Gerbi, Antonello - La disputa del Nuevo Mundo.pdf

April 20, 2017 | Author: Fernando De Gott | Category: N/A
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ANTONELLO GERBI

LA DISPUTA DEL NUEVO MUNDO Historia de una polémica 17 50-1900

FONDO DE C U L T U R A EC O N Ó M IC A MÉXICO

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LA DISPUTA DEL NUEVO MUNDO

Primera edición en italiano, 1955 Primera edición en español, 1960 Segunda edición en español, corregida y alimentada, 1982

ADV e R T üN CIA E l g e r m e n del presente estudio es una nota de mi primer libro, escrito hace cincuenta años (La política del Settecento, Bari, 1928, página 85, nota 3), en la cual, a propósito del mito del buen salvaje, recordaba el feroz juicio de De Pauw sobre los indios americanos y algunas de las ré­ plicas que le hicieron Pernety, Buffon, Galiani, Jefferson y Carli. Fugaces alusiones a De Pauw aparecen asimismo en mi Política del romanticismo (Bari, 1932). Y en II peccato di Adamo ed Eva (Milán, 1933) son varias las veces que se toca el tema de la inocencia o de la innata maldad del “ salvaje” . El estímulo para ahondar mi investigación me vino, sin embargo, mu­ cho más tarde. A l establecerme en América a fines de 1938, diariamente sentía resonar en mis oídos una serie de hipérboles y calumnias, panegí­ ricos y vituperios sobre el Nuevo Mundo y, de rechazo, sobre el Viejo. R e­ petidos con desarmante candor y monótona convicción, esos confusos acen­ tos de pasión venían a acrecentar la dificultad, ya de suyo considerable, de penetrar en la sustancia de los problemas suscitados por el ambiente y por la historia de América: problemas que afloran ya en el diario y en las cartas de Colón y que, como he tratado de mostrar en otro libro mío, al­ canzan rápidamente un alto grado de seriedad científica en las historias de Gonzalo Fernández de Oviedo.1

Título original de esta obra-. La disputa del Nuovo Mondo

D. R. © 1955, Fondo

de

Cultura E conómica

Av. de la Universidad, 975; 03100 México, D. F. ISBN

968-16-1248-5

Impreso en México

Las huellas de esta reconsideración más viva y aguda de un tema de­ jado de lado hasta que los azares de la vida me lo impusieron de nuevo y con perentoria crudeza, quedaron en las páginas iniciales de un libro sobre el Perú publicado en Lim a en 1941, donde menciono el juicio nega­ tivo de Hegel acerca del continente americano. Desde De Pauw hasta Hegel, la trayectoria era bastante clara. Y también en Lima, como suplemento del cuarto número de la revista Historia, dirigida por Jorge Basadre, salía a fines de 1943 una primera versión del presente estudio: Viejas polémicas sobre el N uevo M undo. La curiosidad despertada por ese rápido bosquejo me indujo a reimprimirlo y a enriquecerlo, hasta convertirlo, en la ter­ cera edición (1946), en un volumen de trescientas páginas. El cambio del subtítulo indicaba el desplazamiento del centro de gravedad del libro: ya no “ comentario a un texto de Hegel” , sino debate “ en el umbral de una conciencia americana” . La primera edición italiana (Milán, 1955) fue prácticamente una obra i La natura delle Indie nove (da Cristoforo Colombo a Gonzalo Fernández de Oviedo), Milán-Nápoles, 1975. Traducción española de Antonio Alatorre, México ( fce ), 1978.

VIII

ADVERTENCIA

nueva, con un título nuevo; y, a pesar de que en ella se omite un par de apéndices sobre autores de interés regional sudamericano, su mole resultó más que el doble de la última edición limeña. La traducción española (México, 1960) contiene nuevos capítulos sobre el abate Roubaud, Miss W right, Blumenbach y Zimmermann y los padres Jolís y Peramás; la traducción inglesa (Pittsburgh, 1973) incluye otros más sobre Stendhal y Jacquemont. Todos esos materiales se encuentran en la presente “ edición definitiva’’, que añade a lo anterior nuevos capitulillos o desarrollos sobre James Stuart, sobre el escudo de los Estados Unidos, sobre Pío Baroja, sobre la fortuna de De Pauw en Italia de fines del siglo xvm a comienzos del xix, etcétera. Las correcciones y adiciones menores se cuentan por centenares. Naturalmente, se podría continuar aún. Es éste un típico libro de or­ ganillo, y al coro discordante no sería difícil añadir las voces de otros autores que emprendieron el ataque o la defensa. Espero, sin embargo, que el paciente lector esté de acuerdo conmigo en pensar que, para marcar las grandes líneas de la polémica, en estas páginas hay lo suficiente — y quizá demasiado. A. G. [Milán, 1976]

PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN MEXICANA a l público hispanoamericano un libro concebido y nacido en tierras de América podrá parecer a muchos — a mí incluso— completa­ mente redundante. El lector europeo tiene el privilegio de ignorar, o de haber olvidado, el alcance y la intensidad de los conflictos de ideas narra­ dos en el presente volumen. Para el lector americano, en cambio, esos con­ flictos son experiencia viva, y sustrato de juicios, de inclinaciones y de ideologías todavía operantes. El problema de las relaciones ideales entre los dos “ mundos” está ciertamente mucho más abierto y se discute más en el Nuevo Mundo que en el Viejo. Y este estudio mismo no habría llegado a concebirse si el autor no se hubiera visto trasladado repentinamente de la atmósfera un tanto satisfecha, pagada de sí, críticamente apaciguada del Occidente europeo a la atmósfera mucho más turbulenta, anhelante, sacu­ dida de impulsos ancestrales y proféticos, de uno de los más ilustres países de la América hispánica.

P resentar

Por otra parte, para que este trabajo mío, esbozado de espaldas a Euro­ pa, frente al vacío e ilimitado Pacífico, pudiera quedar relativamente com­ pleto — relativamente, porque un trabajo así no está nunca completo— , me era preciso invertir, por así decirlo, su perspectiva: regresé, pues, a la Europa “ aux anciens parapets” y, firme el pie sobre las costas articuladas y activas del Mediterráneo, volví a sopesar con atenta e informada impar­ cialidad los alegatos contrapuestos y las acusaciones recíprocas. Desde un principio, el tema podía definirse y circunscribirse recortan­ do, o, mejor, poniendo al fuego, en el complejo de las relaciones entre los dos hemisferios, la historia de una imputación específica: la de una supuesta inferioridad física del hemisferio occidental, y de una consiguien­ te “ debilidad” natural y constitucional de sus especies animales y de sus pobladores, todos ellos condenados por la naturaleza a una decadencia irresistible, a una corrupción fatal. Pero, inevitablemente, el estudio de este curioso episodio de la historia1de las ideas se transformaba en un esbozo o fragmento de autobiografía espiritual, en la indagación y revaloración de algunos olvidados presupuestos ideales de uno de tantos europeos del siglo xx, en el análisis de una de sus más profundas razones de ser ese europeo. L a reseña áridamente anticuada se convertía así, por la lógica misma de la investigación, en una confesión y una profesión de fe. Y este cambio de acento dejaba naturalmente su huella estilística en el libro; pero reme­ diar sus desigualdades de tono habría significado quitarle precisamente IX

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PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN MEXICANA

ese carácter “ autobiográfico” que es quizá su justificación mejor, cuando no la única. N o me agrada la costumbre de alargar al comienzo de un libro las listas de acknowledgements , y tampoco soy muy partidario de las dedicatorias, último vestigio de una costumbre dieciochesca. Un libro es un discurso que se dirige al lector: a él y a nadie más; y al lector “ ignoto” (que es justa­ mente aquel para quien se publica el libro) no le importa un bledo saber con quién está ligado el autor por tiernos afectos o por deudas de agrade­ cimiento. Pero en el presente caso, ese lector quedaría defraudado de un hecho esencial si le callase mi satisfacción por la colaboración que me ha prestado el traductor, Antonio Alatorre -—que no sólo ha controlado citas y datos bibliográficos, sino que ha elaborado una bibliografía que faltaba en la edición original e incluso me ha sugerido alguna útil referencia— , y sobre todo por la elegancia y nitidez de la prosa castellana en que, con amorosa y pacientísima fatiga, ha sabido expresar en todos sus matices mi largo discurso. A. G. M ilán, noviembre de 1959.

CUATRO PALABRAS DEL TRADU CTO R A su m u e r t e , pronto hará seis años, dejó Antonello Gerbi casi listo para la imprenta un ejemplar de la primera — y agotada— . edición italiana del presente libro, cargado de adiciones de todo tamaño: desde un nombre, una fecha, una rápida referencia bibliográfica, hasta capitulillos y excursos to­ talmente nuevos, pasando por las notas nuevas y por las notas viejas trans­ formadas en nuevos y macizos párrafos de texto. Ese ejemplar, digno de verse, es la perfecta imagen gráfica de un espí­ ritu indagador en continuo trance de curiosidad. En 1955, fecha de la pri­ mera edición italiana, Gerbi daba irónicamente por concluido, y más que concluido, un libro que se había ido amasando a lo largo de no pocos años. Las “ grandes líneas” de la disputa entre los dos Mundos — decía en el párrafo final de la “ Advertencia” — han quedado tan claras, tan marcadas, que toda adición sería redundante. T a l como está, el libro parece ya uno de esos organillos callejeros en que pueden meterse más y más rollos. H a­ brá, por supuesto, el lector que eche de menos tal o cual pieza (europea o americana) que él conoce y el autor no; pero también habrá el que piense: “ Para entender la curiosa y pertinaz disputa bastan y sobran los materiales aquí reunidos” , — y Gerbi parecía identificarse con este segundo lector. L o curioso es cómo el tiempo añadió ironía a la ironía: en la presente edición sigue leyéndose ese mismo párrafo final de la “Advertencia” , sin ninguna alteración, sin pizca de palinodia o arrepentimiento, pero mañosamente precedido ahora (cf. supra, p. viii) de dos parrafitos en que Gerbi, como sin darle importancia al asunto, menciona los enormes enriquecimientos de veinte años. Yo trabajé con una copia xerox del ejemplar cargado de adiciones y

casi listo para la imprenta, y estuve, durante mi trabajo, en asidua relación epistolar y aun personal con Sandro Gerbi, a cuyo cuidado aparecerá en ..Milán, dentro de pocos meses, la segunda edición italiana. Sandro, heredero de la espléndida biblioteca paterna, me ayudó muchísimo, y yo lo ayudé a él un poco. Puedo decir que nos anima a los dos un mismo espíritu de devoción filial, un mismo deseo de que La disputa del N uevo M un d o sea un libro sin tacha. Entre él y yo corregimos erratas y descuidos de las res­ pectivas primeras ediciones, puntualizamos datos bibliográficos, reacomo­ damos alguna de las adiciones, y yo, por mi parte, revisé página a página mi traducción de 1960, de manera que éste que tiene el lector en las manos es, en varios sentidos, un libro nuevo. XI

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Además de las adiciones, hay una supresión importante: la de la “ Bi­ bliografía negativa” , que en la edición de 1960 ocupa las páginas 627-642. Esa larga lista de libros y artículos no leídos podía verse como una confe­ sión autobiográfica (“ M e gustaría leer las «Observations sur une opinión de M. de Pauw» publicadas en el M ercure de France el 5 de agosto de J786” , etc.), pero también, y quizá sobre todo, como una invitación al lector para que averiguara y supiera más, para que se volviera investigador (“ Si te interesa como a mí la réplica de los latinoamericanos a las calumnias europeas de Buffon y De Pauw, ¿por qué no lees esos estudios que aquí en Milán no he podido conseguir?” ): y, de hecho, la bibliografía negativa pasa a llamarse “ Suggestions for Further Research” en la traducción inglesa de Jeremy Moyle (Pittsburgh, 1973), — donde, pese a haberse omitido algunos títulos, la lista de lo no leído ha crecido considerablemente, adornándose a la vez con un epígrafe típico del humor travieso de Gerbi: el hexámetro en que Magister Stopinus se pregunta o nos pregunta, muy serio, “ Quid juvat in tantis cervellum perdere libris?” (¡Basta pensar en lo que le pasó a Don Quijote!). A decir verdad, lo mucho que se agregó en veinte años al voluminoso expediente de la Disputa procede casi siempre de libros y ar­ tículos que no figuraban en la lista de lo no leído. Por otra parte, si en esos veinte años dejó Gerbi en segundo término la tarea de conseguir sus desi-

derata, fue evidentemente porque lo mejor de sus ocios estaba acaparado por la hechura de su otra obra maestra, La naturaleza de las Indias nuevas. En todo caso, a última hora — después de 1973— , decidió suprimir por completo esa “ Bibliografía negativa” que para 1976 debe haber alcanzado ya proporciones gigantescas. (N o todo era “ negativo” : Gerbi había leído ciertamente los Souvenirs [París, 1804] de Dieudonné Thiébault, puesto que de allí copia ■—-“ aunque sea para romper la monotonía” de la lista— un curioso retrato moral de Cornelis De Pauw, el héroe/villano número uno de la Disputa. Me hubiera gustado rescatar esa página; pero ahí está, en la primera edición, tal como está la “ Bibliografía negativa” , que de ninguna manera ha perdido de golpe su valor; ésta, sin embargo, debería consul­ tarse de preferencia en la edición norteamericana.) H ay una segunda supresión de la cual debo dar cuenta. Se trata de un elemento que no existe en la edición italiana de 1955 (ni en la de 1982), sino que fue introducido por mí en mi traducción de 1960. A l eliminarlo ahora, le devuelvo al libro su sabor original. Gerbi no tradujo al italiano las citas en español, francés, inglés, alemán y latín que hay en la Disputa: contaba con que a su lector — y su lector ideal no es propiamente el histo­ riador, el sociólogo, el etnólogo ni el naturalista, sino el hombre de cultura general, interesado en temas amplios y a la vez concretos, el “ curioso lector”

de siempre— no se le escaparía ni el sentido ni la gracia de esos textos. Yo, en cambio, los traduje todos al español, y ahora veo que no hice bien. Si Gerbi confía en que el lector italiano entenderá a fray Servando Teresa de Mier, ¿por qué no he de confiar yo en que el lector de habla española entenderá a Gian Rinaldo Carli? (Ya en mi traducción de La naturaleza de, las Indias nuevas, publicada en 1978, le doy al lector esa confianza que nunca debí haberle negado.) Así, pues, en la presente edición queda supri­ mida la traducción de esas citas escritas en unas lenguas cuyo papel fue y sigue siendo esencial para el diálogo entre Europa y América. Exceptúo los textos alemanes y los pocos textos latinos, que llevan su respectiva traduc­ ción en notas de pie de página. Diré, finalmente, una palabra sobre los añadidos que he hecho en la presente edición. Son todos ellos, en mi intención, pequeños homenajes al espíritu goloso de Gerbi, y creo, con toda honradez, que no hay uno solo que Gerbi hubiera desaprobado. Yo fui quien le sugirió varias de las co­ sas que él agregó a partir de la edición de 1960 (y no tengo por qué decir cuáles). Ahora que ya no puedo sugerirle nada, tomo yo la iniciativa. Espero no haberme excedido. He resistido a muchas tentaciones. (Pondré un ejem­ plo: al leer ese pasaje de las páginas 502-503 en que Fabre d’Olivet postula “ un brusco movimiento del globo terráqueo” , un empujón “ que levantó el polo boreal” , pienso forzosamente en W orlds in Gollision de Immanuel Velikovsky; sin embargo, aunque estoy seguro de que Gerbi habría atendido a mi idea, y, después de leer con regocijo ese notable producto de “ cienciaficción” , habría añadido algún sabroso comentario sobre la continuidad de la tradición catastrofista, al fin he decidido no meter allí nada.) Una prueba clarísima de que el texto dejado por Gerbi no estaba completamente listo para la imprenta es que en un solo lugar remite a La naturaleza de las Indias nuevas, siendo así que hay otros diez lugares en que esa referencia resulta indispensable. Sólo en un caso (el comienzo del capitulillo sobre fray Servando, páginas 393-394) he tenido que intervenir en el texto. Los demás añadidos, fáciles de identificar, van en las notas de pie de página, entre corchetes. A l lector le corresponde, en última instancia, juzgar de su (im)pertinencia. El interesado en la personalidad de Gerbi y en su background cultural (su relación con Benedetto Groce, por ejemplo) hará bien en leer la sem­ blanza que figura en la segunda edición italiana, escrita por la pluma refi­ nada de Piero Treves. Yo me limitaré a llamar la atención sobre la delicada confesión autobiográfica que desliza Gerbi en las páginas 514-515: su iden­ tificación con el gran Humboldt es en verdad conmovedora de tan com­ pleta: los dos hicieron su descubrimiento de América cuando en Europa

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CUATRO PALABRAS DEL TRADUCTOR

resonaba “ el fragor y el gemido de una guerra, napoleónica o hitleriana” , y, sobre todo, los dos se entregaron a su vocación americanista con una misma seriedad, con una misma curiosidad irrefrenable, con una misma “ euforia” .

REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS

A . A. México, junio de 1982.

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REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS

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REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS

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REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS '

REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS

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Baldini, Gabriele, M elville, o le ambiguitá. ¡VJilano-Napoli (Riccardo Ricciardi editore), 1952. ¡67

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XXII

REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS

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REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS

xxnt

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/132

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XXIV

REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS

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REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS Alessio Robles, México

(Instituto Panamericano de

XXV

Geografía e Historia),

1937.] / 152 Bonar, J., véase Smith (núm. 1340). Bonnard, G. A., véase Gibbon (núm. 594). Bonnet, Charles, La Palingénésie philosophique, ou Idées sur l’état passé et sur l ’état fu tu r des étres vivants. Ouvrage destiné á servir de supplément aux derniers écrits de l ’Auteur, & qui contient principalement le précis de ses recher­ ches sur le christianisme. Amsterdam (Marc-Michel Rey), 1769; 4 vols. /153 Bonneville, Zacearía de' Pazzi de, Les Lyonnaises protectrices des États souverains, et conservatrices du genre humain, ou Traité d’une découverte importante et nouvelle sur la Science m ilitaire et politique. Amsterdam (Marc-Michel Rey), 1771. 7 154 ----- Véase también La Douceur (núm. 837) y Mauricio de Sajonia (núm. 989). Bonora, Ettore (ed.), Letterati, memorialisti e viaggiatori del Settecento. MilanoN apoli (R . Ricciardi), 1951. (La letteratura italiana, Storia e testi, 47). /155 Bonpland, A., véase Humboldt (núm. 743). Boorstin, Daniel J., The Americans: The Colonial Experience. N ew York (Random House), 1966. /15G ----- Th e Americans: The National Experience. London (W eidenfeld Se Nicholson), 1966. /157 ----- - The Genius of American Politics. Chicago (University of Chicago Press), 1953. (T h e Charles R. W algreen Foundation Lectures). /158 Booth, B. A., véase T rollop e (núm. 1443). Borenstein, Walter, “ Baroja's Uncomplimentary Stereotype of the Latín American” , Symposium, Syracuse, N . Y., X I (1957), pp. 46-60. /159 Borges, Jorge Luis, E l inform e de Brodie. Madrid (Alianza Editorial), 1954. (El Libro de bolsillo, 499). /160 ------ Siete noches. M éxico (Fondo de Cultura Económica), 1980. /I61 Borgese, Giuseppe Antonio, “ L'usignolo di Pereyra” , Corriere della Sera, Milano, 26 febbraio 1952. /162 Bossi, Luigi, Elogio storico del conte commendatore Gian Rinaldo Carli. Venezia (Stamperia C. Palese), 1797. /I63 Boswell, James] Boswell in Extremes, 1776-1778, edited by Charles McC. Weis and Frederick A. Pottle. London (Heinemann), 1971. (Th e Yale Edition of the Prívate Papers o f Samuel Johnson, X ). y 164 ----- Boswell in H olland, 1763-1764, Includ ing His Correspondence with Belle de Zuylen (Zélide), edited by Frederick A. Pottle. New York (McGraw-Hill Book Co.), 1952. (T h e Yale E d itio n ..., II). /165 —— Boswell in Seareh of a W ife, 1766-1769, edited by Frank Brady and Frederick A. Pottle. N ew York (M cGraw-Hill), 1956. (T h e Yale Edition of the Private Papers o f James Boswell, V I). /166 ----- Boswell on the Grand T o u r: Germany and Switzerland, 1764, edited by Fred­ erick A. Pottle. N ew York (M cGraw-Hill), 1953. (T h e Yale Edition of the Private Papers of James Boswell, IV ). /167 ----- - Boswell’s Journal of a T o u r to the Hebrides with Samuel Johnson, L L . D., now first published from the original manuscript, prepared for the press, with preface and notes, by Frederick A. Pottle and Charles H. Benneu. New York (T h e Viking Press), 1936. /168

REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS

REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS

----- - Boswell’s London Journal, 1162-1163, now first published from the original manuscript, prepared for the press, with introduction and notes, by Frederick A. Potde. New York (M cGraw-Hill), 1952. (T h e Yale Edition of the Prívate Papers of James Boswell, I). /169 ------ The L ife of Samuel Johnson, L L . D . London (J. M . Dent & Co.) and New York (E. P. Dutton Co.), 1906; 2 vols. (Everyman’s Library, BiogTaphy, 1-2). /170 ----- . Life of Johnson, logether wiih Boswell’s Journal of a T o u r to the Hebrides and Johnson’s Diary of a Journey in to N orth IVales, edited by George Birkbeck H ill; revised and enlarged edition by L. F. Powell. Oxford (Clarendon Press), 1950; 6 vols. )171 Botta, Garlo, Scritti musicali, linguistici e letterari, uniti ed ordinati per cura di Giuseppe Guidetti. Regio d’Emilia, 1914. (Coll. storico-letteraria). /172 Bougeant, Guillaume-Hyacinthe, Amusement philosophique sur le langage des bétes; avec le supplément, ou plutót la critique de cet ouvrage; la lettre du P. Bougeant a M . l’abbé Savalette; Se un précis sur la vie & sur les ouvrages de l’auteur de l ’Amusement philosophique. A Pékin, et se trouve á Paris (chez Gogué & Née de la Rochelle), 1783. [La la ed. es de 1739.] /173 Bouilly, Domingo, “ El camino de Occidente. Proposición de un criterio sobre his­ toria universal’’, Cuadernos Americanos, V I (1947), núm. 6, pp. 116-141. /174 Bourdier, Franck, “ Principaux aspeets de la vie et de l’oeuvre de Buffon” , en; H eim (núm. 695), pp. 15-86. /175 Bowers, David F., “ Hegel, Darwin, and the American T radition ” , en; Bowers (núm. siguiente), pp. 146-171. )176 ------ (ed.), Foreign Influences in American L ife : Essays and Critical Bibliographies. Edited for the Princeton Program of Study in American Civilization. Princeton, N. J. (Princeton University Press), 1944. (Princeton Studies in American Civi­ lization). )177

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XXVI

Bowman, Isaiah, Th e Andes of Southern P erú : Geographical Reconnaissance along the Seventy-Third M eridian. N ew York (American Geographical and Statistical Society), 1916. )178 Boyd, J. P., véase Jeíferson (núm. 774). Brading, D. A., “ Government and Elite in Late Colonial M éxico’’, The Hispanic American Historical Review, L U I (1973), pp. 389-414. /179 Brady, F., véase Boswell (núm. 166). Brailsíord, Henry Noel, Shelley, Godwin, and T h e ir Circle. London (Williams & Norgate), s. a. [1913]. ^180 Bremer, Frederika, La Vie de fam ille dans le Nouveau M onde [1853]. Lettres écrites pendant un séjour de deitx années dans l'A m ériqu e du Sud et á C u b a ... Traduit du suédois par Mademoiselle R. de P u g u e t..., avec approbation de l'Auteur. Paris (Librairie de l ’Association pour la propagation et la publicación de bons livres), s. a. [ca. 1855]; 3 vols. /181 Brennan, Gerald, The Literature of the Spanish People, from Román Times to the Present Day. Cambridge (Cambridge University Press), 1951. /182 Brie, Friedrich, “ Die Anflinge des Amerikanismus” , Historisches Jahrbuch, L1X (1939), pp. 352-387. /I83 Brigán ti, Filippo, Esame analítico del sistema legale. Venezia (Milesi), 1822; 5 vols. (Nuova raccolta di scelte opere italiane e straniere di scienze, lettere ed arti, 1V-VIII). [La la ed. es de 1777 (en realidad 1778).] /184

pp. 383-391.

XXVII

/186

Briggs. Flarold E., “ Keats, Robertson and «that most hateful lan d »” , P M L A , Pub­ lica lions of the Modern Lauguage Association of America, L I X (1944), pp. 184199. " /187 Brissot de W arville, Jacques-Pierre] Mémoires de B ris s o t... sur ses contemporains et la Révolution francaise, publiés par son fils, avec des notes et des éclaircissements historiques par M.-F. de Montrol. Bruxelles (Louis Hauman & Cié., et C. J. De Mat), 1830; 3 vols. /188 ----- Nouveau voyage dans les États-Unis de l’Am érique septentrionale, fait en 1188. Paris (Buisson), 1791: 3 vols. /189 ----- Recherches philosophiques sur le droit de propriété et sur le vol. Paris, 1782. /190 Broglie, Prince de] Deux Frangais aux États-Unis et dans la N ouvelle Espagne en 1782. Journal de voyage du prince [Charles-Louis-Victor] de Broglie et L et­ tres du comte [Louis-Philippe] de Ségur, communiqués avec un avant-propos et des notes par le Duc de Broglie. Paris (Imprimerie Lahure), 1903. (Mélanges publiés par la Société des Bibliophiles Franjáis). /191 Brooke, Rupert, Letters from America, with a Preface by Henry James. N ew York (C. Scribner’s Sons), 1916. /192 Brooks, Philip C., “ Do the Americas Share a Common History?” , Revista de H is­ toria de América, 1952, núm. 33, pp. 75-83. Reproducido parcialmente en Hanke (núm. 670), pp. 134-140. /193 Brooks, Van Wyck, The Dream of Arcadia: American W riters and Artists in Italy, 1760-1915. New York (E. P. Dutton &: Co.), 1958. /194 ---- - The Flowering of New England, 1815-1865, with an introduction by M . A. D eW olfe Howe and illustrations by R. J. Holden. Boston (T lie Merrymount Press), 1941. (T h e Lim ited Editions Club). /195 ----- The L ife of Emerson. New York (E. P. Dutton Se Co.), 1932. /196 ----- The Times of M elville and Whitman. London (J. M . Dent & Sons), 1948. /197 Brown, Alexander W., "Jacquemont et l ’Inde anglaise” , en: Heim (núm. 696), pp. 365-428. /198 Bruhns, Karl (ed.), Alexander von Hum boldt, eine wissenschaftliche Biographie, im Verein mit R. Avé-Lallemant, J. V. Carus [u. a.] bearbeitet und herausgegeben v o n ... Leipzig (F. A. Brockhaus), 1872; 3 vols. /199 Brunet, Gustave (con el pseudónimo “ Philomneste Júnior’’), Les Fous littéraires: Essai bibliographique sur la liltérature excentrique, les illuminés, visionnaires, etc. Bruxelles (Gay et Doucet), 1880. /200 Bruuetiére, Ferdinand, Manuel de l’histoire de la littérature frangaise. Paris (C. Delagrave), 1898. /201 Bruno. Giordano. Opere italiane, a cura di Giovanni Gentile. Bari (Laterza). 19251927; 3 vols. /202 Brunstiid, F., véase Hegel (núm. 691). Buchwald, Reinliard, Goethezeit und Gegenwarl: Die Wirkungen Goethes in der deutschen Geistesgeschichte.Stuttgart (A. Kroner), 1949. /203

REGISTRO DE EOS AUTORES CITADOS

REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS

Buckle, Henry Tilomas, H istoire de la civilisation en Angleterre. Traduction autorisée, par. A. Baillot. París (A. Lacroix, Verboeckhoven et Cíe.), [1880]-1881; 6 vols. /204 Buffenoir, Hippolyte, Le Prestige de Jean-Jacques Rousseau: Souvenirs, documents, anecdotes. París (Émile-Paul), 1909. /205 Buffon, Georges-Louis Leclerc de] Oeuvres completes de Buffon, mises en ordre et précédées d’une notice historique par M. A . Richard. Paris (Baudoin íréres [y luego Delangle íréres]), 1826-1828; 32 vols. /206 ------M orceaux choisis de Buffon. Recueil de ce que ce grand naturaliste offre de plus remarquable sous le rapport de la pensée et du style; contenant aussi l'analyse des formes extérieures, des moeurs, caractére et habitudes des principaux animaux décrits par cet écrivain. Paris (Dabo-Butschert), 1829. /207 ------ Correspondance inédite de Buffon, á laquelle ont été réunies les lettres publiées jusqu’á ce jour. Recueillie et anuotée par M. Henri Nadault de Buf­ fon. Paris (L. Hachette et Cié.), 1860. /208 ------ Véase también Hérault de Séchelles (núm. 703). Burckhardt, Jakob, Weltgeschichtliche Betrachtungen, mit Nachwort herausgegeben von R u d olf Marx. Leipzig (A. Kroner), 1935. /209 Burke, Edmund, The Works, wítb a general introduction by tile late ju dge W iliis and a preface by F. W . Raffety. London (O xford University Press), s. a. [1928]; 6 vols. (W orld ’s Classics). /210 Burkholder, Mark A., “ From Creóle to Peninsular: T h e Transformation of the Audiencia o f Lim a” , The Hispanic American H istorical Review, L I I (1972), pp. 395-415. /211 Burnet, Thomas, Telluris theoria sacra, originem et mutationes generales orbis nostri, quas aut jam subiit, aut olim subiturus est complectens. Amstelodami (apud Wolters), 1699. [La 1?- ed. es de 1681.] ¡212 Burney, Charles, A n Eighteenth Century Musical T o u r (1773), edited by Percy A. Schoies, London (O xford University Press), 1959; vol. 1: in Trance and ltaly; vol. I I : in Central Europe and the Netherlands. /21o Burns, E. Bradford, “ T h e Enlightenment in T w o Colonial Brazilian Libraries” , Journal of the History of Ideas, X X V (1964), pp. 430-438. /2I4 ------ "T h e R ole of Azeredo Coutinho in the Enlightenment of Brazil” , The Hís­ pame American H istorical Review, X L I V (1964), pp. 145-160. /215

an introduction and notes by Ernest J. Lovell, Jr. New York (Macmillan), 1954. /220 Caiílet-Bois, Ricardo R., "Las corrientes ideológicas europeas en el siglo xvm y el virreinato del R ío de la Plata” , en: Ricardo Levene (ed.), Historia de la na­ ción argentina, vol. V,Buenos Aires (El Ateneo), 1939, pp. 11-25. /221 Caldas, Francisco José de] Obras de Caldas, recopiladas y publicadas por Eduardo Posada. Bogotá (Imprenta Nacional), 1912. (Biblioteca de historia nacional, IX ). /222 ----- Semanario de la Nueva Granada. Miscelánea de ciencias, literatura, artes e industria, publicada por una sociedad de patriotas granadinos bajo la dirección de Francisco José de Caldas. Nueva edición, corregida, aumentada con varios opúsculos inéditos. París (Lasserre), 1849. [Publicación original: Bogotá, 18081810.] /223 ----- Véase también Mendoza (núm. 1014). Calderón de la Barca, Francés, L ife in M é x ico during a Residence of Two Years in that Country. Garden City, N. Y. (Doubleday), s. a. [co. 1960]. (Dolphin Books). /224 Callegari, C. V., “ L ’abate Francesco Saverio Clavigero” , Le Vie d’Italia e dell’America Latina, luglio 1931. /225 Calvet, H., véase Desmoulins (núm. 417). Caízabigi, Ranieri Simone Francesco Maria de’, Poesie. Livorno (Stamperia dell'Enciclopedia), 1774; 2 vols. /226 Camben, Glauco, “ W alt Whitman in Italia” , A ut-Aut, Milano, 39 (maggio 1957), pp. 244-263. ' ¡227 Campanella, Tomrnaso, Bella Monarchia di Spagna, en: Opere, a cura di Alessandro D ’Ancona, T orin o (Pomba), 1854;2 vols. /228 Campbell, León G., " A Colonial Establishment: Creóle Domination of the Audien­ cia o f Lima During the Late Eighteenth Century” , The Hispanic American Historical Review, L I I (1972), pp. 1-25. ,/229 Canbv, Henry Seidel, W all Whitman, A n Am erican: A Study in Biography. Bos­ ton and New York (Houghton M ifflin Co.), 1943. /230 ------ - Véase también Thoreau (núms. 1408 y 1409).

XXVIII

Burton, Robert, Th e Anatomy of Melancholy [1621], now for the first time with the Latín completely given in translation and embodied in an All-English text, edited by Floyd Dell and Paul Jordan-Smith. N ew York (Tu dor Publishing Company), 1938. /216 Bury, John Bagnell, Th e Idea of Progress: A n In qu iry into Its Origin and Growth. London (Macmillan and Co.), 1924. /217 ------ Véase también Gibbon (núms. 591 y 593). Busson, Henri, Littérature et théologie: M ontaigne, Bossuet, La Fontaine, Prévost. Paris (Presses Universitaires de France), 1962. (Publications de la Faculté des Lettres et Sciences Humaines d’Alger, X L I I ). /218 Byron, George Gordon] T h e Works of L ord Byron, with liis Letters and Journals, and his L ife, by Thomas M oore Esq. London (J. Murray), 1833-1835; 17 vols. /219 ----- H is Very Self and Voice: Collected Conversations of Lord Byron, edited with

XXIX

Cangiotti, Gualterio, P ió Baroja, “ osservatore” del costume italiano. Urbino (Argalia), 1969. (Pubblicazioni dell’Universitá, Lettere e Filosofia, 24). /231 Cantimori, Delio (ed.), Giacobini italiani. Bari (Laterza), 1956. /232 Capellini, Giovanni, R icord i di un viaggio scientifico nell’America settentrionale nel 1863. Bologna (G. Vitali), 1867. /233 Capéran, Louis, Le Problém e du salut des infideles. Toulouse (Grand Séminaire), 1934; 2 vols. /234 Capucci, Martino, “ I popoli esotici nell’interpretazione leopardiana” , en: Leopardi e il Settecento (A tti del I Convegno Internazionale di Studi Leopardiani, 13-16 setiembre 1962), Firenze (OIschki), 1964, pp. 241-252. /235 Carbia, Rómulo D., H istoria de la leyenda negra hispano-americana. Buenos Aires (Ediciones Orientación Española), 1943. /236 ----- La crónica oficial de las Indias occidentales. Estudio histórico y crítico acerca de la historiografía mayor de Hispanoamérica en los siglos xvi a xvm, con una introducción sobre la crónica oficial en Castilla. La Plata, 1934. (Biblioteca Humanidades, X IV ). /237

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REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS

REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS

Cárcer y Disdier, Mariano de, Apuntes para la historia de la transculturación indoespañola. M éxico (Instituto de Historia), 1953. /238 Cardozo, Efraím, Historiografía paraguaya. México (Instituto' Panamericano de Geografía e Historia), 1959. y239 Carletti, Francesco, Ragionam enti di. . . sopra le cose da lu i vedóle ne’ suoi viaggi, si dell'Indie occidentali e orientali come d'altri paesi. Firenze (Carlieril, 1701. [La obra se escribió ca. 1606.] [240 ----- - R a g io n a m e n ti..., en: L e p iú belle pagine di Francesco Carletti, a cura di Luigi Barzini, M ilano (Treves), 1926. /241 ----- - Razonamientos de m i viaje alrededor del mundo (1594-1606). Estudio preli­ minar, traducción y notas de Francisca Perujo. M éxico (Universidad Nacional .Autónoma), 1976. /242 Carli, Gian Rinaldo, Le Lettere americane. Cosmopoli [Cremona (Manini)], 1780: 2 vols. y243 ------ L e Lettere americane. Nuova edizione, corretta ed ampliata colla aggiunta della Parte III, ora per la prima volta impressa. Prefazione di Isidoro Bianchi. Cremona (M anini), 1781-1783; 3 vols. /244 ------ Lettres américaines. . . pour servir de suite aux Mémoires de D. Ulloa, traduites par J.-B. Lefebvre de Villebrune. Á Boston, et se trouve á París (chez Buisson), 1788; 2 vols. )245

Castiglioni, Luigi, Viaggio negli Stati U n iti dell’America settentrionale fatto negli

XXX

------ Trecentosessantasei lettere d i . . . , capodistriano, cavate dagli originad e annotate [da Baccio Ziliotto]. Trieste (Societá del Gabinetto di Minerva), 19081913. [Publicadas en cuatro entregas de L'Archeografo Triestino, 39 serie, vols. IV -V II.] /246 Carlyle, Jane Welsh, Letters to H e r Family, 1839-1863, edited by Leonard Huxley. London (John Murray), 1924. /247 Carlyle, Thomas, Criticad and Miscellaneous Essays. London (Chapman & Hall), 1907; 8 vols. /248 Caro, Elme-Marie, La Philosophie de Goethe. Deuxiéme édition. París (Hachette). 1880. /249 Carrió de la Vandera, A., véase Concolorcorvo (núrn. 337). Carro, Venancio D., La teología y los teólogos-juristas españoles ante la conquista de América. M adrid (Publicaciones de la Escuela de Estudios Hispanoameri­ canos de la Universidad de Sevilla), 1944. j 250 Carus, Cari Gustav, Goethe, zu dessen ndherem Verstandnis [1843], und Briefe über Goethes “Faust” , mit einer Einleitung herausgegeben von Ernst MerianGenast. Zürich (R otapfel Verlag), 1948. /251 Casanova, Giacomo, Mémoires. París (Garnier),s. a.; 8 vols. )252 Casas, fray Bartolomé de las, Doctrina. Prólogo y selección de Agustín Yáñez. M éxico (Universidad Nacional Autónoma),1941. (Biblioteca del estudiante uni­ versitario, 22). )253 Casini, T ., “ I deputati al Congresso Cispadano, 1796-1797” , Rivista Storica del Risorgim ento Italiano, I I (1897), pp. 138-210. /254 Cassará, Salvatore, La política di Giacomo Leopardi nei “ Paralipomeni della Batracomiomachia’’. Esposizione e note. Palermo (Giannone e Lamantia), 1886. /255 Casstrer, Ernst, Goethe und die geschichtliche Welt. Drei Aufsatze. Berlin (Bruno Cassirer), 1932. j 256 ----- Véase también Kant (núm. 795).

anni 1785, 1786 e 1787 d a ..., con alcune osservazioni sui vegetabili piü m ili di cjuel pacse. Milano (Stamperia di G. M arelli), 1790; 2 vols. /257 Castillo, Homero, “ Baroja e Hispanoamérica” , Revista Iberoamericana, X X I I I (1958), pp. 129-139.

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/25S

Castle, Eduard, D er grosse Unbekannte: Das Leben von Charles Sealsfield. W ien (W u lf Stratowa Verlag), 1952. /259 ----- Véase también Lenau (núm. 870). Castro, Américo, Iberoamérica: Su historia y su cultura. T h ird edition. N ew York (T h e Dryden Press), 1954. /260 Castro Morales, Efraín, Las primeras bibliografías regionales hispanoamericanas: Eguiara y sus corresponsales. Puebla (Ediciones Altiplano), 1961. /261 Cater, H. D., véase Adams (núm. 7). Cather, Thomas, Journal of a Voyage to America in 1836. London (R odale Press), 1955. (Miniature Book). /262 Cattaneo, Cario, Scritti filosofici, a cura di Norberto Bobbio. Firenze (L e Monnier), 1960. /263 ----- Scritti storici e geografici, a cura di Gaetano Salvemini e Ernesto Sestan. Firenze (Le Monnier),1957; 4 vols. /264 C[avazos] G[arza], I[srael], “ Autores neoleoneses: el Lie. José Alejandro de T reviño y Gutiérrez” , In ter Folia, Monterrey, 1959, núm. 61. /265 Cellier, Léon, "Chateaubriand et Fabre d’O livet; U ne source des M artyrs", Revue d’Histoire Littéraire de la France, L I I (1952), pp. 194-206. /266 ------ Fabre d’Olivet: Contribution d l’étude des aspeets religieux du romantisme. París (Nizet), 1953. /267 Cellini, M., véase Tommaseo (núm. 1425). Ceram. C. W . [pseudónimo de Kurt W ilhelm Marek], II prim o americano. T o rin o (Einaudi), 1972. /268 Cerruti, Marco, La Ragione felice e altri m iti del ’700. Firenze (L. Olschki), 1973. /269 Cesarotti, Melchiorre, Epistolario. Firenze (M olini, Landi e Comp.), 1811-1813; 6 vols. (Opere, X X X V -X L ). /270 Chabod, Federico, “ L ’idea di Europa” , Rassegna d’Italia, I I (1947), fase. 4 (aprile), pp. 3-17; fase. 5 (maggio), pp.25-37. /271 ----- Scritti sul Rinascimento. Torin o (Einaudi), 1967. (Opere, II). /272 ----- Storia della política estera italiana dad 1870 al 1896. I, Le premesse. Bari (Laterza), 1951. /273 Chamfort, Sébastien-Roch-Nicolas, Oeuvres completes. Deuxiéme édition. París ■' (Colnet), 1808; 2 vols. /274 Chasles, Philaréte, Eludes sur la littérature et les mceurs des Anglo-Américains au xixe siécle. París (Amyot), 1851. /275 ----- Véase también Hall (núm. 653). Chastellux, Fran^ois-Jean de] De la felicité publique, ou Considérations sur le sort des hommes dans les différentes ¿paques de l’histoire, par M. le Marquis de Chastellux. Nouvelle édition, corrigée Se augmentée par l’Auteur. Bouillon (Imprimerie de la Société Typographique), 1776; 2 vols. [La 1?- ed. es de Amsterdam, 1772.] /276 ----- • Voyages de M . le Marquis de Chastellux dans l’A m ériqu esep ten trion a le,

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REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS

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dans les années 1780, 1781 & 1782. Deuxiéme édition. Paris (Prault, imprimeur du R oí), 1788-1791; 2 vols. /277 ------ Travels in N o rth America in the Years 1780, 1781, and 1782. A revised translation with introduction and notes by Howard C. Rice, Jr. Chapel H ill (University of North Carolina Press), 1963; 2 vols. /278 Chateaubriand, Fran^ois-René de] Oeuvres completes de Chateaubriand. Paris (Fain), 1826; 30 vols. [Se citan por esta edición el Essai historique sur les révolutions (1797), vols. I-II, y Les Natchez (1801-1826), vols. X IX -X X .] /279 ----- Génie du christianisme, par le Vicom te de Chateaubriand. Nouvelle édition, avec notice préliminaire et des notes. Paris (Berche et Tralin), 1877; 2 vols. [La la ed. es de 1802.] /280 ------ Itinéraire de Paris d Jérusalem [1811] par M. le Vicomte de Chateaubriand, précéaé de Notes sur la Gréce et suivi des Voyages en Italie et en France. Paris (Firmin Didot), 1854; 2 vols. /281 ----- Mémoires d’O utre-Tom be. Édition du Centenaire, intégrale et critique, en partie inédite, établie par Maurice Levaillant. Deuxiéme édition, revue et corrigée. Paris (Flammarion), 1949-1950; 4 vols., encuadernados editoríalmente en 2 . /282 ------ Voyage en Am érique. Édition critique préparée par Richard Switzer. Paris (Marcel Didier), 1964. /283 ----- Voyages en Am érique, en Italie, au M ont-Blanc. Mélanges littéraires. N ou­ velle édition, revue avec soin sur les éditions originales. Paris (Garnier fréres), 1859. /284 Chaunu, Pierre, L ’A m érique et les Amériques de la préhistoire a nos jours. Paris (Armand Colín), 1964. /285 ------ La Civüisation de l’Europe des lumiéres. Paris (Arthaud), 1971. (Les Grandes Civilisations). /286 ------ Conquéte et exploitation des nouveaux mondes (x v ie siécle). Paris (Presses Universitaires de France), 1969.(Nouvelle Clio, 26bis). /287 Chénier, André, Oeuvres completes. T ex te établi et annoté par Gérard Walter. Paris (Gallimard), 1940.(Bibliothéque de la Pléiade). /288 Chevalier, Michel, Lettres sur VAm érique du N ord , avec une carte des États-Unis d’Amérique. Paris (C. Gosselin et Cié.), 1836; 2 vols. /289 Chinard, Gilbert, L ’A m érique et le reve exotique dans la littérature frangaise au xviie et au xviii* siécle. Paris (Hachette), 1913. /290

____ Réfugiés huguenots en Am érique, avec une introduction sur “ Le mirage américain” . Paris (Les Belles Lettres), 1925. /297 ____ _ Thomas Jefferson, the Apostle of Americanism. Boston (Little, Brown &

------ “ Eighteenth-Century Theories on America as a Human Habitat", Proceedings of the American Philosophical Society, X C I (1947), pp. 27-57. /291 ------ “ L ’Esprit national dans la poésie américaine” , Revue de Synthése Historique, X X I X (1919), pp. 161-179. /292 ----- L ’Exotisme américain dans la littérature frangaise au xvie siécle d’aprés Rabelais, Ronsard, M ontaigne, etc. Paris(Hachette), 1911. /293 ----- L ’Exotisme américain dans Voeuvre de Chateaubriand. Paris (Hachette et Cié.), 1918. (Semicentennial Publications o f the University of California, 1868¡918). /294 ------ ‘‘Les Expériences américaines de Víctor Jacquemont” , en: Heim (núm. 696), pp. 139-198. /295 ------ L ’H om m e contre la nature: Essais d’histoire de 1’Amérique. Paris (Hermann), 1949. (Actualités scientifiques et industrielles, 1070). /296

Company), 1944. /298 ____ _ Trois amitiés frangaises de Jefferson, d’aprés sa correspondance inédite avec Madame de Bréhan, Madame de Tessé et Madame de Corny. Paris (Les Belles Lettres), 1927. /299 ____ Véase también Echeverría (núm. 460), Jefferson (núm. 770) y Lahontan (núm.

.&• •j® ilg •§

840). Christie, John Aldrich, Thoreau as W orld Traveler. N ew York (Columbia Univer­ sity Press), 1965. /300 Chuquet, Arthur, “ L e Révolutionnaire George Forster” , en sus Études d’histoire, Paris (A. Fontemoins), s. a. [1903], vol. I, pp.149-288. /301 Church, Henry Ward, “ Corneille de Pauw and the Controversy over his Recher­ ches philosophiques sur les Américains” , P M L A , Publications of the Modern Language Association of America, L I (1936), pp. 178-206. /302 Ciampiní, R., véase Mazzei (núms. 995 y 999). Cisneros, Carlos B., y Rómulo E. García, El Perú en Europa. Lim a (Guzmán), 1900. /303 Clark, Colin, “ Do Population and Freedom Grow Together?” , Fortune, L X Ií, N9 6 (December 1960). /304 Clark, H. H., véase Paine (núm. 1139). Clark, Robert T ., Jr., “ Herder, Cesarotti and V ico” , Studies in Philology, X L IV (1947), pp. 645-671. ;305 ------ “ T h e N oble Savage and the Idea of T oleran te in H erder’s Briefe zur Bejórderung der Hum anitat” , The Journal of English and Germanic Philology, X X X I I I (1934), pp. 46-56. /SOS Clavigero, Francisco Javier] Storia antica del Messico, cavata da’ migliori storici spagnuoli, e da’ manoscrítti e dalle pitture antiche degl’Indiani. Divisa in dieci libri, e corredata di carte geografiche e di varié figure, e Dissertazicni suila térra, sugli animali e sugli abitatori del Messico. Opera dell’abate Fran­ cesco Saverio Clavigero. Cesena (per Gregorio Biasini, all’insegna di Pallade), 1780 (vols. I-III), 1781 (vol. IV ). /307 ------ Historia antigua de M éxico. Primera edición del original escrito en caste­ llano por el autor. Introducción de Mariano Cuevas. México (Porrúa), 1945; 4 vols. (Colección de escritores mexicanos, 7-10). /308 ----- Historia antigua de M éxico. Traducción de José Joaquín de M ora [publi­ cada por primera vez en Londres, 1826], Prefacio de Julio L e Riverend Brusone. Estudio biográfico de Rafael Garda Granados. México (Editorial Delfín), 1944; 2 vols. /309 ----- Storia della California. Opera postuma. Venezia 1789. Clemenceau-Jacquemarie, Madeleine, Vie de Madame dier), 1929; 2 vols. Cobo, Bernabé, Historia del Nuevo M undo, publicada y otras ilustraciones de D. Marcos Jiménez de la de E. Rasco), 1890-1893; 4 vols. (Publicaciones de Andaluces). [Obra escrita en 1653.]

(appresso Modesto Fenzo), /310 Roland. Paris (J. Tallan/Sil por primera vez, con notas Espada. Sevilla (Imprenta la Sociedad de Bibliófilos /312 gemios

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REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS

Cocchiara, Giuseppe, L ’eterno selvaggio: Presenta e influsso del mondo prim itivo nella cultura moderna. M ilano (II Saggiatore), 1961. ■ /313 Cochrane, Eric W ., “ II Gazzettiero Americano di Livorno e l ’America nella letteratura del Settecento” , -Qtiaderni di Cultura e Storia Sociale, III, N ? 1 (gennaio 1954). /314 Codazzi, Agostino, M em orie inedite d i . . . sui suoi viaggi per VEuropa e nelle Americhe, 1816-1822, a cura di M ario Longhena. M ilano (Alpes), 1930. /315 Colicchi, Calogero, II "D ia logo sopra la nobiltd” e la polémica sociale di Giuseppe Parini. Firenze (L e M onnier), 1965. /316 Collingwood, Robín George, Th e Idea of History. Oxford (Clarendon Press), 1946. /317 ------ T h e Idea o f Nature. O xford (Clarendon Press), 1945. /318 ----- T h e New Leviathan; or, M an, Society, Civilization and Barbarism. Oxford (Clarendon Press), 1942. /319 Colón, Hernando] Vita di Cristoforo C olom b o. . . tradotta da Alfonso Ulloa. Nuova edizione, riveduta e corretta.Londra (Dulau & Co.), 1867. /320 Commager H . S., véase Nevins (núm. 1099). Compagnoni, Giuseppe, D e ll’arte della parola considerata nei varii m odi della sua espressione, sia che si legga, sia che in qualunque maniera si reciti. Lettere ad E. R., giovinetto di 14 anni. M ilano (Stella, tipografía Maníni), 1827. /321 ■------ La chimica per le donne. Venezia (Tipografía di A. Curtí), 1797. /322 ------ La tassa progressiva. Riflessioni del cittadino G. C. Ferrara (Stamperia del Governo), 1797. /323 ----- Lettere a tre giovani sulla morale pubblica. M ilano (Sonzogno), 1829. /324 ------ M em orie autobiografiche di G. C., edite per la prima volta a cura di Angelo Ottolini. M ilano (Treves), 1927. /325 ------ M em orie sulla vita e sui fa tíi di Giuseppe Luosi mirandolano. Milano (Stel­ la), 1831. /326 ------ Orazione sulla pace [d i Lu n éville], per ordine del Governo Cisalpino. Milano (Stamperia Italiana e Francese), anno x [1802]. /327 ------ Prospetto p olítico dell’anno 1790. Venezia (Graziosi), 1791. /328 ----- Storia clell’America, in continuazione del Compendio della Storia uníversale del Sig. Conte di Ségur. M ilano (Fusi, Stella e Compagni), 1820-1823; 28 vols. + un índice general. (Com pendio della storia universale antica e moderna, X X V I- L III). /329 ------ Storia dell’Im p erio Russo. M ilano (Stella), 1824; 6. vols. (Compendio della storia universale antica e moderna). /330 ----- Storia dei Tartarí, compilata dal sig. Giuseppe Belloni [Giuseppe Compa­ gnoni], antico militare italiano, e pubblicata in continuazione al Compendio della storia universale del Sig. Conte di Ségur. M ilano (Ant. Fort. Stella e figli), 1825; 7 vols. (Compendio della storia universale antica e moderna, C X V -C X X I). /331 ----- Vita ed imprese di B ib i uomo del suo tempo, en; Demetrio Diamilla Müller (ed.), Biografié autografe ed inedite di illustri italiani di questo secolo, Torin o (Pomba), 1853, pp. 109-114. /332 ----- Vita letteraria del cavaliere G. C., scritta da lu i medesimo. Milano (Stella, tipografia Bravetta), 1834. /333 ----- Véase también Rava (núm. 1220).

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Compagnoni,. Giuseppe, e Francesco Albergad Capacelli, Lettere piacevoli, se piaceranno. Tom o primo, e forse ultimo [en efecto, fue el único qu e se p u ­ blicó]. Modena (Societá Tipográfica), 1791. /334 Comte, Auguste, Cours de philosophie positive. Deuxiéme édition, avec une préface par Ed. Littré. Paris (Corbeil, Crété), 1864; 6 vols. /335 ------- Auguste Comte méconnu. Auguste Comte conservateur. Extraits de son ceuvre finale (1851-1857). Préface de L[éon] K[un], Paris (H. Le Soudier), 1898. [I n ­ cluye el Systeme de politique positive.] /336 Concolorcorvo (Calixto Bustamante Carlos Inca), E l lazarillo de ciegos caminantes desde Buenos Aires hasta Lim a. Nota preliminar de V[entura] G[arcía] C[alderón]. París (Desclée, de Brouwer), 1938. (Biblioteca de cultura peruana, 6 ). [El verdadero autor es Alonso Carrió de la Vandera; la 1& ed. es de G ijó n (en realidad Lima), 1773.] /337 Confalonieri, Federico, Carteggio del c o n té ... ed altri documenti spettanti alia sua biografía, pubblicato con annotazioni storiche a cura di Giuseppe Gallavresi. Milano (Ripalta), 1913. (Societá per la Storia del Risorgimento Italiano, serie Carteggi, vol. II). /338 Conlon, Pierre M., “ La Condamine the Inquisitive” , Studies in Voltaire and th e Eighteenth Century, Genéve, L V (1967) [ = Transactions of the Second In ter­ national Congress on the Enlightenment, vol. I], pp. 361-393. /339 Conway, M. D., véase Paine (núm. 1140). Cook, James, The Voyages of C a p ta in ... round the W orld, selected from his Journals and edited by Christopher Lloyd. N ew York (Chanticleer Press) and London (Cresset Press),1949. (Cresset Library). /340 ----- Véase también Forster (núm. 534). Cooke, J. W., “ Jefferson on Liberty” , Journal o f the History o f Ideas, X X X I V (1973), pp. 563-576. /341 Cooper, Duff, Talleyrand. T orin o (Einaudi), 1938. [Edición original: N e w YorkLondon, 1932.] /342 Corbató, Hermenegildo, “ Feijoo y los españoles americanos” , Revista Iberoa m eri­ cana, V (1942), pp. 59-70. /343 ----- “ La emergencia de la idea de nacionalidad en el México colonial” , Revista Iberoamericana, V I (1943), pp. 377-392. /344 Cordier, Henri, Histoire générale de la Chine et de ses relations avec les pays étrangers depuis les temps les plus anciens jusqu’á la chute de la dynastie mandschoue. Paris (P. Geuthner),1920; 4 vols. /345 Correnti, Cesare, “ II Nuovo M ondo” , en II Ñ ip ó te del Vesta-Verde, V I I (1845), pp. 53-57, y en sus Scritti scelti per cura di T u llo Massarani, Roma (Forzani), 1892, vol. II, pp. 357-362. /346 Costa, Gustavo, La leggenda dei secoli d'oro nella letteratura italiana. Barí (L a terza), 1972. /347 Costanzí-Masi, Eugenia, “ Notizie di Giacomo Costantino Beltrami sugli in digen i americani” , A tti del X X I I Congresso Internazionale degli Americanisti (Rom a, 1928), vol. II, pp. 685-696. /348 Courier, Paul-Louis, Pamphlet des pamphlets [1824], en: Oeuvres completes, texte établi et annoté par Maurice Allem, Paris (Gallimard), 1940 (Bibliothéque de la Pléiade). /349 Craddock, P. B., véase Gibbon (núm. 592).

