hilary-putnam-como-renovar-la-filosofia-ediciones-catedra-1994.pdf

February 11, 2017 | Author: Anonymous EAG51mpG | Category: N/A
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CATEDRA

TEOREMA

Título miginal de la obra:

Renewing Philosophy

Traducción de Carlos Laguna

Prólogo Prefacio

········ · · · · · · · · · · · · · · ············· · · · · · · · · · · · · ················· · · · · · · · · · · ·

11

····· · · · · · · · · · · · · · · · · ·· · · ············ · · · · · · · · · · · · · · · · · · ········ · · · · · · · · · · ·

27

CAPÍTULO l. El proyecto de la Inteligencia Artificial CAPÍTULO JI. ¿Explica la evolución la representación?

Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en el art. 531-bis del Código Penal vigente, podrán ser castigados con penas de multa y privación ele libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte sin la preceptiva autorización.

© Published by arrangement with Harvard University Press, 1994

Ediciones Cátedra, S. A., 1 994 Juan Ignacio Luca de Tena, 1 S. 28027 Madrid Depósito legal: M. 36.528 1 1994 I.S.B.N.: 84-376-1294-2

Printed in Spain Impreso en Fernánc\ez Ciudad, S. L. Catalina Suárez, 19. 28007 Madrid

31 .

. .. .

CAPÍTULO III. Una teoría de la referencia CAPÍTULO IV. Materialismo y relativismo CAPÍTULO V . Bernard Williams y la concepción absoluta

del mundo

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

53 73 101

125

CAPÍTULo VI. Irrealismo y deconstrucción

161

CAPÍTULO VII. Wittgenstein: sobre la creencia religiosa

1 93

CAPÍTULO VIII. Wittgenstein: sobre referencia y relativismo CAPÍTULO IX. Una reconsicleración ele la democracia ele

Dewey

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ... . . . . .

221

247

Para

LUIS ML. VALD�S VILLANTJEVA

Aunque Cómo renovar la filosofía no tiene el forma·­ to de un manifiesto �-algo que, sin duda, su título sugie .. re-� su confección ha estado guiada, reconoce Putnam, por "el convencimiento de que la filosofía se encuentra actualmente en un estado que hace necesario empren .. der su revitalización, su renovación"J. Con este objeto, el libro ofrece tanto un diagnóstico de la(s) cnferme­ dad(es) que aqueja(n) a la filosofía contemporánea, como una serie de sugerencias terapéuticas. Por lo que respecta al diagnóstico, Putnam presenta un cuadro de situación en el que la reflexión filosófica contemporá .. nea parece estar paralizada entre la Escila del cientifis .. mo y el Caribidis del relativismo. Ambas alternativas suelen presentarse como opciones mutuamente exclu-­ yentes que, al mismo tiempo, agotan el campo de posi­bilidades. La terapia sugerida carece, sorprendentemen .. te, de afirmaciones sustantivas . Pero la conocida tenden­ cia de Putnam a debilitar los opuestos filosóficos, el hecho de que las figuras centrales de esa parte de la dis­ cusión sean]. Dewy y L . Wittgenstein, y la insistencia de Putnam en que debemos aprender de las actitudes filo .. 1 Cfr. Cómo renovar la jilosojia, pág. 27.

11

sóflcas de estos últimos nuestras vidas y nuestro lLJLl,:,ua¡" cuál sería el camino para salir CJENJ'IFISMO Consideremos el caso siguiente2 . Uno de nosotros �¿por qué no usted mismo, que está leyendo esto aho-­ ra?--� ha sufrido una operación a manos de un científico salido de las páginas de una novela gótica . A resultas de ella, su cerebro yace ahora en una cubeta llena de subs­ tancias que lo mantienen vivo . Además, éste está conec� tado con un potente computador que le envía impulsos eléctricos que producen en usted la ilusión de que todo a su alrededor es completamente normal : usted ve todo tipo de objetos, cuando quiere mover una parte de su cuerpo siente lo mismo que si en realidad la estuviese moviendo, oye hablar a las demás personas, y cuando intenta hablar se oye a sí mismo como si, en realidad, estuviese hablando . . . Hasta es posible que crea que usted está de hecho leyendo ahora esta increíble histo­ ria sobre cerebros en cubetas mientras que, en realidad, usted no es más que un cerebro en una de ellas . Pero demos un paso más. Podríamos imaginar que su caso no es único. ¿Por qué todos los seres humanos no podrían ser cerebros en una cubeta, controlados por una computadora gigante, controlada, a su vez, por nuestro científico (muy poderoso, por cierto)? Además , podríamos suponer también que las ilusiones que todo este dispositivo produce están coordinadas (esto es : no se trata de algo que se produce individualmente, de modo inconexo) de modo que usted sabe que existe el "mundo exterior" y tiene relaciones con las demás "per-

cap.

12

2 Cfr. H. Putnam, Razón, Verdad e Historia, Madrid, Tecnos, 1988, 1.

sonas", usted no humanos desde en sus esto? fin de cuentas, cuando adecuadamente, cuando tomo una piedra en mis ma nos noto que pesa, cuando tomo una copa de buen vino aprecio sus cualidades y cuando hago el amor experimento sensaciones más que placenteras3 . Llegados a este punto, el lector habrá empezado a pensar que esta historieta, aunque ingeniosa, no tiene otro valor que el de un mero divertimento lógico. Put� nam, como era de esperar, no es de esa opinión . Aparte del peso que le concede para su teoría de la referencia -�-o más bien por eso mismo�- mantiene que la parábo� la de los cerebros en cubetas pone de manifiesto las diferencias entre dos perspectivas de capital importan� cia en la historia de la filosofía . Una de ellas es el realis­ mo metafí.•;; ico: Según esta perspectiva, el mundo consta de al guna totalidad fija de objetos independientes de la mente. Hay exactamente una descripción verdadera y completa de "cómo es el mundo". La verdad supone una especie de relación de correspondencia entre palabras y signos mentales y cosas o conjuntos de cosas externas. A esta perspectiva la llamaré externa­ lista, ya que su punto de vista predilecto es el del Ojo de Dios4.

3 Putnam mantiene que si toda esta historia fuese verdadera, si realmente fuésemos cerebros en una cubeta, no podríamos pensar ni decir lo que somos. Aunque un cerebro en una cubeta pueda pensar o "decir" lo que nosotros pensamos y decimos, no puede referirse a aquello a lo que nosotros nos referimos. Cti-. a este respecto, Razón, Verdad e Historia, cap.l. 4 Razón, Verdad e Historia, pág. 59. 13

La

e"�,,,�,"'-·� '""'uu·uu•a

que es la que Putnam corno realismo interno:

La denominaré perspectiva internalista, ya que lo característico de tal concepción es sostener que sólo tiene sentido formular la pregunta ¿de qué objetos consta el mundo? desde dentro de una teoría o des­ cripción. ( . . . ) Desde la perspectiva internalista la "ver­ dad" es una especie de aceptabilidad racional (ideali­ zada) ---una especie de coherencia ideal de nuestras creencias entre sí y con nuestras experiencias, conside­ rándolas como experiencias representadas en nuestro sistema de creencias-- y no una correspondencia con "estados de cosas" independientes de la mente o del discursos.

