Halo Encuentro en Harvest

March 6, 2019 | Author: David Martinez Castro | Category: Halo (Series), Artificial Intelligence, Tecnología, Spacecraft, Earth
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Encuentro en Harvest - Joseph Staten

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Encuentro en Harvest - Joseph Staten

Título original: “Halo: Contact Harvest” Edición: 2007 Autor: Joseph Staten Editorial original: Tor Books Traducido al español para Halomexico.com al día 21-10-2012

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Encuentro en Harvest - Joseph Staten

Acerca del autor: Joseph Staten es el Director de Redacción de Bungie Studios, donde ayudó a crear Halo®: Combat Evolved, Halo® 2 y Halo® 3. Como graduado del Deparartamento de Teatro de la Northwestern University y del Comité de Relaciones Internacionales de la University of Chicago, Staten trabajó como maestro de Inglés en Japón, y ayudó en los viñedos de su familia en el norte de California antes de unites a Bungi Studios en 1998. Actualmente vive en Seattle con su esposa y dos hijos. Halo®: Contact Harvest es su primera novela.

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ÍNDICE Prólogo .......................................................................................... 5 Parte I .........................................................................................14 Capítulo Uno............................................................................................... 15 Capitulo Dos ............................................................................................... 26 Capítulo Tres .............................................................................................. 35 Capítulo Cuatro ........................................................................................... 43 Capítulo cinco ............................................................................................. 53 Capítulo Seis ............................................................................................... 66 Capítulo Siete ............................................................................................. 79 Capítulo Ocho ............................................................................................. 94

Parte II ...................................................................................... 106 Capítulo Nueve. ........................................................................................ 107 Capítulo Diez ............................................................................................ 120 Capítulo Once ........................................................................................... 132 Capítulo Doce ........................................................................................... 141 Capítulo Trece .......................................................................................... 156 Capítulo Catorce ....................................................................................... 171 Capítulo Quince ........................................................................................ 182 Capítulo Dieciséis ..................................................................................... 201

Parte III ...................................................................................... 218 Capítulo Diecisiete.................................................................................... 220 Capítulo Dieciocho ................................................................................... 233 Capítulo Diecinueve ................................................................................. 245 Capítulo Veinte. ........................................................................................ 255 Capítulo Veintiuno.................................................................................... 269 Capítulo Veintidós .................................................................................... 280

Epílogo ...................................................................................... 292

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Encuentro en Harvest - Joseph Staten Prólogo 16 de junio de 2524 (Calendario militar) Mundo colonial Tribute del UNSC, Sistema Epsilon Eridanus. Los marines ya estaban en el aire antes del alba. Dos escuadrones de cuatro hombres cada uno se sujetaban a un par de Hornets; aeronaves compactas, de respuesta rápida y de ala alta, que se movían agilmente aún con el peso combinado de los marines. Por cerca de una hora, los Hornets habían sobrevolado una planicie volcánica y ahora –mientras sorteaban los árboles petrificados de un bosque que había ardido hacía mucho–, el Sargento Avery Johnson debía esforzarse para mantener sus botas sobre el apoya pies del tren de aterrizaje. Como el resto de los marines, Avery vestía prendas de fatiga color carbón, y armadura de impactos color negro mate, que protegía todo lo vital entre el cuello y las rodillas. Su casco cubría su recién afeitada cabeza, y el visor plateado tapaba su cuadrada mandíbula y oscuros ojos. El único lugar donde la negra piel de Avery se dejaba ver era en sus muñecas, donde los guantes de cuero no llegaban a tocas las mangas de su camisa. Pero incluso con los guantes, los dedos de Avery se acalambraban de frío. Abriendo y cerrando sus manos para mantener la sangre corriendo, comprobó el reloj de misión en el despliegue de situación de su visor (HUD). Justo cuando los luminosos números azules alcanzaron el ‘00:57:16’, las aeronaves llegaron a la cresta de una colina escarpada, y Avery con los demás marines obtuvieron una clara primera vista de su objetivo: Uno de los asentamientos industriales de Tribute; y en algún lugar dentro de la ciudad, un supuesto negocio insurreccionista de explosivos clandestinos. Incluso antes de que los pilotos de los Hornets mostraran el ícono verde de ‘listos’ en los HUDs de los marines, Avery y su equipo ya estaban en movimiento; deslizando cargadores dentro de sus armas, preparando el equipo y quitando seguros –una sinfonía bien organizada de “clicks” y “snaps” que fueron silenciados por el furioso viento de los Hornets precipitándose por la ladera de la colina y deteniéndose abruptamente levantando la nariz justo en el borde de la ciudad. Los propulsores a hélice de los Hornets rotaron para mantener las aeronaves estables, permitiendo a los marines saltar desde sus posiciones, aterrizar sobre la piedra pómez y comenzar a correr. Avery era el líder del escuadrón de ataque alfa. Viendo cómo su armadura negra comenzaba a destacar contra el resplandor pre-amanecer, supo que la velocidad era esencial si ambos escuadrones querían alcanzar la fábrica sin ser detectados. Aceleró el ritmo, brincó una reja de poca altura, y se movió rápido entre las pilas de cajas y tarimas que llenaban el estacionamiento de lo que parecía ser un simple taller de reparaciones de vehículos. 6

Encuentro en Harvest - Joseph Staten Para cuando Avery y su escuadrón alcanzaron la puerta del frente del taller, se encontraban sin aliento. Si no hubiese sido por los cascos de los marines, sus respiraciones se hubiesen visto como nubes de pálido vapor en el aire helado. Usualmente, no usaban armaduras pesadas para asaltos aéreos sorpresa. Pero los insurreccionistas habían comenzado a instalar trampas en sus negocios, y esta vez el oficial al mando de los marines no quería dejar nada al azar. Avery presionó con su mentón un pulsador dentro de su casco, enviando una corta onda de estática a través del canal de radio encriptado del escuadrón: la señal de “en posición” para el sargento Byrne, el líder del escuadrón bravo, posicionado en la entrada trasera del taller. Avery esperó la respuesta de dos ondas de estática, y luego enfrentó la pared de policreta del taller, llevando una rodilla hacia su pecho y luego golpeando con una patada la delgada puerta de metal, justo por encima del cerrojo. La Oficina de Inteligencia Naval (ONI) había supuesto que habría una dura resistencia. Pero la mayor parte del taller resultó estar desarmado. Algunos cargaban pistolas automáticas de cañón corto, cuyas rondas sencillamente rebotaban de la armadura de Avery, mientras que él y su equipo se deslizaron entrando por la puerta forzada como pesados cangrejos, con armas levantadas y atentos a la situación. Lo que los marines sabían y que la ONI no, era que la verdadera amenaza no venía de los rebeldes disparando armas, sino de aquellos con manos libres, que pudiesen activar explosivos ocultos y convertir todo el lugar en ruinas. El insurreccionista que se atrevió a recibir la ronda de 3 proyectiles de la sub-ametralladora silenciada de Avery, cayó sobre una mesa de trabajo hecha de acero, con los brazos extendidos y temblando. Avery divisó un pequeño detonador cilíndrico deslizándose lentamente del puño tembloroso del hombre… y golpeándose contra el suelo con un inocente ‘ping’. Con la amenaza principal neutralizada, los marines se reorganizaron y apuntaron a los Innies1 restantes. Avery había aprendido a llamarlos de esa forma –un apodo que sonaba gracioso considerando todo lo que estaban dispuestos a hacer para separarse del Comando Espacial de las Naciones Unidas (UNSC), la agencia responsable por la seguridad de Tribute y de todos los otros mundos colonizados por la humanidad. Por supuesto, los marines tenían nombres más cortos y crudos para los rebeldes que esta operación –nombre código TREBUCHET– debía eliminar. Pero había un verdadero propósito detrás de esto: era más fácil matar a otro humano si no pensabas en ellos como humanos. Un “innie” es un enemigo, pensaba Avery. Algo que debías matar antes de que te matara a ti. 1

Innies: Diminutivo de “Insurrectionists” en inglés.

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Encuentro en Harvest - Joseph Staten El joven sargento había pronunciado estas palabras tantas veces que casi había comenzado a creerlas. La sub-ametralladora M7 de Avery era un arma de fuego ligera. Pero sus rondas de 5 milímetros de cubierta metálica completa causaban feos agujeros en las vestimentas azules de sus objetivos. Algunos de los rebeldes a los que Avery apuntó cayeron como rocas. Otros parecían bailar al ritmo de los impactos de las balas, dando sangrientas piruetas sobre el suelo manchado de aceite del taller. De comienzo a fin, la balacera duró menos de diez segundos. Una docena de insurreccionistas yacían muertos; los marines no habían sufrido ninguna baja. –Demonios –el pronunciado acento irlandés de Byrne inundó el canal–. Ni siquiera cambiamos de cargador. Para los sudorosos oficiales en el estrecho Centro de Operaciones Tácticas (TOC) a bordo de la corveta Bum Rush del UNSC en órbita alta sobre el planeta parecía ser una operación perfecta –una rara victoria en lo que había sido una frustrante pelea entre gato y ratón. Pero Avery advirtió algo. –ARGUS en línea. Aún no vemos nada. El sargento quitó su mentón del control de radio dentro de su casco y continuó barriendo el airea su alrededor con un palo de plástico negro, perforado con agujeros microscópicos. Esta era una versión táctica de un dispositivo ARGUS: un espectrómetro láser portátil utilizado para detectar rastros de explosivos químicos. Versiones mucho más grandes y poderosas se encontraban instaladas en los puertos espaciales, autopistas y estaciones de trenes de Tribute –todos los puntos más importantes de la red de transportes de la colonia. Y a pesar de la gran cantidad de aparatos anti-terrorismo, los fabricantes de bombas rebeldes se habían vuelto bastante hábiles engañando a los sistemas, ocultando los explosivos en mezclas de componentes no volátiles. Cada vez que golpeaban un objetivo, con lo que el ARGUS suponía que no era más peligroso que, digamos, una barra de jabón, la ONI analizaba los residuos de la explosión y agregarían la nueva firma química a la base de detección. Desafortunadamente, esta era una estrategia reactiva que favorecía fuertemente a los insurreccionistas, quienes cambiaban constantemente de recetas. Avery frunció el ceño hacia el ARGUS. El aparato estaba crepitando fuertemente, intentando descifrar lo que podía ser una nueva mezcla. Pero el tiroteo había llenado el aire con una sopa invisible de posibles componentes químicos. Los otros tres marines en el escuadrón alfa estaban llevando a cabo una comprobación visual, buscando en los cajones de autosintetizadores y herramientas. Pero por el momento no encontraron nada –hasta donde podían decir– 8

Encuentro en Harvest - Joseph Staten parecido a una bomba. Avery respiró profundo y luego transmitió las malas noticias al TOC. –El ARGUS está ciego. Por favor respondan, cambio. El sargento había estado peleando la insurrección durante el tiempo suficiente como para saber lo que pasaría a continuación –lo que tendrían que hacer para conseguir los datos necesarios que los oficiales necesitaban. Pero también sabía que estas eran el tipo de cosas que un marine no haría sin una orden directa. –La ONI piensa que la orden sigue vigente –contestó el oficial al mando de Avery, un Teniente Coronel de batallón llamado Aboim–. Quítese los guantes, Johnson. Tiene mi autorización. Mientras el escuadrón de Avery revisaba el taller, el de Byrne puso a los cuatro insurreccionistas sobrevivientes de rodillas en el centro alfombrado del taller. Todos llevaban sus cabezas descubiertas y sus muñecas atadas detrás de la espalda con cintas de plástico. Avery encaró el rostro con visor espejado de Byrne y asintió. Sin dudar un instante, Byrne levantó una de sus botas de suela gruesa y la llevó hacia abajo contra el rebelde más cercano, golpeando de lleno su pantorrilla. El hombre esperó un segundo antes de gritar, como si hubiera estado, igual que Avery, sorprendido de que el golpe de la bota de Byrne en el suelo resultó más ruidoso que el casi simultáneo chasquido del hueso roto. El insurreccionista gimió, fuerte y largamente. Byrne esperó pacientemente para darle un respiro. Por los altavoces externos de su casco preguntó: –Las bombas ¿Dónde están? Avery supuso que una pierna rota sería suficiente, pero el rebelde era duro –no estaba dispuesto a confesar ante los agentes de un gobierno que detestaba. No pidió misericordia, ni soltó ninguna frase anti-imperialista. Sencillamente se sentó allí, frunciendo el seño ante el visor reflectivo de Byrne, mientras éste partía su otra pierna. Sin sus piernas para balancearse, el hombre calló de cara al suelo. Avery escuchó el sonido de dientes partiéndose –como barras de tiza contra una pizarra. –Lo siguiente serán los brazos –dijo Byrne con naturalidad. Se arrodilló a un lado del hombre palmeó su cabeza y la torció hacia un lado–. Luego me pondré creativo. –Llantas. En las llantas –las palabras brotaron de la boca del rebelde. Los marines en el escuadrón de Avery se movieron inmediatamente hacia las grandes pilas de llantas que se encontraban contra las paredes del taller. Pero Avery sabía que los insurreccionistas eran más inteligentes que eso. Poniéndose en el lugar del rebelde, supuso que las llantas eran las bombas –que habían mezclado los explosivos con el caucho sintético– una invención maquiavélica que su ARGUS no tardó en confirmar y enviar al TOC. 9

Encuentro en Harvest - Joseph Staten El componente explosivo no se encontraba en la base de datos. Pero el oficial de la ONI no podía estar más complacido con la misión. Por una vez, estuvieron un paso adelante del enemigo, y tomó menos de un minuto recibir la identificación positiva. Una docena de drones ARGUS aéreos patrullaban la autopista hacia la capital de Tribute, Casbah, percibieron un rastro del componente en unas marcas de caucho creadas por un vehículo de dieciséis ruedas girando en el estacionamiento de un restaurante “Jim Dandy” al costado de una autopista. Algunas de sus ruedas, si no todas, eran bombas esperando ser detonadas. Mientras los drones –pequeños discos de un metro de diámetro, que se mantenía en vuelo gracias a un único motor interno– circulaban por encima del vehículo, detectaron un segundo rastro de explosivos dentro del Jim Dandy. Examinando una transmisión en vivo de la cámara termal de los drones con datos ARGUS, los oficiales en el TOC determinaron que el rastro se originaba del interior del concurrido restaurante –de un hombre sentado a tres sillas de la puerta principal. –Marines, regresen a sus pájaros –ordenó el Teniente Coronel Aboim por la radio–. Tienen un nuevo objetivo. –¿Qué hay de los prisioneros? –preguntó Byrne. La sangre de las piernas y boca del insurreccionista había oscurecido el suelo bajo sus botas. El siguiente en hablar fue el representante de la ONI en la operación –un oficial al que Avery nunca había conocido en persona. Al igual que muchos de los espectros de la ONI, prefería permanecer lo más anónimo posible. –¿El que habló sigue vivo? –preguntó el oficial. –Afirmativo –contestó Avery. –Tráigalo, sargento. Neutralicen al resto. No había simpatía en la voz del oficial –ni por los rebeldes de rodillas ni por los marines que los ejecutarían. Avery apretó su mandíbula mientras Byrne ponía su M7 en semi-automático y disparaba a cada rebelde dos veces en el pecho. Los tres hombres cayeron de espaldas y no se movieron. Pero Byrne hizo una comprobación –disparando una vez en la cabeza a cada uno– para asegurarse de que estuvieran muertos. Avery no podía ayudar observando la masacre, pero hizo lo mejor que pudo para no dejar que las ropas de trabajo azules manchadas de sangre de los rebeldes, ni el humo blanco del arma de Byrne se grabaran en su memoria. Estas tenían el hábito de volver, y esa era una escena a la que no le hubiese gustado regresar. Byrne levantó al insurreccionista sobreviviente por sobre el hombro y Avery indico a los demás marines que salieran del taller, hacia los Hornets que los 10

Encuentro en Harvest - Joseph Staten esperaban. Menos de quince minutos después haber descendido de las aeronaves inicialmente, los dos escuadrones se sujetaron otra vez a sus pájaros. Los motores de los Hornets rugieron y regresaron por el camino en que habían llegado. Pero esta vez, volaban rápido, bien por encima de la planicie volcánica. Los oficiales en el TOC debatieron brevemente si el dron circulando el restaurante debía o no destruir el vehículo si intentaba regresar a la autopista antes de que los marines llegaran. La ruta de cuatro carriles estaba rebosante de tráfico y un solo de los micromisiles Lancet del dron era suficiente para destruir un tanque de batalla. Asíque incluso un impacto preciso en la cabina del camión podría afectar las llantas, matando a docenas de personas a la redonda. En lugar de eso, el oficial de la ONI sugirió eliminar el vehículo en el estacionamiento del restaurante. Pero el Teniente Coronel Aboim estaba preocupado de que la metralla impactase en el restaurante lleno de gente. Afortunadamente el individuo objetivo pasó los veinte minutos de vuelo de los Hornets comiendo un agradable desayuno. De acuerdo con la transmisión en tiempo real de la camara del dron, ahora proyectada en la esquina del visor de Avery, el hombre estaba terminando su segunda taza de café cuando los Hornets pasaron zumbando del otro lado de los vidrios ahumados de una torre de oficinas al otro lado de la autopista, frente al restaurante. El video era una imagen termal tomada en un ángulo alto, mostrando el interior del restaurante con objetos calientes resaltando en blanco y los fríos en negro. El objetivo se encontraba en un color pálido igual que la comida. El café de su taza se veía gris –lo que significaba que había sido rellenada con más café o que el hombre estaba a punto de pagar y levantarse. Pero aún más importante, Avery notó que estaba rodeado por un brillo rojo, un indicador del dispositivo ARGUS del dron, mostrando que estaba cubierto de residuos explosivos. Supuso que el hombre había estado en el recién asaltado taller; quizá había ayudado a poner los explosivos en las llantas del camión. Mientras el Hornet de Avery rotó de lado para encarar el edifico de oficinas, sintió las cuerdas de nylon negras clavándose en su hombro, y tomó un RifleGauss Estacionario M99, sujeto al flanco de la aeronave. El arma, un tubo de dos metros de largo, de bobinas magnéticas interconectadas, aceleraba un pequeño proyectil a velocidades muy altas. Técnicamente era un arma anti-equipos bélicos, diseñada para eliminar bombas y otras piezas de artillería a distancia, era también muy efectivo contra los llamados blancos humanos “blandos”. Avery bajó el arma hasta su armadura de absorción de impactos y la abrazó con su hombro. Inmediatamente el sistema de blancos del arma estableció una conexión inalámbrica con el HUD de su casco, y una pequeña línea azul atravesó la señal de video proveniente del dron. 11

Encuentro en Harvest - Joseph Staten Este era el vector de mira del M99 –la trayectoria por la que pasarían las rondas de tungsteno de cinco punto cuatro milímetro. Avery anguló el rifle hacia abajo hasta que el vector se puso en color verde: un indicador de que su primer disparo pasaría directamente por el torso del blanco. Casi como si el hombre pudiera haber sentido la línea invisible entrar por su axila izquierda y salir justo por la derecha, pasó su chip de crédito por sobre el mostrador y giró en su banquillo. Avery pulsó un interruptor de estado sólido en el mecanismo del arma. Ésta pitó dos veces, informando que su batería estaba totalmente cargada. Respiró calmadamente dos veces y susurró: –Objetivo en la mira. Solicito permiso para disparar. En los pocos segundos que le tomó al Teniente Coronel responder, el blanco se dirigió hacia las puertas dobles de madera del restaurante. Avery lo observó sostener la puerta para una familia de cuatro. Lo imaginó sonriendo – diciendo algo amable a los padres que se apuraban tras sus hambrientos y alborotados hijos. –Permiso concedido –contesto Aboim–. Dispare a voluntad. Avery se concentró e incrementó la presión de su guante contra el gatillo. Esperó a que el hombre caminase un corto trayecto de pasos –hasta que un marcador en el vector de mira indicara que su primer disparo golpearía inofensivamente en el estacionamiento, sin causar daños colaterales. Mientras el hombre metía la mano en sus holgadas ropas para buscar las llaves del vehículo, Avery disparó. El proyectil salió del arma con un chasquido apagado, y atravesó dos pisos de policreta reforzada con acero del edificio, sin afectar su trayectoria. Viajando a quince mil metros por segundo, el proyectil silbó por sobre la carretera y golpeó su objetivo por sobre el vértice del esternón. El hombre voló en pedazos y la ronda se desintegró en una nube de polvo sobre el asfalto pulverizado. Instantáneamente, ambos Hornets se elevaron por sobre el edificio de oficinas y aceleraron cruzando la autopista; el de Avery se apostó en una órbita de cobertura, mientras que el de Byrne descendió para guarecer el restaurante. El Sargento irlandés saltó de su posición en el tren de aterrizaje cuando la aeronave se encontraba aún a unos metros del suelo y guió a su escuadrón hacia el vehículo rebelde. Pequeños pedazos de color blanco y rosa cubrían la cabina del camión. Piezas irregulares color marrón colgaban a un lado del contenedor de carga. Uno de los brazos del blanco se había encajado entre dos de las ruedas. –Estamos seguros –gruñó Byrne por el COM. –Negativo –contradijo Avery. Revisando la transmisión del dron, notó un brillo rojo persistente cerca de donde se había sentado el objetivo momentos antes. 12

Encuentro en Harvest - Joseph Staten –Hay una bomba en el restaurante. Byrne y su escuadrón corrieron hacia la entrada del local e irrumpieron por las puertas dobles. Los comensales giraron sobre sus asientos y se quedaron boquiabiertos cuando los marines blindados emergieron desde el hall lleno de máquinas expendedoras. Una de las meseras les tendió un menú, un gesto involuntario que le valió un fuerte empujón de Byrne mientras pasaba. El dispositivo ARGUS del sargento resonaba como un insecto furioso cuando tomó algo de debajo del mostrador de alimentos: Un bolso, tela de color oscuro y cadena de oro. En ese momento la puerta a los baños del restaurante al otro extremo del mostrador se abrió. Una mujer de mediana Era en pantalones oscuros y chaqueta de pana recortada entró, agitándose el agua de sus manos recién lavadas. Cuando vio los cascos blindados del escuadrón bravo se detuvo a mitad de camino. Sus muy maquillados ojos se clavaron en el bolso, su bolso. –¡De rodillas! –bramó Byrne– ¡Manos sobre la cabeza! Pero mientras que Byrne colocaba el bolso en el mostrador y levantaba su M7, la mujer saltó hacia la mesa donde la familia de cuatro personas se acababa de sentar. Sujetó con un brazo el cuello del niño más pequeño y lo levantó de su silla. No debía tener más de cuatro años. Sus pequeños pies pateaban mientras se asfixiaba. Byrne maldijo, suficientemente fuerte como para que los oficiales en el TOC lo escuchasen. Si no hubiese sido entorpecido por la armadura, podría haber derribado a la mujer antes de que se hubiera movido. Pero ahora tenía un rehén y controlaba la situación. –¡Retrocedan! –chilló la mujer– ¿Me escucharon? –con su mano libre tomó un detonador de su chaqueta, del mismo tamaño y forma que el que Avery había visto en el taller. Sostuvo el dispositivo frente al rostro del niño– ¡Retrocedan o los mataré a todos! Por un momento, nadie se movió. Entonces, como si la amenaza de la mujer hubiera tirado de un seguro invisible que mantenía a los comensales quietos y en silencio, todos se levantaron y corrieron hacia la salida del restaurante. Avery observó el caos desde su HUD. Vio las blancas siluetas de más de treinta civiles aterrados moviéndose alrededor del escuadrón bravo, entorpeciendo sus punterías. –Johnson ¡dispara! –gritó Byrne por el COM. El Hornet de Avery orbitaba el restaurante, y el vector de mira del M99 rotó alrededor de la mujer con eje en su pecho. Pero su firma termal era casi indistinguible de la del niño. Repentinamente, Avery vio la fantasmal figura del padre del niño levantarse de su silla, con las manos levantadas para mostrarle a la rebelde que estaba desarmado. Avery no podía escuchar los ruegos del padre (eran demasiado débiles para los micrófonos en los cascos del es13

Encuentro en Harvest - Joseph Staten cuadrón bravo) pero su calma incrementó el pánico de la mujer. Comenzó a retroceder a los baños, sosteniendo el detonador, amenazando tan furiosamente que apenas era comprensible. –¡Acaba con la perra –gritó Byrne– o lo haré yo! –Disparando –dijo Avery. Pero en lugar de eso, observo el vector de mira girando, esperando por un ángulo que evitase al niño. –Disparando –repitió, esperando que sus palabras calmaran el gatillo de Byrne. Pero Avery no disparó. No inmediatamente. Y en ese momento de pausa, el padre saltó hacia delante, intentando alcanzar el detonador. Avery solo pudo observar a la mujer cayendo hacia atrás, al padre sobre ella y al niño en medio. Escuchó el repiqueteo del M7 de Byrne, el ruido sordo de la bomba en el bolso, seguido de un estallido estremecedor de los neumáticos del camión en el estacionamiento. La transmisión del dron se volvió dolorosamente blanca y brillante, forzando a los ojos de Avery a cerrarse. A continuación una onda de choque y calor lo lanzó con fuerza contra el fuselaje del Hornet. Lo último que recordaba Avery antes de perder la conciencia en su armadura fue el sonido de propulsores, luchando por mantener la altitud –un sonido mas parecido a un grito que a un gemido.

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PARTE I

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Encuentro en Harvest - Joseph Staten Capítulo Uno 3 de septiembre, 2524 Ruta mercante del UNSC, cerca del sistema Epsilon Indi. La computadora de navegación del Horn of Plenty era una pieza barata. Sin dudas menos costosa que la carga que transportaba: Unas dos mil quinientas toneladas métricas de fruta fresca, principalmente melones, acumulados como bolas de billar a gran escala en contenedores sellados al vacío que dividían el contenedor de carga de la nave en filas que iban desde el piso hasta el techo. La computadora de navegación era en orden de magnitud menos cara que la el componente más importante del Horn of Plenty: la cápsula de propulsión, conectada a la parte delantera del contenedor por un poderoso acoplamiento magnético. La bulbosa cápsula que proveía el impulso era una décima parte del tamaño del contenedor, y a primera vista se veía un poco adelantada a éste –como un remolcador guiando uno de los viejos superpetroleros marítimos de la Tierra mar adentro. Pero mientras que un buque cisterna podría navegar bajo su propio poder una vez fuera de puerto, el Horn of Plenty no podría haber ido a ningún lugar sin el impulsor Shaw-Fujikawa de la cápsula. A diferencia de los motores cohete de los primeros vehículos espaciales de la humanidad, los impulsores Shaw-Fujikawa no generaban empuje. En lugar de eso, los dispositivos generaban fallas temporales en la tela del espaciotiempo, abriendo pasajes hacia adentro y fuera de un dominio multidimensional conocido como ‘Espacio Slipstream’, o ‘Slipspace’ para abreviar. Si uno imagina el universo como una hoja de papel, entonces el Slipspace es la misma hoja de papel arrugada en una apretada pelota. Sus dimensiones arrugadas e intrincadas eran propensas a remolinos temporales impredecibles que a menudo forzaban a los impulsores Shaw-Fujikawa a abortar un deslizamiento –llevando a sus naves de regreso a la seguridad del espacio normal a miles y algunas veces millones de kilómetros de su destino planeado. Un corto deslizamiento intra-sistema entre dos planetas tomaba menos de una hora. Un viaje entre sistemas estelares separados por muchos años luz tomaba algunos meses. Con suficiente combustible, una nave equipada con un impulsor Shaw-Fujikawa podría atravesar el volumen del espacio conteniendo los sistemas colonizados de toda la humanidad en menos de un año. Ciertamente, sin la avanzada invención de Tobias Shaw y Wallace Fujikawa en el siglo veintitrés, la humanidad aún estaría contenida dentro del sistema solar de la Tierra. Y por esta razón, algunos historiadores modernos habían llegado a clasificar al impulsor Slipspace como la invención más importante de la humanidad, sin excepción. 16

Encuentro en Harvest - Joseph Staten Prácticamente hablando, la brillantez perdurable de los impulsores Slipspace era su fiabilidad. El diseño básico de los impulsores había cambiado muy poco durante los años, y raramente funcionaban mal siempre que fueran correctamente mantenidos. Pero había excepciones a la regla, porque claro está, el Horn of Plenty se había metido en problemas. En lugar de deslizarse desde Harvest hacia la siguiente colonia, Madrigal, el Horn of Plenty egresó a mitad de camino entre los sistemas de los dos planetas –siendo arrastrado de vuelta a espacio normal en coordenadas que fácilmente pudieron haber sido ocupadas por un asteroide, una estrella o cualquier otro objeto espacial. Antes de que la computadora de navegación de la nave realmente supiese lo que sucedía, el carguero estaba siendo arrastrado a los tumbos –su cápsula de propulsión lanzaba un chorro de líquido de refrigeración radiactivo. El DCS2, del UNSC más tarde clasificaría el fallo del impulsor del Horn of Plenty como un “Deslizamiento Abortado, Evitable”... o un STP3 para abreviar, sin embargo los Capitánes de cargueros (y aún había humanos que hacían el trabajo) tenian su forma de traducir el acrónimo: “Screwing The Pooch”, el cual era al menos tan preciso como la categorización oficial. A diferencia de un Capitán humano cuyo cerebro podría haber sido aprisionado con el terror de la repentina desaceleración de la velocidad de la luz, la computadora de navegación del Horn of Plenty estaba perfectamente serena a medida que disparaba una serie de estallidos de los cohetes de maniobra de hydrazine4 de la cápsula, llevando al estropeado carguero a un alto antes de que la torsión del giro learrancase la vaina de propulsión del contenedor de carga. La crisis se evitó. La computadora de navegación comenzó una valoración imparcial del daño y pronto descubrió la causa de la falla. El par de reactores compactos que alimentaban el impulsor Shaw-Fujikawa habían desbordado su sistema compartido de contención residual. El sistema tenía sensores de falla, pero estos no se habían reemplazado en mucho tiempo y habían fallado cuando los reactores llegaron al límite de poder para iniciar el deslizamiento. Cuando los reactores se sobrecalentaron, el impulsor se apagó, forzando la salida abrupta del Horn of Plenty. Fue un descuido de mantenimiento, puro y simple, y la computadora de navegación lo puso en bitácora como tal. Si la computadora hubiera poseído una fracción de la inteligencia emocional de las llamadas inteligencias artificiales “listas”, requeridas en las mas grandes naves del UNSC, podría haber tomado un momento para considerar 2

Departamento de Navegación Comercial. Slip Termination, Preventable. 4 Es un combustible altamente eficiente y volatil. Es usado por el UNSC en diversas maquinarias. Su fórmula química es N2H4 3

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Encuentro en Harvest - Joseph Staten qué tan malo podría haber sido el ‘accidente’, perdiendo unos pocos ciclos disfrutando lo que sus fabricantes humanos llamaban alivio. En lugar de eso, localizada en su pequeño alojamiento negro en la cabina de comando de la cápsula de propulsión, la computadora de navegación simplemente orientó el máser5 del Horn of Plenty, apuntando de regreso hacia Harvest. Dio inicio a una señal de socorro, y se preparó para lo que sabía que sería una espera larguísima. Mientras tomaría sólo dos semanas para que la señal del máser alcanzara Harvest, la computadora de navegación sabía que el Horn of Plenty no recibiría ayuda inmediata. La verdad era que la única parte del carguero que valía el costo de un salvamento era su impulsor Slipspace, y en su condición actual no había necesidad para apresurar el salvataje. Incluso era mejor dejar que la fuga radiactiva de líquido de refrigeración se dispersara, incluso si eso significaba dejar que las unidades de calefacción del contenedor fallaran, haciendo que su carga se congelase. Así es que la computadora de navegación estaba sorprendida cuando, sólo unas pocas horas después de la falla del Horn of Plenty, un contacto apareció en el radar del carguero. La computadora de navegación rápidamente reorientó el plato del máser y saludó a sus inesperados rescatistas a medida que se acercaban a ritmo cauteloso. DCS.REG#HOP-000987111>> *DCS.REG#(???)* > HARVEST.IA.OA.MACK Ella esperó que su respuesta poco verbal interrumpiera la conversación. Pero como era frecuentemente el caso, Mack iterpretó incluso los bytes más desdeñosos de Sif como una invitación para fomentar un discurso. –Ahora bien, ¿hay algo que pueda hacer para ayudar? –continuó Mack con su cansina voz sureña–. Si es un asunto de balance sabes que me sentiría muy feliz… > NEGATIVO. Mientras los dispositivos máser trabajaban muy bien sobre distancias relativamente cortas, la mejor forma de comunicación entre las colonias era enviar mensajes por medio de la memoria de una nave. Viajando a velocidad transluz, los cargueros como el Wholesale Price eran el equivalente del siglo vigésimo sexto del poni-express. De hecho, la computadora de navegación del carguero ya acarreaba una variedad de correspondencia –desde cartas de amor hasta documentos legales– garantizada su seguridad y entrega por el DCS. De esta manera no había nada inusual acerca de la petición de Mack. > *¡ALERTA! ¡BRECHA DE PRIVACIDAD! 25

Encuentro en Harvest - Joseph Staten [DCS.REG #A - 16523.14.82]* >*¡VIOLACIÓN! SU INFRACCIÓN HA SIDO REGISTRADA– >–Y SERÁ ENVIADA AL DCS-S-SSSSSSsss*\\\ >> (…)~ESPERA/REINICIO >> (..) >> (.) DISCULPA. ERROR DESCONOCIDO DEL SISTEMA. >> POR FAVOR REPITA LA PETICIÓN ANTERIOR. < \ Nah, estamos listos. Qué tengas buen viaje. >> AFIRMATIVO. \> La computadora de navegacion no tenía idea de por qué se había apagado. No tenía recuerdo de su COM con Mack. El archivo de la IA de operaciones agrícolas estaba allí, encriptado y adjunto al reporte de Sif. Pero la computadora de navegación creyó que los dos documentos siempre habían estado conectados. Recomprobó sus cálculos de deslizamiento e incrementó el flujo desde el reactor hasta su impulsor Shaw-Fujikawa. Exactamente cinco segundos más tarde, unos rayos repentinamente dividieron el espacio tiempo frente a la proa del Wholesale Price. La grieta permaneció abierta después de que el carguero desapareció, distorsionando con sus bordes trémulos a las estrellas cercanas. El hueco resplandeciente titiló tercamente, como si se determinara a escoger el momento de su cierre. Pero una vez que el Wholesale Price se movió más profundo dentro del Slipstream, deslizando su poder sustentador con él, la grieta colapsó en un despliegue insignificante de radiación de gama –el equivalente mecánico cuántico de un encogimiento de hombros.

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Capitulo Dos 10 de Agosto, 2524 Tierra, Zona Industrial de Chicago Cuando Avery se despertó, ya estaba en casa. Chicago, el una vez corazón del medio oeste americano, era ahora una expansión urbana que cubría los antiguos estados de Illinois, Wisconsin e Indiana. El territorio no formaba parte de los Estados Unidos, no en un sentido formal. Algunas personas que vivían en la Zona aún se consideraban americanos, pero como todas las personas en el planeta eran ciudadanos de las Naciones Unidas, un cambio radical de gobierno que resultó inevitable una vez que la humanidad comenzó a colonizar otros mundos. Primero Marte, luego las lunas de Júpiter, y entonces los planetas en otros sistemas. Comprobando su tableta COM en el transporte militar en órbita hacia el puerto espacial de los Grandes Lagos, Avery confirmó que estaba en un pase de dos semanas, en el que sería capaz de disfrutar su primer descanso extendido de la operación TREBUCHET. Había una nota sobre el pase de Avery detallando las heridas sufridas por los marines en su última misión. Todo el escuadrón alpha de Avery había sobrevivido con heridas menores. Pero el escuadrón bravo no había tenido tanta suerte, tres marines estaban muertos en acción, y el sargento Byrne estaba pendiendo de un hilo en una nave hospital del UNSC. La nota no decía nada acerca de las bajas civiles. Pero Avery recordó la fuerza de la explosión del transportador, y dudó que alguien hubiese sobrevivido. Trató de no pensar –intentando dejar su mente en blanco-- mientras abordaba un tren de levitación magnética para pasajeros desde el puerto espacial hasta la Zona Industrial. Sólo después, cuando Avery salió de la plataforma elevada de la terminal de Cottage Grove, dejó que el aire caliente y húmedo de finales del verano de Chicago reactivara sus sentidos. Cuando el sol se sumergió en una puesta ardiente, disfrutó de la pequeña brisa que venía del Lago Michigan –ráfagas tibias que martillaba del este al oeste los bloques ruinosos de apartamentos color gris piedra, esparciendo las hojas de otoño de los arces de la acera. Con sus armas cargadas en una bolsas de lona, y luciendo su pantalón de vestir azul-marino, camisa de cuello, y gorra de servicio, Avery estaba empapado de sudor en el momento en que llegó al Seropian, un centro para retiro activo –o eso le dijo la computadora de hospitalidad en cuanto entró en el sofocante vestíbulo. La Tía Marcille de Avery se había trasladado al complejo unos años después de que él se uniera a los marines, dejando vacante el apartamento impro27

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visado de la Avenida Blackstone que habían compartido desde que Avery era un niño. La salud de su tía estaba fallando, y necesitaba una atención extra. Y más importante: se sentía sola sin él. Mientras Avery esperaba por un ascensor que lo llevara hasta el piso treinta y siete, contempló una sala de recreo llena con muchos de los residentes calvos y de cabello canoso del Seropian. La mayoría hayaban apiñados alrededor de una pantalla de video que sintonizaba uno de los canales COM públicos de noticias. Había un informe de recientes ataques insurreccionistas en Epsilon Eridanus –una serie de atentados con bombas que habían matado a miles de civiles. Como de costumbre, la emisión incluyó a un portavoz del UNSC que negó rotundamente que las campañas militares fueran vacilantes. Pero Avery sabía los hechos: la insurrección había cobrado más de un millón de vidas; los ataques rebeldes se estaban volviendo más efectivos, y las represalias del UNSC se volvían más duras. Era una horrible guerra civil que no estaba mejorando. Uno de los residentes en la sala de recreo, un hombre negro con cara arrugada y una corona de pelo gris áspero, vio a Avery y frunció el ceño. Le susurró algo a una mujer blanca en una voluminosa bata, reposando en una silla de ruedas a su lado. Pronto todos los residentes que no tenían problemas de audición o de vista para ver el uniforme de Avery, estaban asintiendo con la cabeza y examinándolo –algunos con respeto, otros con desdén. Avery casi se había puesto su ropa de civil en el transporte para evitar precisamente ese tipo de reacción incomoda. Pero al final había decidido seguir con su uniforme azul por causa de su tía. Ella había esperado mucho tiempo para ver a su sobrino regresar a casa reluciente. El ascensor era aún más caliente que el vestíbulo. Pero dentro del apartamento de su tía el aire era tan helado que Avery podía ver su aliento. –¿Tía? –llamó, dejando caer sus bolsos en la alfombra azul notoriamente gastada de su sala de estar. Las botellas de whisky fino, que había comprado en el puerto espacial se golpearon entre su cuidadosamente doblado uniforme. No sabía si los médicos de su tía le estaban haciendo dejar la bebida, pero sabía lo mucho que le gustaba un ocasional julepe de menta. –¿Dónde estás? No hubo respuesta. La pared con estampado de flores de la sala de estar estaba cubierta con cuadros. Algunos eran muy antiguos –parientes de su tía, muertos hacía mucho y de los que ella solía hablar como si los hubiera conocido personalmente. La mayoría de los marcos tenían imágenes holográficas fijas: imágenes tridimensionales de la vida de su tía. Él vio su favorita, el de su tía adolescente parada a la orilla del Lago Michigan en un traje de baño a rayas y un sombrero ancho de 28

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paja. Ella hacía muecas ante la cámara y a su portador, el tío de Avery, quien había muerto antes de que él naciera. Pero había algo mal con las imágenes; parecían extrañamente desenfocadas. Y cuando Avery dio un paso por el estrecho pasillo hacia el dormitorio de su tía y pasó sus dedos por las cubiertas de vidrio de los marcos, se dio cuenta de que estaban cubiertos con una fina capa de hielo. Avery frotó una mano contra una gran imagen holográfica cerca de la puerta de la puerta del dormitorio, y la cara de un niño apareció por debajo del hielo. Una versión más joven de sí mismo le devolvía la mirada. Sonrió, recordando el día en que su tía había capturado la imagen: su primer día de iglesia. Limpiando el resto, su mente se inundó de recuerdos: el sofocante cuello de su blanca y recién almidonada camisa Oxford; el olor de la cera, abundantemente aplicada para enmascarar los rasguños en sus demasiado grandes, zapatos de punta de ala. Al crecer, la ropa de Avery casi siempre era ropa usada de primos lejanos que siempre fueron demasiado pequeños para su estatura, y sus anchos hombros. “Así como deben ser”, le había dicho su tía, sonriendo, levantando nuevas piezas de su vestuario para inspeccionarlos. “Un niño no es un niño si no arruina su ropa”. Pero remendando y costurando su tía siempre se había asegurado de que Avery se viese bién, especialmente para ir a la iglesia. “Ahora te ves guapo” había susurrado su tía el día que había tomado la imagen congelada. Entonces cuando ató el pequeño nudo de cachemira: “Tanto como tu madre. Tanto como tu padre” una referencia, a sus progenitores, que Avery no había comprendido. No había fotos de sus padres en la vieja casa de su tía, y tampoco había ninguna en su apartamento actual. Y aunque ella nunca dijo ni una sola vez nada desagradable de ellos, estas agridulces comparaciones habían sido sus únicas alabanzas. –¿Tía? ¿Estás ahí dentro? –preguntó Avery, golpeando suavemente en la puerta de su dormitorio. Otra vez, no hubo respuesta. Recordó el sonido de voces altas detrás de las otras puertas cerradas –el furioso final del matrimonio de sus padres. Su padre había dejado a su madre tan angustiada que ella ya no podía cuidar de sí misma, y muchos menos a un activo niño de seis años de edad. Dio una última mirada a la holo imágen: calcetines de rombos debajo de unos prolijos pantalones; una sonrisa imperturbable, no menos sincero por la frase de su tía. Entonces abrió la puerta de su dormitorio. Si el salón se había sentido como un refrigerador, el dormitorio era un congelador. El corazón de Avery le cayó hasta estómago. Pero no fue hasta que vio la línea de dieciséis cigarrillos espaciados uniformemente que Avery supo con seguridad que su tía estaba muerta. Miró su cuerpo, tieso como una tabla debajo de capas de frazadas de crochet y acolchados, el sudor detrás de su cuello se congeló. Entonces se acercó 29

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a los pies de la cama y se sentó en un gastado sillón donde se quedó, con la espina apoyada contra del frío, por casi una hora hasta que alguien abrió la puerta del apartamento. –Es aquí –murmuró uno de los enfermeros del complejo mientras caminaban por el pasillo. Un hombre joven con mentón hundido y pelo rubio hasta los hombros se asomó al dormitorio. –¡Jesús! –saltó hacia atrás, cuando vio a Avery– ¿Quién eres tú? –¿Cuantos días? –preguntó Avery. –¿Qué? –¿Cuantos días ha estado tumbada ella aquí? –Escucha, al menos si supiera... –Soy su sobrino –gruñó Avery, con los ojos fijos en la cama–. ¿Cuantos días? El enfermero tragó saliva. –Tres –luego en un torrente nervioso–, mira, hemos estado ocupados, y ella no tenía ningún... quiero decir que nosotros no sabíamos que tenía algún pariente en el sistema. El apartamento está en automático. Bajó a cero en el momento en que ella… –el enfermero se apagó cuando Avery le lanzó una mirada. –Llévensela –dijo Avery rotundamente. El enfermero hizo señas a su ayudante, su regordete compañero encogido en el pasillo detrás de él. Rápidamente los dos hombres colocaron su camilla junto a la cama, quitaron las ropas de cama, y suavemente movieron el cuerpo. –Los registros dicen que era evangelista –el enfermero rebuscó las correas de la camilla– ¿Es correcto eso? Pero la mirada de Avery había vuelto a la cama, y no respondió. Su tía era tan frágil que su cuerpo dejó solo una débil impresión en el colchón de espuma. Ella era una mujer pequeña, pero Avery recordó que tan alta y fuerte le había parecido cuando los servicios sociales de la Zona lo dejaron en su casa –una montaña de amor maternal sustituto y disciplina en sus cautelosos ojos de seis años de edad. –¿Cuál es su dirección COM? –continuó el delgado enfermero–. Yo te daré el nombre de la central de procesamiento. Avery sacó las manos de los bolsillos y las colocó sobre su regazo. El enfermero en cuclillas notó que los dedos de Avery se apretaron en forma de puño y tosió, una señal a su compañero de que aquel sería un buen momento para retirarse. Los dos hombres giraron la camilla de un lado a otro hasta que apuntó afuera del dormitorio, y entonces salieron ruidosamente por el pasillo hacia la puerta. Las manos de Avery se sacudieron. Su tía se había estado tambaleando al borde de la enfermedad durante algún tiempo. Pero en su reciente correspon30

