González Luis Pueblo en vilo hasta p.201
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LUIS GONZÁLEZ Lecturas Mexicanas divulga en ediciones de grandes tiradas y precio reducido, obras relevantes de las letras, la historia, la ciencia, las ideas y el arte de nuestro país.
Pueblo en' vilo
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Secretaria de Educación Pública
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Primera edición, El Colegio de México, 1968 Primera edición en Lecturas Mexicanas, 1984
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A la memoria del general
LAzARO CARDENAS )'
de don FEDERICO GoNzALEZ
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D. R. © 1984, FONDO DE CULTIJRA ECONÓMICA Av. de la Universidad, 975; 03100 México, D. F.
ISBN 968-16-1737-1 Impreso en México
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PRÓLOGO La comunidad de San José de Gracia, tema de estos apuntes, figura en muy pocos mapas del Estado de Michoacán. En los que figura, se le crucifica entre el paralelo 20 y el meridiano 103. Es un punto de la historia, la geografía y la población de la República Mexicana que apenas ha comenzado a ser noticia en los últimos tres lustros, quizá por las siete ediciones de un libro que lo desnuda, por ciertos reportajes periodísticos o radiofónicos y por un par de videocartuchos pasados por las pantallas de la televisión. El libro donde se cuenta sin tapujos la historia universal de San José de Gracia, editado en español tres veces, dos en inglés y otras tantas en francés, no ha sido reescrito para su octava comparecencia pública, pero sí muy aligerado. Como esta edición busca congraciarse con quienes sólo leen por gusto y sin ánimos de encontrar pelos en la sopa, prescinde de un prólogo extenso, de tres introducciones, igual número de despedidas y una prehistoria; en suma, suprime cosa de cien páginas. Con la supresión de preámbulos, adioses y el primer capítulo, se consigue un libro casi sin lonjas, con la esbeltez de los volúmenes de la serie de "Lecturas Mexicanas". Puede enflaquecerlo más, pude quitarle números, sensiblerías, nombres propios y otras incomodidades, pero no lo hice por temor a dejarlo fantasmal, con la ,piel untada a los huesos. Ojalá sean atinados los pareceres de aquellos observadores que aseguran la representatividad y la singularidad de San José de Gracia. Si como dicen, esta columna vale como botón ~e muestra de lo que son y han sido muchas comunidades ~inúsculas, mestizas y huerfánas de la región montañosa del México central, Pueblo en vilo, imagen veraz de San Jase, puede servir a los preocupados por encontrarle el 9
hilo a México. Si es verdad que más de algún josefino ha resuelto bien este o aquel problema del agro que permanece irresoluto en otras partes de la República, Pueblo en vilo, que no escatima las experiencias propias de los joseanos, puede ser útil para quienes aspiran a enderezar este país. Pueblo en vilo está eláborado con amor, pero no del ciego; se amasó con muchas simpatías, pero sin faltas a la verdad. El autor no sólo se dio el lujo de haber nacido y crecido en el pueblo en cuestión. Antes de ponerse a escribir, practicó caminatas a pie y a caballo por la tierra donde crece la historia josefina; conversó con todo mundo en aquel mundillo; exploró los archivos de sus padres, de la parroquia, del municipio y el Archivo General de la Nación; vio, oyó y se documentó mucho, y como si eso fuera poco, fue ayudado no únicamente por el recuerdo de las personas del terruño de San José, también por la eficacia para comunicar recuerdos de Armida. Con la certeza de que no necesitan ninguna otra aclaración preliminar las páginas siguientes, libero de mi presencia a los posibles lectores de la versión achicada de la microhistoria de San José.
