Grant R. Osborne - Apocalipsis

February 14, 2024 | Author: Anonymous | Category: N/A
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APOCALIPSIS Versículo a versículo

Grant R. Osborne

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Apocalipsis: Versículo a versículo Copyright © 2020 Grant Osborne Copyright © 2020 Editorial Tesoro Bíblico para la versión española Serie: Comentario Osborne del Nuevo Testamento Todos los derechos reservados. Puede usar citas breves de este recurso en presentaciones, artículos y libros. Para otros usos, escriba a Editorial Tesoro Bíblico para obtener permiso: [email protected]. A menos que se indique lo contrario, las citas de las Escrituras son traducción del autor o son de la Versión Nueva Versión Internacional (NVI)®. Copyright © 1973, 1978, 1984, 2011 por Biblica, Inc. Usada con autorización. Todos los derechos reservados. Traducción, edición y tipografía: Equipo de traductores de Faithlife. Editorial Tesoro Bíblico.

Contenido INTRODUCCIÓN A APOCALIPSIS ¿Qué tipo de libro es Apocalipsis? Métodos de interpretación Autor Fecha Contexto histórico Uso del Antiguo Testamento Estructura del libro Teología del libro PRÓLOGO (1:1–11) Juan da a conocer el proceso de revelación en cuatro etapas (1:1–2) Juan bendice al que lee y pone atención (1:3) Juan saluda a las iglesias y alaba la Trinidad (1:4–6) Juan presenta el lema del libro (1:7–8) Juan revela su propia situación (1:9–11) LA PRIMERA VISIÓN (1:12–20) Juan tiene una visión del Cristo exaltado (1:12–16) Cristo extiende la comisión de Juan (1:17–20) CARTAS A LAS SIETE IGLESIAS, PARTE 1 (2:1–7, 12–29) Efesios: restaurar su primer amor (2:1–7) Pérgamo: vivir fielmente en el reino de Satanás (2:12–17) Tiatira: protege a la iglesia (2:18–29) CARTAS A LAS SIETE IGLESIAS, PARTE 2 (2:8–11; 3:7–13) Esmirna: el sufrimiento es el camino a la grandeza (2:8–11) Filadelfia: el aparentemente insignificante heredará la tierra (3:7–13) CARTAS A LAS SIETE IGLESIAS, PARTE 3 (3:1–6, 14–22) Sardis: resiste el compromiso (3:1–6) Laodicea: una iglesia afluente puede ser peligrosa (3:14–22) LA VISIÓN DEL TRONO, PARTE 1 (4:1–11) Juan es llamado a subir al cielo (4:1) Dios está en su trono (4:2–3) Veinticuatro ancianos rodeaban el trono (4:4) Emisión de fenómenos celestiales del trono (4:5–6a) Cuatro seres vivientes adoran alrededor del trono (4:6b–8) Seres celestiales adoran a Dios (4:8b–11) LA VISIÓN DEL TRONO, PARTE 2 (5:1–14) La mano de Dios sostiene un rollo escrito por ambos lados (5:1)

¿Quién es digno de abrir el rollo? (5:2–5) El cordero toma el rollo (5:6–10) Cada ser adora al Dios entronizado y al Cordero (5:13–14) LOS PRIMEROS SEIS SELLOS (6:1–17) Los primeros cuatro sellos revelan jinetes que salen al mundo (6:1–8) El quinto sello revela a los santos martirizados (6:9–11) El sexto sello revela el sacudimiento de los cielos (6:12–17) LOS SANTOS EN LA TIERRA Y EN EL CIELO (7:1–17) Los santos son sellados como posesión de Dios (7:1–8) Juan ve una gran multitud en el cielo (7:9–17) EL SÉPTIMO SELLO Y LAS PRIMERAS CUATRO TROMPETAS (8:1–12) El séptimo sello es abierto y revela un silencio en el cielo (8:1) Los juicios de las trompetas son presentados (8:2–6) Las primeras cuatro trompetas son tocadas (8:7–12) EL QUINTO Y SEXTO JUICIO DE LAS TROMPETAS (8:13–9:21) Un águila anuncia el primer “ay” (8:13) Los primeros “ay” acompañan la quinta trompeta (9:1–11) El segundo “ay” acompaña la sexta trompeta (9:12–21) EL ROLLO PEQUEÑO Y EL SERVICIO DE LA COMISIÓN DE JUAN (10:1–11) Un poderoso ángel desciende con el rollo pequeño (10:1–4) El ángel hace un juramento (10:5–7) Juan es comisionado a profetizar (10:8–11) EL ALTAR, LOS TESTIGOS Y LA SÉPTIMA TROMPETA (11:1–19) Juan mide el templo y el altar (11:1–2) Los dos testigos ejercen su ministerio (11:3–6) Los testigos mueren y son resucitados (11:7–13) El tercer “ay” acompaña a la séptima trompeta (11:14–19) EL DRAGÓN Y EL PUEBLO DE DIOS EN CONFLICTO (12:1–17) El dragón se opone a la mujer y su hijo (12:1–6) La guerra estalla en el cielo (12:7–12) La guerra estalla en la tierra (12:13–17) LAS BESTIAS DEL MAR Y LA TIERRA (12:18–13:18) El dragón le otorga poder a su agente, la bestia del mar (12:18–13:4) EL CONTRASTE DEL DESTINO DE LOS SANTOS Y LOS PECADORES (14:1–20) Los 144.000 cantan con el Cordero (14:1–5) Tres ángeles instan al arrepentimiento y emiten una advertencia (14:6–13) La tierra es cosechada (14:14–20) INTRODUCCIÓN A LAS COPAS (15:1–8)

Los ángeles llegan con las plagas (15:1) Los santos victoriosos cantan en el mar (15:2–4) Siete ángeles salen del templo celestial (15:5–8) LOS SIETE ÚLTIMOS JUICIOS DE LAS COPAS (16:1–21) Las plagas de las copas son derramadas sobre el reino natural (16:1–9) Las plagas de las copas son derramadas sobre el trono de la bestia (16:10–21) LA GRAN PROSTITUTA Y LA BESTIA ESCARLATA (17:1–18) Un ángel presenta a la gran prostituta (17:1–2) Juan describe a la gran prostituta (17:3–6a) El ángel interpreta la visión (17:6b–14) Estalla la guerra civil, y la gran prostituta es destruida (17:15–18) LA CAÍDA DE LA GRAN BABILONIA (18:1–24) Un ángel anuncia la caída de Babilonia (18:1–3) Una voz celestial les ordena a los creyentes que salgan (18:4–8) Tres lamentos son cantados sobre la gran Babilonia (18:9–19) Un ángel poderoso le anuncia a Babilonia el gran destino final (18:20–24) LA VICTORIA FINAL (19:1–21) El cielo se regocija en los justos juicios de Dios (19:1–5) La multitud alaba el reino de Dios y a Juan se le ordena escribir (19:6–10) El Cristo vencedor llega con los ejércitos del cielo (19:11–16) Las aves carroñeras son invitadas a otro banquete mesiánico (19:17–18) La batalla instantánea y sus consecuencias (19:19–21) EL REINO DE LOS MIL AÑOS Y EL JUICIO FINAL (20:1–15) Cristo reina por mil años (20:1–10) Dios juzga desde un gran trono blanco (20:11–15) UN CIELO NUEVO Y UNA TIERRA NUEVA (21:1–27) Juan ve el cielo nuevo y la tierra nueva (21:1–8) La nueva Jerusalén es un lugar santísimo (21:9–27) EL EDÉN FINAL REGRESA A LOS FIELES (22:1–5) El río de vida fluye del trono de Dios (22:1–2a) El árbol de la vida está presente, y la maldición es quitada (22:2b–3a) El pueblo de Dios tiene una nueva relación con Dios y el Cordero (22:3b–4) Dios nos alumbrará (22:5) EPÍLOGO DEL LIBRO (22:6–21) El libro es autenticado (22:6–7) El ángel le da a Juan tres mandatos (22:8–11) Cristo pronuncia siete dichos (22:12–19) Juan suplica por el regreso de Cristo (22:20) Juan concluye con una bendición (22:21)

GLOSARIO BIBLIOGRAFÍA

PREFACIO A LA SERIE Hay dos autores para cada libro bíblico: el autor humano que escribió las palabras y el Autor divino que reveló e inspiró cada palabra. Si bien Dios no dictó las palabras a los escritores bíblicos, sí guio sus mentes para que escribieran sus propias palabras bajo la influencia del Espíritu Santo. Si los cristianos realmente creyeran lo que dijeron cuando llamaron a la Biblia “la palabra de Dios”, se comprometerían mucho más en el estudio bíblico serio. Como revelación divina, la Biblia merece y, de hecho, exige ser estudiada profundamente. Esto significa que, cuando estudiamos la Biblia, no deberíamos sentirnos satisfechos con una lectura superficial en la que insertamos nuestros propios significados al texto. En cambio, debemos siempre preguntarnos qué es lo que Dios quiso decir en cada pasaje. Pero el estudio de la Biblia no debería ser una tarea tediosa que tenemos que realizar. Es un privilegio sagrado y una alegría. El profundo significado de cualquier texto es un tesoro enterrado; todas las riquezas están esperando bajo la superficie. Si supiéramos que hay oro en el patio trasero de nuestra casa, nada nos impediría obtener las herramientas necesarias para cavar y sacarlo. Del mismo modo, en el estudio formal de la Biblia todos los tesoros y riquezas de Dios están esperando a ser excavados para nuestro beneficio. Esta serie de comentarios sobre el Nuevo Testamento tiene la intención de proporcionar dichas herramientas y ayudar al cristiano a comprender más profundamente el significado pretendido por Dios en la Biblia. Cada volumen guía al lector a través de un libro versículo a versículo con el objetivo de desvelarnos lo que Dios mandó a Mateo o Pablo o Juan a decir a sus lectores. Mi objetivo en esta serie es dar sentido al contexto histórico y literario de estas obras antiguas, para proveer la información que va a permitir al lector moderno entender exactamente lo que los escritores bíblicos estaban diciendo a su audiencia del primer siglo. Me gustaría eliminar la complejidad de la mayoría de los comentarios modernos del texto y proporcionar una explicación fácil de leer. Pero no es suficiente saber qué querían expresar los libros del Nuevo Testamento en aquel entonces; necesitamos ayuda para determinar cómo cada texto se aplica actualmente a nuestras vidas. Una cosa es entender lo que Pablo les estaba diciendo a sus lectores en Roma o Filipos y, otra muy distinta, es entender el significado de sus palabras para nosotros. Así pues, en los puntos clave del comentario, intentaré ayudar al lector a descubrir áreas de nuestra vida moderna a las que el texto se dirige. Visualizo tres usos principales para esta serie: 1. Lectura devocional de las Escrituras. Muchos cristianos leen rápidamente toda la Biblia en programas devocionales de un año. Eso es muy útil para obtener una amplia visión general de la historia de la Biblia. Pero animo enfáticamente a

realizar otro tipo de lectura devocional, concretamente, a estudiar profundamente un solo segmento del texto bíblico e intentar entenderlo. Estos comentarios están diseñados para permitir eso. El comentario se basa en la NVI y explica el significado de los versículos, lo que permite al lector moderno leer un par de páginas a la vez y orar sobre el mensaje. 2. Estudios bíblicos de la iglesia. He escrito estos comentarios también como guías para grupos de estudio bíblico. Muchos estudios bíblicos de hoy consisten en personas que se reúnen para compartir lo que piensan que dice el texto. Hay ventajas en tal enfoque, pero también debilidades. El problema es que Dios inspiró estos pasajes bíblicos de modo que la iglesia pudiera entender y obedecer lo que él pretendía que el texto dijera. Sin ninguna orientación sobre el significado del texto, somos propensos a cometer herejía. Como mínimo, los líderes del estudio bíblico necesitan tener un comentario, de modo que puedan guiar la discusión en la dirección que Dios pretendía. En mis propios estudios bíblicos de la iglesia, a menudo hago que la clase lea una exposición sencilla del texto, por lo que todos pueden hablar del mensaje dado por Dios, y eso mismo es lo que espero ofrecer aquí. 3. Ayudas para el sermón. Estos comentarios también están destinados a ayudar a los pastores a exponer fielmente el texto en un sermón. Los pastores ocupados a menudo tienen muy poco tiempo para estudiar comentarios complejos de mil páginas sobre pasajes bíblicos. Como resultado, es fácil pasar poco tiempo en el estudio de la Biblia y, por lo tanto, dar un sermón superficial el domingo. Mientras escribo esta serie, estoy plasmando mi propia experiencia como pastor y pastor interino, preguntándome a mí mismo lo que quisiera que un sermón incluyera. Sobre todo, mi objetivo en estos comentarios es simple: me gustaría que fueran aventuras interesantes y emocionantes a través de los textos del Nuevo Testamento. Mi esperanza es que los lectores descubran las riquezas de Dios que se encuentran detrás de cada pasaje en su divina palabra. ¡Espero que cada lector se enamore de la palabra de Dios tanto como yo y que comience una fascinación similar de por vida con estas verdades eternas!

INTRODUCCIÓN A APOCALIPSIS

La gente está fascinada y confundida por el libro de Apocalipsis. Las formas ampliamente divergentes de interpretación del libro en diferentes iglesias hacen que muchas personas tengan miedo de abordar el trabajo. Puede asistir a una iglesia y escuchar que cada símbolo tiene un significado literal, que el templo será reconstruido y que Cristo regresará antes del

período de la tribulación. Luego puede asistir a otra iglesia a tres cuadras de distancia y escuchar que cada detalle es simbólico y que no habrá período de tribulación ni reinado milenario de Cristo. Usted termina tan confundido que tiene miedo de estudiar el libro. Quiero aclarar toda la confusión y sacar el emocionante mensaje que el libro tiene para ofrecer. Al final de este comentario, espero que encuentre Apocalipsis fascinante y espiritualmente estimulante, con el sentimiento de que es una lectura obligada para todo cristiano. Apocalipsis es una parte fascinante de la Biblia para predicar y enseñar, y es altamente devocional. Su mensaje eterno es que el futuro de este mundo no es incierto, y para el creyente no hay día del juicio final. Podemos saber que Cristo regresará y pondrá fin al mal. Podemos saber que realmente seremos llevados al cielo, nos uniremos al ejército de Cristo y celebraremos la mayor victoria que este mundo jamás ha conocido sobre los poderes del mal. A través de este libro tenemos garantizada una eternidad con Cristo en los cielos nuevos y la tierra nueva. Nuestro futuro y nuestra eternidad son seguros.

¿Qué tipo de libro es Apocalipsis? Es posible que haya escuchado que Apocalipsis es literatura “apocalíptica”, que proviene de apokalypsis, el título griego del libro. Pero ¿qué significa? Apocalíptico designa tanto un tipo de literatura como una mentalidad. Como un tipo de literatura, describe un libro que presenta la revelación de secretos ocultos por seres celestiales que se comunican a través del vidente con el pueblo de Dios. Los símbolos esotéricos están en el corazón de los escritos apocalípticos, ya que ambos esconden y revelan las verdades que la obra pretende transmitir. Numerosos escritos judíos, como 4 Esdras, 1 Enoc, los Oráculos Sibelinos y los Testamentos de los Doce Patriarcas, fueron escritos en este género entre 200 a.C. y 100 d.C. Todos ellos están construidos sobre material similar encontrado en libros del Antiguo Testamento como Isaías (cap. 24–27), Ezequiel (cap. 1–2; 37–39), Zacarías y Daniel. La intención principal de tales libros es contrastar la naturaleza trascendente del reino de Dios con el reino temporal e ilusorio de este mundo. En una obra apocalíptica, se produce una inversión: los misterios celestiales se convierten en realidad verdadera; y los poderes terrenales dispuestos contra los santos se convierten en ilusión, porque pronto serán destruidos. Apocalipsis, como un ejemplo claramente cristiano de este género, desafía a los seguidores de Cristo a perseverar a la luz de la promesa de que Dios pronto intervendrá y transformará este mundo para los fieles. La mentalidad apocalíptica se centra en la soberanía de Dios. Dios controla el pasado, el presente y el futuro; él es “aquel que es y que era y que ha de venir” (Apocalipsis 1:4, 8; 4:8; 11:17; 16:5). Esta es la razón por la que sus seguidores sufrientes pueden soportar la oposición y el sufrimiento actuales: saben que Dios seguramente reivindicará a su pueblo. Pueden superar la presión de conformarse a este mundo y negarse a vivir para sus placeres porque saben que es fugaz y que pronto desaparecerá. No es el presente “César” el que importa, sino el “Señor Dios Todopoderoso” (el título principal de Dios en Apocalipsis) quien tiene el control. Solo él merece nuestra lealtad y nuestra adoración. El cristiano apocalíptico sabe que los malvados serán juzgados y los justos serán recompensados.

Apocalipsis también es profético, y probablemente sea mejor etiquetarlo como “profecía apocalíptica”. Las profecías son principalmente oraculares (Dios habla a la gente a través del profeta, como en 1:8, 17; 16:15; 22:7, 18–19), mientras que los apocalipsis son literarios (con las visiones presentadas en un marco narrativo). Las obras proféticas generalmente tienen un componente positivo (si la gente se arrepiente, el juicio no vendrá), mientras que la literatura apocalíptica es más pesimista (el juicio es inminente, con poca esperanza para el presente). Juan llama a su libro “profecía” (1:3 y 22:7, 10, 18, 19), y dirige un círculo de profetas que se opone a los falsos maestros (22:6, 9). En un momento, Juan es comisionado como profeta y se le dice que “profetice sobre/contra” las naciones. Además de ser de naturaleza apocalíptica y profética, el libro toma la forma de una carta, con un saludo en 1:4–5 y una bendición en 22:21. Las siete cartas de los capítulos 2– 3 están dirigidas a situaciones locales en siete iglesias, respectivamente, y el material se refleja a lo largo de las visiones del libro. Hay desafíos frecuentes dirigidos a los lectores, por lo que este trabajo también se puede llamar una “carta profética” enviada a estas siete iglesias. Finalmente, deberíamos considerar el libro como una narración con una estructura argumental: una secuencia de acciones que detalla la historia de la batalla entre el bien y el mal conducida por Dios en nombre de su pueblo. En esta historia, ellos luchan contra la animosidad de este mundo y recurren a Dios en adoración para ganar fuerza para derrotar los poderes malvados del mundo, tanto cósmicos como humanos.

Métodos de interpretación Antes de que podamos determinar el significado del libro de Apocalipsis, debemos decidir qué hacer con las imágenes que contiene. Podemos preguntarnos si un pariente de Tolkien lo escribió, porque nos sentimos, a veces, como si estuviéramos atravesando la Tierra Media y luchando contra los orcos. ¿Deben tomarse las imágenes como literales o simbólicas? Aquellos que lo toman como completamente literal, pierden la naturaleza misma del género apocalíptico, sin embargo, tomarlo como completamente simbólico también pierde la marca. En la literatura apocalíptica judía, los dos aspectos son combinados e interdependientes, y cada símbolo debe guiarnos mientras funciona en su contexto. Por ejemplo, nadie duda de que las siete cabezas y los diez cuernos de la bestia son simbólicos, y de hecho se interpreta como tal en Apocalipsis 17:9–14. Los juicios del sello, la trompeta y la copa no se interpretan tan fácilmente: las plagas egipcias en las que se basan eran juicios literales, por lo que no podemos descartar una interpretación literal. Las erupciones volcánicas, la nivelación de montañas y los terremotos pueden ser literales o simbólicos. Probablemente ambas dimensiones están en acción (la conversión de los océanos en sangre es literal en Éxodo 7:14–21), y tendremos que esperar y ver. Aunque la interpretación exacta de algunos símbolos puede no ser clara, es importante recordar que todos ellos tienen sus antecedentes en los símbolos comunes heredados de las obras apocalípticas judías escritas desde el 200 a.C. hasta el 100 d.C. Gran parte del simbolismo proviene de la situación histórica de la iglesia que se conecta tanto con el mundo judío como romano del primer siglo. Lo que buscaremos es “el lenguaje de los equivalentes”, es decir, queremos considerar los mundos sociales y religiosos detrás de las

diversas imágenes al señalar el uso de cada símbolo en sus contextos literarios e históricos. Muchos de nosotros hemos crecido con el “enfoque periodístico”, un tipo particular de interpretación futurista (vea abajo) que afirma que todos los símbolos de Apocalipsis profetizan principalmente los eventos actuales. Sin embargo, esto es algo peligroso. Esa no es la intención del libro, y así seguiremos malinterpretando las cosas. Debemos entender el Apocalipsis como lo escribió Juan, y él entendía todos los símbolos a través de su perspectiva judía del primer siglo. El conocimiento previo del primer siglo desbloqueará los símbolos de Apocalipsis, y examinaremos los posibles entendimientos para determinar el trasfondo más probable. Por ejemplo, las 12 joyas que forman la base de la nueva Jerusalén en 21:18–21 podrían ser los 12 signos del zodíaco o las joyas en el efod del sumo sacerdote; a la luz de las imágenes sacerdotales en el libro y la probabilidad de que la nueva Jerusalén simbolice el lugar santísimo, la comprensión sacerdotal es la mejor. También debemos estar conscientes de los esquemas generales de interpretación que se han adoptado a lo largo de la historia de la iglesia. Esto es crítico, ya que el significado del libro cambia con cada interpretación. Hay cuatro opciones principales: 1. El enfoque historicista entiende que las secciones del libro profetizan los períodos sucesivos de la historia mundial. Por ejemplo, muchos piensan que las siete cartas profetizan siete períodos de la era de la iglesia. 2. La visión preterista cree que el libro describe la era “presente” en la que vivía Juan, ya sea la situación del siglo primero de opresión romana y marginación cristiana o la caída de Jerusalén como juicio divino por la apostasía de Israel y el rechazo de su Mesías, Jesús. 3. La escuela idealista argumenta que los símbolos del libro no describen eventos históricos sino verdades espirituales eternas, presentan así una descripción general de la era de la iglesia entre la primera y segunda venida de Jesús en lugar de una predicción específica de eventos futuros al final de los días. 4. La comprensión futurista ve las visiones como detalles de los eventos que tendrán lugar al final de la historia cuando Cristo regrese y Dios marque el comienzo de la era actual. Estas opiniones al principio parecen incompatibles, pero muchos estudiosos en los últimos años han adoptado un enfoque ecléctico que combina las últimas tres. Pocos hoy adoptan el enfoque historicista porque los detalles del libro tienen que ser forzados a adaptarse a las arenas movedizas de la historia mundial. Sin embargo, los otros tres se pueden combinar diciendo que el libro aborda la iglesia de los días de Juan (el preterista) y la iglesia en cada período de la historia de la iglesia (el idealista) al vincularlos con la iglesia al final de la historia (el futurista) Por ejemplo, la bestia de Apocalipsis 13 puede referirse a falsos maestros, así como a las naciones y gobernantes que se han opuesto al pueblo de Dios a lo largo de la historia, y también el último anticristo al final de la historia. Esta interpretación es apoyada por 1 Juan 2:18: “ustedes oyeron que el anticristo vendría, muchos son los anticristos que han surgido ya”. Este será el enfoque de este comentario, señalar las tres dimensiones del libro.

Autor Apocalipsis fue escrito por alguien que se llamaba a sí mismo “Juan” (1:1; 22:8), pero incluso en la iglesia primitiva no había un acuerdo total sobre quién era este Juan. Algunos (como Dionisio de Alejandría) entendieron que el libro fue escrito por un hombre llamado Juan, que de otro modo era desconocido. Otros (como el historiador de la iglesia del siglo IV, Eusebio) creían que el autor era el “anciano Juan” mencionado por Papías en el siglo II. Sin embargo, la gran mayoría de los padres de la iglesia (por ejemplo, Justino Mártir, Ireneo, Tertuliano, Clemente de Alejandría y Orígenes) creían que el libro fue escrito por el apóstol Juan. En los últimos tiempos, la opinión predominante entre los comentaristas críticos ha sido que Apocalipsis es seudónimo (una obra “falsamente adscrita” a Juan). Esto seguiría la práctica común en los escritos apocalípticos judíos; libros como 1 Enoc, 4 Esdras y 2 Baruch fueron escritos usando el seudónimo de un antiguo “héroe” del pasado. Otros problemas también han contribuido a atribuir el libro a alguien que no sea Juan el apóstol. Primero, el idioma del libro es diferente de los otros escritos de Juan, con un griego que a menudo es torpe: mezcla pronombres, géneros o casos, y proporciona oraciones rotas. Sin embargo, esto también podría verse como una estratagema deliberada: el autor está utilizando un lenguaje para atraer al lector a las poderosas emociones causadas por las visiones extáticas y las imágenes que contienen. El griego entonces no sería tan torpe como emocionalmente cargado, usado para énfasis teológico. Segundo, parece haber diferencias teológicas entre el Evangelio y Apocalipsis de Juan. Según el argumento, Juan es un Evangelio de amor y busca la conversión del mundo, mientras que Apocalipsis es un libro de juicio y condenación, que busca la destrucción del mundo. Esto, sin embargo, es un nombre inapropiado, ya que el Evangelio de Juan tiene mucho juicio (por ejemplo, Juan 5:22, 30; 9:39), y Apocalipsis también promueve el arrepentimiento y la conversión (por ejemplo, Apocalipsis 9:20–21; 14:6–7; 16:9, 11). También se dice que términos como “cordero” o “palabra” se usan de manera diferente en los dos libros. Sin embargo, esto no exige diferentes autores, pero puede explicarse por el hecho de que los libros son de diferentes géneros. Juan es un Evangelio y se centra en un lado de los términos “cordero” (Jesús como el sacrificio pascual por el pecado) y “palabra” (Jesús como el revelador vivo del Padre), mientras que Apocalipsis es un apocalíptico y se centra en Jesús como el “cordero/carnero” conquistador en su sentido mesiánico y en la “palabra” como la voz de Dios/Cristo que proclama el juicio. Estos no son conceptos distintos sino ideas entrelazadas. Señalan una unidad más profunda entre las dos obras, ya que ambas contienen los temas gemelos de salvación y juicio, los dos pilares de la proclamación del evangelio. En resumen: la hipótesis más probable es que el autor de Apocalipsis sea Juan el apóstol y discípulo de Jesús.

Fecha En el siglo XIX y principios del XX, se creía ampliamente que Apocalipsis se escribió tardíamente en el reinado del emperador romano Nerón y cerca del comienzo de la

destrucción de Palestina, alrededor del año 66–68 d.C. El tema central de la persecución y el martirio de hecho encajaría en los eventos cuando Nerón culpó de la quema de Roma a los cristianos e instigó un terrible momento de persecución y masacre en la ciudad. Sin embargo, desde el siglo II hasta el siglo XVIII y desde el siglo XX hasta hoy, la opinión predominante ha sido que el libro fue escrito durante el reinado del emperador Domiciano (81–96 d.C.). Esta última opinión parece más probable por varias razones. Primero, la persecución bajo Nerón se restringió a los alrededores de Roma, mientras que en Apocalipsis es global. Segundo, la situación histórica que se encuentra en las siete cartas se ajusta mejor a la fecha posterior, como veremos cuando analicemos los capítulos 2–3. Tercero, es posible que el mito de Nero redivivus pueda estar detrás de los capítulos 12–13. Este mito, que se desarrolló en los años 70 y 80, era la creencia entre algunos en el Imperio Romano de que Nerón iba a regresar con un ejército de partos y destruiría Roma. Finalmente, como veremos en la siguiente sección, el mejor trasfondo se ajusta a la situación durante el tiempo de Domiciano. Por lo tanto, optaré por una fecha en los últimos años de Domiciano (alrededor del año 95 d. C.) como el momento probable en que Dios envió las visiones a Juan.

Contexto histórico La oposición, el rechazo y la persecución son fundamentales en el libro de Apocalipsis, pero no se menciona ninguna persecución romana oficial, y solo dos cartas (Esmirna y Tiatira) lo enfatizan. La mayor parte de la opresión parece ser futura (vea, por ejemplo, 12:11; 13:7, 10; 16:6), por lo que algunos piensan que las menciones de persecución en el libro tienen la intención de despertar a la iglesia de su creciente secularidad, desafiándola a centrarse en Cristo y rechazar la atracción del mundo pagano. Es probable que haya habido poca o ninguna persecución oficial bajo Domiciano. En general, fue un administrador capaz que fue muy amado porque enderezó mucha explotación económica por parte de la clase rica. Pero por esta razón, fue odiado por la élite y denigrado por historiadores romanos como Tácito y Suetonio. Esto no significa que la persecución estaba completamente ausente, solo que no fue instigada oficialmente desde Roma. Las siete iglesias estaban en la provincia de Asia (el tercio occidental de la actual Turquía), que era conocida por su postura pro-romana. Fueron gobernados en parte por los “asiarcas” que supervisaban la vida cívica y religiosa y exigían que la población participara en el culto al emperador (vea más abajo). Nadie en ese tiempo y lugar podría conducir los asuntos de la existencia cotidiana, ni siquiera el comercio, sin reconocer a los dioses. Cuando los cristianos se negaron a participar, los efectos fueron considerables. La persecución puede no haber sido oficial, pero fue generalizada a nivel local. El ostracismo social, los rumores difamatorios y la pérdida de empleos fueron el resultado natural. Es probable que la situación social detrás de este libro incluyera tanto la presión interna de la prosperidad y la secularización como la oposición externa y la persecución. Un ingrediente clave en la decisión de Dios de enviarle las visiones a Juan alrededor del año 95 d.C. puede haber sido la creciente influencia y poder del culto imperial en la

provincia de Asia. Esto se refiere a la adoración del emperador como un dios. Durante muchos años antes de esto, los romanos se habían negado a permitir que su líder fuera considerado como un dios. Incluso les disgustaban las dictaduras y los gobiernos hereditarios. En los primeros 700 años de la república romana, la nación fue dirigida por cónsules, que gobernaban un año a la vez y eran elegidos por votación popular. Todo eso cambió cuando Octavio fue victorioso sobre Marco Antonio, estableció el Imperio Romano y se llamó a sí mismo Augusto. Declaró a su tío, Julio César, un dios. La mayoría de los emperadores se negaron a permitirse ser llamados dioses hasta después de su muerte (como Tiberio y Claudio), pero esto comenzó a relajarse en la época de Domiciano. Además, las ciudades comenzaron a competir para que Roma les permitiera construir templos para los emperadores y ser etiquetados como neokoros, o una ciudad “guardiana del templo” (la primera fue erigida en Pérgamo en el año 29 d.C.). De las ciudades abordadas en Apocalipsis, al menos Éfeso, Pérgamo y Esmirna tenían este supuesto honor. Este culto se intensificó bajo Domiciano, que era especialmente popular en las provincias. La provincia de Asia en particular estaba en el epicentro de los sentimientos proromanos y, por lo tanto, también se encontraba entre las provincias más ricas. Domiciano se llamaba “señor y dios”; un baño y un gimnasio en Éfeso fueron erigidos y dedicados a él como “Zeus Olympios”. Las monedas de ese período incluso etiquetan a la esposa de Domiciano como “madre del divino César”. Además, los frecuentes banquetes celebrados por los gremios (asociaciones comerciales que controlaban las actividades de los artesanos en una ciudad) siempre eran dedicados a los dioses patronos: negarse a asistir a menudo significaba que a uno se le prohibiría trabajar en la ciudad. Esto llevó a una tremenda presión sobre los cristianos para participar en la adoración al emperador. Todos los aspectos de la vida cívica e incluso privada se vieron afectados por el culto imperial, por lo que los creyentes estaban bajo una severa opresión. Podemos ver que el libro de Apocalipsis está respondiendo a las presiones dentro y fuera de la iglesia. Como se ve especialmente en las cartas a Sardis y Laodicea, la iglesia hasta cierto punto participaba en la riqueza de la provincia de Asia. Estas iglesias estaban luchando con el problema muy real de la imposibilidad de servir a Dios y al dinero (Lucas 16:13). Los falsos maestros como los nicolaítas (Ap 2:2, 6, 14, 20) convencieron a muchos de que la asimilación a las prácticas del mundo pagano era aceptable, y como resultado la iglesia estaba siendo aculturada y en peligro espiritual. Pero la batalla entre el bien y el mal, entre servir a Dios y rendirse al mundo, llama a los cristianos a rechazar el compromiso y evitar la complacencia. Los cristianos del primer siglo también experimentaron presión económica y social externa para participar en la vida romana, y aquellos en la iglesia que se negaron a hacerlo enfrentaron la antipatía del resto de la población. Fueron condenados al ostracismo y perseguidos, con castigos que incluían encarcelamiento y muerte (2:9, 10; 13:10). En respuesta a estas presiones, el libro de Apocalipsis presenta una visión de la realidad en la que Dios reina y recompensa a los fieles que perseveran en medio de la crisis. Esta es una contra realidad, un reino trascendente en el que el pueblo de Dios es fiel a él y vive en una contracultura cristiana. Además, los hijos de Dios, los santos, están dispuestos a soportar el sufrimiento, porque se dan cuenta de que este nuevo reino es en realidad el mundo real y el mundo pagano es simplemente una ilusión condenada a la destrucción. No es solo una

esperanza efímera, sino una nueva ciudadanía que significa que los creyentes son “peregrinos y extranjeros” en este mundo (1 Pedro 1:1, 17; 2:11; compárese con Filipenses 3:20). Esto exige perseverancia y fidelidad a Dios, lo que lleva a los fieles a ser vencedores sobre estas presiones.

Uso del Antiguo Testamento El libro de Apocalipsis usa todo el Antiguo Testamento como su área de juego. Tiene casi tantas alusiones al Antiguo Testamento como el resto del Nuevo Testamento en su conjunto. En orden de frecuencia, Juan usa material de Isaías, Daniel, Ezequiel, los Salmos, y finalmente Génesis, Deuteronomio, Jeremías, Joel y Zacarías. Sorprendentemente, solo hay dos citas palabra por palabra (Apocalipsis 1:7; 2:28–29) pero entre 400 y 700 referencias, dependiendo de si uno las cuenta como alusiones o ecos. Las alusiones consisten en una equivalencia cercana y los ecos se caracterizan por paralelos aproximados. Por lo tanto, los ecos son a menudo cuestionables, por lo que es difícil saber con certeza cuántos hay. El punto es que Juan no cita los versículos, sino que incorpora el material del Antiguo Testamento en el contenido de su prosa, uniendo alusiones aparte de su contexto original y usándolas de manera contemporánea para agregar riqueza a su comunicación. Esto hace que la tarea interpretativa sea muy difícil. El debate principal sobre el uso que hace Juan del Antiguo Testamento es el alcance de su libertad para usar el material. Muchos creen que ignora el contexto original y adapta los conceptos del Antiguo Testamento a sus propósitos actuales, cambiando su significado para expresar su punto. Pero es más probable que Juan conozca el contexto original, pero transforma y amplía su significado a medida que lo aplica al punto de su texto. Tenga en cuenta, como ejemplo, el uso de Juan de Zacarías 12:10 en Apocalipsis 1:7. En el contexto original, Zacarías habla de la casa de David mientras llora por sus pecados y viene al arrepentimiento. Juan cambia el enfoque de la casa de David a “todos los pueblos de la tierra” y puede centrarse no en el arrepentimiento sino en el duelo por los juicios del libro que recaerán sobre ellos. Creo que hay un doble significado aquí y que Juan usa este pasaje para trazar los dos caminos que las naciones tomarán para responder a los juicios de Dios: algunos se arrepentirán y otros rechazarán la oferta de salvación de Dios y experimentarán la condenación divina. En otras palabras, Juan es plenamente consciente del contexto original, pero lo adapta para cubrir la nueva situación apocalíptica de las visiones. El estilo único de Juan de incluir alusiones en la narrativa no significa que sea infiel al contexto original. Más bien, simplemente está aplicando las historias del Antiguo Testamento a nuevos eventos bíblicos. Jesús y Pablo también señalan este tipo de relación de cumplimiento de promesa entre el evento del Antiguo Testamento y la realidad del Nuevo Testamento. Ciertamente, Juan adapta el Antiguo Testamento al mensaje contemporáneo de sus visiones, pero eso no significa que carece de consideración por el significado original. Más bien, Juan espera que sus lectores (probablemente con la ayuda de los líderes de las iglesias) comprendan el movimiento del contexto del Antiguo Testamento a la aplicación del Nuevo Testamento. Ambas dimensiones son parte del mensaje.

Estructura del libro Es probable que haya tantos bosquejos sugeridos para este libro como comentarios. Esto no es nuevo; la mayoría de los libros bíblicos se enfrentan a este enigma. No significa que la determinación de la estructura sea una tarea imposible, porque Apocalipsis es un todo unido con un movimiento de trama definido. Simplemente debemos ser humildes sobre lo que se nos ocurre. Todos pueden estar de acuerdo sobre el movimiento básico: • • • • • • • • • • •

Prólogo y visión original (1:1–20) Las siete cartas (2:1–3:21) La visión del trono (4:1–5:14) Los juicios de los sellos (6:1–8:1) Los juicios de las trompetas (8:2–11:19) El conflicto con la trinidad falsa (12:1–14:20) Los juicios de las copas (15:1–16:21) La destrucción del imperio del mal (17:1–19:5) El escatón (19:6–20:15) Los cielos nuevos y la tierra nueva (21:1–22:5) El epílogo (22:6–21)

El problema es cómo organizar este material, y hay varias complicaciones. Primero, ¿vemos el libro organizado cronológicamente (vemos los sellos, trompetas y copas como 21 eventos sucesivos) o tópicamente (los vemos como cíclicos, que describen una secuencia progresivamente intensa de juicios)? Argumentaré por lo último. Segundo, ¿colocamos los capítulos 4 y 5 con la introducción o con los sellos (dado que el capítulo 5 se centra en que el Cordero abre los sellos)? Creo que funcionan en ambos sentidos. Tercero, hay tres interludios (7:1–17; 10:1–11:14; 12:1–14:20) que interrumpen los grupos de siete juicios y deben tenerse en cuenta. Sostengo que cuentan qué papel juegan los santos en la narrativa y describen el conflicto entre el bien y el mal. Cuarto, ¿cómo se relacionan los capítulos 17– 18 con los juicios de las copas del capítulo 16 y los eventos del escatón (el final) que siguen? Describen además la destrucción del imperio del mal que se tipifica en los juicios de las copas y forman el preludio de los eventos de los capítulos 19–20. El bosquejo que se seguirá en este comentario es el siguiente: A. Introducción (1:1–5:14) 1. Prólogo: el Dios trino detrás del Libro (1:1–11) 2. Primera visión (1:12–20) 3. Las siete iglesias: consuelo y advertencia (2:1–3:22) 4. La visión del trono (4:1–5:14) B. Sección central: sellos, trompetas, copas (6:1–16:21) 1. Primeros seis sellos (6:1–17) 2. Primer interludio: los santos sellados y la multitud en el cielo (7:1–17) 3. Séptimo sello e introducción a las trompetas (8:1–5)

4. Primeras seis trompetas (8:6–9:21) 5. Segundo interludio: el ángel y el pequeño rollo, midiendo el templo, los dos testigos (10:1–11:13) 6. Séptima Trompeta (11:14–19) 7. Tercer interludio: la mujer, el dragón y el niño, guerra en el cielo y la tierra, las dos bestias, los tres ángeles (12:1–14:20) 8. Siete copas (15:1–16:21) C. Conclusión (17:1–22:21) 1. Destrucción de la gran prostituta (17:1–18) 2. Destrucción de la gran Babilonia (18:1–24) 3. Coros de Aleluya y regreso de Cristo (19:1–21) 4. Reino milenial (20:1–10) 5. Juicio del gran trono blanco (20:11–15) 6. Cielo nuevo y tierra nueva (21:1–22:5) 7. Epílogo: advertencia y promesa (22:6–21)

Teología del libro La soberanía de Dios El tema central de Apocalipsis es la soberanía absoluta de Dios. Parece que el mal está triunfando, como si Satanás tuviera el control y el mundo siguiera empeorando. Las visiones prueban la falsedad de esta premisa. Dios es creador, y él sostiene este mundo. Como tal, él también es Juez, Señor de la historia, y está en proceso de terminar todo. Él es el guerrero divino omnipotente que triunfará sobre todo mal. El trono de Dios aparece 46 veces y simboliza su dominio sobre este mundo. El tema de la creación también es un motivo dominante. La creación de Dios ha sido contaminada por el pecado, por lo que Dios está a punto de destruirla y crear “un cielo nuevo y una tierra nueva” (21:1). La futilidad de Satanás La otra cara de la soberanía divina es la futilidad y la ira frustrada que experimentan el (los) Gran (des) Usurpador (es), Satanás y los ángeles caídos. El libro no retrata al dragón como un ser poderoso. Más bien, es visto como un adversario (el significado de “Satanás/demonio”) que opera únicamente por engaño (12:9; 20:2, 8, 10). El Armagedón no es la batalla final que resuelve el resultado, sino el último acto de desafío de un enemigo ya derrotado. Cada acto de Satanás/el dragón rojo (12:3) es una parodia o imitación de lo que Dios ya ha hecho. Satanás puede estar lleno de ira absurda, pero no es estúpido. Él sabe que para hacer algo bien solo puede imitar la obra perfecta de Dios. Su futilidad y enojo frustrado se presentan en todo el libro. La doctrina de Cristo

En muchos sentidos, Cristo es el foco del libro. Su título principal es “cordero”, que aparece 29 veces y representa a Jesús como el cordero pascual. La gran victoria del tiempo del fin sobre los poderes del mal no es el Armagedón sino la cruz. La “ira del Cordero” hace que las naciones se encojan de miedo porque “ha llegado el gran día del castigo” (6:16–17 NVI). Dios y Cristo también se representan como una esencia (compárese con Juan 10:30), y Jesús es Yahweh. Como es el caso con el Evangelio de Juan, el libro de Apocalipsis enfatiza la deidad de Cristo y la unidad de la Deidad. El Espíritu Santo Los títulos normales para el Espíritu de Dios faltan en el libro, y el título principal es “el Espíritu séptuple”. El Espíritu se presenta como un miembro de la Trinidad (vea la lista en 1:4–5) que está con el Padre e Hijo “ante el trono” y es el Espíritu de Cristo (los “siete ojos”) enviado a todo el mundo (5:6). En general, el Espíritu es la fuente de inspiración y profecía en el libro. En resumen, el Espíritu Santo es enviado por el Padre y el Hijo para inspirar el testimonio del pueblo de Dios y revelar los oráculos proféticos que forman el núcleo de las visiones en el libro. La guerra cósmica Cristo replica la obra de Dios en el Antiguo Testamento como el Guerrero Divino que derrota los bastiones del mal en los reinos cósmicos, así como en este mundo. Las imágenes militares abundan en todo el libro. El Dios que hace la guerra en el Antiguo Testamento (Éxodo 15:3; Isaías 42:13–16) pronto ejecutará la guerra final contra el mundo del mal. Cristo derrotó a Satanás por completo en su muerte en la cruz, y sus seguidores duplicaron esa victoria con su propio sufrimiento y muerte como testimonio de Cristo. La doctrina del pecado Este libro es supremo entre los libros bíblicos en su descripción detallada de la depravación total de la humanidad. La definición básica de la doctrina (“siempre que la humanidad pecadora tiene una opción, siempre elige rechazar a Dios y a Cristo”) se ve en todas partes. Los juicios de los sellos, las trompetas y las copas tienen varios propósitos, y uno de ellos es demostrar la depravación de la humanidad. Replican las plagas de Egipto, pero un aspecto adicional es la intención de Dios de usar los juicios como una fuerza evangelística y a través de ellos dar a los habitantes de la tierra una oportunidad final para arrepentirse (9:20–21; 16:9, 11, 21). Con cada oportunidad de arrepentirse, la humanidad pecadora demostraba nuevamente su naturaleza depravada básica al negarse a arrepentirse y preferir los mismos dioses que los estaban torturando y matando. Misión y evangelismo Apocalipsis enfatiza el profundo deseo de Dios de rescatar a los perdidos. Aquellos de entre las naciones que respondan al llamado de Dios se arrepentirán (11:13) y descubrirán que la sangre de Cristo los “compró para Dios” (5:9). De las naciones, una gran multitud se alzará

triunfante ante el trono (7:9), adorará a Dios (15:4) y traerá su gloria a la nueva Jerusalén (21:24, 26). Argumentaré que en 9:20–21; 16:9, 11 hay una verdadera oferta de arrepentimiento que es rechazada por la humanidad pecadora. En este sentido, los juicios de las trompetas y copas tienen un propósito evangelístico para proporcionar un llamado final al arrepentimiento. Esto se evidencia en 14:6–7 donde el ángel proclama el “evangelio eterno” al mundo y los llama a “temer a Dios y darle gloria”, el lenguaje de arrepentimiento en el libro (vea también 15:4; 16:9). En 11:13, de hecho, muchos se arrepienten. El testimonio de los santos perseguidos (1:9; 6:9; 12:17) es parte de este llamado al arrepentimiento, y está claro que Apocalipsis revela no solo la ira de Dios sino también su compasión y misión a un mundo perdido. La perseverancia de los santos Toda la literatura apocalíptica antigua exhortaba al pueblo de Dios a permanecer fiel y triunfar sobre la tentación de pecar. En todo el Nuevo Testamento, la escatología, el estudio de los últimos tiempos, siempre conduce a la ética; la promesa futura exige fidelidad presente. Cristo como “testigo fiel” (1:5; 3:14) proporciona el modelo, y sus seguidores participan en él a través de la vida fiel y la obediencia. El martirio griego (“testigo”) no connotaba el martirio hasta el siglo segundo o tercero, pero en Apocalipsis está claro que “testigo” implica martirio, y este libro fue un factor importante en ese cambio de significado. En Marcos 8:34, los verdaderos seguidores son elogiados por “tomar su cruz”, es decir, estar dispuestos a morir por él, por lo que la muerte es el último acto de perseverancia y fidelidad al Señor. A lo largo del libro, una serie de exhortaciones llaman a los santos a una vida de fidelidad perseverante. Adoración La adoración tiene lugar en prácticamente todos los capítulos y se convierte en el centro unificador de la acción. Es la respuesta natural a la soberanía absoluta de Dios y al sacrificio expiatorio de Cristo. Las escenas de adoración elevan a los lectores a la presencia de Dios y los levantan por encima de los eventos para el Señor Todopoderoso. De hecho, hay un elemento antitético, ya que se pide a los lectores que elijan entre la adoración al Dios trino y la trinidad falsa. La escena del trono en el capítulo 4 que celebra la majestad de Dios está en contraste directo con el culto imperial y su adoración al César como dios. A menudo se ha dicho que hay una dimensión política en muchos de los himnos: formaban un contrario al culto imperial y a la hegemonía romana. Deberíamos extender eso a la adoración de Dios versus la adoración de las cosas del mundo. El conocido desafío lo dice bien: ¿quién está en el trono de tu vida? Hay una idolatría grave en el mundo occidental de hoy; hay un altar en nuestros hogares, y puede contener cualquier cosa que elijamos poner por encima de Dios en nuestras vidas, incluso cosas buenas como nuestra chequera, nuestras posesiones, nuestra familia, nuestra comodidad o nuestra seguridad. Solo Dios y el Cordero son dignos de adoración (4:11; 5:9). De hecho, la mejor manera de perseverar y ser vencedor es vivir una vida de adoración.

PRÓLOGO (1:1–11) La obra del Dios trino

Juan comienza su tracto visionario con una introducción que muestra que considera que se trata de una carta profética que aborda la situación de las iglesias en la provincia romana de Asia (el tercio occidental de la actual Turquía). El saludo de la carta aparece en 1:4–5, y está precedido por un prólogo altamente teológico. Este prólogo contiene la declaración más dramática en la Escritura sobre el proceso de revelación (1:1–2) y la primera de las siete bendiciones, o bienaventuranzas, en el libro (1:3). La parte central de la sección tiene que ser 1:4b–5, en la que el trabajo de cada miembro de la Trinidad se coloca en el centro de la acción apocalíptica por venir. El pasaje continúa con el lema del libro (1:7–8), que establece la perspectiva de que el Señor tiene el control sobre la historia y que los lectores deben arrepentirse o enfrentar el juicio divino. Finalmente, Juan especifica su situación como el vidente que comunica las visiones a las iglesias (1:9–11). Los alienta con la noticia de que a pesar de que está en el exilio en la isla de Patmos, su ministerio del reino en las iglesias de la provincia continúa. Al igual que otros prólogos en el Nuevo Testamento (p. ej., Marcos 1:1–15; Juan 1:1–18), el propósito de esta sección es establecer los fundamentos teológicos para el libro. A través de esto, los lectores pueden entender los temas básicos, y luego verán estos temas teológicos elaborados en el resto del libro.

Juan da a conocer el proceso de revelación en cuatro etapas (1:1–2) Juan usa un prólogo muy inusual (no hay nada parecido en ninguna de las otras cartas del Nuevo Testamento) para establecer desde el principio la autoridad divina detrás del libro. Dios no guarda silencio mientras las iglesias enfrentan la crisis de persecución, sino que habla poderosamente a través de visiones apocalípticas enviadas para asegurarles a los creyentes que todavía tiene el control. El título en sí es importante, puesto que la apertura es: “la revelación de Jesucristo”. Jesús quiere fortalecer su resolución al revelarles los “secretos ocultos” o misterios de Dios (el significado de apokalypsis) sobre el fin de la historia y su control soberano sobre este mundo (vea también Mateo 10:26; Lucas 17:30; 1Co 1:7; 14:6; Gá 1:12; Ef 3:3, 5). A través de las visiones enviadas a Juan para la iglesia, se están descubriendo las verdades anteriormente ocultas sobre el fin de esta era y la destrucción de los poderes del mal. Este es el único lugar en toda la Escritura donde se explica el proceso real de revelación. Es un movimiento de cuatro etapas: Dios se lo dio a Jesús, quien hizo que los ángeles lo mediaran a Juan, quien luego lo escribió para las iglesias. Esto casi es paralelo al Evangelio de Juan, donde el proceso es Dios—Jesús—Santo Espíritu—discípulos—mundo (Juan 7:16– 18; 8:26, 28, 38; 14:10). Esto también comienza el tema de la unidad en el libro, ya que Dios y Jesús juntos muestran estas visiones “a sus esclavos”, lo que significa que revelan la realidad y el significado de las acciones divinas en el presente y en el futuro (como en Juan 5:20; 10:32) Los santos son “esclavos”, un término especial utilizado a menudo en el Nuevo Testamento para los cristianos como la “posesión especial” de Dios (1 Pedro 2:9; vea Ro 1:1;

Fil 1:1; Tito 1:1; Stg 1:1). El contenido de la revelación son los eventos inminentes del fin de la historia (“lo que sin demora tiene que suceder”). Esto se deriva de Daniel 2:28–29, donde Daniel interpreta el sueño de Nabucodonosor sobre “las cosas por venir”. Se encuentra en otros puntos clave en este libro con respecto al control absoluto de Dios sobre eventos futuros (Ap 1:19; 4:1; 22:6). El adverbio en la frase “lo que sin demora tiene que suceder “puede referirse a la inminencia (“pronto”) o la rapidez con la que Dios actuará (“de repente, sin demora”). Mientras que “vengo pronto” en 2:16; 3:11; 11:14 se refiere a las acciones rápidas de Dios, la frase aquí probablemente se refiere al tiempo. Sin embargo, esto también es problemático, ya que han pasado casi 2000 años desde estas profecías y poco ha sucedido. Es importante que “pronto” en el Nuevo Testamento rara vez signifique que todavía no hay nada por suceder. Es un lenguaje escatológico (= fin de los tiempos) destinado a atraer al lector a un sentido de expectativa y responsabilidad para reconocer la mano de Dios en los acontecimientos de la historia. Significa que Dios ha iniciado los eventos de los últimos días, y debemos prepararnos para el final. Recuerde la doble aclaración en 2 Pedro 3:8–9: “para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día… él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se arrepientan”. Todos debemos estar agradecidos con el Señor por su paciencia. Si hemos sido cristianos durante 20 años, le agradecemos a Dios que Cristo no haya regresado ¡hace 21 años! Apocalipsis 6:11 reconoce que se producirá un período de tiempo antes de la Parusía (la segunda venida), por lo que “pronto” no significa “en el momento siguiente”. Más bien, significa que los eventos climáticos ya han comenzado, y en el propio tiempo de Dios el final será pronto. La frase “dio a conocer” contiene la idea de revelar a través de señales o símbolos. Probablemente se refiere a los símbolos utilizados en las visiones para representar los eventos inminentes que conducirán al final. Entonces Cristo le mostrará a Juan y a las iglesias los símbolos que significarán las acciones de Dios en el presente y en el futuro y llevarán la historia mundial a su conclusión prevista por Dios. Juan recibirá estas visiones y será testigo o testificará a las iglesias acerca de su significado. Juan les dice a sus lectores que estas visiones constituyen “la palabra de Dios” y “el testimonio de Jesús”. Aquí hay dos oraciones implícitas que enfatizan el origen celestial de las visiones: Dios ha hablado su palabra y Jesús ha testificado a las iglesias a través de estas imágenes divinamente inspiradas. A lo largo del libro, estas dos frases con frecuencia enfatizan la fuente real de todo lo que está escrito en él (Apocalipsis 1:9; 6:9; 17:17; 19:9– 10; 20:4). El énfasis está en la naturaleza confiable de estas comunicaciones enviadas por Dios. Estos no son sueños subjetivos o historias imaginativas, sino visiones derivadas de Dios en el cielo (vea también Apocalipsis 1:11, 19; 19:9; 21:5; 22:6–9). Son absolutamente ciertas, y la iglesia debe estudiar cuidadosamente el mensaje del libro.

Juan bendice al que lee y pone atención (1:3) Las siete bienaventuranzas, o bendiciones, en el libro están vinculadas al propósito ético de las visiones, con algunos desafíos para perseverar y vivir vidas ejemplares (Apocalipsis 1:3; 16:15; 22:7) y otros que prometen recompensas futuras por hacer como se pide (Apocalipsis 14:13; 19:9; 20:6; 22:14). El significado de “dichosos son” es el mismo que en el Sermón del

Monte (Mateo 5:3–12): “Dichosos los que…”. El énfasis está en leer las profecías en un ambiente de iglesia. El “que lee” se refiere al lector oficial en el servicio. En el siglo II, esta persona era un oficial de la iglesia, y en las sinagogas había cinco lectores para festivales y siete para el sábado. A veces, un rabino leía un pasaje y luego predicaba sobre él como lo hizo Jesús en Lucas 4:16–30. Lo importante para tener en cuenta es que este libro fue tratado como Escritura desde el principio. Es triste que en muchas iglesias hoy la lectura de las Escrituras se esté quedando en el camino. ¡Incluso he oído decir que debemos limitar la lectura oral porque las Escrituras son aburridas! Estamos tratando con la única verdad eterna que tenemos: ¡la Palabra de Dios! Debemos recuperar el privilegio y la emoción de dejar que Dios hable en nuestros servicios al leer su Palabra escrita como un acto de adoración. La segunda bendición divina en este versículo recae sobre aquellos que escuchan y viven por las exhortaciones. Este doble mandato de escuchar y guardar ocurre a menudo en el Nuevo Testamento (por ejemplo, Juan 4:42; 8:38; 12:47; 14:23–24). En este libro es una fórmula clave en las siete cartas: “El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice” (2:7, 11, 17, 29; 3:6, 12–13, 21–2). Y ocurre con frecuencia en otros lugares (3:3; 12:17; 14:12; 16:15; 22:7, 9). Perseveramos siendo fieles al estilo de vida requerido por Dios. Estas visiones no son historias lindas o ficciones imaginativas destinadas a entretener. Este es un libro profético de consuelo (para los salvos) y de advertencia (para los no salvos) que llama a los santos a rendir cuentas. Además, no es suficiente simplemente “escuchar” estas verdades; hasta que uno “las guarda” o las obedece, el cristiano es desobediente a Dios y se dirige al juicio. La razón de la seriedad especial de este mandato es porque “el tiempo está cerca”. Como en el versículo 1, el énfasis está en la inminencia de los eventos finales de la historia humana. De hecho, el libro está enmarcado por advertencias sobre el inminente escatón (aquí y en 22:10). La cercanía del regreso del Señor aparece con frecuencia en el Nuevo Testamento como un llamado a vivir responsablemente hacia Dios y Cristo. Dado que Cristo podría aparecer en cualquier momento, debemos vivir decisiva y completamente para Dios.

Juan saluda a las iglesias y alaba la Trinidad (1:4–6) Estos tres versículos van mucho más allá de lo normal establecido en una carta (con un remitente, un destinatario y un saludo). Solo 1 Pedro 1:1–2 es similar, con su propio argumento trinitario de saludo. Aquí la obra de la Trinidad en 1:4–5a es seguida en 5b–6 con declaraciones centrales para el libro que tienen que ver con la salvación (1:5b) y la iglesia (1:6). Las convenciones normales de la escritura de cartas antiguas comienzan esta sección con Juan dirigiéndose a los destinatarios, “las siete iglesias en la provincia de Asia”. Es difícil saber por qué se eligieron estas iglesias particulares, cuando muchas como Hierápolis o Colosas (a pocos kilómetros de Laodicea) se omiten. Es posible que fueran elegidas porque estas ciudades se encontraban en las principales carreteras romanas a través de la provincia, y estaban destinadas a ser representativas del resto de las iglesias. Las ciudades se abordan en el orden geográfico por el cual un mensajero que viaja por estos caminos romanos podría dejar copias del libro. Cada carta aborda la situación histórica y las

necesidades de cada iglesia. Al mismo tiempo, tienen la intención de tipificar los problemas de todas las iglesias. El mensaje es plural: “lo que el Espíritu dice a las iglesias”. El saludo es común a casi todas las cartas del Nuevo Testamento, con “gracia” el saludo griego regular y “paz/shalom” el saludo judío. Esto es, en efecto, una promesa escatológica y una oferta de la gracia y la paz de Dios para aquellos que entregarán sus vidas a Cristo. En el mundo se trata de una mera esperanza no realizada, pero en Cristo se hacen realidad. Esto es especialmente así porque Juan continúa anclando esta promesa primero en el Dios trino y luego en la salvación que Cristo ganó con su muerte para sus seguidores. Presente, pasado y futuro (1:4a) A Dios se le da un título único, “aquel que es y que era y que ha de venir”. Esta es una paráfrasis del nombre divino “Yahweh”, definido en Éxodo 3:14–15 como “Yo soy que soy”. Ocurre cuatro veces más en el libro (Apocalipsis 1:8; 4:8; 12:17; 16:5), y significa que Dios es soberano sobre el pasado, el presente y el futuro; Él es el Señor de la historia y guía los asuntos de la humanidad mortal según su voluntad. Aquí el aspecto presente se enumera primero, y este orden es significativo. Los lectores saben que Dios controló el pasado; todo el Antiguo Testamento recuerda esa verdad. También saben que él controla el futuro, porque las visiones de este libro lo demuestran. Pero no están tan seguros sobre el presente. Parece que los poderes del mal, en particular el Imperio Romano, están realmente en control. Este título corrige esa conclusión errónea, diciendo en efecto: “El Dios que controlaba el pasado y está a cargo del futuro es realmente soberano sobre la situación actual, aunque no lo parezca”. Los siete espíritus (1:4b) Se debate el segundo argumento para el saludo: “los siete espíritus que están delante de su trono” (vea también 3:1; 4:5; 5:6). Algunos piensan que los espíritus son ángeles, quizás los siete arcángeles mencionados en la literatura apocalíptica judía o los ángeles a quienes se escriben las siete cartas en los capítulos 2–3. Sin embargo, el término “espíritu” no se usa para los ángeles en el libro, y el contexto es más favorable para un énfasis trinitario aquí. El uso de “siete” probablemente se deriva de Isaías 11:2 en la Septuaginta (que agrega una séptima virtud, “piedad”, a las seis en la Biblia hebrea) y Zacarías 4:2, 10 (que tiene siete lámparas como “ojos del Señor que se extienden por toda la tierra”). En Zacarías 4:6, el “Señor Todopoderoso” dice que estas cosas suceden “no será por la fuerza ni por ningún poder, sino por mi Espíritu”. En Apocalipsis 5:6 este “Espíritu séptuple” tiene “siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra”, una alusión adicional a Zacarías 4:6. A la luz de estos antecedentes, es mejor traducir: “el Espíritu Santo séptuple (o perfecto)”. El Espíritu perfecto es tanto “de Dios” (3:11; 4:5) como del Cordero (5:6); de este modo se encuentra “delante del trono”, el lugar del gobierno soberano divino sobre este mundo. En 4:2 Dios se sienta en el trono, y en 5:6 el Cordero está “de pie en el centro del trono”. Así el Espíritu de Dios y de Cristo está con los otros miembros de la Deidad “delante del trono”. Los atributos de Jesús (1:5–6)

El tercer fundamento es Jesucristo, descrito aquí con dos atributos triples, primero se trata de quién es él (1:5a) y segundo de lo que hace (1:5b–6). Los seis son temas que continuarán en el resto del libro. Como “testigo fiel”, Jesús en su vida terrenal es el modelo para sus seguidores de alguien que persevera en fidelidad a Dios en medio de la oposición y la persecución. El tema del testigo en el libro está estrechamente relacionado con el martirio. El testimonio de Jesús (también 3:14) se reproduce en las vidas fieles de los santos, ya que permanecen fieles a Dios en un mundo que se ha vuelto contra ellos (vea 1:9; 6:9; 12:11, 17; 17:6; 19:10; 20:4). Jesús también es el “primogénito de la resurrección”, apunta a su gloria posterior a la resurrección. Aquí hay dos énfasis: primero, él es soberano sobre la vida y la muerte. En el Salmo 88:28 en la Septuaginta, David es descrito como “primogénito, el más exaltado de los reyes de la tierra”, y Jesús como el Mesías davídico es supremo sobre todo dominio terrenal. En Colosenses 1:15 Cristo es “primogénito sobre toda la creación”, es decir, Señor supremo o soberano sobre la creación de Dios. Entonces Cristo controla los poderes de la muerte y la vida a favor de sus seguidores. Esto es parte del motivo de unidad en el libro: Dios es soberano sobre su creación, y también lo es su Hijo. En segundo lugar, él es el prototipo para aquellos que se levantarán con él. Como en 1 Corintios 15:20–23, Cristo fue resucitado como las “primicias” que garantizaban nuestra propia resurrección futura de los muertos. En todo momento, Apocalipsis enfatiza que todos los fieles compartirán su resurrección y exaltación (vea 2:7, 11; 7:15–17; 20:6; 22:2–3, 14, 17). El énfasis en la soberanía absoluta de Jesús continúa en “el soberano de los reyes de la tierra”. Este es otro tema central, que se prepara para Cristo como “Rey de reyes y Señor de señores” en 19:16. El mismo Cristo que es Señor sobre la vida y la muerte es naturalmente soberano sobre todos los gobernantes terrenales. Esto es contra César, considerado rey de reyes en su propio imperio terrenal, con los gobernantes de provincias como reyes clientes del emperador. En Apocalipsis, los reyes de este mundo son enemigos (10:11; 17:18), gobernantes malvados (17:2; 18:3), y se reúnen bajo la bestia para la guerra final (16:14; 19:19) cuando serán completamente derrotados (17:18; 18:9; 19:18). Cristo los gobernará “con vara de hierro” (Sal 2:9 en Ap 2:27; 12:5). Los tres atributos con un sentido orientado a la salvación ocurren en una doxología (1:5b–6) que celebra la obra de Jesús a favor de los creyentes. El evento central en Apocalipsis no es la parusía; es la cruz. La derrota final de Satanás no es la batalla del Armagedón. La gran victoria sobre los poderes cósmicos y la base de nuestra salvación es el sacrificio expiatorio de Cristo en la cruz, como se ve aquí y en 5:5–6. El Armagedón es simplemente la consumación del Gólgota. El primer aspecto digno de alabanza es el amor de Cristo. Esto enfatiza su continuo amor enraizado en su sacrificio amoroso en la cruz, en el pasado; su amor presente por sus seguidores y su amor futuro por derrotar a los poderes cósmicos a nuestro favor. Este amor de Padre e Hijo impregna el libro. El resultado de ese amor ahora se explica claramente: la sangre expiatoria que nos ha liberado de nuestros pecados. En el libro predominan dos frases: el Cordero inmolado como se ve en 5:6, 12; 13:8; y la sangre del sacrificio como se ve en 5:9; 7:14; 12:11. El énfasis está en los efectos expiatorios de su muerte, que nos ha liberado del pecado. El pecado, como en Romanos 6, es un ejército invasor que busca esclavizarnos, pero la sangre de Cristo nos ha liberado. ¡Los pecados de las naciones están

trayendo la ira y el juicio de Dios sobre sus cabezas, pero el pueblo de Dios ya ha experimentado su Día de Independencia! El segundo resultado del amor de Cristo es su inclusión de nosotros en sus oficinas reales y sacerdotales. Este es un regalo increíble que cumple una de las promesas del pacto central del Antiguo Testamento: “ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y una nación santa” (Éxodo 19:6). El verbo “hacer” aquí probablemente tiene la misma fuerza que tiene en Hechos 2:36 y Marcos 3:14, es decir, una comisión oficial para el cargo. Aquí y en Apocalipsis 5:10 el énfasis está en la doble obra de Cristo como Mesías real (davídico) y sumo sacerdote, transmitida a la iglesia. El pueblo de Dios es el reino no solo como parte del reino en el que Dios gobierna, sino también de gobernar con Cristo en él; en otras palabras, somos ciudadanos del reino y realeza dentro de él, un énfasis frecuente en el libro (ve 2:26; 3:21; 5:10; 20:4, 6; 22:5). La obra sacerdotal de la iglesia es otro tema importante. En Isaías 61:6 (véase también Éxodo 19:5–6), a Israel se le llama “sacerdotes del Señor”, y la iglesia como el nuevo Israel ha heredado ese cargo. Esto incluiría servir a Dios, pero también compartir la misión de Dios para el mundo, un énfasis importante en Apocalipsis. Los ángeles son los sacerdotes del cielo, y los santos comparten esa alegre tarea (vea 5:10; 7:15; 20:6). Sin embargo, esto también incluye la vida espiritual de los creyentes, ya que sirven a “su Dios y Padre” tanto en su acceso directo a Dios (el privilegio) como en sus vidas de servicio sacrificial (la responsabilidad). Cuando servimos con Cristo como sacerdotes, servimos al mismo Dios y Padre que él. Los poderes del mal pueden controlar este mundo, pero Cristo ya nos ha liberado de su poder (Marcos 3:15; 6:7) y nos ha hecho parte del reino de Dios, en el cual somos realeza y sacerdocio. Ningún judío podría ser rey y sacerdote. El intento de Simón, un gobernante macabeo en 140 a. C., de hacerse sumo sacerdote y rey, llevó a la revuelta de los esenios y a la formación del movimiento farisaico. Solo el Mesías podría ser tal; solo Jesús tenía derecho a combinar los oficios de la realeza y el sacerdocio. Cristo nos ha dado a nosotros, sus coherederos (Ro 8:17), el increíble privilegio de compartir esto con él. La respuesta natural de sus seguidores a esta maravillosa lista de los regalos amorosos de Cristo para ellos solo puede ser un gran elogio: “¡a él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos!”. La atribución de gloria y poder ocurre también en 5:13 y 7:12, y se centra en el dominio y la autoridad de Cristo sobre su mundo creado. Este poder garantiza su victoria final sobre las fuerzas del mal que confrontan a la iglesia. No son realmente “poderes cósmicos”, porque no tienen poder sobre Cristo. Nuestra victoria depende completamente de nuestra sumisión y confianza en él, pero en él ese triunfo es completamente seguro. Así solo Cristo tiene la gloria porque él solo es verdaderamente soberano y majestuoso sobre este mundo. En esto hay un mayor contraste con los gobernantes terrenales como César. Toda su pompa y circunstancia son meras pretensiones, porque Cristo reina sobre ellos como Rey de reyes. Además, su supuesta gloria es terrenal y temporal, mientras que la de Cristo es eterna. Y todo el pueblo de Dios dice: “¡Amén!”.

Juan presenta el lema del libro (1:7–8) El mensaje básico del libro ahora se presenta al estilo de un himno, con cuatro líneas que combinan dos de los principales pasajes mesiánicos del Antiguo Testamento: Daniel 7:13 y

Zacarías 12:10. Estos también se combinan en Mateo 24:30 y Juan 19:37, por lo que esta combinación probablemente proviene del mismo Jesús. La referencia de Daniel habla de “uno como un hijo de hombre” que “vendrá con las nubes del cielo” (una imagen para la segunda venida en Marcos 13:26; 14:62; Hechos 1:9–10; 1Ts 4:17) para establecer “un dominio eterno” en “gloria y poder soberano” (Dn 7:14: note “gloria y poder” arriba en 1:6). Daniel 7 habla de las cuatro bestias y el surgimiento del “cuerno pequeño” que se opondrá a Dios y a su pueblo. La figura del hijo del hombre vendrá con “autoridad, gloria y poder soberano” y deletreará el destino del cuerno pequeño. Entonces, este pasaje muestra que el regreso de Cristo es el evento central del escatón y profetiza el destino que le espera a la bestia del capítulo 13. El pasaje inmediatamente pasa a Zacarías 12:10, que predice lo que les espera a las naciones en las visiones del libro. La pregunta es si esta cita se centra en el arrepentimiento o el juicio. El contexto aquí parece favorecer el juicio, como en la cita de Daniel y los temas de las visiones, sin embargo, Zacarías mismo habla de arrepentimiento. Después de que Dios haya rescatado a la nación y destruido a sus enemigos (Zac 12:1–9), el pueblo llorará y se lamentará por “el que traspasaron”, es decir, el propio Yahvé como el Pastor de Israel (Zac 14:1–14), y serán “limpiados de pecado e impureza” (13:1). Por lo tanto, aunque algunos estudiosos creen que la victoria cósmica sobre los poderes terrenales en Apocalipsis lleva a las naciones a unirse a Israel en arrepentimiento, la mayoría concluye que el cambio en la cita de “la casa de David” (Zacarías) a “todos los pueblos de la tierra” (aquí) cambia las imágenes al juicio de las naciones, y llorarán de consternación por su propia derrota por el Pastor mesiánico. Creo que es mejor ver una ambigüedad deliberada en este versículo, con la intención de Juan de que el lector vea tanto un tema de arrepentimiento en Zacarías como un tema de juicio a la luz de la ira de Dios contra el mal en este libro. La conversión y el juicio de las naciones se desarrollan lado a lado a lo largo de las visiones. Es probable que este versículo presente los dos caminos que las naciones tomarán a lo largo del libro. Muchas de las naciones se volverán a Cristo y encontrarán perdón: responderán al “evangelio eterno” (14:6–7) y se arrepentirán (11:13), encontrarán que son “comprados para Dios” (5:9), se pararán delante del trono (7:9) y adorarán a Dios (15:4), luego llevarán su gloria a la ciudad santa (21:26) y caminarán en su luz por la eternidad (21:24). Por otro lado, la mayoría de las naciones que se vuelven contra Dios y su oferta de salvación (11:18) se describen como aquellos que beben el vino excitante de la inmoralidad (14:8; 18:3), adoran a la falsa trinidad (13:4, 7–8), y persiguen y matan a los santos (6:10; 12:10; 17:6). Por lo tanto, son objeto de la ira divina (11:18; 14:10) y son dignos de doble castigo (18:6), de hecho, el castigo presente (los ciclos de los siete juicios) y el eterno (20:11–15). Una conclusión parece clara: esto no se refiere a un “rapto secreto”. Este pasaje representa el regreso de Cristo como un evento tan público que “todos los ojos lo verán”, y cada persona responderá, algunos en arrepentimiento, pero la mayoría con rechazo completo que conduce al juicio. Dos exclamaciones finales afirman la justicia de esta declaración. Tanto las afirmaciones griegas (nai, “así será”) como las hebreas (amen, “que así sea”) enfatizan la rectitud de la decisión de Dios. Esto también funciona como la afirmación litúrgica de la iglesia a la acción. El “amén” enmarca el lema en los versículos 6 y 7 y lo convierte en una oración virtual, que dice: “Sí, Señor, que esto suceda”.

En 1:8, el Señor Dios habla explícitamente solo una de dos veces (con 21:5). Sus palabras incluyen tres de los títulos importantes del libro; actúan como un resumen de los temas del prólogo. Primero se describe a Dios como “el Alfa y la Omega”. Estas son las primeras y últimas letras del alfabeto griego y resumen todo lo demás. Dios está siendo representado como el Señor sobre la historia, el que creó este mundo, terminará este mundo y lo controla en este momento. El título aparece cuatro veces, dos veces al principio (1:8, 17) y dos veces al final (21:6; 22:13). En cada uno, el primero se refiere a Dios (1:8; 21:6) y el segundo a Cristo (1:17; 22:13). La unidad del Padre y del Hijo se enfatiza nuevamente, y la Deidad es soberana sobre su mundo creado. El segundo título, “el que es y que era y que ha de venir”, se repite de 1:4, y una vez más agrega el matiz del Dios eterno que une el pasado, el presente y el futuro en sí mismo. El título final en realidad podría llamarse dos títulos, ya que combina “Yo soy” con “Señor Dios… Todopoderoso”. Un tema central en el Evangelio de Juan es que Jesús es el “Yo Soy”, sacado del nombre sagrado yhwh (“Yahweh”) en Éxodo 3:14. Aquí significa que el Dios que habla es Yahweh, Señor del universo. El título final, “el Todopoderoso”, se combina con “Señor Dios” nueve veces en el libro, y se convierte en el título principal para Dios. A menudo se traduce el título del Antiguo Testamento “Señor de los ejércitos” en la Septuaginta (2Sm 5:10; Jer 5:14; y así sucesivamente). En la gramática del título, significa “Dios muestra que es el Señor de todos al ejercer su poderoso poder”. En general, este versículo presenta a Dios como absolutamente soberano, en control de este mundo y del próximo.

Juan revela su propia situación (1:9–11) Esta descripción independiente señala la parte de Juan en la acción detrás del libro. “yo, Juan” se encuentra aquí y en 22:8, enmarcando el libro e identificando al autor. Juan se identifica a sí mismo como “hermano de ustedes y compañero” para demostrar la comunidad y la experiencia compartida con sus lectores. Ambos son una familia y una comunidad de compañeros que sufren; Juan escribe como uno de ellos. Mientras experimentan oposición, Juan permanece exiliado en la Isla de Patmos. Hay tres áreas que Juan y sus lectores comparten, y están interrelacionadas. Hay un patrón A-B-A, donde el sufrimiento en la persecución (A) y la perseverancia que exige (A) se consideran parte de la experiencia del reino (B) para los creyentes. En Apocalipsis, la aflicción y la oposición duraderas significan mucho más que simplemente apretar los dientes y superarlas. Significa superar la tentación y permanecer fiel y verdaderos a Dios cuando el mundo se ha vuelto contra ti. Debes esperar en Dios y mantenerte firme contra las malvadas demandas de la sociedad secular. La base para hacerlo es el reino, lo que significa que Dios ha comenzado su reinado. Somos ciudadanos del cielo (Filipenses 3:20) y extranjeros en este mundo (1 Pedro 1:1, 17; 2:11). El creyente ya participa en el reino real de Cristo y vive una vida que es antitética a las demandas del reino terrenal. Como dice Pablo en Hechos 14:22, es “a través de muchas dificultades” que “entraremos en el reino de Dios”. Juan es el ejemplo perfecto de esta vida de dificultades como personas del reino. Había ministrado durante muchos años en la provincia de Asia y tuvo un ministerio exitoso y

poderoso conforme la iglesia crecía. Ese éxito estaba obligado a entrar en conflicto con los líderes y la demanda de ciudadanos para participar en el culto imperial. Juan dice aquí que su destierro fue “por la palabra de Dios y el testimonio de Jesús”; el lenguaje proviene de 1:2. Indudablemente causó un gran revuelo con muchos conversos, amenazando la religión del estado. Por eso los funcionarios desterraron a Juan al exilio en Patmos, una isla de seis por diez millas a unas 37 millas al suroeste de Mileto, una ciudad portuaria al sur de Éfeso. No era una colonia de prisión, pero era bastante cosmopolita y tenía dos gimnasios y un templo para Artemisa. Juan probablemente vivía una vida normal allí, pero no podía irse. Probablemente solo estuvo allí un año o dos, porque el historiador de la iglesia primitiva Eusebio dice que fue exiliado en el año 95, y se le habría permitido regresar cuando el emperador Domiciano murió en el año 96. Mientras estaba en la isla, Juan recibió una comisión de Dios para escribir y entregar las visiones a las iglesias. Se nos dice que él estaba “en el Espíritu”, una frase que también aparece en 4:2; 17:3; 21:10 por el estado de trance en el que el Espíritu le dio las visiones a Juan. Por lo tanto, el Espíritu debe agregarse a la lista en 1:1–2 que describe el proceso revelador: de Dios a Cristo, al Espíritu, al ángel y a Juan. El énfasis está en el Espíritu como la fuente de las visiones proféticas, que es un tema frecuente en el Antiguo Testamento (Números 24:2; 1 Reyes 18:12), especialmente en Ezequiel (3:12, 14; 18:3; 37:1, y así sucesivamente). Joel 2:28 es muy apropiado: “tendrán sueños los ancianos y visiones los jóvenes” (usado en Hechos 2:17). Juan está presentando un conjunto de visiones enviadas por el Espíritu destinadas a decirle a la iglesia que el Dios soberano está en proceso de cerrar la historia. El Espíritu eligió “el día del Señor” para comenzar el proceso. Esta es una referencia al domingo, elegido el día de adoración por la iglesia primitiva sobre la base de la resurrección del Señor el primer día de la semana (en el calendario judío). Los primeros cristianos judíos probablemente adoraban en la sinagoga el sábado y en sus iglesias en las casas el domingo. Tenga en cuenta que el mensaje profético se escucha antes de ser visto, ya que Juan “escucha una voz fuerte”, lo cual es una experiencia frecuente en el libro (vea 5:2; 7:2; 19:3 y en otros lugares). Aquí es probablemente la voz del mismo Cristo, como en 1:19. Su grito parecido a una trompeta es significativo, porque en todo el Nuevo Testamento suena una trompeta para significar el día del Señor (Mateo 24:31; 1Co 15:52; 1 Ts 4:16) o una manifestación de Dios (vea Heb 12:19). El sonido de la trompeta de la voz del Señor presagia la visita de Dios mismo e inicia los eventos finales que terminarán con el reino del mal como se describe en estas visiones. Esta es la primera de las 12 comisiones que se escriben, que preparan para la orden de escribir las siete cartas de los capítulos 2–3 y otros cuatro lugares (1:19; 14:13; 19:9; 21:5). Esto reproduce el cargo del Antiguo Testamento a los profetas (Is 30:8; Jer 36:28) y enfatiza a los lectores que estos no son solo los sueños de Juan: son visiones enviadas por Dios que deben seguirse. El orden de las ciudades aquí y en los capítulos 2–3 es geográfico, traza la ruta de un servicio de mensajería mientras se mueve desde la iglesia madre de Éfeso a lo largo de las principales carreteras romanas de la provincia en un patrón de camino a caballo, primero al norte hacia Esmirna y Pérgamo, luego girando hacia el sureste hasta Tiatira, hacia el sur hasta Sardis, hacia el este hasta Filadelfia y finalmente hacia el sureste hasta Laodicea. Como se dijo anteriormente en 1:4–6, estas ciudades particulares probablemente fueron

elegidas por su posición central en las carreteras romanas interiores y estaban destinadas a ser representativas de las demás. Cada carta contiene “escucha lo que el Espíritu dice a las iglesias”, lo que significa que cada mensaje tenía la intención de ser aplicable a todas las iglesias. Este prólogo es crucial para todo lo que sigue. Aquí aprendemos el tipo de libro que es Apocalipsis (una carta apocalíptico-profética) y la fuente de la información que contiene (la Trinidad divina). Dado que Dios ―de hecho todo el cielo― es la fuente, debemos tratar el libro con mayor seriedad; ¡no se puede ignorar a voluntad! El Padre, el Hijo y el Espíritu están en el trono, soberanos sobre este mundo a pesar de que parece que el mal tiene el control. Vemos no solo quiénes son Dios y Cristo, sino también quiénes somos como realeza y sacerdocio, ciudadanos del cielo que siguen a Jesús en testimonio y misión para un mundo perdido que se ha vuelto contra nosotros. La realidad es clara, como nos muestra 1:7–8. El regreso de Cristo es inminente, y los últimos días han comenzado. Las naciones son objeto de misión y juicio. Nos hemos unido a Dios para llamar a las naciones al arrepentimiento, pero aquellos que se nieguen a responder enfrentarán la ira de Dios.

LA PRIMERA VISIÓN (1:12–20) La gloria y el poder de Cristo

El conjunto inicial de visiones cubre 1:12–3:22 y se centra en la situación de las iglesias mismas. De hecho, las siete cartas a las iglesias son en realidad parte de esta visión inaugural y una extensión de esta. Esta visión introductoria les revela que son “candelabros de oro”, entre los cuales Cristo se erige como “semejante al Hijo del hombre”. No están solos, sino que son vigilados y protegidos por el Cristo glorificado que es el mismo Yahweh, el vencedor y juez cósmico (1:13–16) así como el Resucitado que es soberano sobre la historia (1:17– 18). Los ricos ecos del Antiguo Testamento provienen especialmente de Daniel, pero también de las imágenes sacerdotales de Éxodo y las imágenes proféticas de Ezequiel.

Juan tiene una visión del Cristo exaltado (1:12–16) Esta visión de apertura establece el tono para gran parte de lo que sigue, y los detalles se repetirán en varias de las cartas. Esto se convierte en el retrato oficial del Cristo glorificado; aquí es representado como el soberano y juez del mundo de los últimos tiempos. El resto de las visiones en el libro desarrollan estas descripciones instantáneas. Cuando Juan se da vuelta después de escuchar la voz detrás de él (1:10), ve siete candelabros de oro. Esta imagen está construida sobre Éxodo 25:31–40, donde Dios le ordenó a Moisés que construyera un candelabro de oro con siete ramas, la menorá sagrada que se convirtió en un símbolo del judaísmo. En 1 Reyes 7:49, Salomón colocó cinco en cada

lado del altar del incienso. En Zacarías 4:2, 10, los candelabros significaban “los ojos del Señor que se extienden por toda la tierra”. Aquí no se trata de un candelabro de siete, sino de siete candelabros separados, que se refieren a las siete iglesias. Aun así, como con el pueblo del antiguo pacto de Israel, la iglesia del nuevo pacto se representa como luces brillantes para Dios en medio de un mundo hostil. En medio de los siete candelabros se encuentra Cristo en su papel de “semejante al Hijo del hombre”. Esto está tomado de Daniel 7:13, que describe a un libertador mesiánico que se opone a las cuatro bestias y al cuerno pequeño y recibe poder soberano sobre las naciones. El hecho de que Cristo esté en medio de los candelabros significa que no es distante de su pueblo. Él está profundamente involucrado en su situación, supervisándolos y guiándolos. Note el lenguaje: Él está en medio de ellos, los sostiene en su mano derecha (1:16) y camina entre ellos (2:1). Está profundamente comprometido y actúa a favor de sus seguidores. Luego, Juan amplía este punto con ocho imágenes del Antiguo Testamento que pretenden evocar asombro mientras contemplamos a Cristo glorificado y exaltado. En su contexto del Antiguo Testamento, estas son descripciones de Yahweh, y aquí indican la deidad de Cristo, quien de hecho es Yahweh. El fondo principal es Daniel 10:5–6, y el orden de las imágenes sigue un camino similar: primero la ropa (el lino como cinturón), luego el cabello (el cuerpo en Daniel), luego los ojos, seguidos por los pies, la voz, la mano, la boca y la cara. Esta es una imagen gráfica de Cristo el Guerrero Divino que irá a la guerra contra los enemigos de Dios. La túnica larga y la banda de oro (1:13) Lo más probable es que esto se refiera en general a la túnica larga y la banda de los dignatarios y gobernantes en el mundo antiguo más que a la túnica del sumo sacerdote. La túnica hasta los pies significa autoridad y estatus, y la banda dorada que se extiende diagonalmente sobre el pecho alude a Daniel 10:5 y al hombre “vestido de lino, con un cinturón de oro fino”. Esto es paralelo a Apocalipsis 15:6, donde los siete ángeles llevan bandas doradas sobre el pecho. Esto representa a Cristo como una figura exaltada y digna. Cabeza y cabello blanco (1:14a) Daniel 7:9 dice que el cabello del Anciano de días “era blanco como la lana”, que en la cultura antigua representaba la sabiduría y la dignidad acumuladas. Curiosamente, la lana blanca también fue una industria importante en la región de la audiencia original de Apocalipsis, especialmente de Laodicea (Apocalipsis 3:18). La lana y la nieve muestran una blancura deslumbrante, como se muestra en la transfiguración (Marcos 9:3: “Su ropa se volvió de un blanco resplandeciente como nadie en el mundo podría blanquearla”). El énfasis aquí está en la increíble sabiduría, pureza y esplendor de Cristo. El blanco simboliza la pureza moral y la victoria absoluta sobre las fuerzas del mal. Ojos resplandecientes (1:14b)

Esto también se deriva de Daniel 10:6 (“sus ojos eran dos antorchas encendidas”) y se repetirá en Apocalipsis 2:18 y 19:12. En un nivel, representa la visión divina que penetra hasta el núcleo de la situación humana. En un nivel más profundo, continúa la imagen del juez que conoce y actúa contra sus enemigos. Tanto en 2:18 como en 19:12, el juicio es el sentido principal. Dios es el Guerrero Divino que conoce la profunda depravación de las naciones y va a luchar contra ellas. Pies de bronce (1:15a) Los pies significan propósito y dirección. Esta imagen está conectada a los ojos ardientes en Daniel 10:6 y Apocalipsis 2:18 (también Ezequiel 1:7). La idea es la de bronce pulido, y el agregado “al rojo vivo en un horno” representa el metal en estado fundido, brillando en toda su pureza y gloria. Esta es otra imagen militar, con el bronce que representa a un guerrero feroz a punto de causar estragos en las naciones. En 2:18, retrata el juicio sobre los seguidores del culto de Jezabel en Tiatira. La gloria y la fuerza abundan cuando el Guerrero Divino va a la guerra. Voz poderosa (1:15b) Esta es probablemente una alusión a Ezequiel 1:24 (las alas de los seres vivientes “como el estruendo de muchas aguas”) y 43:2 (la voz de Yahweh “un ruido ensordecedor, semejante al de un río caudaloso”). Podría imaginarse una cascada o catarata, pero es más probable que retrate el rugido de las aguas del océano rompiendo sobre la orilla, como en el Mar Egeo o el Mediterráneo. La asombrosa voz de Dios (Ezequiel) y Cristo (aquí) está proclamando juicio sobre las naciones y salvación para su pueblo. Estrellas en su mano derecha (1:16a) La mano derecha en la Escritura simboliza poder y autoridad (vea Sal 110:1; Mateo 26:64). La imagen de sostener las estrellas significa posesión y protección. El Cristo glorificado está en completo control. En este contexto militar, el énfasis probablemente esté más en el poder que en la protección. Las siete estrellas en el versículo 20 son los ángeles de las siete iglesias. Las estrellas se usan a menudo en el Antiguo Testamento como símbolos para los ángeles, y en el mundo antiguo a menudo se identificaban con los poderes que controlaban el mundo. Espada que sale de su boca (1:16b) La espada era la imagen principal del poder romano, llamada ius gladii, “la ley de la espada”. El mensaje es que Roma no tiene el control; Cristo sí. El trasfondo del Antiguo Testamento es Isaías 11:4 (“Destruirá la tierra con la vara de su boca”) visto a través de Isaías 49:2 (“Hizo de mi boca una espada afilada”). El tipo de espada aquí es la gran espada, a menudo utilizada en cargas de caballería como una guadaña. Aquí está la espada del juicio, que destruye al ejército de la bestia en 19:15, 21. La nota que sale de su boca enfatiza la proclamación del juicio, y la espada misma la realización de ese juicio.

Rostro radiante (1:16c) Esto recuerda a Moisés cuando descendió del Sinaí “de su rostro salía un haz de luz”. (Éxodo 34:29) así como con Jesús en su transfiguración (“su rostro resplandeció como el sol”, Mateo 17:2). Dios es llamado “sol y escudo” en el Salmo 84:11 y “luz eterna” en Isaías 60:19. Además, hay un aspecto del juicio en el uso apocalíptico de las imágenes del sol en el Antiguo Testamento (Isaías 13:10; Ezequiel 32:7; Joel 2:10). Esto también aparece en Apocalipsis 6:12; 8:12; 9:2; 16:8; y 19:17. Entonces los temas gemelos de gloria y juicio continúan en esta imagen.

Cristo extiende la comisión de Juan (1:17–20) La presencia divina, Dios en Cristo, domina esta visión. Además, demuestra la unidad de Cristo con su Padre al agregar una descripción adicional de él. Estos versículos lo describen como el eterno (1:17–18), fortalecen la comisión de escribir desde 1:11 (1:19) y agregan una clave interpretativa para comprender la visión de 1:12–16 (1:20). En esta visión de apertura, Juan ha experimentado una teofanía (una manifestación de Dios). Como es típico de las visiones de los seres celestiales, él responde con miedo y adoración. La sensación de poder y presencia apocalíptica es abrumadora; ¡Cristo está realmente presente en toda su gloria! Jesús toca a Juan no solo por consuelo y tranquilidad, sino también por una investidura simbólica; es una especie de “imposición de manos” para conferir oficio profético y autoridad para escribir. En las Escrituras, el temor es la respuesta habitual cuando Dios se manifiesta (como en Da 10:10–18; Mateo 14:27; Lucas 1:13, 30). Jesús da razones para no tener miedo al describir quién es él. Él es el “Yo Soy”, Yahweh de la zarza ardiente (Éxodo 3:14), Dios de Dios mismo. Hay cuatro dichos “Yo soy” en Apocalipsis, paralelos a los siete en Juan, afirmando que Jesús es Yahweh, el “Yo Soy” (compárese con Ap 1:8, 17; 2:23; 22:16 con Juan 6:35; 8:12; 10:7, 11; 11:25; 14:6; 15:1). Entonces Jesús aclara esto llamándose a sí mismo el primero y el último, paralelos al “Alfa y Omega” de 1:8. Este título deriva de Isaías (41:4; 44:6; 48:12), donde se refiere a Dios como Creador y Soberano sobre todos. La soberanía y el poder de Dios se extienden al segundo miembro de la Trinidad. El “primero y el último” se define además como el que estaba muerto y ahora “está vivo por los siglos de los siglos”. Esto se refiere a la muerte y resurrección de Jesús, pero también agrega la idea de su exaltación para reinar eternamente. Esto significa que “el último” no es solo una referencia a la soberanía sino también a la eternidad. Es una característica clave de Dios en Apocalipsis que él es “el que vive por los siglos de los siglos” (2:8; 4:9, 10; 10:6; 11:15; 15:7). Lo que está en juego en Apocalipsis trasciende los problemas mundanos de esta vida terrenal. La eternidad está en juego, y solo hay uno que tiene el poder de conceder la vida eterna: Dios mismo. La característica final de Cristo en estos versículos, su posesión de las “llaves de la muerte y del infierno” apunta a uno de los aspectos críticos del libro: su poder sobre las fuerzas cósmicas. La colocación enfática de “las llaves” enfatiza este poder. Cristo triunfó sobre la muerte en su resurrección, y ahora tiene el control completo sobre el poder de la muerte. La muerte y el Hades se personifican en Apocalipsis como fuerzas demoníacas

también en 6:8 y 20:13, 14. Esto se refiere a los ángeles caídos, los poderes malvados que trabajan en este mundo. Cristo los derrotó y los subyugó (Marcos 3:27) y les dio a sus seguidores autoridad sobre ellos (Marcos 3:15; 6:7). Satanás está lleno de ira frustrada “porque sabe que su tiempo es corto” (Ap 12:12). Probablemente también hay una referencia aquí al Seol o la tumba, el lugar de los muertos. Jesús tiene poder sobre la vida y la muerte, así como sobre los poderes cósmicos. En la religión grecorromana, esto sería el control del inframundo. Los dioses romanos son impotentes. Principalmente, sin embargo, Jesús es el que ha vencido y ha dominado las fuerzas cósmicas. El que controla la muerte y los poderes de la muerte ahora dirige su atención a Juan, el mensajero elegido para estas verdades apocalípticas. Ya le ha encargado a Juan que escriba en 1:11. Este pasaje va más allá y enumera el contenido de los mensajes proféticos. A la luz de la victoria cósmica de Jesús sobre la muerte y los poderes malvados, ahora se le ordena a Juan que escriba lo que Dios le está revelando. La triple descripción de esta revelación es difícil de interpretar, y ha habido tres opciones principales. Algunos piensan “lo que has visto” = la visión del capítulo 1, “lo que sucede ahora” = las siete cartas y “lo que sucederá después” = las visiones de los capítulos 4–22. Otros toman el primero como una referencia a la comisión para escribir en 1:11 y los otros dos (presente y futuro) como el resto del libro. Aún otros toman esta frase como una fórmula apocalíptica común que significa que Dios está a cargo del pasado, presente y futuro (similar al título de 1:4), y definen el libro como un entrelazamiento de perspectivas pasadas, presentes y futuras. En este sentido, bien podría basarse en Daniel 2:28–29 y la interpretación del sueño de Daniel como una profecía futura. Esta tercera opinión tiene la mayor promesa. Tenemos en esta línea de tiempo la perspectiva escatológica del libro. Jesús explica los candelabros y las estrellas en 1:20. Son llamados “misterios”, un término importante del Nuevo Testamento utilizado para describir las nuevas verdades que Dios revela a su pueblo. “Apocalíptico” describe el proceso por el cual Dios revela estas verdades ocultas, y “misterio” es el contenido de estas verdades. Ambos términos se relacionan con el descubrimiento de esos secretos ocultos que Dios ha decidido no revelar hasta el tiempo presente. Primero, las “siete estrellas” son una referencia a los ángeles de las siete iglesias en los capítulos 2–3. La identificación de estos ángeles es muy debatida, y la solución está vinculada al uso de estos ángeles como destinatarios de cada carta: 1. Podrían ser ángeles reales que sirven como ángeles guardianes asignados para cada iglesia. Una característica importante de la literatura apocalíptica es la presencia frecuente de ángeles que median las visiones y proporcionan claves interpretativas para el significado de los símbolos importantes. El problema con esta opción es el contenido de las cartas: ¿serían los ángeles reales llamados al arrepentimiento? 2. Podrían ser espíritus personificados de las iglesias: contrapartes celestiales, por así decirlo. Esta imagen tipificaría la naturaleza espiritual de las iglesias. Sin embargo, esto parece demasiado sutil, ya que los candelabros representan iglesias reales.

3. Esto puede referirse a la tendencia en el judaísmo y partes de la iglesia primitiva a adorar a los ángeles, por lo que esto podría ser una denuncia de tales prácticas. Sin embargo, esto no se ajusta a las siete cartas, y no hay indicios de tal culto en el resto del libro. 4. Muchos piensan que los ángeles son realmente “mensajeros” (otro significado de angelos), es decir, un líder de la iglesia, un obispo o un pastor. Esto es viable, ya que una “estrella” en el mundo antiguo se refería a soberanos y líderes importantes. Sin embargo, en todas partes de este libro, angelos se refiere a seres celestiales, no a mensajeros humanos. 5. Quizás este es un mensajero en el sentido de los portadores de esta carta/libro a las iglesias. Sin embargo, esto parece aún menos probable dado el uso común de “estrella” y “ángel”, como se señaló en el número cuatro anterior. La mejor respuesta es probablemente una combinación de los dos primeros. Estos son ángeles que Dios ha puesto a cargo de las iglesias, y también fueron identificados corporativamente con la iglesia que cada uno vigilaba. Se abordan en las siete cartas como representantes de las iglesias, como personificando las intenciones de Dios para las iglesias, y se les pide que intervengan en las necesidades espirituales de las iglesias. Dirigir cada carta al ángel que Dios había asignado para supervisar las iglesias en esa ciudad le dice a cada iglesia que no son solo una reunión de asamblea en la tierra; todo el cielo está involucrado en su vida y conducta. A través de ellos, Dios supervisa su plan elaborado en medio de ellos. Su vida terrenal y la realidad celestial subyacente son aspectos interdependientes de la vida cristiana. Los candelabros, como ya se señaló en 1:12, se refieren a las siete iglesias mismas y se basan en la menorá o el candelabro de siete brazos del lugar sagrado en el templo. El punto aquí es que Cristo está en control tanto de los ángeles, “sosteniéndolos” en 1:16, como de las iglesias; él está “en medio de” ellos en 1:12. Él está con ellos, protegiéndolos y reivindicándolos en un mundo que los repudia y actúa en contra de ellos. Sin embargo, también los hace responsables por vivir vidas fieles que superen ese mundo. La visión de 1:12–20 nos dice que Jesús es verdaderamente el Señor de todos y es absolutamente soberano no solo sobre nosotros sino también sobre el mundo en el que vivimos. Este tema dominará todo el libro de Apocalipsis. Jesús es el Mesías conquistador, y podemos descansar seguros, sabiendo que nos está cuidando. No solo esto, sino que también sabemos que sus ángeles son realmente mensajeros de Dios y de Cristo para nosotros, y ellos también nos están cuidando. Todo el cielo está involucrado en nuestras vidas, y podemos confiar en la realidad de que, de hecho, estamos “protegidos por el poder de Dios” (1Pe 1:5).

