Hermanita Magdeleine de Jesús. Escritos Esenciales - Hermanita Magdeleine de Jesús

July 24, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: Jesus, Love, Catholic Church, Poverty, Poverty & Homelessness
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Hermanita Magdeleine de Jesús. Escritos Esenciales - Hermanita Magdeleine de Jesús...

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HERMANITA MAGDELEINE DE JESÚS

Escritos esenciales Selección e introducciones de las Hermanitas de Jesús Prólogo de Dolores Aleixandre, RSCJ

SAL T2ERRAE

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la red: www.conlicencia.com o por teléfono: +34 91 702 1970 / +34 93 272 0447 Todos los escritos de hermanita Magdeleine publicados en este libro proceden de los archivos privados de la Fraternidad de las Hermanitas de Jesús. Introducciones, selección y traducción de textos a cargo de las Hermanitas de Jesús. © Editorial Sal Terrae, 2016 Grupo de Comunicación Loyola Polígono de Raos, Parcela 14-I 39600 Maliaño (Cantabria) – España Tfno.: +34 94 236 9198 / Fax: +34 94 236 9201 [email protected] / www.salterrae.es Imprimatur: † Manuel Sánchez Monge Obispo de Santander 15-03-2016 Diseño de cubierta: Vicente Aznar Mengual, SJ Edición Digital ISBN: 978-84-293-2581-2

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Índice Portada Créditos Prólogo Introducción 1. Dios me tomó de la mano De una tierra fronteriza La influencia de su padre Larga espera No será el final... Tiempo de noviciado 2. Un rincón del desierto florecerá Un sueño y sus frutos Touggourt: la increíble fuerza de la amistad Por los caminos de Francia en guerra 3. Piedras de fundación Las primeras compañeras de camino «Este es mi testamento» Contemplativas en plena humanidad 4. Los hermanos del mundo entero El Crucificado y el corazón abierto Universalidad Alrededor del mundo El reto de una nueva frontera 5. En el corazón de la Iglesia Súplicas por la pobreza Roma, el centro de la Iglesia Azotadas por la tormenta Una nueva primavera 6. La pasión de la unidad Una constante en su vida Ecumenismo vivido ¿Hermanitas de todas las religiones? 7. Una mirada de agradecimiento Bibliografía Libros de hermanita Magdeleine publicados Selección de escritos Biografías Documentos en los archivos de las Hermanitas de Jesús 4

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Prólogo «Por favor, dejadnos vivir íntimamente mezcladas con la humanidad, como la levadura en la masa». Esa fue la petición ardiente que hizo hermanita Magdeleine al papa Pío XII en los orígenes de su fundación. Y ese fue también el testamento que dejó a las que quieran seguir el camino de la Congregación de Hermanitas de Jesús: «Testigo de Jesús, vivirás mezclada con la humanidad como la levadura en la masa». Este libro de sus Escritos esenciales nos pone en contacto con el sueño y el proyecto de una mujer que se adelantó al concilio y de la que podemos decir: «La vida religiosa no es igual a partir de hermanita Magdeleine». La imagen, que aparece una y otra vez en sus cartas, simboliza en la Escritura el poder oculto del fermento: una pizca de levadura, añadida a la harina, cala en toda la masa y afecta a todas las partículas. La abundancia de pan evoca la esplendidez de los banquetes y es imagen de la plenitud del final de los tiempos, como lo será también el derroche de vino en Caná (Jn 2,10), la cantidad de peces que casi hundieron la barca de los primeros discípulos (Lc 5,7) o los doce canastos que sobraron cuando Jesús dio de comer en el desierto a la muchedumbre que le seguía (Jn 6,13). Para Jesús, el reino de Dios tiene comienzos insignificantes pero sus efectos serán visibles para todos porque, a pesar de su pequeño principio, posee la invencible fuerza de Dios para transformar el mundo. De eso está seguro Jesús en medio del desconcertado y perdido puñadito de discípulos que le rodea; de eso estaba segura hermanita Magdeleine cuando decía: «El Señor me tomó de la mano y ciegamente le seguí». Todo comenzó marcado por la pequeñez y la insignificancia, pero es precisamente la humildad de los orígenes una de las líneas conductoras de la historia de salvación y la huella de un Dios que se eligió un pequeño pueblo y cuya mirada «no se fija en las apariencias, sino en el corazón» (1 Sm 16,7). Jesús consideraba a los pequeños como los más importantes (Mt 18,1-4) y por eso sus discípulos deben perderle el miedo a ser un «pequeño rebaño» (Lc 12,32). Ella misma reconocía: «Soy pequeña, pobre y miedosa en el fondo, pero creo que el Señor me confía grandes cosas y que tengo que tener audacia, mucha audacia en el

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camino del amor». Una audacia que nacía de su pasión intensa por el mundo y por la Iglesia y que la hizo reaccionar con valor y generosidad ante los acontecimientos eclesiales y políticos que hacían mella en su personalidad. Concibió un proyecto audaz de vida religiosa mezclada con la gente, algo que quizá no nos suene a totalmente nuevo hoy, acostumbrados a los caminos de inserción y de inculturación emprendidos por la vida religiosa a raíz del concilio; pero que resultaba sorprendente en un tiempo preconciliar, en el que se hablaba de «salvaguardar la dignidad religiosa y la vida de intimidad con Dios de los peligros exteriores» y se pensaba que ser «demasiado humana» podía perjudicar al «espíritu religioso». La vida religiosa estaba «encapsulada» en hábitos y normativas que parecían inmutables y lo que ella proponía eran caminos que no se habían recorrido: «No te vamos a pedir, en nombre de la “modestia religiosa”, que vivas con los ojos bajos, sino al contrario, que los abras del todo para ver bien a tu alrededor las miserias y las bellezas de la vida humana y del universo entero». Era una locura pensar en religiosas viviendo como nómadas en pleno Sahara o trabajando como obreras en una fábrica. O verlas más adelante acompañando a un circo, viajando en roulotte con una caravana de feriantes, perdidas entre los pigmeos en África, con los tapirapés en Brasil o en una chabola en el suburbio de cualquier ciudad del mundo. Estaba introduciendo en la Iglesia un germen de disidencia, una invitación a transgredir tradiciones y costumbres.

Hermanita Magdeleine «se creía el evangelio» y por eso se atrevió a soñar con una utopía arriesgada: ser contemplativas en medio del mundo. Entendía la contemplación como una vida de amistad con la persona de Jesús, como una vida interior profunda y en contacto con Dios, pero tuvo la intuición insólita de que era posible insertar esa vida contemplativa en el corazón del mundo, más allá de la estructura monástica, y hacer de la vida ordinaria de la gente un lugar de contemplación: «No pienses que es necesario proteger tu “dignidad religiosa” y tu vida de intimidad con Dios de los peligros de afuera, levantando barreras entre el mundo laico y tú. No te pongas al margen de la humanidad… Como Jesús, sé parte de ella». La llamada que hermanita Magdeleine puso en marcha fue en la dirección de «los lugares de abajo»: «Vivir, alojarse y viajar como los más pobres, como Jesús, que no perdió su dignidad divina al tomar la condición de un 7

pobre artesano». «Tener derecho a ser, como Jesús, realmente pobres, viviendo del trabajo manual y las limosnas, sin rentas ni dotes. No dejar solo a los laicos el privilegio de despojarse de sus bienes cuando quieren para seguir a Cristo pobre, y no hacer voto de pobreza para estar obligadas a prever el futuro, estando seguras de no carecer de nada». Creyó ciegamente en la posibilidad de una vida cristiana y religiosa que no se alejara del rumor de la vida humana, de sus conflictos, sus luchas y su cotidianidad, asumiendo el riesgo de la proximidad de la gente: «Hacernos todo a todos: árabes entre los árabes, nómadas con los nómadas, adoptando su lengua, sus costumbres y hasta su mentalidad». Quienes la conocieron dan fe de su pasión por la vida y por cada ser humano. Lo que más llamaba la atención al conocerla, dicen, era su capacidad de estar pegada a la vida, de acogerla y responder a ella con una agilidad tal que parecía enteramente natural. El amor que la habitaba era un amor concreto, que alcanzaba a cada persona, cada pueblo, cada cultura, y que la empujaba a tratar de alcanzar hasta el último rincón del mundo. «No hay que contentarse con hablar de amor fraterno. Hay que hablar de unidad en el amor, porque cada vez me es más evidente que es ese el más puro espíritu del evangelio, el más puro espíritu de Cristo...». «Nosotras no tenemos más que un solo fin: hacernos como ellos, es decir, de los más pobres, de la clase de los humildes, de los que el mundo desprecia...». Frente a límites o fronteras que parecían exigir resignación o adaptación, ella oponía una confianza sin límites: los obstáculos se convertían para ella en una fuerza que la empujaba hacia delante y la palabra «imposible» era uno de sus más poderosos estimulantes. «La debilidad de los medios humanos es motivo de fuerza. Jesús es Señor de lo imposible. Tened la fe que hace desaparecer cualquier imposibilidad, que hace que las palabras “inquietud”, “peligro”, “miedo” carezcan de sentido». «No podemos permitir que la gente siga sufriendo y no ir hacia ellos bajo pretexto de preservarnos. Un alma que arde basta para encender una hoguera».

La vida de hermanita Magdeleine fue larga y trabajosa y su cuerpo, envejecido y gastado por tantos kilómetros recorridos, por tantas noches de vigilia y de trabajo, era portador de una fuerza misteriosa que no procedía de ella misma sino del Espíritu: «Soy pequeña,

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pobre y miedosa en el fondo, pero creo que el Señor me confía grandes cosas y que tengo que tener audacia, mucha audacia en el camino del amor». El testimonio de alguien que la conoció bien revela el secreto de la fuerza y la resistencia que la habitaba, más allá de su propia debilidad: «En ella no existía por un lado su vida concreta y por otro su vida de fe. No, en ella eran una sola cosa. Pienso que, a lo largo de toda su vida, ha sido esto lo que ha vivido hermanita Magdeleine: una vida ordinaria que tenía su raíz y su fuente en Dios mismo» (hermanita Iris-Mary). «Abridme una sola rendija de conversión del tamaño de la punta de una aguja y yo os abriré grandes avenidas por las que entrarán carros y carruajes», afirma un dicho judío. La vida y las palabras de la mujer a la que encontramos en este libro tienen mucho que ver con esa minúscula punta de aguja y nos invitan a exponernos a esa fuerza misteriosa del evangelio que perfora nuestra superficie para que nuestra vida, como una masa inerte e insípida, se transforme al entrar en contacto con la levadura de una novedad imprevisible. DOLORES ALEIXANDRE,

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RSCJ

De pie, con su hermana Marie, a los 14 años de edad.

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Introducción La tarea que me ha sido confiada de seleccionar y presentar textos de nuestra fundadora, Magdeleine Hutin, me ha apasionado y la ofrezco ahora con profunda alegría a todos los que estén interesados en conocer formas actuales, basadas en la novedad del evangelio, de seguir a Cristo. Esta mujer, sorprendente para su época, nos traza, en sintonía con la experiencia de Carlos de Foucauld, un camino de discípulas y compañeras de su «muy amado Hermano y Señor Jesús» que me parece realmente válido para nuestro tiempo, en el que tantas personas buscan, tal vez a tientas, el sentido profundo de su vida con estas dos notas distintivas: intuyen la importancia de la relación y de la cercanía, sobre todo con los que están en las «periferias» de este mundo; desean una amistad con Jesús sencilla, íntima y transformadora, que les llene el corazón de misericordia. Todo esto y mucho más propone hermanita Magdeleine, no solo a las que pertenecemos a su congregación religiosa (Hermanitas de Jesús) sino a cualquier persona que tenga estos anhelos en su corazón.

Elisabeth Marie Magdeleine Hutin nació el 26 de abril de 1898 en París, pero procedía del este de Francia. Era originaria de una zona fronteriza: Metz, la ciudad natal de su familia, se encuentra en la parte de Lorena anexionada a Alemania, junto con la totalidad de Alsacia, durante la guerra franco-alemana de 1870-1871. A causa de los problemas de trabajo de su padre, la familia se desplazó a diferentes ciudades, y es así como Magdeleine nació en París. Pero, mientras les fue posible, cada verano iban a Seuzey, pueblecito donde vivía la abuela paterna. Desde la infancia, Magdeleine deseaba entregar la vida a Dios, pero su salud y la situación familiar le impidieron la entrada en cualquier congregación religiosa. Después de una larguísima espera, pudo por fin seguir los pasos de Carlos de Foucauld, que había muerto algunos años antes, y al que descubrió a través de la biografía escrita por René Bazin. Su proyecto era irse a vivir al desierto, sola o con alguna compañera, para morar junto a los nómadas pobres y ofrecerles su cercanía y su amistad. En ese período de su vida tiene una especie de sueño, en que el Niño Jesús viene a ella y «se incorpora a ella», fuerte experiencia espiritual que marcará su vida y la 12

de sus seguidoras. El obispo del Sahara la invita a pasar un año en el noviciado de las Hermanas Blancas y a escribir las constituciones de lo que podría ser una nueva congregación. El 8 de septiembre de 1939, pocos días después del inicio de la Segunda Guerra Mundial, hermanita Magdeleine pronuncia los votos religiosos: comienza su andadura la Fraternidad de las Hermanitas de Jesús. En ese momento consta de dos miembros: ella y Ana, una amiga que la acompaña desde Francia con deseos bastante similares, pero que alberga dudas continuas en relación a una posible vida religiosa. Se van a Touggourt, al sureste de Argel, lugar de encuentro de los nómadas donde, a pocos kilómetros del centro del pueblo y ayudadas por familias muy pobres que viven sedentarizadas en cabañas, construyen una casita. ¡El sueño se vuelve realidad! Incluso cuando su primera compañera la deja sola, vive con los nómadas, trabaja con ellos, conoce a cada uno por su nombre y va surgiendo entre ellos una verdadera amistad y una profunda confianza. La Fraternidad de las Hermanitas de Jesús está construida sobre esa piedra de la amistad y la confianza recíproca con los pobres, en el respeto y el compartir del día a día. Una nueva forma de vida religiosa está empezando. Varias jóvenes, en Francia, se interesan por esa congregación naciente, pues se sienten habitadas por las mismas aspiraciones y deseos. Hermanita Magdeleine busca un lugar donde puedan vivir un tiempo de noviciado más o menos tranquilo, a pesar de la guerra, que continúa ensangrentando el mundo. Lo encontrará en Aix-en-Provence, en el sur de Francia, cerca de Marsella. Se trata de una propiedad que se llama Le Tubet, y que ha sido cedida al obispado para una congregación religiosa. Allí llegarán generaciones de jóvenes que, seducidas por Jesús y su evangelio, y con las nuevas preocupaciones humanas y sociales que se respiran en la Francia de la posguerra, se precipitan con entusiasmo hacia esta propuesta de vida religiosa, sorprendente en esa época. Muy pronto sus «novedades» interrogan a algunas autoridades eclesiásticas, y Magdeleine, que quiere someter a la aprobación de la Iglesia todos sus pasos, va a ver al papa Pío XII y le entrega sucesivas «súplicas» pidiendo que les sea permitido vivir en la pobreza de los pobres, sin dotes ni rentas. Encuentra una calurosa acogida de parte de monseñor Montini, futuro papa Pablo VI, que trabajaba por aquel entonces en la Secretaría de Estado del Vaticano.

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Al principio, hermanita Magdeleine había deseado y pensado la Fraternidad solo para los pueblos musulmanes, recogiendo así la herencia del hermano Carlos. Pero muy pronto se siente tocada por los brazos y el corazón abiertos a todos del Crucificado, y se da cuenta de que hay jóvenes que llegan con el deseo de vivir esa misma intuición en medio de los más lejanos y abandonados de distintos países. El 26 de julio de 1946 la sobrecoge una certeza: la Fraternidad se debe extender al mundo entero y llegar a ser universal. Es un gran cambio... Y el mes de agosto funda en Aix-en-Provence la primera fraternidad obrera, para compartir la vida real y socialmente con los trabajadores manuales. Desde entonces ya no dirá solo, parafraseando a san Pablo, «ser árabe con los árabes y nómada con los nómadas», sino que añadirá «obrera con los obreros», aunque conserva y quiere en el conjunto de la congregación un amor y dedicación particular al islam. Para poder dedicarse más libremente a los viajes y fundaciones, dimite oficialmente de su cargo de superiora general la noche de Navidad de 1949, confiando el pequeño rebaño a hermanita Jeanne, que tiene apenas treinta años y que será toda su vida la compañera y colaboradora fiel, que ha sabido recoger y salvaguardar sus intuiciones. Pero a ella nadie le puede arrebatar el mejor de los títulos: el de MADRE que ha engendrado a todas las hermanitas en el gozo y en el dolor. Empieza entonces los largos viajes para conocer pueblos lejanos y fundar en ellos pequeñas fraternidades. En primer lugar, va a Oriente Medio; allí hay cristianos que hablan y rezan en árabe, y esto la seduce, ya que es un signo más de su amor por los primeros amigos. Quiere que las comunidades en esos países se integren en las Iglesias católicas de rito oriental en su deseo de ser «orientales con los orientales». Entre 1951 y 1955 se dedica a viajar por el mundo entero, buscando los pueblos o ambientes más lejanos, difíciles o cerrados, aquellos más difícilmente accesibles a la Iglesia. La Fraternidad se extiende a un ritmo rapidísimo: en 1953 ya hay unas 100 comunidades dispersas por el mundo. Pero a Magdeleine, marcada desde su niñez por el drama de las fronteras, esto no le basta: sueña con atravesar la frontera más cerrada de aquella época. En el verano de 1956 se aventura por primera vez por tierras del este europeo y en su segundo viaje, al año siguiente, proyecta quedarse a vivir y a morir en Rusia. Cuando circunstancias imprevistas la obligan a volver, monseñor de Provenchères, nombrado obispo de Aix-en14

Provence a los pocos años de la fundación, y bajo cuya tutela crece la pequeña congregación, le pide que no dedique más que la mitad del año a visitar esos países. Así, hasta el año de su muerte, 1989, recorrerá todos los años millares de kilómetros, con algunas otras hermanitas, en una caravana llamada «Estrella fugaz». Un pañuelo rojo atado en hatillo la acompaña a todos lados: contiene las cartas que quiere contestar, sus diarios y, sobre todo, las constituciones en perenne elaboración, simbólicamente toda la Fraternidad... Allí encuentra su lugar también un pasajero clandestino que, silencioso, espera durante los largos registros en las aduanas, atraviesa con ella las fronteras y la acompaña por los caminos: Jesús en la eucaristía, escondido detrás de un icono de la Virgen. A lo largo y a lo ancho de esos países irá tejiendo una red preciosa de amistades y, poco a poco, algunas jóvenes de allí se animarán a correr el riesgo de seguir a Jesús con hermanita Magdeleine en secreto, ya que por el momento están prohibidas las organizaciones religiosas nuevas. Entretanto, la Fraternidad va creciendo y extendiéndose, bajo el respaldo oficial de monseñor de Provenchères, que resultó ser un apoyo precioso para Magdeleine y las hermanitas, suscitado ciertamente por la Providencia en aquellos tiempos de fundación. Magdeleine ha descubierto en Roma, a pesar de todo lo que desfigura –allí también– el rostro de Cristo, el corazón de la Iglesia, y se empeña en fundar en esa ciudad un noviciado internacional, que pronto se convertirá en la «casa generalicia»… hecha de barracones prefabricados instalados en un terreno prestado. Ha llegado ya el momento de pedir el reconocimiento de la congregación a la Iglesia universal, pero antes el Vaticano quiere verificar el espíritu y el funcionamiento de ese grupo que, alrededor de 1960, era tan distinto de lo habitual y suscitaba reacciones tan dispares y a veces apasionadas. Pío XII, que conocía y apreciaba a hermanita Magdeleine, había muerto y el buen papa Juan XXIII no llegó a tener ningún contacto con ella. Monseñor Montini, el gran amigo del Vaticano, había sido nombrado arzobispo de Milán; el cardenal Tisserant, su protector de la Congregación para las Iglesias Orientales, había dimitido... En la curia romana, junto con los elogios, se empiezan a hacer sentir las críticas. Y, antes de dar el visto bueno para el «derecho pontificio», mandan a la Fraternidad un «visitador apostólico» que lo investiga todo, el grupo y las personas. Para hermanita Magdeleine fue el momento más duro de su vida, porque el visitador sospecha de todo, quiere cambiar todo, no solo la organización sino incluso los fundamentos de la congregación: la vida

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contemplativa en el mundo, la infancia espiritual, la dispersión por el mundo entero... Monseñor de Provenchères, que siempre ha comprendido la Fraternidad y ha intentado hacerla comprender en Roma, solidario en la prueba, pide a Dios para las hermanitas una gracia de infancia espiritual aún mayor que la actual y la pide también para él mismo, a fin de ser dócil a las directivas del enviado del papa. Un año después de haber empezado, cuando más angustiada estaba hermanita Magdeleine por el futuro de la Fraternidad, la visita termina, sin otras consecuencias que el cambio en algunos aspectos de organización, pero dejando a salvo todo lo esencial. Pocos meses después, sin previo aviso, la Fraternidad, que estaba situada en la Congregación para las Iglesias Orientales, es transferida a la Congregación de Religiosos. Esto es doloroso para Magdeleine, que se había sentido tan acogida en aquel organismo y que veía allí la confirmación de la dedicación de la Fraternidad al islam, en parte a través de la inserción en esas pequeñas Iglesias de Oriente, testimonio vivo de Cristo en medio de los musulmanes. No perdió con esto su entusiasmo, pero confesaba a monseñor de Provenchères que en ciertos momentos volvían a aparecerle las lágrimas y que pensaba en el dolor de aquellos que, durante una vida entera, se han visto incomprendidos y condenados por un enviado de la Iglesia. Pero también recibe grandes alegrías de parte de la Iglesia: el inicio del Concilio Vaticano II, verdadera ráfaga de aire primaveral, invade de repente todo el ambiente, devolviendo la fe y la esperanza a tantos. Hermanita Magdeleine presiente enseguida que será el concilio de la unidad; se adhiere a él con el corazón gozoso y recibe a innumerables padres conciliares en la fraternidad de Roma, ya que muchísimos obispos del mundo, por aquel entonces, ya tienen alguna fraternidad en su diócesis. Y, sobre todo, el nombramiento de Pablo VI, su amigo de siempre monseñor Montini, disipa en ella las pesadillas que aún podía tener de vez en cuando... Una vez establecidos los cimientos de la Fraternidad a lo largo y ancho del mundo, Magdeleine dedica su tiempo a escribir, a recibir las más variadas visitas y a viajar por los países del este de Europa. Su pasión por la unidad, que la marca desde la infancia y que ha visto confirmada y profundizada por la experiencia vivida de la pasión de Jesús, crea en ella un deseo secreto, imposible y loco pero tenaz: ¿por qué no aceptar en la Fraternidad hermanitas de otras Iglesias cristianas, e incluso de otras religiones? Y, de hecho, varias jóvenes se acercan a la Fraternidad seducidas por su forma de vida en 16

seguimiento de Jesús, mujeres de tradición eclesial y teológica muy diferente a la católica que, sin embargo, encuentran su razón de ser y el sentido de su vida en los aspectos de Nazaret, de vida contemplativa en el mundo de los pobres e incluso, cada una con su sensibilidad propia, en la vida y la oración eucarística, tal como la propone la Fraternidad. Algunas de ellas permanecen durante tiempos más o menos largos en la congregación, con el consentimiento de sus Iglesias, pero no es fácil dar continuidad a esta bella aventura, y todas acaban por retirarse. Sin embargo, no podemos menos que reconocer el enriquecimiento mutuo a través de la vida compartida. En sus últimos años, con muchos problemas de salud y achaques, Magdeleine permanece intensamente presente a la Fraternidad y al mundo. Al regreso de su último viaje a Rusia, se cae al bajar de la «Estrella fugaz» y se rompe el fémur. Para una mujer debilitada por la edad, las enfermedades y un cansancio extenuante, es el final. Vivirá la celebración de los 50 años de la Fraternidad desde la cama, en una habitación al lado de la sala de reuniones y de la capilla. La agonía es larga. A las hermanitas que, junto a ella, le preguntan si quiere que acompañen su doloroso camino con oraciones en voz alta, les dice: «Silencio, dejadme con Dios». Delante de su cama han puesto el minúsculo sagrario secreto de la «Estrella fugaz» y Magdeleine dirige hasta el fin una mirada intensa, sin palabras, a Jesús eucaristía que está presente, con la conciencia vigilante de quien aguarda dócilmente la llegada de aquel que tanto ha esperado. Muere el 6 de noviembre de 1989. El 7 de noviembre el papa Juan Pablo II envía un telegrama a la responsable general, hermanita Iris Mary, asegurándole a ella y a toda la congregación «la expresión de mi simpatía particularmente emocionada». El día del funeral, por la mañana, se colocó el féretro en medio de la plaza de entrada de la fraternidad de Tre Fontane. Es el único sitio en que caben los participantes, más de 700, entre ellos 300 hermanitas. El P. Voillaume, fundador de los Hermanos, amigo y colaborador, preside la eucaristía, y los concelebrantes son más de 80, de diversos países y continentes, entre ellos tres cardenales. Está también presente un representante del patriarca ortodoxo Dimitrios I, dos hermanos de Taizé, amigos de distintos grupos cristianos, religiosos y laicos de las más diversas procedencias y ambientes, incluso amigos en situación de calle, personas de diferentes religiones y también no creyentes.

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El P. Voillaume, muy emocionado, termina la homilía con estas palabras: «La partida de hermanita Magdeleine nos permite afirmar y decir en voz alta lo que ella fue para la Iglesia. Solo Dios sabe lo que obispos, religiosos y religiosas y laicos, y entre ellos los más pobres, recibieron de ella, de su amor universal y de su mensaje de sencillez, de pobreza, de presencia de amor a los más pobres. Sí, solo Dios lo sabe… Yo quiero únicamente recordar hasta qué punto ella estuvo constantemente habitada por una gracia insigne de ecumenismo. Esto se debe, sin duda, a la humildad de su corazón y al don que tenía de ver y de respetar en toda persona su parte mejor, la parte de verdad que había en ella. Dios ha permitido que este ecumenismo se palpe aquí, en nuestra asamblea».

Al terminar esta jornada emotiva, las hermanitas se encontraron con la responsable general, Iris Mary, que les dijo: «Pienso que en toda su vida es esto lo que hermanita Magdeleine ha vivido: una vida ordinaria que tenía sus raíces, sus fuentes, en el más allá. Vivía con el Señor, pero siempre “en la vida”. Esto es lo que más me ha llamado la atención viviendo estos últimos tiempos con ella: esta vida adherida a la voluntad del Señor se convertía naturalmente en una vida contemplativa… Ella fue una mujer de fe y de humildad y, al mismo tiempo, seguía siendo humana, con los mismos defectos que nosotras… Nos deja la convicción de que en la vida de todos los días, en la vida cotidiana, se encuentra el camino hacia Dios».

Simple azar o coincidencia misteriosa, la noche de ese 10 de noviembre de 1989 desaparece el muro de Berlín y se abre la frontera entre las dos Alemanias… En los meses que siguieron a la muerte de hermanita Magdeleine fueron llegando a la Fraternidad muchos testimonios de personas de distintas nacionalidades y creencias. De una manera conmovedora, expresaban hasta qué punto su vida había sido para ellas una luz de fe, un signo de la proximidad de Dios y de su voluntad de reunir en la unidad a todos sus hijos dispersos. Hermanita Magdeleine no escribió nunca libros propiamente dichos: su obra única ha sido dar visibilidad a la ternura y la cercanía de Dios, concretadas en una 18

congregación nueva, que ha querido ser esencialmente FRATERNIDAD. Si bien es verdad que su gran inspirador fue Carlos de Foucauld, que había definido su presencia entre el pueblo tuareg como «el apostolado de la amistad» y que comprendió el valor del acercamiento gratuito a un pueblo distinto e ignorado, ella es una mujer de tiempos nuevos, y su vida, en pleno siglo XX, es una respuesta vigorosa y clara de evangelio a los desafíos de una era distinta. El mundo obrero, los pueblos colonizados, las dictaduras modernas son otras tantas llamadas que Magdeleine percibe como venidas de Dios, sea directamente a su corazón, sea a través de los deseos ardientes de sus seguidoras, a quienes escucha siempre con ternura y clarividencia. Su manera de transmitir el tesoro que Dios le había confiado no era hacer teología, ni siquiera tratados de espiritualidad, sino partir de lo más concreto de la vida para, desde ahí, dar a descubrir el modo propio que Dios tiene, en Jesús, de acercarse a la humanidad. Si entresacáramos de las cartas de hermanita Magdeleine los párrafos en los que habla de Dios o de Jesús, tendríamos sus «escritos espirituales». Pero esto sería, en un cierto sentido, traicionar su vida y su vocación, en las cuales todo, lo de fuera y lo de dentro, estaba inseparablemente unido, aunque no confundido, convergiendo en su única pasión: realizar la obra de Dios. Sus escritos son, en su inmensa mayoría, cartas a las hermanitas o a otras personas relacionadas con la fundación y diarios en los que iba anotando lo vivido en el día a día para compartirlo con las comunidades. Muchos de sus textos son inéditos, aunque tenemos la suerte de poder acceder a ellos y darlos a conocer a un público más amplio. Estando los escritos de Magdeleine tan estrechamente vinculados a su vida y misión, los sucesivos capítulos del libro, aunque teniendo cada uno un tema de fondo, estarán situados en los diferentes momentos de su historia, pues solo en el contexto se puede comprender toda la fuerza de lo que transmite esta mujer, don de Dios para el mundo de hoy. HERMANITA JOSEFA ASSUMPTA

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DE JESÚS

1. Dios me tomó de la mano Al releer su vida, Magdeleine se da cuenta de que todo ha sido preparación de Dios para la obra que quería realizar a través de ella. Sus orígenes en una tierra fronteriza, su historia (adolescente durante la Primera Guerra Mundial, que diezmó su familia y la hizo testigo de muchos sufrimientos) y su situación económica (su padre va de un lado a otro en busca de trabajo estable) le dan la sensibilidad necesaria para ser una mujer sin fronteras y una eterna nómada. Su padre le transmitió un gran amor por África y los musulmanes, y juntos descubrieron la biografía de Carlos de Foucauld y se entusiasmaron con ella. Magdeleine deseaba entregar su vida al Señor, pero su salud dejaba mucho que desear: estuvo enferma de tuberculosis durante 10 años y las congregaciones religiosas no le abrían las puertas. En 1925 su padre murió repentinamente, y ella se convirtió en el único apoyo y sustento de su madre. La espera se hacía aún más difícil, sin ver ninguna salida al túnel en que se encontraba. En 1936 su estado de salud empeora, y el médico le prescribe... ¡un clima seco, como el del Sahara! Esto será para ella, y para el sacerdote que la acompaña, el signo de la voluntad de Dios. Entra en contacto con un sacerdote de Boghari, pueblo cercano a Argel; su madre consiente en embarcar con ella y se instalan, junto con una compañera, Anne, en pleno barrio árabe. Pero, poco a poco, se da cuenta de que no es eso lo que busca: la actividad no les deja tiempo para rezar, para estar en silencio, y lo desea tanto... Deciden pasar un tiempo en el noviciado de las Hermanas Blancas, y el obispo les pide que lo prolonguen durante todo un año, para así al final poder dar inicio a un nuevo grupo religioso. Magdeleine se deja conducir... Completa el tiempo de noviciado y las dos hacen profesión religiosa el 8 de septiembre de 1939, a los pocos días de empezar la Segunda Guerra Mundial. Casi todos sus escritos referentes a este tiempo de su vida son relatos dirigidos, en general, a las hermanitas, para darles a conocer los «preinicios» de la Fraternidad.

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De una tierra fronteriza Roma, 1981 ¡Cómo no voy a aceptar con sencillez relatar la historia de esta fundación, en la que Dios lo ha hecho todo de una forma tan evidente! Es una historia que se resume en estas palabras: «Dios me tomó de la mano y, ciegamente, lo seguí», en la oscuridad aparentemente más completa y en la ausencia más desconcertante de medios humanos, pero con una confianza ilimitada en la omnipotencia de Jesús, ¡Señor de lo imposible! Para poner de manifiesto que todo había salido de su mano, me escogió a mí como al instrumento más débil. Yo estaba continuamente enferma y nada hacía presagiar en mí a una futura fundadora de congregación. Pero ahora veo claramente que él me había ido preparando desde mi niñez, llamándome desde el uso de razón, inculcándome el amor a África, al mismo tiempo que a los más pequeños, a los más pobres y a los más abandonados de todos los hombres… Después de los africanos de África central, fueron los árabes del norte de África, y entre ellos los nómadas, con los que quería compartir mi vida… Mi juego preferido fue, durante varios años, pasar todas mis horas libres, junto con un hermano que tenía las mismas ideas que yo, debajo de una tienda hecha con las mantas que encontrábamos por casa… Los «bohemios», como se llamaba entonces en Francia a las personas que viajaban en carromatos, despertaron enseguida el afecto de mi corazón, porque tenían un aspecto muy triste –sobre todo los niños pequeños– y nadie parecía quererles. Miraba cada carromato que encontraba con tales ojos de envidia que mi abuela siempre me repetía: «Tú acabarás muriendo en un carromato». Más tarde me fueron atrayendo los presos para hacerme «presa» con ellos, los leprosos para ir a vivir en medio de ellos… Hubiera necesitado varias vidas para poder realizar todos estos sueños, pero los musulmanes –y entre ellos los nómadas de las tiendas– siguen siendo mis preferidos. Carta del 7 de noviembre de 1942 21

A las hermanitas (que son cuatro o cinco en ese tiempo) Esta mañana no había ni tren ni autobús para ir a Souillac, donde estaba previsto que llegara por la noche. Así que cogí un carrito con todo mi equipaje y, mientras andaba sola por una carretera secundaria, las tropas alemanas que iban a ocupar el resto de Francia me adelantaron ruidosamente y acamparon un poco más lejos. Tuve que desfilar bajo sus ojos con toda mi carga… ¡Estaba muy triste, y tenía miedo! ¿Qué me espera aún? Estoy en las manos de Dios…, muy sola y muy pequeña…, en una carretera cualquiera…, en plena guerra.

