Gordon Allport Actitudes en La Historia de La Psicología Social

August 27, 2017 | Author: FelipeCéspedes | Category: Attitude (Psychology), Social Psychology, Psychology & Cognitive Science, Mind, Behavior
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Descripción: Texto de psicología social acerca de las actitudes...

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Gordon Allport: Actitudes en la historia de la psicología social Este concepto es probablemente el más distintivo e indispensable en la psicología social americana contemporánea. Ningún otro término aparece más frecuentemente en la literatura experimental y teórica. Su popularidad no es difícil de explicar. Ha entrado en favor, en primer lugar, porque no es propiedad de ninguna escuela psicológica de pensamiento, y por lo tanto, sirve admirablemente a los propósitos de los escritores eclécticos. Además, es un concepto que escapa a la controversia concerniente a la influencia relativa de la herencia y el ambiente. Ya que una actitud puede combinar instinto y hábito en cualquier proporción, evita los compromisos extremos, tanto de la teoría del instinto como del ecologismo. El termino igualmente es lo suficientemente elástico para aplicar ya sea a las disposiciones de las personas individuales, aisladas o de patrones generales de la cultura (actitudes comunes). Psicólogos y sociólogos por lo tanto encuentran en él un punto de encuentro para la discusión e investigación. Este útil, casi podría decirse pacífico concepto ha sido tan ampliamente adoptado, que virtualmente se ha establecido a si mismo como la piedra angular en el edificio de la psicología social americana. De hecho, varios escritores, comenzando con Thomas y Znaniecki (1918-1920), han definido la psicología social como el “estudio científico de las actitudes”. Como la mayoría de los términos abstractos en el lenguaje inglés, la actitud tiene más de un significado. Derivado del latín “aptus”, tiene por un lado el significado de “aptitud” o “adaptabilidad”, connotando, como lo hace su otro significado “aptitud”, un estado subjetivo o mental de preparación para la acción. Mediante su uso en el campo del arte, sin embargo, el término llegó a tener un significado bastante independiente; se refirió a la postura visible o hacia el exterior (la postura corporal) de una figura en estatuario o pintura. El primer significado está claramente preservado en la expresión “actitudes mentales” y el segundo significado en “actitudes motoras”. Ya que la psicología mentalista históricamente precede a la psicología respuesta, solo es natural encontrar que las actitudes mentales reciben reconocimiento más temprano que las actitudes motoras. Uno de los primeros psicólogos en emplear el término fue Spencer. En su libro “los primeros principios” (1862) escribió: Al llegar a juicios correctos sobre las cuestiones en disputa, mucho depende de la actitud mental que preservamos mientras escuchamos, o tomar parte en la controversia; y para la preservación de una actitud correcta es necesario que aprendamos cuán ciertas, e incluso, cuán falsas, son las creencias humanas (1862, vol. I, 1, i). Algo más tarde, cuando los psicólogos estaban abandonando sus puntos de vista exclusivamente mentalistas, el concepto de actitudes motoras se volvió popular. En 1888, por ejemplo, N. Lange desarrolló una teoría motora en la que el proceso de la percepción se consideró que era en gran parte una consecuencia de preparación muscular, o posición. Casi al mismo tiempo, Mtinsterberg (1889) desarrolló su teoría de la acción de la atención, y Pere (1890) mantuvo que una condición balanceada de tensión en los músculos era una condición determinante de la conciencia selectiva. En años recientes, es extraño encontrar un etiquetado explícito de una actitud como “mental” o “motora”. Tal práctica huele al dualismo cuerpomente, por lo que es de mal gusto para los psicólogos contemporáneos. En casi todos los