Desde el punto de vista del realismo interno no re·· sulta demasiado difícil rechazar la hipótesis de que so­ mos cerebros en cubeta. De hecho, el planteamiento de esta hipótesis depende de que resulte plausible la exis­ tencia de un punto de vista del Ojo de Dios desde el cual formular la parábola. Pues, o bien el que la formu-­ la, siendo parte del mundo, no es un cerebro en una cubeta, con lo que no es cierto que todos los seres del mundo sean cerebros en cubetas, o bien, si hemos de suponer seriamente que todos los seres del mundo son realmente cerebros en cubetas, necesitamos hacerlo independientemente de cualquier teoría o descripción, vale decir: desde el punto de vista del Ojo de Dios. Y esto es justamente lo que el defensor del realismo in­ terno mantiene que no puede hacerse. Las cosas serían, naturalmente, bastante más complicadas para el exter­ nalista . Tal filósofo mantiene que la verdad de una teo­ ría depende de su correspondencia con el mundo tal como éste es como asunto de hecho. Pero si somos cere­ bros en una cubeta -y aquí entran en juego las consi-

5 Ihíd. 14

d e la referencia y verdad. somos cerebros en um� cubeta, no tener cuyo contemdo sea "somos cerebros en cubetas" , dado que que tal pensamiento no tiene condiciones lo hagan verdadero al haber eliminado de antemano la relación de correspondencia habitual. De este modo, concluye Putnam , tampoco de acuerdo con el externa­ lismo es posible que seamos cerebros en cubetas. En Cómo renovar la .filosofía el blanco del ataque de Putnam no es, sin embargo, el realismo metafísico crudo �ino una figura más sutil , si bien bastante conocida, que mcorpora rasgos de las dos perspectivas anteriores. Se trata del cientifismo, una concepción que confunde la metafísica sugerida por la ciencia con la ciencia misma, y que mantiene que "la ciencia y sólo la ciencia describe el mundo tal como es, independientemente de la pers­ pectiva"6. El propio Putnam ---que tiene una asombrosa Y �nvidia �l� capacida ? russelliana para cambiar de posi-· . . c1on fllosoflca-·- adm1te que en los aftos 50 y 60 había apurado hasta las heces ese cáliz: "creía (entonces) que todo lo que existe podía ser explicado por una única teoría . Por supuesto, nunca la conoceremos en todo detalle, e incluso en el caso de sus principios generales estaríamos siempre más o menos equivocados . Pero pensaba que la ciencia actual nos permitiría elaborar un bosquejo bastante completo de aquella"7. De acuerdo con esta posición , cualquier tipo de discurso debe po­ der formularse en un lenguaje cuyos términos sean cien­ tíficamente respetables, esto es: que estén de acuerdo con los cánones científicos de objetividad . En caso con6 Cfr. Cómo renovar la filosofía, pág. 28. 7 Ihíd., pág. 16. La "concepción absoluta del mundo" de B. Wí. lhams (ver capítulo 5 de este volumen) la contempla Putnam como un

parad1gma de su posición pasada y, actualmente, rechazada.

15

trario tal discurso debería rechazarse como carente del Ji. significado cognitivo. Los tres utilizados por de los bro examinan ciertos filósofos contemporáneos que pretenden car nociones semánticas o intencionales en términos científicos. De este modo, se pasa revista al proyecto de la Inteligencia Artificial (IA), a la tesis de que la teoría evolutiva es la clave explicativa de la intecionaldiad de las representaciones y a la teoría de la referencia contra­ fáctico--causal de]. Fodor. Veamos como ejemplo el caso de la IA. A resultas de la formulación por parte de Turing del concepto de computabilidad, la idea de que la mente era una máqui­ na de Turing alcanzó una aceptación casi universal. El propio Putnam fue uno de los pioneros ----de hecho, se le considera como el padre del funcionalismo-·-· al man­ tener en un célebre artículo sobre la naturaleza de los estados mentales que éstos debían identificarse con los estados computacionales de una máquina de Turing. La cuestión es ¿por qué se aceptó esta tesis como algo indiscutible? La respuesta de Putnam es que la "ideo­ logía" cientifista (léase aquí "fisicalista", "materialista") encontró en ella el modelo para explicar científicamen­ te (en el sentido especificado) los fenómenos menta-­ les, superando los problemas que planteaba la teoría de la identidad, y evitando la embarazosa situación de tener que declarar el discurso sobre los aspectos cons­ titutivos de lo mental como algo carente de significado . Como vemos, el punto de vista cientifista hereda bas­ tantes de las propiedades del punto de vista del Ojo de Dios. Ahora bien, Putnarn encuentra en el proyecto de la IA -al igual que en los otros dos mencionados más arri­ ba- dificultades insalvables cuyo origen se remonta a las constricciones que el punto de vista cientifista impo­ ne a toda la empresa. Si dejamos de lado el hecho de que una "máquina", en tanto que sistema físico gober­ nado por las leyes de la física de Newton, no tiene por 16

surgen tanto de inductiva como que, si han de ser incompatibles con cariz programa. Putnarn considera que 'el proyecto de 1: ¿podernos en principio ser consi­ tiene dos derados como máquinas de Turing? y 2: ¿podemo s ha­ cerlo en la práctica?, esto es: ¿podemos simular de hecho la inteligencia humana? La segunda vertiente parece ser la de mayor importancia si todo el proyecto ha de tener un carácter que no sea el meramente espe­ culativo. Ahora bien, si hemos de poder simular la inteli­ gencia humana hemos de ser capaces, por ejemplo, de realizar inferencias inductivas, hemos de ser capaces de aprender de la experiencia. El problema que nos encon­ tramos aquí es que no existen cánones inductivos que formalicen las inferencias inductivas válidas en el mismc sentido en el que existe un conjunto de reglas que for­ malizan las inferencias deductivas válidas . Y el proble­ ma, argumenta Putnam, reside en la propia naturaleza de la inducción: simplemente no se pueden aislar unos cánones inductivos que formalicen las inferencias in­ ductivas válidas porque éstos presuponen lo que lla­ mamos inteligencia humana, justamente lo que quere-­ mos simular. El caso del lenguaje es paralelo a éste : el lenguaje humano no es una capacidad, como afirma Chornsky, independiente: es posible simular, en princi­ pio, los más complicados movimientos de una mano que ajustar un tornillo, tal como hace un robot en una cadena de montaje de automóviles, sin necesidad de simular al mismo tiempo la totalidad de la inteligencia humana, pero no se puede simular el lenguaje humano sin simular toda la capacidad intelectual humana. Se tra­ ta, pura y simplemente, de dos caras de la misma mone­ da. Ahora bien, si esto es así todo el proyecto de simular la inteligencia humana resultaría, de acuerdo con Put­ nam, impracticable: no parece haber manera de simular 17

lo es1ne•::mcaJ tanto, ceptos mana a términos científicos se

que no

estén nuestros conceptos,

con� hu

RELATIVISMO

Las flaquezas tanto del realismo metafísico como del cientitlsmo son el depósito de donde el relativismo saca su fuerza . Ciertamente, realismo y relativismo suelen considerarse como dos alternativas metafísicas exclusi­ vas que, en realidad, se alimentan mutuamente . Putnam, fiel a su costumbre de debilitar los opuestos filosóficos (piénsese, por ejemplo, en su filosofía de la lógica y de las matemáticas)s considera su introducción del realismo interno como algo que sirve sin duda a esa estrategia general . Su preocupación sería entonces la de hacer jus­ ticia a cierta verdad parcial del relativismo sin necesidad de negar que nuestro discurso nos pone en relación con la realidad extralingüística . Putnam es, por lo tanto, muy cuidadoso a la hora de separar su concepción del realismo del relativismo. Así afirma :

por el vocabulario

para dar cuenta de ellos

que admitan una sola /J'"''"�ihr-'r;M toda opción conceptua/9.

Ciertamente esta concepción no comparte la dad del punto de vista del Ojo de Dios. Pero no se pue� de concluir a partir de este hecho que tengamos por eso que estar en presencia de algún tipo de relativismo. Nuestros conceptos, que configuran nuestros inputs cognoscitivos, son los que son debido a nuestra biolo­ gía, nuestra psicología, a nuestra cultura; utilizando la expresión de Wittgenstein, son el producto de nuestra historia natural. Se trata de nuestra objetividad, que no está exenta de valoresJO y que está entrelazada con la racionalidad. Es lo que tenemos, afirma Putnam, y eso es mejor que nada. Al igual que en caso del cientifismo, Putnam analiza diversas figuras del relativismo contemporáneo que apa· recen en las obras de R. Ror ty, N. Goodman y]. Derrida . Aunque no profeso simpatía alguna por el relativismo filosófico ·--es más, creo con Putnam que se autorrefuta y que, moralmente, es irresponsable·--·11 esto no me

Negar que tenga sentido preguntar si nuestros con· ceptos "se empare jan" con algo completamente incon­ taminado para la conceptualización es una cosa. Pero inferir a partir de esto que cualquier esquema concep­ tual es tan bueno como cualquier otro sería otra muy distinta . . .

[ . . .]

El internalismo no niega que hay

inputs

experienciales en el conocimiento; el conocimiento no es un relato que no tenga otra constricción que la co­ herencia

interna;

lo que niega es que existan

inputs

8 Putnam, por ejemplo, argumenta que el razonamiento en mate­ máticas es bastante similar al razonamiento en las ciencias empíricas. No afirma que la matemática sea una de las ciencias empíricas, pero no admite que la oposición entre ciencias empíricas y ciencias forma­ les tenga la importancia que tradicionalmente se le ha conferido. 18

9 Cfr. Razón, Verdad e Historia, págs.

lO

63·64.