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REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS

Craven, Mrs. Augustus, La Jeunesse de Fanny Kemble. París (D idier et Cíe.), 1882. /350 Crawford, Raymond Maxwell, “ T h e Australian National Character: M yth and Reality” , Cakiers d'H istoire M ondiale, I I (1954-1955), pp. 704-727. /351 Crévecceur, Michel-Guillaume-Jean de, Letters from an American Farmer. Garden City, N . Y. (Doubleday), 1961. (Dolphin Books). [Obra publicada en 1782 con el nombre J. Héctor St.-John Crévecceur.] /352

Cunningham, P., véase W alpole (núm. 1509). Cuoco, Vincenzo, S critti vari, a cura di N iñ o Córtese e Fausto Nicolini. Bari (Laterza), 1924; 2 vols. (Scrittori d’Italia, 93-94). /374 Curdo, Cario, Europa. Storia di un’idea. Firenze (Vallecchi), 1958; 2 vols. (Collana storica, L X III- L X IV ). ' /375 Curtí. Merle, Probing O u r Past. New York (Harper & Brothers), 1954. /376 ----- Th e R oots of Am erican Loyally. N ew York (Columbia University Press),

Croce, Benedetto, Anecldoti di varia letteratura. Napoli (R. Rícciardi), 1942. /353 ---- - Bibliografía vichiana, accresciuta e rielaborata da Fausto Nicolini. N apoli (R . Ricciardi), 1947-1948; 2vols. /354

1946. /377 Curtí us, Ernst Robert, Kritische Essays zur europaischen Literatur. Bern (A. Fran-

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----- - Conversazioni critiche. Serie V. Barí (Laterza), 1939. (Scritti di storia letteraria e política, X X X II). /355 ----- Discorsi di varia filosofía. Barí (Laterza), 1945; 2 vols. (Saggi filosofici, X IX II). /356 ------ Estética come scienza dell’espressione e lingüistica generale. Quinta edizione, riveduta. Barí (Laterza), 1922.(Filosofía dello spirito, I). /357 ----- Goethe. Con una scelta delle liriche nuovamente tradotte. Quarta edizione, ampliata. Bari (Laterza), 1946. (Scritti d i storia letteraria e politica, X I I ). /358 ----- I I carattere della filosofía moderna. Bari (Laterza), 1941. (Saggi filosofici, X ). /359 ------ Ind agini su H egel e schiarimenti filosofici. Bari (Laterza), 1952. (Saggi filo ­ sofici, X IV ). /360 ----- La filosofía di Giambattista Vico. Seconda edizione, riveduta. Bari (Laterza), 1922. (Saggi filosofici, 11). /361 ----- - La letteratura italiana del Settecento. N ote critiche. Bari (Laterza), 1949. (Scritti di storia letteraria e politica, X X X V II). /362 ----- Pagine sparse. Seconda edizione. Bari (Laterza), 1960; 3 vols. /563 ----- - P rob lem i di estética e con trib u ti alia storia dell’estética italiana. Seconda edizione, riveduta. Bari (Laterza), 1923. (Saggi filosofici, I). /364 ----- Saggio sullo H egel, seguito da altri scritti di storia della filosofía. Bari (La­ terza), 1913. (Saggi filosofici, II I ). /365 ----- Storia della storiografia italiana nel secolo xix. Terza edizione. Bari (Later­ za), 1947; 2 vols. (Scritti di storia letteraria e politica, X V -X V I). /366 ----- U ltim i saggi. Bari (Laterza), 1935. (Saggi filosofici, V II). /367 ------ U o m in i e cose della vecchia Italia. Serie prima. Bari (Laterza), 1927. (Scritti di storia letteraria e politica, X X ). /368 ----- Varietá d i storia letteraria e civile. Serie prima. Bari (Laterza), 1935. (Scritti di storia letteraria e politica, X X IX ). /369 ------ Véase también De Giuliani (núm. 394). Crothers, Samuel MacChord, A m on g Friends. Boston and N ew York (HoughtonM ifflin Co.), 1910. /370 Cuevas, M., véase Clavigero (núm. 308). Cuffel, Victoria, “ T h e Classical Greek Concept o f Slavery” , Journal o f the History of Ideas, X X V I I (1966), pp. 323-342. /37I Cunliffe, .Marcus, The Literature of the United States. London (O xford University Press), 1954. /372 ----- T h e N a tion Takes Shape, 1789-1837. Chicago (University o f Chicago Press), 1959. ' /373

cke Verlag), 1950. /378 ------ Literatura europea y Edad M edia latina. Traducción de M argit Frenk y Antonio Alatorre. M éxico (Fondo de Cultura Económica), 1955; 2 vols. de paginación continua, (Lengua y estudios literarios). /S79 Cuvier, Georges, Discours sur les révolutions du globe, avec des notes et un appendice d’aprés les travaux récents de M M . de Humboldt, Flourens, Lyell, Lindley, etc., rédigés par le Dr. Hoefer. París (Firmin Didot), 1867. [La l? ed. es de 1825.] /380 Damonte, M ario, Fondo antico spagnolo della Biblioteca Universitaria di Genova. Catalogo. Genova (Facoltá di Magistero dell’Universitá), 1969. /381 D’Ancona, Alessandro, Federico Confalonieri, su documenti inediti di archivj pubblici e privati. M ilano (Treves), 1898. /382 — — Véase también Campanella (núm. 228). Darwin, Charles, Journal of Researches into the Natural History and Geology of the Countries Visited during the Voyage of H . M . S. «Beagle» round the World, under the Command o f Capt. Fitz Roy, R . N. [ = Voyage of a Naturalist round the W orld]. N ew edition. N ew York (D. Appleton and Co.), 1871. /383 ----- - The O rigin o f Species by Means o f Natural Selection; or, The Presenation of Favored Races in the Struggle fo r L ife and T h e Descent of M an and Selec­ tion in R elation to Sex. N ew York (T h e M odern Library), s. a. [1936]. [1® ed.: London, 1859.] ,/384 ----- - Véase también Barlow (núm. 77). Dauban, Ch.-A., véase Roland (núm. 1258). Daudin, Henri, D e L in n é á Jussieu: Méthodes de la classification et idée de série en botanique et en zoologie (1740-1790). París (F. Alean), s. a. [1926]. (Études d’histoire des Sciences naturelles, I). /385 Dávalos, José Manuel], D e morbis nonnullis Lim ae grassantibus ipsorumque therapeia. Monspelii (apud Joannem-Franciscum Picot), 1787. /386 ----- Véase también Vargas Ugarte (núm. 1470). David, Jean, "Voltaire et les Indiens, d’Am érique” , M odern Language Quarterly, I X (1948), pp. 90-101. /387 Davies, Gordon L., “ T h e Concept of Denudation in Seventeenth-Century England” , Journal o f the History of Ideas, X X V I I (1966), pp. 278-284. /388 Dávila Condemarín, José, Bosquejo histórico de la fundación (y progresos) de la insigne Universidad M ayor de San Marcos de Lim a, y matrícula de los SS. que componen su muy ilustre Claustro en 6 de septiembre de 1854. Lima, 1854. /389 Davis, David Brion, Was Thomas Jefferson an Authentic Enemy of Slavery? Inau­ gural Lecture. O xford (University Press), 1970.

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REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS

Découverte de VAmérique (La). Esquisse d'une synthése. Conditions historiques et conséquences culturelles. París (Vrin), 1968. (D e Pétrarque á Descartes, X V III: Dixiéme Stage International d’Études Humanistes, Tours, 1966) /391 Defourneaux, Marcelin, LTnquisition espagnole et les livres franjáis au xviiie siécle. París (Presses Universitaires de France), 1963. /392 De Gamerra, Giovanni, La Corneide, poema eroi-comico. [Livorno], 1781. /393 De Giuliani, Antonio, La cagione riposta delle decadenze e delle rivoluzioni, a cura di Benedetto Croce. Barí(Laterza), 1934. /394 ------ Saggío p olítico sopra le vicissitudini inevitabili delle societd civili [selección], en: Venturi (núm. 1484), vol. III, pp. 676-691. /395 Delacroix, Eugéne, Diario. Traduzione a cura di Lamberto Vitali. T o rin o (Einaudi), 1954; 3 vols. /396 Delacroix, Jacques-Vincent] Mémoires d’un Américain, avec une description de la Prusse et de l ’isle de Saint-Domingue, par l ’auteur des Lettres d’A ffi á Zurac, 8c de celles d’un philosophe sensible. Lausanne et París (Regnard et Demonville), 1771; 2 vols. /397 Delgado, Jaime, “ El padre Juan Arteta, impugnador de Raynal” , Boletín Ameri­ canista de la Universidad de Barcelona, I (1959), pp. 161-170. /398 D ’Elia, Donald J., “ Dr. Benjamín Rush and the N egro” , Journal of the History o f Ideas, X X X (1969), pp.413-422. /399 Delísle de Sales, Jean-Baptiste Claude Isoard] D e la philosophie de la Nature, ou Traité de morale p ou r le genre humain, tiré de la philosophie et fondé sur la nature. Amsterdam (Arkstée 8c Merkus), 1770 (vols. I-III), 1774 (vols. IVV I). /400 ----- H istoire philosophique du monde p rim itif, par l ’auteur de la Philosophie de la Nature. Quatriéme édition. Paris (Barrois ainé), 1793-1795; 5 vols. + atlas. [La ed. es de 1780.] /401 ------ Véase también Pernety (núm. 1169).

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Sciences, des arts et des métiers, mis en ordre et publié par M .* * * , Amsterdam (M. M. Rey), 1776-1777, vol. I, pp. 343-354.. /410 _____ p.echerches philosophiques sur les Égyptiens et les Chinois, en: Oeuvres philosophiques de Pauw, Paris (chez J.-F. Bastien), an i i i [1794-1795], vols. IV V. [La 1& ed. es de Amsterdam-Leiden, 1773.] /411 ____ . Recherches philosophiques sur les Grecs, par M. de Pauw. Berlín (G. J. Decker & fils), 1788; 2 vols. /412 - — • Véase también W ebb (núms. 1514 y 1515). Dermenghem, Émile, Joseph de Maistre mystique. Ses rapports avec le m artinism e, l ’illutninisme et la franc-magonnerie. L ’influence des doctrines mystiques et occultes sur sa pensée religieuse. Paris (La Colombe), 1946. /413 De Ruggiero, Guido, Storia della filosofía: La filosofía greca. Bari (Laterza), 1921; 2 vols. /4I4 De Sanctis, Francesco, Giacomo Leopardi, a cura di W alter Bini. Bari (Laterza), 1953. (Opere, vol. V III). /415 De Santillana, Giorgio, Processo a Galileo. Milano (Mondadori), 1960. /416 Desmoulins, Camille, L e Vieux cordelier. Édition complete et critique d ’aprés les notes de A lbert Mathiez, avec une introduction et des commentaires par Henri Calvet. Paris (Armand Colín), 1936. (Les classiques de la R évolu tion íranqaise). /417 De Stefano, Francesco, Gian Rinaldo Carli (1720-1795): Contributo alia storia delle origini del Risorgimento italiano. Modena (Societá T ip ográfica M odenese), 1942. (Collezione storica del Risorgimento italiano). /4I8 Determinants and Consequences o f Population Trends. N ew York (U n ited N a tions), 1953. (Population Studies, 17). /419 De Tipaldo, Emilio, Biografía degli Italiani illustri nelle scienze, lettere ed a rti del secolo xviii, e de’ contemporanei, compilata da letterati italiani d’o g n í provincia, e pubblicata per cura del professore. . . Venezia (T ip o gra fía di A l-

Della T o rre di Rezzonico, Cario Gastone, Raggionamento sulla filosofía del secolo xviii, en: Raccolta di operette filosofiche e filologiche scritte nel secolo xviii, M ilano (Societá Tipográfica dei Classici Italiani), 1832, vol. II. /402 Delvaille, Jules, H istoire de l’idée de progrés jusqu'á la fin du xviii* siécle. Paris (F. Alean), 1910. (Collection historique des grands philosophes). /403 De Martino, Ernesto, Naturalismo e storicismo nell’etnología. Barí (Laterza), 1941. /404 Dempf, A., véase Schlegel (núm. 1313).

visopoli), 1834-1835; 10 vols. /420 De W aal M alefijt, Annemarie, “ Homo Monstrosus” , Scientific Am erican, October

Denina, Cario, La Prusse littéraire sous Frédéric I I . Berlín (Rottmann), 1790-1791; 3 vols. /405

Aires (J. Gil), 1942: /424 Dickens, Charles, American Notes fo r General Circulation, edited and with an introduction by John S. W hitley and Arnold Goldman. Harmondsworth (Penguin Books), 1972. [I? ed.: London, 1842.] /425 ----- American Notes and Pictures from Italy. London (J. M. Dent 8c Co.) and New York (E. P. Dutton & Co.), 1907. (Everyman’s Library). [Salvo indicación

Denny, Margaret, and W illiam H. Gilman (eds.), The American W riter and the European Tradition. Published for the University o f Rochester. Minneapolis (University o f Minnesota Press), 1950. /406 De Pauw, Corneille] Recherches philosophiques sur les Américains, ou Mémoires intéressants pou r servir a l ’histoire de l'espéce humaine, par Mr. de P .*#*. Berlín (G. J. Decker, imprimeur du R oi), 1768; 2 vols. /407 ------ Défense des Recherches philosophiques sur les Américains, par Mr. de P .* * * . Berlín (s. p. i.), 1770. /40S ------ [La misma obra]. Berlín (s. p. i.), 1771. /409 .------ “ Am érique” , en: Supplément á l’Encydopédie, ou Dictionnaire raisonné des

1968, pp. 112-118. /421 D ’Hondt, Jacques, Hegel secret: Recherches sur les sources cachees de la pensée de Hegel. Paris (Presses Universitaires de France), 1968. /422 Díaz, Furio, “ L ’abate Galiani consigliere di córamercio estero del regno d i N a p o li” , Rivista Storica Italiana, L X X X (1968), pp. 854-909. /423 Díaz Alejo, Raimundo, y Joaquín Gil (eds.), América y el Viejo M u n d o. Buenos

en contrario, las citas remiten a esta edición.] /426 ----- - Catalogue o f the Library o f Charles D ick en s.. . [etc.], edited by John H . Stouehouse. London (Piccadilly Foundation Press), 1935. /427 ----- The Letters of Charles Dickens (T h e Pilgrim Edition). Vol. I I I : 1842-1843, edited by Madeline House, Graham Storey and Kathleen Tíllotson . O x fo rd (Clarendon Press), 1974.

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REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS

REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS

------ Letters from Charles Dickens to Angela Burdett-Coutts, 1841-1865, seiected and edited from the collection in the Pierpont-Morgan Library, with a critical and biographical introduction by Edgar Johnson. London (Jonathan Cape), 1953. /429 ------ T h e L ife and Adventures o f M a rtin Chuzzlewit. London (Chapman & Hall, and Humphrey M ilford) and N ew York (O xford University Press), s. a. [1904?]. (T h e O xford India Paper Dickens, in 17 Volumes). /430 Diderot, Denis, Oeuvres. T ex te établi et annoté par André Billy. Paris (Gallimard), 1946. (Bibliotliéque de la Pléiade). [De aquí se cita el Supplément a B ougainville.] /431 ------- Oeuvres completes. T ex te revu et annoté par Roger Lewinter et Michel Butor. Paris (Club Francais du Livre), 1969-1973; 15 vols. /432 ------ Oeuvres philosophiques [en la cubierta, Mélanges philosophiques]. Paris (Librairie de la Bibliothéque Nationale), 1888. [De aquí se citan las Pensees philosophiques, cuya 1& ed. es de 1746.] /433 ------ Pensees sur l’ínterprétation de la nature. S. 1., 1754. ------ Véase también Grimm (núm. 639).

/434

D iez del Corral, Luis, D el N uevo al Viejo M undo. Madrid (Revista de Occiden­ te), 1963. /435 Dilthey, W ilhelm , H egel y el idealismo. Versión y epilogo de Eugenio ímaz. M é­ xico (Fondo de Cultura Económica), 1944. /436 Dingwall, Eric John, T h e Am erican W om an: A H istórical Study. London (Gerald Duckworth & Co.), 1956. /437 D i Pinto, Mario, Studi sulla cultura spagnola nel Settecento. Napoli (Edizioni Scientifiche Italiane), 1964. (L ’Acropoli, X ). /43S Dolí, Eugene Edgar, "Am erican History as Interpreted by Germán Historians from 1770 to 1815’’, Transactions of the American Philosophical Society, N ew Series, X X X V I I I (1948), part 5. /439 Dollinger, Albert, Les Ét-udes kistoriques de Chateaubriand. Paris (Les Selles Lettres), 1932. /440 Donati, A., véase Leopardi (núm. 877). Donne, John, Com plete Poetry and Seiected Prose, edited by John Hayward. Lon­ don (Nonesuch Press) and N ew York (Random House), 1939. /441 Donoso, Ricardo, Fuentes documentales para la historia de la independencia de Am érica, I. M isión de investigación en los archivos europeos. M éxico (Instituto Panamericano de Geografía eHistoria),1960. /442 Doria, Gino, Storia dell’America latina (Argentina e Brasile). M ilano (H oepli), 1937. /443 Doumic, René, Études sur la littérature frangaise. Vol. II. Paris (Perrin), 1913. /444 Doyon, René-Louis, “ Stendhal: Notes inédites sur l ’Angleterre et l’Amérique” [1834], La Table R onde, N9 72(décembre 1953), pp. 9-28. /445 Drouin de Bercy, M., L 'E u ro p e et l ’A m érique comparées. Paris (chez Rosa), 1818; 2 vols. /446 Droysen, Johann Gustav, H istorik: Vorlesungen über Enzyklopadie und Methodologie der Geschichte, herausgegeben von R u dolf Hübner. München und Berlin (R . Oldenbourg), 1937. /447 Droz, Jacques, L ’Allemagne et la R évolution frangaise. Paris res de France), 1949.

(Presses Universitai/44S

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/467

1

XI.H

REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS

REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS

X L III

Eínaudi, Luigí, L o scrittoio del presidente. T orín o (Einaudi). 1956. /468 Elliott, John Huxtable, The O íd W orld and the New, 1492-1650. Cambridge (Cambridge University Press), 1970. /469 Elton, Oliver, A Suruey of Engiish Literature, 1750-17SO. London (Edward Árnold & Co.), 1928; 2 vols. /470

considéré sous ses rapports religieux et politiques dans l’état social, á toutes les époques et chez les différents peuples de la terre. Précédée d’une dissertation introductive sur les motifs et l’objet de cet ouvrage. Nouvelle [troisiéme] édition, augmentée d’une bio-bibliographie par Sédir. París (Bibliothéque Chacornac), 1910; 2 vols. [I® ed., De l’état social de l’homme, 1822; 2^ ed., H is to ire

------ A Suruey o f English Literature, 1850-1880. London (Arnold & Co.), 1920 [reprinted 1948]; 2 vols. /471 Emerson, Ralph Waldo, The Complete Works o f . . . , with a biographical introduction by Edward W aldo Emerson. Boston and N ew York (Houghton M ifflin Co.), 1903-1904; 12 vols. (Centenary Edición). /472 ------ Journals o f . . . , with annotations, edited by Edward W aldo Emerson and W aldo Emerson Forbes. Boston and N ew York (Houghton M ifflin Co.), 19091914; 10 vols. /473

philosophique, 1824.] /488 ----- La Langue hébraique restituée, et le véritable sens des mots hébreux ré ta b li et prouvé par leur analyse radicale. París (chez l’Auteur), 1815-1816; 2 vols. /489 ----- Lettres a Sophie sur l’histoire. Paris (Lavillete), an ix [1801]; 2 vols. /490 ----- Les Vers dorés de Pythagore expliqués et traduits pour la prem iére fois en vers eumolpiques francais, précédés d’un Discours sur l’essence et la form e d e la poésie chez les principaux peuples de la terre, adressé á la classe de la langue et de la littérature frangaise, et á celle d’histoire et de littérature ancienne de l ’Institut impérial de France. Paris (Treuttel et Würtz), 1813. /49I

------ Selected Essays o f . .. Introduction by J. B. London-Edinburgh-Dublin-New York (Thomas Nelson 8c Sons), s. a. /474 Emrich, W ilhelm , D ie Symbolik von Faust 11. Sinn und Vorformen. 2. Auflage. Bonn (Athenaum Verlag), 1957. /475 Encausse, G-, véase Papus. Encina, Francisco Antonio, “ Gestación de la Independencia” , Revista Chilena de Historia y Geografía, L X X X 1 X (1940), pp. 5-56. /476 Englekirk, John E., “ Notes on W hitm an in Spanish America” , Hispanic Review, V I (1948), pp. 133-138. /477 Épinav, Louise-Florence, Madame d’] La Signora d'Épinay e l ’abate Galiani, Lettere inedite (1769-1772), con introduzione e note di Fausto Nicolini. Bari (Laterza), 1929. (Biblioteca dicultura moderna, 169). /478 ------ G li u ltim i anni della Signora d’Épinay. Lettere inedite all’abate Galiani (1775-1782), a cura di Fausto Nicolini. Barí (Laterza), 1933. (Biblioteca di cul­ tura moderna, 242). /479 ------ Véase también Galiani (núm. 551). Errante, Vincenzo, Lenau: Storia di un martire della poesía. Messina-Milano (G. Principato), 1935. (Pubblicazioni della R. Universitá di Milano, Facoltá di Lettere e Filosofía). /480 Esteve Barba, Francisco, Historiografía indiana. Madrid (Gredos), 1964. /481 Eustace, John Chetwode, A Classical T o u r through Italy. Fourth edition. London (J. Mawman), 1817; 4 vols. /482 Eversley, David Edward Charles, Social Theories of Fertility and the Malthusian Debate. O xford (Clarendon Press), 1959. /483 Ezquerra, Ramón, “ La crítica española de la situación de América en el siglo x v iii ” , Revista de Indias, X X I I (1962), pp. 159-283. /484 Fabbroni, Giovanni, Scritti di pubblica economía. Firenze (s. p. i.), 1847-1848; 2 vols. [La 1& ed. (1804) se publicó con el pseudónimo “ Diego López” .] /485 Fabian, Bernard, Alexis de Tocquevilles Am erikabild: Genetische Untersuchungen über Zusammenhdnge m it den zeitgendssischen, insbesondere der englischen Amerika-Interpretationen. Heidelberg (Cari W inter), 1957. (Beihefte zum Jahrbuch fü r Amerikastudien, 1.H eft). (486 Fabre, Jean, Stanislas Auguste Poniatowski et l ’Europe des lumiéres. Strasbourg (Faculté des Lettres de l’Université), 1952. (Travaux et recherches, 116). /487 Fabre d’Olivet, Antoine, Histoire philosophique du genre humain; ou, L ’homme

----- Véase también Tanner (núm. 1390). Fagin, Nathan Bryllion, W illiam Bartram, Interpreter of the American Landscape. Baltimore (T h e Johns Hopkins Press), 1933. /492 Faguet, Émile, Dix-huitiém e siécle: Études littéraires. Treiziém e édition. Paris (Lecéne, Oudin et Cié.), 1894. (Nouvelle bibliothéque littéraire). /493 ----- Politiques et moralistes du dix-neuviéme siécle. Seiziéme édition. P aris (Boivin et Cié.), s. a. [ca. 1930]; 3 vols. (Nouvelle bibliothéque littéraire). /494 ----- Véase también Fénelon (núm. 510) y Rousseau (núm. 1281). Fairchild, H oxie Neale, The N oble Savage: A Study in Rom antic Naturalism . N e w York (Columbia University Press), 1928. /495 Falco, Giorgio, La polémica sul M edio Evo. T orin o (Fedetto), 1933. (B ib lioteca della Societá Storica Subalpina, nuova serie, C X L1II). /496 Faner, Robert Dunn, Walt Whitman and Opera. Philadelphia (University o f Pen n sylvania Press), 1951. /497 Fantoni, Giovanni (“ Labindo” ), Poesie, a cura di Gerolamo Lazzeri. Bari ( L a ­ terza), 1913. (Scrittori d'Italia, 48). /498 Fast, Howard, Citizen Tom Paine. N ew York (T h e Blue Heron Press), 1953. /499 Faugére, M. L., véase R oland (núm. 1260). Fausset, Hugh L ’Anson, Walt Whitman, Poet of Democracy. London

(Jonathan

Cape), 1942. /500 Fay, Bernard, Bibliographie critique des ouvrages franjáis relatifs aux États-U nis (1770-1800). Paris (Champion), 1925. (Bibliothéque de la Revue de L itté ra tu re Comparée, V II, Deuxiéme partie). /501 ----- Civilisation américaine. Paris (Sagittaire), 1939. /502 , ----- L ’Esprit révolutionnaire en France et aux États-Unis a la fin du x v iii« siécle. Paris (Champion), 1925. (Bibliothéque de la Revue de Littérature C om parée, V II, Premiére partie). /503 Febvre, Lucien, Civilisation: le mot et l’ídée. Exposé p a r ..., Émile T o n n e la t, Marcel Mauss, A lfred Niceforo et Louis Weber. Paris (Alean), 1930. (Prem iére semaine internationale deSynthése, Deuxiéme fascicule). /504

------“Un chapitre d’histoire de l’esprit humain: les Sciences naturelles de L in n é á Lamarck et á Georges Cuvíer” , Revue de Synthése H istorique, X L I I I (1927), pp. 37-60. [Recogido, con el título “ De Linné á Lamarck et á Georges C u vier” , en su libro Combatí pour l’histoire, Paris (A. Colín), 1953.] /505

XLIV

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Accademia d’Italia, M em orie della Classe di scienze fisiche, matematiche e naturali, vol. X III, fase. 6). /1282 Rowbotham, Arnold H., “ T h e jesuit Figurists and Eighteenth-Cenxury Religious Thought” , Journal of the History of Ideas, X V I I (1956), pp. 471-485. j 1283 Rowse, A lfred Leslie, The Elizabethans and America. London (Macmillan Co.), 1959. (T h e Trevelyan Lectures at Cambridge, 1958). /1284 Royall, Anne, [selecciones de escritos de esta viajera, 1818-1829], en: Tryon (núm. 1447), vol. I, pp. 48-94, y vol. II, pp. 269-293. /I2S5 Rush, Benjamín, Autobiography, edited by G. W . Córner. Princeton, N . J. (Prínceton University Press), 1948. /1286

.Schachner Nathan, Thomas Jefferson. New York

/I307

Schalck de la Faverie, Alfred, Napoléon et l’Am érique: Histoire des relations franco-américaines, spécialement envisagée au p oin t de vue de l’influence napoléonienne (1688-1815). Paris (Payot), 1917. /1308 ____ ges Premiers interpretes de la pensée américaine: Essai d’histoire et de lítté ralure sur l’évolution du puritanisme aux États Unis. Paris (Éditions E. Sansot), 1909.

/1309 III, précurseur de la Société des N ations” , Revue Historique, C L X X IX (1937),pp. 368-371. /1310 Scheffel, Joseph Viktor von, Werke, herausgegeben von K. Siegen und M . M endheim. Berlin (Bong), s. a. [prefacio fechado en 1917]; 6 vols. /1311 ____ Véase también Stemplinger (núm. 1370). Scherer, Jean-Benoit, Recherches historiques et géographiques sur le N ou vea u -

Schazmann, Paul-Émile, “ Napoléon

Monde. Paris (Brunet), 1777. /1312 Schlegel, Friedrich von, “ Fragmente aus dem Nachlass” , [herausgegeben von] A lois Dempf, M erkur, Deutsche Zeitschrift fiir europaisches Denken, X (1956), pp.

Saint-Priest, Alexis de, Histoire de la chute des Jésuites au x v iii* siécle ( IT 50-1782). París (Librairie d’Amyot),1844. /1289

1174-1180. /1313 ____ The Philosophy of History in a Course o f Lectures Delivered at Vienna, translated írom the Germán, with a memoir of the Author, by James Burton Robertson, Esq. Seventh édition, revised. London (Bell & D a ld y ), 1873. (B oh n ’s

Sainte-Beuve, Charles-Augustin, Causeries du lundi. Paris (Garnier fréres), s. a. [1924-1928]; 15 vols. + T a b le générale et analytique. /1290 ----- Chateaubriand et son groupe littéraire sous l’empire. Nouvelle édition annotée par Maurice Allem. Paris (Garnier), 1948; 2 vols. /1291 ------Nouveaux lundis. Paris (Michel-Lévy), 1863-1870; 13 vols. /1292 ------ Portraits contemporains et divers [1834], Paris (Didier), 1855; 3 vols. /1293 ----- - Portraits de femmes. Nouvelle édition. Paris (Garnier), 1882. /1294 ----- Portraits littéraires. Nouvelle édition, revue et corrigée. Paris(Garnier), 18621864; 3 vols. /1295 ------ Volupté [1834]. Paris (Charpentier), 1881. /1296 Salas, Alberto M,, Tres cronistas de Indias: Pedro M á rtir de Angleria, Gonzalo Fernández de Oviedo, fray Bartolom é de las Casas. M éxico (Fondo de Cultura Económica), 1959/1297 Salas, Manuel de, Escritos de don. . . y documentos relativos a él y a su familia. Obra publicada por la Universidad de Chile. Santiago de Chile (Imprenta Cervantes), 1910-1914; 3vols. /1298

Saurat. Denis, L ’Atlantide et le régne des géants. Paris (Denoél), 1954. /1305 Savarese, Gennaro, Saggio sui “ Paralipom eni” di Giacomo Leopardi. Firenze (La Nuova Italia), 1967. /1306

(Appleton, Century, Crofts),

1951- ’

Sachs, Viola, “ L e Mythe de l ’Amérique et M oby D ick de M elville” , Anuales: Économies, Sociétés, Civilisations, X X V (1970), pp. 1547-1565. /1287 Sadleir, Michael, T ro llo p e : A Commentary. London (Constable), 1947. /1288 ------ Véase también T rollop e (núm. 1441). Saint-Martin, C. de, véase Tanner (núm. 1390).

Sánchez, Luis Alberto, “ A N ew Interpretation o f the History o f Am erica” , The Hispanic American H istorical Review, X X I I I (1943), pp. 441-456. /1299 ----- ¿Existe América Latina? M éxico (Fondo de Cultura Económica), 1945. (T ie ­ rra Firme, 14). /1300 Sánchez Ventura, Rafael, “ Flores y jardines del M éxico antiguo y del moderno” , Cuadernos Americanos, I I (1943), núm. 1, pp. 127-148. /1301 Sanford, Charles L., The Quest fo r Paradise: Europe and the American M oral Im agination. Urbana, 111, (University o f Illinois Press), 1961. /1302 Sarrailh, Jean, La España ilustrada de la segunda mitad del siglo xviii. Traduc­ ción de Antonio Alatorre. M éxico (Fondo de Cultura Económica), 1957. /1303 Sassetti, Filippo, Lettere edite e inedite, raccolte e annotate da Ettore Marcucci. Firenze (L e Monnier), 1855. /1304

l x x x v ii

Standard Library). /1314 ----- The Philosophy of L ife , and Philosophy o f Language, in a Course o f L e c ­ tures, translated from the Germán by the Rev. A . J. W . Morrison. N ew Y ork (Harper 8c Brothers), 1848. /1315 ----- Vorlesungen über Universalgeschichte, 1805-1806, mit Einleitung und Kom mentar herausgegeben von Jean Jacques Anstett. München (F. Schoningh) , 1960. (Kritische Friedrich-Schlegel-Ausgabe, X IV . Band, 2. Abt.). /1316 Schopenhauer, Arthur, SÜ7ntliche Werke in fü n f Banden. Herausgeber, Eduard Grisebach und Hans Henning. Leipzig (Insel-Verlag), s. a. [1916]; 5 vols. (Grossherzog-Wilhelm-Ernst-Ausgabe). [I-II, Die W elt ais W ille und Vorstellung, hgs. von E. Grisebach; III, Kleinere Schriften, hgs. von M ax Brahn; IV-V, Parerga und Paralipomena, hgs.von H. Henning.] /1317 ----- Le M onde comme volonté et comme représentation, traduit par A . Burdeau. Paris (F. Alean), 1894-1898; 3 vols. (Bibliothéque de philosophie contemporaine). ' /1318 Schulin, Ernst, D ie weltgeschichtliche Erfassung des Orients bei H egel und R anke. Góttingen (Vandenhoeck & Ruprecht), 1958. (Veróffentlichungen des M ax,

Planck-Instituts für Geschichte, II). /1319 Schumach, M., “ N ew L ife on the Mississippi” , The Neiu York Times B ook R eview , April 18, 1954. /1320 Seat, W illiam R., Jr., “ Harriet Martineau in Am erica” , Notes and Queries, N e w Series, V I (1959), pp.207-208. /1321 Seeber, Edward D., “ Chief Logan’s Speech in France” , M odern Language N otes, L X I (1946), pp. 412-416. ——• “ Diderot and Chief Logan’s Speech” , M odern Language Notes, L X pp. 176-178. Segur, Comte de, véase Broglie (núm. 191).

/1322 (1945), /1323

LXXXVIH

LXXXJX

REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS

REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS

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____ _ Virgin Land: Th e American West as Symbol and M yth. Cambridge, Mass.

Sepúlveda, Juan Ginés de, Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios, con una advertencia de Marcelino Menéndez y Pelayo y un estudio por Manuel García-Pelayo. M éxico (Fondo de Cultura Económica), 1941. [19- ed. de esta traducción, Madrid, 1892; el original latino, Democrates alter, apareció en 1547.] /1327 Serban, Nicolás, Leopardi et la France: Essai de littérature comparée. París (E. Champion), 1913. /1328 Sestan, Ernesto, Europa settecentesca ed altri saggi. Milano-Napoli (R . Ricciardi), 1951. /1329 ------ Véase también Cattaneo (núm. 264). Seybold, Ethel, Thoreau: T h e Quest and the Classics. N ew Haven, Conn. (Vale University Press), 1951. (Yale Studies in English, 116). /1330 Shafer, Robert J., “ Ideas and W ork o f the Colonial Economic Societies, 1781-1820” , Revista de Historia de América, 1957, núm. 44, pp. 331-368. /1S31 Shaw, George Bernard, Back to Methuselah. London-Sydney-Toronto (T h e Bodley Head), 1972. (T h e Bodley H ead Bernard Shaw Collected Plays, vol. V). /1332 ------ Saint Joan, A Chronicle Play in Six Scenes and an Epilogue. Leipzig (B. T auchnitz), 1924. /1333 Shelley, Percy Bysshe, Poetical Works. M ilán (Treves), 1917; 2 vols. /1334 Sherman, W illiam L., "Indian Slavery and the Cerrato Reforms” , Th e Híspanle American Historical Revietu, L I (1971), pp. 25-50. /1335 Siegen, K., véase Scheffel ('núm. 1311). Siegfried, André, Tablean des États-Unis. París (A. Colin), 1954. Simar, Th., Étude critique sur la form ation de la doctrine des races au x v iii« et son expansión au %ix« siécle. Bruxelles (Lamertin), 1922. Sitwell, Edith, T h e English Eccentrics. London (Dennis Dobson), 1959. Smalley, D., véase Trollop e (núms. 1443 y 1444).

j 1336 siécle /1337 /1338

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(Harvard University Press), 1950.. /1345 Smith, Janet Adam (ed.), H enry James and R o b e rt Louis Stevenson: A Record of Frienáship and Criticism. London (P-upert Hart-Davis), 1948. /1346 Smith, J[ohn] Fjerdinand] D., Voyage dans les États-Unis de l'A m érique, fait en 1784 bar. ■. Contenant une description de sa situation présente, de sa population, agriculture, commerce, coutumes et mceurs de ses habitans, des na­ tions indiennes, et des principales villes et riviéres, avec quelques anecdotes sur piusieurs membres du Congrés et officiers généraux de l’armée américaine. Traduit de Tangíais par M . de B. [Barantin de Montchal]. París (Buisson), 1791; 2 vols. /1347 Solórzano y Pereyra, Juan de, Política indiana compuesta por el señor d o n ..., dividida en seis libros, en los que, con gran distinción y estudio, se trata y resuelve todo lo relativo al descubrimiento, descripción, adquisición y re­ tención de las mismas Indias y su govierno particular, así cerca de las perso­ nas de los indios y sus servicios, tributos, diezmos y encomiendas, como de lo espiritual y eclesiástico cerca de su d o c trin a ..., con inserción y declaración de las muchas cédulas reales que para esto se han despachado. M adrid (Im ­ prenta Real de la Gazeta), 1776. [El original latino, D e Indiarum jure, data de 1629-1639; la traducción, hecha por el propio autor, se publicó por vez primera en Madrid, 1648.] /1348 Sommervogel, Carlos, S. I., B ibliothéque de la Compagnie de Jésus. Nouvelle édition. Bruxelles (Oscar Schepens) et París (Alphonse Picard et fils), 18901932; 11 vols. ' /1349 Soret, Frédéric-Jacob, Zehn Jahre bei Goethe: Erinnerungen an Weimars klassische Zeit, 1822-1832, aus Sorets handschriftlichen Nachlass, seinen Tagebüchern und seínem Briefwechsel zum erstenmal zusammengestellt, übersetzt und erltiutert von H . H . Houben. Leipzig (F. A . Brockhaus), 1929. /1350 Soriano Lleras, Andrés, “ Francisco José de Caldas y la medicina” , Boletín Cul­ tural y B ibliográfico del Banco de la República, Bogotá, I X (1960), núm. 10, pp. 1953-1955.' /135I Sorrentino, Andrea, Cultura e poesía di Giacomo Leopardi. Cittá di Casteílo (11 Soleo), 1928. (Biblioteca di cultura letteraria, 8). /1352 Soustelle, Jacques, Les Quatre Soleils: Souvenirs et réflexions d’un ethnologue au M exique. París (Pión), 1967. /1353 Sowerby, E. M., véase Jefferson (núm. 769). Spallanzani, Lazzaro, Epistolario, a cura di Benedetto Biagi. Fírenze (Sansoni ■ Antiquariato), 1958-1964; 5 vols. /1354 r - Opere. M ilano (Soc. T ip . de’ Classici Italiani), 1825-1826; 6 vols. /1355 -----• Viaggio in Oriente. Relazione ordinata e compilata sui giornali del viaggio a Costantinopoli e su altri manoscritti inediti del grande naturalista, corredata di sei tavole e illustrata da numerosi documenti dal professor Naborre Campanini. T orin o (fratelli Bocea), 1888. /1356 Spangenberg, H., “ Die Perioden der Weltgeschichte” , Historische Zeitschrift, C X X V II (1923), pp. 1-49. /I357 Spell, Jefferson R., Rousseau in the Spanish W orld before 1833: A Study in • Franco-Spanish Literary Relations. Austin (T h e University o f Texas Press), 1938. ' /1358

xc

i

REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS

Spellanzon, Cesare, Storia del Risorgim ento e dell’unitá d'Italia. M ilano (Rizzoli), 1933-1950; 5 vols. [Obra continuada (vols. V I-V III) por Ennio di N olfo.] /1359 Spencer, Terence, Fair Greece Sad R e lie : Literary Philhellenism from Shakespeare to Byron. London (W eiaenfeld Se Nicholson), 1954. /1360

Stoddard, Theodore Lothrop, Th e French R evolution in San D om ingo. Boston and New York (Houghton M ifflin Co.), 1914. /1377 Stone, Harry, “ Dickens’ Use of His American Experiences in M artin Chuzzleviit” , P M L A , Publications of the M odern Language Association of America, L X X I I

Spender, Stephen, I.ove-Hate Relations: A Study of Anglo-American Sensibilities. London (Hamish Hamilton), 1974. /1361

(1957), pp- 464-478. Stovall, Floyd, “ Notes on W hitm an’s Reading” , American

Stemplinger, Eduard (ed.), Kulturhistorische D ichtung: Scheffel, Julius Braun, Lingg. Leipzig (P. Reclam Jun.), 1939. /1370

S. 1. [London], 1793. /1386 ----- Correspondance diplom atique de Talleyrand. La mission de Talleyrand á Londres en 1792. Correspondance inédite de Talleyrand avec le D épartem ent des affaires étrangéres, le général B iron, etc. Ses lettres d’A m érique á L o r d Lansdowne. Avec une introduction et notes par G. Pallain. Paris (E. Pión, Nourrit et Cié.), 1889. /1387 ----- Mémoires du prince de Talleyrand, publiés, avec une préface et des notes, par le duc de Broglie. Paris (C. Lévy), 1891-1892; 5 vols. /1388 ----- Talleyrand in America as a Financial Prom oter, 1794-1796. Unpublished Letters and Memoirs, translated and edited by Hans Huth and W ilm a J. Pugh. Foreword by F. L. Nussbaum. Washington, D. C. (U nited States Governm ent Prindng Office), 1942. (Annual Report of the American Historical Association for the Year 1941, vol. II). /1389 Tandel, E., véase H erder (núm. 708). Tanner, André (ed.), Gnostiques de la R évolution. Vol. I: Claude de Saint-M artin. Vol. II: Fabre d’ O livet. Choix de textes [et introduction au premier volunte] p a r ... Paris [en realidad, Fribourg] (Egloff), 1946. (L e Cri de la France: C ollection dirigée par Pierre Courthion, vols. X X V II- X N V III). /1390 Tasso, Torquato, II M on d o Créalo, a cura di G. Petrocchi. Firenze (L e M onnier), 1951. /1391 La Gerusalemme Liberata, a cura di Luigi Bonfigli. Bari (Laterza), 1930. (Scríttori d'Italia, 130). /1392 Taylor, Gordon Rattray, Sex in History. London (Thames & Hudson), 1953. (Past in the Present Series). /1393

----- • Mémoires d’un touriste, édités par Yves Gandon. París (G. 2 vols. ----- Véase también Doyon (núm. 445).

Crés),

1927; /1374

Stern, Alfred, D e r Einfluss der franzósischen R evolution auf das deutsche Geistesleben. Stuttgart und Berlín (J. G. Cotta), 1928. /1375

I

/1378 XXVI

(1954), pp. 337-362. /1379 Straus, YV. L., véase Glass (núm. 608). Stricli, Fritz, Goethe und die W eltliteratur. Bern (A. Francke Verlag), 1946. /1380 Strout, Cushing, The American Image of the O íd W orld. N ew York (H arper 8c

------ Correspondance. París (Gallimard), 1962-1968; 3 vols. (Bibliothéque de la Pléiade). ' /1372 ------ De l’amour. Lyon (H . Lardanchet), 1922; 2 vols. /1373

j

Literature,

Spini, Giorgio, “ II periodo coloniale della storia americana nella recente storiografia” , Rivista Storica Italiana, L X X I I I (1961), pp. 321-334. /1362 ----- Ricerca dei lib ertin i: La teoría del!im postura delle religioni nel Seicento italiano. Roma (Universale di Roma), 1950. /1363 Spitzer, Leo, La enumeración caótica en la poesía moderna. Traducción de Raimun­ do Lida. Buenos Aires (Instituto de Filología de la Universidad), 1945. /1364 Spoerri, W illia m Theodore, T h e O íd W orld and the New : A Synopsis of Current European Vieius on American Civilization. Zürich und Leipzig (M . Niehan), 1937. (Schweizer Anglistische Arbeiten, III). /1365 Stark, Werner, Am erica: Ideal and Reality. The United States o f 1116 in Conternporary European Philosophy. London (Kegan Paul), 1947. (International Library o f Sociology and Social Reconstruction). /1366 Stathers, Madison, Chateaubriand et l ’Am érique. Grenoble (Allier), 1905. /1367 Stebbins, Lucy P., and Richard P. Stebbins, T h e Trollopes: The Chronicle of a W riting Family. N ew York (Columbia University Press), 1945. /1368 Stegmann, André, “ L'Am érique de Du Bartas et de De Th ou ” , en; La Découverte de l ’Am érique (núm. 391), pp. 299-309. /1369 Steiner, G., véase Forster (núm. 533).

Stendhal (H enry Beyle), [Oeuvres], París (L e Divan). [Se citan por esta edición las siguientes obras: La Chartreuse de Parme, 1927 (2 vols.); Chroniques italiennes, 1929 (2 vols.); Correspondance, 1933-1934 (10 vols.); Histoire de la peinture en lta lie, 1929 (2 vols.); Journal (1801-1823), 1937 (5 vols.); Lu d en Leuwen, 1929 (3 vols.); Mélanges intimes et Marginalia, 1936 (2 vols.); M élanges de littérature, 1933 (3 vols.); M oliere, Shakespeare: La comedie et le rire, 1930; Promenade dans Rom e, 1931 (3 vols.); Racine et Shakespeare, 1928; L e Rouge et le N o ir, 1927 (2 vols.); Souvenirs d’égotisme, 1927; y Vie de Rossini, 1929 (2 vols.).] /137I

i I s

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REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS

Sternberg, H ilgard O ’Reilly, "Land and Man in the Tropics” , Proceedings o f the Academy of Politica l Science, N ew York, X X V I I (1964), núm. 4 (“ Economic and Political Trends in Latin America” ), pp. 11-22. / 3375 bis Stevenson, Burton, Stevenson’s Book of Quotations Classic and M od em . Ninth edition. London (Cassell), s. a. [1958]. /1376

Row), 1963. /1381 Stuart, James, Three Years in N o rth America. T h ird edition, revised. Edinburgh (R. Cadel), 1833; 2 vols. /1382 Sudre, Alfred, H istoire du communisme, ou Réfutation historique des utopies socialistes. Bruxelles(Société Typographique Belge), 1849. /1383 Sumner, Charles, Prophetic Voices concerning America. A M onograph. Boston and New York (Lee and Shepard), 1874. /1384 Suphan, B. L., véase Herder (núm. 705). Switzer, Richard, “ America in the Encyclopédie” , Studies in Voltaire and the Eighteenth Century, L V (1967) [ = Transactions of the Second International Congress on the Enlightenment, vol. IV ], pp. 1481-1499. /1385 ----- Véase también Chateaubriand (núm. 283). Talleyrand-Périgord, Charles-Maurice, duc de] A Catalogue o f the E ntire, Elegant, and Valuable Library, late the Property of Mons. De Talleyrand Périgord, etc.

XCII

REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS

REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS

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Teggart, Frederick John, T h eory and Processes o f History. Berkeley and Los A n ­ geles (University o f California Press), 1941. /1394 Temkin, O., véase Glass (núm. 608). Tem ple, Edmond, Trovéis in Various Parts of Perú, including a Yeafs Residence in Potosí. Philadelphia (Carey Se Hart), 1833; 2 vols. /1395 Terán, Juan Bautista, L a nascita delVAmerica spagnuola. Barí (Laterza), 1931. [Edi­ ción original: E l nacim iento de la América española, Tucumán, 1927.] /1396 ----- La salud de la América española. París (Creté, Corbeil), 1926. /1397 Teresa de Mier, Servando, Escritos inéditos de fra y ... Introducción, notas y or­ denación de textos por José M aría M iqu el i Vergés y Hugo Díaz-Thomé. M éxico (E l Colegio de M éxico), 1944. /1398 ------ Escritos y memorias. Prólogo y selección de Edmundo O ’Gorman. México (Universidad Nacional Autónoma), 1945. (Biblioteca del estudiante universi­ tario, 56). /1399 ----- H istoria de la revolución de Nueva España, antiguamente Anáhuac, o Ver­ dadero origen y causas de ella, con la relación de sus progresos hasta el presen­ te año de 1 8 1 3 ... Escribíala Dn. José Guerra [pseudónimo de fray Servando Teresa de M ier], Londres (imprenta de G. Glindon), 1813; 2 vols. /1400 ------ Mem orias de f r a y ..., del convento de Santo D om ingo de M éxico. Prólogo de don Alfonso Reyes. M adrid (Editorial América), s. a. [1917?]. (Biblioteca Ayacucho, X V II). /1401 Terralla y Landa, Esteban de (“ Simón Ayanque” ), Lim a p or dentro y fuera [1797]. Nueva edición. París (R u eff), 1924. /1402 Théodoridés, Jean, “Jacquemont et les savants de son époque” , en: H eim (núm.

696), pp. 199-241.

scientifique).

/1416

Tischendorf, A., véase Parks (núm. 1152). Tocqueville, Alexis de, De la démocratie en Am érique. Introduction par Harold J. Laski. Paris (Gallimard), 1951; 2 vols. ( Oeuvres completes, édition définitive publiée sous la direction de J.-P. Mayer, l-II). /1417 ----- Oeuvres et correspondance inédites, publiées et précédées d’une notice par Gustave de Beaumont, membre de l ’Institut. Paris (Michel Lévy fréres), 1861; 2 vols. /1418 ----- Voyages en Sicile et aux États-Unis. T ex te établi, annoté et préparé par T.-P. Mayer. Paris (Gallimard), 1957. (Oeuvres com pletes..., V, Premiére partie). /1419 Tognetti Burigana, Sara, Tra riform ism o illum inato e dispotismo napoleónico: Esperienze del “ cittadino americano” F ilip p o Mazzei. Roma (Edizioni di Storia e Letteratura), 1965. (Política e Storia, X I). /1420 Tomani, Silvana, I manoscritti filosofici di Paolo Frisi. Firenze (La Nuova Italia), 1968. (Pubbíicazioni della Facoltá di Lettere e Filosofía dell’Universitá di Milano, X L IV ). /1421 Tomás de Aquino] Summae contra Gentiles lib ri quatuor. Romae (ex typ. Forza-

/1403

nii), 1894. /1422 Tommaseo, Nicoló, Opere, a cura di A ldo Borlenghi. Milano-Napoli (R. Pucciardi), 1958. (La letteratura italiana, Storia e testi, 55). /1423 ----- - Le M em orie poetiche d i . . . , con la storia della sua vita fino all’anno X X X V , a cura di Giulio Salvadori. Firenze (Sansoni), 1916. /1424 ----- R ico ra i storici intorno a Giam pietro Vieusseux e il tempo nostro, riuniti in questa da altre edizioni e giornali di N icoló Tommaseo, a cura di Mariano

------ Véase también Huard (núm. 728). Thierry, Augustín, D ix ans d’études historiques. Bruxelles (M éline), 1835. /1404 Thiers, Adolphe, H istoire du Consulat et de l’Empire. París (Paulin), 1845-1862; 20 vols. /1405 Thistlewaite, Frank, The Great E xperim en t: An Introduction to the History of the Am erican People. Cambridge (Cambridge University Press), 1955. /1406 Thompson, George Alexander, Narrative o f an O fficial Visit to Guatemala from M éxico. London (John Murray), 1829. /1407 Thoreau, H enry David, Journal o f . . . , edited by Bradford T orrey and Francis H. Alien, with a foreword by H enry Seidel Canby. Boston (Houghton M ifflin Co.), 1949; 14 vols. /1408 ------ The Natural History o f Massachusetts, en: The Works of H . D. Thoreau, selected and edited by H enry Seidel Canby, Boston (Houghton M ifflin Co.), 1946 (Cambridge Edition o f the Poets). [la ed., 1842.] /1409

xcm

I

------ Walden and O ther W ritings, edited, with an introduction, by Brooks Atkinson. N ew York (T h e M odern Library), 1937. /1410 Thorp, W illard, T ro llo p e ’s Am erica, en: Tw o Addresses Delivered to. Members of the G rolier Club, N ew York (T h e Grolier Club), 1950. /1411

Cellini. Firenze (La Galileiana), 1869. /1425 Tonsor, Stephen J., “ T h e Historical M orphology of Ernst von Lasaulx” , Journal of the History of Ideas, X X V (1964), pp. 374-392. ,/¡426 T orre Revello, José, E l lib ro, la imprenta y el periodismo en América durante la dominación española. Buenos Aires (Facultad de Filosofía y . Letras de la Universidad), 1940. (Publicaciones del Instituto de Investigaciones Históri­ cas, 74). .. /14-27 ----- “ La expedición de don Pedro de Mendoza y las fuentes informativas de H e­ rrera” , en: Contribuciones para el estudio de la historia de Am érica: Hom enaje al Dr. Em ilio Ravignani, Buenos Aires (Peuser), 1941, pp.. 605-629. /1428 ----- “ Libros procedentes de expurgos en poder de la Inquisición de Lim a en 1813” , Boletín del Instituto de Investigaciones Históricas, Buenos Aires, X V

Thorsley, Peter L., Jr., “ T h e W ild M an ’s Revenge” , en: Dudley/Novak (núm. 451), pp. 281-307. /1412 Ticknor, George, L ife , Letters and Journals o f . . . Boston and N ew York (Hough­ ton M ifflin Co.), 1909; 2 vols. /1413

(1932), pp. 329-351. /1429 Torres Sanz, Leandro, “ U n ejemplo histórico del «mal de altura» en la guerra de Mojos” , Revista de Indias, X X I I I (1963), pp. 415-452. /1430

T ie r und Umivelt in Südamerika. Biologische Arbeiten aus der Deutsch-Iberoame-

Torrey, B., véase Thoreau (núm. 1408).

6

XCIV

REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS

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REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS

xcv

Twain, Mark, The Adventures of Huckleberry Finn. London (Cresset Press), 1950. (Cresset Library). /1452 Clloa. Antonio de, N oticias americanas. Entretenimientos físico-históricos sobre la América meridional y la septentrional oriental. Comparación general de los territorios, climas y producciones en las tres especies, vegetal, anim al y mineral. Con una relación particular de los indios de aquellos países, sus costumbres y usos, de las petrificaciones de cuerpos marinos, y de las a n ti­ güedades. Con un discurso sobre el idioma, y conjeturas sobre el m od o con que pasaron los primeros pobladores. Madrid (Imprenta Real), 1792. [L a 19- ed. es de Madrid, 1772.] /1453 ----- Véase también Juan (núms. 789 y 790). Unánue, José H ipólito, Obras científicas y literarias. Barcelona (T ip o g ra fía L a Academia, de Serra Hnos. y Russell), 1914; 3 vols. /1454 Untermeyer, L., véase W hitm an (núm. 1530). Urzidii, Johannes, Das Glück der Gegenviart: Goethes Am erikabild. Zürích (Artemis-Verlag), 1957. (Goethes-Schriften im Artemis-Verlag, 6). /1455 Vail, Eugéne A., De la littérature et des hommes de lettres des États-Unis d’A m érique. París (Gosselin), 1841. /1456 Vaillant, George C., Aztecs of M éx ico : Origin, Rise and Fall of the A ztec N a tio n , Garden City, N . Y. (Doubleday, Doran & Co.), 1941. /1457 Valcárcel, Daniel, “ Fidelismo y separatismo en el Perú” , Revista de H istoria de América, 1954, núms. 37/38, pp. 133-162. /1458 Valdizán, Herm ilio, Apuntes para la bibliografía médica peruana. Lim a (Im p ren ­ ta Americana), 1928. /1459 ----- “ La Escuela de Medicina [de Lima]. Crónica histórica” , en: Obras de U n á­ nue (núm. 1454), vol. II, pp. 458-496. /1460 Valgimigli, Manara, Carducci allegro. Bologna (Cappelli), 1955. /1461 Vallat, Gustave, Étude sur la vie et les ceuvres de Thomas M oore, d’aprés des documents pris au British Museum, suivie d’une bibliographie complete. París (Rousseau), 1886. /1462 Valle, José Cecilio del, Obras d e ..., compiladas por José del V alle y Jorge del Valle Matheu. Guatemala (Tipografía Sánchez & de Guise), 1929-1930; 2 vols. /1463 Valle, Rafael Heliodoro, Bibliografía de don José Cecilio del Valle. M éxico (Talleres Gráficos de la Nación), 1934. /1464 ----- • “Jeremías Bentham en el pensamiento americano” , La Prensa, Buenos Aires, 25 de mayo de 1947. /1465 ----- - “ Un ilustre americano [José Cecilio del V alle]” , Revista M exicana de So­ ciología, V I (1948), pp. 7-18. /1466 Van Doren, Cari, Benjam ín Franklin. Garden City, N. Y. (Garden C ity Publishing Co.), 1941. /1467 Van Tieghem, Paul, La poésie de la nuit et des tombeaux en Europe au y.viii« siécle. Bruxelles (Académie Royale de Belgique), 1921. /1468 Varallanos, José, E l derecho indiano a través de la " Nueva crónica” y su in flu e n ­ cia en la vida social peruana, Lim a (Editorial Suma), 1946. /1469 Vargas Ugarte, Rubén, S. I., “ Catálogo de la biblioteca de José M anuel Dávalos” , Cuadernos de Estudios del Instituto de Investigaciones Históricas de la U n i­ versidad Católica del Perú, I I (1943), núm. 5, pp. 325-342. /1470

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REGISTRO DE I.OS AUTORES CITADOS

REGISTRO DE LOS AUTORES CITADOS

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------ D on B enito M aría de M o x ó y de Francolt, arzobispo de Charcas. Buenos Aires (Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad), 1931. (Publicaciones del Instituto de Investigaciones Históricas, L V I). /1471 ----- ■ H istoria del Perú. Fuentes. Lim a (Talleres “ La Prensa” ), 1945. /1472 —— ■ Jesuítas peruanos desterrados a Italia. Lima (Talleres “ La Prensa” ), 1934. /1473 ----- - La “ Carta a los españoles americanos’' de don Juan Pablo Vizcardo y Guzrnán. Lim a (Editorial del C. I. M . P.), 1955. /1474 ------ Manuscritos peruanos en las bibliotecas de América. Buenos Aires (A. Baiocco), 1945. (Biblioteca peruana, 4). /1475

Vidal de La Blache, Paul, Principes de géographie humaine, publiés d’aprés les manuscrits de l ’auteur par Emmanuel de Martonne. París (Armand Colín),

Varnum, Fanny, Un philosophe cosmopolita du xviii* siécle, le Chevalier de Chastellux. París (Librairie Rodstein), 1936. /1476

lag), 1949. /1494 Villard, Léonie, L a France et les États-Unis: Éckanges et rencontres (1524-1800).

Vartanian, Aram, “ T rem bley’s Polyp, L a Mettrie, and Eighteenth-Century French Materialism” , Journal of the History of Ideas, X I (1950), pp. 259-286. /1477 Vauvenargues, Luc de Clapiers, marquis de] Geuvres morales de Vauvenargues. París (E. Pión et Cié.), 1874; 3 vols. /1478 Vázquez, Genaro V., Doctrinas y realidades en la legislación para los indios. M éxico (Talleres de la Escuela R afael Dondé), 1940. /1479 Velázquez, M . Tu lio, “ El problema de la adaptación del hombre a la altitud” , L ib ro de homenaje a Luis A lberto Sánchez (Lima, 1967), pp. 503-519. /1480 Ventura de Raulica, Gioacchino, La Raison philosophique et la raison catholique. Conférences préchées á París dans l ’année 1851[-1854], augmentées et accompagnées de remarques et de notes. París (Gaume et fréres), 1851-1864; 4 vols. /1481 Venturi, Franco, IJA ntichita svelata e l’idea del progresso in Nicolás-Antoine Boulanger (1122-1759). Bari (Laterza), 1947. (Biblioteca di cultura moderna, 428). /1482 ----- Jeunesse de D id erot (de 1715 a 1755). París (Skira), 1939. /1483 ----- (ed-), Illu m in isti italiani. Vol. I I I : R iform a tori lombardi, piemontesi e toscani. Vol. V: R iform a tori napoletani. M ilano-Napoli (R . Ricciardi), 1958, 1962. (La letteratura italiana, Storia e testi, 46). /1484

Lyon (Les Éditions de Lyon), 1952. /1495 Villemain, Abeí-Frane2 Pasajes de 1766 citados por Daudin, D e Linné d Jussieu, p. 42. J®3 Ya en 1749, Malesherbes le echaba en cara el no haber entendido a Linneo y el haber desdeñado a los ‘‘sistemáticos” (Flourens, B u ff o n , pp. 8-9). Uno y otros eran objeto ,'(1754) de los briosos ataques de Diderot, gran admirador de Buffon (Pensées s u r l ’in te rpréUtion de la n a tu re , pp. 67-68), mientras que Jefferson, encarnizado adversario de Buffon, lo llamará “the great advócate of individualism, in. opposition to classification” (carta del 22 de febrero de 1814, en T h e C a ta lo gu e o f th e L ib r a r y o f T h o m a s Jeffe rs o n , ' é í ~ Ei-Af; Sowerby, Washington, 1952-1959, vol. I, p. 467). Se reconoce hoy que Buffon aborrecía las clasificaciones sistemáticas, al estilo de las de Linneo, pero no las clases y categorías que son elementos de un sistema orgánico, y que sus descripciones” equivalen a las “definiciones” de los geómetras (Perder, L a Philosophie zoologique a va n t D a rw in , pp. 56-62; con reservas, Mornet, L e s Sciences de la nature, pp. 113-116, 130-131 y 151; Daudin, D e L in n é a Jussieu, pp. 39, nota, y 166; E. Cassirer, G o e th e u n d d ie g e s c h ic h tlic h e W e lt , Berlín, 1932, pp. 95-96; Nordenskióld, The History o f B lo lo g y , p. 222; Guyénot, L e s Sciences de la v ie , pp. 76-77; Lovejoy, ■Buffon and the Problem of Species”, p. 89; Roger, L e s S cien ces de la v ie , pp. 468 y 566-567; Hanks. B u ff o n a van t l ’ “H is t . n a tu r e lle " , pp. 10, 65 y 99-100: Heim, "Préface a

15

BUFFON

CONCLUSIONES

formal se valía de antítesis abstractas, coordinando por medios conceptua­ les cosas y cualidades meramente distintas, y contraponía y polarizaba los animales “grandes” y “ chicos” , el Mundo Antiguo y el Mundo Nuevo.154 Pero se salvaba de la mortal rigidez de tales esquemas gracias a los gér­ menes de desarrollo temporal que iban implícitos en la jerarquización y en la correspondiente distribución geográfica de premios.

narias intuiciones de una verdadera y viva historia de la naturaleza, relaiionadas de tan clara manera en Buffon con su consciencia de los límites de toda clasificación esquemática, constituyen el resultado científico más ■¡¡¡pórtame de sus atormentadas disquisiciones acerca de los animales de

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El nuevo concepto de especie Las especies varían de un continente al otro. Varían del Mundo Antiguo al Nuevo Mundo. Y son más chicas o más débiles en el Nuevo. Con esta tesis de la debilidad de los animales del continente americano anticipa Buffon las teorías de la variabilidad de las especies — no las teorías del pro­ greso de lo imperfecto a lo perfecto, de lo inferior a lo superior, sino las que hablan de una degeneración de las especies, de un posible debilita­ miento de éstas en circunstancias ambientales adversas. Darwin mismo se dio cuenta del mérito y del punto flaco del naturalista francés: “ T h e first author who in modern times has treated it [la especie] in a scientific spirit was Buffon. B u t... his opinions fluctuated greatly at different tim es155 a n d .. . he does not enter on the causes or means of the transformation of species.” 156 Así, pues, no puede caber duda de que justamente esas embrioBufíon”, p. 12; Bourdier, “Principaux aspects... de Buffon”, pp. 60 y 64): lo que a Bufton le molestaba de Linneo era sobre todo “l'aspect ingrat et rébarbatif” que imprimía a la historia natural (Daudin, D e L i n n é á Jussieu, p. 126; cf. ib id ., pp. 128 y 153). Enemigos de Linneo y de ios sistemas serán en general los observadores y los aman­ tes de la naturaleza (Michel Adanson, citado por Daudin, p. 121; Jean-Jacques Rousseau, R e v e rle s d ’u n p r o m e n e u r s o lila ir e , ed. de París, 1922, p. 72; recuérdese también, en Goethe, el sarcástico consejo de Mefistófeles al Escolar, "alies reduzieren / und gehorig klassifizieren”, y, para otros ejemplos, Mornet, L e s Sciences de la n a tu re , pp. 98-104 y 123-126). Un exhaustivo análisis del concepto de "sistema” en el siglo xvm y en Buffon podrá encontrarse en G. Gusdorf, L e s P r in c ip e s d e la pensée a u s ié c le des lu m ié re s , París, 1971, pp. 257-280 y 286; véase también, del mismo autor, D ie u , la n a t u r e . . . , pp. 273 y 290. Por lo demás, la nítida distinción que hace Buffon entre el hombre y los demás animales se relaciona —vigorizándola— con la aversión por los sistemas clasificativos, ya que éstos acababan por poner al hombre demasiado cerca del mono. Véase J. Piveteau, “La Pensée religieuse de Buffon", en R. Heim (ed.), B u f f o n , p. 129. 154 Curiosos paralelismos y artificiosos contrastes entre los dos hemisferios en O e u v re s co m p lé te s , vol. I, p. 284. Cabe recordar asimismo cómo, a diferencia de casi todos sus amigos, admiradores y discípulos, Buffon juzgó con mucha frialdad la rebelión de los norteamericanos contra Inglaterra y estimó imprudente la intervención de Francia en auxilio de los Estados Unidos (C o rre s p o n d a n c e , vol. II, p. 369). 155 Cf. in fr a , pp. 192-195. 156 Ch. Darwin, T h e O r ig in o f Species, ed. Modern Library, Nueva York, s. a. [1936], “An Historical Sketch”, p. 3. Cf. Perrier, L a P h il. z o o l. a va n t D a r w in , p. 66; Daudin, D e

ít.

