HILL, LINDA. Nunca Digas Jamás

March 16, 2017 | Author: xenalaguerrera | Category: N/A
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Título original: Never say never The Naiad Press, Inc. Tallahassee, Florida ©Linda Hill, 1990 ©EGALES - Editorial Gay - Lesbiana, s.c.p. 1998 c/ Cervantes, 2 - 08002 Barcelona c/ Gravina, 11 28004 Madrid ISBN: 84-920857-9-7 ©Traducción: Ana Alcaina ©Fotografía portada: Abigail Huller Diseño gráfico de cubierta e interiores: Miguel Arrabal y José Fernández Imprime: EDIM, s.c.c.l. c/ Badajoz, 145 - 08018 Barcelona

NUNCA DIGAS JAMÁS LINDA HILL

SINOPSIS Sara parecía diferente, era increíblemente atractiva. Tenía el pelo oscuro y ondulado que le caía justo por debajo de los hombros, los ojos de un verde brillante y la piel oscura y suave, pero su rasgo físico más espectacular era su boca de labios gruesos, dientes blancos y relucientes y una sonrisa de impacto. Leslie Howard, analista informática, sabe muy bien que la manera más rápida de romper un corazón es ignorar una regla sagrada: nunca enrollarse con una mujer heterosexual. A pesar de las advertencias de sus amigas, se ve en medio de una batalla crucial con su atractiva compañera de trabajo, Sara. Perseguida por los recuerdos de un pasado de rechazos, Leslie tiene miedo de confiarle su lesbianismo, aunque tampoco quiere ser deshonesta con ella misma. Cuando finalmente adquiere la suficiente confianza para sincerarse con Sara, ésta reacciona de la peor manera, no queriendo saber nada más de ella, pero no por las razones que Leslie piensa…

ÍNDICE 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16

17

Para Debra

1 En aquel momento, lo único que sabía, lo único que quería era que Nancy se quitase de encima de mí. Estaba echando todo su peso sobre mi cuerpo y frotándose frenéticamente contra mi pierna. Ni un solo beso. Ni un solo abrazo cariñoso o tierno. Sólo aquellos jadeos. No podía moverme. Estaba tan enfadada, sentía tanta frustración... No podía continuar así, ya no. —Nancy, para —le dije en voz baja, pero continuó con sus gruñidos febriles—. ¡Nancy! ¡Basta ya! —Esta vez le estaba gritando mientras la sujetaba por los hombros y la empujé. Su cuerpo se puso rígido antes de apartarse de mí. Libertad, por fin. — ¿Se puede saber qué coño te pasa? —exclamó. Después de levantarse de la cama, comenzó a dar vueltas por la habitación. — Estoy harta de toda esta mierda —masculló entre dientes.

Miré hacia otro lado, apretando la cabeza contra la almohada para levantar la vista hacia el techo oscuro. Estaba tan cansada... exhausta, agotada... ¿Cuántas veces habíamos mantenido aquella conversación? ¿Cuántas veces más la volveríamos a tener? Inspiré hondo para tranquilizarme. Mi voz, al hablar, era inexpresiva. —Te he dicho que no quería... — ¡Pero es que nunca quieres! —escupió. Me detuve un momento a pensar en mí propia rabia, sabiendo que, al menos, en aquello ella tenía razón. Ya no quería que me tocara. —Y supongo que crees que empezando una pelea delante de mi mejor amiga y su amante esta noche conseguirías que me apeteciese, ¿no?

—Me importa un bledo lo que piensen. —Ahora estaba inclinada sobre mí, en actitud desafiante. —Bueno, pues a mí sí me importa —contesté—. Y a lo mejor, venir a casa y follarme es tu manera de arreglar las cosas entre nosotras, pero no es la mía. — ¿Y cómo sugieres que las arreglemos? —dijo con desprecio. Di un profundo suspiro, consciente de que nunca iba a ganar aquella batalla. Tenía que marcharme de allí. Eché las sábanas hacia atrás con cuidado y me di la vuelta hasta tocar el suelo con los pies. —Yéndome. Se quedó perpleja unos instantes, mientras me acercaba a la cómoda y sacaba unos vaqueros. Me los puse y metí la cabeza por el cuello de la camiseta. —Sí, claro, eso está muy bien, Les. Huye, eso lo solucionará todo — dijo, tratando de pincharme, pero yo ya había tomado una decisión. Me calcé un par de zapatillas, cogí las llaves y me dirigí hacia la puerta. Mi mente se negaba a escuchar la sarta de insultos que me estaba soltando. El perro del vecino comenzó a ladrar sin parar, mientras yo escapaba de allí. — ¡Que se calle ese puto perro! —Fueron las últimas palabras que oí mientras me metía en el coche y hacía girar la llave de contacto. Por lo menos, ahora estaba a salvo. Conduje los treinta kilómetros hasta Boston, buscando refugio en casa de mi mejor amiga, Susan. No parecía en absoluto sorprendida de verme allí y no fue hasta la mañana siguiente, tras la puerta cerrada de mi oficina, cuando empecé a preguntarme cómo mi vida había llegado hasta aquel punto. ¿Cuándo había perdido el control? —El día en que conociste a Nancy —murmuré en voz alta. La había conocido apenas hacía dos años en el desfile anual del orgullo gay en junio. Era una mujer enigmática, excitante y sofisticada. Yo la

deseaba con todas mis fuerzas y había sido lo único en lo que pensé durante seis meses. A pesar de que ya sabía que nunca funcionaría, me mudé a su apartamento y el romance duró exactamente dos meses. El año y medio siguiente había sido del todo asqueroso y poco a poco había comenzado a perder toda perspectiva de quién era yo y de lo que quería en esta vida. Desde el primer día supe que había cometido un error y que debía encontrar una salida. Sin embargo, me quedé allí, esperando contra toda esperanza que al final sería capaz de hacerla feliz, a pesar de que sabía que esto nunca ocurriría. Pero, por lo menos, ahora había dado el primer paso. Me invadió una sensación de alivio, me invadió mientras daba un sorbo a la taza de café. Sabía que la situación aún tendría que empeorar mucho más antes de empezar a mejorar, pero al menos había tomado la decisión. Ya no iba a echarme atrás; con ese firme propósito en mi mente me terminé el café rápidamente y acudí a la llamada de mi jefe, que me esperaba en su despacho. Una hora más tarde salí del despacho de Dennis con el esbozo de una sonrisa en los labios, que apenas podía disimular. Las noticias no podían ser mejores: me había ofrecido un proyecto que iba a necesitar muchas horas de trabajo y que exigía que me pasase varios días viajando. Era la ocasión ideal para huir de mi catastrófica situación con Nancy y lo acepté de inmediato. Trabajaba para una empresa que se ocupaba, sobre todo, de la venta de software informático. Era una organización nueva y emprendedora que estaba resultando altamente rentable y que siempre estaba buscando la manera de sacar aún más beneficios. De la noche a la mañana me habían puesto al frente de un proyecto que consistía en buscar un paquete de software de finanzas ya existente, sólido y bien programado, pero cuyas ventas estaban cayendo en picado a causa de un plan de marketing más bien pobre. Mi empresa quería hacerse con el software, cambiar el diseño del paquete y luego venderlo con nuestro nombre.

Había que poner en marcha el proyecto de inmediato y yo tenía que trabajar y moverme rápidamente para seleccionar un equipo de técnicos competentes que me acompañasen en mis viajes. Ya habían seleccionado a una representante de la sección de marketing para que se uniese a nosotros; su tarea consistía en evaluar las posibilidades comerciales del producto. Tengo que admitir que me sentí muy complacida cuando supe quién se iba a unir a mi equipo: las cualidades profesionales de Sara Stevens siempre me habían impresionado y esperaba ansiosa la ocasión de trabajar con ella codo con codo. Había algo en Sara que la hacía diferente del resto de mujeres heterosexuales con quienes había trabajado y ese algo tenía mucho que ver con el entorno empresarial en que me movía. Puesto que me había especializado en el proceso de datos, casi siempre me tocaba trabajar con hombres. Las mujeres con quienes solía trabajar eran todas muy parecidas entre sí: lucían la ropa perfecta, el maquillaje perfecto, la sonrisa perfecta y eran perfectamente superficiales. Siempre fui consciente de lo distinta que era yo ele todas aquellas mujeres y, a consecuencia de ello, solía evitarlas. Sin embargo, Sara parecía diferente. Era increíblemente atractiva; tenía un pelo oscuro y ondulado que le caía justo por debajo de los hombros. Tenía los ojos de un verde brillante y la piel oscura y suave, pero su rasgo físico más espectacular era su boca: tenía los labios gruesos, unos dientes blancos y relucientes, y una sonrisa de impacto. Cuando comencé a conocerla mejor, descubrí que tenía un tic consistente en esconder un poco el labio inferior, soltarlo y luego deslizar rápidamente la lengua por el labio superior, primero, y el inferior después, antes de metérsela de nuevo en la boca. Aquel hábito suyo llegó a fascinarme tanto que incluso me sorprendía a mí misma a menudo esperando que lo hiciese. Además de sus atributos físicos, me atraía su actitud y su personalidad; era sincera y honesta. También era increíblemente inteligente y confiaba muchísimo en sí misma, y yo sentía un enorme respeto por sus opiniones y sus cualidades profesionales. ***

Aquel día salí de la oficina dos horas antes de lo habitual y pasé, sin dejar de sentir cierto sentimiento de culpa, por el apartamento que Nancy y yo habíamos compartido, rogando no tener que encontrármela. Metí casi toda mi ropa en varias maletas y volví al coche al cabo de veinte minutos. Dando un suspiro de alivio, me dirigí a la autopista para ir al bloque de apartamentos de estilo vagamente Victoriano en que vivía Susan a las afueras de Boston. Susan Richards me había ofrecido un hombro en que llorar más de una vez en los últimos meses. Era la primera mujer con quien había trabado amistad cuando me había trasladado a Boston, unos cinco años atrás. Mi relación con ella había sido tan tempestuosa, dulce y constante como cualquiera de las que he tenido siempre. Era un poco más baja que yo, tenía el pelo liso y oscuro, casi negro, y siempre lo llevaba corto. Me encantaba el trazo rebelde de su cabello y el modo en que caía, casi perfecto, sobre sus cejas. La primera vez que nos vimos, Susan convirtió en un asunto personal hacerme sentir cómoda y bien recibida, enseñándome todos los rincones de la ciudad. Al principio me resistí a la manera en que me había acogido, desconfiando de sus verdaderas motivaciones, por lo que mientras una parte de mí se sentía agradecida y halagada por el hecho de que se hubiese tomado tantas molestias por mí, la otra parte precavida que hay en mí luchaba contra sus intentos de asomarse a mi interior a cada instante. Sin embargo, Susan era persistente de un modo paciente y amable, me entendió mucho antes que yo la comprendiera o la apreciara lo suficiente. Solíamos emplear una tremenda energía en mantener largas y acaloradas discusiones sobre los temas más variopintos. Era como si estuviésemos de acuerdo o en desacuerdo sobre casi todo. Era de esperar. Durante toda nuestra amistad, ella tenía amantes, yo tenía amantes, ella se mudaba, yo me mudaba, pero la amistad continuaba allí y yo maduré. No estoy segura de cuándo dejamos de discutir; sólo sé que nuestras discusiones se convirtieron en charlas y éstas dieron pie a confidencias y a sentimientos. Nos teníamos la una a la otra cuando nos necesitábamos. Me conocía mucho mejor de lo que nadie había intentado conocerme jamás.

Susan era la única que me permitía enseñarle todas mis facetas sin quedarse perpleja y no se arredraba cuando veía que podía ser un ángel un día y convertirme en una auténtica bruja al día siguiente. A las dos nos encantaba despotricar, nos parecía muy divertido, y el hecho de saber que estábamos haciendo algo que no estaba bien lo hacía aún más divertido. Ahora recurría a Susan de nuevo y, por supuesto, estaba allí para acogerme con los brazos abiertos. La noche anterior, cuando había aparecido ante su puerta, me había sugerido que me trasladase a su apartamento. —Puedes quedarte todo el tiempo que lo desees. — ¿Ah, sí? ¿Y qué me dices del alquiler? —le pregunté. Esbozó una sonrisa maliciosa. —Estoy segura de que podremos llegar a un acuerdo respecto al pago —respondió, guiñándome un ojo. — ¿Y qué pasa con Pam? —Pam era la amante de Susan; no vivían juntas, pero habían sido amantes durante dos años. Susan se encogió de hombros. —Se acostumbrará a la idea. Además, el apartamento es lo suficientemente grande para todas. —Así que, puesto que no era la primera vez, dejé que se ocupase de mí. Sólo esperaba poder devolvérselo algún día.

Al cabo de una semana, el proyecto iba viento en popa. Durante el primer mes me metí de lleno en un tour vertiginoso por todo Estados Unidos. Formábamos el equipo cuatro personas e íbamos de ciudad en ciudad, de aeropuerto en aeropuerto y de una empresa a otra. En todas las oficinas de venta nos sentíamos como prisioneros obligados a sonreír, a mostrarnos educados, a estrechar manos y a absorber el máximo de información posible cada día. La selección de los otros dos miembros del equipo había sido todo un suplicio para mí y al final me había decidido por dos hombres

muy distintos. Al cabo de aquel primer mes, no acababa de estar del todo satisfecha con mi elección. Frank Bennett era un hombre tímido, de cierta edad, y un verdadero encanto. No podía reprimir la devoción que sentía por él. Por lo general se mostraba muy taciturno; sólo expresaba sus opiniones cuando alguien se lo pedía y trataba por todos los medios de disimular cuando se sentía incómodo. No sentía ni mucho menos el mismo fervor por el otro hombre de nuestro grupo. Kenny Johnson era joven, rubio y muy atractivo, supongo. Todas las mujeres se volvían locas por él. Un derroche de ego masculino, sabía todo lo que había que saber sobre ordenadores y se aseguraba de que todo el inundo se enterase. Hice lo que pude por mantener mi profesionalidad y evitarlo el máximo posible. No me caía demasiado bien, pero lo necesitaba, lo cual era el pan de cada día en el mundo de los negocios. La parte positiva era que Sara y yo nos habíamos acercado la una a la otra casi instantáneamente; convertíamos cada viaje en un acontecimiento especial, trabajando duro, pero siempre tratando de pasarlo bien. Odiaba los juegos de las ventas tanto como yo, adoraba a Frank tanto como yo y no estaba en absoluto impresionada por nada de lo que Kenny dijera o hiciese. Nunca me había apasionado viajar y el proyecto estaba poniendo a prueba mi paciencia, pero daba igual lo duro que fuese; sólo tenía que pensar en lo horrible que hubiese sido seguir conviviendo con Nancy, peleándonos noche tras noche. Todavía no me había enfrentado realmente al hecho de nuestra ruptura. La aparté de mi mente, diciéndome a mí misma que ya pensaría en ello una vez que estuviese de vuelta en Boston. Pasaron dos meses antes de recibir noticias de Nancy mediante una carta escrita en que me pedía que sacase el resto de mis cosas de su apartamento antes que regresase de vacaciones. Susan y yo no tardamos demasiado en terminar el trabajo y fue lo suficientemente considerada para estar a mi lado durante todo el fin de semana. No deshice muchas de las cajas que contenían mis cosas puesto que no esperaba quedarme en su casa mucho tiempo. Pensé

que podría dejarlas en casa de Susan hasta que el proyecto estuviese terminado y entonces buscaría mi propio apartamento. El domingo por la mañana ya me había trasladado por completo. Susan había comprado un futón para la habitación que tenía libre, para que no tuviese que dormir en el sofá cuando estuviese en la ciudad. —Bueno, ni se te ocurra pensar en traerte una mujer a esta casa — bromeó Susan—. Creo que darte una cama pequeña es el único modo de que no te metas en líos. —Se acabó mi vida social —le dije con una sonrisa débil. Me senté en la cama y la miré con los ojos empañados en unas lágrimas inesperadas.— La he vuelto a joder —suspiré. Se desplomó a mi lado y me rodeó los hombros con el brazo. —No, no la has jodido. El único error que has cometido ha sido aguantar tanto tiempo esta situación. —No puedo creer que lo haya soportado durante tanto tiempo. Hizo un movimiento con la mano para tratar de alejar aquel pensamiento de mi mente. —Sabía que acabarías marchándote, tarde o temprano. Estoy muy contenta de que al final lo hayas hecho. Además, te olvidas de ver la parte positiva; ésta es una gran oportunidad para ti, sólo tienes que pensar en la cantidad de mujeres que están ahí fuera esperándote. —Sí, claro. —Estaba de mal humor y me negaba a dejar que Susan me animara—. ¿Dónde? ¿En las salas de espera de los aeropuertos? “Aggh —exclamó, haciendo una mueca de disgusto—. No, hablo en serio. Deberías sacarle el máximo partido a esos viajes. Consigue una guía con los bares de ambiente de todas las ciudades a las que viajes y vete a conocer a algunas mujeres. —No me puedo meter en un bar gay así como así. Nunca sabes lo que te puedes encontrar. Además, no soy de las que comienzan a hablar con una mujer como si nada.

—Vamos, por favor... Hablas con mujeres todos los días; además, todas se pelearán por ligar contigo. Aquello me hizo reír. Siempre me he considerado una mujer del montón, más bien baja, con el pelo castaño y corto, para que no se me rice demasiado. Ojos azules. De tipo normal, ni gorda, ni flaca... Del montón. Sin embargo, Susan siempre conseguía hacerme sentir como si fuera una verdadera diosa. —Está bien —suspiré—. A lo mejor lo intento. — ¡Así me gusta! —Me dio una palmadita en la espalda y se quedó pensativa un momento—. Oye, ¿y qué me dices de la mujer con la que has empezado a trabajar? ¿Cómo se llama? — ¿Sara? —Me quedé estupefacta. —Sí. ¿Qué te parece? —Esbozó una sonrisa maliciosa de nuevo. —Me parece que estás loca. — ¿Por qué? —me preguntó con un aire de inocencia fingida—. Siempre me estás diciendo lo atractiva que es. Me sonrojé. ¿De verdad le había dicho aquello? ¿Más de una vez? —Susan, escucha. —Me volví para mirarla directamente a los ojos— . Sara es heterosexual. Regla número uno: «Nunca te compliques la vida con una mujer heterosexual». — ¿Quién habla de complicarse la vida? —se rió—. Sólo estoy hablando de pasárselo bien. Meneé la cabeza y me reí a pesar de todo. Susan era una auténtica libertina. — ¿Sabe que eres lesbiana? Aquella pregunta volvió a dejarme atónita. Moví la cabeza con vehemencia. — ¡Por supuesto que no! Cree que tengo novio. —Oh, Leslie. ¡Qué asco! ¿Y por qué cree eso?

Ahora me sentía un poco incómoda. —Vamos, Susan; ya sabes por qué. Porque dejo que lo crea; porque es más fácil dejar que la gente crea que soy hetero—, Aquella era una conversación que nosotras y muchas de nuestras amigas habíamos mantenido muchas veces. Todas estábamos de acuerdo y en desacuerdo a distintos niveles. Había unas cuantas que insistían en que todas deberíamos salir del armario, que políticamente era necesario para nosotras demostrar que existíamos, pero la mayoría sólo habíamos salido en varios aspectos. Algunas, más que otras. Algunas no habían salido en absoluto. Por mucho que lo odiásemos, no teníamos más remedio que admitir que a veces era más fácil evitar la verdad. —Sí, ya sé lo que quieres decir. Tan liberada como creo que soy y resulta que nadie en el trabajo sabe que soy lesbiana -—admitió. Se quedó en silencio durante un rato, dándome un masaje en la espalda—. ¿Y por qué no se lo dices? — ¡Vaya! ¡Eso sí que tiene gracia! —reí—, Le digo que soy tortillera, se da la vuelta y no vuelve a dirigirme la palabra en su vida. —Me burlé de Susan con sarcasmo—. Tú sí que sabes cómo pasar un buen rato. —Nunca se sabe... —-contestó con una voz cantarilla. En sus ojos había un brillo malévolo—. A lo mejor, ella también piensa que eres muy atractiva. ¿Por qué quieres conformarte con una fantasía cuando puedes intentar que se convierta en realidad? —Eres una obsesa. —La aparté de mi lado retozando, molesta, no por su picardía, eso me hacía gracia; estaba más molesta por el modo en que siempre conseguía ver a través de mí—. Además, ¿quién te dice que tengo fantasías con ella? Se encogió de hombros. —No hace falta que me lo digas, te conozco —se limitó a decir. Cada vez me sentía más incómoda en aquella conversación quería darla por zanjada cuanto antes. —No es una buena idea, Susan. Te aseguro que eso no va ocurrir.

—Tal vez, no esta semana. —Me sonrió y, anticipándose a mis protestas, cambió de tema con delicadeza.

2

A la mañana siguiente llegué tarde al aeropuerto. Ya había embarcado todo el mundo, así que me dirigí hacia el pasillo sola. Mis tres compañeros estaban sentados juntos, cerca de la parte delantera del avión. Sara, flanqueada por los dos hombres, me lanzó una significativa mirada al saludarme. «Muchísimas gracias por dejarme en la estacada con estos dos», parecía que decía. Pedí disculpas por llegar tarde y proseguí mi camino por el pasillo hasta llegar a unas cuantas filas más atrás, casi agradecida por poder sentarme sola. Me acomodé junto a la ventana y traté de concentrarme en la lectura de un informe sobre la empresa que íbamos a visitar, pero perdí el interés de inmediato. Me sentía irracionalmente sensible, castigándome a mí misma por sentirme tan perdida y desconsolada de repente. La azafata iba y venía, ofreciendo un bollo y un café a todos los pasajeros. Mientras masticaba despacio y miraba por la ventana las nubes que nos rodeaban, sentí la presión de un codo y me contuve para no apartarlo bruscamente. En mi interior, rogaba porque Kenny no hubiese decidido darme conversación. —Por un rato he creído que iba a quedarme colgada con esos dos tipos. —La cara de Sara se hallaba a escasos centímetros de la mía. Murmuré una disculpa sin mirarla directamente a los ojos; aquellos labios eran amenazadores y estaban llenos de reproche. —No tienes buen aspecto. — ¡Vaya, muchas gracias! ¡Buenos días a ti también! —le espeté, sintiéndome mal al instante. — ¡Ay! —Se me quedó mirando hasta que la miré a los ojos—. Ya veo... —dijo, mientras asentía con la cabeza—. Has estado llorando —sentenció.

¿Tan evidente era? ¿Acaso tenía los ojos hinchados? La miré, sintiéndome vulnerable de repente, y me mordí el labio. —Leslie, ¿qué te pasa? —Su voz parecía tan sincera que aún me hizo sentir peor. No quería hablar con aquella mujer, no quería sentirme vulnerable con aquella mujer... Lo único que quería en aquellos momentos era que dejase de ser amable conmigo. Traté de esquivar sus preguntas, pero no se rindió, —Háblame, ¿qué te ha pasado? —Me estaba acosando. —Nada, de verdad. —Luché con todas mis fuerzas para evitar que las lágrimas asomaran a mis ojos otra vez—. Yo... bueno... he tenido que irme de casa este fin de semana. — ¿Has roto con tu novio? —Parecía realmente apenada, mientras yo trataba desesperadamente de buscar una respuesta a aquella pregunta. —Bueno, algo así —-murmuré. —Oh, Leslie, lo siento mucho —me apretó el brazo en señal de consuelo—. Creía que vivías con un chico, pero no entuba segura; en realidad, nunca hablabas de él. —No, bueno, ya sabes... —tartamudeé, tratando de encontrar las palabras—. No nos llevábamos demasiado bien, ¿sabes? —Oh, pobrecilla. ¿Por qué no me has hablado antes de él? -me reprendió—. ¿Cómo se llama? La miré, sintiéndome increíblemente nerviosa y a punto de echarme a reír a la vez. Era absurdo. Sara me estaba mirando, esperando una respuesta. « ¿Cuál era la pregunta?» — ¿Qué? — ¿Cómo se llama? Rápidamente, varios nombres cruzaron mi mente. «Nancy... Mmm... Nick, Ned, Neal, Noel...» Me esforzaba mentalmente, pero ninguno me parecía bueno. Hice un movimiento con las manos, como deteniendo aquella pesadilla de nombres.

— ¿Y qué importa ahora? —exclamé, esperando que no hiriese más preguntas—. Se ha terminado. —Estoy segura de que ha sido lo mejor. —Se tragó la historia y sentí un gran alivio—. Y cuando sientas que estás preparada para conocer a gente nueva, házmelo saber. Conozco a un par de chicos que te gustarían. —Se estaba animando, inclinándose hacia delante y acercándose a mí—. Podríamos quedar los cuatro. — ¿Los cuatro? —Un poco más y me atraganto con lo que quedaba de mi café. —Es verdad. Seguramente no estás preparada para conocer a nadie de momento, pero he estado saliendo con este chico, James, y me encantaría que conocieses a uno de sus amigos y así podríamos salir los cuatro; sería estupendo, ¿no? —Sí, claro. —No podía creer lo que estaba oyendo o en lo que me estaba metiendo. Me estaba poniendo de los nervios—.Pero bueno, ya sabes que voy a tardar algún tiempo en volver a salir por ahí de nuevo. —No pasa nada. —Levantó la mano para dar más énfasis a sus palabras—. No te voy a presionar; cambiaré de tema ahora mismo. — Cumpliendo su promesa, se echó hacia atrás y dio un profundo suspiro—. ¿Por qué no voy a buscar mis informes y nos ponemos a examinar la información antes de llegar allí? —Me parece bien. —Perfecto. —Se levantó y se inclinó un poco para susurrarme algo al oído—. Esto me servirá de excusa para librarme de Kenny. —Me reí y la observé mientras se alejaba por el pasillo. El viaje a Chicago resultó muy interesante. Comenzó a nevar justo cuando llegamos. Estábamos a principios de diciembre, así que deberíamos haber esperado la nevada. Nos pasamos la tarde haciendo reuniones, conociendo todos los detalles sobre el software de la compañía. El producto había pasado la primera ronda de entrevistas y ahora lo estábamos examinando con mucho más detenimiento.

El tiempo empezó a empeorar mucho antes que terminásemos, así que nos vimos obligados a regresar al hotel más temprano. Parecía que el edificio estaba completamente vacío cuando entramos, incluso el vestíbulo y el bar estaban extraordinariamente tranquilos. Nos pasamos la noche riendo y bromeando con el barman y los camareros. Contemplé con regocijo cómo Sara se quitaba de encima las avanzadillas de dos viajantes típicos que rondaban por el bar. No iba a ceder ante sus súplicas ni por asomo y a mí me encantaba ver su rápido ingenio en acción mientras se peleaba con ellos. Para mí era obvio que no los encontraba nada atractivos y ella jugaba con eso, disfrutando de mi regocijo. Al final fuimos a parar a la mesa de billar y jugamos «chicos contra chicas», tal y como dijo Frank. Si bien a mí me encantaba jugar a billar y lo único que quería era borrar esa estúpida sonrisa de la cara de Kenny, hacía años que no jugaba. Sara, por su parte, no había jugado en su vida; así pues, no fue demasiado divertido ver cómo perdíamos partida tras partida. En algún momento de la noche comenzaron a subir de tono las palabras de Kenny quien trató por todos los medios de convencer a Sara para que hiciese una pequeña apuesta con él. Estaba apoyado en la mesa de billar, frotando el taco de tiza contra el extremo del palo cuando, finalmente, fue demasiado lejos. —Vamos, Sara. ¡Si gano yo, vamos a mi habitación y si ganas tú, vamos a la tuya! —rugió y se echó a reír como un histérico. Me dieron ganas de estrangularlo. El alcohol no me estaba sentando nada bien y tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para controlarme. Mientras me contenía para no hacer nada que luego tuviera que lamentar, le dirigí una mirada a Frank, que estaba moviendo la cabeza con gesto de desaprobación. Cuando volví a mirar hacia la mesa, Sara tomó un sorbo de su copa y se aproximó lentamente a Kenny. Una sonrisa iluminó su cara mientras apoyaba ambas manos a cada lado de Kenny en el borde de la mesa de billar y se inclinaba hacia él con aire seductor. Kenny se acercó a ella para oír lo que estaba susurrándole al oído.

« ¿Qué demonios está haciendo?» Por un momento pensé que Sara había perdido el juicio. Estaba segura de que no se le ocurriría perder el tiempo con aquel gilipollas egocéntrico. La sonrisa triunfante desapareció del rostro de Kenny en cuanto Sara acabó de decirle lo que tenía que decir y se alejó de él. —Creo que ya he tenido bastante billar por esta noche ?—dijo Sara en voz alta, mirando primero a Frank y luego a mí. —¿Os apetece venir conmigo a tomar un café antes de irnos a dormir? Una amplia sonrisa iluminó mi cara. —Me encantaría —respondí, apenas capaz de contenerme, mientras veía a Kenny hacer una mueca de desprecio. —Me temo que yo paso de café —dijo Frank—. Vosotras dos id delante. —Se volvió hacia Kenny y cogió el palo de billar—. Es hora de irse a la cama, chaval. Creo que ya has tenido bastante por esta noche. Miré a mi alrededor para asegurarme de que los dos se habían ido antes de sentarme con Sara en vino de los reservados. En la mesa había dos tazas humeantes entre nosotras. —Es un gilipollas —murmuré en voz baja; luego levanté una de las tazas y me la acerqué a los labios. —Es un capullo —dijo con brusquedad. Me atraganté con el café, intentando desesperadamente no derramar el líquido por toda la mesa. Cuando me recobré, la miré y me eché a reír. — ¿Cómo dices? —Es un capullo —repitió con el semblante serio—. ¿Te molesta que lo diga? —No, no; en absoluto. —Me eché a reír de nuevo -—. Es sólo que no estoy acostumbrada a oír a las mujeres decir cosas así. — Es decir, no a las mujeres heterosexuales.

Rodeó la taza con sus manos y se quedó mirándola fijamente, torciendo un poco la boca. — ¿Por qué tiene que comportarse así? —preguntó—. Odio que esta mierda tenga que ocurrir. Está tan seguro de sí mismo que cree que ninguna mujer se le puede resistir. —Levantó los ojos para encontrarse con los míos —. El es el capullo y entonces, cuando lo pongo en su sitio, me gano la fama de calientapollas. — ¿Calientapollas? ¿Tú? —Al principio me sorprendí, pero luego pensé en ello. Nunca presto demasiada atención a los chismorreos de la oficina, pero entonces me acordé de que Sara había rechazado a varios hombres en el trabajo. «Una zorra frígida» era la expresión que habían utilizado. Sara estaba asintiendo con la cabeza, con los ojos más abiertos de lo normal, un poco triste. — ¿Y a quién le importa lo que piensen? —No tenía ni idea de cómo podía animarla. — ¡Que se vaya a la mierda! Kenny se estaba comportando como un gilipollas; incluso, Frank pensaba lo mismo... Intentó reírse y cambió de tema, pero al cabo de unos minutos decidió irse a dormir y se marchó bruscamente. Dando un profundo suspiro, con el corazón abatido y la mente un poco confusa, me encontré deambulando por el pasillo desierto que conducía hasta los ascensores. Logré encontrar mi habitación y cuando estaba a punto de quitarme el jersey, oí cómo golpeaban a mi puerta. Me quedé petrificada, segura de que era Kenny con ganas de follón. Atisbé por la mirilla y me encontré con los ojos de Sara. Riendo, abrí la puerta y recibí el impacto de una bola de nieve en plena cara. Aquello me enfureció y me quedé sin habla mientras me quitaba la nieve de la cara. Oí unas risotadas y el ruido de unas zapatillas alejarse a toda prisa por el pasillo, y no dudé un momento en emprender la persecución. La perseguí por todos sitios y a ambas nos frenaban el paso nuestras propias risas. Habría logrado escapar si los ascensores la hubiesen ayudado, pero la atrapé y la acorralé en una esquina. Cayó al suelo, dando unas carcajadas tan fuertes que las lágrimas le resbalaban por las mejillas.

— ¡Te pillé! ¡Te pillé! —dijo riendo sin parar. Levantó los trazos para intentar zafarse de mí y me agaché para sujetarla. ¿Sujetarla? ¿Para qué? Me contuve y retrocedí un poco, dándome cuenta de repente de que estaba a punto de cometer un grave error. Vaya, perfecto—pensé—, ¿Qué voy a hacer ahora que la he atrapado? ¿Sujetarla? ¿Hacerle cosquillas? ¿Besarla? En lugar de eso, me serené al instante y decidí sentarme a su lado. ' —Está bien. Por esta vez, te has librado —le aseguré con una sonrisa mientras su risa se iba apagando—. Pero cuando menos te lo esperes, me tomaré la revancha. -—Ha sido muy divertido —sonrió, luego inspiró profundamente y exhaló el aire dando un resoplido—. Estoy agotada. —Yo también —le devolví la sonrisa mientras se abrían las puertas del ascensor—. Tienes suerte de que el ascensor esté vacío; ya me gustaría ver cómo explicas esto. Se miró un momento, desplomada en el suelo de un hotel Marriott. —-Supongo que esto no es demasiado serio, ¿no? —Arrugó la nariz y levantó una mano. —Ayúdame a ponerme de pie. Me incorporé y la ayudé a levantarse con cuidado. —-No lo olvides, cuando menos te lo esperes... —la amenacé. —No sé si podré esperar —dijo con una risa burlona y se metió dentro del ascensor. Me quedé allí de pie y vi cómo se cerraban las puertas. — ¡Un momento! —exclamé. Las puertas volvieron a abrirse como por arte de magia. — ¿Sí? —preguntó, sonriéndome con dulzura. Me acerqué, casi apoyándome en el ascensor y bajé la voz. --¿Qué le dijiste antes a Kenny? Se echó a reír e hizo con la lengua aquel gesto que tanto me gustaba.

—Le dije —comenzó a hablar muy despacio— que podía coger ese palo de billar que sujetaba tan provocativamente y metérselo por el culo. Eché la cabeza hacia atrás y me puse a reír como una loca. —Y luego dicen que soy una calientapollas —dijo sarcásticamente mientras se encogía de hombros, con un tono de vozincrédulo—. ¿Te lo puedes creer? —Dejó que las puertas se cerraran de nuevo y entonces me acordé de que no me había despedido de ella. — ¡Buenas noches, Sara! — ¡Buenas noches, Leslie! Con una sonrisa de satisfacción, me fui de vuelta a mi habitación silbando por el pasillo.

3

Las vacaciones estaban a la vuelta de la esquina y yo ni me había enterado. Íbamos algo adelantados con el proyecto y la proximidad de las fechas navideñas nos hacía a todos estar más dispuestos a llegar a un acuerdo común. Al final llevamos a cabo nuestra selección mientras volábamos juntos en un Avión de vuelta a Boston el viernes por la noche, justo ocho días antes de Navidad. Pasé aquel fin de semana con Susan y su novia, Pam. Me habían esperado para que las ayudase a escoger el árbol y los adornos. Si bien no me hacía demasiada ilusión, agradecí el empeño de ambas por animarme; por ello decidí compartir con ellas todos los preparativos, tratando por todos los medios de no obsesionarme con mi futuro y mi falta de dirección. El lunes estaba de vuelta en terreno familiar, reuniéndome de nuevo con el equipo para ultimar los detalles de la presentación que íbamos a hacer ante nuestro jefe ejecutivo y el resto de la directiva, Al final me tocó a mí inaugurar la reunión y ofrecer un resumen general de nuestra investigación y de los resultados que íbamos a presentarles. Me senté junto a Frank, Kenny y los demás, mientras Sara ocupaba el lugar central. De vez en cuando pedía nuestra colaboración para que diésemos las cifras y las estadísticas cuando era necesario, pero el centro de la presentación estaba presidido solamente por Sara. Había visto a Sara en aquella misma situación en infinidad de ocasiones y no tenía ninguna duda de que era uno de sus puntos fuertes. Sin embargo, ésta era la primera vez que la observaba, mientras me iba invadiendo un sentimiento creciente de orgullo y admiración. Tal vez, mi capacidad de raciocinio se estaba empañando por otras causas, pero no lo creo. Sara tenía una habilidad pasmosa para ponerse al frente de un grupo y hechizar a todo el mundo con su encanto especial. Era capaz de comenzar a

hablar de software, un tema más bien soso, y convertirlo en algo mágico. Sabía exactamente lo que tenía que decir y se metía al público en el bolsillo. Sabía cuándo había que sonreír, cuándo debía introducir una nota humorística y sobre todo, sabía cómo tenía que suavizar algunos egos molestos y responder a preguntas difíciles sin parecer autoritaria ni arrogante. Al final, estaba segura de que Sara —y no el producto de software— era la verdadera estrella de la reunión. Fue un éxito apabullante y al parecer todo el mundo estuvo de acuerdo en que debíamos pasar a la siguiente fase del proyecto lo antes posible. Se dio por concluida la sesión y todo el mundo se puso en pie y comenzó a desfilar, dándonos las gracias y felicitándonos por nuestra labor. Sara y yo nos quedamos a solas en la habitación, de repente silenciosa. Me miró, dio un profundo suspiro e hizo un gracioso ademán, fingiendo limpiarse el sudor de la frente. — ¡Vaya! ¡Me alegro de que se haya acabado! —Has estado increíble —le dije, radiante. Por un instante quise acercarme a ella y abrazarla con todas mis fuerzas, pero, evidentemente, no lo hice—. ¿Dónde aprendiste a hablar en público de esta manera? —No lo sé —dijo, encogiéndose de hombros, y avanzó un paso para sentarse en una de las sillas que rodeaban la mesa de conferencias— pero estoy agotada. —Estoy sorprendida por el gancho que tienes hablando en público. Los tenías a todos aquí —dije, señalándome la palma de la mano—. Yo me pongo nerviosa sólo al pensar que tengo que hablar delante de un montón de gente. Apartó mis cumplidos con un ademán. — ¿Crees que les hemos vendido el proyecto? —Ya sabes que se lo has vendido. Se rió.

—Sí —dijo pensativamente—, supongo que sí. —Se quedó callada unos instantes, reflexionando—. Con todo, es un poco frustrante, ¿no te parece? Después de cuatro meses de trabajar a toda mecha, montamos este show para los peces gordos y ya está. ¿Y ahora qué? —Bueno... —Me senté en la silla que había enfrente de la suya—, esto depende... Inclinó la cabeza hacia delante, curiosa. —Suponiendo que vaya en serio la idea de esta adquisición, el siguiente paso consiste en seleccionar un equipo para que aprenda todo lo que hay que saber acerca del software, y de las personas que vayan a utilizarlo. Esto significa, con toda probabilidad, que el equipo tendrá que pasar unas cuantas semanas en Chicago, entrenándose. —Me detuve para hacer una pausa y sentí que el corazón se me salía del pecho al ver una sonrisa esbozándose lentamente en su cara—. Luego, por supuesto, este mismo equipo tendría que regresar aquí y ponerse a trabajar en común, instalando, comprobando y entrenando a otras personas. Después está la fase de la presentación, la venta y la formación de los clientes. En realidad, no tiene fin. ¿Estás interesada? —le pregunté. —Por supuesto que sí. ¡Este es nuestro bebé y yo quiero ser la que lo traiga al mundo! —se echó a reír y luego se detuvo en seco—. Tú vas a continuar formando parte del proyecto, ¿verdad? —Claro que sí; de hecho estaba un poco deprimida porque: podía haberse acabado -—admití—. Me alegro de que tú también quieras continuar formando parte de él, al fin y al cabo... —bromeé— jugar al billar en Chicago no sería lo mismo sin ti. -—El resto de la semana la pasamos en una nube de euforia. En contra de todos mis principios, me sentía muy atraída por Sara; incluso permití que me convenciera para ir a la fiesta de Navidad de la oficina, a la que siempre me había negado a asistir hasta entonces. Llegué a la fiesta sola y me sentí muy incómoda de inmediato. Cuando encontré a Sara, estaba cogida del brazo de un hombre alto y moreno que me presentó como James. En mi interior comenzaron a sonar sirenas de alarma, mientras sentía que unos celos familiares se iban apoderando de mí.

Me convenció para que me sentara con ellos en su mesa; Sara hacía todo lo posible para estar jovial y entretenerme, y yo me esforzaba por comportarme y fingir que me lo estaba pasando en grande. Me tragué mi orgullo y bailé con James sólo para contentar a Sara y hacerla feliz. No había estado en una pista de baile con un chico desde el instituto, pero logré sonreír y deslizar los pies por el suelo durante tres minutos exactos, preguntándome mientras tanto qué demonios veía Sara en aquel tipo. Decidí desaparecer pocos minutos después y ni siquiera el mohín de enfado en la cara de Sara logró disuadirme. Estaba totalmente avergonzada de mí misma. ¿Cómo podía mentir de aquella manera? En una sola noche había echado por tierra unos principios que había tardado años en consolidar. Me sentía como una adolescente. Las semanas siguientes las pasé martirizándome a mí misma, recordándome quién era y lo que era, y haciendo todo lo posible por sofocar mi creciente enamoramiento de Sara.

Hacia mediados de febrero ya se habían firmado los contratos, la compra ya se había realizado y yo estaba de nuevo en la carretera. A Sara y a mí nos volvieron a desterrar a Chicago, donde se había desatado un invierno particularmente infernal. Me metí de lleno en el trabajo, empeñando montones de horas, concentrada solamente en absorber el máximo de información sobre el software. El período de formación era agotador y apenas nos dejaba tiempo para nada más. Nuestras horas libres se limitaban a una o dos cada noche. Si bien Sara y yo pasábamos casi todo ese tiempo juntas, ya no era lo mismo de antes. La fiesta de Navidad me había servido de aviso. Recordé el dolor que había experimentado cada vez que le había revelado la verdad a alguien y ese alguien no había sabido afrontarlo. Pensé en mi hermano, que no me hablaba desde hacía casi siete años. Pensé en los amigos en quienes había confiado y a quienes había perdido. Sin embargo, había tenido mucha suerte, en comparación con muchas de mis amigas. El resto de mi familia me había aceptado por completo y había conseguido mantener mi amistad con un par de

mujeres heterosexuales que sabían que era lesbiana, pero no iba a permitirme el lujo de sufrir otra pérdida. Ahora no. Y de algún modo sabía que continuar con Sara como hasta entonces sólo me provocaría dolor. Tenía todas mis defensas en activo, las murallas bien altas. Sara advirtió el cambio y aquello me entristeció. Veía el interrogante en sus ojos y en su expresión. La había apartado de mi lado en silencio y se sentía dolida y confusa a la vez. Ya no era lo de antes, ya no corríamos a medianoche por los pasillos del hotel. Nos reíamos y bromeábamos, hablábamos del trabajo y de política. Intercambiábamos opiniones, incluso discutíamos, pero rara vez tratábamos de temas personales. Hablábamos mucho sobre la familia y de cómo habíamos sido de pequeñas, y yo no le pregunté ninguna vez sobre James o sobre cualquier novio que mencionase, y cada vez que tocaba un tema que me resultaba remotamente incómodo, evitaba mirarla a los ojos y esquivaba sus interrogatorios. Con los años había aprendido a manejar con gran habilidad el arte de responder a una pregunta con otra. Me las arreglaba para que todas las preguntas personales que me hacía acabasen por estar dirigidas a ella. Si se daba cuenta, no me lo demostraba. El tema de salir con James y ella y algún amigo salió a colación exactamente dos veces. La primera vez me las apañé para soltar alguna ocurrencia y salirme por la tangente. La segunda, sin embargo, el tema me puso nerviosa y así se lo hice saber. —No tengo la más mínima intención de salir con ningún hombre, por muy maravilloso que tú creas que pueda ser para mí. Se quedó sorprendida por mi tono de voz y respondió con un silencio. Luego dijo: —Ese chico debe de haberte hecho mucho daño. Emití un gruñido como respuesta y fue la última vez que sacó el tema. Durante todas aquellas semanas aparenté estar tranquila y bajo control, a la vez que en mi interior se desataba una tormenta.