La distinción hechos/valores es, sin duda, otro buen ejemplo de antítesis filosófica que Putnam está empeñado en debilitar. 11 En efecto, si el ser verdadero es simplemente aquello en lo que la mayoría de una población coincide, entonces ¿cómo puede el relati­ vismo ser verdadero si la totalidad de una población o su mayoría no lo comparte? Por otra parte, estoy de acuerdo con la observación de Putnam en Cómo renovar la filosofía, págs. 190-191, en el sentido de que es absolutamente irresponsable hacer problemáticas las nociones de "razón" y "verdad", o considerar como represivas las nociones de "justificación" o la de "tener una buena razón: sin poner nada en su lu­ gar, o incluso jugando el juego de que son indispensables. Como dice Putnam, pág. 175, "la falta de responsabilidad filosófica de una década puede convertirse en la tragedia política real de unas décadas más tar­ de. Y la deconstrucción sin reconstrucción es irresponsabilidad".

19

reconocer que el tratamiento es, ras se hace en Cómo renovar nos, precipitado . Algunas veces argumentos incluso parte de la fuerza que sin duda tienen ir pre­ cedidos de observaciones como la siguiente (inmediata­mente antes ele la discusión de los puntos ele vista ele Rorty sobre lo que es ser verdadero): "Como cuesta tan­ to trabajo interpretar a Rorty, imaginemos simplemente un relativista típico. . . " No obstante la discusión de Put­ nam del relativismo pone de manifiesto ---y esto me parece lo más importante de todo--- que cientifismo y relativismo, al igual que Wittgenstein señaló en el caso del realismo puro y el solipsismo extremo1z convergen, a pesar de las apariencias, en un mismo punto . Cientifismo y relativismo coinciden en el aspecto siguiente: ambas posturas pasan por alto el hecho de que los procesos cognitivos no pueden describirse sin tener en cuenta su dependencia de un contexto, el he­ cho de que son relativos a intereses, en suma: su carác-· ter normativol3. Por una parte, el cientifismo, al preten­ der reducir los términos intencionales o semánticos a nociones objetivas (en el sentido de "científicamente objetivas") se encuentra, al final del proceso, con que las nuevas nociones han perdido esas características y que no pueden ser restauradas en términos estrictamen­ te cientifistas . El intento de Fodor de presentar una teo­ ría de la referencia naturalizada apelando a la noción de causa es rechazado por Putnam con el argumento de que la misma noción de causa incluye nociones inten-· cionales como la dependencia del contexto o la de su ser relativa a intereses (págs . 72 y ss .). Por otra parte, el relativismo -tanto el de primera persona del singular, como el ele primera persona del plural-11 parece dar 12 Wittgenstein, Tractatus Logico- Philosophicus, para 5.64. 13 Cfr. la recensión de R. Brandon de Cómo renovar la filosofía,

Thejournal ofPhilosophy, 1994, págs. 140-43.

1 4 Putnam distingue ambos tipos de relativismo y afirma que el de

20

uuca'·""/

O,

en nuestra deflno la verdad como aquello en lo que nosotros estamos de acuerdo, o como aquello en lo que nosotr0s estaría­ mos de acuerdo si se nos preguntase) . En ambos casos el relativista habla como si yo, o nosotros� pudiésemos cambiar a voluntad los juegos de lenguaje, como si su validez o no validez dependiese de puras decisiones cuya única constricción es mi, o nuestra, decisión de to·· marlas. La conclusión es, también aquí, que el elernento normativo que guía los procesos cognitivos es reempla-­ zado por mi, o nuestra, decisión caprichosa . Al igual que en el caso del cientifisrno, simplemente desaparece . UN FALSO DILEMA

Una vez establecido el diagnóstico -�---cientifismo y relativismo no son más que dos caras de la misma mo­ neda, dos aspectos complementarios de la misma enfer·· medad---15 tenemos derecho a conocer cuál sería la tera­ pia adecuada . Los tres últimos capítulos de Cómo reno-· var la filosofía están dedicados a presentar sugerencias en este sentido . En principio, puede parecer decepcio­ nante el que los pretendidos remedios no tengan el for-· mato de un conjunto de tesis sustantivas que debería aplicar cualquier filósofo que quisiese evitar los efectos

primera persona es el único consistente. Cfr. Cómo renovar la filoso­

fía, pág. 117.

l5 Afirma Putnam: " . . . cabe entender mejor esta situación si, en vez de considerar el relativismo como una cura o remedio contra la enfer­ medad 'carecer de una base metafísica', lo consideramos, tanto a él como al deseo de encontrar una base metafísica, como manifestacio­ n�s de la misma enfermedad". Putnam, Cómo renovar la filosofía, pag. 243. 21

sin del cientifisrno y el relativismo . que el estado actual de la filosofía no más o menos pueda superarse con sino con un cambio

lo Trae·

n,dr•Jn sería sin que tal na por sí sóla la con la regla, se nos da un gumentar que, conjunto de instrucciones para aplicarla; tales instruccio­ nes necesitarían unas segundas que determinasen la correcta aplicación de las primeras , y así ad infinitum18 . A partir de ahora somos nosotros, nuestras prácticas, lo único que puede garantizar las aplicaciones correctas. esto no quiere decir, obviamente , que no tengamos ra·· zones para seguir reglas de la manera en que lo hace·­ mos . Las justificaciones de tipo fundamentalista no son las únicas razones. Es más, si Wittgenstein está en lo cierto, no pueden serlo. Nuestra exigencia de garantías absolutas se resuelve en pura ilusión 19. Si uno es un realista acrítico del tipo descrito ante­ riormente, y está convencido de que el único modo de garantizar la aplicación correcta de una regla es buscar su fundamento en la naturaleza de las cosas, sentirá muy probablemente que el suelo se derrumba bajo sus pies si tiene que aceptar que tal justificación es inútil. Pues parece que la conclusión debe de ser que no hay ninguna razón para aplicar una regla de una manera en vez de otra , en suma: que cualquier aplicación posee el mismo valor. Dado que, como asunto de hecho, esto no es cierto tendríamos que, a regañadientes , abrazar algún tipo de convencionalismo o relativismo que nos tranqui­ lice hasta donde sea posible. Ahora bien, una de las im­ plicaciones filosóficas más importantes de las Investiga-

ciones todo mo acrítico no entra ciclad pura ilusión . cuanto al fuer:za del contraste con el realis­ mo, queda de combate al ponerse de manifiesto que su oponente sólo era un de fin de cuentas, ¿qué es el relativismo sino una vergonzante sombra del ansia de fundamentos?

18 "Toda interpretación pende, juntamente con lo interpretado, en el aire; no puede servirle de apoyo. Las interpretaciones sólas no determinan el significado. " L. Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, para. 198. 19 "'¿Cómo puedo seguir una regla?'- si ésta no es una pregunta por las causas, entonces lo es por la justificación de que actúe así si­ guiéndola. "Si he agotado los fundamentos, he llegado a roca dura y mi pala se retuerce. Estoy inclinado a decir: 'Así simplemente es como actúo' ." L. Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, para. 217. 24

25

El presente libro tiene su origen en una serie de con-­ ferencias que pronuncié en la Universidad de St An­ drews en el otoño de 1990, las denominadas Gifford Lectures, y , con una excepción , sus capítulos se atienen con bastante exactitud a ellas . (El capítulo quinto se ha revisado de modo muy considerable . Además, hubo una conferencia inaugural en la que, quizá con algo de per­ versidad por mi parte, decidí tratar la situación actual de la mecánica cuántica y su significado filosófico, asunto que no me ha parecido apropiado incluir aquí por lo mucho que difiere de los demás .) A primera vista, podría parecer que los asuntos abor­ dados en las conferencias no guardan apenas relación entre sí , porque hablé de referencia , realismo, religión, e incluso de los fundamentos de la política democrática . No obstante, no opté por ellos de modo arbitrario . Para elegirlos, recurrí , por supuesto, a campos que ya habían sido objeto de mi interés, porque habría sido absurdo hablar de algo sobre lo que no hubiera ya reflexionado y escrito; pero, aparte de esto, mi elección se debió al convencimiento de que la filosofía se encuentra actual­ mente en un estado que hace necesario emprender su revitalización, su renovación . Por consiguiente , este li­ bro, además de tratar varios asuntos por separado , ofre­ ce un diagnóstico de la situación actual de la filosofía en general e indica las direcciones que cabría tornar para 27