América. Pero si miramos más a fondo, descubriremos también en la teoría buffo¡iLmi el reflejo de un problema lógico que todavía sigue sin resolver, ü o iío n no se lo formula con toda claridad, pero lidia con él a ciegas, con valor desatentado y poco venturoso. ¿Cuál era la cuestión básica latente en m sorpresa y en su “ descubrimiento” ? Evidentemente, la existencia y la i amabilidad de especies naturales semejantes, pero diferentes, el enigma de conceptos naturalistas vinculados entre sí por indiscutibles analogías y, sin embargo, separados por indiscutibles o irreductibles rasgos individuales. “ Aucun des animaux de l’Amérique méridionale ne ressemble assez aux animaux des ierres du m idi de notre continent pour qu’on puisse les regarder comme de la méme espéce.” 157 El puma no es el león; pero entre el león y el puma hay afinidades que no existen entre la mosca y ei elefante. ¿Cuál es el límite del concepto de especie? ¿Cuál el grado o el número de afinidades que debe haber para agrupar dos animales en una fami­ lia, dos familias en una especie, dos especies en un género? ¿Dónde fijar el límite divisorio entre los atributos que hacen coincidir a dos individuos en un concepto y los atributos que los asignan a dos conceptos diferentes? Toda la lógica de las ciencias naturales se halla en discusión en el instante en que se trata de responder — aunque sea de manera implícita, “ caminan­ do” , o sea clasificando y definiendo— a semejante pregunta. Sobre esta ardua cuestión se insertaba la otra, no menos compleja, de la existencia de “ especies” más perfectas o menos perfectas, con las sugeren­ cias implícitas de fuerzas teleológicas y de factores evolutivos o degenera­ tivos. Una filosofía causalista de la Naturaleza, como lo era la filosofía a la que siempre permaneció fiel Buffon, aplicada entusiastamente a fenómenos pp. 130-131, 219 nota, 231 y 234; Lovejoy, T h e G re a t C h a in o f B e in g , pp. 229-230; F. Venturi, Jeunesse de D i d e r o t (d e 1713 á 1753), París, 1939, pp. 303-308. Sobre la actitud desconfiada de Buffon frente al concepto de especie (sólo los individuos existen en la naturaleza), véase Gusdorf, D ie u , la n a t u r e . . . , p. 341, y Lovejoy, “Buffon and the Problem of Species”, pp. 90, 92-93, 96 y 107. 357 Sólo tras largo examen se puede s os p ech a r que son "le s représentan ts [síc] de quelques uns de ceux de notre continent” ( O e u v re s co m p le te s , vol. V, p. 224). Ya Lockc había ahondado en algunas dificultades típicas del ambiguo concepto de especie (Essay C o n c e rn in g H u m a n U n d e rs ta n d in g , III, 6, §§ 33-39), inclinándose a un nominalismo total. Sobre la diversidad de las especies como forma instintiva de aprehender la reali­ dad en su discontinuidad, véanse las sugestivas observaciones de C. Lévi-Strauss, L a Pensée sauvage, París, 1962, pp. 180-181.

L in n é á Jussieu,

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BUFFON

sin relación con el mecanismo de las causas — a los conceptos de especies animales, a su inestabilidad geográfica, al lento variar de las generaciones, a la historia pleno sensu del mundo y de los organismos— , revelaba a un mismo tiempo su fuerza y su debilidad, obligando a la realidad, a toda la realidad, a entrar en sus esquemas, y tachando de debilidad a la mitad del mundo conocido, — tachándola de una debilidad cuantitativa y mensura­ ble, para explicar la cual se acudía alternativamente a los conceptos, historicizantes y cualitativos, de decadencia y de inmadurez.158

II. ALGUNOS HOMBRES DE LA ILUSTRACIÓN

H

u m e : in f e r io r id a d de los h a b it a n t e s de los tr ó pic o s

D e to d a la teoría buffoniana, tan rica en motivos, en ecos remotos y en audaces sugerencias, justamente la parte más objetable, con sus fáciles nota­ ciones moralistas, con sus juicios de “ mejor” y de “ peor”, fue, por desgra­ cia, la que se impuso a la curiosidad y se ofreció a la reconsideración de ios contemporáneos. En Buffon se trataba de algo implícito y secundario, pero los filósofos se apoderaron inmediatamente de la idea y probaron su fecundidad polémica, sus recursos pintorescos y su efecto escandaloso. Con cierta prudencia verbal, Hume, en su célebre ensayo O f N ational Characters (1748), había insinuado que “ there is some reason to think that all the nations which live beyond the polar circles or between the tropics, are inferior to the rest of the species” . Pero al punto, excluyendo factores geográfíco-naturalistas, había agregado que eso se explica por la “ poverty and misery” de los habitantes septentrionales y por la “ indolence” de los meridionales, “ írom their few necessities” , “ without our having recourse to pkysical causes” .1 Hume se refiere a los habitantes de las regiones árticas y tropicales, no a los americanos en particular; a los hombres, no a las es­ pecies zoológicas; y a factores económicos (aunque relacionados con el clima), no a determinaciones geográficas fijas y fatales. En una palabra, anticipando en este caso concreto su radical crítica del principio de causa, Hume recoge y corrige la milenaria tradición de la etnopsicología, con sus intentos de pasar de una mera descripción y tipificación de los caracteres de los distintos pueblos a una explicación causal de éstos, — explicación que resulta, por definición, acentuadamente naturalista. Sus inicios coinciden con los primeros y más ambiciosos conatos de nuestra ciencia. El mítico bisnieto de Hércules y Esculapio, Hipócrates, padre de la medicina, ponía en relación las alternativas del clima y los bruscos cambios de las estaciones con los diversos temperamentos y con las cualidades fisiológicas de los hombres.2 Sócrates, en la República de Platón (435e-436a), divide las facultades del alma entre los pueblos, y asigna a los tracios, a los escitas, y en general a las naciones del Septentrión, una fuerte

158 Sobre la intercambiabilidad de los conceptos de '‘primitivo” y “decadente” (y su consiguiente insignificancia), véanse las agudas observaciones de R. G. Collingwood, T h e Id e a o f H is to r y , Oxford, 1946, p. 327.

1 O. Hume, Essays, ed. World’s Classics, Londres, 1904, p. 213 (él mismo es quien subraya). Sobre la tesis de Hume véase A. J. Toynbee, A S tudy o f H is to r y , Londres, 1935-1939, vol. I, pp. 470 ss., y Teggart, T h e o r y and Processes o f H is to r y , pp. 180-183. 2 T r a ta d o de los aires, aguas y lugares, § 24, citado por Teggart, o p . c it., p. 174. 47

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ALGUNOS HOMBRES DE LA ILUSTRACIÓN

BODIN: TEORÍA DE LOS CLIMAS

pasionalidad; a los griegos el deseo de aprender, la filosofía; a los fenicios y a los egipcios, el ansia de lucro.

Maquiavelo y de Guicciardini, con sus agudísimas caracterizaciones de los diversos pueblos europeos, Jean Bodin se creía muy original por haber trarado de las distintas formas de estado convenientes o no a cada uno de los pueblos ( “ á la naíure des lieux, e t . .. aux lois naturelles” ). Asunto impor­ tantísimo, sentenciaba, “ et toutes fois ceux qui ont écrit de la République

De manera no muy distinta, Aristóteles (Política, V II, 1327b) dice que los pueblos de los países fríos y de Europa abundan en impulsividad pero son de poca inteligencia y de escasa capacidad organizativa; son indepen­ dientes, pero incapaces de verdadero gobierno. Los pueblos del Asia son inteligentes e ingeniosos, pero faltos de brío, razón por la cual viven habi­ tualmente en sujeción y en servidumbre. Los griegos, en cambio, en una región intermedia por su posición geográfica, son al mismo tiempo valero­ sos e inteligentes, y viven en libertad y con buenos gobiernos. Polibio y Estrabón coinciden en atribuir al clima el temperamento de los pueblos, guerreros donde las intemperies son rígidas y severas, pacíficos donde la naturaleza sonríe benigna.3 Entre los latinos, T it o L iv io repite, a propósto de los samnitas, que la raza es semejante al ambiente. Cicerón, en el De lege agraria, desarrolla el concepto de que las costumbres sufren más el influjo de la naturaleza circundante y de los medios de subsistencia que el influjo de la herencia. Y en Lucano se lee que los pueblos del Norte son indómitos y guerreros, mientras que los del muelle Levante son débiles e ineptos para la guerra.4 Para la antigüedad, el nexo entre clima y genio era casi un lugar común.

L

a t e o r ía de lo s c l im a s e n

B o d in

Pero estas especulaciones se habían continuado tan débilmente durante los siglos de la Edad Media, época en que prevaleció la concepción cristiana de la universal igualdad de los hombres (con la única discriminación, no geográfica, de fieles e infieles), que la prosecución de las indagaciones, en el Renacimiento, pareció casi un hallazgo nuevo. Y todavía después de 3 Véanse citas en Teggart, o p . c it., pp. 174-175. En cuanto a Polibio, véase también un poco adelante lo que dice Bodin. Pero de Estrabón escribe Hume (Essays, p. 207, nota) que en su segundo libro “rejects, in a great measure, the influence of climates upon man. All is custom and education, says he”. * F a rs a lia , VIII, 363-368 (palabras de Léntulo, en respuesta a Pompeyo, el cual había dicho de los orientales, ib id ., 295 ss., que eran valientes y arrojados en la guerra). En una nota (de Hugo Grocio o de T. Famabio, ed. de Amsterdam, 1651) se citan las siguientes autoridades en apoyo de la tesis climática: Vegecio, I, 2; Aristóteles; Heródoto: Vitruvio, lib. V; y el italiano Rob. Valturio (1405-1475), lib. VI D e r e m i li t a r i (1460). Otras citas sobre el nexo entre climas y talentos se pueden espigar fácilmente en Platón (C r it ia s , 109), Salustio, Plutarco, Tertuliano, etc. Véase también Cario Curcio, E u r o p a . S to ria d i u n ’id ea , Florencia, 1958, vol. I, pp. 58-78, y sobre todo Glacken, T ra ce s o n th e R h o d ia n S h o re , pa ssim , especialmente pp. 80-115.

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n'ont point traicté cette question” .5 Los autores clásicos formularon alguna conjetura al respecto. Pero eran tan ignorantes de la geografía del globo, que no podían establecer una re­ lación científica, una ley constante entre la naturaleza y las instituciones civiles y religiosas de cada pueblo. No, “ évidemment les anciens auteurs n’ont ríen pu nous laisser de semblable” . Son cuestiones difíciles y delica­ das, y “personne n’a encore promené de torche dans ces ténébres” .6 Por lo demás, Bodin conoce y rechaza las tesis fatalistas de Galeno y de Polibio, que hacen del clima un factor inflexible e invencible. Apelando a la doctrina cristiana, refuta y ridiculiza las teorías astronómicas de Ptolomeo y de sus secuaces hasta Cardano, según el cual el destino de todos los grandes estados está regulado por la cola de la Osa Mayor; y, fundándose en la naturaleza y en la experiencia, nos describe, zona por zona, el tem­ peramento y las costumbres de los septentrionales, de los “ mitoyens” y de los meridionales, fuertes y guerreros los primeros, políticos y literatos los segundos, filósofos y contemplativos los últimos; o, con otras corresponden­ cias y con amenos paralelismos, nos dice que representan respectivamente la juventud, la madurez y la ancianidad; el ars, la prudentia y la scientia; el modo frigio, el dórico y el lidio; el sentido común, la razón y el enten­ dimiento; la democracia, la magistratura y el pontificado; Marte, Júpiter y Saturno; la Luna, Mercurio y Venus.7 = La

ed. de 1579, p. 661, citado por P. Mesnard, L ’E s sor de la p h ilo s o p h ie París, 1936, p. 531. Según E. Barker, N a t i o n a l C h a ra c te r, Londres, 1939, pp. 50-51, fueron justamente los teóricos franceses, comenzando con Bodin, quienes pusieron de moda la idea del detenninismo geográfico. Sobre la teoría climática en los siglos xvi y x v ii véase Z. S. Fink, T h e C lassical R e p u b lic a n s , Evanston, III„ 1945, pp. 91-94 y 191-192 (Bodin, Botero y Milton), Curcio, E u r o p a , vol. I, pp. 215 y 220-222 (Bodin, Nifo, etc.) y H. Weisinger, “Ideas of History during the Renaissance”, J o u r n a l o f th e H is to ry o f Id ea s, VI (1945), p. 426 (Vasari, Bodin y Procter). Sobre el juicio acerca del continente americano, en particular, véase ,,R. Romeo, L e s c o p e rte a m e rica n o n ella co scienza ita lia n a d el C in q u e c e n to , Milán-Nápoles, 1954, pp. 120-124. Cf. también Glacken, Tra ces on th e R h o d ia n S h o re , p. 434. 6 Bodin, L a M é th o d e de l ’h is to ir e (M e th o d u s a d fa c ile m h is to r ia r u m c o g n ilio n e m , 1566), trad. P. Mesnard, París, 1941, pp. 68-69. Sobre la ignorancia incluso astronómica de los antiguos, cf. ib id ., pp. 132, 226 y 326. ‘ M é th o d e , pp. 69-71, 94, 105, IOS, 113, 131 ss. y 224; Mesnard, L ’E s sor d e la p h il. p o litiq u e , pp, 532-533; Romeo, L e s c o p e rte a m e rica n e , pp. 123-124; S. Landucci, I f i lo sof i e i selva ggi, 1580-1780, Barí, 1972, p. 446. Poquísimos años después (ca. 1579) el R é p u b liq u e ,

p o lit iq u e a u x v ie sié cle ,

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ALGUNOS HOMBRES DE LA ILUSTRACIÓN

BODIN: TEORÍA DE LOS CLIMAS

Pero dejemos estos vestigios de arqueología, estas concordancias univer­ sales que desentonan en un político realista como Bodin de la misma ma­ nera que sus teorías demonológicas y sus cábalas numéricas. Nueva y fe­ cunda es su visión del globo, de todo el globo, tajado, desde el polo hasta el ecuador, en franjas paralelas que forman cada cual una región climática relativamente uniforme. Bodin toma en cuenta asimismo la altura, la ex­ posición al levante o al poniente, los vientos, la fertilidad del suelo, las comunicaciones y los caracteres nacionales que resultan de todos esos fac­ tores de la historia. Pero el factor predominante sigue siendo la latitud, y con él se hacen confluir diligentemente todos los demás. El Levante tiene una gran afinidad con el Mediodía, y el Poniente con el Septentrión: los occidentales vienen a ser así nórdicos atenuados, y los orientales son cuasimeridionales. Las llanuras están respecto de las montañas en la misma si­ tuación que el tibio Sur respecto del frígido Norte, y así todo lo demás.8 Lógica consecuencia de este esfuerzo por reducir todo elemento físico (incluso el meridiano) al paralelo, es que del continente americano no surge ningún problema específico. Cada una de sus zonas tiene el clima propio de la latitud a que pertenece, y a la cual pertenecen igualmente determinadas zonas del Mundo Antiguo. N o existe oposición entre los dos hemisferios, sino paralelismo en el sentido geográfico más estricto. Tam ­ poco cabe decir — insiste el agudo Bodin— que las tierras descubiertas por Colón sean el mundo occidental. Es ésta una ilusión nacida tal vez de la antítesis de Indias Orientales e Indias Occidentales. En el hemisferio anti­ guo se puede distinguir un Levante, en las Molucas, de un Poniente, en las Canarias; pero el continente americano no está ni al Este ni al Oeste: separado de las antiguas Indias y de África por distancias inmensas, es en realidad “ le milieu entre Oríent et Gccident” , y no resiente los influjos de uno ni de otro.9

americanos, mientras que los historiadores de otros países se ven obligados

La América de Bodin se sustrae así, anticipadamente, a las teorías que asignan un destino particular al Occidente; 10 permanece intacta, libre de todo estigma, y no está rodeada de ninguna aureola. Tampoco le ha im­ preso la historia ningún carácter bien definido: son los geógrafos quienes nos narran las historias de los escitas, de los indios, de los etíopes y de los fácil contraste entre naciones “contemplativas” del Sur y naciones “activas” del Norte era desarrollado por Du Bartas (A. Stegmann, “L’Amérique de Du Bartas et de De Thou”, en L a D é c o u v e rte de l ’A m é r iq u e , París, 1968, p. SOI), y en el siglo xvm era finalmente aceptado como una ley de la naturaleza (Gusdorf, L e s P r in c ip e s de la pen sée au siécle des lu m ié re s , pp. 98-100). 8 M é th o d e , pp. 116-117 y 122; Mesnard, L 'E s s o r , pp. 53S-535; Teggart, T h e o r y and Processes o f H is to r y , p. 175. a M é th o d e , pp. 70 y 115. io Véase in fra , pp. 160 ss.

a conocer y describir previamente su geografía.11 Es ésta quizá la primera formulación de la frase que tanta fortuna tendrá, sobre la América que es “geografía” y no “ historia”, porvenir y no pasado, etc.; pero en Bodin no tiene ninguna acritud polémica, ningún énfasis proíético. Bodin no es un admirador de los primitivos, y del mítico siglo de oro escribe sarcástica­ mente que, en comparación con el siglo en que él escribe, “ il pourrait bien sembler de fer” ; y se ríe de esos laudalores temporis acti que lamentan “que le genre humaín ne cesse de dégénérer” .12 Así, pues, lo que celebra en América no son las costumbres sencillas e incorruptas de los naturales _monárquicos e incapaces de democracia y de aristocracia, aunque no hayan leído nunca a Aristóteles, castigadores del incesto sin conocer a Platón ni los decretos del papa Inocencio, sino porque así lo quieren, tam­ bién aquí, la naturaleza y la experiencia— : 13 lo que celebra en ella, con alta novedad de concepto, es el simple hecho de su existencia revelada y de la consiguiente unificación del mundo. Desde el descubrimiento de Amé­ rica, el comercio se ha multiplicado y “ tous les hommes sont reliés entre eux et partícipent merveilleusement á la République universelle, comme s'ils ne formaient qu’une seule et méme cité” .14 El único momento en que parece anticiparse a las tesis buffonianas es aquel en que afirma que hom­ bres y plantas (y animales) degeneran lentamente en cuanto mudan de ambiente; 15 pero no se trata sino de un corolario incidental de su tesis w

p. 11. 293-299. [Sobre la influencia de estas y otras ideas de Bodin en el Inca Garcilaso véase E. Asensio, “Dos cartas desconocidas del Inca Garcilaso”, N u e v a R e v is ta de F ilo lo g ía H is p á n ic a , VII (1953), pp. 588-590.] M é th o d e , pp. 203, 206 y 268. u Ib id ., p. 298. H. L. de La Popeliniére (L 'H i s t o i r e des h is to ire s , a v e c l ’id ée d e l ’h isto ire a c c o m p lie , 1599, p. 12) repetía con análoga admiración: “tous les peuples de I'Unívers, paravant barbares, sauvages et ennemis, ou du tout incognus les uns aux autres, s’entrecognoissent, se fréquentent, s’aiment, s’entresecourent, voire semblent converser ordinairement en ce monde comme en une ville” (pasaje citado por H. Hauser, La M o d e r n it é d u x v ie siécle, París, 1930, p. 55). Sobre La Popeliniére y la influencia que en su pensamiento tuvieron los descubrimientos geográficos, véase el estudio de C. Vivanti, “Alie origini dell’idea di civiltá. Le scoperte geografiche é gli scritti di Henry de La Popeliniére”, R iv is ta S to rica Ita lia n a , LXX1V (1962), pp. 225-249. En el siglo xvm, esta función de América llega a convertirse en lugar común; y en su segunda mitad adquiere relieve el concepto de América como mercado, como receptora de los productos europeos, por encima del concepto tradicional del Nuevo Mundo como fuente de abas­ tecimiento de metales preciosos, de especias y de tabaco (véanse algunos ejemplos de 1776 Y de 1792 en S. Zavala, A m é r ic a en e l e s p ír itu fra n cés d e l s ig lo x v i ii , México, 1949, PP- 80, 82, 87 y 254). 15 M é th o d e , pp. 71 y 129. Pero a Buffon no le hubiera gustado su argumento de M é th o d e , I b id ., pp.

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ALGUNOS HOMBRES DE LA ILUSTRACIÓN

DE TASSO A HUME

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básica de una armonía necesaria y saludable entre el ambiente y la creatura. Y su influencia sobre las polémicas más tardías en torno a la natu­ raleza americana es indirecta, a través de la difusión y aun popularidad de su teoría del clima, expuesta en su M ethodus (1566) y elaborada en su obra más famosa, La R épublique (1576).

Oviedo, que es quien refiere la anécdota, expresa su admiración por la sagacidad de Isabel; confirma, por su cuenta, que “ esta genera5 Íón de los vndios es muy mentirosa e de poca constancia, como son los muchachos de sevs o siete años, e aun no tan constantes” , pero añade que hasta “ a algunos christianos se les ha pegado harto desto", dándonos así un verdadero incu­ nable de “ inferioridad telúrica” americana y de “ tropicalización del blan­ co” , que no podía menos de ser parcialmente utilizado por De Pauw,18 ni

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t e o r ía d e l o s c l im a s , de

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Poquísimos años después aparecía la Gerusalemme Liberata (1581) de Torquato Tasso. Y al comienzo del poema toda Europa leía y repetía que en ese dulce país de Turena la térra molle e lieta e dilettosa simili a sé gli abitator produce.16

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A l mismo tiempo Montaigne, y en forma más expresa su discípulo Charron, reafirmaban y divulgaban la relatividad de los caracteres huma­ nos, su variabilidad según los climas y las latitudes; Botero y Campanella reanudaban las especulaciones de Bodin acerca de los ambientes físicos de los pueblos; y la continua y voluminosa aportación de conocimientos antropo-geográficos suministrada por exploradores, etnógrafos y misioneros en todas partes del mundo replanteaba asiduamente y hacía fam iliar el problema de la relación del clima con el temperamento y las costumbres. T a n inmediata y espontánea era esta asociación mental que, si nos pregun­ tamos por el primer crítico severo del clima de América y del temperamento de sus pobladores, tenemos que remontarnos a la mismísima reina Isabel, protectora de Colón. A I oír de boca del Almirante que en las Indias los árboles no echan raíces hondas porque llueve mucho y la tierra está po­ drida, la Reina Católica se mostró afligida y preocupada, y dijo: “ En essa tierra donde los árboles no se arraigan, poca verdad y menos constancia habrá en los hombres.” 17 que un "estado” grande no es más "estado” que uno pequeño, “pas plus qu’un éléphant ne peut étre dit plus animal qu’une fourmi” (ibid ., p. 143). 16 La Gerusalemme Liberata, I, 62. Entre los ecos innumerables de estos versos véase Rousseau, Les Confessions (1778-1782), libro XI, Oeuvres completes, ed. Pléiade, vol. I, 1959, p. 572. Sobre otras teorías climáticas de Tasso (1571), quizá de derivación bodiniana, véase L. OIschki, "La Lettre du Tasse sur la France et les Franyais”, The Romanic Reviera, XXXIII (1942), pp. 345 y 348-349. Y cf. Unánue, infra, p. 3S2. 17 Oviedo, Hist. general y natural, IV, 1 (ed. cit., vo!. I, pp. 100-101). La imagen tiene un curioso paralelo en Diderot, quien parangona las nociones intelectuales sin base en la naturaleza “á ces foréts du Nord dont les arbres n'ont point de racines. Ii ne faut

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de llamar la atención de Humboldt.19 Entre los muchos autores que, a la zaga de Bodin, investigaron los efec­ tos del clima, Voltaire menciona al viajero Chardin, que conoció tal vez las teorías climáticas de Ibn jaldún,20 al ingenioso Fontenelle y al abate Du Bos. Teggart añade a la lista el nombre del padre Bouhours, el de Madame Dacier, y sobre todo el del doctor John Arbuthnot,21 quien parece haber inspirado a Montesquieu. El propio Hume menciona a Bacon y a Berkeley, al cardenal Bentivoglio y a Sir W illiam Tem ple. En realidad, se trataba de una cuestión ya trillada, de un tema corriente que, por otra parte, ad­ quiría una nueva energía especulativa y polémica bajo el efecto de un doble estímulo: el ansia de definir, no genéricamente, sino en relación con Europa, al Nuevo Mundo con sus habitantes y con sus especies naturales, y el esfuerzo de justificar con rigor científico la variedad infinita y aparente­ mente inútil de las creaturas, de aclarar, mejor que con una simple relación de causa a efecto, los vínculos existentes entre el ambiente físico y los seres vivos, sus formas evolutivas y, tratándose de hombres, sus capacidades de progreso y sus instituciones sociales. En particular, el “ clima” servía para salvar el abismo lógico que mediaba entre la tesis de la debilidad física dei continente americano y la de su inferioridad civil y política. Era sólo qu’un coup de vent, qu’un fait iéger, pour renverser toute une forét d'arbres et d’idées” (Pensées sur l’interprétation de la nature, p. 10). as Recherches philosophiques sur les Amérícains, Berlín, 1768-1769, voi. i, p. 9. w Examen critique de l’Histoire de la géographie du nouveau continent, etc., París, 1835-1839, vol. III, p. 146, nota. -o Véase W. E. Gates, “The Spread of Ibn Khaldün's Ideas on Climate and Culture”, Journal of the History of Ideas, XXVIII (1967), pp. 415-422. 21 El Essay Concerning the Effects of A ir on Human Bodies de Arbuthnot (1735) fue traducido al francés en 1742. C£. F. Meinecke, Die Entstehung des Historismus, Munich-Berlín, 1936, vol. I, pp. 150 (nota) y 185. De Pauw, Défense, ed. de 1771, p. 183, menciona a Charron, Chardin, Montesquieu y otros. Sobre el tránsito del abate Du Bos a Montesquieu, con noticia de Arbuthnot y de algunos autores de menor importancia, vease R. Mercier, “La Théorie des climats des Réflexions critiques L ’Esprit des lois", Revue d’Histoire Littéraire de la France, LIII (1953), pp. 17-37 y 159-174; sobre el tránsito de Du Bos a Herder, M. Rouché, La Philosophie de l'histoire de Herder, París, JMO, pp. 23-24 (nota 2) y 268.

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un factor, pero un factor crucial, que permitía esbozar una explicación unitaria de infinidad de fenómenos geográficos e históricos. Desde este punto de vista, el pensamiento del siglo xvm en torno al continente americano (y, de manera más general, en torno a las regiones exóticas) presenta una notable originalidad de problemas, no sólo con res­ pecto a los atisbos de psicología colectiva de los escritores clásicos, sino también con respecto a las crudas afirmaciones o negaciones, exaltaciones o denigraciones de casi todos los primeros cronistas y exploradores. Y Hume, para volver al punto de partida de esta digresión, hace frente al problema con una flexibilidad y una elasticidad que impiden el disparo mecánico de las “ causas” y añaden una incógnita fundamental a todas las ecuaciones intentadas. A primera vista, es verdad, parecería que el aire, la alimentación, el clima influyen decisivamente en los seres vivos: los feroces bulldogs y los gallos de pelea ingleses, los fuertes caballos flamencos y las veloces jacas españolas, “ trasplantados de un país a otro, perderán pronto las cualidades que les venían del clima nativo. ¿Por qué — podrá pregun­ tarse— no sucede otro tanto con los hombres?” 22 Pero, después de un análisis exacto, Hume concluye que “physical causes have no díscernible operation on the human mind” ,23 y que, por lo que respecta a los europeos trasplantados a otros climas, “ the Spanish, English, French and Dutch colonies are all distinguishable even between the tropies” .24 Si las naciones del Norte han conquistado a menudo a las del Me­ diodía, no es porque los pueblos septentrionales sean más valientes o arro­ jados, sino porque las más de las conquistas han sido obra “ de la pobreza y de la necesidad sobre la abundancia y la riqueza” .25 22 Hume, Essays, ed. cit., p. 207 (tesis bodiniana: véase supra, p. 51). Sobre los nexos entre alimentación y carácter nacional véase G. Atkinson, Les Relations de voyages du xviie siécle, París, 1924, pp. 169-170. 23 Hume, Essays, p. 209. Gibbon repetía que el factor climático “may however and has been surmounted by moral causes” ( The English Essays, ed. P. B. Craddock, Oxford, 1972, p. 339). Cf. Tanco y Emerson, infra, pp. 388-389 y 653-654. 24 Hume, Essays, p. 210. El artículo de J. E. Werner, “David Hume and America”, Journal oj the History of Ideas, XXXIII (1972), pp. 439-456, estudia sólo la actitud de Hume frente a las colonias insurrectas y la influencia de sus escritos en los norteame­ ricanos de entonces. 25 Hume, Essays, p. 216. C£. Landucd, I filosofi e i selvaggi, p. 450. Un antece­ dente preriso de esta crítica se encuentra en Boccalini (véase Curcio, Europa, vol. I, pp. 318-319), y un paralelo en Turgot (ibid ., pp. 392-398). Por lo demás, también ésta es una tesis bodiniana: “les plus grands empires se sont toujours propagés vers le Sud, presque jamais du Sud au Nord" (Méthode, p. 76). Sobre la reaparición de la antíteis entre “clima dél Norte” y “clima del Sur” en el pensamiento romántico (Madame de Staél, Bonstetten, Leopardi, Melchiorre Gioia), véase M. Petrocchi, M iti e suggestioni nella storia europea, Florencia, 1950, pp. 51-58.

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VOLTAIRE

Con todo, y no obstante la radical revisión a que la sometía Hume, la secular doctrina de la conexión entre clima y caracteres — readaptada a las nuevas circunstancias, robustecida con el ansia racionalista de relaciones claras, precisas, no variables en el curso de los tiempos, sino fijas como las leves de la naturaleza,26 esquemática, evidente, sencilla e irrefutable como lo caliente y lo frío, la sequía y los aguaceros— acababa por confluir en el juicio sumario que Europa estaba a punto de pronunciar sobre América. El continente que en el siglo xvi había suscitado tantos problemas filosóficos y teológicos, cosmográficos y políticos, ahora, tras el eclipse de la era barro­ ca, se representaba como Naturaleza y como Clima a los espíritus prácticos y apasionados del xvm.

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V o l t a ir e :

e l in d io l a m p i ñ o y

e l l e ó n co bard e

Cabría pensar que Voltaire continúa la política geográfica de Hume, y que la sitúa justamente en América, cuando observa: "on peut faire sur les nations du nouveau monde une réflexion que le pére Lafitau n’a point faite, c’est que les peuples éloignés des trapiques, ont toujours été invincibles, et que les peuples plus rapprochés des trapiques, ont presque tous été soumis á des monarques” .27 Pero esa reflexión que no hizo Lafitau, y que Voltaire parece presentar como descubrimiento propio, deriva muy visiblemente del Barón de Montesquieu.28 Por lo demás, la vivacidad del interés cosmopolita, que confiere a la historiografía volteriana su mejor acento polémico (la reacción contra el - e Benedetto Croce ha observado la boga de que gozó en el siglo xvm el concepto de clima, “asilo d’ignoranza che serviva a spiegare i vari caratteri dei popoli e delie loro storie e sostituiva naturalísticamente quello di svolgimento intellettuale e morale e d’intima dialettica” (“A proposito della filosofía italiana del Settecento”, en La letteratura del Settecento, Barí, 1949, p. 219). Cf. Gusdorf, Dieu, la nature..., p. 531. Una vigorosa crítica de las teorías climáticas que hipostatan factores constantes para explicar la mudable historia de los pueblos se encontrará en Collingwood, The Idea of History, p. 200; y una denuncia de sus tendencias racistas —que afloran, por ejemplo, en el des­ precio de Hume por los negros (Essays, p. 213, nota 1)— en Th. Simar, Étude critique

sur la formation de la doctrine des races au xviiíe siécle et son expansión au xixe siécle,

Bruselas, 1922, pp. 36-57 et passim.. 27 “Discours préliminaire” (1765) al Essai sur les mceurs et l’esprit des nations, en Oevvres, ed. de “Londres” [en realidad Lausana], 1770-1779, vol. I, p. 37. 28 De l’esprit des lois, libro XVII. En los climas cálidos los pueblos son viles y escla­ vos, mientras que en los fríos son libres: “ceci s'est encore trouvé vrai dans l’Amérique: les empires despotiques du Mexique et du Pérou étaient vers la ligne, et presque tous les petits peuples libres étaient et sont encore vers les póles” (cap. ii; véase también ibid., cap. vu y nota 1).

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europeocentrismo bossuetiano), basta para inmunizarla contra la tentación de sumarias condenas de otros pueblos o mundos. Voltaire no cree cierta­ mente en la influencia decisiva del clima: “le climat a quelque puissance, le gouvernement cent fois plus, la religión jointe au gouvernement encore davantage” . Y refuta a Montesquieu, culpable de haber exagerado el sis­ tema de Bocíin y las observaciones de Chardin, del abate Du Bos y de Fontenelle, llamándole simplemente la atención sobre lo mucho que han mu­ dado a través de los siglos los caracteres de los pueblos, mientras el clima seguía siendo el mismo: “ tout change dans les corps et dans les espriís avec le temps. Peut-étre un jour les Américains viendront enseigner les arts aux peuples de 1’Europe” .2 *23* 0 Tam poco cree Voltaire, como Buffon, en la unidad de origen de las especies humanas. Cada continente puede producir sus propios animales: “si ou ne s’étonne pas qu 'il y ait des mouches en Amérique, c’est une stupidité de s’étonner qu’il y ait des homm.es” .30 N o hay problema, afirma Voltaire, en la semejanza de ciertas especies ni en la diversidad o singu­ laridad de otras. Y, por lo mismo, no hay razón para hablar de superioridad o de inferioridad: “ L ’Amérique, ainsi que l ’Afrique et l ’Asie, produit des végétaux, des animaux qui ressemblent á ceux de l’Europe: et tout de méme encore que l ’Afrique et l ’Asie, elle en produit beaucoup qui n’ont aucune analogie á ceux de l ’ancien monde.” 31 Hasta aquí la posición de Voltaire, en sus estrechos límites defensivos, es inatacable. Pero su sentido agudísimo de la infinita variedad del mundo lo empuja, en éste como en tantos otros puntos, a sobreestimar el particular curioso y sorprendente, y el escritor se deja llevar de su inclinación a rego­ dearse con lo singular, lo inesperado, lo paradójico. Madame du Chátelet (1764) y Q u e s tio n s s u r l’E n c y c lo p é d ie (1770-1772), sub "Climat” (en la citada ed. de O eu vres, vol. XL1I, pp. 162-165). Los preceptos reli­ giosos —prosigue Voltaire— suelen adaptarse al clima y a sus exigencias higiénicas, pero los dogmas dependen “uniquement de I’opinion, cette reine inconstante du monde” (ib id .j pp. 166-167). so Essai s u r les mcBurs (1753-1758), cap. 146, al comienzo. si J b id ., cap. 146. Cf. el citado “Discours préliminaire”, vol. I, pp. 38-39: “la méme Providen.ee qui a produit l’éléphant, le rhinocéros et les négres, a fait naítre dans un autre monde des orignans [o mejor orig n a cs u o r ig n a u x , o sea élans, alces], des contours [que serán k u n t u r o cóndores], des porcs qui ont ie nombrii sur le dos, et des hommes d’un caractére qui n’est pas le nótre”. La frase sobre los puercos se atenúa en la edición de Beuchot (París, 1829-1834), seguida en esto por la de L. Moland, O e u v re s co m p le te s de V o lta ir e , París, 1877-1885, vol. XI, p. 26 (“des animaux á qui on a cru longtemps le nombrii dans le dos”), pero proviene directamente de Oviedo: "Estos puercos... tienen el ombligo en medio del espinazo” ( S u m a r io de la n a tu ra l h is to ria de las In d ia s , 1526; cd. de J. Miranda, México, 1950, p. 152: cf. H is to r ia g e n e r a l y n a tu r a l, 1535, libro XII, cap. 20; ed. cit., vol. I, p. 409a). Véase in fr a , p. 58, nota 39. 20 D ic t io n n a ír e p h ilo s o p h iq u e

voce

VOLTAIRE quiere pasar u n rato entretenido. Y

57

Monsieur de Voltaire no ha leído

todos esos librazos de Buffon sin pescar en ellos alguna graciosa historieta.

Encontramos así en la ágil prosa del historiógrafo las grandes novedades descubiertas y sistematizadas por el naturalista, pero reducidas a anécdotas, a trazos de color, a frases ingeniosas. ,-Por qué está semivacío el nuevo continente? Hay pocos habitantes, resume Voltaire, porque América "est couverte de marécages qui rendent l’air tres malsain” , porque la tierra produce “ un nombre prodigieux de poisons” (tanto, que las flechas envenenadas con zumos de hierbas “ font des piales toujours mortelles” ),32 e igualmente porque sus naturales eran poco industriosos y, en parte, son además estúpidos. Resultado acumulativo de estas deficiencias: una extraordinaria escasez de alimentos, a causa de lo cual los animales por lo común están desnu­ tridos, los carnívoros se han extinguido casi por completo y los hombres no pueden multiplicarse: “ il faut s'étonner — concluye Voltaire— si on a trouvé dans 1’Amérique plus d’hommes que de singes” .33 Cuando Cándido y su fiel Cacambo, capturados por los Orejones, están a punto de ser echa­ dos en la olla, el criado les dice a los salvajes que tienen pleno derecho de comérselos: matar al prójimo es costumbre lícita y común en todo el mundo; “ si nous n’usons pas du droit de le manger, c’est que nous avons d’ailleurs de quoi faire bonne chére; mais vous n’avez pas les mémes ressources que nou s.. . ” 34 La pobreza de alimentación en América tenía su sitio en el cuadro del continente inhóspito, avaro con sus propios hijos hasta el extremo de em­ pujarlos al canibalismo, pobre en productos útiles cuanto rico en funestos metales. Y servía igualmente — respaldada como estaba en elementos de incontestable verdad— 35 para agrandar el inquietante exotismo y la repul­ siva extrañeza del continente. A su vez, para la opinión del siglo de las luces, ansiosa y anhelosa 32 En Oviedo, “ hierba” es por antonomasia el veneno vegetal con que los indios hacen más mortales sus flechas. 33 Essai sur les mceurs, cap. 146, al final. 34 Candide, xvi (Romans et contes, ed, R. Groos, París, 1932, p. 181). Cf. infra, pp. 190 y 263-264. Otro escritor dirá (1787) que en América no había con qué alimentar a la mitad de ios habitantes que se dice fueron muertos por los europeos (!): citado por Zavaia, América en el espíritu francés, p. 56. 35 Todavía hoy, en muchas zonas no cerealícolas de la América meridional, el ham­ bre es endémica. Véase, entre las obras recientes, el libro de Josué de Castro, de título tan elocuente: Geografía da fome. A jome no Brasil, Río de Janeiro, 1946 (sobre el cual cf. Annales, Économies, Sociétés, Civilisations, III, 1948, pp. 495-500). Naturalmente, vol­ veremos a encontrar el tema de la “ escasez de alimentos” en De Pauw; la negarán, ■udignados, los apologistas de América, por ejemplo Clavigero (infra, p. 263).

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ALGUNOS HOMBRES DE LA ILUSTRACION

de densas y prolíficas poblaciones, causa y factor a la vez de la fuerza y de la riqueza de una nación, la “ despoblación” del continente americano, y la consiguiente imposibilidad de formar allí sociedades civilizadas, era un estigma de maldición y una rémora para cualquier tipo de progreso.36 Pero entre todas las observaciones físicas acerca de América, “ la plus singuliére, peut-étre” , le parece a Voltaire ésta: “ qu’on n'y trouve qu’un seul peuple qui ait de la barbe” .. Esos pueblos lampiños fueron siem­ pre fácilmente vencidos por los europeos, y nunca han intentado una re­ belión: 33 rasgos morales que están quizá en armonía con la falta del hon­ roso apéndice capilar en el rostro, pero que ciertamente no son estigmas de inferioridad para un Voltaire, tan poco propenso a admirar a los héroes sanguinarios y a las plebes en tumulto. En cuanto a la fauna, Voltaire se complace en poner de relieve los aspectos de “ mundo al revés” . En América no había perros ni gatos, ni muchos otros animales domésticos, de los más ordinarios. Bueyes sí había, pero de un carácter monstruoso y feroz; tenían algo del búfalo y algo del camello. Y los puercos de M éxico — por un capricho de la naturaleza que nos hace pensar en ciertas alcancías de barro— tenían el ombligo en el espinazo. . . Las cualidades morales y físicas están invertidas y trastrocadas en esas bestias de América. Los corderos son grandes y robustos, los leones “ chétifs et poltrons” .39 A costa de esos pobres leones, desmedrados y cobardes, Voltaire se di­ vierte con el mismo regodeo con que disminuye a otros reyes (no de la selva) y a otros campeones (humanos) de la rapacidad y de la prepotencia. "L e Mexique, le Pérou avaient des lions, maís petits et privés de criniére; et ce qui est plus singulier, le líon de ces climats était un animal pol­ trón.” 40 Los hombres carecen de barba, el león carece de melena. “ Sta senza

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RAYNAL

Chioma il fier leó n ."44 L a imagen volteriana de ese pobre felino calvo y pusilánime hace de él casi un extraño antepasado del Dragón Chiflado y del sentimental Ferdinand the Bull.

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s? Y son los esquimales: “ Discours préliminaire”, loe. cit., pp. 37-38; Essai sur les mceurs, cap. 145-146. Pero tal vez ni siquiera los esquimales constituyan una excepción: véase el Dictionnaire philosophique, sub voce “ Barbe”, Oeuvres, ed. Moland, vol. XVII, p. 550; y Des singularités de la nature, cap. xxxvi, ed. cit., vol. XXVII, p. 185. 38 Essai sur les mceurs, cap. 145. Véase también J. David, "Voltaire et les Indiens d’Amérique”, Modern Language Qtiarterly, IX (1948), pp. 90-101. sa “Discours préliminaire” , loe. cit., p. 38. Clavigero (Storia antica del Messico, vol. I, pp. 71-72) explica cómo nació el error de los “ primi storici dell’America” acerca de los puercos con ombligo en el espinazo, “e finora —añade— vi é chi crede cosí... Tanto difficile é lo svellere le opinioni popolari!” La paradójica imagen puede hacerse remon­ tar a Antonio Pigafetta (Relazione del primo viaggio intorno al mondo, 1520, ed. C. Manfroni, Milán, 1929, p. 86; “ porchi che sopra la schiena tenono il loro ombelico”), a Oviedo (cf. supra, p. 56, nota 31) y al padre Acosta (1590): véase W. George, Animáis and Maps, Londres, 1969, p. 69 [y Gerbi, La naturaleza de las Indias nuevas, pp. 128, 154 y 360]. 40 Essai sur les mceurs, cap. 146. Eco casi literal de las palabras de Buffon (supra,

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A

m é r ic a

im p ú b e r y

lo s a m e r ic a n o s d ec r é pito s

Entre los secuaces, discípulos y continuadores de Voltaire, las tesis buffoníanas adquieren mayor relieve que en él. Pero se trata siempre de un re­ lieve verbal — o digamos oratorio— y no de nuevos desarrollos especula­ tivos. N i Raynal ni Marmontel, por ejemplo, eran hombres que se plan­ tearan tan densos y elevados problemas. La debilidad de América les sirve como expediente literario: para variaciones sensualistas al primero, para alegatos humanitarios al segundo. En ese prolijo fárrago que es la Histoire philosophique et p o litique des établissements et du commerce des Européens dans les deux ludes — título ampuloso, muy siglo xvu, para una obra que quiere ser la última palabra de la Razón explicada en su totalidad, pero que incluso por su método y por su estilo pertenece, de hecho, a la historiografía pre-volteriana— no faltan las observaciones deformadas e incoherentes acerca de la decadencia de América. Las ovejas aclimatadas en México tienen mala la carne, y ma­ las la leche y la lana.42 El clima de Cartagena predispone a la degenera­ ción.43 Pero el clima de Chile, bendecido por la Naturaleza, lejos de hacer degenerar a las especies, las perfecciona.44 Y si el europeo no degenera en p. 7). Sobre el crédito que Voltaire dio a De Pauw véase in fr a , p. 190. De Pauw, en su (ed. de 1771, p. 17), transcribe integramente el pasaje de Voltaire citado su pra,

Défense

p. 58. ------ --------- --------- -¡ j .

59

41

Lorenzo Mascheroni, Invito a Lesbia Cidonia (1793), v. 413 (sobre el esqueleto

de un león). 42 Todos los animales domésticos llevados a México “dégénérérent trés rapidement” por la inepcia de los criadores de ganado (tesis no buffoniana: véase s u p ra , p . 9 ); p e r o todos, menos la oveja, recuperaron poco a poco lo perdido (tesis anti-buffoniana). Sólo la leche, la carne y la lana de esa desventurada oveja siguieron siendo "d’une qualité inférietue” (H is to ir e p h ilo s o p h iq u e , ed. de París, 1820-1821, vol, III, p. 340). 43 H is to ir e p h ilo s o p h iq u e , vol. IV, pp. 79-80. 44 En Chile, “aucun des fruits de l'Europe n’a dégénéré. Plusieurs de ses animaux se sont perfectionnés. . . chevaux... La Nature a poussé plus loin ses faveurs”: ha dado al país cobre y oro (vol. IV, p. 277). Ya lo había observado el padre Acosta (1590): “assí en los frutos de la tierra como en ingenios, es aquella tierra [de Chile] más allegada a la condición de Europa que otra de aquestas Indias” (H is t o r ia n a tu ra l y m o r a l, II, "b ed. cit., p. 90); “...e s tierra de suyo fértil y fresca; lleva todo género de frutas de España; dase vino y pan en abundancia; es copiosa de pastos y ganados; el temple sano >' templado entre calor y frío; hay verano e invierno perfectamente” (H is t ., III, 24; ed.

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ALGUNOS HOMBRES DE LA ILUSTRACIÓN

el continente americano como los animales, ello se debe a que el hombre tiene más “ moral” .45 Sólo hacia el final, en el noveno volumen de la edición que tenemos entre las manos, Raynal encara — o, mejor, recoge de Buffon— el problema fundamental de la naturaleza del Nuevo Continente. Después de exponer­ nos no pocas brillantes simetrías y rebuscadas armonías y “ balancements" y “ correspondances” entre el Viejo y el Nuevo Mundo, el philosophe se encuentra de golpe en un aprieto. A l ver el Pacífico tan grande y el Atlán­ tico tan chico, y el elusivo adelgazamiento de las tierras australes, y esa rareza de las cordilleras que corren de Norte a Sur, en vez de seguir la dirección fundamental de Este a Oeste, como hacen todas las demás mon­ tañas de Tartaria y de Europa,46 al ver tamaña indisciplina y tamaño des­ de, p. 181); “...e n el reino de Chile se haze vino como en España, porque es el mismo temple” (H is t ., IV, 32; ed. cit., p. 273). Véase la defensa de Molina, in fr a , pp. 267 ss. 45 “Les Européens transplantés dans les líes d’Amérique auraient dú y dégénérer comme Ies animaux qu’on y faisait passer”; si han resistido es “parce qu’ils sont de tous les étres ceux qui ont le plus de moral” (H is t. p h ilo s o p h iq u e , vol. VI, p. 167), frase que, si no estuviera contradicha por otras sobre el abastardamiento de los europeos en Amé­ rica y sobre la falta de genios en los Estados Unidos (véase H. Wolpe, R a y n a l e t sa m a ­ c h in e de g u e rre , París, 1956, pp. 166-167, e in fr a , p. 329, nota 523), y si no recordá­ ramos que Raynal juzga a De Pauw, aunque sin. nombrarlo, “un écrivain illustre et qu'il faut encore admirer quand on n’est pas de son avis” (A. Feugére, “Raynal, Diderot et quelques autres historiens des deux Indes”, R e v u e d ’B is t o ir e L i t t é r a ir e d e la F ra n c e , XXII, 1915, p. 409), un “phiiosophe lumineux et profond” (ib i d ., p. 412), nos haría dudar de que Raynal conociera el libro de De Pauw (publicado un par de años antes del suyo), el cual insiste, por el contrario, en la degeneración tanto de los indios como de los criollos (R e c h e rc h e s p h ilo s o p h iq u .e s s u r les A m é r ic a in s , vol. 11, pp. 68-69 y 165). También H. W. Church, “Corneille de Pauw and the Controversy over his R e c h e r ­ ches p h ilo s o p h iq u e s s u r les A m é r ic a in s " , P u b lic a t io n s o f th e M o d e r n L a n g u a g e A ss o cia t io n o f A m e r ic a , LI (1936), pp. 192-193, se muestra dudoso en cuanto a la relación entre De Pauw y Raynal. En cambio, según Wolpe, o p . c it., p. 13, “on ne peut nier... q u e... Raynal ait puisé libéralement dans divers ouvrages, et notamment dans les R e c h e rc h e s p h ilo s o p h iq u e s s u r les A m é ric a in s de Paüw [sic] ” , lo cual, por lo demás, ya estaba claro en el citado artículo de Feugére, R e v . d 'H is t. L i t t . d e la F ra n ce , XX (1913), pp. 343-378, y XXII (1915), pp. 409-413, donde se señalan varios paralelos textuales y donde se exponen varios casos de deformación o de inversión de las tesis depauwianas, y ha quedado con­ firmado por Duchet, A n t h r o p . e t h ist. a u s ié cle des lu m ié re s , pp. 103, 107 y 206. En un violento ataque contra Raynal, el sobrino de De Pauw, Anacharsis Cloots, lo acusaba redondamente de plagio; “mon onde de Pauw se frottait les mains en voyant des pages entiéres de son ouvrage sur les Américains incorporées sans guillemets par ¡’entrepreneur Raynal" ( C h r o n iq u e de P a r ís , 1790-1791, citado por G. Avenel, A n a ch a rs is C lo o ts , l’o r a te u r d u g e n re h u m a in , París, 1865, vol. I, p. 274). Sobre las persecuciones policiales a que se vio sujeta, y el consiguiente mayor éxito de la Histoire de Raynal, véase J.-P. Belin, L e M o u v e m e n t p h ilo s o p h iq u e de 1748 á 1789, París, 1913, pp. 306-312. •*® La observación se remonta a Buffon, de quien vuelve a tomarla K.ant (véase E.

RAYNAL orden, Raynal se para en seco, con

61

un m o h ín de despecho: “1’esprit s’arréte

et voit avec ch a g rín disparaitre le plan d’ordonnance et de symétrie dont ¡1 avait embelli son svstéme de la terre. Le contemplateur est encore plus m é co n te n t de ses réves quand il vient á considérer l ’excessive hauteur des montagnes du P é ro u .. Esas cumbres desmesuradas, y los fríos tremendos, v los pantanos, y la ausencia de arenas, y todo lo demás “ ce sont autant d’empreintes d’un monde naissant” .47 Mundo reciente o acabado de nacer, mundo desierto y miserable. Como al pronunciar una fórmula mágica, desfilan, apenas escritas esas palabras, todas las tesis de Buffon, no citado por Raynal,48 pero reconocible hasta en la sensual deploración del escaso vigor erótico de los americanos. “Cet hémisphére en friche et dépeuplé ne peut annoncer qu'un monde récent” __arremete Raynal— , “ .. .aussi voit-on dans 1’Anden Continent deux tiers plus d’espéces d'animaux que dans le nouveau; des animaux considérablement plus gros, á égalité d’espéces; des monstres plus féroces et plus sanguinaires, á raison d’une plus grande multiplication des hommes” (?) (éste parece ser uno de los flojos sarcasmos oratorios habituales en Raynal). “ Combien, au contraríe, la nature paroít avoir négligé le Nouveau Monde!” (¡Ah, esa naturaleza descuidada e indolente, como criada desidiosa!):49 “Les Adickes, K a n ts A n s ic h te n itb e r G e s c h ich te u n d B a u d e r E r d e , Tübingen, 1911, pp. 30-35) y quizá también Herder, el cual, después de admirar la justa dirección de las montañas de Asia, dice con atónito candor: “Comment done se figurer que, dans l’autre hémis­ phére, eiles s’étendent dans une direction opposée, dans le sens de la plus grande longueur? Et il en est cependant ainsil” (Id ée s s u r la p h ilo s o p h ie de l ’h is to ire de l ’h u m a r.ité, I, 7; trad. E. Tandel, P a rís , 1874, vol. I, P- 61). Véase también la larga y extraña nota de M. A. P. (Pictet?) en la edición francesa del T a b le a n de la s itu a tio n a ctu e lle des É ta ts U n ís , d ’aprés J e d id ia h M o rs e , etc., París, 1795, vol. I, pp. 125-127, según el cual “les grandes chaínes du Globe furent contemporaines á la création de notre Planéte, mais antéríeurs á sa rotation” (!). Se trata, evidentemente, de residuos de un ideal de la Naturaleza como regularidad, como justa y temperada proporción. Pero tampoco estas lucubraciones sobre tan llamativa singularidad del hemisferio occidental se han aban­ donado definitivamente: véase P. Deffontaine, “Meditaciones geográficas sobre América”, Estudios A m e ric a n o s , Sevilla, III (1951), pp. 315-327 (resumido en R e v is ta d e H is to ria de A m é ric a , México, 1952, núm. 33, p. 264). 47 H is t o ir e p h ilo s o p h iq u e , vol. XI, pp. 20-21. C£. Minguet, A le x a n d r e de H u m b o l d t . . . , pp. 366 y 386. 48 La H is t o ir e p h ilo s o p h iq u e no tiene sino poquísimas citas, y ninguna nota. Pero Raynal estaba ciertamente familiarizado con Buffon. A propósito de la posibilidad de Aclimatar la llama en los Alpes, escribe; “cene conjecture de Buffon, a qui nous devons tant de considérations miles et profondes sur les animaux, est digne de l’attention des hommes d’État, que la philosophie doit éclaírer dans toutes leurs démarches” (vol. IV, p. 161). Duchet, A n t h r o p . e t h is t. a u s ié c le des lu m ié re s , pp. 115 y 206, registra algunas ¡deas de Ravnal que proceden de Buffon. 49 Análogo reproche, pero en tono juguetón, lanzará a la Naturaleza el moralista

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ALGUNOS HOMBRES DE LA ILUSTRACIÓN

hommej y sont moins forts, moins courageux; sans barbe et sans poil; dégradés dans tous les signes de la virilité, faiblement doués de ce sentiment v if et puíssant, de cet amour délicieux qui est la source de tous les amours, qui est le principe de tous les attachemens, qui est le prender instinct, le premier nceud de la société, sans lequel tous les autres liens factices n’ont point de ressort ni de durée.” La tirada no viene muy al caso, pero sirve para hacer detenerse al lector en las desdichadas condiciones amatorias de esos pobrecillos americanos. Naturalmente, la situación de las mujeres es todavía peor: en vez de servir al placer de los machos, sirven a su pereza.60 Trabajan para ellos. Pero, vuelve a la carga Raynal, “ l ’indifférence pour ce sexe, auquel la nature a confié le dépót de la reproduction, suppose une imperfección dans les organes, une sorte d’enfance dans les peuples de l’Amérique comme dans les individus de notre continent qui n’ont pas atteint l’áge de la puberté. C ’est un vice radical dans l ’autre hémisphére dont la nouveauté se décéle par cette sorte d’impuissance” .51 América es impúber. N o es joven, sino niña. La Naturaleza se ha olvidado de hacerla crecer. En otro lugar de la Histoire, enderezando la punta de su polémica con­ tra la colonización española y no contra el ambiente físico, Raynal ejecuta variaciones todavía más escabrosas sobre la voluntaria abstinencia de los indios y no ya sobre su impotencia congéníta. Las crueldades de los espa­ ñoles los pusieron en fuga, los hicieron feroces, e incluso “ dans quelques cantons. . . les hommes résolurent unanimement de n’avoir aucun comEmerson. ¿Por qué el americano es un ser tan apresurado e inmaduro? La respuesta es fácil: “Nature herself was in a hurry with these hasters and never finished one” (J o u r n a ls, 27 de junio de 1847; ed. de Boston-Nueva York, 1909-1914, vol. VII, 294). Pero ya a fines del siglo xvi, La Popeliniére, abarcando con la mirada el ensanchamiento del mundo y la multiplicación de las técnicas, había escrito: “la Nature n’est pas si lasse de travailler" (citado por Hauser, L a M o d e r n it é d u x v ie sié cle , p. 54). 5® Esta tesis ha sido refrescada y desarrollada por Friedrich Gustav Hahn y otros etnólogos, que atribuyen a la mujer una función progresista, por lo menos en las pri­ meras fases de la agricultura (“hoe-culture”, opuesta a la “plough-culture”, propia del varón). “Women invented work, for early man was an idler”, resume R. H. Lowie, T h e H is to r y o j E t h n o lo g ic a l T h e o r y , Nueva York, 1937, p. 114. En los científicos del siglo xix no hay juicio reprobatorio: id le r es simplemente el "ocioso”, no el “perezoso” de que habla Raynal. Y tampoco hay la antítesis erótica del “placer de los machos" como des­ tino propio de las hembras. Para el ilustrado Raynal, la pereza era un vicio, la lujuria no. 51 H is t o ir e p h ilo s o p h iq u e , vol. IX, p. 23. Un secuaz tardío de Raynal, A. Dillon, en sus B ea u té s de ¡ 'h is to ir e d u M e x i q u e (París, 1822), llegará a decir que la frialdad ama­ toria de los aztecas, y la consiguiente preferencia de doña Marina y de otras mexicanas por los gallardos españoles, explica la caída del imperio de Moctezuma... (mencionado por Zavala, A m é r ic a en e l e s p ír itu fra n cés, p. 271). [Ya Oviedo hablaba de la preferencia de algunas indias por los españoles (Gerbi, L a d is p u ta d e l N u e v o M u n d o , p. 414).]

