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April 13, 2017 | Author: StefaniaAO | Category: N/A
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AUTORES, TEXTOS Y TEMAS

H U M A N I S M O

Giambattista Vico

O bras Retórica (Instituciones de Oratoria)

Prcs. de Emilio Hidalgo-Serna y José M. Sevilla Pref. de Giuliano Grifo Ed., trad, del latín y n. de Francisco J. Navarro Gómez

ANTHROPO*

AUTORES, TEXTOS Y TEMAS

H U M A N I S M O

Dirigida por Emilio H idalgo-Serna y José M anuel Sevilla La serie H um anism o responde a la necesidad de dar a conocer a algunos de los A utores, Textos y Lemas filosóficos del hum anism o italiano y español que han sido más olvidados o incom prendidos por la h isto ­ ria del pensamiento occidental. Frente a la abstracción del lenguaje racional, del saber apriorístico y de la metafísica escolástica, los hum anistas entendieron c ilustraron la preem inencia filosófica de la palabra metafórica, de la imagen, de la fantasía, del conoci­ m iento inventivo y del pensam iento ingenioso. De aquí procede, entre otras cosas, la reivindicación h u ­ m anista de la o rig in aria fu n ció n filosófica de la poética y de la retórica. Descartes, Hegel o H eidegger negaron el valor es­ peculativo del pensam iento latino y del hum anism o. Es notorio además el grave silencio de la filosofía española respecto a su propia tradición. La palabra y el lenguaje, que constituyen las raíces de la historia humana, fueron el fundam ento de la polém ica de los hum anistas contra la estructura metafísica del pen­ sam iento medieval. Este hum anism o filosófico, casi siem pre estudiado a nivel histórico y filológico, o bien a la luz del idealism o o del neoplatonism o, cris­ talizó en las obras de Salutati, B runi, Valla, Vives, C ervantes, Gracián o Vico. En el olvido del verburn histórico p o r parte de la fi­ losofía tradicional, reconocieron los hum anistas la prim era causa de la corrupción de las artes del len­ guaje, de las ciencias y del pensam iento. Además de textos y traducciones de los hum anistas más representativos, la serie H u m an ism o editará aquellos trabajos críticos e interpretativos que d o ­ cum enten la actualidad filosófica de nuestra propia tradición.

OBRAS

II

AUTORES, TEXTOS Y TEMAS

HUMANISMO Dirigida por Emilio Hidalgo-Serna y José Manuel Sevilla

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Giambattista Vico

OBRAS II RETÓRICA (INSTITUCIONES DE ORATORIA)

Presentación de Emilio Hiclalgo-Serna y José Ai. Sevilla. Prefacio de Giuliano Crifó Edición, traducción del latín y notas de Francisco J. Navarro Gómez.

Esta obra ha sido publicada con la ayuda de la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Cultura

Con la colaboración de la FUNDACIÓN STUDIA HUMANITATIS

Obras II : Retórica (in stituciones de Oratoria) / Giam battista V ico ; presentación de Em ilio H idalgo-Sem a y José M. Sevilla ; prefacio de Giuliano Crìfò ; edición, traducción del Salín y notas de Francisco J. Navarro Góm ez. — Rubí (Barcelona) ; A nlhropos Editorial, 2004 XIX t 267 p. ; 20 c¡n. — (Autores, Textos y Tem as. H um anism o ; 8) B ibliografía p. 247-264. ín d ices ISB N 84-7658-704-X 1. R etórica 2. H u m a n ism o filosófico 3. F ilosofía (Italia) - S. X VIII 1.1 IklalgoS erna, Umilio, pr. II. Sevilla, .losé M., pr. III. Crifò, G iuliano, pref. IV. N av arro G óm ez, F ran cisc o J., ed„ tr., n. V. T ítulo VI. Colección i Vico, G iam b attista

Prim era edición: 2004 © de la presentación: Emilio H idalgo-Sema y .losé M. Sevilla, 2004 © del preLacio: Giuliano GriLó, 2004 © de la edición, traducción y notas: Francisco J. Navarro Gómez, 2004 © Anlhropos Editorial, 2004 Edita Anlhropos Editorial. Rubí (Barcelona) vvww.anlliropos~editorial.com. ISBN: 84-7658-704-X Depósito legal: B. 46.125-2004 Diseño, realización y coordinación: Plural, Servicios Editoriales (Nariño. S.L.), Rubí. Te!, y fax 93 697 22 96 Impresión: Novagràfik. Vivaldi, 5. M onteada i Reixac Im preso en E spaña - Prínted in Spaili T odos los derechos reservados. E s ta publicación no pu ed e sei' reproducida, ni en lo d o ni en parte, ni reg istrad a en, o tra n sm itid a por, un sistem a d e recu p e ració n d e in fo rm ació n , en n in g u n a form a ni po r nin g ú n m edio, sea m ecánico, l'otoquím ico, electrónico, m agnético, eleciroóptico, po r fotocopia, o cu a lq u ie r otro, sin el perm iso previo p o i'escrito de la editorial.

PRESENTACIÓN

Es para nosotros un gran placer poder ofrece); a España y Latinoam érica este segundo volum en de las Obras 1 de Giambattista Vico (1668-1744) en nuestra colección Hum anism o. Se tra­ ta de la prim era traducción española de las Instituñones orato­ rias, un m anual de apuntes que el profesor de retórica de la Universidad de Nápoles y autor de la Ciencia nueva utilizó en sus Cursos de retórica y elocuencia entre los años académicos que van de 1699-1700 a '1739-1740. Es evidente que la propia vida, el trabajo académ ico diario y el pensamiento teórico no son separables. Pero en el caso de nuestra tradición latina y del hum anism o filosófico, que alcanza su culminación con Vico, esta relación indisoluble entre la vida y la palabra —ya sea ésta hablada o escrita—, entre la experiencia personal dei filósofo, la historia y el arte retórica como «facultad de decir» y «pronunciar discursos con los mejores pensamientos y selectísimas palabras »,2 constituyó adem ás la raíz esencial de la formación de los Studia Humanitatis. Este m ismo sustrato alimenta tam bién la Autobiografía de Vico, sus discursos inaugu­ rales en la Universidad partenopea, sus libros de reflexión filoló­ gica y jurídica, y su elaboración de la Ciencia nueva., siempre 1, En el prim er volum en de las O bras de Giam batdsta Vico (.Obras. Oraciones inaugurales y La antiquísim a sabiduría de los italianos, A ntlnopos Editorial [serie Hu­ manismo., 6], Barcelona, 2002), h em o s publicado las O raciones inaugurales (16991707), Del m étodo cíe estadios de nuestro tiem po (1708), Sobre ¡a revelación de ¡a antiquí­ sim a sabiduría de. los italianos (1710) y Sobre la m ente heroica (1732) (edición, traduc­ ción del lalín y notas a cargo de Francisco J. Navarro Gómez). 2, Inst, or. 12J, Cír, G. Vico, Retórica (Instituciones de oratoria) (ed., trad. y n. de F.J. Navarro G óm ez), p. 3.

VII

m eticulosamente escritos y reelaborados para su publicación; al igual que su correspondencia, los escritos de ocasión, o estos utensilios preciosísimos aquí publicados y que le sirvieron para la enseñanza oficial de la elocuencia durante cuarenta años, los cuales deseamos que constituyan u n fructífero m anantial de ideas para quienes se han ocupado o se preocupen en el futuro de retórica y/o del pensam iento del gran autor napolitano. En este detallado instrum entado viquiano de retórica es po­ sible descubrir nuevas relaciones de continuidad especulativa entre el pensam iento filosófico de Vico y su larga e ininterrum ­ pida enseñanza de la elocuencia. Advertimos la huella de Cice­ rón, quien exigía al orador un conocim iento exhaustivo de to­ das las cosas y de cada una de las artes, de las lnstitulion.es oratorias de Quintiliano o la preem inencia del lenguaje retórico y de la elocutio inventiva y m etafórica defendida p o r hum anis­ tas com o Lorenzo Valla o Juan Luis Vives en su De raíione clicendi (1532),3 p o r recordar aquí sólo algunos de los m om entos de la retórica latina y hum anista que precedieron a Vico. ¿Cómo evitar el olvido del vínculo verbum-res para llenar el vacío significativo del lenguaje racional, abstracto, cartesiano? El filósofo hum anista y profesor de retórica concluye su diserta­ ción Del método de estudios de nuestro tiempo (1708) reiterando que el orador «debía ser docto en todas las ciencias y artes». «Pues ¿qué otra cosa es la elocuencia sino la sabiduría que ha­ bla de form a adornada, copiosa y acom odada al sentido co­ m ú n ?»4 —se pregunta y responde Vico. A la retórica atribuye éste la función de ser el fundam ento unificador de todas las ciencias y de constituir la verdadera respuesta filosófica que de­ berá atender a lo verosímil y lo probable, que son las dos m ane­ ras en que se presentan los asuntos y las cosas hum anos, las dos coordenadas histórico-vitales del m undo civil. Porque la lengua es condición para todo lo hum ano, no puede dejar de serlo para el preciso razonam iento ni p ara el filosofar concreto. Porque el hom bre es en su ser m ism o —com o dice Vico— cuer­ po, m ente y lengua, la retórica asum e la función de saber decir

.3, J.L. Vives, El arte retórica. De rationc diceitdi. (edición bilingüe) (csl. introd. do E m ilio Hidalgo-Sem a; ed., írad. y n. de Ana Isabel Cam acho), Antliropos (serie H um a­ nism o, 3), Barcelona, 1998. 4. G. Vico, Obras.... eit., p. 124.

VIII

con pregnancia aquello que im porta a quien dice y a quien se le dice. Es tanto un saber que habla, como tam bién un decir sabia­ mente. Ahondar en lo exquisito (scitum ) de los recursos del len­ guaje im plica a la vez un m odo de conocim iento verdadero (scienlia.)5 que se basa en lo verosímil 6 en vez de presuponer una «verdad» indudable, y que asum e la certeza de la realidad de lo probable en vez de una incierta pretendida seguridad de lo real. La retórica es la reina de las artes y de cada disciplina, no sólo porque las abarca todas, sino, fundam entalm ente, porque ella es capaz de mover, indicar, conmover, integrar los senti­ mientos y las razones o guiar a quienes deberán ser formados en la totalidad del saber y pensar de los hombres. Sólo el discurso retórico y la dimensión especulativa de la elocutio y de las figu­ ras retóricas podran constituir el histórico fundam ento del pen­ sam iento racional. «De m odo que creo —nos dice Vico— que la actual elocuencia [...] se ha corrom pido sobre todo a causa de que las cuestiones filosóficas se transm iten sin brillantez alguna, y sin ningún ornato ni fecundidad .»7 Vico no niega la filosofía para afirm ar la retórica, ni viceversa. Más bien al contrario, las propuestas viquianas tienden a restablecer los vínculos solida­ rios entre retórica y filosofía. E n la lecciones que nos da Vico —y com o posteriorm ente Ernesto Grassi ha argum entado a lo largo de su producción intelectual— se aprende que toda verdadera füosofia es retórica (o sea, que el razonam iento filosófico requiere la formulación retórica de la palabra como inicio de sus razona­ mientos) y, más aún, que la verdadera retórica es filosofía* 5. Clr. Sobre la revelación de la antiquísima, sabiduría de los italianos, en Obras..., cit., p. i 80. 6. Lo verosím il es «com o un térm ino m edio entro lo verdadero y lo falso, de modo que en la m ayor parte de las ocasiones es verdadero, y raram ente falso»; siendo que «de lo verosímil se engendra el sentido com ún» (G. Vico, Del m elado ele estudios de nuestro tiem po, cap. III, en Obras..., cit., p. 82). Y el «sentido com ún», aplicado por los hom bres a las utilidades y necesidades hum anas, es la fuente del derecho natural, que es lo m ism o que decir de la sociedad hu m ana en la historia (clr. G, Vico, Scienza nuova, ed. 1744, dign idadesX I, XII, XIII y CV [§§ 141-147 y 311-313]). 7. Iiist. or. [9]. Clr. G. Vico, Retórica (Instituciones de oratoria) (ed., traci, y n. de F.J. Navarro Gómez, p. 12). 8. Cír. E. Grassi, 1Viatorie as Philosophy, Pennsylvania State U niveisity Press, 1980 (ed. ital,, Retorica com e filosofìa. La tradizione um anistica, a cargo de M assim o Maras­ si, La Città dei Sole, Nàpoles, 1999); id„ h i filosofia del hu m anism o. Preeminencia de la palabra, Anthropos (serie H um anism o, 1), Barcelona, 1993; c icl., Vico y e l hum anism o. Ensayos sobre Vico, Heidegger y la retórica, Anthropos (serie H um anism o, 5), Barcelo­ na, 1999. en especial el cap. IV, V éase adem ás E. H idalgo-Sem a, «Grassi y la primacía

IX

Los apuntes académ icos que ahora ven aquí su luz prim era en nuestra lengua seguirán liberando al pensam iento viquiano de la reductiva interpretación idealista, propiciada en el pasado siglo por B enedetto Croce al atribuir a la retórica de su com pa­ triota únicam ente una tarea puram ente ornam ental. No sólo no es así, com o se aprecia por la simple razón histórica de que las lecciones de retórica las hace Vico tam bién cuando ya ha abor­ dado el trabajo de la Ciencia nueva (tanto en sus ediciones de 1725 como de 1730), y hay ideas que circulan com o vasos co­ m unicantes entre am bos trabajos; sino que, además, quienes lean en profundidad y con claves problem atistas advertirán cómo el problem a que establece Vico no es ya sim plem ente el de la relación entre filosofía y retórica, sino —como retom ará m ás adelante E. Grassi en su perspectiva hum anista retórica— el problema que se presenta bajo la form a de retórica y filosofía .9 El decir y el saber retóricos hum anizan cualquier tipo de discurso científico o filosófico porque, adem ás de tener en cuenta los sentim ientos de quien habla y escucha, no descuidan la verdad, los pensam ientos, la verosimilitud y probabilidad de cada m ateria y disciplina. Sobre la retórica recae, además, la responsabilidad de m antener unidas la sociedad de ios hombres y la com unidad del saber hum ano. No en vano, en el arte de ha­ blar elocuentem ente (sabiduría que habla) se estrecha la unión entre «la lengua y el corazón», el apego natural de su propia palabra a la idea ,10 siendo éste el lugar donde deben confluir creativam ente los sentidos, los sentim ientos, el ingenio, la fan­ tasía, la m em oria y la razón. El dom inio form ador de la retórica brota de las raíces de los problem as hum anos, no del anonim a­ to de la palabra abstracta. E n su ám bito, la im agen y la m etáfo­ ra abren el pensam iento a la circunstancialidad de lo concreto, donde el poder de la fantasía y la fuerza del ingenio se encargan de establecer los vínculos con la realidad. de Ja palabra en el hum anism o», introducción a E. Grassi, /.« filosofia cid hu m anis­ m o..., cit., en especial pp. X-XT; y J.M. Sevilla, «Relórica co m o filosofía. E, Grassi, Vico y el problem a del hu m an ism o retórico», M m iteagudo, 3.:‘ época, n." 8 (2003), Universi­ dad de Murcia, m onográfico Retórica y D iscurso, pp. 73-106, espec. p. 77. 9. Gli'. M. M arassi, «Introduzione» a E. Grassi, Retorica com a filosofía, cit., pp. 11-27; p. 19 y p. 25. 10. Clr. G. Vico, «Las A cadem ias y las relaciones entre filosofía y elocuencia», discurso pronunciado en la Accadem ia degli O/.io.si en enero de 1737 (liad, cast., Cua­ dernos sobre Vico [Sevilla].. 7-8 [1997], pp. 473-477, cit. p. 476).

X

No ha cie extrañarnos, por tanto, que, al tratar acerca de su naturaleza, Vico considere la retórica como una «facultad» (fa­ cultas); o sea, com o la facilidad de «decir» (dicere) «en la forma apropiada» en todo debate de problem as, arraigándose en el ánimo hum ano, que es el principio interno del movimiento en la mente, por el que ésta —como mente del ánim o— se dirige siem pre a otros ánim os y voluntades , 11 operando m ediante el ingenio, «que es la facultad propia del saber ».12 La praxis y la filosofía viquianas de la retórica deberem os cotejarlas y am aizarías teniendo en cuenta los tres niveles fun­ dam entales en los que, paralela y contem poráneam ente, tie­ nen lugar y confluyen, p o r u n a parte, sus clases universitarias sobre las m últiples técnicas de la elocuencia, las figuras retó­ ricas o el «ben parlare in concetti», el m arcado acento hum a­ nista y didáctico que traslucen sus célebres Oraciones inaugu­ rales y el singular protagonism o del decir y saber retóricos en cada uno de sus libros y del conjunto de su pensam iento. Los estudios viquianos hoy día m uestran cóm o hay una evidente línea de continuidad en el pensam iento de Vico, rastreable a través de todas sus obras, com enzando desde las referidas O raí iones hasta llegar a la ú ltim a Scienza nnova (1744). En di­ cha linealidad está claro que se incluye tam bién con todo su va­ lor las Institutiones oratoriae que, a pesar de su condición aca­ dém ica y de su form a de lecciones m agistrales, en ningún caso ha de considerarse un texto m arginal. É sta es una razón m ás p ara que las presentes Instituciones de oratoria constitu­ yan el segundo volum en en español de las Obras de Vico alo­ jadas en la serie H um anism o que dirigimos. A los criterios de cronología y de textos en latín se une tam bién el de despliegue de las ideas, y la consideración de que Vico, im buido de cultu­ ra jurídica y de pensam iento retórico, es —com o dijera Pielro

1 1. Jusl. or. [2]. Cír. G. Vico, Retórica (Instituciones eie oratoria) (ed., luid, y n. do F.J. Navarro G óm ez), p. 3. Cír. G. Vico, Sobre la revelación de la antiquísim a sabiduría, de los italianos, en Obras..., cit., pp. 173-174; y cír. Scienza nnova (ed. 1744), § 69. 12. La «facultad», entendida com o facilidad (facuiitas) operativa, com o habilidad para hacer, constituye el rango de la potencialidad operativa del ser hum ano, la pose­ sión del principio activo del facera (que Vico identifica con eí conocer: c(V. Sobre la revelación de la antiquísim a sabiduría de los italianos, cap. 1, en Obras.... cit., p. 133; v Scienza, nu ova, ed. 1744, § 331 y § 349). Las facultades (sentidos, fantasía, memoria, ingenio, intelecto) son potencias productoras de lo que hacernos en sentido propia¡n eniehum a.no, y, por tanto, de aquello que pod em os conocer de verdad.

XI

Piovani — 13 m ás u n «hum anista» que un filósofo en sentido estricto, en contacto con el m ondo civile m ás que con el uni­ verso metafísico; en cualquier caso, u n a m ente preocupada y puesta al servicio del m undo de los hombres. Agradecemos al profesor Giuliano Crifó, de la Universidad de Roma «La Sapienza», su prefacio a la edición española de estas lecciones de Vico. La edición latina de Crifó, cuyo texto asentado por él ha sido elegido com o base para la versión que aquí presentam os, es la últim a, m ás crítica y m ejor de cuantas han sido hechas hasta el m om ento .14 Por último, es Francisco J. Navarro Gómez —el fiel traductor al castellano de la obra de Vico en latín— m erecedor de nuestro más vivo agradecimiento, reconocim iento y estima. Con gran pericia ha elaborado su propia versión siendo tan fiel al latín de Vico y a sus ideas cuanto tam bién a nuestra lengua, y ha ilustra­ do el texto con un excelente aparato de notas que tiene como objeto lograr una más efectiva lectura y com prensión de Vico. E m i li o H i d a l g o - S e r n a

Presidente de la Fundación Studia Humanitatis (Zúrich) J o s é M . S e v il l a Directo r del C entro d e Investigaciones so b re Vico (Sevilla)

13. P. Piovani, Vico sin Hegel, en Introducción a l pensam iento de Vico (iiad. esp. de O. Astorga, J.R. Herrera y C.I. Paván), E dición d e la Facultad de Hum anidades y Educación, Universidad C endal de V enezuela, Caracas, 1987, p. 99; cfr. p. 124. 14. G. Vico, Institutiones oratoríae, [esto critico, versione e com m ento di Giuliano Crifò, Istituto Suor Orsola Benincasa, Ñ apóles, 1989. «Prefazione», pp. XI-XI1Í, «Intro­ duzione», pp. XV-CXII, y «Commento», pp. 433-513.

XII

PREFACIO

Emilio Hidalgo-Sema y José M. Sevilla Fernández, directores de la nueva y bella iniciativa editorial de las Obras de Vico, me han pedido que presente la traducción española de las Instituliones oratoriae. Es una invitación a la que me he adherido con placer, aunque, para responder a ella, debería no sólo dom inar la lengua de Cervantes, cosa de la que m e hallo m uy lejos, sino no ignorar, y esto es solam ente u n ejemplo particularm ente sig­ nificativo, aquello que Ortega y Gasset escribiera a propósito de «miseria y esplendor de la traducción» y tener en cuenta la lec­ ción herm enéutica de Emilio Betti, remitiéndom e a su Teoría genercde clell’inteijiretazione (1955; II ed. corr. y ampl. a mi cargo, Milán, 1990; II, pp. 635 ss.) y a uno de los últim os escritos de mi Maestro, para el cual el presupuesto de toda traducción es una interprelación reconocida como válida. Esto exige fidelidad al texto, y, dada la distinción entre pensamiento y formulación lin­ güística, significa precaver el error del común prejuicio a favor de la interpretación literal. Concluye que «traducir no puede ser tarea de u n lexicógrafo o de un recolector de palabras y de fra­ ses, sino únicam ente prerrogativa de quien, por propia vocación y preparación mental, se interesa más vivamente por el pensa­ miento, especulativo o poético, expresado en el texto original, y, por tanto, está m ejor capacitado para experimentarlo, meditarlo de nuevo y entenderlo» (E. Betti, «Traduzione e interpretazione», en Responsahilitci del sapera, 81, 1967, 3 ss., 31). Para mí, entonces, no se trata de examinar particularm ente la presente traducción del latín de Vico, por otro lado debida a un eximio latinista y viquista, y reconocido traductor de otras obras XIII

viquianas, como es Francisco Navarro Gómez, ei cual ha tenido en cuenta la versión en italiano que acom paña mi edición. La invitación, en cambio, me da la oportunidad de reabrir un anti­ guo clossier, recorrer u n camino que, iniciado hace más de veinte años, me ha conducido hasta la elaboración de la prim era y única edición crítica de las lecciones viquianas de retórica. De hecho, un texto en latín que nos ha llegado en una serie de redacciones durante el curso de largos años de enseñanza por parte de Vico. Mi cotejo de las redacciones de 1711 y de 1738 y, en especial, la utilización de un posterior m anuscrito inédito de 1741 y de otros documentos me han permitido unificar el texto, publicarlo con un largo ensayo introductorio (I-CXTV) que hace las veces, tam ­ bién, de nota al texto —dotado este último de la versión en italia­ no—, y proveerlo, además de con el aparato filológico de las va­ riantes y con la recuperación de las fuentes antiguas y modernas de las que Vico ha hecho uso, de un amplio com entario histórico y bibliográfico (433-513) a los diversos parágrafos en que están repartidas estas Institutiones oratoriae, así como de varios índices (515-567), necesarios subsidios («preciosos instrumentos», dirán los recensores) para su efectiva lectura y comprensión. Un texto donde, por ejemplo, hasta entonces se creía leer «arte» en vez de «Aristóteles», o, atribuyendo a Vico u n error garrafal, se afirmaba que un cierto libro, en realidad del gramático holandés Ausonius van Popmcn, fuese una supuesta obra De lingua Latina del poeta Ausonio. Un texto con indudable función didáctica, con todos los límites inherentes a tal función, pero, como no me cansaré de indicar, regido por un alto espíritu filosófico (¿la naturaleza clel hombre no es quizás su misma formación?), crítico del cartesia­ nismo dominante por entonces, con una profunda valoración del exemplum, segura conciencia herm enéutica, coherencia entre lenguaje, derecho e historia, etc. Y todo ello, dando testimonio de una continuidad del pensam iento viquiano hasta la Scieriza nuova, gracias a la puesta en juego de la tradición representada por el derecho romano y por los fundamentos culturales y sociales de la retórica, a la luz, ciertamente, de la «rehabilitación» de esta últi­ ma, del actual redescubrimiento de la filosofía práctica, de la teo­ ría de la argumentación y de la hermenéutica, pero sobre todo del «verdadero» Vico —sus palabras—, por no decir de la estrechísi­ ma relación existente entre derecho y política, experiencia jurídi­ ca y pensamiento político, de cuya eficaz comunicación es instru­ XIV

mentó principal, precisamente, la «sabiduría que habla», que es para Vico la elocuencia. De todo esto se había perdido la huella en los estudios sobre Vico. De m anera que, al aparecer m i trabajo, hay quien ha dicho precisamente, entre otras cosas, que esta («imponente», «benemé­ rita», «ejemplar»...) edición habría sido impensable algunas déca­ das antes, no hallándose un tejido cultural que prestase mucha atención, y más bien ninguna atención, a los problemas esenciales de la retórica y del lenguaje que, en cambio, son consustancia­ les, por decirlo así, a las Institutiom s viquianas, como resulta am­ pliamente documentado en las notas al texto y en su aparato críti­ co. Por lo que se concluía que «en este texto tan laboriosamente editado se puede aprender —y no es poco— que el pensamiento de Vico es m ás complejo, y articulado tam bién sobre distintos planos, de cuanto hasta hace algunas décadas se podía creer». Y se reconocía que las Instituí iones oratoriae, «tras la edición Crifó, constituyen un punto ineludible de referencia para no pocos as­ pectos de la formación viquiana», introducen novedades cognos­ citivas (por ejemplo, a propósito de la memoria), abren una discu­ sión respecto a la tradición interpretativa, indican una línea de profundÍ7.ación y desarrollo acerca de la oportunidad de una in­ dagación en clave hermenéutica, ofrecen «además claves de inte­ ligibilidad para la lectura de las transformaciones de cláusulas, de órdenes de palabras, de ritm os compositivos», etc. Efectivamente —lo he dicho ilustrando aquí, rápidamente, los aspectos textuales de mi edición—, en los estudios se había perdi­ do el rastro de la actividad de Vico como maestro de retórica no menos que como jurista c historiador del derecho. La ausencia del contexto más amplio había impedido tam bién que se atesora­ se este específico patrimonio cultural y, en consecuencia y más generalmente, que se preguntase por una efectiva continuidad de pensamiento. De ello me he ocupado y ésta ha sido, como se ha dicho, la fundamental intención de mi trabajo: recuperar un per­ fil que, gracias al «vastísimo panoram a crítico reconstruido» y al «perfeccionamiento textual en que hoy es posible leer el manual escolar viquiano de retórica», perm ite afirm ar sin duda «que el papel ‘institucional” de profesor de elocuencia incide en la refle­ xión "filosófica” de Vico, que lo interioriza y lo vuelve funcional en una estrategia intelectual global». Una constatación realista, plenamente confirmada por la crítica que ha destacado la «fun­ XV

dada persuasión» de una coherencia interna m uy fuerte entre la investigación retórica y la obra científica. Justam ente aquello que hasta entonces había faltado. Y la causa de esta miopía podía aparecer ahora con toda su evidencia como debida a la difusión de la interpretación de Vico y a la ofuscación que en los estudio­ sos se derivaba del juicio de Benedetto Croce, para quien el mo­ mento retórico en ese pensamiento (aunque, en verdad, para Cro­ ce en fase del todo general y m ás allá de Vico) habría sido no sólo marginal sino hasta desviador. Desvalorización ésa tan autoriza­ da cuanto expeditiva y dócilmente acogida y aplicada por el histó­ rico editor de Vico, Fausto Nicolini. En este punto, la publicación de m i edición crítica, m ás allá de sus resultados filológicos, representaba la explícita contesta­ ción al juicio de Croce, que en su Estética consideraba las Institudones oratodae com o «un árido m anual retórico escrito para uso escolar (en el que en vano se buscaría una som bra de su verdadero pensam iento)». Y, estando así las cosas, se entiende bien cómo la discusión ha sido inm ediata e intensa, preparan­ do el camino, creo poder afirm arlo, p ara u n a nueva etapa de estudios, con la nueva propuesta («de m anera magnífica», se ha dicho) de «una obra hasta ahora casi generalm ente m argi­ nada en la producción global de Vico», com o reconocía, entre otros, un estudioso, según el cual mi edición es «una im portan­ te contribución a la interpretación de la form ación del pensa­ m iento de Vico» y que integra «los otros escritos latinos de m anera que se pueda considerar a Vico u n escritor latino de acento personal, y sobre el fundam ento de una cultura y una doctrina que fecundan tam bién su prosa italiana». Con la otra no pequeña consecuencia de la posibilidad —ha sido dicho— de que el nom bre de Vico, ausente en las recientes historias de la retórica, ahora pueda ser introducido «en el actual floreci­ m iento de estudios sobre la retórica», donde 110 podrá faltar jam ás en la historia de la retórica, tal y com o había sucedido hasta ahora. De todos modos, m ás allá de generosos reconocimientos, puede ser realm ente productivo, para u n a adecuada inteligibi­ lidad del texto, lo que no debe ser entendido como vano exhi­ bicionismo, el hecho de referir aquí una parte de los juicios expresados, todos ellos ex informata conscientia. Una parte muy lim itada frente a las recensiones, los com entarios y, sobre todo, XVÍ

tantas utilizaciones com o se han hecho de m i texto en no pocos m om entos de la subsiguiente literatura viquiana. Empezaré por el congreso napolitano de 1990 (mi volumen, completado en diciembre de 1983, salió en 1989) sobre retórica y filosofía en Giambattista Vico. Eugenio Garin, que presidía el congreso, ha hablado de «espléndido volumen» y de un «precio­ so», «fecundo trabajo... detrás de cuyos consejos se encuentran condensados nuevos estímulos, hipótesis e indicaciones»; Tullio Gregory, en su introducción, ha señalado en especial el «vastísi­ mo comentario de capital im portancia para los estudios viquianos, tam bién por el gran espacio otorgado a las fuentes jurídicas y romanísticas». Pero tam bién se ha hablado de «imponente edi­ ción», «trabajo de gran esmero filológico y crítico, que... explora con consumado rigor toda la docum entación textual disponible..., recorre de nuevo y discute, con información irreprochable, toda la literatura histórico-crítica referente a la obra y a la actividad didáctica de Vico». Y ha sido resaltada la «cuidada y apasionada» discusión sobre la cuestión de los tropos; el «precioso comenta­ rio» a los parágrafos de las Institutiones, la recuperación de las fuentes antiguas, las observaciones sobre la función equitativa de la oratoria forense que, a fuerza de la equidad natural, trata de obtener decisiones inspiradas en la sabiduría práctica y en el sen­ tido común, y por ello ser capaz de conseguir consenso y, por­ tanto, de consolidar la autoridad del Estado; ha sido confirmada la acentuación del pensar no sistemático de Vico y subrayada la iluminación concedida por las Institutiones omtoriac a la delinca­ ción de una com unidad lingüística con toda su vigencia política. Más aún. Estas «lecciones», im partidas por Vico durante toda su vida, revelan una intuición «grandiosa» y, según alguno, ponen «las bases del historicismo idealista que después de Vico pasa a Hegel, y concluye con los herederos Croce y Gentile. Pocas veces —se ha afirmado— de una pequeñita chispa se ha seguido "una gran llama", como en este caso». Otros, al com partir mi indica­ ción de una línea de continuidad («innegable») entre las Institutiones y la Scienza nuova prim era y segunda, han destacado cómo yo había informado de la exigencia de conocer' (y enseñar) las modalidades de los tropos, cómo la confrontación con el trata­ miento institucional de los tropos en general y de la metáfora, metonimia, sinécdoque e ironía m uestran la identidad de la m a­ teria y de su misma organización así como del fluir nuevamente XVII

de todo el m aterial de las Institutiones en la prim era y en la se­ gunda Scienza nuova, o sea, de la constante y estrechísima rela­ ción entre la enseñanza retórica y la restante obra de Vico. De aquí, por tanto, la conveniencia y la necesidad de referirse a mi texto si se tiene intención de tom ar correctas comparaciones y concordancias entre el pensamiento viquiano y las reflexiones modernas, tal y como son planteadas en especial por la herme­ néutica o por la teoría de la argumentación. Digamos para con­ cluir que, con esta edición, se está frente a «un acontecimiento importante de la cultura no sólo italiana». Una larga, atentísima recensión de C. Vasoli en los Quaclemi fiorentini per la storia del pensiero giuridico moderno (23, 1944, pp. 463-474) destacaba, en­ tre tantas cosas, el mérito de «haber hecho emerger toda la im­ portancia de la cultura retórica de Vico, cuya comprensión es indispensable tam bién para ilustrar y "entender" verdaderamente la génesis de los grandes [descubrimientos] de la Scienza nuova». No seré yo el único en observar que, sea como fuere, Vico no habla p o r sí mismo, de modo que es difícil que, para una correcta valoración, adem ás de un preciso conocim iento de sus lecciones retóricas, pueda bastar la lectura de una traducción y quizás de un com pendio de las cuestiones que se coligan. Es lo que, respecto a una precedente iniciativa editorial en lengua inglesa, no ha dejado de señalar algún recensor. Entonces, ¿para qué servirá únicam ente la traducción del texto viquiano? En tanto se corresponde bien con el proyecto editorial de dar a conocer las obras de Vico en el ám bito hispánico, constituirá ciertam ente un encauzamienLo y un contacto con el «verdade­ ro» Vico y con las problem áticas que se hallan en él, y no decep­ cionará si es leída a la luz de cuanto he venido diciendo. No puedo olvidar que Marcello Gigante, am igo desgraciadam ente desaparecido y gran filólogo, concluía su m uy em peñada y rigu­ rosa lectura de mi libro con el auspicio de «que esta benemérita edición... de m onum ental se haga de bolsillo y llegue a ser un libro accesible a un m ayor núm ero de lectores no sólo dentro sino también, sobre todo, fuera de la escuela para la que fue concebido». Un auspicio que, sin em bargo, halla ahora realiza-, ción «para lectores e investigadores de habla hispana (no sólo en España, sino tam bién en América Latina)». G t u t j a n o C r íf ó

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INDICACIONES AL LECTOR

a) La p resen te trad u cció n , que hem os tratad o de ilu strar am p liam en te respecto de las fuentes clásicas utilizadas, tom a po r base textual latin a la definitivam ente establecida en el m uy m erito rio y acred itad o trabajo: GrAiVtBATTISTA VICO: Instituí iones omtoriae, testo critico, versione c commento di Giuliano Grifo, Istituto Suor Orsola Benincasa, Napoli, 1989, cuya versión, al cabo, hem os c o n tra sta d o con la nuestra. b ) Las voces latinas que so n objeto de definición o debate — o cuya versión pu ed e re su lta r p o lém ica— a p arecen entre cor­ chetes en su fo rm a original. c) Las voces griegas h a n sido resp etad as g eneralm ente en la fo rm a en que ap a re c en en el texto base, sea ésta la original griega o su tran scrip ció n latina. Si p o r alg u n a razón tal form a se ha visto alterada, heilios dejado co n stan cia del hecho en las notas correspondientes.

XIX

INSTITUCIONES DE ORATORIA

[ 1] EL NOMBRE DE LA RETÓRICA Si la “retórica’' [;rhetorical pudiera verterse en latín con la elegancia griega que la caracteriza, se diría “lo que fluye” [jluentia ]2 o "lo que se dice” [dicentía]. Pues ni “facundia” [facundia] ni “elocuencia" [eloquent ia]3 corresponden aptam ente a esta voz griega. E n efecto, facundia es aquella virtud propia de la ora­ ción por la que lo que se dice no parece proceder de ningún arte o preparación, sino de la naturaleza m ism a, y, m ás aún, da la im presión de no ser tanto el orador como las cosas m ism as las que hablan. En latín se llamó "facundia" [facundia] por "facili­ dad "4 [facilitate], que los antiguos llam aban “faculitas”,5 y que posteriorm ente, tras contraerse, dio como resultado "facultad” [facultas]: la que sin duda es, y así se la considera, como la más difícil y, por ende, la suprem a virtud de este arte, cuya consecu­ ción es m ás práctica que norm ativa. Respecto a la elocuencia, aun siendo tam bién otra virtud del discurso igualm ente princi­ pal, con la que se defienden abierta y explícitamente diversas causas, no se contiene en ella, no obstante, toda la fuerza de la oración. Antes bien, un estilo discursivo sublime gusta de una forma de expresión que deje a los oyentes m uchas cosas sin desvelar, otras m uchas truncadas, m uchas en suspenso, y m u­ chas que reflexionar .6 Por estas razones los latinos usaron —como en m uchísim as otras disciplinas— el vocablo 7 "retóri­ ca" [rhetorical en lugar de uno latino. Ahora bien, “rétor” [rhetor] es para los griegos el mismo orador :8 pues el siglo de oro de la filosofía griega carecía de un 1

nom bre para tal técnico ,9 ya que la retórica se aprendía junto con ia propia filosofía. En efecto, la filosofía form a la mente del hom bre con las verdaderas virtudes del ánim o, y, aún más, lo enseña a pensar, hacer y decir cosas verdaderas y dignas .10 Así pues, será óptim o o rad o r 11 aquel que habla desde la verdad y de acuerdo con la dignidad .12 Y es el caso que Demóstenes fue oyente 13 de P latón 14 durante m uchos años, y C icerón 15 re­ conoce haber extraído toda su fecundidad y fuerza discursiva de la Academia. M as cuando los estudios de la filosofía se se­ pararon de los de la elocuencia 16 —a los que p o r naturaleza estaban unidos— y com enzó la desunión entre lengua y cora­ zón, los profesores de este arte, faltos de la filosofía y simples charlatanes , 17 se arrogaron el nom bre de sofistas, esto es, el nom bre antiguo de los filósofos. Tam bién para los latinos care­ ce de nom bre un perito en este arte, por serles desconocido. Pero m ás tarde se le acom odó la denom inación griega de "ora­ d or”, quizás porque, cuando los rom anos com enzaron a pasar a Grecia para aprender el arte retórica, los oradores griegos olían todos ellos a escuela . 18 "Declamar" [declamare] era, de un lado, durante el régimen republicano, prepararse en casa, en voz m uy alta, las causas que los oradores iban a defender en el foro .19 Y de otro, en el principado, significó defender causas ficticias, un género de cjercitación éste con el que los bisoños podían adquirir expe­ riencia para las verdaderas .20 No debemos omitir, p o r últim o, que se calificaba de “diser­ to” ["disertus”], por su sum a elegancia discursiva, a quien era consum ado perito en palabras y sabía em plearlas con destreza, tal como Pitias, en la obra de Terencio, se burla de Parmenón: "¡Y yo que antes te tenía por hom bre avisado y diserto !”.21 ‘E lo cu en te” [“eloqueris"]22 es en cam bio quien, siendo in­ signe en todos los estilos del discurso, está igualm ente pronto ante todo género de causas, y se distingue en todas las virtu­ des de la oración, ante todo en la verdad y la dignidad. Por ello Antonio, el orador, decía en la obra de Cicerón (en los libros del De oratore) que había visto a m uchos disertos, m as a nadie elocuente .23

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DE LA NATURALEZA DE LA RETÓRICA La retórica o elocuencia es, por su parte, la "facultad de de­ cir en la form a apropiada para persuadir ”.1 Facultad, digo, por­ que los en ella instruidos "se expresan con facilidad", como si de "facilidad" [faculitas] se tratase .2 Pues quien, con nom bre digno de la realidad que representa, quiera llam arse orador debe actuar sin trabas 3 en la defensa de sus causas. De otra parte, "decir" [dicere] es pronunciar discursos con los mejores pensamientos y selectísimas palabras, y hablar tras colocarlos en form a conveniente dentro de determ inados períodos orato­ rios y ordenarlos en modo tal que resulten placenteros para los oídos, de lo que resulta que decir es privativo del orador. Mas el orador debe decir "en la form a apropiada para persuadir ",4 esto es, que con su elocución 5 procure inducir en el oyente una dis­ posición de ánim o conform e con su discurso, para que, en lo que hace a la causa, consienta con él. No sin razón se dice lo de "en la form a apropiada para per­ suadir". Pues es deber del orador orientar y encauzar todos sus propósitos a persuadir con su elocución, tal como es cometido del médico el sanar 6 y de un jefe m ilitar el vencer. Mas si, aun habiendo cum plido fielmente su obligación, no logra alcanzar tal objetivo, no debemos im putar a la fortuna lo que incum be a la destreza. En efecto, la persuasión, como la salud, como la victoria, no está en m anos de la fortuna. Y aún m ás en el caso de la persuasión que en el de la salud o la victoria: porque se sanan o vencen los cuerpos, a los que se puede dom eñar por la fuerza; el orador, en cambio, se ve concernido por la voluntad de los oyentes, una voluntad que sólo ante Dios, que inclina las voluntades, se retira vencida, Y persuadir es, en verdad, inducir en el oyente una disposición de ánim o conform e al discurso, esto es, que el oyente quiera lo que propone el discurso. Si el orador lo logra, acom paña entonces a la virtud de su pericia el éxito de la obra realizada. Hay, con todo, quienes piensan que es orador quien ha lo­ grado persuadir .7 Y así esta "facultad" [faculitas], ejercida co­ rrectam ente, inclina al lado opuesto los ánimos, por m ás obsti­ nados que éstos sean. H abía deseado ardientem ente el pueblo rom ano la prom ulgación de la ley agraria. Cicerón con sus ac3

d o n es oratorias contra Rulo 8 lo hizo m udar de parecer, para que la rechazara. César, tras profunda m editación, emprendió su proyecto conducente a condenar a Ligario. Cicerón con su discurso 9 lo apartó de su decisión y lo inclinó a la clemencia. Concluyen, así, de todo ello, que no hay discurso en aquella causa en la que 110 se ha logrado persuadir.