CARTAS A LAS SIETE IGLESIAS, PARTE 1 (2:1–7, 12–29)

Una verdadera iglesia bíblica

El

carácter de esta obra, los destinatarios y su propósito apocalíptico básico se establecieron en el capítulo 1. Ahora Cristo recurre a una descripción detallada y un desafío dirigido a la situación específica de cada iglesia. Juan se convierte en taquígrafo, un secretario. Cada palabra viene de Jesús según lo dictado a Juan. Hubo un momento en mi vida en el que creía que estas cartas estaban destinadas a significar los siete períodos de la historia de la iglesia. Una gran dificultad con esta interpretación es que los detalles de cada carta se ajustan a la situación histórica de esa iglesia. Estas son cartas destinadas a discutir la situación real de cada iglesia a fines del siglo primero. Al mismo tiempo, sin embargo, estas iglesias son representativas de las demás, ya que todas las cartas terminan con “escuche lo que el Espíritu dice a las iglesias”. El plural “iglesias” significa que cada carta debe aplicarse a cada iglesia. Los lectores de entonces y ahora deben preguntarse por cada carta: “¿cómo encaja esto en mi iglesia?”. En un nivel secundario, también preguntamos cómo estos puntos se ajustan a nuestras propias vidas. Estas cartas se basan en desafíos/cartas proféticas en el Antiguo Testamento (Jer 29:1– 23; 2 Crónicas 21:12–15, etc.) y se construyen en similitudes con Israel en el período profético. Las cartas piden a las iglesias que determinen si están fallando como el Israel apóstata o perseverando como el remanente justo. También son cartas de forma; cada una tiene siete secciones en las que se insertan los detalles de la situación de cada iglesia: 1. 2. 3. 4. 5. 6.

Dirección (“escribe al ángel de la iglesia…”) Fórmula del mensajero (“esto dice el que…”) Fortalezas (“conozco tus obras”) Debilidades (“tengo en tu contra”) Solución (orden de “arrepiéntete”, y etcétera) Llamado a escuchar (“el que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”) 7. Desafío a vencer (“al que salga vencedor”) La introducción (las dos primeras) y la conclusión (las dos últimas) enmarcan el cuerpo de cada carta, que contiene la situación real, el desafío y la solución para las necesidades de esa iglesia. La sección clave es la que trata de fortalezas y debilidades; esto nos guía en la forma en que las cartas se relacionan entre sí. Cuando nos enfocamos en esta sección, encontramos que tres iglesias tienen fortalezas y debilidades (Éfeso, Pérgamo, Tiatira), dos solo tienen fortalezas sin debilidades (Esmirna, Filadelfia), y dos solo tienen debilidades sin fortalezas (Sardis, Laodicea). Ese es el orden en que las cubriré a continuación, y también es un buen orden a seguir al organizar un sermón o una serie de estudios bíblicos. Esta primera sección cubre las tres iglesias que tienen tanto fortalezas como debilidades. Cuando miramos cuidadosamente los problemas en estas iglesias, descubrimos que tienen que ver con los dos criterios que conforman una iglesia verdaderamente bíblica: la fidelidad a la Palabra de Dios y una comunidad caracterizada por el amor. Éfeso era fuerte en el primero y débil en el segundo, mientras que Pérgamo y Tiatira eran débiles en el

primero y fuertes en el segundo. Las situaciones de estas iglesias enfatizan la necesidad de ser una comunidad centrada en la Biblia caracterizada por una enseñanza sólida y una comunidad bíblica y cariñosa caracterizada por relaciones sólidas.

Efesios: restaurar su primer amor (2:1–7) La ciudad Éfeso, la cuarta ciudad más grande del mundo romano (después de Roma, Alejandría y Antioquía de Siria) tenía un cuarto de millón de personas y era una ciudad portuaria en la costa oeste de la provincia de Asia. Se había convertido en un centro de comercio, una de las ciudades más prósperas del mundo antiguo. Tres rutas comerciales principales se encontraban en Éfeso. También contenía una de las siete maravillas del mundo antiguo: el templo de la diosa Artemisa (vea Hechos 19), que a 129.54 m por 67.056 m era cuatro veces más grande que el Partenón en Atenas. Tenía 127 pilares de dieciocho metros, era el primer templo hecho completamente de mármol y albergaba un meteorito negro que se creía que era una estatua de Artemisa. Éfeso también contenía tres templos para emperadores, incluido uno para Domiciano, y el culto imperial prosperaba allí. Además, una importante población judía que se oponía al cristianismo habitaba allí (Hechos 19:8–9). La iglesia de Éfeso pudo haber sido establecida por Priscila y Aquila con la ayuda de Apolos (Hechos 18:18–25). Durante el tercer viaje misionero de Pablo, se convirtió en el centro para evangelizar las ciudades de la provincia (Hechos 19:10). La iglesia luchó con los falsos maestros, primero profetizado por Pablo en el año 57 (Hechos 20:29–31) y luego tipificarían los problemas de la iglesia durante los próximos 30 años más o menos. No hay evidencia de que la iglesia haya derrotado a los falsos maestros ¡hasta después de esta carta en el 95 d.C.! Jesús se identifica a sí mismo (2:1) El discurso de inicio en cada carta aplica el carácter de Cristo, a menudo con detalles extraídos de su descripción en el capítulo 1, a la situación de la iglesia. Aquí se recuerda a Éfeso, la iglesia madre de la región, que Cristo está a cargo. Jesús, no ellos, “tiene las siete estrellas” (1:16), lo que significa que les dio a los ángeles guardianes su autoridad y los envió al centro de cada iglesia. Él, no ellos, “camina entre los candelabros” (1:13); él mantiene tanto cuidado vigilante como autoridad absoluta sobre las iglesias. Situación y fortalezas (2:2–3) Jesús conoce las obras de la iglesia de Éfeso. Estas obras se refieren a “buenas obras”, pero también a todo el caminar espiritual de los creyentes allí. Las obras se definen además como trabajo duro (ampliado en 2:2) y perseverancia (ampliado en 2:3). Las tres se encuentran juntas en 1 Tesalonicenses 1:3: “la obra realizada por su fe, el trabajo motivado por su amor, y la constancia sostenida por su esperanza en nuestro Señor Jesucristo”. El trabajo exitoso en la iglesia de Éfeso implicaba una batalla con falsos maestros. El carácter básico de estos

maestros es visto como malvado, y los fieles no pueden soportar a estos herejes. Se les ordenó que se opusieran por completo a esas personas malvadas. La forma que tomó esta oposición es bíblica: los probaron y comprobaron que eran falsos. Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, el pueblo de Dios tiene instrucciones de probar o examinar críticamente a los profetas y maestros para ver si su ministerio se basa en la verdad o la mentira. En Éfeso, estos serán identificados más tarde como “las prácticas de los nicolaítas” (2:6, 15), que aparentemente se hacían pasar por misioneros errantes e iban de iglesia en casa a iglesia en casa llamándose a sí mismos “apóstoles”. En realidad, eran lobos salvajes, que desgarraban el rebaño (Hechos 20:29). Al llamarse apóstoles, afirmaban ser los líderes y maestros divinamente elegidos de la iglesia. Sin embargo, los efesios desenmascararon sus engaños, probando y demostrando que defendían la falsedad satánica, no la verdad de Dios. Esto también es crítico para nuestro día, pero tenemos que distinguir cuidadosamente entre las diferencias teológicas y la herejía. La clave es que la herejía va en contra de las Escrituras y niega una doctrina cardinal de la fe. Debemos hacer esta tarea con mucho cuidado, porque por definición un hereje ha negado la fe y se ha convertido en un apóstata, una herramienta de Satanás. Los desacuerdos sobre los dones carismáticos o la seguridad eterna o el rapto no entran en la categoría de herejía. En estos temas, debemos acordar estar en desacuerdo y respetarnos mutuamente. En la iglesia primitiva, las decisiones sobre qué llamar herejía fueron tomadas por toda la iglesia en un consejo oficial, como el concilio de Nicea o el concilio de Calcedonia. Hoy debe haber una discusión generalizada por parte de las grandes mentes y líderes de la iglesia antes de etiquetar un movimiento herético, como se vio en las discusiones recientes sobre el movimiento de prosperidad (considerado una herejía por la mayoría) o el movimiento de apertura de Dios (ampliamente considerado peligroso, pero no herético). La resistencia mencionada en 2:3 se expande en el siguiente versículo como perseverancia paciente en medio de circunstancias difíciles. Este es un tema principal en el libro; es un concepto integral que exige confianza y firmeza paciente en tiempos difíciles. Además, estos seguidores lo han hecho por el nombre de Cristo, lo que significa que han sido maltratados porque defendieron a Cristo y dijeron que no a las demandas paganas de ellos. Rechazaron las mentiras que les dijeron los falsos maestros y se mantuvieron fieles en medio de una seria oposición. “Cansarse” sería rendirse a las demandas que se les imponen, experimentar el agotamiento espiritual causado por su trabajo por el Señor y las dificultades de permanecer fieles a él. Con demasiada facilidad nos desanimamos en medio de nuestras pruebas y nos revolcamos en la desesperación. Pasajes como 1 Pedro 1:6–7 y Santiago 1:12–14 nos dicen que cuando estamos centrados en Dios, las pruebas se convierten en una oportunidad para verlo obrar en nuestras situaciones. En lugar de ser motivo de desesperación, en realidad se convierten en una fuente de alegría en él. Debilidad (2:4) La fórmula “tengo en tu contra que” introduce la reacción de Dios a los fracasos espirituales y morales de las iglesias. El disgusto divino sobre estas prácticas traerá juicio sobre ellos. El problema de la iglesia de Éfeso es que ha abandonado su “primer amor”, lo que podría

significar su amor primario o el amor que tenía al principio. Lo último es más probable, ya que 2:5 les dice que hagan las obras que hacían al principio. Esto debe referirse a los primeros años de la iglesia. El amor que Cristo está discutiendo no es solo amor por Dios sino amor mutuo. Por supuesto, los dos están unidos, como se ve en el resumen de Jesús de la Torá en Marcos 12:29–31 y paralelos: Ama al Señor tu Dios y a tu prójimo como a ti mismo. No podemos amar verdaderamente a Dios sin amar a los hijos de Dios, y viceversa (1 Juan 2:9–10; 4:16– 21). La lucha por la ortodoxia había despojado a los efesios de la armonía, y habían dejado de ser una iglesia amorosa. En los días en que Pablo escribió su carta a los efesios, habló de un conflicto entre miembros judíos y gentiles (Efesios 2:14–18); al momento de esta carta, la falta de armonía se había generalizado y el amor había huido de la iglesia. Solución (2:5–6) Como veremos en las cartas a Pérgamo y Tiatira, la solución toma la forma de una advertencia seria, una demanda de arrepentimiento y cambio. Primero, Cristo los llama a entrar en el proceso de recordar, que aquí es un verbo en tiempo presente que exige una reflexión continua. Este es un concepto bíblico importante que implica no solo recordar el pasado, sino también actuar de acuerdo con los recuerdos y regresar a su camino correcto anterior con Dios (Is 44:21; 46:8–9; Mi 6:5; Ro 15:15). Los efesios deben recordar específicamente cuán lejos han caído, reconociendo la seriedad de su pecado. En cierto sentido, dado que toda esta carta está dirigida al ángel de la iglesia, esta es una acusación de que los efesios han convertido a su guardián en un “ángel caído”, no literalmente sino por efecto retórico. Esta es una situación muy seria. La única respuesta adecuada es arrepentirse. Al reflexionar sobre su grave dilema, esto debe convencerlos de su pecado y llevarlos al arrepentimiento y al cambio de estilo de vida. La forma que debe tomar el arrepentimiento no es un cambio nuevo sino un regreso al pasado: deben hacer los trabajos que hacían al principio. Con 2:4, estos deben ser actos de amor o buenas obras del uno hacia el otro y, por lo tanto, hacia Dios. En otras palabras, lo que se necesita es un retorno a esas relaciones que tenían cuando eran una iglesia joven. Su exitosa batalla con los herejes era insuficiente cuando no estaba acompañada de amor (como en 1Co 13:1–2). ¡La creencia correcta sin la práctica correcta da como resultado una religión falsa! Para hacer este punto más enfáticamente, Juan lo declara negativamente. Si se niegan a arrepentirse y regresar a la comunidad amorosa que solían ser, se enfrentarán a Jesús como Juez, el Dios con los ojos ardientes y la espada de doble filo. La advertencia se establece de dos maneras para enfatizar su seriedad: “si no lo haces” y “a menos que te arrepientas”. La pena es increíblemente severa: Cristo quitará su candelabro. Él vendrá a ellos en juicio, no solo en su segunda venida sino en el futuro cercano. Por lo tanto, el juicio es “inaugurado”, es decir, que tiene lugar ahora en previsión del futuro juicio. La eliminación del candelabro podría ser la pérdida de su testimonio, pero lo más probable es que sea más fuerte que esto. Serán tratados como apóstatas, como lo fue Israel en el período profético, y perderán su estatus ante Dios. La iglesia en Éfeso dejará de figurar entre el pueblo de Dios, pero se unirá a los herejes como pueblo de Satanás, junto a los grupos judíos en 2:9 y 3:9

que se llaman una sinagoga de Satanás. Afortunadamente, como nos dice el padre de la iglesia Ignacio de Antioquía en su carta a los efesios escrita a principios del siglo II, la iglesia hizo caso a esta advertencia, se arrepintió y una vez más se convirtió en una iglesia próspera. Jesús termina esta sección con una palabra de aliento. Aunque han fallado en su responsabilidad moral/espiritual, su compromiso con la pureza bíblica y doctrinal está a su favor. Hay un juego de palabras sobre “obras” en 2:5–6: “vuelve a practicar las obras que hacías al principio… aborreces las prácticas de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco”. También hay una progresión de pensamiento en la carta: en 2:2 encontraron que la enseñanza era falsa, y ahora odian las malas obras que resultaron de la enseñanza. “Odiar” [traducción literal del griego] es una palabra fuerte que a primera vista parece contradecir la ley del amor, pero debemos recordar que Dios odia el mal (Sal 45:7; Zac 8:17) y aquellos que practican el mal (Sal 5:5; Amós 6:8). Hebreos 1:9 dice que Cristo ha “amado la justicia y odiado la maldad”. Dado que el pecado es la abominación suprema, Dios debe odiar el pecado y lo destruirá para siempre. Su pueblo debe seguir esto y también odiar las malas enseñanzas y prácticas. La declaración aquí se ajusta al viejo adagio: ama al pecador, odia el pecado. No sabemos mucho sobre los nicolaítas; se mencionan solo aquí y en 2:14–15, 20–23. Los padres de la iglesia del siglo II Ireneo y Clemente de Alejandría los vinculan con Nicolás, uno de los siete diáconos de Hechos 6:5, pero no hay evidencia conocida de esto. La mayoría de los intérpretes modernos los asocian con una forma temprana de gnosticismo, un movimiento del siglo segundo en el que el “conocimiento” (gnosis griega) de las enseñanzas secretas se convierte en salvación. Esto también está relacionado con las herejías opuestas en 1-2 Timoteo y 1 Juan. Las prácticas de los nicolaítas aparentemente se centraban en la idolatría, incluida la participación en los ritos del templo y los banquetes de gremios comerciales (“comida sacrificada a los ídolos” en 2:14, 20), y la inmoralidad sexual. En términos generales, había dos problemas. El primero era el sincretismo: tener una actitud complaciente hacia el paganismo y permitir que los cristianos participen en la adoración al emperador. El segundo era el libertinaje: mostrar la libertad del pecado haciendo lo que quieras bajo la premisa de que no afecta tu salvación. Llamado a escuchar y desafío a vencer (2:7) Esta exhortación, común a las siete cartas, se basa en el llamado de Jesús: “el que tenga oídos que oiga” (Marcos 4:23; Mateo 11:15; Lucas 8:8), una advertencia profética para abrir nuestra mente. y corazón a las verdades del reino. Dios nos ha dado sus verdades ocultas que ahora se revelan abiertamente. Depende de nosotros prestarles atención y cambiar en consecuencia. Como en 1:3, oír debe conducir a prestar atención. La segunda mitad del versículo se centra en el Espíritu y es un recordatorio importante de que cada uno de nosotros debería aplicar la situación de Éfeso a nuestras propias iglesias. Observe el enfático plural en el texto. El Espíritu perfecto (séptuple) (vea el 1:4) es el revelador de la verdad eterna, y está hablando directamente a través de cada una de las cartas. Además, se está asegurando de que cada detalle esté disponible para todas las iglesias, por lo que debo determinar en qué medida mi iglesia también tiene el problema de Éfeso. Demasiadas de nuestras iglesias enfatizan la doctrina correcta hasta tal punto que

nos volvemos críticos y poco amorosos. Si bien quiero que mi iglesia se preocupe profundamente por la verdad doctrinal, ¡también quiero que mi gente se preocupe por los demás! La carta se cierra con una metáfora atlética y militar que representa la victoria al vencer a un enemigo. En Apocalipsis este término ocurre 15 veces, a menudo sobre la guerra escatológica. La bestia conquista a los dos testigos (11:7) y a los santos al quitarles la vida (13:7), pero en su acto de martirio los santos conquistan (12:11). Los poderes del mal tienen una victoria transitoria y temporal, pero la victoria final pertenece a Dios y a su pueblo. Aun así, los creyentes son responsables de “vencer” o “ser victoriosos” sobre la tentación, las presiones del mundo y los poderes cósmicos. La victoria final se ganó en la cruz, y nuestra victoria llega cuando participamos en la victoria de Cristo y encontramos la fuerza en él. La recompensa para los fieles es que participarán en la bendición buscada de la creación, pero que Adán y Eva nunca se dieron cuenta: comer del árbol de la vida. Debido al pecado, los dos fueron expulsados del jardín para que no pudieran tener acceso a este árbol. Además de Génesis, esto recuerda Proverbios, donde el árbol de la vida es un símbolo de las propiedades vivificantes de la sabiduría (Proverbios 3:18; 11:30), y Ezequiel, donde “árboles frutales de todo tipo”, en el río que fluye del templo, proveen sanidad y vida (Ezequiel 47:12). En la literatura apocalíptica judía, el árbol significaba la vida eterna dada por Dios a su pueblo, y en Apocalipsis 22:2 se levanta la maldición del primer Edén y la vida eterna se extiende a los santos. También hay una estrecha conexión con la cruz, el “árbol” en el que Cristo murió y trajo vida a un mundo agonizante. Este árbol de la vida está en el “paraíso” de Dios, originalmente una palabra de préstamo persa que representa los jardines reales. Todo esto apunta al hecho de que, en los nuevos cielos y la nueva tierra de 21:1– 22:5, el paraíso edénico original será restaurado y restablecido en nombre de los vencedores, el pueblo de Dios.

Pérgamo: vivir fielmente en el reino de Satanás (2:12–17) La ciudad Las fortalezas y debilidades de Pérgamo y Tiatira eran lo opuesto a la situación en Éfeso: eran fuertes en el amor y débiles en la fidelidad a la palabra y las verdades de Dios. Pérgamo era la más septentrional de las siete ciudades que recibieron Apocalipsis. También era la capital de la provincia romana de Asia, por lo que era políticamente más fuerte incluso que la gran Éfeso. Además, también era el principal centro religioso de Asia, con templos y santuarios dedicados a Zeus, Atenea, Dioniso (el dios patrón de la ciudad) y Asclepio (el dios de la sanidad). Un gran altar de Zeus de 131 metros de altura situado en una terraza en la cima de una montaña dominaba la ciudad. Pérgamo fue la primera ciudad a la que se le permitió erigir un templo a Augusto César en el año 29 d. C., y tenía tres templos, por lo que era el núcleo del culto imperial. Aquí, la oposición a los cristianos que se negaron a participar en la religión romana era especialmente intensa. Jesús se identifica a sí mismo (2:12)

Esta carta tiene la descripción más simple de Jesús de cualquiera de las cartas. Como capital de la provincia, Pérgamo era la residencia del gobernador romano. La afirmación de Cristo de empuñar “la aguda espada de dos filos” es una referencia a una espada tracia de uso frecuente en cargas de caballería. Era el símbolo de la autoridad y la justicia romanas; la frase para el poder romano era ius gladii, “la ley de la espada”. Por las palabras de apertura de Cristo, por lo tanto, la ciudad se fundamenta en lo correcto: no es el gobernador romano sino Cristo quien realmente lleva a cabo justos juicios. Es la autoridad de Jesús como el verdadero y último portador de la espada lo que realmente traerá justicia al mundo. Es el Cristo exaltado, no un funcionario romano, quien tiene el poder supremo. La Pax Romana (“paz romana”) era una fachada, porque en realidad era la espada romana que gobernaba la tierra. La paz solo puede venir a través de Jesucristo. Situación y fortalezas (2:13) El Señor resucitado enfatiza tres cosas sobre la iglesia en Pérgamo: el mundo pagano en el que viven, su testimonio fiel en ese mundo y su perseverancia bajo la persecución. La presión proviene del hecho de que este mundo es “donde Satanás tiene su trono”. Es difícil saber con certeza cuál es la referencia aquí. Dos opciones son el altar a Zeus que dominaba la ciudad y tipificaba la religión romana, o el culto a Asclepio, simbolizado por una serpiente que también era el símbolo de la ciudad y una imagen de Satanás (vea 12:9; 20:2). Sin embargo, la mayoría de los intérpretes están de acuerdo en que la mejor opción es el culto imperial, la mayor dificultad detrás de la carta. La adoración al emperador provocaba la persecución más directamente en ese lugar y tiempo. La mayor fortaleza de la iglesia en Pérgamo era su testimonio. En toda la presión, se mantuvieron fieles al nombre de Cristo. El verbo “permanecer fiel” significa mantenerse firme ante Jesús, cumplir con su responsabilidad y resistir el atractivo de su entorno pagano. En otras palabras, se negaron a renunciar a su fe. La herejía de los nicolaítas permitía la participación en ritos religiosos romanos, pero esa era una mentira peligrosa. No puedes adorar a César y a Cristo al mismo tiempo. Esto no es más que sincretismo, un cristopaganismo que no es una combinación de los dos sino una negación de Cristo. Lo mismo es cierto hoy. Aquellos cuasi cristianos que asisten regularmente a los servicios religiosos pero que están más comprometidos con sus placeres que con Cristo pueden querer ir al cielo, pero parecen querer aún más sus juguetes terrenales. En realidad, son infieles a Cristo, y el Señor dirá en el juicio final: “Nunca los conocí” (Mateo 7:23). Aun así, esto no era cierto para la iglesia de Pérgamo en su conjunto; la mayoría permanecía fiel a Jesús. A medida que avanza 2:13, su perseverancia fiel se encarna en una persona: Antipas. Sabemos poco sobre Antipas; parece ser el único martirizado en Pérgamo hasta la fecha, tal vez en toda la provincia. Se le llama testigo fiel, y la combinación de la palabra “testigo” (martys) con “sufrió la muert” probablemente ayudó a allanar el camino para el desarrollo de martys con el significado de “una persona fiel ejecutada” en el siglo II. Antipas ciertamente fue tratado como un héroe aquí, y se convirtió en un gran ejemplo para los demás cristianos de la fidelidad frente a la persecución más severa. El agregado “donde vive Satanás” al final del versículo enmarca 2:13 con la realidad de que Pérgamo es el corazón

de la presión anticristiana. Pérgamo es la ciudad natal de Satanás, y Satanás es la verdadera fuente de los problemas de la iglesia. Debilidad (2:14–15) Donde los efesios eran débiles, los cristianos de Pérgamo eran fuertes (la vida de su iglesia). Pero donde los efesios eran fuertes, esta iglesia era débil, especialmente en su tolerancia hacia los falsos maestros. Este es un gran problema hoy: ¿cuándo debemos “estar de acuerdo en no estar de acuerdo” y aceptar nuestras diferencias, y cuándo debemos ir a la guerra contra las mentiras perniciosas? Discutí esto en la carta de Éfeso, pero aquí se pueden agregar algunos puntos. La clave para determinar si una diferencia teológica es lo suficientemente importante como para luchar es proporcionar criterios para distinguir las doctrinas cardinales de los asuntos no cardinales. Una doctrina cardinal es una enseñanza esencial que define el cristianismo. Negar una doctrina cardinal es negar la fe cristiana. Una cuestión no cardinal es una enseñanza que es importante pero no esencial. Los cristianos pueden diferir en estas y seguir siendo fieles a las Escrituras. Las doctrinas cardinales se han establecido en la Biblia y en la historia de la iglesia. Las doctrinas no cardinales no son tan claras como a menudo pensamos (por el diseño y el propósito de Dios), y los estudiosos con el mismo punto de vista de las Escrituras no están de acuerdo con respecto a ellas. Ejemplos de doctrinas cardinales incluyen la Trinidad, la deidad de Cristo, la naturaleza del Espíritu Santo (pero no el debate carismático), la salvación solo por gracia, la cruz como la única base de salvación, la expiación sustitutiva (pero no la predestinación o la seguridad eterna), el regreso de Cristo (pero no el éxtasis o los problemas milenarios). Al permitir que florecieran los falsos maestros, la iglesia de Pérgamo estaba poniendo en peligro a todos los miembros. Jesús aclara el problema en 2:14 al comparar el movimiento falso con la “doctrina de Balán” del Antiguo Testamento. Balán era un profeta gentil a quien Balac, rey de Moab, pidió maldecir a los israelitas en Números 22–24, pero en su lugar solo pronunció bendiciones Su “doctrina” se refiere a su consejo posterior de que Balac usa a las mujeres moabitas para seducir a los israelitas a la inmoralidad y la idolatría (Números 25:1–3; 31:16). Así como Balán les mostró a los moabitas cómo llevar a Israel al pecado, los falsos maestros les mostraron a estos cristianos cómo caer en pecado. Estaban arrojando un escollo a la iglesia que llevaba a la gente a la apostasía. No está claro si las enseñanzas de Balán en 2:14 y los nicolaítas en 2:15 son los mismos movimientos o si están separados. El adverbio “igualmente” parece sugerir una comparación, pero es mejor ver el paralelo no entre dos movimientos similares sino entre un solo movimiento (los nicolaítas) y la tradición judía sobre Balán. Aparentemente, los nicolaítas decían que no había nada de malo en participar en el culto imperial o en los banquetes de gremios comerciales idólatras, pero tales acuerdos constituían idolatría. Las fiestas religiosas dominaban la vida cívica en el mundo romano; había festivales constantes que celebraban a los dioses. Lo mismo ocurre con la inmoralidad, como lo demuestran los frescos pornográficos en las paredes de las casas en Pompeya. Algunos piensan que la inmoralidad en el libro solo se refiere metafóricamente al adulterio espiritual, es decir, la idolatría, como en Isaías 57:3, 8 y Oseas 2:2–13. Eso es cierto en pasajes como Apocalipsis

2:21; 14:8; 17:2, 4; 18:3, 9, pero se refiere a la promiscuidad literal en 9:21; 21:8; 22:15 y ciertamente aquí. Estos falsos maestros estaban, como Balán, guiando al pueblo de Dios hacia la idolatría y la inmoralidad. El sincretismo también es común hoy en día. La gente no ve ningún problema en abrazar, por ejemplo, las doctrinas bíblicas sobre Cristo y la salvación y también en aceptar cosas como el aborto o la homosexualidad, a pesar de que la Biblia es clara en esos temas. O pueden ser en parte cristianos y en parte seculares en sus estilos de vida. La Palabra de Dios es inflexible contra estas cosas. Solución (2:16) La tolerancia de la iglesia a las falsas enseñanzas resultó en el peligro extremo de derramar la ira de Dios sobre ellos. Mientras que los efesios habían olvidado cómo amar, la iglesia de Pérgamo había olvidado decir la verdad. Sin embargo, la solución es la misma: arrepiéntete, cambia la dirección peligrosa por la que la iglesia ha estado yendo, y ponte a cuentas con Dios. No adoptar una postura firme contra los herejes constituiría pecado e invitaría al juicio divino. La advertencia es similar a 2:5. Cristo vendrá, un término que connota juicio inminente (“pronto”, como en 1:1) ahora y en la segunda venida, y luchará contra ellos. El verbo “pelear” (polemeō) es muy fuerte, significa “hacer la guerra”. El verbo aparece cinco veces y el sustantivo nueve veces en Apocalipsis, a menudo refiriéndose a la “guerra” del dragón/bestia contra los santos (11:7; 13:7) o el Cordero (16:14; 17:14). Jesús llevará a cabo su guerra con la espada de su boca, dibujando la imagen de las palabras iniciales de esta carta (2:12) y significando una proclamación de juicio que pronto se llevará a cabo. Esta guerra será “contra ellos”, lo que significa que la ira se dirigirá a los herejes más que a los creyentes. Pero seguirá siendo un juicio de la iglesia, ya que los verdaderos seguidores permitieron que el culto permaneciera entre ellos y, aún más, seriamente permitieron que algunos de ellos se unieran a él. La guerra se dirigiría a sus seres queridos a quienes abandonaron en el campo de los nicolaítas. Llamado a escuchar y desafío a vencer (2:17) El llamado a escuchar con atención se centra en el Espíritu Santo como la fuente del mensaje y en la necesidad de que cada iglesia aplique el material profético a sí misma. Debemos preguntar: “¿he tolerado la falsa enseñanza? ¿Qué tan preocupado estoy por la verdad bíblica?”. Puesto que viajo literalmente a cientos de iglesias, con demasiada frecuencia me disgusta la falta de un ministerio de enseñanza serio entre ellas. ¿Dónde está la preocupación por la verdad? Está en el corazón de las Escrituras, pero hoy muy raramente se enfatiza. Es por eso que tantas iglesias se han extraviado. Demasiados cristianos promedio no tienen una comprensión firme de la doctrina ni se preocupan demasiado por retener las verdades de la Palabra de Dios. No pueden decir cuándo están siendo alimentados con ideas falsas. Los que escuchan y obedecen encontrarán la victoria sobre el pecado y la mentira. Para ellos, Cristo tiene una doble recompensa, dos regalos divinos: tenga en cuenta el repetido “daré” antes de cada uno. El primero es “el maná escondido”, que se refiere al maná en el

desierto por el cual Dios alimentó a los israelitas durante 40 años, que Dios llamó “pan del cielo” (Éxodo 16:4). Entonces Moisés ordenó que se conservara un frasco del maná con las tablas de los Diez Mandamientos “para las generaciones futuras” (Éxodo 16:32–34), y se almacenaron en el arca del pacto (Heb 9:4). Según una tradición judía, justo antes de que el templo fuera destruido en 586 a. C., Jeremías tomó el arca y la escondió en una cueva bajo el monte Sinaí (2 Macabeos 2:4–7; 2 Baruch 6:7–10). Allí esperaría el escatón, cuando el Mesías lo colocaría en el nuevo templo. En Juan 6:35 Jesús dijo: “Yo soy el pan de vida”, y en cierto sentido él es el maná escondido que se da para dar vida. En este pasaje, la idea principal es el pan de vida que será nuestro en el reino eterno. Este maná, junto con la piedra blanca, se refiere a la entrada a la fiesta mesiánica cuando llegamos al cielo (vea Apocalipsis 19:6–10). El segundo regalo es una piedra blanca con un nombre nuevo. Hay varias opciones posibles para su significado. Puede simbolizar o ser: 1. las joyas en el peto del sumo sacerdote; 2. las piedras blancas y negras colocadas en una urna durante un juicio para votar por culpabilidad/absolución; 3. las piedras blancas con nombres en ellas como una especie de boleto dado a los miembros del gremio o vencedores en los juegos para su admisión a las fiestas; 4. amuletos secretos con los nombres de dioses en ellos; o 5. una ficha que significa que un gladiador fue liberado de la arena. De estos, el que mejor se ajusta al contexto es la opción tres, el uso de piedras como entradas para la admisión a una fiesta. Esto continúa con la idea de la fiesta mesiánica como recompensa a los vencedores en la carrera de la vida (compárese con Heb 12:1–3). El “nombre nuevo” podría ser el nombre de Dios/Cristo inscrito en el creyente. En 19:12, se nos dice que cuando regrese Cristo tendrá “un nombre que nadie conoce sino solo él”. Pero la carta aquí agrega que este nombre será desconocido, excepto para “el que lo recibe”, y que serán creyentes mismos. Esto significa que, como Cristo, nosotros también tendremos un nuevo nombre, una identidad vinculada con nuestra victoria sobre el mal en este mundo. Nuestra recompensa final será un nuevo nombre, un nuevo cuerpo y un nuevo cielo y una nueva tierra. La novedad caracterizará el comienzo de la eternidad (Ap 21:5).

Tiatira: protege a la iglesia (2:18–29) La ciudad Tiatira era la ciudad menos importante de las siete y, sin embargo, tiene la carta más larga del grupo. Era una ciudad comercial en el río Lycos (igual que Laodicea y Colosas) y era conocida por sus gremios en oficios como telas, bronce, trabajos en cuero y cerámica. Lidia, la vendedora de tela púrpura a quien Pablo encontró en Hechos 16:12–15, vino de aquí. Las ciudades en el mundo romano tendían a estar distribuidas en cuadrados, y cada gremio controlaba su sección. Estos gremios también estaban en el corazón de la vida religiosa, y cada uno tenía un dios patrón y frecuentes fiestas en honor de su dios. Así, los cristianos experimentaron presión para participar, ya que su sustento estaba en juego.

Jesús se identifica a sí mismo (2:18) En este discurso, como con los demás, se recuerda a la iglesia que el ángel que Dios ha puesto sobre ellos se ve afectado por su conducta. Todo el cielo está involucrado en la vida de la iglesia. Aquí Cristo es llamado “el Hijo de Dios”, el único lugar en el libro en el que se usa este título exacto, probablemente debido tanto al culto al emperador como a la centralidad de Apolos, hijo de Zeus, como el dios patrón de Tiatira. Es Jesús, no César o Apolo, quien es el verdadero Hijo de Dios. Las dos imágenes aquí de los ojos y pies de Cristo de 1:14–15 (con Da 10:6 como fuente) son militares y se centran en Cristo como Juez. En esta situación grave, con la religión falsa corriendo desenfrenada, la iglesia en Tiatira debe ser consciente de que el Cristo exaltado lo ve todo y el juicio es inminente. Apolo puede haber sido representado a menudo a horcajadas sobre un caballo de guerra y empuñando un hacha de batalla, pero es Cristo quien es el verdadero Guerrero Divino. Situación y fortalezas (2:19) Jesús explica cuatro buenas obras de la iglesia de Tiatira, quizás con las dos primeras define la motivación detrás de su conducta y el segundo par describe los resultados en sus vidas. Si bien no hay evidencia gramatical de esto, funciona a un nivel tópico. A diferencia de Éfeso y como Pérgamo, los miembros de la iglesia de Tiatira estaban fuertemente enamorados, y ciertamente esto combina el amor a Dios y a los demás. Este amor se combina con la fe, descrita en el libro como confianza en Dios y vivir una vida de fiel obediencia a él. El amor y la fe son parte de las tres virtudes cristianas centrales (junto con esperanza, 1Co 13:13). Aquí también hay énfasis en una fe ortodoxa en oposición a los falsos maestros. Cuando el amor y la fe caracterizan a una iglesia, el resultado siempre será un exceso de servicio y perseverancia. El término para “servicio” usado aquí también significa “ministerio”. Se refiere a una vida activa de cuidado y ayuda, al servicio caritativo y ministerio a los demás. Ya hemos visto repetidamente la resistencia (1:9; 2:2, 3) como un tema principal que se refiere a una perseverancia dinámica en la fe y la vida en medio de la presión y los tiempos difíciles. Es un atributo clave del vencedor que permanece fiel en todas las circunstancias. Probablemente la principal diferencia entre Éfeso y Tiatira, así como Pérgamo, es que Éfeso había “abandonado su primer amor” y necesitaba volver a las cosas que habían hecho al principio (2:4–5), mientras que los creyentes en Tiatira no solo conservaban su amor original, sino que ahora estaban haciendo más de lo que hacían al principio. La calidad de vida en esta iglesia no disminuía, sino que aumentaba tanto en cantidad como en calidad. Debilidad (2:20–23a) Al igual que Pérgamo, los creyentes en Tiatira se habían vuelto laxos en su vigilancia teológica, toleraban la misma herejía que Éfeso había rechazado. Por esta razón, el Señor resucitado los castiga por su superficial compromiso doctrinal con la verdad. En la carta a Pérgamo, Cristo se centró en la peligrosa enseñanza; aquí se centra en el líder pernicioso, la autodenominada profetisa Jezabel. Seguramente este no es su nombre real, sino un apodo destinado a recordar a su predecesora, la esposa fenicia del rey israelita Acab que

dirigió a los israelitas paso a paso hacia la adoración y la brujería de Baal (1Re 16; 21). La “Jezabel” aquí afirmaba que su mensaje era directamente de Dios, posiblemente no en forma de enseñanza sistemática sino a través de oráculos y pronunciamientos. No sabemos quién era ella en realidad; algunos la vinculan con la profetisa pagana Sibila Sambathe, que tenía un santuario en las afueras de Tiatira, pero no hay pruebas suficientes para saberlo con certeza. Lo más probable es que fuera prominente en la iglesia y la comunidad, con sus declaraciones proféticas que la convirtieron en la líder del movimiento. La iglesia primitiva reconocía a los profetas (1Co 12:28; Ef 4:11), y las mujeres a menudo profetizaban (1Co 11:5) y eran contadas entre los profetas (Hechos 21:9). Al mismo tiempo, había muchos falsos profetas, con la Jezabel del Antiguo Testamento que usaba 900 de ellos (1 Reyes 18:19). Esta Jezabel claramente estaría contada entre los falsos profetas. Ella alentaba el compromiso, permitiendo que sus seguidores participaran en el comportamiento licencioso del mundo pagano y en los banquetes del gremio dedicados a los dioses patronos. Un cristiano no podía practicar un comercio sin conexiones dentro del gremio, y esto significaba asistir a las comidas comunes de la vida del gremio con sus atmósferas idólatras. Jezabel habría razonado que tal participación era simplemente un deber cívico. Como los ídolos no son nada, dice el razonamiento, los cristianos no ponen en peligro su fe cuando participan en tales banquetes, como dijo Pablo en 1 Corintios 8:4–8. Pero Pablo solo estaba discutiendo comer la carne, y luego rechazó los banquetes como idólatras (1 Corintios 10:18–22). Jezabel ignoró convenientemente las mayores repercusiones. Cristo es claro aquí; en realidad ella engaña a los que le pertenecen. El engaño es el arma principal de Satanás (Apocalipsis 12:9; 20:3, 8, 10) y del “falso profeta” (13:14; 19:20). Claramente Jezabel es una herramienta de Satanás en la comunidad. Sigue habiendo muchas “Jezabeles” en nuestros días, personas que deliberadamente enseñan falsedad para ganar dinero y poder. Estos falsos maestros establecen sus propios cultos y se aprovechan de los ingenuos para ganar su lealtad y robar su dinero. Las personas buscan algo que les brinde estabilidad y esperanza, y con demasiada facilidad caen bajo la influencia de estos vendedores ambulantes religiosos. Aun así, incluso con Jezabel, Dios está lleno de misericordia y le ha dado tiempo para arrepentirse de su inmoralidad (2:21), probablemente tanto el adulterio espiritual como la inmoralidad sexual. Ella se ha negado a aceptar su oferta, y el tiempo casi se acaba. Juan y otros líderes ya le habían advertido sobre las consecuencias; habían probado su vida y enseñanza (al estilo de 1 Corintios 14:29, 32; 1 Juan 4:1) y probaron su grave error. Ella, y probablemente sus seguidores, no se arrepentirían. Como resultado de su negativa, Cristo pronuncia un oráculo de juicio contra ella (Apocalipsis 2:22–23a). Aquí no hay ninguna advertencia como la que hubo con Pérgamo. El juicio se proclama de manera simple y devastadora. Se arrojó contra dioses paganos y se tumbó en una cama de libertinaje. Cristo ahora la arrojaría a la enfermedad y al dolor, y ella yacería en un lecho de sufrimiento. Saborearía los frutos amargos de su locura. Observe la progresión de la intensidad en los castigos, desde la enfermedad hasta el sufrimiento intenso y la muerte. Incluso aquí hay una oportunidad para escapar del castigo, porque Cristo agrega, “a menos que ella (sus seguidores también están implicados) se arrepienta de sus caminos”. Este es siempre el caso con la justicia divina en las Escrituras. Incluso el castigo más intenso, como el exilio en Babilonia, siempre tuvo como parte de su propósito

la oportunidad de arrepentirse y estar bien con Dios. El juicio divino en este mundo es redentor más que punitivo; su propósito es despertar a las personas y traerlas de regreso a Dios. Se mencionan tres grupos en 2:22–23: Jezabel, aquellos que cometen adulterio con ella y sus hijos. Existe un debate sobre si el segundo y el tercero son un grupo o dos. Muchos creen que son simplemente dos formas diferentes de describir a sus seguidores: se han unido a ella en pecado y se han convertido en parte de su “familia” en el culto. Sin embargo, el segundo grupo todavía tiene la oportunidad de estar bien con Dios (“a menos que se arrepientan”), mientras que el tercero no, y Dios está a punto de quitarles la vida. El segundo grupo podrían ser miembros de la iglesia que han sido atraídos por su enseñanza sincretista pero que aún no se han convertido en seguidores plenos, mientras que el tercer grupo se ha unido completamente a Jezabel en su falta de voluntad para arrepentirse. Hay paralelos con los hijos de Acab en 2 Reyes 10:7, juicio sobre Israel en Ezequiel 33:27, y aquellos en Corinto que profanaron la Cena del Señor en 1 Corintios 11:30. Todo esto apunta a la extrema seriedad de la pureza doctrinal en las iglesias. ¡La falta de preocupación por la verdad en tantas iglesias es algo muy peligroso! Advertencia a las iglesias (2:23b) Jesús ahora llama a los lectores a darse cuenta de que él es “el que escudriña la mente y el corazón”, sin duda conectado con el “sus ojos resplandecían como llama de fuego” de 1:14 y especialmente 2:18, las primeras palabras de esta carta. Esto recuerda a Jeremías 17:10: “Yo, el Señor, sondeo el corazón y examino los pensamientos”. Cristo en su omnisciencia sabe exactamente cómo nos sentimos y qué pensamos. ¡Nada puede ocultarse a su escrutinio, por lo que todas las iglesias y los miembros de esas iglesias deberían examinarse cuidadosamente y dejar de racionalizar sus preciados pecados! Esta necesidad de auto honestidad ante Dios está anclada en un principio bíblico importante: Dios pagará a todas las personas de acuerdo con sus obras. Esto es positivo (recompensa) o negativo (castigo), dependiendo de la naturaleza justa o malvada de los hechos. Es un tema en las Escrituras, comienza con el Antiguo Testamento (Sal 62:12; Pr 24:12; Oseas 12:2) y reiterado por Jesús (Mateo 16:27), Pablo (Ro 14:12; 2Co 11:15) y Pedro (1 Pedro 1:17). En Apocalipsis se usa que Dios paga a los justos en 11:18; 22:12 y a los pecadores en 18:6; 20:13; Primera de Pedro 1:17 lo dice bien: tenemos un Padre que no juega a los favoritos, pero juzga a todos por completo sobre la base de lo que realmente han hecho. Palabras adicionales para los fieles (2:24–25) Hay miembros fieles en Tiatira, y Jesús ahora se dirige a ellos en completo contraste con los grupos en 2:22–23. Puede que hayan tolerado el culto de Jezabel, pero no se han convertido en seguidores de él. Además, nunca han “aprendido los mal llamados profundos secretos de Satanás”, lo que probablemente significa que no han aceptado o creído las enseñanzas. Llamar a estas enseñanzas “secretos profundos” tiene un aire irónico y sarcástico; se demuestra que la afirmación del culto de conocer “las cosas profundas de Dios” es en

realidad “las cosas profundas de Satanás”. Como falso profeta, las enseñanzas de Jezabel son satánicas en el núcleo, y sus seguidores están inmersos en las ideas del malo. Además, tontamente les enseña a sus seguidores que pueden triunfar mejor sobre la idolatría y la inmoralidad de los gremios y el mundo romano al sumergirse en esas prácticas, es decir, experimentar las profundidades del paganismo para mostrar su dominio sobre él, como los herejes de 1 Juan 1:8–10; 3:9. Tal racionalización es mortal. El Cristo glorificado quiere alentar a los santos diciéndoles que no tiene otra carga que imponerles. Esto es similar a Hechos 15:28–29, cuando después de enumerar las cuatro estipulaciones para los cristianos gentiles, el Concilio de Jerusalén declaró que no deseaba “imponerles a ustedes ninguna carga aparte de los siguientes requisitos”. Lo más probable es que aquí apunte hacia adelante, lo que significa que Jesús no exige más requisitos que “retengan con firmeza lo que ya tienen, hasta que yo venga”. Este es un aspecto adicional de la demanda en la que los creyentes perseveran, esta vez en su adhesión a la verdadera doctrina y la Palabra de Dios (= “lo que ya tienen”). Aferrarse a esto significa mantener una sujeción tenaz tanto en la verdad como en la forma de vida cristiana que es la realización de la verdad. Estamos tratando aquí con la doctrina y la práctica correcta. Hasta el regreso de Cristo, los creyentes deben enseñar las verdades de Dios y oponerse a quienes no lo hacen. Desafío a vencer y llamado a escuchar (2:26–29) Juan invierte el orden normal de las cartas y cierra esta con el llamado a escuchar, probablemente debido a la gravedad de la situación. Es mejor que esta iglesia escuche con atención o enfrente un juicio serio. El vencedor se define aquí como el que “cumpla mi voluntad hasta el fin”. La única forma de vencer es mantener una comprensión firme de las palabras de Jesús (2:25) y sus obras (2:26). Una vez más, la ortodoxia está incompleta hasta que resulta en ortopraxia; la verdadera creencia debe conducir a una vida correcta. “El fin” podría ser por el resto de la vida, pero en este libro debe referirse al escatón, el regreso de Cristo. La iglesia debe reproducir las obras de Jesús mientras dure este mundo. El Señor resucitado tiene dos promesas para el vencedor, y son realmente grandes. La primera es una paráfrasis notable del Salmo 2:8–9, un pasaje entendido mesiánicamente en el primer siglo. Este es el único lugar en el Nuevo Testamento donde se aplica a los santos más que al Mesías, lo que hace todo más poderoso. El salmo comienza con “y como herencia te entregaré las naciones”. Eso se reemplaza aquí con la idea de una nueva autoridad sobre las naciones. Esta es prácticamente una declaración de tesis para todo el libro, pero primero debemos decidir si se trata de la autoridad para gobernar a las naciones o el poder para destruirlas (el término puede significar ambos). Las dos opciones son viables, como autoridad gobernante se ve en 20:4 (“tronos… autoridad para juzgar… reinaron con Cristo mil años”) y la destrucción de las naciones se menciona en 17:14 y 19:14. Con los detalles en el Salmo 2 de “pastor con puño de hierro” y “los harás pedazos”, este último es el significado principal, pero los dos son interdependientes y probablemente ambos son pretendidos. Jesús enseñó que los mansos heredarían la tierra (Mateo 5:5) y que sus seguidores juzgarían a las 12 tribus (Mateo 19:28). Pablo agrega que ellos también juzgarían la tierra, incluso a los ángeles (1Co 6:2–3).

Este lenguaje fuerte continúa en el resto de la paráfrasis en Apocalipsis 2:27. Muchas traducciones tienen “gobernará con un cetro de hierro”, pero eso no se ajusta a las imágenes del salmo. Este no es un cetro gobernante, sino un club de pastores. Una traducción literal es “pastorearlos con una vara de hierro”. Esto se refiere a un garrote con punta de hierro que el pastor usaba para matar a los depredadores que amenazaban a las ovejas. Las naciones y los falsos maestros que ponen en peligro las ovejas de Dios serán destruidos por el Mesías y su ejército. En 12:5; 19:15 es Cristo el Guerrero Divino quien empuña la vara de hierro, y aquí es sorprendente que los santos también empuñen la vara (17:14; 19:14). El resto del salmo continúa con las imágenes violentas: “las harás pedazos como a vasijas de barro”. La alfarería rota era una antigua imagen de victoria nacional sobre los enemigos. Dado que la alfarería era una industria importante en Tiatira, esta era una imagen conmovedora. En 2:27c Jesús muestra el proceso de dos etapas por el cual se gana la victoria. Él “ha recibido esta autoridad del Padre” y luego la pasó a sus seguidores. La guerra y la victoria cósmica resultante involucraba esta tríada de participantes: el Padre, el Hijo, los santos. Esta cadena de autoridad y poder del Padre al Hijo para conquistar está en el corazón del Evangelio de Juan, así como de su Apocalipsis. La segunda promesa al vencedor es el regalo de “la estrella de la mañana” (2:28). Este es otro símbolo en las visiones con múltiples propuestas para su posible connotación. Algunas son poco probables, como una referencia a “Lucifer” en Isaías 14:12 o al Espíritu Santo, o difíciles de probar, como la resurrección/exaltación de los santos de Daniel 12:3. La mejor opción es probablemente una combinación de dos: primero, una alusión a Números 24:17 (la profecía de Balán, que dice “saldrá una estrella de Jacob”), que se refiere a Cristo como la “estrella de la mañana”, se prepara así para su posterior uso en Apocalipsis 22:16; segundo, Venus, la estrella de la mañana en el cielo, era llevada en los estandartes de muchas legiones romanas como símbolo de la soberanía romana. El punto sería que la verdadera soberanía y poder recaía en Cristo y sus seguidores, no en Roma y sus ejércitos. En las cartas a las iglesias de Éfeso, Pérgamo y Tiatira, el mensaje es claro. Dios exige que sus comunidades ejemplifiquen dos características para ser una iglesia verdaderamente bíblica: un amor profundo y permanente en las relaciones en la iglesia (contra Éfeso) y un profundo compromiso con la verdad bíblica y doctrinal (contra Pérgamo y Tiatira). Si no se ejemplifica ninguna de las dos, el desagrado divino caerá sobre la iglesia. Sin embargo, cuando ambas están en el corazón de una iglesia, ya tiene éxito, sea cual sea su tamaño e influencia, porque entonces agrada a Dios profundamente. Una iglesia verdaderamente bíblica será fiel a Cristo tanto en términos de amor entre los hermanos y hermanas de la congregación (véase 1 Pedro 1:22) como en términos de adhesión a las doctrinas cristianas enseñadas bíblicamente. Para que Dios esté complacido con nuestras iglesias, deben ser igualmente fuertes en ambas áreas.

CARTAS A LAS SIETE IGLESIAS, PARTE 2 (2:8–11; 3:7–13)

Vindicación en medio de la persecución

¿Qué define a una iglesia verdaderamente exitosa? Muchos de nosotros seguimos un modelo en el que el éxito se define por tamaño y presupuesto, pero esa no es la definición que Cristo proporciona para sus iglesias aquí. Entre los destinatarios de las cartas en Apocalipsis, Esmirna y Filadelfia eran los grandes éxitos a los ojos de Dios y de Cristo, sin embargo, eran las más pequeñas de las siete y tenían la menor influencia desde una perspectiva terrenal. Pero Dios no juzga sobre la base de las estadísticas del mundo. ¡Los criterios de Dios son espirituales y centrados en Cristo, y en esta área estas dos iglesias eran éxitos rotundos!

Esmirna: el sufrimiento es el camino a la grandeza (2:8–11) La ciudad Esmirna es la única ciudad de las siete que aún existe; ahora se llama Izmir, Turquía. Era una ciudad portuaria en el Egeo a 56 kilómetros al norte de Éfeso y era famosa por su belleza, se llamaba a sí misma “la primera en Asia”. Como muchas de las otras ciudades, también era un centro del culto al emperador, erigó un templo para Tiberio en el año 26. También fue la primera ciudad en construir un templo para Dea Roma (la diosa Roma). También tenía templos famosos a Zeus y Cibeles conectados por un majestuoso centro comercial. Importante para esta carta, también tenía una gran población judía que se oponía violentamente al cristianismo. El sentimiento antijudío que siguió a la destrucción del templo hizo que los judíos estuvieran especialmente preocupados por proteger su derecho otorgado por Roma a practicar su religión, y sentían que el cristianismo ponía en peligro la poca libertad que disfrutaban. En el anuncio 155, Policarpo, obispo de Esmirna, fue quemado vivo por negarse a llamar a César “Señor” en una persecución instigada por los judíos de la ciudad. Jesús se identifica a sí mismo (2:8) Como antes, la carta se envía a través del ángel guardián para recordarle a Esmirna que todo el cielo está involucrado en su iglesia y su situación. Las características de Cristo están especialmente elegidas para abordar las necesidades de las iglesias de Esmirna. Cristo es “el Primero y el Último”, una paráfrasis de Dios como “Alfa y Omega” en 1:8 y usado de Cristo también en 1:17; 22:13. Jesús, como su Padre, es soberano sobre la historia, tiene el control del presente y del futuro. Él es el Eterno, que vela por su pueblo y lo reivindica en medio de su sufrimiento. Es posible que Esmirna se haya llamado a sí misma “primera en Asia”, pero Jesús es el primero sobre toda la creación. El segundo título es aún más relevante. Él “que murió y volvió vivir”, una descripción que sería muy significativa para una iglesia bajo intensa persecución. Esmirna fue destruida en 600 a. C. y reconstruida en 290 a. C. a una magnificencia aún mayor, pero eso es terrenal y temporal. Como dice 1 Corintios 15:20, Jesús resucitó de entre los muertos como

“primicias” para sus seguidores, garantizando su propia vida eterna. Sus perseguidores pueden quitarles la vida, pero su reivindicación es segura. Con el Señor resucitado, su eternidad es absolutamente segura. Esmirna puede quitarles su vida presente, pero su futuro en el cielo es seguro. Situación y fortalezas (2:9) A los ojos de Jesús, Esmirna y Filadelfia son las únicas dos iglesias con todas las fortalezas y sin debilidades. Sin embargo, está claro que el barómetro de éxito de Jesús es radicalmente diferente de lo que es en la iglesia de hoy; ¡muchas iglesias aparentemente exitosas tienen un kilómetro de ancho, pero solo dos centímetros de profundidad! Pueden ser grandes numéricamente y ricos en términos de presupuesto, como la iglesia de Laodicea, pero no pueden ayudar a sus miembros a crecer espiritualmente. Note la tríada de fortalezas aquí: aflicción, pobreza, calumnia. Ninguna de estas se registraría positivamente; para nosotros definirían lucha y problemas. Sin embargo, Jesús dice que, a pesar de su pobreza, ¡en realidad son ricos! Rechazadas y maltratadas por el mundo, estas dos iglesias se volvieron hacia Dios y experimentaron las riquezas eternas de su gracia (Efesios 1:7–8). Hoy la iglesia occidental ha olvidado la importancia de la comunión de los sufrimientos de Cristo (Filipenses 3:10). Sufrir por Cristo es un privilegio, no un dolor, una participación en Cristo a un nivel más profundo. La aflicción es el ingrediente principal y se refiere a la persecución, vinculada con la tribulación de los últimos días. Debemos examinar nuestras prioridades: ¿preferimos las riquezas temporales de este mundo o las riquezas eternas de Dios? Los otros dos aspectos, pobreza y calumnia, describen los detalles de esta tribulación y sufrimiento. La pobreza de la iglesia en Esmirna es el resultado de la oposición y el maltrato. Aquellos que no cedieran a la presión pagana perderían sus trabajos; las turbas destruirían sus propiedades y las maltratarían, como le sucedió a Pablo. En el Antiguo Testamento, “los pobres” se convirtió en un término semi técnico para el remanente justo que se mantuvo fiel a Dios en una nación apóstata (Isaías 41:17; 51:21–23; 54:11). Es conmovedor que las iglesias afectadas por la pobreza (Esmirna, Filadelfia) agraden a Dios, mientras que las iglesias ricas (Sardis, Laodicea) son un fracaso. La calumnia era la forma básica de persecución, mencionada a menudo en 1 Pedro (2:12, 15, 23; 3:16; 4:4, 14). El término para “calumnia” es blasphēmian, usado para blasfemar contra Dios, y calumniar al pueblo de Dios es una forma de blasfemar a Dios. La persecución judía tiene lugar en todo el Nuevo Testamento, especialmente en los Evangelios (principalmente los líderes) y los Hechos (todo el pueblo). Esmirna, con la gran cantidad de judíos que vivían allí, era un centro de esta oposición, como en el martirio de Policarpo mencionado anteriormente. El resto del versículo pone las cosas en claro: estos perseguidores ya no son “judíos”, ya que se han apartado de Dios al rechazar a su Hijo. Su afirmación de ser el pueblo de Dios es obviada por el hecho de que son herramientas de Satanás contra el verdadero pueblo de Dios, la iglesia. Esto es exactamente lo mismo que Juan 8:31–47 cuando Jesús respondió a la afirmación de sus oponentes de ser “hijos de Abraham” diciendo: “ustedes pertenecen a su padre, el diablo” (8:44). Entonces, el Cristo exaltado dice que en realidad son “la sinagoga de Satanás”. Satanás es un préstamo hebreo que significa “adversario”, y esto se ajusta al

hecho de que el diablo y sus hijos, los perseguidores judíos, son los archienemigos de Jesús y su pueblo. Debemos recordar que Juan aquí no está hablando de todos los judíos, sino solo de aquellos que persiguen a los seguidores de Cristo. Con demasiada frecuencia en la historia, este pasaje se ha utilizado para apoyar el antisemitismo. Debemos recordar que el pueblo judío todavía es especialmente amado por Dios y debe tener alguna prioridad en nuestros esfuerzos evangelísticos: “los judíos primeramente, pero también de los gentiles” (Ro 1:16). La aflicción que viene (2:10) El pronunciamiento de Jesús es tanto una profecía como una palabra de aliento: no hay necesidad de temor en absoluto. Este es un tema en toda la Biblia, como en el Salmo 46:1– 3: “Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia. Por eso, no temeremos” (vea también Mateo 10:28; Hebreos 10:31; 13:3, 6; 1 Pedro 3:14–15; 4:12–14). Lo que están a punto de sufrir es inminente e inevitable, pero el Cristo exaltado les está asegurando que estará con ellos, y su reivindicación final es segura. No hay promesa en la Escritura de una vida fácil, solo de consuelo divino y bendición en medio de la lucha. El propósito de su sufrimiento es ponerlos a prueba. “Diablo” es la traducción griega del hebreo satanás, y su enemigo continúa trabajando horas extras para asegurar su sufrimiento. Hay algunas dudas sobre si es Dios o Satanás quien está haciendo la prueba. Probablemente la respuesta es similar a la prueba/tentación de Jesús en Mateo 4 y paralelos. En ese caso, Dios estaba usando la tentación de Satanás para probar a su Hijo. Es lo mismo aquí; Satanás los está tentando a apostatar, mientras Dios prueba su fe: la palabra griega peirazo aquí significa ambos. El juicio está limitado a 10 días; Dios les está asegurando un tiempo manejable, de acuerdo con 1 Corintios 10:13: “Dios es fiel, y no permitirá que ustedes sean tentados más allá de lo que puedan aguantar”. Los “diez días” no significan literalmente, sino que aluden a la prueba de 10 días de Daniel en Daniel 1:12–14. Se refiere a un período limitado en el cual los santos triunfarán a través de la perseverancia. Será un momento terrible de sufrimiento severo, pero Dios los guiará a través de eso. Esto se afirma bien en 1 Pedro 1:6: “Esto es para ustedes motivo de gran alegría, a pesar de que hasta ahora han tenido que sufrir diversas pruebas por un tiempo”. Tenga en cuenta los dos puntos: el sufrimiento es temporal (“un poco tiempo”) y está bajo el control de Dios (“si es necesario”). La solución es la perseverancia fiel “hasta la muerte”. La fidelidad es la clave de la verdadera perseverancia. Significa poner toda la confianza en el Dios soberano y seguirlo hasta el final con la seguridad de que reivindicará a su pueblo en su sufrimiento. Obedecemos a Dios incluso cuando esto produce la animosidad del mundo, confiamos en que traerá la victoria de la aparente derrota. Cuando ese juicio es “hasta la muerte”, la necesidad de confianza es aún mayor. En el mundo romano, el encarcelamiento a menudo significaba esperar el juicio por un crimen capital, por lo que el martirio era una posibilidad muy real. La recompensa prometida es “la corona de la vida”. Las coronas en Apocalipsis significan honor y autoridad (4:4; 14:14). Aquí y en 3:11 cuando se usa para los creyentes, es

stephanos, no la corona del gobernante, sino la corona del vencedor, una metáfora atlética y militar que connota a uno que ha superado los obstáculos de la carrera o la batalla. Aquí la recompensa del vencedor es la vida eterna. El tema principal de esta carta es que Cristo sacará la vida de la muerte. Es posible que tengamos que pagar por nuestro fiel caminar con Cristo con nuestras vidas, pero en realidad ese es el camino hacia la vida eterna. Llamado a escuchar y desafío a vencer (2:11) Como en las otras cartas, Jesús cierra exigiendo que el lector escuche con atención y responda. Además, cada iglesia debe aplicar el material a su propia situación. Todo indica que los cristianos de Esmirna respondieron y vencieron en sus luchas. A pesar de que su suerte actual en la vida era dolor y sufrimiento, esto terminaría pronto, ya que “no sufrirá daño alguno de la segunda muerte”. Esta idea de una muerte más allá del final de esta vida no se encuentra en el Antiguo Testamento, aunque puede surgir de ideas de juicio divino en Génesis 19:24; Ezequiel 38:22; y Daniel 12:2 y apareció en el Judaísmo del Segundo Templo. En Apocalipsis 20:6, 14; 21:8 se refiere al castigo eterno en el lago de fuego. Podemos estar seguros de que, si bien el martirio puede terminar con esta vida, “Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor” (21:4) para los fieles. Podríamos ser heridos por la primera muerte, pero no podemos ser destruidos por ella. Nuestro destino es la vida.

Filadelfia: el aparentemente insignificante heredará la tierra (3:7–13) La ciudad Filadelfia se encontraba en la principal ruta postal romana desde Pérgamo, pasando por Sardis hacia el este. Estaba estratégicamente ubicada para el comercio y se llamaba “la puerta de entrada al este”. Después de estar bajo la influencia de Pérgamo, se convirtió en el centro de la cultura helenística en la región. A pesar de su prosperidad, tenía una falla debajo, y en el año 17 a.C. sufrió un devastador terremoto del que tardó años en recuperarse. Roma eliminó el pago requerido del dinero del tributo durante cinco años para poder reconstruirla, y por gratitud la ciudad se unió estrechamente a Roma. Había una fuerte economía de la uva y el vino, y la deidad patrona era Dionisio, dios del vino. No hay mucha evidencia extrabíblica para una gran población judía, pero los problemas en la carta indican que ese era el caso. Jesús se identifica a sí mismo (3:7) Al igual que con Esmirna, los nombres de Cristo aquí están destinados a alentar a la iglesia de Filadelfia en medio de una fuerte presión y persecución de sus oponentes judíos. El Señor resucitado quiere asegurarles que el Mesías profetizado en las Escrituras judías está con ellos y no con “la sinagoga de Satanás” (3:9). Lo que aparece en muchas traducciones al español como “santo y verdadero” es en realidad dos títulos: “el santo, el verdadero”. Definen a Cristo usando términos que en el Antiguo Testamento se usan para Yahweh. La santidad es el aspecto central de la persona de Dios; él es “totalmente Otro”, apartado de las cosas de este mundo que son abominables para él. Jesús como “verdadero” se ajusta a

los dos aspectos del término: objetivamente, él es el Mesías genuino, y subjetivamente es completamente fiel a sus seguidores. Para estos cristianos perseguidos, Cristo dice que realmente pueden contar con él para reivindicarlos en sus pruebas y recompensarlos por todo lo que soportan. Como el “que tiene la llave de David”, Jesús, no sus perseguidores judíos, decide quién tiene permitido entrar al verdadero Israel. En Isaías 22:20–22, Eliaquín, el mayordomo principal de la casa de Ezequías, tiene “la llave de la casa de David; lo que él abra, nadie podrá cerrarlo; lo que él cierre, nadie podrá abrirlo”. En Isaías, esto era el acceso al rey y su palacio; en esta carta es acceso al Mesías davídico y al reino de Dios. En Mateo 16:18–19 Jesús transmite la autoridad de la llave a sus seguidores, y “las puertas del Hades no los vencerán”. Los cristianos en Filadelfia probablemente habían sido excomulgados de la sinagoga, pero solo el Cristo exaltado tiene la autoridad de declarar quién pertenece al pueblo de Dios. En realidad, son los perseguidores judíos que están excomulgados. Situación y fortalezas (3:8) Al igual que con Esmirna, no hay nada más que aprobación aquí. No hay debilidades. En 3:8–9, Jesús usa “pon atención/mira” [traducción literal de griego] tres veces para llamar la atención sobre la importancia de lo que se dice. Él quiere que sepan que los graves problemas en los que se encuentran no han sido por culpa de ellos. Están bien con Dios, y su lucha ha surgido completamente de aquellos que no están bien con Dios, a pesar de que piensan que sí. La declaración de apertura toma la forma de un regalo, usa la misma palabra que establece la recompensa en los pasajes de los vencedores. Su recompensa por la perseverancia fiel es una puerta abierta. Algunos toman esto como una puerta abierta para misiones y evangelismo, y hay un énfasis claro en el “evangelio eterno” (14:6–7, vea también 1Co 16:9; 2Co 2:12) en el libro. Sin embargo, en este contexto, es mejor ver esto como una entrada al reino de Dios, con Jesús sosteniendo las llaves que abren la puerta. Él solo puede cerrar la puerta, no estos judíos adversarios. Las fortalezas de los filadelfios se relacionan con su perseverancia. Aunque eran una iglesia pequeña que enfrentaba muchas dificultades, eran fieles y perseveraban. Es posible tomar la poca fuerza a la que Jesús se refiere como una reprensión, lo que significa que tienen “poco poder (espiritual)”. Pero eso es poco probable, ya que todo el contexto es positivo. Más bien, significa que la iglesia de Filadelfia carece de autoridad o influencia. Sin embargo, a pesar de todas sus dificultades extremas, han “has guardado mi palabra y no has negado mi nombre”. En 2:26 y 3:3 Jesús ordena una vida de fidelidad a la Palabra, y esto es modelado por estos cristianos asediados. Eran una iglesia que agradaba profundamente a Dios. Los herejes nicolaítas han “negado el nombre de Cristo”, pero ahora los filadelfios han rehusado hacerlo. Recompensa (3:9–11) Como esta iglesia ha sido tan fiel, la sección de recompensas es especialmente larga. Primero, el Señor resucitado se centra en su reivindicación. Estos versículos comienzan con el mismo punto que 2:9: sus perseguidores judíos afirman ser “judíos, pero no lo son”. En

cambio, son mentirosos porque son “la sinagoga de Satanás”. Como dice Pablo en Romanos 2:28–29, el verdadero judío es uno “interiormente… del corazón”. Dios los está autenticando, no a sus enemigos. Luego viene una promesa maravillosa con respecto a la forma que tomaría la reivindicación. Estos falsos “judíos” se verían obligados a reconocer su error y se les obligaría a “venir y postrarse a sus pies”, una alusión a Isaías 60:14. En el contexto del Antiguo Testamento, los gentiles serán obligados por Yahweh a rendir homenaje a los judíos (Isaías 14:2; 49:23; Ezequiel 36:23). Ahora esta promesa se pone de cabeza. Los judíos apóstatas rendirán homenaje al verdadero Israel, a estos cristianos que están persiguiendo. En todo esto, el propósito de Cristo es el reconocimiento universal de que estas víctimas fieles son verdaderamente amadas. Jesús, el Guerrero Divino, conquistará a todos los enemigos de su pueblo, colocará la bota del conquistador en sus cuellos y los obligará a reconocer que su verdadero amor (y el del Padre) está reservado para aquellos que lo aceptan como el Mesías. En Isaías 43:3, 4 la derrota de las naciones es “porque te amo”. Ese es el punto aquí. Qué maravilloso escuchar, de parte de Cristo (y admitido por nuestros perseguidores también): “¡te he amado!”. Sigue un versículo bien conocido (3:10), que detalla la protección de los creyentes por parte de Cristo. En realidad, es una tercera promesa para los filadelfios, después de las dos en 3:9. Como han cumplido su mandato de ser constantes, es decir, han perseverado o permanecido vigilantes y obedientes a sus verdades, él les devolverá el favor y los “guardará” o protegerá y preservará en el momento del peligro que se avecina. La “hora de tentación” podría referirse a todas las tribulaciones del mundo (guerras, terremotos, hambrunas), que significarían el próximo fin de la historia como el presagio de los últimos días, que Jesús llamó “el comienzo de los dolores de parto” (Marcos 13:8). También podría referirse a los eventos del propio escatón, la “gran tribulación” de Apocalipsis 7:14. Lo más probable es que ambos estén destinados. Este es un ejemplo de escatología inaugurada, la opinión de que los eventos actuales inician los eventos del fin en un marco de “ya/todavía no”. En el presente, que Jesús vela por la iglesia de Filadelfia en medio de su angustia es ciertamente parte de ella, pero la aclaración de que esta vez “vendrá sobre el mundo entero para poner a prueba a los que viven en la tierra” hace que el futuro sea el objetivo principal. Estos serán los eventos del fin de la historia. ¿Se protegerá a los habitantes de Filadelfia de la hora del juicio o se los eliminará? La preposición griega ek puede significar “desde” o “fuera de”, y aquellos que optan por este último consideran que este versículo es una evidencia importante de un rapto previo a la tribulación, en el que Dios pondrá a los santos “fuera” de este mundo antes de que la hora de los tiempos finales de la prueba se produzca. Sin embargo, hay un gran paralelismo con este versículo en Juan 17:15: “No te pido que los quites del mundo, sino que los protejas [del mismo griego que aquí] del maligno”. Este punto de vista es más probable en este contexto, lo que significa que Dios protegerá a su pueblo de los juicios por venir. De hecho, esta promesa tiene una función literaria en el libro que se representará en casi todos los capítulos. Dios protegerá a los santos de los juicios que derramará sobre las naciones. Los santos están sellados (7:2, 3), y los juicios de los sellos, trompetas y copas caen sobre los habitantes de la tierra y no sobre los creyentes (9:4, como las plagas egipcias). Es importante entender que esto no significa que los cristianos estén exentos de sufrimiento. La

persecución y el martirio son componentes principales de este libro. Los santos están protegidos espiritualmente más que físicamente; su sufrimiento será su victoria. De lo que están exentos son los juicios de Dios. Los creyentes estarán protegidos de la ira de Dios contra los no creyentes, pero no de la ira que Satanás y sus secuaces dirigen directamente hacia ellos. El Señor resucitado ahora les recuerda (3:11) que él “vendrá pronto”. Los últimos días han comenzado, y el regreso de Cristo es inminente (ver 1:1, 3). Esta es la cuarta vez que su “venida” se destaca en las cartas: vea 2:5, 16; 3:3, pero las otras son advertencias, mientras que esta es promesa de vindicación y recompensa. Como en 3:10 también hay un sentido inaugurado: Cristo viene ahora con consuelo y protección, y luego al final de la historia para terminar con el mundo del mal y dar a los filadelfios su recompensa eterna. Su responsabilidad es perseverar, aferrarse a lo que tienen: el mismo mandato que se les da a los fieles en Tiatira (2:25). El tiempo presente aquí exige un esfuerzo constante para mantener su caminar con Cristo. Lo que tienen es la “puerta abierta”, es decir, su ciudadanía en el reino de Dios. Todavía hay una advertencia importante de que alguien puede tomar su corona. Lo que está sucediendo en Pérgamo y Tiatira podría suceder en Filadelfia. Como la “corona” es una metáfora atlética (vea el comentario de 2:10), la imagen es de otro atleta robando la victoria en una carrera, lo que lleva a perder la recompensa o ser descalificado de la carrera. Estos fieles creyentes están ganando la victoria, pero deben estar más atentos para poder llegar hasta el final con Cristo. Desafío por vencer (3:12–13) Como la iglesia de Filadelfia ya es una iglesia victoriosa, estas son promesas que se convierten en recompensas. Es interesante que haya más promesas en esta carta que en cualquier otra. Muy a menudo, esas pequeñas iglesias que algunos consideran las más débiles son en realidad las más fuertes y tienen las mayores recompensas. ¡El tamaño no siempre es una señal de éxito! Aquí hay una nueva seguridad y un nuevo estatus para esta iglesia de gran tamaño (espiritualmente). La nueva seguridad se ve en el proyecto de construcción de Cristo: el verbo “haré” se usa a menudo para la creación en el Nuevo Testamento, por lo que serán parte de la nueva creación en el cielo (ver Marcos 10:6; Hechos 4:24; Heb 1:2). Como “columna del templo de mi Dios” tendrán permanencia y seguridad. El trasfondo se encuentra en 1 Reyes 7:21 y 2 Crónicas 3:15–17, donde las dos columnas que Salomón colocó en el templo se llaman Jaquín (“él establece”) y Boaz (“en él está la fuerza”). Este también podría ser el “pilar del rey” en el templo de Salomón (2 Reyes 11:14; 23:3), lo que enfatizaría la realeza del pueblo de Dios. Era una práctica helenística común escribir los nombres de personas importantes en los pilares, por lo que estos cristianos no solo tienen estabilidad sino también estatus. El templo al que se hace referencia aquí es, sin duda, el templo en el cielo. La suya es una recompensa celestial y una morada eterna. “y ya no saldrá jamás de allí”, lo que literalmente significa que nunca más saldrán de allí. Jesús promete que estarán absolutamente seguros en la ciudad de Dios; nada los desalojará jamás. Sus

vidas actuales pueden caracterizarse por la incertidumbre y la angustia, pero eso cesará para siempre. ¡Esa es una promesa que todos necesitamos! No solo tendrán un hogar permanente sino también un nuevo nombre escrito en ellos. Este es un nombre triple: Primero, es “el nombre de mi Dios”, que se ajusta a las imágenes de adopción de Romanos 8:15 (por el Espíritu que clamamos “¡Abba Padre!”) Y significa que participamos de su esencia como sus hijos. Probablemente también haya un eco de Isaías 62:2, el “nuevo nombre que el Señor mismo te dará” por Yahweh al Israel fiel. El segundo nombre es “el nombre de la nueva Jerusalén, ciudad de mi Dios”. Esto es probablemente una alusión a Ezequiel 48:35, que viene al final de la visión de Ezequiel del templo escatológico en Ezequiel 40–48 y es el versículo final del libro. Allí se dice que el nombre de la ciudad es “El Señor está allí”, lo que significa que el Señor morará allí permanentemente. El nombre de la nueva Jerusalén en los santos recuerda los registros de ciudadanía en el mundo antiguo. Como en Filipenses 3:20, los creyentes son ciudadanos del cielo. Aquí la idea de la nueva Jerusalén enfatiza la consumación de esto, por ahora no son solo ciudadanos en un sentido espiritual mientras residen en la tierra sino ciudadanos en un sentido final, ya que residirán en el cielo por la eternidad. Existe una estrecha conexión con Gálatas 4:26 (“la Jerusalén que está arriba”) y Hebreos 12:22 (“la Jerusalén celestial”), y la idea se expresa plenamente en Apocalipsis 21:2–4 donde la ciudad santa, la nueva Jerusalén, desciende e inicia los nuevos cielos y la nueva tierra, donde Dios mismo habita con su pueblo y es su Dios. Tercero, el Cristo exaltado escribirá en ellos “mi nombre nuevo”. Hay un patrón A-B-A en los tres, ya que los nombres de Dios y de Cristo enmarcan el de la ciudad celestial. En 7:3 y 14:1, el nombre del Padre y del Cordero se coloca en la frente de los creyentes, sellándolos como pertenecientes al Dios trino. En Filipenses 2:9 al Cristo exaltado se le da “el nombre que está sobre todo nombre”, y en Apocalipsis 19:12 el Señor que regresa tiene “un nombre que nadie conoce sino solo él.” Ese nombre no puede ser Yahweh, porque tanto Juan como Apocalipsis proclaman esa verdad. Es muy probable que este sea un nombre oculto hasta que el Señor regrese y comience la eternidad. Lo sorprendente es que nosotros, los santos, compartiremos ese nombre. Tendremos un nuevo nombre (2:17) y su nuevo nombre estará escrito en nosotros (aquí). Estas dos iglesias nos recuerdan que Dios prefiere las iglesias fieles a las grandes y aparentemente exitosas. Muchos de nosotros podemos sentirnos insignificantes, y nuestras iglesias pueden parecer pequeñas y sin importancia. Pero cuando permanecemos centrados en Cristo y vivimos para él, Dios nos honra tanto a nosotros como a nuestras iglesias. No debemos permitir que el mundo determine los criterios para el éxito. Dios nos levantará y nos abrirá las puertas del cielo cuando suframos dificultades para él y seamos fieles. Esto es lo que realmente importa.

CARTAS A LAS SIETE IGLESIAS, PARTE 3 (3:1–6, 14–22)

El peligro de la iglesia mundial

Las siguientes dos iglesias eran polos opuestos a las dos anteriores. Mientras que las iglesias de Esmirna y Filadelfia no podían hacer nada mal, las iglesias de Sardis y Laodicea no podían hacer nada bien. En estas iglesias no hay fortalezas, solo debilidades, y el problema básico ilustra la advertencia que Pablo da en 1 Timoteo 6:9–10, 17: “Los que quieren enriquecerse caen en la tentación y se vuelven esclavos de sus muchos deseos. Estos afanes insensatos y dañinos hunden a la gente en la ruina y en la destrucción. Porque el amor al dinero es la raíz de toda clase de males. A los ricos de este mundo, mándales que no sean arrogantes ni pongan su esperanza en las riquezas, que son tan inseguras”. Este desafío se ajusta a las iglesias, así como a los individuos, y un enfoque materialista y secular de la vida de la iglesia era el problema básico en estas dos iglesias. Estaban ligados a la cultura en lugar de ser contraculturales.

Sardis: resiste el compromiso (3:1–6) La ciudad Sardis estaba a 18 o 24 kilómetros al sureste de Tiatira. Si bien era una de las ciudades más gloriosas de Asia, cuando se escribió Apocalipsis, gran parte de su esplendor yacía en el pasado. Había sido la rica capital del reino de Lidia y tenía una acrópolis que también era una fortaleza. La fortaleza yacía en la cima de un acantilado de 457 metros con un enfoque abrupto en el lado sur que lo hacía casi inexpugnable para atacar. Cada vez que atacaban la ciudad, la población subía a la acrópolis y esperaba que el ejército enemigo se cansara y se fuera. Sardis era una potencia militar como una ciudad-estado que era temida por todos y se hizo aún más rica debido al mercado y el comercio. Uno de los famosos reyes guerreros de Lidia fue Creso, quien viajó hacia el este para luchar contra Ciro de Persia en 546 a. C. y luego regresó a casa para pasar el invierno. Ciro lo siguió y la gente de la ciudad subió a la fortaleza, preparada para un asedio. Sin embargo, una de las tropas de Ciro trepó por una grieta en el acantilado “sin escala” en un punto donde faltaban los vigilantes y abrió las puertas de la fortaleza. Sardis cayó 14 días después. Durante los siguientes 300 años, la ciudad tuvo sus altibajos, pero en 214 a.C., Antíoco III (padre de Antíoco IV, que precipitó la revuelta judía de los Macabeos) invadió, y una vez más se escaló el acantilado, se abrieron las puertas, y la ciudad fue saqueada. Esta vez Sardis nunca se recuperó realmente. Su prosperidad comercial continuó, pero en su mayor parte vivió en el pasado. Al igual que Filadelfia, el terremoto del año 17 destruyó la ciudad y se reconstruyó con la ayuda de Augusto César. Artemisa era la diosa patrona de la ciudad, y la vida religiosa se centraba en el culto a la naturaleza, se centraba en el ciclo de fertilidad y en lograr la vida después de la muerte. Había una gran población judía rica, muchos de ellos obtuvieron la ciudadanía romana. De hecho, hay evidencia de que las culturas judías y helenísticas se fusionaron en cierta medida, y las comunidades judías y cristianas se adaptaron a la forma de vida romana. Esto ayuda a explicar la situación abordada en esta carta.

Jesús se identifica a sí mismo (3:1a) El inicio de la carta continúa con el énfasis retórico en la importancia escatológica de este mensaje, recordándoles a los creyentes en Sardis que todo el cielo está involucrado en la vida de su iglesia. Además, se eligen las características de Cristo como mensajero como un desafío para la iglesia de Sardis con respecto a su situación y necesidades. Hay dos aspectos del Jesús exaltado que se enfatizan aquí. Primero, él “tiene los siete espíritus de Dios”, que, como se menciona en 1:4, se refiere al Espíritu Santo séptuple (o perfecto). Jesús tiene el control del Espíritu (el Padre controla al Hijo, el Hijo controla el Espíritu) y ha enviado el Espíritu, visto aquí como “el Espíritu de Cristo” (vea Ro 8:9; Fil 1:19) para su iglesia. Como veremos, esta iglesia está casi muerta y solo puede revivirse si el Espíritu se hace cargo y prestan atención a lo que el Espíritu les dice. De hecho, esta idea enmarca la carta, ya que el desafío se repite al final (3:6). El segundo énfasis del discurso es que Cristo también tiene “las siete estrellas”, que como 1:20 nos dice son “los ángeles de las siete iglesias”. A través de los ángeles guardianes, el Señor es soberano sobre cada iglesia. Tenga en cuenta que Jesús controla y ha enviado tanto el Espíritu como un ángel guardián a cada iglesia, incluidas las iglesias de hoy en día. La pregunta es si la iglesia de Sardis escuchará y seguirá las instrucciones del Señor resucitado. Eso determinará si tiene futuro. Hasta ahora se ha negado a hacerlo, y como resultado está en peligro de perder su lugar en la comunidad de Dios. Si Jesús tiene el control, la iglesia le responderá a él y solo a él. Debe haber un fin para escuchar al mundo y seguir su terrible camino. No debemos, como en 1 Pedro 4:4: “corran con ellos en ese mismo desbordamiento de inmoralidad”. La llamada fortaleza (3:1b) La siguiente sección comienza como las cartas a Éfeso o Tiatira: “conozco tus obras”. Aquí es irónico, porque su “fortaleza” no es fortaleza en absoluto. No hay necesidad de una sección sobre sus debilidades (“tengo contra ti”), ¡porque su fuerza es su debilidad! Los hechos de la iglesia de Sardis se detallan de una manera extraña: “tienes fama de”, literalmente, un “nombre”. Reclaman el nombre cristiano “vivo”, pero en realidad retienen el nombre pagano “muerto”. Sus obras pasadas y la riqueza les ha dado una buena reputación de estar vivo para Cristo, pero en realidad sus hechos actuales demuestran que están espiritualmente muertos, parte del mundo. La gente de Sardis estaba obsesionada con la antítesis entre la vida y la muerte, por lo que esta era una poderosa metáfora de su verdadero estado espiritual. Solución (3:2–3) Hay cinco mandatos en esta sección, todos centrados en la necesidad de vigilancia espiritual. El efecto retórico es fuerte: la iglesia se parece a la ciudad. Su antigua grandeza prácticamente ha desaparecido porque su gente no estaba vigilante y permitió que sus enemigos abrieran las puertas. Dos veces antes, la ciudad fue destruida porque los vigilantes no estaban en las paredes y los invasores pudieron entrar por sus puertas. La iglesia ha cometido el mismo error atroz y, por lo tanto, se le ordena “despertar” para

comenzar a estar vigilante. Se han quedado dormidos espiritualmente y están permitiendo que el pecado invada su iglesia. También vemos esto en Marcos 13:35, 37; y Mateo 24:42; 25:13, donde se refiere a la vigilancia y la preparación para el regreso del Señor. Conectada a esta vigilancia, la iglesia de Sardis debe fortalecer lo poco que queda y entrar en modo de supervivencia. Esta iglesia está muerta y solo una pequeña cantidad muestra alguna señal de vida. Han estado dejando que todo muera, y su única esperanza es comenzar a apuntalar esa pequeña cantidad, porque también está a punto de morir. De hecho, la iglesia ha estado al borde de la muerte por algún tiempo. La pequeña minoría que puede cambiar las cosas se abordará en 3:4; están llamados a ser misioneros para el resto de la iglesia. La siguiente frase se traduce mejor literalmente: “no he encontrado que ninguna de sus obras sea completa”. Hay imágenes judiciales en esto. La iglesia ha sido investigada por el Señor resucitado y la ha encontrado corta. Sus acciones no cumplen con los estándares de Dios, y el Juez divino los ha hecho culpables. Otras iglesias miran su riqueza y las consideran saludables y exitosas, pero están bajo la acusación de Dios por sus deficiencias. El gran templo de Artemisa en Sardis estaba inacabado, y Cristo dice que esto también describe su iglesia, inacabada e inútil. Los otros tres mandatos en 3:3 surgen de esta sensación de insuficiencia: recordar, retener, arrepentirse. Su estado actual es incompleto y casi muerto, por lo que se requiere una acción drástica en el corto tiempo restante. La orden de recordar es la misma que se le dio a la iglesia de Éfeso en 2:5, y al igual que ellos, en una ocasión estaban caminando con el Señor, pero se habían alejado. Es insuficiente solo recordar las verdades que les han enseñado; deben ponerlas en práctica en su iglesia. Entonces, cuando recuerdan, deben mantener o aferrarse a estas verdades, que incluyen la obediencia. Finalmente, es necesario arrepentirse, lo que significa no solo tristeza por el pecado, sino también cambiar sus vidas y comenzar una vida de fidelidad a Dios contra el mundo. Las consecuencias por no hacerlo son graves. De la misma manera que los combatientes enemigos en el pasado robaron los muros de su ciudad y la destruyeron, un ladrón entraría y destruiría su iglesia. Jesús usó esta imagen en una parábola apocalíptica para advertir sobre la falta de vigilancia (Mateo 24:43: “Si un dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, se mantendría despierto para no dejarlo forzar la entrada”), y la idea de que Cristo regresará desprevenido como un ladrón se convirtió en una metáfora de la preparación a la luz del fin que se aproxima (vea 1Ts 5:2–4; 2Pe 3:10; Ap 16:15). El peligro se afirma en el comentario agregado de Jesús: “cuando menos lo esperes caeré sobre ti como un ladrón”. Sin una vigilancia renovada, nunca podrán estar listos, porque la venida será repentina e inesperada como un ladrón, y las consecuencias serán terribles. Como en otras cartas, hay un sentido presente y futuro para el juicio. Como en Éfeso en 2:5, habrá una llegada presente de Cristo, y este bien puede ser el significado principal aquí. Sin embargo, la llegada final al eschaton también tiene que ser parte de su significado. Las parábolas de Mateo 24:42–25:30 ―el ladrón, el siervo malvado, las diez vírgenes, los talentos— se centran en la necesidad de estar preparados a la luz del inesperado regreso de Cristo. El mensaje es que cuando regrese, Cristo hará que su pueblo rinda cuentas por la forma en que viven sus vidas. El juicio, ahora y al final de la historia, será el resultado.

Promesa y desafío para vencer (3:4–6) El Cristo exaltado comienza esta sección con una palabra de aliento al remanente justo que es la única esperanza para esta iglesia con enfermedades terminales. Solo unos pocos no habían “manchado su ropa”, una metáfora que se basa en uno de los principales oficios de Sardis, la industria de la lana. En un contexto religioso, esto representa una vida contaminada. Los cuasi cristianos de Sardis se han vuelto inmundos, como ropa sucia, al asimilarse a la cosmovisión romana y convertirse en cristo paganos: en parte cristianos, en parte paganos. Su única esperanza residía en estos pocos que podían intervenir y sacarlos de las arenas movedizas en las que habían caído. En cuanto a una imagen positiva de las prendas, a los pocos fieles restantes se les dice que caminarán con él vestidos de blanco, una poderosa imagen de pureza y victoria, que es el significado de “blanco” en el libro. Hay dos ideas en esta imagen: primero, el lino blanco usado por los ángeles y que significa gloria y pureza; segundo, la toga blanca pura usada en un triunfo romano y que significaba victoria (2Co 2:14; Col 2:15). Esta es una promesa increíble para una ciudad que sufría el efecto de la derrota militar y una iglesia que experimenta una derrota espiritual. ¡Qué maravilloso imaginarse caminando detrás de Cristo en la procesión triunfal definitiva! La razón por la que estos pocos pueden caminar en la procesión de la victoria de Cristo es porque son dignos. Han permanecido puros; sus obras están completas en una iglesia cada vez más apóstata. Dios y el Cordero son dignos de adoración en 4:11; 5:9, 12, y los santos aquí son dignos de recompensa. El regalo escatológico para el vencedor (3:5) fluye directamente de la orden de 3:4. En el versículo 4 eran los pocos fieles en Sardis. En el versículo 5, esto se extiende a todos los que se arrepientan y se unan a ellos en una vida de victoria espiritual. Como vencedores victoriosos, serán parte de la procesión triunfal de Cristo en el escatón, vestirán las vestiduras blancas del versículo 4. Como veremos en 17:14; 19:14, los creyentes se unirán a los ángeles como parte del ejército del Señor de los ejércitos, un título importante del Antiguo Testamento que significa “ejércitos del Señor del cielo”, y participarán en la victoria final sobre las fuerzas del mal en el Armagedón. Aun así, la imagen principal aquí es la vida en el cielo en el cuerpo glorificado. Luego, como perdonado y protegido en Cristo, “Jamás borraré su nombre del libro de la vida”. Después del incidente del becerro de oro, Moisés le ruega a Dios que perdone a Israel, afirmando que está dispuesto a que Dios “bórrame del libro que has escrito”, es decir, el registro de los ciudadanos de Israel (Éxodo 32:32–33; compárese con Sal 9:5; Is 4:3). En la tradición judía, esto se convirtió en una tablilla celestial con los nombres de los justos (Sal 69:28; Da 12:1), y eso también contendría listas de obras y recompensas cívicas. El mundo helenístico tenía listas similares, y como antigua capital de los imperios lidio y seléucida, Sardis había sido un depósito de tales registros. Tanto en el mundo judío como en el helenístico, la eliminación de un nombre significaría censura y exclusión de la comunidad. Esta es otra metáfora judicial: Dios se sienta en su tribunal y tiene la autoridad sobre los malhechores serios para “borrar” sus nombres de los registros de ciudadanía del cielo. En el Nuevo Testamento, tener nombres escritos en el libro de la vida significa ser ciudadanos del cielo e hijos de Dios (Lucas 10:20; Filipenses 4:3; Heb 12:23; Apocalipsis 13:8; 17:8; 21:27). El libro de la vida contiene los nombres y los hechos de aquellos que pertenecen a

Dios (Apocalipsis 20:12), y solo aquellos que son fieles permanecerán en él. Ser borrado o “tachado” es una metáfora de remoción y destrucción, y está relacionado con la pena capital en Deuteronomio 29:20. Finalmente, se les dice a los fieles que el Cristo glorificado “reconoceré su nombre delante de mi Padre y delante de sus ángeles”. Esto alude al dicho de Jesús en Mateo 10:32: “A cualquiera que me reconozca delante de los demás, yo también lo reconoceré delante de mi Padre que está en el cielo”. La adición de los ángeles aquí continúa la imagen judicial, con los ángeles como parte del concilio celestial. Cristo y los ángeles están con el Padre como Juez y jurado, pronunciando la palabra de aceptación o rechazo. Este es el lado positivo de no ser borrado del libro de la vida. Los nombres de los fieles permanecerán en los registros celestiales, y serán reconocidos ante el Padre. Quienes permanecen fieles a Cristo tienen una nueva identidad, una nueva ciudadanía y un nuevo futuro: la vida eterna en el cielo. Como en 3:6 y las otras cartas, el Señor resucitado concluye con el llamado a escuchar atentamente el mensaje de esta carta guiado por el Espíritu. El Espíritu no solo inspira las palabras de esta carta, sino que también convence a los lectores sobre las demandas de la carta. Cada iglesia debe determinar cuidadosamente qué aspectos se aplican a su situación y luego responder en consecuencia. Demasiadas iglesias, como Sardis, han adoptado la definición mundial de éxito e ignorado el hecho de que Dios está disgustado con su materialismo y sus prácticas mundanas. Los fieles dentro de ellas deben despertar a estas iglesias a su verdadera situación peligrosa y llevarlas al arrepentimiento mientras todavía hay tiempo.

Laodicea: una iglesia afluente puede ser peligrosa (3:14–22) La ciudad La misma carretera romana principal que iba al sur desde Pérgamo a través de Filadelfia pasaba a través de Laodicea 72 kilómetros después. También estaba a 160 kilómetros al este de Éfeso, cerca de la frontera oriental de la provincia romana de Asia. Estaba en una posición perfecta para convertirse en una ciudad rica debido a la convergencia de las rutas comerciales desde el este. Asentada en una meseta en el valle de Lycus, también era políticamente importante como el miembro principal de una confederación de tres ciudades con Hierápolis y Colosas. Siempre fiel a Roma, recibía muchos favores y se hizo conocida por su comercio y banca. Sus problemas principales eran dobles: era propensa a los terremotos, como Filadelfia y Sardis, y no tenía suministro de agua, por lo que tenía que conectarla desde varios kilómetros de distancia. La religión de la ciudad era sincretista, combinaba dioses locales y romanos, y tenía una gran población judía que se acomodaba a las formas helenísticas. Jesús se identifica a sí mismo (3:14) Una vez más, se le pide al ángel guardián que interceda con la iglesia y les recuerde que ellos, como comunidad de Dios, son un fenómeno celestial y deben responder al cielo por

la forma en que se conducen. ¡En las circunstancias presentes, están culpando al ángel que Dios ha puesto sobre ellos! Los nombres de Cristo aquí son aún más solemnes e importantes bajo esta luz. Primero, él es el “Amén”, un eco de Isaías 65:16, que dos veces tiene “el único Dios verdadero”, en hebreo, “el Dios del Amén”, que significa el Dios fiel que confirma o verifica lo que es válido y cierto. Jesús es el que autentica las verdades divinas. Tiene autoridad irrevocable, y solo en él, en contraste con los laodicenses, se puede confiar que cumplirá su palabra. Este primer título se define más adelante en el segundo, que funciona para aclarar a Jesús como el Amén al afirmar que él es “el testigo fiel y veraz”. Cada palabra es un tema importante en Apocalipsis. En 1:5, Jesús como testigo fiel proporciona el modelo para la conducta de los santos en su testimonio terrenal del mundo, como lo ejemplifica Antipas en 2:13. En este libro, tanto la fidelidad (2:10) como el testimonio (11:3; 17:6) están conectados con el sufrimiento y el martirio como los medios por los cuales los santos vencen al mundo. Laodicea estaba fallando en esta misma área de proporcionar un testimonio contracultural de Cristo. El tercer título: “el soberano de la creación de Dios”, está relacionado con el Amén en Isaías, donde “el único Dios verdadero” es seguido en el siguiente versículo por “crearé un nuevo cielo y tierra nueva” (Is 65:16–17). Dios como creador es una prueba positiva de que él es realmente el Amén, el único Dios verdadero. Además, en la carta escrita a la iglesia hermana de Laodicea en Colosas, Jesús es descrito como “el primogénito de toda la creación. Porque en él todas las cosas fueron creadas” (Col 1:15–16). Este es un ejemplo del tema de Jesús como el de Dios presente en todo el libro. Como en Juan 1:3 y Hebreos 1:2, Jesús y Dios juntos crearon el mundo. “soberano” (griego archē) aquí indica no solo preeminencia sino también “fuente, origen”. Jesús es el principio y la fuente de la creación de Dios. El punto aquí es que, a pesar de toda su riqueza y poder, los laodicenses no tienen el control. Solo Jesús controla la creación, y eso incluye toda la riqueza de Laodicea. Situación y fortaleza (3:15–16) Al igual que con Sardis, la fórmula normalmente positiva “conozco tus obras” está llena de ironía. En efecto, dice: “Esto es lo mejor que puedo decir sobre ti”. La premisa básica del deseo de Jesús de que la iglesia estuviera caliente o fría ha recibido una gran cantidad de interpretación especulativa. Hasta hace poco se moralizaba: “desearía que fueses caliente o frío espiritualmente”. El problema era explicar por qué Jesús preferiría que fueran fríos espiritualmente que tibios. La clave es darse cuenta de que la metáfora proviene del suministro de agua de la región. Nueve kilómetros al norte de Laodicea estaba Hierápolis, famosa por las propiedades curativas de sus aguas termales. Dieciséis kilómetros al este estaba Colosas, bien conocida por su agua fría y pura para beber. Laodicea no tenía ninguna; estaba perfectamente situada para el negocio y comercio, pero no tenía fuente de agua. La ciudad tenía que canalizarla, y cuando llegaba estaba tibia y tan cargada de minerales que beberla podría causar malestar estomacal. Entonces, cuando Jesús dice: “Estoy por vomitarte de mi boca”, en realidad está diciendo: “me haces vomitar”. La base de esta evaluación eran sus obras estériles; vivían por placer y estatus terrenales, disfrutando de sus riquezas y sin hacer nada por Cristo.

