el desarrollo del ferro ca­ rril, el régim en de la tierra, la im plantación de nuevas industrias, la aparición de la fábrica, el desarrollo de la ag ricu ltura v del cam po alam brado, serán notas fundam entales de la m etam orfosis de los años de transición. E l censo nacional de 1869, el prim ero desde la R evolución de M ayo, tiene el valor de una radiografía nacional. 1.737.000 habi­ tantes de los cuales 495.000 o sea el 28 % del total, vivía en la provincia de Buenos Aires. La ciudad de este nom bre tenía 177.700 pobladores y se destacaba co n caracteres p ropios en el co n ju n to nacional. Sólo otras dos ciudades pasaban de los veinte mil habi­ tantes: C órdoba con 28.000 y R osario con 23.000. Solam ente cinco ciudades más excedían los diez mil habitantes, en tre ellas Paraná, la ex capital provisional de la nación. Pero Buenos A ires no sólo era distinta p o r sus dim ensiones. Los extranjeros constituían el 12,1 % de la población del país, p ero en la ciudad de Buenos Aires representaban el 47 c/ llx M 7 li. C a tA liíT O .

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VALOR DE LAS CONVICCIONES. PROPIAS. RESPETO POR LAS AJENAS Kl .-.u ie.-p to «le enda e n u n c in ció n de esln e M u ln . r a U p li c a d o a l d o rso , y os el ú n ic o u qu e h• rHocMKSivo. que á form ar la unidad de la conciencia naI o n iir u io *...... ............................... .............. .............. cional m ediante el n^conoi'imiento la nueva com posición i a éUki^a de la población, y U lidelidad A la prom esa declarada >A0t0nsi>WMl ...... ........................ ...................... en ei nreám bulo de la constitución: «para todos loa del mui do que quieran habitar en el suelo argentino» S írv ase d ev o lv erla la*R r% tar« Un^ou-n Hiv^utu* icii se citan los rasgos significativos del sistema según lo apreciaba .Matienzo, las referencias surgen especialmente de la obra citada, versión francesa, págs. 140-45; 147; 164-167; 178-180; 183; 190-196; 197-221; 235; 317-319 y 334-336, que mencionamos reunidas para evitar citas reiteradas.

Desde un sector distante del propiamente político, un miembro í?cesar¡smo inteligente del poder moral hacía el balance de un siglo de inde- republicano" pendencia política. El sacerdote Gustavo J. Franceschi, com pro­ metido en la experiencia social de la Iglesia, advertía que “desde 1810 hasta ahora no se ha puesto realmente en práctica el régimen democrático v que un cesarismo republicano es el que nos gober­ nó”. En la práctica, el régimen federal se distinguía del unitario en que era más costoso, mientras “el pueblo obrero, inútil es ne­ garlo, ha prestado oído a la voz revolucionaria”. Según Franceschi; el pueblo observaba y perdía “lastimosamente su fe en la demo­ cracia”. Falseado el voto, “cree que únicamente las armas podrán entronizar la democracia, retira su confianza en las clases dirigen­ tes en las que —afirma— no reinan más ideales que la ociosidad, la concupiscencia del poder, del placer, o de la fortuna . . . ” En el fondo se necesitaba una “reconstitución de la colectividad entera”, v en frases incisivas anunciaba que el Centenario abría “un nuevo período: el de la transformación profunda de nuestra constitución interna, de nuestra organización social en el sentido más amplio de la palabra”. Y terminaba: “Dios quiera que los llamados ma­ ñana a la vida, al celebrar el segundo centenario de nuestra auto­ nomía como nación, puedan celebrar el primer centenario de interna, progresista v pura democracia argentina . . ,"7 Roque Sáenz Reña: la concepción del cam bio político

F.I Centenario adviene, pues, con la sensación de que era nece­ sario el cambio político. La autocrítica v la crítica al sistema habían preparado el clima, pero estaban en cuestión el sentido y los alcances de la reforma. La Revista Argentina de Ciencias Políticas realiza la primera encuesta política que se conozca en nuestro país.* 7 F ra n c e s c h i, Gustavo J., Cien años de República. “Revista Eclesiástica del Arzobispado de Buenos Aires”, n9 113, Buenos Aires, 1910, o bien en reproducción de la revista “C riterio”, tom o 73, 1960, págs. 728 a 734. Sobre el papel, de los católicos, es ilustrativo Néstor Auza, Los católicos ar%evtivos. Su experiencia política y social. Buenos Aires, Diagrama, 1962. x En la pág. 289 reproducim os la "cédula" distribuida por la revista de Rivarola y publicada por La Prensa y La N ación, por lo que en este lugar haremos los com entarios indispensables a nuestro propósito. La cédula iba adherida a la pág. 953 del nv 12 de la revista, del 12 de setiembre de 1911. Ver también Darío Cantón, quien analiza la encuesta en la “Revista I.atinoamericana de •Sociología", 68, 1. Buenos Aires. Fd. del Instituto.

Cierto es que la factura de la encuesta es v ulnerable si se la estima desde los niveles metodológicos actuales, pero indica temas de discusión que estaban en el ambiente o que interesaban al autor. Puede discutirse la represenratividad de cerca de dos mil respuestas en una población varias veces millonada, cuando la distribución de las cédulas fue discrecional, v también el énfasis que Rivarola puso en la inclusión de ciertos temas. Pero en todo caso interesan men­ cionar los grandes temas: el régimen constitucional, la forma de gobierno, el sistema electoral, la organización social, el régimen económico, las relaciones del Estado con la Iglesia y el nacionalis­ mo. Las respuestas, en las que gravitaron opiniones socialistas e “independientes” y retacearon las de núcleos conservadores según se deduce de la clasificación v comentarios de Rivarola, denun­ ciaban las siguientes preferencias generales, mavoritarias respecto de las otras opciones: régimen constitucional unitario, con forma de gobierno parlamentaria, sufragio universal incluyendo a los extranjeros, sistema electoral de representación proporcional, or­ ganización social “evolucionista” con un régimen económico de libre concurrencia, neutralidad religiosa del Estado e inclinación por un “nacionalismo progresivo’ respetuoso de la “nueva compo­ sición étnica de la población”." El Presidente había hecho su propia apreciación del momento político v había decidido cuál habría de ser su papel antes de asumir el poder. Habíase entrevistado con Hipólito Yrigoyen sien­ do Presidente electo asegurándole que llevaría adelante la reforma electoral. En su “discurso-programa” del 12 de agosto de 1909, cuando la Unión Nacional iba tomando forma v reunía adherentes, Roque Sáenz Peña había analizado la política argentina —que cali­ ficó como “democracia conservadora”— en casi todos los campos. Hay un largo pasaje que dedica a los partidos v al sistema político argentino, donde se encuentra su perspectiva v su opción. “La evolución de los partidos argentinos tiene dos períodos bien carac­ terizados. Durante todo el primero, el más largo v el más glorioso, lucharon los ideales v los hombres; y es al comenzar del segundo cuando, acordadas las bases de la organización nacional, las orga­ nizaciones partidarias, perdida su verdadera razón de existencia por el desenlace de sus controversias doctrinarias, sobreviven por l-umiA, Carlos Alberto, La imagen del sistema político nacional a través de lina encuesta de la época. D epartam ento de (iraduado* de la I', de Dcr. v C. Soc. U. N. U. A. Setiembre de I9rofundas que separaban a los participantes, los distintos presumestos de su acción en el mediano plazo, los acuerdos sobre políicas específicas que deberían esperarse. Como señala con oportunilad Robert Potash, para algunos de los oficiales jóvenes la marcha obre la Casa Rosada que realizaron en la madrugada del 4 de unió de 1943 casi diez mil soldados —una fuerza mucho más po erosa que la de 1930— fue su única experiencia político-militar; ara otros era la segunda; y para muchos, como el teniente primero uan Carlos Onganía, que conducía un vehículo detrás del geneai Rawson, fue el primero de una larga serie .. ,10 El golpe se llevó a cabo sin resistencia —hubo una sola acción ontra una instalación naval, debida a la precipitación y a la conisión de los protagonistas—, sorprendió a todos, no fue rodeado or la atmósfera de excitación pública del 30, y el general Rawson i encontró en el poder con pocas ideas acerca de lo que habría e hacer con él. El golpe de Estado del 43 había nacido en la cabeza de algunos Las 4¡^horas aroneles; apenas habían participado algunos de los 37 generales Rawson t los cuadros superiores del ejército, y dio lugar a la lucha por el ader pocas horas después de haber llegado Rawson a la Casa osada. Mientras los hombres del G. O. U. tenían ideas bastante aras sobre los objetivos de la logia, el Presidente pasaba la noche :nando en el Jockey Club. Después de comer hizo su primera y tima demostración de inhabilidad política: luego de un golpe irmalmente anticonservador, ofreció a sus amigos José María osa y Horacio Calderón, conservadores de vieja data, el priero accionista de El Pampero y pro-Eje y el segundo proliado, las carteras de Hacienda v de Justicia. Cuando comunicó los golpistas sus ofrecimientos cundió, parece, la consternación, guraban en ellos el general Domingo Martínez —que había sido fe de Policía durante la gestión de Castillo— y el general Juan Pisrini, ambos conocidos por sus simpatías hacia Alemania. Los heranos Saba y Benito Sueyro ocuparían los cargos de vicepresidente ministro de Marina; Ramírez quedaba en el ministerio de Guerra el almirante Storni v el general Diego Masón ocuparían las rteras de Interior y Agricultura, respectivamente. No era un bínete muy lucido para la opinión pública pero, lo que entonces i más decisivo, era crítico para la opinión militar. u» P otash, Robert '8

A.,

ob. cit ., pág. 199 y La Nación, junio 5 de 1943.

La gestión de Rawson comenzó y terminó con la discusión de su gabinete. Para los miembros del G. O. U. Perón v González, era preciso desalojar de la Casa Rosada al flamante Presidente. Para otro de los miembros, simpatizante de los Aliados, como Miguel Montes, había que sostenerlo. En Campo de Mayo, un grupo de oficiales tenía la misma opinión. Pero el coronel Anaya cortó por lo sano. Los civiles Rosa v Calderón fueron escoltados hacia la salida de la Casa Rosada ni bien aparecieron en ella a raíz de la oferta de Rawson. Luego, Anaya y un teniente' coronel de apellido Imbert, fueron a la casa del general Martínez para convencerlo que dejara la cartera de Relaciones Exteriores. En la noche del 6 de junio Anaya entraba en el despacho de Rawson y le hacía saber que carecía del apoyo de Campo de Mayo. Según los testi­ monios de Anaya, Sosa v un memorándum de González, Rawson tuvo una expresión penosa v definitiva: —“ ¡Usted ta m b ié n ...!”; firmó su renuncia v se fue rechazando escoltas. Entonces hizo su entrada como nuevo Presidente, el general Pedro Ramírez, que durante siete meses había servido como ministro de Guerra del derrocado presidente Castillo. La experiencia presidencial del general Ramírez fue más pro­ longada que la de su predecesor, pero en todo caso fugaz, pues debió renunciar el 24 de febrero de 1944. Durante su gestión co­ menzaron a definirse ciertas líneas de fuerza del proceso político inmediato. Las líneas se vinculaban con el conflicto interno por la domi­ nación y con la política exterior, que en todo caso era discernible pero no independiente de aquél. El gabinete de Ramírez dio, para los informados, las primeras pautas del sentido del conflicto in­ terno: el ministerio de Guerra fue adjudicado al general Edelmiro J. Farrell, jefe de Perón, v el ministerio del Interior al coronel Alberto Gilbert, amigo del coronel González. Era evidente que el G. O. U. había obtenido una importante victoria.11 Pero también que los coroneles tendrían importante participación en el gobierno v que la división entre “neutralistas” o germanófilos v los parti­ darios de los Aliados separaba a Farrell, Masón, G ilbert y Sueyro de un lado, y a Storni, Santamarina, Galíndez y Anaya del otro. En poco tiempo ingresaron a funciones públicas en la Presidencia, o en los ministerios de Guerra e Interior, varios tenientes coroneles 11 Masón ocupó la cartera de A gricultura; Benito Sueyro la de Marina; Storni la de Relaciones Exteriores; Galíndez la de O bras Públicas; Anaya la de Justicia e Instrucción Pública. Sólo un civil, confiable para el establishment económico: el ministro de Hacienda Jorge Santamarina. 3 99

La fugaz presidencia del general Ramírez

-Petsam,.-

S L A N D IA Democracias populares o Repúblicas socialistas Países m iem bros del Pacto del A tlá n tic o Neutrales con regímenes de tip o occidental Países socialistas no com prom etidos País directam ente u n id o a E. U. de Am érica

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División política de Europa después de la Segunda Guerra M undial. De ésta emergería un m undo bipolar dom inado por el poder m ilita r de Estados Unidos de América y de la Unión Soviética.

) coroneles del G. O. U. —González, Domingo Mercante, Miguel Montes—, de tal modo que la logia logró construir una imporante base de poder dentro del gobierno nacional. El coronel Perón :ncabezaba ya la secretaría del ministerio de Guerra, y se conver­ ía en el segundo hombre de ese ministerio crucial.12 Desde ese momento, uno de los cauces para la explicación del >roceso que siguió en aceleración creciente es el relieve que ad­ vierten amigos y adversarios en el trabajo del coronel Perón para ¡xplotar políticamente el clima de tensión que confundía a los ;rupos rivales. O tro de los cauces es la política exterior de la Argentina y su resonancia en el área latinoamericana y, sobre todo, nglonorteamericana. Parece necesario advertir, asimismo, que mienras eso acontecía en la estructura del poder, la sociedad argentina 12 Los cargos que ocupaba el grupo directivo del G .O .U . luego del gol>e de Estado oel 43, constan en Potash, pág. 210. Eran veinte hombres en argos claves: 8 coroneles; 9 tenientes coroneles; 2 m ayores v 1 capitán Filippi, sobrino de Ram írez). 100

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Alineam iento de los países latinoam ericanos en la Segunda Guerra Mundial. [Según “ New York Tim es” del 1? de febrero de 1942.] Durante el desarrollo de la contienda, alineam iento o neutralidad fueron cues­ tiones de política internacional que trastornaron las relaciones americanas y la situación interna de la Argentina.