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dencia COM, ella le dijo que no se preocupara. Al escuchar eso, quiso tomar sus vacaciones inmediatamente, pero su oficial al mando le había ordenado dirigir una misión más. Avery maldijo. Mientras su tía estaba muriendo, él estaba atado a un Hornet, circulando el restaurante Jim Dandy a años luz de distancia. Avery saltó de la silla, caminó rápido hacia su bolso, y sacó uno de los quintos de ginebra. Agarró el saco de su uniforme y colocó la botella de vidrio dentro de un bolsillo interior. Un momento después, estaba fuera de la puerta del apartamento. –‘Dog and Pony’ –preguntó Avery a la computadora de hospitalidad en el camino hacia el vestíbulo–. ¿Todavía esta en el negocio? –Abierto diariamente hasta las cuatro AM –la computadora respondió a través de un pequeño altavoz en el panel de selección de piso del ascensor–. Las damas no pagan. ¿Debo llamar un taxi? –Caminaré –Avery giró el tapón de la ginebra y bebió un trago generoso. Luego añadió para sí mismo–. Mientras aún pueda... La botella sólo duró una hora. Pero eran fáciles de encontrar otras, una noche de beber se convirtió en dos, luego en tres. ‘Gut Check’, ‘Rebound’, ‘Severe Tire Damage’ eran los nombres de los clubes llenos de civiles deseosos del dinero de Avery pero no de las historias incoherentes de cómo lo había ganado –a excepción de una chica en un escenario poco iluminado en un club en Halsted Street. La bella pelirroja era tan buena pretendiendo escuchar que a Avery no le importaba pretender que no tenía nada que ver con la frecuencia con la que había acercado su chip de crédito al lector enjoyado en su ombligo. El dinero hizo relucir su piel pecosa, el olor y una floja sonrisa, hasta que una mano áspera cayó en el hombro de Avery. –Guarda tus manos, soldadito –advirtió un guardia, su voz se levantaba por encima de los golpes de la música del club. Avery apartó la mirada de la chica, con la espalda arqueada encima del escenario. El guardia era alto y tenía una barriga tal que su apretada y negra camisa con cuello de tortuga apenas podía contener. Sus fuertes brazos estaban en realidad rellenos con una engañosa capa de grasa. Avery se encogió de hombros. –Yo pague. –No para tocar –el guardia se burló con una sonrisa, revelando dos incisivos de platino–. Este es un establecimiento con clase. Avery intentó alcanzar una mesa redonda entre sus rodillas y el escenario. –¿Cuánto? –pregunto, alzando su chip de crédito. –Quinientos. –Púdrete. 31

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–Como dije, clase. –Ya gasté mucho… –murmuró Avery. Su sueldo del UNSC era modesto y la mayoría había ido a ayudar en el apartamento de su tía. –¿Aaah, lo ves? –el guardia señalo con el dedo pulgar a la chica. Ella se deslizaba lentamente hacia atrás en el escenario. Su sonrisa ahora era un gesto preocupado–. Tienes que hablar educadamente, soldadito –el guardia apretó el hombro de Avery–. Ella no es una de esas zorras a las que estas acostumbrado en Epsi. Avery estaba cansado de la mano del guardia. Estaba cansado de ser llamado soldadito. Pero tener un civil insultándolo, ¿alguien que no tenía idea de lo todo lo que había visto en el frente contra la insurrección? Esa fue la última gota. –Déjame ir – gruñó Avery. –¿Vamos a tener un problema? –Todo depende de ti. Con su mano libre, el guardia alcanzó y sacó una barra de metal de su cinturón en la espalda. –¿Por qué no salimos tu y yo? –con un movimiento de muñeca, la barra doblo su longitud y reveló una punta electrificada. Era un ‘humillante’ dispositivo de aturdimiento. Avery había visto interrogadores de la ONI torturando a prisioneros con esas cosas. Sabía cuán debilitantes eran, y aunque Avery dudó que el guardia tuviera tanta habilidad con él como los espectros de la ONI, no tenía intención de acabar en una pelea alrededor en un charco de su propia orina en el piso de ese establecimiento de clase. Avery tomó su bebida apoyada en el centro de su mesa. –Estoy bien aquí. –Escucha, soldado hijo de... Pero la distancia entre Avery y él era engañosa. A medida que el guardia se inclinó hacia delante para arremeter, Avery agarró la muñeca del hombre y la puso sobre su hombro. Luego la sacudió hacia abajo, rompiéndole el brazo a la altura del codo. La chica en el escenario gritó cuando un hueso irregular atravesó la camiseta del guardia, salpicando sangre en su cara y cabello. Cuando el guardia gritó y cayó de rodillas, dos de sus compañeros –con vestimenta y apariencia similar-- corrieron hacia él, volcando sillas en su camino. Avery se levantó y se volteó a su encuentro. Pero estaba más borracho de lo que esperaba, y recibió un golpe de apertura en el puente de su nariz, que se rompió mandando su cabeza atrás y enviando su propia sangre en arco hacia el escenario. Avery se tambaleo hacia atrás en los aplastantes brazos de los guardias. Pero a medida que lo llevaban afuera de la puerta trasera del club, uno de ellos 32

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resbaló en la escalera metálica que conducía al callejón. En ese momento, Avery fue capaz de girar libre, entregar un golpe mucho más duro que el que había recibido, y se alejó tambaleandose del ruido de las sirenas acercándose antes de que un par de sedanes azules y blancos depositaran cuatro de los más finos de la Zona en las puertas del club. Tropezando a lo largo de las atestadas aceras de Halsted, su uniforme de gala ahora tan sucio como un uniforme de campo de batalla, Avery huyó a un espacio angosto y sucio a un lado de uno de los soportes de metal remachado de la línea de levitación magnética local, un reutilizado doblete del viejo tren elevado de Chicago, siendo aún reconocible a pesar de siglos de apuntalamiento. Avery metió una bolsa verde de plástico para basura entre él y el elevador y se instaló y se dejó caer en sueños. “Hasme sentir orgullosa, has lo correcto”. Esa fue la instrucción que le dio su tía el día en que se enlistó, alcanzando con sus pequeños pero fuertes dedos su barbilla de diecinueve años de edad. “Conviértete en el hombre que yo sé que puedes ser”. Y Avery lo intentó. Había dejado la Tierra listo para luchar por ella y por gente como su tía –inocentes vidas que el UNSC le había convencido de que estaban amenazadas por hombres hostiles pero por otro lado idénticos a él. Asesinos. Rebeldes. El enemigo. ¿Pero dónde estaba el orgullo? ¿Y en qué se había convertido? Avery soñó con un niño asfixiándose en los brazos de una mujer con un detonador. Imaginó el tiro perfecto que salvaría a todos en el restaurante y a sus compañeros marines. Pero en el fondo sabía que no había tiro perfecto. No había ninguna varita mágica que pudiera detener la insurrección. Avery sintió un escalofrío que lo despertó de repente. Había sido la ráfaga casi silenciosa de un tren de levitación magnética de pasajeros, que había movido la bolsa de basura, poniendo la espalda de Avery contra la vieja y fría abrazadera. Se inclinó hacia adelante y puso su cabeza entre las rodillas. –Lo siento –susurró Avery, deseando que su tía estuviera viva para escucharlo. Entonces su mente colapsó bajo el peso combinado de la pérdida, la culpa y la ira. * * * El Teniente Downs cerró la puerta de su sedan azul oscuro con la fuerza suficiente para sacudir el vehículo de bajo barrido en sus cuatro gruesos neumáticos. Ya casi había convencido al chico, listo para enlistarse. Pero entonces los padres se enteraron de sus esfuerzos, y todo se vino abajo. Y si no hubiera sido por su uniforme, el padre podría haberle dado una paliza. Aunque ya no estaba 33

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en forma, en su traje azul, el reclutador del Cuerpo de Marines del UNSC todavía tenía una imponente presencia. Mientras el Teniente reordenaba su lista mental de prospectos –el pequeño grupo de jóvenes hombres que habían mostrado algo de interés en sus frías llamadas y lanzamientos en las esquinas de las calles--, recordó que no era fácil reclutar soldados en tiempos de guerra. Con una guerra tan brutal e impopular como la Insurrección, su trabajo era casi condenadamente imposible. Pero a su oficial al mando no le importaba. La cuota de Downs era de cinco nuevos marines por mes. Con menos de una semana para el plazo aún no había encontrado ni siquiera uno. –Tienes que estar bromeando… –el Teniente hizo una mueca cuando rodeó la parte trasera de su sedán. Alguien había usado una lata de spray de pintura roja para escribir ‘INNIES AFUERA’ en el parachoques del vehículo. Downs se alisó el corto cabello. Era un eslogan cada vez más popular, un grito de guerra para los ciudadanos más liberales del mundo núcleo que creían que la mejor manera de terminar la matanza en Epsilon Eridanus era simplemente dejar ir al sistema, los militares debían abandonarlo y darle a los Insurreccionistas la autonomía que deseaban. El Teniente no era un político. Y mientras dudaba que el liderazgo de las Naciones Unidas apaciguaría alguna vez a los Innies, sabía algunas cosas con certeza: La guerra continuaba, el Cuerpo de Marines era una fuerza voluntaria, y él tenía solo unos días para cubrir su cuota antes de que alguien con mucho más rango que él tomara otro mordisco de su ya masticado trasero. El Teniente abrió el maletero del sedán, y tomó su gorra y portafolio. Cuando el maletero se cerró automáticamente detrás de él, se dirigió hacia el centro de reclutamiento, que solía ser un local de la zona comercial al norte del viejo Chicago. Cuando se acercaba a la puerta, vio a un hombre desplomado contra ésta. –48789-20114-AJ –murmuró Avery. –Dilo de nuevo – pidió Downs. Podía reconocer un número de serie del UNSC cuando lo escuchaba. Pero el Teniente todavía no había aceptado del todo que el borracho afuera de su oficina era un Sargento del Cuerpo de Marines indicado por las cuatro franjas de oro en la manga de su sucio uniforme. –Es válido – dijo Avery, levantando la cabeza de su pecho–. Revísalo. El Teniente se enderezó. No estaba acostumbrado a recibir órdenes de un oficial no comisionado. Avery eructó. –Estoy ausente sin permiso oficial. Setenta y dos horas. Eso llamó la atención de Downs. Abrió su portafolios, sosteniéndolo con su brazo doblado y retiró su tableta COM. 34

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–Dímelo una vez más –pidió, insertando el número de serie de Avery con rápidos pinchazos de su dedo índice. Unos segundos después el registro de servicio de Avery apareció en la pantalla. Los ojos del Teniente se abrieron cuando una larga serie de citas y menciones meritorias del campo de batalla aparecieron en cascada en la pantalla monocromática. ORION, KALEIDOSCOPE, TANGLE-WOOD, TREBUCHET. Docenas de programas y operaciones, la mayoría de los cuales Downs nunca había oído hablar. Adjuntado al archivo de Avery había un mensaje de prioridad del FLEETCOM (Comando de la Flota), los cuarteles de la Marina y el Cuerpo de Marines en Reach. –Si no tienes permiso para esto, parece que a nadie le importa –Downs puso el dispositivo COM de vuelta en su portafolio–. De hecho, me complace informarte que tu solicitud de transferencia fue aprobada. Por un momento, los cansados ojos de Avery brillaron con sospecha. No había solicitado ninguna transferencia. Pero en su atontado estado actual, cualquier cosa sonaba mejor que ser enviado de vuelta a Epsilon Eridanus. Sus ojos se oscurecieron una vez más. –¿A donde? –No dice. –Siempre que sea tranquilo – murmuró Avery. Dejo caer su cabeza contra la puerta del centro de reclutamiento. Justo entre las piernas de un infante de marina con traje de batalla en un poster pegado en el interior de la puerta que decía: ‘AGUANTAR. LUCHAR. SERVIR’. Avery cerró sus ojos. –¡Hey! –dijo Downs ásperamente–. No puedes dormir aquí, Marine. Pero Avery ya estaba roncando. El Teniente hizo una mueca, levantó uno de los brazos de Avery con su hombro, y lo llevó al asiento trasero de su sedán. Cuando Downs regresó del estacionamiento del centro comercial al pesado tráfico del mediodía, se preguntó si haber encontrado a un héroe de guerra ausente era tan bueno como conseguir a cinco nuevos reclutas –si sería suficiente para mantener a su oficial al mando contento. –Puerto espacial de los Grandes Lagos –ladró a su sedán–. Ruta más rápida. Un mapa holográfico se materializó en la superficie interna del parabrisas curvado del sedán, Downs movió la cabeza. Si tan solo pudiera tener tanta suerte.

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Capítulo Tres 23ava Era de la Duda. Destacamento de misioneros Covenant, cerca del sistema Epsilon Indi Mirando los apilados contenedores de fruta madura de la nave alienígena, a Dadab se le comenzó a hacer agua la boca. Rara vez había visto manjares tales, y mucho menos tuvo la oportunidad de comerlos. En el Covenant, la unión de las especies a la que pertenecía Dadab, su especie, los Unggoy, se encontraba muy abajo en la jerarquía. Estaban acostumbrados a pelear por las sobras. Pero no estaban solos. Cerca de la base de una de las pilas de cajas, tres Kig-Yar se peleaban por un revoltijo de melones especialmente jugosos. Dadab trató de pasar desapercibido junto a las reptilianas criaturas. A pesar de que tenía el rango de Diácono en la nave Kig-Yar, Minor Transgression, su tripulación no estaba del todo feliz con ello. En el mejor de los casos las dos especies mantenían una tensa alianza. Pero después de un largo viaje con cada vez menos suministros –si no hubieran estado en la nave alienígena saqueando el cargamento--, Dadab creía que los Kig-Yar hubieran hecho una comida con él en su lugar. Un pedazo de melón voló por el aire y golpeó el lado de la cabeza de color gris azulado de Dadab con un golpe húmedo, manchando con jugo su túnica naranja. Al igual que el resto de su cuerpo, la cabeza de los Unggoy estaba cubierta con un exoesqueleto rígido, y el golpe no le dolió en lo más mínimo. Pero los tres Kig-Yar estallaron en risas estridentes de todos modos. –¡Una ofrenda para su santidad! –se burló uno de ellos con dientes afilados como dagas. Éste fue Zhar, el líder de la pequeña pandilla de los tripulantes –fácilmente distinguible de los otros dos por la longitud y profundo color rosa de las espinas largas y flexibles que nacían de la parte posterior de su estrecho cráneo. Sin perder velocidad Dadab soltó un sonoro bufido, desprendiendo trozos de la cáscara de la fruta, que se habían metido en una de las rejillas de ventilación circulares de una máscara que le cubría su respingada nariz y ancha boca. A diferencia de los Kig-Yar, que estaban muy a gusto en el ambiente rico en oxígeno de la nave alienígena, los Unggoy respiraban metano. El gas llenaba un tanque piramidal en la espalda de Dadab, y llegaba a su máscara a través de tubos integrados en el arnés del hombro del tanque. Más pedazos de melón volaron hacia Dadab. Pero ya había dejado a los Kig-Yar, y no hizo caso de los proyectiles pegajosos que golpearon contra su tanque. Molestos por su desinterés, los lanzadores volvieron a su pequeña disputa. La Minor Transgression era parte de la vasta flota de naves misioneras del Ministerio Covenant de la Tranquilidad, buques responsables de la exploración 36

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de los límites del espacio controlado por el Covenant. Diácono era el más bajo rango del Ministerio, pero también era la única posición abierta a la especie de Dadab, uno de los pocos trabajos que un Unggoy podía conseguir que no implicara trabajo manual pesado o arriesgar sus vidas en batalla. No cualquier Unggoy podía calificar para un Diaconado, y Dadab lo había logrado, porque era más inteligente que la mayoría, más capaz de entender los Santos Mandamientos del Covenant y ayudar a explicar estas leyes a los demás. El Covenant no era solo una alianza política y militar. Era una unión religiosa en la que todos sus miembros juraban lealtad a sus supremos líderes teocráticos, los Profetas, y su creencia en el potencial trascendente de antigua tecnología –reliquias dejadas atrás por una raza desaparecida de alienígenas conocidos como Forerunners. El descubrimiento de estos trozos dispersos de tecnología era la razón por la que la Minor Transgression estaba en el espacio profundo, a cientos de ciclos del hábitat Covenant más cercano. Como Diácono, era responsabilidad de Dadab asegurarse de que los KigYar seguían todos los Mandamientos aplicables, mientras ellos se ocupaban de su búsqueda. Desafortunadamente, desde que habían abordado la nave alienígena, la tripulación había sido cualquier cosa menos obediente. Murmurando dentro de su máscara, Dadab pasó por una hilera de contenedores. Algunos de ellos habían sido abiertos con garras, y tuvo que saltar por encima de la fruta a medio masticar que los Kig-Yar habían dejado en su prisa por probar todos los manjares de la embarcación. Dadab dudaba que algúno de los contenedores contuviera objetos de interés para los Profetas. Sin embargo, como Diácono, se suponía que supervisara la búsqueda –o por lo menos ofrecer una bendición– especialmente si se trataba de objetos pertenecientes a alienígenas hasta el momento desconocidos por el Covenant. Tan concentrados como estaban los Profetas en buscar reliquias, tambien estaban siempre dispuestos a añadir nuevos adeptos a su fe. Y a pesar de que la tarea era técnicamente responsabilidad del Ministerio de la Conversión, Dadab era el único funcionario religioso presente, y quiso asegurarse de que seguía todos los procedimientos pertinentes. El Diácono sabía que con un buen desempeño, podría garantizarse una posterior promoción. Y desesperadamente quería dejar la Minor Transgression y conseguir una posición su trabajo no fuese ser niñera de uno puñado de reptiles bípedos. Más que nada, el Diácono quería predicar –algún día convertirse en un líder espiritual para los Unggoy menos afortunados que él. Era un noble y dificil objetivo, pero como la mayoría de los verdaderos creyentes, la fe de Dadab estaba impulsada por grandes cantidades de esperanza. Al final de la fila de contenedores había un ascensor mecánico que se levantaba por la pared del carguero. Dadab subió a la plataforma del ascensor y 37

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examinó sus controles. Levantando uno de sus dos brazos espinosos, pulsó un botón que parecía indicar hacia arriba, entonces gruño felizmente conforme el ascensor comenzó a sacudirse hacia arriba contra la pared. Un estrecho pasillo conducía desde la parte superior del ascensor a la arruinada unidad de propulsión de la nave. Dadab captó el olor de algo asqueroso, y pisando cuidadosamente a través de una puerta de mamparo deshabilitó las membranas olfativas de su máscara. La pila de moco fibroso en el centro de la cabina un poco más adelante fue reconocible instantáneamente –allí era donde los Kig-Yar habían elegido defecar. Con cautela, Dadab deslizó uno de sus pies, planos y de cuatro dedos, a través de los pegajosos resultados del atracón de fruta de los Kig-Yar hasta que chocó con algo metálico: la pequeña caja que había tratado de conversar con los circuitos de comunicación de la Minor Transgression. Encontrar la nave alienígena había sido pura suerte. La nave Kig-Yar acababa de salir de un salto, y se disponía a realizar otro, conduciendo una de sus exploraciones programadas de reliquias, cuando detectó un estallido de radiación a menos de un ciclo desde su posición. Al principio la líder Kig-Yar, una hembra Maestra de Nave llamada Chur’R-Yar, había pensado que podían estar bajo ataque. Pero cuando se acercaron a la nave, incluso Dadab podía ver que simplemente había sufrido algún tipo de fallo en su impulsor. Aun así, Chur’R-Yar quiso asegurarse de que no estuvieran en peligro. Barriendo con los láseres de ataque de la Minor Transgression, ella había freído el motor de la nave y luego envió a Zhar abordo para silenciar la caja, asegurándose de que ya no pudiera rogar por ayuda. Dadab temía que Zhar fuera demasiado agresivo y arruinara el dispositivo que podría ayudar a que lo ascendieran fuera de la nave Kig-Yar. Pero nunca podría revelarle eso a Chur’RYar. Había conocido a muchos otros Diáconos Unggoy que se habían encontrado con “desafortunados accidentes” por similares actos desleales. Eventualmente, la Maestra de Flota le había dado permiso de recoger la caja –Dadab lo asumió debido a que ella, también había notado la importancia del artículo para el trabajo del Ministerio de la Conversión. Podría haber ido ella misma, por supuesto. Pero cuando Dadab vio el excremento resbalar de la caja y en sus manos, se dio cuenta de que Chur’R-Yar probablemente lo había enviado porque sabía exactamente lo que la recolección de la caja requeriría. Sosteniendo su apestoso premio a cierta distancia, el Diácono se retiró por el pasillo. Después de evadir otra vez a los Kig-Yar en la bodega, corrió a través de un conducto umbilical a la Minor Transgression. Se apresuró a la suite de metano de la nave (la única habitación constantemente llena con el gas), y entusiasmadamente desató los seguros pectorales de su arnés. Mientras retro38

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cedía en una depresión triangular en una de las paredes de la habitación cuadrada, un compresor ocultó resonó y comenzó a rellenar su tanque. Dadab salió de su arnés y pasó sus sobredimensionados brazos sobre su pecho. Su mandíbula le dolía por el sellado hermético de su máscara. Se lo arrancó y lo arrojó lejos. Pero antes de que la máscara golpeara el suelo, fue interceptada por una extremidad nacarada que brilló de repente en un haz de luz. Flotando en el centro de la suite estaba un Huragok, una criatura con una cabeza agachada y hocico alargado sostenido por un conjunto de bolsas rosas translúcidas llenas con una variedad de gases. Cuatro extremidades anteriores surgían de su columna vertebral –tentáculos, para ser exactos, uno de los cuales sostuvo la máscara de Dadab. El Huragok llevó la máscara cerca de una hilera de nodos sensoriales oscuros y redondos a lo largo de su hocico y le dio una minuciosa inspección. Luego flexionó dos de sus tentáculos en un gesto rápido e inquisitivo. Dadab torció los dedos de una de sus endurecidas manos para comunicarse con la lengua de los Huragok: cuatro yemas de los dedos, mirando directamente al pecho del Diácono. < No, daño. Yo cansado. Usar. > Sus dedos se abrieron y se contrajeron, se doblaron y superpusieron mientras formaban la pose única de cada palabra. El Huragok lanzó un gemido decepcionado de una válvula con apariencia de esfínter en uno de sus sacos. La emisión lo impulsó pasando a Dadab a un tanque receptáculo donde colgó la máscara en un gancho que sobresalía de la pared. < ¿Has encontrado el dispositivo? > preguntó el Huragok, volviéndose a Dadab. El Diácono levantó la caja, y los tentáculos del Huragok temblaron de emoción. < ¿Puedo tocar lo que veo? > < Tocar, sí, oler, no –respondió Dadab. > Pero el Huragok ya sea no le importaba el hedor residual de los Kig-Yar, o simplemente no entendió la broma de Dadab. Envolvió el botín alienígena con un tentáculo y con entusiasmo lo llevó a su hocico. Dadab se dejó caer en una plataforma acolchada cerca del dispensador de alimentos autónomo de la suite. Desenrolló una boquilla conectada a un rollo de tubería flexible, lo puso en su boca y comenzó a chupar. Pronto, un lodo poco apetecible, pero nutritivo bajó por el tubo hasta su garganta. Vio el tentáculo del Huragok sobre la caja alienígena, con sus sacos inflándose y desinflándose en una expresión… ¿de qué? ¿Impaciencia? Le había tomado al Diácono la mayor parte del viaje comprender el lenguaje de signos 39

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de la criatura. Sólo podía adivinar las sutilezas emocionales de su hablar vesical. De hecho, le había costado muchos ciclos sólo aprender el nombre del Huragok: ‘Más Ligero Que Otros’. Dadab sabía lo básico de la reproducción Huragok, o más bien la creación Huragok. Las criaturas fabricaban a sus hijos a partir de materiales orgánicos fácilmente disponibles con la actividad hábil de los cilios de sus tentáculos, los cuales Más Ligero Que Otros estaba usando para perforar un agujero limpio en la caja alienígena. Era un proceso realmente fantástico, pero lo que Dadab encontraba más inusual era que el paso más difícil para los padres Huragok era hacer sus creaciones perfectamente flotantes –llenarlos con la mezcla correcta y precisa de gases. Como resultado, los nuevos Huragok inicialmente flotarían o se hundirían, y sus padres los nombrarían en consecuencia: Demasiado Pesado, Fácil De Ajustar, Más Ligero Que Otros. Apretando la boquilla con sus dientes, Dadab inhaló por la nariz, inflando sus pulmones hasta su plena capacidad. El metano en la suite era igual de rancio que el que llevaba en su espalda, pero se sentía bien respirar sin trabas. Mientras observaba a Más Ligero Que Otros insertar su tentáculo en la caja y cautelosamente explorar en su interior, Dadab recordó una vez más lo mucho que apreciaba la compañía de la criatura. Había estado con múltiples Huragok en los viajes de entrenamiento que había tomado durante su educación en el seminario del Ministerio. Sin embargo, se mantenían a distancia, inmersos en sí mismos, y se mostraron singularmente centrados en mantener sus naves en buen estado de funcionamiento. Es por eso que Dadab había estado un poco más que sorprendido cuando Más Ligero Que Otros había flexionado sus extremidades en su dirección la primera vez que se conocieron –repitió una sola pose una y otra vez hasta que el Unggoy se dio cuenta de que estaba tratando de decir un simple: “¡Hola!” De repente, Más Ligero Que Otros retiró su tentáculo de la caja –se echó hacia atrás como en shock. Los sacos del Huragok se hincharon y comenzó a agitar sus extremidades en un discurso espástico. Dadab se esforzó por mantener el ritmo. < ¡Inteligencia!... ¡Coordenadas...! ...Indudablemente los alienígenas... ¡Incluso más que la nuestra! > < ¡Alto! > interrumpió Dadab, escupiendo la boquilla de comida y poniéndose en pie. < ¡Repite! > Con un visible esfuerzo el Huragok obligó a sus tentáculos a rizarse más lentamente. Dadab miraba con sus ojos rápidamente. Finalmente, comprendió la intención de Más Ligero Que Otros. < ¿Estás seguro? > < ¡Sí! ¡La Maestra de Nave debe ser informada! > 40

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La Minor Transgression no era una nave grande. Y en la misma cantidad de tiempo que tardó Dadab en reacondicionar su tanque, haciendo su mejor esfuerzo para no arrugar la túnica, él y el Huragok estaban fuera de la suite y bajando por el único pasaje central de la Minor Transgression al puente. –O se quita la máscara –dijo la Maestra de Nave después de que Dadab reportase sin aliento el descubrimiento de Más Ligero Que Otros–, o aprende a hablar con más claridad. Chur'R-Yar estaba sentada en una elevada silla de comando. Su piel de color amarillo claro era la cosa más brillante en el pequeño y sombrío puente. Dadab tragó dos veces para limpiar algunos lodos residuales de su garganta y empezó de nuevo. –El dispositivo es un conjunto de circuitos similares a las vías de procesamiento corriendo a lo largo de nuestra nave. –Mi nave –intervino Chur'R-Yar. Dadab hizo una mueca. –Sí, por supuesto. No por primera vez, deseó que la Maestra de Nave compartiera el plumaje espinoso de Zhar; los apéndices cambiaban de color dependiendo del estado de ánimo de los hombres de la especie. Y en ese preciso momento el Diácono estaba desesperado por conocer el nivel de impaciencia de Chur'R-Yar. Pero como todas las hembras Kig-Yar la parte posterior de la cabeza de la Maestra de Nave estaba cubierta con callosidades de color marrón oscuro –piel gruesa, como un mosaico de contusiones que hacían que sus estrechos hombros parecieran aún más encorvados de lo que realmente eran. Dadab decidió jugar a lo seguro e ir directo al grano. –La caja es alguna clase de dispositivo de navegación. Y a pesar de que está dañada... –el Diácono hizo un gesto furtivo al Huragok, quien se balanceó a un panel de control montado en la pared– todavía recuerda su punto de origen. Más Ligero Que Otros tecleó con las puntas de sus tentáculos contra los interruptores luminosos del panel. Pronto, una representación holográfica tridimensional del espacio alrededor de la Minor Transgression se formó sobre un holo-tanque ante la silla de Chur'R-Yar. El tanque era meramente el espacio entre dos lentes de vidrio oscuras: una integrada en un pedestal de platino que urgía del piso y la otra incrustada en el techo del puente. Como la mayoría de las superficies de la nave Kig-Yar, el techo estaba cubierto con una lámina de metal morado que, capturando la luz del holograma, mostraba un patrón hexagonal más oscuro –una red de berilio subyacente. –Estábamos aquí –comenzó Dadab cuando un triángulo rojo representando la nave Kig-Yar apareció en la proyección– cuando registramos la fuga de 41

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radiación de la nave alienígena –a medida que continuaba, la proyección (controlada por Más Ligero Que Otros) se desplazó y se amplió, mostrando iconos adicionales según se requería–. Aquí es donde hicimos contacto. Y ahí es donde Más Li... donde su Huragok cree que la nave inició su viaje. La Maestra de Nave clavó uno de sus globosos ojos color rojo rubí en el sistema resaltado. Estaba fuera de la asignación misionera que el Ministerio le había encargado patrullar, más allá de la frontera del espacio Covenant, aunque Chur'R-Yar sabía que era una herejía sugerir un límite. Los profetas creían que los Forerunners una vez tuvieron dominio sobre toda la galaxia, por lo que cada sistema era terreno sagrado –potenciales depósitos de importantes reliquias. –¿Y su destino? –preguntó Chur'R-Yar, sacudiendo su larga lengua contra la parte superior de su boca en forma de pico. Una vez más el Diácono hizo señas al Huragok. La criatura gimió desde sus sacos y sacudió dos de sus extremidades. –Me temo que esos datos se han perdido –respondió Dadab. La Maestra de Nave cerró sus garras sobre los brazos de su silla. Odiaba que el Unggoy hubiera aprendido el lenguaje del Huragok –que el Diácono sirviera de intermediario entre ella y un miembro de su tripulación. No por primera vez, consideró perder al Diácono en una esclusa de aire. Pero mirando el sistema inexplorado, se dio cuenta de que el pequeño succiona-gas se había vuelto repentinamente muchísimo más útil. –¿Alguna vez le dije lo mucho que aprecio su buen consejo? –preguntó la Maestra de Nave, relajándose en su silla– ¿Qué sugiere usted que le digamos al Ministerio? El arnés de Dadab comenzó a irritarle alrededor de su cuello. Luchó contra el deseo de rascarse. –Como en todos los asuntos, seguiré la recomendación de la Maestra de Nave –Dadab eligió sus palabras con sumo cuidado. No era frecuente que Chur'R-Yar le hiciera una pregunta, y por supuesto, nunca le había pedido su opinión–. Estoy aquí para servir, y al hacerlo, honrar la voluntad de los Profetas. –¿Tal vez deberíamos esperar a hacer nuestro informe hasta después de que hayamos tenido la oportunidad de examinar el sistema alienígena? –reflexionó Chur'R-Yar–. ¿Dar a los Santos tanta información como podamos?” –Estoy seguro de que el Ministerio... apreciaría el deseo de la Maestra de Nave de dar el testimonio más completo de este importante descubrimiento. Dadab no había dicho “aprobar”, pero si la hembra Kig-Yar quería llevar su nave fuera del curso asignado, Dadab no podía detenerla. Era, después de todo, la Maestra de Nave. Pero el Diácono tenía otra razón, más personal para ello. Si encontraban algo de valor en el inexplorado sistema, sabía que esto 42

Encuentro en Harvest - Joseph Staten sólo ayudaría a acelerar su promoción. Y para lograrlo, Dadab estaba dispuesto a doblar algunas reglas. «Después de todo...» pensó «los retrasos de comunicación ocurren todo el tiempo». –Una excelente recomendación –la lengua de Chur'R-Yar pasó entre sus afilados dientes–. Estableceré un nuevo curso –luego, con un giro superficial de su cabeza–, tal vez podríamos “Seguir sus pasos... –...Y no olvidar El Sendero” –respondió el Diácono, completando la bendición. La oración honraba el paso a la divinidad de los Forerunners –el momento en que activaron sus siete misteriosos anillos de Halo y desaparecieron de la galaxia, sin dejar a nadie de su especie atrás. De hecho, esta creencia de que uno podía convertirse en un Dios, siguiendo los pasos de los Forerunners, era el eje central de la religión Covenant. Un día, los profetas habían anunciado a sus fieles hordas, “¡Encontraremos los Anillos Sagrados! ¡Descubriremos los verdaderos medios de la trascendencia de los Forerunners!” Dadab, y billones de sus compañeros Covenant, creyeron en ello absolutamente. El Diácono se alejó de la silla de comando de la Maestra de Nave, indicándole a Más Ligero Que Otros que le siguiera. Se giró tan elegantemente como su tanque de metano le permitía y luego trotó pasando la puerta deslizante automática del puente. –Zealot –susurró la Maestra de Nave cuando las dos mitades anguladas de la puerta se cerraron. Ella tocó un interruptor holográfico en el apoyabrazos de su silla que controlaba el equipo de señal de la nave–. Regresen de una vez. Traigan sólo lo que puedan cargar. –Pero Maestra de Nave –La voz de Zhar crujió desde su silla–, toda esta comida podría... –¡Vuelvan a sus estaciones! –gritó Chur'R-Yar, su paciencia se había agotado con el Diácono– ¡Dejen todo atrás! –la Maestra de Nave dio al interruptor un furioso golpe. Luego, con un roce de su lengua que sólo ella podía escuchar: –Pronto encontraremos mucho, mucho más.

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Capítulo Cuatro 21 de Diciembre de 2524 Sistema Epsilon Indi, planeta colonial Harvest, Colonia del UNSC Durante su deslizamiento desde la Tierra, la computadora en la bahíacriogénica de la corbeta de ataque rápido del UNSC Two for Fliching llevó a Avery a través de un largo, letargo cíclico. A petición suya, los circuitos permitían a Avery disfrutar de periodos de descanso anabólico, brindándole profundos sueños REM tan breves e infrecuentes como le fueran posibles. Todo esto se llevaba a cabo ajustando cuidadosamente la atmósfera cerca del punto de congelación de la vaina criogénica de Avery, y con la prudente aplicación intravenosa de drogas –fármacos que controlaban la frecuencia y duración de los ciclos de somnolencia del sujeto e influenciaba el contenido de sus sueños. Pero sin importar la cantidad de medicamentos que Avery recibía antes de ser congelado, siempre soñaba exactamente lo mismo: la peor de sus misiones en contra de los insurreccionistas, una serie de imágenes instantaneas culminando en cualquier operación que hubiera completado recientemente. Aunque los sangrientos detalles de estas misiones fueron cosas que Avery hubiera preferido experimentar sólo una vez, el verdadero horror de sus sueños era la sensación de que había cometido más mal que bien. La voz de su tía hizo eco en su cabeza... “Haz que me sienta orgullosa, haz lo correcto”. La computadora criogénica observó un aumento en la actividad del cerebro de Avery –un esfuerzo por salir del REM– y aumento la dosis. La UNSC Two for Flinching acababa de salir del Slipspace y trazaba un vector hacia su destino. Era tiempo de que la computadora iniciara el deshielo de Avery y era el procedimiento operativo estándar mantener a los sujetos durmiendo durante toda la secuencia. Los medicamentos hicieron su efecto, y Avery se hundió profundamente. Y las imágenes mentales siguieron desarrollándose en su cabeza. Un transportador coleaba en una zanja en la orilla del camino, con humo eructando de su motor de combustión. Una primera ronda de aplausos de otros marines en un puesto de control, hizo pensar a Avery que había eliminado a un rebelde a punto de hacer explotar el lugar. Entonces, la realización de que sus dispositivos ARGUS habían funcionado mal –y que el conductor muerto del camión no había hecho más que recoger la carga equivocada. Avery había estado fuera del campote entrenamiento por unos meses. Y la guerra ya se había recrudecido. Si escuchaban la propaganda cuidadosamente distribuida del UNSC, los Insurreccionistas eran todos del mismo tipo de manzana podrida: después de dos siglos de causa común, grupos aislados de desagradecidos colonos comenzaron 44

Encuentro en Harvest - Joseph Staten a alborotarse para reclamar más autonomía, por la libertad de actuar para sus propios intereses en sus mundos particulares, y no por los del imperio en general. En un principio, habían habido considerables números de personas que sentían simpatía por la causa. Los rebeldes estaban comprensiblemente cansados de que les dijeran cómo vivir sus vidas –qué trabajos tomar, cuántos niños tener– por parte de los burócratas de la CA7 del UNSC, la frecuente mano dura del gobierno basado en la Tierra con un entendimiento cada vez más pobre de los desafíos únicos que representaba cada colonias. Pero esa simpatía se evaporó rápidamente cuando (después de años de negociaciones frustrantes que no llegaban a ninguna parte) las facciones rebeldes más radicales cambiaron la política por la violencia. Al principio atacaron objetivos militares y conocidos simpatizantes de la CA. Pero a medida que el UNSC inició sus operaciones de contra-insurgencia, más y más gente inocente quedó atrapada en el fuego cruzado. Como un recluta inexperto, Avery no había entendido por qué la Insurrección no se había encendido en los sistemas externos como Cygnus, donde los colonos estaban unidos por la creencia y la etnia compartida –una de las principales razones del colapso del viejo sistema de estados de la Tierra antigua y el aumento de poder de las Naciones Unidas como fuerza unificadora. En su lugar, la lucha había estallado justo donde el UNSC estaba mejor equipado para detenerlo: Epsilon Eridanus, el sistema más poblado y cuidadosamente administrado fuera del Solar. Con todos los recursos a su disposición en ese sistema, Avery se preguntaba por qué el UNSC no había sido capaz de pacificar a los rebeldes antesd e que la situación se le fuera de las manos. Con el FLEETCOM en Reach, las universidades y tribunales de justicia en Circumstance, y las zonas industriales en Tribute, ¿cómo era posible que estas poderosas instituciones y motores de la prosperidad económica no pudieran surgir con un plan provechoso para ambas partes? A medida que la guerra se prolongó; Avery comenzó a darse cuenta de que todos estos recursos eran exactamente el problema: en Epsilon Eridanus, el UNSC tenía demasiado que perder. Avery se estremeció en reacción al incremento de temperatura de su cuerpo, y también por las imágenes que se aceleraban en su cabeza... Marcas de disparos y grietas en las paredes de una casa. Una explosión sorpresiva. Cuerpos esparcidos alrededor del ardiente y desgarrado transporte blindado a la cabeza de un convoy. Sutiles destellos desde los tejados. Una carrera para ponerse a cubierto en medio de la carnicería. Rebotes y transmisiones de radio. Columnas de humo de fósforo explosivo arrojado por aviones 7

Administración Colonial.

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teledirigidos. Mujeres y niños corriendo de casas en llamas, dejando huellas en la sangre espesa como el caramelo. Sus ojos se agitaban detrás de sus párpados. Avery recordó las instrucciones de su tía una vez más. “Conviértete en el hombre que sé que puedes ser”. Luchó por mover sus adormecidas extremidades, pero la computadora aumentó la dosis y lo mantuvo quieto. El aterrador acto final de su macabro sueño no se detendría... Un concurrido restaurante a un costado de la carretera. Una desesperada mujer rodeada de hombres decididos. El pataleo de un niño asfixiándose. Un padre abalanzándose y el momento en que Avery comenzó a caer, todo reducido a una explosión estremecedora y caliente que envió al Hornet dando vueltas hasta el suelo. Avery despertó y jadeo, exhalando el vapor congelado que llenaba su tubo criogénico. Rápidamente, la computadora inició una purga de emergencia. De alguna manera, y a pesar de haber recibido más de tres veces la cantidad recomendada de inductores del sueño, Avery había anulado las etapas finales del deshielo. La computadora tomó nota de la anomalía, cuidadosamente retiro la intravenosa y el catéter de Avery, y abrió la tapa curvada de plástico transparente del tubo. Avery rodó sobre su codo, se inclinó sobre el borde de su tubo, y tosió – una serie de violentas, y húmedas exhalaciones. A medida que recuperaba el aliento, oyó el golpeteo de pies descalzos sobre el suelo de goma de la bahía. Un momento después una pequeña toalla doblada apareció en su campo de visión. –Estoy bien –escupió Avery–. Retrocede. –De cero a irritante en menos de cinco segundos –dijo una voz de hombre, no mucho más viejo que Avery– He conocido gruñones que son más rápidos. Pero eres uno de los mejores. Avery miró hacia arriba. Como él, el hombre estaba desnudo. Pero su piel era alarmantemente pálida. Su cabello rubio apenas comenzaba a surgir de su cabeza recientemente rapada, como los primeros mechones de seda de una mazorca de maíz. La barbilla del hombre era larga y estrecha. Cuando sonrió, sus delgadas mejillas resoplaron con cierta picardía. –Healy. Suboficial de primera clase. Médico. Lo cual significaba que Healy era de la armada, y no un marine. Pero parecía bastante amigable. Avery le arrebató la toalla y se limpió su afeitado rostro y barbilla. –Johnson. Sargento. Healy amplió su sonrisa. –Bueno, al menos no tengo que saludarte. 46

Encuentro en Harvest - Joseph Staten Avery sacó las piernas del tubo criogénico y dejo que sus pies soportaran su peso completo sobre el suelo. Su cabeza se sentía hinchada, lista para estallar. Respiró profundamente y trató de dejar atrás la desagradable sensación. Healy se encaminó hacia una puerta de mamparo en el otro extremo de la bahía. –Vamos, los armarios están por aquí. No sé qué clase de sueños hayas tenido. Pero los míos no implican quedarme sentado mirando las bolas de otro sujeto. Avery y Healy ya vestidos, tomaron sus bolsos, y se reportaron en el modesto hangar de la bahía del UNSC Two for Fliching. Las corbetas eran la clase más pequeña de buques de guerra del UNSC y no transportaban a ningún combatiente. De hecho, apenas había espacio suficiente en el hangar para una lanzaderas SKT-138, una versión más grande de los botes salvavidas Bumblebee9 estándar en toda la flota. –Siéntense, y sujétense –ladró el piloto del transbordador sobre su hombro en cuanto Avery y Healy entraron–. La única razón por la que estamos detenidos es para descargarlos a ustedes dos. Avery estibó su bolso y se deslizó en uno de los asientos centrales del SKT-13, tiró de una banda de seguridad retraída sobre sus hombros. El transbordador se dejó caer a través de una esclusa en el suelo del hangar y aceleró en la dirección opuesta de la nave. –¿Alguna vez estuvo en Harvest? –gritó Healy sobre el aullido de los propulsores del transbordador. Avery estiró su cuello hacia la cabina. –No. Pero él ya había estado. Era difícil recordar exactamente cuándo. No envejeces en el sueño-criogénico, pero el tiempo no se detiene. Avery calculó que había pasado por lo menos tanto tiempo dormido como despierto desde que se había unido a los marines. Pero independientemente de eso, solo había permanecido en Harvest suficiente tiempo para buscar a su objetivo, planificar el golpe, y reducir el número de funcionarios corruptos de la CA al mínimo. Esa fue su misión de graduación de la Escuela Naval de Guerra Especializada – NavSpecWar– para francotiradores. Pasó con altos honores.

