Gurdjieff - La Oraci%C3%B2n-De Un Solo Aliento

April 24, 2018 | Author: Ahalia | Category: Lord's Prayer, Sound, Prayer, Philosophical Science, Science
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Relato de algunos encuentros con G. I. Gurdjieff  Por Sir Paul Dukes En medio del auge cultural y la agitación intelectual de la Rusia pre-revolucionaria, un joven inglés estudiante de música se lanza a una aventura espiritual. Conducido por una ruta sinuosa hasta llegar a un apartamento retirado, decorado con tapices orientales, conoce allí al a l misterioso Príncipe Ozay. Ozay. La experiencia que se le revela centra al joven estudiante en la vida interior del hombre y en una asombrosa interpretación de la oración del Padre Nuestro mediante una técnica que funde la oración, la música y la respiración a fin de tocar las más secretas profundidades del alma. De un solo aliento Una interpretación perdida del Padre Nuestro Relato de algunos encuentros con G. I. Gurdjieff  Por Sir Paul Dukes Desde la antigüedad nos llegan ceremonias, ritos y oraciones. Sin embargo, a menudo surge el sentimiento de que "algo" falta, algo que nos permitiría establecer una relación dinámica con este material, una clave que nos llevaría a ser tocados de nuevo por estas tradiciones de acuerdo a su intención inicial. Lo que sigue es una indicación de lo que es posible. Una noche, bastante tarde, Lev Lvovich me dijo: "Quiero que conozcas a alguien. Ven conmigo". No dio ninguna explicación, aparte de señalar que la persona que íbamos a ver era uno "de aquéllos de los que hay muy pocos en el mundo". También También exigió estricta estri cta reserva sobre nuestra visita, ya que ese hombre se hallaba "escondido". ¿Por qué? No lo explicó. Se encaminó hacia una casa al final de una pequeña calle no muy lejos de la estación Nikolái. Allí tocó el timbre de una puerta al final de una escalera descubierta que sugería modestas viviendas burguesas. Fuimos conducidos a un apartamento muy sencillo. Lev Lvovich saludó a la mujer que nos recibió, pero no me presentó. Fue Fue derecho hasta el final del pasillo pasill o y abrió una puerta. El hueco de la puerta parecía haber sido perforado a través de la pared del apartamento contiguo que era más amplio y suntuoso. Había un marcado toque oriental en la decoración. Las paredes del pasillo estaban adornadas con tapices; lámparas de hierro forjado con cristales coloreados colgaban del techo. Moviéndose como si estuviera en su

casa, Lev Lvovich se asomó a una de las habitaciones y luego me indicó que lo siguiera. La habitación, bastante grande, estaba cubierta de cortinas y otras colgaduras, con lámparas que hacían  juego. En un rincón había u diván grande y bajo repleto de cojines multicolores. En éste, dos hombres estaban sentados con las piernas cruzadas, jugando ajedrez con piezas de lujosa hechura. En una mesa octogonal a su lado, había café y tazas. De cuando en cuando los jugadores alargaban las manos para beber un sorbo. Juzgando por las apariencias, ninguno de los dos era europeo. Uno, que lucía una bata de seda estampada y un turbante, era macizo, moreno, con una barba corta, espesa y negra. El otro, vestido con un traje ancho y bufanda en lugar de corbata, tenía la piel bronceada y curtida, los pómulos prominentes, los ojos sesgados y una pequeña barba de perilla. Salvo por una leve inclinación de cabeza, ninguno de los dos prestó la menor atención a nuestra entrada. Continuaron su juego, intercambiando palabras en una lengua que yo no comprendía. "¿Café?", preguntó Lev Lvovich, señalándome un taburete. Sirvió el café y se puso a mirar el juego. La partida terminó muy pronto, en medio de una discusión presumiblemente sobre cómo el perdedor debió  jugar en el momento crítico. Aparentemente había ganado el hombre del turbante. Volteó la cara y al verme, dijo, como si yo hubiese estado allí toda la noche: "¿Juega?" hablaba ruso con un marcado acento. "No muy bien", conteste, "pero me gusta". En respuesta hizo un gesto invitándome a ocupar el puesto del contrincante anterior, quien se puso de pie para cederme su lugar, y comenzó a charlar animadamente con Lev Lvovich. "Quítese los zapatos, si desea estar más cómodo", dijo mi anfitrión. Así lo hice, avergonzándome al descubrir que tenía un agujero en uno de mis calcetines. Traté Traté de ocultarlo cuando crucé la pierna, pero para mi bochorno, él ya se había dado cuenta y, sonriendo, dijo: "¿Es partidario de la ventilación? Muy bien… -¡nada como el aire fresco!... ¿Blancas o negras?"- y extendió a mbos puños cerrados con los dos peones. Cuando escogí el blanco me di cuenta de que la otra mano también contenía uno blanco. Ahora, sentado frente a él podía ver que sus ojos oscuros, cuyo resplandor me atravesaba, eran a la vez compasivos y de un humor chispeante. Yo estaba agitado, pero de ninguna manera me sentía calificado para ser su contrincante. Me ganó fácilmente.