[3] SOBRE LAS PARTES DEL OFICIO DE ORADOR Fin prim ero del orador, com o hem os dicho, es doblegar los ánim os con la dicción. Por ello los apartados del m enester de orador son "deleitar" [delectare], “enseñar" [docere] y "conm o­ ver" [commovere ].1 Y será sin duda el m ejor orador aquel que, con la alusión a las m ejores tradiciones, se concilie ya desde los comienzos del discurso los ánim os del auditorio, para que le preste oídos voluntaria y gustosam ente. Y en la propia ento­ nación proporcione con sus argum entos crédito a su causa, para que la crean verdadera; y aplique hasta el límite a los ánim os de sus oyentes una suerte de fuegos de la elocuencia y conm ueva los afectos que quiera, p ara que hagan lo que pre­ tende .2 De estos apartados, el prim ero am biciona vivam ente la dulzura, el segundo la agudeza y el tercero la fuerza discursiva. Y de este m odo el orador cautiva a sus oyentes con el encanto, los m antiene en su poder con la verdad y les im prim e un viraje con el afecto. Son, pues, las prim eras las intrigas y lo últim o la m aquinaria bélica; m as la generosa virtud de la elocuencia re­ side en los argum entos. Y es, sin duda, de todo punto necesa­ rio y no adm ite excusas el granjearle crédito a la causa. Ningu­ na otra cosa exigen de u n orador los sabios, dado que éstos siguen la verdad por el hecho de serlo .3 Mas ya que la elocuen­ cia se ha hecho p ara la m uchedum bre y el vulgo, a quienes la verdad les resulta ingrata —salvo que alguna suerte de encan­ tos la torne grata—, y no obran con corrección —si no se ven arrastrados por cierta incapacidad de m oderar sus caprichos—, p o r todo ello debe hacer su discurso seductor p o r las conduc­ tas e inflam ado p o r las pasiones .4 P rincipalm ente en estos apéndices se contiene la elocuencia, y de ningún otro modo se celebran sus sacram entos. 4

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SOBRE LA MATERIA DE LA RETÓRICA Es tarea de la retórica la de persuadir o doblegar la voluntad ajena .1 Y la voluntad es árbitra de lo que debe hacerse o rehuir­ se. Y es, en consecuencia, m ateria de la retórica cualquier cosa som etida al debate acerca de si debe hacerse .2 No se trata, con todo, de que el orador no pueda tampoco hablar de cuestiones a las que atiende la m era especulación teorética, siendo así que con frecuencia debe hacerlo :5 como “dudó un día Cristóbal Colón de si al otro lado del Océano existían otras tierras''. Mas el orador no trata tal género de cuestiones 4 para que el oyente adquiera el solo conocim iento de las cosas y le dé crédito, sino que las trata en tanto en cuan­ to pueda sondear qué debe hacerse en lo sucesivo. De donde podem os o tear cuán am plios confínes abarca el dom inio del orador, que puede perorar de absolutam ente cualquier cosa de form a adornada y copiosa. Una tal m ateria es, o bien un argum ento universal, o bien una cuestión particular; son argum entos universales aquellos como el de la virtud, la justicia, el Estado o las leyes; y ésta es más bien m ateria propia de los filósofos. Es una cuestión parti­ cular la que se establece respecto de alguna cosa particular, y ésta puede ser genérica o específica, donde aquélla es indeter­ m inada [infinita] y ésta se denom ina determ inada [finita].5 Es indeterm inada la cuestión en la que se plantea una pregunta genérica universal, del tipo de si "debe concederse la paz a los enemigos que la piden". Es, en cambio, determ inada la cuestión que restringe u na cuestión indeterm inada a circunstancias con­ cretas, como “si debe concederse la paz a los pérfidos y a quie­ nes quebrantan los tratados ".6 La cuestión determ inada es m a­ teria propia principalm ente del orador, ya que éste 110 asum e la defensa de causa alguna sino aquellas que la utilidad de bienes 7 y reos pone en sus manos. Para explicar, probar y adornar la verdad ,8 en ocasiones el orador despoja una cuestión determ inada de sus circunstan­ cias, la extrae de los angostos límites de éstas al campo amplísi­ mo de lo genérico y la rem ite a la indeterm inada .9 Y es sin duda éste el m étodo discursivo que los mejores oradores utilizan: pues quien conoce las cosas cada una en su propia especie di5

fiere tanto de aquel que distingue la universalidad genérica cuanto quien ve de noche a la luz de un candil de quien lo hace durante el día y a pleno sol .10 En verdad que si Cicerón hubiese expuesto los m éritos pro­ pios de Pompeyo , ' 1 habría enseñado tan sólo que Pompeyo ha­ bía sido u n gran general en jefe, mas, al describirlo m odelado a im agen del óptimo general, puede referir con toda justicia el juicio que le m erecen todos los jefes m ilitares a la causa de Pompeyo. Se reconoce que un tal género discursivo, que Gaeta110 Argento llevó hasta la m ás alta cim a de la perfección, lo introdujo en el foro rom ano el propio Tulio, así com o fue Fran­ cisco de Andrea el prim ero en introducirlo en el de Nápoles .12 Mas al tratar un a causa genéricam ente se provoca poco la pasión, pues los géneros de las cosas son inteligibles para una m ente m ás depurada; en cam bio las emociones aním icas se presentan a través de los sentidos, p o r cuyo interm edio se des­ piertan las imágenes de las cosas singulares. De ello se origina —a mi juicio— el que m uchos de los que en nuestra época se dirigen a una asam blea pequen del defecto de dejar frío al auditorio; pues al hablar genéricam ente de la virtud cristiana y de los pecados opuestos a ella, suscitan unos efectos oratorios ante los que no se conmueve nadie o cierta­ m ente m uy pocos .13 O brarían mejor, p o r ello, al disertar sobre argum entos de filosofía cristiana, sirviéndose de un género de discurso enteram ente sosegado y desem peñando tan sólo aque­ lla parte de la tarea oratoria con la que m ostrar las conductas mejores para el deleite, com o corresponde a los filósofos en la disertación: y así aprobaría yo por esta razón el género de dic­ ción em pleado en los diálogos de Sócrates. Y quien se ciñe a los breves lím ites de u n a cuestión deter­ m inada se m antiene confinado en u n a pequeña balsa de agua estancada; en cam bio quien accede a los géneros m ana de las fuentes perennes de la elocuencia. Y es pobre ei ajuar para el discurso del que proveen las circunstancias de la causa, mas los géneros lo procuran en abundancia para cualquier nece­ sidad actual. [De los tres géneros de causas] Tres son los géneros de las cuestiones determinadas: "demostrativo” [demuiistrcUivitm], "de­ liberativo" [deíiherativLim] y "judicial” [iudiciaic].]4El dem ostrati­ vo se mueve entre ia loa y el vituperio. El deliberativo persuade o 6

disuade en previsión de un m om ento futuro . 15 El judicial acusa o defiende en u n debate sobre el pasado. Propone así el dem ostra­ tivo la honestidad o la deshonra; el deliberativo la utilidad o inu­ tilidad; y el judicial el rigor o la equidad .16 Las emociones pro­ pias del prim er género son la admiración, el deleite y la em ula­ ción, y, como contrapartida, el desprecio, la abom inación y la huida ;17 las del segundo son la esperanza o el miedo; las del último el odio o la misericordia. Loas e invectivas en nada con­ ciernen a los oyentes; la tom a de decisiones incum be por entero a aquellos que deliberan; la defensa es cosa del interés tanto de los jueces como de los reos, si bien m ás de los reos que de los jueces. Se distinguen, por último, el género exornativo por el placer, el senatorio por la dignidad y el forense por la dificultad. Por ello, tal como los pintores en cuanto saben dibujar per­ fectamente y m atizar con colores la cabeza hum ana, producen ya en sus cuadros todas las im ágenes de las cosas, así entre los antiguos la retórica se ocupaba casi por entero en el género forense .18 Pues los dotados de destreza en las causas forenses dispondrán sus actividades suasorias y laudatorias con facilidad y rigor m uy superiores.

[5] SOBRE LAS AYUDAS DE LA ELOCUENCIA Ahora bien, tal facultad de hablar en form a adornada y co­ piosa 1 de cualquier asunto propuesto 2 se adquiere por naturale­ za, con ía técnica y con el ejercicio. A cualquier cosa que nos encam ina la naturaleza, es la técnica la que dirige y el ejercicio el que perfecciona. Es fecunda la naturaleza, m ísera la técnica, y el ejercicio y el esfuerzo ím probo son invictos .3

[6 ] AYUDAS DE LA NATURALEZA Los medios auxiliares de la n aturaleza 1 son corporales los unos y anímicos los otros .2 Son los del cuerpo una voz sonora y apta para las grandes asambleas; matizada, capaz de pronunciar cada una de las letras 7

con su propio legítimo sonido; melodiosa, capaz de em itir los sonidos en un tono m ás grave, o de provocar en ellos u n a infle­ xión, o en un tono m ás agudo. Que los pulm ones sean resisten­ tes, lo suficientemente robustos com o para sostener una larga tensión vocal, y le basten a alguien que debe hablar durante m u­ chas horas. Y que le asista tam bién, p o r último, la dignidad del rostro y del cuerpo entero y la gracia de los adem anes .3 Las ayudas del ánim o consisten en una índole especialmen­ te dotada para la elocuencia: pues nada podrás llevar a buen término, por vulgar y obvio que sea —m enos aún tam aña em­ presa como la de ganarse los ánim os con el discurso—, a dis­ gusto y contra tu propia naturaleza. Un m uy encendido afán oratorio: pues sucede a m enudo que los grandes ingenios, por exceso de confianza en sí mismos, desdeñan de plano aquello para lo que han nacido. Que no le sean, p o r ello, ingratas las vigilias ni penosas las labores, que lo haga todo con atención y nada con indolencia. Que sin disgusto sude y de buen grado pase frío .4 Y se deleite con la única y excelsa loa de ser un ópti­ m o orador. Que disponga de un ingenio agudo para el razona­ miento, para penetrar con la m ayor rapidez en la m édula del asunto de que se trata, y examine, colija y aplique felizmente a su causa todo lo que incum be a la cuestión y lo una a ella con éxito .5 Que tal ingenio tenga, asim ismo, facilidad para explicar, de modo que se dejen ver las cosas en los pensam ientos y éstos en las palabras con m ayor transparencia que el vidrio ;6 y sea tam bién versátil, y m ude a lo jocoso, a lo serio, a lo suave, a lo áspero ,7 al de grado o por fuerza, a lo grande, lo moderado o lo fú­ til más rápido que Proteo. Que sea sólido el juicio, para que se de­ leite tan sólo con la verdad; y lo acom pañen el criterio para co­ nocer y am ar todo lo que conviene, una pujante fantasía para hacer suyos los hábitos y em ociones ajenos, y una memoria, por último, firme y duradera. De tales dotes naturales, cultiva­ das por la técnica y reafirm adas por el ejercicio ,8 nacen luego aquellas raras y preclaras virtudes de la oración: la de ser ple­ n a ,9 diáfana, múltiple, variada, verdadera, digna e im pregnada de sentim iento anímico.

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[7 ] POR QUÉ SON TAN RAROS LOS ORADORES BRILLANTES De ahí nos es dado com prender las causas por las que son tan raros los oradores brillantes: pues esta facultad discursiva crece de la conjunción de cosas absolutam ente contradictorias entre sí .1 En efecto, se requiere u n a robustez corporal que sirve de im pedim ento a los libérrim os movimientos aním icos y se debilita con la m editación y otras actividades m entales .2 Las personas ingeniosas tienen escasa capacidad mem orística, y en cambio los m emoriosos rara vez son agudos, porque en su m ente siem pre dom ina lo ajeno; m as aquéllos, cautivados por su afán inventivo, se detienen poco en lo ajeno. Nada le resulta tan adverso al juicio como u n a pujante fantasía, que con sus imágenes provoca las pasiones por las que casi todo se juzga erróneam ente .3 Los ánimos apacibles se conm ueven difícilmen­ te y difícilmente se exasperan. Quien se esfuerza en lo grande desdeña lo insignificante, y los ingenios adolescentes se aterro­ rizan ante la dificultad 4 de las cosas grandes y m enosprecian, en cambio, la sencillez de las insignificantes. Los hom bres seve­ ros son poco dados a las brom as, y por el contrario las personas ligeras y frívolas se tornan en graciosos parásitos y bufones .5 Las ocurrencias, en efecto, sazonan el discurso m ediante un cierto fraude contra la verdad, y en cam bio quienes están habi­ tuados a las agudezas no se distinguen en el severo arte de juz­ gar .6 Mas la m ayor dificultad estriba en lo siguiente: el hecho de que un orador cuerdo debe enloquecer y, como dice el cómico, "perder la razón con toda la razón '',7 esto es, debe inflamarse, con su técnica, de las más graves perturbaciones anímicas. Por tanto, si te sientes incapaz de garantizar todas estas virtudes de la oración, elige un género de discurso adecuado a tus fuerzas. Efectivamente, no soportando el joven Cicerón —por la excesi­ va esbeltez de su cuerpo— la am plia y sonora forma discursiva en la que se hallaba em peñado, regresó a Grecia para volver a formarse con el estilo sutil de la escuela de Lisias. En el curso de este viaje fortaleció su cuerpo y sus miem bros, y se reorientó a la estructura discursiva grande y amplia.

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[8] DE LA FORMACIÓN CIVIL DEL FUTURO ORADOR Yo atribuiría sin duda la form ación civil a la naturaleza , 1 cuya fuerza es tan grande que, al ser la índole hum ana casi tan m aleable como la cera —por lo que es tan ta la diversidad de costum bres e instituciones entre los distintos pueblos—, se po­ dría d udar si la naturaleza h u m ana consiste en alguna otra cosa que 110 sea la propia form ación. Que no sea ésta, p o r tan ­ to, ni severa ni rígida, pues el hielo les resulta hostil a los bro­ tes tiernos; ni evolucione entre la lisonja y la com placencia, para que el ingenio no se ensoberbezca; sino que sea libre y liberal, de m odo que reconozca haberse equivocado y guste de ser corregido. Es p o r ello preferible que sea educado en unión de sus iguales ,2 p ara que junto con ellos aprenda el sentido com ún ,3 norm a de toda prudencia y elocuencia. Y no existe, sin duda, cosa alguna que hayan dicho Demóstenes o Cicerón 4 que, tras haberla dicho, no haya pensado cualquier hom bre rudo o iletrado que tam bién él habría podido inventarla. Mas es útil, ante todo, lo de que crezca [el discípulo] en aquella ciudad que sea capital de la nación, pues el propio esplendor y la magnificencia de la ciudad form an ánim os espléndidos y magníficos. Y la experiencia nos dem uestra que los ingenios sublimes y dignos han florecido en los m ás grandes y florecien­ tes imperios: pues según nos sean prósperas o adversas las cir­ cunstancias, así tam bién som os nosotros grandes o humildes. Es por ello m uy conveniente para la grandilocuencia el form ar un ánim o recto y grande p o r m edio de la instrucción. En efec­ to, en el Estado de Esparta, de u n a elevadísim a virtud, nada se pronunciaba salvo lo que fuese de consuno sublime y magnífi­ co. De donde la g ran copiosidad de apotegm as laconios. Y los sabios cristianos, habituados a una larga y aguda m editación en la divinidad infinita y en las cosas divinas, difunden por doquier palabras henchidas de sublim idad y las m ás dignas de recuerdo. Y, p o r el contrario, puesto que la nación francesa está im buida de elegantísim as costum bres, no resulta fácil en­ contrar en su lengua un dicho sublim e .5 Y una relación m ante­ nida con los m ás cultos y liberales de la nación procura la urbanidad y la elegancia del discurso. Pero nada hay m ás útil que el que un adolescente se im buya de las mejores costum10

bres, de las buenas artes del ánim o y de las virtudes. Pues la probidad en la vida le granjea al orador la m ayor gravedad: y a la sabiduría, que es la regla de Jo que se debe hacer y evitar ,6 la acom paña fácilmente, como una sirvienta, la elocuencia/ que es la destreza en lo que se debe decir y callar .8

[9] DE LA FORMACIÓN LITERARIA PREPARATORIA DE LA RETÓRICA Guarnecido con estos m edios auxiliares naturales que he­ mos dicho, obtenga el joven, antes de procurarse las ayudas de tal arte, la form ación literaria que ésta precisa , 1 para no obrar insensatam ente, como quien diseña un edificio antes de haber adquirido el solar y la m adera para construir. Y al principio no hay razón para que yo le aconseje que se instruya m uy bien en la disciplina gram atical :2 “pues es ridículo que quienes no saben hablar se afanen en ser elocuentes ” .3 Que aprenda, en cambio, la geometría por medio de las figuras ,4 para, sim ultáneam ente, adquirir el arte de la disposición y —con ayuda de la propia fantasía, para la que los niños están m uy capacitados — 5 habi­ tuarse a colegir la verdad. Pues vale tanto el im portar ai discur­ so civil el m étodo geométrico com o el suprim ir de los asuntos hum anos el capricho, la irreflexión, la ocasión y la fortuna; y no adm itir nada agudo en el discurso, ni m ostrar nada sino lo que tenem os a los pies; no dar nada que llevarse a la boca a los oyentes, com o a los discípulos, sino lo previam ente masticado; y, para resum irlo en una sola expresión, representar en la reu­ nión el papel de docente en lugar del de orador .6 Así pues, instruyase el futuro orador en aritm ética, más en verdad para no ignorarla que para saberla. Pues la de los nú­ m eros es una ciencia m uy delicada, y las cosas delicadas son nocivas para la elocuencia, cuyo cuerpo es preciso cuidar de que sea sólido y resplandezca p o r su m usculatura, y refulja, lleno de jugo, con sano color. En lo que atañe, en cambio, a la filosofía, tal como antiguam ente ni la doctrina de los epicúreos ni la de los estoicos eran de utilidad para la elocuencia —por­ que los epicúreos se contentaban con una expresión desnuda y simple de las cosas, en tanto que los estoicos, debido a su exce­ 11

siva inclinación p o r la sutileza, tritu rab an y desm enuzaban cualquier cosa dem asiado generosa existente en el discurso y en su propio espíritu, y, tras extraerle todo el jugo, ponían al descubierto sus huesos desnudos, y ni siquiera articulados—, tam poco hoy resultan de m uchísim a utilidad a los intereses de la oratoria ni la doctrina cartesiana ni la aristotélica de nuestra época: éstos, p o r toscos y rudos; aquéllos, por descam ados, secos y áridos; de m odo que creo que la actual elocuencia, siendo así que nosotros cultivam os m uchísim o la lengua lati­ na, adolece de u n defecto contraído en la propia realidad, y que se ha corrom pido sobre todo a causa de que las cuestiones filosóficas se transm iten sin brillantez alguna, y sin ningún or­ nato ni fecundidad. Mas, al ser la filosofía el instrum ento más necesario p ara la retórica ,7 busqué en otra parte la idea de cóm o podría enm endarse este inconveniente de nuestro m éto­ do de estudios .8 Y quisiera que el joven discípulo se instruyese en la m úsica 9 denom inada "práctica" p a ra m oldear un oído armónico, el que emite sus juicios acerca de los ritm os tanto poéticos com o oratorios; y tanto m ás por su exquisito gusto que por el cóm puto de los pies m étricos. Y finalm ente, si nos depara la suerte el disfrutar de algún ilustre actor escénico —com o Cicerón encontró a Roscio—,1Ües de gran ayuda que el joven aprenda de él, con la representación de m uchas obras teatrales, la dignidad de la actuación .11

[10] MEDIOS AUXILIARES DEL ARTE Dotado de tal estímulo y enriquecido por tal instrum ento, el adolescente será conducido a la elocuencia de la m ano de la técnica. Una técnica que divide sus preceptos sobre el decir en cinco partes ;1 y éstas son: “invención" [inven(io], "disposición” [disposüio], "elocución" [elocutio], "memoria" [memoria] y "ac­ tuación" [pronunciatio ].2 La invención excogita los argum entos idóneos para persuadir. La disposición dispensa y distribuye or­ denadam ente los argum entos encontrados por las diversas par­ tes de la oración. La elocución adorna los tópicos hallados y dispuestos con la luz de las sentencias y lo m ás selecto de las palabras ,3 y con su ajustada, precisa y rítm ica com posición .4 La 12

m em oria guarda en su despensa 5 los tópicos hallados, dispues­ tos y adornados y los conserva bajo custodia fiel y duradera. La actuación, finalmente, pronuncia el discurso con la apropiada m odulación vocal, el sem blante conveniente y el adecuado ade­ m án corporal. Mas, sin la naturaleza y sin el ejercicio, la técnica es una mísera fábrica del decir .6 Pues todos aquellos que han recibido u na formación y una acabada educación liberal 7 han estudiado la técnica retórica; pero ¿cuán pocos resultaron p o r ello elo­ cuentes am én de disertos ?8 Hecho éste que se podría confirm ar con el siguiente argumento: el de que Cicerón no encontró en toda Grecia a ningún m aestro en esta técnica [retórica] que fue­ se elocuente él mismo. Y aquellos ejercicios retóricos preparatorios 9 de los sofistas son un género de ejercitación en la elocuencia ya periclitado, y que m ás bien sirve para form ar al artífice de un discurso vani­ locuente, inepto e irreflexivo que a un auténtico orador. Me parecería, p or tanto, que m ás vale enseñar a ios jóvenes esta técnica con un m uy reducido núm ero de prescripciones, mas copiosa en grado sum o en óptim os ejemplos. Sin lugar a du­ das, los pintores que se afanan en sobresalir en su arte no pier­ den m ucho tiem po en sutiles discusiones sobre el mismo, sino que consum en m uchos años dibujando y pintando copias de los originales de los m ejores artistas . 10 De m odo que quizás no faltaría a la verdad al afirm ar que la óptim a técnica oratoria sería una am plia colección de ilustres fórm ulas retóricas reco­ piladas de los m ejores oradores sin excepción y propuestas a Jos jóvenes para su im itación. Pero veamos seguidam ente cada una de las partes del arte retórica, en el m ism o orden en que las hem os enum erado.

[ 11] DE LA INVENCIÓN Consiste la invención [inventio] en excogitar los argum entos que son idóneos para persuadir .1 El argum ento [argumeiitum\,2 por su parte, es un razona­ m iento tom ado de otro sitio que, aplicado al asunto de que se trata, lo confirm a y desarrolla. Tal sitio —de donde el razona13

mienLo se obtiene— se denom ina "lugar" [/ocw.s'].* Así pues, el lugar es domicilio y sede del argum ento. Ahora bien, los argum entos son o artificiosos [ariijicialia] o inartificiosos [inartificialia].4 Son artificiosos aquellos que ex­ cogita el arte del orador. Y tienen u n a triple orientación, pues unos se encam inan a proporcionar crédito, otros a granjearse los ánim os ,5 y los terceros, finalm ente, a conm overlos .6 De ahí que los prim eros se llam en "docentes" [docentia], los siguientes "conciliantes" [conciliantia] y los terceros "conmovientes" [commoventia].1

[ 12] DE LOS ARGUMENTOS DOCENTES Los argum entos instituidos para la obtención de crédito, o docentes, son espigados de lugares docentes tam bién, siendo o bien ciertos o bien raciocinantes .1 De los lugares ciertos se derivan los "catóñsiE^ " 2 o "demos­ traciones", com o ocurre con las "indiciarías" [ex signis]3 y las que, con antiguo vocablo griego, se llam an “tgKf.uip ía” ["sínto­ m as "];4 por ejemplo: "ha parido, luego no es virgen ".5 Mas no tom a el orador sus argum entos de lugares de tal género, porque donde éstos se encuentran no existe causa alguna, y por ende el orador no tiene ningún papel que desem peñar en la defensa, sino tan sólo el juez en la condena. De los lugares raciocinantes se infieren conclusiones proba­ bles y verosímiles; son probables, digo, si se trata de una cues­ tión cognitiva o, como vulgarm ente se dice en la Escolástica, "contemplativa"; y verosímiles, en cambio, cuando la cuestión es propuesta en razón de u n a acción, o, com o tam bién vulgar­ m ente dice la Escolástica, es "activa ".6 Los lugares así, bien sean de argum entos probables, bien de verosímiles, son com unes a dialécticos y oradores los unos, y propios de los oradores los otros .7

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[13] DEL ARTE TÒPICA Nos m uestra los lugares com unes a dialécticos y oradores el arte tópica, que por ello se define com o “arte de encontrar argu­ m entos en cualquier cuestión propuesta " .1 Entre los lugares de tal género se cuentan la definición, la división, la etimología ,2 el género, la especie, el todo, las partes, la causa —evidentemente eficiente—, el autor, la m ateria, la forma, el fin, los efectos, el sujeto, las circunstancias accesorias, sea de la cosa, de la persona, del lugar o del tiempo; refiere tam bién a este lugar las facultades, ocasiones e instrum entos; y junto a ello los antecedentes, concom itantes y consecuentes, se­ mejantes y desemejantes, congruentes y repugnantes. Los tres géneros de proposiciones opuestas ,3 a saber; contrarios, privati­ vos y contradictorios ;4 y adem ás los relativos, com parados, en­ tre los cuales están los mayores, pares y m enores .5 Estos lugares son com o elem entos argum entativos: por ello, si uno no los enriquece con la m ucha y varia erudición ,6 se asem ejará a aquel que conoce sin duda las letras, m as ello no le basta p ara escribir las palabras en que las letras se un en .7 Asimismo es preciso ejercitarse en ellos con una larga práctica en la disertación, para que pueda decirse que se ha logrado la facultad tópica, esto es, la de recorrer en cualquier cuestión propuesta de form a extem poránea todos los lugares con la m a­ yor celeridad, del m ism o m odo que las letras del alfabeto al leer; no, sin embargo, para poder encontrar argum entos en to­ dos ellos (pues tam poco se juntan todas las letras para leer cualquier palabra, sino algunas de entre todas), sino para estar seguro de haber visto todo aquello 8 que pertenece o afecta al asunto debatido.

[14] EJEMPLOS DE LOS LUGARES Pienso que hace al caso, ya que no es nuestro com etido el aportar una completa tratadística , 1 exponer aquí tan sólo ejem­ plos de los lugares .2 15

Derivados de ¡a definición “Si la am istad es un vínculo parental entre personas de bien ,3 ¿cómo puede ser que ese hom bre tan crim inal sea amigo de un hom bre óptim o ?”4 De la partición “Pues todos los ciudadanos lloran la pérdida de este óptimo varón: en efecto, con am arga añoranza echan de m enos los ple­ beyos a un correligionario suyo, los caballeros a su benefactor y los senadores a un sabio de entre los suyos /'5 De la etimología "Lo ha hecho el cónsul; y con su acción, en verdad, ha vela­ do 6 por la república ."7 De términos etimológicamente emparentados "Hombre soy y pienso que nada hum ano 8 m e es ajeno ."9 Del todo "Europa entera se consum e en el fuego de una guerra abo­ minable; ¿y nosotros, tan delicados, viviremos indem nes de los males y daños de la guerra?" De la parte "Una sola cohorte, luchando en m edio de los enemigos, ha sido capaz de evadirse a un lugar seguro; ¿y nosotros, en cam ­ bio, el ejército al completo, vam os a dejarnos m atar —como hace el ganado— por el furor de los enemigos?" Del género "Si toda virtud es m erecedora de recom endación y elogio, ¿consideráis vosotros que quien ha olvidado una injuria —lo que se reputa como m agnanim idad— es digno de vituperio?” De la especie "Cayó E sparta, el E stado de la frugalidad, de la continen­ cia y de toda elevadísim a virtud; ¡y esperam os nosotros que unos im perios envilecidos p o r pésim as costum bres van a ser eternos!" 16

Del autor "Lo hizo Catón, el perpetuo enemigo de los vicios de los romanos; ¿y nosotros dudam os de que sea honesto ?"10 De la materia. "Si los litigios fom entan el odio, transigid, p o r favor, sobre la causa, para que alguna vez por fin podam os volver a estar en buenas relaciones.” De la forma "Siendo signos característicos del amigo y del adulador el hecho de que aquél asiente tan sólo a lo verdadero y lo honesto y éste, en cambio, a todo, aun siendo falso o vergonzoso, es, pues, un lisonjero ese que dice cualquier cosa que dices tú y niega lo que niegas tú.” Del fin "Aquella cuestión casiana del cid bono11 te acusa a ti, hom ­ bre de lo m ás indigente y osado, en cuyas m anos ha revertido el espléndido patrim onio del pupilo m uerto por envenenam iento ’2 en virtud de sucesión testam entaria ."13 Del sujeto "Debemos confiar no en los bienes del cuerpo, sino en los del ánimo; pues el cuerpo es caduco y el ánim o, en cambio, eterno." De ¡as circunstancias accesorias111de los filósofos "La ciencia, la prudencia, la virtud, son cosas divinas; ¿y será m ortal el ánimo, su sede y domicilio?” De las circunstancias accesorias de los rótores "Si entre tú y Ticio m ediaba una gravísima enemistad; y tú has sido siem pre osado, y en el bosque 15 en que fue asesinado m ientras cazaba, 110 había ningún otro excepto tú; y él fue m uerto p or el acero, y tú apresado con la espada ensangrenta­ da, y al ser apresado palideciste por la conciencia de tu crim en y titubeaste; ¿por qué vamos a dudar que has sido tú quien ha cometido el hom icidio ?” 16 17

De los contrarios “Ama, pues, a aquellos que se han portado mal contigo, ya que odias a quienes contigo han obrado bien." De los contradictorios "No puede ser que a quien todo le asiste algo le falte: ¿cómo, pues, predicáis la virtud —a la que acom paña la totalidad de las buenas artes del ánim o— de ese bellaco, que p o r experiencia sabemos que se ha revestido de tan gran sim ulación?’' De los repugnantes "No es propio de un m ism o hom bre ir en pos de la virtud y m antener íntim a y frecuente relación con unos cuantos hom ­ bres depravados y sólo con ellos/' De los congruentes "Es característico del avaro postergar la dignidad ante el dinero.” De los semejantes "Así como el ojo no ve con claridad en el aire im puro, tam ­ poco la m ente con el ánim o turbado." De los desemejantes “Es diferente la concesión de u n beneficio de la donación de dinero: pues quien m ás dinero da, de m ás dinero carece; en tanto que quien m ás beneficios dispensa, tanto m ás adquiere ."17 De los relativos "Es propio de un padre querer para su hi jo todos los bienes: es, por tanto, deber del hijo obedecer en todo a su padre." De lo m ayor 18 "Ha causado la ruina de los suyos; ¿qué no hará con los extraños ?"19 De lo menor "Pues si censuras a quien te ha prestado un auxilio vital, ¿qué le harás a quien te ha causado u n daño o un mal?" i8

De lo par

"Tan impío es el hijo que golpea a u n a m adre que ha perdi­ do la cordura com o el ciudadano que corrige a su patria a des­ pecho de ésta/' Los lugares hasta aquí enum erados están tom ados de las co­ sas mismas y se llaman, por ende, “ínsitos". Hay también lugares asumidos de fuera y se denom inan “asuntos ”;20 de estos luga­ res se tom an los ejemplos, testimonios, escritos, leyes, dichos de hombres sabios, máximas, cosas juzgadas, y se hace además pre­ cisa una copiosa y variada lectura 21 para su enriquecimiento. Me­ rece la pena aportar algunas fórmulas de ambos géneros.

[15] FÓRMULAS PARA PROPONER EJEM PLOS 1 “E indudablem ente podría evocar de la m em oria de todos los siglos ejemplos de este hecho :2 no puedo en Verdad pasar p o r alto, siendo lo m ás insigne e ilustre de todo, lo de un tiempo pretérito. Pienso, por otra parte, que a ninguno de vosotros le es desconocido...” "Pero podría recordar no sólo las sapientísim as palabras de los antiguos sobre este argum ento, sino incluso sus no pocas heroicas gestas. En efecto, este ejemplo nos lo da Fabricío, aquel modelo de continencia y de pobreza," “Mas, ya que los ejemplos antiguos pueden m enos por leja­ nos, que pugnen m ás de cerca por nosotros los actuales. Pues ¿qué ha pretendido el m ás grande y m odesto de los reyes, Car­ los, con el hecho de...?" “Pero tam bién nuestra época ha visto ejemplos de idéntica gravedad y constancia. Recordáis, en efecto..." "Y no necesito, sin duda, buscar ejemplos foráneos de ello, cuando abundan entre nosotros..." "Mas, para que nadie diga —nada m ás fácil de decir—, no expondré más argumentos sobre esta cuestión, sino que aportaré ejemplos délo más apropiados, así como de muchísimo peso..." “Y para no haceros perder m ás tiem po con ejemplos en el m ás evidente de los hechos ,3 os ruego que vosotros mismos lo consideréis; y cuán mísero...” 19

"Mas, para que 110 parezca que intento d em ostrar lo que he propuesto con tan sólo dos ejem plos, os ruego que os pon­ gáis en m is m anos y recorráis conm igo todos los reinos e im ­ perios con la m ente y el pensam iento. E m prendam os el viaje p o r Italia../' "Pero ¿qué necesidad hay de ejemplos cuando o.s enseña la experiencia, m aestra en las cosas cotidianas ?"4 "¿Queréis ejemplos, ante cuya contem plación os parezca distinguir con vuestros propios ojos todo lo que he dicho? Os los propondré. M irad ..."5 "Mas, p ara que no parezca que este discurso es obra de mi imaginación, aportaré ejemplos para que podáis conocer que hom bres grandes y m uy prudentes han coincidido conmigo..." "Mas, si acaso a alguien no lo satisfacen estos ejemplos de nuestra época y cree que los antiguos han visto m ás que los de hoy, que vuelva su m irada a Gneo Pompeyo.” "Antes m e faltaría la luz del día que el discurso, si pretendie­ ra exponer el recuerdo de cada época y los testim onios de todos los siglos por los que deberíais seguir el consejo que os he pro­ puesto. No callaré, no obstante..." "Pero no tengáis a los rom anos, inm ortales en las artes de gobierno, como únicos inspiradores de tal consejo; ¿qué hay de los griegos?” "De esto pueden buscarse ejemplos innum erables y de m u­ chísimo peso en las Sagradas Escrituras: en efecto, el m ás sabio de los reyes, Salomón..." "Y bastaría este único ejemplo para probar toda la cuestión; pero tam poco faltan m uestras sim ilares de otros imperios y pueblos." "Para no parecer quizás en esto a alguno de vosotros más agudo por los argum entos que veraz por la utilidad real de lo tratado, os propondré ejemplos de ello de lo m ás eficaces para imitarlos." "Y si no pareciese que abusaba de vuestra atención —que tan celosamente m e prestáis— podría dem ostrar lo que he pro­ puesto con innúm eros ejemplos. Pero traicionaría, sin duda, la causa si omitiese el siguiente." “Podría enum eraros hasta m il ..."6 "Por no m encionar otros../' “Omito lo antiguo y paso revista a lo reciente."

“Que os sirva de ejemplo la república rom ana, modelo de las mejores repúblicas." “Rem em ora los tiem pos heroicos y los mitos te ofrecerán... relee las Olimpiadas y los Fastos y la historia profana te enseña­ rá... revisa la Era cristiana a través de todas sus épocas y ésta te mostrará." "De esta cuestión, cuantas guerras se narran otros tantos ejemplos se cuentan." “Doquiera que volváis vuestra m irada y vuestra atención, contemplaréis autorizadísim os ejemplos de ello.” “Mas tal como encuentro com pletam ente expedito el co­ mienzo de mi discurso, así tam bién encuentro difícilísimo po­ nerle térm ino, si me adentro en el profundísim o m ar de los ejemplos. Paso por alto, pues, las horas de nuestra vida y las de nuestros Estados." “Completad el censo de los ejemplos y lo encontraréis, sin duda, m uy numeroso." “Aquí los ejemplos son tan obvios y tan frecuentes que, debi­ do a la copiosidad, su selección será laboriosa.” “¿Pides m ás ejemplos de perfidia, oyente? ¡Ojalá los de leal­ tad fuesen tan abundantes!" “Me avergüenzo ya de continuar revolviendo entre los profa­ nos: he aquí ejemplos tom ados de la Historia Sagrada.” "¿Te place probar tal experiencia en la vida cotidiana? Mira, hazme el favor, a aquellos cortesanos.” "En este frente de batalla de los ejemplos hem os dispuesto a los ingleses, como principes, en prim era línea; sum am os a los bátavos, como cistati, para com pletar las centurias; cerrémosla ahora con los germanos, com o triarii.>n “Aunque sobre este asunto contam os con abundantes ejem­ plos, ninguno sin em bargo más penetrante para com poner que el que refiere el historiador." “Todos lo han leído en los anales de nuestra ciudad; m u­ chos lo h an oído de sus padres; algunos de nosotros incluso lo han visto." “Pero cuán gratas, cuán útiles y cuán necesarias son las co­ sas que hem os aconsejado, se puede discernir sobre todo en los ejemplos de los m ás sabios príncipes." “Mas ¿qué quiere decir el que durante tanto tiem po digamos estas cosas sin aportar ejemplos? Pues porque podríais compro21

bario por vosotros m ism os en la vida y hechos de casi todas las épocas. Y para evocarlo desde la antigüedad m ás remota..." “Pero ¿a qué debatirse en medio de tan gran antigüedad, como si, habiendo hombres, faltasen ejemplos así? Pues a diario..." “La historia nos proveería de m iríadas de ejemplos sobre esta cuestión, si dispusiésemos de tiempo: pero, ya que mi dis­ curso se precipita hacia otros temas, elegiré, de entre todos, uno solo m uy digno de recuerdo. Creo, sin duda, que a todos voso­ tros os consta cuán gran utilidad ha procurado a la república Ticio con su gesta." "Y cuánto, ciertam ente, confiere a la m agnificencia pública la frugalidad de los particulares se bastan y sobran para atesti­ guarlo las historias de todas las ciudades rectam ente organiza­ das. En efecto, p o r qué otra causa los rom anos...” "Mas, prescindiendo de los antiguos, vayam os a los m o­ dernos." "Citaré ahora algunos ejemplos de hom bres m uy doctos." “He aquí a Cicerón, que nos precede con su ejemplo en este útilísimo ejercicio de im itar a todos y cada uno de los mejores escritores ."8 "Pues bien, aduzcam os unos pocos ejemplos de óptimos príncipes, que pensaron que no hay arm as pías sin las letras ni las letras están a salvo, con dignidad, sin las arm as ..."9 "Y la razón enseña y la experiencia confirm a.” "Ya el solo m isérrim o fin de Seyano probará que son absolu­ tam ente ciertas las afirmaciones que hem os hecho acerca de un poder ambicionado. Pues por Suetonio sabéis..." “Mas para qué necesitam os palabras cuando ios propios he­ chos hablan." "A vosotras apelo, pirám ides, grandes cadáveres del poderío egipcio; a tus venerables reliquias pongo p o r testigo, Roma; im­ ploro, Cartago, a tus ruinas por restaurar; asistidme, semiderruidos Liceos de la doctísim a Atenas; y lo que yo he afirmado con razones, reforzadlo vosotros con vuestros ejemplos." “A ti pregunto, Camilo, Coso, Torcuata, a ti pregunto, Fabio, escudo de la república rom ana; a ti pregunto, Marcelo, puñal del im perio rom ano; a vosotros pregunto, Escipiones, los rom a­ nos rayos de la guerra; ¿qué pensasteis cuando..." “Con cuán num eroso y cuán presto ejército acuden corrien­ do en nuestra ayuda." 22

"Se nos ciega sin duda la m irada, se nos ciega en m edio de Lanía luz de los ejemplos que, procedentes de todas partes, se nos presentan; doquiera que vuelva los ojos, ven muy preclaras acciones." "Mas si tenéis la intención de recorrer el am plísim o y ubérri­ m o cam po de las historias, veréis unas abundantísim as y exu­ berantes cosechas de documentos." "Si repasam os las historias, encontrarem os...'' "¿Quién es en la historia tan ajeno y extraño com o para no sabei'?" “Evocad todas las edades de antiguas y jóvenes naciones y fácilmente conoceréis..." "Desplegad todos los antiguos y m odernos recuerdos y des­ cubriréis que todos ellos conspiran en buena am istad conmigo."

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FÓRMULAS PARA PROPONER TESTIMONIOS "Sí buscáis testimonios, los libros rebosan de ellos p o r todas partes; las voces de los sabios se arm onizan y en buena am istad se concierta la antigüedad de los siglos con nuestra época." "Y no resultará, sin duda, difícil, ni a vosotros quizás moles­ to, si sobre esta cuestión recito los elogios y testimonios de hom bres sapientísimos." "Mas clam a el Liceo, clam a el Pórtico, clam a la Academia, e incluso el m ism o apacible jardincillo de E picuro 1 clama." "Si apelamos al senado de los sabios, ya la causa se ha falla­ do a favor nuestro; pues son tan nuestros com o el que más..." "¿Son, quizás, sospechosos los modernos? Reclamemos, pues, justicia a los antiguos, tan alejados de nuestros amores y odios." "A vosotros, aquí os invoco a vosotros, antiguos filósofos, venerable tribunal de la antigüedad." "Y, ciertam ente, sobre este tema están de píe a nuestro lado en abigarrado frente los historiadores antiguos y m odernos.” "Están de acuerdo conm igo los políticos." "Mas, si querem os rivalizar en testimonios, podem os ofre­ cerlos bastante abundantes." "Y en esto m e salen al encuentro m iríadas de filósofos; pero sólo uno habla por todos." 23

"Álcese, pues, alguno de la sesión conjunta de los filósofos, y principalmente..." “Y no acum ulo testimonios sobre una opinión ya reiterada hasta la saciedad; que ofrezca, sin embargo, el suyo al menos..." “Así pues, no sin razón se dice vulgarmente..." "Exquisita 2 es aquella palabra...” ‘Es digno de consideración el lugar en..." “Es una m áxim a pronunciada desde el m ism o santuario de la sabiduría." “Es, sin duda, una voz m uy grave, y digna de un hom bre m uy grave también." "Y aquí cuadra, sin duda, aquel dicho áureo y m uy útil para la vida del sabio...” “En esto ha dado en el clavo .”3 "Verdaderamente lleno de Dios, Hom ero, el prim er padre de los poetas, cantó...” “Es un apólogo divulgado en la obra de Esopo, el m aestro de la sabiduría infantil." "Lo m ismo opina Hipócrates, el gran observador de la natu­ raleza enferma, quien, según su costum bre, de una forma tan concisa com o reflexiva..." “Desde el trípode 4 Pitágoras, el m ístico sacerdote de la ver­ dadera sabiduría oracular.” “Esto quería decir Sócrates, el m ás sabio de entre todos, con aquella sim ulación 5 suya, m aestra de la verdadera vida." “Pero esto m ism o dilo tú, por favor, Platón, el sum o maestro en sabiduría y elocuencia ,6 con aquél tu sabor ático ."7 “Aquí te invoco en mi ayuda, Jenofonte, preceptor de ópti­ mos príncipes ."8 “Óigase sobre este asunto al principal filósofo de la escuela peripatética." “En esta cuestión m e precede E picuro, faro de la n a tu ­ raleza .”9 “De m uchos testigos dispongo, m as a todos los despido; qué­ dese tan sólo Tucídides, perla de la discreción." “Habla, pues, Heródoto, leche de las Musas..." “Presento com o testigo m uy fidedigno de este hecho a Demóstenes, ley y norm a de los oradores griegos.” "Con gracia y donaire Plauto, la lengua de las M usas del Lacio.” 24

"A propósito y apropiadam ente Terencio, cultísim o y ele­ gantísimo." "Comparece, pues, Lucrecio, vate latino de la naturaleza, tú que recorres los im practicables cam inos de las M usas ."'0 "Mas aquí debemos oír al doctísimo, y el m ás docto de los rom anos, Varrón " ll "Óigase a propósito de esto, en la obra de Cicerón, al orador Antonio, el que m ejor disim ula su arte ."12 "Mas presentaré como árbitro al propio Craso, que despre­ cia el arte retórica ."13 “A ti te pregunto, Catón, de indom able virtud." "Propugna, no obstante, nuestra causa César, inm ortal igualm ente p o r la plum a y la espada, príncipe de la lengua y del im perio romano." "Esto Salustio, con su ardua y sublim e facundia..." "Mas bebed de Livio esta leche purísima..." "Dirígete al Senado y oye a Cicerón, el orador m ás digno de la grandeza y m ajestad del im perio rom ano." "Con voz m uy grave cantó Virgilio, la M usa m atrona del Lacio.” "Y de esto no difiere Ovidio, vate de u n a fecundísim a na­ turaleza." "Séneca, com o suele, de form a ajustada y apropiada a esta cuestión..." "Y esto la elegantísima censura del Árbitro ..."14 “Lo ilum ina muy bien con su candil Epicteto." "Y a esta opinión se adscribe Cebetes, el pintor de la sa­ biduría..." "Con agudeza y verdad el celoso panegirista de Trajano..." “He aquí que con m uy disertas palabras nos presta su testi­ m onio Plinio, el rom ano testigo de Ja naturaleza." "Adelántese a prestar testimonio Laercio, el escritor de los fastos de la filosofía..." “Vota a favor de este juicio mío Auto Gelio, joyita de los gramáticos..." "Armoniza con esto aquello otro de Macrobio..." "Y venero en este punto aquella generosa advertencia de Persio, aunque de un Persio aún poco hecho..." “No más un a verdadera respuesta de Apolo que lo que cantó Juvenal, el apasionado censor infatigable de los vicios,,." 25

"Cuán gráficam ente pintó al avaro en sus Serm ones15 H ora­ cio, tan m ordaz con su ris a .,” “Estos bienes de la vida en el cam po los cantó con feliz deci­ sión el Venusino ..."16 "De modo óptim o y m uy diserto, el óptim o y m uy diserto Quintiliano, m aestro de elocuencia...” "Según su costum bre Tácito, el rigurosísim o censor de prín­ cipes ,17 con jugosísim a brevedad...” "Y así estableció esto Plutarco, el sapientísim o árbitro abso­ lutam ente im parcial entre los valores rom ano y griego ."18

[17] DE LOS LUGARES DE LOS ARGUMENTOS CONCILLANTES Son propios de los oradores los argum entos destinados a conmover, por ser característica de ellos la persuasión. Los argum entos concillantes se seleccionan de las costum ­ bres del orador, del reo, de los adversarios y de los oyentes, de la configuración de la propia ciudadanía y de las cosas m ism as .1 De las costum bres del orador, para que el orador ponga de m anifiesto la prudencia del consejo, la honradez de su ánimo, la honesta razón que asiste a su em presa, su deber para con sus clientes, su respeto hacia los jueces, su benevolencia para con los oyentes, y pruebe la m esura de sus costum bres con su voz, semblante, actitud y discurso .2 De la persona del reo, si se le presenta com o un hom bre de buenas cualidades y de buena conducta, que espera y confía sola y únicam ente en los jueces, debe esperarse que, si ha servi­ do bien al Estado e incluso a los propios jueces, será tam bién útil en el futuro —y tanto m ás si resulta absuelto— al Estado y (lo que m ás valor tiene para granjearse voluntades) a los pro­ pios jueces. De las costum bres de los adversarios, si de su parte juegan la malicia, la astucia, la perfidia, la contum acia, la fuerza, la im pudencia o la audacia. De las costum bres de los auditorios, según difieren por su form a de sentir: pues de un m odo debe construirse el discurso entre hom bres alegres y de otro entre personas afligidas; o por su condición: pues no se puede, con u n m ism o arte, ganar la 26

voluntad de hom bres buenos y malvados; o por su edad: pues los jóvenes son cautivados por la gloria, los ancianos por la uti­ lidad ;3 por su estam ento, por lo que el soldado es fiero, el hom­ bre de ciudad es astuto y el cam pesino hosco; p o r el sexo, por el que los hom bres persiguen lo sólido y las m ujeres adm iran lo vano; por la fortuna, por la que los nobles son soberbios, los plebeyos viles, los poderosos generosos, los débiles astutos, los afortunados osados y los infortunados tímidos. De las costum bres de la nación, de m odo que son feroces los ingleses, graves los españoles, imprevisibles los franceses, beli­ cosos los alemanes y perspicaces los italianos. De las costum bres de la ciudadanía, p o r las que en una re­ pública democrática, com o la holandesa, el orador atenderá a la libertad; en u n a aristocrática, com o la de Venecia, a la gran­ deza y honor de la nobleza; en u n a m onarquía, com o la nues­ tra, a la salud y la gloria del Príncipe .4 Tam bién se conquistan los ánim os del auditorio partiendo de las cosas m ismas, si se presenta la causa com o honesta, gra­ ta, necesaria, útil al Estado y, m ucho m ás aún, provechosa para los propios oyentes.