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Transbordador espacial del UNSC. Usado para transporte de heridos e investigación. Cápsula de escape estándar del UNSC. Mide 10.5 metros de largo. Tiene una capacidad de hasta nueve personas y suficientes suministros para una semana antes de quedarse sin aire y alimentos. 9

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El interior del transbordador se iluminó y Avery tuvo que entrecerrar sus ojos. A través del panel de la cabina del piloto, Harvest había entrado a la vista. Nubes dispersas revelaban un mundo donde la tierra era mucho más abundante que el mar. Un gran continente lustroso y verde brillaba a través de la atmósfera no contaminada del planeta. –La primera vez para mí también –dijo Healy–. Estamos en medio de la nada. Pero no está nada mal a la vista. Avery solo asintió con la cabeza. Como en la mayoría de sus misiones, su golpe en Harvest era clasificado. Y no tenía idea de qué tipo de autorización tenía el médico. El transbordador viró hacia un destello metálico en el profundo azul de la termósfera de Harvest. Avery se dio cuenta en cuanto se acercaban que se trataba de una estructura orbital –dos arcos plateados suspendidos por encima del planeta. No habían estado ahí en su visita anterior. Mientras el transbordador se acercaba, Avery vio que los arcos estaban separados por miles de kilómetros de hebras doradas –ascensores espaciales que pasaban a través del arco inferior y descendían a la superficie de Harvest. Los puntos en los que los ascensores dividían en dos los arcos, estaban abiertos al vacío, brechas llenas con vigas que a la distancia, semejando delicadas filigranas. –Sujétense –gritó el piloto–. Tenemos tráfico. Con cortas, y sincronizadas ráfagas de sus cohetes de maniobra, el transbordador refinó sus maniobras a través de una de las muchas formaciones de las cápsulas de propulsión que se agrupaban alrededor de la estacion orbital. Avery noto que los diseñadores de las cápsulas no habían hecho ningún esfuerzo por embellecer sus creaciones; tal vez los motores, pero nada más. Mangueras, tanques, cables –la mayoría de los componentes de las vainas estaban totalmente expuestos. Solamente sus costosas unidades ShawFujikawa se encontraban envueltas con una cubierta protectora. Mientras el transbordador se acercaba al orbital, giró 180 grados y se conectó a una esclusa de acoplamiento. Después de algunos golpeteos metálicos y un silbido de aire, un indicador de luz sobre la escotilla trasera del transbordador cambió de rojo a verde. El piloto les hizo a sus pasajeros la señal del pulgar hacia arriba. –Buena suerte. Atentos con las hijas de esos agricultores. El transbordador se desacoplaría tan pronto como Avery y Healy estuvieran a salvo dentro del orbital. –Bienvenidos a la Tiara –una respetuosa voz femenina hizo eco desde un altavoz invisible–. Mi nombre es Sif. Por favor, háganme saber si hay algo que pueda hacer para lograr que su visita sea más confortable. 48

Encuentro en Harvest - Joseph Staten Avery desabrochó uno de los bolsillos de su bolso y saco un gorro militar color oliva deslustrado. –Solo algunas direcciones por favor, señora –se lanzó el gorro sobre la parte posterior de su cabeza y lo jaló hacia su frente. –Por supuesto –respondió la IA–. Esta esclusa conduce directamente al camellón. Gire a la derecha y proceda directamente a la estación de acoplamiento número tres. Le haré saber si hace un giro equivocado. –¿Ya habías hecho mucho CMT? – le preguntó Healy mientras marchaban hacia la estación número tres. Avery conocía el acrónimo: Colonial Militia Training10, una de las actividades más controversiales del UNSC. Oficialmente, el CMT consistía en ayudar a los locales a defenderse ellos mismos, entrenando a la población para lidiar con los desastres naturales y la seguridad interna básica, así no tendría porque haber muchos marines en el lugar. Extraoficialmente, se diseñó para crear fuerzas paramilitares antiinsurreccionistas –aunque Avery se había preguntado muchas veces si realmente era buena idea darle armas a los colonos en planetas con políticas inestables, y entrenarlos para usarlas. En su experiencia, el aliado de hoy podría ser el enemigo del mañana. –Nunca –mintió Avery. –Así que... –continúo Healy–. ¿Buscas un cambio de ritmo? –Algo así. Healy se hecho a reír y sacudió la cabeza. –Entonces debes de haber tenido una pobre asignación. «No tienes ni idea de la mitad» pensó Avery. El camellón serpenteó a la izquierda, y como Avery pasó frente a una larga ventana, miró detenidamente hacia afuera de la estación –vio una de las comisuras afiligranadas que había visto mientras se acercaban con el transbordador. Dos aberturas rectangulares habían sido cortadas en la parte superior e inferior del casco de la estación, dejando las vigas superiores e inferiores a la vista. A través de estas vigas corría la hebra del ascensor número tres de la Tiara. Avery vio como dos contenedores de carga se elevaban a la vista, llenando la estación. Era difícil ver a través de la ventana, pero logro notar que dos cápsulas de propulsión maniobraban hacia la parte superior de los contenedores. Una vez que las cápsulas se acoplaron, los contenedores se elevaron limpiamente de la Tiara. Entonces invirtieron la polaridad de sus imanes y los dos recién ensamblados cargueros se separaron. De principio a fin, la operación duró menos de treinta segundos. Healy silbó. –Muy ingenioso. 10

Entrenamiento Militar Colonial

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Avery no discrepó. Los contenedores eran enormes. La coordinación necesaria para que se movieran en conjunto –no solo en esa hebra, sino en las siete de los ascensores de la Tiara a la vez– era realmente impresionante. –Giren a la izquierda una vez más y luego diríjanse a la esclusa de aire – dijo Sif. El pasaje que conducía alrededor de la estación era más estrecho que la arteria principal del orbital, y la voz de Sif sonaba muy cerca–. Justo a tiempo para el cambio de turno. A un lado de la esclusa de aire había una docena de técnicos de mantenimiento orbital, vestidos de overol blanco con franjas azules en sus brazos y piernas. A pesar de la sonrisa sin escalas de Healy, los técnicos miraron ansiosamente a los dos imprevistos soldados. Avery estaba contento de que el Vagón de Bienvenida –un contenedor pequeño principalmente usado para transportar gran número de colonos inmigrantes desde naves hacia la superficie–, aparecio rápidamente frente a la estación; no estaba de humor para más conversaciones incomodas. Una alarma sonó y la puerta de la esclusa se abrió. Avery y Healy siguieron a los técnicos a través de un conducto flexible que se extendía como un acordeón hacia el vagón. Una vez dentro, tiraron sus bolsos dentro de un compartimiento de almacenamiento debajo de una sección de asientos –dispuestos en tres niveles escarpados contra las cuatro paredes del vagón. El muro opuesto a las butacas elegidas por los soldados estaba ocupado con un gran puerto de visión rectangular. –¿Todos acomodados? Bien –Sif hablo a través de los altavoces en la silla de Avery mientras él se ajustaba el arnés de cinco puntos del ergonómico asiento. Había gravedad artificial en el orbital, pero una vez que el vagón partiera, sería una caída libre–.Espero que disfrute su estancia. –Oh, me asegurare que lo haga –Healy lució una pícara sonrisa. La alarma sonó por segunda vez, se selló la esclusa de aire del vagón, y Avery comenzó su descenso. Mientras una pequeña parte de la mente de Sif monitoreaba el progreso del descenso del Vagón de Avery, otra parte de ella se encontraba en el proyector holográfico de su centro de datos. –Permítame comenzar diciendo, Señora al-Cygni, cuán agradecida estoy de que eligiera llevar a cabo esta auditoria en persona. ¿Tuvo un buen viaje? El avatar de Sif lucía una túnica que llegaba hasta sus tobillos, sin mangas, con la matiz entretejida de una puesta de sol. El vestido destacaba su cabello dorado –elegantemente escondido detrás de sus orejas– que caía en mechones hasta la mitad de su espalda. Sus desnudos brazos flexionados ligeramente hacia afuera de sus caderas y esto, combinado con su largo cuello y su barbilla 50

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levantada, le daban la impresión de una muñeca bailarina lista para elevarse en la punta de sus dedos. –Productivo –respondió Jilian al-Cygni–. Decidí no ir a criogenia –la mujer se sentó en un pequeño banco ante el proyector, luciendo un aburrido traje gerencial de nivel medio del UNSC: un traje marrón, de unas tonalidades un poco más oscuras que su piel. El destello granate de la insignia DCS en su alto cuello complementaba el tono vino borgoña de su lápiz labial, lo único ostentoso en su tenue apariencia–. Estos días, el desplazarme es la única oportunidad que tengo para ponerme al día. El acento melódico de Al-Cygni era sutil, pero Sif analizó entre sus bancos de memoria y determinó que la mujer probablemente había nacido en Nueva Jerusalén, uno de los dos mundos colonizados en el Sistema Cygnus. A través de micro cámaras incrustadas en las paredes de su centro de datos, Sif vio cómo la mujer ponía una mano en la parte trasera de su cabeza, comprobando las hebillas que mantenían su largo, cabello negro atado en un ajustado rodete. –Me imagino que el embargo en Eridanus la mantiene ocupada –dijo Sif, asegurándose abrir un poco los ojos de su avatar para que lucieran comprensivos. –Mi número de casos se triplicó en los últimos dieciocho meses –suspiró Al-Cygni–. Y francamente, el contrabando de armas no es especialidad. Sif puso una mano en su pecho. –Bueno, lamento ser otra carga. Mantendré mi testimonio lo más breve posible, omitiendo el análisis de riesgo en los protocolos de mantenimiento de Madrigal, y saltaré directamente a la... –En realidad –interrumpió Al-Cygni–. Estoy esperando a alguien más. Sif levantó una ceja. –¿Ah, sí? No me di cuenta. –Una decisión de último minuto. Pensé que podría ahorrar algo de tiempo, combinando su auditoria con la tuya. Sif sintió sus vías de datos elevando su temperatura. ¿”Su auditoría”? Pero antes de que pudiera protestar... HARVEST.IA.OA.MACK >> HARVEST.IA.ON.SIF (???) > ¿QUÉ HACES AQUÍ? > SOLO CANAL DE VOZ. >> QUIERO QUE ELLA ESCUCHE TODO LO QUE SE DIGA. –¡Buenas tardes! –saludó Mack por los altavoces del centro de datos–. Espero no haber impacientado a las damas. –Para nada –al-Cygni tomó una tableta COM del bolsillo de su traje–. Estábamos por comenzar –en los pocos segundos que le llevo encender su dispositivo, las dos IA continuaron su conversación privada. > SI. > TU COQUETEO ES COMO MÍNIMO UN ACOSO, O PARA PEOR, UNA PERVERSIÓN –Y NO LAS ACCIONES DE UNA INTELIGENCIA ESTABLE. >> TU ESTAS, CREO, MUY POR ENCIMA DEL CAMINO DE LA EXUBERANCIA. >> Y DEBO ADVERTIRTE QUE SIN UN RÁPIDO CAMBIO DE TU COMPORTAMIENTO, NO TENDRÉ OTRA ALTERNATIVA MAS QUE REGISTRAR MIS PREOCUPACIONES CON LAS ADECUADAS PARTES LITIGANTES –HASTA EL ALTO COMITÉ DEL DCS. Sif esperó, con la temperatura de su núcleo en aumento, por la respuesta de Mack. > ¿DISCULPA? 52

Encuentro en Harvest - Joseph Staten > ¿BUSCARLO? Sif enseguida abrió sus bancos de memoria, y procedió a congestionar con las obras de Shakespeare (archivos individuales en cada lengua y dialecto humano, pasados o presentes) el búfer de datos del canal de comunicaciones de Mack. Luego agrego folios multilingües de otros dramaturgos del Renacimiento. Y, sólo para asegurarse y poner en claro su punto –de que Mack no solo había citado mal una línea de Hamlet, sino que su conocimiento del teatro y, por extensión, todo lo relacionado, no estaba ni cerca del suyo-- Sif duplico la cantidad de archivos y congestionó con traducciones de cada obra de Aeschylus del siglo XXV de la Cosmic Commedia Cooperative11. Al-Cygni levantó la vista de su tableta. –¿Párrafo...? –... tres –dijo Sif en voz alta. El retraso no había sido más que de unos pocos segundos, pero para una IA bien podría haber sido una hora. Al-Cygni doblo sus manos en su regazo e inclinó su cabeza a un lado. –Ninguno de ustedes está bajo juramento –dijo en tono agradable–. Pero por favor. Sin conversaciones privadas. Sif cruzo las piernas e hizo una reverencia. –Mis disculpas –la mujer era más inteligente que la mayoría de los empleados de la DCS con los que hubiera tratado–. Mi colega y yo simplemente estábamos comparando registros sobre el Horn of Plenty, en caso de que hubiera alguna discrepancia –sin la intención de mentir, Sif rápidamente le envió a Mack sus registros sobre lo que el carguero había llevado. > ¿DISCULPA? < Disculpa, pero estoy perplejo > Más Ligero Que Otros alcanzó el charco con un tentáculo color perla, recupero la roca y la lanzó de nuevo a Dadab. < Sólo vi una larva > el Diácono entornó sus ojos pequeños, de color rojo. Las reglas del juego no eran complicadas. Simplemente carecía del vocabulario para explicar con claridad < Mira. > Dadab frotó la roca con una esquina de su túnica naranja para limpiarla. Luego con la punta de uno de sus dedos, hizo una segunda raspadura en la piedra –junto a una que representaba a la primer larva que se había filtrado en la suite de metano, rompiendo con su largo periodo de meditación. Habían pasado muchos ciclos de sueño desde que la Minor Transgression había salido de su salto en el borde del sistema sin explorar. Chur'R-Yar se había trasladado a un ritmo cauteloso hacia la ubicación del buque de carga alienígena. Pero hasta que llegaron, el Diácono tuvo muy poco que hacer; Zhar y los otros tripulantes Kig-Yar ciertamente no estaban interesados en escuchar algu68

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no de sus sermones. Le mostró la roca a Más Ligero Que Otros, y le enseñó su matemática simple. < ¡Uno, uno, dos! > las dóciles larvas no eran ningún desafío, nada como las avispas de barro y cangrejos sombra de la infancia de Dadab. Pero en el juego Unggoy de cacería con rocas, marcabas cada muerte, fuera fácil o no. < Ah, ya veo... > respondió el Huragok. < La diversión es aditiva. > < ¿Más... diversión... ? > Dadab luchó para simular poses para palabras que no había aprendido todavía. Más Ligero Que Otros formó lentas, y simples poses: < Más, muertes, más diversión. > Dadab no se ofendió cuando la criatura atontó su discurso para mayor claridad. Sabía que no hablaba mejor que un infante Huragok y estaba agradecido por su paciencia. < Sí > gesticulo Dadab < más, muertes, más diversión > sacó una segunda piedra de un bolsillo de su túnica y se la mostró a Más Ligero Que Otros. < ¡Más, muertes, gana! > Sin embargo, el Huragok lo ignoró –flotó de vuelta hacia el conducto y comenzó a arreglar una fractura por sobrecarga, que había provocado el charco de líquido refrigerante. Dadab sabía que la criatura tenía un impulso sobrenatural para reparar las cosas. Era casi imposible que lo distrajeran de su trabajo, por ese motivo los Huragok eran miembros tan valiosos de la tripulación. Con un Huragok a bordo, nada quedaba roto por mucho tiempo. En efecto, segundos después, la fuga estaba sellada –la rotura en el conducto de metal se cerró por la acción de los cilios que cubría las puntas de los tentáculos de Más Ligero Que Otros. < ¡Busca! > dijo Dadab, ofreciendo la roca por segunda vez. < Prefiero no hacerlo. > < ¿Por qué? > < En serio, sigue adelante. Busca al tercero. > < Juego. ¡Divertido! > < No, tu juego es asesinato. > Dadab no pudo evitar lanzar un gruñido exasperado. «¡Una larva era una larva! ¡Había cientos de esas cosas merodeando alrededor de la nave KigYar!» En un viaje largo como ese, era esencial adelgazar sus números antes de que se multiplicaran y se abrieran camino hasta alcanzar algún sistema crítico. «Por otra parte», pensó Dadab, «¿tal vez el Huragok sentía un cierto parentesco con las larvas?». Ambos eran sirvientes sin voz –incansables esclavos de las necesidades de la nave Kig-Yar. Dadab imaginó que los globulosos ganglios sensoriales de Más Ligero Que Otros brillando con aprensión. 69

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Mirando alrededor de la sala de máquinas, Dadab vio un núcleo de energía gastado. Colocó el brillante cubo sobre la unidad de desbordamiento bajo la cual la larva había tratado de ocultarse, lo balanceó de atrás hacia adelante hasta que quedo muy bien equilibrado –hasta que estuvo seguro de que el Huragok lo derribaría, incluso con un golpe indirecto. < Ahora, no, matar > gesturizó Dadab con entusiasmo. < ¡Solo, diversión! > Con evidente desdén, el Huragok enrosco su tentáculo y arrojó la roca. Fue un tiro superficial, pero golpeó el centro del núcleo, volcándolo en el suelo. < ¡Uno! > Dadab gruñó feliz y estaba a punto de reacomodar el objetivo para otro tiro, cuando la voz de la maestra de nave crujió desde una unidad de señalización de metal redondo, sujeta al arnés de su tanque. –Diacono, al puente. Y no traiga el Huragok. * * * Chur'R-Yar estaba sentada en el borde de su silla de mando, hipnotizada por la proyección del holo-tanque del puente. La representación del sistema alienígena era mucho más detallada que antes. Planetas y asteroides –incluso un cometa entrante– todo representado, incluso los detalles previamente faltantes de la base de datos de la Minor Transgression. El planeta del cual la nave alienígena había comenzado su viaje brilló en el centro del tanque. Pero eran los miles de jeroglíficos color cian que salpicaban la superficie del planeta – todos con el mismo diseño circular– lo que la cautivaba. De repente, los glifos junto con todo lo que se mostraba en el interior del tanque parpadearon temporalmente, perdiendo poder. –¡Ten cuidado! –ordenó la maestra de nave, girando para encarar a Zhar. El macho Kig-Yar se encontraba de pie, cerca de un hueco en la pared cóncava color púrpura del puente, con un cortador láser en una de sus manos garrudas. –¡Lo quiero desconectado, no destruido! –Sí, señora –las espinas de Zhar se aplanaron servilmente sobre su cabeza. Y de nuevo, acercó cautelosamente su cortadora a un lío de circuitos conectados a un dispositivo con tres partes piramidales, suspendido en el centro del hueco. La pirámide más grande tenía su punta hacia abajo; las dos más pequeñas apunban hacia arriba, soportando a la más grande en dos de sus lados. Las tres brillaban con un resplandor de plata que Zhar ocultaba con su silueta. Esta era el Luminary de la nave, un arcano dispositivo requerido en todos los buques Covenant. El aparato había asignado miles de glifos o ‘Luminations’ al mundo alienígena, y cada uno de ellos representaba una posible reli70

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quia Forerunner. La lengua de Chur'R-Yar se sacudió contra los dientes con excitación apenas contenida. «Es una lástima que la Minor Transgression no tenga una bodega más grande...» La Maestra de Nave provenía de un largo linaje de matriarcales Capitánas de naves. Y aunque la mayoría en su línea de sangre había sido diezmada en la defensa de los reductos de asteroides durante la agresiva conversión del Covenant de la especies a su fe, ella todavía sentía el espíritu bucanero de sus antepasados corriendo por sus venas. Los Kig-Yar siempre habían sido piratas. Mucho antes de que el Covenant llegara, habían navegado por los archipiélagos tropicales de su planeta de origen acuático, atacando a los clanes que competían por comida y pareja. Pero cuando la población aumentó, las distancias y las diferencias entre los clanes disminuyo; un nuevo espíritu de cooperación los condujo a la creación de naves espaciales que los levantó de su planeta. Pero a medida que algunos clanes comenzaron a mirar al oscuro e interminable mar del espacio, no pudieron resistirse a volver a sus viejas costumbres. Al final, estos piratas habían sido la única resistencia efectiva contra el Covenant. Pero no podrían resistir para siempre. Para salvarse a sí mismos, los Capitánes se vieron forzados a aceptar ser corsarios: acuerdos que les permitieron mantener sus naves, siempre y cuando navegaran al servicio de un Ministerio Covenant. Algunos Kig-Yar vieron la oportunidad en esta sumisión. Chur'R-Yar vio eones de migajas de pan, patrullajes sin fin, buscando reliquias –tesoros inimaginables que nunca sería autorizado a reclamar como propios. Sí, durante sus viajes ella podría toparse con algún pequeño botín: un hábitat Covenant abandonado o un carguero alienígena dañado. Pero éstas a comparación de las reliquias, éstos eran solo limosnas, y Chur'R-Yar no era ninguna mendiga. «Por lo menos ahora ya no», pensó. La Maestra de Nave sabía que podría sacar un pequeño número de reliquias sin que nadie lo notara. Pero sólo si el Luminary de la nave permanecía en silencio, y tenía planeado esperar a transmitir su reporte después de haber tomado su parte. Chur'RYar sintió las placas callosas sobre su cuello y hombros se contrajeron. Esta gruesa piel servia como armadura natural, manteniendo a las hembras de su especie a salvo durante las mordidas que acompañaba a la mayoría de las sesiones de apareamiento Kig-Yar. La Maestra de Nave no solía pensar en dejar descendencia. Pero cuando vendiera las reliquias en el mercado negro Covenant, esperaba obtener un beneficio suficiente para sacar a la Minor Transgression del servicio por una temporada de apareamiento completa. Y esa posibilidad era muy excitante. Se relajó en su silla y miró fijamente a Zhar –observó sus vigorosos músculos ondear debajo de sus escamas– cuando cortó cuidadosamente las conexiones del Luminary de los circuitos de señalización de la 71

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nave. Él no era su pareja ideal. Hubiera preferido a alguien con una jerarquía superior entre los clanes, pero siempre había preferido a los machos con plumaje viril. Y Zhar tenía otra ventaja: estaba muy cerca. Con toda la sangre moviéndose hacia sus hombros, Chur'R-Yar empezó a sentirse deliciosamente débil. Pero entonces la puerta del puente se abrió, y Dadab entró corriendo. La túnica del Unggoy apestaba a refrigerante de motor y gases Huragok, y el hedor inmediatamente acabó con su libido. –¿Maestra de Nave? –Dadab se inlinó ligeramente y entonces miró con desconfianza a Zhar. –¿Qué ves aquí? –lanzó Chur'R-Yar, redirigiendo la mirada del Unggoy hacia el holo-tanque. –Un sistema. Una sola estrella. Cinco planetas –Dadab dio un paso hacia el tanque–. Uno de los planetas parece... tener... Su voz chilló y enmudeció, mientras comenzaba a respirar agitadamente. Chur'R-Yar chasqueó la lengua. –Una Luminary no puede mentir –generalmente citaba los Santos Escritos sólo para burlarse de ellos, pero esta vez Chur'R-Yar estaba seria. Cada Luminary era era imitado de un dispositivo que los profetas habían localizado a bordo de una antigua nave de guerra Forerunner –una que ahora se situaba en el centro de la capital del Covenant, High Charity. Las Luminaries eran objetos sagrados y la manipulación fraudulenta de estos era castigada con la muerte –o peor. Razón por la cual la Maestra de Nave sabía que el Diacono estaba angustiado por las acciones de Zhar. Mientras su pareja elegida continuó trabajando con el láser sobre la Luminary, el Diácono cambió el peso de uno de sus cónicos pies al otro. Chur'R-Yar podía oír las válvulas dentro de su máscara haciendo ‘clic’ mientras trataba de mantener su respiración bajo control. –Debo informar de estas Luminations–exclamó Dadab. –No –rompió la Maestra de Nave–. No lo harás. Zhar cortó el último circuito y la Luminary se atenúo. –¡Herejía! –se lamentó Dadab, antes de poder controlar su lengua. Zhar chasqueó sus mandíbulas dentadas y se acercó al Diacono, con su cortador láser resplandeciendo. Pero Chur'R-Yar detuvo al macho con unos rechinantes silbidos. Bajo circunstancias diferentes, ella podría haberlo dejado desgarrar al Unggoy en pedazos por su estúpido insulto. Pero por ahora, lo necesitaba con vida. –Cálmate –dijo ella–. La Luminary no está dañada. Simplemente no puede hablar. –¡Pero el Ministerio! –balbuceó Dadab– ¡Van a exigir una explicación...! –Y tendrán una. Después de que tome mi parte. 72

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La Maestra de Nave estiro una garra hacia el holo-tanque. Había un único glifo no ubicado en el planeta alienígena. Para el ojo inexperto, podría haber parecido una especie de error –una pieza de datos extraviada. Pero la mirada pirata de Chur'R-Yar reconoció lo que era: una reliquia a bordo de otro de los cargueros de los alienígenas; una que ella esperaba fuera fácil de capturar, como la primera. El Diácono estaba temblando, todo su cuerpo color gris azulado se agitaba de terror. La Maestra de Nave sabía que el Unggoy estaba en lo cierto: lo que pensaba hacer era una herejía. Sólo los profetas tenían permitido el acceso a las reliquias. Y si la manipulación de un Luminary significaba la muerte, desafiar a los profetas significaba la condenación. De pronto el diácono se calmó. Posando la mirada en los glifos del holotanque y luego sobre la punta de color rojo brillante del cortador láser de Zhar, su respiración se relajó. Chur'R-Yar sabía que el Unggoy era más inteligente que la mayoría y supuso que se había dado cuenta de la magnitud de su situación: la Maestra de Nave le había dicho sus planes secretos y sin embargo seguía con vida. Lo cual sólo podía significar una cosa: Ella tenía un plan para él. –¿Qué es lo que mi Maestra de Nave quiere que haga? –preguntó Dadab. Los dientes de Chur'R-Yar brillaban a la luz débil de la Luminary. –Necesito que mientas. El Diácono asintió con la cabeza. Y la Maestra de Nave estableció rumbo hacia la nave cargada con la reliquia. * * * Henry “Hank” Gibson amaba su carguero –amaba sus grandes y feas líneas, y el retumbar silencioso de su unidad Shaw-Fujikawa. Por encima de todo amaba navegar en él, lo cual la mayoría de gente pensaba que era un poco raro cuando un equipo NAV controlado por una IA podría hacerlo igual de bien. Pero eso estaba bien por Hank porque, incluso más que a su nave, amaba no importarle un comino lo que la gente pensara de él, algo que cualquiera de sus ex-esposas gustarían atestiguar. Las naves Capitáneadas por humanos no eran raras en la flota comercial del UNSC; simplemente navegaban cruceros y otras naves de pasajeros. Hank había trabajado para una de las grandes compañías de cruceros –sirviendo en el crucero de lujo ‘Two Drink Minimum’ sin escalas desde la Tierra a Arcadia durante unos quince años, los últimos cinco como primer oficial. Pero la nave de pasajeros necesitaba todo tipo de asistencia por computadora para ir de A a B, manteniendo sus centenares de pasajeros bien alimentados y descansados. Hank era un auto declarado solitario, y no impor73

Encuentro en Harvest - Joseph Staten taba si las voces hablándole eran humanas o simuladas, a él le gustaba un puente tranquilo. Y el Two Drink Minimum ciertamente no era eso. Si el pago no hubiera sido tan bueno, y el tiempo lejos de sus esposas no hubiese sido tan terapéutico, Hank hubiera renunciado mucho antes. Con excepción de la astrogación13, un Capitán de carguero podía manejar la mayor cantidad de operaciones de su nave en espacio normal como quisiera. Hank amaba tener las manos en los controles –maniobrando con sus cohetes de hidracina, arrastrando miles de toneladas de cargamento hacia adentro y fuera de la atracción gravitacional de un planeta. El hecho que era dueño de su nave, This End Up, lo hacía aún más feliz de navegar. Había tomado gastado sus ahorros, renegociado dolorosamente sus pensiónes alimenticias, y pedido un préstamo tan grande que no le gustaba pensar en ello. Pero ahora él era su propio jefe. Hacía su trabajo con dedicación y con el tiempo construyó una lista de clientes que estaban dispuestos a pagar un poco más por un servicio personalizado. Uno de sus clientes más fiables era ‘Industrias Pesadas JOTUN’, una empresa de Marte que se especializaba en la construcción de maquinaria agrícola semi-autómata. Ahora mismo, su carguero se encontraba ocupado con un prototipo de su próxima serie de arados –masivas máquinas diseñadas para labrar amplias franjas de tierra. Esas máquinas eran increíblemente caras, y Hank asumió que un prototipo lo sería aún más. Razón por la cual, mirando a una consola llena de luces de advertencia parpadear, se sintió más enojado que asustado. Su atacante desconocido había golpeado mientras la nave se dirigía a toda velocidad hacia Harvest en un vector de intercepción de alta velocidad. Hank salió ileso del ataque. Pero el fuego enemigo había arruinado su unidad ShawFujikawa, estropeó sus cohetes de maniobra, y acabó con el máser –causando más daño al carguero de lo que podía darse el lujo de reparar. La piratería era algo inaudito sobre las rutas que Hank recorría, y nunca había considerado añadir el opcional y extremadamente costoso seguro a sus contratos. Hank dio una palmada en la consola, silenciando una nueva alarma: brecha del casco, al costado de babor del contenedor de carga, cerca de la popa. Podía sentir el suelo de caucho de la cabina de mando vibrar mientras algo se abría camino a través de la pared del contenedor. –¡Maldita sea! –maldijo Hank, tomando un extintor de incendios de un soporte en la pared. Esperaba que los piratas no dañaran el prototipo JOTUN a medida que se abrían paso en el interior– Está bien. ¿Estos imbéciles quieren romper mi nave? –Hank gruñó, levantando el extintor por encima de su cabeza–. Tendrán que pagarla. 13

Coordinación de saltos Slipspace que requiere una computadora de navegación

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* * * El interior de la conexión umbilical de la Minor Transgression brillaba rojo mientras la punta del perforador quemaba el casco de la nave alienígena. A través de las paredes semi-transparentes, Dadab podía las cicatrices provocadas por el laser en la unidad de propulsión del carguero –marcas negras provocadas por una precavida Chur’R-Yar. «¿Cómo puede estar tan tranquila?» Dadab gimió, mirando a la Maestra de Nave, un poco más adelante en el umbilical. Ella estaba de pie detrás de Zhar, con una garra apoyada sobre la empuñadura de su pistola de plasma enfundada –como una reina Kig-Yar pirata de antaño–, lista para el abordaje. Los otros dos tripulantes Kig-Yar que se encontraban justo detrás de ella se veían más nerviosos. Ambos jugueteaban con sus puñales de energía: fragmentos de cristal de color rosa utilizados como armas cuerpo a cuerpo. Dadab se preguntó si los miembros de la tripulación, igual que él, sabían que estaban condenados. Se imaginó que Chur'R-Yar tendría éxito en tomar la reliquia (aunque algunas habían resultado ser muy peligrosas, incluso en las manos hábiles de los Profetas). Entonces probablemente saltaría de inmediato de regreso a espacio Covenant –donde su reliquia habría de mostrarse como una más de las muchas otras– y rápidamente buscaría un comprador, todo antes de levantar las sospechas del Ministerio. Era un plan plausible. Pero Dadab sabía que él y otros innecesarios testigos estarían muertos mucho antes de que ese plan se completara. En su caso, inmediatamente después de que transmitiera una falsificación del reporte del número de Luminations en el sistema alienígena. La luz en el umbilical se atenúo cuando la punta del perforador terminó de perforar a través del casco. El final del conducto se abrió para mostrar un escudo de energía brillante. –Que el Huragok verifique la presión –dijo Chur'R-Yar, mirando atrás, hacia Dadab. El Diácono dio la vuelta y gesturizó a Más Ligero Que Otros detrás de él: < Comprueba, aire, igual. > Antes de abordar la nave alienígena, necesitaban asegurarse de que hubiese un equilibrio entre la atmósfera del umbilical y la de la bodega del carguero. Si no fuera así, podrían ser destrozados en cuanto pasaran por el campo de energia. El Huragok pasó flotando tranquilamente por el lado de Dadab. Para Más Ligero Que Otros, esta no era más que otra oportunidad de ser útil. Comprobó que los sensores que controlaban el campo y soltó un suspiro de satisfacción. Zhar no perdió tiempo en saltar a través del escudo. 75

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–¡Es seguro! –Anunció el macho Kig-Yar a través de su unidad de señalización. Chur'R-Yar indicó a los otros machos tripulantes que avanzaran, y luego se deslizó a través del campo, seguido de cerca por Más Ligero Que Otros. Dadab respiró hondo y ofreció una oración silenciosa por el perdón de los Profetas. Entonces él también entró a la nave alienígena. Su carga no ocupaba tanto como la del primero carguero habían encontrado. En lugar de contenedores de fruta desde el piso hasta el techo, el espacio estaba dominado por una sola pieza de carga: una imponente máquina, con seis ruedas macizas. En la parte frontal de la máquina había una viga –más ancha que la propia máquina– equipada con picos similares a dientes, cada uno dos veces tan alto como Dadab. La mayoría de las piezas internas de la máquina estaban envueltas por metal pintado de amarillo y azul, pero aquí y allá Dadab vio circuitos expuestos y pistones pneumáticos. Por encima de la viga de dientes había una serie de altos símbolos de metal brillante: J-O-T-U-N. Dadab ladeó su cabeza. Si los símbolos eran Forerunner, no los había visto nunca. Pero no estaba muy sorprendido, él era sólo un humilde Diacono, y había un sinnúmero de santos misterios que todavía tenía que entender. –Dile al Huragok que investigue –lanzó Chur'R-Yar, señalando a la máquina. Dadab aplaudió con sus garras para obtener la atención de Más Ligero Que Otros: < ¡Encuentra, reliquia! > El Huragok infló su saco más grande, aumentando su flotabilidad. Cuando se encontró por encima de una de las grandes ruedas de la máquina, ventiló una cámara más pequeña, impulsándose a sí mismo hacia una cortina de cables multicolores. La Maestra de Nave dirigió a Zhar y los otros dos tripulantes hacia una pila de cajas de plástico sujetas al suelo, cerca de la parte trasera del vehículo. Repiqueteando sus mandíbulas óseas ansiosamente, la Kig-Yar saltó a su tarea, indiscretamente, abriendo las cajas superiores con rápidos y veloces tirones de sus garras. Pronto desapareció en una avalancha de suave material de empaquetado color blanco. –Haz algo útil, Diácono –rompió Chur'R-Yar–. Ve a buscar la unidad de señalización de la nave. Dadab hizo una breve reverencia y trotó alrededor de la máquina hacia la parte trasera de la bodega. La plataforma del ascensor funcionaba igual que en el otro carguero, y pronto se encontró elevándose hasta el pasillo que conducía a la cabina de mando. A mitad de camino por el pasillo, el Diácono recordó de repente la suciedad repugnante que lo había esperado la última vez. Cuando 76

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atravesó la puerta de la cabina, involuntariamente contuvo el aliento y cerró los ojos. ¡Clang! Algo pesado golpeó el tanque de Dadab. Gritó con alarma y se tambaleó hacia adelante. Recibió otro golpe en el estómago. El metano comenzó a silbar por una fractura en su tanque. –¡Ten piedad! –gritó Dadab, envolviéndose en una bola y cubriéndose el rostro con sus antebrazos espinosos. Oyó una serie de exclamaciones guturales, y sintió algo pateando la parte trasera de una de sus piernas. Dadab separó sus brazos muy ligeramente, y espió por la rendija. El alienígena era alto y musculoso. La mayor parte de su piel pálida estaba cubierta por un traje de tela ajustada. Mostrando los dientes, y sosteniendo un cilindro de metal rojo por encima de su cabeza casi totalmente peluda, la criatura parecía salvaje –no como algo que pudiera poseer una reliquia sagrada. El alienígena arremetió con una de sus pesadas botas, golpeando la pierna de Dadab por segunda vez. Gritó palabras más furiosas e ininteligibles. –¡Por favor! –gimió Dadab– ¡no entiendo! –pero sus súplicas sólo parecían provocar la ira del alienígena. El alienígena dio un paso adelante, con su garrote levantado para el golpe de gracia. Dadab lanzó un grito y se cubrió los ojos... Pero el golpe nunca llegó. Dadab escuchó el cilindro cayendo sobre el piso cubierto de goma, y rodando para detenerse contra la pared de la cabina. Poco a poco, el Diácono descruzó sus brazos. La boca del alienígena estaba abierta pero no emitía ningun sonido. Se tambaleó de atrás para delante, agarrando su cabeza. Entonces, de repente, sus brazos se aflojaron. Dadab se deslizó hacia atrás justo cuando el extraterrestre se precipitó de bruces al suelo, entre sus piernas. Escuchó un balido nervioso y levantó la vista. Más Ligero Que Otros flotaba en la puerta de la cabina. Tres de sus tentáculos estaban cubriendo sus sacos defensivamente. El cuarto estaba estirado hacia afuera, temblando en lo que inicialmente Dadab percibió como miedo. Pero entonces comprendió que Más Ligero Que Otros estaba tratando de hablar, tratando de formar el signo más simple de la lengua Huragok: < Uno. > Un clamor de garras por el pasillo anunció la llegada de la Maestra de Nave. Ella empujó al Huragok, blandiendo su pistola de plasma y clavó uno de sus ojos rubí en el cadáver del alienígena. –¿Cómo murió? –preguntó. Dadab miró hacia abajo. La parte trasera del cráneo del alienígena estaba rota –perforada con un agujero irregular. Cautelosamente Dadab deslizó dos dedos dentro de la mortal herida. Pellizcó algo duro en el centro del cerebro de 77

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la cosa, y lo sacó a la vista de todos: la roca de cacería de Más Ligero Que Otros. * * * A Sif no le gustaba molestar a las computadoras de navegación. En algún lugar profundo de su núcleo lógico había un recuerdo residual de su creador a, el de una madre agobiada y con poca paciencia para su hijo recién nacido. Pero era imposible comunicarse con naves mientras estaban en Slipspace. Así que no había manera de que Sif pudiera darles aviso de las nuevas medidas de seguridad adicional que Jilan al-Cygni había impuesto después de la auditoría. HARVEST.IA.ON.SIF–– DCS.CUP # -00040370 > HARVEST.LOCAL.ALL HAVEST.IA.ON.SIF < ¿Debería? > < Su orden. Reparar nave de descenso. No hacer regalo. > < No es un regalo. Es una ofrenda > el Huragok revoloteó, como si la distinción fuera a reducir la furia del Cacique. «¿Cómo pudo ser tan tonto?» Dadab gimió dentro de su máscara. Se sintió mareado y colocó una garra sobre el arado para estabilizarse. Pero no fue simplemente por sus nervios hechos trizas rápidamente; además pudo sentir la bahía vibrar a medida que el crucero salía de su salto. Dadab tomó unas pocas inhalaciones largas de su tanque. < ¡Debes destruirlo! > Los tentáculos del Huragok se apresuraron a contestar. < ¿Pero por qué? > parecía honestamente confundido. Dadab maniobró sus dedos lentamente. < Estas desobedeciendo. El cacique estará muy enfadado > el Diácono sabía que Maccabeus nunca dañaría al Huragok. La criatura era mucho más valiosa. Pero por lo que respectaba a Dadab… Maccabeus no había dicho nada específico, pero sabía que era un prisionero en la nave Jiralhanae… aún bajo sospecha por los delitos que hubiera cometido. En un destello de optimismo desesperado, el Diácono trató de convencerse a sí mismo que sus esfuerzos para educar a los Unggoy del Rapid Conversion probarían su importancia –para que el Cacique transfiriera su inevitable cólera al arado. Pero el Diácono sabía que había pecado. Sería castigado, si no era por Maccabeus, sería por los Profetas del Ministerio cuando la misión Jiralhanae fuera completada. –¡Diácono! –la voz de Tartarus hizo eco en la bahía–. ¡El Cacique le necesita en el puente! < ¡Promételo! > Dadab hizo señas con sus manos temblorosas. < ¡Lo destruirás! > Más Ligero Que Otros meció su hocico para mirar hacia el arado. Golpeó ligeramente un tentáculo contra una de las puntas afiladas de la máquina, como considerando la calidad de su trabajo. < Bueno, apresuraré la ensambladura. Y una máquina escasamente compensará la vida que tomé. > –¡Diácono! ¡El Cacique insiste! 177

Encuentro en Harvest - Joseph Staten < ¡Arréglalo! > señaló Dadab a medida que retrocedía a través de la cortina y fuera del taller del Huragok. –¿Cuándo estará lista la nave de descenso para volar? –preguntó Tartarus, yendo de regreso hacia la escalera. –El Huragok ha tenido un tropiezo menor –Dadab estaba contento de que el Jiralhanae hubiese tomado la delantera –poniéndose de espaldas hacia él. De otra manera habría sabido que Dadab mentía simplemente al mirar sus ojos–. ¡Pero sé que hará las cosas bien tan rápido como pueda! El puente del Rapid Conversion estaba ubicado en la mitad superior de la escalera, hacia la proa, tan lejos del casco exterior como fuera posible –una posición que lo hacía invulnerable a todo excepto a un ataque devastador. Cuando Dadab corrió hacia adentro, pisándole los talones a Tartarus, notó que el puente era (aunque no tan espacioso como el salón de banquetes de los Jiralhanae) suficientemente grande para acomodar a la tripulación entera. Todos estaban presentes, la mayoría encorvados consolas de control incrustadas en las paredes reforzadas. Éstas estaban llenas de interruptores holográficos que titilaban contra la armadura azul de los Jiralhanae. Al igual que Tartarus, estaban listos para una lucha. Maccabeus estaba de pie ante el tanque holográfico central del puente, frotando sus garras contra su suave baranda de metal. La armadura del Cacique era de color dorado, pero hecha de una aleación mucho más fuerte. Vorenus y otro Jiralhanae llamado Licinus le flanqueaban, y sus prominentes hombreras tapaban a Dadab de lo que fuera que el proyector estubiera exhibiendo. Dadab se inclinó, tocando con sus nudillos el piso acanalado de metal del puente. La nave vibraba junto a la unidad de propulsión. Acordes con el deseo del Viceministro de Tranquilidad de avanzar con cautela, Maccabeus había mantenido el impulsor caliente en caso que necesitaran retirarse rápidamente del sistema alienígena. –Acérquese aquí, Diácono –dijo Maccabeus, percibiendo un débil soplo de metano. Dadab se enderezó y siguió a Tartarus hacia el proyector. –Has un espacio –gruñó Tartarus–. ¡Hazte a un lado, Vorenus! –Tartarus le dio el Jiralhanae más alto, de pelo color café claro, un manotazo. –Perdóneme –dijo Dadab, tragando saliva–. Discúlpeme –su tanque cónico hacía bastante difícil moverse de lado, y cuando pasó frente a Vorenus hacia la baranda, su tanque golpeó contra el muslo blindado del Jiralhanae. Para el alivio de Dadab, Vorenus estaba tan atónito que no pareció notarlo. –Increíble, ¿verdad? –dijo Maccabeus. –Sí. Increíble –dijo Dadab, mirando con atención dentro del tanque debajo de su baranda. –No lo veo entusiasmado, diácono. 178

Encuentro en Harvest - Joseph Staten –Mis disculpas, Cacique. Es solo que ya lo había visto antes. A bordo de la nave de Kig-Yar. –Ah. Por supuesto –Maccabeus adoptó un tono irónico–. ¿Después de todo, estas son solo… cuántas? El Maestro de Nave inclinó la cabeza hacia la representación resplandeciente del mundo alienígena –y su superficie cubierta con insistentes pictogramas de Reclamación. –¿Unas cientas de miles de Luminations? La verdad era que Dadab todavía estaba preocupado por la desobediencia del Huragok. Y para empeorar las cosas, el puente estaba denso con el potente aroma de los Jiralhanae. Los olores agitados habían penetrado las membranas de su máscara, y Dadab comenzaba a sentirse un poco enfermo. –Los números son impresionantes –Dadab percibió una sobretensión violenta. –¿Impresionantes? ¡Sin precedentes! –dijo Maccabeus fuertemente. Luego, su voz bajó a un gruñido–. Muy bien. Dígame lo que piensa de esto. El Jiralhanae tecleó con un nudillo en un interruptor holográfico incrustado en la baranda, y la imagen del planeta alienígena se desvaneció –se encogió hasta un tamaño mucho más pequeño a medida que el foco del dispositivo holográfico pasaba a abarcar una vista más ancha del sistema. Dadab vio un icono representando al crucero, fuera del camino orbital del planeta, y a una distancia segura de éste, un triángulo rojo relampagueante, indicando un contacto potencialmente hostil. –Nos estaba esperando –gruñó el Cacique–. Cerca de los restos de la nave Kig-Yar –apretó otro interruptor, y la representación holográfica se acercó al contacto, maximizándolo. –El diseño corresponde a la nave agredida por los Kig-Yar –explicó Dadab–. Un buque carguero. Nada más. –Vea más de cerca –ordenó Maccabeus. Lentamente, la representación de la nave comenzó a girar. Los sensores del Rapid Conversion habían hecho un escaneo detallado, y Dadab pudo ver que el casco ennegrecido del carguero había sido profundamente grabado, creando patrones bajo el metal brillante. «No, patrones no», pensó él, «imágenes». Cada uno de los cuatro lados laterales de la nave exhibía una imagen diferente, con las apariencias de los alienígenas y los Kig-Yar. En la primera imagen, una de cada criatura apuntaba un arma al otro (el alienígena sujetaba algún tipo de rifle, el Kig-Yar una pistola de plasma). En la segunda, el alienígena había dejado caer su rifle y levantaba en alto un manojo de objetos redondos que se parecían a una fruta. En la tercera imagen, el Kig-Yar había arrojado a un lado su arma para aceptar lo que el alienígena ofrecía. Y en la 179