casos, hoy el término aparece sin un término calificativos, e implícitamente conserva ambos significados originales, una aptitud mental y una postura corporal. La actitud connota un estado neuropsíquico de preparación para actividad física y mental. Quizás el primer reconocimiento explícito de actitudes dentro del dominio de psicología de laboratorio fue en conexión con un estudio de tiempo de reacción. En 1888, L. Lange descubrió que un sujeto que fue conscientemente preparado para presionar una tecla de telégrafo inmediatamente después de recibir una señal reaccionó más rápidamente que aquel cuya atención se dirigió principalmente al estímulo entrante, y cuya consciencia no fue por lo tanto dirigida primariamente sobre la reacción esperada. Después del trabajo de Lange, la actitud hacia la tarea, o Aufgabe, como llegó a ser llamado, fue descubierto para jugar una parte decisiva en casi todos los experimentos psicológicos. No solo en los experimentos de reacción, sino en las investigaciones de percepción, retirada, juicio, pensamiento, y voluntad, la importancia central de la preparación de los sujetos se volvió universalmente reconocida. En Alemania, donde se hicieron la mayoría de los primeros trabajos experimentales, surgió un montón de expresiones técnicas para designar las variedades de “posturas” mentales y motoras que influyen en las líneas de pensamiento de los sujetos o conductas durante el experimento. En adición al Aufgabe, existía el Absicht (propósito consciente), el Zielvorstellung (o idea de la meta), el Bezugsvorstellung (idea de la relación entre el yo y el objeto al cual el yo está respondiendo), el Richíungvorsíellung (o idea de la dirección), el determinierende Tendenz (cualquier disposición que trae la aparición espontánea de una idea determinada), el Einstellung, un término más general (aproximadamente equivalente a “postura”), el Halíung (con una connotación más conductual), y el Bewusstseinlage (la “postura de la disposición de consciencia). Fue quizás la falta de un término general equivalente a “actitud” que condujo a los experimentalistas alemanes tantos tipos y formas. La falta también puede explicar por qué ninguna psicología social sistemática fue escrita en Alemania basada en un concepto unificado de la "actitud". Entonces vino la encendida controversia sobre el lugar de las actitudes en la conciencia. La escuela de Würzburg convino que las actitudes no eran sensaciones, ni imágenes, ni afecciones, ni ninguna combinación de esos estados. Una y otra vez se estudiaron las actitudes mediante el método de la introspección, siempre con escasos resultados. Frecuentemente una actitud pareció no tener representación en la consciencia, más allá de un vago sentido de necesidad, o algún indefinido e inanalizable sentimiento de duda, asentimiento, ocnvicción, esfuerzo o familiaridad (Titchen-er, 1909). Como resultado del trabajo de Würzburg todos los psicólogos llegaron a aceptar las actitudes, pero no todos las creyeron elementos mentales impalpables e irreductibles. En general, los seguidores de Wundt creían que las actitudes podían ser representadas adecuadamente como sentimientos, particularmente como una mezcla de esfuerzo y excitación. Clarke (1911), un alumno de Titchener, hallo que las actitudes en gran medida están representadas en la consciencia a través de imágenes, sensaciones y afectos, y que donde no se reportan tales estados, probablemente existe un simple deterioro o abreviación de estos mismo constituyentes No obstante podrían estar en desacuerdo con la naturaleza de las actitudes, tal como aparecen en la consciencia, todos los psicólogos, incluso los más ortodoxos, llegaron a aceptar las

actitudes como una parte indispensable de su arsenal psicológico. Titchener es un ejemplo de ello. Su esquema de Psicología en 1899 no contenía ninguna referencia a la actitud; 10 años después, en su libro de texto de psicología, varias páginas se dedican al tema, y su importancia sistemática está plenamente reconocida. Muchos autores han reducido los fenómenos de la percepción, el juicio, la memoria, el aprendizaje, y pensamiento en gran parte a la operación de las actitudes (cf., e.g. Ach, 1905; Bartlett, 1932) sin actitudes guía, el sujeto está confundido y desconcertado. Algún tipo de preparación es esencial antes de que él pueda hacer una observación satisfactoria, emitir un juicio adecuado, o hacer al menos el más primitivo tipo de respuesta refleja. Las actitudes determinan lo que cada individuo verá y oirá, lo que pensará y lo que hará. Para usar una frase de William James, engendran significado sobre el mundo, trazan líneas sobre un ambiente de otra manera caótico; son nuestros métodos para encontrar nuestro camino alrededor en un universo ambiguo. Es especialmente cuando el estímulo no es de gran intensidad ni estrechamente vinculada con algún reflejo o respuesta automática que las actitudes juegan un papel decisivo en la determinación del significado y de la conducta La magrez con la cual las actitudes están representadas en la consciencia dio lugar a una tendencia a considerarlas como manifestaciones de la actividad del cerebro o de la mente inconsciente. La persistencia de las actitudes que son totalmente inconscientes fue demostrada por Muller and Pilzecker (1900), quienes llamaron al fenómeno “perseveración”. La tendencia del sujeto a deslizarse en un estado de ánimo propio de sí mismo, condujo a Koffka (1912) a postular las “actitudes latentes”. Washburn (1916) caracterizó las actitudes como “sistemas de movimiento estático” dentro de los órganos del cuerpo y el cerebro. Otros escritores, incluso más fisiológicamente inclinados, subsumieron las actitudes bajo rúbricas nerológicas: rastros, neurogramas, incitogramas, patrones cerebrales y similares. La contribución de Würzburger y de todos los otros psicólogos experimentales fue en efecto la demostración de que el concepto de actitud es indispensable. Pero fue la influencia de Freud la que dotó a las actitudes de vitalidad, equiparándolas con el anhelo, amor y odio, con pasión y prejuicio, en definitiva, con el gran torrente de la vida inconsciente. Sin los trabajos arduos de los experimentalistas, las actitudes no serían hoy un concepto establecido en el campo de la psicología; pero también, sin la influencia de la teoría psicoanalítica ciertamente hubieran permanecido relativamente inertes, y no habrían sido de mucha ayuda a la psicología social. Para la explicación del prejuicio, lealtad, patriotismo, comportamiento de las masas, control por propaganda, ninguna concepción anémica de las actitudes será suficiente. Como hemos dicho, la hipótesis del instinto no satisfizo a los científicos sociales por mucho, debido a que la naturaleza misma de su trabajo les obligó a reconocer la importancia de la costumbre y el medio ambiente en la formación de la conducta social. La teoría del instinto tiene precisamente el énfasis contrario. Lo que necesitaban los científicos sociales era un concepto psicológico nuevo que escapara por una parte del vacío de la impersonalidad de la costumbre y la fuerza social, y por otra parte, del innatismo. Ellos gradualmente adoptaron el concepto de actitud.