Cristo está diciendo en efecto: “me gustaría que estuvieras sanando espiritualmente como las aguas termales de Hierápolis. Desearía que fueses espiritualmente refrescante como el agua pura y fría de Colosas. Pero tú tampoco lo eres; eres totalmente ineficaz, carente de obras e inútil para Dios, y me enfermas”. Tal es la superficialidad de muchas iglesias ricas pero mundanas. No es el esplendor de la estructura o el tamaño del presupuesto lo que le importa a Dios. Es la calidad de la adoración, la efectividad del testimonio de la iglesia, la conducta y la piedad de los miembros de la iglesia. Esta es la descripción de una iglesia que agrada a Dios. El problema y su solución (3:17–18) El problema es claro: la iglesia de Laodicea, como su ciudad, era extraordinariamente rica. Pero el problema no estaba en la riqueza como tal sino en la engreída auto satisfacción que engendraba. Como muchos de los súper ricos, se habían vuelto obsesivos y complacientes. Las palabras de Jesús dicen: “dices: soy rico; me he enriquecido y no me hace falta nada”. Unos 35 años antes de esta carta, en el año 60 d.C., un devastador terremoto arrasó a Laodicea. Roma se ofreció a ayudar, pero los laodicenses dijeron que no necesitaban nada; se reconstruyeron con sus propios recursos, y la ciudad era aún más hermosa que antes. La ciudad no había percibido la necesidad de ayuda de Roma, y su iglesia no había percibido la necesidad de ayuda de Dios. Pensaban que la riqueza material significaba riqueza espiritual, y estaban completamente atrapados en sí mismos. Estaban completamente equivocados. Cristo revienta su globo y dice, en efecto: “Crees que estás bien, pero déjame decirte la verdad real: eres miserable y lamentable”. A diferencia de Esmirna o Filadelfia, los laodicenses no tenían amenazas externas de persecución, y a diferencia Éfeso, Pérgamo o Tiatira, no recibían amenazas internas de falsos maestros. En cambio, habían sucumbido a su propio estilo de vida rico, ¡y ni siquiera lo sabían! Esa es una verdadera tragedia: ser una criatura miserable y, sin embargo, desconocer por completo su situación. Las tres características finales (pobre, ciego, desnudo) presentan 3:18 y conducen a tres áreas que necesitan ayuda seria. Son pobres y por eso “te aconsejo que de mí compres”; son ciegos y por eso necesitan ungüento espiritual para los ojos; están desnudos y por eso necesitan “ropas blancas para que te vistas”. Jesús está actuando como su patrón, su asesor financiero. Él les dice que han estado comprando en la tienda equivocada y que necesitan cambiar sus hábitos de compra de tres maneras. Estas áreas se relacionan con tres fuentes principales de riqueza y estatus de Laodicea. Primero, su banca y comercio eran bien conocidos, y pensaron que sus posesiones acumuladas los habían enriquecido. Pero en realidad estaban sumidos en la pobreza porque toda su riqueza mundana no era más que oro de tontos. “Oro refinado por el fuego” es similar a 1 Pedro 1:7, en el cual los santos que han pasado por pruebas de fuego se han convertido en oro puro. Entonces, Cristo se refiere a los efectos purificadores del sufrimiento y una vida vivida completamente para Dios. Esta es la verdadera riqueza y nunca perecerá como lo hacen las riquezas mundanas. En segundo lugar, la ciudad era famosa por su industria de la confección y había desarrollado una lana negra brillante que era muy apreciada en todo el mundo romano. El

principio aquí es que, contrariamente a la sabiduría popular, la ropa no hace a la persona. Verse bien no es lo mismo que ser bueno. Puedes usar trajes de Armani y vestidos de Dior y, sin embargo, estar “vergonzosamente desnudo” para Dios. Las imágenes aquí son de exposición, desgracia y juicio. Cuando Dios expone la vergüenza de una persona en las Escrituras, el juicio siempre viene (Isaías 20:1–4; Ezequiel 16:3; 23:10). Las vestimentas blancas, por otro lado, indican honor, simbolizan justicia (Apocalipsis 3:4–5; 6:11), son lavadas en la sangre del Cordero (7:13–14) y gloria eterna (4:4; 19:14). Tercero, Laodicea era famosa por su centro médico y el colirio que había desarrollado, pero los cristianos estaban ciegos espiritualmente. Jesús les dice que los logros terrenales no tienen sentido si no están bien con Dios. Esto es paralelo a Juan 9, que contrasta al hombre nacido ciego, a quien primero se le dio visión física y luego visión espiritual, con los fariseos, que reclamaron visión espiritual, pero estaban ciegos a las cosas de Dios. El versículo clave es Juan 9:39: “Yo he venido a este mundo para juzgarlo, para que los ciegos vean, y los que ven se queden ciegos”. Los laodicenses necesitaban ser ungidos con el colirio de Dios para poder ver su verdadera condición espiritual, arrepentirse y recibir sanidad de Cristo. La disciplina amorosa de Cristo (3:19–20) El Señor resucitado comienza la siguiente sección de la carta con una hermosa declaración: “Yo reprendo y disciplino a todos los que amo”. Este es un principio importante en las Escrituras. Estamos acostumbrados a pensar en la ira de Dios como la base del juicio, pero el amor de Dios se muestra tanto a los derrotados espiritualmente como a los victoriosos. Todos los pasajes sobre el juicio contra el pueblo de Dios, desde los 40 años en el desierto hasta el exilio para disciplinar en el Nuevo Testamento, tienen un propósito redentor y tienen la intención de despertar espiritualmente al pueblo de Dios y llevarlos al arrepentimiento. Para los justos, la disciplina de Dios es un proceso de purificación; para los débiles es una llamada de atención. La reprensión y la disciplina se construyen mutuamente. La primera connota una reprensión que señala un problema y convence a la persona para que actúe en consecuencia. La segunda se refiere a un castigo que corrige el error y entrena a la persona de la manera correcta para vivir para Dios. Solo puede haber una respuesta adecuada para los laodicenses: arrepentirse y cambiar su conducta. Los dos verbos: “sé fervoroso [o sincero] y arrepiéntete”, indican un celo por estar bien con Dios, el dolor por el pecado que sigue naturalmente y un deseo de vivir correctamente para Dios a partir de ese momento. Los laodicenses habían sido ciegos a su espiritualidad complaciente, inmersos en su estilo de vida próspero en lugar de preocuparse por las cosas de Dios. Necesitaban continuar con su entusiasmo, pero canalizarlo lejos de las cosas de este mundo y llevarlo hacia el servicio a Dios. El siguiente versículo, 3:20, es uno de los pasajes más famosos de la Escritura, pero a menudo se malinterpreta como una referencia al evangelismo cuando realmente se trata del avivamiento de la iglesia. La imagen de Cristo en la puerta es la de un visitante que llama a la puerta de una casa y busca ser admitido. Aparentemente, Jesús ha estado parado afuera por un tiempo, tocando y esperando que la iglesia abra su corazón y lo invite a lo profundo de su vida. Tal vez esto refleje el Cantar de los Cantares 5:2: “¡Mi amado estaba a la

puerta!… preciosa paloma mía, ¡déjame entrar!”. La compasión amorosa y el profundo anhelo son evidentes. El desafío viene en la demanda de una respuesta personal, escuchar la voz de Jesús, abrir la puerta e invitarlo a entrar. El resultado de dejar entrar a Jesús es la comunión en la mesa. Él entra a la vida de la iglesia arrepentida y cena con ellos y ellos con él. El compañerismo en la mesa era una parte importante de la vida antigua, se basaba en el principio: “compartir una comida es compartir una vida”. A lo largo de los Evangelios y Hechos, la vida espiritual de Jesús y sus seguidores se centró en el compañerismo alrededor de la mesa. La promesa aquí es la aceptación, el intercambio y la bendición, una comunión profunda centrada en la reconciliación y una nueva vida con Dios. Este es un punto teológico que haríamos bien en restablecer en nuestra iglesia y vida familiar. La mesa familiar debería ser una vez más un momento sagrado en todas nuestras vidas. En nuestras vidas excesivamente ocupadas, la familia a menudo deja de comunicarse y las comidas familiares casi desaparecen cuando cada uno come frente al rostro del otro, pero sin compartir el uno con el otro. En los tiempos del Nuevo Testamento, la comida era un tiempo familiar, y Dios era considerado presente en la comida. Haríamos bien en volver a esta práctica y redescubrir tiempo de calidad juntos. Desafío para vencer y llamado a escuchar (3:21–22) Al igual que en las otras cartas, Cristo desafía a los laodicenses a ser vencedores sobre los poderes del mal, tanto de los poderes cósmicos como de los poderes terrenales que los sirven, y promete un regalo escatológico que coincide con la situación y los antecedentes de la carta. Aquí el regalo surge de la promesa inherente a 3:20: que los fieles compartirán la gloria de Cristo. Específicamente, el vencedor “le daré el derecho de sentarse conmigo en mi trono”, en esencia, a reinar con Cristo por la eternidad. Este motivo de reinar con Cristo se introduce en el Nuevo Testamento en Mateo 19:28: “cuando el Hijo del hombre se siente en su trono glorioso, ustedes que me han seguido se sentarán también en doce tronos para gobernar a las doce tribus de Israel”. Esta autoridad se extiende en 1 Corintios 6:2–3: ¿Acaso no saben que los creyentes juzgarán al mundo?… ¿No saben que aun a los ángeles los juzgaremos?”. Como veremos en Apocalipsis 7:14; 19:14, los santos en la segunda venida se unirán a los ángeles como los ejércitos del cielo y participarán en el concilio celestial. De esta manera, los seguidores de Cristo participarán en el juicio final de los ángeles no salvos y caídos. Hay, entonces, tres etapas en este proceso en la Biblia: 1. Yahweh se sienta en el trono y juzga en majestad; 2. Jesús comparte el trono y la autoridad de su Padre; 3. Los santos victoriosos también comparten el trono de gloria y juicio. Las tres etapas son evidentes en Apocalipsis. Dios está en su trono en el capítulo 4, Cristo está en el trono con Dios en el capítulo 5, y los santos reinan con Cristo. Esto se aclara a partir de 2:26–27, ya que a los fieles conquistadores se les promete “autoridad sobre las naciones” para “hacerlos pedazos como a vasijas de barro”. Esto ocurrirá después de la segunda venida cuando los creyentes se unan a los ángeles como ejércitos del cielo (17:14;

19:14) y con Cristo aplastar al ejército de la bestia. Luego reinarán con Cristo primero durante el reinado milenario (20:4) y luego por la eternidad (22:5). Estas tres etapas del reinado se encuentran en este versículo, con las dos primeras inherentes a “como también yo vencí y me senté con mi Padre en su trono”. Cuando compartimos la victoria de Cristo, compartimos su autoridad y reinado. Las cartas a Sardis y Laodicea brindan una advertencia seria contra convertirse en una iglesia secular ligada a la cultura. Es crucial para nosotros darnos cuenta, como está claro en 3:22, que el Espíritu está usando este material para dirigirse a todas y cada una de nuestras iglesias que corre el peligro de este tipo de deriva espiritual. La pregunta que todos debemos hacernos es: “¿hacemos que Jesús se sienta mal del estómago?”. La prosperidad nos ha hecho tibios a muchos; nos hemos quedado satisfechos con nuestras trampas de “éxito” (grandes iglesias, grandes presupuestos) e indiferentes a las cosas más profundas de Cristo. Los oradores y escritores populares han demostrado la facilidad con que los líderes cristianos pueden hacerse excesivamente ricos. Para muchos cristianos ricos, Cristo y la iglesia se han convertido en líneas de pedido virtuales en una cartera. Cuando esto sucede, enfermamos a Cristo, ¡y él nos vomitará de su boca! Sin embargo, Cristo está tocando a la puerta de nuestros corazones y de nuestras iglesias. Debemos arrepentirnos, abrir la puerta y permitirle entrar al centro de nuestras vidas individuales y nuestra vida juntos.

LA VISIÓN DEL TRONO, PARTE 1 (4:1–11) La majestad de Dios

La visión del trono de los capítulos 4 y 5 forma el primero de los dos puntos de inflexión en el libro, el otro es la escena del conflicto cósmico de los capítulos 12–14. Estos capítulos funcionan como la escena final de la introducción (cap. 1–3) y la escena introductoria de los tres conjuntos de juicios de siete (cap. 6–16). El tema unificador es el trono de Dios y el Cordero, y el propósito es establecer de una vez por todas la gloria absoluta y la majestad de la Deidad en oposición a los poderes terrenales como César y Roma. Al principio, se le ordena a Juan “subir” y experimentar la visión del trono. Como lectores, somos transportados de los eventos terrenales en los capítulos 1–3 a los eventos celestiales, y predomina la adoración. Los adoradores en esta visión progresan de los seres vivientes (4:8) a los ancianos (4:10–11) a “toda criatura” (5:13), termina con el coro más grande jamás reunido. Las imágenes combinan Ezequiel 1 con Daniel 1, los dos grandes pasajes del Antiguo Testamento sobre la majestad de Dios. Esta visión celebra la creación y la redención, la victoria de Dios y el Cordero sobre los poderes del mal.

Juan es llamado a subir al cielo (4:1) Después de las cartas a las siete iglesias, Juan recibe una nueva visión. Anteriormente había visto a Cristo caminando entre los candelabros, las iglesias (1:12–13), y ahora ve el lugar del trono celestial. Su primera mirada le muestra “una puerta abierta en el cielo”. En los escritos judíos, la apertura del cielo significaba acceso a Dios (Sal 78:23; 1 Enoc 14:10–11). En el Nuevo Testamento, la idea de “cielo abierto” indica que los últimos días han comenzado (Hechos 7:56; 10:11; 2Co 12:1–4). Los cielos se partieron en el bautismo de Jesús (Mateo 3:16), y en Juan 1:51 Jesús dice que los cielos permanecen abiertos para él. Esto significa que el reino ha llegado, y los eventos finales se inician en el ministerio de Jesús. Cuando Juan llega a la puerta abierta, escucha “una voz con sonido como de trompeta”, que como en 1:10 significa que los últimos días están aquí y que la visita de Dios ha llegado. Un anuncio apocalíptico está a punto de tener lugar. Juan está llamado a ascender al cielo, un viaje que en la literatura apocalíptica conduce típicamente a un recorrido por el cielo. El “te daré” de las siete cartas se reemplaza por “te mostraré”, lo que lleva a la revelación o descubrimiento de la realidad divina. El contenido de los capítulos siguientes se describe como “lo que tiene que suceder después de esto”. Este es el mismo lenguaje que en 1:1, 19, con énfasis en el deber de la necesidad divina. Los eventos en la sección central del libro, capítulos 6–16, están dictados por la voluntad soberana de Dios. Él es el “Alfa y Omega” (1:8; 21:6; 22:13), el soberano absoluto sobre la historia.

Dios está en su trono (4:2–3) No hay pausa ni transición. Juan es transportado de inmediato “en el Espíritu”, lo cual, como en 1:10, apunta a una experiencia visionaria inspirada por el Espíritu Santo a través de la cual Dios revela misterios divinos. El énfasis está en la naturaleza celestial de la escena. En el capítulo 1, Juan permaneció en Patmos para la primera visión, pero ahora está observando una gran sala del trono en el cielo. La palabra “trono” es un énfasis importante en el libro, y contrasta el trono de Dios con el trono de César, resaltado aquí en el capítulo 4, y el trono de Satanás (12:5). Es un símbolo de la majestad y la autoridad del rey. El fondo de la sala del trono aquí es Isaías 6:1–4 y Ezequiel 1:26–28. Esta escena es la culminación de todas las escenas del trono en la Biblia y tiene la intención de producir un sentimiento de asombro en el oyente. Es interesante que Juan no nombre a Dios, sino que simplemente diga que alguien está sentado en el trono. El lector debe proporcionar esa información. A menudo se describe a Dios como “sentado en el trono” en Apocalipsis para enfatizar que él es el potentado supremo (Apocalipsis 4:3, 9, 10; 5:1, 7, 13; 6:16; 7:10, 15; 19:4; 20:11; 21:5). En el mundo antiguo, el trono real servía como Bema o asiento del juicio, por lo que esto también enfatiza su posición en el juicio final sobre el mundo. Juan describe la majestad y el esplendor de Dios a través de los colores brillantes de tres joyas preciosas que anticipan la lista más completa en Apocalipsis 21:18–21. Es importante darse cuenta de que cada joya no pretende simbolizar una realidad espiritual separada, sino que es el efecto acumulativo, que representa la gloriosa majestad y esplendor de Dios. La primera joya, el jaspe, es la joya principal en 21:11, 18. Se refiere a una piedra opaca que podría ser roja, verde o azul, y podría haber sido un ópalo o incluso un diamante. El segundo,

cornalina o rubí, era una piedra roja ardiente, quizás la base del nombre “Sardis”. La tercera era “un arco iris que se asemejaba a una esmeralda”, un hermoso color verde. Aparentemente es un halo de luz radiante que rodea el trono, pero también agrega la idea del pacto de Dios con Noé en Génesis 9:13–17, en el que Dios prometió que nunca más destruiría la tierra con agua. La gloria de Dios se centra en su amor profundo y permanente por su creación y su pueblo. El Dios que habita “en luz inaccesible” (1Ti 6:16) redimirá su creación y su pueblo.

Veinticuatro ancianos rodeaban el trono (4:4) En cierto sentido, los capítulos 4 y 5 están construidos alrededor de una serie de círculos concéntricos de funcionarios celestiales que rodean el trono de Dios. El arcoíris está “alrededor” del trono, luego los cuatro seres vivientes, luego los 24 ancianos rodean el trono en 4:4, y finalmente todo el ejército celestial rodea el trono en 5:11. Esta es la corte imperial de Dios, hace que toda la realeza humana sea insignificante en comparación. El punto para la audiencia original de Juan es que Dios y no César es digno de adoración. Hay debate sobre la identidad de estos ancianos. La clave es su doble descripción: “vestidos de blanco”, con “una corona de oro en la cabeza”. Muchos creen que son seres humanos, probablemente las 12 tribus más los 12 apóstoles (= toda la comunidad de santos), porque los ángeles son no se llaman ancianos y no usan coronas blancas o doradas en Apocalipsis. Otros creen que estas son figuras angelicales, porque en el Salmo 89:27; 1 Reyes 22:19, y Job 15:8, Dios se sienta en un consejo de ángeles. Los ángeles son “tronos… autoridades” en Colosenses 1:16 y visten de blanco en Mateo 28:3 y Juan 20:12. Las coronas de oro se referirían a su función real bajo Dios. En resumen, los 24 ancianos/ángeles forman el consejo del cielo. Además, no hay figuras humanas en esta escena de la sala del trono, y en todo el libro los ancianos con los seres vivientes son el grupo de adoración del cielo. En 5:8 los ancianos sostienen copas de oro con las oraciones de los santos; en 7:13–14 son intérpretes angelicales que explican los símbolos; en 14:3 los 144 000 cantan una “nueva canción” ante los seres vivientes y los ancianos. La opción más probable es que estos son seres celestiales que reinan con Dios y son parte del séquito celestial que está frente a su trono. Vestirse de blanco significa que comparten la pureza y la santidad de Dios, y las coronas de oro indican que juegan una función dominante en el cielo. El número 24 aludiría, entonces, a las 24 órdenes del sacerdocio en 1 Crónicas 24:4–5 y significa su ministerio sacerdotal en el cielo. Son los sacerdotes del cielo: líderes de la adoración celestial (4:10–11; 5:8), mediadores e intérpretes celestiales (7:13–14), y los que presentan las oraciones de los santos a Dios (8:3–4). Sirven a Dios “día y noche” (4:8) en el cielo. Los ancianos son una clase dominante de seres celestiales que rodean el trono y llevan alabanzas celestiales, exhibiendo así un papel sacerdotal.

Emisión de fenómenos celestiales del trono (4:5–6a) Varias metáforas del Antiguo Testamento se combinan en estos versículos. Las imágenes se mueven desde el Sinaí hasta el templo y la creación para demostrar más profundamente la

majestad y la misericordia de Dios. Primero, el relámpago y el trueno “salen” (griego ek) del trono mismo, recordando la obra de Dios en el Sinaí (Éxodo 19:16). En 4:3 se nos recordó el pacto noéico, aquí el pacto mosaico. El Dios soberano que creó y sostiene el mundo es un Dios de pacto que nos ha hecho suyos. La manifestación de Dios en el poder de la tormenta vista también en 6:12–14; 8:5; 11:19; 16:18–21, también era inherente a la visión del carro de Ezequiel 1:13. Esto resalta la aterradora genialidad de Dios. Es este Dios asombroso quien viene a juzgar y gobernar sobre su creación. La segunda parte de la escena cambia de en medio del trono a una posición “delante”. Las siete antorchas de fuego también provienen de Ezequiel 1:13 y significan la poderosa presencia de Dios. Estas no son solo antorchas, sino las mismas “antorchas” que en Apocalipsis 8:10 están vinculadas con la “gran estrella” que cayó del cielo. A menudo representan el poder abrasador de una estrella fugaz. La tormenta y las antorchas ardientes están conectadas en Apocalipsis no solo con la majestad de Dios sino con el Dios del juicio y se preparan para el derramamiento de la ira de Dios más adelante en el libro. Las antorchas se definen como los “siete espíritus de Dios”, que como antes significan el Espíritu Santo séptuple (perfecto) que se une a la Deidad como el medio por el cual Dios supervisa y juzga a su mundo. Tercera parte, el piso de la sala del trono se representa como “un mar de vidrio”, una alusión a la extensión o firmamento que separó las aguas en Génesis 1:7 y probablemente también el mar de bronce en el templo de Salomón (1 Reyes 7:23–26, también Ezequiel 1:22). Esta era una fuente metálica de 15 pies de largo que contenía 12,000 galones de agua para los lavados rituales de los sacerdotes. El piso de cristal transparente se asemeja a un mar y simboliza la trascendencia y la santidad de Dios. Su naturaleza transparente lo convierte en un depósito para que la gloria de Dios irradie a través de cada parte de su trono. Aquí la adoración y el juicio se entrelazan mientras el pueblo de Dios celebra su santidad.

Cuatro seres vivientes adoran alrededor del trono (4:6b–8) Ahora volvemos de la apariencia de la sala del trono a sus habitantes. Las criaturas vivientes forman el círculo interno (“en medio del trono y alrededor”), y los ancianos de 4:4 el círculo externo. Es mejor imaginarlos justo al lado del trono, rodeándolo con su presencia. Los querubines de Ezequiel 1; 10 y los serafines de Isaías 6 proporcionan el trasfondo de estas figuras (vea Ezequiel 1:5, 12–13; 10:20). Su función en Apocalipsis es paralela a su uso en el Antiguo Testamento: vigilan el árbol de la vida (Génesis 3:24), se paran en cada extremo del arca con sus alas extendidas sobre ella (Ezequiel 25:8–10= Ap 5:6; 7:11), dirigen la adoración a Yahweh (Is 6:3= Ap 4:6–9; 5:8–9), y llevan el carro de Dios por los cielos (Ezequiel 1:19– 21). En resumen, dirigen la adoración con los ancianos y participan en la justicia divina. Parece claro que son los líderes de la corte celestial y representan el orden más elevado de los seres celestiales. Se destacan tres características. Primera, se identifican con el león, el toro, el hombre y el águila, se basan en Ezequiel, donde estos cuatro también describen la apariencia de los seres vivientes (vea Ezequiel 1:5–6, 10–11). Una de las interpretaciones más populares de la importancia de estos animales proviene de los padres de la iglesia, quienes los vincularon

con los cuatro Evangelios. Agustín, por ejemplo, vio a Mateo como el león, Lucas como el toro, Marcos como el hombre y Juan como el águila. Sin embargo, no hubo unanimidad incluso entre los padres, y las opiniones varían considerablemente. Este enfoque es demasiado fantasioso para ser probable. Otros los interpretan astrológicamente como las cuatro esquinas del zodiaco o las imágenes babilónicas de la realeza como esfinges aladas. Nuevamente, hay muy poca evidencia para tal punto de vista. La opción más viable es ver esto aquí y en Ezequiel como la representación de toda la creación animada, que se centra en las criaturas más nobles, más fuertes, más sabias y rápidas que Dios ha creado. Estas criaturas resumen toda la creación de Dios, que se une a los seres angelicales para adorar a Dios. El segundo símbolo viene en dos partes: los “ojos por delante y por detrás” y “los ojos por encima y por debajo”. Estos se extraen de Ezequiel 1:18, donde las orillas de las ruedas del carro del trono están “llenas de ojos por todas partes”, lo que representa la vigilancia incesante de Dios. La imagen combinada es de los seres vivientes prácticamente cubiertos de ojos. En Ezequiel 10:12, los seres tenían ojos en “sus espaldas, manos y alas”. Todo esto indica que nada puede estar oculto a Dios. Él lo ve todo y es soberano sobre cada aspecto del orden creado. Tercero, hay “seis alas”, extraídas de Isaías 6:2, donde dos cubrían las caras de los serafines, dos sus pies y dos se usaban para volar. Si los ojos representan vigilancia, las alas representan velocidad. Estas criaturas responden a la voluntad de Dios y llevan a cabo sus órdenes con una rapidez y seguridad que las convierte en una fuerza imparable.

Seres celestiales adoran a Dios (4:8b–11) Ahora llegamos a la primera de muchas escenas de adoración en el libro, que están estratégicamente ubicadas para llamar la atención sobre la soberanía de Dios y la reacción de alabanza de los seres celestiales y terrenales. La alabanza es la respuesta válida al Dios que libera y reivindica a su pueblo y juzga a los malhechores. La adoración de los capítulos 4–5 en particular destaca la unidad del Padre con el Hijo. Los dos himnos en el capítulo 4 adoran a Dios, los dos primeros en el capítulo 5 adoran al Cordero, y el quinto himno en 5:13 es cantado a los dos juntos en el trono. El himno de alabanza de los seres (4:8b) El énfasis en 4:8b–11 está en la adoración incesante a Dios. El griego de 4:8b literalmente nos dice que los cuatro seres vivientes “no descansan día y noche”, enfatiza su adoración continua. La idea de alabanzas sin fin era común en la literatura judía (1 Enoc 39:12; 2 Baruc 51:11), ya que el Dios eterno es exaltado por su majestad y poder sobre la creación. En el primer himno, los cuatro seres vivientes celebran (en orden) la santidad, omnipotencia y eternidad de Dios. El punto culminante de la adoración en toda la Escritura es el tres veces “Santo, santo, santo” (llamado “Trisagion”), que se encuentra primero en la escena del trono en Isaías 6:3. La repetición resalta la naturaleza enfática de la adoración: Dios es la santidad suprema, extremadamente grande en su naturaleza. Cuanto más he meditado sobre la naturaleza de Dios, más me he dado cuenta de que el núcleo de su ser es la

santidad, con justicia y amor, dos partes interdependientes de su santidad. Ser santo significa ser “apartado”, y el énfasis aquí está en la separación de Dios del orden creado. Él es completamente otro, está por encima de este mundo y está a punto de juzgarlo. La santidad de Dios conduce naturalmente a su omnipotencia. Isaías 6:3 habla de Dios como “Señor de los ejércitos”, es decir, el comandante de los ejércitos del cielo, mientras que la adoración aquí lo destaca como “Señor Dios Todopoderoso”, refiriéndose a su poder soberano y señorío sobre su universo creado. El Todopoderoso es en verdad el Señor Dios. En la última parte de este himno, los seres vivientes celebran su eternidad, usando el título de 1:4, 8 para enfatizar que Dios controla el pasado, el presente y el futuro. Dios es eterno y soberano sobre cada momento de la historia humana. Él es Señor sobre la creación y el tiempo. El énfasis en Dios como “el que vive por los siglos de los siglos” se enfatizará una y otra vez por todo el libro. La respuesta de los ancianos (4:9–11) La escena de adoración luego pasa de los seres vivientes a los ancianos en 4:9–11. Los dos forman un himno antifonal, con los seres vivientes celebrando la santidad de Dios y luego los ancianos proporcionando el estribillo de su dignidad para ser adorado. El himno de los seres vivientes se describe como “gloria, honra y acción de gracias”, y los dos primeros describen la majestad y el esplendor divino de Dios junto con el prestigio y la estima que engendra esta gloria. El tercer término describe el reconocimiento y la gratitud resultante por parte del pueblo de Dios al experimentar su gloria y honor. “Acción de Gracias” es la respuesta natural que los santos expresan cuando reciben la salvación y los abundantes regalos de Dios. Dos características de Dios se destacan en 4:10, y se convierten en temas principales a lo largo de Apocalipsis. Ya hemos visto ambas. Primera, él “se sienta en el trono”. Esto se extrae de 4:2 y resume toda la descripción del Dios soberano y majestuoso de 4:2–3. Él es el gran Dios, rey no solo sobre este mundo sino sobre toda la creación y todo el tiempo, al lado de quien César palidece en insignificancia. Segundo, él es el Dios eterno, el Señor todopoderoso que reina eternamente. En un sentido muy real, la eternidad es la perspectiva de todo este libro, que abarca no solo la eterna majestad de Dios, sino también la gloria y el reinado eternos de Cristo, la vida eterna que espera a los santos y el juicio eterno de los incrédulos. Los ancianos muestran su gratitud y adoración postrándose ante Dios. Esta reverencia en la adoración se acompaña de una sumisión completa, ya que “deponen sus coronas delante del trono”, una práctica común con la que los reyes mandantes―el concilio celestial aquí― demostrarían su lealtad al emperador. Las coronas de los ancianos de 4:4, que representan su autoridad para reinar, ahora se someten al gran Dios, el único que es soberano. El himno de 4:11 proporciona un clímax apropiado para la magnífica escena del capítulo 4. El himno de 4:8 está en tercera persona, constituye alabanzas a Dios. Este himno está en segunda persona, adoración directa a Dios. También hay un sentido político, ya que el lenguaje refleja la ceremonia de la corte que los romanos usaban para el César (“digno”, “nuestro Señor y Dios”, “gloria, honor y poder”). Hay dos partes del himno: la dignidad de Dios y su obra creadora y sostenible. La apertura, “digno eres tú”, no ocurre en el Antiguo

Testamento y parece ser extraída deliberadamente de la aclamación que recibiría el emperador romano al entrar en una ciudad. Dios es superior a todos los gobernantes terrenales, y solo él es digno de adoración. ¡Este es un punto que aquellos que ejercen el poder hoy necesitan recordar desesperadamente! El agregado “Señor y Dios nuestro” es bastante similar a la aclamación del emperador romano Domiciano de este mismo título para sí mismo. No es el emperador sino Yahweh quien merece este título. La atribución de señorío a Dios (1:8; 4:8; 11:4; 16:7; 22:5, 6) y Cristo (11:8; 14:13; 17:14; 22:20, 21) es un tema principal de Apocalipsis, centrado en su señorío cósmico sobre la creación. El mérito de Dios como Señor significa que solo él debe recibir “gloria, honra y poder”. Los tres aquí provienen de 4:8, un himno al poder del Señor Dios Todopoderoso, y 4:9, los seres vivientes atribuyendo “gloria, honra y acción de gracias” a Dios. Funciona como una conclusión a la escena de adoración anterior. La gloria y el honor se refieren al ser y el carácter de Dios, mientras que el poder se refiere a sus acciones y resume su fuerza todopoderosa ejercida en cada parte de Apocalipsis. La segunda mitad del himno celebra el poder de Dios sobre la creación. “Tú creaste todas las cosas” introduce la teología de la creación que domina las Escrituras y se enfatiza a lo largo de este libro (vea Sal 19:1–2; 33:9; Is 40:28; Ef 3:9; Col 1:16; Ap 3:14; 4:11; 10:6; 14:7). Es el Creador quien ha hecho todas las cosas posibles, y la creación es su regalo amoroso para todos nosotros. En Romanos 8:19–22 la creación gime, anhelando ser liberada del dominio absoluto del pecado y la decadencia de este mundo malvado presente. En Apocalipsis, uno de los temas no es solo la redención final de los santos, sino también la libertad final y la liberación de la creación. El resto del himno se basa más en este tema. Como Dios es el creador de todo, cada parte de su creación deriva su propio ser de su voluntad. Literalmente, el griego se traduciría: “por tu voluntad fueron/tienen su ser”. Detrás de la creación está la divina providencia. En Romanos 4:17 y Hebreos 11:3, Dios por su mandato creó el universo de la nada; aquí se nos dice que el mundo está sostenido por su voluntad y será consumado y destruido a su orden expresa (2 Pedro 3:7, 10). Sin embargo, esa misma destrucción es una liberación, que da paso a la verdadera consumación en los nuevos cielos y la nueva tierra de Apocalipsis 21:1. Esta visión del trono celestial es ciertamente uno de los pasajes de adoración más magníficos de la Biblia. Hay tres propósitos principales: primero, nos dice que nuestra propia adoración se basa en la adoración celestial de Dios por parte de los seres celestiales. Cuando adoramos, Dios no está interesado en la calidad de nuestras voces sino en el estado de nuestro corazón. Podemos cantar fuera de tono, pero eso es irrelevante. Nuestra adoración es cósmica, y todo el cielo está adorando con nosotros (vea Heb 12:22). Segundo, aprendemos que el increíble esplendor de Dios está en contraste total con la llamada gloria terrenal de los gobernantes terrenales; la verdad del asunto es que cualquier gloria que poseamos es la gloria que compartimos al ser miembros de la familia de la Trinidad. Con demasiada frecuencia nos encontramos virtualmente adorando a estrellas del deporte, celebridades o políticos. La reina de Inglaterra o el presidente de los Estados Unidos deben inclinarse ante el trono del cielo al igual que el resto de nosotros. Finalmente, esta visión de la adoración celestial demuestra que el juicio de Dios visto en Apocalipsis 6–20 se basa en su santidad y obra redentora vista en Apocalipsis 4–5. Debemos

reconocer que Dios es Creador y soberano sobre su mundo. Cada vez que las personas eligen adorar a la creación en lugar del Creador, como en el culto imperial, es una blasfemia y debe conducir al juicio. No tenemos un equivalente al culto imperial en nuestros días, pero adoramos a la creación más que al Creador cada vez que vivimos para los placeres de esta vida más que para Dios.

LA VISIÓN DEL TRONO, PARTE 2 (5:1–14) La obra redentora del Cordero

La excelsa majestad de Dios en el capítulo 4 conduce naturalmente a la exaltación del Cordero y su obra redentora en el capítulo 5. Dios está “sentado en el trono” (4:2) y el Cordero está “en medio del trono” (5:6), lo que hace hincapié en su unidad: reciben adoración juntos. También hay una fuerte atmósfera del fin inminente, ya que el rollo aparece en la mano de Dios y espera a alguien que sea “digno” (4:11; 5:12) para abrirlo e iniciar los eventos finales. Juan llora porque hasta que se abra, este mundo del mal no puede llegar a su fin. El puro poder de la imagen de Cristo es abrumador a medida que se desarrolla. Jesús logra su victoria al darse a sí mismo como el cordero sacrificado que luego se convierte en el carnero vencedor que está en el centro del trono y es Dios mismo. Esto implica una transferencia de autoridad de Dios al Cordero, y el rollo no solo es el depósito del plan de Dios para terminar con este mundo, sino que también es un documento oficial que afirma el derecho del Cordero a gobernar.

La mano de Dios sostiene un rollo escrito por ambos lados (5:1) El que está sentado en el trono es el Rey de reyes, exaltado Señor del universo. Su mano derecha simboliza el poder y la autoridad, y el rollo está en él, es decir, yace en la palma abierta de Dios. El trasfondo es Ezequiel 2:9–10, donde un rollo con palabras de “lamentos, gemidos y amenazas” escrito por ambos lados está en la mano de Dios y se lo muestra a Ezequiel. Allí y aquí es un mensaje de juicio sobre aquellos que se han opuesto a Dios. Este tipo de rollo estaba hecho de tiras de papiro colocadas de extremo a extremo y pegadas, y fue la forma más popular de material de escritura durante tres milenios. Los rollos pueden tener hasta 9 metros de largo y normalmente se escriben en un solo lado. ¿Qué es este documento? Para responder a esa pregunta, debemos tener en cuenta tres cosas: es un rollo, está escrito en ambos lados y está sellado con siete sellos. Se han sugerido varias opciones para su identidad. Podría ser: 1. el libro de la vida del Cordero, con una gran cantidad de nombres lo que explicaría la escritura en ambos lados;

2. el Antiguo Testamento, con bendiciones y maldiciones que apuntan a las leyes del pacto; 3. una última voluntad y testamento centrado en la herencia de los santos, normalmente sellados con siete testigos; 4. un proyecto de ley de divorcio, que toma prestadas imágenes del Antiguo Testamento sobre la infidelidad de Israel; 5. una escritura de contrato doblemente inscrita, sellada con siete sellos y con el contenido escrito en la parte posterior; 6. un libro celestial que contiene el plan redentor de Dios y cómo Dios pondrá fin a la historia. Para que coincida con el fondo y el propósito del rollo aquí, una combinación de los dos últimos encaja mejor, con algunos aspectos del segundo. El contrato es el pacto entre Dios y la humanidad, y el mundo del mal se ha negado a cumplir las estipulaciones del pacto de Dios. Han rechazado su contrato con Dios y por eso están enfrentando las maldiciones del pacto. El resto del libro luego explica cómo se llevarán a cabo estas maldiciones y rastrea el juicio de las naciones. En este sentido, este contrato señala los eventos en el resto del libro que llevarán a cabo el plan de Dios. El plan redentor de Dios se hizo necesario por los efectos del pecado, y está anclado en el sacrificio expiatorio de Cristo en 1:5; 5:6, 12; 13:8. Los siete sellos apuntan a la plenitud, la plenitud del plan divino. Es perfecto y se revelará en el momento perfecto elegido por Dios. Los sellos deben abrirse como eventos preliminares para la presentación de este plan final.

¿Quién es digno de abrir el rollo? (5:2–5) En Ezequiel 2:10 Dios mismo abrió el rollo, pero aquí busca un agente, y Juan ve a un poderoso ángel que actúa como el heraldo enviado divinamente. El poderoso ángel, probablemente un arcángel, aparece en momentos críticos en Apocalipsis para presentar eventos clave: aquí, 10:1–2 (la segunda mitad de este rollo) y 18:21 (la destrucción de la gran Babilonia). Como heraldo real, trae una proclamación del Rey que solicita un agente digno para instigar los eventos. Como en 4:11 y 5:12, “digno” es un término clave; este digno agente será uno que pueda tomar el lugar de Dios para “abrir el rollo y romper los sellos”. Probablemente esto no sea un valor moral o espiritual sino una suficiencia inherente para representar a Dios. La autoridad está a la vista aquí más que la virtud. El problema (5:3) es que nadie “ni en el cielo ni en la tierra, ni debajo de la tierra” es digno de realizar la tarea. Esta división triple se refiere al conjunto de la creación. “Debajo de la tierra” probablemente no sea una referencia a los santos del Antiguo Testamento en la tumba; en todas partes en Apocalipsis la expresión es usada para referirse al inframundo, hogar de fuerzas demoníacas/ángeles caídos. Esto significa que ni los ángeles buenos ni los ángeles caídos, ni los santos ni los pecadores, tienen el poder o la autoridad (implicados en dynatai, “podrían” aquí) para abrir el rollo. Por lo tanto, Juan “llora mucho” (5:4) porque el rollo no se puede abrir. Llora porque su contenido, los eventos que terminarán con la historia humana y el reinado del mal no pueden tener lugar. El lenguaje transmite un dolor profundamente arraigado por lo que se

pierde, por los eventos que no se realizarán. El reino final de Dios no puede venir. Parece un punto muerto, pero uno de los veinticuatro ancianos proporciona una solución (5:5). Comienza diciéndole a Juan que no hay necesidad de tristeza. La gran victoria sobre los poderes del mal ya ha tenido lugar: “ha vencido” es lo primero en la oración para enfatizar. El Hijo de Dios ha provisto el evento redentor central de la historia en su muerte sacrificial en la cruz, y también es el verdaderamente “digno” para iniciar los eventos finales. Este es el mismo verbo que el que se usa para referirse al vencedor/victorioso en las siete cartas de los capítulos 2 y 3; significa que la victoria de Jesús es la base de nuestro triunfo. Dos versículos notables (5:5–6) sirven como pasaje de transición, ambos concluyen la sección de 5:2–5 y comienzan la sección de 5:6–10. En un nivel más amplio, estos versículos también pasan de la sección introductoria del libro (capítulos 1 al 5), presentando la sección central (capítulos 6–16) al mostrar cómo se pueden abrir los sellos, permitiendo así que los juicios de los sellos tengan lugar. De hecho, muchos comentaristas colocan estos capítulos con 6–16. Lo que vemos en estos versículos es una brillante mezcla de las doctrinas de Cristo y la salvación, repiten el mensaje de 1:5–6. Los temas clave de Apocalipsis se encuentran aquí. El versículo 5 contiene dos títulos: “el León de la tribu de Judá” y “la Raíz de David”, que provienen de los principales textos mesiánicos del Antiguo Testamento (Génesis 49:9; Is 11:10). El primero se refiere a Jesús como un león, el animal más mencionado en el Antiguo Testamento (150 veces). Génesis 49:9–10 ocurre cuando Jacob da su bendición patriarcal a Judá y profetiza sobre el futuro reinado de sus hijos mayores, David y Cristo, quienes como un león subirán y triunfarán (49:9) y recibirán un cetro y conjunto de gobernantes (49:10). Génesis 49:8 tiene un fuerte tono militar, representa “tu mano en el cuello de tus enemigos”. Entonces, Judá/Cristo es representado como un joven león que crece en fuerza, captura a su presa y regresa triunfante para reinar. Más tarde, el león es un símbolo del trono davídico en 1 Reyes 10:19–20 y de Yahweh como Guerrero Divino en Isaías 31:4 y Jeremías 50:44. Jesús ahora asume ese papel de Guerrero Divino y se convierte en el vencedor que triunfa. Este título celebra el poder militar del Mesías y la victoria sobre sus enemigos. Isaías 11:1 representa al Mesías que viene como un retoño y luego una rama que crece del “tronco de Isaí”. En 11:10 esto se convierte en un título: “la raíz de Isaí”, que se erige como “un estandarte para los pueblos”. El énfasis está en el surgimiento del Mesías davídico y el cumplimiento de las promesas mesiánicas. Sin embargo, también hay un aire militar en Isaías 11:4: “Destruirá la tierra con la vara de su boca”, usado en la literatura apocalíptica judía para la destrucción de las naciones. Juntos, estos títulos representan a Jesús como el Mesías real que lucha una guerra mesiánica contra el mal y los malhechores, con la cruz como el arma principal. Es esta victoria cósmica la que le permite abrir el rollo.

El cordero toma el rollo (5:6–10) La siguiente sección comienza con una de las imágenes cristológicas más magníficas de las Escrituras, y con 5:5 toma la forma de un quiasmo. En este quiasmo, las líneas A se relacionan con Jesús como el Mesías real conquistador y las líneas B se relacionan con su función redentora como el sacrificio por el pecado:

A Jesús es el León de Judá B El León se transforma en Cordero B′ El Cordero es sacrificado A El Cordero se transforma en el Carnero conquistador con los siete cuernos Cuando vemos al león convertirse en un cordero y no viceversa, nos damos cuenta de que Jesús no está esperando la victoria; él ya lo ha logrado a través de la cruz. El Día V en Apocalipsis no es Armagedón (16:16). Esa es simplemente la etapa final de una operación de limpieza. No, el día V tuvo lugar en la cruz. La victoria no se logró a través de las poderosas garras del león, sino por la rendición pasiva de la vida de Jesús como el cordero sacrificado. La gran victoria sobre Satanás ya ha ocurrido. La cruz es el centro de la historia. El Armagedón es la culminación final de una victoria ya ganada. El Cordero descrito (5:6–7) El cordero inmolado está “parado en medio del trono” con el Padre, rodeado de los seres vivientes y los ancianos angelicales. El Cordero es la figura central de Cristo y la salvación en Apocalipsis, lo que indica que él es el cordero pascual y el Siervo sufriente de Isaías 53:7. También tiene siete cuernos en 5:6b, lo que significa que no es solo un cordero sino un carnero vencedor; los corderos no tienen cuernos, pero los carneros sí. Esto agrega connotaciones militaristas: en 1 Enoc 90:9–12, el carnero con cuernos es un conquistador mesiánico que lleva al pueblo de Dios a la victoria. Entonces el Cordero de Dios es tanto el cordero sacrificial como el carnero militar; el segundo aspecto se enfatiza más adelante, especialmente en 6:16, que representa la ira del Cordero, y 17:14, que representa el triunfo del Cordero. A los siete cuernos se agregan “siete ojos”, explicados además como “los siete espíritus de Dios”, que representan el Espíritu Santo perfecto (vea 1:4; 4:5). Estos son “enviados por toda la tierra”. El Evangelio de Juan describe al Espíritu como enviado por el Padre y el Hijo para llevar a cabo su misión en el mundo (Juan 14:26; 15:26; 16:7). Aquí esa misión se extiende aún más para incluir aspectos de redención y juicio. Este es un tema principal en Apocalipsis. A pesar de que Satanás engaña al mundo (12:9), lo sigue (13:3; 16:14) y pronto será juzgado (3:10), sigue siendo el objeto del amor salvífico de Dios. Se le proclama el “evangelio eterno” (14:6–7), y las personas del mundo están llamadas al arrepentimiento (9:20; 16:9, 11). De hecho, en 11:13 algunos sobrevivientes del terremoto “dan gloria a Dios”; este es el lenguaje del arrepentimiento. La actividad del Espíritu en el mundo continúa durante los tiempos peligrosos narrados en este libro, y el objetivo sigue siendo el arrepentimiento. En 5:7, el Cordero toma el rollo mencionado en 5:1 como puesto en la mano derecha de Dios, enfatiza así el control divino de su contenido. Ahora hay una transferencia de autoridad soberana de Dios al Cordero que ya está en medio del trono (5:6). Esto se convierte en un tipo de escena de investidura cuando Jesús da un paso adelante, toma el rollo y se le da control sobre él. El Hijo, en este sentido, asume su manto real y demuestra que realmente es digno de tomar el rollo. El Cordero ahora ejecutará el plan divinamente ordenado y cerrará la historia.

Adoración al Cordero (5:8–10) La adoración a Dios en 4:8–11 ahora se reproduce en la adoración universal del Cordero, primero por los seres vivientes y los ancianos y luego de manera antifonal por todo el orden angelical. Cuando el Cordero toma el rollo, iniciando los eventos que serán lanzados con la apertura de los sellos, los líderes de adoración de la escena celestial caen ante el Cordero. La postración es la respuesta natural de los seres humanos y angelicales a la majestad de Dios y el Cordero. Cada ser celestial tiene dos cosas: un arpa y una copa dorada de incienso. El arpa, mencionada también en 14:2 y 15:2, es una lira con 10 ó 12 cuerdas, similar a una cítara, utilizada en la adoración del templo para acompañar los himnos. Agrega una atmósfera de alegría festiva a la adoración. La copa es un plato dorado ancho lleno de incienso sobre la mesa del pan de la proposición en el lugar santo del templo, junto con platos de oro, trastes y cántaros (Éxodo 25:29; 37:16). La libación, u ofrenda derramada, se vertía de una jarra a la copa. Los seres angelicales funcionan aquí como sacerdotes del cielo y presentan los sacrificios a Dios. El incienso en el Antiguo Testamento significaba el “olor fragante” del sacrificio y su aceptabilidad ante Dios. Aquí el incienso es “las oraciones de los santos”, como en el Salmo 141:2, donde el incienso simboliza la oración. Hay una conexión con las oraciones de Apocalipsis 6:9–11 y 8:3–4, por lo que las oraciones no son solo adoración, sino peticiones presentadas ante Dios por los santos martirizados por vindicación y justicia. Los juicios de las trompetas son la respuesta de Dios a estas oraciones. El grupo de adoración celestial procede a “cantar un cántico nuevo” (5:9). Cánticos nuevos son frecuentes en los Salmos, expresan una nueva adoración inspirada por las misericordias de Dios (Salmo 33:3; 40:3; 96:1; 98:1; 144:9; 149:1). En Isaías 42:10 el cántico nuevo es escatológico, anticipa la aparición del Siervo de Yahweh y “cosas nuevas”. Hay un nuevo tipo de canción para celebrar la llegada de la nueva era que pronto aparecerá. Hay tres partes en este cántico nuevo. Aclaman la dignidad del Cordero (5:9b), la obra salvífica del Cordero (5:9c) y los efectos para los seguidores del Cordero (5:10). El Cordero es digno de la misma manera que Dios en 4:8, respondiendo la pregunta de 5:2: “¿Quién es digno de romper los sellos y de abrir el rollo?”. El Cordero a través de su sacrificio pascual ha demostrado ser digno y ha tomado el rollo para abrirlo y desbloquear el historial final de esta era. Los seres celestiales están llenos de elogios porque la apertura de los sellos ahora puede tener lugar. El llanto de Juan ahora puede convertirse en alegría. Los efectos salvíficos son centrales en todo el libro y se repiten 1:5–6. En 1:6, el acto redentor fue que Jesús “nos libró de nuestros pecados con su sangre”, y aquí el énfasis es que Jesús con su sangre “compró personas para Dios”. Este lenguaje enfatiza la idea del rescate, que Jesús pagó un rescate para liberar a la gente de la esclavitud del pecado. En el libro, se enfatizan ambos lados de la redención: su sangre compró personas (5:9) para liberarlas del pecado (1:6). En su muerte sacrificial se hizo la mayor proclamación de emancipación en la historia humana. Hemos sido comprados de la esclavitud del pecado para que podamos entrar en un nuevo estado como esclavos de Dios y miembros de su familia, como lo eran los esclavos en el mundo antiguo. La fórmula cuádruple para las naciones (“cada tribu y lengua y pueblo y nación”) aparece siete veces en el libro y es una forma enfática de resaltar “todas las naciones” (vea 7:9; 10:11; 11:9; 13:7; 14:6; 17:15). La

iglesia es verdaderamente universal, y reúne a todas las naciones del planeta en una nueva comunidad de Dios. Los efectos de esta obra salvífica de Cristo (5:10) también se extraen de 1:6, y ambos provienen de Éxodo 19:6: “ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y una nación santa”. La iglesia cumple la promesa de que el pueblo de Dios sería tanto realeza como sacerdocio para las naciones de la tierra. Los santos son colectivamente una nación, e individualmente sacerdotes. Como reino forman el pueblo de Dios, el nuevo Israel experimenta un nuevo éxodo. Como sacerdotes, sirven a Dios en adoración y testimonio. Además, como realeza “reinarán en la tierra”, con un sentido inaugurado: reinarán ahora en el sentido de que pertenecen a la familia de Dios, aunque no lo parezca, y en el futuro su reinado con Cristo será completo y eterno (Apocalipsis 20:4; 22:5). Note la progresión de este tema: primero, Dios y Cristo reinan (11:15, 17; 19:6); luego los santos victoriosos “reinarán con él”, primero espiritualmente en el presente y luego literalmente durante el reinado milenario (20:4, 6); finalmente, los santos reinan por la eternidad en el cielo nuevo y la tierra nueva (22:5). La adoración del coro angelical (5:11–12) Toda la hueste angelical suma su voz a la adoración del Cordero. Este es el círculo concéntrico final alrededor del trono (con el arcoíris, los seres vivientes y los ancianos del capítulo 4). La inmensidad de su número se indica con “millares de millares y millones de millones”, extraída de Daniel 7:10, donde describe a los asistentes del Anciano de Días. Los griegos no tenían un número más alto que una miríada (10,000); Juan no podía concebir un número mayor, por lo que esto significa “un número que no se puede contar”, como se destaca en Deuteronomio 33:2; Job 25:3; Salmo 68:17; y 1 Enoc 14:22–23. Esta escena resalta aún más fuertemente la incomparable majestad y esplendor del Dios entronizado. El himno alude al tema central de 5:6, el Cordero sacrificado. Todos los eventos finales en este libro son simplemente la culminación del poder redentor puesto en movimiento por el sacrificio expiatorio del Cordero. Esta es la verdadera victoria sobre Satanás y los poderes del mal, y esta es la prueba absoluta de la dignidad del Cordero para poner en marcha la consumación de la historia humana al abrir el rollo. En la aclamación séptuple de 5:12, que se repite en 7:12, la adoración a Dios se extiende al Cordero. Los siete se pueden dividir en un patrón de cuatro que celebran los atributos de Cristo (poder, riqueza, sabiduría, fortaleza) y tres la adoración que de él resulta (honor, gloria, alabanza). Esta es otra escena que indica la investidura de Cristo en su posición como Señor y Mesías (vea 5:7). El “poder” se encuentra a menudo en las escenas de adoración, pero es el primero solo aquí entre los himnos, probablemente porque enfatiza el poder de la muerte sacrificial del Cordero para conquistar (5:5) los poderes del mal. La “riqueza” aparece en una escena de adoración solo aquí, pero se usa para contrastar la majestad de Dios/el Cordero con las falsas riquezas del mundo, destacadas especialmente en los capítulos 17–18. La “sabiduría” ve a Cristo como “la sabiduría de Dios” (1Co 1:24, 30; Col 2:3), posiblemente centrada en la sabiduría de la elección de Cristo de convertirse en el sacrificio ordenado por Dios por los pecados de la humanidad. La “fortaleza” es paralela al “poder” y enmarca los cuatro atributos al centrarse en la transferencia del poder del Señor

Dios Todopoderoso, el título principal de Dios en Apocalipsis, a Cristo. La Divinidad ejerce su poder soberano para cerrar esta era y vencer por la eternidad los poderes cósmicos. Los últimos tres términos describen nuestra respuesta apropiada de adoración al Cordero. “Honra” se combina con “gloria” también en 4:11 que representa la adoración a Dios, por lo que la exaltación y el honor de los cuales Dios es digno también se extiende al segundo miembro de la Deidad. Esta es una escena increíble, ya que todas las innumerables huestes del cielo rodean el trono y cantan su adoración a la verdadera gloria de Cristo, según el honor que merece. El término final, “alabanza”, se produce en la alabanza a Dios (7:12), al Cordero (aquí) y a los dos juntos (5:13): son uno que merece alabanza. Comunica la alabanza del Cordero y desarrolla una imagen de la bendición judía básica: “Bendito sea él” (Mateo 21:9; Juan 12:13). Esto proporciona una conclusión adecuada a la magnífica alabanza de todo el cielo dirigida al Cordero.

Cada ser adora al Dios entronizado y al Cordero (5:13–14) Ahora cada ser creado en el universo se une al anfitrión angelical para alabar a Dios y al Cordero juntos. Como en el Salmo 103:20–22, el movimiento de adoración fluye de los ángeles a toda la hueste celestial y a toda la creación. Es la culminación de la adoración de los capítulos 4–5, y muestra que el Dios que es digno en 4:8–11 y el Cordero que es digno en 5:8–12 son uno. “Cuanta criatura” se refiere no solo a los seres humanos, sino que también incluye todo el reino animal. La idea del universo como en 5:3 incluye seres del cielo, la tierra, el inframundo y el mar. Que el mar sea mencionado al final se ajusta al simbolismo de este libro, en el que el mar representa el mal y, por lo tanto, pertenece al inframundo. El agregado “a todos en la creación” enfatiza a todas las criaturas del cosmos: ángeles, humanos, demonios, así como pájaros, animales terrestres y criaturas marinas. Toda la creación participa en un homenaje a la Deidad a la luz del fin de la era. Incluso los demonios y los pecadores rinden homenaje al Rey conquistador, como en Filipenses 2:10– 11. El himno en sí mismo resume varios temas que ya se encuentran en los capítulos 4–5. Especialmente importante es la adoración a Dios con dos himnos en 4:8–11, la adoración del Cordero con dos himnos en 5:9–12, y la adoración de “el que está sentado en el trono y el Cordero” aquí. Esto está enfatizando la deidad de Cristo. Las acciones en el resto del libro serán realizadas por la Divinidad actuando juntos. Padre e Hijo terminan la historia juntos, habitan la nueva Jerusalén juntos (21:22, 23), y son adorados juntos por la eternidad. Esta es la tercera de las cuatro doxologías en el libro, con 1:5–6; 4:9; y 7:12. Los cuatro aspectos celebrados en esta doxología son aspectos de alabanza en los himnos anteriores. De hecho, los primeros tres ocurren en el himno anterior, pero en orden inverso, con “bendición/alabanza” antes de “gloria y honra”, posiblemente para resumir todas las escenas de adoración como escenas de alabanza. En otras palabras, Juan está repitiendo la adoración de escenas anteriores para encapsularlas aquí al final de esta increíble sesión de alabanza. Toda la adoración de estos primeros cinco capítulos culmina en este punto. “Poder” o “fuerza” proviene de 1:6 y reúne los dos términos para poder y fuerza en 5:12. Es el poder de Dios y el Cordero lo que ha provocado las acciones de este libro y producirá la victoria final para sus seguidores.

Oportunamente, el acto final ocurre cuando los seres vivientes que pronunciaron la primera canción de alabanza (4:8) cierran la adoración de 5:13 con “Amén”. Esto no solo concluye esta doxología única, sino que proporciona un final apropiado para todas las escenas de la visión del trono. Ocurre a menudo en Apocalipsis para cerrar la adoración y funciona como una afirmación de las verdades celebradas (vea Apocalipsis 1:6, 7; 3:14; 7:12; 19:4; 22:20, 21). Ante eso, los ancianos “se postraron y adoraron”, la respuesta adecuada a la presencia de Dios. La escena en el capítulo 5 reúne tanto la cristología como la adoración que ha tenido lugar hasta ahora. Cristo se convirtió en el León, el Mesías real, al convertirse en el Cordero inmolado. Su muerte en la cruz es el verdadero evento central de la historia humana, y a través de su sacrificio el cordero pascual se ha convertido en el carnero vencedor que pondrá fin al mundo del mal y marcará el comienzo de la eternidad. Esta escena de adoración celestial también es crucial cuando nos damos cuenta de que está ocurriendo al mismo tiempo que ocurre la persecución del pueblo de Dios en la tierra. La opresión de los santos tiene un aspecto de adoración, porque en nuestro sufrimiento estamos participando en el sufrimiento de Cristo (Filipenses 3:10; Col 1:24), y hay repercusiones redentoras cuando compartimos con él de esta manera.

LOS PRIMEROS SEIS SELLOS (6:1–17)

Antes de entrar en la sección central del libro, que trata sobre los tres septetos de juicios de los sellos, trompetas y copas, hay varios puntos preliminares que ayudarán a aclarar lo que están logrando estos juicios. Primero, los tres conjuntos se dividen naturalmente en grupos de cuatro y tres. Los primeros cuatro juicios caen sobre la creación terrenal de Dios y los últimos tres son juicios cósmicos sobre el trono del dragón/Satanás y sus secuaces, como es el patrón en los juicios de las trompetas y copas también. Segundo, los siete sellos son juicios preliminares que se preparan para las trompetas y copas. Estos dos últimos conjuntos se parecen mucho entre sí y reproducen las plagas egipcias, con un tema similar: refutar a los dioses terrenales y pronunciar el juicio divino sobre aquellos que se han vuelto contra el único Dios verdadero. En Apocalipsis, estos dioses terrenales son los poderes demoníacos que se han vuelto contra sus propios seguidores. En tercer lugar, existe un debate entre los intérpretes sobre la relación entre los sellos, las trompetas y las copas. Muchos creen que estos tres conjuntos de juicios deben entenderse como sucesivos, y el séptimo de cada conjunto abarca el siguiente conjunto, que fluye de él. En este caso, habría 21 eventos sucesivos durante la última fase de la historia humana, llamada “la gran tribulación” después de 7:14 (“los que están saliendo de la gran tribulación”). Un inconveniente de este enfoque es que no explica la repetición

exacta en el orden de las primeras cuatro trompetas y las primeras cuatro copas, que son paralelas entre sí en el progreso de los juicios terrenales a oceánicos, a agua dulce y a cuerpos celestiales (8:6–12= 16:2–9). Tampoco explica el hecho de que los sellos, las trompetas y las copas parecen terminar en el escatón. Es más probable que estos no sean eventos sucesivos sino tres ciclos paralelos que se recapitulan entre sí. Esto significa que simbolizan una serie de juicios en los que Dios derramará estas catástrofes naturales con mayor severidad a lo largo de este gran período de tribulación. También es importante recordar que los detalles de estas imágenes apocalípticas no están destinados a armonizarse entre sí. Deben tomarse tal cual, con cada visión como una unidad autónoma. Esto significa que, a pesar de nuestra curiosidad, no está claro cuán literales serán los juicios enumerados aquí. ¿Explotarán todos los volcanes de la tierra y se romperá un meteorito, caerá sobre todas las aguas continentales y las convertirá en sangre? Lo sabremos cuando tengan lugar. Si bien la forma exacta que tomarán estos eventos es misteriosa, el movimiento general apunta a una intensificación progresiva del juicio que afecta primero a una cuarta parte de las personas de las naciones (los sellos), luego a un tercio (las trompetas) y finalmente a todo (las copas) La naturaleza cíclica de estos tres conjuntos se desarrollará a medida que avancemos en el material de estos capítulos. Hay siete temas teológicos que atraviesan los tres septetos del juicio: 1. Estos juicios se derraman sobre los moradores/pecadores de la tierra, y los santos están exentos de ellos (3:10; 7:1–8; 9:4; 16:2). El énfasis está en la justicia de estos juicios. Los enemigos de Dios reciben exactamente lo que se merecen (16:5–7). 2. Estos juicios son la respuesta de Dios a las oraciones de los santos mártires por vindicación y venganza (6:9–11; 8:3–5). 3. La soberanía de Dios es un énfasis clave. Esto se ve en la frase repetida a menudo “se le dio”, que equivale a decir que es Dios quien da permiso (6:2, 4, 8; 7:2; 8:2, 3; 9:1, 3, 5; 13:5, 7, 14, 15). Todo lo que ocurre lo hace por permiso y autorización divina. 4. Mientras Dios es soberano, Dios no le ordena al mal que opere. El mal actúa por sí solo, cierra el círculo y se autodestruye (6:1–8; 9:1–19). 5. Existe una profunda sensación de depravación total, ya que los habitantes de la tierra, cada vez que se les da la oportunidad de arrepentirse, prácticamente siempre eligen rechazar a Dios y seguir el mal (9:20–21; 16:9, 11). 6. Aun así, el derramamiento de juicio tiene un propósito redentor y brinda una oportunidad final para arrepentirse. Esto es parte del tema de la misión en el libro (9:20; 14:6–7; 16:9, 11). En 11:13 vemos una sola instancia de arrepentimiento. 7. Hay un desmantelamiento progresivo de la creación a medida que el orden creado se sacude en los sellos, luego es derrotado progresivamente en las trompetas y copas, se prepara para la consumación final cuando este orden mundial será destruido (20:11; 21:1; vea 2Pe 3:7, 10).

Los primeros cuatro sellos revelan jinetes que salen al mundo (6:1–8) El Cordero, el digno de abrir los sellos, ha tomado el rollo. A medida que los sellos son abiertos, exponen e inauguran progresivamente el plan final de Dios para librar al mundo del mal. Sin embargo, estos son juicios preliminares, ya que el rollo no estará completamente abierto hasta que se hayan liberado los siete sellos. Cuando el Cordero abre cada uno de los primeros cuatro sellos, uno de los cuatro seres vivientes de 4:6–8 llama a los famosos “cuatro jinetes”, lo que demuestra que cada parte de estos eventos viene por orden del trono de Dios. El tema de esta sección es la depravación absoluta de la humanidad. Cada uno de los jinetes demuestra el descenso de la humanidad cada vez más profundamente en el pecado, y juntos muestran la naturaleza autodestructiva del pecado. Sin embargo, tres veces en esta sección Dios da autoridad a los jinetes (6:2, 4, 8), lo que muestra el poder absoluto de Dios sobre todo el proceso. Incluso las fuerzas del mal actúan solo con permiso divino. Estos cuatro sellos siguen el patrón de juicios presentados por Cristo en el discurso del Monte de los Olivos de Marcos 13 y paralelos, por lo que la enseñanza de Jesús fue una de las fuentes detrás de este capítulo. Otras fuentes incluyen Daniel, Zacarías y obras apocalípticas judías en general. Las imágenes de los cuatro jinetes están tomadas de Zacarías 1:7–11; 6:1–8, donde cuatro carros son llevados por caballos rojos, negros, blancos y grises moteados. Allí los carros recorren la tierra buscando “paz y descanso”, lo opuesto a la situación aquí. Allí los colores simbolizan los cuatro vientos; aquí está la muerte y la destrucción. Aquí, la acción procede de la lujuria por la conquista, a la guerra civil, al hambre, a la muerte. Dios no está derramando tanto su juicio como permitiendo que el pecado se castigue a sí mismo. Este es el verdadero camino de la depravación. El primer jinete: blanco (6:1–2) El Cordero digno que ha tomado el rollo de la mano de Dios ahora procede a abrir los sellos uno a la vez, actuando como el Juez divino que comienza el proceso del juicio. Todos los sentidos de Juan están involucrados cuando ve al Cordero, escucha la orden y luego escribe la acción. La voz es “como un trueno” (también 14:2; 19:6), evocando nuevamente la manifestación de Dios en una tormenta y las imágenes del Sinaí de 4:5–6. La identidad del primer jinete se ha entendido de diversas maneras. Algunos creen que su vestimenta blanca y una corona indican que él es Cristo, que regresará en un caballo blanco (19:11). Otros van en la dirección opuesta y toman la figura como el anticristo debido a los temas de la guerra cósmica y la conquista en 6:1–8, con los jinetes agentes demoníacos de Satanás. La segunda opción es más probable que la primera, porque la naturaleza malvada de la acción es bastante segura. Pero hasta ahora hay muy poca evidencia para concluir que este es el anticristo. La mejor opción es ver una imagen más general aquí, con todos los jinetes relacionados con el deseo humano por la conquista y sus consecuencias. Estas no son fuerzas cósmicas sino humanas. El jinete de cada caballo se describe como “sentado”, que representa la tendencia humana a sentarse en nuestros propios tronos, situándonos en el lugar de Dios (compárese con 4:2, 3, 9, 10).

La descripción del jinete se asemeja a los partos, una federación guerrera de tribus por el Éufrates, el límite oriental del Imperio Romano. Esta fue la única fuerza militar, aparte de los cartagineses bajo Aníbal, que derrotó a las legiones romanas dos veces (en 55 a. C. y 62 d. C.). Eran famosos por la destreza de su caballería y su habilidad para disparar flechas con precisión desde un caballo al galope. Dado que el jinete recibió una reverencia y salió a conquistar, esto proporciona un trasfondo natural. La corona de este jinete se referiría a su independencia de Roma. Sin embargo, esta imagen no es una referencia literal a los partos. Esta referencia proporciona antecedentes, no el significado del pasaje. Más bien, la imagen del jinete en un caballo blanco apunta a la propensión de los seres humanos pecadores a tomar cosas para sí mismos, al deseo de conquista. Lo que se representa es el camino de la depravación humana. El “conquistador empeñado en la conquista” introduce la gran guerra cósmica como el resultado final de la depravación de los seres humanos, asesinando y apoderándose de lo que no les pertenece. Sin embargo, tres veces en esta sección es Dios quien da autoridad a los jinetes (6:2, 4, 8). Incluso las fuerzas del mal actúan solo con permiso divino. El segundo jinete: rojo (6:3–4) Al igual que con el primer jinete, Cristo rompe el sello, el ser viviente da la orden y aparecen el caballo y el jinete. Nuevamente, la soberanía de Dios es evidente; esto no es solo juicio sino depravación humana en el proceso de cerrar el círculo. Con el segundo jinete, el deseo de conquista se convierte en guerra civil. La depravación humana se vuelve sobre sí misma y se autodestruye a medida que las personas se matan entre sí. El segundo caballo es rojo, del color del “gran dragón rojo” en 12:3, que simboliza el terrible derramamiento de sangre y la matanza que se produce. Dios le da al jinete tres cosas: la capacidad de quitar la paz de la tierra, hacer que las personas se maten entre sí y usar una espada para lograr este propósito sangriento. Dios está permitiendo al mal su libertad final para mostrar sus verdaderos colores y demostrar de una vez por todas por qué Dios debe destruirlo por la eternidad. La “la gran espada” es el símbolo del dominio romano: el ius gladii, “ley de la espada”. La guerra civil es connotada por la eliminación de la “paz de la tierra” y las personas que “se matan unos a otros”. Estas son las “guerras y rumores de guerra” predichos por Jesús en Marcos 13:7–8 y que caracterizan la historia humana. Este fue el mayor temor a las antiguas dictaduras. La guerra civil astilló el imperio de Alejandro Magno, y era lo único que temía Roma. Ningún ejército externo pudo derrotarlos, pero casi se autodestruyeron varias veces en su historia. Los ejemplos incluyen la dictadura de Sila en los años 80 a. C., las batallas posteriores a la muerte de Julio César que terminó con la República Romana en el 44–30 a. C., y especialmente los tres diferentes “emperadores” (Galba, Otón, Vitelio) quienes reinaron en 68–69 d.C. después del suicidio de Nerón. La guerra civil fue una tragedia repetida con frecuencia y un resultado constante del deseo humano por la conquista, ya que los conquistadores se enfrentaron entre sí. El tercer jinete: negro (6:5–6)

Los sellos tercero y cuarto denotan los efectos de la guerra, y el caballo negro significa la tristeza y el duelo causado por la hambruna. La balanza sostenida en la mano del jinete consiste en una barra de equilibrio con una báscula en cada extremo. Su propósito es garantizar la justicia, como se ve en textos del Antiguo Testamento como Proverbios 16:11: “Las pesas y las balanzas justas son del Señor”. La hambruna causó precios exorbitantes que llevaron al racionamiento de alimentos. Se mencionan dos ejemplos: suministros de granos y aceite/vino. La “voz” entre los seres vivientes proviene de la sala del trono y describe el dilema humano. El trigo y la cebada eran las dos principales fuentes de alimentos, y Roma anualmente daba una porción de grano gratis a los pobres para pacificarlos. El trigo era el mejor grano, y la cebada la comida de los pobres. Un denario era el salario de un día, y un litro de trigo era suficiente alimento diario para una persona. Esto significa que el salario diario de un hombre solo podría alimentarle a él mismo, no a su familia. Estos eran los precios del hambre, 10 o 12 veces la tasa normal. El aceite de oliva y el vino también eran productos básicos importantes. La orden de no dañar o afectar el aceite y el vino tiene varias interpretaciones. Primero, podría ser una indicación positiva de la justicia social, para proteger a los pobres de la explotación por parte de los ricos. En segundo lugar, podría tratar de proteger a las personas de la gravedad de la hambruna asegurando que el aceite y el vino se mantendrán disponibles. En tercer lugar, podría describir las terribles condiciones en el asedio de Jerusalén en el año 70, cuando prevaleció el hambre, pero un grupo de disidentes robó el aceite sagrado y el vino del templo para una fiesta de bebida. La mejor explicación es una combinación de los dos primeros. Esto puede ilustrarse a partir de un incidente del año 92, cuando Domiciano ordenó nivelar la mitad de los viñedos para aumentar la producción de granos durante una escasez de granos. Hubo tal clamor que tuvo que revertirse, porque entonces el suministro de aceite habría disminuido tanto que la hambruna habría empeorado y se hubiera prolongado. No podemos saber que esta haya sido la situación que dio lugar al texto aquí, pero es el tipo de evento que a menudo ocurría en las muchas hambrunas del primer siglo. El mensaje principal es la necesidad de proteger a la población que sufre de las decisiones inescrupulosas e insensibles de los poderosos en tiempos de tragedia. El cuarto jinete: amarillento (6:7–8) Este caballo es de color amarillento, usa el término griego para el color de un cadáver. El jinete se llama Muerte, con Hades ―la tumba― que lo sigue de cerca. El jinete trae pestilencia y muerte, y Hades lo sigue a pie, sacando los cadáveres de la tumba. La muerte y el Hades se personifican aquí como figuras demoníacas, como también lo están en 1:18; 20:13, 14. Esto significa que el círculo está completo: la guerra conduce a la guerra civil y produce hambre, pestilencia y muerte. Dios ahora les da a estas fuerzas malignas la autoridad para infligir un sufrimiento terrible en un cuarto de la humanidad. Estos desafortunados eran asesinados de una de las cuatro maneras. Los primeros tres resumen los cuatro sellos: la espada (los dos primeros sellos), el hambre (el tercero) y la peste/plaga (el cuarto). La mención de “fieras de la tierra”

en 6:8 se debe al Antiguo Testamento, Ezequiel 14:21: “¡Peor será cuando mande contra Jerusalén mis cuatro castigos fatales: la guerra, el hambre, las bestias feroces y la peste!”. Los animales salvajes se ajustan a las aves carroñeras que comerán la carne de los ejércitos muertos de la bestia en Apocalipsis 19:17–18. Las plagas sobre Israel de Ezequiel 14 se pondrán sobre las naciones aquí. El resultado es la muerte de una cuarta parte de la humanidad. En las cifras de hoy, esto sería un billón y medio, más que todas las guerras del siglo XX juntas. ¡Sería imposible enterrar tantos muertos! La muerte alcanzará a la malvada humanidad, y no escaparán del juicio de Dios. Además, han traído este juicio sobre sí mismos; de hecho, han sido los instigadores y la causa de todo el sufrimiento y la muerte. ¿Necesitamos alguna prueba más del horror del pecado y sus consecuencias?

El quinto sello revela a los santos martirizados (6:9–11) En los primeros cuatro sellos, el énfasis estaba en la muerte de las naciones, pero ahora la visión se vuelve hacia la muerte de los santos. Aparentemente, la espada dada a los ejércitos de las naciones en 6:4 se usó no solo para la guerra sino también para perseguir y martirizar a los creyentes. Ahora la escena cambia de los pecadores a los santos y de la tierra al cielo, específicamente el templo celestial. La idea del cielo como templo se usa a menudo en el Antiguo Testamento (Sal 11:4; Is 6:1; Hab 2:20), y en Apocalipsis se encuentra en 11:19; 14:17; 15:5; 16:7. El altar en Apocalipsis siempre está en el templo celestial (8:3, 5; 14:18). El juicio negativo de Dios fue enfatizado en los primeros cuatro sellos; ahora la justicia positiva de Dios se destaca. Lex talionis se ve a lo largo de Apocalipsis, tanto en términos de juicio sobre los pecadores como en la reivindicación de los santos perseguidos y martirizados. Al abrir el quinto sello, Juan ve las almas de los muertos “debajo del altar”. Esta imagen proviene del sistema de sacrificios, en el que la sangre de la víctima sacrificada se vierte debajo del altar. Estos mártires fueron sacrificados por Dios. No está claro si este es el altar del holocausto, favorecido por la imagen de la sangre derramada debajo de él, o el altar del incienso, favorecido por las oraciones pronunciadas. Sugiero que los dos se combinen en un altar en este libro. Como veremos en las escenas del altar, las ideas de sacrificio y oración funcionan como sinónimos, y parece que hay un altar en el cielo. Los creyentes han sido “sacrificados”, que es el mismo término usado para el “Cordero inmolado” en 5:6. Esto ha sucedido “por causa de la palabra de Dios y por mantenerse fieles en su testimonio”, una fórmula que también aparece en 1:2, 9 y 20:4, y está parafraseada en 12:17 y 14:12. El énfasis está en la participación de los fieles seguidores en la presencia de Dios a través de su testimonio. Los efectos continuos de su testimonio y obediencia a Dios llevaron a su martirio, un énfasis que continuará en 11:3–10. La respuesta de la iglesia a la oposición no es un vuelo pasivo sino un testimonio activo. Ahora los sacrificados están clamando a Dios por justicia. Esta es una oración imprecatoria, un grito de vindicación y venganza frente a los enemigos. Es similar a muchos de los salmos que se basan en las maldiciones del pacto (por ejemplo, Sal 12; 35; 52; 57– 59). Estos enemigos de Dios han rechazado deliberadamente y se han burlado de su pacto con la humanidad y se han vuelto contra el pueblo de Dios. Por lo tanto, han derramado

sobre sí las maldiciones de Dios, y los mártires están orando para que Dios cumpla estas promesas de vindicar a su pueblo y vengarlo. Como en Romanos 12:19, el punto aquí es que las víctimas no buscan venganza, sino que dejan esa venganza a Dios. Este énfasis también se ve en Lucas 18:7–8: “¿Acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche?”. Esta escena no es un punto bajo para la ética sino un punto alto para la justicia divina. La oración comienza inusualmente con “¿Hasta cuándo?”, una súplica angustiada de una gente que sufre y que está ansiosa por obtener respuestas. Sin embargo, también afirma la autoridad absoluta y el poder del Señor soberano que es “santo y veraz”, términos utilizados por Cristo en 1:5; 3:7, 14. Dios se dirige como el maestro de la creación, el Juez que corregirá un mal terrible. La pregunta no es si Dios juzgará a los opresores, sino qué tan pronto. La ruina de sus opresores es cierta, pero a los mártires les gustaría que fuera más temprano que tarde. La idea de “juzgar y vengar nuestra sangre” alude al Salmo 79:10: “vengar la sangre derramada de tus siervos”. El juicio sobre los pecadores también se ve como vengar la sangre del pueblo mártir de Dios. Este es un punto importante, ya que se puede ver en Apocalipsis 8:3–5 que los juicios de las trompetas y copas son en parte la respuesta de Dios a esta misma oración. Esto se repite en 16:5–7, cuando la conversión de los océanos y las aguas continentales en sangre recibe esta justificación: “ellos derramaron la sangre de santos y de profetas, y tú les has dado a beber sangre, como se lo merecen”. Este es un ejemplo de la lex talionis mencionada anteriormente: lo que han hecho al pueblo de Dios, Dios se lo hará a ellos. Dios responde a las oraciones de los mártires de dos maneras en 6:11. Primero, le da a cada uno una “ropas blancas”. Aquí, como en cualquier otro lugar en 3:4–5; 4:4; 7:9–17, estos indican un estatus alto, pureza y victoria. Los mártires han entrado en su recompensa, y Dios ha escuchado su súplica. La respuesta viene, pero en el tiempo de Dios, no en el de ellos. Deben “esperar un poco más”, ya que todavía hay eventos que sucederán antes de que se pueda asegurar la victoria final. Hay una sensación de expectativa inminente, pero se necesita paciencia. Satanás “sabe que su tiempo es corto” (12:12), y la demora prácticamente ha terminado (10:6). La orden de “esperar” contiene el significado de descansar y esperar. Con la ropa blanca de la gloria, descansarán en la gloria del cielo mientras esperan la consumación de la victoria de Dios a su favor. La referencia al “número completo” de mártires en 6:11 es un elemento clave en la expectativa cristiana primitiva, pero parece extraño para nuestros oídos modernos. Llamado “las aflicciones mesiánicas”, describe la creencia de que Dios en su soberanía había establecido un cierto número de mártires que aún no habían sido asesinados, una cierta cantidad de sufrimiento que experimentarían sus hijos, antes del final de la historia. Esto es a lo que se estaba refiriendo Pablo en Colosenses 1:24 cuando habló de completar en su carne “lo que falta de las aflicciones de Cristo”, con lo que quiso decir que sus sufrimientos ayudaron a completar la cantidad de sufrimiento mesiánico por ocurrir antes de que pudiera llegar el fin. Aquí, esto significa que Dios sabe que cada uno debe ser martirizado y los reivindicará a todos en el momento adecuado. El énfasis está en la omnisciencia de Dios y el control soberano de la historia, para que el sufrimiento de cada uno de nosotros sea parte de su plan perfecto. Esto no significa que Dios cause este sufrimiento; más bien, él sabe que se acerca y ha planeado usarlo para beneficiar a sus fieles y traerles la victoria.

El sexto sello revela el sacudimiento de los cielos (6:12–17) La respuesta de Dios al “hasta cuándo” de los mártires es rápida y firme, comienza con el siguiente juicio del sello. El final inminente de la historia se representa en el sacudimiento tradicional de los cielos que a menudo en las Escrituras señala el Día de Yahweh (vea Is 13:9–13; 24:19–23; 34:4; Ezequiel 32:6–8; Joel 2:30–31). En este momento, los mismos que han martirizado a los santos temblarán de miedo (Apocalipsis 6:15–17). La justicia de Dios es lo más importante, y él terminará este mundo y corregirá todos los errores a su debido tiempo. La organización del material es debatida, y muchos piensan que la tormenta aquí es preliminar, un preludio o anticipación de eventos futuros que en efecto advierte a las naciones de que hay más por venir. Sin embargo, como se dijo al comienzo de este capítulo, es mejor entender que los sellos, las trompetas y las copas siguen una disposición cíclica. La tormenta aquí, entonces, sería la misma tormenta que en el juicio de la séptima copa que tiene lugar al final de la historia humana (16:18–21). Entonces estas señales cósmicas anuncian el regreso de Cristo. En el punto culminante de cada conjunto de juicios, Dios lleva a este mundo a su fin, viene a juicio, en parte en respuesta a las oraciones de los mártires por justicia. Señales cósmicas (6:12–14) Cristo rompe el sello e inmediatamente estalla un terrible terremoto y tormenta. Esto va más allá de las señales localizadas alrededor del Sinaí, ya que toda la tierra y los cielos estrellados están involucrados. Hay tres “grandes terremotos” en Apocalipsis, aquí, 11:13 y 16:18, así como otros dos (8:5; 11:19). Este es un terremoto cósmico o universal que sacude los cielos y la tierra (Isaías 24:18–23). El terremoto del Sinaí justo antes de la entrega de los Diez Mandamientos es el modelo para todo esto (Éxodo 19:16–18; Sal 68:8), ya que significaba que el Dios santo venía en juicio (Jueces 5:4–5; Joel 2:10). El escatón es la liberación final del Sinaí, con la sacudida del cosmos como el iniciador de los eventos finales. En el discurso de Cristo en el Monte de los Olivos ocurre a su regreso (Marcos 13:24–27 y paralelos), y aquí también incluye el juicio sobre las naciones y la liberación final del pueblo de Dios. El efecto sobre los cuerpos celestes muestra que toda la creación está involucrada en la depuración del mal de este mundo. Este es también el punto de Romanos 8:18–22, donde la creación “gime” ansiosa por su liberación de la “esclavitud de la corrupción” que el pecado de la humanidad ha provocado. El oscurecimiento del sol y la luna es un presagio del juicio de la cuarta trompeta (8:12). “se puso negro como un saco hecho de pelo” era una tela gruesa y ancha que se usaba en tiempos de duelo, un símbolo natural de esta escena que se prepara para el terror mortal de 6:15–17 a continuación. La luna roja como la sangre es otra señal de juicio extraída de Joel 2:31, también utilizada por Pedro en Hechos 2:17–21, lo que hace que esta terrible profecía de fatalidad sea aún más poderosa. Este es un ejemplo de lo que podría llamarse “doble cumplimiento”: la profecía de Joel se cumplió primero en la venida del Espíritu en Pentecostés, y por última vez en el regreso de Cristo.

Las estrellas celestiales que caen a la tierra representan una enorme lluvia de meteoritos, derivada de Isaías 34:4: “Se desintegrarán todos los astros del cielo y se enrollará el cielo como un pergamino; toda la multitud de astros perderá su brillo, como lo pierde la hoja marchita de la vid”. En Isaías fue juicio sobre las naciones, y aquí esto se intensifica para abarcar el juicio final de todos los que han vivido. En esto, los cielos mismos se enrollan como un pergamino, “separarse” en griego, una imagen conmovedora del fin de este mundo. El universo se representa como un pergamino masivo que se enrolla, se separa y luego se vuelve a enrollar sobre sí mismo. En el bautismo de Jesús, los cielos se “separaron” (Marcos 1:10), lo que significa la llegada final del reino de Dios y el comienzo de los últimos días. Esto ahora completa esa imagen. Finalmente, las montañas y las islas son removidas, posiblemente por la intensidad del gran terremoto. Sin embargo, a la luz de su paralelo en Apocalipsis 16:20 (“Entonces huyeron todas las islas y desaparecieron las montañas”), lo más probable es que signifique la desaparición total de ambas. Como preparación para la destrucción del cosmos (2 Pedro 3:7, 10), el temblor de los cielos incluirá la desaparición de cada montaña e isla. Terror de los moradores de la tierra (6:15–17) Los tres versículos anteriores mostraron los efectos del juicio divino sobre el orden creado. Ahora, 6:15–17 muestra los efectos en los seres creados, en particular los habitantes de las naciones. Muchas películas, como Armagedón o Al filo del mañana, han tratado de retratar escenarios del fin del mundo, pero ninguna tan aterradora como los eventos de 6:12–14. No es de extrañar que la gente se encoja de miedo. Sin embargo, esto es aún más aterrador, porque ciertamente estos pecadores endurecidos también se darían cuenta de que el día del juicio ha llegado. Sin embargo, en esta escena también tenemos la respuesta de Dios a las peticiones imprecatorias de los mártires. Estas son las personas que los masacraron, y el momento de dar cuentas ahora está aquí. Los siete grupos de personas enumerados en 6:15, también en 19:18, aluden a la lista en Ezequiel 38:2–6 sobre la destrucción de Gog y Magog. Como en Ezequiel, estos grupos que han invadido y saqueado al pueblo de Dios están a punto de responderle. Los “reyes de la tierra” se refiere a los reyes vasallos que sirvieron bajo el emperador romano, y los veremos más tarde como “los reyes del este” que se unen al ejército de la bestia en 16:2, así como los 10 reyes de 17:12–14. Los príncipes, o nobles, son los funcionarios civiles, como los procónsules y los gobernadores que dirigen el gobierno; esta palabra se usa también de los mercaderes en 18:23. Los jefes militares son las tribunas militares que estaban en la cima del ejército romano. Controlaban “diez centurias”, o 1000 soldados. El resto de los grupos resumen las clases sociales: los ricos, los poderosos, las personas influyentes y los terratenientes, y finalmente el resto de la población, “esclavos y libres”. Los primeros cinco grupos son la élite poderosa que controla la sociedad, y los últimos dos son las clases bajas. Todos están unidos en pie contra Dios y, por lo tanto, son objeto de su ira. En esta escena, también están unidos en su abrumador miedo. Todas las distinciones sociales desaparecen a la luz del desmantelamiento del cosmos y la llegada del juicio de Dios. Dos factores inusuales marcan la enormidad de su terror (6:16). Primero, se “se escondieron en las cuevas y entre las peñas de las montañas”. Esta es una imagen frecuente

del Antiguo Testamento, usada por Lot en Génesis 19:30, de los reyes amorreos en Josué 10:16, de los ejércitos de Israel en 1 Samuel 13:6, de David en 1 Samuel 22:1, y especialmente del propio Israel debido al próximo Día de Yahweh en Isaías 2:10, 19, 21. Aquellos que están en rebelión y pecado tienen un deseo natural de huir de la ira de Dios. Segundo, suplican que las rocas caigan sobre ellos, para esconderlos del rostro de Dios. Nadie en su sano juicio aboga por ser enterrado en una avalancha; esto indica una locura virtual de miedo. El “rostro” de Dios es un símbolo de su relación con la humanidad: su rostro se vuelve hacia nosotros con misericordia (Nm 6:25–26; Sal 4:6) o se aleja de nosotros con ira (Lv 17:10; Sal 13:1). Aquí el juicio es primordial. “El que está sentado en el trono” aparece en los capítulos 4 y 5 y aquí se refiere al trono como la Bema o el tribunal del Rey de reyes. “La ira del Cordero” es una imagen sorprendente. Es lo opuesto al énfasis en el Cordero pascual que se convierte en el sacrificio expiatorio en 5:5–6, así como en el Cordero que está en medio del trono y es digno de adoración en 5:6a, 9. Ahora él es conquistador (5:5) y juez. Un cordero no exhibe ira; simplemente bala impotente. Pero este Cordero se ha convertido en el Carnero conquistador (5:6b) y está lleno de ira contra la humanidad pecadora; vea 11:18; 14:10; 16:19; 19:15. Esta es la única reacción posible de un Dios santo hacia un mundo consumido por el mal que rechaza su redención en Cristo. La razón de este terror absoluto es “porque ha llegado el gran día del castigo” (6:17). Esto reproduce los pasajes del Día de Yahweh del Antiguo Testamento, todos los cuales se centran en el juicio divino sobre una nación apóstata y sobre las naciones rebeldes (Joel 2:11, 31; Sof 1:14–16; Mal 4:1, 5). Esta es la culminación de todos los juicios en las Escrituras, y el gran día se refiere al tiempo del regreso de Cristo y la destrucción del mundo del mal. La pregunta natural a la luz de esto es: “¿Quién puede resistir?”. Esto reestructura el lenguaje de Joel 2:11 (“¿Quién lo podrá resistir?”), Nahúm 1:6 (“¿Quién podrá enfrentarse a su indignación?”) y Malaquías 3:2 (“¿Quién podrá mantenerse en pie cuando él aparezca?”). Cuando el Señor Dios Todopoderoso actúa en juicio, no habrá oposición. Nadie puede resistirlo, y tanto la reivindicación del pueblo de Dios como el juicio sobre sus enemigos caracterizarán el fin de este mundo. Los eventos de los sellos, trompetas y copas se llevarán a cabo como parte de los eventos finales de la historia. Es importante darse cuenta de que están dirigidos a los incrédulos y no al pueblo de Dios. Para los creyentes serán como las plagas en Egipto. Aquellos que sigamos vivos los veremos caer sobre los no salvos, y nuestra tarea será darles testimonio y tratar de llevarlos al arrepentimiento y a Cristo. Veremos que la depravación humana empeorará cada vez más, y muchos de nosotros seremos martirizados a medida que los incrédulos actúen su odio contra nosotros. En ese momento debemos saber que nuestra reivindicación y victoria están al alcance de la mano, porque Dios se encargará de que su justicia prevalezca.

LOS SANTOS EN LA TIERRA Y EN EL CIELO (7:1–17)

A lo largo de las escenas de juicio de los capítulos 6–16 hay tres interludios: 7:1–17; 10:1– 11:13; y 12:1–14:20. Estas son escenas que interrumpen el flujo de los sellos, trompetas y copas. Tienen múltiples propósitos: 1. los primeros dos interludios ocurren entre el sexto y séptimo sellos y trompetas y están estrechamente vinculados al sexto juicio que precede a cada uno. El tercer interludio (12:1–14:20) está separado y proporciona una transición de los juicios de las trompetas a las copas, lo que significa el gran conflicto entre el reino satánico y el pueblo de Dios. 2. Los sellos, trompetas y copas describen los juicios que les están sucediendo a los pecadores, mientras que los interludios proporcionan información sobre el lugar de los santos en la acción de este período. 3. Destacan aún más el reinado soberano de Dios durante todo el proceso; él está vigilando y protegiendo a los santos en cada etapa. Cuando consideramos la ubicación del capítulo 7, comenzamos con la pregunta que termina la narración de la apertura del sexto sello: “¿Quién puede resistir?”. Los moradores de la tierra o los pecadores no estarán de pie cuando caigan los juicios, pero los moradores del cielo o los santos permanecerán firmes porque llevan el sello de Dios. A lo largo del libro, hay un énfasis en la protección divina de los fieles seguidores de Dios. La promesa a Filadelfia en 3:10 de que Dios los mantendrá alejados de la hora de la prueba también se destaca en 8:13 (“¡Ay!” a los habitantes de la tierra, no a los santos), 9:4 (daña “sino solo a las personas que no llevaran en la frente el sello de Dios”), y 16:6, 19 (juicios solo sobre los enemigos del pueblo de Dios). Sin embargo, tenga en cuenta que están protegidos de la ira de Dios, no de la ira de la bestia. No sufrirán el derramamiento de juicio, pero sufrirán persecución, y muchos serán asesinados. Sin embargo, su sufrimiento es su victoria. Están protegidos espiritualmente pero no físicamente, sin embargo, sus aflicciones son parte de las “aflicciones mesiánicas” y están controladas por Dios para su propio beneficio. A menudo se piensa que hay dos grupos distintos en el capítulo 7: uno sellado en la tierra, que se refiere a los creyentes judíos (7:1–8), y el otro adorando en el cielo, tanto judíos como gentiles (7:9–17). Sin embargo, argumentaré a continuación que los 144.000 de 7:1–8 representan a toda la iglesia, no solo a los cristianos judíos, y es mejor en este contexto ver a los sellados en 7:1–8 como uno y lo mismo con los del cielo en 7:9–17. El propósito de este interludio es imaginar al pueblo de Dios siendo sellado en su conversión en la tierra y luego adorando a Dios en el cielo después de haber muerto. Son sellados como posesión de Dios y luego recompensados con regocijo celestial como el fruto de su trabajo por Dios.

Los santos son sellados como posesión de Dios (7:1–8) Deteniendo los vientos de la destrucción (7:1–3) En los juicios del sello del capítulo 6, está claro que los vientos de destrucción están reunidos, pero Dios no está del todo listo para proceder. Es necesario primero “sellar” a sus

hijos para protegerlos. En cierto sentido, esto es un recuerdo de su conversión, pero se presenta como una realidad global; están en un estado de ser sellados. Entonces, cuatro ángeles detienen los vientos de la destrucción hasta el tiempo de Dios para liberarlos. Estos ángeles están conectados con los de 9:14, aluden a Zacarías 6:5, que habla de “cuatro espíritus en el cielo” que recorren la tierra. “Cuatro ángulos” también era un idioma antiguo para cada parte de la tierra. A menudo, en el pensamiento apocalíptico, el clima cumple la voluntad de Dios. Fue el viento el que trajo las langostas en Éxodo 10:13 y convirtió el mar en tierra seca en Éxodo 14:21. En Jeremías 49:36, los vientos trajeron destrucción desde “los cuatro confines de la tierra”. Los ángeles son los guardias reales del cielo que “detienen” la destrucción hasta el tiempo de Dios. Aquí se impide que los vientos soplen sobre “tierra o mar o cualquier árbol”, el foco de los dos primeros juicios de las trompetas en 8:7–9. El viento caliente del desierto en Palestina era una metáfora frecuente del castigo divino (Jer 51:36; Os 13:15) y la fragilidad de la vida (Sal 103:16; Is 40:6–7). Estos vientos destruirían todo el comercio y el negocio marítimo, terminando así la vida como la gente lo sabía en el primer siglo. En la segunda parte de la visión (7:2–3) vemos por qué los vientos de destrucción han sido retenidos. “Otro ángel” parece poseer una gran autoridad, ya que él ordena a los cuatro ángeles y tiene en sus manos el sello de Dios. Llega desde el este, literalmente “del sol naciente”, aludiendo a Ezequiel 43:2, 4, en el que Dios entra al templo desde el este. Esto significa la efusión de las bendiciones y el poder del reino, en contraste con los poderes malvados que parodian a Dios y también vienen del este (9:14–15; 16:12). Este ángel también lleva “el sello del Dios vivo”, que representa al ángel como el heraldo divino que lleva el anillo del sello real, utilizado por los reyes y sus funcionarios para autenticar documentos, como en los sellos del rollo en los capítulos 5–6. El sello significaba propiedad, protección y privilegio; los gentiles veían a los que estaban sellados como pertenecientes a su dios patrón. El sellamiento de los santos es todo esto y más, lo que significa que el pueblo de Dios no es solo su “posesión preciada” (Éxodo 19:5; Deuteronomio 7:6; Mal 3:17; 1Pe 2:9) sino que también tiene el Espíritu Santo como su sello y garantía (Ef 1:13–14; 4:30; 2Co 1:22). Pertenecen al “Dios vivo”, el Dios del pacto que “nunca abandona o desampara” a su pueblo (Dt 31:6; Jos 1:5) y está obrando dinámicamente en sus vidas. Como en Romanos 8:14–17, esto representa al individuo en su conversión siendo sellado como esclavo/posesión de Dios y recibiendo el Espíritu. Este poderoso ángel grita en voz alta a los cuatro ángeles a los que se les había “permitido hacer daño a la tierra y al mar”. Esto es paralelo a los cuatro jinetes a los que se les había “dado poder para quitar la paz de la tierra” en 6:4. Con ellos, el desmantelamiento de la creación estaba a punto de comenzar, ya que el “daño” se indica dos veces para enfatizar. Pero ese inicio de la destrucción aún no había comenzado. La idea de “hacer daño a la tierra, el mar y los árboles” apunta hacia los primeros tres juicios de las trompetas y copas (8:7–11; 16:2–4) donde se lleva a cabo esta sentencia, pero ahora el énfasis está en la restricción, porque hay un propósito mayor en el trabajo: “sellar a los esclavos de Dios”. El Dios amoroso y personal estampará a su pueblo como suyo para protegerlo de la liberación de su poder destructivo, como se prometió en 3:10 (“te guardaré de la hora de tentación”). La demarcación de los santos como esclavos de Dios se ajusta a esta imagen,

ya que están marcados para su propiedad como posesión especial de Dios y están protegidos y son miembros de su familia, como lo eran los esclavos en el mundo antiguo. Los esclavos de Dios están sellados “en la frente”, una alusión a Ezequiel 9:4, un pasaje de juicio en el que aparecen seis ángeles guardianes, cinco para matar a los idólatras y el otro con un estuche de escriba para marcar a los que lloraban por la apostasía de la nación. La colocación en la frente lo convertía en una proclamación pública de que la persona pertenecía a Dios. Esa marca era la letra tav, la última letra del alfabeto hebreo, que en la escritura antigua aparecería como una X o T, que para los cristianos simbolizaría el nombre de Cristo o la cruz. Esto está en contraste directo con la marca de la bestia en 13:16, que denota a la persona como perteneciente a Satanás. Está claro que no hay término medio. Usted pertenece a Cristo o pertenece a Satanás, y eso determinará su destino eterno. Sellando a las doce tribus (7:4–8) La segunda parte de este pasaje tiene una introducción extraña: “oí el número de los que fueron sellados”. Posiblemente hay un enlace intencionado a 6:11, “hasta que el número… esté completo”, enfatizando el conocimiento previo de Dios de los sellados. Esto está de acuerdo con el número 144.000, el producto de 12 × 12 × 1000, que indica la integridad. Algunos han entendido a los 144.000 como cristianos judíos, los mártires en este período final de la historia, o la iglesia como un todo. La visión menos probable de estos tres es la de los mártires, ya que esto es demasiado limitante en la conexión entre 7:1–8 y 9–17. El énfasis debe estar en todo el grupo y no solo en una subsección, como en la “gran multitud de todas las naciones” de 7:9. Más difícil es la elección entre cristianos judíos y toda la iglesia. Ciertamente, la redacción parece ser judía, “de todas las tribus de Israel”, seguida de una lista de las 12 tribus. Aun así, hay otros factores que favorecen una referencia a la iglesia. A lo largo del libro, el énfasis está en todos los santos y no solo en los cristianos judíos. Por ejemplo, en 21:12–14 las 12 tribus en las puertas y los 12 apóstoles en los cimientos enfatizan a todo el pueblo de Dios como un cuerpo unificado. Ambos grupos se combinan en un solo grupo: la compañía de vencedores fieles. En el resto del Nuevo Testamento también, hay bastante material sobre la iglesia como el verdadero Israel: Jesús eligió a 12 discípulos para anclar los orígenes de la iglesia con el remanente justo entre Israel. La iglesia es “la simiente de Abraham” (Gálatas 3:29), “el Israel de Dios” (Gálatas 6:16), “la circuncisión (verdadera)” (Filipenses 3:3) y “un pueblo elegido” (1 Pedro 2:9). Entonces, el propósito es enfatizar la naturaleza integral de la iglesia y su continuidad con la gente del pacto del Antiguo Testamento. Existe algún acuerdo entre los estudiosos de que esto simboliza el ejército mesiánico. Toda la escena con los nombres y la numeración de las tribus tiene el aspecto de un censo, y en pasajes del Antiguo Testamento como Números 1 y 26 esto se hacía para determinar el tamaño del ejército y su personal en preparación para la guerra. La diferencia es que este ejército será un testigo militante en lugar de usar armas y llevará a cabo una batalla espiritual para conquistar al dragón y la bestia. Alcanzará la victoria a través del martirio; vea 12:11 y 13:7.