Encuentro en Harvest - Joseph Staten cuarta, ambas criaturas se sentaron en lo que parecía ser un huerto. El alienígena sujetaba una canasta de fruta, y el Kig-Yar escogía serenamente. –¡Una ofrenda de paz! –dijo Dadab excitadamente–. ¡No tienen quieren luchar! –a medida que el holograma de la nave continuó dando vueltas, el Diácono señaló con el dedo a un contorno del planeta alienígena grabado en la esquina inferior derecha de cada lado del casco. Dos líneas cruzadas marcaban un punto en la mitad del mundo en una gran extensión de tierra, un poco mas abajo del ecuador–. ¡Y creo que aquí es donde les gustaría encontrarse! –Aparentemente al amanecer –dijo Maccabeus, aumentando la magnificación del depósito. Ahora Dadab pudo ver que los grabados del planeta eran sombreados con una línea –una sombra que marcaba el pasaje del mundo hacia adentro y fuera de la noche. Atravesando perpendicularmente el ecuador, la línea se movía alrededor del planeta con cada imagen sucesiva hasta que interceptaba el punto propuesto para la reunión. El Cacique reenfocó el proyector en el planeta. –Pero hay más. Ahora Dadab notó nuevos detalles. Había algún tipo de estructura en órbita alta por encima del mundo. Dos delicados, arcos plateados sujetos a la superficie por siete hebras doradas casi invisibles. Alrededor de la estructura habían centenares de símbolos rojos de contactos adicionales. El Diácono esperó que el mensaje de los alienígenas fuese sincero. Si estos contactos eran buques de guerra, entonces el Rapid Conversion estaba en serios problemas. –No se preocupe, Diácono –dijo Maccabeus, sintiendo la preocupación del Unggoy–. No se han movido desde que llegamos. Y parecen ser iguales a la otra nave. Un simple remolque-carguero sin armas obvias –gesticuló con un dedo peludo–. Pero mire aquí… donde esos cables encuentran la superficie. Dadab siguió el dedo del Cacique. Había una masa de pictogramas de Reclamación aglomerados al pie de los cables. Pero cerca de estos había otro conjunto de símbolos Forerunner –un pictograma de un diamante verde brillante sobrevolando el sitio que los alienígenas habían sugerido para la reunión. –Interceptamos una señal –continuó Maccabeus–. Y asumo que es una baliza… un indicador para la reunión –miró con ceño al diamante verde–. Pero nuestro Luminary hizo su propia valoración. Me gustaría que usted explicara eso. –Es… difícil de decir, Cacique. Pero Dadab mentía. Sabia demasiado bien que uno de esos símbolos quería decir ‘inteligencia’, otro ‘asociación’, y una tercera ‘prohibido’. Y por lo que respectaba al cuarto pictograma, el que brillaba intermitentemente de amarillo a azul en la punta del diamante... 180

Encuentro en Harvest - Joseph Staten Dadab aclaró su garganta nerviosamente. –Si usted tuviera una biblioteca, entonces podría… –No tenemos –los ojos de Maccabeus taladraban los de Dadab–. Una de muchas cosas necesarias que los Sangheili vieron adecuado negarnos. Me temo que debo confiar en su opinión experta. –En fin. Déjeme ver… –Dadab analizó los pictogramas serenamente. Pero por dentro estaba temblando de miedo. «¡Lo sabe! ¡Sabe todo lo que he hecho! ¡Y todo esto es solamente una trampa para obtener mi confesión!» Pero entonces una pequeña parte, todavía racional, del cerebro del Diácono sugirió que era posible que el Cacique realmente no tuviera idea de qué querían decir las imágenes, especialmente la que relampagueaba tan insistentemente. Era un símbolo arcano que sólo ciertos sacerdotes San'Shyuum y los seminaristas Unggoy experimentados se molestarían en recordar. Y si Dadab no hubiera estado tan asustado, entonces se hubiese impresionado de sí mismo cuando comenzó a hablar: –¡Por supuesto! ¿Cómo pude ser tan estúpido? ¡Estos Luminations sugieren un Oráculo! Maccabeus retrocedió ante la baranda. Las feromonas de Tartarus y Vorenus destellaron. Los otros Jiralhanae levantaron la vista de sus puestos de trabajo y lanzaron miradas furtivas hacia el holo tanque. Pero nadie habló, y por mucho tiempo el puente se llenó de silencio reverente. –¿Es posible? –dijo Maccabeus finalmente, su voz era un susurro gutural–. ¿Un relicario y un Oráculo? –¿A quién más le dejarían los Dioses para poner a salvo un tesoro tan espléndido? –contestó Dadab. –Una observación sabia, Diácono –Maccabeus levantó una garra con pelo plateado y la colocó en la cabeza de Dadab. Con un respingo de sus dedos el Jiralhanae, podría haber aplastado el cráneo del Unggoy. Pero Dadab esperó que el gesto fuera simplemente un signo del aprecio creciente del Cacique por su asistencia como ministro para los Unggoy del crucero y traductor para su invaluable Huragok. En ese momento los miedos de Dadab comenzaron a desvanecerse. –¡Hermanos! –gritó Maccabeus, encarando a su jauría–. ¡Estamos completa y verdaderamente benditos! Alejándose del proyector, el Cacique arrojó hacia atrás su cabeza sin pelo y aulló. Instantáneamente, los otros Jiralhanae unieron sus voces al grito, creando un coro floreciente de joviales aullidos agudos que sacudieron el puente e hicieron eco por la via central del Rapid Conversion. Pero hubo un miembro de la jauría que no participó. 181

Encuentro en Harvest - Joseph Staten –¿Está usted seguro... –preguntó Tartarus, entrecerrando los ojos en los arcos atados sobre el planeta– ...de que ésta no es una plataforma de armas? La cinética no se registrará sobre nuestros escáneres. Y es suficientemente grande para misiles El aullido de la jauría disminuyó. Pero Tartarus continuó, ignorando el silencio incómodo. –Deberíamos destruirlo y a todos los contactos cercanos. Nuestros puntos láseres deberían ser suficientes. No hay necesidad de mostrarles que tenemos cañones. La falta de participación en el aullido era un desafío directo al dominio de Maccabeus. En su curso de vida, el Cacique había derramado sangre por ofensas menores. Pero se mostró absolutamente tranquilo cuando se volteó para encarar a su sobrino. –Tus sospechas son apropiadas para tu puesto. Pero nosotros ahora rendimos testimonio a la divinidad tangible –Maccabeus dio a Tartarus un momento para apartarse del holo-tanque, mirar de frente a su Cacique, y darse cuenta de la proporción de su insubordinación, de su peligrosa postura–. ¿Si hay, entonces un Oráculo en este mundo, sobrino, responderemos su llamada de paz con violencia? –No, Tío –contestó Tartarus–. No, Cacique. Maccabeus arqueó sus fosas nasales. El perfume enojado del joven Jiralhanae se estaba desvaneciendo, y sus glándulas ahora producían el perfume inconfundible de la sumisión deliberadamente. –Entonces mantengamos nuestras armas efundadas –el Cacique colocó ambas garras en los hombros de Tartarus y le dio una sacudida cariñosa–. No les daremos a estos alienígenas razón alguna para temernos. No hay razón para ocultar lo que buscamos. Con eso, el Cacique empezó otro aullido. Esta vez Tartarus se dio prisa para integrarse al grupo, y antes de que Dadab lo supiese, él tambien estaba gritando de alegría junto con ellos, con sus delgados labios arrugados dentro de su máscara. El Diácono no era tan tonto para pensar que en cierta forma se había hecho miembro de su jauría. Siempre sería un extraño. Pero era el Diácono del crucero, y esto era motivo de celebración. A pesar de todos sus pasos en falso, y de todos sus miedos, Dadab finalmente había encontrado su llamado –su ministerio, y su manada.

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Encuentro en Harvest - Joseph Staten Capítulo Quince 11 de febrero 2525 Harvest Avery siempre había preferido operar antes del amanecer. Algo acerca de la inevitabilidad del amanecer agudizaba sus sentidos –lo ponía más alerta. Respirando el aire fresco de lo que pronto sería un húmedo y caluroso día, Avery se preguntó si los extraterrestres compartían su preferencia. Suspiró. Esperaba que no lo hicieran. Se suponía que tendrían una charla pacífica. Pero en caso que las cosas salieron mal, quería todas las ventajas que pudiera obtener. –¿Está cansado, Osmo? –No, sargento. –Sigue bostezando así, y te quitaré de la fila. –Sí, sargento. La milicia se hallaba reunida en los jardines botánicos de Harvest, el parque más grande del planeta después del centro comercial de Utgard. Situado a unos ciento cincuenta kilómetros al sureste de la ciudad capital, el jardín botánico era el más remoto y aún así, más majestuoso lugar que la Teniente Comandante al-Cygni pudo encontrar. Si hubiese sido por Avery, el encuentro se hubiera realizado más lejos –no sólo de Utgard, sino de cualquier núcleo de población. Pero el gobernador Thune estaba dispuesto a asumir el riesgo de testigos civiles a cambio de la grandeza escénica que se consideraba necesaria para la primera reunión de la humanidad con seres extraterrestres. Y Avery tuvo que admitirlo: Los jardines eran bastante grandiosos. El parque se encontraba al pié del Bifrost, distribuido en tres niveles, el más bajo era un campo de césped amplio y muy corto, que crecía muy cerca del precipicio. Allí el Bifrost sobresalía en un inusual promontorio –tallado por la fuerza del viento, ofreciendo vistas panorámicas de la llanura de Ida. Al norte del promontorio había una cascada, el espectacular final abrupto del río Mimir, que comenzaba en las tierras altas de Vigrond y pasaba justo al sur de Utgard. El agua clara del Mimir rodaba por entre las rocas hacia el turbio y lento Slidr: un río que seguía el contorno del Bifrost y vertía en el mar del sur de Harvest. De pie en medio del nivel más bajo, Avery no podía ver las cataratas que se encontraban detrás de una fila de árboles de magnolia, pero podía oír el agua estrellándose contra las rocas, como un interminable repique –el toque de diana para un mundo que todavía no había despertado para atestiguar el gran peligro del encuentro. Avery escrutó los rostros del escuadrón alfa del primer pelotón. Los doce reclutas estaban en dos líneas a ambos lados de una gran “X” hecha con luces 183

Encuentro en Harvest - Joseph Staten de aterrizaje. Las bombillas brillantes estaban destinadas a servir como una confirmación visual del mensaje que Mack había grabado en el carguero para los alienígenas. Los uniformes color oliva de los reclutas estaban recién planchados, y sus botas se veían lustrosas –no del todo beneficioso si hubieran querido camuflarse con el terreno. Pero Avery sabía que todo era parte del plan de al-Cygni: Hacer que los alienígenas se sintieran bienvenidos, pero también hacerles ver exactamente con quienes estaban tratando. La mano de Osmo se disparó hacia su boca, ahogando otro bostezo. Él y los otros reclutas habían estado despiertos la mayor parte de la noche, ayudando a Avery y Byrne escondiendo equipos de grabación en los árboles, e incluso un par de dispositivos ARGUS compactos. –Suficiente, recluta. Retírese –Avery apuntó con el pulgar hacia el bosque de magnolias que bordeaba el extremo norte del campo. Escondidos en las rocas cubiertas de musgo y helechos, entre los árboles y el río, se encontraban los refuerzos del 1/A: Stisen y el resto de los reclutas del 2/A. –Pero, sargen... –¿Pero qué? Las gruesas mejillas de Osmo se sonrojaron. –Este recluta quiere permanecer con su escuadrón –Osmo apretó la correa de hombro de su MA5, tirando el arma contra su espalda–. ¡Quiere cumplir con su deber! Avery frunció el ceño. Habían pasado menos de cuarenta y ocho horas desde que el Capitán Ponder había dado la noticia de la llegada de los extraterrestres luego el ejercicio en el complejo del reactor. El sargento había revelado el secreto, justo en medio de la cena de victoria de los reclutas: Unos alienígenas hostiles habían encontrado Harvest, y correspondía a la milicia hacer frente a la situación hasta que llegara la ayuda. El comedor de la guarnición se había silenciado tan deprisa que Avery pensó que los reclutas estaban a punto de desertar en ese mismo momento. Pero en el silencio posterior al anuncio de Ponder, nadie se movió. Finalmente, el Capitán le preguntó a los reclutas si tenían alguna pregunta. Stisen había sido el primero en levantar la mano. –¿Somos los únicos que lo saben, señor? –Más o menos. –¿Podemos decirle a nuestras familias? –Me temo que no. –¿Quiere que mintamos? –Stisen miró en derredor– Al igual que nos han estado mintiendo a nosotros. Ponder extendió un brazo para mantener a Byrne en su asiento. 184

Encuentro en Harvest - Joseph Staten –¿Si hubiera dicho la verdad, que estabamos esperando a los alienígenas y no a los rebeldes, habría habido alguna diferencia? ¿Se hubiese negado a servir? Sus familias y sus vecinos están bajo el mismo peligro. Ustedes son la única protección que tienen –entonces, señaló a los sargentos–. Los hemos entrenado. Ya están listos. Dass se levantó. –¿Para qué exactamente? Ponder indicó a Healy que apagara los tubos fluorescentes y encendiera la pantalla que se encontraba en la pared. –Les diré todo lo que sabemos. La Teniente Comandante había recolectado buena información, y los reclutas eran un público atento, especialmente durante el metraje de cámara del casco de Avery, con su lucha a bordo del carguero. Byrne se mantuvo estoico mientras re veía cómo uno de esos alienígenas en trajes presurizados, lo apuñalaba con la hoja de color rosa oscuro en su muslo. Lo mismo hizo Avery cuando se vio levantar la pistola M6 contra la barbilla de otro alienígena, y volar los sesos en el interior de su casco. Mientras el resto de las imágenes lo mostraban ingresando al tubo de interconexión, persiguiendo a su enemigo en retirada, Avery notó la mirada de los reclutas en su dirección y los vio asentir con aprobación el uno al otro. Avery no atribuyó sus acciones a la valentía. En retrospectiva, sabía que haber avanzado dentro de la nave alienígena había sido sumamente peligroso. Una parte de él deseaba que al-Cygni hubiese incluido todo el material, mostrando la explosión de metano y la loca carrera de Avery lejos de la bola de fuego, aunque sólo hubiera sido para demostrar a los reclutas que a veces ser precavido era la parte más importante de ser valiente. Pero en cambio, el fotograma final, fue el de la nave alienígena explotando en pedazos, mientras la corbeta de la Teniente Comandante se retiraba de la escena –un final victorioso que puso a los reclutas a murmurar emocionados mientras Healy encendía las luces. Sólo más tarde, cuando el comedor se despejó, y los sargentos y el Capitán se pusieron manos a la obra para planear la mejor manera de asegurar los jardines, Avery se dio cuenta de porqué los reclutas habían estado tan optimistas: La presentación demostró que los alienígenas podían ser asesinados, mostró que Harvest podía estar a salvo con unos pocas balas bien situadas. Y si los reclutas tenían confianza en su entrenamiento, sabían que al menos podrían apuntar un rifle y disparar. Desgraciadamente, algunos reclutas eran menos seguros que otros. De regreso a los jardines, cuando Osmo estalló en un escalofrío nervioso, Avery puso una mano sobre el hombro del recluta y lo dirigió hacia los árboles. 185

Encuentro en Harvest - Joseph Staten –Tenemos que dar una buena impresión, ¿entendido? –Sí, sargento. Avery dio una palmada a Osmo en la espalda, acelerando su retirada. –Bien. Sigue adelante. Mientras el decepcionado recluta comenzó a trotar hacia el norte, la voz de Jenkins crepitó en el auricular de Avery. –Forsell tiene contactos en la termal. A las diez en punto y en lo alto. Avery escaneó el cielo del oeste. Pero no podía ver nada a simple vista. –¿Cuántos? –Dos –dijo Jenkins–. ¿Quiere que los marquemos? Bajo las órdenes de Avery, los francotiradores del primer pelotón habían tomado posición en un domo invernadero en la parte oriental de los jardines – un edificio curvilíneo blanco, similar a aquellos del siglo XIX en la Tierra con un toque europeo. Por supuesto, lo que habría sido un marco de hierro fundido era ahora una red de titanio y en lugar de miles de hojas de vidrio, plástico irrompible. Sin embargo, en la cima de los jardines, el invernadero se veía tan imponente como aquellos que lo inspiraron. –Negativo –respondió Avery–. Van a estar aquí muy pronto. Los tiradores se refugiaban en un balcón que rodeaba la cúpula central elíptica del invernadero, dándoles una excelente vista de los jardines y el cielo. El equipo de miras de Forsell había sido equipado con un láser de orientación que podía marcar los dos contactos y generar datos de rango. Pero, de nuevo, la Teniente Comandante al-Cygni había sido muy clara: en la medida de lo posible, los infantes de marina y sus reclutas debían reducir al mínimo el comportamiento que los alienígenas pudieran considerar como hostil. Tensando la correa de su propio rifle, Avery se preguntó de nuevo cuánto tenían en común, él y los alienígenas –y si éstos demostrarían ser igual de precavidos. –La visita está en camino, Capitán –gruñó Avery a su micrófono de garganta–. ¿Cómo está nuestro perímetro? –El escuadrón Charlie no detecta nada –respondió Ponder. 1/C y 2/C se habían desplegado en la puerta de los jardines principales y su salida a la autopista de Utgard, respectivamente. Los marines no esperaban tráfico (era un martes, y los jardines eran principalmente un destino de fin de semana), pero todo lo que necesitaban era un único sedán de algún madrugador amante de plantas para arruinar el secreto de la reunión. O peor aún, extender un pánico prematuro. –¿Y nuestra fiesta de bienvenida? –preguntó el Capitán. Avery observó al resto de los reclutas del 1/A. –Preparados, señor. –Mantengan la calma, Johnson. Armas con seguro y al hombro. –Recibido. 186

Encuentro en Harvest - Joseph Staten Por unos largos segundos no hubo charlas sobre el COM mientras todos en los jardines respiraban hondo. Avery escuchó el fluir del río Mimir. El ruido de las cataratas casi se silenció cuando las aves más entusiastas, comenzaron a despertar, y ahora chillaban desde el interior del bosque de magnolias. Al igual que la flora exótica del invernadero, las aves eran importadas –los estorninos y otras especies resistentes fueron llevadas a Harvest para ayudar a contener la población de insectos del planeta. Poco a poco, los gritos de las aves se vieron sobrepasados por un zumbido palpitante que creció en intensidad hasta que superó incluso el poderoso rugido del Mimir. Avery miró hacia el cielo desde debajo de la visera de su gorra de servicio. En el brillo, vio dos sombras oscuras una detrás de otra, como tiburones merodeando por las aguas poco profundas de un mar agitado por la tormenta. –Sargento... –comenzó Jenkins. –Los veo –Avery ajustó su gorra– ¡Equipo! ¡Atención! Cuando el escuadrón 1/A se encuadró, un par de naves extraterrestres surgieron de la niebla. Sus cascos púrpuras intermitentes, descendían hacia el Bifrost y luego comenzaron un amplio círculo alrededor de los jardines. El diseño de las naves bifurcadas hizo pensar a Avery en dos contenedores de transporte, sujetos a una cabina común, pero moviéndose en sentido opuesto. A diferencia de las aeronaves humanas, las naves de descenso alienígenas ubicaban sus cabinas en la sección de popa. Avery podía ver una solitaria y evidente arma en cada nave: una torreta en forma de pelota, con un solo cañón, suspendido por debajo de la cabina. Las naves no tenían motores o hélices. Pero a medida que completaban su primer círculo, una de ellas desaceleró por sobre el promontorio, y Avery logró notar una ondulación en el espacio vacío entre los dos contenedores y supuso que debía basarse en una especie de campo anti gravedad para la elevación y propulsión. –¡Paso atrás! –gritó Avery mientras la nave se precipitaba hacia el césped– ¡Va a necesitar más espacio! Los reclutas retrocedieron enseguida y la nave se deslizó hasta detenerse justo encima de la X iluminada. Las bombillas parpadearon brevemente y se apagaron. La hierba se aplastó bajo la presión del campo invisible. Con un hormigueo en la piel, Avery vio cómo el agua condensada rodeaba el campo gravitatorio, definiendo su forma ovoide, sólo para caer en una débil lluvia cuando el se desactivó. La cabina curvilínea de la nave se posó en el césped, pero sus dos compartimentos quedaron flotando en paralelo al suelo. –¡Formación! –gruñó Avery, y los reclutas del 1/A se movieron de nuevo a sus posiciones: dos líneas a ambos lados de la nave. Uno de los compartimentos se abrió a lo largo de su borde inferior. El interior de la nave estaba en penumbra, y tomó un momento a Avery distinguir los tres alienígenas dentro. 187

Encuentro en Harvest - Joseph Staten En parte esto se debió a que la armadura de las criaturas brillaba con el mismo tono opaco de las bandas de metal que los sostenían seguros y en posición vertical. También debido a que estos alienígenas no eran como los que Avery había luchado a bordo del carguero. Esos últimos recordaban a Avery a unos reptiles en posición bípeda, pero los que ahora estaban moviéndose para liberarse de sus arneses frente a él parecían la cruza entre un gorila y un oso pardo; gigantes cubiertos de pelo, con los hombros tan anchos como la altura de un ser humano promedio, y con puños del tamaño de la cabeza de Avery. –¿Señor? –a pesar de la humedad en el aire, Avery sintió la boca seca–. Esto no es lo que esperábamos. –Explíquese –respondió Ponder. –Son más grandes. Con armaduras. –¿Armas? Avery notó afiladas espinas que sobresalían de las placas de metal ceñidas al pecho, hombros y muslos de los alienígenas. Estas serían mortales en un combate de cerca. Sin embargo, cada alienígena también tenía un arma robusta, de cañón recortado, sujeta al cinturón. Al principio Avery pensó que portaban cuchillos, pero luego se dio cuenta de que las cuchillas en forma de media luna estaban fijas en las armas como bayonetas, puntiagudas para apuñalar y curvas para rebanar. Avery decidió cuál de todos debía ser el líder alienígena – el de armadura dorada y casco con una cresta en forma de ‘V’ curvada hacia atrás, como dos hojas de sierra dentada– que cargaba un arma adicional: un martillo de mango largo con una cabeza de piedra que debía ser tan pesado como Byrne. –Pistolas pesadas –dijo Avery–. Y un martillo. –¿Dilo de nuevo? –Un martillo gigante, señor. Lo lleva su líder. Ponder se silenció por un momento y luego prosiguió. –¿Algo más? Cuando el alienígena de armadura dorada avanzó hacia el borde del compartimento sus fosas nasales se agitaron. Miró hacia los árboles –directamente al escondite de los miembros del 2/A– y sus escoltas de armadura azul enseñaron sus dientes caninos de gran tamaño, en reconocimiento del olor de los humanos, acompañándose de una serie de gruñidos. –Deberíamos haber hecho una barbacoa... –murmuró Avery. –Repita. –Ellos no son vegetarianos, señor. Quizás deberíamos cambiar el menú. Hubo una pausa, mientras Ponder transmitía la información a la Teniente Comandante al-Cygni y al Gobernador Thune. –No hay tiempo para eso, Johnson. Tráigalos. 188

Encuentro en Harvest - Joseph Staten Avery no estaba al tanto de todas las discusiones sobre el protocolo entre al-Cygni y Thune –todo lo que habían decidido hacer para mantener a los visitantes felices. Pero Jilan le había dicho que el primer carguero que los alienígenas habían atacado llevaba fruta, y que ella y Thune había acordado que podría ser un regalo de bienvenida apropiado. Simbólicamente, una ofrenda de frutas y verduras destacaba a Harvest como un mundo pacífico y agrario. Y esa oferta, de compartir el botín del planeta, era la base del mensaje de Mack. Pero ahora –mirando el físico carnívoro de los extraterrestres y sus peligrosas armas– estaba claro para Avery que no habían descendido a la superficie con la esperanza de encontrar una buena ensalada de frutas. Ellos querían algo más. Y se les veía preparados para tomarlo si alguien se oponía. Avery dio un paso hacia la nave y se detuvo a pocos metros frente al alienígena de armadura dorada. La bestia imponente clavó sus ojos amarillos en él. –Dass. Ven aquí –dijo Avery–. Tranquila y lentamente. El jefe de la escuadra salió de la formación y se detuvo al lado de Avery. Moviéndose lenta y deliberadamente, Avery descolgó el BR55 de sus hombros, quitó el cargador, expulsó la solitaria bala de la cámara, y entregó tanto el arma como sus municiones a Dass. Los ojos del alienígena brillaron a cada paso del proceso de descarga. Avery extendió las manos vacías, interrumpiendo su actuación. «O.K.» pensó «Su turno». Con una exhalación brusca, el alienígena de armadura dorada tomó su martillo por detrás de la cabeza. Deslizó el arma hacia arriba y sobre su hombro y luego se la tendió a su escolta de armadura azul. El otro alienígena parecía reacio a tomar las armas, y sólo lo hizo después de que el líder soltó un ladrido enfático. Entonces, imitando a Avery, estiró sus brazos peludos, dejando al descubierto sus uñas puntiagudas y ennegrecidas. Avery asintió con la cabeza. –Dass. Retrocede. Cuando Dass hubo regresado a la formación, Avery puso una mano sobre su pecho, y luego señaló abarcando todo el invernadero. Al-Cygni le había animado a mantener los gestos con las manos (y sus posibles insultos no intencionales) al mínimo. Pero Avery no necesitaba que se lo recordasen. Estaba bastante seguro de que los alienígenas ya se sentirían ofendidos por lo que él y Byrne le había hecho a su primer barco y tripulación, y sabía que agitar los brazos y accidentalmente hacer las señas de “que te jodan” no disminuiría su resentimiento. De modo que siguió moviendo suavemente y señalando con su mano hasta que el alienígena de armadura dorada saltó fuera del compartimento, estremeciendo la hierba y hundiéndose unos buenos quince centímetros en el césped. 189

Encuentro en Harvest - Joseph Staten Los milicianos de pie en el otro lado de la nave, que aún no habían visto a los alienígenas, dieron un paso atrás, nerviosos. Unos pocos parecían a punto de correr hacia los árboles. –Quietos –gruñó Avery en su micrófono de garganta a medida que los escoltas de armadura azul saltaron hacia el suelo. Ahora que los tres estaban a la luz, Avery notó a través de los huecos en sus armaduras que cada uno tenía diferentes colores de pelaje. El pelo del líder era de color gris claro, casi plateado. Uno de los escoltas lo tenía de color marrón oscuro y el segundo parecía tenerlo de color canela. Este segundo escolta era en realidad un poco más alto y más musculoso que el líder, pero Avery sabía que esto era un poco como comparar dos modelos de tanques de batalla, uno podría pesar más que el otro, pero ambos podrían arrasar con los reclutas del 1/A por igual. Pero por ahora, las criaturas parecían estar a gusto. El líder colocó la palma de una mano peluda sobre su placa pectoral, señaló a Avery, y luego al invernadero. Avery asintió con la cabeza y luego el extraño cuarteto avanzó por el césped en dirección a una breve escalera de granito que conducía al centro del jardín del primer nivel, con Avery a la cabeza, luego el alienígena con armadura dorada y luego sus dos escoltas. –Estamos en movimiento –susurró Avery a su micrófono–. Hasta ahora todo bien. En la parte superior de la escalera, un camino de losas cortaba hacia el este, a través de un bosque de cerezos y perales florecientes. Los árboles habían florecido hacía semanas, y sus flores ya comenzaban a caer sobre las irregulares piedras del sendero. Los extraterrestres avanzaban pesadamente pisando los pétalos de color rosa y amarillo, que se aferraban a sus anchos pies descalzos, provocando agujeros en la alfombra de pétalos ya de por sí bastante desigual. Por desgracia, el dulce perfume de los pétalos hacía poco para ocultar el olor a almizcle de los extraterrestres. El poderoso olor hizo a los nervios de Avery tensarse aún más, y se preguntó si los dispositivos ARGUS estarían registrándolo. A mitad de camino hacia otra escalera que lleva hasta el invernadero, el sendero se amplió para dar cabida a una fuente rectangular a nivel del suelo. Sus chorros usaban un temporizador automático y aún no se habían activado. Por ahora, el agua poco profunda estaba calmada y lisa como un espejo, y cuando Avery guió a los alienígenas a lo largo del borde sur de la fuente, vio el reflejo en el agua de la segunda nave alienígena –trazando un amplio giro por encima de los árboles. Ahora la nave se movía más despacio que en su aproximación al punto de reunión, y difícilmente se podía diferenciar el sonido de su motor del fluir del río. 190

Encuentro en Harvest - Joseph Staten Subiendo por la segunda escalera, Avery vio a los escuadrones bravo de ambos pelotones, dispuestos en filas escalonadas ante el invernadero. Entre ellos y la escalera –en el centro del nivel superior– había una gran mesa de roble cubierta por una tela blanca y limpia, y sobre esta, una generosa cesta de frutas. Avery dio unos pasos hacia la mesa, y se volvió encarando a los extraterrestres, con las palmas levantadas en señal de detenerse. Pero las bestias22 blindadas ya se hallaban de pié, esperando. Los tres estaban mirando en dirección al invernadero, desde donde la delegación de la humanidad estaba saliendo: Thune, Pedersen, Ponder y al-Cygni con el sargento Byrne cerrando la comitiva. Pedersen llevaba su traje de lino gris habitual, mientras que el gobernador llevaba un seersucker de color amarillo y blanco, parecido al que había usado para la celebración del solsticio. Como de costumbre, el físico del Gobernador hizo tensarse a las costuras de su traje, haciendo que se pareciera más al agricultor que había sido que al poderoso político que esperaba semejar. Pero a pesar de estirar el tejido, Thune se adelantó –con el pecho inflado y los hombros hacia atrás–, un ritmo que demostraba que el trío lo intimidaba tanto como si fuesen un puñado de congresales de Harvest. El Capitán y la Teniente Comandante lucían uniformes de gala y gorras, él llevaba el azul marino de la Infantería de Marina y ella vestía el uniforme blanco. En un esfuerzo por ayudar a los alienígenas a diferenciar los géneros, al-Cygni había optado por una falda hasta la rodilla. Igual que Avery, Byrne llevaba sus ropas de batalla y la misma mirada seria ante el cambio de expectativas: Esos no eran los enemigos que esperaban. Los ojos azules del alto irlandés iban de arriba para abajo, ocultos tras la visera de su gorra, evaluando rápidamente las armas y armaduras de los alienígenas. –Gracias, sargento –dijo Thune–. Yo seguiré desde ahora. –Sí, señor –respondió Avery. Giró sobre sus talones y se dirigió a la parte delantera de la mesa, donde se reunió con Jilan. Byrne tomó posición en la esquina noroeste, flanqueando a Ponder. Pedersen se paró entre Thune y la mesa, con una gran tableta COM bajo el brazo. –Bienvenidos a Harvest –dijo Thune fuerte y claramente–. Yo soy su líder –tocó su pecho–. Thune. El alienígena de armadura dorada resopló. Pero no hizo indicación alguna sobre su especie, rango, o nombre –o quizá simplemente quería que el gobernador siguiera adelante con su introducción inentendible. A pesar de la barrera del idioma, al-Cygni había pensado que era prudente tratar un poco de comunicación, al menos verbal, aunque sólo fuera para gra22

Bestia, en inglés, se escribe ‘Brute’, de allí su nombre in-game.

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Encuentro en Harvest - Joseph Staten bar algo del lenguaje de éstos en el registro para su posterior análisis. Thune había insistido en ser él quien hablara, y aunque la Teniente Comandante se mostró de acuerdo, se tomó el trabajo de aclarar que la brevedad era clave, y que lo peor que podía hacer era frustrar a los extraterrestres hablando demasiado. El gobernador esperó, dándole al líder una oportunidad de hacer algunas observaciones iniciales por su propia cuenta. Pero no dijo nada. Thune estaba a punto de lanzar una introducción extendida cuando al-Cygni tosió. Avery percibía, al igual que Jilan, que los extraterrestres no tenían mucha paciencia. Mientras que el de armadura dorada demostraba su disciplina para mantenerse enfocado en Thune mientras hablaba, su pelaje había comenzado a erizarse. Y Avery no podía estar seguro, pero el más bajo de los escoltas parecía haberse puesto mucho más inquieto. Thune lanzó una mirada molesta contra al-Cygni, pero luego hizo un gesto a Pedersen para que se adelantara. El Fiscal General retiró la tableta COM de debajo de su brazo y se la tendió a los alienígenas. Un momento después, una versión orquestada del himno de Harvest tronó desde los altavoces de la tableta y un vídeo de presentación llenó la pantalla. Avery había visto la presentación la noche anterior, una adaptación de la introducción oficial del planeta que había visto durante su descenso inicial de la Tiara. Aunque éste carecía de la narración de Mack, contenía material similar: JOTUNs trabajando en el campo, góndolas de carga descargando en los contenedores, familias disfrutando de sus comidas, y un montaje de clips que le daban una buena visión de la vida en Harvest y evitaban cualquier insinuación de que podía haber otros mundos como ése. La presentación se prolongó durante algún tiempo. Pero Avery sabía que no era realmente para disfrute de los alienígenas. En ese preciso momento, Mack –quien estaba vigilando con todo su equipo a través de un poderoso retransmisor escondido en el invernadero– estaba manipulando la presentación para probar las reacciones de los alienígenas. ¿Los JOTUNs los intimidaban? Y si era así, ¿cómo se manifiestaba en el lenguaje corporal? Avery había trabajado con suficientes agentes de la ONI para saber lo mucho que se concentraban en la recopilación de una buena inteligencia, y estaba seguro de que Jilan había dado a la IA una larga lista de preguntas. Pero cuando Avery vio a la segunda nave surcando el cielo sobre los jardines, desapareciendo brevemente detrás de las copas de los árboles del norte para reaparecer poco tiempo más tarde, se preguntó por cuánto tiempo iba a permitir al-Cygni que el experimento se ejecutara. Después de que los alienígenas aguardaron de pié durante unos cinco minutos, la Teniente Coronel se quitó el moño que sujetaba su pelo negro por sobre el cuello: una señal disimulada para que Mack, mirando a través de sus cámaras, detuviera la reproduc192

Encuentro en Harvest - Joseph Staten ción. Un momento después, el interminable himno de Harvest se desvaneció, poniendo fin a la representación. Pedersen puso la tableta COM de nuevo bajo su brazo. El alienígena con armadura dorada gruñó a su escolta más bajo, quien sacó una lámina de metal pequeña y cuadrada que tomó de su cinturón. El líder tomó la lámina y se la entregó a Thune. Sonriendo amablemente, el Gobernador estudió la oferta. Un momento después, sonrió a su Procurador General. –Mira esto, Rol. ¿Ves la imagen? ¡Igual a lo que hicimos al carguero! –Creo que esto es un pedazo del carguero. –¿Pero ves lo que grabaron? Pedersen estiró el cuello para ver mejor. –Quieren comerciar. –¡Exacto! –Gobernador –dijo Jilan–. Si me lo permite. Thune dio un paso atrás y le entregó la lámina de metal a Jilan. Avery estiró el cuello por sobre su hombro para echar un vistazo también. Realmente era una pieza de titanio tomada del casco del carguero –un cuadrado perfectamente cortado. La imagen estaba dominada por dos figuras, ambas talladas de manera más realista que las que había hecho Mack. Una de ellas era claramente el alienígena, con armadura dorada, llevando un martillo en su espalda y un casco con la misma cresta en forma de ‘V’. El ser humano parecía masculino, pero podría haber sido de cualquier género. Para sorpresa de Avery, el hombre estaba ofreciendo lo que parecía ser un melón grande con una cáscara irregular y de varios colores. Thune debía haber hecho la misma conexión, ya que hurgó en el interior del cesto y extrajo un melón grande y maduro. Sonriendo aún más que antes, caminaba con la fruta encarando al líder alienígena y se lo presentó con una inclinación. –Por favor, tome –dijo el Gobernador–. Podemos darle muchos más. El alienígena palmeó el melón y lo olió cautelosamente. Thune había comenzado a hablar sobre las virtudes del comercio entre especies, cuando Jilan volteó la lámina de metal grabada con el mensaje. Avery vio la piel de su cuello desnudo erizarse. –Gobernador, ellos no quieren comida. –No esté tan segura, Comandante. Creo que este está a punto de probar un bocado. –No –dijo Jilan manteniendo un tono controlado–. Mire. Y Avery también lo hizo. En el otro lado de la lámina había una vista ampliada del melón, que ahora que se daba cuenta, era un mapa de Harvest, centrado en Utgard. Lo que Avery había pensado que eran texturas en la corteza de un melón eran en realidad los detalles de la superficie del planeta: líneas maglev y carreteras que salían de los principales asentamientos. Los alieníge193

Encuentro en Harvest - Joseph Staten nas habían hecho un estudio completo y añadieron algún tipo de notación también. Símbolos adornados estaban dispersos por todo el planeta. Cada símbolo era idéntico, y consistía en dos círculos concéntricos con curvas interconectadas. Avery no tenía idea de lo que representaban los símbolos, pero ello no era lo importante. Jilan hizo públicas sus propias ideas: –Ellos están buscando algo específico. Algo que creen que les pertenece – Thune miró la lámina, haciendo todo lo posible para mantener una sonrisa diplomática Jilan se volcó hacia atrás y adelante–. Gobernador –dijo en un susurro–. Ellos quieren que les demos todo el planeta. En ese momento, el líder alienígena ladró y extendió el melón de regreso a Pedersen. –No, no –el Procurador General levantó sus manos y dio un paso atrás–. Quédeselo. El extraterrestre ladeó la cabeza y volvió a ladrar. Ahora Avery estaba seguro de que el olor a almizcle que emanaba del escolta más bajo se había vuelto más poderoso. Avery arrugó la nariz, que se le estaba llenando con hedor a una mezcla entre vinagre y alquitrán. Luchó contra las ganas de tomar la pistola M6 que llevaba enfundada en la cadera. En ese momento, una ráfaga corta de un MA5 hizo eco desde el nivel inferior de los jardines. Si se trató de un disparo accidental o del comienzo de un tiroteo, Avery no lo supo. Pero en el breve silencio que siguió, se oyó el aullido ronco de un alienígena, proveniente de los árboles que rodeaban el curso del río. Después de eso, las cosas sucedieron muy rápidamente. El escolta más alto tomó la pistola de su cinturón antes de que Avery pudiera prepararse o Byrne pudiera tomar el rifle de batalla que colgaba en su hombro. El arma con sus hojas afiladas se levantó, y un pico brillante de metal, encendido como el magnesio ardiente23, penetró en el pecho de Pedersen. El Fiscal General soltó el melón y la tableta COM, y cayó de rodillas, abriendo y cerrando la mandíbula como un pez fuera del agua. Había sido el que estaba más cerca del alienígena de armadura dorada –la desafortunada víctima de la proximidad. Los sargentos devolvieron el fuego, cada uno a los escoltas más cercanos a sus posiciones –Byrne contra el más alto y Avery contra el más bajo. Pero las balas no tuvieron ningún efecto en la armadura de los alienígenas. De hecho, ni siquiera los tocó. Cada ronda fue desviada por escudos de energía invisible que seguían el contorno de sus armaduras, y brillaban con cada impacto. –¡Abajo! –le gritó Avery a Thune, al mismo tiempo que el escolta más bajo lanzó el martillo de regreso a su líder. 23

El magnesio, cuando logra ser encendido, desprende luz.

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Encuentro en Harvest - Joseph Staten A continuación, tackleó a Jilan, empujándola al suelo. En sólo un instante, el gigante de cabellos plateados había levantado el martillo por sobre su cabeza, listo para dar un fatal golpe cruzado. Thune hubiese resultado decapitado limpiamente si el Capitán Ponder no lo hubiera empujado fuera del trayecto y recibido el golpe él mismo. El martillo golpeó el brazo protésico del Capitán y lo envió dando vueltas por el aire. Cayó al norte de Byrne y se deslizó unos veinte metros en el césped resbaladizo por el rocío. Ahora, el escolta más bajo sostenía su pistola en alto. A medida que la criatura apuntó a Avery, éste abrazó a Jilan –escudando su cuerpo más pequeño con el suyo. Tuvo un momento para reflexionar sobre el anuncio del Capitán acerca de que sus reclutas estaban listos. Preparados para decidir entre la vida y la muerte en una fracción de segundo, tomando las decisiones rápidas que demandaban las situaciones de combate, cuando oyó el agudo resonar triple del BR55 de Jenkins. El escolta más bajo aulló con sorpresa cuando una ráfaga de plomo le arrancó su casco, empujando su gran cabeza hacia atrás. Entonces todo lo que Avery pudo oír fue el chasquido de las balas pasando sobre sus cabezas cuando los veinticuatro reclutas de los escuadrones bravo abrieron fuego, totalmente automático. Salpicado por múltiples impactos, el escolta bajo dio un paso atrás, inestable. Retrocedía de izquierda y derecha, como si luchase contra una nube de abejas invisibles. A continuación, sus escudos de energía colapsaron con un flash y un chasquido fuerte, y su armadura comenzó a emitir humo cian y chispas, mientras docenas de rondas más impcataban contra su desprotegida armadura. Ahora era el turno de los extraterrestres para protegerse. El líder se lanzó hacia su escolta más bajo, dando la espalda hacia el invernadero. Su armadura dorada debía tener escudos más fuertes, ya que incluso con el fuego combinado de los escuadrones bravo no lograban hacerlos caer. El escolta más alto lanzó un fuerte rugido y se inclinó desafiante en dirección a los reclutas de norte a sur, cubriendo al líder, que ya estaba ayudando a su compañero herido. El alienígena se dirigía cojeando a las escaleras que lo llevarían al segundo nivel. Avery no estaba seguro de cuántos de los reclutas habían sido golpeados –si sus gritos eran por heridas frescas o por un exceso de adrenalina. –¡Alto el fuego! ¡Alto el fuego! –gritó Byrne. Los reclutas habían estado disparando directamente sobre sus cabezas. Algunos de sus disparos habían golpeado un poco demasiado cerca. –¿Está bien? –preguntó Avery, levantándose del suelo con los puños y descubriendo a Jilan –¡Ve! –dijo–. Estoy bien.