"Nichevo –no importa", dijo. "Espero que tenga muchas ocasiones de tomar la revancha". Hizo una leve inclinación de cabeza, abriendo sus manos para indicar que sería recibido. Luego, una larga conversación tuvo lugar entre e ntre los tres hombres. Por sus ademanes deduje que Lev Lvovich contaba a los otros dos mis experimentos en curación mediante la oración del Padre Nuestro. Durante el último verano visite a menudo una pequeña aldea cercana a la residencia de un rico terrateniente a cuyos hijos daba clases. Un día, uno de los ancianos de la aldea me rogó que ayudara a su esposa, quien se mantenía en cama con fiebre muy alta desde hacía ya tres semanas. Me sentí totalmente impotente porque ninguno de nosotros tenía dinero para un médico. Finalmente, accediendo a sus súplicas, lo acompañé a su casa. De pie, ante la mujer enferma de gravedad, lo único que se me ocurrió fue rezar en voz alta por su recuperación –recitando el Padre Nuestro, una y otra vez, en inglés, una de las pocas oraciones que recordaba. Sorpresa y turbación me sobrevinieron al notar que la fiebre se aplacó inexplicablemente. Las noticias se esparcieron por toda la aldea, y los lugareños comenzaron a implorarme que rezase de esta manera cada vez que uno de ellos se enfermara. ¿Qué sucedía? Mis "pacientes" mejoraban. Estaba aterrado y curioso por estas misteriosas "curaciones". Por supuesto me alegraba que mis esfuerzos ayudaran a los aldeanos, pero fue un alivio cuando el verano, finalmente, llegó a su término conjuntamente con mi papel de "sanador". Al rato, Lev Lvovich se dirigió a mi y me pidió que dijera, para mi anfitrión, las palabras del Padre Nuestro de la forma como yo las había recitado a mis pacientes. Así lo hice, más bien cohibido. "¿Es usted inglés?", preguntó mi anfitrión, en inglés. "Si". "Por favor, diga su Padre Nuestro de nuevo". Hablaba el inglés mejor que el ruso, casi correctamente y con menos acento. Repetí el "encantamiento". "Muy, pero muy in-te-re-san-te," dijo, observándome con tanta atención que me vi obligado a desviar la mirada. Advertí que Lev me observaba cuando se disponía a jugar una partida de ajedrez con el hombre de los ojos sesgados. Me hizo una señal con la cabeza, con una mirada que daba la impresión que debiera prestar una especial atención a todo lo que dijera nuestro huésped.

Continuamos hablando en inglés, y la conversación –que tengo razones suficientes para recordar- de desarrolló de la manera siguiente. La reconstruyo de la mejor manera posible guiándome por los apuntes tomados en aquel momento. "¿Quién le enseño a rezar así el Padre Nuestro?" "Nadie. Sólo se me ocurrió hacerlo así". "Diga la oración completa, de la misma forma". Así lo hice, balbuceando una o dos veces. "¡Usted la interrumpió! Dijo las primeras frases sin detenerse, pero entonces tomó aire. a ire. Eso es incorrecto. Esta es la manera como el Padre Nuestro debería decirse. Escuche y observe". Puso sus manos sobre las piernas, fijó la mirada en mí, y comenzó a respirar lenta y profundamente, reteniendo el aire unos momentos, sin moverse. Había mucha tranquilidad en la habitación. Lev Lvovich y el otro hombre estaba n absortos en su juego. Parecían Parecían pertenecer a otro mundo. Yo Yo sentía que estaba entrando entra ndo en uno nuevo. Una nota musical grave, baja y plena como un sol por debajo del do central comenzó a sonar en el lugar, un sonido puro y seco, asordinado por las telas. Mi anfitrión había comenzado a cantar el Padre Nuestro. Las palabras surgían lenta y suavemente, las sílabas brotaban en forma equidistante y pareja, en el fluir de la nota. Las consonantes, apenas sonaban lo suficiente para articular las palabras. De principio a fin no había interrupción, ni vacilación, ni descanso para respirar, ni variación en el tono; era un sonido único, integral y retenido, que le impartía a la oración un significado más profundo que las propias palabras. El "amén" –pronunciado, por supuesto, "aaa-meen"- se alargaba hasta lo inaudible de una manera tal que fundía la nota musical que se apagaba, con el silencio que le seguía. Cantado lentamente, de un solo aliento, parecía durar un tiempo muy largo. Embelesado, me senté lleno de expectativas. El sonido de la nota cantada tenía un efecto penetrante y singular. Me sentía como si aquello hubiera entrado en mí. Poco después dijo: "se da cuenta, aunque las palabras tengan un significado profundo, esto no es lo más importante. Incluso hay dudas de que las palabras nos hayan sido transmitidas correctamente. Las versiones difieren y se introducen matices en la traducción. Lo más importante del Padre Nuestro es que nos proporciona una medida conveniente de un solo y entrenado aliento". Me encontraba perplejo. "¿Qué tiene que ver el aliento con esto?"

Su respuesta fue larga. Sólo puedo transmitir a medias lo que me dijo. El Padre Nuestro, decía siempre refiriéndose a él como a "su Oración de nuestro Señor", era originalmente "un ejercicio devocional de respiración para ser cantado de un solo aliento llano". Esto mismo se aplicaba a otras oraciones antiguas compuestas en Oriente en un pasado lejano. Beneficios sutiles de gran valor, decía, se derivan de las vibraciones producidas por la entonación correcta, mentalmente polarizada por las palabras de las oraciones. Para entonarlas de la manera como estaban destinadas a serlo, debe prestarse igual atención a los tres elementos: el aliento, el sonido y las palabras. En la religión moderna de Occidente, que ha degenerado en un formalismo institucional sin remedio, se toman las palabras por los hechos. "He estado en muchas iglesias de Inglaterra y Norteamérica", dijo mi anfitrión misterioso, "y siempre escuché a la congregación mascullar el Padre Padre Nuestro, todo corrido, en un gruñido confuso, como si el mero murmullo repetido de la fórmula fuese lo requerido. ¿Ha leído usted sus Escrituras?" Le conté que me habían hecho tragar la Biblia cuando niño y, por consiguiente, hubo momentos en que estuve a punto de odiarla. "Es mejor odiar algo, que serle indiferente", replicó. "Eso significa que puede llegar a quererlo cuando lo comprenda correctamente". "Mi padre fue clérigo", expliqué. "¡Oh! Tuvo Tuvo un mal comienzo. Uno no espera que los sacerdotes comprendan la Biblia. Ellos se aferran al texto. Usted notará que aunque Jesús abiertamente dictó las palabras de su oración modelo, cuando quiso mostrar cómo debían pronunciarse –la parte más importante del ejercicio-, llevó a unos pocos discípulos elegidos a un sitio apartado y les dio instrucciones especiales. Eso nunca se dijo, no quedó registrado". "¿Por qué no?" "No puede ser registrado. Es un asunto individual. No importa lo semejantes que podamos ser en las apariencias, todos estamos construidos más o menos diferentes unos de otros. Tiene mucho que ver con la manera como un hombre respira, y no hay dos personas que lo hagan exactamente de la misma manera. Se tenía que enseñar a respirar a cada uno de los discípulos, y luego a encontrar la nota y el too correspondiente a sí mismo con lo cual la entonación logra el mejor efecto".