De nuevo, mientras espero el autobús en un cruce helado, los soldados alemanes desfilan…; digo un Ave María por ellos cuando los diviso. «Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen». Y el hecho de poner así el amor en mi corazón hace que los mire y que vea que algunos son muy jóvenes… ¿Cuándo nos amaremos, por fin, entre los pueblos?… Os suplico que no pongáis aspereza en vuestras opiniones. Poned en ellas el gran amor de Jesús, su indulgencia, su perdón: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen»… Rezad por los que van a caer de los dos bandos. Carta del 10 de febrero de 1948 Al padre Voillaume, fundador de los Hermanos de Jesús Estoy terriblemente angustiada con el problema de mis sentimientos hacia Alemania, es un problema personal de amor. Hubo tanta sangre y tanto sufrimiento entre ella y yo, a causa de mis dos hermanos muertos en la guerra, que mi corazón y mi alma estaban llenos de cólera ante todas las atrocidades. Antes de morir quiero reparar eso, ir a llevarles el amor que ahora me habita, pues he entregado mi vida también por ellos.

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La influencia de su padre Roma, 1981 El amor a África, y sobre todo a los árabes, creció en mí gracias a mi padre, que había vivido entre ellos una época inolvidable. Hacia 1888, siendo un joven médico militar, sufrió una lesión en la pierna, a consecuencia de una grave caída de caballo. Fue reintegrado al ejército después de su convalecencia y enviado a una pequeña ciudad de Túnez, con la prohibición de montar a caballo, durante un período de seis meses. En aquella época no había médicos en los pequeños poblados de allí, y los médicos militares tenían que atender a la población civil. Un día le llevaron a un niño musulmán de cinco o seis años, que se moría de difteria. Hacía falta suero urgentemente y solo lo había en la capital, que distaba de allí unos 60 km, sin otro medio de comunicación que el caballo. Al no presentarse ningún voluntario, y como el niño enfermo tenía contadas sus horas, mi padre, aun sabiendo el riesgo que corría, no lo dudó un momento y salió al galope con su caballo para tratar de salvar la vida de aquel niño. Trajo el suero y el niño se salvó. Pero mi padre tuvo, entonces, una grave recaída y algunos meses más tarde tuvo que licenciarse, cuando no tenía más que treinta años. Su carrera quedó truncada por amor a ese niño musulmán. Esto explica la pobreza en la que vivió mi familia –una familia de seis hijos–, que no tenía para vivir más que la escasa pensión militar de aquel tiempo. Esta acción fue considerada una locura por sus jefes; pero nunca le oí lamentarse, sino que conservó siempre en su corazón el amor a los países árabes y a los musulmanes. Diario, 1936 En la lectura de la vida del hermano Carlos de Foucauld encontré todo el ideal que soñaba vivir. Mi padre estaba tan entusiasmado como yo y se convirtió en un celoso propagandista de su biografía. En 1921 mi madre tuvo que ausentarse por la enfermedad y muerte de mi abuela y nos dejó solos. Aprovechamos para trabajar juntos día y noche

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para la difusión de esta obra. Preparábamos una gran olla de patatas cada tres días y en cada comida las aderezábamos de manera distinta; así no perdíamos tiempo en la cocina. Cuando mi madre volvió, las vecinas la pararon en la puerta para decirle: «Menos mal que ha vuelto, ya verá en qué estado los encontrará a los dos». Es verdad que estábamos muy cansados, pero felices de haber trabajado por nuestros queridos árabes del Sahara. Durante la ausencia de mi madre hablábamos de ello todo el día; cuando ella estaba, no nos atrevíamos, porque se enfadaba cada vez que mi padre hablaba de África y del padre De Foucauld. Decía: «¿Por qué le metes esas ideas en la cabeza? Si ella se quiere ir, ¿qué vamos a hacer? De todas maneras, no tiene salud para eso».

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Larga espera Roma, 1981 Pasé por pruebas y más pruebas, que dificultaban, e incluso detenían, todo proyecto futuro. Y solo al cabo de veinte años de espera sonó, por fin, la hora de Dios… Espera, por cierto, muy dolorosa. Durante cuatro años a causa de la guerra de 1914, que diezmó una gran parte de mi familia: mis dos hermanos murieron en el frente, mi abuela murió a consecuencia de los bombardeos en su pueblecito del valle del Mosa y mi hermana, joven religiosa, a causa de una meningitis; otros diez años a consecuencia de una pleuresía tuberculosa, que me dejó muy debilitada; seis años debido a mi madre, ya anciana, que quedó sola después de la muerte de mi padre en 1925, y a la que no podía dejar después de las terribles pruebas que había sufrido, pues yo era su único apoyo. ¡Veinte años de espera! Hace falta haber vivido intensamente estas palabras para darse cuenta de su contenido, a veces lleno de confianza, otras de angustia. Sin embargo, una lucecita iluminaba este tiempo sombrío: la lectura de la vida del padre Carlos de Foucauld. En ella encontré todo el ideal con el que soñaba: vivir el evangelio y la pobreza total, ocultarse en medio de las poblaciones abandonadas… y, sobre todo, el amor en toda su plenitud, Jesús Amor. Pedía al Señor que apresurase la hora de mi marcha a tierras del islam, para ir tras las huellas del hermano Carlos de Jesús y vivir allí la misma vida pobre; pues, a pesar de todo lo que pudiera tener de inverosímil en el estado de salud en que me encontraba, tenía la seguridad de que el Señor me llamaba a ser una de esas hermanitas que el hermano Carlos había deseado tanto. Pero él, el dueño del tiempo, no tiene nunca prisa, mientras que para mí veinte años eran un siglo. La vida bullía dentro de mí y no comprendía que la enfermedad y el sufrimiento, lejos de ser estériles, podían ser la manera más maravillosa y fecunda de entregarme y de servir. ¡Por fin llegó la hora de Dios! Pero sus caminos son extraños y desconcertantes. El mayor obstáculo para poderme ir al Sahara era mi estado de salud, y el Señor, que se ríe de la lógica humana, permitió que se multiplicasen mis enfermedades. En el mes de marzo de 1935 empecé a sentir unos dolores violentos en el hombro izquierdo y, durante

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un año entero, el mal se agravó hasta el punto de verme obligada a suspender todas mis actividades. Después de varias pruebas, el médico me dijo: –Se trata de una artritis deformante grave, con descalcificación y atrofia de los músculos de la espalda. Poco a poco, las otras articulaciones se irán deformando a su vez, y corre el peligro de tener que pasar muchos años sin moverse de la cama… a no ser que se vaya a vivir a un sitio donde no caiga nunca ni una gota de agua, como… –El Sahara –le interrumpí entusiasmada–. Hace veinte años que sueño con ir allí. –Entonces no espere más. Este cambio sería el único medio, si no de curar lo que ya ha sido afectado, al menos de detener el progreso de la enfermedad. El informe médico que me dio fue la señal esperada por el sacerdote que, desde hacía años, como consejero prudente, considerando que era una locura que me marchase, combatía y probaba duramente mi vocación. Últimamente la perseverancia de mis deseos se había convertido para su alma de sacerdote en un verdadero tormento. Cuando acabó la lectura del informe, me dijo con energía: –Váyase pronto. No espere más. En Argel encontrará un sacerdote que le pedirá ayuda. Sígale. Pero eso no será todavía el final. Dios la tomará de la mano y usted debe dejarle actuar, obedeciéndole ciegamente, sin sombra de resistencia. Acuérdese siempre de esto: si le digo con tanta seguridad que tiene que ir es porque humanamente ya no es capaz de nada; si acaba haciendo algo, será obra de Dios, ya que sin él no podría usted hacer nada, absolutamente nada. Toda la fundación se apoya en estas palabras proféticas que iluminan el misterio de esta larga y dolorosa espera. Mi debilidad total permitiría a Dios actuar más libremente. Carta del 8 de septiembre de 1941 Al obispo Villerabel, de Aix-en-Provence Me ha pedido la crónica de nuestra pequeña congregación. Se la escribo rápidamente, de una manera muy sencilla, aunque tenga que hablar de mi vida íntima, sin

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disminuir lo que pertenece solo a la gloria de Dios «que ha mirado la humildad de su sierva» y ha fundado su obra con un pequeñísimo instrumento. Creo que mi vocación misionera nació al mismo tiempo que yo. Desde que tuve uso de razón, pensaba en África y en el martirio. ¡Pero había en esto un tal ardor de deseos que Dios, para probarme, me hizo esperar treinta años antes de realizar mi sueño! No cuento mi historia, sino la de mi congregación; así pues, no insistiré en los obstáculos dolorosos que se interpusieron en mi vocación: mi familia diezmada y completamente arruinada en la guerra de 1914 (somos originarios de Lorena) y yo, que, gravemente enferma de los pulmones durante varios años, pasaba el tiempo entre la cama y el sillón. Ninguna congregación misionera quería oír hablar de mí; ningún sacerdote quería autorizarme a partir, pero yo estaba segura de que iba a ser misionera… Finalmente, en el momento más desesperado, cuando estaban a punto de ingresarme por causa de una nueva enfermedad de los huesos, varios médicos que consulté me dijeron riendo que, para atajar la enfermedad, tendría que irme al Sahara. Era el signo providencial tan esperado por mi director espiritual, quien, lleno de remordimientos por haber rechazado tanto tiempo mi vocación misionera, me hizo embarcar inmediatamente con mi madre y una chica que tenía una vocación similar. Me fui, con un brazo en cabestrillo, anquilosado, los músculos atrofiados y el hombro deformado. Al llegar, desapareció todo y desde hace cinco años llevo una vida inverosímil, con tanto cansancio y esfuerzo físico que todos dicen que tengo una salud de hierro, a pesar de mi pulmón y mi corazón enfermos. Fue un verdadero milagro, y está continuando. En mis manos siempre vacías Dios derrama todo lo que necesito y poco a poco se ha constituido una congregación sin que yo tuviera otra tarea que alimentar deseos muy ardientes y verlos realizarse como por milagro, sin hacer nada más que dejarme conducir de la mano como un niño que se abandona.

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No será el final... Roma, 1981 El desembarco en Argel fue todavía más alegre que la salida de Marsella. Mis pies iban a pisar al mismo tiempo la tierra del islam y la tierra de África. Y la alegría fue aún mayor al ver, por primera vez, los rostros de todos esos niños árabes que, como una bandada de gorriones, se abalanzaban sobre nuestras maletas para llevarlas. ¡Resultan tan bellos para quien les ama! ¿Por qué, en torno nuestro, tiene que haber tantos rostros que solo les expresan hostilidad? Concretamente, fue para mí la ocasión de ver de cerca, con dolor, el problema racial, uno de esos graves problemas que me afectaron desde muy joven, porque adiviné que suponen mucha incomprensión entre las clases sociales, mucho odio entre las naciones y desprecio entre las razas y que, por esto mismo, son faltas graves a la justicia y a la caridad de Cristo. Encontramos a un sacerdote muy pobre, párroco de dos pueblos situados en las mesetas, a 150 km de Argel. Se había enterado de nuestra llegada y venía a pedirnos si queríamos ayudarle a fundar, en un barrio musulmán, una casa de asistencia del padre De Foucauld. Una vez más, el Señor me tomaba de la mano y, ciegamente, lo seguía. Cómo no iba a seguirlo, si el que me había dado permiso para partir me había dicho unas semanas antes: «A su llegada a Argel, encontrará a un sacerdote que le pedirá ayuda. Sígale…, será para usted la primera etapa».

Unos días después de nuestra llegada, los vecinos vienen buscando ayuda: muchachas jóvenes y niñas quieren que les enseñemos a coser, los enfermos nos piden asistencia… También me ruegan que vaya a ayudar al hospital cada vez que me sea posible. El problema de las enfermedades que me obligaban a vivir en un «invernadero» desapareció. Pude entregarme, a partir de este momento, a las tareas más duras. ¡La mano de Dios, visiblemente, me había tocado!

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Hoy es el día de la apertura de nuestro dispensario. Los pobres acuden como si nosotras fuésemos capaces de curar todas las enfermedades y dolencias. Menos mal que estamos bastante bien abastecidas de medicamentos. Nos sentimos muy felices de poder prestar ayuda a los que queremos tanto. Pero ¿podremos dar abasto? Muy pronto los árabes se han hecho nuestros amigos, queridos y grandes amigos y, de la mañana a la noche, llaman a la puerta hasta que les abrimos. Nunca comprenderían que no les abriésemos, porque entre ellos el deber de la hospitalidad es algo sagrado.

El Señor vela por nosotras de una manera extraordinaria. No permite que nos falte nunca nada, pero de vez en cuando le gusta probar nuestra fe. Hacía una semana que la bolsa estaba vacía. Quizás fuimos imprudentes comprando con demasiada precipitación lo que necesitábamos para nuestra capilla. ¡Qué más da! Así sabríamos lo que es ser pobres de verdad. Buscamos encima de las estanterías o por los cajones todo lo que fuera comestible e hicimos las comidas más extrañas. Pero los tres últimos días no nos quedaba más que un mísero saquito de harina mezclada con salvado, por lo que, en las tres comidas, tomábamos una papilla grisácea e insulsa. El primer día, con un poco de imaginación y de amor al Señor, intentamos que nos pareciese suculenta. Pero, cuando la cosa dura, ¡ya es otro cantar! Esta mañana, en el desayuno, sin habernos puesto de acuerdo, rendimos las armas: la papilla no quería pasar (las armas en cuestión eran las cucharas). Nos miramos desconsoladas… ¿Habremos presumido demasiado de nuestras fuerzas? ¿Nos vamos a detener ahora? Y como el Señor no se deja ganar en generosidad, apenas volvimos a coger las cucharas, alguien llamó a la puerta. El cartero nos traía un misterioso y voluminoso paquete, dentro del cual encontramos, entre virutas de papel, un magnífico huevo de Pascua de chocolate, lleno de peladillas y dulces. ¿Será posible que semejante cosa exista todavía en alguna parte del mundo? Hay que haber estado a dieta con aquel brebaje para adivinar que nuestra reacción inmediata fue la de devorarlo todo de una vez, sin esperar a la fiesta de Pascua. ¡Qué vergüenza!... Al mediodía no quedaba ni una sola peladilla, ni el menor trozo de

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chocolate o de dulce. Pero nos hallábamos repuestas por completo y dispuestas a volver a seguir comiendo el plato único de harina y salvado.

Durante dos años nos vimos arrastradas a una actividad desbordante. Antes de nuestra llegada, nadie se preocupaba de los árabes del poblado, nadie los quería, excepto el sacerdote que nos había llamado. Por eso, ¡con qué entusiasmo invadían nuestra casa, de día y de noche, sin dejarnos tiempo para reflexionar, para trabajar, para dormir ni, sobre todo, para rezar! Los únicos días tranquilos eran los dedicados a realizar largas giras por la montaña visitando campamentos, en los que nunca hasta entonces había penetrado ningún europeo, y pasando días enteros en las tiendas de los nómadas. En estos largos recorridos, el primer año a pie y el segundo a caballo, fui esbozando el plan de la obra futura que, en mi espíritu, no era en absoluto una nueva congregación, sino simplemente un grupo muy reducido en el cual pudiésemos realizar nuestra vocación personal. Después de haber estado limitada por las circunstancias, es fácil dejarse embriagar durante un cierto tiempo por la fiebre de una actividad desbordante y por la alegría de entregarse al alivio de todas las miserias, pero pronto llegué a percibir, en medio de tal derroche de acción, que me faltaba algo esencial: tiempo para recogerme y rezar. Sin embargo, Dios me había dado una vocación, no de monja de clausura, sino de contemplativa en medio del mundo, para hacer presente a Jesús, como la Virgen en la Visitación, la misma vocación del hermano Carlos de Jesús que, en medio de una intensa actividad, fue uno de los contemplativos más grandes de su tiempo. Con el paso del tiempo, yo encontraba cada vez menos esta posibilidad en Boghari y sufría profundamente; me sentía turbada y decepcionada en mi vocación, olvidando aquella frase orientadora: «Sin duda, esto no será todavía la meta… ¡Dios la tomará de la mano y, ciegamente, usted le seguirá!». Carta desde Boghari, 25 de agosto de 1938 A unos amigos

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Nuestro silencio ha debido de extrañaros y os habréis preguntado bajo qué cielos hemos plantado nuestra tienda, pero, con nosotras, no hay que extrañarse por nada, ya que tenemos una verdadera vocación de «nómadas». Boghari fue una primera etapa, que inauguró nuestra tarea de «desbrozadoras». Todo lo que hacíamos ha sido asumido por una congregación religiosa que lo sabrá desarrollar mejor que nosotras. Y ahora vamos a realizar nuestro sueño de penetrar cada vez más en el gran Sahara, patria del hermano Carlos de Jesús…, 500 km más lejos; esto no es nada en este país, donde las distancias no cuentan. El obispo del Sahara nos acepta en su diócesis y, como las Hermanas Blancas ya tienen allí magníficos talleres y dispensarios, podremos circular constantemente en medio de los nómadas para llevarles el amor de Cristo. Para prepararnos mejor a esta obra tan bella y darle una base religiosa, vamos a pasar seis meses en la casa de noviciado de las Hermanas Blancas, cerca de Argel. Tendréis la ocasión de continuar ayudándonos…; de momento hacedlo con vuestras oraciones. Estos seis meses serán un tiempo de bendición, de preparación fervorosa a los pies del Señor, a quien pediremos que bendiga nuestra obra futura. Pedídselo con nosotras. Ya hay varias personas que se preparan para seguirnos. El Señor parece querer esta obra, vosotros también lo habéis comprendido. Continuad dándonos vuestra confianza y vuestra amistad.

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Tiempo de noviciado Diario, 8 de diciembre de 1938 Los tres primeros meses de noviciado pasaron muy rápidos, aunque no comprendía hacia dónde quería conducirme el Señor. Como toda novicia, tenía que atravesar un desierto árido. A menudo he sentido el corazón triturado, aunque el Señor ha venido, a veces, a consolarme. El Niño Jesús de Belén es ahora mi compañero de camino. Aunque atravieso muchas pruebas, no me puedo resignar a la idea de tener que abandonar, al cabo de seis meses, este remanso de paz y de fervor que es para mí el noviciado de las Hermanas Blancas. Escribo a monseñor Nouet pidiéndole autorización para prolongar tres meses más mi estancia en Saint Charles. Diario, 28 de diciembre de 1938 Monseñor Nouet ha venido hoy a Saint Charles y ha pedido a la superiora general de las Hermanas Blancas que nos permita quedarnos hasta completar el año, para que nuestro noviciado sea canónico. Me dice: «Dese usted prisa en escribir las constituciones. Permanezca seis meses más en Saint Charles para poder acabar el noviciado. Entonces podrá hacer profesión religiosa. Prefiero que vaya al Sahara como religiosa más que como laica. Además, usted me ha dicho en diversas ocasiones que sentía en su corazón el deseo de la vida religiosa y que los únicos obstáculos para su realización han sido su salud y las dificultades familiares». ¡Y fue así como se decidió la fundación de la Fraternidad, sin otra intervención por mi parte que seguir el camino que tan luminosamente me trazaban! Una vez más, el Señor me tomó de la mano y, ciegamente le seguí. Carta desde el noviciado de Saint Charles, 30 de noviembre de 1938 A una amiga

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¡Si supiera por lo que estoy pasando! Desde hace casi tres meses he estado quieta, quieta… y ahora me siento a punto de estallar. Quisiera ir a andar veinte kilómetros a pie por las montañas de Boghari, o mejor, cuarenta a caballo, y después todo iría bien. Como esto es imposible, se lo ofrezco todo al Señor y procuro continuar siendo una buena novicia… Además, ¿ha visto cuando el herrero calienta al rojo vivo los trozos de hierro y los martillea con todas sus fuerzas? Cuando era pequeña, siempre me daban pena esos pobres trozos de hierro. ¡Pues así es como estoy yo! Así que todo me duele, sobre todo el corazón…, pero en el fondo estoy llena de alegría, porque nunca amé tanto al Señor. Sí, escríbame para hablarme de Dios y del cielo. ¡Jesús es tan bueno! Consuela todas las penas. Quisiera decírselo a todo el mundo, pero tengo que callarme, porque son secretos de amor… Con usted no me callaré, porque también ha sido seducida por él y nos comprendemos muy bien. ¿Cuándo llegará el cielo? Hay días en que me siento tan cansada que me parece tocarlo de cerca, pero después siempre resucito. Carta desde el noviciado de Saint Charles, 25 de febrero de 1939 A su madre Comprendo, mamá, que estés impaciente por enterarte de mis proyectos. Pero sabes que las obras de Dios no se hacen sin tribulación y piden mucha paciencia y abandono. Monseñor Nouet va a volver en marzo. Todo está en sus manos, pero ya es seguro que nuestro noviciado va a continuar durante el tiempo suficiente para que esta nueva fundación –porque es esta la palabra que hay que emplear ahora– repose sobre bases sólidas. Respecto a correspondencia y visitas, tendré que entrar en el régimen común para que este período pueda ser considerado un noviciado canónico. ¡Si supieras qué reparo me da encontrarme en esta situación: ser fundadora de una congregación nueva! ¡Pobre fundadora, tan llena de miserias físicas y morales! Creo que, si el signo de una obra querida por Dios es la debilidad de los medios y de los instrumentos humanos, la condición se encuentra aquí plenamente realizada.

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Te mando un abrazo, querida mamá, con una ternura más grande que nunca, y te pido perdón por hacerte sufrir. Carta desde el noviciado de Saint Charles, 7 de junio de 1939 Al padre Voillaume Hablé con monseñor Nouet dos veces, durante mucho rato. Me dijo que ahora sí que confiaba de verdad en mí y que por esto me había hecho pasar por el noviciado de las Hermanas Blancas. Habló de nosotras al papa, que le preguntó muchas cosas sobre nuestra vocación, sobre lo que habíamos hecho, y que dio mucha importancia a la apertura a las vocaciones del país. Le encargó que nos bendijera especialmente; esto ha sido una verdadera alegría para mí. Le envío dos escritos: un proyecto de directorio muy detallado, y un proyecto de constituciones más conciso. He pensado que más valía exponer todo lo que tengo en la cabeza para que la censura lo controle, no solo en cuanto a derecho canónico, sino en cuanto a espiritualidad. Si lo condenan todo, quedaré en paz; será Dios que lo habrá querido. Y si lo aprueban, tendré una seguridad total. Desde hace varios meses he sufrido mucho, porque en este proyecto me encontraba muy sola. Aquí nadie quiere asumir la responsabilidad de darme un consejo, y el propio monseñor Nouet me dice que él no tiene más que seguir, puesto que es a mí a quien han sido dadas las luces del Espíritu Santo. He pasado por momentos terribles…

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2. Un rincón del desierto florecerá Esta primera etapa del camino de fundadora de Magdeleine está muy marcada por algo que le sucedió el último año que estaba en Boghari, y que tuvo una continuidad durante el tiempo de noviciado. Se le concede una experiencia interior muy fuerte, que la marcará para siempre, y ella tiene conciencia de que le ha sido dada para toda la congregación. Ahora, con la fuerza de Jesús en ella, va hacia sus queridos nómadas del desierto a compartir penas y alegrías, y al mismo tiempo se ocupa y preocupa de formar a las jóvenes que empiezan a llegar y que inician un tiempo de formación en Francia. Hermanita Magdeleine quiere informarlas en todos sus detalles de la vida que les espera. Así conocemos este período de su historia, por las cartas que les escribe desde el Sahara. Para terminar la construcción de la casa de Touggourt y para mantener a las novicias en Le Tubet, recorre Francia en guerra en todas las direcciones, con una pequeña y pobre película que ha ido rodando con sus amigos nómadas, y pide ayuda económica al mismo tiempo que da a conocer su proyecto. Muchas son las aventuras con que se encuentra, pero todo es ocasión para ir ayudando a crecer a las futuras hermanitas. Magdeleine asume la tarea de completar la formación de sus seguidoras, que durante ese tiempo están acompañadas por religiosas de otra comunidad.

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Un sueño y sus frutos Carta desde el noviciado de Saint Charles, 24 de enero de 1939 Al padre Voillaume Le escribo solo por obediencia, y una obediencia que me cuesta mucho. Para poder explicarle todo lo que estoy viviendo, es necesario que me remonte a lo que me sucedió hace dos años. Entonces no hablé con nadie, porque no tenía a quién decírselo, y también porque consideré que era un sueño –aunque esto no lo creo más que a medias, pues a partir de ese día ha habido un gran cambio en mí–. Una noche me había acostado con miedo y con dolor, llorando sin poder consolarme, y de repente me encontré en un patio. Vuelvo a verlo todo como si hubiera sido ayer. Delante de mí caminaban dos o tres santas personas que yo no conocía. En frente, hacia la derecha, se encontraba la Virgen, sosteniendo en sus brazos al Niño Jesús, un Niño Jesús como nunca en la vida hubiera podido imaginarlo, porque superaba cualquier visión humana. No puedo describirlo, solo me vienen estas palabras: luz, dulzura y, sobre todo, amor. ¡Y la Virgen se disponía a entregarlo! ¡Qué suplicio! Estaba segura de que no era a mí a quien lo daría, porque yo no tenía ni el corazón ni el alma suficientemente puros para semejante favor, y me quedé en un rincón, llorando como nunca mi indignidad. No me atrevía a mirar y, sin embargo, atraída a pesar mío, levanté los ojos: me quedé estupefacta al ver pasar delante de la Virgen a la primera, luego a la segunda y por fin a la tercera persona, quienes no se daban cuenta de nada. Estaban muy piadosamente recogidas. ¡Yo hubiera querido gritarles que mirasen! De repente, me encontré sola frente a esa visión, y fue a mí a quien la Virgen dio a su pequeñito Jesús. Ya no pensé más en mis pecados; al contrario, viví una alegría que no puede expresarse con palabras humanas. Y, en un profundo arranque de ternura, abracé y apreté tanto al Niño Jesús contra mi corazón que él se incorporó a mí (esto no sé cómo explicarlo…). Esto fue el comienzo de una gran transformación en mi devoción, que se volvió mucho más afectuosa y sensible. No podía pensar en Jesús sin revivir esta escena. Carta desde el noviciado de Saint Charles, 7 de junio de 1939

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Al padre Voillaume Desde hace un mes estoy de nuevo viviendo en la presencia muy sensible del Niño Jesús. No sé cómo explicarle esto porque no se trata, de ninguna manera, de ver con los ojos del cuerpo, sino con toda el alma. Es, a la vez, mucho menos y mucho más que una visión, porque se trata de una presencia continua cuyo efecto invade todo mi ser. Y, al mismo tiempo, tiene forma, pues si yo fuera artista tendría un gran gozo al querer representarle y a la vez un gran dolor porque, sin duda, nunca lo lograría. Este Niño Jesús se impuso a mi alma para sustituir a mi maestra de novicias y hacerse mi maestro. No me deja descansar hasta que haga todas las cosas que a mí me parecen insignificantes, pero tienen relación con la obediencia y la humildad, lo más perfectamente posible, con el mismo amor con que iría al martirio. Me da a entender que la verdadera santidad consiste en hacerse pequeña, más que en realizar grandes cosas. Carta desde Túnez, 8 de septiembre de 1946 A las hermanitas en Aix-en-Provence Antes de irme al cielo (cosa que temo no sucederá en mucho tiempo…), quisiera daros a todas juntas «mi» Niño Jesús, para que lo tengáis en vuestros brazos. Estando tan cerca os estorbará. Os estorbará para ser duras: un niño pequeño, y sobre todo el Niño Jesús, tan dulce, no podría soportar rostros duros, ojos duros, una voz dura. Os estorbará para estar tristes: aunque seamos infelices, tenemos que sonreírle a un niño. Os estorbará para ser bruscas, ligeras, habladoras: es necesario un gran recogimiento para poder gozar de su presencia, un gran silencio interior y exterior. Os estorbará para ser grandes: le daríais miedo y no se quedaría en vuestros brazos. Os estorbará para ser desobedientes, porque sufriría demasiado, él que fue obediente desde el pesebre hasta la cruz. El Niño Jesús, que resume todos mis deseos y todo mi amor, es el más hermoso testamento que os puedo dejar, y nadie lo rebatirá. En él está Jesús entero en potencia: Jesús obrero, Jesús en los caminos, Jesús de la pasión, Jesús glorioso… Él os conducirá hacia la plenitud de vuestra vocación: humildad, despojamiento y amor universal. Dejad que él crezca en vosotras.

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Extracto del «Boletín verde» (1945) Con un corazón de niña, permitirás que la Virgen María te entregue a su Niño Jesús. Este será el broche de oro… Tal vez has tratado de hacer cosas grandes y bellas y has acabado decepcionada. Es lo que nos ocurre cuando nos lanzamos a realizar cosas por nuestra cuenta. Quisiste ofrecer al Señor el éxito de tus proyectos llegando satisfecha ante él con las manos llenas. Pero has olvidado mirarle a él, tu único Modelo, que solo te puede presentar sus manos rasgadas por los clavos de la cruz, manos callosas de trabajador o manitas impotentes en un pesebre.

Has olvidado mirar con suficiente amor la vida entera de Cristo, desde su comienzo en el pesebre, su cuna, donde era pequeño como todos los niños. No era un niño extraordinario, ni un niño prodigio, sino un niño como lo fuiste tú, un niño que lloraba de frío acostado sobre la paja. Dios asume nuestra condición humana en su totalidad, y desea ser contemplado y adorado también en este estado de impotencia y dependencia total. Para comprenderlo necesitamos una mirada de niño, un corazón de niño. Olvidamos con frecuencia que la infancia espiritual no es solo para algunos. El Señor, tomando de la mano a un niño, lo puso en medio de los grandes que se peleaban por el primer puesto y soñaban con un reino terrestre, diciéndoles: «Si no cambiáis y os volvéis como niños, no podréis entrar en el reino de los cielos» (Mt 18,3). No dijo «no tendréis un buen lugar», sino «no entraréis» en el reino. Así pues, te sugiero que te detengas ahora a mirar este pesebre a la luz de la estrella que guio e iluminó a los Magos, para comprender sus enseñanzas. Tal vez a otros les desconcierte… Deja que se sonrían. En este pesebre de Belén encontramos a Cristo entero, a la vez Dios y hombre, el mismo que en el taller de Nazaret, en la pasión, la cruz y toda la gloria de la resurrección y del cielo.

Que este pesebre te evoque solamente a aquel que es tu Dios y que te llama a seguirle en este espíritu de infancia y de abandono. Con Jesús, confía en Dios como un niño 38

pequeño. Con él, abandónate a la Virgen María como un niñito a su madre.

A ella te confío, y te pido que recibas de sus manos al Niño Jesús, para tenerlo siempre contigo y llevarlo a través del mundo con su mensaje de humilde abandono, de sencillez y pobreza, de dulzura, paz, alegría y amor… Un amor universal, por encima de las divisiones de clases, naciones y razas, para que reine entre los hombres la unidad en el amor del Señor. Carta desde Roma (Tre Fontane), 8 de diciembre de 1984 A todas las hermanitas En primer lugar, quisiera contaros la historia del Niño Jesús en la Fraternidad y la de nuestra Señora del mundo entero, que llamábamos al principio nuestra Señora del Sahara, porque estábamos exclusivamente consagradas a los nómadas del desierto. Pero esta historia no será completa porque ciertas cosas, mientras viva, prefiero que queden entre Dios y yo… Mis padres, tan piadosos –iba a decir tan santos– el uno como el otro, me inculcaron el amor por el Niño Jesús. En esa época se hablaba únicamente de él durante el tiempo de Navidad. En casa poníamos el nacimiento, un hermoso belén que toda la familia arreglaba con alegría, pues había otros cuatro hijos mayores que yo y los cinco competíamos para ver quién lo adornaría mejor. Lo dejábamos puesto pasado el tiempo litúrgico, porque nos parecía que era insuficiente venerar semejante misterio durante tan pocas semanas. Por aquel entonces no se pensaba tampoco en poner el niño Jesús sin el pesebre, después del tiempo de Navidad, pero, desde que se fundó la Fraternidad, en todas partes donde hay hermanitas su imagen ha «invadido» el mundo entero desde el 1 de enero al 31 de diciembre.