estaba en movimiento v se producían en ella cambios sustanciales, algunos de cuyos rasgos se intentará perfilar una vez descriptos, en grandes líneas, los conflictos que tenían atrapados a los prota­ gonistas principales de la lucha por el dominio de la situación.1® exterio Si, como se ha comprobado, la política exterior del régimen deLa política Ramírez conservador fue, como la de la época radical, de estricta neutrali­ dad, no era un secreto para nadie que la división del mundo en bloques ideológicos v de intereses hacían de la “neutralidad” un concepto polivalente. En algunas de las corrientes de opiniones igualmente públicas que entonces circulaban, la neutralidad seguía expresando una manera de ser del argentino frente a conflictos demasiado sinuosos o que afectaban a pueblos demasiado vinculados a su compleja tradicióm^etímo para actuar en perjuicio de unos o de otros. Era, también, una manifestación del pacifismo por la línea del esfuem> menor. Pero en los sectores que habían adoptado una ideoUfgia y perseguían intereses relativamente concretos, ser neujraf implicaba una toma de posición definida. Para los nacio­ nalistas de derecha, por ejemplo, la neutralidad suponía un apoyo indirecto a las potencias del Eje. Para ciertos sectores económicos vinculados con los mercados europeos, la neutralidad permitía estar con unos v con otros, más bien que con alguno en desmedro de otros. La perspectiva de las potencias beligerantes no era menos matizada que la argentina. Para los norteamericanos, a medida que avanzaba el conflicto, la neutralidad no era una política “equidis­ tante” —a pesar de que en su historia reciente, según se vio, la opinión pública debió ser sacudida para no permanecer adherida a esa posición— sino una manera de favorecer a los intereses del Eje, de romper la solidaridad americana frente al conflicto inter­ nacional y de impedir una política hegemónica sin complicaciones en el continente. Para los británicos, la neutralidad argentina no era una posición deleznable. De ahí su resistencia a romper rela­ ciones con la Argentina o a bloquearla económicamente. Pragmá­ ticos v lúcidos, los británicos tejían presente sus grandes inver1:1 A esta altara de los acontecimientos, el historiador apenas se atreve a avanzar. La advertencia que consta en la nota 1, pág. 287, se hace ahora más patente. Las ciencias aquí auxiliares perciben el andar jadeante de la Historia, com prenden sus dificultades, y quizás más atrevidas o con la sensación de que no deben tener —para justificarse— los reparos que el historiador expone, adquieren desde ahora más relieve: el politicólogo, el sociólogo, el dem ógra­ fo, el economista, tienen bastante qué decir. Tam bién el cronista, el perio­ dista, la aproximación menos com prom etida que supone el ensayo como estilo. 4 02

siones en la Argentina, la necesidad que tenían del abastecimiento de carne para civiles y militares en lucha y, previendo la situación de posguerra, el riesgo que significaba propiciar medidas que acen­ tuasen el declive de su influencia política v económica en el Río de la Plata. Los soviéticos, por fin, tenían una visión imperialista e ideológica del proceso, que por otra parte ocurría lejos de sus dominios. Stalin sería uno de los rotundos opositores al ingreso de la Argentina en condiciones aceptables a las Naciones Unidas, expresando a Roosevelt que si la Argentina hubiera estado en la zona de influencia soviética él sabría cómo sancionarla. En ese contexto se movían los actores de la crisis de junio del 43, y el presidente Ramírez se veía en figurillas para no agravar la tensión con los Estados Unidos sin perder su propia influencia entre los grupos internos germanófilos o aliadófilos. Del lado norte­ americano actuaba una figura que contribuyó, desde una posición “dura” y que su rival Sumner Welles no vacilaría en calificar de "estúpida”, a complicar en exceso tanto la política exterior norte­ americana como la posición de los liberales dentro del gobierno de Ramírez: ese personaje se llamaba Cordell Hull. Mientras con­ dujo el Departamento de Estado, todos debieron contener el alien­ to, tanto de un lado como del otro. Cuando Hull debía saber el conflicto interno tp e ocurría en el gobierno argentino, respondió a una carta —ciertamente forzada v difícil del canciller Storni explicando la posición internacional de la Argentina— con otra hiriente, considerada una “de las más severas censuras diplomáticas jamás asestadas a un gobierno latinoamericano por el Departamento de Estado”, “pulida y afilada como una navaja”, según la revista Tim e del 20 de setiembre de 1943. Se burlaba de los argumentos de Storni, ironizaba acerca de los motivos que aquél expuso para justificar que aún la Argentina no hubiese roto sus relaciones con el Eje, y negaba toda posibilidad de abastecimiento militar mientras la ruptura no ocurriese. La publicación de la carta de Hull en los diarios argentinos puso al rojo vivo el sentimiento nacionalista. En el centro de la ciudad se arrojaron volantes contra Storni, escritos e impresos por el G. O. U. El diario Noticias Gráficas, que se atre­ vió a publicar un editorial condenando la actitud neutralista del gobierno, fue clausurada v la edición confiscada.14 La afilada navaja cortó el cuello del canciller Storni, quien 14 Confr. Conil Paz y Ferrari, ob. cit., págs. 123 a 139, donde hay un buen análisis docum ental del proceso que condujo, al fin, a la ruptura. Potash, ob. cit., págs. 231 y 232, atribuye im portancia decisiva al affaire H ellm uth.

debió renunciar. La contestación de Hull, “modelo de torpeza”, privó al gabinete argentino de uno de los factores de compensación frente a la presión creciente del ala derecha del G. O. U. F.1 12 de octubre de 1943 Farrell era designado vicepresidente, y a los pocos días abandonaban el gobierno Santamarina v Galíndez, mientras el general Gilbert ocupaba la cartera vacante de Relaciones Exte­ riores. La presión norteamericana aumentó; se dirigió incluso a los aliados y a los demás países latinoamericanos para coordinar un bloqueo político y económico a la Argentina, v contó por fin con pruebas documentales de una misión secreta a Alemania de un cónsul argentino —Oscar Alberto Hellmuth—, con el fin de nego­ ciar la provisión de material bélico. Hellmuth era ciudadano ar­ gentino, pero también miembro de la policía secreta de Himmler, la R.SHA (Reichssicherheitschauttaunt). El presidente Ramírez ad­ virtió que la publicación de esa prueba y de otras relacionadas con a presunta intervención argentina en sucesos revolucionarios latiíoamericanos —como el golpe de Estado en Bolivia ocurrido el 20 le diciembre y la presencia de emisarios militares en países limírofes— podía ser el detonante de una crisis regional inconveniente >ara la Argentina. Para evitar, no tanto el bloqueo como la publiación de esa documentación por el Departamento de Estado, Ramírez decidió suscribir el decreto de ruptura de relaciones diplonáticas con Alemania v Japón. Era el 26 de enero de 1944. El 25 le febrero, Ramírez ‘“delegaba el mando” en el vicepresidente arrell, frente a la crítica militar. Antes de ese desenlace la lucha política interna había tenido tras manifestaciones. El coronel Perón contaba ya con el soporte teológico de militantes y escritores nacionalistas tan eficaces como )iego Luis Molinari y José Luis Torres; se decretaba la disolución e los partidos políticos, se establecía la educación religiosa en las ¡cuelas públicas y se imponía un control rígido en la difusión de oticias. Un elemental análisis del contenido de documentos como is “Instrucciones reservadas del ministerio del Interior” a los 3misionados,ls en pos de la “real unidad integral del pueblo aríntino”, revelaba la tendencia hacia una suerte de homogeneidad leológica y cultural como objetivo deseable. Cualquiera fuera su gno, ese dato suponía una secuencia de notas comunes con los ¡gímenes autocráticos o totalitarios y un presupuesto necesario ira su estructuración. En esa ocasión, el signo estaba dado por 15 Confr. Roberr Potash, ob. cit., pág. 226, donde está el texto de las ¡tracciones citadas. 34

La ruptura con el Eje. Ramírez deja el poder

el nacionalismo de derecha v coincidía con la tendencia predomi­ nante en el G. O. U. v en el gobierno, luego de los cambios de octubre. El coronel Perón actuaba, mientras tanto, en un nivel hasta entonces descuidado: la revisión de la política social del gobierno v las relaciones con los gremios. Entre los cambios de El predom inio nacionalista de ese mes, la designación —según parece, la “autodesignación”— de derecha y la carrera política Perón en el Departamento Nacional del Trabajo no sería el menos de Perón importante. Entre los miembros del G. O. U., un oficial hijo de un ferroviario de La Fraternidad, habría de constituirse en el principal colaborador de aquél: el entonces teniente coronel Do­ mingo Mercante. No rodos los integrantes del G. O. U. ni del gobierno adherían a las ostensibles pretensiones del coronel Perón, mientras éste ganaba posiciones; se insinuaban contradictores im­ portantes, como los coroneles Ávalos v González. Según parece probable, esas contradicciones contaron paulatinamente con el aval del presidente Ramírez, quien habría aceptado reemplazar a Farrell v Perlinger por sus asesores leales, Gilbert v González.'" A su vez, ocurrían los acontecimientos relatados referentes a la política exte­ rior. El Presidente advirtió que el conflicto podría derivar en un enfrentamiento militar y no resistió la demanda de su renuncia que formuló un grupo de oficiales alentados por Farrell v Perón desde el ministerio de Guerra. Preparó el texto de su renuncia, fechada el El tercer golpe 24 de febrero, dirigida al “pueblo de la República”, v fundada en que había perdido el apoyo de los militares de la Capital, Campo de Mayo, El Palomar v La Plata. En pocos meses, pues, se habían consumado tres golpes de Estado. Él primero, cfontra Castillo, desde fuera del poder. F.1 segundo y el tercero desde dentro, contra Rawson y Ramírez. F.1 tercer golpe crearía, sin embargo, una com­ plicación internacional. Para intentar evitarla, era preciso que no hubiera una discontinuidad formal entre Ramírez v su sucesor. F1 texto original de Ramírez salió de circulación —aunque llegaron a publicarlo, entre otros, La Prensa v el diario germanófilo Cabildo— v se difundió una versión oficial que las ediciones posteriores de ios diarios recogieron: Ramírez delegaba el poder en el vicepresi­ dente Farrell, “fatigado” por la intensidad de sus tareas de go­ bierno . . . el desenlace: Fn el orden interno, el tercer golpe tardó en ser digerido. Los laHacia presidencia sectores políticos v militares calificados como “liberales" advirtie- de Farrell 111 Confr. Robert Potash, ob. cit., págs. 255 a 237, donde se citan pruebas de la tentativa de Ramírez por desplazar a Farrell y a Perón del gobierno, con apovo de la .Marina. 405

ron que el proceso había entrado en una nueva y peligrosa fase, y procuraron convencer a Ramírez para que retornara al poder. Pero aparte de la negativa de éste, la nueva fase había comenzado ya. Con el general Farrell en la presidencia, parecía que las bases de su poder se habían consolidado definitivamente. Sin embargo, la lucha interna no había terminado y la situación del afortunado coronel Perón distaba de ser absolutamente segura. Surge, por lo pronto, un antagonista fuerte: el ministro del Interior, general Perlinger, quien reuniría en su torno a líderes del G. O. U. como los coroneles Julio Lagos y A rturo Saavedra, el teniente coronel Se­ vero Eizaguirre y el mayor León Bengoa. Desilusionados con Perón, de acuerdo con muchos nacionalistas acerca de la equívoca postura de aquél respecto del proceso que condujo a la ruptura con las potencias del Eje e inquietos por sus relaciones con los gremios, esos hombres se movieron para detener la probable desig­ nación de Perón como ministro de Guerra. Desde el Movimiento de Renovación —formado por jóvenes que correspondían a lo que hemos llamado el nacionalismo conservador—, surgieron apoyos para la posición de Perlinger. El coronel Perón fue designado, sin embargo, ministro de Guerra. Contaba con el apoyo del Presidente, del jefe de Campo de Mayo, coronel Ávalos y, desde el 29 de fe­ brero de 1944, con el del nuevo ministro de Marina, contralmirante Alberto Teisaire. El ministerio de Guerra era, sin duda, una posi­ ción clave para resistir el asedio de facciones opositoras, porque desde ese lugar podían manipularse asignaciones, destinos, prom o­ ciones y cambios que consolidasen la posición de su titular en la estructura del poder militar. La carrera política del coronel Perón había comenzado mucho antes, pero ese año y el siguiente serían críticos. Puso de manifiesto rasgos de su personalidad que habrían de acompañarlo en su futuro inmediato: capacidad intelectual, “viveza” —según la interpretación criolla del vocablo—, pragmatismo, aptitudes “maquiavélicas”, sen­ tido de la oportunidad y de percepción de algunos fenómenos nuevos para la mayoría, y también un temperamento ciclotímico que lo hacía transitar desde la euforia hasta la depresión, casi sin matices. Dentro de la constelación de poderes, el militar era entonces el que determinaba la ocupación de roles en. el poder político. Parece conveniente seguir en sus líneas de fuerza para explicar una parte de aquella realidad. Los demás componentes de la constelación remitían a los militares sus demandas, ponían en 406

juego sus influencias o ejercían sobre ellos su capacidad relativa de presión. A pesar del predominio del nacionalismo de derecha v de los partidarios de la presencia militar en el poder, seguía teniendo vigencia entre muchos militares la idea de que las fuer­ zas armadas debían dejar de una manera racional v decorosa el poder político. Y contrariamente a lo que una interpretación simplista de las fuerzas políticas v de los valores vigentes en una sociedad pluralista como la argentina pudiera sostener, lo cierto era que ciertos valores del liberalismo político subsistían a través de ideas y de creencias —vinculado o no con el liberalismo económ icoentre la mayoría de los argentinos. La presión por el retorno al ré­ gimen constitucional se fue haciendo cada vez más concreta v la opi­ nión pública se manifestaba en contra de la gestión revolucionaria. Durante la presidencia de Farrell, el aislamiento de los revo­ lucionarios no podía ser disimulado por los conflictos internos que entretenían a sus protagonistas. Sea porque las consecuencias políticas de la Segunda Guerra habían dado nuevo impulso legi­ timador a la democracia, o porque las racionalizaciones ideológicas del nacionalismo de derecha no eran suficientes para justificar al régimen, lo cierto es que al comenzar 1944 la Argentina buscaba una solución internacional satisfactoria v una fórmula política aceptable para salir del atolladero. En el plano internacional, el comportamiento escasamente há­ bil de la diplomacia norteamericana le brindaría la oportunidad de iniciar una contraofensiva a través de la Unión Panamericana, en octubre de aquel año, que culminaría con lo ocurrido en Chapultepec —México— en febrero-marzo de 1945. Cuando se celebró la Conferencia Interamericana sobre Problemas de la Guerra y la Paz —aunque el tema de la Argentina, ausente, no estaba incluido en la agenda oficial— los delegados acordaron reanudar relaciones ofi­ ciales si nuestro país suscribía el Acta de esa reunión v declaraba la guerra al Eje. El 27 de marzo de 1945, el régimen de Farrell declaraba la guerra al Imperio del Japón v a Alemania. Como señalan Conil Paz v Ferrari, el gobierno argentino ganaba más de lo que cedía: normalizaba sus relaciones americanas, se le ase­ guraba un lugar como miembro de la inminente conferencia de las Naciones Unidas, y el régimen que Roosevelt y Hull denuncia­ ran como “fortaleza del fasc'smo en América” seguía dueño de la situación. En el orden interno, "detrás de la máscara de un antipolítico’ . el coronel Perón no sólo procuraba consolidar apoyos militares. 407

sino hallar soportes en políticos profesionales. Además, había parti­ cipado con el doctor Juan 1. Cooke v otros líderes del gobierno argentino, según escribió el norteamericano Welles, en conversa­ ciones secretas con delegados estadounidenses, previas a la reunión de Chapultepec. El pragmatismo del coronel Perón habría conmo­ vido a los anglosajones v sacudido la rigidez de los ideólogos. “Más allá del bien y del mal”, desde el ministerio de Guerra y la Secre­ taría de Trabajo, el líder del G. O. U. tendía sus líneas hacia el partido Radical. Según una información diplomática, en abril del 44 Perón habría ofrecido el ministerio del Interior al doctor Ama­ deo Sabattini.17 Éste rechazó la oferta. Perón no ocultaba su respeto por el partido Radical ante sus camaradas. En Campo de Mavo habló del partido Radical como una fuerza “grande v poderosa”, pero añadió que su líder era “anticuado”. No obstante, reveló que el radicalismo era una fuerza que podía ser “canalizada” en el sentido que él consideraba adecuado, v que estaba comprometido en esa tarea. Mientras fracasaban sus primeros intentos con líderes políticos, del ministerio de Guerra salían “órdenes generales” pre­ viniendo a los militares contra los “cantos de sirena” de los políti­ cos, v haciendo saber que el gobierno de Farrell no tenía intencio­ nes de llamar a comicios nacionales, por lo menos en fecha próxima. El gabinete de Farrell era escenario de la pugna sorda entre las tendencias. En mavo de J944 ingresa el nacionalista Alberto Baldrich, partidario de Perlinger, para hacerse cargo de la cartera de Justicia e Instrucción Pública. Al mismo tiempo, se incorpora un aliado de Perón* el general Orlando Peluffo, en el ministerio de Relaciones Exteriores. El conflicto haría eclosión en julio, preci­ pitado por Perón, a propósito de la vicepresidencia vacante. Con­ voca una asamblea de oficiales del ejército, de la que resulta elegido por un margen ajustado sobre Perlinger. Luego procede con rapidez: con el apovo del ministro de Marina, almirante Teisaire, informa al ministro del Interior que el ejército v la marina demandan su renuncia. Como el general Perlinger no halla apoyo en el Presidente, deja el cargo. El 7 de julio de 1944, un decreto firmado por Farrell v Teisaire hace pública la designación del coronel Juan Domingo Perón como vicepresidente de la Nación. Retenía, a la vez, los cargos de ministro de Guerra v de Secretario de Trabajo. Nadie disponía de más recursos ni más poderes direc17 Despacho de la embajada norteamericana fechado en abril 18 de 1944, cit. por Potash. ob. cit., pág. 45, así com o un resumen del discurso ocu­ rrido en mavo de esc año. 4 08