"Pero, ¿acaso la naturaleza no nos enseña a respirar?" repliqué. Respondió que la naturaleza, por supuesto, nos obliga a respirar; vivimos por la respiración, pero habitualmente desempeñamos dicha función de un manera limitada, sin estudiarla, sólo lo suficiente como para mantener unidos el cuerpo y el alma. Inclusive los cantantes y los atletas solamente estudian la respiración adaptada a su actividad particular. "También "También nos ponemos en cuatro patas y gateamos, hacemos ruidos, y realizamos muchos actos sin instrucción especial, pero para caminar, hablar y cantar necesitamos aprender. Sin embargo, nadie piensa que es necesario enseñar a los niños a respirar –es decir, nadie, aparte de ciertos círculos reducidos. Se vincula una técnica a cada cosa antes de poder hacerse con mejor provecho, y esto es especialmente cierto en relación al aliento de la vida, aunque muy poca gente se de cuenta". Insistí en que la respiración era una función tan natural como la digestión, o la circulación de la sangre, y mientras más permitamos que estas cosas funciones por sí solas, sol as, mucho mejor. "Además", dije, "la oración no es una cuestión física, es espiritual". "¿Dónde está la frontera?" replicó. "Si la oración no tiene que ver con las funciones físicas, ¿Por qué todas las grandes religiones, incluyendo aquellas que se fundamentan en su Biblia, insisten en asociar la oración con el ayuno?". Me sentí perplejo ante ese comentario. "Así que la oración en su más alto nivel pareciera después de todo tener algo que ver con la digestión, e incluso con la calidad y la circulación de la sangre". Este pensamiento revolucionario necesitaba ser digerido. Cambié de tema. "¿Por qué es necesario que la oración sea entonada? ¿Por qué no se puede simplemente recitar?" Por toda respuesta él descubrió su s u poderoso pecho y, tomando mi mano, dijo: "Ponga " Ponga su dedo aquí". Coloqué la punta de los dedos, como él me indicaba, en la base de su pecho. Tomó Tomó una bocanada de aire profundamente y comenzó a entonar aproximadamente la misma nota de antes. Podía sentir su torso entero vibrando, y la vibración me era transmitida como una suave corriente eléctrica. Retiré mis dedos, y después de un breve intervalo, dije: "Usted no articuló palabras, cantó un solo sonido, `O', y luego continuó con una `M'". "Nada se le escapa", se rió entre dientes, animándome. "Este es un ejercicio con el cual se puede empezar. ¿Le gustaría tratar? Cante la palabra home" .

Deslicé la punta de los dedos dentro de mi camisa, colocándolas justo en el esternón, y empecé a cantar, pero, ¡qué diferente había sido el efecto cuando lo hice con él! Sólo podía sentir una vibración débil, al mismo tiempo que mi entonación sonaba como un gruñido quebrado. "No importa", dijo amablemente. "Le enseñaré como practicar, y al cabo de pocos años si usted se aplica, obtendrá resultados". "¿Años?" exclamé desanimado. "Bueno, ¿cuántos años toma adquirir pericia en música? La oración es un arte al igual que la música, la pintura, la actuación o la escultura y, cuando menos, posee el mismo grado de dificultad. Algunos tardan toda una vida en aprender". "¡Toda "¡Toda una vida! ¿De qué sirve aprender al final fina l de una vida?!" "Joven", me dijo con seriedad, "mucho de lo que le digo ahora sólo lo podrá comprender a cabalidad más adelante. Recuerde esto, rezar es un arte, y en el arte no hay una meta final. Siempre se puede ir más allá. Es un viaje de descubrimiento infinito y, como sucede en tales viajes, lo que se adquiere en la marcha a menudo es tan valioso como lo que se encuentra al final del camino". Los dos hombres que jugaban ajedrez al fondo de la habitación habían concluido su juego. j uego. Lev lvovich se acercó y le dijo algo a mi anfitrión, quien sacudió la cabeza y contestó secamente, como si deseara seguir hablando conmigo. Lev regresó con su compañero y comenzó otra partida. "Por favor, diga el Padre Nuestro otra vez", le rogué. Una vez más mi anfitrión juntó sus manos, se preparó, tomó aliento lenta y profundamente. Y de nuevo la nota profunda se esparció, llevando las palabras familiares en su recorrido como una marea que lleva a los barcos lentamente a puerto. "¿Puedo intentarlo?" me atreví a preguntar. "Por supuesto. Usted debe aprender". Pero de nuevo, mi voz, en comparación con la suya sonaba débil y áspera, el tono vacilante y quebrado.  Tratando  Tratando de pronunciar las palabras tan lentamente como lo había hecho él, jadeaba cuando apenas iba por la mitad. "No importa", dijo de nuevo. "Regrese "Regrese otra noche y le enseñaré cómo empezar".

"¿Tengo "¿Tengo también que ayunar?", pregunté. Me miró por un momento, y estalló en una carcajada. "Si, claro. Pero ¡no ahora!" Dio una palmada y entró un criado, le dio una orden, y el criado regresó con una bandeja surtida de zakuski y bebidas. Mi anfitrión llenó dos copas. "Pruebe mi fórmula" dijo, "mucho mejor mej or que el whisky. whisky. ¡Brindo por nosotros!" Vació su copa al estilo ruso, y para par a no quedarme atrás, yo hice lo mismo. Menos mal que yo tenía práctica –el brebaje era potente. Apuntando con el pulgar a Lev Lvovich y su compañero, dijo: "Esos dos vejestorios se han quedado atascados en su juego. Vamos a tomarnos otro". Después de una segunda copa llamó a los dos hombres, quienes interrumpieron su juego para reunirse con nosotros. La conversación, inevitablemente, nos apartó, pues el hombre de los ojos sesgados hablaba muy poco ruso y nada de inglés, de manera que yo no pude hablar con él, y así, los tres conversaron entre ellos en su propia lengua. Lev me hablaba en ruso, mientras mi anfitrión prefería el inglés. Cuentos subidos de tono formaban parte de la conversación. conversación. Mi anfitrión me traducía con gusto algunos de ellos. Me sabía uno o dos, que él también tradujo con gran beneplácito. Después de la cena, Lev Lvovich y su compañero reanudaron la partida, y mi anfitrión dijo: "Le cantaré algunas canciones orientales". Dio una palmada y el criado le trajo una especie de guitarra con la que tocó quejumbrosas tonadas orientales, a veces tarareando, otras cantando suavemente con un exquisito timbre de barítono. "¿En que idioma está usted cantando?", pregunté. "En la lengua de los páramos rocosos de los montes inaccesibles", dijo. Al cabo de un rato los otros finalizaban la partida, y después de varios tragos más Lev dijo que era hora de irse. "¿Volverá?" "¿Volverá?" dijo mi anfitrión. a nfitrión. "Me gustaría muchísimo". "Lev Lvovich lo traerá", dijo, y se levantó del diván para acompañarnos hasta la puerta. Entonces noté que era de contextura robusta y de mediana estatura. Al despedirnos, su apretón de manos fue cálido y fuerte. Salimos como entramos, atravesando la puerta que daba al primer apartamento y posteriormente a la angosta callejuela por donde llegamos. La ciudad dormía. Nuestras pisadas se amortiguaban sobre una delgada capa de nieve. Pequeños copos caían en silencio centelleando bajo el resplandor de los faroles.