En 1937, antes de mi entrada en el noviciado de las Hermanas Blancas, donde debía prepararme para vivir en el Sahara siguiendo las huellas del hermano Carlos de Jesús, el

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Pequeñito se me reveló. Oh, no fue una visión, no os inquietéis, sino algo más vivo todavía... Después, durante todo mi noviciado, él me hizo vivir en su presencia. El 30 de noviembre de 1939, cuando tuvimos un techo en Sidi Boujnan, lo entronicé como el pequeño rey de la Fraternidad. Estaba representado por un pobre Niño Jesús de yeso, el de la iglesia parroquial, que ya no se podía utilizar porque tenía los dos brazos rotos. Después, este Niño Jesús despedazado y reparado se quedó siempre allí, y aún se conserva. Cuando, por obediencia, nos vimos obligadas a abandonar esa fraternidad durante varios años, lo dejamos allí como guardián, pidiéndole que nos la devolviera, lo que hizo cinco años después. Y él es el centro de todas las fraternidades a través del mundo. Carta desde Roma, 1 de enero de 1956 A las hermanitas Hace algunos días celebramos el nacimiento de Jesús. Pedí a las hermanitas que estaban conmigo que recibieran el mensaje del pesebre con un corazón de niña. Para concretizar mi petición, hice llenar las paredes del Secretariado con todas las fotos de niños que pudimos encontrar, para que las hermanitas descubrieran, en su mirada tan sencilla y tan pura, el secreto de la infancia espiritual. Y estas fotos rodeaban el pesebre del pequeñito de Belén, a quien os he confiado durante la última noche de Navidad que paso en medio de vosotras. Más que nunca, este año he pedido al Niño Jesús que os ayude a comprenderlo y a amarlo en toda la profundidad del misterio de su infancia. Pienso, sobre todo, en las que han crecido y envejecido demasiado pronto, y les cuesta inclinarse sobre una cuna de niño pobre, porque tienen preocupaciones más sabias; en las que están demasiado agobiadas y no tienen tiempo de detenerse ante algo tan pequeño, cuando es precisamente ahí donde encontrarían la solución a todos sus problemas, a todas sus dudas y angustias; en las que son demasiado ruidosas y no oyen lo que, cerca de un recién nacido, solo se puede decir en un susurro. Y, sin embargo, el espíritu de infancia es accesible a todo el mundo, es necesario para «entrar en el reino de los cielos» y es indispensable en los tiempos de hoy. Tenemos que volvernos como «niñas» para seguir 40

recorriendo el mundo y diseminarnos de dos en dos por todos los continentes, sin miedo a lo desconocido, en Tokio, en el cabo de Buena Esperanza, en Ceilán, en la Martinica, en México, en Perú... Para permanecer humildes y pobres ante los fracasos y los éxitos, ante los reproches y los elogios, necesitamos un alma de niña. Vivimos horas difíciles. Hablan de nosotras en las revistas y en los periódicos, nos embellecen y nos desfiguran. Tenemos que vivir en paz y reconocer humildemente que sin el Señor, entregadas a nosotras mismas, no valdríamos nada, puesto que, incluso con él, cometemos tantos errores, torpezas y faltas... Junto a este pequeñito del pesebre, os deseo un año de luz. Reconoced cerca del nacimiento todo lo que os falta para acercaros un poco al hermoso ideal al que el Señor os llama. Reconoced que sois todavía egoístas, bruscas e independientes, y suplicad al Niñito de Belén y a María, su madre, que os ayuden a transformaros. Carta desde Roma, 11 de diciembre de 1961 A las hermanitas No vaciléis en postraros ante Jesús Pequeñito. Quizás no lo habéis adorado suficientemente como vuestro Dios, porque vuestra devoción se quedó infantil y sentimental. No habéis visto en este pequeño recién nacido al Cristo de Nazaret, de la eucaristía, del Calvario y de la resurrección. No habéis descubierto con bastante asombro cómo Cristo, Hijo de Dios, al manifestarse a los hombres, quiso revelarles la grandeza de los misterios divinos a través de la pequeñez y de la debilidad de un recién nacido. Quisiera ayudaros a hacer a sus pies vuestro examen de conciencia, no con temor, sino con esperanza: un examen de conciencia no debería nunca ser una causa de tormento, aunque nos duela reconocer que hemos ofendido a un Dios tan bueno y que le hemos llevado al Calvario, a él, que había venido a tendernos los brazos con tanto amor, sobre la paja del pesebre. Mirad con atención a ese Pequeñito de Belén y preguntaos lealmente si habéis comprendido su mensaje.

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Él os grita: abandono, docilidad. ¿No os falta muchas veces espíritu de abandono para entregaros amorosamente en las manos del Padre? ¿Sois como burbujas ligeras en manos de vuestras responsables, dispuestas a partir donde os envíe la obediencia, dispuestas a dejaros hacer, sacrificando vuestra voluntad?

Él os grita: confianza. Confianza en Dios su Padre y confianza en él mismo, Jesús, que os atrae a él con la misericordia y la ternura que tenía con los pecadores: la samaritana, María Magdalena, el buen ladrón... ¿No tenéis a menudo miedo de él, en lugar de lanzaros en sus brazos? ¿No os sentís a menudo desanimadas?

Él os grita: dulzura y paz. ¿Irradiáis la dulzura y la paz del niño de Belén, esa dulzura y esa paz que ningún mal puede alterar?

Él os grita: humildad, entregándose por amor al anonadamiento del pesebre. Por amor a nosotras se rebajó hasta ese punto. ¿Aceptáis el pequeño desprecio que provocan los reproches y las humillaciones? ¿No preferís el primer lugar antes que el último? ¿No os sentís heridas por no haber recibido un cargo? ¿Sois pequeñas en vuestras palabras, en vuestros actos, en todo vuestro ser? Él os grita: pobreza. No una pobreza como vosotras la soñáis algunas veces, sino una pobreza muy sencilla. Las condiciones de vivienda, de alimento y de higiene impuestas por el sentido común y la obediencia no son un impedimento a la pobreza; sí lo es conservar tantos objetos superfluos, de los que podríais desprenderos. Además, ¿no os apegáis de manera exagerada a vuestras ideas, juicios y opiniones? Esto sí que perjudica a la pobreza de una hermanita.

Él os grita: ternura, y abre sus brazos al universo entero, ante todo a los pequeños y a los humildes. ¿Amáis como él a todos los que os rodean? Él eligió como primeros adoradores a unos pobres pastores. ¿Y vosotras? ¿Quiénes son vuestros predilectos? 42

¿Os dejáis conmover por el sufrimiento del mundo? Cuando tantos pueblos sufren por causa del hambre y del odio, ¿permanecéis centradas sobre vuestros pequeños problemas personales?

En la noche de Navidad haced un examen de conciencia, con paz y esperanza, pero también con lealtad. Y después de haberos examinado y haber depositado vuestras promesas al pie del pesebre, dejaos invadir por la alegría de Navidad, que es fuente de esperanza y de amor. Navidad es la fiesta de toda la Fraternidad, nuestra fiesta preferida. ¡Que dure todo el año en vuestro corazón! Así os quedará, en el fondo del alma, un rincón de alegría y de esperanza iluminado por la estrella que resplandece en la noche de Navidad. Por lo tanto, ánimo. Caminad a la luz de esa estrella. Caminad valientemente sin arrastraros en el camino, sin quejaros constantemente de que estáis desanimadas o cansadas. Seguid adelante, aun si el camino es duro. Incluso os digo: sed felices cuando sea duro, como el alpinista que prefiere los senderos abruptos y peligrosos, que llevan a las más altas cimas, a los caminos de laderas suaves, de fácil acceso pero sin grandes horizontes. No miréis las alegrías del mundo que abandonasteis o los errores y faltas que habéis cometido. Andaríais menos ligeras y el camino sería más difícil. Olvidad todo eso y caminad. Así llegaréis a la cumbre de la montaña, en la cual el Señor muy amado os espera. Ya no será el Pequeñito del pesebre, y sin embargo será siempre el mismo Señor, pero ahora en todo el esplendor de su resurrección y de su gloria en el cielo. Es ahí donde estaremos todas reunidas un día, en una tal alegría y unidad que no sentiremos haber luchado y sufrido para prepararnos a ello. Carta desde Roma, 22 de julio de 1956 A las hermanitas

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Permaneced serenas y apacibles en el jaleo del mundo actual. Sed una «sonrisa» en el mundo, es mi mayor deseo. Si sonreís en medio de todo este sufrimiento que podría bloquearnos, es señal de que vuestro corazón está en paz y de que habéis olvidado todas vuestras preocupaciones personales para no pensar sino en los demás. Esto solo será posible si el Niño Jesús os da un reflejo de su alegría de pequeñuelo que reposa confiado en los brazos de la Virgen María, su madre. Sonreíd a todos los que sufren: a los enfermos, a los leprosos, a los prisioneros, a quienes trabajan en las fábricas, a quienes sufren en su carne, en su corazón, en su alma. Si fuerais para ellos como el pequeño rayo de sol que entra en una habitación sombría y helada para iluminarla y calentarla, sería suficiente para que yo olvidara todas las lágrimas que me ha costado y que me costará aún la fundación de la Fraternidad.

No tengáis miedo. Partid ligeras, aún más ligeras que las pompas de jabón, a todos los continentes. Partid muy lejos, sin mirar atrás. No tengáis miedo al sufrimiento, sobre todo a la soledad. No busquéis sucedáneos en amistades humanas. El Señor desea que tengamos el corazón libre para amar a todos sin excepción. Es esto lo esencial de nuestra vocación: llevar en el corazón a todos aquellos que nos rodean y que el Señor ha puesto en nuestro camino, como si cada uno fuera nuestro único amigo. Es difícil, solo Dios puede ayudarnos a realizarlo: que nuestra amistad con cada uno sea tan grande que nadie pueda estar celoso. Es este el mensaje de la Fraternidad, este mensaje que debemos llevar a través del mundo, a los cinco continentes, a todos los pueblos, sean cristianos, judíos, musulmanes o budistas, marxistas o ateos. Llevad este mensaje junto con la Virgen del mundo entero. Ella camina con vosotras para dar al mundo el Niño Jesús, que sonríe y tiende las manos a todos.

Que María entre cada vez más profundamente en vuestras vidas. Sin ella no podréis hacer nunca nada, como un niño pequeño no puede hacer nada sin su madre. Al final de este periodo de fundación, la Virgen está mucho más presente en la Fraternidad. Comencé por el Niño Jesús y él me hizo comprender que necesitaba de su madre para verter a raudales su gracia sobre las hermanitas. Ella os guardará de todo peligro y velará 44

sobre vuestros pasos; de ahí saco la audacia necesaria para enviaros a los países más lejanos. Sed siempre pequeñas, como lo fue el Niño Jesús en las manos de su madre. Os confío a ella con toda mi ternura.

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Touggourt: la increíble fuerza de la amistad Carta desde Touggourt (Argelia), 23 de diciembre de 1939 A su madre Mamá, no he conseguido escribirte a tiempo para que recibieras mi carta el día de Navidad. Te llegará entre Navidad y Año Nuevo y te alegrarás, porque tengo que anunciarte una buena noticia: no esperaremos al verano para ir a verte. Sin duda iremos en mayo, porque necesito recorrer Francia para buscar fondos, ya que nuestras reservas están bajando mucho. Por suerte nos alimentamos con los restos del hotel Chazelles: lentejas, guisantes, ensaladas, a veces carne… El domingo es casi una comida completa, porque la señora Chazelles va a la cocina del hotel y coge todo lo que puede para traérnoslo. Son gente extraordinaria y no sé qué hacer para agradecérselo. Me voy todos los días al amanecer, al trote más o menos rápido según la hora, porque quiero estar con los nómadas desde el inicio del trabajo. Les quiero mucho, y ellos me lo devuelven bien. No les gusta verme trabajar como ellos, y me quitarían las herramientas de las manos, ya que les parece que no son para mí. Cuando les explico que lo hago por amor de Dios, terminan dejándome hacer. Nuestra pequeña Miriam está de maravilla. Es bonita, sonrosada y con cabellos negros. No encontramos rastro de su familia. Se piensa que es una niña nómada. Hay muchas tiendas y chozas alrededor nuestro. El martes estuvimos preparando los regalos de Navidad para nuestros vecinos más cercanos, sedentarios y nómadas. Dios renovó los milagros de Boghari: los racimos de dátiles afluyeron, una señora nos hizo 100 pastelillos, nos enviaron gratis dos cajas de naranjas, llegaron bombones. Cuando hablamos de cultivar una huerta, las semillas y los árboles llegaron también. En unos años comerás espárragos y albaricoques, y dentro de 10 o 20 años ¡dátiles! La atmósfera es extremadamente seca, como en todo el Sahara, y en tres meses no hemos tenido más que dos días de lluvia, aunque en esta región hay capas subterráneas

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de agua y algunas zonas son húmedas. Que el Niño Jesús derrame sobre ti mucha dulzura; se lo pediré el día de Navidad. Carta desde Touggourt, 17 de enero de 1941 A las primeras hermanitas, que se están formando en Francia Heme aquí en plena vida sahariana. Si hubierais estado hoy aquí, habríais comprendido cómo son las tempestades de arena. Si no fuera maravilloso, diría que es infernal. Es imposible aguantarse sobre el lomo del mulo, mantener el velo en la cabeza, ni un chal en la espalda. El rostro, los ojos, la garganta, todo arde. El cielo está gris debido a la arena que revolotea y el viento es glacial, casi tanto como la nieve de Lyon. Después de haber andado a pie por el desierto durante varios días, me han prestado un mulo, uno de los dos únicos del cuartel, y el capitán Bouvier lo pone a mi disposición. Los nómadas me han recibido con un entusiasmo extraordinario; en las tiendas hay un ardor por el trabajo que sorprendería a más de uno. Los dos especialistas en cinturones hacen 3 o 4 cada día. Los niños trenzan camellos con fibra de palmera. Yo paso una parte del día en las tiendas y en las chozas y somos muy felices juntos. Les quiero mucho. Empezamos la obra en el interior de la casa con los dos albañiles Athman y Ali, y los dos peones Messaoud y Abdou. El primer trabajo es hacer huecos en forma de media luna en el espesor de los muros: en la capilla, donde cada hermanita podrá poner su misal, y en el refectorio, para el plato y la taza. Haremos de la misma forma grandes estanterías en la sala de comunidad. «Va a hacer que se caiga la casa», me dice la gente prudente. Pero yo estoy segura de que no, porque antes de excavar las paredes hice encajar debajo del hueco vigas de madera o de hierro. Así que esto más bien va a consolidar los muros de tierra… Carta desde Touggourt, 15 de abril de 1941 A un amigo jesuita

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Padre, ¡si supiera qué feliz soy en medio de los nómadas! Me siento verdaderamente de su familia, casi de su raza: he adoptado los mismos gustos que ellos, mi único deseo es el desierto… Me gustaría que nosotras fuéramos a la vez muy contemplativas y nómadas. Más que nunca, Jesús ha llegado a ser mi gran amigo, ¡le amo muchísimo! Carta desde Touggourt, 7 de mayo de 1941 A las primeras hermanitas A partir de hoy, estoy viviendo como nunca el abandono en la Providencia. Las existencias bajan rápidamente, y debo economizar hasta la más pequeña moneda para no verme obligada a mendigar demasiado pronto. ¡Si supierais lo buena que es esta verdadera pobreza! Esta semana he acompañado a una familia nómada a 10 km de aquí, a través de las dunas del desierto. Me invitaron a tomar el té y el cuscús antes de desmontar la tienda, y mientras comían, los hombres hablaban, sin pensar que yo les comprendía: «La hermana irá al cielo como nosotros, aunque ella no haga la profesión de fe musulmana, porque nos quiere mucho, nos da trigo, centeno, trabajo. Ella se ha vuelto como nosotros». Habíamos salido hombres, mujeres y niños con 6 camellos y 3 cabras. A las 5 de la tarde los nómadas quisieron que yo regresara, diciéndome que no era prudente ir más lejos a esa hora. Me marché sola en un inmenso mar de arena. Era hermosísimo y llevaba a la oración. Imposible perderme siguiendo las trazas dejadas a la ida por las patas herradas de mi mulo. ¡Estaba segura de que el Señor me protegía!

¡Pronto tendremos la alegría de vernos, aunque me cuesta irme de este querido Sahara! Viviremos juntas algunas semanas, en las que se decidirá si estáis hechas para ser verdaderas hermanitas de Jesús y, aunque seré indulgente con los fallos exteriores más o menos graves, seré exigente en todo lo que toca a la bondad y al amor. Es un punto muy importante de la regla del hermano Carlos de Jesús. De todo corazón, ofrezco la vida para que nuestra congregación tenga este espíritu inmenso de caridad que debe ser nuestro rasgo distintivo. 48

Carta desde Touggourt, 17 de diciembre de 1941 Al padre Devillard, su amigo jesuita La entrevista con monseñor Mercier fue muy buena, aunque terminó con una decisión diferente de lo que yo había pensado. De nuevo, el Señor me conduce de la mano y no tengo más que cerrar los ojos y obedecer. Monseñor Mercier quiere que nos instalemos enseguida en nuestra casa de Touggourt. Vamos a inaugurar la capilla y los Padres Blancos celebrarán la misa tres veces por semana. Por eso, he mandado un telegrama a Aix para que vengan las hermanitas Anne y Francine. Creo que no van a tardar y que pasarán a verle en Argel. No sé lo que pasará este año. Monseñor Mercier ha asumido muchas cosas. Quiere compartir autoridad con el arzobispo de Aix. Creo que me voy a entender con él, ya que parece muy santo y sobrenatural y esto es lo único que me importa. Será firme, lo que no me disgusta. Y además, representa a Dios para mí, y con esto está todo dicho. Continúe rezando mucho. Estamos lanzadas en plena tempestad, nos hemos convertido en el punto de mira de simpatizantes y no simpatizantes. Pienso que muchas cosas dependerán del éxito de este primer año. No sé lo que será de mí, personalmente. Cada vez más, me parece que estoy suspendida de un hilo y que voy teniendo fuerza hora tras hora y minuto tras minuto. Hay días en que todo es muy penoso, muy por encima de las fuerzas humanas, pero Dios visiblemente está conmigo. Le doy mi vida gota a gota…, usted sabe de qué modo quisiera yo dársela… Me lo ha concedido todo, tal vez también me conceda este último deseo. Soy feliz en medio de los nómadas, cuando comparto la vida con ellos. «Tú eres árabe como nosotros», me dicen. Y un poco es verdad. Monseñor Mercier permite las salidas de varios días. Nos anima en nuestra vida nómada. Creo que ganaremos mucho si él nos dirige. Va a escribir a Roma para que, lo más deprisa posible, tengamos un reconocimiento legal. Si conoce personas que tienen vocación y les habla de nosotras, le suplico que se lo ponga difícil. Nuestra vida será muy dura, no nos convienen vocaciones vacilantes. Nuestra casa en Sidi Boujnan es extremamente pobre, sin ninguna de las comodidades

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que hacen fácil la vida: ni sillas, ni mesa, ni libros, únicamente cofres a lo largo de las paredes. Carta de 1938 Al obispo del Sahara, monseñor Nouet Para el padre De Foucauld era muy importante la inserción entre los árabes, los lazos creados mediante el contacto íntimo, cotidiano, que solo se puede dar fuera de un monasterio. Nuestra vida tendrá que ser muy profunda, porque no estaremos salvaguardadas por una clausura. La caridad ejercida al exterior no deberá ser sino el desbordamiento de la caridad profunda alcanzada en la vida de oración, el reflejo del mismo Cristo. Nuestra actividad consistirá únicamente en esta tarea de «crear lazos», relaciones de amistad, en contacto íntimo y cotidiano con la población local. Nos daremos a ellos porque los amamos y porque queremos ser «de su familia». Nuestra presencia tan cercana no será tanto para distribuir con rapidez y abundancia ayudas y medicamentos, sino para vivir con ellos como en familia y llevarles al Señor presente en nosotras. Nuestras obras serán, por así decir, ambulantes. Si somos al mismo tiempo muy fervorosas y muy accesibles, podremos tal vez un día recibir vocaciones locales: se encontrarían «en su casa» por el estilo de alojamiento, de comida, de costumbres… El reglamento sería adaptado a una vida seminómada. Nuestra vida religiosa no saldría perjudicada con ello: la viviríamos en medio de los árabes; como ellos, nos pararíamos en las horas fijadas para la oración y la haríamos junto a ellos. Y las largas caminatas (a caballo) en un paisaje tan tranquilo favorecerían el recogimiento y la intimidad con el Señor. La oración silenciosa de la mañana continuaría así durante el día. Junto a una regla austera, profundamente religiosa, el reglamento sería lo suficientemente flexible para adaptarse a las circunstancias… No se asuste, tendremos la garantía de la obediencia.

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Carta desde Chile, 15 de diciembre de 1953 A las hermanitas Habéis interpretado de manera rígida mi pensamiento, tal y como está explicitado en las constituciones, y me gustaría aclarar algo. Dije: «No tendremos obras oficialmente organizadas»; no dije: «No haremos apostolado». Esto iría contra la misión de todo cristiano y contra el espíritu de aquel que es nuestro padre y que dijo: «Quiero gritar el evangelio con toda la vida» y «Estoy dispuesto, para la extensión del evangelio, a ir hasta el fin del mundo y a vivir hasta el juicio final». Os he pedido siempre respeto por las otras creencias y religiones; os he hablado de «amor gratuito» que no busque resultados, que no vaya hacia los otros para convertirlos, sino únicamente por amistad, para compartir sus sufrimientos y estarles cercanas. Es verdad. He dicho que no teníamos que dar clases oficiales de catecismo, pero nunca que no debamos llevar a los otros la luz que recibimos, el amor del Señor, que es la fuente del amor fraterno y da sentido a la vida. Las que vivieron conmigo en Touggourt al principio de la fundación saben con qué alegría, enseñando mi cruz, hablaba del Señor amado, nuestro guía y nuestro amor, por quien estábamos dispuestas a dar la vida.

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Por los caminos de Francia en guerra Carta del 12 de julio de 1942 A las hermanitas Me gustaría que comprendierais lo que representa la vocación que nos ha legado el hermano Carlos de Jesús. El camino es magnífico, pero comprendo muy bien que os asuste a causa de nuestra limitación humana. Reconocedla, el Señor os cogerá de la mano; seguidle obedientes, humildes, desprendidas, sin tratar de razonar demasiado. Este proyecto viene de Dios y vivirá a pesar de nuestros fallos. Mi deber es enseñaros el camino humilde, recto y profundo del hermano Carlos de Jesús. No vaciemos de sentido las magníficas palabras que él ha dicho: abyección, despojamiento, pequeñez. Suprimámoslas antes de enviar nuestras constituciones a Roma, si comprobamos que nadie es capaz de tomar el relevo y seguir las huellas del hermano Carlos. Aunque me atrevo a hablaros de este modo, no soy más que una pobre hermanita, y suplico al Señor que mi persona no sea un obstáculo para dejar paso a su luz. Por otra parte, ¡soy tan poca cosa en la fundación! El Señor la hizo nacer y la hará crecer a pesar de mis errores, mis lagunas y mis miserias. No os apeguéis a mí sino a Dios, nuestro único y exclusivo amor, y al hermano Carlos de Jesús, nuestro verdadero fundador. Todo esto lo he escrito mientras viajaba y he cambiado de sitio por lo menos diez veces. En este momento estoy de camino, nómada cien por cien o más bien «peregrina» del Señor, intentando predicar el amor por todas partes. El Señor multiplica mis fuerzas: no son mis fuerzas personales, son las suyas las que tengo. Carta del 23 de julio de 1942 A las hermanitas Esta madrugada creí que no conseguiría cargar sola mi equipaje sobre la carretilla de dos ruedas, que se balanceaba en todos los sentidos a cada paquete que colocaba.

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Al fin lo conseguí y cogí el autobús para ir a los sanatorios. Estoy muy contenta de intentar alegrar un poco a esos enfermos. Esta tarde llegué a Houches. Si supierais cómo me ha dilatado el corazón ser acogida por un cura rural, tan sonriente y bueno… Dios ha inspirado a esta alma sencilla que plante enfrente del Mont Blanc una estatua de Cristo Rey de 25 metros de alto. ¡Y lo ha logrado! Me recibe con los brazos abiertos y ceno con él en la cocina de su casa. Humildemente se disculpa por la pobreza del encuentro que vamos a tener. Este cura, con su aspecto tan sencillo, es verdaderamente el alma de ese pueblo. Olvidaba deciros la gran alegría que tuve en Megève: una señora me confesó la emoción que sintió al escucharme. Ella vivía en Lyon, en círculos cercanos al hermano Carlos de Jesús, y su familia le recibía cada vez que volvía del Sahara. Me ha dicho que toda su preocupación en los últimos tiempos era la creación de una congregación de religiosas mezcladas con la población. Hubiera querido que ella, que entonces tenía 18 años, fuera la primera, y tiene como el remordimiento de no haber seguido sus consejos… Carta del 27 de octubre de 1942 A las hermanitas Estaba previsto que hablara en el café de un pueblecito de algunas centenas de habitantes. Me habían advertido que nadie se molestaría en ir a escucharme, pero al final estaba lleno de hombres y de jóvenes. Yo ya sabía que Dios no tiene la misma opinión que los seres humanos. Proyecto en la pantalla al hermano Carlos de Jesús y, en medio de mi mejor discurso, tenemos un corte de electricidad. No creáis que me inmuté… Le pedí a Dios que me ayudara, y no sé lo que pude decir, ni la manera como lo hice, pero en esa oscuridad profunda, sin otra luz que la de una linterna de bolsillo, tuve más éxito que nunca. Conté un montón de historias y la gente se entusiasmó. Se olvidaron completamente de la película anunciada. Los dueños del café, padre e hijo, estaban

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emocionados; un capitán y un policía también, y me pidieron que volviera el año próximo. Si supierais mi alegría al ver los corazones conquistados por el amor, al ver tanta emoción en personas indiferentes a la religión y a quienes el Señor llega a través de nosotras. Eso es lo que más me alegra en mis giras. Y ahora para vosotras, mis hermanitas, una serie de «consignas»: – Amaos unas a otras… En cada una de vuestras hermanas ved a Jesús. – No olvidéis nunca que lo habéis sacrificado todo por amor de Jesús. A él le corresponde el primer lugar en vosotras, nadie debe tener vuestra preferencia sino él. ¡Él tiene todos los derechos! ¡Vosotras no sois nada, Él lo es todo! – Sed apacibles y buenas. Nunca nos arrepentiremos de haber sido demasiado buenas. Tantas veces nos arrepentimos de lo contrario… – Tened el espíritu y el corazón amplios como el mundo, no los encojáis atascándoos en mezquindades indignas de hermanitas del desierto. Dad a las cosas su verdadero valor: un valor inmenso a las más pequeñas cuando pueden dañar a la caridad, a la generosidad, al amor de Jesús…; un valor insignificante a las más grandes, si solo son un capricho vuestro. – Tened una visión honda, alta, amplia. Las cosas más pequeñas pueden llegar a ser muy grandes por el amor. Carta del 22 de noviembre de 1942 A las hermanitas de Le Tubet Me gustaría veros serenas en medio de la tormenta, apacibles en medio del odio. Poned solo en Dios toda vuestra esperanza. ¿Cómo ponerla en los hombres? El nazismo niega a Dios por un lado, el comunismo por otro, y nosotras estamos en las manos de unos o de otros. Pero Dios es poderoso y suscitará un salvador. ¡Si supierais todas las barbaridades que oigo, recorriendo caminos y ciudades! Me sumerjo un poco más en la soledad del alma y puedo, sin que nadie me contradiga, sufrir por la falta de amor entre las personas, por el ejemplo horrible que los cristianos dan a los musulmanes matándose unos a otros ante sus ojos. Es esto lo que nos debe hacer

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sufrir. Jesús lo veía desde lo alto de la cruz. Y ante este desenfreno de pasiones y de odios, tenemos que consolarle con un amor más grande que nunca, con nuestra mansedumbre, con nuestra paz. Seamos almas llenas de benevolencia y de amor a todos nuestros hermanos y hermanas en Jesús, sean cuales sean su raza y su nacionalidad. Comencemos el Adviento con este sentimiento. Hubiera deseado estar con vosotras, pero el Señor no lo permite. Vais a empezarlo sin mí, con almas de niñas, pequeñas por la humildad y la dulzura. Yo solo seré feliz si os encuentro transformadas en este sentido, en este camino, que es nuestro único camino. Los demás pueden coger otros, nosotras no… porque debemos ser hermanitas muy pequeñas y, para nosotras, los caminos grandes estarían fuera de lugar, tan insoportables como los gestos de los niños que quieren parecer grandes personajes. Carta desde Aix-en-Provence, 13 de junio de 1944 A las hermanitas que están en París Apenas llegada a Aix, monseñor Villerabel me llamó para pedirme que evacuáramos Le Tubet porque bombardean las vías que están al lado de la casa, donde pasan trenes de municiones. En la alegría de la obediencia, dije que sí y me fui a Le Tubet, donde soñaba con tener tres días de descanso… Imaginad la estupefacción de las hermanitas cuando supieron esta noticia. Fuimos a la capilla, cantamos el magníficat y empezamos a pensar en marcharnos, pero no hasta el lunes, porque no hay trenes. Hermanita Matilde se quedó como guardiana de la casa, y yo vendré a juntarme con ella cuando haya puesto a las hermanitas al abrigo. Ignoramos cuál será este abrigo, monseñor Rouche se encarga de encontrarnos cobijo en una comunidad de los alrededores de Lyon… En la noche del domingo al lunes hicimos los equipajes y el lunes salíamos. Si el grano de trigo se almacena, se pudre. Si es diseminado, se multiplica. Tenemos ya tres fundaciones en Francia, ¡y yo voy a tener que fundar una cuarta para mí sola, debatiéndome a través de las líneas de demarcación de zonas para llegar a Aix! 55

¿De qué estará hecho el día de mañana? Monseñor Mercier tenía razón al decir que nos hacemos ilusiones si creemos que los tiempos heroicos han terminado.

Que Jesús os bendiga. Conservad, por encima de todo, la alegría «en su amor y en su cruz».

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En 1954, en Papúa Nueva Guinea.

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En 1954, viaje alrededor del mundo con las hermanitas Annie y Jeanne.

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3. Piedras de fundación Las jóvenes que van llegando tienen que aprender lo que es ser hermanita de Jesús: una verdadera vida religiosa, y contemplativa, pero fuera de los moldes habituales en esa época anterior al Concilio Vaticano II. Solo hermanita Magdeleine tiene la luz y la gracia para inculcarles este espíritu y lo va haciendo, con su fuego interior y su entusiasmo, y también con sus instrucciones muy concretas, a través de las cuales ella tiene el don de transmitir el espíritu. En 1945 redacta un escrito, el «Boletín verde», dirigido principalmente a las que empiezan la vida en la Fraternidad, en el que pone todo su corazón y su intuición profunda. Hija de su tiempo, se basa en Carlos de Foucauld, aunque va mucho más allá en la concepción de una vida religiosa mezclada con la gente, pero no por eso menos auténticamente contemplativa. La parte central del «Boletín verde», titulada «Este es mi testamento», será publicada sin que ella lo sepa y originará muchas controversias en la Iglesia de Francia, pero ella lo vive con mucha serenidad e intenta pacificar los ánimos y aclarar la situación. Considera al padre Voillaume, fundador de los Hermanos de Jesús, como esencial en la formación de las hermanitas y le anima a publicar sus cartas y conferencias (de ahí saldrá el libro «En el corazón de las masas», que tanta influencia tuvo en su tiempo en una Iglesia que ansiaba una renovación auténtica). Pero Magdeleine no tiene miedo de discutir sus puntos de vista, de reafirmar su manera de ver las cosas y de decirle cuál le parece que es el verdadero estilo del hermano Carlos. Sobre todo, en relación con la posibilidad de ser, en pleno mundo, auténticas contemplativas.

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Las primeras compañeras de camino Carta desde Touggourt, 18 de febrero de 1941 A las primeras hermanitas en formación Os escribo desde Sidi Boujnan, estoy en el almacén. Tengo al lado un montón de pieles de oveja, en medio de las herramientas y las tablas. Me he refugiado aquí y se ha convertido en mi oratorio, mi cocina, mi comedor y mi biblioteca. ¡Es la perfecta alegría! Los niños nómadas gritan todos delante de la puerta para que vaya a trabajar con ellos. Me llaman con nombres muy tiernos, me dicen que tienen frío y que quieren entrar. Pero yo no cedo, porque ahora estoy con vosotras para escribiros, así que les oigo decir en todos los tonos de voz: «¡Tus hermanitas novicias pasan antes, mucho antes que tus niños nómadas!». Estoy contenta de vuestros progresos en el idioma árabe, y me alegra pensar que dentro de un año os sabréis –algunas por lo menos– una gran parte de los Evangelios de memoria. Estoy unida a vosotras cada vez más, porque ahora he podido establecer un horario en la medida de lo posible, y me uno a todas vuestras oraciones. Para estar en paz, me bastó con reunir a algunos obreros y niños delante de la puerta y enseñarles que, cuando estuviera rezando, pondría una tabla atravesada. Desde entonces, nadie me molesta durante ese tiempo y no dejan que los visitantes me llamen. El otro día se me había roto el reloj y Athman, el único que tiene uno, vino a llamar religiosamente a la puerta para avisarme que la hora había pasado. Carta desde Touggourt, 15 de marzo de 1941 A las primeras hermanitas Quisiera escribir a cada una en particular. Lo haré cuando Dios me dé un poco de tiempo, pero rezo por cada una y el Señor sabrá daros exactamente lo que necesitáis mucho mejor que yo. Dejadle hacer. Tened confianza. No tendréis nunca suficiente confianza en este Jesús tan bueno, tan grande, que os escogió a pesar de toda vuestra miseria. 61

Nada de mezquindades… Que vuestro horizonte sea muy grande, muy vasto, como el de nuestro desierto, el horizonte de todas las almas que hay que salvar, y esto os hará olvidar todos vuestros pequeños intereses personales. ¡Sed a la vez muy pequeñas y muy grandes! Carta del 15 de julio de 1942 A las hermanitas de Le Tubet Antes de ser religiosas, sed cristianas. Cultivad al máximo las virtudes humanas de hospitalidad y caridad y, solo después, añadid las virtudes de la vida religiosa. Quisiera que la luz entrara a raudales en vosotras para que lo entendierais. Por mi parte os diré claramente lo que pienso, teniendo en cuenta esta palabra de san Pablo: «Me gastaré sin contar… incluso si, por amaros más, tengo que ser menos amado por vosotros» (2 Cor 12,15). A veces os lamentaréis, pero os quiero tanto que deseo que viváis un don total en vuestra vida religiosa. Si os quedáis solo ocho o diez, ¡qué importa! No podemos disminuir en nada nuestro ideal con el pretexto de ser más numerosas. Hay algunas religiosas que ofrecen a Dios un corazón pequeño, un alma donde las preocupaciones personales pasan antes que la gloria del Señor, aunque un día proclamaran que él era su único amor. Más les hubiera valido quedarse en el mundo. Es tan doloroso comparar sus vidas con ciertas vidas generosas de laicos… ¡Soy yo, una hermanita de nada, quien me atrevo a hablar así! Pensad siempre que estos reproches me los hago tal vez más a mí que a vosotras… Carta del 18 de julio de 1942 A las hermanitas de Le Tubet Me cuesta mucho no estar con vosotras. Que cada vez que vuelva me alegréis el corazón con vuestros progresos, que os vea a la vez «crecer y disminuir», según está escrito en el Evangelio de san Juan: «Es necesario que él crezca y que yo disminuya».