Durante unos instantes, antes de acostarme, me quedaba mirando el techo, despierta, reflexionando sobre el torbellino de dudas y sentimientos que tenía en mi interior, sopesando todas y cada una de las posibilidades. Ni siquiera tenía que ver con la atracción que sentía por Sara; era mucho más simple que eso. Me gustaba. Me importaba su vida y odiaba tener que mentirle. Deseaba con todas mis fuerzas ser honesta y aclarar las cosas. Quería que supiera que era lesbiana para avanzar, pero cada vez que me decidía a decírselo, me acobardaba y me echaba atrás. No quería perderla. Peor aún, no quería sufrir la humillación y el rechazo que aquella revelación acarrearía consigo. No estaba segura de si aquella certeza era producto de una valoración objetiva de nuestra relación o era consecuencia de mis experiencias en el pasado. Fuese cual fuese el motivo, me quedaba inmóvil, incapaz de hacer brotar las palabras. Llamaba a Susan casi todas las noches, exasperándola con ni incapacidad de afrontar aquel dilema. Para ella era muy simple. —Díselo. — ¿Y qué ocurre si no puede asimilarlo? —gimoteé. —Se lo tomará bien —me aseguró de nuevo—. Además, si no es capaz de asimilarlo, entonces su amistad no merece toda la energía que estás invirtiendo en ella. —Ya lo sé. Es sólo que no quiero que me odie. Susan se mostraba pacientemente impaciente. —Leslie, estás hecha un lío. —Ya lo sé. —Sobre todo me obsesionaba saber que, después de siete semanas, nuestro tiempo a solas estaba a punto de acabarse. Muy pronto volveríamos a Boston otra vez y quería solucionar el problema lo más lejos de la oficina posible. —O lo solucionas o te olvidas del asunto, tú dec

—Ya lo sé. —Entonces, ¿qué vas a hacer? —No lo sé. En otras circunstancias, el quejido de Susan me habría hecho reír. Incapaz de tomar una decisión, opté por no decidir nada. En lugar de decidirme, me dediqué al juego interminable de calibrar las posibilidades, una y otra vez en mi cabeza, hasta que acabé exhausta y asqueada por el proceso. Al final, Sara forzó la situación. La última noche decidimos salir a celebrarlo. Acabamos en lo que se había convertido en nuestro restaurante mexicano favorito y me esforcé al máximo por parecer alegre. Por dentro estaba deprimida y muerta de miedo. Cuanto más me decía a mí misma que tenía que decírselo, más consciente era de que no podría hacerlo. Cenamos tranquilamente, charlando de cosas sin importancia y bebiendo margaritas. Cuando el camarero recogió nuestros platos, Sara sólo dudó un instante antes de pedir otra ronda de bebidas. —No estoy lista para dar por terminada la velada —explicó y yo asentí en silencio. No quería que la noche o nuestro tiempo a solas terminase. El camarero trajo los margaritas y Sara se puso a juguetear con la caña, removiendo lentamente su cóctel. —Escucha, ya sé que hay una línea imaginaria que no debo cruzar, pero voy a arriesgarme y a cruzarla de todas formas. Nos marchamos mañana, por tanto... ¿qué más da?, ¿no crees? Tomé un largo y peligroso sorbo de mi copa, y mi mente comenzó a dar vueltas. Se inclinó un poco hacia delante y bajó el tono de su voz.. — ¿Qué ha pasado, Leslie? -— ¿Qué quieres decir? —quise hacerme la tonta, pero no dio resultado.

—Congeniamos tanto el otoño pasado que pensé que éramos amigas de verdad, pero no entiendo qué ha pasado. ¿Qué ha cambiado? ¿He hecho o he dicho algo que te haya molestado? El corazón me dio un vuelco. Sus ojos verdes brillaban por las lágrimas y la perplejidad. Su voz estaba impregnada de sinceridad. —No, Sara, no has hecho nada malo. —Entonces, ¿qué ocurre? No lo entiendo. Pensaba que éramos amigas y entonces tú te cierras en banda. ¿Qué he hecho? —No has hecho nada, de verdad, Sara. Soy yo. —Consciente o inconscientemente había puesto el dedo en la llaga. Me sentí vulnerable al instante. —Entonces dime qué te ha pasado. ¡Por Dios, has estado tan distante...! —Escucha... —Traté de encontrar las palabras, pero no pude—. No puedo... —Me limité a mover la cabeza y a mirarla fijamente, viendo cómo las emociones embargaban su rostro: la tristeza, la frustración e incluso un poquitín de enfado. Se echó hacia atrás y me miró en silencio, estudiando mi reacción. Le devolví la mirada, impotente, pensando que lo único que quería era rescatarla. —Te he mentido. —Ya estaba. Ya lo había dicho. Las primeras palabras. Ya no había marcha atrás. La presión me hacía estallar los oídos y el corazón me latía salvajemente. Se quedó mirándome en silencio, esperando que continuase. Yo necesitaba que me animase a seguir. Parecía que estaba intentando recordar algo, pero no se le ocurría nada. — ¿En qué me puedes haber mentido? Respiré hondo. Ahora, el corazón me latía desbocado. Dilo, dilo, dilo, me repetía a mí misma. —Soy gay

Las dos palabras salieron de mi boca como en un susurro apenas audible. Me encogí en el asiento y me preparé para su reacción, recriminándome haber escogido la palabra «gay» en lugar de «lesbiana». Una sonrisa asomó a sus labios. En los míos, en cambio, se dibujaba una mueca de preocupación. Sara se echó a reír a carcajadas y se inclinó hacia delante. —Perdona, me ha parecido que decías que eras gay. Sentí cómo la sangre se me helaba en las venas y cómo un escalofrío de nerviosismo me recorría todo el cuerpo. —Eso he dicho —murmuré en un hilo de voz. La sonrisa se quedó congelada en sus labios. Su lengua asomó un instante entre los dientes y no apartó sus ojos de los míos. — ¿Eres gay? Me quedé con la mirada fija en su sonrisa; una de las comisuras de sus labios temblaba, como en una contracción nerviosa. Sara trataba desesperadamente de disimular el efecto que le habían producido mis palabras. —Sí. A continuación se produjo un silencio ensordecedor. No sé cuánto tiempo permanecimos sentadas allí, inmóviles, mirándonos... una eternidad. Yo estaba encogida y aterrorizada, pero no aparté mis ojos de su cara ni de la sonrisa vacua y artificial que se había quedado pegada a sus labios. Mi confesión la había cogido del todo desprevenida, con la guardia bajada de tal manera que no tenía ni idea de cómo responder. Saltaba a la vista que no le había gustado nada lo que acababa de oír, pero que estaba luchando por todos los medios para no demostrarlo. En aquellos momentos deseé no haber pronunciado jamás aquellas palabras. Necesitaba amortiguar el golpe de alguna manera; tal vez un comentario gracioso sirviese de ayuda. — ¿Te sentirías mejor si te dijera que sólo es una broma?

Su breve risa era la prueba de que no le había hecho gracia. —No, si sólo fuese otra mentira más. ¡Ay! Así que era eso. Reconocí de inmediato la punzada de dolor en el estómago, demasiado familiar para mí. Aparté la vista de Sara, incapaz de soportar por más tiempo aquella mirada de acero. Cogió su margarita con calma y se acercó la caña a los labios, sorbiendo larga y pausadamente hasta vaciar el vaso. Nunca había visto desaparecer un cóctel con tanta rapidez. Hizo una seña al camarero y dio unos golpecitos en el vaso. El camarero cumplió la orden con diligencia, llevándose el vaso vacío y trayendo uno lleno al instante. Me estremecí por un momento e inspiré hondo, dejando que aquel frío nudo se acomodase en mi estómago. La escena me resultaba demasiado familiar; por tanto, casi sin pensar, mis mecanismos de defensa se pusieron en funcionamiento. —Bueno, supongo que eso explica por qué no querías quedar con James y conmigo, y algún amigo suyo —dijo arqueando las cejas y sin borrar aquella sonrisa de sus labios. No estaba segura de si el comentario era sincero o de si había detectado cierto sarcasmo en su tono de voz. Daba igual. Ahora ya estaba preparada para lo peor y lo último que iba a hacer era demostrarle que me importaba lo que pensase. —Sí, supongo que eso lo explica todo —asentí—. Siento no habértelo dicho antes; quise hacerlo, pero... —me encogí de hombros, intentando explicarme, pero sin conseguirlo—. Es muy difícil. Ya sabes, trabajamos juntas y... —Creíste que se lo diría a todo el mundo. —Bueno... sí, algo así. Movió la cabeza lentamente. Ahora le tocaba a ella colocar mis muros de defensa. Yo ya no sabía qué podía estar pensando. —No voy a hacerlo.

—Gracias. —Nuestras voces sonaban frías, casi mecánicas. Por suerte, aquella sonrisa controlada se había esfumado de su rostro, pero ahora éste era sencillamente impenetrable. —Me alegro de que al fin me lo hayas dicho —dijo en un tono aséptico. Una vez más, traté de quitarle hierro al asunto con un comentario jocoso. —Pues eres la única... —Esta vez, su sonrisa era irónica. Por un momento pensé que no me iba a dejar así, que vendría en mi auxilio y me diría unas palabras comprensivas, pero no lo hizo. Nos quedamos allí sentadas sin hablar; poco a poco, la ira se fue apoderando de mí y quise hacerle tanto daño como el que ella me estaba haciendo a mí. Me esforcé por contener mi enfado, mientras ella se acababa la copa. Seguramente estaba sintiendo los efectos del tequila. —Será mejor que sea yo quien conduzca el coche hasta el hotel, ¿no crees? Parecía que sus ojos al mirarme iban a la deriva. —Sí, eso parece una buena idea. Me la quedé mirando un momento, dándole una nueva oportunidad para que dijese algo, pero no lo hizo. —Muy bien, pues entonces vámonos. —Me levanté y dejé unos cuantos billetes arrugados en la mesa antes de irme. Sara me siguió unos segundos después.

4

Si nuestra amistad se había enfriado un poco en los últimos meses, mi confesión había acabado por convertirla en un auténtico témpano de hielo. A la mañana siguiente abandonamos el hotel sin apenas cruzar un par de palabras. Por suerte, el camino al aeropuerto no era demasiado largo y de nuevo fui yo quien se puso al volante a petición suya. Sus únicas palabras fueron: —No voy a volver a tomarme un margarita en lo que me queda de vida. —A continuación se colocó unas gafas de sol y se hundió un poco más en el asiento del coche. Sin tiempo que perder, la dejé en la terminal del aeropuerto antes de devolver el coche de alquiler en la agencia y de embarcar en el avión. Me quedé decepcionada, aunque no sorprendida, al ver que Sara no estaba en el asiento que le correspondía, junto al mío, sino unas cuantas filas más atrás, acurrucada en una esquina y mirando por la ventanilla. Dudé si decir algo o no, y estaba a punto de acercarme a ella cuando vio que la estaba mirando. —Me parece que hoy quiero un asiento de ventanilla —su voz era premeditadamente afable. —Puedes quedarte con el mío, a mí no me importa sentarme en el del pasillo. Hizo un movimiento negativo con la cabeza y rehusó mi ofrecimiento. -—No, no, tú siéntate ahí; yo me voy a pasar todo el viaje durmiendo de todas formas.

Me quedé allí de pie mirándola, hirviendo por dentro y a punto de ponerme a chillar, de zarandearla y hacer que me entendiese. Quería decirle que no había cambiado, que era la misma persona que seis meses atrás, pero no podía. Me limité a continuar mirándola, como para obligarla a levantarse de ahí y darme la mano, pero no lo hizo. Apartó la mirada, claramente incómoda, y se puso a mirar por la ventanilla otra vez. Las rodillas me flaqueaban y los ojos se me nublaron, mientras me dirigía derrotada hacia mi asiento. Durante las semanas siguientes, el rechazo de Sara fue completo. La sonrisa inexpresiva y la voz amable se convirtieron en su fórmula habitual para dirigirse a mí. Nos evitábamos la una a la otra siempre que podíamos y nuestros encuentros se reducían a las veces en que había alguna reunión, siempre rodeadas de un grupo de gente. Nunca intercambiábamos miradas y Sara dejó muy claro que ya no quería mantener conmigo relación personal alguna de ninguna clase. Aquellos primeros días los pasé sumida en una especie de estupor frío y supe que el shock se me había pasado cuando estuve una semana entera dándome contra las paredes antes que la ira reemplazase aquellos impulsos de autoflagelación. Dejé que poco a poco se fuese instalando en mi interior y que el cinismo sustituyese mi ego herido. «Otra lección», me dije. La vieja lección de siempre, aprendida otra vez. Mi cambio de actitud comenzó a hacerse evidente por el modo en que respondía a su frialdad. No podía evitar que de vez en cuando se me escapase el sarcasmo y dejé de preocuparme por si se daba cuenta de lo mordaz de mis comentarios. Al fin y al cabo había sido ella quien lo había provocado todo y ahora tendría que atenerse a las consecuencias. La siguiente fase del proyecto también ayudó a poner tierra de por medio entre nosotras dos. Ahora, mis ocupaciones se centraban sobre todo en el aspecto técnico y tenía que trabajar con Frank y Kenny para traer el software a Boston e instalarlo en nuestros ordenadores. A continuación venía el rutinario proceso de realizar los cambios en el sistema, de las codificaciones y las pruebas, y de realizar mejoras en los componentes en que creíamos necesario.

Sara, por su parte, se ocupaba de la tarea nada envidiable de buscar un socio comercial para nuestra empresa. La idea consistía en encontrar una empresa grande y de prestigio que quisiese aliarse con nosotros. Llevaríamos a cabo una revisión completa de su sistema informático y lo reemplazaríamos por el nuestro sin coste alguno para ellos; a cambio utilizaríamos su nombre como referencia y en nuestras campañas publicitarias. Era algo relativamente normal en nuestro negocio. Podría afirmarse que Sara sintió que le quitaban un gran peso de encima cuando le ofrecieron la oportunidad de ponerse en ruta de nuevo. Como resultado, estaba fuera de la oficina tres o cuatro veces por semana, buscando clientes potenciales. A finales de mayo logre hacer una escapadita al Cabo; me pegué como una lapa a Susan y Pam, y nos fuimos a Provincetown. Me pasé los diez días siguientes tomando el sol, flotando en el agua helada y salada del Atlántico, y paseando por playas llenas de guijarros. En aquellas escasas dos semanas, Sara consiguió cerrar un trato con el grupo Austin, una prestigiosa cadena de distribuidores con sede en Atlanta, Georgia. A mi regreso de las vacaciones, nos reunimos con dos hombres que representaban a la compañía. El primero, un señor de edad llamado John Austin, había puesto en pie la empresa unos cuarenta y dos años atrás. Su pequeño comercio de una sola habitación se había convertido en toda una cadena de tiendas de muebles que se extendía por el sureste del país. El otro hombre no podía ser mucho mayor que yo. Billy Austin era el nieto de John y era obvio que algún día heredaría el negocio de su abuelo. También era igual de obvio que Billy Austin era gay, sobre todo cuando se interesó un poco más de lo normal por el lugar donde había pasado mis vacaciones. Congeniamos enseguida. Los meses siguientes fueron una carrera de nervios y ansiedad, mientras trabajábamos a larga distancia para elaborar una propuesta y un contrato. Durante ese tiempo, yo estaba en contacto permanente con Billy, que resultó ser increíblemente brillante y muy divertido además. Trabamos una sana y cordial amistad.

Para el mes de agosto, era tal la tensión entre los dos grupos que nadie creía que pudiéramos llegar a un acuerdo, por lo que, cuando Billy llamó para charlar un rato conmigo, como cada día, dos semanas antes del día del Trabajo, cogí el teléfono de mala gana. —Hola, colega—su voz cansina y gutural sonó antes que pudiera colocarme el auricular en la oreja. —Sorpresa, sorpresa —me reí—. ¿Qué, Billy? ¿Tienes alguna noticia para mí hoy? —Ya está hecho. Se produjo un silencio y se quedó esperando mi reacción. —-No puede ser, ¿me tomas el pelo? —Después de semanas y semanas de estancamiento, no podía creer lo que me estaba diciendo. —No, no estoy de guasa; te acabo de enviar por fax un contrato firmado. Lancé una risita ahogada, disfrutando del momento. —No me lo puedo creer. —Pues créetelo —imploró—. ¿Cuándo puedes estar aquí? —Bueno, Billy, la verdad es que ni siquiera hemos seleccionado al equipo todavía. —Eso tiene fácil solución; ya sabemos a quiénes queremos: a ti y a Sara, no se hable más. A pesar de que en el fondo ya era consciente de que iba a tener que pasar algún tiempo en Atlanta, la sola idea del viaje ya me había dejado agotada. —Escucha, Billy —traté de oponerme—, no sé si esto va a ser posible; tendré que discutirlo por aquí y ya te diré algo. —Venga, Leslie -—bajó el tono de voz para persuadirme—. Esto te va a encantar; te prometo que voy a hacer que te lo pases en grande.

—Sí, seguro que lo harás. —Aunque no habíamos hablado de nada relacionado con el sexo, estaba segura de que Billy Sabía que era lesbiana. —En serio, Leslie. Quiero que esto vaya lo mejor posible y sé que eres la persona más indicada para el trabajo. Me mordisqueé el labio inferior unos instantes. — ¿Y Sara? —Bueno, Sara se metió en el bolsillo a un montón de gente mientras estuvo aquí. Desde luego sería de gran ayuda para que la transición se realizase de la manera más suave posible. Pensé en lo que me estaba diciendo, consciente de que tenía razón, pero me aterrorizaba la idea de trabajar tan cerca de Sara de nuevo. No me veía capaz de soportar su frialdad día tras día. —Hablaré con ella, Billy. Ya te diré algo. —Muy bien, llámame mañana y dime cuándo vas a llegar. —Se echó a reír, seguro de sí mismo, y colgó el teléfono. «Vaya, vaya, vaya... Ahora sí estoy metida en un lío...» Coloqué el auricular de nuevo en su sitio y miré por la Ventana, preguntándome qué debía hacer a continuación. Sabía que tenía que elaborar un plan antes que mi jefe se involucrase personalmente; era capaz hasta de dar volteretas para contentar a Billy y yo a toda costa quería evitar una escena embarazosa con Sara. Decidí que lo mejor que podía hacer era tragarme mi orgullo y explicarle a Sara la idea de Billy. Pensé que tal vez juntas lograríamos encontrar alguna solución. Nerviosa e inquieta, me quedé de pie en el umbral de la puerta de su oficina. Inspiré hondo, me asomé y la encontré sola, por suerte. Estaba sentada en su mesa, con la cabeza oscura inclinada sobre un montón de tablas y gráficos desparramados por todo el escritorio. Llevaba las gafas apoyadas en la punta de la nariz y un mechón de pelo errante y rebelde le caía sobre la frente.

Me la quedé mirando un momento, pensativa y triste. La echaba de menos. Mejor dicho, echaba de menos su antiguo ser, pero me sentía satisfecha de haberlo superado. Antes que los nervios volviesen a apoderarse de mí, di unos golpecitos en la puerta abierta. Sobresaltada, alzó la vista, se quitó las gafas de la nariz y las dejó sobre la mesa. —Perdona que te moleste. —No importa —se recuperó rápidamente de su sobresalto y se colocó aquella sonrisa en la cara. Sinceramente, comenzaba a odiar aquella dentadura blanca y perfecta—. ¿En qué puedo ayudarte? No estaba segura de cómo empezar; por tanto, decidí pasar por alto los preliminares e ir directa al grano. —Es posible que tengamos un problema y he pensado que quizá sea mejor que tú y yo lo solucionemos antes que lo haga otra persona. —No me ofreció una silla, pero me senté de todos modos—. Las buenas noticias son que Billy ha llamado y los contratos ya están firmados; así pues... felicidades —-añadí sin que viniese a cuento. Los ojos le brillaban, mientras una lenta sonrisa surcaba su rostro. Lo cierto es que era muy guapa. —Lo conseguimos, —Me quedé en silencio y dejé que asimilase la noticia. Al cabo de unos segundos añadió—: Me alegro muchísimo, pero... ¿cuáles son las malas noticias? Entonces comencé a tartamudear un poco. —Billy ha sido bastante explícito respecto a la gente que quiere que vaya a Atlanta para la instalación. Bueno, de hecho... se ha mostrado inflexible. —Quiere que vayamos tú y yo —se apresuró a decir. — ¿Cómo lo sabes? —-Así pues, aquello no era ninguna sorpresa al fin y al cabo. Se encogió de hombros.

—Me lo ha dejado siempre muy claro; prácticamente, desde el día en que te conoció. — ¿Hablas con él a menudo? Se encogió de hombros de nuevo. —Bastante —admitió, apoltronándose en su silla y entrelazando los dedos de las manos—. No sé por qué te sorprende tanto que nos quiera a ti y a mí para este proyecto —se permitió a sí misma un momento de arrogancia—. A fin de cuentas, no puedes culparle porque quiera disponer de las mejores. Le dirigí una mirada suspicaz; no confiaba en ella. —Bueno y entonces... ¿qué vamos a hacer? —le pregunté con cautela. — ¿Y qué quieres que hagamos? —me respondió—. En realidad, siempre he pensado que tú y yo formábamos un gran equipo —añadió con voz inexpresiva. Ahora sí que me había dejado perpleja. ¿Hablaba en serio? No sabía qué quería decir con aquello; por tanto, opté por ignorar su último comentario. —Me gustaría tener la oportunidad de llevar esto adelante, pero no lo haré si va a ser violento o incómodo. No vale la pena. Tendríamos que trabajar juntas día sí, día también —hice una breve pausa—. Y no sería serio ni profesional que no lográsemos llevarnos bien, al menos en público. —Lancé aquel último comentario como un golpe bajo. Ladeó la cabeza. —Así pues, no nos quedará más remedio que comportarnos. ¿Estás diciendo esto? —Sabía que me estaba provocando, pero yo no iba a seguirle el juego. —Algo así. Se echó para atrás en su silla un momento, en silencio, mirándome con unos ojos inescrutables. Me estaba estudiando. Le devolví la mirada sin pestañear.

—Suena como un desafío. —No, Sara, no es ningún desafío —dije, dando un suspiro, cansada de repente—. Lo que ocurre es que estoy harta de pelear. Asintió con la cabeza. —Está bien. Billy quiere lo mejor y se lo vamos a dar, y yo trataré, con todas mis fuerzas, de comportarme. — ¿Ya está? —La resolución había sido demasiado fácil. —Por lo que a mí respecta, sí, ya está. Ambas queremos formar parte de este proyecto, ¿no es así? ¿Qué más podemos hacer? Vacilante, me puse en pie y me dirigí a la puerta. —Así pues... ¿eso es todo? —pregunté otra vez—. ¿Puedo decirle a Billy y a Dennis que lo haremos? Se puso a reír directamente sin contestar mi pregunta. —En marcha de nuevo... —comenzó a cantar con una voz grave y vibrante. Levanté ambas manos. —Está bien, está bien. Lo prepararé todo y hablaré contigo más tarde. Asintió con la cabeza, cantando todavía. Salí de su despacho y eché a andar por el pasillo, repitiendo la conversación en mi mente mientras intentaba descubrir qué había pasado. Acabábamos de firmar una especie de tregua, pero yo no estaba dispuesta a confiar en ella ni por un instante.

5

Llegamos a Atlanta el martes siguiente al día del Trabajo, después que nuestra difícil tregua hubiese dado pruebas de su eficacia durante los preparativos del viaje. Hasta entonces, Sara y yo habíamos sido capaces de trabajar juntas de forma estrictamente profesional y las dos nos esforzábamos por disimular con sumo cuidado cualquier sentimiento personal que pudiésemos tener. Sara ya me había dicho que el alojamiento en Atlanta me iba a encantar, pero no estaba preparada para el lujo y la exuberancia de nuestro hotel. El grupo Austin estaba ubicado en Buckhead, a las afueras de Atlanta, y el hotel Ritz-Carlton se hallaba a pocos metros de distancia de sus oficinas centrales. La compañía solía tener reservadas de forma permanente varias habitaciones para los clientes que les visitasen y Billy había insistido en que las utilizásemos todo el tiempo que estuviésemos en la ciudad. Era un hotel fabuloso. Nuestras habitaciones se hallaban cerca de la planta superior, en el ala este y daban a la zona de la piscina. Me reí para mis adentros cuando descubrí que había una puerta que comunicaba mi habitación con la de Sara. Desde luego, Susan se moriría de risa cuando se lo contase, me dije, pensando que, en otras circunstancias, la existencia de esa puerta habría sido algo bastante gracioso. Las primeras dos semanas las pasamos de reunión en reunión con varios individuos a fin de elaborar una estrategia para modificar los sistemas. Como si nuestros días no fuesen lo suficientemente largos, los miembros del grupo Austin se empeñaron en colmar también nuestra agenda con actividades sociales. Casi cada noche se celebraba un cóctel en nuestro honor, por lo que nuestra presencia no sólo era recomendable sino también ineludible y al cabo de un

par o tres de fiestas, éstas ya me provocaban más estrés que las agotadoras jornadas laborales. Sara, en cambio, estaba en su elemento, sonriendo y mostrando su amabilidad innata con todas y cada una de las personas que le iban presentando, mientras que a mí los saludos interminables, el parloteo y las preguntas me ponían enferma. Cada vez que nos presentaban a alguien, tenía lugar la liturgia de rigor consistente en darnos la bienvenida y hacernos preguntas personales. Odiaba aquellas preguntas, pero odiaba aún más el hecho de que todo el mundo se dedicase a presentarnos a hombres solteros con quienes hablar. En favor de Sara tengo que decir que acudió en mi auxilio siempre que le fue posible. Se inventó una frase comodín en la que aseguraba que yo estaba casada con mi trabajo y que utilizaba con cualquiera que se mostraba demasiado entrometido. Nunca llegué a darle las gracias por aquello, aunque quizá debería haberlo hecho. Probablemente habría obtenido algún tipo de placer sádico de ver cómo me retorcía ante las preguntas de todo el mundo. En el primer cóctel, Billy se me había acercado con aire misterioso y me había rodeado los hombros con el brazo, atrayéndome hacia sí. —Apuesto a que odias las preguntas sobre tu vida privada tanto como yo —me susurró al oído. Lo miré directamente a sus enormes ojos azules y arrugué la nariz. —Desde luego, ganarías cualquier apuesta como ésta —me reí. Después de aquello, apenas se despegó de mi lado, se solidarizó conmigo y se echó a reír. —Querida, dejaron de preguntarme cuándo iba a casarme hace ya muchos años. —Me confesó que casi todo el mundo sabía que era gay—. Les gusta fingir que no lo saben —-y se encogió de hombros. Al cabo de casi tres semanas, un jueves por la noche, incluso Billy había comenzado a perder su buen humor. Estábamos sentados en los salones del hotel, solos los tres, mirando desde lejos cómo unos compañeros de trabajo se reían y bromeaban entre ellos.

—En fin, chicas, las buenas noticias son que ya habéis conocido a casi todo el mundo de la oficina al completo —dijo Billy arrastrando las palabras mientras removía con el dedo los cubitos de hielo de su copa. — ¿Y ésas son las buenas noticias? —pregunté. —Eso significa que se les están acabando las excusas para continuar ofreciendo cualquiera de estas fiestas infernales; con un poco de suerte, ésta será la última. —Se detuvo un instante, parecía cansado—. ¿Os vais a Boston este fin de semana? Sara asintió con la cabeza. —Mañana por la tarde, a eso de las seis. —Hasta entonces, Sara lo había hecho cada fin de semana. — ¿Y tú, Leslie? —Eso espero, ya veremos. Depende de cómo vaya mañana. —Por desgracia, sólo había vuelto a Boston en una ocasión; había sido una visita muy breve para recoger más ropa. Sara chasqueó la lengua y se volvió hacia Billy. — ¿Qué vamos a hacer con ella, Billy? Sólo piensa en trabajar, trabajar y trabajar... nada de diversión, —Sí —asintió—, he oído por ahí que está casada con su trabajo. Sara lanzó una carcajada. -— ¿Ah, sí? ¿Y a quién se lo has oído decir? — ¿Aparte de a ti? A casi todo el mundo. —Vaya, hombre —intervine—. Me alegro mucho de que se haya corrido la voz. Nos quedamos en silencio hasta que Sara comenzó a tamborilear con los dedos en la mesa y se inclinó hacia delante con un brillo malévolo en los ojos. — ¡ Ya está! —Nos miró primero a uno y luego al otro—. ¡Trabajar y trabajar, y nada de diversión! —Billy y yo intercambiamos una

mirada interrogante— ¡Billy! Sácanos de aquí, seguro que conoces algún sitio donde podemos pasárnoslo bien. —Estaba repiqueteando con los dedos en la rodilla. Billy esbozó una sonrisa traviesa. —Cariño, claro que sé de algún sitio. Vámonos. —Son las diez —señalé; lo último que me apetecía en aquellos momentos era meterme en un coche e irme a un bar. Al menos, en el hotel estaba a escasos minutos de mi cama. —No seas aguafiestas —me regañó Sara y se terminó de un trago su copa de vino. -—Pero nos van a echar en falta, ¿no? —sabía que estaba haciéndome la remolona. Miramos a nuestro alrededor y nos percatamos de que allí no quedaba casi nadie. Apenas reconocí un par de rostros. —Nadie que importe realmente —masculló Billy, levantándose de la silla. Sonrió y le guiñó un ojo a Sara antes de ofrecerme su mano— , Vamos, querida; Sara quiere salir y divertirse un rato. Mascullé algo entre dientes, mientras le daba mi mano.

Al cabo de unos minutos de haber aparcado el coche, descubrí que Billy nos había llevado a un bar de ambiente. Miré a mi alrededor y vi unas cuantas parejas del mismo sexo andando por el aparcamiento en dirección a lo que parecía ser la puerta trasera de una discoteca. Aguanté la respiración y me preparé para la reacción de Sara, pero ella parecía que no se daba cuenta de nada, es decir, creo que se daba cuenta, pero que había optado por no hacer ningún comentario. Tenía un aire distraído y se dedicaba a bromear y a reírse con Billy, de cuyo brazo iba cogida, mientras caminaban unos cuantos pasos por delante de mí. Una vez dentro, era imposible que Sara no se percatase de dónde estábamos. En la primera sala había una barra muy larga con taburetes. Había un montón de drag queens apiñadas en un extremo

de la barra y sus voces eclipsaban el sonido de la música, que provenía de otra sala. Billy nos condujo a través de varias salas, saludando a hombres y a mujeres por igual. —Un chico muy popular—comentó Sara, arqueando las cejas. Asentí con la cabeza, aunque apenas la oía, a medida que nos íbamos acercando a lo que suponía que era la pista de baile. Al final cruzamos un pasillo y llegamos a una habitación vagamente iluminada, repleta de mesas y sillas que rodeaban una pista de baile. En ella había cuatro drag queens que hacían playback de un viejo éxito de Diana Ross y las Supremes. Se me escapó una sonrisa sincera, había pasado demasiado tiempo desde la última vez que había ido a un lugar como aquél. La pista de baile estaba tres escalones por debajo de la zona de las mesas y encima de nosotros había una especie de anfiteatro con más personas sentadas, contemplando el espectáculo de las drag queens. Billy nos colocó en una mesa apartada, relativamente lejos de los infernales altavoces. — ¿Os gusta el sitio? —nos preguntó Billy, moviendo las cejas en mi honor. En mi cara se dibujaba una amplia sonrisa, mientras asentía con la cabeza. —A mí sí, desde luego. Sara también respondió, pero no oí lo que dijo. Billy nos preguntó qué queríamos tomar y se volvió hacia el camarero, que se había materializado a su lado. Evidentemente, Billy también lo conocía. Intenté no mirar a Sara mientras me sentaba, nerviosa por saber cuál sería su reacción. —Oye, supongo que ésos de ahí son hombres, ¿no? —dijo, acercándose a mí para que pudiese oírla. Seguí la dirección de sus ojos y vi cómo terminaba la canción y comenzaba otra, sin que las drag queens se perdiesen una nota.

Miré a Sara y asentí. Se volvió para continuar contemplando el espectáculo, completamente absorta. —Son muy buenos —dijo, alzando la voz para que pudiese oírla. Sus ojos fueron de la pista de baile a la multitud que nos rodeaba. Yo también comencé a fijarme en la gente, tratando de imaginarme cómo los veía ella. Desde luego, ya había visto a las parejas gays juntas, riendo, flirteando y... besándose. Parecía que estaba tomándoselo bien; por tanto, decidí tranquilizarme un poco y divertirme. Llegaron las bebidas y la actuación de las drag queens se terminó. Me fijé en que los aplausos de Sara eran tan entusiastas como los míos. Los altavoces comenzaron a emitir música country y unas cuantas parejas se acercaron hasta la pista de baile. Muy pronto, empezaron a pasar por nuestra mesa varios amigos de Billy. Nos los presentó a todos y Sara se puso a charlar animadamente con ellos, mientras yo echaba un vistazo a mi alrededor. Ya llevábamos sentados algún tiempo cuando mis ojos dieron con una mujer pequeña y morena que estaba sentada en los escalones, justo enfrente de nosotros. Se estaba riendo y hablando con una pareja que bailaba. La gente entraba y salía de mi campo de visión, y cada vez que lo hacían, estiraba el cuello para ver a aquella mujer. La contemplé maravillada durante una canción entera, hasta que ésta se acabó y las parejas comenzaron a taparme la vista. La estaba buscando con autentico frenesí cuando mis ojos la encontraron de nuevo: la sensación de alivio dio paso a un pánico profundo al darme cuenta de que estaba mirando directamente hacia mí, con la mirada fija, mientras sonreía. No podía creerlo. Despierta, Les; seguramente está mirando a Sara. El corazón comenzó a latirme con fuerza al ver su sonrisa,

—Leslie, ¡eh, Leslie! —Mis ojos se volvieron para mirar a Billy, que estaba intentando presentarme a otro de sus amigos. Nos dimos un apretón de manos y traté de disimular un poco al darme la vuelta para buscar a la mujer morena de nuevo. Miré hacia los escalones, hacia la pista de baile y en las mesas. Demasiado tarde. Maldita sea, pensé. La había perdido. Mis ojos comenzaron a vagar por todo mi alrededor, yendo de mesa en mesa, tratando de encontrarla. —Leslie. ¡Leslie! —Noté cómo Billy me estiraba de la manga de la camisa, tratando de atraer mi atención. ¿Dónde está? Abandoné mi búsqueda momentáneamente y me volví hacia Billy. Se me pusieron los ojos como platos al verla; estaba agachada con la cara apenas a unos centímetros de la de Billy. Las cejas de Billy eran un baile constante en el momento de hacer las presentaciones. —Leslie, Sara, ésta es Michelle —dijo, pronunciando su nombre muy despacio. —Hola —sonrió; tenía unos dientes inmaculados que contrastaban con su tez morena. Hizo un movimiento con la cabeza para saludar a Sara y luego extendió su mano hacia mí. —¿Tú eres Leslie? —Volvió a mirar a Sara—.Y tú debes de ser Sara. —Ambas asentimos con la cabeza, aunque a Sara apenas la veía por el rabillo del ojo. —Mucho gusto —murmuré, mientras le estrechaba la mano. —No sois de por aquí —sentenció antes de soltar mi mano, unos segundos después de lo normal. Miré hacia otro lado y luego volví a encontrarme con sus ojos negros. —Son del Norte, querida —intervino Billy—. De Boston. Van a quedarse en la ciudad un par de meses trabajando en algo de consultoría con mi empresa. —-Se acercó más a ella, con el ademán de hablarle al oído—. Será mejor que te des prisa, cariño. No van a estar aquí mucho tiempo. —Una vez más, Billy comenzó a menear

las cejas, esta vez a Michelle. La risa de ella era ronca y le devolvió la mueca a Billy. —Tendréis que perdonar las bromitas de mi amigo. Billy siempre está pensando en lo mismo. —Se inclinó para susurrarme algo al oído con aire conspirador—. No te preocupes, no todos somos como él aquí abajo. Me reí, sonrojándome en cuanto advertí su aliento, rozándome el cuello; se me estaba poniendo la carne de gallina. Cuando levantó la cabeza, vi su cabellera iluminada; tenía el pelo negro azabache y rizado, y unos ojos negros y profundos que me sonreían al mirarme. Por un momento, olvidé que Sara también estaba en aquella discoteca. —Siéntate con nosotros —insistió Billy, mientras cogía una silla de la mesa de al lado y la colocaba con decisión entre él y yo. Michelle sólo dudó un momento antes de deslizarse en la silla. De pronto sentí claustrofobia al verme atrapada entre las dos mujeres. Era imposible levantarme de aquella mesa sin rozarme con alguna de las dos. Era muy consciente de la presencia de ambas y no sabía cuál de ellas me ponía más nerviosa. Michelle era una belleza; de eso no cabía duda. Me descubrí a mí misma admirando absorta su perfil, mientras ella hablaba con Billy. Su pelo era tan negro como yo creía, casi brillante. Era un cabello grueso y lo llevaba corto, con unas ondas suaves y elegantes a la vez. Tenía la voz muy profunda y cuando sonreía, se le hacía un pequeño pliegue en la mejilla izquierda, demasiado arriba para considerarlo un hoyuelo. Calculé que debía de ser unos años más joven que yo. —Ni siquiera pestañeas —la voz de Sara había llegado como en una nube hasta mi oreja izquierda. Di un salto y me volví para ver unos ojos verdes que me estaban interrogando. Estaba arqueando las cejas. No sabía qué quería decir la expresión de su cara realmente. ¿Curiosidad? ¿Sarcasmo? Sentía cómo poco a poco me iba ruborizando—. Ni tampoco respiras. —Por el tono de su voz, definitivamente estaba siendo sarcástica—. Por Dios, Les, respira antes que te desmayes. —Cogió mi copa de vino y me la puso en la mano—. Toma, bebe algo. —Echó un trago y ella se acercó para

asegurarse de que nadie más iba a oírla—. Bueno, bueno, bueno... murmuró—. Dime, ¿es tu tipo? —Sólo en mis sueños —dije entre dientes. No estaba segura de si Sara me había oído o no. Eché otro trago y por poco me atraganto cuando Sara me dio un codazo. Sonriendo Con dulzura, ladeó la cabeza en dirección a Michelle, cuando le dirigí una mirada reprobadora. Me volví y vi que Michelle se había dado la vuelta, centrando su atención en nosotras dos. — ¿Cómo sabías que no éramos de aquí? —Sara se acercó aún más a la mesa, inclinando su torso hacia mí para que Michelle pudiese oírla con claridad. —No tenéis acento —respondió Michelle. Después comenzó a hablar con un deje sureño. A la mayoría de la gente de por aquí se le nota que es de Atlanta cuando habla. — ¿Y tú? Tú tampoco tienes acento. —En realidad soy de Phoenix. Vine a estudiar aquí y todavía no he encontrado una buena razón para marcharme. Las dos se pusieron a charlar y a reír durante un rato. Yo estaba ausente, apenas las escuchaba, mientras las miraba alternativamente, primero a una y luego a la otra. Me estaba fijando en el perfume de cada una, en su risa, en sus ojos... Me bebí la copa con calma, sintiéndome aliviada por disponer de un momento para recuperar la compostura. Entonces me atraganté literalmente al oír la pregunta de Michelle. — ¿Vosotras dos no sois pareja? Comencé a toser haciendo mucho ruido y negué enérgicamente con la cabeza, mirando a Sara con desesperación, que se estaba tomando la pregunta con mucha calma. —No, sólo somos amigas. —Empezó a darme palmaditas en la espalda y me miró con expresión burlona—. ¿Estás bien? —Sí, estoy bien —respondí, esforzándome al máximo por aparentar tranquilidad.

— ¿Habéis dejado a alguien especial en casa antes de veniros a Atlanta? Sara carraspeó y negó con la cabeza. Yo sólo dije que no. —Bien —fue su respuesta, La miré despacio para asegurarme. Sí, definitivamente aquello iba por mí. Algunos amigos de Billy escogieron aquel momento para irrumpir en la mesa y nos distrajeron de nuestra conversación. La música cambió del country a una canción disco muy popular y todo el mundo abandonó las mesas para lanzarse a la pista de baile. Michelle se acercó más a mí, escudriñándome con los ojos. — ¡Por fin! Odio la música country—dijo sonriendo. Cuando asentí con la cabeza, me cogió de la mano—, Ven a bailar conmigo. De pronto se apoderó de mí una sensación de pánico. ¿Bailar? Vacilé un poco antes de contestar: —Bueno, no sé... No creo que haya bebido lo suficiente como para empezar a hacer el ridículo —bromeé, sabiendo que aquella excusa no iba a servir. Sonrió de todas formas y luego chasqueó los dedos como si se le acabase de ocurrir una gran idea. —No te vayas; por suerte, esta canción es muy larga. —Se levantó de un salto y se encaminó hacia la barra. — ¿Adonde ha ido? —Sara interrumpió su otra conversación para hacerme la pregunta. -—A buscar una bebida, — ¿Va a volver? —No lo sé. —Alcé la vista y vi a Michelle alejarse de la barra con una copa de vino en la mano. Levantó la copa y me sonrió cuando vio que la estaba mirando—. Creo que sí. —Vaya, vaya... ¡Qué rápida eres! —bromeó Sara justo cuando Michelle depositaba la copa en mi mano extendida.

Michelle se quedó de pie junto a la mesa, mirándome. —Muy bien, bébetela. Yo ya he hecho mi parte. —Suspiré y eché un trago largo—. Venga, la canción está a punto de acabarse. —Luego miró a Sara un instante—. No te importa, Sara, ¿verdad que no? —Por supuesto que no —respondió con su amable voz de mujer de negocios. ¡Pues, claro que no le importa! ¿Por qué habría de importarle? La miré un momento y me encogí de hombros antes de seguir a Michelle hasta la pista de baile. Aquella situación me daba muchísima vergüenza. Tardé unos minutos en adaptarme, moviéndome en un vaivén muy simple, mientras observaba a la mujer que tenía ante mí. Me sorprendió descubrir que era unos centímetros más baja que yo. Era robusta, pero pequeña. No podía contenerme, así que tuve que preguntárselo. — ¿Por qué me has pedido a mí que baile contigo y no a Sara? Ladeó la cabeza ligeramente. —Por dos razones. La primera, no me lío con heterosexuales. Me quedé perpleja. — ¿Y cómo sabes que es heterosexual? Se encogió de hombros. —Tengo un sexto sentido para esto. No me digas que tú no lo tienes... —Tienes razón, normalmente lo tengo, —Nos movimos un poco por la pista antes que me echase a reír y me acercase más a ella—. Pensé que tal vez habías venido a la mesa para conocerla. — ¿Ah, sí? ¿Y entonces por qué estoy bailando contigo? Me encogí de hombros. — ¿Porque eres demasiado tímida para hablar con ella directamente?