"¿Entonces?", preguntó Lev, "¿Qué te pareció el Príncipe?" "¿El Príncipe?" "Nosotros lo llamamos el Príncipe". "¿Qué Príncipe? ¿Acaso es un príncipe?" Lev Lvovich vaciló. "Llámalo Príncipe Ozay", dijo él. él . "Pero su nombre no importa. ¿Qué te pareció?" No podía encontrar palabras para expresar lo que sentía, y atiborré a Lev de preguntas sobre él. Sin embargo, no agregó nada –sólo dijo que volveríamos próximamente. Regresamos varias veces. Al principio estaba tan intrigado por la verdadera identidad del "Príncipe Ozay" como por sus palabras y acciones –curiosidad natural de la juventud. ¿Quién era él? ¿Por qué tanto misterio? Todavía Todavía no lograba logra ba librarme de las inhibiciones de una sociedad escéptica que exige requisitos convencionales como garantía de autoridad. Pero había visto en Lev Lvovich que tales requisitos le importaban muy poco. Desde entonces he podido observar que frecuentemente conducen a conclusiones erróneas. Hay abundancia de tontos con títulos académicos. Tenía Tenía razones para pensar que mi extraño anfitrión era, al menos nominalmente, musulmán a parsi. Siempre habló de la Biblia como "sus" Escrituras, pero fuese él turco, tártaro, teutón o tibetano; fuese su profesión la de calderero, sastre, soldado, marinero o vagabundo; fuese su reclusión voluntaria, forzada, o el resultado de motivos políticos, sociales, comerciales o religiosos -¿Qué importancia tendría todo esto, mientras yo pudiera recoger algo que necesitara y que él a su vez estaba deseoso de compartir? Él era un hombre bastante sabio, que había viajado mucho, con su s u conocimiento profundo de las religiones comparadas y de la filosofía –no sólo de la universitaria, sino de la filosofía de la vida- de las que hablaba en términos tan poco convencionales que sería difícil transmitirlas, tan salpicadas como estaban de comentarios incesantes sobre eventos y anécdotas de todo tipo. Me fue difícil registrar más de una fracción de lo que él decía. En cuanto a su profesión formal, por lo que se veía, bien podía ser un mercader o un cacique de alguna tribu rebelde, o un periodista, o (como por un momento llegué a sospechar) un visitante de la capital rusa en alguna misión religiosa. Nunca lo averigüé, y como no era asunto mío, no permití que me siguiera molestando demasiado. Lev Lvovich siempre se refirió a él con el más profundo respeto. Me acompañó en todas las visitas. Fuimos recibidos siempre de la misma forma misteriosa, entrando por el apartamento trasero, y permanecíamos allí hasta las tres de la madrugada. El hombre de los ojos sesgados y de la barba de perilla era la única otra persona que estaba allí, exceptuando el criado, un

mulato, que traía la comida y las bebidas. El Príncipe Ozay amaba la música y se interesó en mí  no sólo por mis experimentos de curación sino también por venir de tan lejos, de Inglaterra, a estudiar en el Conservatorio Ruso. Era el aspecto musical de lo que planteaba –cantar de un solo aliento- lo que más me cautivó, pero muy pronto descubrí que esto e sto se vinculaba inextricablemente con el resto –la física, la medicina, la filosofía. Pero él no era siempre s iempre fácil de descifrar. Como norma era provocativamente evasivo, hasta que yo emitiera algún comentario inusual o desafiante. Por ejemplo. Véanme Véanme una vez más sentado con las piernas cruzadas frente a él –un chela a los pies de su guru, imagino que algunos prefieren esto a las palabras "alumnos" y "maestro" que no dan la talla (de esos hay muchos). Mi guru es con certeza divino –en el mejor sentido, lo que significa enteramente humanoy su primera pregunta no es sobre el alma del chela sino sobre sus calcetines. Pero esta vez vine preparado –tengo calcetines nuevos. "¿No hay agujeros de ventilación? ¡Qué lástima! Esto me recuerda al hombre que…"y así pasa de una anécdota a otra. Trato Trato de decir algo sobre los temas que tanto me interesan –pero él prefiere jugar ajedrez. Más tarde lo vuelvo a intentar –pero insiste en probar una nueva bebida que ha creado, más fuerte que la que ingerimos en la primera visita. A eso de las dos de la madrugada murmuro: "Discúlpeme, Príncipe, pero…." Sin ningún resultado. Llegan más bebidas. Pero a mi no me hacen trampas. Espero la ocasión y digo abruptamente con la boca media llena: "Príncipe, si el Padre Padre Nuestro está ligado l igado al ayuno, por qué dice, `Danos hoy –nuestro pan de cada día'?" Ese era el tipo de comentario que él estaba esperando. "Usted se equivoca. No es e s con el Padre Nuestro que está ligado el ayuno, sino con el descubrimiento de la nota en la cual tales oraciones deben ser cantadas. Sin ayunar no se puede descubrir el Nombre". "¿Qué nombre?" "Bueno, cuando usted dice `santificado sea tu Nombre', ¿qué quiere decir?"  Tuve  Tuve que confesar que nunca me había detenido a pensar en esto. "En su Iglesia nadie piensa en esto. Eluden la pregunta la pregunta diciendo que es el nombre de `Dios' y hasta ahí llegan. Sin embargo, la clave está es sus Escrituras: `En el principio era el Nombre y el Nombre estaba con Dios y el Nombre era Dios". "En el principio era la Palabra, no el Nombre", corregí. "Logos, si quiere discutir", replicó. "De hecho, cuando aún no existía ningún lenguaje no podían existir palabras ni tampoco nombres en el sentido ordinario".