sin embar� su renovación . Tal sino que más la forma un una serie de reflexiones sobre varias ideas filosóficas . La filosofía analítica está cada vez más dominada por la idea de que la ciencia y sólo la ciencia describe el mundo tal como es , independientemente de la perspec· tiva. Es cierto que ha y importantes personalidades en este tipo de filosofía que se oponen a tal cientifismo; basta con mencionar a Peter Strawson, Saul Kripke , John McDowell o Michael Dummett . Pero la idea ele que la ciencia hace imposible el quehacer filosófico inde� pendiente está tan arraigada, que incluso destacados pensadores han llegado a afirmar que lo único que pue.­ de hacer ya la filosofía es tratar de prever cómo serán al final las supuestas soluciones científicas de todos los problemas metafísicos (lo cual va acompañado de la inexplicable creencia en que se puede prever tal cosa sobre la base ele la ciencia actual). Los tres primeros ca· pítulos del presente volumen están dedicados a demos� trar el escaso fundamento de tal idea. Para empezar, se consideran algunas de las formas en que los filósofos han sugerido que la ciencia moderna explica la relación entre el lenguaje y el mundo. El capítulo primero trata del decididamente prematuro entusiasmo que despierta en algunos pensadores la "Inteligencia Artificial" . El se· gundo examina la idea de que la teoría evolutiva es la clave del fenómeno de la representación, mientras que en el tercero se somete a detenido análisis la afirmación de un filósofo contemporáneo de que es posible definir la referencia en términos de causalidad. Yo pretendo demostrar que estas ideas carecen de fundamento cien­ tífico y filosófico, a pesar del prestigio que les confiera el clima filosófico general de deferencia a la supuesta significación metafísica de la ciencia . Los argumentos más impresionantes en favor de la idea de que para bosquejar, al menos, una metafísica apropiada se debería recurrir a la ciencia de hoy día, en especial a la física , quizá sean los del filósofo Bernard 28

gunos cos relativistas y rn:ltt�mlltt>tac nar detenidamente sus Sin embargo, no los f1lósofos actuales han rendido a la y algunos de los que resisten (como Derrida , Nelson Goodman o Richard Rorty) han reaccio­ nado al problema de intentar comprender nuestra rela­ ción cognoscitiva con el mundo negando que una relación cognoscitiva con la realidad extralingüísti­ ca . El capítulo sexto explica que el remedio de estos pen­ sadores ha sido peor que la enfermedad. En los capítulos séptimo y octavo se examinan los "Cursos sobre la creen·· cia religiosa" de Wittgenstein por entender que son una prueba de que el filósofo puede hacernos ver de mane� ra distinta nuestras diversas formas de vida sin tener que recurrir ni a la ciencia ni a una metafísica inconsecuente, mientras que en el último capítulo se intenta demostrar que la filosofía política de John Dewey ofrece la misma posibilidad de una manera muy diferente . En los dos meses que pasé en St Andrews pronun­ ciando estas conferencias, no sólo disfruté muchísimo , sino que pude también beneficiarme de la compañía y la conversación filosófica del notable grupo de brillantes pensadores allí reunidos , en particular de Peter Clark , Bob Hale , John Haldane , Stephen Read, Leslie Steven­ son, John Skorupski y Crispin Wright . Como es habitual en mí desde hace años, antes de exponerlas aquí sometí a prueba muchas de las ideas expresadas en el presente volúmen conversando sobre ellas con Jirn Conant , y el capítulo quinto en particular es en gran parte d resul .. tado de ese diálogo . El capítulo noveno apareció pri­ mero en Southern California Law Review (63, 1 990, 1671� 1 797), y se incluye aquí con el permiso de esta publicación. He de expresar también mi agradecimiento a Bengt Molander, de la Universidad de Uppsala , y Ben Ami Sharfstein, de la Universidad de Tel Aviv, que hicie­ ron inestimables sugerencias después de leer la primera 29

la no Press no incluidas aquí de menos valiosas, ele la obra, ten carácter el do modifica habrían porque drán sin duda efecto en posteriores escritos míos . Pero la aportación más importante ha sido la de Ruth Anna Putnam, a cuyo siempre necesario afecto y apoyo se han sumado una atenta lectura y acertadas críticas sin las que este libro no sería lo que es . CAPÍTULO PRIMERO

Las Gifford Lectures han versado siempre sobre asuntos relacionados con la religión; pero, últimamente , aunque sin dejar de hacer del todo referencia a ésta, han sido pronunciadas a veces por científicos y fllósofos de la ciencia , cuyas disertaciones giraban en torno a los últimos descubrimientos de la cosmología, la física de las partículas elementales, etc . No cabe duda de que el cambio es el resultado de otro más general que se ha producido en la cultura, en especial en la cultura filosó­ fica; pero estos hechos manifiestos en las Gifford Lectu­ res (su relación tradicional con la religión y su más reciente vínculo con la ciencia) son de especial interés para mí . Como judío practicante, he ido dando cada vez más importancia a la dimensión religiosa de la vida, si bien no sé hacer filosofía sobre ella más que de un modo indirecto . Al mismo tiempo, he estado siempre muy interesado en la ciencia; de hecho, cuando empecé a enseñar filosofía, a principios de los años 50, me consi­ deraba como un filósofo de la ciencia (aunque incluyese la filosofía del lenguaje y la de la mente en mi amplía interpretación de la frase "filosofía de la ciencia"). Quie­ nes conocen mis escritos de aquella época se pregunta­ rán cómo conciliaba mi vena religiosa, que en cierto modo existía desde mucho antes, con la idea materialis30

31

ta y científica que tenía en momento del mundo. ateo y, es que no Jo bada: era no obstante, creyente . Me limitaba a mantener separa­ das ambas partes de mi vida . De todos modos, en los años 50 y 60, en general era el lado materialista y científico el que dominaba en mí. Creía que todo lo que existe puede ser explicado y des­ crito con una teoría única . Por supuesto, nunca la cono­ ceríamos con todo detalle, e incluso en el caso de sus principios generales estaríamos siempre más o menos equivocados . Pero pensaba que la ciencia actual nos permitiría elaborar un bosquejo bastante completo de ella. En particular, creía que la mejor metafísica era la física, o más exactamente, que la mejor metafísica es lo que los positivistas llamaban "ciencia unificada", es decir, la ciencia basada en, y unificada por, la aplicación de las leyes de la física fundamental. Bernard Williams ha afirmado que tenemos al menos un bosquejo de "concepción absoluta del mundo" en la física actuall. Son muchos los filósofos analíticos que suscriben hoy día tal opinión, y para ellos, el quehacer filosófico se reduce en gran medida a comentar y especular sobre los avances de la ciencia, en especial en aquellos casos en que ésta se ocupa o parece ocuparse de los diversos problemas tradicionales de la filosofía. En mi juventud, cabía encontrar una concepción muy diferente de la filosofía en la obra de John Dewey, quien sostenía que la idea de una teoría única que lo ex .. plica todo ha sido un desastre en la historia de la filoso­ fía. La ciencia misma, señaló en una ocasión, jamás ha estado compuesta de una teoría unificada única, ni tam-

1 Bernard Williams, Descartes: The Project of Pure Enquiry, Har­ mondsworth, Middlesex, Penguin Books, 1978, págs. 245-247 [Trad. esp. : Descartes, Madrid, Cátedra, en prensa 0995).] Véase también Eth ics and the Limtts of Philosophy, Cambridge, Mass., Harvard Uni­ versity Press, 1985, donde Williams hace continuo uso de la noción de "concepción absoluta del mundo". 32

la corno se debe olvidar el sueño de del mundo. En de una teoría definitiva que, del mu�1do"? no, lo explique todo, deberíamos consider�r la f!losofla como una reflexión sobre el modo en los seres humanos pueden solucionar las diversas de "situaci�:me� prob�emáticas " a que se enfrentan, ya sea . en la ClenCJa, la etlca, la política, la educación 0 cual-­ quier o.tra materia. Mi evolución filosófica en particular ha parttclo de una posición como la de Bernard \Villiams hacia otra más semejante a la de John En est(� libro �ne propongo explicar y, en la medida en que el espac1o lo permita, justificar este cambio de actitud filo--­ sófica que ha tenido lugar en mí. En los tres primeros capítulos, se examinan de los argurr:ents utilizados por los filósofos para mos· trar que la CJenCla cognitiva moderna explica el vínculo entre el lengua¡e y el mundo. Este primero versa sobre la Inteligencia Artificial. El segundo analiza la idea de que la teoría evolutiva es la clave de los misterios de la in�encionalidad (es decir, de la verdad y la ifn�LH'"' �:entras que en el tercero se examina la afirmación del fl losofo Jerl! Fodor de que se puede definir la referen­ . Cia ��n termmos de nociones causalcs/contrafácticas . En particular, preter:dernos demostrar que se puede y se debe aceptar la tdea de que la psicología cognitiva no se reduce a, como tanta gente (incluidos la mayorí a de los "científi�os cognitivos") supone, una mera ciencia del cerebro mseparable de la informática . Acabai?os �e referirnos a una imagen particular del / o del mundo enfoque cJenttftc , la de que la ciencia se re .. du��, en definitiva, a la física, o de que al menos está umhcada por la imagen que tienen los físicos del mun­ do. La idea de la mente como una especie de "calcula .. '"""'"'''lCt