P e ró n

vicepresidente

ros que Perón a mediados del 44: pudia usarlos sobre la opinión pública desde la vicepresidencia, sobre el poder militar desde el ministerio de Guerra, y sobre las organizaciones v dirigentes labo­ rales desde la Secretaría de Trabajo. La forma en que usó esos recursos políticos insinuará para muchos sus posibilidades en los eventos futuros. Como ministro de Guerra, produjo cambios favo­ rables para las fuerzas armadas, cuyos estatutos profesionales fueron reformados y se contemplaron aspiraciones y necesidades castren­ ses; se amplió el número del cuerpo de oficiales v se aumentó la movilidad promocional dentro de las fuerzas. Por primera vez desde que el sistema de conscripción obligatoria tenía vigencia, el ministro de Guerra incorporó a la totalidad de una “clase”. Como bien señala Potash, aparte de las consideraciones militares, la me­ dida tenía ciertas implicaciones políticas y sociales. Potash no se atreve a conjeturar qué influencia tuvo la difusión de consignas V propaganda que inculcaban el respeto y la admiración hacia los militares y el desprecio hacia los políticos profesionales, entre aquellos 80.000 conscriptos respecto de las elecciones del 46, pero en todo caso el dato denuncia una tendencia v la decisión de usar cualquier recurso con sentido político. La fuerza aérea, la rama más nueva de las fuerzas armadas, recibió especial atención, v fue considerada la preocupación de los militares hacia el desarrollo industrial. El Banco de Crédito Industrial data de ese año, mientras la Dirección General de Fabricaciones Militares recibía fuerte apo­ yo financiero. Pero la acción en el campo militar tuvo un comple­ mento de fundamental importancia para el curso de los aconteci­ mientos del crucial año siguiente: las medidas de política social producidas por el coronel Perón y su aliado, el teniente coronel Mercante, desde la Secretaría de Trabajo. Aumento de salarios, re­ visión de las condiciones laborales, estatutos destinados a la protec­ ción de trabajadores de gremios diversos, creación de los tribunales del Trabajo, reglamentación de las asociaciones profesionales, uni­ ficación del sistema de previsión social, extensión de los beneficios de la ley 11.729 a todos los trabajadores, y frecuentes entrevistas con los dirigentes de los niveles altos y medios de las organizaciones obreras, fueron hechos concretos, con un gran efecto multiplicador en sectores sociales que hasta entonces no habían tenido la sensación de la participación política v social que esas medidas insinuaban. La actividad de Perón significaría, pues, la acumulación de recursos políticos o de antecedentes que luego serían empleados para la 4 09

explotación política de un proceso hasta entonces inédito en la historia argentina. Ese proceso, con casi todas sus complejidades y claroscuros, se insinuaría a través de un “año decisivo” : el 45. En ese año, los actores parecen moverse sin tener en cuenta que la platea ha subido al escenario, y que una Argentina profundamente distinta haría eclosión, atrapando a todos, cerrando todcs las perpectivas, con­ fundiéndolo todo. Cuando terminaba 1944, el gobierno revolucionario ‘ parecía enfrentar los mismos problemas ante los cuales había sucumbido el régimen de Castillo”, pero al mismo tiempo “los mitos de la Argentina liberal se revelaron dotados de un vigor inesperado: toda una clase media que se había constituido bajo su sino veía con recelo profundo la tentativa quizá no totalmente arruinada de borrarlo de la memoria nacional.. .”. ,s Eso era, si se quiere, una parte de la verdad. Casi tres lustros después, un conservador veía la crisis del 43 como el “fruto de las más diversas ideas, y resultado de las ambiciones más dispares (que) no tuvo virtud de satisfacer en definitiva a casi ninguno de sus sinceros partidarios”. 19 Para la izquierda cultural fue un remedo de régimen fascista y clerical y para casi toda una “‘mayoría silenciosa” un proceso caótico y ajeno, pero al mismo tiempo crítico y a la búsqueda de una definición. Ésta fue el resultado de los conflictos del 45. "Todo el poder a Perón"

Para los argentinos, el 45 fue un año decisivo. Para quien ei 45 quiera comprender el proceso posterior, una lección histórica in­ soslayable. Es preciso esbozar ciertos rasgos de la Argentina de la época para explicar en qué condiciones los argentinos llegaron al desen­ lace de una de sus crisis más profundas, entraron luego en un período con perfiles inéditos y cayeron más tarde en otra crisis cuya persistencia no puede explicar, todavía, el historiador.-’0 Is H a l pe r ín D o n g h i , T ulio, Crónica del Período en “Argentina 1930-

1960”, Sur, pág. 47. nes

,1* A berg C obo , M artín, “F.l 4 de junio de 1943”, en Cuatrb revolucio­

, cit., pág. 92. 20 Es aún escaso el material confiable sobre La época, y los estudios sociológicos existentes son aceptables sólo respecto de ciertos aspectos del 410

H. A. .Murena, en un breve pero lúcido trabajo, advertía hace linos años que la Argentina figuraba con frecuencia en la primera plana de los diarios extranjeros por los golpes de Estado militares. "Quiero no descuidar esta trivialidad —seguía—: indica que nos hemos revelado como lo que nos jactábamos de no ser, sudameri­ canos.” Fenómeno que dejó estupefactos a muchos argentinos, pero que les haría reflexionar, por una vía quizás no querida, que tam­ bién pertenecían a Sudamérica v que en el futuro subsistirían como una nación sólo a través de ella. Por lo pronto, lo que aparecía en común era la crisis, v ciertos datos de ésta. iMurena miraba hacia adentro v veía, además, a conservadores, radicales v socialistas acusándose mutuamente, quebrados en forma vertical v horizontal, de izquierda a derecha, jóvenes v vieja guardia. Escribía después de la caída de Perón, v éste se le antojaba un problema que debía dividirse en dos aspectos: “Perón como persona v Perón como momento histórico. En cuanto al primero, es razonable emitir una sanción moral terminantemente negativa. En el segundo, las san­ ciones morales son impertinentes. Significan lo mismo que decir que la historia es una r a m e r a . L a s notas de Murena fueron escritas cuando aún estaba “caliente” lo que para los argentinos había sido el peronismo. Para una parte del país, un proceso que merecía olvidarse, porque había dividido a la nación v había inten­ tado poner el bienestar v la seguridad sobre otros valores v a costa de la racionalidad política v económica. Para otra parte del país, la experiencia era inolvidable. Había abierto perspectivas hasta entonces desconocidas a mucha gente que nunca había vivido la sensación de la participación política ni había obtenido gratifica­ ciones sociales. Para esta parte de la Argentina habría desde enton­ ces una suerte de “edad de oro” para recordar. El antiperonismo tenía, por su parte, porciones distintas del pasado que se le anto­ jaban “tiempos preferidos”. Pero según advierte Murena, la me­ moria argentina es feroz en su debilidad, v son pocos los nombres vivos que retiene fuera del “cantor-héroe-vate nacional, Carlos Gardel”. Desde el 55, dos fantasmas lucharían con fuerza pareja. proceso. Con tocio, el aporte más reciente es el libro de Félix Luna, El 45. Crónica de un año decisivo, parte de cuyo material vamos a emplear —Buenos Aires, Jorge Alvarez, 1969-. A pesar de cierta nostalgia por una conversión retrospectiva, la crónica de Luna es excelente com o tal, y contiene testim o­ nios y alguna docum entación de gran importancia. - i M u r e n a , H . A . , Notas sobre la crisis argentina, en Sur, Buenos Aires, nu 248 de setiem bre-octubre de 1957, págs. 1 a 16. 41 1

Pero esos fantasmas levantaban “nubes de polvo”. Los argentinos volverían a estar en una extraña disponibilidad. El cuadro social del 45 no mostraba una sociedad fija, sino g® movimiento una sociedad en movimiento. La población de ese año era, por lo pronto, mayor que la del 30 o la del Centenario, v se distri­ buía de otra forma en un extenso territorio. A partir del 30 la inmigración externa había cesado de desempeñar un papel decisivo en la formación de la Argentina. Su lugar fue ocupado por las migraciones internas!22 Hasta 1914, en efecto, el 36 % del aumento de la población de la Argentina ocurrió por los extranjeros. En cambio, entre 1914 y 1947 los extranjeros proporcionaron apenas el 0,6 % v entre este año v el 60, el 3,1 %. Como la inmigración extranjera, la migración interna fue a parar a las ciudades, pero a diferencia de aquélla no se ubicó en los estratos medios sino en los inferiores “empujando” a los nacidos en la ciudad hacia las posi­ ciones medias. Germani añade al proceso el impulso a la industria­ lización: “desde 1943 en adelante, la contribución de la agricultura V ganadería al producto bruto resulta inferior a la de la industria". Pero la movilidad social —en el sentido que los sociólogos la en­ tienden, como un proceso por el cual los individuos pasan de una posición a otra en la sociedad, posiciones a las que se adjudican por consenso general valores jerárquicos específicos, según Lipset— era cada vez mayor, especialmente en Buenos Aires v su zona inme­ diata. Esa movilidad parece haber sido todavía mayor desde los niveles populares hacia los medios v altos cuando Germani publicó sus investigaciones de 1960 y 1961 en Buenos Aires. Simultáneamente, el proceso de urbanización iba en ascenso constante. El área metropolitana de Buenos Aires, que era ocupada por cerca de 800.000 habitantes en 1895 —de los cuales la mitad eran inmigrantes extranjeros v ocho de cada cien migrantes del interior—, tenía en 1947 casi 4.720.000 habitantes, de los cuales sólo el 26 % eran extranjeros inmigrantes v el 29 °/< gente de nuestro 'interior. Antes, llegaba un promedio anual de ocho mil 22 G erm ani , Gino, “La movilidad social en la A rgentina", apéndice de la obra de Sym our M. Dipset y R. Bendix, M ovilidad social en la sociedad industrial. Buenos Aires, Eudeba, 1963, pág. 329. Del mismo autor, ver tam ­ bién Política y sociedad en una época de transición. De la sociedad tradicional a la sociedad de masas. Buenos Aires, Paidós, 1962, donde se trata el fenómeno peronista. Tam bién, sobre la cultura de masas en la A rgentina, José Enrique Miguens. “Un análisis del fenóm eno”, en Argentina 1930-1960, Sur. pági­ nas 329 a 35?. 412

personas del interior al área metropolitana bonaerense. En 1936 ese promedio había ascendido a 83.000 y en 1947 pasaba las 90.000. Era un éxodo en masa de las provincias a la zona inmediata a Buénos Aires. La inmigración extranjera había impuesto un es­ fuerzo de “reajuste social” ; como escribió poco después Raúl Scalabrini Ortiz —El hombre que está solo y espera— la ciudad se cerró sobre sí misma para asimilar todo lo extraño que se le había venido encima, y se produjo el declive de la llamada “clase alta” como grupo social que sirviese de “modelo” a los otros y su paulatino eclipse en el liderazgo social y cultural. La migración interna, asociada al proceso de urbanización y de industrialización, preparó los elementos de una cultura y una sociedad de masas que tenía vigencia, sobre todo, alrededor de las grandes ciudades y especialmente de Buenos Aires. En 1914, la industria ocupaba a 380.000 personas. En 1944, a más de 1.000.000. En 1914 el 11 % de la población activa trabajaba en la industria y el 27 % en el agro. En 1944, aquéllas significaban el 48,5 % v ¡as ocupadas por el agro el 17,7 %. Exactos o aproximados, los datos estadísticos y los estudios sociales traducen lo que sólo algunos advertían hacia el 45: la ciudad vivía “su” vida. En torno de ella se aglutinaban miles de personas de extracción social heterogénea, “con un mínimo de participación e interacción social y política y un máximo de ano­ nimato”. La sociedad argentina estaba, pues, en movimiento. Los sectores populares habían aumentado hasta adquirir dimensiones potencialmente formidables. Los sectores medios, resultado de un proceso de ascenso social todavía reciente, se habían integrado según es fama a través del radicalismo. La “clase alta” había deser­ tado del liderazgo político, social y cultural hasta el punto que “al reanudarse la vida comicial en 1946 —señala Miguens— la tenemos representada con el 2,70 % de electos con dos miembros en la Cámara de Diputados y con 0 % en la Cámara de Senadores.. Entre “los que mandan”23 hacia 1945 apenas se perciben los datos nuevos de la situación. Era la época en que tocaba a su fin 28 La expresión es usada por José Luis de Imaz para una investigación “pionera” de los grupos dirigentes de la Argentina, teniendo en cuenta las >osiciones institucionalizadas, dependientes de los rangos a que han llegado as personas con prescindencia ae sus calidades personales. La investigación cubre el período 1936-1961, y a ella nos remitimos por considerar indispen­ sable su lectura para una m ejor inform ación sobre el proceso. Apenas aludi­ remos a algunas de sus com probaciones. Los que mandan fue publicado en su primera edición por F.udeba en Buenos Aires, 1964.