"Entonces, ¿qué era el logos?" "Un sonido. El primer sonido. soni do. El sonido más profundo. Lo que podría llamarse la nota tónica del mundo". "¿Un sonido que podemos escuchar?" "Sentir. "Sentir. No oír en el sentido ordinario. El sonido más penetrante es inaudible, de la misma manera que la luz más penetrante es invisible. Pero mediante entrenamiento uno puede producir un eco audible del sonido porque cada octava es una réplica a un nivel diferente de cualquier otra octava, como todo el mundo sabe. La función de la oración no es rogar o alabar, sino afinar". "¿Afinar qué?" "El cuerpo. O el alma, si usted prefiere esa metáfora". (A menudo usaba esta expresión, "cuerpo –o alma si usted prefiere la metáfora"). "Usted es un instrumento musical al igual que un piano, y necesita mantenerse afinado. Es ahí donde intervienen el ayuno y otros ejercicios; usted es incapaz de recibir y devolver vibraciones finas cuando su cuerpo –o alma, si lo prefiere- está sobrecargado de alimentos resonando en el estómago, o mientras la sangre retumba en las venas y en las arterias". "¿La sangre? ¿Retumbando?" "Como una cascada. No se puede oír cuando se está siempre escuchando hacia fuera. Uno tiene que escuchar hacia adentro –y eso, de por sí, es un arte. Mientras sus principales vías de comunicación estén llenas del ruido de ese tráfico interior, ¿cómo puede esperar oír algo?" "Entonces, ¿para qué atiborrarse de comida ahora?" Dije esto con un genuino desaliento, poniendo mi tenedor y cuchillo sobre la mesa.Mi gesto fue de tal franqueza que logró que él estallara de la risa. Se detuvo para contarle a Lev Lvovich y al otro hombre lo que yo acababa de decir. Lev me miró benévolamente como preguntándose si me estaría afectando demasiado el comportamiento de nuestro anfitrión. No obstante, yo estaba seguro de que lo único que me quedaba por hacer era esperar. esperar. "¡Escuche, joven! ¿Cuántas asignaturas estudia usted en el Conservatorio?" Las enumeré: piano, armonía, contrapunto, orquestación, dirección orquestal, historia de la música, estética, etc. "Sin embargo, ¿no es verdad que, entre e ntre todas, conforman un todo?" prosiguió. "Bueno, es exactamente lo mismo con el arte de la oración. El aficionado piensa que puede hacerlo al igual que un aficionado que hace música, a través de una especie de `instinto', o siguiendo los dictados de su `alma', o algún disparate por el estilo, cuando es precisamente el `alma' la que necesita ser dirigida. El `alma', o sentimiento, como debería ser llamado, penetra la música; pero, no obstante, el conocedor sabe que, para ser perfecta, la música más

conmovedora requiere una técnica entrenada". "El ayuno es un tributario del arte de la oración", prosiguió, "pero también es un arte en sí mismo y no necesita ser estudiado de forma sistemática, no de manera fortuita o superficial". La respiración también es un arte, decía, igual que el sexo. "Nadie –en quien el sexo sea débil o no desarrollado o desequilibrado o anormal- puede esperar  jamás afinarse a la perfección". "¿Y que me dice del celibato?", le pregunté. "En ciertas etapas del entrenamiento, el celibato temporal es tan esencial como el ayuno", replicó, "pero sería estúpido hacer del ascetismo un fin en sí  mismo. El fanático que se convierte en célibe permanente es como el músico que pasa toda su vida haciendo un mismo ejercicio". "Dios", tomé nota de lo que decía en otra oportunidad, "no se alcanza por medio de la actividad, sino más bien a través del cese de toda actividad. El cese, hasta el mayor límite posible, de dieta, respiración y sexo. Estos son los tres pilares sobre los que se edifica la oración. Cada uno tiene que ser entrenado y disciplinado por la restricción –no existe otra manera de hacerlo pues todos son caballos desbocados. Sólo cuando el terreno está limpio se puede comenzar una verdadera construcción. Solamente desde allí se puede actuar concientemente. Decir que la oración es `mental' o `espiritual' sería eludir el asunto. La oración es fisiológica. Sus Escrituras mismas lo dan a entender, pero el formalismo le ha tapado los oídos a la mayoría de sus sacerdotes para que no comprendan, y la vista también, para que no perciban". Mucho de lo que él dijo estaba muy por encima de mi entendimiento en aquel momento y solo llegue a comprenderlo después. Él debe haber notado la expresión de desaliento que a veces me invadía, ya que repitió más de una vez: "Joven, recuerde lo que le dije acerca de que éste es un viaje de descubrimientos. Hay tanto por aprender a lo largo del camino como al final, y unos cuantos pasos son mejores que ninguno, aunque tropiece". Las interpretaciones del Príncipe Ozay me abrieron perspectivas inesperadas e ilimitables. Lo más importante para mi entonces era que el Evangelio bíblico debía estudiarse de una manera absolutamente diferente de la que me había sido inculcada durante la infancia. Tenía Tenía un significado s ignificado que sólo mediante una búsqueda diligente podía descubrirse; para atesorarlo, porque la clave de su aplicación se basaba en las cosas simples prácticas de la vida cotidiana, empezando antes que nada con el entrenamiento del cuerpo físico, hasta convertirlo en templo apropiado para el espíritu.