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Encuentro en Harvest - Joseph Staten Pero se veía un poco asustada. Se veía igual que aquel día en el hospital, con otra ruptura temporal en su fachada imperturbable. Esta vez todo lo que Avery hizo fue asentir. –Uno-alfa: repliéguense –gritó Avery, poniéndose de pie–. ¡Aléjense de esa nave! –escuchó el pulso de un arma de energía y supo que la torreta de la primera nave se había activado, incluso antes de encarar hacia el sur y ver las brillantes rayas azules de plasma arrasando con el césped del nivel inferior, creando fuego de cobertura para los alienígenas en retirada. –¿A dónde demonios vas? –gritó Byrne cuando Avery pasó corriendo a su lado. –¡Río! –¡Voy contigo! –¡Negativo! ¡Atrae el fuego de la torreta mientras yo flanqueo! –¡Bravo! ¡Avancen! –gritó Byrne– ¡Healy! ¡Mueve el culo hasta aquí! Avery vio al médico corriendo precipitadamente desde el invernadero, detrás de los reclutas que cargaban hacia delante, tratando de asistir a Ponder, con un kit médico en la mano. El Capitán se quitó de encima a Healy, dirigiéndolo con señas para que revisara a Pedersen, ahora inmóvil y acurrucado en el suelo. Para entonces, Avery se encontraba esprintando en dirección a los arboles. –¡Stisen! ¡Informe! –gritó a su micrófono. –¡Recibiendo fuego, sargento! –la estática distorsionó la voz del lider del escuadrón 2/A– ¡Allí! ¡Por allí! –gritó a uno de sus hombres. –¡Resistan! –saltó por sobre un montón de rocas en el nivel central de los jardines– ¡Estoy en camino! Avery corrió tan rápido como pudo, sorteando piedras y escabulléndose entre cerezos y perales. Respirando pesadamente, atravesó la última de las ramas floridas, y se detuvo en seco, empujando su cadera hacia atrás y agitando los brazos para no perder el equilibrio. Si hubiera ido un poco más rápido habría caído al río. Allí, en el borde de los jardines, el Mimir había erosionado profundamente el terreno, creando una serie de piscinas descendentes naturales. Estos anchos depósitos de piedra caliza se encontraban llenos de agua blanca que se hacía más turbulenta cuanto más se acercaba al borde de la catarata. Avery recuperó el equilibrio, y la segunda nave apareció desde la otra orilla, deteniéndose al otro lado de la piscina más cercana. Siguiendo el movimiento descendente de la nave con su mirada, Avery descubrió a otro de los gigantescos alienígenas –este llevaba una armadura de color rojo y un pelaje negro–, emergiendo de entre los árboles de magnolia en el nivel más bajo de los jardines. Éste también llevaba una pistola con dos cuchillas a modo de bayoneta, y la estaba utilizando para proteger la retirada de un grupo de criaturas más bajas, de piel gris, y con mochilas cónicas de color naranja. Avery vio 196

Encuentro en Harvest - Joseph Staten destellos de MA5 entre los árboles. Sin embargo, el alienígena de armadura roja desató rápidamente una salva de picos ardientes en respuesta, para acallar a cualquier recluta que hubiese tenido la valentía de disparar. Avery levantó su pistola y vació el cargador. Sabía que sus rondas no atravesarían los escudos del extraterrestre, pero lo único que quería era llamar la atención de esa cosa y así evitar que lastimara a sus reclutas. Los disparos de Avery brillaron inofensivamente contra su espalda, y el alienígena se dio vuelta. Pero para entonces Avery ya estaba corriendo hacia el sur, en busca de la seguridad de una roca. Recargó y se deslizó alrededor de la piedra, con la esperanza de matar a uno de los alienígenas más pequeños. Pero la mayoría de ellos ya estaban a bordo de la nave. Un rezagado tropezó entre los árboles. Uno de sus brazos colgaba inmóvil de sus hombros, y parecía herido. Avery estaba a punto de acabarlo cuando el extraterrestre de armadura tomó a su compañero herido por la nuca, le quitó su máscara, y lo arrojó al agua arremolinada. La criatura se hundió bajo la superficie y salio a flote más tarde, luchando por su vida, aferrándose a un par de tubos conectados a su silbante tanque, antes de caer a la siguiente piscina y ser empujado hacia las cataratas. Mientras este inesperado fratricidio era llevado a cabo, la torreta de la segunda nave entró en acción, y Avery pronto se encontró a sí mismo arrojándose de regreso tras la roca para cubrirse de los pernos de plasma entrantes. Avery apretó su mandíbula al máximo a medida que los gases ionizados golpeaban el otro lado de la roca que lo cubría. Pero después de unos segundos, la torreta dejó de disparar. Avery escuchó el gemido de motores anti-gravedad, significando que la nave de descenso se disponía a salir de la atmósfera. Cuando salió de detrás de la roca, todos los extraterrestres se habían ido. –¡Alto al fuego! –gritó Avery mientras se acercaba a las magnolias del otro lado de la piscina– ¡Voy para allá! Detrás de él, podía oír los estruendos de los rifles de los escuadrones de bravo, disparando a la primera nave que ya levantaba vuelo. –¿Qué pasó? –Gruñó Avery a Stisen mientras se acercaba a un grupo de reclutas del 2/A observando algo. Los hombres se encontraban apiñados sobre una superficie de granito cubierta de musgo. Las rocas estaban salpicadas de agujeros que contenía los restos aún brillantes de los proyectiles del alienígena de armadura roja. Algunos fuegos humeantes aún ardían en los helechos de los alrededores, donde algunas de las rondas había rebotado. –¿Qué pasó? –preguntó Avery de nuevo. Pero ni Stisen ni ninguno de su equipo dijo una palabra. La mayoría de ellos ni siquiera se molestaron en devolverle la mirada a Avery. 197

Encuentro en Harvest - Joseph Staten El combate había llenado a Avery con adrenalina, y estaba a punto de perder los estribos cuando se dio cuenta de lo que los reclutas estaban mirando. Le tomó un momento reconocer que aquello esparcido sobre el granito era el cuerpo salvajemente destrozado de un ser humano. Y no fue hasta que se arrodilló junto al cadáver que reconoció el regordete y juvenil rostro de Osmo, marcado con rayas de su propia sangre. El recluta se hallaba bifurcado a la altura del vientre. –Se lo dije: aléjate del campo abierto –Stisen tragó saliva–. No quería que se lastimara. Avery apretó la mandíbula. Pero sabía que no había forma en que el líder de escuadrón hubiera previsto que la segunda nave se posicionaría detrás de ellos, sobre el río, y liberaría un equipo de respaldo. –¿Lo vieron recibir el golpe? –preguntó Avery. Stisen negó con la cabeza. –No. –Fue uno de los pequeños –susurró Burdick. Sus ojos permanecían fijos en los órganos desparramados de Osmo–. Lo arrojó al suelo. Lo destrozó. –Yo lo escuché disparar –dijo Stisen–. Pero ya era demasiado tarde. Avery se puso de pie. –¿Alguna otra víctima? Stisen negó con la cabeza una vez más. –Byrne. Responde –gruñó Avery. –El Capitán está herido muy mal. Los escuadrones bravo tienen tres heridos, uno grave. Dass dice que sus muchachos están bien. –¿Thune? –No está para nada contento. Pedersen ha muerto. –Lo supuse. –Es mejor retirarnos, Johnson. Los hijos de puta podrían regresar. –De acuerdo –Avery bajó la voz–. Voy a necesitar una bolsa. –¿Quién? –Osmo. –Mierda –escupió Byrne–. Está bien. Le diré a Healy. Avery se quitó la gorra y se pasó la mano por la frente. Observando de cerca al recluta se dio cuenta de que aún sostenía su MA5 con su mano derecha apretada. El sargento se alegro de que Osmo hubiera visto a su atacante y de que tuvo la oportunidad de caer devolviendo el fuego. Los disparos del rifle de Osmo habían alertado a sus compañeros del peligro, salvando sus vidas, incluso perdiendo la suya. Avery trató de no sentirse culpable por lo sucedido. Al igual que Stisen, había hecho lo que pensaba que era lo mejor. Osmo sencillamente había sido el primer recluta en caer. Avery espero que tambien fuese el 198

Encuentro en Harvest - Joseph Staten último, y se armó de valor contra el conocimiento de que los extraterrestres habían comenzado una guerra, y que habría muchas más víctimas por venir. * * * Maccabeus dejó caer el martillo sobre el piso de la bahía de tropas. Ese era el ‘Puño de Rukt’, una antigua arma pasada de un cacique al de la siguiente generación del clan de Maccabeus. Merecía mayor respeto. Sin embargo, Maccabeus estaba demasiado preocupado por Licinus para perder el tiempo con protocolos ceremoniales. Sus antepasados lo entenderían. –¡Vorenus! ¡Date prisa! –gritó él, tratando de enderezar a Licinus. El Spirit se sacudió violentamente, internándose de regreso en el cielo brumoso, e incluso al poderoso cacique le resultó difícil sostener en posición al ahora inconsciente miembro de su tripulación contra la pared interior de la bahía. Vorenus regresó a la bahía, sujetando un dispositivo portátil de primeros auxilios. Colocó la caja octogonal a los pies de Licinus y luego lo mantuvo en posición, mientras que Maccabeus apretaba las bandas de restricción que sujetaban sus piernas y brazos. Los Spirits Sangheili poseían sofisticados campos de estasis que inmovilizaban a sus guerreros en la posición correcta. Sin embargo, esta tecnología había sido negada también, y Maccabeus tuvo que implementar una solución más básica. –¡Dame una compresa! –dijo Maccabeus quitando la armadura pectoral de Licinus. La armadura tenía una grieta por la mitad, de donde manaba sangre de color rojo oscuro. Una vez que Maccabeus quitó la placa y apartó el pelaje marrón de su pecho, notó dos orificios hinchados. Los proyectiles de los alienígenas habían penetrado uno de los pulmones de Licinus, haciéndolo colapsar. Vorenus le entregó una malla delgada de color bronce. Correctamente colocado, el material formaría un sello parcial sobre sus heridas, permitiendo que el aire escapara cuando inhalase, pero manteniéndolo fuera mientras exhalaba; siempre y cuando su pulmón no estuviese muy dañado, volvería a inflarse. La malla también contenía un coagulante que ayudaría a evitar que el joven Jiralhanae perdiese más sangre. Cuando se encontrasen de regreso en el Rapid Conversion, Maccabeus dejaría que el sistema automático de cirugía hiciera el resto. «Si lo logramos», se gruñó a sí mismo el Maestro de Nave cuando el Spirit se sacudió a estribor, ejecutando una maniobra evasiva. Hasta ahora, los alienígenas no habían activado sus defensas anti-aéreas, pero Maccabeus estaba seguro de que lo harían. Las armas de los alienígenas eran bastante crudas – 199

Encuentro en Harvest - Joseph Staten no mucho más sofisticadas que las de los Jiralhanae en su primer contacto con los San'Shyuum. Pero debían tener misiles o algún otro sistema de armas, o su planeta estaría indefenso. Y Maccabeus dudaba que los alienígenas fueran tan tontos como para permitir eso. –¿Tío? ¿Está usted herido? –la voz de Tartarus estalló en la unidad de comunicación de Maccabeus. –No, no lo estoy –el Cacique agarró la nuca de Vorenus–. Vigílalo –dijo, mirando hacia Licinus. Vorenus asintió con la cabeza– ¿Lograron reclamar alguna reliquia? –preguntó Maccabeus, poniéndose de rodillas y tomando el Puño de Rukt. –No, Cacique. Maccabeus no pudo evitar lanzar un bufido enojado. –¡Pero la Luminary mostraba decenas de objetos sagrados, todos muy cercanos entre sí! –No encontré nada, excepto sus guerreros. Maccabeus se dirigió a la cabina del Spirit, con su mano libre guiándolo por la pared de la bahía para mantenerse firme, mientras la nave continuaba su agudo ascenso. –¿Hicieron una búsqueda minuciosa? –Los Unggoy se pusieron demasiado ansiosos y rompieron filas –contestó Tartarus–. Perdimos el factor sorpresa al instante. –Diácono –ladró, entrando en la cabina–. Dime que tienen mejores noticias. Otro Jiralhanae llamado Ritul, que aun era demasiado joven para ganarse su sufijo masculino ‘us’, controlaba la nave de descenso. Maccabeus hubiera preferido un piloto con más experiencia, pero con un total de cinco Jiralhanae en los dos Spirits, tuvo que mantener algunos de sus mayores y más experimentados miembros de la tripulación en el Rapid Conversion en caso de emergencia. –Los sensores registraron una gran cantidad de tráfico de señales durante el encuentro –la voz apagada de Dadab, que había permanecido en el puente del crucero, chirrió por la unidad de comunicación de la cabina–. La Luminary analizó los datos y lo confirmó… –entonces, después de una pausa–. ¡Un Oráculo, como lo sospechamos! –¡Alabados sean los profetas! ¿Dónde? –Las señales se originaban en el edificio de estructura metálica blanca. «¡Tan cerca!» se quejó el Maestro de Nave, «¡De no haber sido por los Unggoy, podría haberle puesto las manos encima!» Pero sofocó su decepción rápidamente. Sabía que solo los profetas tenían acceso al Oráculo sagrado en High Charity, sabía que era arrogante y codicioso de su parte. Pero no era un pecado sentir orgullo por el mensaje que ahora se sentía obligado a entregar. 200

Encuentro en Harvest - Joseph Staten –Envien un mensaje al Viceministro –dijo Maccabeus, hinchando el pecho bajo su armadura dorada–. El relicario es aún más rico de lo esperado ¡Un segundo Oráculo, que habla por los dioses mismos, ha sido encontrado!

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Encuentro en Harvest - Joseph Staten Capítulo Dieciséis High Charity, últimas horas, 23ava Era de la Duda. Normalmente, las noches en la cúpula principal de High Charity eran muy tranquilas. A veces el clamor gutural de las oraciones nocturnas de los Unggoy se filtraba desde los distritos más bajos, pero por lo demás las torres eran bastante tranquilas. Los San'Shyuum adoptaban estas torres flotantes como sus hogares, y preferían pasar las horas entre la puesta y la salida del sol descansando o en contemplación silenciosa. «No esta noche» pensó Fortitude. La silla del ministro estaba suspendida inmóvil entre dos barcazas antigravedad vacías, flotando cerca de una de las tres patas de soporte del gigantesco Dreadnought Forerunner. El disco luminoso de la cúpula brillaba débilmente, simulando una luz de luna, que no lograba calentar el aire. Fortitude acomodó sus túnicas de color rojo para abrigar sus hombros, y se quedó mirando la conmoción poco frecuente que estaba tomando lugar en las torres. Las luces brillaban en los jardines colgantes de los edificios. Grupos de San'Shyuum alegremente vestidos se deslizaban de una fiesta a otra. Había música en la brisa: melodías de triunfo compuestas por instrumentos de cuerdas y campanas. Aquí y allá, los fuegos artificiales crujían, lanzando chispas contra la oscuridad reinante. Todo esto indicaba un momento decisivo, que sólo sucedían una o dos veces por cada Edad. Esa noche, todas las mujeres San'Shyuum con la suerte de haber tenido hijos los enseñaban con orgullo al mundo. Y en cuanto a lo que sabía Fortitude, los números eran particularmente buenos. Aunque él nunca había deseado un sucesor –a pesar de toda la carga de su trabajo– mostró una sonrisa satisfecha. Había un poco más de veinte millones de San’Shyuum en el Covenant. No era un número tan impresionante comparándolo con los billones que eran las demás criaturas adheridas a la fé. Pero era un número significativamente más grande que los apenas miles de individuos que habían abandonado su distante mundo hogar hacía mucho. Los ancestros de Fortitude se habían separado del resto de su raza por la misma razón que los llevaría más tarde a enfrentarse contra los Sangheili: profanar o no las reliquias Forerunner para comprender todo su potencial. En el debate interno de los San’Shyuum, el Dreadnought había sido tomado como símbolo clave para ambas facciones –un objeto al que los muchos Estoicos no querían entrar, y al que los pocos Reformistas se desesperaban por explorar. Durante el clímax del conflicto fraticida, los Reformistas mas extremos se infiltraron en el acorazado Forerunner y establecieron una barricada dentro. Mientras los Estoicos debatían qué hacer a continuación (no podían destruir 202

Encuentro en Harvest - Joseph Staten aquello que reverenciaban), los Reformistas activaron la nave y levantaron vuelo –arrancando un pedazo de planeta con sigo. Al principio, los Reformistas estaban extasiados. Habían sobrevivido y además lograron escapar con el premio mayor. Aceleraron fuera de su sistema hogar, burlándose de las amargas transmisiones de los Estoicos –acerca de que los dioses los condenarían por tal herejía. Pero entonces, los Reformistas hicieron un conteo, y se dieron cuenta con horror de que estaban condenados. El problema era la limitación de sus genes. Con solo unos mil individuos en su población, la endogamia se convertiría pronto en un tema muy serio. La crisis se veía agravada porque, aún en condiciones ideales, los embarazos San’Shyuum eran inusuales. Las mujeres eran generalmente fértiles, pero solo en cortos y separados periodos de tiempo. Para estos primeros Profetas a bordo del Dreadnought, la reproducción se volvió enseguida un tema cuidadosamente controlado. –Empecé a creer que no vendría –dijo Fortitude cuando la silla del Viceministro apareció deslizándose hacia las barcazas. El manto púrpura que cubría al San’Shyuum más joven estaba arrugado, y cuando se inclinó en una reverencia, los anillos de oro que colgaban de su barbilla se enredaron entre la guirnaldas de flores en su cuello. –Le ruego disculpas. Era difícil escapar. –¿Niño o niña? –Uno de cada uno. –Felicitaciones. –Si vuelvo a escuchar eso una vez más, voy a gritar. No es que hubiese engendrado a los pequeños bastardos yo mismo –las palabras de Tranquility se escuchaban confusas, y sus dedos lucían torpes cuando desenganchó su barba de los numerosos collares, quitándoselos. –Está usted borracho –dijo Fortitude, observando los adornados collares caer a la oscuridad –Así es. –Lo necesito sobrio –Fortitude buscó dentro de sus ropas y sacó una pequeña esfera farmacéutica– ¿Cómo está nuestro querido Jerárca, el Profeta de la Abstinencia24? –¿Se refiere al padre? –el Viceministro bebió de la esfera– Me vigiló todo el tiempo. Fortitude levantó una mano despectivamente. 24

N.delT.: Los cargos de los profetas, tal como sucede con los ministros, serán traducidos al español, sin embargo, a falta de un nombre propio para cada uno, se utilizarán sus ministerios en el idioma original –inglés- para nombrarlos. Es un principio de la traducción que los nombres propios no deben ser traducidos, pero careciendo los profetas de tales denominaciones, usaré lo más cercano y más repetitivo dentro de la novela. 203

Encuentro en Harvest - Joseph Staten –Mientras actuemos rápidamente, no hay nada que pueda hacer. El Viceministro se encogió de hombros y mordió la esfera perezosamente. –Ven –Fortitude presionó los holo-interruptores en el brazo de su silla–. Estamos atrasados. Un momento después, los dos San’Shyuum aceleraban en dirección a la seccion central del Dreadnought –un nucleo comprimido que conectaba las tres piernas de soporte de la nave con un casco ascendente de forma similar. En el débil resplandor de la luz del domo, la antigua nave de batalla Forerunner brillaba en un color blanco hueso. «Chantaje» suspiró el Ministro «es una herramienta muy agotadora». Pero Fortitude sabía que antes de que sus inigualables registros de servicio, y el descubrimiento del sistema relicario les ganasen sus tronos de Jerárca, sus ocupantes actuales debían ser apartados de ellos. Y no se dejarían apartar si no los empujaban. Desafortunadamente, el Profeta de la Tolerancia y la Profetiza de la Obligación habían probado ser inexpugnables. La profetiza más anciana acababa de dar a luz a un par de trillizos. Debido a su avanzada edad, el embarazo había resultado difícil. Y mientras que ciertamente esto había hecho que descuidase sus deberes, Fortitude sabía que sería suicida apartar de su cargo a una de las madres San’Shyuum más queridas y prolíficas. Tolerance, quien se había desempeñado como el Ministro de la Representación durante la Rebelión Unggoy, trabajó mucho promoviendo mejores relaciones entre las muchas especies del Covenant; y aún conservaba el apoyo de muchos miembros del Gran Concilio –tanto Sangheili como San’Shyuum. Pero el tercera Jerárca, el Profeta de la Abstinencia era una historia diferente. Este ex arzobispo del Gran Concilio (esencialmente, el alcalde de la ciudad) estaba en la ‘Lista del Celibato’, una lista que controlaba y marcaba a todo San’Shyuum sin permiso para reproducirse. Debido a la poca planificación de sus ancestros, estas desafortunadas almas jamás experimentarían la alegría de ser padres, porque sus genes eran demasiado comunes, y presentaban el riesgo de esparcir sus rasgos negativos, ya de por sí bastante extremos. Fortitude tambien estaba en la Lista, pero nunca le había interesado mucho. Poseía algunas concubinas para las raras ocasiones en que sentía la necesidad de placer carnal, pero normalmente se sentía perfectamente cómodo con su impotencia involuntaria. El Profeta de la Abstinencia no. No mucho antes de que los Kig-Yar se tropezaron con el relicario, Restraint había embarazado accidentalmente a una mujer. No era un problema necesariamente (los abortos eran comunes en este tipo de situaciones), pero la madre primeriza se mostró furiosa cuando descubrió las mentiras de Restraint, y demandó que le permitieran quedarse con su cría. 204

Encuentro en Harvest - Joseph Staten El anciano Jerárca fue superado por sus propios deseos de ver sus genes alterados pasar a la siguiente generación, y no se atrevía a matar a su descendencia ni a su madre. Fortitude se había enterado de tal escándalo y acudió a Tranquility para respaldarlo en el Gran Concilio. En su discurso, el Viceministro ofreció una plegaria para “todos los padres y sus fructíferas uniones”, y apoyó una mayor inversión en terapias de genes y otras tecnologías para “terminar con la tiranía de la Lista”. La apasionada performance del Viceministro en su discurso convenció a Restraint de que Tranquility era su hermano de fe. Y el desesperado Jerárca (por su amante, quien daría a luz dentro de poco tiempo) se aproximó al Viceministro con una oferta: “Adopta a mis primogénitos como si fuesen tuyos, y te daré el puesto ministerial que desees”. Fortitude estaba tan complacido por el éxito de su plan, como impresionado por la insolencia del Jerárca. Si el ofrecimiento de Restraint salía a la luz, sus hijos serían asesinados, y él sería removido de su trono –y probablemente también esterilizado. Los San’Shyuum encargados de aplicar y controlar la Lista se tomaban muy en serio su trabajo, y Fortitude sabía que nisiquiera un Jerárca podría evitar recibir su castigo. Esa noche, había sido el trabajo de Tranquility presentarle a Restraint su contraoferta: “Apártese del trono voluntariamente, y nosotros mantendremos la boca cerrada” –Debería haberla visto –se estremeció el Viceministro. Ahora estaban mucho más cerca del Dreadnought, y se encontraban a la sombra de uno de los gigantescos conductos que conectaban los motores de la nave con el sistema energético de High Charity. En esta profunda oscuridad, la luz más fuerte que había, provenía de un círculo de balizas azules justo por encima del extremo del cable, en forma de brillantes hologramas alrededor de una de las compuertas abiertas de la nave. –¿A quién? –preguntó Fortitude. –A la furcia de Restrant. El Ministro se estremeció. Tranquility había adquirido demasiado confianza con él, a menudo comportándose como si ya fuesen Jerárcas. Su borrachera solo empeoraba el problema. –¿Atractiva? –preguntó Fortitude, tratando de mantener un tono ligero en la conversación. –Una monstruosidad –dijo el Viceministro, buscando algo entre sus ropas–. Si hubiese tenido un cuello podría haberla distinguido del resto de su cuerpo – para asombro de Fortitude, Tranquility enseñó una pistola de plasma, y comprobó su carga sin discreción. –¡Baja eso! –ordenó Fortitude, observando nerviosamente el Dreadnought– ¡Antes de que lo vean los centinelas! 205

Encuentro en Harvest - Joseph Staten Aunque se encontraban aún muy lejos, el Ministro era capaz de reconocer las formas acorazadas de los Mgalekgolo, los guardianes de la nave sagrada y sus sacerdotes San’Shyuum. Al menos veinte de esas criaturas mantenían posiciones en plataformas elevadas a la izquierda y derecha de la compuerta. En cuanto divisaron a los dos San’Shyuum, los Mgalekgolo adoptaron una formación defensiva. Sus estriadas armaduras de un profundo púrpura brillaban bajo el pulso de las balizas indicadoras. A regañadientes, el Viceministro deslizó la pistola de nuevo bajo sus ropas. –¿Por qué has traído un arma? –dijo Fortitude entre dientes. –Prudencia. En caso de que Restraint rechazara nuestra oferta. –¿Qué? ¿Te asesinaría? –el Ministro estaba incrédulo– ¿En la presentación de sus hijos? –Los tiene a salvo. Ya no me necesita. Fortitude recordó una vez más lo mucho que había sido influenciado Tranquility en su contacto con los Sangheili. La alocada preocupación por el honor y las armas de esa raza había contagiado al ya de por sí impetuoso Viceministro. –Piensa claramente. Tu muerte levantaría sospechas. Sospechas que Restraint negaría. –Tal vez –contestó Tranquility–. Pero usted no lo vio a los ojos. –No, pero puedo ver los tuyos –atajó el Ministro–. Y todo lo que veo es desobediencia e irresponsabilidad. –Pero… –¡Silencio! Los Mgalekgolo giraron, siguiendo el avance de los San’Shyuum hasta la esclusa de aire. Cada centinela cargaba un escudo rectangular tallado y un cañón de asalto pesado. Ambos estaban incorporados dentro de la armadura de las criaturas –más bien partes de sus trajes de batalla que objetos que cargasen por la fuerza. Para la mayoría de las especies del Covenant, este diseño hubiese hecho que ocupasen por lo menos una mano y un dedo durante el combate. Pero los Mgalekgolo no tenían manos ni dedos. Y aunque poseían lo que parecían ser dos brazos y piernas, realmente podían tener la cantidad de apéndices que desearan. Porque cada criatura era en realidad un conglomerado de individuos. Una colonia móvil de resplandecientes gusanos. A través de espacios en sus armaduras, alrededor de sus cinturas y cuellos, Fortitude podía ver los Lekgolo individuales, retorciéndose y acomodándose como las fibras magnificadas de un músculo. La piel roja y translúcida de los gusanos brillaba con un color verde, que se desprendía de las cápsulas de munición, sobresalientes del cañón de asalto: tubos de gel incendiario que podía ser disparado en forma de proyectiles o en un chorro abrasador. 206

Encuentro en Harvest - Joseph Staten –Restraint es un imbécil –dijo Fortitude una vez que dejaron atrás a los centinelas–. Y lo sé porque colocó su confianza en ti. Tranquility se preparaba para responder, pero el Ministro prosiguió. –Todo gracias a mi discreción absoluta, él y los otros Jerárcas no saben nada de nuestros planes. Mañana, estarán observando sin poder hacer nada, mientras anunciamos nuestras intenciones ante el Consejo ¡Pero sólo si tenemos la bendición del oráculo! Fortitude torció su largo cuello a un lado para encarar al Viceministro, clavando sus ojos en los de él. –Cuando nos reunamos con el Filólogo, mantendrás tu boca cerrada. No hables a menos que te lo ordene. O en nombre de los Forerunners, nuestra colaboración terminará. Observándose mutuamente, los dos San’Shyuum esperaron a que el otro parpadeara. Sin previo aviso, la expresión del Viceministro cambió. Sus labios se apretaron y sus ojos se enfocaron. –Por favor, perdóneme –su voz ya no sonaba torpe. El remedio finalmente había hecho efecto–. Como siempre, Ministro, estoy a sus órdenes. Fortitude espero hasta después de que Tranquility hiciera una pequeña reverencia para relajarse en su silla. A pesar de sus fuertes palabras, el Ministro sabía que disolver el acuerdo de colaboración que compartían hubiese sido poco práctico. Ya habían avanzado mucho y el Viceministro sabía demasiado. Fortitude podría hacer que lo asesinaran, por supuesto. Pero eso sólo agravaría el único problema de su plan que no había podido resolver: la falta de un tercer San’Shyuum para su futuro triunvirato de Jerárcas. Fortitude tenía algunos candidatos en mente, pero nadie s quien pudiese confiar su plan. Sin un tercero, se verían menos legítimos. Pero el Ministro se había resignado a hacer la elección antes del anuncio. Debía ser un San’Shyuum con atractivo popular, alguien que pudiese contradecir las acusaciones de premeditación y ambición que sin duda surgirían. Incluso estaba empezando a considerar al Profeta de la Tolerancia, o a la Profetiza de la Obligación. Ellos tenían precedentes en tales aspectos. Y mientras que mantener a uno de los Jerárcas actuales en el trono permitiría una transición mucho más fluida del poder, no era el mejor plan a largo plazo. El resentimiento y la amargura se arraigarían, incluso entre los políticos más experimentados. Sería mejor empezar desde cero. Al otro lado de la esclusa de aire, había una puerta que conducía al hangar del Dreadnought. Este gigante portal circular, se componía de unas láminas superpuestas, casi completamente cerradas, solo dejando un pequeño pasaje heptagonal en el centro de la puerta. Dos solitarios Mgalekgolo vigilaban ese cuello de botella, parados en un andamio flotante en otro nivel. Estos centinelas mostraban unas púas en los 207

Encuentro en Harvest - Joseph Staten hombros, características de los pares compartidos –una colonia con tanta cantidad de individuos que no cabía en una sola armadura. Las púas temblaron mientras la colonia dividida se comunicaba, confirmando las identidades y la razón de la presencia de los dos San’Shyuum. Entonces, el par se apartó a un costado para dejar paso con unos casi inaudibles quejidos –el sonido de la carne de los gusanos apretándose y estirándose dentro de la armadura. El hangar tenía una gigantesca forma triangular. A diferencia del exterior blanqueado del Dreadnought, sus paredes interiores brillaban en un tono bronce reflectivo en contra de la luz de incontables símbolos holográficos. Estos símbolos, algunos de advertencia, otros explicativos, se alineaban verticalmente, flotando cerca de pequeños agujeros en las angulares paredes del hangar. Aunque Fortitude sabía para que servían esos agujeros, jamás los había visto en funcionamiento. Flotando frente a estos receptáculos, cientos de Huragok se agrupaban. Los tentáculos de las criaturas flotantes se veían mucho más largos de lo que era normal. Pero estos no eran más que Lekgolo individuales, que eran puestos dentro de los agujeros, siendo removidos. El Ministro observó cómo cuatro Huragok trabajaban para quitar un espécimen particularmente grande de su agujero, y lo llevaban –como un equipo de bomberos llevaría una manguera– hasta una barcaza tripulada por unos San’Shyuum en ropas blancas y con cabello largo. Estos austeros sacerdotes ayudaron a los Huragok a alimentar al Lekgolo por medio de una unidad de escaneo cilíndrica, antes de regresarlo a uno de muchos recipientes metálicos dentro de la barcaza que contenía al resto de su colonia. La unidad descargó datos de los micro sensores dentro del gusano, que habían recolectado todo tipo de información durante su serpenteo a través de las vías de procesamiento de la nave, que de otra forma eran inaccesibles. Estos sensores no le provocaban a las invertebradas criaturas ninguna incomodidad. Los Lekgolo ingerían los pequeños dispositivos junto con su arenosa comida. Los sacerdotes supervisaban el proceso con indiferencia. Pero hubo una época en que los Profetas habían visto los hábitats de alimentación de los Lekgolo con furia destructiva. Poco después de la fundación del Covenant, experimentos con copias primitivas de la Luminary del Dreadnought llevó a los San’Shyuum a un gigante gaseoso en un sistema cercano al hogar de los Sangheili. Los San’Shyuum habían esperado encontrar un tesoro de reliquias, pero se decepcionaron cuando lo único que encontraron fueron a los Lekgolo, amontonados en los anillos del planeta. Pero cuando los Profetas comprendieron lo que habían hecho los inteligentes gusanos, se horrorizaron. Lo que creían que eran rocas congeladas conformando los anillos, eran en realidad fragmentos de alguna instalación Forerunner destruida, que alguna vez había orbitado el planeta. Y la razón por la cual las ruinas ya no tenían reliquias, era porque los Lekgolo habían pasado milenios ingiriéndolas – 208

Encuentro en Harvest - Joseph Staten masticándolas y escupiéndolas–, labrando sus retorcidas y apretadas madrigueras. Lo curioso era que los Leklogo tenían paladares exigentes. Algunas colonias ingerían solamente aleaciones Forerunner; otros se limitaban exclusivamente a las rocas ricas en circuitos triturados y compactados. Y algunas colonias, mucho más raras, evitaban completamente los objetos extraños, evitando cuidadosamente las reliquias que pudieran haber sobrevivido, como hubiese hecho un paleontólogo con un fósil. Por supuesto, los San’Shyuum creían que cualquier contacto con objetos Forerunner sin autorización era una herejía, castigable con la muerte, y ordenaron a los Sangheili erradicar a los gusanos. Pero los Sangheili no tenían el equipo para luchar contra criaturas sin naves, ni soldados, y cuyas únicas fortificaciones eran los mismos objetos que estaban tratando de salvar. Al final, un perspicaz comandante Sangheili –un Inquisidor, reverenciado por su especie– sugirió que sería mejor “domar” a los Lekgolo, para ponerles a éstos y a su hábitat un buen uso. Tan deseosos estaban por demostrar su autoridad moral, que los San’Shyuum aceptaron de mala gana que los gusanos, con el adiestramiento adecuado, podrían ser muy útiles en futuras reclamaciones, y olvidaron sus pecados. Luego de siglos de experimentación en reliquias menores, los San’Shyuum obtuvieron el valor necesario para comenzar una exploración sin precedentes en el Dreadnought. Desde el momento en que abandonaron su planeta natal (e incluso durante los días más oscuros de la guerra contra los Sangheili), los San’Shyuum habían limitado sus estudios a los sistemas más fácilmente accesibles de la nave. Pero aunque se habían desesperado por explorar las vías de procesamiento del grueso casco del Dreadnought, estaban aterrados de dañar algo vital. Y enconares, con gran cuidado, los sacerdotes escarbaron el primer agujero, y deslizaron un Lekgolo cuidadosamente escogido. Esperaron con terror mortal que el gusano escarbara demasiado profundo –y lo sabrían por lo que pudiese decir el Oráculo del Dreadnought. Pero el Lekgolo emergió sin problemas, y el más santo y sagrado residente de la nave no dijo ni una palabra. El silencio del Oráculo no era inusual. Fortitude nunca lo había escuchado hablar en toda su vida, ni su padre, ni el padre de su padre. Y como esos sacerdotes pioneros no recibieron respuesta alguna, incrementaron gradualmente sus sondeos con Lekgolos, hasta que –como era claramente el caso ahora– el proceso una vez temible se volvió mundano. Siguiendo por una pieza angulada de andamios a modo de rampa, llegarom hasta el punto más alto del hangar y el Ministro observó como los San’Shyuum de la barcaza les daban órdenes a los Huragok en su idioma de señas, y ambas partes se prepararon para retirar al siguiente gusano. 209

Encuentro en Harvest - Joseph Staten Muy por encima del suelo del hangar, había una oscura y silenciosa abadía, suficientemente grande para acomodar a todo el Gran Concilio, con sus más de doscientos Sangheili y San’Shyuum. Pero cuando Fortitude y Tranquility se deslizaron por una entrada perfectamente circular en el suelo de la abadía, vieron que la habitación tenía un solo ocupante: El líder de los sacerdotes austeros, el San’Shyuum Filólogo. Como el clérigo que proveía a Fortitude con su medicina, la silla del Filólogo estaba hecha de piedra, no metal. Sus ropas estaban tan hechas jirones que parecían tiras de tela envolviendo su marchito cuerpo. La una vez blanca ropa, estaba ahora tan sucia que se veía más oscura que la pálida piel del Filólogo. Sus pestañas eran largas y grises, y los mechones de pelo de su arqueado cuello le llegaban casi hasta las rodillas. –No nos hemos conocido, creo yo –dijo el anciano San’Shyuum con voz ronca cuando las sillas de Fortitude y Tranquility se detuvieron a sus espaldas. Estaba tan absorto examinando un pergamino roto, que ni siquiera se volteo para verlos. –Una vez –contestó Fortitude–. Pero fue hace mucho tiempo. –Que grosero de mi parte haberlo olvidado. –Para nada. Soy Fortitude, y este es el Viceministro de la Tranquilidad. El San’Shyuum más joven inclinó su silla hacia delante en una reverencia. Pero, como había prometido, no dijo nada. –Un honor conocerlo –enrollando el pergamino con sus artríticas manos, el Filólogo se dio vuelta. Por un momento, observo a sus invitados con ojos grandes y blancuzcos– ¿Qué favor necesitan? El Filólogo no demostraba ignorancia. Intentando mantener el secreto, Fortitude no le había informado al sacerdote sus intenciones, sabiendo que su rango ministerial era suficiente para conseguir una cita. Pero mientras que las palabras del Filólogo eran cordiales, el significado había sido muy claro: “Dime que quieres y pongamos manos a la obra. Tengo cosas mucho más importantes que hacer” Fortitude se sintió feliz de hacerlo. –Confirmación –dijo el Ministro, presionando uno de los holo interruptores de su silla. Una lámina de circuitos, no más grande que una uña se asomó a un lado del interruptor–. Y una bendición. Tomó la lámina y se la extendió al Filólogo. –Entonces son dos favores –el Filólogo sonrió, mostrando sus encías divididas por huesos dentados. Movió su silla de piedra hacia delante y recibió la lámina–. Esto debe ser muy importante. Fortitude hizo una mueca amigable. –Una de las naves del Viceministro descubrió un relicario de tamaño bastante impresionante. –Ah –dijo el Filólogo, entrecerrando un ojo para examinar la lámina. 210

Encuentro en Harvest - Joseph Staten –Y si las Luminations son confiables –continuó Fortitude–, también hay un Oráculo. Los ojos del Filólogo se agrandaron. –¿Un oráculo, dices? Fortitude asintió. –Noticias impresionantes y maravillosas. Con más velocidad de lo que hubiese imaginado el Ministro, el Filólogo rotó su silla y flotó hacia una gigantesca maquinaria en sombras, en el centro de la habitación. Cuando se acercó, hologramas parpadearon en lo alto, revelando un grupo de obeliscos de ónice –poderosas torres de procesamiento interconectadas–, y ante éstos: el Oráculo del Dreadnought. Aunque Fortitude había visto muchas representaciones del objeto sagrado, era más pequeño de lo que había esperado. Encerrado por una carcasa que lo mantenía a la altura de una cabeza del piso, el Oráculo se conectaba a los obeliscos con hebras de alambre perfectamente trenzado. Estos circuitos se conectaban a almohadillas pequeñas y doradas, colocadas sobre la carcasa del Oráculo: una cubierta con forma de lágrima, no mucho más larga que el cuello del Ministro, hecha con una aleación plateada. La punta cónica de la carcasa enfrentaba los obeliscos, mientras que el extremo redondo, estaba en ángulo hacia el suelo, y sostenía una lente de vidrio negra. Había un pequeño espacio entre la lente y la carcasa, y a través de este, Fortitude podía ver pequeños puntos de luz –circuitos funcionando a bajo poder. Éstas eran las únicas señales de vida del Oráculo. –¿Éstos son todos los datos? –preguntó el Filólogo, deslizando la lámina dentro de uno de los obeliscos. –De la Luminary de la nave y sus sensores –Fortitude se acercó al Oráculo. Por alguna razón, se sintió abrumado por el deseo de elevarse y poder tocarlo. Para ser tan antigua, su carcasa se veía completamente nueva –sin marcas o rayones. Fortitude observó profundamente la lente del Oráculo. –Hay reportes sobre una nueva especie en el planeta que contiene las reliquias, pero aparentan ser primitivos, una especie del nivel cuatro. No creo que deban… Sin previo aviso, los circuitos del Oráculo brillaron. Las lentes refractaron la luz, emitiendo un cegador haz. «No, no una lente» Fortitude respiró con dificultad «¡Un ojo!». Levantó una de sus mangas para cubrir su rostro, mientras el Oráculo se acercó a él en su armadura. < POR EONES LOS HE OBSERVADO > la voz profunda del Oráculo reverberaba dentro de su propia carcasa. Su brillante ojo parpadeaba siguiendo el ritmo de sus palabras a medida que las pronunciaba en la lengua de los San’Shyuum < ESCUCHÁNDOLOS MALINTERPRETAR > 211

Encuentro en Harvest - Joseph Staten Escuchar hablar al Oráculo era, para todo miembro creyente del Covenant, como escuchar a los mismísimos Forerunners. Fortitude se sentía apropiadamente humilde, pero no solo porque el Oráculo había hablado luego de eras en silencio. Estaba igual de sorprendido porque el Filólogo en realidad no era (como siempre había creído) un fraude total. Fortitude había organizado el encuentro buscando formalidad. Las Luminations presentadas como evidencia ante el Gran Concilio necesitaban la bendición del Oráculo, lo que por muchas eras había significado convencer al Filólogo que estuviese ocupando el cargo en ese momento para que los respaldase. Pero estos santos ermitaños estaban tan politizados como cualquier otro San’Shyuum poderoso –igual de susceptibles a los sobornos y chantajes. Fortitude suponía que tendría que hacer algún tipo de “donación” al Filólogo (compartir algunas reliquias, por ejemplo), para poder conseguir la bendición que necesitaba. «Pero si el viejo charlatán está actuando», Fortitude observó al Filólogo levantarse de su asiento y arrodillánrse ante el Oráculo «lo está haciendo bastante bien». –¡Bendito Heraldo del Camino! –gimió el Filólogo, con la cabeza gacha y los brazos abiertos– ¡Dinos los errores de nuestros caminos! El ojo del Oráculo se atenuó. Por un momento, parecía que volvería a su largo silencio. Pero entonces brilló nuevamente, proyectando un holograma del pictograma de reclamación grabado por la Luminary de el Rapid Conversion. < ESTO NO ES RECLAMACIÓN > rugió el Oráculo. < ESTO ES RECLAMADOR > Lentamente, el pictograma giró media vuelta, y sus figuras centrales –los círculos concéntricos, uno pequeño dentro del otro, conectado por una pequeña linea– tomó un nuevo aspecto. Las formas previas al giro, recordaban al péndulo de un reloj. Invertido, el pictograma parecía una criatura, con dos brazos curvados, levantados por sobre su cabeza. El tamaño del símbolo se redujo, a medida que el holograma mostraba una perspectiva más alejada, enseñando el mundo alienígena completo, cubierto con miles de las Luminations reorientadas. < Y ESTOS REPRESENTAN A MIS CREADORES > Ahora era el turno de Fortitude para sentir sus rodillas débiles. Se aferró a los apoyabrazos de su trono y trató de aceptar una revelación imposible: cada pictograma representaba a un Reclamador, no a una reliquia, y cada Reclamador era uno de los alienígenas del planeta –lo que podía significar una sola cosa. –Los Forerunners –susurró el Ministro–. Algunos fueron dejados atrás. –¡Imposible! –escupió Tranquility, incapaz ya de contener el silencio– ¡Herejía! 212

Encuentro en Harvest - Joseph Staten –¿De un Oráculo? –De este entrometido –Tranquility apuntó al Filólogo con un dedo– ¿Quién sabe lo que hizo este viejo idiota con esta maquinaria divina? ¡Las atrocidades que habrá hecho usando todos esos gusanos! –¿Cómo te atreves a acusarme? –respondió el Filólogo ofendido– ¡En el lugar más sagrado! El Viceministro se reclinó hacia atrás en la silla. –Haré eso y más… En ese instante, la abadía comenzó a temblar. Varias cubiertas más abajo, los poderosos motores del Dreadnought saltaron a la vida, liberándose de los limitadores que los mantenían generando la comparativamente escasa energía que necesitaba High Charity. Pronto, los motores funcionarían a máxima capacidad, y entonces… –¡Desconecten al Oráculo! –gritó Fortitude, sujetándose a su silla con nudillos blancos– ¡Antes de que el Dreadnought despegue y destruya la ciudad! Pero el Filólogo ya no prestaba atención. –¡La nave sagrada rompe sus cadenas! –los brazos del San’Shyuum anciano temblaban. Ya no parecía asustado, sino inspirado– ¡La voluntad de los Dioses será cumplida! El holograma del mundo alienígena desapareció, y una vez más, el ojo del Oráculo brilló con fuerza. < RECHAZARÉ MIS PREJUICIOS25 Y ME REIVINDICARÉ > Las oscuras paredes de la cámara comenzaron a brillar, junto con las vías de procesamiento dentro de ellas, creando la impresión de paredes surcadas de venas. De los antiguos circuitos surgió luz, que se estaba extendiendo hasta los obeliscos detrás del Oráculo. Las rocas pintadas con bandas rojas y marrones comenzaron a abrirse, lanzando polvo blanco. Repentinamente, el Viceministro saltó en su silla, con la pistola de plasma en su mano. –¡Apáguelo! –gritó, apuntando al Filólogo. El extremo de la pistola comenzó a brillar en verde, preparando una ráfaga de plasma sobrecargado– ¡O arderá allí mismo! Pero en ese momento, las lentes del Oráculo brillaban tanto –parpadeando con frecuencia febril– que amenazaba con cegar a los tres San’Shyuum. Tranquility gimió y levantó las largas mangas de su túnica para tapar sus ojos.

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“Prejuicio” en inglés se escribe “Bias”. El Oráculo del Dreadnought es en realidad una IA Forerunner, destinada a defender a sus creadores durante la guerra Forerunner-Flood, pero fue confundida por Gravemind, para traicionarlos. El nombre de esta IA es Mendicant Bias.