RAYNAL

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mcrce avec les femmes” . Resultado intencional, el que con tanta amargura preverá el Sansón de Alfred de Vigny (“ La colére de Samson” ): que, “ se jetaiit, de loin, un regard irrité, / les deux sexes mourront, chacun de son cóté”.

A h ora bien, insiste Raynal sin sombra de ironía, “ cette triste conjurauun contre la nature et contre le plus doux de ses plaisirs, l’unique événenieiiL de cette espece que l’histoire nous ait transmis,52 semble avoir été reservé á l ’époque de la découverte du Nouveau Monde pour caractériser á jamáis la tyrannie espagnole... Ainsi la terre fut doublement souillée, du sang des peres, et du germe des enfants” .53 (Antítesis forzada: se trataba

sin duda del “ germe des peres” .) Pero esa tierra tan mancillada estaba ya sucia por sí. El acento de Ray­ nal recae continuamente sobre la desdichadísima naturaleza física de Améri­ ca. Ninguna catástrofe le fue ahorrada. Es claro que el continente fue devas­ tado y no se ha repuesto todavía: “ Tout retrace une maladíe dont la race humaine se ressent encore. La ruine de ce monde est encore empreinte sur le front de ses habitants. C’est une espece d’hommes dégradée et dégénérée dans sa constitution physique, dans sa taille, dans son genre de vie, dans son esprit peu avancé pour tous les arts de la civilisation.” 54 A distancia de dos páginas, los impúberes resultan decrépitos. Los muchachitos son unos degenerados. Y la culpa de todo, naturalmente, la tiene la humedad. Pero la humedad era prueba de un mundo joven, no de un mundo decrépito. Raynal se salva de la contradicción diciendo que América no es joven, sino “ renacida” , esto es, extraordinariamente joven y extraordi52 No precisamente el único, cabría observar. Para ilustrar los sufrimientos de los hebreos oprimidos en Egipto, las tradicionales H a g g a d o t’ tienen una ingenua xilografía que muestra muy bien a “¡os israelitas que se abstienen de la cohabitación, para que sus hijos no sean arrojados luego al Nilo”; y los dálmatas de Trogir y Dubrovnik recurrieron al mismo extremo remedio preventivo para evitarles a sus descendientes el yugo extranjero, de los Habsburgos o de Napoleón (Anthony R. E. Rhodes, T h e D a ltnatian Coast, Londres, 1955, reseñado en el T im e s L ite r a r y S u p p le m e n t, 2,1 de octu­ bre de 1955). 53 H is to ir e p h ilo s o p h iq u e , vol. IV, p. 341. Parece que hacia 1530 los indios de México solían abstenerse del comercio con sus mujeres para no echar al mundo hijos esclavos: véase L. Hanke, A r is to tle a n d th e A m e r ic a n In d ia n s , Londres, 1959, p. 26, y S. Zavala, 'Ñuño de Guzmán y la esclavitud de los indios”, H is t o r ia M e x ic a n a , I (1951-1952), P- 413. La fuente de Raynal parece ser Gerolamo Benzoni, L a H is to r ia d e l M o n d o N u o v o (1565), aunque Benzoni (ed. de Milán, 1965, pp. 61 y 119) habla en realidad de infan­ ticidios, suicidios y abortos. Cf. también Antonio de Herrera, H is to r ia g e n e r a l d e lo s hechos de los castellajios (1601), 4? década, lib. III, cap. 2, citado por W. L. Sherman, Indian Slavery and the Cerrato Reforms”, T h e H is p a n ic A m e r ic a n H is t o r ic a l R e v ie w , hl (1971), p. 26; véase también ib id ., p. 119, e in fr a , p. 144, nota 157. 54 H is to ir e p h ilo s o p h iq u e , vol. IX, p. 25.

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ALGUNOS HOMBRES DE LA ILUSTRACIÓN

nanamente vieja, y aun muerta, a un mismo tiempo. “ L ’imperfection de la nature en Amérique ne prouve done pas la nouveauté de cet hémisphére, mais sa renaissance. II a dü sans doute étre peuplé dans le méme temps que I’ancien; mais il a pu étre submergé plus tard.” 55 Los pueblos ameri­ canos son antiguos — desde luego, bastante más que los tres o cuatro siglos de las dinastías incaicas o aztecas— , pero n o tan a n tiguos c o m o los pueblos del viejo continente.56 Tras Jo cual emprende Raynal el vuelo para una de sus digresiones, disertando copiosamente sobre quién sea más feliz, el salvaje o el civilizado, y concluyendo, cosa extraña, en favor del salvaje,57 de ese mismo salvaje a quien ha negado el placer supremo del amor, fuente de todos los demás afectos y deleites.

M

a r m o n t e l : d e f e n s a d e l o s m ís e r o s y

d éb iles a m e r ic a n o s

Más decidido en sus afirmaciones, y más coherente en su apología, el volte­ riano Marmontel emprendía mientras tanto la defensa, no de los felices y libres salvajes, sino de los desventuradísimos americanos oprimidos, de los pobrecitos indios. Aunque se ve obligado a confesar que “ en générai [ils] étaient faibles d'esprit et de corps” ,58* añade que no carecían de cierto valor instintivo. En nota cita a Bufíon, pero, si reflexionamos que éste se había ocupado sobre todo de la inferioridad de los animales, no de los seres humanes de América — y, entre estos últimos, si acaso de los salvajes, no de los súbditos de los Incas, con quienes tan encariñado se muestra el

MARMONTEL

mejor d ich o , se entremezclan el ideal de la tolerancia, la patética reivindictdón de lo primitivo, el gusto de lo exótico, una lacrimosa apoteosis de |os vencidos y sojuzgados y una teatral transfiguración del Héroe, de ese noble v generoso guerrero, Bizarro, que queda “ saisi de terreur et de compassion” cuando asiste por casualidad a un auto de fe— , salió a la luz pú’nír a en J777, pero, comenzada diez años antes,39 había quedado concluida presumiblemente ya en 1770.60 El mismo De Pauw sabía, mientras escribía mís K e cherches , que Marmontel estaba preparando “ u n ouvrage sur les cruaufés des Espagnols” ,61 lo cual le permitía ser breve sobre ese punto. Nosotros, por nuestra parte, seremos brevísimos, una vez mencionada la novela de Marmontel, acerca de la copiosa literatura del mismo diecio­ chesco género. Si b ie n esta literatura saca a veces algún partido d e la polé­ mica en torno a América, sus lamentaciones por la triste suerte política de los indios y sus acusaciones contra las crueldades de los europeos perte­ necen propiamente a las grandes corrientes polémicas del siglo: a la de Rousseau cuando insisten en la perdida felicidad de los aborígenes ( locus classicus: L a N o u v e lle H é lo is e , IV , 3), a la de los enciclopedistas cuando denuncian, en cambio, el fanatismo de sus conquistadores (lo cu s classicus: la misma dedicatoria de L e s Inca s, o Condorcet, Esquisse, V III). N o se pue­ den vincular necesariamente con las escandalosas R e ch e rch e s de D e Pauw, en las cuales todos los americanos, y sólo los americanos, son juzgados —como decía Marmontel-— extremadamente “ débiles de espíritu y de cuerpo” .

bueno de Marmontel— , nos viene la sospecha de que, más que contra Buffon, la frase va enderezada contra De Pauw. La novelesca obra de Marmontel, L e s In ca s — en la cual se funden o, 55 La idea de un diluvio pequeño, exclusivo de América, se encontraba ya en Bacon (véase in fr a , pp. 77-79). La teoría de la “humedad”, de la reciente emersión del conti­ nente y de la debilidad del hombre vuelve a aparecer en el vol. X, p. 298. La super­ posición de la tesis de la “degeneración” a la de la “impubertad” parecería inspirada en De Pauw (véase in fr a , pp. 67 «.); otro eco de De Pauw podría advertirse en las páginas en que, al son deí estribillo “il faut reléguer au nombre des fables...”, se redu­ cen las decantadas magnificencias incaicas a unas cuantas ruinas del Cuzco, Quito, Pachacámac y Las Capillas {íb id ., vo¡. IV, pp. 44-48; c£. in fr a , p. 73). se H is t o ir e p h ilo s o p h iq u e , vol. IX, pp. 26-27. 5? I b id - , p. 34. Los-juicios de Raynal sobre los americanos se resumen y comentan también en L. Villard, L a T ra n c e e t les É ta ts -U n is , Écha n ges e t re n c o n tre s ( 1524-1800}, Lyon, 1952, pp. 320-323. ss L e s In c a s , o u L a d e s tru c tio n d e T e m p ir e d u P é r o u , ed. cit., pp. 17-18. Sobre Mar­ montel cf. M. Berveiller, M ira g e s e t visages d u P é r o u , París, 1959, pp. 308-310.

65

53 Marmontel, M é m o ire s , ed. J.-M. Tourneux, París, ¡891, vo!. II, pp. 289 y 295. 60 Ib id ., vol. II, p. 340. S1 K ech erch es p h ilo s o p / tiq u e s s u r les A m é r ic a in s , vol. II, pp. 271-272.

DEGENERACIÓN DE LOS AMERICANOS

recuerda apenas una vez, incidentalmente, y para criticarlo),3 De Pauw ntensa que el hombre no se perfecciona sino en sociedad, y que por sí ¡olo, en estado de naturaleza, es un bruto incapaz de progreso. A propósito del prototipo dieciochesco del hombre solo, de Alexander Selkirk, inspi­ rador del R o b in s o n Crusoe, nuestro abate Corneille de Pauw sentencia: 'Thomme n'est done ríen par lui-méme: il doit ce qu’il est á la société: le plus grand Métaphysicien, le plus grand philosophe, abandonné pendant dix ans dans l ’isle de Fernandez, en revíendrait abruti, muet, imbécille, et

III. DE PAUW: LA INFERIORIDAD DEL HOMBRE AMERICANO

Fe

en el

P rogreso

y en la

67

Sociedad

D e hecho , después de Buffon, la denigración de toda la naturaleza ame­ ricana había llegado rápidamente a un insuperable extremo con las R e ­

ne connaitrait rien dans la nature entiére” .4

cherches p h ilosoph iqu .es sur les A m é rica in s , ou M é m o ire s intéressants p o u r s e rv ir á l’h is to ire de l’ espéce h u m a in e , de Mr. de P. (l’abbé Corneille de

LO S AM ERICANOS SON DEGENERADOS

Pauw).1 La obra está fechada en Berlín en 1768: lugar y año del más glo­ rioso y triunfante enciclopedismo. El contenido no desdice de la portada.

Ya se entrevé cuál será la actitud de De Pauw frente a los salvajes de América: bestias, o poco más que bestias, que “ odian las leyes de la so­ ciedad y los frenos de la educación” , viven cada uno por su cuenta, sin ayudarse los unos a los otros, en un estado de indolencia, de inercia, de completo envilecimiento. El salvaje no sabe que tiene que sacrificar una parte de su libertad para cultivar su genio, “ et sans cette culture il n’est

De Pauw es un enciclopedista típico, no tanto por sus frecuentes pullas contra la religión y contra los jesuítas,2 ni tampoco por su completa falta de pudor y el detallismo, que hoy se calificaría de “ freudiano” , de sus co­ piosas noticias sobre peculiaridades y aberraciones sexuales, sino porque reúne en forma ejemplar y típica la más firme y cándida fe en el Progreso con una completa falta de fe en la bondad natural del hombre.

rien” .5 De Pauw es, a todas luces, mucho más radical que Buffon, el cual, ape­ nas un par de años antes, había publicado esa escandalosa disertación D e la dégénération des a n im a u x cuya potencia explosiva no podía escapársele, puesto que él mismo le escribía a De Brosses: “ on peut glisser dans un

Si creyera en la bondad de la Naturaleza, sería un rousseauniano y, m o re m a rm o n te lia n o , podría adaptar fácilmente la tesis de Buffon a los

americanos, hombres imperfectos y relativamente débiles, al igual que los animales de su continente, pero amables e “ interesantes” a causa de esa misma debilidad. N o es así, sin embargo. En contra de Rousseau (a quien 1 Su ascendencia es estudiada y su grisácea biografía resumida por G. Beyerhaus, “Abbé de Pauw und Friedrich der Grosse, eine Abrechnung mit Voltaire”, B is to r is c h e Z e its c h r ift, CXXXIV (1926), pp. 465-493, y por H. W. Church en su citado artículo “Cor­ neille de Pauw and the Controversy over his R e c h e rc h e s p h ilo s o p h iq u e s s u r les A m é r i­ ca in s’’. El abate Denina afirma que nació en Amsterdam {L a Prusse litté r a ir e sous F r é d é r ic I I , Berlín, 1790-1791, vol. III, p. 143), pero Delisle de Sales lo declara “alsacíano", y aun “de Estrasburgo” { H is t o ir e p h ilo s o p h iq u e d u m o n d e p r im it i f , París, 17931795, vol. VI, pp. 20-22). El 26 de agosto de 1792 se le concedía la ciudadanía honoraria francesa, como a Bentham, a Klopstock, a Schiller y a los padres fundadores de los Estados Unidos (A. Mathiez, L a R é v o lu t io n e t les étra n ge rs, París, 1918, pp. 75-76); y en 1811 Napoleón mandaba erigir en Xanten un obelisco en memoria suya (Beyerhaus, art. cit., p. 469). 2 “Les Jésuites, jamáis véridiques” (R e c h e rc h e s , vol. I, p. 61); “leur entiére expul­ sión. . . regardée, dans le Pérou, comme un coup de la Providence” (vol. IT, p. 356), etc.; cf. también la D é je n s e , ed. de 1771, p. 36. Sobre los jesuitas, malquistos a De Pauw “parce que... jésuites”, véase M. Duchet, “Monde rivilisé et monde sauvage au siécle des lumiéres”, en A u S ié cle des L u m ié r e s , París-Moscú, 1970, p. 15. 66

in-quarto des opinions qui dans une brochure feraient scandale” .6 En rea­ lidad, Buffon se había esforzado en dejar al hombre fuera de su tesis, y

había hecho de él, en el peor de los casos, un animalazo frío e inerte, re­ ciente e inexperto. Para De Pauw, en cambio, el americano no es siquiera 3 R ech e rch e s , vol. II, pp. 63-64, a propósito del orangután. L. Baudin, L ’E m p ir e París, 1928, p. 19, ve en De Pauw la antítesis completa de Rousseau, pero lo considera sólo un cultivador de la paradoja: De Pauw, “prétre philosophique, admiré par Voltaire, s’amuse... á prendre le contre-pied de Rousseau en dénigrant 'systématiquement Jes Américains”. 4 R ech erch e s, vol. I, p. 302. O sea que Daniel Defoe ha desaprovechado su tema: hubiera podido sacar de él “une production plus achevée” (p. 303). Sobre los presu­ puestos historiogTáficos de De Pauw, en relación con las ideas de Montesquieu, Voltaire, Rousseau, etc., véase Beyerhaus, “Abbé de Pauw und Friedrich der Grosse”, pp. 470-473. 5 R ech erch e s, vol. II, p. 207. Y también: “il est seul au monde, et ignore qu’on peut etre bienfaisant, charitable, et généreux”. ® Bourdier, “Principaux aspeets de la vie et de l’oeuvre de Buffon”, p. 30. El argu­ mento de Buffon será utilizado irónicamente por P.-L. Courier, P a m p h le t des p a m p h le ts (IS24), en O eu vres co m p le te s , Bibliothéque de la Pléiade, París, 1940, p. 211. socialista des In k a ,

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un animal inmaduro o un niño crecidito: es un degenerado. La naturaleza del hemisferio occidental no es imperfecta: es una naturaleza decaída y decadente. Huffon, escribe De Pauw, es el único naturalista “ qui ait jamais soutenu que la matiére ne s’est organisée que depuis peu au nouveau monde, et que l ’organisaíion ne s’y est point encore achevce de nos jours” .7 Si Bisfíon hubiera aplicado esa “ extraña hipótesis” suya no sólo a las plantas y a los animales, sino también al hombre (el cual, según él, no es autóctono, ni por lo tanto inmaduro), el minúsculo doctor Matthieu Maty — observa irónicamente De Pauw-— habría tenido alguna razón para ata­ carlo, como hizo fundándose en la pretendida existencia de gigantes pata­ gones (“ on en a vu et m anié plusieurs centaines” ) y concluyendo alusiva­ mente: “ le terroir de PAmérique peut done produire des colosses, et la puissance génératrice n’y est point dans l’enfance” .8 En realidad, el uno y el otro están equivocados. N adie ha dicho nunca que los hombres de América sean más pequeños que los de la culta Euro­ pa. Pero tampoco son gigantes. L o que les pasa, como a tantas otras espeí De Pauw, R e c h e rc h e s , vol. I, p. 307. También el reproche “aux Naturalistes modernes d’avoir montré trop de prédilection pour le style pompeux et maniéré” va apuntado directamente a Buffon. 8 I b id . Maty, de familia hugonota provenzal, nació en Holanda en 1718 y, después de publicar durante varios años (1750-1757) el J o u r n a l B r it a n n iq u e , mencionado por De Pauw (R e c h e rc h e s , vol. I, p. 306), murió en 1776 siendo bibliotecario del British Museum. Su pequeña estatura era proverbial. El doctor Johnson, que profesaba por él no poca antipatía, lo llama un "little black dog” a quien habría que arrojar al Támesis. Su paradójica fe en los gigantes —sobre los cuales véase también Paolo Frisi en F. Venturi (ed.), ll l u m i n i s t i it a lia n i, vol. III, R i f o r m a t o r i lo m b a r d i, p ie m o n te s i e tos ca n i, Milán-Nápoles, 1958, p. 317, y el abate Coyer en su L e t t r e . . . s u r les g éa n ts pa ta gon s, 1767— se fundaba en la relación, publicada en Londres en 1766, del viaje que el como­ doro Byron había hecho a la Tierra del Fuego. (Sobre este viaje véanse las minuciosas informaciones que da Adams, T r a v e le r s a n d T r a v e l L ia rs , pp, 19-43; sobre Maty, en concreto, pp. 29-30 y 34-36. Otro autor que se basa en el comodoro iiyron es J. F. D. Smith, V oyage dans les É ta ts -U n is d e l ’A m é r iq u e , fa it en 1784, trad. francesa de París, 1791, vol. I, p. 186.) También Diderot, en su reseña del V o y a g e a u t o u r d u m o n d e . . . sous le c o m m a n d e m e n t d e M . de B o u g a in v ille (1771), O eu vres c o m p le te s , ed. R. Lewínter y M. Butor, París, 1971, vol. IX, p. 967, y en su S u p p lé m e n t a u voy a ge de B o u g a in v ille (1772), donde se leen otros ecos depauwianos (O e u v re s , ed. A. Billy, París, 1946, pp, 756757), satiriza a Maty y a sus famosos patagones, negando que su estatura fuese de más de cinco pies y cinco o seis pulgadas. (Sobre ei conocimiento que Diderot tuvo de las R e c h e rc h e s de De Pauw véase Duchet, A n t h r o p . e t hist. a u s ié c le des lu m ié re s , p. 450.) Otras ironías sobre la ciega fe de Maty en los gigantes: Barrington, al presentar al pequeño Mozart, e n ja n t p r o d ig e de ocho años, comenzaba así su discurso: “If I was to send you a well-attested account of a boy who measured seven feet in h eig h t...”, etc.: Gh. Burney, A n E ig h te e n t h C e n tu r y M u s ic a l T o u r in F ra n ce a n d Ita ly (1773), ed. P. A. Scholes, Londres, 1959, vol. I, p. 162, nota. En cambio, en los M é m o ir e s de Brissot de Warville, París, 1830, vol. III, pp. 5S-61, se leen grandes elogios de Maty.

ejes animales indígenas del Nuevo Mundo, es que han degenerado en un clima tan hostil para la sociedad y para el género humano: “ la totalité de l'espéce humaine est indubitablement affaiblie et dégénérée au nouveau íuntinent” . Buffon es un naturalista muy ingenioso, “ et quelques fois plus nigénieux que la N a ture elle-méme’’.9 ¿Cómo estar de acuerdo con él cuan­ do nos quiere persuadir de que en Europa somos viejos, y de que en cam bio la humanidad en América está fresca, reciente, en agraz? Verdad es que la diferencia de los dos hemisferios es “ totale, aussi grande qu’elle pouvait l’étre, ou qu’on puisse l ’imaginer” . Y es un hecho, asimismo, que resulta difícil explicarse “ une si étonnante disparité entre les deux parties consumantes d’un méme globe” . “ Rien n’est plus surprenant” . Pero pretender que en el Nuevo Mundo también la raza humana sea “ moderna” , es una “ supposition insoutenable” . ¿Por qué había de que­ dar desierta América desde el instante de la creación hasta hace apenas unos pocos siglos? “ La nature aurait-elle été assez impuissante pour n’achever son ouvrage?” 10 La “ impotencia de la Naturaleza” se esgrime aquí como argumento de demonstrado ad absurdum contra la tesis de la inmadurez del continente. Hegel acabará por acogerla como explicación válida.11 En todo su libro, implícita y explícitamente polémico contra los relatos de los misioneros y de los admiradores del buen salvaje, repite De Pauw hasta el fastidio que la naturaleza es en el continente americano débil y corrompida, débil por estar corrompida, inferior por estar degenerada. Sólo los insectos, las serpientes, los bichos nocivos han prosperado y son más grandes y gruesos y temibles y numerosos que en el viejo continente. Pero todos los cuadrúpedos — los pocos que allí se encuentran— son más pequeños, exactamente “ plus petits qu’un sixiéme que leurs analogues de lancíen continent” , y tienen una “ taille peu éíégante” y tan “mal tournée” , que quienes los dibujaron por primera vez se vieron en aprietos para re­ presentarlos (como un pintor realista, si el modelo es in fe liz ...). Plasta los grandes reptiles se han hecho flojos y bastardos: “ les Ca'imans et les Crocodiles américains n’ont ni l ’impetuosité ni la fureur de ceux d’Afrique” 12 Si hubiera una melancolía más solemne y menos afán polémico y es0 R ech e rch e s , vol. I,p. 307; cf. también ib id ., p. 197. 10 R ech e rch e s , vol. 1, pp. 95-96; B é fen se, ed. de 1771, p. 64. 11 Véase el excurso “La impotencia de !a Naturaleza”, in fra , pp. 744-749. 12 R ech erch e s, vol. I, pp. 4-12 et passim . Cf., en cambio, PaoloFrisi, a p ud Venturi (ed.), lllu m in is t i, vol. III, p. 309: “I coccodrilli di Egitto e diAmerica sisomigliano." [Mucho antes, el veneciano Codro, residente en las Indias, “decía que los lagartos de Tierra Firme... eran cocodrilos”: Oviedo, H is t. g e n e ra l y n a tu ra l, XII, 7; ed. cit., vol. I, PP- 395-396. Véase Gerbi, L a n atu ra leza d e las In d ia s nuevas, pp. 231-232 y 245-246.]

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candaloso en esta visión de decadencia senil, se podría recordar con pleno derecho a Lucrecio: Iamque adeo fracta est aetas, effetaque tellus uix animalia pama creat quae cuneta creauit saecla deditque ferarum ingentia corpora partu.13 Pero el señor De Pauw no se duele. Contempla los míseros animales de América con la altivez de un gran domador, con la perfecta gravedad de un abate-filósofo prusiano. La atónita sorpresa de Buffon no es ya estímulo para la indagación científica: se hace materia de una diatriba que embiste y arrolla a toda la humanidad americana. En realidad, la suerte de esos hombres es peor que la de los animales. Son tan enclenques, que “ le moins vigoureux des Européens les terrasserait sans peine á la lutte” ; 14 tienen menos sensibilidad, menos humanidad, menos gusto y menos instinto, menos corazón y menos inteligencia, menos todo, en una palabra. Son como muchachitos encanijados, incurablemente perezosos e incapaces del menor progreso mental.15 N o por ello, sin embargo, tenían los europeos derecho a maltratarlos como lo han hecho y como siguen haciéndolo. Su superioridad de europeos está fuera de discusión. Pero han abusado de ella: “les peuples lointains n’ont déjá que trop á se plaindre de l ’Europe” . Por lo tanto, dejémonos de maquinar nuevas conquistas, de organizar expediciones científicas a tie­ rras que, por fortuna nuestra, son todavía desconocidas: “ ne massacrons pas les Papous, pour connaitre, au Thermométre de Réaumur, le climat de la Nouvelle-Guinée” .18 is Lucrecio, D e r e r u m n a tu ra , II, 1150-1152. ["Ya está quebrantada ahora nuestra época, y la tierra, cansada de engendrar, apenas tiene fuerzas para crear animales pe­ queños, ella que creó todas las especies y parió los cuerpos enormes de las fieras.”] Un eco de la tesis lucreciana se escucha en Plinio, el cual, según San Agustín (D e C iv ita te D e i, XV, 9), “quanto magis magisque praeterit saeculi excursus, minora corpora naturam ierre testatur”, y resuena todavía en Leopardi (P a r a lip o m e n i , VII, 15). Por supuesto, De Pauw estaba familiarizado con Plinio y con San Agustín; y el epígrafe de las R ech e rch e s , “studio disposta fideli”, está tomado de Lucrecio. Sobre la teoría del envejecimiento, de Lucrecio en adelante, véase Glacken, T ra ce s o n th e R h o d ia n S h o re , pp. 134-136, 379-381 y 389. Cf. también in fr a , pp. 713-714. i-1 R e c h e rc h e s , vol. I, p. 35. i5 I b id ., vol. I, pp. 35 y 221; vol. II, pp. 102, 153-154 e t p assim . Landucci, 1 filoso fé e i selv a gg i, p. 382, nota 132, busca en el D is c o u rs s u r l ’in é g a lité de Rousseau un ante­ cedente para la tesis de la degeneración del salvaje. is R e c h e rc h e s , “Discours préliminaire”. Son fáciles de reconocer los ecos volterianos. Las supersticiones religiosas de los americanos demuestran “que malgré la diversité des climats l’imbécillité de l’espxit humain a été constante et immuable”. Asimismo, la

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En la polémica del enciclopedista entusiasta del progreso y hostil a los primitivos confluye así la polémica del humanitarista que tiene horror por las guerras y desenmascara sus hipócritas pretextos. N o iban ue acuerdo las dos tesis — ni tampoco podían concillarse en los límites de la filosofía de las luces— , pero concurrían en De Pauw para deprimir las condiciones de ios americanos, impotentes y apaleados bajo las maldiciones conjuntas de la naturaleza y de la historia. A nuestro tan vilipendiado De Pauw se le reconoce, con todo, el mérito de haber tratado de entender las razones verdaderas, serias, profundas de jos horrores cometidos por los europeos, y de ver los problemas de los paí­ ses americanos bajo una luz no sólo nueva, sino sorprendente y deslum­ brante. El secular clamor suscitado por las Recherches es indicio suficiente de su alcance revolucionario.17

E x a g e r a c io n e s

a n t ia m e r ic a n a s

En su furor antiamericano, De Pauw no sólo se hace líos algunas veces, y (como se ha visto poco antes) tan pronto califica a los americanos de “ ni­ ños” como de “viejos” (niños incorregibles, eso sí, y viejos precoces), sino que además exagera y delira, como ya habían delirado, en sentido contra­ rio, los cronistas y relatores de prodigios y maravillas, y como deliraban los enternecidos admiradores dei buen salvaje. N o hay que olvidar, en efecto, que la arrolladora andanada de De Pauw era en buena medida una legítima agresión polémica contra las fan­ tásticas descripciones y argumentaciones de los apologistas del Nuevo Mun­ do, así recientes como antiguos. Un solo ejemplo: el inglés John Hawkins había afirmado la existencia de leones en la Florida con este estupendo raciocinio, entre mitológico y heráldico: los naturales de la Florida llevan collares de cuerno de unicornio, por lo tanto hay allí muchos unicornios, y por lo tanto tiene que haber también leones y tigres, “ lions especially, if it be trtie what is said of enmity between them and unicorns, for there advertencia que se hace al europeo “de laisser les Terres Australes en repos, et de mieux cultiver les siennes”, es un eco de la moraleja final del C a n d id o : dejar las aventuras y las metafísicas para "cuitiver notre jardín”. 17 Cf. Duchet, A n th r o p . et h is lo ir e au siécle des lu m ié re s , pp. 203, 205 y 410: “De Pauw orientait l’Histoire de l’Amérique précolombienne dans une dírection nouvelle”, v su análisis “rendait á l'espace e t au temps américains leurs véritables dimensions. De Pauw a trés bien vu qu’il fallait repenser l’histoire du Nouveau Monde”. Pero este juicio se basa predominantemente en el artículo “Amérique” (sobre el cual véase in f r a , PP- 126-128).

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... ......

is Citado en L. B. Wright (ed.), T h e E liz a b e th a n s ’ A m e ric a , Londres, 1965, p. 43. is R e c h e rc h e s , vol. I, pp. 12-13: se llevaron camellos al Perú, pero “le froid dérangea leurs organes destines á la reproduction”. La fuente de De Pauw puede ser el padre Acosta, quien refiere haber visto en el Perú algunos camellos llevados de las Canarias “y multiplicados allá, p e r o c o r ta m e n te '’ (H is to r ia n a tu ra l y m o ra l, IV, 33; ed. cit., p. 277), o bien el Inca Garcilaso, C o m e n ta rio s reales, IX, 18 (ed. A. Rosenblat, Buenos Aires, 1943, vol. II, p. 257). Pero el padre Cobo, desconocido por De Pauw (puesto que su obra no se editó hasta fines del siglo xix), explica mejor cómo sucedieron las cosas: “los primeros Camellos que aquí llegaron hicieron casta y se multiplicaron m u c h o " , sino que luego se les descuidó, y cuando se trató de evitar su extinción, procurando recoger todos los sobrevivientes, sólo se encontraron dos, y estos dos eran hembras... La última de las desdichadas camellas se extinguió en Lima en 1615, “con que se acabaron los Camellos en este reino, habiendo durado en él más de sesenta años”: Bernabé Cobo, H is to r ia d e l N u e v o M u n d o (1653), Sevilla, 1890-1893, vol. II, pp. 442-443. Sobre los camellos trans­ portados al Perú véase también F. J. de Caldas, S em a n a rio de la N u e v a G ra n a d a , París, 1849, p. 539, nota; las observaciones de R. Ricard en el J o u r n a l d e la S o c ié té des A m é ric a n is te s , N, S-, XXVI (1934), pp. 314-315; M. de Cárcer y Disdier, A p u n te s p a ra la h is to ria d e la tra n s c u ltu ra c ió n in d o e s p a ñ o la , México, 1953, p. 181; los textos citados por Hanke, A r is t o t le a n d th e A m e r ic a n In d ia n s , pp. I27-12S; y C. A. Romero, “El camello en el Perú”, R e v is ta H is tó r ic a , Lima, X (1936), pp. 364-372. Un camello en un paisaje brasileño figura en un tapiz de los Gobelinos, hecho en 1740/41. [Véase el catálogo de la exposición L ’A m é r iq u e v u e p a r l ’E u r o p e , París, 1976, pp. 134-136.] Pero la fallida aclimatación de los camellos en América desde los tiempos de la conquista es lamentada también por Humboldt, Essai p o l it i q u e s u r le ro y a u m e de la N o u v e lle -E s p a g n e , París, 1811, vol. IV, pp. 344-357; R e is e in d ie A e q u in o c tia l-G e g e n d e n des n e u e n C o n tin e n ts , vol. II, pp. 308-310; y cf. Minguet, A le x a n d r e de H u m b o ld t , pp. 130-131. En realidad, los camellos llevados a América fueron criados en la tibia costa desértica del Pacífico, es decir, en condiciones ambientales no muy distintas de las de su país de origen. En cambio, es un hecho conocido la esterilidad de ciertas variedades animales que se quiso aclimatar en la “puna”, la de ciertos cruces de auquénídos y ovinos, etc. so R e c h e rc h e s , vol. I, pp. 144-145. Pero en este caso la desgracia parece debida a la “bárbara” opresión de los españoles: “la tyrannie y a influé jusque sur le tempérament physique des Esclaves” (cf. Raynal, s u p ra, pp. 62-63). 21 I b id ., pp. 146-147. También Delisle de Sales condena a las tribus americanas que deforman el cráneo de los recién nacidos para dai'les “la forme bizane d’un cylindre”

V * * * .»* ^ ^

is no beast but hath his en em y.. insomuch that whereas the one is, the otlier cannot be missing” .18 Oue era lo que se quería demostrar. Pero, arrebatado por el ímpetu de su contraofensiva, De Pauw gene­ raliza impertérritamente y afirma, muy serio, que en el clima americano muchos animales pierden la cola, que los perros no saben ya ladrar, que la carne de vaca se hace estoposa y que los genitales del camello sencilla­ mente dejan de funcionar.19 Explica que los peruanos son como esos came­ llos, puesto que son impúberes (“ c’est le caractére de leur dégénération comme dans les Eunuques” ).20 Nos habla de salvajes que tienen el cráneo piramidal o cónico, y de americanos del Marañón cuya cabeza es “ cúbica o cuadrada” ,21 — lo cual será, ciertamente, “ el colmo de la extravagancia

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hum ana”, pero se ha visto sin embargo en cierta pintura del siglo x x , de lo más parisiense, y es por lo demás una costumbre bastante difundida y bien conocida de los antropólogos.22 Y, en polémica con el Inca Garcilaso, niega l o d o lo que éste refiere de los Incas, y nos describe en cambio aqueüa famosa ciudad del Cuzco como “ un amas de petites cabanes, sans lucarnes c-i sans i'enétres” , todas ellas demolidas, naturalmente, por los españoles, de manera que “ il y subsiste seulement u n pan de muradle” .23 En una de esas casuchas del Cuzco había una especie de universidad “ oñ des ignorants litrés, qui ne savaient ni lire ni écrire [los amantas], enseignoient la Philosophie á d’autres ignorants qui ne savaient pas parler” .24 Hasta el hie­ rro, el poco de hierro que se halla en América, se echa a perder: es “ infiniment inférieur á celui de notre continent, de sorte qu’on n’en saurait íabriquer des clous” .25 Así, pues, tenemos que concluir con él en forma algo risueña — incom­ patible, empero, con la consternación que él quisiera inspirarnos— que “c’est, sans doute, un spectacle grand et terrible de voir une moitié de ce vol. IV, pp. xxx-xxxi; vol. VI, pp. 60-64); y Georg Forster, que había leído a De Pauw, recuerda que "on the continent of America there are many instances of nations who disfigure their heads to make them resemble the sun, the moon or some other object” (A V oy age R o u n d th e W o r ld in H is t ír it a n n ic M a je s ty ’s S loop «R e s o lu tio n », C o m m a n d e d by C a p t. Jam es C o o k , Londres, 1777, vol. II, p. 229). -a U n pie i roja del valle del río Columbia replicaba a quienes le preguntaban la razón de tales “aberraciones”: “Y vuestras mujeres, ¿por qué se hacen el talle de avispa?” (H. Wish, S ociety a n d T h o u g h t in E a r ly A m e r ic a , Nueva York, 1950, pp. 362-363). Sobre ciertas deformaciones craneanas en el París del siglo xvu véase, además, R. Reynolds, Beds, Londres, 1952, p. 46. 23 R e ch e rc h e s , vol. II, pp. 17S-179. 24 Ib id ., p. 185. Contra esta apasionada parcialidad, a la cual, como hemos visto, se adhirió Raynal (cf. s u p ra , p. 64, nota 54), reaccionó, entre otros, Buffon: “je ne prendrai la peine de citer ici que les monuments des Mexicains et des Péruviens, dont il [De Pauw] nie l’existence, et dont néanmoins les vestiges existent encore et démontrent la grandeur et ¡e génie de ces peupíes, qu’ií traite comme des étres stupides, dégénérés de l’espéce húmame, tant pour le corps que pour l’entendement” ( O eu vres co m p lé te s , vol. XII, p. 436). Véase también in fr a , pp. 192-195. 23 R e c h e rch e s , vol. II, p. 182; y cf. in f r a , p. 407. El padre Acosta había contado que, por efecto de ciertos vientos corrosivos (o, más verosímilmente, de la herrumbre), el lucvro “se desmenuzaba como si fuera heno o paja seca” ( H is to r ia n a tu r a l y m o ra l, III, 9: ed. cit., p. 141). Pero los cronistas más antiguos hablan, no de hierro de mala calidad, sino de la ausencia completa del metal. “Fino al di d'oggi [1534] mai non si 6 veduta cosa aictina di ferro fra quelle genti”, dice Hernando Colón, V ita d i C r is to fo r o C o lo m b o , wb de Londres, 1867, p. 139. Esas gentes, en efecto, carecían de armas de hierro, así ofensivas como defensivas, lo cual hacía presumir que el metal les era desconocido: véase Úright (ed.), T h e E liz a b e th a n s ’ A m e r ic a , pp. 111 y 128-129 (y testimonios contrarios en tas pp. 57 _ 120 y 220). Sobre el significado del desconocimiento del hierro en el juicio sobre ¡os indios véase Landucci, I f i lo s o f i e i s e lv a g g i, pp. 391-393.

¡D e la p h ilo s o p h ie de la N a t u r e ,

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globe tellement disgracié par la nature, que tout y était ou dégénéré, ou monstrueux” .26 C a u sa s

de l a

catástrofe

Pero ¿cómo han sobrevenido todas estas desventuras? El abate De Paul­ es siempre ambiguo. Habla unas veces de clima, o sea de factores naturales constantes, pero con prudentes reservas,272 * y otras veces, las más, prefiere 8 recurrir a catástrofes, inundaciones y otras calamidades insólitas. Encuen­ tra que la hipótesis de un diluvio explica “ la plupart des causes qui y [en América] avaient vicié et depravé le tempérament des habitants” de manera más satisfactoria que “ l ’hypothése de Mr. de Buffon, qui suppose que la nature, encore dans radolescence en Amérique, n’y avait organisé et vivifié íes étres que depuis peu” .2S Y en otros lugares alude oscuramente a “ catastrophes physiques” , a “ épouvantables tremblements de terre” , a “ inondations considérables” ,23 a “ une combustión générale et d’épouvantables vicissitudes” 30 que constituyen “ les plus grandes difficultés et, en méme temps, les points les plus intéressants de la physique du globe et de l’histoire des étres” .31 El autor parece recoger aquí un eco de las conjeturas filosóficas de su contemporáneo B onnet32 y al mismo tiempo cierta sugerencia anticipada de hipótesis más tardías — como las “ catástrofes" de Cuvier, o incluso las “ variaciones bruscas” de De Vries— , lo cual protege del ridículo al apa­ sionado De Pauw y lo cubre con la grave autoridad de esos sabios. Su teoría misma de un diluvio americano que “ historiciza” , por así decir, la 26 “Discours préliminaire”, primera página (sin numerar). 27 CE., por ejemplo, R e c h e rc h e s , vol. II, pp. 84-85. 28 [b id ., vol. I, p. 23. 20 I b id ., vol. I, pp. 101-102 y 105-106. 30 Ibid ,., vol. IX, p. 177. 31 I b id ., vol. I, pp. 312 y 317. También en otra de sus obras, las R e ch e rc h e s p h ilo s o p h iq u e s s u r les É g y p tie n s e t les C h in o is (Amsterdam-Leiden, 1773), escribe De Pauw misteriosamente: “Je crois, et j’entrevois méme qu’il s’est passé sur notre Globe des événements tres smguliers, dont nous n’avons et dont nous n’aurons jamáis aucune connaissance certaine, parce que le fil de la tradition est coupé” (vol. i, p. xiv). 32 En su P a lin g é n é s ie p k ilo s o p h iq u e , o u Id ees s u r l'é ta t passé e t s u r l ’é ta t f u l u r des étres viv a n ts (AmsteTdam, 1769-1770, vol. I, p. 236), sostiene Bonnet que la tierra ha pasado "through a long series o£ epochs, each terminated by a «revolution», i. e. a cataclysm, in which all the then existing organic structures were destroved”, según resume I.ovejoy, T h e G re a t C h a in o f B e in g , p. 284 (y cf. también Nordenskióld, T h e H is to r y o f B io lo g y , p. 246). Pero ya en el siglo in antes de nuestra era Beroso de Babilonia había hablado de una alternancia cíclica de inundaciones y de conflagraciones cósmicas. Véase J. Baillic, T h e B e lie f in P rogress , Oxford, 1950, p. 45.

CAUSAS DE LA CATÁSTROFE

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visión buífoníana del continente en descomposición, puede verse respalda­

da por algún ilustre predecesor. V fines del siglo xvix, en el clima científico en que se estaban gestando ]os primeros e inciertos principios de la geología, las teorías de Bumet dejaron rápidamente el paso a la escuela de los llamados “ diluvians” , como |ohn Woodward (1702) y William Whiston (1708), que atribuían al diluvio universal un debilitamiento de toda la tierra, una disminución de longe­ vidad en los hombres y en los animales, una pérdida de fertilidad en los campos ,33 en una palabra, todas las consecuencias que otros habían dedu­ cido del Pecado Original, construyendo así una explicación naturalista y ya no teológica, una laicización y una mecanización de la tradición bíblica. N o nos detendremos mucho en Nicolas-Antoine Boulanger. Es cierto que De Pauw había leído con atención sus Recherches sur le despotisme oriental (1761) y aun su obra más importante, U A n tiq u ité dévoilée (1766), que considera el recuerdo y el terror del diluvio como el origen de las creencias religiosas de la humanidad.34 Boulanger llama grandiosamente a esa catástrofe “ revolución de la naturaleza” , trastorno completo del cielo, el mar y la tierra, espantosa enfermedad de todo lo creado. En los salvajes en general reconoce a los descendientes de las hordas que se salvaron del diluvio, sacudidos hasta el pu n to de caer en una melancólica atonía, inca­ paces de ningún progreso; y a los americanos en particular los pinta opri­ midos por la miseria y la superstición, encerrados en una insípida “ edad de oro” .35* Pero el diluvio de Boulanger es el diluvio universal del Génesis: bajo él ha quedado sumergido el mundo, no tan sólo el hemisferio americano. La posibilidad de alguna sugerencia (quizá a través del mismo Buffon, acu­ sado de haber plagiado a Boulanger)38 subsiste ciertamente, pero en todo caso permanece en un plano secundario. Vale más la pena observar que 33 P. Chaunu, L a C iv ilis a tio n de l'E u r o p e des la m ie re s , P a rís , 1971, p p . 268-270, el cual recuerda también la oposición de Buffon a estas teorías y la función de los imagi­ nados cataclismos “poux ébranler le fixisme”. Sobre la relación entre las teorías diluviales y las de la decadencia telúrica véase Kubrin, “Newton and the Cyclícal Cosmos”, p. 343, y cf. s u p ra, p. 34, nota 115. 34 R e c h e rc h e s , vol. II, pp. 230-234, donde De Pauw refuta la hipótesis de Boulanger sobre la co u v a d e , pero siempre con gran respeto por “la mémoíre de ce savant”, por este '¡Ilustre auteur” a quien ataca únicamente porque “les fautes des grands hommes méritent qu’on les réfute”. Cf. también D é je n s e , ed. de 1771, p. 183. 35 F. Venturi, L ’A n t ic h it á svelata e l ’idea d e l progresso in N .-A . B o u la n g e r , Barí, ¡ 947. Sobre el diluvio, pp. 13, 65 y 119; sobre los salvajes, pp. 39-40 y 51. También las ideas de Boulanger sobre los egipcios y los chinos (Venturi, pp. 49-50) tienen puntos de contacto con las que expresará De Pauw en 1773 (véase in jr a , pp. 186 ss.). 36 Sainte-Beuve, Causarles, vol. XIV, p. 326.

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AMÉRICA, CONTINENTE ANEGADO esta tentativa de explicar la degradación física del continente americano mediante un (¿segundo?) diluvio que le sobrevino sólo a él, si por un lado se vincula con las disquisiciones de los Padres de la Iglesia y de comen­ tadores más tardíos, preocupados con las dificultades que presenta la his­ toria bíblica del diluvio “ universal” ,37 no es en sustancia sino un ejemplo conspicuo de la tendencia general de los “ denigradores” del Nuevo Mundo a hacer converger sobre esas tierras las maldiciones y los mitos catastróficos imaginados en un principio para el universo mundo — tan es así, que los “ defensores” de América sostuvieron varías veces que allí no había habido diluvio (I).3S La inferioridad telúrica del Nuevo Mundo se explica con los mismos argumentos y se colorea con las mismas pinceladas que habían ser­ vido para ilustrar la triste condición de toda la tierra después del Pecado O riginal y después del nuevo azote del Diluvio: se aduce la degeneración de la fauna,39 se aduce la pérdida de vigor de la Naturaleza, que en aque­ llos remotísimos tiempos “ en sa verve puissante / concevait chaqué jour des enfants monstrueux” ,40 se aduce la inestabilidad, causa de decadencia in­ cluso para el género humano, se aducen varias señales premonitorias del fin del mundo, y se aduce, por último, justamente el Diluvio, entre cuyos efectos ya enumeraba Lutero la extirpación de todos los árboles buenos, la formación de desiertos de estériles arenas y la multiplicación de bestias y plantas nocivas,41 — estigmas característicos de la América buffon-depauwiana. Todavía en 1625-1629 había quien acusaba al D iluvio universal de haber arruinado para siempre la tierra, de haber abreviado la vida huma­ na, corroído las montañas, destruido los bosques y desmenuzado en islas el mundo, anteriormente compacto y perfecto.42 De manera recíproca, con el advenimiento del Mesías la tierra se hará más fértil, los pastos más pingües y la luna resplandecerá como el sol 37 Véase Alien, T h e L e g e n d o f N o a h , pp. 74-75 y 84-89; sobre el “segundo” diluvio, De Pauw, D é je n s e , ed. de 1771, pp. 18-19, y R e c h e rc h e s p h il. s u r les É g y p tie n s e t les C h in o is , vol. I , p. 213. 38 Por ejemplo G. C. Beltrami, A li e s o r g e n ti d e l M is s is s ip p i, ed. L. Gallina, Novara, 1965, p. 99. 39 Véase s u p ra , pp. 17 y 31 ss. 40 Baudelaire. L e s F le u rs d u m a l, xix, “La Géante". 41 Harris, A l l C o h e re n c e G o n e , p. 90; y cí. ib id ., p. 110, nota. Sobre la ruina de toda la Tierra como consecuencia del Pecado Original, véanse copiosos ejemplos en Glacken, T ra c e s o n th e R h o d ia n S h o re , pp. 205-206, 212, 22S-229, 236, 279, 379-380 (Hakewill), 472, 478, etc. Sobre la degeneración de Ja especie humana después del Diluvio (Stillingfleet) véase Landucci, 1 j i lo s o f i e i s elva ggi, p. 295, nota. 42 Harris, o p . c it., pp. 141-142. Otros ejemplos, coetáneos y más tardíos, ib id ., pp. 156158 y 182-183. Véase también Alien, T h e L e g e n d o f N o a h , pp. 95 (Kircher), 153-154 (Milton) y 191 (de nuevo Kircher); y Tuveson, M il le n n i u m a n d U to p ia , p. 51 (menor estatura, menor fuerza y menor longevidad del hombre, según John Dove. 1594).

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(Isaías, X X X , 23-26). Este motivo milenarista fue adoptado por los predi­ cadores calvinistas. Uno de ellos, John Edwarcls, insiste particularmente 1 169!}) en la mayor abundancia y suculencia de la carne de los animales comestibles en el milenio,43 — rasgo antitético de la pretendida calidad esroposa de la carne de res en América.44 La fauna “ rabougrie” y coriácea de De Pauw parece casi un eco invertido de esa apetitosa escatología de los solomillos. B aco n : A m é r ic a ,

c o n t in e n t e a n e g a d o

Por lo demás, sin buscar otros recónditos precedentes, la hipótesis de un diluvio, o mejor dicho de un medio diluvio, sólo americano, ya había sido propuesta por Sir Francis Bacon — ese mismo “ ¡Ilustre chancelier Bacon” a quien De Pauw cita y critica a propósito del origen de la sífilis, y cuya fama llegaba por entonces al punto más alto— ,45 y no en una, sino en dos de sus obras más conocidas, la N ueva A tlántida y el último de los

Ensayos civiles y morales. El Reverendo Gobernador de la Residencia de Extranjeros cuenta cómo la gran Atlántida, o sea América (“ the great Atlantis, that you cali Amer­ ica” ),48 “ was utterly lost and destroyed: not by a great earthquake..., for that whole tract is little subject to earthquakes, but by a particular deluge or inundation: these countries having, at this day, far greater rivers, and far higher mountains, to pour down waters, than any part of the oíd world” (superioridad de la naturaleza inanimada en el continente ameri­ cano, y tendencia a la humedad). El diluvio “was not deep” ; en muchos lugares “ not past forty fo o t... from the ground” ; pero “ that inundation, though it were shallow, had a long continuance” (otras pinceladas que aluden a la índole pantanosa del continente americano). Por lo tanto, hombres y animales murieron, ahogados o por falta de comida. Pero los pájaros y “ some few wild inhabitants of the woods” hu­ yeron a las altas y frígidísimas montañas (explicación embrionaria de las civilizaciones andinas). América, y de que esa at the thin popuíation de la “ gran Atlántida”

Es ésta la razón de que haya tan poca gente en poca sea bárbara e inculta, “ so as marvel you not o f America — aquí el propio Gobernador se olvida y habla de “ América” , como nosotros— , ñor at the

43 Tuveson, o p . c it., p. 133; cf. ib id ., p. 144. 44 Véase s u p ra, p. 72. 45 De Pauw, R e c h e rc h e s , vol. I, pp. 228 ss.; cf. Mornet, L e s Scieiices de la n a tu re , p. 86. 46 F. Bacon, W o rk s , ed. de Londres, 1902, p. 188. Ya en una carta de 1580 había hablado Bacon sobre la “Atlantis (othervvise called America)”: véase Blanke, A m e rik a ¡m e n g lis ch e n S c h r ifttu m , p. 40 (y cf. ib id ., p. 88).

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rudeness and ignorance oí the people; for you must account your inhabitants o f America as a young people” . El Mundo Nuevo es el Mundo Joven, mil años más joven que el resto del globo, pues mil años pasaron entre el Diluvio universal y su pequeño diluvio particular (“ between the universal i'lood and their particular inundation” ).4T Luego, al tardo paso del tiempo, aquel “ poor remnant of human seed... peopled the country again slowly, by little and little” . Pero, “ being simple and savage people, not like N oah and his sons, which was the chief family of the earth, they were not able to leave letters, arts and civility to their posterity” .4 48 Y cuando bajaron de las montañas heladas a los valles calien7 tísimos, adquirieron por fuerza esa fea costumbre de andar desnudos. Si se adornan con plumas de pájaros, es para hacer como “ those their ancestors of the mountains, who were invited unto it by the infinite flights of birds, that carne up to the high grounds, while the waters stood below” . Con esta pintoresca y grandiosa fantasía explica Bacon a un mismo tiempo la juven­ tud del continente y el escaso número y el atraso de sus habitantes, la catástrofe de un mundo y la pluma en la cabeza del salvaje. En el ensayo l v i i i , “ O f Vicissitudes of Things”, se narra la misma his­ toria en forma más sucinta: “ I f you consider well of the people of the West Indies, it is very probable that they are a newer or a younger people than the people of the oíd world; and it is much more likely that the destruction that hath heretofore been there, was not by earthquakes... but rather, that it was desolated by a particular deluge; for earthquakes are seldom in those parts; but, on the other side, they have such pouring rivers, as the rivers of Asia, and Africa, and Europe, are but brooks to them. Th eir Andes, likewise, or mountains, are far higher than those with us; whereby it seems, that the remnants of generations of men were in such a particular deluge saved.” 49 Tam bién aquí Bacon — que parece recordar las Leyes de Platón (libro III, 677-679), y desarrollar sobre todo una antigua leyenda americana, refe­ rida por López de Gomara (1584) y parafraseada por Montaigne 50— pone 47 Bacon, W o rk s , p. 190. Cf. Hodgen, E a rly A n th r o p o lo g y , p. 312. *3 Sobre el menor vigor y la menor longevidad de los hombres después del diluvio —otra creencia multisecular que contribuía a hacer juzgar “degenerado” al continente húmedo— véase ya San Agustín, D e C iv ita te D e i, XV, 9; y cf. supra, pp. 75-76. 49 Bacon, W o rk s , pp. 143-144. En los dos pasajes aparece la palabra “remnant”, que confiere a los americanos el carácter de “unos pocos supervivientes”. Sobre el diluvio baconiano véase también Landucci, I ¡ilo s o f i e i selv a gg i, pp. 314-315 y 418-419. ■so Essais, II, 12 (ed. cit., p. 556): “qu’autresfois ils ont esté submergéz par Einnondation des eaux celestes; qu’il ne s’en sqauva que peu de familles, qui se jetterent dans les hauts creux des montaignes...; que, quand ils sentirent la pluie cesser. ils sortirent repeupler le monde, qu’ils trouverent plain seulement de serpens”. La leyenda

AMÉRICA, CONTINENTE ANEGADO

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de relieve la humedad y la juventud del continente (dos características cuya eficacia acumulativa se expresará en su calificación de tierra todavía no bien desecada o desaguada), la inmensidad de sus ríos y la elevación de sus montañas, rasgos sintéticos de una naturaleza primitiva y amenazante. En cuanto a los pobladores mismos, apenas hay una alusión; y en el primer pasaje citado, el autor los ve casi impotentes, ciertamente — “ as for mas­ adme love, they have no touch of it” , de manera que se puede decir que ese pueblo es “ the virgin of the world” — ,51 pero mucho más semejantes al simple y buen salvaje que a los degenerados y reblandecidos americanos de De Pauw. En cambio, De Pauw está mucho más cerca de Bacon cuando indica la causa física de la actual condición del Nuevo Mundo; también él se inclina por el diluvio, pero sin excluir casi ningún otro azote. Es preciso recordar, finalmente, cómo a las teorías que postulaban una multiplicidad de diluvios correspondían (coincidiendo a veces con ellas) las que suponían creaciones múltiples, reiteradas, — en un esfuerzo paralelo por poner de acuerdo el Génesis bíblico con la Ciencia moderna. Teorías que mantienen el Factor causal divino, pero fragmentándolo, repitiéndolo, aderezándolo y acomodándolo a las circunstancias, según las necesidades. peruana del diluvio era bien conocida de Hugo Grocio y de otros autores menos ilustres de los siglos x v ii y x v iii (cf. Alien, T h e L e g e n d o f N o a h , pp. 86 y 92). Sobre un mito de diluvio de los indios canadienses, a fines del siglo xvii, véase S. Marión, R e la tio n s des voyageurs frangais en N o u v e lle T ra n c e au x v iie siécle, París, 1923, p. 259. A principios del siglo x v iii el diluvio era imaginado como el invierno (y la ecpirosis, o incendio universal, como el verano) del “año magno”, de inspiración platónica (G. Costa, L a le g genda d e i s e c o li d ’o r o n e lla le tte ra tu ra ita lia n a , Bari, 1972, pp. 172-173). Como tantas otras verdades semifantásticas o hipótesis ingeniosas, el mito baconiano ha sido resucitado en tiempos bastante recientes, a) en las disquisiciones pseudofilosóficas de Keyserling, según el cual los indios se refugiaron en el altiplano de Bolivia “ais im Westen und Osten Festlánder oder Rieseninseln ins Weltmeer absanken” (S ü d a m e rik a nische M e d ita tio n e n , 2» ed., Stuttgart y Berlín, 1933, p. 16); y i») en las teorías cosmo­ lógicas del vienes Hanns Hoerbiger, según el cual un satélite pre-iunar provocó una inmensa marea alrededor de los trópicos, "so that the waters left only certain «islandrefuges», Andinia being one” —teorías que a su vez sirvieron a Bellamy para proponer una explicación de los enigmas arqueológicos de Tiahuanaco (H. S. Bellamy, B u i l t b e fo re the F lo o d : T h e P r o b le m o f th e T ia h u a n a c o R u in s , Londres, 1943; 2^ ed., 1947; H. S. Bellamy y P. Alien, T h e C a len d a r o f T ia h u a n a c o , Londres, 1956). Después de recoger la belleza de seiscientos diversos "mitos del diluvio”, entre los cuales se contaban presu­ miblemente los muchísimos ya recogidos por Sir James George Frazer (F o lk - L o r e in th e O íd T e s ta m e n t, Londres, 1918, vol. I, pp. 104-361 y 567-569), Bellamy pedía al público lectoT noticias de otros, editados o inéditos (Th e T im e s L ite r a r y S u p p le m e n t, 2 de oc­ tubre de 1959): jinsaciabilidad, verdaderamente, de a p p r e n t i s o r c ie r impune! Un desarro¡lo ulterior de sus teorías, con alusiones a la degeneración de los salvajes (pp. 35 y 87), puede verse en el libro de D. Saurat, L ’A tla n tid e c t le ré g n e des géants, París, 1954. 51 Bacon, N e w A tla n tis , en W o rk s , pp. 200 y 202.