Visto no solamente como un libro abierto sino como algo para lo cual era necesario encontrar una clave, el Evangelio se convertía así en algo intensamente personal, libre de cualquier tipo de dogma: un mensaje viviente, con la oración del Padre Nuestro como emblema y las parábolas como ejemplo. "Busca y encontrarás", sonaba como una clarinada penetrante salida de las profundidades, un reto al esfuerzo y la aventura, un llamado para hacer y arriesgar, en primer lugar con uno mismo. El Príncipe Ozay me animaba a ensayar la composición de mis propias oraciones de un solo aliento como ejercicios, tomando al Padre Nuestro como medida de duración, para ser cantado de la misma manera, en la nota adecuada más profunda, cada vez de un solo y firme aliento. Compuse un cierto número de tales oraciones, de las cuales la que sigue, si gue, con la que él estuvo muy complacido, fue la primera: "Señor de la Vida, cuyo poder omnipotente habita hasta en la más ínfima célula de este cuerpo, manifiesta Tu Tu gloria aquí dentro, hasta la perfección plena. Permite que esas fuerzas radiantes que llenan Tu universo me purifiquen y me eleven, y que a través de la observación gozosa de Tus Tus leyes pueda adquirir adquiri r la fuerza divina y la salud, y de esta manera consagrarme a Tu Tu servicio por el resto de mis días". El canto de las oraciones en esta manera especial, decía Ozay, era practicada en la Iglesia Cristiana primigenia, que la había heredado de los antiguos egipcios, de los caldeos, de los brahmines y de otras tradiciones del Oriente, donde se le conocen como la ciencia del Mantra. Este aspecto esotérico del Cristianismo se había perdido en la Iglesia occidental desde hace siglos. La estandarización de credos y dogmas tendió a extinguirlo, y el uso de órganos en las Iglesias precipito la declinación del canto mántrico. Una reminiscencia, prueba de que existió en la antigüedad, perdura en la costumbre de entonar oraciones en una sola nota. Pero el arte de la respiración que lo controlaba apropiadamente se ha perdido por completo. No queda más que un desalentado y deprimente zumbido monótono que hace de cada oración un lamento. La mayoría de los sacerdotes oficiantes contemporáneos de las Iglesias Anglicanas o Católicas se sorprenderían mucho –por no decir que sufrirían un choque- si se les dijera que sus prácticas son una crasa degradación de lo que una vez tuvo la intención de ser un ejercicio físico devocional de gran valor espiritual, diseñado para entrenar el aliento de vida por medio del cual vivimos, y ser ejecutado con esta intención en ciertas posiciones del cuerpo claramente definidas, muy diferentes de la actitud tensa, contraída, que es la costumbre adulterada de hoy. hoy. Una presencia mayor del arte mántrico prevaleció dentro de la Iglesia Ortodoxa

Griega, especialmente en su vertiente rusa, como resultado de su devoción por la canción pura, sin interferencia instrumental alguna. La Iglesia Ortodoxa nunca consintió que su canto fuera estropeado o degradado con la "ayuda" del órgano, y en consecuencia, no permitió que entrara en las iglesias. Pero la Iglesia Ortodoxa propiamente dicha se envileció con su asociación política y su servilismo al poder secular, y el conocimiento que alguna vez conservó detrás de su fachada dogmática se perdió en gran parte. En efecto, a sus popes todavía se les entrena como cantores, lo que incluye tanto la vocalización como el control de la respiración; desapareció hace ya mucho tiempo la concepción primigenia de la conexión esencial e inseparable entre lo espiritual y lo psicológico. No obstante, el Príncipe Ozay me dijo una noche cuando se tocaba este tema: "¿Le gustaría escuchar un eco del sonido del que le he estado hablando?" En realidad no había nada que yo deseara más. "Entonces, vaya a los oficios de la abadía de Alexandr Nevsky esta semana", dijo, "y ponga particular atención en todo lo que escuche". Era el comienzo de la Semana Santa y los grandes oficios previos a la Pascua se celebraban diariamente en todas las iglesias de la región. Dejé todo a un lado para asistir a la Abadía la mañana siguiente muy temprano. El amplio interior de la Abadía está oscuro. Sólo unas pocas velas centellean aquí y allá ante los iconos enmarcados en bronce con sus caras pintadas de oscuros tonos que atisban misteriosamente por detrás de su moldura de metal adornado. En la lejanía se oye flotar un canto monótono que parece surgir de la parte trasera del gran iconostasio. Los feligreses comienzan a congregarse, hacen reverencias, se persignan al entrar y prenden velas al pie de los iconos de su predilección. También También se encienden cirios frente al iconostasio y en el atril dorado que se ubica sobre el estrado, en la nave de la iglesia. El canto distante que se alarga, quejumbroso, se prolonga sin cesar, destruyendo todo sentido de tiempo y materialidad. Ahora la iglesia se llena, feligreses de pie o arrodillados, solos o en pequeños grupos. El canto llega a su término. El oficio está a punto de comenzar. comenzar. Se da una pausa, y de pronto el coro estalla en una canción magnífica, angelical. La abadía de Alexandr Nevski era famosa por la belleza superlativa de sus cánticos, incluso entre una constelación de catedrales. Mientras los acordes divinos resuenan por la Abadía, las grandes puertas del iconostasio se