f

4 13

los que

mandan

d predominio de un elenco dirigente. El primero de tres elencos que registra Imaz a lo largo de 25 años v que gobernaría hasta 1943: Se trataba de un grupo restricto, en el que el origen, las relaciones de tipo personal, la situación de familia v los clubes de pertenencia, operaban como criterios selectivos (...) El grupo que gobernó entre 1936 v 1943 no tenía problemas de cooptación. . . En todo Caso las opciones se daban entre un número limitado de pares. Sobre doce titu­ lares del poder en 1936, ocho eran socios del Círculo de Armas (Julio A. Roca, Carlos Saavedra Lamas, Roberto ¡VI. Ortiz, Basilio Pertiné, Eleazar Yridela, Miguel Ángel Cárcano, /Manuel \lvirado, Martín Noel). Como criterio supletorio el grupo aplicaba criterios de “reconocimiento” (entre los cuales el primero era) la habilidad en los nego­ cios o la capacidad jurídica (Miguel J. Culacciati) ... o el éxito electoral, como en el caso de Fresco. Pero la Presidencia estaba reservada no sólo a los grandes políticos, sino a los políticos que perteneciesen al más alto estrato social. Clase dirigente con gran cohesión interna, fue reemplazada por un segundo elenco que Imaz sitúa entre el 43 v el 55. Fn él se revertirían los términos v se modificarían los “criterios de legitimidad”. La nueva clase política que se instala tras el triunfo electoral peronista no reconoce valores adscriptos, v el régimen de lealtades que instaura nada tiene que ver con el preexistente... Los nuevos dirigentes peronistas de 1946 constituyen un grupo de “accesión" muv alto, abier­ to, extenso, basado en un reclutamiento amplio como hasta entonces no se había conocido. En 1946, todavía el valor para el ascenso era el exclusivo éxito personal. Pero este éxito previamente debía haberse producido en alguno de los cuatro compartimientos básicos, sobre los que se estruc­ turaría el peronismo: la plutocracia, la actividad gremial y la política social, el comité v las fuerzas arm adas.. ,-M La plutocracia era un canal de ascenso relativamente nuevo, pero la novedad que introdujo el peronismo fue que el grupo era industrial, y no exportador o importador. El ascenso al poder por la carrera sindical era un fenómeno hasta entonces inédito, v el comité, base habitual de dirigentes marginales del radicalismo v de -4 Imaz, José L. de, ob. cit., págs. 11 a 15. El tercer elenco, desde 1956. com binaría al principio a militares y empresarios, lo que tuvo vigencia espe­ cialmente hasta 1958. b'.n el 61 reaparecen los "políticos de partido’.', que se afirman luego del 6Í v desaparecen, casi, luego del 66. para retornar paulati­ namente cuatro años después. 4 14

partidos menores. I.os oficiales retirados de las fuerzas armadas, si bien no constituían una fuente de reclutamiento nueva, serían eni unces muchos más que en experiencias anteriores y sus dos repre­ sentantes principales —el nuevo Presidente y el gobernador de liuenos Aires— no habían culminado profesionalmente su carrera militar. Esto también resultaría una novedad. Al principio, el siste­ ma de lealtades era difuso, salvo para los militares v quizás los i>iemialistas. Con el tiempo, la conexión estaría dada por la lealtad i lina pareja gobernante. Pero en el 45, ese proceso apenas manifiesto en la sociedad argentina, se expresaría abruptamente en la arena política. En la ( lasa Rosada la situación era confusa. Habían ocurrido manifes­ taciones de inequívoco fervor pro-Aliado a raíz de la liberación de París, v se temían disturbios contra el gobierno a propósito de la inminente caída de Berlín. Universitarios, partidos políticos, miembros de lo que Alejandro Korn llamaba “la resistencia civil”, gente representativa de la llamada “clase alta” pero también mu­ chos otros ciudadanos de los sectores medios organizaron, convo­ caron o concurrieron espontáneamente a demostraciones antigu­ bernamentales acompañando entusiastamente el curso de la gue­ rra, que nutridos sectores sabían desagradable para los gober­ nantes de la “dictadura militar”. En abril del 45 la “resistencia civil” era manifiesta en el centro de Buenos Aires, alentada por la rectificación de la política internacional que situaba a los gober­ nantes en una situación por lo menos equívoca. La oposición había elegido dos blancos: el presidente Farrell —contra el que se dirigió buena parte de la artillería del humorismo político— v el coronel Perón, cuva peligrosidad era cierta tanto para la oposición política como para los sectores militares hostiles a su acción. Perón, que según una expresión atribuida por testigos entrevistados por Luna, era para el nacionalista A rturo Jauretche “el tipo ideal para que vo lo maneje”, procuró distraer a sus opositores —presumiblemen­ te— produciendo en ese mes de abril una declaración en la que aseguraba no aspirar a la Presidencia. La sensación de los obser­ vadores v testigos era que a esa altura del proceso, pese a su poder, parecía hallarse a la defensiva frente a una oposición que crecía dentro v fuera del ejército. Cuando la situación del coronel Perón era más crítica, aunque aún no le había sucedido lo peor en esta parte del proceso, fue nombrado Spruille Braden embajador de los Fstados Unidos en la Argentina. El nuevo embajador vino a la Argentina con una predisposición ideológica v política militante.

Algunos sucesos

Braden en escena

Argentina peronista. El “ empate social” : la Argentina peronista [m anifestación de un 17 de octubre] y la Argentina antiperonista [m itin realizado por la Unión Dem ocrática, frente al Congreso, el 8 de diciem bre de 1945). Dos países, con una profunda división política que llegó a herir a la sociedad argentina, y otra vez la polarización centrífuga.

más bien que diplomática. De inmediato se dedicó a una franca manifestación de sus opiniones políticas, participó de cuanta re­ unión le brindaba una oportunidad de expresar su repudio a la línea nacionalista, que identificaba con Perón, v se puso a la cabeza de una ofensiva destinada a derrocar al gobierno de facto. La ofensiva coincidió con el aparente renacimiento radica! —partido que, sin embargo, no había superado una profunda crisis interna— y con el reintegro de los conservadores a la acción política a- través de figuras como Antonio Santamarina y, sobre todo, tan signifi­ cativas como Barceló. La acción de Braden, que entonces concitó el aplauso de mucha gente de la oposición, era desde el punto de vista diplomático una forma de intervención abierta en los pro­ blemas internos argentinos, y desde el punto de vista político —se­ gún se ve ahora más claro, si cabe— de una torpeza no superada.

Argentina antiperonista.

Hacia mediados de año, varios factores concurrían para hacer más densa la atmósfera conspiracional. El militar no era el me­ nos importante, máxime cuando jefes que habían apoyado o habían recibido apoyo de Perón desde sus posiciones en el gobierno, cambiaron su actitud hacia aquél a raíz de una serie de experiencias individuales y de la influencia del clima opositor de otros sectores de la sociedad. Uno de esos hombres, significativos en el proceso del 43 al 45, era el comandante de Campo de Mayo, general Eduardo Ávalos. Varios hechos fueron erosionando lealtades aparentemente inconmovibles.2’1 En julio, y a propósito de la comida de camaradería de las fuerzas armadas, el presidente Farrell anunció la convocatoria a elecciones nacionales antes de terminar el año: 28 El relato de los diversos aspectos de la creciente oposición antiguber­ namental y de la erosión de la posición poderosa de Perón, así como detalles de lo acontecido en los partidos, puede leerse en Félix Luna, El 45, esp. pág. 37 a 202. Tam bién Potash, ob. cit., págs. 259 a 267. A lejandro K orn, La resistencia civil, M ontevideo, 1945. A lberto Ciria, ob. cit., esp. págs. 113 a 125, etc. 4 17

He de hacer todo cuanto este a mi alcance para asegu­ rar elecciones completamente libres v que ocupe la pri­ mera magistratura el que el pueblo elija . . . El asedio de los sectores militares sobre las posiciones de Perón fue abonado por la vinculación de éste con Alaria Eva Duarte, al punto que se demandó que terminara sus relaciones con ella, por cuanto “afectaban el código de honor militar”. Pero el hecho inicial de una secuencia que terminaría desalojando a Perón del gobierno, fue una petición del jefe de la Marina v de nueve almirantes, luego de una reunión en el ministerio del arma del 28 de julio; demandaba básicamente tres cosas: que las elecciones fueran convocadas inmediatamente, que ningún miembro del go­ bierno hiciera o condujera propaganda política a su propio bene­ ficio, y que las facilidades o recursos oficiales no fueran puestos a disposición de ningún candidato. Al día siguiente, Farrell convocó a una reunión de almirantes v generales para discutir la situación política, y de la misma resultó un documento —publicado en The Times v en La Vanguardia con acuerdo en sus términos— por el cual 11 almirantes v 29 generales no tomaban posición a favor o en contra de ningún candidato, pero requerían la reorganización del gabinete v el alejamiento voluntario de los que intentaban ser candidatos “o de quienes las circunstancias indicaban que era un candidato”.-'1 La postura era én términos generales clara, v suponía además, que Perón debía renunciar. El documento, sin embargo, no tuvo consecuencias inmediatas. Antes bien. Perón recomendó para el ministerio del Interior —que desde hacía un año atendía Teisaire— a un viejo radical vrigovenista del interior, Hortensio Quijano, que se había aliado a él. Semanas más tarde, otro cola­ borador radical de Perón, Armando Antille, ocupaba la cartera de Hacienda v a fines de agosto otro de sus amigos radicales, entonces conocido como pro-aliado, el doctor Juan Cooke, ocupaba el mi­ nisterio de Relaciones Exteriores. No sólo el documento parecía caer en el vacío, sino que la influencia de Perón no mermaba v obligaba al partido Radical a echar a los tres políticos que habían violado el acuerdo —o la decisión partidaria— de no colaborar con el régimen. La U. C. R., según Luna, bajo el control del “unionismo”, una de sus fracciones, v con un Sabattini que procuraba que los acontecimientos fueran hacia él, resistía los “propósitos V er dichos periódicos del 6 y 7 de agosto de 1945 v eonfr. Potash, ob. cit., páps. 262 y 26? 418

seductores” de Perón, quien por entonces había enviado emisarios i distintos dirigentes, comenzando por el mismo Sabattini, que se resumían en la oferta a la U. C. R. de todos los cargos públicos, menos la Presidencia. Sabattini era el símbolo de la “intransigen­ cia”; los unionistas, de la táctica del “acuerdo”, pero ninguna de esas líneas pasaba entonces por el coronel Perón. Éste tenía cada vez menos margen político para operar, aun con los recursos a los que tenía acceso. La oposición, pese al fracaso de las pre­ siones para provocar la renuncia de Perón, reunió sus fuerzas: demandó la entrega del gobierno a la Corte Suprema de Justi­ cia, unificó la dirección en una Junta de Coordinación Demo­ crática, y mostró la concurrencia extraña y ocasional de fuerzas aparentemente tan disímiles como los conservadores, los radica­ les, los socialistas y los comunistas, los universitarios v los repre­ sentantes del poder económico. En la Iglesia habían surgido oposi­ tores al “clericalismo nacionalista” v había apoyos en el ejército V la marina. Todas las energías de la oposición se manifestaron en un acto denominado “Marcha de la Constitución v la Libertad”, que ocurrió en los primeros días de setiembre v congregó, entre plaza del Congreso v plaza Francia, una multitud que los pesi­ mistas calculaban en 65.000 personas —cifra del informe policial— y los optimistas en 500.000. Como bien dice Luna, el 9 de setiem­ bre se había congregado de todos modos una multitud que oscilaría entre ambos “topes”. La situación en las fuerzas armadas era tensa, pero los objetivos no coincidían sino en la renuncia de Perón. En cuanto a entregar el gobierno a la Corte, los militares se mostraban remisos. Entre los factores que jugaban en contra de la demanda de la oposición dentro del ambiente militar, quizás el más impor­ tante, fue un sentimiento de defensa corporativa frente al antimili­ tarismo difundido entre los opositores y manifestado en episodios muy agresivos. La verdad parece ser, pues, que los militares coin­ cidían en ver como una humillación que el desenlace del proceso no fuera conducido por ellos, así como lo habían comenzado. Hubo algunas tentativas de golpe de Estado, como la encabezada por el ex presidente Rawson, pero no tuvieron eco en las fuerzas armadas. Perón creyó que debía ampliar su margen de maniobra, actuando en el campo sindical y reprimiendo a la oposición. El estado de sitio reapareció el 26 de setiembre, pero la oposición aumentó, sobre todo en las universidades, que fueron provisional­ mente clausuradas. La tensión crecía, y los protagonistas corrían el riesgo de fallar en los cálculos de sus respectivas fuerzas. Perón 419

La división social

sorteó por casualidad un atentado que se había preparado en la Escuela Superior de Guerra. Se estaba llegando al clímax. Cuando comenzaba octubre, Perón no había percibido aún las dimensiones de la oposición militar a su persona en lugares tan decisivos como Campo de Mayo. Su hombre de confianza en el ministerio' de Guerra, Franklin Lucero, le habría insinuado la remoción de Ávalos como comandante de aquella importante guarnición. La desig­ nación de un funcionario llamado Nicolini, amigo de María Eva Duarte, como Director de Correos v Comunicaciones, levantó una tempestad en el ambiente militar. A esa altura de los sucesos, las fuerzas armadas no eran ya una corporación unida, sino una “so­ ciedad deliberativa”. Los protagonistas trataban de evitar, como era ya una constan­ te, que los conflictos llegaran a enfrentamientos armados. Luego de episodios singulares el Presidente, acompañado por el ministro del Interior y el general Pistarini —partidarios de Perón— v otros altos jefes militares, concurrió el 9 de octubre a Campo de Mayo, accediendo a una invitación del general Ávalos. La reunión culminó con la misión de que mientras el Presidente permanecía en Campo de Mayo, demandaran la renuncia de Perón. El desenlace estaba próximo, pero así como el coronel, ministro, secretario de trabajo v vicepresidente había calculado mal la capacidad de sus opositores internos, éstos —especialmente Ávalos— calcularon mal los recursos de aquél. El 9 de octubre, la noticia de la renuncia de Perón sacu­ dió al país. Abandonaba todos sus cargos en el gobierno, pero no lo hacía silenciosamente. Sus adversarios, con el consentimiento de Farrell, le permitieron despedirse no sólo con un mensaje a trababajadores reunidos en torno de la Secretaría de Trabajo, sino al pueblo de la nación, a través de la cadena de radios. Lo más signi­ ficativo fue recordar a los beneficiarios las medidas sociales que en adelante tendrían que defender, v que a él debían. Los sucesos posteriores pueden interpretarse como una nueva V última fase hasta las elecciones presidenciales. El 12 de octubre, el gabinete que tenía una orientación favorable a Perón es remo­ vido. Ingresarán Ávalos y Vernengo Lima. Según parece los radi­ cales intransigentes negociaban una fórmula electoral: SabattiniÁvalos. Mientras tanto. Perón era detenido v enviado a Martín García. El 13 de octubre escribe una carta a su amigo, el coronel Mercante, v al día siguiente otra a María Eva Duarte, singular y decisiva para ponderar el estado de ánimo del futuro líder político a pocas horas de una jornada especialísima. Aunque incomunicado. 420