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dora" se remonta a los comienzos de tífico del mundo" en los XVI! que pensar se Hobbes llamar con "calcular" , porque consiste en realidad en una mani pulación de signos según unas (similares a las del cálculo), y La Mettrie escandalizó a sus contemporáneos al afirmar que el hombre es sólo una máquina (L'Homme Machine)z . Tales ideas se relacionaron , claro con el materialismo . Y la cuestión que se le plantea a todo aquél que trata el asunto de la Inteligencia Artificial es: "¿podría una computadora tener inteligencia, conciencia, etcétera, del mismo modo que los seres humanos? La pregunta se formula unas veces como "podría en princi­ pio" y otras como "podría realmente, en la práctica" (lo que , a nuestro entender, resulta mucho más interesante). Se ha escrito mucho sobre la historia de las compu­ tadoras y el papel desempeñado por Alan Turing en la concepción de los modernos ordenadores . En los años 30 , Turing formuló el concepto de computabili­ dad3 en unos términos relacionados directamente con las computadoras (que todavía no se habían inventado). De hecho , la moderna computadora digital es una reali­ zación de la idea de una "máquina universal de Turing" . Un par de décadas más tarde , los pensadores materia-­ listas (entre los que en ese momento se incluía el pre­ sente autor) acabaron declarando que "la mente es una máquina de Turing " . Es interesante preguntarse por qué tal afirmación nos parecía tan evidente (y les sigue pareciendo a muchos filósofos de la mente).

2 Todo esto está muy bien descrito en _lustin Webb, Mechanism,

Mentalism and Metamathematics, Dordrecht, Reidel, 1980. 3 Véase The Undecidable: Basic Papers on Undecidable Proposi­ tions, Undecidable Problems, and Computable Functions, ed_ Martín

Davis, Hewlett, N.Y., Raven Press, 1965. La de Turing no fue, sin em­ bargo, la primera formulación matemática ele la noción de computabi­ lidad: tal noción había sido ya analizada por Gódel y Herbrand, y Turing mostró que su noción era equivalente a la de ellos.

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no es, materialistas creen que un ser humano no es más un cuerpo humano vivo . Por consiguiente, en la ,u,_u,ua en que den por supuesto que la mecánica cuántica no está relacionada con la filosofía de la mente (como hizo el presente autor cuando pensaba los materialistas estarán sometidos a la idea de que el ser humano es, al menos metafóricamente , una máquina. Es comprensible que el concepto de máquina de Turing pueda ser consi-­ derado sencillamente corno una forma de precisar esta idea materialista. Comprensible , pero equivocado . El problema es el siguiente: una "máquina" , en el sentido de sistema físico que obedece las leyes de la físi-­ ca newtoniana, no tiene por qué ser una máquina de Turing . (En defensa de nuestras anteriores ideas , tendría­ mos que decir que esto no se sabía a principios de los años 60, cuando propusimos la denominada explicación funcionalista de la mente .) Porque una máquina de Tu-­ ring puede computar una función sólo si ésta pertenece a cierta clase , la de las denominadas funciones recursi­ vas generales . Pero se ha demostrado que existen siste­ mas físicos posibles cuya evolución en el tiempo no se puede describir mediante una función recursiva, aun cuando el estado inicial del sistema sí se pueda describir ;, La idea presentada por mí en "The Nature of Mental States" (re­ editado en mis Philosophical Papen;, vol. 2, Mind, Language, ancl Rea­ lity, Cambridge, Cambridge University Press, 1975) al efecto de que los estados mentales de los seres humanos tienen que ser considerados simplemente como los estados computacionales de máquinas de Tu­ ring, acabó siendo ampliamente aceptada con el nombre de "funcio­ nalismo"_ Explico con detenimiento mis razones para renunciar a ella en Representation and Reality, Cambridge, Mass., MIT Press, 1988. [Trad. esp. : Representación y realidad, Barcelona, Gedisa, 1990.]

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así . clásicas de ouaJ·e menos técnico, lo �ecanismos analógicos den "computar" funciones no recursivas" . ser preparados por un tales mecanismos no ha señalado que no se h� de� físico (y George de a mostrado ningún teorem que excluya la preparacwn en den se 0 que ca signifi no ello así)6, 1_1 ismo un mecan -· absolu en razon la naturaleza. Además, no hay ninguna � stad � � � n �crib� d que reales � to por la que los números v en un determinado momento de un ststema fistco qw: · . Ast iVOS recurs " se da naturalmente tengan que ser �la �e q�e físico a sistem un , pues , por más de una razón ­ trayE.c una te tamen perfec tener podría l natura de modo _ !V�� recut toria que "computase" una función no Cabría preguntarse , entonces, por que :upusnnos al nosotros que un ser humano podía ser ccmstderado , menos a modo de idealización razonabl� , .como una s­ máquina de Turing . Una razón es que htctmos el . � vtvn: puede m� no huma ser Un . to amien razon guiente _ , siempre . Es finito en el espaciO y en el ttempo , Y sus s l de jerga la en � com�u�ado· palabras y actos (el output ubl�s para lo: percep sean que en a medid la ras), en ._ble � sentidos solos de otros seres humanos (y sena plaust suponer que este es el nivel de exactitu � preten tdo �n psicología cognitiva), pueden ser descntos por m�d10 de parámetros físicos especificados sólo �as �a cterto nivel macroscópico de exactit ud . Pero esto s_1��mf�c� que el output se puede predecir durante la _ d:u·aclOn flmta de la vida humana por aproximación suhctente�en �� bue·­ na a la trayectoria continua real, y tal "apr�-:nmaoon _su­ . ficientemente buena" puede ser una funCion recurstva "

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with Ma n Boykan Pour�El y Ian Richards, "The Wave Equati?n Compu� Computable Initial Data Such That Its Unique Solullon Is Not table" Advances in Mathemattcs 39, 1 981, 2 1 5�239. 6 Georg Kreisel, crítica del trabajo citado en la nota 5, The ]ournal o.f S)!mholic Logic 47:4, 1982, 900�902.

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por medio de una intervalo lo que cabe suponer que los valores '"�'·"',J",'' metros límite están también finita, un conjunto finito de tales recursivas proporcionará la conducta del ser todas las condiciones posibles en el dt� la exactitud deseada . (Puesto que las movimiento son continuas , las condiciones límite sólo tienen que ser conocidas hasta el límite de un !\ apropiado a fin de pre� decir la trayectoria del sistema hasta el límite de la exac­ titud especificada .) Pero, en tal caso, el output, lo que el ser humano dice y hace , puede ser predicho por una máquina de Turing . (De hecho, la máquina de Turing sólo tiene que computar los valores de cualquier fun,. ción recursiva en el conjunto flnito que corresponda a los valores que las condiciones límite han tomado, y tal máquina de Turing podría , en principio , simular la con­ ducta en cuestión, así como predecirla .) Sin embargo, este argumento demuestra mucho y nada . Por un lado prueba que todo sistema físico cuya conducta queramos conocer sólo hasta un nivel ficado de exactitud y cuya "vida " sea f1nita ser simulado por un autómata! Pero no prueba que tal simu� !ación sea en ningún sentido una representación penpi­ cua de la conducta del sistema. Cuando un avión vuela por el aire a una velocidad inferior a la supersónica, es perspicuo representar el aire como un líquido continuo y no como un autómata. Por otro lado, no prueba nada desde el punto de vista de quienes sostienen que el ver� dadero valor de los modelos informáticos es que mues· tran que nuestra "competencia" radica en la idealización de limitaciones tales corno la finitud de nuestra memoria o nuestra vida. Según tales pensadores?, si pudiéramos 7 Esta opinión es muy popular entre los chomskianos, aunque yo no estoy muy seguro de si Noam Chomsky la suscribiría. 37