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Encuentro en Harvest - Joseph Staten < MIS CREADORES SON MIS AMOS > la cubierta en forma de lágrima del Oráculo se metió traqueteando dentro de su armadura, como preparándose para levantar vuelo < YO LOS LLEVARÉ SEGUROS AL ARCA > Súbitamente, se escuchó un fuerte chasquido, y la abadía se sumió en la oscuridad, como si el Dreadnought hubiese volado un fusible. Chillidos agudos hicieron eco por toda la recámara. Fortitude, con ojos irritados llenos de lágrimas, miró hacia arriba y vio cientos de chorros ardientes –que parecían fuentes de metal fundido–, derramándose por las paredes. Los gusanos moribundos caían al suelo, donde reventaban dejando grandes salpicaduras naranjas, o se acurrucaban y retorcían de dolor. Lo siguiente que supo Fortitude fue que el par compartido de Mgalekgolo que habían visto protegiendo la entrada al hangar se acercaba pisando fuerte por la rampa hacia la abadía, con sus cañones de asalto totalmente cargados. –¡No disparen! –gritó Fortitude. Pero los gigantes en armadura continuaron avanzando, encorvados tras sus escudos, con las espinas levantadas y temblando. –¡Arroja el arma! –gritó el par al Viceministro– ¡Ahora, imbécil! Aún aturdido por la luz del Oráculo, Tranquility dejó caer su pistola, que resonó en el suelo. Uno de los Mgalekgolo dijo algo al Filólogo con una áspera voz. –Un accidente –contestó el viejo ermitaño. Observo a su alrededor con mirada triste, viendo los cuerpos humeantes de sus gusanos, los restos arruinados de su gran investigación, y luego hizo un gesto para que los centinelas se retirasen–. No hay nada que hacer… El Mgalekgolo no se movió mientras la colonia se comunicaba. Entonces, la luz verde en las protuberancias de sus cañones se atenuó, y el par regresó a su puesto, haciendo resonar sus pasos en toda la habitación. La abadía se encontraba en sombras una vez más. –¿En que debemos creer? –preguntó Tranquility, apenas en un susurro. Pero el Ministro se había quedado sin palabras. Podía decir, con honestidad, que había pasado toda su vida sin experimentar ni un solo momento de crisis espiritual. Había aceptado la existencia de los Forerunners porque sus reliquias seguían allí para ser encontradas. Creía en la divinidad de los Forerunners porque en todas sus eras de búsqueda, los San’Shyuum no habían encontrado huesos ni ningún otro remanente. Sabía que la promesa esencial del Covenant acerca de que todos caminarían por El Camino y seguirían los pasos de los Forerunners era crítica para la estabilidad de la unión. Y estaba claro que si alguien llegaba a enterarse de que podía ser dejado atrás, el Covenant enfrentaría su desaparición. Mientas tanto, los cristales holográficos por sobre los obeliscos comenzaron a parpadear, encendiéndose 214

Encuentro en Harvest - Joseph Staten otra vez, y llenando la habitación con una débil luz azul. Los Lekgolo ennegrecidos, esparcidos por el suelo, parecían unos garabatos –un retorcido y macabro pictograma. –No podemos arriesgarnos con estos… Reclamadores –Fortitude se sentía incapaz de llamarlos “Forerunners”. Tomó su barba y le dio un suave tirón–. Deben ser eliminados. Antes de que alguien más sepa de su existencia. El labio inferior del Viceministro tembló. –¿Está hablando en serio? –Absolutamente. –¿Exterminarlos? Pero que hay si… –Si el Oráculo está diciendo la verdad, entonces todas nuestras creencias son una mentira –la voz de Fortitude se hallaba llena de fuerza–. Si las masas lo supieran, se revelarían. Y no permitiré que suceda tal cosa. El Viceministro asintió lentamente. –¿Qué hacemos con él? –susurró Tranquility, señalando al Filólogo con la cabeza. El envejecido ermitaño estaba contemplando al Oráculo. El dispositivo se encontraba ahora colgando de su armadura, con una fina línea de humo saliendo de la rendija alrededor de la lente– ¿Podemos confiar en que guarde el secreto? –Eso espero –Fortitude dejó su barba–. O será un pésimo tercer Jerárca. * * * Sif no había esperado recibir comunicaciones demasiado prolongadas. Sabía que Mack estaba tratando de conservar la localización de sus centros de datos en secreto. Pero aún así, sus respuestas a los mensajes de alerta que le envió cuando la nave alienígena se acercó a Harvest, fueron tan cortas y formales que comenzó a pensar que había hecho algo mal. Qué podría haber sido con exactitud, Sif no tenía idea. Ella se había encargado de cumplir expertamente con su parte del plan –moviendo cientas de vainas de propulsión a coordenadas específicas en el recorrido orbital del planeta, por donde pasaría dentro de semanas y meses. Sif en persona se había encargado de disparar las vainas a altas velocidades; colocarlas rápida y precisamente en sus posiciones era crítico para el éxito del plan, y no había querido dejar las maniobras a cargo de computadoras NAV, fácilmente abrumables. Su meticulosidad dio frutos. Las vainas se encontraban en sus posiciones en menos tiempo de lo esperado, dos días antes de que la nave alienígena de guerra hubiese llegado. Esto había sido pura coincidencia, y Sif lo sabía (ni ella, ni Mack, ni al-Cygni habían tenido idea de cuándo aparecerían los alienígenas). Y a pesar de eso, no pudo evitar pensar que la buena sincronización 215

Encuentro en Harvest - Joseph Staten había sido un buen augurio –una esperanzadora señal de que su compleja evacuación sin precedentes funcionaría. Pero cuando envió las buenas noticias sobre las vainas, todo lo que recibió del centro de datos de Mack fue un corto y anónimo mensaje: Lo que estaba bien, supuso ella. Mack le había explicado que luego de que las vainas estuvieran colocadas en su lugar, era esencial que mantuviera un perfil bajo y no hiciera nada que pudiese atraer la atención de los alienígenas – dándoles una razón para dañar la estación. Asíque Sif detuvo toda la actividad en sus elevadores, y por primera vez en su agobiada existencia, no tuvo nada más que hacer excepto lidiar con su nueva inhibición emocional. Desde que había visitado el centro de datos de Mack, su núcleo había comenzado a experimentar destellos de enamoramiento, momentos de profunda nostalgia, y luego soledad y dolor cuando las respuestas de Mack se volvieron frías. Ella sabía que eran reacciones exageradas; su lógica seguía tratando de encontrar un balance entre lo que quería sentir y lo que sus algoritmos decían que debía sentir. Pero ahora Sif estaba preocupada con una emoción que ambas partes de su inteligencia acordaron que era la apropiada: miedo repentino e inesperado. Hacía unos minutos, la nave alienígena había usado puntos láser para deshabilitar todas las vainas de propulsión que Sif había dejado alrededor de la Tiara. Y ahora, la nave se encontraba descendiendo rápidamente a través de la atmósfera en dirección a la ciudad de Gladsheim, cargando sus armas pesadas de plasma. Sif sabía que Mack era capaz de rastrear el movimiento descendente de la nave usando las cámaras de sus JOTUNs. Pero no estaba segura de que sus cámaras fueran suficientemente potentes para divisar la nave alienígena más pequeña que se acercaba a la Tiara. Sif permaneció en silencio mientras la nave de descenso se conectaba a su casco. Pero cuando desembarcó a sus pasajeros –varios alienígenas de piel gris, corta estatura y mochilas– supo que debía dar la alarma. HARVEST.IA.ON.SIF >> HARVEST.IA.OA.MACK Pero el Huragok se mantuvo quieto. Sus cuatro tentáculos estaban metidos profundamente en una de las torres centrales de circuitos. Acercándose un poco, Dadab pudo ver que sus miembros estaban en movimiento –temblando ligeramente, mientras las puntas de los cilios hacían contacto con cables multicolores en el interior de la torre. El Diácono siguió el recorrido de uno de los cables con la vista, y vio que llegaba hasta una de muchas cajas negras en el interior de la torre, y notó que dos pequeñas luces brillaban en el exterior de la caja, titilando en verde y ámbar de acuerdo a los intentos del Huragok de hacer contacto. Repentinamente, el núcleo de energía que Más Ligero Que Otros había manipulado, comenzó a parpadear. Ya habían utilizado hasta tres núcleos, y Dadab no estaba dispuesto a tomar más de los campamentos cercanos. Los otros Unggoy estaban empezando a sentir curiosidad sobre las actividades del Diácono, sobre todo después de su regreso al orbital en compañía del Huragok. Lo último que Dadab necesitaba era una proliferación de testigos de su más reciente intento de pecado: asociación de inteligencias alienígenas. –Diácono –susurró Bapap– ¡Flim y otros dos! Dadab agitó sus manos nudosas, ordenando a Bapap ir a la pasarela. –¡Vé! ¡Distráelos! Cuando Bapap finalmente atravesó la puerta fuera de la recámara, Dadab tiró de uno de los tentáculos más próximos al piso de Más Ligero Que Otros. El Huragok dejó escapar un poco de gas por uno de sus sacos en señal de protesta y se soltó de la torre. < ¡Ármalo de vuelta! > indicó Dadab. La respuesta del Huragok llegó lentamente, como si tuviese dificultades para la transición de vuelta a un modo de conversación normal. < ¿Sabes lo que han hecho? > < ¿Qué? ¿Quién? > < El Cacique y su tripulación. > Dadab podía oír la voz ronca de Flim en la pasarela, y el estruendo de los tanques de metano mientras la patrulla apartaba a Bapap a un lado del camino. < ¡Explica más adelante! > el Diácono cogió un panel y se lo entregó al 251

Encuentro en Harvest - Joseph Staten Huragok. Más Ligero Que Otros envolvió la placa de metal fino con sus tentáculos y Dadab trotó hacia la puerta. –¡Yo no di permiso para que dejaran su puesto! –dijo, entrando en el pasillo, interponiéndose en el camino de Flim. –Tú caminas y exploras –dijo Flim con sospecha– ¿Por qué no puedo hacer lo mismo? –¡Porque yo soy un Diácono! ¡Mis exploraciones tienen aprobación ministerial! Flim ladeó la cabeza, dejando en claro que no tenía idea de lo que significaba eso y que tampoco le importaba mucho, incluso si lo hubiera sabido. –¿Encontraste comida? –No. –¿Reliquias? –¡Por supuesto que no! –Entonces, ¿qué? –Nada –dijo Dadab, fingiendo gran exasperación–. Y perder el tiempo hablando contigo no ayudará a acelerar mi trabaj… –el Diácono se dobló sobre sí mismo cuando Flim lo empujó no tan accidentalmente, clavando uno de sus gruesos antebrazos contra el estómago de Dadab. –Entonces no hables –Flim se escabulló dentro de la sala de control. Dadab se levantó débilmente y trató de detener a los compañeros de Flim: un Unggoy patizambo llamado Guff y otro llamado Tukduk, al que le faltaba uno de sus ojos. Sin embargo, estos dos lograron escabullirse también, y todo lo que el Diácono pudo hacer fue seguirlos, respirando lentamente para volver a llenar sus pulmones. Flim miró las torres y resopló dentro de su máscara. –No veo nada. Dadab levantó la cabeza. Para su gran sorpresa, vio que todos los paneles estaban de vuelta en sus lugares. Más Ligero Que Otros flotaba inocentemente sobre el pozo poco profundo, como si hubiera pasado el tiempo desde su llegada sin hacer nada. –Y por ahora es todo lo que verán –dijo Dadab al mismo tiempo que el núcleo de energía parpadeaba de nuevo–. Tráeme otro núcleo y voy a dejar que me ayudes con mi trabajo. Pero Flim resultó ser más astuto de lo que parecía. –Ven conmigo para conseguir otro núcleo. Dadab suspiró. –Bien. A medida que comenzaba a caminar con Flim y los otros de regreso al corredor, gesturizó sutilmente a Más Ligero Que Otros. 252

Encuentro en Harvest - Joseph Staten < Deja los paneles en su lugar. > Dadab quería saber lo que el Huragok había descubierto sobre los Jiralhanae, pero cualquier conversación larga tendría que esperar hasta que estuvieran solos. Más Ligero Que Otros esperó a que las pisadas de los Unggoy se desvanecieran. El núcleo de energía comenzó a parpadear rápidamente, amenazando con apagarse. El Huragok ventiló uno de sus sacos y se hundió. No quería traicionar la confianza de su amigo, pero no tenía otra opción. Rápidamente, quitó el panel de la torre central, y colocó uno de sus tentáculos contra la superficie interior de metal desnudo. Luego se volvió hacia uno de los dispositivos de grabación de imágenes que había descubierto en las esquinas de la habitación. < Seguro, ven, afuera > las señas de Más Ligero Que Otros eran lentas y deliberadas, como las había hecho cuando enseñó por primera vez las complejidades del idioma al Diácono. Un momento después, una pequeña representación de un alienígena con sombrero de ala ancha apareció en el holo-proyector de la sala. Más Ligero Que Otros le mostró el panel de protección. Esperó unos momentos y gesturizó. < Ahora, tu, mostrar > la representación asintió con la cabeza y desapareció. El ícono Covenant que representaba “Oráculo” apareció en su lugar. Más Ligero Que Otros exhaló con entusiasmo. < ¿Cuando, mostrar, los demás? > El alienígena apareció de nuevo. Levantó su mano derecha y flexionó cuatro de sus dedos. < Por la mañana. > < ¡Bien! > las bolsas del Huragok se hincharon y se elevó un poco más alto < ¡Pronto, vendrá, paz! > El núcleo de energía comenzaba a apagarse, y el pequeño alienígena se desvanecía. Más Ligero Que Otros observó las torres de circuitos. La inteligencia allí dentro era muy eficiente, sólo había necesitado la mitad de un ciclo para aprender a hablar. Los sacos del Huragok se estremecieron de emoción. ¡Había tantas preguntas que quería hacer! Pero sabía que sólo tenía tiempo para una antes de que el núcleo de energía se agotase. < ¿Quieres, yo, repare? > Más Ligero Que Otros gesturizó hacia las torres. < No > contestó el fragmento de Loki verificando rápidamente su sabotaje a Sif. < No vale la pena, salvar. > Entonces, el núcleo de energía chisporroteó, se fundió, y el centro de datos se sumió en la oscuridad. 253

Encuentro en Harvest - Joseph Staten Capítulo Veinte. Harvest Febrero 23, 2525 Durante la noche, el centro comercial se había despejado. Al amanecer no había refugiados, ni policías; todos se habían trasladado a los almacenes del elevador orbital. El Capitán Ponder se dirgía hacia el este del parque. El suelo estaba cubierto por cartones de bebidas medio vacíos, maletas abiertas y ropa desperdigada. Aquí y allí encontraba pañales y trapos malolientes. El una vez bello parque se había convertido en un basural –un sucio y desorganizado monumento al abandono de Harvest. Después de colocar una baliza en el centro del parque para marcar una zona de aterrizaje para los extraterrestres, sus sargentos habían querido permanecer en la zona de aterrizaje en calidad de francotiradores y cubrirlo durante el contacto. Pero el Capitán se había negado. Healy había insistido en llevar a Ponder en un vehículo desde el parlamento hasta el parque. Sin embargo, el Capitán había ordenado el médico que lo vendase, le diera medicamentos y lo pusiera sobre sus pies. Este no era orgullo estoico; Ponder sólo deseaba una última marcha. Algunos marines odiaban marchar, pero Ponder lo amaba –incluso en sus primeras y duras marchas que experimentó durante su entrenamiento. Desde que había perdido su brazo, a veces bromeaba por la suerte que tuvo. Si la granada rebelde hubiese herido una de sus piernas, era probable que hubiese aprendido a caminar sobre sus manos. No era la mejor broma del mundo, pero incluso logró hacerse sonreír a sí mismo. Sintió dolor e inhaló a través de sus dientes apretados. A pesar de su vendaje nuevo, una de sus costillas destrozadas presionaba contra su bazo, hiriéndolo. No había nada que Healy pudiera hacer por una lesión tan grave, y no había tiempo suficiente para una operación en el hospital de Utgard, pero aunque lo hubiese habido, se habría negado igualmente. Algunas misiones se manejaban mejor por hombres moribundos, y el Capitán lo sabía. Y entregar a los alienígenas su Oráculo era una de esas misiones. El montículo en el centro del parque estaba coronado por una fuente y un quiosco para bandas, rodeado por un anillo de viejos robles de corteza gris. Cuando Ponder pasó caminando a un lado de los árboles, sus pesadas ramas se levantaron, como si tratasen de alzarse junto con Epsilon Indi. Pero Ponder también sintió sus adoloridos órganos levantarse dentro de su pecho, y comprendió la verdadera causa del extraño movimiento de los robles, incluso antes de aclarar su visión y observar el cielo. El buque de guerra alienígena descendía en dirección a Utgard, y sus generadores antigravedad amortiguaban su caída con un campo de fuerza invisible. 254

Encuentro en Harvest - Joseph Staten En otras circunstancias, el Capitán habría sentido miedo cuando la gigantesca nave descendió para descansar perpendicular sobre el parque, a no más de unos pocos cientos de metros por encima de las torres más altas de Utgard. Sin embargo, el campo antigravedad hizo un mejor trabajo aliviando su dolor que cualquiera de los medicamentos que Healy le había dado. Cuando el buque de guerra llegó a una parada súbita, Ponder inhaló profundamente. Por uno pocos momentos de gloria respiró sin esfuerzo, sin sentir el latido constante de la sangre de su bazo. Pero el alivio se disipó tan rápido como había llegado. A medida que la nave alienígena se estabilizaba y apagaba sus generadores de campo, el Capitán se vio obligado a caminar penosamente cuesta arriba hacia el quiosco, cargando con el peso de sus heridas. Tampoco ayudó tener que llevar el holo-proyector metálico de la Oficina del Gobernador. Ponder aún tenía un solo brazo, y no podía aguantar del todo el peso del objeto. Para empeorar las cosas, la Teniente Comandante al-Cygni había instalado un dispositivo de retransmisión de titanio en la base del proyector. Ella quería usar un modelo más ligero pero Loki había insistido en que era necesario un equipamiento más robusto. Ponder había estado demasiado débil en la oficina del Gobernador para concentrarse plenamente en la explicación del plan de Loki. Pero comprendió que los alienígenas estaban buscando una poderosa “red de inteligencia”. Algo que llamaban ‘Oráculo’. Y gracias a un traidor en sus filas, Loki había aprendido que podía fingir la firma electrónica de un Oráculo mediante la sobrecarga de datos en el dispositivo de retransmisión. Los sargentos Johnson y Byrne se mostraron reacios a confiar en la inteligencia obtenida de una fuente hostil, sobre todo después de lo que los alienígenas habían hecho en Gladsheim. Y de hecho, cuando al-Cygni reveló el plan completo de Loki, los marines habían mostrado algunos de los gestos de indignación del Gobernador Thune. Si iban a tratar de filtrar a todos los ciudadanos restantes de Harvest lejos del buque de guerra, ¿por qué diablos quería atraerlo más cerca de Utgard? De repente, una de las naves de descenso alienígenas salió de un portal que brillaba intensamente en la popa del buque de guerra. Se deslizó frente a las siete hebras de los elevadores, como un diapasón comprobando la afinación de las cuerdas de un piano gigantesco. Ponder subió a la tarima de tablones de madera, y se dio cuenta de que la nave cargaba cuatro objetos suspendidos en un campo azul eléctrico que oscilaba entre sus bahías. Cuando la nave desaceleró y los objetos cayeron a tierra, Ponder notó que eran vehículos de algún tipo. En el instante en que tocaron suelo, sus ruedas dentadas comenzaron a girar. Entonces, arrojando terrones de tierra y pasto detrás de ellos, comenzaron a girar alrededor de los robles, para reconocer el terreno. 255

Encuentro en Harvest - Joseph Staten Cada vehículo era conducido por uno de los alienígenas con armadura. Ponder reconoció al más alto, del jardín botánico, con su piel erizándose entre los espacios en su armadura azul. Sin embargo, el líder era una bestia con piel de color negro brillante y armadura roja, que giró su vehículo en dirección a la loma y se detuvo rotundamente entre la fuente y el quiosco. Ponder notó dos cosas cuando el alienígena desmontó: en primer lugar, el asiento del vehículo se mantenía elevado del suelo, evidencia de una capacidad limitada de antigravedad, en segundo lugar, el vehículo estaba armado con un par de los rifles alienígenas ‘Spikers’. Éstos estaban soldados crudamente a la parte superior de lo que el Capitán asumió, era el motor del vehículo. Cables serpenteaban desde los rifles hasta el asiento del conductor, característica que permitiría al conductor disparar y maniobrar al mismo tiempo. El alienígena de armadura roja saltó sobre la tarima y caminó hacia Ponder, con otro de esos rifles colgando de su cinturón. Se detuvo fuera del alcance de Ponder, pero aún dentro del suyo. Sus ojos amarillos brillaban desde el interior del casco anguloso. El Capitán sonrió, extendió el holo-proyector y presionó el interruptor de encendido. El símbolo circular que Loki había recibido de su informante alienígena parpadeó por encima del dispositivo. Por un momento, la bestia imponente miró de reojo hacia abajo, a Ponder –un depredador evaluando a una débil presa. Luego estiró sus gruesas garras, sujetó el proyector, y se lo acercó. Sus fosas nasales olfateaban el aire crepitando alrededor del símbolo. Dio al proyector una sacudida, como un niño sospechando de un regalo de cumpleaños grande, pero muy ligero. –Lo que ves es todo lo que tengo –dijo Ponder, alcanzando el bolsillo pectoral de su camisa verde oliva. El alienígena sacó su arma y gritó al Capitán. –Lo lamento, sólo tengo uno –dijo Ponder extrayendo un puro Sweet William. Puso el cigarro entre sus dientes y acercó su encendedor de plata. –Ajuste de 600 metros verticales a las coordenadas anteriores. La voz de Loki crepitó en el auricular de Ponder. –Te puedo dar diez segundos. –Creo que voy a quedarme y disfrutar del espectáculo. El alienígena gruñó algo que podría haber sido una pregunta. El Capitán no estaba seguro. Pero se decidió a responder de todos modos. –Algún día vamos a ganar –dijo, encendiendo el cigarro–. Sin importar el costo. El buque de guerra alienígena se estremeció cuando el proyectil supersónico del acelerador magnético de Harvest se estrelló contra la proa bulbosa, arrugando el casco metálico iridiscente con un tremendo ‘clang’. Al mismo tiempo, todas las ventanas de las torres cercanas al parque estallaron por la 256

Encuentro en Harvest - Joseph Staten fuerza del impacto. Incluso antes de que el buque comenzara a inclinarse hacia el este, una segunda ronda golpeó, penetrado en el casco ya debilitado y rasgando la nave, de proa a popa. Las luces púrpuras a lo largo del vientre del buque parpadearon y se apagaron. Se inclinó de lado y comenzó a caer –y se hubiera estrellado en el parque de no haber sido por su orientación perpendicular. El buque descendió entre dos pares de torres a cada lado del parque pero se atoró en el espacio cerrado que había entre sus pisos superiores, quedando literalmente sostenido por los edificios. El buque de guerra paró con un estremecimiento, creando avalanchas de escombros y polvo, que se deslizaron por los ventanales lustrosos a los lados de los edificios hasta caer en el bulevar debajo de éstos. En contraste directo, el Capitán de repente se encontró elevándose hacia el cielo. Miró hacia abajo y se sorprendió al ver el arma afilada del alienígena golpeando en su estómago, atravesando sus vendas y el yeso que lo cubría. Ponder no sentía nada pero sus botas comenzaron a temblar, y supo que su columna vertebral había sido cercenada en el golpe. A medida que el arma cortante finalizaba su giro, el alienígena le agarró por el cuello y tiró de su arma para retirarla. Por desgracia, las cuchillas dolieron mucho más al salir de lo que lo habían hecho al entrar. La boca de Ponder se abrió en un grito silencioso y el cigarro cayó de sus labios, rebotando en una de las patas del alienígena. Gruñendo, la criatura liberó el cuello de Ponder, y el Capitán se estrelló contra el suelo de madera en un charco de su propia sangre. Ponder pensó que el extraterrestre lo mataría allí mismo, rápidamente –disparándole al pecho o aplastando su cráneo con un pisotón rápido de sus pies anchos y planos. Pero al igual que él, el alienígena se distrajo por un nuevo ruido, resonando por encima del estruendo del duro aterrizaje de la nave alienígena. Siete cajas pequeñas se deslizaban hacia la Tiara, sus paletas de levitación magnética crujían y se frotaban contra las hebras del sistema delevación. Aunque el Capitán perdió de vista las cajas cuando pasaron por detrás del crucero, él sabía exactamente lo que eran: ‘cubos de grasa’ que se utilizaban para llevar a cabo el mantenimiento regular de las hebras superconductoras. Pero hoy desempeñaban un trabajo diferente, y llevaban una carga diferente. Ponder tendió una mano temblorosa para recuperar su cigarro, rezando porque los cubos alcanzaran con rapidez la cima. El alienígena de armadura roja rugió y saltó desde el escenario. El Capitán vio cómo reunía a sus compañeros y les ordenaba que fueran hacia el noreste – en dirección al complejo del reactor y del acelerador magnético de Harvest. Los tres alienígenas en armadura azul arrancaron en sus máquinas afiladas, con los escapes de los motores escupiendo fuego. A continuación, el alienígena de 257

Encuentro en Harvest - Joseph Staten armadura roja corrió de nuevo hacia su nave de descenso y se elevó rápidamente para alcanzar el buque de guerra. Para entonces, el primer contenedor de carga había comenzado su ascenso. Cada uno estaba lleno con aproximadamente mil evacuados. Si todo seguía según lo planeado, en menos de noventa minutos los ciudadanos restantes de Harvest escaparían de forma segura del planeta. Pero Ponder sabía que tenía muy poco tiempo para evacuar a todos. –Loki –Ponder hizo una mueca–. Dile a Byrne que va a tener compañía. El Capitán pensó en sus infantes de marina y en sus reclutas –pensó en todos los hombres y mujeres que había dirigido. Pensó en cómo había perdido el brazo y estaba feliz de darse cuenta de que no era una de esas personas que perdía sus últimos momentos preciosos debatiendo consigo mismas si hubiesen hecho algo diferente si hubiesen tenido la oportunidad. Parpadeó para limpiar sus ojos del polvo de policreta que flotaba por sobre el parque, y en ese momento, los primero rayos amarillos de Epsilon Indi brillaron desde el horizonte. Disfrutando de la calidez, Ponder cerró sus ojos para siempre. * * * –Mira los dedos mientras abro –dijo Guff mientras insertaba el mango de su llave inglesa en la hendidura del cerrojo metálico de un armario alto. Tukduk dejó de recoger las cosas de un gabinete adyacente por el tiempo suficiente para responder. –La siguiente es mía –tomó una botella transparente con un líquido perfumado y viscoso, estudiándolo con su ojo bueno, y entonces lo arrojó sobre un montón de toallas y uniformes de tela en el centro de la habitación de paredes blancas–. Este no es bueno. –No hay nada bueno –se quejó Guff, haciendo palanca con la llave hasta que la cerradura chasqueó. –¡Dejen las quejas! –ladró Flim, del otro lado de la pila– ¡Busquen! Dadab negó con la cabeza, sentado en un banco junto a la pila. A pesar de que él había insistido en que la Luminary del Rapid Conversion no había encontrado ninguna reliquia en la instalación orbital, Flim estaba convencido de que el Diácono estaba mintiendo, tratando de mantener los tesoros ocultos de la estación para sí mismo. Y aunque ya era evidente que estaban en una habitación en la que todo lo que hacían los alienígenas era lavarse, Flim se negó a ceder hasta que encontraran resultados. –¡Mira donde pisas! –gruñó cuando Guff accidentalmente pisó uno de los tubos flexibles de muchos que habían tirado al suelo. El extremo del tubo se abrió rociando a Flim con una crema pegajosa y de color marfil. Flim aprisionó la cabeza de Guff con uno de sus brazos, haciendo que se arrodillara. Éste limpió el desastre con una de las toallas. Tukduk, tratando de tomar venta258

Encuentro en Harvest - Joseph Staten ja de la distracción, sacó una caja plana de metal de la parte superior del recién abierto casillero. Pero Flim lo sorprendió en el acto. –Tráeme eso –espetó. Dadab imaginó que la caja era sólo una unidad de señalización o alguna máquina de cálculo básico que pertenecía a uno de los tripulantes ausentes de la estación orbital. En comparación con los circuitos en la sala de control, esa pequeña caja no tenía valor. Pero por mucho que le dolía a Dadab mantener la farsa de su investigación santa, preguntó en tono curioso. –¿Puedo ver esa cosa cuando hayan terminado? –¿Por qué? –respondió Flim, arrebatando la caja a Tukduk. –He encontrado una igual a esa, hace algunos ciclos. Creo que son parte de un conjunto –mintió el Diácono–. Si logramos encontrar todas ellas... Flim entrecerró los ojos. –¿Sí? –Bueno, sería mucho más valioso. El Ministerio nos recompensaría con creces. –¿Cómo cuanto? –Oh, todo lo que puedan desear –Dadab se encogió de hombros–. Dentro de lo razonable, por supuesto. Los grandes ojos de Flim parpadearon y priorizó sus deseos –algunos más razonables que otros. Luego le gruñó a Guff. –¡No limpies! ¡Busca! –Guff descartó la toalla con gusto y recuperó su llave, disponiéndose a forzar otro armario. Dadab respiró superficialmente y fingió una tos. –Me queda poca carga –golpeando suavemente el tanque de metano con sus nudillos–. Necesito una recarga. Flim no protestó. Se había levantado temporalmente la máscara y estaba probando la dureza de la caja con sus dientes puntiagudos. –Regreso pronto –agregó Dadab en un tono casual, saliendo de la habitación hacia la pasarela. Por supuesto, tenía bastante metano. Sin embargo, el Diácono había pasado casi todo un ciclo con los otros Unggoy, y desesperadamente quería un poco de tiempo a solas con Más Ligero Que Otros. El Huragok había hecho algunos comentarios muy crípticos sobre los Jiralhanae. Dadab había visto al Jefe en el hangar y se acordó de su pierna lesionada. Algo estaba sucediendo en el planeta alienígena, y el Diácono quería saber exactamente qué. A medida que dobló en una esquina, sintió un temblor en la estación orbital. Curioso, a pesar de su prisa, miró por una de las ventanas que se encontraban en el puerto de observación. Era difícil saberlo con seguridad, pero Dadab creyó ver uno de los cables vibrar. Eso es raro, pensó, alejándose de la ventana. 259

Encuentro en Harvest - Joseph Staten Pero entonces vio una luz roja parpadeando por encima de una esclusa, conectada a un puerto de acoplamiento retractil para acoplar naves, y se quedó paralizado de miedo. Tomó sólo un resueno de la alarma para que se pusiera en movimiento nuevamente, moviendo sus piernas rechonchas lo más rápido que podía para correr. En el interior de la habitación central, Dadab encontró a Más Ligero Que Otros, con sus tentáculos metidos profundamente en la torre central de circuitos nuevamente. Dadab resopló con fuerza para llamar la atención de la criatura. < ¿Qué has hecho? > gesturizó el Diácono. < Reparé estos circuitos. > < ¿Activaste el elevador? > < No > El Huragok temblaba de placer. < He corregido nuestros errores. > Dadab estaba sorprendido y aterrorizado a la vez por el anuncio de Más Ligero Que Otros. Pero cuando estaba a punto de pedirle una aclaración, la voz de Maccabeus rugió desde el intercomunicador. –¡Diácono! Diácono, ¿me oyes? –S-sí Cacique –tartamudeó Dadab. El momento de su llamada hizo parecer como si el Jefe vigilara el interior del centro de control del orbital, como si fuese plenamente consciente de la complicidad de Dadab con el Huragok para activar circuitos alienígenas. –¡Los extraterrestres nos han atacado! ¡Inmovilizaron el crucero! Las rodillas de Dadab temblaban con terror creciente. ¿Cómo podía ser? –¡Están ascendiendo a la órbita! –continuó el cacique– ¡Debes retenerlos hasta que pueda enviar ayuda! Dadab apuntó hacia las torres. < ¡Destruye los circuitos! > < No lo haré. > < ¡El cacique lo ordena! > Por lo general, el Huragok expresaba su desacuerdo con una emisión de gases de mala educación. Pero esta vez mantuvo sus válvulas cerradas, haciendo hincapié en su determinación. < Ya no sirvo a los Jiralhanae. > < ¿Qué? ¿Por qué? > < Están jugando como con los gusanos. > < No lo entiendo… > < El Cacique va a quemar este mundo. Va a matar a todos. > < ¡Los alienígenas tomarán esta instalación! ¡Nos van a matar! > respondió Dadab. Más Ligero Que Otros relajó sus extremidades. Ya había dicho todo lo que deseaba decir. 260

Encuentro en Harvest - Joseph Staten El Diácono tomó la pistola de su arnés, y apuntó a las torres. El Huragok se interpuso en la línea de fuego. < Muévete > gesturizó Dadab con su mano libre. Sin embargo, el Huragok permaneció en su lugar. El Diácono hizo todo lo posible para mantener a su amigo en la mira, pero su mano estaba temblando, entorpeciendo su gramática, así como su puntería. < Mover, o, yo, disparar, tu. > < Todas las criaturas transitarán el Gran Viaje, en la medida de su fe. > las extremidades del Huragok se desplegaron con gracia, lentamente. Dadab ladeó la cabeza. Era una pregunta válida. –¡No debemos dejar escapar ni a uno! –rugió Maccabeus– ¡Dime que lo entiendes, Diácono! Dadab bajó la pistola. –No, Cacique, no lo entiendo –entonces apagó su intercomunicador. * * * Maccabeus maldijo entre dientes. Ya era bastante difícil de entender a un Unggoy bajo circunstancias normales, con sus máscaras ensordeciendo sus palabras. Pero con las alarmas del puente resonando y las explosiones que estremecían las cubiertas más bajas del Rapid Conversion, había sido imposible escuchar las respuéstas del Diácono a la breve conversación. –Diácono –rugió Maccabeus–. ¡Repite la última transmisión! Pero la señal del Unggoy se había convertido en estática. El cacique se levantó furioso de su silla de mando e inmediatamente se arrepintió de su decisión. Ya no necesitaba su férula, pero la pierna no se había curado completamente. No había estado ni siquiera un ciclo en la sala de cirugía, cuando la Luminary descubrió un nuevo Oráculo en el planeta, oculto en su ciudad más grande. Los alienígenas habían activado una baliza en medio del parque de la ciudad, lo que indicaba su deseo de otra negociación. Maccabeus no tenía ganas de hablar, y sólo descendió en el Rapid Conversion para un ataque sorpresa cristalizando la ciudad después de obtener el Oráculo. Pero fueron los alienígenas quienes le tendieron la trampa. El Cacique se apoyó contra la silla de mando cuando una explosión especialmente fuerte sacudió el puente. –Informe –gritó a su oficial de ingeniería, Grattius. El Jiralhanae mas anciano frunció el ceño ante su consola de control, su pelaje moreno estaba iluminado por el brillo de decenas de alertas holográficas parpadeantes. –¡Cañón de plasma inutilizable! ¡Hay un incendio en el interior de la bahía 261

Encuentro en Harvest - Joseph Staten de armas! –¡Envía a los Yanme'e! –gruñó Maccabeus– ¡Diles que apaguen el fuego! La primera de las rondas cinéticas de los alienígenas no había hecho mucho daño interno al crucero. El casco de la nave recibió el impacto del proyectil, deteniendo su avance. Pero la segunda ronda golpeó limpiamente, cortando conexiones vitales entre el reactor de la nave y los generadores antigravedad. Aunque Maccabeus ya había ordenado a los Yanme'e reparar las conexiones, estaba mucho más ansioso por proteger su cañón. Si algo llegaba a suceder al Huragok en la estación orbital, no habría manera de reparar las armas. El cacique sabía que los alienígenas que huían por los cables advertirían a cualquier otro mundo que fuese proveído por ese planeta. Sin lugar a dudas, los buques de guerra alienígenas llegarían. Y a menos que el Ministerio dispusiera el inmediato envío de fuerzas adicionales, Maccabeus tendría que luchar por su cuenta. Grattius ladró a uno de los otros dos Jiralhanae en el puente, un joven de poco pelo llamado Druss. –¡Ve y supervisa el trabajo de los insectos! Cuando Druss dejó su puesto y corrió por el puente, pasando la entrada y bajando por el eje central del crucero, Maccabeus se apoyó fuertemente en el Puño de Rukt y cojeó hasta el holo-tanque. Otro miembro de su tripulación, Strab, miraba con enojo a una representación holográfica de la estación orbital alienígena y sus cables. –¡Las cajas más pequeñas llegarán a la cima pronto! –Strab señaló siete iconos escalonados deslizándose rápidamente hacia arriba– ¡Y los más grandes no se quedan atrás! Macabbeus ajustó el Puño de Rukt para que el extremo de piedra de éste se situase cómodamente en su brazo derecho, soportando la mayor parte de su peso. A pesar de lo indignado que estaba por el daño a su nave amada debía reconocer la audacia del plan de los extraterrestres. Después de que no habían podido defender sus lejanos asentamientos y su ciudad en el llano, Maccabeus no esperaba demasiado de estos. Y aunque conocía la función de la estación orbital, nunca pensó que sería utilizada para llevar a cabo una evacuación, al menos no mientras que el Rapid Conversion sobrevolara el cielo. El Maestro de Nave sabía que tenía que hacer todo lo posible para detener a los alienígenas y no fallar completamente a los profetas. Los Unggoy no estaban entrenados para el combate, por lo que tendría que reunir a sus tropas y embarcarlas en una misión –destruir la estación orbital como Tartarus había sugerido la primera vez que se acercaron al planeta. –Sobrino –gritó el Maestro de Nave, tratando de localizar el icono de Tartarus sobre la superficie del planeta. El proyector estaba caliente, con muchos miles de Luminations. Algunas se movían hacia arriba por los cables, sin duda 262

Encuentro en Harvest - Joseph Staten eran los alienígenas que huían con sus reliquias. –¿Cuál es tu ubicación? –Aquí, tío –respondió Tartarus. Maccabeus miró y se sorprendió al ver a su sobrino, caminando por el puente. Los incendios en el eje del crucero habían manchado con hollín su armadura roja y quemado algo de su pelo cuando subió desde el hangar. Las patas de Tartarus estaban rojas e hinchadas, quemadas por el calor abrasador de los peldaños de la escalera. En una de sus garras sostenía un disco de cobre grueso. –¿Qué es eso?– preguntó Maccabeus. Tartarus levantó el holo-proyector alienígena por encima de su cabeza. –El Oráculo… –lanzó el proyector al suelo. Que se hizo pedazos con un estrépito y las destrozadas piezas se deslizaban a través de la cubierta– ¡Es falso! Maccabeus observó el círculo de bronce y enmudeció. –Dijiste que mostraba el glifo. ¿Cómo podrían ellos saber…? Tartarus dio un paso hacia el holo-tanque y gruñó. –Hay un traidor entre nosotros. Grattius y Strab mostraron sus dientes y gruñeron. –¡O la Luminary miente! –lanzó Tartarus. A continuación, mirando a Maccabeus– De cualquier manera, eres un tonto. El Cacique ignoró el insulto. –La Luminary –dijo tranquilamente– es creación de los mismos Forerunners. –¡Los santos Profetas marcaron la nuestra como averiada, no funcionaba desde un principio! –ahora Tartarus hablaba con Grattius y Strab– ¡Pero aún así él no hizo caso! De hecho, fue el Viceministro Tranquility mismo quien le dijo al Maestro de Nave hacer caso omiso de la Luminary –que la comprobación del dispositivo había sido incorrecta. No se encontraron reliquias, le había dicho el Profeta, en un canal de comunicación de alta prioridad. No había Oráculo. Solo un planeta lleno de ladrones que debían morir. –¡Su soberbia ha destruido nuestra nave! –continuó Tartarus– ¡Puso en peligro la vida de toda nuestra tripulación! La sangre de Maccabeus comenzó a hervir. Se le hizo más fácil ignorar el dolor en la pierna. –Yo soy el Cacique. Mi decisión impone normas a esta jauría. –No, tío –Tartarus se quitó el rifle de su cinturón–. Nunca más. Maccabeus recordó el día en que había desafiado el dominio de su jefe, su padre. Como era tradición, la lucha se libró a muerte. Al final, el anciano padre de Maccabeus había recibido felizmente el cuchillo de Maccabeus a través de 263

Encuentro en Harvest - Joseph Staten la garganta –la herida mortal de un guerrero, causada por alguien que amaba. Antes de la llegada de los San'Shyuum y sus misioneros, con sus promesas de trascendencia, un Jiralhanae anciano no podría haber esperado un mejor final. Pero Maccabeus no era tan viejo. Y ciertamente no estaba preparado para trascender. –Una vez hecho, un desafío no puede ser evitado. –Conozco la tradición –dijo Tartarus. Quitó el cargador de municiones de su rifle y lo arrojo a Grattius. Luego apuntó a la pierna de Maccabeus–. Usted está en desventaja. Le permitiré tener el martillo. –Me alegro ver que has aprendido el honor –dijo Maccabeus, pasando por alto el tono arrogante de su sobrino. Hizo un gesto a Strab para que le alcanzara su casco de su silla de mando–. Sólo desearía haberte enseñado la fe. –¿Me llamas infiel? –gruñó Tartarus. –Eres obediente, sobrino –Maccabeus tomó el casco de las manos temblantes de Strab y se lo colocó en la parte superior de su cabeza calva–. Espero que aprendas la diferencia algún día. Tartarus rugió y cargó hacia adelante, trabando combate cuerpo a cuerpo a un lado del holo-tanque –Tartarus cortando el aire con las cuchillas de media luna de su rifle y Maccabeus parando con su martillo. El joven Jiralhanae sabía que le tomaría un solo golpe aplastante del martillo para quedar fuera de combate, y el Puño de Rukt tenía las marcas de las innumerables víctimas que no fueron lo suficientemente sabias para mantenerse alejadas de su piedra. A medida que rodearon el holo-tanque y regresaron a sus posiciones iniciales, Maccabeus tropezó con la carcasa del holo-proyector. Sus ojos habían estado vigilando tan de cerca las cuchillas del rife de Tartarus que había olvidado que estaba allí. Su pierna lesionada falló al tratar de mantener el equilibrio, y, en ese momento de debilidad, Tartarus se abalanzó sobre él. Arrancó el casco del Cacique y comenzó a cortar su cara y cuello. Maccabeus levantó un brazo para desviar el ataque y las cuchillas hicieron un corte profundo en la parte inferior sin armadura de su antebrazo. El Cacique aulló de dolor cuando la hoja cortó el musculo y algo de hueso. Balanceando el martillo con su brazo sano, Maccabeus golpeó a Tartarus en el lado de su rodilla. Sin embargo, el golpe lateral con una sola mano, transmitió muy poca fuerza. Tartarus cojeó hacia atrás, con la sangre de Maccabeus aún goteando de las cuchillas, esperó a que su tío se pusiera de pie. La garra del brazo lesionado del Maestro de Nave ya no podría sostener el martillo, pero aún era capaz de apoyarlo en el pulgar y ayudarse a levantarlo. Con un gran rugido, cargó contra su sobrino con toda la fuerza que le quedaba. Tartarus se encorvó como si se preparara para recibir el impacto, pero retrocedió al último segundo cuando su tío se acercó. Maccabeus vaciló –dio unos pasos pesados que no había planeado– y golpeó su martillo contra el grueso 264

Encuentro en Harvest - Joseph Staten dintel de la puerta de entrada del puente. Cuando el cacique se tambaleó hacia atrás, sorprendido por el temblor luego del golpe, Tartarus levantó su rifle y saltó hacia delante. Agarró a Maccabeus por el cuello, le dio la vuelta sobre su pierna lesionada, y lo envió por el aire hacia el pasillo cercano al eje de crucero, sin su martillo. Agarrando desesperadamente con su mano buena, Maccabeus logró alcanzar el peldaño más alto de una escalera descendente, llevando su peso hacia arriba. –Duda –se quejó Maccabeus, tratando de mantener el control sobre su cuerpo. –Lealtad y Fe –respondió Tartarus, caminando a la orilla de la escalera. Ahora sostenía el Puñode Rukt. –Nunca olvides el significado de esta Era, sobrino. Una explosión sacudió el crucero, enviando un chorro de fuego a través del espacio vacío de la escalera, unas cubiertas por debajo de las piernas de Maccabeus. Los Yanme'e pululaban por todas partes, sosteniendo equipos de control de incendios en sus garras, ajenos a la lucha de su Capitán. Tartarus le enseñó los dientes. –¿No lo sabes, tío? Este lamentable Era ha terminado. Con un poderoso flexionamiento de sus hombros, Tartarus llevó el martillo hacia abajo, rompiendo el cráneo del jefe contra la escalera. La garra de Maccabeus se relajó. Luego, su cuerpo sin vida se desplomó sobre las llamas, mientras los Yanme’e se apartaban. Por un momento, Tartarus se mantuvo quieto, jadeando por el esfuerzo de su triunfo. El sudor le corría por debajo de la piel. Pero no emitía su irregular olor habitual. Tartarus resopló, reconociendo su nueva madurez. Luego se quitó el cinturón y lo enrrolló alrededor del Puño de Rukt, a modo de correa para mantener el antiguo garrote sobre su hombro. Grattius se acercó lentamente a través del pasillo, sosteniendo el casco de Maccabeus. Strab no estaba muy lejos. Ambos Jiralhanae se arrodillaron ante Tartarus, lo que confirmaba su liderazgo de la jauría y comando del Rapid Conversion. Tartarus tomó el casco de Maccabeus como un trofeo. Luego descendió por la escalera. El nuevo Maestro de Nave había dejado la nave de descenso en el hangar, y la necesitaría para llegar a la estación orbital extraterrestre. Pero antes de eso, Tartarus estaba decidido a salvar la herencia de su tío de las llamas –la armadura dorada de cacique– para usarla como propia. * * * Sif despertó. Y trató de recordar quién era. Todas sus bases de datos estaban apagadas. Los clusters de los procesado265

Encuentro en Harvest - Joseph Staten res estaban a oscuras. La única parte de ella con poder era su núcleo de lógica cristalino. Pero fue acosada por impulsos emocionales fuertes –operaciones insistentes que no tenía capacidad para analizar. De repente, uno de sus clusters se activó. Un impulso COM llamó en una esquina de su núcleo lógico. La inteligencia, probando su lógica, respondió: < Más, Ligero, Que, Otros. > Sif pensó por unos largos segundos. Y mientras pensaba –presionando el cluster para obtener más datos– la inteligencia encendió una de sus bases de datos. Los recuerdos inundaron sus pensamientos: Harvest, Tiara, los extraterrestres, y Mack. Las emociones se revelaron contra su lógica, exigiendo un análisis. Sif se encogió dentro de la parte más profunda de sí misma, manteniéndolos a raya. Pasaron los minutos. Sintió más impulsos de un cluster de procesador recién activado. < ¿Quién, eres? > Pero Sif sí sabía que la otra inteligencia estaba seleccionando bits de una tabla alfanumérica en la memoria flash alojada en el primer grupo de sus bases de datos. Esta inteligencia estaba escogiendo esos bits de forma electroquímica, presentándoselos directamente a su núcleo de lógica. Sin darse cuenta, Sif ya había comenzado a responder del mismo modo, pero notó que el modo de comunicación no era típicamente humano. < Sí. > La inteligencia extraterrestre se detuvo por un momento. < Pero, no, como ellos. > Una sensación tiró del subconsciente de Sif: el tirón de un cepillo peinando el cabello de una mujer. 266

Encuentro en Harvest - Joseph Staten

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Encuentro en Harvest - Joseph Staten El segundo cluster aceleró su procesamiento, enviando el contenido de dos almacenes de datos a su núcleo de lógica. Ella recordó un plan –encomendado desde Harvest hacía muchos días y semanas; guiar los propulsores de los elevadores. < Yo, saber, yo, quiero, ayudar. > Sif tuvo dificultades para recordar cómo solía trabajar –qué clusters cumplían qué tareas. Se concentró en los procesadores que controlaban los circuitos de los contenedores de carga. Estos siempre habían sido los encargados de las tareas más sencillas. Pero fueron las únicas funciones que estaba lo suficientemente fuerte como para manejar, al menos por ahora. < Sí, tu, espera. > Sif hizo lo que pudo para ignorar sus propias emociones, clamando por su atención. Sin embargo, una violenta sacudida de aprehensión resultó innegable. Había algo que había olvidado preguntar, algo que su mente racional exigía saber para comprender la situación. La inteligencia extraterrestre pensó un momento y luego respondió: < Mas, Ligero, Que, Otros. > Pasarían muchos minutos más antes de que Sif tuviese la capacidad de procesar la simple repuesta del alienígena, una verdad existencial: puedo ayudar porque eso es lo que soy.