9 de octubre: renuncia de Perón

El 17 de octubre y un protagonista desconocido

el detenido se las compuso para hacer llegar dos mensajes que, sin embargo, lo mostraban políticamente acabado. La carta a “Evita Duarte” traduce su cariño por ella, le hace saber que ha escrito a Farrell “pidiéndole que acelere el retiro” : . . . en cuanto salga nos casamos y nos iremos a cualquier parte a vivir tranq uilos... T e ruego le digas a Mercante que hable con Farrell para ver si me dejan tranquilo v nos vamos al Chubut los d o s. . . Tesoro mío, tené calma y aprendé a esperar. Esto terminará y la vida será nuestra. Con lo que yo he hecho estoy justificado ante la historia y sé que el tiempo me dará la razón. Empezaré a escribir un libro sobre esto . . . El mal de este tiempo v especial­ mente de este país son los brutos v tú sabes que es peor un bruto que un malo .. ,27 El hombre que pocas horas antes tenía en sus manos casi todos los recursos del poder, quería alejarse del teatro de los sucesos, y escribir historia. . . Mientras tanto, la situación demostraba ser favorable a los nuevos protagonistas, pero éstos parecían no saber cómo dominarla. El arresto de Perón no había salvado la debilidad política del gobierno. Éste se vio asediado por demos­ traciones antimilitares el mismo 12 de octubre. Pero los asesores políticos, vista la cuestión retrospectivamente, no apreciaron ade­ cuadamente la gravedad de la situación ni los peligros que entra­ ñaba para la oposición. Por lo pronto, una prestigiosa y vieja figura surgió para formar un gabinete: el doctor Juan Álvarez, procurador general de la Nación. Éste no sólo habría de demostrar ingenuidad política para los tiempos que se vivían, sino que mien­ tras conversaba con sus candidatos, redactaba condiciones y pade­ cía la obstrucción de quienes insistían en entregar el gobierno a la Corte. Arribó a la Casa Rosada con nombres y “curricula” en la noche del 17 de o c tu b re ... Pero la noche del 17 de octubre y la plaza de Mayo servían de contexto a una enorme multitud. Se había formado lentamente desde el mediodía, con grupos que venían del “otro lado” del Riachuelo. Perón, que a la sazón estaba en el Hospital Militar, era reclamado por este nuevo protagonista que hizo su aparición en la escena casi espontáneamente, imponiéndose a los que dirigían entre bambalinas o desde sus despachos. Sólo algunos percibieron el significado potencial de ese acto político. Por supuesto, ni Ál27 Los im portantes docum entos son publicados por Félix Luna, E l 45, en fotografías entre págs. 320 y 321, en ocho páginas (los subrayados son nuestros). 421

varez ni Ávalos. Apenas Eva Duarte v Farrell, quizá mucho más Mercante. Por lo pronto, el propio Perón debió ser convencido por sus aliados, especialmente por el último, para que concurriera a hablar a la multitud. Fue a las once de la noche, frente a un es­ pectáculo insólito, en que sectores populares sin líderes revelaron a Perón sus aptitudes carismáticas. Incluso Ávalos renunció a usar la fuerza contra esa multitud —hecho que, algunos creen, hubiera cambiado transitoriamente o por mucho tiempo el curso da los sucesos—, y cuando ese día terminó, se marchó a su casa. Las cró­ nicas de los diarios opositores no revelan o no quieren advertir sobre la importancia política del 17 de octubre. Pero The Tim es, de Londres, acertaría una vez más con el título exacto: Ftill pou'er to Peróv ( “Todo el poder a Perón” ). Del "movimiento" al "régim en"

A fines de 1945, la convención nacional de la U. C. R. se reunió para definir el programa de gobierno que expondrían sus candidatos v elegir a los hombres que debían integrar la fórmula del partido. Esa fórmula sería apoyada por la Unión Democrática, formada por los radicales, los socialistas, los comunistas v los demócratas progresistas. Los conservadores no la integraron for­ malmente. El domingo 30 de diciembre el partido Radical adoptaba la plataforma de 1937, con algunas modificaciones, y 130 convencio­ nales elegían al antipersonalista José P. Tamborini candidato a la Presidencia, mientras 126 optaban por Enrique M. Mosca *para la Tamborini-Mosca u.c. r.; . . . r , r 1 vicepresidencia. Lipidio González, Ovhanarte, Mihura, Güemes v Palero Infante contaron con un voto cada uno. El candidato radical formuló muy pronto una frase de combate: “Serc, antes que nada, el presidente de la Constitución Nacional”. La mayor parte del periodismo prestó su apoyo a los candidatos radicales v los titulares de los diarios, grandes v pequeños, restaban importan­ cia a la candidatura del coronel Perón: en parte, o en casos precisos, porque con eso exponían una posición v se inclinaban por una de las fuerzas políticas en pugna que representaba mejor sus intereses / valores. Y en parte también porque así percibían la situación. Esa ¡ingular manera de percibir selectivamente los sucesos nacionales : internacionales, aun sin necesidad de la prédica periodística, ex*2 2

plica la magnitud de la sorpresa que los comicios de febrero pro­ ducirían, conocidos los resultados, en la opinión pública, sobre todo la de la capital federal. El domingo 10 de febrero. Noticias Gráficas respondía a las preocupaciones dominantes de los porteños abriendo su edición con grandes titulares que daban cuenta de la multitud que asistía en el estadio de River Píate al partido de fútbol entre los selec­ cionados de la Argentina y el Brasil. En la página tercera anun­ ciaba “el fin de Franco” y en la última explicaba por qué las disensiones internas hacían “imposible el triunfo del continuismo”, es decir, del coronel Perón. Una pequeña fotografía de éste era precedida por un titular que decía: “Un ligero análisis permite apreciar que no tiene la más remota probabilidad” ... Las elecciones generales del 24 de febrero de 1946 se realiza­ ron de acuerdo con las disposiciones de la lev Sáenz Peña y con la vigilancia de las fuerzas armadas. La fórmula Perón-Quijano obtu­ vo 1.478.372 votos v los candidatos de la Unión Democrática 1.211.666. Cuando se reunió el Colegio Electoral, Perón contaba con 304 electores v su adversario con 72. Asimismo, la diferencia relativamente estrecha en los sufragios se tradujo de manera muy distinta en los asientos legislativos: las fuerzas peronistas comen­ zaron a gobernar con 106 diputados v la oposición con sólo 49. La mayoría que respaldaba al nuevo Presidente era suficiente para responder y apoyar a sus designios políticos. Ante la sorpresa de una oposición que había calculado mal la fuerza potencial del nuevo movimiento y de un periodismo que no analizó con obje­ tividad ni, en el mejor de los supuestos, con penetración la infor­ mación disponible, el oficialismo había ganado el distrito federal de Buenos Aires, la provincia bonaerense, Catamarca, Córdoba, Entre Ríos, Jujuy, La Rioja, Mendoza, Salta, San Juan, San Luis, Santa Fe, Santiago del Estero y Tucum án.28 Había logrado, pues, los prin­ cipales “centros de poder” político v económico del litoral, del -N C an tó n , D arío, Materiales para et estudio de la Sociología Política en la Argentina, tom o i, pág. 64. En el cotejo para electores de presidente y vice y diputados nacionales en 1946 participaron: Alianza Libertadora N a­ cionalista, U nión Cívica Radical, partido Dem ócrata Nacional, partido So­ cialista, U nión Cívica Radical (Junta Reorganizadora), partido Laborista, partido Comunista y partido Independiente. Las cifras por Departam ento pueden verse con detalle en el Utilísimo aporte de Cantón, tom o ii, págs. 155 a 174. 423

centro, del norte y de Cuyo. Una línea de gobernaciones decisivas que partía de Buenos Aires y terminaba en Jujuy permitía visua­ lizar la fuerza potencial del movimiento peronista en orden al régimen político futuro. A partir del triunfo, el nuevo oficialismo viose enfrentado ante el problema de hallar una fórmula para la organización política de lo que hasta entonces constituía una suma de fuerzas reunidas en torno de la figura del Presidente, pero atravesadas por disen­ siones internas, doctrinarias y personales. Esas fuerzas habían sido representadas en los comicios por la Alianza Libertadora Nacio­ nalista, la Unión Cívica Radical (Junta Reorganizadora), el partido Laborista y conservadores disidentes que se organizaron en el pequeño partido Independiente. La oposición, que había votado a los candidados de la U. C. R., había reunido a los viejos partidos —el partido Socialista, el partido Comunista y el partido Demó­ crata Progresista—, mientras el grueso del conservadorismo no presentó candidato propio pero tampoco adhirió formalmente a la Unión Democrática. Sin embargo, la oposición tenía una estruc­ tura nacional de apoyo en el tradicional partido Radical, mientras el oficialismo debía establecerla para asegurar la explotación polí­ tica de su victoria electoral. Según algunos de los protagonistas, la mayoría de los seguidores del Presidente vieron claro que era preciso unificar las fuerzas v los sectores en una sola fuerza política con una denominación común. Los ex radicales y los sindicalistas organizados en el laborismo representaban a los sectores más defi­ nidos y de más difícil conciliación, como había quedado en evi­ dencia a raíz de los desacuerdos previos a los comicios del 46. En las provincias hubo escaramuzas —en algunos casos graves— en torno de los candidatos v en casi todos lados la gente de los sindi­ catos parecía tener poco en común con la gente de los partidos, según la manera en que unos v otros se diferenciaban. Luego de la victoria, las tensiones se hicieron más evidentes porque traducían la disputa por situaciones de poder que el triunfo electoral ponía a disposición de la fracción que impusiese sus candidatos internos. El partido Laborista se mostraba intransigente, especialmente a través de su líder Cipriano Reyes, y se oponía a la unificación. El Presidente se esforzó en lograr posponer la crisis, mientras circulaban designaciones para la estructura política futura: partido Radical Laborista; partido Laborista Radical; Socialradicalismo; Unión Cívica Justicialista; partido Republicano; partido Laboris­ 424

ta . . Las denominaciones propuestas traducían las preocupacio­ nes dominantes y denunciaban conflictos internos. Cuando pro­ mediaba 1946, dos líneas se perfilaban dentro del movimiento triunfante. Indicaban el tipo de reclutamiento político y social del oficialismo v, a la vez, la presencia de dos fuerzas paralelas que nunca dejarían de distinguirse aun en los tiempos en que la alianza era un hecho: el “grupo obrero” y el “grupo político”. A poco de comenzar las conversaciones para la unificación, se insinuó una suerte de política de las “paralelas”, patrocinada por el grupo parlamentario obrero que se reunía en la Confederación General del Trabajo y por el grupo político que componían radi­ cales vrigovenistas y sectores independientes que se reunían en residencias de legisladores o en la del senador Alberto Teisaire. La fórmula no era nueva en la política argentina —a fines del siglo, la “política de las paralelas” precedió al segundo gobierno de Roca— aunque fueran nuevos sus componentes, y parecía contar con el apovo de Perón. Sin embargo, tanto la persistencia peligrosa de fricciones, como la jefatura carismática del Presidente decidieron la disolución formal de los grupos y la constitución de un movi­ miento “personalista”. En 1947 quedó fundado el partido Peronista. La oposición descansaba en la estructura partidaria de la Unión Cívica Radical. La minoría legislativa fue ocupada por sus repre­ sentantes v por dos conservadores —Reynaldo Pastor, de San Luis V Justo Díaz Colodrero, de Corrientes—, Durante todo el período peronista esa fuerza política v legislativa, con escasas modificacio­ nes en su constitución v en su relación con la mayoría, habría de sostener la política antiperonista. La victoria peronista fue, pues, completa, pero según le acon­ teciera a Yrigoyen en su primer período, no tan rotunda como el dominio parlamentario sugiere. Fue, en cambio, una victoria psi­ cológica impresionante para esa época v un índice cierto de que, desde entonces, el espectro político argentino sería modificado profundamente por la aparición de una fuerza nueva v, en más de un sentido, diferente. La Unión Democrática parecía haber ganado las calles de las ciudades más importantes, contaba con el poder empresario urbano y rural y con el poder cultural —los estudiantes y los profesores universitarios fueron en su mayoría opositores al candidato oficialista— y con la prédica de la prensa -® B u s to s F ie r r o , Raúl, Desde Perón hasta Onganía. Buenos Aires, O c­ tubre, 1969, págs. 55, 62 y sgtes. El autor fue legislador peronista, hom bre de confianza de Perón v activo dirigente cordobés.

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El partido Peronista

con más difusión e influencia en la opinión pública. El peronismo había ganado el interior, el proletariado rural, el cordón industrial, las aspiraciones de participación de grandes sectores sociales mar­ ginados y gravitación suficiente en el ejército. Las giras de los can­ didatos, de haber sido seguidas por buenos observadores y por analistas objetivos, habrían dado pautas interesantes para interpre­ tar un proceso político completamente distinto de los del pasado, en el que importaba el “estilo” de un candidato que había hecho de la demagogia una forma de comunicación popular. En el mo­ mento de contar los votos, luego de comicios limpios según afir­ maran todos los participantes y de un período preelectoral marcado por recursos políticos que el candidato oficialista empleó desde sus posiciones de poder en el gobierno revolucionario, la oposición vio con estupor que su confianza había sido excesiva, y los triun­ fadores que la nueva fuerza era un hecho. Durante el año 1946 Perón se propuso reunir todos los recursos políticos dispersos, organizar su movimiento, definir su programa de acción y ventilar sus slogans rezumados por tres ideas-fuerza de indudable eficacia proselitista y aptitud sintetizadora de los sentimientos populares: justicia social, independencia económica y soberanía política. En esas tres expresiones, el Presidente lograba reunir la esencia de la prédica nacionalista, de postulados socialistas, de temas caros al radicalismo yrigoyenista y de principios expuestos por el cato­ licismo social. Lá oposición, mientras tanto, apenas reaccionaba de las consecuencias de la derrota. La época peronista fue un período singular caracterizado por ia "d ia rq u ta 1 la vigencia de un liderazgo bicéfalo —el de Juan Domingo Perón y el de María Eva Duarte de Perón—; por el control de un partido dominante —el partido Peronista—; por el papel protagónico del Estado en la economía y en la política; por el énfasis en los símbolos igualitarios en desmedro de la libertad política y cul­ tural y por los rasgos de una suerte de “dictadura de bienestar”. Es posible que un intento de periodización de la época pero­ nista dé resultados diferentes según se adopte la perspectiva política o la económica. Sin embargo, parece claro que el régimen peronista tuvo una etapa ascendente que culminó en 1949; una etapa de tensión que alcanzó el final del primer período presidencial en 1952, y una etapa de fatiga y crisis que comenzó luego de la reelec­ ción presidencial, se hizo visible a partir del receso económico en ese año y patente durante el conflicto con la Iglesia católica en 1954. Dado que la personalización del poder llegó durante la época 426

peronista a un grado muv alto, no es fácil discernir si la fatiga ganó al líder o al régimen, pues ambos se confundían. De hecho, cuando líder v régimen llegan a confundirse, la fatiga de aquél arrastra al régimen. El año 1952 es, si se quiere, clave para determinar el fin de una etapa de prosperidad económica, de estabilidad política v de control del proceso por sus líderes. En ese año convergen tres hechos que permiten señalar la frontera entre un período durante el cual el Presidente controló con cierta holgura el proceso sociopolítico v económico, y otro en el que se advierten signos de desajuste y de agudización de los conflictos, pese a que la adhesión popular no cedió. Esos tres hechos simbólicos fueron: la reelección de Perón, el fin de un período de fuerte expansión v distribucionismo econó­ mico y la muerte de Eva Perón. Entre 1949 v 1952 habíanse agotado los efectos dinámicos de una economía apoyada en buena medida en el contexto de la pos­ guerra, y en 1951 una grave sequía castigó el campo y el año siguiente fue, por esa y otras causas, el peor año del ciclo para la agricultura. Al comenzar la década del 50, sin embargo, el régimen parecía haber superado las consecuencias de la burocratización del “movi­ miento” peronista, proceso que introdujo rigideces en la relación entre gobernantes v seguidores, que no existían en los años de ma­ yor movilización interna del peronismo.*" De todos modos, que­ daba aún la prueba de vencer la casi tradicional impaciencia de los argentinos frente a gestiones presidenciales prolongadas. El segundo período presidencial de Perón no llegaría a ios cuatro años. En 1955 cayó por una revolución militar. Desde entonces, ningún Presidente —constitucional o “de facto”— llegó a cumplir cuatro años en el sillón de Rrvadavia, como se usa decir.*' :t(l F.n esta década se denuncian hechos que demuestran que la corrup­ ción había ganado al régimen a través de fieuras muv cercanas a Perón, como la extraña carrera de Jorge Antonio en el mundo financiero y —el 9 de abril de 1953— la no menos extraña m uerte —¿suicidio?- de un herm ano de Eva Perón, Juan Duarte, luego de un furibundo discurso de Perón prom etiendo penar sin piedad a los culpables de traiciones y “negociados”. :n Este volumen entró a im prenta poco después de la destitución del presidente Onganía. Éste fue desplazado cuando faltaban veinte días para que se cumpliese el térm ino de los cuatro años. M uchos piensan que la “picazón del cuarto año” entre los argentinos indicaría que el térm ino cons­ titucional adecuado para los Presidentes sería el de 4 años y no el de 6 años, com o establece la Constitución del 53. 427