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PARTE PRIMERA
MEDIO SIGLO EN BUSCA DE COMUNION
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l. LOS RANCHOS (1861-1882) OJjumatlán en venta EL GENERAL Antonio López de Santa Anna, el presidente cojo que se hacía llamar Su Alteza Serenísima, disfrutaba del espectáculo de un gran baile, cuando supo que el coronel Florencio Villarreal, al frente de una tropa de campesinos, había lanzado en el villorrio de Ayutla un plan que exigía la caída del gobierno y la formación de un Congreso Constituyente que le diera al Estado mexicano la forma republicana, representativa y popular.... Las adhesiones al Plan de Ayutla vinieron de todas partes. La Revolución cundió. Santa Anna se fue. Los liberales puros o del "ir de prisa" tomaron el poder; expidieron leyes anticlericales y unificaron a todo el clero en su contra. Alguien en el Congreso Constituyente trató de ir más allá. Ponciano Arriaga, "para que del actual sistema de la propiedad ilusoria, porque acuerda el derecho solamente a una minoría, la humanidad pase al sistema de propiedad real, que acordará el fruto de sus obras a la mayoría hasta hoy explotada" pide que se distribuyan "nuestras tierras feraces y hoy incultas entre hombres laboriosos de nuestro país". 1 El Congreso no toma en cuenta esa sugerencia, ni tampoco las similares de Olvera y Castillo Velasco. Los constituyentes redactan una Constitución parecida a la de 1824, pero con mayor dosis de libertades para el individuo y menos para las corporaciones, entre las cuales figuraba en lugar eminente la Iglesia'.. I Francisco Zarco, Histor'Íd del Consreso Constituyente. 1851857, pp. 69Q.6Cfl, 363-365, 387-404.
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Lo acordado por los constituyentes acrecentó la discordia civil. Liberales y conservadores se pusieron a pelear sin tregua ni cansancio en una guerra que habría de durar tres años. El primero fue de victorias contrarrevolucionarias; el segundo de equilibrio de fuerzas, bandolerismo, robo, hambre, epidemias, oratoria política y literatura de combate, y el tercero, de grandes triunfos para el partido liberal y de la expedición de las segundas Leyes de Reforma. Justo Sierra cree que esa lucha removió "conciencias, hogares, campos y ciudades". Quizá ningún estado se abstuvo de tomar parte en ella. En 1860 el partido conservador se quedó sin ejércitos, pero no sin generales, caudillos políticos y madrinas. Los generales derrotados emprendieron una "guerra sintética" consistente en abatir a mansalva a los prohombres de la facción victoriosa. Los políticos depuestos acudieron a implorar el auxilio de sus ma.drinas, que eran algunas de las testas coronadas de Europa. La pareja imperial de Francia vino en su apoyo, porque quería oponer un muro monárquico y latino a la expansiva república de la América del Norte y el momento era propicio para levantar la barda, pues una mitad de los Estados Unidos peleaba contra la otra mitad. Los soldados de Francia, reforzados por los monárquicos de México, reiniciaron la lucha contra los liberales en el poder en 1862. Perdieron la batalla del 5 de mayo y ganaron otras muchas; las suficientes para tomar el timón y mandar traer al emperador y sentarlo en su silla imperial; pero no las necesarias para abatir a los contendientes. Como todo mundo sabe, la guerra fue ardua en casi todo el país en el sexenio 1862-1867, sin llegar a ser la preocupación central de la gente campesina. En la Hacienda de Cojumatlán, los rancheros se preocupaban y ocupaban en otras cosas, aun cuando no permanecieron completamente al margen de la trifulca. En la zona alta de Cojumatlán, el sexenio de 1861-1866 fue memorable por media docena de acontecimientos de escasa o ninguna significación nacional. Dejaron recuerdos la aurora boreal, la desaparición de la Hacienda, el paso de los franceses, el maestro Jesús Gómez y el arribo de Tiburcio Torres. Otros sucesos, como la llegada y el fusilamiento de Maximiliano, las agresiones anticlericales de don Epitacio Huerta, la vida y las hazañas de Juárez, los litigios y los destierros del 14