No hay una coincidencia exacta para esta lista de tribus en el Antiguo Testamento. Sin embargo, las 20 listas del Antiguo Testamento difieren notablemente, por lo que esto no es inusual. Los nombres aquí siguen el orden matriarcal como se ve en Génesis 35:23–26: 1. 2. 3. 4.

los hijos de Lea: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar, Zabulón; los hijos de Raquel: José, Benjamín; los hijos de Zilpá: Gad, Aser; los hijos de Bilhá: Dan, Neftalí.

Hay dos diferencias: Judá, no Rubén (el primogénito de Jacob), es el primero, probablemente porque el Mesías viene de Judá (Mateo 1:3; 2:6); y Manasés (hijo de José) reemplaza a Dan, indudablemente porque Dan cayó en la idolatría (Jueces 18; 1 Reyes 12). Entonces esto pretende ser una advertencia a los seguidores de la herejía nicolaíta (Ap 2:6, 15) y a otros cristianos débiles sobre los peligros de adorar a otros dioses. El énfasis, entonces, está en la integridad del pueblo de Dios como el ejército mesiánico de Cristo. Han sido sellados por el Espíritu como la posesión más preciada de Dios y protegidos espiritualmente, pero no físicamente, de los poderes del mal con el propósito de mantener un testimonio militante de Cristo. Deben llamar a las naciones al arrepentimiento y por su perseverante fidelidad al Señor derrotar al dragón, muchos a través de su martirio. Al regreso de Cristo, se unirán a los ángeles como anfitriones del cielo.

Juan ve una gran multitud en el cielo (7:9–17) Los santos que han sido sellados en la tierra se ven aquí en el cielo con las túnicas blancas de pureza y victoria. Este primer interludio muestra al pueblo de Dios al principio y al final de su viaje. El comienzo es su conversión cuando están sellados en 7:1–8, y el final está en el cielo delante del trono en 7:9–17. Celebran la gran victoria de Dios y del Cordero y luego se unen al ejército celestial mientras se regocijan en su victorioso surgimiento de la gran tribulación que termina con el reino del mal en la tierra. Escena de adoración (7:9–12) Los creyentes estaban numerados en 7:4–8 (y 6:11), pero ahora forman una multitud innumerable, toman su lugar con los santos de toda la historia en cumplimiento de la promesa a los patriarcas de que sus descendientes serían tan numerosos como las estrellas del cielo o la arena del mar (Génesis 15:5; 32:12). Se extraen de todas las naciones y lenguas de la tierra, lo que destaca una vez más la naturaleza universal de la iglesia. Aquí los santos triunfantes celebran su victoria tan fuertemente ganada por la intervención del Guerrero Divino. Esta escena podría tener lugar ya sea en el juicio final, cuando los santos reciben sus recompensas, o al comienzo de la eternidad en el cielo. Los santos están “de pie delante del trono y del Cordero”, quienes en una escena anterior estaban llenos de ira contra los moradores de la tierra (6:16). Esta frase se asoció con el juicio en el capítulo 6 y la recompensa en el capítulo 7. Esta es la primera vez que alguien que no sea un ser celestial ha aparecido ante el trono; aquí los “vencedores”, virtualmente un título en las siete cartas a las iglesias, se colocan en el lugar de honor para

recibir su recompensa. Se les dan túnicas blancas, las vestimentas dadas a los mártires en 6:11, y también ramas de palma, una señal de alegría en ocasiones festivas como la Fiesta de los Tabernáculos (Lv 23:40–43) o la Entrada triunfal (Juan 12:13). Como un triunfo romano, la victoria produce celebración y regocijo. La adoración de los vencedores (7:10) comienza con un fuerte himno de alabanza que ensalza la salvación que Dios les ha traído. En Apocalipsis, la salvación involucra el sentido de victoria y liberación del Antiguo Testamento (Sal 3:8; Juan 2:9; vea Apocalipsis 12:10; 19:1). Aquí alaban a Dios por su victoria sobre los poderes del mal y la liberación de sus seguidores sellados. Es su poder soberano, enfatizado en la frase “el que está sentado en el trono”, lo que libera a su pueblo. “Nuestro Dios” convierte esto en una fórmula de pacto: un clamor litúrgico que celebra al Dios del pacto como “nuestro Dios” que nos ha aceptado como su pueblo. Además, el Cordero está junto a Dios como Salvador de los santos. En 7:11 “todos los ángeles”, el círculo más externo alrededor del trono desde 5:11, se unen a la multitud de vencedores, y se unen una vez más con los ancianos y los seres vivientes del capítulo 4. Juan está recreando el increíble espectáculo de la sala del trono para que los lectores puedan captar la maravilla de su futuro con Dios. Este grupo está de pie con los vencedores, pero inmediatamente se postran ante Dios, como en 4:10; 5:8, 14. La función sacerdotal de los ángeles continúa mientras se postran una vez más y adoran a la Deidad. El himno que sigue en 7:12 tiene un patrón de siete veces similar a 5:12 y está enmarcado por “amén”, el único himno en la Biblia que lo hace. En este libro, “amén”, que significa “que así sea”, tiene una función litúrgica al afirmar los contenidos ante el Señor (1:6, 7; 19:4). El primer “amén”, entonces, afirma el himno de la multitud en el versículo 10, y el segundo cierra este himno. La alabanza séptuple contiene seis de los siete de 5:12, reemplaza “riqueza” con “acción de gracias”, extraída de la alabanza de los ancianos en 4:9. Lo que hace que esta lista de atributos sea diferente de los que se encuentran en 4:9, 11 o 5:12–13 es el contexto que celebra la gran victoria de Dios en el tiempo del fin sobre las fuerzas del mal. Es mejor ver dos pares de palabras en este himno: alabanza/acción de gracias y gloria/honor. Estos presentan las dos secciones en una nota de alabanza, produciendo un grupo de tres y otro grupo de cuatro: alabanza-gloria-sabiduría y gracias-honra-poderfortaleza. Los dos grupos alaban a Dios por su sabiduría y por su poder para liberar a su pueblo y hacerlos vencedores. Este himno agrega al primero en el versículo 12 que será una alabanza eterna (“por siempre y para siempre”), porque la eternidad ahora ha comenzado. Identificación de los santos por un anciano (7:13–17) Juan está confundido por esta visión, así que en 7:13 uno de los ancianos le hace una pregunta: ¿quiénes son estas personas y cómo llegaron aquí? Como a menudo en los escritos profético-apocalípticos (Dn 7:15–16; Zac 4:1–2), el anciano/ángel funciona como mediador e intérprete, explicando los símbolos clave a Juan. John, consciente de que el anciano tiene la intención de explicarle esto, simplemente dice: “Señor, ya sabe”, y espera la respuesta.

El anciano responde primero que estas personas han salido de “la gran tribulación”. Esto podría referirse de manera general a un intenso período de aflicción, pero con el artículo definido “el” es probablemente una frase técnica para los últimos eventos de la historia, se basa en Daniel 12:1: “Habrá un período de angustia, como no lo ha habido jamás desde que las naciones existen”. Se refiere a la guerra final del dragón y sus seguidores contra los santos en los capítulos 12 y 16. Como Dios ejerce su ira contra el mundo del mal, toma represalias con su propia venganza contra los seguidores de Cristo. Como en 13:7, Dios permite que el dragón durante este corto período de tribulación “conquiste” a los santos. En palabras de Jesús, esto resulta en terribles “días de tribulación como no la ha habido desde el principio, cuando Dios creó el mundo, ni la habrá jamás” (Marcos 13:19). Esta victoria no solo proviene del sufrimiento fiel de los santos, sino que se logra “por la sangre del Cordero” (vea 1:5; 5:6, 9; 12:11). Este es el sacrificio de expiación que proporcionó el pago del rescate para liberar a los santos del pecado (Ro 3:25; Ef 1:7). La sangre sacrificial de Cristo hizo posible que estos creyentes “han lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero”, una imagen extraída de la preparación de Israel en el Sinaí, donde lavaron sus ropas para la aparición de Yahweh al tercer día (Éxodo 19:10, 14) El Salmo 51:7 también dice: “Lávame, y seré más blanco que la nieve” (también Isaías 1:18). Aquí hay dos actores, Cristo y los creyentes, posiblemente incluyen tanto la salvación, que viene por la sangre, como la santificación, el crecimiento espiritual del creyente. El anciano luego pasa de la prosa a la poesía en 7:15–17. Los actos redentores de Cristo en 7:14 y la respuesta fiel del pueblo de Dios en toda esta sección de 7:9–14 han llevado a esta celebración de las recompensas otorgadas a los victoriosos. Hay tres partes en estos versículos: primera, está la presencia y el servicio de los santos ante Dios (7:15). Los santos victoriosos ahora entran en su relación eterna con Dios, en la cual se unirán a los ángeles como sacerdotes del cielo. Al principio, están “delante del trono de Dios”, como ya vimos en 7:9. Han superado sus aflicciones terrenales y ahora se les considera dignos de estar ante el trono. Esto es similar a Efesios 2:6: “Dios nos resucitó y nos hizo sentar con él en las regiones celestiales”. Esto a su vez se basa en Efesios 1:20: 2lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a su derecha en las regiones celestiales”. Este es el cumplimiento del Salmo 110:1, la profecía mesiánica primaria de la exaltación de Cristo (“El Señor le dijo a mi señor: Siéntate a mi diestra”). Todo esto significa que compartiremos la exaltación de Cristo. Ahora podemos compartir espiritualmente en la corte celestial, el lugar de poder y victoria, pero en Apocalipsis esto es cierto con carácter definitivo. Ahora el creyente se sienta con Dios en Cristo, ¡pero literalmente estaremos delante del trono! En este momento, los santos comienzan sus deberes celestiales, “y día y noche le sirven en su templo”. En este pasaje, el trono de Dios está en el templo celestial, se basa en la visión del Antiguo Testamento de que el trono de Dios estaba sobre el arca en el lugar santísimo. El verbo “servir” (griego latreuō) es un término rico que denota servicio y adoración, y ese es el objetivo aquí. El servicio de los santos a Dios es un acto de adoración, como lo es hoy también. Como en Apocalipsis 1:6 y 5:10, Cristo hizo de sus seguidores un sacerdocio real, cumpliendo Éxodo 19:5–6. La actividad sacerdotal en el cielo es la culminación del servicio terrenal. Pero este servicio sacerdotal es continuo (“día y noche”), mientras que en el templo de Jerusalén la actividad sacerdotal cesaba del servicio nocturno al servicio matutino.

En una bella imagen, el Dios entronizado los protegerá con su presencia, literalmente “extenderá su tienda sobre ellos” o “tabernáculo sobre ellos”. Dios “tabernáculo” trae la imagen de la gloria Shekinah (del hebreo shakan, “habitar”) cubriendo a su pueblo (Éxodo 25:8; 29:45; Zac 2:10; 8:3). Dios no solo protege a su pueblo, sino que lo cubre con su gloria. En el Nuevo Testamento, la gloria Shekinah de Dios habita entre su pueblo (Ro 9:23; 2Co 3:17–18; 12:9). No podría haber una imagen más fuerte de la presencia protectora de Dios cubriendo a los santos. Nunca más temerán ni experimentarán daño o aflicción. La segunda parte del himno del anciano es la eliminación de todo sufrimiento (7:16, 17c). Esto se deriva de Isaías 49:10, donde a los exiliados que regresan de Babilonia se les dice que “No tendrán hambre ni sed, no los abatirá el sol ni el calor”. Dado que el hambre y la sed a menudo eran señales de juicio divino (Dt 28:47–48; Is 8:21), esta es una señal de perdón y recompensa. Se satisfarán todas las necesidades de la vida; Dios está suministrando una vida plena y rica. Tampoco habrá más sufrimiento externo de la naturaleza, como la exposición al calor del sol, una referencia al siroco, el viento caliente del este del desierto y el abrasador sol del Mediterráneo. En nuestro hogar eterno, todas esas privaciones serán eliminadas, y los creyentes experimentarán solo gozo y paz. Esto se resume en 7:17c: “Dios enjugará toda lágrima de sus ojos”. Todo dolor y tristeza desaparecen para siempre. Mientras que algunos han limitado esto al duelo por el pecado y los errores, eso no se ajusta a este contexto. Estas son lágrimas de sufrimiento tanto por la persecución como por las aflicciones de la vida, extraído de Isaías 25:8: “el Señor omnipotente enjugará las lágrimas de todo rostro”. La parte final del himno del anciano presenta las acciones del Cordero y de Dios a su favor (7:17a–b). Hay un rico conjunto de alusiones en “el Cordero… los pastoreará”. En el Antiguo Testamento, Yahweh es “el pastor de Israel” (Génesis 48:15; Salmo 80:1), y como en el Salmo 23, esto representa a Dios guiando y protegiendo a su rebaño, llevándolo a pastos (Jr 50:19) y manantiales de agua (Sal 23:2). En Ezequiel 34:20–24, un futuro gobernante davídico pastoreará a Israel y unificará al pueblo de Dios. Aquí la imagen se invierte, y el Cordero se convierte en el pastor, cumpliendo todas las imágenes mencionadas anteriormente. El Cordero inmolado se convierte en el Carnero conquistador (Ap 5:5–7) y luego pastorea al nuevo Israel. El Cordero es el Buen Pastor que conoce a sus ovejas, las llama por su nombre, y al dar su vida por ellas les da vida (Juan 10:3, 11, 14). De este modo, Jesús se convierte en “el gran Pastor de las ovejas” (Heb 13:20) que está “en el centro del trono” y es “Dios de Dios”, como dice el Credo de Nicea. El mensaje del interludio en 7:1–17 debe entenderse en el contexto de los santos perseguidos y los mártires de Apocalipsis. Aunque odiado, opuesto y perseguido por las naciones del mundo, el pueblo de Dios ha sido sellado y le pertenece. Él los está vigilando y protegiendo. Incluso si la lealtad a Dios les cuesta la vida, esa será su victoria. Dios los reivindicará y estarán delante de su trono. Su misión habrá probado ser exitosa, ya que personas de todas las naciones y lenguas se presentarán ante Dios y el Cordero (7:9). Además, todo el cielo se regocijará con ellos y les dará la bienvenida a la eternidad; será una escena más allá de toda imaginación, y su adoración en el cielo resumirá toda la adoración de la historia y le dará un significado eterno. En las cinco décadas que he estado ministrando, cada década me han dicho que ha habido más mártires y más persecuciones de cristianos en todo el mundo que nunca. Si bien

los cristianos en los Estados Unidos se han librado de este nivel de oposición, la marea no parece estar a nuestro favor: nuestra propia nación se está volviendo cada vez más en contra de los valores cristianos. Sin embargo, este pasaje muestra que no importa cuán malo pueda ser para los seguidores de Cristo, todo valdrá la pena. La iglesia tendrá el privilegio de pararse ante el trono en absoluta alegría y unirse a los ángeles en la adoración sacerdotal; todo sufrimiento será removido y los santos serán vindicados; y el Cordero se convertirá en su pastor y los guiará a corrientes de vida.

EL SÉPTIMO SELLO Y LAS PRIMERAS CUATRO TROMPETAS (8:1–12)

Tanto el séptimo sello como los juicios de la séptima trompeta están separados de los primeros seis por un interludio. Una de las razones para esto es mostrar cómo el séptimo de cada uno está íntimamente relacionado con los juicios de las plagas que siguen. Esto es especialmente cierto aquí, donde los juicios de los sellos son preliminares y se preparan para los juicios de las trompetas y las copas. Con la ruptura de este último sello, el rollo ahora está completamente abierto, y el camino ahora está completo para los eventos inaugurales que terminarán con este mundo e iniciarán la eternidad. El silencio de este juicio es una expectativa silenciosa para que estos eventos finales tengan lugar.

El séptimo sello es abierto y revela un silencio en el cielo (8:1) Como hizo con los primeros seis, el Cordero digno abre el séptimo sello, completando la tarea que permitirá que comiencen los eventos del fin de la historia mundial. Sin embargo, cuando se abre el sello, sucede algo sorprendente. En lugar de la acción angelical, como en los sellos anteriores, se produce un silencio dramático que dura “aproximadamente media hora”. Hay varias interpretaciones diferentes de este silencio. Podría ser: 1. un silencio litúrgico antes de que las oraciones sean escuchadas; 2. un cese temporal de la revelación al final; 3. el silencio primitivo de la primera creación que regresa para la segunda recreación del mundo; 4. el silencio de los condenados mientras esperan juicio; o 5. una expectativa silenciosa que aguarda la intervención final de Dios. La respuesta es muy probablemente una combinación de varios de estos. El silencio ciertamente se prepara para las oraciones de 8:2–5, y como es el séptimo sello, existe una conexión definitiva con el inicio de los eventos finales. Principalmente, esta es una espera silenciosa que aguarda que se desarrolle el juicio de Dios; el rollo ahora está completamente abierto, y todo el cielo no puede esperar a que ocurran los eventos finales. ¿Por qué hay

silencio en este momento? Quizás porque 8:1–6 describe un acto de sacrificio, con el incienso y las oraciones del pueblo de Dios. Los sacerdotes realizaban sus sacrificios en silencio, con lo que enfatizaban el temor de estar en la presencia de Dios. El silencio aquí se suma a la atmósfera de adoración de la escena.

Los juicios de las trompetas son presentados (8:2–6) Los juicios de las trompetas fluyen del silencio en el cielo e inauguran los eventos finales. Recapitulan las plagas en Egipto de Éxodo 7–10, que tenían dos propósitos principales: demostrar la presencia soberana y el poder de Yahweh y mostrar la impotencia de los dioses egipcios. Las plagas constituyeron una lucha cósmica entre Yahweh y los poderes detrás de Egipto. La escena aquí agrega un punto adicional: los dioses eran poderes demoníacos, y la batalla era con Satanás y sus seguidores, las naciones. Además, aquí se agrega material del Sinaí, con el fuego y las tormentas, las aguas amargas y la atenuación de los cuerpos celestes. El énfasis no solo está en el juicio sino también en el arrepentimiento. Al igual que los juicios de las copas, estos prueban que el mal está condenado, pero también proporcionan un llamado al arrepentimiento (Ap 9:20–21; 16:9, 11). Estas plagas buscan convertir a las personas de la idolatría. Además, los juicios de las trompetas fluyen de las oraciones que ascienden a Dios y son aceptadas por él. En otras palabras, son las respuestas de Dios a las oraciones de los mártires en 6:9–11 por vindicación y justicia. El propósito de esta introducción en 8:2–6 es enfatizar el origen celestial de los juicios de las trompetas y mostrar que, al enviarlos, Dios está respondiendo a las oraciones de sus seguidores mártires en 6:9–11. La adoración en todo el libro de Apocalipsis produce juicio y alegría, porque Dios en su santidad se caracteriza tanto por el amor como por la justicia, y estos son aspectos interdependientes de su ser. Dios asegura a sus santos sellados que escucha sus oraciones y actúa en consecuencia. A lo largo de este libro, la adoración acompaña a los juicios divinos. La eliminación del mal de este mundo es un evento sagrado, y todos los seguidores de Dios, ángeles y humanos por igual, están llenos de alabanza por la destrucción de las fuerzas del mal. Los ángeles son los agentes del cielo y actúan en nombre de Dios. Los ángeles “de pie delante del trono” en 8:2 son sin duda los siete arcángeles de la tradición apocalíptica; en 1 Enoc 20:2–8 son nombrados como Uriel, Rafael, Raguel, Miguel, Saraqa’el, Gabriel y Remiel. Aquí se les dan siete trompetas, haciéndolos los heraldos reales que se utilizaban en tiempos de guerra (1Sm 13:3), en la dedicación del templo (2Cr 5:12), en la entronización del rey (1Re 1:34, 39) y a menudo en la adoración. La Mishná, una antigua fuente judía, nos dice que había 21 toques diarios en el templo, 48 en días festivos (m. Sucot 5:5), y la trompeta era el instrumento elegido para anunciar el escatón (4 Esdras 6:23; Mateo 24:31; 1Co 15:52; 1Ts 4:16). Después de que aparecen los ángeles con trompetas, otro ángel llega en 8:3 para dar el siguiente paso hacia el desbordamiento del juicio. Si bien algunos creen que es Cristo debido a su trabajo de mediación para llevar las oraciones a Dios, creo que es poco probable. Más bien, esto continúa la tarea sacerdotal de 5:8, donde los ancianos y los seres vivientes llevan copas de oro, o incensarios, de incienso con las oraciones de los santos. Este ángel se encuentra en el altar celestial, que, como en 5:8, combina el altar del incienso y el altar del

holocausto. Esto encaja con las imágenes aquí, ya que el incensario primero lleva las oraciones a Dios en 8:4 (la tarea del altar del incienso), y luego se llena de fuego cuando es arrojado a la tierra en 8:5 (la tarea del altar del holocausto). Estos no son dos altares separados, sino uno. El incensario era una sartén abierta que estaba hecha de bronce en el tabernáculo (Éxodo 27:3) o de oro en el templo (1 Reyes 7:50). Habría brasas del altar del holocausto y luego incienso para ofrecer oraciones ante el Señor (Números 16:6–7). El incienso combinaba tres especias aromáticas: resina y goma de gálbano de arbustos y árboles, esencia de moluscos de mariscos y olíbano, que también era una resina. Estos eran molidos en polvo y colocados frente al altar del incienso, simbolizando las oraciones del pueblo de Dios que ascendían a Dios (Salmo 141:2). El incienso se colocaría sobre las brasas en el incensario y emitiría humo que ascendía a Dios en su trono, junto con las oraciones del pueblo de Dios. Observe el contraste del humo aquí con el humo de 14:11 y 19:3, que representa el tormento de los malhechores. Aquí el humo es gozosa adoración; ahí está el juicio aterrador. En el templo, el incienso se colocaba sobre brasas en el incensario como parte de la ofrenda de la mañana y de la tarde, y el humo ascendente significaba que Dios aceptaba el sacrificio y las oraciones como una ofrenda de “olor fragante” (Éxodo 29:18; Lv 1:9; Números 18:17). Esa es exactamente la imagen aquí, ya que el ángel llena el incensario con fuego del altar, indicando que Dios está complacido, y luego lo arroja a la tierra. Con los ángeles, todo el cielo está íntimamente involucrado en asegurarse de que Dios reciba estas oraciones por la justicia. La respuesta de Dios es instantánea: los juicios de las trompetas comienzan como una respuesta a la oración. De esta manera, el ángel sacerdotal se convierte en un ángel vengador en 8:5. El simbolismo levítico de 8:3–4 se vuelve apocalíptico, ya que el fuego del altar es arrojado a la tierra y genera las tormentas del juicio. El incensario ya tenía carbones para traer humo del incienso en 8:3; ahora el ángel regresa al altar y toma un segundo carbón de fuego. Las primeras brasas hicieron que el incienso y las oraciones ascendieran a Dios; el segundo se convierte en un juicio ardiente, posiblemente aludiendo a Ezequiel 10:2–7, en el cual las brasas de fuego se toman del trono y se dispersan en Jerusalén. Luego, el ángel arroja el incensario en llamas a la tierra, y esto inicia otra tormenta de teofanía después de 6:12–14, nuevamente basado en las tormentas del Sinaí. Las tormentas que siguen al séptimo sello (aquí), la séptima trompeta (11:19) y la séptima copa (16:18) combinan terremoto y tormenta para significar el juicio sobre la tierra, el desmantelamiento de la creación que acompaña a la ira de Dios derramada sobre la humanidad pecaminosa. Los siete arcángeles recibieron trompetas en 8:2, y ahora se preparan para tocarlas. Las acciones del ángel sacerdotal en 8:2–5 están enmarcadas por la acción preparatoria que inaugurará el próximo grupo de siete juicios. El poder dramático de los sellos, trompetas y copas ahora se reanuda después del intervalo de 7:1–17 y los eventos de 8:2–5. El movimiento divinamente guiado hacia la consumación de la historia mundial y el comienzo de la eternidad comienza una vez más.

Las primeras cuatro trompetas son tocadas (8:7–12) Como se indicó anteriormente en 8:2–6, estas plagas de trompetas reproducen las plagas egipcias y, como ellas, están dirigidas contra la idolatría del momento. Esto incluye no solo al Imperio Romano sino también a los grupos pseudo cristianos como el culto nicolaíta de 2:2, 6, 14, 20. El propósito de las trompetas es demostrar la soberanía absoluta de Dios y proporcionar una oportunidad final para arrepentirse. Con cada juicio de plaga, una parte más del orden mundial experimenta una destrucción parcial, utiliza el mismo patrón 4 (juicio terrenal) ―2 (juicio cósmico) 1 (escatón) visto en los juicios de los sellos y copas, con un interludio entre la sexta y séptima trompeta (10:1–11:12). La intensificación del juicio continúa, con las trompetas destruyendo un tercio de la tierra después de que los sellos destruyeron un cuarto de la tierra. Primera trompeta (8:7) Con la primera trompeta, “granizo y fuego mezclados con sangre” aparecen en el cielo y luego son arrojados a la tierra, repitiendo la acción del ángel en 8:5, que arrojó el incensario ardiente a la tierra. Esto se basa en la séptima plaga egipcia (Éxodo 9:13–35), en la cual Dios envió granizo mezclado con relámpagos y truenos, la peor tormenta en la historia de Egipto, que destruyó toda la vegetación (Éxodo 9:18). El granizo como juicio aparece a menudo en el Antiguo Testamento (Jos 10:11; Job 38:22–23; Sal 78:47), pero aquí se agrega fuego mezclado con sangre de Joel 2:30–31: “En el cielo y en la tierra mostraré prodigios: sangre, fuego y columnas de humo”. Los dos a menudo se combinan en pasajes de juicio (Isaías 9:5; Ezequiel 21:32; 38:22) y podrían provenir de explosiones volcánicas en las islas del Egeo que se dice que vuelven el cielo rojo, o tal vez por la lluvia roja como la sangre debido a las partículas de polvo rojo del Sahara que todavía cae hoy. Como resultado, un tercio de la tierra y los árboles y toda la hierba se queman. ¿Por qué toda la hierba? Probablemente por efecto apocalíptico: nada escapará a este terrible juicio. Además, ¿cómo tiene sentido esto cuando en 9:4 se les dice a las langostas que no dañen la hierba? La clave es que las imágenes apocalípticas no son consistentes y no deben armonizarse sino tomarse como están. Cada visión es una unidad autónoma. La mayoría de nosotros hemos visto los terribles efectos de los incendios forestales, pero esto va más allá. ¡Imagine un tercio de la Amazonía y el Congo y todos los bosques de la tierra, ennegrecidos y muertos! ¿Cuánto durarían los bomberos y sus equipos en una devastación mucho más allá de lo imaginable? Segunda trompeta (8:8–9) Ahora un tercio de las aguas oceánicas se convierte en sangre, intensificando la primera plaga egipcia, que afectó al Nilo (Éxodo 7:14–21). Allí fue el equipo de Moisés el que causó el evento, pero aquí es “fue arrojado al mar algo que parecía una enorme montaña envuelta en llamas”. La idea de una montaña desarraigada y arrojada al mar tiene raíces en el Antiguo Testamento (Sal 83:14; Job 28:9; Jr 4:24; Ezequiel 38:20), y existe un paralelo cercano en

Marcos 11:23, donde Jesús dice que la verdadera fe puede ordenar que una montaña sea arrancada y arrojada al mar. El objeto como una montaña en llamas aquí puede ser un volcán o un meteorito en llamas, como en el próximo juicio de trompeta. Es difícil estar seguro. El contexto podría ser erupciones volcánicas del primer siglo como el Vesubio en el año 79, que enterró la ciudad romana de Pompeya, pero es mejor ver escenarios apocalípticos como los oráculos sibilinos 5:158–59: “Una gran estrella vendrá del cielo… y quemará las profundidades del mar y la propia Babilonia”. Esto se puede combinar con Jeremías 51:25, donde Yahweh condena a Babilonia: “Estoy en contra tuya… Extenderé mi mano contra ti; te haré rodar desde los peñascos y te convertiré en monte quemado”. Roma se llama “Babilonia” en 1 Pedro 5:13 y, a menudo, en Apocalipsis, por lo que es mejor tomar esto como una imagen simbólica de la destrucción de Roma, simbolizada como el imperio de la bestia en el capítulo 13. Cuando la montaña en llamas se arroja al mar, los resultados son particularmente devastadores. Roma dependía completamente del tráfico marítimo para todo su comercio y distribución de alimentos, por lo que esto fue aún más catastrófico de lo que parece a primera vista. No solo un tercio de todas las aguas oceánicas se convierten en sangre, sino que un tercio de toda la vida marina y los barcos también se destruyen. Las rutas marítimas se llamaban el alma de Roma, ya que casi todo el comercio y los artículos alimenticios llegaban en barco; las montañas del norte de Italia dificultaban el comercio de tierras. Entonces esto es aún más desastroso que la primera plaga; la civilización cesaría debido a un evento tan terrible. Aun así, es parcial (un tercio), lo que permite la posibilidad de arrepentimiento y reincorporación. Tercera trompeta (8:10–11) La plaga en las aguas continentales es otra alusión a la primera plaga egipcia. Esto es explícitamente un meteorito, ya que una “una enorme estrella, que ardía como una antorcha” atraviesa la atmósfera mientras cae a la tierra. Como en 6:13, las estrellas fugaces son frecuentes en lo apocalíptico para describir el temblor de los cielos y la intervención divina en los asuntos humanos. Aquí está “ardiendo como una antorcha”, un presagio del juicio ardiente que vendrá en el “lago de fuego y azufre ardiente” (19:20; 20:10, 14–15). Este meteorito en llamas cae sobre un tercio de los ríos y “manantiales de agua”, una mercancía preciosa en una tierra donde gran parte del agua proviene de manantiales naturales. Es una metáfora frecuente del don de la vida de Dios (Proverbios 10:11; 13:14; Jer 2:13) y la provisión de “agua viva” para tierra seca (Is 41:18; 58:11; Joel 3:18). Esta estrella tiene un nombre, “Ajenjo”, un arbusto de sabor amargo que era un símbolo de tristeza amarga (Pr 5:4) y de juicio y muerte (Jer 9:15). Cuando cae en las aguas continentales, un tercio de ellas se convierten en ajenjo y se vuelven amargas con muchas muertes. El ajenjo en sí no es venenoso, pero su frecuente asociación con la muerte y la tristeza lo convierten en un símbolo natural para él. La estrella de fuego convierte el agua en venenosa, un símbolo bíblico frecuente para juzgar el pecado (Dt 29:18; Jer 23:15). Esto es una inversión del milagro de Mara (Éxodo 15:23) cuando Moisés arrojó un trozo de madera en el agua amarga, volviéndola dulce. Claramente, este es un juicio que también destrozaría la civilización en nuestros días. ¡Es difícil imaginar que un tercio incluso de los

grandes lagos se vuelvan venenosos! Piense en las muchas historias de desechos contaminados en lagos y ríos multiplicados miles de veces. Cuarta trompeta (8:12) Esto replica la novena plaga egipcia (Éxodo 10:21–23) en la que Yahweh envió oscuridad sobre Egipto durante tres días, una oscuridad tan densa que nadie podía moverse. Aquí Dios golpea a las luminarias celestiales (en griego él “las plaga”). A diferencia del evento de éxodo, esta plaga es parcial y dura un tercio de cada día y noche. Todos los cuerpos celestes se ven afectados, el sol, la luna y las estrellas, y desaparecen por ese tiempo. Sin embargo, este no es un eclipse solar o eclipse lunar, porque la oscuridad será total durante esos períodos. Hay tres énfasis: día y noche son “iguales” (NVI “también”, griego “igualmente”) en estar sin luz; la oscuridad dura un tercio del día y de la noche; y la oscuridad es completa, no hay absolutamente ninguna luz. La oscuridad es un importante símbolo apocalíptico. En la creación, caracterizó el caos del mundo primario (Génesis 1:2), y en toda la Escritura representa el mundo del mal (Job 12:22; Juan 3:18–21). La oscuridad no solo es central en la novena plaga egipcia, sino también en el famoso episodio del “sol quieto” en Josué 10:7–14; Joel 2:2 describe el Día de Yahweh como “días de tinieblas y oscuridad” (también Sof 1:15), y la oscuridad como castigo divino es frecuente en escritos posteriores (1 Enoc 17:6, 63:6; 2 Enoc 7:1). Jesús describe el castigo eterno no solo como Gehena sino también como “oscuridad, donde habrá llanto y crujir de dientes” (Mateo 8:12; 22:13; 25:30) y describe los fenómenos cósmicos en su segunda venida como “el sol se oscurecerá y la luna no dará su luz”. La oscuridad aquí se prepara para el juicio de la quinta copa cuando el reino de la bestia queda sumido en “oscuridad” y sus seguidores “se mordían la lengua de dolor” (16:10). Como en las primeras cuatro copas, el propósito de estos cuatro juicios de trompetas es recrear las plagas egipcias para refutar a los dioses terrenales y mostrar que solo Yahweh está en el trono. La omnipotencia de Dios es probada al mundo, y la futilidad de todas las fuerzas desplegadas contra él es obvia. Cada juicio afecta una parte diferente de la vida: el mundo material (el primero), el suministro de alimentos, el negocio y el comercio (el segundo y el tercero), el calor y la luz (el cuarto). Estos juicios juntos demuestran que los moradores de la tierra, aquellos que viven solo para este mundo, han elegido tontamente, porque solo en Dios puede haber vida verdadera. Las cosas de este mundo siempre se volverán contra nosotros y nos dejarán insatisfechos y despojados. No nos atrevemos a depender de ellos.

EL QUINTO Y SEXTO JUICIO DE LAS TROMPETAS (8:13–9:21)

Estos juicios de las trompetas son únicos como los únicos juicios precedidos por advertencias proféticas de “ay”. Los primeros cuatro se centraron en el desmantelamiento de la creación, pero estos son de alcance cósmico, centrados en los poderes demoníacos que se vuelven contra sus propios seguidores. Aquellos estaban dirigidos a la naturaleza; estos están dirigidos a las personas. Como en los primeros cuatro sellos, Dios no necesita enviar él mismo estos juicios; él simplemente desata las fuerzas del mal para causar estragos. El tema una vez más es el poder autodestructivo del mal. Además, cada uno de los dos juicios en este capítulo es dos veces más largo que las primeras cuatro trompetas (8:6–12) juntas. Probablemente, la razón es que estos agregan un componente esencial al mensaje teológico, demuestran a los pecadores que los falsos “dioses” que adoran son demoníacos y no son sus amigos. De hecho, ¡sus dioses solo quieren torturarlos y matarlos!

Un águila anuncia el primer “ay” (8:13) El tema del juicio se ve acentuado por el anuncio realizado por una de las aves carroñeras que será invitada a la “gran cena de Dios” en Apocalipsis 19:17, 21. Esta sección comienza de manera ligeramente diferente a las otras, incluye “observar y oír” para enfatizar el mensaje del ave. El ave podría ser un águila o un buitre, pero la primera es más probable, ya que es un símbolo bíblico y un símbolo de Roma: un águila estaba en el estándar romano. También era conocida por su tamaño, fuerza y velocidad, y era el ave rapaz más importante en esa parte del mundo. En todas las culturas antiguas, las águilas eran mensajeras de los dioses, y en Apocalipsis las águilas representan la grandeza, el poder y un presagio de juicio (4:7; 12:14). El énfasis en el águila “que volaba en medio del cielo” muestra que el mensaje se transmite en todo el mundo desde un punto intermedio entre el cielo y la tierra. Los otros dos anuncios de lugares en medio del aire son 14:6 (el “evangelio eterno”) y 19:17 (las aves carroñeras llamadas a la “gran cena de Dios”). El énfasis en los tres es la visibilidad e importancia del evento. Los seres humanos deben elegir entre el evangelio y el mensaje de juicio. Su decisión determinará su destino eterno. El mensaje del águila domina el capítulo 9. El triple “ay, ay, ay” es el anverso del “santo, santo, santo” de 4:8: la santidad suprema de Dios que define su carácter debe producir el terror máximo de la malvada humanidad cuando enfrenta su ira. La santidad de Dios exige juicio, porque el pecado es abominación y debe ser destruido. El griego ouai (“ay”) puede ser onomato-poético, parecido a los sonidos que hace un águila. El trasfondo de esto es sin duda los lamentables oráculos de los profetas que representan la ira y el juicio de Dios contra aquellos que lo han dejado (Is 5:8–9; Amós 6:1–2; Hab 2:9–10). No representa tanto el dolor como el terror, ya que anuncia el “desastre” por venir y denota el horror total que sienten los que lo enfrentan. Una vez más, los “moradores de la tierra”, o habitantes de la tierra, son aquellos que se han alejado de Dios y viven completamente para las cosas de este mundo. Son los objetos naturales de la ira de Dios.

Los primeros “ay” acompañan la quinta trompeta (9:1–11)

El primero de los juicios del “ay” habla de una invasión aterradora de escorpiones-langosta sobrenaturales de los pozos del infierno (el Abismo) que acumulan tortura en los habitantes de la tierra durante cinco meses. Hay dos puntos principales: primero, los demonios se vuelven contra su propia gente y muestran un desprecio absoluto y una crueldad incomparable al torturar a sus mismos adoradores. Segundo, Dios tiene el control completo y está orquestando todo el evento. Al hacerlo, Dios prueba una vez más su justicia y la necesidad de la destrucción del mal. La estrella-ángel descendente que abre el abismo (9:1) Es difícil identificar si este ángel descendente es bueno o es caído. Muchos creen que esta “estrella que cae” se refiere a una figura demoníaca, tal vez el mismo Satanás (si se identifica con “el rey… el ángel del Abismo” en 9:11), ya que está “caído del cielo” como en 12:5–7, donde el dragón es arrojado a la tierra. La literatura apocalíptica judía a menudo aplica Isaías 14:12–14, donde se describe al rey de Babilonia como la “estrella de la mañana… arrojada a la tierra”, para Satanás. Por lo tanto, sería natural tomar esta estrella que cae como un ángel caído. Sin embargo, es igualmente viable tomar esto como un buen ángel. En ningún otro lugar de Apocalipsis Dios usa un ángel malvado para ejecutar su voluntad, con la posible excepción de 17:16–17, y es difícil concebir que Dios confíe la llave del Abismo al habitante principal de la prisión demoníaca. Si entendemos el verbo como “descender” en lugar de “caer”, la acción del ángel aquí sería paralela a la del ángel que desciende con la llave del Abismo en 20:1 para atar al dragón. Creo que estos son el mismo ángel, lo que significaría que las acciones en 9:1 y 20:1 enmarcan el período que Dios le ha dado a Satanás y al anticristo para actuar en este período final de la historia. Esta actividad del tiempo del fin abarca el período del imperio de la bestia del capítulo 13 y el período de “gran tribulación” de 3 años y medio mencionado en 7:14. Entonces el ángel aquí es otro heraldo enviado del cielo para hacer la voluntad de Dios. Este ángel recibe una llave, otra aparición del verbo que designa el control soberano de Dios sobre la acción. Esta llave particular es “del pozo del Abismo”. La imagen del Abismo proviene de las profundidades sin fondo del océano, y se convirtió en un idioma para el lugar de los muertos (“las profundidades de la tierra” en Sal 63:9; 71:20) y el “hoyo” o prisión para los ángeles caídos (1 Enoc 10:4–6, 18:9–16; 2 Pedro 2:4; Judas 6). En Apocalipsis es una prisión cerrada, y cuando se abre, el humo y la bestia emergen (Apocalipsis 9:2; 11:7). El pozo es el hoyo o el hueco que desciende al lugar mismo de la prisión. Plaga de langostas del abismo (9:2–6) Cristo tiene control sobre el Abismo, y como su representante, el ángel inserta la llave y lo abre. Esto desencadena una enorme columna de humo que se eleva como la de un horno gigantesco. Esta es una imagen frecuente en las Escrituras, que tiene lugar cuando Dios desciende al Monte Sinaí (Éxodo 19:18; Salmo 144:5). En otros lugares, la ira divina se describe como “por la nariz echaba humo” (2Sa 22:9; Sal 18:8). Esta imagen describe la destrucción de Sodoma y Gomorra (Gn 19:28) y el Día de Yahweh (Joel 2:30). Aquí también

significa un acto de Dios, una señal de su ira y la destrucción venidera. Está conectado con Gehena y apunta a los fuegos del infierno (Apocalipsis 19:20; 20:10, 14, 15). El humo es tan denso que oscurece el sol y el cielo, hace eco de la cuarta trompeta (8:12) y Joel 2:10, donde el sol y la luna se oscurecen en el día de Yahweh. Del humo denso, las langostas caen a la tierra (Apocalipsis 9:3). Los enjambres de langostas son conocidos por la devastación que causan. Un enjambre en 1866 tenía 6 km de largo y 30 m de espesor. Un enjambre en 1915 en Palestina oscureció el cielo durante cinco días, devastando completamente la tierra. Esta escena recuerda la plaga de langostas de Joel 1:2–2:11 y también la plaga de langostas en Egipto, llamada la peor en la historia pasada o futura (Éxodo 10:14). Las plagas de langostas eran frecuentes en el Antiguo Testamento como una señal de juicio divino (Dt 28:38–42; Jer 46:23; 51:14), y en Joel 1–2 una plaga de langostas es un presagio del Día de Yahweh. A medida que ascienden del Abismo, paralelan el ascenso de la bestia en 11:7; 13:1; 17:8. Este evento va más allá de las imágenes de langostas del Antiguo Testamento. Las langostas normales solo comen vegetación y no persiguen a las personas, pero aquí Dios no permite que estas langostas coman vegetación (9:4). En cambio, se transforman en criaturas “como escorpiones” y lastiman a las personas, no a la hierba o los árboles. La vegetación ya ha sido el foco del juicio de Dios en el juicio de la primera trompeta (8:7); estas están dirigidas a la humanidad. Además, estas criaturas no son insectos naturales, sino que salen del Abismo, por lo que son demoníacas por naturaleza. Los escorpiones están muy extendidos en el mundo mediterráneo. Su picadura es bastante severa, incluso mortal para niños pequeños. Eran una metáfora del castigo terrible (1 Reyes 12:11, 14) y símbolos de poderes demoníacos (Lucas 10:19 y aquí). Aquí solo pueden dañar a los pecadores, aquellos sin el sello de Dios, no a los santos, como en las plagas de Egipto (Éxodo 8:22–23; 9:4, 6; 10:23). El pueblo de Dios está protegido del derramamiento del juicio divino (Ap 3:10; 7:1–8). Solo aquellos que han rechazado su oferta de arrepentimiento (9:20–21) están sujetos a esta represalia divina por lo que han hecho al pueblo de Dios (6:9–11; 8:2–5; 16:5–6). Tienen la marca de la bestia (13:16), no el sello de Dios. Sin embargo, como en Apocalipsis 6:1–8 y 13:5–8, “se les da” autoridad/poder (exousia griega significa ambos) para su nefasta tarea. Dios es quien les da autoridad sobre los habitantes de la tierra y el poder de infligirles daño. Incluso los poderes cósmicos no pueden hacer nada a menos que Dios lo permita. Satanás no tiene autonomía de Dios y no puede hacer lo que quiera. No se les permite matar a nadie; eso ocurrirá en el próximo juicio de la trompeta. Aquí, solo pueden infligir lesiones graves (“tormento” o “tortura”) a los no salvos (9:5) durante cinco meses. Esto era tanto la vida útil de una langosta como el período de cosecha entre la “lluvia temprana y la tardía” (abril a agosto) cuando las langostas tienden a aparecer. Los enjambres de langostas ordinarios duran solo unos pocos días, pero este es un evento sobrenatural y constituye un ataque demoníaco. Se hace hincapié en el tormento o la agonía que sufren los habitantes de la tierra, un presagio del dolor que se experimentará en “el humo del tormento” del lago de fuego eterno (14:10–11; 20:10). La agonía tortuosa se produce cuando son picados una y otra vez durante cinco meses. La picadura del escorpión es varias veces más poderosa que una avispa, y es difícil imaginar picaduras

múltiples todos los días durante cinco meses. ¡Una persona estaría completamente incapacitada durante todo ese tiempo! La desesperación causada por tal tormento se ve en la declaración de que las víctimas “desean morir” y “buscan la muerte”. El verbo “desean” casi podría traducirse “anhelan la muerte”, y describe una demanda inflexible de que se les permita suicidarse. Aquí hay una gran ironía: tomaron la vida de los mártires en 6:9–11, y ahora quieren quitarse la vida. Hay cinco suicidios en el Antiguo Testamento: Abimelec (Jue 9:54), Saúl (1Sa 31:4), su escudero después de su muerte (1Sa 31:5), Ahitofel (2Sa 17:23), y Zimri (1Re 16:18). Job contempló el suicidio, pero decidió no hacerlo (Job 7:15). En el mundo romano era una muerte honorable, pero en la Biblia constituye el asesinato de uno mismo. Sin embargo, Dios no les permitirá morir hasta el momento adecuado, en la segunda invasión demoníaca del próximo juicio. Esto nuevamente es lex talionis, la ley de retribución. Han torturado y asesinado al pueblo de Dios, y ahora Dios permitirá que los demonios devuelvan el favor a sus propios seguidores. Los demonios están más que felices de hacerlo. En los Evangelios está claro que los demonios poseen personas para torturar y matar a los que están hechos a imagen de Dios, que es su forma de vengarse de Dios (Marcos 5:1–20; 9:14–29). Lo hacen nuevamente aquí; esta es su verdadera naturaleza. Descripción de las langostas (9:7–8) Esta es una imagen apocalíptica compleja, porque Juan combina las langostas y los escorpiones con los caballos y guerreros de un ejército invasor. Estas criaturas son sobrenaturalmente grandes e increíblemente temibles, y extraen imágenes de Joel 1:6–7 y 2:4–5 (“Una nación [con]… dientes de león… aspecto de caballos… estruendo como el de carros de guerra, como el crepitar del fuego al consumir la hojarasca. ¡Son como un ejército poderoso en formación de batalla!”). Su apariencia general es “como caballos preparados para la batalla” de Joel 2. La cabeza de una langosta se asemeja a un caballo, y los antiguos caballos de guerra eran realmente feroces, como se ve en Job 39:19–25, utilizado en la película Secretariat: “¿Le has dado al caballo su fuerza?… ¿Eres tú quien lo hace saltar como langosta, con su orgulloso resoplido que infunde terror?”. El agregado “preparado para la guerra” muestra la naturaleza de estos dos juicios de las trompetas: los demonios van a la guerra contra sus propios seguidores. De la imagen general, Juan procede a proporcionar los detalles, pasa de la cabeza a la cara, el cabello, las corazas, las alas y finalmente las colas. Las “coronas como de oro” en sus cabezas pueden parecerse a las puntas amarillas de las antenas de una langosta, pero se usan principalmente como un símbolo del conquistador victorioso. Este es el griego stephanos, la corona que ganaba el vencedor en una competencia atlética o una escaramuza militar; a menudo la usaban Domiciano y otros emperadores. En Apocalipsis la usan los ancianos angelicales (4:4), Cristo en su Parusía (14:14) y los santos victoriosos (2:10; 3:11; 12:1). Para estos poderes demoníacos, esta es una corona pretenciosa, ya que solo gobiernan su pequeño reino terrenal por un corto tiempo (12:12). Son usurpadores que reclaman una autoridad que no poseen. Sus rostros son “como rostros humanos”, y esto, combinado con el siguiente “su crin como el cabello de las mujeres” (9:8), demuestra el pretencioso deseo de estos seres

demoníacos de usurpar el lugar de la humanidad en la cúspide de la creación de Dios. Esta imagen también constituye una imitación de los seres vivientes de 4:7 (“un rostro como de hombre”). Estos demonios habían perdido su estado angelical en el cielo y lo quieren de vuelta. Sus “dientes como dientes de león” vuelven a Joel 1:6: “dientes de león, colmillos de leona”. Este es también el punto de 1 Pedro 5:8: “el diablo anda como un león rugiente mirando a quien devorar”. Quieren destruir a todos los seres humanos porque los humanos están hechos a la imagen de Dios. Por lo tanto, para la horda demoníaca son objetos de desprecio y odio, incluso si han rechazado a Dios y se han convertido en seguidores de Satanás. Su guerra es contra toda la humanidad. Luego, tienen “coraza como de hierro” (9:9), una referencia al tórax de una langosta, que se asemeja a una armadura. También alude a las prácticas de los partos, que protegían sus caballos con piezas de armadura. La coraza del caballo, al igual que con los soldados, protegía tanto los costados como la espalda y hacía que el caballo fuera inexpugnable en medio de la batalla. Esto enfatiza la invencibilidad de estas terribles criaturas. El “sonido de sus alas” ciertamente describe el sonido aterrador de un enjambre de langostas. Sin embargo, la imagen se mejora aquí, describiendo el sonido aún más aterrador de la caballería y los carros de guerra mientras se lanzan a la batalla, alude a Joel 2:5: “un estruendo como el de carros de guerra”. Los carros eran la clave más importante para la victoria, tanto en el Antiguo Testamento (Jue 1:19; 1 Reyes 10:26; 1 Crónicas 19:7) como en el mundo romano. Esto agrega imágenes aún más aterradoras a la imagen de los demonios que hacen la guerra a sus propios seguidores. La imagen final de la palabra vuelve a 9:5: estas criaturas tienen “cola y aguijón como de escorpión” (9:10). La palabra griega para “aguijón” (kentron) se usa en 1 Corintios 15:55 de “el aguijón de la muerte”, y se usaba en el primer siglo para “aguijón” del flagelo, un látigo vicioso usado para destrozar una espalda (como Jesús en Mateo 27:26). Con esto, la imagen se completa, combina las imágenes de la langosta, el escorpión y el caballo de guerra para describir la tortura causada por la guerra que las fuerzas demoníacas llevan a cabo contra los mismos que los adoraron. Este es un mensaje muy importante; aquellos que se rehúsan a recurrir a Dios necesitan comprender la verdadera naturaleza e intenciones de los dioses a los que han elegido servir. El rey del enjambre demoniaco (9:11) Proverbios 30:27 dice que “las langostas, que no tienen rey”, pero estos escorpiones demoníacos de langosta tienen un rey: “el ángel del abismo”, un título que tiene el artículo griego y designa al líder del ejército demoníaco. Si bien este podría ser el ángel que abre el Abismo en Apocalipsis 9:1, discutí allí la improbabilidad de esa conexión. Ese era un buen ángel, un heraldo divino que actuaba para Dios. Este es un ángel malvado, probablemente el mismo Satanás, con el título que enfatiza su liderazgo sobre los habitantes del Abismo. En otra parte de Apocalipsis, los “reyes” son gobernantes terrenales que son reyes clientes de la bestia y hacen su voluntad (16:14; 17:2, 10–11). Este es el rey demoníaco, el emperador sobre los poderes cósmicos y los gobernantes terrenales.

Los dos nombres de este gobernante demoníaco son sinónimos, con el hebreo “Abadón” y el griego “Apolión”, ambos significan “destructor”. Esto prácticamente se convierte en el título de los juicios de la quinta y sexta trompeta, en los que un tercio de los habitantes de la tierra será destruido progresivamente. También hay ironía en el trabajo, porque este ser y su falsa trinidad (el dragón, la bestia y el falso profeta, 16:13) serán destruidos (19:20; 20:10, 14) junto con sus seguidores (11:18, “los que destruyen la tierra”). De hecho, “destructor” es un sinónimo virtual de Hades, ya que el término del Antiguo Testamento a menudo se refiere al lugar de los muertos (Job 26:6; Pr 15:11; 27:20). Así que este “rey” se llama así por el lugar que gobierna. El nombre de uno de los principales dioses, Apolo, dios de la peste y la plaga, proviene de este término, y el emperador Domiciano se veía a sí mismo como Apolo encarnado.

El segundo “ay” acompaña la sexta trompeta (9:12–21) La guerra de los poderes cósmicos contra sus propios seguidores se completará con este segundo ay/terror. La tortura de todos los no salvos se convierte en la muerte de un tercio de la humanidad. Esto se organiza de la misma manera que el primero, con la liberación de los ángeles (9:13–16= 9:1–6), la descripción de las fuerzas del mal (9:17–19= 9:7–10) y una aclaración final (9:20–21= 9:11). Ambos tienen caballería demoníaca, y ambos dañan con sus colas. Dios tiene el control soberano de estos males; las fuerzas del mal hacen su voluntad a largo plazo. Lo más impactante es el hecho de que después de que los demonios han producido el mayor número de muertes en toda la historia, los incrédulos aún rechazan a Dios y prefieren seguir adorando a los mismos demonios que los torturaron y mataron. ¿Hay alguna prueba mayor de la locura del pecado? Introducción/el segundo “ay” (9:12) Los tres textos de “ay” (8:13; 9:12; 11:14) muestran que cada uno es un “oráculo de ay” como los textos proféticos del Antiguo Testamento, por lo que estos juicios son “ayes” o terrores, y cada uno se prepara para los otros que seguirán. El énfasis está en la inminente llegada de los demás “poco después de esto” (vea 11:14). Suelta a los cuatro ángeles (9:13–16) Esta escena comienza con una voz “que salía de entre los cuernos del altar de oro que está delante de Dios”. Puede ser la voz de los santos orando (Apocalipsis 6:9; 8:3–5), pero como esto es “una (singular) voz”, es más probable que sea el ángel que presentó esas oraciones a Dios en el altar de oro en 8:3–5. Este es el altar del incienso, y los “cuernos” son las protuberancias en las cuatro esquinas (Éxodo 27:2; 37:25). Los cuernos son un símbolo de poder, y en el altar significan el poder de Yahweh. El orador no es Dios, pero Dios está hablando a través de un intermediario angelical, haciendo de esto una respuesta divina adicional a las oraciones de los santos por justicia y venganza (Ap 6:9; 8:3–4). En 8:5, la primera respuesta tiene lugar cuando el ángel arroja el incensario de oro a la tierra e inicia

los juicios de las trompetas, y esta es la segunda respuesta, que inicia una etapa posterior y libera a los ángeles de la muerte para devastar a la humanidad pecadora. Esta es la primera vez que un ángel que toca una trompeta participa en el evento que el ángel inaugura (9:14), y eso agrega poder a la escena. Aquí el ángel heráldico “suelta a los cuatro ángeles” de la destrucción. Hay alguna conexión con los cuatro ángeles que detienen la destrucción en 7:1. Allí las fuerzas destructivas están restringidas; aquí están liberadas. El hecho de que estos “ángeles” estén “atados” favorece la idea de que en realidad son demoníacos, porque Satanás está “atado” por Jesús en Marcos 3:27. Es probable que sean los líderes de la caballería demoníaca que se desatará en 9:16. El lugar de su unión es el Éufrates, el límite oriental del Imperio Romano, con los partos en las tierras del este. Esto es similar a 1 Enoc 56:5–57:3, donde los “ángeles del castigo” obtienen a los partos y medos para atacar a Israel. El Éufrates era un símbolo de invasión extranjera, ya que muchos de los invasores del Antiguo Testamento lo cruzaban para atacar a Israel: los asirios, los babilonios y los persas. En Apocalipsis 16:12, el Éufrates se seca para que los “reyes del este” puedan invadir. En otro énfasis en la soberanía divina, Dios ha preparado (otro pasivo divino) a estos ángeles “para esa hora, y ese día, mes y año” (9:15). En 6:11, se les dice a los santos mártires que esperen a que se complete el número de mártires que Dios había predestinado. Aquí el énfasis es el mismo, excepto que ahora es el momento exacto para que se termine el castigo de Dios. El momento divinamente elegido es el hincapié en ambos pasajes. La voluntad predestinada de Dios ha elegido este punto específico del tiempo (similar a Gá 4:4: “cuando se cumplió el plazo” para que tenga lugar la encarnación) para iniciar este evento importante del final de los tiempos. El propósito también es claro: matar a un tercio de la humanidad. En 7:3 los cuatro ángeles de la destrucción fueron retenidos hasta que los santos fueron sellados; ahora es el momento de liberar las fuerzas de la muerte. Así que esto culmina el progreso de los juicios de las trompetas: desde el desmantelamiento de la creación hasta la muerte de muchos debido a Ajenjo en 8:11, al tormento de los moradores de la tierra en 9:5–6, y ahora a la consumación de todo este movimiento fatal en la muerte de un tercio de la humanidad; en los números de hoy, dos mil millones de muertos, un número inconcebible, que intensifica el tercio de 6:8. Aun así, debemos recordar que junto con el castigo por los pecados cometidos, el propósito también es redentor, para proporcionar una advertencia al “resto de la humanidad, los que no murieron” (9:20) de que deben estar bien con Dios. Dios después de liberar a los ángeles de la muerte restringe el número de muertos a un tercio para dar al resto de la humanidad la oportunidad de arrepentirse y volverse a Cristo para salvación. Los cuatro ángeles liberados de alguna manera se transformaron en una horrenda caballería demoníaca de 200 millones de fuerzas (“dos veces diez mil veces diez mil”). En 5:11, el número de ángeles que adoran a Dios es “miríadas de miríadas” (una miríada= diez mil) que se refiere a un número incontable de ángeles, y esto duplica ese número. El ejército romano en el primer siglo estaba compuesto por 25 legiones o alrededor de 125,000, por lo que esto era 800 veces el tamaño de eso, una fuerza absolutamente imparable. De hecho, eso estaba cerca del número total de personas en todo el Imperio Romano. Además, estos no eran soldados de infantería, sino soldados de caballería montados, la élite de cualquier

legión. Esta es una imagen tan imponente como cualquiera podría imaginar. Juan dice: “Oí que el número”, probablemente porque esta visión es tan sorprendente que siente que debe decirles a sus lectores que esto es exactamente lo que escuchó. Descripción de los caballos de guerra demoniacos (9:17–19) Hay paralelos cercanos con la descripción de la plaga de langostas en 9:7–10, tanto en la descripción de los caballos de guerra como en su apariencia sobrenatural. Tanto las langostas como la caballería son de origen demoníaco y se inclinan por el tormento y la destrucción, por lo que trabajan en conjunto para traer un sufrimiento intenso y la muerte a la humanidad malvada. Es probable que tanto los caballos como los jinetes tengan corazas, que se ajustan a la caballería parta, ambos cubiertos con una armadura brillante y famosos por su ferocidad en el combate. Los colores pueden indicar el material del que están hechas las corazas, algunas hechas de fuego, algunas de jacinto, algunas de azufre ―así como sus colores― rojo, azul violeta y amarillo como azufre. Principalmente, corresponden al “fuego, humo y azufre” de 9:17b–18 y describen la naturaleza aterradora de esta caballería demoníaca, llena de fuego y devastación. Las langostas tienen dientes como dientes de león, pero los caballos son aún más feroces, con cabezas como “cabezas de leones”. Esto se debe a que en 9:19 su poder está en sus bocas y en sus colas, y es la boca que destroza a la presa. De sus bocas sale “fuego, humo y azufre”, que corresponde a los colores de arriba y muestra que estos monstruos son realmente de los pozos del infierno. En Job 41:19–20, el fuego y el humo “salen disparados” de la boca de Leviatán, y en Génesis 19:28 Sodoma y Gomorra son destruidos por el fuego y el humo (también Salmo 11:6; Is 30:33; Ezequiel 38:22). Es una ironía suprema que estas fuerzas demoníacas exhalen el mismo “fuego, humo y azufre” que se convertirá en su propio tormento eterno en 19:20; 20:10, 14. En 9:18 Juan los considera como tres plagas separadas (similares a las cuatro en 6:8) que terminan con la vida de un tercio de la humanidad. Cada una tiene un papel separado que desempeñar, representan los motores de asedio y los proyectiles de fuego del ejército romano. Las colas son “como serpientes”, porque Satanás se llama “la serpiente antigua” en 12:9, 14, 15; 20:2, y eso alude a la “serpiente astuta” en el jardín en Génesis 3:1–7. El apocalíptico judío equiparaba a esa serpiente con Belial/Satanás en Apocalipsis de Moisés 16 y 3 Baruc 9:6–8, y la presencia de una serpiente que hiere a las personas era una imagen común de la actividad demoníaca en las religiones egipcias y persas. La imagen adicional de la cabeza hiriendo a las personas proviene del caballo de guerra con dientes afilados que se le enseñó a morder al enemigo en medio de la batalla. Rechazo y negativa a arrepentirse (9:20–21) Esto concluye no solo los juicios de la quinta y sexta trompeta, sino la totalidad de los juicios de las trompetas, y de hecho también los sellos. Cada una de las plagas de las trompetas ha demostrado la omnipotencia y soberanía de Dios, así como la inutilidad y la impotencia de los dioses terrenales. Los dos juicios del capítulo 9 también han demostrado que los poderes cósmicos desprecian y odian a sus propios seguidores y solo desean torturarlos y matarlos.

Los habitantes de la tierra no pueden depender de las cosas de este mundo; solo se volverán contra ellos y los destruirán. Además, vemos aquí que el propósito real de Dios al desatar estas fuerzas malignas era llevar a las personas a la realización de su locura y darles una oportunidad final de arrepentirse. Sin embargo, su depravación les afecta tanto que rechazan el mensaje de Dios en las plagas. “Tampoco se arrepintieron” (literalmente “ni siquiera se arrepintieron”), hace hincapié en su rechazo total y voluntario a Dios. Uno de los propósitos principales de los sellos, trompetas y copas, como hemos visto todo el tiempo, es proporcionar una oferta final de salvación a las naciones. Aquí el énfasis es probar el sostén que la depravación total de la humanidad pecadora tiene sobre la gente. Se les acaba de dar una prueba absoluta de las verdaderas intenciones de sus dioses y el resultado final de adorar a estos poderes demoníacos, sin embargo, no solo se niegan a aceptar la oferta de vida eterna de Dios, sino que prefieren “las obras de sus manos”. Lo más probable es que esto no se refiera generalmente a las cosas de este mundo sino más específicamente a los ídolos que adoran (vea Dt 4:28; 2 Reyes 19:18; Is 17:8). La adoración del demonio se destaca en Deuteronomio 32:16–17: “Lo provocó a celos con dioses extraños y lo hizo enojar con sus ídolos detestables. Ofreció sacrificios a los demonios, que no son Dios” (véase también Sal 106:37; Jubileos 11:4). Pablo muestra dos verdades acerca de la idolatría: primero, un ídolo no es nada; no tiene vida en sí mismo (1Co 8:4); y segundo, “los sacrificios de los paganos se ofrecen a los demonios, no a Dios” (1 Corintios 10:20). En otras palabras, los ídolos son cosas sin vida hechas de “oro, plata, bronce, piedra y madera, ídolos que no pueden ver ni oír ni caminar” (extraído de Salmo 115:4–7), pero al mismo tiempo hay fuerzas cósmicas de poder aterrador detrás de ellos. Estos demonios se han vuelto contra sus propios seguidores, pero estas personas necias han rechazado al Dios de la misericordia y han preferido adorar a los poderes malvados que los han maltratado. La idolatría es un problema tan grande hoy como lo era en la época de Juan. Un ídolo, por definición, es la tendencia a convertir un objeto terrenal en un dios, a adorar una cosa creada en lugar del Creador. Todo lo que ponemos a la cabeza de nuestras vidas y le damos prioridad por encima de Dios es un ídolo. El mundo moderno está repleto de cosas que convertimos en ídolos: dinero, posesiones, poder, éxito/fama, sexo, placer, alcohol, drogas. Estas cosas, aunque no siempre son malas en sí mismas, cuando son adoradas como ídolos se convierten en las herramientas de Satanás para obtener el control de nuestras vidas. Debemos estar en guardia contra la idolatría en nuestros propios corazones, y advertir a las personas tanto dentro como fuera de la iglesia del control de los poderes cósmicos en nuestra sociedad. Debemos recurrir al Dios trino que es el único que puede elevarnos por encima de la adicción a los pecados de este mundo. Debemos llevar a otros al universo alternativo que Dios está poniendo a disposición y a la salvación en Cristo que puede darles vida sobre la muerte eterna que les espera. La adoración de ídolos de 9:20 es seguida por las acciones injustas de 9:21. Las listas de vicios como esta eran bastante comunes en los escritos antiguos, y Pablo las usaba con frecuencia para demostrar la depravación del mundo pagano (Ro 1:29–31; 1Co 5:9–11; Gá 5:19–21; Ef 4:25–32). Las listas aquí, en 20:8 y en 22:15 enfatizan la depravación del mundo no cristiano, pero también brindan una advertencia a los cristianos débiles, llamados

“cobardes” en 20:8, sobre el peligro de ceder ante las prácticas pecaminosas. La lista aquí sigue los contornos de los Diez Mandamientos, particularmente el segundo (idolatría), sexto (asesinato), séptimo (adulterio) y octavo (robo). La mención de “artes mágicas” podría referirse a la medicina, pero más probablemente denota las pociones utilizadas en los ritos mágicos. La magia (o hechicería) estaba muy extendida en el mundo romano, y Éfeso era un centro de actividad con el templo de Artemisa. Cuando los hechiceros en Éfeso quemaron sus rollos mágicos en Hechos 19:19, esto constituyó una gran victoria sobre el reino demoníaco. El pueblo pagano creía que los dioses se involucraban en los asuntos humanos y podían ser engatusados para ayudar a asegurar el éxito en los negocios o el atletismo, en relaciones sexuales, sanidades o batallas militares. El mensaje aquí es que todas esas prácticas hacen que uno sea enemigo de Dios. Los juicios de la quinta y sexta trompeta son prueba positiva de dos grandes tristezas con respecto a la realidad del mundo enfermo de pecado que habitamos. La primera es la tristeza del mundo demoníaco bajo el control del “ángel del Abismo” y el odio concentrado de estos seres que solo desean torturar y matar incluso a sus propios seguidores. La segunda es la tristeza aún mayor de que la humanidad depravada está tan atrapada y engañada que no se da cuenta de esta verdad y se apresura imprudentemente tras el pecado. Sin embargo, en todo esto, podemos ser consolados por el hecho de que Dios es supremo. Las fuerzas demoníacas buscan malévolamente solo el daño para los pecadores, pero Dios les está dando a estas personas una oportunidad inmerecida para arrepentirse y encontrar la vida eterna. La verdad suprema en todo esto es el amor redentor de Dios y la justicia de sus juicios.

EL ROLLO PEQUEÑO Y EL SERVICIO DE LA COMISIÓN DE JUAN (10:1–11)

El segundo interludio (10:1–11:13; el primero fue 7:1–17) describe el papel de los santos en los últimos días, incluida la era de la iglesia, de tres maneras: la comisión de Juan como profeta (10:1–11), la reintroducción de la protección de Dios a los santos (11:1–2) y la descripción del ministerio de los dos testigos (11:3–13). El hilo único que une esto es la profecía, con las acciones proféticas de 10:8–10 y 11:1–2 que se preparan para el ministerio profético de los dos testigos en 13:3–6. Este es el único lugar en los interludios donde Juan es una parte integral de la acción, y participa como un profeta al que se le pide que se una a la misión de Dios en el mundo, que también involucrará a los dos testigos. Un segundo hilo aquí es el “rollo pequeño”, esa parte del rollo más grande del capítulo 5 que aún no se ha cumplido. Aquí Dios revela más sobre el papel que debe desempeñar la iglesia en estos últimos días de la historia: un testimonio audaz acompañado de un sufrimiento intenso. Están sellados y protegidos (7:3–4; 9:4) y constituyen la posesión especial de Dios (11:1–2).

Al mismo tiempo, son buscados y perseguidos por el dragón/bestia y sus seguidores (11:7– 10), pero ese mismo sufrimiento será su victoria (11:11–12).

Un poderoso ángel desciende con el rollo pequeño (10:1–4) “Otro ángel poderoso” (después de 5:2) desciende directamente de Dios para llevar a cabo la tarea del primer ángel poderoso con el rollo. Muchos creen que este ángel es Gabriel, sobre la base del juramento (10:6) y el significado de su nombre (“hombre fuerte de Dios”), pero eso es demasiado especulativo. El ángel, como la mayoría en el libro, aparte de Miguel en 12:7, no tiene nombre. La descripción cuádruple en 10:1 es la letanía más majestuosa de cualquier ángel en el libro, paralela a Cristo en 1:13–16 o Dios en 4:3, por lo que otros creen que este es Cristo. Sin embargo, es difícil concebir que Cristo sea descrito como un “ángel” y es más probable que este ángel fuerte como el representante de Dios comparta su esplendor y poder. Entonces él está “envuelto en una nube” como Dios y representa su presencia Shekinah (como en Éxodo 16:10; Lv 6:2; Ezequiel 10:4); tiene “un arco iris en la cabeza” (como Dios en Apocalipsis 4:3 y Ezequiel 1:28); tiene “su rostro como el sol” (como Cristo en Apocalipsis 1:16 y Mateo 17:2); y sus piernas son “como columnas de fuego” (como Cristo en Apocalipsis 1:15). Entonces el ángel como el heraldo especial de Dios y Cristo participaba de la gloria y el poder de la Deidad y significaba la liberación del pueblo de Dios. El poderoso ángel tiene en su mano “un pequeño rollo escrito que estaba abierto” (10:2). Cristo había roto progresivamente los sellos y abrió el rollo en los capítulos 5–6, y ahora se lo ha dado a su representante angelical para terminar la tarea. Algunos piensan que los rollos de los capítulos 5 y 10 son dos documentos diferentes, pero es mejor verlos como uno solo. El primer rollo, que contiene el plan de Dios para terminar esta era, se iba abriendo progresivamente a medida que se rompía cada sello, y su contenido continuaba revelándose en los juicios de las trompetas. Entonces, el “pequeño rollo” aquí se refiere a los eventos que aún no se han revelado en los juicios de las copas y el resto de este libro. El contenido del rollo en 5:1 proviene de Ezequiel 2:9–10, y el de 10:2–3 proviene de Ezequiel 3:1–3. Ambos son parte del llamado y la comisión de Ezequiel, y aquí son parte de la comisión profética de Juan. Así que ahora el rollo está abierto, y a Juan se le debe decir en 10:8–11 cómo se relaciona el plan con los santos que aún están en la tierra. El rollo estaba cerrado en la mano de Dios, fue abierto por el Cordero, y ahora yace abierto en la mano del ángel para que se relacione con la iglesia. Este es el tema de 10:1–11 (los aspectos “dulces” y “amargos” de los eventos venideros para el pueblo de Dios) y de 11:1–13 (el audaz testigo de la iglesia durante estos eventos). Luego, el ángel pone “su pie derecho sobre el mar y el izquierdo sobre la tierra”, recordándoles a los lectores el Coloso de Rodas. Esta era una estatua de bronce de Helios, de 32 metros, la deidad patrona de la isla de Rodas. Se encontraba en un pedestal a la entrada del puerto, simbolizaba que Rodas controlaba la tierra y el mar. Una de las siete maravillas del mundo antiguo, se completó en 280 a. C. y fue destruida por un terremoto en 224 a. C. En la época de Juan, los restos de la magnífica estatua aún eran visibles. Con los pies del ángel en tierra y mar, Juan enfatizaba el dominio de Dios sobre el mundo entero.

El ángel da un poderoso grito “como el rugido de un león” (10:3), como Yahweh ruge en Oseas 11:10 y Amós 3:8. Él habla con la “voz poderosa” de Dios, y luego “los siete truenos” responden. Esto hace eco del Salmo 29, donde Dios como gobernante sobre la creación, como soberano sobre “mar y tierra”, habla como un trueno siete veces. Los truenos siempre ocurren en contextos centrados en el Dios de las tormentas, pero solo hablan aquí. Esto resume las otras teofanías de tormenta, celebran al Dios de la justicia y al libertador de su pueblo. Como en otros lugares, Juan quiere escribir el mensaje de los truenos (10:4), pero una “voz del cielo” silencia su pluma y sella la voz de los truenos. Esto es irónico, ya que los sellos del rollo se abren mientras el mensaje de los truenos está sellado o cerrado. El significado de esto es difícil de determinar. Esto ciertamente hace eco de Daniel 12:4, donde se le dice al profeta que “cierre y selle las palabras del rollo hasta el final” en un contexto donde el final es ese período final de 3 años y medio al final de la historia (Dn 12:11–12). Aun así, esto ha llevado a varias teorías. Una posibilidad es que Dios haya cancelado estos juicios para que más puedan convertirse. En otras palabras, ha acortado los días por el bien de los elegidos (Mateo 24:22). El problema con esto son los siete juicios de las copas aún por venir. ¿Por qué no se cancelan? Otros creen que estas revelaciones eran demasiado sagradas para ser reveladas en este momento (2Co 12:4), sin embargo, es difícil explicar cómo podrían ser más sagradas que las otras reveladas en este libro. Quizás son los juicios como advertencia los que se cancelan para dar paso a la revelación del pequeño rollo que cerrará la historia, pero las advertencias continúan en 16:9, 11. La solución puede surgir cuando recordamos la influencia de Daniel 12:4 y el Salmo 29. Puede haber un doble significado en el verbo “sellado”, que significa primero que habrá un momento específico en que a la iglesia se le dirá el contenido del rollo, pero eso aún no es; deben esperar la voluntad de Dios. Al mismo tiempo, segundo, el énfasis está en la soberanía completa de Dios sobre los eventos. El mensaje está “sellado” porque Dios controla todos los aspectos y los revelará a su pueblo en su propio tiempo. Él está dando a conocer los juicios de los sellos, trompetas y copas, pero no se revelan todos los detalles, por lo que la iglesia debe depender de él y solo de él. Los eventos se apresuran a su conclusión, pero solo Dios traerá el final cercano a la historia, y lo hará a su debido tiempo.

El ángel hace un juramento (10:5–7) El mismo ángel que “se paró en el mar y en la tierra” y reclamó la tierra para Dios ahora levanta su mano derecha y hace un juramento, recordando al hombre de lino en Daniel 12:7 que juró por Dios que el término del plan divino estaba cerca. Levantar la mano derecha era una forma común de prestar juramento (Éxodo 6:8; Ezequiel 20:5, 15), y aquí, como en Daniel, responde a la pregunta básica que ya se hizo en Apocalipsis 6:10: “¿Hasta cuándo, soberano Señor?”. La respuesta es siempre la misma: “Mientras Dios elija, espere en él”. El ángel aquí jura “por el que vive por los siglos de los siglos” (10:6), haciendo eco del juramento en el Antiguo Testamento, “como vive el Señor” (Números 14:21; Jue 8:19; 1Sa 20:3) y especialmente Daniel 12:7 que expande la forma en “por el que vive para siempre”, centrándose así en el Dios eterno que controla el futuro y el presente. Entonces el ángel va más allá de Daniel 12:7 y agrega del Salmo 29 el hecho de que este Dios eterno es también

el Creador de los cielos, la tierra y el mar. Se incluyen las tres esferas de la vida en este mundo (cielo, tierra, mar= las primeras cuatro trompetas y copas), y con cada una de ellas se hace hincapié en la creación de “todo lo que hay en ella”, es decir, todas y cada una de las partes de la creación, animada e inanimada. Este ángel había puesto su pie en el mar y en la tierra, lo que significa la propiedad de Dios sobre el mundo entero, y ahora reconoce a Dios como creador de cada parte de su orden creado. Este es el ángel de Yahweh, Creador del universo, que ahora entrega el mensaje de Dios. El mensaje en sí culmina la historia redentora. En Daniel 12:5–9, la pregunta de “cuánto tiempo” se responde a través de “un tiempo, tiempos y medio tiempo” del período final de la historia humana (véase Apocalipsis 12:14). El juramento es el mismo aquí, pero el mensaje es más explícito: “¡El tiempo ha terminado”!” En otras palabras, el tiempo del fin del mundo predicho por Daniel ahora ha llegado, y nada puede detenerlo. Daniel 12:5–10 pregunta cuándo (Apocalipsis 10:6) y cuál será el resultado (10:8). Aquí se nos dice que ha llegado el momento, y el resultado será el comienzo de la eternidad (visto en la séptima trompeta, 11:15–19). La espera ha terminado, y la hora de la reivindicación y la victoria está aquí. Las designaciones para este último período de tres años y medio dominarán los capítulos 10–13 (11:2, 3; 12:6, 14; 13:5), mostrando que Dios ahora está instigando los eventos finales de la historia de humanidad, y nada puede retrasarlos. El ángel predice (10:7) que la revelación del resultado predicho en Daniel ocurrirá cuando el “séptimo ángel” toque su trompeta (11:15–19). Entonces la séptima trompeta es el heraldo soberano de Dios que anuncia el escatón. En ese momento “el misterio de Dios se cumplirá” (cumplido, completado). “Misterio” ocurre cuatro veces (1:20; aquí; 17:5, 7) y es un término apocalíptico que designa los secretos divinos ocultos de generaciones pasadas y revelados al pueblo de Dios en estos últimos días. La palabra “apocalíptico” se refiere al proceso de revelación divina, y “misterio” se refiere al contenido de las revelaciones. La pregunta principal es qué parte de los misterios se revela aquí. Ciertamente, el sentido básico son aquellos eventos inaugurados por la séptima trompeta, es decir, la llegada del eterno “reino de nuestro Señor y de su Mesías” (11:15). Sin embargo, ¿de qué manera se han “logrado/completado”? El término se refiere a la consumación del proceso que cumple un plan, en este caso el plan de Dios para terminar la era de la humanidad. El reino de Dios se inauguró en el primer advenimiento y culminará en el segundo advenimiento. Finalmente, se nos dice que este misterio se anunció por primera vez a través de los “esclavos, los profetas” de Dios, alude a Amós 3:7, que habla del plan de Dios revelado “a sus siervos los profetas”. Curiosamente, “anunciado” es la forma verbal de “evangelio”. Y así, la connotación es que este misterio de la llegada final del reino de Dios se encuentra entre las mayores proclamaciones de “buenas nuevas” jamás anunciadas.

Juan es comisionado a profetizar (10:8–11) La acción ahora vuelve al tema del pequeño rollo en 10:1–4 y su conexión con la comisión de Ezequiel en Ezequiel 3:1–3. Hay dos niveles de significado. Principalmente, esto denota a Juan recreando el consumo de Ezequiel del rollo e iniciando así su ministerio como profeta. Al mismo tiempo, el mensaje se refiere al lugar de la iglesia en “el misterio de Dios”

que pronto tendrá lugar: será “amargo” porque implica mucho sufrimiento y sin embargo “dulce” porque la iglesia saldrá victoriosa a través de esos difíciles eventos. El ángel que le había dicho a Juan en 10:4 que no escribiera ahora habla una vez más y le dice a Juan que profetice. Hay un tiempo para callar y un tiempo para hablar. Así, la historia entra en la fase con respecto a la inauguración de la acción profética. Primero se le ordena a Juan que reproduzca la obra del Cordero en 5:7–8 y tome el rollo de la mano del ángel. Por tercera vez se nos dice que el ángel está parado “en el mar y en la tierra” (10:2, 5, 8), lo que señala el dominio de Dios sobre este mundo. Es hora de que Juan como profeta anuncie que Dios está reclamando su mundo. La comisión de Ezequiel en Ezequiel 2:8–3:3 como profeta de una “nación rebelde” (Ezequiel 2:3) ahora se convierte en la comisión de Juan a las naciones rebeldes de su mundo (y nuestro mundo). Entonces, Juan repite la acción de Ezequiel y responde de inmediato, tomando “el pequeño rollo” (10:9). El ángel repite la orden dada a Ezequiel al decir: “Tómalo y cómetelo”. La idea de consumir la Palabra de Dios ocurre a menudo, como en el Salmo 119:103: “¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! ¡Son más dulces que la miel a mi boca!”, o Jeremías 15:16: “Al encontrarme con tus palabras, yo las devoraba; ellas eran mi gozo y la alegría de mi corazón” (también Sal 19:10; Pr 24:13–14). Cuando se le dijo a Ezequiel que comiera el rollo (Ezequiel 3:2–3), ese acto constituía su comisión de profetizar. Luego le dicen a Juan que el rollo sería amargo en su vientre, pero “dulce como la miel” en su boca. Ezequiel experimentó la dulzura del rollo, pero no la amargura. Aun así, le dijeron que contenía “lamentos, gemidos y amenazas” (Ezequiel 2:10) y que Israel rechazaría el mensaje (Ezequiel 3:4–7), por lo que Ezequiel se fue “amargado y enardecido” (Ezequiel 3:14). Entonces, en realidad, Ezequiel también experimentó dulzura y amargura. Hay un quiasmo en 10:9–10. Es “amargo-dulce” en la orden de 10:9 y luego “dulceamargo” en la ingestión real del rollo en 10:10. Este es el tema clave de 10:8–11, y los entendimientos difieren. A la luz de su uso en Ezequiel en el contexto de su advertencia a Israel apóstata sobre el juicio inminente, muchos son llevados a ver la dulzura como el efecto vivificante que la palabra de Dios tiene para aquellos que la aceptan y la amargura cuando la oferta es rechazada por las naciones. Otros ven la dulzura como la oferta de salvación y la amargura como el mensaje de juicio. Aquí hay aspectos de ambos, pero es mejor ver el contexto más amplio en el intervalo de 10:1–11:13. Esto no solo involucra a Juan mismo como profeta, sino que debe incluir a la iglesia como el foco de todo el pasaje. El rollo es dulce porque la voluntad de Dios siempre beneficia a su pueblo, que será vindicado y recompensado por sus sacrificios. Es amargo porque mientras tanto traerá persecución y gran sufrimiento a los santos. Entonces, hay dos focos: la palabra como dadora de vida y aún rechazada, y los santos como vindicados y odiados. Después de este intercambio parabólico, Juan recibe su comisión directa en 10:11. A Juan se le dice: “tienes que volver a profetizar”, y el “deber” divino (griego dei) muestra que el ministerio profético de Juan es una necesidad divina a la luz de la importancia del mensaje. Juan había sido comisionado para “escribir” las visiones en 1:11, 19, y en 4:1 se le “mostraron” los eventos futuros. La comisión de “volver a profetizar” se basa en ambos y le recuerda a Juan su continuo llamado al ministerio. Se relaciona especialmente con las visiones por venir en los capítulos 12–22. Juan necesitaría esta afirmación de que Dios

estaba detrás de todo lo que estaba haciendo en los días difíciles y años venideros, ¡como todos nosotros! El enfoque de este ministerio profético era “acerca de muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes”. La preposición epi aquí es crítica y tiene un doble significado. Es un mensaje positivo “acerca de” las naciones, que se dirige a la iglesia con respecto a su testimonio y a las naciones con respecto a su necesidad de arrepentimiento. Al mismo tiempo, es un mensaje “en contra” de las naciones, un mensaje de juicio contra aquellos que constantemente se niegan a volverse a Dios (vea 9:20–21). En el contexto de Ezequiel y de este libro, predomina lo negativo, como se ve en el ministerio de juicio realizado por los dos testigos en 11:3–6. Aun así, lo positivo también es importante, ya que las naciones son el objeto de la misión redentora de Dios. Hay dos adiciones a la lista cuádruple (vea el comentario 5:9; 7:9): la presencia de “muchos”, que destaca el sentido del testimonio universal de todos los pueblos de la tierra; y la presencia de “reyes”, que señala a los “reyes de la tierra” (6:15; 16:14; 17:10–11) que son los gobernantes de las naciones y los perseguidores de los santos. El lado positivo se ve en 21:24, donde “los reyes de la tierra” que se han vuelto a Cristo “le entregarán sus espléndidas riquezas” a la nueva Jerusalén y presentarán su glorioso gobierno al Rey de reyes (vea 1:5). Dos temas dominan este capítulo. El primero es la soberanía completa de Dios sobre su creación. El poderoso ángel demuestra la omnipotencia y el control de Dios sobre el cosmos, reclamando este mundo para él. Además, los siete truenos muestran que él es de hecho el Dios creador que proclama su juicio sobre su mundo. El segundo tema es el testimonio profético de la iglesia. Juan recrea la comisión de Ezequiel como profeta, y la dulzura y la amargura de los difíciles ministerios de Ezequiel y Juan se transmiten a la iglesia. Hay dulzura en el conocimiento de que Dios traerá vindicación y victoria a su pueblo, y amargura porque el mundo rechaza la oferta de Dios y se vuelve contra su pueblo.

EL ALTAR, LOS TESTIGOS Y LA SÉPTIMA TROMPETA (11:1–19)

Este es un capítulo complicado y uno de los más difíciles del libro. Es complicado en parte porque concluye tanto el segundo interludio (10:1–11:13) como la sección sobre los juicios de las trompetas (8:1–11:19). Hay tres partes: la medición del altar (11:1–2), centrada en la protección divina y la oposición a los santos; el ministerio de los dos testigos (11:3–13), que representa el audaz testimonio de la iglesia a sus perseguidores; y la séptima trompeta (11:14–19), que representa la llegada del “reino de nuestro Señor” (11:15). Dos hilos mantienen las tres partes juntas: la presencia de Dios con su pueblo y la iglesia triunfando sobre sus enemigos. La totalidad de la historia redentora se incluye en este capítulo, y abarca perfectamente las imágenes del rollo, ya que su dulzura se ve en 11:1–2 (la presencia posesiva de Dios con su pueblo) y 11:14–19 (el triunfo de Dios en nombre de su pueblo),

mientras que su amargura se ve en 11:2 (la ciudad santa pisoteada por los gentiles) y 11:7– 10 (la muerte de los dos testigos).

Juan mide el templo y el altar (11:1–2) Medición del atrio interior (11:1) Delante y al centro, una vez más, está el edothē pasivo divino (“se le dio”), que se usa para designar el sentido divino detrás de los eventos. Dios, y por implicación, Cristo, le da a Juan una caña de medir, una caña hueca recta de 3 metros y 10 centímetros de largo, que se usa para la topografía. El indicador clave es la propiedad; incluso hoy, si alguna vez ha comprado una propiedad, la ha inspeccionado para indicar la tierra exacta que le pertenece y la que pertenece a los vecinos. A Juan se le ordena medir el templo y sus alrededores, así como a las personas que adoran en él. Esta imagen alude a Ezequiel 40:3, 5 donde un “hombre que parecía hecho de bronce” midió el templo para mostrar lo que pertenecía a Dios. De manera similar, en Zacarías 2:1–5 un hombre mide Jerusalén para demostrar la protección y preservación de Dios de la ciudad santa. Se le pide a Juan que mida tres cosas: el templo, su altar y sus adoradores. “Templo” es naos, el término para el santuario que contiene el lugar santo y el santísimo en lugar del templo en su conjunto. A lo largo de Apocalipsis, siempre se refiere al templo celestial en lugar de a los templos de Salomón o Herodes, y eso está de acuerdo con el templo escatológico de Ezequiel 40–48. La mención del altar también se ajusta al edificio interior o santuario. Esto hace que sea bastante difícil entender esto como el templo reconstituido terrenal en los últimos días; es un templo celestial, no terrenal. Por lo tanto, el templo y el altar deben interpretarse como metáforas para la iglesia como el templo del nuevo pacto (Mateo 16:18; 1Co 3:16–17; 2Co 6:16). Los adoradores, entonces, son los miembros de la iglesia. Las tres cosas medidas de esta manera connotan a la iglesia como una entidad colectiva (un templo y altar) y como miembros individuales (los adoradores). Cuando los adoradores son medidos, son identificados como pertenecientes a Dios y protegidos por él. Su verdadero hogar está dentro del templo/iglesia, y no tienen parte en el mundo. En cambio, lo conquistan “por la sangre del Cordero y por la palabra de su testimonio” (Apocalipsis 12:11). El mensaje aquí está íntimamente ligado y recrea 7:2–3, el sellado de los santos. Entonces los creyentes están doblemente seguros, después de haber sido sellados y medidos por Dios. La medición es una parábola profética (como en Ezequiel 40–42) que anuncia la propiedad y el cuidado de Dios sobre su pueblo. Sin embargo, claramente esto no los protege de la persecución y el martirio; en 13:7 Dios “da” o permite que la bestia conquiste a los santos. Sin embargo, en esa misma área, los santos realmente conquistan a la bestia renunciando a sus vidas (12:11). Así que están protegidos espiritualmente, pero no físicamente. Como en 1 Pedro 4:13–14, el sufrimiento es el camino a la gloria. Ese sufrimiento, como en Apocalipsis 10:8–11, es su amargura, pero producirá la dulzura de su victoria final sobre los poderes del mal y su vindicación por parte de Dios.

Exclusión del atrio exterior (11:2) La segunda parte de esta parábola profética está fuertemente expresada, es decir, la “exclusión” (un término fuerte usado en los Evangelios para “expulsar” a los demonios) del atrio exterior. Hay un doble significado en “exterior”, porque denota el atrio de los gentiles en la parte exterior del área del templo y también que está fuera de la presencia protectora de Dios. Ha sido “entregado a los gentiles”, lo que significa que Dios ha entregado la iglesia a los gentiles por un período. El punto central es el contraste entre el santuario interior, protegido por Dios, y el patio exterior, entregado a los gentiles. Es probable que Juan tenga en mente más el templo de Ezequiel que el de Herodes, ya que esto refleja el énfasis de Ezequiel en un templo restaurado que experimentará una vez más la presencia de Yahweh. El pueblo del pacto de Dios le pertenece y es odiado por las naciones. A los gentiles se les permitirá “pisotear la ciudad santa”, otro símbolo para el pueblo de Dios que son ciudadanos del cielo (Filipenses 3:20) y extranjeros en este mundo (1 Pedro 1:1, 17; 2:11). Esto espera con ansias 21:2, 10 cuando la ciudad santa será la nueva Jerusalén, el hogar eterno para los santos. Por un tiempo, Dios permitirá que los enemigos de su pueblo los persigan severamente, pero saldrán triunfantes. Daniel 8:9–14 se encuentra detrás de esta imagen. Allí Dios permite que el cuerno pequeño “pisotee” al “ejército de los cielos” (seguidores de Dios) por un tiempo (también Zac 12:3). El período que Dios permitirá esto se designa como “cuarenta y dos meses”, una de las tres formas en que se designa este período de “gran tribulación” (Ap 7:14): 1260 días (Ap 11:3; 12:6 = Da 12:11), “tiempo, tiempos y medio tiempo” (Apocalipsis 12:14 = Da 7:25; 12:7), y 42 meses (aquí; Apocalipsis 13:5, no en Daniel). Este período de tres años y medio es un símbolo común en el Antiguo Testamento durante un tiempo limitado en el que Dios permite que triunfen los enemigos de Israel, como se ve en la sequía en Israel bajo Elías (1 Reyes 17:1; 18:1), el deambular por el desierto (con 42 campamentos, Números 33:5–49), y el material de Daniel. En Daniel y Apocalipsis es ese período en el que por un corto tiempo Dios permite que el cuerno pequeño/la bestia conquiste a su pueblo. Pero está bajo el control soberano de Dios y terminará en el triunfo final de sus seguidores.