[ 18] DE LOS LUGARES DE LOS ARGUMENTOS QUE CONMUEVEN De ios lugares, en fin, que conm ueven se extraen argum en­ tos destinados a excitar o sedar las pasiones aním icas.’ La principal de todas ellas, y su fuente, es el amor, por el que perseguimos el bien; y de éste es hijo prim ogénito el odio, por el que nos apartam os del mal. A éstos sigue luego todo el resto de la familia afectiva: el empeño, la aversión, la esperanza, el miedo, el entusiasmo, el abatim iento, el gozo, el dolor, la alegría, la tristeza, la exulta­ ción, el aturdim iento, la calma, la ira, la benevolencia, la envi­ dia, el favor, el desprecio, la indignación, la misericordia, la emulación, la gloria, el pudor y el respeto. Será tam bién característico del óptim o orador el saber quié­ nes, y respecto a quiénes, y por qué causas pueden con esta o aquella pasión conmoverse o calmarse: doctrina ésta que expli­ 27

ca correctam ente Aristóteles en la Rhetorica2 y m ucho más co­ rrectam ente aú n en la Elhica? Es preciso observar que el orador declara que, de estos tres géneros de argum entos, él tan sólo se ocupa de los docentes y nada antepone a proporcionar crédito a su causa: m as recurre tam bién a los argum entos que conciertan las actitudes, o pro­ pone, p o r la fuerza m ism a de las cosas, aquellos otros encam i­ nados a perturbar. Pues aunque en el discurso la sede propia de los argum entos que conciertan las actitudes sea el exordio, la de los argum entos docentes el debate y la de los que conm ue­ ven la peroración ,4 con todo actitudes y afectos han de mezclar­ se con las cosas m ism as y difundirse por el discurso entero, tal com o la sangre por el cuerpo .5

[19] DE LOS LUGARES DE LOS ARGUMENTOS COMUNES A LOS TRES GÉNEROS DE CAUSAS Viene a continuación la doctrina sobre los lugares de los ar­ gumentos docentes, de los que sólo los oradores extraen argu­ mentos, y que por ello se llam an "lugares oratorios"; doctrina ésta que, para que la comprendáis, debéis saber que [De los lu­ gares retóricos], así como cualquier arte tiene unos elementos que le son propios, punto de partida para realizar su obra, del mismo modo tam bién Aristóteles, antes que ningún otro, atribu­ yó los suyos a la retórica 1 —a los que llam a con frecuencia "pro­ posiciones”—, a partir de los cuales ios oradores llevan a cabo su obra de persuasión. Y puesto que es triple, como hem os visto, el género de causas que debe asum ir el orador —demostrativo, de­ liberativo y judicial—, y es m ateria del dem ostrativo lo honesto, del deliberativo lo útil y del judicial lo equitativo, de ahí recoge la ingente fuerza de las proposiciones sobre lo honesto y lo desho­ nesto, lo útil y lo inútil, lo equitativo 3' lo inicuo, m as no según las opiniones de los filósofos, sino de acuerdo con el sentido común, conforme al cual ha nacido la elocuencia entera .2 Pero hay quienes, con razón, culpan de excesiva y, 110 obs­ tante, aú n insuficiente esta diligencia de Aristóteles en la reco­ pilación de proposiciones: pues las recoge innum erables, m as no pueden recogerse todas, al ser infinita la regla de una cosa 28

infinita ;3 así pues, con su copiosidad, m ás que equipar o ins­ truir, abrum a al principiante; y los elementos, por su propia naturaleza, deben ser pocos en cualquier arte. Y aunque entre estas proposiciones se cuentan m uchísim as dignas de ser seña­ ladas por tan gran filósofo, a pesar de todo enum era bastantes tan evidentes —por deseo de la naturaleza— que obviamente carece de sentido com ún aquel a quien se les deba enseñar, o las recopila de un uso real tan escaso que, a mi parecer, son sem ejantes a la letra “k" en latín, que sin duda la aprenden los niños, m as no se usa para escribir casi ninguna palabra latina .4 En tal asunto son m ucho m ás dignos de censura los libros del De inventione de Cicerón —de los que, p o r ello, su propio autor se arrepintió m ás tarde — ,5 el Acl Herenniiiiri de Cornificio 6 y el De institutione oratoria de M arco Fabio Quintiliano, quienes prescriben la investigación de los lugares retóricos como si instruyesen a u n artesano y 110 a un orador; pues en cada una de las causas enum eran unas determ inadas proposi­ ciones (que es lo que el orador Antonio llama, en los libros del De oratore de Cicerón, el agüita estancada de la invención )7 con objeto de que, basándose en ellas, el orador obtenga crédito para cualquier causa [Juicio sobre los estados de las causas] y, para avanzar con m ayor certeza, exponen un espinosísimo tratado sobre los estados de las causas Quintiliano —en un lar­ guísimo capítulo que acrecienta la mole de un desm esurado libro — 8 y Hermógenes, en u n libro entero .9 Y los dividen en tres: esto es, de la conjetura o de hecho, de la definición o del nom bre y de la cualidad o de derecho, de m odo que, cualquiera que sea el estado de la causa encontrado, el orador encuentre tam bién todas las proposiciones propias de la causa. Mas Cice­ rón, experim entadísim o en el foro rom ano, estim a este tratado —en sus libros del De oratore— 10 com o el m ás inútil de todos, porque el estado de cualquier causa viene en conocim iento de cualquiera con natural buen juicio. Así pues, consideraría yo m ucho m ás correcto que las pro­ posiciones de lo honesto y lo deshonesto (riesen objeto de estu­ dio en filosofía m oral, donde se diserta con orden y método acerca de la naturaleza de todas las virtudes y vicios, de los caracteres de las costum bres y de todos los deberes de esta vida. Que la doctrina política nos instruya en las proposiciones acer­ ca de lo útil y lo inútil, ya que lo principal para dar consejos 29

sobre el Estado, como bien dice Cicerón, es conocer el E stado .11 Y finalm ente se extraerían las proposiciones acerca de lo equi­ tativo y de lo inicuo de los libros de jurisprudencia rom ana ,12 por cuya doctrina son valorados hoy principalm ente los orado­ res, al hacerla suya .13 Y tales preceptos para el descubrim iento de los estados de las causas 14 son, en verdad, una lógica que nos previene de que una cuestión no es perfectam ente m anifiesta para nadie salvo para aquel que sobre esa m ism a cuestión, sobre la que indaga, haya revisado estas tres cosas: prim ero si es, en segundo lugar qué es, y finalm ente cuáles son sus propiedades . 15 Será esto, pues, algo propio del orador, y el trasladarlo todo de lo verdade­ ro a lo verosímil.16 Pero para que no ignoréis por completo de qué modo los rétores enseñan a encontrar argum entos en cual­ quier género de causas, tocarem os algunos aspectos de los tres géneros de causas. Los lugares de este tipo son unos com unes a todos los gé­ neros y otros propios de cada uno. Son lugares com unes a los tres géneros lo posible y lo im posible —de m odo que se ense­ ñ a que un a cosa pudo o 110 pudo, puede o no puede hacerse— y lo grande y lo pequeño —de m odo que se m uestra com para­ tivam ente que un a cosa es m ás honesta, m ás útil, m ás equita­ tiva que o tra . ' 7

[20] DEL GÉNERO DEMOSTRATIVO 1 Se elogia a las personas, los hechos, las cosas. Los lugares p o r los que se elogia a las personas son los que atienden, sea a las circunstancias, sea a tres géneros de bienes. De las circunstancias, unas preceden, otras acom pañan y otras siguen a la persona a la que hem os decidido elogiar .2 La preceden 3 ios prodigios, oráculos, ensueños y otras cosas de tal género —si las hay—, que presagiaban la futura grandeza de la persona elogiada. Tam bién se entiende que preceden a la persona la. patria, la estirpe, el sexo, el natural, en tanto que bienes que la fortuna y la naturaleza nos tenían ya dispuestos al nacer; y quien elogia tales cosas elogia algo ajeno a la persona. 30

La acom pañan la educación civil, la instrucción literaria o m ilitar ,4 los estudios, los ejercicios, las lucubraciones, las obras, y sus dichos, escritos, gestas y hechos brillantes. Y éstos sí son los argum entos propios de los elogios, pues una verdadera loa es el premio de la aplicación, del esfuerzo y de la virtud. La siguen 5 la m uerte y la clase de m uerte, los sucesos tras la misma, la pérdida para el Estado, el luto de los hom bres de bien y los honores decretados al difunto. Tres son, de otra parte, los géneros de bienes: los de la fortu­ na, los corporales y los del ánim o .6 Al arbitrio de la fortuna 7 se encuentran las riquezas, el po­ der, los cargos ,8 los vínculos de parentesco, la descendencia y las facciones a que se pertenece; pues las am istades se ganan con la virtud. Son dotes del cuerpo 9 la figura, la belleza, el digno porte, la buena salud, la longevidad ,10la agilidad, la robustez. De los bienes del án im o 11 unos son innatos, como el inge­ nio, la fantasía, la m em oria. Otros son adquiridos, y son éstos las virtudes, bien las dianoéticas —o, com o vulgarm ente se dice, intelectivas—, bien las éticas o morales. Son aquéllas per­ feccionam ientos del intelecto hum ano, y éstas lo son de la vo­ lu n tad :12 del intelecto, como las ciencias, las artes, la erudición; de la voluntad, como la justicia, la tem planza, la fortaleza y la prudencia .13 De intelecto y voluntad constan la prudencia y la sabiduría, que es la consum ación del hom bre interior, esto es, de la mente y del ánim o .14 De todos estos géneros de bienes tan sólo la virtud es elogia­ da por sí misma; los restantes se encom iendan a la virtud, como la autolim itación que supone la sum a m oderación en el poder suprem o o cuando a una rara herm osura la adorna una casti­ dad preclara. El orden de los elogios es o natural, o artificioso o mixto. Es natural si se sigue el orden de las épocas y gestas, como nos ha m ostrado Plinio en su panegírico a Trajano .11 Artificioso, si refieres todos los argum entos de los elogios a unas determ i­ nadas clasificaciones últimas, tal com o dispuso Cicerón la ala­ banza de Pompeyo en su ManiHana 16 y redu jo todos los elogios de tal general suprem o a los siguientes cuatro principales capí­ tulos: la ciencia del arte militar, el valor, la autoridad y la buena 31

fortuna, que en un com andante en jefe deben ser sum os y en Pompeyo eran todos ellos eminentes. Será mixto el orden de las palabras si se divide los elogios en determ inados apartados y se sigue u n orden tem poral acorde con ellos. Los hechos se alaban prim ero y principalm ente en función de lo honesto, que es el lugar propio del género demostrativo, siendo así que es el elogio la recom pensa apropiada y digna de la virtud .17 Apartados dentro de lo honesto son: el decoro 18 —es decir, lo que conviene a las cosas—, la personalidad, los m om entos y lugares todos, y en lo que se basa la propia belleza de la virtud. Un segundo apartado es lo equitativo, esto es, el culto a Dios, el patriotism o, h o n ra r a los padres, el respeto a los m a­ gistrados, la solicitud para con los am igos, el cariño a los hi­ jos, el reconocim iento a quienes se lo m erecen, la clemencia con los som etidos y la h u m anidad p ara con el propio género hum ano. Un tercer apartado de lo honesto es el de la gloria, esto es, la fama, propagada en la m ayor m edida posible, de los méritos hacia el género hum ano.19 Un segundo lugar para alabanza de los hechos consiste en lo útil ,20por lo que aquellos argum entos evitan la antipatía y revis­ ten la apariencia de honestidad si se realizan acciones fructífe­ ras para otros y laboriosas y aun perniciosas para uno mismo, y ciertam ente de form a desinteresada .21 El tercer lugar reside en lo difícil, según se haya hecho a solas, el prim ero o con muy pocos, o m ucho m ás que los demás o con m ayor frecuencia .22 Las cosas que se alaban derivan de la naturaleza, del arte o de am bas a la vez. De la naturaleza com o los lugares y regiones, que se elogian por su situación, atractivo, fertilidad, com odidad y por el inge­ nio de los nativos .23 Del arte proceden las obras, ya sean pinturas, estatuas, li­ bros, armas, vestidos, vasos o edificios. Y son elogiadas p o r su autor, antigüedad, m ateria, técnica, m agnificencia, elegancia y por los hom bres ilustres que las han utilizado. Del arte y la naturaleza se elogian las ciudades; pero, ade­ más de por los lugares ya m encionados, se elogian tam bién por .32

su populosidad, por la concurrencia de extranjeros y por los ciudadanos ilustres en las artes de la guerra y de la paz .24 El conjunto de ciudadanos, vale decir el Estado, porta un peplo, y es así valorado por los lugares todos por los que sus atributos son valorados uno por uno; y tiene tam bién los suyos peculiares, esto es, sus insignes leyes, costum bres, instituciones, y la extensión y duración de su im perio,2'’ p o r los que es asimis­ mo apreciado. Se establece con frecuencia una alabanza com parativa, y ello cuando, v.g., se ensalzan personalidades, ya sea con el cote­ jo de sus sem ejanzas —com o si com param os a C. Julio César con Alejandro Magno por la dificultad y m agnitud de sus gestas bélicas — ,26 ya sea con la confrontación de sus desemejanzas —como la cuestión de si César fue m ás grande cuando redujo a los rebeldes o cuando fue clem ente con los vencidos .27 Desde todos esos m ismos lugares por los que se elogia a las personas, cosas y hechos, tam bién a su vez se las censura. E n este género de causas no dom ina tan to el crédito cuan­ to la ornam entación y la am plificación; y así, no se elogia sino lo que es opinión del com ún y tan sólo debe ser m ostrado o indicado.

[21 ] DEL GÉNERO D ELIBER A TE 0 1 Se delibera acerca de lo que se va a hacer, y puede tratarse de asuntos públicos o privados. E ntre los públicos se cuentan principalm ente las leyes, m a­ gistraturas, impuestos, comercios, la guerra, la paz, los tratados y las obras de fortificación y de defensa .2 Son asuntos privados Lodos aquellos sobre los que es posible debatir en el curso de la vida, com o el hecho de tom ar esposa, adoptar un hijo o renunciar a u n a amistad. Son lugares de este género: lo honesto, que es propio del género dem ostrativo ;3 lo útil unido a la dignidad ,4 ya sea para observar los pactos o para conseguir nuevas ventajas, lugar éste dom inante en el presente género de causas; lo necesario, máxi­ me si se trata de aquello sin lo que no podem os estar a salvo ;5 lo placentero ,6 por lo que de la decisión tom ada se deriva para 33

nosotros el m ayor placer; y, en fin, lo fácil,7 lugar que atiende m ás a los m edios que al fin. Eli este género prevalecen los ejem plos ,8 mas para que pue­ dan ayudar y resolver la lid deben con antelación fortificarse firm em ente con la incorporación de argum entos.

[ 22 ] DEL GÉNERO JUDICIAL 1 La causa en este género consiste en la im putación del acusa­ dor y la refutación del reo. El acusador, en efecto, sostiene que "el reo ha com etido [el delito]". El reo, en cambio, refuta la acusación afirm ando o "no haber com etido el hecho" o, aun si reconoce el hecho, sostiene que “el hecho carece de tal entidad o de tal calificación jurídica" que el acusador le im puta, o de­ fiende "haber actuado conform e a derecho ".2 De la im putación del acusador y la refutación del reo, por la que dice “no h aber cometido [el delito]", nace la cuestión de "si lo ha com etido ";3 de la im putación del acusador y la refutación del reo de que “el hecho no tiene la entidad o la califica­ ción jurídica" que el acusador le im puta se origina la cuestión de “qué ha hecho"; de la im putación, en fin, y la refutación de que “ha actuado conform e a derecho" se concluye la cuestión de “si ha actuado conform e a derecho". De la cuestión de “si lo ha cometido" surge el status de con­ jetura [coniectum]', de la cuestión de "qué ha hecho", el status de definición [defulitio]; de la cuestión, finalmente, de “si ha actuado conform e a derecho", el status de cualidad [qualitas].4 El status es, pues, aquello en que consiste la causa ,5 y, como hem os visto, es triple :6 del hecho, del nom bre y del derecho; o de la conjetura, de la definición y de la cualidad. Tras encontrar el status de la causa, alega el reo la razón de su refutación [ratio depulsionis], excepto en el status de conjetu­ ra, en que la propia negativa constituye la razón .7 Contra la. razón de la refutación opone el acusador el funda­ m ento de su acusación [accusationis firmanlenturu.]. De la razón de la refutación —que el reo aduce— y del fun­ dam ento de la acusación —que eleva el acusador— nace el he­ cho justiciable del proceso [indicado].* Es tal hecho [objeto del 34

proceso] la principal cuestión 9 acerca de la cual los jueces de­ ben juzgar y el orador fundam entar. Ilustremos con ejemplos tales preceptos: “lo has cometido", es la imputación; "no lo he cometido", la refutación y la razón de la refutación .10 De esta im putación y refutación surge el status conjetural y sim ultáneam ente el hecho justiciable de "si lo ha cometido”. "A escondidas lo has hurtado, contra mi voluntad", es la imputación. "Me lo he llevado, sin duda, m as no lo he hurta­ do " .'1 De esta im putación y refutación deriva la cuestión de “qué ha hecho". En esta cuestión se origina el status de la definición. Alega el reo la razón de su refutación: “pues sólo me he llevado lo mío”; contra esta razón el acusador levanta el siguiente funda­ m ento de su acusación: "Pues, aunque te llevaste lo que era tuyo, cometiste hurto, puesto que m e lo habías entregado en com oda­ to". De esta razón de la refutación y del fundam ento de la acusa­ ción nace el hecho justiciable de “si comete hurto quien sustrae al otro algo propio que le ha entregado en com odato " .12 "Sí lo has m atado ",13 es la im putación del actor; "lo he m ata­ do, m as legítim amente ",14 es la refutación del reo: de esta im pu­ tación y refutación nace el status de cualidad de "si lo ha m ata­ do legítim am ente”. El reo aduce la razón de su refutación: "pues le di m uerte en legítim a defensa"; a su vez el acusador opone, contra esta razón de la refutación, el siguiente funda­ m ento de su im putación: "ni siquiera para defenderte tenías de­ recho a m atar a u n hom bre sin condena previa”; de esta razón de la refutación y del fundam ento de la acusación deriva el he­ cho controvertido de "sí para defenderse tiene un hom bre de­ recho a m atar a otro no condenado " .15 En el status conjetural 16 los principales lugares de que dispo­ ne el acusador proceden de las causas [cau'sae], de la facultad [facúltales] y de los indicios [signad1 La causa es doble: "impulsiva" [impulsiva] y "premeditada" [raíiocinans]. 18 La impulsiva nace de un ím petu, com o la ira o el odio. La prem editada es deliberada, com o ocurre con quien provee, con su crimen, a la consecución de bienes, como hono­ res. riquezas o poder, o a la evitación de males, com o la pobre­ za, la m uerte o ia infamia. En am bas causas deben ser exam inadas con la m ayor dili­ gencia las circunstancias de las personas: pues al audaz le resul­ ta fácil d ar muerte, y al avaro robar y engañar. 35

La facultad reside en las ocasiones, en la esperanza de lle­ varlo a cabo, de ocultar el hecho, de im punidad, y en las cir­ cunstancias de la cosa, esto es, el lugar, el tiem po y otras así ;19 am én de en las circunstancias de la persona .20 Los indicios son, de otro lado, los dichos y hechos antece­ dentes, concom itantes y consiguientes, com o las am enazas, las m aquinaciones, los preparativos, las insidias, los tum ultos, los gritos, la fuga, los vestidos o las am ias m anchados de sangre, y las m uestras de m ala conciencia, com o el tem blor, el titubeo y el rostro abatido. Es m isión del defensor el negar de principio causas y facul­ tades, por ejemplo, "que no es verosímil que el reo pusiese en peligro lo presente y lo seguro por un lucro exiguo e incierto ”.21 "Y que es indicio suficiente de que el reo 110 gozó de dicha facultad el hecho m ism o de que, resolviéndose sobre la pena capital, no le asiste abogado alguno .” 22 Mas, en caso de que no pueda negar el hecho, al menos que lo atenúe y debilite. Respecto de los indicios que no pueden negarse, que los elu­ da o invierta los términos: que los eluda, como, por ejemplo, que "una espada ensangrentada no es u n brazo ”;23 que los in­ vierta, como, p o r ejemplo, que "tanto dista de dem ostrar haber­ lo m atado por haber huido que ciertam ente no habría huido si lo hubiese m atado ".24 En el status de la definición 25 los lugares son comunes a am bas partes del proceso :26 que cada u n a de ellas defina de la form a más acom odada posible al sentido com ún y a la sem ánti­ ca del térm ino. Luego, tras aducir símiles y ejemplos de otros que se han m anifestado en idéntico sentido, que dé firm eza a su definición y debilite la contraria. V. g., que diga el acusador que "el hurto es u na interrupción de la posesión ajena; y el uso es una cierta form a de posesión de un bien: y el uso de un como­ dato es nuestro por un tiem po determ inado; y que en tal senti­ do se han pronunciado los jurisconsultos ".27 Y el reo diga que "el hurto es la sustracción de u n bien ajeno; y que tal sustrac­ ción no puede darse sino respecto de cuerpos m ateriales; y que el uso no consta de corporeidad; y que así lo m anifiestan todos en general y se cree com únm ente”. El status de la cualidad 28 es doble: o racional [rationalis] o legal [legalis].29 El racional 30 aparece en la cuestión de "si se ha actuado conform e a derecho”, cuyo ejemplo aportam os supra, 36

al habJar de aquel que ha m atado a un hom bre para defenderse; donde, bajo la locución "conforme a derecho” interpreto la ra­ zón, que es le}' del género hum ano. La legitimidad del hecho se defiende por una doble vía: o absoluta [absoluta] o asuntiva [assim iptiva]31 Absoluta ,32 cuando sim plem ente defendem os que el hecho ha sido justam ente realizado, según el instinto natural, el con­ senso entre las naciones, el juicio de los hom bres sabios, las leyes de nuestro Estado, las costum bres, las instituciones, los convenios y acuerdos, los precedentes y las sentencias firmes. Asuntiva ,33 cuando propugnam os, no que el hecho sea justo per se, sino que sostenemos que es justo p o r alguna razón ex­ trínseca; y ello de cuatro formas distintas ,34 a saber: p o r com pa­ ración [comparatio], relación [relatio], rem oción [remotio] y concesión [concessio]. Por com paración ,35 por ejemplo, cuando debía cumplirse necesariam ente una entre dos alternativas, siendo una de las dos preferible a la otra: com o “o debía perm itir que el ejército fuese aniquilado o había de aceptar unas condiciones de paz vergonzosas; así pues, firmé una vergonzosa paz ” .36 Por relación ,37 cuando se transfiere la culpa a la m isma per­ sona que ha padecido el m al y el daño. Por rem oción ,38 cuando se hace recaer la culpa en otra cosa o persona, por ejemplo, la orden de quien ostenta el poder 39 o la carrera de u n caballo desbocado. Por concesión ,40 cuando reconocem os la injusticia cometi­ da, mas o justificamos el hecho [purgatio]41 o suplicam os 42 [de­ precado] para que no se nos im ponga la pena. Justificam os el hecho cuando lo excusamos p o r no haberse realizado con mala fe, sino por im prudencia ,43 necesidad o azar .44 Suplicamos, en cambio, en atención a los m éritos propios o de los nuestros para con el Estado, y porque es de esperar que en el futuro vamos a ser útiles al Estado .45 El status de cualidad legal aparece en la cuestión sobre la interpretación de la ley. Consta de cinco parles ,46 a saber: "leyes en conflicto" [legas contrariae ],47 "letra y espíritu” [scriptum el sententia], "silogismo” [m¿iocinatio],4S "anfibología” [ambig u u m ] y "transferencia" [iransiado] 49 El status de leyes en conflicto 50 se da cuando una ley parece estar en contradicción consigo m ism a, o bien dos leyes entre sí: 37

por ejemplo, u n a ley prescribe que “el delator de u n a conjura alcance la recom pensa solicitada, fuere cual fuere su petición"; y una segunda ley sanciona que “los conspiradores contra el Estado deben todos ellos ser castigados con la pena capital ".” 1 El delator pide como recom pensa la salvación de la vida de su hijo, cómplice de la conjura .32 El principio fundam ental en este caso es el de que debe pre­ valecer aquella de las dos leyes que provea a u n a m ayor utilidad para el Estado. El status de la letra y el espíritu 53 se da cuando la voluntad del legislador parece disentir de su letra. Por ejemplo, la ley es: “Quien franquee escalando los m uros de la ciudad comete un delito capital ”.54 Mas alguien supera los m uros de la ciudad si­ tiada para inform ar a sus ciudadanos de que las tropas que acuden en su ayuda no están m uy lejos, para que no se rindan em pujados p o r la dificultad de las circunstancias. Debido a esta noticia los ciudadanos soportan el asedio durante algunos días; la ayuda llega por fin y la ciudad es liberada. La letra de la ley prescribe que aquel que h a asaltado el m uro sea condenado a muerte; m as la voluntad del legislador es que la ciudad esté segura y sus ciudadanos a salvo, y no lo estaría ciertam ente si aquél no hubiese franqueado Jos m uros. Nos complace en el presente status m ostrar la praxis de los lugares respecto, a am bas partes de la controversia. [Ejemplo de invención oratoria en el status de cualidad so­ bre la letra y el espíritu.] Mas, para m ostraros con un ejemplo, oyentes ,55 cuán vana, cuán estéril, y en ocasiones incluso im pro­ pia y ridicula, resulta la invención oratoria según nos la trans­ m iten por lo general ios propios rétores, seleccionemos la causa perteneciente al status de cualidad conocida com o "de la letra y el espíritu", que se define com o aquel caso en que la voluntad del legislador parece disentir de la letra de la ley. A favor de la letra de la. ley contra la intención del legislador Quien defiende e! derecho estricto que diga, para ganarse el beneplácito a su actuación, que él defiende no a un ciudadano rebelde sino al legislador; y que no se ve movido a la acusación p o r favor, odio o codicia, sino para m antener en buen estado de conservación 56 la santidad de las leyes, en la que los Estados ba­ san su estabilidad. Que enseñe, en segundo lugar, que las leyes 38

son santas y de ningún modo, por ende, deben violarse; y que por ello han sido propuestas las leyes, para que a los particula­ res no les fuese lícito en absoluto el violarlas; y que se hace violencia contra las leyes cuando, estando escritas con palabras claras, se las desprecia; y que si algunos hechos habían m ereci­ do públicam ente que se los exim iera de la aplicación de la ley, la antigua jurisprudencia —m ediante las ficciones jurídicas — 57 los había tenido p or no cometidos, y esto m ism o no sin la pro­ m ulgación de un a ley; ensalzará al autor de la ley por su sabidu­ ría y concluirá de ello que aquél había ya previsto el caso fáctico particular que se plantea; y que au n así no había dispuesto sobre él en su ley una cosa distinta. Que hay que lim itar el arbitrio de los jueces ,58 Y que se abre la puerta de par en p ar a la discrecionalidad si se perm ite añadir excepciones a la ley; pues las excepciones no son sino vicios de las leyes, que acusan a las claras la im prudencia de quienes proponen dichas leyes y m enoscaban la autoridad de las m ism as .59 E xperim entar el ri­ gor de las leyes en un solo ciudadano es inculcar el respeto a éstas en todos los demás, y un excesivo rigor en uno solo de los ciudadanos es una clemencia excesiva para con los restantes. Que acum ule luego ejemplos de sentencias acordes con el dere­ cho estricto, y entre ellas m uy principalm ente el caso del “hijo de M anlio Torcuato, que, aun habiendo traído consigo la victo­ ria sobre los enemigos, tras condenarlo su padre por desobede­ cer sus órdenes, expió con la m uerte la pena por haber despre­ ciado el m andato paterno ".60 Y al fin provocará la hostilidad partiendo de un mal ejemplo, que a la postre disolverá las leyes y abatirá el Estado desde sus cimientos. A favor ele la voluntad del legislador contra la literalidad de la ley Si uno en cambio, en este caso particular, am para la equi­ dad ,61 que diga desde u n principio —para concillarse el bene­ plácito a su actuación— que él accede a defender a tal reo, que es reo en atención a la ley, para obedecer al legislador: que él en verdad defiende al legislador, pues asum e la defensa de quien ha obedecido la voluntad del legislador; que m uestre luego que la equidad es m adre de todo lo justo y la utilidad es la m odera­ dora del derecho estricto; y que esto es lo que promete la juris­ prudencia, es decir, ser el arte de lo justo y de lo bueno ;62 esto es, de la utilidad común. Que es propio de los escribas el atener­ 39

se a la letra de la ley, y en cam bio del jurista el buscar su senti­ do y significado. Que tales grandes generalizaciones jurídicas con frecuencia lian inducido a error a los hom bres y han dado lugar al proverbio “el derecho extrem o es extrem a injusticia ".63 Que son las palabras las que sirven a las leyes, no las leyes a las palabras: es, en efecto, com eter un fraude de ley el m ostrarse reverente con su letra y despreciar la voluntad del legislador, y es una suerte de traidor quien se protege bajo el m anto del derecho y ataca su razón de ser. Que debe defenderse la digni­ dad del legislador para que lo que éste dispuso como justo en el género no se tom e inicuo en la especie. Y así debemos distan­ ciarnos de las palabras de la ley para velar por Ja voluntad del legislador. Por ello tanto distan las excepciones de ser vicios de las leyes que m ás bien son sus remedios: pues los legisladores abarcan con sus leyes lo que ocurre con m ayor frecuencia, y encom iendan el resto al arbitrio de los jueces, y nunca ha existi­ do nadie tan sabio que lo haya previsto todo ;64 y basta con con­ jetu rar que, si se hubiese interrogado al legislador acerca del caso particular que se plantea, lo habría eximido de la aplica­ ción de esa ley suya; lo rígido se quiebra, y es preferible que las leyes sean flexibles, y así debemos hacer liso de la ley como de la regla lesbia, que se am olda a los cuerpos y no los cuerpos a sí .65 Que debemos atender en las causas a la utilidad pública, y que la reina de todas las leyes es la salvación del pueblo .66 Y moverá, en fin, a com pasión el que vaya a perecer el reo para salvar a su patria, y el recibir tal prem io a su piedad, el de que, para que todos estén a salvo, sólo él deba morir. Partiendo del ejemplo propuesto, ¿quién 110 ve cuán pueril es este m étodo de invención, toda vez que de estos lugares ex­ traen los oradores todas las causas que pueden defender y todos los argum entos que pueden decir en el status de la letra y el espíritu, siendo así que estos lugares son com unes a todos en tal status y en él Cicerón cifra el verdadero elogio del discurso en que se ciña a aquellos otros que le son propios? El “status legal del silogismo "67 se da cuando se concluye p or otras leyes lo que ninguna ley específica ha contemplado: lo que entre los jurisconsultos se conoce com o “extender las leyes a sus lógicas consecuencias". E n este status residen casi todas las controversias jurídicas. 40

En tal status son los principales lugares tópicos los que par­ ten "de lo sem ejante” [a sunili], "de lo desemejante" [a dissimili], "de lo discorde” [a repugnante], "de lo congruente" [a con­ gruente], "de lo contrario” [a contrario], "de la finalidad" [a. fine], y de las “comparaciones" [a comparatis], "de lo mayor" [a malo­ re], "de lo m enor" [a minore], “de lo igual" [a pan]. Se da "anfibología ”68 cuando en la letra tienen cabida m últi­ ples significados; por ejemplo, "lego a Ticio una estatua que sostiene una lanza, de oro”, donde cabe la duda de si ha de entregarse un a estatua de oro o una lanza de oro .69 Depende este lugar de las circunstancias de las cosas y de las personas. Se da la "transferencia "70 cuando se hace necesario cam ­ biar al acusador, al juez, la acción, el tiem po o el lugar. El acusador, toda vez que “quien es infam e, v. g., no está legitim a­ do p ara actuar ” .71 El juez, "porque no tiene conocim ienio de la causa ”.72 La acción, "porque no se trata de una acción penal, sino contractual ” ,73 "el actor no debe hacer valer su derecho con esta fórm ula de acción, sino con otra distinta". El tiempo, porque "el plazo para el pago aún no se ha cumplido". El lu­ gar, porque “el reo debe ser citado ante la justicia no en Nápoles, v.g., sino en Capua". Mas en este género de causas el status no es uno propio y distinto de los dem ás status legales que acabam os de enum erar: pues darán form a a la causa bien las leyes en conflicto, bien la letra y el espíritu, bien el silogismo o bien, en fin, la anfibología. Por ello, así com o en estas cuestiones el status de la causa debe­ rá buscarse entre los anteriores, del m ism o m odo tam bién allí habrá que indagar los lugares de tal status.

[23] DE LA SELECCIÓN DE LOS LUGARES O DEL ARTE CRÍTICA Estos son los elem entos de la enseñanza que el orador, cuando asum e la defensa de una causa, debe recorrer —todos ellos— para estar seguro de haber encontrado cualquier cosa verosímil que haya en la causa. Mas en ello se debe adoptar un penetrante juicio, al que de 41

tantísim a utilidad le resulta el arte crítica, para m enospreciar los argum entos falsos, dudosos, contrarios, absurdos, presun­ tos, com unes, inapropiados, ajenos, vanos, inconsistentes, so­ físticos, y seleccionar los verdaderos, ciertos, consistentes, equitativos, prestos, apropiados, pertinentes, sólidos, constan­ tes y serios. Y para poder evitar con m ayor facilidad los argum entos vi­ ciosos, no estará de m ás proponer aquí ejemplos de Jos mismos. Falso. Es falso el argum ento del que de form a extraña al latín dice la Escolástica que "es negado con elegancia” {rotunda negari], com o "es lícito, pues así place ” .1 Dudoso. Es dudoso el que precisa confirmación, y en la Es­ colástica se censura el que se asum a de él algo controvertido: por ejemplo, "actuó conform e a derecho, pues lo hizo tam bién otro”. Pues no ayuda en nada un ejemplo que resuelve un pleito con otro pleito. Contraño. El argum ento contrario es aquel al que la Esco­ lástica suele d ar Ja vuelta: pór ejemplo, "lo traicionó porque se había declarado enemigo suyo”; y así, en efecto, se responde: "Muy al contrarío, precisam ente porque se había declarado enemigo suyo no lo traicionó”; pues los traidores son los que se fingen amigos. Absurdo. Éste se dice en la Escolástica que prueba dem asia­ do y, por ende, no prueba nada: p o r ejemplo, "es púdica, pues es casada”; m as en todas partes existen adúlteras. Presunto. De este argum ento la Escolástica suele negar lo que llam an presupuesto: por ejemplo, "Gaya, cum pliendo con su condición de m adrastra, educaba al hijastro com o suyo”. Pues, ¿quién ignora los odios de las m adrastras? Común. Es argum ento com ún el que resulta útil a ambas partes y, por ende, a ninguna de las dos. Por ejemplo, "Ticio odiaba a Mevio porque era su com petidor”: al que en la Esco­ lástica se responde, como suele decirse, per instantiam. Inapropiado. Es argum ento inapropiado el que no resulta coherente con los demás: por ejemplo, si se dice que "un hom ­ bre avaro ha obrado con liberalidad o uno tím ido con valentía”; la Escolástica lo censura porque quien lo propone no es cohe­ rente con la doctrina. Ajeno. Este género de argum ento nada tiene que ver con el asunto: por ejemplo, “estudia la filosofía estoica; ambiciona, 42

pues, el poder". A lo que la Escolástica responde: "pase de largo el argumento" [transeat argumentum]. Vano. Es un argum ento vano el que de palabra parece un argumento, m as de facto en absoluto dem uestra su propósito: por ejemplo, “es pío, pues cultiva la piedad". De quienes se sir­ ven de este género de argum entos la Escolástica dice que incu­ rren en petición de principio. Inconsistente. Es inconsistente el que resulta probado por aquello m ism o que prueba: p o r ejemplo, “hay que creer en la historia porque todos le h an dado crédito". Mas, ¿por qué to­ dos le han dado crédito sino porque hay que creer en la histo­ ria? A este argum ento la Escuela lo llam a "círculo vicioso". Se procederá, pues, de form a correcta si se dice que hay que creer en la historia porque, de sus coetáneos, es decir, de los que han vivido en esa m ism a época, ninguno la ha puesto en tela de juicio. Sofístico. Adolece de sofístico el argum ento que juega con la hom onim ia de la palabra; la Escolástica suele distinguir estos géneros de argumentos: por ejemplo, "el im pío labrador hiere a su madre". Que se abstenga el orador de tales argum entos viciosos y emplee aquellos que tienen las virtudes contrarias, si quiere de­ sem peñar con seriedad y celo su función discursiva. Y cuide adem ás de pulir, adornar y am plificar lo que de bueno tiene la causa, e insista en ello; y, en cambio, disimule desde el principio lo que tiene de malo; si no le es posible, que lo atenúe; si ni siquiera esto le resulta posible, que le oponga la bondad de su causa y dem uestre que ésta, puesta en confronta­ ción, sería superior, com o logró hacer con éxito Demóstenes en su discurso De corona, que es, según el unánim e juicio de los críticos, el rey de cuantos discursos se han pronunciado, se pro­ nuncian y se pronunciarán. Finalmente que mantenga su posición para atacar, acosar e instigar al adversario allá donde sienta su debilidad ;2 si en algún lugar lo ve venir a su encuentro orgulloso de sus fuerzas, que retroceda con dignidad; donde sienta las fuerzas parejas, que re­ sista al punto, hasta que el adversario, cansado, ceda en alguna parte por donde pueda abatirlo .3

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[24] DE LA DISPOSICIÓN La "disposición" [disposido] enseña el arte de poner en or­ den lo descubierto . 5 Esta parte de la retórica supera en dificul­ tad a la invención, pues incluso los incultos e ignorantes suelen plantear agudas invenciones, m as el ordenadas de form a apro­ piada, cabal y varia no está al alcance sino de quienes han sido instruidos en ello y saben hacerlo. Existe una doble disposición: la u n a procede del arte y la otra de la prudencia. Del arte, aquella que, observando la naturaleza, nota que incluso las personas simples y carentes de cultura, al ser acusa­ das, em piezan p o r decir algo para conciliarse la benevolencia ,2 luego presentan la narración de la causa, m ás tarde prueban los argum entos propios, después refutan los contrarios, y por fin concluyen y piden clemencia. De la prudencia, aquella otra que con frecuencia, para m ejor servir a las causas, abandona los preceptos de su arte y, o bien trastoca las partes del discurso —de m odo que, si los argum en­ tos del adversario h an causado im presión en el ánim o del juez, podam os prim ero refutar sus objeciones—, o bien om ite alguna de esas partes —p or ejemplo, ante una situación repentina y enervante, hacem os u n discurso abrupto sin exordio alguno. En efecto, en aquel caso no podem os cam inar entre los obstáculos, y en éste el calor de la ira se enfría con los preparativos. Las partes del discurso son: "exordio", "narración", "propo­ sición", "confirmación", "refutación" y "peroración ".3

[25] DEL EXORDIO El "exordio" {exordium]] es el com ienzo del discurso, con el que el oyente se dispone a oír, esto es, a oír favorablemente, a oír atentam ente y a oír dócilm ente .2 Y, para que el exordio sea el apropiado a la causa 3 y conexo con lo subsiguiente (lo que constituye la mayor, así com o la más difícil, virtud de dicho exordio), que el orador, tras exami­ n a r diligentem ente la causa —según el severísimo juicio de