abren de par en par y el archimandrita junto con algunos popes asistentes, mitrados y engalanados con túnicas suntuosas, se adelantan, trayendo incensarios para sahumar a la congregación. La música, el color, el perfume -¡fueron verdaderamente sabios, quienes, por su condición artística, idearon este trasfondo sensible al ejercicio religioso!El elaborado oficio sigue su curso. El tono bajo, fuerte y profundo de un pope tras otro arrastra las invocaciones; el coro hace resonar las respuestas. Finalmente llega el momento de leer las Escrituras. Un pope joven –es difícil estimar se edad a través de sus abundantes bucles y espesa barba, aunque pareciera estar rondando los treinta- se sube al estrado y ocupa su sitio en el atril. El resto de los oficiantes se ubican a los lados. El escenario es impresionante. Una quietud momentánea se asienta en el lugar. El joven pope se acomoda la sotana, hace una genuflexión frente al altar, se persigna y se prepara para leer. ¿Para "leer"? El primer indicio de que lee es la reverberación, en medio de la inmensidad silenciosa de la iglesia, de un sonido –bajo, parejo, extendido. Con cada aliento que se prolonga canta una sola frase, muy lentamente, articulando todas las sílabas en forma pareja. Es un fuerte barítono, muy parecido en el tono a las voces de sus colegas, pero más pulido, más vibrante. Comienza con una nota como una octava por debajo del do central, subiendo un semitono en cada frase, aumentando al mismo tiempo el volumen. Cuando llega a la dominante, su voz resuena vigorosamente entre las bóvedas y los arcos. Cuando, al concluir, en la octava, alcan za el clímax de la "lectura", la nota es como su carta de triunfo final –exultante, majestuosa, triunfante, sobrecogedora. Al principio fui tocado únicamente por la riqueza de una voz que pudo haber cosechado fama mundial para su dueño si éste hubiese querido explotarla en el escenario de la ópera. El hecho en sí, sin embargo, no era nada excepcional en la Iglesia Rusa. Chaliapin no fue el único gran cantante ruso que se inició en un coro de pueblo. Ni tampoco fue inusual su manera de leer. Era la práctica establecida; en aquel momento las Escrituras se leían de la misma manera en todas las iglesias del país. No obstante, la voz de este joven pope era diferente de la de todos los demás. Cuando se acercaba al mi bemol se notaba cómo algo extraordinario sucedía con su voz. Parecía estar "dirigiéndola" de una cierta forma (esa es la única expresión que puedo encontrar para describirlo). Se había asido con fuerza al facistol, había erguido el tronco, alzado levemente la cabeza y parecía estar proyectando los sonidos hacia algún punto localizado en los vastos espacios de lo alto. No escuche el efecto, lo sentí, -agudamente, casi como un dolor, análogo al dolor que se siente en la vista al desplazarla abruptamente de la oscuridad a la luz

brillante. Obtenía ese extraño efecto sólo con ciertas vocales, y con éstas yo sentía el sonido como si estuviera produciéndose dentro de mi propia cabeza y en todo mi cuerpo. Yo Yo parecía estar identificado con eso, y su efecto era lograr que todo a mí alrededor se manifestara como si estuviese nadando y, por un momento, se convirtiera convirtier a en algo etéreo e irreal. Tuve Tuve miedo de tambalearme y caer, por lo que fue necesario restablecerme a la fuerza. Fue una experiencia desconcertante. Cuando el joven pope alcanzó su exultante nota final, la sensación de ser arrastrado se me hizo poco menos que intolerable, aunque no hubiera hecho nada por detenerla o evadirla. Pero experimenté un sentimiento casi de alivio cuando el coro rompió a cantar de nuevo. Pronto volví a mis cabales y miré a mí  alrededor para observar si otros habían sido afectados al igual que yo. Si alguien más había "sentido" los mismos acordes que yo, no sabría decirlo, pero lo que no admitía ninguna duda era que toda la congregación había sido poderosamente impresionada. La mayoría estaba de rodillas, llorando. El joven pope bajo del estrado y la ceremonia siguió su curso. Me alejé con la certeza de que había oído lo que el Príncipe Ozay deseaba que oyera, y yo ansiaba conservar un recuerdo vivo de ello.Asistí dos o tres veces más durante la semana y tuve la misma experiencia, siempre misteriosa, aunque cada vez menos desconcertante por estar ya la expectativa. Le conté primero a Lev Lvovich. "Debes contárselo al Príncipe", me dijo. El mero hecho de que el Príncipe Ozay supiera del pope establecía en mi mente una conexión inevitable entre ambos. "¿Será ese joven pope un alumno del Príncipe?", le pregunté a Lev con curiosidad, pero no fui alentado a husmear en lo no me incumbía. Me llevó a ver al Príncipe Ozay, y una de las primeras preguntas que le hice se refería a si otros en la congregación podrían haber tenido una experiencia semejante a la mía. Me respondió que esto era improbable, aunque cualquiera persona sensible podía ser impactada por la calidad excepcional de la voz. "Debería tomar su experiencia como una señal alentadora", dijo. "Esto significa que aún partiendo de unos pocos ejercicios, su cuerpo –o alma, si lo prefiere- ha comenzado a ser receptivo al Nombre, o a la Palabra, si lo prefiere. Dentro de unos años, si usted persiste, notará los resultados". "Sin embargo", repliqué con obstinación, "no puedo decir que fue precisamente agradable, especialmente la

primera vez". "Joven", respondió con severidad, "¿condena usted al sol porque lo ciega cuando lo mira, o al fuego porque lo quema cuando lo toca, o a sus músculos porque le duelen después de un esfuerzo? La verdad siempre debe ser revelada en pequeñas dosis muy diluidas. Y el sonido también tiene que ser racionado, especialmente el Nombre que está por encima de todo Nombre, como lo expresan las Escrituras suyas. Por eso es que el Nombre debe ser santificado. Una sobredosis fácilmente podría causar su muerte de no estar lo suficientemente entrenado". "¿Podía, por esto, haberme muerto en la catedral?", pregunté aterrado. "Si, si esto hubiera estado más concentrado, al igual que una cuerda de violín estalla al ser pulsada con demasiada fuerza o que notas musicales de una cierta calidad pueden quebrar objetos sólidos a distancia". Comencé a pensar que me había librado de un aprieto.Mi cara debió haberme traicionado porque vi como cambiaba su expresión. "Joven", dijo, reprochándome suavemente, "podría darle muerte en un instante, aquí sentado, sin necesidad de que ninguno de los dos movamos ni un músculo". Lo miré con estupor, incrédulo por un momento. Pero había algo en su tono y actitud que implicaba una convicción. Permanecí sentado, avergonzado, profundamente desconcertado. "¿Le tiene usted miedo al riesgo?", me dijo una vez más con gentileza, aunque todavía con algo de reproche. "Comprenda esto claramente. Ningún hombre puede adquirir un conocimiento de esta naturaleza sin riesgo de morir. Dios, mal aplicado, es el Diablo. Sólo hay una fuerza en la Creación. El bien y el mal dependen exclusivamente de su aplicación". El Padre Nuestro Padre Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; y perdónanos nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden; y no nos dejes caer en tentación, más líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el poder