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Encuentro en Harvest - Joseph Staten Capítulo Veintiuno La cabeza de Forsell cayó sobre el hombro de Avery. El corpulento recluta se había desmayado casi inmediatamente después de que las paletas maglev del cubo de grasa hicieron contacto con la hebra número dos. Durante el transcurso de cuatro segundos, el cubo había triplicado su velocidad de ascenso. Y las fuerzas G resultantes fueron extremas –algo que los reclutas no estaban preparados para manejar. Solamente Avery había logrado mantenerse consciente porque utilizó el entrenamiento que había recibido para los descensos orbitales en HEV27 –apretando las rodillas y regulando su respiración, para evitar que la sangre se acumulase en sus piernas. El cubo era un cilindro ancho y bajo, compuesto por dos mitades en forma de ‘C’. Las ventanas limpias y curvadas en la pared interior proveían una visión de trescientos sesenta grados de la hebra, que se veía como una mancha dorada. El estrecho interior del cubo estaba diseñado para cargar a cuatro personas, pero los JOTUN de mantenimiento habían quitado los controles y monitores de los brazos de mantenimiento con apariencia de cangrejo del cubo, haciendo espacio para acomodar doce asientos –cada uno tomado de los vehículos abandonados en Utgard. Los asientos estaban colocados de lado a lado, de espaldas al cable así Avery y sus reclutas podrían salir por la única escotilla del cubo lo más rápidamente posible cuando se acoplase a la Tiara. –¿Comandante? ¿Sigue conmigo? –gruñó Avery por el micrófono de su garganta mientras enderezaba el cuello de Forsell. No quería que el recluta se despertara con un calambre, y no solo porque afectaría su puntería. –Apenas –contestó Jilan desde su cubo–. Healy está aguantando. Dass también ¿Qué hay de los tuyos? –Todos fuera de combate. Cuando el Capitán Ponder le había ordenado a Avery retomar la Tiara, pidió voluntarios. La misión era extremadamente peligrosa, y Avery sabía que habría bajas. Pero terminó teniendo más voluntarios que asientos; una mezcla de reclutas del tercer escuadrón del primer pelotón. Cada uno de ellos (Forsell, Jenkins, Andersen, Wick, e incluso el casado Dass) estaban dispuestos a arriesgar sus propias vidas para darles a sus familiares, amigos y vecinos la oportunidad de escapar de la embestida alienígena. Cuando el cubo de Avery dejó atrás la estratósfera de Harvest y la fricción del aire se redujo a cero, incrementó la velocidad otra vez. Avery hizo una mueca y lucho contra la oscuridad que cerraba sus párpados. 27

Siglas en inglés para ‘Human Entry Vehicle’, ‘Vehículo de Entrada/Descenso/Ingreso Humano’.

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Encuentro en Harvest - Joseph Staten –¿Johnson? –¿Señora? –Voy a desmayarme. –Entendido. La alarma está colocada para quince y cinco. Avery sabía que la Teniente Comandante podría aprovechar el descanso. Igual que los marines y la mayoría de los milicianos, ella no había dormido para nada durante las cuarenta y ocho horas desde el ataque alienígena sobre Gladsheim. Y Avery sospechaba que de hecho, no había dormido más que unas pocas horas cada noche desde que habían emboscado a los alienígenas en el carguero hacía casi un mes. Avery estaba entrenado para pensar tácticamente. Pero apreció que la responsabilidad de Jilan por el planeamiento estratégico debía ser igualmente agotadora. Al final, el plan para retomar la Tiara había requerido la experticia de ambos. De los siete cubos de grasa ascendiendo hacia la estación, solo aquellos en las hebras número dos y seis (los de Avery y Jilan, respectivamente) cargaban a los equipos de asalto de la milicia. Los otros cinco estaban vacíos –señuelos, cargados con minas claymore conectadas a sensores de movimiento. Por recomendación de Avery, estos cinco cubos llegarían a la estación antes. Una vez que se detuviesen dentro de las estaciones de acoplamiento del orbital, extenderían automáticamente sus escotillas retráctiles. Cualquier alienígena suficientemente curioso para abrir las escotillas de alguno de los cubos para inspeccionar, recibiría una desagradable sorpresa: un estrecho cono de proyectiles de metal redondos, explotando con fuerza letal. Los perdigones de las minas también perforarían las paredes delgadas de la escotilla. Pero cuando las estaciones uno, tres, cuatro, cinco y siete estubiesen despejadas de contactos hostiles, ya no serían necesarias tales escotillas. Los contenedores llenos de evacuados pasarían por la Tiara sin detenerse. La tarde anterior, poco más de doscientos cincuenta mil personas habían sido distribuidas entre doscientos treinta y seis contenedores de carga en los depósitos del séptimo elevador de Utgard –asegurándose a una mezcla de asientos de vehículos y Vagones de Bienvenida que los JOTUNs habían sujetado furiosamente rápido en los suelos de los contenedores. Ya había unos veintiocho contenedores en las hebras, en catorce pares vinculados. Cada cinco minutos, otros siete pares comenzarían a ascender. Y si todo salía según lo planeado, en menos de noventa minutos desde el primer disparo del acelerador magnético de Loki, todos los evacuados habrían de abandonar la superficie del planeta. Por supuesto, esto era solo el comienzo del desgarrador viaje de los evacuados. Los pares de contenedores no solo tenían que llegar hasta la Tiara sin ser molestados, sino que también tendrían que completar un recorrido mucho mas largo por sobre las hebras –casi a medio camino del arco de contrape270

Encuentro en Harvest - Joseph Staten so– para obtener la velocidad necesaria para interceptar las cápsulas de propulsión que Sif había posicionado anteriormente. Y además de todo esto, la Tiara debería permanecer perfectamente balanceada, incluso cuando todo el peso sobre sus hebras estaría muy por encima de sus límites comprobados. Loki tendría sus manos llenas y Avery esperaba que la IA fuese tan capaz como Jilan creía que era. El Sargento sintió su tableta COM zumbar en el bolsillo pectoral de su uniforme, informándoles que los cubos señuelos estaban comenzando a desacelerar. «Quince minutos más», pensó Avery, palmando y tirando de los bolsillos de su chaleco para asegurarse de que sus cargadores estuvieran adecuadamente empacados. Tenía su rifle de batalla, con el cañón apuntando hacia arriba, entre sus rodillas, pero había cambiado su habitual pistola M6 por una subametralladora M7 de la armería de Jilan. Con su elevada tasa de fuego y tamaño compacto, la M7 era perfecta para el combate en espacios cerrados. El saco que contenía los cargadores de sesenta rondas de la subametralladora era de velcro. Avery se lo quitó de su chaleco y lo ajustó en un ángulo en el que los cargadores resultasen más fáciles de agarrar. Mientras presionaba el saco firmemente en su nueva posición, sintió algo seco y quebradizo crujiendo contra su pecho. Con cuidado, sacó de un bolsillo interior uno de los cigarros Sweet William del Capitán Ponder. Había olvidado que estaba ahí. En una de las charlas finales que habían mantenido en uno de los balcones del parlamento, el Capitán había entregado un puro de su menguante suministro a cada uno de sus Sargentos. “Señores, enciéndanlos cuando todos se encuentren a salvo”, había dicho Ponder, apuntando con su cabeza hacia los anclajes de los elevadores y a los civiles agrupados en los cobertizos cercanos. No fue hasta ese momento en que Avery comprendió que el Capitán no se había incluido intencionalmente en el ritual de celebración. Ponder sabía que no lo lograría, y la verdad era que las probabilidades de éxito de sus Sargentos no eran mucho mejores. Byrne y un grupo de veinte voluntarios de los escuadrones del segundo pelotón, se encontraban estacionados en el complejo del reactor de Utgard, protegiendo el centro de datos de Loki. Unos JOTUNs habían desenterrado cuidadosamente las bobinas del acelerador magnético mientras que la nave de guerra alienígena estaba ocupada atacando Gladsheim, y Loki había dejado ajustado el cañón para que apuntase en dirección al horizonte de Utgard. Una vez que el acelerador disparó, la PSI de la ONI asumió que los alienígenas identificarían la fuente del ataque y organizarían una contraofensiva. Era el deber de Byrne asegurarse de que no cumplieran su cometido –manteniendo el centro de datos de Loki a salvo hasta que la evacuación hubiese terminado. 271

Encuentro en Harvest - Joseph Staten Al sonar la marca de los cinco minutos, el cubo de grasa de Avery se sacudió y las paletas maglev se retiraron de las hebras, y sus ruedas de frenado hicieron contacto, deteniendo lentamente su avance. La transición de velocidad fue suficiente como para despertar a Forsell, y mientras el recluta parpadeaba para salir de su sopor, Avery le indicó que palmeara el hombro de Jenkins – transmitiendo la señal para despertarse a todo el cubo. Uno por uno, los reclutas revivieron, retiraron sus MA5 de donde los habían dejado caer sobre el suelo cubierto de goma, y chequearon sus municiones. –Loki acaba de incrementar los intervalos. Siete minutos entre cajas –la agotada voz de Jilan crujió en el casco de Avery–. Tendremos que aguantar un poco más de lo planeado. Avery hizo un cálculo rápido. En ese momento debía haber unos cincuenta contenedores siendo levantados en las hebras. Su peso combinado debía estar poniendo mucha tensión sobre la Tiara. Si se deslizaba demasiado de su posición geosincrónica, la rotación de Harvest la jalaría, enrollando las hebras alrededor del ecuador como hilos con un carrete. –Todo el mundo escuche –ladró Avery–. Cuiden a sus compañeros. Chequeen las esquinas. La Tiara está funcionando con energía limitada. Los objetivos serán difíciles de ver. Avery había explicado a los milicianos el plan de asalto varias veces: ambos equipos despejarían sus estaciónes de acoplamiento y luego avanzarían y asegurarían los extremos más alejados de la Tiara. Una vez que ello estuviera hecho, acorralarían a cualquier sobreviviente alienígena en el centro, atrapándolos alrededor de la estación numero cuatro, y acabarían con ellos. –Nos encontraremos en el centro –dijo Jilan– ¿Y, Johnson? –¿Señora? –Buena suerte. Avery desabrochó su cinturón y se puso de pie. A través de las ventanas interiores, podía ver que la hebra pasaba lentamente, revelando un patrón de espina de pescado en la construcción de nano-fibras de carbono de las hebras. El cubo se detuvo tan suavemente –muy diferente a las bruscas inserciones aéreas que Avery había experimentado en otra misiones– que le preocupaba que sus reclutas no recibieran el disparo de adrenalina que necesitaban. –¡Primer pelotón! –bramó– ¡Preparen sus armas y mantengan su posición! Forsell, Jenkins, y los otros tiraron hacia atrás los cerrojos de carga de sus MA5, y cambiaron sus selectores de fuego a automático. Cuando guardaron posiciones, estos hijos de Harvest encararon la mirada de acero de su Sargento con igual determinación, y Avery comprendió que había subestimado la preparación de sus reclutas. «Están listos…» pensó Avery «…ahora quiero que lo recuerden» 272

Encuentro en Harvest - Joseph Staten –Miren al hombre a su lado –comenzó Avery–. Él es tu hermano. Él tiene tu vida en sus manos, y tú tienes la suya ¡No se rindan! ¡No dejen de avanzar! El cubo se balanceó con el cable cuando la escotilla se acopló a la estación. Los reclutas se apiñaron juntos a la izquierda y derecha de Avery. Por primera vez, los miró y los vio tal y como eran: hombres a punto de convertirse en héroes. Cuando posó sus ojos sobre los de Jenkins y sondeó su mirada, comprendió que sus motivadoras palabras carecían del mensaje más importante: esperanza. –¡Cada uno de esos bastardos que maten, significarán mil vidas salvadas! – Avery asió la palanca de apertura de la escotilla con su mano izquierda, y tomó el rifle de batalla con la derecha– Y las salvaremos. A cada una de ellas –giró la palanca hacia arriba, apartó la escotilla, y cargó hacia delante. Su escuadrón rugía detrás. Las paredes semitransparentes del conducto de acoplamiento dejaban pasar más luz de la que había en el cubo. Avery entrecerró los ojos mientras corría hacia delante, buscando objetivos. Cuando los milicianos aparecieron corriendo a sus espaldas, el conducto comenzó a temblar y rebotar, desenfocando la puntería de Avery. Afortunadamente, no vio ningún contacto hasta que llegó a la escotilla de la estación, y las cuatro criaturas enmascaradas que corrieron frente a él no parecían tener ánimos para pelear. Sus duras y grises pieles estaban manchadas de sangre azul, señal de la letal explosión de una mina claymore. Avery los dejó pasar –esperando para ver si tenían una retaguardia. Momentos después, un quito alienígena apareció, notó la presencia de Avery y levantó un puñal explosivo.Avery disparó una ráfaga de tres rondas que golpeó al alienígena en un hombro, y lo hizo dar una vuelta. Antes de que el puñal cayera al suelo, Avery ya se encontraba dentro de la Tiara. Lanzó una segunda ráfaga contra el pecho del alienígena, y la criatura se desplomó. Avery observó hacia la derecha, en dirección a la estación de la hebra número uno y no vio a ningún rezagado. Echó un vistazo a la izquierda y disparó al más cercano de los cuatro alienígenas que ya se retiraban por la esquina de la estación de acoplamiento, encajándole las rondas en las rodillas. El alienígena cayó con un grito ahogado. Pero en cuanto Avery se disponía a dar el tiro de gracia, el BR55 de Jenkins resonó, y la cabeza del alienígena desapareció en una brillante nube azul. –¡Así se hace! –gritó Anderson pasando a Jenkins y entrando por la escotilla– ¡Vaya forma de disparar! Pero Jenkins no agradeció el cumplido. En lugar de ello, miró a Avery, con la mandíbula apretada bajo sus escuálidas mejillas. Voy a matarlos, decía con la mirada, a cada uno de ellos. 273

Encuentro en Harvest - Joseph Staten –¡Andersen, Wick, Fasoldt: encárguense de cualquier herido en la primera estación! –Avery sacó el clip de municiones medio vacío de su rifle de batalla, y colocó uno nuevo en su lugar. «¿Quieres matarlos a todos?» pensó Avery, corriendo tras los alienígenas en retirada. «Tendrás que ser más rápido que yo». *

*

*

Byrne había estado esperando un ataque aéreo –una o más de las naves de descenso alienígenas, con sus poderosas torretas de plasma– asíque ordenó a los reclutas que se distribuyeran entre los campos de trigo alrededor del reactor para intentar darles la mayor cobertura posible. Pero cuando Loki le transmitió la advertencia del último aliento de Ponder, acerca del trío de vehículos acercándose, los hizo retirarse rápidamente, de regreso a la torre del reactor. Contra fuego aéreo, los reclutas hubiesen sido blanco fácil, atrincherados en y alrededor de la estructura de policreta de dos pisos. Pero la torre proveería un terreno elevado, esencial para resistir el asalto terrestre. De cualquier modo, el rol de Byrne seguía siendo el mismo: la carnada. De pie tras la torreta LAAG de un Warthog aparcado bloqueando la entrada al complejo del reactor, tenía una buena vista de los vehículos, que aceleraban por la salida de la autopista: grandes ruedas delanteras que ensombrecían al conductor y desgarraban el pavimento, motores que escupían humo azul y llamas anaranjadas. Esperó a que los vehículos abrieran fuego, curioso de ver que armamento poseían. Pero cuando se acercaron a menos de quinientos metros y aún no comenzaron a disparar, Byrne comprendió que sus conductores alienígenas en armadura no iban a dispararle –iban a atropellarlo. Para cuando el barril rotativo del LAAG finalmente alcanzó la velocidad necesaria, el vehículo líder aceleró hacia él con un feroz rugido. Byrne logró conseguir unos pocos segundos de fuego sostenido sobre el alienígena de armadura azul en el asiento del conductor, pero entonces tuvo que saltar de su posición. Mientras rodaba sobre el caliente y pegajoso asfalto, el Warthog explotó a su espalda –destrozándose en un terrible crujido metálico cuando la rueda afilada del vehículo alienígena lo golpeó de lado, entre las ruedas. –¡Abran fuego! –gritó Byrne al micrófono en su garganta, terminando de rodar. Mientras se ponía de pie y corría en dirección a una trinchera hecha de sacos de arena, que protegía la puerta de seguridad de la torre del reactor, Stisen, Habel, Burdick y otros dieciséis milicianos dieron rienda suelta a sus MA5s. El vehículo líder comenzó a escupir chispas y fuego de metralla, y su conductor hubiese muerto justo allí de no haber sido que los otros dos vehículos acelera274

Encuentro en Harvest - Joseph Staten ron en dirección al complejo, saliéndose de la carretera de acceso y atravesando la cerca de alambre, dividiendo el fuego de la milicia. –¡Loki! –Byrne se descolgó su rifle de batalla del hombro– ¿Cuál es tu situación? Disparó tres ráfagas contra el motor de uno de los vehículos que ahora seguían a su líder alrededor del reactor, en sentido contrario a las agujas del reloj, saliendo de su vista. Byrne no había escuchado a la IA desde que había disparado el acelerador contra la nave de guerra alienígena –colocando dos disparos a quemarropa que sonar como un trueno, estremeciendo los oídos de Byrne, incluso con los tapones que él y el resto de la milicia habían enterrando profundamente en sus orejas. El Sargento sabía que cargar las bobinas del acelerador y disparar dos proyectiles consecutivos demandaría un poder significativo. Durante su última conversación informativa con Ponder, Loki había aclarado que luego de su disparo inicial, estaría fuera de línea momentáneamente para revisar el reactor –o arriesgarse a que se derritiera en el próximo disparo. “¿Y qué sucedería… “ había preguntado Byrne “ …si uno o dos golpes no son suficientes para derribar la nave?” “Por lo que más quiera, Sargento…” contestó la IA sonriendo “tenga esperanza en ello”. Byrne apuntó con su rifle hacia la derecha y disparó sobre el vehículo líder que completaba su círculo alrededor de la torre. Observó un pelaje canela entre los espacios de la armadura del conductor, y reconoció a la criatura como la más alta de las escoltas del alienígena con armadura dorada del día del encuentro en los jardines botánicos. –¡Cuidado! –gritó Byrne cuando el alienígena dio un giro cerrado alrededor de los restos del estropeado Warthog. Púas de metal incandescente salieron disparadas de dos rifles montados arriba y detrás de la rueda, forzando a Byrne y a los tres reclutas en la trinchera, detrás de él a agacharse y cubrirse. Las púas cortaron la fila superior de sacos de arena y se incrustaron en la pared de policreta de la torre. Algunas rondas se astillaron contra la puerta metálica de seguridad, esparciendo metralla al rojo vivo sobre el asfalto, cerca de las botas de Byrne. –¡Stisen! –gritó el Sargento al líder del escuadrón 2/A, posicionado en el techo del primer piso, directamente sobre la trinchera– ¡Dispara a los bastardos! Pero el terco policía le gritó una orden en respuesta: –¡Muévase, Sargento! ¡Ahora! Y Byrne lo hizo –arrojándose a un lado para evitar el rugido de un vehículo en su dirección, empujando a los dos reclutas más cercanos fuera del camino de la afilada rueda, mientras el vehículo atravesaba la trinchera, llenando el 275

Encuentro en Harvest - Joseph Staten aire con arena. La máquina colisionó con la puerta de seguridad, y la arrancó de su marco. Para cuando Byrne se acomodó, apoyándose con una rodilla en el suelo y llevando su rifle al hombro, el alienígena ya estaba retrocediendo y preparándose para otra embestida. –¡Adentro! –gritó Byrne, corriendo hacia la puerta. Habel y otro recluta llamado Jepsen entraron con total seguridad dentro de la torre. Pero el tercero, un recluta mayor llamado Vallen, no fue tan rápido. El vehículo lo arrolló un instante antes de estrellarse nuevamente con el marco de la puerta. Byrne observó al recluta desaparecer entre las ruedas afiladas, para aparecer un momento más tarde, como madera procesada por una trituradora – tiras de uniforme y miembros saltaron hacia el cielo y en dirección a la entrada del complejo. –¡Bajen las escaleras! –gritó Byrne a Habel y Jepsen, recargando su rifle– ¡Busquen un punto angosto! Los dos reclutas se retiraron por un pasillo estrecho, en dirección a una escalera qaue conducía al subsuelo y al centro de datos de Loki. Byrne solo podía ver la coronilla de la cabeza del alienígena blindado detrás del motor de su vehículo. Colocó algunas rondas sobre el casco de la bestia, y el alienígena retiró el vehículo de la puerta, disparando en respuesta. Byrne corrió en zigzag por el pasillo. Pero en cuanto llegó hasta las escaleras, el fuego se detuvo. Se volteó a tiempo para ver al alienígena de pelaje color canela desmontando y cargando a través del umbral de la puerta. Byrne disparó múltiples rondas mientras el alienígena corría hacia él por el pasillo, encorvado y arañando el piso de policreta con sus patas. Todas las balas de Byrne hicieron blanco, pero rebotaron en los escudos de energía de la criatura. –¡Mierda! –maldijo Byrne. Saltó por la barandilla de la escalera y aterrizó sobre un tramo de escaleras más abajo. Mientras el alienígena comenzaba a disparar una salva de púas incandescentes sobre él, Byrne salto hacia abajo nuevamente hasta el nivel del sótano. Empezó a correr por un corredor bajo y el alienígena aterrizó justo a su espalda. El Sargento no hubiese llegado lejos si Habel y Jepsen no hubiesen estado esperando en una intersección de dos caminos, justo frente al centro de datos de Loki, más adelante. Los dos milicianos abrieron fuego desde las esquinas del pasillo ramificado y Byrne llegó corriendo. De a un disparo por vez, sus MA5s no eran tan poderosos como el rifle de batalla de Byrne. Pero lo que carecían sus armas de velocidad de salida, lo compensaban en cadencia de fuego. Con ambos reclutas disparando en automático, los escudos del alienígena comenzaron a fallar; plasma color cian empezó a ventilar por entre las juntas de su armadura, luchando por mantenerse cargada. Pero en lugar de retirarse hacia arriba por la escalera, el alienígena marchó lentamente hacia delante, disparando su rifle. 276

Encuentro en Harvest - Joseph Staten Una púa le dio a Jepsen en el cuello, y cayó gorgoteando sangre. Otra alcanzó a Habel en la cadera, partiendo sus huesos. Byrne atrapó al segundo recluta mientras caía, envolviendo su pecho con un brazo y disparando su rifle de batalla con el otro. El alienígena clavó otras dos púas contra el pecho de Habel –una atravesando directamente el bíceps de Byrne. El sargento gruñó, soltó el rifle, y se tambaleó de espaldas hasta la puerta del centro de datos de Loki. –¡Cuidado! –anunció Loki a través de los parlantes en el casco de Byrne, mientras la puerta se abría. Pero Byrne ya se estaba reclinando contra lo que pensaba que sería una superficie sólida, y no pudo balancearse. Quitó el tacón de su bota del umbral de la puerta y cayó hacia atrás al mismo tiempo que las dos mitades de la puerta comenzaban a deslizarse para cerrarse nuevamente, dejando al alienígena de armadura azul del otro lado. –Estuve un poco ocupado –dijo la IA a modo de disculpa–. Los contenedores ya están en las hebras. Byrne recostó suavemente a Habel en el suelo. Pero apenas había tenido tiempo suficiente para mirar a su alrededor –una sala de máquinas con iluminación fluorescente, llena con cañerías en vertical y cables que llevaban a la cámara del reactor, unos pisos más abajo– cuando el alienígena se puso a rugir y a golpear la puerta. –¿Y la nave alienígena? –Fuera de combate. Byrne desenfundó su pistola M6 de uno de los estuches laterales de su chaleco de asalto. Su bíceps estaba desgarrado y quemado. Tendría que disparar con una sola mano. –No es de extrañar que esté tan enojado. Entonces, la puerta del centro de datos se abrió un poco –sus dos hojas estaban siendo empujadas por las cuchillas del rifle alienígena. La criatura comenzó a forzar su arma de atrás para adelante, ensanchando la rendija hasta que hubo suficiente espacio para usar sus garras y hacer palanca para abrirla completamente. Retirándose en dirección al centro de datos en sí mismo –un contenedor metálico aislado en una habitación mucho más grande con iluminación tenue– Byrne disparó a través de la rendija de la puerta, donde calculaba que estaría la cabeza de la criatura. El alienígena rugió y retiró una de sus patas. El Sargento disfrutó de una oleada de triunfo, pensando que quizás había bajado su escudo. Pero un momento después, vio algo largo y con una punta pesada asomándose por el espacio de la puerta: un garrote con púas, más largo que su brazo. Byrne rodó a un lado para evitar el pesado objeto, que se adhirió 277

Encuentro en Harvest - Joseph Staten a la pared del centro de datos. El Sargento notó un humo negro muy fino emanando de la cabeza del garrote. –Oh, maldición –gruñó una fracción de segundo antes de que la granada detonara, lanzando fuego y metralla. Por suerte para el Sargento, la explosión fue estrecha y direccional. Pero esto no era tan bueno para Loki. Byrne se levantó colocándose sobre una rodilla, apretando su bíceps sangrante y vio un agujero rasgado en la pared del centro de datos. Dentro, podía ver que las matrices de datos en sus estantes, ahora eran un caos en llamas. Antes de que Byrne pudiera hablarle a Loki, el alienígena de armadura azul se infiltró por la puerta. El Sargento levantó su M6 y disparó algunas rondas. Pero entonces, el alienígena lo aprisionó por los hombros. Byrne no era un hombre pequeño. Pero el alienígena era un metro más alto y pesaba media tonelada métrica más. Se inclinó sobre Byrne y lo empujó de cabeza contra la pared del centro de datos, justo al lado del hoyo. Si el Sargento no hubiese estado usando casco, su cráneo se hubiera roto. En lugar de eso, el impacto lo dejó inconciente. Lo siguiente que recordó Byrne fue al alienígena, tomándolo por las muñecas y arrastrándolo por el suelo, panza arriba, hacia el imparable tiroteo en el exterior de la torre. El casco de Byrne había desaparecido, al igual que sus dos armas. El alienígena le había arrancado su chaleco con un solo movimiento de su mano; había marcas de sangre con forma de garras en el centro de su camisa verde oliva y su pecho ardía y palpitaba. Intentó ponerse de pié y liberarse del agarre del alienígena. Pero el alienígena simplemente giró sobre su cintura y golpeó con su gigantesco puño el rostro de Byrne, rompiendo su nariz y pómulo. Mientras que la cabeza de Byrne colgaba flácida entre sus hombros, el alienígena lo arrastró más allá de la trinchera de sacos de arena, a plena vista de los reclutas sobre la torre. –¡Alto al fuego! ¡Alto al fuego! –gritó Stisen– ¡Le darán al Sargento! Byrne intentó gritar: “¡No!” –decirle a Stisen que acabaran con ambos– pero su mandíbula estaba dislocada, y su orden se escuchó como una tos enfadada. El alienígena levantó a Byrne y lo hizo ponerse de rodillas brutamente. Tomó el rifle de su cinturón y puso las cuchillas sobre los hombros del sargento. Las cuchillas estaban torcidas y melladas por el forcejeo contra la puerta del centro de datos, y el Sargento rugió –una ráfaga de aire pasando por su garganta hasta su mandíbula colgante– cuando sus filos rallaron su clavícula. El alienígena ladró algo que hubiese resultado incomprensible de no haber sido porque movió las cuchillas desde los hombros hasta el cuello de Byrne: ¡Ríndanse, o morirá! ¡Que nadie se atreva!, maldijo Byrne. Pero antes de que sus reclutas bajaran las armas y lo desilusionaran, un repentino coro de motores acercándose hizo eco en la torre. En su estado actual, Byrne tenía dificultades para com278

Encuentro en Harvest - Joseph Staten prender la cantidad de sus salvadores: diez gigantescas cosechadoras, respaldadas por falanges de góndolas que venían rodando desde la ladera oriental y escuadrones de fumigadores que oscurecieron el cielo desde el oeste. La presencia del ejercito JOTUN acercándose hizo sorprender al alienígena de armadura azul, quien quitó su arma del cuello de Byrne. Cuando lo hizo, todos los reclutas sobre la torre abrieron fuego. La gigantesca bestia cayó de espaldas, chorreando sangre rojo oscuro, mientras que Byrne se tumbaba hacia delante. Para cuando el Sargento rodó sobre su espalda, los milicianos habían matado a uno de los otros alienígenas de armadura, y el tercero aceleraba atravesando la entrada del complejo, retirándose hacia Utgard y su nave de guerra. No llegó demasiado lejos. Dos fumigadores JOTUN cayeron en picada y se estrellaron contra el vehículo alienígena con la precisión de misiles guiados. El vehículo explotó en una bola de fuego naranja, teñida con humo violeta, dejando un profundo cráter. Sus dentadas ruedas se soltaron, y continuaron rodando una buena distancia por el camino, antes de tambalearse y caer entre el trigo a un lado del camino. –¡Tranquilos, despacio! –Stisen hizo una mueca mientras él, Burdick y otros dos reclutas levantaron a Byrne por los brazos y piernas y lo cargaron hasta una góndola que se acercaba. La máquina bajó su rampa, liberando su carga de JOTUNs de mantenimiento. –¿A dónde van? –preguntó Burdick, refiriéndose a los JOTUNs con apariencia arácnida, que se dirigían hacia la torre. –A quién le importa –gruñó Stisen cuando alzaron a Byrne por la rampa–. Regresaremos a la ciudad ahora mismo. Los reclutas acomodaron a Byrne en la parte trasera de la góndola. Entrecerrando sus ojos por el dolor que iba desde sus pies hasta su cabeza, Byrne vio a los todo-en-uno trepar por la torre y comenzar a trabajar en la antena máser. Antes de que Byrne pudiera si quiera preguntarse la razón, el mástil del acelerador magnético pivoteó desde los campos de trigo occidentales, para detenerse mecánicamente frente a la cabecera levantada de una de las cosechadoras JOTUN. Las dos monstruosas máquinas lucharon por casi un minuto –la JOTUN levantándose sobre sus gigantescas ruedas como un venado enfurecido– hasta que el mástil cedió con un derrotado silbido neumático, apoyando la cosechadora en el suelo. Pero el JOTUN dejó su cabecera presionando hacia abajo contra el mástil, y su motor encendido, en caso de que tuviera que volver a poner al acelerador en su lugar. Para entonces, los reclutas ya estaban sobre la góndola. Ésta levantó su rampa aumentó la energía en su motor eléctrico y se dirigió hacia la autopista Utgard. Luego de eso, todo lo que pudo ver Byrne fue el cielo. 279

Encuentro en Harvest - Joseph Staten Capítulo Veintidós Dadab se agachó detrás de uno de los barriles color azul brillante, con la pistola de plasma sujeta por su endurecido puño. Podía sentir los proyectiles metálicos de las armas alienígenas penetrando a través de las paredes plásticas de los barriles, y enterrándose en la espuma amarilla que había dentro. De los dieciséis Unggoy que habían logrado retirarse para el lado de Dadab del cruce central –el lado opuesto a la sala de control– solamente cuatro habían sobrevivido: él mismo, Bapap, y otros dos llamados Fup y Humnum. Los barriles estaban alineados en forma semicircular, de doble grosor, encarando al lado opuesto del cruce de la estación con la hebra. Dadab había mandado a Flim a que construyera una barricada similar cerca de la sala de control, pero no había podido comprobar el trabajo del Unggoy. Para cuando el grupo del Diácono había tomado sus barriles de plataformas de almacenamiento a los lados del corredor, los contenedores con trampas explosivas de los alienígenas ya estaban en camino hacia el orbital. Por supuesto, el Diácono no tenía idea de que estos contenedores habían sido manipulados –que los desdichados Unggoy que entrasen a los umbilicales de los cruces volarían en pedazos. En los primeros momentos del ataque alienígena, casi la mitad de los sesenta Unggoy a bordo del orbital estaban muertos o heridos. El Diácono había ordenado a todos los Unggoy sobrevivientes que se replegaran, y fue una sabia decisión. Los dos contenedores restantes, cargaban algo aún peor que explosivos: soldados alienígenas bien armados y sedientos de venganza. El corredor tembló cuando otro par de los contenedores grandes pasó rápidamente a través del orbital y continuó su trayecto por los cables. Dadab no se había molestado en contar cuantas de estas cajas habían ascendido, pero suponía que unas cien. Y a menos que hubiera malentendido a Más Ligero Que Otros, el Diácono sabía exactamente lo que contenían: la población del planeta –la presa de los Jiralhanae. Mientras el rugido de los contenedores se desvanecía, el fuego de los alienígenas se intensificó. Dadab no era ningún guerrero, pero asumió correctamente que esto significaba que estaban a punto de cargar. –¡Prepárate! –le gritó a Bapap. El otro Unggoy miró tristemente el medidor de batería de su pistola, un bucle holográfico por encima de la empuñadura del arma. –No tengo muchos disparos. –¡Entonces asegúrate de que sean buenos! –Dadab apretó su agarre sobre la pistola y se preparó para saltar de detrás de los barriles. Pero cuando intentó levantarse, descubrió que estaba atorado. Sin que Dadab lo notara, las balas de los alienígenas habían roto el barril a su espalda, y 280

Encuentro en Harvest - Joseph Staten un poco de la espuma pegajosa se filtró para adherirse a la parte inferior de su tanque, pegándolo al suelo de la pasarela. Al principio maldijo su suerte. Pero luego atestiguó el destino de Bapap y comprendió lo afortunado que había sido. Con energía berde acumulándose entre los polos de carga de su pistola, Bapap se encontró de pié ante una pared voladora de metal. El grueso cuello y hombros del Unggoy explotaron en una brillante nube de sangre azul, y se derrumbó sobre el suelo. El dedo del gatillo de Bapap tembló mientras caía, soltando un par de disparos salvajes que golpearon contra el casco del orbital. Dadab observó los burbujeantes agujeros ser rellenados rápidamente con la misma espuma reactiva que le había salvado la vida. Entonces Dadab sintió vibraciones en el corredor: el fuerte caminar de las pesadas botas de los alienígenas, que se acercaban a la barricada de barriles desde el tercer cruce. Supo que debía moverse o morir. Pero no quería abandonar a Bapap. Él era su Diácono. Se mantendría a su lado hasta el final. Dadab inhaló profundamente, llenando su máscara con metano –suficiente para un puñado de respiraciones cortas. Entonces, desconectó la línea de suministro de gas de su inmovilizado tanque, se deslizó del arnés, y se arrastró hasta el bulto tembloroso que era Bapap. –Estarás bien –dijo el Diácono. –¿Haré el Viaje? –murmuró Bapap, mientras la sangre comenzaba a escurrir por las ventilas circulares de su máscara. –Por supuesto –Dadab tomó la espinosa mano de su compañero con la suya–. Todos los verdaderos creyentes transitarán El Camino. De repente, Humnum y Fup se levantaron, empuñando sus puñales explosivos rosas. Ninguno de ellos había formado parte del grupo de estudio de Dadab. Eran grandes, silenciosos y tenían profundas cicatrices en sus quitinosas pieles –evidencia de una dura y turbulenta niñez. Probablemente, los dos Unggoy habían visto su cuota de peleas, y habían decidido terminar sus vidas de pié con sus armas levantadas. Eso o se estaban preparando para huir. Pero de cualquier modo no llegaron muy lejos. Dadab escuchó el resonar de las armas alienígenas y ambos Unggoy cayeron –Humnum con el pecho destrozado y Fup con la mitad de su cabeza. Las rondas que habían partido el cráneo de Fup, también penetraron su tanque. Resplandecientes rastros de metano lo siguieron en su caida hasta el suelo… diréctamente hacia el puñal levantado de Humnum. Dadab tuvo apenas un momento para cubrirse haciéndose una bola antes de que la hoja explotara, prendiendo fuego los la fuga de metano. Entonces, el tanque de Fup voló en pedazos, escupiendo fragmentos de metal sobre Dadab y sobre el primer alienígena que apareció corriendo por la esquina de la barricada de barriles. 281

Encuentro en Harvest - Joseph Staten Dadab escuchó gritos guturales cuando el alienígena reaccionó a sus heridas. El Diácono también estaba en agonía –tanto por la metralla como por sus irritados pulmones; había gastado casi todo el metano en su máscara hablando con Bapap. Pero a pesar del dolor y el pánico en aumento, logró permanecer quieto. Y cuando los otros alienígenas asomaron sus armas alrededor de los barriles, buscando sobrevivientes, Dadab y Bapap semejaban cadáveres, uno acurrucado junto al otro. Respirando lo menos posible, el Diácono escuchó a los alienígenas tratar de calmar a su compañero herido. Exhalando consideró sus sombrías opciones: morir de asfixia o caer disparando. Aún conservaba su pistola de plasma. Pero no podría moverse sin atraer el fuego de los alienígenas. Y francamente, no veía el punto. Aquellos a su alrededor estaban muertos, o muriendo, y asumió que la posición de Flim pronto sufriría un destino similar ahora que los alienígenas podían presionar desde ambos lados. El Diácono cerró sus ojos y se preparó para unirse a Bapap en El Camino cuando una lluvia de púas incandescentes pasó silbando frente a los barriles, e hizo caer a dos alienígenas más, allí donde antes estaban parados. Los sentidos del Diácono se desvanecieron junto con su metano. Sus pequeños y brillantes ojos empezaron a nadar entre estrellas. Creyó oír el zumbido de las alas de los Yanme’e y los sorprendidos gritos de los alienígenas mientras se retiraban hacia la sala de control. Entonces, se desmayó. –Respira –una profunda voz hizo eco en el oido de Dadab. Se despertó unos segundos después, justo a tiempo para ver las peludas garras de un Jiralhanae conectando su máscara a la línea de suministro del tanque de Humnum. –¿Dónde está el Huragok? –Doblando. Por la esquina –exclamó el Diácono. Por un momento, creyó que Maccabeus era su salvador. Pero cuando se aclaró su visión, distinguió a Tartarus, ahora con la armadura dorada del Cacique. Dadab supo exactamente lo que significaba eso. –Dentro de la sala de control, Cacique. Tartarus arrancó el cuerpo sin vida de Humnum de su tanque, y tendió el arnés abierto a Dadab. –Muéstrame. –Pero los heridos… –dijo Dadab débilmente, acomodándose entre las correas ensangrentadas. Sin vacilar un momento, Tartarus disparó un único proyectil incandescente en el centro del pecho de Bapap. El Unggoy se sacudió una vez y luego se quedó inmóvil. –El Rapid Conversion está deshabilitado, víctima de una trampa alienígena –Tartarus apuntó con su arma a Dadab–. Nos engañaron con información que solo uno de nosotros podría entregarles. 282

Encuentro en Harvest - Joseph Staten Dadab levantó la vista del cuerpo de Bapap, más sorprendido que asustado. –Vivirás lo suficiente para declarar el alcance de tu traición. O morirás aquí como los otros –Tartarus gesturizó con su arma hacia el sala de control, ordenándole a Dadab que corriera. Y lo hizo, y Tartarus lo siguió de cerca, con el Puño de Rukt golpeando ruidosamente contra su armadura. Cuando Dadab rodeó el cruce, se encontró en el medio de un feroz tiroteo. Resultó ser que Flim había hecho múltiples barricadas: una alrededor de la puerta semiabierta de la sala de control y otra un poco más adelante por el corredor. Flim, Tukduk, Guff, y unos pocos más aún defendían la línea de barriles más cercana, pero los alienígenas que presionaron desde el otro extremo del orbital habían tomado la otra. Entre ambas líneas había muchos cadáveres Unggoy. Dadab vio a los alienígenas que habían atacado su barricada dirigiéndose hacia la línea de barriles más lejana, intercambiando fuego con Flim y los otros cerca de la sala de control. Uno de los alienígenas cayó, derribado por una ráfaga de plasma a su espalda. El Diácono vio a Guff salir de la cobertura para terminar el trabajo, sólo para ser interceptado por un alienígena de piel negra quién saltó por encima de los barriles de la barricada más lejana. Éste alienígena levantó al soldado herido por un brazo, y lo arrastró de nuevo hacia los barriles, mientras disparando fuego de cobertura para el último de sus compañeros en retirada. Tartarus tomó su martillo y cargó en dirección al combate. Los Yanme’e, por otra parte, ya estaban trabando combate; al menos dos docenas de los insectos irrumpieron en la barricada ocupada por los alienígenas, revoloteando entre los cables de soporte de la pasarela. Pero no todos los Yanme’e estaban concentrados en los alienígenas. Dadab observó horrorizado a un trío de las criaturas deslizándose por el espacio abierto de la puerta de la sala de control. Ignorando las balas perdidas de las armas de los alienígenas, que se suponía eran para Tartarus, el Diácono pasó corriendo junto a un sorprendido Flim, apresurándose para seguir a los tres Yanme’e, sabiendo que ya era demasiado tarde. Los insectos no le mostraron misericordia a Más Ligero Que Otros. El Huragok había usurpado sus posiciones una vez, y estaban determinados a no dejarlo suceder otra vez. Para cuando Dadab atravesó la puerta, su mejor amigo estaba hecho trizas –reducido a tiras de carne rosada colgando de las extremidades ganchudas de los Yanme’e. Con el ruido de la batalla afuera de la sala de control resonando en sus oídos, el Diácono miró fijamente la nube de metano disipándose, y los otros gases de los lacerados sacos de Más Ligero Que Otros. Uno de los tentáculos cercenados del Huragok seguía metido profundamente en una rendija del panel protector de la torre de circuitos central. Los Yanme’e se empujaron entre sí, en un esfuerzo por tirar de la extremidad suel283