Quintiliano— y sopesar con la m ayor atención las circunstan­ cias del proceso, vea desde qué punto puede comenzarlo, y bus­ que en últim o lugar lo que debe disponer en el prim ero. Y des­ cubra, bien partiendo de las visceras de la propia causa o bien de las circunstancias de lugar, tiem po, cosas o personas, algo apropiado para concillarse los ánim os ,4 que parezca brillante para afirm ar el cam ino por el que va a discurrir su discurso, que ha nacido del hecho m ism o e indudablem ente en ese preci­ so m om ento .5 E n efecto, la arquitectura se preocupa m uchísi­ mo por los vestíbulos, para que los edificios den buena im pre­ sión e inviten a entrar. El exordio se tom a de las visceras de la causa; p o r ejemplo, si en una de ellas, en la que alguien es citado ante la justicia p or un crim en capital, el orador dice que accede a defender tal causa para proteger de las calum nias la vida de todos los ino­ centes, unas vidas que jam ás estarán a salvo si aquel reo co­ rriese peligro. De las circunstancias, del lugar por ejemplo, si es la prim era vez que el orador habla desde un lugar m uy prestigioso para pronunciar u n discurso ,6 por lo que tem e hacerlo; del tiempo, si en el día en que el reo se defiende de la im putación de u n delito capital, en ese m ismo día no m uchos años antes había prestado distinguidos servicios al Estado; de las personas, por ejemplo si alguien infacundo defiende ante otro m uy elocuente a un hom ­ bre solo enfrentado al poder supremo; o da gracias a Dios por haberle tocado en suerte en tal causa unos doctísimos y justísi­ mos jueces, norm a ésta de la que será u n brillantísim o ejemplo el siguiente: Modelo de exordio propio de la causa y conexo con lo subsiguiente, lomado del Pro Sexto Roscio Amerino, de Cicerón [1.1] "Tengo la impresión, jueces, de que os preguntáis con asom bro cuál es la razón de que, cuando tantos afamadísimos oradores y muy ilustres hom bres perm anecen sentados, m e haya levantado entre todos precisam ente yo, que ni por edad ni por ingenio ni por prestigio puedo com pararm e con los que aquí continúan en sus asientos. Todos cuantos veis aquí presentes piensan que es preciso en este proceso defenderse de la injusticia forjada con un delito insólito, m as —debido a la iniquidad de los tiempos que corren— no se atreven a asum ir la defensa por sí 45

mismos. Sucede por ello que, aun asistiendo para cum plir con su deber, guardan silencio, no obstante, para evitar el peligro. [2] ¿Qué ocurre, pues? ¿Soy yo el m ás audaz de todos? En absoluto. ¿Seré acaso m ás celoso cum plidor de mi deber que los demás? Tam poco siento un deseo tal de ese elogio como para querer arrebatárselo a oti'os. ¿Qué motivo, pues, me ha impulsado a encargarm e de la defensa de Sexto Ros ció antes que a los dem ás? Pues que si se hubiese levantado a hablar alguno de los que veis aquí presentes, en quienes reside el más elevado prestigio y dignidad, si hubiese pronunciado una pala­ bra sobre la situación política —cosa que es inevitable hacer en este proceso—, se pensaría que había dicho m ucho m ás de lo que en realidad hubiese dicho. [3] Y en cambio, aunque yo diga con absoluta libertad todo lo que debe decirse, en m odo alguno mi discurso podrá salir de aquí y difundirse entre el vulgo en la medida en que lo haría el suyo. Y, en segundo lugar, porque ni las palabras de los dem ás pueden perm anecer en la oscuridad debido a la fama y dignidad de las que gozan, ni por su edad y prudencia pueden perm itirse hablar tem erariam ente. Mas, si fuese yo quien hubiese hablado con excesiva libertad, mis pala­ bras podrán perm anecer ocultas —pues aún 110 he accedido a la vida pública— o ser perdonadas en atención a mi juventud 7 (aunque de esta ciudad han desaparecido ya no sólo la facultad de perdonar sino incluso el hábito de conocer ).8 [4] A estas causas se añade una nueva: que quizás a los de­ más se les ha solicitado que se encargasen de la defensa de un modo tal que pensasen que podían hacerlo o no sin m enoscabo del cum plim iento de su deber; de mí, en cambio, lo han recaba­ do quienes sobre m í ejercen enorm e ascendiente por su am is­ tad, los favores debidos y su dignidad, cuya benevolencia para conmigo 110 debía yo ignorar, ni despreciar su prestigio, ni des­ deñar su voluntad. [II.5] Por tales motivos me he convertido en defensor de esta causa: no ya elegido como el único en poder defenderla debido a mi suprem o ingenio, sino porque era, de entre lodos, el que quedaba para hacerlo con m enor riesgo; ni para que Sexto Roscio contase con una defensa bastante firme, sino para que no se viera com pletam ente desasistido. Os preguntaréis quizás qué terro r y qué pánico tan grande son esos que im piden a tantos y tan ilustres hom bres el asum ir 46

la defensa —como tienen por costum bre— de la vida y hacien­ da de otro. Y no es de extrañar que aún lo ignoréis, ya que los acusadores no han m encionado todavía el hecho que ha provo­ cado este juicio. [6] ¿Qué hecho es éste? Se trata de la hacienda del padre de Sexto Roscio aquí presente, que asciende a seis millones de sesLercios, que Cornelio Crisógono, probablem ente el joven más poderoso de nuestra ciudad en estos m om entos, afirm a haber com prado por dos mil sestercios a u n hom bre de gran valentía y muy noble cuna —L. Sila—, a quien para honrarlo nombro. Este Crisógono, jueces, solicita de vosotros que borréis de su ánim o toda sospecha y le libréis de todo miedo por haberse apropiado sin derecho alguno de un patrim onio ajeno tan co­ pioso y.brillante, y porque le parece que la vida de Sexto Roscio supone un obstáculo y un estorbo para el disfrute de tal fortu­ na; no cree que pueda hacerse —m ientras Roscio perm anezca incólume— con el patrim onio tan am plio y copioso de este ino­ cente, mas, una vez haya sido condenado y desterrado, espera poder dilapidar y despilfarrar en m edio del lujo lo que ha obte­ nido m ediante el crimen. Os pide que le arranquéis de su ánim o este escrúpulo que de día y de noche lo atorm enta y aguijonea, que os reconozcáis cómplices suyos en la consecución de este botín tan infame. [7] E n caso de que esta dem anda os parezca equitativa y honesta, jueces, yo os presento por el contrario una dem anda m odesta y, a m i entender, un tanto m ás equitativa. [III] Pido en prim er lugar a Crisógono que se dé por conten­ to con nuestro dinero y nuestros bienes, y no pretenda además la sangre y la vida; y luego a vosotros, jueces, que os opongáis a la criminal actividad de estos osados, que aliviéis la desgracia de los inocentes y que conjuréis, en la causa de Sexto Roscio, el peligro que sobre todos se cierne. [ 8] Pues si se encuentra u n a causa de la incrim inación o una sospecha del hecho o cualquier cosa, en sum a, p o r pequeña que sea, por la que parezca que aquéllos siguieron alguna pista al presentar su denuncia contra él, o si, en fin, encontráis alguna otra causa para ello, excepción hecha de aquel botín que he mencionado, no nos oponem os a que la vida de Sexto Roscio sea entregada a m erced de ellos. Mas si no se tratara de ningu­ na otra cosa sino de que nada les falte a quienes nada les basta, si en estos m om entos tan sólo se pugna para que a aquel pingüe 47

y excelente botín se le sum e el colmo que supondría la condena de Sexto Roscio, ¿no es precisam ente la indignidad extrema, entre tan ta indignidad, que se os haya considerado idóneos para alcanzar por m edio de vuestras sentencias y juram entos lo que antes han estado acostum brados a alcanzar por sí mismos, con el crim en y las armas? ¿Y que de vosotros —que por vues­ tra dignidad habéis sido elegidos de entre la ciudadanía para form ar parte del Senado, y del Senado para integrar este tribu­ nal por vuestro rigor— pretendan unos sicarios y m atones, no ya evitar los castigos que, p o r sus crím enes, de vosotros tam ­ bién deben tem er y causarles horror, sino incluso salir de este juicio honrados y enriquecidos p o r los despojos ?9 [IV.9] E n estos asuntos tan transcendentales y atroces en­ tiendo que no puedo hablar con la suficiente propiedad, ni que­ jarm e con la suficiente energía, ni alzar la voz con libertad bas­ tante. Pues para tal propiedad m e supone un obstáculo la falta de ingenio, para la energía la edad y para la libertad los tiempos que corren. A ello se sum a el profundo tem or que me han infundido mi propio natural y mi pudor, vuestra dignidad, la fuer­ za de los adversarios y los peligros que arrostra Sexto Roscio. Por todo ello os ruego y suplico, jueces, que oigáis mis pala­ bras con atención y benévola indulgencia .10 [10] Confiando en vuestro crédito y sabiduría m e he cargado con más peso del que creo poder soportar. Si en alguna medida me aligeráis de él, jueces, lo soportaré com o pueda, con empe­ ño y esfuerzo; si, en cambio, m e veo abandonado por vosotros, cosa que espero que no ocurra, 110 desfallecerá p o r ello mi áni­ m o y continuaré con lo que he em prendido hasta donde me sea posible. Pues, si no pudiese llevarlo a térm ino, prefiero ser aplastado por el peso de m i deber que abandonar por perfidia o renunciar por debilidad de ánim o a lo que una vez m e fue enco­ m endado con absoluta confianza en mí. [11] Tam bién a ti te m ego encarecidam ente, M. Fannio, que en esta ocasión te com portes para con nosotros y el pueblo ro­ m ano tal como ya tiem po ha te has venido m ostrando ante el mismo pueblo rom ano, cuando presidías como juez una causa sim ilar a ésta. [V] Ya ves cuán gran m ultitud de personas ha concurrido a este juicio, y adviertes cuál es la expectación levantada entre todos los hom bres y cuán ferviente su deseo de que se dicten 48

sentencias cluras y severas. Es éste el prim er juicio que se enta­ bla por homicidio tras un largo período de tiempo, cuando en el ínterin se han cometido m uy num erosas e indignantes m atan­ zas; todos esperan que de este proceso resulte el m ás adecuado castigo a los crím enes abiertam ente com etidos y a la sangre cotidianam ente vertida. [12] Quienes aquí actuam os com o defensores hablaremos en esta ocasión en voz m uy alta, con ese m ism o tono de voz que en los restantes juicios acostum bran a usar los acusadores. Te pedimos, M. Fannio, y a vosotros, jueces, que castiguéis estos crímenes con la m ayor severidad, que con sum a firmeza os opongáis a unos hom bres osados en exceso, que penséis en esto: que a no ser que en esta causa mostréis bien a las claras cuál es vuestra form a de pensar, a tal extremo alcanzarán la ambición, el crim en y la audacia de los hom bres que se perpe­ trarán m atanzas no ya ocultam ente, sino aquí en el propio Foro, ante tu tribunal, M. Fannio, ante vuestros pies, jueces, entre esos m ismos escaños vuestros .11 [13] Y, en efecto, ¿qué otra cosa se pretende en este juicio sino la licencia para hacer eso? Ejercen la acusación los que se han apoderado de los bienes de este hom bre, y se defiende él, a quien nada -—excepto su desgracia— le han dejado; actúan como acusadores aquellos a quienes les supuso un beneficio el asesinato del padre de Sexto Roscio, y se ve forzado a defender­ se éste, a quien la m uerte de su padre le ha deparado no sólo el luto, sino incluso la miseria; acusan los que han deseado con todas sus fuerzas degollar a este m i patrocinado, y se defiende éste que incluso a este m ism o juicio ha acudido con escolta, para no ser acuchillado aquí mismo, ante vuestros ojos; y acu­ san, en fin, aquellos a los que el pueblo reclam a, y se defiende éste, que es el único superviviente de la infam e m atanza come­ tida por aquéllos. [14] Y, para que podáis, jueces, entender con m ayor facili­ dad que las acciones perpetradas son más indignas que lo que mis palabras manifiestan, os expondrem os desde el inicio cómo se ha gestado el caso .,,i2 El cometido de los exordios consiste en granjear la benevolen­ cia, la atención y la docilidad de los oyentes .13 Mas de estos tres cometidos es el que se refiere a la benevolencia el m ás difícil. 49

Los rétores enum eran cinco géneros ele causas relativos a cómo d ar cum plim iento a estas funciones y cuándo hacerlo: "honesto'" [honestum),]4 "vergonzoso” [turpe], "dudoso" [dubiu m ], "humilde” [hun lileV5 y "oscuro" [obscuram].*6 Establecen, además, dos géneros de exordios; a saber: "prin­ cipio'' [pñncipium ] e “insinuación" [insinuai io ) 7 al que yo aña­ diría un tercero: "ocupación" [occitpatio]. "Principio " 18 es aquel que utilizam os en una causa honesta 19 (por ejemplo, a favor de u n padre asesinado m ediante engaños y contra el sicario), y con él nos conciliamos directa, breve y abiertam ente la benevolencia. "Insinuación "20 es aquella p o r la que en una causa vergonzo­ sa (v.g., a favor de un reo m uy depravado) nos conciliamos m e­ diante un rodeo la benevolencia que no podíam os ganarnos di­ recta, breve y abiertam ente: por ejemplo, si decimos que se tra~ ta de un crim en digno de u n nuevo género de penas y de un asunto de lo más odioso para los jueces, y con toda justicia; m as gradual e inesperadam ente vam os derivando hacia algún argum ento con el que poder inclinar a los jueces a prestar aten­ ción a la causa con benignos oídos. Insinuación de C.J. Cesara favor de los conjurados con Catilina, en Salustio [LI] "Es conveniente, senadores, que todos los hom bres ocu­ pados en deliberar sobre asuntos dudosos estén libres de odio, am istad, ira y com pasión. Pues el ánim o no discierne con facili­ dad la verdad cuando tales afectos se lo estorban ,21 y nadie ha prestado servicio sim ultáneam ente a la pasión y a la utilidad. Si aplicamos nuestro ingenio, éste prevalece; m as si la pasión nos posee, si ésta dom ina, el ánim o carece de toda fuerza. Éste po­ dría ser, senadores, un buen m om ento para recordar qué deci­ siones fueron las que erraron al tom ar reyes y pueblos em puja­ dos por la ira o la com pasión; m as prefiero decir en qué otro nuestros antepasados actuaron con corrección y buen sentido contra el im pulso de su ánim o. E n la guerra contra Macedonia, que entablam os contra el rey Perseo, la ciudad de Rodas, gran­ de y magnífica, que había crecido m erced a la ayuda del pueblo rom ano, nos fue infiel y hostil. Pero cuando, acabada la guerra, se deliberó acerca de los rodios, nuestros antepasados, para que nadie pudiese dccir que la guerra se había em prendido m ás por 50

sus riquezas que por la injuria recibida, les perm itieron m ar­ char impunes. Asimismo en todas las guerras púnicas, pese a que los cartagineses habían com etido con frecuencia m uchos crímenes infames así en la paz como durante las treguas, nunca los nuestros obraron del m ism o m odo, aun presentándose la ocasión; se preguntaban m ás qué sería digno de sí m ismos en lugar de qué podría hacerse legítim am ente contra aquéllos. Ha­ béis de procurar además, senadores, lo siguiente: que no goce de m ayor relevancia entre vosotros el crim en de P. Léntulo y de los demás que vuestra propia dignidad, ni os dejéis aconsejar más por vuestra ira que por vuestra reputación .”22 La "ocupación ”23 se da cuando, en u n a causa dudosa, es de­ cir, la que cuenta con una parte honesta y otra vergonzosa (por ejemplo la de aquel que, para vengarse de una gravísima injuria que le ha sido inferida, ha dado m uerte al ofensor), nos ocupa­ mos previam ente de la parte vergonzosa, esto es, la prevenimos y desvirtuamos, para luego, basándonos en la parte honesta, hacernos con un benévolo auditorio. En cam bio en u n a causa hum ilde se debe despertar la aten­ ción —no sea que, en caso contrario, el juez la m enosprecie—; por ejemplo, si en una causa m odesta prom etem os que vamos a hablar de im portantes asuntos que es preciso saber, nuevos, úti­ les, placenteros .24 En una causa oscura, en fin, hay que ganarse la docilidad. Más adelante, cuando tratem os de la proposición, diremos cómo se hacc esto. En el género dem ostrativo el exordio es el más libre, como corresponde a causas cuyo principal objetivo es el de deleitar. En el deliberativo el exordio puede hacerse de form a menos cuidadosa, como com í ene a u n género en que los oyentes ya están predispuestos en su propio interés. E n el judicial el exordio debe ser especialm ente diestro, pues la cuestión se dilucida con unos oyentes cuyo interés no está en juego en absoluto, mas no quieren que se les engañe.

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[26 ] DE LA NARRACIÓN La "narración" [nairatio ] 1 en su acepción pública —de la que aquí se trata— es la exposición del hecho con todas sus circunstancias útiles para salir victorioso del proceso. En el género deliberativo, donde se delibera sobre el futuro, la narración no tiene lugar m ás que de form a incidental, como suele decirse, esto es, al n arrar los hechos para m ejor colegir lo que hay que hacer. En el género dem ostrativo la causa entera es una narración, m atizada con sus adornos y amplificaciones. También en el género judicial se asienta la causa sobre la narración, si se basa en el ejercicio de u n derecho o el hecho es manifiesto. Si el adversario ha desarrollado la narración, mas ha ex­ puesto los hechos de una form a distinta a como se han sucedi­ do o ha guardado silencio en aquello que nos beneficia, infla­ mando, en cambio, aquello otro que nos perjudica, a la parte que representam os se le hará precisa u n a distinta narración, para exponer las cosas con verdad, enarbolar las circunstancias del hecho que nos resultan útiles y poner de relieve otras causas que nos son favorables; y con palabras m ás suaves m itigará lo que la parte contraria ha narrado incrim inándonos para avivar contra nosotros la anim osidad .2 Las virtudes con que necesariam ente debe contar la narra­ ción son: la de ser breve, diáfana, verosím il :3 suelen tam bién añadir un a cuarta destinada a deleitar, la de ser agradable .4 Será breve 5 la narración si no nos rem ontam os m ás allá de donde, ni nos extendemos m ás lejos que adonde resulta estric­ tam ente necesario para la causa. Y lo que resulta necesario es: desde el lugar del que la causa com enzó a forjarse y hasta allí adonde ha venido a parar; es decir, si se omite todo salvo la propia causa y no se trae a colación nada que le sea ocioso. Y que a esta brevedad de las cosas la acom pañe tam bién la breve­ dad del discurso, esto es, que se emplee tantas palabras cuantas sea necesario, y que el desarrollo del discurso sea m ás concreto. Será diáfana 6 si exponemos las cosas con palabras apropia­ das y usuales, si nos servimos de un discurso matizado, si obser­ vamos el orden cronológico en que se h an gestado los hechos. 52

Será verosímil 7 si pensam os en un desarrollo creíble, en el que todas las circunstancias del hecho se arm onizan con las personas, cosas, tiem pos, lugares, causas y sucesos, y se co­ rresponden adecuándose a la naturaleza de las cosas, las cos­ tum bres de los hom bres 8 y el sentido com ún ,9 de m odo que lo que se dice que ha ocurrido parece naturalm ente oportuno que así ocurra. Será, en fin, agradable si describim os gráficam ente la im a­ gen de las personas, si les atribuim os una form a de hablar acor­ de con la naturaleza, educación, costum bres y condición de cada cual, si dam os a conocer cosas nuevas e inopinadas, y sobre todo, por último, si presentam os los resultados que se esperaba y todo ello lo aderezam os con una cierta elegancia ática 10y con distinción. Ejemplo de narración publica tomado del Pro T. Annio Milone Valga como ejemplo de tales norm as la narración del Pro Milone. Cicerón la com puso partiendo de la m ás reciente causa de los odios que arrastraban a Clodio contra Milón. [9.24] "P. Clodio, tras haber decidido atorm entar a la repú­ blica con toda suerte de crím enes en el transcurso de su pretura, y al ver que, por haberse retrasado los comicios en el año anterior, no podría desem peñar la pretura durante m uchos me­ ses, él, que 110 aspiraba a un nuevo peldaño en su carrera políti­ ca, como los demás, sino que quería tam bién evitarse un colega como L. Paulo —ciudadano de virtud singular— y buscaba dis­ poner de u n año íntegro para despedazar la república, renunció de repente a presentarse ese año, como le correspondía, y apla­ zó su candidatura para el siguiente; m as no —como suele suce­ der— por escrúpulo religioso alguno, sino para contar, como decía él mismo, con un año com pleto y entero para desem peñar la pretura, vale decir, para poner la república patas arriba. [25] Se percataba de que la suya iba a ser una pretura m utilada y debilitada con Milón com o cónsul; y veía, además, que éste se­ ría cónsul con el absoluto consenso del pueblo rom ano. Se unió, pues, a los contrincantes de aquél, mas de modo que era él solo quien controlaba toda la candidatura, incluso contra la voluntad de éstos, para sostener toda la cam paña, como gusta­ ba de repetir, sobre sus hom bros. Convocaba a las tribus, inter­ venía, e inscribía una nueva tribu Colina con el alistam iento de 53

los ciudadanos m ás depravados. Cuanto m ayor era la agitación provocada por aquél, tanto m ás se fortalecía de día en día éste mi patrocinado.”1' Prosigue ahora con las am enazas y preparativos. “Cuando un hom bre así, de sobras dispuesto a crímenes de toda especie, vio que un varón tan valiente, enemigo acérrim o suyo, sería cónsul con toda certeza, y se dio cuenta de que esto con frecuencia se había evidenciado no sólo en las conversacio­ nes, sino incluso p or los sufragios del pueblo rom ano, comenzó a actuar a la vista de todos y a decir abiertam ente que Milón había de morir. [26] H abía hecho bajar del Apenino a unos es­ clavos salvajes y bárbaros, a los que teníais ante los ojos, con los que había devastado los bosques públicos y tiranizado Etruria. El caso era evidente. Pues iba repitiendo públicam ente que a Milón no se le podía arrebatar el consulado, mas sí la vida. M anifestó esto a m enudo en el Senado, lo dijo en ia asamblea; aún más, a M. Favonio, hom bre de gran valor, que le preguntó haciéndole ver lo loco de sus esperanzas en tanto Milón estuvie­ se vivo, le respondió que aquél iba a m orir en el plazo de tres o a lo sum o cuatro días; una m anifestación ésta suya que Favonio refirió inm ediatam ente a M. Catón aquí presente .” 12 Desde aquí hasta aquello de "mas com o éste [hubiera salta­ do] del coche", se sientan los fundam entos de fe sobre los que se levanta el edificio entero de la confirm ación, con lo que m uestra que la violencia la hizo Clodio contra Milón y no Milón contra Clodio. Y cada uno de los argum entos se hallan esparci­ dos durante todo este trayecto, como semillas, por las que se recoge en la confirm ación una abundantísim a cosecha de argu­ mentaciones. [10,27] "AI saber en el ínterin Clodio —y no le resultaba difí­ cil saberlo por los habitantes de Lanuvio— que Milón había de llevar a cabo el recorrido anual establecido por la ley y obli­ gado, el día 20 de enero, a Lanuvio, para nom brar al flamen —pues era dictador de Lanuvio—, se m archó súbitam ente de Rom a el día antes, para tender una em boscada a Milón ante una finca suya, com o se supo por los hechos; y tan rápido se m archó que abandonó una turbulenta asam blea que, si no hubiese querido estar presente en el lugar y el m om ento apro­ piados para el crimen, jam ás habría abandonado. [28] Milón, en cambio, después de haber estado ese día en el Senado hasta 54

el fin de la sesión, fue a casa, se cam bió de calzado y vestidos, se entretuvo un poco m ientras su mujer, com o suele ocurrir, se preparaba, y luego se m archó, en un m om ento en que ya Clodio, si realm ente había de ir a Rom a ese día, había podido ya regresar. Le sale al encuentro Clodio, sin estorbos, a caballo, sin coche, sin equipaje, sin acom pañantes griegos —como acos­ tum braba—, sin esposa, lo que no solía hacer casi nunca: mien­ tras que este emboscado, que había preparado aquel viaje para perpetrar un asesinato, era transportado con su esposa en co­ che, con el m anto de viaje, con u n a comitiva grande, cargada de bagajes, fem enina y delicada de jóvenes esclavas y esclavos .13 [29] El encuentro con Clodio se produce ante la finca de este, hacia las cinco de la tarde sobre poco m ás o menos. Al instante lo atacan m uchos con arm as arrojadizas desde un lugar más elevado; y los que vienen de frente m atan al cochero. Mas como éste [ahora atenúa el hecho con adm irable técni­ ca y suaviza la dureza con la que quizás lo habían narrado ante­ riorm ente sus adversarios] hubiera saltado del coche, tras des­ em barazarse del manto, y se defendiese anim osam ente, aque­ llos que estaban con Clodio, tras desenvainar sus espadas, una parte corrió de nuevo hacia el coche para atacar a Milón por la espalda, otra parte, pensando que ya estaba m uerto, comienza a abatir a sus esclavos que venían detrás; de entre éstos, quienes dieron m uestras de un ánim o fiel y esforzado para con su se­ ñor, unos fueron m asacrados, y otros, al ver que se luchaba junto al coche, y que se les im pedía socorrer a su amo, oyendo del propio Clodio que Milón había sido asesinado y teniéndolo por verdad, estos esclavos de Milón hicieron —lo diré abierta­ mente, y no con la intención de aprovecharlo p ara la incrim ina­ ción, sino como lúe— sin que su señor lo ordenase, ni lo supie­ se, ni estuviese presente, lo que cada cual habría querido que hicieran sus propios esclavos en tales circunstancias ." 14 Omite, en cambio, los turmiltos provocados por' los partida­ rios de Clodio tras la m uerte de éste y cierra aquí la narración, pues de lo dicho hasta este m om ento ya se sustenta la causa.

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[27] DE LA DIGRESIÓN Después de la narración cabe la posibilidad de divagar discre­ tam ente [digressio ],1 si existe algo externo a la causa que, con todo, le beneficia, o que perm ite conocer con m ayor facilidad lo que se va a decir, o una m ás profunda confirmación, o una más extensa amplificación: así nos lo avala Cicerón cuando, antes de aseverar los robos de Venes y las rapiñas cometidas durante su gobierno de Sicilia, hace una digresión elogiando esta provincia .2 Es, por lo demás, característico del arte oratoria, tras la na­ rración de la causa, pasar sin solución de continuidad a fundar­ la y proponerla, de modo que tal proposición de la causa dé la im presión de brotar espontáneam ente de su propia narración.

[28] DE LA PROPOSICIÓN [Proposiliü] 1 Es aquella que com prende el conjunto de la causa íntegra. Es o simple, o con disyunción. Es simple aquella con la que proponem os brevem ente lo que el orador debe p robar y sobre lo que los jueces deben dictar sentencia .2 Nos queda un brillantísim o ejemplo de proposición precisa en Cicerón, en el Pro Publio Quine fio: "Me fijaré ciertos límites y térm inos que no podré rebasar por m ucho que quiera, para tener presente aquello de lo que hablaré y esté claro para Iíortensio a qué h abrá de responder, y tú, Cayo Aquilio, puedas representarte m entalm ente y con antelación de qué cuestiones vas a oír hablar. Negam os que tú, Sexto Nevio, hayas poseído los bienes de Publio Quincio según lo prevenido en el edicto del pretor ” .3 Estamos, en cambio, ante una proposición con disyunción cuando separam os aquello en que convenim os con el adversa­ rio de aquello otro que perm anece com o motivo de controver­ sia ;4 por ejemplo, adm itim os que “Tició h a dado m uerte a Mevio", mas negam os que se trate de un acto ilegítimo.

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[29] DE LA PARTICIÓN A la proposición se le suele anexar, para lograr una mejor docilidad del auditorio ,1 la “partición" [partido ],2 con la que enum eram os cuántas y de qué cosas vamos a hablar, y en qué orden .3 Por ello la partición es m ejor valorada si es breve —que conste de tres o, a lo sum o, cuatro partes — 4 y si es precisa .5 Sírvanos de ejemplo la partición que Cicerón utiliza en el mismo Pro Publio Quine lio. E n efecto, en la proposición 6 había manifestado: “Negamos que tu Sexto Nevio, hayas poseído los bienes de Publio Quincio según lo prevenido en el edicto del pretor. Y sobre ello ha versado el com prom iso de garantir ".7 Ahora pasa a la partición: “M ostraré prim eram ente que no hubo causa legítima alguna por la que pudieses solicitar del pretor la posesión de los bienes de P. Quincio; en segundo lu­ gar, que no pudiste poseerlos según lo prevenido en el edicto; y por último, que no los has poseído”. Y, para que estas m ismas cosas queden profundam ente im presas en el ánim o de los jue­ ces, añade: “Te mego, C. Aquilio, y a vosotros, que formáis par­ te del consejo, que recordéis puntualm ente qué he prometido; en efecto, os resultará m ás fácil com prender íntegram ente el caso si recordáis esto, y fácilmente m e retiraréis vuestra estima si trato de rebasar estos límites en los que yo m ism o m e he confinado. Niego que hubiese causa legítima para su solicitud, niego que haya podido poseerlos según lo prevenido en el edic­ to, niego que los haya poseído. Una vez haya dem ostrado estos tres apartados, pasaré a la peroración ".8

[30] DE LA CONFIRMACIÓN Es éste [confirmatio] el m om ento agonal, el cam po de bata­ lla en que se patentizan las facultades de los oradores. En efec­ to, ésta es la parte del discurso en la que se exponen, con las argumentaciones, los argum entos de la causa .1 La argum entación es, de una parte, la exposición del propio argum ento ,2 y argum ento es, de otra, la razón a partir de la cual se configura la cuestión ,3 y que la Escolástica llam a “térm ino 57

medio ".4 Ahora bien, la argum entación es la form a y figura por la que el térm ino m edio se u n e con los dos puntos m ás prom i­ nentes de la cuestión propuesta —que la Escolástica llam a ex­ trem os— en la proposición y la asunción —vulgarm ente "la m a­ yor” y "la m enor”—, de form a que los propios extremos de la cuestión propuesta se un an en la conclusión: por ejemplo, si quieres dem ostrar que "el Coloso de bronce va a dejar de exis­ tir", debes asum ir el argum ento de que "ha sido hecho”. Luego habrás de unir, genéricamente, "tener u n origen” con "dejar de existir”, de acuerdo con la sentencia de Salustio: Todo lo que ha tenido un orto Liene un ocaso, y todo lo que ha crecido envejece.5 Asumirás, m ás tarde, que "tener un origen" se una con “el Coloso de bronce". Pues bien, "el Coloso de bronce ha tenido un origen”. Por últim o concluirás que “el Coloso" está unido con el "dejar de existir". Y, “por tanto, el Coloso de bronce envejecerá". Aunque la argum entación cede la prioridad tan sólo al crédi­ to, debe, con todo, llevar aparejados bien las costumbres, bien los afectos, o bien unas y otros. Siendo así que contam os con una argum entación oratoria que se diferencia de la argum enta­ ción dialéctica .6 Así, por ejemplo, m ientras el orador expone el argum ento basado en una causa raciocinante de que "Ticio ha dado m uerte a Mevio para hacerse con la herencia ab inféstalo’, salpicará su argum entación con escenas de la sórdida vida de Ticio, su conducta avara y la im piedad para con los suyos, si se diese alguno de tales supuestos. Al exponer un argum ento basa­ do en su facultad para delinquir, el de que “Ticio había espera­ do salir im pune del juicio”, exagerará su potencia y su capaci­ dad de acción, en la que ya había confiado para com eter con anterioridad m uchos actos reprobables y vergonzosos; grabará en la m ente de los m agistrados su audacia, su desprecio por las leyes y su rebeldía. Así, en efecto, el intelecto se ve cautivado p or la razón y la verdad, y la voluntad se conm ueve cuando se m uestran cosas agradables o desagradables: con estos dos ins­ trum entos se lleva a cabo la tarea de persuadir. Para los filósofos los principales géneros de argum entación son el "silogismo" [syllogisirius], la “epagoge",7 el "sorites” y el "dilema” [dilegma]. 58

El "silogismo”, en latín “ratiocinatio ",8 es una argum enta­ ción perfecta, que consta de tres partes: proposición, asunción y conclusión (la Escolástica las llam a vulgarm ente mayor, m enor y consiguiente). E n estas proposiciones enunciativas se dispo­ nen tres ideas, vulgarm ente llam adas térm inos, de m odo que la idea que se aduce para probar lo que se ha propuesto en la cuestión se une en la proposición con uno y en la asunción con el otro punto culm inante —o, como vulgarm ente se dicc, extre­ mo— de la cuestión propuesta, para unirse luego los puntos relevantes de la cuestión en la conclusión, pues si el argum ento se separa del otro lugar culm inante de la cuestión, tales puntos relevantes de la cuestión propuesta se encontrarán tam bién se­ parados en la conclusión, debido a aquellos dos axiom as de los dialécticos, uno de los cuales enuncia: que los térm inos que se unen con un tercero tam bién se unen entre sí; y el otro: que los térm inos que por un tercero se encuentren separados están tam bién separados entre sí. La cuestión, por ejemplo, plantea: que "si debe cultivarse el estudio de la elocuencia”; sea el argumento: "que es digno del hombre"; la argum entación se dispone así: Un estudio digno del hom bre debe cultivarse. La elocuencia, de otro lado, es un estudio digno del hombre. Luego el estudio de la elocuencia debe cultivarse. Imaginaos, en esta argumentación, que habéis trazado una suerte de triángulo lógico en el que dos ideas de la cuestión pro­ puesta se encuentran en los dos ángulos de la base, y la tercera idea o argumento en el ángulo correspondiente al vértice. Digno del hombre

El estudio de la elocuencia

Debe .ser cultivado por el hombre

En este triángulo se puede distinguir que un silogismo debe constar de tres ideas en total; que el argum ento "digno del hom ­ bre” se encuentra unido en el género con la cultura hum ana, mas en la especie se abarca la elocuencia. De lo que resulta que la conclusión se obtiene en la especie. De ahí se deduce que la 59

virtud de un ingenio agudo consiste en encontrar argum entos que son verdaderos, así como la del ingenio sofista 9 estriba en encontrar los que de por sí parecen verdaderos, pero en reali­ dad son falsos. En efecto, para los latinos se denom ina “argulu m ” aquello que, en cierto modo, se ha aguzado. Los oradores adjuntan a la proposición una breve prueba y a la asunción un a confirmación con amplificación, concluyen un perfectísimo silogismo y llevan a cabo el característico géne­ ro de argum entación que los rétores llam an "epiquerema en cinco partes ";10 y lo usan los grandes y fecundos oradores. Proposición. “¿Por qué no cultivam os el estudio m ás digno del hombre, la elocuencia?” Razón de la proposición. “En efecto, vemos que los demás ani­ males se deleitan con la inclinación que a cada uno le es propia." Asunción. “Mas la elocuencia es casi tan propia del hom bre com o la m ism a hum anidad." Confirmación de la asunción. “Efectivamente, si la naturale­ za no nos hubiese concedido la capacidad de hablar, ciertam en­ te pasaríam os la vida en cubiles y guaridas solos y ocultos, como hacen las fieras. Por ello con razón el sabio, para conocer si veía a un hom bre, le m andaba hablar.” Amplificación de la confilmación. “¿Pues qué otra cosa son las palabras sino piezas de cambio con las que los hombres ponen en práctica el comercio de los ánimos? ¿Qué, sino las arm as con las que el género hum ano reivindica hum anam ente sus propios de­ rechos y rechaza las injurias? ¿Qué, en definitiva, sino los medios con los que unos cuantos hom bres dom inan a una multitud?" Aguda conclusión. “¿Descuidaremos, pues, el cultivo de aquel estudio por el que los hom bres aventajan a las bestias y sobre­ salen entre los propios hombres?" Mas los filósofos em plean con frecuencia u n silogismo im ­ perfecto, y lo llam an "entim em a ” 1* o silogismo m utilado ,12 pues om iten —por ser conocida— una de las prem isas, según la fór­ mula siguiente; El estudio de la elocuencia es digno del hom bre. Por tanto, el hom bre debe cultivarlo. Y los oradores —en aras de la variedad, o bien porque el oyente desconoce el arte o no siente hastío ante la reiteración, y 60

para añadir algo de su propia cosecha a la argum entación y deleitarse con ella como si fuese suya— casi siem pre om iten las proposiciones genéricas, invierten las partes de los epiquerem as y, en ocasiones, las disminuyen y distribuyen bien en cuatro, en tres o en dos partes. Como ocurre en esta fórmula: "Si tan sólo al hom bre le es dado hablar, ¿por qué no cultiva el hom bre la elocuencia?”. De tal género de argum entación se sirven los oradores den­ sos y quienes quieren parecer breves. Más aún, concluyen un epiquerem a íntegro en un solo enunciado: “¿Así nosotros que hablam os descuidamos el saber hablar?". Esta argum entación es aquella que Aristóteles llam a "sentencia entim em ática " ,13 pues tiene la fuerza del entim em a ;14 p o r ejemplo, la siguiente: “Hablamos; luego debemos esforzarnos en hablar bien". Y el mismo filósofo, de entre todo género de entim em as, recom ien­ da ésta como el m ás ingenioso .15 Por ello usan este género de confirmación aquellos oradores que quieren parecer m ás inge­ niosos que extensos: y son aquellos que entre los latinos, cuan­ do ya la elocuencia declinaba, se decía que "hablaban por m e­ dio de sentencias " ,16 y que entre nuestros com patriotas italianos se dice “ben parlare in concetti”. Mas en el arte retórica se llam a entim em a por excelencia, como se suele decir, aquel que consta de proposiciones contra­ rias, y que —para resultar m ás agudo— adopta la forma de interrogación ;17 por ejemplo, "¿a qué extraño vas a encontrar que te sea fiel, si eres un enemigo para los tuyos ?";18 “pude sal­ var; ¿y no puedo destruir ?".19 Y tal género de argum entación deben u sar quienes se deleitan con el elogio de la elocuencia de Demóstenes y quieren ser conocidos como oradores entimemáticos; así como quienes se afanan en aplicar el género de confir­ m ación ciceroniano es preciso que em pleen a m enudo los epi­ querem as en cinco partes y engrasen con amplificaciones las confirmaciones de las asunciones. Otro género principal de argum entación,es para los dialécti­ cos la epagoge,20 en latín inductio [inducción]. Y, tal com o el silogismo es usado con frecuencia p o r Aristóteles y sus seguido­ res ,21 del mismo m odo la inducción ha sido muy empleada por Sócrates y los socráticos .22 Es la inducción una form a y figura de argum entación que tras haber aducido m uchas cosas indudables, logra captar el 61

asenso, en la cuestión propuesta, para otra cosa sobre la que caben dudas .25 Y es doble: una, la inducción de las partes, y la otra la de los semejantes. Se considera que la inducción de las partes se da con la enum eración de todas las especies que se contienen en un géne­ ro, confirmándose con ello el propio género: por ejemplo, "los niños gustan de juegos y diversiones; los jóvenes de banquetes y ejercicios; los hom bres de cargos públicos y poder político; los ancianos de riquezas y fortunas; así pues, cada edad gusta de alguna co sa ',24 O con la enum eración de todas las partes que integran un todo: por ejemplo, “tus ojos están dispuestos para la im pudencia, tu boca para la audacia, tu lengua para los per­ jurios, tus m anos para la rapiña, tu vientre para la gula, tus partes pudendas para todo género de perversiones, tus pies para la huida: todo tú, pues, eres una abom inación”. Los m ás reflexivos oradores suelen acom odar esta figura de la argum entación dialéctica a la práctica no tanto de la confir­ mación como de la amplificación que suele llam arse “por acu­ m ulación” [per congeriem). E, indudablem ente, con todo dere­ cho; pues ni los géneros ni el todo se coligen por inducción, al ser indeterm inadas las especies y las partes, así que desborda­ rían toda actividad hum ana que pretenda abarcarlas. Más fructífera es, en cambio, la inducción de los semejantes, consistente en un discurso que, tras proponer diversas cosas semejantes fuera de toda duda, capta el asenso de aquel con quien se ha entablado la conversación respecto de otra cosa semejante sobre la que sí caben dudas: “Es así como nos m ues­ tra Sócrates, en la obra de Esquines 'el Socrático '25 a Aspasia hablando con la esposa de Jenofonte y con el propio Jenofonte: 'Dime, por favor, esposa de Jenofonte, si tu vecina tuviese una pieza de oro m ejor que la que tienes tú, ¿cuál de las dos preferi­ rías. la suya o la tuya?’. ‘La suya', dijo. '¿Y qué ocurriría si tuvie­ se un vestido y los restantes com plem entos femeninos de un precio m ayor que los que tienes tú, preferirías lo tuyo o lo suyo?' Aquélla respondió: 'Lo suyo, ciertam ente'. f¿Y qué, pues?’, dijo, '¿si aquélla tuviese un m arido m ejor que el que tienes tú, a cuál de los dos preferirías, al tuyo o al suyo?’. En esto la m ujer se ruborizó. Entonces Aspasia entabló conversación con el pro­ pio Jenofonte. 'Por favor, Jenofonte', dijo, 'si tu vecino tuviese 62

un caballo m ejor que el tuyo, ¿preferirías tu caballo o el suyo?’. 'El suyo', dijo. ‘¿Y qué ocurriría si tuviese u n a finca m ejor que la que tienes tú, cuál de las dos fincas, en definitiva, preferirías tener?' 'Obviamente la mejor.' '¿Y qué si tuviese una esposa me­ jor que la que tienes tú, a cuál de las dos preferirías, a la tuya o a la suya?' Y aquí tam bién Jenofonte m ism o guardó silencio. Dijo entonces Aspasia: ‘Puesto que cada uno de vosotros sólo ha dejado de responderm e a lo único que yo quería escuchar, yo m ism a os diré qué pensáis cada uno. Pues tú, mujer, quieres tener el m ejor m arido, y tú, Jenofonte, quieres tener a la más selecta esposa. Así que si no lográis esto, que no exista en la tierra ni un hom bre m ejor ni u n a m ujer m ás selecta, es obvio que siem pre echaréis en falta m ucho m ás lo que consideréis que es lo m ejor [tú el ser m arido de la m ejor esposa y ella el haberse casado con el m ejor m arido]' ". Era éste un género de argum entación que Sócrates usaba muchísimo, pues él no quería aducir nada para probar, ya que declaraba que él nada sabía 26 y hacía ver que quería aprender de sus adversarios, con aquella adm irable ironía suya .27 Y así, de lo que le había concedido aquel con quien debatía, concluía algo absurdo, falso, inapropiado, que aquél debía adm itir por derivarse de lo que ya había concedido, u obtenía una verdad necesaria que se convenía con esa m ism a razón. Se s e m a tam bién de la com paración, que es una parte de la inducción; y la concluía no de varias cosas sem ejantes, sino sólo de una. De este tipo es aquella que usó en la Apología. En efec­ to, había acusado a Sócrates —o, por m ejor decir, lo había de­ nunciado falsamente—- el muy perverso Melito de im piedad por negar la existencia de los dioses. Sócrates da pruebas con sus preguntas de que 110 negaba a los dioses. Y así pregunta a Meli­ to, que lo acusaba de una cosa, otra cosa distinta: ''¿Confieso, p or ventura, la existencia de los d a e m o n e s . "La confiesas", dice Melito (no podía negarlo, en efecto, pues Sócrates había decla­ rado, a lo largo de toda su vida, que había hablado y actuado bajo la guía y el consejo de un daenion ).28 Dice entonces Sócra­ tes: “¿Y no es verdad que los daemones son hijos de los dioses o unas ciertas divinidades a su vez?". “Así es", responde aquél; añade a continuación Sócrates, llevándolo con ello a la conclu­ sión y desenlace: “¿Y hay, pues, alguien que crea en la existen­ cia de los hijos de los dioses y no crea en la de los dioses ?".29 63

Con esta adm irable técnica interrogativa Sócrates atacaba a los sofistas con tan gran destreza que no había ningún lugar adverso ,30 absurdo o inapropiado en que no los precipitase. En cambio los oradores no em plean ni la inducción ni la com para­ ción socráticas —pues este género de interrogaciones y dim inu­ tas respuestas, en los que se contenía por entero la dialéctica platónica, no pueden tener acomodo en un discurso continuo—, sino que, en lugar de la inducción socrática, han encontrado otra distinta, y en lugar de la com paración utilizan el ejemplo .31 Es, pues, inducción oratoria aquella que consta de tres p ar­ tes: la prim era consiste en la enum eración de las cosas sem e­ jantes indudables; la segunda en la adición del factor semejante mas dudoso; la tercera en la conclusión, por la que, partiendo de los símiles indudables, con la com paración del mayor, m e­ nor, igual, o de otro lugar afín, m uestra que se sigue lo que se ha propuesto en la cuestión. Sea, pues, la idea la siguiente: "No se valora el agua por proceder de una lejana fuente, sino por ser m uy fría y límpida"; "no se aprecia u n a m anzana p o r haberla cogido de un viejo árbol, sino por ser m uy dulce y suave"; "no son buenos los vinos p o r ser viejos, sino que por ser buenos denotan su vejez". Así pues, ‘a un hom bre no se le reputa por haber nacido de un antiguo linaje, sino porque hace un buen uso de la razón. Pues tal como es propio del agua saciar la sed, de la m anzana deleitar el paladar, del vino ser generoso, así es propio del hom bre el buen uso de la razón”. El “ejemplo ”32 es una inducción imperfecta, en la que se ar­ gumenta, partiendo de un símil indudable, sobre otro símil du­ doso: p o r ejemplo, "Horacio, acusado p o r haber dado m uerte a su herm ana en presencia del ejército rom ano, no fue condena­ do por ello :33 del m ism o m odo no debe ser condenado Milón por confesar haber m atado a Clodio”. Tal com o los platónicos de la inducción y los aristotélicos de silogismo, así los estoicos se sirvieron de un arm a argum entati­ va propia. Es ésta la que ellos llam an “sorites", sobre el que Cicerón —en las Academicae [quaesliones]— nos ofrece su jui­ cio con el siguiente ejemplo: “Y debe reprochárseles, ante todo, el empleo de un género de interrogación m uy capcioso, género éste que suele estim arse poco en filosofía, consistente en añadir o restar algo p o r partes y gradualm ente: lo llam an sorites, por­ que levantan u n m ontón añadiendo grano a grano ;34 se trata de 64

un vicioso y capcioso género argumentativo. Ésta es vuestra m archa ascendente: ‘Si la divinidad le ofrece al durmiente una vi­ sión tal que sea probable ,35 ¿por qué no tam bién una que sea verosímil? ¿Por qué no, luego, una que difícilmente se distinga de la verdad? ¿Por qué no, m ás tarde, otra que ni siquiera se distinga? ¿Y una, por último, en la que 110 hubiese, entre ella y la verdad, diferencia alguna?’. Si hubieras llegado a esta conse­ cuencia porque previam ente yo te hubiese hecho alguna con­ cesión, la culpa sería mía; y será tuya, en cambio, si has llegado a este punto por ti mismo, espontáneam ente. ¿Quién, en efecto, te adm itirá o que tal divinidad lo puede todo o que, si pudiese, iba a actuar así? ¿Cómo puedes asum ir que, p o r el hecho de que una cosa pueda ser sem ejante a otra, se siga de esto que difícilmente se la pueda diferenciar de ella? ¿Luego, que ni si­ quiera se la pueda diferenciar? ¿Y, por último, que sean una m isma cosa? Como si, p o r ser los lobos sem ejantes a los perros, afirm as que son lo m ism o en definitiva ''.36 Los oradores, en lugar del sorites, em plean la gradación ,37 por cuya m ediación 110 sólo se prueba el asunto, sino que se amplifica, además, partiendo de una serie de causas. Por ejem­ plo, lo siguiente: “En la ciudad se engendra la lujuria; de la lujuria surge necesariam ente la avaricia ;38 desde la avaricia hace erupción la osadía, y de ella se generan todos los delitos y fechorías ”.39 “Dilema '',40 por último, es una form a de argum entación que utilizaban fundam entalm ente los escépticos, quienes con fre­ cuencia hacían precipitarse a sus adversarios de una u otra for­ m a ,41 com o ellos m ismos dicen. Pues es ésta una argum enta­ ción que encierra al adversario por am bas partes y le aplica a la garganta una suerte de daga, dejándole tan sólo esta mísera opción: “elige cuál de las dos alternativas prefieres ".42 Así Cice­ rón pone en aprietos a Nevio en el Pro Quinctio: "¿Acaso antes de solicitar la posesión de los bienes enviaste a alguien que se ocupara de que el dueño fuese desalojado por la fuerza de su m ism a propiedad y por su m ism a servidum bre? Elige de las dos la opción que quieras: la u n a es increíble y la otra infame, y, hasta este m om ento, am bas inauditas. ¿Pretendes que en sólo dos días se hayan recorrido setecientas millas? Di. ¿Lo niegas.? Luego lo has enriado antes. Lo prefiero: pues, si dijeses lo con­ trario, daría la im presión de que m entías desvergonzadamente; 65

confesando, en cambio, esto otro, adm ites que has com etido lo que ni siquiera m intiendo podrías ocultar ".43 Esto es lo que teníam os que decir sobre las formas o figuras de las argum entaciones. Sobre su uso vale la pena recordar que en el género judicial el arm a principal es el entim em a o el epiquerema; en el género deliberativo, en cambio, tienen m ás valor la inducción y los ejemplos; y en el demostrativo, en fin, no juegan un papel tan preponderante los argum entos como la amplificación. Hay que guardar precauciones para que no se condense en ejemplos o testimonios el discurso entero, sino que nos batam os sobre todo con argumentos, a los que se les añadan ejemplos y testimonios como un colmo, de m odo tal que parezca que aña­ den fuerza a los argum entos y, a su vez, la reciben de ellos. Se debe, de otro lado, al cautivar la m ente por m edio de razones, usar a m enudo de las sentencias, pues aquélla goza y se deleita con la agudeza. Mas, cuando se hace preciso influir sobre el ánimo, entonces debe producirse un m ás lento desarro­ llo, m ediante las amplificaciones. Pues el am or nace de la cos­ tum bre, y los niños sufren súbitos arranques de ira y ésta pron­ to se les pasa. Es ésta la causa de que los escritores concisos profundicen poco en los afectos.