—Me parece que te equivocas... —Sacudió la cabeza y se rió—. Te aseguro que si quiero hablar con una mujer, no suelo irme a bailar con otra para reunir el valor suficiente. Le dirigí una mirada suspicaz, como tanteándola. —No, me imagino que no —-dije riendo—. ¿Cuál es la segunda razón? —pregunté. Me respondió algo, pero no la oí. — ¿Cómo dices? —Comencé a gesticular para indicarle que no la oía. Michelle levantó las manos para sujetar las mías y me atrajo hacia sí. -—Porque me pareces una mujer muy atractiva. Nerviosa, miré en otra dirección y descubrí por casualidad la mirada atenta y vigilante de Sara. Ya no volví a mirar a la mesa. Continuamos bailando. Al principio, me sentía insegura, tratando de seguir el ritmo. Caí en un suave movimiento de lado a lado. Sintiéndome rígida y extraña, me concentré en el cuerpo de Michelle. La música era ligera y sensual, y los movimientos de ella la acompañaban a la perfección. Se estaba riendo y disfrutando del momento; bailaba muy bien. El simple hecho de mirarla era algo inspirador y seductor a la vez. Esbocé una sonrisa de felicidad que fue correspondida por otra amplía y sincera, y por un movimiento especialmente cautivador. Como por arte de magia, el resto de la gente de la sala desapareció. Por un instante me detuve y di un paso atrás, colocando ambas manos en las caderas. Ella se reía, mientras yo observaba sus movimientos. Continué mirándola, sintiendo la música y me acerqué a ella. Entonces se inició el auténtico baile. Seguí sus movimientos, deleitándome en mi capacidad de seguirla. Aquello era increíblemente estimulante. Me reí cuando arqueó las cejas y sonrió abiertamente. — ¡Sabes bailar! —exclamó, sorprendida. Su comentario no me ofendió lo más mínimo.

No nos perdimos ni una sola nota cuando cambió la canción, siguiendo otro ritmo igual de popular que el anterior, pero más rápido. La canción expresaba seducción, pasión y una pizca de obscenidad. Nuestros movimientos reflejaron el cambio. Ahora era Michelle quien había dado un paso atrás para observarme. Sonrió, se mordió el labio inferior y se acercó a mí de nuevo para seguir mi ritmo. Primero se puso delante de mí, luego detrás, casi rozándome con su cuerpo. Estaba jugando y provocándome. A veces seguía mis movimientos y otras hacía todo lo contrario. Continuamos jugando, sonriendo, riendo... casi envolviéndonos la una a la otra, siempre a punto de rozarnos, pero sin acabar de tocarnos. Nuestros cuerpos reaccionaban y seguían el juego, con suavidad, con sutileza, con descaro y con avidez. La canción terminó, fundiéndose con otra nueva, como de costumbre. El disc-jockey saltó a la pista para anunciar un nuevo espectáculo de drag queens. Michelle lo abucheó con fuerza y se volvió hacia mí, haciéndome una especie de reverencia. — ¡Podría haber bailado contigo toda la noche...! —exclamó antes de darme un rápido abrazo en señal de agradecimiento. —Me lo he pasado muy bien. Ya nunca bailo de esta manera. — Estaba siendo completamente sincera, deseando que la música no hubiese terminado. Siguiendo un impulso muy poco habitual en mí, le planté un beso rápido en la mejilla. Estaba agotada, pero era feliz. —Entonces, ¿volverás otra noche? —La multitud estaba abandonando la pista, dejando sitio para el espectáculo. —Claro que sí, me encantaría. Billy nos llamaba desde la mesa. Se había puesto a silbarnos, señalándonos, chillando y dando pitidos. Luego, él y Michelle comenzaron a gastarse pequeñas bromas, mientras yo me iba sonrojando y la realidad se hacía presente. No me atrevía a mirar a Sara a los ojos cuando me senté en la silla que había a su lado. ¿Qué debe de estar pensando?

—Vaya, desde luego no bailaste así en la fiesta de Navidad del año pasado. -—La voz de Sara tenía un ligero aire socarrón. Emití un gruñido en mi interior y la miré a los ojos, preparada para aguantar una nueva avalancha de sarcasmo. Me estaba sonriendo por encima del borde de la copa de vino, arqueando una ceja. —Hacía años que no bailaba así. —Estaba a la defensiva, me sentía vulnerable y terriblemente incómoda. —Entonces deberías hacerlo más a menudo. ¿Era eso un cumplido? Sacudió la cabeza con lentitud y chasqueó la lengua. —No tenía ni idea —dijo pensativamente. ¿Qué había querido decir con aquello? Noté el contacto de una mano cálida sobre el codo, me volví y me encontré con los ojos negros de Michelle a escasos centímetros de los míos. —Se está haciendo muy tarde. Mañana tengo que trabajar, así que me voy. —Mmm... —dije mirando mi reloj. Era casi la una—. Sí, seguramente nosotros también nos iremos. —Ahora había dejado la mano en mi antebrazo. — ¿Me dices en qué hotel te hospedas? Tenemos una cita, ¿verdad? —-lanzó una sonrisa esperanzada. —Por supuesto. En el hotel Ritz de Buckhead. — ¡Oh! Muy bonito... —exclamó en tono burlón—. ¿Y tu número de habitación? Me reí un poco incómoda. —No suelo dar mi número de habitación... ¡Cómo si tuviera tantísimas ocasiones de darlo! —Lo entiendo. Entonces te llamaré, ¿vale? —Perfecto, Gracias de nuevo por el baile y la copa.

—Ha sido un placer. —Me apretó la mano y me dedicó una sonrisa de despedida antes de decir adiós a Sara y a Billy, y de echarse a andar hacia la puerta principal, saludando a todos mientras se marchaba. El camino de vuelta a Buckhead fue relativamente tranquilo; Billy monopolizó casi toda la conversación. Traté de no sentirme demasiado violenta, mientras contestaba con evasivas sus preguntas sobre Michelle. Sara permaneció en silencio, algo muy poco habitual en ella.

Sara también estuvo literalmente ausente al día siguiente. Acerque mi oreja a la puerta de su habitación, esperando que el silencio del otro lado no significase nada, pero no apareció después del desayuno. Hasta pasado el mediodía, no me tropecé con Billy y éste mencionó que había cogido el vuelo de la mañana hacia Boston para pasar el fin de semana. No creo que Billy advirtiese mi ansiedad o mi confusión. Dios santo. La noche anterior debió de haber sido demasiado para ella. Esta vez sí que la has jodido, Les, me regañé a mí misma. ¿Joder el qué? ¡Cómo si hubiera algo que joder...! —Pero he visto a Michelle —me dijo Billy—. Quería llamar a tu hotel, pero no sabía tu apellido. He hecho bien en dárselo, ¿no? —Sí, claro. -—Mis pensamientos se concentraron ahora en Michelle y decidí que si había algún mensaje para mí en el hotel, no me molestaría en regresar a Boston ese fin de semana.

6

No me llevé ninguna decepción. Michelle había dejado un mensaje justo después de las tres y le devolví la llamada casi inmediatamente. Quedamos en que pasaría a recogerme para ir a cenar a las siete y media, y comencé a tararear una Canción en cuanto colgué el auricular. Visto que todavía faltaban dos horas para la cita, comencé a pasearme, hecha un manojo de nervios, arriba y abajo por la habitación, preguntándome qué haría mientras esperaba. Decidí llamar a Susan. A pesar de que se quedó un tanto decepcionada al saber que no iba a ir a Boston aquel fin de semana, se alegró mucho cuando le conté lo de Michelle. —Estás hecha una golfa —bromeó. —Es una maravilla, Susan. — ¿Es mi tipo? —Es tu tipo y es mi tipo. —Continuamos charlando un rato y, antes de colgar, le prometí que le contaría todos los detalles. Esperé hasta las siete y media en punto para salir de la habitación y dirigirme hacia los ascensores. Michelle estaba sentada en una silla en un rincón del vestíbulo y comenzó a sonreír cuando vio que me acercaba. Respiré hondo, preguntándome cómo lo hacía para estar aún más guapa de lo que la recordaba. Llevaba puestos unos pantalones negros y una camisa de algodón blanca de manga corta. Su pelo corto y grueso parecía salvaje, como si sólo se hubiese peinado con los dedos. Una fina, cadena de oro brillaba en su escote. —Hola. —Sonrió mientras levantaba su pequeño cuerpo de la silla.

—Hola. —Tragué saliva, rezando para que mi nerviosismo pasase inadvertido ante sus ojos. Me condujo hasta el exterior del hotel y hacia la brisa vespertina, hablando tranquilamente mientras caminábamos. Acabamos en un pequeño restaurante italiano en el centro de Atlanta, donde el aroma de las especias y el ajo era casi tan embriagador como la botella de vino tinto que compartimos. No tenía por qué estar nerviosa. Michelle era encantadora y muy divertida, y estaba haciendo todo lo posible para que no me sintiese incómoda ni violenta. Se pasó la primera hora contándome historias divertidísimas sobre sus primeros años de facultad en el Estado de Georgia. Me di cuenta, cuando la estaba escuchando, de que había habido una época en mi vida en que la habría considerado demasiado animada y demasiado sociable para mi gusto. Sin embargo, ahora me parecía una criatura increíblemente atractiva. — ¿Qué has hecho desde entonces? —le pregunté—. Desde la facultad, me refiero. Arrugó la nariz y se le formaron unos hoyuelos en la mejilla. —-Todavía no he decidido lo que quiero hacer. Tengo un título de Educación Física. —Sonrió y bajó el tono de voz—. No hagas ningún chiste sobre entrenadoras marimacho, ¿vale? Me eché a reír. —Durante un tiempo pensé en la enseñanza, pero me molesta pensar en tener que volver a meterme dentro del armario, ¿sabes !o que quiero decir? —Sí, claro que lo sé. —De momento me estoy divirtiendo y esperando el momento oportuno mientras pueda permitírmelo, pero tendré que decidirme tarde o temprano. —Dio un sorbo a su copa y prosiguió—: Ahora mismo estoy trabajando media jornada para ir tirando. Sirvo en la barra de la discoteca donde nos conocimos la otra noche y también doy clases de golf en un club local.

— ¿Das clases de golf? —pregunté con entusiasmo. Me encantaba el golf. —Seis días a la semana —asintió—. ¿Tú juegas? —No muy bien y sólo de vez en cuando, pero me encanta el golf. — ¡Bien! Entonces, a lo mejor querrás jugar conmigo mientras estés aquí. —Me encantaría. —Miré las pequeñas manos que rodeaban con soltura la copa de vino. Mis ojos se desplazaron por su antebrazo y se detuvieron en los músculos suavemente perfilados. Me pregunté cómo no me había dado cuenta de ello antes. —Cuéntame cómo conociste a Billy —le dije. —Solía ir al gimnasio de mi facultad cuando yo era ayudante de departamento. —Entonces, ya hace mucho tiempo que lo conoces. Se encogió de hombros. —Sólo un año y medio.

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Hice unos rápidos cálculos mentales y me quedé algo confundida. ¿Hacía sólo un año y medio que había dejado la Facultad? De pronto caí en la cuenta. Entrecerré los ojos y me incliné hacia delante. — ¿Cuántos años tienes? Si no te importa que te lo pregunte... Sonrió algo tímidamente. —Veintitrés. El mes que viene. — ¡Ajá! —solté—. ¡Eres una cría! —Venga ya, veintidós años no es ser tan joven. ¿Cuántos años tienes tú? Hice una mueca y sacudí la cabeza, envidiando a Michelle aún más. Con razón parecía tan despreocupada...

—Cumpliré treinta y cuatro antes que acabe el año. — ¡Ooh! ¡Una mujer mayor! —se echó a reír y movió las cejas con gesto divertido. Me quedé horrorizada. —No soy una mujer mayor... —Pues, yo tampoco soy ninguna cría. Me eché hacia atrás un momento y sonreí, completamente hechizada por aquella mujer. —Touché —repliqué y me vi recompensada por su risa ronca. Nos quedamos hablando mientras tomábamos el café y el tiempo se nos pasó volando. Eran las diez y media pasadas cuando Michelle hizo un gesto de sorpresa. —No puedo creer que sea tan tarde. —Nos hemos pasado horas y horas hablando. Sonrió, apoyando la barbilla en los nudillos de su mano izquierda y sus ojos negros me miraron directamente. —Contigo se puede hablar. —Y contigo también. —Sentí el nerviosismo de los primeros minutos apoderarse de mí otra vez. Dio un profundo suspiro, parecía cansada. —Odio tener que decir esto, pero mañana tengo una clase de golf á las seis y necesito dormir un poco. —Entonces deberíamos irnos. Asintió con la cabeza y pagó la cuenta antes de acompañarme hasta la puerta. Permanecimos casi todo el tiempo en silencio en el camino de vuelta a Buckhead. Cuando llegamos a mí hotel, paró el coche al final del camino circular y detuvo el motor, volviéndose hacia mí mientras apagaba las luces.

El estómago comenzaba a darme vueltas. Sin mirarme a los ojos, extendió el brazo para coger mi mano izquierda y ponerla entre las suyas. Empezó a trazar las líneas de la palma de mi mano durante unos momentos antes de alzar la mirada. Me fijé en sus ojos, más oscuros que apenas minutos antes. -—No quiero darte las buenas noches. Tranquilízate, Les. —Me lo he pasado muy bien, gracias. Me miró en silencio y luego arrugó la nariz. — ¿No me vas a invitar a que suba a tu habitación? —preguntó esperanzada, casi tímidamente. —Tienes una clase de golf a las seis —le recordé, sorprendida por el tono tranquilo de mi voz. Parecía que estaba un poco decepcionada, pero se recuperó enseguida. —Oye, podríamos jugar a golf mañana por la tarde, ¿qué te parece? ¿Y tal vez ir a bailar mañana por la noche? ¿Qué dices? —Sí—respondí sin dudarlo. Parecía aliviada. —Vale, ¿qué tal si quedamos a las dos? Trabajo hasta el mediodía. —Me parece perfecto. —Bien. —Con cierta torpeza, dudó un momento antes de acercarse y apretar sus labios contra mi mejilla. Luego se echó un poco hacia atrás, lo justo para mirarme a través de sus pestañas. La miré mientras cerraba los ojos y se acercaba de nuevo, esta vez apretando sus labios contra los míos. Fue un beso lento y suave, con sabor a especias y a vino. Se apartó de mala gana, con los ojos todavía entornados. —Nos vemos mañana —se despidió, suspirando de nuevo.

—De acuerdo. —Salí del coche, cerré la puerta con fuerza y me incliné para asomarme por la ventanilla bajada—. Gracias otra vez. Buenas noches. —Buenas noches. —Sonrió mientras ponía en marcha el motor y metía la primera, saludando un momento con la mano antes de desaparecer en la carretera.

Michelle llegó puntual como un reloj a nuestra cita del día siguiente y estaba preciosa con la ropa de jugar a golf. Tardamos más de media hora en llegar al club donde daba clases y, al llegar, me equipó con los palos y los zapatos adecuados. — ¿Cuánto tiempo crees que vais a estar trabajando aquí en Atlanta? —me preguntó. —Al principio calculé que unos tres meses, pero ahora creo que van a ser cuatro. Nos atamos los cordones de los zapatos y nos dirigimos hacia el punto de salida. Michelle se ofreció para ir a por un coche, pero le dije que prefería ir andando. Me divertía el sonido de los clavos de los zapatos al chocar contra el pavimento y sonreía mientras oía aquel curioso ruido al cruzar el puente que iba de la recepción al campo. Eran más de las tres y allí no había casi nadie. Los primeros minutos sentí cierta vergüenza, pues hacía años que no cogía un palo de golf; pero Michelle se mostró muy paciente conmigo, animándome y dándome consejos continuamente. Tenía mucho estilo y enseguida sentí profunda admiración por su talento. — ¡Caramba! ¿Dónde has aprendido a golpear la pelota de esta manera? —exclamé después de un golpe particularmente espectacular. Esperó hasta que la pelota aterrizó en el fairway, a más de ciento ochenta metros de distancia, antes de contestarme. —Cuando era pequeña, mi padre solía llevarme al campo de golf a practicar casi todos los días. —Guardó el palo de madera y se echó la

bolsa al hombro mientras nos dirigíamos adonde estaban las pelotas—. Solía decir que no había nada mejor que el sonido de un golpe magistral. Chasqueé la lengua. — ¿Estáis muy unidos, tú y tu padre? —Llegamos hasta mi pelota y dejé la bolsa en el suelo—. ¿Qué palo tengo que usar ahora? Miró hacia el hoyo y sacudió la cabeza. —Vas a necesitar el de hierro número tres. —Seguramente no iba a alcanzar el green ni con el tres. Dio un paso atrás y esperó en silencio a que yo le diese a la pelota. Fue toda una sorpresa para mí cuando ésta cayó a menos de un metro del agujero. Me volví hacia Michelle y sonreí. —No ha sido un golpe magistral exactamente —dije—, pero no ha estado mal del todo. Se rió y echó a andar de nuevo. —Bueno, dime: ¿tú y tu padre estáis muy unidos? —le pregunté de nuevo, para reanudar la conversación. Dejó pasar unos segundos antes de contestar. —Ya no. —Su voz era rotunda y triste a la vez—. Es político, de ámbito local, concejal del ayuntamiento y ese rollo —explicó—, No le entusiasmaba que su hija fuese, bollera y todo eso. Me envió aquí a estudiar y no he vuelto desde entonces. Tenemos una especie de acuerdo; él me envía un cheque bien abultado cada mes y yo no aparezco por allí. —Se encogió de hombros—. Supongo que no volveré a ver a mi familia de nuevo hasta que se retire. Se me encogió un poco el corazón. —Lo siento—le dije. —No, no lo sientas —respondió mientras sostenía el palo de hierro junto a la pelota, que estaba en el rough. La pelota se elevó en el aire, salió disparada en dirección al objetivo y aterrizó a escasos

centímetros del hoyo. Michelle hizo una mueca y me miró—. ¡Casi! —exclamó; después se acercó a la pelota y la metió en el agujero. La observé mientras se agachaba para recoger la pelota y se detuvo cuando vio que la estaba mirando. Se incorporó y me miró fijamente. —Ya no me importa, de verdad. Además, si no fuese por él, no podría llevar este tipo de vida. —Levantó los brazos y señaló el campo de golf que nos rodeaba. Cambié de tema mientras me concentraba en mi siguiente golpe. La pelota se deslizó por el suelo y dio un bote, pasó de largo por el hoyo y se desvió de su trayectoria inicial hacia la derecha. Me sentía frustrada. Después de dos golpes, logré meterla en el hoyo. Al terminar los dieciocho hoyos, estaba un poco decepcionada por mi score. Era casi el doble de los golpes que había lanzado Michelle. —Tal vez deberías pensar en que te dieran unas cuantas clases particulares —dijo sonriendo mientras yo me desataba los cordones de los zapatos en el club vacío. Me reí. —Sí, tal vez debería hacerlo. —Yo doy clases muy particulares, ¿sabes? —dijo en tono risueño, como en un susurro. Dejé lo que estaba haciendo y la miré; su repentina insinuación me había cogido por sorpresa. Abrí un poco la boca al mirarla; ella sonrió de nuevo y se inclinó para cubrir mi boca con la suya en un beso breve e intenso. Miré a mi alrededor con precipitación para asegúrame de que nadie había oído aquel sonoro beso, lo que provocó su risa ahogada de nuevo. —No te preocupes; aquí, todo el mundo me conoce muy bien. Continué desatándome los cordones y pensé con detenimiento en lo que me acababa de decir. Haciendo uso de mi mejor acento sureño, le pregunté:

—Usted se suele traer a un montón de chicas aquí, ¿verdad, señora? — ¡Por Dios!, usted es la primera. Se lo juro. —Y comenzó a mover las pestañas, imitando a las bellezas sureñas de las películas. Le lancé una mirada suspicaz y recuperé mi tono de voz —Sí, claro, y yo me lo creo. Después de una breve cena en un restaurante local, cogimos el coche para ir a la discoteca gay. Intenté convencer a Michelle de que debía regresar al hotel para cambiarme de ropa, pero insistió en que no hacía falta. —Además, si vamos a tu habitación, es posible que no quiera salir de ella—me dijo con dulzura antes de acercarse a mí y cogerme de la mano suavemente. Sus insinuaciones seguían cogiéndome desprevenida, a pesar de que cada vez eran más frecuentes. Todavía era temprano cuando llegamos al local. Sólo eran las nueve y estaba muy tranquilo. No sonaba ninguna canción y lo único que se oía era el parloteo, las risas y el tintinear de las copas. Nos sentamos en una mesa que había junto a la pista de baile, las luces estaban apagadas y pronto descubrí que, al parecer, casi todo el mundo conocía a Michelle. Era aún más popular que Billy la otra noche y de pronto me vi rodeada de un grupo de hombres y mujeres. Michelle me presentó a todos, mientras las bromas, las risas y el alcohol continuaban fluyendo. En las dos horas siguientes, el local fue llenándose de gente hasta estar repleto, incluso más que el jueves anterior. A las once en punto se encendieron las luces de la pista de baile, los altavoces cobraron vida y las drag queens dieron comienzo a su espectáculo. Me divertí muchísimo. A las doce, el espectáculo terminó y comenzó el baile. Michelle y yo bailamos sin parar durante una hora entera antes de regresar a nuestros asientos, cansadas y sudorosas. Michelle pidió otra ronda para nuestra mesa y yo me terminé la copa muy rápido. —Estoy agotada —dije a voz en grito para que pudiese oírme.

Me puso la mano en la cadera y acercó la cabeza a la mía para oírme. —-Yo también —dijo sonriendo mientras daba un sorbo a su copa, pero no apartó su mano de mi cadera. — ¿Trabajas aquí a menudo? Asintió con la cabeza. —-Normalmente, tres o cuatro veces por semana. Mañana por la noche me toca trabajar. De pronto apareció ante mí una nueva copa de vino, por cortesía de uno de sus amigos. Di un sorbo, consciente de que ya había bebido bastante y de que estaba cometiendo una imprudencia y así se lo dije a Michelle. — ¿Y eso es bueno o malo? —Creo que malo. No soy una buena bebedora. — ¿Dices esto porque te sienta mal o porque pierdes el Control? Su espontaneidad me había dejado atónita y me eché a reír. — ¿Tú qué crees? Ladeó la cabeza y me dedicó una sonrisa. Sus ojos volvían a estar más oscuros que nunca. Bajé la mirada hasta sus labios y observé como bebía de su copa con lentitud mientras me estudiaba. Se mojó los labios con la lengua un instante y entonces decidí que quería esa boca para mí. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez... Se acercó aún más hasta estar apenas a unos centímetros de mi cara, con sus ojos mirando directamente a los míos. —Creo —comenzó a decir— que es porque temes perder el control y no confías en ti misma cuando eso ocurre. La miré fijamente a los ojos, embelesada. Notaba cómo los efectos del alcohol se iban apoderando de mi cuerpo. Tenía razón, por supuesto, pero no le contesté. No podía contestarle, estaba

totalmente ensimismada en sus ojos, en su boca y en sus ojos de nuevo... En su boca... — ¿Pierdes el control alguna vez, Leslie? —Apenas oía su voz, pero sabía perfectamente lo que acababa de preguntarme. Mis ojos se detuvieron en los suyos, buceando en ellos. Sabía que estaba absorbiéndome, provocándome... pero no me importaba. Sin darme cuenta de lo que hacía, la cogí de la nuca y la atraje hacia mí hasta que mis labios cubrieron los suyos. Esta vez no fue un beso suave, sino que nuestras bocas se unieron apasionadamente, y nuestras lenguas se entrelazaron en un fuego voraz. Deslicé mis dedos por su pelo grueso y los enrosqué mientras la acercaba a mí más y más... Nuestro beso terminó tan bruscamente como había empezado y nos quedamos mirando la una a la otra antes que me lanzara una sonrisa cargada de ironía. —Bueno, supongo que lo pierdes —se limitó a decir. De vuelta a la realidad, me ruboricé y comencé a mirar a , mi alrededor frenéticamente, a sabiendas de que al menos una docena de sus amigos había visto aquel beso. Nos fuimos pocos minutos después y salí con paso vacilante hacia el aparcamiento, sintiéndome un poco borracha y sabiendo que me iba a regañar a mí misma por la mañana. Me rodeó con el brazo mientras echábamos a andar y me apoyé un poco en su hombro. Llegamos a su Volkswagen y me dio la vuelta con cuidado hasta estar cara a cara, agarrándome las manos y colocándolas en sus caderas. Me cogió y me empujó hacia atrás con, delicadeza hasta que estuve completamente apoyada en la puerta del coche. Sentí una especie de huracán vertiginoso cuando comenzó a besarme, oprimiendo todo su cuerpo contra el mío, pegadas la una a la otra. Nuestras bocas estaban abiertas, succionándose y explorándose mutuamente hasta que yo no pude concentrarme en nada más. Entonces, su mano se deslizó hasta mi pecho y jugueteó con mi camisa. Todo mi cuerpo cobró vida de repente mientras unas sacudidas eléctricas lo recorrían y lo convulsionaban. ¡Dios mío!.

Me flaqueaban las rodillas, pero Michelle me sujetó y me levantó con un brazo, colocando su pierna entre las mías y haciendo más presión. Mi respiración era cada vez más agitada mientras Michelle seguía provocándome. Ahora había puesto la boca en mi nuca... me mordía, me chupaba y hacía que un cosquilleo salvaje me recorriese de arriba abajo la espina dorsal. ¡Dios mío! ¡Dios mío...! — ¿Michelle? Oí una voz masculina que me resultaba familiar y me puse rígida instintivamente. Me agaché un poco de modo que Michelle se quedó de pie ante mí, rodeándome todavía con el brazo mientras se volvía hacia aquella voz. —Me había parecido que eras tú... —Reconocí la voz; era Billy— ¡Vaya! Lo siento, cariño, no me había dado cuenta... —Desde luego, tienes el don de la oportunidad —le respondió Michelle sarcásticamente y con la voz ronca. Me asomé por encima del hombro de Michelle y me encogí un poco al ver cómo Billy abría la boca, estupefacto. — ¿Leslie? —-Hola, Billy —lo saludé tímidamente. — ¡Oh! Lo siento. —Unió las dos manos en señal de disculpa—. No era mi intención interrumpiros. —Dio un paso atrás—. Haced como que no estoy aquí. —Sonrió incómodo y se dio la vuelta. Lo vimos alejarse antes que Michelle se volviese hacia mí. —Tendríamos que irnos —sugerí, y asintió con la cabeza. —Siento lo de Billy —me dijo una vez de vuelta al hotel, cuando habíamos aparcado el coche en el camino circular, —No ha sido culpa tuya, no lo sientas. —Ya había recobrado el sentido y había perdido la sensación de vértigo. Sabía que Michelle estaba decepcionada, pero no podía ; evitarlo. No me pidió que la

invitase a subir, sino que me dijo que le gustaría verme al día siguiente, pero que tenía que trabajar. — ¿Qué me dices del lunes? Negué con la cabeza con gesto pesaroso. -—Trabajo hasta tarde, no sé a qué hora acabaré. — ¿Y el viernes? —Si no me voy a casa a pasar el fin de semana... —dije riendo-—. Desde luego, eres muy persistente. —Sólo cuando merece la pena serlo —replicó. La besé suavemente y le di las gracias antes de despedirnos.

Me pasé casi todo el domingo nadando y haciendo él vago en la piscina. Me desperecé bajo el sol y comencé a meditar. La noche anterior me había dejado con una frustración sexual importante. Casi había olvidado lo que se sentía, pero aquella sensación me acompañó durante todo el día, aquel dolor fastidioso que no desaparecía. Me di el lujo de repetir en mi mente los sucesos de la noche anterior, paladeando el recuerdo de la boca de Michelle y la sensación de sus manos expertas. Podía decirse que Michelle sabía lo que hacía, me decía a mí misma con regocijo, suponiendo que los escarceos sexuales no eran nada raro en su vida. Me imaginé que seguramente había tenido un promedio muy elevado de amantes en su joven vida, mientras que yo, en cambio, nunca había sido capaz de soltarme y disfrutar del sexo con alguien, a menos que estuviese enamorada de ese alguien. Si bien una parte de mí estaba orgullosa de aquel hecho, había otra voz en mi interior que a veces gritaba y luchaba por aflorar a la superficie y descubrir qué era lo que se sentía siendo irresponsable y despreocupada. Imaginé cómo sería acostarse con Michelle, estremeciéndome un poco mientras estaba allí estirada en la tumbona. Me incorporé y hundí la cabeza en los brazos.

Sabía perfectamente hacia dónde conducía aquella nueva relación. Sabía con certeza que no íbamos a enamorarnos con locura y vivir el resto de nuestras vidas juntas. Estaba segura de que Michelle no iba en busca de aquel tipo de relación, igual que sabía que, para mí, era más pura atracción física que otra cosa. De momento. Era maravilloso sentirse deseada, simple y llanamente. Sobre todo, deseada por una mujer tan joven y atractiva como Michelle. La cuestión era si podía mantener una relación sexual con Michelle sin involucrarme a nivel emocional. Al fin y al cabo, regresaría a Boston al cabo de un par de meses. Lo último que quería era echar de menos a alguien en la distancia. Continué dándole vueltas a aquello durante varios minutos hasta llegar a la conclusión de que mi corazón estaba bastante a salvo con aquella chica, pero también sabía que sólo había un modo de averiguarlo. Me prometí a mí misma que me dejaría llevar un poco, me divertiría y disfrutaría de Michelle tanto como pudiese. Hacia las cuatro decidí que ya había tomado el sol lo suficiente y me dirigí a mi habitación. Comencé a pensar en la cena y decidí que quizá pasaría algún tiempo escribiendo cartas esa noche. Entré en la habitación y me dio la bienvenida la fragancia de unas flores recién cortadas. Encima de la mesa había un enorme ramo de rosas, claveles y gypsophilae. Sonreí y me acerqué a ellas para inclinarme y oler su aroma. Había un sobre con una pequeña tarjeta metida en el ramo, la saqué y me dispuse a leerla. Tan sólo había un nombre escrito: Michelle. Se me iluminó la cara y me complació saber que ella también estaba pensando en mí. Decidí llamarla por teléfono para darle las gracias, esperando encontrarla antes que saliese de casa para ir a trabajar. Estaba de suerte. —Son preciosas. Muchas gracias —le dije cuando se puso al auricular. —De nada. —Oí la sonrisa en su tono de voz. — ¿Cuándo tienes que irte a trabajar? —La verdad es que estaba a punto de salir ahora mismo.

—Oh, entonces te dejo. Sólo llamaba para darte las gracias. —Muy bien. —Se quedó pensativa un instante—. Escucha, si no haces nada más tarde, ¿por qué no te pasas por aquí? La cosa suele estar bastante tranquila los domingos por la noche y podrías hacerme compañía. —Mañana tengo que trabajar —le respondí. —Bueno, en ese caso... pero que conste que lo he intentado. ¿Puedo llamarte antes del viernes? —Claro que sí. —Entonces lo haré. Hasta pronto. Nos despedimos y colgué el teléfono, sintiéndome un poco deprimida. ¿Y qué esperabas? ¿Que se tomase la noche libre? Me duché y llamé al servicio de habitaciones. Mientras veía la televisión y escribía cartas, el aroma de las flores me llegaba de vez en cuando flotando en el aire. A las nueve decidí que ya había tenido bastante. Me cambié deprisa y llamé a un taxi. Eran casi las diez cuando llegué al bar. Uno de los camareros estaba anunciando que era la última oportunidad de tomar una copa y fui de sala en sala, sin saber adónde me dirigía ni si la encontraría. Al final, la vi en la sala grande que daba a la pista de baile. Me detuve en seco al verla, maravillada de nuevo por su belleza impactante. Estaba detrás de la barra, apoyada sobre el mostrador y limpiando distraídamente el interior de un vaso con un trapo. Llevaba arremangados los puños de su camisa blanca de manga larga, de forma que dejaban al descubierto sus brazos. Una pajarita negra abrazaba su cuello y hacía juego con un chaleco corto del mismo color, Estaba mirando indolente a dos parejas de la pista de baile que se movían al son de una lenta canción de amor. Me deslicé por la barra hasta llegar donde estaba ella. No se había percatado de mi presencia, así que sonreí y me asomé todo lo que pude por encima de la barra. — ¿Todavía tengo tiempo de pedir una copa? —pregunté.

Se volvió sobresaltada, Su sonrisa sorprendida era lo único que necesitaba; cualquier pensamiento que hubiese cruzado mi mente con anterioridad acababa de desvanecerse por completo. —No puedo creerlo. —Se adelantó para cogerme de la mano—. Me alegro mucho de que hayas venido. —Yo también me alegro. Llenó una copa de vino y la hizo resbalar por la barra hacia mí. Luego puso mala cara mientras yo bebía un sorbo. —Es tarde. El local está casi vacío y cerramos dentro de diez minutos. Asentí con la cabeza. —Lo sé. —Tal vez podamos ir a tomar un café —sugirió—. Ya sé que tienes que trabajar mañana; no te retendré hasta tarde. —Arqueó las cejas esperanzada. Mis ojos recorrieron la tez morena de su cara. Llevaba el pelo enmarañado otra vez y le brillaban los ojos. Su boca... me estaba llamando. —Un café no estaría mal —le dije. —Bien. —Cogió un trapo y lo pasó por la superficie de la barra; después se agachó para pasar por debajo de ella y ponerse a mi lado. — ¿Sabes una cosa? —me susurró al oído mientras deslizaba los brazos alrededor de mi cintura—. Me han dicho que el Café de tu hotel es fabuloso. Me reí en voz baja y levanté los brazos .para abrazarla por la cintura. Enterré la cara en su pelo e inspiré hondo. —Tienes toda la razón, es un café estupendo. —Me eché hacia atrás para mirarla a los ojos—. Pero, la verdad es que... —comencé a decir,

tragándome mi nerviosismo— el café que sirven en la cafetería no es ni la mitad de bueno que el que sirven en las habitaciones. Abrió los ojos con gesto sorprendido. Su sonrisa era casi tan radiante como la mía. — ¿El café del servicio de habitaciones, dices? Mmm... ¿Es igual de bueno por las mañanas? —Mejor todavía —le aseguré. —Me muero de ganas de probarlo. —Con una mueca de satisfacción arrojó el trapo sobre la barra, me cogió de la mano y me condujo entre la gente hacia el aparcamiento.

7

Michelle era una amante increíble. A ratos, ardiente e insaciable, y otros, divertida e imaginativa. Apenas dormimos en toda la noche y estaba agotada antes incluso de ir a trabajar a la mañana siguiente. No me había dado tiempo siquiera a sentarme en la silla del despacho cuando Billy asomó la cabeza por la puerta y me dio unos sonoros y risueños buenos días. —Buenos días —le respondí tímidamente al recordar la última vez que lo había visto. —Apuesto a que uno de los dos ha tenido un fin de semana muy agradable. —Sonrió con aire picarón al entrar en el despacho y sentarse luego en una silla. Me ruboricé mientras me esforzaba por buscar una respuesta coherente. —Oye, de verdad que siento lo de la otra noche —prosiguió Billy—. Espero no haber estropeado nada entre vosotras dos. Al final logré recuperar la voz. —Bueno, lo cierto es que conseguimos salvar el fin de semana —le aseguré, manteniendo el tono de mi voz bajo, pero divertido. — ¡Ooh! Me encantaría conocer todos los detalles, pero me temo que traigo malas noticias. Los programadores se han tropezado con algunos problemas este fin de semana. Ha llegado a oídos del abuelo y viene para aquí; quiere verte. —Vaya, hombre, genial. —Puse los ojos en blanco. Lo único que me faltaba.

—Lo siento. —Sacó una pila de informes impresos y los colocó encima de mi mesa—. He pensado que tal vez quieras echarle un vistazo a esto antes que aparezca por aquí. —Gracias. —Les eché una rápida ojeada—. ¿Son de ayer? — pregunté. —Sí. Llámame cuando te hayas puesto al corriente; entonces hablaremos. —Gracias, Billy. —De nada. —Se puso en pie y echó a andar en dirección a la puerta. Estaba a punto de salir de la habitación cuando lo llamé, haciéndole volver. — ¿Sabes algo de Sara? —le pregunté. Negó con la cabeza. — ¿No volvió anoche? ¿Anoche? ¡Dios mío! ¿Era posible que Sara hubiese estado en la habitación de al lado la noche anterior? ¿Y esta mañana? —Espero que no —mascullé en voz alta. — ¿Cómo dices? —Oh. —Hice un movimiento con la mano—. Creo que no. Al menos, yo no la he oído. — ¿Estás preocupada por ella o algo así? —Más o menos. Sí. —Lo miré fijamente—. Sara no se lo tomó demasiado bien cuando le dije que era lesbiana; Me preocupa que se escandalizara la otra noche, cuando fuimos a aquel bar el jueves. —Oh, no creo que tengas por qué preocuparte. Estará bien. —Miró su reloj—. Llegará en cualquier momento. —Titubeó un poco y luego se dirigió a la puerta de nuevo—. Me tengo que ir, querida. Buena suerte con John. De mala gana, lo vi marcharse antes de volver a la pila de papeles que tenía ante mí. Me pasé la hora siguiente asegurándole a John

Austin que todo iba bien, que era normal que la conversión diese algunos fallos, que estábamos cumpliendo con las fechas previstas, que no había motivos para preocuparse y todo eso. No salió de mi despacho hasta que le aseguré que el problema no se solucionaría nunca si me pasaba el día hablando con él en lugar de ponerme a trabajar. Cuando se hubo marchado, miré mi reloj. Eran las diez y media. ¿Dónde estaba Sara? Tenía el presentimiento de que tal vez hubiese decidido abandonar el proyecto y dimitir. Mi ansiedad se fue haciendo cada vez más evidente a medida que me iba convenciendo de que Sara no iba a volver de Boston. Deslicé la silla por el suelo y miré por la ventana hacia el aparcamiento. Hacía un día magnífico. Precioso. Un día perfecto para hacer novillos. Vino a mi mente la risa de Michelle. Era tan dulce... Lo había pasado muy bien con ella aquel fin de semana. Realmente bien. Pensé de nuevo en la posibilidad de que Sara hubiese estado en la habitación contigua la noche anterior. Me concentré tratando de recordar si había oído algún ruido. «Tampoco te habrías dado cuenta», pensé. Me froté los ojos y pestañeé, tratando de quitarme la confusión de encima. No, el silencio de la habitación contigua había sido abrumador durante todo el fin de semana. Tenía la certeza casi absoluta de que Sara no había estado allí. —Parece que te haya pasado una apisonadora por encima. —Sara estaba allí a mi lado, apoyando las manos en el alféizar de la ventana y mirándome. Sonreía como siempre—. ¿Un fin de semana duro? — Arqueó las cejas y se sentó en una silla enfrente de mí, cruzando sus largas piernas a la altura de la rodilla y estirando el dobladillo de la falda que apenas si le cubría los muslos. El tono insinuante de su voz no dejaba lugar a dudas. Vaya, es posible que estuviese en su habitación anoche. Rápidamente, mi nerviosismo dio paso a una mezcla de enfado, alivio y frustración. No estaba de humor para sus comentarios sarcásticos. No respondí de inmediato, sino que esperé hasta contener mi enfado, repasándola de arriba abajo con una mirada desafiante.

—No. —Sabía que mi voz tenía un tono mordaz. Mis ojos perforaban los suyos—. De hecho, no ha tenido nada de duro. Le acababa de marcar un tanto. Sus ojos parpadearon un instante. —No has ido a casa -señaló. —No. —Sabía lo que estaba pensando, lo que estaba insinuando, pero se iba a quedar con las ganas de saberlo—. ¿Por qué iba a querer ir a casa cuando aquí me lo puedo pasar tan bien? —Me puse a reír y cogí uno de los informes, le eché un vistazo y lo arrojé distraídamente al suelo. Lo cierto es que Sara parecía aliviada. —Hemos tenido un pequeño desastre esta mañana y John Austin se ha pasado la última hora aquí, interrogándome sobre los plazos. — ¡Huy! En ese caso, no me extraña que estés de tan mal humor está mañana. — ¿Quién está de mal humor? -—Bizqueé con los ojos y emití un gruñido-—. Muy bien, ya vale. Esto es todo lo que puedo soportar a estas horas de la mañana un lunes. —Me puse en pie y le señalé la puerta—. ¿Por qué no te vas a ver a Billy y a su gente, y nos volvemos a reunir aquí a las once para ver qué hacemos? —Vale, vale... —me respondió; estaba a punto de salir por la puerta cuando se volvió—. Yo... en fin, siento haberme marchado el viernes así, sin avisar. Debería haberte dicho que me iba. Asentí con la cabeza y me encogí de hombros, como quitándole importancia al asunto. —No es que me preocupase por ti ni nada parecido, ni que te echase de menos tampoco. — ¿Ni siquiera un poquito? —inquirió en tono jocoso. —Bueno —admití—, la verdad es que quizás un poquito, sí. Parecía satisfecha y se rió. — ¿Qué te parece si nos vamos a cenar esta noche? ¿Tienes planes?

—No, no tengo ningún plan. Lo de la cena no estaría mal —dije. Sara sonrió e hizo una mueca de satisfacción. Se disponía a salir del despacho cuando la llamé de nuevo-—: Oye, Sara. -¿Sí? — ¿Acabas... acabas de llegar? De Boston, me refiero. Respondió afirmativamente con la cabeza. —He venido directamente del aeropuerto. ¿Por qué lo preguntas? Experimenté una fuerte sensación de alivio. —No, por nada, simple curiosidad... Por su forma de mirarme supe que mi respuesta no la había convencido demasiado. —Sí, claro. Luego nos vemos. —Hizo un movimiento con la cabeza y salió de la habitación. De pronto desapareció la tensión. Desde luego, Sara tenía el don de convertir mi vida en una especie de montaña rusa, pero tenía que admitir que me alegraba de que hubiese vuelto.

Fue un día muy largo. Estuvimos reunidos durante horas, repasando mecánicamente una por una todas las secuencias hasta dar por fin con el fallo y hasta que decidimos una solución. De aquel despacho salió un grupo extenuado, pero satisfecho, cuando ya eran las nueve de la noche pasadas. Hacía horas que no veía a Sara; había asomado la cabeza por mi oficina justo después de las seis para decirme que se iba al hotel y para desearnos suerte. Mientras atravesaba exhausta el vestíbulo del hotel en dirección a los ascensores, pensaba que lo último que quería en el mundo era salir a cenar aquella noche; lo que de verdad me apetecía era un baño de agua caliente y meterme en la cama enseguida.