El crédito por instituir el concepto como una característica permanente y central en la escritura sociológica debe ser asignado a Thomas y Znaniecki (1918), quienes le dieron prioridad sistemática en su estudio monumental de campesinos polacos. Antes de este tiempo el término ha hecho solo apariciones esporádicas en la literatura sociológica, pero inmediatamente después fue adoptada con entusiasmo por decenas de escritores De acuerdo a Thomas y Znaniecki, el estudio de las actitudes es por excelencia el campo de la psicología social. Las actitudes son procesos mentales individuales que determinan las respuestas actuales y potenciales de cada persona en el mundo social. Ya que una actitud siempre está dirigida hacia un objeto. Puede ser definido como un estado de la mente de un individuo hacia un valor. Los valores son por lo general de naturaleza social, es decir, que son objetos de sentido común por parte de los hombres socializados. El amor por el dinero, el deseo de fama, odio a los extranjeros, respeto por una doctrina científica, son actitudes típicas. Se deduce que el dinero, la fama, los extranjeros y una teoría científica son todos valores. Un valor social se define como “cualquier dato con un contenido empírico accesible a los miembros de algún grupo social y un significado con respecto a cuál es o puede ser un objeto de actividad” Hay, sin duda, numerosas actitudes correspondientes a cada valor social; hay, por ejemplo, varias actitudes con respecto a la iglesia o el estado. Hay también numerosos valores posibles para una sola actitud. El iconoclasta puede dirigir sus ataques bastante al azar sobre todos los valores sociales establecidos, el filisteo puede aceptarlos a todos acríticamente. De ahí que en el mundo social, tan estudiado por el sociólogo, deban tener lugar los valores y las actitudes Siguiendo de cerca en la misma línea de pensamiento, Faris (1925) propuso refinamientos adicionales. Él distinguiría entre actitudes conscientes e inconscientes, mentales y motoras, individuales y grupales y entre actitudes latentes y cinéticas. Park (ver Young, 1931) quien también está esencialmente de acuerdo con esta escuela de pensamiento, sugiere cuatro criterios para una actitud: 1) Debe tener una orientación definida en el mundo de los objetos (o valores), y en este respecto diferir de los reflejos simples y condicionados 2) No debe ser totalmente un tipo de conducta automática y rutinaria, sino que debe mostrar alguna tensión, incluso cuando sea latente 3) Varía en intensidad, a veces siendo dominante, a veces relativamente inefectiva 4) Tiene sus raíces en la experiencia y por lo tanto no es simplemente un instinto social Las siguientes son definiciones típicas de actitud que surgieron Actitud: la disposición mental específica hacia una experiencia entrante (o saliente), por la cual esa experiencia es modificada; o, una condición de preparación para un cierto tipo de actividad (Warren, Dictionary of Psy-chology, 1934.) Una actitud es una disposición mental del individuo humano para actuar a favor o en contra de un objeto (Droba, 1933)

Una actitud es un estado mental y neural de preparación, organizado a través de la experiencia, ejerciendo una influencia directiva o dinámica sobre la respuesta del individuo hacia todos los objetos y situaciones con las cuales está relacionado (G. W. Allport, 1935.) Como hemos dicho, la actitud de unidad ha sido la piedra angular en el edificio de la psicología social. Ha tenido, por supuesto, muchos críticos. Especialmente en años recientes, teóricos del aprendizaje, teóricos de campo, fenomenólogos han intentado desalojarla. Pero es cuestionable si sus esfuerzos combinados pueden hacer más que refinar el concepto para futuros usos. Después de todo, el comportamiento social refleja tanto la organización, esperanza habitual y recurrente, que la doctrina de la actitud (o algún equivalente cercano) es necesaria. Sin algún concepto parecido, los psicólogos sociales no podrían trabajar en los campos de la opinión pública, carácter nacional, o conducta institucional – solo por mencionar algunas áreas; ni podrían caracterizar la organización mental del hombre social. El término puede no ser indispensable, pero lo que representa sí lo es

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