[31] DE LA AMPLIFICACIÓN La "amplificación" [amplificado]1 es una form a de afirm a­ ción m ás enérgica que, conmoviendo los ánimos, granjea crédi­ to a nuestras palabras. Así pues, difiere de la argum entación en que m ientras ésta tan sólo nos consigue crédito, la amplificación provoca además el movimiento del ánimo. Cualquiera puede apreciar la diferen­ cia en el ejemplo siguiente: Cicerón había dem ostrado que CIodio debía ser expulsado de la ciudad, con esta argumentación: "No debe m antenerse en el seno de la república a ninguna perso­ na tan criminal. ¿Por qué, pues, nosotros los ciudadanos m ante­ nemos en ella al corruptísim o Clodio?". Con la amplificación, en cambio, lo prueba y provoca, además, el odio —con lo que lo prueba m ás enérgicam ente— con las siguientes palabras: "Dura

y cruel m e parecía ya, a fe m ía ,2 la fortuna del pueblo romano, que soportaba que aquél [Clodio] desafiase a este Estado duran­ te tantos años. Había profanado con un adulterio los m ás sagra­ dos lazos religiosos, había quebrantado los m ás señalados decre­ tos del Senado, había com prado públicam ente su salvación so­ bornando a los jueces, había atacado al Senado durante su tribu­ nado, había anulado las acciones en pro de la salvación del Esta­ do llevadas a cabo con el consenso de todos los estam entos so­ ciales, me había expulsado de mi patria, me había arrebatado mis bienes, había incendiado mi casa, había vejado a mis hijos y a mi esposa, había declarado a Pompeyo una guerra impía, ha­ bía perpetrado m atanzas de m agistrados y de personas privadas, había incendiado la casa de mi hermano, había devastado Etruria, había desalojado a muchos de sus casas y haciendas; acosa­ ba, apremiaba; la ciudad de Roma, Italia, las provincias, los rei­ nos, no eran capaces de abarcar su locura ".3 Podemos am plificar con palabras, con cosas o con am bas. Amplificamos por medio de palabras ilustres, como "ardiendo de ira ",4 “inflamado por el deseo ";5 con superlativos, por ejemplo: "Muy valientes y muy sabios varones ";6 con la disyunción de co­ sas diversas, como —hace un m om ento— "la ciudad de Roma, Italia, las provincias, los reinos, no eran capaces de abarcar su locura ";7 con la conjunción en una m isma cosa, por ejemplo "me respeta y m e honra y me estima ";8 con la reiteración, como “la cruz, la cruz, digo, le estaban preparando al infeliz y desgracia­ do ";9 con el uso de palabras de un sim ilar significado, mas que se intensifican gradualmente acrecentando así el hecho, como "se fue, se marchó, se escapó, salió violentamente ";10 o de un signifi­ cado divergente, atenuando el hecho, como: “¿Que he hecho? ¿Qué he merecido o qué pecado he cometido, padre?".1! Amplificamos por medio de las propias cosas en función de cinco fuentes: el "incremento" [incrementum], la “comparación" [comparado], el "silogismo" [ra.tiocin.atio], la “acumulación" [con­ geries] y el "pulimento" [cxpolitioV2 La cosa se amplifica con el “increm ento " 13 cuando el discur­ so crece gradualm ente, de m odo que, no sin cierta adm iración del auditorio, llegue de lo ínfimo a lo sumo. Tal sucede en el discurso Pro Roscio Amerino: "A tal extrem o alcanzarán la am­ bición, el crim en y la audacia de los hom bres que se perpetra­ rán m atanzas no ya ocultam ente, sino aquí en el propio foro, 67

ante tu tribunal, M. Fannio, ante vuestros pies, jueces, entre esos mismos escaños vuestros ''.14 Así pues, el prim er grado e ínfimo es aquel "ocultamente"; el segundo, "en el foro"; el terce­ ro, "ante tu tribunal”; el cuarto, "ante vuestros pies"; el quinto y sumo, "entre esos m ismos escaños vuestros". De tal género es aquella am plificación del Parm enón de Terencio en su E u n u ch u s: Por Hércules que ella le apagará estas encendidas palabras con una sola falsa lagrimita, exprimida a duras penas para mo­ ver a compasión a fuerza de restregarse los ojos...15 Em pleam os aquí la "com paración " 16 no para probar, sino para acrecentar o atenuar, para que la cosa cié la im presión de ser m ayor o m enor. En este caso todas las circunstancias de am bas cosas com paradas deben exam inarse y cotejarse entre sí, de modo que de todas las cosas del m undo parezca ser la m ayor aquella de la que estam os tratando. Así, dice Cicerón en la Calilinaria I: "¿Acaso un ciudadano ilustrísim o, Publio Escipión, Pontífice Máximo, dio m uerte siendo sólo u n particular a Tibe­ rio Graco por haber atentado venialm ente contra la constitu­ ción, y nosotros que somos cónsules soportarem os a Catilina que aspira a devastar a sangre y fuego el m undo entero ?".17 Se com para aquí Catilina a Graco, la situación política de la repú­ blica rom ana al m undo entero, un atentado m ediocre a la san­ gre, el fuego y la devastación, y una persona privada al cónsul. Usamos el "silogismo " 18 cuando, partiendo de aquello que acrecentamos, dejam os aún por conjeturar algo m ucho mayor; como Cicerón contra Antonio: "Con tu garganta, tu pecho y toda esa corpulencia tuya propia de u n gladiador, habías trase­ gado tanto vino que hubiste de vom itarlo ...".19 De este género de amplificación se sirven los poetas como de un sum o artificio, cuando al acrecer u n a cosa procuran que aum ente otra, extrayendo de ello el m edio para realzar lo que quieren. Así Hom ero elogia sobrem anera el valor de H éctor 20 y Virgilio el de T urno ,21 para que la gloria de sus respectivos ven­ cedores, Aquiles y Eneas, parezca m ayor .22 Amplificamos por "acum ulación ”23 cuando diversas cosas o acciones se aglom eran en u n a sola p ara que parezcan m ayo­ res, como en el ejemplo propuesto stipra: "Dura m e parece, a 68

fe mía, etc .".24 O como Cicerón en el elogio de Pompeyo: “¿Y qué género de guerra puede existir en que la fortuna de la re­ pública no lo haya puesto a prueba? La guerra civil, la de Afri­ ca, la transalpina, la de H ispania, u n a guerra frente a una com binación de ciudadanos y pueblos m uy belicosos, la guerra contra los esclavos, la naval, una variedad y diversidad de ene­ migos y guerras no sólo em prendidas, sino incluso finalizadas por él solo ” .25 Su uso en el discurso es m áxim o cuando, para instar y apre­ miar, se enum eran variados y abundantes hechos y se acum u­ lan en uno solo como en un m ontón, pues m uchas acciones virtuosas o fechorías viciosas reunidas en un único lugar confir­ m an la idea de virtud o de vicio. A partir de esta idea, en los ánim os de los oyentes se despierta el am or o el odio, la adm ira­ ción o el desprecio. Y una vez afectados por cualquiera de estas pasiones, no se precisa ya conducirlos, sino que espontánea­ m ente se ven arrastrados a d ar crédito. Pues, como vulgarm en­ te suele decirse, “cada uno cree lo que quiere ".26 Amplificamos, por último, con palabras y cosas con la sola ayuda del 'pulim ento” cuando presentam os la m ism a cosa con unas y otras formas discursivas, de modo que una cosa que es en realidad la m ism a parezca siem pre diversa: resulta útil em­ plear este género de am plificación cuando contam os, entre nuestras razones, con alguna cosa im portantísim a y de gran peso que conviene dejar grabada y en la que conviene detener­ se, para que los oyentes se lleven consigo a casa 27 este argum en­ to com pletam ente desarrollado. De este tipo es la amplificación en el Pro Ligarlo contra Tuberón: “¿Qué hacía, Tuberón, aquella espada tuya desenvainada en la batalla de Farsalia? ¿De quién era el costado que su hoja buscaba? ¿Qué pretendían tus ar­ mas? ¿Qué tu mente, tus ojos, tus m anos, el ardor de tu ánimo? ¿Qué querías, qué deseabas ?''.28

[321 DE LA REFUTACIÓN Refutamos [confutado]' las acusaciones por una triple vía: negando, defendiendo y transfiriendo ;2 ante el Príncipe se aña­ de una cuarta: suplicando.-^ 69

P ara refutar a partir del propio estado de Jas causas, el de­ fensor debe observar si el acusador ha dicho cosas verdaderas en el estado conjetural, apropiadas en el definitorío, y en el de la cualidad cosas justas, o tam bién equitativas, honestas, lícitas, útiles, necesarias. Y a veces se censura p o r entero el género de acción desarro­ llado, como, p o r ejemplo, se reprende por cruel la acción de Labieno contra R abino como reo de alta traición; por inhum a­ na, como la de Tuberón al acusar al desterrado Ligan o ;4 o por soberbia, insidiosa, com o la de los acusadores contra Roscio Amerino; tem eraria, como la de Nevio contra Quincio; inm ode­ rada, como la de Clodia contra Celio :5 de todo ello el argum ento más poderoso consiste en decir que se trata de algo peligroso para todos, o especialm ente para los propios jueces. El m étodo de refutación de los argum entos es vario y m ultí­ plice: y así se precisa para ello sum a destreza y habilidad en el orador, de modo que pueda d ar m uestras de lo que el Pseitdohts plautino requería para urdir su tram a: ¿Sabe desenvolverse en las circunstancias difíciles? Una peonza no es tan rápida ...6 ¿Y si lo cogen in fraganJi? Es una anguila; se escurrirá.7 Y vea al principio si conviene atacar el elemento principal, o varios sim ultáneam ente, o de uno en u n o .8 Atacamos el elemen­ to principal si de él dependen los dem ás como una cadena con sus eslabones; m uchos juntos, cuando son débiles; de uno en uno, cuando son m ás fuertes; aunque con m uchísim a frecuen­ cia al acusador le resulta ventajoso acum ular argum entos y al reo, en cambio, desunirlos. Respecto a aquello a lo que en la refutación de cada uno de los argum entos resulta útil atender, todo se reduce a esto: a que el orador se indigne ante los falsos argumentos, desprecie los dudosos, les dé la vuelta a los desfa­ vorables, se asom bre ante los absurdos, com bata los presuntos, atraiga a su causa los com unes ,9 se ría de los ineptos, ataque los extraños, desdeñe los vanos, se burle de los débiles, dem uestre la inconsistencia en otros y exponga al ridículo los maliciosos. Que debilite los verdaderos con los verosímiles, si ello no es posible, que les oponga oLros igualm ente verdaderos; si tam po­ co éstos están a su disposición, que oculte los que le resulten 70

desfavorables y se dem ore en lo que le pueda ayudar. E n caso de que ni siquiera esta ayuda esté a su alcance, que vea si puede disipar con la risa lo que no puede vencer en serio, com o hizo Cicerón en el discurso Pro Caelio. No querría que en la refutación censuren a los adversarios por su infacundia y señalen sus palabras y frases, com o suele decirse, con un trazo crítico .10 Pues es propio del arte oratorio el quejarse m ás bien de la elocuencia del adversario, para que lo que se diga no parezca tanto nacido de la propia realidad cuan­ to fingido p or su propio artificio .11 Por ello desearía que se re­ prendiese al adversario más por hacer un discurso exquisito y elaborado que confuso y tosco.

[33] DE LA PERORACIÓN Cierra, por último, el discurso la peroración iparoratió]} que es un com pendio del discurso entero; y siendo así que Lodo el discurso radica en argum entos y afectos, son tam bién dos, por ello, las partes del epílogo :2 la "enum eración de los argum en­ tos ”3 y la "moción de los afectos ".4 Por medio de la enum eración recogemos sucintam ente lo que ya hem os desarrollado am pliam ente a lo largo de toda la confirmación; m as no todo, sino aquello en lo que principal­ m ente consiste la causa, para no d ar lugar a u n nuevo discurso, y no con la m ism a estructuración de palabras y pensam ientos —pues esto sería, obviamente, lo que llam an rehacer lo hecho— sino con una m ás verdadera y que deje su aguijón clavado. Se presenta un brillantísim o ejemplo de ello en Maniliana: "Por lo cual, puesto que esa guerra es tan vital que no se la puede descuidar, tan grande que se la debe dirigir con el máxi­ m o cuidado, y ya que podéis encom endar su dirección a un general en el que concurren tan extraordinario conocimiento del arte militar, un valor singular, un ilustre prestigio y una notable fortuna, ¿vaciláis, ciudadanos, para conservar y ampliar­ la república, en recurrir a este bien tan grande que os han con­ cedido y regalado los dioses inm ortales ?".3 La otra parte de la peroración era la m oción de los afectos, en la que el orador debe abrir paso a todas las fuentes de la 71

elegancia m ás sublime, de m odo que, si elogia, los oyentes no sólo elogien, sino que se congratulen, adm iren y aspiren a em u­ lar al elogiado; si vitupera, no sólo desdeñen, sino desprecien, aborrezcan, odien al vituperado; si aconseja, no sólo levante la esperanza, sino despierte la audacia, no sólo infunda el miedo, sino mueva al horror a aquel que delibera; si, en fin, acusa o defiende, mezcle todos los géneros de pasiones, si bien el acusa­ d or debe atizar la anim adversión contra el reo y el defensor granjearle la com pasión de los oyentes .6 Un modelo único de elocuencia patética 7 se halla propuesto en la moción de los afectos 8 del Pro Milone: "¿Qué m e resta sino rogaros y suplicaros, jueces, que concedáis a este hom bre tan valeroso la m isericordia que él m ism o no im plora, y que yo imploro y solicito a pesar de su renuencia ?” .9 Pasa ahora a des­ p ertar adm iración p o r la virtud de Milón: “Me dejan, jueces, sin aliento y m e quitan la vida estas palabras de Milón que incesan­ tem ente oigo y constantem ente m e envuelven: 'Adiós', dice, 'adiós mis queridos conciudadanos; les deseo salud, prosperi­ dad, felicidad; que se m antenga en pie esta iluslrísim a ciudad, mi queridísim a patria, cualquiera que sea el m odo en que me ha tratado; que mis conciudadanos disfruten de una república en calma solos sin m í —ya que a m í no se m e perm ite disfrutar­ la con ellos—, mas, con todo, gracias a mí. Yo m e retiraré y me m archaré' ".,0 A este discurso ni siquiera le es parangonable aquel de Escipión el Africano cuando partía al exilio, en el que, bastante con­ movido, había m anifestado: "Ingrata patria, no tendrás mis huesos ”.11 Pues éste es, en verdad, digno de aquel que se atribu­ ye a Atilio Régulo, al volver a Cartago para enfrentarse a unos torm entos seguros y a una m uerte atroz a fin de preservar la santidad del crédito otorgado al juram ento rom ano .12 Lo describe ahora privado de la ayuda de los hom bres de bien, una ayuda que se había ganado p o r sus m éritos para con el Estado, para pasar a mover a la com pasión y de ahí al dolor con la exclam ación siguiente: "¡Oh fatigas que inútilm ente he soportado!”, dice, “¡Oh falaces esperanzas! ¡Oh vanos proyectos míos!... Cuando yo Le he reintegrado a la patria (pues conmigo habla con m uchísim a frecuencia), ¿podía pensar que no iba a haber en la patria un sitio para mí? ¿Dónde está ahora el Sena­ do cuya guía hem os seguido, dónde aquellos tus queridos caba­ 72

lleros, dónde el cariño de los munícipes, dónde la voz de Italia, dónde en íin tu voz y tu defensa, M arco Tulio, que a tantos ha auxiliado? ¿Tan sólo a mí, que por ti tantas veces me he enfren­ tado a la muerte, no puede aquélla socorrerm e ?” .13 Sondea ahora ese m ism o argumento, m as en relación consi­ go mismo: "El único consuelo que aú n m e sustenta, Tito Annio, es el hecho de que, en lo que de m í depende, no te ha faltado ni el amor, ni el afecto, ni la piedad que el deber m e exige”;14 y pasa ahora, con la amplificación m ediante acumulación, a m o­ ver al auditorio en su favor: "¿Qué me queda ya? ¿Qué puedo hacer a cambio de tus m éritos para conmigo sino considerar m ía tu suerte, cualquiera que ésta fuere? No reniego de ella, 110 la rehusó, y os suplico, jueces, que acrecentéis con la salvación de éste los beneficios que me habéis concedido, o bien os hagáis cargo de que con su m ina tam bién dichos beneficios perece­ rán ”.15 Provoca ahora la indignación: "¿Qué pues? ¿Cuál será ahora vuestro ánimo, jueces? ¿Conservaréis el recuerdo de Milón, m as al propio Milón lo desterraréis ?”. 16 Torna de nuevo ahora a tocar la adm iración y, tras alabar la virtud de Milón, la mezcla con la indignación: "¿Esta virtud tan grande será expul­ sada, arrojada fuera, desterrada de esta ciudad ?”.17 Toca nueva­ mente el dolor: “¡Pobre de mí! ¡Oh infeliz! Pudiste tú reintegrar­ m e a la patria, Milón, con la ayuda de éstos, ¿y no voy a poder yo m antenerte en ella con su ayuda tam bién ?”. 18 Pule este mis­ mo argum ento volviéndose de Milón a sus hijos y a su herm ano Quinto: "¿Qué responderé ahora a mis hijos, que te consideran su segundo padre? ¿Qué te diré a ti, mi herm ano Quinto, ausen­ te ahora, m as mi com pañero en aquellos tiempos? ¿Que yo no he podido velar por la salvación de Milón con Ja ayuda de aque­ llas mismas personas por las que él había conseguido la nues­ tra ?".19 Mueve de nuevo a la indignación: "Mas, ¿en qué clase de causa no he podido hacerlo? En una que resulta grata a todos los pueblos. ¿De quiénes no he podido lograrlo? De aquellos que más han descansado con la m uerte de Publio Clodio. ¿Ante los ruegos de quién? ¡Los m íos !”.20 Ahora provoca el odio: "¡Oja­ lá los dioses inm ortales hubiesen perm itido (dicho sea, patria mía, con tu permiso...), ojalá Publio Clodio no sólo viviese, sino que fuese pretor incluso, cónsul, dictador, antes de ver este es­ pectáculo !".21 De nuevo consigue la adm iración por la virtud de aquél: " '¡Oh, dioses inmortales! ¡Se trata de un hom bre valiente 73

y digno de lograr de vosotros la salvación, jueces!'. ‘No, de nin­ gún modo'*, dice, 'm ejor que él sufra el castigo debido y nosotros afrontemos, si así fuese necesario, uno inm erecido' ",22 Final­ mente mezcla la anim adversión, la compasión, la admiración, la nostalgia y el miedo en la cláusula siguiente: “¿Acaso este hombre, un hom bre nacido para la patria, ha de m orir en otro lugar distinto de su patria o tal vez luchando p o r ella? ¿Guarda­ réis vosotros el recuerdo de su grandeza de ánimo, y permitiréis que su cuerpo no encuentre sepultura en Italia? ¿Alguien expul­ sará de esta ciudad con su sentencia a un hom bre al que, cuan­ do sea expulsado, todas las ciudades querrán invitar? ¡Oh tierra feliz aquella que acoja a este hombre, ingrata ésta si lo expulsa, y desgraciada si lo llega a perder !".23

[34] DE LA ELOCUCIÓN Hasta este m om ento hem os consignado los preceptos sobre la invención y la disposición; pasem os ahora a la “elocución" [elocutio],1 que es la parte m ás principal de este arte ,2 hasta el punto de que de ella ha recibido su nom bre la elocuencia. La elocución es la exposición de las palabras idóneas y de las expresiones acom odadas a los argum entos ya encontrados y dispuestos ordenadam ente .3 Sus apartados m ás señalados son la "elegancia", la “digni­ dad” y la “com posición ".4 La elegancia se observa sobre todo en las palabras y expresión de los conceptos; la dignidad en las conspicuas figuras de dicción y de pensam iento; la composición se aprecia en los enlaces, el período y el ritm o. Tratemos, pues, de cada una de ellas.

[35] DE LA ELEGANCIA DEL DISCURSO LATINO La latinidad es la observancia del hecho de hablar un latín incorrupto, a la m anera ro m an a .1 Es por ello por lo que no se la consigue tanto con preceptos gram áticos cuanto con la lectura de buenos escritores. Es, en efecto, m uy clara y verdadera aque74

lia sentencia de Quintiliano de que "una cosa es hablar según la gram ática y otra distinta hacerlo en latín ".2 Se puede hablar, sin duda, según las reglas de los gram áticos sin hacerlo en latín. Es más, los gram áticos construyen en un orden que los latinos in­ vierten, éstos om iten lo que aquéllos suplen, aquéllos quitan lo que añaden éstos, y, en definitiva, los gram áticos se em peñan en la corrección del discurso y los latinos en su elegancia [elegantia]. Quizás un ejemplo aporte luz a mis palabras. Dice en latín el terenciano Simón: Vosotros llevaos esto dentro: marchaos. Sosia, acércate, quiero decirte algo.3 Un gram ático narraría estas m ism as cosas con todo detalle, hasta el punto de provocar la náusea y la aversión, del modo siguiente: “¡Oh esclavos, llevaos vosotros dentro estas cosas de aquí y recorred vuestro cam ino fuera de aquí! ¡Oh Sosia, acér­ cate tú aquí: pues yo quiero hablar contigo unas cuantas pala­ b ras !” .4 Ya veis que en esta oración de los gramáticos se ha evaporado toda la belleza del habla de Terencio, o sea, de la elegancia latina, y que se obstaculiza con palabras inútiles y onerosas para unos oídos cansados u n sentido 5 que, con la con­ cisión latina, era ya fácil de captar; y se le resta, en cambio, aquella partícula d u m ,6 que expresaba el genio de la lengua lati­ na cuando querem os m itigar con donaire un imperativo. Tiene, pues, tam bién la lengua latina —como cualquier otra— cierta belleza natural que los extranjeros, aunque hayan residido m ucho tiempo entre ciudadanos romanos, difícilmente pueden conseguir. Por ello Asinio Polión censuraba a Livio una cierta "patavinidad ”7 que nosotros apenas —o ni siquiera apenas— per­ cibimos. ¿Cuánto más difícil nos resulta, por ello, la labor de acertar a com prender esta belleza del lenguaje, cuando la lengua latina está totalmente m uerta ?8 Deberemos esforzarnos, pues, en apartarnos lo menos posible de las fórmulas del habla romanas que nos han prescrito los buenos escritores en tal lengua. Mas deberemos observar los preceptos para poder parecer latinos en nuestro habla. Y la elegancia del lenguaje latino nos garantiza —con.la selección de las palabras que los m ás elegan­ tes alum nos de Rom a solían tener en su boca, ligadas por un elegante encadenam iento y una pronunciación urbana— la construcción de un discurso tal que no sólo nos harem os pasar 75

p o r un ciudadano rom ano, sino que parecerem os los más ele­ gantes de entre ellos. De aquí los tres apartados de la elegancia latina :9 el primero, la selección de las palabras; el segundo, su colocación latina ;10 el tercero, la correcta pronunciación. El elocuentísim o César repetía que la selección de las pala­ bras es fuente de toda elocuencia . 11 Se eligen las palabras por una triple razón, a saber: la de su origen, su significado y su uso .12 En relación con su origen unas palabras son latinas y otras bárbaras :13 y no es m om ento de hablar de las palabras griegas, pues cuando, por propia confesión de los latinos [...] a los griegos concedió la Musa el hablar con elegancia,14 las propias palabras latinas se consideraban bárbaras en com ­ paración con las griegas; de modo que en una ocasión Plauto declara que ha vertido comedias griegas en lengua bárbara .15 Unas palabras latinas son originarias, a otras se les ha con­ cedido la latinidad. Las palabras la Linas originarias son aquellas que, nacidas en el Lacio, han estado vigentes en una u otra época de la lengua laLina.

[36] DE LAS EDADES DE LA LENGUA LATINA Se puede com parar la vida de la lengua latina a imagen de la hum ana, pues, com o ella, tiene tam bién su infancia, adolescen­ cia, edad adulta, vejez y decrepitud .1 La infancia de la lengua latina abarcó desde la fundación de Rom a a los tiem pos de Pirro; nos han quedado sus vestigios en los fragmentos de la Ley de las X II Tablas, de los que se colige que la lengua latina fue al principio rústica y ruda, com o lo prueban las palabras aulai, pictai, capíeivei, quoius, quoi, lous, ioudex, ioustilia, ¡lauros, hic servas, hunc servom, volt, voster, optumus, m axum us, amaxit, amaxo, dicundum , jaciiindum, amarier, docerier, amassere y otras así .2 Y la razón de ello es que al principio los rom anos no conocían m ás entorno que el mili­ tar y el cam pesino .3 76

Corresponde la adolescencia de la lengua latina al período que va de los tiempos de Pirro hasta Sil a; en esta época los rom anos com enzaron a aprender las letras de los griegos 4 y a transportar al Lacio la miel ática ,5 y sobresalieron óptim os es­ critores, en los que se puede ver la flor m ism a dé la época, y en otros una fangosa aún —como ocurre en Ennio—, en otros un poco áspera —como en Catón—, en otros lujuriosa —como en Plauto— , y en otros cultísim a -—com o en Terencio. En tiem pos de Julio César y Octaviano Augusto estuvo vi­ gente la edad adulta, el llamado "Siglo de Oro de la lengua", en la que los rom anos com pitieron con los griegos tanto en elo­ cuencia com o en filosofía, y en la que vivieron inm ersos en el período de m ayor extensión y esplendor del m ás grande im pe­ rio: así que se vio robustecido el vigor de la propia lengua en la época de m ayor poderío de tal imperio. Pues la cultivaron en esta etapa el doctísimo Varrón, sin duda el m ás docto de los rom anos ,6 el elegantísimo César ,7 el elocuentísim o Cicerón, el vehemente Salustio ,8 el fecundo Livio ,9 el resplandeciente Lu­ crecio, el sublim e Virgilio, Horacio, novedoso en su lírica y puro en los Sermones, Epistulae y Ars Poética, Ovidio, de verso fácil, el culto Tibulo, Propercio, que gusta de los autores grie­ gos , 10y Catulo, repleto de elegancia. Dio comienzo a la época de decadencia Tiberio César, y al deleitarse éste con u n tipo de lenguaje conciso, y dado que, con la sofocación de la libertad, los ciudadanos intentaban —en parte por adulación y en parte por m iedo— trastocar sus rectos sentim ientos y em botar los m ás agudos, prevaleció un género de discurso im propio y oscuro. Mas se asemejó m uchísim o Quintiliano a Cicerón, Tácito a Salustio, Quinto C urdo a Livio. Destacó tam bién Petronio Árbitro, árbitro de la fastuosidad y del estilo, de la vida y del lenguaje. Y otros m uy elegantes en esta época, como son Suetonio entre los historiadores y Juvenal entre los poetas. Mas fue Tácito el de m ás fácil verbo, si bien de pensam ientos m uy peculiares . 11 Apulcyo, en cambio, empleó un género de literatura elaborado pero agradable. Los tres Sénecas —el filósofo, el rétor y el poeta— son m ás elogiados por sus pensam ientos que por su elocución. De la m ism a categoría es Plinio el Joven; en cambio, Lucano es de estilo hinchado, nues­ tro E stad o osado, Marcial con frecuencia hace un uso abusivo de la lengua, y Persio se envuelve en su tenebrosa poesía. 77

Pone fin a esta época Adriano, y desde él hasta Teodorico se prolonga la decrepitud de la lengua; u n a etapa en la que la filo­ sofía griega se cultivaba en Rom a y el Lacio fue m uy frecuenta­ do por hom bres de provincias procedentes de todas partes, por­ que tam bién com enzó a haber em peradores rom anos nacidos en las provincias; y luego, cuando ya los pueblos bárbaros lo habían invadido, los estudios de ]as buenas letras o no los culti­ vaba nadie o tan sólo unos pocos: y así la lengua latina se hizo semibárbara. Escribieron, con todo, en esta época Lactancio Firmiano, el m ás latino de todos los Santos Padres, el ciceronia­ no Jerónimo, Tertuliano, de venturosa osadía, el facundo Am­ brosio, Agustín, muy agudo p o r sus pensam ientos, Gregorio, que se deleita con un ritm o casi poético, y florecieron los poetas Ausonio Magno y Claudiano: aquél m ás recom endable por sus agudas y breves m áxim as y éste por- su elocución. Tan sólo los jurisconsultos conservaron la pureza de la lengua com o si hu­ biese sido depositada en ellos, y esto debido a la solem nidad de las fórmulas jurídicas. Y esta época encuentra su final con Símmaco y Boecio, el Platón latino. Y p o r fin la lengua latina se fue extinguiendo cuando se fundió con las de los bárbaros, unas lenguas que fueron ocupando Italia: una fusión de la que nació ésta nuestra vernácula, llam ada "lengua italiana”. De estos autores debemos elegir las palabras, para evitar el vicio denom inado de "barbarism o ”, 12 en que tropiezan quienes usan palabras nacidas originariam ente entre los bárbaros y a cuyo uso jam ás los latinos otorgaron carta de naturaleza. Como Bautista de M antua, que en cierta ocasión no vaciló en decir "guerra ”. 13 Es necesario, además, em plear tales palabras —ele­ gidas como hem os dicho— con significado tam bién latino, y no com eter el error discursivo que yo llam aría "de significado bár­ baro’’': por ejemplo, si se tom a de ios latinos la palabra “hostis” —que es de origen latino, sin lugar a dudas—, pero se emplea para significar “cam pam ento”, un significado con el que es de género femenino en italiano [oste], y expresa "campamento", tanto el nuestro com o el de los enemigos. Se usa ciertam ente una voz latina, mas con un significado bárbaro. O si se toma de los latinos la palabra “anim a” —que es siu duda de origen lati­ no—, pero se la em plea para significar la parte inm ortal del hombre, tam bién se usa u n a voz latina, m as con un significado bárbaro: pues ios latinos dicen "inm ortalidad de los ánim os " ,14

y por “anima" interpretan 'Vida'. Pero incluso Jos m edianam en­ te instruidos en latín evitarán con facilidad tanto el prim er de­ fecto com o el segundo. En él incurren con m uchísim a frecuen­ cia quienes eligen voces latinas de significación tam bién latina, mas las 15 unen con un género de disposición bárbaro. Pues fá­ cilmente puede alguien tom ar la palabra “facere" y la palabra “m a lw rí', am bas con significado latino, esto es: "facere” por "ha­ cer" y “m alum ” en su acepción de "lo que se le causa a un hom ­ bre"; y no atentará contra las norm as gramaticales si dice "te hago un mal". Pues esta oración no adolece ni de solecism o 16 alguno ni del vicio que supone una lexis o una significación ajena al latín; m as se la censura por su disposición no latina, ya que nosotros los italianos sí que unim os la palabra "hacer" con la palabra "mal". Por ende, quien habla así lo hace sin duda con palabras latinas, mas con una frase o locución italiana. Por ello se puede ver que no es suficiente haber aprendido constantem ente los preceptos de los gram áticos para que uno hable en latín; pues éstos son útiles tan sólo para no incurrir en el defecto del solecismo, m as no en el del barbarism o. Con lo que se confirm a aquel dicho de Quintiliano: "Una cosa es h ablar gram aticalm ente y otra hacerlo en latín ” .17 Y no son suficientes los léxicos para cerciorarnos de que hem os hablado en latín: pues los léxicos nos m uestran a lo sum o las palabras de u na en un a y nos descubren sus significados, m as no nos enseñan tam bién su disposición, que es en lo que se aprecia sobre todo su latinidad .18 Pues, com o dice el m ism o Quintilia­ no, en las palabras singularm ente consideradas desvelarás más bien los vicios, pero las virtudes se observan en el contexto .19 H a intentado, con todo, ayudar en este asunto a los estudiosos de la latinidad Robert Étienne en su Latirme lirigtiae Thesaurus, en el que ha dado cabida a disposiciones seleccionadas de p a­ labras latinas, unas disposiciones latinas tam bién y tom adas de autorizados escritores latinos, colocadas en orden alfabéti­ co. Pues bien, si indagáis en su Thesaurus, no encontraréis nin­ gún acreditado escritor en lengua latina que una la voz "m a­ lu m ” con el verbo "facere m as sí a m uchos que lo hacen con el verbo "dare”.20 Según la historia de tal lengua que acabam os de narrar, las palabras se dividen adem ás en antiguas y nuevas. Son antiguas aquellas que cayeron en desuso en boca de los rom anos duran­ 79

te el Siglo de Oro de su lengua. Y se consideran, en cambio, nuevas aquellas, otras que los ro m an o s lian em pleado a partir de tal época. Se debe evitar, en prim er lugar, las voces ya extintas —y así reconocidas— en época de Julio C ésar u Octava ano Augus­ to, com o "oppido” p or "valde”)21 luego las inflexiones gram atica­ les, com o “amassere p o r “a m a tu m m esse”; y, por último, la sin­ taxis, com o “servilm m e w n miror ubi s i l para lo cual se acude a Ausonio Popma, que ha escrito sobre la lengua latina. Hay que prescindir tam bién de aquellas palabras de los au­ tores que escribieron después de Tiberio y que para los escrito­ res del Siglo de Oro era u n pecado pronunciar, por ejemplo “impos sibila” 22 Mas ni siquiera las palabras que estaban en uso en el siglo de Augusto deben emplearse con un significado antiguo —como “latro” por “satelles”— 23 o nuevo —com o "civilis” por "modastus” 24 o com o "ambitio” por aquello que en italiano se llama “compiacenza”. Hay quienes son tan devotos de la lengua rom ana vigente en la época de Julio César y Octaviano Augusto que 110 consideran latino nada que no encuentren escrito p o r los autores de esa etapa. Mas se equivocan, pues no cabe duda de que la lengua latina estuvo vigente antes y después de aquellos tiempos; y, en segundo lugar, p ara parecer escritores del Siglo de Oro se ven en grandes aprietos. Pues los escritores de este período no nos han dejado escritas todas las palabras ni todas Jas locuciones necesarias para explicarlo todo. Yo sería más bien de la opinión siguiente: que prescindam os de los arcaísmos que nos conste que cayeron en desuso en el Siglo de Oro 25 y de los neologismos p a ra los que se puedan en­ contrar con facilidad vocablos sustitutos de la Edad de Oro. No llam aría yo, por ejemplo, “essentia”26 a lo que Cicerón llam a “vis et natura” 21 ni ‘sociennus”28 a aquello otro que en los tiempos de Augusto se llam a “socius”. Por lo dem ás, cuando ello no nos sea posible, aprobaría un uso prom iscuo de todas las épocas. Y no hay que tem er el parecer u n m onstruo, como dicen ellos, por hablar una lengua en la que concurran palabras y locu­ ciones de autores que han escrito separados entre sí por interva­ los de tiem po tan grandes com o los que m edian, v. g., entre Boe­ cio y Catón. Pues si a todos ellos los confronto con la norm a del 80

Siglo de Oro, es decir, con las letras, diptongos, inflexiones, sin­ taxis de aquel período, y no consta que los rom anos de esa época hablasen de un modo distinto, ¿quién m e acusará del defecto de usar un lenguaje antiguo o moderno? En efecto, no les hablamos a los difuntos latinos, a quienes esto ciertamente les podría pare­ cer asom broso y quizás llegarían a censuram os por este defecto; sino que escribimos para los hom bres de letras de nuestra gene­ ración y las futuras, de quienes hay que pensar que ya han leído a todos los autores de la lengua latina, así que 110 hay peligro alguno de que no nos com prendan. Lo seguro es lo siguiente: que, m uerta la lengua latina, no tenemos ya licencia para excogitar nuevos vocablos en ella .29 Pues ésta es una potestad sólo del pueblo, [...] en cuyo poder está el arbitrio y la norma del habla.30 Y únicam ente a los poetas ditirám bicos y cómicos les es lícito hacerlo: a aquéllos porque, ebrios por el vino, parecen delirar como bacantes con la propia novedad de los vocablos; a éstos, en cambio, para mover a la risa con la invención de un nuevo géne­ ro de locuciones. Y, sin embargo, pueden am bos hacerlo mas con prudencia, y observando las norm as de la analogía ,31 de for­ m a que los nuevos vocablos que van a construirse se deriven de los latinos. Por ejemplo, como de "coelestis” se formó "coelestissim us”, así de “terrestris” se podría form ar "terrestrissinms"; y, tal como se llamó "coelestissimus” a la boca de Cicerón, así se po­ dría llam ar "terrestrissimus” el ánim o del avaro, entregado a los bienes terrenos. Y tam bién los propios poetas, y los poetas de este género, deben observar estas norm as al excogitar nuevos vocablos —que, por su propio nombre, se llam an "innovacio­ nes ”— ,32 para no hablar neciam ente si los tom am os todos de los bárbaros y los desviamos a un uso latino, a la m anera de las Maccaronea de Merlin Cocai. Si esta normativa se les impone a los poetas —que, como dice Cicerón, hablan en una lengua dis­ tinta — ,33 ¿cuánto menos se nos perm ite a nosotros, siendo así que queremos emplear un lenguaje latino, que no es otra cosa sino la forma de hablar según el uso del pueblo rom ano? Así pues, una vez inventados por autores bárbaros nuevos vocablos a causa de la novedad de las cosas por describir, si puedes prescindir de su uso para parecer un latino absoluta­ mente puro, hazlos a un lado; p o r ejemplo, si narras que al­ 81

guien ha sido asesinado, y si lo ha sido con u n nuevo tipo de arm a desconocido para los rom anos, y p o r tal razón el léxico latino no basta, si no te es necesario citarlo, no lo hagas. Mas si es necesario m encionar el tipo de arm a, m ira prim eram ente si puedes describir de m anera apropiada su form a y su uso, y emplea, en lugar de u n solo vocablo bárbaro, una perífrasis de varias palabras latinas; en cam bio si no puede hacerse apropia­ damente, pronuncia en voz alta el vocablo propio de tal arm a a la m anera latina, para no lastim ar los escrupulosos oídos de los latinos, pidiendo excusas previam ente con fórmulas como "per­ m ítasem e decirlo así", "si se m e perm ite decirlo así "34 y otras de este tenor. Mas si, en fin, esa voz no perm ite que se la configure en u na form a latina, pronuncia entonces la palabra bárbara en su forma original, como: "el género de arm a que en lengua ver­ nácula se llam a —v.g.— 'bayoneta' Los vocablos se distinguen en función del significado en que unos significan más que, otros m enos que y otros significan justam ente la propia cosa descrita. Los que significan más sir­ ven a aquella parte de la am plificación que se llam a "auxesis ”.35 Pues aum enta la cosa por encim a de sus méritos: por ejemplo, si en lugar de "una falta" se dice "un crimen". Los que significan menos son de utilidad a la otra parte de la amplificación que se llama “meiosis”36 y atenúa la cosa; por ejem­ plo si, viceversa, en lugar de "crimen" se ha dicho "una falta". Los vocablos que expresan justam ente la cosa en sí son aquellos que nacieron para significar lo que tienes en tu áni­ mo, y gozan de suprem acía para expresarlo: por ello Horacio los llam a elegantem ente vocablos "dom inantes ",37 y su signifi­ cación se denom ina "nativa ":38 p o r ejemplo, si se habla de una cosa que ha m erecido el nom bre de "falta" y dices "falta"; y si se trata de un a cosa que m erece denom inarse "crimen" y la llam as "crimen". Pero, para que com prendáis m ejor la cuestión, conviene sa­ ber que eso que el vulgo llam a "sinónimos" no se encuentra en lengua alguna :39 pues no existe ciertam ente ninguna palabra que signifique lo m ism o que otra, o al m enos del m ismo modo, o, por último, que sean de una m ism a época. He aquí estas cuatro: "falta", "fechoría”, "crimen", "crimen nefando”, que en esos li­ bros de sinónimos se exponen al joven ignorante concentradas en un único lugar, como si verdaderam ente significaran lo mis82

rno. Mas efectivamente difieren m ucho entre sí, en su significa­ do: pues "falta” es la de aquel, por ejemplo, que desobedece a su amo en un asunto de escasa im portancia; una "fechoría” el lle­ varse a la amiga contra la voluntad del lenón; un 'crim en” trai­ cionar a un amigo; u n "crimen nefando” m atar a u n hijo. Y, aunque varias palabras signifiquen lo m ismo, no lo sig­ nifican, sin embargo, del m ism o modo: por ejemplo, "deseo vivamente" y ‘arder en deseos ”;40 “m e enojo m ucho” e “infla­ m arse de ira ”;41 pues "deseo vivamente" y "me enojo m ucho” son vocablos propios y confusos; “arder en deseos” e "infla­ m arse de ira" son transferidos y claros; aquellos connotan cal­ ma, éstos perturbación. Mas, aunque varias palabras signifiquen lo m ismo y del mis­ mo modo, no han pertenecido, sin embargo, a un m ism o perío­ do, y cada una ha estado frecuentem ente en boca de los rom a­ nos en u na época distinta, como, por ejemplo, "gnatus ”42 y “filius”. En efecto, la palabra “gnatus” es m ás antigua y por ello la em pleará el poeta; en cambio, quien quiera hablar en prosa y con el lenguaje de la etapa augústea no la usará. La elegancia es, pues, una virtud de la oración observable en cada palabra, y es por ello m enuda y tanto m ás difícil en la práctica cuanto más fácil en apariencia. En electo, esta virtud subyace en el discurso, y no es manifiesta cuando, para explicar cualesquiera conceptos, elegimos palabras que —como hemos dicho— nacieron para significar esos m ismos conceptos. Tales son a lo sum o los vocablos propios y buena parte de los transferidos por necesidad ,43 que, al faltar los propios, fue el pueblo el prim ero en inventar y considerar de la m ism a condi­ ción que los propios: por ello yo los llam o "metáforas nativas” y “populares", como son m uchos vocablos del cam po que han sido transferidos para significar actividades de la m ente hum a­ na: por ejemplo, "¡ego”, “intelligo", ‘'puto”, "dissero”, "cenia”, ‘‘de­ cenio", y otros de tal índole .44 El significado es, pues, nativo —sea propio o transferido— cuando la palabra significa aquello para lo que, desde un princi­ pio, nació, como "calamitas”, que significa el desastre aquel por el que los tallos de las espigas son abatidos a tierra y triturados p or la fuerza superior del granizo. Pues bien, para aprender los significados nativos de las pala­ bras suponen una gran a y u d a los Elegantianun libri de Lorenzo

Valla45 y el De differentiis verboritm de Ausonio Popma, las Notae de varios autores a escritores de reconocido prestigio y, en prim er lugar, los Etimologici de Voss y Martini; es, en efecto, de m uchísim a utilidad la etimología, que explica con detalle los orígenes de las palabras y m uestra sus diversas evoluciones: y p or ello resulta ser, a mi juicio, la filosofía y la historia de la lengua ,46 y sobre la que tenéis a vuestra disposición el doctísimo Etimologicum de Johann G erhard Voss. Mas es necesario saber ante todo la fuerza y las propieda­ des 47 de las preposiciones que aparecen en la composición de palabras y que constituyen la parte m ás im portante y principal de la elegancia latina. En efecto, “d” o “ah" significa o "parte” —por ejemplo, en abscindo, abscedo—■; o "a otro sitio" —com o cunando—; o “a es­ condidas” —com o allego, allegas—; o “com pletam ente” —como abeo, absolvo, amitlo. “E" o "ex” significa "fuera de” —com o extare, existere—; o "fuera” —como emitió. exeo, cgredior, educo, excedo—; o "per­ fección” —como edico, eloquor, efjício, exolvo—; o “carencia” —como eviratus, elumbis, enervis. “De' significa “perfección” —com o deamo, deligo—; o "mo­ vimiento descendente" —com o demillo, despido—; o "parte" —como decido. “Cum” significa “asociación" —como collacrimo, concla­ mo, conticeo—; o “por doquier" —como corrosus, consumptus, contri tus. “Pro” significa “adelante" —como provideo, procedo, promoveo—; o "en pro" —com o prosum —; o "a la vista" —como pros­ to— ) o "fuera"—com o prodo, pronego. “Praeter” significa “delante” —com o praetergredior—; o lo que en italiano se dice “per dinanzi” —com o praeterveho, praetereo, praetennitto. “Prae significa “delante” —como praecedo, praesto, praeeo—; o lo que los italianos traducen como “in p u n ta ” —como praeuslus, pmecido, praeventus. “In“ preposición de ablativo significa "estado” —como Utico—; o niega —como injectus, inficiari—; o añade —como irisan us, infractus por "desmesuradamente grande", "totalmente roto”. Como preposición de acusativo, en cambio, “in” significa “dentro” —como induco—; o "arriba" —como inscendo—; o 84