En las elecciones nacionales de 1951, como en 1928 ocurrió a Hipólito Yrigoyen, el peronismo se mostró como un movimiento popular potente y aparentemente invencible. Si en 1946 apenas había sacado una ventaja de trescientos mil votos, en 1951 dobló los sufragios de la oposición. Perón-Quijano obtuvieron casi 4.700.000 votos contra 2.300.000 de Balbín-Frondizi, la fórmula de la U. C. R. Esta vez, millones de votos, de hombres y mujeres, respaldaban la política peronista y sancionaban el reconocimiento de una etapa de prosperidad popular y de sensación de una política participativa. Sin embargo, el peronismo vivía, en su mejor mo­ mento, el comienzo de su relativa declinación. Para entender el proceso que señala, según la tesis de este libro, él fin de la Argen­ tina moderna, es preciso describir algunos rasgos relevantes: las características del liderazgo de Perón; los apoyos del régimen y la actitud de la oposición, y ciertos hechos y políticas significativas. “Por sobre todas las cosas. Perón era un realista en política, Esto se ha dicho muchas veces, pero pocas se ha advertido todo lo que significa decir que Perón era realista en política. Perón sentía físicamente la realidad política, y subordinó siempre todos sus actos, aun los aparentemente más insignificantes, a los fines de su política que era, por cierto, en primer término, conservarse en el poder. En el período de su ascenso nunca sacrificó nada al logro de este objetivo. Las actitudes y, muchas veces, los discursos de Perón que pudieron parecer impolíticos a mucha gente, eran siem­ pre eminentemente políticos con respecto al auditorio al que eran verdaderamente dirigidos.” 82 N o era sólo un realista, como señala Bonifacio del Carril y en todo caso un empírico, sino también un oportunista, siguiendo la clasificación orientadora de Duroselle que hemos empleado antes.88 En política, le parecía absurdo lo que no cambiaba —lema del opor­ tunismo— y era mucho menos obstinado de lo que parecía. “Rompo, pero no cedo” era la divisa de un Lamennais, obstinado luchador, imitada por Alem y por Yrigoyen. N o era la divisa de Perón, un ciclotímico habilísimo que sólo luchaba cuando era obligado por la intransigencia del adversario. Sólo en el ocaso de su régimen abandonó el realismo, cedió a la soberbia de su poder, y claudicó en su capacidad negociadora. Ocurrió entonces el conflicto con la Iglesia y el principio de su caída. Pero en su mejor momento como 32 C arril , Bonifacio del, Crónica interna de la Revolución Libertadora. Ed. Emecé, Buenos Aires, 1959, pág. 28. 88 V er capítulo 28, pág. 159. 42R

ei

líder

gobernante v en su gestión como líder exiliado, el realismo, el sentido de la oportunidad y aun el cinismo como apelación a la “razón de Estado” fueron sus características dominantes. Fue además un imaginativo, lo contrario del rígido a quien le em­ baraza lo imprevisto. Si la personalidad del hombre de Estado es, como se ha dicho ya, un elemento imprescindible para apreciar una época y una política,* la personalidad de Perón es un dato indispensable para entender sus éxitos y sus fracasos. En esa perso­ nalidad, sus seguidores y muchos de sus adversarios añaden esa cualidad, tan difícil de aprehender para el teórico político, que W eber llamó el “carisma”. Tal vez la descubrió el 17 de octubre de 1945, así como en esa ocasión decisiva los sectores populares reconocieron una forma de comunicación directa que los adver­ sarios calificaron como demagogia y los fieles como un don para la comunicación política. Desde el punto de vista técnico, pues. Perón fue una expresión mayor de capacidad política. Tenía ideas claras para la explotación política de la coyuntura, formas de expresarse que transmitían convicción y fuerza a las masas, intui­ ción para captar la oportunidad de lo que se sentía necesario. Un juicio desapasionado de su personalidad es indispensable al histo­ riador y al analista de nuestro tiempo para entender el fenómeno peronista. Porque a esas virtudes técnicas de la política, Perón unía el egocentrismo habitual en los caudillos, y el paternalismo que suele habitar en los personajes dominantes —y. por lo tanto también dominados por la circunstancia— de nuestra historia. Esa circunstancia es la Argentina como “sociedad de masas”, y en ella un ingrediente sustancial fue el “mito del jefe”. Ese mito no fue el resultado de una construcción cerebral. En la carrera política de Perón se conjugaron otros factores, además de la cir­ cunstancia social: el ejército y Eva Perón. La carrera pública de Perón empieza y termina con signo militar. Nace, por decirlo así, con los sucesos del 30, según consta en sus escritos revelados por Sarobe en sus “memorias”. Y declina cuando el ejército lo aban­ dona y sus adversarios militares triunfan en el 55. La presencia de Eva Perón es, asimismo, un factor relevante. Mujer singular, es una suerte de espontaneidad arbitraria que engendra adhesiones irracionales y odios también irracionales. La Argentina era —y es desde entonces— sociedad de masas, caracterizada porque un gran número de individuos reclaman participación en el gobierno de los asuntos de la colectividad, porque esa participación —al principio sentimental— procura hacerse más v más formal y consciente; por429

ei

m ito dei je fe

Madre*6

El liderazgo carism ático de Perón dio lugar a la incorporación p o lítica de los sectores popula­ res, pero tam bién a un c o n flicto social centrífugo que se trad u jo en antagonism os profundos. Durante la vida de Eva Perón, una suerte de “ diarquía p o lític a ” efectiva dom inó el régimen.

que anuncia la necesidad de lugares de contacto, de discusión, de negociación y no sólo de aquiescencia, allí donde todo o casi todo era el resultado de acuerdos entre pequeñas minorías; porque, en fin, la sociedad misma se hace más especializada y complicada, los roles sociales se diferencian v las relaciones sociales aumentan. Época culminante de la Argentina moderna, prólogo a la vez de la Argentina contemporánea, es también escenario de la irrupción de las masas en la vida política, con toda una fenomenología propia, con sus rasgos de standardización, de individualización v desper­ sonalización correlativas, de clamor reivindicativo, de anonimato V enajenación, de rebelión al fin. El siglo veinte presencia el adveni­ miento de las masas v de su papel político. La Argentina no es-una excepción. El autoritarismo, la relevancia del igualitarismo, la ten­ dencia hacia la colectivización, el “mito del jefe”, no son sino expresiones de un fenómeno singular todavía sin canalizar. Míticas y místicas, las revoluciones del siglo veinte han servido para des­ pertar los secretos del inconsciente colectivo. En el “jefe”, sacado de su seno, llevado al poder, la masa se halla a sí misma deificada, v organiza su propia apoteosis. Fenómeno ambivalente, porque es un fenómeno humano, en el que actúan hombres solicitados a la vez por los impulsos del instinto, por las presiones sociológicas, por los llamados del espíritu, por la toma de conciencia respecto 430

de situaciones injustas. “Calibán no está remachado para siempre a la cadena de la subhumanidad, ni condenado a rodar de enaje­ nación en enajenación. El hombre cualquiera no está ligado para siempre a una mediocridad sin esperanza . . decía alguna vez Joseph Folliet. El proceso político y social de la Argentina peronista está inserto en ese proceso más amplio, de alcances universales. Pero tuvo sus propias características v limitaciones, y aun sus singulari­ dades. Una de ellas, apenas explorada, es la concerniente al papel de Eva Perón. Una investigación relativamente reciente llama la aten­ ción sobre el “mito de la Madre” que representó Eva Perón du­ rante la época en que compartió el poder con su esposo. Para una multitud de hombres y, especialmente, de mujeres, ella cumplía el rol de la “intercesora”, rompía las rigideces de la burocracia par­ tidista y oficialista, y —según una arriesgada pero sugestiva tesis—34 como fenómeno psicosocial dicho rol implicaba una copia delibe­ rada o inconsciente del Marianismo . . . Al mismo tiempo, a través de la Fundación que llevaba su nombre, Eva Perón cumplía una función de asistencia social no formal que afirmaba su carisma, pero al propio tiempo superaba la incomunicación que la burocratización del movimiento peronista iba creando en torno del líder. Llegó a constituirse, pues, una suerte de “diarquía" gober­ nante, en la que el papel de Eva Perón era decisivo para el dina­ mismo interno del régimen. De ahí que su muerte trastornase al movimiento peronista v al hombre que, detrás del conductor de 34 D íaz de C o n c e p c ió n , Abigail, Eva. El m ito de la madre y el pero­ nismo. Publicado en el IXth Congress of the Interamerican Society of Psycology, Miami, diciembre 17 al 25 de 1964. Díaz de Concepción es profesora en la Universidad de Puerto Rico. Para la autora, fueron armas poderosas de Eva Perón lo que en otros casos hubiesen sido elementos fortuitos: su juventud, su belleza, su origen "plebeyo”, su tem peram ento fogoso, su afición histriónica. Aun su nom bre —el de la primera madre de la raza humana— le fue propicio ya que, como diría Jung, evocaba un poderoso arquetipo. V e­ hemente y audaz, atizadora constante del mito del líder, con una capacidad política férrea y temible, y despiadada incluso con sus adversarios reales o presuntos, despertó con su acción y presencia fanática fidelidad, y resen­ timientos sociales y políticos tan profundos como aquélla. Respecto de las funciones mediadoras e informales, de la “espontánea arbitrariedad” que atribuimos al com portam iento de Eva Perón en el régimen peronista, conviene ver cierta analogía con lo que expresa Thom as M erton. Teoría y estructura sociales, respecto del “caciquismo norteam ericano”, de­ nigrado y funcional a un tiem po, y aun la referencia de M erton —en nota 97, pag. 84— a las tareas de asistencia a los desocupados de N ueva York que realizaba entonces el secretario privado de F. D. Roosevelt, H arry Hopkins, a las críticas que se le hicieron, y a los argum entos que usó para contestarlas. 431

masas, pareció perder desde enton ces el control de sus hum ores V' de su equilibrio em ocional.

Antes de constituirse en lo que se llama un “partido de masas”, el peronismo fue un movimiento. Tenía una meta definida pero ideológicamente difusa, y un programa suficientemente amplio como para reclutar gentes de grupos ubicados en un espectro tam­ bién amplio en el sistema de estratificación social. Por eso buscó elaborar una “doctrina” que quiso ser nacional, de modo de com­ prometer a una mayoría que sólo reconocía una forma de repre­ sentación simbólica: la que significaba Perón. Rodeaba a su diri­ gente de mística v exigía solidaridad, que debía manifestarse periódicamente a través de una variedad de actividades e institucio­ nes: protestas, huelgas, manifestaciones de adhesión, organizaciones especiales y las unidades “básicas”, similares a las “secciones” del socialismo europeo en sus funciones electorales v de adoctrina­ miento. El movimiento peronista tardó mucho tiempo en consti­ tuirse en un partido político con bases amplias, en un partido polí­ tico de masa, pese a que fue declarado formalmente tal en 1947. Quizá pueda sostenerse que el partido Peronista fue realmente tal después de la caída de Perón, más bien que durante sus gobiernos, v que ésta es la situación actual. La constelación de poderes de la Argentina de la década del 40 viose transtornada con lá articulación de intereses v con la acu­ mulación de recursos políticos buscadas por Perón. En primer lugar, el poder militar fue subordinado al poder político del can­ didato triunfante en 1946. El 28 de julio de 1945, oficiales supe­ riores del ejército reunidos en el Salón de Invierno de la Presidencia adoptaron una resolución redactada por el general Hum berto Sosa Molina que definía la orientación política del gobierno revolucio­ nario pocos meses antes de las elecciones. El documento contenía compromisos tendientes a continuar “las gestiones de acercamiento, va iniciadas, con el partido mayoritario (el partido Radical) v, en caso de no obtener resultado, promover la formación de un nuevo partido que levante la bandera de la revolución” y a “continuar fomentando el apoyo de las masas a los dirigentes de la revolución, para que éstos puedan presionar sobre ellas, como caudal electoral". Se eliminarían del gobierno a los hombres con tendencias políticas opuestas a dichos objetivos v se favorecería la expresión libre v democrática del pueblo “de manera que el presidente l•»» l i T e d ín . M ig u e l URO" T h e r m a n n . R d u iu n il v m i 391. T e i l h a r d d e • I i n h II i r r e : 348. T e is a ir e , A lb e r t o 400 4011 4 18. 425. T e j e d o r , C a r lo s ; MI, o 84, 105, 150. 104 M ...... 187, 188. 196. T errero. Juan N III 14.1

Terry, José A

247, 256, 256». T h e d y , E n r iq u e 11110" T h e d y , H o r a c io 441 T i b ile t t i . E d u a r d o ... i T o c q u e v i lle , C a r io » A r í e r e í d e : 33, 453. T o d d , J o s é M a r ía tu» T o n a z z i, J u a n N inv u n 3 94. T o r e llo , P a b lo : .110" T o r in o . D a m iá n IM * , .1.10 T o r r a d o . S u s a n a 17nT o r r e . C a lix t o d e In JVJ T o r r e . J o r g e d e In i . T o r r e . L i s a n d r o «I•• In 217". 2 1 8. 218». aiw m u 220". 221. 232. 230 131’ KM) 308, 308". 309. 310 :i4l* tM» 372. 3 7 8. 379. 380 T o r r e n t . J u a n : 141» T o r r e s . J o s é L u í » .11»! 392". 404. T o r n q u i s t , E m e n t o |NM, 243", 246, 247. T u lc h iu , J o s e p h ; .107" i

U d a o n d o , G u ille r m o Uto 2 55. 262, 308. U g a r t e , M a n u e l: lltft ton 3 09. 310. 390. U g a r te , M a r c e lin o 10.r 187. 255. 256, 2511, SAI). M I 263. U g a r t e c h e , J o s é l«'i uo< ' c o : 6. U r b in a , J o s é M mi'In Iftft U r d in a r r a in . M a n u e l III U r ib u r u . F r a n c is c o MAN U r ib u r u , J o s é E v o r l l t t t 103". 229, 230. l'.lll U r ib u r u . Jos»'* l'V-li i 2 18. 247", 257. 304. :tfM »0 i 369, 370, 371. 3 7 1, I I I | j U r ib u r u , J u a n N .: PW U r q u iz a , J u s t o J o s * Al 53. 54, 56, 57, ftfl, 51».«0 ni 62, 65, 66 , 67, 0 8 , 09 71", 72, 73, 74, 75, H I | 77", 79, 80, 82, H3. 04 «A 86". 87. 88 . 89. 90, 01 UH 93. 94, 95. 96. 07. 00 101» 103. 104, 105, 106. 107 114 116, 117, 122, 123, I¡I4 IIt i 142. 143. 144. 146. IH0 HUI 291". 479.