y si tuviéramos acceso a una memoria vivir todavía ser simulada potencialmente La por un autómata toda nuestra mejor "idealización" que podemos hacer de nosotros es presentarnos como máquinas de Turing , afirman tales pensadores , cuando lo que está en juego no es nuestra "ejecución" real, sino nuestra "competencia " . Como la prueba del teoremilla que acabamos de d�n_10strar de­ _ pendía esencialmente de suponer que no VlVlmos stem­ pre y de asumir que las condiciones límite tienen una escala finita (que excluye una memoria externa poten­ cialmente infinita), no ofrece ningún consuelo a los par­ tidarios de tal punto de vista . Una vez más, cabría afirmar que una no recursividad en nuestras condiciones iniciales o en nuestras trayecto­ rias espacio-- tiempo no podría ser bien detectada y no tendría , por tanto, ninguna significación "cognitiva" . Pero no es lo mismo decir que la función no recursiva par­ ticular que un ser humano podría computar si (idealiza-­ do de determinada forma) pudiera vivir siempre no tiene ninguna significación "cognitiva" que decir que se pue­ de , por tanto, hacer una aproximación de toda la trayec­ toria infinita por medio de una máquina de Turinf, . Huel-­ ga decir que lo que sigue al "por tanto" en esta frase ¡no se desprende lógicamente del antecedente! (Recordemos cómo, en los fenómenos de "caos" , las pequeñas pertur­ baciones se hacen más grandes con el tiempo .) En resumen, no parece que haya ninguna razón de principio por la que tengamos que ser perspicuamente representables como máquinas de Turing, ni siquiera_ dando por supuesta la verdad del materialismo. (Nl ninguna razón por la que tengamos que ser representa­ bles así, incluso no perspicuamente, conforme a la idea­ lización de que vivimos siempre y tenemos memorias externas potencialmente infinitas .) Esto es todo lo que diremos acerca del problema de si somos máquinas de Turing (o podemos ser represantados como tales) "en principio" . .

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INDUCCIÓN E lNTELIGENCJA ART IFICIAL

Ur�a importante parte de la intelige ncia humana es la capac1dad de hacer inferencias inductivas , es decir de aprender de la experiencia . En el caso de la ló gica _ , hemos deduc �tva encontrado un conjunto de reg las que formalizan de modo satisfactorio la inferencia váli da. Fn ' el de la lógica inductiva, de mome nto no ha sido ble, 7 rn�rece la pena preguntarse por qué. En pnmet: lugar, no está claro cuá _ es el ámbito de la ;o, �;1ca u:ductlVa . Algunos autores conlside ran e] método , h1pote, t1co ded uctivo" ·--es decir la inferench . nc es, 1 os . cas os en . : , que el con oum . . · tento 1xev10 se recirtce .1 cas¡ ., as¡ ' como 1 os casos excepcionales e·n qLie 1 o que tenern. os � ., ., . que hacet. es cuestzo nar el con ocimiento previo ad . 1:�� gra� lrx:portancia, y, como ya dijimos, en �al cton poc o es lo que se puede hac.. er ' ''lparte ele rec , .un.·11 a · · c1aci" . 1 a "sunp1 1c1 El problema de la inducción no . es en absoluto el r�mco c�u: s �: le plantea a to do aqu el que intente simular _ , Ll mtchgenua hum ana . La tnducc ión, y toda presupone la car>acidad de reco . . e¡an ncJc er sem zas entre , , , , co sa.,, pew las sem las eJan zas ' no son en al · Jso . l uto ele. .. mentos constantes del estímulo físic o ' ni s•�n '· c·'ll 3 os. patw . .. . - · �ormaCJó ��s eJ e Hl n recibida por los lct;�, �' d e, x:t� que han tenido cier sentido s. Por esta tos programas infor­ maucos det . ecta. ndo patrones (po r ejemplo las fo n a, s. ele las letras del alfabeto) no resu elve el ¡x¿ble�·a d E.� l·a . "serr1e¡an ' " ta¡ como 'se- plantea a la za hora de aprender � . · unc�. 1 enguaJ·e natura l. Lo que hace a los cuchillos semes� or ejem�l , no es que tod � os sean iguale� Cno lo � · ' , 1 o qu� estan todos hechos para cortar o ser cla­ �adoss; y un Sistema que pue da reconocer una sem e · an. za relevante en los cuchillos tiene que ser capaz de tri'



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humanos no los buir pero no está claro encuentran dificultad es posible que que lo hagamos por de "ponernos en tengamos una capacidad el l ugar" de otras personas que nos permite atribuir a éstas todo propósito que seamos capaces de atribuirnos a nosotros mismos -----capacidad de la que la caprichosa evolución juzgó conveniente dotarnos y que nos ayuda a saber cuál del infinito número de inducciones posibles que cabe considerar tiene probabilidades de ser acerta­ da. Asimismo, para reconocer que un chihuahua y un gran danés son semejantes en el sentido de que perte· necen a la misma especie, se necesita la capacidad de darse cuenta de que, apariencias aparte9, el primero puede fecundar al segundo y tener descendencia fértil. Pensar en términos de posibilidad de emparejarse y po­ sibilidad de reproducirse es algo natural para nosotros, pero no tiene por qué ser natural para una inteligencia artificial, a menos que simulemos de manera deliberada esta propensión humana al construir la inteligencia arti­ ficial. Ejemplos corno éstos hay muchísimos. Las semejanzas expresadas por adjetivos y verbos en vez de sustantivos pueden ser aún más complejas. Una "inteligencia" no humana podría saber qué es blanco en una banda de colores, por ejemplo, sin ser capaz de ver por qué a los seres humanos de color gris rosáceo se les llama "blancos", y podría saber qué es abrir una puerta sin ser capaz de entender por qué decirnos "abrir una frontera" o "abrir el tráfico". Hay muchas palabras, corno señaló Wittgenstein, que se aplican a cosas entre las que sólo hay un "aire de familia"; no hace falta que exista nada que todos los X tengan en común. Por ejemplo, nos referimos a los jefes de tribu canaanitas de la Biblia

9 Obsérvese que, si se juzgara sólo por las apariencias, resultaría completamente natural considerar a las razas gran danés y chihuahua como especies diferentes. 42

como más que que en la historia en que reditatia". como el propio ninguna propiedad comú n a todos los no les distinga de todas las actividades que no son La tarea teórica de la inteligencia artificial consiste en simular la inteligencia, no en convertirse en un duplica­ do suyo. Por tanto, quizá se p udiesen soslayar los �lemas que acabamos de mencionar construyendopro­ un ststem�5ue razonase en un lenguaje ideal!O, en el que la extens10n ele las palabras no variase según el contexto (una hoja de papel sería "blanco" 1 , y un ser humano "blanco" 2 1 donde blanco1 es el blanco de la banda ck: colores y ?lanco2 es gris rosáceo). Es posible que hubie­ se que ehmmar de tal lenguaje todas las palabras de "aire de famili a". (¿Qué vocabulario quedaría?) No obs­ tante, la lista de difkultades todavía no se ha acaba do. Como el proyecto de la lógica inductiva simbólica pareci5) perder ímpetu después de Carnap, la labor de los filosofos de la ciencia ha consistido en renexlLLaa•," que la ceptos innatos y capacidades innatas no es En el las segundas están suficientemente extremo opuesto está la postura del conductismo clási­ co, que se proponía explicar el aprendizaje del lenguaje como un caso especial de la aplicación de las reglas generales de adquisición de "hábitos", es decir, como un conjunto más de inducciones. (Cabría adoptar, por supuesto, una postura intermedia: ¿por qué no podría depender el aprendizaje del lenguaje en parte de proce­ dimientos heurísticos con propósito especial y en parte de estrategias generales de aprendizaje, desarrolladas tanto éstas como aquéllos por la evolución?) La tesis de que la adquisición del lenguaje no es en realidad aprendizaje, sino más bien la maduración de una capacidad innata en un ambiente particular (algo así como la adquisición de un reclamo por parte de un ave de determinada especie, que tiene que oír el recla-­ mo a un ave adulta de su especie para adquirirlo, pero . que tlene también una propensión innata a adquirir ese tipo de reclamo), conduce, en su forma extrema, a una postura pesimista acerca de la posibilidad de que el uso humano del lenguaje natural pueda ser simulado en una computadora (y al pesimismo de Chomsky en lo tocante a los proyectos de procesamiento informático del len­ guaje natural, si bien acepta el modelo del cerebro, o al menos del "órgano del lenguaje", como computadora �r?puesto por los investigadores de la Inteligencia Arti­ flCtal). Hay que advertir que esta tesis pesimista de la adquisición del lenguaje corre pareja con la tesis igual­ mente pesimista de que la inducción no es una capaci-­ . . dad mdependtente, sino más bien la manifestación de una compleja naturaleza humana para cuya simulación 47