Cuando estaba intentando abrir la puerta de mi habitación, Sara apareció por la esquina del extremo del pasillo, vestida con una simple camiseta y unos shorts, llevando una cubitera bajo el brazo. — ¡Eh! ¡Has sobrevivido! —exclamó, abriendo mucho los ojos mientras sonreía. —Eso sólo es un decir... —mascullé, tratando de esbozar una sonrisa a medida que se acercaba. Al llegar a mi lado, frunció el ceño. —Pareces agotada. —Lo estoy —admití—, pero creo que hemos localizado todos los errores: lo sabremos mañana por la mañana. — ¡Qué bien! —exclamó—. No has comido, ¿verdad que no? —No, pero me temo que no voy a poder ir a esa cena; estoy muerta. —Pero también debes de estar muerta de hambre. ¿Por qué no hacemos que nos la suban? Tú ve a cambiarte y yo llamaré al servicio de habitaciones y cenaremos juntas, ¿te parece bien? —Sí, claro, muy bien. — ¿Cómo iba a decir que no? Me metí en la habitación, quité el pestillo que impedía el acceso desde la habitación contigua y llamé a recepción para que me dieran los mensajes telefónicos. Michelle había llamado y los de la oficina central también. Los de la oficina central podían esperar. Llamé a Michelle y me llevé una decepción al oír el contestador automático. Le dejé un breve mensaje, agradeciéndole de nuevo el maravilloso fin de semana que habíamos pasado juntas. A continuación, revolví un poco en los cajones y encontré unos pantalones de chándal muy cómodos y una camiseta. Después me estiré en la cama y cerré los ojos. Debí de quedarme dormida porque lo siguiente que oí fueron unos golpes en la puerta seguidos de una voz que anunciaba que era el servicio de habitaciones. Sara se levantó de un salto de una de las sillas que había junto a la mesa e interceptó al camarero antes que me diera tiempo siquiera a incorporarme en la cama. Sacudí la

cabeza con un movimiento brusco para volver en mí, preguntándome cuánto rato hacía que Sara estaba allí. Hizo entrar al camarero y se apartó a un lado, mientras éste colocaba dos servicios para la cena. Se quedó allí hasta que Sara firmó la cuenta y salió con unos pocos billetes de dólar en la mano. —Lo siento, debo de haberme quedado dormida —murmuré una vez que estuvimos a solas. —No, no importa. Siento que estés tan cansada. —Hizo un ademán con la mano para que fuese a sentarme con ella a la mesa—. He pedido sopa y bocadillos; espero que te apetezca. Asentí, un poco aturdida todavía, y me senté con ella. No hablamos demasiado durante la cena; se respiraba un ambiente tranquilo, de camaradería. De repente me di cuenta, con un leve estremecimiento, de que quizás era la primera vez que estaba a solas con Sara y que no sentía aquella especie de taquicardia nerviosa en el estómago. Tal vez se me estaba pasando o tal vez estaba demasiado soñolienta y desorientada para sentir nada, o tal vez tuviese algo que ver con Michelle... Charlamos un poco sobre el proyecto. Respondí a sus preguntas y le expliqué algunos de los problemas que habíamos detectado. Me acababa de meter la última cucharada de sopa de pollo en la boca cuando hizo un ademán muy significativo con la cabeza señalando el jarrón con flores que nos separaba. — ¿Son de Michelle? Se encendieron las lucecitas de alerta en mi cabeza y advertí de nuevo aquella barrera entre Sara y yo mientras pestañeaba, tratando de conservar la calma. Después me acordé de que no tenía que inventarme ninguna historia: Sara sabía que yo era lesbiana. —Sí, son bonitas, ¿verdad? —acerté a decir débilmente, tratando de aparentar indiferencia. Sara cogió su servilleta y se la acercó a los labios. —Escucha, si no es asunto mío, dímelo y ya está...

—No, no —la interrumpí—. No es eso. Es sólo que... —Intenté una vez más ordenar mis pensamientos en medio de aquella nebulosa. Estaba tan cansada... — ¿Puedo serte franca? —Por favor. —De acuerdo. —Me tomé unos segundos antes de responder, vertiendo un poco de café en mi taza, primero, y en la suya después. Mezclé un poco de leche y me quedé mirando muy atenta él líquido humeante en lugar de enfrentarme a los ojos de Sara—. No logro entender el cambio que se ha producido en ti. No habíamos pasado tanto tiempo juntas desde hace... ¿cuánto tiempo hace? ¿Seis meses? Han pasado un montón de cosas entre tú y yo en todo este tiempo y no puedo olvidarlo así como así y contarte mi vida como si nada sólo porque tú hayas decidido que ahora ya no te importa o que puedes enfrentarte a ello. —Di un sorbo a la taza de café, no porque tuviese sed, sino para evitar decir algo que pudiese llegar a lamentar más adelante. Estaba sorprendida por la energía de mí voz, sorprendida de que pudiese decir todas aquellas palabras, sorprendida de que su rechazo aún pudiese dolerme tanto. —Bueno, entonces hablemos de ello —dijo en tono suave y tranquilo. No hacía falta que rae animase a continuar, las palabras brotaban de mis labios a borbotones. —-Me pasé mucho tiempo evitando preguntas incómodas. Durante meses intenté salirme por la tangente cada vez que hacías alguna referencia a mi vida personal. —Hice una pausa tras comprobar que las cicatrices se abrían de nuevo y la miré—. Después, cuando por fin decidí contarte la verdad, te cerraste en banda. Ya no hubo más comentarios ni más preguntas. Apenas, un triste «hola». —Me levanté, caminé los pocos pasos que me separaban de la cama y me senté, ansiosa por poner espacio entre nosotras—. Tengo un poco de miedo a confiar en ti de nuevo. —Moví la cabeza, sin saber qué más decir. El silencio no duró demasiado.

—Muy bien, tienes razón —comenzó a decir, respirando hondo antes de proseguir con un tono de voz un tanto dubitativo—. Te debo una explicación e, incluso, una disculpa. —Ahora era ella quien estaba nerviosa, sin parar de agitar el café y apenas mirándome a los ojos—. Cuando me dijiste que eras lesbiana —vaciló un poco al pronunciar la palabra, como si se sintiera incómoda diciéndola—, me lo tomé como algo personal. —Levantó la mano cuando mis labios emitieron algo parecido a un gruñido—. Me dejaste realmente perpleja y no supe cómo reaccionar. Ahora sé que mi reacción no fue nada justa. —Luchaba por encontrar las palabras y yo me quedé en silencio, a la expectativa. Con un profundo suspiro, continuó. —Al principio, en lo único en que pensaba era en que me habías mentido desde el primer día. No podía ver más allá ni dejar de pensar en ello. Aquellos primeros días estaba en un completo estado de skock. Lo único que sabía era que había encontrado una gran amiga que me importaba muchísimo y sentí que te había perdido. Había intentado infinidad de veces que te involucraras más en mi vida, como las veces en que te dije que por qué no salíamos con James y su amigo, —Lanzó una risa cínica mientras ponía los ojos en blanco—. No, dejaba de pensar en aquellas estúpidas citas y en el modo en que solías evitar las preguntas personales y me sentí como una idiota. Me habías mentido y yo había sido una ingenua. Me sentí tan humillada... —Lo siento mucho, de verdad —le dije—. Soy consciente de lo difícil que debe de ser para ti comprenderlo. Lo único que puedo decirte es que me levantaba cada día con la intención de decírtelo, pero debes entender que he perdido a varios amigos que me importaban mucho y no quería arriesgarme a perderte a ti también. Me repetía a mí misma que ibas a estar entrando y saliendo de mi vida en poco tiempo y que no valía la pena complicar las cosas. —No puedo imaginarme lo que se debe sentir, pero debe de ser algo horrible, supongo. —-Lo es, pero me pasa tan a menudo que casi me he acostumbrado. Igual que me he acostumbrado a las mentiras. —Me

encogí de hombros—. Con todo, al final llego a un punto en que las mentiras son tan gordas que ya no puedo continuar mintiendo. Sé entonces que tengo que tomar una decisión: o me arriesgo y me lanzo, y entonces la amistad se fortalece o muere, o continúo mintiendo, estoy en guardia a todas horas y la amistad se debilita y muere de todas formas porque tiene que ser superficial para que estas mentiras se sostengan. Nos quedamos calladas durante unos minutos, bebiéndonos el café. —Supongo que te defraudé al reaccionar de aquella manera. Esbocé una sonrisa llena de ironía, esforzándome para que no aflorasen viejos rencores en mi interior. — ¿Que me defraudaste? No, en realidad me dejaste hecha polvo. Hizo una mueca de dolor ante mi arrebato de sinceridad. —Lo siento. Fui muy cruel. Sabía que me estaba portando mal contigo, pero no podía evitarlo. —Hizo un gesto de resignación y nos volvimos a quedar en silencio. La observé mientras inclinaba la cabeza, mirando sin ver cómo apretaba los puños. Continuó hablando con voz queda— Mi mejor amiga del instituto resultó ser gay. —Traté de disimular mi sorpresa—. La situación en que me lo dijo era muy diferente de lo que pasó contigo, pero durante un tiempo después que me lo dijeras, no podía evitar preguntarme por qué dos mujeres de las que me sentía tan cercana habían resultado ser lesbianas. —Se rió o intentó reírse. Parecía perdida y yo estaba dividida entre el deseo de consolarla y la necesidad de conocer las circunstancias de lo que había ocurrido entre ella y su mejor amiga. —En fin —suspiró—, creo que ya he superado todo esto. Te he echado mucho de menos, ésa es la verdad. Me lo pasaba muy bien contigo antes y lo echo de menos. Quiero que seamos amigas y sé que eso significa saber y aceptar quién eres. Te pido perdón. Espero que no sea demasiado tarde.

Una parte de mí estaba dando saltos de alegría. ¿Aquella mujer me había hecho daño alguna vez? ¿Me había pasado meses atormentándome por culpa suya? Si podía aprender a confiar en ella, perdonarla sería la parte fácil. — ¡Pues claro que no es demasiado tarde! —Le lancé una sonrisa vacilante. Aquello no iba a ser fácil para mí y era consciente de ello. —Me alegro mucho —rió con ganas y se tomó un último sorbo de café—. Entonces, dime, te gusta Michelle, ¿no es así? Arrugué la nariz. —Sí, me gusta. —Mi voz no sonaba demasiado entusiasta, incluso a mis propios oídos; Sara dio un gruñido y me arrojó la servilleta. La intercepté en el aire y se la devolví. —En serio, me gusta, pero aparte de eso, no estoy muy segura de lo que siento por ella. —Traté de describir mis sentimientos—. Es dulce, divertida... Una gran bailarina. Persistente... muy maja. —Muy maja —me imitó. —Sueno poco convincente, ¿no? —Me temo que sí. —Ladeó la cabeza—. ¿Vas a volver a verla? —Sí. Se echó a reír. — ¡No se te pueden sacar las palabras ni con pinzas! —se lamentó. —Lo siento, esto no se me da muy bien. — ¿No debo tomármelo como algo personal? —No —dije en tono pensativo—. Soy así con casi todo el mundo. La confianza necesita tiempo. —Bueno, entonces supongo que tendré que ganármela. ¿Cuándo vas a volver a verla? —El viernes.

Los ojos le brillaban al sonreír. —Vale, cuéntamelo; me muero de ganas de saberlo. ¿Has pasado el fin de semana con ella? Un rubor cálido asomó a mis mejillas. No iba a hablar de aquello con Sara. —Más o menos. — ¡Aagh! ¡Me desesperas! —Comenzó a pasearse arriba y abajo enfrente de la cama—. Se te da muy bien lo de no responder a las preguntas. Me encogí de hombros. —Llevo muchos años practicándolo. —En cierto sentido me sentía contenta y frustrada a la vez. No estaba tratando de ir de listilla—. Lo siento —me excusé—, dame tiempo para acostumbrarme a esto de la sinceridad, ¿de acuerdo? Saltaba, a la vista que Sara todavía se sentía desencantada pero estaba dispuesta a ceder. —Muy bien, no más preguntas por esta noche, pero esperoque tarde o temprano confíes lo suficiente en mí como para contármelo. —Eso seguro. Ahora voy a echarte de aquí a ver si puedo dormir un poco. Me haces pensar demasiado. —Está bien, está bien. Sé captar una indirecta. —Levantó las manos y se dirigió a la puerta. Antes de desaparecer del todo, asomó la cabeza—. Gracias por cenar conmigo. Sé que lo que de verdad te apetecía era dormir. —Ha sido un placer. — ¿Qué me dices del desayuno? — ¿En tu casa o en la mía? —Las palabras habían brotado antes que pudiese detenerlas. Me ruboricé de inmediato. Si se había dado

cuenta, fingió no haberlo hecho. Chasqueó la lengua, haciéndose la remilgada. —Sorpréndeme —respondió y desapareció. — ¡Que la sorprenda! —exclamé para mí misma con un quejido cuando se hubo marchado. Me acerqué a la mesa para recoger la bandeja de la cena y dejarla en el corredor. Cerré la puerta sin hacer ruido, sonriendo y moviendo la cabeza todo el rato antes de apagar la luz y meterme en la cama. En los minutos siguientes me quedé quieta en la oscuridad, repitiendo la conversación que acabábamos de tener. Traté de no hacer demasiado hincapié en el pasado. No quería analizar paso por paso las razones que había esgrimido. Por lo que me había dicho, ella también había sufrido lo suyo y era bueno que por lo menos hubiésemos hablado de ello. Quizás era bueno incluso que hubiese pasado tanto tiempo desde que había ocurrido todo. El tiempo me había proporcionado la perspectiva y la oportunidad de poner mi enamoramiento en el lugar que le correspondía. No sabía si podía confiar en ella todavía, pero quería hacerlo. Mientras un optimismo sigiloso se iba apoderando de mí, me acurruqué entre las sábanas y me dejé vencer por el cansancio.

8

Susan, mi confidente, no estaba ni mucho menos tan dispuesta a olvidar como yo. —Ten cuidado, Leslie. No me fío de ella. Era el siguiente jueves por la noche y me había llamado justo cuando acababa de llegar de la oficina. Apenas había tenido tiempo de ponerme los pantalones de chándal y un suéter cuando sonó el teléfono. Quería saber todos los detalles de mi fin de semana con Michelle. Sus preguntas me estaban poniendo un poquitín nerviosa, por lo que decidí cambiar de tema y le hablé de mi conversación con Sara. --Yo tampoco estoy muy segura de poder confiar en ella, pero quiero hacerlo. —Con todo, ten cuidado. No dejes que te haga daño de nuevo. Por alguna razón, sentí la necesidad de salir en defensa de Sara. —No va a hacerme daño, de verdad; todo vuelve a ser como antes. — ¿Todavía estás colada por ella? La sangre comenzó a hervirme muy lentamente. —No estoy colada por ella —insistí. —Ya, ya. Y nunca lo has estado. —Si lo he estado o no, ahora no viene al caso. Ya no lo estoy. — Quería matar el tema enseguida—. ¿Cómo está Pam? —Está bien, pero no cambies de tema.

—Susan —dije, lanzando un profundo suspiro—. Por favor, ya basta. —Oí unos golpecitos en la puerta que comunicaba mi habitación con la de Sara, por lo que bajé el tono de voz—. Está llamando a la puerta, tengo que dejarte. — ¡Ooh! ¿Está en la habitación contigua? —Sí, está en la habitación contigua. —Me estaba sacando de quicio, pero en realidad no me molestaban sus comentarios sarcásticos—?. Ahora voy a abrirle la puerta. —Apoyé el receptor en el hombro sosteniéndolo con la barbilla y eché a andar en dirección a la puerta. Sara estaba al otro lado, vestida con una sudadera de talla extragrande y unas mallas elásticas de color negro. Llevaba en la mano una bolsa de plástico de nuestro restaurante chino favorito y la levantó para que la viese. Olía deliciosamente bien. Le hice una señal para que entrase y levanté un dedo para indicarle que sólo tardaría un minuto. —Siento que no podamos hablar más —le estaba diciendo a Susan. —-¡Oye, oye! ¡Espera! ¿Qué pasa con Michelle? —Ya te lo contaré luego. —Observé a Sara mientras extraía de la bolsa varias cajas de cartón y las colocaba con cuidado encima de la mesa. — ¿Me lo prometes? —preguntó Susan. —Te lo prometo. Intentaré llamarte esta noche, ¿de acuerdo? Parecía satisfecha. —Vale. Oye, Leslie... —Adoraba a aquella mujer, aunque a veces fuese tan mortificante. —Te apuesto lo que quieras a que tenía razón —dijo con voz calmada. — ¿Respecto a qué? — ¿De qué narices estaba hablando ahora? —Respecto a Sara. Estoy segura de que le gustas. Me puse a reír con alegría nerviosa, esperando que Sara no se diese cuenta.

—Muy graciosa. Ya hablaremos. —Hasta luego, Les. —Adiós. —Colgué el teléfono y me acerqué a la mesa para sentarme con Sara—. Mmm..., huele muy bien. —Espero no haberte interrumpido —dijo, mientras me pasaba un par de palillos. ¿Por qué estaba yo tan paranoica? —No, en absoluto. Era mi amiga Susan, de Boston. Ya la llamaré más tarde. ¿Has traído wonton frito? —Por supuesto. —Dio unos golpecitos en una de las cajas y la cogí rápidamente, y la abrí para sacar uno. Estaba asombrada por el modo en que Sara y yo habíamos conseguido volver a nuestra antigua amistad. Se habían producido unos cambios muy sutiles desde nuestra conversación unas cuantas noches atrás; ésta era la cuarta cena consecutiva que compartíamos e incluso había desayunado conmigo de nuevo aquella misma mañana después de confesarme que odiaba tener que comer sola abajo en el comedor. «Los hombres están todos listos para atacar, incluso a esas horas de la mañana», me había comentado. Habíamos vuelto a aquella compenetración abierta y amigable de antes, y sin embargo, había algunas diferencias. Eran unas diferencias intangibles. Me daba la sensación de que Sara había tomado la decisión de invertir gran cantidad de energía para conseguir que me abriese y confiase en ella de nuevo. Se mostraba muy paciente y tolerante; parecía que estudiaba todas mis respuestas, asimilándolas y clasificándolas. El asunto de la homosexualidad también parecía que estaba revoloteando a nuestro alrededor y yo era muy consciente de esta nueva faceta de nuestra relación. Siempre parecía que estaba allí, apareciendo bajo infinidad de pequeñas formas distintas. Era casi como si me estuviera viendo de otra forma, observándome para ver si podía identificar de algún modo lo que me hacía diferente.

Todavía no había comenzado a hacerme preguntas al respecto, pero intuía que las iba a hacer en cualquier momento. Cuando acabamos de cenar, nos colocamos en las que se habían convertido en nuestras posturas favoritas de sobremesa. Me encaramé a la cama y me acomodé en los almohadones, levantando las piernas y recogiéndolas para sentarme sobre las rodillas, cruzándolas. Sara se quedó en el sillón que había junto a la mesa y lo giró un poco para estar la una frente a la otra. — ¿Cómo supiste que eras gay? —me preguntó a bocajarro, dejándome desconcertada. Luego estalló en una especie de risa nerviosa, con gesto arrepentido—. Lo siento. No tenía que habértelo dicho así; ya hace días que quiero hacerte esta pregunta, pero no sabía muy bien cómo. —No pasa nada —le aseguré. Tardé unos momentos en recuperar la serenidad y ordenar mis pensamientos. Una parte de mí quería evitar la pregunta y el tema en sí a toda costa, pero sabía que no podía hacerlo. Sabía que tenía que abrir la puerta un poco más—. La verdad es que no estoy segura exactamente. —Entornó los ojos y me di cuenta de que creía que estaba tratando de eludir la pregunta—. No es que quiera salirme por la tangente —dije riendo—, pero es que no ocurrió de la noche a la mañana, ¿sabes? Lo creas o no, cuando era una adolescente, estaba loca por los chicos: era una auténtica devoradora de hombres. — ¿De verdad? —Abrió los ojos con incredulidad—. ¿Sabes una cosa? Cuanto más te conozco, más difícil se me hace imaginarte con un hombre. —Oh, fue todo muy sencillo —le aseguré mientras daba un nuevo sorbo a mi copa de vino—. La gran diferencia entre mis relaciones con los chicos y con las chicas era que lo de los chicos era algo social y también algo físico: siempre fui una chica muy curiosa, ya desde bien pequeña. —Hice unos movimientos significativos con las cejas para poner más énfasis a mis palabras mientras colocaba una almohada contra el cabezal de la cama y me apoyaba en ella. —Pero lo de las chicas era distinto. —Dejé que mi mente retrocediera en el tiempo y recordara cosas en las que no había pensado desde hacía

siglos—. Siempre estaba mucho más unida emocionalmente a las chicas. Mis mejores amigas siempre eran demasiado importantes para mí y me rompían el corazón de una forma en que ningún novio mío lo había hecho jamás. — ¿Y eso? —Porque no sentían lo mismo que yo, Por ejemplo, cuando mi mejor amiga del instituto decidió salir con un chico una noche, en lugar de ir al cine conmigo, tal y como habíamos planeado, me dejó completamente destrozada. —Moví la cabeza de lado a lado al recordar aquello. Sara asintió con un gesto, aceptando mi explicación. — ¿Cuándo lo supiste? —Acercó el sillón y apoyó las piernas en el extremo de la cama. —Salí con chicos durante toda la época del instituto. Después fui a la universidad y me enamoré como una tonta de mi compañera de piso. —Me reí con ironía, sonriendo al recordarlo—... No me percaté de lo que estaba ocurriendo. Sencillamente, establecí el mismo tipo de vínculo afectivo que había tenido con mis mejores amigas anteriores. —Espera un momento. —Levantó la mano—. ¿Qué quieres decir con eso de que no sabías lo que estaba ocurriendo? —-Es difícil de explicar. No puse una etiqueta a mis sentimientos por ella. Lo único que sabía con certeza era que me encantaba estar con ella y que nos lo pasábamos en grande. Hacíamos cosas la una por la otra, ya sabes, tonterías sentimentaloides sin importancia, pero tardé mucho tiempo en descubrir que estaba loca por ella. —Di otro sorbo a mi copa y la vacié. No puse ningún impedimento cuando Sara se ofreció para llenármela de nuevo. Esperé a que se sentase otra vez antes de continuar hablando. —Ella era tan... — ¿Ella? —Julie.

—Julie—asintió—. Continúa. —Julie no se parecía a nadie que hubiese conocido anteriormente. Era de la costa oeste y no tenía complejos. Era una auténtica devoradora de hombres. — ¿Te acostaste con ella? —Estás estropeando la historia. —Vaya, lo siento. —Chasqueó la lengua—. Continua. —En fin, Julie no le hacía ascos a nada. Era la persona más sexual que he conocido en mi vida. Le encantaba el sexo y le encantaba hablar de él. Fue la primera mujer que conocí que admitió abiertamente que se masturbaba. —Comencé a reírme a carcajadas recordando el modo en que había intentado aparentar indiferencia cuando Julie me pronunciaba aquellos discursos y desvariaba sobre las maravillas del onanismo— A Julie le encantaba hablarme de sus fantasías sexuales y una de ellas era irse a la cama con una mujer. — ¿Te dijo esto? —Su rostro expresaba pura y simple estupefacción. Asentí enérgicamente. —Oh, sí. Nada era lo bastante exótico para ella. Siempre se había preguntado qué se sentía experimentando varias cosas con el sexo y estar con una mujer despertaba su curiosidad. — ¿Te lo contó ella misma? —la voz de Sara reflejaba su asombro. —Sí, me lo contó y también sus otras fantasías sexuales. Además, ten en cuenta que yo, por aquel entonces, era bastante tímida y relativamente ingenua. Sara carraspeó al oír mis palabras. —Bueno —puntualicé—, no es que fuese muy ingenua —admití—, pero era vergonzosa. Me pasé muchos meses tratando de disimular lo chocantes que me resultaban sus comentarios. No sabía cómo reaccionar, ¿me entiendes?

— ¿Quieres decir que eras muy reservada con ella? —Exactamente. —Lo continúas siendo. —¿Lo ves? Te dije que no te lo tomaras como algo personal. Lanzó una sonrisa forzada y, como no reanudé mi relato inmediatamente, me animó a seguir: — ¿Y? —Y, en fin... —continué—. Éramos compañeras de piso de primer curso. Por Navidades, ya estaba perdidamente enamorada de ella. Cuanto más hablaba de su curiosidad por el tema, más pensaba yo en ello, y cuanto más pensaba en ello, más consciente era de que yo también me estaba muriendo de ganas. Entonces, una noche de febrero, estábamos en el apartamento y sacó el tema de nuevo, pero esta vez me preguntó si yo también había pensado en ello alguna vez y si también sentía curiosidad. No había ningún asomo de sonrisa en el rostro de Sara; ahora me escuchaba atentamente, sin perder detalle de lo que estaba diciendo. -—Creí que el corazón se me iba a salir por la boca. Me puse a temblar como una hoja porque lo último que quería en este mundo era que supiese que estaba enamorada de ella; por tanto, como quien no quiere la cosa, hice un comentario espontáneo diciendo algo así como que no había pensado en ello, pero que era posible que sintiese cierta curiosidad. —Me había ido animando a medida que me iba metiendo en la historia. Ahora Sara se reía. — ¡Eso es tan propio de ti! Arqueé las cejas. Tal vez me conociese mejor de lo que yo creía. —-No recuerdo exactamente cómo fue, pero comenzó a insinuar que si ambas sentíamos curiosidad, quizá fuese una buena idea intentarlo juntas... experimentar un poco. —No puedo creerlo; te utilizó.

—Créeme, quería que me utilizase. —Bueno, y luego... —Sara me animó a continuar. —Después, nada. Durante los dos meses siguientes, estuvo torturándome a diario y quiero decir a todas horas. Hablábamos sobre ello, llegábamos al momento en que yo creía que iba a ocurrir y luego soltaba un discurso filosófico sobre los pros y los contras. Me daba razones por las que no debíamos hacerlo. Un día afirmaba que tenía miedo de poner en peligro nuestra amistad, al día siguiente cambiaba de opinión y coqueteaba conmigo descaradamente... Y luego volvía a negarse en redondo de nuevo, —Cerré los ojos y exhalé un profundo suspiro—. Fue horrible. Era como una montaña rusa: un día arriba y luego abajo, y así todos los días. Y durante todo aquel tiempo, yo la deseaba tanto que me dolía, pero no quería decírselo. — ¿Por qué no? —Porque tenía miedo de que si metía mis sentimientos de por medio, se asustaría del todo y renunciaría definitivamente. No iba a darle una razón más para no hacerlo. —Fruncía el ceño al recordar todos aquellos sentimientos torturados. — ¿Y eso es todo? ¿Ahí acabó la historia? —No. Justo antes de las vacaciones de verano, me dejó muy claro que ya se había decidido. No iba a haber forma humana de que se fuese a la cama conmigo. Se fue a casa a Los Ángeles y yo volví a Detroit. Pasé todo el verano sintiéndome triste y desgraciada. Estuve tres meses enteros llorando, aunque la parte positiva es que comencé a atar cabos sobre mi pasado y mis sentimientos hacia mis mejores amigas. Me lo imaginé. No podía expresarlo con palabras exactamente, pero en mi interior sabía lo que me estaba sucediendo. — ¿Y qué hiciste? —Al principio, nada. No se me ocurrió que podía conocer a mujeres que fuesen como yo. No estaba tan pendiente del hecho de ser lesbiana como del hecho de estar enamorada de Julie. Ella era la única persona a quien quería, así que esperé y esperé hasta que estuvimos juntas de nuevo en otoño.

— ¿Fuisteis compañeras de piso otra vez? Respondí afirmativamente. —Al principio, todo fue muy raro. Se comportaba como si nunca hubiésemos hablado de aquello. Salía con un chico distinto cada semana y yo me guardé mis sentimientos para mí misma. Me sentía bastante desdichada por aquel entonces. —Me lo imagino. —Sara se había terminado el vino y dejó la copa en la mesa, detrás de ella—. ¿Alguna vez volvió a salir el tema? —Oh, sí. Al final acabamos por hacernos muy amigas de nuevo y justo cuando comenzaba a albergar esperanzas otra vez, me soltó una bomba. — ¿Qué? Miré a Sara fijamente a los ojos; el dolor del pasado estaba a punto de asfixiarme. —Me dijo que se había ido a la cama con una vieja amiga el verano anterior. — ¡No! —Sara parecía consternada—. ¿Cómo pudo hacerte eso? —Eso mismo pensé, yo. Me contó que le seguía picando la curiosidad y que le había resultado más fácil acostarse con aquella mujer porque no le importaba tanto como yo, así que imagínate. —Oh, Leslie, debió de ser horrible. —Lo fue; no sé cómo logré sacarme el curso, pero lo hice. Y... bueno, aquel mismo año, más adelante, al final nos fuimos a la cama. — ¿Cómo sucedió? —No lo sé —respondí, encogiéndome de hombros—. Le estaba dando un masaje en la espalda o algo así y, de repente, comenzó a besarme. —Hice una pausa y me quedé pensativa unos instantes—. Pero bueno, ya no era lo mismo a aquellas alturas. Fue un chasco, pues todo había cambiado.

—Bueno, espera un segundo. ¿Qué ocurrió después de que os fuéseis a la cama? —Al día siguiente me levanté y me fui a clase. Me sentía como si estuviese en la cima del mundo. Incluso me detuve en una floristería de camino a casa para comprarle una rosa. — ¡Qué detalle! —No apareció después de clase, que es lo que hacía siempre. Con todo, estuve esperándola un buen rato hasta que llegó, a eso de la medianoche. Me contestaba con evasivas, así que le di la rosa. —Hice un chasquido seco con la lengua—. Me dio las gracias y luego me dijo que había sido un error, que le gustaban los hombres y que no volvería a ocurrir. Punto. Y nunca más volvió a ocurrir. —Me terminé el vino que quedaba en la copa—. Y eso, querida, es el final de la historia. Mi primera y única experiencia relacionada con romper la regla número uno. — ¿La regla número uno? —Regla número uno —entoné—: «Nunca te compliques la vida con una mujer heterosexual». —Vi que Sara había fruncido el ceño y entonces caí en la cuenta de lo que acababa de decir—. Lo siento. No es nada personal. Es sólo un viejo dicho gay. Reflexionó unos segundos sobre mis palabras y a continuación preguntó: — ¿Le llegaste a decir alguna vez lo que sentías? —No, han pasado tantas cosas desde entonces... Todavía hablo con ella de vez en cuando, pero no creo que se lo haya imaginado nunca o que se lo haya querido imaginar; —Me detuve y luego añadí a modo de ocurrencia tardía—: Ahora está casada. Se me quedó mirando unos momentos, con el semblante serio. —Lo siento, Leslie. Debiste de pasarlo muy mal. Admití que así había sido.

—Pero de eso ya hace mucho tiempo. —Levanté las muñecas para enseñárselas, tratando de darle un cariz más alegre a nuestra conversación— ¿Lo ves? No tengo ninguna cicatriz. —No, no las tienes visibles. —Ooh —me quejé, notando cómo me iba poniendo a la defensiva de nuevo—. Ya estás analizándome otra vez. Ya he superado casi todas estas viejas pesadillas del pasado. Estoy segura de que tú también tienes alguna que otra por ahí. —Es posible que unas cuantas. —Me sonrió por primera vez desde ya hacía un buen rato—. Pero ya estás cambiando de tema y hablando de mí, y no voy a caer en la trampa. —Bostezó y se levantó para desperezarse—. Oye, tienes una cita mañana por la noche. —Sí, es cierto —dije, devolviéndole la sonrisa—. ¿Y ahora quién está cambiando de tema? —Resulta que me estaba acostumbrando a esto de cenar contigo cada noche. —Ladeó la cabeza y su boca dibujó una mueca divertida, como si estuviese haciendo pucheros—. ¿Qué voy a hacer sin ti? El corazón me dio un vuelco. —Estoy segura de que te las arreglarás. Dio un par de vueltas por la habitación sin mirarme. Al final, agarró el pomo de la puerta que daba a su habitación. —Creo, Leslie Howard, que en el futuro deberías intentar concertar tus citas de forma que fuesen un poco más cómodas para mí. Se me escapó una sonora carcajada. ¡Qué cara más dura la de aquella mujer! —Tienes toda la razón, Sara —me burlé, siguiéndole el juego—. Creo que debo modificar mi lista de prioridades. —Me alegro de que te hayas dado cuenta —expresó con sorna, a la vez que esbozaba una sonrisa burlona—. ¿Nos vemos para desayunar? —Señaló hacia su habitación con la cabeza—. En mi casa, sólo para cambiar un poco de decorado.

—Como quieras—. Me eché a reír y le di las buenas noches.

9

Salimos de la oficina un poco antes de lo habitual el viernes por la tarde para ir de compras. Sara tenía que buscar algo para regalar a su hermana por su cumpleaños, que era aquel mismo fin de semana, por lo que decidí acompañarla para ver si encontraba algún conjunto nuevo que ponerme para mi cita con Michelle aquella noche. No le dije a Sara por qué quería comprarme ropa nueva, pero no le costó demasiado imaginárselo. En poco tiempo se puso manos a la obra, tratando de buscarme el traje perfecto. — ¿Qué tipo de ropa estás buscando? —-me preguntó cuando entramos en su tienda favorita. —Algo que no me haga parecer gorda. Lanzó una especie de gruñido y puso los ojos en blanco. —No, tonta, me refiero a qué estilo quieres llevar. ¿Informal? ¿Seductor? —Me estaba lanzando una sonrisa maliciosa, a la vez que sostenía en la mano una blusa corta, delgada y con muchos adornos que no me habría tapado ninguno de los pechos. —Muy graciosa. Soltó una carcajada al oír mi respuesta; su propia broma le había hecho mucha gracia y devolvió la blusa a su sitio. —Sólo quiero unos pantalones nuevos y una camisa —le aseguré. — ¿Y no podrías ser un poquitín más específica? Comencé a desear no haberme ido de compras con ella. —Vale. Quiero unos pantalones bonitos, informales y no de vestir. Y una camisa de manga larga, creo. Nada estrambótico ni llamativo, una camisa sencilla, algo suave.

— ¿Suave? —Pronunció la palabra de un modo muy sugerente. Puse los ojos en blanco y la observé mientras sus dedos acariciaban una camisa tras otra. —Toca esto. —Tenía en la mano la manga de una camisa de color rojo brillante. Para complacerla, me acerqué y deslicé los dedos por el tejido. —Ooh, es suave. Muy bonita. —Es de ramio—dijo, y la sacó del perchero. —Pero el color no me entusiasma. —No, a mí tampoco. —Movió la cabeza y la puso con las demás camisas, rastreando la tienda con los ojos. Como el cazador en busca de su presa, fijó la mirada en su objetivo. — ¡Esta! —Con gesto triunfante, sacó una versión en azul cobalto de la camisa roja que me acababa de enseñar y la sostuvo para que la examinara. —Mucho mejor. Le dio la vuelta y la apoyó contra mi pecho. —Aguántala así para que vea cómo te queda. Sintiéndome un poco incómoda, hice lo que me ordenaba, tratando de no sonrojarme ante su inspección. Sus ojos fueron de arriba abajo, de mi cara a la camisa. —Perfecta —anunció con una sonrisa satisfecha—. Este color te sienta muy bien; resalta el color de tus ojos. — ¿El color de mis ojos? —Sí, son azules. —Me arrebató la camisa y se acercó hasta quedarse apenas a quince centímetros de mi cara. Entornó los ojos y esbozó una sonrisa perezosa ante mi evidente incomodidad—. Supongo que creías que no me había dado cuenta. —Si no fuese por todo lo que sabía, habría dicho que estaba coqueteando conmigo—, ¿Quieres que te diga en qué más me he fijado de ti? —Sus ojos no abandonaron los míos mientras una sonrisa lenta y seductora

asomaba a sus labios. Tenía los ojos verdes brillantes y ladeó la cabeza, desafiándome a que la obligase a poner sus cartas boca arriba. Al menos, eso era lo que yo creía que estaba haciendo. —Estás jugando conmigo. —Las palabras me salieron a bocajarro, con el mismo deje de incredulidad que estaba sintiendo. Noté cómo se me subían los colores. — ¿Jugando contigo? —Su sonrisa se hizo aún más radiante. Sara se estaba haciendo la tonta. —Tonteando —ofrecí, aliviada, Bajó más el tono de su voz. —No tendría ni la más remota idea de cómo tontear con una lesbiana. —Su rostro conservaba el mismo gesto de malicia y provocación. Me la quedé mirando un instante, estudiando aquellos enormes ojos y sus preciosos dientes blancos. —A mí me parece, Sara, —comencé a decir en su mismo tono de voz o al menos eso esperaba— que se te daría muy bien-—. Mis palabras sonaron como un reto, incluso a mis propios oídos. Nos miramos fijamente a los ojos. Estábamos tan cerca qué oía su respiración y olía su suave perfume. Por primera vez, me fijé en la aureola de motas doradas que rodeaba el verde de sus ojos, en la estela de pecas diminutas que poblaban el puente de su nariz. Aquellos labios carnosos, ligeramente entreabiertos, parecían tan suaves, tan húmedos… «Si me inclino sólo un poco...» Pero de pronto su sonrisa se quebró y se retiró un poco, con gesto terminante. El aire se volvió denso y opresivo. El momento se había esfumado y el silencio cayó como una losa. Un silencio incómodo. Me esforcé por encontrar una salida airosa, para salvar la situación. —Me la llevo. —Extendí la mano y le arrebaté la camisa—. Vamos, todavía tengo que encontrar unos pantalones y tú tienes que coger un avión. —Me volví y me dirigí a un escaparate que había cerca de

la entrada de la tienda, notando la presencia de Sara justo detrás de mí. Me decidí por un par de pantalones de algodón de color caqui y me compré las dos prendas sin probármelas. La reacción de Sara consistió en decirme que no era una buena compradora y no paró de regañarme durante todo el camino al aparcamiento y luego de vuelta al hotel. Cuando llegamos a las habitaciones, insistió en que me probase el conjunto para ver cómo me quedaba. —Deja la puerta abierta, ahora vengo —me dijo. La semana anterior habíamos llegado al extremo de dejar siempre abiertas las puertas que comunicaban nuestras habitaciones. Descorrí el pestillo de mi lado y dejé la bolsa con mis compras encima de la cama. Eché un rápido vistazo para ver si la luz de los mensajes estaba encendida en el teléfono, pero no lo estaba. Mi reloj despertador anunciaba las seis y cuarto. Michelle no llegaría hasta las siete. Oí a Sara detrás de mí, me desplomé sobre la cama y me volví para mirarla. -—Casi me olvido —estaba diciendo, tengo que bajar para buscar algo de papel de regalo. ¿Me acompañas? —-No, tengo que darme prisa y arreglarme. ¿A qué hora sale tu vuelo? Abrió mucho los ojos un momento. —Casi se me había olvidado. A las ocho menos cuarto; bajo y ahora vuelvo. Asentí con un gesto y desapareció tras la puerta. Un momento después oí el sonido de la puerta del pasillo abriéndose y cerrándose. Una vez a solas, saqué mis recientes adquisiciones de la bolsa y las estiré sobre la cama examinándolas para comprobar que no estuviesen arrugadas. Para gran alivio mío, no había señales evidentes de que las acabase de comprar; sin embargo, no había tiempo para una ducha, por lo que me quité de un tirón la falda y la blusa que llevaba puestas y me metí dentro de los pantalones nuevos.

Comencé a pensar en Michelle y en la noche que teníamos por delante mientras me arreglaba a toda prisa, pasándome un cepillo por el pelo y desesperándome ante los resultados. Siempre me traicionaba cuando más lo necesitaba. Me pasé demasiado tiempo decidiendo qué par de zapatos ponerme hasta que al final me incliné por unos mocasines. Me los estaba colocando cuando se oyeron unos golpes en la puerta. Levanté la cabeza bruscamente y miré el reloj. Era demasiado pronto para que fuese Michelle. Tal vez Sara hubiese olvidado la llave, «Genial», pensé. La camisa azul todavía descansaba sobre la cama y lo único que llevaba en la parte de arriba era el sujetador. — ¡Un momento! —exclamé, agarrando la camisa y tratando de desabotonarla con torpeza mientras me dirigía a la puerta. Metí los brazos por las mangas y cogí la parte delantera con una mano. Sin preocuparme por los botones, extendí la otra mano y abrí la puerta. —Hola, ¿qué tal? —Debí de poner cara de asombro porque Michelle se estaba riendo de mi expresión. —Llegas pronto —-dije con voz rotunda, dando un paso atrás para que entrase. Cerró la puerta sin dejar de mirarme a los ojos. Había y olvidado lo oscuros que eran los suyos. Estaba guapísima con una blusa gris claro metida en unos pantalones de cuadros blancos y negros. Sólo con verla se me alborotaron las hormonas. —Yo diría que llego justo a tiempo. —Me miraba de soslayo con aire malicioso a la vez que se acercaba para tocarme, deslizando las manos bajo mi camisa y colocándolas en la cintura para descansar en la parte baja de mi espalda. Solté la parte delantera de la camisa y dejé que se abriera mientras levantaba los brazos y la rodeaba por el cuello. —Te he echado de menos —acerté a susurrar antes que me diese un sonoro beso. —Mmm... Ha sido una semana muy larga —murmuró con sus labios pegados a los míos mientras me guiaba despacio hacia atrás,

hasta que noté los pies de la cama detrás de las rodillas. Me hizo sentarme con cuidado, sin dejar de besarme. Luego se puso encima de mí y perdí la noción de todo, excepto del sabor de su boca y del cosquilleo de sus dedos, que empujaban la camisa por encima de mis hombros. Sus labios recorrían mi cuello, succionándolo y mordisqueándolo, y sus manos parecía que estaban en todas partes a la vez, provocandome y excitándome al instante. La urgencia entre mis piernas se hizo inmediata e insistente, y reclamaba atención. Le arranqué la camisa, con la avidez de entrar en contacto con la suavidad de su piel. Su boca volvía a estar en la mía y la iba abriendo cuanto más la arrastraba hacia mí. Con más fuerza... Más cerca... Aprisioné su lengua entre mis labios, lamiéndola despacio, deseosa de atrapar su plenitud en mi boca. Luego su mano bajó hasta mi cintura, tratando en vano de deslizar la cremallera de los pantalones. Sonreí e interrumpí el beso para ayudarla. De repente, me quedé inmóvil. El rostro de Sara se dibujaba amenazador por encima del hombro de Michelle. Estaba apoyada contra el marco de la puerta que comunicaba con mi habitación y nos miraba con gesto estupefacto. El momento me pareció eterno. Sara parecía deshecha, yo era incapaz de moverme y Michelle continuaba besándome el cuello, ajena a todo. Al final, Sara respiró hondo e hizo un movimiento brusco con la cabeza. —Lo siento, yo... —No terminó la frase y salió a toda prisa de la habitación. Michelle levantó la cabeza, con una expresión interrogante en su cara. — ¿Sara? Asentí. —Mierda —murmuré—. Olvidé que la puerta estaba abierta. Michelle se incorporó y yo hice lo mismo. Me puse en pie para abotonarme la camisa.

—Tengo que hablar con ella antes que se vaya, ¿vale? Sólo será un minuto. Sara estaba metiendo ropa en una bolsa de viaje cuando la encontré. Sabía que yo estaba allí de pie, a menos de un metro de distancia, pero no se volvió para mirarme. —Sara —dije. —Llego tarde. Tengo que irme ya, de verdad. —Sin levantar la vista, cerró la cremallera de la bolsa. —Sara, no hagas esto —le supliqué. Me dolía el estómago, me dolía la cabeza... ¿Por qué me hacía sufrir dé aquella manera? Se alejó de mí y se echó la bolsa al hombro. Ahora, una sensación de enfado se unía a los remordimientos. Le impedí el paso. —Maldita sea, Sara. Detente. —Para mi propia sorpresa, la agarré por el brazo y le hice darse la vuelta. Parecía herida. —Lo siento. No pretendía espiaros. —Ahora era ella quien estaba suplicando. Retrocediendo. —Está bien. Ya vale, ¿de acuerdo? —Me di cuenta de que todavía la tenía cogida por el brazo y la solté. —Ahora mismo estoy avergonzada y tengo que coger mi avión... — Parecía perdida. —Ya lo sé, ya lo sé, pero por favor, no te vayas enfadada conmigo otra vez, ¿vale? — ¿Enfadada? —soltó una carcajada—. No estoy enfadada contigo, Leslie. No pienses eso, ¿de acuerdo? El nudo de mi estómago comenzó a aflojarse. —De acuerdo. —Tengo que irme. Seguramente volveré el domingo. —Retrocedió de nuevo y esta vez la dejé marcharse.