Los dos testigos ejercen su ministerio (11:3–6) La siguiente sección fluye directamente de Apocalipsis 11:1–2. Allí Dios dio el atrio exterior a los gentiles. Aquí Dios da “poder/autoridad a mis dos testigos”. Entonces la iglesia triunfa llevando la guerra a las naciones, pero con un nuevo giro: las armas no son militares sino espirituales. El pueblo de Dios contraataca con testimonio valiente. Dios ha elegido dos testigos proféticos para dominar este período final de la historia. Al hacerlo, los ha convertido en su posesión especial (“mis dos testigos”) y les ha otorgado su exousia. Esto, como en 2:26; 9:3, 10, 19, significa “poder” y “autoridad”: autoridad para profetizar y poder para realizar grandes maravillas. También hay una inversión, ya que Dios en 11:2 “da” a la iglesia para que la pisoteen y en 11:3 les da (los testigos también simbolizan a la iglesia) autoridad para vencer mediante el testimonio profético. El tema del testigo es muy fuerte en Apocalipsis, basado en Jesús como “testigo fiel” (1:5; 3:14) y en la iglesia

como testigos de Jesús (1:9) tanto verbalmente (12:11b; 17:6) como a través del sufrimiento/martirio (6:9; 12:11c; 20:4). Se han hecho muchas sugerencias a lo largo de la historia en cuanto a la identidad de estos dos testigos: Enoc y Elías (Tertuliano y muchos padres de la iglesia después de él), Jeremías y Elías (Victorino), Pedro y Pablo (Munck), dos ejemplificados después de Josué y Zorobabel (Zahn). Muchos hoy creen que simbolizan la iglesia testigo. Creo que lo mejor es una combinación de dos: simbolizan a la iglesia en su testimonio, sufrimiento y triunfo, pero también es probable que sean dos figuras reales que aparecerán al final de la historia, al igual que la bestia en 11:7 es un individuo real. Sobre la base de su ministerio profético en 11:3–6, siguen el modelo de Elías y Moisés. Al igual que Juan el Bautista en Lucas 1:17, vendrán “en el espíritu y el poder” de Moisés y Elías más que ser esos personajes. Ellos “profetizarán por 1260 días”, una variante de los 42 meses en 11:2. Esto debe significar que ministrarán en ese período final de tres años y medio, no en la era de la iglesia sino en ese tiempo dominado por la bestia o el anticristo. Su tarea será dirigir a la iglesia en ese tiempo final de apostasía universal que será paralela a la apostasía nacional de Israel del período profético del Antiguo Testamento. Al igual que con Elías, estarán “vestidos de cilicio” para expresar pena y luto por los pecados de las naciones (como en Joel 1:8; Amós 8:10). Como en Juan 3:5–9, esto probablemente también incluya un llamado al arrepentimiento, ya que la tela áspera a menudo se usaba para significar el arrepentimiento por el pecado (vea Is 22:12; Jer 4:8). Luego, Juan los identifica (11:4) con imágenes extraídas de Zacarías 4:2–6 como “los dos olivos y los dos candelabros”. En la visión de Zacarías, el candelabro es el templo, y las siete luces en él (la menorá) son “los siete ojos del Señor que se extienden por toda la tierra” (Zac 4:10 = el Espíritu de Zac 4:4). Los dos olivos son “los dos ungidos que están al servicio del Señor de toda la tierra” (Zac 4:14), a saber, Josué el sumo sacerdote y Zorobabel el gobernador. El punto de Zacarías era que Dios estaba a cargo de la reconstrucción del templo y su Espíritu vencería a los que se opusieran. Juan dice aquí que el Espíritu como “los ojos del Señor” está sobre los dos testigos y vencerá toda oposición a su favor. La presencia implícita del Espíritu Santo aquí es probable, lo que refuerza el ministerio de los dos testigos. A la luz de los dos testigos, Juan transforma la imagen de la menorá en dos candeleros, posiblemente refiriéndose también a las dos iglesias entre las siete que triunfaron a través del sufrimiento: Esmirna y Filadelfia. Los “dos olivos” pueden representar a los testigos/iglesia en sus funciones sacerdotal (Josué) y real (Zorobabel), como en Apocalipsis 1:6; 5:10; 20:6, donde la iglesia se hace “reino y sacerdotes” por Cristo El suyo es un ministerio doble: testimonio de las naciones (la tarea evangelística) y advertencias de juicio inminente (la tarea profética). Cuatro escenas que recrean los ministerios de Elías y Moisés demuestran el ministerio victorioso de la iglesia (11:5–6), y todos son juicios dirigidos a las naciones pecadoras. Los dos primeros son milagros de Elías, y el segundo par son milagros de Moisés. Primero: los habitantes de la tierra intentan matar a los dos testigos como lo hicieron con los mártires de Apocalipsis 6:9–11. En respuesta, se reproduce el milagro de Elías del fuego del cielo (2Re 1); aquí es un ejemplo de lex talionis, la ley de retribución: quienes intentan matarlos son asesinados por ellos cuando Dios hace que “salga fuego de sus bocas” y consumen a sus

enemigos. Hasta que se complete su ministerio profético, Dios no permitirá que nadie les haga daño. El fuego de la boca es similar a la metáfora de la espada que sale de la boca de Jesús (Ap 1:16; 16:13; 19:15) que significa su proclamación de juicio. El fuego simboliza su ardiente denuncia del mal y el ardiente castigo (20:11–14) que les espera los moradores de la tierra. Segundo: el poder que Dios les dio en 11:3 les permite “cerrar los cielos para que no llueva” durante este período de tres años y medio, reproduce así el milagro de Elías de 1 Reyes 17–18. Los últimos tres milagros son paralelos a los juicios de las trompetas y copas, siguen el triple patrón de los cielos, las aguas y la tierra que caracteriza a los primeros cuatro de cada uno. Entonces los dos testigos son paralelos a los siete ángeles de las trompetas y copas como instrumentos del juicio de Dios sobre sus enemigos. Al igual que con Elías, la sequía aquí se extiende por todo el “tiempo que estén profetizando”, es decir, los 42 meses completos. La ocasión para el juicio en el tiempo de Elías fue la idolatría de Israel bajo el rey Acab, y eso es paralelo a la idolatría de Apocalipsis 9:20–21. Los dos milagros de Moisés continúan el tema de la retribución divina de los milagros de Elías. Los dos testigos “tienen poder para convertir las aguas en sangre”, como la primera plaga egipcia (Éxodo 7:20–21), así como la segunda trompeta (Apocalipsis 8:8) y la segunda y tercera copa (16:3–4) Para los romanos, como los egipcios anteriores, el agua era un símbolo primario de la vida. Este juicio significaría que la vida es reemplazada por la muerte. El final de los cuatro milagros es general, y se refiere a la autoridad de Moisés de parte de Dios para “azotar la tierra con todo tipo de plaga” cuantas veces quieran. Esto resume todas las plagas egipcias y, sin duda, también se refiere específicamente a las “plagas” de las trompetas y copas. Al igual que las plagas de Éxodo, estas demostrarán la impotencia de los dioses terrenales/fuerzas demoníacas, demostrando de una vez por todas que solo Yahweh controla el mundo natural.

Los testigos mueren y son resucitados (11:7–13) Muerte y aparente derrota (11:7–10) Ahora avanzamos hacia el final del período de tres años y medio cuando los dos testigos “han terminado su testimonio”. Dios no permitirá que la falsa trinidad (el dragón, la bestia y el falso profeta de 16:13) tengan su falso triunfo temporal hasta que este testimonio profético esté completo. Este es un punto importante: mientras los creyentes son perseguidos en todo el mundo durante esta “gran tribulación” (7:14), las fuerzas del mal no podrán detener su testimonio. Como vimos en 11:5–6, su testimonio ha traído juicio sobre las naciones. El pequeño tiempo que Dios le ha dado a Satanás y los poderes cósmicos ha terminado, pero queda una mala acción. Entonces Dios permite que la bestia ataque y mate a los dos testigos (11:7). Este es también el punto importante de 13:5–8: la bestia en todas sus acciones malvadas solo puede hacer lo que Dios permite, y eso solo por un corto tiempo. Esta es la primera aparición de esta criatura, que reaparecerá en el capítulo 13 como el anticristo mencionado en 1 Juan 2:18. Él “sube desde el abismo”, lo que demuestra su origen demoníaco. Esta es una imagen frecuente, los poderes del mal que ascienden desde el mar o el Abismo: humo

en 8:4 y 9:2 (las langostas descienden en 9:3), la bestia aquí y en 17:8, la bestia del mar en 13:1, la bestia de la tierra en 13:11. Las imágenes de la bestia aluden al “cuerno pequeño” de Daniel 7:7–12 que asciende del mar para librar una guerra contra los santos (Dn 7:3, 21). Las cuatro bestias de Daniel 7 profetizan cuatro imperios mundiales que dominarán al pueblo judío durante los próximos siglos, culminan en el “cuerno pequeño” o Antíoco Epífanes, que en 167–164 a. C. intentó obligar a los judíos a sacrificar a los dioses griegos y precipitó la rebelión macabea. Dios permite a esta bestia recrear la escena de Daniel arriba y “hacer la guerra” (así también Ap 9:1–11; 12:7, 17; 16:14; 19:19; 20:8) y “vencerlos y matarlos”, lenguaje que se repetirá en 13:7. Esto es parte del martirio retratado en 6:9, y se le permite a la bestia su momento de triunfo, aunque sea de corta duración. Uno de los temas cruciales del libro es la inutilidad de estos actos de rebelión contra Dios y su pueblo. En la guerra final de 19:17– 18 no hay batalla; la espada sale de la boca de Cristo y cada miembro del ejército de la bestia es decapitado en un instante. En su sufrimiento y muerte, los creyentes reviven la pasión de Jesús y se unen a la “comunión de su sufrimiento” (Filipenses 3:10), las “aflicciones mesiánicas” discutidas en Apocalipsis 6:9. Al igual que con Jesús, su muerte es una victoria cósmica sobre los poderes del mal. Las naciones no muestran compasión ni honra a los muertos. Sus asesinos hacen que sus cuerpos “quedarán tendidos en la plaza de la gran ciudad” (11:8). Rechazar el entierro de los muertos era un gran insulto (Génesis 40:19; 1Sa 17:43–47), mostraba el terrible desprecio acumulado sobre estos mártires. La identificación de la “gran ciudad” es problemática, ya que en todas partes se refiere a Roma (Ap 16:19; 17:18; 18:10–21). Aquí parece referirse a Jerusalén, “donde también fue crucificado su Señor”. Está claro que la “gran apostasía” de Mateo 24:10–12 y 2 Tesalonicenses 2:3 ha tenido lugar, y Jerusalén está bajo el poder de la bestia/anticristo. Lo más probable es que aquí Jerusalén y Roma se hayan combinado en una sola “gran ciudad” simbólica, la capital del imperio de la bestia. Jerusalén perdió su lugar como la ciudad santa cuando rechazó al Mesías, y su lugar es ocupado por la nueva Jerusalén, la ciudad santa de Apocalipsis 21:2, 10. Esta gran ciudad (apóstata) es “en sentido figurado/espiritualmente llamada Sodoma y Egipto”, se refiere a su “estado espiritual” y lo que aquellos con discernimiento espiritual pueden darse cuenta. Jerusalén está vinculada con Sodoma en Isaías 1:9–10; Jeremías 23:14 y Ezequiel 16:46–49. Es como Sodoma en su depravación y rebelión contra Dios, y como Egipto en su persecución del pueblo de Dios. La prueba final de esto es la crucifixión de Cristo. Un pueblo que mataría al Hijo de Dios difícilmente tendría remordimientos de matar a sus dos testigos. Durante este tiempo, estalla una celebración religiosa cuando el mundo entero se toma unas vacaciones, observa los cuerpos y se regocija (11:9). Para entender la escena, tenemos que mirar hacia adelante a 13:11–18 y las acciones de la bestia llamada en 16:13 “el falso profeta”. Él ha establecido una religión mundial centrada en la adoración del dragón y la bestia/anticristo. Hace que todo el mundo “gente de todo pueblo, tribu, lengua y nación” vea los cuerpos, rechace su entierro y se regocije. Al igual que Jesús, los creyentes son insultados y maltratados en la mayor medida posible. Los “tres días y medio” simbolizan los 42 meses (tres años y medio) de este último período de la historia.

Entonces, los habitantes de la tierra ―el término a lo largo de este libro para referirse a los no salvos que solo tienen este mundo― convierten esto en una celebración religiosa (11:10). Como en Juan 3:19–20, la gente de las tinieblas odia la luz. Los verbos “regocijarse” y “alegrarse” en este versículo tienen una fuerte connotación religiosa, que apunta a la alegría del culto, una fiesta religiosa virtual. Esto se ve cuando “intercambian regalos”, como en la fiesta judía de Purim (Est 9:18–22; Neh 8:10–12 en la lectura de la Ley) o el festival romano de Saturnalia. Este éxtasis religioso está en la desaparición de los dos testigos, en lo que las naciones probablemente ven aquí como una guerra santa. Juan los describe especialmente como aquellos que hacían la vida imposible a los habitantes de la tierra, hace eco del tormento de la langosta/escorpión en 9:5. Nuevamente, el principio de lex talionis puede estar implícito, ya que el mismo término se usa en 18:4–8: “En la medida en que ella se entregó a la vanagloria y al arrogante lujo denle tormento y aflicción”. Resurrección (11:11–12) El tiempo para alegrarse por parte de las naciones se acorta, ya que la soberanía de Dios tiene el control y termina las fiestas después de tres días y medio, probablemente en paralelo con la resurrección de Jesús al tercer día. En este momento “entró en ellos un aliento de vida enviado por Dios, y se pusieron de pie”, una alusión al valle de huesos secos en Ezequiel 37:10: “aliento de vida entró en ellos; entonces los huesos revivieron y se pusieron de pie”. Las imágenes de Ezequiel muestran el regreso de Israel del exilio cuando un valle de huesos secos cobra vida. Hay otra alusión a Génesis 2:7, donde Dios sopla vida en la nariz de Adán. Cuando los dos resucitan y se ponen de pie, la alegría de los habitantes de la tierra se convierte en “gran temor”, terror abyecto por el poder de Dios y por su terrible futuro, posiblemente extraído del Salmo 105:38: “Los egipcios se alegraron de su partida, pues el miedo a los israelitas los dominaba” (vea también Éxodo 15:16). Este terror conducirá al arrepentimiento (Apocalipsis 11:13; 15:4) o al juicio (18:10, 15), dependiendo de su respuesta. Después de su resurrección, son llevados inmediatamente al cielo (11:11). Entonces oyeron “una potente voz”, no sabemos de quién, si Dios, Cristo o un ángel. La orden: “Suban acá”, recuerda Apocalipsis 4:1 y probablemente recapitula la ascensión de Elías al cielo en un carro de fuego (2 Reyes 2:11), validando el ministerio profético de estos dos como fue con el ministerio de Elías. Ascienden “en una nube”, lo que nos recuerda tanto Apocalipsis 1:7, Jesús regresando “con las nubes” (de Da 7:13) como Apocalipsis 10:1 donde el poderoso ángel está “envuelto en una nube” (vea también Apocalipsis 14:14–16). La nube es una imagen apocalíptica frecuente de la iglesia primitiva, vinculada con la resurrección (1Ts 4:17), la ascensión (Hechos 1:7) y la Parusía o segunda venida (Marcos 14:62). Entonces, el paralelo con Apocalipsis 1:7 es lo más importante, y esto simboliza su resurrección como parte del complejo de eventos centrados en el regreso de Cristo. Esto bien podría ser la reunión de la iglesia en la segunda venida de Cristo. Si los dos testigos son simbólicos de la iglesia, eso es realmente posible. Muchos objetan con el argumento de que las ascensiones al cielo en la literatura apocalíptica sirven para enfatizar la vindicación del profeta y, por lo tanto, la iglesia que conquista a la bestia, más que la

resurrección de los santos. Sin embargo, la nube representa la presencia de Dios en toda su gloria y majestad, especialmente al regreso de Cristo, por lo que encaja bien con el tema de la liberación de los santos. Todo el contexto aquí es la resurrección, por lo que esto podría encajar en la opinión de que esta es la reunión de la iglesia (simbolizada en los testigos) en el cielo. Esto tiene lugar al final del período de tres años y medio cuando su ministerio profético “ha terminado” (11:7), así pues, en el momento en que Cristo regrese. La principal dificultad está en el tiempo. Si esto es realmente al final de ese “período de tribulación” (7:14), ¿cómo explicamos los eventos de 11:13 (el terremoto y la conversión de muchos)? En Apocalipsis, el único evento después del regreso de Cristo es la batalla de Armagedón, por lo que no parece haber espacio para el terremoto, las muertes y el arrepentimiento de muchos. Por lo tanto, es posible que la resurrección aquí constituya una anticipación proléptica de la reunión final de la iglesia en el escatón en lugar del evento en sí. El orden aquí parece ser la ascensión de los testigos, el terremoto, la conversión de los espectadores, el regreso de Cristo/reunión de la iglesia y las secuelas (los eventos de Apocalipsis 20–21). Además, es posible que 11:11–12 sea un lenguaje metafórico en lugar de literal y describa la vindicación espiritual de los testigos/iglesia en lugar del evento de 1 Corintios 15 y 1 Tesalonicenses 4. Aun así, los plazos están distorsionados en la literatura apocalíptica, así que la opinión de que esta es la resurrección del pueblo de Dios al final de la historia sigue siendo una posibilidad muy real y sigue siendo mi preferencia. Juicio y arrepentimiento (11:13) Después de que los testigos son llevados al cielo, ocurre otro terremoto terrible (como en Ap 6:12; 8:5; 11:13, 19; 16:18), y una décima parte de la “gran ciudad” (vea 11:8) es destruida. Esto ocurre en otras partes del Antiguo Testamento (Ezequiel 38:19–20 con Gog y Magog, Zac 14:4 con Yahweh descendiendo al Monte de los Olivos en el Día de Yahweh). Siete mil mueren, una décima parte de la población de Jerusalén. Esta es una inversión de 1 Reyes 19:18, donde Dios preserva a siete mil fieles en Israel. Aquí perecen por su idolatría y rebelión. Aun así, este es un juicio parcial en la línea del cuarto asesinato en los juicios de los sellos (Apocalipsis 6:8) y el tercero en los juicios de las trompetas (9:18). Estos juicios constituyen un llamado al arrepentimiento y dejan espacio para estar bien con Dios. Después de estos horribles eventos, se nos dice que los sobrevivientes “llenos de temor, dieron gloria al Dios del cielo”. La pregunta es si esta acción denota el arrepentimiento verdadero o el homenaje forzado de un enemigo derrotado, como en Filipenses 2:11. Contra el arrepentimiento, la comprensión sería Éxodo 8:19, donde los magos de Egipto confesaron que Dios había enviado las plagas, o Daniel 4:34, donde Nabucodonosor “honró y glorificó” a Dios (“Dios del cielo” aparece tres veces en Da 4:37 en la Septuaginta) sin arrepentirse. Sin embargo, creo que la evidencia del arrepentimiento real en el contexto del libro es más fuerte. En Apocalipsis 14:6–7, el ángel con “el evangelio eterno” llama a las naciones a “temer a Dios y darle gloria”, muy similar al lenguaje aquí. En 15:4 y 16:9, “dar gloria a Dios” significa arrepentimiento y la oferta de salvación. En 19:5, 7, “temer a Dios” y “darle gloria” definen a los verdaderos “esclavos” de Dios. Entonces, este lenguaje se usa en Apocalipsis

para designar el verdadero arrepentimiento y la conversión. Si bien la mayoría de la humanidad se niega a arrepentirse y permanece endurecida hacia Dios, vemos aquí que hay una parte que se da cuenta de su pecado, comprende que los poderes cósmicos encarnan el mal puro y se vuelven a Dios en arrepentimiento. Son ellos quienes representarán a las naciones cuando traigan su honra a la nueva Jerusalén (21:24, 26) y se unan a los santos.

El tercer “ay” acompaña a la séptima trompeta (11:14–19) Los tres “ay” (Apocalipsis 8:13; 9:12; 11:14) son tres terrores que dejarán en claro que Dios en su ira pronto traerá juicio sobre las naciones. Sin embargo, en lugar de juicio, este tercero es la celebración celestial de la llegada del reino final de Dios y la victoria de los santos. Sin embargo, ese hecho es el mayor terror de todos para los habitantes de la tierra. Explicará la derrota absoluta de las fuerzas del mal, ya que designará lo que nunca podrán tener. Todavía es “juicio”, porque estas maravillosas bendiciones se negarán para siempre a los pecadores. Al mismo tiempo, esta visión asombrosa incluye el término de la ira de Dios y el comienzo del juicio, la recompensa y la destrucción en 11:18. Por lo tanto, es un doble “ay”: las bendiciones eternas que se les niegan por la eternidad y el juicio/castigo eterno que caracterizará su eternidad. En otras palabras, hemos llegado al escatón, el fin del mundo, una prueba más de la naturaleza cíclica de los sellos, trompetas y copas. Muchos dividen esta sección central del libro en dos secciones, 4:1–11:19 (la soberanía de Dios en el juicio) y 12:1–16:21 (el gran conflicto entre Dios y las fuerzas del mal), y esta es una buena manera de pensar en la organización de esta sección. Como tal, este pasaje concluye la sección del juicio y demuestra la gran victoria que Dios y Cristo han ganado. El tercer “ay” anunciado (11:14) La afirmación de que “el segundo ay ya pasó” parece incongruente, ya que ha ocurrido mucho desde el segundo ay (Apocalipsis 9:12–21). Sin embargo, el segundo interludio (10:1–11:13) es parte de la sexta trompeta/segundo ay, ya que hizo notar el sufrimiento del pueblo de Dios durante el período de los dos primeros ayes. El tercer ay solo podría comenzar cuando el segundo ay finalizara con la adición de 10:1–11:13. Igualmente enigmática es la afirmación de que el tercer ay “se acerca”. Quizás el punto sea la velocidad, puesto que dice “se acerca”. Pero en otros lugares significa “pronto” (2:16; 3:11; 22:7, 12, 20), y entonces el énfasis está en la inmanencia del regreso de Cristo y la venida del reino. Anuncio de las voces del cielo (11:15) Esperamos que caiga un juicio celestial, pero en cambio nos invitan al coro celestial (similar a Apocalipsis 7:9–12) de “voces fuertes” que celebran la victoria de Dios y su pueblo. El silencio del séptimo sello (8:1) en espera de los eventos finales ahora se ha revertido y se ha convertido en una mega sinfonía de sonido alegre mientras el coro celestial grita el punto de inflexión que toda la Biblia ha esperado: ¡la llegada del reino eterno! Este himno

ciertamente se canta en el momento del regreso de Cristo (19:11–12) y tiene lugar en el cielo. El himno celebra la reversión de la trágica situación durante la era del pecado, el reinado del “reino del mundo”. La cadena de frases que comienzan con “se ha convertido” considera el final de la historia como un todo completo, un hecho consumado. El reino ya no es (y nunca más será) “del mundo”, sino que será por siempre “de nuestro Señor”. Además, el motivo de la unidad continúa con la unidad definitiva entre Dios (“de nuestro Señor”) y Cristo (“De su Mesías”). Es el reino de la Deidad, y los poderes malignos, tanto humanos como angelicales, han sido derrotados de una vez por todas por “el Señor y su Mesías”. El reino celestial ha reemplazado a lo terrenal como la única realidad verdadera, y lo maravilloso es que ahora esta es la única realidad. El énfasis en “Mesías” (que tiene un artículo en griego) está en el oficio mesiánico de Jesús (como en 12:10; 20:4, 6), y es el reino mesiánico el que es anunciado aquí. El himno luego pasa del hecho de que el reino llega a la acción de Cristo “reinando por los siglos de los siglos”. Será un reino eterno. La naturaleza eterna de Dios, tan enfatizada en el libro (1:6; 4:9, 10; 5:13; 7:12; 10:6), se centra en la Deidad trina que establece un reino eterno anclado en su reinado eterno. El sufrimiento temporal de los santos (6:9–11; 10:9– 10) está llegando a su fin, lo que lleva a su reivindicación final (6:11; 7:13–17) y a la resurrección a la gloria eterna (11:11–12, 15). Estas promesas ahora se han cumplido de manera final. Himno de los veinticuatro ancianos (11:16–18) Estos ancianos son seres celestiales que dirigen la adoración celestial en el libro y al mismo tiempo son ángeles gobernantes “sentados en tronos”, probablemente miembros del consejo celestial (Salmo 89:27; 1 Reyes 22:19; Job 15:8). Le entregan sus tronos; ellos “se postran en tierra” (contra los reyes clientes de la bestia en Ap 17:13), destacando la soberanía y majestad de Dios. El himno de 4:10–11 celebra al Dios que creó y sostiene este mundo. Este himno celebra al Dios que ha terminado con este mundo y ha comenzado su reinado eterno. Comienza con acción de gracias, se basa en 4:9 y 7:12. Esta es la expresión de gratitud al Dios que ha respondido la oración, y no es más apropiado que aquí ya que Dios ha completado su plan de salvación, ha terminado con este mundo malvado y ha comenzado su reinado eterno. La acción de gracias propiamente dicha comienza con dos de los títulos cruciales del libro. “Señor Dios Todopoderoso” es el título dominante, que aparece nueve veces y significa “Dios ha demostrado ser el Señor de todos al ejercer su poder todopoderoso”. Su omnipotencia lo convierte en Señor soberano de toda su creación. Sin embargo, el elemento más significativo es la transformación del título triple de 1:4, 8; y 4:8, que denota al Dios que controla el pasado, el presente y el futuro y es el Señor sobre la historia. Ahora el título es doble y omite “quien ha de venir”. Todavía no hay nada “por venir”, porque la historia ha terminado y la eternidad ha comenzado. Todavía hay un énfasis principal en el poder absoluto de Dios y su control sobre el presente, aunque con el dominio romano puede no parecerlo. Pero el Dios que era soberano sobre los eventos pasados, que fue probado por el Antiguo Testamento, todavía está en control de los eventos presentes y los

conducirá a su fin elegido. Aun así, el objetivo principal es la ausencia del futuro, ya que, con la venida del reino final de Dios, ¡el futuro se ha convertido en un presente eterno! La razón de esta sorprendente verdad es “porque has asumido tu gran poder y has comenzado a reinar”. Este es un movimiento natural de pensamiento: el Dios Todopoderoso “asumiendo su gran poder” cuando vence toda oposición y establece su reino eterno. El tiempo de la séptima trompeta en realidad sigue a los eventos de Apocalipsis 19–22, por lo que este himno celebra todo el contenido de esta trompeta, la venida del Día del Señor. La segunda mitad del himno comienza con una cita cercana del Salmo 2:1: ¿Por qué se sublevan las naciones, y en vano conspiran los pueblos?”. Estas son las conspiraciones de las naciones “contra el Señor y contra su ungido” en el Salmo 2:2 y el libro de Apocalipsis. La respuesta de Dios en el Salmo 2:4–5 es la base de la respuesta aquí: “Las naciones se han enfurecido; pero ha llegado tu castigo”. En el salmo, el Señor se ríe y “los reprende en su enojo”. Observe la interacción entre la ira de las naciones y la ira de Dios. La primera es intrascendente; la segunda invierte toda la historia. La ira de las naciones es un acto de locura y terminará en aniquilación. El resto del versículo 18 es un quiasmo: A Ha llegado el momento de juzgar a los muertos B Y de recompensar a tus esclavos los profetas B′ a tus santos y los que temen tu nombre, sean grandes o pequeños A′ y de destruir a los que destruyen la tierra Este es un recurso estilístico utilizado en toda la Escritura para enfatizar dos o más puntos invirtiendo el orden en el segundo par. Así que aquí se contrastan los destinos del incrédulo y el creyente. El término para “tiempo” (kairos) no se refiere al tiempo cronológico sino al tiempo escatológico, un período centrado en el contraste entre el juicio sobre los malhechores y la recompensa para los fieles. Este “tiempo” fluye de la cláusula anterior y es el resultado de la ira divina contra un mundo de pecado, pero de placer divino con aquellos que vencen. Es por eso que esta séptima trompeta se llama “el tercer ay”. El juicio de los muertos alude a Daniel 12:2: “y del polvo de la tierra se levantarán las multitudes de los que duermen, algunos de ellos para vivir por siempre, pero otros para quedar en la vergüenza y en la confusión perpetuas” (también Is 26:19; 66:24; Sof 3:8). Ellos son “los muertos” porque estamos al final de la historia, y esto es parte del juicio final (Apocalipsis 20:11–15). La idea de recompensa para los fieles está explícita en 22:15 pero está implícita en la sección sobre recompensa para los vencedores al final de cada una de las siete cartas en los capítulos 2–3. Cristo habló de una gran recompensa en el cielo por los seguidores perseguidos en Mateo 5:11–12 y por los fieles en Mateo 6:1–18. La idea de recompensa “según el trabajo de cada uno” es frecuente en las Escrituras y se discutirá en Apocalipsis 22:12. Aquí hay cinco frases para describir a los que reciben recompensa: los esclavos de Dios, los profetas, los santos, los que temen a Dios, y los pequeño y grandes. La relación entre los cinco es difícil de determinar. Cuatro de los cinco parecen describir la iglesia como un todo, pero los “profetas” podrían describir un oficio de la iglesia, como en Efesios 4:11 y quizás

en Apocalipsis. Mientras que “profeta” puede referirse al oficio del Antiguo Testamento (Apocalipsis 10:7; 22:6) o a los dos testigos que simbolizan la iglesia (11:10), también habla de miembros de un oficio de profeta de la iglesia primitiva (16:6; 18:20, 24; 22:9). Aquí, sin embargo, la lista parece ser general, y los testigos/profetas en 11:3–12 describen a la iglesia como un todo. Los santos son realeza y sacerdocio en 1:6 y 5:10, y aquí tienen un ministerio profético. Por lo tanto, es probable que los cinco describan la iglesia. El pueblo de Dios es visto primero como esclavos que pertenecen a Dios (similar a los cristianos como “sellados” en 7:3–4 y “medidos” en 11:1–2), y su testimonio profético se describe como “el espíritu de profecía” en 19:10. Son “santos” en el sentido de ser llamados a apartarse del mundo y entregarse por completo a Dios. La combinación de “aquellos que temen a Dios” con “pequeños y grandes” también ocurre en 19:5 y hace eco del Salmo 115:13: “bendice a los que temen al Señor, bendice a grandes y pequeños”. El salmo contrasta a ídolos muertos con el Dios del cielo y ensalza a los que temen a Yahweh, una advertencia a los seguidores del culto nicolaíta en Apocalipsis 2:6, 15. Las categorías sociales de pequeño y grande son frecuentes en Apocalipsis (13:16; 19:5, 18; 20:12) y enfatizan que todos, desde reyes hasta esclavos, están igualmente ante Dios. No hay favoritos La cláusula final una vez más se centra en la lex talionis, la “ley de retribución”: aquellos que destruyen la creación de Dios con su pecado y su devastación de la tierra serán destruidos por Dios. Los destructores se refieren a la Gran Prostituta en 19:2, que “destruyó/corrompió la tierra”, y a la gran Babilonia en el capítulo 18, ambos símbolos del imperio de la bestia, el mundo de la humanidad pecadora. Esto alude a la reprensión de Dios de Babilonia en Jeremías 51:25: “Estoy en contra tuya, monte del exterminio, que destruyes toda la tierra”. Los asesinos de los justos y despojadores de la creación de Dios recibirán la justicia que merecen. Eventos cósmicos que anuncian el fin (11:19) Las escenas del templo enmarcan el capítulo 11. En 11:1–2 se mide el templo, lo que indica propiedad divina y protección. Ahora el templo está abierto (vea también la puerta abierta en 4:1), lo que significa que ha llegado el fin de la historia mundial. Lo que se abre aquí es en realidad el lugar santísimo donde Dios se sentó en su trono sobre el arca. Tanto el arca del pacto (2Sa 6:2; Sal 80:1; 99:1) como la tormenta (Éxodo 19:6–9; Sal 18:13; Is 30:30) son símbolos de la teofanía, manifestación de Dios. Él mismo para poner fin a esta era pecaminosa e introducir la era eterna de la alegría. Cuando se abre el templo celestial, el arca “aparece/se ve”. Dios está revelando una de las verdades celestiales profundas, porque el arca del pacto estaba en el corazón de la religión israelita. Contenía las dos tablas de piedra de los Diez Mandamientos, el frasco de maná y la vara de Aarón que floreció (Hebreos 9:4), símbolos del pacto misericordioso de Dios (la cubierta del arca se llamaba el “propiciatorio”). Esto está estrechamente relacionado con Apocalipsis 21:3: “la morada de Dios está con los seres humanos”. El arca era tan sagrada que estaba cerrada para todos por medio del velo, pero ahora al final del tiempo yace abierta y visible para todos. No hay más secretos y nada está cerrado al pueblo

de Dios. En 21:9–27, la ciudad santa es simbolizada como el lugar santísimo. ¡Viviremos por la eternidad en el lugar santísimo! La teofanía de la tormenta ocurre a menudo (vea 4:5; 6:12–14; 8:5; 16:18–21) e indica que el Dios asombroso del Sinaí (Éxodo 19:16) todavía está trabajando. La adición de “granizo” (como en Ap 4:5; 8:5) también puede aludir a la séptima plaga egipcia (Éxodo 9:13–26) y Gog y Magog (Ezequiel 38:22), destaca no solo la majestad de Dios sino también su juicio, en efecto resume los juicios de las trompetas. Los temas clave de toda la Biblia se unen en los eventos del capítulo 11. La propiedad y protección de Dios de su remanente justo es un aspecto central del concepto de un Dios de pacto, y al mismo tiempo se encuentra la oposición de las naciones que pisotean a su pueblo a lo largo de las Escrituras. Dios vela por su pueblo y los mantiene espiritualmente seguros, pero permite que las fuerzas del mal los persigan porque el sufrimiento es el camino hacia la victoria. Entonces los santos responden a la persecución no devolviendo mal por mal, sino con un testimonio valiente, como se simboliza en el ministerio de los dos testigos. Dos aspectos, la proclamación profética y la victoria sobre sus enemigos, seguidos de la muerte y la resurrección, resumen la historia de la redención. Hasta el final, el viejo adagio del padre de la iglesia Tertuliano es cierto: la sangre de los mártires es la semilla de la iglesia. Todo esto llega a buen término en la séptima trompeta. Este mundo y la humanidad pecadora que lo habita están llegando a su fin cuando llegue el reino eterno. El mal será destruido para siempre, y el reinado del Dios trino inaugurará nuestra gloria eterna cuando comencemos nuestro reinado con él.

EL DRAGÓN Y EL PUEBLO DE DIOS EN CONFLICTO (12:1–17)

Ahora ingresamos a una nueva sección del libro (Apocalipsis 12:1–16:21). La primera sección de la porción central (6:1–11:19, la primera parte de los capítulos 6–16) se centró en el control soberano de Dios sobre el orden creado, especialmente su poder sobre los enemigos de su pueblo y los juicios que él estaba derramando en este mundo pecaminoso. Esta sección contrasta el trono de Dios con el trono (13:2) y la adoración del dragón y la bestia (13:4, 8, 12, 14–15). Entonces estos capítulos trazan la gran batalla entre Dios y la falsa trinidad (16:13). La pretenciosa suposición de poder de Satanás es central, pero es Dios quien es verdaderamente soberano, y todo lo que el dragón y la bestia hacen solo pueden hacerlo porque Dios lo permite. Los capítulos 12–14 son el tercer y último interludio que rastrea la participación de la iglesia en la acción de los tres conjuntos de juicios, esta vez se muestra la guerra entre la mujer/iglesia y la falsa trinidad (el dragón y las dos bestias). Esto también proporciona el primer retrato ampliado del ser supremo del mal, el dragón/Satanás, así como su propósito y estrategia. Al mismo tiempo, un aspecto central aquí es la futilidad de Satanás, porque él

ya está derrotado y echado del cielo (12:7–9), vencido en la cruz (12:11–12) y frustrado en su oposición a los santos (12:13–17). Todo lo que hace es una parodia de lo que Dios y Cristo ya han hecho, desde sus coronas (12:3 y 13:1= 19:12), hasta su herida mortal que es sanada (13:3 = la muerte y resurrección de Cristo), a sus milagros (13:13), a “la marca de la bestia” (13:16 = el sellado de los santos en 7:3).

El dragón se opone a la mujer y su hijo (12:1–6) La historia contada aquí puede llamarse con razón un mito internacional; historias como esta se encuentran en prácticamente todas las religiones antiguas, como la egipcia (la diosa madre Isis perseguida por el dragón rojo Set), ugarítica (el dios de la tormenta Baal derrotando a la serpiente de siete cabezas Leviatán), Mesopotamia (Marduk, el dios de luz, mata al dragón de siete cabezas Tiamat), y grecorromana (la diosa Leto, embarazada de Apolo, perseguida por el dragón Pitón y rescatada por Poseidón). No es inusual que una historia bíblica siga tales contornos; en el Antiguo Testamento, Yahweh asumió títulos como “Jinete en las nubes” (un título del dios cananeo Baal; Sal 68:4), y muchos de los santuarios como Betel fueron anteriormente paganos y fueron “bautizados” para convertirse en santuarios de Yahweh. Se podría decir que la Biblia desmitifica los mitos paganos volviéndolos historia, es decir, mostrando que ahora realmente han sucedido en la historia. Entonces, la historia aquí es una analogía redentora con un propósito evangelístico: mostrar que en Cristo todas las esperanzas paganas se han realizado. Una señal maravillosa en el cielo, la mujer (12:1–2) Hay un contraste importante entre la mujer, que en 12:1 es “una señal maravillosa”, y el dragón en 12:3, que no es más que “otra señal”. El dragón y sus fuerzas cósmicas son “enormes” (= “poderosos” en 12:3, 9) solo en términos de su poder maligno y en el reino donde puede ser llamado “el dios de este mundo” (2Co 4:4). Pero él no es nada comparado con Dios, y los seguidores de Jesús han recibido durante mucho tiempo autoridad sobre el reino demoníaco (Marcos 3:15; 6:7). Aquí, las “señales”, como en el Evangelio de Juan, se refieren a símbolos o señales enviados divinamente que representan verdades celestiales y desafían a los lectores a la fe. Entonces, la mujer y el dragón son señales que alertan al lector sobre la clave de conflicto espiritual en el libro. La mujer está “revestida del sol, con la luna debajo de sus pies y con una corona de doce estrellas en la cabeza”. Esta triple descripción proviene de los sueños de José en Génesis 37:1–9, donde las gavillas de grano se inclinan hacia él, seguidas por el sol, la luna y once estrellas. La mayoría está de acuerdo en que el sol y la luna en ese contexto son los padres de José: Jacob y Raquel, mientras que las once estrellas son los hermanos de José. Las “doce estrellas” en la literatura judía suelen ser los 12 patriarcas o tribus. La mujer aquí es probablemente Israel, mientras que en Apocalipsis 12:17 ella representa a la iglesia, así que en general la mujer representa a todo el pueblo de Dios, Israel y la iglesia. En el Salmo 104:2 Yahweh “Te cubres[a] de luz como con un manto”, por lo que la imagen aquí muestra a la mujer que participa de la majestad de Dios. La luna enfatiza la gloria de Dios (Isaías 24:23; 30:26). La luna “bajo sus pies” muestra que ella comparte su

esplendor y dominio. Una corona, por supuesto, denota soberanía, y las “doce estrellas” significan la iglesia como el nuevo Israel que reina sobre la creación de Dios. Entonces, juntas, estas imágenes significan la gloria, la majestad y el dominio que Dios le ha dado a su pueblo. La mujer está embarazada y está a punto de dar a luz (Apocalipsis 12:2), una referencia ciertamente al nacimiento de Jesús. Muchos piensan que la mujer es María misma, pero esta es probablemente una metáfora colectiva de Israel acerca de dar a luz al Mesías. Con el énfasis en “gritaba por los dolores”, este es probablemente el pueblo de Dios perseguido (en medio de los “ayes” mesiánicos, como en 6:11) mientras trataban de dar a luz a la era mesiánica. Isaías 26:18 representa a Israel con un niño, retorciéndose en el trabajo, tratando sin éxito de traer “salvación a la tierra”. Esta imagen se altera aquí para mostrar que con Cristo la tensión de Isaías se resuelve y la salvación finalmente ha venido a la tierra. La otra señal en el cielo, el dragón (12:3) El símbolo de un gran dragón era bien conocido en la antigüedad. Representaba una serpiente o un monstruo marino generalmente conectado con poderes demoníacos. En Canaán, estos eran los dioses serpiente que eran enemigos de Baal, y en Babilonia era una serpiente roja que guardaba al dios Marduk. Para los hebreos estaba Leviatán (Sal 74:13– 14), el monstruo marino femenino Rahab (Job 9:13; 26:12; Is 51:9) y Tannin (que la NVI traduce “monstruo” en Job 7:12; Sal 74:13). Leviatán es etiquetado como un “dragón” en Job 3:8; 41:1; Salmo 104:26. Dado que el mar para los pueblos antiguos significaba profundidades insondables y el caos de la muerte, Leviatán/el dragón representaba todos los terrores del mar y, por lo tanto, la presencia del mal y la muerte. Faraón (Ezequiel 29:3; 32:2) y Nabucodonosor (Jer 51:34) se llaman “monstruos marinos” porque devoraron naciones, por lo que esto se convirtió en un símbolo también para las naciones que conquistaron a otros y se opusieron a Dios y a su pueblo. Leviatán es una bestia de muchas cabezas en el Salmo 74:13, por eso es natural ver cómo la imagen del dragón se asociaba con Satanás. En el Nuevo Testamento, la figura del dragón se encuentra solo en Apocalipsis, aunque Pablo asocia a la serpiente del jardín del Edén con Satanás en Romanos 16:20 (vea Génesis 3:15), “el Dios de paz aplastará a Satanás bajo los pies de ustedes”. El dragón es rojo, un color asociado con dragones en Egipto y Babilonia, que simboliza a Satanás matando al pueblo de Dios (el “Cordero sacrificado” en Apocalipsis 5:6), como en el caballo rojo de 6:4 y el derramamiento de la sangre de los santos en 16:6; 17:6; 18:24. El dragón tiene “siete cabezas y diez cuernos” como la bestia del mar en 13:1, un símbolo apocalíptico común, como en las “muchas cabezas” del Salmo 74:13 o el monstruo de siete cabezas de los escritos judíos. Principalmente, las siete cabezas provienen de Daniel 7:4–8 y representan la suma de las cabezas de las tres primeras bestias más las cuatro cabezas de la cuarta bestia. A diferencia de la bestia del mar, que tiene coronas en sus cuernos, el dragón tiene siete coronas en sus cabezas, lo que significa su intención pretenciosa de soberanía. Este no es el stephanos, la corona del vencedor utilizada en otras partes del Nuevo Testamento, sino la corona de diadēma o gobernante (“diadema”), utilizada solo aquí, Apocalipsis 13:1 (la corona falsa del dragón y la bestia), y 19:12 (la

verdadera corona del gobernante de Cristo) en el Nuevo Testamento. El dragón quiere ser adorado como Rey de reyes, pero es solo “el dios de este mundo” (2Co 4:4), y su reinado es temporal y efímero. Fue derrotado de una vez por todas en la cruz y “sabe que le queda poco tiempo” (Ap 12:12). El dragón va a la guerra (12:4) Satanás y todos los ángeles tuvieron la misma opción que Adán y Eva. Satanás eligió rebelarse contra Dios, seducir a un tercio de las estrellas, la hueste celestial, e intentar quitar a Dios de su trono. Entonces el dragón usa su cola, como las colas de los escorpiones en 9:10 y los caballos en 9:19, para “arrastrar la tercera parte de las estrellas” del cielo a la tierra. Esto recrea Daniel 8:10, donde el cuerno pequeño arrojó a la tierra a algunas de las huestes de estrellas y las pisoteó. Muchos ven aquí no una batalla celestial, sino terrenal, con el argumento de que Daniel 8 describe la persecución de los israelitas por parte de Antíoco Epífanes, el cuerno pequeño, en 167–164 a.C. Esto indicaría la guerra satánica contra los santos. Sin embargo, la mayoría de los eruditos del Antiguo Testamento ven al “ejércitos de estrellas” en Daniel 8:10 como ángeles, y el contexto de Apocalipsis 12:4 es celestial, no terrenal. En Apocalipsis, las “estrellas” generalmente se refieren a los ángeles (1:16, 20; 2:1; 3:1), y en ningún otro lugar los creyentes se llaman “estrellas”. Entonces, la imagen de Satanás arrojando un tercio de las estrellas del cielo se refiere a la batalla celestial original detallada a continuación en 12:7–9. Entonces, el versículo 4 aquí se refiere a la victoria inicial cuando Satanás sedujo a un tercio de la hueste celestial para que se le uniera, y 12:7– 9 habla de la batalla real cuando son expulsados del cielo y se convierten en “ángeles caídos”. Después de su victoria parcial en el cielo, el dragón lleva el conflicto a la tierra, primero contra Cristo y luego contra sus seguidores. Él “se para frente a la mujer” para devorar al niño apenas nazca. Parece incongruente que un dragón/serpiente sea representado como de pie, pero esta es una representación común en el mundo antiguo. El paralelo principal, por supuesto, es la matanza de Herodes de los bebés inocentes menores de dos años en Belén en Mateo 2:16, que hizo eco en las conspiraciones de líderes judíos en Marcos 3:6; Juan 7:30, 44–48; 8:58–59. Dios libera al niño y a la mujer (12:5–6) La narración omite detalles de la vida de Jesús para centrarse en el drama de la vida y la muerte misma. Este telescopio de eventos es común en las Escrituras. El infante se presenta como “un hijo varón” de acuerdo con el énfasis en la masculinidad de los sacrificios en el Antiguo Testamento (Éxodo 12:5; Lv 1:3; 4:23; 22:19) y también el énfasis en la filiación en Círculos judíos. “Varón” aquí alude a Isaías 66:7 en la Septuaginta, donde significa el renacimiento de Israel de las tribulaciones del cautiverio. La salvación y liberación del pueblo de Dios se centra en la venida del Mesías. Este hijo varón está destinado (la palabra griega traducida “voluntad” a menudo enfatiza la necesidad divina) a “gobernará a todas las naciones con vara de hierro”. Esta

traducción es mejor que “cetro de hierro” porque se refiere al cayado de los pastores y es una alusión al Salmo 2:9, citado en Apocalipsis 2:27 y 19:15 de la destrucción de las naciones por parte de Cristo y su iglesia en su segunda venida. Representa al club de pastores “haciéndolos pedazos como a vasijas de barro”, una referencia a la destrucción de los hacedores de maldad en la batalla o Armagedón en 16:14, 16 y 19:19–20. Sin embargo, mientras el dragón prepara su ataque mortal, Dios repentinamente arrebata al niño para su trono (12:6), una referencia definitiva a la ascensión y exaltación de Jesús a la gloria. “Arrebatar” es un verbo particularmente fuerte que describe la ascensión de Jesús al cielo. Satanás ha tratado de “devorar” (= la muerte de Jesús) a Jesús, pero Dios lo ha “arrebatado” (= la resurrección de Jesús) del alcance de Satanás. Esta es la derrota de Satanás. Jesús no solo es arrebatado al cielo sino “a su trono” (5:6; 22:1), enfatizando aún más que Jesús gobernará a todas las naciones. Frustrado por su incapacidad para derrotar a Jesús, Satanás en 12:6 vuelve sus malas intenciones a la mujer. Ella tiene que huir al desierto, que algunos interpretan como la huida de cristianos de Jerusalén a Pella en el año 66 d.C. Sin embargo, esta es una escena cósmica y probablemente tenga lugar durante el período final de tres años y medio de la historia (7:14; 11:2, 3). Aun así, también muestra la protección de Dios por su pueblo en medio de la persecución. Esto hace eco de los andares en el desierto cuando Dios protegió a Israel (Éxodo 16:32; Deuteronomio 1:31; 8:3) y el tiempo en que Elías huyó al desierto (1 Reyes 19:3–9). Cuando el dragón la persigue, la mujer/iglesia es llevada a “un lugar que Dios le había preparado”, un lugar de consuelo divino donde Dios está alimentando y protegiendo a su asediado pueblo. Esto recuerda la medición del templo en Apocalipsis 11:1, un lugar sagrado de descanso y sustento en Dios que hace eco de la “mesa… en presencia de mis enemigos” en el Salmo 23:5. Los “1260 días” son el tercero de cinco lugares en los que se menciona el último período de tres años y medio de la historia de Daniel. Todos están en Apocalipsis 11–13 (11:2, 3; 12:6, 14; 13:5) y describen ese período que Dios ha permitido al final de la historia humana para la falsa trinidad del dragón, la bestia y el falso profeta para hacer su nefasta obra. Esto apunta a Daniel 7:25 y 12:7 como el último acto de desafío del cuerno pequeño contra Dios y su pueblo. Todo esto significa que el día del mal es corto, temporal, estrictamente controlado por Dios y condenado a terminar en la destrucción de la falsa trinidad.

La guerra estalla en el cielo (12:7–12) La historia básica del conflicto entre el dragón y el pueblo de Dios se cuenta en 12:1–6, y luego se expande de dos maneras. Primero, el conflicto de 12:4 que describe la batalla entre el dragón y Dios se completa con detalles en 12:7–9, y luego la búsqueda de la mujer por el dragón en 12:6 se expande en 12:13–17. Entre los dos está la respuesta de un himno de los moradores del cielo en 12:10–12 a la victoria cósmica de 12:7–9. La guerra en el cielo descrita (12:7–9)

En 12:4, esta guerra se ve desde la perspectiva de Satanás mientras arrastra un tercio del reino angelical del cielo a la tierra. Ahora se cuenta toda la historia y vemos cuán corta fue esa aparente victoria. La batalla real no fue entre Dios y Satanás; Miguel y la hueste celestial fueron más que suficientes para luchar y vencer a Satanás y los ángeles caídos. No hay dualismo en el libro entre Satanás y Dios; no son iguales. El adversario del dragón es el arcángel Miguel, y él es el más poderoso de los dos. En Daniel 10:13, 21; 12:1 él es un “príncipe de primer rango” o ángel gobernante que protege y libera al pueblo de Dios de sus enemigos. Como tal, era visto en la literatura judía del Segundo Templo como el ángel guardián (1 Enoc 20:5) e intercesor (Testamento de Leví 5:5–6) de Israel que dirigía el ejército de Yahweh y derrotaba a sus enemigos por ellos. Muchos de los que han escrito sobre Apocalipsis creen que esto no representa la caída original de Satanás. Más bien, describe metafóricamente la batalla espiritual que tiene lugar todos los días en la vida del creyente, mientras los poderes del mal luchan con el pueblo de Dios. Mientras los santos luchan contra la maldad aquí en la tierra, una batalla celestial se lleva a cabo al mismo tiempo. Esto describe la victoria original ganada por Jesús en la cruz, así como las batallas diarias libradas por el pueblo de Dios. Si bien esta interpretación es muy viable, creo que esto es más que puramente simbólico y describe la caída primordial de Satanás. Isaías 14:12–15 es parte de una profecía contra Babilonia y describe la caída del rey de Babilonia, pero creo, junto con muchos otros, que esto fue extraído de una antigua historia de la caída del dragón: ¡Cómo has caído del cielo, lucero de la mañana! Tú, que sometías a las naciones, has caído por tierra. Decías en tu corazón: Subiré hasta los cielos… ¡Pero has sido arrojado al sepulcro, a lo más profundo de la fosa!”. Existen distintas conexiones lingüísticas con Apocalipsis 12:7–9. La derrota de Leviatán/el dragón está atestiguada en el Salmo 74:13–14, y la de Rahab/el dragón en Isaías 51:9–10; Isaías 27:1 dice que Dios “el Señor castigará a Leviatán, la serpiente huidiza, a Leviatán, la serpiente tortuosa. Con su espada violenta”, y varios textos judíos del Segundo Templo hablan de la guerra que Dios libra con el dragón (por ejemplo, Testamento de Daniel 5:10–13). Segundo de Enoc 29:4–5 cuenta la rebelión de uno de los arcángeles en el “segundo día de la creación” y describe cómo él y su compañía de ángeles fueron expulsados del cielo. En La vida de Adán y Eva 13:1–2, la expulsión del cielo está relacionada con el incidente de Génesis 6:1–4. La serpiente está vinculada con Satanás en Sabiduría 2:24 y 3 Baruc 9:7. A la luz de todo esto, hay dos razones por las cuales este pasaje probablemente se refiere a un elenco original de Satanás y una hueste de ángeles del cielo en los albores de la historia: la enseñanza del Antiguo Testamento sobre la derrota de Leviatán/el dragón en la creación, y la tradición judía de una expulsión original, ya sea en la creación o en el incidente registrado en Génesis 6:1–4. El punto clave es que Satanás no era lo suficientemente fuerte como para tener éxito en esta guerra (Apocalipsis 12:8). Esto se convierte en un punto importante en los capítulos siguientes: la futilidad de Satanás. Dios permite que la bestia “conquiste” a los santos (13:7), pero en realidad ellos lo conquistan dando sus vidas (12:11). Como resultado, está lleno de ira frustrada (12:12). Puede ser “el que gobierna las tinieblas” (Ef 2:2) y “dios de este mundo” (2Co 4:4), pero su autoridad está restringida a sus propios seguidores. Fue conquistado en la cruz y está sujeto a los seguidores de Cristo (Marcos 3:15; 6:7). Es derrotado por Miguel y sus fuerzas, y “ya no hubo lugar para ellos en el cielo” (Apocalipsis

12:8). Esto se lleva a cabo en tres etapas, cada una “atando” a Satanás: en la expulsión original del cielo, en la muerte y resurrección de Cristo, y en el lanzamiento final de Satanás y sus ángeles caídos al lago de fuego. Su derrota es completa. Él puede ser “el gran dragón”, pero eso está restringido a este mundo, que en realidad es su prisión (2Pe 2:4; Judas 6). En realidad, fue “arrojado a la tierra, junto con sus ángeles” (Apocalipsis 12:9, refiriéndose a ese tercio del ejército angelical que se convirtió en ángeles caídos en 12:4). Su verdadero carácter ahora se presenta en la descripción más extensa de él en el Nuevo Testamento (reflejado en 20:2). Primero, él es “la serpiente antigua”, la serpiente astuta (Génesis 3:1) que engañó a Eva en el jardín y derrota al pueblo de Dios no por ganar control sobre ellos sino por desviarlos. Él no es el súper soldado y el hombre fuerte que muchos piensan que es, porque ha sido completamente derrotado por el hombre más fuerte, Jesús (Marcos 3:27). Es el mejor estafador que jamás haya existido. El “león rugiente” que quiere devorarnos (1 Pedro 5:8) lo hace a través de una tentación engañosa. Su identidad lo pone de manifiesto: se le llama “el diablo o Satanás”. Estos son sinónimos griegos y hebreos que se refieren a un “adversario” u “oponente malvado”. En su raíz, esto se refiere a un acusador en un tribunal de justicia, como el Satanás en Job 1:6– 12; 2:1–6. En el Nuevo Testamento, él es el “príncipe de este mundo” (Juan 12:31; 14:30) y el “dios de este siglo” (2Co 4:4). En el fondo es un mentiroso (Juan 8:44) y un engañador (Apocalipsis 20:3, 8, 10), un destructor (1 Pedro 5:8) y un asesino (Juan 8:44). De hecho, él “engaña al mundo entero”, tanto los creyentes (Mateo 6:13; 24:24) como los no creyentes (Hechos 26:18; 2 Corintios 3:12–18). El método principal que Satanás usa para perturbar al pueblo de Dios es el engaño. Las huestes celestiales celebran la victoria (12:10–12) Los himnos de Apocalipsis funcionan como el coro de una obra griega, no solo celebran, sino que interpretan el significado de los eventos. Hay tres partes en este himno: regocijarse de que Dios derribó al dragón (Apocalipsis 12:10), expandir la esfera de esa victoria para incluir la victoria sobre Satanás por parte de los santos (12:11), y los efectos de la victoria en cielo y la tierra (12:12). El “gran clamor” proviene de la corte celestial a la llegada del reino mesiánico. La “salvación” ocurre tres veces (7:10, aquí, 19:1) y tiene su connotación del Antiguo Testamento de “liberación” o “victoria” de los santos por medio de Dios. Los tres irrevocables de Satanás están entrelazados y definen el alcance de esa victoria: expulsados del cielo en la creación, derrotados en la cruz y lanzados a la perdición al final de la historia. Esta salvación/victoria se define además como “poder y reino”, esa fuerza utilizada por el Señor Dios Todopoderoso para derrotar al dragón y establecer su reino eterno. Este es el reino de Dios en el cual los santos serán reyes (1:6; 5:10) y reinarán con él (20:4; 22:5). La razón de esta celebración es que el acusador ha sido arrojado del cielo (12:7–9), desarrolla el significado de su nombre (“adversario” en 12:9) y lo aplica a su obra principal de acusar al pueblo de Dios ante Dios día y noche. Este es el lenguaje de un fiscal en un tribunal de justicia como Satanás en Job 1:6–12 (donde acusa a Job de servir a Dios por intereses egoístas) o Zacarías 3:1–2 (donde acusa a Josué el sumo sacerdote de los pecados

de la nación). La victoria en la guerra cósmica implica también la victoria en la sala legal de Dios. Como en Romanos 8:33: “¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Es Dios quien justifica”. Entonces el pueblo de Dios ha conquistado a su acusador (Apocalipsis 12:11). Satanás tiene la victoria inicial en la batalla, e incluso se le permite quitarles la vida, pero esto es simplemente terrenal y temporal. En realidad, la victoria de los santos sobre él y “los reyes de la tierra” (aquí, 17:14) es final y eterna. Tenga en cuenta el movimiento del pensamiento de 12:10 a 12:11: “Porque el acusador… ha sido arrojado, y han vencido sobre él”. Esta es una idea de dos partes: Dios arrojó al dragón del cielo y los santos lo han vencido. En 15:2 los fieles vencedores se paran frente al trono y cantan el cántico de Moisés, celebrando su gran victoria. Esta victoria se logra de dos maneras: Primero: “por la sangre del Cordero”, ya que la derrota final de Satanás tuvo lugar en la cruz (1:5; 5:6, 9; 7:14). La sangre de Cristo es la base de cada victoria lograda por el pueblo de Dios. Segundo, también se lleva a cabo “por la palabra de su testimonio”, aludiendo al “testimonio de Jesús” (1:2; 3:14) que se convirtió en la base de su fiel “testimonio sobre Jesús” (1:9; 6:9; 12:17; 20:4). El testimonio de los creyentes es tanto un estilo de vida de fidelidad a Cristo como un testimonio verbal a los demás. La iglesia durante este tiempo de terrible oposición y sufrimiento no se esconde, sino que mantiene un valiente testimonio hasta el final. Su testimonio ahora se define más específicamente: “no valoraron tanto su vida como para evitar la muerte”. Este es un pasaje importante que llevó al martyria griego (“testigo”) a ser utilizado desde el siglo II para “martirio”. Para el creyente, el testimonio implica la voluntad de morir por Jesús si es necesario. Como Jesús dice en Marcos 8:34: “Si alguien quiere ser mi discípulo —les dijo― que se niegue a sí mismo, lleve su cruz y me siga”. La carga de la cruz es el componente esencial de la imitatio Christi (imitación de Cristo); los verdaderos creyentes mantienen su testimonio incluso si eso significa la muerte. La parte final del himno (Apocalipsis 12:12) relata los resultados de esta victoria cósmica para el cielo y la tierra. Debido a la llegada del reino, que involucra tanto el derrocamiento de Satanás como la victoria de los santos, los habitantes del cielo están llamados a regocijarse y los habitantes de la tierra a llorar. En el Antiguo Testamento, el cielo y la tierra se regocijan juntos (Sal 96:11; Is 44:23; 49:13), pero la tierra ha quedado bajo el control de los poderes del mal. Debe ser destruida (2 Pedro 3:7, 10) para dar paso al cielo nuevo y la tierra nueva (Apocalipsis 21:1). Es probable que todos los seres celestiales estén involucrados aquí, ya que los creyentes se unen a las huestes del cielo en su alegre celebración de la victoria final de Dios sobre el dragón y sus fuerzas cósmicas. La frase “¡alégrense, cielos, y ustedes que los habitan!” en un nivel describe a todos los seres celestiales, así como a los humanos, pero tiene una relevancia especial como imagen del pueblo de Dios, ya que está en tensión con los “habitantes de la tierra” (3:10; 6:10; 8:13) para describir a los santos como aquellos que pertenecen al cielo en lugar de a la tierra. Somos los ciudadanos del cielo (Filipenses 3:10) que somos “peregrinos y extranjeros” (1 Pedro 1:1, 17; 2:11) en la tierra. Como dice la vieja canción: “Este mundo no es nuestro hogar, solo estamos de paso”. En contraste, la tierra y el mar están llamados a lamentarse. Estas son las regiones del mal de las cuales emergen las dos bestias en Apocalipsis 13:1, 11. Esto usa el mismo término

que en los tres “ay” de los juicios de las trompetas (8:13; 9:12; 11:14), describe el terror absoluto de aquellos que enfrentan la ira de Dios. Aquí, sin embargo, no es la ira de Dios sino la ira del diablo. Como en 12:4, Satanás toma la iniciativa y va a la guerra, pero esta vez (como en Apocalipsis 9) contra sus propios seguidores. Él “cae” o “desciende” por su cuenta —en 12:7–9 Miguel lo arroja— “lleno de furia” (el mismo término que “ira”). Esto no es indignación justa; es todo lo contrario. Esta es la rabia frustrada por haber perdido. La derrota final de sus tramas malvadas lo tiene lívido de ira. Sabe que no puede desquitarse con Dios, por lo que planea desahogar su hostilidad con los habitantes de la tierra, su propia gente. Hay dos razones para la ira del diablo: ha perdido su lugar en el cielo (12:7–9, 10b) y “sabe que le queda poco tiempo”. El mismo sentido de inminencia que caracteriza el regreso de Cristo (Mt 16:27; 1Co 1:7; Ap 22:7, 12, 20) también se ajusta a la desaparición del diablo. Solía pensar que Satanás era el gran megalómano que pensaba que aún podía obtener la victoria sobre Dios, pero estaba equivocado. Puede ser supremamente malvado, pero no es estúpido. Él sabe que hay poco tiempo antes de ser arrojado al lago de fuego (Apocalipsis 20:10). Debido a su frustración, solo puede causar tantos estragos como pueda. También es consciente de la victoria que el pueblo de Dios ya ha logrado sobre él (12:11), por lo que solo puede atacar a su propia gente. ¿Por qué odia a sus propios seguidores? Todavía están hechos a la imagen de Dios y son los objetos del amor de Dios (Juan 3:16). Todavía puede causar dolor a Dios y a Cristo al torturar y matar a estas personas (Apocalipsis 9:1–11, 13–19).

La guerra estalla en la tierra (12:13–17) La ira del diablo de 12:12 ahora se vuelve contra los creyentes. Mientras que 12:7–9 es una expansión de 12:4 (guerra en el cielo), esta es una expansión de 12:6, que detalla la acción del dragón (el “diablo” de 12:12) forzando a la mujer/los santos huir al desierto. El tema aquí es la protección de la mujer por parte de Dios (12:14) y luego por la creación (12:16), que enfurece aún más al dragón cuando se va para hacer la guerra contra su descendencia (12:17), lo que lleva a la estrategia que él planea para destruir al pueblo de Dios, como se cuenta en el capítulo 13. Persecución por el dragón (12:13) Inicialmente derrotado cuando no puede matar al niño Cristo (12:5) y es “arrojado a la tierra” (12:7–9), el dragón saca lo mejor de su situación al perseguir a la mujer que había dado a luz el niño, y ella se ve obligada a huir (12:5, 6). En el momento en que llegó a la tierra, inmediatamente volvió su furia hacia la mujer/la iglesia. El verbo tiene un doble significado, ya que Satanás “persiguió” y “fue tras” el pueblo de Dios. La imagen de la mujer que huye mientras la persiguen es un ejemplo del motivo del éxodo en la Biblia, que recuerda la imagen de Israel huyendo de los carros de Faraón, quien es llamado el dragón “Rahab” en Isaías 51:9–10. Cuidado y protección para la mujer (12:14–16)

En 12:6, la mujer “huyó al desierto, a un lugar que Dios le había preparado”, y en 12:14 se nos dice cómo se escapa. Dios le da “las dos alas de la gran águila”, lo que recuerda ejemplos del Antiguo Testamento de águilas como agentes enviados divinamente que rescatan a su pueblo (Éxodo 19:4; 32:10–11, nuevamente recordando el éxodo). Es importante darse cuenta de que ella no es pasiva aquí (liberada por el águila), sino activa (se le dan las alas para que vuele ella misma). En Isaías 40:31 se les dice a los fieles que “volarán como las águilas”; se levantarán por encima de sus pruebas terrenales con la fuerza que Dios les provee. Las alas le permiten “volar al lugar preparado para ella en el desierto”, lenguaje que recuerda 12:6 (vea la discusión allí). Dios ha provisto un refugio para protegerla. Tenga en cuenta las imágenes de Dios como Padre celestial que cuida a sus hijos. Allí es “alimentada”, el mismo verbo que en 12:6 describe las necesidades físicas de los niños asediados de Dios. Esto recuerda las palabras de Jesús en Mateo 6:25: “No se preocupen por su vida”. El desierto a menudo se ve en el Antiguo Testamento como un lugar de refugio y provisión (Éxodo 16:32; 1 Reyes 19:3–9). Dios cuidará de ella por “tiempo, tiempos y medio tiempo” (1 + 2 + ½), una variación de los “42 meses” (Apocalipsis 11:2; 13:5) y “1260 días 2 (11:3; 12:6). Es una alusión a Daniel 7:25; 12:7, una referencia al período de tres años y medio en Daniel (y Apocalipsis, véase Da 9:27) cuando los santos serán entregados al “cuerno pequeño” que los oprimirá (Da 7:25). Dios la mantendrá “fuera del alcance de la serpiente” por ese tiempo. Al usar “serpiente” aquí, se pone énfasis en las artimañas del diablo, como en la Oración del Señor: “no nos dejes caer en tentación” (= “danos la fuerza para vencer la tentación”). En 12:15 se proporciona un ejemplo específico de su protección. La conexión de la serpiente con Leviatán, señalada en los comentarios del 12:7–9, regresa cuando la serpiente “arroja agua como un río”. Está enviando una inundación, una doble inundación de mentiras y persecución. El uso de las mentiras y el engaño de Satanás es parte de la actividad del tiempo del fin en Mateo 24:24 (“señales y maravillas para engañar, si es posible, incluso a los elegidos”), Juan 8:44 (Satanás un mentiroso) y 2 Tesalonicenses 2:9– 10 (milagros falsificados). En Apocalipsis esto puede aludir a los falsos maestros (Ap 2:22, 14–15, 20–23). El diluvio como persecución hace eco del Salmo 18:4; 32:6; 69:2; e Isaías 43:2. Cuando Satanás trata de ahogar a la mujer, otro milagro ocurre en 12:16 cuando la tierra “abre su boca y traga el río”. La creación ahora viene en ayuda del pueblo de Dios. Hay varias posibles alusiones del Antiguo Testamento aquí. Probablemente lo mejor sea el rescate de Israel de los carros de faraón, ya que el cántico de Moisés celebraba en Éxodo 15:12: “Extendiste tu brazo derecho, ¡y se los tragó la tierra!”. Se usa un lenguaje similar de Dios tomando las vidas de los hijos de Coré en Números 16:32, donde “la tierra abrió su boca y se los tragó” (también Sal 106:17). Entonces esta inundación es interna (conflicto causado por las mentiras de los falsos maestros) y externa (presión causada por la persecución). Ira y persecución por el dragón (12:17)

Aquí el dragón se llena de ira una vez más, esta vez en su mayor derrota por Dios y la creación en 12:15–16. Ambas palabras para ira se usan en el contexto (thymos y orgē), y juntas connotan una ira intensa y apasionada centrada específicamente en la mujer que lo lleva a la guerra contra el resto de su descendencia. Hay tres derrotas del dragón en el capítulo 12: el arrebatamiento del niño Cristo (12:5), la expulsión del cielo (12:8) y el intento de ahogar a la mujer (12:15–16). Ahora intenta una cuarta ofensiva contra “su descendencia”. Puede haber un doble significado para la mujer y la descendencia. Podrían referirse tanto a: 1) la iglesia ideal en el cielo (la mujer, 12:1–2) como la iglesia terrenal (la descendencia, 12:17); y 2) la mujer como la iglesia de los días de Juan y la descendencia como aquellos que vendrán a Cristo en el futuro, es decir, los conversos a través de los siglos, así como en el período final representado en los capítulos 10–13. Estos seguidores de Cristo que son el objeto de la ira del dragón se convierten en vencedores cuando “obedecen los mandamientos de Dios y se mantienen fieles al testimonio de Jesús”. Esta es una de las frases centrales en el libro para describir la perseverancia de los santos, se basa en 1:2, “la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo” (vea 1:9; 6:9; 19:10; 20:4). La clave para la victoria en este libro es clara: obedecer a Dios y testificar de Jesús. Esta obediencia y fidelidad en 14:12 es la forma en que evitamos el mismo destino terrible que los seguidores de la bestia. El creyente es responsable ante Dios de mantener un camino ético a través de la vida siguiendo el modelo de Jesús. Es imposible leer Apocalipsis 12 y no estar convencido de la realidad de la guerra espiritual. A muchos de nosotros nos gustaría ser suizos y permanecer neutrales en esta guerra, como si pudiéramos ignorar a Satanás y estar seguros de que él nos ignoraría. ¡Pero Satanás es real, y también lo es su odio por cada uno de nosotros! Ser neutral es perder. Satanás, el gran dragón rojo, trata en todos los sentidos de frustrar el plan de Dios, tanto en términos generales en la historia redentora como estrechamente en cada una de nuestras vidas. Fue derrotado en su rebelión original y en la cruz, sin embargo, continúa trabajando muy duro en sus tramas infames, y a menudo tiene éxito. El camino hacia la victoria sobre nuestro adversario es bastante claro. Debemos depender absolutamente de Cristo, sacar fuerzas del Espíritu y obedecer a Dios en todo lo que hagamos. Cuando hacemos eso, no podemos perder. Las fuerzas del mal nos distraerán con pruebas terrenales y persecución, pero mientras nuestros ojos estén fijos en Jesús, venceremos.

LAS BESTIAS DEL MAR Y LA TIERRA (12:18–13:18)

Ahora se presenta la estrategia de Satanás para llevar a cabo su guerra contra la mujer y su descendencia (12:17). Se centra en los otros dos miembros de la falsa trinidad, la bestia del mar (13:1–10) y la bestia de la tierra (13:11–18). La primera bestia es la cabeza militar y administrativa del imperio, y la segunda bestia es la cabeza de la religión mundial centrada

en adorar a la bestia y al dragón (el “falso profeta” en 16:13). El dragón le da a la bestia su autoridad y su trono (13:2), por lo que la bestia en efecto es su “hijo”, una parodia de Cristo como Hijo de Dios. Como tal, las bestias llevan a cabo la guerra final contra Dios y su pueblo y exigen adoración universal. Esto es lo que Satanás intentó en la rebelión original cuando fue expulsado del cielo (12:4, 7–9), y para los lectores originales esto representaría el culto imperial que exige adoración al emperador. A lo largo de este capítulo haré notar una serie de parodias o grandes imitaciones, cuando el dragón y la bestia copian lo que Dios ya ha hecho. Esto también está presente en todo el libro, porque si Satanás quiere hacer algo bien, todo lo que puede hacer es parodiar lo que Dios ha hecho perfectamente. Así, en este capítulo hay una falsa trinidad, una herida fatal curada (= la muerte y resurrección de Cristo), y una marca de la bestia (= el sellado de los santos en el capítulo 7).

El dragón le otorga poder a su agente, la bestia del mar (12:18–13:4) El surgimiento de la bestia del mar (12:18–13:2b) Las traducciones difieren en la mejor manera de manejar la afirmación de que el dragón estaba en la orilla del mar, que he etiquetado como 12:18. Algunos lo incluyen en 12:17 (ESV); otros lo hacen en 13:1 (NVI, NASB). Estoy de acuerdo con la última ubicación, ya que introduce la aparición de la bestia del mar en 13:1. Todo este capítulo, entonces, es el resultado de la ira del dragón en 12:17. La guerra en la tierra de 12:13–17 continúa; vimos las intenciones y la acción inicial en 12:13–17, y ahora vemos cómo se llevan a cabo esas intenciones. El dragón “se plantó en la orilla del mar”, listo para llamar a su compañero en el mal. “Plantó” es en realidad el tercer verbo en la oración de 12:17–18, “El dragón se enfureció… y se fue… y se plantó”. Aun así, el tema presenta 13:1. La escena alude a Daniel 7:3, donde las cuatro bestias “salieron del mar”, y recuerda Apocalipsis 11:7, donde la bestia “subió del Abismo”. Se para en la orilla para convocar a su agente para la batalla final (13:1), el jefe militar y administrativo (el rey, en efecto) de su imperio. Como se indica en el comentario de 12:7– 9, el dragón es Leviatán, el monstruo marino de las profundidades, y el mar en Apocalipsis simboliza el reino del mal. Entonces es natural que la bestia emerja del mar. Esta es una escena dramática, representa a la bestia emergiendo lentamente: primero los cuernos, luego las cabezas con las coronas y finalmente el cuerpo. Esta descripción destaca la estrecha conexión entre el dragón y la bestia: ambos son monstruos marinos y ambos tienen “diez cuernos y siete cabezas”. El orden aquí invierte el orden del dragón en 12:3, porque la bestia tiene sus coronas en sus cuernos, que simbolizan la destreza militar. El dragón es el emperador del inframundo, la bestia el brazo militar que liderará la batalla final. Todo esto muestra que la bestia está unida al dragón, y esta es la primera parodia o gran imitación en el capítulo 13: el dragón usurpa el papel de Dios el Padre, la bestia el papel de Dios el Hijo, y con la segunda bestia (13:11–18) forman la trinidad falsa. Además, las cabezas y los cuernos aluden a Daniel 7, con las siete cabezas la suma de las cabezas de las cuatro bestias en Daniel 7:4–8 y los diez cuernos los cuernos de la cuarta bestia, lo que significa diez reyes que lo siguen (Da 7:7, 20, 24). En Daniel 7:23–25, los diez

reyes y otro gobernante (el cuerno pequeño) blasfeman contra el Altísimo y persiguen a los santos. Esto también es paralelo a Apocalipsis 17:12–14 y muestra que esta bestia es el anticristo de la tradición de la iglesia primitiva, el que intentará usurpar la autoridad y el poder de Dios al final de la historia (2Ts 2:1–12; 1 Juan 2:18; 4:3). Sin embargo, esta identificación se debate; muchos, particularmente en la tradición amilenial, creen que esta no es una figura singular sino un símbolo de todos los opositores de Cristo y la iglesia a lo largo de la era de la iglesia. Para la audiencia original de Apocalipsis, eso significaría el Imperio Romano encarnado en el emperador como el “dios de este mundo”. Esto es en parte correcto, pero mantengo que esta bestia también es una figura real que aparecerá al final de la historia, como los dos testigos en Apocalipsis 11. En el judeocristianismo, la “leyenda” del anticristo comenzó con el cuerno pequeño de Daniel 7, quien establece “la abominación desoladora” y persigue al pueblo de Dios (Da 11:31; 12:11). Esta figura se convirtió en el prototipo del oponente supremo de Dios en la tierra. En el judaísmo del Segundo Templo del período intertestamental había dos tipos de figuras anti-mesías: un tirano externo que se opone a los santos (encarnado en la “bestia del mar”) y un falso maestro interno que engaña a la gente (encarnado en el bestia de la tierra o falso profeta de 16:13). Salmos de Salomón 2:25–26 habla de imperios que se opusieron a Dios y a su pueblo, y la Ascensión de Isaías 4:1–13 describe a Beliar que desciende como un “rey de iniquidad” contra Israel. Jesús y la iglesia primitiva heredaron estas ideas de Daniel y del judaísmo tardío y las desarrollaron en el “hombre sin ley” (1Ts 2:1–13) y el “anticristo” (1 Juan 2:18; 4:3). De estos dos textos, no hay duda de que la iglesia primitiva esperaba que apareciera una persona real. La figura de la bestia aquí se ajusta a la figura esperada por el judaísmo y la iglesia primitiva. Ciertamente, así como los dos testigos también simbolizan la iglesia, la bestia simboliza al Imperio Romano y a su emperador en su deseo de deificación y dominación mundial. Sin embargo, las dos bestias también son dos personas reales que aparecerán al final de la historia y establecerán el imperio mundial llamado la gran Babilonia (Ap 18). Esta bestia tiene “un nombre blasfemo” en cada cabeza, que representa su clamor blasfemo de deidad y deseo de suplantar a Dios como un objeto de adoración. Estos nombres aluden a los títulos de deidad atribuidos al emperador bajo el culto imperial, como “señor”, “salvador”, “hijo de dios”, “nuestro señor y dios”. Este culto imperial proliferó especialmente en la provincia de Asia donde residían las siete ciudades. Se ofrecían sacrificios a Domiciano, quien se creía que era la persona que unía lo humano y lo divino, una parodia definitiva de Cristo. Conforme aparecen la cabeza y el torso, prevalecen las características animales (13:2a). Estos son símbolos apocalípticos que retratan el horror de la bestia, ya que es la encarnación de todo lo que es malo. Se basa en las cuatro bestias de Daniel 7:4–7, donde cuatro imperios sucesivos se ven como un león, un oso, un leopardo y una bestia con dientes de hierro y diez cuernos. En Daniel son imperios consecutivos, pero aquí se unen en un ser que resume todos los imperios malvados de la historia. Todos los animales son depredadores, y ninguno tiene importancia individual. Más bien, juntos retratan el poder destructivo del mal como encarnado en la bestia/anticristo. Autoridad de la bestia (13:2c)

Como Dios “da” o autoriza la actividad (edothē, 6:2, 4, 8; 7:2; 8:2), así el dragón “da” a la bestia su propio “poder, su trono y gran autoridad”. Una vez más Satanás parodia a Dios y usurpa la soberanía de Dios en su propia pretensión de reinar sobre la creación. Primero, le da a la bestia su “poder”, es decir, la fuerza para realizar milagros y lograr grandes cosas. Todas las acciones que llevan a la iglesia a someterse y adorarlo provienen de ese poder. Segundo, él da “su trono”, es decir, dominio y soberanía sobre este mundo (¡pero solo sobre este mundo!). Tercero, el dragón da “gran autoridad”, lo que hace eco de Daniel 7:6, donde la tercera bestia, el leopardo, recibió “autoridad para gobernar”. Hay una progresión de autoridad del dragón a la primera bestia (aquí) a la segunda bestia (Apocalipsis 13:12) y luego a los diez reyes que sirven a la bestia (17:12–13). Pero este poder y autoridad son temporales (13:5) y superados por la autoridad que Dios da a los ángeles vengadores (14:18; 16:8; 18:1). La herida mortal es sanada (13:3a) Una de las siete cabezas de la bestia recibe una herida mortal que se cura, otra gran imitación que copia la muerte y resurrección de Cristo. Esto se repite dos veces más en 13:12, 14, por lo que es un énfasis importante en la narrativa. Dado que es “una de las cabezas” que está mortalmente herida, es común vincular esto con el emperador romano Nerón, quien se suicidó en el año 68 después de que se probara que había provocado los incendios que destruyeron gran parte de Roma. El caos que reinó después de su suicidio casi se convirtió en la sentencia de muerte de Roma, con tres pretendientes advenedizos (Galba, Otho y Vitelio) reclamando el trono en un solo año. La recuperación del imperio bajo Vespasiano parecía milagrosa. En los años 70 surgió el rumor de que Nerón había vuelto a la vida e iba a liderar un ejército de partos para destruir Roma. Esto se conoció como la leyenda de Nero redivivus y probablemente forma parte del trasfondo del capítulo 13. Sin embargo, ciertamente hay más que esto. La iglesia no creía que la bestia fuera Nerón, sino que era una figura parecida a Nerón. La iglesia primitiva no llevó esta asociación con Nerón más allá, y nunca fue más que un trasfondo para el tema de la bestia/anticristo. En la afirmación de la bestia de ser “dios de este mundo” junto a Satanás, él recapitula la muerte y resurrección de Cristo. Adoración universal del dragón y la bestia (13:3b–4) Como resultado de la resurrección falsificada, el mundo entero está “lleno de asombro” y sigue a la bestia. Esta es otra parodia, ya que el mismo término se usa para las reacciones de los espectadores a los milagros de Jesús (Mateo 8:27; Marcos 5:20). Las naciones se engañan fácilmente, como en Apocalipsis 13:13–14 y 16:14, y comienzan a seguir y adorar al anticristo. Este es el corazón de la idolatría, adorar a la criatura en lugar de al Creador. Al adorar a la bestia, también adoran al dragón que había “dado autoridad a la bestia” (13:4). Esto no solo lo practican los paganos en el culto imperial, sino también los cristianos débiles como los del culto nicolaíta (2:6, 14–15, 20–25). La religión de un mundo es la adoración del demonio oculto; esto será un estribillo frecuente en los siguientes capítulos, que separa a los “verdaderos adoradores” (14:7; 15:4; 19:4, 10; 22:9) de los falsos. En las

Escrituras, los ídolos no son solo imágenes muertas; poderes demoníacos están detrás de ellos. Estos adoradores idólatras hacen dos afirmaciones litúrgicas. Primero, dicen: “¿Quién como la bestia?”, una parodia de la aclamación de Yahweh (Éxodo 8:10; Sal 71:19; Is 41:7; 46:5). Solo Dios es incomparable y digno de adoración. En segundo lugar, aclaman: “¿Quién puede combatirla?”. Esto se remonta a Apocalipsis 12:7, donde se responde la pregunta: Miguel y sus ángeles “hacen la guerra” y expulsan del cielo al dragón y sus ángeles caídos. De hecho, en 12:11 los santos son capaces de conquistar al dragón, sin embargo, el mundo no salvo se congrega tras él y pronuncia estas mismas mentiras en la adoración. Verdaderamente, el “dios de esta época ha cegado la mente de estos incrédulos”. (2Co 4:4). Dios permite las actividades de la bestia (13:5–8) La clave de esta sección es la frase “se le permitió”, que comunica el control de Dios sobre todas las cosas y significa “Dios permite/autoriza”. El dragón y la bestia no pueden hacer nada sin el permiso de Dios. Cada acción del anticristo aquí es introducida por Dios quien da su permiso. Dios permite la blasfemia y la calumnia (13:5–6) En 13:2 la bestia tenía “una boca como un león”, y ahora vemos que ruge palabras de blasfemia con autoridad para hacerlo durante 42 meses. En Daniel 7:6, a la tercera bestia “se le dio autoridad”, y en 7:8 el cuerno pequeño pronuncia “insolencias”. Estas dos imágenes se combinan aquí, y el anticristo “habla blasfemias” con autoridad. Este discurso jactancioso caracterizó al cuerno pequeño (Da 7:11, 20), y esto fue dirigido especialmente “contra el Altísimo” (7:25). La palabra para “blasfemia” es el mismo término que “calumnia”, y se refiere a la calumnia religiosa de Dios, aquí el dragón y la bestia que reclaman el nombre y la adoración de Dios para sí mismos. Esta pretensión a la grandeza está expuesta por todo el énfasis a lo largo del libro en los grandes actos de Dios (Apocalipsis 8:8, 10; 12:14; 18:21; 19:17). La autoridad de la bestia/anticristo está severamente limitada. Dios lo permite solo por “cuarenta y dos meses”, el período ya visto en 11:2, 3; 12:6, 14. Al final de este período, los testigos/la iglesia se levantarán, Cristo regresará y las fuerzas del mal serán destruidas. Dios tiene el control, no el anticristo. Puede reclamar la divinidad, pero su reinado de infamia durará solo un corto tiempo, siempre que Dios lo permita. Cuando “Abrió la boca para blasfemar contra Dios”, se centra en tres cosas: Dios, su nombre y su tabernáculo: los moradores del cielo. Jesús dice en la Oración del Señor que la meta de cada creyente es mantener el nombre de Dios sagrado (Mateo 6:9), también un tema principal del Antiguo Testamento (Éxodo 20:7; Salmo 111:9; Is 5:16; Ezequiel 20:41). Profanar el nombre es el corazón de la blasfemia. Los santos como “moradores del cielo” significa que, aunque todavía viven en la tierra, pertenecen al cielo, y es su verdadero hogar. Se los identifica aquí como skēnē o “tabernáculo” de Dios, en paralelo a Apocalipsis 11:1, donde están vinculados con el templo y el altar. En el capítulo 21, la nueva Jerusalén no es solo un lugar sino un pueblo, ya que son depósitos sagrados de la presencia de Dios. En 21:3 se describe la nueva realidad celestial: “¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada

(skēnē) de Dios! Él acampará en medio de ellos”. Cuando el pueblo de Dios es calumniado, Dios es blasfemado, porque él “hace tabernáculo” en ellos. Dios permite que la bestia conquiste a los santos (13:7a) En 11:7 la bestia ascendió del Abismo e hizo la guerra contra los dos testigos, conquistándolos y matándolos. Esto se repite aquí. Dado que los testigos simbolizaron la iglesia, esto está conectado, porque Dios da permiso a la bestia para que haga exactamente eso a los santos. Esto también alude a Daniel 7:21, donde el cuerno pequeño “hace la guerra” y derrota al “pueblo santo”. Sin embargo, solo en Apocalipsis 11:7 y 13:7 son los santos “conquistados”, y en 12:11 vemos que en realidad era el pueblo de Dios, no la falsa trinidad, quien salió victorioso cuando perdieron la vida. Esta es una de las paradojas supremas. Cuando Satanás le quita la vida a un creyente, Satanás es el realmente derrotado, porque el martirio es la victoria suprema sobre los poderes cósmicos. Esto sigue el patrón establecido por Cristo. Cuando Satanás tomó el control de Judas para llevar a Cristo a la cruz, participó en su propia derrota. Cuando “conquistó” a Cristo, ¡fue conquistado por Cristo! Dios permite que la bestia reciba adoración universal (13:7b–8) La autoridad que Dios permite a la bestia puede ser temporal (13:5b), pero es mundial: sobre “toda raza, pueblo, lengua y nación”. Esta cuádruple lista se usa a menudo para enfatizar la participación de cada grupo en el mundo en los eventos de Apocalipsis (vea 5:9; 7:9; 10:11 y otros). Esta es una razón importante por la que no puedo mantener la posición preterista: la acción no se centra solo en Palestina del primer siglo, sino en todas partes del mundo. La bestia tiene el control total, y las naciones obedecen todos sus caprichos. Aun así, hay una limitación implícita: su influencia está restringida a los habitantes de la tierra, y no tiene el máximo poder sobre el pueblo de Dios. Como Jesús dice en Mateo 10:28: “No temas a los que matan el cuerpo”. Como hemos visto en todo el libro, el martirio es en realidad una victoria sobre Satanás. El mundo no salvo no solo se inclina ante la autoridad de la bestia; “la adorarán todos”, es decir, no solo todas las naciones sino todas las personas en ellas. Esto va más allá del culto imperial, que nunca alcanzó la aceptación universal. Esto tiene que referirse al futuro, a los eventos finales de la historia. Es una parodia de Daniel 7:14, en la cual “a uno como un hijo de hombre… se le dio autoridad… todos los pueblos, naciones y personas de todos los idiomas lo adoraron”. De nuevo, el anticristo exige y recibe la adoración universal que le pertenece solo a Cristo. Juan ahora agrega un comentario significativo, que sus “nombres no han sido escritos en el libro de la vida del Cordero”. El libro de la vida se menciona otras cinco veces en Apocalipsis (3:5; 17:8; 20:12, 15; 21:27). Como se señaló en los comentarios de 3:5, tales listas registraron a los ciudadanos de una ciudad y los actos cívicos que han realizado. Aquí se refiere al libro celestial en el que se guardaban los nombres de los justos, los ciudadanos del cielo (Da 7:9–10; 12:1). Subraya la seguridad del creyente que pertenece al cielo sin

importar lo que hagan las fuerzas del mal. Estas personas son habitantes de la tierra que no tienen acceso al cielo ni a la vida eterna. Están condenados. Además, este es “el libro de la vida del Cordero”, hecho posible porque en su misericordia “fue inmolado desde la creación del mundo”. Fue la muerte de Cristo la que hizo posible la salvación, la sangre de Cristo que se convirtió en el sacrificio expiatorio por el pecado. Este es el título principal de Cristo en Apocalipsis (28 veces), y la frase “Cordero inmolado” se toma de 5:6, enfatiza la gran victoria y su dignidad para abrir los sellos. La victoria final sobre el mal no es el futuro (Armagedón) sino el pasado (la cruz). Además, la muerte de Cristo fue preordenada “desde la fundación del mundo”. Algunos piensan que esto modifica el “libro de la vida escrito”, como lo hace en 17:8, pero el orden de las palabras aquí favorece la modificación del “Cordero inmolado”. El plan redentor de Dios se estableció incluso antes de que se hiciera este mundo. El conocimiento previo de Dios era consciente de lo que significaría crear la humanidad. Sabía de la caída en el pecado y las implicaciones para la humanidad. No podían pagar sus propios pecados, y el único resultado podría ser su destrucción eterna, a menos que… Dios pagara el precio él mismo, porque tenía que ser un sacrificio perfecto para expiar el pecado. Así, cuando Dios decidió crear la humanidad, él ya sabía que tendría que enviar a su Hijo a morir por sus pecados. Juan señala el significado para los creyentes (13:9–10) Juan interrumpe su narración de la guerra cósmica para proporcionar una advertencia profética a los creyentes. Comienza con el desafío de las siete cartas: “El que tenga oídos, que oiga”, repite el llamado frecuente de Jesús (Marcos 4:9, 23; Mateo 11:15; 24:15; Lucas 8:8). Los lectores deben prestar especial atención y obedecer la orden judicial que viene. Es mejor que los cristianos de los días de Juan y de nuestros días escuchen con atención este mensaje importante. El proverbio de cuatro líneas se compone de dos pareados que se centran en el peligro del cautiverio y la muerte por espada. No hay verbo en ninguna de las líneas, y el lector debe suministrar: “Es la voluntad de Dios que…” para cada línea. Alude a Jeremías 15:2: “Los destinados a la muerte, a la muerte; los destinados a la espada, a la espada”. En Jeremías el contexto es el juicio sobre Israel. Aquí es lo contrario, la persecución de los santos. Aun así, el punto en ambos es que el pueblo de Dios debe ceder a la voluntad de Dios. El oráculo del juicio de Jeremías se ha transformado en un llamado profético para que el pueblo de Dios se una a la “comunión del sufrimiento” de Jesús (Filipenses 3:10) y esté dispuesto a seguir su ejemplo, como en 1 Pedro 2:23: “sino que se entregaba a aquel que juzga con justicia”. El cautiverio y la muerte han sido a menudo la suerte de los santos, como con Esmirna en Apocalipsis 2:10: “El diablo está a punto de arrojar a algunos de ustedes a la cárcel… Sé fiel hasta la muerte”. En los últimos días bajo el anticristo, esto se convertirá en una experiencia universal de la iglesia. Las palabras de Jesús en Mateo 24:21 (“una gran tribulación, como no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá jamás”) probablemente usen la destrucción de Jerusalén como una anticipación proléptica de esta “gran tribulación” final (Apocalipsis 7:14) El mensaje es difícil pero claro. Si bien los creyentes denuncian el mal y se niegan a seguir los mandamientos malvados de la bestia, deben aceptar pasivamente su sufrimiento.

Esta es una corrección importante para aquellos que ven el libro de Apocalipsis como un llamado a la oposición activa y violenta contra los regímenes malvados. Somos el ejército mesiánico de Cristo y lucharemos, pero nuestras armas “no son las armas del mundo” sino que tienen “poder divino para derribar fortalezas” (2Co 10:4). Los santos se defienden con testimonio valiente, como en Apocalipsis 11:3–6, y aceptan lo que les suceda como la voluntad de Dios: “Si al cautiverio, al cautiverio; si a la espada, a la espada”. Es Yahweh quien pelea la guerra; nuestra tarea es ser fieles y perseverar en el testimonio. Juan termina 13:10 con un comentario que resume todos los pasajes de perseverancia del libro. El llamado a la pasividad exige “perseverancia y fidelidad de los santos”, y la perseverancia es una demanda ética dominante en las siete cartas (2:2, 3, 19; 3:10). Se profundiza y define cuidadosamente en el mandato de vivir fielmente (1:5; 2:10, 13; 17:14). Los santos son victoriosos al “no valorar tanto su vida como para evitar la muerte” (12:11) y al confiar en que Dios derrotará a las fuerzas del mal a su favor (6:11). Una segunda bestia, el falso profeta, alabanzas a la primera bestia (13:11–18) Como se indicó en la introducción de 12:18–13:18, Satanás parodia a la Deidad y produce su propia falsa trinidad: el dragón (él mismo), la bestia del mar (el anticristo) y la bestia de la tierra (el falso profeta, 16:13). Él usa estos seres para obtener el control de las naciones, para crear un gobierno mundial centrado en el anticristo y una religión mundial centrada en el falso profeta. La primera bestia gana un seguimiento universal al parodiar la muerte y resurrección de Cristo. Cuando este anticristo regresa de entre los muertos, su asociado, el falso profeta, usa la maravilla del mundo para forjar una nueva religión mundial que reproduzca el culto imperial y se centre en la adoración universal del dragón y la bestia. Entonces, mientras que la primera bestia representa el poder político, la segunda bestia es la cabeza de una nueva religión. Para los lectores originales de Juan, esto señalaría el sacerdocio imperial de Roma y los asiarcas que controlaban la vida religiosa grecorromana en la provincia de Asia y promovían el culto imperial. La bestia es descrita (13:11) Como la primera bestia (13:1) esta bestia asciende, pero ahora viene “de la tierra”, hace eco de los cuatro reinos de Daniel 7:17. Las dos bestias están obviamente muy conectadas. Esta segunda bestia parodia a Cristo como el Cordero con siete cuernos en Apocalipsis 5:6 al tener “dos cuernos como un cordero”. Esto se ajusta a la advertencia de Jesús contra los falsos profetas que “vienen a ustedes disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos feroces” (Mateo 7:15). También alude a Daniel 8:3, donde el “carnero con dos cuernos” es el Imperio Medo-Persa en su oposición a Dios. Los cuernos de la falsa trinidad (Apocalipsis 12:3; 13:1, 11) describen el poder de los poderes del mal desafiando a Dios y su voluntad. Además, esta segunda bestia también “habla como un dragón”, una parodia adicional de Cristo, que habla con la autoridad de Dios (Juan 5:25–30; 7:16–18). Las mismas palabras mentirosas utilizadas por el dragón y el anticristo para engañar al mundo (Ap 12:9; 13:5–6) caracterizarán al falso profeta, cumplen así las profecías de 2 Tesalonicenses 2:3 (la “gran apostasía”) y 1 Juan 2:18 (los “muchos anticristos”).

El trabajo del falso profeta (13:12) El verbo central en el resto de Apocalipsis 13 es poieō (“hacer, realizar”), usado nueve veces en 13:12–16 para describir la increíble actividad de esta bestia en nombre del dragón. El dragón le dio su autoridad a la primera bestia, y ahora “toda autoridad” se transfiere a la segunda. Hay una cadena de mando distinta, y el propósito es esclavizar al mundo entero en sus falsedades, principalmente para “hacer” que cada persona “adore a la primera bestia”. El verbo “hacer” es poieō e indica una actividad diseñada para provocar que personas hagan algo, en este caso adorar a la falsa trinidad. La base de esta adoración, como en 13:3–4, es la sanidad de la herida mortal, esa imitación del milagro más grande de todos, la resurrección de Cristo. Así como la resurrección de Cristo lanzó el cristianismo, su copia lanzará esta falsa nueva religión blasfema. La imitación: grandes señales (13:13–14a) La siguiente actividad del falso profeta es “realizar” (poieō) milagros espectaculares pero falsos que reflejan los de Elías y Cristo, así como los dos testigos de 11:5–6. Moisés fue visto como un profeta obrador de milagros (Éxodo 4:17; 7:9–10; 10:1–2), y Elías y Eliseo fueron justamente famosos por sus increíbles milagros. El Evangelio de Juan se centra en los milagros de “señales” de Jesús, ya que las maravillas que produjo “significaban” la esencia de quién era. Las señales aquí son verdaderos milagros pero realizados para apoyar una mentira, que la falsa trinidad es la verdadera Trinidad. Deuteronomio 13:1–4 y 2 Tesalonicenses 2:9 hablan de milagros usados por falsos maestros que están al servicio de sus mentiras. Aquí la segunda bestia parodia a Elías, quien invoca fuego en el Monte Carmelo en 1 Reyes 18:36–39 y hace que Dios mande fuego a los soldados enviados por Acab para arrestarlo en 2 Reyes 1:10–14. Este milagro ocurre válidamente dos veces en Apocalipsis, con los dos testigos (Apocalipsis 11:5) y en la destrucción del ejército de Satanás (20:9). El falso profeta hace caer fuego “a la vista de todos”, no al servicio de Dios, sino para engañar al pueblo para que adore a un dios falso. No es un acto religioso, sino una actuación de relaciones públicas con un propósito malo detrás de ella. Sin embargo, Dios tiene el control real, como se ve en otra instancia de edothē (“se le dio”) en 13:14, lo que significa que Dios le permite a la bestia el poder de realizar el milagro. Dado que los pecadores rechazaron la oferta de Dios y se negaron a arrepentirse, Dios está “entregándolos” (como en Ro 1:24, 26) a los engaños que claramente prefieren. Si quieren adorar a los poderes demoníacos que han torturado y asesinado a sus amigos y vecinos (Apocalipsis 9), Dios les permitirá experimentar ese engaño con toda su fuerza terrible. El ídolo habla (13:14b–15) Como resultado de estos poderes engañosos, los habitantes de la tierra obedecen al falso profeta y erigen una imagen idólatra. Esto hace eco de Daniel 3:1–6, donde Nabucodonosor construye un ídolo de oro de 27 metros y ordena a las naciones que lo adoren. Bajo el culto imperial, una gran cantidad de estatuas de los emperadores fueron colocadas en templos, y solo Éfeso tenía templos dedicados a Julio César, Augusto y Domiciano. El templo de

Domiciano contenía una estatua de él de 6 metros de altura, y esto podría proporcionar el fondo para la imagen aquí. Además, según las enseñanzas del culto nicolaíta que se mencionan en Apocalipsis 2:2, 3, 14–15, muchos de los llamados cristianos participaron en esta práctica de venerar al emperador. Después de que se erige el ídolo, Dios le permite (otro “se le dio”; vea los comentarios en 13:5–8) al falso profeta “infundir aliento” a la imagen y “hacerla hablar” (13:15). Esta es otra parodia, esta vez de la aparición de los dos testigos en 11:11, cuando “el aliento de vida” entró en ellos. En el mundo antiguo, algunos templos tendrían poleas o tubos unidos a los ídolos, y los sacerdotes los usaban para que pareciera que los ídolos estaban hablando. Ese no es el caso aquí. La vida es soplada en la estatua idólatra, y habla. Se creía popularmente en el primer siglo que los dioses habitaban en sus ídolos, y existían rituales para invocar el destello de lo divino en ellos. El mundo romano estaba enamorado de magos y rituales. Pero el anticristo irá más allá de tales hechos y hará que estas cosas sucedan en la realidad. Lo principal que proclamará la imagen viva ahora es una nueva religión estatal. Nabucodonosor en Daniel 3:6, 11, 15 exigió la adoración del ídolo muerto bajo pena de muerte, lo que condujo al famoso incidente de los tres jóvenes en el horno. Esta imagen hace que sea un crimen capital negarse a participar en la adoración de la bestia/anticristo. Esto no ocurrió bajo Domiciano, pero 15 años más tarde, en el año 112, un funcionario romano llamado Plinio el Joven escribió una carta al emperador Trajano diciendo que había ejecutado a cristianos que se habían negado a ofrecer vino e incienso ante una estatua del emperador. Se esperaba que toda la provincia de Asia participara en el culto imperial, pero nunca se convirtió en un crimen capital. Bajo el anticristo, sí ocurre. La marca de la bestia (13:16–17a) El octavo y último uso de poieō ocurre aquí, ya que el falso profeta “hace” que todas las personas (creyentes y no creyentes) reciban una marca para identificar su lealtad al anticristo. Como en 6:15 y 19:18, todas las categorías sociales destacan la universalidad de esta nueva ley. El primer par enfatiza el lado social, el segundo par el lado económico y el tercer par el lado societario. Tanto los que tienen como los que no tienen deben recibir la marca. Dos reglas definen las nuevas demandas. Primera, la marca debe estar en la frente o la muñeca, la contraparte de Satanás del sello de Dios en la frente en 7:3. Tanto el sello de Dios como la marca del anticristo significan propiedad, por lo que estos desafortunados ahora son propiedad de Satanás. En Deuteronomio 6:4, 8, el Shemá se colocaba en las manos y en la frente del pueblo de Dios, la base de las filacterias usadas en los días de Cristo y en la actualidad. Luego, en Ezequiel 9:4, la letra hebrea tav se colocaba en la frente de los fieles para mostrar que pertenecían a Yahweh. En la práctica romana, los tatuajes religiosos a menudo se usaban para indicar el dios patrón de una persona. Significaba tanto el rechazo de lealtades anteriores como la aceptación absoluta de la nueva lealtad. No habrá neutralidad; uno pertenece a Cristo o a la bestia. Tomar la marca significará el rechazo final de Cristo. Como en Marcos 3:28–29; Hebreos 6:4–6 y 1 Juan 5:16 (el pecado que lleva a la muerte) constituirá la apostasía final de Cristo: el pecado imperdonable.