EL INDIO BESTIAL Y EL INDIO DÉBIL so

Todavía hacia 1830 los geólogos, ante la evidencia de los estratos fósiles, tenían que postular una cantidad de Creaciones diversas en lugar de la única afirmada en la Biblia.52 La tesis ortodoxa, creíble fideísticamente en su milagrosa unitariedad, pierde así toda coherencia lógica y toda p la c i­ bilidad (aun la más limitada) y se revuelca en contradicciones inextricables. En definitiva, ai “ filósofo prusiano” se le puede reconocer el mérito de haber empi'endido una brusca y saludable reacción contra las pinturas demasiado rósenlas de salvajes y pueblos primitivos; de haber lanzado algu­ nas observaciones agudas, o adivinaciones semicientíficas; y, sobre todo, de haber planteado el problema del continente americano en los términos más crudos, pero también más explícitos y provocadores. Buffon se había limitado a la fauna, estudiándola como una sección ele la fauna de todo el globo. De Pauw pone a los americanos en el centro de su investigación, atrayendo de ese modo sobre su tema y sobre sí mismo la atención pública, las réplicas y las reacciones iracundas. Evidentemente inferior al naturalista en cuanto a genio científico, a seriedad moral y a talento literario, obtiene sin embargo, con los dos volúmenes de sus R ech erch es, un resultado a que no aspiraba la H is to ir e n a tu re lle y que, desde luego, no hubiera alcanzado nunca: el de desencadenar una vehemente polémica, de hacer estallar sobre la cuestión de la naturaleza y del destino de América series enteras de secu­ lares argumentos, todo un cúmulo de diatribas, de apologías tradicionales y de rancios prejuicios, todo un arsenal de viejas fórmulas y de nacientes pruritos políticos. Hace falta a veces un escritor de tercera o cuarta fila para reavivar un tema de gran alcance, quitándole su carácter de sagrado. ¿Quién era Adríaan Beverland? Un libertino holandés (como De Pauw) que, sin tener ni la sombra del genio de los teólogos que se habían quebrado la cabeza a lo largo de gruesos infolios sobre el dogma del pecado original, escribió un opúsculo chocarrero en el cual dio de él la interpretación más herética y más popular. Escandalizó, perturbó, provocó réplicas y refutaciones; y a menudo se evitaba citarlo (como debía suceder también con De Pauw); pero su brío maligno y burlón difundió la sacrilega “hipótesis” y la hizo obrar en entendimientos y en ambientes cerrados a las disquisiciones de los Padres u olvidados de esas tremendas dudas hermenéuticas.53* Así, a De Pauw le tocó replantear en tono periodístico unos problemas que desde Colón y Fernández de Oviedo hasta Buffon se habían escrutado en un Véanse las observaciones de A. O. Lovejoy en un ensayo incluido en Glass (ed.), pp. 364-365 et passim . 53 [Véase A. Gerbi. 11 p e c ca to d i A d a m o ed E va. S to ria d e lla ip o te s i d i B e v e rla n d , Milán, 1933.] 52

F o re ru n n e rs o f D a rw in ,

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plano científico y con reverencia casi mística. En definitiva, los mismos americanos, tan ofendidos y humillados por él, hubieran podido correspoiidcrie con una reluctante y candente gratitud. Tam bién el criollo hu­ biera podido perdonarle la injusticia feroz de muchas de sus condenas en oí acia a la clara profecía de que los colonos enriquecidos se sacudirían un día el yugo español: “ ils voudront sortir de tutelle, et quand ils le voudrom iJ.s auront assurément les moyens de le faire, et d’affennir leur liberté” .5,1 El

in d io b e s t ia l y

e l in d io d é b il

Por otra parte, hasta el apologista de los indios podrá ser indulgente con el p h ilo s o p h e prusiano si recuerda qué larga historia tenía ya entonces la denigración del americano. Es cierto que muchos misioneros tendían a idealizar al indio, pero también es cierto que otros lo describieron con cruel severidad. Los jesuítas, tan ridiculizados por De Pauw, contribuyeron ciertamente más que ninguna otra orden — con sus R e la cio n e s anuas (1632-1674) y con obras de conjunto (Lafitau, Charlevoix, etc.), destinadas asimismo al gran público— a dar del indio norteamericano un retrato elocuente, simpático y humano, ya porque tal haya sido su sincera actitud para con sus catecú­ menos, ya porque quisieran estimular la generosidad de sus protectores europeos y convencerlos de que sus dineros estaban muy bien empleados, de que los conversos lo eran de veras y merecían ser cristianos. Hasta los aspectos negativos del salvaje que los jesuítas ponían de relieve eran los que mejor hadan resaltar la firmeza, la paciencia, el espíritu de sacrificio de los buenos padres: eran esas deplorables tendencias al canibalismo, a las feroces mutilaciones, a la sodomía, a la voracidad y a la borrachera. Pero, físicamente, ¡qué tipos estupendos! El pintor Benjamín West com­ paraba a un guerrero mohawk (1760) nada menos que con el Apolo del Belvedere.55 U n misionero no encontraba en ellos “ nada de afeminado” , y 5r R e c h e rc h e s , voi. I, p. 91. Véanse los conceptos análogos de Raynal: “Lorsque ces colonies seront arrivées au degré de c u lt u r e , d e lumiére et de population qui leur convient, ne se détacheront-elles pas d’une’ patrie qui avait fondé sa splendeur sur leur prospérité? Ouelle sera lepoque de cette révolution? On l’ignore, mais il faut qu’elle se fasse” (H is t o ir e p h ilo s o p h iq u e , vol. X, p. 450; cf. vol. IV, p. 394, a propósito del ejemplo dado y de la presión ejercida por los Estados Unidos). En realidad, después de la Revo­ lución norteamericana las profecías de la inminente independencia de las colonias espa­ ñolas se fueron haciendo más y más frecuentes. Véanse ejemplos en Sumner, P r o p h e tic 1 oices c o n c e r n in g A m e r ic a ; para Raynal, ib ic l-, pp. 71-76. 55 ¡En el citado catálogo L ’A m c r iq u e v u e p a r l ’E u r o p e , p. 175, se reproduce uno de los cuadros de este pintor.]

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EL INDIO BESTIAL Y EL INDIO DÉBIL

sobre sus hombros admiraba unas cabezas de emperadores romanos, JulioCésar, Pompeyo, Augusto, Otón, cabezas de tal majestad, que no había

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niitad del siglo, no fueron menos severos que los frailes y clérigos espa­ ñoles: “ a brutis parum diíí'erunt” , y la suya no es “ simplícitas, sed bes-

creído que pudieran ser verdaderas cuando las había visto esculpidas en las medallas antiguas o grabadas en planchas de co b re... Reunidos en asam-

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blea — refería otro— , los pieles rojas mostraban una cordura y una elocuencia que hubieran honrado al Areópago de Atenas y al Senado de Roma

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en sus mejores tiempos. Sus discursos parecían arrancados de las páginas de T it o L i v i o . . ,56

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tialitas” .59 En la famosa polémica que precedió a las N uevas leyes, Sepúlveda había dtulo como segunda razón de la licitud de la guerra contra los indios “ la rudeza de sus ingenios, que son de su natura gente servil y bárbara y por ende obligada a los de ingenios más elegantes, como son los españoles” ; y Vitoria decía que los indios son “ naturalmente miedosos, y además imbé­

Descontemos lo que hay aquí de fraseología clasicizante, tan propia del repertorio escolar de los jesuítas, y lo que han puesto de su técnica pro-

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pagandista, hecha de insinuante y zalamera dulzura. Queda un resto de bastante peso para comprender ¡a reacción de un hombre como De Pauw. Éste, por otra parte, podía encontrar algún remoto precursor de su tesis de la inferioridad de los indios de América en ciertos teólogos, como

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el escocés Johannes Maior, o sea John Mair ( ca. 1510),57* o como los dominicos españoles licenciado Gregorio (1512), fray Tomás Ortiz (1525) y fray

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Domingo de Betanzos (1528-1538), seguidos por el jurista Gregorio López de Tovar, los cuales negaron a los indios todos los atributos tomistas de la

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humanidad: “ nunca crió Dios más cozida gente en vicios y bestialidades, sin mistura de bondad... o policía” .98 Y los calvinistas, en la segunda 56 Ejemplos tomados de las pp. 106, 138 y 167 de J. H. Kennedy, Jesv.it and Savage New Haven, 1950, donde se presentan, en orden temático, no pocos pasa­ jes de los escritos de los misioneros, al mismo tiempo que se da un somero relato de su actividad en América y de sus relaciones con Francia. Pero véase también Atkinson, L e s R e la tio n s de voyages, pa ssim , especialmente pp. 71, 119 y 168, nota; Marión, R e la tio n s des voya geu rs fr a n já is , pp. 89-90 e t p a ssim ; A. K. Weinberg, M a n ije s t D es tin y , Chicago, 1963, pp. 85-86; E. Wilson, A p o lo g ie s to th e Ir o q u o is , Londres, 1960, p. 282 (“I llave heard some fine Bernard Shaw speeches delivered by eloquent Indíans”); P. R. Baker, T h e F o r tú n a te P ilg r im s : A m e ric a n s in Ita ly 1800-1860, Cambridge, Mass., 1964, p. 14; y Romeo, L e s c o p e rte a m e rica n e , pp. 75-83. 57 Sobre el cual véase P. de Leturia, “Maior y Vitoria ante la conquista de América”, E s tu d io s E cles iá sticos, Madrid, XI, núm. 41 (enero de 1932), pp. 44-82. Vitoria fue discí­ pulo de John Mair antes de 1500 (P. Chaunu, C o n q u é te et e x p lo it a tio n des n o u v e a u x m o n d e s , París, 1969, p. 390). 38 Pedro Mártir de Angleria, D écad as d e l N u e v o M u n d o , VII, 4; trad. J. Torres Asensio, ed. de Buenos Aires, 1944, p. 519 (cita textual de Ortiz). Unas palabras análogas de Antonio de Herrera son comentadas por S. Zavala, L a s in s titu c io n e s ju r íd ic a s en la co n q u is ta de A m é r ic a , Madrid, 1935, p. 47; cf. también J. H. Parry, T h e S panish T h e o r y o f E m p ir e in th e S ix te e n th C e n tu ry , Cambridge, 1940, pp. 58-59. La declaración de Betanzos en que se retracta de haber dicho “que eran bestias” (los indios) se reproduce y se estudia en L. Hanke, “Pope Paul III and the American Indians”, T h e H a rv a rd T h e o lo g ic a l R e viera , XXX (1937), pp. 96-98 y 101-102 (y en su libro B a r to lo m é de las Casas, p e n s a d o r p o lít ic o , h is to r ia d o r , a n tr o p ó lo g o , La Habana, 1949, pp. 14-15). Véanse in N e w T ra n c e ,

ciles y amentes” .60 puede sorprender un juicio tan radicalmente negativo sobre esos indios que, de Cristóbal Colón en adelante, habían sido representados tan a me­ nudo como seres de buena índole y dispuestos a ser adoctrinados en la fe cristiana. En realidad, ese relegarlos fuera de la común humanidad, en violento contraste con la letra del Génesis, era un cómodo pretexto para ejercer sobre ellos toda prepotencia, todo desmán sugerido por la ambición de conquista y por la codicia. Y, como siempre sucede, no fue tampoco demasiado difícil encontrar un puntal lógico para la bruta voluntad de su­ premacía y dominio. Todos los cronistas habían referido, a menudo con acentos de admira­ ción o ternura, que los indios de América no estaban organizados en esta­ dos, no reconocían caudillos ni señores, no se habían dado leyes ni magis­ trados ni constituciones. En una palabra, no eran “ animales naturaliter políticos” , según la definición aristotélica del hombre. ¿Qué eran, entonces? Animales, desde luego, pero no políticos. Asimi­ lables, por lo tanto, a los animales selváticos, a las bestias y a las fieras, que a todos es lícito capturar, reducir a esclavitud, matar: es decir, objeto de legítima caza y de justa guerra, que son dos de los “medios naturales de adquisición” (Aristóteles, Política, 1256b). Quien no sabe vivir en socie­ dad, o no siente siquiera la necesidad de vivir así, o es una bestia o es Dios (ibid., 1253a). Y, como esos miserables salvajes no eran divinos, y como para los cristianos no hay más Dios que el que está en los cielos, la conclu­ sión se imponía: los indios eran bestias, y como a bestias se les trataba.61 también los testimonios laicos reunidos por Romeo, L e s c o p e rte a m e rica n e , p. 34; sobre 'Ortiz, ib id ., p. 39. Pasajes citados por Landucci, I jilo s o ji e i seiva ggi, p. 337, nota 17. El católico André Thévet dirá que los indios viven “comme bestes irraisonnabíes” (ib id ., y p. 216, nota 90). 60 Zavala, La s in s titu c io n e s ju ríd ic a s , pp. 107 y 109, limitado por J. Hóffner, C h ris tenturn u n d

M e n sch en tu ü rd e. D as A n lie g e n

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K o lo n ia le th ik

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g o ld e n e n

Tréveris, 1947, pp. 226-228. Sobre la postura implícitamente antiaristotélica (o sea, precozmente lascasiana) de Vitoria, véase Chaunu, C o n q u é te e t e x p lo it a tio n , pp. 390-396. 61 El razonamiento, semejante en todo al que se esgrimió para legitimar la servidumZe ita lte r,

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DE PAUW 85

EL INDIO BESTIAL Y EL INDIO DÉBIL

De Pauw, para volver a nuestro discurso, cita a Sepúlvecla, pero (según me parece) no a Vitoria. Tampoco menciona a Pierre Bayle, que en su fa. moso D íctionnaire, en el artículo “ Cieza de León” , ya había resumido las observaciones del cronista acerca de la espontánea “ depravación” y “ co­ rrupción” de los naturales del Perú, en abierta polémica con quienes “ prétendent que les Chrétiens ont appris aux peuples de PAinérique á étre méchants” .62 N o podía conocer un escrito de Montesquieu (anterior a 1742, pero publicado apenas en 1892) en que se dice que “ les sauvages de l ’Amérique” son indisciplinables, incorregibles, incapaces de entender y de aprender: “ la grossiéreté peut aller á un tel point chez ces nations que les hormones y seront peu différents des bétes” .63

Así, pues, en los primeros tiempos que siguieron a la conquista, la mal­ dad y corrupción natural de los americanos era argumento corriente de los defensores, verdaderos o fingidos, de la religión (para la cual cada hombre es Adán caído), mientras que su bondad y moralidad instintiva era argumento de los racionalistas (para los cuales el hombre aparece dotado de bondad propia, y por lo tanto Deits sibi ipsi'j, de los anticlericales y de sus aliados involuntarios, como ciertos misioneros y seguidores de Las Casas. El abate De Pauw, racionalista que se revuelve contra el racionalismo y su mitificabre natural de los indios (véase in fr a , pp. 87 ss.), ha sido bien ilustrado y comentado por Landucci, 1 filo s o f i e i selva ggi, p. 100 (y cf. ib id ., pp. 106-107 y 113), y por Hodgen, F.arly A n t h r o p o lo g y in th e 16th a n d 17th C e n tu rie s , p. 201, pero apenas si contiene huellas de “racismo” o “colonialismo” en el sentido desvalorativo hoy corriente. Las tesis de los dominicos se pueden hacer remontar, pues, a Aristóteles, filtrado a través de Santo Tomás (suma autoridad para los frailes predicadores), el cual, aunque rechaza la tesis de que la servidumbre pueda ser “natural”, se funda expressis v e rb is en el comienzo de la P o l ít i c a de Aristóteles, sosteniendo sin embargo, extrañamente, que la esclavitud se justifica sólo en la medida en que esclavo y señor obtienen de su rela­ ción recíproca alguna utilidad (E. Gilson, L e T h o m is m e , París, 1945, p. 425, nota 2). También Las Casas era dominico; pero él se opone, c o m m e de ju s te , a la tesis de la anarquía natural de los indios, y afirma expresamente su naturaleza política cuando dice que viven “en grandes pueblos poblados”, bajo gobernantes dotados de poder y autoridad, en una democracia en que hay órdenes y jerarquías (A. Salas, T r e s cronista s de In d ia s : P e d r o M á r t i r d e A n g le r ia , G o n z a lo F ern á n d e z d e O v ie d o , fra y B a r to lo m é de La s Casas, México y Buenos Aires, 1959, pp. 241 y 292). ■Sobre la postura de Hobbes, afín a la tesis de la servidumbre natural, véase R. Ashcraft, "Leviathan Triumphain”, en E. Dudley y M. E. Nóvale (eds.), T h e W il d M a n W it h in , Pittsburgh, 1972, pp. 153-154, 156 y 166; y sobre su relación con las ideas augustinianas, calvinistas y puritanas, ib id ., pp. 170-171. y P. Miller, T h e N e w E n g la n d M in d : T h e S e v e n t e m th C e n tu ry , Nueva York, 1939, pp. 417-418. 62 P. Bayle, D ic lio n n a ir e h is to r iq u e c t c r it iq u e , ed. de Basilea, 1741, rol. 111, pp. 88-89. sa Montesquieu, M é la n g e s in é d its , Burdeos, 1892, p. ¡30: en O cu v re s co m p le te s , cd. A. Masson, París, 1950-1955, vol. ITT, p. 414.

t

au„ del salvaje, arremete en su polémica contra los misioneros humanita­ rios, v prepara así el terreno para los reaccionarios católicos del romanticis­ mo. )oseph de Maistre, que en cierto sentido (como veremos) continúa y s i s t e m a t i z a teológicamente a De Pauw, suspira y escribe: “ il n’y avait que nop tic vérité clans ce premier mouvement des Européens qui refusérent, au .dude de Coíomb, de reconnaítre ieurs semblables dans les hommes dégradés qui peuplaient le nouveau monde” .64 Y eran contemporáneos de Joseph de Maistre aquellos norteamericanos que, persuadidos de la necesidad de que el piel roja desapareciera frente a la Civilización y el Progreso, y carentes al mismo tiempo de la unción religiosa y de los escrúpulos jurídicos del conde legitimista, hablaban sin recato alguno de los indios como de bestias: “ the animáis, vulgarly called índians... ” 65 N o menos interesante que la historia de la ideología del “ noble salvaje” , para la cual existe ya toda una bibliografía, sería la historia de la ideología (o caricatura) del “ innoble salvaje” , del salvaje feo y malo.66 Esta ideología está, a su vez, estrechamente relacionada con la tesis — adoptada asimismo por De Pauw, según se ha visto— de la flaqueza de los indios americanos. Pero mientras la inferioridad espiritual o moral del indio, su “ salvajismo” , es una tesis típica de los enemigos del americano desnudo, su inferioridad 64

j. de Maistre,

S oirées de S a in t-P é te r s b o u r g ,

H; ed. de París, s. a.

[ca.

1929], vol. I,

p. 79. «3 H. H. Brackenridge (1782), citado por R. H. Pearce, T h e Savages o f A m e ric a , Baltimore, 1953, pp. 54 y 181; cf. también Weinberg, M a n ife s t D e s tin y , p. 77, y R. H. Pearce, “The Significance of the Captivity Narrative”, A m e r ic a n L it e r a t u r e , XXX (1947),

p. 18, con otros curiosos ejemplos. 66 Francois Garasse (1624) vituperaba a los idealizados escitas (siguiendo en esto a Tertuliano) y a los salvajes de la Virginia y del Canadá (G. Boas, T h e H a p p y Beast, pp. 69-70). Véase S. Zavala, S e r v id u m b r e n a tu r a l y lib e r ta d cris tia n a segú n los tratadistas españoles de los siglos x v i y x v i i, Buenos Aires, 1944; y, con cautela, E. O’Gorman, “Sobx'e ¡a naturaleza bestial del indio americano", F ilo s o fía y L e tra s , México, I (1941), pp. 141-158 y 305-315; y también Pearce, T h e Savages o f A m e r ic a , pp. 5-6 y 11-35. Según R. T. Clark, Jr,, “Herder, Cesarotti and V i c o ” , S tu d ie s in P h ilo lo g y , XLIV (1947), p. 662 (quien parece apoyarse en J. Tliyssen, G e s c h ic h te d e r G e s c h ic h ts p h ilo s o p h ie , Berlín, 1936), “typical (?] philosophies of history of the eighteenth century regarded savages as degenerates from an earlier Natural Religión, or some other condition characteristic o í the Golden Age”. Para el siglo xvm, cf. igualmente H. N. Fairchild, T h e N o b le Savage, Nueva York, 1926 (cap. ix, “Enemíes of the Noble Savage”), y E. E. Reed, “The Ignoble Savage” [en Alemania, entre 1730 y 1780J, T h e M o d e r n L a n g u a g e R e v ie w , LIX (1964), pp. 53-64, el cual examina particularmente el Grosses, v o lls tlin d ig e s U n iv e r s a l-L e x ic ó n a lle r W iss ens ch aften u n d K ü n s te (Halle-Leipzig, 1732-1749), la E n c y c lo p é d ie de Diderot y D’Alembert, las revistas dirigidas por C. F. Nicolai (todas ellas antiprimitivistas), el menos rígido T e u ts c h e r M e r k u r de Christoph Wieland y los escritos de De Pauw y de J-

G. Herder.

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física, su debilidad corporal es uno de los argumentos clásicos de sus amigos y protectores, una de las pruebas adoptadas con mayor frecuencia en favor de su plena humanidad y de su derecho a la libertad. El impetuoso De Pauw enmaraña las sutiles distinciones de doctores y juristas, y condena a los indios como inmorales y como enclenques, como ociosos y por lo tanto débiles y enervados.67 Pero la poquedad de fuerzas del indio había sido uno de los clavos más martillados y remachados por su gran protector, el Após­ tol de las Indias, fray Bartolomé de las Gasas: "Son. . . las gentes más deli­ cadas, flacas y tiernas en complexión, y que menos pueden sufrir trabajos, y que más fácilmente mueren de cualquier enfermedad.” Y el buen obispo de Chiapa hermoseaba esa debilidad asegurando “ que ni hijos de prínci­ pes y señores entre nosotros, criados en regalos y delicada vida, no son más delicados que ellos, aunque sean de los que entre ellos son de linaje de labradores” .68 Los rústicos y misérrimos labradores indios tienen la misma delicada complexión que los más afeminados nobles de España. L a "debilidad” le sirve a Las Casas para ensalzar vertiginosamente, no para humillar a los pobres indios. Es un título de privilegio que — casi se diría— debiera dis­ pensarlos de los “ oficios manuales” , como si fuesen hidalgos auténticos. Es inicuo, en efecto, insiste el obispo en la octava de sus veinte razones contra las encomiendas, es inicuo todo el cúmulo de servicios y obligaciones im­ puesto “ a los hombres, y tan flacos y delicados y desnudos h om b res” ; es "violento, innatural, tiránico y contra toda razón y natura” ; más aún: es "contra toda justicia y caridad y razón de hombres” .69 Todavía en el último de sus escritos conocidos, la petición al papa Pío V, Las Casas vuelve a evo­ car a los débiles naturales de las Indias, “ los cuales, oprimidos con sumos trabajos y tiranías (más que se puede creer), llevan sobre sus flacos hom bros, contra todo derecho divino y natural, un pesadísimo yugo y carga incom­ portable” .70 57 "Les Sauvages..., moins forts que les peuples civilisés, parce que ces Sauvages ne travaillent jamais, et on sait combien le travail fortifie les nerfs” (De Pauw, D éjen se, ed. de 1771, p. 12). ■ss Introducción a la B revis sim a r e la c ió n de la d e s tru y e ió n de las In d ia s occid entales, en Las Casas, D o c tr in a , México, 1941, p. 4. Un historiador moderno afirma con palabras casi depauwianas y con singular precisión que “chaqué homme y est [en América] vingt fois moins puissant en moyenne qu'il ne Test dans l’Europe du xvre siécie”, pero lo que con esto quiere decir es simplemente que el indio americano no tenía a su disposición más que sus propios músculos, y no las máquinas, los instrumentos ni los animales do­ mésticos del europeo (Chaunu, C o n q u é te e t e x p lo it a tio n , pp. 377 y 379). 69 Las Casas, D o c tr in a , p . 62 (texto del tratado conocido con el título de "El octavo remedio”). 70 Ib id ., p. 162.

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LA SERVIDUMBRE “ NATURAL”

DE PAUW LL

in d io , siervo p o r n a t u r a l e z a :

A r is t ó te l e s , L as G asas

y

Se f ú l v e d a

Tanfa insistencia bastaría para hacernos sospechar que la debilidad de los indios no es en Las Casas u n “hecho” empíricamente comprobado, una noción etnográfica, sino una especie de artículo de fe, un axioma de teó­ logo apasionado. En realidad, la pobreza de músculos de los indios amerí­ tanos le sirve al obispo de Chiapa no sólo para hacer resaltar, por con­ traste, la vileza y la prepotencia de los robustos conquistadores, sino sobre todo como argumento principal para la polémica de toda su vida, contra la tesis de la servidumbre natural o de la justa esclavitud de los indios. Una vez más, como hicimos antes en el caso de Buffon y de los salvajes esclavos por naturaleza, debemos remontarnos al “ maestro de los que sa­ ben” . En el comienzo m is m o de su P o lític a , Aristóteles se esfuerza en de­ mostrar la existencia de esclavos por naturaleza. El pasaje y sus argumen­ tos eran y son conocidísimos. El alma señorea naturalmente al cuerpo, y el hombre a la bestia. Así, pues, "aquellos hombres que difieren tanto de los demás como el cuerpo del alma o la bestia del hombre (y según este modo están dispuestos aquellos cuya fu n c ió n es el uso d el cu e rp o , y esto es lo m e jo r que de ellos cabe esperar) son por naturaleza esclavos” .71 De esta primera tesis deducida lógicamente, y casi cíefinitoria — esclavos por naturaleza son aquellos hombres cuya ú n ica función es e l ser robustos— , el Filósofo pasa a una segunda tesis, aún menos aceptable, pero en la cual busca algo así como una confirmación experimental del primer aserto: “ L a naturaleza muestra su intención al hacer diferentes los cuerpos de los libres y los de los esclavos; los de éstos, vigorosos para las necesidades prácticas; y los de aquéllos, erguidos e inútiles para estos quehaceres, pero útiles para la vida política.” 72 La robustez se convierte así en estigma de predisposición u P o lític a , libro I, 1254b (trad. de A. Gómez Robledo, México, 1963, p. 8). 72 P o lític a , loe. c it. (trad. cit., pp. 8-9). Aristóteles advierte el peligro de la ley natural así formulada, y se apresura a añadir: “A menudo, no obstante, acontece lo contrario, o sea que los esclavos tienen cuerpos de Ubres, y éstos a su vez sólo las almas”, con lo cual le quita a la ley todo rigor determinista, reduciéndola, en resumidas cuentas, a lo que era al principio: mera m e tá jo ra . El Señor domina al Esclavo como el Alma al Cuerpo. La cuestión es estudiada también por C. J. O’Neil, “Aristotie’s Natural Slave Reexami­ neó”, T h e N e w S c h o la s tic is m , XXVII (1953), pp. 247-279, especialmente pp. 260-261, si bien este artículo, sutil análisis textual, se queda al margen de nuestro tema. Sobre la incer­ tidumbre de la teoría aristotélica, L. Hanke (Las Casas p e n s a d o r p o lít ic o , p. 92, nota, y ■ iristotle and th e In d ia n s , pp. 56-57) remite a Robert Schlaifer, "Greek Theories o£ Slavery írom Homer to Aristotle”, H a r v a r d S tu d ies in Classical P h ilo lo g y , XLVII (1936), pp. 165204. Véase también W. L. Westermann, T h e Slave Systems o f G reek a n d R o m á n A n tiq u ity , Filadelfia, 1955, especialmente pp. 26-27 y 156; V. Cuffel, “The Classical Greek Concepc of Slavery”, J o u r n a l o f th e H is to r y o f Ideas, XXVII (1966), especialmente p. 327; y M. I. Finley (ed.), S la ve ry in Classical A n t i q u i l y : Vieras a n d G o n tro v e rs ie s , Cambridge,

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para la esclavitud, y la constitución endeble resulta un indicio de nativa libertad.

nuis.” sr> Sepúlveda no se pon e a discutir si los in d ios son fuertes o débiles,

Con estos estupendos silogismos, Las Casas prueba, o cree probar, la libertad de los indios contra todo posible argumento teológico y jurídico, mostrándolos débiles, flacos, incapaces de ningún esfuerzo, privados, en suma, de los requisitos físicos para ser esclavos.

validos. Insiste, en cam bio, en su barbarie m en tal, en su co n d ició n de sub­

Tanta mayor firmeza y rigidez debía adoptar el buen obispo en esta posición, cuanto que su viejo enemigo, Oviedo,73 resumiendo en una sola e irónica imagen las cualidades positivas (físicas) y negativas (mentales) que definen al esclavo, había dicho de los indios que tenían la cabeza tan dura, que los españoles debían andarse con mucho cuidado, al batallar con ellos, para no asestarles golpes en el cráneo, pues se exponían a que sus espadas se les quebraran; y tanto más esmero tenía que poner en la defen­ sa, cuanto que el autorizado teólogo John Mair, quizá primero que nadie (ca. 1509), había justificado la conquista alegando la naturaleza bestial e incluso feroz de los indios, “ quia natura sunt servi” , exactamente como “ primo Politicorum tertio et quarto dicit Philosophus” ;74 pero más aún, cuanto que su gran adversario, el jurista Sepúlveda, empeñado como estaba en justificar la servidumbre de los indios, había abrazado de lleno la teo­ ría aristotélica de la servidumbre natural, transfiriendo, estirando, disten­ diendo y ampliando la relación de bárbaros y griegos a la relación de espa­ ñoles e indios, y tratando el arduo problema político y teológico, como dice Menéndez Pelayo, “ con toda la crudeza del aristotelismo puro” . Sus palabras suenan a veces casi como transcripción de las del Filósofo: “ Qui prudentía valent et ingenio, non autem corporis viribus, líos esse natura dóminos; contra, tardos et hebetes, sed corpore validos ad obeunda necessaria muñera, servas esse natura. . . lege quoque divina sancitum esse vide1960. L. H. Rifkin, “Aristotie on Equality: A Criticism of A. J. Caiiyle's Theory”, J o u r n a l th e H is to r y o f Ideas, XIV (1953), pp. 276-283, trata ingeniosamente de defender a Aristóteles de la acusación de haber negado en absoluto la común humanidad del libre y del esclavo. Véase también V. Tranquil’!, “11 concetto d i Iavoro in Aristotele”, L a R iv is ta T r im e s tr a le , Turín, I (1962), pp. 27-62, especialmente 53-60, con buenas observa­ ciones, pero sin referencia a la polémica que aquí nos interesa. 13 [Sobre Oviedo en relación con Las Casas véase A. Gerbi, J.a n a tu ra leza de las In d ia s nuevas, pp. 417 ss.] n Véase Leturia, “Maior y Vitoria”, pp. 66, 68-69 (texto español) y 81 (texto latino). El tratado de Mair, impreso por primera vez en 1510, tuvo una segunda edición en 1519 ( ib i d ., p. 45). Mair había utilizado el descubrimiento de América, desconocida por Ptolomeo, Plinio y todos los cosmógrafos del pasado, como argumento para no creerles nada a los antiguos: “Quare non potest ita contingere in aláis?” (ib id ., p. 59). [Sobre el pres­ tigio de Mair en la España de la primera mitad del siglo xvi da algunos indicios M. Bataillon, E ra s m o y E s p a ñ a , trad. A. Alatorre, 2“ ed., México, 1966, pp. 16-17, 464 y 687.] of

pero al declararlos siervos p o r naturaleza, los hace im p líc ita m e n te corp ore hombres ( h o rn u n cu li), en su cobardía, en sus vicios inm u ndos y tenebrosas suoersticiones, a lo cual op on e el valor, la pru den cia, la cordu ra y la p ie­ dad de los españoles.

Las Casas, que en un comienzo — cuando el padre Gregorio, uno de los primeros, invocó (1512) las teorías de Aristóteles y de Santo Tomás para

justificar la férrea servidumbre de esas “ bestias parlantes” que eran los nativos de las Antillas 76— había rechazado y menospreciado simplemente Juan Ginés de Sepúlveda, D e m ó cra ta s a lte r , o T r a ta d o s o b re las ju sta s causas de (1547; H ed., con versión española de M. Menéndez Pelayo, Madrid, 1892), 2^ ed., México, 1941, p. 84. [“Los que sobresalen por su prudencia y por su ingenio, pero no por sus fuerzas corporales, éstos son señores por naturaleza; al con­ trario, los tardos y torpes de entendimiento, pero corporalmente robustos para llevar a cabo las tareas necesarias, éstos son siervos por naturaleza..., lo cual vemos sancionado asimismo por la ley divina.”] Véase en la edición mexicana la advertencia preliminar de Menéndez Pelayo, p. viii, y la introducción de Manuel García Pelayo, quien confronta a dos columnas (pp. 21-22) los textos de Aristóteles con los de Sepúlveda. Hay en el D em ocra tes a lte r otras huellas de la tesis aristotélica, pp. 152 y 176; Aristóteles como supremo maestro, cuyos preceptos tienen validez universal, p. 68, Quizá pueda verse una alusión a la mencionada parte de ia P o lít ic a , y a su implícita sugerencia de un gobierno duro para los naturales (esclavos), en el siguiente pasaje de una carta del tristemente célebre obispo Vicente de Valverde al Emperador (20 de marzo de 1539), escrita desde el Cuzco: “De la cualidad desta tierra y de la manera de gentes y pueblos... yo escribiré muy poco a poco...; agora solamente digo que aunque se hubiera mirado mejor la P o lític a de Aristótiles en la fundación de los pueblos de cristianos, no se perdiera nada" (citado en M. Jiménez de la Espada, R e la c io n e s g e o g rá fic a s d e In d ia s , vol. I, A n te c e d e n ­ vs

la g u e rra c o n tra los in d io s

Madrid, 1881, p. xlii). R. E. Quirk, “Some Notes on a Controversial Controversy: Juan Ginés de Sepúlveda and Natural Servitude”, T h e H ís p a m e A m e r ic a n H is t o r ic a l R e v is to , XXXIV (1954), pp. 357-364, defiende a Sepúlveda sosteniendo que estaba a favor de la “servidumbre” feudal, pero no de la “esclavitud” de los naturales. Por su parte, P. Chaunu, L ’A m é r iq u e et les A m é r iq u e s de la p ré h is to ir e á nos jo u rs , París, 1964, p. 102. ve en las N uevas leyes ia victoria “de la méditation scholastique chrétienne sur l ’h u m a n is m e pagano-renaissant, sur les facilités offeTtes par la catégorie helléno-aristotélicienne appliquée aux Indiens serví a n a tu r a ". Sobre el atractivo de la ‘teoría aristotélico-sepulvediana, que descargaba en los "siervos” los trabajos duros, ingratos para hidalgos guerreros, en España como en ¡as Indias, véase Kanke, A r is t o t ie a n d th e A m e r ic a n In d ia n s , pp. 13-14. 76 HofCner, C h ris te n tu m u n d M c n s c h e n w ü rd e , p. 176. Sobre Bernardo de Mesa (1512), Juan de Quevedo (1519) y otros sostenedores de la esclavitud "aristotélica” de los indios, véase ib id ., pp. 177-182 y 226, y Salas, T re s cronista s d e In d ia s , pp. 176-179, 239-240 y 243, nota. Sobre fray José de Sigüenza y Juan de Solórzano Pereyra véase Hanke, A ris to tle , p. 92 . Voltaire parece influido por Sepúlveda cuando sostiene que “les négres sont ¡es esclaves des autres hommes” (Essai su r les m ceu rs, cap. 146; cf. Landucci, I f ilo s o fi e i selva ggi, pp. 81-82). Pero todavía en el siglo xrx hubo quienes, para defender la esclates,

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(1519) la autoridad de Aristóteles, diciendo que no era sino un pagano que I se estaba asando en el infierno, se coloca más tarde en su terreno, y admite 1 la existencia posible, pero rarísima, de esclavos por naturaleza. Sin embargo, I esto mismo le hace negar de la manera más enérgica que puedan ser tales f esclavos los indios americanos, entre los cuales se habían descubierto, mien- 1 tras tanto, naciones civilizadas y organizadas como los mexicanos y los j: peruanos. f Ahora bien, puesto que de todos modos no le hubiera sido fácil exaltar­ las dotes intelectuales o las virtudes políticas de estos indios sobre las de sus compatriotas cristianos (si bien llega a intentar esto mismo con muy buena voluntad en la Apologética historia, 1527-1550), renuncia al ataque frontal y acomete el razonamiento de Sepúlveda por los dos extremos, si así puede decirse. En efecto, niega por una parte que los indios sean fuer­ tes como esclavos, y por otra que los españoles sean piadosos y justos como señores, y de ese modo desbarata todo el sistema de argumentos del Filósofo, renovado por el apologista de la justa guerra contra los indios.

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Su blanco polémico es evidente en toda la Apologética historia ,77 y mejor aún en un pasaje de la H istoria de las Indias. Las Casas recuerda la dis­

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tinción del Estagirita y, casi traduciendo él también, indica “ las señales que tienen los siervos de natura” , y asimismo “ las señales para conocer

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los que son señores” , o sea el tener por naturaleza “ los cuerpos delicados y los gestos hermosos” .78 A nosotros, hombres de un siglo más “ deportivo” ,

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vitud de los negros, echaron mano de la teoría de Aristóteles sobre la esclavitud “natural” (Hanke, o p . c it., p. 102). En la cual se esfuerza por demostrar circunstanciadamente que los indios poseen todas las características necesarias para ser reconocidos libres s e cu n d u m S ta g irita m . Véase Hanke, La s Casas p e n s a d o r p o l ít i c o , pp. 79-84 y 93-97, el artículo del mismo, “Bartolomé de las Casas, An Essay in Hagiography and Historiography”, T h e H is p a n ic A m e ric a n H is t o r ic a l R e v ie ra , XXXIII (1953), pp. 144-147, y A. Pincherle, “La dignitá dell’uomo e l'indigeno americano”, A t t i d e l C ongresso In te r n a z io n a ie d i S tu d i U m a n is tic i, Roma, 1952, pp. 121-131, donde agudamente se ponen de relieve los motivos humanistas (y no sólo cristianos) y la copiosa experiencia de Las Casas. ts H is to r ia de las In d ia s , lib. III, cap. 150, citado por S. Zavala, “Las Casas ante la doctrina de la servidumbre natural”, R e v is ta de la U n iv e rs id a d de B u e n o s A ire s , 3?- época, II (1944), núm. 1, p. 49, el cual indica con gran acierto otras alteraciones que la doctrina aristotélica sufre en manos de los dos encarnizados polemistas, Las Casas y Sepúlveda. Se muestra sustancialmente de acuerdo, aunque con menor precisión, E. O’Gorman en su reseña del libro de L. Hanke, T h e S p a n ish S tru g g le f o r J u s tice in th e C o n q u e s t o j A m e r ic a , aparecida en T h e H is p a n ic A m e ric a n H is to r ic a l R e v ie w , XXIX (1949), especialmente pp. 567-568. Sobre la relación de estas doctrinas con las teorías de los filósofos y tratadistas políticos de la ¿poca véanse los libros del dominico V. D. Carro, L a te o lo g ía y los te ó lo g o s -ju ris ta s españoles a n te la co n q u is ta de A m é r ic a , Madrid, 1944, y el ya mencionado del teólogo Hoffner, C h r is te n tu m u n d M en sch e n x v iird e , además de

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puede hacernos sonreír esta teoría de la gracilidad como atributo señoril v cié los músculos robustos como estigma de servidumbre, pero se encuen­ tran ecos precisos de ella en Mandeville — “ robustncss is the least thing rcqtdred in an officer”— 76 y, antes de que fuera aprovechada por los de­ fensores de los pobres y débiles negros reducidos a esclavitud,80 todavía el N oble de Parini la sostenía con altivo candor: “ Vanne a’ villani — intimaba al Poeta— , e quivi troverai cotesta triviale robustezza delle membra che tu di’. A ’ miei pari si conviene troppo piú gracile e delicata complessione che tu non pensi.” 81 Ahora bien, al igual que los “ villanos” del Noble pariniano, también los “ esclavos” de Aristóteles son hombres. Y para el cristiano, todos los hom­ bres son libres e iguales, todos son hijos de Dios. Por lo tanto, a fin de jus­ tificar la servidumbre del indio, el cristiano tenía que negarle, por princi­ pio de cuentas, la calidad de hombre. De ahí los esfuerzos por considerarlo menos que hombre, o casi bestia (Acosta dirá todavía de ciertos mexicanos que “ vivían bestialmente” , y que “ es necessario enseñarlos primero a ser hombres, y después a ser christianos”).82 Pero, al razonar en tal forma, se abandonaba el terreno de Aristóteles, para el cual los esclavos ayudan como bestias, pero son indudablemente hombres. Si los indios hubieran sido bestias de verdad, el Estagirita no los habría considerado como hombres los textos citados por Hanke, A r is to tle a n d th e A m e r ic a n In d ia n s , p. 129, nota 8 (Mair, Vitoria, Palacios Rubios; sobre Mair en particular, pp. 14, 64 y 80), y por Leturia, "Maior y Vitoria”, art. cit. TS B. Mandeville, T h e B able o f th e Bees (1705-1714), Remark l ; ed. F. B, Kaye, Oxford, 1924, vol. I, p. 123. 30 “Any healthy-minded person could see that God had not created Africans for hard work...; the Divine Governor of the Universe had placed Africans in easy tropical surroundings and fitted them only for Iight employment”, escribía en 1783 Benjamín Rush, citado por D. J. D’Elia, “Dr. Benjamín Rush and the Negro”, J o u r n a l o f t h e H istory o f Id ea s, XXX (1969), p. 418. Se sabe, sin embargo, que también Las Casas admitió la esclavitud de los vigorosos negros con tal de salvar de fatigas a los extenua­ dos indios. S1 G. Parini, “Della nobiltá”, en sus P ro s e , ed. E. Bellorini, Barí, 1915, vol. II, p. 32, clara derivación del prejuicio de que un noble perdería su nobleza si trabajara con sus manos (G. Gusdorf, L ’A v é n e m e n t des Sciences h u m a in e s a u sié cle des la m ie re s , París, 1972, p. 144). No encuentro nada sobre este pasaje en los estudios de C. Colicchi, I I "D ia lo g o sopra la n o b iltá ’’ e la p o lé m ic a socia le d i G. P a r in i, Florencia, 1965 (en el texto crítico, publicado en apéndice, ni siquiera figura el pasaje), y de L. Poma, S tile e societá n e lla fo rm a z io n e d e l P a r in i, Pisa, 1967, pp. 61-82: véase el texto del diálogo, pp. 95-129, donde el pasaje figura en la llamada "redacción B”, §§ 40-41, pero donde se dice ambiguamente que “nessun altro mérito, quale la forza física..., il nobile puó armoverare” (p. 71). 82 H is to r ia n a tu r a l y m o r a l, VII, 2 (ed. cit., p. 453). Acosta, por lo demás, rechaza la teoría aristotélica de la servidumbre natural (Hanke, A r is to tle , p. 89).

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ni, por consiguiente, como siervos. Si son hombres, ninguna argucia de teólogo puecle hacerlos esclavos por naturaleza. A pesar de todo, la rancia tesis reaparecía poco después (1600), por ob­ vias razones económicas, en la pluma de un tal Alonso de Oñate, portavoz de los propietarios de minas de la Nueva España. Los indios, decía Oñate, pueden llamarse esclavos de los españoles: según la doctrina de la Política de Aristóteles, aquellos que deben ser mandados y gobernados por otros pueden llamarse esclavos suyos; por esta razón, la naturaleza ha formado el cuerpo de los indios de tal manera que tengan fuerzas para el “ servicio personal” , mientras que los españoles son de constitución delicada y fueron dotados de prudencia y sagacidad, de tal manera que puedan “ tratar la po­ licía y urbanidad” .83 Pero, a pesar de todas esas especiosas argucias, la antítesis aristotélica “ libre-esclavo” no coincidía con la antítesis cristiana “ hombre-bestia” . El esfuerzo por armonizarlas, por aplicar las teorías de Aristóteles a un pro­ blema radicalmente nuevo, a una situación y a unos términos totalmente transformados por el cristianismo, produce también en este terreno singu­ lares y confusas complicaciones. La rápida pincelada antropológica de Aristóteles, limitada por un “ pa­ rece” y por la inmediata reserva de posibles excepciones (pero reforzada indirectamente por el desprecio con que el Filósofo trata siempre a los pueblos primitivos y salvajes),84 se convierte para Las Casas en un criterio perentorio de discriminación. A l verla empuñada como arma por sus adver­ sarios, él la hace suya, la esgrime sin examinarla de cerca, y se esfuerza obs­ tinadamente en revolverla contra ellos.85 Con la impetuosa imprudencia tan característica de él, empeñado como está en salvar la libertad legal de los indios, rebaja y vilipendia sus capacidades físicas. El buenísimo Las Casas no imaginaba que sus cándidas apologías del miserable, débil, lánguido e inocente indio se resolverían, al cabo de dos siglos, en “ pruebas” de la corrompida y degenerada naturaleza de los ameri­ canos. N o sospechaba que Voltaire, por ejemplo, uno de los continuadores de su campaña humanitaria, malinterpretaría sus bases lógicas hasta el s?, “Parecer de un hombre docto... cerca del servido personal de los indios..., pre­ sentado a la magestad católica [Felipe III] por don Alonso de Oñate” (Madrid, 1600), citado por J. H. Elliott, T h e O íd W o r ld a n d th e N e w , 1492-1650, Cambridge, 1970, p. 44. La misma tesis es repetida de paso por Antonio de León Pinelo, E l P a ra ís o en e l N u e v o M u n d o (1650), ed. de Lima, 1943, vol. II, p. 5. Sí Véanse los pasajes citados por Lovejoy y Boas, P r im it iv is m a n d R e la te d Id ea s in th e A n t iq u it y , pp. 177-180. 85 Landucci, I f ilo s o f i e i s e lv a gg i, p. 94, no es el primero en observar que el contraste entre Las Casas y Sepúlveda no se refería a los principios: “l’accettazione dclla dottrina aristotélica era comune ad entrambi gli antagonista".

erado de escribir que el filantrópico fraile presenta a los americanos “ comme des hommes doux et timides, d’un tempérament faible qui les rend naturellement esclaves” ; 86 y que, por el contrario, un nuevo defensor de los americanos, el padre Clavigero, insistiría con orgullosa satisfacción en su robustez de ganapanes.37 L o cual nos muestra cómo, en manos de sus apologistas, el indio (como cualquier otro objeto de apasionada defensa o exaltación) 38 varía de cualidades físicas y muda de naturaleza, y pierde o renueva sus fuerzas, de acuerdo con las exigencias de la polémica. Por lo demás, conviene no olvidar que la misma sencilla palabra “ sal­ vaje” no era, a comienzos del siglo xvi, una etiqueta neutra. Estaba ya car­ gada de atributos espirituales negativos y de dotes físicas positivas. Los “ hombres salvajes” o N aturm enschen que con tanta frecuencia figuran en las leyendas, en el teatro y en la literatura de la Edad Media, especialmente en la Europa septentrional, y cuya imagen suele aparecer en miniaturas al margen de los manuscritos, esculpida en los capiteles, cincelada o pintada a uno y otro lado de los escudos de armas, tallada en cofres y arcas y bor­ dada de mil colores en la gloria de los tapices, eran seres feroces, fornidos y vellosos, faunescamente lúbricos, que habitaban en lo más tupido de los bosques y en antros cavernosos; eran ciertamente creaturas subhumanas, pero bien distintas de los monos y de las demás bestias. Muchas de sus características vuelven a encontrarse en el retrato conven­ cional de los “ salvajes” descubiertos en el Nuevo Mundo. A mediados del siglo xvi, varias veces figuraron auténticos aborígenes de las selvas ameri­ canas en fiestas, cortejos, mascaradas y solemnes representaciones, tal como en el siglo anterior había sido de rigor que figuraran personajes disfrazados de “hombres salvajes” .89 Y la más alta representación poética de uno de esos 86 Voltaire, Essai s u r les m ceu rs, cap. 148. Un eco de estas palabras parece resonar en la observación del e m ig ré Baudry des Loziéres (ca. 1800), acérrimo crítico de los salvajes y frío apologista de la esclavitud: “le mot d’esclave, dans les colonies, ne signifie que la classe indigente, q u e la n a tu re s e m b le a v o ir créée p lu s p a r tic u lié r e m e n t p o u r le t r a v a il" (citado por F. Baldensperger, L e M o u v e m e n t des idées dans l'é m ig r a iio n jrangaise, París, 1924, vol. I, p. 107; el subrayado es mío). No es quizá sino un eco verbal, pero tiene un sentido profundo y amargo: a dos siglos y medio de distancia, el aristo­ crático “reaccionario” hace suyo el razonamiento del defensor de la servidumbre de los indios, Sepúlveda. 87 Véase in fr a , p. 256. 88 También los pieles rojas sirvieron indiferentemente para la propaganda de los jesuítas y para la polémica antirreligiosa de los racionalistas (c£. Kennedy, Jesuit and Savage, pp. 180, 182 y 186). 89 Véase G. Chinard, L ’E x o tis m e a m é ric a in dans la litté r a tu r e fra ncaise au x v i « siécle, París, 1911, pp. 105-107; R. Bernheimer, W il d M e n in th e M id d lc. A ges, Cambridge, Mass., 1952, pp. 69-71; Montaigne, Essais, I, 31 (ed. cit., pp. 221-222). “A strange pictorial treatment of «Indians» in costumes and with accouterments suggesting a Renaissance

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brutos lujuriosos, Calibán, aúna los rasgos del “ salvaje” medieval con los del indio americano. “ Do you put tricks upon us — le dice el borracho Estéfano— w ith savages and m en of Inde?" 90 Nos podemos preguntar incluso si la típica tortura-castigo norteameri­ cana de tarring and feathering a la víctima, o sea de desnudarla, embadur­ narla de brea y recubrirla de plumas, en boga hacia los años de 1770,91 no habrá tenido un significado ritual de ludibrio, si no habrá representado una simbólica “ vestición” de hombre selvático.92 Cierto es que en el HopFrog de Poe (1846) — inspirado en el trágico Bal des Ardents (1392), que fue una mascarada de hombres selváticos, y que inspirará a su vez la deliran­ te obra maestra gráfica de James Ensor (1898)— , después de que el rey y los ministros fueron “ saturated with tar” , hubo inmediatamente alguien que “ suggested feathers” .93 Y las “plumas” siguieron siendo un atributo proverbial del semidesnudo salvaje americano. “ Such of late / Columbus found th’ American, so girt / with feathered cincture, naked else and wilde” . . .94 A fines del siglo x v iii , va todo cubierto de plumas multicolores el más dulcemente canoro de los primitivos, el asustadizo, inocente, glotón y gallardo Papageno (Die Zauberflote, 1791).95 Y todavía en nuestros tiem­ pos, en los tapices neogóticos de Jean Lurcat, el hom m e sauvage va vestido de plumas relucientes y no de vellos hirsutos.98 Frente a tantos indicios de convergencia y de contaminación de las dos figuras simbólicas, asoman a la mente otras sutiles dudas. T a l vez los autores que llamaron “ degenerados” a los moradores origicarnival”, en Josef Benzing, “Die Indianerbordüre und ihre Nachschnitte, 1518-1521”, Archiv für Geschichte des Buchwesens, II (1960), pp. 742-748, citado por H. M. Jones, O Sírange New World, Nueva York, 1964, p. 401. [En el catálogo L ’Amérique vue par l’Europe véanse sobre todo los núms. 5, 14 y 96-105. En el núm. 105 se ve al Duque de Guisa disfrazado de “Roy Amériquain”, tal como participó en el carroussel de 1662.] Shakespeare, The Tempest, II, n. Véase todo el interesante estudio de Bemheimer

citado en la nota anterior, especialmente pp. 3, 5, 11, 20, 83, 107 y 115, y el artículo de A. De Waal Malefijt, “Homo Monstrosus”, Scientijic American, octubre de 1968, pp. 112-118. sr Véase el Oxford English Dictionary, sub voce, y H. L. Mencken, The American Languags, Supplement One, Nueva York, 1945, pp. 204-205. 92 Cf. Bernheimer, Wild Men in the Middle Ages, p. 83. 32 E. A. Poe, The Works, Londres-Filadelfia, 1895, vol. III, p. 170. 94 Milton, Paradise Lost, IX, 1115-1117. [Es irresistible el recuerdo de Góngora, Soledad segunda, 779-780: . .al preciosamente Inca desnudo / y al vestido de plumas Mexicano”.] 95 Cf. E. Bahr, “Papageno: The Unenlightened Wild Man in Eighteenth-Century Germany”, en Dudley-Novak (eds.), T h e W il d M a n W it h in , pp. 249-257. 96 Véase J. Roosval en Erasmus, VII, núms. 7-8 (abril de 1954), p. 222, el cual recuerda también cómo en la Majestas Domini de Gerard David, en el Louvre, se ven dos ange­ litos “on both sides of God the Father, one covered with Soft hair, the other with small feathers”.

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nales de América recordaban que también aquellas míticas fieras de la Eclad Media habían “ caído” en su miserable estado, y no se habían levan­ tado hasta él desde una condición aún más animalesca. Y tal vez el siempre r e n o v a d o estupor de los europeos ante la impubertad de los americanos nacía igualmente del contraste entre el aspecto real de esos salvajes trans­ atlánticos y la imagen corpulenta, velludísima y osuna de los seres fantás­ ticos a quienes tantas representaciones figurativas y literarias habían vuelto familiares.97 Así, pues, de la falta absoluta o relativa de vello se seguía no sólo fácil, sino obligatoriamente, el corolario de que los lampiños americanos tenían que ser también débiles e impotentes. Del bíblico Sansón en adelante, ha quedado asociada con el pelo y los vellos la idea de vigor físico y de esa específica potencia que les falta a los glabros eunucos y que no debiera manifestarse en los tonsurados.98

No hay para qué meterse aquí en la historia de la barba, desde el Misopogón o desde el Cid hasta Fidel Castro, pero es un hecho que la pelam­ bre del rostro ha estado durante largo tiempo, por lo menos entre los europeos civilizados, en estrecha asociación con la gallardía corporal y en concreto con la potencia viril (¿quizá porque ésta se inicia con la puber­ tad?). En el siglo xvn, Saímasio dedicó al asunto una prolija discusión, en la cual niega que el arreglarse o cortarse el pelo sea ex natura, pero reconoce que todos los pueblos guerreros y agresivos son peludos.99 Pero también un epígono tardío del abate De Pauw, el profesor Corrado Gini, comentando su tesis de que ‘TAmerica é stata in certo senso sfortunata” , debido a que “ per molto tempo” sus gentes “fu ro n o ... dal punto di vista biológico arretrate rispetto a quelle degli altri continenti” , niega a la pilosidad todo valor de indicio: “ Si é con sérvala l’idea che l ’uomo peloso sia uomo forte. Questo é detto nei proverbi latini e questo é ancora impresso nella mentalitá degli asiatici. I cinesi — riferiva un medico missionario che é stato tra essi molto tempo e che si é occupato di queste questioni— sentono un complesso di inferioritá. rispetto agli europei per il fatto che il loro sistema peloso si sviluppa piú tardi. Efíettivamente non vi é nessuna ragione per credere che gli attuali uom ini pelosi siano piü forti; , gli atleti che noi vediamo trionfare nelle gare non sono affatto degli uomi­ ni pelosi. Questa impressione é verosímilmente un ricordo del tempo in cui esistevano gli ominidi o preominidi pelosi del tipo dell’uomo delle 97 Cf. Blanke, Amerika im engliscken Schrifttum, p. 227. 98 Véase Bernheimer, Wild M e n , p. 10; y G. R. Taylor,

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History, Londres,

1953, pp. 234 y 255. 99 Landucci, / filosofi e i selvaggi, pp. 36-37 y 52-53, donde se recuerda que la dia­

triba nació de un par de versículos de San Pablo, I Corintios, XI, 14-15.

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EL CLIMA Y LA ESCLAVITUD

nevi, i quali erano, e dove sopravvivono tuttora sono dotati, a quanto pare, % di una lorza straordinaria.” 100 * Un “ salvaje no peludo era, pues, una paradoja andante: tanto más * cuanto que las salvajes, en cambio, exhibían en el Nuevo Mundo aquella misma lascivia que había caracterizado a las hembras selváticas de la Edad i M edia europea.101 I La dificultad de definir y calibrar al ambiguo indio americano se hace manifiesta en las fatigosas y contorcidas construcciones conceptuales que hemos evocado. El

c l i m a y l a se r v id u m b r e n a t u r a l

Por otra parte, con esos alegatos semiteológicos en torno a la servidumbre o libertad natural de los indios se entretejían las teorías pseudocientíficas acerca de la influencia del clima, factor que por sí solo, según ciertos autores, hubiera sido suficiente para predisponer a la esclavitud a los naturales del continente americano. La idea de usar el termómetro y el higrómetro como cánones interpretativos de la historia fue cultivada, como se ha visto, hasta comienzos del siglo xtx, con ingeniosas modulaciones sobre el tema de Montesquieu, el cual admitía una predisposición a la esclavitud natural en los países cálidos y admiraba la libertad que florecía entre el frío y el h ie lo ;102 pero ya desde el siglo xvi se había tratado de reforzar con ese concepto empírico los argumentos de quienes negaban a priori a los americanos el privilegio de ser libres. El clima del Nuevo Mundo era, en general, más caliente que el europeo. Los indios, en consecuencia, debían ser doblemente esclavos por naturaleza: porque eran fuertes, como los siervos natos de Aristóteles, y porque habitaban regiones de clima enervante: en resumen, porque eran robustos y feroces, y porque eran endebles y mansos. La justificación físico-climática de la esclavitud, que se remonta al propió Aristóteles y a Ptolomeo, volvió a ser adoptada en la Edad Media por Santo Tom ás 103 y de manera más decidida en el De regimine principum ioo C. Gini, “ Le migrazioni nella preistoria e nella storia e il popolamento de! contíllente americano”, R iv is ta d i P o lít ic a E c o n ó m ic a , L II (1962), pp. 1403-1404. Véase in fra , p. 324. im

Bernheimer,

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p. 34. [Véanse casos de esta lascivia femenina en Gerbi, pp. 57 (nota 49), 65, 129 y 413 ss.] XV, 7-8; XVII, 2.

M en,

L a n a tu ra le z a d e las In d ia s n uevas, 102 D e l'e s p r it des lo is,

III, 81 (ed. de Roma, 1894, p. 406): “ Inter ipsos homines ordo invenitur.. .: illi... qui sunt inteliectu deficientes, corpore vero robusti, a natura videntur instituti a e , Pp. 137-148]. Sobre la convergencia del internacionalismo cultural de la C o m p a ñ í a d e Jesús con el orgullo “nativo” de los expulsos véase M, Picón Salas, D e la c o n q u i s t a a la in d e p e n d e n c ia , México, 1944, pp. 166-180, y Batliori, E l a b a te V is c a rd o , p . 8 3 . ■

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SEGUNDA FASE DE LA DISPUTA

Los

JESUITAS ESPADOLES:

E L PADRE N U D Í U T IL IZ A A D e P A U W

Así, pues, es claro que con respecto al problema de América tenía que ser diversa la actitud de los jesuítas desterrados de España y la de los expulsados de los virreinatos ultramarinos: firmes los primeros en la exal­ tación de la metrópoli, y por ello mismo prontos a aceptar para sus con­ veniencias polémicas algún argumento depauwiano, aunque por lo demás atacaran al autor como enemigo de España; decididos los segundos a recha­ zar globalmente las calumnias del abate prusiano y a sospechar, incluso, que estas calumnias le fueron sugeridas por españoles. T a l es la suerte común de los escritores que mayores pretensiones tienen de originalidad y de novedad paradójica: ser utilizados indiferentemente por este o aquel movimiento político. En castigo ejemplar de su impertinencia, se ven cons­ criptos por la fuerza en los batallones de la propaganda. De la primera actitud, la de los jesuítas españoles, es ejemplo insigne el padre Juan Nuix. Más de diez años habían pasado desde la publicación de las Recherches philosophiques sur les Américains cuando él, después de interrogar en Italia a más de cien jesuítas americanos,190 escribía sus lúci­ das, pero no demasiado imparciales, Riflessioni imparziáli sopra Vumanita

degli Spagnuoli nell’Indie, contro i pretesi filosofi e politici, per serviré di lum e alie storíe dei signori R aynal e Robertson (Venecia, 1780). Durante el tiempo transcurrido, el veneno de De Pauw se había ido transmitiendo a los escritos mucho más difundidos y autorizados del abate Raynal y del reverendo Robertson, pero el jesuíta hispano, aunque ataca en primera línea a estos dos — con algún respeto para el escocés, sin ninguno para el francés— , no pasa en silencio a Marmontel, aceptador ingenuo de cuanto dice Las Casas, ni a De Pauw, el cual es mencionado de manera explícita, entre los autores que recientemente han tratado de manchar la buena fama de España, por el hermano de Nuix, José, en su prefacio a la traducción castellana de las R eflexiones, publicada en 1783 en Cervera.191 i»° Asi lo dice al comienzo de la edición citada en seguida, pp. 6-7. Sobre Nuix véase el artículo de Ezquerra, "La crítica española sobre América en el siglo xvm”, pp. 232-235. ísi Cito algün pasaje de esta traducción, que apareció después de otra de Madrid, 1782, debida a don Pedro Várela y Ulloa, que le añadió algunas notas. La versión de José Nuix contiene cosas que faltan en la edición original italiana, en la cual, por ejemplo, no se menciona nunca a De Pauw. Sobre estas dos traducciones y sobre la fortuna de la obra, aplaudida en Italia y en Francia (versión francesa, Bruselas, 1788), pero que todavía en 1783 era desconocida en España, véanse las cartas cruzadas entre fray José Vega y Sentmanat y Juan Antonio Mayáns, 5 y 12 de agosto de 1783, en Revista C ritica de H is to ria y L ite ra tu ra Españolas, Portuguesas e Hispano-Americanas,

VI (1901), pp. 103 y 105.