—Vale. Ya nos veremos —contesté, deseando que no se fuera. Abrió la puerta y se detuvo para mirarme. —Pídele disculpas a Michelle de mi parte, ¿de acuerdo? Asentí con un gesto. —Supongo que el traje ha sido todo un éxito. —Esbozó una sonrisa forzada y sin demasiada, convicción, y traté de reírme mientras ella cerraba la puerta tras de sí.

***

— ¿Está bien? —-Michelle estaba estirada en la cama cuando volví a la habitación. —Eso creo. —Me senté a su lado y me cogió de la mano—. No puedo creerlo. Levanté la vista y allí estaba ella, mirándonos. Creo que nunca la había visto tan nerviosa. — ¿Hace mucho tiempo que os conocéis? ¿Sois buenas amigas? No le contesté enseguida. ¿Conocía bien a Sara? No tanto como lo que quería creer, decidí. Nos habíamos pasado tanto tiempo hablando sobre mí últimamente que no se me había ocurrido preguntarle cosas sobre su vida. «Somos amigas.» —Sí, somos amigas. —Intenté dar con las palabras adecuadas—. Pero siento que es una amistad un tanto frágil, como si tuviera miedo de que fuese a romperse en cualquier momento, —Hice un movimiento negativo con la cabeza—. Comenzamos a viajar juntas con esto del proyecto hace cosa de un año y la verdad es que hicimos muy buenas migas. Entonces, la primavera pasada, le conté lo mío y no se lo tomó demasiado bien. Sólo hace un par de semanas que hemos empezado a llevarnos bien otra vez. —Así que vernos juntas en la cama seguramente ha sido una especie de shock para ella. —Me apretó la mano—. No te preocupes.

Lo superará. —Me colocó la mano por detrás de la nuca y me pellizcó con suavidad—. ¿Crees que le gustas? Ya sabes, en el sentido... Lancé una risa nerviosa al recordar nuestra conversación en los grandes almacenes aquella misma tarde. —No, definitivamente no. Es heterosexual. —Tal vez sienta curiosidad. Por primera vez, me permití a mí misma pensar en esa posibilidad. Me había estado haciendo un montón de preguntas últimamente. —No estoy segura. —Estaba mirando al vacío y Michelle alargó la mano para hacerme girar la cabeza hacia ella. — ¿Y tú? —me preguntó con calma—. ¿Qué sientes por ella? Tenía ciertas reticencias para responder a aquella pregunta. En primer lugar, no estaba segura de la respuesta y, en segundo lugar, se me hacía extraño hablar con Michelle de mis sentimientos por Sara. Pareció adivinar mis vacilaciones y sonrió. —No te preocupes. No te voy a montar una escenita de celos porque te guste otra mujer, —Ahora me había cogido ambas manos y me miraba directamente a los ojos—. Creo que ya sabes de dónde vengo, ¿no? Agradecí enormemente su sinceridad. — ¿Quieres decir que no vas a pedirme que me case contigo? —dije en tono burlón mientras hacía pucheros. Soltó una carcajada ronca, logrando que me gustase aún más. —Tú misma lo dijiste. —Se encogió de hombros, sonriendo todavía—. Soy una cría; demasiado joven para sentar la cabeza. Fingí haberme quedado destrozada pero continué con mi tono festivo. —Entonces supongo que tendré que disfrutar de ti mientras pueda. —Acaricié sus labios con los míos y me eché hacia atrás, sonriendo. Escudriñó mi rostro con gesto inseguro. -.

— ¿Está bien así? ¿Estás segura de que no andas buscando una relación más seria? Ahuyenté sus temores. —No de momento, Michelle. No te preocupes, pero debo decirte que esto es nuevo para mí. Normalmente no soy así. —Bajé el tono de voz, hundí mis dedos en su pelo grueso y la besé con fuerza—. Me gusta. Me atrajo hacia sí, ahogándome en un beso prolongado y ardiente. Me estaba derritiendo. —He reservado una mesa para las siete y media —murmuró mirándome a los ojos y sin separar sus labios de los míos. —No tengo hambre —le respondí, con todo mi cuerpo reclamando su atención. —Yo sí —gruñó. Se abalanzó sobre mí y me enterró sin más contemplaciones en el colchón mullido.

10

Cuando Michelle sugirió que pasáramos todo el fin de semana en su apartamento, acepté sin dudarlo. Llovió hasta última hora del domingo y aprovechamos casi todo el tiempo, pasándonos lo que parecía el fin de semana entero sin salir de su dormitorio. Michelle tuvo que ir a trabajar el domingo por la noche y yo regresé al hotel justo después de Sara, que estaba dando vueltas en la habitación contigua. La imagen de sus facciones pálidas cuando nos vio a mí y a Michelle el viernes anterior acudió a mi mente y supe que teníamos que hablar de ello. No podíamos fingir que no había ocurrido. Me cambié de ropa y deambulé un rato por la habitación, tratando de reunir el coraje suficiente para darle la bienvenida. Me acerqué a la puerta de al lado y apoyé la oreja tímidamente en el panel. No se oía ningún ruido. Abrí la puerta y me sorprendió encontrar la suya abierta de par en par, como si me hubiese estado esperando. Estaba hecha un ovillo en la cama, vestida con su chándal favorito. Tenía una novela en el regazo y las gafas le colgaban de la nariz. Parecía distinta y tardé un momento en darme cuenta de que llevaba la melena morena, normalmente en un peinado impecable, revuelta y despeinada. No llevaba maquillaje; sólo la había visto sin él una vez. Tenía un aspecto de meticulosa limpieza. Joven, inocente... Era una visión sumamente atractiva. Me la quedé mirando cautivada, con mi corazón templándose por momentos. —Bienvenida —la saludé con voz queda. Levantó sus ojos de esmeralda, mirándome por encima de sus gafas. No se apresuró a quitárselas, como yo había imaginado. Su sonrisa era vacilante al levantar la cabeza y se incorporó despacio para quitarse las lentes.

—Hola. No sabía que estuvieses aquí. —Entrecerró los ojos—. ¿Estás sola? Asentí. —Michelle está trabajando. ¿Puedo entrar? —Sí, claro. Avancé unos pasos y me acomodé en uno de los dos sillones mientras ella colocaba un punto de libro entre dos páginas y dejaba el ejemplar encima de la mesilla de noche. — ¿Qué tal el fin de semana? —Hizo la pregunta primero. —Muy bien. Muy... —Busqué la palabra adecuada— revelador. ¿Y el tuyo? Dio un leve chasquido con la lengua. Se la veía preocupada por algo: —No tan bien como el tuyo, eso seguro, pero también ha sido revelador. Creo que tenemos que hablar —suspiró—. Te debo una disculpa. —Sara, no hace falta... —Levantó una mano para interrumpirme. —No, de verdad. Lo necesito. Tengo que sacármelo de dentro y decírtelo para superarlo de una vez. Me he pasado todo el fin de semana obsesionada con ello. —Hizo un gesto parecido a la vergüenza. Todavía estaba disgustada, su voz había perdido su aplomo habitual y sus palabras casi sonaban entrecortadas y secas—. No me resulta fácil decirte esto; por tanto, te lo voy a soltar así, sin más. —Se humedeció los labios rápidamente con la lengua—.Cuando os vi, a Michelle y a ti... Supongo, que me puse... —-Me miró con los ojos abiertos por la vergüenza y la incredulidad— celosa. -—Movió la cabeza tratando de comprender sus propias palabras—. Es la mejor forma de describir lo que sentí. Me aseguré de no hacer ningún movimiento ni de mostrar ninguna reacción mientras proseguía.

—Sé que suena absurdo. En realidad, es absurdo. Me he acostumbrado a tenerte para mí sola de tal forma que he olvidado que hay más gente en tu vida. Otras amigas, amantes... —Estaba divagando, recriminándose a sí misma con furia e indignación, sin mirarme—. Es una reacción estúpida, todavía no me creo que llegase a reaccionar de aquella manera. No puedo creer que me comportase de una forma tan ridícula y que ahora te tenga que pedir disculpas otra vez. No quiero continuar haciendo cosas por las que luego tenga que pedir disculpas. Estoy tan enfadada conmigo misma... Su diatriba se estaba habiendo dolorosa, incluso para mí. —Sara, está bien. —Lo siento. —Sara. —Su nombre me salió con más severidad de lo que había pretendido-—. Ya basta. Detente ya. Estás perdonada. Está bien. — La nube borrosa desapareció de sus ojos y me miró por fin. Afortunadamente, dejó de hablar—. Escucha —dije esbozando una sonrisa forzada—, siento lo mismo. Es como si tuviera que estar preocupada a todas horas por si voy a hacer o decir algo que te moleste. Quiero confiar en ti, pero no sé cómo hacerlo. No sé cómo hay que tener confianza en una mujer que no es gay, ésa es la pura verdad. Es algo nuevo para mí. Me siento como si todo el día estuviese moviéndome sobre arenas movedizas. Es como si pensase que cualquier día descubrirás que en realidad no tenemos nada en común y entonces desaparecerás. —Eso es culpa mía. No te debería haber dado la espalda de aquella manera antes. —No —hice un movimiento con la mano para ahuyentar sus palabras—, no tiene que ver contigo solamente. También tiene que ver con otras personas y conmigo. Me preocupa demasiado lo que pensará la gente. Me preocupa demasiado perder a las personas. Se hizo un silencio denso. No había sido mi intención hablar tanto. Ya me estaba arrepintiendo, deseando poder retirar aquellas palabras. —Y no quieres perderme a mí. —Se trataba de una afirmación.

La miré tímidamente. —No, no quiero perderte. Una sonrisa iluminó sus ojos. —Yo tampoco quiero perderte. —Suspiró de nuevo, aliviada—. ¿Por qué es tan difícil? Me encogí de hombros. —Territorio desconocido. Tú eres heterosexual y yo soy gay, y por mucho que quiera pensar que ello no nos hace diferentes, sí lo hace. Vemos el mundo de maneras distintas. -—Haces que suene irremediable. —No era ésa mi intención —admití—. Estoy analizándolo y haciendo que suene peor de lo que es en realidad; es sólo que me siento así. —Tal vez las dos nos estemos preocupando demasiado —sugirió. — ¿Quieres que te pida disculpas? —Ni se te ocurra. —Ahora se estaba riendo; saltó de la cama y se agachó frente al minibar para ofrecerme una Coca- Cola—. ¿Hemos acabado ya? — ¿Con esta conversación? Eso creo. —Cogí la lata que me brindaba y tiré de la anilla para abrirla. —Perfecto. —Volvió a acomodarse en la cama, cruzando las piernas y sentándose sobre ellas—. Entonces, cuéntame cómo te ha ido el fin de semana. Escudriñé su rostro atentamente sin encontrar rastro alguno de la sonrisa forzada que yo esperaba, —Llovió casi todo el tiempo, por lo que no salimos demasiado. Nos quedamos en el apartamento de Michelle. —Vaya, parece que la cosa va en serio. —Sabía que estaba tratando de sonsacarme información y le lancé una sonrisa irónica.

—Tiene gracia que digas esto. Puso expresión de sorpresa y frunció un poco el ceño. —Te vas a mudar aquí abajo para estar con ella, ¿no es así? ¿De dónde podía haber sacado esa idea? —No, por supuesto que no. Suavizó su expresión y se echó hacia atrás de nuevo, esperando que continuase.. —Michelle no tiene ninguna intención de sentar la cabeza ahora mismo. — ¿Y tú? —No con Michelle. —La miré fijamente e incliné la cabeza hacia atrás. —No me malinterpretes —comencé a decir, sintiendo la necesidad de explicar lo que acababa de decir—. Michelle es una mujer muy dulce y mi relación con ella ha sido muy buena para mí. Seguramente es lo mejor que me ha podido pasar en mi vida, pero no estamos hechas la una para la otra, ¿sabes lo que quiero decir? — Arrugué la nariz cuando la imagen de Michelle acudió a mi mente, con la cabeza ladeada y su risa ronca saliendo de sus labios—. Con todo, es un ángel. —Salí de mi ensueño y me centré de nuevo en Sara, que me observaba atentamente. Esbocé media sonrisa—. Sé que te mueres de ganas de preguntarlo, así que te ahorraré la molestia. Sí, es una amante increíble. Sara no pestañeó ante mis palabras. Su sonrisa era casi maliciosa. —No me sorprende en absoluto. —Se me quedó mirando unos segundos, consiguiendo que me diesen ganas de leerle el pensamiento—. No le vas a destrozar el corazón ni nada parecido, ¿no? —Oh, no. —Negué con la cabeza y le di un sorbo a mi refresco—. De hecho, ya hemos hablado de ello. —Miré a Sara con atención—. Este no es su primer escarceo sexual. Se echó a reír.

— ¿Y el tuyo sí? Me ruboricé. —Supongo que se podría decir así. Nunca me había enrollado con nadie tan rápidamente. Eso es parte de lo que he aprendido este fin de semana. —Frunció el ceño sin entenderme—. He aprendido que puedo estar con Michelle sin intentar casarme con ella. Nunca había sido capaz de hacer eso antes. — ¿Quieres decir que no te vas a la cama con cualquiera? —Se echó a reír. Me quedé horrorizada. — ¡Claro que no!

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— ¿Entonces no es verdad eso que dicen? —preguntó, incapaz de disimular el parpadeo repentino de sus ojos. — ¿Qué es lo que dicen?—Intuí que iba a hacer un chiste. —Que las lesbianas son ninfómanas. Me puse a reír como una histérica. —Me temo que eso es sólo un mito, aunque es posible que a mi amiga Susan se la pueda catalogar en esa especie. Lanzó unas carcajadas sonoras y luego permaneció en silencio. Entonces caí en la cuenta de que, una vez más, la conversación sólo giraba en torno a mí. —Bueno, ya basta de hablar de mí, ¿Y a ti cómo te va? ¿Qué tal con James? ¿Todavía salís juntos? Negó con la cabeza. —No, lo dejamos hace algún tiempo. —Lo siento —mentí. —Yo no. No era bueno para mí. Asimilé aquello.

—Y debe de ser difícil conocer a hombres aquí en el Sur, cuando Billy y yo somos tus únicos amigos. —No te preocupes, no tengo ninguna prisa por conocer a nadie. — Ahuyentó aquel comentario—. Además, estábamos hablando de ti. —Sí, pero bueno, ahora yo estoy hablando de ti. Has logrado que hable de mí un montón últimamente y apenas me has dicho una palabra sobre tu vida. Se supone que el asunto éste de la confianza funciona en dos sentidos. Tenía el aspecto del gato que se comió el canario del proverbio. —Me has pillado, ¿eh? —Desenroscó las piernas, se estiró en la cama y ahuecó los cojines—. Muy bien, adelante, dispara. ¿Qué quieres saber? Me estaba sirviendo la oportunidad en bandeja de plata y no la desaproveché. —Quiero saber qué pasó entre tu mejor amiga y tú en el instituto. Se encogió bruscamente. —Directa a la yugular, —Tragó saliva y se pasó la mano por el pelo—. Nunca se lo he contado a nadie antes. Me la quedé mirando a la expectativa, dejando que se tomara todo el tiempo del mundo para contestar. Inspiró hondo para recobrar la calma. —Se llamaba Tracy dijo—. Fuimos muy amigas durante toda la etapa del instituto e íbamos a todas partes juntas. —Sus ojos vagaron por toda la habitación hasta detenerse en la pared que había justo encima de mi cabeza—. Siempre nos quedábamos a dormir en casa de una o de la otra. Una noche, Tracy estaba en mi casa, era muy tarde y estábamos en la cama, hablando de chicos. De repente comenzó a decirme que no entendía por qué las chicas no salían con otras chicas y que yo le gustaba mucho más de lo que le había gustado ningún chico en su vida. —Hizo una pausa, su cara reflejaba un cansancio súbito—. No recuerdo exactamente qué sucedió

después, excepto que me besó. —Me miró de soslayo, vigilando atenta mi reacción. En otras circunstancias, le habría soltado algún comentario gracioso, pero parecía tan afectada que no me salió. Me la quedé mirando, tratando de mantener la expresión más neutra posible, esperando que continuase. Bajó la mirada hasta descansar los ojos en el regazo, incapaz de continuar mirándome a la cara. —Ahora me vas a odiar por lo que voy a decirte —hablaba tan bajo que tuve que estirarme un poco para oírla—. Me puse histérica, sencillamente. Comencé a llamarla de todo, diciéndole las cosas más horribles. Fui tan cruel... Les dije a todos los chicos del instituto que me había besado y todo el mundo se rio de ella. —Tenía la voz rota cuando acabó de contar la historia—. La sometí a la peor de las humillaciones. El corazón me dio un vuelco y me quedé sin habla. Unos ojos torturados me estaban mirando, calibrando mi reacción, pidiendo comprensión, suplicando el perdón... Pero yo era incapaz de ocultar mi horror y mi repulsión. «La peor pesadilla de cualquier lesbiana joven.» Estaba tan perpleja y tan abrumada por la compasión hacia la chica que Sara había destrozado... Mi cabeza estaba chillando de dolor, « ¿Cómo pudiste hacer algo así?» Un pesado silencio se abatió sobre nosotras y luché por mitigar mi hostilidad. Sus ojos reflejaban mi rechazo y dejó caer la cabeza. Un reguero de lágrimas le brotaba a raudales y resbalaba por sus mejillas. Mi respuesta la estaba hiriendo y yo me debatía entre el deseo de consolarla y la vehemencia de mi cólera y mi aflicción. Traté desesperadamente de tranquilizarme, consciente de que debía dejar a un lado mi reacción personal e intentar ayudarla. Pensé cómo debía de haberse sentido Sara durante todos aquellos años, sabiendo lo que había hecho; cómo debía de haberse sentido cuando le había contado la verdad sobre mí misma unos meses atrás. En mi corazón, sabía que la Sara que yo conocía debía de odiarse a sí misma por lo que había hecho; A las dos, pero ¿qué podía hacer yo? Nunca podría

darle la absolución que ella necesitaba. Tendría que encontrarla por sí misma. Había habido tantas cosas tras su reacción... No se me había ocurrido que pudiese haber algo más tras su rechazo. Sentí compasión por ella. Me puse en pie y recorrí la distancia que nos separaba con unos pocos pasos. Me senté en la cama junto a ella, mirándola de frente; me tragué mi orgullo y extendí ambas manos para rodearla con mis brazos, atrayéndola hacia mí y meciéndola mientras el torrente de lágrimas no dejaba, de fluir. —No me odies —imploró con palabras ahogadas. Se aferraba a mí con fuerza, enterrando su rostro en mi cuello mientras el sollozo convulsionaba su cuerpo. —Ssss... No pasa nada. No te odio. Todo está bien. —Hice lo que pude por consolarla, abrazándola con dulzura y acariciando los mechones que le caían sobre la frente, mientras le susurraba con voz queda, diciéndole que todo aquello había pasado hacía ya mucho tiempo, que había llegado la hora de que se perdonase a sí misma,.. La hora de deshacerse de aquélla carga,.. Yo estaba completamente inmersa en su dolor, cerraba los ojos y sentía cómo se derrumbaban todos mis muros. Había sufrido tanto... Quería aliviarla y hacer que desapareciese todo su dolor. Acurrucaba la cara en su pelo a la vez que le iba dando pequeños besos reconfortantes en la cabeza—. Ssss... No pasa nada. —Repetía esas mismas palabras una y otra vez, abrazándola y peinándole el pelo con los dedos. Poco a poco fueron cesando las convulsiones y su respiración fue volviendo a la normalidad. Continuaba aferrada a mí, inmóvil. Dejó escapar un profundo suspiro y mis párpados se cerraron cuando yo también suspiré. Lo habíamos conseguido. Lo habíamos superado. Mi ira había desaparecido cuando me asaltó otro pensamiento. De pronto caí en la cuenta de quién era la persona que tenía entre mis brazos. No pude evitar pensar en lo maravilloso que era tenerla así mientras respiraba hondo, saboreando el nítido olor del pelo que me estaba haciendo cosquillas en la nariz. Sara continuaba abrazada a mí y se me escapó una sonrisa involuntaria.

Sabía que aquel momento sería fugaz y sólo me quedaba admitir lo importante que era aquel breve instante para mí. Deseé que se hubiese producido en otro momento y en otro lugar, cuando pudiese decirle lo que sentía sin miedo al rechazo inevitable. Guardé mis pensamientos para mí, como un tesoro, acariciándolos antes de dejar que se evaporaran del todo, como si nunca hubiesen estado ahí. Me retiré con una leve presión, abandonándola a ella y a la fantasía. Estaba secándose las lágrimas y restregándose la cara con la manga del suéter. —Soy una mierda —murmuró. Emití un leve chasquido con la lengua para demostrarle que no estaba de acuerdo. —Puede que entonces fueras una mierda, pero ya no lo eres. A esa edad, los adolescentes son muy crueles. —Tenía frío y vacío el hueco del cuello donde había enterrado su cara. Me eché un poco más hacia atrás y apoyé una mano en la cama para mantenerme erguida. Con la otra mano continuaba acariciándole el hombro muy despacio. —Sí, claro. Fíjate en lo que te hice a ti: esto ha sido este mismo año. Todavía no me había mirado a la cara. —Eso es agua pasada, ¿recuerdas? —Tenía un aspecto lastimoso, con la cara enrojecida e hinchada. Pensé en Tracy de nuevo—. ¿Tuviste ocasión de pedirle perdón a ella? —No —respondió, negando con la cabeza y mirando al vacío, inexpresiva—. Creo que vive en Boston o algo así, pero en el caso de que la encontrase, no sabría qué decirle, cómo explicarme. —Es probable que sólo tuvieras que decirle «lo siento». A veces, con eso basta. -—Fruncí el ceño cuando vi su mirada glacial—. ¿Tienes alguna idea de por qué reaccionaste de aquella manera? ¿Por qué se lo dijiste a los demás en el instituto? —Oh, sí, claro que lo sé. —Se pasó el dorso de la mano por la cara y suspiró—. Lo hice porque aquel beso me hizo sentir un cosquilleo en el estómago que no había experimentado jamás. Me gustó y aquello

me asustó. Quería asegurarme de que no volvería a ocurrir nunca más. —Ahora había levantado la cabeza y me miró a los ojos, con los suyos hinchados e inyectados en sangre de tanto llorar—, ¿Quieres analizar esto, Leslie? Aquella conversación se iba volviendo más reveladora por momentos. Otra vez me había vuelto a pillar por sorpresa. —Inexperiencia juvenil. Arqueó las cejas. — ¿Eso crees? —No estaba segura de si el tono de su pregunta era esperanzado o dubitativo. -—Claro que sí —me encogí de hombros con indiferencia— Reaccionaste así porque sabías que aquel beso era algo tabú. Te intrigaba y te asustaba al mismo tiempo. -—No creía una sola palabra de lo que yo misma estaba diciendo. Buceé en sus ojos, tratando de leer sus pensamientos. No ?ne estaba mirando directamente, sino que tenía la mirada fija en mi boca. —Así pues, si me besaras ahora, no sentiría lo mismo, ¿verdad que no? —Sus ojos revolotearon hasta encontrarse con los míos. El corazón me dio un vuelco. Mi mente inició una carrera vertiginosa. No podía creer lo que estaba oyendo. «Me está pidiendo que la bese, ¿no es así?» Un ruido implacable me inundaba los oídos y tuve que recordarme a mí misma que tenía que respirar. Escudriñé su rostro, apenas a unos centímetros del mío, en busca de una respuesta. Sus ojos verdes, brillantes por la acción de las lágrimas recientes, eran nítidos y estaban concentrados en los míos. Libres del maquillaje que solía cubrirlas, sus diminutas pecas me hacían guiños. Era tan diferente de la imagen de la meticulosa mujer de negocios que asociaba con ella... Tan limpia... Tan franca... Tan suave... Mis ojos deambularon por sus pómulos hasta llegar a su pequeña barbilla puntiaguda; luego recorrieron su cuello esbelto y se detuvieron en el pulso que le latía en el hueco de la garganta. De vuelta a sus ojos, que todavía me estaban mirando, esperando, sin echarse atrás... Atrayéndome como imanes... Aquellos labios...

Ahora eran más carnosos, casi hinchados por el efecto del llanto. Ligeramente entreabiertos... Las veces qué había pensado en aquellos labios... Me imaginé a mí misma como un ladrón que se acercaba a aquellos labios y les robaba un beso. ¿Sabía Sara lo que me estaba pidiendo? ¿Cómo iba yo a volver a ese cómodo y seguro lugar que había encontrado una vez que hubiese besado aquellos labios? Ladeó la cabeza hacia atrás tan sólo un poco. Pestañeé, conteniendo la respiración y me incliné hacia delante. Nuestros ojos se quedaron clavados. Nos acercamos más, más y más... Cerró un poco las pestañas y dejó los párpados al descubierto. Mi corazón latía desbocado. Mis labios rozaron los suyos. Fue un roce leve, muy leve... Como una pluma de inocencia. Podía saborear la sal de sus lágrimas recientes mientras esperaba que ella se apartase, pero no lo hizo. Más cerca. ¿Eran mis latidos o los suyos los que estaba oyendo? Sus labios hicieron una presión lenta y ligera. Eran tan cálidos... Tan suaves... Ahora ya no sólo tocaban los míos, sino que estaban entreabiertos. Tan dulcemente... Abrió la boca, tan sólo un poco. Era una lengua suave e indecisa. Buscando la mía... Un roce breve. Quieto. Tan suave... Tan húmedo... Era demasiado perfecto. Demasiado bonito. Fui yo quien puso fin a aquel beso. Acaricié sus labios una última vez antes de levantar la cabeza. Las pestañas me pesaban cuando las abrí. Tenía los ojos más abiertos que nunca mientras sostenía mi mirada, impávidos. Me incliné hacia atrás un poco más para mantener el equilibrio y recobrar la respiración normal. Los labios de ella todavía estaban entreabiertos, húmedos por el beso, por mi beso. Yo tenía el corazón en el estómago y mi mente luchaba por recuperar el control. —Lo siento —balbuceé—. No debería... —No te disculpes. Fui yo quién te pidió que me besaras. —Su tono de voz era tan firme como sus ojos, sin dar siquiera un indicio de lo que estaba pensando o sintiendo. De pronto sentí una necesidad imperiosa de romper el hechizo bajo el cual estaba y deshacerme del pánico que se cernía sobre mí. Retiré

la mano de su hombro y la apoyé en la cama junto a mí, rezando porque no se diera cuenta de que estaba temblando. Ahora era yo la que no podía mirarla a los ojos. —Creo —comenzó a decir— que acabas de echar por tierra toda tu teoría. —Extendió el brazo y me tiró de la manga de la camisa—. Hasta aquí, la hipótesis de la inocencia juvenil. —Su tono de voz era ahora alegre—. ¿Cómo llamas a ese cosquilleo en el estómago cuando tienes veintiocho años? Si estaba jugando conmigo, no quería tener nada que ver con ese juego. —Creo que tendrás que descubrirlo tú sólita. —No pretendía que mis palabras sonaran bruscas, pero sabía que lo habían sido. —Eh, oye. —Me rodeó el antebrazo con los dedos—. Espero que no estés enfadada ni nada por el estilo. No tienes de qué preocuparte. Estoy bien; no voy a hacer ninguna locura ni nada, de verdad. Vi que creía que estaba preocupada por su reacción cuando, en realidad, lo único que me importaba era asegurarme de que no pudiese leerme el pensamiento. Estaba segura de que en aquel momento podría leer en mí como en un libro abierto. Dejé que mis ojos se encontrasen con los suyos y me sorprendió ver que estaba sonriendo; tenía un aspecto casi exultante. Mis sentimientos estaban a salvo. — ¿Quieres decir que no vas a reprochármelo? —No, te lo juro. Estoy bien. —Bien. —Genial. Sara estaba bien. Yo tenía que escapar, tenía que darme tiempo para poner en orden mis desbocadas emociones, pero no se me ocurría ningún modo de escabullirme fácilmente—. No te lo tomes a mal, pero necesito volver a mi habitación, ¿de acuerdo? Su sonrisa se desvaneció. —Leslie, ¿qué te pasa? —Nada, de verdad —insistí.

— ¿Estás enfadada? —No, no estoy enfadada, Sara, de verdad —mentí, ahora al borde del llanto. Esbocé una sonrisa forzada y me encontré con su mirada suspicaz—. Lo que ocurre es que estoy cansada; ha sido un fin de semana muy largo. -—Michelle parecía que estaba a años luz de allí. --Y esta conversación ha sido un poco agotadora. Eso es todo. No te preocupes. —Pronuncié las últimas palabras mientras me levantaba del colchón—. ¿Qué te parece si quedamos para nadar mañana por la mañana? —Sí, claro. —Su respuesta fue breve—. Llama a la puerta cuando estés lista. —De acuerdo. —Forcé una sonrisa de nuevo—. Buenas noches, Sara. No estaba segura de si me había respondido. Me volví como una autómata y crucé las puertas. Cerré la de mi lado y eché el pestillo con las manos temblorosas.

11

No logré pegar ojo en toda la noche. Le daba vueltas a la cabeza sin parar, mientras permanecía despierta, reproduciendo los sucesos de aquella tarde una y otra vez, prolongándome siempre en el beso. Después me arrastré mentalmente hasta la realidad y una sensación de enfado se apoderó de mí. ¡Había tardado tanto tiempo en superar aquella obsesión! Y ahora ahí estaba yo, en el mismo punto de partida donde había estado meses atrás. Los viejos sentimientos crecían en mi interior. ¿Por qué había querido que la besara? Seguramente se trataba de un experimento: una forma de conjurar él pasado y el dolor que había sufrido desde la época del instituto. «Bueno, espero que le haya dado resultado.» Pero... ¿qué ocurriría si quería más? ¿Qué pasaría si sentía curiosidad y decidía explorar su sexualidad? Igual que Julie. Mis pensamientos se centraron en Julie. Aquello era todo lo que yo había sido para ella: simple curiosidad. Un experimento. Bueno, pues no iba a dejar que sucediese otra vez. Ya había aprendido la lección hacía tiempo y no iba a dejar de ninguna manera que Sara me utilizase como una especie de conejillo de Indias. Para cuando mi reloj despertador dejó de sonar, yo ya estaba agotada. Por suerte, pasó el día entero sin que Sara hiciese mención de lo ocurrido la noche anterior. Quizá su significado sólo habían sido imaginaciones mías. El proyecto iba avanzando con rapidez. Billy se lo tomaba con mucha calma porque parecía que íbamos a cumplir con el calendario previsto. Yo experimentaba una extraña sensación, como si en mi interior se enfrentaran sentimientos encontrados; iba a ser maravilloso regresar a casa por fin, pero lo cierto es que le había tomado cariño a Atlanta.

Sara y yo continuamos pasando tanto tiempo juntas como de costumbre. Cada día esperaba que me soltase una bomba, pero no lo hizo. Llegué a la conclusión de que al parecer quería olvidar aquel beso, como si nunca hubiese ocurrido. O eso, o el beso había sido muchísimo más importante para mí que para ella. Seguramente, yo tenía razón en cualquiera de mis dos suposiciones. Cuando faltaba poco para el fin de semana, Michelle me llamó y nos invitó a Sara y a mí a cenar el jueves por la noche. Supuse que Sara declinaría la invitación, pero me equivoqué y aceptó de buen grado. Fuimos con el coche de alquiler hasta un restaurante cuya especialidad eran las barbacoas y que estaba a las afueras de Atlanta. Las costillas estaban deliciosas y comimos como auténticas limas. Me había preocupado la posibilidad de que la cena resultase incómoda, pero pronto descubrí que no tenía razón alguna para preocuparme: Michelle y Sara se llevaban a las mil maravillas y me encontré en la situación de ser una simple espectadora, observándolas y riéndome de su conversación, pero sin participar en ella en realidad. Ambas estaban de muy buen humor, increíblemente alegres y eufóricas. Mis ojos viajaban de la una a la otra y no podía borrar la sonrisa que asomaba en mis labios. Eran tan distintas y a la vez tan arrebatadoras, cada una a su manera... Michelle era tan atractiva y Sara tan maravillosa... Me imaginé a las dos juntas, como amantes; harían una pareja perfecta. « ¡La de cabezas que se volverían para mirarlas!» A medida que aquella imagen fue tomando cuerpo, comenzó a dolerme el estómago. «Genial. Ahora lo veo claro. Las presento la una a la otra y se enamoran perdidamente.» Sacudí la cabeza y me pasé el resto de la cena, ahuyentado aquel pensamiento de mi mente. Cuando regresamos al hotel, Sara se reunió con Michelle y, conmigo en mi habitación. Continuaron charlando durante un rato hasta que Michelle tuvo que irse. —Tengo una clase a las seis —dijo, refunfuñando. Se volvió hacia mí y me preguntó si iba a quedarme en la ciudad el fin de semana.

—No estoy segura —le contesté—. He estado pensando que quizá tendría que ir a casa. Frunció el ceño con gesto divertido. — ¿No puedo convencerte de que te quedes? Yo era plenamente consciente de la mirada atenta de Sara. —Lo pensaré y te llamaré mañana, ¿de acuerdo? Satisfecha, se volvió hacia Sara y se despidió de ella. Sara respondió, agradeciéndole la cena y asegurándole que se lo había pasado muy bien. Acompañé a Michelle hasta la puerta con cierta torpeza, esperando darle un beso rápido en los labios antes de dejarla marchar, pero me atrapó en sus brazos y me besó despacio y con urgencia hasta dejarme sin aliento. —Sinceramente, creo que deberías quedarte —me dijo con la respiración entrecortada. Luego sonrió y me pasó la mano sor la mejilla antes de desaparecer tras la puerta. Tenía las mejillas coloradas cuando me encontré con los ojos de Sara, llenos de reproche. —A mí no me besaste así. Hice un movimiento brusco con la cabeza. Se me puso un nudo en la garganta cuando las emociones que había reprimido durante toda la semana afloraron a la superficie y acabaron por estallar en un ataque de ira. —Tampoco me acuesto contigo. —Aquellas palabras, afiladas como cuchillos, la hirieron y la dejaron atónita, traicionando mis sentimientos. Nos quedamos mirándonos fijamente, sorprendidas y alteradas. Me arrepentí enseguida de lo que había dicho y quise disculparme, pero no me salían las palabras. Sara entornó los ojos. —Dios mío. ¿De dónde diablos ha salido eso? ¿Qué te pasa?

—No me pasa nada, —Me acerqué a la cama y me eché sobre ella—. Deja de analizarme. —Me estaba comportando como una niña consentida. Continuó mirándome con gesto de preocupación. -— ¿Estás enfadada porque no os he dejado a solas? ¿Por haber ido a cenar con vosotras? Lancé una risa débil. —Sí, eso es Sara. Has acertado, como siempre. Me conoces tan bien... —El sarcasmo de mi voz era muy elocuente. —Creo que no te conozco en absoluto. —Hablaba con voz queda, casi triste. Se dirigió hacia la puerta, la abrió despacio y salió al pasillo. Luché con la necesidad de llamarla para que volviera; los ojos me ardían cuando oí el sonido de la puerta al cerrarse tras ella. Aquello era el principio del fin. Estaba siendo autodestructiva y estaba saboteando nuestra amistad. Podía verlo, podía sentirlo y sabía que yo era la responsable, pero no sabía cómo detenerlo. ¿Cómo iba a superar aquello? ¿Cómo podría volver a ser simplemente su amiga?

Sara desayunó conmigo la mañana siguiente. No hablamos demasiado y ambas estuvimos a la defensiva, con el recuerdo de la noche anterior acechando en nuestras mentes. El día transcurrió muy despacio y yo todavía estaba indecisa acerca de volver a casa o no. Pensé en todas las preguntas que me haría Susan y en las respuestas que no tenía. Es posible que, bien mirado, lo mejor fuese quedarme en Atlanta. Al final de la jornada busqué a Sara sin demasiado entusiasmo y no me sorprendí cuando no conseguí encontrarla. Suponiendo que ya se habría ido al hotel, decidí regresar por mi cuenta. Una vez allí, llamé a Michelle para decirle que había decidido quedarme en la ciudad. Me explicó que tenía que trabajar en el bar aquella noche y me sugirió que fuese allí más tarde para hacerle compañía. Le dije que

sí. Después me puse unos pantalones cortos y una camiseta, e intenté descansar y ver las noticias de la tarde. Unos golpecitos en la puerta que provenían de la habitación contigua me sacaron de mi ensimismamiento. Me levanté de la cama a regañadientes y me aproximé a la puerta para abrirla, Sara estaba apoyada en la jamba de la puerta, iba vestida con vaqueros y un suéter verde militar y llevaba colgando del hombro una chaqueta y una bolsa de viaje. En su rostro tenía dibujada una expresión casi de timidez. —Hola. —Bajó la mirada y se fijó en mi atuendo informal—. He pensado que a lo mejor podríamos compartir un taxi para ir al aeropuerto. Negué con la cabeza, sintiéndome como una idiota otra vez. —He decidido quedarme. Parecía triste. — ¿Michelle? Asentí con un gesto. —Esta noche trabaja, pero seguramente iré al bar y la veré más tarde. Una vez más, asintió en silencio y sonrió débilmente. —Me lo pasé muy bien con ella anoche. No me extraña que te sientas atraída por ella. —Es un encanto —añadí. -—Pero no es nada serio. —Estaba sonsacándome de nuevo y no pude sino echarme a reír. —No, no es nada serio. Asintió de nuevo con aire distraído, como si quisiera decir algo más. —Esperaba que pudiésemos hablar en el avión. Tengo algo qué decirte.

—-Espero que no sea otra confesión... Sonrió. —Bueno, algo así. El corazón me dio un vuelco. No creía que fuera capaz de aguantar mucho más. — ¿Debería sentarme? -—Traté de imbuir a mi voz el tono más desenfadado posible. Asintió con la cabeza y luego extendió el brazo para detenerme cuando me estaba dando la vuelta. —No, sólo estaba bromeando. Aliviada, me apoyé contra la puerta con cuidado de guardar las distancias entre nosotras. —Creo que me has malinterpretado. —Dejó de hablar y se echó a reír ante sus propias palabras—. Quiero decir que estoy segura de que he sido difícil de interpretar. Decidí sentarme a pesar de todo, coloqué una silla a pocos metros de distancia y me acomodé en ella. Sara se quedó donde estaba, apoyada contra el marco de la puerta. —Quería decirte... —hizo una pausa y se ruborizó—. La otra noche, cuando me besaste... —Traté de no inmutarme mientras me preparaba para oír sus palabras—. Me gustó mucho. Quería que supieras que fue algo especial. —Noté cómo me flaqueaban las fuerzas al devolverle su mirada fija—. Y anoche, no trataba de ser una imbécil cuando te dije aquello sobre tu beso con Michelle. — Respiró hondo e hizo presión contra la puerta—. Estaba celosa, ésa es la pura verdad. Yo también quería besarte así. Después de una semana entera entrenándome para la posibilidad de aquel momento, mi respuesta estaba bien ensayada, seca y cortante. —Ah, la vieja curiosidad y la teoría de la mujer heterosexual hace su entrada de nuevo.

Parecía como si le hubiese dado una patada en el estómago. — ¿Eso es todo lo que tienes que decir? ¿Te digo cómo me siento y no se te ocurre otra cosa que tirármelo a la cara así, sin más? En todas mis fantasías, nunca había previsto cómo respondería yo a su enfado, o a su dolor. «Basta ya, basta ya.» —Lo siento, he sido injusta contigo —traté de disculparme—. Lo que ocurre es que esto me resulta vagamente familiar y, bueno, ya conoces la regla número uno. — ¡A la mierda tus reglas! No puedo creer que me haya molestado en contarte esto. -—-No dejaba de apretarse las manos y tenía la cara roja de ira—. ¡Dios! ¡Qué estúpida soy! —Sara. —Me levanté y me acerqué a ella—. Estoy siendo una imbécil. —Tienes razón, lo eres. —Comenzó a dar unos pasos hacia atrás, sin dejar de mover la cabeza: «Oh, Dios. Lo he vuelto a hacer.» —Sara. —Intenté acercarme a ella de nuevo, pero fue retrocediendo hasta llegar a su habitación y hasta el punto en que fui yo quien estaba en la puerta. Se volvió para encararme justo cuando alcanzaba la otra puerta que daba al pasillo. —Dime una cosa. Si no vas en serio con Michelle, ¿dónde está la gracia? ¿Dónde, Leslie? ¿Por qué sales con ella? ¿Sólo porque te excita? —Me estaba pinchando—. ¿Por diversión? ¿Un sexo de cine? ¿Qué? —Tenía apoyada la mano en el pomo de la puerta que habías detrás de ella—. ¿O es sólo, tu ego? —Por seguridad —contesté, encogiéndome de hombros. — ¿Por seguridad? Eso es triste. —Sacudió la cabeza. Su tono de voz era sarcástico—Eso es muy triste, pero, ¿sabes una cosa? No me sorprende lo más mínimo. —Su risa era cáustica—. Tengo que coger

un avión. —Antes de darme tiempo a pensar una réplica, la puerta estaba abierta y ella se había ido.

12

Perdí la noción del tiempo que pasé dando vueltas arriba y abajo por la habitación hasta que ya no pude más. Me puse un par de téjanos, me calcé unas zapatillas de deporte, saqué un jersey del armario y cogí las llaves del coche de alquiler. Sin mirarme al espejo siquiera, salí por la puerta y me dirigí al bar. Una vez en el coche, cambié de opinión y enfilé la autopista, con la urgente necesidad de aclarar mis ideas antes de ver a Michelle. No dejaba de reprenderme una y otra vez. ¿Cómo podía haberle hablado a Sara de aquella manera? ¿Cómo podía haber sido tan cruel, tan rencorosa? «Felicidades, Leslie. Has hecho un buen trabajo.» El nudo de mi estómago se fue volviendo cada vez más intenso hasta que creí que iba a vomitar. Mi intuición me decía que la fuese a buscar, que la llamase... Lo que fuese. Tenía que decirle que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de arreglar aquello. Sin embargo, mi lado racional ganó la batalla, poniendo todo su empeño en tranquilizarme y asegurándome fríamente que había sido lo mejor. Traté de auto convencerme de que no importaba, a sabiendas de que era lo único que importaba. Al final, casi dos horas más tarde, volví a la ciudad y me dirigí al lugar donde sabía que podría hallar consuelo. Por suerte, Michelle se alegraba de verme. La encontré en la sala de la pista de baile, de pie en el extremo de la barra y con la barbilla apoyada en el dorso de la mano mientras observaba a varias parejas bailar. La sonrisa desapareció de su cara al ver mi expresión de

angustia. Se acercó a mi lado de la barra y me rodeó con un reconfortante abrazo. —Cariño, tienes muy mala cara —me susurró al oído. La barbilla me temblaba y estaba a punto de echarme a llorar. Se echó hacia atrás para mirarme a los ojos—. ¿Qué te pasa, Leslie? No me salían las palabras. Tenía demasiado miedo de que se me escapasen las lágrimas si hablaba. Me abrazó de nuevo un largo rato hasta que se retiró y me guió hacia un taburete. —Siéntate —me ordenó y la obedecí. Desolada; me limité a mirarla mientras me cogía de la mano y me observaba. — ¿Es por lo de Sara? Me quedé perpleja. — ¿Cómo lo sabes? —dije en un hilo de voz. —Ha estado aquí —contestó en voz baja. — ¿Que ha estado aquí? —Sin poder dar crédito a sus palabras, por poco me caigo del asiento, pero Michelle alargó el brazo para ayudarme a mantener el equilibrio. Asintió con la cabeza. —No te enfades. Necesitaba hablar con alguien y sólo se le ocurrió pensar en mí. — ¿Vino aquí para hablar contigo? —Un ataque de furia me recorrió la espina dorsal y luego rápidamente se transformó en ansiedad—. ¿Qué te ha dicho? Michelle se encogió de hombros. —Que habíais discutido. Que iba de camino al aeropuerto, pero que no podía marcharse. —Esbozó media sonrisa—. ¿Quieres contármelo? —No. —Puse los ojos en blanco—. Sí, creo que lo necesito —dije dando un suspiro—. ¿Te importa?