"contra” —como invehor, insequor-—; o "desde enfrente” —como intueor—; o "abajo” —como inspicio. “Ob” o "am” significan "alrededor" —como obeo, ambitio—; o "contra" —como obvius, obíoquor, obsto, obiicio—; o "perfec­ ción" —como officium .48 '‘Per” significa "la propia perfección" —de donde pérfido—; "por doquier" —como perquiro, persequor—; o "medio" —como perspido. “Acl" significa "parte” —como adiido—; o "a alguien” —como alloquor■ —; o "frente a" —como adspido—; o “movimiento hacia un lugar" —como accedo, adigo. “Inter” significa eso m ism o [“entre"] —como intervenio, in­ tercedo—; o "perfección" —como intenninor, inter/icio, intermortuus, intemecio, interdico. "Sub” significa "abajo" —como subiré antrinn—; o "arriba" —como subiré m ontem o m u n im —; o "disminución" —como subtnstis, subiratus. "Se” significa “aparte” —com o sevoco, seduco, seditio. “Di” significa "división” —com o disticio, distraho, dirimo, diduco. "Ve” aum enta —como vegrandis—> o resta —como vesanas, vecors. “Ante”, “post”, “trans" o “ira” y "circum" tienen un significa­ do evidente, de m odo que no se necesita ejemplo alguno. Debe, además, observarse con sum o cuidado la analogía. Pues se solventa de form a m ás elegante con una sola palabra u n concepto tal com o “haré eso" que "puedo hacerlo”; "que he leído" m ejor que "que he podido leer"; “examino" que "voy a exam inar”; "se calienta" que "comienza a estar caliente”; “ven­ do" que "voy vendiendo"; "evitando" que “en la acción de evi­ tar"; “presumido" que “lleno de presunción”; "locuaz" que "muy hablador". Finalmente, los vocablos se distinguen en función del uso, de m odo que unos son de uso popular y otros de uso literario. Los de uso popular, unos son em pleados por personas origi­ narias de la plebe m ás baja y vil, y otros por personas más distinguidas. Como de todo lo sucio, hay que abstenerse tam bién de usar aquellos vocablos que emplea la sucia plebe, género éste al que pertenecen todos los térm inos indignos o sórdidos. Y entre ellos 85

cuento los viles y aquellas form as corruptas del lenguaje llam a­ das “idiotism os ” .49 Debe elegirse, en cambio, com o elegantes aquellas palabras que emplean las personas distinguidas, como las nacidas de no­ ble cuna, senadores, hom bres de letras, y, para decirlo en una palabra, las personas elegantes. Aquellas otras que usan los escritores se alejan unas más que otras del lenguaje consuetudinario del vulgo .50 Así, las de los oradores un poco, y del m ism o m odo las de los historiado­ res; es asom broso en qué m edida lo hacen tanto las de los poe­ tas como, m ucho m ás que las demás, Jas de los filósofos, hasta el punto de que Antonio —en los libros del De omtore, de Cice­ rón— no disimula que en m odo alguno es capaz de com prender a los filósofos ,51 aunque escribiesen sus libros sobre argum entos que no superasen una inteligencia mediocre. Y aboga por ello la razón siguiente: que los oradores deben ser com prendidos por una m ultitud p o r la que, como hem os dicho, nació principal­ m ente la elocuencia ;52 y deben, con su dicción, m antener la atención del auditorio, lo que consiguen alzándose un poco por encima de la form a de hablar vulgar .53 Los poetas, en cambio, puesto que ante todo quieren deleitar, les granjean adm iración a sus poemas principalm ente p o r su lenguaje, y de esta adm ira­ ción por la innovación nace el deleite: pues nada sino lo nuevo despierta admiración. Así pues, o excogitan nuevas formas de lenguaje, o dan nuevo uso a las antiguas —que, por ser formas antiguas llam adas a u n uso actual, p o r esc m ism o hecho son nuevas—, o im portan extranjerism os —que, como las m ercan­ cías exóticas, deleitan p o r su novedad. Los historiadores, por su parle, dado que en los discursos desem peñan el papel de orado­ res y en los pasajes descriptivos el de poetas, em plean un géne­ ro de dicción interm edio entre unos y otros, m ás libre que los oradores y m ás estrecho que los poetas. Los filósofos, en fin, ya que hablan de cosas ocultas al vulgo, es tam bién necesario que lo hagan con locuciones ignotas para el vulgo. Cuento entre los filósofos a aquellos que han escrito sobre técnicas, como Celso de medicina, Catón, Varrón y Columela de agricultura, de arquitectura Vitruvio, del arte bélico Vegccio, de historia natural Plinio, de jurisprudencia los jurisconsultos, to­ dos los cuales usan los vocablos propios de cada una de sus artes, y de los que una gran parte era desconocida para los m is­ 86

mos rom anos ignorantes de aquellas artes, incluso m ientras el latín era aún una lengua viva .54 Es, pues, muy gran defecto el de expresar en m edio de un lenguaje vulgar alguna brillante metáfora, digna de un discurso más notable; por ejemplo, si en lugar de aquel “tú me has puesto en este mal trance”, una expresión que usan Piauto y Terencio ,53 dijeras “tú eres la fuente de mis desdichas", tal como Cicerón llamó a Clodio “fuente de la gloria de Mi Ion" en la Pro Mílone oratio;56 o, en lugar de aquel "¿aún vive?”, recitases con Virgilio: Conservan, si aún se alimenta con la etérea brisa Y todavía no duerme entre las crueles sombras.37 O si se utilizara una locución propia de algún uso técnico en vez de un a vulgar; por ejemplo, si se dice, con m entalidad de jurisconsultos, “istum usurpavero morem" ["interrum piré esa costum bre”], en lugar de "interrupero”, contra el sentido vulgar del vocablo, que por “usurpo" entiende “uso con frecuencia”. E n caso de que alguno de vosotros pregunte dónde se puede aprender esta form a vulgar de hablar latín, siendo así que se trata de una lengua m uerta y que no se nos han transm itido sino los autores latinos, yo les diré: “de los cómicos". Pues ellos tan sólo en el argum ento de sus obras son poetas; por lo demás, emplean un género de dicción absolutam ente popular, y la ra­ zón sin duda así lo corrobora: pues, para que parezcan verosí­ miles sus obras —en las que salen a escena padres de familia, hijos, siervos, esposas, amigas, lenones, y m antienen conversa­ ciones sobre cosas usuales en la vida cotidiana— les atribuyen una form a de hablar sem ejante a aquella que tales hombres em plean realm ente al trata r de esas m ism as cosas en casa y hiera de ella .58 Por ello soy de la opinión de que quien quiera aprender la lengua latina con m étodo y orden debe com enzar por los poetas cómicos, pues son los únicos que atestiguan cuál fue la lengua latina vulgar. ¿Y por qué no vamos a im itar en el aprendizaje de una lengua m uerta una naturaleza cuyos pasos seguimos en el de nuestra lengua vernácula? Pues en ella nos instruyen las madres, las nodrizas y los niños con los que crece­ mos; luego aprendem os las de los oradores, poetas y filósofos. Y no cabe duda alguna, com o hem os visto anteriorm ente, de que los oradores se apartan algo de un género de dicción vulgar: pues ¿de qué otro modo podrían distinguirse de quienes 110 sa­ 87

ben expresarse? Los poetas en cambio, según el testim onio de Cicerón, em plean una lengua distinta .59 Pero ¿qué necesidad hay del testim onio de Cicerón cuando ningún pueblo ha em ­ pleado jam ás la lengua de los poetas, ni poeta alguno una len­ gua popular? Los filósofos, por últim o, usan voces y locuciones con las cuales son ellos los únicos en com unicarse entre sí .60 Y no supone para ello obstáculo alguno Quintiliano, que prescribe que a los niños se les debe explicar los poetas para que aprendan la lengua .61 Pues en época de Quintiliano la len­ gua latina estaba vigente aún en boca de los rom anos; por ello los niños sabían ya la lengua vulgar de los latinos cuando acu­ dían a gramáticos o literatos para que les explicasen con detalle a los poetas —quienes, com o dice Cicerón, hablan con una len­ gua distinta — 62 y aprender así la lengua de éstos. Mas, ¿cómo vamos a acudir directam ente a los poetas nosotros, que ignora­ mos por completo la lengua vulgar? Así que quienes obran de tal m anera lo hacen, a m i parecer, del m ism o m odo que quien, siendo un transalpino, quisiese aprender nuestra lengua italiana en la poesía de Francisco Petrarca o Torcuato Tasso. H asta aquí lo relativo a aquella parte de la elegancia com ­ prendida en la selección de palabras. La segunda era aquella otra consistente en su elegante colocación. Pues bien, dado que esta virtud se m anifiesta en u n contexto, propondrem os dos ejemplos. Es una colocación elegante si el genitivo precede a los casos rectos, como en “stultitiae ])oenas luit" ["expió el castigo a su necedad"]. Si a los adjetivos les suceden los sustantivos, como "eloquentissimus Cicero“ ["el elocuentísim o Cicerón"]. Si los an­ tecedentes se posponen a los relativos, com o “quae hostium copiae agrwn infeslabant, tnicidatae" ["las tropas de los enemigos, que infestaban el terreno, fueron despedazadas”]. Si los verbos —como si fuesen llaves— abren y cierran la oración, pues de esa forma es como si se profiriera la oración dos veces: una prim era en suspenso, y luego como concentrada toda ella en un soío verbo, y abierta: por ejemplo, “hom inis importunissimi conlumeliae, quibus me crebris concionibus onerat, luis erga me officiis leniuntur” ["las afrentas de un hom bre de lo m ás inso­ portable, de las que me colm a en sus frecuentes charlas, se m i­ tigan con tus buenos oficios para conmigo"]. Si la oración pro­ sigue con la m ism a estructura con la que comenzó: por ejem88

pío, “Ticio, afectísimo a ti y queridísim o para mí, envió una carta a su hermano", es, sin duda, u n a expresión m ás elegante que si se dijese: “Ticio, por quien tú eres inm ensam ente am ado y a quien yo tengo por m uy querido, etc.". Si de vez en cuando la oración se sazona con partículas, que, en verdad no son nece­ sarias, m as proporcionan cierto encanto; de ellas, las principa­ les son las aseverantes: p o r ejemplo, vera, certe, quídam, sane; las fórmulas de juram ento: mehercule, ecastor, aadepol, medias~ fidius; y las partículas que tienen tan sólo la gracia de la transi­ ción: por ejemplo, vero, ciutem. La tercera parte de la elegancia latina era la pronunciación según el uso rom ano, que con apropiado vocablo se llam a "ur­ banidad ".61 Mas sería tarea desesperada la de querer abarcar esa urbanidad genuina del habla rom ana una vez extinta tal lengua. Nada hay, en efecto, m ás corrupto que nuestra pronun­ ciación: pues los latinos, cuando pronunciaban las vocales lar­ gas, invertían en ello tanto espacio de tiem po como si las dupli­ casen. Y así hubo un tiem po en que tam bién las repetían al escribirlas; esta costum bre decayó en época de Ennio, y de ella quedan aún vestigios en la interjección “eheu" y en el verbo “prebendo” y sus compuestos. Se m antuvo, 110 obstante, des­ pués de E nnio aquella form a de pronunciación que hemos mencionado, de ahí que pronunciaran “amorem" con "00", do­ ble, y a ello tendían en todas esas sílabas; p o r ello a ios histrio­ nes, que m uchas veces eran esclavos, les silbaba cualquier per­ sona del vulgo por haber errado, durante la representación de la obra, en la cantidad de cualquier sílaba. E n cambio, nosotros apenas percibimos la cantidad de la penúltim a sílaba, y ésta en los vocablos al menos trisílabos .64 Los latinos articulaban un sonido doble contracto en una sola sílaba cuando pronuncia­ ban los diptongos “aa’, "oe”; m as nosotros las em itim os como vocales simples. Los latinos, según el testim onio de Cicerón, elidían 65 la vocal que cerraba u n a palabra si le seguía otra que tam bién com enzaba por vocal —com o hacem os los italianos—; aún más, tam bién suprim ían la últim a sílaba de los vocablos term inados en "m”, si les seguía una palabra com enzada por vocal,66 cosa que hoy no se observa. La letra "h" tenía su uso propio y, para que se la reconociese, al pronunciar la vocal so­ bre la que se apoyaba se em itía una aspiración desde lo más profundo del pecho .67 Hoy este sonido no se percibe, y, con un 89

proverbio bárbaro, p ara significar que carece de valor alguno se dice “com o u na 'h' entre otras letras ".68 ¿Qué debemos, pues, hacer? Aunque haya habido quienes han escrito acerca de la ortoepía, hoy se debe pronunciar según el lenguaje actual de los eruditos.

[37] DE LAS SENTENCIAS , 1 VULGARMENTE "DEL B E N PARLARE IN CONCETTI" Este fue el hado de la lengua griega, latina e italiana: que, tras la época en que el lenguaje elegante se frecuentó, vino in­ m ediatam ente un período en que se valoró m ucho el hablar por medio de sentencias o, com o dicen los italianos, “in concetii”. Aristóteles divide la sentencia en cuatro partes .2 En efecto, o bien lleva su razón incorporada o se pronuncia sin sum arle ésta. La que se enuncia sin su razón es un axiom a para su uso en la vida, verdadero para todos e incontrovertible. Y esta sen­ tencia es o general o particular. General com o “nada en exce­ so ",3 una especie de sentencia que los griegos, con nom bre apropiado, llam aron yvcój.ir|.¿1 P articular es, de otro lado, la m is­ m a sentencia general aplicada a u n a determ inada persona o cosa: por ejemplo, “no fue largo el despotism o de China, ni el de Sila”;5 una m áxim a hipotética que, convertida en afirmativa, re­ sultaría: “El poder basado en la violencia no es m uy duradero ";6 y a esta segunda especie de sentencia la llam an los griegos, con su vocablo propio, 'floem a'.7 Los gnomae coma en en m ás a los filósofos, y e n cambio los noémata a los oradores, poetas e his­ toriadores .8 Y p or ello a este m ism o "hablar gnómico" los grie­ gos lo llam aban “filosofar", lo que nosotros los italianos traduci­ ríamos como “sputar sentenze". En cambio, las sentencias que precisan de razón y de prue­ ba son las que enuncian alguna proposición sorprendente o controvertida .9 Y algunas de ellas son partes de un entimema; por ejemplo, “hom bre soy, y pienso que nada hum ano m e es ajeno ”.10 Pues son dos m áxim as las partes de este entim em a. Mas otras tienen la fuerza de un entim em a y se llaman, por ello, “entimemáticas". Éstas, en opinión de Alistó teles superan con m ucho a las demás, y tales son aquellas en las que aparece 90

la causa de lo que se dice, como la de "no guardes un odio inm ortal en un corazón mortal". Pues si alguien enuncia: "no guardes u n odio m ortal", habrá enunciado la sentencia; m as lo que se le añade: "en u n corazón mortal", expresa la causa .11 Pero para los latinos se llam an sentencias, debido a su no­ bleza, las que dan m uestras de m ucho ingenio, tal como las que tam bién entre los italianos se llam an, por su nobleza, "concern". La virtud del ingenio, com o declara M ateo Pellegrini en su áureo librito Dalle acutezze,n consiste en la recíproca ligazón de cosas diversas. Pues en un dicho agudo se encuentran estos tres apartados: las cosas, las palabras y la ligazón de cosas y pala­ bras. Y establece u n a ligazón de doble tipo: uno sensible, inteli­ gible el otro; aquél se efectúa con la coligazón de las cosas, éste, en cambio, con la de las ideas. A su vez el inteligible se divide en dos especies. La ligazón de una de las especies es simple y con ella las ideas se unen de form a simple, sin aglutinante alguno de otra idea: por ejemplo, "Catilina nació de noble estirpe ";13 y ésta es la segunda operación de la m ente hu m an a ,14 y se deno­ mina "enunciación simple". La ligazón de la otra especie es aquella que une dos ideas m ediante una tercera, esto es, me­ diante alguna razón expresa o tácita; ésta es la tercera opera­ ción de nuestra m ente, y se denom ina “silogismo" para los dia­ lécticos y "entim ema" para los rétores. En este sentido, Juvenal, entre las desventajas de tener esposa, cuenta el que para pare­ cer ingeniosa... [...] dispone un cntimema retorcido en un párrafo redondeado...15

Es decir-, que gusta de hablar por medio de sentencias. Lim itándose a enunciar una ligazón simple no posee inge­ nio ni arte alguno. Merece, en cambio, elogios p o r su agudeza la sentencia raciocinante que contiene una tácita fuerza cntimemática, esto es, u n a razón m ediante la cual dos ideas diversas se coligan aptam ente entre sí. Esta fuerza cntim em ática puede esconderse, no ya en una proposición de apariencia simple, sino incluso en u n a sola palabra: por ejemplo, cuando el Parm enón de Terencio llamó a Thais "calamidad del fundo de su am o ' / 6 subyace un entim em a en aquella palabra; pues, me­ diante la razón que el propio Parm enón añade: 91

Pues ésta sustrae lo que deberíamos coger nosotros,17 la palabra "calamidad" está coligada con Thais. Si quisieras ex­ poner esto m ism o por extenso con los dialécticos, deberías di­ sertar así: “La calam idad echa a perder cualquier cosa que debieran recolectar los agricultores; lo que nosotros deberíam os coger, Thais lo sustrae; Thais es 7pues, la calam idad de nuestro fundo". Por ello, el propio Pellegrini define el acum en o fuerza del ingenio como “el feliz descubrim iento del m edio ,18 que en algún dicho coliga cosas diversas con adm irable aptitud y sum a ele­ gancia”. Y de este modo ubica el acum en en una nueva y rara aptitud de dos extremos felizmente coligados en un cierto di­ cho. Su descubrim iento es m uy difícil en opinión de Aristóteles, en la Poética, donde —al tratar de las m etáforas— dice: “el usar las translaciones de form a apropiada es algo m uy arduo, pues es privativo de un ingenio versátil" ;'9 y, p o r ejemplo, dice en la Rhetorica: “Sólo los filósofos perspicaces y agudos son capaces de m ostrar qué hay de sim ilar entre cosas distantes ".20 Por esta fuerza y agudeza del ingenio, de donde nacen, lla­ m an los italianos a las sentencias agudas “pensieri ingegnosi” y "vivezze d ’ingegno": pues, aunque a veces el tem a contribuye en algo a que se pueda decir cosas agudas, no hablam os con agu­ deza en función del tem a, como en aquel epigrama: Q uien se a n u d a b a el lazo al cuello e n c o n tró el oro, y en lu g ar del tesoro el lazo dejó. M as quien lo h a b ía escondido, al no e n c o n tra r el oro, .se colocó en el cuello el lazo q u e e n c o n tró .21

Por ello los poetas italianos de un período de inferior calidad se proponían argumentos sorprendentes, para dar la impresión de que hablaban de ello ingeniosamente. Pero no. Pues el acumen no viene determinado por el tema o la novedad del objeto, sino por el artificio. Y el artificio es, como dice el mismo Pellegrini, no lo que descubre cosas herniosas, sino lo que las hace tales. Es más, Escalígero, en el libro cuarto de la Poética,22 define el acum en com o lo que hace que u n a sentencia de p o r sí débil penetre en el ánim o del auditorio. Así pues, una sentencia inge­ niosa, según la describe Beni en la Poética 23 es aquella en que la 92

agudeza se deja traslucir en el sentido del ánim o de una forma no vulgar, sino noble; y todo elogio a un dicho ingenioso debe ser registrado en el haber, no de la cosa o sujeto, sino del modo o form a de concebirlo, de m odo que se diga —con u n nom bre adaptado a la cosa en sí— "dicho ingenioso". Tras investigar en qué consisten los dichos agudos, averigüe­ mos a continuación por qué deleitan. Aristóteles aduce en la Rhetoñca la causa siguiente: “porque con ellos los hombres aprenden pronto y fácilmente m uchas cosas ";24 pues —advier­ te— la naturaleza nos ha inculcado a todos el deseo de obtener gran placer cuando hemos aprendido algo fácil y prontamente. Y de ahí infiere que son urbanos aquellos argum entos que nos llevan rápidam ente al conocimiento de alguna cosa. Por ello ob­ serva que ni se valoran los argum entos que son patentes y evi­ dentes (dice que son evidentes aquellos que son conocidos por todos y no necesitan que se les busque), ni se valoran tampoco los que, aun tras ser expuestos, continúan siendo ignorados, sino aquellos otros que, al ser planteados, nos llevan inm ediatam ente a algún tipo de conocimiento, aunque nada supiésemos anterior­ mente, o los que se perciben tras un poco de reflexión. El agudísimo Sforza Pallavicino ,25 en su áureo librito Dello stile, expone esta m ism a causa que Aristóteles, mas se diferencia de él en que el principal deleite m ental del que el ánim o se inun­ da tras oír un dicho agudo no nace de la facilidad del aprendiza­ je, sino de la adm iración ante su novedad; m as no por el hecho de que la admiración suponga la ignorancia de la causa, sino porque de la adm iración fluye el conocim iento de aquello que antes se ignoraba :26 esta adquisición del conocimiento es fuente y origen del placer más elevado que pueda afectar al intelecto hum ano ;27 por ello, cuanto m ás desconocida nos resultaba una cosa, o m ás contraria a nuestra opinión, tanto m ás adm iración y placer nacen del conocimiento adquirido sobre ella. Pellegrini opina que, sin duda, de la adm iración nace el pla­ cer, pero que nos conduce m ás bien a la contem plación de la belleza que a la de la verdad. Pues —según dice— la verdad tiene u na faz m uy agradable, pero deleita el intelecto de un m odo m uy distinto una dem ostración de Euclides que el dicho agudo de un poeta. Deleita lo prim ero, el haber acertado a com­ prender un a demostración, porque has com prendido la verdad; esto otro, en cambio, deleita porque en ello se adm ira lo bello. 93

Ahora bien, la verdad es objeto del intelecto y la belleza lo es del ingenio. Así pues, cuando Ja ligazón produzca una aptitud figu­ rada entre Jas partes coligadas tan nueva y tan ra ra que la vir­ tud del ingenio se haga en ella principal objeto de adm iración, tendrem os en el dicho la agudeza adm irable y en ella la belleza (pues la belleza es la apta colocación de las partes )28 y, de la contemplación de la belleza, el placer. Pero nada im pide que, tras oír u n dicho agudo, el intelecto aprenda pronto y fácilm ente y el ingenio se deleite con lo bello. De lo que resulta que nace m ayor placer de u n dicho agudo que de una dem ostración m atem ática, no sólo por es la razón, sino por otra que añade a continuación. Pues, como correcta­ m ente distingue el m ism o Pellegrini, el filósofo, a! enseñar, re­ vela él mismo la verdad, de form a que nada deja al oyente para que éste se deleite con su propio ingenio. El orador, en cam ­ bio, tras pronunciar u n dicho agudo, produce algo bello cuyo descubrim iento deja en m anos del propio oyente. Pues, tras ser pronunciado el dicho agudo, esto es, cuando le ha sido apunta­ da la razón de tal ligazón, el oyente la investiga, descubre el medio, com para los extremos, contem pla su aptitud, y descu­ bre p o r sí m ism o lo bello que el orador ha producido; p o r ello resulta ingenioso a sus propios ojos, y se deleita con el dicho agudo no tanto en su enunciado p o r el orador com o en su intelección p o r sí m ism o .29 Así se explica el hecho de que cuanto m ás breve es un dicho agudo tanto m ás deleita. Por ello deleita m enos la com paración que la imagen, y ésta m enos que la m etáfora .30 Es u n a com pa­ ración: “Baco aleja la sed con su pátera como M arte aleja a los enemigos con su escudo ".31 Es, p o r otra parte, una imagen: “Baco aleja la sed con su pátera com o con u n escudo". Metáfo­ ra, en cambio, es: “Alejemos la sed con el escudo de Baco”. La razón de la ligazón se desarrolla m ás en la com paración que en la imagen, y m ás en ésta que en la m etáfora. Así pues, se le perm ite m enor desarrollo al ingenio del oyente en la com para­ ción que en la imagen, y m enor en ésta que en la m etáfora. Pues bien, todos los lugares tópicos, de donde se obtienen los dichos agudos, los enum era César3z en los libros del De oratore de Cicerón. Pero el doctísimo anónim o italiano, en sus ob­ servaciones al libro intitulado L ’arl du bien pensar, de u n tam ­ bién anónim o escritor francés, los reduce a dos capítulos prin­

cipales, a saber: falso que parece verdadero y verdadero que parece falso. Al prim er capítulo refiere todos los dichos agudos obtenidos por com paración y formados con figuras simbólicas; al segundo reduce todos los dichos contrarios a la general opi­ nión, o paradojas. Mas en este asunto —dicho sea con permiso de tan gran hombre-— no estoy de acuerdo: pues tanto en el símbolo como en la paradoja existe una única forma de descu­ brir la verdad y la belleza. En efecto, tal com o —tras la explica­ ción de un a paradoja, cuando se pensaba que era de otra m ane­ ra— dice Aristóteles en la Poética33 que entonces el ánim o pare­ ce decirse a sí mismo: "¡Cuán verdad es esto! Mas yo estaba en un error”, así tam bién, tras explicar la com paración, el ánimo parece decirse: “¡Cuán aptam ente se corresponden estas cosas que yo consideraba diversas!" M ás aún, si quieres interpretar más sobriam ente aquel "¡Cuán verdad es esto!" de Aristóteles, no es otra cosa sino “¡Cuán aptam ente se corresponden estas cosas que yo consideraba opuestas!”. Así pues, si alguna dife­ rencia hay entre am bas formas de aprendizaje, ésta consiste en que es m ayor la adm iración por la novedad y la rareza en la paradoja que en el símbolo: porque pensábam os que se corres­ ponden m enos aptam ente las cosas opuestas que las cosas di­ versas entre sí. Pero "más" o "menos” no constituyen géneros de cosas diversos. Expliquémoslo m ás claram ente con ejemplos. “Símbolo ”34 es aquello p or lo que Cicerón llam ó a Rom a "cindadela del m undo ”.35 Paradoja es, en cambio, aquello otro por lo que, cuando exhorta a Catilina a m archarse del Senado y aun de Roma, dice que todos los senadores —que allí se hallaban en gran núm ero— p o r ese m ism o hecho "gritan m ientras callan ”.36 Ambos dichos son agudos, pues en am bos es feliz la invención del medio, o ligazón, o razón por la que se coligan, con adm ira­ ble novedad y rareza, cosas diversas entre símbolo, y opuestas en la paradoja, y se corresponden con sum a aptitud para pro­ ducir u n a verdad que es en sí m ism a bella. Única es en am ­ bos casos la form a de descubrir la verdad y la belleza. Pues, al oír este símbolo, la m ente percibe en prim er lugar los extremos: la ciudad de Rom a y el orbe terrestre, la acrópolis de la ciudad y la capital del poder de todos los pueblos. Luego reconoce el medio, o ligazón, con el que se coligan: el de que, tal como la acrópolis es el baluarte de la ciudad contra la violencia y las 95

arm as hostiles, así Rom a es la protección de todos los pueblos contra las injusticias. Así pues, en esta nueva y adm irable apti­ tud de las partes, adm ira una im agen verdadera y bella, y se deleita con tal adm iración, que le procura este conocimiento. Así, en esta paradoja el oyente enum era los extremos, los cua­ tro: callar, gritar, y los efectos de am bas cosas; del guardar si­ lencio —esto es, no m anifestar ningún juicio del ánim o— y del gritar —-manifestarse im petuosam ente. A continuación, recono­ ce la ligazón con la que se une el efecto de gritar con el perm a­ necer en silencio; pues, callando, el senado entero parece exhor­ tar a Catilina con gravedad y vehemencia a las m ism as cosas a que lo hace Cicerón. Y, disolviendo la paradoja, une el perm a­ necer en silencio con el efecto de gritar, y en esta conjunción de los extremos descubre la nueva, rara y adm irable aptitud de dos cosas que al principio parecían opuestas, y en ella, la verdad y la belleza de un dicho agudo. Concluyendo del principio al fin, podéis ver que no son dos las fuentes de los dichos agudos: lo falso que parece verdadero y lo verdadero que parece falso, y que la virtud de la agudeza se derive del prim ero en los dichos simbólicos y del segundo en las paradojas, sino que es único el origen de todos ellos: la verdad latente que se revela rápida y fácilmente en cuanto se descubre un medio nuevo y raro. Y, si existe alguna distinción entre di­ chos agudos simbólicos y paradójicos, ésta consiste en que en los dichos simbólicos la verdad supone ignorancia, y, en cam ­ bio, en los paradójicos error del oyente. Así que, según esto, puede decirse que son dos las fuentes de los dichos agudos: la verdad que el oyente ignoraba y la verdad con respecto a la cual el m ism o oyente estaba en un error; y que de la prim era proce­ den los dichos agudos obtenidos por com paración y de la se­ gunda aquellos otros contrarios a la general opinión. Por lo de­ más, am bos engendran la adm iración p o r la novedad y rareza de la ligazón, generan la belleza p o r la apta proporción de las partes, y alum bran, con la nueva y adm irable notabilidad de la forma, la ciencia con la que el intelecto puede reconocer rápida y fácilmente la verdad, y el ingenio la belleza. Y más bien pensaría que lo falso que parece verdadero es fuente de argucias. Opinión ésta de la que considero autor a Aristóteles, quien dice que lo que hace la argucia es la causa tom ada por no causa. Por lo que el m ism o filósofo llam a "jue­ 96

gos" a los dichos ridículos de los entim em as aparentes .37 Las argucias son cosa muy distinta de los dichos agudos, pues éstos enseñan, m ientras que las argucias engañan. La form a de un dicho agudo es una arm ónica 3' apta proporción de las partes. Mas Aristóteles afirm a en la Poética que el dicho ridículo es una suerte de pecado y vergüenza poco nociva e indolora 38 que, en una sola palabra, Cicerón denom inó “subtttrpe" ["un poco ver­ gonzoso ''].39 Al oír un dicho agudo, se aprende rápidam ente la verdad; m as con una argucia uno se ve defraudado en su propia expectativa, y, m ientras espera la verdad —pues ésta es la incli­ nación ingénita del intelecto hum ano — 40 descubre lo falso. Pero tal como la faz de la verdad es honesta y agradable, así el aspecto de la falsedad es vergonzoso y desagradable. Por ello los hom bres experim entan dolor ante las cosas falsas, tanto como se deleitan con las verdaderas. Mas Aristóteles dice que la ver­ güenza de un dicho ridículo es inocua e indolora porque lo que el dicho ridículo genera no es manifiestamente falso —lo que con­ siste en una enorm e deform idad de las partes, m ostrándose al intelecto como un m onstruo vergonzoso, feo y desagradable de ver—, sino una aparente falsedad integrada por partes m ás bien ineptas y deformes; de donde resulta que su aspecto, como una m áscara ridicula, no mueve al dolor sino a la risa. He tratado estas cosas a fin de que podáis tener una técnica para enjuiciar qué dichos son verdaderam ente agudos: si, tras oírlos, no aprendéis nada nuevo, consideradlos m ás bien dichos vanos que agudos; si, tras cotejar sus partes, se ofrece a la m en­ te un aspecto inepto, juzgadlos ridículos y no agudos; si su as­ pecto es absolutam ente deforme y feo, no los estiméis agudos ni ocurrentes, sino falsos. Hay quienes piensan que la agudeza de los dichos tam bién está en función de las palabras, m as la hom onim ia los engaña. Por "agudo” entendemos, en efecto, lo que enseña rápidam ente: y, sin embargo, la locución en sí, p o r arm oniosa y complicada que sea, 110 dice nada. Pues una locución aguda —o, m ejor aún, penetrante— es aquella configuración de las palabras arm onio­ sa y complicada por cuyo interm edio dichas palabras o se co­ rresponden aptam ente a sí m ism as, o se colocan con elegancia, o se presentan con m iem bros parejos, o concluyen con final feliz, y m ucho más en el caso de aquella en que todo esto ocurre sim ultáneam ente, com o la de Cicerón sobre la legítima defensa 97

en el Pro Milone: "Así pues, jueces, es ésta no u n a ley escrita, sino natural, que no hem os aprendido, ni se nos ha transm itido, ni hem os leído, sino que de la propia naturaleza la hemos tom a­ do, extraído, arrancado, en la que no hem os sido enseñados, sino engendrados, ni hem os sido instruidos, sino imbuidos, la de que, si nuestra vida se precipitase en algún tipo de em bosca­ das, o en medio de la violencia y de las arm as de ladrones o enemigos, fuese honesto cualquier m edio para procurarse la salvación ".41 Mas entre la conform ación de las palabras y la de las senten­ cias existe la siguiente diferencia: que la de las palabras se anu­ la si m udas éstas, m as la de las sentencias perm anece cuales­ quiera que sean las palabras que em plees ,42 de modo que la configuración de éstas no aporta ninguna otra cosa salvo un cierLo deleite en su audición. Este m ismo hecho resplandecerá con un ejemplo que Aristó­ teles propone ad hoc. H abía dicho un cóm ico 43 en un senario: Es hermoso morir cuando no se es digno de la muerte.44 Aristóteles, para arm onizar verbalm ente esta m ism a senten­ cia, conm utó la palabra "hermoso" en "digno ",45 una palabra que reiteró en ese m ism o verso, mas no con idéntico significado. Es digno morir cuando no se es digno de la muerte. Con la prim era palabra la sentencia resulta elegante, con la segunda urbana. E n lo que se dem uestra que el deleite que pro­ ducen las argucias verbales no se percibe si se m uda las pala­ bras. La agudeza de la sentencia, en cambio, perm anece idénti­ ca aunque m udes las palabras, subviertas la colocación, con­ fundas el curso o perturbes el ritmo. Es, por tanto, una sola la función de este tipo de elegancias que se conform an m ediante configuraciones verbales: acari­ ciar los oídos; de ahí que deban conLarse m ás bien entre las argucias que entre los dichos agudos. Y m e lo confirma con autoridad Aristóteles, quien en la Poética advierte a los poetas 46 que en las partes endebles y ociosas de sus poem as —cuales son aquellas en las que no se expresa el carácter de personaje algu­ no, ni se exponen sentencias agudas para probar o graves para conmover, como son las descripciones y narraciones de cosas am enas—, se apliquen a ello y se afanen en ayudarlas con este 98

género de figuras y adornos del discurso, para que abunden, en la medida de lo posible, en tales elegancias. ¿Por qué es esto así? Porque, al no tener dichas partes de los poemas nada deleitoso por sí mismas, ni en lo que toca a la imitación, ni a la doctrina, ni al movim iento del ánimo, necesa­ riam ente deben carecer de valor alguno, a no ser que se las provea de estos ornam entos. Y así, viceversa, donde se expresan costum bres y se enun­ cian sentencias, sea agudas para enseñar o graves para conm o­ ver, la locución deberá ser simple y pura, y no adornada de exquisitas figuras de dicción. De este hecho Pellegrini aduce la razón que ya antes expuso el filósofo M usonio en la obra de Aulo Gelio :47 pues el ánim o hum ano no puede aplicar sim ultá­ neam ente su intensa agudeza a varias cosas de form a pareja; y, al ser las figuras estilísticas en el lenguaje excesivamente m ani­ fiestas y muy conspicuas, captan fácilmente con su ornato y esplendor toda la atención del hom bre, por lo que las costum ­ bres, los afectos y los entim em as, necesariam ente, en medio de una luz tan grande, o no se hacen patentes, o lo hacen poco.

[38] DE LA DIGNIDAD La oración ha de ser como una m atrona, que debe presen­ tarse ataviada no sólo elegante, sino dignam ente además. La dignidad 1 de la oración garantiza, pues, que se digan co­ sas aptas y adecuadas, y este decoro, que le gran jea a la oración belleza y ornato ,2 lo llevan a efecto aquellas figuras estilísticas del discurso llam adas "tropos" y "esquem as ".-5

[39] DE LOS TROPOS Son "tropos " 1 los que transfieren una voz desde su significa­ do propio y nativo a otro im propio y extraño; unas palabras estas que Terencio llam a en latín “inversa”.2 Dos parecen ser las causas de tal mutación: la "necesidad" y el "ornato". La necesidad consiste en lo siguiente: que siendo las 99

palabras, como dice el jurisconsulto ,3 los signos de las cosas, y al ser en la naturaleza m uchas m ás las cosas que las palabras, resulta de ello que cualquier lengua se ve privada de un vocablo propio para expresar m uchas cosas, y por esta razón hubo de recurrirse a otros extraños ,4 com o cuando decimos que “los campos están sedientos ",5 que "los frutos se encuentran en mal estado ",6 "un hom bre duro y áspero ".7 Son tam bién aquí pertinentes los tropos inventados para acrecer o dism inuir el significado de la cosa conform e a su dig­ nidad: por ejemplo, “ardiendo de ira "8 m ejor que "airado"; "in­ flamado por el deseo "9 m ejor que "deseoso". Y lo son por ornato aquellos tropos inventados que han sido acomodados para proporcionar principalm ente placer y deleite. Y deben tam bién rem itirse a este lugar los tropos pensados teniendo en cuenta la honestidad, y cuando aquellas cosas poco honestas de decir se expresan con una voz translaticia ;10 por ejemplo, "residuos del alim ento ",11 "líquido excusado " .'2 Pues bien, de cuatro formas se transfiere el significado: del todo a la parte y al contrario, o de las causas a los efectos y viceversa, o de los símiles o de los opuestos. De aquí nacen los cuatro tropos prim arios :13 "sinécdoque", "metonimia", "metáfo­ ra" e "ironía " ,14 a ios que se rem iten todos los demás.

[40] DE LA METÁFORA De entre todos los tropos, ya se atienda a su esplendor o ya a su uso, el principal es sin duda la m etáfora .1 En efecto, no hay otro tropo m ás frecuente, más florido o m ás brillante que ella .2 Es ésta luz y estrella de la oración, u n a sim ilitud breve y con­ tracta en una sola voz, que contribuye a la copiosidad, la m ajes­ tad y la evidencia. Es, pues, la m etáfora el tropo por el que una palabra se transfiere desde un significado propio a uno extraño a causa de su sem ejanza ;3 p or ejemplo, si llam as con Ennio —a quien más tarde recogió Virgilio— a los Escipiones... [...] los dos rayos de la guerra,4

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es una similitud; pues tal com o el rayo en un instante aterrori­ za, hiere y abate, así los Escipiones fueron el terror, la ruina y la destrucción para los cartagineses. De cualquier lugar se puede pretender una m etáfora, con tal de que haya una sim ilitud con aquel lugar del que aquélla se recaba: cuanto m ayor es tal similitud, tanto m ás recom enda­ ble resulta la metáfora, como lo son las m etáforas denom ina­ das recíprocas: p or ejemplo, 'e l general, m ente del ejército”, "el ánimo, que im pera sobre la vida de los hom bres ”.5 Señalado elogio m erecen aquellas otras que dotan de ánimo y movimiento a las cosas carentes de facultad sensitiva, como [...] el Araxes, indignado contra el puente.6 Por ello son m ás brillantes las m etáforas consistentes en ver­ bos que en nombres: como "favorecen tal em presa ",7 "fluctúa en el calor de su ira ";8 y m ás las consistentes en nom bres adjeti­ vos que en sustantivos, como "mente férrea", "feliz cosecha ”.9 Una m etáfora goza de m ayor encanto cuanto m ás m odesta es. Y es m odesta o, como dice Cicerón, “verecunda " ,10 cuando m uda a un significado extraño m ás que irrum pir en él, de modo que parece haber derivado espontáneam ente, y no que se ha visto arrastrada a la fuerza, motivo éste por el que se censura la de Furio Bibáculo: Júpiter, escupiendo sobre los invernales Alpes, los cubrió de blanca nieve." Y es viciosa la m etáfora en la que la razón de la similitud es genérica en exceso, com o la de Ennio: “las ingentes bóvedas del cielo ".12 Y la que se ha tomado de muy lejos, por ejemplo: " 'Sir­ te del patrim onio ”,13 " 'Caribdis' de los bienes ”;14 y la que deriva de u na cosa vergonzosa, com o "Glaucia, estiércol de la curia ”, 13 "el Estado castrado con la m uerte del Africano ";16 y aquella que es m ayor que la cosa significada, com o “Jerjes, Júpiter de los persas”; y aquella otra que es m enor, como "la pétrea verruga del m onte ";17 o la que, sem ejante a un m onstruo, com ienza de una m anera y acaba de otra, como “río de elocuencia que todo lo incendia ",18 en lugar de "se desborda", "inunda".

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[41] DE LA METONIMIA En latín se llam a ím nsnom inatio ,1 y es el tropo por el que se confiere a la causa el nom bre del efecto o a lo sustantivo el nom bre de lo adjetivo, y viceversa .2 En razón de la causa se acoge aquí tanto a los inventores com o a los autores de las cosas. Tal es el caso del inventor por lo inventado: por ejemplo, "Marte" p o r la guerra ,3 “Baco" por el vino ,4 "Ceres" por el trigo .5 O el del autor, com o el del escritor por su obra :6 de la m ism a m anera en que ha dicho Juvenal, por ejemplo, "ingente Livio"7 tam bién se podría decir “brevísimo Persio". Y viceversa, del efecto por la causa ,8 com o "pálida m uer­ te",9 "triste vejez ",10 "vergonzosa penuria ",11 ya que la muerte hace palidecer y la penuria invita a actos vergonzosos. O el caso de lo sustantivo por lo adjetivo, com o "corazón" por "prudencia"; de ahí que los latinos dicen con admiración: "¡corazón de hom bre !” 12 por "necio"; y, por el contrario "corda­ to " 13 por "sabio": por ello Escipión Nasica, debido a su sum a prudencia, fue llam ado "corazoncito ".14 Con esto se debe tam bién poner en relación la m etonim ia del continente por el contenido, p o r ejemplo, "Italia" por "los italianos”, "ha apurado la pátera" p o r "todo el vino contenido en la pátera". Y la del poseedor por la cosa poseída, como "arde el cercano Ucalegón ",15 en vez de "la casa cercana de Ucalegón". Un caso éste a] que pertenece aquel género de locución de: "sale de Thais”,16en lugar de expresar "de la casa de Thais". De la cosa significada por su imagen, por ejemplo una esta­ tua o un retrato en lugar de las personas que representan; y el del nom bre en vez de la nación, com o el "nom bre rom ano " 17 por “el pueblo rom ano”; y con ello hay que relacionar el susti­ tu ir la cosa por su nom bre, como ocurre en Virgilio: Enseñas a los bosques a repetir el nombre de la hermosa Amarillis.18 Y genéricamente, de la señal por la cosa señalada, por ejem­ plo “las haces " 19 por "la m agistratura"; com o aquello de "mayor beneficio aportó a la república Cicerón con su toga que Pompeyo con su sayo m ilitar”. O de la cosa que en u n m om ento deter­ m inado sucede por ese m ism o m om ento: por ejemplo, la "terce­ ra cosecha "20por “el tercer verano". 102

Y está, en fin, la m etonim ia de lo adjetivo por lo sustantivo, como "se acuesta en un lecho de p ú rpura ”21 en lugar de “en un ropaje de cam a teñido de púrpura". A ello se debe rem itir tam ­ bién aquélla del contenido por el continente, com o "coronan los vinos"22 por "llenan el cazo de vino hasta el borde”. Del tiempo, por la cosa que en él se encuentra, por ejemplo "siglos de oro ",23 "de hierro ".24 La actitud aním ica por el propio sujeto que la tiene, como "propósito crim inal "25 p or "criminal": a lo que atañe aquella lo­ cución de Terencio: Nadie dará nada a estas costumbres.26

[42] DE LA SINÉCDOQUE Se llam a esta en latín comprehensio, 1 y es el tropo en que se expresa el todo p or la parte y viceversa .2 "Todo" se denom ina en la Escolástica algo universal, algo esencial, algo integral. Y de ahí se derivan seis m odos de si­ nécdoque .3 La del todo universal o del género por la especie, como "mortales ”4 por "hombres”, "palabras de consuelo "5 por "con­ suelo", "dirigir palabras de consuelo” por "consolar", "actor" p or "jugador”. La de la especie por el género, com o "Mirtos "6 por cualquier m ar, "Austro "7 p or cualquier viento. El todo esencial por la sola form a —com o "hombres inm or­ tales"— o p o r la sola m ateria —como "aquí yace sepultado Ticio ”— ;8 la parte formal o m aterial p o r el todo esencial —como "alma m ía ”.9 E n este punto se encuadra el uso de "plata ” 10 por "dinero”, “hierro ” 11 por "arm as”. El del todo integral por la parte, com o dijo Cicerón: "Ves que el orbe terrestre se consum e p o r la guerra, con los poderes divididos " ,12 en lugar de “ves que el im perio romano...". La parte integral por el todo, como "popa” por "nave”, "pun­ ta” por "espada ”,13 "techo” por “casa ”, 14 "cabeza” por “hom bre ".15 Aquí debemos encuadrar tam bién el uso del núm ero singular p or el plural, como "el rom ano vencedor en el c o m b a te 16 Y el 103

del plural por el singular, como —por m odestia— dicen los lati­ nos en prim era persona "nosotros ” 57 por "yo”. O el empleo de núm eros redondos por uno m ayor o m enor, como dijo Livio: “Calcis, el célebre puerto de las mil naves de Agamenón ";18 naves cuyo núm ero Homero, en cambio, cifra en ochenta y seis .19 O de lo infinito por lo finito —com o “innum erables enemi­ gos "20 por "muchísimos"—; o de lo finito por lo infinito, como "seiscientos ejemplos "21 por "innumerables".