EL PADRE JUAN NUIX

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De hecho, la tesis del padre N u ix es de carácter meramente histórico, y no físico-geográfico. T o d o su libro, comenzando por el título — de tan fuerte sabor urbanamente jesuítico y dieciochescamente filantrópico— , apunta no sólo a limpiar a los españoles de la acusación de crueldad para con los indios de América, sino también a demostrar que fueron mucho más humanos que los humanitarios del siglo xvm . Encontraron que los indios eran débiles, sí, pero supieron “ rendere di quella debolezza una ragione piú giusta, che non alcuni de’ recenti filosofi” : 182 la atribuyeron a la escasa y mala alimentación, no a irremediables inferioridades orgáni­ cas. Y fueron más humanos también en el juicio: “ non si é sentito mai in Ispagna quello che tranquillamente si sente nelle altre partí, cioe quell ’Infame paragone de’ Selvaggi con le Bestie” .193 Por consiguiente, los in­ dios deben considerarse dichosos de haber sido descubiertos y sometidos precisamente por los españoles, y no por esos filósofos que tan atolondra­ damente los critican: “ O infelici Americani, se nell’opinione degli SpaM! Riflessioni im parziali, p. 131 (y traducción de José Nuix, p. 219). A causa de este hispanismo á outrance (que incluye una buena dosis de antisemitismo: R iflession i, pp. 190-191), Nuix, tachado de odioso sofista por Humboldt (Essai p o litiq u e sur Pile de Cuba, París, 1826, vol. I, p. 153, nota 1), y al cual la Universidad de Salamanca negaba la "aprobación” solicitada el 24 de diciembre de 1784 (¿quizá porque Nuix era jesuíta?: véase A. Benito y Durán, “La Universidad de Salamanca y la apología de la H u m a nid ad de los españoles en las Indias del P. Juan Nuix”, Revista de Indias, XIV, 1954, pp. 546547), era admirado por Menéndez Pelayo, el cual deploraba que su obra hubiera caído en completo olvido (H is toria de los heterodoxos españoles, vol. VI, p. 190, y Estudios y discursos de critica histórica y litera ria , Santander, 1942, vol. IV, pp. 29 y 90-91), y reivin­ dicado y exaltado por J. Juderías, L a leyenda negra, Barcelona, 1917, pp. 312-313. Verdad es que hasta un denodado paladín de España como Rómulo D. Carbia (H is to ria de la leyenda negra, pp. 212-215) encuentra que la "imparcialidad” del padre Nuix deja mucho que desear (sobre lo cual véase, ad abundantiam , L. Hanke, “The R e q u e rim ie n to and Its Interpreten”, Revista de H is to ria de A m érica , 1938, núm. 1, p. 31; Rosenblat, La población indígena de Am érica, p. 15, nota 1; M. Batllori, “L ’interesse americanista nell’Italia del Settecento: il contributo spagnolo e portoghese”, Q uaderni Ib e ro -A m e rica n i, Turín, 1952, nüm. 12, p. 167). No estará de más observar que en 1944, en el clima político de la España franquista, con su slogan de “Hispanidad”, pareció oportuno reeditar las R eflexiones, con el título abreviado de La hum anidad de los españoles en las Indias (Madrid, 1944, 2 tomos) y un prólogo apologético de C. Pérez Bustamante (cf. reseña en Revista de Indias, V, 1944, pp. 539-544); y todavía en 1963 el venerable y venerado don Ramón Menéndez Pidal [E l padre Las Casas: su doble personalidad, Madrid, 1963) adoptaba los argumentos de Nuix para desbaratar el testimonio del obispo de Chiapa: véase L. Hanke, “More Heat and Some'Light on the Spanish Struggle for Justice in the Conquest of America”, T h e Híspanle Am erican H istórica l Review , XLIV (1964), p. 327. ¡Nueva prueba de lo mal extinguidas que están las polémicas cuyos incunables estamos rastreando! 193 Riflessioni, p. 298 (y trad. de José Nuix, p. 471).

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SEGUNDA FASE DE LA DISPUTA

gnuoli, foste, tali, quali -pretende i l . Robertson,, ed altri Filosofi!” 184 Éstos han negado a los americanos todos los ;bienes del entendimiento, todo criterio moral, convirtiéndolos en niños imbéciles, o en bestias, para las cuales está justificada la esclavitud. . > N u ix defiende, pues, a los naturales de las Indias, pero no porque tenga por ellos simpatía alguna. N o hay en él otro interés que por sus muy amados castellanos.195 Los indios, “ uomini i piü poltroni che mai si siano veduti nel mondo” ,196 no son sino un espejo en que refulgen más espléndidas las virtudes y las glorias de los reyes y capitanes de Castilla.197 Se comprende, así, que frente a De Pauw el padre, N uix tenga una acti­ tud doble. Por un lado, lo vitupera del mismo modo que ; a los demás denigradores del buen nombre de España, y se esfuerza en refutar la “te­ meraria” acusación de que España pagaba un salario a los perros cazadores de indios, o la imputación hecha a Sepúlveda de haber permitido la escla­ vitud y el exterminio de los aborígenes de América.198* Era ésta la actitud 194 R ifless ion i, p. 303. En nota a la trad. de José Nuix (p. 479) se cita "el autor de las R echerches etc.”, o sea, discretamente, De Pauw. ¡ 195 Pero no hay que acusarlo de exagerado patriotismo. Él es catalán, y “forse, tra que’ famosi Venturieri .delle. Conquiste, non vi fu neppure un Catalano” (Riflessioni, p.'4). Sin embargo, el padre Sommervogel (B ib liq th é q u e de la C om pagnie de Jésus, Bru­ selas-París, 1894, vol. V, p. 1836) afirma que. nació en Tocá, en Castilla, la Vieja (1). 196 R iflession i, p. 82 (eco de Robertson).

197 Otro jesuíta deportado en Italia, Mariano Llórente, hace suya esta tesis (con citas expresas de. las R ifless ion i, pp. 42-44, 47, 68 y 75-76) en su Saggio apologético degli s to r ic i.e co n q u ista tori spagnuoli d e ll’A m e rica , Parma, .1804, donde entabla polémica con las indagaciones vespuccianas de Francesco Bartolozzi (1789) y con sus juicios despectivos sobre los historiadores españoles, pero incidentalmente también con Raynal (pp. 47-48 y 61-63), Robertson, Marmontel y sobre todo Las Casas. Buffon, popularísimo y respe­ tado en España (véase Sarrailh, L a España ilustrada, sobre todo pp. 460-463), es citado en las pp. 81-82,por su elogio de los misioneros. Sobre otros jesuítas que emprendieron la defensa de España, incluso en contra de sus correligionarios americanos (como Clavi­ jero), véase Batllori,.“L’interesse americanista...”, p... 167. ... 198 R eflexion es, trad. de José Nuix, pp. 394 y 473-474. La primera acusación, abundan­ temente probada por el primer cronista de las Indias, Pedro Mártir (Décadas del N uevo M u n d o , III, 1 y 2; ed. cit., pp. 208-209 y 223-224) y por un testigo ocular como Oviedo (H istoria general y natural, XVII, 23; XXIX, 3;, ed. cit., vol.-I, p. 547, y vol. III, pp. 9-10 [v véase Gerbi, L a naturaleza, de. las Indias ..nuevas, pp,, 385-387]), fue repetida por Las Casas, por Montaigne (Essais, II, 12; ed. cit., p. 445) y por Bramóme (Le Moine, L ’A m é riq u e et les poétes franqais, p. 22), resucitada en el siglo xvm por Voltaire, por Marmontel y por Raynal, y admitida y deplorada hasta por un apologista de España como el padre Moxó (sobre el cual véase in fra , pp. 375-376) en sus Cartas mexicanas. . •. escritas en 1805, pp. 140-141. Pero todavía después de 1622 un colono de Virginia su­ gería, entre los medios de exterminar a los indios, "pursuing and chasing them with. our horses and blood Hounds to draw after them, and Mastives to teare them”; citado por G. B. Nash, “The Image of the Indian in the Southern Colonial Mind”, en Dudley/

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EL PRIMER IMPUGNADOR AMERICANO

misma d e .la Inquisición ?dé España, la cual, >después. de que e l . l i b r o d e pe Pauw era puesto, en el Indice ,de. libros prohibidos (31 d e e n e r o d e 1777), lo juzgaba (28, de agosto del, mismo año) “ lleno de i n j u r i a s a : l a Nación Española, principalmente a los conquistadores, tratán d olos a é s t o s y a todos de bárbaros, ladrones, crueles, inhumanos” ,189 es decir, c o n d e n a b a también ella sus tesis histórico-políticas, de ninguna manera o r i g i n a l e s , y no las físico-geográficas, escandalosamente nuevas y extremas.200 ( T o d a v í a en nuestros días, Carbia201 trata a De Pauw sólo como exponente t a r d í o d e las acusaciones lanzadas: a los conquistadores y pobladores e s p a ñ o l e s , y apenas alude a sus tesis de la degeneración de Am érica.)202 Pero otras veces el padre N u ix encuentra más conveniente, v a l e r s e d e De Pauw,. ora (como se ha visto) para colocar bajo una m e jo r l u z , e n contraste con su cinismo, la benigna; humanidad ibérica, ora. l l a m á n d o l o como testigo ex campo adverso de las buenas cualidades de lo s e s p a ñ o l e s o de las malas cualidades de otros colonizadores.203 El incauto N u i x d a b a así el primer ejemplo de esa utilización, de De Pauw ad.m aiorem H i s p a n i a e gloriam que acabará por hacerlo doblemente sospechoso ;y m a l q u i s t o , a. l o s criollos en, lucha con .la madre patria.

■. ,

E l primer im pugnador am er icano de D f. P a u w

,

r



Mucho más importantes,, naturalmente, son las reacciones de l o s j e s u í t a s americanos^ Ellos eran casi la vanguardia de la cultura criolla, y s u s a p o Novak (eds.), T h e W ild M an W ith in , p. 71. Esta cacería era recomendada a ú n e n 1703 (Pearce, T h e Savages o f A m erica , p. 23), y el consejo era seguido, por lo v is t o , p u e s t o que a fines' del siglo un admirador de los frontiersm en norteamericanos ‘ r e f i e r e f r í a ­ mente que “ces Amáricains ont- tíressé des chiens de race anglaise p o u r-la c h a s s e d e s sauvages”, etc. (Brissot de Warviíle;. N ouveau voyage dans les É ta ts -U n is, F a - r í s , . 1791, vol. II, p. 428, nota). ■ , ;so Archivo Histórico Nacional, Madrid, Papeles de In q u is ició n , legajo 4465, n ú m . 4, citado por Hanke, “The R e q u e rim ie n to and Its Interpreters”, p. 30, nota 7. L a I n q u i ­ sición de España condenaba las Recherches en 1787 (Defourneaux, L ' I n q u i s i t i o n e s p a t gnole et les livres frañfais, p. 174); la de México las censuraba (P érez-M arch an d , D o s etapas ideológicas, p. 170, nota 2), y la de Lima las mandaba secuestrar (J. T o r r e R e v e llo , “Libros procedentes de expurgos en poder de la Inquisición de Lima en 1813” , B o l e t í n del In stitu to de Investigaciones H istóricas, Buenos Aires, XV, 1932, p. 342). 200 Análoga fue la actitud de España para con Raynal, condenado por su a n t i h i s p a ­ nismo y su tolerantismo (Defourneaux, L 'In q u is itio n , p. 113). 201 H is toria de la leyenda negra, pp. 134-139. 202 Ib id ., p. 134, nota 194. 2°3 Véanse por ejemplo las R eflexiones, trad. de José Nuix, pp. 345 (n o t a ) , 4 2 0 y 486-487.

SEGUNDA FASE DE LA DISPUTA

EL PADRE CLAVIGERO

logias, aunque limitadas de ordinario a la región de donde habían salido — de México procedía el padre Clavigero, de Chile el padre Molina, del reino de Quito (hoy Ecuador) el padre Velasco— , fueron adoptadas y re­ petidas por sus paisanos cuando también a América llegaron los ecos de

casi simbólico que precisamente el gran Revillagigedo, cuando aún viajaba con fines de estudio por Europa, haya sido el primer “ americano” que protestó contra las acusaciones de Buffon y De Pauw? ¿Y no hay un .sabor de ironía en el hecho de que precisamente el cocinero que se llevó con­ sigo de Europa, el francés Jean Laussel, se hiciera pescar por la Inquisición de México, la cual le confiscó (1794) varios libros, entre ellos una “ Memo­ ria interesante para la especie humana, con una disertación sobre la Am é­ rica y los Americanos” , que es a todas luces un ejemplar de las funes­ tísimas Recherches ? 206

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De Pauw. Pero el primer americano que reaccionó contra las Recherches no fue ninguno de ellos. A los jesuitas precedió, por un decenio, otro polemista, completamente desconocido como tal, si bien famosísimo por otros títulos.' Refiere Dom Pernety, en 1771, con acento de satisfacción (y con su habi­ tual estilo fatigoso): “ Mr. le Comte d’Orcassidas Créole, fils d’un Viceroi du Mexique, Majordome du R o í d’Espagne, actuellement á Berlin, par continuation d’un voyage par toute l ’Europe, entrepris pour son instruction, ayant vécu assez longtemps au nouveau Monde, qu’il a presque tout parcouru, dans la méme intention, est une preuve vivante contre M. de P. II en a lu les Recherches philosophiques et la Déjense: il a déclaré, et dit encore á qui veut l ’entendre, que leur Auteur s’est trompé presque sur tous les anieles, particuliérement sur ceux dont il fait la base de son hypothése.” El conde ha visto por lo menos cien mil indios, del Norte y del Sur, y en todas partes ha encontrado a los hombres muy bien do­ tados de ardor sexual ("extrémement enclins pour le sexe”), y no ha visto a uno solo con leche en las tetillas; poca barba, sí, porque se la rapan; y fuertes, en suma, de cuerpo y de espíritu. Las frutas europeas son en Amé­ rica mejores que en Europa. Y los animales de especies afines llegan en el Nuevo Mundo a tal perfección, que el padre del conde envió algunos ejemplares al rey de España, “ pour essayer de m ultiplier en Europe une si belle race” .204 , ¿Y quién era este “ Comte d’Orcassidas”'? Era Juan Vicente de Güemes I Pacheco de Padilla, hijo primogénito de Juan Francisco de Güemes y Hori casitas, conde de Revillagigedo, virrey de México de 1746 a 1755. Juan ( Vicente, nacido en 1740, había hecho carrera militar en España, y más tarde, entre 1789 y 1794, con el título de segundo conde de Revillagigedo, fue a su vez virrey de México: “ un gran virrey, uno de los más grandes que tuvo la Nueva España” , el que renovó la ciudad de México, mandó explorar las costas del Pacífico hasta el estrecho de Behring, y con infa­ tigable energía mejoró la administración, la educación, la hacienda pú­ blica, las comunicaciones, la defensa y la economía de su país.205 ¿No es Pernety, Exam en des Recherches, v o l. II, pp. 524-526. so» Madariaga, Cuadro h istórico de las Indias, p. 748. C£. los elogios de C. H. Haring, T h e Spanish E m p ire in A m erica , Nueva York, 1947, p. 129. Un hermano de Juan Vicente, llamado Antonio María, recibió también de manos de Carlos. III el título de conde y siguió la carrera diplomática. 204

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Los je s u ít a s a m e r ic a n o s : e l p a d r e C la v ig e r o Pero el segundo conde de Revillagigedo no nos dejó ningún escrito acerca del asunto. Les correspondió a los jesuitas prófugos redactar los primeros alegatos en defensa de América.207 El más extenso y particularizado de esos alegatos es la voluminosa H istoria antigua de M éxico del padre Fran­ cisco Javier Clavigero, que, publicada primeramente en italiano, en cuatro gruesos volúmenes (Cesena, 1780-1781), era leída inmediatamente por Gibbon 208 y no tardaba en ser reimpresa, traducida a varias lenguas y difun­ dida por ambos mundos, hasta el punto de que Prescott podía escribir que, no obstante su prolijidad y la abundancia de híspidos términos mexicanos, esa Historia creó casi un “ interés popular” por la arqueología azteca.209 206 Spell, Rousseau in the Spanish W o rld , p. 219, no identifica ese libro con las Recherches de De Pauw, cuyo subtítulo es M ém o ires intéressants p o u r servir á l ’histoire de l’espéce hum aine.

207 Poco tiempo después, un hombre de gobierno no inferior a Revillagigedo, Thomas Jefferson, se ponía al lado de los jesuitas y publicaba en París la primera defensa de la América del Norte (véase in jra , pp. 315 ss.). También en México, en Puebla de los Ángeles, se había publicado el primer escrito americano sobre J.-J. Rousseau contra Rousseau, mejor dicho— : la O ración vindica tiva del h o n o r de las letras y de los literatos (1763), obra de fray Cristóbal Mariano Coriche, dominico cubano (Spell, R o u s s e a u ..., PP- 34-36). 208 T h e English Essays, pp. 314 y 575. 209 W. H. Prescott, H istory o f the Conquest o f M é x ico , libro I, cap. 2, al final; ed. de Nueva York, 1936 (Modern Librarv), p. 35. Cf. también Ampére, Prom enade en A m é ríque, vol. II, pp. 316 y 364. Francisco de Miranda (que criticó ásperamente a Raynal) compró en Roma la Storia de Clavigero para hacerla traducir en Inglaterra, y en 1787 le obsequió un ejemplar al príncipe Potemkine (W. S. Robertson, L a vida de M ira n d a , P- 463). Una edición inglesa, en traducción de Charles Cullen (que contó para su tarea ron la ayuda del propio Clavigero), salió a la luz en Londres en 1787, en dos volúmenes m-4°, y se reimprimió varias veces a uno y otro lado del Atlántico (Filadelfia, 1804; Richmond, Virginia, 1806; Londres, 1807; Filadelfia, 1817): véase A. La Piaña, L a cultura

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' L a historiá del sabio; jesuíta, que salió de México con sus hermanos de, religión en 1767, y vivió en Italia; y en traducción italiana la dio a.la imprenta — “ indotto.-. . da alcuni: Letterati Italiani, che mostravansi oltremodo bramosi di leggerla nella loro propria lingua”— ,210 quedó como el am ericana e V ita lia , Turín, 1938, p. 162; Bernstein, O rigin s o f In te r-A m erica n ¡nterest, pp. 58 y 62, nota 40. Traducción alemana (del inglés), Leipzig, 1789-1790; [y cf. también in fra , p. 514, nota 378]. Las traducciones al español son más tardías: la de José Joaquín de Mora se imprimió en Londres en 1826 (y se reimprimió en México, 1844, 1917 y 1944); la de Francisco Pablo Vázquez apareció en México en 1853 y se reeditó en 1861, 1868 y 1883. En 1945, finalmente (2* ed„ 1958), se publicó en México, al cuidado del padre Mariano Cuevas, S. I., el texto castellano original. Sobre este hallazgo, y sobre otras traducciones inéditas al español, véase la nota de Revista de H is toria de América, 1948, núm. 26, p. 534. Véase también I. C[avazos]' G[arza], “Autores neoleoneses: el Lie. José Alejandro de Treviño y Gutiérrez”, In te r F olia, Monterrey, 1959, núm. 61, pp. 1-3 (Treviño “dejó inédita una traducción de la H is to ria antigua de M é x ico de Clavigero”). En la póstuma Storia della C a liforn ia (Venecia, 1789, 2 vols.) hay un prefacio anónimo •—pero se sabe que es del padre Ignacio Clavigero, hermano del autor— en que se menciona una traducción francesa, además de la inglesa y la alemana (vol.' í, p. 3). También Maneiro, en su biografía de Clavigero, habla de una traducción francesay añade que en 1787 un danés quería traducir lá Storia antica a su lengua (De vitis a liq u o t M e x ica n o ru m , vol. III, p. 68). (En su; ed. cit., vol. I, p. 14, dice M. Cuevas: “Las supuestas traducciones en francés y en danés... parece ser cosa cierta que no existen.”] En Madrid no pudo publicarse, seguramente por su tendencia “criolla” y por su firme denuncia de las crueldades españolas, rasgos que tiene en común con la literatura de los jesuítas desterrados de América, llena toda de “mordacidad injuriosa” para con los espa­ ñoles (Vargas Ugarte, L a “ Carta a los españoles americanos” , p. 54). Pero Clavigero en­ cuentra una justa némesis incluso en el estado de servidumbre de los habitantes de la Nueva España: , véase en particular la conclusión de la obra, donde se lee que la miseria de los indios mexicanos es castigo de Dios por las culpas de sus antepasados precolom­ binos: “funesto ejemplo de la Justicia Divina y de la instabilidad de los reinos de la tierra” (ed. Cuevas, vol. III, pp. 313-314 = Storia antica, vol. III, pp. 233-234), de tono apocalíptico, y más augustiniano y jansenista que jesuítico. [Las citas de Clavigero se harán en español sólo cuando existe el texto original. El manuscrito editado por Cuevas no contiene todo lo que hay en la ed. de Cesena: faltan en él varias cosas, en particular las Disertaciones finales, materia del vol. IV.]

aio Storia antica del M essico, vol. I, p. 2. Clavigero ya sabía italiano en sus años de México, donde tradujo de esta lengua (1762) una vida de San Juan Nepomuceno (véase Maneiro, loe. cit., p. 49, y el artículo que le consagra Sommervogel, B ib l. de la Comp a g n ie de Jesús), pero hizo revisar su versión por un docto italiano (Maneiro, p. 67). Sobre las largas fatigas por él soportadas (entre ellas cierta excursión, un día de verano, en un carricoche abierto, de Bolonia a Módena, para consultar aquí un libro, regre­ sando la tarde misma a Bolonia todo descalabrado por haber rodado del birlocho, pero contentísimo, Jaetus a d m od u m ), véase Maneiro, pp. 63-67. Algún otro dato biográfico ofrece C. V.. Callegari, “L ’abate Francesco Saverio Clavigero”, L e Vie d’Ita lia e deWAme­ rica L a tin a , J u lio de 1931; cf. también J. Miranda, “Clavigero en . la Ilustración mexi­ cana”, Cuadernos A m ericanos, V (1946), núm. 4, pp., 180-196, y Batllori, E l abate Viscardo, pp. 105-106. Sobre sus ideas científicas modernizantes y su eclecticismo filosófico, con

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■ EL PADRE CLAVIGERO

SEGUNDA FASE: DE LA DISPUTA

texto clásico de! historia antigua de México'durante inás de m ed io 's i g l o . Pero incluso después siguió siendo una de las historias más c o n o c id a s y acreditadas en' lo que^se refiere a- la antigua monarquía de lo s a ztec a s : y a la conquista de Hernán Cortés.211 El sabio Icazbalceta, e s c r ib ie n d o hacia 1852, llamaba a Clavigero “ el más popular de nuestros e s c rito re s y el más digno de serlo” .212

Motivo fundam ental, la refutación de D e Pauw Tanto más interesante resulta, pues, el hecho de que ése libró h a y a n a ­ cido en directa polémica con De Pauw. A decir verdad, el autor e x p r e s a en su prefacio tres motivos que lo impulsaron a escribirlo. Pero e l p r i m e r o __el deseo de evitar el tedio y reprensible ociosidad ( “ biasim evole s c io p e raggine” ) del descanso a que se veía condenado— es un tanto g e n é r ic o , y valdría lo mismo para cualquier otra ocupación. El segundo — e l a n h e l o de servir a su patria— es ciertamente más definido y sincero, p e r o e n sustancia coincide con el tercero, que es ni. más ni menos la fin a lid a d d e “rimettere nel suo splendore la veritá offuscata da una turba i n c r e d i b i l e di moderni Scrittori dell’America” .213 El amor patrio es la form a p o s i t i v a del mismo anim us cuyo aspecto negativo es la polémica contra lo s d e n i ­ gradores de la tierra natal. O, mejor dicho, el amor patrio es e l p r e s u ­ puesto sentimental que se traduce en actos y en escritos, se hace c o n c r e t o y combativo en la discusión con los petulantes filosofastros y e s c r it o r z u e lo s que desde París y desde Berlín y desde Edimburgo se han a tre v id o a r e ­ bajar la potencia de la naturaleza mexicana, o la dvilización a b o r ig e n , o incluso la raza americana. Nos cuenta el primer biógrafo de C la v ig e r o q u e ; anterioridad a 1767, véase B. Navarro, L a in trod ucción de la filoso fía m o d e r n a

e n i\Ié-

xico, México, 1948, en especial pp. 174-194. 2n Cf. Prescott, Conquest o f M é x ico , I, 1 (ed. cit., pp. 18-19). Fue PTescott

'

q u ie n difundió la denominación de “imperio azteca"; introducida justamente por C la v ig e r o para designar el antiguo estado mexicano: véase R. H. Barlow, “Some Remarles o n th e Term «Aztec Empire»”, T h e Americas, Washington, I (1944-1945), pp. 345-346. E n 1843 ei poeta Karl Antón Postl aprovechaba a Clavigero para escribir una novela (E. C a s tle , Der grosse Vnbekannte, Viena, 1952, p. 470). La fama de la Storia a n tica tam bién- e n Italia duró mucho tiempo, hasta la segunda mitad del siglo xix: véase G. Rosa, S t o r i a genérale delle storie (1864), 2? ed., Milán, 1873, p. 379. De ella tomaba Carducci, b a c í a 1880, la terminología mexicana y alguna pincelada de color para la oda M i r a m a r : v é a se M. Valgimigli, Carducci allegro, Bolonia, 1955, p. 50. • 312 J. García Icazbalceta, “Historiadores de México”, en Opúsculos y b io g r a fía s , M é x i ­ co, 1942, p. 9. Cf. también Keen, T h e 'A z te c Im age in Western T h o u g h t, pp. 293-300 [y Lafaye, Quetzalcóatl et Guadalupe, pp. 148-154], 213 Storia antica, vol. I, pp. iv y 1.

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éste había recogido ya muchos materiales, pero que no había puesto aún manos a la obra, “ cum ecce per Italiam, magno quidem rumore, dimanare coepit inconditum opus, cui titulus erat, Philosophicae super Americanis investigationes, Germano quodam in Borussis auctore; cuius quidem auctoris tametsi calamus est alacer, nec inelegans, omnia autem, contra quam sunt, intelligit, ac passim errat, in iis etiam, quae luce clariora videas, ut in Novum Orbem pedem intuleris. Et postremus hic fuit impulsus, ut, praecisis difficultatibus, ad veritatis patrocinium suscipiendum, et Mexicanorum historiam concinnandam, sese Clavigerus accingeret” .214 Una ojeada a la Storia antica del Messico basta para confirmarlo. De los cuatro volúmenes que la componen, los diez libros de la historia pro­ piamente dicha ocupan los tres primeros. El cuarto volumen (1781), que es el más grueso (casi un treinta por ciento del total), lleva una dedicatoria al conde Gian Rinaldo Carli, otro célebre impugnador de De Pauw,215 y contiene nueve disertaciones sobre la tierra, las plantas, los animales y los pobladores de México, que constituyen una apretada polémica contra De Pauw y — por lo que toca a los animales— también contra Buffon, con flechazos ocasionales contra R ayn al21S y contra Robertson.21'7 Esta última Maneiro, loe. cit., pp. 62-63. [Trad. cit. de B. Navarro: “...cuando he aquí que por Italia empezó a difundirse con gran bombo una desaliñada obra que tenía por título i .Investigaciones filosóficas sobre los americanos, de cierto alemán, de Prusia; y aunque el estilo del autor es ciertamente fluido y no le falta elegancia, sin embargo todo lo entiende al contrario de como es, y yerra a cada paso aun en aquellas cosas que se ven más claras que la luz tan pronto como se pone el pie en el Nuevo Mundo. Éste fue el último impulso para que, hechas a un lado las dificultades, se dispusiera Clavigero a tomar la defensa de la verdad y a componer la historia de los mexicanos”.] En carta a Mariano Fernández de Echeverría y Veytia, Bolonia, 25 de marzo, de 1778, Clavigero le hacia saber que estaba escribiendo sus Disertaciones para “rebatir los errores de Mr. Buffon, de Mr. Pauw, de Mr. Raynal y de otros célebres autores” (citado por O’Gorman, Fundam entos de la hist. de A m érica , pp. 118-119), y "por servir en lo que pudiere a mi patria” (citado por J. Le Riverend, prefacio a la ed. de la H is toria antigua, trad. J. J. de Mora, 1944, vol. I, p. 8). La edición de las Recherches que Clavigero mane­ jaba era la de Londres, 1771, con la Dissertaiion de Pernety y la réplica de De Pauw ( Storia antica, vol. IV, p. 8). 215 Véase infra, pp. 291 ss. 2i« Véase, por ejemplo, H istoria antigua, ed. Cuevas, vol. II, p. 315, nota, y vol. III, p. 173, nota (= Storia antica, II, pp. 189-190, y III, p. 12S). 2 i? “Tra i moderni scrittori delle cose d’America i piü famosi e stimati sono il Signor di Rainal, e il Dott. Robertson.” Pero el primero ha incurrido en “grossi abbagli” en cuanto al presente, y pone en duda todo el pasado de México. El segundo cae tam­ bién en errores y contradicciones, “esagera la idiotaggine de’ Conquistatori” y se engaña cuando cree perdidas todas las fuentes históricas (Storia antica, vol. I, pp. 19-21). Contra Robertson —que sin embargo es citado como autoridad en otros pasajes— véase por ejemplo Storia antica, I, p. 29, nota; H is toria antigua, ed. Cuevas, vol. III, notas de las 211

EL PADRE CLAVIGERO

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parte repite en forma polémica y oratoria muchas de las cosas que en el cuerpo de la obra se han dicho en forma histórica y expositiva. Una vez fijada su verdad en la “ historia” , Clavigero desciende a batallar contra el error en las “ disertaciones” .218 El error está representado en primerísima línea por De Pauw. Ya hacia el final del prefacio De Pauw es citado, junto con Marmontel, como el •ejemplo típico de esos extranjeros que han desfigurado los hechos “ per incrudelire vieppiü contro gli Spagnuoli” .219 Y en una larga nota acerca de la pretendida práctica de la circuncisión entre los antiguos mexicanos, Clavigero ataca al “ sucio autor” (“ sozzo e mordace Autore” ) de las R e ­ cherches philosophiques, no sólo por sus palmarios errores y por su irre­ verencia hacia la Biblia, sino también por “ su particular empeño en desmenuzar todas las materias que tienen relación con los placeres obs­ cenos” .220 Por lo demás, desde el primer libro de la historia, Clavigero se topa con la tesis de Buffon, que niega la existencia de leones, tigres y conejos en América. Pero su plan está hecho y decidido: es ésta, dice, una tesis pp. 8, 15, 25, 35, 51, 54, 117, 173 y 268 ( = Storia antica, III, pp. 3, 9, 17, 19, 25, 38, 42, 85, 128 y 200); y Storia antica, vol. IV, pp. 185 ss., 223-226, 236-238, 269-276 y 286-287. En la 5» edición (1788) de su H is tory o f Am.erica, Robertson replicó a algunas de las críticas del mexicano, a quien inmediatamente (1782) juzgó, en una carta privada, “a weak and credulous bigot” (Humphreys, W . R ob ertson and H is “ H is to ry ” , p. 28). Clavi­ gero había leído “potissimo studio” a Feijoo (c£. supra, p. 234) y conocía a Bacon, a Descartes y al “Americanum Franklinium” (Maneiro, vida de Clavigero, loe. c i t , p. 51; y G. Méndez Planearte, Humanistas del siglo x v iii, p. 191); pero trata con desdén la tesis •de Feijoo acerca de cómo se pobló el continente americano (Storia antica, vol. IV, p. 25). Contra el cronista Herrera: vol. IV, pp. 66-67, 103 y 201. 21S Hasta parecería, por algún indicio (mayor frecuencia con que se remite de la segunda a las primeras), que las Disertaciones se escribieron, en parte al menos, antes que la H istoria. ais Storia antica, vol. I, p. 18. De los demás impugnadores de De Pauw, Clavigero conoce y cita a Pernety (vol. IV, pp. 8 y 171); recuerda con desprecio las “rancias” tesis preadamitas del “Autore d’una miserabile operetta intitolata Le Philosophe Douceur, stampata in Berlino l’anno 1775” (vol. IV, p. 15); cita con honor al padre Molina (vol. IV, notas de las pp. 73, 96 y 97); y admira a Gian Rinaldo Carli, a quien dedica las Dissertazioni, pero en cuyas Le ttere am ericane censura (vol. II, p. 267) la prevención anti­ hispánica. Aunque aliados en el combate contra De Pauw, es claro que no podían coin­ cidir los puntos de vista del jesuíta desterrado y del enciclopedista ilustrado. 220 H istoria antigua, ed. Cuevas, vol. II, pp. 158-159, nota (= Storia antica, II, p. 73). C£. Storia antica, vol. IV, p. 315: "quel gran Ricercatore dell’immondizie americane”. Otras pullas incidentales al ignorante e insolente “Ricercatore”: Storia antica, vol. II, pp. 132 (nota), 151 y 172. La obscenidad de De Pauw está fuera de duda, pero nadie se había dado por enterado antes del jesuita mexicano. La Europa de 1770-1780 no se escan­ dalizaba tan fácilmente.

250

En la primera disertación ~ ‘su la popolazione dell’Am erica, e- p a r t í c o larmente.sopra quella del Messico”— , Clavigero discute p r e c is a m e n te c o n Buffon, sosteniéndola, tesis del (vínculo-terrestre que existió u n t i e m p o - e n tre el. N uevo,Mundo y-el Antiguo; y sólo de manera incidental m e n c i o n a al “ stravagante Ricercatore”.225 En la segunda — sobre las “ p r i n c i p a l i é p o che della storia del Messico” — trata de establecerla cronología d e su s d i ­ versos estratos étnicos y de sus antiguos soberanos. Pero ya e n l a t e r c e r a — “ su la térra del Messico” — se desencadena la polémica contra l a te s is d e l continente inundado, o- mal desecado, contra esa tesis que hace d e A m é r i c a “ un paese affatto-nuovo” , recién salido de las aguas, como q u ie r e B u f f o n , y como repite el señor De Pauw (“ il quale in gran parte copia i s e n t i m e n t i del Sig. de Buffon, e dove non gli copia, moltiplica ed ingrossa g l i e r r o ri” ).228 Contra la inundación del continente, más antigua s e g ú n B u f f o n ; más reciente y particular según De Pauw, y contra sus funestos c o r o l a r i o s fisiológicos y psicológicos— hasta “ la stupidezza degli A m ericani e . . . m i l l e altri íenomeni straordinari, che egli dal suo gabinetto in B e r lin o h a o s s e r vato meglio di noi, che tanti anni siamo stati nell’America” 227— , C l a v i g e r o

“ da noi nelle nostre dissertazioní abbastanza impúgnata” ; por lo cual “ non é, d’uopo interrompere. i l -corso della nostra storia per ribatteiia” .221 El p rólogo:de las Dissertazioní explica, én efecto, que éstas -están-' destinadas a disipar los errores difundidos por los “ scrittori moderni’^ y prosigue: “ Quanti, in leggendo, per esempio, Topera del Ricercatore [o sea el autor de las R e cherches], non s’empieranno le teste di m ille idee sconvenevoli e contrarié alia veritá della mia Storia?” A lo cual sigue un retrato feroz de De Pauw: “ Egli é Filosofo alia moda; ed erudito, massimamente in certe materie, nelle quali, sarebbe1meglio che fosse ignorante, o almeno clie non ne parlasse.222 Egli condisce i suoí discorsi colla buffoneria e colla maldicenza,: metiendo in ridicolo quanto v ’é rispettabile nella chiesa di Dio, e mordendo quanti gli si. parano avanti nelle'sue-ricerche, senza verun riguardo alia veritá né all’innocenza. Egli decide francamente ed in un tuono magistrale, cita ad ogni tre parole gli Scrittori dell’America, e pro­ testa che la sua ópera: é frutto .della , fatica di: dieci anni.” Su fin es per­ suadir al mundo “ che in America la Natura ha degenerato affatto negli elementi, nelle piante, negli ánimali -e negli uomini” , y así ha compuesto un retrato monstruoso del continente. Clavigero ha elegido como blanco y víctima la obra de1De Pauw “ perché in essa, come in una sentina o fogna si son raccolte tutte le immondizie, cioe-gli errori di tutti gli altri” . Y no será moderado en sus expresiones, porque no es conveniente usar de blandura con “ un uomo che ingiuria tutto il nuovo Mondo e le persone piü rispettabili del Mondo Antico” .223 Entre los demás autores, tendrá que

esgrime argumentos naturalistas, geológicos e históricos.

Represalias polémicas antieuropeas Un recurso polémico que le es familiar es el de retorcer contra E u r o p a m i s ­ ma, o contra el Mundo Antiguo en general, los argumentos e la b o r a d o s p o r los europeos; Sí América,ha tenido su pequeño diluvio particular, el V i e j o M u n d o tuvo nada menos que el diluvio universal. Entonces, ¿cómo_ es q u e s u s animales no están degenerados? ¿Cómo es que su suelo no h a q u e d a d o estéril, y estériles sus mujeres? “ A ll’Europa si concedettero tu tti i fo e n i, e d all’America si mandarono tutti i mali?” 228 El europeocentrismo d e la s t e s i s buífon-depauwianas se coloca- aquí bajo una luz bien cruda. P e r o l a p o l é ­ mica de Clavigero se queda en la periferia; juega- con los c o r o la r io s ; c a e en el error mismo del adversario cuando quiere demostrar la i n f e r i o r i d a d del Mundo Antiguo respecto del Nuevo; 229 y hasta se demora e n a r g u m e n -

impugnar al respetable Buffon, que posee grandísimas cualidades, pero que a veces se ha equivocado, o ha olvidado do que había dicho antes, o ha descuidado algún particular, y que ha “ apoyado su- sistema sobre el fun­ damento ruinoso de la: pretendida imposibilidad del tránsito al Nuevo Continente de los animales propios de los climas cálidos del Antiguo” .224 221 storia antica, vol. I, pp. 69-70. [El texto original, ed. Cuevas, vol. I, p. 109, no trae la referencia a las disertaciones.] - , 222 Alusión a sus-frecuentes digresiones sobre temas escabrosos. 223 Storia antica, yol. IV, pp, 5-8.: Nótese cómo De Pauw, introducido literariamente sólo “per esempio”, se convierte a las dos páginas en símbolo que resume toda la lite­ ratura antiamericana. Otras pesadas pullas contra De Pauw, “il cui cervello aver sembra una particolare organizzazione per intender le cose al contrario di tutti gli altri uomini’’ (vol. IV, p. 248) lanza Clavigero con escolástica insistencia. Cf.: “se nulla di quanto abbiatn detto bastara convincere il Sig. de P., io caritatevolmente gli: consiglierei di farsi condurre' ad uno Spedale” (vol. IV, p. 286); y otra rápida alusión polémica aparece en el lugar en que Clavigero observa perspicazmente que "jamás han hecho menos honor a su razón los europeos, que. cuando dudaron de la racionalidad de los americanos"- (H istoria antigua, ed. Cuevas,-vol. I, p. 167•= Storia antica, I, p. 120). 22 i H is toria a n tig u a ,. ed.; Cuevas,: vol.- I, pp. 109-110 (=. Storia antica, vol. I, pt 70)Cf. in fra , pp. 728-733.

251

T EL PADRE CLAVIGERO

SEGUNDA FASE: DEXAADISPUTA

,

22* S t o r ia

226

ib id .,

227 i b i d . ,

a n t ic a , vol. IV, p. 21. p. 65. . ' p. 68. La ironía qpntra el filósofo que juzga a, distancia se repite v arias v e c e s .

p. 73. . ■• . : . ............. 229 Esto a pesar de su afirmación de que no pretende presentar a A m érica s u p e r i o r ai Mundo Antiguo: tales paralelos son- "troppo odiosi”, y el ponderar los m é rito s d e l propio país sobre todos los demás “pare piü proprio, di fanciulli- che p u g n a n o c h e d’uomini letterati che disputano” ( i b i d . , p . 8). Pero luego sucumbe él mismo a, la, m e z ­ 228 i b i d . ,

quindad del género.

.

-.

.-

,

SEGUNDA FASE DE LA DISPUTA

EL PADRE CLAVIGERO

tos ligeramente humorísticos, como el que esgrime en contra de la “ chimera filosófica” de la inundación, a saber, que si existe un país que pudo salvar­ se del diluvio de Noé, ese país es México, porque se encuentra a grandísi­ ma altura sobre el nivel del mar, — y de hecho escasean aquí los fósiles

la obtusa negativa a considerar el punto de vista historicizante de la D éjen­ se de De Pauw,233 podemos abreviar la reseña de las demás partes de la ré­

252

marinos.230 A los pretendidos efectos nocivos del clima, que De Pauw comprobaba con la pequeñez de los cuadrúpedos, la abundancia y el enorme tamaño de los insectos, las enfermedades de los americanos y tantas otras desventuras, Clavigero contrapone citas de Buffon, desacreditando los testimonios adop­ tados por el “ filósofo prusiano” , o aduciendo, según su costumbre, análo­ gos y peores fenómenos europeos. Por buenas que sean sus razones, por ceñida que sea su argumentación, no llega a contrarrestar esa sensación de fastidio que dejan todas las apologías deliberadas y tenazmente persegui­ das; y siempre nos queda una impresión de elocuencia legalista y forense, en donde la escaramuza de los argumentos se sobrepone al honrado anhelo de determinar la verdad efectiva de las cosas. América, convocada ante el Tribunal de la Razón, y acusada por el fiscal De Pauw, tiene en Clavigero un abogado rico de pasión y de doctrina, pero no demasiado escrupuloso en la selección de sus armas oratorias. Difícilmente pueden justificarse, ni siquiera a título de represalia, ciertas frases suyas que están a medio camino entre el acre empeño de sobrepujar con la injuria y el pueril puntillo de vanidad: “ se TAm erica non aveva frumento, né meno l ’Europa avea frumentone, il quale non é men utile, né men sano; se l’America non avea melagrane, limoni, etc., almeno oggidi li ha; ma l ’Europa né ha avuto, né ha, né puó avere Chirimoye, Ahuacati, Muse, Chicozapoti, etc.” 231 (La muchachita América aprieta en el puño la naranja arrebatada a la muchachita Europa, y le sacude despectivamente en las narices una fruta que es sólo suya, totalmente suya, ¡el chicozapote!).232 Por esta facilidad con que res­ bala hacia lo grotesco y ridículo, como también por su monomanía dialéc­ tica, por cierta quisquillosa susceptibilidad que huele a provinciana y por vol. IV, p. 77. 231 Ib id ., p. 103, donde continúa la argumentación: si América tiene partes estériles, el Viejo Mundo tiene otras peores (véase s u pra, pp. 109-110, e in fra , pp. 264-265). 232 Sobre el chicozapote c£. también H is to r ia a n tig u a , ed. Cuevas, vol. I, p. 89 (= S to ria a n tica , I, pp. 51-52). [Ya Oviedo había cantado las excelencias de ‘‘esta fructa..., la mejor de todas las fructas, a mi juicio”: cf. Gerbi, L a natu ra leza de las In d ia s nuevas, p. 244.] Con mejor sentido y más humor, el viejo padre Acosta, jesuíta como Clavigero, había escrito del chicozapote que "dezian algunos criollos... que excedía a todas las frutas de España”; “a mí —agregaba— no me lo parece: de gustos dizen que no ay que disputar, y aunque lo huviera, no es digna disputa para escrevir” (H is to r ia n a tu ra l y m o r a l, IV, 25; ed. cit., p. 257). Sobre la pasión polémica de Clavigero véase el prefacio de J. Le Riverend a la citada ed. de la H is to r ia a n tig u a , vol. I, pp. 10-12. 230 S to ria a n tica ,

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plica clavigeriana. La cuarta disertación — “ su gli animali del Messico” — combate de ma­ nera especial las tesis buffonianas según las cuales en América ha “ scarseggiato prodigiosamente la materia” de las especies animales. El antiguo jesuíta se esfuerza en demostrar que éstas no son ni tan pocas, ni tan chi­ cas, ni tan feas como lo afirman Buffon y De Pauw,234 y objeta que seme­ jantes razonamientos, “ a dire il vero, sono piuttosto una censura della condotta del Creatore, che del clima deH’America” .235 Entre las aves hay ruiseñores y por lo menos otras veintidós especies de pájaros canoros, sobre todo el “ celebérrimo” cenzontle, admirable por “ la dulzura y suavidad de su voz, la armonía y variedad de sus tonos y la doci­ lidad con que imita cuanto oye” , pues reproduce “ no solamente el canto de las otras aves, sino también las diferentes voces de los cuadrúpedos” .236 En América cantan bastante bien hasta pájaros que, como el gorrión, son mudos en España (!).237 En una palabra, en el Nuevo Mundo los pájaros cantan mejor, cantan más, cantan todos, hasta los que no debieran... Y sigue por el mismo estilo. ¿Los avestruces americanos tienen dos de­ dos de más. . . ? ¿El unau (bradipo o perezoso americano) tiene la belleza, 233 Véase por ejemplo S to ria a n tic a , vol. IV, p. 171. 234 Véase ib id ., pp. 118-119, donde se rebate la tesis de que las bestias son ‘‘una sesta parte piú piccole”, y difíciles de dibujar (y cf. s u p ra , p. 69). Clavigero ha visto "una tigre. . . , poche ore innanzi ammazzata con nove archibusate”, bastante más grande de lo que nos quiere hacer creer el Conde de Buffon (vol. IV, pp. 116-117). Y ese erudi­ tísimo Buffon, que les cuenta los dientes y les mide la cola a todos los cuadrúpedos, se ha olvidado simplemente del archicomún coyote mexicano (S to r ia a n tica , vol. I, pp. 76-77; voí. IV, p. 110). 235 S to ria a n tica , vol. IV, p. 119. Muy bien, pero el racionalista conoce el clima y no conoce al Creador... 236 H is to r ia a n tig u a , ed. Cuevas, vol. I, p. 132 (= S to ria a n tic a , I, p. 89). Lo curioso es que la última afirmación se retira en nota de pie de página de la ed. italiana, pero se mantiene en el texto. [Esta "retractación” falta en el texto original. Cabe añadir que Clavigero conoce tres designaciones europeas del cenzontle: dice que Linneo lo llama “orfeo”, que otros lo conocen con el nombre de "mofador” (= m o c k in g -b ir d ), y que "al­ gunos ornitologistas modernos” lo llaman p o ly g lo tta . En 1697 escribía Gemelli Careri, V ia je a la N u e v a E sp añ a, ed. cit., p. 130: “Es tanta la hermosura y variedad de las aves de la Nueva España, que no hay país en el mundo que las tenga iguales. El primer lugar, por su canto, se da al cenzontle.” Cf. también s u p ra , p. 206, nota 42.] No puede ser sino nuestro cenzontle el pájaro mexicano S e n s ü tl que introduce Wieland en su Koxkox und Kikequetzel” (1769-1770), que posee un gorjeo vivaz y melodioso, pero que, en vez de imitar, enseña el canto a la heroína de la insípida historia (S a m tlic h e W e rk e , vol. XIV, p. 65). 237 S to ria a n tica , vol. IV, pp. 134-136.

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la superflua belleza de cuarenta y seis costillas...? -;Y esto se ‘debe al clima americano? Tráigansé; esos animales a Europa, con sus hembras, y veamos si en veinte generaciones se reduce el número de sus dedos o de sus costi­ llas. Pero si.no ocurre tal cosa, entonces habrá que concluir “ che la lógica di questi Signori é piú miserabile di quel quadrupede” (el unaü), y habrá que maravillarse de “ che in un paese dove tanto ha scarseggiato la materia, abbia la Natura peccato per eccesso d’essa nelle coste de’ Pigri e nelle dita degli struzzi” .238 En cuanto a ferocidad, los animales americanos no ceden en nada a las fieras de Asia (cuya fuerza y agresividad probablemente han sido exageradas por quienes han escrito sobre ellas): "io ho veduto co’ miei ócchi la strage fatta in casa mi a da un Cervo, divenuto quasi domes­ tico, in una povera Americana” .239• A los cuadrúpedos de América, a todos, con sólo seis excepciones, y dos de ellas inciertas, se les reivindica el honor de la cola. Y si los hay bastante feos — porque, en fin, es un hecho que no todos corresponden a nuestras ideas sobre la hermosura de las bestias-—, ¡cuánto más feos son algunos del Viejo Mundo, el elefante por ejemplo! 240 Finalmente, al camello traslada­ do a América se le restituye— con una ligera restricción apenas— la norma­ lidad de sus funciones genitales: “ é falso che i cammelli trasportad nel Perú pp. 120-121 y 123. Cf. Molina in f r a , p. 269. 239 I b id ., p. 131. Cf. Humboldt in fr a , p. 516. 240 I b id ., pp. 128-129, con una sabrosa descripción del elefante, “mostro di materia”, que recuerda el animal “ cosí bruttissimo e contraffatto” de Filippo Sassetti (1584): L e tte r e , ed. E. Marcucci, Florencia, 1855, p. 273. También en el vituperio del elefante se advierte un tono de represalia. Este paquidermo era, según Buffon, el animal más cercano al hombre por la inteligencia, “autant au- moins que la matiére peut approcher de l’esprit” (M o r c e a u x ch o is is , p. 139). C f . s u p ra , p .• 35.’ Un-secuaz de Buffon, Oliver Goldsmith (sobre el cual véase s u p ra , p. 204), había llegado mucho más lejos: bestia de ánimo noble y de sensible olfato, “the elepharít gathers flowers with great pleasure and attention; it picks them up one by one, unites them into a nosegay, and seems charmed with the perfume”; y este dato más: entre todas, prefiere la flor de azahar: H is to r y o f th e E a r th a n d A n im a te d N a t u r e , 2? parte, lib. XI; ed. cit., vol. I, p. 499; y cf. Pitman, G o ld s m ith 's “ A n im a te d N a t u r e " , p. 148. (¿No parece exactamente una anti­ cipación del Dumbo de Walt Disney?) Otros animales feos, según Clavigero, son el camello, la jirafa, el macaco (ib id .). El' camello le parece feísimo también al padre Molina (S a g g io s u lla s to ria n a tu ra le d el C h ili, Bolonia, 1782, p. 312): “II Cammello é un mostro,; a dire il vero, paragonato con questi quadrupedi” (se refiere a los auquénidos) (cf. también ib id ., p . 294, y la 23 ed., 1810, p. 257). De manera análoga, Edmond Temple, T r a v e ls in V a rio u s P a rts o f P e rú , I n c lu d in g a. Y e a r’s R e s id e n c e in P o to s í, Filadelfia, 1833, vol. I, p. 174, observará que la llama, la cual “in the words of Buffon «semble étre un beau diminutif»” del camello, es en efecto muchísimo más graciosa y “without any of the deformity of the camel”: También Francisco Iturri, ex-jesuita como Clavigero y Molina, encuentra feos al ca­ mello y al elefante (in f r a , pp. 373-374). 238 I b id .,

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; . EL PADRE.CLAVIGERO

SEGUNDA FASE DE LA DISPUTA

non laseiarono aleuna posteritá; poiché il P. Acosta, il quale vi a n d ó a le t in i a¡1n id opo, testifica-d’averli veduti moltiplicati, benché poco ".241A . Apología d e l indio mexicano La quinta disertación — sobre la “ costituzione física e morale d e i m es sica ni”— entra de lleno a discutir la tesis de la degeneración de los seres bru­ ñíanos. Todos son degenerados, según De Pauw: los indios, los e u r o p e o s establecidos en América,Tos europeos nacidos en América (crio llo s ) y lo s mestizos de varios cruces (“ castas” ). Pero Clavigero — después de u n a e s to ­ cada ad personara con la observación de que, si De Pauw h u biera e s c r it o sus Recherches en América, podría ser él mismo un buen ejem plo en . c o n ­ firmación de su teoría— limita su defensa a los americanos n a tiv o s , q u e son “ e i piú ingiuriati.e i piú indefesi” . Mucho menos difícil l e h u b i e r a sido defender a los.criollos, .ya que, según escribe, con típico o r g u llo , “ n o i siamo nati da genitorá Spagnuoli, e non abbiamo veruna a ffin itá o c o n sanguineita cogl’Indiani” .242 Pero la defensa de los indios es m ás u r g e n t e , y se desarrolla n lo largo de las líneas ya conocidas.. Los americanos n o s o n débiles, ni impúberes, .ni lactíferos; y las americanas no tienen esas p a r t ic u ­ laridades que indiscretamente señala De Pauw. En cuanto a h e r m o s u r a , contemple De Pauw a un africano, “ un uomo puzzolente, la c u i p e l l e é negra come l ’inchiostro, il capo e la faccia coperti di lana negra i n v e c e d i pelo, gli occhi gialicci o sanguigni,. le labbra grosse e nericcie, e i l n a s o schiacciato” ; :contemple a un lapón, a un tártaro, a un calmuco; c o n t e m p l e —añade impertérrito el jesuíta— a las hotentotas, que tienen “ q u e l l a m o struosa irregolaritá di un’appendice callosa che si stende daU’osso p u b e o i n giü” ; contemple la cola de los habitantes de Formosa y de M i n d o r o , ¡ y que luego venga a decirnos, si tiene valor, que los americanos son fe o s ! 243 Los mexicanos, en particular, son hermosos, sanos, robustos, y e x e n to s d e muchos males y enfermedades. A ningún mexicano le huele ,n u n ca m a l e l aliento.244

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2u S to ria a n tica , vol. IV, p. 140 (el subrayado es mío; cf. s u p ra , p. 72, n o ta 19). Poco más adelante se ridiculiza la difundida afirmación (véase s u p ra , pp. 72 y 183) d e que los perros dejan de ladrar (vol. IV, pp. 138-139 y 147-149; cf. también vol. I, p . 7 3 ). 232 S to ria a n tic a , vol. IV, pp. 160-161. Cf. ib id ., p. 247; “la lingua messicana n o n é stata quella dei miei Genitoiá, né io la imparai da fancíuilo". 233 I b id ., pp. 164-165. 234 S to ria a n tic a , vol. I, pp. 118-123. Este singular privilegio había sido a tr ib u id o (1703) a los salvajes de Norteamérica por Lahontan, D ia lo g u e s c u r ie u x , p. 93: “l ’a ir q u i sort de leur bouche est aussi pur que célui qu’ils respirent”. Pero es curioso q u e ju s ta ­ mente otro mexicano, el padre Mier (que por cierto estaba familiarizado co n la o b r a de Clavigero), en polémica con De Pauw, acuse a los europeos de haber in tro d u cid o e n

SEGUNDA FASE DE LA DISPUTA

EL PADRE CLAVIGERO

Un puñado de verdad concreta y “ vivencial” entra repentinamente en la discusión cuando el ex-jesuita criollo escribe: “ Se il Sig. de Pauw avesse veduto, siccome ho veduto io, gli enormi pesi che portano su le loro spalle gli Americani, non avrebbe avuto coraggío di rinfacciar loro la debolezza.” 245 Los indios labran la tierra, sacan leña de los bosques, construyen las casas, abren y reparan los caminos, excavan las minas, se ocupan de la limpieza de las ciudades y hacen los menesteres y los oficios más pesados: “ questo fanno i deboli, i pol'troni e gl’inutili Americani, frattantoché il vigoroso Pauw ed altri infaticabili Europei s’occupano nello scrivere delle invettive contro loro” .246 Y una nota del mismo timbre se escucha en las páginas en que defiende las dotes intelectuales del indio: “ i o . . . trattai intimamente gli Americani: vissi alcuni anni in un seminario destinato alia loro istruzione.. ebbe poi alcuni Indiani tra i miei discepoíi..., per lo quale. . . protesto al Sig. de Pauw e a tutta l’Europa che le anime degli Americani non sono punto inferiorí a quelle degli Europei: che eglino son capaci ti tutte le scienze, anche delle piü astratte” . Si estuvieran bien ins­ truidos, "si vedrebbono tra gli Americani de’ Filosofi, de’ Matematici e de’ Teologi, dre potrebbono gareggiar co’ piü famosi d’Europa” . El obstáculo no es natural, sino social. N o se trata aquí de imbecilidad, sino de miseria: “ é assai difficile, per non dire impossibile, far de’ gran progressi nelle

scienze in mezzo ad una vita miserabile e servíle, ed a continui disagi” . Vayan los engreídos europeos a una de esas juntas en que los indios tratan sus asuntos, y oirán “ come aringano e discorrono que’ Satiri del Nuovo Mondo” .247 A l evocar la tierra natal, al recordar a sus abandonados peo­ nes, a los jóvenes alumnos de los colegios de la Compañía en México, el sacerdote desterrado se conmueve, y la polémica pedantesca se transforma en un himno de fe en la común humanidad.