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Sed cada vez más acogedoras y hospitalarias. Que los laicos salgan de nuestra casa con el corazón reanimado por vuestra bondad sonriente. No tengáis ninguna apariencia austera. Seguiríais un mal camino aparentando una austeridad que quedaría fuera de lugar en nosotras. Jesús, por los caminos de Galilea, derramaba sonrisas, dulzura, ternura. Si aún no lo habéis conseguido, el noviciado os lo enseñará, porque no seréis verdaderas hermanitas de Jesús sin un don total de todo vuestro ser. Tenemos un ejemplo y debemos seguirlo. En mis numerosos viajes encuentro a menudo a amigos del hermano Carlos, que lo vieron vivir en Béni-Abbès, en In-Salah o en Tamanrasset. Les impresionó su bondad sonriente cuando los veía, cuando los invitaba o le invitaban ellos a su casa. Viéndole tan jovial, tan buen compañero, no se podía adivinar su estilo de vida, su ascetismo. Incluso ante las bromas poco correctas, no endurecía la mirada para censurar. Tenía una indulgencia extrema, era el modelo perfecto de la amistad. Según parece, era tan bueno que los corazones se abrían y las almas se dilataban. Es lo que sueño yo para vosotras, a esto tenéis que llegar: no a vuestro ideal sino al suyo, lleno de paz y de amor. Carta del 5 de agosto de 1942 A las hermanitas de Le Tubet Acabo de disfrutar de un rato grande de tranquilidad: ¡cuatro horas en una estación esperando el tren! ¡Qué agradable, no tener que darme prisa, mientras que a mi alrededor todo el mundo se agitaba! Me senté sobre la caja de la película y, en medio de la confusión, me puse a hacer un remiendo urgente, mientras pensaba en lo que quería deciros. Tengo que predicaros las virtudes religiosas, pero también las virtudes humanas. Si queremos verdaderamente ser hogares de paz y de amor en el mundo musulmán, tenemos que practicar la serenidad y el dominio de sí, para mejor servir al Señor. Una persona en continua ebullición interior y exterior no tendría vocación de hermanita. Tenemos que aprender algo de la resignación de los musulmanes ante los acontecimientos más imprevistos, los que más nos contrarían. Ejercitaos durante el noviciado, sin perder el espíritu de iniciativa… Es un descanso poderse decir: 63

«Tranquilízate, Dios es el dueño de los acontecimientos, tú estás entre sus manos paternales y tiernas, no te inquietes, no te agites… Te gustaría empezar ya el noviciado o marcharte al Sahara, y tienes que esperar seis meses, un año… Te gustaría progresar más rápidamente: vive las esperas y las contradicciones con paciencia, paz y una sonrisa». Y así oiréis mejor en vosotras la voz de Dios, que os hablará más a menudo en la tranquilidad y en el silencio… Si mantenéis la calma en las cosas pequeñas, seréis capaces de tomar decisiones rápidas en cosas graves sin entrar en pánico. Creedme, estas cosas se adquieren con el ejercicio… Carta del 15 de agosto de 1942 A las hermanitas de Le Tubet Esta mañana, en misa, me ha llamado de nuevo la atención el lugar que debe ocupar en nuestra vida Jesús de Nazaret, si queremos ser seguidoras del hermano Carlos. Nazaret se resume en esta frase del Evangelio de Lucas, breve pero densa: «Les estaba sometido». El sentido de esta palabra se inscribió esta mañana en mi corazón con letras de fuego, para que os lo pueda comunicar. «Les estaba sometido». Jesús lo vivió durante treinta años. ¿Os dais cuenta de lo que son treinta años? Con amor, cumplió la voluntad de su Padre del cielo obedeciendo a sus padres de la tierra. Y lo hizo con naturalidad, sin sorprender a nadie. Jesús pulió sin duda las maderas de la misma manera todos los días, durante bastantes años. Y vivió treinta años, antes de su vida pública, solo para darnos este testimonio. ¡Es esto, la vida religiosa! Me equivocaba cuando os decía que Jesús no había fundado ningún monasterio. Este es el monasterio más hermoso: «Les estaba sometido». Durante este mes, y sobre todo durante el retiro, contemplad a Jesús, el Modelo único. Es mejor que todos los maestros de espiritualidad… Y, siguiéndole, estamos seguras de no exagerar, ni hacia un lado ni hacia otro.

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Le habéis dado todas hace mucho tiempo vuestro «corazón», pero habéis conservado vuestra «cabeza». Por favor, dadla también al Niñito Jesús del pesebre. Creedme, esta devoción no es ni ñoñería ni sentimentalismo, es la devoción de los grandes santos. Jesús es un niño dulce, tierno, débil y exteriormente impotente, pero es Dios con su poder y su inteligencia infinita. Poned vuestra mano en su manita, cerrad los ojos y dejaos guiar por él. En Toulouse hablé un buen rato con el visitador de los jesuitas de Francia. Fue extremamente bueno y comprensivo y me contó el hecho siguiente: durante uno de sus últimos viajes a Francia, el hermano Carlos fue recibido en Sarlat, en uno de sus colegios. Dio una conferencia a los alumnos para exponerles su apostolado en medio de los musulmanes y, al final, recitó una oración en árabe (el jesuita pensaba que era el padrenuestro). Esta oración, en una lengua que ninguno de ellos comprendía, dejó en el alma de los alumnos un recuerdo extraordinario de piedad, de algo sobrenatural. Hasta ahora yo más bien pedía perdón al hermano Carlos de Jesús por hacer algo que sin duda él nunca había hecho… y ahora me encuentro con que le puedo invocar con el título de «conferenciante»… Carta del 1 de octubre de 1942 A las hermanitas de Le Tubet ¡Es muy duro estar separadas, madre e hijas! Así que tenemos que estar cada vez más cercanas de corazón. Todo el mundo parece ponerse de acuerdo para darme esta consigna: que sea realmente vuestra «madre», la que tiene como misión canalizar todas vuestras riquezas, sin por eso difuminar vuestra personalidad…, la madre que trata de comunicar a sus hijas la vida espiritual que ella misma recibe del Señor. Esta tarde os doy como tema de meditación esa página del Evangelio tan bella donde los apóstoles disputan entre ellos para saber quién será el mayor, y esperan de Jesús una enseñanza extraordinaria. Y él, sencillamente, «llamó a un niño pequeño, lo puso en medio de ellos y dijo: “Si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el reino de los cielos”».

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Esta respuesta clara, inesperada y desconcertante Jesús la da sin temor a herir o molestar a quienes no tengan esta disposición de alma: «No entraréis en el reino de los cielos». He pasado un mes con vosotras, y os vuelvo a decir: «Si no cambiáis y os hacéis como niñas pequeñas»... podréis formar parte del cuerpo de la Fraternidad de las Hermanitas de Jesús, pero no de su alma. Ser «niña pequeña» quiere decir muchas cosas: ser hermanas pequeñas, hermanas insignificantes, de quienes nadie hace caso, incomprendidas por los «grandes», que a veces se burlarán de ellas…; ser una congregación pequeña, muy humilde. No debemos desviarnos de esta ruta trazada por el hermano Carlos: «Se reunirán como hermanitas amantes alrededor de su Hermano mayor Jesús». Repitió muy a menudo estas palabras a lo largo de su Directorio. No sea que un día os parezcan ñoñas, porque os hayáis vuelto demasiado grandes para comprenderlas… Sería grave que vosotras, las piedras de fundación, os alejarais del espíritu del hermano Carlos. Debéis recoger con amor todos sus pensamientos, sus palabras, sus deseos. Sois sus hijas. Para que continuéis siendo como niñas pequeñas, os hablaré a menudo, muy a menudo, del Niñito Jesús, en quien está Dios en plenitud, en todos sus misterios, con toda su sabiduría, con toda su fuerza. Para que estos misterios sean accesibles a los más pequeñuelos, él mismo veló su grandeza: «Ha ocultado estas cosas a sabios y prudentes, y se las ha revelado a los pequeños». Carta del 8 de octubre de 1942 A las hermanitas de Le Tubet Que vuestro alimento principal sea el evangelio. Si Dios habló, fue para que viviéramos de sus palabras: «Mis palabras son espíritu y vida». Nos acostumbramos a las cosas más maravillosas. Si Dios no hubiera hablado aún y nos dijeran que va a enviar al mundo un mensaje, ¡con qué impaciencia, con qué amor lo esperaríamos!... ¡Con qué emoción lo recibiríamos!... Tenemos el evangelio, que es una mina inagotable, y lo leemos distraídas. Sus palabras apenas penetran en nuestra alma, y prueba de ello es que no las vivimos…

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Y, sin embargo, son claras como la luz. No hay necesidad de hacer ningún esfuerzo intelectual para comprenderlas. Tanto las inteligencias más elevadas como las más simples pueden encontrar su sentido profundo. Cuando Jesús dice: «Si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el reino de los cielos», es clarísimo. ¿Por qué ir a buscar una espiritualidad complicada? Esta es la espiritualidad del hermano Carlos de Jesús, la espiritualidad pura del evangelio. Es por eso que no llego a comprender que no comprendan… Cuando Jesús dice: «El que os escucha, a mí me escucha y el que os rechaza, a mí me rechaza», no es necesario reflexionar mucho tiempo para comprenderlo. Cuando dice: «No he venido a ser servido sino a servir», «Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando», ¿por qué buscar otro camino? Profundizad en el evangelio y veréis qué luces íntimas os dará Jesús. Sus palabras serán vuestra vida, son las palabras del propio Dios. Contienen el alimento más substancial que existe. Leed, releed el evangelio. Meditadlo y volvedlo a meditar hasta saberlo de memoria, en francés y en árabe. Estad tan orgullosas de él como los musulmanes lo están del Corán… ¡y no es poco decir!… Veréis como esta formación os simplificará, os transformará en la línea del hermano Carlos de Jesús, que es pura y simplemente el camino del propio Jesús: «Por la extensión del evangelio, estoy dispuesto a ir hasta el fin del mundo y a vivir hasta el juicio final». Carta del 14 de junio de 1943 A las hermanitas de Le Tubet Ayer, fiesta de Pentecostés, fue un gran día. Me pareció que era el primer verdadero Pentecostés de la congregación y que íbamos a salir de él, como los apóstoles, renovadas, llenas de audacia para afirmar nuestra vocación. Yo había venido a Moutiers para encerrarme en la soledad e intentar desaparecer… y, en lugar de eso, ha sido una verdadera explosión, como si fuéramos a salir de una crisálida. El padre Monier aprueba todo lo que he escrito hasta ahora: el directorio, las constituciones. «Sobre todo, no cambie nada. Está en el buen camino. Avance a pesar de todo y contra todo, yo estaré aquí para ayudarla»…

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Así que vuelvo fortificada y vamos a poder seguir a tope la línea que Dios nos ha trazado: «cristianas y humanas» antes de ser religiosas… y fraternas: una familia, una fraternidad abierta a todos los seres humanos hermanos nuestros… Carta del 27 de junio de 1943 A las hermanitas de Le Tubet Tengo muchas ideas para el grupo de las primeras hermanitas. Quiero que se ganen la vida y no vivan a costa de nadie. Vamos a salir del nido y a volar; nos caeremos de vez en cuando, pero esto nos fortalecerá las alas. Pero, para poder realizarlo, os tengo que encontrar con fuerzas a las cuatro. Los defectos, me dan lo mismo… pero no me sirven mujeres quejicas, remolonas, siempre ocupadas de sí mismas. Las primeras serán las sacrificadas, las que serán enviadas en vanguardia, con quienes habrá que poder contar siempre… Jesús cuenta con vosotras para construir su obra, esta obra que cuida con tanto amor. Cuando nos entregamos a Dios, es para hacer lo que él quiere y no lo que nos gusta. Soy una madre tremenda que no abundará nunca en palabras de consuelo humano, porque quiere hijas valientes como su padre, el hermano Carlos de Jesús. Carta desde Túnez, 18 de abril de 1946 A hermanita Mathilde y las hermanitas de Le Tubet Quisiera que, en vuestros corazones, hubiera un deseo inmenso de caridad. Os suplico que desterréis la dureza de vuestras miradas. En mis viajes sufro mucho con las faltas de amor que veo a mi alrededor, y ya no puedo soportarlas. Nada de dar vueltas sobre vosotras mismas… Nuestro ideal es muy hermoso y vasto, no debemos estrecharlo a la medida de las susceptibilidades y de las complicaciones femeninas. Preparaos un corazón grande y un alma amplia. Si tenéis defectos gordos, no importa. Se atenuarán cuando crezca vuestro amor, o tal vez permanecerán hasta el final de vuestra vida, para que seáis humildes e indulgentes con los demás.

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Carta del 20 de abril de 1946 A las hermanitas de Le Tubet ¡Aleluya! Después de la semana de la pasión, nos inunda el gozo pascual. ¡Que Jesús os conceda toda su alegría, su alegría vibrante! Que él lo sea todo para vosotras. Así conseguiréis una gran unificación y simplificación, y comprenderéis todo lo que no comprendéis aún. El amor no impide el temor…y quizás alguna de vosotras esté un poco inquieta al pensar en mi llegada. Mi amor por vosotras no dejará pasar el mal, sobre todo el orgullo, el egoísmo y la falta de amor fraternal. No me deis el disgusto de encontrar en vosotras mezquindades, cuando yo llego del espacio abierto… Que no os encuentre replegadas sobre pequeñas miserias imaginarias, cuando yo llevo en mí el dolor de la verdadera miseria humana, leída en los ojos de pobres pequeños seres condenados a morir de hambre… Nuestra obra es muy bella, no la estropeemos. Cada una de las primeras hermanitas debe ser una piedra fundamental del edificio. Pero no tengáis miedo, Jesús os transformará. Tenéis en vosotras todas las tendencias al mal, y no os libraréis de ellas hasta la puerta del cielo, pero Jesús, al crecer en vosotras, lo transformará todo en amor. ¡Abrid, pues, de par en par vuestra alma a este amor! Estamos hechas para tener una visión muy amplia, mucho más que nuestro pequeño horizonte personal. Si nos sentimos incomprendidas, si sufrimos física, moral o espiritualmente, ¡qué importa! O más bien, ¡tanto mejor! Pero «tanto mejor» con una sonrisa, sin hacerlo pesar. Por favor, no os situéis como víctimas ante cada pequeña dificultad. Una víctima es Cristo en cruz, sangrante…; una víctima es cualquier torturado por la Gestapo…; una víctima es una madre de familia que agoniza en un hospital y que deja niños huérfanos… Ser víctima es algo muy grande, y nosotras no somos sino «hermanitas insignificantes», a quienes Jesús, en su gran amor, pide de vez en cuando una pequeña…, muy pequeña gota de sangre (la sangre del corazón) para asociarnos a su pasión.

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«Este es mi testamento» Introducción a una charla, 12 de marzo de 1945 No esperéis de las hermanitas algo solemne. Como veis, somos insignificantes, vivimos sencillamente a vuestro lado. No os escandalicéis de nuestras capas remendadas, de las sandalias gastadas… Somos hermanitas que queremos imitar a nuestro padre. Hace dos meses, arrodillada a los pies del papa Pío XII, le pedí que nos permitiera vivir como los más pobres de los seres humanos, hermanos nuestros, sin que nunca nadie pueda reprocharnos la falta de dignidad religiosa. He escuchado a menudo este reproche: «Llevar una mochila al hombro, viajar en la bodega de los barcos, o “a dedo” en medio de bidones de gasolina y de cestos de verduras, no es digno de una religiosa». Pero, ¿era digno de un Dios convertirse en un pobre artesano de pueblo y cargar tablones sobre sus hombros? Por favor, permitidnos hacer nuestro este tipo de pobreza. Dejadnos vivir íntimamente mezcladas con la humanidad, como «la levadura en la masa». Es nuestra forma de apostolado. No fuimos al lejano desierto para fundar grandes obras. Una magnífica congregación misionera, las Hermanas Blancas del cardenal Lavigerie, está ya presente en todo el Sahara con sus talleres, sus dispensarios y sus hospitales. No fuimos allí tampoco con el objetivo de convertir a nuestros hermanos del islam, sino simplemente para amarles, para llegar a ser «árabes en medio de los árabes», «nómadas en medio de los nómadas». Nos llaman las «Hermanitas nómadas»… Es la primera vez que se oye llamar así a una congregación. Estas dos palabras juntas no parece que peguen, porque las religiosas suelen estar hechas para vivir estables en el interior de un convento, y nosotras estamos muy a menudo por los caminos. Y si he tenido esta audacia, es porque seguimos los pasos de aquel a quien llamamos «el hermano Carlos de Jesús». Él es quien ha abierto este camino, que es el de la Iglesia actual, el de la Acción Católica. En Francia, os parece normal que un obrero desee un apóstol obrero, que un estudiante desee un apóstol estudiante… También un nómada quiere un apóstol 70

nómada… Y como no los hay, las hermanitas se hacen nómadas en medio de ellos. Extracto del «Boletín verde», 1945 Testigo de Jesús, vivirás mezclada con la humanidad como la levadura en la masa. Este es mi testamento: ¿Por qué estas cuatro palabras aquí y no en otro lugar? Es que todas las páginas anteriores fueron total y únicamente inspiradas por el hermano Carlos de Jesús. Son su más puro pensamiento, toda su alma; te transmití su testamento, no el mío…

Pero de las páginas siguientes, yo asumo toda la responsabilidad. O, mejor dicho, si hay algo bueno en ellas, el mérito será del Señor Jesús, y si hay algo malo, tendrán que condenarme solo a mí.

Por eso lo llamo «mi testamento», sometiendo siempre, humilde y filialmente, todas las consecuencias que de él se desprendan a la autoridad de la Iglesia, de quien quiero ser, más que nunca, una hija amorosa y obediente.

¿Comprendes lo que representa esta vocación: vivir pobre entre los pobres, mezclada a la humanidad, como la «levadura en la masa»? Hasta ahora parecía que una vocación así fuera irrealizable, porque se alejaba demasiado de la concepción tradicional de la vida religiosa. Pero, aun siendo la última y la menor de todas, en nombre de la misión que me fue confiada de fundar una nueva congregación, me atrevo a decirte: Tienes un único Modelo: Jesús. No busques otro. Como Jesús durante su vida humana, hazte toda para todos: árabe en medio de los árabes, nómada con los nómadas, obrera entre los obreros…, pero, ante todo, humana en medio de los humanos. No pienses que es necesario proteger «tu dignidad religiosa» y tu vida de intimidad con Dios de los peligros de afuera, levantando barreras entre el 71

mundo laico y tú. No te pongas al margen de la humanidad… Como Jesús, sé parte de ella. Penetra profundamente el ambiente en que vives, santifícalo por la semejanza de vida, por la amistad, por el amor, por una vida entregada al servicio de todos como la de Jesús, queriendo ser como la levadura que desaparece en la masa para hacerla fermentar. Me atrevo a decirte aún más:

Antes de ser religiosa, sé humana y cristiana, con toda la fuerza y la belleza de estas palabras. Sé humana para dar mayor gloria al Padre en su criatura y ser testimonio de la humanidad santa de tu muy amado Hermano y Señor Jesús. Cuanto más perfecta y totalmente humana seas, más perfecta y totalmente religiosa serás, porque tu perfección religiosa alcanzará su plenitud arraigada en un equilibrio humano. Y si lo afirmo con tanta fuerza, es porque tengo ante mis ojos al modelo Único, Jesús, Dios hecho hombre, que vivió con amor en medio de los seres humanos, simplemente como uno de ellos; «era su alegría vivir en medio de los hijos de los hombres». Jesús, que no tuvo reparo en ocultar su dignidad divina tomando la naturaleza humana, a la que exaltó al revestirse de nuestra humanidad. No hay otro camino mejor que el suyo: Jesús, hijo de María y del carpintero José; Jesús en Belén; Jesús obrero en Nazaret; Jesús en los caminos de Palestina; Jesús durante la pasión, aceptando morir por amor en una cruz. Este magnífico ideal será a veces señal de contradicción. Tendrás que saber defenderlo y hacerlo comprender a tu alrededor.

La regla de las Hermanitas de Jesús te pedirá que subordines siempre las prescripciones de la vida religiosa a las del evangelio y que pongas siempre la caridad por encima de todas las reglas, por ser la regla suprema, el mayor mandamiento de Jesús. No vivas separada del mundo, bajo pretexto de reserva religiosa. Imita a Jesús, ejemplo perfecto de toda vida humana. Como él, cuando sea oportuno, come con tus hermanos, alegrándote con ellos. Acepta con sencillez la hospitalidad que te brinden, viviendo fraternalmente en medio de ellos tu vida cristiana y tu vida religiosa para revelarles su belleza y su grandeza.

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Tal vez, como a Cristo, te reprochen a ti también que comas con publicanos y pecadores, que te mezcles al pueblo, que te acerques demasiado a las pecadoras públicas, que seas empujada por los niños… Dirán que te falta «dignidad religiosa» pero ¿qué importa?

«El discípulo no es mayor que su maestro: para ser perfecto, tiene que ser como su maestro» (Lc 6,40). «Os he dado ejemplo para que hagáis como yo» (Jn 13,15).

Tendrás que desarrollar al máximo los valores humanos para gloria y honor de Cristo Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, pues las virtudes religiosas, para ser auténticas, tienen que estar enraizadas en ellos.

No te vamos a pedir, en nombre de la «modestia religiosa», que vivas con los ojos bajos, sino al contrario, que los abras del todo para ver bien a tu alrededor las miserias y las bellezas de la vida humana y del universo entero. Alejarás de ti los aires austeros y distantes, así como las susceptibilidades y resentimientos, esforzándote por mostrarte siempre sonriente y amable, llena de buen humor y de ánimo, para que tu visible alegría dé testimonio de aquel que es autor de toda alegría y fuente de toda dicha.

Si quieres dar tu vida al máximo, actúa como el Modelo único: Jesús en el evangelio; Jesús, que quiso ser un pobre obrero, inadvertido entre los demás, cuando era al mismo tiempo levadura divina en el seno de la humanidad. Carta desde Touggourt, 30 de enero de 1946 Al padre Voillaume Acaricio un sueño, un bonito sueño…, el de ir a vivir algunos meses a El Abiodh con mi nuevo grupo. Espiritualmente tenemos tanta necesidad de usted como antes. Seguramente las autoridades nos prestarán el antiguo hospital para vivir en él, y podremos ayudar a los hermanos en el dispensario.

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Allí, un poco retirada, yo podría terminar nuestro Directorio… Allí podría tener largas horas de oración… Tengo sed de descanso cerca del Señor antes de lanzarme a la gran batalla, porque estoy viendo que esto irá más rápido de lo que yo desearía y que tendremos que apresurar las fundaciones. Ya sé que para usted será un trabajo añadido, pero de esto depende la orientación de nuestra congregación. Por el momento todo depende de mí, todo pasa por mi cabeza y por mi corazón, y me doy cuenta que la Fraternidad va a crecer mucho. Va a entrar una postulante en Sidi Boujnan. Todos nuestros amigos árabes la esperan… y esperan sobre todo un té para celebrarlo. Es una joven de Tlemecén, Mireille, que quiso hacer su estancia aquí y ha decidido entrar. Prefiero que comience conmigo y en mayo la llevaré a Le Tubet. Si supiera las repercusiones que tiene mi testamento, «La levadura en la masa»... Intento que mi nombre no aparezca, pero en todos los ambientes religiosos se habla de ello y las aprobaciones son mucho más numerosas que las críticas. Al principio se difundió a pesar mío, pero ahora, después de haber cambiado algunas frases, lo he mandado imprimir con la aprobación de monseñor Monier. Carta desde Túnez, 25 de abril de 1946 A la hermanita Mathilde Lo que me has dicho de monseñor de Provenchères sobre «La levadura en la masa» ha sido una alegría para mí. Tenía mucho miedo de que estuviera disgustado y su reproche me hubiera costado mucho, ya que representa directamente a la Iglesia para mí. Estoy dispuesta a sufrir lo que sea preciso, pero no puedo soportar la idea de que puedan utilizar este escrito para condenar con dureza ciertas fórmulas antiguas de vida religiosa, cuando sería necesaria una inmensa delicadeza para intentar transformar poco a poco las cosas. Este pensamiento me resulta una pesada cruz. Carta desde Túnez, 25 de abril de 1946 Al padre Devillard, su amigo jesuita

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En Túnez, las autoridades religiosas nos han recibido calurosamente. Monseñor Gounod, benévolo, ofrece que nos instalemos donde queramos en el Sur. Las Hermanas de Sion nos permiten que nos quedemos con ellas hasta septiembre y se prodigan para ayudarnos con una gran amplitud de espíritu. ¡Ni siquiera la lectura de «La levadura en la masa», que La Vie spirituelle ha publicado, ha disminuido en nada su afecto! Va ser duro para mí. Estar aún viva mientras las pasiones humanas se agitan alrededor de «mi testamento» va a ser una gran prueba. La Vie spirituelle lo publicó sin mi autorización… Monseñor de Provenchères, nuestro nuevo arzobispo, ha dicho que él lo aprobaba todo, pero que teníamos que hablar de ello con mucha delicadeza y caridad. Pobre fundadora… ¡Ahora me tendría que marchar rápidamente al cielo, ya que mi testamento ha sido publicado! Usted sabe que el Señor y yo… nos queremos mucho. Y esto ayuda a soportar muchas cosas… Usted sabe también que, aun cuando esté llena de miserias, no hay cálculos humanos ni búsqueda de mí misma en todo lo que estoy llevando adelante. Ayúdeme con sus oraciones a llevar la cruz de los fundadores, que tienen que ser molidos en sus fundaciones como «carne picada».

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Contemplativas en plena humanidad Extracto del «Boletín verde» (1945) Nuestra vocación brota esencialmente del hermano Carlos de Jesús, el gran contemplativo. Si estuvieras hecha únicamente para la acción y el apostolado activo, solo podrías realizar una parte de su misión. Por ello necesitarás enraizarte profundamente en el Señor. Nos atrevemos a afirmar que nuestra vida contemplativa puede alcanzar su total realización en pleno ajetreo o por los caminos, tanto como en el silencio de una clausura. Esto desconcierta a los que quieren reservar la contemplación exclusivamente para el marco recogido de una vida monástica, porque no miran a Jesús, el contemplativo por excelencia –Jesús en su vida oculta en Belén y en Nazaret; Jesús en su vida pública; Jesús que se retiró solamente cuarenta días en el desierto, lejos de la multitud, y vivió treinta y tres años sencillamente en medio de los suyos–. Él era Dios, es cierto, pero se encarnó para trazarnos el camino. No nos vamos a perder si seguimos sus huellas, queriendo imitarle.

No te asustes con las expresiones «vocación contemplativa», «contemplación». No se refieren a un camino excepcional, tan elevado que la mayoría de la gente no lo pueda alcanzar. A la luz del hermano Carlos de Jesús, nos hablan de la actitud sencilla, confiada y amante de quien conversa íntimamente con Jesús, de la ternura de un niñito con su padre, de las confidencias entre amigos: «Cuando uno ama, quisiera hablar continuamente con el ser amado, o por lo menos mirarlo sin cesar. La oración no es otra cosa que la conversación familiar con nuestro amado. Mirarle, decirle que le amamos y ser felices de estar a sus pies…» (Hermano Carlos de Jesús, Escritos espirituales, 14)

Para vivir esta vida contemplativa te hará falta la adoración, «máxima expresión del amor perfecto», y la oración, íntegramente centrada en Jesús presente y vivo en la 76

eucaristía y en el evangelio. Tu fraternidad será un «Nazaret eucarístico», cuyo centro será el sagrario. Tu mayor alegría será visitarlo con frecuencia para recibir el amor de Jesús, su vida, y que así él pueda desbordar a través de ti.

De esta forma realizarás la misión que te legó el hermano Carlos de Jesús y las fraternidades serán conforme a su deseo: «Pequeños hogares donde el Corazón de Jesús encienda el fuego que él ha venido a traer a la tierra; núcleos de oración y hospitalidad, de donde irradie un amor que ilumine y caliente a todos; pequeñas familias que imiten tan perfectamente las virtudes de Jesús que todos los que las rodean deseen amarle» (Hermano Carlos de Jesús, carta a Henri de Castries, 12 de marzo de 1902) Carta desde El Abiodh, noviembre de 1946 Al padre Voillaume La oración es para mí, esencialmente, una vida. No puedo separar a Dios de todo lo creado, porque Dios está vivo y presente en todo lo creado. Por eso, no quiero llegar a Dios separándome de las criaturas, sino con ellas, ya que Dios no se separó de su creación, de todo lo que él ama con su amor de Creador y Padre. Lo que concierne a este tema me hace sufrir mucho, porque temo estar equivocada y al mismo tiempo, en el fondo del alma, tengo la certeza de estar en el buen camino. Aunque «certeza» no es la palabra: puede sonar presuntuoso, y soy tan ignorante… Lo mismo sucede con la amistad, el afecto. Cada vez amo más a todas las personas: de Sidi Boujnan, de Aix, de Francia, todos sus hermanitos y mis hermanitas, sus familias… En todos está Jesús, y es a él a quien amo a través de ellos. Entonces ¿cómo quiere que me separe de la gente para ir a Dios? Yo le ofrezco el mundo entero para que le amemos juntos, y esto no me impide encontrarlo, estar con él, hablarle y escucharle como en Betania.

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Usted dice que yo «estoy en otro nivel». Tal vez habría llegado más deprisa si, durante una etapa de mi vida, no me hubieran torturado para que aprendiera a destruir el corazón humano con la intención de purificarlo.

Dios inventó el corazón, que es una de sus más bellas creaciones. El corazón humano está hecho para amar, en primer lugar a Dios, pero también a los hombres y mujeres. ¿No le parece que se puede enseñar a los principiantes a crecer en el amor, ya que tiene su fuente en Dios?

Además, padre, somos «niñas pequeñas». Nuestra manera de ir a Dios es como la de los niños que se dirigen a su padre. Cuanto más pequeñas sean mis hermanitas, menos necesario será hablarles del desprendimiento de las criaturas, porque amarán con sencillez. ¿Por qué desconfiar? Estoy segura de que en los primeros años del cristianismo, cuando decían de los cristianos «Mirad cómo se aman», no existían todos estos temores. Si crecemos en sencillez, usted no tendrá ningún problema con mis hermanitas, aunque precisamente en esto necesitarán ser ayudadas. Padre, perdón, me explico muy mal y, sin embargo, es muy importante, porque no se trata solamente de mí, sino de la orientación que doy a las hermanitas y es una seria responsabilidad. Hasta ahora, les he mostrado la vida de unión con Dios como algo muy sencillo, fácil aunque a veces doloroso, gracias al camino de infancia espiritual; les he enseñado a amar con un corazón muy humano, porque en lo «humano» les he mostrado la espléndida obra de Dios. Padre, usted tiene más luz que yo; por eso, fórmeme como a la última de mis postulantes. Poco a poco, cambiaré. Carta desde Marsella, 29 de mayo de 1947 Al padre Voillaume Concédame cinco minutos para hablarle de él; decirle «locuras», porque él está loco de amor, y yo también, y usted también, estoy segura. Solo que usted es un «silencioso» y yo soy una charlatana, ya me lo dicen bastante.

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¿Por qué Jesús es tan bueno conmigo? ¿Por qué me ha hecho entrar tan profundamente en su amistad, en el jardín secreto de su amor? Ya que hoy tengo tiempo, puedo hablarle de esto. Jesús me penetra, me agarra. Sin él me caería de cansancio por los caminos. Sin él sentiría demasiada pena por la incomprensión y la maldad. Cuando ya no puedo más, él está a mi lado; no sé cómo decir todo lo que está en mí.