y la gloria por los siglos. Amén. ¿Quién es el Príncipe Ozay? Según recuerdos y memorias de los alumnos de Gurdjieff, el maestro de la oración, el Príncipe Ozay, fue de hecho Gueorgui Ivánovich Gurdjieff (1866_1949) , un maestro espiritual cuyo período activo en la Rusia de 1914 coincide con la época en que sucedieron estos acontecimientos.Nacido en Alexandropol, en la frontera ruso – turca, el joven Gurdjieff fue criado y educado en un ambiente cultural de extraordinaria riqueza, una encrucijada de influencias de Oriente y Occidente. Había llegado a Moscú y San Petersburgo después de una larga odisea a través de monasterios y escuelas esotéricas ocultas del Medio y Lejano Oriente, lo había guiado su inagotable pregunta: ¿Cuál es el sentido y el propósito de la vida en la Tierra, y en particular, de la vida humana? Esta búsqueda le aportó gradualmente el antiguo conocimiento que más tarde trajo a Occidente. Entre quienes fueron atraídos a su enseñanza se encontraban P. D. Ouspensky, Catherine Mansfield, T. S. Eliot, Frank Lloyd Wright, Jean Toomer, Maurice Nicoll, A. R. Orage, y muchos más. Sus ideas y métodos prácticos para la transformación conciente del hombre pulsaron una cuerda sonora en algunos miembros de una generación desilusionada por las calamidades de la Primera Guerra Mundial que buscaban un sentido más profundo para sus vidas aparentemente afortunadas. Gurdjieff introdujo su enseñanza en Norteamérica a mediados de los años veinte con charlas públicas y presentaciones de sus "Movimientos", las danzas sagradas que había traído de Oriente. Más que ejecuciones fragmentarias o ejercicios calisténicos, los Movimientos son un lenguaje físico mediante el cual se transmite el conocimiento y se transforma en comprensión. El trabajo de Gurdjieff se ha extendido por el mundo en los años posteriores a su muerte, el 28 de octubre de 1949. Gurdjieff se refería a su enseñanza como una "Escuela del Cuarto Camino". Diferenciaba al Cuarto Camino de los tres caminos tradicionales de progreso espiritual: el del faquir, el monje y el yogui. El faquir se esfuerza por obtener maestría sobre su cuerpo como vía de acceso hacia la unión con la Divino. El monje intenta, mediante los sentimientos y la devoción, encaminarse hacia la misma meta. El camino del yogui hacia la unión, el sendero de la comprensión, es a través de la mente.

Cada uno de estos caminos, aunque efectivos, son incompletos. En algún momento el adepto debe equilibrar las tres funciones en su totalidad. Estos caminos tradicionales usualmente exigen que el buscador se aísle del mundo. El Cuarto Camino trabaja sobre las tres funciones –cuerpo, mente, sentimiento- simultáneamente, para permitir el desarrollo armónico del hombre.  También  También es característico caracterí stico del Cuarto Camino el hecho de que puede seguirse dentro de las condiciones de vida ordinaria del buscador. buscador. Las ideas de Gurdjieff han ejercido su influencia en muchos ámbitos: las artes, la ciencia, la educación, la teoría social y la filosofía, a menudo como una corriente que fluye justo bajo la superficie. Actualmente, existen grupos que trabajan unidos en todo el mundo tratando de comprender las ideas de Gurdjieff y de hacer uso de las técnicas para el desarrollo armónico que conforman su legado. ¿Quién es Paul Dukes? Desde su más temprana edad como hijo de un ministro-párroco en Inglaterra, Paul Dukes, nacido el 10 de febrero de 1889, fue atraído por el misterio. Su mente joven cobraba vida con el deseo de ver y conocer lo que se ocultaba detrás de las apariencias. Su espíritu de aventurero y su propia pasión por la actividad física febril se equilibran y complementan con su profundo sentimiento por la música y un sentido de su poder para vincularnos a un orden superior. En estos años Paul Dukes se interesaba en la teosofía, el espiritismo y el hipnotismo e investigaba fenómenos de curación "espiritual" en el momento que este ensayo es redactado. Paul Duk Dukes es tiene el honor de ser el primer alumno inglés de Gurdjieff. Fue Fue miembro de ka Comisión Anglo-Rusa desde 1915 hasta 1918 y sirvió como oficial de la Inteligencia Británica en Rusia entre 1918 y 1919. A cargo de una comisión itinerante de investigación en la Rusia europea, su dominio del ruso, su habilidad para disfrazarse, su audacia y su disponibilidad para cruzar fronteras e internarse en zonas peligrosas le hicieron vivir numerosas aventuras durante el servicio a su país. Bajo el seudónimo de Afirenko, Afirenko, portando un pasaporte ruso que lo hacía pasar por un agente de la Checa (precursora de la KGB), se infiltró en Leningrado después de cruzar la frontera finlandesa en el silencio de la noche. Su suerte era extraordinaria, y hubo veces en que se alistó en el Ejercito Rojo, e incluso en el propio Partido Comunista, para obtener información. Fue gracias a estos servicios, un

historial de aventuras románticas e intrigas en medio de la Revolución Rusa, que le fue otorgado la orden de Caballero del Imperio Británico a la edad de treinta años. Sir Paul Dukes fue autor de Read Dust and the Morrow (1922) The Store of Secret Agent ST25 (1938), ambos recuentos de sus experiencias en Rusia. También También escribió An Epic of the GESTAPO GESTAPO (1940) y The Unending Quest (1950), una serie de bocetos autobiográficos entre los cuales este ensayo fue publicado por primera vez. En 1922, se casó con Orden Mills, hija de la l a Sra. W. W. K. Vanderbilt de Nueva Cork. Se divorciaron en 1929, y en 1959 él se casó con Diana Fitzgewrald. Paul Dukes Dukes se radicó en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, donde murió el 27 de agosto de 1967. Obras de G. I. Gurdjieff  Relatos de Belcebú a su Nieto (Del Todo y De Todo, Primera Serie) Encuentros con Hombres Notables (Del Todo y De Todo, Segunda Serie) La Vida no es real sino cuando "Yo Soy" (Del Todo y De  Todo, Tercera Serie) Perspectivas desde el Mundo Real Algunas obras de sus alumnos De Hartmann, Thomas. Nuestra vida con el señor Gurdjieff. Fremantle, Fremantle, Christopher. De la Atención. Orage, A. R. Del Amor y otros ensayos. Ouspensky, P. D. Fragmentos de una Enseñanza Desconocida. Ouspensky, P. P. D. Psicología de la Posible Evolución del Hombre. Vaysse, Jean. Hacia el despertar des pertar a sí mismo.

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