haría falta un vasto sistema de por secundarias � -tan vasto, que se necesitarían una pepara formalizar nes de queña parte sistema. la postura optimista de que hay un algoritmo (de tamaflo manejable) la la lógica inductiva corre pareja a la tesis optimista adquisición del lenguaje, según la cual hay, para el aprendizaje, un procedimiento heurístico más o menos neutral con respecto del contenido, que es suficiente (no necesita de una cantidad . ele conocimiento previo "programado" imposible de manejar ni de capacidades conceptuales específicas del contenido) para el aprendi­ zaje de nuestro lenguaje natural, así como para la elabo-­ ración de inferencias inductivas en general. Es posible que la tesis optimista esté en lo cierto, pero no parece haber nadie, ni en la Inteligencia Artificial ni en la lógica inductiva, que tenga ideas interesantes acerca del modo en que la estrategia ele aprendizaje neutral respecto de las materias júnciona. ..

LA MENTE COMO CAOS Cuando se publicaron estos razonamientos L2, el filó­ sofo norteamericano Daniel DennettL3 caracterizó la tesis derivada de ellos con la frase "la mente como caos". Es una imputación interesante. Hasta ahora hemos estado examinando las posibili­ dades de simular la inteligencia humana, no las de encontrar modelos informativos del modo en que fun­ ciona el cerebro. Lo que hace Dennet es relacionar ambas empresas, porque está afirmando que el pesimis­ mo acerca de la capacidad de la inteligencia artificial 1 2 "Much Ado about Not Ve1y Much", Daedalus, invierno de 1988, 269-282. 13 Daniel Dennett, "When Philosophers Encounter Artificial Inteligence", Daedalus, invierno de 1988, 283-295. 48

par3 tación u na variante de la nada que si pensamos que la tendrá éxito y nos tado que no lo que tenemos de el cerebro. hay entre simular la inteligencia y describir cerebro? Aun cuando el modelo del cerebro como computa-­ dora fuese cierto, de ello no se desprende que la Inte­ ligencia Artificial vaya a tener éxito. Como ya dijimos, Noarn Chomsky cree que el modelo de la computad ora es correcto, pero duda del éxito de la Inteligencia Artifi­ cial. El uso del lenguaje, señaló en cierta ocaiiión, no eli una capacidad humana independiente: se puede simular el lanzamiento de una pelota sin simular la totalidad de la capacidad intelectual humana, pero no se puede simular el uso del lenguLJje, ni siquiera el que tiene lugar en un contexto fijo (como cuando se va a la tienda a comprar leche), sin simular la totalidad de la intelectual humana. No obstante, Chomsky no pierde la esperanza de comprender el cerebro: podemos com­ prender el tiempo atmosférico sin ser capaces ele cirlo mejor que antes, y podríamos comprender cere-­ bro, en tanto que conjunto de sistemas de computación ("módulos") estructurado jerárquicamente, sin ser capa-­ ces de describir todos éstos y todas sus interacciones lo suficientemente bien como para predecir o sirnular siquiera las actividades del cerebro. Otro ejemplo de lo mismo es el actual interés por los modelos computacionales del cerebro que no dan por supuesto que éste compute utilizando representaciones y reglas para la manipulación ele tales representado-· nes al estilo del cálculo lógico14. La tesis más interesante l4 El más conocido es el modelo "Parallel Distributed Processing". 49

el modelo " darwinista ncural" Edelman15. Saber tal modelo del cerebro por sí solo es verdadero no nos inducciones haría la persona cuyo cerebro depende del sistema o sistemas de básicas "programadas" (en el modelo "darwinista neural", tam­ bién del funcionamiento de un elemento análogo a la selección natural en el cerebro individual único), y po­ dría haber una cantidad enorme de tales sistemas (y de sucesos de selección) en los diferentes niveles de la acti­ vidad procesadora del cerebro. No obstante, si verificá­ semos que tal modelo es verdadero, difícilmente po­ dríamos dar expresión al descubrimiento afirmando que "la mente ha resultado un caos". Y lo mismo ocurriría si descubriésemos que el mejor modelo de la actividad del cerebro es uno que no procede en absoluto de la in­ formática. Muchos sistemas son demasiado complejos como para que podamos examinar y predecir su activi­ dad de manera detallada, lo cual no significa que no podamos buscar modelos teóricos de tales sistemas que resulten de utilidad. Por poner un ejemplo en un campo totalmente distinto, el pesimismo acerca de la posibili ­ dad de llegar a simular alguna vez de un modo realista la conducta de una economía durante un periodo razo­ nablemente largo no es lo mismo que el pesimismo en torno a la posibilidad de una ciencia de la economía. Pero hay otro aspecto de la imputación que Dennett me hace de que yo considero a la mente como un caos que merece la pena considerar. Dennett está afirmando (y, a veces, también Fodor)16 , que el pesimismo acerca

existe que no es rcduccionista. No para que, a fin de estudiar la cognición tengamos que intentar reducirla a cómputos o a proct> sos cerebrales. Es muy posible que descubramos mode­ los teóricos del cerebro que aumenten de manera muy considerable nuestra comprensión del modo en que funciona éste sin ser de gran ayuda para la mayor parte de los campos de la psicología, y que descubramos modelos teóricos en psicología (cognitiva o de cualquier otra clase) que no tengan ningún interés para la ciencia del cerebro. La idea de que la única comprensión digna de llamarse así es la reduccionista no tiene ya ningún fundamento, pero no cabe duda de que está todavía muy arraigada en nuestra cultura científica.

Véase David E. Rummelhart y James L. McLelland y el PDP Research Group, eds., Parallel Distributed Processing: Explorations in the Microstructure of Cognition, vols. 1 y 2, Cambridge, Mass., MIT Press, 1 986. 15 Véase The Remembered Present, Basic Books, 1990. !6 Jerry Fodor, Representations: Philosophical Essays on the Foun­ dations of Cognitive Science, Cambridge, Mass., MIT Press, 1981. 50

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CAPíTuw n

cierto enfoque metafísico, sugerido por físicos newtonianos o galileanos, que, en los tres últimos si­ glos, se ha confundido en repetidas ocasiones con la más recientemente, los enfoques meta· física misma. físicos ·sugeridos por la biología y la informática se han confundido con estas mismas materias.) Los filósofos adheridos a él no han hecho nada por evitar la confu· sión, quizá porque cuando se da por hecho que un de· terminado enfoque filosófico es el enfoque adoptado por la ciencia, puede parecer que las críticas que se le y son muy pocos los filósofos hagan van dirigidas a a los que no les importa que les consideren como ene·· migos de la ciencia. En lo que a nuestras formas de en­ tender la mente y el lenguaje se refiere, el atractivo de tal enfoque quedó muy bien expresado en la afirmación de La Mettrie de que el hombre es una máquina. El descubrimiento de la idea de la evolución por me­ dio de la selección natural, realizado por Darwin y Wallace alrededor de un siglo más tarde, pareció confir­ mar la tesis de que la mente ha de ser entendida como algo que se reduce a la física y la química (sabemos por sus diarios que el propio Da1win tendía a considerar el problema de esta forma). Hoy día, ni siquiera los filóso­ fos materialistas aceptan tales razonamientos; es en el 53