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América plantas como el ajo y la cebolla, que apestan el aliento: quien ha comido estas cosas “no puede entrar en una casa decente” (José Guerra, pseudónimo de fray Ser­ vando Teresa de Mier, H is to r ia de la re v o lu c ió n de N u e v a E sp añ a, Londres, 1813, vol. II, pp. 734-736; y c£. Gerbi, Vieja s p o lé m ica s , pp. 266 y 269, nota 4). Por lo demás, afir­ maciones de ese tipo, que anticipan cándidamente los slogans publicitarios de los dentí­ fricos, se convierten en parte de la tradicional defensa del espléndido aspecto físico de los indios, ninguno de los cuales es cojo, jorobado o legañoso: ejemplos de 1578, 1580, 1671 y 1775 en Gliozzi, L a s co p e rta d e i selva ggi, pp. 70, 90-91 y 125, y en Duchet, A n t h r o p o lo g ie et h is to ire au siécle des lu m ié re s , p. 258; ejemplos de 1667 y 1777 en Landucci, I f i lo s o f i e i selva ggi, pp. 365 y 479-480. 2^5 S to ria a n tica , vol. IV, p. 173. En la página precedente, con su característica re d u c t io a d a b s u rd u m : “Gli Svizzeri son piü forti degl’Italiani, e non pero crederemo gl’Italiani degenerati, e nemmeno taccieremo il clima dell’Italia” (ib id ., p. 172). Poco más adelante se citan las grandes construcciones y los durísimos trabajos agrícolas como nueva prueba de la robustez del indio (en polémica implícita también contra Las Casas: cf. s u p ra , p. 86). Defensa de los gigantes: S to ria a n tica , vol. I, p. 125; vol. IV, notas de las pp. 10 y 42. 24« S to ria a n tica , vol. IV, p. 175. Otro tanto dirá Moxó más tarde (véase in fra , p. 376), y Humboldt escribirá que el aspecto de los robustos mineros mexicanos habría hecho mudar de opinión a un Raynal, a un De Pauw, etc. (Minguet, A . de H u m b o ld t , p. 373). Con análogo procedimiento polémico, ponderando los músculos de un mozo de cuerda del muelle de Nápoles sobre los de cualquier idealizador "germano”, Benedetto Croce contestaba a las acusaciones de debilidad lanzadas por Montefredini contra la “razza itálica” (A n e d d o t i d i va ria le tte ra tu ra , Nápoles, 1942, vol. III, p. 374).

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L a cuestión de la aptitud de los indios para aprender las ciencias y las letras tenía ya una copiosa bibliografía: y especialmente las capacidades de los mexicanos habían sido objeto de defensas y exaltaciones.248 Volvía a replantearse así, en forma laica y humanista, la vieja cuestión de la con­ versión de los infieles, de su capacidad para recibir el bautismo, de su asi­ milación a los hombres o a los brutos.248 Estas discusiones siempre habían estado animadas de una fe completa en la superioridad de la civilización (religiosa o científica) sobre la naturaleza, o sea de fe en el progreso. En el extremo opuesto están, en efecto, las tesis rousseaunianas sobre lo conve­ niente que es para el salvaje el no ser civilizado ni estar constreñido a vivir en sociedad, y sobre las dañosas consecuencias de las artes y las ciencias. Los jesuítas, en particular, habían exaltado siempre la capacidad de los indios para educarse y perfeccionarse en todas las artes y ciencias: era éste el fundamento doctrinal de su vastísima y tenaz acción de Catcquesis. A base de las relaciones jesuíticas escribía Muratori (1743) que los indios de América son ciertamente estúpidos y torpes, pero no más que los misera­ bles campesinos europeos, y que, como poseen excelente memoria, podrían asimilar las ciencias más altas, si — y aquí la cortapisa no es la miseria, 247 s to r ia a n tica , vol. IV, pp. 190-191. También Hanke, “Pope Paul III and the American Indians”, p. 73, nota 18, recuerda la réplica de Clavigero a De Pauw {R e ch . p h il. s u r les A m é r ic a in s , vol. I, pp. 35-36) sobre la pretendida declaración papal de que los indios son verdaderamente hombres. De los indios del Perú y de su modo de calcular con piedrecillas había escrito conclusivamente el padre Acosta: "Si esto no es ingenio y si estos hombres son bestias, juzgúelo quien quisiere, que lo que yo juzgo de cierto es que en aquello a que se aplican nos hazen grandes ventajas” (H is to r ia n a tu r a l y m o ra l, VI, 8; ed. cit., p. 142). Y a sus noticias sobre los mexicanos había antepuesto la observación de que ellas "quitan mucho del común y necio desprecio en que los de Europa los tienen, no juzgando destas gentes tengan cosas de hombres de razón y pru­ dencia” (H is to r ia , VII, I; ed. cit., p. 452). 24S Véase su p ra , p. 233, nota 161. 248 Sobre las dificultades que el descubrimiento de las naciones americanas acarreó a los teólogos, ya torturados por el antiguo problema de ia “salvación de los infieles”, véase L. Capéran, L e P r o b lé m e d u s a lu t des in fid e le s , Toulouse, 1934, vol. I, pp. 219225, 252-25S, 288-289 y 297-298. [Cf. Gerbi, L a n a tu ra le z a d e las In d ia s nuevas, pp. 21-22 (“El indio y la salvación de los infieles”) y también pp. 398-401 (observaciones de Oviedo sobre la imperfecta cristianización de América).]

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SEGUNDA FASE DE LA DISPUTA

como dirá Clavigero,; sino la razón política— “ se saggi riguardi non militassero per non insegnar loro di piü” .250 , -i ‘ ’ Aduciendo el mismo desconfiado temor de los europeos, Muratori lim­ piaba al continente americano de la mancha de carecer de hierro. Verdad es que “ fin qui Miniera di Ferro non s’é scoperta in alcuna delle Americhe” , pero “ mi verrebbe quasi voglia di sospettare che la Política Europea non abbia voluto fin qui accudire alio scoprimento di si falte miniere nell’America per vari riguardi, che non importa riferire” .251 En suma, ya enton­ ces recaía-sobre el colonialismo europeo 'la sospecha de haber mantenido deliberadamente a los indios en la ignorancia y de haber descuidado los recursos naturales de los países administrados. . . El mismo alcance redentor tiene la particularizada comparación que hace Clavigero entre: el paganismo de los indios y el no menos deplorable paganismo de los griegos y romanos antiguos: conocido y bien explotado expediente de apologética que ya Oviedo utilizaba con frecuencia. Desde el punto de vista religioso, los americanos no eran peores que las augustas figuras de los'tiempos clásicos. El parangón con los pueblos de la-antigüedad, derivado del plantea­ miento del problema d é la salvación de los infieles, había sido igualmente muy común — y casi se diríá escolástico— en la literatura de los misioneros y de los jesuítas. Antes de iniciar su relato de las civilizaciones indígenas de los aztecas y los incas, el padre Acosta había hecho esta advertencia: "Sí alguno se maravillare de algunos ritos y costumbres de indios y los despre­ ciare por insipientes y necios, o los detestare por inhumanos y diabólicos, mire que en los griegos y romanos que mandaron al mundo se hallan o los mismos u otros semejantes, y a veces de peores” .232 Así, pues, Clavigero adopta y reaviva enseñanzas y esperanzas que se remontaban al siglo xvi.

Vicios morales, religión y antropofagia La defensa moral le resulta más fácil al heredero espiritual de los primeros evangelizadores. Cüatro vicios imputa De Pauw a los indios de América: glotonería, embriaguez, ingratitud y pederastía. Clavigero niega el primero y el tercero; reconoce el segundo, aunque dice que se difundió con la lle­ gada de los españoles; y se escandaliza de la cuarta acusación como de una 250 251

11 C ris tia n e s im o fe lic e , I b id ., vol. II, p. 247.

vol. II, p. 94; y cf. vol. I, pp. 142-145.

252 H is to r ia n a tu ra l y m o r a l (1590), prólogo a los libros V-VII (ed. cit., p. 302); véase también VI, 1 (ed. cit., p. 396). Sobre el constante paralelo de los mexicanos con los griegos y romanos véanse las observaciones de Le Riverend en el prefacio a su ed. citada, vol. I, pp. 20-21.

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calumnia infame, mientras'que ese vicio es tan frecuente en A sia y e n E u - i ropa.233 Admite,; sin embargo, que en las relaciones familiares “é l a m o r ¡ del marido a la mujer es mucho menor que el de la mujer aL m a r i d o ” .' í Pero, añade este singular jesuíta, “es común (no general) en lo s h o m b r e s el inclinarse más a la mujer ajena que a la propia” . . ,234 En la sexta disertación —sobre la cultura de los mexicanos— C l a v i g e r o despacha fácilmente la acusación de De Pauw, que llama “b a rb a ri e s e l vaggi tutti gli Americani”.235 Los mexicanos conocían la m o n ed a ( d e c a ­ cao), el hierro y el cobre, los puentes, las naves, la cal, la e s c r itu r a ( d e jeroglíficos), el calendario, lá arquitectura civil y militar, la o r f e b r e r ía y otras cosas más. Poseían una lengua rica y leyes sabias. Y a q u e llo q u e no conocían nada prueba contra sus cualidades mentales, ni contra e l c l i m a , dado que la mayor parte de las-invenciones "sono piuttosto d o v u t e a l i a sorte, alia necessítá e all'avarizia, che all’ingegno”.256 Además, s i s u e d u c a ­ ción era en cierto modo inferior a la griega bajo el aspecto in t e le c tu a l, e r a superior, con mucho, desde el punto de vista de la moral y de l a v i r t u d . 257 También la séptima disertación — “sopra i confini e la p o p o la z io n e d e i regni di Anahuac”— dedica buen espácio al combate contra “g li s p r o p o s í t i del Sig. de Pauw”,258 y acumula argumentos sobre el gran núm ero d e h a b i ­ tantes del México antiguo. Pero Clavigero inicia la octava —s o b r e l a r e l i ­ gión de los indios mexicanos— diciendo que esta vez no atacará a D e P a u w , en vista de que el “prusiano” ha reconoddo cándidamente la s e m e j a n z a que hay entre los delirios de los americanos y los de otras n a c io n e s d e l Viejo Mundo en materia de religión. No obstante, la polémica, m á s f u e r t e que el polemista, le agarra la mano y empuja al patriota contra e l j e s u í t a . El padre Clavigero llega a defender el paganismo de los antiguos m e x i c a ­ nos como una religión “men superstiziosa, meno indecente, m e n p u e r i l e e meno irragionevole che quella delle piü colte Nazioni deH’a n t ic a E u r o ­ pa”,259 o sea preferible al paganismo clásico de los griegos y ro m a n o s. H a s t a 253 S to rta a n tica , vol. IV, pp. 195-200. 254 H is to r ia a n tig u a , ed. Cuevas, vol. I,

p. 170 (= S to ria a n tica , vol. I, p . 122). S o b r e el matrimonio entre los indios mexicanos véase sin embargo S to ria a n t i c a , v o l. I V , pp. 255-256. ' 255 S to ria a n tica , vol. IV, p. 203. A la cultura y gobierno de los mexicanos e stá d e d i ­ cado todo el libro VII de la obra (H is to r ia a n tig u a , ed. Cuevas, vol. II, p p . 1 9 5 -3 6 9 = S to ria a n tica , II, pp. 100-228). 256 S to ria a n tica , vol. IV, p. 239.¡ 257 Ib id ., p. 261. 25S Ib id -, p. 265. 258 I b id ., p. 288 (y cf.vol. II, p. 3). A los ritos de los mexicanos está d e d ic a d o t o d o el libro VI (H is to r ia a n tig u a , ed; Cuevas, vol. II, pp. 61-193 = S to ria a n tic a , II, p p . 3 - 9 9 ) . Este esfuerzo de colocar la religión mexicana por encima de todas las otras p a g a n a s ,

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ios sacrificios humanos se arriesga a defender con cierto embarazo 260 el buen Clavigero, que sólo se detiene, espantado de su propia audacia apo­ logética, frente a la antropofagia: “ lo confesso che in ció furono piü inumani di quelle altre Nazioni” , dice. Y sin em bargo... también en el Viejo Mundo, y entre pueblos cultos, se conoció y se conoce la antropofagia. Siguen varias crueles citas, y la pregunta retórica de si fueron más culpables los mexicanos que comían carne humana por motivos religiosos, o los grie­ gos que la comían (según testimonio de Plinio) por razones medicinales. “ Ma no — reacciona finalmente el hombre sensato— , non pretendo di far I’apologia dei Messicani in questo punto.” 261 Y pasa en la novena y última disertación — sobre el origen del “ mal francese” 262— a exculpar a los ame­ ricanos de haber transmitido a los españoles la sífilis, contra la opinión de De Pauw y de “ quasi tutti gli Europei” , que, aterrados por esa enfermedad, a la cual atribuían casi un carácter de sagrado y tremendo castigo por sus “pecados” , se habían persuadido fácilmente de que su origen tenía que ser americano, convirtiendo así el Nuevo Mundo en fuente de una miste­ riosa y pérfida corrupción, antes que en módulo de una naturaleza entera­ mente echada a perder y decadente.263 aunque, naturalmente, por debajo de la cristiana, es alabado como muestra del mexicanismo y el indigenismo de Clavigero por el padre Gabriel Méndez Planearte, pp. xiiixiv de su prefacio a H u m a n is ta s m e xica n os d e l s ig lo x v iii. 2«o véase in fra , pp. 740-743, el excurso sobre “Los sacrificios humanos de los mexi­ canos”. 261 S to ria a n tica , vol. IV, p. 302. 2«2 [Como no existe el texto original de las D iserta cion e s (cí. s u p ra , p. 246, final de la nota 209), el P. Cuevas lo sustituye con la traducción de Francisco Pablo Vázquez, pero omitiendo, extrañamente, la disertación sobre la sífilis; esta omisión se remedia en la reedición de 1958-1959.] 263 Véase J. Langdon-Davies, Sex, S in a n d S a n ctity , Londres, 1954, pp. 295-296 y 326. Una especie de apéndice a la S to ria a n tica d e l M essico es la ya citada S to ria d ella C a lifo rn ia , escrita por Clavigero directamente en italiano, que debía aparecer unos pocos meses después de la primera (S to ria a n tica , vol. I, p. 110, nota), pero que no se publicó sino después de la muerte del autor (Venecia, 1789; traducción española de Nicolás García de San Vicente, H is to r ia de A n tig u a o B a ja C a lifo r n ia , México, 1852, reimpresa en 1933; nueva traducción por Germán Madrid y Ormaechea, H is to r ia cristia n a de la C a lifo rn ia , México, 1864; traducción inglesa de Sara E. Lake, Stanford, Cal., 1937, y Riverside, Cal., 1971, sobre la cual cf. T h e H is p a n ic A m e ric a n H is tórica !. R e v ie re , Lili, 1973, p. 368). Si en la S to ria a n tica d e l M essico hablaba el mexicano, en la S to ria d ella C a lifo r n ia habla el jesuita, que narra las glorias, no de los aztecas, sino de los padres misioneros de su orden (y al final, a propósito de la expulsión, tiene algún desahogo polémico contra las otras órdenes, franciscanos y dominicos, que tomaron la sucesión dé la Compañía: .vol..-II, p. 205). Sin embargo, incapaz de contenerse, en el prefacio de esta segunda obra se ríe Clavigero de aquellos que escriben sobre América sin estudio y sin conocimiento, como De Pauw, Robertson y otros europeos. Las R e c h e rc h e s sur

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El interés principal de Clavigero para la historia de la “ debilidad” del continente americano está en la vivacidad de su reacción, o sea en la rique­ za de argumentos que suscitan en él las necias acusaciones de De Pauw. Una semi-paradoja, sazonada de anécdotas escandalosas, le sirve de arran­ que polémico para la rehabilitación de una de las principales civilizaciones antiguas del Nuevo Mundo.

Antecedentes de su técnica polémica El recurso polémico predilecto de Clavigero es el del contraataque. Su tác­ tica oratoria es la que se ha definido como técnica del tu quoque. América se defiende enumerando minuciosamente las debilidades de Europa. Tan instintiva es esta táctica de estocada y respuesta, tan fácil, y tan li­ sonjeramente crea la impresión de que el argumentador se pone imparcialmente por encima de los contendientes y, sin absolver al uno, le quita al otro toda autoridad de acusador, que sigue siendo muy común todavía en las polémicas de nuestros días.264 Pero los orígenes primeros de esta actitud se encuentran ya en Pedro Mártir, con sus indios desnudos que dan leccio­ nes de moral y de teología a los cristianos.265 El protestante Jean de Léry, con los ojos de la mente clavados en las guerras de religión, observa que “ on n’abhorre plus tant désormais la cruauté des sauvages anthropophages” , pues “ il y en a de tels, voire d’autant plus detestables et pires au milieu de nous” .266 Montaigne emplea con desenfadado vigor esta arma criti­ ca y sarcástica. Los caníbales se comen a sus enemigos por venganza, es cierto; pero los europeos devoráis vivo a un hombre en los tormentos, lo asáis, lo dais en pasto a los perros y a los cerdos, “ et qui pis est, sous pré“in un solo foglio, impiegato nel trattare di quella penisola [la Baja California], contengono quarantotto falsitá da me pazientemente enumérate, tra errori semplici, bugie formali e calunnie temerarie”. De estas calumnias, falsedades y mentiras, él menciona sólo “alcune per mostra” y las refuta (S to r ia d e lla C a lifo r n ia , vol. I, pp. 1621). En seguida les dice dos palabritas también a Robertson (ib i d ., pp. 21-22) ya Raynal (p. 23). Cita a Buffon (ib id ., p. 104). Afirma la existencia de aves canoras, de "Rossignuoli, benché pocchi, di famosi Cenzontli”, etc., “i quali col dolcissimo loro canto ed armonioso arrecano qualche sollevamento [‘alivio’] a coloro che viaggiano per quegli aridi e malinconici deserti” (p. 99). 264 Un moderno apologista de América es censurado por el reseñador del T im e s L ite r a r y S u p p le m e n t (11 de marzo de 1955, p. 143) porque “agaínst the sharper cuts at the United States that are habitually made by Europeans he has always the same childlike defence, a tu q u o q u e , which is too often neither accurate ñor an answer”. 265 [Véase Gerbi, L a n atu ra leza de las In d ia s nuevas, pp. 71-75 (“Comunismo, elo­ cuencia y valor de los indios”).] 266 H is t o ir e d ’u n voyage fa ic t en la te r r e d u B r é s il (1578), ed. P. Gaffarel, París, 1879, vol. II, p. 52, según cita de Lapp, "The New World in French Poetry”, p. 156. les A m é ric a ín s

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! texte de piété et de religión” .207 Y no faltan entre nosotros, soberbiamente | civilizados europeos, los ejemplos de antropofagia criminal y ritual.263 Sí, la | Europa educada^ por las Nueve Musas, la dueña orgullosa del mundo, puesj ta en presencia de los caníbales brasileños, debería avergonzarse de los ho' rrores a que nos está haciendo asistir.2 869 2 7 6

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Una forma literaria más refinada de esta misma actitud de contrita re­ flexión y de sátira se tendrá primeramente, en el siglo xvn, con ciertos lucianescos Diálogos de los muertos en que Fontenelle coloca frente a frente a Cortés y Moctezuma, y opone la pretendida barbarie de los mexicanos a la cacareada sensatez de los griegos y romanos. “Vous ne sauriez me. reprocher — dice el azteca— une:so ttise de. nos Peuples d’Amérique, que je ne vous en fournisse une plus grande de vos Contrées: et méme je m’engage á ne vous mettre en ligne de compte que des sottises Grecques ou Romaines.” 270 Poco más tarde,; en los comienzos; dél siglo x v iii , al desplazarse el campo visual de la historia- antigua a¿ la geografía moderna, la misma actitud crítica y burlona asumirá una nueva forma con las Lettres persanes, de Montesquieu, que ponen al desnudo los prejuicios y. las debilidades de, Europa ante los ojos fijos e irónicos de. un extra-europeo. Como es sabido, las imitaciones de las¡Lettres persones fueron innumerables;271 y no pocas de, .estas imitaciones se valieron d e los americanos; como de observadores cándidos (escandalizados, pero sin prejuicios) de1las convenciones europeas. Típicas, al menos a juzgar por el título, son las Lettres d’un Sauvage dé-

paysé (á son correspondant en A m érique), contenant .une. critique des mceurs du siécle, et des, réflexions sur des matiéres de religión et de politP que, que aparecieron anónimas; en 1738,272 Análogas expresiones encontrará 267 Montaigne, Essais, I, 31. Al final del ensayo inmediatamente anterior (I, 50) Montaigne había lamentado, con ejemplos europeos y americanos,, la idea “de penser gratifier au Ciel et a la nature par nostre massacre et;homicide, qui fut universellement embrassée en toutes religions”. .Cf. R. Lebégue, "Montaigne et le paradoxe des Cannibales”, S tu d i d i le tte ra tu ra , s to ria e f ilo s o fía in o n o r e d i B r u n o Reve/, Florencia, 1965, pp. 359-363. . . . . . .. . 268 Montaigne, Essais, I, 30 y 31. La tesis religiosa de la antropofagia .—que,- por cierto, no está muy .alejada .de las más recientes teorías sobre las creencias religiosas de los pueblos primitivos— se. remonta al padre Las Casas. Véase el excurso sobre los sacri­ ficios de los mexicanos, in fr a , pp. 740-743. Para sus relaciones con la liturgia del sa'r orificio divino,. véase Frazer, T h e G o ld e n B o u g h (ejemplo mexicano en las. pp. 488-491 de la citada Abridged Edition). 269 I. I. B., epigrama latino en elogio de Léry (véase s u p ra ), en Le Moine, V A m é r iq u e e t les poetes frangais, p, 121. 2to Fontenelle, D ia lo g u e s des m o rts , en O e u v re s , e d. de París, 1766, vol. I,. p. 202. 2ti [Una de ellas, joya de la literatura española, las Cartas m a rru eca s de José Ca­ dalso (1789).] 222 Atribuidas durante mucho-tiempo al. Marqués de Argens, autor de unas ■L e ttre s

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en las utopías, muchas de ellas de ambiente americano,, la crítica d e la so­ ciedad europea. . . ... f ••••; - ■ V ol taire manejará la antítesis polémica con excepcional v irtu o s is m o , tanto en forma de novela (Zadig , por ejemplo) como en forma de a r g u m e n ­ tación directa. Un solo botón de muestra: “ Nous insultons á la c r é d u lité des Indiens, et nous ne songeons pas qu’il se vend en Europe tous les a n s plus de trois cent m ille exemplaires d ’almanachs, remplis. d’o b serv a tio n s non moins iausses, et d’idées non moins absurdes.” 273 Dos casos particulares de esta antítesis merecen ser mencionados: e l d e los europeos que matan y no devoran a sus enemigos, y ,e l de la p o b r e z a de la naturaleza europea opuesta a la benigna generosidad, de la a m e ric a n a . Eos señalamos aquí, entre otras cosas, porque Clavigero, que los e n c u e n tr a en su arsenal de represalias, evita la utilización del: prim ero,,que r e p u g n a a su religiosa humanidad, mientras que usa. y abusa del segundo. Montaigne, como se ha visto, había sabido defender a los caníbales a m e ­ ricanos. Y el filósofo La Douceur había soltado su ironía sobre e l n o b le oficio europeo de matar hombres sin comerlos. Vol taire se sirve m ás d e una-vez de Id; satírica contraposición. E n e l . Gandido, .Cacambo e n c u e n tr a bueno lo que hacen los antropófagos Orejones: “ certainement il va u t m i e u x manger ses ennemis que d’abandonner aux corbeaux et aux c o m e d le s l e fruit de sa vietoire” , como hacen Ios-europeos a causa de que tien en cosas mejores que comer.274 La Lettre de M . Clocpicre á M r. Eratou, después d e expresar “ quelque horreur” por el relato de un húsar que se había c o m id o a un cosaco y lo había encontrado muy correoso,, observa que n o h a y q u e concluir de lo particular a lo general, que hay cosacos y cosacos, y q u e t a l vez se podrían hallar cosacos tiernísimos, pero termina con las pala b ras d e l húsar: “ Vraiment, messieurs..,. Vous étes bien délicats; on tue d e u x o u trois cent mille hommes; tout le monde le trouve bon; on mange u n co sa ­ que, et tout le monde crie.” 278 En el artículo ‘‘Anthropophages d e la s Questions sur l’Encyclqpédie comenta Voltaire la conversación que t u v o e n y de unas L isttre s ch in oises, se creen hoy obra de J, Joubert de la Rué. Son u n a imitación de las L e ttr e s persanes y también de los relatos y diálogos de L ahontan, e l cual, a su vez, parece haberse inspirado en Luciano (véase Chinard, introducción a. s u ed. de los D ia lo g u e s c u r ie u x , pp. 45-46 y 64). Análoga estrategia polémica en otro escr ito anónimo de 1785: A n H is to r ie E p is tle f r o m O m ta h to th e Q u e e n o f O t a h e i t e ; b e i n g his R e m a rk s o n th e E n g lis h N a t io n , sobre la cual véase Smith, E u r o p e a n V is io n * pp. 59-60... 223 Essai s u r les m ceurs, cap. 157 (ed. cit., vol. V, p. 57). .. . 274 C a n d id e , cap. xvi (ed. Pléíade, p. 181). Cf. s u p ra , pp. 57 y 129, nota 110. Se v e aquí el nexo con otro motivo, el de la escasez de alimentos en América. Sobre la a n tr o ­ pofagia “alimenticia” cf. Landucci, I filo s o f i e i s.elvaggi, p. 68, nota 140. 225 O eu vres, ed. de "Londres”, yol. XXVIII, p. 111. t ju iv e s

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1725 con una antropófaga del Mississippi a quien había conocido en Fontainebleau: “ Nous tuons en bataille rangée, ou non rangée, nos voisins...; qu’importe quand on est tué d’étre rnangé par un soldat, ou par un corbeau et un chien?” 278 El mismo coloquio con la cenicienta canibalesa es referido en el Es sai sur les mceurs, donde Voltaire le da como conclusión esta “ mo­ raleja” : “ La véritable barbarie est de donner la mort, et non de disputer un mort aux corbeaux et aux vers” ,277 y recuerda copiosos ejemplos pari­ sienses y holandeses, bíblicos y tártaros de antropofagia feroz y religiosa, i' Kant acentúa con ironía más serena la condena del guerrero europeo: j “ Der Unterschied der europáischen W ilden von den amerikanischen besteht hauptsáchlich darin, dass, da manche Stamme der letzteren von ihren Feinden ganzlich sind gegessen worden, die ersteren ihre Überwundenen besser zu benutzen wissen, ais sie zu verspeisen, und lieber die Zahl ihrer Untertanen, mithin auch die Menge der Werkzeuge zu noch ausgebreiteren Kriegen durch sie zu vermehren wissen.” 278 Si los europeos no se comen a sus enemigos es porque los europeos son más utilitarios que los indios de América. (De manera no muy distinta, en el siglo xix, Guerrazzi en­ cuentra preferible la bárbara ley de Lynch a la hipócrita civilización de los gobiernos europeos, “ che sacramenta l ’assassinio col crisma della lega-

poquísimos años después de la muerte de Clavigero, el Inca de André Chénier, relatando la conquista de México por obra de los españoles, llamará “ avara” a la naturaleza de los europeos. Éstos no tienen peces en sus ríos, ni pájaros en sus bosques. N o tienen los “ glands onctueux” del cacao, no tienen nueces de coco, no tienen bananas. . . ; “ leur champs du beau mais ignorent la moisson, / le mangue leur refuse une douce boisson” .281 Por lo demás, al historiador no le está concedida la misma indulgencia que al poeta. En el padre Clavigero, ese altercado de mundos carece total­ mente de dignidad. Sobre un plano político, y no ya doctrinal, en sus in­ genuos acentos de desdén y de pique, en ese echar en cara a los griegos la pederastía, a los romanos la crueldad, y así muchos otros vicios, se pueden reconocer, además, los primeros vagidos de la exaltación moralista del Nue­ vo Mundo, en polémica con el Antiguo y corrompido, que en esos mismos años inspiraba a los publicistas de los recién nacidos Estados Unidos y que se adoptaría y desarrollaría y se convertiría hasta el fastidio en propaganda durante el siglo xix y todo lo que llevamos del xx.

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lita” .) 279 En nuestros días, Bernard Shaw está absolutamente en la línea volteria­ na cuando, en el prefacio a su Saint Joan, se adhiere en tono sarcástico al pasmo de los salvajes de las islas Marquesas al oír que Juana de Arco fue quemada y luego no fue comida: “ Why, thev ask, should anyone take che trouble to roast a human being except with that object? They cannot conceive its being a pleasure. As we have no answer for them that is not shameful for us, let us blush for our more complicated and pretentious sav- agery” . 280 En la literatura del Viejo Mundo no son tan frecuentes, desde luego, las denigraciones de la naturaleza europea en contraste con la americana. La tendencia se pierde, por lo común, en el simple panegírico de la exube­ rancia tropical de América, sin injuriosas y estériles comparaciones. Pero, 2-?6 Ed. cit., vol. XLVII, pp. 27-29. 277 Essai s u r les m ceurs, cap. 146 (ed. cit.,. vol. IV, p. 379). 278 Kant, Zum eto igen Frieden (1795), Zweiter Definitivartikel. [Dice así la traducción de F. Rivera Pastor, Madrid, 1919: “La diferencia entre los salvajes de Europa y los de América está principalmente en que muchas tribus americanas han sido devoradas por sus enemigos, mientras que los Estados europeos, en lugar de comerse a los vencidos, hacen algo mejor:'los incorporan al número de sus súbditos para tener más soldados con que hacer nuevas guerras.”] 279 Guerrazzi, II secolo che.muore, vol. IV, p. 343. 280 G. B. Shaw, S a in t J oa n , ed. Tauchnitz, Leipzig, 1924, pp. 53-55.

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L a “H ist o r ia n a t u r a l d e C h il e ” d e l pa d r e M o l in a El padre Juan Ignacio Molina, que cuando salió de Chile al destierro de Italia era un joven de veintisiete años apenas, y no había recibido aún las órdenes sacerdotales, no puede compararse con el sabio y autorizado Clavi­ gero. La historia natural, y no la arqueología, es su interés más decidido. N i siquiera los altivos araucanos lo hacen arder de verdadera pasión. Ese patriótico orgullo que inflama ciertas páginas del mexicano se reduce en su colega chileno a una ponderación de las bellezas paisajísticas y de las dul­ zuras climáticas de Chile, tierra que él define como “ l’Italia, vale a dire il Giardino dell’America M eridionale” .282 Más aún: para convencer al lector 281 Cbénier, fragmento de L ’A m é r iq u e , en O e u v re s c o m p le te s , París, 1940 (Bibl. de la Pléiade), p. 418. En la literatura patriótica norteamericana son frecuentes las exaltaciones de la abun­ dancia de cosechas y frutos en el Nuevo Mundo (Curti, T h e R o o t s o f A m e r . L o y a lty , passim , especialmente pp. 30, 40-41 y 69). Famosa es la tirada de Edmund Burke (1775): "for some time past the oíd World has been fed by the new", que como una joven madre ha ofrecido a su anciano padre el túrgido seno “with a true filial piety, with a Román charity” (Burke, W o rk s , ed. de Oxford, 1928, vol. II, p. 182). Sobre la pretendida escasez de alimentación en América véase s u p ra , pp. 57 (Voltaire), 115 (De Pauw), etc. 282 Giov. Ignazio Molina, S a g gio s u lla s to ria n a tu r a le d el C h ili, Bolonia, 1782, pp. 3, 29 e t passim . Volney (O e u v re s c o m p le te s , ed. cit., p. 684, nota) lo creerá italiano. Por lo demás, el propio Molina, nacido en Concepción, después de una larga permanencia en Italia se sentía “piü Bolognese che Americano” (M e m o r ie d i s to ria n a tu ra le , vol. I,

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de la benignidad de la tierra chilena, llega a decirnos que los leones, los pocos leones que se encuentran únicamente en los montes más enmaraña­ dos,. “ sono timidi e differenti da’ leoni criniti dell’Africa” , y no se tiene noticia de que se hayan enfrentado al hombre, “ anzi fuggono da tutti i pp. I, 7, 56 y 196; también Francisco Javier Clávigero fue tenido alguna vez por italiano: C a ta lo g u e o f th e L ib r a r y o f T h . J e ffe rs o n , vol. TV, p. 269; Rosa, S to ria g e n e ra le d e lle s t o r i e , p. 379). Molina publicó primero, sin su nombre, u n C o m p e n d io d e llá - s to ria g e o g ra jic a , n a turale. e c iv ile d e l re g n o d e l C h ile (Bolonia, 1776), que muy pronto , fue traducido al alemán por E. J. Jagemann (el cual se lo atribuyó erróneamente a otro de los jesuítas expulsos, Felipe Gómez Vidaurre) e impreso en Hamburgo, 1782 (la traducción española, por Narciso Cueto, es mucho más tardía: Santiago de Chile, 1878). Después publicó e s té S a g gio s u lla s to ria n a tu ra le (que Temite discretamente al C o m p e n d io , p. 7), tradu­ cido al .alemán por J. D. Brandi, Leipzig, 1786, y citado inmediatamente por Kant (G e s a m m e lte -S c h r ifte n ,. Akad.-Ausgabe, vol. XVI, p. 634); al español por Domingo José de Arquellada y Mendoza, Madrid,. 1788; y al francés por M. Gruvel, París, 1789. Final­ mente publicó nuestro jesuíta un S a g gio s u lla s to ria c iv ile d e l C h i l i (Bolonia, 1787), que se tradujo al alemán en Leipzig, 1791, y al español (por Nicolás de la Cruz y Bahamonde) en Madrid, 1795. “Tutte le Nazioni colte d’Europa lo vollero tradotto nelle loro lingue”, dice Molina en su S a g gio d i s to ria n a tu ra le al publicarlo por segunda vez (Bolonia, 1810, pv iii),'y el padre Iturri afirma que ese libro, admirado por Spallanzani, se tradujo al francés, al inglés, al alemán, al ruso y al español: J. de Onis, “The Letter of Francisco Iturri, S. J. (1789): Its Importance for. Híspanle American Historiograpliy’’, T h e A m e ric a s , Washington, VIII (1951-52), p. 87. Las tiotas añadidas a la traducción española de Arquellada, junto con las notas de la francesa de Gruvel, fueron utilizadas en •la edición inglesa'(Middletown, Conn., 1808; Londres, 1809, 2 vols.) de la traducción de los dos ¡S a ggi que hizo Richard Alsop: directamente del italiano, intitu­ lada T h e . G e o g ra p h ic a l, N a t u r a l a n d C iv i l H is t o r y o f C h ili. En 1792 Molina le pedía al rey de España el aumento de pensión que se le había prometido en recompensa de sus dos obras sobre la historia natural y civil de Chile (R. Donoso, F u e n tes d o c u m e n ta le s p a ra la h is to ria d e la in d e p e n d e n c ia de A m é ric a , I, M is ió n d e in v e s tig a c ió n e n los a rch iv o s e u ro p e o s , México, 1960, p: 93; cf. también p. 92), pero más tarde abrazaba con ardor la causa de la independencia de su patria (Vargas Ugarte, L a “ C a rta a los españoles a m e r ic a n o s ", p. 52). En 1810, cuando, tenía ya setenta años, publicó Molina la mencionada 2^ edición del S a ggio d i s to ria n a tu ra le . Impresa en gran formato, en estilo bodoniano, copiosa­ mente “accresciuta”, hasta con datos fresquísimos aportados por Humboldt y por los botánicos Hipólito Ruiz y José Pavón (1S01), y .adornada con un magnífico retrato del autor, la obra tiene todas las señales de, una edición definitiva, y resulta mucho menos empeñada que la primera en la polémica con De. Pauw y sus secuaces: “le loro diatribe —escribe en efecto Molina— al giorno d’oggi sono cadute nell’obblio che meritavano”, y la , revolución de independencia consumada en la América del Norte "ne ha fatto tacere tutti i detrattori”, etc. (p. 272). El chileno contradice todavía incidentalmente a De.Pauw (por ejemplo, pp. 11, 24 y 29), pero se trata de residuos ya semiextínguidos. Suprime otras escaramuzas polémicas, contra. el padre Gilij por ejemplo (véase in fra , p. 270); pero, en compensación, abandona igualmente ciertas jactancias de la edición de veintiocho años antes, como la relativa a ia suculencia de la carne de las vacas andinas,

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luoghi che....esso. f requema” .2S3Admi te asimismo que en Chile h a y s o l a m e n ­ te treinta y seis especies indígenas de cuadrúpedos.284.Y, si.bien lo s in s e c t o s son en Chile bastante numerosos, “ nulladimeno io sono di parere, p e r q u a r t to vado osservando — nos parece ver cómo se rasca el buen M o l i n a — , c h e gl’insetti terrestri sieno piu numerosi in Italia” . . ,285

R ehabilitación de la naturaleza chilena N o obstante esta ingenua exhumación del “ león cobarde” y de l a es c a s e z d e especies animales; también Molina se inflama de orgullo a m e r i c a n o e n reacción contra la calumnia de De Pauw, y se afana estudiosam ente e ir d e ­ mostrar que en ninguno de los tres- reinos cede el Nuevo M u n d o a l A n t i ­ guo. Buffon podrá negarlo cuanto le dé la gana, pero hasta u n- a n i m a l a z o como el hipopótamo parece encontrarse en los ríos y lagos del A r a u c o —- u n hipopótamo con pies palmeados “ como las focas” ,, y con la p i e l c u b i e r t a de un pelo suave, “ di color simile a quello dei lupi marini” (e s d e c ir , f o ­ cas). El prudente Molina no afirma de manera perentoria su, e x i s t e n c i a ; pero ésta es “ universalmente creduta in tutto il Paese” .2SS El prefacio comienza refiriéndose; en tono genérico, al gran in t e r é s ' q u e Europa demuestra “ presentemente” ' por América; se explaya h a b l a n d o d e l escaso conocimiento que los europeos tienen de Chile, y exp on e e l p l a n d e la obra. Tras lo cual, de manera repentina, estalla la p o lé m ic a c o n D e Pauw.: “ I miei Leggitori, a cui sieno note le Ricerche F ilo s o fic h e s o p r a gli Americani del Sig. Pauw, si meraviglierannq assai di tr o v a r d e s c r i t t o un Paese deH’America differentemente da quello, che esso v o r r e b b e f a r c r e dere, che fossero tutte le partí di quel vasto Continente. Ma c h e p o s s o f a r e o la que mencionaba las dimensiones de los cuernos de los bueyes (véase i n f r a , p_ 2 7 2 ). Por otra parte, atenúa su reverencia por el sistema; clasificatorio de L in n e o (a sí e n la p. 254). ■ ; 283 S a g gio d i s to ria n a tu ra le , pp. 51-52 y 295-299; cf. también M e m o r i e d i s t o r i a n a tu r a le , v o l. II, p. 185. . .. ¡ . 284 Le parece, sin embargo, un número miserable, y no se r¿signa: “io s o n o p e r altro ben persuaso che ve ne siano di piú”, dice en la 1? ed.. (p. 273); p e r o e n l a 2* alcanza a contar “appena” treinta y ocho (pp. 172-y 226). • 2S5 S a g gio d i s to ria n a t., p. 196. Cf. La Douceur, s u p ra , p. 132. A este p r o p ó s ito n o está de más recordar que también el ilustre Niebuhr, basado en el te stim o n io d e u n viajero inglés llamado Howse, dice que los italianos son mucho más sucios q u e lo s p ie le s rojas,, los-cuales tienen piojos, pero no pulgas ni chinches (carta a M. Jacofai, R o m a , 30 de abril de 1817, en L e b e n s n a c h ric h te n ü b e r B a r th o ld G e o r g N i e b u h r a u s J S r i e f e n desselben u n d aus E r in n e r u n g e n e in ig e r s e in e r n a ch sten F r e u n d e , H a m b u r g o , 1838, vol. II, p. 309). 286 S a g gio d i s to ria n a t., p. 274. En vez de “ lu p i m u ñ id " , la 2^ e d . d ic e “ v i t e l l i marini”.

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io? Dovró tradir la veritá per non espormi ai sarcasmi poco decenti con cui l ’Autore delle suddette Ricerche inveisce contro tutti quelli che trova opposti alie sue strane idee?” 287 De Pauw no ha visto una sola de las regio­ nes del Nuevo Mundo y, por motivos suyos, “ che non sono difficili a indovinare” ,288 no ha querido ver en los autores fidedignos nada que se opu­ siera a sus tesis, las cuales de “ incongruenti premesse” deducen “ conclusioni antiamericane” . Sus descripciones podrían aplicarse a la luna y a los selenitas. Pero, para desgracia suya, el continente americano no es la luna; lo han visitado hombres sabios, y otros lo han estudiado movidos sólo por el amor de la verdad, como el conde Gian Rinaldo Carli en sus Lettere

de buena calidad,282 u hombres de larga vida;293 que confunde las residen­ cias de las distintas tribus de indios,294 que cree que Atacama está en Chile 285 y nada sabe de la lengua chilena 296 ni del clima chileno (el cual no es de ninguna manera como lo describe De Pauw, porque “ la Natura si compiace di trasgrediré le leggi che fannosi senza consultare il lócale dei paesi a cui si vogliono imporre” ); 297 que, finalmente, considera degenerado el avestruz chileno en comparación con el africano "perché invece di due ha tre dita dinanzi” /98 cuando en todo caso — replica Molina— el “ bas­ tardo” será él, el avestruz africano, que tiene un dedo menos. . .

americane.282

Respetuosa discusión con B u ffo n

A l desarrollar su tema, en forma un tanto árida y escolástica, el padre Molina ridiculiza genéricamente a aquellos — y De Pauw pertenece al nú­ mero— que opinan que los perros del Nuevo Mundo no sabían ladrar,280 pero, sobre todo, no pierde ocasión de exponer ai público ludibrio al “ filó­ sofo” francés que niega al continente americano la capacidad de producir duraznos, albaricoques, cerezas, y en general frutas con hueso,291 o hierro 287 S aggio d i s to ria n a t., p. 12. Nótese que en el C o m p e n d io , la primera obra de Molina (1776), no se menciona todavía a De Pauw una sola vez, a pesar de que allí se afirma que los animales europeos se han aclimatado en Chile “senza degenerare in nulla” (C o m p e n d io , p. 91; para las plantas, véase ib id ., p. 43). Del ruiseñor chileno admite el autor que "é pió piccolo di questo di qua, e i l suo canto non é si continúalo, né si armonioso” (ib id ., p. 64); y del león, que es chico y sin melena, y que ataca al ganado pero no al hombre (ib id ., p. 8; cf. ib id ., pp. 81-82, y s u p ra , cita de la nota 28S). En el S a ggio d i s to ria n a tu ra le desaparece el ruiseñor, pero de la th en ca , variedad de nuestro ya conocido cenzontle (c£. Clavigero s u p ra , p. 253), asegura el padre Molina, entre otras maravillas, que “la sua voce é piü alta, piü variata e piü melodiosa di quella deU’usignolo” (p. 252). 286 Esta acusación de venalidad, lanzada con técnica verdaderamente jesuítica, vol­ verá a ser esgrimida en el siglo xix por el peruano Dávila Condemarín (véase in fr a , p. 385), y todavía en nuestros tiempos por el norteamericano Echeverría, el cual supone que De Pauw se hizo instrumento de la política anti-migratoria de Federico II (M ír a g e in th e W est, pp. 11-12). 289 S a ggio d i s to ria n a t., pp. 12-14. Carli es alabado también en las últimas líneas del S a g g io d i s to ria c iv ile (p . 308) y en las M e m o r ia , vol. II, p. 190. De los demás autores que intervinieron en la polémica, Molina cita varias veces a Pernety (S a ggio d i s to ria n a t., notas de las pp. 148-149 y 161-162, y pp. 165 y 283), a Robertson (ib id ., pp. 29-30 y 322, y S a ggio d i s to ria civ ., pp. 73 y 308), a Raynal (S a g g io d i s to ria n a t., pp. 39-41, 48, 50 y 62-63; Saggio d i s to ria civ ., pp. 77-78, 101-102, 273 y 275-276; Raynal había elogiado el clima y la naturaleza de Chile: cf. s u p ra , p. 59) y a Clavigero (S a ggio d i s to ria n a t., p. 270; M e m o r ie , v o l. II, p. 185). Conoce también y utiliza ampliamente las obras del padre Acosta, de Frezier, de Eeuillée y de Ulloa. 290 Saggio d i sto ria n a t., p. 270; cf. supra, pp. 72, 183, 255 (nota 241), etc. zsi S a g gio d i s to ria n a t., p. 194, nota.

Este último golpe polémico nos lleva, por el tono, a la técnica despectiva de Clavigero; pero el contenido nos sitúa en plena atmósfera buffoniana, frente a las vidas paralelas de animales perfectos o decaídos, corpulentos y enteros o pequeños y mancos. El padre M olina conoce a Buffon; pero de paso rechaza respetuosamente su autoridad; "questo grand’uomo é stato male informato su questo punto [la relación entre la vicuña y la alpaca] 292 ib id ., pp, 91-92; y véase s u p ra , p. 73. Más aún; en su entusiasmo por los mi­ nerales de Chile, Molina acierta con una profecía sobre la gTan riqueza que le vendrá un día por los nitratos (ib id ., pp. 70, 82 y 85-86). Pero aún sostiene como “un fatto costante in America” que "le miniere esauste si rigenerano di nuovo coll’andar del tempo, e tornano a riempirsi come prima” (M e m o r ie , vol. I, pp. 181-182) —como si fueran otras tantas bolsas diabólicas inagotables. (La idea de que los metales son "pro­ ducidos” por la tierra al igual que los vegetales es antiquísima; se encuentra ya en Aristóteles. Véase Gerbi, Viejas p o lé m ic a s , pp. 241-242, y los curiosos ejemplos citados por L. Diez del Corral, D e l N u e v o a l V ie jo M u n d o , Madrid, 1963, p. 49.) 293 Saggio d i s to ria n a t., p. 333; S a ggio d i s to ria c iv ., p. 53. Sobre este punto insiste el padre Molina, que, de hecho, vivió 89 años (1740-1829). Sobre la muy discutida lon­ gevidad de los americanos véase Wright (ed.), T h e E liz a b e th a n s ’ A m e r ic a , pp. 69-161, y Adams, T ra v e le rs a n d T r a v e l L ia r s , pp. 11, 183 y 186. Según Molina, los famosos pata­ gones no son sino, los grandes y fuertes indios de la Sierra chilena, los puelches, “tilani Antartici” (S a ggio d i s to ria n a t., pp. 9 y 337; M e m o r ie , vol. I , pp. 199-200; pero cf. C o m p e n d io , p. 226); y dice que en la región que ellos habitan crece el pino de Chile, “l’aibero piü gigantesco del globo terrestre” (M e m o r ie , vol. I, p. 200). 294 Saggio d i s to ria n a t., p. 27. 295 j>e Pauw dice que las tropas de Almagro sufrieron hambre en Chile. No, res­ ponde Molina: “la carestía afflisse quelle truppe nel deserto di Atacama, che non ha rilevato mai dal Chili” (S aggio d i s to r ia n a t., p. 128, nota). ¿Existe hoy un solo chileno dispuesto a renunciar a Atacama. y a sus n i t r a t o s . . . - .,. "" • 296 Saggio d i s to ria n a t., p. 334; S a g gio d i s to ria c iv ., pp. 305-307. 287 S aggio d i s to ria nat., p. 41. Sobre la extremada humedad del Nuevo Mundo cf.-sin embargo M e m o r ie , vol. II, p. 180. 2SS S a ggio d i s to ria n a t., p. 262. Cf. Clavigero, s u p ra , pp. 253-254.

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SEGUNDA FASE DE LA DISPUTA

come in m olti altri ccmcernenti la storia naturale d’Americá” .298 ¿No pre­ tende el naturalista francés quedos mares australes "siano inabili alia produzione delle Balene” ? Sólo peces de modestas dimensiones admite en ese Océano: “ questo grand’uomo — otro coscorrón— , che talvolta si lascia tra­ sportar troppo da’ suoi favoriti sistemi, poteva almeno ricordarsi della mostruosa corporatura de' falsi leoni marini dell’Isole di Gio. Fernandes, che egli stesso descrive” .2 3003 9 1 0 En otro lugar toma Molina de manos de Buffon el arma critica ^que éste había forjado al decir que, en lo referente a las especies naturales, “ les noms avaient confondu les dioses” , y la esgrime contra uno de sus secuaces. Todos los males, dice, han venido “ dall’abuso che fecero quei primi Conquistatori dei nomi degli esseri del Vecchio Continente, applicandoli capricciosamente e senza verun discernimento ai nuovi oggetti che si paravan loro davanti con qualche leggiera somiglianza a quelli che avevano lasciati in Europa” .801 Y Molina insiste: “ L ’abuso della nomenclatura, che continua tuttora, é stato perniciósissimo alia storia naturale d’America: da questo derivano i capricciosi sistemi sulla degradazione dei quadrupedi in quell’immenso continente: quindi procédono i piccoli cervi, i piccoli cinghiali, i piccoli orsi, etc. che allegansi ad appoggio di tali sistemi” . Ese error, ese “ abuso della nomenclatura” es pernicioso porque puede seducir hasta a cierto “ moderno, rispettabile Autore che pretende essere evidente la degenerazione degli animali in America” .302*En realidad, eliminado el prejuicio, nada más fácil que defender “ tutti i quadrupedi Americani contro i quali é stata fulminara prowisionalmente la sentenza di degradazione” .308 p. 313; S a g gio d i s to ria c iv ., pp. 9-10. 3°o S a g gio d i s to ria n a t., pp. 230-231. Sobre las ballenas del Antártico, cuya existencia niega Buffon “per uno dei piü insostenibili dei suoi paradossi”, véase también el C o m p e n d io , pp. 74-75, y la memoria “Le Balene” en M e m o r ie , vol. II, pp. 54 y 61-63, con citas de Pernety, Bougainville, etc. Los falsos leones marinos de Buffon, dice Molina, son en realidad "lami" (P h o c a e le p h a n tin a ); y el naturalista chileno nos describe amena­ mente sus furibundos zafarranchos por las hembras, que esperan quietecitas a un lado, “pronte poi ad applaudire e seguiré il vincitore. Cosí i piü valorosi y aquí una de esas imágenes dé sultanes o bajáes panzudos— si formano dei numerosi serragli, e accompagnati dalle sultane tolte ai piü deboli passeggiano trionfanti peí vasto Océano” (S a g g io d i s to ria n a t., p. 282). 301 [Incansable combátidor de ese "abuso” había sido Oviedo: cf. Gerbi, L a n a tu ­ raleza d e las In d ia s nuevas, sobre todo pp. 340-344.] 302 Se trata del padre Filippo Salvatore Gilij (sobre el cual véase in fr a , p. 279). Contra los geólogos que, "per un’analogia malintesa”, han querido extender a los volca­ nes americanos los sistemas modelados sobre los europeos, cf. M e m o r ie , vol. I, p. 26; contra los botánicos q u e co je a n d e l m is m o p ie , S a g g io d i s to ria nat., 2° ed., p. 225. 3°3 S a ggio d i s to ria n a t., pp. 270-271. Cf. también S a ggio d i s to ria civ ., p, 99: “io non ho mai preteso di dire che tutto siasi migliorato in America. lo sono per cárattere 299 S a ggio d i s to ria n a t.,

271

EL PADRE MOLINA

La defensa de Molina es eficaz: la naturaleza americana no es i n f e r i o r a la del Viejo Mundo, sino sencillamente diferente. Y Molina está lis t o - a percibir las diferencias. Hasta entredós indios americanos de d istin tas n a ­ ciones encuentra singularidades que impiden decir que sean “ tod os i g u a ­ les” . N o contiene una risa de desdén al referirse a esos autores q u e n o sa ­ ben percibir las diferencias: “ R ido fra me stesso quando leggo i n c e r t i scrittori moderni riputati osservatori, che tutti gli Americani h a n n o u n medesimo aspetto, e che quando se né abbia veduto uno, sí possa d ir e d i averli veduti tutti.” 304 Es clara la alusión a la- célebre frase de A n t o n i o d e Ulloa: “ Visto un Indio de cualquier región, se puede decir q u e se h a n visto todos, en cuanto al color y contextura; pero en cuanto a c o r p u le n c ia no es asi, variando según los parages ¡ .. Poco menos que con e l c o lo r s u ­ cede por lo tocante a usos y costumbi'es, al carácter, genio, in clin a c io n e s y propiedades, reparándose en algunas cosas tanta igualdad como si lo s t e r r i ­ torios más distantes fuesen uno mismo.” 305 De los criollos, en c a m b io , e s ­ cribe Molina que son todos iguales, cualquiera que sea la nación e u r o p e a de donde provengan: “ le medesime idee e le medesime qualitá m o r a li s i scorgono in tutti. Questa uniformitá, dégna assai di riflessione, n o n so c h e nemico di comparazioni odiose”. Asi, por ejemplo, le belle arti s i;tróvano n el Gh 11í i n uno stato miserabile. Le meccaniche puré vi son tuttora ben lontane dalla loro p e r f e zione” (S aggio d i s to ria civ ., p. 274; cf. ya el C o m p e n d io , p. 244). Y, para dar o t r o ejemplo, vaya éste de “animales comparados”: “le Alpí abbíano il loro L aenuner-G eyer, e le Ande il loro Condoro, campioni ambedue degni di entrare in lizza, e d i c o n tr a sta r per 1‘impero dell’aria” (S a ggio d i s to ria n a t., 2° ed., p. 225). 304 Saggio d i s to ria nat., p. 336. , sos A. de Ulloa, N o tic ia s a m ericanas. E n tr e te n im ie n to s fís ic o -h is tó ric o s s o b r e la A m é ­ ric a m e r id io n a l y la s e p te n tr io n a l o r i e n t a l . . . , co n u n a r e la c ió n p a r t ic u la r

de

lo s

ir id io s

etc. (1772), ed. de. Madrid, 1792, E n tr e te n i­ miento x v ii . Análoga impresión tuvieron La Condamine (véase s u p ra , p. 133), e l p a d r e Gilij (in f r a , pp. 288-289) y Romans (1775), citado por Gliozzi, L a s c o p e rta d e i s e h / a g g i , p. 68, y el mismo Buffon (véase Glacken, T ra ce s o n th e R h o d ia n S h o re , p. 589), y , p o r lo que toca a los indios norteamericanos,^ M. de Sacy (1776): “En peignant les I r o q u o is et les Hurons, j’ai peint toutes les nations voisines: méme caractére, mémes vices, m é m e s talents” (citado por Duchet, A n t h r o p o lo g ie e t h is to ir e a u sié cle des l a m i e r e s , p . 2 9 ) y también J. F. D. Smith: "l’étude d’une de ces nations suffit pour porter u n j u g e m e n t exact sur les autres” (V o y a g e dans les É ta ts -U n is , vol. I, p. 173); lo mismo H u m b o ld t (Minguet, A . de H u m b o ld t , p. 374), y todavía en el siglo xix Giacomo Beltram i: “ le s peuples des deux Amériques sont tous et partout du méme type physique et m o r a l ” (N o t iz ie e le tte re , Bergamo, 1865, p. 122). Para Adam Smith en el D r a f t d e 1763, p e r o no en el texto definitivo de su W e a lth o f N a tio n s (1776), cf. Landucci, I f i l o s o f i & i selva ggi, p. 477. No es de sorprender, por cierto, que Rousseau diga eso m ism o d e lo s franceses: "Qui a vu dix Franyais, les a r a tous” (É m ile , V, “Des Voyages", e d . E . Faguet, París, s. a., vol. II, p. 359). [Cf. también s u p ra , p. 130, nota 115, lo que- d i c e La Douceur sobre los chinos.] de a q u e llo s países, sus co stu m b res y usos,

SEGUNDA FASE DE LA DISPUTA

LOS PADRES VELASCO Y JOLÍS

sia stata considerara da alcun Filosofo in tutta la sua estensione” .306 Es claro lo que en ella está implicado: la superioridad del clima sobre la raza, de la geografía sobre la historia. América produce nativos sumamente diversos

tra los calumniadores europeos.311 Otro sacerdote desterrado, don Juan de Velasco, originario del actual Ecuador, terminaba de escribir en Faenza, en 1789, una Historia general del reino de Q uito en la cual desenmascaraba a De Pauw, Robertson, Raynal, Marmontel y Buffon, autores de escritos brillantes y engañosos bajo cuya influencia — dice— ha llegado a formarse “ una moderna secta de filósofos anti-americanos” . Refiriéndose a De Pauw, jefe reconocido de la secta, dice suavemente que es un loco o un degene­ rado él mismo, y que a cada paso lo que dice está desmentido por los hechos. N o por ello se adherirá Velasco a la defensa que ha escrito Pernety: “ yo conozco mejor que él lo que son aquellas naciones [los indios americanos]: confieso que tienen muchos y grandes defectos” — con lo cual se aparta

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entre sí, pero nivela la prole de los europeos. Su contraofensiva es menos eficaz. L a naturaleza americana es tan bue­ na — dice— , que las especies del mundo antiguo transportadas al nuevo continente han conservado por lo menos su “ statura” , y los individuos^ en muchos casos, la han aumentado y han prosperado “ nella loro perenne propagazione e lunga dimora sotto di quel benigno clima” .307*Y los bovinos chilenos, domésticos o selváticos, no han tenido nunca "la disgrazia di per­ deré le corna, come spacciano i degradatori deH’America” . Si degeneran, " é piuttosto per eccesso che per difetto. L e loro corna diventano cosí grosse” , que sirven para fabricar vasos y botellas hasta de ocho pulgadas de diámetro (!).30S Todas las plantas europeas transportadas a Chile “ allignano come se fossero nel loro nativo Paese” .309 Resuena en esta apología el ingenuo entusiasmo antiguo de los prime­ ros relatores y de los viejos cronistas de las Indias. Pero, ya sea por el nuevo acento polémico, ya por limitarse la apología a la tierra y al cielo de Chile, también aquí se advierte un nuevo sentimiento de apego al terruño, algo como un embrionario y minucioso patriotismo físico que encuentra en el

padres

V ela seo, J olís y P eram ás : Q uito , Y EL RÍO DE LA PLATA

el

C haco

Dos jesuítas habían defendido contra De Pauw a México y a Chile. Y po­ cos años después, un jesuíta argentino empuñará la pluma, en Roma, con306 S a ggio d i s to ria c iv ile ,

p. 272, nota.