[43] DE LA IRONÍA E n latín se dice clissimulatió o illusio, y es el tropo p o r el que estam os pensando justo lo contrario de lo que decimos , 1 como ocurre en Terencio: Salud, buen hombre... te has ocupado de ello muy bien.2 Se desarrolla con elegancia m ediante la partícula “evidente­ m ente’’ [scilicet], como dice Dido a Eneas: Es ésta, evidentemente, la labor de los dioses y ésta la inquietud que turba su tranquilidad.3 Y por m edio de la partícula "en verdad" [vero], com o Juno a Venus: Obtenéis, en verdad, egregia loa y pingües despojos.4

[44] DE LAS MODALIDADES DE LOS TROPOS "Catacresis" [calachrcsis]' o abuaio es una cierta rudeza de la m etáfora, com o “el varón del rebaño ",2 "tras haber am ena­ zado con cosas herm osas ",3 “prom etí u n vengador ",4 “esperar el dolor ".5 Alegoría, en latín diversiloquium, es una translación m ulti­ plicada ,6 como: ¡Oh nave, oleajes nuevos Le devolverán al mar! ¿Qué haces? Llega valerosamente a puerto .7 104

Donde, bajo la sim ilitud con una nave, se describe al Estado, con la im agen de la tem pestad las guerras civiles, y con la del puerto la paz. Así Cicerón, en el Pro Caelio, bajo la alegoría de la navega­ ción representa su discurso: "Puesto que ya mi discurso ha sali­ do de los bajíos y ha dejado atrás los escollos, el trayecto restan­ te se me m uestra m uy fácil".8 Mas es hermosa sobremanera, en el Pro Murena, la alegoría en la que se encuentran la gracia de la similitud y el encanto de la translación, am bas cosas: "Pues ¿qué estrecho, qué Euripo pensáis que tiene tantos vaivenes, tantas y tan vanas agitaciones y cambios de flujos cuantas perturbaciones y m areas jalonan el proceso de los comicios ?’’.9 Nace tam bién la alegoría de la continuación de otros tropos, como de la metonimia: Sin Cores y Líber, Venus se hiela.10 Debemos velar por no com enzar las alegorías por un género de cosas y term inarlas p o r otro distinto, lo que constituiría una m onstruosa inconsecuencia. "Hipérbole”n o superlatio es una translación que supera lo verosímil, ya sea a m ayor —com o “se eleva a los astros el cla­ m or ",12 ‘m ás veloz que las alas del rayo "— 13 o a m enor —como "estas palabras me hacen m orir de miedo, desgraciada de mí ",14 "en ningún lugar está la confianza segura " .15 En este segundo ejemplo aparece una sinécdoque que recoge la confianza. "Metalepsis ” 16 es el nexo de varios tropos, como: Después de algunas espigas, me admiraré al ver mis reinos.17 Donde se expresa "espigas" por sinécdoque en lugar de "co­ secha", "cosecha” por m etonim ia en lugar de "verano", y "vera­ no” de nuevo por sinécdoque en lugar de "año".

[45] DE LAS ESPECIES DE TROPOS Asimismo se denom ina "metalepsis ” 1 a ú n a especie de m eto­ nim ia que opera cuando se expresa el antecedente por el conse­ cuente, como "oír" por "creer", "escuchar" por "obedecer", "ver" 105

por "entender"; o, por el contrario, el consecuente por el antece­ dente, como "decir” por “entender'. "Antonomasia ”2 es u n a especie de sinécdoque ,3 a saber, el uso de una especie sobresaliente en lugar de su género, como en "Melio”4 por "perturbador”, "Curio”'’ p o r "m oderado”, "Lu­ crecia ”6 por "púdica”. A este apartado pertenece aquel caso en que se hace uso del nom bre de u n pueblo para m encionar a cualquier persona do­ tada de las costum bres de aquél, com o "tarentino” por "volup­ tuoso”, "cam pano "7 p o r “soberbio”, “púnico ”8 por "pérfido”, "tracio” por "hom bre de carácter obtuso”. O cuando se da el nom bre del género a la especie más pres­ tante en tal género, como si abarcase el género por entero; por ejemplo, "urbe” por "Roma”, "orador" p o r "Cicerón", "poeta'’ por “Virgilio". Aquí debemos rem itir tam bién aquella antonom asia de "Ar­ píñate” por "Cicerón”, "Patavino" por "Livio”, "Sulm onense” por "Ovidio", "Venusino" por "Horacio ”,9 y los patroním icos de los poetas. "Litotes” o extenuado™ es tam bién u n apartado de la sinéc­ doque, por la que se dice menos de lo que se piensa, com o "no desprecio los regalos ” 11 por "los recibo de buen grado", "no ala­ bo " 12 por "censuro”. Es u n a especie de ironía el "sarcasm o ” 13 o irrisión hostil ha­ cia quien ya está m uerto o m oribundo, como: Te irás de aquí como mensajero y comunicarás al Pelida esta noticia.14 "Diasynnos ” 15 es tam bién u n a irrisión hostil, m as no m e­ diando muerte, cual es la del cam pano que, en Livio, hostiga al rom ano, cuando lo llam a "hospitalario enemigo " .16 El "carientismo ” 17 suaviza las palabras duras, como "conve­ nientem ente” [recta] por "nada”, "hacer un sacrificio" por "matar a la víctima", "evaporar incienso” por “quem arlo”, "que los dio­ ses nos sean propicios” [Dii melioraV8 por "que alejen de noso­ tros los males''. Así Davos m ega a Sim ón que 110 lo maldiga: Con buenas palabras, por favor.19 El "asteísmo ”20 es u n fino donaire, como:

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Que tus poemas gusten, Mevio, a quien no odie a Bavio, y también unza zon'as y ordeñe a machos cabríos.21 La "mimesis” o "imitación ”22 es aquella por la que se refie­ ren las palabras ajenas en un discurso correcto, m as con un sentido m uy diverso: así, dice a Thais el tercnciano Fedrias: ¿Crees que no sabía adonde ibas? "De pequcñita la robaron de aquí; como a hija suya la educó mi madre; la tomaron por mi hermana; ahora quiero llevármela de aquí para devolverla a los suyos”.23

[46] DE LOS TROPOS APARENTES La “onom atopeya ” 1 no sólo no es un tropo sino que, por su intermedio, se form an las m ás propias de todas las voces, sien­ do así que se las modela partiendo de su propio sonido, como "el clam or de las tubas ",2 "el estridor de las jarcias ",3 "el m ur­ mullo de los vientos ",4 "de los torrentes ",5 "el fragor de los true­ nos ",6 "relinchar", "mugir", "balar", "rugir", "gruñir”, y otras así. La "antífrasis ",7 según opinan generalm ente los gramáticos, designa las cosas m ediante sus contrarios; mas ésta ha nacido de su propia ignorancia, pues, al desconocerlos verdaderos orí­ genes de los vocablos, para poder aportar uno u otro se refu­ gian en la ficción com o si fuese un asilo para su ignorancia, y así piensan que se dice "bosque sagrado” [lucu.sT "porque no luce", siendo así que procede del griego "XnKoc;", "lobo”; "gue­ rra” [bcllum] “porque no es algo bello”, cuando proviene del antiguo “diieUum”, m udando "da" en "be’1;9 "obligación" [officium ] "porque no se opone”, cuando deriva de la partícula "ob”, esto es, "perfectamente" y “hago” [jacio].

[47] DE LOS ESQUEMAS O FIGURAS La otra parte del decoro se encierra en los esquem as [schemata].x Los esquemas son propiam ente las vestimentas, sobre todo las de la escena. De ahí que se llam an esquemas, como adornos del discurso, ios que consisten en la textura de las pala107

bras o en la disposición de las sentencias ;2 pues tal como los actores teatrales se visten con diversos ropajes según la varie­ dad de sus personajes, así tam bién el orador viste su discurso con diversos esquem as de form a acorde con la diversidad de co­ sas de que trata. Y en am bos casos en aras de la dignidad. En latín se denom inan figurad ,3 pues son ciertas formas conspicuas a las que deben conform arse palabras y sentencias.

[48] DE LAS FIGURAS DE DICCIÓN ,1 Y ANTE TODO DE LAS CONSISTENTES EN DEFECTO O EXCESO El "asíndeton', en latín “disiunctum ”} se adecúa a Jas cosas rápidas, como; Traed rápidos las llamas, largad las velas, bogad3 Y asimismo: Traed, hombres, las llamas, disparad las Hechas, escalad los muros4 Es válido tam bién para la acumulación: Sobrevienen de golpe [antas adversidades, de las que 110 se puede emerger, violencia, penuria, injusticia, soledad, infamia.5 Y lo que Cicerón dice de Clodio: “Instaba, acosaba; la ciu­ dad, Italia, las provincias, los reinos no podían ab a rca r su locura ".6 El "polisíndeton "7 resulta útil para exagerar, como... [...] vagamos sin conocer ni a los hombres ni los lugares.8 Y en otro lugar: ¿A cuál, ya sea de los dioses o de los hom bres, no he acusado yo, loco de mí?9

Dice Cicerón en sus Episíulae: "A mí, p o r delante de todos, me respeta y m e honra y m e estim a " .10 Y en In Verrem: "No ha dejado nada, ni privado, ni público, ni profano, ni sagrado, en toda Sicilia”."

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DE LAS FIGURAS DE DICCIÓN BASADAS EN LA REPETICIÓN j;. La "antanaclasis " 1 se da cuando se hace uso de u n a m isma voz con diverso significado, com o "es grato ser am ado [[aman], siem pre que no haya en ello nada am argo [amari]”.2 Existe "ploce"3 cuando la m ism a voz significa en un lugar persona o cosa, y en otro costum bres y caracteres: [...] desde entonces Condón es Condón para nosotros...4 Se da la "sinonimia" o "interpretación” [interpreíatió]* cuan­ do se buscan voces de significación similar, al objeto de explicar con decoro una cosa, y de ello hem os hablado extensamente cuando tratam os acerca de la elegancia.

[50] DE LAS FIGURAS DE DICCIÓN BASADAS EN LA COLOCACIÓN 1 "Anáfora "2 es la repetición de una m ism a voz al principio de la oración: Por tres veces intenté tender los brazos alrededor de su cuello, por tres veces la imagen, tras mi frustrado intento, se me escapó inasible de Jas manos.3 Es aseverativa: Eres tú quien me ha procurado este reino, tú el cetro y el favor de Júpiter, tú quien me permite participar en los festines de los dioses.4 Y en otra paite: Así movía ella los ojos, así las manos, así la boca.5 O acosa, como en la Prima. Catilinaria: "¿En nada te han conmovido las nocturnas guardias del Palatino, en nada los centinelas de la ciudad, en nada el m iedo del pueblo, en nada el concurso de todos los hom bres de bien, en nada que las sesio­ nes del Senado se celebrasen en lugar tan resguardado, en nada la faz y el rostro de los presentes ?”.6 109

Es elegantísima cuando se yuxtaponen cosas opuestas: Tú vales para luchar y yo tengo la fuerza de la sagrada razón; tú posees la fuerza «racional, y yo me ocupo del futuro .7 Y en el Pro Roscio Amarino: “Son los acusadores aquellos que se apropiaron de su fortuna, y él, al que nada dejaron salvo su infortunio, se ve obligado a defenderse ".8 La “epiphom”,9 opuesta a la anáfora, es la repetición en las cláusulas de un a m ism a voz: Levantémonos; pues dañosa suele resultarles la sombra a los que cantan; lo es la sombra del enebro, y también a las mieses son nocivas las sombras.10 Cicerón contra Antonio: “Sentís dolor por la aniquilación de tres ejércitos del pueblo rom ano: Antonio los ha aniquilado. Añoráis a los m ás ilustres ciudadanos: tam bién os los ha arre­ batado Antonio. La autoridad de este orden se ha visto sacudi­ da: Antonio ha sido quien lo ha hecho ”. 11 La “symploce”u consta de una anáfora y de una epiphom : ¡Qué bien, Cauno, podría ser yo la nuera de tu padre! ¡Qué bien, Cauno, podrías ser tú el yerno de mi padre !13 Cicerón, en De ¡ege agraria: “¿Quién propuso la ley? Rulo. ¿Quién privó del sufragio a la mayor parte del pueblo? Rulo. ¿Quién pre­ sidió los comicios...? Ese m ism o Rulo ”.14 “Epanalepsis ” 15 es la repetición de una m ism a voz al princi­ pio de la proposición precedente y al fin de la siguiente: Mucho preguntando sobre Príamo y sobre Héctor mucho.16 Y Ovidio en los Fasti: Un solo día había enviado a la guerra a todos los Fabios; y, enviados a la guerra, los perdió un solo día.17 Im itándolo Ausonio en De rosis, lo contrajo en un solo verso: Un solo día las abre, y las marchita un solo día.ls Y Cicerón, en el Pro Marceño: “Hemos visto tu victoria seña­ lada por el fin de los combates; no hem os visto en la ciudad una espada desenvainada ” .19 El “epanodos”20 existe cuando repetim os en un lugar poste­ 110

rior lo que estaba ubicado en uno anterior, y en uno anterior lo que estaba en uno posterior: Fuiste cruel tú también, madre. ¿Fue más eme! la madre o malvado aquel niño? El niño fue m alvado, m as tú ta m b ién fuiste cruel, m ad re.21

Dice Cicerón en Pro P iando: "Aquel que manifiesta... su gra­ titud, la tiene; y quien la tiene, por el propio hecho de tenerla, la )) expresa .

[51] DE LAS FIGURAS DE DICCIÓN EN RAZÓN DE LA PRONUNCIACIÓN La “epizeiixis”1 es la repetición de u n a m ism a voz con vehe­ mencia: ¡Ah Condón, Condón!, ¿qué locura se apoderó de ti?2 Cicerón, en In Verrem: “La cruz, la cruz digo, le estaban pre­ parando al infeliz y desgraciado ” .3 Y en Philippicae: “No tenéis, vosotros no tenéis, ciudadanos, disputa alguna con aquel enemigo con el que pueda existir al­ guna condición de paz ” /1 Alguna que otra vez se dan la "parembole" o la "parenthesis inversa”. La parembole,5 como en “guerras, hórridas guerras ".6 Y Cicerón: “He visto, en efecto, he visto y advertido plenam en­ te ".7 Y la p a r e n th e s is en el Pro Marcello: “Todo esto, por grande que sea (y ciertam ente lo es en sum o grado), todo, digo, es tuyo ” .9 Conviene al énfasis y a los afectos.

[52] DE LAS FIGURAS DE DICCIÓN BASADAS EN LA CONEXIÓN Existe “clímax" o “gradación" [gradatio]] cuando pasam os de una cosa a otra en forma tal que conectam os con la m isma palabra lo siguiente a lo anterior:

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La torva leona va en pos clcl lobo, y el lobo de la cabrita, y la retozona cabrita va en pos del florido citiso.2 Y Ovidio en los Fasti: Marte la ve y tras verla la desea y tras desearla la posee.3 Cicerón, en Pro Roscio Afuerino: "En la ciudad se engen­ dra la lujuria, y necesariam ente de la lujuria nace la avaricia, y de la avaricia brota la audacia. Y de ahí trae n su origen todos los crím enes y delitos ".4 Y en las Philippicae: "¿Pues en qué, p o r los dioses inm ortales, puede n u estra em bajada be­ neficiar a la república? ¿B eneficiar digo? ¿Y qué si aú n ha de perjudicarla? ¿Ha de perjudicarla? ¿Y qué si ya la ha dañado y perju d icad o ?".5 Y el Auctor ad Herennium .:6 "¿Pues qué futura esperanza de libertad nos resta si a aquellos les es lícito obrar según su ca­ pricho, y lo que les es lícito les resulta posible, y osan aquello que les es posible, y hacen lo que osan, y lo que hacen no os desagrada ?".7 Armoniza y conecta con encanto las causas.

[53] DE LAS FIGURAS DE DICCIÓN BASADAS EN LA DIVERSIDAD DE CASOS La “poliptoton " 1 se da cuando se coloca la m ism a palabra en diversos casos: Deseo que nuestras playas sean adversas a sus playas, nuestras olas a sus olas, y nuestras armas a sus armas: que luchemos con ellos nosotros mismos y nuestros descendientes.2 Y nuestro Estacio, en el libro octavo de las Thebaid.es: Ya se ve rechazado el escudo por el escudo, su centro por otro centro, la amenazadora espada por la espada, el pie por el pie y la lanza por la lanza.3 Cicerón, en Pro Caelio: "Pugnará cosa con cosa, causa con causa, razón contra razón ”.4 Y la Venina Séptima:. "Un lugar concreto, u na ley concreta, un tribunal concreto ".5 Y en el Pro 112

Archia: “Pero de ejemplos están llenos todos los libros, llenas las sentencias de los sabios, llena la antigüedad ".6 Es un esquem a sim ultáneam ente áspero y grave.

[54] DE LAS FIGURAS DE DICCIÓN BASADAS EN LA SEMEJANZA DE CASOS El “parechmenon”! se da cuando jugam os con palabras deri­ vadas, como aquel pasaje de Cicerón en Laeliiis: "Mas tal como entonces yo era u n viejo que escribía a otro viejo sobre la vejez, así en este libro, como un entrañable amigo, he escrito a un amigo sobre la am istad ".2 Es figura m uy elegante. Existe "paronomasia" o "annom inatio "3 cuando con un pe­ queño cambio en la palabra la oración se torna en otro sentido distinto. Y ello sucede, bien con u n cam bio de letra o de sílaba, como dice de Venus Ausonio: Surgida del mar [saló\, acogida por el sucio [soló], engendrada por el padre cielo [ccielo].4 Livio: "Así pues, soy el prim ero en derogar y abrogar un plebiscito que me ha resultado m ás oneroso que honroso ”.5 Y la Philippica Secunda: "Cuando en el regazo de las com ediantas dejabas descansar tu m entón y tu m ente ".6 O por detracción, com o dice Cicerón de sí mismo: ¡Oh Roma afortunada nacida í’fortunatam ncitam] en mi consulado!7 Por ello dijo Juvenal que deberían evitarse los poem as de Cicerón .8 O por adjunción, como Terencio en Heauton tim orum enos: Para ti estarán prestas las palabras [verba] y para este hombre los azotes [verbera].9 O p o r transposición, como "Roma-amor", con la que grave­ m ente jugó el poeta :10 Todo lo vence el amor.11 Si se invierte "todo lo vence...". Sirve para brom as y risas . 12

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[55] DE LAS FIGURAS DE DICCIÓN ARMÓNICAS 1 [I] De las figuras de dicción basadas en la sim ilitud de formas flexivas El "homoeoptoton"2 o "figura de la similitud casual" se da cuando dos o más palabras son expresadas en una m ism a ora­ ción y una m ism a forma flexiva. Así, en Pro lega Man ilia: "Y, ante lodo, ¡cuán completa debe ser la integridad de los generales, cuánta adem ás su tem planza en todo, cuánto su crédito, cuánta su disponibilidad, cuánta su hum anidad !".3 Y en el Pro Archia: “¿Y no voy yo a estim arlo, ni a adm irarlo, ni a defenderlo por todos los m edios ?".4 Hace que el proceso discursivo sea uniforme. [II] De las figuras de dicción basadas en la sem ejanza de las term inaciones Existe “homoeoteleuton”5 o "sem ejanza de las desinencias" cuando incisos o m iem bros de la oración term inan en un soni­ do similar: Con tales palabras Eneas (trataba de calmar su ánimo) enfurecido [arden!en i\ que le lanzaba torvas miradas... [dienten i].6 [...] mi padre nos aconseja recorrer el mar [mari] y su perdón implorar [precari].’ Y no me di cuenta [respexi] de que la había perdido ni pensé en ella [reflexi] antes de...s En Pro lege Manilla: "De m odo que no sólo los ciudadanos han asentido siem pre a sus deseos, los aliados han accedido y ios enemigos han obedecido, sino que adem ás viento y tem pes­ tades los h an secundado ".9 Y en Pro Milone: “No ya para extinguir [exslingiiendam] su vida, sino para quebrantar [infngendam] su gloria por medio de tales hom bres ".10 [III] De las figuras de dicción basadas en la paridad de los m iem bros El "isocolon ” 11 o "paridad de los m iem bros” se da cuando los m iem bros del discurso se despliegan con pareja medida, en í 14

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parles iguales, de m odo que todas se corresponden con igual proporción de sílabas. Así Cicerón, en Pro lege M añil ia: "Se aprestó para tam aña guerra... a finales del invierno; la em prendió a com ienzos de la primavera; la finalizó a m ediados del verano " .52 Contribuye a la claridad. La naturaleza de las figuras llam adas de dicción es tal que, como podemos ver, su artificio no tiene nada o poco de sólido, y aparenta m ás de lo que es en realidad. Deleitan, sin duda, mas los oídos, no la m ente, y, en los asuntos, no consiguen nada que m erezca la pena. Son fáciles y evidentes, por lo que más que m antener la atención de los oyentes en el tem a los distraen de él; y, siendo obvias, descubren el artificio y restan credibilidad .13 De ahí que en las causas de m ayor entidad, como las que se sustancian ante los tribunales y en los juicios públicos, sea m uy parco su uso; y, en cambio, la licencia en ello sea m ayor cuando se instituye u n discurso encam inado al deleite, com o ocurre en los ornatos oratorios.

[56] DE LAS FIGURAS DE PENSAMIENTO 1 Éstas son aquellos adornos de la elocuencia con los que no se realza tanto el cuerpo como el espíritu de la oración; que no aca­ rician los oídos sino que conquistan las mentes y, aun contenien­ do en sí gran arte, no lo patentizan. Por tal género de ornam entos Demóstenes entre los griegos y Cicerón entre los latinos obtuvieron el cetro de la elocuencia, y, sin duda, con todo derecho. En efecto, en estas figuras se forma aquello en lo que se fundan todos los m iem bros y fuerzas del discurso: pues son brillantes figuras del concepto, razón por la que se les llam a figuras de pensam iento. Algunas de ellas conciernen al adorno de la invención, otras a la arm onía de la disposición. De entre aquellas que adornan la invención, unas se refieren a la prueba, otras a la explicación, unas a los afectos y otras a las costumbres.

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[57] DE LAS FIGURAS DE PENSAMIENTO ' RELATIVAS A LA PRUEBA A la vanguardia de la colum na de tal género de figuras está la "prolepsis” o "anticipación" [pcciipcitio ],1 p o r la que nos anti­ cipamos o desvirtuam os lo que conjeturam os que nuestro ad­ versario nos puede objetar. Son fórmulas de la anticipación :2 "aquí alguno dirá ";3 "si por fortuna alguien se admira"; "para que nadie se asom bre ";4 "aquí quizás alguien m e objete ”;5 "porque si ahora alguno m e pregun­ ta ";6 "preguntará alguien ";7 “m as dirás sin duda ";8 "veo que se acusa"; "siento que mis adversarios m e obstruyen el paso". Exi­ ge del orador prudencia para ver absolutam ente qué es lo que el auditorio aprueba con facilidad y a qué se opone. Es figura m uy acom odada para los proemios. “Hypobole" o “subiecíio“9 es aquella otra por la que propone­ mos las objeciones de form a porm enorizada y las desvirtuamos tam bién un a por una. Consta de tres partes: la prim era la pro­ posición, la segunda la enum eración de los argum entos y su re­ futación, y la tercera la conclusión. Así Cicerón en Pro Quinctio: "¿Se dudará acaso de si resulta m ás probable que Sexto Nevio, si se le debía algo, habría dem andado su pago inm ediatam ente, o no lo habría reclam ado durante todo un bienio?” (hasta aquí la proposición). "¿No era el m om ento de reclam arlo? Mas vivió contigo m ás de un año. ¿No podía hacerse en la Galia? Mas en la provincia se adm inistra justicia y en Rom a se celebran jui­ cios. Resta sólo que te lo haya im pedido u n a gran negligencia o una liberalidad única. Si dices que fue negligencia, nos adm ira­ remos; si bondad, nos reiremos; y no consigo encontrar qué m ás podrías decir." H asta aquí han sido enum erados y refuta­ dos los argum entos (sigue la conclusión). "El hecho de que Ne­ vio no reclam ase n ada durante tanto tiem po es prueba suficien­ te de que nada se le debía ."10 “Ancicoenosis" o “com m unicatio”11 es aquella p o r la que con­ sultam os al propio adversario o deliberam os con los jueces acerca de qué pensarían ellos que debería hacerse si estuviesen en nuestro lugar. E n Pro Caecina: "Te pregunto: si hoy, al volver a tu casa, unos hom bres en cuadrilla y arm ados no sólo te impi­ diesen el acceso a las estancias y al interior de tu m orada, sino lió

al zaguán y al vestíbulo, ¿qué harías? Un amigo mío, L. Calpurnio, te aconseja que digas lo m ism o que él ha dicho anterior­ mente en un proceso p o r injurias. M as ¿qué tiene eso que ver con una causa sobre la posesión ...?".12 En Pro Quinctio: "Te pregunto, C. Aquilio, y a L. Lucilio, P. Quinctilio, M. Marcelo: no ha com parecido ante el juez un cierto socio y allegado mío con quien m edia una vieja am istad y una reciente disputa acerca de un asunto pecuniario; ¿pido, pues, al pretor que se m e perm ita entrar en posesión de sus bienes, o mejor, ya que en Rom a tiene casa, m ujer e hijo, enta­ blo la denuncia sobre tal casa? ¿Cuál sería, en fin, vuestro pare­ cer sobre esta cuestión ?".13 Tal como en la "subiectio" exploramos tanteándolos los ar­ gum entos adversos para refutarlos todos uno p o r uno, así en la “com m unicatio”, como si estuviésemos persuadidos de la pure­ za de nuestro derecho y de la rectitud de nuestra causa, apre­ m iam os con insinuaciones y arrancam os del adversario una tá­ cita confesión y del juez u n a sentencia: es, pues, m uy válida para la insinuación. "Epitrope” o "concesión" [concessio]14 es aquella por la que incluso lo inicuo, incluso lo falso, incluso lo inapropiado lo con­ cedemos a nuestro adversario como si fuesen algo justo, cierto y verdadero, fiando en que gozamos de sobradas razones, en las que abundam os tanto que, aun concediendo aquellos extremos que con todo derecho podríam os negar, dem ostram os que se­ guimos siendo superiores en la causa. Se construye con las siguientes fórmulas: "sea ”;15 "tenlo por verdad ";16 "sea verdad ";’7 "admito esto al acusador"; "concédase esto a los adversarios"; "lo tolero"; "lo soporto''; "lo permito"; "sea realm ente así ";18 "no lo discuto"; “no lo rehusó ”;19 "no me opongo ",20 Existe una seria y otra irónica: seria, com o en Pro Roscio Amarino: "Sea, no puedes ofrecernos un móvil, Aunque ahora m ism o debo declararm e vencedor, cederé con todo en mi dere­ cho y, confiando en la inocencia de mi patrocinado, te concede­ ré en esta causa lo que en otra parte no te concedería. No te pregunto por qué Sexto Roscio ha m atado a su padre, te pre­ gunto cómo lo ha m atado ".21 E n el Pro Murena: "Pero bien, sean en efecto análogas todas estas cosas, sea análoga la labor forense de la militar, y el sufra­ gio m ilitar del civil, sea tam bién Jo m ism o el haber organizado 117

unos juegos con la m ayor magnificencia que el no haberlo he­ cho nunca. ¿Y qué? En la m ism a pretura, ¿piensas que no exis­ tió diferencia alguna entre tu ocupación y la de éste ?".22 Irónica: en Pro Flacco: “Así pues, hagam os sacrificios a Léntulo, tributem os honores fúnebres a Cétego, llamemos de vuelta a los desterrados; y sufram os a nuestra vez, si así place, los castigos por nuestra excesiva piedad y sum o am or a la patria ".23 Dido a Eneas: [...] Ni te retengo ni refuto tus palabras: ve, pon rumbo a Italia con el favor de los vientos, busca tu reino a travos de las olas.24 Y el terenciano Demea: Al contrario, que se marche, que le vaya bien y viva con ella;25 que derroche, se pierda y se muera; me trae sin cuidado.26 De todo este género de figuras la m ás artificiosa es el “co­ lor ",27 por la que alegamos, en lugar de u n a causa que nos perjudica, un pretexto verosímil; aportam os com o prueba el Pro lege Manilla, cuando Cicerón, para no d añ ar a Lúculo, no quería referir la verdadera causa de una inexperim entada vic­ toria: siendo ésta, en efecto, u n a sedición m ilitar, cubrió tal ignom inia con la honestidad del siguiente “color": "Mas nues­ tro ejército, aunque había tom ado la capital del reino de Ti gra­ nes y había entablado exitosos com bates, estaba, con todo, in­ quieto por la excesiva lejanía de aquellos parajes y la añoranza de los suyos ".28 Se adecúa a quien refuta y rebate, y es, sin duda, la más difícil de todas las tareas de la pericia oratoria. “Gnome"29 o sentencia es una proposición general de aque­ llas cosas que en el transcurso de la vida buscam os o rehuimos. En Pro Milone: "Es propio de un pueblo agradecido recom pen­ sar a los ciudadanos que han senado bien a la república, y de un hom bre valiente no verse inducido, ni siquiera bajo supli­ cios, a arrepentirse de haber obrado valerosam ente ".30 Procura gravedad al discurso; prueba, a m anera de testim o­ nio del género hum ano; deleita, pues enseña con brevedad y brillantez; m as no debe em plearse con frecuencia en el discur­ so público, p ara no d ar la im presión de que, m ás que hablar, filosofamos. 118

Más apropiado al discurso es el “noiima o "sentencia acóm odada a la oración". Gnome es, de un lado, "nada es tan po­ pular como la bondad ";31 y noiima es eso mismo, que Cicerón aplica a César en Pro Ligario: "Tu fortuna no posee nada más grande que tu capacidad, ni tu naturaleza nada m ejor que tu voluntad de otorgar tu protección al m ayor núm ero de perso­ nas posible ".32 Hace la oración verosímil y ejemplificadora de morigeración.

[58] DE LAS FIGURAS DE PENSAMIENTO DIRIGIDAS A EXPLICAR Explicam os o las cosas, o las costum bres o los afectos; las figuras del prim er género tornan el discurso brillante, las del segundo ejem plificador de m origeración, las del tercero apasionado. Dentro del grupo del prim er género se encuentra la “hypotyposis ", 1 por la que el asunto se expone con tanta claridad y distinción 2 que da la im presión de no ser percibido por los oí­ dos, sino con los ojos. Así Cicerón en Pro Roscio Ameri.no: "¿También en asuntos tan evidentes ha de buscarse argum enta­ ción o hacer conjeturas? ¿No os da la im presión, jueces, de es­ tar viendo con vuestros propios ojos lo que habéis oído? ¿No veis a aquél desdichado, ignorante de su desgracia, volviendo de la cena, la em boscada que le tendieron, el repentino ata­ que? ¿No está Glaucia ante vuestros ojos, en m edio del asesina­ to? ¿No está allí ese Ticio Roscio? ¿No coloca en el carro con sus propias m anos a aquel Automeclonte, m ensajero de su ho­ rrible crim en y de su execrable victoria? ¿No le m ega que vele durante esa noche, que se sacrifique por su honor, que lo anun­ cie cuanto antes a Capitón ?",3 Es eficaz para la evidencia y el adorno del discurso, am én de para conm overlos ánimos. Y en efecto, si decimos que "el pala­ cio de Príam o ha sido tomado", sin duda lo hem os dicho todo; m as este breve enunciado, por su escaso desarrollo, penetra poco en los afectos .4 Pero si se pone al descubierto todas las circunstancias, que —com o en una sum a— estaban incluidas en una sola palabra, aparecerá aquello no sin em oción anímica. 119

Mas en el interior del palacio se mezclan los gemidos y el mísero tumulto, y los aposentos más íntimos de la mansión resuenan con los alaridos de las mujeres: el clamor hiere los dorados astros. Entonces madres temblorosas vagan por sus enormes salas y abrazándose a las jambas de las puertas se aterran y las besan. Pirro ataca con la violencia paterna, y ni cerrojos ni los mismos guardias se bastan para soportar su empuje; la puerta se derrumba ante los repetidos golpes del ariete, y las jambas arrancadas de sus goznes caen al suelo. La violencia abre camino; los Dáñaos hacen pedazos las entradas, matan a los primeros y llenan los amplios aposentos con un ejército.5 “Icón” o “imagen" [imago]0 es una asimilación que se hace por m edio de partículas, por ejemplo "como", "tal como", "a m anera de” y otras sem ejantes .7 E n Pro dom o sua: "Y tú surgis­ te com o un tu m o r en m edio de esta herida ” .8 E In Verrem: "Pues cuando se m archó, por dondequiera que hizo el camino, no parecía que avanzaba un legado del pueblo rom ano, sino una suerte de calam idad ".9 La "parábola" [parabole] o "com paración" [coinparatia]10 se da cuando se recaba de alguna parte u n a sim ilitud 11 para ilumi­ n ar aquello sobre lo que versa la charla: y así comò con frecuencia surge en un gran pueblo la sedición y el innoble vulgo se enfurece y vuelan ya antorchas y piedras, y el furor suministra las armas: entonces, si por fortuna ven a un hombre respetado por su piedad y sus méritos, guardan silencio y asisten con sus oídos atentos; aquél con sus palabras gobierna sus ánimos y aplaca sus corazones: así cesa todo el fragor del mar cuando el padre, mirando la marina llanura y transportado a cielo abierLo, cambia el rumbo de sus caballos y volando en su obediente cano afloja las riendas.12 Del icón y la sim ilitud 13 ya hem os dicho bastante anterior­ mente, cuando tratam os de las sentencias .14 Existe “symbole" o "cotejo" [collatio]15 cuando se traen a cola­ ción elegantemente m uchas cosas, al objeto de que se vea más claram ente en qué difieren o convienen. Cicerón, en In Verrem: "Comparad esta paz con aquella guerra, la llegada de este pretor con la victoria de aquel general, la im pura cohorte de éste con el invicto ejército de aquél, las pasiones de éste con la continencia de aquél; diréis que Siracusa fue fundada por aquel que la tomó, y que fue tom ada por éste que la recibió ya organizada ”.16 120

"Diaphora”17 o "desemejanza” [dissiinilitudo] 18 es aquella que distingue las cosas que podían parecer sim ilares con rasgos propios. E n Pro P iando: "Es distinta una deuda pecuniaria y otra de gratitud; pues quien devuelve el dinero deja al instante de tener lo que ha devuelto; y, en cambio, quien debe retiene lo ajeno; la gratitud, por el contrario, quien la m anifiesta la tiene; y quien la tiene, por el propio hecho de tenerla, la expresa " .19 La “paradiastoíe",20 tras excluir una de aquellas cosas que com únm ente se unen por afinidad, expresa la otra. Así, en In Verrem III: “No a un ladrón sino a un saqueador, no a un adúl­ tero sino a un violador del pudor, no a un sacrilego sino a un enemigo de lo sagrado ” .21 La “enantiosis”22 ilustra el discurso partiendo de la antítesis 23 o los contrarios. La m ás conspicua de todas es aquella que, so­ bre la ley de autodefensa, aparece en el Pro Milone: “Es, pues, una ley no escrita, sino natural ”.24 La “antirnetabole”25 es una m áxim a por transposición, con inversión de las palabras: “El poem a es una pintura con voz, la pintura un poem a m udo ''.26 Plinio, en el Panegyricus: “No pareces haber vencido por triunfar, sino triunfar por haber vencido ”.27 Y aquella otra de: "hay que com er para vivir, no vivir para com er ”.28 Cicerón, en De legibus III: "En verdad puede decirse que el m agistrado es la ley con voz, y la ley un m agistrado m udo ".29 "Oxímoron ”30 se da cuando se niega la esencia de una cosa, como aquella locución vulgar: "ese 'algo' no es nada ”;31 "tú, por Pólux, si tienes cerebro, lo que sabes no lo sabes ” .32 Y con Terencio: “volverse loco con razón ”;33 y en Horacio: "diligente indolen­ cia ”,34 "loca sabiduría ",35 "errar reflexivamente ”;36 y en Ovidio: “concordia discorde ”,37 “justo injusto ”.38 Y en Marcial: “No siem­ pre huele bien quien siem pre huele bien ”.39 Y también: "Quien habita en todas partes, Máximo, no habita en ninguna ”.40

[59] DE LAS FIGURAS DE PENSAMIENTO ENCAMINADAS A EXPRESAR LAS COSTUMBRES E ntre éstas se encuentra la “sennocinatio”,' cuando a una persona se le atribuye determ inada form a de h ab lar en fun­ 121

ción de su sexo, edad, condición, fortuna o dignidad. Así en Pro Quinado: “¿Qué dice a esto Nevio? Se ríe, sin duda, de n uestra locura, p or ech ar en falta en su vida la valoración de un m ás alto espíritu de servicio... ¿Qué tengo yo que ver, dice, con esa sum a escrupulosidad y diligencia? Que se cuiden, dice, de tales obligaciones los hom bres de bien; en lo que a mí respecta, que consideren no qué es lo que tengo, sino p o r qué m edios lo he adquirido ” .2 E m parentado con la sermocinatio, si no ya de su m ism a especie, es el “dialogismus ” ,3 por el que m uchas personas son introducidas p o r el orador para m antener una conversación, cada un a de acuerdo con su condición, com o ocurre en ese m ism o discurso: “Deseo debatir sobre la cuestión pecuniaria. —'No puedes'. —Pero es éste el tem a controvertido. —'No me concierne; debes defender la causa civil'. —Acusa, pues, ya que es necesario. —'No', dice, si antes tú, lo que constituiría una novedad, no hablas en p rim er lugar'. —H abrá entonces que hablar. —'Se establecerán de antem ano las horas a nuestro ar­ bitrio, y el propio juez se verá obligado a ello'. —¿Y entonces qué? —'E ncontrarás a algún abogado, u n hom bre chapado a la antigua, a quien traiga sin cuidado la consideración y el favor de que gozamos...' ",4 Figuras éstas que, si se Ies da form a correctam ente, gran­ jean crédito y dignidad al discurso y producen unas narraciones particularm ente gratas.

[60] DE LAS FIGURAS DE DICCIÓN ENCAMINADAS A CONMOVER LOS ÁNIMOS, ESTO ES, LAS LLAMAS DE LA ELOCUENCIA La "exclamación" [exclamado] ’ es u n a interjección del dis­ curso, que incita las pasiones aním icas a cosas elevadas. Terencio, en Adelphoe: "¡Oh cielo! ¡Oh tierra! ¡Oh m ares de N eptuno !".2 Cicerón, en ín Cadlinam: "¡Oh tiempos! ¡Oh costum bres !".3 Tam bién contribuye a provocar el odio. In Pisonem: "¡Oh crimen! ¡Oh peste! ¡Oh destrucción !4 ¡Oh tinieblas! ¡Oh lodo! ¡Oh b asu ra !".5 "¡Oh m onstruo que debería ser deportado a los últimos confines de la tierra !"6 122

Asimismo a provocar la com pasión, com o en el Da o rato re III, cuando Cicerón llora la m uerte de Craso: “¡Oh falaz la espe­ ranza de los hombres, frágil su fortuna y vanos nuestros esfuer­ zos, que, a m enudo, a m itad de cam ino se quiebran y derrum ­ ban, o en el mismo viaje son sepultados, antes de haber podido divisar el puerto !".7 Em pleada después de grandes cosas invoca los afectos. La "aclamación" [acclam atiof es una proposición que, com o corolario de un hecho probado o narrado, subraya lo que es digno de observación. Así Virgilio, tras n arrar la im potente ira de Juno contra los troyanos, clama: ¿... tanta ira en los ánim os celestes?9

Cicerón, en De senectute: “[la vejez] que todos desean alcan­ zar, y cuando la han alcanzado se quejan de ella. ¡Tan grande es nuestra necedad, inconstancia y perversión !".10 [Y] el poeta, tras señalar las dificultades para fundar el im perio rom ano, añade: Tan considerable era la em presa de fundar el pueblo rom ano.11

Suscita la adm iración e im pone un sello a la narración. La "duda” [dubitatio]12 se da cuando el ánim o vacila incierto sobre qué decir o qué hacer. Existen, pues, dos formas: una de las palabras y otra de las cosas. De las palabras es, por ejemplo, la de Pro Quinctio: “¿Y si toda esta causa la lias fraguado tú, con fraude y m alicia sumos, si entre tú y P. Quincio no existió en absoluto ningún com pro­ miso de com parecencia ante el juez? ¿De que podem os califi­ carte? ¿De ímprobo? Pero, aunque se hubiese producido la incomparecencia, en tal dem anda y proscripción de los bienes se te consideraría un hom bre m uy ím probo. ¿De malicioso? No lo niegas. ¿De defraudador? Mas tal cosa tú m ism o te la arrogas y lo llevas a gala. ¿De audaz, ambicioso, pérfido? Son térm inos vulgares y com entes ”. 11 Una profunda duda sobre las cosas es aquella que siente Dido cuando, abandonada por Eneas, delibera acerca de qué hacer: ¡Ay!, ¿qué haré? ¿Volveré para servir de burla a mis antiguos pretendientes? ¿Buscaré suplicante m atrim onio entre los munidas, a quienes ya tantas veces he desdeñado p or maridos? ¿Debo, pues, seguir las naves de Ilion y las durísim as órdenes de los teucros?