V a l l e , A r is t ó b u lo d e l: 143, 15C, 151. 183, 187, 191“, 199, 2 1 2, 215, 216, 2 1 7, 2 1 8, 219, 2 2 0, 2 2 3, 229, 2 3 1, 232, 233, 234, 2 3 5, 2 3 6, 316". V a lle , D e lf o r d e l : 382. V a ll e I b e r lu c e a , E n r i q u e d e l: 302». V a ll é e , T o m á s : 253". V a r e la , F e l ip e : 101. V a r e la , F l o r e n c io : 4 1 , 44, 45, 46. V a r e la , M a r ia n o : 144, 156, 157. V a r g a s . G e t u li o : 365". V a z e ill e s , J o s é : 250". V á z q u e z , S a n t i a g o : 3. V e g a . A g u s t ín d e la : 395. V e g a , U r b a n o d e la : 395, 396. V e i n t i m i l l a , I g n a c io d e : 165. V é le z , C a r lo s : 397. V é le z S á r s f ie ld , D a lm a c io : 6 7, 6 9 , 7 1 , 84, 103", 105, 144. V e r b a , S id n e y : 173". V e r g a r a D o n o s o , F r a n c is ­ c o : 247. V e r n e n g o L im a . H é c t o r : 420. V e r n e t , L u is : 36. V i a m o n t e , J u a n J o s é : 5, 11. 19, 20, 25. V ic o , J u a n B a u t is t a : 41. V i c t o r i c a , B e n j a m í n : 86 , 232". V id a r t . D a n ie l: 280".

V i d e l a , A m a d e o : 393. V i d e l a , E le a z a r : 375, 414. V i d e l a B a l a g u e r , D a lm ir o : 451. V i d e l a C a s t illo , J o s é : 10, 13. V i e j o b u e n o , D o m in g o : 186. V i lla f a ñ e . B e n j a m ín : 323. 3 9 1 , 392. V i lla lb a , T o m á s : 122. V i l l a n u e v a , B e n it o : 256, 308. V i lla n u e v a , B e n j a m ín : 215. V illa n u e v a , F r a n c is c o : 262». V i n t t e r , L o r e n z o : 236, 258. V i ñ a s , D a v id : 326". V ir a s o r o , B e n j a m ín : 5 9 ,6 0 , 6 1 , 77". 92, 94, 122. V ir a s o r o , J o s é A n t o n io : 82, 85, 88 , 89. V ir a s o r o , V a l e n t í n : 234, 234". 236". V is o . A n t o n i o d e l : 186, 191». V is o , J o s é d e l: 222.

W ild e , E d u a r d o : 142, 187, 198, 199, 210", 254". W illia m s , T . H a r r y : 162", 163». W ilm a r t , R .: 300", 330". W ils o n , T h o m a s W o o d r o w : 2 6 9, 2 7 1, 3 1 9 , 320. W r ig h t , C a r o l D .: 252.

W a l k e r , W illia m : 110 . W a lk e r M a r t ín e z , J o a q u ín : 24 5. W a lt h e r , J u a n C a r lo s : 17". W a t k i n s , F r e d e r i k M .: 346". W e b e r , M a x : 313, 429. W e in e r , M .: 454". W e lle s , S u m n e r : 403, 408. • W h it a k e r , A r t h u r P .: 446".

Z a ñ a r t ú , M a n u e l A r í s t id e s : 109. Z e b a l l o s , E s t a n i s l a o S .: 151, 168, 175. 2 2 7, 229, 237, 24 7, 252, 2 5 3. Z u b e r b ü lh e r , C a r lo s : 222. Z u r u e t a , T o m á s : 360". Z u v ir ía , F a c u n d o : 77". Z y m e lm a n . M a n u e l: 174», 328". 448".

Y a n c e y , B e n j a m ín : 82. Y o f r é , F e l i p e : 242». Y r ig o y e n . H i p ó l i t o : 111, 187, 2 1 7, 2 1 8 , 231, 231", 235, 2 3 8, 238", 2 3 9, 257, 2 5 8, 262», 280, 294, 301, 306. 307, 308, 3 0 9, 310, 3 1 2, 3 1 3, 313", 315, 3 1 6, 316", 3 1 7, 3 1 8, 3 1 9, 320, 3 2 1 , 3 2 2, 3 2 3, 3 2 4, 3 2 5, 325», 326, 327, 3 2 9, 3 3 0, 330", 331, 3 3 2. 3 3 4. 3 3 5 . 3 3 6. 3 3 7. 338", 3 3 9, 3 4 5, 3 5 3, 353", 354, 355, 3 5 6, 360, 360", 364, 3 6 5, 366, 3 6 7, 3 6 8, 3 6 9. 3 7 1, 3 7 3, 378, 3 8 1 , 388", 3 9 4, 4 2 5, 4 2 8, 470. Y r ig o y e n , M a r c e li n a : 258. Y r ig o y e n , M a r t ín : 316".

índice de nombres geográficos citados en este tomo

Á f r i c a : 32, 160, 3 6 6. A g u a d i t a : 100. A lc a r a z , t r a t a d o d e : 5 4 ,5 7 . 58. A l e m a n ia : 3 0 , 3 4 , 113, 159. 160, 162, 2 4 6, 2 4 7 , 2 4 9, 269, 27 1, 2 7 2, 2 9 0, 3 1 9, 3 4 4, 346, 347, 349, 3 5 0 ”,352", 3 9 1. 398, 404, 4 0 7, 484. A l v e a r : 154. A m é r ic a : 3 9 , 109, 110, 111, 114, 115, 174, 175, 192, 244, 279, 4 0 7. A m é r ic a C e n t r a l: 110, 2 6 9, 273. A m é r ic a d e l S u r : 3 9 , 49, 61, 113, 126, 129, 131, 204, 2 6 9, 270", 2 7 3, 2 8 5 , 4 1 1, 4 5 0. A m é r ic a h is p á n i c a : 114. A m é r ic a l a t i n a : 110, 164, 166, 168, 2 6 8, 2 7 0, 2 7 3, 2 7 4, 2 7 5, 320, 3 2 1 ”, 3 4 3, 3 4 4, 350, 3 5 1, 3 6 6, 447, 4 5 1, 463, 466, 467, 468. A n d a lu c ía : 325". A n d e s , c o r d i lle r a d e lo s : 154, 204. A n g a c o : 50. A n g o s t u r a : 133. A p ip é , is l a d e : 157. A r g e lia : 32, 4 2 . A r g e n t in a : s e c it a e n to d a la o b r a . A r r o y o d e l M e d io , r io : 92, 308". A r r o y o G r a n d e : 5 2 , 5 4 . 56. A s i a : 366. A s ia o c c id e n t a l : 270. A s u n c ió n : 6 1 . 144, 117, 118, 121, 123, 124, 125, 129, 131, 132, 133, 156, 157, 4 7 9. A t l á n t i c o , a lia n z a d e l: 465. A t lá n t ic o , o c é a n o : 37, 112, .5 5 , 3 5 0. A t u e l, r ío : 17. A u a h y : 133. A u s t r a li a : 2 7 0, 290, 470». A u s t r ia : 113, 3 4 4. A v e ll a n e d a : 3 8 8. A z u l: 149, 175.

B a h ia ( S a lv a d o r : B r a s i l ) : 270". B a h ía B l a n c a : 18, 257. B a h ía N e g r a : 125. B a n d a O r ie n ta l: v é a s e U ruguay. B a r a d e r o : 47. B a r r a n c a Y a c o : 22. 35. B é l g i c a : 2 4 7. 2 6 7. B e l la c o , e s t e r o : 130. B e n e g a s , p a c t o d e : 1. B e r l í n : 2 6 6, 4 1 5, 465. B o l i v i a : 3 7 , 43. 109, 110, 125, 155, 156, 165, 167, 205, 2 4 6 , 2 6 1, 270", 3 0 3, 384, 404, B o q u e r ó n : 131. B r a s i l: 5 5 , 5 8 , 6 0 , 61, 6 2 , 77, 102, 109, 110, 111, 112, 114, 115, 116, 117, 118, 119, 120, 121, 123, 124, 125, 126, 127, 131, 147, 156, 157, 164, 165, 167, 169, 178", 205 , 245, 24 8, 2 6 1, 2 7 4, 2 7 9, 2 9 0, 3 0 3, 305, 3 5 2, 365", 394, 463, 4 7 7. B u e n o s A í r e s , c iu d a d d e : s e c it a e n t o d a la o b r a . B u en o s A ir e s , p r o v in c ia d e : s e c it a e n to d a la o b r a . C a a g u a z ú : 5 1 , 52. 5 4 , 59. C a g a n c h a : 47. C a l c h i n e s : 12. C a m p a n a : 2 1 9. C a n a d á : 2 7 0. 2 9 0. C a ñ a d a d e G ó m e z : 9 5 . 116. C a r a c a s : 270", 4 7 9. C a r h u é : 153. C a s e r o s : 48, 62, 6 3 , 6 5 , 66 , 69, 97. C e p e d a : 8 3 , 84, 90, 91, 92. C a t a m a r c a : 9, 10, 4 8 , 52, 9 9 , 101, 102, 107, 184, 229. 23 2, 2 3 6, 307, 3 1 0, 3 3 2, 381, 39 0, 423. C e r r it o , is la d e l: 157. C e r r o C o r á : 133. C í u d a d e la : 13. C o l o m b i a : 109, 110. 167, 169. 270".

C o lo r a d o , r io : 17. C o n c e p c ió n d e l U r u g u a y : 77. C o n c h a s , r ío d e la s : 62. C o n f e d e r a c ió n A r g e n t in a : 114. C o n g o ( K i n s h a s a ) : 484. C ó r d o b a : 8 , 9, 10, 11, 12, 13, 2 2 . 3 5 , 3 6 , 40, 48. 49, 50, 77, 78, 8 0 . 85, 90, 91, 92, 99, 101, 102, 106, 107, 135, 137, 138, 149, 178, 184, 186, 199. 2 0 4, 206, 207, 2 0 9. 2 1 4. 229. 2 3 0, 2 5 6, 2 5 7, 258, 2 5 9, 261, 2 9 1, 291", 3 0 1, 3 1 6, 320, 327, 3 3 2, 3 3 3, 334, 336. 3 3 7, 361, 3 7 1 , 3 8 1, 387, 423 , 457, 458. 467, 4 8 0, 483. C o r e a : 474. C o r o n d a : 51. C o r r a le s : 129, 206. C o r r ie n t e s : 11, 12, 13. 13", 2 2, 3 6 . 43, 44, 45, 47, 5 1 . 52, 5 4 , 5 6 , 57. 5 9 . 60, 61, 62, 94, 9 9, 106, 122, 123, 124, 125, 127, 129, 146, 185, 186, 187, 2 29, 230, 233 , 234, 237 , 260, 3 0 7, 309. 3 1 0. 3 2 9. 336. 381, 425. C r im e a , g u e r r a d e : 130. C u b a : 163", 2 7 3. 4 8 4. C u r u p a i t y : 126, 131. C u r u z ú : 131. 132. C u y a m b u y o : 38. C u y o : 10, 13. 2 2 . 48. 99, 107, 395 . 424. 460. C h a c a r i lla : 50. C h a c o : 132. 133, 155, 157, 205. C h a c o , p a z d e l: 3 8 4. C h a p u lte p e c , A c ta d e : C h a p u l t e p e c : 407 . 408. C h a s c o m ú s : 42. 45. C h e c o s lo v a q u ia : 463. C h ic a g o : 2 6 6. C h il e : 16. 3 7 , 50, 5 2 . 110. 112. 154, 155, 165, 167, 178". 194. 204. 2 3 9,

156, 450.

109, 166, 244,

2 4 5, 246, 2 4 7, 248, 270", 274, 2 75, 3 0 3, 305 , 365", 394, 477. C h in a : 164, 268, 270, 465. C h in c h a s , is l a s : 112. C h iv il c o y : 137, 144. C h o e l e - C h o e l : 17, 18. C h u b u t : 421. C h u b u t , v a lle d e l: 105. D e s e a d o , r ío : 155. D e t r o it : 163. D i a m a n t e : 62. D i a m a n t e , r io : 155. D in a m a r c a : 113. D o lo r e s : 4 2 , 4 5 . D o n C r is t ó b a l: 4 7 , 145. D o n G o n z a lo : 145. E c u a d o r : 109, 110, 165. E l C e ib a l: 99. E l P a l o m a r : 392, 392", 405. E l S a lv a d o r : 274. E l T ío : 13. E n t r e R ío s : 11, 12, 13. 13", 22 43. 46 , 47 , 5 1 . 52, 5 4 . 56, 57] 58, 60, 6 1 , 6 2 , 73, 7 6 , 86 , 9 0 9 2 , 9 4 , 9 5 , 9 6 , 9 9 , 103, 105, 106, 107, 127, 135, 145, 178 184. 185, 2 3 0, 2 6 1, 291", 3 0 7, 3 3 6. 361, 375, 3 7 8, 381. 4 2 3, 467, E s p a ñ a : 3 6 , 110, 112, 163", 164, 168, 175, 189. 2 4 8, 267, 286 . 314 , 346 , 347 , 357 , 384", 390, 4 5 1, 463. E s p e r a n z a : 77. E s t a d o s U n id o s d e A m é ­ r ic a : 32, 3 3 , 37, 82. 106, 108, 109, 110, 111. 112, 113, 141, 157, 162, 163, 164, 167, 168, 178, 226, 2 2 7, 2 4 4, 2 4 8, 249, 252,’ 266, 2 6 7, 269. 270, 270", 2 7 1, 2 7 3, 2 7 4, 2 7 9, 285, 287, 2 90, 305, 307", 3 1 9. 3 2 0, 329, 3 43, 3 4 4, 3 4 7, 349, 351, 355, 3 85, 3 9 3, 394, 400, 4 0 3. 415, 44 6, 450, 451, 463, 465, 466, 4 6 9, 4 8 3, 484. E s t a d o s U n id o s d e l B r a s i l: v é a s e B r a s i l. E s t e r o B e l l a c o : 131. E u r o p a : 30, 32, 33, 3 4 , 38, 110, 111. 112. 113, 130, 159, 160, 161, 166, 167, 168, 171, 174, 183, 198, 202, 2 2 7 , 228, 2 44 270, 2 7 2, 2 7 3, 2 7 4. 279, 285, 3 4 4, 349, 352, 366. 380, 384", 3 8 5, 3 8 7, 400, 451, 465, 466. E u r o p a o c c i d e n t a l : 270, 270". 469. E x t r e m o O r ie n t e : 161, 344. F a m a illá : 50. F i li p i n a s , is l a s : 163". 164. F r a i le M u e r t o : 12.