Segundo, “nadie puede comprar o vender” sin la marca. En Esmirna y Filadelfia, la persecución económica había dejado a los creyentes en la pobreza (Apocalipsis 2:9; 3:8), y en Pérgamo y Tiatira, la estructura gremial de los oficios ejercía una enorme presión económica sobre los cristianos. Esta es la máxima expresión de esta táctica. El hambre espera a quienes rechazan la marca. Los creyentes perderán sus trabajos, sus hogares y sus lugares en la sociedad; entonces serán cazados hasta la muerte. Esto fue cierto a veces en el primer siglo; hoy es cierto en muchos lugares; y será universalmente el caso en el período final de la historia. El número de su nombre (13:17b–18) La marca está más vinculada con el “nombre de la bestia” y luego con “el número de su nombre”. Cuando los creyentes vean a Cristo en la eternidad, “su nombre estará en sus frentes” (Apocalipsis 22:4), así que una vez más el anticristo está parodiando a Cristo. El “número de su nombre” se refiere a la antigua práctica de gematría. Las letras del alfabeto también se usaban como números, son las primeras nueve letras del alfabeto los números 1–9, las segundas nueve letras 10–90, y así sucesivamente. Por lo tanto, cada nombre y palabra tenía un valor numérico cuando sumaba el total de las letras de la palabra. Por ejemplo, ABC sería seis (1 + 2 + 3). Ha habido tanta especulación salvaje y pretenciosa sobre el número 666 a través de los siglos que la observación inicial de Juan tal vez sea más necesaria hoy que en su tiempo: “Esto exige sabiduría”. Juan agrega que también exige comprensión. Esto alude a Daniel 12:10: “los sabios entenderán”, y es similar a Jesús, quien, en el discurso del Monte de los Olivos, después de profetizar la abominación, dice: “Que el lector entienda” (Mateo 24:15; Marcos 13:14). Entonces, Juan ordena a los lectores que ejerzan un cuidado extremo y una sabiduría divinamente guiada al interpretar este número. Hay varias opciones posibles: 1. Los nombres de los líderes mundiales, siempre que recordamos esto, es un nombre del siglo primero, no del siglo XXI, no Hitler o Mussolini ni ninguna otra figura moderna sino Julio César o Vespasiano. 2. Adivinanzas apocalípticas con significado simbólico; por ejemplo, el nombre de Jesús (Iēsous) en griego suma 888 (I= 10, ē= 8, s= 200, o= 70, u= 400, s= 200). 3. Un símbolo para el anticristo: dado que 6 es el número de hombres finitos, 666 simbolizaría a la humanidad en el pecado supremo y la rebelión contra Dios. 4. Un número triangular, la suma de 1–36 (= 666) con 36 el número triangular para 1–8 (la bestia como el octavo rey). La solución más citada se encuentra en la opción uno anterior, y puede ser la más probable. El nombre “Nerón César” en una ortografía hebrea (qsr nrwn) suma 666, y esto está respaldado por el número alternativo 621 en algunos manuscritos antiguos, que es “Nerón César” en latín; esto demostraría que era la comprensión en algunos sectores de la iglesia. Una segunda y muy buena posibilidad combina las segundas y terceras opciones anteriores. El uso del triple 666 como contraparte y arruinar los tres “santos” de 4:8, y la gematría del nombre de “Jesús” (888) contrastaría la imperfección absoluta del anticristo

(666) con la integridad de 777 y lo absoluto (más allá) de la perfección de Jesús como santo y como 888. Ambas opciones encajan bien en el contexto, y no puedo elegir entre ellas. En este capítulo hemos visto que, como la rebelión original de Satanás era probablemente un deseo egocéntrico de adulación y poder, esto ha continuado a través de los siglos. Para su esfuerzo final, solo puede emular el trabajo perfecto de Dios, por lo que todo lo que hace es una parodia de las acciones de Dios. Establece una falsa trinidad que aparece en la tierra para el período final de la historia: el dragón (que trabaja detrás de la acción), la bestia/anticristo y la segunda bestia/falso profeta. Los lectores de Juan habrían visto esto en el culto imperial con su presión económica y religiosa sobre los cristianos, y también se ha ejemplificado en los falsos maestros y tiranos anticristianos en toda la era de la iglesia. Al mismo tiempo, esto culminará en una “gran tribulación” final (7:14), al final de la historia humana, cuando aparezca el anticristo y establezca un “Imperio Romano impío” con el falso profeta a la cabeza de una “religión mundial” que deifica al dragón y la bestia y persigue a la iglesia en todo el mundo. Los cristianos no solo serán marginados; serán perseguidos cuando se nieguen a tomar la “marca” que significa el rechazo final de Cristo (como en Heb 6:4–6). Esto tiene implicaciones importantes para el presente. En nuestro tiempo hay muchos “anticristos” (1 Juan 2:18) que tuercen las creencias cristianas y vuelven el mundo contra la iglesia. Creo que estos tiempos finales están cerca, y debemos permanecer preparados para una presión cada vez mayor y una persecución cada vez mayor del pueblo de Dios. Las cosas no están mejorando, y debemos tomar nuestra posición en este momento. Sin embargo, lo hacemos con la certeza de que nuestra victoria final es verdadera, porque Dios sigue siendo soberano, incluso si parece que el mal está tomando el control.

EL CONTRASTE DEL DESTINO DE LOS SANTOS Y LOS PECADORES (14:1–20)

Todo el libro hasta ahora ha sido organizado como una serie de escenas que yuxtaponen lo celestial con lo terrenal. El reino vertical se centra en la presencia de Dios y el Cordero con los santos, y el reino horizontal se centra en Satanás y los poderes cósmicos con sus seguidores, los habitantes de la tierra. Sin embargo, está claro que el conflicto ya se ha decidido, porque Satanás está lleno de ira frustrada y Dios está soberanamente a cargo de todo, incluidas las fuerzas del mal. Este capítulo retrata esto poderosamente y lo aplica al tema del destino eterno. El interludio final en el libro (Apocalipsis 12–14) contiene dos secciones: los capítulos 12–13 detallan la guerra que la falsa trinidad libra contra Dios y su pueblo, y el capítulo 14 describe las acciones de Dios en respuesta, se centra en el futuro escatológico del pueblo de Dios versus la gente de este mundo. Hubo tres partes en la

primera mitad del interludio (12:1–17; 12:18–13:10; 13:11–18), y tres partes en esta segunda mitad (14:1–5, 6–13, 14–20).

Los 144.000 cantan con el Cordero (14:1–5) Esto proporciona otra visión (después de 7:9–17) de la gloria que espera a aquellos que responden fielmente a la opresión y la tentación que los ha alcanzado (12:15; 13:9–10). Han elegido entre la marca de Dios (7:3–4) y la marca de la bestia (13:16–18), y eso significaba una elección entre la muerte en este mundo (rechazar la marca de la bestia implicaba ser ejecutado) y muerte en lo siguiente (aceptar la marca de la bestia destinaba a morir por la eternidad). Han elegido a Dios y a Cristo, por lo que están en el Monte Sion adorando con Cristo en lugar de en la “gran ciudad” de la bestia (11:8) adorando a la falsa trinidad. El Cordero en el monte Sion con los 144.000 (14:1) Mientras el dragón se encuentra en la orilla del mar del mal esperando la aparición de la bestia (12:18), el Cordero está de pie en el Monte Sion esperando a los santos victoriosos. ¿Es esta una escena terrenal o celestial? Dado que el sonido viene “del cielo”, es mejor ver esto como terrenal, pero Cristo no desciende hasta la parusía (19:11–16), por lo que esto parece ser un adelanto del período milenario del 20:1–6 o la nueva Jerusalén de 21:1–6. Es una escena terrenal que anticipa una realidad futura. Sion, en los profetas del Antiguo Testamento, se refería no solo al monte del templo, sino también al lugar donde el Mesías reuniría a su pueblo para sí mismo, la capital del reino renovado de Dios que establecería el Mesías (Joel 2:32; Is 24:23; Mi 4:1–8). Jesús se erige como el Guerrero Divino en el lugar de la liberación y la gloria. Los 144.000, como en el capítulo 7, son todo el pueblo de Dios y en sus frentes tienen “su nombre y el nombre de su Padre”, un contraste completo con la “marca de la bestia” (Apocalipsis 13:16). Esto combina las promesas de 2:17 (los cristianos de Pérgamo recibieron “una piedra blanca con un nuevo nombre escrito en ella”) y 7:3 (el “sello en la frente”). Como en el capítulo 7, esto significa que son posesión especial de Dios y están seguros bajo su cuidado vigilante. ¡Son su pueblo y llevan su nombre como esclavos y novia! Los santos cantan un cántico nuevo (14:2–3) Mientras los habitantes de la tierra planean su guerra final junto con la falsa trinidad en el capítulo 13, los santos cantan su gran victoria con el Cordero en el capítulo 14. También se encuentran arpas e himnos en 5:8–9 y 5:2–4; las tres son canciones de alegría por la gran victoria que Cristo ha logrado en la cruz y al final de la historia. Juan combina tres imágenes para mostrar el volumen de la alabanza gozosa: “el estruendo de una catarata” (el oleaje), “gran trueno” (una tormenta como 6:12–14) y “músicos que tañen sus arpas”. La última imagen está separada de las dos primeras y enfatiza, con un “arpa”, una lira de 10 ó 12 cuerdas utilizada en la adoración en el templo (Sal 33:2; 57:8). La combinación del canto fuerte y las arpas enfatiza la gran alegría y adoración en esta escena.

Su cántico era un “himno nuevo” (14:3) como el de 5:9. Esta podría incluso ser la misma canción, ya que ambos son himnos de celebración que se regocijan en la compra de los redimidos por la sangre del Cordero. Dado que la canción debe ser aprendida, es probable que el coro celestial esté cantando y los santos estén tratando de aprenderla. La canción es cantada “delante del trono y delante de los cuatro seres vivientes y de los ancianos”, volviendo a la escena de la sala del trono del capítulo 4 y representando la gran adoración del cielo. Esto explica por qué solo pueden aprenderla los 144.000 redimidos, los conquistadores que han superado las guerras espirituales de la tierra y han emergido triunfantes. Solo puede ser cantada por los fieles que han vencido la tentación y la oposición. El carácter triunfante de los redimidos (14:4–5) Estos dos versículos presentan desafíos importantes para los cristianos de la época de Juan y los nuestros. Así es como Dios espera que vivan sus verdaderos seguidores. La descripción de los redimidos se presenta en tres pares: los dos primeros se centran en su pureza y relación con el Cordero, mientras que el tercero es una declaración final sobre la inocuidad ética. El primer par usa un lenguaje extraño, y aparentemente parece que Juan está describiendo a un grupo de cristianos célibes, tal vez una secta monástica que vive un estilo de vida ascético. Pero el lenguaje es demasiado fuerte para eso, porque si la cláusula “no se contaminan con mujeres” se refiere al celibato, implicaría una grave denigración del matrimonio, una actitud que falta en otros pasajes sobre el celibato en el Nuevo Testamento (Mateo 19:12; 1Co 7:1, 32). Es mejor ver esto como una metáfora de la “novia de Cristo” (véase Apocalipsis 19:7–8; 21:2), basándose en Israel como la novia virgen de Yahweh (2 Reyes 19:21; Is 37:22; Amós 5:2) y la iglesia como una “virgen pura” en 2 Corintios 11:2. Entonces esto es figurativo, se refiere a una negativa a participar en la inmoralidad y, de hecho, en actividades mundanas de cualquier tipo. La idea de “permanecen vírgenes” está pensada espiritualmente tanto para hombres como para mujeres, se refiere a aquellos que se mantienen puros de los placeres pecaminosos. También es posible que esto se refiera a los creyentes fieles como soldados en una guerra santa, ya que se les pidió que se mantuvieran castos (Dt 23:9–10; 1 Sa 21:5; 2Sa 11:8–11). Se hace hincapié en la guerra mesiánica como guerra santa en varios lugares como Apocalipsis 2:27 (“las hará pedazos [las naciones] como a vasijas de barro”) y 19:14 (“los ejércitos del cielo… vestidos de lino fino, blanco y limpio”). El segundo par de descripciones se refiere a su relación con Dios y el Cordero. La primera es una definición virtual de fidelidad, “los que siguen al Cordero por dondequiera que va”. Es el corazón del discipulado en los Evangelios (Marcos 1:18; 8:34, setenta veces en las enseñanzas de Jesús). “Dondequiera que va” implica imitatio Christi, que implica la rendición de todo y la disposición a morir como en Apocalipsis 12:11 (“no valoraron tanto su vida como para evitar la muerte”). El segundo elemento de este par tiene dos partes: 1) “rescatados como los primeros frutos de la humanidad”, basado en 5:9; 14:3. Utiliza el lenguaje de la redención, que se refiere a la compra de la libertad de la esclavitud del pecado a través del precio del rescate

de la sangre de Cristo, para describir la libertad del pecado y presentarlos a Dios; 2) “los primeros frutos de la humanidad para Dios y el Cordero”, una imagen de sacrificio que describe a los santos como las primeras partes de la cosecha ofrecidas a Dios para significar que toda la cosecha se dedicó a él (Nm 18:12; Dt 18:4; Levítico 23:9–14). Cristo como “primicias” en Romanos 8:23 y 1 Corintios 15:20 garantizó que los redimidos lo seguirían en la resurrección. Entonces quizás esto connota la conversión de las naciones como la gran cosecha de Dios. El tercer par representa a los redimidos como irreprensibles en su conducta ética. Es interesante que, de todos los aspectos éticos, Juan se centre en “no mentir”. No se refiere a todas las mentiras, sino que tiene en mente principalmente las mentiras de los falsos maestros, específicamente el culto nicolaíta. En Apocalipsis 2:2 se prueba que sus llamados “apóstoles” son “falsos”, y en 3:9 los perseguidores judíos son etiquetados como “mentirosos”. En 21:8, 27; 22:15 los mentirosos son excluidos y arrojados al lago de fuego. Cuando han conquistado tal falsedad, entre otras cosas, los cristianos son considerados “intachables”, otro término de sacrificio que describe el sacrificio como perfecto y aceptable para el Señor (Éxodo 29:1; Lv 4:3). Aquí se refiere a un compromiso absoluto con Dios, un caminar total con Cristo y un compromiso con la sana doctrina.

Tres ángeles instan al arrepentimiento y emiten una advertencia (14:6–13) Estos ángeles anuncian progresivamente una oportunidad final para arrepentirse. Al mismo tiempo, brindan una advertencia final sobre el peligro de negarse a hacerlo, a saber 1) la inminente caída de “la gran Babilonia”, que es Roma (llamada “Babilonia” en 1 Pedro 5:13), el imperio de la bestia y 2) el tormento eterno que espera a los que no se arrepientan. El primer ángel con el evangelio eterno (14:6–7) “Otro ángel” aparece en Apocalipsis 14:6, y probablemente tiene la intención de llevar al lector de vuelta a los siete ángeles de los juicios de las trompetas como una introducción a las proclamaciones aquí. Este primer ángel “volaba en medio del cielo” y “gritaba a gran voz” como el águila que proclama los ayes en 8:13. Entonces este heraldo angelical hace un anuncio al mundo entero. La imagen es de un ángel moviéndose de una nación a otra clamando por la demanda de arrepentirse. Esta primera proclamación de juicio es marcadamente diferente de las dos siguientes, ya que implica una oferta de salvación. El ángel lleva “el evangelio eterno”, pero es un evangelio muy diferente que en otras partes del Nuevo Testamento. No menciona a Jesús y su sacrificio por el pecado, ni hay un llamado directo al arrepentimiento como en 9:20; 16:9, 11. Más bien, las naciones están llamadas a “temer a Dios y darle gloria” a la luz del juicio venidero. Es posible que no haya una oferta de salvación aquí, sino una declaración de juicio (el lado negativo del “evangelio eterno”). Sin embargo, es más probable que se les esté dando una última oportunidad de arrepentirse a las naciones. Es poco probable que “temer a Dios y darle gloria” sea una declaración de honra forzada. En Apocalipsis es mucho más positivo, ya que refleja el lenguaje del pacto en el Antiguo Testamento (temer a Dios— 1 Sa 12:14;

Sal 34:11; Is 11:3; darle gloria —1 Cr 16:24; Sal 22:23; Is 42:12) y el lenguaje de la redención en el Nuevo Testamento (temer a Dios —2Co 5:11; Fil 2:12; 1Pe 1:17; darle gloria —Ro 15:6, 9; 1Pe 2:12). En Apocalipsis 15:4 los santos victoriosos cantan: “¿Quién no te temerá, oh Señor? ¿Quién no glorificará tu nombre?”. En 16:9 los pecadores “no se arrepintieron para darle gloria”, definiendo virtualmente el arrepentimiento como glorificar a Dios. En 19:5, 7 “los que le temen” cantan: “¡Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria!”. Así, en Apocalipsis “temer a Dios y darle gloria” son palabras clave para el arrepentimiento y la conversión. El agregado “ha llegado la hora de su juicio” proporciona la razón (“porque, por”) para responder al evangelio y arrepentirse. Esto podría traducirse, “ya ha llegado”, y enfatiza la inminente expectativa del Día del Señor. La “hora” en Apocalipsis a menudo habla del derramamiento final del juicio (9:15; 14:15; 18:10, 17, 19). La certeza e inminencia del juicio final hace que el llamado al arrepentimiento sea aún más crítico; las oportunidades se están acabando y el destino eterno de uno está en juego. El aspecto final del evangelio eterno es el resultado del arrepentimiento, la adoración a Dios. El homenaje y la alabanza llamaban a centrarse una vez más en el Dios de la creación “al que hizo el cielo, la tierra, el mar y los manantiales”. La teología de la creación se encuentra en todo el libro, nos dice que el Dios que creó este mundo y lo sostiene lo terminará como lo dicte su soberanía (3:14; 4:7, 11; 5:13; 10:6; 12:16). La lista cuádruple reitera el enfoque de los primeros cuatro juicios de las trompetas (8:6–12) y copas (16:2– 9). Entonces, estos resumen los efectos de la ira de Dios. El propósito de los tres septetos del juicio (sellos, trompetas, copas) todavía es demostrar su omnipotencia, refutar a los dioses terrenales y dar a las naciones una oportunidad final de arrepentirse. El núcleo de la adoración es la santidad de Dios, y eso significa reflexionar sobre su amor (visto en la historia de la redención) y su justicia (la destrucción del pecado). Cuando Dios destruya su creación contaminada (véase Ro 8:18–22), traerá a la existencia su nueva creación eterna, el cielo nuevo y la tierra nueva. ¡Eso es realmente digno de adoración! El segundo predice la destrucción (14:8) El segundo ángel sigue al primero, traza una estrecha conexión entre los dos anuncios. Este describe lo que implica el juicio en 14:7. El doblete “cayó, cayó” enfatiza la certeza absoluta de la destrucción que se avecina. El lenguaje se deriva de Isaías 21:9, donde un mensajero en un carro grita: “¡Ha caído, ha caído Babilonia!”, seguido de un anuncio de los dioses de Babilonia “han rodado por el suelo”. No solo el imperio será destruido, sino que también lo serán sus ídolos, aquí aún más que en Isaías. Roma, la Babilonia de los días de Juan, vería su “grandeza” destrozada debido a su arrogancia y orgullo. Esta profecía sobre el fallecimiento violento de “la gran Babilonia” se desglosará en detalle en el capítulo 18. La razón de esta destrucción total es que este impío Imperio Romano del anticristo “hizo que todas las naciones bebieran el excitante vino de su adulterio”. “Todas las naciones” se refiere a los pueblos del mundo descarriados por la inmoralidad e idolatría de Roma. Las imágenes de “beber el vino” representan su participación en un estilo de vida de libertinaje, incluido el adulterio espiritual de la idolatría. La dificultad principal es la última parte, que se lee literalmente, “vino de la ira del adulterio”. El genitivo tou thymou (“de la ira”) podría

ser descriptivo y conducir a la traducción de la NVI “vino excitante”, o podría ser el resultado: “vino que produce pasión [otro significado del término] para el adulterio”. Este último se ajusta mejor al contexto. Babilonia/Roma los emborrachó con pasión por los placeres licenciosos; ahora ella pagará el precio por sus pecados. Esto alude a Jeremías 51:7: “Babilonia… embriagaba a toda la tierra”. El tercer ángel pronuncia un juicio sobre los que siguen a la bestia (14:9–11) El tercer ángel ahora desempaqueta el juicio proclamado por el segundo. El orden se invierte aquí, ya que la razón del juicio (14:9) viene antes del juicio mismo (14:10–11). La primera parte del mensaje detalla el motivo del juicio y resume efectivamente el capítulo 13: “Si alguien adora a la bestia y a su imagen, y se deja poner en la frente o en la mano la marca de la bestia” (también 15:2). El falso profeta fuerza esta adoración bajo pena de sanciones económicas y muerte, pero aquí la pena por obedecer la demanda de adorar al anticristo es mucho más severa: el tormento eterno. La culpa de las naciones está firmemente establecida. La alternativa también es muy clara: adorar a Dios y sufrir la muerte terrenal o adorar a la bestia y sufrir la muerte eterna. Los resultados de la premisa (14:10) se expanden en el segundo ángel en 14:8. Los que beben la copa de “pasión (thymos) por la inmoralidad” (14:8) ahora beberán una segunda copa llena del “furor (thymos) de Dios” (14:10). Este es un “sabor de vino nuevo”, ¡pero no uno que tiene un aroma agradable! Tenga en cuenta que el vino en esta segunda copa es “puro”. El vino con una comida siempre se diluye en cualquier lugar de uno a uno a uno a tres (una parte de vino por tres partes de agua). Solo bebían vino sin diluir cuando querían emborracharse. Entonces, en efecto, Dios dice: “¿Quieres emborracharte con tus placeres? ¡De acuerdo, te emborracharé mucho!”. Ten en cuenta que “el furor de Dios” (thymos) se vierte en “la copa de su ira” (orgē). Ambas palabras para enojo (son sinónimos aquí) se usan para enfatizar la severidad del disgusto de Dios y del juicio venidero. El resto de este pasaje (14:10b–11) muestra cuán terribles serán los resultados de la ira de Dios. Las imágenes son increíblemente severas. Cuando estos hedonistas caigan borrachos esta vez, nunca se levantarán. Los resultados son eternos. El suyo será “atormentado con fuego y azufre”, con mira hacia el ardiente “lago de fuego” que constituirá un juicio eterno (19:20; 20:14, 15). El azufre, o sulfuro, era un tipo de asfalto que se encontraba en los volcanes que producía calor intenso y se convirtió en una imagen de sufrimiento terrible bajo el juicio divino (Isaías 30:33; Ezequiel 38:22). La sentencia tendrá lugar en el Bema o tribunal de Dios “en presencia de los santos ángeles y del Cordero”, quienes formarán el concilio del cielo (véase Apocalipsis 4:4). No son meros testigos; Esta es la reunión de la corte celestial en los procedimientos judiciales, y participarán en la ejecución de la sentencia (Da 7:9–12; Lucas 12:9; véase también 1 Enoc 14:19–23). La severidad del castigo se enfatiza aún más con el agregado: “El humo de ese tormento sube por los siglos de los siglos”, aludiendo a la destrucción de Edom en Isaías 34:9–10: “Los arroyos de Edom se volverán ríos de brea… Ni de día ni de noche se extinguirá, y su humo subirá por siempre”. Dado que el humo puede ser una imagen positiva o negativa en la Escritura, puede haber un doble significado: un signo de su tormento, pero también un “incienso de olor fragante” (vea Ap 8:4; 15:8) que se eleva a Dios. Esta imagen se verá

nuevamente, mientras la multitud celestial en 19:3 canta: “¡Aleluya! El humo de ella sube por los siglos de los siglos”. Esto puede parecernos demasiado severo, pero debemos recordar que la destrucción tanto del mal como de los malvados que viven de ella es necesaria para un Dios santo. Cuando todos los santos vean todos los efectos del mal, se regocijarán por su aniquilación de este mundo. El punto final es que los pecadores “no descansarán día y noche”, también volviendo a Isaías 34:9, 10: “Ni de día ni de noche se extinguirá”. Esto es lo contrario de la adoración “día y noche” de los seres vivientes (Ap 4:8) y el servicio “día y noche” ante el trono de los santos victoriosos en 7:15. Estas personas han “adorado a la bestia y su imagen” en la tierra, y ahora sufrirán un tormento eterno con la bestia en el lago de fuego. Conclusión ética: llamado a la perseverancia (14:12–13) Después de los anuncios proféticos de 12:1–14:11, Juan ahora contextualiza el material, relatando las implicaciones para sus lectores. Esto se basa en 12:17 (“obedecen los mandamientos de Dios y se mantienen fieles al testimonio de Jesús”), 13:10 (“¡En esto consisten la perseverancia y la fidelidad de los santos!”) y 13:18 (“en esto consiste la sabiduría”). Es otro llamado a la perseverancia que es uno de los temas principales en el libro. Cada término en 14:12 ocurre en uno de estos tres pasajes. Esta es la última de las siete veces que la “perseverancia” ocurre en Apocalipsis (1:9; 2:2, 3, 19; 3:10; 13:10; 14:12). Es el término ético clave en el libro y ordena al pueblo de Dios tanto a esperar en el Señor como a vencer el mal. El resto del versículo es, en efecto, una definición de “perseverancia”, que lo describe en términos de obediencia y vida fiel. Guardar los mandamientos de Dios, como en 12:17, significa comprenderlos, seguirlos y obedecerlos, y “guardarlos” (parte del significado del término) en un mundo que prefiere la oscuridad sobre la luz. Este es un concepto colectivo; todos en la iglesia deben estar atentos para ayudarse mutuamente a guardar los mandamientos de Dios. El segundo aspecto se puede traducir como “mantén tu fe en Jesús”. La “fe” ocurre en 2:13, 19; 3:10, y “fiel” en 1:5; 2:10, 13; 3:14; 17:14; 19:11; 21:5; 22:6. Si bien el término podría referirse a la doctrina (“la fe cristiana”), es más probable que connote un caminar cristiano fiel, siendo fiel a Jesús. Juntos, todo el 14:12 exige que los creyentes mantengan su lealtad a Cristo y superen las presiones del mundo a conformarse a su estilo de vida pecaminoso. Aquellos que perseveran fielmente en Cristo y se niegan a ceder a los placeres del mundo pueden esperar una severa oposición y persecución, incluso hasta el punto del martirio. Entonces en 14:13 una “voz del cielo” directamente de Dios tranquiliza a los lectores. En 10:4, 8; 11:12, también denota un mensaje directo de Dios sin mencionar un heraldo angelical. La orden de “escribir esto” hace eco de 1:11, 19; 19:9; 21:5, y enfatiza además que Juan es simplemente el canal y estas son las palabras de Dios a la iglesia. Esta es la segunda de las siete bienaventuranzas en el libro (con 1:3; 16:15; 19:9; 20:6; 22:7, 14) y proclama las bendiciones escatológicas especiales de Dios sobre aquellos que morirán por Cristo. El martirio se aborda a menudo en el libro (6:9–11; 7:14; 12:11; 13:7, 15; 16:6; 17:6; 18:24; 20:4; 22:14) y se basa en la enseñanza de Jesús de que seguirlo implica la voluntad

de morir (Marcos 8:34). A lo largo de la historia de la iglesia “la sangre de los mártires es la semilla de la iglesia”, en palabras de Tertuliano, y así es aquí al final de la historia. Martirio significa victoria, una conquista sobre Satanás al participar en “la comunión del sufrimiento de Jesús” (Filipenses 3:10) donde recreamos la victoria cósmica de Jesús a través de su muerte. Al mismo tiempo, esta bendición no puede limitarse a aquellos que dan su vida por Cristo, sino que abarca a todos los “que mueren en el Señor”. Morir en el Señor significa permanecer fiel hasta el final, hacer de Cristo la esfera de su vida. La importante adición de “de ahora en adelante” enseña que esto se refiere no solo al período final de la historia, sino a todos los santos de todas las épocas que permanecen fieles a Cristo. El período de prueba ha comenzado, y el pueblo de Dios debe prepararse para los días difíciles que se avecinan. La vida cristiana nunca tuvo la intención de ser fácil; siempre implicará sacrificio y sufrimiento y exigirá una vida de fidelidad continua. Para demostrar la importancia de este concepto, el Espíritu Santo hace su primer comentario directo en el libro (véase también 22:17). Él solidifica la exhortación crítica para permanecer fiel a Cristo en medio de tiempos difíciles. El Espíritu es la fuente reveladora de las siete cartas (“escucha lo que el Espíritu dice a las iglesias” en cada carta) y el corazón de la actividad profética en el libro (11:11; 19:10), el que trae las visiones a Juan (Apocalipsis 1:10; 4:2; 17:3; 21:10). El nai (“sí”) del Espíritu es el equivalente funcional de “amén” (1:7; 5:14; 7:12; 22:20) y significa que el Espíritu está afirmando las bendiciones especiales que esperan a aquellos que “mueren en el Señor”. A los que viven fielmente, y especialmente a los mártires, les espera un eterno “descanso de sus fatigosas tareas”. Aquellos que rechazan a Cristo “no descansan día y noche” (14:11), mientras que a los mártires se les dice que “descansen un rato” (6:11) mientras esperan su vindicación final. El “descanso” aquí es ese descanso eterno con Dios en el cielo, el descanso sabático prometido a los fieles (Heb 4:1–11). Las “tareas” se refieren a las vidas fieles vividas por Cristo, esa perseverancia bajo presión que es el mandato de Apocalipsis 14:12–13. Esto incluye la idea de recompensa por sus vidas victoriosas, visto aquí en “sus obras los acompañan”. Sus “obras” o “tareas” incluyen no solo buenas obras sino también sus vidas de fidelidad y servicio a Dios y a la iglesia. El juicio según las obras es una doctrina importante que se encuentra a menudo en las Escrituras (2Cr 6:23; Sal 62:12; Jr 17:10; Mt 16:27; Ro 14:12; 2Co 5:10; 1Pe 1:17) y con frecuencia también en Apocalipsis (2:23; 18:6; 20:12; 22:12). Esto es lex talionis: recibimos de Dios lo que hemos hecho en nuestras vidas y conducta. Para el cristiano significa que todo lo que hemos hecho por Dios y por los demás vendrá con nosotros a la eternidad y será nuestra recompensa. Pero debemos distinguir “juzgados por las obras” de “salvados o justificados por las obras”. Esta última es herética y va en contra de Efesios 2:8–9, que establece que somos salvos por gracia y no por obras. Solo estamos justificados por el sacrificio expiatorio de Cristo en la cruz, pero al final de nuestras vidas daremos cuenta a Dios y seremos juzgados o recompensados de acuerdo con nuestros actos. ¡Nuestro servicio y buenas acciones están en cierto sentido en el cielo ganando interés, y disfrutaremos de nuestros “beneficios de jubilación” por toda la eternidad!

La tierra es cosechada (14:14–20) El juicio profetizado en 14:8, 10–11 ahora se explica en detalle usando las imágenes de la cosecha del juicio en el pasaje del Día de Yahweh de Joel 3:13: “Mano a la hoz, que la mies está madura. Vengan a pisar las uvas, que está lleno el lagar” (también Is 17:5; Jr 25:30; Os 6:11). Las imágenes aquí representan la cosecha de granos (14:14–16) y la cosecha de uvas (14:17–20) como imágenes de la reunión de los santos y los pecadores para juicio, como las parábolas del trigo y la mala hierba (Mt 13:24–30). La cosecha del grano (14:14–16) Existe un debate sobre si el “alguien sentado en la nube” en 14:14 es un ángel o el mismo Jesús. En este contexto donde todos los demás cosechadores son ángeles, y con la figura de 14:15 llamada “otro ángel”, este podría ser un ángel. Sin embargo, es más probable que sea Jesús, ya que el que está en la nube es “semejante al Hijo del hombre” (de Da 7:13), y en Apocalipsis Cristo es el Hijo del Hombre (vea Apocalipsis 1:7, 13). Este Hijo del hombre tiene tres características. Primera, él viene “en una nube”, lo que hace eco de Daniel 7:13, donde “viene en las nubes del cielo”. Aquí la nube no es un carro sino un trono en el que está sentado, hace eco de Joel 3:12: “Allí me sentaré para juzgar a los pueblos vecinos”. La nube representa la presencia Shekinah de Dios habitando entre su pueblo (del hebreo shakan, “habitar”), y el blanco en Apocalipsis simboliza pureza, gloria y victoria. Las nubes en 10:1; 11:12 significan salvación, pero aquí el juicio es más probable (como en 1:7). El juicio domina esta sección, y tanto los santos como los pecadores se pararán ante el Bema o tribunal de Dios y darán cuenta de sus vidas. En segundo lugar, tiene una “corona de oro en la cabeza”, un stephanos, que era una corona de victoria en competencias atléticas y un signo de victoria para un general o soberanía para un gobernante. En Apocalipsis (vea 4:4; 9:7) tiene una función dominante; aquí significa autoridad real y gloria divina. Este “semejante al Hijo del hombre” es un soberano a punto de juzgar su mundo. Tercero, el Hijo del hombre tiene una “hoz afilada” en su mano, y como en Marcos 4:29 representa el juicio de Dios en esta cosecha final. La agudeza de la hoz resalta la finalidad y el poder de este juicio final. En 14:15, otro ángel (después de los tres en 14:6–13) aparece del templo del cielo donde Dios tiene su trono (7:15) y envía sus juicios (11:19; 15:5–8; 16:1, 17). Las dos cosechas son dirigidas desde el templo celestial. La santidad de Dios (4:8) exige justicia y misericordia, y ambas serán ejemplificadas aquí. El ángel le da órdenes a Cristo desde el trono diciéndole que “mete la hoz y recoge la cosecha”. El balanceo de la hoz es un acto decisivo, que termina la temporada de la humanidad en la tierra y recoge las gavillas para la cosecha final. Es común entender las cosechas de granos y uvas como juicios de los perdidos, pero sigo a una minoría que ve la cosecha de granos como la reunión de los redimidos. Aquí faltan las imágenes del juicio, como la quema de las ramas en Juan 15:6 o el pisoteo de la era en Mateo 3:12 y Lucas 3:17. No hay indicios de destrucción final como en la siguiente escena (Ap 14:19–20). Sostengo que 14:15 representa la cosecha de los santos y 14:17–20 la cosecha de los pecadores. Esto se ajusta a la enseñanza de Jesús que también yuxtapone los dos, como en las parábolas del trigo y la mala hierba (Mateo 13:36–43) y los peces

buenos y malos (Mateo 13:47–50, vea también Mateo 9:37–38; Juan 4:34–38). La “cosecha de la tierra” (la cosecha del grano) en Apocalipsis 14:15–16 es el mismo evento que se describe en 11:11–13, la resurrección de los creyentes a la gloria (1Co 15:51–52; 1Ts 4:13– 18). La cosecha de las uvas (14:17–20) Otro ángel ahora sale del templo como el de 14:15, lo que significa que es enviado del Dios entronizado. Como Cristo, tiene una hoz afilada para la cosecha. Luego llega otro ángel, esta vez “del altar”. Como en 6:9 y 8:3, el altar celestial combina el altar del holocausto con el altar del incienso, y nuevamente hay una conexión con las oraciones de los santos por venganza y vindicación (6:9–11). Como en 8:2–5, estas oraciones han llegado a Dios, y él envía a su ángel para iniciar una vez más su respuesta de juicio sobre los opresores. Este ángel tiene “carga” (exousia, “autoridad”) del fuego, ciertamente un juicio ardiente relacionado con las brasas de fuego en 8:5 y el “fuego y azufre” de 14:10. Cuando el ángel llena el incensario con fuego en 8:5, inaugurando los juicios de las trompetas, así el ángel aquí tiene autoridad para iniciar el juicio final de fuego. Este ángel le ordena al primer ángel que “mete tu hoz” y corta (14:18). En Joel 3:13, la razón de la cosecha de la uva es que “está lleno el lagar. Sus cubas se desbordan”, y aquí es porque “sus uvas ya están maduras”. Se acabó el tiempo y la cosecha debe tener lugar. Entonces el ángel obedece, balancea la hoz y “recogió las uvas” (14:19). Como en 12:7–9, estos son los ejércitos del cielo, los guerreros ángeles que llevan a cabo el juicio de Dios en la tierra. Ninguno escapa, y toda la humanidad está reunida en el tribunal. Como en Juan 15:6, el ángel vengador corta cada parra y echa sus uvas en el gran lagar de Dios. El “gran lagar de la ira de Dios” hace eco de Isaías 63:3: “He pisado el lagar yo solo… Los he pisoteado en mi enojo”. En la antigüedad, los lagares consistían en dos tanques, uno superior donde se pisoteaban las uvas y otro inferior donde se recolectaba el jugo. El ritual de prensar las uvas era una ocasión alegre; si bien esta es una imagen horrible aquí, la destrucción del mal que representa será algo maravilloso y ocasión para los aleluyas (Apocalipsis 19:3–4). El ángel ejecuta la cosecha, Dios es el juez y Cristo ejecuta la pena, como en 19:15, donde el Cristo que regresa “Él mismo exprime uvas en el lagar del furor del castigo que viene de Dios Todopoderoso”. El juicio tiene lugar “fuera de la ciudad” (14:20), refiriéndose a la gran ciudad de 11:8, Jerusalén. Ser ejecutado fuera de la puerta es estar separado del pueblo del pacto (Hebreos 13:12; Apocalipsis 22:14–15). Estos pecadores no tienen parte con Dios o su pueblo; son enemigos de Dios, separados de cualquier esperanza de salvación. Además, la tradición judía decía que la destrucción final de los enemigos de Dios estaría cerca pero fuera de Jerusalén (Joel 3:2, 12; Zac 14:4–5; véase también 2 Baruc 40:1–2). En esta batalla final, se producirá un terrible derramamiento de sangre, que fluirá desde la cuba del gran lagar “hasta los frenos de los caballos”. En 1 Enoc 1:3 la guerra final será tan terrible que un “caballo caminará a través de la sangre de los pecadores hasta su pecho” (véase también 4 Esdras 15:35–36). En Apocalipsis 19:17–18 se invita a las aves carroñeras a “la gran cena de Dios” a deleitarse con la carne del ejército de la bestia. El baño de sangre fluirá por una distancia de 1600 estadios, o alrededor de 180 millas (300 kilómetros). Esa

sería la longitud de Palestina, si imaginamos la carnicería de la batalla como un lago de sangre de 1.5 metros de alto por la longitud, y probablemente la amplitud, de Palestina. Esto simboliza la integridad del juicio de Dios (42 × 102), enfatiza la finalidad y el alcance terrible de la ira justa de Dios contra aquellos que han desafiado a Dios y maltratado a su pueblo. Si todo lo que tuviéramos fuera Apocalipsis 12 y 13, sentiríamos desesperación, porque la falsa trinidad suena invencible y está implacablemente determinada a destruirnos. El capítulo 14 viene como un soplo de aire fresco, porque vemos que Satanás no está a cargo; Dios sí lo está. Mientras que el mundo de los no creyentes adora a la bestia, el pueblo de Dios adora al Cordero en el Monte Sion. Mientras que el falso profeta hace que ser cristiano sea un crimen capital, Dios envía a sus ángeles de destrucción sobre los enemigos de sus santos. Sin embargo, todavía hay esperanza para el mundo, ya que, junto con los ángeles del juicio, Dios envía al ángel con el “evangelio eterno” para ofrecer la salvación a los no salvos. Entonces, una vez más, se trata de elegir: la decisión de volverse a Cristo o alejarse de él y avanzar hacia la destrucción.

INTRODUCCIÓN A LAS COPAS (15:1–8) Los ángeles con las plagas finales

Después del segundo interludio con su mensaje sobre el gran conflicto entre las fuerzas del bien y el mal (Apocalipsis 12–13) y la próxima cosecha final de los justos y los malvados (Apocalipsis 14), Juan regresa a los septetos del juicio, entra en el conjunto final: los juicios de las copas. Una vez más, se enfatiza la soberanía absoluta de Dios y la necesidad de que las naciones se arrepientan. La narración comienza con la introducción de estos juicios en 15:1–8 (paralelamente a 8:2–5), mientras los ángeles se preparan para derramar las copas con las plagas (15:1, 5–8) y los santos victoriosos celebran las obras salvadoras del Dios Todopoderoso y cantan la canción de Moisés (15:2–4).

Los ángeles llegan con las plagas (15:1) En 12:1 la primera gran señal apareció en el cielo, la “mujer revestida del sol”. Ahora aparece otra gran señal, pero además es “maravillosa” o “grande”. Esto evoca la imagen de las “obras maravillosas” de Dios en el Antiguo Testamento, y el énfasis está en el increíble acto de Dios de cerrar la historia. La señal en sí es los siete ángeles que llevan las siete últimas plagas, recrea una vez más las plagas sobre Egipto en Éxodo. Los ángeles en realidad no actúan hasta 15:7, por lo que esto es preparatorio y funciona como un título para todo Apocalipsis 15–16. La “peste” también se usa en 9:18, 20 para los juicios de las trompetas y en 11:16 para los milagros de los juicios de los dos testigos. Las plagas del Éxodo fueron

señales del poder de Dios en el juicio a los egipcios y de la misericordia y liberación de Dios a los israelitas. Funcionan de la misma manera aquí, con el énfasis adicional de que brindan una oportunidad final para arrepentirse. Estas siete plagas son “últimas” no porque terminen la serie en las visiones sino porque son los últimos juicios de la historia. Juan agrega: “pues con ellas se consumará la ira de Dios”. Apocalipsis 10:7 dice que “se cumplirá el designio secreto de Dios” al sonar la séptima trompeta, y en ambos lugares significa que el plan de Dios ahora se ha finalizado y ha llegado el escatón. La “ira / furia de Dios” se encuentra a menudo en el libro (6:16–17; 11:18; 14:10; 15:7; 16:1, 19) y ahora ha culminado en estos juicios finales. Debemos recordar que un Dios santo no solo es amoroso sino justo. Cuando se hace burla y alarde de su justicia, él debe responder con ira. No exige juicio; debe ser destruido.

Los santos victoriosos cantan en el mar (15:2–4) En una escena que recuerda a 7:9–17, los santos están en el cielo junto a “un mar como de vidrio”, que en 4:6 significa estar frente al trono mismo. Las imágenes se toman prestadas de tres lugares: Génesis 1:7 (el firmamento de las aguas en la creación); 1 Reyes 7:23–26 (el mar de bronce en el templo de Salomón); y Ezequiel 1:22 (la extensión sobre los seres vivientes). Simboliza la majestad y el esplendor de Dios, y con el agregado “mezclado con fuego” hay una nueva connotación de juicio divino en la escena. En cierto sentido, esto representa ríos de fuego, a la manera del lago de fuego, que fluye desde el trono y representa la ardiente destrucción del mal. El mar como lugar del mal con Leviatán en él (Sal 73:13–14) ha sido barrido por los fuegos de Dios, y ahora se ha convertido en un mar de cristal ante el trono de Dios. Los creyentes se paran en el mar de cristal como conquistadores, habiendo salido victoriosos de tres cosas: “la bestia y su imagen y el número de su nombre” (también Apocalipsis 14:9). Estos se extraen de 13:1–2 (la bestia), 13:14 (su imagen) y 13:17–18 (el número de su nombre), y enfatizan el conflicto personal (la bestia), la presión religiosa (su imagen), y persecución económica (el número de su nombre). El tema de la victoria se encuentra en todo el libro, comienza con los “vencedores” de las siete cartas (y también 5:5; 6:2; 11:7; 12:11; 13:7; 17:14). Esto presenta al pueblo de Dios como vencedores sobre la tentación, las presiones del mundo y los poderes cósmicos. Cuando la bestia le quita la vida a un santo (13:7), en realidad es vencido por el creyente que da su vida (12:11). ¡Su muerte es su victoria final! Los santos se regocijan en esta victoria con el himno aquí. En sus manos están las “arpas de Dios”, y esto enfatiza que están tocando y cantando para Dios, en adoración a él. Al igual que con los ancianos en 5:8 y los 144.000 en 14:2, la presencia de arpas resalta las imágenes del Antiguo Testamento detrás de la escena de adoración. Cantan “el himno de Moisés” (15:3), recreando la victoria sobre los ejércitos egipcios porque se cumplió en la victoria final sobre Satanás y el anticristo. Como Dios liberó a Israel de los egipcios a través del Mar Rojo, también Cristo libró a su pueblo del dragón con su sangre (12:11). Así, como Moisés después del éxodo de Egipto (Éxodo 15; Dt 32), los santos cantan una canción de victoria. De hecho, hay elementos de Éxodo 15 y Deuteronomio 32 en el himno aquí. La liberación y la restauración son los temas principales en la nueva experiencia de éxodo celebrada en este pasaje. Esta canción de Moisés también

es una “canción del Cordero” porque Cristo ganó la victoria final en la cruz, y ese es el verdadero éxodo: la liberación para toda la eternidad del poder del pecado por la sangre de Cristo. La primera mitad del himno (15:3b) alaba a Dios por sus maravillosas obras de salvación. Aquí no se proporcionan detalles de los actos maravillosos porque se relataron en el capítulo 14. Este himno se centra en las características del Dios que ha conquistado las fuerzas del mal a favor de su pueblo. La primera línea celebra las obras “grandes y maravillosas”, que reflejan el Salmo 111:3 en la Septuaginta (“Grandes y majestuosas son sus obras”). Los mismos grandes hechos que tuvieron lugar en Éxodo 15:1 cuando arrojó a caballo y jinete al mar han ocurrido nuevamente cuando arrojó a Satanás del cielo y sucederá cuando arroje a los enemigos de sus santos al castigo eterno. Estas son las maravillas del Señor Dios Todopoderoso (Apocalipsis 1:8; 16:14; 19:15), ya que Dios se prueba a sí mismo como Señor soberano al ejercer su omnipotencia y controlar los eventos en la tierra y el cielo. Mientras que la primera línea se centra en sus obras, la segunda celebra sus caminos. La primera se centra en la alabanza, la segunda en la justicia. “Justos y verdaderos” alude a Deuteronomio 32:4 (la otra canción de Moisés), “sus obras son perfectas y todos sus caminos son justos”. Deuteronomio 32 detalla la justicia soberana de Yahweh y advierte a Israel rebelde de su justicia e ira. En él, el pacto Dios presenta una demanda contra aquellos que frustran su voluntad. Las personas de este mundo que han roto el pacto con él descubrirán la verdad de sus advertencias y la justicia de su castigo. Ellos se darán cuenta de la verdad detrás de la declaración paralela en 16:5 y 7: “Justo eres tú, el Santo… porque juzgas así… Así es, Señor Dios Todopoderoso, verdaderos y justos son tus juicios” (también 19:2). Estamos en el corazón del tema de la justicia justa de Dios en este libro. El título “Rey de las naciones” relata otro tema importante en el cual las naciones vienen y adoran a Dios (15:4). Hay un movimiento del juicio soberano a la promesa de salvación, tomado de Jeremías 10:7: ¿Quién no te temerá, Rey de las naciones?” (también Sal 22:28; 47:8; 1Cr 16:31). Solo Dios es el Rey de las naciones (no César), y solo Cristo es “Rey de reyes y Señor de señores” (Ap 17:14; 19:16). Aquí hay un doble significado: mirar a Dios como juez soberano (15:3) y avanzar hacia Dios como redentor misericordioso y justo (15:4b). La primera parte de 15:4 consiste en preguntas retóricas que proporcionan el enfoque para el resto del himno. La primero: “¿Quién no te temerá?” También proviene de Jeremías 10:7. Cuando una persona realmente llega a comprender la soberanía y el poder de Dios, el miedo es la respuesta natural. Jeremías 10 concluye la sección sobre el juicio inminente debido a la apostasía nacional, y 10:7 es parte de una diatriba contra la idolatría (Jer 10:2– 16), por lo que el temor de Dios se contrasta con los “dioses necios e insensatos” de los paganos. Dios es incomparable, y Jeremías 10:6 (= Éxodo 15:11) es parte del tema en el himno aquí: “¡No hay nadie como tú, Señor! ¡Grande eres tú, y grande y poderoso es tu nombre!”. A la luz del culto imperial en los días de Juan, la idea de la incomparable grandeza de Dios podría verse como central en los próximos capítulos. Sobre la base de esta pregunta está la segunda mitad de la pregunta retórica: “¿Quién no glorificará tu nombre?”, extraída del Salmo 86:9 (“Todas las naciones… vendrán y adorarán… darán gloria a tu nombre”), que es paralela Éxodo 15:11 y Jeremías 10:6–7 con su adoración al Dios incomparable. Este es parte del tema de la misión en Apocalipsis. Si

bien la mayoría de los habitantes de la tierra serán obstinados y enfrentarán la ira de Dios, algunos de hecho responderán al llamado de Dios al arrepentimiento (y al testimonio de la iglesia) y se convertirán a Cristo; ellos “temerán y glorificarán” a Dios (vea el “evangelio eterno” de 14:6–7). Las últimas tres líneas del himno son cláusulas “porque” que dicen la razón por la cual las naciones deben temer y glorificar a Dios. Primero, solo él es santo, hace eco del Salmo 144:17 en la Septuaginta: “El Señor es justo en todos sus caminos y santo en todas sus obras”. Solo él entre los dioses es santo, lo que significa que se destaca y está por encima de todas las fuerzas terrenales. Esto se remonta al “santo, santo, santo” de Apocalipsis 4:8; Dios es la santidad suprema, y eso define su verdadero carácter. La segunda razón por la que todos deberían temer y glorificar a Yahweh es porque “todas las naciones vendrán y lo adorarán”. Esto es sorprendente en un contexto de juicio, pero a lo largo de este libro el juicio proporciona la base para el llamado a la salvación, como en 14:7: “Teman a Dios y denle gloria, porque ha llegado la hora de su juicio.”. Uno de los propósitos de los sellos, las trompetas y las copas es refutar a los dioses terrenales y llamar al pueblo al arrepentimiento, para que se den cuenta de que deben elegir entre el Dios de la misericordia y el Dios del juicio. El fundamento final para la gloria y el temor de Yahweh es porque “porque han salido a la luz las obras de tu justicia”. Lo más probable es que “justicia” aquí tenga ambos significados de justicia y rectitud. La justicia y el juicio son centrales en 15:3b (“justos y verdaderos”), y las obras salvíficas de Dios son centrales en 15:4 (teman a Dios y denle gloria). Así que esto resume ambos aspectos de este himno: la justicia de Dios y su rectitud. Celebra la revelación de las acciones justas de Dios al derramar sus juicios y a través de ellos llamar a las naciones al arrepentimiento, lo que resulta en la salvación de muchos (como en 11:13).

Siete ángeles salen del templo celestial (15:5–8) Eventos preparatorios (15:5–6) Como en 11:19 se abre el templo, y la escena está teológicamente vinculada a la rotura del velo con la muerte de Jesús (Marcos 15:38), donde significó la apertura del lugar santísimo por la muerte de Jesús. En estos últimos días, el acceso a Dios se abre a todos. En Apocalipsis 11:19 y aquí significa el fin de la historia humana y la llegada del fin del mundo. En este contexto, lleva al conjunto final de juicios que marcan la culminación de los días de la humanidad (15:1: “con ellas se consumará la ira de Dios”). Surgiendo del templo celestial (15:6) están “los siete ángeles que llevaban las siete plagas” (vea 15:1) que llevarán a cabo la sentencia judicial de Dios sobre las naciones. La conexión con las plagas egipcias continúa, pero también hay un eco de Levítico 26:21 en la Septuaginta (“También traeré sobre ti siete plagas”), parte de las bendiciones y maldiciones del pacto allí. Las naciones han roto el pacto con Dios y deben enfrentar las consecuencias. Es interesante que los ángeles tengan las plagas en sus manos antes de que les den las copas (15:7). El contenido de las copas es más importante que las copas mismas.

Los ángeles están “vestidos de lino limpio y resplandeciente”, la vestimenta que usan los sacerdotes (Lv 16:2, 23). Una vez más, los ángeles tienen una función sacerdotal, cuidando y usando los vasos del templo como Dios lo indique. El lino puro los conecta con la novia de Cristo en Apocalipsis 19:8 y los ejércitos del cielo en 19:14. Claramente, estas son prendas celestiales acordes con la pureza y la gloria de los seres celestiales. Las “bandas de oro a la altura del pecho” son las mismas que las usadas por “uno como el Hijo del hombre” en 1:13. Como emisarios de Cristo, comparten su elevado estatus. La comisión de los ángeles (15:7–8) Los cuatro seres vivientes eran el círculo más íntimo de los seres celestiales alrededor del trono en 4:6–7. Combinan las características de los serafines de Isaías 6 y los querubines de Ezequiel 1 y parecen ser líderes de la corte celestial. Guían la adoración celestial en Apocalipsis 5:6–7; 7:11; y 14:3; envían a los cuatro jinetes en 6:1–8; y gritan “Amén, aleluya” en 19:4. Aquí sirven como heraldos angelicales que median la pena judicial de Dios sobre los malhechores. La entrega de las copas funciona como la comisión de los siete ángeles al servicio de Dios. Aquí el ser viviente actúa como un emisario de Dios y le da a cada ángel una copa dorada, posiblemente el mismo incensario de la mesa de pan de la proposición que vimos en 5:8. Esto significa 1) que el derramamiento de juicio es una ofrenda sagrada a Dios; y 2) que la acción se produce como resultado de las oraciones de los santos de 5:8; 6:9–11; y 8:3–5. Las copas doradas vinculan la retribución divina con las oraciones por vindicación. Sin embargo, las copas son más que esto. Están “llenas de la ira de Dios” en lugar de incienso, por lo que probablemente también estén vinculadas a las copas de bronce de Éxodo 27:3; 38:3 (hechas de oro en 2Cr 4:8), usadas para rociar la sangre del sacrificio. Esto hace que los juicios sean una ofrenda sagrada llena de sangre para Dios. La ira de Dios se derramó sobre las naciones en Apocalipsis 6:15–17 y 11:18; con toda su fuerza por los inmorales en 14:10, 19; y se ha completado en los eventos de 16:1, 19; 19:5. Dios es descrito como el “que vive por los siglos de los siglos”, con su eternidad como parte de su soberanía sobre la creación, así como su majestad en su trono o Bema (tribunal). A medida que las copas se llenan de ira, el templo se llena de humo en 15:8. El humo en el Antiguo Testamento simboliza la asombrosa presencia de Dios, como en la nube de humo en el Sinaí (Éxodo 24:15–16), la nube que era la Shekinah en el éxodo (Éxodo 14:19, 24) y la nube que llenó tanto el tabernáculo (Éxodo 40:34–35) como el templo con su gloria (1 Reyes 8:10–12; Isaías 6:3–4; Ezequiel 10:2–4). Tres imágenes emergen de estos pasajes: humo, gloria y poder, y se encuentran en el comentario adicional de que el humo vino “de la gloria de Dios y de su poder”. El juicio está estrechamente relacionado con la presencia, la gloria y el poder de Dios, y todos estos están connotados por los juicios de las copas. El comentario final fluye del aura de la gloria de Shekinah detrás de esto: “nadie podía entrar allí hasta que se terminaran las siete plagas de los siete ángeles”. Hasta que terminaran los juicios. Esto recuerda dos de los pasajes anteriores. En Éxodo 40:35: “Moisés no podía entrar en la tienda de reunión”, y en 1 Reyes 8:11: “Los sacerdotes no podían realizar su servicio”, tanto porque la gloria del Señor había llenado el templo. La presencia de Dios y su gloria Shekinah han provocado el cese incluso de la adoración en el templo.

Debido a su asombrosa santidad, majestad y poder, no se produce ninguna presencia o actividad humana. Hasta que se complete el juicio de Dios en las siete plagas, todos los demás eventos, incluso el servicio del templo, solo pueden esperar. Esto es similar al séptimo sello, la media hora de silencio esperando los eventos finales en 8:1. Esta idea de juicio es un tema serio y sombrío, y parece estar en conflicto con la idea de un Dios amoroso y misericordioso. Sin embargo, en Apocalipsis, la justicia y el amor de Dios están entrelazados, y uno no puede existir separado del otro. Un Dios santo debe juzgar el pecado y los pecadores, y esto incluye la vindicación de los santos por todo lo que han sufrido. Aquí “la ira de Dios es completa” (15:1), y esto significa eliminar el mal del mundo. Este capítulo significa no solo el juicio, sino la celebración de los santos en victoria, es decir, las obras salvadoras del Dios Todopoderoso mientras libra al mundo del pecado y redime a su pueblo. “Todas las naciones vendrán”, finalmente, ¡una reconciliación racial que durará por la eternidad! El juicio divino es una parte esencial de la majestad de Dios y de su obra salvadora.

LOS SIETE ÚLTIMOS JUICIOS DE LAS COPAS (16:1–21)

Como se mencionó en la introducción a 6:1–17, los juicios de los sellos, trompetas y copas se caracterizan por una intensificación progresiva en la severidad de la pena. Los sellos destruyeron un cuarto de la tierra, las trompetas un tercio de la tierra, y ahora las copas afectan a toda la tierra. Además, mientras los sellos y las trompetas castigaban a los habitantes de la tierra indirectamente, las copas se vierten directamente sobre los pecadores. Al igual que con los sellos y las trompetas, los copas se organizan de acuerdo con un patrón de 4 (derramado sobre la tierra) + 3 (juicios cósmicos sobre la bestia). La acción pasa de los desastres naturales (las primeras cuatro = los juicios de la trompeta) al juicio directo sobre el trono de la bestia (la quinta) a la preparación para la batalla final (la sexta) a la tormenta que comienza la destrucción final del imperio de la bestia (la séptima). Los temas continúan de capítulos anteriores: la ira de Dios, la justicia de la retribución de Dios y la última oportunidad de arrepentimiento, pero ahora todo termina. Ya no hay futuro, ya que Cristo debe regresar y comenzar la eternidad. Una vez más, la cuestión de lo simbólico frente a lo literal es enorme. Estos son altamente simbólicos, pero al mismo tiempo, los eventos representados tienen la intención de hacernos (como los lectores del primer siglo) imaginar cómo serían esos juicios terribles. Al igual que con los sellos y las trompetas, si bien podemos sentir la tentación de armonizar estas imágenes apocalípticas entre sí y descubrir cómo se relaciona una con la siguiente, no son consistentes. Cada visión es una unidad autónoma. Dios no nos dice cómo funcionará esto en la actualidad. Algunos podemos imaginar que suceden literalmente, como los forúnculos, y otros sucedieron antes, como convertir el agua en sangre. Con respecto a los demás, como una oscuridad

que causa dolor intenso o mini-novas que alcanzan la tierra e incineran a las personas, nos preguntamos si son más simbólicos. No sabremos con certeza ninguno de ellos hasta que estos eventos sucedan. Por ahora, estamos destinados principalmente a ver su significado teológico.

Las plagas de las copas son derramadas sobre el reino natural (16:1–9) La orden celestial (16:1) La “voz desde templo” ocurre solo aquí y en 16:17, derivada de la escena del templo de 15:5–8 y continúa con el énfasis en esto como una escena sagrada. Alude a Isaías 66:6 en la Septuaginta, en la que Isaías le dice al remanente justo que “escuche la voz del templo” mientras el Señor “paga a sus enemigos”. Probablemente este sea Dios mismo hablando y ordenando a los ángeles que derramen las siete copas que contienen su ira. La ira de Dios describe el contenido de las copas, y “derramar” es un verbo técnico para la ofrenda de libación (Éxodo 30:18; Lv 4:7, 18) o para rociar la sangre en el rito del pacto (Éxodo 24:6, 8). Jeremías ora para que Dios “derrame su ira sobre las naciones” (Jer 10:25), por lo que esto representa la ira de Dios como una ofrenda de libación sagrada y un acto de adoración en el templo. La primera copa: las llagas terribles (16:2) El texto “fue y derramó” continúa el sentido de este juicio como una ofrenda derramada a Dios. La primera copa se derrama “sobre la tierra”. El juicio recae solo en aquellos “que tenían la marca de la bestia y adoraban su imagen” (también en 14:11; 20:4), continuando con el tema de que solo los pecadores, no los salvos, se ven afectados (3:10; 7:3–4; 9:4). Esto es parte del motivo del éxodo de que el pueblo de Dios se libra del derramamiento de ira (Éxodo 8:22–23; 9:4, 6). Como se mencionó en la introducción a Apocalipsis 6, observe la intensificación de los sellos (una cuarta parte de las personas) y las trompetas (un tercio de las personas), ya que toda la tierra se ve afectada. Esto reproduce la sexta plaga egipcia, en la cual estallaron terribles furias tanto en personas como en animales (Éxodo 9:9–11). Estas también son las mismas que las llagas que asolaron a Job (Job 2:1–13), pero ahora son los injustos quienes sufren. Estas son heridas ulcerosas con abscesos, que hoy se tratan con antibióticos, pero ahí es un gran problema. Aun así, los suministros médicos de hoy también se agotarían rápidamente, ya que los afectados no podrían caminar, sentarse o acostarse sin un dolor intenso, y la vida en efecto se detendría. La segunda copa: el mar se convierte en sangre (16:3) En la segunda trompeta, una montaña en llamas cayó sobre el mar, y un tercio se convirtió en sangre (Apocalipsis 8:8–9). Esta plaga (15:1) es mucho más severa, por ahora todos los océanos “el mar se convirtió en sangre como de gente masacrada, y murió todo ser viviente que había en el mar”. La muerte se convierte en un fenómeno mundial, y “murió todo ser viviente que había en el mar”. El mar era la sangre vital de Roma, por su suministro de alimentos, pero aún más por el comercio, ya que la mayoría de los bienes comerciales

llegaban por mar. Esto equivale a la destrucción de toda la civilización. Tal desastre derribaría cualquier sistema económico, hoy o en el primer siglo. Es imposible imaginar los billones de peces en los océanos del mundo sobre un mar de sangre. Si bien las imágenes apocalípticas son simbólicas, y ciertamente hay simbolismo aquí, también debemos recordar que esto tuvo lugar literalmente en el éxodo. Esto bien puede ser ambos. La tercera copa: las aguas continentales se convirtieron en sangre (16:4) Esto está realmente más cerca que la segunda copa de la primera plaga egipcia, pero nuevamente es mucho más intenso, ya que cada lago y río del mundo se convierte en sangre. La brevedad de la redacción aquí hace que la naturaleza universal del juicio sea aún más poderosa. El simple “se convirtieron en sangre” es aún más aterrador por su simplicidad de expresión. Alude al Salmo 78:44, “convirtió en sangre los ríos egipcios”. Vivo cerca de Chicago, entre los Grandes Lagos, y es difícil imaginar que se conviertan completamente en sangre. La devastación está más allá de la imaginación. Un himno doxológico sobre la justicia divina (16:5–7) En 16:5–7, un ángel canta un himno doxológico. El tema central es la rectitud (dikaios) de Dios, pero esta palabra griega también significa “justicia”, por lo que esto afirma que la justicia de Dios exige la justicia del castigo divino (vea Sal 9:4, 8; 2 Crónicas 12:6; Neh 9:33). Esto también podría llamarse un “himno de vindicación”, ya que existe la misma tensión en la venganza de la sangre de los santos. El hablante está etiquetado como “el ángel de las aguas”, utilizando el símbolo apocalíptico común de los ángeles que controlan los elementos naturales, no los dioses grecorromanos. Todos los antiguos eran animistas, creían que cada miembro del panteón estaba a cargo de un aspecto particular de la naturaleza: Poseidón era el dios del mar, Afrodita era la diosa del amor, y así sucesivamente. En Apocalipsis 7:1 los ángeles estaban a cargo de los cuatro vientos, y en 14:18 hay un ángel sobre el fuego. Este era probablemente el (los) ángel (s) que convirtieron el agua en sangre en los juicios anteriores. El ángel canta en 16:5: “Eres justo/porque juzgas así”. En todo el Antiguo Testamento se enfatiza la justicia de los juicios de Dios. El juicio de las naciones es el resultado de la santidad de Dios, por lo que son en todo momento “justos y verdaderos” (15:3; 16:7; 19:2). Dios es “juez justo” (Sal 7:11; 67:4; Is 11:4; 2Ti 4:8), y este es el mensaje detrás de este himno. El título que sigue (“el Santo”) es otra afirmación importante del libro, ya que cada acto de Dios en Apocalipsis fluye de su santidad (Apocalipsis 4:8; 6:10; 15:4). Es apartado y está por encima de los acontecimientos de este mundo, pero su santidad exige que se elimine el mal. La santidad de Dios y su justicia trabajan juntas a lo largo de las Escrituras (Dt 32:4; Sal 145:17; Jer 38:23), y ambas exigen sus juicios justos para devolver la rectitud a su creación. El siguiente título representa a Dios como Señor sobre la historia, construido sobre el triple título de 1:4, 8; 4:8 (“el que es y que era y que ha de venir”). Como en 11:17, se omite el tercer elemento. Ya no hay ningún “por venir”, porque el acto final de Dios ha sido inaugurado y el futuro ya ha llegado. El reinado eterno de Dios ha comenzado. Aquí la razón

es que el juicio final ha llegado. En los juicios de las copas se han promulgado los eventos finales de la historia, y el “futuro” ya no existe. En 16:6, el himno identifica qué causó que la poderosa mano de Dios cayera sobre los enemigos del pueblo de Dios: “ellos derramaron la sangre de santos y de profetas, y tú les has dado a beber sangre, como se lo merecen”. Esto se remonta a 6:9–11, 15–17, porque estos son los pecadores que martirizaron a los santos allí. “Verter” es el mismo verbo que “derramado” en 16:1–4, donde se usaba para derramar las copas como una ofrenda sagrada a Dios. Entonces, la sangre de los santos aquí se representa como una ofrenda de sacrificio a Dios, exactamente como la imagen de las almas debajo del altar en 6:9. Este es un ejemplo del motivo de lex talionis en Apocalipsis: derramaron la sangre de los siervos de Dios, por lo que Dios está derramando sus juicios sobre ellos. La mención de “los santos/santos y profetas” es paralela a 18:24, donde nuevamente se destaca el derramamiento de su sangre. La iglesia primitiva creía que el sufrimiento cristiano se convirtió no solo en compartir el sufrimiento de Jesús sino también en compartir con los profetas de la antigüedad (como en Heb 11). Todo el pueblo de Dios, los santos, así como los profetas tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento (ambos están destinados), participaron con Jesús en una “comunión de sufrimiento” (Filipenses 3:10). Estas son las personas santas de Dios cuyas vidas son tan cruelmente perdidas, y Dios vengará su sangre. Él pagará y les dará “a beber sangre, como se lo merecen”. En Isaías 49:26 Dios le dijo a Israel: “Haré que tus opresores se coman su propia carne y se embriaguen con su propia sangre” (también Sal 79:3, 12; Jer 32:18). “Como se merecen” recuerda Apocalipsis 4:11 y 5:12 sobre la “dignidad” de Dios y el Cordero para ser adorado, porque usa el mismo término, axios, y puede traducirse, “como son dignos”. El Dios vindicador es digno de adoración; ellos son dignos de beber sangre. Finalmente, el altar responde (16:7) y afirma la justicia de la respuesta de Dios. En 6:9 las almas de los santos mártires claman desde debajo del altar, luego la voz desde los cuernos del altar ordena en 9:13–14. Ahora el altar mismo habla. El enfático nai (“sí”) confirma la rectitud del juicio en 16:6 y lo ancla en la persona de Dios como “Señor Dios Todopoderoso”, el título principal del libro (nueve veces; vea 15:3). Esto lo afirma como el omnipotente Guerrero Divino y Señor del universo. Además, en 15:3 los santos cantan: “Justos y verdaderos son tus caminos”, mientras que aquí el altar proclama: “verdaderos y justos son tus juicios” (vea también 19:2). La inversión del orden es deliberada y agrega énfasis a ambos aspectos. La verdadera naturaleza de las acciones de Dios se basa en su propia naturaleza como verdadera, y esto significa que cada juicio de este libro es absolutamente justo. La cuarta copa: el sol quema a la gente (16:8–9) Anteriormente en Apocalipsis, el sol simbolizaba la majestad de Dios en Cristo (1:16), un ángel poderoso (10:1) y la mujer/iglesia (12:1). En la nueva Jerusalén no habrá más sol (21:23; 22:5). En la cuarta trompeta (8:12) y aquí, el sol está directamente involucrado en el juicio de los pecadores. En este caso, tenemos una llamarada solar masiva o mini-nova como Dios “permite” (otra instancia de edothē; vea 6:2, 4, 8) al poder del sol “quemar con fuego a la gente”. A los santos se les prometió que ellos nunca más enfrentarían el “calor

abrasador” del sol (7:16), pero sus ¡perseguidores enfrentan mucho más que una quemadura de sol! El aspecto más grave no es el castigo sino su reacción al mismo. Como están severamente quemados, responden no con arrepentimiento, sino que “maldijeron [literalmente ‘blasfemia’] el nombre de Dios”. Este juicio ardiente es una advertencia particularmente severa, y cuando no solo lo rechazan, sino que blasfeman, su culpa es obvia. Este término se usa solo en dos lugares en Apocalipsis, aquí y en 13:1, 6 (la bestia), por lo que se describe como unirse al anticristo en blasfemia. Este es el mismo Dios que “tiene autoridad sobre las plagas”, es decir, que demostró a las naciones su poder y justicia a través de estos juicios. Entonces, cuando se negaron a “darle [la] gloria” (14:6–7) que él solo merecía, no quedó nada más que el juicio del gran trono blanco de 20:11–15.

Las plagas de las copas son derramadas sobre el trono de la bestia (16:10– 21) La quinta copa: el trono de la bestia en oscuridad y dolor (16:10–11) En 13:2 el dragón le dio a la bestia/anticristo “su poder y su trono y gran autoridad”. Sin embargo, fue un regalo finito y temporal, porque el dragón sabía que “le quedaba poco tiempo” (12:12), y en 16:17 en la séptima copa el trono de Dios responderá: “¡Se acabó!”. Este evento de hecho inaugura la desaparición del trono del anticristo. El reino del anticristo es de corta duración, y la oscuridad en la que está sumido es un anticipo de la eterna oscuridad que lo espera. Los lectores de los días de Juan habrían visto este trono y reino como el Imperio Romano, por lo que debemos pensar en el reinado del anticristo como el renacimiento de un imperio romano impío. El reino de la bestia está “sumido en oscuridad” en 16:10, recrea la novena plaga egipcia de oscuridad total que cubre Egipto durante tres días (Éxodo 10:21–29). Como tal, intensifica el juicio de la cuarta trompeta, en el cual reinaba la oscuridad por un tercio del día y la noche (Apocalipsis 8:12). Se llamaba “tinieblas tan densas que se pueden palpar”, en la que “no podían verse unos a otros, ni moverse de su sitio” (Éxodo 10:21, 23). Los resultados del juicio de esta copa son aún más intensos, ya que esta oscuridad produce tormento cuando la gente “se mordía la lengua de dolor”. Esto está estrechamente relacionado con la metáfora de Jesús para el castigo eterno: “oscuridad, donde habrá llanto y crujir de dientes”. (Mateo 8:12; 22:13; 25:30). Estos son modismos para el dolor intenso, y el propósito aquí es proporcionar un presagio del juicio final. Una vez más, los pecadores “maldicen al Dios del cielo” y “no se arrepintieron (16:11). Como el faraón endurecía continuamente su corazón contra Dios, los habitantes de la tierra se vuelven cada vez más firmes en su odio hacia Dios y su pueblo. El dolor no los puso de rodillas, sino que endureció sus cervices contra Dios. Tenga en cuenta el énfasis en “sus obras”. Como en 2:22 (“sus obras”) y 9:20 (“sus malas acciones”), esto se enfoca no solo en su mentalidad sino en las acciones que resultan. Los pensamientos de las personas siempre derivan en la forma en que viven sus vidas. Dios actuará sobre la base de la forma en que las personas han ejecutado sus leyes en sus vidas.

La sexta copa: preparación para la guerra final (16:12–16) Esta copa consiste en la desecación del Éufrates (16:12), la reunión de los reyes de la tierra para una batalla final (16:13–14), una advertencia entre paréntesis de Cristo (16:15) y la reunión de los reyes para el Armagedón (16:16). Es un poco paralelo a la sexta trompeta, en la que se liberaron cuatro ángeles atados al Éufrates, lo que resultó en la horda de jinetes demoníacos (9:13–19). El Éufrates se llama el “gran río” porque era el río más grande de esa parte del mundo (3218 km de largo). Aquí el Éufrates se seca, recrea la desecación del Mar Rojo para que Israel pudiera cruzar a un lugar seguro (Éxodo 14:21–22; véase también Josué 3:13–17). Isaías vio en esto una profecía de que el Éufrates se secaría para permitir que el remanente justo escapara de sus enemigos (Isaías 11:15–16; 44:27). El Éufrates era el límite oriental tanto para la tierra que Dios le dio a Israel (Génesis 15:18; Dt 1:7–8) como para el Imperio Romano. El Éufrates se seca (16:12). En lugar de los jinetes demoníacos del capítulo 9, la desecación del Éufrates aquí permite que crucen “los reyes del este”. Geográficamente, estos serían los partos, una serie de tribus guerreras que habitaban el territorio de la antigua Babilonia. Los lectores del primer siglo estarían pensando en una invasión parta de Roma, una posibilidad que infundiría miedo en todos los romanos. 2 Sin embargo, esto no es una invasión, porque estos reyes se unen a las fuerzas del anticristo contra los cristianos, probablemente aludiendo a Gog y Magog en Ezequiel 38–39 (vea Apocalipsis 20:7). Esto no es una guerra contra Roma; es justo lo opuesto. Estos reyes cruzan la frontera no para destruir Roma sino para unirse a Roma. Los reyes del este se unen con los reyes de toda la tierra, y esto se convierte en preparación para el Armagedón (16:16). Entonces, el mensaje es simbólico, y describe la guerra final que es el tema de este juicio en 16:14, 16. Representa al mundo entero uniéndose al anticristo en su guerra contra los seguidores de Cristo, y estos reyes aquí se convierten en los 10 reyes de 17:12. El cruce positivo del Mar Rojo como una liberación del pueblo de Dios se invierte aquí en la desecación del Éufrates para dar paso a una invasión que busca la aniquilación del pueblo de Dios. La falsa trinidad llama a los gobernantes (16:13–14). Aquí, en cierto sentido, la falsa trinidad finalmente reacciona a la serie de juicios divinos derramados sobre su imperio. Ahora están reunidos por primera vez. El dragón (12:3–9, 13–18) es Satanás, el antagonista supremo de Dios y su pueblo. La bestia (13:1–10) es el anticristo, la persona terrenal (en efecto, hijo) del dragón. El falso profeta (13:11–18) es el jefe religioso de la nueva religión mundial oculta destinada a centrar a toda la humanidad en la lealtad y la adoración del dragón y la bestia. Esta es la “gran apostasía” de Marcos 13:6, 22; y 2 Tesalonicenses 2:3. Jesús predijo a los falsos profetas como signos del fin de los tiempos en Mateo 24:11, 24 (véase también 2 Pedro 2:1; 1 Juan 2:18; 4:3). Al llamar a los gobernantes del mundo para que se unan a ellos, la falsa trinidad envía “tres espíritus malignos que parecían ranas”. Las ranas eran criaturas inmundas que aparecieron en la segunda plaga egipcia (Éxodo 8:1–15). La boca a los antiguos simbolizaba la proclamación real, por lo que esta es una citación oficial del falso “rey de reyes” a los gobernantes del mundo. Estos son los “reyes” que cometen adulterio con la gran prostituta

(17:2) y reinan bajo su gobierno (17:18), los “diez cuernos” que someten su autoridad a ella (17:13). El propósito es “reunirlos para la batalla”, es decir, la guerra cósmica (19:19—habrá una segunda batalla después del reinado milenario, 20:8). Esta batalla del fin del mundo fue predicha en el Antiguo Testamento (Ezequiel 38–39; Zac 12–14; Joel 2:11; 3:2) y aquí se describe como “el gran día del Dios Todopoderoso” (también Ap 6:17, “el gran día de su ira”). Es “grande” porque culmina el plan de Dios que existía “antes de la fundación del mundo” (Mateo 25:34; Efesios 1:4; Apocalipsis 13:8; 17:8). Entonces Dios Todopoderoso demostrará su poder soberano y pondrá fin a este mundo. Cristo emite una advertencia (16:15). La importancia de esta advertencia se ve en el hecho de que Cristo Cordero les habla directa y abruptamente. Es indudablemente ocasionado por el peligro incomparable que enfrentan los santos a la luz de esta guerra final. Se necesita desesperadamente la alerta, y el peligro de no perseverar ha alcanzado nuevas profundidades. La imagen de Cristo “viniendo como un ladrón” es un tema del Nuevo Testamento (Mateo 24:43; 1Ts 5:2–4; 2 Pedro 3:10) que enfatiza la naturaleza inesperada de la segunda venida y el peligro de no estar preparado. Esta es la tercera bienaventuranza, después de 1:3 y 14:13. El problema es como el de las dos iglesias débiles: pereza espiritual como en Sardis (“permanece despierto” = 3:2) y vergonzosa desnudez como en Laodicea (“permanece vestida” = 3:18). Ambas imágenes son fallas espirituales y exigen preparación para el regreso de Cristo. Esta advertencia representa a las iglesias pecaminosas expuestas por Dios, con la desnudez como símbolo de juicio. Esta imagen se encuentra en el Antiguo Testamento: Isaías fue “desnudo y descalzo” como una parábola profética del juicio que Israel enfrentaba (Is 20:1–4), y Ezequiel describe a Israel como una esposa adúltera a punto de ser entregada a Asiria para ser desnudada por sus pecados (Ezequiel 23:29). Por lo tanto, se advierte a los creyentes que permanezcan fieles a Cristo y que estén listos para su regreso. Los reyes se reúnen (16:16). La falsa trinidad llamó a los reyes y sus ejércitos a la batalla final en 16:13–14; ahora se reúnen en el lugar para la batalla. “Armagedón” significa literalmente “Monte” (har) “Meguido” (megiddon), pero el problema con la identificación de este lugar es que no hay “Monte Meguido”. Meguido es una ciudad antigua en el norte de Palestina en el Valle de Jezreel o Esdrelón. Está rodeada de colinas, pero es solo una ciudad y una llanura. Muchas sugerencias han tratado de hacer del “Armagedón” una referencia literal a este lugar, como que esta es una referencia general a toda el área, no solo a la ciudad. Pero es difícil imaginar cómo un ejército del tamaño del que se describe aquí podría reunirse en un área tan pequeña. Lo más probable es que esto sea simbólico. El simbolismo podría basarse en la etimología de la palabra misma, tal vez “montaña de reunión” (= Monte Sion en Isaías 14:12–14) o “montaña merodeadora” (= Babilonia). Pero eso es bastante especulativo. En cambio, deberíamos comenzar con la conexión de Meguido con la guerra, ya que allí se libraron tantas batallas (Jueces 4–5; 7; 1 Sa 31; 2Re 23; 2Cr 35). También se asocia con la obstinada oposición del mundo a Dios y a su pueblo, con el antecedente principal como Gog y Magog (Ezequiel 38–39) y el duelo de la nación apóstata en Zacarías 12:9–14, que aquí representan a todos las naciones que han roto el pacto con Dios. Por lo tanto, el mensaje en el nombre “Armagedón” sería que todos los que se oponen a Dios llorarán al enfrentar

la ira de Dios. Representa la asamblea de todas las naciones pecaminosas dispuestas contra Dios y su pueblo cuando se unen desafiando para hacer la guerra contra Dios y el Cordero. La séptima copa: juicio cósmico (16:17–21) Esta copa efectivamente cierra la historia y concluye tanto el tiempo de silencio en el séptimo sello (8:1) como la llegada del reino final en la séptima trompeta de Apocalipsis 11:15–19. Es probable que la tormenta de la teofanía de este juicio sea la misma que la del sexto sello (6:12–14). Esta copa se derrama “en el aire” y completa los juicios terrenales en la tierra (16:1–2), agua (16:3–4), fuego (16:8) y aire (16:17). La voz viene “del trono”, lo que hace de este el único lugar donde el cielo, el templo y el trono se yuxtaponen en el juicio. Este es el momento escatológico supremo cuando todas las fuerzas de Dios se unen para finalizar el plan de Dios para este mundo y eliminar el mal para que la eternidad pueda comenzar. La voz de Dios desde el trono proclama el escatón en una simplicidad electrizante con una palabra en griego: ¡gegonen! Este término significa “ha sucedido” o “ha tenido lugar”, y el reino final de Dios ahora ha llegado. Esto culmina el proceso lanzado con el grito de Cristo en la cruz: “todo se ha cumplido” (Juan 19:30). Las etapas de la escatología inaugurada, la iniciación del proceso de los últimos tiempos, ahora se han consumado. Esto no quiere decir que todavía no haya eventos, ya que todavía está el regreso de Cristo, su reinado terrenal, el juicio final y la venida del cielo nuevo y la tierra nueva, es decir, los eventos de Apocalipsis 19–22. Ese último final se declara en 21:6 cuando Dios repite: “todo está hecho”. Las dos declaraciones enmarcan los eventos finales. La declaración aquí en 16:17 concluye los juicios que inician el fin (los sellos, las trompetas y las copas), y 21:6 concluye el propio escatón con la nueva creación. Tras el anuncio del fin, hay una tormenta de teofanía y terremoto en 16:18–19a. Una teofanía es una manifestación de Dios en la que aparece físicamente en un evento. Esto también se llama “el sacudimiento de los cielos” (vea el comentario 6:12–14) y ocurre a menudo en las Escrituras, con el evento seminal en el Sinaí (Éxodo 19:16–18) y varias repeticiones (Isaías 13:9–13; Ezequiel 32:6–8; Joel 2:30–31). Esta es la última de varias tormentas cósmicas en Apocalipsis (4:5; 8:5; 11:19) y tiene la cobertura más extensa de las cuatro. Los rayos, los truenos y el terremoto son parte de las imágenes del Sinaí y un nuevo tema de éxodo, lo que significa el lanzamiento que conduce al éxodo final en el regreso de Cristo. Esta es la primera vez que un terremoto se llama “tan grande” en el libro, aunque la tormenta de granizo en 11:19 fue “grande”. El comentario de que “Nunca, desde que el género humano existe en la tierra” recuerda el discurso de los Olivos, cuando Jesús habló de los días de tribulación como “no la ha habido desde el principio, cuando Dios creó el mundo, ni la habrá jamás” (Marcos 13:19). Ambos vuelven a Daniel 12:1 en la Septuaginta: “una tribulación como la que no ha sucedido desde el comienzo de las naciones hasta ahora”. El terremoto es tan severo que “la gran ciudad se partió en tres partes” (Apocalipsis 16:19), recordando 6:14 donde sacudió “todas las montañas y las islas fueron removidas de su lugar”. Como dije en 11:8, la gran ciudad es una fusión de Roma con la apóstata Jerusalén

y, en esencia, es la capital del imperio del anticristo. Principalmente es Babilonia/Roma (como en 18:10, 16, 18, 19, 21). Las “tres partes” indican la totalidad de la devastación, y el comentario adicional de que “las ciudades y las naciones cayeron/se desplomaron” muestra el impacto mundial de este juicio. Anticipa el juicio del gran trono blanco de 20:11–15, ya que cada ciudad y persona del imperio del mal “cae”, como en la caída de la gran Babilonia en 14:8; 18:2–3. La razón de la destrucción completa de la séptima copa se da en 16:19b: “Dios se acordó de la gran Babilonia” y sus crímenes contra todo lo santo y lo bueno. En las Escrituras, recordar es actuar. Dios, en este sentido, ha traído esos crímenes a su mente por los ángeles que llevan las copas y le traen las oraciones de los santos (8:2–5). Cuando Dios recuerda el sufrimiento de su pueblo y los actos depravados de las naciones, su ira se enciende (14:10– 11) y se derrama en justa retribución (16:5–7; 18:6). Los pecados de la Gran Babilonia están siendo pagados en su totalidad. Los efectos de la tormenta cósmica continúan sin cesar en 16:20–21. Como ya se señaló, esto recapitula la tormenta del sexto sello, donde “todas las montañas y las islas fueron removidas de su lugar”. Aquí las islas “huyeron” y las montañas “desaparecieron”. Esto continúa en 20:11, donde se nos dice: “De su presencia huyeron la tierra y el cielo, sin dejar rastro alguno”. Tales desapariciones son comunes en la literatura apocalíptica (Isaías 2:12– 18; 45:2; 1 Enoc 1:6–7; 4 Esdras 15:42) y dan paso a la restauración de Dios de la paz y el orden en su creación. La tormenta de granizo en 16:21 proporciona otro motivo de juicio (8:7; 11:19), extraído de la séptima plaga egipcia y que significa juicio divino sobre los enemigos de su pueblo (Éxodo 9:13–35, véase Josué 10:11). Estas piedras de granizo pesan alrededor de 45 kilos, lo que sería un granizo de 44.7 centímetros de diámetro. El récord Guinness para el granizo más grande en la historia registrada es de 1 kilogramo en Bangladesh el 14 de abril de 1986, y el más grande en la historia de los Estados Unidos cayó en Coffeyville, Kansas el 3 de septiembre de 1970 (0.757 kilos, 13.36 centímetros de diámetro). Si es un evento literal, esta es la peor tormenta en la historia del mundo. Sin embargo, una vez más, los pecadores se niegan a arrepentirse (véase Apocalipsis 2:21; 9:20–21; 16:9, 11). En cambio, blasfeman a Dios por el juicio que ha enviado. Su blasfemia se debe a que “la peste era tan terrible”, es decir, el dolor era increíblemente severo. No se centraron en el mensaje sobre su propia culpa o en la prueba de la soberanía y el poder de Dios, sino solo en su dolor actual. Todavía son narcisistas que solo se preocupan por sí mismos y sus placeres. Así que culpan a Dios y no a sus propias acciones que están detrás del castigo justo por sus pecados. Aquí no hay más oportunidades para arrepentirse. Están al borde del precipicio, y la destrucción es su único futuro. Como el final de los tres septetos de los juicios, los juicios de las copas intensifican los sellos y las trompetas y terminan en el escatón. Aquí la justicia de los juicios divinos es evidente, ya que el mundo que se ha vuelto contra Dios y su pueblo recibe exactamente la justicia que se ha ganado con sus viles actos. Dios está a cargo y permite que el mal sea completo, participando en su propia destrucción. Aun así, Dios le da a toda la humanidad la oportunidad de arrepentirse; Él es misericordioso y justo. Estos juicios son redentores porque, como las plagas egipcias, refutan a los dioses terrenales y demuestran que solo Dios es soberano. Solo hay salvación en él. Ahora el juicio terrenal de Dios está completo, y

todo lo que queda es la destrucción final del imperio del mal. El día de Yahvé y del Cordero está por llegar. Este conjunto final de siete juicios culmina e intensifica a los demás, afectando a toda la tierra y completando los juicios terrenales de Dios. Contiene los mismos temas que los demás: la justicia absoluta de Dios, su soberanía sobre la creación cuando desmantela su orden creado y deja paso al “cielo nuevo y la tierra nueva” de 21:1, la naturaleza redentora de sus juicios, ya que les da a los pecadores una oportunidad final de arrepentirse, la depravación total de aquellos que se niegan a arrepentirse. Entonces, la parte central del libro (Ap 6–16) llega a su fin y se inician los eventos finales. Todo lo que queda es la destrucción final del imperio del mal de la bestia (capítulos 17–18) y los eventos finales que terminan la historia del mundo y conducen a la eternidad (capítulos 19–22).

LA GRAN PROSTITUTA Y LA BESTIA ESCARLATA (17:1–18)

El tema del justo juicio de Dios sobre las naciones malvadas ha sido destacado en los tres septetos de los juicios de los sellos, trompetas y copas. Avanzaron en un patrón de intensificación progresiva de un cuarto (los sellos) a un tercio (las trompetas) para afectar al mundo entero (las copas). Aquí ese juicio se explica con mayor detalle. La destrucción del imperio del mal, implícito especialmente en las copas, es fundamental para 17:1–19:5. Juan usa dos metáforas para Roma, el imperio de la bestia: la gran prostituta en el capítulo 17, y la gran Babilonia en el capítulo 18. En ambos capítulos, la narración procede de las razones de su destrucción, enfatiza especialmente la explotación económica de las naciones de los alrededores como un factor importante en su culpa. Sin embargo, al mismo tiempo hay algunas diferencias. El capítulo 17 tiene un ángel mediador que explica el significado de los símbolos clave en el libro, y el capítulo 18 presenta los lamentos funerarios de los reyes, comerciantes y capitanes de mar. En ambos, la depravación de Roma es primordial, y su culpa ha traído un castigo divino sobre su cabeza.

Un ángel presenta a la gran prostituta (17:1–2) Este material está ligado a los juicios de las copas en que la guía angelical es “uno de los ángeles que tiene las siete copas”. El juicio de este capítulo es una extensión de los juicios de las copas, especialmente de los dos últimos que conducen a la destrucción del imperio del mal. Esta introducción se repetirá en 21:9, y señala un importante contraste entre la gran prostituta y la novia del Cordero. Lo impío conduce al juicio final, lo santo a la fiesta de las bodas del Cordero (19:9). “Te mostraré” aparece a menudo (1:1; 4:1; 21:9, 10; 22:6, 8, 10) y siempre se refiere a la revelación divina de las realidades visionarias, a menudo a través de intérpretes angelicales.

Aquí es el juicio de la “gran prostituta”, que es “grande” porque simboliza el imperio de la bestia. Las Escrituras frecuentemente usan la imagen de una prostituta para describir la inmoralidad e idolatría del Israel apóstata y las naciones (Jer 3:1–3; Ezequiel 23; Oseas en casi cada capítulo; Isaías 1:21; 23:15–17). La humanidad pecaminosa juega el papel de ramera en que no solo comete un comportamiento licencioso, sino que también lleva a otros a hacerlo. Ha habido muchas sugerencias sobre la base de esta figura, como el líder de culto Jezabel en 2:20 o Cleopatra o la diosa Roma. Si bien esto último es una posibilidad, la imagen es demasiado general para un individuo y es claramente el Imperio Romano en su conjunto en toda su depravación seductora. La prostituta es retratada “sentada sobre muchas aguas”. Esto hace eco de Jeremías 51:13, que describe a Babilonia como “Tú, que habitas sobre muchas aguas”, aludiendo a la ubicación de la antigua ciudad en el río Éufrates con una serie de canales y corrientes de riego del río. Las “muchas aguas” se definen en 17:15 como las muchas naciones bajo el control de Babilonia/Roma. “Sentarse” en una nación es conquistar y obtener el control sobre ella. En 17:2, los “reyes de la tierra” son los gobernantes de estas naciones. La acusación de que “cometieron adulterio” (= idolatría) con la gran prostituta es una frase clave en 18:3, 9; y la idea de que una nación cometa adulterio con otras naciones es frecuente en el Antiguo Testamento (Isaías 23:17; Nah 3:4). La población de estas naciones “se embriagaron con el vino de su inmoralidad”, lenguaje que recuerda a 14:8, 10 (“el excitante vino de su adulterio”). Esto también alude a Jeremías 51:7, que describe a Babilonia como “embriagando a toda la tierra”, lo que hace que Dios los emborrache realmente “con el vino de mi furor”. La acusación es que Roma ha subvertido a las naciones religiosamente, políticamente, y económicamente con promesas de lujo y poder.

Juan describe a la gran prostituta (17:3–6a) Esta es la tercera de las cuatro veces en el libro que Juan es “llevado en el Espíritu” (con Apocalipsis 1:10; 4:2; 21:10), se refiere a la experiencia visionaria que Dios le envió a través del Espíritu Santo. Esto se basa en las muchas referencias de Ezequiel cuando era fortalecido por el Espíritu (Ezequiel 2:2; 3:12; 8:3; 11:1; 37:1; 43:5). Juan fue llevado al trono de Dios en Apocalipsis 4:2 y a una montaña alta en 21:10, pero aquí es llevado al desierto. En la Biblia, el desierto puede ser positivo, un lugar de consuelo y protección divinos (1 Reyes 19:4–6; Is 40:3; Marcos 1:35, 45), o negativo, un lugar de prueba y dificultad (los 40 años en el desierto; Sal 95:7–11; Is 21:1–10; Jer 51:36; Mateo 4:1). En Apocalipsis es positivo en 12:6, 14 (la mujer en el desierto) y negativo aquí y en 18:2 (“una morada para demonios”). Cuando Juan llega, ve “una mujer sentada sobre una bestia escarlata”. Mientras la bestia es la gobernante política del imperio, la mujer/gran prostituta representa el blasfemo sistema religioso y económico que seduce a las naciones con su estilo de vida blasfemo. La descripción de la bestia como “escarlata” destaca el lujo del Imperio Romano, visto también en la vestimenta “púrpura y escarlata” de la mujer en 17:4 (también 18:12, 16). El material agregado sobre los “nombres blasfemos” y las “siete cabezas y diez cuernos” se extrae de la aparición de la bestia en 13:1. Su presencia aquí se prepara para su interpretación en

17:9–14. Como en 13:4, 8, 14–15, esto enfatiza la pretensión de que la bestia se erige como “el dios de este mundo” (2Co 4:4). El gran lujo y la corrupción moral de la mujer se describe en 17:4. Solo la realeza y los extremadamente ricos podían usar prendas moradas o escarlatas en el mundo antiguo, porque los tintes eran excesivamente caros. Además, ella está “adornada con oro, piedras preciosas y perlas”. Este es el tipo de opulencia que vemos en la alfombra roja de las aperturas de Hollywood, y en el caso de la gran prostituta es un signo de su bancarrota moral. Sin embargo, sigue la acusación más grave. Ella sostiene en su mano “una copa de oro… llena de abominaciones y la inmundicia de sus adulterios”. Toda su riqueza es detestable para Dios, y se agrava por un estilo de vida licencioso. Al igual que con 17:2, esto se toma de Jeremías 51:7, donde Babilonia es “una copa de oro en la mano del Señor” que “embriagaba a toda la tierra”. La depravación de la nación proporciona el contenido de esa copa, y no los ha llevado al verdadero placer sino a la ira de Dios. “Inmundicia” se refiere a lo que es inmundo y destaca aún más lo aborrecible que son las acciones de estas naciones para Dios. La gran prostituta tiene un “nombre escrito en su frente”, paralelo al sello de Dios sobre los santos en 7:3, 4 y la marca de la bestia en 13:16. Define quién es ella realmente y el dios a quien pertenece. Las cortesanas romanas a menudo colocaban sus nombres en sus diademas, por lo que esto revela su verdadera identidad. Algunas versiones hacen que “misterio” (vea 1:20) sea parte de su nombre (KJV, NIV 1984), pero la mayoría lo considera más identificación, “un nombre misterioso” (NRSV, ESV, NLT, NIV 2011). Eso está más de acuerdo con el uso del término en Apocalipsis (1:20; 10:7). Dios está revelando nuevas verdades divinas sobre los últimos días. El misterio es el nombre de “la gran Babilonia”, como es una gran prostituta y simboliza el imperio de la bestia. Roma es Babilonia porque, como Babilonia, Roma conquistó a Israel, destruyó su templo y condujo al mundo a su depravación y oposición a Dios (1 Pedro 5:13; véase también 2 Baruc 11:1). También es “madre de las prostitutas y de las abominables idolatrías de la tierra”. En el Nuevo Testamento, “hijo de” se usa para describir la característica principal de una persona (por ejemplo, “hijo de justicia”). Llamar a una persona “madre de” significa que no solo los caracteriza, sino que también lo reproducen en otros. Roma no solo era una prostituta y una abominación, sino que tenía sus propios hijos (las naciones conquistadas) y los hizo tan depravados como ella. La apóstata Israel a veces se representa en el Antiguo Testamento como una madre que se prostituye (Is 50:1; Oseas 2:2–7). En 17:4 la mujer sostenía una copa de oro y estaba ebria de idolatría e inmoralidad. Ahora en 17:6 ella también está “borracha con la sangre” de los santos. Esta es una metáfora frecuente del Antiguo Testamento (Is 49:26; Jer 46:10; Ezequiel 39:18–19) y describe la alegría salvaje con la que los ejércitos matarían a cualquiera en su camino. En Apocalipsis 13:7 Dios permitió que el anticristo hiciera la guerra contra los santos y los conquistara, y esto describe los resultados de esa carnicería. Hay cuatro cosas en las que Babilonia/Roma se enfoca aquí: idolatría, inmoralidad, lujo y persecución. Aun así, como en 12:11 donde el pueblo de Dios conquista a Satanás por “la palabra de su testimonio”, emergen triunfantes. Su sacrificio se llevó a cabo porque “dieron testimonio de Jesús”. A lo largo de este libro, estos dos temas se fusionan y se mezclan: 1) Satanás, sus

poderes cósmicos y sus seguidores persiguen, van detrás y martirizan a los creyentes sin piedad; sin embargo 2) con la presencia protectora de Dios, la fuerza subyacente suministrada por el Espíritu y su propia perseverancia fiel, los santos son victoriosos. La razón es que en esta misma persecución se han unido con Jesús en “la comunión de su sufrimiento” y, por lo tanto, comparten su victoria. En ningún momento los seguidores de Cristo se esconden en bosques o cuevas. Más bien, se involucran en un testimonio valiente y conquistan los poderes del mal.