—Para eso estoy —me aseguró—. Espera un momento, te traeré algo de beber. —Se metió en el otro lado de la barra y volvió con una copa de vino y un bol de galletitas saladas. Engullí las galletas con voracidad, cayendo en la cuenta de que no había cenado. — ¿Y ha venido aquí sola? —No podía creerlo. —Sí. Se sentó justo aquí—dijo señalando el taburete que había a mi lado—. La verdad es que tuvimos una buena charla. Me gusta. Bajé mi tono de voz, incomprensiblemente suspicaz. — ¿Qué quieres decir, con eso de que te gusta? Me lanzó una mirada reprobatoria. —No seas paranoica. —Me metió una galleta salada en la boca—. Le importas. —Sí, seguro —dije con sarcasmo—. ¿Te ha contado lo que le dije? Michelle se inclinó hacia delante, apoyándose en los codos. -— ¿Por qué no me cuentas lo que ha pasado? Agradecida, le conté la historia de cabo a rabo, desde el día en que conocí a Sara hasta aquella misma tarde. Michelle tuvo mucho cuidado en no interrumpirme y me dejó desahogarme hasta que acabé exhausta y terminé la historia. Había dibujado una sonrisa dulce y tranquilizadora en su rostro cuando acabé de hablar y no parecía sorprendida en absoluto por nada de lo que le había contado. —Creo que deberías ser honesta con ella, Leslie. Dale una oportunidad. La miré con detenimiento, fijándome en ella por primera vez aquella noche. —Gracias por escucharme. No ha sido justo por mi parte desahogarme contigo de esta manera. Se inclinó un poco más para mirarme de cerca, esbozando una sonrisa sincera.

—Está bien, ya lo sabes. —Me cogió de la mano. Odio verte tan infeliz. —Echó la cabeza hacia atrás y fijó la mirada en un punto encima de mi cabeza. Lanzó una sonrisa maliciosa y no supe por qué hasta que unas manos me sujetaron con suavidad por los hombros. Me estremecí, consciente de que era Sara la que me sostenía con firmeza en mi sitio. — ¿Por qué me siento como si me hubiesen tendido una trampa? dirigí la pregunta a Michelle—. Traidora. Michelle me apretó la mano antes de echarse a reír con aire inocente y de levantar ambas manos. —Eh, yo sólo trabajo aquí. —Inclinó la cabeza hacia Sara—. Siéntate. Yo tengo que atender a los clientes. —Desapareció en el otro extremo de la barra y me quedé con la mirada fija hacia delante, intentando aparentar fascinación por las botellas de licor que tenía justo enfrente. «Estoy atrapada», pensé. Noté la vacilación de Sara mientras retiraba las manos de mis hombros y se acomodaba en el taburete que había a mi lado. Arrojó varios billetes en la barra antes de hacer girar el taburete para mirarme cara a cara, presionando sus rodillas contra mis muslos. Intenté no retirarme y ella no se molestó en moverlas. Di un sorbo a mi copa de vino, a la vez que intentaba tranquilizarme. --Pensaba que te ibas a Boston —dije con la mayor calma posible y sin que la música ahogara mis palabras. —Aquí es donde quiero estar. —Dio unos golpecitos en la barra y dejó caer las manos sobre el regazo. Rodeé la copa con mis dedos y volví la cabeza para mirarla de frente. —Me alegro de que estés aquí, de que hayas decidido quedarte. — Me tragué mi orgullo y me sentí agradecida por la oportunidad de poder hacer las cosas bien—. No quise decir lo que te dije en el hotel. Desearía poder borrarlo todo. —Sacudí la cabeza, incapaz de poder expresarme, incapaz de ser completamente honesta. Me concentré en la copa que tenía entre las manos, sorbiendo lentamente de ella

antes de volverme hacia Sara con cautela—. ¿Por qué te has quedado? Escogió sus palabras con sumo cuidado. —De camino al aeropuerto, pensé en todo lo que me habías dicho; en lo de tu relación con Michelle por seguridad. —Hizo una pausa antes de continuar—. De pronto caí en la cuenta de que esto es exactamente lo que he estado haciendo durante toda mi vida. Me refiero a lo de ir a lo seguro. —-Lanzó una sonrisa irónica—. Después pensé en el modo en que me saltaste a la yugular cuando te dije que había sentido celos de aquel beso. ¿Es posible que, por casualidad, sólo estuvieses tratando de alejarme de ti? —Observó mi reacción con detenimiento—, ¿Me he acercado? —Más de lo que quisiera admitir —murmuré. Sonrió ante mis palabras. —Lo he hecho todo mal. He estado pinchándote e intentando llamar tu atención de las peores formas posibles. —Miré hacia otro lado y me tocó la rodilla para obligarme a mirarla y a escuchar lo que me estaba diciendo—. Sobre todo, después que me contases lo de Julie. Debería haber sabido que estarías a la defensiva. Di otro sorbo y aparté la mirada. Esta vez me tomó de la mano, acariciándome la muñeca con las yemas de los dedos. Bajó un poco la mirada, mirándome directamente a los ojos. La suya era una mirada oscura, seria, penetrante. Retiró la mano poco a poco, satisfecha por haber captado toda mi atención. A pesar de la oscuridad de la sala, podía ver su nerviosismo. —No debería haber jugado contigo de esa manera, pero no sabía cómo decírtelo, —A su boca le resultaba difícil pronunciar las palabras y los labios le temblaron ligeramente cuando se forzó a sí misma a continuar—. Siento algo por ti, Leslie. Y no sé qué puedo hacer con estos sentimientos. —Entorné los ojos al notar su miedo. Abrí la boca para decir algo, pero ella se me adelantó—. Tenía la esperanza de que tal vez tú sintieses lo mismo; por ello he venido aquí esta noche, para averiguarlo. Si no sientes nada por mí, puedes decírmelo, pero por favor, no seas desagradable, ¿de acuerdo?

Una sensación de alivio se apoderó de mí. El temor había dado paso a la esperanza y la esperanza se había convertido en un calor lento, que se despertaba en mi interior. Le lancé una mirada escéptica, sin dar crédito a mis oídos. Atisbé la tensión que rodeaba sus ojos y el nerviosismo que se asomaba a las comisuras de sus labios, mientras se preparaba para mi respuesta. —No se trata sólo de ti. —Tragué saliva y sentí la necesidad de hablar, escogiendo las palabras con mucho cuidado—. He estado mucho tiempo tratando de luchar contra lo que sentía por ti. —La miré mientras la carga pesada desaparecía de sus hombros. Sus facciones comenzaron a relajarse. — ¿De verdad? Asentí, sintiéndome incómoda, sin saber qué decir. Cerré los ojos. —Esto no se me da demasiado bien. No me resulta fácil. Se acercó un poco más a mí; tanto, que su aliento me llegaba a las mejillas. — ¿Y qué te hace pensar que a mí me resulta fácil? —Sus palabras me llegaron al alma. — ¿No haces esto todos los días? —Ahora me tocaba a mí sonreír con ironía. —No, si puedo evitarlo. —Dio un sorbo a su copa de vino y nos quedamos en silencio, sin saber cómo seguir-—. La cuestión es qué vamos a hacer al respecto. —La verdad es que hace mucho tiempo decidí no hacer nada al respecto. Su mirada se oscureció. — ¿Es eso lo que quieres hacer todavía? Un frío glacial recorrió mi espalda mientras consideraba la posibilidad de mentir. No era demasiado tarde. Todavía podía salir de aquella situación.

—No —la palabra se escapó de mis labios antes que pudiese detenerla—. Eso no es lo que quiero. Una sonrisa asomó en sus ojos. —Bien. Yo tampoco. —Parecía aliviada y vacilante a la vez. Me quedé en silencio mientras bebíamos, aprovechando la oportunidad para asimilar sus palabras y para interiorizar el hecho de que todo había cambiado cuando todavía no había cambiado nada. Era un comienzo, una puerta abierta. Decidí apartar las dudas que sabía que saldrían tarde o temprano. Podían esperar. — ¿Y ahora qué hacemos? —Estaba agotada por los nervios. Alargó el brazo y me cogió por la muñeca. —Bailamos. — ¿Bromeas? —solté sin querer. Se puso a reír y me estiró del brazo. —Lo digo en serio, vamos. Es la única canción que conozco de todas las que han puesto. Escuché un momento; reconocí la voz de Donna Summer y me quedé horrorizada al instante. — ¡No puedo bailar contigo Love to Love Tou, Baby!—Me eché atrás de nuevo y sólo conseguí que se riera con más fuerza aún. — ¡Claro que puedes! —Se puso en pie y me animó a que la siguiera. Busqué a Michelle con los ojos, implorándole que viniese en mi auxilio, pero estaba charlando con uno de los camareros, ajena a mis súplicas. Refunfuñando, dejé que Sara me condujera por el laberinto de mesas hasta la pista de baile. No me soltó la muñeca hasta que estuvimos rodeadas por otras parejas. Evité su mirada mientras mis ojos iban de una pareja a otra, fijándome cómo unos cuerpos se apretaban contra los demás cuerpos. El pánico se apoderó de mi garganta y los pies se me quedaron clavados en el suelo.

—No puedo bailar esta canción —grité para que me oyera. Se hizo a un lado y la seguí mientras la canción, afortunadamente, se iba disipando. —Has tenido suerte —se rió. Rogué en silencio para que la siguiente canción fuese alguna melodía rápida que conociese, por la que pudiese dejarme llevar y perder mi sentido del ridículo. Estiré el cuello para oír las primeras notas y se me encogió el corazón cuando oí que se trataba de una canción de amor lenta y sensual. Mis ojos miraron los suyos. —-¿Nos sentamos? Se echó a reír y me estiró de la manga del suéter. —No, quiero bailar. — ¿Quieres bailar esto? —Las demás parejas comenzaron a bailar con sus cuerpos muy unidos. —Relájate. No muerdo. —Estaba sonriendo mientras me ofrecía las manos. Con gesto vacilante, miré primero sus manos y luego su rostro, buceando en sus ojos, sin creerme lo que estaba sucediendo. «Voy a despertar en cualquier momento», pensé. Su sonrisa comenzó a quebrarse y una sombra de incertidumbre oscureció su mirada. El volumen de la música se hizo más intenso, lancé un suspiro y me acerqué a ella. —Supongo que eres consciente de que para bailar esto tengo que tocarte. —Me lo imagino. —Levantó un poco las palmas de las manos esperando a que yo se las cogiera. Levanté unos brazos pesados y uní mis manos a las suyas, deteniéndome a saborear el momento de placer. Los dedos de mi mano derecha se entrelazaron con los de su izquierda. Di un paso hacia delante mientras nuestras manos entrelazadas iban a descansar en su espalda, justo por debajo de la cintura. Mi otra mano cayó en su cadera y su palma izquierda siguió el camino de mi brazo hasta detenerse en mi hombro. Comenzamos

a movernos lentamente, con torpeza. Me concentré en el movimiento, tratando de seguir su ritmo. — ¿Así está bien? —Su voz sonaba extraña, pequeña, débil e insegura. Eché la cabeza un poco hacia atrás para mirarla a los ojos. Habían perdido su aire travieso y ahora me hablaban, con una ansiedad silenciosa, traicionando el nerviosismo de Sara. Olvidé mis propios temores y apreté la mano que descansaba sobre la mía. —Así está bien —dije sencillamente, con dulzura, sabiendo que mi expresión le decía mucho más que mis palabras. Se relajó exhalando un profundo suspiro. Su mano abandonó mi hombro y fue a rodear mi cintura a la vez que se acercaba más a mi cuerpo, presionando todo su ser contra el mío. Me estremecí involuntariamente y cerré los ojos. Rindiéndome, entregándome... La rodeé con el brazo y mi mano fue a parar a los rizos de su nuca. Enterré la cara en su garganta y respiré hondo, disfrutando de su aroma, en la armonía perfecta de nuestros cuerpos, que se estrechaban con fuerza y se movían despacio. La sensación era maravillosa; abrazarla de aquella manera, enredar mis dedos en su pelo, movernos como en un sueño, dejar que la música me embargara... Preguntarme si era posible que ella estuviese sintiendo algo parecido a lo que sentía yo... La canción terminó demasiado pronto y el sonido grave y repetitivo de un bajo vino a reemplazar la dulzura del momento anterior. Dejamos de movernos y nos quedamos abrazadas, prolongando el abrazo, sin querer liberarnos. Nos separamos y dimos un paso atrás, mirándonos la una a la otra con gesto nuevo y extraño. No me importaba que Sara no estuviese sonriendo, me bastaba con aquella llama ardiente en sus ojos. Tragó saliva y yo esbocé una sonrisa, tomándola de la mano. Sin mediar palabra, la conduje entre la multitud que había ahora en la pista de baile y la llevé hasta nuestros taburetes. Michelle acudió enseguida a nuestro lado, riendo y bromeando, sin dejar de llenar las copas mientras un grupo de sus amigos se reunía a nuestro alrededor. Me pregunté si estaría al tanto de lo que estaba

pasando entre Sara y yo. Si lo estaba, no lo demostraba, con la excepción de que ya no me tocaba tan a menudo y las veces que lo hacía era de un modo menos íntimo. No sabía cómo hablarle a Sara, por lo que agradecí enormemente la conversación forzosa con los amigos de Michelle. Sara no me volvió a pedir que bailase con ella y, de hecho, no me habló demasiado mientras charlábamos con los demás, pero no pasé por alto la mano ocasional que caía sobre mi brazo y la rodilla que reanudaba su presión contra mi muslo. Era casi medianoche cuando Sara se me acercó. Notaba su aliento en mi cuello mientras me susurraba al oído: —Creo que voy a necesitar que alguien me lleve de vuelta al hotel. La miré de cerca un momento. —Es verdad. Has venido en taxi, ¿no es cierto? Asintió con un gesto. — ¿Crees que podría volver contigo? —Ladeó su cabeza oscura—. A no ser que eso te estropee los planes para esta noche. El corazón me dio un vuelco, mis ojos fueron hasta Michelle y luego de vuelta a Sara. Era una situación muy rara. —Estoy segura de que Michelle lo entenderá —dije con voz neutra—. ¿Estás lista para irnos pronto? —Cuando tú quieras. Asentí, lista para marcharnos, y cogí la mano de Michelle cuando ésta pasaba por mi lado, Me asaltó una sensación de culpa cuando comencé a tartamudear: —Voy a llevar a Sara al hotel —le dije. Me miró, luego miró a Sara y se volvió a mí de nuevo. Por un momento pensé que iba a pedirme que nos viéramos más tarde, pero no lo hizo. Se limitó a sonreír y se agachó para coger algo, luego pasó por debajo de la barra para ponerse a nuestro lado. Llevaba la chaqueta y la bolsa de viaje de Sara en una mano. Me puse en pie

para recibir su afectuoso abrazo, tan distinto de los abrazos que solía darme. Me apretó con fuerza, sin dejarme ir. —Espero que esto funcione como tú deseas —me susurró al oído. Me embargó una sensación de tristeza y confusión. Las cosas estaban yendo demasiado rápido, demasiado fuera de control. —Eh, espera un momento... Me hizo callar con un beso rápido en la mejilla. —Teníamos un trato, ¿recuerdas? Está bien. Llámame. —Me lanzó una mirada cargada de significado y se volvió hacia Sara, dejándole la bolsa en una mano y cogiéndole la otra con las dos. —Gracias. —Esa fue la única palabra que le oí pronunciar a Sara antes que Michelle también le diera un abrazo. Me quedé mirando la cara de Sara mientras Michelle la abrazaba y le susurraba algo al oído. La mente me daba vueltas, sin acabar de creerme lo que estaba sucediendo. Vi cómo asentía Sara cuando Michelle daba un paso atrás y me dije a mí misma que llamaría a Michelle al día siguiente. —No lo haré —fue todo lo que dijo Sara. Michelle se volvió y me sonrió, apretándome el brazo, y luego volvió a agacharse para pasar al otro lado de la barra. Nos dijo adiós un momento con la mano antes de volverse hacia sus amigos y Sara y yo echamos a andar hacia la salida. Reinaba un silencio extraño, una vez que llegamos a la calle. La grava del suelo del aparcamiento crujía bajo mis zapatillas de deporte mientras caminábamos la una al lado de la otra, rozándonos de vez en cuando los hombros. Continué pensando en Michelle. — ¿Qué te ha dicho Michelle antes de irnos? —le pregunté al llegar al coche. Me miró mientras quitaba el seguro de la puerta del copiloto. —Me parece que no quiero decírtelo ahora mismo. Es posible que más tarde.

Le contesté que lo entendía, pensando que tal vez yo tampoco quisiera decirle lo que Michelle me había dicho a mí. La radio cobró vida cuando arranqué el motor y el volumen me hizo saltar y apagarla rápidamente. —Lo siento. —La miré con gesto contrariado—. Estaba de un humor de perros cuando venía hacia aquí. Sara se volvió en su asiento, alargando el brazo con timidez y apartando mi mano del volante. La observé mientras la depositaba en su regazo y la sostenía, ladeando la cabeza mientras recorría mi palma con un dedo. — ¿Y ahora cómo te sientes? —me preguntó en voz baja mientras seguía el recorrido de su dedo con los ojos. Sonreí ante su fingido aire de despreocupación. —Nerviosa. Alerta. Confusa... —Las palabras fueron saliendo una a una a la vez que suspiraba. Sus ojos se encontraron con los míos. —Yo también —admitió, sin dejar de acariciarme la mano. Se hizo un pesado silencio y ahuyenté las palabras de reproche que trataban de invadir mi mente. Se quedó mirando a través del parabrisas y mis ojos dibujaron el contorno de su perfil. Unos rizos oscuros le caían sobre la frente. Su nariz era estrecha y robusta, tal vez demasiado larga para ser perfecta. Su barbilla, pequeña y puntiaguda, se volvía hacia mí. — ¿Puedo hacer algo antes de irnos? —Deslizó la lengua por el labio superior y luego por el inferior antes de esconderla en la boca, haciendo su nerviosismo transparente. El corazón me latía desbocado en el pecho. Asentí, mirándola a los ojos y acallando las voces de mi mente. Acercó su mano a mi mejilla, luego a mi sien y finalmente la enterró en mi pelo. Su respiración se hizo irregular. Alcé el brazo y cubrí su mano con la mía, guiándola hacia abajo, por mi mejilla, hasta que la palma de su mano me tapó los labios.

Besé aquella mano antes de dejarla escapar y mis labios se estremecieron al perder aquel contacto. Las yemas de sus dedos acariciaron despacio el contorno de mi boca antes de recorrer mis labios, trazando primero el de arriba y luego el de abajo. Se acercó más aún, con los ojos fijos en mi boca. Unos labios suaves fueron a ocupar el puesto que los dedos habían dejado vacante. Cerré los párpados y nos quedamos inmóviles, rozándonos apenas con los labios. Luego deslizó la mano hasta mi cuello y me atrajo hacia sí. Obedecí a sus requerimientos y descansé ambas manos en la suavidad de sus mejillas. Sus dedos me acariciaron el cuello y la presión de sus labios se hizo más intensa. Mis dedos se movieron hasta sus sienes y le peiné los rizos de la frente hacia atrás. El silencio se rompió con un suave gemido que escapó de sus labios. Me atrajo hacia ella con más ímpetu y su boca perdió cualquier resto de mansedumbre. La suavidad había dado paso a la urgencia y separó los labios, ladeando la cabeza. Nuestras bocas se abrieron y su lengua suave encontró la mía. Me besó con avidez, con tanta vehemencia que apenas podía respirar. Pasó una eternidad y sólo fui consciente de que aquella boca, intrépida y hambrienta, quería la mía. Estaba mareada cuando me liberó por fin. Movía sus brazos para rodearme mientras escondía la cara en mi garganta. La retuve entre mis brazos, acariciándole el pelo, incapaz de contener la sonrisa que afloraba a mis labios, al tiempo que sentía las cosquillas de su cálido aliento en mi cuello. Sara respiraba con agitación y el cuerpo casi le temblaba mientras lo oprimía contra el mío. Permanecimos en silencio, en un estrecho abrazo que duró siglos, hasta que recobró la voz. —No me habías dicho que podía ser así —suspiró en voz baja y ronca. Dibujé una amplia sonrisa y moví la lengua. Levantó la cabeza, incorporándose un poco y echándose ligeramente hacia atrás para mirarme a la cara. Parecía como si le

pesasen las pestañas, tenía fruncido el ceño y sus ojos escudriñaron mi rostro. Movió la cabeza despacio de lado a lado. —No tenía ni idea —en su voz había un deje de asombro y admiración. Continué mirándola, amándola. — ¿Estás bien? —Todavía tenía los dedos enredados en los rizos de su nuca. Captó el sentido de mis palabras y una sonrisa vino a iluminar la oscuridad de sus ojos. —Sí, estoy bien. —Hizo una mueca de alegría. —Estoy muy bien. — Continuó besándome, esta vez con besos rápidos y breves que por poco me irritan los labios. Luego se incorporó y se hundió en su asiento, sin dejar de mirarme a los ojos—. Pero no puedo acercarme lo bastante a ti y se me está durmiendo el brazo. Me eché un poco hacia atrás y liberé el brazo que tenía atrapado. —Entonces, ¿nos vamos? —le pregunté. Asintió con la cabeza y esperó a que manipulase el cambio de marchas automático antes de retomar mi mano entre las suyas. No la soltó hasta que llegamos al hotel. Detuve el automóvil en la puerta principal y dejé que el aparcacoches se ocupase de él. Sara fue un momento a su habitación para dejar la bolsa de viaje y la chaqueta, instante que aproveché para mirarme al espejo, deseando haber pasado más tiempo arreglándome aquella misma tarde. El reflejo de Sara apareció justo encima de mi hombro derecho en el espejo y nos miramos a los ojos. Estudié su rostro, en busca de alguna señal que me indicase que la realidad había hecho acto de presencia y que Sara había recuperado el buen juicio. Apenas hacía un minuto que nos habíamos separado y las dudas ya comenzaban a mortificarme. La expresión de mi cara debía de ser lo bastante elocuente, pues Sara arqueó las cejas a modo de advertencia y sonrió. A continuación

se acercó y me rodeó la cintura por detrás, atrayéndome hacia sí. Entrelacé las manos con las suyas y lancé un suspiro, viendo nuestro reflejo mientras Sara iba inclinando la cabeza hasta acariciarme el cuello con los labios. Se me erizó la piel del brazo y ella la acarició, calmándola, y dio un suspiro de satisfacción. Me estremecí y me miró a los ojos de nuevo. Lanzó una sonrisa radiante, a medio camino entre la exuberancia y la anticipación. Mis ojos recorrieron la imagen del espejo. Tenía el rostro enardecido, tan cerca del mío... Sus brazos, alrededor de mi cintura, nuestras manos entrelazadas... Mientras mis ojos estudiaban aquella imagen, mi mente la rechazaba. Estaba segura de que aquello era irreal. —Esto es un poco extraño—confesé. Suspiró y me estrechó levemente entre sus brazos. —Ya lo sé, pero he pensado en ello durante tanto tiempo que ya hace siglos que me parece real. — ¿De verdad? — ¿Era cierto que había estado pensando en mí de aquel modo? No podía creerlo. —De verdad—se limitó a decir, con la mirada fija en la mía en el espejo—. ¿Sabes una cosa? —Acercó todavía más la cara de modo que nuestras mejillas permanecieron pegadas—. Pareces totalmente petrificada. Puse los ojos en blanco, deseando que no pudiese leer en mí como en un libro abierto. —Muchas gracias. Lo estoy. —Yo también —respondió, lanzando una risa nerviosa—. Lo cierto es que estoy muerta de miedo. —Su sinceridad me conmovió y me invadió una sensación de alivio—. Quiero tener la oportunidad de conocerte mejor. Así, de esta manera —balbuceó—, ya sabes, saliendo juntas. — ¿Saliendo juntas? —Me eché a reír por las palabras que había escogido y su cara palideció. Me volví en el círculo de sus brazos; mis

manos fueron a parar a sus hombros y luego a su nuca—. ¿Quieres salir conmigo? —dije en tono burlón. —Sí. ¿Es que no debería usar esas palabras? ¿Hay alguna palabra especial o algún tipo de terminología que debiera utilizar? —Su rostro estaba rojo como la grana. —No —le aseguré, sonriendo—. Lo de salir juntas está bien. Resulta que no puedo creer que esté oyendo esto de tus labios. —Pues, créelo. —Sus ojos emitieron unos destellos verdes a la vez que levantaba la barbilla en actitud desafiante. —Lo intentaré —la tranquilicé—. Quiero hacerlo. —Muy bien. —Me dio un beso liviano, sin pasión. —-Podemos ir poco a poco —le dije sin despegar mis labios de los suyos. —Poco a poco —repitió. Yo no me voy a ninguna parte. La estreché con fuerza y me devolvió el abrazo, lanzándome una risita ahogada al oído. —Pero no me beses como lo hiciste en el coche... o no respondo de mis actos. Me eché a reír y la solté. Se echó hacia atrás y se quedó mirándome, estudiándome. — ¿Me puedo quedar contigo esta noche? Pensé que el corazón me iba a estallar. Dio un salto para tranquilizarme, colocando las manos en mis hombros y dándome unos rápidos pellizcos. —Me portaré bien, te lo prometo. No quiero que esto acabe — titubeó un poco, como si estuviera avergonzada—. Quiero despertarme mañana y saber que esto ha sucedido de verdad. —Me gustaría mucho que te quedaras conmigo esta noche —mi voz sonaba grave mientras la abrazaba de nuevo. Se liberó de mis brazos y esbozó una nueva sonrisa traviesa de camino a su habitación. —Iré a cambiarme —dijo y desapareció tras la puerta.

Como en una nube, me preparé para meterme en la cama, sin saber muy bien qué ponerme. AI final me decidí por una camiseta de talla extra grande. Nerviosa, apagué la luz y me encaramé a la cama, oyendo las carrerillas de Sara en la puerta de al lado. Muy pronto, la luz que provenía de su habitación se extinguió y, más qué verla, percibí su presencia junto a mi cama. — ¿Estás ahí? —preguntó con voz silenciosa. —Estoy aquí mismo. —Extendí la mano y encontré la suya. Después retiré la colcha y me aparté un poco para hacerle sitio. Desplomó su peso sobre el colchón, junto a mí, y mis ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad. Se tendió sin decir una palabra y apoyó la cabeza en la almohada. Una vez más, conseguí dominar mis nervios y me tumbé junto a ella, inmóvil, hasta que al final dijo algo. — ¿Puedo abrazarte? —hablaba en voz tan baja que tuve que estirar el cuello para oírla. Cerré los ojos y un suspiro se escapó de mis labios. Estaba siendo tan dulce.., Tan considerada y cuidadosa... Volví a sentir aquel arrebato en el corazón. Sin decir palabra, deslicé un brazo por debajo de sus hombros y la atraje hacia mí a la vez que acurrucaba su cuerpo en el mío. Su cabeza descansaba en mi clavícula y me rodeó con el brazo. El mío fue a parar a su espalda y la acaricié lentamente por encima del fino algodón de su camiseta. Lanzó un profundo suspiro y colocó una pierna por encima de las mías, acercándose más aún. —Buenas noches, Les. —Apretó sus labios contra mi garganta. —Buenas noches, Sara, —Le acaricié el pelo con los dedos, dejando que mi mano recorriese la línea de su espalda mientras mis labios dibujaban una sonrisa. Miré hacia el techo, saboreando el momento, agradeciéndoles a los dioses el regalo que me había sido concedido. Las dudas podían esperar hasta mañana. Lo único que importaba en aquel momento era el rostro enterrado en mi cuello, el calor enardecido que cubría la totalidad de mi cuerpo y el aliento suave y rítmico que flotaba por mi pecho. Acerqué los labios a su frente y nos quedamos acurrucadas la una en la otra, más cerca todavía.

13

Abrí los ojos a las seis en punto de la mañana y comencé a hacer un inventario mental de partes del cuerpo humano. Estaba echada en mi lado de la cama y Sara estaba acurrucada en mi espalda, pegada a mí, rodeándome la cintura con el brazo. Agucé el oído para captar cualquier señal que me indicase que Sara se había despertado, pero su respiración era lenta y regular mientras dormía. Me debatí entre la necesidad de levantarme para ir al cuarto de baño y el deseo de quedarme allí quieta y deleitarme con la presencia que tenía a mi lado. Al final, la necesidad fisiológica pudo más que mis deseos y retiré el brazo de Sara con cuidado para escurrirme de su abrazo. Fui de puntillas hasta el servicio, me cepillé los dientes y tontamente traté de pasarme el peine por el pelo antes de volver a la cama. Me acerqué a Sara por detrás, vi que no se había movido ni un centímetro y me incliné un poco para contemplar su rostro. Sus largas pestañas descansaban sobre unos pómulos altos y tenía los labios ligeramente separados mientras continuaba durmiendo plácidamente. Aparté la colcha, me coloqué con sigilo detrás de ella y comencé a tantear con las piernas y los brazos hasta que las curvas de mi cuerpo encajaron a la perfección con las del suyo. No conseguí conciliar el sueño. Mi mente y mi cuerpo estaban despiertos de placer, con una sensación de plenitud y fascinación que me embargaba completamente. Toda la aprensión que había sentido la noche anterior se había esfumado y miré hacia delante; mis ojos se quedaron fijos en los rizos oscuros que surcaban el hueco de su nuca sin alcanzar la línea del cuello de su camiseta. Mientras la observaba, aquella pequeña zona de piel desnuda se empeñó en llamarme, en provocarme... Mis labios se abrieron paso hasta aquel hueco y lo acariciaron despacio, regodeándose. Respiré hondo, enamorada de aquel aroma,

y la llama del deseo comenzó a arder en mi interior. Mis labios subieron por la nuca hacia su oreja, bajaron de nuevo por la línea de su cuello y se detuvieron en la curva de su hombro. —Mmm... —El suspiro escapó de sus labios como en un sueño y se apretó contra mí al abrigo de mi cuerpo. Sonriendo, cogí el cuello de su camiseta y tiré de él hacia abajo. Enterré los labios en aquella zona de su espalda, describiendo círculos, lamiendo y mordisqueando con dulzura. Se echó hacia atrás apretándose aún más contra mí y pasé el brazo por debajo de su almohada, doblándolo por el codo de modo que alcanzase a tocar su mano. Movió los dedos y los entrelazó con los míos, ejerciendo una ligera presión. Mi boca prosiguió su recorrido mientras mi otra mano se arrastraba hasta su hombro y descendía por su brazo, acariciándolo lentamente antes de esconderse bajo la manga de su camiseta y cubrir su hombro desnudo. Luego, mis dedos fueron bajando, siguiendo la estela de la piel desnuda de su clavícula hasta encontrar la palpitación agitada de su garganta, deslizándose por su cuello y acariciándole la barbilla... Mi boca trepó hasta la parte superior de su columna vertebral y levanté la cabeza, para mirar por encima de su hombro, para ver cómo mis dedos encontraban sus labios. Tenía los ojos cerrados mientras daba la bienvenida a cada uno de mis dedos con un beso. Separó un poco los labios y su lengua descubrió uno de mis dedos; lo engulló para succionarlo con suavidad antes de liberarlo y atrapar uno nuevo. La humedad desbordante de su boca envió una corriente eléctrica a mi bajo vientre y la sacudida recorrió todo mi cuerpo. Aquellos espasmos me dejaron sin fuerzas. Capté la sonrisa que bailaba sobre sus labios mientras me apretaba la mano que descansaba sobre la suya. Cuando recobré las fuerzas, mí boca buscaba desesperadamente su cuello y se abrió para que mi lengua pudiese jugar con su nuca y mis dientes comenzaron a frotar aquella piel tersa y suave. Su boca liberó mis dedos y su mano libre descendió por detrás de su cuerpo hasta encontrar mi cadera. Me acarició despacio y a continuación me atrajo hacia sí.

Recorrí con la mano su escote en sentido horizontal hasta llegar a la curva de su hombro, liberado por fin de la manga de su camiseta. Después descendí por su brazo, presioné su antebrazo y me entretuve describiendo círculos en la muñeca hasta llegar a la mano que acariciaba mi cadera. La fuerza de su mano me sorprendió cuando agarró mis dedos. Doblé la rodilla hacia delante, obligándola suavemente a cambiar la postura de su cuerpo, y dobló la pierna mientras echaba todo su peso hacia delante. Mi cuerpo se movió contra el suyo. Su mano condujo la mía hasta su cadera, implorando que se detuviese allí. Inconscientemente recorrí la parte externa de su muslo y noté cómo se tensaban sus músculos mientras mi mano moldeaba su carne. Puse la mano detrás de su rodilla y la acaricié despacio; sentí el estremecimiento de su cuerpo mientras me movía arriba y abajo, entreteniéndome en la suavidad de la parte interna del muslo. Mi respiración se iba volviendo cada vez más agitada a medida qué tomaba conciencia de las reacciones de su cuerpo. Se retorcía entre las sábanas, anticipando mis caricias, y su mano pedía que me acercase aún más. Vacilé un poco, prolongando los dedos por su piel mientras me resistía a la tentación de explorar un poco más. Moví la mano hacia arriba, deslizándola por las bragas de algodón que cubrían sus caderas, por debajo de su camiseta, más despacio, cuando se detuvo para acariciar la piel tensa que se extendía por su vientre. Mis dedos se hundieron para acariciar la banda, elástica. Estiró ambas manos para sujetar el brazo que acunaba su cabeza, obligándome a doblarme un poco más, a acercar aún más mi cuerpo mientras mi ser envolvía el suyo completamente. Recorrí el lóbulo de su oreja con los labios, mordisqueándolo, y su cuerpo se estremeció como respuesta. Mi corazón latía muy deprisa cuando me concentré en la piel suave de su estómago y mis dedos descubrieron y dibujaron todas y cada una de las costillas de su caja torácica. Moví la mano hacia arriba y acaricié sus pechos suavemente henchidos. Contuve la respiración mientras vacilaba un instante, gozando por adelantado, sintiendo la dulzura de su cuerpo

mientras éste se estiraba a la expectativa. Ahora tenía la mano entre sus pequeños pechos y la acariciaba creando círculos lentamente, provocándola, prolongando el momento hasta que mi mano cubrió uno de sus pechos muy despacio y el pezón se puso erecto entre mis dedos. Se le escapó un largo gemido que me pedía más y más, ahuyentando cualquier posible inhibición que sintiese todavía. La presión de mi mano aumentó mientras la tocaba, mientras la acariciaba, abrazando la textura carnosa de su pequeño pecho antes de encontrar su pezón de nuevo y rodearlo entre mis dedos. Ahora, Sara estaba jadeando, derritiéndose, con el cuerpo débil y lánguido. La estreché entre mis brazos, moviendo la mano entre sus dos pechos, acariciándola con ternura, atenazándola, deleitándome en el modo en que su cuerpo se arqueaba contra el mío. Apretaba mi otra mano con fuerza, con la respiración entrecortada mientras se movía con urgencia. —Leslie. —Mi nombre se escapó de sus labios. Su voz era grave y ronca mientras volvía la cabeza, alargando la mano hasta la parte posterior de mi cabeza para atraer mi boca hasta sus labios. Su pasión se desató con aquel beso y fue resbalando contra mi cuerpo, apoyando la espalda en el colchón mientras reclamaba mi cuerpo encima del suyo. Me puse encima de ella, rodeando sus pechos con las manos mientras mi boca encontraba la suya de nuevo. Retuvo mi lengua en su interior, succionando con fuerza al tiempo que rodeaba mi cuello con sus brazos, apretándome contra ella. Aparté el tejido de su camiseta y mi boca se unió a mis manos al compás de mis labios, mi lengua y mis dedos, que danzaban por sus pezones, arrancándole un nuevo jadeo. —Leslie. -—Pronunció mi nombre de nuevo, esta vez con tanta vehemencia que levanté la cabeza, insegura de repente. La miré a los ojos, abiertos y anclados en los míos, que emitían gritos mudos de deseo. — ¿Estás bien? —susurré sin aliento.

Se mordió el labio superior. —Por favor, no te detengas. —Sus palabras me derritieron y enterré la cara en sus pechos, besándola dulcemente mientras sus dedos hurgaban en mi pelo. Deslicé, la mano hlacia abajo al tiempo que continuaba acariciándola con la otra y mi boca recorría sus pechos con insistencia. Mis dedos revolotearon por su vientre, sumergiéndose por fin en el interior de la banda elástica de las bragas. En mi interior se desataron emociones espontáneas que me hicieron temblar con un estremecimiento repentino de nerviosismo. Titubeé un poco, desfallecida. Otras imágenes acudieron a mi mente. « ¿Qué estoy haciendo?», gritaba la voz de mi conciencia. «Esta mujer es Sara. Es Sara...» Temblorosa, me desplomé sobre su cuerpo y descansé la cabeza en su pecho, con los brazos débiles y lánguidos mientras permanecía inmóvil, respirando agriadamente. «Sara.» Su cuerpo se quedó quieto bajo el mío y el latido de su corazón se fue haciendo cada vez más regular bajo mi oreja. Enterró las manos en mi pelo y comenzó a acariciarme la frente con suavidad. Poco después, sus manos se hicieron fuertes y, seguras de sí mismas, iniciaron el masaje de mi espalda, liberando la tensión de mis hombros. —Ven aquí. —Habló en voz baja y se levantó justo lo suficiente para deslizarse un poco hacia abajo y hacerme subir. Sin mirarla a los ojos, enterré la cara en su cuello, sintiéndome totalmente avergonzada, experimentando una sensación de fracaso. « ¿Cómo puedo haber dejado que esto suceda?» Movió las manos arriba y abajo de mi espalda, consolándome y acariciándome despacio. Llegaron hasta el interior de mi camiseta. Tenía los dedos fríos al contacto con el calor de mi piel. Suspiré profundamente, tratando de despejar mi mente e intentando no sentir sino el gozo de sus manos en mi cuerpo. La presión de sus manos aumentó y su respiración se hizo irregular de nuevo mientras comenzaba a moverse debajo de mi cuerpo, levantándome un poco para deslizarse a mi lado. Tiró de mi camiseta hacia arriba y me la sacó por la cabeza tan rápidamente que apenas

me di cuenta. Unos besos cálidos recorrieron mi cuello, mis mejillas y mis párpados. Notaba la presencia de sus manos en todas partes, explorando mi piel desnuda, excitándome. Unos dedos tímidos me acariciaron los pechos. Mi cuerpo se estremeció, reavivando la llama, y me apoyé en un codo. Mi boca encontró la suya y la besé intensamente mientras palpaba sus pechos con la mano, retozando con sus pezones hasta que empezó a gemir de nuevo. Repetía mi nombre y me pedía que no me detuviese. El corazón me latía desbocado y la atraje hacia mí, sin parar de besarla mientras mi mano recorría su vientre una vez más. Me retuvo con fuerza cuando mis dedos se adentraron en las bragas de algodón. Contuve la respiración; su cuerpo se estiraba con anticipación mientras mi mano continuaba bajando. Un gemido escapó de mis labios cuando mis dedos desaparecieron en los pliegues de su humedad. Tan suave... Mis dedos iniciaron su exploración y mi pasión se encendía con cada nueva contracción que ya sacudía su cuerpo. Con suavidad al principio, mis dedos se adentraban con paciencia y poco a poco fueron aumentando la presión hasta penetrar con fuerza en su interior. Luego, los retiraba despacio para jugar y acariciarla un poco más, y a continuación volvía a arremeter con más ímpetu. Mis dedos ejercían una presión profunda mientras mi mano la acariciaba con suavidad, la mimaba, la arrullaba, la excitaba... Me sujetó a ella enérgicamente y apartó su boca de la mía mientras luchaba por respirar. Su cuerpo se puso rígido, se quedó suspendido en el aire y se apretó contra mí antes de caer hacia atrás, temblando, sacudido por las convulsiones. La estreché entre mis brazos, amándola, queriendo decir las palabras, pero sin atreverme a ello. Las sacudidas de su cuerpo cesaron un momento antes que comenzase a moverse contra mí de nuevo, con los músculos de su interior abrazando mis dedos, pidiéndoles que se adentraran más y más. Esta vez los moví con rapidez y empezó a gritar de nuevo, a punto de caerse de la cama mientras me sujetaba y me arrastraba

hasta colocarme encima de ella, rodeando mi cuerpo con los brazos y una pierna. Dejé que me abrazase así hasta que su cuerpo dejó de temblar y su ritmo cardíaco volvió a la normalidad. Luego me erguí lentamente hasta encontrarme cara a cara con ella. Rocé su mejilla con los labios y me acerqué despacio hasta su sien, pasando por encima de sus párpados cerrados. Apoyé mi peso sobre un codo mientras levantaba el otro brazo y le apartaba los rizos sudorosos de la frente. Respiró hondo, tratando de calmarse mientras una sonrisa afloraba a su rostro. Mis labios atraparon los suyos de nuevo. Su respuesta fue automática y abrió la boca para recibir mi beso con avidez. Me concentré en la sensación de tenerla allí, en mi boca, mientras sus labios iban al encuentro de los míos, y sonreí, sintiendo cómo estiraba su cuerpo debajo de mí. Al final, abrió los ojos, que me miraron tímidos por debajo de las pestañas. —Buenos días —murmuré. Me lanzó una sonrisa perezosa y un rubor aterciopelado asomaba en sus mejillas. —Buenos días —respondió en voz baja—. ¿Siempre despiertas así a tus amantes? «A tus amantes», repetí para mis adentros. «Amantes»: —Sólo a las que son muy especiales —le dije, besándola de nuevo—. ¿Estás bien? Abrió más los ojos. —La palabra «bien» no refleja ni la mitad de lo que siento. Prueba con «feliz», «extasiada», «sorprendida»... pero, sobre todo, apasionada. —Levantó una mano por detrás de mi cabeza y me dio un beso en la boca—. Anoche creí oírte decir que querías ir poco a poco. Me pregunto a qué le llamas tú ir deprisa. Me sonrojé y bajé la mirada, avergonzada. —No he podido evitarlo. Te estaba abrazando... —tartamudeé—. Lo siento.