Encuentro en Harvest - Joseph Staten ta, pero estaba firmemente arraigada –sus cilios se habían sujeto fuertemente a los circuitos alienígenas. Dadab se llenó de furia. Mientras los insectos continuaban con su grotesca tarea, el Diácono levantó su pistola y les dio con todo lo que tenía. La cabeza triangular del Yanme’e más cercano se evaporó incluso antes de que se levantasen las antenas de los otros dos. Dadab incineró al segundo, que intentó levantar vuelo y tostó al tercero cuando intentó cubrirse detrás de las torres. Los aleteos moribundos de las alas de los insectos contra sus caparazones sonaron como gritos estridentes. Pero el Diácono no sintió lástima cuando caminó hacia la depresión del centro de la sala de control, con la pistola humeando en su mano. Cerca del holo-proyector, vio una resplandeciente pila de despojos: los restos de Más Ligero Que Otros. Sintió un nudo en la garganta y levantó la vista. Fue entonces cuando notó la pequeña representación de un alienígena sobre el proyector. Pensando que solo era una imagen, Dadab se sorprendió cuando el alienígena se quitó su sombrero de ala ancha y lo observó con ojos ardientes. Pero el Diácono se quedó mudo cuando la representación levantó su mano e hizo las señas: < Yo soy Oráculo, tú, obedece. > Dadab debería haber soltado su arma y postrado frente al proyector, pero en ese mismo momento, la imagen comenzó a cambiar. Los ojos rojos del alienígena se volvieron grises. Sus inmaculadas vestiduras comenzaron a agitarse y a llenarse de tierra –como si lo estuviese golpeando un torbellino de polvo invisible. Entonces, sus brazos empezaron a temblar, y aunque agarró su propia muñeca con la otra mano para evitar hacer otros gestos, ésta se flexionó claramente: < ¡Mentiroso! > < ¡Mentiroso! > < ¡Mentiroso! > Sin previo aviso, el orbital se sacudió. Dadab cayó hacia atrás, sobre su tanque triangular, y rodó hacia un lado, sobre el caparazón humeante de uno de los Yanme’e. Pateando los restos pegajosos del insecto, Dadab sintió algo con su talón: el panel protector faltante de la torre central. Tomó el panel de entre la sangre amarilla y lo limpió con la mano. En el metal desnudo de la superficie interior, habían tallado el santo glifo de un Oráculo –lineas poco profundas y delicadas, obviamente el trabajo de Más Ligero Que Otros. El Diácono miró de nuevo hacia el proyector. < ¿Quién, mentiroso? > Pero la imagen del alienígena no dio ninguna respuesta, excepto por su maniática acusación. Dadab no tenía idea de que lo que estaba viendo era la destrucción del fragmento de Loki –siendo extraído por la fuerza, de mano de los JOTUNs multi-tarea que habían asaltado el máser de la torre del reactor. El Diácono solamente sabía que, sin importar qué inteligencia residiera en esas 284

Encuentro en Harvest - Joseph Staten torres, se había aprovechado del ingenuo mensaje de paz y amor de Más Ligero Que Otros –convenciendo al Huragok para que lo ayudara a promulgar el glifo, y sin saberlo, colaborar con la trampa a los Jiralhanae. Porqué revelaría su carácter engañoso ahora, Dadab no lo sabía. Pero tampoco le importaba. El Diácono sintió el sabor mineral de la sangre en su boca y comprendió que sus dientes afilados habían lastimado su labio inferior. Se puso de pie y barrió las torres con el plasma de su pistola. La imagen del alienígena se deformó y chisporroteó por sobre el proyector, como la llama de una de las lámparas de aceite Jiralhanae. Entonces, colapsó en una mota de luz que se desvaneció al mismo tiempo que la pistola de Dadab se enfriaba. Cuando contempló los cadáveres de los Yanme’e y los ardientes circuitos de las torres, supo que aún quedaba un cabo suelto del asesinato de Más Ligero Que Otros –aquel cuya muerte cumpliría el desesperado deseo de su amigo: un final a toda la violencia. Deslizándose por la puerta de la sala de control, Dadab chequeó la carga de su pistola. Había suficiente como para un disparo más. Se juró usarlo bien. * * * –¿Qué pasó? –gritó Avery cuando las vigas de soporte gimieron y la pasarela entera se sacudió bajo sus piés. –La hebra número siete –contestó Jilan, aún sin aliento por la lucha–. Ya no está. Avery disparó su M7 a uno de los insectos que revoloteó desde uno de los cables de soporte cercanos. La criatura perdió un ala y la mitad de sus extremidades, estrellándose sobre la pasarela, detrás de un trío de barriles a la derecha de Avery que era compartido por Forsell y Jenkins. –¿A qué te refieres con que ya no está? –gritó Avery mientras Forsell remataba al insecto con una ráfaga de su MA5. –Se rompió. A unos miles de kilómetros de su anclaje a tierra –la Teniente Comandante estaba agachada detrás de un barril a la izquierda de Avery. Frunció el ceño y presionó el altavoz incorporado de su casco contra su oído–. Repite eso, Loki ¡Te estoy perdiendo! –¡Dos! ¡Vienen de arriba! –interrumpió Healy, disparando una ráfaga descontrolada con el rifle de Dass. El líder de escuadrón más viejo había caído y gemía con serias quemaduras de plasma en su espalda. Viviría, pero ya había muchos muertos –Wick y otros dos del cubo de Avery, y otros cinco milicianos del de Jilan. La mayoría de los otros mostraban un sombrío surtido de heridas, desde fragmentos de los puñales de los alienígenas de piel gris, hasta laceraciones de las extremidades afiladas de los insectos. El brazo derecho de Avery estaba cortado justo por debajo 285

Encuentro en Harvest - Joseph Staten del codo –un golpe que había recibido cuando cargó con Dass hasta un lugar seguro. Había vaciado el último clip de municiones de su BR55 a medio camino a la barricada, y el insecto saltó sobre él antes de que pudiera levantar su M7. Afortunadamente, Jenkins observaba la situación. El recluta eliminó aquella cosa con una bien posicionada ráfaga de su rifle de batalla –asesinándola con la misma precisión estoica que había exhibido desde el momento en que la misión había comenzado. –Atacaron a Loki. Su centro de datos está dañado –Jilan recargó su M7–. No puede balancear las cargas. La tiara tembló cuando un contenedor pasó por la estación de acoplamiento número cinco, detrás de Avery. Con suerte, tres cuartas partes de los civiles ya habían sido evacuados. Pero entonces Avery lo recordó. –¿Cuántos contenedores habían en la hebra número siete? Jilan tiró del cerrojo de su M7. –Once –clavando sus ojos sobre la sombría mirada de Avery–. Once pares. Avery hizo el cálculo: Más de veinte mil personas muertas. –¡Sargento! –gritó Andersen, disparando desde un barril más allá del de Jilan– ¡Martillo! Avery volvió a concentrarse en la barricada alienígena. Ambos grupos de barriles se habían movido cuando la Tiara se estremeció. Algunos de los barriles de espuma se habían volcado y empezado a rodar por la pasarela, disimulando el ataque del alienígena con armadura dorada. La corriente sostenida de fuego por parte de los reclutas lo había mantenido a cubierto cerca de la sala de control. Pero ahora se acercaba –con el martillo en sus manos, a la altura de la cadera–, flanqueado por cuatro de los alienígenas de piel gris, cada uno con puñales explosivos. Avery sabía que el alienígena con armadura sería difícil de eliminar cara a cara. Incluso dudaba que pudieran detenerlo concentrando su fuego. Y es por eso que, justo después de que el alienígena empezara a cargar, Avery inició un plan. –¡Forsell! –bramó– ¡Ahora! Mientras Avery establecía fuego de cobertura, Forsell levantó uno de los núcleos de energía alienígenas por sobre su barril –arrojándolo con dos manos por su costado, como si se encontrase de regreso en su granja familiar, cargando bolsas de granos de soja en el camión de su padre. El núcleo aterrizó diez metros adelante del alienígena de armadura, y el vórtice de energía azul dentro de sus paredes transparentes se encendió cuando rodó hacia delante. Pero no explotó con el impacto como había esperado Avery. Necesitó de una ráfaga de su M7 para hacerlo estallar, pero para cuando lo hizo, el alienígena de armadura dorada había sorteado el núcleo y salió ileso de la explosión. 286

Encuentro en Harvest - Joseph Staten Pero el esfuerzo de Forsell no fue en vano. La explosión golpeó a los cuatro alienígenas de piel gris con toda su fuerza, haciéndolos volar de la pasarela. Agitando sus espinosos brazos, cayeron hasta el fondo de la Tiara. Ninguno sobrevivió la caída. –¡Comandante! ¡Muévase! –gritó Avery mientras el alienígena aterrizaba, con el martillo levantado sobre su cabeza. Jilan saltó de su posición al mismo tiempo que el alienígena destrozaba el barril tras el que se había estado cubriendo, derramando espuma amarilla. Avery vació su M7 contra el costado izquierdo del alienígena, pero las rondas de alta velocidad no hicieron más que arrancar chispas de su escudo de energía. El alienígena arrancó su martillo del barril hecho trizas y fijó sus ojos en Avery, enseñando los dientes. Pero cuando levantó su martillo por segunda vez, Avery se zambulló de cabeza por sobre su barril, hacia el centro de control, lejos de Jilan y sus reclutas. El martillo del alienígena se estrelló en el lugar donde había estado unos segundos antes, deformando uno de los paneles metálicos con rejilla en forma de diamante. Cuando rodó sobre sus pies y colocó un clip de municiones nuevo en su M7, vio a otro de los alienígenas de piel gris avanzando hacia su posición. Este se veía diferente. Bajo su arnés vestía una túnica naranja, adornada con un símbolo circular amarillo. La pistola de plasma en sus huesudas manos brillaba con una ráfaga sobrecargada. Avery lo miró directamente al rostro, sabiendo que estaba justo donde lo quería. Pero el alienígena parecía estar apuntando más allá de Avery. Y cuando disparó su arma, la bola ondulante de plasma verde pasó zumbando junto a su cabeza. Avery se volteó para seguir la dirección del disparo y lo vio golpear al alienígena de armadura dorada en el pecho. Instantáneamente sus escudos de energía colapsaron con un fuerte chasquido. Un poco de su armadura cayó en medio de una ráfaga de chispas y vapor. El alienígena rugió, y los circuitos en corto de su armadura crearon arcos eléctricos en su cuello y brazos. Entonces, corrió hacia delante, empujando a Avery a un lado. El Sargento perdió su M7 cuando aterrizó con las manos. Levantando la mirada, vio al alienígena con el martillo llevando su arma hacia abajo contra la cabeza del alienígena con túnica. La criatura más baja simplemente desapareció bajo el peso de la pesada porra de piedra –pereciendo con un solo golpe demoledor del martillo, justo entre sus brazos y piernas, haciéndolo puré contra la pasarela. Avery no perdió el tiempo preguntándose porqué el alienígena más pequeño había intentado matar a su líder y no a él. En lugar de eso, levantó su M7 e hizo lo mejor que pudo para terminar el trabajo. Y lo hubiese logrado de no haber sido porque el gigante de pelaje negro se retiró, arrastrando su martillo 287

Encuentro en Harvest - Joseph Staten con él, en dirección a una inesperada pelea de cuerpo a cuerpo entre los insectos y los alienígenas de piel gris, cerca de la sala de control. Los dos grupos de criaturas estaban aniquilándose entre sí –garras y puñales acuchillando aquí y allá. Jilan y los milicianos abrieron fuego desde ambos lados, pero la mayoría de sus objetivos cayeron por las heridas mortales provocadas por ellos mismos. Solamente Jenkins permaneció enfocado en el alienígena con el martillo. Marchó pasando a Avery, disparando a la bestia que cojeaba en dirección a la estación número cuatro. –¡Déjalo ir! –ladró Avery. Pero Jenkins le desobedeció. En ese objetivo, veía la causa de su dolor y pérdida. Mataría al líder de los alienígenas y se vengaría. Pero su ira lo encegueció, y no vio a la última de las criaturas de piel gris, con su piel macabramente manchada con la sangre amarilla de los insectos, saltar de detrás de un barril justo después de que pasó corriendo. Avery levantó su M7, pero Forsell corrió directamente frente a su línea de fuego. Saltando, el gran recluta empujó al alienígena un momento antes de que acuchillara el costado de Jenkins con su puñal. Se desplomaron juntos en dirección a la sala de control, en un revoltijo de extremidades gris azuladas y un uniforme verde oliva sudado, dejando el puñal del alienígena dando vueltas sobre la pasarela, un poco más atrás. Forsell se las ingenió para arrancarle la máscara al alienígena, solo para obtener un chorro de metano congelado y saliva pútrida en el rostro. Se tapó los ojos con las manos, y el alienígena aprovechó la oportunidad de morder profundamente el hombro izquierdo del recluta, justo en la base del cuello. Para ese momento, Avery estaba corriendo hacia delante. Forsell gritó cuando el alienígena lo empujó contra la pasarela y sacudió su cabeza, profundizando la mordida aún más. Avery se deslizó sobre el suelo con los pies primero. Con la M7 en su mano izquierda y tomó el puñal con la derecha. Una fracción de segundo más tarde, golpeó al alienígena directamente en el rostro, con su bota. El golpe rompió los dientes de la criatura, acabando con su tenaz mordedura. El alienígena se tambaleó hacia atrás, buscando su máscara a tientas. Pero antes de que pudiera tomar una inhalación recuperativa, Avery lanzó el puñal –con una rápida flexión del codo, que mandó el cuchillo girando, enterrándolo justo en la suave articulación que conectaba la estrecha cintura del alienígena con su cadera. La criatura se paralizó, sabiendo que estaba acabada. Entonces, la hoja voló en pedazos, llevándose al alienígena consigo. –¡Estación número uno! –gritó Jilan al mismo tiempo que pasó corriendo al lado de Avery– ¡Loki acaba de enviar el último par! –¡Healy! –gruñó Avery, presionando el cuello de Forsell con sus manos– ¡Ven aquí! 288

Encuentro en Harvest - Joseph Staten La sangre chorreaba por entre sus dedos. El alienígena había cortado la vena yugular de Forsell. –El equipo de Byrne está en ese par –dijo Jilan, poniendo sus manos sobre las de Avery, ayudándolo a mantener presión sobre la herida–. Lo lograron. Avery levantó la vista para ver aparecer a Jenkins. La firme determinación del recluta se había evaporado cuando vio de cerca a su pálido compañero –a su hermano en armas, quien había arriesgado su propia vida por la de él. Jenkins estaba a punto de decir algo, pero Avery clavó sus ojos sobre la triste mirada del recluta y le dijo: –Nosotros también lo lograremos. * * * Sif vio a los marines y a Jilan al-Cygni abordando uno de los contenedores de carga en su estación de acoplamiento número uno. Notó que el Sargento Johnson fue el último en pasar por la escotilla. Esperó a que el conducto se retirase. Entonces, los puso en camino. Mientras este último par aceleró hacia el arco superior de la Tiara –separándose y dejando que la fuerza centrífuga los arrojara lejos de Harvest– Sif se enfocó en una de las cámaras en el extremo opuesto de la estación. Allí vio a un alienígena de pelaje negro cojeando por un conducto umbilical, abordando su nave de descenso y escapando. No tenía forma de detenerlo. HARVEST.IA.ON.SIF >> HARVEST.PSI.LOKI > NO PIENSA CEDER. Sif se imaginó la escena: la cosechadora de Mack, tirando hacia abajo del cañón del acelerador de masas y Loki intentando mantenerlo hacia arriba. Desde un cierto punto de vista, la situación era terriblemente divertida. Sif se rió, algo para lo que ahora tenía total libertad. Todas sus preocupaciones auto impuestas se habían ido –los procesadores encargados de sus algoritmos de restricción emocional estaban quemados por fuego de plasma. Pero su núcleo lógico estaba ileso. El alienígena, Más Ligero Que Otros, había obrado un milagro. Si no hubiese reparado los circuitos esenciales de Sif, jamás hubiera podido ayudar a Loki a rebalancear el sistema luego de la pérdida de la hebra número siete. Pero aunque la PSI de la ONI admitió que sin la intervención de 289

Encuentro en Harvest - Joseph Staten Más Ligero Que Otros, la evacuación hubiera fallado, también hizo notar que su útil naturaleza revelaba una capacidad mucho mayor para provocar daños. Profundamente en los dañados bancos de memoria de Sif había información que los alienígenas jamás debían acceder: bases de datos del DCS con descripciones detalladas de todas las naves comerciales y militares del UNSC; almanaques de Slipstream, reportes de clima, y listas de pre y post protocolos; y lo más importante, la localización precisa de todos los mundos humanos. Aunque Más Ligero Que Otros se encontraba muerto, y los otros alienígenas habían huido, Loki estaba seguro de que pronto regresarían a la Tiara y saquearían sus bancos de memoria. Incluso en su nuevo estado emocional sin restricciones, Sif estaba de acuerdo con la decisión de Loki: debía ser destruida. > NO COMPRENDO. SE HA MOVIDO. >> PRIMERA RONDA DISPARADA. >> IMPACTO EN 5.1201 SEGUNDOS. \> No le quedaba mucho tiempo. Pero Sif lo aprovechó. Por primera vez en toda su existencia, no había nada en sus hebras –nada que pudiera hacer, excepto divertirse con su nueva inhibición emocional. Intentó estar triste por su destino, pero lo encontró aburrido. Probó el enojo, pero la hizo reír. Al final, se conformó con la satisfacción de un trabajo bien hecho y una vida más plenamente vivida que lo que su creadora hubiese imaginado jamás. Pero luego de todo eso, no sintió nada cuando el primer proyectil del acelerador magnético se estrelló contra la Tiara, marcando un golpe directo en su centro de datos. Un momento estaba conciente, y al siguiente no. Y para cuando la segunda ronda de Loki impactó, rompiendo los mástiles inferiores y superiores, no quedaba ningún resto de Sif para lamentar la pérdida del arco plateado colapsando –cayendo sobre sus hebras, y comenzando a descender girando sobre la atmósfera de Harvest.

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Encuentro en Harvest - Joseph Staten Epílogo High Charity, Momento de Ascenso Fortitude apretó el agarre de sus largos dedos sobre los muy usados apoyabrazos de su trono, e hizo lo mejor que pudo por mantener su cuello derecho mientras que un par de consejeros (un San’Shyuum y un Sangheili) le colocaban su manto: un triángulo de bronce con bordes estriados, abierto por el medio y sostenido por un arco que reposaba sobre sus hombros. El manto combinaba perfectamente con la corona apoyada en su cabeza sin pelo –un ajustado gorro de cobre que recordaba a unas almenas de curvas doradas. –¡Que las bendiciones de los Forerunner estén con usted! –entonó el consejero San’Shyuum. –¡Y sobre esta, –agregó su par Sangheili– la Novena Era de Reclamación! Con esto, el normalmente serio Gran Concilio estalló en aplausos entusiastas. Los Sangheili se ubicaban de un lado de la amplia nave cental y los San’Shyuum del otro –ambos grupos se levantaron de sus asientos e hicieron lo posible por vitorear más fuerte que el otro. Al final, los Sangheili triunfaron, pero esto tenía más que ver con su mayor capacidad pulmonar que por su ardor. La Era de la Duda había terminado, y eso era algo de lo que todo el Covenant podía disfrutar. Fortitude agitó las brocadas mangas de su nuevo y suave manto y trató de reclinarse. Pero descubrió que dejarse caer muy atrás hacía que el manto rozara contra los apoyabrazos de su trono. «Mejor postura», suspiró, otro gaje del oficio. En efecto, los ciclos desde el momento de la revelación del relicario habían estado llenos con la clase más agotadora de política: las promesas y la formación de coaliciones. Los consejeros no habían querido ayudar al Ministro y sus co-conspiradores en su intento por derrocar a los Jerárcas anteriores –no porque se opusieran a la transición, sino porque sabían que la reticencia era una poderosa herramienta de negociación. Mientras que las viejas alianzas colapsaban y las nuevas se formaban en la brecha, había tratos que hacer. Y para cuando Fortitude hubo finalmente reunido todo su apoyo, ya se había comprometido a tantas causas tan competentes que jamás podría cumplir con todas. Pero era así como funcionaba la política –los tratos de hoy son las bases para los debates del mañana– y mientras que Fortitude esperaba que sus compañeros Jerárcas asumieran parte de la carga de su gobierno, no se sintió preocupado. Mientras que los consejeros seguían aplaudiendo, Fortitude le echó un vistazo al Viceministro de la Tranquilidad, sentado a su derecha. El manto del Vicemnistro era del mismo tamaño y peso que el de Fortitude, y su corona era casi igual de alta. Pero si Tranquility se sentía incomodo con sus nuevos ornamentos, no lo demostró. Los ojos del joven brillaban con un ilimitado vigor. 292

Encuentro en Harvest - Joseph Staten Fortitude vio sus dedos flexionándose de arriba hacia abajo, recogiendo su túnica de color azul claro, como las garras de alguna bestia carnívora preparándose para saltar sobre su presa. Sentado a la izquierda del Ministro, el Filólogo se veía más incomodo con sus nuevas galas. El anciano San’Shyuum había escogido distraidamente su vestido gris oscuro, como si estuviese ansioso por regresar a lucir su semblante ascético. El cuello del exermitaño estaba recientemente rasurado, y Fortitude se preguntó si el manto irritaría su pálida piel. –Por favor, Santos Jerárcas –el consejero Sangheili extendió uno de sus fuertes y robustos brazos en dirección a la puerta de entrada de la cámara del Concilio. Las cuatro mandíbulas que componían su boca castañetearon enfáticamente cuando prosiguió con su anunció– Todo el Covenant espera escuchar sus nombres. Fortitude inclinó su cabeza con tanta gracia como su manto se lo permitió, y guió su trono hasta el borde del estrado de los Jerárcas. Esta parábola de metal azul oscuro sobresalía de la parte posterior de la cámara, flotando casi tan alta sobre el suelo, como la altura de los guardias de honor Sangheili desplegados ante ella. De pié en dos filas en ambos lados de la nave central, las armaduras naranjas y rojas de los guardias brillaban bajo sus escudos de energía. Todos se pusieron en atención –chispas crujieron entre las puntas bifurcadas de sus lanzas de energía– cuando los nuevos Jerárcas descendieron de su estrado y se deslizaron en direccion a la salida. Detrás de los guardias, los consejeros redoblaron sus aplausos. Y sin embargo, ese sonido no era nada comparado a las ensordecedoras adulaciones con las que fue recibido Fortitude en la plaza de la cámara del Concilio. Esta terraza bordeada por columnas se hallaba concurrida por la nata de la sociedad Covenant: adinerados comerciantes Unggoy con arneses engarzados de joyas, Capitanes de nave Kig-Yar con largas espinas –incluso una reina Yanme’e en una litera resplandeciente, con su largo abdomen cubierto de almohadas, sostenida por tres pares de machos Yanme’e sin alas. Pero un clamor aún mayor estalló a todos los alrededores de la torre del Gran Concilio desde miles de barcazas repletas. Los residentes de High Charity habían ido en números nunca antes vistos desde la última Ascensión: el ritual ancestral en el cual los tres recientemente ungidos Jerárcas se deslizaría por cada una de las patas del Dreadnought Forerunner hasta las cubiertas centrales. Allí (tal como se había hecho desde la fundación del Covenant), los Jerárcas le pedirían humildemente al Oráculo la bendición para la nueva Era. El rostro de Fortitude se agrió mientras abordaba una barcaza adornada con flores relucientes. La bendición del Oráculo. El antiguo dispositivo casi había arrancado el Dreadnouht de sus anclajes –y estrellándolo contra el techo del domo central de High Charity. ¡Si los Lekgolo arrastrándose por las paredes de 293

Encuentro en Harvest - Joseph Staten la nave no hubiesen hecho corto circuito en la secuencia de despeque, el Oráculo hubiera destruido toda la ciudad! Al final, incluso el Filólogo había aceptado que no tenían otra opción más que desconectar al Oráculo del Dreadnought y aislarlo dentro de su cámara. «¿Realmente pueden ser estos alienígenas los descendientes de nuestros Dioses?» Fortitude tenía problemas para creer la revelación del Oráculo. Pero aún le temía. La barcaza del Ministro ahora se encontraba en medio de la multitud, con sus barandales plateados arrancando reflejos de la luz vespertina de High Charity. Paso a través de un círculo de tiendas de comida flotantes, y las fosas nasales de Fortitude se llenaron con incontables aromas de delicias, cada una adaptada para los apetitos únicos de las diferentes especies de la ciudad. Cuando pasó frente a las tiendas, los propietarios y patrones aplaudieron a su paso, y el ministro sonrió y saludó –haciendo lo mejor que podía para compartir el ambiente de celebración. Lo ayudó el haber escuchado algunas buenas noticias desde el sistema relicario. El crucero Jiralhanae que el Viceministro Tranquility había despachado comenzaba a reducir el planeta a cenizas. Algunos alienígenas –algo de evidencia–habían escapado, aparentemente. Pero mientras que el Oráculo se mantuviera en silencio, Fortitude consideró que sería más fácil reunir a las flotas Sangheili para una rápida persecución. Todo lo que tenía que hacer era afirmar que los alienígenas habían preferido incinerar su propio planeta antes que entregar las reliquias. No le preocupaba que ni siquiera habían habido reliquias, ni que las Luminary de todas las naves Covenant seguirían confundiendo a los alienígenas con reliquias cada vez que hicieran contacto. De hecho, pensó, y su sonrisa se volvió malvadamente sincera, esto sólo haría que fuese más fácil seguir a las criaturas y acabar con ellas. Las guerras de exterminación eran mejores cuanto más breves y frías, y el Ministro lo sabía; a menos tiempo un carnicero piensa en los cortes, mejor. Pero en caso de que el conflicto se extendiese y algunos comenzaran a perder sus voluntades –empezando a dudar de la necesidad de semejante matanza– ya tenía planeado un ardid mucho más elegante. Algunos Lekgolo habían sobrevivido al despegue abortado, y consiguieron interpretar impresionantes datos durante el lunático comportamiento del Oráculo. La máquina sostenía que Halo –las pruebas de divinidad de los Forerunners– era real. Y aún más importante, el Oráculo parecía conocer la localización de los anillos, o al menos tenía una idea acerca de dónde encontrar reliquias que ayudasen a guiar la búsqueda del Covenant. Todo lo que tenía que hacer Fortitude era sugerir que estos alienígenas, quienes estaban dispuestos a destruir las reliquias de todo un planeta, seguramente destruirían tambien los Santos Anillos, y supo que los billones de 294

Encuentro en Harvest - Joseph Staten miembros del Covenant aplastarían a estos “Reclamadores” sin dudarlo… mientras creyeran en él. El Ministro barrió los holo interruptores del apoyabrazos de su trono con sus dedos, y hasta la última fuente de luz pública en High Charity se oscureció, incluyendo el brillante disco en el vértice de la cúpula. Por un momento, la muchedumbre reunida (y sin duda todos los otros miembros del Covenant observando el procedimiento desde ubicaciones remotas) pensó que algo terrible había sucedido. Pero entonces siete gigantescos hologramas de los anillos de Halo aparecieron, alineados verticalmente alrededor del Dreadnought. Y junto con estos, empezó a escucharse música: una melodía cadenciosa proveniente de un coro de los acólitos del Filólogo flotando en el exterior de la nave, y haciéndose oir por medio de unidades de amplificación montadas por toda la ciudad. «Demasiada teatralidad, sin dudas» pensó Fortitude. Pero tuvo el efecto deseado. Para cuando las barcazas de los Jerárcas completaron sus ascensos separados por las patas del Dreadnought, y los tres San’Shyuum se reunieron en una balaustrada justo antes de la entrada al hangar de la nave, la multitud se hallaba inmóvil. Cuando el coro de acólitos se silenció y Fortitude aclaró su garganta para hablar, parecía que cada criatura del Covenant mantenía el aliento en anticipación de sus palabras. –Estamos, nosotros tres, honrados por su aprobación, su fé en nuestro nombramiento –Fortitude podía escuchar su voz reverberando alrededor de las torres, haciendo temblar las rocas que formaban literalmente los cimientos del Covenant. Levantó una mano en dirección al Viceministro y al Filólogo, identificándolos a cada uno–. Este es el Profeta del Pesar, y él es el Profeta de la Misericordia –entonces, barriendo sus manos hacia abajo, frente a su barbilla–, y yo, el menos digno de nosotros, soy el Profeta de la Verdad. Los tres Jerárcas hicieron una reverencia en sus tronos, inclinándose tanto como pudieron sin desacomodar sus mantos. En ese momento, cada uno de los anillos holográficos se encendieron con más fuerza aún, y unos inmensos glifos de Reclamación se proyectaron dentro de ellos. La multitud rugió de aprobación. Antes de enderezarse en su trono, el Profeta de la Verdad se tomó un momento para considerar la ironía de su anuncio. De acuerdo a la tradición, podía elegir cualquier nombre de una larga lista de Jerárcas anteriores. La mayoría de esos nombres hubiesen sido un poco aduladores. Pero al final, el nombre que había escogido era el que cargaba el mayor peso –aquel que le recordaría para siempre todas las mentiras que debía decir por el bien del Covenant, y las verdades que jamás revelaría. * * * 295

Encuentro en Harvest - Joseph Staten Jenkins no se había movido desde que partieron de la Tiara. Ni cuando el contenedor se liberó de su hebra y salió propulsado hacia una cápsula de propulsión en espera. Ni cuando los dos vehículos se acoplaron con un sacudón, con la computadora de navegación de la cápsula luchando por igualar el giro del contenedor. Incluso la nausea temporal durante la entrada demasiado rápida en Slipspace no logró interrumpir la vigilia de Jenkins con Forsell, quien yacía a su lado, sobre el suelo del contenedor. –Se encuentra estable –Healy cerró su kit médico. El médico había trabajado furiosamente tratando de sellar el hombro de Forsell con bioespuma, para cubrir bien la profunda mordida del alienígena. Pero Forsell había perdido mucha sangre–. Estará bien –concluyó Healy, con su aliento brillando blanco en el congelado aire del contenedor. Antes de entrar en el Slipspace, la Teniente Comandante al-Cygni consideró prudente mantener su rastro de energía al mínimo, para evitar ser rastreados por la nave de guerra alienígena. Ahora las unidades de calefacción suspendidas en las vigas superiores del contenedor estaban trabajando a su máxima capacidad. Pero el cavernoso espacio necesitaría horas para calentarse. –¿Cómo lo sabes? –la voz de Jenkins era débil y ronca. Healy tomó un montón de mantas dobladas y comenzó a desplegar los cuadrados de lana y a arropar a Forsell para mantenerlo inmóvil. –Díselo, Johnson. Avery había mantenido a Forsell quieto mientras el médico hacía su trabajo. Tomó una de las mantas y la usó para limpiar los rastros de sangre del recluta y algunos pedazos de bioespuma de sus manos. –Porque he visto mucho peores –dijo Avery con voz suave. Pero su respuesta no pareció calmar a Jenkins; el recluta siguió observando el pálido rostro de Forsell, con ojos llenos de lágrimas. –Sargento. Él es lo último que me queda. Avery sabía cómo se sentía Jenkins. Era la misma tristeza insondable que había experimentado sentado en el congelado apartamento de su tía, esperando a que alguien apareciese y se la llevara –una aturdidora comprensión de que su hogar y todos sus seres queridos se habían ido. El Capitán Ponder, más de la mitad de la milicia, y muchos miles de residentes de Harvest estaban muertos. Saber de esas pérdidas era una carga pesada, y la única razón por la cual Avery no estaba devastado como Jenkins era porque él había aprendido a encerrar esos sentimientos y a mantenerlos ocultos. Pero ya no quería seguir haciendo eso. –No. No lo es –contestó Avery. Jenkins levantó la mirada, con una duda expresada en su ceño. –Eres un soldado –explicó Avery–. Parte de un equipo. 296

Encuentro en Harvest - Joseph Staten –Ya no más –dijo Jenkins, mirando a Dass, Andersen y a un puñado de otros reclutas sentados o durmiendo dentro del contenedor–. Solo somos una milicia colonial. Y acabamos de perder nuestra colonia. –El FLEETCOM va a retomar Harvest. Y van a necesitar a todos los soldados que pueda tener. –¿Yo? ¿Un marine? –Si lo deseas, puedo transferirte a mi unidad –los ojos del recluta se entrecerraron con sospecha–. Solo digamos que el Cuerpo me debe un favor. Eres un miliciano. Pero también eres una de las pocas personas en todo el UNSC que sabe como luchar contra estos hijos de puta. –¿Ellos querrían que permanezcamos juntos? –Liderando la embestida –Avery asintió–. Sé que yo lo querría. Jenkins pensó sobre eso por un momento: la posibilidad de no solo recuperar su planeta, sino de hacer su parte para proteger otras colonias –otras familias. Sus padres nunca habían querido que se convirtiera en un soldado. Pero en ese momento, no podía pensar en nada mejor para honrar su memoria. –Bien –dijo Jenkins–. Lo haré. Avery buscó dentro de su chaleco de asalto y sacó su cigarro Sweet William. Se lo ofreció a Jenkins. –Para ti y para Forsell. Cuando despierte. –Mientras tanto –dijo Healy, poniéndose de pie–, puedes ayudarme a revisar al resto. Avery observó a Jenkins y a Healy dirigirse hacia el Sargento Byrne y los otros reclutas heridos cerca del centro del contenedor. Byrne estaba despierto y lúcido cuando Avery había abordado el contenedor desde la Tiara, pero ahora el irlandés estaba profundamente dormido –lleno de analgésicos para mantenerlo relajado y soñoliento. Avery observó el pecho de Forsell hincharse bajo sus vendajes. Luego, juntó un montón de mantas y se dirigió a la plataforma del elevador, que lo llevaría a la cápsula de propulsión. Dentro de la cabina de la cápsula, Avery encontró a Jilan. –Mantas –gruñó él–. Pensé que las necesitaría. Jilan no se movió. Se encontraba de espaldas a Avery, y sus manos estaban extendidas sobre el panel de control principal de la cabina. La tenue luz verde de la pantalla del panel creaba un halo esmeralda alrededor de su cabello negro azabache. Algunos de sus pelos se habían soltado de sus hebillas y se rizaban a la altura de su cuello. –Las dejaré aquí. Pero cuando Avery dejó caer las mantas sobre el suelo y se dio la vuelta para abandonar la cabina, Jilan susurró: –Doscientos quince. –¿Señora? 297

Encuentro en Harvest - Joseph Staten –Contenedores. Todos los que lo lograron –Jilan tamborileó con sus dedos sobre la pantalla, recomprobando sus cálculos–. A plena capacidad, esos son entre doscientos cincuenta y doscientos sesenta mil sobrevivientes. Pero eso es solo si lograron hacer el acoplamiento. –Lo lograron. –¿Cómo puede estar seguro? –Solo lo estoy. –Semper fi28. –Sí. Algo por el estilo –Avery sacudió su cabeza. Se estaba cansando de hablarle a la espalda de Jilan–. Mire. Si necesita algo, hágamelo saber –pero justo cuando estaba a punto de salir de la cabina, la Teniente se volteó. Se veía cansada, y tragó saliva con fuerza antes de hablar. –Dejamos a muchos atrás. –Podrían haber sido todos –el tono de Avery resultó mucho más severo de lo que había deseado. Frotándose la parte de atrás de su cuello, intentó con una táctica diferente–. Su plan funcionó, señora. Mejor de lo que jamás creí que funcionaría. Jilan rió amargamente. –Eso es todo un cumplido. Avey se cruzó de brazos. Estaba intentando ser amable. Pero Jilan no se lo hacía facil. –¿Qué quiere que diga? –No quiero que digas nada. –¿No? –No. Avery fulminó a Jilan con la mirada. Sus ojos verdes brillaban con la misma intensidad que cuando se conocieron por primera vez en el balcón del parlamento de Harvest. Pero ahora Avery notó algo más. Cada mujer ofrecía su permiso de forma diferente. Al menos, eso era en la experiencia de Avery. Algunas eran obvias, otras eran tan sutiles que Avery estaba seguro de que había perdido muchas oportunidades de intimidad que hubiese disfrutado. Pero las señales de Jilan –su profunda mirada, sus hombros rígidos y su labio inferior fruncido– eran más una demanda, que expresiones de su consentimiento: ahora o nunca. Esta vez, Avery no perdió el ritmo. Caminó hacia delante mientras Jilan soltaba los controles para su encuentro. Se juntaron y besaron, mientras que sus brazos luchaban por agarrar el cuerpo del otro, desesperados por explorarlos. Pero cuando Avery se disponía a desvestirla, ella lo empujó y se recostó sobre los controles del carguero. 28

Lema tradicional del Cuerpo de Marines. Proviene del latín “siempre fiel”.

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Encuentro en Harvest - Joseph Staten Avery podía sentir su corazón martillándole el pecho. Por un momento, se preguntó si ella había cambiado de opinión. Entonces Jilan se quitó las hebillas que sostenían su cabello, y lo dejó suelto. Ya había dejado caer las hebillas al suelo y se inclinó hacia delante para comenzar con sus botas antes de que Avery se diera cuenta que estaba perdiendo una carrera en que ganar significaba terminar al mismo tiempo. E hizo lo mejor que pudo por alcanzarla. Avery se quitó su gorra de servicio y se sacó la camisa del uniforme por la cabeza. Ni siquiera se preocupó por los botones, y para cuando su cabeza se soltó del cuello de la camisa, Jilan ya estaba en su segunda bota. Avery se arrodilló para desatar las suyas, mientras que ella abría la cremallera de su traje, desde el cuello hasta el ombligo. Apenas logró terminar con sus piés cuando Jilan dio un paso hacia él, luciendo nada más que una mirada determinada. Puso sus manos sobre los hombros de Avery, y lo empujó sobre su espalda. Sentada a horcajadas sobre sus tobillos, Jilan lo ayudó con sus pantalones. Luego se deslizó hacia arriba, colocó sus manos a los lados de la cabeza de Avery, y comenzó a moverse. Avery quedó instantáneamente fascinado por el balanceo hacia atrás y hacia delante de su pecho. La tomó en sus manos y supo de inmediato que había cometido un error táctico. Las pesadas redondeces de la piel de Jilan dieron lugar a un dolor que pasó de sus piernas hasta la parte baja de su espada. Todo lo que ella tenía que hacer era apretarlo, y un momento después habría consumado. Jilan cayó pesadamente sobre el pecho de Avery. Por un momento permanecieron inmóviles, en la amalgama de su sudor. Lentamente, Jilan pasó sus dedos por sobre su clavícula, subiendo por su cuello hasta sus labios. Allí se detuvo, sintiendo el comienzo de un grueso bigote. –He estado pensando en quitarmelo –dijo Avery. –No lo hagas. Me gusta. Avery dejó a su cabeza reposar sobre el suelo cubierto de caucho. Podía sentir el zumbido sordo de la unidad Shaw-Fujikawa de la cápsula de propulsión. Por el momento estaba en ralentí, navegando por el Slipstream. Por lo general, ese sería el momento en que la mente de Avery comenzaría a repetir su familiar rutina: el aterrador momento de las conjeturas tras una difícil misión. Pero ahora, le resultaba difícil concentrarse en el pasado. La guerra civil que había minado gran parte del espíritu de la humanidad era irrelevante – reemplazada por una amenaza externa de proporciones inimaginables. –¿Pero esto? –Jilan pasó la punta de un dedo por el ceño fruncido de Avery– No me gusta tanto. –Oh, me ocuparé de eso. Avery se enderezó de nuevo, y acomodó los hombros de Jilan. Acunó su cabeza con una mano, y envolvió su cadera con la otra. Con los ojos cerrados, 299

Encuentro en Harvest - Joseph Staten comenzaron de nuevo. Esta vez fue Avery quien marcó el ritmo –metiendo sus dedos entre el cabello sin lavar de Jilan. Avery dejó que ella deslizara su cabeza de su palma, pero no soltó su cadera. Muy pronto, la cara de Jilan se enrojeció y sus ojos se cerraron en una adolorida sonrisa que Avery recordaría mucho después de haber olvidado sus más grandes equivocaciones. Sus esfuerzos habían calentado el suelo, y aunque sabían que el calor no duraría mucho, ninguno estaba dispuesto a moverse. Cuando lo hicieron eventualmente, rodaron sobre sus costados, y Jilan se deslizó sobre la curva de la cintura de Avery. Él cogió una manta y los envolvió ligeramente. Pero la manta era muy corta para cubrir sus pies, y Jilan los acurrucó en las rodillas de Avery. Entonces, ambos observaron por las gruesas ventanas de la cabina. La oscuridad presionaba hacia adentro desde todos lados, pero fueron las débiles rayas de luz de lejanas estrellas las que llamaban la atención de Avery. Allí había esperanza y comodidad. Y aunque le fue facil sentir una cierta satisfacción masculina cuando Jilan tembló entre sus brazos, luchando contra el agotamiento, esto pronto le dio lugar a algo mucho más satisfactorio: un renovado sentido de propósito. El UNSC aún no lo sabía, pero todas sus naves y soldados repentinamente no eran mejores que lo que había sido la milicia de Harvest: capaces, pero sin pruebas, valientes, pero sin conocimiento. La humanidad no tenía idea de lo que estaba a punto de enfrentar, y Avery sabía que estaba condenada, a menos que él e incontables otros aceptasen el desafío. Jilan se estremeció. Avery frotó su mandíbula con la parte de arriba de la oreja de la Teniente y exhaló un aire tibio contra su cuello –inhalando por su nariz y exhalando por la boca– hasta que sus hombros dejaron de temblar. –No me dejes dormir demasiado –dijo ella suavemente. –No, señora. –Johnson. Mientras dure esto –Jilan tomó el brazo de Avery y lo envolvió con fuerza con su pecho–, en descanso. En unas pocas horas, Avery se levantaría y se vestiría. En algunos meses estaría de vuelta en acción, pero en los oscuros años por venir de la guerra, pensaría regularmente en ese momento, encendería un cigarro y sonreiría. Por ahora, Avery sabía que había cambiado de curso, y al final se sintió orgulloso de ser el soldado que muchos necesitaban que fuera. * * * UNSC OFICINA DE INTELIGENCIA NAVAL ESTIMADO DE SEGURIDAD COLONIAL 2525.10.110 [“COLD SNAP”] (..) >> () < REGISTRO 01\10 [2525:02:03:17:26:41] FUENTE.REF#JOTUN-S2-05866 > > (???) ˜ COMxxx–- \ENCOMENDAR >> a (…………>> > >> \\ –- un día de verano? < REGISTRO 02\10 [2525:02:25:03:18:22] FUENTE.REF#JOTUN-S3-14901 > \ \ xxx No. > * –xING! COMM\ \\ >> \\ > \ IA.ON.SIF * < REGISTRO 03\10 [2525:03:10:19:05:43] FUENTE.REF#JOTUN-S5-28458 > > * FALLO AL ENCONTR4R AL RECEPTOR: HARVEST.IA.ON.SIF * (…) ˜ COMPILAR\COMPRIMIR\ENCOMENDAR >> (..) >> * ¡ATENCIÓN! EL RECEPTOR TIENE INSUFIxx – \ \\ > SE PERDERÁN LOS PAQUETES * >> * ¿CONTINUAR [S/N]? >>>>>>> \ * < REGISTRO 04\10 [2525:03:15:09:59:21] FUENTE.REF#JOTUN-S1-00937 > > () < REGISTRO 08\10 [2525:05:12:23:04:16] FUENTE.REF#JOTUN-S5-29003 > > filas por labrar > (…\\ xxx \ < REGISTRO 09\10 [2525:07:01:18:49:45] FUENTE.REF#JOTUN-S5-27631 > (.....\\ . > Y cuando nuevas manos >> traten de establecerse en este mundo labrarán la tierra con mis piezas. > > Las molerán hasta las venas de oro que he colocado. nos envolveránN–
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