F r a n c ia : 4. 3 1 , 32, 3 3 , 38, 4 2 , 43, 44, 46, 47 , 49, 50, 55, 5 8 . 108. 109, 113, 160, 161, 162, 163, 164, 165, 166, 168, 172. 173", 269. 272, 326, 349, 3 5 6, 4 6 3. 465", 469", 484. G ib r a lt a r , e s t r e c h o d e : 350. G in e b r a : 274. G in e b r a , r e u n i ó n d e : 313, 320. G o y a : 127. G r a n B r e t a ñ a : 4, 5. 26. 28. 30, 3 2 , 33 , 37 , 4 9 , 54, 5 8 , 63, 77, 80, 80", 110, 112, 113, 115, 138, 155, 159, 160, 161, 162, 164, 168, 171, 226, 2 2 7, 249, 2 6 6, 2 6 7, 2 6 9, 270", 272, 329, 3 4 3, 344, 345 , 347 , 349, 360, 3 7 7, 3 7 8, 379", 469". G r e c i a : 268. G u a le g u a y : 5 1 . G u a m : 163". G u a m in i: 153. G u a t e m a la : 110. H o la n d a : 2 6 7. H u a iq u e - G n e l o : 153. H u m a it á : 114, 132.

Iguazú, r io : 126. I ll ís c a : 5 2 . I m p e r io a le m á n : v é a s e A l e m a n ia . I m p e r i o b r it á n ic o : v é a s e G ra n B r e ta ñ a . I m p e r io d e l B r a s il: v é a s e B r a s i l. I m p e r io d e l J a p ó n : v é a s e Japón. I n d ia M u e r t a : 57. I n d o c h in a , p e n í n s u l a : 160. I n g la te r r a : v é a s e G ra n B r e ta ñ a . I t a li a : 3 0 . 34, 162, 164, 168, 2 4 9, 2 6 7, 268, 3 0 3, 3 1 9, 346, 3 4 9, 3 5 0, 3 5 7, 463. I t a p ir ú : 130. J a p ó n : 164, 2 6 6, 2 6 8, 404, 4 0 7, 4 6 5, 469". J u j u y : 48, 5 0 , 9 0 , 107, 184, 196, 2 9 9, 310, 332, 3 3 7, 423, 424. J u n i n : 149. K u w a it : 484.

La B a n d e r i t a : 100. L a H a b a n a : 2 7 4, 390. La H abana, C o n fe r e n c ia d e : 3 5 2. L a H a y a . S eg u n d a C o n fe ­ r e n c i a d e : 279.

L a M a ta n z a , p a r t id o d e : 469". L a P a m p a : 178. L a P l a t a : 2 3 4, 2 5 6, 335 , 369, 4 0 5, 460. L a s P l a y a s : 101. L a R io j a : 9, 10, 13, 36. 48. 5 0 , 5 2 . 99, 100, 102, 107, 184, 3 1 0, 3 3 1, 3 3 2, 3 3 6, 423. L a T a b la d a : 9. L a tin o a m é r ic a : v éa se A m é r ic a la t i n a . L a V e r d e , e s t a n c ia : 149. L im a : 110, 165, 3 5 1. L o m a s B l a n c a s : 101. L o m a s V a le n t i n a s : 133. L o n d r e s : 32. 37, 43, 56, 57, 5 8 , 140, 173, 192, 2 0 4, 226, 2 6 6, 3 4 3, 3 7 7, 378, 422. L o n d r e s , t r a t a d o d e : 3 7 7. L o s S a n t o s : 145. L u j á n d e C u y o : 101.

M adrid: 3 4 7, 394, 4 7 9. M a d r id , t r a t a d o d e : 248. M a g a lla n e s , e s t r e c h o d e : 3 7, 154, 155, 2 0 4. 245, 248». M a g a lla n e s , g o b e r n a c i ó n : 155. M a lv in a s , is la s : 5, 36, 37, 112. M a n a n t ia l: 52. M a r d e l P l a t a : 2 5 7, 393, 460. M a r t ín G a r c ía , is la d e : 44, 46, 5 6 . 5 8 , 3 6 9. 420. M a to G r o s s o : 116, 121, 146. M e d io O r ie n t e : 49. M e d i t e r r á n e o , m a r : 3 2 ,3 5 0 . M e n d o z a : 9, 10, 13, 36, 45, 5 0 , 99. 101, 135. 149. 150, 178, 184, 2 1 4, 257, 2 6 0, 291, 3 07, 3 1 0, 331, 336. 393. 423. 460. M e r c e d e s : 149. M e r lo : 48. M e s o p o t a m ia : 60. M é x i c o : 3 3 , 42, 108. 109, 110, 112, 165, 2 4 6, 2 6 9. 271, 2 7 5, 3 0 5, 352. 407, 469", 477. M é x i c o , c o n f e r e n c ia p a n ­ a m e r ic a n a d e : 352". M in n e á p o lis : 163. M is io n e s : 2 4 8. M is io n e s ( g o b e r n a c i ó n ) : 2 0 5. M is s i s s ip p i, r ío : 33. M o n t d id i e r : 272. M o n t e v id e o : 40, 41. 43. 44. 4 5 . 46. 5 1 , 54, 55, 56, 57, 58, 59. 6 1 , 118, 121, 122. 123, 149. 167, 270», 469". M o n t e v i d e o , c o n f e r e n c ia d e : 351. M o r ó n , b a s e a é r e a d e : 443. M o s c ú : 266. 450, 476.

N e g r o , r ío : 16, 17. 105, 151. 153, 154, 155, 194. N e u q u é n : 154. N e u q u é n , r ío : 105. N o r u e g a : 2 6 7. N u e v a Y o r k : 204. 266 . 344, 469". Ñ a e m b é : 145. t f a r ó : 131. O c c id e n t e : 4 5 1, 4 6 2. O lt a : 101. O m b ú : 132. O n c a t iv o : 10. 13. O r e g ó n : 33. O t t a w a : 3 4 5. 376». O x f o r d : 265». P a c í f ic o , A c t a d e l: 248. P a c í f ic o , g u e r r a d e l : 165. 246. P a c í f i c o , o c é a n o : 108, 110, 112, 126, 155, 164, 268. P a g o L a r g o : 45. P a í s e s B a j o s : 30. P a l e r m o , p r o t o c o lo d e : 66 , 68.

P a m p a R e d o n d a : 48. P a n a m á : 167, 3 9 0, 479. P a n a m á , c a n a l d e : 163». P a r a c u é : 132. P a r a g u a y : 5 4 , 5 6 , 5 7 , 77, 82, 101, 102, 105, 106, 110, 112, 113. 114. 115. 116, 117, 118. 119. 120. 121. 122, 123, 124, 125, 126, 127, 129, 135, 140», 141, 146, 151, 156, 157, 167, 2 07, 384, 460. P a r a g u a y - G u a z ú : 146. P a r a g u a y , g u e r r a d e l: 225. P a r a g u a y , r ío : 121, 125, 126, 129, 132, 157. P a r a n á : 76, 82. 116, 117, 122, 135, 189, 3 7 1. P a r a n á , r ío : 12, 2 7 . 47. 51, 56. 58, 62, 121, 126, 127, 129, 130, 157. P a r í s : 38, 115, 173, 183, 204, 2 04», 206, 2 6 6, 320, 324, 325, 369, 391, 415. P a s o A g u ir r e : 51. P a t a g o n e s : 18. P a t a g o n ia : 105, 154, 155, 2 0 4, 2 1 4, 2 2 5, 248». P a t a g o n ia , g o b e r n a c ió n d e la : 155, 193. P a v ó n : 9 4 , 9 7 , 9 9 , 116, 117, 186, 193, 2 0 6, 224. P a v ó n , a r r o y o : 9 2 , 93. P a y s a n d ú : 5 9 , 122, 123. P e a r l H a r b o u r : 3 9 3. P e p i r y (o P e q u i r y G u a z ú ) , r ío : 2 4 8. P e r g a m in o : 175. P e r i b e b u y : 133.

P e r ú : 37, 109. 110, 112, 155, 165, 167. 178», 2 4 6. 303. 365», 4 63. P i k y s y r y : 133. P i la r : 132. P i lc o m a y o , r ío : 157. P l a t a , c u e n c a d e l: 3 9 2. P l a t a , r ío d e la : 120. P o c i t o : 89. P o l o n i a : 126. P o r t u g a l: 115, 2 4 8, 2 6 8. P o t r e r o d e C h a c ó n : 13. P o t r e r o d e O b e lla : 132. P o i , is la : 132. P o z o d e V a r g a s : 101. P r i m e r o , r ío : 8 , 9. P r o v in c ia s U n id a s : 113. P r u s i a : 113, 126, 160. P u á n : 153. P u e n t e d e M á r q u e z : 63. P u e r t o L u is : 3 6 , 37. P u e r t o R ic o : 163», 431». P u n a d e A t a c a m a : 245. P u n t a A r e n a s : 154. P u n t i l l a s d e l S a u c e : 101. Q u e b r a c h o H e r r a d o : 49, 50. Q u e q u é n , p u e r t o d e : 2 5 7. R e in o U n id o : v é a s e G r a n B r e ta ñ a . R e p ú b l ic a A r g e n t i n a : s e c it a e n to d a la o b r a . R e p ú b lic a D o m in ic a n a : 4 7 9. R e p ú b l ic a O r ie n t a l: v é a s e U ruguay. R i a c h u e lo ( r ío M a t a n z a ) : 129, 421. R in c o n a d a d e l P o c i t o : 101. R ío C o lo r a d o : 100. R ío C u a r t o : 12. 193. R ío d e J a n e i r o : 54, 6 0 , 119, 120, 123, 126, 156, 2 6 6, 270", 3 5 2, 450. R ío d e J a n e i r o , c o n f e r e n ­ c ia d e : 3 9 3, 450. R ío d e J a n e i r o , t r a t a d o d e : 3 94. R ío d e la P l a t a : 10, 30, 32, 3 3 , 4 9 , 55, 57, 5 8 . 118, 122, 123, 173, 403. R ío d e la P l a t a , v ir r e in a t o d e l: 115. R ío G r a n d e : 5 5 , 115. R ío Q u in t o : 13. R o d e o d e l M e d io : 50. R o m a : 2 4 9, 2 7 9. R o s a r io : 48, 77, 78, 80, 83, 94, 104, 135, 138, 186. 228, 2 2 9, 257, 262». R u b io Ñ u : 133. R u m a n ia : 268. R u s ia : 82, 33, 161. 164, 266. 2 7 1, 357, 463.

S a lin a s d e M o r e n o : 100 . S a lt a : 9, 2 1 , 36, 37, 48, 90. 9 9 , 102, 107, 184, 196. 260. 301. 3 3 6, 337, 423. S a n A n t o n io , r ío : 248. S a n F r a n c is c o , A c t a d e : 450. S a n I g n a c i o : 101. S a n I ld e f o n s o , t r a t a d o d e : 248. S a n J o s é : 77, 86 , 88 . 91, 144. S a n J o s é d e F lo r e s : 83. S a n J u a n : 10, 3 6 , 40, 50, 82, 88 , 8 9 , 30, 9 9 . 184. 260, 3 1 0 , 3 3 1, 336, 3 3 8, 339, 423. S a n L u is : 10, 13, 85, 89, 91, 9 9 , 101, 184, 2 0 6, 234, 236, 2 6 0, 299, 3 0 9, 310, 312, 336, 4 2 3, 425. S a n N ic o lá s , a c u e r d o d e : 6 7, 72, 95. S a n N i c o l á s , c o n f e r e n c ia s d e : 11 . S a n N i c o l á s d e lo s A r r o ­ y o s : 66 , 68, 83, 186 S a n P a b lo : 270», 365». S a n P e d r o : 47. S a n R o q u e : 8 , 9. S a n t a C r u z : 155, 318. S a n t a F e : 8 , 10, 11, 12, 13, 14, 22, 3 6 , 43, 44, 45, 48, 49, 71, 71", 84, 94, 9 9 , 105, 106, 107, 135, 137, 178, 184, 185, 2 3 0, 234, 2 3 5, 236, 2 5 0, 261. 29 8, 307, 3 1 0, 3 1 2. 3 3 6. 3 3 7 r 3 7 5. 381. 393. 423. 467, 481. S a n t a F e , c o n f e r e n c ia s d e : 13, 26, 28. S a n t a R o s a : 145, 150, 193. S a n ta T e r e sa (S a n ta F e ) : 308». S a n t i a g o ( C u b a ) : 274. S a n t i a g o ( C h il e ) : 2 0 4, 248. S a n t i a g o d e l E s t e r o : 10, 13, 21, 43. 4 5 , 90. 99, 102, 107, 135, 143, 146, 184, 196, 229, 232, 3 1 0, 312», 3 3 2, 381. 423. S a ñ o g a s t a : 50. S a u c e : 131. S a u c e G r a n d e : 47. S e r v i a : 161. S ie r r a C h ic a : 81. S u d a m é r ic a : v é a s e A m é r i­ ca d e l S u r. S u e c i a : 484. S u iz a : 2 6 7. 2 7 1. 290.

Tandil:

154. T a t a i y b á : 132. T a y í: 132. T e b ic u a r y : 132. T e j a s : 33. T ie r r a d e l F u e g o : 1 5 5 ,2 0 4 . 248». T o k io : 2 6 6, 469». T r e n q u e L a u q u e n : 153.

2 4 5 , 2‘ 2 7 5, 31 C h in a C h in e C h iv i C hoe Chub Chut D ése D e tr D ia r D ia r D in ¡ D ol< D on D on

T u c u m á n : 9, 10, 13. 2 1 , 35, 37, 40, 48, 5 0 , 5 2 , 90, 99, 102, 138, 193, 2 1 4, 2 3 7, 301, 3 1 0, 334, 3 3 7, 423. T ú n e z : 160. T u r q u ía : 4 9 . T u y ú - C u e : 106. T u y u t i: 131, 132. U n ió n S o v i é t i c a : v é a s e U .R .S .S . U . R .S .S .: 400, 446 , 4 5 0, 451, 463, 465. U r u g u a y : 4 4 , 5 0 , 5 1 , 5 4 , 56, 5 8 , 5 9 , 60, 6 1 , 62, 8 2 , 91,

115, 116, 117, 118, 121, 122, 127, 165, 274, 365" , 394. U r u g u a y , r ío : 12, U r u g u a y a n a : 127,

Valparaíso: 112.

119, 120, 167, 2 6 1, 2 7 , 127. 129.

V a t ic a n o , c iu d a d d e l: 2 4 8. V e n c e s : 5 8 , 60. V e n e z u e l a : 109, 110, 169, 249. V e r d ú n : 2 6 8. V e r s a ll e s , t r a t a d o d e : 2 7 3. V ie n a : 266. V i lla m a y o r : 79.

V i lla O c c id e n t a l: 157. V i lla r r ic a : 4 7 9. V u e lt a d e O b l i g a d o : 5 6 , 62. W a l l S t r e e t : 3 4 3. W a s h i n g t o n : 164, 168, 343, 382. Y a c ir e t á , is l a d e : 157. Y a t a it y - C o r á : 126, 131. Y a t a y : 127. Y e r u á : 47. Y t o r o r ó : 133. Y u n g a y : 38.

Ec u El El El El En 22

.

5 7, 90,

10!

17: 30 42 Es 16

21 35 E E

mes

La E D IT O R IA L K A P E L U S Z , S .A ., d io té rm in o a la p rim era e d ición de esta obra en el de agosto de 1971, en el E s ta b le c im ie n to L ito g rá fic o A llo n i H nos., S .A . C entenera 1 4 3 6 /5 2 , Buenos A ires.

K — 1 0 .5 9 6

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