obispo Munguía, y en general todo lo acontecido más allá de cien kilómetros a la redonda, se ignoró aquí. La prensa periódica nunca llegaba a manos de los rancheros; las partidas de beligerantes que visitaban la zona jamás se ocuparon en comunicar sus andanzas a los campesinos; éstos iban lo menos posible a los pueblos y ciudades cercanas, por temor a la leva y a los ladrones, y los pocos que fueron "enlevados" y salieron con vida de la trifulca, no se enteraron de la causa que los llevó al teatro de la guerra. Mientras los franceses desembarcaban en Veracruz, los rancheros de la hacienda sólo hablaban de fraccionamiento y de la aurora boreal. Para este millar y medio de mexicanos que vivía al margen de la vida del país y muy adentro de la naturaleza, una aurora boreal importaba más que cien intervenciones forasteras. En el otoño de 1789 había habido otra, y lo sabían los vecinos, aunque ninguno' la hubiera visto. Ésta de 1861, comparada con 10 que se decía de aquélla, no fue menos maravillosa y tremebunda. Se vio en las madrugadas, al final del año, hacia el norte. Distaba mucho de ser la luz sonrosada que precede inmediatamente a la salida del sol. Las danzántes luminiscencias vistas en el cielo se asemejaban a la lumbre emanada de los lugares con tesoros ocultos, pero su enormidad infundía zozobra. Era como si se hubieran juntado a bailar todos los fuegos. Aquello parecía un combate en el que San Miguel y sus ángeles arrojaban rayos, centellas.y bolas de lumbre contra el ejército de los demonios. Se dice que la aurora polar sacudió de terror a la gente citadina, pero nunca tanto como a los campesinos. Y sin embargo, para los campesinos de Cojumatlán coincidió con el inicio de una vida mejor. Ellos querían tierra y libertad. Ésta la tenían. Aquélla la consiguieron algunos el mismo año de la aurora a causa del fraccionamiento de la hacienda de Cojumat1án. Si a otros no les tocó ni un pie de tierra, fue por desconfiados. No podían intuir que una hacienda se desmoronara. Lo que veían con sus propios ojos no era probablemente real. Quizá las ventas fuesen fingidas; quizá se trataba de una treta de ~'licenciados" para hacerse de las modestas fortunas que, convertidas en oro y plata, guardaban los rancheros en ollas de barro, bajo tierra. No era fácil creer que los poderosos señores de' Guaracha, San Antonio y Cojumatlán necesitaran 15
deshacerse de uno de sus latifundios, y menos que quisieran hacerlo. Lo común era sumarle ranchos a las haciendas y no dividirlas en ranchos. Z Algunos no pudieron comprar tierra por falta de din,ero; no habían hecho ahorros. En fin, no faltaron los que teman con qué pagarla, pero que no supieron oportunamente de la oferta. Tampoco faltó el engañado. Lo que sí puede asegurarse es que todos los subarrendatarios de Cojumatlán, sin excepción alguna, aspiraban a ser dueños absolutos de los ranchos que tenían en arriendo. La razón es clara: querían mejorar su condición, ganar casta social, ser tenidos en más. y para eso era indispensable ser ~erratenien~e. El tener m~)I~e das atesoradas era sin duda un slmbolo de nqueza y prestigio, pero no el básico. El principal símbolo d~l ~ombre impo~nt.e era la posesión de tierras. Eso daba valimiento y, por anadidura, seguridad. Las ollas repletas de oro podían ser robadas. tierra Al ganado, en un mal,temporal, se lo lleva~a la tiznada. era dad cala~l a mngun ella, con estaba allí; nadie podía cargar del nes fraccIO de a compr la esto, todo Por rla. capaz de destrui la a Era ra. tentado ado demasi era atlán Cojum de dio viejo latifun vez una operación arriesgada. Lo cierto es que los poderosos dueños de las haciendas de Guaracha, apremiados por los acreedores, estaban dispuestos a deshacerse del menos productivo de sus latifundios. Quizá el rumor circulante de que doña Antonia Moreno perdía enormes caudales jugando a las cartas era cierto. Quizá esas pérdidas fueron la causa próxima de la decisión de vender a Cojumatlán. Quizá fueron las guerras civiles que según se dijo, habían quebrantado el poder y la riqueza de algunos grandes terratenientes. La división de la hacienda no fue insólita. Si hemos de creer al general Pérez Hernández, varias fincas rústicas, "en tiempos pasados excesivamente grandes", se fraccionaron. 3 Los achaques de la de Cojumatlán datan de
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Los datos sobre la aurora boreal y los preliminares del fraccionamiento de se
escritas la haciend a fueron distraídos de la tradición oral. También las fuentes civil )' Historia su en Torres Jesús de Mariano Así refieren al acontecimiento. . edesidstica de MichOdcdn. dio gqrdfic o del Estado de MlchOdI José María Pérez Hemánd ez, Compen cdn, p. ll.