Usted sabe que yo no estudié teología. Él está dentro, más que dentro. Él lo penetra todo y, sin embargo, es más que una vida. Es una persona viva, que tiene un corazón y cuya inmensa ternura se puede experimentar. Constituciones de 1947 Nuestra congregación es una forma nueva de vida religiosa contemplativa sin clausura, integrada en medio de la gente, donde encuentra el alimento de la vida de unión íntima con Jesús. Pero es una vida religiosa integral y auténtica, que mantiene lo esencial de las formas antiguas con toda su sabiduría y su discreción, en una sumisión total a la jerarquía de la Iglesia y a las directivas de la Santa Sede. Las hermanitas, tanto en el trabajo duro y absorbente con los obreros de la fábrica como en las grandes caminatas en medio de los nómadas del desierto, tienen que ser muy fieles a la oración, que es garantía de esa vida contemplativa, custodiando así intacto todo su ideal de vida religiosa. La hermanita obrera en una fábrica o en un taller vive todas las exigencias de su profesión religiosa. Como una monja detrás de las rejas, continúa siendo una consagrada, sin que esto la aísle de sus hermanos obreros, como Jesús en los caminos de la vida pública, como Jesús en el taller de Nazaret, semejante a todos exteriormente, pero con el corazón y el alma repletos de Dios para vivir y rebosar de él. Es un ideal difícil, que requiere una revisión constante para evitar errores e impasses, que comporta riesgos, pero ¿debemos temer los riesgos cuando el ideal es tan bello? ¿Podemos decir que es irrealizable cuando Jesús, «el Modelo único», trazó el camino? ¿No estará él con nosotras en los recodos peligrosos, en las pistas del desierto y en los problemas angustiantes del mundo musulmán, así como en los ambientes

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populares de Francia, ante los problemas no menos dolorosos que trae consigo la invasión del materialismo? Nuestra vocación nos ofrece todas las gracias de estado de una vida a la que Dios nos ha llamado y a la que nos preparamos por un largo período, de seis o siete años por lo menos, de estudios religiosos y de formación a la oración. Hemos previsto estancias periódicas más o menos largas en fraternidades centrales de adoración, donde las hermanitas, cansadas de haber estado tan mezcladas con la masa humana, irán a recogerse y a restaurarse como María en Betania, para aprender, santificándose personalmente, a darse con más amor aún a los hermanos. La Santísima Trinidad Notas confidenciales, octubre de 1946 Jesús, Niñito Jesús, ¿adónde me has llevado de la mano? ¿En qué maravilloso jardín secreto me has hecho penetrar? Mejor, ¿en qué esplendor de luz me has introducido? Yo quería permanecer cerca de tu pesebre, junto a la suave luz que difundías. Era tan bella que me hubiera contentado con pasar la vida contemplándola, contemplándote como la primera vez que te vi: todo luz, todo dulzura, todo pureza, todo Amor. Pero, poco a poco, el Niñito de Belén creció. Ya no era el pequeñito que yo podía tomar en los brazos, sino el Niño que me conducía de la mano, que me mostraba el camino. Y me condujiste hasta tu Padre, que es mi Padre, que es nuestro Padre. Esto no se traduce en palabras humanas, por lo menos yo soy incapaz de traducirlo. No sé decir otra cosa sino que soy su hija, su criatura, y que más que nunca quisiera sumirme en la adoración, cerca de ti, Jesús, por ti, pero para ir al Padre. Y esto será tu felicidad, pues nada te es más querido que la gloria de tu Padre. Comprendí que era esto lo que debía enseñar a mis hermanitas: que Jesús es el camino, es el Verbo; que no hay que detenerse en él, que él no es el centro, sino que forma parte de una Trinidad divina en la cual me hizo entrar conduciéndome de la mano, su mano de Niño.

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Carta, 24 de agosto de 1947 Al padre Voillaume (que no veía bien que hubiera tantos invitados previstos para la profesión religiosa de algunas hermanitas en Le Tubet) Ayer por la tarde usted removió muchas cosas hablando de la vida contemplativa, y dijo esta frase que me llegó directa al corazón: «Unas hermanas que tienen un ideal de vida contemplativa deberían tener una ceremonia más recogida». Y después añadió que «una vida de contactos debería más bien llamarse “vida evangélica”» y que no había que jugar con las palabras. Las palabras, que son expresión del pensamiento, tienen una importancia enorme… Cambiar las palabras es traicionar el pensamiento. Padre, diga que hay riesgos…, diga que hay dificultades, pero sea firme, se lo suplico. Todo el mundo tiene los ojos fijos en usted. Es la primera vez que una forma de vida tan inmersa en el mundo puede ser al mismo tiempo tan auténtica y profundamente contemplativa. No fracase, arrastraría a todos los demás en su fracaso… La vida contemplativa, como usted ha dicho, es una vida de amistad con la persona de Jesús, es una vida interior muy profunda, en contacto con Dios. Yo creo que esta amistad, este contacto, no son incompatibles con la llamada de las almas, incluso la llamada de la multitud. Precisamente, cuanto mayor es nuestra amistad e intimidad con él, tanto mayor será nuestro deseo de llevarlo en medio de la gente, de irradiarlo, de darlo a conocer. Y viceversa, nuestra sed de llenarnos de Jesús, de retirarnos con él, crecerá por haber sentido las necesidades de la muchedumbre. Todas las hermanitas que me rodean sienten esta llamada clara. Es una necesidad de los tiempos nuevos…, el aliento del Espíritu Santo… Todas las que vienen a vernos del norte, del este, del oeste, de Inglaterra o de Italia, tienen el mismo deseo: una vida contemplativa muy profunda y al mismo tiempo totalmente mezclada con la gente. No vaya a cambiar los términos. Esto podría hacer daño a quienes vienen a nosotros… En el caso preciso del que hablamos, no pienso como usted. Esta ceremonia de profesión del 7 de septiembre va a ser una ocasión magnífica de encuentro entre clases sociales. Sin esta posibilidad, muchos no tendrían nunca la ocasión de penetrar en una comunidad religiosa. ¿Vamos a lamentar que esto acarree, durante dos o tres días, un poco menos de silencio para las hermanitas? Usted no ha vivido aún con nosotras la 81

repercusión que puede tener un encuentro así: el padre de una hermanita, que era hostil a la religión y ahora es amigo nuestro; el abuelo de otra, que comulga después de treinta años sin hacerlo; y muchas personas que vuelven a la Iglesia, justamente porque se encontraron en un ambiente de caridad, de amor fraterno. La hora santa de la tarde agrupó a todas las familias, creyentes y no creyentes, en una ocasión única de oración y acercamiento. Imposible que a causa de esto haya menos amor. ¿Y no es el amor el elemento esencial de toda vida contemplativa? Sea firme, padre, conserve su ideal de vida contemplativa. Estoy segura de que está en el buen camino. Hay que cuidar este ideal de vida, también yo lo pienso. Comprendo que usted sufra, como yo, por lo que aún es imperfecto, inacabado en la realización práctica, pero, se lo suplico, mírelo con confianza, para dar seguridad a quienes le miran y le siguen. Le aseguro que Dios está haciendo de usted un «guía», no solo para nuestras fraternidades, sino también para los que están en búsqueda y no llegan a encontrar su camino. No puede eludir este deber. Ni usted ni yo tenemos derecho a cerrar las puertas. Carta, 20 de julio de 1949 Al padre Voillaume ¡Debemos construir algo nuevo! Algo nuevo que es antiguo, que es el auténtico cristianismo de los primeros discípulos de Cristo. Tenemos que volver al evangelio al pie de la letra. Es muy doloroso ver cómo lo hemos olvidado. Como Cristo, debemos estar con los «pecadores», que no encuentran bastante amor entre los cristianos, en las comunidades religiosas… y a veces lo que encuentran es conmiseración, que no tiene nada de fraterno. Los pecadores han de poder sentarse a nuestra mesa y encontrarse a gusto. Tal vez el hermano Carlos también se refería a ellos cuando hablaba de «los más abandonados»… Estamos llamados a ser cada vez más disponibles, abiertos… Que nadie llame a nuestra puerta, ni de día ni de noche, sin que una sonrisa le acoja… incluso si es durante la misa, incluso si debiéramos quedarnos sin la comunión. «No hay mayor amor que dar su vida».

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4. Los hermanos del mundo entero En el invierno de 1946-47, Magdeleine y un grupo de hermanitas están en El Abiodh, para un tiempo de reflexión y retiro dirigido por el padre Voillaume. En sus tiempos de oración, hermanita Magdeleine percibe con gran intensidad todo el sufrimiento y el amor contenidos en la pasión de Jesús, y experimenta una herida que le desgarra el corazón, y que no la dejará nunca indemne delante de una falta de amor, tanto si viene de ella como de los demás, sobre todo de sus «hijas». En esa época estaban considerando la posibilidad de abrir al mundo entero la Fraternidad, antes exclusivamente reservada al islam. Comienza entonces la era de otros viajes, en que se dedica, siempre con hermanita Jeanne y muchas veces con el padre Voillaume, a recorrer los cinco continentes para sembrar pequeñas fraternidades en muchos países, a menudo en los sitios más alejados y de más difícil acceso, precisamente porque allí están los más pobres y abandonados, por quienes Jesús tiene un amor de predilección. Pocos años después, una frontera se convierte en el desafío mayor de su vida: la que separa los países de Europa occidental y oriental, llamada por entonces «telón de acero» y concretada muy especialmente en el muro que divide en dos la ciudad de Berlín. Deja la responsabilidad de la Fraternidad en manos de hermanita Jeanne para estar más libre con vistas a esa nueva misión. Piensa al principio quedarse en Europa del Este, pero las circunstancias la obligan a regresar, aunque continúa, hasta el fin de su vida, viajando por aquellos países todos los veranos, con otras dos o tres hermanitas, en una caravana que llamará Étoile filante («Estrella fugaz»), nombre que le daba su madre cuando, en el momento de la fundación, sus visitas le parecían demasiado rápidas. Poco a poco, verá a algunas jóvenes de los países del este europeo acercarse a la Fraternidad y, como no están permitidos los grupos religiosos nuevos que vienen del extranjero, las ayuda a ser «hermanitas clandestinas» que, hasta que la situación cambie muchos años después, presenta a la congregación como «amigas» que tenemos en el este.

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El Crucificado y el corazón abierto Mi mano en la mano de Jesús… Notas confidenciales, 1946 Una vez más, Jesús, sentí tu acción y tu presencia en lo más profundo de mi ser. Me llevó tiempo comprender por qué camino nuevo querías conducirme; me llevó tiempo, porque no veía claro. Alrededor de mí no había más que tinieblas, pero yo tenía una gran confianza, porque me dabas la mano. Y tú me condujiste a la claridad, y a la luz de tu Amor universal entendí en un segundo lo que nunca nadie me hubiera podido hacer comprender. En esta luz y esta hoguera de Amor, mi pobre corazón se abrió de par en par para adoptar a todos los seres humanos, sin ninguna excepción. No dudé ni un segundo, no tuve la tentación de decir: «Señor, mi corazón es demasiado pequeño, no puedo», porque yo bien sabía que no sería yo sola quien les amaría, sino mi corazón con el tuyo, Jesús. Era todo tan simple, tan luminoso. ¡Aún no había entendido que este ensanchamiento del corazón no les quitaría nada a los que para mí continúan siendo la porción escogida del rebaño: mis primeros hijos, mis nómadas del Sahara! Ahora iré hacia ellos con un corazón aún mayor, que ya nada podrá encoger. Este amor universal lo transmitiré a todas mis hermanitas, porque todo lo que tú me das, Jesús, es para ellas: una madre no tiene el derecho de guardar nada para sí. Y ellas darán su vida, como Jesús, por todos los hombres del mundo entero. Jesús, estoy segura de que tú quisiste, para empezar, esta exclusividad por el islam, para no dispersar nuestras fuerzas de niñas pequeñas, y que ahora eres también tú quien quiere hacernos crecer en amor. Jesús, con la mano en tu mano, te seguiré por todas partes, hasta el fin del mundo. Carta desde El Abiodh, 12 de febrero de 1947 Al padre Voillaume

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Padre, las hermanitas se fueron a ver a los enfermos y yo me quedé para escribir. Necesitaba estar a solas con Jesús, pero este rato no se interrumpe por escribirle a usted, porque él está muy presente entre nosotros… Me ha entristecido un poco pensar que muy pronto vamos a separarnos. Ya sé que nos encontraremos en otras partes, pero ya no será en El Abiodh, donde tenemos tanta paz. ¡Qué importa, no se preocupe! Jesús ha ocupado todo el lugar en mí y ya no puedo lamentarme, pero me parece importante escribirle todo lo que no sé decirle de viva voz.

En primer lugar, quiero darle las gracias. Usted nunca deja que se lo diga, cuando hablamos. Y, no obstante, ha sido tan bueno, tan paternal y fraterno con todas las hermanitas y conmigo… Me ha dado su tiempo, tan valioso. Yo le pedía cada vez más, y usted aceptaba pacientemente. Puso todo de su parte para que El Abiodh fuera acogedor para nosotras. No hemos podido ayudar casi nada porque no teníamos experiencia y todos ustedes se pusieron a nuestro servicio en todos los aspectos: espiritual, moral y material. Y ahora, como sin duda adivinará, voy a continuar con «perdón». No crea que se trata solo de una palabra. Es algo muy hondo. Ya lo era antes de este período de luz, pero es más profundo ahora que he comprendido mejor el amor. Quisiera estar todo el tiempo de rodillas para pedir perdón. Perdón si no alcanzo a comprender totalmente lo que usted me dice, si hago mal tantas cosas, si soy tan torpe. Seguramente lo entristecí cuando le dije que usted era frío, demasiado teólogo, que El Abiodh no era bastante pobre. Padre, usted sabe bien que se trata solamente de torpes palabras, pero que, desde hace muchos años, siento hacia usted una confianza total, porque representa de verdad a Jesús para mí. Le digo más, siento un cariño profundo por usted. Es curioso, no me cuesta nada hablar de afecto, de amistad con usted. Nuestra relación se basa en Jesús y es legítimo que entre «el Padre y la Madre», como dicen las hermanitas, exista este afecto. Viene de Jesús solo. Esta unión entre nosotros es muy hermosa, una unión total, sin sombras, que al mismo tiempo me deja mucha libertad para explicarle todo mi pensamiento cuando difiere algo del suyo. Esto da mucha seguridad a las hermanitas.

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Este tiempo en El Abiodh representa para mí una etapa muy importante. Regreso cambiada. Me impactó desde el primer día la capilla de los hermanos, que me evocaba la sangre redentora, y muy pronto me encontré con el sufrimiento de Jesús. Después del Niño Jesús del pesebre fue el Jesús de la pasión. De El Abiodh me llevo como una herida en el corazón, algo muy doloroso, pero al mismo tiempo muy pacificador, como una fuente de vida nueva que me ha estabilizado en el Amor. Estoy convencida de que va a ser un enriquecimiento para todas mis hermanitas, ya que lo que Dios me da no es solo para mí; es también para ellas y, a través de ellas, para las personas a quienes se acerquen. Ya no tengo ningún deseo, ni siquiera el de ir rápidamente al cielo, porque ya estoy un poco en él. Durante esos días en el desierto, estaba a solas con Jesús, nada me estorbaba; todo lo que veía era hermoso, pero él aún lo era más. Y ahora, mientras las hermanitas van a curar a los enfermos, encerrada entre cuatro paredes, en medio de alfombras (lo que me hubiera horrorizado en otro tiempo), estoy con él, y él es mucho más hermoso que todo lo que podría ver fuera. Gracias por su carta. Sí, yo también estoy persuadida de que no debo querer nada por mí misma sino dejarme hacer por él. ¿Qué importa la alegría o el sufrimiento? En Jesús está todo: la dulzura y la pequeñez del pesebre, los horribles sufrimientos de la pasión que he vivido estas últimas semanas, la gloria y la bienaventuranza de la resurrección. Entonces, ¿qué importa por dónde me haga pasar, con tal que yo lo ame y transmita su amor? Usted ha sido muy bueno, creo que lo ha entendido todo y he podido abrirme completamente, sin tener miedo a no ser comprendida. Me parece que, aun cuando no nos viéramos más, todo está claro entre nosotros. En sus viajes volverá a oír hablar mal de mí; no importa, yo me he equivocado muchas veces, mi comportamiento corresponde muy poco al amor que Jesús me manifiesta. También en esto, solo puedo decir: «Es mi culpa». Habrá tormentas contra nosotros, contra mí. Resistiremos con la alegría de sufrir y de ser calumniados, pues nunca lo seremos tanto como Jesús. Rezaré mucho por usted, sobre todo para que todo lo que realice, que tal vez pueda sorprender y chocar, no sea para nadie ocasión de faltar a la caridad, al amor. Tendremos que tener mucha mansedumbre, no mirando a Jesús cuando estaba con los fariseos, ni con los vendedores del templo, sino a Jesús manso y paciente con sus apóstoles y discípulos, que no eran 87

capaces de entenderle rápidamente. Por encima del testimonio de pobreza, tenemos que dar testimonio de caridad: Jesus Caritas, y la caridad de Jesús no puede dañar a su pobreza. Perdone que le diga estas cosas, en este momento me sermoneo a mí más que a usted. El otro día me dijo: «Tendremos que saber romper con nuestro ambiente». Sí, es cierto, pero con amor. Le aseguro que no debemos propiciar el desprecio que los ambientes obreros, incluso cristianos, sienten por la burguesía. Yo misma caí en la trampa. Creo que se lo dije. Era un momento muy doloroso de nuestra existencia, arruinada por la guerra de 1914, y ya desde antes, a causa de la conciencia delicada de mi padre, de su santidad, diría yo. Ciertas personas sin valores morales, pero que conservaban una fachada de nobleza y de riqueza, nos dejaron de lado y nos despreciaron como a parientes o amigos pobres. Era en un tiempo en que era casi un deshonor no tener una chica de servicio, abrir una misma la puerta de casa, hacer las compras, ir a buscar el agua a la fuente y viajar en tercera clase. Entonces, moralmente, rompí con mi ambiente y me dio mucha alegría encontrar afecto y amistad al otro lado de la barrera. Fue un periodo muy difícil de mi vida. Durante ocho años, en Nantes, fui a la vez directora del internado del Sagrado Corazón y de la escuela popular. Llevaba como una doble vida y más de una vez me sentí despreciando a los que se creían preservados del desprecio y reservando todo mi amor a los pequeños y los débiles. Era el comienzo de la JOC y participé en esa movida. Todo eso hubiera podido hacerlo con mucho más amor. En el fondo, les falta luz a unos y a otros, por lo que son mucho menos culpables de lo que pensamos. No se conocen entre ellos, y así no pueden comprenderse ni amarse. Con nuestras diferentes fraternidades: de servicio, de adoración, obreras, tal vez podemos intentar que se encuentren… ¡Es tan hermoso ver que las familias fraternizan cuando vienen a una fiesta a nuestra casa de Le Tubet! ¡Sería tan bella esta fraternidad universal de todos los estamentos sociales! Algo así como en los primeros tiempos del cristianismo… o como en el cielo. Esto no impide que nos consagremos preferentemente a los ambientes pobres, pero sin ideas preconcebidas, ya que, mientras estemos de un solo lado de la barrera, el problema no se resolverá. Se necesitan ocasiones de encuentro, aunque esto suponga también ocasiones de roce.

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Le digo esto tal como lo pienso, usted trabájelo, ya que es el padre y el guía. Yo solo quiero ser una hermanita muy pequeña a su lado. Carta desde Túnez, 7 de marzo de 1947 Al padre Voillaume Desde que me fui de El Abiodh ya no me pertenezco, se lo he dado todo a Jesús con alegría… Ya le dije que me cuesta encontrarme de nuevo en medio del mundo, obligada a hablar y a escuchar. Tengo la impresión de volver de muy lejos. No lo digo por quejarme, pues entiendo que es mi deber. Además, Jesús lo ha colmado todo, así que ni esto me puede separar de él. Pero sufro, porque me siento muy lejos de todo lo que me rodea; muy lejos y al mismo tiempo muy cerca, es difícil de explicar. Sufro, sobre todo, porque quisiera compartir con los demás mi dolor por los sufrimientos de Jesús, por los sufrimientos del pecado. Le aseguro, padre, que es un abismo cuyo fondo no llego a sondear. Usted me dice que hay que aceptar ser pecador. No sé cómo explicárselo. Nunca sabré explicárselo, es mejor que no lo intente más, porque cada vez me afecta el hecho de no llegar al final de mi explicación. Aun así, no estoy inquieta: Jesús está intensamente conmigo.

¿Se acuerda de cuando le conté mi primer encuentro con el Niño Jesús? Después de haberlo contemplado, como que se fundió, se incorporó a mí y transformó mi vida. Lo mismo fue con el Jesús de la pasión, de la flagelación, de la cruz. Primero estuvo fuera de mí, y todas las noches su contemplación era para mí causa de espantosos dolores y después, no sé cómo decirle, fue como con el Niño Jesús: penetró en mí y aún es muy doloroso, pero de otra manera. El mayor dolor ahora es ver que los demás no lo entienden, no lo viven. No puedo comprender que permanezcan insensibles ante la pasión de Jesús. Quisiera hablar de ella a todo el mundo, como hice con el pesebre del Niño Jesús. Tengo dolor por todos los hombres, yo quisiera pedir perdón por todos, por mí. ¡Perdón! Permita que continuamente pida perdón.

Y cuando ahora pido perdón, ya no se lo pido a Jesús, con Jesús se lo pido al Padre. Me da miedo que no sea muy… teológico. Cada vez tengo más ganas de hacerme muy 89

pequeña, desde un rinconcito mirando a Jesús… Carta desde Le Tubet, 28 de marzo de 1947 A las hermanitas de Túnez Todas mis reuniones, en este mes de marzo, estarán centradas en la pasión y la inmolación. Hasta aquí, corríamos el peligro de que la sencillez de los niños nos hiciera olvidar el deseo de expiación y de reparación. Este año, en El Abiodh, el Señor me ha hecho comprender mejor el misterio de su sufrimiento por la redención del mundo. Hermanitas, entrad a fondo en esta redención. El Niño Jesús es nuestro tesoro, es la gracia de la fundación. Pero este mismo Jesús a quien que tanto amamos es el que, por amor, sufrió la pasión. Meditadla a menudo. Cuando los periódicos cuentan el martirio de ciertos prisioneros torturados, todo nuestro ser se estremece, mientras que la pasión de Jesús se ha convertido en algo tan conocido que leemos distraídamente sus detalles…, los detalles horribles de la flagelación, de las manos y los pies clavados a la cruz. Carta desde París, 21 de octubre de 1947 Al padre Voillaume Sueño con un amor como nunca lo he visto explicado en un libro, como nunca lo he visto recomendado a las religiosas…, un amor que sea a la vez divino y humano. Sueño que se pueda dar mucha ternura a todos, una ternura que, aun cuando salga de un corazón humano, sea tan divina que no ocasione inevitablemente el desorden de los sentidos. ¿Por qué el amor no puede ser a la vez ardiente y puro? ¿Cree que no sería realizable?... Podríamos intentarlo en primer lugar nosotros, y luego enseñar a todas las hermanitas a ensanchar el corazón. ¿Acaso, por el hecho de ser religiosas, debemos cerrar el corazón en vez de abrirlo, no solo en el fondo sino en la expresión? Le aseguro que el mundo tiene necesidad de amor. Yo quisiera amar a todos los seres humanos. Quisiera poner una chispa de amor en cada rincón del mundo: en Egipto, en el Brasil, dentro de poco en el Japón… Una chispa

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es algo que provoca incendios de bosques en Provenza. ¿No podría el amor crear hogueras en el mundo entero?

Pasando por Saint Fons vi todas las chimeneas de fábricas y pensé que un día enviaría hermanitas allí… Pasando por Péage de Roussillon, vi el barrio obrero de Rhône y pensé que allí también enviaría hermanitas… Padre, hacen falta por todas partes hogares de amor. Carta desde Siria, junto a un campamento de nómadas, 25 de diciembre de 1948 A las hermanitas de Le Tubet He pedido hoy para vosotras, como regalo de Navidad, la alegría en la inmolación..., la inmolación del cuerpo y del corazón, de la voluntad y de todo el ser, que acepta el sufrimiento como Jesús recién nacido, que debía de encontrar muy dura la paja de su pesebre y muy helada la noche de su nacimiento. Inmolación alegre del Niñito divino, que sonreía a su madre y a los pastores, a los magos y a todos los que rodeaban su cuna. Os suplico que vuestra inmolación no tenga nada de trágico y que no busquéis que la gente se apiade de vosotras. Sobre todo, no la viváis en la imaginación, pues os hundiría sin que tuvierais la gracia necesaria y jugaríais a la incomprendida en lugar de levantar la cabeza para tratar de sonreír a aquellos que tanto necesitan vuestra amistad y vuestra alegría. Quizás sufren más dolorosamente que vosotras, sin que se note... Que el Niño Jesús os bendiga, que os haga a la vez crecer y disminuir, sufrir y sonreír, que os dé su fuerza y su dulzura, su ciencia y su sabiduría, su humildad y su sencillez.

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Universalidad Carta desde Le Tubet, 22 de mayo de 1946 A las hermanitas de Túnez Estuve muy contenta al recibir vuestra primera carta y ver la unidad que hay entre vosotras. Esta unidad la siento cada vez más fuerte entre todos los miembros de nuestra familia que crece.

¡Si supierais cuál ha sido la última sorpresa: el Espíritu Santo sopla decididamente en el sentido de la «fraternidad obrera»! Las hermanitas de Le Tubet han establecido un turno de trabajo para ganarse la vida durante el noviciado: dos hermanitas pasaron quince días en un taller de zapatillas con suela de cuerda. Desde entonces las están haciendo y han ganado diez mil francos en tres meses. La idea que tuvimos en Túnez ha hecho rápidamente su camino. A partir de julio o agosto va a empezar nuestra primera fraternidad obrera.

La carta de monseñor Mercier mantiene su decisión de cerrar temporalmente la fraternidad de Sidi Boujnan y de no abrirla hasta que se puedan enviar allí profesas perpetuas bien formadas. Pero tiene la esperanza de que podamos fundar enseguida la de El Abiodh. Permanezcamos unidas en una obediencia llena de amor, a pesar del sufrimiento. Estoy segura de que las cosas irán cada vez mejor. ¡Ánimo! ¡Con el Señor aguantaremos! Ánimo y confianza, estamos unidas… Carta desde Le Tubet, 2 de junio de 1946 Al padre Devillard, su amigo jesuita Imagínese que me han condenado al reposo más completo durante ocho días, por orden de todas las autoridades. Y cuanto más descanso, más cansada estoy. 92

Obedezco, sin embargo, con alegría, pues hacía años que no tenía la suerte de poder estar a los pies de Jesús, como María en Betania. El Espíritu Santo ha soplado como una tempestad y es esto lo que me ha cansado. Le anuncio, para el mes de agosto, la fundación de nuestra primera fraternidad obrera, en una casa de Aix que nos han ofrecido. Va a ser la primera de las muchas que van a seguir. Las hermanitas trabajarán en talleres y en fábricas. No se asuste y no piense que es una dispersión. Touggourt, El Abiodh, Túnez, continúan siendo el objetivo principal. Pero antes hay que canalizar las vocaciones, que llegan muy numerosas. Las estancias en fraternidades obreras serán la mejor preparación humana para unas hermanitas que van a llevar una vida dura en el Sahara.

Tendremos, en Francia y en África del Norte, algunas fraternidades de adoración con el Santísimo Sacramento expuesto noche y día (en la medida de lo posible). Las hermanitas obreras irán allí cada año para hacer su retiro y pobres hermanitas como yo podrán retirarse en ellas en su vejez. También habrá espacio para acoger a los que vengan a rezar. Serán un centro de fervor en el espíritu del hermano Carlos. Todo esto con la aprobación del nuevo arzobispo, monseñor de Provenchères, que va a ser nuestro responsable como ordinario de la casa madre. No pienso más que en el cielo. Me parece que ya no tardará mucho y que seré yo quien funde la fraternidad de allá arriba. Mi testamento, «La levadura en la masa», sigue su camino, pero no hay justo medio entre el entusiasmo y la condena. Muchas religiosas han reaccionado bien; esto me ha consolado. Voy a enviárselo ahora a monseñor Montini y al Santo Padre. Ya se sabe, ¡estas historias se pagan caras! Diario, 26 de julio de 1946 En la Sainte-Baume, como si una gran luz interior me lo impusiera, tengo de pronto la certeza de que nuestra congregación debe extenderse al mundo entero y llegar a ser «universal». Para mí supone el sacrificio de una idea que me era muy querida: la consagración exclusiva de la Fraternidad de las Hermanitas de Jesús a los pueblos del 93

islam. Por un momento me desconcierta, pero al mismo tiempo estoy segura de que esa es la voluntad del Señor… No dudo un minuto en comunicárselo a monseñor de Provenchères, a monseñor Mercier y al padre Voillaume. Carta desde Túnez, 8 de septiembre de 1946 A la hermanita Mathilde y todas las hermanitas de Aix No quiero acostarme sin venir a vuestro encuentro en este séptimo aniversario de nuestra fundación. Estoy segura de que habrá sido muy bonito en Francia. También lo ha sido en Túnez. Os tenía a todas muy presentes porque en la mesa, a la hora del desayuno, he encontrado el dibujo y la firma de treinta y ocho hermanitas, con las manos tendidas hacia la Virgen para recibir al Niño Jesús.

En esta fiesta tengo que anunciaros un nacimiento. Es tan vasto que me ha costado caro, muy caro: la Fraternidad universal… Nació en la Sainte-Baume, el 26 de julio, pero para tener la seguridad de que era querida por Dios, necesitaba la aprobación de quienes le representan para mí. La última me la acaba de dar el padre Voillaume y es por eso que ahora, después de haber sufrido mucho, dislocada por dentro en todos los sentidos, os puedo decir: «Alegraos por las hermanitas que van a surgir en todas partes, de un extremo al otro del mundo, del Polo Norte al Polo Sur, de África a la China, a la India, a Rusia». Abrid de par en par vuestros corazones por el amor, pero no os pongáis a imaginar… ¡Sobre todo, no vayáis a dispersaros! El islam es mi primogénito, aquel por quien he ofrecido toda mi vida a la inmolación.

Permaneced en paz, iremos despacio. No habléis todavía de ello, para que no nos encontremos desbordadas… Tendré que apresurarme a ir a fundar la fraternidad del cielo; si no, los nacimientos van a dispararse y será una imprudencia de verdad. Carta desde Le Tubet, 9 de noviembre de 1947 Al padre Voillaume 94

Cada vez estoy más convencida de que no estamos hechos para cuidar nuestra perfección personal ni para fundar hermosas fraternidades bien organizadas. Creo que nuestro papel está mucho más en desbrozar y en sembrar. Le aseguro, padre, que el mundo entero nos llama. La fe desaparece, el amor se apaga, porque no se encuentran suficientes hogares de verdadero amor fraterno. La gente ya está harta de caridad a secas; necesita amistad, ternura, y si no las encuentra en la religión de Cristo, entre los íntimos amigos de Cristo, las buscará en otra parte… Tenemos que abrir de par en par el corazón, el alma, las puertas. Tenemos que formar a las hermanitas para esto. Si el amor de Cristo es la fuente de su entrega, no vivirán replegadas sobre sí mismas. Hay que formarlas profundamente y luego lanzarlas sin miedo a todas las partes del mundo. Por esto, creo que no hay que esperar años y años para fundar. Una sola hermanita bien formada, con el corazón lleno de amor, preparará a dos o tres, pero lo esencial es que haya una… Créame, no he perdido el juicio. Pienso únicamente que hace falta un método totalmente distinto…, no digo nuevo, más bien antiguo: el de Jesús con sus doce apóstoles. Les enviaba de dos en dos, y sin embargo tampoco eran gran cosa antes de Pentecostés… Perdóneme, yo no soy nada, pero Jesús me ha dado una chispita de su amor. No podemos consentir que los seres humanos sufran en torno a nosotros sin acudir a ellos bajo pretexto de preservarnos, como un soldado que, para conservar su uniforme impecable, evitara el barro de las trincheras y la herida de las balas. ¿Me entiende, padre? Me explico mal, pero quisiera expresar todo lo que llevo en el fondo del corazón desde hace tanto tiempo y que hasta ahora nadie había comprendido. Hace veinte años era demasiado pronto, pero ahora es el momento magnífico del don de uno mismo a los demás. Carta desde Nazaret, 25 de septiembre de 1949 Al padre Voillaume Usted se va a asustar, pero no puedo dejar de decirle con qué insistencia el Señor pide que, lo más rápidamente posible, se extiendan por todas partes chispas que

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enciendan hogueras: no cuatro hermanitas ya formadas, ni tres, ni dos, sino una sola. Y, si se pudiera, habría que compartirla aún… Hay mucho sufrimiento en todas partes y el mundo tiene necesidad de este amor de amistad a los hombres, a los pueblos, a las razas, que es, me parece, lo más importante del mensaje del hermano Carlos de Jesús. Entonces, padre, ya que el mundo es tan grande (mire el planisferio), ¿por qué esperar? Cada día es un retraso de amor. Hay almas de jóvenes que nos esperan. Aquí, como en Francia, se agruparán alrededor de una hermanita que va a venir para hacerse una de ellas, cederles lo más pronto posible el lugar e ir a otra parte a encender otros hogares… Ya verá que llegaremos a la fórmula de una hermanita que pase algunos meses en cada centro. ¿Qué importa si tiene menos recursos, si sufre por ello, si exteriormente es menos perfecta? Hay que ir hasta «perder la vida» en el sentido del evangelio, no tener miedo de los riesgos por un amor más grande. No se asuste, padre, esto no quiere decir literalmente que yo no quiera poner más que una sola profesa en cada sitio. Esto quiere decir que tendremos que abrir de par en par el corazón a todas las llamadas del Señor. No es culpa mía si él las hace pasar a través de mí. Me gustaría mucho más que fuera a través de usted. Acoja en su corazón Jerusalén, Belén, la frontera de Transjordania con Arabia, Tel Aviv y todo lo demás… ¡A menos que el Señor ponga fin a todas estas locuras enviándome al cielo! Me compadezco de usted cuando esto suceda, porque estaré mucho más cerca que ahora y no creo que le deje a menudo en paz. He suplicado al Señor que me deje en un rincón, pero él no quiere. Está más presente que nunca, no me deja ni un minuto de descanso y estoy como en tensión entre el cielo y la tierra. Sé más que nunca que no soy nada, que no valgo nada, pero que el Señor me conduce para un fin. A mí me deja todos los defectos, todas las carencias, como un viejo instrumento torcido y oxidado que es capaz, sin embargo, de transmitir, sin retener nada, la totalidad de una corriente eléctrica. Carta desde Jerusalén, 8 de septiembre de 1950 A las hermanitas Me angustia que no comprendan que se pueda amar a una persona, a un pueblo, sin condenar automáticamente al otro o al menos serle indiferente. ¡Qué gran falta de 96

unidad! La respuesta del Señor ha sido divina; solo él pudo inspirarme este hallazgo de amor: empezar al mismo tiempo una fraternidad árabe y una fraternidad judía en las dos zonas de Jerusalén, muy cerca una de otra, pero separadas por una barrera de odio. En ellas vamos a poner hermanitas cuya única misión será trabajar, amando a unos y otros con el mismo amor, para que haya a su alrededor más unidad, más amistad, más amor fraterno entre todos los hijos del mismo Padre. Y esto precisamente allí donde Jesús repitió tantas veces: «Amaos unos a otros»; donde, al morir en la cruz, no tuvo ninguna maldición para sus verdugos, sino que empleó sus últimas fuerzas para decir: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen». Estoy viviendo horas dolorosas, tengo de la mañana a la noche la ocasión de repetir: ¿por qué tanto odio entre los hijos del mismo Padre? Incluso los mejores servidores y apóstoles de Cristo, que han recibido de él la misión de predicar con sus palabras y actos el amor y el perdón, hablan con ironía y desprecio de personas de otras razas, sin haber intentado comprenderlas y amarlas, aunque estén cerca de ellas. Me parece que es esta nuestra misión, nuestra única misión. Cada vez que intenté intervenir en favor de una persona o de un pueblo, sentí que mi interlocutor se relajaba, al menos procuraba escuchar, comprender… Aunque pequeña, es una chispa de amor fraterno depositada en el fondo de un corazón humano. Casi siempre es posible decir algo y, si no se puede, desaprobar con un silencio triste.