El ángel interpreta la visión (17:6b–14) Cuando esta visión se cierra, Juan está “asombrado” y bastante confundido. Este término griego para asombro se usa a menudo para la reacción de las personas a los milagros (Marcos 5:20; Mateo 15:31). Le habían dicho que vería el juicio de Babilonia, pero en vez de eso, vio su lujo, gloria y aparente triunfo. La mayoría sentiría admiración e incluso codiciaría la idea de tal riqueza, por lo que Juan está perplejo como Daniel lo estaba en su visión (Dan 7:15). La confusión de Juan lleva a la explicación del ángel (17:6b–7) Juan está abrumado, por lo que el ángel de 17:1, 3 explica la escena. Primero, cuestiona el asombro/perplejidad de Juan. Dios es soberano y el único verdaderamente majestuoso, y ya ha predicho la desaparición de este supuesto imperio poderoso. Por definición, su “gloria” es meramente temporal, entonces, ¿por qué la confusión? La solución es obvia: el ángel explicará el misterio (vea el comentario en 17:5) sobre el significado de la mujer y la bestia. Curiosamente, la explicación se centra en la bestia, sus cabezas y sus cuernos, y la mujer misma se interpreta al final (17:18). La caída de la mujer se explica en 17:16 en una recreación del motivo de la guerra civil del segundo sello (6:3, 4) cuando la bestia y los reyes la atacan y la destruyen. La interpretación de la bestia (17:8) Cada una de las interpretaciones del ángel se introduce en la frase “que has visto”, que se refiere a la visión en 17:1–6a. La descripción de la bestia es una parodia de Dios y de Cristo. En 1:4, 8; 4:8; 11:17 y 16:5 Dios se llama “el que era y que es y el que ha de venir”, refiriéndose a él como Señor a lo largo del tiempo y la historia. Ahora la bestia “antes era, pero ya no es, y está a punto de subir del abismo”. La bestia junto con el dragón exige adoración como “el dios de este mundo” (2Co 4:4, véase también Apocalipsis 13:4–15). Además, el “antes era, pero ya no es” también parodia la muerte y resurrección de Cristo. Cristo en Apocalipsis 1:18 dice: “y el que vive. Estuve muerto, pero ahora vivo por los siglos de los siglos”. La bestia imita esto en 13:3, 12, 14 en la herida fatal que fue curada. La frase “antes era, pero ya no es” apunta al “octavo rey” explicado en 17:11, refiriéndose al anticristo que “estuvo” con Satanás, “no está” aquí ahora, pero “vendrá” al final de la historia (1 Juan 2:18). Asumirá el poder e imitará los atributos divinos, pero es lo opuesto a la divinidad. Por tercera vez se dice que “sube del Abismo” (Apocalipsis 11:7;

13:1). De acuerdo con “antes era, pero ya no es”, esta ascensión aún no ha ocurrido, pero está “a punto de” (en griego) suceder en el futuro inminente. En cierto sentido, esto podría referirse a las continuas ascensiones de gobernantes anticristianos y falsos maestros a lo largo de la historia, pero principalmente apunta a la aparición final del anticristo al final de la historia. Pero su destino está establecido, ya que cuando asciende, la bestia “irá a su destrucción”, alude al ascenso y caída del cuerno pequeño en Daniel 7:11, 17–18, 23, 26. En Daniel y aquí los poderes demoníacos detrás del cuerno pequeño/anticristo prevalecerán temporalmente sobre los santos, pero su fin predeterminado es la destrucción. La falsa trinidad “sabe que le queda poco tiempo” (12:12), y la rabia frustrada que sienten alimenta sus esfuerzos malvados. Saben que todo quedará en nada, pero es todo lo que pueden hacer. Por lo menos, pueden disfrutar temporalmente del dolor que sus terribles actos traen a Dios y a su pueblo. En otra reflexión de 13:3, 8, los habitantes de la tierra están aún más asombrados que Juan porque no solo escuchan sobre la muerte-resurrección del anticristo, sino que verán a la bestia que “antes era, pero ya no es”. y, sin embargo, “vendrá”. Estarán presentes cuando ese evento tenga lugar, y verán el ascenso y trayectoria de este archienemigo de los creyentes. Luego se explica la razón por la que son engañados tan fácilmente. Sus “nombres no han sido escritos en el libro de la vida del Cordero”, una declaración tomada de 13:8. No son ciudadanos del cielo y han rechazado la oferta de salvación de Dios, por lo que la falsedad los desvía fácilmente. En 13:8: “desde la creación del mundo” modificó “el Cordero inmolado”, pero aquí modifica “el libro de la vida” y se refiere a los pecadores cuyos nombres fueron ocultados del libro de la vida desde la eternidad pasada. De la misma manera que Dios ha mantenido seguros a sus seguidores, ha conocido a sus enemigos desde el principio de los tiempos. Nunca tendrán paz ni seguridad por toda la eternidad. La interpretación de las siete cabezas (17:9–11) A medida que avanza hacia un material aún más difícil, el ángel declara: “¡En esto consisten el entendimiento y la sabiduría!”. Esto repite el llamado a la sabiduría en 13:18 (el número de la bestia) y llama al lector a buscar la sabiduría y el entendimiento divinamente dados. La naturaleza asombrosa del anticristo y los eventos que iniciará exigen que el lector recurra a Dios en busca de ayuda, un hecho que a menudo se destaca en la Biblia (Da 1:4, 17; 9:22; 11:33; Marcos 13:14). El ángel identifica las siete cabezas con “siete colinas o montañas”, que a menudo se usa como eufemismo para Roma porque se construyó sobre siete colinas. En la época de Domiciano, un festival llamado Septimontium celebraba este hecho. En 17:1 se decía que la mujer se sentaba en “muchas aguas” (= los habitantes, 17:15), lo que significa que ella gobernaba sobre ellos. Aquí se sienta en las siete colinas, lo que significa que está entronizada en Roma. Las siete colinas se identifican con siete reyes (17:10), generalmente vinculados con los emperadores romanos, pero la numeración es muy difícil de entender (necesitamos “sabiduría”): “cinco han caído, uno está gobernando, el otro no ha llegado todavía”. Obviamente, es una parodia exactamente como 17:8 del título para Dios. Si esto se refiere

a los emperadores, significa que cinco han muerto, y el actual pronto será reemplazado por un séptimo a quien Dios permitirá reinar por un tiempo. Esto se basa en el punto agregado: “cuando llegue, es preciso que dure poco tiempo”, con el “es preciso” (dei) que indica la necesidad divina. Luego llegará “un octavo rey” que “Está incluido entre los siete, y va rumbo a la destrucción”. Este último es claramente la bestia/anticristo de 17:8. Este acertijo numérico probablemente se basa en la leyenda de Nero redivivus (vea el comentario de 13:3), con la bestia asesinada y que resucita de entre los muertos, lo que lleva a la adoración universal por parte de las naciones. Este rey impío también “está incluido entre los siete”, lo que significa que sale de los siete reyes anteriores. Entonces la numeración es 5 + 1 + 1 + 1, pero es difícil incluir esto en la lista de emperadores: Emperador Reino Julio César

murió 44 a.C.

Augusto

27 a.C.–14 d.C.

Tiberrio

14–37

Calígula

37–41

Claudios

41–54

Nerón

54–68

Galba, Otón, Vitelio

68–69

Vespasiano

69–79

Tito

79–81

Domiciano

81–96

Nerva

96–98

Trajano

98–117

Primero debemos fechar el libro ya sea en la época de Nerón o en la de Vespasiano o Domiciano. En la introducción, preferí a Domiciano como el más probable. Luego debemos decidir si comenzar con Julio César o Augusto. La mayoría va con Julio César, que se hacía llamar imperator, y Augusto (que era su sobrino Cayo Octavio) lo idolatraba. Si fechamos esto en la época de Nerón, es simple, porque Nerón era el sexto emperador (= el “que es”), y el Nerón revivido sería el “octavo rey” que regresa como el emperador o la bestia impía. Pero hay problemas para fechar este libro durante el reinado de Nerón, por

lo que es poco probable. Otros toman esto no como reyes sino como imperios, con cinco imperios anteriores (quizás Egipto, Asiria, Babilonia, Persia, Grecia) y Roma es el sexto y luego el séptimo y octavo son futuros imperios. Pero si la bestia es un individuo más que un imperio, este enfoque también se queda corto, ya que estos tendrían que ser reyes individuales. Probablemente la mejor opción es tomar los números como símbolos apocalípticos (como “Armagedón” en 16:16), con los siete (5 + 1 + 1) que significa que los reinos mundiales (y reyes) están completos; se acabó el tiempo para las naciones. Esto se ajusta al uso de sietes en todo el libro para indicar que está completo. El 5 + 1 + 1 también puede indicar emperadores y no solo imperios. Sin embargo, la numeración no indica emperadores específicos, sino una referencia simbólica a la creencia de que la tiranía romana era temporal y pronto terminaría. La bestia/anticristo es el octavo emperador que reinará al final de la historia, y al momento de escribir aún no había aparecido. Será una figura parecida a Nerón, malvada en su carácter y condenada a su destino de destrucción. La interpretación de los diez cuernos (17:12–14) Los 10 cuernos de la bestia (13:1) se basan en Daniel 7:7–8, 20–25, donde representa a los 10 reyes del reino final, con el cuerno pequeño (= la bestia en Apocalipsis) que surge de estos 10 cuernos. En los días de Juan, estos reyes serían “reyes gobernantes” bajo el emperador romano que gobernaba las 10 provincias que formaban el Imperio Romano. Solo Herodes el Grande y su nieto Agripa I fueron autorizados por Roma para ser etiquetados como “rey”, pero todos aspiraban a ello. Estos 10 reyes representan a los gobernantes del mundo que darán su lealtad a la bestia. Este pasaje amplía la escena que comenzó en 16:12, cuando el Éufrates se seca para que los “reyes del este” puedan venir y unirse a la bestia/anticristo. Luego, en 16:14, la falsa trinidad llamó a los otros gobernantes de las naciones para hacerles la guerra. Entonces todo el mundo se une al ejército de la bestia. Sin embargo, la bestia/anticristo no está realmente a cargo, ya que la fuente real de esa autoridad es Dios, que les da poder “durante una hora”, que también se usa en 18:10, 17, 19 para simbolizar la rapidez de la destrucción de la gran Babilonia (vea también 8:1). Su poder será muy breve y durará los tres años y medio de ese período final de la historia (11:2, 3; 12:6, 14; 13:5). Estos 10 reyes estarán unidos por un solo propósito (17:13), para ceder su “poder y autoridad a la bestia”. Están de acuerdo en seguir al anticristo y darle lealtad y apoyo absolutos, aceptando cada decisión que tome. Así que hay cuatro grupos en el imperio del mal: el anticristo, los 10 reyes que adulan cada uno de sus movimientos, el resto de los gobernantes del mundo que se unen a ellos (16:12, 14, 16) y los habitantes de la tierra que lo adoran. Ese único propósito se revela aún más en 17:14, donde su intención unificada es “hacer la guerra al Cordero”, una referencia al Armagedón (16:16). En 12:17 y 13:7 “hacen la guerra” contra los santos, refiriéndose a la intensa persecución y martirio de este período de “gran tribulación” (7:14). Ahora estos 10 reyes se preparan para el evento final de ese período, el “gran día del Dios Todopoderoso” (16:14; vea 6:17). Sin embargo, la victoria no será suya, sino que pertenece al Cordero, que tiene siete cuernos, que se transforma en el

carnero vencedor (5:6). Por lo tanto, ahora se enfrentan a “la ira del Cordero” (6:16) que ahora “los vencerá”. Esa victoria es instantánea en 19:19–20 porque el Cordero es “Señor de señores y Rey de reyes”, un título usado de Yahweh en Deuteronomio 10:17 y Daniel 2:37, 47 en la Septuaginta, transferido al Cordero aquí y en 19:16. El Cordero no solo saldrá victorioso, sino que el pueblo de Dios saldrá victorioso con él. En Apocalipsis 2:26–27 se promete a estos “vencedores” que lo acompañarán y destrozarán a las naciones “como a vasijas de barro” (de Sal 2:9; véase también Apocalipsis 19:15). Entonces los santos participarán en la guerra final. Formarán parte del ejército del Señor y acompañarán a Cristo de regreso a la tierra (19:14), probablemente junto con las huestes del cielo (el ejército angelical implícito en el título “Señor de las huestes” en el Antiguo Testamento). Han conquistado espiritualmente al dragón en 12:11, y ahora lo conquistarán con firmeza en esa victoria final sobre las fuerzas del mal en 19:19–21.

Estalla la guerra civil, y la gran prostituta es destruida (17:15–18) En esta sección, el ángel describe tanto la identidad como el destino de la gran prostituta, comenzando con las aguas en las que se sienta. Las aguas son los pueblos de las naciones, descritas en los típicos “pueblos, multitudes, naciones y lenguas” (vea 5:9; 7:9; 10:11 y otros). Entonces, la prostituta “sentada” significa que ella gobierna sobre todas las personas del mundo (vea el comentario en 17:1). Esta mujer representa la “gran ciudad” que controla el mundo (17:18). Ahora vemos los verdaderos sentimientos de la bestia/anticristo por la ramera (17:16). Esto sigue el motivo de la guerra civil del segundo sello (6:3–4) cuando la bestia y los reyes atacan a la gran prostituta y la destruyen. También sigue el juicio de la quinta y sexta trompeta del capítulo 9, donde los poderes demoníacos atacan a su gente para torturarlos y matarlos. Los poderes cósmicos no tienen amor por sus propios seguidores, porque todavía están hechos a imagen de Dios y son amados por Dios. Al dañar a sus seguidores, están volviendo a Dios. Esta es la verdadera naturaleza del mal: nunca acumula; solo destruye. Entonces los poderes del mal destruyen a la gran prostituta. Esta guerra civil escatológica se predice en Ezequiel 38:21, donde como parte del juicio de Gog “la espada de cada cual se volverá contra su prójimo”. La razón de esta traición se declara en 17:16. La bestia y los 10 reyes “cobrarán odian a la prostituta”, y esto los lleva a volverse contra ella. Este tipo de guerra civil era un gran temor para Roma. Ningún ejército externo pudo derrotar a Roma, pero Roma casi se autodestruyó en varias guerras civiles. La última antes del tiempo de Apocalipsis tuvo lugar en el 68–69, cuando tres generales (Galba, Otón, Vitelio), uno por uno, trajeron ejércitos a Roma para hacerse cargo después del suicidio de Nerón. Entonces el gran general Vespasiano dejó la guerra judía a su hijo Tito, trajo sus legiones a Roma y la salvó. Los poderes malvados primero “causarán su ruina”, con este verbo un cognado de “desierto”, que significa arrasar o despoblar una ciudad. Luego, en una serie de pasos destructivos, “la dejarán desnuda; devorarán su cuerpo y la destruirán con fuego”. Esto se basa en Ezequiel 23:25–29, que detalla la destrucción de Jerusalén en el exilio al contar la historia de dos hermanas rameras (Samaria y Jerusalén) que son acusadas por sus pecados y luego castigadas. La ramera Jerusalén es despojada y consumida por el fuego. Aquí Juan

agrega la imagen de “devorar su cuerpo”, un símbolo de la aniquilación total de la ciudad ramera. Ser “desnudado” representa la exposición de sus malas acciones (vea la “vergonzosa desnudez” de Laodicea en Apocalipsis 3:18). La imagen de “destruir con fuego” puede remontarse a Levítico 21:9, donde la hija de un sacerdote que se convirtió en prostituta debía ser “quemada en el fuego”. Las tres son imágenes de pecados expuestos y el terrible castigo exacto. La falsa trinidad destruirá a la gran prostituta porque “Dios les ha puesto en el corazón que lleven a cabo su divino propósito”. Parece sorprendente al principio, pero está en consonancia con el tema central del libro: la soberanía absoluta de Dios sobre todas las cosas, incluyendo el reino demoníaco. El verbo “poner” es en realidad la palabra para “dar”, ese verbo que enfatiza el control divino. Cuando estos reyes presentan “su autoridad real” a la bestia y obedecen sus órdenes, en realidad están cumpliendo el propósito de Dios. Incluso las malas intenciones de los poderes cósmicos en última instancia sirven a los propósitos más grandes del Dios Todopoderoso para llevar a cabo sus juicios sobre las naciones pecaminosas. El propósito final sigue: “que lleven a cabo su divino propósito”. Hay tres niveles en los que esto tiene lugar: 1) cumplir las profecías de Daniel 7; 10; 12 con respecto a la destrucción del cuerno pequeño/bestia/anticristo (también Ap 10:7, el cumplimiento de “el misterio de Dios”); 2) cumplir la promesa de 6:10–11 de que Dios “vengará la sangre” de los mártires cuando se complete el “número completo” de los que sufren; 3) cumplir la promesa de 17:1 de que Juan vería “el castigo de la gran prostituta”. El punto final (17:18) define a la mujer como “gran ciudad que tiene poder de gobernar sobre los reyes de la tierra”. Ya hemos visto en 16:19; 18:10–21 que la “gran ciudad” es Babilonia/Roma, la capital de la bestia. Tenga en cuenta la inclusión: lo primero que ve Juan (17:1) es lo último que se interpreta. Es lo último para proporcionar una transición al capítulo 18, que se centrará en el juicio de la gran Babilonia. Esta es una profecía sobre la Babilonia final, el imperio romano impío establecido por el anticristo para gobernar a la humanidad pecadora. Esta será la etapa final de muchos imperios malvados y gobernantes anti-Dios y falsos maestros a lo largo de la historia, pero esta depravación pronto terminará por toda la eternidad. Estamos viviendo en el mundo que producirá este mal final. Diariamente enfrentamos la atmósfera de sentimiento anticristiano que producirá el anticristo final, por lo que nosotros, como los abordados originalmente por Juan, debemos convertirnos en “vencedores” y elevarnos por encima de los pecados de nuestro mundo para vivir plenamente para Cristo. Los falsos maestros existen a nuestro alrededor, y Dios nos llama a hablar y vivir la verdad en medio de tal falsedad.

LA CAÍDA DE LA GRAN BABILONIA (18:1–24)

La destrucción de la gran prostituta se observó en 17:1, 16, y ahora ese juicio se expande en una visión completa. Anteriormente, la malvada “gran ciudad” fue condenada por su idolatría e inmoralidad, pero aquí se destaca otro pecado: la explotación económica del mundo. Juan usa todas las polémicas de Babilonia en el Antiguo Testamento y agrega aquellas contra Nínive y Tiro como antecedentes. Hay tres secciones principales en el capítulo 18: 1) un anuncio de la desaparición de Babilonia es seguido por una orden a los creyentes de huir a la luz del juicio (18:1–8); 2) los tres grupos más afectados pronuncian tres lamentos o cantos fúnebres: los reyes, los mercaderes y el comercio marítimo (18:9– 19); y 3) los cielos y los santos están llamados a regocijarse por su caída (18:20–24).

Un ángel anuncia la caída de Babilonia (18:1–3) En 18:1 Juan ve a otro ángel, después del que vio en el capítulo 17, que “bajaba del cielo”, en contraste con la bestia que “sube del Abismo” en 17:8. Hay dos contrastes adicionales: primero, él posee “gran autoridad” mientras que la bestia solo tiene una autoridad derivada otorgada por el dragón (13:2) y Dios (13:5). En segundo lugar, ilumina la tierra con su esplendor (o “gloria”), mientras que los miembros de la falsa trinidad no tienen gloria en este libro. El término nunca se usa para ellos. El ángel refleja la gloria de Dios (como en 10:1), lo que implica que proviene directamente de la presencia divina. Esto hace eco de Ezequiel 43:2, que dice que “la tierra se llenó de su gloria” cuando Dios en procesión solemne entró en el templo renovado a través de la puerta de oriente. Este pasaje está cumpliendo esa profecía, y ahora incluye el juicio, poniendo fin al mal. En voz alta, este ángel repite el grito de Apocalipsis 14:8: “¡Ha caído! ¡Ha caído la gran Babilonia!”. Alude a Isaías 21:9, donde un mensajero en un carro hace este anuncio y agrega: “¡Todas las imágenes de sus dioses han rodado por el suelo!”. El juicio sobre el imperio incluye la destrucción de sus ídolos, especialmente el ídolo establecido del anticristo en Apocalipsis 13:14–15. Este evento fue predicho por Isaías. La desolación de Babilonia/Roma/el imperio de la bestia se describe en tres líneas paralelas. Representa un pueblo fantasma, una ciudad desierta habitada por demonios y pájaros inmundos, tomado de Isaías 13:21–22; Jeremías 50:39; 51:37 (Babilonia); pero también Sofonías 2:14–15 (Asiria) e Isaías 34:11–14 (Edom). Primero: “Se ha convertido en morada de demonios”. Esto es natural porque se dice que los demonios habitan áreas desérticas (Isaías 34:14; Mateo 12:43). El significado de esto se aclara en las otras dos líneas. Ella es “una guarida [literalmente, ‘prisión’] para todo espíritu maligno”, se basa en la visión bíblica de que los demonios están encadenados en la prisión de la oscuridad (2 Pedro 2:4; Judas 6). Finalmente, ella es “nido de toda ave impura y detestable”. Esto hace eco de la presencia de pájaros carroñeros en Isaías 13:21 y se prepara para las aves carroñeras invitadas a la “gran cena de Dios” en Apocalipsis 19:17–18, 21. El punto es que Babilonia se convertirá en una ciudad fantasma muerta sin habitantes, un lugar inmundo no apto para la vida. La razón de esto (18:3) es la profundidad de su depravación, nuevamente expresada en tres líneas poéticas. Primero, como en 14:8 y 17:5, ella no solo está

llena de pecado, sino que ha emborrachado a las naciones con “el vino excitante de su adulterio”. Han participado libremente en su libertinaje y también perecerán con ella. En 14:10 se dijo que esta vida voluntaria de inmoralidad resultaría en “beber el vino del furor de Dios”; así también aquí (vea Is 51:17; Jer 25:15–18; Zac 12:2). En la segunda línea, no solo las naciones sino también sus gobernantes han absorbido la inmoralidad (que incluye la apostasía/idolatría religiosa) con ella. La tercera línea agrega los “comerciantes” y se mueve hacia el lado económico de su depravación. El pecado de lujos excesivos y la explotación económica de los desafortunados se condena con frecuencia en las Escrituras. Para la élite romana, el consumo bruto estaba a la orden del día, y la economía del imperio estaba destinada en todo momento a apoyar a la clase dominante. El lamento de Tiro en Ezequiel 27:12–25 es un trasfondo importante, y lo discutiré extensamente en 18:11–13 a continuación.

Una voz celestial les ordena a los creyentes que salgan (18:4–8) La orden de salir Las voces del cielo han hablado en Apocalipsis 10:4, 8 y 14:2, 13 y siempre llevan mensajes directos desde el trono mismo. La orden “Salgan de ella, pueblo mío” exige que los verdaderos cristianos se separen completamente de su sociedad depravada; este mandamiento es frecuente en las Escrituras (Is 52:11; Jer 50:8; Ezequiel 20:41; 2Co 6:14, 17). Aquí significa salir de la ciudad para que no sean destruidos con los paganos (Jer 51:45: “¡Sálvese quien pueda de mi ardiente ira!”). En su sentido espiritual, esta es la definición de santidad: separarse de las cosas del mundo. El peligro es que, si ellos son “cómplices de sus pecados”, por lo tanto, los “alcanzarán sus plagas”. Esta es la ley de Dios y en el mundo romano es lex talionis, la ley de retribución. Lo que haces tiene consecuencias, y la ley tanto divina como humana dice que solo recibes una recompensa por tus acciones (buenas o malas). La base del juicio (18:5) La razón para alejarse por completo de esos placeres pecaminosos es la profundidad de la depravación de Babilonia: “pues sus pecados se han amontonado hasta el cielo” (Jer 51:9), literalmente “tocaron el cielo”. Esto recuerda a la torre de Babel que intentó alcanzar el cielo (Gn 11:4), y declara que los pecados de las naciones son un montón enorme que se ha acumulado para Dios mismo. Por lo tanto, “de sus injusticias se ha acordado Dios”, y cuando Dios recuerda, él actúa. Para los justos, él trabaja a su favor (Salmo 105:8–11; 111:5–6); y para los pecadores actúa en juicio (Sal 109:14; Jer 14:10). Cuando el Dios justo “recordó a Babilonia” en 16:19, le dio “la copa llena del vino del furro de su ira”. La ira de Dios es una respuesta judicial a los crímenes de los impíos. Explicación de su justo juicio (18:6–8) Esta sección también está dominada por la lex talionis y dice que Dios pagará a Babilonia en especie por sus pecados. Imagine una sala del tribunal, mientras el Juez divino lee el

veredicto y Babilonia se para frente al Bema (asiento del juicio), para recibir su recompensa. La rápida severidad de la oración comienza en esta sección: “Páguenle con la misma moneda” (recuerda Jer 50:29 sobre Babilonia); “Retribúyanle según sus obras, páguenle con la misma moneda”. El mismo verbo se usa en ambas partes: “Páguenle con la misma moneda”. Este es un énfasis bíblico frecuente y la base de la doctrina de la recompensa y el castigo: lo que haces para otros, Dios lo hará contigo. Las líneas segunda y tercera son más difíciles de interpretar: “denle el doble de lo que ha cometido, y en la misma copa en que ella preparó bebida mézclenle una doble porción”. Esto no suena justo, por lo que algunos piensan que se refiere a una retribución llena o completa por sus crímenes, con “doble” como una metáfora de una recompensa completa en lugar de dos veces la pena. Sin embargo, al mismo tiempo, se requería una doble pena para algunos crímenes, como robar un animal (Éxodo 22:4, 7, 9), y los profetas pedían represalias dobles en ocasiones (Is 40:2; Jer 16:18; 17:18). De cualquier manera, este llamado a una doble porción de juicio enfatiza nuevamente la gravedad de sus crímenes. Los siguientes dos versículos (18:7–8) proporcionan dos ejemplos de esta “copa” de pecado. Primero, ella se “entregó a la vanagloria y al arrogante lujo” en lugar de a Dios. Las Escrituras están repletas de pasajes que condenan la arrogancia, como Lucas 14:11: “Todo el que a sí mismo se enaltece será humillado” (también 2Sa 22:28; Pr 3:34; Is 2:12, 17; 1Pe 5:6). Un énfasis principal en Apocalipsis es que toda la gloria pertenece solo a Dios. En segundo lugar, se caracteriza por “arrogante lujo”, un término que connota tanto la vida sensual como la opulencia excesiva. Esto ha sido cierto para prácticamente todos los imperios a lo largo de la historia, pero Roma siempre se ha considerado el arquetipo de ese mal uso del poder por placer. Esto se muestra claramente en su jactanciosa afirmación: “Estoy sentada como reina”. Observe el sorprendente contraste: ¡una prostituta que dice ser una reina! La sensación de derecho y el deseo de explotar al resto del mundo para lograr una riqueza sin precedentes y un estilo de vida licencioso caracterizan a Roma. Considere a Mesalina, la esposa de Claudio, cuyo apetito sexual era tan prodigioso que a veces se convertiría en una prostituta sagrada en uno de los templos. Bacanalia estaba a la orden del día entre la élite romana. A esto se agrega: “no soy viuda ni sufriré jamás”. En el mundo romano, no se suponía que una viuda se volviera a casar y con frecuencia tendría que quedarse con la familia del esposo. A menudo solo tenían su dote para vivir, ya que la propiedad iría a los hijos para continuar con la dinastía familiar. Por eso se temía mucho la viudez. Para la iglesia primitiva, el ministerio a las muchas viudas sin dinero era particularmente importante (Hechos 6:1–7; 1Ti 5:3–16; Stg 1:27). Entonces, su arrogante jactancia es que ella siempre se sentará en el trono y nunca tendrá que sufrir dolor y dependencia como una persona normal. Debido a todo esto, su culpa está establecida. Se ha condenado a sí misma en el tribunal de justicia de Dios. Así, la oración de Apocalipsis 18:8 es una decisión legal justa. “Sus plagas”, las que ha traído sobre sí misma, ahora la alcanzarán como una inundación rápida. Además, vendrán “en un día”, esto hace eco de Isaías 47:9, donde el juicio de Babilonia iba a venir “de repente, en un instante”. Las cuatro plagas enumeradas (“pestilencia, aflicción y hambre. Será consumida por el fuego”) se han visto antes: “aflicción” en Apocalipsis 18:7, “pestilencia” y “hambre” en 6:8, “consumido por el fuego” en 17:16.

Estos juicios apocalípticos son la recompensa adecuada por la magnitud de sus crímenes. El principio es importante: que ninguno de nosotros piense que saldremos con alarde de nuestros placeres egocéntricos ante un Dios santo. Cada acto que hacemos (tanto las buenas obras como las malas) serán justamente retribuidas. El deseo por el poder y el placer debe cerrar el círculo y autodestruirse. Más aún, el juicio por el pecado está garantizado por el Dios Todopoderoso. Como en 18:8: “porque poderoso es el Señor Dios que la juzga”. Hay un contraste directo con la pretenciosa “ciudad poderosa” de 18:10; Solo Dios es verdaderamente poderoso, y él es el Juez soberano.

Tres lamentos son cantados sobre la gran Babilonia (18:9–19) Estos lamentos funerarios son dados por los tres grupos que más se han beneficiado de la generosidad de Babilonia/Roma: los reyes que ganaron poder y riqueza; los comerciantes que compartieron los mercados mundiales que ella creó; y los marineros que llevaban su carga por todo el mundo. Ahora han perdido todo lo que Roma les había proporcionado, por lo que su dolor no es por Roma sino por su pérdida. Los lamentos están construidos en Ezequiel 27, el lamento sobre Tiro, ese gran gigante marítimo y comercial de la época de Ezequiel. Vemos en esto el fin último de las actividades mundanas: el placer temporal y las ganancias terminan en una pérdida total. Lamento de los reyes de la tierra (18:9–10) Estos reyes y naciones hermanas han compartido la forma de vida adúltera de Babilonia (tanto la inmoralidad como la idolatría), así como su lujo (ver 14:8; 17:2, 4; 18:3; 19:2). Han perdido a su amante y están desamparados. Estos “reyes” son la clase dominante de las otras naciones, y les gusta Babilonia han engordado con la pobreza de su pueblo (Ezequiel 27:33). El pecado de la explotación económica es una desgracia para las naciones hoy tanto como en la época romana, y el mensaje aquí es que habrá una futura rendición de cuentas con Dios. Entonces, estos reyes ven “el humo del fuego que la consume”, una imagen frecuente de juicio en el libro (Apocalipsis 9:17–18; 14:11; 18:18). Lamentan la destrucción de su mina de oro y por eso “lloran de dolor por ella” (Ezequiel 27:35). Pero lo hacen solo cuando están “a distancia y gritarán”. Se alejan lo más posible de la ciudad en llamas. Lloran por su pérdida, pero no quieren tener nada que ver con el castigo. Naturalmente, están completamente “aterrorizados por su tormento”, dicen en efecto: “Mejor ellos que ellos”. Eran culpables de los mismos pecados y, por eso, deseaban no ser notados. Su grito es estereotípico. Los tres “ay” de estos grupos son paralelos a los tres “ay” de los juicios de las trompetas (8:11; 9:12; 11:14; véase también 12:12). Allí fue un pronunciamiento de juicio; aquí es un grito de tristeza y horror ante el juicio que ya ha ocurrido. Una vez más, Babilonia es la “gran ciudad” (11:8; 16:19; 17:18); Los gobernantes terrenales han sido seducidos por la pretenciosa majestad de este imperio depravado y condenado. “Una hora” connota una respuesta inmediata. La brusquedad del juicio es una reminiscencia del juicio instantáneo sobre Nabucodonosor cuando fue “inmediatamente”

enloquecido por Dios en Daniel 4:33, y aún más de la escritura en la pared en Daniel 5 cuando Belsasar fue asesinado y su reino se perdió en una noche. La destrucción instantánea aquí se prepara para la aniquilación igualmente inmediata del ejército de la bestia al regreso de Cristo en Apocalipsis 19:19–21. Lamento de los comerciantes (18:11–17a) Estos son los distribuidores mayoristas que recorrían las carreteras romanas, haciendo fortunas en los ágoras/mercados en cada ciudad. Su dolor, como el dolor de los mercaderes de Tiro (Ezequiel 27:27, 36), fue una pérdida de comercio y ganancias. La cantidad de comercio fue asombrosa, con enormes ganancias de África, Egipto, India, China y Europa. La lista de mercaderías en 18:12–13 muestra el tipo de riqueza involucrada en el lucrativo comercio. Se basa en Ezequiel 27:12–24 (15 de los 29 artículos), pero es exclusivamente romano y está organizado por tipos de mercadería. En su mayor parte, enumera bienes que eran exclusivamente para la élite romana y rara vez, si es que alguna vez, eran tocados por la gente común. El propósito es mostrar por qué la ira de Dios ha descendido sobre tanta ostentación materialista y formas de vida egocéntricas. Si leemos la lista y vemos cuántos de estos artículos inimaginablemente lujosos (para el siglo primero) (o sus equivalentes) tenemos en nuestros hogares, ¡sería muy convincente de nuestro propio materialismo! 1. Piedras preciosas y metales. El oro, entonces como ahora, era el metal más importante, tan frecuente como un signo de riqueza (techos, hebillas, joyas) que muchos romanos comenzaron a convertir en plata. Tanto el oro como la plata eran importados de España. La plata se convirtió en un símbolo de estatus, con sofás, baños y otros artículos de lujo hechos de ella. Las piedras preciosas provenían principalmente de la India e incluían aquellas en las listas de 4:3; 21:19–20. Las perlas se consideraban la joya más lujosa y provenían del Mar Rojo. Eran enormemente caras, y las mujeres las usaban demasiado que se convirtieron en un símbolo de decadencia. 2. Telas lujosas. “Lino fino” describe la ropa de los ricos. Un vestido de un famoso centro de ropa como Scythopolis podría costar 7000 denarios (aproximadamente igual a $ 280,000 hoy); las prendas púrpura o escarlata eran particularmente caras (vea 17:4). El tinte púrpura provenía del murex, un pequeño marisco que producía una gota a la vez, por lo que se necesitaban números increíbles para una sola prenda. En orden de precio, la seda (de China), el lino o las prendas de lana eran abundantes para la élite. 3. Madera cara y materiales de construcción. La madera de cedro, de un árbol del norte de África, era la más cara de todas, conocida por sus hermosos patrones de grano, y las tablas hechas con ella podían costar millones. Otras “maderas preciosas” podrían ser el arce o el cedro. El marfil se usaba en esculturas e ídolos, así como en muebles. Se utilizaba “hierro” o “bronce” en escudos o muebles, pero especialmente en estatuas. El hierro de Grecia y España se convirtió en

armas y también en estatuas. El mármol era de África, Egipto y Grecia y se usaba para edificios, así como platos, jarras y baños. 4. Especias y perfumes. La canela vino de África u Oriente, utilizada como especia, perfume, incienso y saborizante para el vino. “Mirra” era un amomum de la India, usado para hacer que el cabello fuera fragante. El “incienso” mezclaba varios ingredientes para uso religioso y doméstico. La mirra de Somalia era bastante cara para perfumes o medicinas. El incienso era otro perfume, dado con oro y mirra al niño Jesús, que pagaba la estadía de la familia en Egipto (Mateo 2:11). 5. Artículos alimenticios. Estos eran principalmente productos básicos y no caros, pero Roma era famosa por sus extravagantes banquetes, que importaban manjares caros como lenguas de ruiseñor o pechos de palomas. Un solo banquete podría costar el equivalente a millones de dólares. El vino llegaba de Sicilia o España, y el aceite de oliva de África y España. El trigo se importaba de Egipto y se entregaba gratuitamente a unos 200,000 ciudadanos de Roma (llamado “el grano libre”, estimado en 80,000 toneladas) para mantenerlos contentos. El resto del imperio sufría mucho para suministrar todo esto. 6. Animales y esclavos. Esto no enumera los animales transportados para los juegos (leones, elefantes, etc.) o destinados a la alimentación (la carne de res no era una carne popular), sino aquellos animales utilizados para el trabajo. El comercio de esclavos era inmenso. Había un estimado de 10 millones, o cerca del 20 por ciento de la población del Imperio Romano. El estado de los ricos estaba relacionado con la cantidad de esclavos que poseían. En el primer siglo antes de Cristo, la guerra produjo la mayoría de los esclavos, pero en la época de Jesús y Pablo era una deuda. Roma saqueó el mundo por esclavos y también por bienes. El dolor de los comerciantes por la caída de Babilonia es totalmente por sus pérdidas. No hay remordimiento, solo pena por lo que se ha llevado. “El fruto que con toda el alma codiciabas” se refiere a todos estos lujos que ahora se han ido. El esplendor de estos bienes caros se ha desvanecido y “nunca las recuperarás”. Se han ido para siempre, una advertencia a cualquier sociedad (¡como la nuestra!), que se entrega a la locura del consumo conspicuo. El viejo adagio: “No puedes llevarlo contigo” sigue siendo tan cierto. Al igual que los reyes, los mercaderes también se “alejarán” porque no quieren tener nada que ver con el castigo de Babilonia. Comparten la culpa de Babilonia/Roma, porque “se habían enriquecido a costa de ella”, pero no reconocen su parte en sus pecados ni simpatizan con su situación. No hay nada más que un dolor egocéntrico en todo lo que han perdido. Su duelo en 18:16 también es paralelo al de los reyes. “Ay, ay, de la gran ciudad” se encuentra también en 18:10, 19 y expresa horror por la destrucción de la capital del mundo que ahora es un páramo (18:2, 22–23). La descripción de sus lujosas prendas es una copia casi literal de la descripción de 17:4. Los reyes lloran la pérdida de su poder, los comerciantes la pérdida de su ostentosa riqueza. El estilo de vida extravagante de este malvado imperio ha sido hallado querido, juzgado y destruido para siempre (véase Stg 5:2– 5). La destrucción repentina de todo esto (“en una hora”) es paralela al efecto de la muerte

en cada uno de nosotros. Las posesiones que podamos pasar adquiriendo en nuestras vidas nos serán quitadas en un instante. Lamento de los capitanes del mar y marineros (18:17b–19) Prácticamente toda la riqueza de Roma venía por mar, por lo que la inclusión de estos próximos grupos es natural, se basa en Ezequiel 27:29: “Todos los remeros abandonarán las naves; marineros y timoneles bajarán a tierra”. Hay cuatro grupos: los “capitanes de barco” son los que dirigen el barco en lugar del propietario (enumerado en 18:19); los “pasajeros” son los que van a bordo y comerciantes; los “marineros” son los que navegan el barco; y “todos los que viven del mar” son posiblemente pescadores y comerciantes. Estos son principalmente los magnates navales en lugar de las pequeñas compañías navieras, los señores del mar que expulsaron a los pequeños competidores y obtuvieron un estatus fiscal favorable de Roma. Al igual que los reyes y los comerciantes, ellos también ven “el humo del fuego que la consume” y se paran “lejos”. Recuerdan los días de gloria cuando gritan: “¿Quién es como la bestia?” (13:4) y “¿Quién es como esta gran ciudad?” (aquí, hace eco de Ezequiel 27:32 en Tiro). Van más allá en su dolor, arrojando “polvo sobre sus cabezas” como señal de luto (Jos 7:6; 1Sa 4:12; Job 2:12). Ellos también denuncian la destrucción de la “gran ciudad”, pero se centran en sus propias pérdidas. De nuevo, se lamentan no de Roma sino de sí mismos; han perdido su sustento. Aquellos que “se hicieron ricos a través de su riqueza” son especialmente los propietarios de los buques de carga, pero incluirían a todos los involucrados (marineros, comerciantes, pescadores). La ruina repentina de Babilonia es su ruina; su futuro se fue con la destrucción de la “gran ciudad”.

Un ángel poderoso le anuncia a Babilonia el gran destino final (18:20–24) El llamado a los cielos y a los santos a regocijarse (18:20) Note el contraste absoluto entre 18:19 y 20. Aquellos que se han unido y se han beneficiado de la destrucción de Babilonia lloran su muerte y están llenos de terror (“ay”), mientras que los que son fieles a Dios se llenan de alegría porque el nombre de Dios ha triunfado y su pueblo ha sido vindicado. Así, tanto a los habitantes del cielo como a los santos en la tierra se les ordena “Alegrarse por ella”. A primera vista, esta reacción parece ofensiva; ¿no se supone que debemos orar por los perdidos en lugar de sentirnos jubilosos por su destino? Esto será aún más evidente en los himnos de “aleluya” de 19:1–5. Sin embargo, debemos recordar que esto se refiere a aquellos que han rechazado a Dios con carácter definitivo, cometiendo el “pecado imperdonable” (Marcos 3:28–30; Hebreos 6:4–6; 1 Juan 5:16) cuando tomaron la marca de la bestia (Apocalipsis 13:16). El regocijo tiene lugar porque se está sirviendo la justicia de Dios; los que lo rechazaron con firmeza y oprimieron a su pueblo están recibiendo la justa recompensa que se han impuesto. Este es el tema de este versículo. Hay dos grupos que están llamados a regocijarse, se basan en pasajes del Antiguo Testamento donde el cielo y la tierra están llamados a celebrar las obras justas de Dios (Sal

96:11; Is 49:13; Jer 51:38). Los “cielos” son los seres celestiales de este libro, los ángeles, los ancianos, los seres vivientes y posiblemente los santos que han muerto y están en el cielo. Aquellos en la tierra son los “moradores del cielo” de Apocalipsis 12:12, con la triple designación de “santos, apóstoles, profetas”. Los “apóstoles” son ciertamente los Doce de los Evangelios y Hechos, los “doce fundamentos” de Apocalipsis 21:14. Los “profetas” aquí probablemente no sean los profetas del Antiguo Testamento (de ser así, esperaríamos que se revierta el orden: “profetas y apóstoles”) sino profetas del Nuevo Testamento como los de Apocalipsis 11:18; 22:9. En Efesios 4:11 estos están listados como oficiales en la iglesia. La justicia de Dios es la razón del júbilo, otro ejemplo del tema de la lex talionis (véase Apocalipsis 6:9–11; 11:5, 18; 14:8, 10; 16:5–7; 18:6). Como 18:6, esta es una escena legal, y los santos y los ángeles que observan la justicia divina obrando celebran la justa pena impuesta por el Juez de todos. Aquellos que han cometido el “pecado eterno” (Marcos 3:29) y han quitado la vida al pueblo de Dios (“el juicio que ella te impuso”) ahora sufrirán el mismo castigo, “como se lo merecen” (16:6, vea Génesis 9:5–6; Deuteronomio 19:16–19). La alegría no está en las almas perdidas, sino en la vindicación del pueblo de Dios y el honor del nombre de Dios, enfatizado en el Padre nuestro de Mateo 6:9: “Santificado sea tu nombre/honrado”. La destrucción de Babilonia (18:21–24) Por última vez actúa un “ángel poderoso” (Apocalipsis 5:2; 10:1–2). En sus dos apariciones anteriores, llevaba el rollo que contenía el plan de Dios para terminar con este mundo y ejemplificaba la autoridad de Dios sobre su creación. Ahora recoge “una piedra del tamaño de una gran rueda de molino”, una piedra tan grande que tenía que ser girada por un burro (Marcos 9:42), con un peso de varias toneladas. En un acto profético (como en Apocalipsis 10:8, 10; 11:1–2) la arroja al mar. Esto es similar a la escena en la que Jeremías ata “una piedra al rollo” y lo arroja al Éufrates, diciendo: “Así se hundirá Babilonia, y nunca más se levantará” (Jer 51:63–64). En estos últimos días de esta era, “Así se hundirá Babilonia, y nunca más se levantará”. Su muerte violenta aún es futura (“se hundirá”) y ocurrirá en dos etapas: guerra civil (Ap 17:16) y la destrucción total al regreso de Cristo (19:11–21). Ella ha sido juzgada (18:20), y su castigo justo es inminente (aquí). La terrible violencia de su destrucción está profetizada en el lanzamiento de la piedra de molino y tendrá lugar en Armagedón (16:16; 19:19–20) y el juicio final (20:13–15). La última frase, “desaparecerás de la faz de la tierra “, proporciona el modelo (“jamás… otra vez”) para los cinco detalles utilizados para desarrollar la naturaleza terrible de ese juicio en 18:22–23a. Estas cinco pérdidas se basan en el lamento de los comerciantes de 18:14, “Has perdido todas tus cosas suntuosas y espléndidas, y nunca las recuperarás”. Primero, toda la música y los músicos se han ido, esos artistas que alegran la vida cotidiana y alegran la existencia aburrida. (Isaías 24:8; Ezequiel 26:13). En segundo lugar, los artesanos y los oficios que hacen posible la vida de la ciudad se han ido para siempre, eliminando los sustratos económicos del imperio y exigiendo el fin de la civilización. Además, esta era una fuente importante de opresión contra los cristianos, que fueron excluidos del gremio comercial debido a su negativa a adorar a los dioses patronos de los gremios. Entonces, una vez más, esta destrucción constituye solo una venganza.

Los tres últimos probablemente se derivan de Jeremías 25:10: “Haré que desaparezcan entre ellos los gritos de gozo y alegría, los cantos de bodas, el ruido del molino y la luz de la lámpara”. El tercero es la desaparición de las piedras de molino, lo que significa que no habrá suministro de alimentos, probablemente relacionado tanto con los negocios (la producción de alimentos) como con la vida familiar (el “molino de mano” que se menciona en Mateo 24:41). Sin comida no hay vida ni alegría en la vida. Cuarto, “la luz de la lámpara” cambia del día (la piedra de molino) a la noche. Estas no son antorchas fuera de la casa, sino las pequeñas lámparas de la casa, que se refieren a las alegrías simples de la vida familiar. Tampoco se verán más. Finalmente, “la voz del novio y la novia” proporciona la metáfora más fuerte hasta ahora para el “regocijo y alegría” (Jer 25:10, donde está primero en la lista) de la vida. Esto proporciona un mayor contraste entre los destinos de pecador y santo. Las naciones nunca más conocerán la celebración de una boda, mientras que el pueblo de Dios se convertirá en la “novia de Cristo” (Apocalipsis 19:7–8; 21:2, 9). Las razones del terrible juicio sobre Babilonia se presentan nuevamente en 18:23b–24. En los tribunales de justicia antiguos, los delitos se leían en voz alta mientras se ejecutaba la sentencia. Ese es el punto aquí. En las listas de pecados de este capítulo (también 18:2, 3, 7) hay cinco tipos principales: idolatría, inmoralidad, tiranía económica, hechicería y asesinato. Los tres últimos se destacan aquí. Los comerciantes de 18:11–17a abarcan los tipos tres y cuatro, por lo que se describen aquí como “magnates del mundo” pero también como hechiceros (vea más abajo). La élite de Roma eran las familias senatoriales, pero también muchas de las llamadas “clases ecuestres”, formadas por familias ricas con propiedades de tierra e incluyendo a los comerciantes ricos. Roma dominó y explotó a sus pueblos sometidos por sus recursos, y los comerciantes distribuyeron esa riqueza. En Isaías 23:8, los comerciantes de Tiro son llamados “príncipes… reconocidos en la tierra”. Viven sus vidas adorando el éxito y tratando de salir adelante. Dios está fuera de la escena, y esto podría llamarse “idolatría económica”, un pecado que muchos de nosotros también somos culpables de cometer (vea también Stg 4:13–17). También fueron los “hechiceros” que “desviaron a las naciones”. La magia era una gran empresa en el Imperio Romano, y Éfeso con su templo a Artemisa era una ciudad líder en la práctica de la brujería. La creación de una demanda universal de lujo ostentoso era un tipo de hechicería, y la gente estaba definitivamente engañada. En todo caso, este tipo de “magia” económica describe nuestra mentalidad moderna aún más que en el primer siglo, ya que el engaño perpetrado por la industria publicitaria es aún más exitoso hoy en día. Esto también incluye la inmoralidad, porque las insinuaciones sexuales flagrantes abundan en los comerciales de televisión. Finalmente, Babilonia es condenada por asesinar a los santos. La mención de los “asesinados en la tierra” se remonta a 6:9 y los gritos de las “almas sacrificadas” a Dios. La mención de los “profetas y santos” revisita la lista en 18:20. Al igual que los lectores originales de Apocalipsis, vivimos en una cultura narcisista, una sociedad de codicia cuyo credo es: “Puedo hacer lo que quiera y mis derechos triunfan sobre los de todos los demás”. Esta cultura es el corazón del imperio malvado de la gran Babilonia y también describe el estilo estadounidense. Como lo fue en el primer siglo, todavía es fácil para nosotros seguir la cultura prevaleciente y vivir como lo hacen nuestros amigos, pero hay consecuencias de tales actos hedonistas. Las apuestas son mucho más altas de lo que

pensamos, y al final pagaremos el precio. El castigo que enfrentó la gran prostituta fue inevitable, y eso es exactamente lo que sucederá con nuestra forma de vida egoísta. Las sociedades que buscan placer siempre se autodestruyen, y debemos prestar atención al mandato y la advertencia de 18:4: “¡Salgan de ella, pueblo mío, para que no sean cómplices de sus pecados!”.

LA VICTORIA FINAL (19:1–21) El fin del imperio del mal en la parusía

La primera etapa de la gran victoria, la destrucción del imperio del mal, la gran Babilonia, fue el tema de 17:1–19:5. Allí vimos el “qué”; aquí vemos el “cuándo”: esto sucederá al regreso de Cristo. En el Nuevo Testamento hay dos aspectos de su regreso, el “arrebatamiento” (popularmente llamado el “rapto”) de los santos (Marcos 13:24–27 y paralelos; 1Co 15:51–52; 1Ts 4:13–18) y el juicio de los pecadores (Mateo 13:24–30; 25:31– 46; 1Ts 5:1–11; 2Ts 2:1–10; 2Pe 3:10–13). La fiesta de las bodas del Cordero (Apocalipsis 19:6–10) pertenece al primer aspecto, y la Parusía (19:11–16) al segundo aspecto. La destrucción de los pecadores se lleva a cabo en tres etapas: la venida de Cristo en el caballo de guerra blanco con los ejércitos del cielo en 19:11–16, la invitación de las aves carroñeras a la “gran cena de Dios” en 19:17–18, y la batalla final en la que el ejército de la bestia es aniquilado en 19:19–21.

El cielo se regocija en los justos juicios de Dios (19:1–5) Himnos de alabanza por la multitud (19:1–3) Estos primeros versículos (19:1–5) en realidad concluyen la sección sobre la destrucción del imperio del mal (17:1–19:5) y expanden el llamado a los cielos y a los santos en 18:20 para regocijarse en ese justo castigo sobre el mundo del mal y sus habitantes. El justo juicio de Dios solo puede ser recibido con alabanza por la multitud jubilosa de habitantes de cielo, que probablemente incluye tanto a los santos como a los seres celestiales (vea 7:9). “Aleluya”, que significa “alabar a Yahweh”, se extrae de los salmos de Hallel, Salmos 113– 18, y su uso como título para varios otros (Salmo 106; 111; 135; 146–50). Esta palabra tenía un lugar especial en la vida de culto de Israel, expresaba alegría jubilosa, y ese es el tono aquí. El himno de alabanza comienza con la celebración de la salvación o la liberación del pueblo de Dios de los poderes del mal cuando Dios demuestra su gloria y ejerce su poder a favor de los santos. La “salvación” también se refiere a la “victoria” de Dios lograda a través de su poder todopoderoso, que resulta en su gloria (vea 7:10, 12; 12:10). La razón de esta

alegría (19:2) es una cita virtual de 16:7: “verdaderos y justos son sus juicios”. Este acto de juicio es “verdadero” porque se basa en la fidelidad de su pacto, aplica las maldiciones del pacto a aquellos que han hecho alarde de su gracia y misericordia. Es “justo” porque se basa en su carácter sagrado que debe destruir todo lo que es malo. Estos pecadores han traído su justo juicio sobre sí mismos. Los actos malvados de este imperio impío exigen una pena tan extrema. La base legal es que la gran prostituta (vea Ap 17) “con sus adulterios corrompía la tierra”, enfatizó en 14:8 (“la que hizo que todas las naciones bebieran el excitante vino de su adulterio”, también 17:2; 18:3, 9). Este imperio de prostitución ha seducido a las naciones empleando la gran arma de Satanás, el engaño (12:9; 20:3). Ahora ella ha pagado el precio por su locura pecaminosa. Además, Dios “ha vindicado la sangre de los siervos de Dios derramada por ella”, volviendo a 6:9–11 y las oraciones imprecatorias de los santos por venganza y vindicación. Estas oraciones fueron parcialmente respondidas en los sellos, trompetas y copas (vea 8:2–5; 16:5–6), y ahora están totalmente respondidas en la destrucción aquí, que incluye tanto el Armagedón como el último juicio de 20:13–15. En 19:3, la multitud celestial agrega un refrán a la alabanza de adoración de 19:1–2. Un segundo “aleluya” celebra el alcance del castigo, reflejando 14:11 (e Isaías 34:9–10), “El humo de ella sube por los siglos de los siglos”. Además, “el humo del fuego que la consume” en 18:9, 18 describe la devastación causada por la guerra final. Este “humo de tormento” es el polo opuesto al “humo de incienso” que describe las oraciones de olor fragante de los mártires en 8:4 y el “humo de la gloria de Dios”, la Shekinah, que llenó el templo en 15:8. Cuando Dios crea un alma, está creando un ser eterno y, por lo tanto, el castigo y el tormento deben ser “por siempre y para siempre”. Afirmación de conclusión por los ancianos y los seres vivientes (19:4) Los ancianos y los seres vivientes son los líderes celestiales de adoración en el libro (4:8–10; 5:8, 11, 14; 7:11–17; 11:16; 14:3; 19:4). Una vez más (4:10; 5:14) ellos “se postran y adoran” a Dios. Postrarse es una forma más seria de adoración, que simboliza la rendición total. El énfasis está en la soberanía completa de Dios, simbolizada en “al que estaba sentado en el trono”. Su estribillo no es un segundo himno sino una afirmación solemne del himno anterior, que significa: “que así sea, alabado sea Yahweh”. El “amén, aleluya” se toma del Salmo 106:48, donde sigue una oración por la liberación de las naciones. Aquí esa liberación ya ha ocurrido, y esto es acción de gracias por el poderoso acto de Dios. Estribillo: la voz del trono (19:5) Este es el tercer grupo después de la multitud en 19:1–3 y los líderes de adoración celestial en 19:4. Ahora la escena cambia a la tierra, y la voz del trono se dirige a los santos en la tierra para el estribillo. La voz en este versículo no es Dios, ya que les ordena “alabar a nuestro Dios”. Esto es probablemente similar a “la voz del cielo” en 18:4 y es un heraldo angelical que trae un mensaje divino. “Alabado sea nuestro Dios” es una traducción cercana de “aleluya” (= “alabado sea Yahweh”) y ordena a los creyentes que dediquen a alabanzas doxológicas alegres. Hay tres descripciones de los santos en este versículo:

1. “Sus siervos” (douloi) se refiere una vez más a los “esclavos” de Dios (1:1; 2:20; 7:3; 11:18; 22:3, 6) quienes son su posesión especial, como en la imagen de ellos como “sellados” en 7:3–4 y “medidos” en 11:1–2. 2. “Ustedes que le temen” (11:18) es una parte crucial del tema de la perseverancia y significa más que reverencia. Esto se refiere a ese temor saludable del Dios santo que es Juez y recompensa tanto al santo como al pecador “según sus obras” (2:23; 14:13; 18:6; 22:12). 3. “grandes y pequeños”, también en 11:18 y 20:12, refleja el Salmo 115:13 y significa que todos están igualmente ante Dios y tienen el privilegio de adorarlo.

La multitud alaba el reino de Dios y a Juan se le ordena escribir (19:6–10) Esta es la segunda mitad de los nuevos “salmos hallel” de Apocalipsis (19:1–10), con la primera mitad (19:1–5) que concluye y celebra la destrucción de la gran Babilonia (17:1– 19:5), y la segunda mitad (19:6–10) que inicia el capítulo final, la Parusía y la guerra final que destruye el imperio de la bestia (19:6–21). Esta será la celebración más grande de todas ellas, cuando los santos se conviertan en la novia del Cordero. La “gran multitud” comenzó la primera mitad de estos coros de aleluya (19:1), y también comienza la segunda mitad. Mientras cantan, el increíble volumen de su himno celestial se asemeja al sonido de las olas rompiendo en la orilla y una gran tormenta (1:15; 14:2–3). El gran volumen se ajusta al estupendo mensaje. Las canciones de boda son conocidas por su exuberancia. Luego sigue la base para alabar a Yahweh: Él es “Señor Dios Todopoderoso” (1:8; 4:8; 11:17), enfatizan su omnipotencia y señorío sobre su creación, y ha “comenzado a reinar [eternamente]” (vea 11:17). El tiempo del mal ha terminado para siempre, y Dios está en su trono en su cielo. Así, el pueblo de Dios debe “alegrarse y regocijarse” (19:7), porque la adoración gozosa es la única respuesta adecuada a todo lo que Dios ha hecho. Este llamado es frecuente en las Escrituras (Sal 31:7; 118:24; 1Cr 16:31; Mateo 5:12), y naturalmente lleva a “darle gloria”, la alabanza y el honor que se le debe especialmente a la luz de experimentar el reinado de Dios y la participación en la cena de las bodas del Cordero. La razón adicional de esta alegría y alabanza no es solo el comienzo del reinado eterno de Dios, sino el evento increíblemente alegre que inicia ese reinado: “ha llegado el día de las bodas del Cordero”. Observe el contraste entre la gran prostituta en el capítulo 17 y la novia de Cristo aquí y en 21:2, 9. La imagen de Israel como la novia de Yahweh (Is 49:18; 54:5; 61:10; Jer 31:32) y de la iglesia como la novia de Cristo (Marcos 2:19–20; 2Co 11:2; Ef 5:25–27) está detrás de esto. En Oseas 2:16–20, Dios le dice a Israel que, si ella regresa, “me dirás ‘esposo mío’ ” y “te haré mi esposa para siempre”; y Pablo habla de presentar a los creyentes “a un esposo, a Cristo” como “una virgen pura” (2Co 11:2). Son los prometidos (19:7) que se convierten en la novia y la esposa (21:2, 9) de Cristo. Sin embargo, esto va más allá, ya que describe la “cena de las bodas del Cordero” (19:9). Este es el mismo evento que el “banquete mesiánico” en otros lugares, como en Lucas 14:15: “¡Dichoso el que coma en el banquete del reino de Dios!”, o Mateo 8:11: “muchos vendrán del oriente y del occidente, y participarán en el banquete con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos” (también Lucas 22:30). La idea de la fiesta mesiánica proviene

de Isaías 25:6: “Sobre este monte, el Señor Todopoderoso preparará para todos los pueblos un banquete de manjares especiales, un banquete de vinos añejos, de manjares especiales y de selectos vinos añejos”. Se desarrolló más durante el período intertestamental, como en 4 Esdras 2:38: “Levántate y ponte de pie y mira en la fiesta del Señor el número de aquellos que han sido sellados” (también 1 Enoc 62:14; 2 Baruc 29:8; Testamento de Isaac 6:22; 8:6). Así que esta era una expectativa bien establecida en el judaísmo. La “novia se ha preparado” se basa en 7:14, “han lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero”. Cristo ha comprado a sus seguidores con su sangre (1:5; 5:9), y espera que pongan en práctica y vivan fielmente para él (2:10; 13:10; 14:12). Él nos purifica, y luego vivimos vidas puras (14:4: “permanecieron vírgenes”). Esto se basa en Ezequiel 16:8–14, donde Dios prepara a Israel con joyas y vestidos de boda para ser su novia, pero agrega las imágenes de la novia preparándose, que veremos en el siguiente versículo que se refiere a las obras justas que ellos realizan. El día de la boda ha llegado, así que “Dios da” (el divino pasivo edothē, “se le dio”, vea Apocalipsis 6:2, 4, 8) a la novia su vestido de novia. El “lino fino” es el lino lujoso de 18:12. Compare la ostentación estridente de la gran prostituta en 17:4 con la belleza simple aquí. Estas prendas son “limpio y resplandeciente/puros”, simbolizando la pureza espiritual y la victoria de la novia (el significado de las prendas blancas y puras en el libro), como los ejércitos del cielo en 19:14 que visten “lino fino, blanco y limpio” (de Isaías 61:10). Estas prendas se definen como “las acciones justas de los santos”. Bien podría haber un doble significado aquí: las obras justas de Dios a favor de su pueblo, es decir, redimirlos, fortalecerlos y reivindicarlos, obras seguidas de sus acciones justas en respuesta por todo lo que ha hecho. La victoria de los santos se lleva a cabo cuando “superan” su tentación, las pruebas y las acciones de los poderes cósmicos contra ellos (enfatizados al final de cada una de las siete cartas en Ap 2–3). Luego se da una orden para escribir en 19:9–10. Este mandato se ha dado varias veces, siempre en las coyunturas clave del libro (1:11, al comienzo de cada una de las siete cartas, 14:13; 21:5). Esta es la cuarta bienaventuranza (vea 1:3) e introduce otra imagen para la boda. En 19:7 los santos son la novia, mientras que aquí están los convidados. Estos no son dos grupos separados, y metáforas mixtas como estas eran comunes en el mundo antiguo. Los convidados fueron las personas que escucharon el llamado del evangelio y se convirtieron en creyentes. Esto es paralelo a 17:14, “sus seguidores llamados, elegidos y fieles”. El verbo es kaleō, traducido “invitado” aquí pero el mismo término que “llamado” en 17:14. Es probable que combine la idea de un invitado con connotaciones de elección: estos conversos son los “llamados y elegidos” por Dios. El ángel concluye con: “Estas son las palabras verdaderas de Dios”, un dicho que se repetirá en 21:5 y 22:6. Esto es similar al “dicho digno de confianza” en 1 Timoteo 1:15; 3:1; 4:9; 2 Timoteo 2:11; Tito 3:8, una afirmación que apunta a una verdad particularmente importante. Probablemente se refiere a toda esta sección (Apocalipsis 19:6–10), así como a la bienaventuranza. Deben darse cuenta de cuán verdadera y crucial es la cena de bodas. Como el evento inaugural del escatón, deben asegurarse de estar entre los invitados. Recuerde que la mitad de las damas de honor en la parábola de las 10 vírgenes en Mateo 25:1–13 no podía ingresar al banquete.

La respuesta natural de Juan es caer de rodillas en adoración (19:10). Pero él estaba de pie ante un ángel, no Dios o Cristo, y eso era equivalente a la idolatría. Entonces el ángel inmediatamente dice: “¡No, cuidado!”. Lo que sigue es un recordatorio importante para todos nosotros en una época en que los ángeles a menudo se elevan a un estado casi divino en algunos círculos. Él le dice a Juan que no es una figura cuasi divina, sino que en realidad es “un siervo como tú” y todos los creyentes que “se mantienen fieles al testimonio de Jesús”. Los ángeles son seres celestiales, pero no están por encima de nosotros en la jerarquía de los seres creados. Son paralelos a nosotros y de alguna manera nos sirven como mensajeros de Dios a lo largo de la Escritura, como se ve en varios escritos judíos. La idea de los ángeles como “compañeros esclavos” significa que, como nosotros, sirven a Dios y le pertenecen. En el ejército de Cristo, los dos se mantendrán unidos (Ap 17:14; 19:14), y eso continuará hasta la eternidad. “El testimonio de Jesús” es una frase semi técnica (1:2, 9; 12:17) que describe el testimonio oficial del mundo sobre Jesús, una tarea que pertenece tanto a los ángeles como a los creyentes humanos. Este testimonio o testigo se define además como “el Espíritu de profecía”, una frase que es difícil de entender. Podría significar que el testigo sobre Jesús forma la “esencia” (en lugar de “Espíritu”) de la profecía o quizás se refiere al propio testimonio de Jesús como la esencia de la profecía. Además, podría referirse al Espíritu Santo que sustenta nuestro testimonio e inspira este testimonio profético. Debido a la importancia del Espíritu en su papel profético en las cartas a las siete iglesias, así como en 14:13; 22:17, la tercera opción es la mejor. Esto significa que el Espíritu no solo está detrás de las visiones de este libro, sino que también está activo en el empoderamiento de este testimonio profético a través de la iglesia al mundo.

El Cristo vencedor llega con los ejércitos del cielo (19:11–16) A lo largo de este libro, Cristo se presenta como carnero vencedor y Guerrero Divino (1:14– 16; 5:6b; 6:16; 11:15; 14:14; 17:14), y esta imagen culmina en este pasaje. La Parusía de Cristo se ve desde la perspectiva del Rey conquistador que viene a destruir a sus enemigos y establecer su reinado. Las características del jinete sobre el caballo blanco (19:11–13) conducen a sus acciones (19:14–16). De los dos aspectos de los segundos pasajes venideros ―el “rapto” de la iglesia y el juicio sobre los pecadores― esta sección se centra por completo en el segundo. Las dos primeras imágenes gobiernan el conjunto. Como en 4:1 (también 11:19; 15:5, donde se abre el templo), Juan ve “el cielo abierto”, lo que significa que Dios está a punto de actuar en este mundo de manera decisiva. Este fue un motivo significativo para la iglesia primitiva (Marcos 1:10; Juan 1:51; Hechos 7:56; 10:11; 2Co 12:1–2, se basa en Ezequiel 1:1), lo que significa que la consumación de los actos de Dios en la historia es inminente. El escatón/final ha llegado. El segundo es la aparición del jinete en el caballo blanco, que se basa en la antigua tradición de que el rey conquistador montaba un caballo blanco en la batalla, lo que significa su invencibilidad. El jinete anterior (Apocalipsis 6:2) trajo la guerra a este mundo, y este jinete definitivo traerá la guerra que termina con todas las guerras. Ahora viene la descripción séptuple de este jinete:

1. Se le llama “fiel y verdadero”, se basa en su carácter de “testigo fiel” en 1:5; 3:14 y como fiel a su vocación y propósitos en 3:7, 14; 19:11. La guerra final es obligatoria porque Cristo es fiel a su destino divino y verdadero en sus juicios (16:7; 19:21, “verdaderos y justos son tus juicios”). No solo su carácter sino también sus palabras son “fieles y verdaderas” en 21:5; 22:6. 2. Como el Mesías Guerrero él “juzga y hace la guerra con justicia/rectitud”, con este doble significado intencional. Él es justo en su juicio y justo cuando va a la guerra contra los enemigos de Dios. Como Dios siempre juzga “en justicia” (Sal 7:11; 50:6; 96:13; Is 11:4), así también su Hijo dispensará justicia a través de sus propias normas justas. En consecuencia, la Deidad hace la guerra contra las fuerzas del mal, cósmicas y humanas (2:16, 26; 6:16; 17:14; 19:14–16). De todas las guerras santas, este es el pináculo: la verdadera guerra para poner fin a todas las guerras. 3. Como Juez y Guerrero Divino, sus ojos son “resplandecen como llamas de fuego”, repite la descripción en 1:14; 2:18 y recuerda a Daniel 10:6 (“sus ojos como antorchas encendidas”). Allí presentó al “hombre vestido de lino” mientras profetizaba sobre la “gran guerra” (Da 10:1). La imagen enfatiza la visión penetrante que discierne a todos y el juicio ardiente que viene como resultado. Dios lo sabe todo, lo que significa que no pasará por alto nada mientras dispensa justicia. 4. Como el Mesías real, Cristo tiene “muchas coronas”, y esta es la “diadema” (diadēma) o corona real en lugar de la corona del vencedor (stephanos) que se encuentra en otras partes del Nuevo Testamento para “corona”. Esta palabra solo aparece en dos otros lugares en el Nuevo Testamento (Apocalipsis 12:3; 13:1), contrasta las pretenciosas “coronas” del dragón y la bestia con las verdaderas coronas de Cristo aquí. La falsa trinidad nuevamente es culpable de la gran imitación, ya que son simples pretendientes que intentan reclamar una corona que nunca podrá ser suya. Jesús usa muchas coronas porque es el Rey de reyes (19:16), y su gobierno es absoluto y eterno. 5. Él tiene “escrito un nombre que nadie conoce sino solo él”, basado en 2:17 donde se promete a los santos victoriosos “un nuevo nombre escrito que nadie conoce”. Isaías 62:2 le dice a Israel: “recibirás un nombre nuevo, que el Señor mismo te dará” (vea 65:15), y Cristo le dice a la iglesia de Filadelfia: “grabaré el nombre de mi Dios… y mi nombre nuevo” (Apocalipsis 3:12) Probablemente este no sea el nombre de Yahweh, porque no es nuevo (Filipenses 2:9); es más probable que este sea un nombre oculto hasta el final de esta era malvada, cuando veamos al Dios trino en toda su gloria revelada. En la segunda venida aprenderemos primero el nuevo nombre de Cristo (aquí) y luego se nos dará nuestro nuevo nombre (Apocalipsis 2:17). 6. Mientras Cristo monta el caballo blanco, está “vestido de manto teñido en sangre”. La sangre podría ser la sangre de Jesús como sacrificio expiatorio (1:5; 5:9; 7:14; 12:11), o la sangre de los mártires sacrificados por él (6:10; 16:6; 17:6; 18:24; 19:2). Sin embargo, el contexto es militar, por lo que se ve mejor como la sangre de sus enemigos, una referencia a su victoria total sobre los enemigos de

Dios y su pueblo. La imagen se remonta a Isaías 63:3, donde se combina con la imagen del lagar de la ira de Dios (véase Apocalipsis 14:10). Continúa con el tema de lex talionis: los crímenes terribles de estas personas malvadas deben ser respondidos con retribución divina. 7. Su nombre es “el Verbo de Dios”, en paralelo con los famosos logos que dice Juan 1:1–18 y que se encuentran a menudo en Apocalipsis (1:2, 9; 6:9; 17:17; 20:4). En Juan, Jesús como la Palabra connota la idea de Jesús como Revelador viviente del Padre, mientras que aquí está la Palabra autorizada, el proclamador de la salvación y del juicio divino. El mensaje hablado es tanto militar como forense, tanto la sentencia de culpa como la ejecución del castigo. Como tal, está vinculado con la “espada de su boca” en 19:15, el instrumento de proclamar y ejecutar la justicia divina. Sobre la base de su carácter, Cristo realiza cuatro obras en 19:11–16. Judiciales (“él juzga”) y militares (“él hace la guerra”). Dado que él es “fiel y verdadero” a su llamado y a su papel como el Verbo de Dios, ambas dimensiones son necesarias. Debe actuar de acuerdo con su personaje como Juez y Guerrero Mesías. 1. Los “ejércitos del cielo” lo siguen, “montados en caballos blancos y vestidos de lino fino, blanco y limpio”. Estas son las huestes del cielo, indudablemente compuestas de ángeles (“huestes” en el Antiguo Testamento se refiere al ejército celestial angelical: Jos 5:13–15; 2 Reyes 6:17; Sal 103:20–21; Zac 14:5) junto con los santos (véase Ap 17:14). Al igual que el Guerrero Divino (19:11), montan caballos blancos, lo cual es notable ya que en el mundo antiguo solo el rey conquistador lo hacía. Son todos representados como vencedores, como se les llama en las siete cartas. También usan ropa fina como la novia en 19:8; La imagen de lino blanco representa el triunfo romano y representa a los creyentes como ya triunfantes. 2. En 19:15 sale de su boca la “espada afilada” mencionada en 1:16; 2:12, 16, el símbolo del poder y la autoridad romanos sobre la vida y la muerte. Estos pasajes dicen que solo Cristo es la autoridad final, hace eco de Isaías 11:4 (la justicia con la cual Yahweh gobernará el mundo) y 49:2 (el poder de su palabra para liberar a Israel y “golpear a las naciones”). Aquí significa la proclamación de juicio de Jesús sobre las fuerzas del mal y la ejecución de ese juicio en la destrucción de las naciones. 3. Entonces el Mesías Guerrero “los gobernará con puño de hierro”, se refiere al Salmo 2:9, usado también en Apocalipsis 2:26–27 para representar la imagen del grupo de pastores que “hará pedazos a las naciones como a vasijas de barro”. Este no es Cristo gobernando las naciones (con un cetro real) sino el Rey conquistador destruyendo las naciones (con un grupo de pastores). 4. Finalmente, “exprime uvas en el lagar del furor del castigo que viene de Dios Todopoderoso”, combina el gran lagar de 14:19–20 con la copa del furor de Dios de 14:10 y 16:19. Estas son imágenes aterradoras de destrucción absoluta, alusivas al lagar de Isaías 63:1–6. El derramamiento de su sangre es solo un pago

por la matanza de los santos (Ap 6:10; 16:6; 17:6; 18:24; 19:2) y lo lleva a cabo Dios Todopoderoso, cuya omnipotencia garantiza que la justicia será hecha. El punto final ocurre en 19:16 y vuelve a las características de Jesús Mesías: el nombre escrito “en su manto y sobre el muslo”. Lo más probable es que esto no se refiera a dos lugares, sino a uno, esa mancha en su túnica al nivel del muslo. Aquí es donde descansaría su espada y donde podría verse mientras montaba a caballo. Sigue el cuarto título de esta sección (con 19:11, 12b, 13b), que resume los efectos de los demás. No es César sino Cristo quien es verdaderamente “Rey de reyes y Señor de señores” (el título ya se le dio a Jesús en 17:14). Para Roma, esto significaba que César era señor de los reyes menores que gobernaban las provincias, pero para Jesús significa que él es el Señor del universo. Cristo es soberano sobre todos, y ahora lo está demostrando al destruir el mundo del mal y las fuerzas cósmicas sobre él. ¡El Mesías Guerrero es Dios mismo!

Las aves carroñeras son invitadas a otro banquete mesiánico (19:17–18) Ahora la visión cambia del regreso de Cristo a los ejércitos dispuestos contra él. Cuando Cristo desciende del cielo con su ejército celestial compuesto de ángeles y santos, nos volvemos a la situación en la tierra. Entra “un ángel parado sobre el sol”. Como Cristo en 1:16, el poderoso ángel en 10:1 y la mujer en 12:1, este ángel está imbuido del carácter radiante de Dios. El mensaje es espantoso y poderoso, supone el resultado de la batalla incluso antes de que se unieran. Se invita a las aves carroñeras (águilas, buitres, halcones, etc.) a “reunirse para la gran cena de Dios”. La implicación es que hay dos banquetes mesiánicos: el banquete de bodas con el Cordero para los santos y el terrible banquete para los pecadores con las aves carroñeras. Los creyentes participarán del banquete más grande de la historia, y los no creyentes se convertirán en los mayores depredadores de banquetes jamás vistos. Esta imagen está tomada de Ezequiel 39:17–20, donde las aves y los animales salvajes están invitados a darse un festín con Gog. Allí tuvo lugar después de que se ganó la batalla, mientras que aquí la invitación se produce incluso antes de que comience la batalla.

La batalla instantánea y sus consecuencias (19:19–21) La falsa trinidad comenzó a prepararse para esta batalla en la sexta copa de 16:13–16, enviando espíritus demoníacos para llamar a las naciones a la guerra. Ahora los reyes y sus ejércitos que respondieron (todos lo hicieron) están “reunidos para hacer la guerra”, por lo que la escena está preparada para la batalla final. No habrá más ateos, porque el mundo reconocerá la verdad sobre la Segunda Venida. La bestia les dirá que el conflicto entre Dios y Satanás es real, pero los convencerá de que el poder combinado de los ejércitos del mundo bajo su mando no puede perder. Entonces están esperando que vengan Cristo y los santos, pensando que su victoria es una cosa segura. Hay muchos pasajes que describen la guerra escatológica final en el Antiguo Testamento (Isa 31:4; 59:17–20; 63:1–5; Ezequiel 38–39; Da 12:1–3; Joel 3:9–16; Zac 12:3–9; 14:2–9) y en el Nuevo Testamento (Lucas 17:30; 21:27–36; 1Ts 5:1–3; 2Ts 2:8). Este pasaje culmina a los demás.

Sin embargo, en realidad no hay batalla. Los ejércitos del anticristo esperan en 19:19, pero cuando la espada del juicio sale de la boca del Señor (19:15), la batalla termina instantáneamente y todas las fuerzas del mal están muertas en el campo de batalla. En 19:20 la bestia y el falso profeta son capturados. ¡Los ejércitos de Cristo aparentemente no participan en la lucha, porque no hay lucha! Se termina antes de que incluso comience. La parte que juegan los santos en la destrucción de las naciones (según 2:26–27) aparentemente es para acompañar al Guerrero Mesías mientras él solo diezma al enemigo. En un lenguaje extraído de 13:12–15 y 16:14, se nos dice la razón por la cual estos dos miembros de la falsa trinidad tuvieron que ser tomados y sus ejércitos destruidos: los milagros falsos del falso profeta habían engañado al mundo pecador y los habían guiado primero para tomar la marca de la bestia y luego adorar su imagen. Habían liderado al mundo en rebelión contra Dios y luego a cometer la apostasía final y la idolatría. La culpa de las naciones malvadas es absoluta y final. Han cometido un “pecado eterno” (Marcos 3:29), y no hay más esperanza o misericordia. Estos cargos legales contra ellos requieren un juicio final. Después de la derrota total y la acusación, se hace el veredicto y se ejecuta la sentencia (19:20c–21). Cuando el dragón fue arrojado a la tierra (12:9), la bestia y el falso profeta son arrojados al “lago de fuego que arde con azufre”. Es importante darse cuenta de que son arrojados vivos, lo que indica un castigo consciente. El destino de los pecadores, que también son arrojados al lago de fuego en 20:14–15, no es el sueño del alma o la aniquilación, sino el tormento eterno y consciente en el lago de fuego. El horror del castigo es obvio, y uno de los propósitos de 19:6–20:15 es evangelístico. ¡Los incrédulos deben pensar cuidadosamente sobre su destino eterno antes de rechazar a Cristo! La idea de un lago de fuego ocurre solo en Apocalipsis en las Escrituras, y el fondo es complejo. Los antecedentes parecen ser Sodoma, que fue destruida por fuego y azufre (Génesis 19:24), y la Gehena de los Evangelios con sus imágenes de castigo ardiente (Mateo 5:22–30; 10:28; 18:9; 23:15). La descripción de esto como un “lago de fuego” es una extensión natural. En el Antiguo Testamento, Daniel 7:9–11 habla de un “río de fuego” que fluye del trono de Dios, y en la literatura apocalíptica judía 1 Enoc 90:24–27 describe a los malvados arrojados a “un Abismo ardiente y son quemados”. Otras obras apocalípticas hablan de un gran río de fuego (2 Enoc 10:2; Oráculos Sibilinos 2:196–209), por lo que esta imagen de un lago ardiente se convierte en el siguiente paso natural en las imágenes. Después del destino de la bestia y el falso profeta, la destrucción de los ejércitos en 19:21 demuestra claramente los efectos de la espada de la boca de Cristo. Como se dijo anteriormente, esto representa primero la proclamación de culpabilidad y el castigo legal efectuado por los crímenes y luego la sentencia a medida que se lleva a cabo. La declaración y la ejecución de la sentencia son parte de las imágenes. Todos los miembros del ejército del anticristo son asesinados, y la promesa hecha a los mártires en 6:11 se ha cumplido. La fiesta prometida a las aves carroñeras en 19:17–18 ya está aquí. Todas las aves que vienen son capaces de “atiborrarse de carne”. Este es otro ejemplo de lex talionis, la ley de la retribución. En 11:7–10, la bestia mata a los dos testigos y luego los niega al entierro. Ahora el Señor les muestra la misma indignidad y degradación. La última humillación en el mundo antiguo era negar el entierro. Dios está volviendo sobre sus propias cabezas lo que han hecho a los mártires.

Apocalipsis 19:1–21 nos muestra que solo hay dos tipos de personas en el mundo: los que siguen a Cristo y los que lo rechazan. Ambos participarán en grandes banquetes: los creyentes se deleitarán en la cena de las bodas del Cordero, y los no creyentes serán el festín, comidos por las aves carroñeras. El evento que pondrá fin a la historia mundial es la batalla de Armagedón, pero no habrá batalla; cada soldado del ejército de la bestia será destruido cuando Cristo venga a ejercer su juicio y reivindicar a su pueblo. La Segunda Venida de Cristo, el evento que los cristianos han estado esperando por más de dos mil años, finalmente tendrá lugar cuando venga como el Guerrero Divino, el Rey vencedor, para destruir a los enemigos de Dios. El mal está condenado, y los que le dan la espalda a Dios para abrazar la maldad enfrentarán la ira divina. Al mirar hacia este momento, debemos reconocer que no hay un problema más serio que este: decidir si queremos seguir a Cristo o aprovechar nuestras oportunidades en los caminos del mundo caído. Si creemos en la seguridad de Cristo de que el fin de la historia mundial vendrá de esta manera, la elección es clara.

EL REINO DE LOS MIL AÑOS Y EL JUICIO FINAL (20:1–15)

No hay nada explícito sobre el reinado terrenal del Mesías en el Antiguo Testamento, pero hay varios pasajes sobre el reino venidero de Dios en la tierra, y estos proporcionan el trasfondo para el concepto de un reinado “milenial” de Cristo (Salmo 72:8–14; Is 11:6–9; Zac 14:5–17). Los primeros rabinos tenían un concepto, con duraciones que van desde los 40 años (basados en los años de andar por el desierto) hasta los 400, hasta los 4.000 años. La iglesia primitiva debatió el “quiliasmo” (griego chilias), su término para el reinado de mil años, durante los primeros tres siglos hasta que Agustín ganó al final del día con la posición amilenial. La posición premilenial no reapareció hasta el movimiento pietista de la década de 1700 y el movimiento de los Hermanos de Plymouth en Inglaterra en el siglo XIX. Tres posiciones han dominado la escena. Para abordarlas en orden cronológico, el premilenialismo (la visión dominante en los primeros siglos) cree que Cristo regresará a la tierra, destruirá al ejército de la bestia y luego reinará en la tierra por un período prolongado (viendo los mil años simbólicamente), conduciendo al juicio final y el comienzo de la eternidad. La posición amilenial niega cualquier reinado terrenal y dice que el período de mil años simboliza la era de la iglesia. El posmilenialismo cree que este será un período de triunfo para el evangelio y un tiempo de paz que precederá a la segunda venida. A medida que avancemos en 20:1–10, intentaré resaltar qué secciones favorecen una u otra visión. En general, el premilenialismo toma los símbolos más literalmente y el amilenialismo los toma más simbólicamente. Este pasaje es parte de 17:1–20:15, que se centra en el juicio final de Dios y la destrucción de las fuerzas del mal que han dominado este mundo desde Adán y Eva. Hay

un patrón ABA: el juicio de los pecadores (19:11–21; 20:11–15) y la reivindicación de los santos (20:1–10) se han prometido desde 6:9–11, y ahora esa promesa se realiza. Cualquiera que sea la posición que prefiramos para este pasaje, todos reconocen la estructura: el evento de apertura (la unión de Satanás, 20:1–3); vida durante el reinado terrenal (20:4–6) y las secuelas (derrota final de Satanás, 20:7–10). Se destacan tres temas: 1. El juicio del dragón, anticipado a lo largo de las visiones, ahora ocurre. Se lleva a cabo en dos etapas. Primero es atado/encarcelado en el Abismo durante los mil años (20:1–3) y luego es derrotado y arrojado al lago de fuego (20:7–10). 2. La defensa de la justicia de Dios en Apocalipsis culmina aquí. Las naciones han rechazado todos los intentos de llevarlos al arrepentimiento, y ahora aquellos que no son parte del ejército de la bestia viven durante el período milenario. Sin embargo, en todo ese tiempo de experimentar el gobierno benigno de Cristo, ninguno de ellos se arrepiente, y tan pronto como Satanás es liberado, todos acuden a unirse a él. Esto prueba las profundidades de la depravación y demanda el juicio final de 20:11–15. 3. La vindicación final de los santos, en la que Dios venga su sangre (20:7–10, 11– 15, vea 6:9–11) y les da gloria (20:4–6), ocurre ahora. Los santos reinan con Cristo y comparten su autoridad (cumpliendo 2:26–27; 3:21). Las promesas se hacen realidad, y esto proporciona un puente para la plena realización de estas promesas en el cielo nuevo y la tierra nueva de 21:1–22:5.

Cristo reina por mil años (20:1–10) Satanás es encadenado (20:1–3) El mismo ángel que en 9:1 desciende del cielo con una llave del Abismo. En 9:1, la estrella/ángel abrió el Abismo e inició el tiempo del corto período de ascendencia de la falsa trinidad sobre las naciones. Ahora cerrará el Abismo, terminando ese período. Dios, no Satanás, determina el tiempo y el alcance del poder de la falsa trinidad sobre este mundo. El Abismo es la prisión de los espíritus demoníacos (2Pe 2:4; Judas 6) donde esperan su destino final. Esta llave aquí es la cuarta en Apocalipsis (con 1:18; 3:7; 9:1), que demuestra el control de Dios sobre su reino creado. El ángel no solo tiene una llave, sino también una gran cadena para atar a Satanás con mayor seguridad. Esto intensifica las imágenes de la prisión. El endemoniado gadareno era lo suficientemente fuerte como para romper sus cadenas (Marcos 5:4), pero el tamaño de la cadena grande o larga no lo permitirá aquí. Satanás está triplemente atado: ¡una cárcel, una cadena, una llave para encerrarlo! El ángel entonces sujeta al dragón (20:2), en cierto sentido lo agarra por el cuello, mostrando la total impotencia del dragón. El resto del versículo registra la acusación y repite la lista de títulos malvados del 12:9. Los nombres son oficiales, en cierto sentido, representan la sentencia legal que se lee en la corte de justicia de Dios. El dragón es culpable porque él es “la serpiente antigua”, Leviatán, la serpiente del jardín. Él está delante de Dios sin excusa, porque él es el diablo o Satanás, el adversario que acusa al pueblo de Dios día y noche (12:10) y busca engañarlos para que pequen.

Por lo tanto, debe estar atado en su prisión “por mil años”. “Atado” y “arrojado” son el lenguaje normal para un arresto oficial y encarcelamiento. Recuerda Marcos 3:27, donde Jesús es el hombre más fuerte que entra en la fortaleza de Satanás y lo ata. Jesús consideraba sus exorcismos como una “atadura de Satanás” y de su reino demoníaco. Este pasaje toma prestada esa imagen y también recuerda Isaías 24:21–22, donde Dios declara su victoria sobre los poderes malignos del cielo y la tierra: “Serán amontonados en un pozo, como prisioneros entre rejas, y después de muchos días se les castigará”. Allí fue derribado el panteón de dioses paganos; aquí están los ángeles caídos. Los “mil años” es un número apocalíptico. Hay varios períodos para el reinado final de Dios en la literatura judía. En 1 Enoc 21:6 son 10 millones de años, mientras que en 4 Esdras 7:28 son 400 años, y los rabinos variaban de 40 a 7,000 años. Este período de mil años podría provenir de la reflexión sobre el Salmo 90:4: “Mil años, para ti, son como el día de ayer”. Jubileos 23:27–28 dice que en el reino mesiánico la gente vivirá por mil años. La pregunta para nosotros es si esto debería verse como un período literal de tiempo o un uso simbólico de los números. Los números en Apocalipsis tienden a ser simbólicos, y ese es probablemente el caso aquí. Como la media hora en Apocalipsis 8:1 y la hora en Apocalipsis 18:9–19 se refieren a períodos muy cortos, esto probablemente connota un período de tiempo prolongado. Note los contrastes entre el corto período del reinado del anticristo (42 meses) y el muy largo período del reinado de Cristo aquí. Cuando Miguel arrojó al dragón del cielo en 12:9, el ángel ahora arroja a Satanás al Abismo (20:3). Hay un gran énfasis en la medida en que Satanás está sellado en su prisión, intensifica la idea de que está encerrado en su celda y connota una situación absolutamente segura. Satanás no solo será arrojado a su celda de cárcel, sino también encadenado a su pared con cadena, y también será encerrado en esa celda con llave. El propósito es asegurar que Satanás no pueda “engañar más a las naciones”. En 12:9 el propósito principal del dragón era “engañar al mundo entero” (también 13:14; 18:23). Existe un debate sobre la naturaleza de esta atadura a Satanás. La posición amilenial toma esto como una descripción de la era de la iglesia, dicen que Satanás está restringido para detener la empresa misionera del pueblo de Dios. Puede engañar a los no salvos, pero no puede evitar que respondan al evangelio. Ciertamente, esta visión es viable, pero mantengo que el lenguaje de atadura aquí es mucho más fuerte que esto. Aquí dice que Satanás no podrá “engañar a las naciones”, pero eso es exactamente lo que hace en esta época actual. Durante el tiempo del reinado milenario, Satanás no estará presente y se le impedirá engañar a las naciones. En esta época actual, solo está restringido con respecto a los creyentes; él tiene control total sobre las naciones incrédulas. Él “ciega sus mentes” (2Co 4:4), los atrapa (1Ti 3:7) y los devora (2 Pedro 3:8). En Apocalipsis 20:1–10, no engaña a nadie hasta que finaliza el período (20:7–8). Por lo tanto, esta no es la atadura parcial de la era actual sino la encadenación completa de un período futuro después de que Cristo regrese. ¿Quiénes son “las naciones”? Lo más probable es que sean los mismos que en el resto del libro: las personas no salvas entre las naciones terrenales. Los que fueron asesinados en 19:21 constituían el ejército de la bestia. El resto del mundo incrédulo que no formaba parte del ejército vivirá la batalla y estará presente para el reino milenario de Cristo. Son las personas/naciones sobre las cuales los santos reinarán con Cristo.