los años treinta. El gobernador Diego Moreno necesitaba caudales. Sobre sus haciendas pesaban ya varias hipotecas; él le cargó otras. En 1836, arrendó la hacienda de Cojumatlán, por 4700 pesos anuales, a don Luis Arceo. El arrendatario se obligó a permitir que el ganado de Guarac~ agostase en la dad arrendada en tiempo de agUas, cromo era costumpropie 4 bre. Don Luis Arceo murió en 1837. No fue fácil dar con otro . No le fue arrendatario. Al fin cayó don José Dolores Acuña 5 Vino enseguida to. contra el renovó 1846 en porque tan mal, la defunción de Diego Moreno. Los herederos convinieron en que la tercera esposa del difunto administrara las haciendas. La. señora Sánchez Leñero murió durante la guerra de tres años. Acuña se atrasaba cada vez más en sus pagos. Los dueños seguían cargándose de deudas. Doña Antonia Moreno de Depeyre, la hija mayor de don Diego, la jugadora empedernida, se hizo cargo de la vasta herencia.' En la ciudad de México, ante la fe del notario público don Ramón de la Cueva, doña Antonia, en. su propio nombre y en el de sus hermanos, plenamente facultada, concedió a don Tirso Arregui, honorable ciudadano de Sahuayo, un poder bastante para que obtuviese la devolución de la hacienda de Cojumatlán de su arrendatario José Dolores Acuña, "y recogida procediera a su venta en fracciones". Dio otro poder especial a don Felipe Villaseñor, también de los grandes de Sahuayo, para deslindar la hacienda y exigir a don José Dolores Acuña "el pago de las cantidades de que resultase deudor". 7 Don Tirso Arregui cumplió al pie de la letra las instrucciones d~ la señora Moreno. En los años de 1861 y 1862 fraccionó en CIncuenta y tantas porciones de desigual tamaño una superficie de casi cincuenta mil hectáreas en las que "se criaba bien el ganado vacuno, de lana, caballar y de eerda", donde algunas tierras "producían maíz, trigo, frijol, y otras, magueyes", y donde los habitantes de la llanura norte podían "pescar en el gran lago de Chapala'~. 8 El latifundio puesto en venta • ANJ, Libro de Protocolo del Lic. Alejandro Abarca. s lbid., Libro de la Alcaldía de Jiquilpan. • lbid., P,¡-otocoIo del Lic. Miguel E. Cázares, 1861-1864. 7
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• Pérez Hemánd ez, 01'. cit., pp. 107 y 109. I
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colindaba al oriente (Sahuayo y Jiquilpan de por medio), con las haciendas de Guara cha y La Palma; al poniente, pasado el río de la Pasión, con las lomas de Toluquilla de don José Guadalupe Barragán; al norte con la laguna d~ Chapala. y al sur con "los indios de Mazamitla", "los conduenos o parclOneros de la hacienda de Pie de Puerco" y las tierras de Quitupan. Sus sucesivos dueños habían estado en quieta y pacífica posesión de la hacienda durant e "doscientos veinte y seis años". 9 En 1837 se había valuado en cincuenta y cinco mil pesos. Don Tirso Arregui la vendió fraccionad~ en ci~to d~ez mil pesos. 10 Las tierras de la hacienda de COJumatlan tuvieron dos clases de compradores. Los que se quedaron con los mejores y mayores terrenos no eran oriundos de la h~ci~nda; fueron los ricos de Jiquilpan, Cotija y Sahuayo y los nqmllos del valle ~e Pajactlarán, Cojumatlán y Mazamitla.: Los. su~arrendatanos sólo pudieron comprar ranchos pequenos, sm berras de labor y con agostaderos de segunda clase. 11 • , La toma de posesión de los ranchos en que ~e fraCCIOno la Hacienda se hizo solemnemente. El 27 de Juho de 1862, Amadeo Betancourt, juez de primera instanc~a del dis~~ito de Jiquilpan, después de dar á ~on Manu~l ~nas poseslon del Sabino y de quedarse a dormir en el meJor lacal de la ran~he ría del mi~mo nombre, a las siete de la manana, a~omI?anado de su secretario y de don Tirso Arregui, don IgnaCIO Sanchez Higareda, ellicenci;¡do Villase~or, don Ramón C,ontrera~ ~) interesado don Fructuoso Chavez y muchos mas, se dmglo hasta la confluencia de los arroyos de San Miguel y La Estancia. Aquí el comprador solicitó formalmente el 'prim~r auto de posesión; el juez preguntó a los presentes SI ha~~a alguno entre ellos que cont~adijera la posesió~ .. La contrad,~Jo don Ramón Martínez, vecmo del rancho, diCIendo que al comprar don Frutos el Ce!rito le ofr~ció
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