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Alrededor del mundo Carta desde El Cairo, 29 de mayo de 1948 A las hermanitas de Le Tubet Hoy es mi primer día en El Cairo. Podéis adivinar mi alegría al llegar a la ciudad y encontrarme con hermanita Yva. Juntas fuimos al aeropuerto para acoger al padre Voillaume. Aquí hace mucho calor, un calor intenso, como el de Touggourt y Argel. Nos hemos movido mucho y hemos visto a muchos amigos. Nada más llegar, el padre tuvo que dar una conferencia sobre el espíritu del hermano Carlos de Jesús y sobre las fraternidades. Sus palabras penetraban en lo más profundo de los corazones. En su conferencia, habló de la fundación de una fraternidad de hermanitas en medio de los gitanos. Es así como me enteré de que la aprobaba… Sentimos que crece cada vez más nuestra unión. Hablamos de un posible viaje al Alto Egipto con el padre De Montgolfier, S.J., para conocer Garagos, el pueblecito donde él vive. Todo está muy impreciso; sin embargo, se nos abre una pequeña luz de esperanza: tal vez un día podamos fundar allá. Esta mañana, misa en rito melquita. Abro mucho los ojos y el corazón para intentar comprenderlo todo. Mi amor ya lo tienen, pero es muy nuevo para mí, mientras que hermanita Yva está como un pez en el agua...

Creo que tenemos que prepararnos para salir en todas direcciones, para ser enviadas de dos en dos a través de pueblos y ciudades. No os asustéis, Jesús será vuestro compañero… Jesús con María, su madre, la Señora del camino.

Preparaos. Me duele mucho darme cuenta de que alguna de vosotras está encerrada en sí misma. ¿Cómo queréis que la envíe por los caminos si es para mirarse el ombligo? Caerá en la primera piedra, al primer rasguño. A esa me veré obligada a dejarla en un invernadero bien calentito, bien protegido de todas las corrientes de aire.

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Sed valientes y, cuando hablo de tener valor, no es solamente físico; es sobre todo moral y espiritual. La sencillez del niño sería tibieza y niñería sin el contraste de la fuerza de alma. No cesaré de repetiros: «Sed sencillas y verdaderas». No seáis «mujercitas» en el mal sentido del término, ya que el ser verdadero de la mujer, salido de la mano de Dios, es muy bello, porque es auténtico. Esta simplicidad y esta transparencia serán vuestra fuerza en las situaciones más difíciles. Ellas serán vuestra barrera y valdrán más que todas las barreras materiales para preservaros del mal. Carta, 29 de junio de 1950 A las hermanitas Cuando me preguntan a dónde voy y de dónde vengo, cuál es mi puerto de anclaje, siempre me resulta difícil contestar. A pesar de contradicciones y obstáculos, he recorrido sin reposo ni tregua la ruta que inicié hace diez años y que ahora se abre aún más amplia delante de mí… Mañana será Oriente, pasado mañana Roma, después África del Norte, Camerún…; después de esto, el Japón, Vietnam, la India, Moscú… Voy a seguir por los caminos hasta el final de mis días y no estoy ni soñando ni fanfarroneando, como mucha gente ha comentado. Soy verdaderamente nómada por esencia; ya no puedo estar agarrada a nada. A lo largo de los caminos, pienso en la cantidad de personas que esperan el mensaje del hermano Carlos de Jesús. Mirad el mapa del mundo. Nosotras llegamos a una mínima parte. Y, sobre todo, mirad en el mundo la cantidad de personas infelices que nos llaman: los presos, los deportados, los basureros, los usuarios de los albergues de noche… Tomadlos en vuestra oración, esperando que podamos un día estar presentes en medio de ellos. Carta desde el Camerún, 13 de febrero de 1951 A las hermanitas No estaré contenta hasta que haya encontrado la tribu más incomprendida y más despreciada de la tierra, el hombre más pobre, para decirle: «El Señor Jesús es tu 99

hermano, y te ha elevado hasta él… Yo vengo junto a ti para que aceptes ser mi hermano y mi amigo». Un día me enteré de que los campesinos africanos tratan como esclavos a los pigmeos de la selva y que les desprecian, creyendo que no tienen alma, así que tengo el deseo de ir a su encuentro para amarlos y confiarlos a las hermanitas. Por esto, dentro de quince días iré a ver a los pigmeos del Camerún, y tal vez más tarde a los del Congo… ¿Quién de vosotras querrá consagrarse a este puñado de seres humanos, que son los predilectos del Señor Jesús? Carta desde El Abiodh, 26 de abril de 1951 Al padre Voillaume Desde que el Señor me tomó de la mano, nunca pensé ni una sola vez que fuera cosa mía. Es como una fuerza que está en mí y a la que no puedo resistir. Quisiera parar y no puedo, cuando necesitaría tanto reposo… La última carta de monseñor Mercier me urge a fundar en El Goléa, en In Salah, en Tamanrasset… Tengo mucho miedo de lo que me espera, debido a mi debilidad física; miedo de esa fuerza que está en mí, de este poder de concepción, de organización, de trabajo, aunque me sienta continuamente a punto de desfallecer. El Señor me urge a ir por todas partes a plantar hermanitas y a luchar contra el mal que encuentro, sin miedo a decirles la verdad a los grandes de la tierra, aunque me vayan a condenar. Me obliga a salir de la sombra en que yo quisiera permanecer. Hay en mí una intensificación del amor por el Niño Jesús. No puedo separarme de él. Está en mi vida, en mi ser, es él el que lo hace todo. Las fraternidades son para mí como la gruta de Belén, donde él tiene su cuna. Es por esto que me gustaría que hubiera muchas para que, desde ellas, el Niño irradiara sobre el mundo para que sea más humilde, más pacífico, ya que solo él puede vencer el odio y el orgullo. Si quiero irme a Moscú, es para llevarlo allí; quisiera que usted lo comprendiera bien. Diario de 1951

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Continuaré repitiendo a todos que es necesario amarse, y dejaré en todas partes hermanitas que lo digan a su vez. El odio es terrible, y nos lo encontramos a cada paso. Los hombres se destrozan moral y físicamente y en demasiados países se educa a los niños con deseos de orgullo y de venganza. Quisiera que hubiera tanto amor en el corazón de las hermanitas, tanta alegría divina reflejada en su mirada y en su sonrisa, que todos fueran alcanzados como por una presencia del Señor. Para esto, tenéis que amaros en primer lugar entre vosotras. Hasta mi último suspiro os repetiré las mismas palabras: para empezar, sed buenas, caritativas, dulces y sonrientes con vuestras hermanitas; sin esto, vuestra sonrisa sonará a falso y vuestra dulzura no será más que un barniz del mundo. Carta desde el Brasil, 16 de junio de 1952 A las hermanitas Pasamos la noche en Goiânia y mañana iremos a Conceição de Araguaia. Después seguiremos por el río: tres o cuatro días de viaje para descubrir nuestra nueva fundación con los indios tapirapé. Nos quedaremos allí quince días, porque encontraremos nuevos problemas que resolver, y queremos vivir un poco con las hermanitas que se van a quedar allí… Además, solo hay avión cada quince días. 23 de junio de 1952 (continuación de la carta anterior) Al llegar a la aldea, encontramos a un grupito de tapirapés que nos acogen con una sonrisa. Son los únicos sobrevivientes de un pueblo de 800 personas, que otro grupo indio destruyó hace cuatro años. Nos han discutido tanto la decisión de fundar con los ouldemés del Camerún, que son 1500… Aquí son algo más de 50 y es junto a ellos donde el Señor nos planta. Carta desde África del Sur, 10 de octubre de 1953 A las hermanitas

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El mundo entero nos llama a través de la voz de los pequeños, de los pobres y de todos los que sufren el desprecio y la injusticia; a través de la voz de las minorías ignoradas hacia las cuales otros misioneros no tendrán tiempo de ir… Yo os precedo con hermanita Jeanne. Sé que humanamente es una locura y que todas las críticas y las inquietudes son comprensibles, pero camino a la luz de lo que creo ser la voluntad de Dios, en una total obediencia a la autoridad de la Iglesia, a quien lo someto todo. Después de África, vamos a recorrer todo el resto: América del Sur y del Norte, Extremo Oriente, Oriente Medio, preparando en todas partes nuevas fraternidades. Para tener la fuerza y la audacia de continuar a este ritmo nuestra extensión a través del mundo, necesito sentir que todas me seguís, no solo con vuestras palabras sino sobre todo con vuestros actos. Por esto os lanzo una llamada urgente: Ayudadme todas en esta misión que ahora es también vuestra: trabajar con todas nuestras fuerzas para la universalidad del amor. Mantened y desarrollad la unidad fraterna, a pesar de la renuncia que exige. Nuestro viaje por África Central y sobre todo por África del Sur ha confirmado mi convicción de que la ruptura entre las razas y entre las clases sociales es uno de los más graves atentados contra el mandamiento del amor. Mirad en el fondo de vuestro corazón. Hay en cada ser un racismo escondido y secreto, cuyas raíces son muy profundas. No nos lo confesamos, pero miramos siempre a nuestro hermano con un complejo de superioridad, y prueba de esto es que le juzgamos. No le juzgaríamos si pensáramos que nos parecemos, o que somos peores que él. Estoy cada vez más convencida de que el Señor quiere para la Fraternidad que superemos los prejuicios de clases y de razas. Cuando os pregunten cuál es su origen, contestad: «Es internacional, es interracial». Carta desde la India, 20 de diciembre de 1952 A las hermanitas

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Tenemos que amar a todos los hombres sin excepción, pero de un modo especial a los pequeños y a los pobres. Si nos consagramos a un país, a un pueblo o a una raza, es para hacernos como ellos, dejando atrás nuestro país, nuestro pueblo y nuestra raza. Nos hará falta prepararnos para ello, pues, a medida que la Fraternidad crezca, las dificultades aumentarán. Amor preferente por los pequeños, por los que son despreciados; amor efectivo que debe traducirse en actos y no contentarse con bonitas declaraciones. Nuestra vocación es exigente. No debemos permitir que alguien sufra en nuestra presencia si podemos, con una palabra o con un gesto, aliviar o impedir este sufrimiento. Más aún si es provocado por prejuicios de clase o de raza, que destruyen el amor fraterno y universal y perjudican a una inmensa mayoría de personas. Diario, mayo de 1954 Encontramos a los primeros papúes en Port Moresby. Nos dirigimos a visitar un pueblo grande, Hanuabada, cuyas casas de madera están construidas en filas sobre pilotes, a la orilla del mar e incluso dentro mismo del mar del Coral. Una fraternidad estaría muy bien allí y veo enseguida que tendría que estar situada al principio de la primera fila de casas, ya que así sería accesible a las barquitas de pescadores, más o menos nómadas, que se amontonan en la bahía. Alocución a las hermanitas reunidas en Roma, 2 de diciembre de 1958 El Señor, después de habernos dejado durante varios años exclusivamente orientadas hacia el islam, me impulsó a extender las fraternidades a través del mundo y me dio la idea de la universalidad: ya que no nos íbamos a limitar al islam, no había razón para excluir ni un solo país. Para sostener el ritmo que hemos llevado, hemos necesitado vencer muchos obstáculos. Muchas veces tenía la impresión de que estaba subiendo una alta montaña y una cantidad de manos tiraban de mí para obligarme a bajar. Es terrible para un alpinista verse obligado a luchar contra los que quieren impedir su ascensión. ¡Creo que tengo el corazón tan cansado precisamente por esto! Felizmente, contaba con la aprobación de la 103

Iglesia, signo magnífico para animarme a escalar. La había pedido al Señor al inicio de la fundación y nunca me faltó.

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El reto de una nueva frontera Carta, 4 de julio de 1949 Al padre Voillaume Mi deseo de dimitir en la próxima Navidad se concretiza. Si insisto tanto, es por una razón mucho más fuerte que el bienestar personal… El Señor espera de mí algo que no se puede compaginar con una responsabilidad tan grande: en primer lugar, ir a vivir algún tiempo bajo la tienda; después, encerrarme en el silencio y la soledad de Béni Abbès para trabajar sobre el hermano Carlos de Jesús. Pero hay otra cosa: Rusia se insinúa en el horizonte… Libre de toda responsabilidad, podría ir allí para dar mi vida como lo he soñado siempre. Recuerde lo que me dijo un día: que yo no podía ir a Rusia sin tener la certeza de poder volver… Si me liberan de mi cargo, mi lugar estará allá… Carta desde Atenas, 20 de agosto de 1949 A las hermanitas En Atenas, una hermana de San José me dice que en Bulgaria casi todas las religiosas están en campos de concentración o trabajan en fábricas. Esto me lleva a pensar una vez más en mi proyecto de viaje detrás del telón de acero… Para 1951 proyectamos la fundación de fraternidades en Vietnam y con los enfermos de lepra en Camerún. Ya sabéis que mi deseo de retirarme del cargo de Priora General no es por cobardía, sino para servir mejor de lejos. Pero de momento, lo que me preocupa es Damasco, Khabab y Nazaret. Diez hermanitas me están esperando allí. Son pocas para las tres fraternidades, y es necesario mandarles refuerzos sin tardar.

Espero que, entre las nuevas postulantes, haya muchas vocaciones para el Sahara, para la tienda de los nómadas. Tenemos que responder claramente a quienes dicen que hemos abandonado la patria del hermano Carlos de Jesús (el Sahara). Me siento triste cada vez que, junto a diez fraternidades en Francia, no puedo hablar siquiera de una sola que sea estable en el Sahara, porque la de El Abiodh solo está abierta de momento unos meses al año. 105

Las futuras fundaciones de Oriente me dan mucha alegría. Es normal que tengamos dificultades, y más en estos tiempos tan complicados. Ayudadme siendo verdaderas hermanitas. Me cansa y me duele mucho ver a algunas que no lo son porque no quieren. Si es porque no pueden aún, tengo una gran piedad y mucha menos pena. Pero no os inquietéis, ya sé que estáis casi siempre en este último grupo. Carta desde Damasco (Siria), 11 de diciembre de 1949 A las hermanitas Navidad va a ser una fiesta muy hermosa en Belén. Hace mucho que espero dejar el primer lugar para vivir una nueva etapa. Compartid mi alegría por este momento que se acerca, el 25 de diciembre.

No me voy ni por cobardía ni por cansancio. Es verdad que, aun cuando mi cuerpo está agotado por tantos caminos recorridos y tantas noches en vela, siento el corazón ardiente como el primer día y estoy dispuesta a conduciros por todo el mundo. Lo que me cuesta es ese primer lugar que he ocupado contra mi voluntad. En cuanto advertí que otra podía ocuparlo, no pude soportarlo más. Diez años, era lo máximo que el Señor y yo habíamos convenido. Esta es la verdad, no hay otra. Ahora, ayudadme a desaparecer. Acepto continuar siendo la «madre» en la intimidad del hogar. Es el único título que no se puede arrancar del corazón, es el único título que me importa, aunque sé que lleva consigo mucho sufrimiento. Pero, a los ojos del mundo, ayudadme a desaparecer. Dejadme ir muy lejos para que pueda en verdad dar mi vida, no en sueños sino en realidad. Dejad que me vaya, incluso al cielo que tanto deseo. Así cada una podrá encontrarme de manera mucho más personal y cercana. Carta de Bagdad, 20 de agosto de 1954 Al padre Devillard, jesuita

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Gracias por su oración. Me siento tan pobre… Estoy cansada, agotada, no puedo más, pero esto no siempre es visible. Me pregunta a qué me refiero cuando hablo de irme lejos. Creo que ya el año pasado le hablé de mi proyecto de irme a los países del Este en 1955. Es confidencial sin serlo, porque todas las hermanitas lo saben, pero es mejor que no lo sepa otra gente. El Santo Padre está al corriente y bendice este proyecto. Rece para que yo tenga fuerza y valor para ello. He dado la vuelta al mundo, y en él hay una mancha oscura. Es allí donde quiero penetrar y morir para que el Niño Jesús y la Santísima Virgen reinen también en esos países. Todos los otros proyectos se realizaron al pie de la letra, y con este será lo mismo. Es el Señor quien me traza el camino, no soy yo… Alocución al primer Capítulo General, 17 de septiembre de 1954 Tengo que deciros otra cosa: mi misión va a estar desde ahora al otro lado de las fronteras de los países del Este. Os pido a vosotras, hermanitas del capítulo, que cuando llegue el momento de mi marcha me ayudéis a irme… porque estoy convencida de que esta misión viene también del Señor. El Santo Padre y el cardenal Tisserant la han aprobado. Suplico al capítulo que me ayudéis. Para esta última misión tendréis que darme ánimo, tendremos que darnos ánimo mutuamente. Junto con el dolor de la separación, tendremos la alegría de saber que la Fraternidad está presente al otro lado… Ya sabéis que os llevaré a todas conmigo. Carta desde Viena, 6 de septiembre de 1957 A una religiosa amiga Llegó la hora… Mañana, en la madrugada del sábado, víspera del 8 de septiembre, la separación se habrá hecho realidad: estaré del otro lado del telón de acero. Puede usted suponer el dolor y la alegría que dividen mi alma. Me voy porque el Niño Jesús de Belén me conduce de la mano y nunca le he resistido.

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Me voy con todas las autorizaciones de la Iglesia, llevándome una estampa con la firma del papa escrita a mano por él especialmente para mí. Con esto quiero decirle que tengo toda la fuerza de la obediencia. Voy a encontrar a dos hermanitas en Praga y a una en Varsovia. Otras irán más tarde… Recuérdeme en su oración. Voy a llevar al Niñito Jesús al otro lado de las barreras. Carta desde Roma, 15 de diciembre de 1957 A las hermanitas Aún no me llego a creer que soy yo la que estoy en Roma en medio de doscientas hermanitas. Me parece que sueño y que vivo en pleno misterio.

El 4 de noviembre recibí un telegrama de las hermanitas que están en Praga pidiéndome que fuera allí urgentemente, lo que me obligó a coger un avión para llegar antes de que se marcharan a Francia. En Praga solo tenía un visado de 48 horas, por lo que no tenía otra solución que irme hacia un país de la zona libre. Después de un momento de duda, no pude más que interpretar estos acontecimientos como una indicación providencial para ir a Roma a encontrarme con hermanita Jeanne y el Consejo General reunidos con monseñor de Provenchères, para explicarles los nuevos proyectos que llevo en el corazón. Y después de esta reunión, ¿cómo resistirme a la súplica de las doscientas hermanitas que iban a tener un tiempo de seis semanas de formación, y de las cuales más de cincuenta no me conocían aún? ¿Y cómo dejarlas algunos días antes de Navidad, nuestra fiesta tan querida? Es por esto que estoy en Roma, en medio de las hermanitas, que había dejado para siempre…

Mi estancia aquí va a terminar pronto. Me iré de nuevo, pero esta vez los adioses serán menos dolorosos, ahora que el Señor amado, a quien yo había hecho esta ofrenda definitiva de la separación, ha manifestado que sabe, cuando quiere, inventar las razones más imprevisibles para reunirnos… 108

Diario, agosto de 1963 En Polonia El 24 de agosto, estando yo en Czestochova, Bozena llega de Cracovia. Hablo mucho rato con ella, gracias a la madre Emilia, una religiosa conocida, que hace de intérprete. Teresa, Wanda, Bozena son las piedras angulares de las futuras fundaciones. Diario, julio-agosto de 1964 En Polonia El 28 de julio nos encontramos con hermanita Krystyna (primera hermanita polaca, que conoció la Fraternidad y entró en ella en Francia) en casa de la familia de Teresa, que nos recibe con mucho cariño. Por la noche volvemos a nuestra camioneta y nos vamos a dormir a un rincón tranquilo. Al día siguiente, por la mañana, vamos a pasar algunas horas en la casa de las religiosas del Sagrado Corazón. Hermanita Krystyna y Teresa se juntan a nosotras allí, pero Teresa nos deja pronto porque tiene que ir a trabajar al hospital. El 3 de agosto, en Cracovia, vamos a casa de la familia de Bozena. La mamá acepta de buena gana la estancia que su hija va a hacer en las fraternidades. El padre Pedro nos sirve de intérprete.

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Emprendiendo un viaje a los países de Europa Oriental.

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En 1956, primer viaje a los países de Europa Oriental.

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5. En el corazón de la Iglesia Podríamos decir que hay tres fases en la relación de hermanita Magdeleine con la jerarquía eclesial. Al comienzo, transcurre un tiempo en el que se encuentra con muchas dificultades e incomprensiones, pero tiene el apoyo y el afecto de las personas que para ella representan de modo especial a Cristo: el papa, monseñor Montini y los obispos encargados de la congregación. Desde el inicio tiene el deseo y la preocupación de que su andadura sea verificada y aprobada por la Iglesia. Necesita que toda la novedad que supone la Fraternidad sea ratificada: esto es lo que le da seguridad. Por esto, desea fundar en alguno de los barrios marginales de Roma una de las primeras fraternidades obreras, así como establecer allí un noviciado, y sobre todo la casa generalicia… pero todo esto con su estilo y su genio propio. La casa central de la congregación se va a constituir en un terreno cedido por los trapenses, donde monta unos barracones de madera, y allí es donde está hasta hoy la Fraternidad General de Tre Fontane. Más tarde, será la gran prueba, la contradicción suprema, en que todo parece naufragar, y en la que aprende lo que es «sufrir a causa de la Iglesia». Debido al incremento de acusaciones y quejas, el Vaticano decide enviar un visitador apostólico, representante del papa que tendrá, durante la duración de la visita, la máxima autoridad en la congregación. Hermanita Magdeleine deberá apartarse de Roma y de hermanita Jeanne, responsable general. El visitador comunica su intención de hablar con todas las hermanitas «para saber lo que va mal en la Fraternidad». Magdeleine teme que vaya a destrozar la obra de su vida, que –lo cree firmemente– viene de Dios. A pesar de ello, desea con todas sus fuerzas continuar amando a la Iglesia. La visita termina inesperadamente un año y medio más tarde, sin mayores consecuencias, y al final del túnel aparece una luz radiante: el Vaticano II. Magdeleine, en cierto sentido precursora del concilio, se adhiere a él con todo el gozo de su corazón y transmite esta alegría y esta esperanza a su alrededor. Hasta el final de su vida dirá siempre claramente a los responsables de la Iglesia aquello que no le parece evangélico, sin dejar entrar en su corazón rencor ni amargura.

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Súplicas por la pobreza Notas confidenciales, 16 de diciembre de 1944 Estoy contenta de escribir en este cuaderno mi alegría inmensa de estar en Roma, en esta tierra bendita, regada con toda la sangre de los mártires, en esta ciudad donde está el corazón de la cristiandad, donde está su padre y su jefe. Dentro de algunos días estaré de rodillas a sus pies y le entregaré mi pequeña familia religiosa. Ojalá la Fraternidad naciente pueda ser para él un oasis de dulzura. Señor Jesús, te suplico que me concedas en Roma la gracia que más deseo: que las hermanitas permanezcan siempre profundamente unidas a la Santa Sede y a la persona del Santo Padre. Primera carta a Pío XII, 14 de diciembre de 1944 Santo Padre, he afrontado toda clase de dificultades para tener la alegría de venir a Roma y arrodillarme a los pies de Vuestra Santidad. Y el Señor así lo ha debido de querer, puesto que he llegado, a pesar de los obstáculos casi insalvables que se encuentran actualmente para viajar. Sin embargo, soy una «hermanita insignificante»: quizás por esto el Señor me da todo lo que le pido y se sirve de mí para la fundación de una nueva congregación consagrada exclusivamente al islam a través de la oración, de la inmolación y del apostolado. Quisiera llamarla «Hermanitas de Jesús (del padre De Foucauld)», bajo la protección del gran ermitaño del desierto. Con este motivo he venido a pedir a Vuestra Santidad que bendiga a mi pequeña familia religiosa. Contamos ya con todo el apoyo y el paternal afecto de monseñor de la Villerabel, arzobispo de Aix, y de monseñor Mercier, prefecto apostólico del Sahara, aunque no tengamos aún aprobación canónica. Deseo someter a Vuestra Santidad nuestras constituciones y las fórmulas nuevas que contienen. Son las de la Acción Católica aplicadas a la vida religiosa misionera: ser como la levadura que se mezcla a la masa para que fermente…; volverse árabe con los árabes, nómada con los nómadas…; hacer nuestras su lengua, sus costumbres, su 114

mentalidad…; poner la caridad por encima de todas las reglas…; abrir nuestras puertas con mucho respeto a las vocaciones del país…; dar la vida con alegría por la redención de nuestros hermanos del islam… Me inspiró nuestro padre, el hermano Carlos de Jesús, que me legó también su amor y obediencia al papa. Por esto, vengo muy humildemente a suplicaros, Santo Padre, que me recibáis, junto con mi compañera, para que os pueda someter mis grandes sueños de apostolado. Roma, 23 de diciembre de 1944 Primera súplica al papa Pío XII sobre la pobreza 1) Nuestro ideal de pobreza Es el de Jesús en Nazaret. ¿Por qué nació él en un pesebre? Dios, que es tan grande, asumió la humanidad de un pobre artesano que se gana duramente el pan; ¿por qué las religiosas, sus íntimas, no tendríamos el derecho de imitarle? Esto es lo que pedimos: poder vivir la pobreza de un pobre trabajador, que tiene su casa, su huerto, su oficio, pero sin rentas ni dotes.

2) Nuestras fuentes de ingresos – El trabajo de nuestras manos: cultivo de un huerto u otros oficios como tejido, alfarería. – Las limosnas. – Las conferencias. – Hasta la profesión perpetua, la ayuda de las familias de las hermanitas, si tienen la posibilidad. – En previsión de la salida de algunas, una cantidad de dinero depositada en una obra de la Santa Sede. – Y, sobre todo, una confianza ilimitada en la Providencia, que ha confirmado maravillosamente nuestra pobreza.

3) Nuestra experiencia de pobreza 115

– Boghari, 1936-1939: creación de un dispensario, de un taller, de una sopa popular, sin que nos faltaran ni un solo día medicamentos, lana y pan. – Touggourt, 1939-1942: construcción de nuestra fraternidad, sin que nos faltaran nunca materiales ni dinero. – Le Tubet – Aix, 1942-1944: construcción de nuestro noviciado en plena guerra, sin tener que interrumpir las obras a pesar de la escasez de materiales. El lunes, la caja estaba vacía…; el sábado estaba llena para pagar a los obreros. – Septiembre a diciembre de 1944: viaje al Sahara y a Roma, en unas circunstancias en que los más ricos y grandes de la tierra no lo hubieran podido conseguir ni con millones. Salimos de Marsella con 2.800 francos en el bolsillo, todo lo que nos quedaba. Al llegar a Roma, después de dos meses y medio de un viaje maravilloso, después de haber subido en cuatro aviones y haber recorrido cinco mil kilómetros por el Sahara…, quedan aún 2.800 francos.

Veo en esto la bendición y la consagración de nuestra pobreza. ¿Por qué buscar medios humanos cuando el Señor Jesús es tan generoso? Él no renunciará a su generosidad, si no renunciamos a confiar en la eficacia de sus palabras: «Observad los lirios del campo: ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. No os preocupéis por el mañana». Esto no es poesía, es una profunda realidad: Don Bosco, santa Clara, san Francisco…

4) Las razones profundas de nuestra pobreza Cada familia religiosa tiene una misión, que le ha sido legada por su fundador, y es importante que, al continuar su obra, vele cuidadosamente para no traicionar su pensamiento. Las Hermanitas del padre De Foucauld no pueden tener dotes ni rentas sin apartarse de su espíritu. ¿Cómo tendríamos el derecho de llevar su nombre y de ser llamadas «sus hijas» si se nos negara esta pobreza?

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Cada familia religiosa tiene su misión, para la cual tiene que coger los medios adecuados. ¿Cómo comprender y amar a los nómadas si no se comparte un poco su vida dura, su pobreza? ¿Será posible tenerlo todo en medio de aquellos a quienes falta todo, sin que su miseria sea un reproche vivo a nuestro bienestar y a nuestra comodidad?

Todas sin excepción, preferiríamos abandonar nuestra vida religiosa oficial si no se nos permitiera seguir la verdadera pobreza de Cristo, porque es eso lo que nos atrae en él, y todas queremos seguir esta regla del padre De Foucauld: «Tendrán siempre delante de los ojos al Modelo único, el carpintero, hijo de María, recordando que todo lo que tengan de más que él mostrará hasta qué punto son distintas de él».

Hacemos nuestras estas palabras: «Dios mío, no puedo soportar ser rico, acomodado, vivir tranquilamente de mis bienes, cuando vos fuisteis pobre y vivisteis penosamente de un duro trabajo. Yo no puedo amar así».

De ninguna manera quiero juzgar a nadie. Si otras congregaciones no tienen esta regla, es porque están llamadas a vivir otros aspectos de la vida de Cristo. Pero a nosotras, por el amor de Dios, dejadnos su pobreza. Actualmente, en Francia, los directores de conciencia desaconsejan a los jóvenes la vida religiosa, diciéndoles que es un obstáculo a la pobreza real, ya que las congregaciones están obligadas a prever el futuro para estar seguras de que no les falte nunca nada.

Por favor, dejen a las personas que el Señor llama a la pobreza total la alegría de encontrarla efectivamente en la vida religiosa.

Escribo esta súplica en Roma, en un espíritu de sumisión total a la Iglesia, y la escribo la víspera de Navidad. En nombre del Niño Jesús del pesebre, que se hizo tan pobre por amor nuestro, os suplico humilde pero ardientemente que nos concedáis lo que para

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nosotras es el mayor de todos los bienes, la pobreza de aquel a quien llamamos, siguiendo a nuestro padre Carlos de Foucauld, «nuestro muy amado Hermano y Señor Jesús». Carta desde Roma, 24 de diciembre de 1944 Al padre Voillaume ¡Qué alegría escribirle desde Roma, donde mucha gente le recuerda! Hemos tenido grandes alegrías y ninguna decepción, porque hemos percibido enseguida lo que se esconde bajo las apariencias de Roma, y la persona del Santo Padre ha sido para nosotras el centro de todo. Le vimos durante media hora en audiencia privada y se interesó tanto por la Fraternidad que le hice llegar un ejemplar de las constituciones. Los que tienen autoridad sobre nosotras en la Iglesia me han acogido con una bondad que me ha emocionado. ¿Se acuerda que fue esta la señal que le pedí al Señor, como sello suyo sobre nuestra fundación? Todo ha sido muy rápido, parece que esto es excepcional. Van a entregar las constituciones a los consultores y monseñor Costantini me ha aconsejado que vaya a verles. Monseñor Montini, que actualmente ejerce la función de secretario de Estado y está muy cerca del Santo Padre, me ha prometido su apoyo. Monseñor Fontenelle me ha hablado mucho de usted. Tiene en el breviario una estampa del hermano Carlos de Jesús con la firma de usted y me ha encargado que se lo diga. Mi proyecto de «hermanitas auxiliares», del que ya le hablé, ha suscitado mucho interés en Roma. Ahí también hay amigos entusiastas y adversarios, pero los primeros son más numerosos y más apasionados.