Observe cómo se expresa la liberación de Satanás: “después habrá de ser soltado por algún tiempo”. Dios ha determinado que debe haber una aparición final de Satanás, se refiere al evento en 20:7–10. No se nos dice por qué es necesario, pero es comprensible. El propósito de Dios es demostrar hasta qué punto la depravación total controla a los incrédulos. Durante los “mil años” enteros, las naciones, los habitantes de la tierra que no formaron parte del ejército de la bestia y que no murieron en 19:21, habitarán bajo el gobierno benigno de Jesús y no experimentarán las malvadas maquinaciones de Satanás. Sin embargo, en el momento en que Satanás es liberado, son engañados nuevamente y acuden en masa tras él. De este modo, prueban el dominio eterno que el pecado tiene sobre ellos y demuestran la necesidad del castigo eterno en el juicio final de 20:11–15. Este reino milenario es la prueba final, la evidencia judicial, de la culpa de los pecadores. El reino de mil años de los santos (20:4–6) Literalmente 20:4 dice: “vi tronos donde se sentaron los que recibieron autoridad para juzgar”. ¿Quiénes son “ellos”? Podría ser el tribunal celestial, los ancianos en tronos en 4:4 y 11:16; o quizás los mártires, ahora vindicados (6:11; 16:6; 18:20, 24) y reinando con Cristo. Sin embargo, si vemos 20:4 como un todo, se referiría a todos los santos, con los mártires como un subconjunto especial dentro del grupo más grande. Una referencia a todos los santos que se han negado a adorar a la bestia tiene más sentido, y esto incluiría no solo a los santos de la tribulación, sino también a todos los creyentes a lo largo de la historia que se han negado a adorar a los falsos pretendientes que se dan a sí mismos como dioses. En 3:21 Cristo promete a los vencedores “el derecho de sentarse conmigo en el trono” (vea también 2:26–27; 3:12; 5:10), y esto se ajusta a Mateo 19:28 (“se sentarán también en doce tronos para gobernar a las doce tribus de Israel.) y 1 Corintios 6:2–3 (“el pueblo del Señor juzgará al mundo” y “juzgará a los ángeles”). Los mártires son el grupo principal en Apocalipsis 20:4, y en el contexto más amplio (como 20:9, “el campamento de los santos”) están incluidos todos los que han permanecido fieles a Cristo. Mientras se sientan en los tronos, Dios les da “autoridad para juzgar”, alude a Daniel 7:22 en la Septuaginta: “El juicio fue dado a los santos del Altísimo”. Esto se basa también en los pasajes mencionados en el párrafo anterior, y muchos creen que esto significa no solo juzgar sino también gobernar sobre las naciones. Para este período, los santos gobernarán las naciones bajo Cristo. Estos cristianos victoriosos han hecho tres cosas por Cristo: han sido decapitados/martirizados, se han negado a adorar a la bestia y se han negado a aceptar su marca. La razón de todo esto se repite en 1:2, 9 (también 6:9; 12:17; 19:10): “su testimonio acerca de Jesús” y “la palabra de Dios”. Han mantenido su testimonio y permanecieron fieles ante la increíble persecución. Se han ganado el derecho de sentarse en la corte de Cristo y ayudar a ejecutar las leyes de Dios en este período final antes del último juicio. La siguiente parte también está en el corazón del debate milenario. Juan dice que “volvieron a vivir” (griego ezēsan). Si esto significa que han sido resucitados corporalmente de los muertos, entonces esto sí ocurre después del regreso de Cristo. Este es claramente el significado en 20:5 (el “los demás muertos” viene a la vida), así como pasajes sobre las personas que vuelven a la vida (Mateo 9:18; Juan 11:25; Ro 14:9). Se refiere a la

resurrección de Cristo en Apocalipsis 1:18; 2:8 y la bestia vuelve a la vida en Apocalipsis 13:14. Quienes sostienen la visión amilenial dicen que esto se refiere a la nueva vida espiritual después de la conversión, la exaltación de los santos al cielo después de la muerte, o el estado intermedio. Sin embargo, el verbo regularmente en el Nuevo Testamento se refiere a la vida física y se ajusta mejor a la idea de la resurrección corporal. Así que esto representa la resurrección del santo en la Segunda Venida y luego su reinado con Cristo por los “mil años”. Este es otro de los propósitos principales de este período milenario: la reivindicación y la exaltación de aquellos que perdieron todo por la causa de Cristo. Juan ahora nos dice en 20:5 que “los demás muertos”, muy probablemente los no creyentes, “no volvieron a vivir hasta que se cumplieron los mil años”. La mayoría de las versiones reconocen correctamente este versículo como un paréntesis que aborda la situación de los pecadores que han muerto, es decir, aquellos que murieron en la batalla de 19:19–21 (Armagedón) y los muertos no salvos a lo largo de la historia. Esto significa que cuando los incrédulos mueren, su próximo momento consciente será cuando se enfrenten a Dios en el juicio final, a diferencia de los cristianos, que van inmediatamente al cielo para estar con el Señor. En 20:5b, Juan regresa al tema de los santos exaltados en 20:4 y afirma que su “regreso a la vida” es “la primera resurrección”. Mientras que algunos ven esto como el momento después de la muerte cuando los creyentes van al cielo en el estado intermedio, está estrechamente relacionado con 20:4, es decir, “volvieron a vivir y reinaron con Cristo”. Por lo tanto, se refiere a la resurrección en la Segunda Venida de Cristo cuando los santos reciben sus cuerpos de resurrección (1Co 15:51–52; 1Ts 4:13–18). Entonces los creyentes experimentan la primera resurrección, mientras que los no creyentes experimentan solo la “segunda muerte” (20:6). Este es el punto de Juan 5:29, que habla de los cristianos “resucitando a la vida” y de los no cristianos “resucitando a condenación”. En 20:6, la quinta bienaventuranza (1:3; 14:13; 16:15; 19:9) aborda el estado bendecido de aquellos que comparten o participan en la primera resurrección. Esta es la única bienaventuranza en el Nuevo Testamento con un segundo adjetivo (“dichosos y santos”) que describe la verdadera naturaleza de los “santos/fieles” que han sido apartados de este mundo para Dios y por lo tanto heredan la vida eterna. Cristo y Dios son “santos y verdaderos” (3:7; 4:8; 6:10), y los santos comparten su santidad en esta vida y por la eternidad. Hay un contraste adicional entre aquellos que tienen parte en la vida de resurrección y aquellos que no tienen parte en “el árbol de la vida y en la ciudad santa” (22:19) sino que tienen parte en el lago de fuego (21:8) Hay tres características de aquellos que participan de la primera resurrección: 1. La “segunda muerte no tiene poder sobre ellos”, es decir, la muerte eterna en el lago de fuego. Los creyentes experimentan la primera muerte, que termina con su existencia terrenal, pero reciben la corona de la vida en lugar de la segunda muerte (2:10–11). Para ellos, la muerte es “el último enemigo” que se destruye (1 Corintios 15:26, 54–55). Para los fieles, la segunda muerte es impotente. 2. Serán “sacerdotes de Dios y de Cristo”, como en 1:6; 5:10 (de Éxodo 19:6) y un tema importante en el libro (7:15; 22:3). Los ángeles son los sacerdotes del cielo, y los santos se unirán a ellos para servir a Dios por la eternidad. Tenemos un

papel sacerdotal ahora que adoramos fielmente a Dios y damos testimonio de Cristo a las naciones. Como Cristo es el “rey sacerdote”, nosotros compartimos eso como su “reyes y sacerdotes” (1:6). 3. Los fieles “reinarán con él por mil años”, repite 20:4 y un anticipo de nuestro reinado eterno (22:5). Entonces, el destino de los creyentes es adorar a Dios como sacerdotes y gobernar con él como realeza. La liberación de Satanás y la batalla final (20:7–10) Hay cinco aspectos de esta escena: la liberación de Satanás, su engaño y reunión de las naciones, su ejército que rodea al pueblo de Dios, su destrucción cuando el fuego desciende del cielo y el lanzamiento de Satanás al lago de fuego. Dios es absolutamente soberano, y él organiza los eventos. La escena está construida sobre Gog y Magog en Ezequiel 38–39, el modelo para la guerra escatológica final en el judaísmo. Satanás no es liberado hasta que “los mil años hayan terminado”, como se dijo en 20:3. Esto es evidencia para la posición premilenial, porque está claro que a Satanás no se le permitió engañar a las naciones en absoluto durante ese período. Él es “liberado de su prisión” en libertad condicional, y está claro en 20:3 (“debe ser liberado”) que esto es parte del plan divino, que permite un período final de engaño para probar el alcance de la depravación humana. Ahora el tiempo del engaño comienza de nuevo, y cada incrédulo entre las naciones inmediatamente acude a Satanás. Es como si durante todo el tiempo que estuvieron bajo el gobierno de Cristo, anhelaran que Satanás regresara. Nunca han respondido al evangelio durante ese largo tiempo, y ahora demuestran de una vez por todas la profundidad de su depravación. Su pecado es eterno, por lo que el castigo eterno es la única opción válida. En 20:8, Satanás sale con un doble propósito: “engañar a las naciones” y “reunirlas para la batalla”. Como en 12:9 y 20:3, está claro que Satanás no domina a las personas: las engaña con mentiras que los convencen de seguirlo. Su propósito final es reunir a los ejércitos de las naciones para la batalla final, un último esfuerzo para arrebatar la victoria de la derrota. Sale a “los cuatro ángulos de la tierra”, es decir, el mundo entero, para unir a todas las naciones para la guerra. Su número es “como las arenas en la orilla del mar”, una imagen común para una innumerable hueste (Josué 11:4; 1Sa 13:5). Las naciones se identifican aquí como “Gog y Magog”, una referencia a Ezequiel 38–39, donde Gog (el rey de las tierras del norte) y Magog (= “la tierra de Gog”) vienen a hacer la guerra contra el pueblo de Dios. Con un orden de eventos similar al de Apocalipsis, la coalición de naciones viene a destruirlos (Ezequiel 38) pero se destruyen a sí mismos (Ezequiel 39), y luego sigue el pueblo glorificado de Dios que disfruta del templo escatológico (Ezequiel 40–48). Juan ve los eventos milenarios como el cumplimiento de esa profecía. Gog y Magog simbolizan a todas las naciones unidas para oponerse a Cristo y sus seguidores. Dios aquí, como en Ezequiel, es un Dios de pacto que es fiel a su pueblo asediado y los librará de sus enemigos. El propósito de la estrategia de Satanás es otra parte importante del debate milenario: “reunirlos para la batalla”. La redacción se toma textualmente de Apocalipsis 16:14 y lleva a muchos a postular que 20:8 describe la misma batalla que 16:14, y de ese modo que 20:1–

10 es cíclico, que describe la era de la iglesia. Si esto es cierto, 20:7–10 representan la batalla de Armagedón que termina la era de la iglesia, y 16:14–16; 19:11–21; y 20:7–10 retratan el mismo evento. Sin embargo, cuando observamos los detalles de 19:11–21 y 20:7–10, la única similitud real es esa cláusula. En el capítulo 19 Cristo regresa, la bestia lidera la guerra, y solo el ejército de la bestia es destruido por la espada de la boca de Cristo. En el capítulo 20, Cristo ha estado reinando en la tierra mil años, la guerra está liderada por Satanás, y todos los pecadores son destruidos, esta vez por el fuego del cielo. Los detalles son muy diferentes y lo más probable es que describan dos batallas separadas por “mil años”. La hueste masiva de la humanidad no salva ahora marcha por la tierra para “rodear el campamento del pueblo de Dios” (20:9). Esto incluye a todos los no creyentes que vivieron durante el período milenario. El lenguaje indica un ataque militar con ejércitos procedentes de todo el mundo para atacar a los santos. El “campamento de los santos” recuerda los campamentos de las 12 tribus alrededor del tabernáculo durante el andar por el desierto (Éxodo 33:7–11; Nm 2:1–34). Esto representa al pueblo de Dios una vez más perseguido pero protegido por Dios incluso de un enemigo vasto, aparentemente invencible. El campamento está situado en “la ciudad que ama”, a saber, Jerusalén. En 11:8 Jerusalén era una ciudad apóstata y con Roma se convirtió en la capital de la bestia. Ahora ha sido reinstalada a la ciudad sagrada que era en el Antiguo Testamento. Como en 19:19–21, el enemigo viene a la batalla, pero no hay batalla. Las malas intenciones se anulan, porque Dios se hace cargo, envía fuego desde el cielo y consume los ejércitos de Satanás. El “ascenso” de los incrédulos (traducido “marcharon” en la NVI) contra los santos está más que igualado por el “descenso” del fuego del cielo, lo que hace eco del fuego en 2 Reyes 1:10, 12 que consumió a los soldados que se opusieron a Elías, así como al fuego enviado a los soldados de Gog y Magog (Ezequiel 38:22; 39:6). Entonces los enemigos de Dios y su pueblo son consumidos por el fuego, un anticipo del castigo eterno que les espera en 20:13–15. Ahora Dios dirige su atención al “diablo que los había engañado” (20:10), con “diablo” la traducción griega del hebreo satanás. En 19:20–21 los otros dos miembros de la falsa trinidad, el dragón y el falso profeta fueron arrojados al lago de fuego. Ahora el miembro fundador, el diablo/satanás, los sigue al castigo eterno. Hay tres etapas por las cuales se pobla el lago de fuego: primero las dos bestias (19:20–21), luego Satanás (20:10) y finalmente sus seguidores incrédulos (20:13–15). Así que ahora el diablo es “arrojado al lago de fuego y azufre”, en paralelo al castigo de Gog en Ezequiel 38:22: “haré caer lluvias torrenciales, granizo, fuego y azufre”. Satanás es consciente de su derrota segura, como en Mateo 8:29 donde los demonios preguntan: “¿Has venido aquí a atormentarnos antes del tiempo señalado?” y en Apocalipsis 12:12 donde se nos dice que Satanás “sabe que le queda poco tiempo”. En conclusión, aunque la visión amilenial es viable, creo firmemente que el lenguaje y los detalles de 20:1–10 se ajustan mejor a una perspectiva premilenial. Sin embargo, no nos atrevemos a ser dogmáticos sobre el tema, ya que este es el único pasaje bíblico que discute claramente el evento, y los pasajes del Antiguo Testamento como Isaías 11:6–9 o Zacarías 14:5–17 se pueden adaptar a cualquier posición a escoger. Sin embargo, sigue siendo una pregunta importante, y creo que la evidencia es suficiente para apoyar un reinado terrenal de Cristo entre su regreso y su juicio final.

El propósito de este reinado terrenal de Cristo es doble: la vindicación y la exaltación de los santos, proporciona de esta manera una transición importante de su sufrimiento terrenal a su gloria celestial; y la prueba final de la naturaleza eterna de la depravación de los pecadores, quienes incluso después de experimentar a Satanás por una sola vida y a Cristo por 14 vidas (70 años x 14= 980 años) acuden después a Satanás en el momento en que es liberado. Esto lleva a la necesidad del castigo eterno en 20:11–15. ¡La verdad es que incluso después de mil millones de años, aquellos que están controlados por el pecado aún odiarán a Cristo! Las implicaciones para nosotros son cruciales. Quienes eligen el mundo a lo largo de sus vidas y planean tomar una decisión de última hora por Cristo para llegar al cielo se engañan a sí mismos. Cada día que se apartan de Cristo endurece aún más sus corazones, y si tienen tiempo al final de sus vidas para tomar una decisión, se regirá por una vida de rechazo a Cristo. Para aquellos que somos cristianos, este período milenario será un momento glorioso para disfrutar la presencia de Cristo y conocer a los innumerables creyentes de toda la historia.

Dios juzga desde un gran trono blanco (20:11–15) El gran trono blanco (20:11) Este episodio comienza de manera similar a 4:2, con un trono celestial y Dios sentado en él. Esta escena también culmina 19:11–21, donde Cristo vino a la tierra para derrotar y destruir las fuerzas del mal. Ahora ese propósito se completa en el juicio final. El trono es central en todo el libro, connota a Dios como Señor soberano sobre su creación. Aquí el trono es también el asiento de Bema, donde el Rey actúa como Juez sobre su reino. Solo aquí hay una descripción más detallada. Es el “gran” trono en el sentido de que no solo es inmenso sino también majestuoso, más allá de toda descripción. Cuando pensamos en los espectaculares tronos descubiertos a través de la arqueología y los de nuestros días (como el de la Reina de Inglaterra), debemos darnos cuenta de lo insignificantes que son en comparación con el trono eterno de Dios. También es “blanco”, que en todo Apocalipsis simboliza la pureza, la santidad y el triunfo (1:14; 4:4; 6:11; 7:9; 14:14; 19:11). Antes de que la nueva era pueda comenzar, esta era actual debe llegar a su fin. Entonces “De su presencia huyeron la tierra y el cielo, sin dejar rastro alguno”. Esto se basa en Isaías 51:6, que dice: “como humo se esfumarán los cielos, como ropa se gastará la tierra” (también Sal 102:26; Ezequiel 32:7–8). El evento se describe en 2 Pedro 3:7, 10: “el cielo y la tierra están guardados para el fuego, reservados para el día del juicio y de la destrucción de los impíos”. Romanos 8:18–22 nos dice que la creación misma anhela este día. Está gimiendo, llena de frustración por el pecado y la decadencia que la humanidad ha provocado. La creación de Dios anhela el día en que será remodelada y se convertirá en lo que Dios originalmente quiso que fuera, parte de “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Ap 21:1). Así que aquí huyen (6:14; 16:20) porque no hay lugar para ellos. Están llenos de pecado y, por lo tanto, no tienen lugar en la presencia de Dios. Como en 16:20, se connota la destrucción total, y en 21:1 el cielo nuevo y la tierra nueva pueden descender “porque el primer cielo y la primera tierra han muerto”.

El juicio de los justos (20:12) La identidad de “los muertos” en 20:12 se debate, y la mayoría de los estudiosos toman el total de 20:12–13 como el juicio de los pecadores. Sin embargo, creo que esto sigue el patrón de la escena de la cosecha en el capítulo 14, donde argumentaba que la cosecha de granos (14:14–16) son los santos y la cosecha de la uva (14:17–20) los pecadores. A favor de que los muertos en 20:12 sean justos, serían 1) ellos están “de pie delante del trono”, en paralelo con Cristo en 5:6 y los santos en 7:9; y 2) la apertura del libro de la vida tiene lugar aquí, pero no en 20:13, con la connotación de que sus nombres están escritos en contraste con los pecadores (20:15). Si Daniel 12:1–2 está detrás de esta imagen, esto significaría, como lo hace allí, que “todo aquel cuyo nombre se encuentre escrito en él será entregado… a la vida eterna”. Contra tal entendimiento sería que los justos “volvieron a vivir” antes del milenio en 20:4, mientras que aquí se trata de “los muertos, grandes y pequeños”, lo que podría significar que son los incrédulos de 20:5. Pero los muertos en 20:12–13 podrían ser aquellos que han experimentado la muerte terrenal, serían así 20:12 los que “volvieron a vivir” en 20:4 y 20:13 son “los demás muertos” en 20:5. Entonces mi opinión es que 20:12 es el juicio de los justos, un juicio de recompensas. El grupo de los muertos en 20:12 es el mismo grupo que cobró vida antes del milenio en 20:4 (los justos), y los muertos en 20:13 son “los demás muertos” de 20:5. Los “libros” (que contienen las obras de los justos) se abren ante el concilio del cielo y el “Anciano de los días” (de Dan 7:10), y los santos dan cuenta de Dios (Heb 13:17) para ser aprobado por él (2 Tim. 2:15). Luego tenemos otro libro abierto, a saber, “el libro de la vida”. Los primeros libros contienen los hechos de creyentes y no creyentes por igual; Este libro contiene los nombres de los ciudadanos del cielo, aquellos que tienen vida eterna, construido sobre Daniel 12:1–2 (mencionado anteriormente). En otros lugares se usa negativamente, enfatizando a aquellos que no están en el libro (Apocalipsis 3:5; 13:8; 17:8; 20:15). Aquí están los que están en el libro, los que pertenecen al cielo y son las personas especiales de Dios. Aquí los que tienen vida son “juzgados según sus obras”. Esta es una definición virtual del tema de las recompensas en las Escrituras. Todo lo que hemos hecho por Dios y por los demás nos será devuelto y será nuestro por la eternidad. En Lucas 16:9–13, esto se representa como un retorno de la inversión, con nuestras acciones colocadas en el banco del cielo y luego entregadas a nosotros cuando entramos en el cielo. Este tema se encuentra a menudo en el Antiguo Testamento (Job 34:11; Sal 28:4; Jer 17:10; Ezequiel 18:20) y en el Nuevo Testamento (Mateo 16:27; Ro 14:12; 2Co 5:10; 1 Pe 1:17). Es importante separar esto de la justificación por la fe. Efesios 2:8–9 deja en claro que somos salvos por gracia, no por obras. Sin embargo, los creyentes al final de nuestras vidas “daremos cuenta” a Dios (Heb 13:7) y nos arrepentiremos del pecado no confesado, así como recibiremos nuestras recompensas por lo que hemos hecho por Dios y otros. El juicio de los pecadores (20:13–15) El “mar” (12:12; 13:1) junto con “la muerte y el infierno” (1:18; 6:8) personifican el reino del mal en Apocalipsis. Se dice que el mar está destruido en 21:1, sin embargo, entrega a

sus muertos aquí. Esto está en consonancia con el simbolismo apocalíptico, en el que cada visión está destinada a ser tomada como una unidad autónoma. El mar es el reino del mal, y entrega a sus muertos para el juicio final. Esta es la “segunda resurrección” implícita en 20:5, ya que los muertos injustos ahora cobran vida para rendir cuentas a Dios. Cuando se paran ante Dios, lex talionis funciona una vez más, y son “juzgados según lo que habían hecho” durante sus vidas terrenales (lo mismo que los justos en 20:12). Esto ha llevado a muchos, como Dante en El infierno o Milton en El paraíso perdido, a imponer grados de castigo en el infierno para igualar los grados de recompensa en el cielo. Esto no puede ser probado en última instancia, pero sobre la base de este pasaje debe seguir siendo una posibilidad. Sin embargo, esto no es lo mismo que la doctrina del purgatorio, para la cual no veo evidencia en la Biblia. Después del juicio final, los poderes del mal se unen a la falsa trinidad en el lago de fuego (20:14). Primero, “la muerte y el infierno”, personificando a las fuerzas demoníacas, son arrojados al lago de fuego. Como dice Pablo en 1 Corintios 15:26: “El último enemigo en ser destruido es la muerte”; esto incluye tanto la muerte física como los proveedores de la muerte, los ángeles caídos. La nota adicional aquí: “el lago de fuego es la muerte segunda”, aclara 20:6, “la segunda muerte no tiene poder sobre ellos” (los justos). El castigo eterno está reservado para los pecadores endurecidos y no tiene poder sobre los creyentes, quienes heredarán la vida eterna. Entonces, en este punto, todos los poderes malignos, la falsa trinidad y el reino demoníaco quedan eliminados para siempre del contacto con el pueblo de Dios. ¡Dios ha erradicado el mal por toda la eternidad! En 20:15 volvemos al “libro de la vida” y a aquellos cuyos “nombres no estaban escritos en él”. La etapa final en la eliminación del mal es el lanzamiento de los incrédulos al lago de fuego. Debemos entender que la “segunda muerte” (20:6) no constituye la muerte de la misma manera que la muerte terrenal, es decir, el cese de la existencia terrenal. Aquí no hay un final de la vida sino un castigo consciente continuo. Sin embargo, sigue siendo la muerte, porque no hay experiencia de bondad o de Dios para el resto de la eternidad. No tienen parte en el pueblo de Dios y no tienen futuro con Dios. Un Dios santo debe erradicar el mal y dado que los seres creados son eternos, esto debe significar un castigo eterno. La idea del juicio ardiente ocurre en Daniel 7:9–11 (la bestia “arrojada al fuego ardiente”) e Isaías 66:24 (“ni se apagará el fuego que los consume”). No hay una respuesta bíblica sobre cuán literal se pretende que sea este fuego. La imagen impregna tanto las Escrituras que la posición predeterminada es que es literal, pero debemos esperar el juicio final para saber con certeza. La Biblia entera ha esperado esta secuencia de eventos que terminarán con el reino del mal y la transición al reino eterno de la Trinidad divina. Lo mismo se aplica al juicio final de los poderes del mal y de los pecadores que los siguen. Todos nosotros, santos y pecadores, nos enfrentaremos a Dios, daremos cuenta de nuestras vidas y seremos juzgados o recompensados con base en lo que hemos hecho. La justicia divina exige esto, y el fin del mal es necesario antes de que la eternidad pueda comenzar en el cielo de bondad. Los pecadores, los ángeles caídos, y la muerte y el propio Hades, deben ser arrojados a la eterna oscuridad y al tormento para dar paso a la alegría y la bendición del “cielo nuevo y la tierra nueva”. Además, está claro que esto no puede ser aniquilación sino tormento consciente por la eternidad (Ap 14:10–11; 19:20; 20:10; 20:13–15).

Hablamos de “prepararse para la jubilación”, ahorrar fondos que nos ayudarán a través de nuestros años crepusculares. ¿Qué tal si nos preparamos para nuestro “retiro” eterno y llevamos recompensas eternas con nosotros a nuestra existencia celestial? Todo lo que hagamos ahora por Dios, la iglesia y otros se convertirá en nuestra recompensa eterna. Le reto, lector, a vivir para la eternidad y no solo para el presente.

UN CIELO NUEVO Y UNA TIERRA NUEVA (21:1–27)

Desde el momento en que Adán y Eva perdieron su lugar en el jardín/paraíso, el plan divino y toda la Escritura se han centrado en el momento en que el pecado será erradicado y la creación de Dios pueda volver a su propósito original. No solo el libro de Apocalipsis, sino que toda la Escritura se ha preparado para los eventos del capítulo 21. Las debilidades de las siete iglesias ahora están volcadas en las fortalezas y la perfección de la ciudad santa, la nueva Jerusalén; las visiones del libro, centradas como lo han hecho en la reivindicación de los santos y el castigo justo de los pecadores, ahora culminan en la visión de la bondad perfecta de los ciudadanos del cielo. La paz espiritual y la alegría del reino terrenal han sido un anticipo de lo que ahora se revela: la gloria mucho mayor de todo el pueblo santo y verdadero de Dios al entrar en la eternidad. El plan de salvación de Dios ahora llega a su etapa final, y los santos, quienes experimentaron espiritualmente la presencia de Dios en su vida terrenal, ahora disfrutan de su presencia real y tienen paz y gozo eternos con él. Este capítulo está organizado como los capítulos 12–13, con un párrafo de tesis en 21:1– 8 (el descenso de la ciudad santa) seguido de dos expansiones de esta visión inicial, que ve a la nueva Jerusalén como un eterno lugar santísimo (21:9–27) y luego como el Edén escatológico final (22:1–5). Al igual que con las visiones anteriores en el libro, esta es probablemente simbólica, con el descenso de la nueva Jerusalén que significa la llegada del cielo nuevo y la tierra nueva y la iniciación de la eternidad con Dios. La nueva Jerusalén es la realidad que finaliza las esperanzas del pueblo de Dios y las recompensas por todo lo que han soportado por él.

Juan ve el cielo nuevo y la tierra nueva (21:1–8) Este es un pasaje de transición similar a los coros de Aleluya de 19:1–10. Concluye las visiones de 19:11–21:8 e introduce las visiones celestiales de 21:9–22:5. Como tal, une las escenas terrenales con las celestiales, culmina las escenas del escatón (la Parusía, el Armagedón, el milenio y el juicio final) e inicia las escenas finales que representan el estado eterno del pueblo de Dios. La visión fundamental (21:1–2)

Isaías concluye su profecía con la promesa de que Dios hará un “cielo nuevo y tierra nueva” (Is 65:17; 66:12); y 2 Pedro 3:13 declara que la destrucción en fuego de la tierra vieja conducirá a un “cielo nuevo y tierra nueva”. El pecado ha manchado tanto la primera creación de Dios que debe ser reemplazada, y Romanos 8:18–22 declara que la creación anhela ese día en que se será creada de nuevo. En el judaísmo existían dos ideas, una que enseñaba una tierra renovada y transfigurada (Jubileos 1:29; 4:26; 1 Enoc 45:4–5), y la otra la destrucción del mundo actual y una creación completamente nueva (1 Enoc 72:1, 83:3– 4; 2 Baruc 44:12). Esto y 2 Pedro 3 probablemente sigan la segunda tradición, con Dios creando un nuevo orden y un nuevo mundo. Sabemos poco sobre la forma que tomará. Con una resurrección física y las imágenes de una “nueva tierra” con calles, etc., parece que se indica algún aspecto de lo físico. Pero tendremos que esperar y ver qué será exactamente. ¡Todo lo que sabemos con certeza es que será maravilloso, más allá de la imaginación! La ausencia de cualquier mar en 21:1 significa la ausencia total del mal. El pecado y todas sus manifestaciones en las fuerzas demoníacas y las naciones malvadas desaparecerán para siempre. Con el nuevo cielo y la nueva tierra en su lugar, entonces “la ciudad santa, la nueva Jerusalén” “bajaba del cielo, procedente de Dios” (21:2). La Jerusalén terrenal había apostatado crucificando al Señor (11:8), se había opuesto a los dos testigos (11:2) y se había unido a la gran Babilonia como la “gran ciudad” (11:8; 16:19; 17:18). Ahora ha vuelto a Cristo (20:9) y es una vez más la “ciudad santa”. En Isaías, la nueva Jerusalén glorificada se convertirá en el centro religioso del mundo (Isaías 2:1–5) con Yahweh su Redentor (59:20) y se convertirá en “Jerusalén, la ciudad santa” (52:1). Habrá un “nuevo éxodo” con el jardín del Edén restaurado (Ezequiel 36:35) y el santuario de Dios restablecido: “Habitaré entre ellos, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Ezequiel 37:27). En el Nuevo Testamento este tema continúa en Gálatas 4:26 (“la Jerusalén que está arriba”) y Hebreos 12:22 (“la Jerusalén celestial”). En Juan 1:51, Jesús dijo que en su venida a la tierra su discípulo Natanael: “verán abrirse el cielo, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre”. En otras palabras, Jesús es la escalera de Jacob, y él ha traído el cielo a la tierra (vea Génesis 28:12). En el cielo nuevo y la tierra nueva, los dos finalmente están completamente unidos. Nunca más habrá una tierra “aquí abajo” y un cielo “allá arriba”. El templo celestial de Apocalipsis 7:15; 11:19; 14:15–17 ha descendido en forma de ciudad y se ha convertido en el hogar eterno de los santos. En su belleza y alegría, la ciudad está “preparada como una novia hermosamente vestida para su prometido”. La iglesia es “la novia del Cordero”, y su vestido constituye sus “acciones justas” (19:7–8). Aquí la ciudad santa es como una novia, hace eco de Isaías 54:5– 6, donde Sion es la esposa de Yahweh que tiene piedras preciosas (54:11) y “vestiduras de salvación” (61:10). En un sentido muy real, la nueva Jerusalén es a la vez el lugar donde residirán los santos por la eternidad y un símbolo para las personas mismas, describe su estado y hogar futuro. La voz desde del trono (21:3–4)

La voz del trono, probablemente un heraldo angelical con un mensaje de Dios, interpreta el significado de la ciudad celestial, se basa en motivos del Antiguo Testamento. El pacto del Sinaí se cumple cuando el código de santidad de Levítico 26:11–12 llega a buen término: “Estableceré mi morada en medio de ustedes… Caminaré entre ustedes. Yo seré su Dios, y ustedes serán mi pueblo”. Esta promesa del pacto reverberó a través del Antiguo Testamento (Éxodo 29:45; Jer 31:33; Ezequiel 37:27 [el versículo detrás de la redacción aquí]; Zac 2:11). “La morada de Dios” es una traducción virtual de la “Shekinah” (del hebreo shakan, “habitar”), tipificada en la columna de fuego de noche y la nube de día en el éxodo, así como la nube que llenaba el tabernáculo. Este pacto primario realmente se consuma aquí en la eterna comunión establecida entre Dios y su pueblo. Dios ya no habita en lo alto y se eleva sobre su pueblo, sino que ahora “habita” en medio de ellos. El resto de Apocalipsis 21:3 expande esta idea central de dos maneras. Primero, “serán sus pueblos” [traducción literal del griego]. El texto aquí es plural, lo que significa que en el cielo desaparecerá toda discriminación étnica y racial. Los pueblos del mundo se convertirán en uno, y atesoraremos las culturas de los demás (vea también 21:24, 26). El pasaje del nuevo pacto de Jeremías 31:33 (= Heb 8:10) dice: “Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo”. Este pasaje se cumplió parcialmente en la iglesia como el crisol de diversos grupos de personas (Ef 2:14), y ahora se completa absolutamente por toda la eternidad. Solo en la realidad eterna se puede cumplir esto en un sentido final. Segundo, “Dios mismo estará con ellos y será su Dios”. Esto también se cumplió parcialmente en la iglesia como el nuevo Israel. Pero todas las promesas del pacto en el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento se experimentaban solo en el nivel espiritual. En el cielo, la realidad física completa finalmente tendrá lugar. Moisés no podía mirar el rostro de Dios y vivir, pero allí lo miraremos y caminaremos de la mano con él. Después de describir el significado central de la nueva experiencia Shekinah, Juan describe los beneficios asociados con esta nueva realidad (21:4), centrándose en la paz y la alegría que los santos tendrán con nuestro Dios. Primero, Dios “les enjugará toda lágrima de los ojos”, reproduciendo 7:17 (mirando hacia atrás a Is 25:8; 30:19; 35:10). Todas las penas de la vida (el resultado del pecado) se habrán ido para siempre. En segundo lugar, “no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor”, porque los efectos debilitantes del pecado y el sufrimiento han sido eliminados de nosotros. La creación no solo “gime” en medio de sus enfermedades, sino que también “gemimos internamente mientras esperamos nuestra adopción como hijos de Dios”, lo que se refiere no a la conversión sino a “la redención de nuestros cuerpos” en nuestra traslación al cielo (Ro 8:22–23). Esta esperanza ha consolado a los santos a través de los siglos, y Juan está describiendo el momento en que esa esperanza se convierte en realidad. Todo esto ha tenido lugar porque “porque las primeras cosas han dejado de existir”. Las “primeras cosas” consisten en el “llanto y el dolor” de la vida finita caracterizada por la “muerte y el lamento”. Estas realidades actuales no tienen lugar en el nuevo mundo. Esta era la esperanza de los héroes de la fe en Hebreos 11, cuya fe se centraba en “una ciudad de cimientos eternos, una ciudad diseñada y construida por Dios” (Heb 11:10 NTV). Estaban buscando “un lugar mejor, una patria celestial” (11:16), y ahora esa patria ha llegado. Dios describe el nuevo orden celestial (21:5–6)

En Apocalipsis 21:3 el heraldo angelical habló desde el trono, pero en 21:5–6 “El que estaba sentado en el trono” habla por primera vez. Probablemente su declaración se aplica a todas las visiones del libro y no solo al contexto inmediato. Hay cinco elementos del discurso: 1. “Yo hago nuevas todas las cosas” es virtualmente un título para esta sección en el cielo nuevo y la tierra nueva. El verbo “hacer” se usa a menudo para el acto de creación de Dios (14:7) y la redención (1:6; 3:12; 5:10), y esta es una nueva creación en la que el cielo y la tierra se fusionan en un solo lugar donde los redimidos pasarán la eternidad. El viejo orden, contaminado por el pecado, se ha ido para siempre y ha sido reemplazado de acuerdo con Isaías 65:17: “Presten atención, que estoy por crear un cielo nuevo y una tierra nueva. No volverán a mencionarse las cosas pasadas, ni se traerán a la memoria”. Hoy hay un aspecto inaugurado en esto: cada cristiano es ahora una “nueva creación” que se prepara para la “nueva creación” final en eternidad. 2. Como en Apocalipsis 1:11, 19; 14:13; 19:19, Juan recibe la orden de “escribir” el mensaje, señalando su gran importancia para la iglesia. La razón de su naturaleza crítica es que, como en 1:11, 19, es “fiel y verdadero”, lo que señala la veracidad de este mensaje crucial de Dios. La iglesia debe confiar en ellos y prestarles atención, porque provienen del Dios fiel y verdadero que le ha dado a su pueblo esta nueva creación. 3. En el juicio de la séptima copa (16:17) una voz proclamó: “Se acabó”, señalando la finalización del plan de Dios contenido en el rollo de los capítulos 5 y 10. En 21:6 Dios repite ese mensaje, lo que significa que la historia de salvación de Dios se ha cumplido y la era final ha comenzado. Ha habido tres etapas: en la cruz, Jesús dijo: “Todo está cumplido” (Juan 19:30), refiriéndose al plan redentor de Dios centrado en su sacrificio expiatorio. Entonces Apocalipsis 16:17 señaló el escatón que puso fin a este presente mal orden. Finalmente, aquí esta declaración significa que toda la historia humana, incluida la destrucción de este mundo malvado y la nueva creación del hogar eterno ahora han tenido lugar. 4. Todas estas acciones divinas están ancladas en el carácter de Dios como soberano sobre la historia, visto en la repetición de 1:8: “Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin” (también 1:17; 2:8; 22:13). Todo el Apocalipsis está enmarcado por este tema central, basado en “el primero y el último” de Isaías 44:6; 48:12. Toda la historia ha estado bajo su control, por lo que los lectores pueden estar seguros, incluso en este momento de maldad, de que Dios sigue siendo soberano sobre todos. 5. Juan finalmente declara las futuras bendiciones engendradas por el control divino de la historia, y esto finaliza las que están en 21:4. Los “sedientos” son aquellos que han perseverado y permanecido fieles a Cristo. En la nueva Jerusalén, el Señor les dará el regalo del “agua de vida”, en paralelo con Juan 4:10–15; 6:35; 7:37–39. Esto se deriva de Isaías 55:1: “¡Vengan a las aguas todos los que tengan sed!”, y se repite en Apocalipsis 7:17, prometiendo que el Cordero “los pastoreará y los guiará a fuentes de agua viva”. Entonces, esta es

una invitación a todos los lectores para calmar su sed espiritual en Cristo con la promesa de que nunca más volverán a tener sed. El desafío de vencer y no ser un cobarde (21:7–8) John ahora interrumpe su presentación de la visión para dirigirse a los lectores, a quienes se les advierte que reconozcan la diferencia entre fidelidad y compromiso, para ser un vencedor en lugar de un cobarde. El desafío inicial para “ser vencedor” era el pensamiento final en las cartas a las siete iglesias, que conducía a las promesas escatológicas a estos vencedores. Irónicamente, a medida que la bestia los vence al quitarles la vida (13:7), ellos la vencen al ceder sus vidas. Como resultado, “heredan todo esto”, lo que se refiere no solo a las promesas en las siete cartas sino también a todas las bendiciones del cielo nuevo y la tierra nueva en 21:1–22:5. La “herencia” son las recompensas que esperan a los fieles (Hechos 20:32; Ro 8:17; Gá 3:29; 4:7; Ef 1:14; 3:6; Tito 3:7; 1 Pedro 1:4). La mayor bendición de todas es la increíble realidad de Apocalipsis 21:3: “Seré su Dios y ellos serán mis hijos”. Esto resume el pacto abrahámico (Génesis 17:7) y el pacto davídico (2Sa 7:14) y señala el lenguaje de adopción de Romanos 8:14–17: “Los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios”. Ahora ha ocurrido la adopción completa, y lo que experimentamos ahora es un anticipo de esa alegría eterna. En contraste con aquellos que heredan esas bendiciones, los pecadores serán arrojados al lago de fuego (21:8). Esto parece fuera de lugar, ya que el castigo ya tuvo lugar en 20:13– 15. Sin embargo, esta es una excursión que advierte a los lectores y, por lo tanto, no forma parte de la narración. La lista de pecados es una lista de vicios común en el mundo romano, en el Nuevo Testamento (Ro 1:29–31; Ef 4:25–32; Stg 3:14–16; 1Pe 4:3, 15), y en este libro (Apocalipsis 9:21; 22:15). La lista aquí resume los pecados del libro y demuestra la depravación de los incrédulos. Los “incrédulos” son aquellos que se negaron a arrepentirse y se opusieron a Dios (9:20– 21; 14:6–7; 16:8–11). Esta lista enumera los pecados que envían a los incrédulos al lago de fuego. Los actos “viles” son las acciones abominables que resultan de la incredulidad (17:4– 5; 21:27). Los “asesinos” son aquellos que han matado a los santos (6:9; 9:21; 13:7, 10; 17:6). Los “que cometen inmoralidades sexuales” eran parte del culto de nicolaíta (2:14, 20) y constituían la mayoría de los no salvos (9:21; 14:8; 17:2, 4; 18:3, 9). La “magia” o hechicería era una parte inherente de la religión romana, centrada en Éfeso (Hechos 19:13–20), y se observa en Apocalipsis 9:21; 18:23; 22:15. La “idolatría” es un tema principal del libro y está en el corazón de los pecados centrales (2:14, 20; 9:20; 13:4–15; 22:15). Los “mentirosos” a menudo son condenados y se refieren principalmente a las mentiras de los falsos maestros y la religión pagana (2:2; 3:9; 14:5; 16:13; 19:20). Se debe prestar especial atención a los “cobardes”, un término que solo se encuentra aquí en el Nuevo Testamento. Hay un contraste específico entre el vencedor que hereda la vida eterna y el cobarde que pasa la eternidad en el fuego del infierno. La lista que ocupa la mayor parte de 21:8 describe a los incrédulos malvados, pero el cobarde es probablemente el cuasi-cristiano débil que no persevera y cede ante los falsos maestros y las presiones del mundo; ellos “caen” (como en Heb 6:4–6; Stg 5:19–20; 1 Juan 5:16). Se les dice a los lectores

que elijan si vencer y seguir a Cristo o ser vencidos como cobardes, uniéndose así a los incrédulos en la condenación eterna.

La nueva Jerusalén es un lugar santísimo (21:9–27) Después de la visión introductoria de 21:1–8, Juan le da al lector una visión detallada de la ciudad de Dios, pasando de su origen (21:9–10) a su belleza (21:11) y sus fundamentos (21:12–14), seguido de sus medidas (21:15–17), sus joyas preciosas (21:18–21) y su pureza interior (21:22–27). El contraste absoluto entre el imperio de la bestia y el de Cristo, visto en los paralelos con 17:1–19:5 (por ejemplo, 17:1–3 con 21:9–10), es evidente. Se advierte a los lectores que elijan sus lealtades con mucho cuidado, porque la eternidad está en juego. Muchas de las imágenes están tomadas de la visión del templo de Ezequiel 40–48, pero un contraste es sorprendente. Todo en Ezequiel se centra en el templo, pero en la nueva Jerusalén no hay templo (Ap 21:22). La ciudad de Dios es un templo, de hecho, el lugar santísimo, en sí mismo. La Shekinah de Dios se ha ampliado para incluir todo el lugar de la morada del pueblo de Dios, el cielo mismo. ¡Pasaremos la eternidad en el lugar santísimo! Un ángel guía transporta a Juan (21:9–10) Hay tres paralelos entre estos dos versículos y 17:1–3: Es uno de los ángeles con las copas que nuevamente le muestra a Juan la visión; el ángel dice: “Ven, te…”, quien se convierte en el guía celestial de Juan; luego, en ambos lugares, se nos dice: “Entonces me llevó en el Espíritu”, destacando una nueva visión y la centralidad del Espíritu Santo en el proceso. El contraste entre el imperio como la ramera y la ciudad santa como novia se hace aún mayor. Como se mencionó anteriormente (en 21:1–2), la nueva Jerusalén no es solo un lugar sino también un pueblo. La ciudad de Dios es el lugar donde los santos vivirán por la eternidad, sin embargo, está totalmente compuesta por las personas mismas. En 21:2 la nueva Jerusalén es “como una novia”; aquí está la novia y aún más. Es “la esposa del Cordero”, que culmina con todas las imágenes del Antiguo y Nuevo Testamento señaladas en 19:7. La ceremonia ha tenido lugar, y Cristo y su iglesia pasarán la eternidad como marido y mujer. La muerte sacrificial del Cordero y la victoria que esto forjó sobre los poderes cósmicos lo han hecho posible. Con esto el ángel “se lleva a [Juan] en el Espíritu” (21:10), como en 17:3, refiriéndose al estado visionario. Pero aquí, a diferencia de 17:3, Juan no es llevado al desierto sino a “una montaña grande y elevada”, posiblemente aludiendo al Monte Sinaí donde Dios le dio la Torá a Moisés (Éxodo 19–20) o al Monte Nebo donde se le mostró a Moisés la tierra prometida (Dt 34:1–4). Además, esto refleja Ezequiel 40:1–2, donde la visión del nuevo templo tuvo lugar en “una montaña muy alta”. Reiterando 21:2, la “ciudad santa” baja “del cielo, procedente de Dios”. La tradición judía colocaba la ciudad final de Dios en una montaña (Is 4:1–5; Miq 4:1–2; 1 Enoc 18:8; 24:1–3), y es posible que esto represente la nueva Jerusalén enclavada en el Monte Sion. Desciende de Dios, enfatizando que el Dios misericordioso que dio salvación a su pueblo ahora les está dando una morada eterna. La apariencia de la ciudad (21:11–21)

La nueva Jerusalén brilla, y en 21:11 su luminiscencia es causada por “la gloria de Dios”. Esto se refiere a su gloria Shekinah que reside entre su pueblo y llena la ciudad santa de la misma manera que cubrió el Monte Sinaí en Éxodo 24:15–17 y llenó el templo en 1 Reyes 8:10–12 (también Is 6:1–4; Ezequiel 43:2–5). La gloria divina le da a la ciudad un “brillo” o “resplandor” que es cegador en su intensidad, como en Ezequiel 43:2: “y vi que la gloria del Dios de Israel venía del oriente… y la tierra se llenó de su gloria”. Esta deslumbrante belleza se compara con “una piedra preciosa, semejante a una piedra de jaspe transparente”. Como se dijo en el comentario de Apocalipsis 4:3, un jaspe era un ópalo o un diamante, probablemente el último en términos de ser “claro como el cristal”. Es la joya principal del libro, que compone las paredes en 21:18 y la primera de las joyas de la fundación de 21:19– 20. En todos estos pasajes, las joyas simbolizan la gloria de Dios en toda su majestad, resplandor y pureza. En 21:12, la nueva Jerusalén se describe como una de las principales ciudades fortificadas del mundo antiguo, con “una muralla grande y alta” (no descrita hasta 21:17– 18) y puertas que proporcionan entrada a la ciudad. Sin embargo, todo el mal y el peligro han sido eliminados, y ya no hay necesidad de muros y puertas para proteger a los ciudadanos. Esta puede ser la razón de los detalles aquí, para recordar a los lectores la seguridad eterna que disfrutará el pueblo de Dios. Las paredes y las puertas simbolizan la increíble seguridad que Dios ahora proporciona. Es un “gran muro alto” debido al tamaño de la ciudad y la grandeza de la gloria de Dios, por lo que su propósito no es la defensa contra el peligro, sino porque contiene 12 puertas y proporciona entrada a todo el pueblo de Dios a través de la historia. La antigua Jerusalén tenía cinco puertas, pero esta es una megaciudad, y hay tres puertas en cada uno de los cuatro lados (21:13). Este patrón está tomado de Ezequiel 48:30– 35, pero en Ezequiel cada puerta lleva el nombre de una tribu; aquí simplemente declara que las puertas en su conjunto llevan el nombre de las 12 tribus. En Ezequiel, cada puerta proporciona una salida para que cada tribu saliera a su territorio asignado en la tierra prometida, pero aquí estas puertas proporcionan una entrada a toda la humanidad, las personas que han heredado la ciudad (Ap 21:3, 7). Permítanme ser claro: los nombres de las tribus en las puertas no representan a toda la humanidad, sino a Israel, el pueblo del pacto del Antiguo Testamento. La intención de Dios, como en el pacto abrahámico, es que Israel brinde una “bendición” a las naciones (Génesis 12:3) y les permita acceder a la morada de Dios. De esta manera, el pueblo de Dios proporciona acceso a los pueblos del mundo para que puedan arrepentirse y obtener acceso a la ciudad santa. Pueden ingresar a la nueva Jerusalén desde cada parte de la brújula. El orden aquí (este, norte, sur, oeste) invierte el orden de Ezequiel, pero lo más probable es que el énfasis no esté en el orden sino en la entrada efectuada. Hay “doce ángeles en las puertas”, vinculados con los vigilantes en los muros de Isaías 62:6. Sin embargo, estos ángeles no son guardias contra las amenazas, sino guardianes como los ángeles de las siete iglesias, que representan la nueva relación de Dios con su pueblo. A continuación (21:14), hay 12 cimientos en la muralla. En el mundo antiguo, estas eran piedras grandes elegidas por su belleza y fuerza, como las piedras de los cimientos del templo (1 Reyes 5:17). Si bien las puertas contenían los nombres de las 12 tribus, estos cimientos estaban inscritos con “los nombres de los doce apóstoles del Cordero”. Al igual

que con las tribus, el énfasis no está en los apóstoles individuales sino en los Doce como símbolo de la iglesia. En Efesios 2:20 la iglesia está “edificados sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas”. El “Cordero” aparece siete veces en esta sección, y en un sentido muy real, la ciudad santa es su ciudad, hecha posible por su sacrificio expiatorio que es el único que permite que la gente entre. La presencia de las 12 tribus y los 12 apóstoles juntos en las murallas une a los dos grupos del pacto en un pueblo completo de Dios quienes juntos brindan entrada a la ciudad eterna. En 11:1–2, Juan tomó una vara y midió el templo, el altar y los adoradores para mostrar que pertenecían a Dios. En 21:15, el ángel quien hablaba con Juan en 21:9 usa una caña de oro para “medir la ciudad, sus puertas y su muralla”. Una caña de oro es apropiada para una “ciudad de oro puro” (21:18) cuyas calles son de oro (21:21). Las puertas no se miden, pero probablemente están incluidas en los muros. En Ezequiel 40–48, el hombre vestido de lino midió varias veces a Jerusalén y sus alrededores (Ezequiel 40:5–9; 41:5, 13; 42:16–17 y otros), lo que significa la propiedad y protección de Dios. Aquí indica la presencia final y eterna de Dios, que garantiza la ausencia de todas las lágrimas, el dolor y el sufrimiento de su pueblo. Al igual que el templo en Ezequiel 42:15–20 y 45:2, la ciudad se presenta “cuadrada” (21:16). El templo de Ezequiel tenía 850 pies (500 codos) cuadrados, las mismas dimensiones del templo de Herodes. Aquí estas medidas son increíblemente exageradas. En Ezequiel, el templo es un cuadrado (largo y ancho medido), pero aquí es un cubo perfecto con las mismas dimensiones de largo, ancho y alto. La perfección de esta ciudad es otro grado mayor que la de Ezequiel. Además, Ezequiel describe un templo, mientras que aquí es una ciudad celestial, y no hay necesidad de un templo (21:22) porque toda la ciudad constituye un templo. La forma del cubo coincide con el lugar santísimo del templo de Jerusalén (20 codos en cada dirección; 1Re 6:20). Las increíbles medidas multiplican por mucho las de Ezequiel, 12,000 estadios (casi 2.200 km) en cada dirección, lo que significa un volumen de 3.375.000.000 millas cúbicas. Como los 1.600 estadios de 14:20 tenían la longitud de Palestina, ¡esta es la longitud del Imperio Romano desde España hasta el Éufrates! Esta es definitivamente una ciudad lo suficientemente grande como para albergar a todos los santos de todas las edades, de “todas las tribus, lenguas, pueblos y naciones” (5:9; 7:9). Después de medir la ciudad, el ángel mide el muro (21:17), y tiene “sesenta y cinco metros”, lo que parece enorme hasta que te das cuenta de que es un muro de 2200 km de largo. Esto parece pequeño para una ciudad de este tamaño, pero debemos darnos cuenta de que estas medidas son símbolos apocalípticos. Tanto 12.000 estadios [2.200 km] como los 144 codos son múltiplos de 12 y 10, vinculados con los 144.000 de 7:4; 14:1 para significar la perfección y la integridad tanto del pueblo de Dios como de la ciudad santa en la que pasarán la eternidad. El gran tamaño y la belleza de la ciudad coinciden con el esplendor de las personas que lo llamarán su hogar. Juan enfatiza que el ángel está usando una “medida humana”, lo que destaca que estos son estándares humanos destinados a ser entendidos por los lectores. El uso de oro, joyas preciosas y perlas en 21:18–21 es un eco de Isaías 54:11–12, donde Dios prometió reconstruir Jerusalén con “con turquesas… con zafiros… con rubíes… con joyas brillantes…y con piedras preciosas”. La desolada ciudad se transforma en una ciudad

decorada con oro y joyas, la novia de Yahweh. Estas piedras preciosas para Juan simbolizan la grandeza y la majestad del trono de Dios en el cielo (Apocalipsis 4:3–6), así como la nueva Jerusalén en su conjunto, y la ciudad refleja la majestad y el esplendor de Dios mismo. Dado que la muralla se midió en 21:17, la descripción comienza con ella, y está construida con “jaspe”, el diamante utilizado para describir el resplandor de la ciudad en 21:11. La belleza de la muralla participa de la gloria de Dios (vea 4:3). La ciudad misma está construida de “la ciudad era de oro puro, semejante a cristal pulido”, exactamente como su calle principal en 21:21, refleja 1 Reyes 6:20–22, donde Salomón superpuso el interior del santuario y su altar con oro. Esto va más allá de Salomón, ya que la ciudad no está superpuesta sino construida de oro puro. El oro impuro de este mundo finito es insuficiente, porque nada impuro puede permitirse en la nueva Jerusalén (Ap 21:27). Además, este es oro transparente (como el “mar de cristal” en 4:6). La gloria reflejada por el oro sólido es inadecuada, ya que los pisos y las paredes de la ciudad celestial deben irradiar la gloria de Dios en lugar de reflejar la gloria de los metales impuros. La visión ahora se convierte en las piedras fundamentales (21:19–20) que se describen como joyas preciosas. Estas piedras en 21:14 estaban inscritas con los nombres de los 12 apóstoles, por lo que la gloria y la majestad de Dios significadas en las piedras preciosas de 4:3–6 ahora se extienden a su pueblo. La lista de 12 joyas que decoran los cimientos se ha entendido de diversas maneras como una descripción general de la gloria del pueblo de Dios, como una inversión de la lista de 12 joyas vinculadas con los 12 signos del zodíaco en las antiguas listas egipcias y árabes, o como paralela a la lista de las joyas en el peto del sumo sacerdote en Éxodo 28:17–20; 39:10–13. Una comparación de las tres listas es esencial: Éxodo 28; 39 Apocalipsis 21 Zodiaco Rubí

Jaspe

Amatista

Topacio

Zafiro

Jacinto

Berilo

Ágata

Turquesa

Turquesa

Esmeralda

Topacio

Zafiro

Ónice

Berilo

Esmeralda

Rubí

Crisólito

Jacinto

Crisolito

Rubí

Ágata

Berilo

Ónice

Amatista

Topacio

Esmeralda

Crisolito

Turquesa

Ágata

Ónice

Jacinto

Zafiro

Jaspe

Amatista

Jaspe

A primera vista, la hipótesis del zodiaco parece impresionante, y encajaría con la postura en contra de la magia de Apocalipsis. Sin embargo, no hay evidencia real de que tal lista existiera en el primer siglo. La posibilidad más probable son las joyas del peto del sumo sacerdote, ya que ocho de las doce coinciden perfectamente, y hay evidencia de que las otras cuatro son piedras equivalentes bajo otros nombres (la NVI ha igualado los nombres). En Éxodo, las joyas representan las doce tribus, mientras que aquí señalan a los doce apóstoles (= la iglesia). Entonces, las doce joyas resaltan la naturaleza sacerdotal de la iglesia, el Israel del tiempo del fin (vea Apocalipsis 1:6; 5:10; 20:6). La primera opinión también es básicamente correcta, pero debe incluirse en la opción sacerdotal. Las joyas como símbolo del pueblo de Dios se usan con frecuencia, como en Isaías 54:11–13 donde la Jerusalén restaurada estará hecha de joyas costosas, y Ezequiel 28:13 donde adornan al rey de Tiro mientras se erige arrogantemente como el dios de su pueblo (nótese también las joyas de la gran prostituta en Apocalipsis 17:4). Con estas joyas, el contraste entre la ramera y la novia continúa. Entonces, Apocalipsis se basa en una larga tradición que representa la majestad de la ciudad celestial y la gloria del pueblo de Dios que la habita.2 Luego se describen las 12 puertas (21:21; vea 21:13). Mientras que los cimientos son 12 joyas diferentes, cada puerta consta de una perla colosal. Las perlas eran parte de la lista de joyas en 18:12, y allí hablé del valor desmesurado de las perlas en el mundo antiguo. Como las paredes tenían 144 codos de grosor, las puertas tendrían lo mismo. ¡Estas definitivamente son perlas apocalípticas! Finalmente, la “calle principal”, como la ciudad en su conjunto en 21:18, está hecha de “de oro puro, como cristal transparente”. En 22:1, 2, el “río del agua de vida” fluye desde el trono en el centro de esta calle principal, y el oro transparente una vez más significa que la gloria de Dios irradia desde la calle central. A diferencia de Babilonia/Roma, donde las calles significan maldad pura (vea 11:8), esta calle significa la pureza y la gloria del Dios Santo que emana de su pueblo. Las condiciones en la ciudad (21:22–27) El resto del capítulo 21 ofrece una visión de la vida en la nueva Jerusalén, tipificada por la santidad, la gloria y la alegría. Consiste en una serie de declaraciones negativas que dicen qué elementos terrenales no pueden tener parte en la ciudad (21:22, 23, 25, 27) intercalados con la gloria de las naciones que ingresan a la ciudad (21:24, 26). Juntos describen las condiciones que caracterizarán a la nueva Jerusalén. Los escritos judíos siempre se centraron en el templo celestial en las discusiones sobre la nueva Jerusalén (vea el comentario en 3:12; 21:1–2), especialmente Ezequiel 40–48, donde el templo es el foco principal. Esto, entonces, es sorprendente, pero es comprensible a la luz del énfasis en la ciudad santa que se representa como el lugar santísimo. En otras

palabras, toda la nueva Jerusalén es un templo, por lo que casi no hay necesidad de un templo en ella. La característica principal del templo era la morada de Dios (la Shekinah, del hebreo shakan, habitar) allí; esto es lo que hacía que el templo fuera sagrado. En la nueva Jerusalén reside entre su pueblo, por lo que toda la ciudad se convierte en el lugar santísimo donde Dios hace su hogar. La razón por la que no hay templo es “porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su templo”. En Éxodo 40:34 el libro termina con la declaración: “En ese instante la nube [que simboliza la Shekinah] cubrió la Tienda de reunión, y la gloria del Señor llenó el santuario”. En la ciudad final del templo, la nueva Jerusalén, esa gloria impregna toda la ciudad de tal manera que Yahweh se convierte en el templo. La Shekinah (del hebreo shakan, “habitar”) es Dios y su gloria “habita” entre los santos. Así que aquí “la morada de Dios está en medio de ellos” (21:3). Dios en su poder soberano y el Cordero en su presencia redentora constituyen el templo del cielo. En Isaías 60:19 la gloria de Sion escatológica se representa de esta manera: “Ya no será el sol tu luz durante el día, ni con su resplandor te alumbrará la luna, porque el Señor será tu luz eterna; tu Dios será tu gloria”. Con “la gloria de Dios” irradiando a través de la ciudad y dando luz, no hay necesidad de mera luz creada. Santiago 1:17 llama a Dios “el Padre de las luces celestiales”, y 1 Timoteo 6:16 dice que Dios “vive en una luz inaccesible”. La luz de Dios y el Cordero es tan intensa que “las naciones caminarán a la luz de la ciudad” (21:24), culmina así el tema en Apocalipsis sobre la conversión de las naciones (vea el comentario sobre 1:7). Esto no es universalismo, ya que la mayoría no se convertirá y enfrentará el castigo eterno (vea el comentario sobre 1:7). Pero uno de los propósitos de los sellos, trompetas y copas era convencer a las naciones de sus pecados y llevarlas al arrepentimiento, alusión a Isaías 60:3, 5, 11: “Las naciones serán guiadas por tu luz… y los reyes, por tu amanecer esplendoroso. Alza los ojos, mira a tu alrededor: todos se reúnen y acuden a ti. Tus hijos llegan desde lejos; a tus hijas las traen en brazos”. Esto finaliza la procesión de las naciones a Sion en Isaías, ya que Israel debía ser “una luz para los gentiles” (42:6; 51:4) para que las naciones sean atraídas a la luz (49:6; 55:5; 60:1, 3). Así, aquellos entre las naciones que se arrepientan ahora entrarán en la ciudad celestial. Los reyes “desfilarán derrotados” en Isaías 60:11 por lo tanto “te traerán las riquezas de las naciones” a la ciudad santa. Las imágenes en Isaías son de victoria militar, con los reyes de las naciones marchando en exhibición detrás del carro victorioso de Yahweh. Juan ha transformado esta imagen de triunfo militar a la de conversión y adoración (aunque Isaías tiene ambas cosas, con las naciones “saliendo a la luz” en 60:3), cuando los reyes entran a la ciudad celestial y “traen su doxa [gloria, esplendor] a ella”. La gloria terrenal que poseían la realeza y las naciones ahora se devuelve a Aquel que se la dio en primer lugar y que es el único “digno” (Apocalipsis 4:11; 5:12) de ella. Los reyes más tempranos dieron su lealtad a la bestia (16:12–13; 17:2, 18; 18:3, 9) y fueron destruidos con esos ejércitos (19:21). Sin embargo, la misericordia de Dios se extiende a todos y finalmente triunfa sobre el mal. Así, algunos se han arrepentido y han sido redimidos. La alusión a Isaías 60 continúa mientras las puertas están “siempre abiertas todo el día” (Is 60:11 agrega: “Tus puertas siempre estarán abiertas”). En la antigüedad, las puertas de la ciudad estaban cerradas por la noche para proteger a los ciudadanos y mantener afuera a los visitantes no deseados. Ahora Dios está en control, y todo mal ha sido destruido. No

hay ejércitos hostiles, y muchas de las naciones ahora han entrado en la ciudad celestial como compañeros creyentes. Además, “allí no habrá noche”, ya que la luz de la gloria de Dios está en todo momento irradiando por la ciudad (21:23). La luz del día es una delicia infinita, y tanto el peligro como la oscuridad se han ido para siempre. Como resultado, las naciones pueden entrar libremente (21:26) y traer su “gloria y honor” a la nueva Jerusalén (expandiendo 21:24). Esto puede connotar la idea de traer regalos a Dios, común para las peregrinaciones oficiales en el mundo antiguo, por ejemplo, en el homenaje y los regalos traídos al niño Jesús por los magos en Mateo 2. En Apocalipsis, la honra siempre pertenece a Dios en la adoración (Apocalipsis 4:9, 11; 5:12–13; 7:12), entonces la imagen es de la caravana real haciendo peregrinación a la ciudad santa para adorar a Dios. Podríamos imaginarnos a dignatarios terrenales como la reina de Inglaterra y el presidente de los Estados Unidos de rodillas ante el trono de Dios. Honrarán y glorificarán a Dios y al Cordero por toda la eternidad. La ciudad eterna debe ser pura, un espacio sagrado. Por lo tanto, “nada impuro [puede] entrar en ella” (21:27). Esto invierte 3:20, donde Cristo llama para “entrar” a nuestra iglesia. Combinando los dos, podremos entrar en la ciudad santa cuando hayamos invitado a Cristo a entrar en nuestros corazones. Los medios para hacerlo se detallan en 22:14: a quienes lavan sus ropas se les permitirá entrar por las puertas de la ciudad (vea Mateo 5:20; 7:21; 18:23). Hay tres grupos que no pueden ingresar: 1. Los impuros o inmundos son aquellos que caracterizan el imperio de la bestia, como los espíritus inmundos (el término en Marcos para demonios) como en Apocalipsis 16:13 o acciones impuras como la inmoralidad y las mentiras de 21:8. Mantener la pureza ritual era parte del estilo de vida sagrado en Levítico 11:44– 45, y las cosas inmundas son una abominación para Yahweh (Lv 11:40–43; Deuteronomio 7:25–26; 14:3). 2. Los que realizan actos vergonzosos están excluidos. El término griego se puede traducir como “abominaciones”, que se refiere a cosas absolutamente detestables para Dios, como las acciones de la gran prostituta en Apocalipsis 17:4–5, y esto ciertamente incluye la lista de vicios de 21:8. La santidad caracteriza a la nueva Jerusalén, y no puede haber lugar para nada impío. 3. El engaño está excluido, se refiere a las mentiras/falsedades de los judíos incrédulos y perseguidores (3:9), el culto de los nicolaítas y sus falsos maestros (2:2), el falso profeta (13:14; 16:13; 19:20), y miembros de la iglesia que refutan su profesión de fe con su mala conducta (los “cobardes” de 21:8). Todos siguen a Satanás el gran engañador (12:9; 20:3). En contraste, los santos “no se encontró mentira alguna en sus bocas” (14:5). Los santos son los únicos a los que se les permite ingresar a la ciudad celestial, porque sus “nombres están escritos en el libro de la vida del Cordero”. Este es el último de los seis lugares en los que se menciona el libro de la vida, lo que enfatiza dos veces a los que están en él (3:5; 21:27), tres veces los que no están en él (13:8; 17:8; 20:15), y una vez se usa en el juicio final (20:12). Es el libro del Cordero, hecho posible por su muerte (13:8) y que contiene el registro de los ciudadanos del cielo (compárese Sal 9:5; 69:28; Is 4:3; Da 12:1).

Se ha escrito mucho sobre el cielo a través de los siglos, pero la única descripción bíblica extendida se encuentra solo aquí en Apocalipsis 21. Lo más importante al respecto es que esto realizará la mayor promesa de todas: moraremos con Dios cara a cara. Moisés no podía mirarlo y vivir; no solo lo miraremos, sino que caminaremos con él de la mano. Además, todo nuestro sufrimiento habrá terminado; no habrá llanto, lágrimas ni dolor, solo alegría mientras habitamos nuestro cuerpo eterno perfecto. Lo que consideramos hoy como puro lujo será algo cotidiano, como lo muestra la descripción aquí. Pero a diferencia del lujo de la gran prostituta en Apocalipsis 17, este lujo no se exprimirá de la sangre y el sudor de aquellos que han sido aplastados por la injusticia. En cambio, Dios se lo dará a aquellos que lo han amado hasta el punto de la muerte (12:11). Es imposible imaginar la belleza, la gloria y la dicha de nuestra eterna existencia celestial. Las mentes humanas no pueden comenzar a pensar en las maravillas del cielo. Si pensamos en la vida más gloriosa posible y la multiplicamos un millón de veces, eso es una mera aproximación de lo que será nuestro. Los ángeles serán cercanos o vecinos de al lado, y los héroes del Antiguo Testamento, así como los apóstoles, vivirán en la misma calle. ¡Este capítulo no es más que una pequeña imagen de lo que nos espera!

EL EDÉN FINAL REGRESA A LOS FIELES (22:1–5)

Las visiones concluyen volviendo a la primera creación y al jardín del Edén. La intención de Dios al crear el primer jardín fue proporcionar un “jardín de deleite” (el significado de eden en hebreo) como recompensa por el pacto con Adán y Eva. Estos primeros habitantes no solo debían disfrutarlo, sino que debían cuidarlo como un servicio a Dios (Génesis 2:15). Toda su existencia se orientaba a Dios, lo que explica por qué no debían participar del árbol del conocimiento del bien y del mal (Génesis 2:17). Hacerlo sería reemplazar a Dios con uno mismo y el propio conocimiento. Lo hicieron y perdieron su lugar en el paraíso (el término Septuaginta para el jardín). Después de esto, los judíos creyeron que el jardín fue llevado al cielo para esperar a los fieles (2 Baruc 4:3–7; Testamento de Leví 18:10–11). La visión aquí muestra su descenso a la tierra renovada para ser devuelto al pueblo de Dios.

El río de vida fluye del trono de Dios (22:1–2a) En Apocalipsis 21:9 el ángel le mostró a Juan la novia, la nueva Jerusalén. Ahora el ángel le muestra a Juan la segunda parte de la visión del cielo: “el río de agua de vida”. En Génesis 2:10 un río fluía del Edén para “regar el jardín”, pero la vida estaba restringida al árbol de la vida (Génesis 2:9; 3:22–24). En el Edén recuperado aquí, el árbol de la vida se encuentra a ambos lados del río (22:2), y el río mismo consiste en el agua de la vida. Además, en Génesis, el río fluía “desde el Edén”, mientras que aquí fluye “desde el trono”. El Edén se ha

convertido en uno con la ciudad, se basa también en Ezequiel 47:1–12, donde la presencia vivificante de Dios infunde el río a medida que fluye desde el templo para restaurar todo lo que toca (vea también Sal 64:4; Is 35:6–9; Jer 2:13; Zac 14:8; Juan 4:10–14; 7:37–39). La fuente de este río es la Divinidad, el “trono de Dios y el Cordero”. Una vez más, Apocalipsis enfatiza la unidad entre Dios y el Cordero (3:21; 4:9–11; 5:9–13; 6:16; 7:10; 11:15; 14:4; 20:6; 21:22) y la deidad de Cristo. El trono (45 veces en el libro) se centra en el gobierno soberano de Dios como protector de su personas, y como en 7:9–17 “se paran frente al trono” y disfrutan su presencia. Este gran río fluye “corría por el centro de la calle principal de la ciudad” (22:2) que está construido de “oro puro como cristal transparente” (21:21), por lo que la calle y el río son la vía principal y determinan el movimiento en la ciudad santa. La imagen es poderosa. La calle principal es una supercarretera, pero en medio de la carretera no hay un mediano sino gran río del Edén, y en ambas orillas del río, en medio de la calle, hay un árbol múltiple de la vida. En el jardín original había un solo árbol de la vida, pero ahora la vida llena el nuevo Edén.

El árbol de la vida está presente, y la maldición es quitada (22:2b–3a) Claramente, la característica principal de la nueva Jerusalén es la vida, vista tanto en el “agua de la vida” como en el “árbol de la vida”. Adán y Eva entregaron la vida cuando eligieron el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, y ellos fueron expulsados del jardín como consecuencia. En Génesis 3:22, el árbol es la fuente de la vida eterna, por lo que Adán y Eva tuvieron que ser desterrados para que no alcanzaran la inmortalidad en medio de su pecado. Ahora esa vida (eterna) se devuelve al pueblo de Dios. El Edén ha sido restaurado y es mucho mayor de lo que era en Génesis 2–3, ya que la vida impregna toda la nueva creación. En Ezequiel 47:12 “crecerá toda clase de árboles frutales; sus hojas no se marchitarán, y siempre tendrán frutos” (también Proverbios 3:18; 11:30; Is 35:6–9), y ese es el caso aquí. Como el Edén original, abunda la fecundidad abundante, y ahora esa fruta no es solo física, sino espiritual/eterna. La promesa de Apocalipsis 2:7 de “comer del árbol de la vida” se ha cumplido. Estos múltiples árboles de la vida producen “doce cosechas al año, una por mes”. La promesa de que se proporcionará fruta cada mes del año es increíble. La fruta en nuestro mundo llega solo una vez por temporada, aunque el envío moderno puede hacer que parezca que viene con más frecuencia. Esto se suma a 21:4: no habrá “muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor”, y ahora tampoco más hambre. Sin embargo, hay más: las hojas “sanarán las naciones”, otra alusión a Ezequiel 47:12. Pero en Ezequiel es el Israel nacional el que está curado, mientras que aquí están todas las naciones, más material sobre la conversión de las naciones (1:7; 5:9–10; 7:9; 11:13; 14:6–7; 15:4; 21:24, 26). Esto no significa que todavía se necesite curar las enfermedades. Más bien, simboliza que la curación ya ha tenido lugar. No habrá hambre ni enfermedad en la nueva Jerusalén. Zacarías 14:11 dice: “no habrá más maldición; y Jerusalén habitará en seguridad” (NBLA). Esto se refiere a las maldiciones principales, que ya no son necesarias. Cristo expió el pecado que Adán y Eva trajeron sobre la humanidad, y el mal que resultó se ha eliminado por toda la eternidad. Aquellos entre las naciones que encontraron sanidad en Cristo ahora

son perdonados y adoptados como hijos de Dios. Hay perdón y seguridad absoluta en la ciudad eterna.

El pueblo de Dios tiene una nueva relación con Dios y el Cordero (22:3b–4) Las escenas del trono enmarcan la descripción del nuevo Edén (22:1, 3b). Todo lo que la ciudad jardín significa: vida eterna, abundantes provisiones, sanidad completa, seguridad absoluta, fluye de la presencia soberana de Dios y el Cordero. Como la Trinidad divina está presente: “sus esclavos [lo adorarán y] lo servirán” (con latreuō que significa “adoración” y “servir” aquí). El énfasis en douloi (“esclavos”) en el libro (1:1; 7:3, 15; 11:18; 19:2, 5; 22:6) define la relación divina/humana. Hemos sido comprados por su sangre y le pertenecemos como su posesión especial. Como tal, somos miembros de su familia y estamos protegidos por él. En respuesta, lo adoramos y le ofrecemos servicio sacerdotal. Como en 7:15: “estamos ante el trono y lo adoramos/servimos día y noche en su templo”. Los santos son sacerdotes de Dios en 1:6; 5:10; 20:6, y esa es la actividad definitoria del pueblo de Dios para la eternidad. Esta era la obra de Adán y Eva en el primer jardín, y ahora será la tarea privilegiada de los santos en el Edén final. La alegría del pueblo de Dios no está solo en el servicio; ellos “verán su rostro”. Esto representa el final de cuatro etapas en la Biblia: 1. Moisés no podía mirar el rostro de Dios y vivir (Éxodo 33:20). 2. Cristo la Palabra era la Shekinah encerrada en carne humana, así que mirar a Jesús era contemplar el rostro de Dios (Juan 1:14, 18). 3. En nuestra existencia actual como ciudadanos del cielo (Filipenses 3:20), nos sentamos al lado de Dios en Cristo (Efesios 2:6–7) y “vemos al Señor” espiritualmente (Heb 12:14). 4. En la ciudad celestial Dios estará físicamente con nosotros (Apocalipsis 22:4), y veremos su rostro literalmente. Además, “su nombre estará en [nuestras] frentes”, cumpliendo la promesa de 3:12 (“escribiré en ellos… mi nombre nuevo”) así como 7:3 (“puesto un sello en la frente de [mis] esclavos”) y 14:1 (“su nombre y el nombre de su Padre escrito en sus frentes”). Somos de Dios por la eternidad, y compartiremos su “nombre nuevo”.

Dios nos alumbrará (22:5) Para resumir el significado de las visiones de 21:1–22:5, Juan repite imágenes de 21:25, 23 y 20:4c, respectivamente. “No más noche” y “sin luz”, ya sea de la lámpara o del sol, reúnen el lado negativo, los efectos del pecado sobre la vida en este mundo: noche, puertas cerradas, peligro, impureza, vergüenza, engaño, mentiras. Como se indicó anteriormente, la gloria Shekinah de Dios irradia a través de la ciudad, y perpetuamente será de día porque “el Señor Dios [les da] luz”. Como en Isaías 60:19: “el Señor será tu luz eterna” (también Números 6:25; Sal 118:27). A la luz de la presencia divina y la realeza que los santos comparten con Cristo, “reinarán por los siglos de los siglos”. Hay tres etapas en esto: en este mundo presente somos realeza

y sacerdocio en Cristo (1Pe 2:9); reinaremos/gobernaremos con Cristo durante su reinado milenario (Apocalipsis 20:4); en la nueva Jerusalén reinaremos eternamente como miembros de la familia real (aquí). Esto cumple con Daniel 7:18 (“los santos del Altísimo recibirán el reino, y será suyo para siempre”) y 7:27 (“se dará a los santos, que son el pueblo del Altísimo, la majestad y el poder y la grandeza de los reinos”). Por supuesto, esto difícilmente puede significar literalmente, ya que la voluntad del cielo consiste solo en ángeles y santos; no reinaremos sobre los seres celestiales, porque todos somos “siervos” (19:10; 22:9). Esto probablemente significa que participaremos en el gobierno de Cristo sobre el reino eterno, como Adán debía gobernar sobre el Edén original. En 21:9–27, el cielo se describe como una ciudad que se convierte en el lugar santísimo del cielo. Aquí se describe el cielo como el jardín final del Edén, una compilación de los jardines más bellos del mundo. Si Adán y Eva no hubieran pecado, esto hubiera sido de ellos. El énfasis está en la magnificencia absoluta del cielo, la medida en que cumple todos los anhelos más profundos del corazón humano. Dios nos proveerá y cuidará por toda la eternidad. Nuestras necesidades serán satisfechas, nuestras heridas curadas y nuestros pecados perdonados. En un sentido eterno, tendremos todo lo que siempre hemos querido o necesitado. Imagine pasar la eternidad en un jardín que combina Keukenhof, el jardín de tulipanes de Holanda, con los Jardines Butchart en la isla de Vancouver en Canadá, con el jardín real de la Reina en los terrenos del Palacio de Buckingham. Tome todos los hermosos jardines del mundo, póngalos juntos, y aun así no se compararán con el nuevo jardín del Edén en el cielo.

EPÍLOGO DEL LIBRO (22:6–21)

El epílogo consiste en una serie de enunciados que parecen ser fortuitos, pero en realidad se unen a lo largo de dos temas principales: la autenticidad de las visiones proféticas (22:6, 8, 16, 18–19) y la cercanía del regreso de Cristo (22:7, 10, 12, 20). Hay dos hablantes principales: un ángel que da tres mandamientos (22:8–11) y una serie de siete dichos de Cristo (22:12–19).

El libro es autenticado (22:6–7) Probablemente el hablante es el mismo ángel que habló en 21:9, y está reuniendo 19:9 y 21:5 en la confianza dada por Dios a estas visiones. Este mensaje profético es paralelo a Cristo, quien es “fiel” (1:5; 3:14) y “verdadero” (3:7, 14; 19:11). Dado que Dios y Jesús son la verdadera fuente (1:1; 22:16), estos escritos son completamente confiables y deben ser obedecidos.

Dios se llama “El Señor, el Dios de los espíritus de los profetas” [traducción literal del griego], lo que significa que el mensaje profético de Juan proviene del Señor Dios. Se debate si los “espíritus” son el espíritu profético o el Espíritu Santo. Ciertamente es ambas cosas, lo que significa que la composición mental y espiritual de Juan como profeta se debe a la obra del Espíritu Santo en él. El título hace eco de Números 27:16 (NBLA): “el Señor, Dios de los espíritus de toda carne” (también Números 16:22). En un eco de Apocalipsis 1:1–2, el Dios soberano reveló este libro cuando “envió a su ángel para mostrar a sus esclavos” estas visiones. Esto continúa el énfasis en mostrar las visiones a Juan (4:1; 17:1; 21:9–10; 22:1), revelando así el futuro a través de la revelación divina. Los “esclavos” en 22:6 son los creyentes en general que son los verdaderos receptores de este libro. El contenido de la profecía es “lo que tiene que suceder sin demora” (como en 1:1, 19; 4:1). La cercanía de estos eventos finales en la historia es uno de los temas centrales de este epílogo (22:6, 7, 12, 20). Mientras que “sin demora” podría referirse a la velocidad (“rápido, veloz”), en todos estos pasajes enfatiza la inminencia del final. Jesús previó un período de tiempo antes del final (Marcos 13:7), y Pablo también enfatizó la cercanía del regreso de Cristo (Ro 13:11; 1Co 7:29–31; 1Ts 4:15; 5:2), al igual que otros (Hebreos 10:25; Stg 5:8; 1 Pedro 4:7). La cuestión del “retraso de la Parusía” se responde en 2 Pedro 3:8–9: para Dios, el período entre los dos eventos es corto y puede designarse “pronto”. La iglesia en cada época debe esperar el regreso de Cristo “pronto” y el tiempo real depende de él. En Apocalipsis 22:7 Cristo habla directamente por segunda vez (con 16:15), demostrando que el “sin demora” se refiere a su Parusía. La profecía inherente a “vengo pronto” resume una serie de promesas en 2:16; 3:11; 22:12, 20, y este es el evento culminante de la historia humana. Le sigue la sexta de las siete bienaventuranzas (1:3; 14:13; 16:15; 19:9; 20:6; 22:14). En los demás, makarios connota “Dios bendice”, mientras que aquí y en 22:14 significa “Cristo bendice”, enfatizando una vez más la unidad de Padre e Hijo en el libro. Como en 1:3; 16:15 la bendición está reservada para “el que cumple las palabras del mensaje profético de este libro”, reitera el mandato central del libro que exige obediencia fiel a los mandamientos de Dios (1:3; 2:26; 12:17; 14:12; 16:15) como el núcleo de la perseverancia de los santos. El cristiano debe estar listo en todo momento para el regreso de Cristo, y esa preparación consiste en una vida ética y espiritual correcta.

El ángel le da a Juan tres mandatos (22:8–11) Aquí hay tres dichos del ángel, pasa de la centralidad de adorar a Dios (22:9) a la cercanía del fin (22:10) y luego al mandato de continuar lo que están haciendo hasta el final (22:11). Adoración al único Dios (22:8–9) Juan comienza esta sección anunciando que él es el destinatario oficial de estas visiones proféticas, “el que vio y oyó todas estas cosas”. Esta es prácticamente una declaración legal, similar a 1:1, que Dios lo había elegido para ser el canal oficial de estas visiones a las iglesias. Pero por segunda vez (después de 19:10) comete el error de adorar al mensajero (el ángel) en lugar de a Dios quien lo envió. En ambos lugares, Juan, abrumado por la profundidad de la experiencia reveladora, cayó a los pies del ángel y comenzó a adorarlo, cometiendo

inadvertidamente idolatría. El ángel lo reprende y le dice claramente que no lo haga. Una vez más, se explica la razón: “Soy un siervo [esclavo] como tú [un doulos]”. No existe una relación jerárquica entre los ángeles y el pueblo de Dios; ambos se unen como iguales y sirven a Dios en una capacidad sacerdotal (7:15; 22:3). Tres grupos están con los ángeles como siervos de Dios: Juan, sus “compañeros profetas” y “todos los que cumplen las palabras de este libro”. Los “profetas” podrían ser un grupo de líderes en la iglesia que ocupan el cargo de profeta (Efesios 4:11) o una referencia general a todos los cristianos que tienen un ministerio profético para el mundo (puede significar ambos). Estos dos últimos grupos son los cristianos victoriosos que han perseverado (vea arriba en 22:7). No selles estas profecías (22:10) Dado que los santos deben “cumplir las palabras de este libro” (22:9), es esencial que Juan no selle estas palabras. Los contenidos de este libro son vistos como revelaciones proféticas de Dios, lo que significa que descubren las verdades previamente ocultas que ahora se abren para la iglesia. Así que este es un momento para desvelar los libros divinos y revelarlos, invirtiendo 10:4 donde a Juan se le dijo que sellara el mensaje de los siete truenos. El escatón ha llegado de hecho, y nada debe ser retenido. La razón de esto es que “el tiempo está cerca”, es decir, la inminente llegada de la Parusía (1:3; 22:6). A la luz del pronto regreso de Cristo, se deben decir a los lectores estas profecías para que puedan guardar los mandamientos y prestar atención a las advertencias. En resumen, esto continúa el énfasis en la responsabilidad ética a la luz de la realidad apocalíptica. La única respuesta viable es “adorar a Dios” (22:9) y vivir fielmente para el Cordero (22:11). Elegir el mal o la justicia (22:11) Este pasaje explica las alternativas éticas insinuadas en 22:10, alude a Daniel 12:9–10: “Muchos serán purificados, emblanquecidos y refinados. Los impíos procederán impíamente, y ninguno de los impíos comprenderá, pero los entendidos comprenderán”. El mundo continuará consistiendo en los malvados y los justos. Sin embargo, el ángel parece ordenarle al mal que siga siendo malo. Tal vez esto ordena a los malvados que piensen cuidadosamente en lo que están haciendo, o tal vez esté diciendo que el período es tan breve que nadie tendrá tiempo para cambiar su comportamiento. Probablemente una combinación de estos es lo mejor. A los no salvos se les advierte que piensen cuidadosamente sobre el estilo de vida que han elegido a la luz del inminente regreso de Cristo. A lo largo del libro hay un énfasis en que aquellos que tienen oídos para oír que escuchen mejor atentamente (las siete cartas y 13:9), se basa en Isaías 6:9–10 y Ezequiel 3:27. Aun así, el ángel dice: “el malo siga haciendo el mal y que el vil siga envileciéndose”. Los términos “mal/malvado” y “vil/inmundo” son resúmenes aptos de las malas acciones de 21:8 y 22:15. La corrupción moral del mundo no desaparecerá hasta que Cristo venga con la vara de hierro y destruya el mal en este mundo. Juan y los otros líderes cristianos pueden

hacer poco para detener la marea del mal. Su tarea no es actuar como policías morales, sino proclamar las profecías (22:10) y dejar el resto a Dios y al Cordero. Además, deben alentar a los justos y los santos a continuar en sus buenas obras y en la vida fiel para Cristo. Deben ser luz que brille en la oscuridad y exponer las malas acciones de la oscuridad (Juan 3:19– 20).

Cristo pronuncia siete dichos (22:12–19) Aquí hay siete dichos de Jesús, y el punto central es la necesidad de vivir correctamente a la luz del cercano regreso de Cristo. Las parábolas que concluyen el Discurso del Monte de los Olivos en Mateo 24–25 (el siervo malvado, las 10 vírgenes, los talentos) todos hacen notar el viaje de Cristo lejos de sus seguidores, su repentino e inesperado regreso, y el hecho de que sus seguidores eran responsables por la forma en que vivieron sus vidas cuando él regresó. Ese es el mensaje aquí también. Viene pronto con su recompensa (22:12) Esto comienza con una cita literal de 22:7: “¡Miren que vengo pronto!”, un énfasis importante de este epílogo (22:7, 10, 12, 20). Proporciona la base para las advertencias de 22:11, 14–15. Como Cristo viene pronto, debemos estar listos en todo momento, como en el Discurso del Monte de los Olivos mencionado anteriormente. Hay promesa y advertencia, porque Cristo dice: “Traigo conmigo mi recompensa”, aludiendo a Isaías 40:10: “Su galardón lo acompaña; su recompensa lo precede”. Allí el mensaje era la liberación del pueblo de Dios del exilio, y esa sería su recompensa. Aquí es escatológico y se refiere a la liberación del tormento eterno y la recompensa de Dios por una vida vivida fielmente para Dios, como en Apocalipsis 11:18. Dios y el Cordero reivindicarán y recompensarán a sus seguidores por todo lo que han sacrificado. Es casi seguro que esto incluye a los pecadores, ya que “recompensa” significa “pago por el trabajo realizado”, por lo que puede referirse tanto al castigo como a la recompensa. Esto se ve en el comentario adicional de que Dios “pagará a cada persona según lo que haya hecho”, una cita casi literal de Proverbios 24:12. Entonces esto incluye ambos lados de 22:11, castigo para los que hacen lo malo y recompensa para los que hacen lo correcto. Esto resume la doctrina del juicio según las obras, que aparece con bastante frecuencia en el Antiguo Testamento (Job 34:11; Salmo 28:4; 62:12; Jer 17:10; Ezequiel 18:20), Nuevo Testamento (Mateo 16:27; Ro 2:6; 14:12; 2Co 5:10; 11:15; 1 Pedro 1:17), y el mismo Apocalipsis (2:23; 11:18; 14:13; 18:6; 20:12–13). El énfasis en la responsabilidad ética y sus consecuencias debe ser más central en la predicación moderna. La identidad del que viene (22:13) Este es el último dicho “Alfa y Omega” (1:8, 17; 2:8; 21:6), y es el más completo, agrega: “el Primero y el Último, el Principio y el Fin”. Los tres títulos enfatizan la soberanía de Dios y de Cristo sobre la historia. Comenzaron la historia humana en Génesis, la terminan aquí, y esto prueba que han tenido el control de cada momento intermedio, guiando la historia humana

a su desenlace pretendido por Dios en el escatón. La Deidad trina, aquí especialmente Cristo, son señores sobre su creación. Estos son los títulos perfectos juntos para Cristo viniendo como Juez en 22:12 con las advertencias para creyentes e incrédulos en 22:14–15. Cristo es soberano sobre todas las cosas y, por lo tanto, Aquel que tiene autoridad sobre el destino de cada persona. Bendición y advertencia para los salvos y no salvos (22:14–15) Esta es la última de las siete bienaventuranzas (1:3; 14:13; 16:15; 19:9; 20:6; 22:7), y el único tema unificador es la necesidad de permanecer fiel al Señor para participar en la resurrección de la vida eterna. Esta bienaventuranza final reitera 7:14, donde los santos victoriosos se paran frente al trono como aquellos que “han lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero”. La imagen de lavar en ambos lugares habla del avivamiento espiritual, librar a uno vida de la inmundicia acumulada de este mundo y vivir en pureza ante Dios. Sardis (“ensuciaron sus ropas”, 3:4) y Laodicea (compra “ropas blancas”, 3:14) fallaron en esto. En todo el libro, las vestimentas blancas simbolizan tanto la pureza como el cristiano victorioso (6:11; 7:9, 13–14; 16:15). Cristo les da a los que lavan sus túnicas una nueva “autoridad” (NVI “derecho”), y este término se usa a menudo en el libro para representar el poder de los santos sobre las naciones (2:26) o de las fuerzas demoníacas sobre sus seguidores. (9:3, 10, 19). Aquí simboliza el nuevo acceso del pueblo de Dios al árbol de la vida, una imagen tomada del nuevo Edén de 22:1–5 para significar la vida eterna. Adán y Eva después de haber pecado fueron expulsados del jardín para que no comieran de ese fruto y ganaran la vida eterna como pecadores. Ahora que la sangre de Cristo ha limpiado a los santos del pecado, recuperan ese “derecho” o “poder” para vivir eternamente. La imagen en los capítulos 21– 22 es una de total paz y seguridad, una ciudad eterna desprovista de peligros e incomodidades, constantemente abierta a sus ciudadanos. En contraste con las bendiciones que esperan a los redimidos, el castigo y el tormento esperan a los impíos (22:15). Los justos entran por las puertas de la ciudad, mientras que los pecadores están fuera de la ciudad. Esto no significa que puedan vivir en los suburbios. La imagen es un paralelo de Jesús muriendo “fuera del campamento” en Hebreos 13:12– 13, lo que significa la maldición del Antiguo Testamento para el blasfemo que era cortado de la comunidad del pacto (Lv 24:14, 23). Simboliza la exclusión y la vergüenza. Son “perros”, animales inmundos y un epíteto de los tontos (Pr 26:11) o los indignos de las verdades de Dios (Mateo 7:6). Estos son los que rechazan a Cristo y viven vidas de inmoralidad. Lo que sigue en 22:15b es una lista de cinco pecados encontrados en la lista de vicios de 21:8 (los que cometen inmoralidades sexuales, los asesinos, los idólatras y todos los que aman y practican la mentira). El último se refiere especialmente a los falsos maestros que difunden sus mentiras y enseñan a adoptar el estilo de vida Roma. Jesús envía revelación a las iglesias (22:16a) Esto proporciona otro paralelo a 1:1–2, ya que Jesús “envía a [su] ángel”, es decir, autentica a su heraldo real, para entregar su decreto a las iglesias. En 1:1 es Dios quien envía al ángel;

aquí Jesús lo hace, otro énfasis en la deidad de Cristo. El propósito del mensaje es “testificar”, también un tema principal en el epílogo (con 22:18, 20), vinculado con “el testimonio de Jesús” en 1:2. En ambos lugares, las visiones se identifican como el “testimonio” de Jesús, su testigo oficial enviado desde la corte celestial a sus atribuladas iglesias en la tierra. Una pregunta con respecto a este versículo es el antecedente de “ustedes”: si se envía a las siete iglesias para entregar a las otras iglesias, o si el destinatario es el círculo de profetas mencionado en 22:9. A la luz del énfasis en los profetas en el libro y en las profecías dadas a la iglesia (22:6–7, 9–10, 16, 18–19), esta última es la opción más probable. Estos profetas probablemente ayudaron a Juan a guiar a las iglesias y las ayudaron a comprender las profecías de este libro. Aún más de la identidad de Jesús (22:16b) El Evangelio de Juan es bien conocido por sus siete dichos de “Yo soy” de Jesús. Apocalipsis tiene cuatro: 1:8 (“Alfa y Omega”), 1:17 (“el Primero y el Último”), 2:23 (“Yo soy el que”), y este. Como en Juan, “Yo soy” se convierte en un título de Jesús y lo designa como Jehová de Éxodo 3:14; Isaías 41:4; 44:6; 48:12. Se añaden dos títulos más para anclar la realidad de quién es él. Primero, él es “la raíz y la descendencia de David”, reiterando 5:5 y aludiendo a Isaías 11:1, 10, donde es una metáfora militar centrada en el Mesías Guerrero, el descendiente de David que liberaría al pueblo de Dios. Como descendiente de David, Jesús cumplió todas las esperanzas mesiánicas davídicas como el Mesías. Segundo, él es “la brillante Estrella de la Mañana”, lo que recuerda Apocalipsis 2:28 y derivado de Números 24:17: “Una estrella saldrá de Jacob”, vista como una profecía mesiánica en el judaísmo. Esto también destacó a Jesús como el Mesías Guerrero, y los dos títulos juntos enfatizan su gloria y poder sobre los enemigos de Dios y su pueblo. Un clamor para los lectores: “ven” (22:17) Este es un versículo difícil; a la luz del “Vengo pronto” de 22:7, 12, parece que este es un grito para la Parusía, para que Jesús “venga”. Sin embargo, todos los dichos de 22:2–19 provienen de Jesús, y es difícil concebir que Jesús se esté pidiendo que regrese. Lo más probable es que sea una invitación a los lectores a venir a Jesús y continúa con el énfasis de la misión del libro. La invitación se deriva primero del “Espíritu y la novia”. Algunos dicen que no se trata del Espíritu Santo sino de profetas inspirados por el Espíritu, pero no se trata de uno u otro; el Espíritu está potenciando el mensaje profético (vea 19:10). La novia es la iglesia, pero especialmente la iglesia de los últimos tiempos que entra en la nueva Jerusalén (21:9–10), haciendo hincapié en su victoria y alegría al entrar en la eternidad. La “todo aquel que escucha” es la iglesia actual en la tierra, ya que lleva la invitación del Espíritu y la novia a las naciones no creyentes. Entonces, tanto la iglesia final como la iglesia actual dan testimonio de la sed entre las naciones que buscan y anhelan respuestas. Esto apunta de nuevo a 21:6 y a Isaías 55:1: “¡Vengan a las aguas todos los que tengan sed!”. De modo que los incrédulos están llamados a arrepentirse, y los cristianos están llamados a caminar más profundamente con Cristo.

Advertencia contra añadir o quitar del libro (22:18–19) “Advierto” es en realidad “testifico” y aquí tiene una fuerte connotación legal, produce una atmósfera en la corte en la que los falsos maestros están siendo juzgados por cometer el pecado de falsedad (2:2; 3:9; 14:5; 16:13; 19:20; 22:15), es decir, han torcido el significado de estas visiones. El propósito de esto es enfatizar aún más la autenticidad de estas profecías y asegurarse de que los falsos maestros no las manipulen. Esto se basa en Deuteronomio 4:2 (“No añadan ni quiten palabra alguna a esto que yo les ordeno”; también Deuteronomio 12:32), que dice que la Torá debe ser aceptada como Dios la mandó, y debe ser obedecida en su totalidad (el contexto enfatiza el incidente de Balaam). Al igual que en Deuteronomio, Cristo advierte a los falsos maestros que no se atrevan a distorsionar el significado intencionado por Dios al agregar sus propias enseñanzas o al remover las verdades en la profecía. Estos versículos a menudo se han usado de manera incorrecta para denigrar cualquier teología diferente de la que preferimos, por ejemplo, otros puntos de vista del milenio u otras lentes interpretativas. Un falso maestro no es nadie desde otra perspectiva teológica sino alguien que reestructura la fe cristiana e introduce la herejía, puntos de vista que contrarrestan las doctrinas cardinales y destruyen el núcleo de la fe cristiana, como los nicolaítas de los días de Juan. Todos somos responsables ante Dios de asegurarnos de interpretar este libro de acuerdo con el mensaje que Dios reveló a Juan. Importa cómo lo entendemos. Tenga en cuenta las advertencias en sí. Revierten las bienaventuranzas de 22:7, 14 e imponen una maldición del pacto (Dt 29:20) sobre aquellos que tuercen estas profecías para su propio fin. A aquellos que agreguen material falso se les agregarán las plagas del libro; es decir, serán tratados como incrédulos y sufrirán los castigos que se infligen a los impíos. Aquellos que quiten las verdades de estas profecías harán que Dios elimine su participación en el árbol de la vida; es decir, sufrirán la “segunda muerte” (2:11; 20:6), es decir, la pérdida de la vida eterna y la eternidad en el lago de fuego. Lo primero trata de juicios terrenales; lo segundo de juicio eterno. Muchos debaten si esto equivale a la apostasía de la fe cristiana, y junto con 20:8 ese es ciertamente el caso. Apocalipsis es como Hebreos (6:4–6; 10:26– 31), 2 Pedro (2:20–22) o 1 Juan (5:16), cada uno tiene un fuerte sentido de advertencia. Esto es válido dentro de un marco reformado (no podría ocurrirle a los elegidos, pero podría pasarle a otros miembros de la iglesia) así como a un marco arminiano (podría pasarle a cualquiera en la iglesia). Todos los cristianos deben decidir por sí mismos, pero el peligro es real de cualquier manera. Se advierte a los lectores que distorsionar deliberadamente las verdades de Dios y negar las doctrinas cardinales es equivalente a la apostasía.

Juan suplica por el regreso de Cristo (22:20) Jesús es una vez más, como en 1:5; 3:14; 22:16, “el que testifica”, es decir, la fuente de estas profecías y visiones. Esta es la promesa final de la inminente Parusía (con 22:7, 10, 12) y comienza con “sí” (griego nai), que como en 1:7 se usa para autenticar el dicho y proporcionar el emblema divino a eso. “En efecto”, dice Cristo, el evento que toda la Biblia anticipa que sucederá pronto. La Oración del Señor se centra en esto: “Venga tu reino”

(Mateo 6:10), y esta “esperanza viva” (1 Pedro 1:3) ancla todo lo que el creyente dice y hace. La respuesta natural de la iglesia sigue. El emblema divino conduce al “Amén” de la iglesia, cuando el pueblo de Dios suma su afirmación a la de Cristo. Es posible que esto tenga un sabor eucarístico, con la “presencia/venida” de Jesús en la Eucaristía como un anticipo de su venida final. Sin embargo, aquí no existe un lenguaje eucarístico real, y “Ven, Señor Jesús” es más probable que sea un deseo consumidor de su regreso. Bien podría ser una traducción de “Marana tha” (arameo para “Señor nuestro, ven”) en 1 Corintios 16:22 (y en el documento de la enseñanza de los doce apóstoles en la iglesia primitiva 10:6), una de las oraciones de la fe más antiguas de la historia.

Juan concluye con una bendición (22:21) Casi todas las cartas de Pablo (con Romanos como excepción) concluyen con alguna forma de “La gracia sea con ustedes”. Entonces, como se mencionó en la introducción, Apocalipsis no es solo un apocalipsis y una profecía, sino también una epístola. El propósito de “la gracia del Señor Jesús” es el mismo que en Pablo, una oración para que el favor divino caiga sobre los lectores. Juan quiere que el “Señor Jesús” (tomado de 22:20) brille sobre ellos con poder soberano para que puedan ser vencedores y estar listos para el regreso del Señor. Juan termina su carta/apocalipsis pidiendo que se imparta la gracia de Cristo a “todos”, que sin duda significa todos sus lectores, no solo los creyentes sino también los no salvos que leen este libro. De acuerdo con los propósitos del libro, Juan quiere que la gracia del Señor Jesús fortalezca a los santos, traiga a los cristianos débiles de regreso a Cristo y atraiga a los no salvos a la salvación de Cristo. La gracia del Dios trino está disponible para todos los que están abiertos a las verdades del libro, tanto santos como pecadores. “¡Amén!”. El epílogo de 22:6–21 sirve como una conclusión apropiada para todo el libro, resume los énfasis clave: la soberanía de Dios, el regreso de Cristo, la necesidad de la conversión para los no creyentes y de la perseverancia fiel para los creyentes. Dios inspiró este libro para alentar a los cristianos asediados, diciéndoles que en realidad su sufrimiento era temporal y su victoria final era segura. También necesitamos este mensaje desesperadamente en nuestro tiempo, porque el mal todavía parece tener el control. Necesitamos asegurarnos de que no es así y que, de hecho, sus días están contados. De este libro, podemos saber más allá de cualquier duda que la respuesta a los males de este mundo es la misma hoy que en los días de Juan: “aun así, Señor, ven pronto”.

GLOSARIO Quiasmo (s.): se refiere a un recurso estilístico utilizado en toda la Escritura que presenta dos conjuntos de ideas en paralelo entre sí, con el orden invertido en el segundo par.

Los quiasmos generalmente se usan para enfatizar el elemento o elementos en medio del patrón. Escatológico (adj.), escatología (s.): se refiere a las últimas cosas o al final de los tiempos. Dentro de esta amplia categoría, los eruditos bíblicos y los teólogos han identificado conceptos más específicos. Por ejemplo, la “escatología realizada” enfatiza la obra actual de Cristo en el mundo mientras se prepara para el fin de la historia. En la “escatología inaugurada”, los últimos días ya han comenzado, pero aún no se han consumado hasta el regreso de Cristo. Escatón (s.): del griego para “fin” o “último”, se refiere al regreso de Cristo y al final de la historia. Helenismo (s.), helenístico (adj.): se relaciona con la difusión de la cultura griega en el mundo mediterráneo después de las conquistas de Alejandro Magno (356–323 a. C.). Inclusio (s.): un recurso de la trama en el que la misma palabra o frase aparece al principio y al final de una sección de texto. Lex talionis: en latín para “ley de retribución”. Este es el principio, encontrado en todo Apocalipsis, que aquellos que han hecho algún mal serán castigados en un grado y tipo similar. Judaizantes (s.) (adj.): etiqueta utilizada comúnmente para identificar a un grupo de maestros que, en contradicción con el evangelio de Pablo, alentaban a los cristianos gentiles a observar la ley judía y someterse al rito de la circuncisión. (El término “judaizantes” en sí mismo no aparece en la Biblia). Parusía (s.): del griego para “presencia” o “llegada”, en referencia a la visible segunda venida de Cristo. Prolepsis (s.), proléptico: (adj.) se refiere a la presentación de un acto futuro como si ya se hubiera realizado. Septuaginta (s.): una traducción griega antigua del Antiguo Testamento que fue usada ampliamente en la iglesia primitiva. Teofanía: una manifestación visible de Dios, que a menudo involucra fenómenos naturales como rayos o terremotos.

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