¿Me favorece el haberlos protegido antes con mi ayuda y perm anece aún firme en su m em oria la gratitud por m i anterior seivicio? Y en el caso de que yo quiera, ¿quién me lo perm itirá y me acogerá, siéndoles odiosa, en sus soberbias naves? ¿No conoces —¡ay, pobre de ti!— ni aun adviertes el perjurio del pueblo de Laomedonte? ¿Qué, pues? ¿Acompañare yo sola en su huida a los victoriosos marineros? ¿O acom pañada do los tirios y de todas mis tropas me lanzaré tras ellos y, a los que a duras penas arranqué de Sidón, los em pujaré de nuevo al m ar y les ordenaré largar las velas al viento?14

Finalm ente concluye su deliberación: Muere, mejor, com o mereces y pon fin a tu dolor con la espada.15

Una duda sobre las cosas sublim e es aquella del Pro Roscio Amerino: "¿De qué puedo quejarm e en prim er lugar o por dón­ de puedo comenzar, jueces, o qué auxilio puedo pedir y a quié­ nes? ¿El de los dioses inm ortales? ¿El del pueblo rom ano ?”.56 Util a ios exordios y amplificaciones, provoca la atención y la expectación. La “epanorthosis” o "corrección" [correctioV1 puede serlo de un vocablo o de un a sentencia. La prim era es aquella que retira la que se ha dicho y la susti­ tuye por u n a palabra más idónea. El terenciano Menedemo: [...] tengo un único hijo adolescente. ¡Ah! ¿Qué he dicho: que tengo? Más bien lo tuve, Cremes; En este m om ento no está claro si lo tengo o n o .18

Cicerón, en la III in A ntonium : "El joven Gayo César... aprestó el m ás fírme ejército de la invicta raza de los soldados veteranos y derrochó su patrim onio; aunque no he utilizado el térm ino que debí usar: pues no lo derrochó, sino que lo invirtió en la salvación de la república " .19 Se usa con las siguientes fórmulas: "quise decir m ás bien ",20 "no sé si decir m ejor ",21 “a no ser que quieras llam arlo más bien", y otras así. La corrección de las cosas se da cuando repudiam os los pa­ receres que ya hem os sostenido, como en las fórm ulas siguien­ tes: "¿Pero qué digo ?",22 "aunque, ¿qué voy a d ecir ',23 "¿para qué se necesitan palabras ?",24 "pero tontos de nosotros, que du­ dam os de un asunto evidentísimo ",25 "pero necio de mí, que vacilo en una cosa tan obvia". 124

Evidencia un discurso nacido extem poráneam ente, y sirve con gran brillantez para la prueba y la explicación. La “aposiopesis”26 es una "interrupción del discurso" ante el ím petu de la pasión, principalm ente de la ira. El terenciano Fedrias: Yo a ella, la que lo, la que me, la que no... ¡Ya está bien! Preferiría morir: se va a enterar de qué clase de hom bre soy yo,27

La “prosopopeya” [prosopopeia]28 se da cuando hacemos una persona de lo que no lo es, com o en Divinatione in Verrem: "Si toda Sicilia hablase con una sola voz diría lo siguiente: 'cuanto oro, cuanta plata...' " 29 Y en In Catilinam introduce en escena a la patria, que habla así a Catilina: “Hace ya algunos años que no existe ningún delito, salvo los com etidos por ti ...”.30 Existe “apostrofe" [apostrophel 31 cuando se torna el discurso hacia un tem a distinto de aquel que estaba establecido, y es más provechoso si se dirige a los que están ausentes o a cosas inanim adas. Virgilio: [...] y se apodera del oro por la fuerza. ¡A qué no obligas a los corazones de los hombres, execrable ham bre de oro!32

Cicerón, en Pro Balbo: "a vosotros, en fin, os imploro, regio­ nes m udas y desiertos de los últim os confines de la tierra, a vosotros, mares, puertos, islas, costas ".33 La “in terro g ación” finterrogatio ]34 aprem ia con m ayor acritud aquello que con el discurso sim ple languidecía. Pro Roscio com oedo: “Lo has estipulado. ¿Cuándo? ¿En qué día? ¿En qué m om ento? ¿Ante quién? ¿Q uién dice que yo lo he p ro m etid o ?".35 La "licencia” [licentia]*6 nos ofrece u n discurso libre: “diré lo que siento ”;37 "digo y diré siem pre ”;38 "es algo grave de decir; pero hay que decirlo ”.39 La “execración” [execrado]40 se expresa con las siguientes fórmulas: “que los dioses te pierdan ";41 "que los dioses te destru­ yan ”;42 "que los dioses te den una m uerte digna de tus obras ”;43 "que los dioses y diosas todos te pierdan ";44 "que acabes como un apestado ";45 “y crucificado". La "adm onición” [admonitio] se form a así: "está atento ”;46 "guárdate de hacer ";47 "atención, una y otra vez ”.48

La ''deprecación" [deprecado]49 y la "súplica” [obsecrado]50 son casi de idéntica naturaleza, sólo que aquélla lo es de m al y ésta de bien. La terenciana Crisis: Por esta diestra y p o r tu genio protector te mego, por tu lealtad y el desam paro de ésta te suplico que no la alejes de tu lado ni la abandones. Si te he am ado como a un verdadero herm ano, o bien ésta te ha tenido a ti solo siem pre en el m ayor aprecio

o se ha portado bien contigo en Lodo, te entrego a ella como marido, amigo, tutor, padre.51 "Admiración" [admirado],52 como: "¡Admirable clemencia, digna de decorarse con todo género de loa, de apología, de lite­ ratura y de conm em oración !".53 Conviene a los grandes asuntos narrados o probados. El "voto" [vo d im ],54 vehem ente expresión de deseo, como: "ojalá y ojalá de nuevo ";35 "cómo querría ";56 "oh, si ocurriese ".57

[61] DE LAS FIGURAS DE PENSAMIENTO DIRIGIDAS A LA DISPOSICIÓN De este grupo form an parte: la "transición" [transido ],1 por la que pasam os de una cosa a otra con cierta dignidad. Pro lege Manilla: “Ya que he hablado del género de guerra, diré ahora unas cuantas cosas sobre su im portancia ".2 El "aplazam iento" [reiecdo],3 p o r el que sim plem ente re­ m ovemos del discurso algo p o r inapropiado o extraño, o bien —por m or del orden— lo diferim os a otro lugar m ás oportu­ no. Pues... O me equivoco, o estribará en esto el valor y la belleza de la composición: en que diga ya, ahora, lo que inm ediatam ente deba decirse,

y difiera otras muchas cosas y, por el momento, las omita.4 La “digresión" [digressio]5 es aquella figura por la que, con cierta gracia, nos desviamos hacia algún asunto externo a nues­ tro objeto y que, no obstante, le concierne. El “regreso al propósito" [redidis ad propositw n],ñ p o r el 126

i!

tam bién con cierto encanto, regresam os al discurso proImosto desde aquel lugar al que nos habíam os desviado. Mago merced de los ejemplos, pues se tratan en su contexto.

[62] DE LA COMPOSICIÓN E n lo que toca a la doctrina del ornato 1 nos falta hablar de la “composición” [compositio ],2 que es la estructura verbal idónea encam inada a lograr la dignidad del discurso. Se la distingue en las tres cosas siguientes, a saber: la “liga­ zón" [iunctura], el "período" [jmiodus] y el “ritm o” [numeras],

[63] DE LA LIGAZÓN La “ligazón” [iunctura]'1 se evalúa por la conjunción de le­ tras, sílabas y voces. E n el concurso de letras hay que velar porque, de su mezcla, no se origine un discurso con hiatos y grosero p o r el frecuente encuentro de vocales :2 com o "adquirir algo con ansia y luego privarse de lo adquirido es propio de un ánim o avaro" [reni anxie adipisci atque adepta egere, avari anim i &s/].3 Ni sea abrup­ to por la dificultad que supone el encuentro de consonantes ,4 como "el rey Jerjes" [rex Xerses].5 Así pues, una mezcla en serie de vocales y consonantes alter­ nativam ente en la apertura y cierre de los vocablos proporciona un discurso muelle y fluido, como el “de cuya boca m anaba un discurso m ás dulce que la miel ” .6 Hay que guardarse, además, de frecuentar el uso de pala­ bras en las que se repita la m ism a vocal o consonante ,7 como aquello de: O tú, Tito Tacio, tantas tristezas, tirano, te atrajiste.* Y de repetir la últim a sílaba de la voz precedente al principio de la siguiente ,9 como: ¡Oh R om a afortunada, nacida \fortim a (a tim a ta n ñ en mi consulado!10

127

Razón p o r la cual Juvenal señala que los poem as de Cicerón son risibles .11 Y de que la últim a sílaba de la palabra anterior y la prim era de la posterior den lugar a algún nom bre deshonesto ,12 como se hace notar de aquel pasaje de Virgilio: [...] los cam pam entos dorios fDórica castr a V 3

Por ello los latinos prefirieron decir nobiscuin a cum nobis.u En lo que atañe a los vocablos, los m onosílabos frecuentes generan un discurso entrecortado, y los sesquipedales lo hacen lento y penoso. No debemos, por tanto, ni densificar aquéllos ni prolongar el uso de éstos, sino que es preciso que se mezclen entre sí y con otros de m ediana duración.

[64] DEL PERÍODO 1 Especialm ente p o r este apartado se distingue el diserto del inexperto en el decir: pues el ignorante extiende cuanto puede su confuso discurso, y lo que dice viene determ inado por sus pulm ones y su aliento, mas no por el arte. El diserto, en cam ­ bio, enlaza el pensam iento con las palabras en form a tal que lo abarca dentro de un lim itado núm ero de ellas. Por ello el dis­ curso de aquél es infinito, incierto e indeciso, y, en cambio, el de éste discurre dentro de unos contornos bien definidos, pun­ tualm ente salpicado por sus pausas para la respiración y sus intervalos, y finaliza cerrando un período circular. Y en lo que toca a este asunto, son tres las form as discursi­ vas: una, según decimos, por incisos, otra por m iem bros y otra p or períodos .2 Desarrollamos un discurso p o r incisos 3 cuando lo dividimos en partes m uy m enudas: lo que resulta apropiado cuando se amplifica, como "el arte es largo, la vida breve ,4 la experiencia engañosa, la ocasión es lo prim ero, el juicio difícil, el experi­ m ento peligroso"; así, aquel pasaje de In Pisoné ni: "Cuando es­ tabas destruyendo al Senado, vendías la autoridad de este or­ den, adjudicabas a u n tribuno de la plebe tu consulado, ponías patas arriba la república, traicionabas mi derecho de ciudada­ nía y m i vida al único precio de una provincia ".5 128

En Pro Archia: “Estos estudios suponen un estím ulo para la juventud, un goce para la vejez, adornan los m om entos buenos, proporcionan refugio y solaz en la adversidad, deleitan en casa, no estorban fuera, con nosotros pernoctan y perm anecen, de viaje o en el cam po ".6 Hablam os por m iem bros 7 cuando el discurso se detiene en cada uno de ellos; lo que contribuye m uchísim o a la narración ,8 como "la ciudad de Rom a estuvo al principio en m anos de los reyes; Lucio Bruto instituyó la república y el consulado, las dic­ taduras se asum ían por tiem po lim itado ”.9 Cicerón, en las Epistulae: “A mis restantes miserias se ha añadido el dolor por la salud de Dolabella y Tulia. E n todas las cosas no sé en absoluto ni qué decisión tom ar ni qué hacer. Cuida, por favor, tu salud y la de Tulia " .10 Hablamos, por último, p o r períodos cuando el discurso se encuentra como encerrado en un círculo, y el pensam iento no adm ite tregua m ás que una vez perfecto y acabado. Consta el período de dos partes, a saber: "prótasis" y "apódosis ” .11 Así, en el exordio del Pro Milone se establece la prótasis: "Aunque m e temo, jueces, que sea cosa vergonzosa el com en­ zar a hablar en pro de un hom bre m uy esforzado y no esté bien que, m ientras el m ism o T. Annio está m ás preocupado p or la salvación de la república que por la suya propia, no pueda yo ofrecer una pareja m agnanim idad en la defensa de su causa, no obstante esta nueva form a de los nuevos juicios aterroriza unos ojos —los m íos— que, doquiera que miran, van buscando la antigua práctica forense y el ancestral proce­ dim iento en los ju icio s '.12 El m odo m ás ajustado de un período es, sin embargo, el que consta de u n núm ero de cuatro m iem bros , 13 período éste del que se propone un com pletísimo m odelo en el exordio del Pro Caecina, cuyos dos prim eros m iem bros abarcan la prótasis del período y los dos posteriores la apódosis, y todos estos cua­ tro m iem bros se corresponden con adm irable arm onía: "Si cuanto puede la audacia en el cam po y los lugares desiertos, otro tanto valiese la im pudencia en el foro y en los juicios, A. Caecina no cedería m enos en esta causa ante la im pudencia de Sexto Ebucio de lo que entonces cedió ante su audacia al o brar con violencia ”.14 129

En los períodos trim em bres, en cambio, si el últim o m iem ­ bro, en que consiste la apódosis, es m ás breve, el discurso se to m a m ás cortante. E n Pro Milone: "Si los dioses inm ortales no lo hubiesen im pulsado a aquella idea de intentar m atar, siendo un afeminado, al m ás valiente de los hom bres, hoy no tendríais ninguna república ".15 Y si es m ás prolongado da lugar a u n dis­ curso grave. En Pro Marceño: “Pues tan gran esplendor hay en el verdadero elogio, tan ta dignidad en la grandeza de ánim o y de pensam iento, que éstos parecen ser dones de la virtud y los demás, préstam os de la fortuna " .16 Las fuentes para generar y dilatar el período son las circuns­ tancias adjuntas, superlativos, relativos, partículas copulativas o disyuntivas y subordinantes.

[65] DEL RITMO El ritm o oratorio’ es definido p o r Aristóteles 2 como cierto ritm o ni exquisito ni canoro, al m odo de los poem as e himnos, sino que, siendo disimulado y latente, se percibe, no obstante, y concluye con agradable final. Ilustrem os tal definición con un ejemplo: inconm ensurable ha sido este discurso de Carbón, en el transcurso de la reunión que m antenía, tan grato a los oídos del auditorio que lo siguió el m urm ullo de toda la asamblea: “La tem eridad del hijo ha confirmado el sabio dicho del padre ".3 Es ésta u n a oración arrítm ica, m as con una cadencia muy agradable y m anteniendo las m ism as palabras Carbón pronun­ ció esta oración ante la asamblea: “El sabio dicho del padre confirmó la tem eridad del hijo ".4 El ritmo, pues, tiene en cuenta la cantidad 5 y el núm ero de sílabas, que en los incisos de los m iem bros, y un tanto más cuidadosam ente en las cláusulas de los períodos, restringim os a tres o com o m ínim o dos pies. Yo sería de la opinión de que la causa principal del ritmo, aunque no la única, es la cantidad de las sílabas. Pues tam bién aportan m ucho a un discurso rítmico ¡a eufonía y el sonido de las letras en las sílabas, y el ritm o de las sílabas en las palabras. De entre las vocales ,6 la "A" es la m ás sonora:

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[...] el clamor llega a los altos atrios [ad alta atrio].7 [...] alLos ornatos para futuras escenas.s Le siguen en sonoridad la “E ” y la "O”: [...] a lo lejos con bronce canoro.y La 'T es débil: Entonces son pingües los corderos y suavísimos los vinos.10 La “U" ulula: [...] con femíneo ulular." De las semivocales la "F" es fluida, de donde deriva tam bién el propio verbo “fluir". La “M" es horrísona y m ugiente; la "N” tintineante y grata; la "R" áspera; por estas razones la lengua griega aventaja a la latina en agrado: pues lo que los latinos term inan en “M" lo finalizan los griegos en “N”; y no se frecuenta tanto entre ellos el uso de la “R", porque torna áspero el discurso: Sigue el clamor de los hombres y la estridencia de las jarcias.12 La "S” es sibilante: [...] los muy estridentes Austros.13 La "X" es desigual. La “Z” es suave, y en ella abundaban los delicados persas. Las sílabas breves insuflan rapidez al discurso: Mas huye mientras tanto, huye irreparable el tiempo.14 En cam bio las sílabas largas lo ralentizan: O de la dúctil plata moldean pulidas grebas.15 Las palabras largas lo retardan y dificultan: Giramos los cabos de las veladas entenas.16 Si se cierra el discurso con monosílabos, éste se hace humilde: Parirán los montes, nacerá un ridículo ratón [;»¡/s].17 O decadente: [...] cae al suelo el toro [bos\.18 131

Y también: [...] se precipita desde el Océano la noche [nox].19 O vehemente, como: "¿Qué m uerte puede inferirse a un insi­ dioso o a un ladrón que sea injusta ?".20 Cuando son polisílabos los que cierran el discurso, lo hacen grandioso y grave: [...] gran vástago de Júpiter.21 Podría uno pensar que todos los pies cierran perfectam ente una sentencia, con sólo ofrecer u n ritm o digno de las cosas. Y tam bién en los comienzos se tiene algo en cuenta el ritmo, por lo que es más correcto que los discursos graves comiencen por una larga. El em pezar los principios por una larga es algo que Aristóteles22 y Quintiliano 23 enseñan y Cicerón cumple este precepto ,24 com enzando casi siem pre la oración las partículas etsi, quamquam, quamvis, m ejor que con la partícula licet. Yo pienso que esto tan sólo es verdadero cuando, como m uchas veces sucede, los principios son apacibles. En cambio en los im ­ petuosos la naturaleza nos lleva a com enzar por una breve: "¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia, etc .?” .25 Por ello en tales ocasiones es apto el yambo, pues comienza por una breve y acaba en larga, y p o r ello con toda razón... [...] la rabia armó a Arquíloco con el yambo, propio de él.26 Para los sosegados, por el contrario, es m ás apto el troqueo, que com ienza p or una larga y acaba en u n a breve, tal como la naturaleza del discurso com ún nos lleva a em pezar apacible­ mente e ir acelerando a m edida que progresa el discurso. En cuanto a los pies prohibidos en el discurso en prosa y especialmente en las cláusulas, son aquellos con los que se cie­ rran el hexám etro heroico, el elegiaco, el asclepiadeo: aunque de vez en cuando, de form a involuntaria e inadvertida, se les pase por alto a los oradores ,27 com o aquel pasaje de Cicerón: "Los dolores procedentes de aquella fuente ",28 lo que a tal res­ pecto hace n o tar Fabio [Quintiliano ].29 Y hay que guardarse de em pezar los discursos p o r versos dem asiado notorios, como ad­ vierten algunos en Tácito, y observan que com enzó los Armales por un verso hexámetro: "La ciudad de R om a estuvo al princi­ pio en m anos de los reyes ".30 132

La parte central de m iem bros y períodos no es objeto de tan escrupulosa atención. Mas num erosos escritores observan lo si­ guiente: que el discurso, cuando sea im petuoso, avance, rápida­ m ente con sílabas breves, y evolucione, en cambio, con sílabas largas cuando sea grave. Tal com o Virgilio en los ritm os poéticos frecuenta el uso de los dáctilos cuando quiere expresar algo fogoso y vivaz. Pero huye entretanto, huye irreparable el tiempo.31

Y en otro lugar: [...] si no acude en su ayuda la huida...32 ... huye al mom ento, más veloz que el E uro.33

Para expresar la tardanza y la dificultad emplea con fre­ cuencia espondeos: 0 de la dúctil plata m oldean pulidas grebas...34

Asimismo: Ellos alternativam ente levantan los brazos con gran fuerza.35

El yam bo es apto para situaciones ásperas, siendo así que tal pie consta de dos sílabas, de las que la anterior tiene tesis breve y la posterior larga; se acom oda bien a una naturaleza irritada. Y p or eso afirm a Horacio: La rabia arm ó a Arquíloco con el yambo, propio de él.36

Hay que velar no obstante, m ientras atendem os al ritmo, p or 110 trastocar las palabras en form a tal que parezca un hecho artificioso ,37 ni em plear palabras superfluas, com o puntales contra el derrum be. Hay que cuidar, por último, de que varíen los m iem bros con los incisos, y entre éstos los períodos; y de no cerrar siem pre la sentencia con el mismo pie, razón ésta por la que se censura a Cicerón, p or deleitarse con tan ta frecuencia con aquella cláusu­ la de esse videatur.3S

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[ 66 ] DE LAS FORMAS DEL DECIR De todos estos preceptos sobre la elocución se conform an tres caracteres o figuras del decir, a los que, como si de sus géneros se tratase, se rem iten todos los estilos peculiares. Tales prototipos son tres: el magnífico o sublim e [magnifi­ cus seu sublimisi, el hum ilde o atenuado [hit m i lis sen attenuatus] y el tem plado o m edio [temperatus seu m ediocris]x El tipo sublim e tiene lugar en argum entos de gran im por­ tancia, cuales son los que versan sobre el Estado. Las senten­ cias sublimes, nuevas, raras, adm irables procuran m agnificen­ cia al discurso; sus palabras son conexas, siem pre que no re­ sulten insólitas; poéticas, con tal de que no se alejen m ucho del sentido común; antiguas, a condición de que no se haya produ­ cido su m uerte y su funeral; la translación de los tropos; de las figuras de dicción, ias repeticiones retóricas, las disyunciones en una m ism a cosa, las conjunciones en cosas diversas; de las figuras de pensam iento, todas las que engendran la am plifica­ ción y suscitan vehem entes m ovim ientos del ánimo. El lengua­ je, aquel que m ude inm ediatam ente el habla habitual y no sepa a sintaxis plana y simple. Todos los géneros de amplificación. La composición, p or últim o, ni descuidada en exceso ni en ex­ ceso cuidada; la ligazón m ás áspera que suave, m ás sonora que lánguida; el ritm o m odulado por los dáctilos; el período m ás largo de lo justo. Esta form a tiene su lugar en las causas públicas y en las más grandes asambleas. A la forma magnífica se le opone la am pulosa [tumida], que a veces es tam bién fría, y en la que incurren los escritores que de las cosas m ás nim ias hacen u n a tragedia. Y además, si con­ ciben pensam ientos dem asiado hiperbólicos, y si usan voces nuevas o construidas al m odo ditiràm bico, si profieren duras m etáforas y, finalmente, si se preocupan en exceso por el ritmo, da la im presión de que com ponen versos. La form a hum ilde es aquella que rebaja el discurso hasta el m ás constante y habitual uso del lenguaje. Y tiene su lugar en los asuntos privados. Sus sentencias serán naturales; las palabras, las de uso habi­ tual, m as em pleadas selectivamente, de m odo que haya tam ­ 134

bién elegancia en ellas; su composición gusta ele una ligazón laxa de los m iem bros m ás que de los períodos, y en éstos ni de los dem asiado prolongados ni de excesivos circunloquios. El rit­ mo, totalm ente disimulado. A la form a tenue se opone la árida [añila], seca [sicca] o m agra [ieiuna]. Adolecen de este vicio quienes conform an las cosas grandes a módulos pequeños, o expresan en sus sentencias menos de lo que las cosas reclaman, si em plean palabras inferiores a la dig­ nidad de las cosas tratadas o si usan una puntuación excesiva en la composición. La form a del decir tem plada o m edia es aquella otra que participa de las dos anteriores. Tiene su lugar en las cosas am enas o floridas. Busca las sentencias que anteponen el ornato a la gravedad; todas las proporciones verbales y las figuras de pensam iento que hacen grata la composición y el más armonioso de los ritmos. A esta form a se opone la fluctuante y descuidada [jluctuans et dissohita], p o r la que, m ientras se rehuye el carácter árido, se alza en exceso, o, m ientras se trata de evitar el inflado y am pu­ loso, cae por los suelos. La form a magnífica tiene su lugar en los debates m ás seña­ lados; la tem plada en los panegíricos y dem ás loas; la humilde en las narraciones privadas, epístolas y diálogos .2

[67] DE LA MEMORIA Y LA PRONUNCIACIÓN No es éste el lugar para facilitar los preceptos acerca de la m em oria [memoria]'} pues ésta es una facultad innata que se conserva y aum enta por el uso, y si algún arte le es propio —que no lo creo— se trata de aquel que se llama "mnemotecnia ”.2 La actuación [actio],3 p o r otra parte, que es una suerte de elocuencia corporal, aunque tanto confiere al bien decir que Demóstenes la enunció entre las prim eras ,4 se funda m ás en la naturaleza y en la im itación que en precepto alguno.

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NOTAS DEL TRADUCTOR

ABREVIATURAS DE LAS OBRAS CITADAS CON MAYOR FRECUENCIA Beristáin, H.: Diccionario...

Calboli Montefusco:

Helena Beristáin: Diccionario de Retórica y Poética. Ed. Porrúa S.A. 2.a ed. México, 1988. Consulti Fortunatiani. Ars Rhetorica.

Consulti...

Introduzione, edizione critica, traduzione italiana e commento a cura di Lucia Calboli Montefusco. Pàtron editore. Bologna, 1979.

Calboli Montefusco:

Lucia Calboli Montefusco: E xordium Narratio Epilogus. Studi sulla teoria retorica

Exordium ...

greca e rom ana delle parti del discorso. Editrice CLUEB. Università degli Studi di Bologna. Bologna, 1988.

Calboli Montefusco:

Lucia Calboli Montefusco: La dottrina degli “sta tu s" nella retorica greca e rom ana. Ed. Olms-Weidmann. Hildesheim, 1986.

La dottrina...

Cicerón: La invención retórica

Cousin, J.: Études...

Cicerón: La invención retórìca. Introducción, traducción y notas de Salvador Núñez. B.C.G. Ed. Gredos S.A.. Madrid, 1997, Jean Cousin: Études su r Q uintilien. Ed. BRG. P. Schippers N.V. - Amsterdam, 1967.

Crifò, G.:

Giam battista Vico: In stitutiones oratoriae. Testo critico, versione e commento di Giuliano Crifò. Ed. Istituto Suor Orsola Benincasa. Napoli, 1989.

Kennedy, G.:

George Kennedy: The Art o f persuasión in Greece. Ed. Princeton University Press.

The Art o f persuasion...

Princeton, New Jersey, 1963.

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Kennedy, G.: The Art o f Rhetoric ...

Lausberg, H.: M anual...

George Kennedy: The Art o f Rhetoric in the R om an World. 30Ü B.C.-A.D. 300. Ed. Princeton University Press. Princeton, New Jersey, 1972. Heinrich Lausberg: M anual de Retórica literaria. Ed. Gredos S.A. Madrid, 4.a reimp, (1999) de la 1.a ed. (1966). Traducción del alemán: H andbuch der literarischen Rhetorik. Eine Grundlegung der Literaturwissenschaft.

Max Hueber Verlag. München, 1960. Lecman, A.D,: Orationis...

Anton D. Leeman: Orationis ratio. Teoria e pratica stilistica degli oratori, storici e filosofi latini. Ed. lì Mulino. Bologna, 1974. Tit. orig.: Orationis ratio. The Stylistic Theories and Practice o f the R om an Orators H istorians and Philosophers. Adolf M. Hakkert Publisher. Amsterdam, 1963.

Martin, J.: Antike...

Josef Martin: Antike Rhetorik. Technik und Methode. Handbuch der Altertumswissenschaft II.3. Verlag C. H. Beck. München, 1974.

Retórica a Herenio

Retòrica a Herenio. Introducción, traducción

Smith, R.W.:

Robert W. Smith: The Art o f Rhetoric in Alexandria . Its Theory a n d Practice in the A ncient World. Ed. Martinus Nijhoff. The

The Art...

y notas de Salvador Núñez. B.C.G. Ed. Gredos S.A. Madrid, 1997.

Hague, Netherlands, 1974. Vico: SN

Giam battista Vico: Scienza N uova (1744).

Vico: DAIS

Giam battista Vico: Sobre la revelación de la antiquísim a sabiduría de los italianos. V. infra: Obras...

Vico: De nostri

Giam battista Vico: Del m étodo de estudios de nuestro tiem po. V. infra: Obras ...

Vico: Obras...

Giam battista Vico: Obras. Oraciones inaugurales. La antiquísim a sabiduría de los italianos. Ed. Anthropos. Barcelona, 2002.

Volkmann, R.:

Richard Volkmann: Die Rhetorik der Griechen u n d R öm er in System atischer Übersicht. Ed. G. Olms. Hildesheim, 1963.

Die Rhetorik...

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m 1. < gr.' fcéco: “fluir", "manar", "correr". Cf. Alcuino: D isputaíio de rhctorica, 3: Unde dicta est rhetorica? Apa tou retoreuein, id est copia ¡ocutionis. Quintiliano: Instit.. orat., II, 14, 1 ss. 2. Cf. A. Marcelino: H istoriae, X X X , 4, 10: [...] eloquentiam inanis (¡uciedam im ita tu r fluentia loquendi. 3. Como, no obstante, se la tradujo con b astan te frecuencia (v. Kennedy, Cf.: The Arí o f Rhetoric..., p. 7) y a la que la asimila Cicerón: De inventione, I, 6: artificiosa etoquenlia, quam rhetoricam vocant [...]. Y Quintiliano: Instit. orat., II, 14, 2: [...] rhetorice talis est qualis eloquentia [....]. El propio Vico las identifica, al inicio del capítulo siguiente [2]. Acerca de su origen, v. Cicerón: De inventione, l, 2; De oratore, I, 32, 146. Quintiliano: Instit. orat., III, 2, 1 ss. 4. No existe tal relación etimológica de facundia con facere, como apunta Vico, sino con fari ("decir", "hablar”); v. M artin, F.: Les m ots ¡atins. Librairie H achcttc, París, 1978, pp. 85-86. 5. Cf. nuestra versión de Sobre la revelación de la antiq u ísim a sabidu­ ría... [en adelante ZM/S], cap. VII § I (De la facultad), en Vico, G.: Obras... (op. cit.), p. 177 —a la que, salvo expresa mención en sentido contrario, corresponden los diversos pasajes citados de la obra latina viquiana a lo largo del presente volumen—: "Facultas se pronunciaba como si fuese faculitas, de donde posteriorm ente facilitas ["facilidad"], como si se tra­ tase de una habilidad expedita y pronta para actuar. Así pues, la facili­ dad es aquella m ediante la que la potencia es llevada al acto. El alma es potencia; la visión, un acto; el sentido de la vista, una facultad [...]”. 6. Frente a la oración "plena" a que se alude en Del m étodo de estu ­ dios... [en adelante De nostri ] III, p. 83: "De donde surge aquella sum a y rara virtud de la oración por la que se llama plena a la que no deja nada intacto, nada sin aducir, nada que desear a los oyentes [...]", y haciendo bueno el aserto de Cicerón ( Tópica , 33): [...] non est vitio su m in re in fin i­ ta praetermittere aliquid.

7. Griego. 8. Cf. Cicerón: Orator, XIX, 61: Sed iam illiusperfecti oratoris et sum m ae eloquentiae sp ecies exp rim en d a est. Q uem hoc u n o excellere [id est oratione], celera in eo latere indicat nom en ipsum ; non enim inventor a u t com positor aut actor qui haec co m plexus est om nia, sed et Graece ab eloquendo rhetoret Latine eloquens dictus est; ceterarum enim rerum quae su n t in oratore partem aliquam sibi quisque vindicat, dicendi autem , id est eloquendi, m a xim a vis soli h u ic conceditur. V. Calboli Montefusco: Consulti..., pp. 251 ss. Lausberg, H.: M anual..., §§ 1.243-1.244. 9. De hecho la retórica (en latín ars) era en griego (té^vr)) priTOpiKT), según acuña Platón: Phaedrus, 261a (Mas v. Kennedy, G.: The Art o f Persuasión..., pp. 16 ss.). Un ars, el ars dicendi, basado en m ulto labore, ad sid u o stu d io , varia exercitatione, p lu r im is experim entis, a ltissim a prudentia, praesentissim o consilio (Quintiliano: Instit. orat., II, 13, 15). Con todo, no faltan aquellos —como afirma Platón en el Gorgias, 462c, o Antonio en el De oratore de Cicerón, II, 57, 232 (v. Quintiliano: Instit.

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o ra l, II, 15, 24 y II, 17, 5 respectivamente)— para quienes la retórica es

más bien una práctica que un arte, tesis que Quintiliano se encarga de desmontar con sus argumentaciones en Instit, orat., II, 17, 1 ss. V. Lausberg, H.: Manual..., §§ 1-8. 10. "Hemos enum erado, como suplicios de la corrupta naturaleza hu­ mana, lo infacundo de su lengua, las opiniones de su m ente y los vicios de su ánimo. Por ende, sus dotes, ya enmendada, son la elocuencia, la cien­ cia y la virtud: que son como tres puntos que describe en su giro el orbe entero de las artes y las ciencias. En efecto, en estas tres muy preclaras cosas está contenida la sabiduría: saber con seguridad, obrar rectam en­ te, hablar de form a adecuada [...]", dice Vico en Oración inaugural VI. 11. Magnífica descripción del perfecto o rador en Plinio el Joven: Epistulae, II, 3, 1 ss,, tom ando el modelo de Iseo, contem poráneo suyo. Cf. Cicerón: Orator, XIX, 61 ss; De oratore, III, 21, 81 ss. Quintiliano: Instit. orat., Proem ., 9 ss. V. Cousin, J.: É tudes..., pp. 11 ss. 12. El vir bon u s dicendi p e ñ tu s, de Catón a Quintiliano. 13. La voz "audire” y otras em parentadas etim ológicam ente con ella se usan muy a m enudo para significar a los alum nos en una clase m a­ gistral. Así: a) En Sobre la m ente heroica constituye el contrapunto de los profesores: "Excelencia de los oyentes... y de los profesores”, "eleva­ das funciones académ icas de los oyentes... y de los profesores”... El uso de la locución “funciones académicas" nos pone sobre aviso de que no se dirige a cualquier asistente a una conferencia o discurso, sino a las partes im plicadas en el m encionado proceso, esto es: alum nos y profe­ sores. Así utiliza en esta m isma obra la locución “tem p u s a u d ien d i ” como "tiempo dedicado al aprendizaje”, b) En las Oraciones inaugurales (sal­ vo en la VI, donde no em plea el térm ino), forjadas para alentar y esti­ m ular al estudio a la juventud, reiteradam ente se dirige a ésta —los alumnos— con el vocablo "oyentes", c) La función propia del alum no es la de oír; así, en la Oratio inauguralis IV, los alum nos “oyen a sus profe­ sores estremeciéndose y ateridos de frío". Asimismo, en De nostri... afir­ ma, hablando de los pitagóricos, que "guardaban silencio durante todo un quinquenio, tiempo éste durante el cual propugnaban lo oído con el solo testim onio de su m aestro — ipse d ix it’—, y generalm ente la función propia de los aprendices de la filosofía era la de oír: de donde, con apro­ piado vocablo, eran llamados 'oyentes'". Trataríase, pues, de lecciones magistrales durante las cuales la fun­ ción del alum no es la de atender (“oír"), cotejando m ás tarde, como postula Vico en el desarrollo del Sum ario, el aprendizaje así obtenido en las diversas disciplinas entre sí y con las propias lecturas de obras originales y com entarios a las mismas. 14. Frente a lo m anifestado en De nostri, VIL A propósito de ello señalábam os en Vico, G.: Obras... (op. cit.), nota 124 a De n o stri: "La re la c ió n e n tre el Liceo y D em ó sten e s —que lo h a c e o y en te de Aristóteles— se debe, probablem ente, a un lapsus viquiano, siendo así que las referencias de las Biografías de los oradores del Pseudo-Plutarco, las Ile p i Tfjq AruioaQévoix; Xé^ecoq y 'ET tiato^rt rcpót; 'Ap.p.cuov de Dionisio de H alicarnaso, la biografía de Demóstenes debida a Plutarco,

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y, sobre todo, el Orator, 15 y el B ru tu s, 121 ciceronianos expresan que leyó con entusiasm o e incluso oyó a Platón' (Lesky, A.: H istoria de la !itaratura griega), lo que lo hace discípulo de Platón, no de Aristóteles". V. asimism o Tácito: D ialogus de ora to rib u s, 32. 15. Resulta recurrente, casi tópico, el perm anente paralelism o traza­ do por Vico entre Demóstenes y Cicerón, que podem os hallar, am én de aquí, en el pasaje anterio rm en te citado (De n o stri, VII), en O ratio inauguralis III (passim , rem ontándose ya a Longino en Пер! ü\|/ODv- Cf. Cicerón: De oratore, I, 6, 2; III, 8, 80 y 14, 54; Orator, XIV, 45. Tópica, 81. V. tam ­ bién Quintiliano: Instit. orat., II, 21, 5 y 6, 12 y 13; III, 5, 12 ss. y X, 1, 35 ss. Calboli Montefusco: La dottrina..., pp. 42 ss. Kennedy, G.: The Art o f Persuasión..., pp. 305-306. 10. Se lam enta por ello Quintiliano (In stit. oral., II, 1, 9) de que este ám bito de Geaeiq y tópica, dominio de los antiguos rétores, se vea copa­ do en su época por filósofos y gram áticos respectivamente. 11. V., v. g., De legibus, I, 8. Mas el panegírico y la apología por antono­ masia de Pompeyo —lo que más tarde le valió el respaldo de éste en su aspiración al consulado— en la obra de Cicerón reside en Pro Iege Manilia o De imperio Cn. Pompei ad Quirites oratio, en apoyo de una proposición de ley del tribuno de la plebe C. Manilio que otorgaría a Pompeyo pode­ res de excepción. Favorecen la intervención de Cicerón en tal sentido, am én de su adm iración por Pompeyo —cuya capacidad militar, virtudes y prestigio pone de realce— y su intento de ganarse el favor de éste, fun­ damentalmente dos factores: el riesgo que para el poder romano supone un levantamiento en Asia como el que se está gestando y el hecho de que fuesen los caballeros —quienes tenían generalm ente encom endado el cobro de los impuestos— los más inmediatam ente afectados por la nega­ tiva de las provincias de Oriente a hacerlos efectivos, y dado que él m is­ mo pertenecía al orden ecuestre. V. Guillén, J.: op. cit., pp. 91-94.

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12. Francesco D'Andrea (1625*1698), jurista doctorado en Nápoles y ¡orinado en la filosofia atomista, que defendió en su Apología. Ejerció corno abogado y participó activamente en la vida cultural e intelectual de la época en el entorno napolitano. Y Gaetano Argento (1661-1730), co­ menzó en Cosenza sus estudios en jurisprudencia y filosofía, que poste­ riormente completó también en Nápoles. En esta ciudad, sus continuos éxitos en el ejercicio del derecho le proporcionaron cargos de relevancia, k g., ocuparse de las relaciones del Reino de Nápoles con la Santa Sede, desempeñar sus funciones como miembro de Sacro Real Consejo... En lo que respecta a la estructura, en otro orden de cosas, se trata de un quiasmo, disposición elocutiva a la que tan proclive resulta Vico. 13. A fin de obviar, o paliar al menos, los defectos de que tales discur­ sos adolecen, nace ya desde el siglo XVI toda una preceptística (emi­ nentem ente de índole sacra —desde el Ecclesiastes sive con cio n a to r cvangelicus de Erasmo al De sacra ratíone concionandi de Valdivia, pa­ sando, tam bién en España, por la Rhetorica Christiana de Valades—, dirigidos a la form ación de los predicadores y en los que, junto al conte­ nido, se resalta la im portancia de la forma, la expresión y las actitudes y gestos del orador para atraerse y cautivar al auditorio). 14. Los géneros oratorios, según Aristóteles {.R hetorica , 1.358a ss.), quien establece la clasificación —deliberativo, judicial y epidíctico o demostrativo— en función de los diversos tipos de auditorio a los que puede ir dirigido el discurso, un criterio idéntico al que asume Cicerón en De partitione oratoria, 10 ss. Cf. PHTOPIKH FÍPOS AAE5ANÁP0N, 1.421b. Cf. tam bién Cicerón: De in ven tio n e, I, 7 (donde reconoce a Aristóteles como padre de la taxonomía), 12 ss. y 43 ss; e ibidem , II, 12, 76... Y De oratore, I, 31, 141; De partitione oratoria, 10, 69... donde, al enum erar los géneros de causas, y ya no de discurso, el epidíctico se ve sustituido por el laudativo; Topica, 91. Quintiliano: ínstit. oral., II (passim ; especialmente, citando a Aristóteles, 21, 23); III, 3, 14 (donde se habla de nuevo de "partes de la retórica”); III, 4,1 ss.; VIII, Proem., 6. Y Alcuino: D isputado de rhetorica, 5. V, Beristáin, H.: Diccionario..., pp. 421-422. Calboli Montefusco: C onsulti..., pp. 258-260. Kennedy, G.: The Art o f Persuasión..., pp. 85 ss. Lausberg, H.: M anual..., §§ 59-65. Leeman, A.D.: O rationis..., pp. 24-26. Martin, J.: Antike..., pp. 9-10, 15. Acerca del tiem po en relación con los géneros, v. Aristóteles: R hetorica, 1.392a: Sé xtov koivwv xò [lèv oujfeiv olKeióxaxov xou; émSsiKxiKoíq, c&cntep eìpTytai, xò 8è yeyovòc, xotc; 8ikcxvikoí0fjvai nepi xov A.óyov, &v jifcv etc xivcov a l Ttíaxeiq éaovxoa, Seúxepov 5e rrepi xf|v Xfe^iv, ipíxov 5s jicoq Xpf] xá^oci x á M-épr| xoü %6yo\) [...], donde distingue tan sólo tres de estas partes, si bien el térm ino empleado para definir la segunda: Xe^k;, suele inducir a error. Pues no se trata aquí tanto de un paralelo de la clocutio, com o en ocasiones se ha pretendido —con lo que, m u ta tis m u tandis, vendría a coincidir Vico al tratar precisam ente de las mismas tres partes, prescindiendo prácticamente (v. [67]) de m em oria y actio —, sino precisam ente de ésta última, como claramente se deduce del des­ arrollo de tal apartado, a p artir de m ediados de 1.403b y 1.404a. V. Beristáin, H.: Diccionario..., p, 422. Calboli Montefusco: Consulti..., pp. 265-268. Lausberg, H.: M anual..., §§ 255 ss. Martín, J.: A ntike..., p. 11. 2. Preferim os la versión "actuación" —tam bién la actual "declam a­ ción", si no fuese porque "declam ar” posee una especial acepción en el tem a que nos ocupa (v. [1])— para "p ro n u n tia tio ", como com pendio de gestos, tono y pronunciación, p o r entender que, v. g. en Q uintiliano: Instit. orat., I, 2, 31, la actitud del cuerpo viene recogida por el térm i­ no “h a b itu s” o por “incessus" —citados ju n to a "p ro n u n tia tio "— am én del “m o tu s corporis". Asimismo, para ejercitar la m em oria, la voz y la "p ro n u n tia tio ”, el orador habrá de aprender a "decir sus discursos en pie con voz clara y de qué modo deberá com portarse” (ib íd em , I, 11, 14); m áxim e cuando no cabe separar la “p ro n u n tia tio " de la persona del orador, de sus adem anes, de la c h iro n o m ia (sic: ibídem , I, 11, 1617): así, se enum era "c o m p o sitio g estu s p ro n u n tia tio v u ltu s m o tu s" (ibídem , I, 12, 4). V. tam bién ibídem III, 3, 1-3: O m nis a u te m orandi ratio, u t p lu r im i m a x im iq u e a u cto res tradid eru n t, q u in q u é p a rtib u s constat: inventione, dispositione, elocutione, m em oria, p ronuntiatione sive a c tio n e (u tro q u e cn im m odo d ic itu r)... V eru m haec c u n e ta c o r r u m p it a c p r o p e m o d u m p e r d it in d e c o r a vel voce vel g e stu pronuntiatio. Y en XI, 3 ,1 : P ronuntiatio a plerisque actio dicitur, sed prius n om en a voce, sequens a gestu vid etu r accipere. N am que a ctio n em Cicero alias “q uasi serm o n e m ”, alias "eloquentiam q u a n d a m corporis" d ic it. Id e m ta m e n d u a s e iu s p a r tís fa c it, q u a e s u n t e a e d e m p ro n u n tia tio n is, vocem atque m o tu m : quapropter utraque appellatione indifferenter uti licet. Asimismo, en A d H erennium , I, 2, 3: P ronuntiatio est vocis, vultus, gestus m oderado c u m ven u sta te (Los resaltados en redondilla son nuestros); y en Cicerón: De in ventione, I, 9: p ro n u n tia tio est ex rerum et verborum dignitate vocis et corporis m oderatio. Se trata,

pues, de un com pendio de pronunciación vocal, aspecto del rostro, gesto de la m ano y adem anes corporales que aparece ya tratado, en buena m edida, por la retórica griega dentro de la sección dedicada a la í>7iOKpixtlcn xé^vq, concretam ente en el apartado que versa sobre el recitado en la representación dram ática (v. g., Aristóteles: Poética, 19, 7 y R hetorica, III, 1, si bien deja constancia — ibídem , 1,404a—• de que ésta últim a debe m ucho a la n aturaleza y poco al arte). E n tal

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••(-itiido, acíio es la representación escénica a que se dedica y que se ha i Ir im itar de Roscio ([9], in fine). 3. En probable referencia a las figuras de pensam iento y de dicción. 4. La "apta et num erosa oratio" de Cicerón (especialmente en el Orator passim —, cuya segunda m itad se dedica casi íntegram ente al tem a de la arm onía en la prosa), la prosa rítm ica, con unos finales rítmicos bavulos en la estructura de los pies m étricos que vienen a caracterizar los aivó¡i£v 0í; a u ^ X -o y io p -ó i;,

ydp t ò pèv T ia p à S e ty p -a i~naYtùYTì, t ò 8' 'ev9 ú p r|p a o'uX.X.oYtajaóq, t ò Sé óa i v ó(ievov év0ú¡.iTiia.a aivó|i.evoq auÁAoYiajióQ. KaXcS 8’ évQóprifia (lèv pqTopiKÓv auXXoYtajióu, m p d Ssiyi-ia Se e n a y c ú y r \ v pr|TO plK qv. Pasaje éste que resulta muy esclarecedor; como lo es asimism o el de Topica, 105a. V. tam bién A. Gclio: N octes A tticae, VI, 3, 35 y 44 (relativas a su uso p o r Catón). Cicerón: De inventione, I, 51; Topica, 42 y Quintiliano: lnstit. orat., V, 10, 73. Calboli Montefusco: C onsulti..., pp. 414-415. Lausberg, H.: M anual..., §§ 419 ss. K a i é v x a ñ S a òjioicoQ - é a T t v

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21. Si bien Aristóteles suele servirse de ambos, la referencia aquí es il Nilogismo retórico, no al lógico. 22. Cf. Quintiliano: Instit. oral., V, 1.1, 2-3. 23. Una más completa definición, v. g., en Cicerón: De inventione, I, 5. 24. Cf. Aristóteles: Rhetorica, II. 12-14. 25. No confundir con Esquines el orador. Se trata aquí de Esquines vi Socrático”, autor de diálogos (tenem os noticia de unos siete) de los i¡i ti- sólo nos quedan fragmentos, aunque abundantes. Uno de tales diá­ logos se intitula precisam ente Aspasia, por ser su protagonista esta corii'sana, am ante de Feríeles, cuya inteligencia e ingenio —cualidades que Ir valieron, en tanto que mujer, la sátira de algunos comediógrafos— m ienta realzar. La cita es aquí de Cicerón: De inventione, I, 51 y 52, Mvogida p o r Quintiliano: Instit. orat., V, 1 í, 27-29. 26. V. g., Cicerón: Académicas q uaesiiones, I (Posteriores), 4. 27. V. Cicerón: De oratore, II, 67, 270; B ru ta s, 292; De officiis, I, 108; ih ‘ fin ib u s, II, 2... Quintiliano: Instit. orat., IX, 2, 46. 28. A ello se alude tam bién en D AIS VI. 29. Cf. Platón: Apología, 27d. 30. ¿E n a n th io n ? ¿Hipercorrección? En gr. é v a v tío v , no évavOíov. 31. Cf. Aristóteles: Rhetorica, 1.393a ss. I1POZ AAEHANAPON, 1.429a. W H erennium , IV, 62, Cicerón: De in ven tio n e, I, 49. 32. Cf. A ristó te le s , R h e to r ic a , 1.356b. T ó p ica , 105a. IIPO Z AAESANAPON, 1.429a. V. Calboli Montefusco: Consulti..., pp. 396-398. ( :vxar o$xo
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