Le mando las notas que dejé al Santo Padre después de la audiencia, así como mi «súplica sobre la pobreza» que voy a enviarle también a él. La he depositado en la Congregación de Propaganda Fide para el día en que la comisión discuta la cuestión de la pobreza en nuestras constituciones. Según monseñor Costantini, la ausencia de dotes y 118

de rentas será el punto difícil, pero la mayoría de los consultores lo aprueba. Dios decidirá. Siento mucha paz, no tengo más que dejarme conducir. Este viaje excepcional a Roma va a terminar con la gran alegría de asistir a la misa de medianoche del Santo Padre y de estar situadas muy cerca del altar. Todo esto es la prueba del gran cariño con el cual hemos sido acogidas y da mucho ánimo para el futuro. Nuestro papa, Pío XII, es muy bueno y sufre mucho; se le ve cargado con el dolor de toda la humanidad. Ya le quería mucho antes de verle, pero ahora aún le quiero más. Este amor nos caracterizará. Cada vez estoy más decidida a que todas las hermanitas pasen obligatoriamente por Roma para el noviciado profeso que precederá a la profesión perpetua. Pondremos aquí la Fraternidad General. Carta desde Roma, 26 de diciembre de 1944 A monseñor Montini Ya que fue tan bueno con nosotras, me permito recurrir una vez más a su bondad. Deposité en la Congregación de Propaganda Fide una «súplica» en favor de la pobreza, para que sea comunicada a la comisión de los consultores cuando se reúna para estudiar nuestras constituciones, porque tengo miedo de que este punto sea una dificultad. Me gustaría que usted le entregara un ejemplar de la misma al papa Pío XII, puesto que ya tiene el resto de nuestra documentación y sabe que este asunto de la pobreza es muy importante para mí. Pasado mañana nos iremos de Roma. Me llevo de aquí una gran alegría, una gran fuerza: la bendición del Santo Padre para la obra que me es tan querida y la acogida tan buena y benévola de todas las autoridades de la Iglesia para la pequeña familia que acaba de nacer. Me llevo sobre todo un deseo más ardiente que nunca de obediencia a la Santa Sede y a la persona del Santo Padre. Presentación de las constituciones, diciembre de 1944 Humildemente sometida de antemano a las decisiones de la Santa Sede, y deseosa sobre todo de conocer lo más exactamente posible su pensamiento sobre esta nueva fundación

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del padre De Foucauld, me he empeñado en venir a presentar yo misma mi primer proyecto de constituciones de las Hermanitas de Jesús, después de haberlo sometido al examen minucioso de un canonista y a la aprobación de monseñor de la Villerabel, arzobispo de Aix, y de monseñor Mercier, prefecto apostólico del Sahara, ordinario de la fundación. He redactado este proyecto de constituciones con todo el respeto y el amor de un niño que es consciente de las riquezas que ha heredado de su padre y no quiere dejarlas perder. He intentado traducir lo más fielmente posible el pensamiento profundo, el método de apostolado, todo el espíritu y la vida contenidos en la regla y los escritos espirituales de nuestro padre, Carlos de Foucauld…; en una palabra, el ideal del evangelio, el método de apostolado de la Acción Católica y, sobre todo, el espíritu y la vida de Jesús. Como hacía el hermano Carlos, nos gusta llamarle «nuestro amado Hermano y Señor Jesús», y deseamos de todo corazón ser oficialmente sus «hermanitas». Somos solo una pequeña familia religiosa, la última y la más pequeña de todas: unas veinte hermanitas. Este número crecerá sin duda rápidamente cuando una primera aprobación de la Iglesia me dé seguridad para aceptar las vocaciones, que se presentan muy numerosas cuando conocen el ideal nuevo y atractivo de nuestro padre, Carlos de Foucauld. Tenemos dos fraternidades: una fundada en 1939 en el Sahara, en Touggourt, y la otra, en 1941, en Aix-en- Provence, para cuidar la acogida de hermanitas que irán después al Sahara. Somos muy pequeñas, pero tenemos el audaz deseo de ser lo más rápidamente posible «de derecho pontificio», debido al amor de filial veneración al «padre común» que nos ha legado nuestro querido fundador. En el más completo abandono y la mayor docilidad de espíritu, espero las decisiones de Roma, feliz de pensar que ellas indicarán la voluntad de «nuestro amado Hermano y Señor Jesús».

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Roma, el centro de la Iglesia Carta desde Roma, 10 de junio de 1947 Al padre Voillaume Para comenzar, le comunico la gran alegría, un poco inesperada, de saber que vamos a obtener el reconocimiento como congregación diocesana. En Roma todo el mundo me trata como una fundadora, con toda clase de miramientos. Me resulta extraño, sobre todo con mi hábito azul «obrero», que, después de tantos lavados, ya tiene aspecto de gastado. He sabido que los dos últimos números de Ecclesia, la revista ilustrada del Vaticano, acaban de publicar con elogios «La levadura en la masa: este es mi testamento», además de otros textos. Pero no se inquiete, esto no me perturba; solo estoy contenta por no haber sido condenada por Roma, hubiera sido muy doloroso para mí. Me están pidiendo charlas: el sábado en la Gregoriana para sacerdotes y padres jesuitas…, el domingo en comunidades religiosas. Ahí también, creo que es mi deber hacerlo, así que voy a ir sencillamente. Como la primera vez, la acogida del Vaticano es muy estimulante. En la Congregación para la Propagación de la Fe, he visto a monseñor Costantini, que me ha tomado bajo su protección. Siento que mira la Fraternidad con benevolencia. Es asombroso lo bien que va todo… Vaya, que creo que ya me puedo ir al cielo. He encontrado la Roma que amo… Tengo cada vez más ganas de instalar hermanitas aquí, en el centro de la Iglesia. ¡Qué amplitud de horizontes les proporcionaría todo lo que he vivido estos tres días! Los recuerdos de los primeros siglos: Coliseo, catacumbas…, pero sobre todo las relaciones con las otras Iglesias. Desde que llegué, estoy en plena Iglesia oriental rusa, debido al padre Regis, rector del Russicum, y hablamos juntos de ese pueblo al que también me siento llamada. Estoy en contacto con personalidades libanesas, que nos quisieran también allí. He hablado un rato largo con el padre Philippe Nabaa, paulista, que le conoce a usted. ¡Con qué alegría he sabido que hay en Transjordania tribus nómadas cristianas dispersas en medio de los musulmanes! De vez en cuando, un sacerdote hace una gira para decir una 121

misa bajo la tienda. El obispo busca desesperadamente religiosas para vivir en medio de ellos… Las otras han ido a visitar Roma; yo no tengo tiempo hoy. Y además, fuera de las catacumbas y del Coliseo, nada me atrae actualmente, si no es la fe de quienes han elevado y adornado las basílicas. Cierro los ojos a los detalles que no me gustan para no ver más que la fe y el amor… Quisiera enseñarles esto a mis hermanitas para que se lleven de aquí el recuerdo inolvidable que yo misma me llevé y que me ha unido al Santo Padre para siempre. Le envío el texto sobre la vida obrera, que he redactado con las notas de las que han vivido esta experiencia. Continúo mi carta esta noche. Roma me atrae cada vez más, sobre todo desde que sé que hay una periferia muy pobre con muchas miserias. Es allí donde podríamos instalarnos y habría hermanitas que trabajarían en fábricas. Así lo haríamos abiertamente ante el Vaticano… Carta desde Roma, 17 de junio de 1956 A las hermanitas Pienso que Roma, con todo lo que representa como valor espiritual, se merece un lugar importante en la Fraternidad. Las hermanitas vendrán para la profesión perpetua y también para descubrir, en las catacumbas y las basílicas, la historia de la Iglesia. Aquí, como en todas partes, hay mucha necesidad de conversión, pero me basta una mirada de fe a la ventana desde donde el Papa bendice a la multitud para desear que las hermanitas del mundo entero vengan. Por esto, desearía mucho tener un noviciado en Roma, y lo vamos a pedir. Carta desde Roma, 30 de julio de 1956 A monseñor de Provenchères Ya hemos recibido la autorización de abrir un noviciado en Roma, pero no la confirmarán hasta que tengamos una casa, y aun no la hemos encontrado. Buscamos por

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todas partes y tenemos muchas ideas. Me parece que sería bonito estar encima de unas catacumbas; hay una pista, pero nada seguro. También nos hablan de un terreno cerca de un sitio donde se apareció la Virgen, delante de los padres trapenses de Tre Fontane. Me pregunto si no será ella la que quiere el noviciado allí. Diario, noviembre y diciembre de 1956 El 23 de noviembre de 1956, antes de entrar en la Fraternidad de los Hermanitos, don Raimondo, sacerdote de Milán, nos ofrece el barracón que le servía a la vez de capilla y de casa. Buscamos por todas partes dónde lo podríamos instalar y, entretanto, los trapenses de Tre Fontane están de acuerdo en guardarnos las tablas en su terreno cuando lleguen a Roma. El barrio donde está Tre Fontane me gustaría, pero es muy difícil encontrar un terreno; son carísimos, y todo lo que está alrededor de la Trapa está ocupado hace mucho tiempo. Así que rezamos con más fuerza aún y abrimos nuestras manos vacías al Señor. El 5 de diciembre vamos a ver a dom Domenico, el abad de la Trapa. Le hablo de mi angustia por no encontrar nada cerca de la Virgen, cuando pienso que es ella la que me indica que vayamos a instalarnos por allí. Dom Domenico está conmovido y me dice que reunirá a su consejo para ver qué pueden hacer por nosotras. Carta desde Roma, 16 de diciembre de 1956 Al padre Voillaume No se puede imaginar lo hermoso que es el solar que nos ceden los padres trapenses. Es un verdadero milagro de la Virgen… Se podría pensar que estamos en el bosque, y es muy cerca de Roma. El hermano Raimondo se ocupará mañana de los arbustos y matorrales para ver cómo vamos a colocar su barracón en el terreno. Menos mal que está aquí. Déjenoslo hasta que esté terminado, sin él no podríamos hacer nada.

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Azotadas por la tormenta Carta desde Roma, 10 de julio de 1948 A monseñor Montini Iba a escribirle una carta muy entusiasta para hablarle de las fundaciones que se multiplican y de la futura fraternidad obrera en Roma… Y he aquí que recibo, esta tarde, una carta de la Congregación de Propaganda Fide pidiéndome que vuelva a escribir las Constituciones… Me consta que los tres puntos que no aceptan los consultores de la Congregación son: la pobreza del instituto, sin capitales ni dotes ni rentas; la vida inserta y la vida obrera. Y se trata de la esencia misma de nuestra vocación. Si estos tres puntos son rechazados, no tenemos ya razón de ser, y no nos queda más que dispersarnos. Conozco poco las exigencias del protocolo, así que le escribo con toda sencillez y con mucha tristeza, porque creo firmemente que es el Señor quien me ha confiado esta obra. He dado toda mi vida y todas mis fuerzas por ella y creo que mi deber es defenderla. La Fraternidad crece, y Dios la bendice visiblemente. En este tiempo en que muchos corren detrás del dinero, hay jóvenes que, para seguir a Cristo, se sienten atraídas por la pobreza total y no quieren verse obligadas a prever el futuro con rentas y capitales. En la Fraternidad encuentran la vida de aquel que nació en un pesebre y murió desnudo en la cruz, después de una vida entera de humilde trabajador. ¿Nos lo negarán en Roma, donde está el representante de este Cristo? Ya le dije al Santo Padre que «durante diez años seguidos, si es necesario, vendré a suplicarle que nos conceda esta pobreza». Quería hablarle también de las fraternidades obreras. ¿Van a condenarlas con el pretexto de que, hasta ahora, ninguna religiosa ha vivido ese tipo de vida? ¿Puedo continuar los trámites para la fundación de una fraternidad obrera en Roma, el próximo mes de octubre? Tengo interés en ello precisamente para que la Iglesia nos conozca como somos, ya que para continuar siguiendo lo que creo ser la voluntad de Dios, tengo que estar segura de obedecer a la Iglesia.

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Me gustaría mucho que el Santo Padre pudiera estar al corriente de mis angustias actuales. Le hablé de mis sueños de pobreza, pero también de mi obediencia total a todas las directivas de la Iglesia. Por eso la dificultad que se presenta es tan dolorosa para mí. Carta desde Alaska, 21 de marzo de 1954 A las hermanitas Contamos con las oraciones de todas para ayudarnos a terminar nuestra misión alrededor del mundo. En medio de nuestras andanzas, nos sentimos cercanas a todas las fraternidades, y sufrimos con sus sufrimientos y sus preocupaciones. La Iglesia de Francia está sufriendo mucho con la cuestión de los curas obreros. El padre Voillaume acaba de escribir a los hermanitos sobre esto. Bien podéis adivinar hasta qué punto comparto lo que él dice en lo que concierne a la obediencia a la Iglesia, al respeto a sus enseñanzas. Habéis oído, y oiréis sin duda, palabras de crítica. No permitáis que, delante de vosotras, ataquen a la Iglesia y a la persona del Santo Padre. La actitud de una hermanita no puede ser sino de docilidad al pensamiento de la Iglesia. Afirmadlo sin sombra de duda. Pero, por otra parte, no permitáis que aquellos que, a vuestro alrededor, ven desde fuera un problema que nunca han intentado resolver recriminen a los curas obreros. Es muy fácil, para los que se quedan tranquilamente al calor del hogar, reprobar las imprudencias de los que van a explorar en la nieve un punto particularmente estratégico y peligroso…; esta comparación me viene al espíritu porque os estoy escribiendo desde Alaska. A los curas obreros les debéis el respeto de vuestro silencio y el auxilio de vuestras oraciones para que superen la prueba de hoy como verdaderos hijos de la Iglesia. Carta desde Berlín, 22 de julio de 1959 A las hermanitas Se oyen muchas críticas acerca de nosotras. Siempre las hubo, pero tengo la impresión de que actualmente tienen más peso. Que cada hermanita lleve a cabo con generosidad y humildad su tarea cotidiana sin inquietarse con lo que oiga decir. El Señor, 125

que nos ha protegido siempre, no nos abandonará, aunque la tempestad sacuda nuestra barca. Diario, 22 de diciembre de 1959 Hoy ha llegado el visitador apostólico. Reúne a las hermanitas para explicar su cometido. Su frase «Voy a interrogar a cada una de vosotras para que podáis comunicarme lo que no va bien en la Fraternidad y si me decís que todo va bien, no os creeré» desconcierta profundamente a las hermanitas y, más aún, cuando se enteran de que me pide que me vaya de Tre Fontane para que él pueda juzgar el modo de gobernar la Fraternidad de hermanita Jeanne. Alocución en una reunión con las hermanitas en Roma, 29 de diciembre de 1959 Las constituciones nos dan una consigna importante: «tener una fe invencible en el poder de Jesús, Señor de lo imposible». Debemos mirar el futuro con esta palabra de esperanza y de confianza. El Señor está siempre presente, incluso en los túneles más oscuros. Y cuanto más violenta haya sido la tormenta y más sombrío el túnel, tanto más bello resulta el arco iris y más resplandeciente la luz… Me digo esto a mí misma a lo largo del día: «confianza en el futuro». Tenemos horas difíciles delante de nosotras. Hay hermanitas que están desorientadas y he visto lágrimas en muchos ojos. Pero Jesús es el Señor de lo imposible. Saldremos de la prueba más fuertes, porque habremos sufrido por mantener el espíritu y la vocación de la Fraternidad sin dejar de ser fieles a una obediencia total a la Iglesia. Carta a su llegada a Francia, 16 de enero de 1960 A hermanita Jeanne Sabes bien mi unión, y que nada podría hacer vacilar la confianza que tengo en ti. Perdóname el momento de angustia que tuve al salir el tren. Es muy duro irme en estas condiciones, dejando ahí a 180 hermanitas y sin ver al padre Voillaume, a quien esperaba con impaciencia.

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Es terriblemente duro, pero lo acepto con la alegría profunda de la obediencia a la Iglesia. Estoy segura de que quien me lo ha pedido no sabía qué dolor me imponía, porque esta unidad en el amor que hay entre nosotras y que es el principio mismo de la Fraternidad debe de ser rara… Lo que es doloroso para mí es que introduzcan la duda en el alma de las hermanitas y que por mi causa nos hagan cambiar cosas esenciales en la Fraternidad. Pero tengo una confianza inquebrantable en el Señor a pesar del sufrimiento. Sé que ni una sola vez, desde que me confió la Fraternidad, quise hacer mi voluntad personal. El Señor lo condujo todo y ciegamente le seguí. Creo con todas mis fuerzas que Él quería esta extensión al mundo entero. Pienso que ahora quiere que esta extensión se haga siguiendo reglas más sensatas. Y no puedo más que alegrarme de ello, pues lo deseaba hace mucho tiempo… Carta desde Aix, 28 de febrero de 1960 Al padre Fortin, visitador apostólico Quisiera escribirle una larga carta sobre todos los temas que suscitan polémica, pero se trata de cosas graves, y la prisa podría ahora provocar confusión. Quisiera aceptar de todo corazón lo que usted piensa, pero antes es necesario que podamos explicarnos, con la posibilidad que nos ha dado de exponer nuestro punto de vista mientras la obediencia no esté en causa. […] Antes de terminar esta carta, quiero decirle el sufrimiento que siento al ver que no tiene total confianza en nuestra lealtad y nuestro deseo de obediencia. Esto nos provoca dolor y nos cuesta mucho superarlo. Pero espero que todo acabará por aclararse y que creerá en nuestro amor a la Iglesia y en nuestro respeto por sus leyes, aunque hayamos pedido a menudo dispensas a las reglas del derecho canónico… Carta desde Aix, 28 de marzo de 1960 Al padre Fortin

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Hay algo en su carta que no entiendo muy bien: nos echa en cara que se ve obligado a apelar a nuestra obediencia para que ejecutemos sus directivas. Tratándose de cosas tan dolorosas como cerrar fraternidades y noviciados, solo en la obediencia encontraremos la paz y la fuerza para cumplir lo que se nos pide en nombre de la Iglesia. Estas fraternidades, estos noviciados, nos son muy queridos y nos han costado demasiados sufrimientos para que podamos abandonarlos sin estar sostenidas por la gracia de la obediencia. Por otra parte, comprendemos muy bien las razones que hay para pedirnos ahora un trabajo de estabilización y de profundización, después de habernos permitido durante los veinte primeros años una expansión un poco «loca», que pudimos realizar en una abertura y una obediencia total a la Iglesia y con el apoyo de una gracia particular que el Señor reserva a los inicios de una obra nueva. Perdone todas nuestras insuficiencias y torpezas y crea en nuestra buena voluntad para procurar hacerlo mejor en el futuro. Diario, 31 de octubre de 1960 El 31 de octubre el padre Fortin me da una cita. Rezo mucho para que el Señor me inspire, ya que, después de diez meses de silencio, pienso que ahora tengo el deber de hablar. Esto es lo que hago, y al final de la conversación me siento aliviada porque, por primera vez desde el comienzo de la visita, he podido decir todo lo que pienso acerca de los riesgos que encierran las directivas y consejos que nos da. Hasta aquí, pensaba que mi deber era callarme, pero hace algún tiempo veo que no soy la única que está en causa. Se trata de defender un ideal que no me pertenece y que el Señor me ha encargado de transmitir a toda una familia religiosa. No tengo derecho a callarme por más tiempo, porque Dios podría reprocharme un pecado de omisión. El padre Fortin está asombrado al encontrarse delante de una persona diferente. Yo lo estoy aún más al oírle decir: «Pero ¿por qué no me habló así desde el principio?». Diario, enero de 1961

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El 18 de enero, con gran sorpresa, recibimos un telegrama de monseñor de Provenchères, que se encontraba en Roma: «Visita terminada». No nos lo podemos creer. El padre visitador había dicho que estaríamos bajo su control durante varios años… Damos gracias al Señor con todas nuestras fuerzas, y al mismo tiempo le pedimos que el padre Fortin no sea perjudicado por esta interrupción. Estaba estudiando lo que concierne a la priora y al Consejo General, proponiéndose cambiar algunos de sus miembros. Nuestra unidad, nuestro acuerdo perfecto le extrañaban tanto que quería a toda costa encontrar alguna falla en esa armonía. Ahora vamos a tener que levantarnos, olvidando lo que nos ha herido profundamente. Supongo que no será de un día para otro. Monseñor de Provenchères nos ayudará, como nos ha ayudado a lo largo de la visita, a vivir con paz a pesar del sufrimiento. Él escribe a hermanita Jeanne anunciándole el fin de la visita y explicándole que, salvo alguna indicación escrita del visitador, que debemos tener en cuenta, la priora debe asumir de nuevo el gobierno dentro del marco de las constituciones. Diario, marzo de 1961 El 4 de marzo nos sorprende otra dolorosa noticia: como último acto de la visita apostólica, somos transferidas de la Congregación para las Iglesias Orientales a la Congregación de Religiosos, sin ningún aviso previo. El golpe es muy duro. Me parece que debemos exponer nuestras razones antes de resignarnos. El 7 de marzo hermanita Jeanne escribe una súplica al papa Juan XXIII y va ella misma a llevarla al Vaticano. Es otro momento doloroso para nosotras. De nuevo afloran en mí todos los sufrimientos de la visita. ¿Por qué no me dieron permiso para ir a explicárselo todo al papa? El decreto ya está firmado y no quedan muchas esperanzas. Pienso en las palabras que un día me había dicho un obispo: «No podemos afirmar que amamos realmente a la Iglesia hasta que hayamos sufrido por su causa». En septiembre de 1939 le pedí al Señor «que durante veinte años no tengamos ninguna dificultad con quien representa para nosotras a la Iglesia». Tres meses después 129

de los veinte años llegaba el padre visitador y, dos meses después de terminada la visita, nos apartan de la Congregación para las Iglesias Orientales sin haber podido decir una sola palabra para defender nuestra causa. Pero, aunque tuviera que sufrir diez veces más, conservaré siempre en el corazón el mismo amor por la Iglesia y por el Santo Padre y procuraré con todas mis fuerzas inculcarlo a la Fraternidad entera. Solo que he perdido algo de mi espontaneidad. Desde ahora mi confianza estará basada solo en la fe. Carta desde Roma, 25 de enero de 1962 A monseñor de Provenchères, obispo de Aix-en-Provence Tuvimos la visita de un padre redentorista enviado por el padre Paul Philippe para estudiar oficiosamente las constituciones. Comprendió muy bien nuestra angustia actual. Hablamos cuatro horas con él. Fue extremamente benévolo; era como el día y la noche con el visitador apostólico. Pero mi cándida confianza ha sido tan herida que no llego a alegrarme del todo. No puedo dejar de pensar que, si me dio tanto ánimo, fue únicamente para tranquilizarme. Mi confianza en el Señor es mayor que nunca, pero no llego a abstraerme de todo lo que me recuerda la visita apostólica. Ya no puedo decir como antes: «Estoy en las manos de Dios porque estoy en las manos de la Iglesia». La Iglesia, ayer, era el visitador apostólico que condenaba. Hoy es el padre Paul Philippe, tan comprensivo, que me manda un sacerdote muy reconfortante. Mañana ¿qué será? Tal vez es necesario que antes de morirme pase por este sufrimiento. No he perdido la alegría del día de Navidad. Las hermanitas han recobrado su entusiasmo, y yo también en ciertos momentos, pero en otros me vuelven las lágrimas y pienso en el dolor de aquellos que, durante toda la vida, han sido incomprendidos y condenados por un representante o un enviado de la Iglesia. A mí no me ha durado más que un año, pero me ha dejado muchas marcas. ¿Está mal lo que le escribo? Ya sabe que no quisiera desagradar en nada al Señor. Si me tengo que callar, lo haré, pero le escribo así por un deseo de lealtad para con usted.

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Una nueva primavera Carta desde Roma, 8 de diciembre de 1962 A las hermanitas En esta noche de Navidad, que está tan cerca, dirigíos a María como a una madre tiernamente amada. Ella os dará a su Niñito Jesús para que sea vuestra luz y vuestra alegría. Os consolará, no por su propia gracia, sino por la gracia de su hijo Jesús, desapareciendo ante él para repetiros lo que más tarde dirá en las bodas de Caná: «Haced todo lo que él os diga». Y lo que él os dirá será: «Confianza, dulzura, paz, esperanza y alegría». Lo que él os dirá sobre todo será: «Unidad en el Amor», unidad con todos los seres humanos, todos los estamentos, todos los pueblos, todas las razas...

Nuestro siglo debe ser el siglo de la unidad. El concilio es por excelencia el concilio de la unidad. Es muy hermoso ver a los obispos del mundo entero confraternizando alegremente... Muchos de ellos no se habían encontrado nunca: Occidente conocía mal a Oriente... Europa no había colaborado bastante con África, América y Asia... Ver todas las razas mezcladas a la salida de San Pedro es un espectáculo inolvidable, así como ver a los «observadores» de otras confesiones cristianas en una relación tan fraterna con los obispos del mundo entero. Para mí ha sido una gran alegría después de haber sufrido tanto por la falta de unidad que he visto en todos mis recorridos. Desgraciadamente, nunca desaparecerá del todo, pero es esencial que cada vez más reine la unidad en el corazón de todos. Carta desde Roma, 3 de diciembre de 1965 A las hermanitas Hoy os quiero escribir mi carta de Navidad, que coincide con el fin del concilio.

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Con el concilio ha llegado sobre la Iglesia y el mundo entero una ráfaga de renovación, que yo deseaba con todo mi corazón desde hace treinta años: sufría mucho porque no me comprendían cuando hablaba de fraternidad, de igualdad, de unidad…, así que ahora me siento colmada más allá de lo que hubiera podido soñar. Temo que algunos buscarán en las palabras del concilio una justificación de sus reivindicaciones y de sus errores. Temo que otros, para estar en vanguardia, querrán ir más allá de los límites de la renovación que el concilio ha fijado con tanta sabiduría y amor. Por esto, con la misma fuerza que antaño, cuando escribía mi primer testamento espiritual, vengo a deciros: «No sigáis a los que quisieran arrastraros fuera del camino recto y luminoso de la Iglesia». Llenaos de alegría. No os situéis ni con aquellos que van más allá que el pensamiento de la Iglesia ni con los que, amargamente, añoran el pasado. Situaos con los que, valientemente, poniendo la mano en la mano de Jesús, y por tanto en la del Santo Padre, quieren vivir el posconcilio dándole toda su belleza y su amplitud. Así estaréis seguras de estar en la línea trazada por el hermano Carlos de Jesús, nuestro padre y guía. Carta desde Roma, 1 de diciembre de 1966 A las hermanitas El posconcilio debe ser para nosotras, como para todas las congregaciones religiosas, un tiempo de renovación. Todavía somos jóvenes y desde nuestro nacimiento, gracias al hermano Carlos de Jesús, nos ha impregnado el mismo espíritu del concilio, aunque también existen en la Fraternidad cosas que hay que renovar; y sobre todo hay que reavivar la generosidad, el impulso, el entusiasmo de los primeros tiempos de la fundación. Todas ayudaréis en esta búsqueda: muy pronto, sin duda en algunos meses, os enviaremos un cuestionario con un trabajo de reflexión para que podáis decir los temas que desearíais tratar en el próximo capítulo de aggiornamento con el fin de estudiar los ajustes necesarios a la luz del concilio. 132

Estoy segura de que haréis este trabajo con el deseo de contribuir a renovar la Fraternidad en el espíritu actual de la Iglesia. La ráfaga de libertad aportada por el concilio, esta «santa libertad de los hijos de Dios», nos permitirá obedecer con más amor que antes, porque el sentido profundo de la obediencia, fundamento de la vida religiosa, acaba de ser realzado por los decretos conciliares. Cerca del belén responded a esta petición con la alegría de trabajar por la renovación pedida por el concilio, participando así, a vuestra manera, en las preocupaciones actuales de la Iglesia. Carta desde Le Tubet, 20 de agosto de 1978 A las hermanitas Vuestras cartas llenas de afecto y vuestros telegramas me dicen que habéis comprendido la pena inmensa que me causa la muerte del Santo Padre, de aquel que ha sido para todos un papa tan grande: el papa del concilio, del ecumenismo, de la paz y del amor universal… y que fue para nosotras un padre lleno de ternura, siempre dispuesto a protegernos y a sostenernos contra viento y marea. En el pasado fuimos criticadas por nuestra vida mezclada con el mundo, por nuestra pobreza, por nuestro porte, que, según decían, carecía de dignidad religiosa… «El papa las condenará», decían a nuestro alrededor. Y el papa no condenó, al contrario. Monseñor Montini, el futuro Pablo VI, me condujo enseguida a Pío XII cuando fui a verle en diciembre de 1944 para confiarle todos mis deseos para la Fraternidad y mi sufrimiento al sentir a mi alrededor tantas dudas e incomprensiones. El Santo Padre lo aprobó todo, pero antes yo se lo había explicado a monseñor Montini. Le había entregado uno de mis primeros escritos: «La levadura en la masa: este es mi testamento», origen del Boletín verde, que era muy discutido por una parte del mundo religioso de aquella época. Algunos días más tarde, lo publicaron íntegramente en una revista del Vaticano… Esto dio lugar a que nuestras propuestas fueran aceptadas. La vida en las tiendas aisladas en el desierto; comunidades sobre ruedas en las caravanas de los gitanos; una 133

hermanita sola en la cárcel entre las presas comunes…; mi marcha, en 1957, al otro lado del telón de acero y los sucesivos viajes con la presencia del Santísimo en la «Estrella fugaz»: todo esto fue aprobado por Pío XII y ratificado por Pablo VI. En el transcurso de su visita a Tre Fontane en 1973, nos dijo: «He venido para reconoceros como Iglesia…; para deciros que, verdaderamente, la Iglesia está contenta de vuestra existencia, de vuestra presencia, contenta de que seáis lo que sois…». Pablo VI nos dio a menudo pruebas de su afecto. Tenía palabras llenas de bondad cuando se dirigía a las hermanitas en las audiencias; las interpelaba con alegría: «¿Dónde está hermanita Magdeleine?». Cada año se interesaba por mis viajes y a mi vuelta le comunicaba lo que había vivido y el aprecio que sentían por él en los países del Este. Era amado y admirado no solo por el mundo católico, sino también por los ortodoxos. Cuando tengamos un nuevo papa, no olvidemos a Pablo VI. Como antes Pío XII, bendijo y animó siempre la extensión de la Fraternidad a través del mundo. Que este acontecimiento tan doloroso sea para todas una ocasión de reavivar nuestra fe y nuestro amor a la Iglesia. Desde el cielo, Pablo VI continuará protegiéndonos con más eficacia aún. Velará por nosotras, nos ayudará a evitar cualquier desvío y a caminar fielmente siguiendo a Jesús, nuestro Modelo único. Carta desde Regelsbrunn (Austria), 29 de junio de 1981 A las hermanitas Yo soy testigo de que la Iglesia, desde hace más de cuarenta años, aceptó que una de sus congregaciones formara oficialmente parte del mundo de los pobres, en detrimento de lo que en otros tiempos llamaban la «dignidad religiosa». Cuarenta años atrás, e incluso treinta, era un escándalo que unas religiosas llevaran mochila, viajaran en bodegas de buques o encima de camiones, se sentaran en el bordillo de una acera para hablar con los pobres, tuvieran los trabajos más humildes en fábricas… Y la Iglesia «institucional» lo aceptó todo.

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Esto no me impide que sufra con vosotras por algunas actitudes de esta Iglesia. Ya tuvimos que cerrar fraternidades e incluso irnos de un país donde no nos sentíamos al unísono con la Iglesia local, cuyas directrices no nos parecían estar en la línea del evangelio. Pero, a pesar de esto, os lo repito: fundé la Fraternidad para que fuera una célula de Iglesia, para que a través de ella la Iglesia estuviera presente donde no era conocida y amada. La Iglesia institucional es la Iglesia de Cristo, y nosotras somos sus miembros. Queremos ser profundamente solidarias con ella, precisamente para que los más pobres y los más abandonados puedan descubrir el rostro amoroso del Señor. Entrevista, 8 de febrero de 1983 A pesar de sus límites y rigideces, mantengamos viva la esperanza en la Iglesia, porque la verdad y el amor terminan siempre por vencer. Pronto tendré 85 años y he visto grandes transformaciones a través de nueve papas sucesivos, desde León XIII a Juan Pablo II, que representan una continuidad en el deseo de que la Iglesia esté más presente al mundo de su tiempo y más atenta a la dignidad de la persona humana. Hoy se vuelve a descubrir la colegialidad en el gobierno de la Iglesia y una búsqueda incesante de la unidad a través del ecumenismo. La noción de Iglesia-pueblo de Dios se ha profundizado y permite una gran colaboración de los laicos, hombres y mujeres, en su misión. La Palabra de Dios en la Sagrada Escritura se ha convertido en el alimento habitual de la vida de fe y la Biblia es ahora accesible a todos. Lo que yo deseo es, en primer lugar –y es el deseo de muchos–, que, aun siendo la Iglesia de todos, sea cada vez más la Iglesia de los pobres, de aquellos que Cristo amó con predilección. Que todos sus pastores se comprometan sin temor a favor de los oprimidos y despreciados. Que no construyan más «palacios» episcopales, ni se rodeen de muebles y objetos de lujo. Que se supriman poco a poco todos los títulos honoríficos: reverendo, reverendísimo, etc., para que estos cargos expresen realmente un rol de servicio. 135

Que la Iglesia católica abra de par en par las puertas a las otras Iglesias y que sea cada vez más, como Cristo, misericordiosa con todos los pecadores y acogedora con los no creyentes.