establecimiento de modelos pura, física o autor res de tendencia reduccionista sus esperanzas. Pero hace anteriormente) tienen poco, la teoría evolutiva ha vuelto a hacer su en los debates sobre la naturaleza de la mente y la rela · ción del lenguaje con la realidad. Los filósofos que aplican la teoría de la evolución, en general lo hacen de un modo muy simple. Toman una capacidad de los seres humanos, que de un modo u otro les sea útil, y afirman que debe haber sido seleccionada en el proceso evolutivo. Muchos biólogos evolutivos encuentran muy discutible tal uso de la teoría de la evo­ lución l . Ellos no dan por supuesto que toda capacidad útil de una especie sea resultado de la selección. Las alteraciones genéticas suelen tener muchos efectos clife­ rentes. Si uno de éstos contribuye de manera acusada al éxito reproductor de los miembros de la especie que poseen el gen, entonces ese nuevo rasgo genético es seleccionado, y los demás, si no son tan negativos corno para anular los beneficios de poseer el nuevo rasgo genético, se siguen teniendo. De este modo, hasta p�e?� ocurrir que un rasgo que no contribuya a las postblll·· dades de supervivencia ni al éxito reproductor de una especie, e incluso que sería mejor para ésta no tener, aparezca como consecuencia de la selección natural si� haber sido seleccionado él mismo. Pero puede ocurnr también que el rasgo que se tiene resulte realmente beneficioso para la especie, aun cuando no sea ésta la razón de que haya acabado siendo universal en la espe­ cie. En general, el supuesto de que todo cambio produ­ cido en una especie que resulte beneficioso para ésta ha sido seleccionado especfficamente no se acepta ya en la teoría evolutiva. Los evolucionistas son sumamente cau1 Véase Stephen ]ay Gould, The Panda 's Thumb, Nueva York, Norton, 1980, para una dura crítica de este tipo de evolucionismo ul­ traoptimista. [Trad. esp.: El pulgar delpanda, Barcelona, Orbis, 1988.] 54

hora tos han sido seleccionados en la historia evolutiva sin intervención en no tienen la menor

LA EVOLUCIÓN, EL LENG UAJE Y EL MUNDO Este capítulo está dedicado fundamentalmente a los enfoques filosóficos de la mente y al modo en que las cuestiones filosóficas relativas a la mente se entremez-­ clan con otras cuestiones distintas. En una famosa carta a Marcus Herz, Kant señaló que el problema de cómo lo que hay en la mente puede ser una "representación" de lo que hay fuera de ella es el asunto más complejo de la filosofía3. Desde que se produjo, en el presente siglo, el denominado giro lingüístico de la filosofía, tal cuestión ha sido sustituida por la de cómo se relaciona el lengua-­ el je con el mundo, pero esta nueva forma de problema no ha servido para aclarar las cosas. No hace mucho, ciertos filósofos4 han sugerido que la 2 En mi estudio "The Place of Facts in a World of Values", reedita·· do en Realism with a Human Face, Cambridge, Mass., llarclvard Uni­ versity Press, J 990, expuse argumentos en contra de la idea, muy po­ pular entre los filósofos, de que nuestra capacidad para descubrir leyes científicas está "explicada por la evolución". Esta idea no es más que una forma sutil del error criticado en el texto. 3 Carta a Herz, 21 de febrero de 1772, en Kant: Philosophical Co­ rrespondande, 1 759-99, ed. y trad. inglesa Arnulf Zweig, págs. 70-75. 4 Richard Boyd, Jerry Fodor, Ruth Millikan y Daniel Dennett han sugerido una respuesta del estilo descrito por mí en el texto, aunque cada uno de ellos ha ofrecido también descripciones ele la intenciona­ lidad que no dependen de la teoría evolutiva. Véase, de Millikan, Lan­ guage, Thought and Other Biological Categories, Cambridge, Mass., MIT Press, 1984, y, de Dennett, Content and Consciousness, Londres, Routledge and Kegan Paul, 1969. La explicación que da Fodor ele la intencionalidad se examina en el capítulo tercero.

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directa o por su interés intrínseco una transición natural a relación lenguaje--mundo. de un modo muy generaL Últimamente, los científicos cognitivos han indicado a menudo que el cerebro emplea "representaciones" al procesar los datos y dirigir la acción. Cabría afirmar que incluso los más sencillos mecanismos cerebrales de reconocimiento de patrones producen representaciones. En sus libros Neurohiology y The Rememhered Present, Gerald Edelman describe una arquitectura neural que capacitaría al cerebro para construir sus propios meca­ nismos de reconocimiento de patrones sin "saber de an­ temano" qué patrones tiene que reconocer exactamen­ te. Esta arquitectura permite al cerebro organizar un dis� positivo neural que se dispara cada vez que en el campo visual aparece la letra por ejemplo, o un carácter chi­ no o hebreo, sin tener mecanismos "innatos" de recono-· cimiento de la letra A, ni de los caracteres chinos o he· breos. Si el modelo de Edelman es correcto, cuando una muestra de la letra A aparece en nuestro campo visual y se dispara el dispositivo neural apropiado, tal conexión podría ser descrita como una "representación" de la for� ma "A". Pero las representaciones que los neurobiólo· gos, lingüistas e informáticos establecen como hipótesis no se limitan en absoluto a meros mecanismos de reco · nocimiento de patrones. Si un organismo tiene que mostrar lo que denomina� mos inteligencia, no cabe duda de que es útil y, como Edelman y otros han señalado, quizá necesario para él tener o ser capaz de construir algo que funcione a modo de mapa de su medio ambiente, con aspectos que re­ presenten las diversas características destacadas de ese medio ambiente, tales como los alimentos, los enemigos y los lugares de refugio. A un nivel superior, se podría elaborar tal mapa para mostrar no sólo las características 56

una de ciencia o al menos una interesante forma de especulación cien¡ífica. Si dará resultado o no aquí, aunque, por es algo que no nos compete supuesto, sería deseable que sí. Lo que nos interesa determinar es si la ciencia neural (o la informática, en la medida en que potencie nuestra capacidad de estable­ cer modelos del cerebro) puede en realidad aclarar la cuestión filosófica anteriormente mencionada. Lo que los filósofos necesitan saber es qué es la re­ presentación. Su misión consiste en descubrir la "natura > / de las leza" de la representación. Descubrir que, ademas representaciones que ya conocemos (pensamientos, pa-­ labras y oraciones), hay otras cosas que no se parecen a Ios pensamientos ni a las palabras, cosas del cerebro que no resulta conveniente equiparar a las nos va a decir qué es la representación. Si un filósofo pre· p-unta cuál es la naturaleza de la representación, no le res r;ondemos diciéndole que hay decenas de millones de representaciones en la Biblioteca Nacional. Y tampoco lo hacemos si le decimos que hay decenas de millones de representaciones en el cerebro humano. O así debería ser. Veamos en qué consiste la cuestión filosófica ante· riormente mencionada, la de cómo se relaciona el len· guaje con el mundo. Los filósofos materialistas se adhie.. ren por lo general a una de las dos respuestas que se le han dado. La primera, que no trataremos aquí, utiliza nociones de la teoría de la información y se ha encon· trado con dificultades técnicas aparentemente insupe­ rabless. La otra, que es hoy día la preferida de los mate5 Véase Fred Dretske, Knowledge and the Flow of Information, 57

propone que, en el caso del rialistas la referencia es una cuestión de "relación y en el los problema radica en siguiente examinaremos un intento de hacerlo. Pero en el punto en que estamos resulta ya evidente que son muchas las dificultades, insuperables o no, que se van a presentar con los detalles. No se puede afirmar sin rnás que la palabra "gato" se refiere a los gatos porque está relacionada causalmente con los gatos, ya que la pala·· bra "gato", o más bien, nuestro modo de utilizar la pa· labra "gato", está relacionada causalmente con muchas cosas. Es cierto que no utilizaríamos la palabra "gato" como lo hacemos si no hubiera gatos; nuestra historia causal o la historia causal de otros de quienes aprendí.. mos el lenguaje, supuso interacciones con gatos. Pero tampoco utilizaríamos la palabra "gato" como lo hace­ mos si muchas otras cosas fuesen diferentes. Nuestro \ uso presente ele la palabra "gato" tiene muchas causas, no una sola. El uso de la palabra "gato" está relacionado causalmente con los gatos, pero también está relaciona­ do causalmente con la conducta de los primeros po· bladores de Europa, por ejemplo. Como ya vio Kant, mencionar simplemente la "relación causal" no explica cómo una cosa puede ser representación de otra. Por este motivo, los filósofos que se adhieren a este tipo de explicación no tratan de dar cuenta de todas las formas de representación (lo cual es un proyecto de­ masiado grande para realizarlo de una sola vez), sino de dar cuenta de aquéllas que podrían considerarse como básicas, es decir, la representación de objetos observables en nuestro medio ambiente inmediato, Cambridge, Mass., MIT Press, 1 98l l.trad. esp.: Conocimiento y.flujo de información, Barcelona, Salvat, 19891; la crítica que hago yo de este enfoqu
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