Me puso un dedo en los labios. —Por favor, no digas eso. Yo no lo siento, en absoluto. No me hagas pensar que ya te estás arrepintiendo de esto. —No, no—salté para convencerla—. Yo tampoco lo siento; sencillamente, estoy nerviosa —admití. —Pues ya somos dos. —Sonrió y su mano fue a parar a mi mejilla, acariciando suavemente mi piel con los dedos—. Eres una amante maravillosa, Leslie —dijo en voz baja—pero me temo que no voy a saber cómo tocarte... —No tienes por qué hacerlo... —Pero quiero hacerlo. —Levantó la cabeza y su boca reclamó la mía de nuevo mientras me arrastraba hacia ella. Fuimos rodando por la cama hasta que su cuerpo estuvo encima del mío, con las piernas entrelazadas. Bajé los brazos para tirar de su camiseta, se la saqué por la cabeza y me regodeé en la sensación de sentir sus pequeños pechos desnudos apretarse contra los míos. Mis manos se posaron en el hueco de su espalda y percibí la tersa suavidad de su piel mientras se estiraba encima de mí. Continuó besándome, enredando una mano en mi pelo y recorriéndome la garganta con la boca mientras su otra mano me acariciaba lentamente la espalda. Percibí su nerviosismo por su modo de respirar y por las palpitaciones que latían contra mi pecho. Comenzó a palparme mientras se erguía, temblorosa, y se puso a dibujar la curva de mi seno. Había dejado de besarme y tenía la mirada puesta en su propia mano, que iba cubriendo todo mi cuerpo consiguiendo que de mis labios escapase un sonoro jadeo. — ¿Así está bien? —Me lanzó una mirada titubeante y me apresuré a asegurarle que lo estaba haciendo maravillosamente bien. —Eres tan suave... —me dijo con la voz imbuida de fascinación mientras recorría mi pezón con un dedo trémulo. Mi cuerpo se rindió sin voluntad. Mi respiración fue acelerándose y Sara me sonrió, con los ojos enormes y oscuros, a la vez que iba ganado

confianza en sí misma. Se regocijaba, viendo las reacciones de mi cuerpo ante sus caricias y cerré los ojos para ahogar la sensación de bochorno. Ahora sus dos manos estaban sumergidas en mi cuerpo y comenzaban a explorarlo, seguidas de sus labios. Su boca era lenta y estaba húmeda. Dejó una estela de besos por mi cuello y por el pecho, y su lengua me tanteaba mientras su boca cubría un pecho primero y después el otro. Notaba sus dedos, sus manos, su boca y su lengua por todas partes. Me estaba haciendo enloquecer de placer, torturándome, provocándome, empujándome y obligándome a no pensar en nada más. Todo aquel rato, su voz llegaba hasta mí, susurrándome palabras cariñosas, maravillándose por lo que estaba sintiendo, asombrada por ser capaz de proporcionarme tanto placer. Se deleitaba en las convulsiones que recorrían mi cuerpo y en los gemidos que ya no podía contener. Cada caricia era una mezcla insoportable de tormento y éxtasis, hasta que al final acabó por apiadarse de mí. Sus dedos sólo vacilaron un instante antes de deslizarse hacia abajo y encontrarme empapada en oleadas de placer. En un momento, unos temblores sacudieron mi cuerpo como si de una corriente eléctrica se tratara, mientras mis brazos retenían a Sara sin dejarle escapar. Antes de poder recuperar el aliento, se movió de nuevo y sus manos y su boca siguieron retozando con mi piel. Levanté un brazo, gimiendo. —Por favor... —Mi mano encontró la suya y detuvo sus movimientos—. Necesito un momento... —Un espasmo involuntario sacudió mi cuerpo y una risa seca escapó de mis labios. Abrí los ojos y descubrí los suyos, enormes por el asombro—. Me estás matando. —Sonreí, sintiéndome demasiado débil para abrazarla del modo en que quería hacerlo. —Oh, pero no me digas que no es una buena forma de morir... — Lanzó una risa seductora, me abrazó con fuerza y me cubrió la cara de besos. Después se apartó un poco, lo justo para apoyarse sobre un codo y para descansar la cabeza en la palma de la mano. Levantó la sábana y la colocó con cuidado a mi alrededor antes de dejar que sus dedos se deslizasen arriba y abajo por mi brazo, mimándome.

Era la primera vez que veía reflejada una expresión de puro placer en su rostro. Los ojos le brillaban con destellos de luz y una sonrisa afloraba de sus labios. —Desde luego, pareces muy satisfecha contigo misma —me reí. —Lo estoy —dijo, esbozando una sonrisa radiante—. Si hubiera sabido que esto era tan maravilloso, te habría dicho lo que sentía hace mucho tiempo. — ¿Ah, sí? —Mi corazón ya había abandonado su ritmo desbocado—. ¿Y cuándo habría sido eso exactamente? Frunció la nariz. — ¿Quieres que te diga la verdad? —Por favor. —Bueno —pronunció la palabra muy despacio—. Ya tenía mis sospechas la noche que me dijiste que eras gay. —Su sonrisa se hizo más leve—. Estaba confusa porque sabía que sentía algo especial por ti. Tú sólo me ayudaste a ponerle un nombre a mis sentimientos. — ¿Hace tanto tiempo? —Estaba perpleja. Asintió con un gesto. Deslizó los dedos por mi cuello de nuevo, acariciándolo despacio y entreteniéndose en mi clavícula. Cuando habló otra vez, su tono era bajo y estaba lleno de remordimientos. —Tardé mucho tiempo en admitir lo que sentía. Cuando por fin me permití a mí misma pensar en ello, ya ni siquiera nos hablábamos. Frunció el ceño y alargué el brazo para borrar las arrugas de su entrecejo. Estaba cabizbaja y quise retirarle el pelo de la cara. —Así pues, por eso no pareció importarte cuando te dije que Billy nos quería a las dos aquí, en Atlanta —le dije con dulzura. Se sonrojó avergonzada. —Quería tener la oportunidad de estar cerca de ti otra vez. Le acaricié el pelo con los dedos para reconfortarla. --¿Y?

—Y entonces salimos aquella noche con Billy y conocimos a Michelle. Fue una noche muy dura para mí—admitió, suspirando y recorriendo mi garganta con las yemas de los dedos—. Al principio me hizo mucha gracia ver cómo te ponías nerviosa cuando vino a nuestra mesa, pero luego, cuando te vi bailar con ella, sentí una punzada en mi interior. —Me miró a los ojos y me dedicó una sonrisa forzada—. Os estabais seduciendo la una a la otra delante de mis narices y en lo único en que pensaba era que debería haber sido yo quien bailase contigo en lugar de ella. —No puedo creerlo. —Estaba perpleja, recordando lo nerviosa y avergonzada que me había sentido cuando vi a Sara mirarnos en la pista de baile—. No tenía ni idea, pensé que estabas asqueada por lo que estabas viendo. En realidad, creí que por eso te habías ido a Boston a la mañana siguiente. Dirigió la vista hacia el techo y suspiró. —Pues, no. Me pasé toda la noche despierta y discutiendo conmigo misma por lo que estaba sintiendo. No sabes lo cerca que estuve de llamar a tu puerta y contártelo todo aquella misma noche. Me asustó tanto sentir lo que sentía que recogí mis cosas y me marché antes de las seis de la mañana. Retrocedí hasta aquel fin de semana con la mente. —Pero cuando regresaste, estabas bien. De hecho, entonces comenzamos a pasar más tiempo juntas otra vez. Sara asintió. —Me pasé todo el fin de semana convenciéndome de que había malinterpretado mis propios sentimientos. Volví con la firme intención de convertirme en la mejor amiga del mundo. Funcionó durante un tiempo, pero me estaba auto engañando. —Se inclinó para besarme de nuevo, muy despacio—. ¿Y tú? ¿Qué sentías? —me preguntó sin despegar sus labios de los míos. —Creo que siempre he estado un poquitín colada por ti. —Levanté la mano y separé el dedo índice del pulgar un centímetro para ilustrar mis palabras.

—Me siento halagada —bromeó. — ¿No lo sabías? Negó con la cabeza. —No. Siempre has tenido mucho cuidado en guardar las distancias entre nosotras. —Sus dedos encontraron los míos y se entrelazaron automáticamente—. ¿Me lo habrías dicho alguna vez? Me puse seria para decirle la verdad. —No. Esbozó una mueca de disgusto. —Esa regla otra vez, ¿no? Asentí con un gesto. —Nunca me habría arriesgado —dije en voz baja. Me estudió detenidamente y suavizó su expresión. —En ese caso estoy más contenta todavía de habértelo dicho anoche. —Yo también. —Le cogí la cara entre las manos y la atraje hacia mí para darle un largo beso. Sentí un cosquilleo familiar en el estómago—. Mmm... ¿Llamamos al servicio de habitaciones? —Un café no me vendría nada mal —me susurró al oído a la vez que se levantaba y echaba todo su peso encima de mí. Alargué el brazo para coger el teléfono, marqué los números a ciegas y esperé una respuesta. La lengua de Sara trazaba círculos perfectos alrededor de mi pezón mientras yo encargaba café y un desayuno continental. Sara se deslizó hacia abajo y tiró de mis bragas hacia las rodillas al tiempo que yo dejaba el auricular en su sitio. Su boca encontró la mía y volvió a dejarme sin aliento.

— ¿Cuánto van a tardar en subir? —preguntó con la respiración entrecortada mientras le acariciaba el pecho con la mano. Acerqué mi boca a la suya. —No te preocupes, tenemos mucho tiempo.

14

Nuestra dicha se prolongó durante todo el fin de semana, se extendió a la semana siguiente y después durante todo el mes. Cada día traía consigo un nuevo matiz de intimidad, tanto física como emocional. Físicamente, Sara era como una niña con un juguete nuevo, disfrutando de cada nuevo recoveco de nuestros cuerpos. Le encantaba tocar y ser tocada, descubrir todos los rincones secretos y especiales, capaces de arrancar tanto placer. No dudaba en decírmelo cada vez que descubría una nueva diferencia entre hombres y mujeres. Con los ojos abiertos como platos por el asombro, movía despacio la cabeza, maravillada por un descubrimiento tras otro. A continuación esbozaba una sonrisa lenta, con ganas de contármelo, mimando y protegiendo cada nueva revelación antes de guardarla en el interior de su mente. Si bien una parte de mí se acongojaba ante aquellas comparaciones, escuchaba todas sus palabras, queriendo estar siempre a su lado y asegurarme de que no iba a poner barreras entre nosotras. Nuestra forma de hacer el amor era suave y aventurera, enardecida y apasionada. Más de una vez me descubrí a mí misma dispuesta con arrogancia a demostrarle que no había nada que un hombre pudiese darle y yo no. En aquellas ocasiones me encendía con más pasión, enterrando mis temores y mi enfado en el fuego que ardía en nuestro interior. Con cierto sentimiento de culpa, me asustaba la intensidad que había entre nosotras y el temor de que llegase a acabarse. La hacía desmayarse de placer, consciente de que, por el momento, había triunfado en mi arrogancia por el modo en que me sujetaba con fuerza, susurrándome lo maravilloso que era hacer el amor conmigo.

Cada día, la intensidad parecía que aumentaba, hasta el punto en que cada mirada, cada caricia estaba cargada con una corriente eléctrica implícita; todo ello, estoy segura, intensificado por la incertidumbre. Todo era nuevo por el cambio en nuestra relación y cada vez que me sorprendía a mí misma sin acabar de creerme del todo lo que estaba ocurriendo, Sara estaba allí, a mi lado; apretando su rodilla de forma sutil contra mi muslo en plena reunión, apoyando las manos en mis hombros y echándose un poco más adelante de lo necesario mientras echábamos un vistazo a los informes desparramados por mi escritorio, rozándome la mano mientras señalaba un problema en particular... Y luego estaban las noches. Los fines de semana. A veces, Sara era romántica y, otras, era puro fuego. Cada día era una aventura y yo nunca sabía muy bien qué debía esperar. Fue en una de esas noches, estando una en brazos de la otra, en silencio, cuando de repente irguió la cabeza y me sonrió con ternura. —Háblame del parvulario. ¿Cómo eras? ¿Quién era tu maestra? ¿Te acuerdas de aquella época? — ¡Eh, espera un momento! ¿Qué significa esto? —Le hice cosquillas y emití un chasquido con la lengua. Me lanzó una mirada intensa. —Quiero saberlo todo sobre ti. Quién eres. Dónde has estado. Quiero conocer todos los momentos importantes de tu vida. La mirada que estaba clavada en la mía era nítida y seria. Me pregunté si sabría lo importantes que eran aquellas palabras para mí, lo mucho que significaba que quisiese conocer cada detalle de mi vida. —La Sra, Stembauch. —Sonreí, más por mis pensamientos sobre Sara que por el recuerdo—. ¿Y tú? Sacudió la cabeza. —Tú primero. Te hablaré sobre mí mañana por la noche.

Me gustaba aquel juego. Miré al techo e inicié una cuenta atrás en el tiempo. Vino a mi mente la imagen de una niña con el pelo despeinado y llorando a lágrima viva en el vestíbulo del parvulario, negándose a soltar la mano de su madre. —Lloré como una magdalena el primer día. No quería separarme de mi mamá. —Oh, pobrecita. —Sara tenía una expresión triste—. Cuéntame qué pasó. Se lo conté, con todos los detalles. Y cada noche me pedía que siguiese donde lo habíamos dejado la noche anterior. Y cada noche una le contaba a la otra un momento significativo de su pasado. Nada era demasiado insignificante mientras nos pasábamos las horas hablando y escuchándonos, pidiéndonos mutuamente explicaciones de todos nuestros sentimientos y narrando todos los años de nuestra vida sin omitir nada. Y así fue como llegué a conocer a Sara. No a la Sara del frío traje azul, sino a la diablilla de ojos verdes con coletas que se pasaba el día peleándose con su hermano y que hacía rabiar a su hermanita sin piedad. Siempre había sabido que me sentía atraída por Sara y casi podía señalar sin temor a equivocarme el día exacto en que había sabido que la deseaba, pero durante aquellas conversaciones en plena noche descubrí que la adoraba, que la quería y que me estaba enamorando de ella sin remedio. —Sin duda alguna eres la amante más atenta que he tenido en mi vida, —Sara dijo aquellas palabras en un susurro, para que sólo mis oídos pudieran captarlas. Era un jueves por la noche y estábamos con nuestros compañeros de trabajo en un bar local, después de la jornada laboral. Era yo quien había insistido en salir con ellos, pues sabía que ya hacía bastante tiempo que no habíamos visto al grupo en una reunión social y que, a pesar de todo, continuábamos teniendo la responsabilidad de guardar las apariencias. Estábamos allí sentadas, interviniendo de vez en cuando en la conversación, pero siendo más un par de figuras decorativas que una parte del grupo. Nos sentamos en un extremo de la mesa mientras los demás daban buena cuenta de sus bebidas.

Miré a Sara de reojo y me di cuenta que tenía la mirada clavada en mis ojos. Después de asegurarme de que nadie podía oírnos, le pedí que me explicase lo que me había dicho antes. Un amago de sonrisa se asomó a la comisura de sus labios, pero ella continuó pensativa. —Eres atenta en muchos sentidos, de verdad, pero ahora mismo estaba pensando en la parte física. Me llevé la copa de vino a los labios para ocultar mi sonrisa. —Explícamelo —insistí. —Eres tan cuidadosa y sensible... Es como si escuchases todos y cada uno de los rincones de mi cuerpo, como si pudieses oír lo que dicen o lo que gritan. Y sabes cómo responder, sabes exactamente cómo tocarme. —Se acomodó en la silla y escrutamos a los demás. Cuando continuó hablando, lo hizo en un tono de voz más bajo—. Es casi como si no supiera dónde acaba mi cuerpo y dónde comienza el tuyo, por el modo en que me abrazas, me besas y me tocas en tantas partes a la vez... Me siento embriagada, llena y rica en mi interior. Vaya. Mis emociones crecían mientras mi cuerpo reaccionaba físicamente a sus palabras. Di otro sorbo de vino y le lancé lo que esperaba fuese una mirada discreta. — ¿Yo te hago sentir todo eso? Me miró y se detuvo a estudiar mi rostro. Sus propias facciones eran una mezcla de dolor, encantamiento, temor y deseo. Asintió con la cabeza, clavando sus ojos verdes en los míos y haciendo que un temblor me recorriera el cuerpo. Alguien interrumpió nuestra charla, se sentó en la silla que había junto a Sara y comenzó a darnos conversación. De repente vi a la Sara profesional, a la Sara «normal», emerger a la superficie. Esbozando una sonrisa graciosa, riendo en el momento preciso... Mi mente empezó a dar vueltas con aquel déja vu. Nada era lo que parecía. Recordé —no por primera vez y, desde luego, tampoco por última—, lo extraño de la situación. Tan frágil...

Entonces, por debajo de la mesa, oculta a todas las miradas, noté la presión de unos dedos enfundados en unas medias de seda que buscaban mi pie, acariciaban mi tobillo y recorrían mi pantorrilla. Participé en la conversación, sonriendo y riendo sin esfuerzo. La presión de su rodilla contra mi muslo era un recordatorio constante y reconfortante. Durante casi una hora continuamos con la charla social, sin abandonar la escena de arrumacos que estaba teniendo lugar bajo la mesa. Sara siguió dejando a todos los demás boquiabiertos y de vez en cuando alargaba el brazo para pellizcarme suavemente la mano o darme un golpecito en el hombro, en lo que parecía una demostración amistosa. Sin embargo, las miradas que me dirigía hablaban de su deseo y conseguían que unos escalofríos me recorriesen de arriba abajo la espina dorsal. Yo la miraba, encendida por el juego al que estábamos jugando, fascinada por el modo en que conseguía que todo el mundo estuviese pendiente de sus palabras. La miraba del mismo modo en que la había mirado tantas y tantas veces en el pasado, pero sabiendo que, al menos en el presente, era mía, sabiendo también que quizá tuviese que contentarme con el presente. Me dije a mí misma que el futuro no importaba lo más mínimo. Al final se volvió hacia mí y, sin dejar de sonreír, me preguntó si estaba lista para irnos. —Estoy un poco cansada y tengo hambre —explicó. Luego bebió un trago de vino y se aproximó hasta mí, hablándome en un susurro apenas audible—. Quiero comerte y, cuando lo haga, quiero que estés dentro de mí. El ardor en mi entrepierna cobró vida inmediatamente y ahogué un gemido. Como si fuese un trozo de arcilla entre sus manos, dejé que nos excusara ante los demás y nos fuimos despidiendo de todo el mundo. Aquella noche hicimos el amor como si tuviéramos todo el tiempo del mundo, saboreando el momento, con una dulzura mortificante. Al terminar, permanecimos acurrucadas la una en la otra, su cabeza descansaba en el hueco de mi cuello y sus dedos dibujaban el

contorno de mi cuerpo. Parecía pensativa y esperé que pusiese voz a sus pensamientos como sabía que lo haría. —No es fácil, ¿verdad? — ¿El qué? —pregunté, enterrando mis dedos en los rizos de su pelo. —Ser gay. -—Tardé en contestar y ella continuó hablando—. Lo único que quería hacer cuando estábamos en el bar era cogerte de la mano. Una cosa tan simple... Y no podía hacerlo. —Se irguió sobre un codo hasta ponerse a la altura de mi cabeza—. ¿Llegas a acostumbrarte alguna vez? Percibí la tristeza en sus palabras y la vi reflejada en sus ojos. —Sí, con el tiempo —le dije—. Te hace apreciar los pequeños detalles mucho más. — ¿Y nunca te hace indignarte? —Por supuesto que sí. Puedo llegar a ser muy vehemente con las cuestiones relacionadas con la homosexualidad, pero he aprendido a controlar mi enfado y a escoger mis batallas con cuidado. —Lancé un profundo suspiro, sintiéndome incómoda, sin saber cómo explicarme— A veces veo las cosas en general y otras veces procuro ocuparme sólo de mi pequeño mundo. Sara asintió, hundiéndose despacio entre mis brazos. Casi oía las preguntas que comenzó a hacerse. Eran las mismas preguntas que me había hecho yo años atrás. Aunque quería darle las respuestas, era consciente de que no podía intentar persuadirla para que sintiese lo que yo quería que sintiese. Lo único que podía esperar era que las respuestas, cuando surgiesen, la condujesen hasta mí. ***

A pesar de que me moría de ganas de contarle a Susan los cambios que se habían producido en mi relación con Sara, me daba cierto miedo coger el teléfono para llamarla. No estaba preparada para oír el rapapolvo que estaba segura de que me echaría. Al final fue Susan

quien me llamó el domingo por la mañana, una semana después de la confesión de Sara. Acabábamos de desayunar y Sara me tenía sujeta a la cama, jugando conmigo y haciéndome cosquillas despiadadamente. Sara había echado todo su peso encima de mí y me estaba besando despacio cuando sonó el teléfono. Yo estaba dispuesta a dejar que continuara sonando durante todo el día, pero Sara se irguió lo justo para acercarse al aparato y coger el auricular. — ¿Diga? —-Se colocó el receptor en la oreja y lo inclinó un poco hacia mí para que pudiese oír la voz del otro lado del aparato. —Quiero hablar con Leslie. —Oí a Susan con toda claridad y vocalicé su nombre a Sara para que supiese de quién se trataba—. ¿Eres Michelle? Sara hizo una mueca al oír el nombre de Michelle y arqueó las cejas mientras esbozaba una sonrisa maliciosa. —No —dijo—, te has equivocado de chica. Ahogué una risa y se hizo un silencio al otro lado del hilo telefónico. Imaginé la cara de Susan, incómoda y sin saber qué decir. —Oh, lo siento —respondió con rapidez—. Soy Susan Richards. ¿Está Leslie por ahí? —Hola, Susan. —La voz de Sara acariciaba el nombre de Susan—. Está aquí, a mi lado. Ahora mismo te la paso. —Me alcanzó el teléfono y me dio un beso sonoro en los labios—. Debería darte vergüenza no haberle hablado todavía de lo nuestro —me regañó en un tono de voz más bien alto. Luego sonrió y me dijo bajando la voz—: Me voy a dar una ducha; así, podréis charlar un rato vosotras dos. —Me besó de nuevo y se fue a su habitación. —Hola, Susan. —Debería darte vergüenza no haberle hablado a tu mejor amiga de lo vuestro —dijo, copiando las palabras de Sara—. Dios mío, Leslie, ¿tienes una puerta giratoria ahí en tu habitación o qué? Me eché a reír y dejé que continuase hablando.

— ¿Qué está pasando? ¿Quién es ella? ¿Cómo se llama? Me preparé psicológicamente para la reacción de Susan. —Susan —bajé el tono de voz—, es Sara. — ¿Sara? —No podía dar crédito a mis palabras-—, ¿Tu Sara? —Sí. — ¡Aagh! —gritó en el auricular—. Lo sabía, lo sabía, traidora. Te lo dije. —Se pasó los siguientes minutos, felicitándose a sí misma por haberlo presentido—. ¿Cómo ocurrió? Vamos, cuéntamelo —me suplicó—. No me lo puedo creer. Dudé un momento y decidí no entrar en detalles. —Me dijo que sentía algo por mí. — ¿Que sentía algo por ti? Vaya, vaya... —Noté el tono de alarma en su voz. —Le dije que yo sentía lo mismo. — ¿Ah, sí? ¿Y luego qué? —Susan me animó a que siguiera adelante, sin apenas darme tiempo a contestar. —Hablamos, bailamos... —dejé la frase suspendida en el aire y disfruté por un instante al ver la ansiedad que le estaban provocando mis palabras, pero pronto comprobé que era un error porque iba muy por delante de mí. — ¿Te has acostado con ella? Me encogí un poco ante su desparpajo; hacer el amor con Sara era algo tan nuevo para mí, tan precioso, que me era imposible hacerme la arrogante. Un escalofrío recorrió mi columna y Susan captó el significado de mi silencio. —Lo has hecho —su voz expresaba su asombro—, ¿Cuándo? Dímelo. —La verdad es que todas las noches. Desde el viernes pasado. — ¿Hace una semana?

Asentí. — ¿Y no me has llamado? —preguntó alzando la voz. —Lo siento. Ha sido todo tan rápido... —suspiré y añadí en voz baja—: He estado en el séptimo cielo y no quería romper el hechizo. Vaciló un instante. — ¿Esto no es un rollo de una noche ni nada parecido? —había relajado el tono de voz y ahora parecía preocupada. —No, más bien somos... —me esforcé por encontrar la palabra adecuada para describirlo—. Ahora somos amantes. Estamos juntas a todas horas. Susan dio un largo silbido, luego se quedó en silencio y al final dijo algo: —Eres feliz con esto. Oí las dudas que perfilaba su voz y supe que quería decirme que tuviese cuidado. —Muy feliz —respondí sin dudarlo. —Leslie, me alegro por ti, pero tengo que decirte que estoy un poco preocupada. —Pues no lo estés. —No quiero que te hagan daño. —No sigas por ahí, Susan, por favor. —Me alteré un poco—. No quiero pensar en ello ahora mismo, ¿de acuerdo? —Al otro lado del aparato sólo se oía un profundo silencio—. Te agradezco que te preocupes por mí, de verdad, pero ahora sólo quiero disfrutar del presente. La voz de Susan se suavizó. —Supongo que es un poco tarde para advertencias, ¿no? —Sí, me temo que sí.

Continuamos charlando durante un rato. Cambiamos de tema y le expliqué que seguramente no estaría de vuelta en Boston antes del día de Acción de Gracias. Sara tenía que ir a ver a su familia y yo había pensado en coger el avión de vuelta a casa con ella. Le dije a Susan que ya la llamaría y colgué el receptor. Me quedé pensativa unos minutos antes de levantarme de la cama. Aquella llamada telefónica me rondaba por la cabeza como una nube que amenazase tormenta. Había demasiadas preguntas sin respuesta, pero era demasiado pronto para preocuparse, me dije. Podía pasar cualquier cosa. Por mucho que intentase resguardarme de mis propios temores, el mundo exterior comenzó a filtrarse por las rendijas de mi realidad. Estábamos en mi oficina, felicitándonos unos a otros por la buena marcha del proyecto cuando Sara tuvo que irse un momento. Billy aprovechó la ocasión para interrogarme. — ¿Se puede saber qué pasa entre vosotras dos? — ¿Qué quieres decir? —Continuó sonriendo y traté de aparentar indiferencia. —Escucha —comenzó a decir en un tono de voz cortante—, no creo que nadie más se haya dado cuenta, pero para mí es evidente el modo en que os miráis la una a la otra. La he visto tocarte tres veces durante los últimos quince minutos, cuando no hace un mes siquiera quería estar en la misma habitación contigo. Estaba preparada para las bromas de Billy, pero la hostilidad de su voz me cogió por sorpresa. Lo miré con gesto tranquilo, intentando comprender su enfado. — ¿Estás preocupado por que los demás se enteren? —le pregunté. —No sería bueno, que digamos, Leslie. —Estaba frunciendo el ceño y me indigné. Repliqué en un tono frío. —Sara y yo no vamos a hacer ninguna tontería, y a ti nadie te va a señalar con el dedo más de lo que ya lo hacen.

Pensó en mis palabras mientras se acariciaba la barbilla. —Ya lo sé, lo siento. No debería haber dicho esto. Tozuda, no quise salir en su ayuda. Lo miré fijamente y rae sentí herida por las implicaciones de sus palabras. Puso mala cara y luego me preguntó cómo se lo había tomado Michelle. —La verdad es que bien. —Me encogí de hombros, sin ceder un ápice—. A ella no le importa; no había nada serio entre nosotras. — ¿Significa eso que Sara y tú vais en serio? —Arqueó una ceja. Su tono de voz era hiriente y suspicaz. Me sentí incómoda y me puse a la defensiva, tratando de escoger mis palabras con mucho cuidado. —Aún no hemos llegado tan lejos. —Era la verdad. A pesar de lo unidas que estábamos, no habíamos hablado de futuro todavía. Mis pensamientos se entretuvieron en aquellas palabras hasta que el carraspeo de Billy interrumpió mi ensimismamiento. —No dejes que juegue contigo, Leslie. —Bajó el tono de, voz hasta hablarme en un susurro—. Los hombres y las mujeres heterosexuales son todos iguales. Juegan contigo hasta que se aburren y luego vuelven a sus propias vidas. —La amargura de sus palabras era muy elocuente y saltaba a la vista que le habían hecho daño en el pasado, pero, ¿a quién no? Tanto los amantes gays como los que no lo eran; se trataba de un dolor distinto, por supuesto, pero dolor al fin y al cabo. Por muy ciertas que fuesen sus palabras, no estaba preparada para escucharlas; todavía no. Estaba más tranquila cuando respondí. —Siento que ésa haya sido tu experiencia, Billy, pero no quiero oír esto ahora mismo. Un brillo irónico iluminó sus ojos. —No, estoy seguro de que no, —Se apoyó en la silla y se levantó. A continuación, se desperezó un poco antes de dirigirse hacia la puerta—. Pero luego no digas que no te lo advertí, querida —exclamó por encima del hombro antes de desaparecer tras el cristal.

Casi había conseguido borrar mis temores por completo, pero ahora, después de una simple conversación con Billy, él miedo volvía para apoderarse de mí, para instalarse en mi corazón y dar muerte a la chispa de vida que salía de mi interior. «Mierda, mierda, mierda...» Profiriendo una maldición tras otra, me volví en la silla para mirar por la ventana. El otoño había hecho su entrada en Atlanta. Los árboles semidesnudos me recordaban que el invierno estaba a la vuelta de la esquina. Apenas quedaban unos días para Acción de Gracias y el año nuevo se acercaba a marchas forzadas y con él, el fin del proyecto. Según el calendario previsto, debíamos tenerlo todo acabado para la primera semana de enero y sabía que, en todo caso, nos adelantaríamos a la fecha prevista, pero no íbamos a retrasarnos. La idea me aterraba, así que la deseché, sin ánimos para pensar en lo que haríamos o en cómo terminaría. — ¿Qué le pasa a Billy? —Me volví y encontré a Sara sentada en la silla que Billy había dejado libre minutos antes. La miré y ahogué mis palabras. Quise tomarla de la mano y salir huyendo de allí, aislarnos lejos del mundo, lejos de cualquiera que pudiese interponerse entre nosotras. — ¿Por qué? ¿Qué te ha dicho? —Me ha soltado un gruñido cuando me he cruzado con él en el pasillo. Cogí un lápiz y me puse a dar golpecitos con él en la mesa, mirando a Sara con gesto triste y pensando en cómo articular mi respuesta. —Billy se ha dado cuenta de que hay algo entre tú y yo —le dije. Frunció el ceño. — ¿Y qué? ¿Por eso iba a enfadarse? Suspiré y solté el lápiz. Después puse ambas manos sobre la mesa. —No, no creo que esté enfadado por ello. Creo que está comparando lo nuestro con algo suyo, ya sabes. —Hice un movimiento con la mano—. Nos está equiparando con algo que antes le pasó a él.

Continuó frunciendo el ceño; luego arqueó una ceja y, al hablar, su voz denotaba cierto sarcasmo: —Ah —asintió—ya lo entiendo. El tema predominante entre vosotros, los gays. Las palabras que había escogido me ofendieron: «Vosotros los gays.» — ¿Y qué se supone que significa eso? Continuó hablando en voz baja: —No te líes con hombres o mujeres heterosexuales. Te romperán el corazón. ¿Te suena de algo? —Me ruboricé y me negué a responder. Su tono de voz no me gustaba en absoluto—. Michelle también mencionó algo así. Aquella noche, cuando fui a verla al bar. De hecho, fue lo último que me dijo cuando me abrazó para despedirse. —Parecía triste. — ¿Qué te dijo? —insistí. Me miró, con los labios todavía torcidos en una mueca pesarosa. —Me dijo que no te hiciese daño. El corazón se me encogió al oír sus palabras. —Lo siento. No debería haberte dicho eso. Sus facciones se suavizaron y ahuyentó mi disculpa con un gesto. —No te disculpes. Evidentemente, debe de tener sentido si todo el mundo lo dice. Puso una expresión seria y se echó hacia delante a la vez que se ajustaba la chaqueta de su traje. —No quiero hacerte daño, Leslie. —Aquellas palabras me pincharon como aguijones. De todas las formas en que podía haberlo dicho, Sara había escogido aquellas palabras en concreto. No había dicho No te haré daño o No voy a hacerte daño. Tal vez, esas palabras hubiesen aplacado mis temores, pero no. Había escogido No quiero hacerte daño.

Debió de presentir la herida que estaba abriendo, porque se puso en pie y me lanzó una mirada tranquilizadora. —Vamos, se está haciendo tarde. Vámonos a casa. Apenas se había cerrado la puerta de mi habitación en el hotel cuando sus manos y su boca se deslizaron por todo mi cuerpo. Me levantó la falda, maldijo mis medias de nailon y me desabrochó los botones mientras me empujaba contra la puerta. Con su lengua en mi boca y sus manos en mis pechos, me enfrenté a mi confusión emocional. Me embargaba una tristeza implacable y me estaba dejando dominar por mi actitud fatalista. Y sin embargo, Sara me estaba besando y acariciando con un ansia que no había visto en ella jamás. —No hagas esto —murmuraba entre beso y beso—. No me alejes de ti, no te rindas, Leslie. Dale tiempo al tiempo. Danos tiempo a nosotras dos. Era increíble lo bien que me conocía, cómo era capaz de ver a través de mí. Reclamaba mi cuerpo por completo y mientras yo me resistía a la defensiva, comenzó de nuevo, con una ferocidad que no sabía que poseyese. Mis medias estaban hechas jirones y sus dedos se adentraron en mi interior, sorprendiéndome con su agresividad, con su insistencia... Me sujetó contra la puerta mientras mi cuerpo se ponía rígido y me llevó al orgasmo sin más preámbulos y sin dar tiempo a que mi cuerpo se relajase. Luego empezó a arrullarme al oído y su dulzura de ahora era tan abrumadora como su agresividad anterior. Con las piernas desfallecidas, me caí contra ella y sus poderosos brazos me sujetaron con fuerza, sin dejarme caer. Si el orgasmo me había desgarrado, también lo habían hecho las lágrimas. Me eché a llorar desconsoladamente y me estrechó entre sus brazos, calmándome y susurrándome al oído. Después, me llevó hasta la cama y me desvistió. Dejó caer su ropa al suelo, se metió conmigo en la cama, a mi lado, y comenzó a cubrirme de besos, a tocarme y a acariciarme suavemente, y a mimarme de nuevo. Me hizo el amor una y otra vez hasta que por fin caímos vencidas por el sueño.

15

El tiempo se nos empezaba a escurrir entre los dedos y cada día aumentaba mi sensación de pánico. Esperaba ansiosa el largo fin de semana de Acción de Gracias, consciente de que Sara y yo íbamos a estar separadas, puesto que ella iba a estar con su familia casi todo el tiempo. Me preocupaba el resultado de aquella separación y el efecto que tendría en ella y en nosotras dos ver a su familia de nuevo. Llegamos a Boston a primera hora de la tarde del miércoles y nos detuvimos unos minutos en su apartamento del North End para que pudiese coger un abrigo antes de ir a casa de Susan. Después de los momentos de extrañeza inicial me sorprendió la rápida camaradería que surgió inmediatamente entre Sara y Susan. Mientras las dos se conchababan para pincharme sin piedad, mi corazón comenzaba a dar saltos de alegría por ver a las dos mujeres favoritas de mi vida poner a prueba sus límites. Sara y yo pasamos la noche allí, acurrucadas en el pequeño futon. Por la mañana, me abrazó con fuerza en la puerta y dijo que me echaría de menos. —Te llamaré más tarde. Siento no saber cuáles son mis planes para el resto del fin de semana. —Me besó despacio y traté de disimular mi preocupación. Echó la cabeza hacia atrás y me miró—. Me cae bien Susan. ¿Crees que me ha dado el visto bueno? Me eché a reír. —Por supuesto que sí. Hizo una mueca y me besó de nuevo. —Pásatelo bien —exclamó y se fue. Tal y como yo esperaba, Susan se deshizo en halagos con Sara.

—Me ha sorprendido gratamente —me dijo mientras nos sentábamos una enfrente de la otra en la mesa de la cocina, con una taza de café en las manos. — ¿Por qué? —sonreí. —No lo sé —respondió, encogiéndose de hombros—. Es muy afable. — ¿Afable? —Menuda palabra. —Sí, no se me ocurre una palabra mejor para describirla. Muy simpática, encantadora y guapa. —Hablaba en tono serio, lo que me sorprendió, y me miraba fijamente—. No me extraña que te hayas enamorado de ella. Esbocé una sonrisa radiante de felicidad. — ¿No me culpas? — ¿Cómo podría hacerlo? —Oí la sinceridad en sus palabras, pero también vi cómo una sombra le oscurecía el rostro. Mi sonrisa se desvaneció. —Susan, estoy tan asustada... —Las lágrimas asomaban en mis ojos. —Ya lo sé, cariño. —Se acercó y me tomó de la mano—. Dale tiempo. —Nos estamos quedando sin tiempo; el proyecto prácticamente está terminado. —Suspiré y me sequé las lágrimas con la manga de la camisa—. Ni siquiera hemos hablado de lo que vamos a hacer. —Tarde o temprano tendréis que hablar de ello, pero no puedes dejar que la preocupación se interponga entre vosotras, Leslie. Tienes que confiar en ella, por muy difícil que resulte. Sabía que tenía razón, pero sus palabras no lograron apaciguar mi creciente pánico.

La amante de Susan, Pam, había ido a casa de su familia en Rhode Island a pasar el día, por lo que Susan y yo fuimos a casa de su madre, como habíamos estado haciendo durante los últimos cuatro años. Agotadas y con el estómago lleno, volvimos a casa poco después de las seis y nos encontramos a Sara sentada en el umbral de la puerta. Mientras la hacía entrar en la casa, me percaté dolorosamente de la mirada perdida y de desolación que había impregnada en sus ojos. Comenzó a tiritar al instante, por lo que la rodeé con mis brazos preguntándome cuánto tiempo habría permanecido allí sentada, pasando frío. Susan encendió el fuego de la chimenea y se puso a preparar café mientras yo hacía lo posible por reconfortar a Sara. La llevé al sofá y permanecí abrazada a ella. —Estoy bien —repetía una y otra vez casi sin aliento mientras se recuperaba del frío. Al final, con una taza, humeante de café en las manos, sus ojos viajaron hasta Susan un momento antes de posarse en los míos—. De verdad, estoy bien. Resulta que ahora mismo estoy un poco sorprendida y me estoy enfadando por momentos. —Deslizó la mano sobre la mía y la retuve con firmeza. Miró a Susan de nuevo—. No sé cómo lo hacéis, de verdad. — ¿Hacer el qué? ¿Qué ha pasado? —Susan se echó un poco hacia delante en la mesa. Sara respiró hondo. —Estábamos todos sentados a la mesa cenando cuando mi hermana comenzó a pincharme, a preguntarme cuándo iba a traer a casa a mi nuevo novio para que conociese a la familia. Le pregunté qué le hacía pensar que tenía un nuevo novio y mi madre intervino diciendo que debía de haber conocido a alguien porque ya nunca volvía a casa los fines de semana. La miré paralizada, capaz de imaginar lo que había sucedido, pero sin atreverme a hacer preguntas. Susan le pidió que continuase. -—Bueno —dijo, encogiéndose de hombros—, entonces les dije que estaba saliendo con una mujer.

Susan lanzó un largo y débil silbido. Yo continué mirando a Sara fijamente con el miedo reflejado en mis ojos. No esperaba que fuese a decírselo a su familia. Siguió hablando con voz colérica. —De repente se hizo un silencio en la habitación. Mi hermana pequeña empezó a reírse y a decirme lo bueno que era mi chisté; me quedé allí sentada, mirándolos a todos y cabreándome por momentos. Les dije que no se trataba de ningún chiste, que estaba saliendo con una mujer y que éramos felices, y entonces vino lo peor. — ¿Qué dijeron? —Mi hermana me dijo lo pervertida y asquerosa que era. El gilipollas de mi hermano dijo; «¡Vale, fantástico, mi hermana es una tortillera de mierda!» y mi padre le dijo que cuidase su lenguaje. Luego, todo el mundo comenzó a chillar y mi madre se puso a llorar. — ¿Se echó a llorar? Sara asintió. —Después comenzó a repetirme que ellos me ayudarían a superarlo, me dijo que tal vez lo que tenía que hacer era hablar con nuestro párroco —iba alzando la voz a medida que iba hablando—. ¡Con nuestro párroco! ¡Por Dios santo! ¡Hace al menos veinte años que nadie va a la iglesia en esa casa! — ¡Oh, Sara! —Mi corazón sufría al verla así. — ¿Qué pasó luego? —le preguntó Susan, -—Le dije que no necesitaba ningún párroco ni tampoco ninguna puta iglesia; luego me fui. — ¿Te marchaste sin más? —le pregunté y asintió con un gesto. —Dios mío. —Susan estaba moviendo la cabeza de un lado a otro con cara de preocupación. — ¿Estás bien? —pregunté—. ¿Qué vas a hacer? Sara se limitó a encogerse de hombros.

—No lo sé. Nunca me había pasado nada parecido. Mi familia nunca se enfada; siempre había pensado que eran geniales. SuSan emitió un gruñido. —La mayoría de familias no suelen ser tan geniales; al menos, no al principio. ¡Tendrías que haber visto la reacción de mi familia cuando les conté lo mío! —Susan se pasó la siguiente hora relatándonos a Sara y a mí todas sus historias sobre cómo salió del armario. Me sentía agradecida de que Susan estuviese allí, tomando el control de la situación, ayudando a aliviar la tensión que se respiraba en el ambiente. Aquella misma noche, más tarde Sara se acurrucó en mis brazos y le pregunté si pensaba que debía intentar hablar con su familia otra vez aquel fin de semana. Negó con la cabeza e hizo un ademán pensativo. — No. Todos necesitamos algo de tiempo para acostumbrarnos a la idea. Ya saben cómo localizarme en Atlanta si quieren hablar conmigo. A continuación me preguntó cómo se lo había tomado mi familia y se lo expliqué lo mejor que pude. —Hace unos siete años que mi hermano no me habla. La verdad es que no fue una gran pérdida porque siempre fue un imbécil de todas formas, pero no puedo decirte que no duela algunas veces. —Hice una pequeña pausa—. El resto de mi familia es bastante maja, pero desde luego, no tengo con ellos la misma relación que tenía en el pasado. —Me quedé pensativa unos instantes—. No me extraña que algunas de mis amigas decidan no decírselo nunca a sus familias. Pareció sorprenderse. —No logro entenderlo, ¿sus familias no se lo imaginan? —Seguramente, pero casi todas prefieren fingir que no lo saben. Resulta más fácil. Sara parecía tan desolada por mis palabras que extendí el brazo para apretarle la mano.