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6. La pasión de la unidad Magdeleine sufrió desde su infancia las consecuencias de la falta de unidad entre las personas y los pueblos, y luchó siempre para que los corazones acogieran el perdón, el amor a la diversidad y la concordia. Su amistad con los musulmanes tiene el mismo sentido y la misma inspiración. Cuando descubre la existencia de cristianos árabes, que hablan y rezan en la misma lengua que los creyentes del islam, y percibe los malentendidos y sufrimientos que ha habido entre estos cristianos orientales y la Iglesia de Roma, quiere pertenecer a estas Iglesias, estar en ellas, adoptar sus ritos. Como no puede soportar las barreras y divisiones, se interesa por las distintas Iglesias cristianas, y sobre todo por aquellos creyentes que en ellas tienen el deseo y la preocupación de la Unidad. Su corazón abierto de par en par por el Amor mismo de Jesús le hace soñar, y realizar en una cierta medida, la posibilidad de acoger en la congregación a chicas pertenecientes a otras Iglesias…, e incluso, al principio, se entusiasmó con una joven musulmana que quería ser Hermanita…

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Una constante en su vida Carta desde Toulouse, 8 de diciembre de 1942 A las hermanitas de Le Tubet Esta mañana había decidido quedarme sola y no pensar en nada; olvidar, sobre todo, que soy la fundadora, un título que me refriegan en los oídos desde que empecé a dar charlas. Pero, como es imposible para una madre olvidar a sus hijas, sobre todo cuando son pequeñas, habéis ocupado todo el día mi corazón y mi alma. Hoy ha sido una jornada de grandes gracias, y evidentemente el Señor me las ha dado para vosotras. Van siempre en la misma línea: pequeñez, infancia espiritual, abnegación, sencillez. Os lo digo y os lo repito: para nosotras no hay otro camino. Durante tres meses, desde que os dejé, he suplicado al Señor que me dé luz… no solo para mí sino para todas vosotras. Y él me ha repetido una y otra vez: sed sencillas, pequeñas, niñas muy pequeñas. Las personas con las que he hablado están todas de acuerdo: ese es el espíritu característico del hermano Carlos de Jesús, y fuente de la alegría más pura y verdadera. Así que, todas a una, hemos de volver a ser niñas. ¡Qué mejor preparación para la Navidad! Si todo es triste y sombrío a nuestro alrededor, miremos a lo alto, muy alto, allí donde están reunidos en el mismo amor alemanes, americanos, ingleses, franceses, italianos y rusos. Allí donde cartujos, dominicos, franciscanos y trapenses están fundidos en la misma armonía, donde cada uno aporta su nota…, no todos la misma, porque ni siquiera sería armonioso. Y nosotras seremos la pequeña nota en sordina que no es indispensable, pero que da al conjunto un matiz muy suave, delicado como las campanillas de montaña. En esta Navidad reconozcamos nuestras miserias y debilidades. Seamos humildes, pongámonos cada una al servicio de las otras, y esto será para el corazón del Niño Jesús la más deliciosa novena de Navidad que jamás le hayan ofrecido. Somos sus hijas más pequeñas en congregación, ya que apenas hemos nacido, y los pequeños son siempre un consuelo, invitan a sonreír a través de las lágrimas. Si tenemos que sufrir, que sea con

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alegría, cogidas de la mano, no teniendo más que un solo corazón unido en el mismo amor. Lo queréis todas, ¿no es verdad? Mi estancia ahí os traerá mucho movimiento. Recibiremos a nuestros huéspedes con los brazos y el corazón abiertos. Que nuestra Fraternidad sea un oasis de caridad y de paz. Carta desde Le Tubet, 7 de septiembre de 1947 Al padre Voillaume Estoy empeñada en poner por escrito todo lo que pienso acerca de las fraternidades de estudios. No quiero cambiar en lo más mínimo el espíritu de la fundación, que consiste en integrarse en las clases pobres, y es por esto que la mayor parte de nuestras fundaciones serán fraternidades obreras en medio de nuestros hermanos «más abandonados». Pero pienso que hay que hacerse «todas para todos» y que ninguna clase social debe ser rechazada. Las fraternidades de estudios serán para nosotras una ocasión única de comprender más los ambientes intelectuales. Durante el tiempo que estemos en ellas, compartiremos algunos aspectos de su vida y podremos abrirnos a ellos con amor fraterno. Sin esta actitud, corremos el peligro de estar siempre de un solo lado de la barrera y de ser injustas. No estaría bien que las hermanitas cerrasen el corazón a una categoría de seres humanos, pues viviríamos algo estrecho y exclusivo, que podría llevarnos a no ver otra solución al problema social fuera de la lucha de clases, cuando nuestro primer testimonio debe ser una caridad sin ninguna sombra. Carta desde Roma, 8 de diciembre de 1962 A las hermanitas Os he repetido muchas veces que, si tuviera que definir en una sola palabra la misión de la Fraternidad, no vacilaría ni un minuto en gritar: «Unidad», pues todo se puede resumir en ella.

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En la unidad encontramos la esencia misma del amor: amar es querer hacerse una con quien se ama. En ella encontramos la pobreza, pues, si queremos ser «una» con los más pobres, no soportaremos ser más ricas que ellos, poseer algo que ellos no posean. También la humildad y el respeto del «otro»: si despreciamos a ciertas personas, les hablamos duramente o queremos estar por encima de ellas, no podemos ser «una» con ellas. La unidad es la cima más alta del amor. El Señor Jesús, en su testamento supremo, después de la cena, expresa esta oración: «Que todos sean uno; como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros».

Si las constituciones nos piden que tengamos «un amor de predilección por los más pequeños y los más pobres de entre los seres humanos», nos dicen también que nuestro amor debe ser «universal» y «debe manifestarse por un esfuerzo de comprensión y de amistad hacia todo ser humano, cualquiera que sea, rico o pobre»..., que «debemos llegar a ser las hermanitas y las amigas de todos». Así que nos quedan muchos progresos que hacer en el camino de la unidad. Al multiplicarse las vocaciones, crecen entre nosotras las diferencias de clases sociales, de países, de temperamentos, de dificultades familiares y de límites personales. Es un desafío para que nuestro amor fraterno se manifieste con más delicadeza y profundidad. Nuestra diversidad debe ser un factor de unidad. Las cinco nacionalidades del Consejo y sus tres razas diferentes han cambiado mucho nuestras perspectivas. ¡Qué riqueza y qué alegría representa no limitarnos a un círculo pequeño y estrecho en el que todo el mundo tenga los mismos defectos, la misma mentalidad, la misma manera de encarar los problemas! Quisiera que cada una de vosotras tuviera la pasión por la unidad, como un artista tiene la pasión por la belleza y un pensador por la verdad... Como un músico sufre y se sobresalta con la menor nota desafinada, vosotras tendríais que sentir dolorosamente el menor ataque a la unidad. Yo quisiera que cada palabra que hiere a un ser os hiriera profundamente el corazón, como si tocaran a vuestro padre o a vuestra madre, a vuestro hermano o a vuestra hermana... Si los demás se dieran cuenta de lo que sufrís cuando 140

alguien ataca la unidad del amor, no se permitirían delante de vosotras esas palabras provocadoras, esas ironías despectivas, esas bromas hirientes que constituyen la trama de las conversaciones mundanas, incluso de los cristianos... y aun las de ciertas hermanitas que no han comprendido todavía lo que el Señor espera de ellas en este aspecto... Esta es nuestra «obra» por excelencia; a través de ella irradiaremos el Amor de Cristo. Es la esencia misma de nuestro apostolado en la Iglesia. Carta desde Roma, noche de Navidad de 1963 A las hermanitas Creo que hoy os diré una única palabra: Unidad. Acabamos de vivir y seguiremos viviendo horas extraordinarias, en las cuales Dios está visiblemente presente en el corazón de su Iglesia: el concilio con toda su búsqueda de Unidad, el futuro viaje del Santo Padre a Tierra Santa como peregrino de la Unidad... Todo está lleno de la esperanza de un mundo mejor, en el cual ya no se subrayará lo que divide ni lo que separa, sino lo que acerca y lo que une. Vivo finalmente lo que soñaba desde hace muchísimos años... Desde mi más tierna infancia –o sea, a principios de siglo– tomé conciencia de todas las incomprensiones entre clases sociales, de los odios entre las naciones, del desprecio entre las razas, que son otras tantas ofensas graves a la justicia y a la caridad de Cristo. Todo esto me ha hecho sufrir cruelmente... Tenía desde siempre una sed insaciable de unidad que no era comprendida y mis ideas parecían utópicas o incluso peligrosas, «revolucionarias», como decían en ese tiempo. Este sufrimiento que el Señor había puesto en mi corazón ante todas las separaciones, barreras, divisiones, me impulsó, desde los primeros días de la fundación, a poneros constantemente bajo los ojos este ideal de unidad que se ha convertido en lo esencial de nuestra misión en el mundo.

Hasta el final de mi vida os gritaré: unidad... unidad... En primer lugar, unidad entre vosotras, pues es muy triste ver que algunas hermanitas aparecen tan diferentes fuera y dentro de su fraternidad. Es triste porque, si no os amáis unas a otras, si vuestras 141

fraternidades no dan un verdadero testimonio de mansedumbre y de amor fraterno, ¿cómo podrán dar testimonio de la caridad de Cristo a los de fuera?... Si no amáis a aquellas que deben ser vuestro primer prójimo, entrará en vuestro corazón un gusano roedor que destruirá todo lo que digáis y hagáis de cara a fuera. En el centro de la vocación de las Hermanitas de Jesús, la unidad en el amor (1983) La regla de vida de las Hermanitas de Jesús, la que constituye el centro de su vocación, es la búsqueda de la unidad querida por Cristo, «que murió para reunir a los hijos de Dios dispersos». Pero esa búsqueda sería una ilusión si las hermanitas no vivieran entre ellas una comunión muy profunda. Gracias a ella, podrán formar a través del mundo una verdadera familia íntimamente unida en un amor fraterno, que se alimentará de su amor por su muy amado Hermano y Señor Jesús. La unidad en el amor, deseo supremo que brota del corazón de Cristo, las llama a ver en toda persona una hermana o un hermano, luchando contra toda forma de discriminación o exclusivismo. También las anima a que sean solidarias con aquellos que luchan para construir un mundo más justo y más fraterno, sin dejarse arrastrar en el engranaje de la violencia, en los conflictos de clases, naciones o razas. La pasión por la unidad alimentará su oración de intercesión y de súplica en medio del sufrimiento humano y su sed de justicia y de verdad en comunión con los que son víctimas del mal. Como Jesús, las hermanitas tendrán un amor de predilección por los más pobres y los más despreciados, pero no excluirán de su corazón a ningún ser humano y estarán dispuestas a ofrecer su vida por cada uno de ellos. Buscarán siempre la unidad y serán instrumentos de paz y entendimiento, testigos de Cristo y de la esperanza que trae al mundo. La liberación según el evangelio, fundamento de la unidad verdadera, va unida a la conversión del propio corazón. Esta conversión será para las hermanitas la obra de toda su vida, que se realiza con la gracia del Espíritu Santo, en la medida en que dejen a Cristo vivir en ellas y tengan sus mismos sentimientos.

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Sabiendo que un mundo nuevo no se puede construir sin la cruz, cada día ofrecerán su vida a la inmolación para que reine entre todos la Unidad en el Amor del Señor.

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Ecumenismo vivido Carta desde Beirut, 11 de enero de 1949 Al cardenal Tisserant, presidente de la Congregación para las Iglesias Orientales Quise esperar el fin de mi estancia en Oriente para escribirle. He confirmado mi deseo de fundar aquí una región numerosa que justificaría nuestro paso a la Congregación para las Iglesias Orientales. Nos sentimos muy cercanas a ellas y, lejos de considerarnos «extranjeras», somos ya profundamente sus hijas. La acogida de los obispos grecocatólicos supera nuestras esperanzas. Me alegra ver que también aquí los obispos comprenden el testimonio que queremos dar en talleres y fábricas y nuestro espíritu de pobreza, basado en ganarnos la vida con el trabajo manual. Debido a nuestra consagración al islam, siempre pensé que podríamos depender de la Congregación para las Iglesias Orientales. Es la primera vez que una congregación de origen latino, dispuesta a extenderse al mundo entero, le pide el favor de su patrocinio. En vez de ser una congregación occidental que tenga misiones en Oriente, será una congregación oriental con misiones en Occidente. Lo que nunca se ha hecho se puede hacer sin problema cuando no va ni contra la lógica de las cosas ni contra la ley de Dios. Estoy segura de que nuestras fundaciones en Oriente se multiplicarán. Ya se preparan algunas vocaciones orientales. La región de Oriente tendrá pronto mucho peso entre las otras regiones y todas las hermanitas tienen el deseo de dar la vida por sus hermanos del islam. No seremos extranjeras entre ustedes, ¿no le parece? Diario, 19 de mayo de 1966 En Estambul nos acoge con gran bondad el patriarca Atenágoras, que nos habla del Santo Padre, «su hermano Pablo», a quien se propone ir a ver a Roma. Nos recibe con mucho afecto, nos abre los brazos repitiendo: «Os quiero mucho. Sois mis hijas espirituales». Luego nos hace entrar en su despacho y, dirigiéndose a mí, me dice: «Acerque el sillón muy cerca de mí». Le enseño un álbum con fotos que ilustran nuestra vida contemplativa y nuestra vocación de amor universal en medio de los 144

más pobres y abandonados. Nos pregunta muchas cosas sobre la Fraternidad y, para terminar, nos pide que recemos mucho por él y por la unidad, y repite con emoción: «No deja de ser la misma Iglesia, el mismo Cristo, la misma Virgen…». Por fin, se despide de nosotras con mucho afecto y nos acompaña a la puerta bendiciéndonos. Carta desde Lyon, 31 de julio de 1948 Al padre Voillaume Hoy hemos visitado la comunidad de hermanos protestantes de Taizé, que viven de la espiritualidad del hermano Carlos y que también quieren vivir pobremente. Pasamos con ellos unas horas muy agradables. Son muy, muy simpáticos. Tienen una idea un poco sorprendente: restaurar la religión católica por su irradiación en el pueblo. El obispo de Autun les permite que celebren sus oficios en la iglesia del pueblo. No hay párroco, pero ellos buscan sacerdotes que celebren la misa del domingo, ya que la gente es católica. Quieren ver al Santo Padre y a monseñor Montini, y sueñan con una Iglesia única unida a Roma. Me gustaría volver a verlos con más tiempo. Son nueve. El superior, el hermano Roger, lleva para los oficios un hábito blanco, como el de los hermanitos, con capucha y una cruz de madera colgada al cuello. Diario, 5 de noviembre de 1958 Tenemos la visita imprevista de nuestros queridos hermanos de Taizé y comemos con ellos. Hablamos de diferentes proyectos de encuentros de unidad. Les digo que esta unidad supondrá siempre algo de sufrimiento, y que por nuestra parte no puede ser total, a pesar de la alegría que sentimos al encontrarnos. Una gran amistad, unidad de corazones, pero sin olvidar que tenemos que obedecer a las normas de la Iglesia. Diario, 7 de diciembre de 1962 145

Las novicias van a ver la salida de los obispos del Vaticano, porque mañana es el último día de la primera parte del concilio. Encuentran también a los hermanos de Taizé, Roger Schutz y Max Thurian, que les dicen la alegría que les da estar allí como «observadores» y la importancia de creer en la búsqueda de la unidad y el valor de la amistad en Cristo. Diario, 10 de diciembre de 1965 Roger Schutz y otros dos hermanos de Taizé, que han estado como observadores en el concilio, vienen a comer con nosotras. Es muy entrañable ver el afecto tan grande que une a estos hermanos con todo lo que se refiere al hermano Carlos de Jesús. Les gustaría que se pudiera ahondar aún más esta relación, y el proyecto de una fundación nuestra en Taizé sería para ellos una alegría muy grande, pero no llegamos a decidirnos. Diario, diciembre de 1986 El hermano Roger de Taizé me escribió el 25 de noviembre: «Sé que está muy frágil después de ese accidente. A partir de su primera venida a nuestra colina, en 1948, la comprendemos y le estamos presentes. La vocación de las hermanitas es muy importante para nosotros, nos ha marcado. Rezo por usted y alabo al Espíritu Santo por todo lo que es». Diario, 11 de enero de 1988 El hermano Roger viene con algunos de sus hermanos. Paso un buen rato sola con él. Estoy muy contenta de hablar con él; ya hacía mucho tiempo que no le veía. Continúa siendo muy cercano a nosotras y completamente entregado a ese camino de unidad al cual ha consagrado su vida y por el cual hay que avanzar con fe y confianza en Dios, Señor de lo imposible. Diario, 5 de febrero de 1974 Un hermanito del Evangelio viene a nuestra fraternidad de Roma con Ramachandra, que vivió treinta años junto a Gandhi y fue su secretario. Le hablamos de la Fraternidad, de 146

nuestra vida de oración, de trabajo y de amistad. Nos comprende perfectamente y nos dice que se siente muy bien entre nosotras, como en un ashram. También a él, como a Gandhi, le atrae mucho el mensaje de Cristo, mensaje de amor universal, y está muy preocupado por este pensamiento: ¿cómo dar a conocer a los quinientos millones de indios, en su gran mayoría hindúes, este mensaje? Se opone a toda conversión, porque para él, como para Gandhi y tantos otros, convertirse es perder su identidad india. Por desgracia, muchos ejemplos de conversión lo han probado… La única conversión verdadera, dice, es la del corazón. Un hindú debe conocer el mensaje de Cristo y vivir como cristiano sin cambiar de religión. Ramachandra insiste en decir que al hinduismo le falta el mensaje de amor universal de Cristo y que habría que transmitírselo. Se emociona mucho cuando le digo: «No tratamos de convertir, sino de procurar que amen a Jesús y de difundir su mensaje de amor universal». Contesta: «Es exactamente esto que buscaba hace mucho tiempo».

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¿Hermanitas de todas las religiones? Diario, 10 de febrero de 1966 Nos visita el padre Duprey, del Secretariado para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. Le digo que desde el año 1942 sueño con la «fraternidad de la unidad», que estaría constituida por jóvenes de distintas religiones, cristianas o no, consagradas a Dios y hermanitas, sin por esto abandonar su Iglesia o confesión. Ya sé que esto planteará problemas. Lo esencial será que la adoración y la contemplación de Dios tengan un sentido profundo en sus vidas, que tiendan hacia una caridad fraterna muy grande y un amor de preferencia por los pequeños y los pobres, con el deseo de vivir las exigencias de la unidad y el ideal del hermano Carlos de Jesús… ¿Lo veré realizado cuando esté en el cielo, o antes de eso? El padre Duprey piensa que podría convenir sobre todo para chicas ortodoxas; yo lo veo para todos los creyentes. Diario, 19 de febrero de 1970 En la reunión, hablando de la fraternidad ecuménica para hermanitas de otras confesiones cristianas, digo que no se puede empezar nada en las regiones hasta que hayamos hecho en Roma una primera experiencia de seis meses, bajo los ojos de la Iglesia: del Secretariado para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y de la Congregación de Religiosos. En otros tiempos, había pensado incluso en jóvenes musulmanas. En 1941 una muchacha musulmana muy agradable vino a decirme que quería ser hermanita y sus padres estaban de acuerdo, pero llegó la guerra. Quedé bloqueada varios años en Francia y, cuando volví a Argel, ya no encontré ni a la joven ni a su familia. ¡Qué hermosa sería una Fraternidad en la que todas las religiones estuvieran reunidas! Pero hay que pensar en este proyecto con mucha calma, porque se presentarán con toda seguridad un montón de obstáculos. Carta desde Roma, 13 de diciembre de 1970 A una religiosa amiga 148

Mi gran preocupación actual son los hippies. Quisiera ir a pasar un mes a una playa que les quede a mano, con algunas hermanitas, en una especie de fraternidad de adoración muy pobre. Tengo piedad de esta multitud de jóvenes, millares y millares, por no decir millones, que van a la deriva porque no encontraron en la Iglesia católica lo que buscaban. Otra innovación: una joven del Ejército de Salvación, M., pasa un tiempo con nosotras en Roma con vistas a ser hermanita sin dejar de ser protestante. Hace mucho tiempo que sueño con hermanitas de todas las religiones. ¿Qué pensará usted de eso? Para esta primera experiencia tenemos el beneplácito del Secretariado para la Promoción de la Unidad y de la Congregación de Religiosos. Creo que me tengo que ir pronto al cielo para no inventar nada más… Carta desde Roma, 26 de noviembre de 1970 Al obispo de Coira (Suiza) He deseado siempre que nuestras fraternidades pudieran acoger hermanitas de diferentes confesiones. Ahora realizamos esta primera experiencia en Roma, bajo la mirada de la Iglesia. Solo el Señor conoce cuál será el resultado. Solo queremos su voluntad. Monseñor, ya le dije también que M. tiene en su casa una capillita donde el pastor de su Iglesia celebra una vez por semana la Santa Cena. Cuando se vislumbró una posibilidad de vida en común con nosotras en su pueblo, M. propuso enseguida que tuviéramos el sagrario con la presencia sacramental en su capilla, porque, dijo, «las hermanitas no pueden vivir sin esto, y será también una alegría para mí». Me alegró saber que usted aprueba esta iniciativa y la preparación que M. ha suscitado a su alrededor hace que los protestantes de su Iglesia estén dispuestos a aceptarla. Puedo decirle que mucha gente espera este testimonio de unidad vivida en un respeto muy grande del otro.

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7. Una mirada de agradecimiento Hermanita Magdeleine estuvo convencida, desde el principio de la fundación, de que «todo era obra de Dios» y que su única tarea era dejarse conducir por aquel que la tomaba de la mano para que fuera su instrumento vivo. Lo expresó con fuerza en diferentes ocasiones a lo largo de su vida. Por eso, cuando, con motivo de los diez años de existencia de la Fraternidad o al final de su vida, se dispone a hacer una relectura de lo vivido, su tono principal es de acción de gracias. Acción de gracias a aquel que le ha dado fuerzas siempre, que lo ha conducido todo y que seguirá conduciendo a las hermanitas, después de ella, a lo largo de la historia. Si se dejan tomar de la mano y se dejan conducir ciegamente… Carta desde la leprosería de Valbonne, 22 de junio de 1949 Al padre Voillaume Aquí estoy, con los enfermos de lepra; me emociona mucho encontrarme de nuevo donde vine, dieciocho años atrás, cuando soñaba vivir con ellos. ¡Todo mi pasado revive! ¡Qué misterio, todas estas vocaciones que el Señor me había dado pero que yo era incapaz de realizar en una sola vida, y que poco a poco se realizan a través de mis hermanitas! Por centésima vez, tuve la experiencia del socorro del Señor a cada uno de mis pasos. En el camino, estuve varias veces a punto de desmoronarme, pero al llegar aquí es como si hubiera encontrado una juventud nueva y una fuerza que me han permitido realizar mi misión. Esta noche, en mi habitación, volví a ser yo misma, sin fuerzas. Y es así todos los días… Si cuento esto, me dicen: «No hable de ello a su alrededor, sea pequeña». No lo entiendo… Si fuera mi fuerza, lo entendería, pero es la suya. Encuentro que el mundo es muy complicado. Le aseguro, Padre, que entre el Señor y yo es todo muy sencillo, mucho más sencillo que entre dos seres humanos que nunca llegan a comprenderse a fondo con una

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sola mirada, porque las palabras cambian de sentido de un corazón a otro, de una cabeza a otra. Carta desde Damasco, 1 de septiembre de 1949 A las hermanitas reunidas en Le Tubet para el décimo aniversario de la fundación Quisiera que hoy, en un momento, pasara bajo vuestros ojos la historia de estos diez años de existencia y que esta relectura la realizarais vosotras mismas, que habéis tejido su trama con generosidad a través de tantas dificultades. Pero faltaría algo si yo no añadiera mi página, porque ciertas horas las viví sola y solo yo puedo dar testimonio de ellas. Hay también horas que solo el Señor conoce, y que podréis conocer cuando esté donde nadie me podrá alcanzar, junto a mi Padre del cielo… Quiero que oigáis esta tarde un canto de gratitud al Señor por la obra de estos diez años, que, de manera evidente, es obra suya; ni vuestra, ni mía, ni de ninguna otra criatura, porque nadie la hubiera podido realizar de esta manera. Diez años de existencia… Podríamos decir solo cinco, porque solo se quedaron siete de las hermanitas que entraron antes de 1945. Pronto tendremos la alegría de celebrar la entrada de la centésima hermanita y de tener veinte fraternidades dispersas por trece diócesis en tres partes del mundo. Cinco años de un crecimiento cuyo ritmo acelerado impresionó profundamente al papa, que nos bendijo a todas con una sonrisa más acogedora y paterna que nunca… y ya sabéis lo que representa para mí el apoyo del Santo Padre, a quien quiero y venero tanto… Mi magníficat de agradecimiento no acaba aquí. Quiero cantarlo hasta el fin, aunque alguna de vosotras pueda creer que quiero vanagloriarme con ello. Diez años de existencia en los cuales, a pesar de todos sus límites y sus imperfecciones, las diferentes clases de fraternidades han sido fundadas y repartidas en tres regiones ya bien esbozadas.

Fraternidades de hoy y de mañana, brotes frágiles pero llenos de savia, salidos de un mismo tronco con muchas promesas de vida… Obra del Señor, toda para su gloria. Muchos de los que hoy me aprueban empezaron por condenarme, hasta el día en que 151

reconocieron la mano del Señor. En mí no veían más que defectos y miserias, que, aun cuando son bien reales, no han podido impedir su obra, porque una criatura pobre y pequeña no puede frenar la acción del Creador. Es verdad que la barca estuvo muchas veces a punto de zozobrar en la tempestad, pero él estaba allí, dormido, para que su poder y su amor resplandecieran aún más. Dejad que os lo diga y os lo repita esta noche: todo es obra suya. Me escogió como su instrumento porque yo no tenía fuerza ni resistencia y así podía hacerme avanzar a su manera. Desde el primer día, no hice más que seguirle en un largo y doloroso túnel, donde entré con los ojos cerrados, ya que me había concedido el don de una fe loca, y estaba segura de que al final del túnel encontraría siempre la plena luz. Todo es obra suya; yo no hice más que seguirle y, cuando andaba tan deprisa, era porque él me arrastraba a su ritmo, que era locura a los ojos del mundo. Y cuando me condenaban y se burlaban de mí, y cuando yo misma le suplicaba que parase porque me caía de cansancio, aceleraba aún más el ritmo como para desafiar a toda prudencia humana. Hoy ha mostrado que esta locura era sabiduría, puesto que trece obispos la han ratificado y que el propio Santo Padre, sonriendo, bendijo por segunda vez la última audacia: la «caravana» de Dios. Es obra suya. Al inicio viví una gran soledad, confortada solo por estas palabras que me dijeron: «Nadie puede asumir la responsabilidad de una obra así. Continúe. Si es de Dios, tendrá éxito; si no, desaparecerá». Diez años de existencia que se resumen en diez años de sufrimiento, pero también de alegría, de esa alegría que tiene la fuente en el amor y en la cruz del Salvador tan amado… Diez años durante los cuales vosotras y yo, como niñas torpes, cometimos faltas, ingenuidades y errores, aunque la mayor parte de las veces llenas de amor... Quiero pediros perdón por todas mis cobardías, mis durezas y mis negligencias de estos diez años… Sobre todo, quiero agradeceros que, a pesar de mi pobreza, confiarais en mí, con entrega y paciencia… Que vuestro corazón se fortalezca y crezca para abarcar el mundo entero. Es lo único que tiene derecho a crecer en vosotras. Por lo demás, sed muy pequeñas. Al cabo de diez años, de veinte, de cien, sed siempre «hermanitas de nada» y, cuando tengáis la

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tentación de olvidarlo, mirad el pesebre de Belén y el Niño Jesús, que fue el «verdadero fundador» de la Fraternidad. Al cabo de diez años, de veinte, de cien, os lo suplico, sed cada vez más pobres, y para no olvidarlo mirad el taller de Nazaret donde, durante treinta años, el Señor, por amor, olvidó el esplendor divino para encarnarse en la condición humana de un pobre obrero. Conservad vuestra alegría, aunque haya motivos de lágrimas. Sobre todo, que aumente vuestro amor. Nunca será demasiado grande. Carta desde Regelsbrunn (Austria), 15 de agosto de 1989 A las hermanitas Deseo con toda el alma dar gracias al Señor por estos cincuenta años, durante los cuales él veló, día tras día, por la Fraternidad que hizo nacer y crecer. Hubo muchos sufrimientos durante estos cincuenta años: 52 hermanitas nos dejaron para irse al cielo; otras, que a lo largo de los años construyeron con nosotras la Fraternidad, no se quedaron; algunas fraternidades debieron ser cerradas; hubo dificultades de toda clase en nuestras familias y entre nuestros vecinos…; tantos sufrimientos a través del mundo, como consecuencia de las guerras, de las divisiones, de las injusticias…, sufrimientos que compartimos y llevamos en el corazón y en la oración. Pero hubo también muchas alegrías: la inserción de la Fraternidad en los cinco continentes, e incluso en los países de régimen marxista; nuestro deseo de estar cada vez más presentes en medio de las poblaciones más pobres y más abandonadas; las constituciones aprobadas definitivamente en este año del cincuentenario… y sobre todo la fidelidad de cada una que ha permitido, un día tras otro, ir construyendo juntas la Fraternidad. Todo esto es obra del Señor. No es mi obra ni la obra de nadie más. Es su obra… Que este año jubilar sea verdaderamente un año de perdón y de liberación…, una ocasión de reconocer que pertenecemos a Dios y que él vela por la Fraternidad.

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Después de estos cincuenta años vamos a empezar otros cincuenta, llenas de esperanza en el amor de nuestro amado Hermano y Señor Jesús, y confiando en el proyecto que tiene para nosotras: que, a través de nuestra debilidad, continuemos manifestando su amor y llevando a través del mundo su mensaje de paz.

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Con 65 años de edad, trabajando la tierra en Tre Fontane (Roma).

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Bibliografía

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Libros de hermanita Magdeleine publicados En castellano HERMANITA MAGDELEINE Madrid 1985.

DE

JESÚS, Desde el Sahara al mundo entero, Ciudad Nueva,

En francés P ETITE SOEUR MAGDELEINE Montrouge 1981.

DE

JESUS, Du Sahara au monde entier, Nouvelle Cité,

ÍD., D’un bout du monde à l’autre, Nouvelle Cité, Montrouge 1982.

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Selección de escritos En italiano MAGDELEINE 2000.

DI

GESÙ, Gesù per le strade, 1.ª y 2.ª parte, Piemme, Casale Monferrato

En francés MICHEL LAFON, Prier 15 jours avec petite sœur Magdeleine de Jésus, Nouvelle Cité, Montrouge 1998.

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Biografías En castellano ANGELIKA DAIKER, Hermanita Magdeleine, Sal Terrae, Santander 2003. HERMANITA ANNIE DE JESÚS, Hermanita Magdeleine de Jesús, la experiencia de Belén hasta los confines de la tierra, Claretiana, Buenos Aires 2012. En catalán KATHRYN SPINK, La crida del desert, Claret, Barcelona 2001. En inglés (original) KATHRYN SPINK, The call of the desert, Darton, Longman and Todd, 1993.

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Documentos en los archivos de las Hermanitas de Jesús Diaire de petite sœur Magdeleine de Jésus de 1936 à 1989, 87 tomos multicopiados Bulletin vert, 1952 Lettres (9 tomos), 1984-1989 Règle de vie de la Fraternité des petites sœurs de Jésus, 1983

FRÈRE RENÉ VOILLAUME, Document I, «Jésus et petite sœur Magdeleine», 1991 ÍD., Document II, «Petite sœur Magdeleine et la consommation de son amour pour Jésus», 1992 ÍD., Document III, «Petite sœur Magdeleine et Jésus. Le cœur brisé par l’amour de la multitude», 1993

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Índice Portada Créditos Índice Prólogo Introducción 1. Dios me tomó de la mano

2 3 4 6 10 20

De una tierra fronteriza La influencia de su padre Larga espera No será el final... Tiempo de noviciado

21 23 25 28 32

2. Un rincón del desierto florecerá

35

Un sueño y sus frutos Touggourt: la increíble fuerza de la amistad Por los caminos de Francia en guerra

3. Piedras de fundación

36 46 52

57

Las primeras compañeras de camino «Este es mi testamento» Contemplativas en plena humanidad

61 70 76

4. Los hermanos del mundo entero

84

El Crucificado y el corazón abierto Universalidad Alrededor del mundo El reto de una nueva frontera

85 92 98 105

5. En el corazón de la Iglesia

110

Súplicas por la pobreza Roma, el centro de la Iglesia Azotadas por la tormenta Una nueva primavera

114 121 124 131

6. La pasión de la unidad

137

Una constante en su vida

138 162

Ecumenismo vivido ¿Hermanitas de todas las religiones?

144 148

7. Una mirada de agradecimiento Bibliografía

150 155

Libros de hermanita Magdeleine publicados Selección de escritos Biografías Documentos en los archivos de las Hermanitas de Jesús

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158 159 160 161

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