—No puedo evitar sentirme responsable por todo esto. Lo siento mucho. —No es culpa tuya, Leslie. Tú no me sedujiste ni nada parecido. — Clavó la mirada en mis ojos y una sonrisa seductora asomó a sus labios. Aquel gesto suyo consiguió que el corazón me fuese a cien por hora. —Más bien creo que fue al revés —sonreí. —Desde luego, no puede decirse que no lo intenté —dijo, esbozando una sonrisa forzada—. A mi madre le daría un infarto si llegase a enterarse, —Aquel comentario la hizo reír, pero enseguida se puso seria de nuevo—. Espero que tengas paciencia conmigo, Leslie. Ahora tengo que reflexionar sobre muchas cosas, ¿de acuerdo? Pasamos el resto del fin de semana con Susan y Pam. Sara al parecer se recuperó un poco de la escena con su familia, a pesar de que yo sabía que no dejaba de rondarle por la cabeza. El sábado por la noche, las cuatro nos fuimos hasta Cambridge para ir a un bar de ambiente. Nos pasamos toda la noche bebiendo como cosacas y bailando sin parar. Sara disfrutó como nunca y yo observé fascinada lo bien que se llevaban ella y Susan. Salimos del bar hacia la una de la madrugada y a la salida nos recibió una gélida ola de aire frío. Sara me agarró del brazo y se acurrucó a mi lado mientras cruzábamos una calle muy transitada para llegar hasta el coche de Susan. Ésta y Pam iban unos cuantos pasos por delante de nosotras, cogidas de la mano y cantando por el camino. De pronto, apareció por la esquina un coche deportivo de color oscuro como salido de la nada y por poco nos atropella, mientras un grupo de chavales de unos dieciséis o diecisiete años se asomaba a las ventanillas y comenzaba a chillarnos y a soltarnos toda clase de obscenidades, empujándonos hacia el bordillo. — ¡Marimachos! — ¡Tortilleras de mierda! Haciendo chirriar las ruedas, proferían una risa cruel mientras el coche se alejaba y se perdía en la oscuridad.

— ¡Hijos de puta! —Oí decir a Susan. Con las mejillas ardiendo por la humillación, busqué la mirada de Sara. Estaba sentada sobre la acera, con las piernas dobladas y abrazada a las rodillas. Tenía la cara oculta, con la cabeza apoyada en los antebrazos. Me agaché y la toqué. — ¿Estás bien? —le pregunté en voz baja, sentada en cuclillas enfrente de ella. Murmuró algo ininteligible y le cubrí las manos con las mías—. ¿Qué has dicho? —le pregunté en un tono suave. —He dicho que no soy una tortillera de mierda —respondió en tono inexpresivo, con la voz frágil. El corazón me dio un vuelco. Levantó la cabeza y vi las lágrimas de frustración inundando sus ojos. —No quiero ser una tortillera de mierda —me dijo, con una voz extraña, fría y hueca. Nos miramos fijamente mientras yo permanecía inmóvil. Susan se agachó detrás de Sara y le puso las manos en los hombros. Mis ojos fueron hasta los de Susan y supe al instante que había oído las palabras de Sara. —Son unos cabrones —masculló Susan y comenzó a darle a Sara un suave masaje con los dedos—. Lo siento, Sara. —Su voz era como una caricia—, Sé que ha sido un fin de semana muy duro para ti, pero no puedes dejar que sus palabras te afecten, eso es lo que quieren. — Deslizó los brazos por el cuello de Sara y le dio un breve abrazo—. Y no hay nada malo en lo que hay entre Leslie y tú. Miré a Sara mientras cerraba los párpados sobre sus lágrimas y se dejaba arrastrar por el abrazo. — ¿Por qué eres tan buena conmigo? —le preguntó a Susan. —Porque me caes bien y porque Leslie te quiere. Eso me basta. — Sus palabras eran contundentes.

Me estremecí al oír en boca de Susan las palabras que yo no me había atrevido a pronunciar. Sara me lanzó una mirada sombría, pero nítida. —Creo que a ella le cuentas más cosas que a mí —me dijo con calma. Empecé a tartamudear, sin saber qué decir. Susan acudió en mi auxilio, levantándose e inclinándose para ayudar a Sara a hacer lo mismo. —No tiene que decirme nada. Leo en ella como si fuera un libro abierto. —Le dio a Sara un cálido abrazo—. Venga, vámonos a casa. Te sentarás junto al fuego y luego te meterás en la cama. Pondremos un poco de música, tal vez tomaremos un café... Sara dejó que Susan la metiera con cuidado en el coche y Pam y yo nos sentamos detrás.

***

Sara estuvo un poco ausente después de aquel fin de semana. Yo veía cómo se esforzaba por disimularlo, pero sus sonrisas, eran cada vez más lánguidas, sus ojos menos brillantes y su risa cada vez más forzada. Dejamos de hacer el amor. Cada noche se acurrucaba a mi lado como una niña asustada; yo la abrazaba, intentando reconfortarla y ofrecerle seguridad. Le costaba mucho hablar conmigo, pero lo intentaba, a trompicones. Sin embargo, sus palabras eran cada vez más sintéticas a medida que su espíritu se volvía más inerte. Al cabo de poco más de una semana de nuestro regreso a Atlanta, vino a mi oficina a última hora de la tarde. Alcé la vista y me la encontré enfrente de mi mesa, hecha un manojo de nervios. Se humedeció los labios varias veces en pocos segundos y en mi cabeza se encendieron las lucecitas de alarma.

— ¿Qué te pasa? —le pregunté, con el corazón en un puño. —Tenemos que hablar —murmuró—. ¿Puedes salir? Miré el reloj. Eran casi las cuatro. —Sí, claro. —Me puse un abrigo ligero y la seguí afuera. Juntas, iniciamos el recorrido familiar de vuelta al hotel. Una sensación de pánico se apoderó de mí—. ¿Se puede saber qué pasa? —insistí. Dio un largo y sonoro suspiro. —Acabo de hablar con Dennis, en Boston. Al parecer, hemos captado unos nuevos clientes y quiere que vaya a la compañía y les ayude con el proyecto. Aminoré el paso mientras trataba de asimilar sus palabras. Intenté conservar la calma desesperadamente. —-¿Dónde está la compañía? —pregunté, con la mirada fija hacia delante y sin atreverme a mirarla. —En Wisconsin. Con el corazón en carne viva, apreté los dientes tratando de controlar mi reacción. — ¿Y cuándo quiere que te vayas? —dije con voz ahogada—. ¿Por cuánto tiempo? —Mañana. El tiempo que sea necesario. —Aquello fue una bomba para mí. Me detuve en seco y me volví para mirarla a la cara. —Pero Dennis no puede hacer eso. —Desesperada, mi mente luchaba frenéticamente por encontrar una salida—. Tenemos que hacer algo. Tal vez yo pueda ir contigo. —Examiné su rostro y vi su expresión desolada. Sus ojos reflejaban tristeza—. No puedo creerlo. Dennis no haría esto. No puedo creer que no me llamase a mí primero para decírmelo. —Moví la cabeza y luego me quedé inmóvil, dándome cuenta de lo que había pasado en realidad. —Fui yo la que llamó a Dennis, Leslie. Le dije que aquí el proyecto estaba casi terminado y que no había razón alguna para que las dos

nos quedáramos. Le pregunté si había otro proyecto del que yo pudiera hacerme cargo. Noté cómo me flaqueaban las rodillas y me sentí como si me faltase el aire para respirar. Sara alargó el brazo para ayudarme a mantener el equilibrio. —De verdad que lo siento, Leslie. Me entró el pánico. No sabía qué hacer. —Podrías habérmelo dicho. —Me sentí herida, enfadada y traicionada—. Podrías haberme dicho que querías dejar lo nuestro. —No quiero dejar lo nuestro. Necesito tiempo para pensar. Yo sola. Lejos de mi familia y lejos del consuelo de tus brazos noche tras noche. Es demasiado fácil recurrir a ti y esperar que tú lo arregles todo. Eres demasiado buena, demasiado comprensiva. Veo todo el daño que te estoy haciendo y sé que me dejarías continuar haciéndotelo eternamente. No quiero hacerte más daño. —Y por eso huyes de mí —dije en tono sarcástico. Pestañeó con fuerza al oír mis palabras. —No creo que sea eso lo que estoy haciendo —replicó en voz baja—. Estoy hecha un lío, Leslie. No puedo ser lesbiana para ti. Si eso es lo que soy, entonces es algo que tengo que ser aunque sea sin ti. Tengo que averiguarlo. No pude frenar las lágrimas que comenzaron a resbalarme por las mejillas. Enfadada, me mordí el labio y miré hacia otro lado. —Lo sé —le dije—. Es demasiado pronto. —Se me quebraba la voz— Es sólo que no es justo, ¿sabes?—Intenté sonreírle a través de mis lágrimas, pero no lo conseguí—. Nunca he llegado a decirte lo que siento por ti. — ¿Y por qué no, Leslie? —me preguntó con dulzura, sabiendo la respuesta. —Tenía miedo de que huyeras de mí si te lo decía —admití. Asintió con un gesto.

— ¿Lo ves? Y yo nunca hablaba de mis sentimientos porque me aterrorizaban. Esto no es bueno para ninguna de nosotras. Parpadeé con energía y me sequé las lágrimas antes de escudriñar su rostro cansado. —Sé que tienes razón, pero pensaba que tendríamos más tiempo. —-Me balanceé sobre los talones, sintiéndome incómoda, sintiéndome como una estúpida. «Te creías muy lista, sabionda», me reprendí a mí misma—. ¿Me llamarás? Frunció el ceño al mirarme. —Sé que querré llamarte mañana por la mañana, tarde y noche, pero no puedo. No, durante algún tiempo. No, hasta que consiga saber qué quiero. Se había acabado. Simple y llanamente. ¿Cómo podía haberme liado con ella? Se había acabado.

16

Apenas cruzamos unas cuantas palabras el resto de la noche. La miré mientras, una a una, iba colocando todas sus pertenencias en varias bolsas. Una parte de mí quería salir corriendo de allí, pero en lugar de hacerlo, me quedé mirándola, como una masoquista, resistiéndome a tener que renunciar a ella ni siquiera un momento antes de lo debido. La garganta me escocía por las lágrimas contenidas mientras descansábamos la una en brazos de la otra aquella noche. Sin embargo, a la mañana siguiente, cuando me desperté para hallar la almohada vacía junto a mí, me eché a llorar. Tan sólo me daba los buenos días una hoja del papel de cartas del hotel en la que había garabateado un mensaje: Te quiero, Leslie. Sara. —Entonces, ¿por qué nunca me lo dijiste? —grité en la habitación vacía mientras las palabras me desgarraban por dentro. Acurrucada en la cama y abrazada a su almohada, lloré como no lo había hecho nunca, hipando y sollozando hasta la extenuación. Hice dos llamadas telefónicas; la primera, al buzón de voz de Billy, diciéndole que tenía la gripe y que no iría a trabajar hasta al cabo de unos días. Luego llamé a Susan. Una voz soñolienta contestó al teléfono y le dije las tres palabras: —Se ha ido. Susan se hizo cargo de la situación. Necesitaba mi salvavidas y allí estaba ella. Antes que anocheciese, mi roca ya estaba llamando a la puerta de la habitación. Susan me rodeó con los brazos y me eché a llorar amargamente en su hombro. No estoy muy segura de cómo conseguí sobrevivir los meses siguientes. Pasé los primeros días encerrada en la habitación del

hotel con Susan, regodeándome en la autocompasión, reprochándome una y otra vez haberme liado con Sara. La voz de mi conciencia no dejaba de regañarme diciéndome «Te lo dije», hasta que sentí cómo el resentimiento se iba apoderando de mí y se ponían en marcha todos los viejos mecanismos de defensa. Susan reconoció las señales y, no sin cierta reticencia, regresó a Boston. Me concentré de lleno en terminar el proyecto de Atlanta y decidí que quería volver a Boston para las Navidades, por lo que hice todo lo necesario para cumplir con el programa previsto. En los peores momentos, cuando estaba más tranquila, pero también más débil, me permití a mí misma creer que lo nuestro con Sara no había terminado de verdad, que volvería el día menos pensado. Fantaseé con la idea de que aparecería en el umbral de mi puerta en Nochebuena, con los brazos cargados de regalos. Yo me reiría y le diría que el único regalo que necesitaba era ella. Sin embargo, pasó la Nochebuena y el día de Navidad, y así día tras día sin que tuviese noticias de Sara. Dejé Atlanta a mis espaldas y volví a la oficina de Boston después de las vacaciones navideñas, eso sí, sin haber descansado en absoluto ni sintiéndome fresca precisamente. Con el futuro incierto, tanto sentimental como profesional, no estaba preparada para el chismorreo que me aguardaba en la oficina. Apenas llevaba una hora en el despacho cuando Amy, la secretaria de nuestro departamento, me preguntó si sabía algo de Sara. El corazón me dio un vuelco con la sola mención de su nombre. Como en una nebulosa, tuve que escuchar que Kenny estaba en Wisconsin con ella y que iba diciendo por ahí que Sara se iba a la cama, literalmente, con el dueño de la compañía con la que estábamos trabajando. —Además —añadió en un susurro, mientras yo intentaba encontrar aire para respirar—, Kenny dice que es negro, ¿no te parece increíble? —Kenny es un cerdo racista —repliqué en tono indiferente y la hice salir de mi despacho. No te líes nunca con una mujer heterosexual Por lo menos, aquella noticia era el soplo de aire fresco que

necesitaba, el permiso que me hacía falta para superar todo aquello y seguir adelante.

Conforme se iba acercando el final del mes de enero, comencé a ver con mayor claridad y a tomar las riendas de mi vida de nuevo. Susan y yo echábamos un vistazo a los anuncios de demandas todos los domingos por la mañana, nos acurrucábamos enfrente de la chimenea, leíamos los anuncios y planeábamos mi nuevo futuro profesional. No tardé demasiado en darme cuenta de que encontrar un nuevo trabajo y, con suerte, iniciar una nueva carrera laboral no iba a resultar tan sencillo como yo creía. Decidí que había llegado la hora de enfrentarme a Dennis, de hablarle de mi frustración y de hacerle saber que necesitaba nuevos retos. Enfilé el pasillo que conducía a su oficina el lunes por la mañana y me acerqué a la mesa de Amy cuando ésta me hizo una señal. -—Dennis dice que quiere verte ahora mismo. —Tenía los ojos abiertos como platos por la expectación mientras se oían unos gritos de enfado que provenían del interior del despacho. — ¡No puedo creer que me estés haciendo esto! —se oía a Kenny gritar mientras se me ponía la carne de gallina. — ¿Qué pasa? —le pregunté a Amy. —Dennis lo acaba de poner de patitas en la calle. Se ve que le hizo alguno de sus comentarios a Sara porque estuviese acostándose con aquel hombre de color y Sara lo despidió, sin más. —Abrió los ojos con un entusiasmo apenas contenido—. ¿No te parece increíble? Antes de darme tiempo a contestar, Kenny salió como un vendaval del despacho, echando humo por los ojos mientras pasaba por mi lado y desfilaba por el pasillo. Amy se puso de pie al instante y echó a correr detrás de él. Me los quedé mirando y luego respiré hondo. «¿Quién necesita esta mierda?», me dije.

No quería entrar en aquel despacho. No quería oír nada más sobre Sara y el hombre de color. «Por Dios santo, ¿es que ese tipo no tiene un nombre?» Caminé por el suelo de cerámica y asomé la cabeza para ver a Dennis sentado en cuclillas en su silla y apoyando el cuerpo en el escritorio. Parecía que estaba hablando consigo mismo, vociferando mientras yo entraba en el despacho para decirle que estaba allí. —No puedes hacer eso —decía—. No puedo dejar que lo hagas, eres demasiado importante para esta empresa y para este proyecto. Me acerqué a él con sigilo, mirándolo mientras alzaba la vista para mirarme y un gesto de alivio cruzaba su cara. — ¡Leslie! —exclamó mi nombre con entusiasmo e hizo un movimiento con la mano para que me sentara en la silla de enfrente. Señaló al teléfono manos libres que había encima de la mesa y me di cuenta de que estaba hablando con alguien—. Habla con ella, Leslie, amenaza con irse. Dile que no puede hacernos esto. Lo miré con gesto vacilante, sin saber de qué me estaba hablando. — ¿A quién? —A Sara. —Me entraron unos sudores fríos mientras se volvía hacia el teléfono—, Sara, Leslie está aquí conmigo. Se hizo un silencio. — ¿Leslie? —su voz denotaba cansancio. La cabeza comenzó a darme vueltas. —Hola, Sara. —Dije las palabras en tono inexpresivo, sin emoción. El corazón me latía desbocado. Se hizo un nuevo silencio. —Quiere irse, Leslie. Habla con ella —dijo Dennis. Me dirigió una mirada dura que logró que me estremeciera en el asiento. No me salían las palabras al devolverle la mirada. Una vez más, se hizo un silencio demasiado largo.

—Ya he tenido suficiente, Dennis, —La voz de Sara se oyó de nuevo, llenando la habitación. —Escucha, lo he echado a la calle. Ya no tienes que tratar con Kenny nunca más. —Me miró de nuevo y esta vez me lanzó una mirada feroz—. Díselo, Leslie. Le devolví una mirada vacía. —No puedo hacerlo, Dennis. —A pesar del modo en que me miraban sus ojos, no cambié de opinión—Sara ya sabe lo que tiene que hacer. Yo no voy a intentar convencerla de lo contrario-—. Mi voz sonaba meticulosamente tranquila y controlada. Dennis respondió extendiendo el brazo y apretando el botón que impedía escuchar la conversación por el altavoz. —Vete —me ordenó entre dientes—. Ya hablaremos más tarde, —Lo siento, Dennis. Está quemada. —Me encogí de hombros. «Y yo también», pensé. Levantó el dedo, tenía aspecto cansado mientras entrelazaba las manos. Apareció un gesto de resignación en su rostro. —Vete a vigilar a Kenny —me dijo—. Asegúrate de que no haga ninguna tontería antes de marcharse. Asentí con la cabeza, luego me levanté y salí de la habitación. —Adiós, Les. —Las palabras de Sara me llegaron justo cuando traspasaba el umbral de la puerta. No me volví para contestarle.

Cuando llegué a casa aquella noche, Susan estaba estirada en el sofá del salón, con una expresión de ansiedad dibujada en la cara. En la televisión estaban dando las noticias locales. Arrojé mi maletín al suelo antes de echarme a su lado. —Creo que ya no puedo más —le dije mientras cerraba los ojos y apoyaba la cabeza en su hombro.

Cuando siguió sin contestarme durante algunos segundos, abrí un ojo y le lancé una mirada suspicaz. No era normal que estuviese tan callada. — ¿Qué pasa? —pregunté. —Sara ha llamado. —Le devolví su mirada fija y luego, enfurecida de repente, levanté poco a poco la cabeza de su hombro—. Quiere que la llames. —Cogí el trozo de papel que me ofrecía y me quedé mirando el número de teléfono que había garabateado allí. Esperé que se me acelerara el corazón, pero no sentí nada. — ¿Has hablado con ella? —Sólo un momento. Arqueé las cejas y se retorció en el sofá. —Parecía violenta y creo que la traté un poco mal. Una pequeña sonrisa asomó a mis labios mientras me imaginaba la conversación. —He hablado con ella hoy —dije en un susurro—. Bueno, la verdad es que creo que sólo le dije «hola» y ya está. —Le resumí lo que había pasado en la oficina. Nos quedamos en silencio unos minutos mientras yo miraba el número de teléfono otra vez. ¿Por qué no tenía ganas de llamarla? ¿Por qué no me había abalanzado sobre el teléfono todavía? Sacudí la cabeza y dejé el trozo de papel encima de la mesa. — ¿Vas a llamarla? Miré a Susan de reojo y negué con la cabeza. —Me parece que no. Se me quedó mirando un momento y luego asintió, aceptando mi decisión sin más. Se acercó y me pasó el brazo por los hombros. Me volví y apoyé las piernas en la mesita, acurrucándome en sus brazos mientras me concentraba en las noticias de la televisión. — ¿Cómo está Pam? —pregunté.

—Mal —respondió—. Ya no nos llevamos bien, —No me molesté en llevarle la contraria. — ¿Leslie? --¿Sí? — ¿Has pensado alguna vez que tal vez tú y yo deberíamos estar juntas? El hombre del tiempo estaba en pleno corazón de Estados Unidos. —Sí —admití—, lo cierto es que más de una vez. Escuché atentamente la previsión meteorológica mientras aquel hombre hablaba entusiasmado sobre la ventisca que se cernía en aquel preciso instante sobre el Medio Oeste y que se esperaba que diese como resultado hasta un metro de nieve en Wisconsin antes de proseguir hacia el este del país. Mi mente retrocedió en el tiempo hasta la tormenta de nieve de Chicago, con el recuerdo de Sara riendo mientras me estampaba una bola de nieve en plena cara. Recordé cuando la perseguí por el pasillo del hotel, queriendo besarla incluso entonces. Bajé la vista para mirar el pequeño trozo de papel blanco que esperaba desafiante a que lo cogiera. Lancé un profundo suspiro y apreté con fuerza la mano de Susan.

17

Tal y como había prometido el parte meteorológico, el Medio Oeste amaneció nevado por completo. Las agencias de noticias locales y nacionales predecían algo similar para Boston antes del anochecer. Ya había comenzado a nevar y se esperaba que continuase durante todo el día. Me planteé muy seriamente no ir a trabajar en todo el día. Las noticias sobre el tráfico indicaban que la gente que tenía que desplazarse de las afueras al centro de la ciudad estaba quedándose en sus casas y sabía que casi todas las empresas cerrarían más temprano de lo habitual. Al final decidí ponerme un par de vaqueros y un jersey cómodo, figurándome que casi todo el mundo haría lo mismo. Opté por el transporte público aquella mañana y comencé a tiritar con el aire frío y espeso que cubría la ciudad. Mi actitud respecto al trabajo estaba empezando a asustarme. No era normal en mí que no me motivase lo que estaba haciendo. El centro de Boston tenía el aspecto escalofriante de una ciudad fantasma. Quizá no me había tomado las advertencias sobre la tormenta lo suficientemente en serio. El bloque de oficinas de mi compañía estaba igual de vacío que todo lo demás; así pues, me quedé un rato sin hacer nada de particular en la sala de ordenadores mientras el café se calentaba en la cafetera. Con una taza humeante por fin entre las manos me dirigí a mi despacho y me encaramé en el alféizar de la ventana, deseando haber traído conmigo el número de teléfono de Sara. Ahora tenía la mente más despejada y me sentía más preparada para llamarla. Ya sabía por qué tenía miedo de hacerlo; tenía miedo de oír el rechazo de sus propios labios. Tenerla tan lejos me había ayudado a mitigar el dolor; sencillamente, era más fácil saber que se había acabado sin tenerlo que oír de su boca. Me senté y miré por la

ventana, fantaseando con la idea de llamarla, deseando saber qué iba a hacer con mi carrera y con mi futuro, y preguntándome si conseguiría reunir el coraje suficiente para decirle a Dennis que yo también necesitaba un respiro. Hacia las diez y media, justo cuando la nieve empezaba a amontonarse alegremente en la calle, oí el sonido de unos pasos por el corredor. Era Dennis, sin duda. No había nada que consiguiese que aquel hombre se quedase en su casa y no viniese a trabajar, ni siquiera en un día como aquél. Me puse en pie y decidí decirle que necesitaba un cambio. Enfilé el pasillo, me detuve justo delante de la oficina de Dennis y asomé la cabeza. Estaba sentado en su mesa, dándome la espalda. Me apoyé en las baldosas de la pared, armándome de valor y preparando mentalmente lo que iba a decirle. Se oyeron más ruidos en el pasillo; al parecer, alguien más había decidido desafiar al mal tiempo. Eran unos ruidos extraños, como si alguien estuviese metiendo libros en una caja vacía. Se me erizaron los pelos de la nuca mientras me incorporaba y echaba a andar por el pasillo en dirección al lugar de donde procedían los ruidos. Era la oficina de Sara. Tal vez, Kenny hubiese vuelto y estuviese tramando alguna de las suyas. Apresuré el paso, decidida a saltar sobre él si de eso se trataba. Asomé la cabeza por la puerta y me detuve en el umbral. Tardé unos segundos en reconocerla. Era Sara, estaba vuelta de espaldas y sacando los libros de la estantería para arrojarlos sin contemplaciones en una caja abierta. Apoyé la mano en el pomo de la puerta para ayudarme a mantener el equilibrio y comencé a sentir un hormigueo en la cabeza y en los dedos a causa de la ansiedad creciente. Llevaba el pelo más largo y los rizos eran ahora más suaves por el peso. Lo llevaba recogido de cualquier manera con una sola goma de pelo y le caía en una cola por medio de los omoplatos. Estaba más delgada de lo que la recordaba y sus vaqueros ajustados seguramente eran dos tallas menores que los míos. Se había puesto un suéter de color azul oscuro y llevaba las mangas arremangadas.

Hechizada, la vi vaciar dos estantes enteros antes de encontrar un hilo de voz con el que hablarle. —Hola. —Dio un salto al oír aquel saludo y se dio la vuelta rápidamente, a la defensiva. La observé mientras esbozaba un gesto de reconocimiento, suavizando su rostro con una sonrisa lenta y titubeante en los labios. —Hola. —Aquella única palabra fue como una caricia que hizo que me flaquearan las piernas al instante. —Tienes buen aspecto. — «Qué frase tan estúpida», pensé. —Gracias. —Dejó el libro que llevaba en la mano y se apoyó en la mesa, jugando distraídamente con un bolígrafo. Me echó un rápido vistazo de arriba abajo—. Tú pareces cansada. « ¡Ay!» Esbocé una sonrisa forzada mientras luchaba por encontrar algo que decir. — ¿Qué estás haciendo aquí? —Hice una mueca de dolor, consciente de lo frías que sonaban mis palabras—. Me refiero a la tormenta. Pensaba que estabas atrapada en Wisconsin. Sara prácticamente se encogió de hombros. —En cuanto me di cuenta de lo difícil que iba a ser salir de allí, me puse en camino hacia el aeropuerto. Sabía que me daría un ataque de claustrofobia si me quedaba. —Me lanzó una mirada cargada de complicidad, segura de que sabía a lo que se estaba refiriendo—. Ya sabes lo que es... La imagen de la persecución por el pasillo del hotel de Chicago acudió a mi mente, pero inmediatamente otra imagen la reemplazó: la de Sara en una habitación de hotel, en la cama con un hombre. Por su expresión ceñuda, me di cuenta demasiado tarde de que estaba haciendo una mueca de dolor. — ¿Te dijo Susan que te llamé ayer? Asentí tímidamente con la cabeza.

— ¿No me llamaste, verdad que no? —Realmente parecía herida—, Te dejé un mensaje y mi número de vuelo en la recepción del hotel No podía creerlo. Me imaginé que había supuesto que me pondría a saltar de alegría en cuanto hubiese recibido su llamada y qué echaría a correr hacia el aeropuerto para ir a buscarla. Levanté la barbilla de forma involuntaria y me encogí de hombros. —Supuse que esperar unas cuantas horas a que te llamase no era nada comparado a los dos meses que he esperado yo para tener noticias tuyas. —Me sentí aliviada al pronunciar aquellas palabras, a pesar de que iba arrepintiéndome de todas y cada una de ellas a medida que iban saliendo de mi boca. Frunció los labios con gesto triste. —Bueno, supongo que me lo merezco. —Parecía derrotada—. Lo siento, ya sé que debería haberte llamado hace mucho tiempo. — ¿Ah, sí? ¿Para decirme qué? ¿Qué te estás yendo a la cama con un tipo? —hablaba en tono tranquilo, sarcástico—. Eso ya hace tiempo que lo sé. No se habla de otra cosa desde hace un mes o algo así. —Estaba tratando de herirla, a la vez que deseaba con todas mis fuerzas que negase aquellas acusaciones. Me devolvió una mirada serena, ni tan siquiera pestañeó. « ¡Vamos! ¡Niégalo! ¡Niégalo!» El corazón me dio un vuelco. Los rumores eran ciertos después de todo. —Kenny —dijo con resignación. Movió la cabeza lentamente y luego me miró a los ojos—. Esto no está saliendo como lo había planeado. —Pasó por encima de una caja y se acercó a mí—.Tenemos que hablar. Me puse rígida. Ya había oído suficiente. Su falta de interés por negar las acusaciones había sido lo bastante elocuente. — ¡Eh, la has encontrado! —Dennis estaba detrás de mí, vociferando por encima de mi hombro antes de apoyarse en el marco de la puerta, junto a mí. — ¿Te lo ha dicho? La he convencido para que se tome una excedencia y se lo piense, en lugar de abandonarnos definitivamente.

Recorrí la habitación con la vista y me fijé en las cajas que contenían todos los objetos personales de Sara. ¿A quién creía Dennis que estaba engañando? Aquello no me parecía una excedencia temporal. Mis ojos se centraron en Sara de nuevo, que me estaba siguiendo con la mirada y mordiéndose la lengua. Dennis estaba diciendo que necesitaba hablar con ella y me excusé, saliendo de la oficina y apartando mis ojos de los de Sara. Al cabo de tres pasos, noté, un violento martilleo en las sienes y me di unos masajes mientras caminaba por el pasillo en dirección a mi oficina. Sin pensarlo dos veces, me puse el anorak de esquiar y me fui. La nieve había cuajado, sobre todo en las calles del centro de la ciudad, y en las aceras no había rastro alguno de pisadas; avancé penosamente por una calle tras otra, sin rumbo fijo y con la nieve llegándome a los tobillos. Estaba llena de ira y frustración. Todos los sentimientos que había guardado celosamente en mi interior estaban haciendo su aparición de nuevo y mi enfado reprimido me escocía en la garganta. Los copos de nieve iban cayendo a mi alrededor y las diminutas bolas de hielo me azotaban la cara mientras vagaba por la ciudad silenciosa. Los edificios del muelle me hacían señales, atrayéndome, hasta que me encontré en la orilla del océano, viendo las cabrillas chocar contra las amarras del puerto. Las fuertes ráfagas de viento formaban remolinos con la nieve y hacían que las campanas de los barcos amarrados sonasen en señal de protesta. Mientras contemplaba el espectáculo de las olas al chocar contra el muelle, volví a pensar en Sara. «Se ha acabado, no pienses más en ella, olvídalo» Comencé a tiritar de frío y me apoyé en la barandilla para observar el oleaje. —He sido una egoísta. —Oí la voz de Sara en medio del fragor del viento. Sin necesidad de volverme para mirarla, podía notar su presencia junto a mí. No respondí—. Sé que estás enfadada y tienes todo el derecho a estarlo. —No sabía cómo contestarle y no tenía el valor para mirarla—. Dime algo, Leslie. —Parecía asustada—. Grítame, por favor. Desahógate.

Miré hacia el océano y vi que la nieve era demasiado espesa para ver el aeropuerto Logan al otro lado de la bahía. Ya no estaba enfadada y así se lo dije. —Ya no hace falta. —La miré de reojo un momento y me fijé en el modo en que el viento la despeinaba y le daba latigazos con el pelo en la cara. Sabía que me estaba mirando, esperando que dijese algo más, pero ya no tenía nada más que decir. Tirité de frío de nuevo y me hundí más en mi anorak. —Te debo una explicación —dijo. —No, no hace falta. —No quería escuchar sus palabras. Las excusas. La justificación... pero no quiso escucharme. —He estado tan encerrada en mí misma, haciendo lo que creía que debía hacer —sus palabras sonaban afectadas y vacilantes—, que ni siquiera pensé en el modo en que esto podría estar afectándote. ¿Cómo podía ser tan insensible? Incrédula, al final me volví para encararla. — ¿No pensaste que me podría hacer daño oír que te estabas acostando con un tío? ¿De verdad crees que estar contigo en Atlanta significó tan poco para mí que no me importaría que te estuvieses viendo con alguien? ¿Especialmente con un hombre?¿Especialmente después del modo en que te marchaste? —Me sentía insultada—. ¿De verdad signifiqué tan poco para ti? Sus ojos reflejaron mi dolor. Contuvo sus palabras mientras extendía la mano para tocarme el brazo. Intenté no inmutarme. —Leslie, no sabía lo que Kenny estaba diciendo por aquí. —Una ráfaga de aire la empujó hacia mí y la cogí automáticamente para ayudarla a mantener el equilibrio. Sus ojos verdes no dejaron de mirar a los míos mientras continuaba hablando—. Supuse que estaría haciendo circular rumores sobre mí, pero no estaba segura. Además, confiaba en que tú me conocías bien. No me he estado acostando con nadie, Leslie. Te lo juro. —Perpleja, me la quedé mirando fijamente, sin saber si dar crédito a sus palabras o no—. No

me marché de Atlanta para meterme en la cama con nadie. Me marché porque mi vida había cambiado de la noche a la mañana y no estaba preparada para enfrentarme a la manera en que la gente estaba reaccionado a este cambio. No sabía si podría vivir así. — Tragó saliva y continuó hablando—. Cometí el error de creer que tenía que estar lejos dé ti para encontrar las respuestas. Tenía tanto miedo de que lo que estaba sintiendo se interpusiese entre nosotras... No quería echarte las culpas ni hacerte más daño y veía cuánto daño te estaba haciendo. —Se estremeció y se apoyó contra la barandilla—.He estado haciendo planes, tomando decisiones y haciendo toda clase de suposiciones, pero no tenía intención de dejar el trabajo o algo parecido hasta que hubiese hablado contigo. La miré, más confundida que nunca. —Sara, no lo entiendo —dije, negando con la cabeza—. ¿Qué quieres de mí? Se pasó los brazos por la cintura. El delgado abrigo de lana que llevaba no podía abrigarla lo suficiente. —Ahora mismo, quiero que te vengas a casa conmigo para que podamos hablar sin más malentendidos. — ¿Quieres quedarte atrapada en casa por la nieve conmigo y tu compañera de piso? —Esbocé una sonrisa irónica. Se echó a reír. —Se fue del piso el mes pasado. Está casi vacío. Moví la cabeza de nuevo y suspiré. Me había invadido un cansancio repentino. — ¿Para qué, Sara? Tratar de olvidar lo nuestro ya ha sido bastante duro para mí. No quiero pasar por ello otra vez. Duele demasiado. —Pero de ello se trata justamente. Yo no me he olvidado de lo nuestro, nunca intenté olvidar lo nuestro y no quiero olvidarlo. —Sara, te estoy diciendo que no puedo hacerlo. No puedo despertarme todas las mañanas, preguntándome si vas a estar allí o

si simplemente soy algo en lo que entretenerte mientras encuentras al tipo adecuado. Por vez primera en toda la mañana, un brillo colérico asomó por sus ojos. Se acercó a mí, apretó la mandíbula y presionó un dedo contra mi esternón. A pesar de que el anorak era grueso, noté la presión amenazadora. —Has estado esperando que te fallara desde el primer día. Tú y tus amigos esperabais que te dejase, esperabais que volviese a los hombres. No te he dado ningún motivo para que creyeses que era eso lo que iba a hacer, —Se metió la mano en el bolsillo del abrigo y continuó con su diatriba, ahora más calmada—. He pasado muchísimo tiempo asimilando todo esto. Sé que nunca me he sentido tan cerca de alguien. Nunca antes había tenido una amiga y una amante en la misma persona. Sé que un hombre nunca me podría dar esto y estoy segura de que no quiero que ningún hombre vuelva a tocarme jamás; no, después de haber hecho el amor contigo. Además, sé incluso que aunque te fueras y me dejaras ahora mismo, continuaría siendo lesbiana. Me la quedé mirando, atónita, recordando las palabras que había dicho aquella noche fuera del bar de Cambridge. «No soy una tortillera. No quiero ser una tortillera.» — ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? —le pregunté. Ladeó la cabeza hacia atrás y se echó a reír, con una risa frívola. — ¿Quieres que te lo diga otra vez? —me preguntó en tono burlón. Luego me miró fijamente y esbozó una sonrisa radiante—. Soy lesbiana. —Pronunció la palabra con orgullo antes de alzar la voz para gritar a pleno pulmón—. ¡Soy lesbiana! Fui incapaz de reprimir la sonrisa que afloró a mis labios. —No puedo creer lo que estoy oyendo. —Pues, créelo —dijo en tono suplicante—. Y deja ya de castigarme por no haber amado a otra mujer antes que a ti. —Bajó la voz.

¿Era eso lo que había estado haciendo? ¿Le había puesto una etiqueta y había llegado a unas determinadas conclusiones, basándome únicamente en aquella etiqueta? Lo había hecho. En aquel breve momento, la verdad y la sabiduría de aquellas palabras me azotaron con más fuerza y frío que las diminutas partículas de hielo que continuaban golpeándome la cara. — ¿Tú no eras heterosexual en algún momento de tu vida? —me preguntó—. ¿Antes de enamorarte de Julie y darte cuenta de que eras gay? La miré a los ojos y me sentí derrotada. —Nunca había pensado en ello desde ese ángulo —asentí haciendo una mueca—. Tienes toda la razón —admití. Las ráfagas de aire comenzaron a disminuir de intensidad mientras unos copos densos y pesados caían entre nosotras—. Lo siento. —Yo también lo siento. No he sido demasiado hábil, pero por Dios, Leslie, si sientes algo por mí, no lo niegues y no lo dejes olvidado en un rincón. Ven a casa conmigo. Hablemos. Tenemos tanto de que hablar. —Se acercó a mí de nuevo y me rodeó el brazo con los dedos. No podía creer que después de todos los malos tragos que mi mente me había hecho pasar durante los últimos meses, Sara estuviese realmente allí, diciéndome todo aquello. Todas mis suposiciones anteriores se vinieron abajo. —Tienes razón, tenemos que hablar. —Vacilé un poco mientras recobraba el buen humor—, ¿No querrá esto decir que quieres salir conmigo de nuevo? Vio mi sonrisa inesperada y lanzó una suave y deliciosa carcajada. — ¿Salir contigo? —dijo, negando con la cabeza—. No. Quiero casarme contigo. —No juegues conmigo, Sara. —Me aparté de su lado. Extendió ambos brazos para cogerme por los hombros, con gesto compungido.

—No estoy jugando contigo. —El temor y las dudas se cernían como una losa pesada sobre nosotras—. Oh, Leslie, escúchame. —Me atrajo hacia sí hasta que su cara estuvo a escasos centímetros de la mía—. Te quiero. ¿No lo sabías? Y quiero quererte como no fui capaz de hacerlo antes. Sin miedos, sin que ninguna de las dos sienta miedo. La miré a los ojos, deseando creer sus palabras, escuchando la batalla que se estaba librando entre mi corazón y mi mente. — ¿Estás segura? —le pregunté, no sin cierto recelo. —Nunca he estado más segura de algo en toda mi vida. La pregunta es, ¿qué quieres tú, Leslie? ¿Qué sientes? Suspiré, preguntándome si podría decir las palabras, sabiendo que tenía que hacerlo. —Quiero un compromiso. Una pareja de verdad. Me miró mientras una sonrisa lenta iba asomando a sus labios. — ¿Una especie de matrimonio? —dijo riendo. Sentí cómo me embargaba una sensación de júbilo y la reprimí cuidadosamente. —Algo así —respondí, aparentando indiferencia. Esbozó una amplia sonrisa y asintió, —Y una casa... —dejó la frase en suspenso. —En las afueras. Con un gran jardín —la terminé. Asintió de nuevo, disfrutando del juego. — ¿Con un cachorro? ¿Un gatito tal vez? —Un cachorro —decidí— y cualquier otra cosa que necesite un hogar. -Mis deseos se estaban transformando en sensiblería sentimentaloide. — ¿Y qué más, Leslie? —Extendió el brazo y en un solo movimiento vertical me bajó la cremallera del anorak. Unos dedos fríos

comenzaron a palparme el vientre y se detuvieron en mí cintura—. ¿Qué más quieres? Me flaqueaban las rodillas y me puse seria al instante. —Te quiero a ti. Quiero que estemos juntas. —Las palabras se escaparon de mis labios antes que pudiese frenarlas. Lanzó una sonrisa de satisfacción y sus ojos se iluminaron cuando su mano izquierda fue a reunirse con la derecha por debajo de mi suéter. — ¿Y qué sientes por mí, Leslie? Me eché a reír, dándome cuenta de que estaba pinchándome de nuevo, deseando oír lo que había querido decirle durante tanto tiempo. —Te quiero, Sara. —Levanté la mano para retirarle los mechones de pelo de las mejillas, tragando saliva— Siempre te he querido. Sonrió, apoyándose en mí hasta que sus labios me rozaron el cuello. —Por fin —suspiró—. Dímelo otra vez. Cerré los ojos y dejé que aquel embrujo me embargara mientras levantaba los brazos para rodear su cuerpo. —Te quiero, Sara. A pesar de que no veía su cara, sabía que estaba sonriendo. —Te quiero, Leslie. —Nos quedamos abrazadas un rato más hasta que levantó la cabeza—. Si nos quedamos así mucho tiempo, a lo mejor Dennis nos ve y ya no hace falta que nos preocupemos porque me dé la lata para que me quede. —Me dio un beso rápido en los labios y dio un paso atrás, agarrándome del brazo—. ¿Te vienes a casa conmigo? —Supongo que no tengo nada mejor que hacer. —Me encogí de hombros, sonriendo.

Nos volvimos y echamos a andar por la orilla del océano, escuchando la belleza silenciosa que nos rodeaba mientras avanzábamos con esfuerzo por la nieve. —Quiero que conozcas a una amiga mía —dijo Sara, al tiempo que hacíamos lo posible por proteger nuestros rostros de los azotes de la nieve. Arqueé las cejas, sin saber adónde quería ir a parar con lo que me estaba diciendo—. Se trata de Tracy, la he encontrado. — ¡No! —Sí. Llamé a su familia y me dieron su número de teléfono. Me ha perdonado, Leslie —la voz le tembló imperceptiblemente. — ¡Sara, eso es maravilloso! —La abracé con entusiasmo. —No arruiné su vida como pensaba que había hecho. —Sara irradiaba alegría y estaba dando saltitos delante de mí como una chiquilla—. Conoció a una mujer justo después del instituto y todavía están juntas. Le hablé de ti. —Las palabras le salían atropelladamente de los labios. Me detuve un momento y me la quedé mirando en silencio. —Te ayudó a aclarar todo esto, ¿no es así? Me refiero a ti y a mí. Se detuvo para devolverme la mirada, con una sonrisa pensativa en los labios. —Sí, sí que me ayudó. Ironías de la vida, ¿no te parece? —Estuve de acuerdo con ella—. Le dije que venía a Boston para conseguir que te volvieras loca por mí. —Esperó a que la alcanzase y, cuando llegué a su altura, deslizó su brazo por el mío de nuevo—. ¿Voy por buen camino hasta ahora? Ladeé la cabeza. —No está mal... para empezar. Pero vas a tener que resarcirme por todo el tiempo perdido. Se echó a reír y me apretó el brazo.

— ¡Oh, me muero de ganas de empezar a compensarte!. Voy a quererte cada minuto de mi vida. ¿No te he convencido todavía de que te cases conmigo? —Echó a correr delante de mí otra vez y se agachó para recoger un puñado de nieve. —Todavía no —contesté—, pero continúa intentándolo. —Lo haré, Leslie —exclamó—. Lo haré. Con el corazón rebosante de felicidad, me detuve y vi cómo empezaba a aplastar unos copos de nieve entre las palmas de las manos. «Ah. ¿Con que ésas tenemos, eh?», pensé, y me agaché para recoger algo de nieve yo también. Cuando me estaba incorporando, una bola de nieve me aterrizó en la cara y unas risitas de regocijo llegaron hasta mis oídos. Cuando abrí los ojos, la vi correr a lo lejos, cayéndose y resbalándose mientras trataba de huir de mí, riendo y soltando carcajadas a mandíbula batiente. Sólo tardé un segundo en echarme a correr tras ella, con mi propia risa uniéndose a sus carcajadas, consciente de que esta vez, cuando la atrapase, la enterraría entre la nieve y la cubriría de besos hasta la eternidad.

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