S a ggio d i s to ria n a tu ra le , p. 271. sos I b id ., pp. 330-331. Dice Molina

rigurosamente de los primitivistas y rousseaunianos— , pero, añade, basta el impío Raynal ha sabido distinguir de los verdaderos salvajes a los civi­ lizados mexicanos y peruanos; y también Robertson ha evitado esa con­ fusión.312 Y en esa misma Faenza, en ese mismo año de 1789, se publicaba el pri­ mer volumen, in-8? (el único, por desgracia, de los cuatro anunciados), del

Saggio sulla storia naturale della Provincia del Gran Chaco, e sulle pratiche e su’ costumi dei Popoli che l’ábitano, insieme con tre giornali di altrettanti viaggi fa tti alie interne contrade di que’ Barbari, compuesto por otro jesuíta en exilio, el abate José Jolís. Más de veinte años habían pasado ya de la expulsión de los padres y de la publicación de las nefandas Recher-

desterrado una expresión más pronta y espontánea.310

Los

273

so*

que el cuerno más grueso fue uno que se dio de regalo (en verdad muy apropiado) al virrey Manuel Amat, literariamente célebre como amante de la voluble Perricholi. Para la réplica de Gilij véase in fra , p. 2S7. 309 Saggio d i s to ria n a tu ra le , p. 188. sio Molina había perdido ya la esperanza de volver a ver su tierra natal (véase S a g gio d i sto ria n a t., p. 7). Giovanni Fabbroni, en sus S c r itti d i p u b b lic a e c o n o m ía (1804), dados a la luz con el pseudónimo de “Diego López”, mencionaba a Molina y a Clavigero como excelentes escritores y "celebri patrioti” (ed. de Florencia, vol. I, 1847, p. 267). Y el discutidísimo Francisco A. Encina, “Gestación de la independencia”. R e ­ vista C h ile n a de H is t o r ia y G e o g ra fía , LXXXIX (1940), pp. 15-16, observa que, más que como factores del patriotismo criollo, las obras de Clavigero y de Molina deben consi­ derarse como manifestaciones “del afloramiento, en los dos ex-jesuitas, del intenso amor

a sus patrias”, amor que, a su vez, actuó sobre el espíritu del criollo y reforzó la “con­ ciencia de su valer” y su voluntad de emancipación. De manera semejante, Arnoldsson, L a co n q u is ta española de A m é r ic a , p. 36, ve en Molina v Clavigero los primeros reivintlicadores de las antiguas civilizaciones indígenas, la primera “identificación de la anti­ güedad india y la moderna Hispanoamérica”. 311 El padre Francisco Iturri: véase in fr a , pp. 369 ss. 3V2 La obra del padre Velasco (editada íntegramente apenas en 1841-1844; la segunda parte se había traducido en ¡a colección Ternaux-Compans, vols. XVIII y XIX, París, 1840, y en la R a c c o lta d i v ia g g i d a lla s c o p e rta d e l N u o v o C o n t in e n t e f in o a’ d i n o s tr i, ed. F. C. Marmocchi, vol. III, Prato, 1842) me ha sido inaccesible. Ferdinand Denis, biblio­ tecario de Sainte-Geneviéve (en G. Osculati, E s p lo ra z io n e d e lle r e g io n i e q u a to r ia li tu n g o i l Ñ a p o e i l fiu m e d e lle A m a z z o n i, 1846-1848, 2? ed., Milán, 1854, p. 330), la llama “pre­ ciosa” y "rarísima en Europa”. Me baso en los extractos y noticias que he encontrado en José Dávila Condemarín, B o s q u e jo h is tó r ic o de la fu n d a c ió n d e la in s ig n e U n iv e rs id a d M a y o r de San M a rc o s de L im a , Lima, 1854, pp. 67-69; M. L. Amunátegui, L o s p r e c u r ­ sores de la in d e p e n d e n c ia de C h ile , Santiago, 1870-1872, vol. III, p. 113; M. de Mendiburu, D ic c io n a r io h is té r ic o -b io g r á fic o d e l P e r ú , Lima, 1931-1934, vol. VIII, p. 357, y Carbia, H is to r ia de la leyenda n e g ra , p. 134. Sobre las fuentes y la fortuna de Velasco hay amplias noticias en N. Zúñiga, A ta h u a lp a o la- tra g e d ia d e A m e r in d ia , Buenos Aires, -1945, pp. 42-76, y algunos informes en Donoso, F u e n te s d o cu m e n ta le s , vol. I, pp. 2930 y 92.

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SEGUNDA FASE.DE LA DISPUTA

ch essu r les Am éricains.. Pero en las primerísimas líneas de su prefacio, el padre Jolís declara quede ha servido “ di grande impulso” , para componer su ensayó, ‘Timmagine compassionevole e poco vantaggiosa che íanno alcuni Autori di tutto quel Continente, descrivendone il suo clima cosí mali­ gno, che non che gli uomini vi degradino, ma eziandio gli animali, le piante e gli alberi trasportativi dall’Europa: ció che vogliono ancor delle fiere che ivi hanno la loro origine, e de’ popoli che l'abitano, e infin de’ Crio­ llos, cioé de’ figli degli Europei nati ivi puré in America” .313 El resumen es exacto, y no cabe duda de que Jolís tiene un amplio co­ nocimiento, no sólo de los escritos de Buffon y De Pauw, sino también de los de sus adversarios más importantes, como Pernety, Carli, Clavigero y Molina.314 Pero su motivo dominante es el anti-enciclopedismo, en el cual hace caber como un episodio particular la defensa de las regiones america­ nas por él visitadas. “ L ’America Spagnuola — prorrumpe con impacien­ cia— é stata cosí mal servita da’ sigg. Enciclopedisti, che non vorrebbe nemmen sentirsi nominare.” 315 Se comprende así que reúna en el vilipen­ dio y en la refutación de los denigradores de América, no sólo al más gran­ de de los naturalistas antiguos del Nuevo Mundo, Oviedo — culpable, se­ gún eso, de haber suministrado materiales a los escritores más recientes— ,316 sino también al “ secuaz” de Buffon, al circunspecto historiador Robertson, “ il Sig. Dottor Robertson, scrittore per altro di mérito, ed accurato” , a quien sin embargo le descubre varios disparates.317 Y se comprende que, aunque ataca tozudamente a los adversarios sobre el frente, por así decir, sis S a ggio s u lla s to ria n a t. d e l G ra n C h a c o , pp. 3-4. Cf. también ib id ., pp. 13-15, 19, etc. El autor hubiera querido dedicar su obra a un Pignatelli —¿tal vez el bata­ llador jesuíta Giuseppe Pignatelli (1737-1811), beatificado en 1933?—, quien lo había alentado y quizá ayudado a publicarla. A propósito de las rayas (peces), Jolís aduce el testimonio de otros ex-jesuitas desterrados: “Vive, e trovasi di presente in questa Cittá di Faenza chi ne ha vedute in quei fiumi della circonferenza d’una rota di carrozza” (ib id ., p. 385). 314, Pernety es mencionado en las pp. 5-6, 149, 152 y 156; Carli en la p. 6; Clavigero en las pp. 98, 141, 143, 157, 180, 224, 231, 275, 285, 289, 313 y 327; Molina en las pp. 113, 140, 217-218, 231, 267, 285, 288, 290, 297, 306 y 313. Jolís menciona también a Muratori —la “piccola sua Storia delle Missioni del Paraguay” (p. 156), o sea I I C ris tia n e s im o fe lic e — y al padre Gilij (pp. 100 y 285), de quien en seguida hablaremos. 3i5 S a g g io , p. 59; cf. también p. 64. sis “Di tante, e tali esagerazioni, e di favole tessute ella é la sua Storia, che scritta sembra da chi messo non abbia il piede nel nuovo Mondo, e per divertiré chi legge con de’ Romanzi” (S a ggio, p. 198; cf. también pp. 194, 212 y 285). En la p. 155 y en nota de la 540 se insinúa que Oviedo contribuyó a aumentar las dudas corrientes sobre la existencia de tigres y de frutas con hueso. Jolís vuelve a mencionarlo en las pp. 268 y 275. 317 I b id ., pp. 477-481; cf. también pp. 7, 152, 162, 217 y 297.

EL PADRE JOLÍS

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zoológico o naturalista, en realidad su interés se dirija totalm ente a la s “ naciones” , a las gentes entre las cuales ha desempeñado sus tareas d e m i ­ sionero. Cuando concluye su noticia de las plantas, de los cuadrúpedos, d e los volátiles “ e degli altri viventi irrágionevoli” , toda ella tejida y b o r d a d a de escaramuzas polémicas, entremezcladas de pintorescas descripciones p o r el estilo de las de Buffon, parece echar un profundo suspiro: “ l ib e r o g i á di remora cosí nojosa, passeró a parlare degli esseri ragionevoli, c io é d e l l e Nazioni” que habitaban el Chaco en el año de 1767, “ in cui per S u p e r io r e disposizione fui costretto a lasciarle” .318 Y aquí se suspende la p o lé m ic a ; la descripción se hace circunstanciadamente amorosa, Buffon d e s a p a re c e del horizonte, y De Pauw hace apenas alguna furtiva y apresurada v is it a , a propósito de la circuncisión,319 de las frutas con hueso 320 o de la s sed es episcopales existentes en el Nuevo Mundo.321 Español, tío americano; misionero, no catedrático, Jolís es h o m b r e i n ­ clinado a la acción más que al estudio. Pedro Juan Andreu, cuando q u i s o abrir a la Buena Nueva las inmensas e inhóspitas tierras del C h aco, “ e le g ít. . . binos intrepidi pectoris, et laborum tolerantissimos, Rochum G o r o s tiza et Josephum Jolis, qui in médium Chacum penetrarent. Q u a n tis a u tem periculis atque incommodis susceptae expeditionis utrique c o n s tite r ín t, difficile creditu, dictoque est... jolis secum deduxit magnum T o b a r u m numerum, et aliquot Mataguayos, quibus positum est oppidum ad f l u v i u m Auratum” .322 En el momento de la expulsión, nuestro padre J o lís , q u e llevaba ya doce años en América, se encontraba junto con el padre M i g u e l Navaz en una de las más recientes y remotas “ misiones” del C h a co, y l a más chica de todas: la misión de Nuestra Señora del Pilar, v u lg o M a c a pillo, en el Tucumán, donde estaban recogidos unos doscientos in d io s p a ­ samos, cuarenta y ocho de los cuales eran ya cristianos.323 Pero ese v í n c u l o , tan delgado en apariencia, seguía ligando al jesuíta en exilio c o n la s ilimitadas extensiones del Chaco, lo aguijoneaba a la polémica y a la c o m ­ áis I b id . , p. 387. Nótese ese “lasciarle”: Jolís piensa, no en la tierra, sino e n la s gentes a quienes ha tenido que dejar. 319 I b id ., pp. 434-439. sao I b id . , pp. 540-541, nota. sai I b id . , notas de las pp. 564 y 567. 322 Jos. Emmanuel Peramás, D e v ita e t m o rib u s sex s a ce rd o tu m P a r a g u a y c o r u m , Faenza, 1791, p. 142: [“eligió... a dos misioneros de intrépido pecho y grandes su fr id o res de trabajos, Roque Gorostiza y José Jolís, para que penetraran en el corazón d e l C h a co . Difícil de creer y de decir es la cantidad de peligros y calamidades a que u n o y o tr o hicieron frente en la expedición que emprendieron... Jolís llevó consigo gran n ú m e r o de indios tobas y algunos mataguayos, para los cuales se construyó un p u eb lo j u n t o al río Dorado”]. 323 véase la tabla, con otras indicaciones, entre las pp. 528 y 529 de su S a g g i o .

276

SEGUNDA FASE DE LA DISPUTA EL. PADRE PERAMÁS

posición de un amplio tratado, lo obsesionaba por un número de años casi doble de los que pasó en el Nuevo Mundo, hasta el último día de su vida, porque Jolís murió en Faenza "por el Chaco y sus indios de papel ■ — según escribió el padre Diego González— , pues la historia del Chaco semi-impresa le quitó la vida, y el grueso y flaco primer tomo paró en envolver sardinas por no haber (y fue mucho) quien apechugase con el segundo, aunque el difunto había dejado mucho ripio” . Hasta parece que el segundo tomo es­ taba ya listo para la imprenta, y que Jolís hizo o estaba a punto de hacer un viaje a Bolonia para encargar allí su publicación, cuando lo sorprendió la muerte.324 El carácter del hombre, entregado por completo a sus “ indios de papel” , explica las curiosas limitaciones (y quizá también la escasa resonancia) de la obra. El misionero aborrece el enciclopedismo, pero no experimenta ningún escándalo intelectual frente a las extremas teorías antiamericanistas de Buffon y De Pauw. N o se lanza al contraataque exaltando a América o, cuando menos, la región en que ha vivido. N o se enfrenta cara a cara a los adversarios. Pero sobre los pequeños datos de hecho no transige. Continuo es su resentimiento por los errores flagrantes, por las patentes estupideces de esos presuntuosos científicos de gabinete, apresurados, y de erudición puramente libresca. El señor Buffon, “ poco certo portato per PAmerica” , pretende reducir a media docena los pájaros cantores de las selvas americanas. Se ha que­ dado cortísimo — replica Jolís— , pues hay cuando menos veinticinco, “ e questo puó servir a chi legge per conoscere qual fede meriti sulle cose Americane cosí celebre e rinomato Naturalista” .325 La conclusión es res­ petuosa, pero tajante: “ lo venero il lodato Naturalista, ma non posso non daré a conoscere al pubblico quanto sia egli mal sicura guida nelle cose spettanti ai Selvaggi abitatori del nuovo Mondo, che d’ordinario o ignora, o le traveste in maniera da farde comparire tutt’altro da quel che sono.” 326 32* g . Furlong, “José Jolís, misionero e historiador (1728-1790)’’, E s tu d io s , Buenos Aires, XLVI (1932), pp. 82-91 y 178-188, especialmente pp. 180 y 185. El segundo tomo debía ser “piü curioso d’assai [que el primero], e piü dilettevole per ogni sorta di persone” (S a g g io , pp. 9-10). En la misma revista E s tu d io s , XVIII (1920), pp. 294-302, publicó Furlong el tercero de los diarios de viaje que debían integrar el S a g gio de Jolís, y a los cuales se remite con frecuencia para ciertos particulares, como por ejemplo sobre los tapires, los monos y los murciélagos (S a g g io , p. 221), sobre las cucarachas y las co­ chinillas (p. 376) y sobre algunas tribus indígenas (p. 471). asa S a ggio, pp. 222-227. Buffon es criticado con una frecuencia rayana en el fasti­ dio: véanse, por. ejemplo, las-pp. 45, 138, 147-148, 151-161, 164-169, 173, 179-180, 183-184, 196, 198-199, 207-208, 211, 213-215, 217, 219-221, 229-232, 236, 247, 249-250, 258, 262-270,

273-281, 287, 297, 299-301, 309, 314, 317, 321 (nota) y 335. « « -Ib id ., pp. 305-306; cf. también p. 13. ■ 3

277

Contra De Pauw, como era de esperarse, no se anda con tantos mira­ mientos. El “Corifeo degli anti Am ericani” 327 es un “ Moderno Scrittore Tedesco” , y más exactamente “ Prussiano” , inclinado a lo maravilloso y a lo excesivo y, por lo tanto, amante de las exageraciones y las hipérboles.328 Muchos de sus argumentos se tachan simplemente de falsedades.329 Pero a propósito de los tigres, de los auténticos tigres americanos, cuya existencia negó De Pauw, Jolís le da una verdadera bañada, una bañada de padre prefecto a estudiantino petulante: “ Era dunque ben necessario, io dico, Sig. Canónico Pavv, anche per voi il degnarvi di studiar prima la Zoografia Americana, affin d’imparare a conoscere quegli animali, a poter distín­ gueme i loro [sic] generi, e le specie; e quindi occuparvi da Filosofo in ricerche non inutili, come certo molte delle vostre lo sono.” El ex-jesuita admite no ser un hombre de ciencia: “ lo di buon grado e ingenuamente il confesso, che Naturalista non sono.” Pero, concluye deliciosamente, “ non sembra di arrogarmi assai nell’asserire, esservi le vere T íg r i in America, ove sono stato per m olti anni, e avuto il comodo di vederne, e mangiarne non poche nelle Missioni del Chaco” .330 El tenedor y el cuchillo se yerguen contra la pluma de ganso. El resultado del duelo no puede ser dudoso. ¿Cómo podría atreverse De Pauw a contradecir a este devorador de ti­ gres? . . . Vamos, ese tigre que Buffon ha medido y observado no podía ser el verdadero y temido tigre de América: ése no era más que “ un Gatto Americano tigrato” .331 junto con el padre Jolís, partía en 1755 a la América meridional el padre José Manuel Peramás, y junto con é l regresaba de las dilatadas lianuras del Plata a la soñolienta vida de provincia de Faenza, en la Romagna papalina. Peramás es más literato que Jolís: buen latinista, maneja con soltura la ejercitación académica, como esa que, traducida al castellano, le ha granjeado una moderna restauración de fama rioplatense, y que es una comparación entre los guaraníes y, nada menos, la República de Píatón.332 Pero lo que nos interesa es que en ese breve tra’tadito el autor 3'-'7 Ib id ,, p. 126. 32S Ib id ., pp. 320-321, donde se lanzan las mismas acusaciones contra otro “alemán”, el padre Martin Dobritzhoffer (sobre el cual véase F. Esteve Barba, H is to r io g r a fía i n ­ diana, Madrid, 1964, p. 591). 329 Cf., por ejemplo, las pp. 36 (nota), 100-101, 107-108, 124-125, 148, 150, 161, 167-169, 184, 215, 217, 235, 267, 297 (nota), 322 (nota), 330, 335 y 375. 330 Ib id ., pp. 153-154. “Non poche” dice aquí, pero a lo mejor fueron sólo dos o tres tigres los que se comió, y eso por necesidad grave, pues en otro lugar se lee: “io in mancanza di miglior vivanda per ben due volte mi cibai, e con piacere, delle carni della Tigre” (ib id ., p . 166). . 337 Ib id ., p p . 158-159. .• 332

Publicada como introducción a su

D e v ita e t m o r ib u s tre d e c im v ir o r u m P a ra g u a y -

; ¡

¡ í i

278

SEGUNDA FASE DE LA DISPUTA

ataca no menos de siete u ocho veces a De Pauw, y por lo común a propó­ sito de temas completamente ajenos ah paralelo que se ha propuesto, y con argumentos del más candoroso empirismo. ¿Cómo puede afirmar De Pauw que los perros en América no tienen ya ni fuerzas para ladrar? “ Et tameti ego Americanorum canum latratu paene obsurdui olim.” 333 ¿Cómo puede hablar de recién nacidos a quie­ nes se da muerte cuando son deformes, “ more Lacaedemonio” , siendo así que en América no nacen niños imperfectos? “ De hac re testis ego, qui non exiguam Americae Meridionalis partem vídi.” 334 Pero también a él le interesa, más que el problema científico, la defensa del clero contra las acusaciones del Canónigo de Xanten. Exalta ciertamente a los tigres ame­ ricanos como más corpulentos y feroces que los del Viejo Mundo, pero admite: “ El león por el contrario es tan tímido que cualquier perro lo hace huir; es pequeño y no representa la majestad que el africano.” 335 Peramás, en una palabra, abandona el león a los sarcasmos de De Pauw. Pero cuan­ do éste la emprende contra eclesiásticos tonsurados, como cuando escribe en las Recherches sur les Américains que algunos indios fueron quemados vivos por los Inquisidores dominicos,336 Peramás no puede contenerse y explota: “ O Pavvi, o pie Pavvi! haereo hic, et nescio an tui me misereat, an Indiorum, quos dignata clementia misereris. Miseret me tui potius, et taedet, qui adeo impudenter mentitus es, vel nescius errasti turpissime calumniandi studio, ut tuus est mos.” Los dominicos no han sido nunca inquisidores. Y la Inquisición nunca ha tenido jurisdicción sobre los in­ dios. El remate es un anatema: “ Haec volui de P a w io dicere, ut vel hiñe discas quatenus tibí fidendum sit impiis philosophis, cum in religiosos viros, cum in censores sacros, cum in supremum Ecclesiae caput (ñeque enim huic parcit Pavvius) quaesitis consulto fabulis debacchantur, ac vel odio, vel malitia, vel rerum quas traotant inscitia, imperito imponunt Faenza, 1793, y traducida con el título de L a R e p ú b lic a d e P la t ó n y los guaraníes, con prólogo de G. Furlong, Buenos Aires, 1946. 333 o p . c it ., § 149; ed. cit., p. 74; trad. Furlong, p. 116. [“Pues mira que yo llegué casi a quedarme sordo por los ladridos de los perros americanos.”] Cf. s u p ra, p. 183. 33 m í o rn tri , VII, 33-34. Para Ulloa, O p e r e , p. 312. Para Buffon y Raynal, Z i b a l d o n e , í r j d i c e u t >n 1 £tico, y, para el primero, S a ggio, pp.- 288 y 306, y P e n s ie r i, liv {O p e r e , p . 3 5 1 ) (p e r o n o parece haber leído sino los pasajes reproducidos en cierta antología: c £ . - S e r b a n , L e o p a r d i e t la F r a n c e , París, 1913, p. 139). Para Cieza de León, O p e r e ^ p . 3 1 2 , y Z ib a ld o n e , índice analítico. Para Garcilaso, Serban, o p . c it., pp. 91-94 y 4 7 0 , y t a l v e /, (H is to r ia de la F lo r id a ) S a ggio, p. 311. Para Algarotti, Z ib a ld o n e , vol. I X , p - 7 9 2 . Solís, Z ib a ld o n e , índice analítico. Para Cieza, de León, Algarotti, Robertson. . — —y Franklin— véase M. Porena, "Un settennio di letture di Giacomo L e o p a r d i ’ ' , e n . Á " c r í£ í¿ le o p a rd ia n i, Bolonia, 1959, núms. 90, 92, 232 y 413. Para Clavigero, IV t. C a p u c c i“ " I popoli esotici nell'interpretazione leopardiana", en L e o p a r d i e i l S e t t e c e - n t o Z t i 1964, 1 C o n v e g n o In te r n a z io n a le d i S tu d i L e o p a r d ia n i, 13-16 s e tie m b r e 1962), Florencia

p e n s ie ri,

p., 242.

Sobre el ocio habitual del “uomo silvestre” (¿ e c o d e Robertson?) v é a s e el en O p e r e , p. 252. Sobre las cabezas, D ia lo g o d e lla M o d a e d & Z la . O p e re , p. 132. Sobre la barba, Z ib a ld o n e , vol. II, p. 739. Sobre los g i g a n t e s c o s canos, O p e re , pp. 1152-1153 (en cuanto a la mayor estatura de los de los Estados occidentales, véase; s u p ra , p. 305). Leopardi sabe tam bién che in America non sono e non furono mai leoni” (Z ib a ld o n e , vol. II, j o . 1 0 9 8 ) leído a Charlevoix (S a g g io , p. 289; Serban, L e o p a r d i e t la F ra n ce , p. 4 6 3 }. H>e figura en la biblioteca de Monaldo Leopardi, en la que hasta 1827 se n u t r i ó la sidad y la doctrina de Giacomo: quizá poique esa rica colección se fo r m ó - c a s i mente después de 1795 (Serban, o p . c it., pp. 16, 30, nota, y 452), o sea e n : e l de eclipse casi total de la fama de De Pauw. Cabe comparar, sin e m b a r g o , escribe Leopardi sobre las creencias d e ultratumba de los salvajes { P a r a l i p o m e r i 12-13) con lo que dice De Pauw, R e c h . p h il. s u r les A m é r ic a in s , vol. I, p . 2 6 9 , y 269

d e g li u c c e lli,

285 Das B lo ck h a u s , W e rk e , vol. I, pp. 273-275. Ya antes de su partida se proponía Lenau declamar los poemas de sus amigos en las selvas americanas {W e rk e , vol. III, pp. 143 y 146-147). 2S6 W e rk e , vol. VI, p. 334. [“Será más poético el resonar de cadenas de Europa, pero es más consolador el tintinear de mohedas de América.’’] Otro gran liberal decepcionado de América, sin haber pisado su suelo, fue Heinrich Heine, que juzgaba monótona la vida y tiránica la democracia de los Estados Unidos (cf. Castle, Der grosse U n b e k a n n te , pp. 408-409). Se los figuraba como una cárcel gigantesca, una tierra maldita de Dios, dominada por la hez de la sociedad, carente de humanidad para con los negros, hipócrita y plutólatra: carta de Helgoland, 19 de julio de 1830, en L u d z u ig B o rn e , e in e D e n k s c h r ijt (1840), S a m tlic h e W e rk e , ed. cit., vol. VIII, pp. 386-388.

4 7 9

y GIACOMO LEOPARDI

HEGEL Y SUS CONTEMPORÁNEOS

- .E lo g io A T o r

;

lo z v o l-

480

HEGEL Y SUS CONTEMPORANEOS

to exalta el canto de los pájaros, la desdichada particularidad de la natura­ leza americana que hace que en esas regiones las aves canten menos bien que en Europa.270 Finalmente, no ignoraba las teorías que explicaban cómo el clima iba mejorando con gran rapidez a causa del cultivo de los campos, el saneamiento de los terrenos y el establecimiento de centros habi­ tados, “il quale effetto é stato ed é palese singularmente in America, dove, per cosí dire, a memoria nostra, una civilta matura é succeduta parte a, uno stato bárbaro, e parte a mera solitudine”.271 Puede decirse de él, en suma, lo que él dice del conde Leccafondi: “leggi e stati sapea d’entrambi i mondi”.272 Pero América en sí misma, como mundo nuevo, como prome­ sa o como caricatura de Europa, como esperanza del universo o presagio funesto de su ruina, no le interesaba en absoluto. Este continente, en ver­ dad, no tenía para él mucha importancia intrínseca. Del descubrimiento de esa “ignota immensa térra” —acontecimiento que López de Gomara y otros habían exaltado como el más importante de la historia universal después de la Encarnación de Cristo— lo único que sabe decirnos es que ha empequeñecido el globo, destruyendo todo un supramundo de “sogni leggiadri”, de “belle immaginazioni” y de ilusiones geográficas “sommamente poetiche”, y de la presencia del Nuevo Mundo hace así una funesta amenaza para la poesía.273 2?o “Dic o n o alcuni... che la voce degli uccelli é piú gen tile e piú dolce, e i l canto piü modulato, nelle partí nostre, che in quelle dove gli uomini sono selvaggi e rozzi” ( E lo g io d e g li u c c e lli, O p e re , p. 249). En "alcuni” es identificado “l’ascoltatissimo Buffon” por G. Reichenbach, S tu d i s u lle O p e r e tte m o r a l! d i G. L e o p a r d i, Florencia, 1934, p. 121. 2‘i P e n s ie ri, xxxix (p o s t 1832: O p e re , p. 342). Cf. s u p ra , p. 117. 272 P a ra lip o m e n i, X, 34. 273 4 d A n g e lo M a i (1820) y las notas respectivas. C£. F. Montefredini, L a v ita e le o p e re d i G ia c o m o L e o p a r d i, Milán, 1881, pp. 417-419. Esta posición acaba por concordar con la de la impoeticidad intrínseca del continente americano (cf. s u p ra, p. 445). Ya Sainte-Beuve indicaba su afinidad con una página juvenil de Chateaubriand en el Essai su r les r é v o lu tio n s {C h a te a u b ria n d e t son g r o u p e litté r a ir e sous l ’e m p ir e , ed. M. Allem, París, 1948, vol. I, p. 103, nota). Pero más sorprendente es la coincidencia del lamento leopardiano por la desaparición de los mitos (A d A n g e lo M a i, 1820: “Nostri sogni leggiadri ove son giti / dell’ignoto ricetto d’ignoti abitatori. . etc., y canto A lia P r i ­ m avera o d e lle F a v o le a n tic h e , 1822: “Giá di candide ninfe i rivi albergo, / placido albergo e specchio furo i liquidi fo n ti...”; Diana baja allí a bañarse, y hay Panes agrestes, etc.) con la acusación de Poe a la ciencia en un soneto de 1829-1830: “Hast thou not torn the Naiad from her flood, / the Elfin from the green grass...?”, etc. (IForíts, vol. V, p. 62) y con la deploración de Melville, más precisa todavía: “Columbus ended earth’s romance: No New World to mankind remainsl” (C la rel, 1876, en T h e O x f o r d B o o k o f A m e ric a n Verse, ed. F. O. Matthiessen, Nueva York, 1950, p. 405; cf. también Kuhn, “Amerika—Vision und Wirklichkeit”, p. 481). Muy cerca está asimismo Baudelaire ("Comme le monde est grand á la clarté des lampes”, L e Voyage, en Les

GIACOMO LEOPARDI

481

Y de la empresa de Colón, que un Campanella, por ejemplo, había can­ tado como la inmensa conquista del Océano y el lanzamiento de un puente “ ira due mondi a Cesare ed a Cristo” , Leopardi hace decir al navegante mismo que, tenga o no buen éxito, habrá sido de algún provecho para él y para sus compañeros, si no por otra cosa, porque los habrá mantenido durante un tiempo “ liberi dalla noia” , ocupados en algo, como si se tratara de un juego o de un pasatiempo frívolo cualquiera;274 palabras tan diso­ nantes de cuanto se conoce sobre el carácter religioso y casi alucinado del genovés, que impulsaron a De Sanctis a hacer aquel sarcástico comentario: “ Non é Colombo, é Leopardi che discorre cosí, e Leopardi non avrebbe scoperto 1’America.” 275 Y de hecho, lejos de detenerse en América, la mirada de Leopardi re­ volotea ligeramente sobre las peculiaridades de este continente, demorán­ dose en cambio en la idea del infeliz destino de toda la humanidad,270 des­ tino en el cual las deficiencias y las debilidades propias de América quedan como reabsorbidas y pierden por lo tanto todo relieve específico. Tam bién la fundamental tesis depauwiana de la corrupción o degeneración de los salvajes es acogida sustancialmente por Leopardi, pero el poeta la extiende a todas las naciones del globo, de tal manera que América, en definitiva, queda liberada de esa maldición particular suya. Y si el poeta no exime de su sarcasmo a la república norteamericana — “ l ’altra riva / dell’Atlantico mar, fresca nutrice / di pura civiltá” — , no hay razón para ver aquí sino un ejemplo particular de aquella genérica irrisión de las “ magnifiche sorti e progressive” del mundo entero, a que Leopardi daba desahogo sobre el pelado espinazo del volcán exterminador, prueba tonante y fulminante de la miserable fragilidad y de las necias pretensiones del género humano.277 y toda la temática romántica sobre la poesía que nace de lo desconocido y del misterio (por ejemplo, G. A. Bécquer). Véase también in fr a , p. 668 , nota 464. 274 D ia lo g o d i C. C o lo m b o e d i P . G u tié r r e z , en O p e r e , pp. 245-246. Sobre el entu­ siasmo general .—de Bembo, Guicciardini, Ramusio, Tasso, Botero, etc. (además de] entusiasmo que manifiesta Campanella)—, véase Romeo, L e s c o p e rte a m e rica n e , pp. 125-126. 275 F. De Sanctis, G ia c o m o L e o p a r d i, ed. W. Binni, Barí, 1953, pp. 301-302. Muy distinto es el juicio de Reichenbach, S tu d i s u lle O p e r e tt e m o r a li, pp. 112-115, y el de L. Giusso, L e o p a r d i e le sue d u e id e o lo g ie , Florencia, 1935, pp. 17, 19 y 222. En el Colón leopardiano, que por huir del tedio se hace temerario navegante, Giusso peiciV-.e incluso un héroe romántico y fáustico. 276 Se ha observado ya que en el C a n to n o t t u r n o el exotismo ha perdido sus con­ notaciones, y el pastor errante es .—según la fórmula de Giulio Augusto Levi {L e o p a r d i, Messina, s. a.)— el hombre de todos los tiempos (y, añadamos, de todos los lugares) frente al misterio de la existencia (Capucci, L e o p a r d i e i l S e tte ce n to , p. 243; y cf. ib id ., p. 246). 277 P a lin o d ia {ca. 1834) y L a G in e s tra (1836). P o r o t r a parte, al fundador d e la

F le u rs d u m a l),

482

HEGEL Y SUS CONTEMPORANEOS

483

GIACOMO LEOPARDI

Ya en el D ia lo g o tra due bestie (1820) había im aginado extinguida del

antes estuvo, a todas luces, habitada, acaba por juzgar tan b á r b a r o s

y

s a l­

todo la raza humana, que por haberse alejado del estado natural ha per­

vajes a los caníbales del “ mondo, nuovo” como a las viudas h i n d ú e s q u e

dido la felicidad nativa, decayendo n o sólo en lo moral, sino también en

e l continente “ piü vecchio” se sacrifican sobre la pira fú n e b r e d e l m a r i d o ,

lo físico: "anche g li uom ini s’erano m utati a ssa i... perché da principio

mientras M o m o subraya la lentitud y la accidentalidad de lo s p r o g r e s o s d e

erano m olto piü fo rti e grandi e corputi e di piü lunga vita che dopo,

los civilizados europeos, observando que los otros géneros d e c r e a t u r a s , lo s

che a forza di vizi s’in debolirono e im p iccolirono” , tal como se debilita­

animales, no tienen necesidad de progreso porque “ fin o n e l p r i n c i p i o

ron y degeneraron las razas animales p o r ellos domesticadas.278 Esta tesis

rono períettissími ciascheduno in se stesso” , y que esa i m p e r f e c t í s i m a

nos hace pensar en aquellos teólogos del siglo

que entre las consecuen­

lización humana es, por otra parte, sumamente precaria: n o

cias del pecado origin al habían puesto de relieve la decadencia física y la

caer en cualquier momento, sino que ya ha caído varias veces.

x v ii

s ó lo

en

fu c iv i­

puede

reducida longevidad del hom bre ,279 y traslada a Leop a rd i — o lo mantiene,

A q u í Leopardi no afirma todavía que los salvajes o los e u r o p e o s h a y a n

m ejor dicho— muy cerca de esos rigurosos pesimistas, negadores de todo

“ decaído” , si bien en cada relativa “ perfección” ve incluida t o d a s u e r t e d e imperfecciones: y el londinense zoófilo, infanticida y su ic id a p o r s p l e e n ,

progreso y doctoralmente desesperados por la pérdida irreparable de la Gracia. Pero este tema teológico se enlaza curiosamente con aquel otro,

refuerza al fin a l del diálogo la duda sarcástica sobre el v a l o r

de

n u e s tra

completamente racionalista y naturalista, de la degeneración de las especies

civilización .282 Pero ya lo inclinaban a una in terpretación

animales domesticadas,280 y, de manera más general, con el m otivo rous-

de la historia universal la proyección sobre la vida del g é n e r o h u m a n o d e su propia vida, bruscamente arrastrada de los sueños y fa n ta s ía s d e l a p r i ­

seauniano del nefasto in flu jo de la civilización.

“ Quaranta o cinquan-

d e c a d e n tis ta

t'anni addietro — dice T im a n d ro — , i filo s o fi solevano morm orare della spe-

mera juventud a una precoz vejez ,283 y más aún su firm e y c i e n

veces

cie umana; ma in questo secolo fanno tutto il contrario.”

clamada convicción de la superioridad de los antiguos sobre l o s

m od ern os,

Pero Eleandro,

portavoz del poeta, da la razón a esos filósofos de cuarenta o cincuenta años atrás, o sean los de 1774-1784.281 En su afán de reducir a sistema la in felicidad del mundo, de demostrar

del mundo clásico sobre el actual, demostrada, entre otras

cosas,

p ro­

por

la

observación de que el hombre se va “ sensibilmente im p ic c o le n d o ” , y e x p l i ­ cada a menudo con la “ m aggior forza della natura, per an ch e n o n c o r r o t t a

cómo es necesaria y al mismo tiem po absurda la misérrima condición del

o meno corrotta” en tiem po de los griegos y romanos ,284 o c o n

hombre, L eopardi utiliza vorazmente cualquier argum ento que le venga a

razón de que los antiguos, aunque no más longevos que los m o d e r n o s , e r a n

las manos: sólo el calor de su desesperación consigue mantener unidos

individuos “ piü pien i di v it a lit á ..., m eglio adattati alie f u n z i o n i d e l

la

bu ena co r-

(1824), e l semidiós, que baja prim eram ente al país de Popayán, cerca del

po, e piü potenti físicamente ”.285 Más coherente y resuelto en la negación de todo p ro g reso e s

río Cauca, tierra sobremanera húmeda y completamente desierta, aunque

en varios pasajes del Z ib a ld o n e , que confluyen y desembocan e n u n a á s p e r a

unos materiales lógicos tan heterogéneos.

En la Scommessa di Prometeo

el

digresión de los P a ra lip o m e n i d ella B a tra com iom a ch ia . E l p u n t o d e

república norteamericana, George Washington, Leopardi rinde el homenaje singular de ponerlo al lado de Timoleón de Corinto y un poco por encima de Andrea Doria, como héroe no ávido de poder (P a r a lip o m e n i, III, en' O p e r e , pp. 539-540): cf. S. Cassará, L a p o lít ic a d i G ia c o m o L e o p a r d i n e i “ P a r a lip o m e n i d e lla B a tr a c o m io m a c h ia ” , Palermo, 1886, pp. 415-418. 278 O p e re , pp. 1145-1150; c£. Z ib a ld o n e , vol. I, p. 1302 (1821), donde Leopardi anota que los antiguos Padres de la Iglesia, y San Pablo, y aún los filósofos paganos habían observado “una degeneraxione e corruxione dell’uomo, conosciuta e predicata nelle antichissime mitologie”. 279 Véase s u p ra , p. 76. 2S0 Véase s u p ra , p. 37. 28i D ia lo g o d i T im a n d r o e . di. E le a n d r o (1824), O p e re , p. 265. Típicamente rousseauniana —ib id ., p. 266; en el P a r in i, cam ero D e lla g lo r ia (1824), O p e r e , pp. 194-195, y en el Z ib a ld o n e , vol. I, p. 203, y vol. II, p. 24 (pero cf. vol. II, pp. 1298 y 1301)— es la aversión por las metrópolis corruptoras.

p o e ta a rra n ­

que es siempre, c o m o en e l D ia lo g o tra d u e bestie, la c o m p a r a c ió n e n t r e e l feliz o al menos ignorante estado de los animales (estado d e

n a tu r a le z a )

y el estado corrom pido e in feliz del hom bre m oderno .236 P e r o

c o n v ie n e

releer las exposiciones del Z ib a ld o n e , más simples y d ogm áticas, p o r q u e los P a ra lip o m e n i la convención esópica, en virtu d de la cual r a n a s y 282 O p e r e , pp. 156-164 y 283 m . Losacco, I n d a g in i

en

ra to -

312-313.

le o p a rd ia n e , Lanciano, 1937, pp. 18-19, q u ie n c ita a O . Barzellotti, “A, Schopenhauer e G. Leopardi”, en S a n ti, s o lita r i e f i l o s o f i , B o l o n ia , 1 8 8 6 ; cf. P e n s ie r i, cii (O p e r e , p. 376). 284 z ib a ld o n e , vol. I, pp. 299 y 300-301 (1820); cf. ib id ., p. 399 (1821). 285 Z ib a ld o n e , vol. I, pp. 896-897 (1821). Sobre la tesis de que la h is t o r ia es d e c a ­ dencia cf. Giusso, L e o p a r d i e le sue d u e id e o lo g ie , pp. 123 y 126. 286 véase también in fr a , p. 488, nota 297.

484

nes son también hombres, y la sobreposición de velos irónicos y de sarcas­ mos no siempre eficaces, nublan un tanto la visión. En el Z ib a ld o n e , Leop a rd i reconoce abiertamente las raíces religiosas de su postura: “ U n o dei p rin cip ali dogm i del Cristianesimo é la degenerazíone d ell’uom o da uno stato p rim itiv o piü perfetto e felice: e con questo dogma é legato qu ello della R edenzione e si puó dir, tutta quanta la R eligion e C ristiana. II principale insegnamento del m ío sistema, é appunto la detta degenerazione.” 287 Esta degeneración es m áxim a en cuanto el hom bre se aleja de la natu­ raleza: las sociedades primitivas, o sea las de los salvajes, son tam bién las más bárbaras y desnaturalizadas; para acercarse a la civilización, a “ uno stato che non sia affatto contrario alia natura” , el hom bre tiene que rem on­ tar un camino larguísimo y sumamente penoso .288 Tam b ién aquí, como se ve, el diagrama es el bíblico: una caída brusca seguida de una recupera­ ción lenta y dudosa. El estado de inocencia es el estado salvaje puro. “ L a barbarie suppone un prin cip io di civiltá, una cíviltá incoata, im perfetta; anzi l ’include.” Las tribus salvajes americanas son tan despiadadas y feroces porque tienen un prin cip io de civilización, “ perché sono cominciate a incivilire, insomma perché sono b arb are. . .

I lo ro m ali provengono da un

principio di civiltá. N ien te di peggio certamente che una civiltá, o incoata, o piü che matura, degenerata, corrotta ”.269 Pero ¿existe sobre la faz de la tierra una nación por com pleto salvaje, sin la más pequeña intrusión de tendencias civilizadas? Necesitaría ser un pueblo absolutamente sin sociedad, p o r mucho que ésta favorezca la c iv ili­ zación, la cual es también “ un raw icin am en to alia Natura” . Sin sociedad,2 7

485

GIACOMO LEOPARDI

HEGEL Y SUS CONTEMPORANEOS

porque la sociedad, aun la más rudim entaria, es corrupción — corrupción que, en efecto, se manifiesta ya en form a abierta en las primeras expresio­ nes de sociedad organizada, en las ciudades. Y aquí se opera en el pensa­ miento de Leopardi u n a e x tra o rd in a ria c o n ta m in a tio de m otivos bíblicos y rousseaunianos. Las ciudades, y especialmente las grandes ciudades, eran para Jean-Jacques la aborrecida quintaesencia de la civilización política, del lujo burgués, del nefasto progreso de las artes y de las ciencias: eran la antítesis de la Naturaleza, la antítesis del Campo, la antítesis de la V ir­ tud.290 Eran el resultado y el ápice de la decadencia del hombre en sociedad. Pero no eran el Pecado O riginal.

Para Leopardi, sí: “ g li im puri citta-

dini consorzi” (A U a P rim a v e ra ) fueron inventados p or el fratricida Caín {In n o ai P a tria rc h i, 1822),291 y éste, n o el manso Adán, “ duce antico e pa­

dre dell’umana fam igiia” , fue qu ien in trod u jo el m al en el mundo.

Para

nuestra conciencia moral, diga la B ib lia lo que quiera, el hurto de una fruta es muchísimo menos grave que un fratricidio. Así, pues, no la man­ zana de Eva, sino la sangre derramada por Caín es, para Leopardi, el prin ­ cipio prim ero de la condenación del género humano.

Es ése el único y

verdadero “ antico / error che Turnan seme alia tiranna / possa de’ m orbi e di sciagure offerse” , y se com etió después que A dán hubo abandonado la mansión paradisíaca “ di colpe ignara e d i iugubri eventi” . (¡" D i colpe ignara” la sede de la primera culpa! ¡Y “ d i Iugubri eventi” , el ja rd ín donde entró en el mundo la muerte física y espiritual!). Y cuando finalm ente Jesucristo descendió a redim ir a la humanidad, no vin o a cancelar la culpa de los primeros padres, sino la del prim er “ rip rovato” , del prim er “ fondatore delle societá” , del m atador de A b el. L a ciudad es una invención de Caín: es “ in certo m odo effetto e fig lia e consolazione della colpa” , o sea

vol. I, pp. 674-675 (1821). El pasaje continúa diciendo que la demos­ tración de la felicidad originaria del hombre y de su infelicidad actual, tanto más grave cuanto más se aleja de la naturaleza, son otras tantas “prove dirette” de la verdad del cris­ tianismo: cf. ib id ., vol. I, p. 337 (1820). M. Kerbaker (S c r itti in e d iti, Roma, 1932) y Losacco (In d a g in i le o p a rd ia n e , p. 305) admiten que el relato bíblico del pecado original es la "base teológica” del sistema leopardiano. Pero cf. in fr a , p. 486. 288 Z ib a ld o n e , vol. II, pp. 662-663 (1823). 289 Z ib a ld o n e , vol. II, pp. 1013-1014 (1826). Todo este esquema histórico procede de una página de un libro con el que Leopardi estaba bastante familiarizado, el G e n te d u ch ris tia n is m e : ‘Thomme... par une loi de la Providence, plus il se civilise, plus il se rapproche de son premier état...; les arts parfaits sont la nature...; entre les siécles de nature et ceux de civilisation, il y en a d'autres que nous avons nommé siécles de b a rb a rie ” , etc. (3^ parte, libro V, cap. 2; ed. cit., vol. II, p. SO). Se trata en el fondo de uno de los consabidos intentos de conciliar la teología de la Biblia con la positividad de la historia humana, el pesimismo de la Caída con el optimismo del Progreso. Cftambién s u p ra , p. 449 (un caso particular de esta tesis), e in fra , p. 492 (versión demaistriana de la misma), y J. Moras, U r s p r u n g u n d E n tw ic k lu n g des B e g ñ ffs d e r Z iv ilis a tio n in F ra n k re ic h (1756-1830), Hamburgo, 1930, p. 65 y nota 96. 2S7 Z ib a ld o n e ,

corruptora por su naturaleza y “ sorgente della massima parte de’ nostri vizi e scelleraggini” . U n a sociedad de hombres es una c o n tra d ic tio in term in is. Una “ societá stretta” engendra las peores pasiones, las más antisociales .2S2 Con esta endorse al m ito y a la teologia cristiana, Leopardi hacía de nuestra corrupción una consecuencia histórica del delito del fratricida, y no ya una mística herencia de la caída de A d á n .293 Com o Leopardi mismo de290

Cf. Gerbi, L a p o lític a d el S e tte c e n to , pp. 286-289. 291 Con cita del Génesis, IV, 17. 292 Z ib a ld o n e , vol. II, pp. 643-671 (1823), con ejemplos de Cieza de León, etc. Sobre el antiurbanismo bíblico de los Profetas y sus ecos en América, hasta llegar al agrarismo úc Jcfíersor. {in fra . p. 768 y nota 80), véase Sanford, T h e Q u e s t f o r F a ra d is e, pp. 29, 31, 107, 110, 116 y 126-127. Sobre Caín como responsable de la Caída véase ya Parchas (1613), citado por Hodgen, E a rly A n t h r o p o lo g y , p. 238. 293 G. A. Levi, S to r ia d e l p e n s ie ro d i G ia c o m o L e o p a r d i, Turín, 1911, p. 58, citando oportunamente el Z ib a ld o n e (vol. I, pp. 203-204): “il primo autore delle cittá vale a dire deba societá, secan d o la Scrittura, fu il primo riprovato, cioé Caino...; e come

486

HEGEL Y SUS CONTEMPORANEOS

GIACOMO LEOPARDI

487

cía, mientras San P a b lo y los padres veían “ un’imménsa im perfezione nel

ción, desconocen el vestido, ignoran el uso del fu ego y todo l o

sistema e n ell’ordine prim itivo d e ll’uom o” , y p o r lo tanto juzgaban “ so-

v en era b le cié h u ron es. Los “ californios” : su imagen fantástica surge gigantesca d e s d e el m á s a rem oto O c c id e n te ... Y he aquí que sobre las cavilosas argumentaciones se alza potente el canto del In n o a i P a tria rc h i (1822): “ T a l fr a l e v a s t e c a li-

stanzialmente imperfetta, cioé composta di elem enti concradciittori” la obra del Creador, él encuentra la im perfección en las cualidades adquiridas de¡ hom bre que repugnan a las naturales, o en “ qualitá naturali corrotte, ripugnanti fra loro, solo ín quanto corrotte” . M ientras ellos “ venivano a porre l ’uom o quasi fuori della natura” , donde todo es perfecto, “ io ve lo ripongo, e dico ch’egli n ’é fuori solamente perché ha abbandonato il suo essere pri­ m itivo ”.294 A l transferir a Cain el pecado de Adán, Leop a rd i creía, en definitiva,

com en ,

c u r ti­

do. Los piadosos califom ianos, últimos herederos del títu lo

"bu en salvaje” , después de los caciques antillanos y tos i n g e n u o s

íorn ie selve / ñasce beata p r o le . . . ” Pero ni siquiera esa feliz nación está a salvo del “ s ce llera to

a r d im

de los europeos: “ I lid i e gli antri / e le quiete selve apre l ’i n v i t t o

/

fu ror; le viólate genti / al peregrino affano, agl’ign orati / c l e s i r í

e n t o ”

i r o s ta ro

e d u c a ;

salvarse de la estridente contradicción de un D ios todo bondad que inme­

la fugace, ignuda / Felicita per l’ im o solé incalza.” L e o p a r d i s e

diatamente perm ite la caída de sus creaturas, y encontrar una explicación más satisfactoria que la bíblica para el angustioso problem a del origen del

punto del breve sueño de la vida natural para flagelar con r e n o v a c i a

s a c u d e

gura a “ nuestro” m undo que pretende ser civilizado. E l h im n o a l o s

mal en el mundo. Hum anizaba el trem endo m isterio del Pecado Original,

cas termina, tras la huella de Parini, con una invectiva c o n t r a

y podía así hacerse la ilusión de haber colocado su doctrina, rematadamen­

Europa que devasta a la inocente Am érica y se envenena, l o c a ,

te racionalista, sobre las más profundas bases espirituales del cristianismo. En realidad, la racionalización y laicización d e l Pecado O rigin a l se hallaban

mismas presas.296 Pero Leopardi no se detiene siquiera en esta lenta r e c o n q u i s t a ,

en armonía con las más fuertes tendencias del pensamiento moderno, y, de

convergencia en el in fin ito de la civilización con la n a t u r a le z a -

a m

a r ­

p a t r i a r ­

la

t ir á n ic a co ra e n

manera especial, el hacer de él una culpa social-política se ajustaba a las

En lugar afirm a que la civilización es un producto tan poco conforme

su s e s t a

o tro la

preocupaciones dominantes d el siglo x ix , asaltado de dudas recurrentes

naturaleza, que existen “ centinaia di nazioni selvagge e b a r b a r e

sobre el valor de la civilización y de los ordenamientos estatales. Leopardi

rica, d ell’Afríca, d ell’Asia, delI’Oceania” que no sólo no han. l l e g a d o

está tan penetrado y atormentado por esas dudas, que ni siquiera se da cuenta de su herejía.

vía a la civilización, sino que “ non han fatto alcun passo p er a rrivarvi” ,

Inevitablem ente, esto lo llevaba p o r otro camino a liberar de la maldi­ ción d el Pecado O rigin al a Am érica, o cuando menos a aquellos pueblos de Am érica que no conocían las ciudades, la sociedad, la civilización. Pero ¿existen tales pu eblos?... Sí, sí existen. Entre las naciones de tod o el orbe, quizá sólo los califom ianos viven todavía conform e a la naturaleza, por­ que no tienen entre sí casi ninguna sociedad, ninguna lengua, y por lo tanto “ sono selvaggi e non sono barbari ”.295 Son refractarios a la civiliza-

il primo riprovato fu il primo fondatore della societá, cosí il primo che definitamente la combatté e maledisse fu il redentore della colpa, cioé Gesú Cristo” (cf. ib id ., vol. I, pp. 454-455). Sobre la identificación del pecado original con la civilización, y la susti­ tución de Adán por Caín —tesis que tiene profundas raíces en un pasaje crucial de San Agustín, D é C iv ita t e D e i, del libro XIV, cap. 28, al libro XV, cap. 2—, véase también A. Aléardi, L e p r im e s to rie , p. 14; Giusso, L e o p a r d i e le sue d u e id e o lo g ie , pp. 132, 138 y 174-175; A. Sorrentino, C u ltu r a e p o e s ía d i G ia c o m o L e o p a r d i, Cittá di Castello, 1928, p. 135. En cuanto a Rousseau y sus esfuerzos poco convencidos por diluir el pecado original a lo largo de la historia y hacerlo coincidir así con la “civilisation”, véase por ejemplo Guillemin, “L’Homme selon Rousseau”, en Á v r a i d ire , p p . 39-40. 294 Z ib a ld o n e , vol. I, pp. 1302-1303 (1821). 295 Z ib a ld o n e , vol. TI, p. 665 (1823); cf. ib id ., pp. 306, 376 y 577, y la S to ria d e l

d e H ’A . m

llegarán nunca si no son constreñidas y violentadas p o r los pueblos zados.

tenderá decir — insinúa Leop a rd i con el consabido a r g u m e n t o

¿O e x

e -

t o d a ­ n i

c i v i l i ­

Más de la m itad del género humano carece de c i v i l i z a c i ó n -

consiguiente, n o se puede creer que sea ésta un fru to n a tu ra l.

e a l

s e a

3E*ór jp> c e -

6 5

tír -

u m a n o , en O p e re , p. 118; las notas al I n n o a i P a t r ia r c h i, i b i d . , p. 111: * “s i tiene [así lo afirman los viajeros] che i Californi sieno tra le nazioni c o n o s c i u t e , la piíi Iontana dalla civiltá, e la piü indocile alia medesima” (el mismo juicio emite la m arquesa Calderón de la Barca: “the savages [of California] were the m ost degradeá specimens o£ humanity existing. More degraded than the beasts of the f i e l c l ” , etc.: T-i/e in M é x ic o , p. 225); las pp. 968-969; el anuncio bibliográfico (el h im n o ‘‘contiene ín sostanza un panegírico dei costumi della California”: O p e r e , p p . 970-971) y la. difusa descripción de los califomianos (siempre sobre la base de noticias de “viaggiatori” ) en el esbozo en prosa del himno (Leopardi, P u e r il i e a b b o zz i v a r i, Barí, 1 9 2 4 , pp. 246-247), donde el peligro que los amenaza está personificado en los misioneros, y por lo tanto en la misma religión cristiana (véase también Zumbini, S tu d i s u l L e o p a r d i , v o l . II, pp. 21-22). Sobre las selvas americanas, con nuevas reminiscencias de Chateaubriand, véase la citada ed. de P u e r il i e a b b ozzi v a r i, F. Neri, I l L e o p a r d i e u n “ m a u u a i s m aíír«", Roma, 1915 (separata de la R iv is ta d ’I t a lia ), y una nota de A. Omodeo e n X ~ a C r i H e r a , XXXVIII (1940), p. 164. 296 Véase también Guerrazzi, in fr a , p. 696.

g e n e re

488

HEGEL Y SUS CONTEMPORANEOS

d o — que la naturaleza fue “ cosí sciocca e eos! mal provvidente, che abbia missed il suo intento per piü della meta?” 297

GIACOMO LEOPARDI

489

Pero todo esto, objeta y a la vez insiste Leopardi, no es sino un razona­ m iento apriorístico. L a verdad, la desnuda verdad, es que la Naturaleza es

A medida que pasan los años, la Naturaleza, de benigna que era, se tor­

malvada, “ e capital carnefice e nemica” , que persigue fines que no son

na enemiga e indiferente,298 y todo el “ sistema” filosófico del poeta queda hecho pedazos; o mejor, se resquebraja, se pulveriza un poco más con cada

n i nuestro bien n i nuestro mal, y trata a los hombres com o a los animales;

esfuerzo que hace Leop a rd i p o r u tilizarlo en su interpretación de la vida

igualmente infelices. Los hombres son como los ratones, y los ratones com o

y del universo.

ios hombres. L a misma existencia llena de zozobra y m iedo del ratoncito,

todas las especies zoológicas muestran hoy idéntica decadencia, todas son

Sus fundamentales incongruencias reaparecen confusas y embotadas por

“ corruzi'on si creda e non natura” , repite textualmente Leopardi, quien la

una vena de humorismo y de sátira en el cuarto canto de la B a tra co m io m a -

compara luego con la histórica diáspora de Israel, el pueblo que sufre m al

chia, donde el poeta nos describe la degeneración de los salvajes. “ Salvajes”

su secular destierro, “ e di Solima il tem pio e le campagne / di Palestina si

es sólo una manera de decir, porque, según han descubierto últimamente

rammenta e piagne” . T o d a defensa se derrumba frente a la irrupción del

los sabios, “ quei che selvaggi il vo lgo appella / non vita naturale e prim i­ tiva / menan, come fin qu i furon creduti, / ma per corruzi'on si difettiva,

como el vetustísimo reino de los ratones. L a miseria, la debilidad y el te­

/ da una perfetta civiltá caduti, / nella qual come in propria ed in nativa / i padri de’ lo r padri eran vissuti” .

universal pesimismo leopardiano. T a n prim itiva es la Europa del siglo x ix rror dominan lo mismo al género humano que a “ ogn i animal che in aria

Sería absurdo pensar en la otra alternativa. L a siempre benigna N atu ­

o in térra é v iv o ” . La teoría de la “ debilidad de Am érica” , nacida como una explicación

raleza no puede haber impuesto a sus creaturas predilectas una vida tan

europeocén trica de la variedad in fin ita del mundo, como un esfuerzo de

dura y un camino tan largo como el que conduce de la selva a la civiliza­

sistematizar con el pensamiento a esos remotos y singulares países, a esos

ción. “ Resta che il viver zotico e ferino / corruzion si creda e non natura” , y q ue el hom bre nazca civilizado, y luego se precipite en el estado sal­ vaje.2992 7 227 Z ib a ld o n e , vol. II, p. 1099 (1827). Véase el excurso sobre la “impotencia de la naturaleza”, in fra , pp. 744-749. Sobre la naturaleza (humana) echada a perder y debili­ tada por la vida de civilización, y otras oposiciones de civilización y naturaleza, véase Z ib a ld o n e , vol. I, pp. 99 y 627. Apenas hace falta recordar la afirmación, tantas veces repetida, de que las bestias son más felices —o menos infelices— que el hombre (véase s u p ra , p. 483). La "beata prole” de los californianos, a quienes “inopinato il giorno / dell’atra morte incombe”, es hermana carnal de la " b e a ta " grey que el pastor errante del Asia envidia porque desconoce la muerte y el tedio. 299 Sobre este trastrueque véase el citado libro de Giusso, L e o p a r d i e le sue d u e id e o lo g ía , especialmente pp. 57 ss. 299 T. Pagnotti desconoce a De Pauw y a sus seguidores, e ignora los ecos de Vico que hay en la tesis (cf. la afirmación estudiadamente paradójica, “la cittá fu pria del cittadino”, IV, 11, con “la famiglia, le «genti» erano dunque prima delle «cittá»”, B. Croce, L a filo s o fía d i G . B . V ic o , 2 * ed., Bari, 1922, p. 179). Pero, como sucintamente ha­ bía hecho ya Francesco Ambrosoli (e n nota a P a r a lip o m e n i, IV, 3, ed. de G. Chiarini, Livorno, 1869, p. 44), enmarca correctamente esta tesis en la otra, más general, de la historia como decadencia y corrupción (sobre la cual véase R, Flint, H is to r ic a l P h ilo s o p h y i n F r a n c e . . . , etc., Edinburgo-Londres, 1893, p. 374). Como seguidores de ella menciona Pagnotti, en Francia, a L. de Bonald, J. de Maistre (véase in fr a , p. 491, nota 302), Lamennais, Ballanche (véase in fr a , p. 498), Damiron, Buchez (sobre el cual véase Flint, H is ­ to r ic a l P h ilo s o p h y in F ra n c e , pp. 421-430), etc.; en Alemania, a Haller, Schlegel (véase in fra , p. 565, y Flint, L a P h ilo s o p h ie de l ’h is to ire en A lle m a g n e , pp. 200-204), Niebuhr (leído por Leopardi, y amigo suyo: véase P a r a lip o m e n i, VII, 2, Z ib a ld o n e y L e tte r c , y

■especialmente P. Treves, L o s tu d io d e ll’a n tic h ita classica n e ll'O t t o c e n t o , Milán-Nápoles, 1962. pp- 482-484 y 487-488; s u p ra , p. 470, nota 228, e in fr a , p. 695, nota 570), Goerres, Adam Mülíer, Baader; en España, a Donoso Cortés y Balines; en Inglaterra, a Richard Whately. Contra la tesis de Whately y la del octavo Duque de Argyll (1823-1900) tomó posición Darwin, The D e s ce n t o f M a n (1871), I, cap. v (ed. Modern Library, p. 509). Sal­ ta a la vista, por lo demás, su nexo con el dogma de la Caída y de la consiguiente degene­ ración universal, dogma para el cual “the savage was only a little more corrupt than anybody else” (Hodgen, E a r ly A n t h r o p o lo g y , p. 378). En la misma línea está la hipó­ tesis de Burfon de que los grandes simios son hombres degenerados (F. Tinland, L ’H o m m e sauvage, París, 1968, p. 236). Así, pues, la lista de Pagnotti es demasiado larga y genérica. Muchos de esos autores reaccionan simplemente —y apasionadamente, por fe religiosa o política— contra el bobalicón optimismo del siglo xvm (o, por mejor decir, contra lo que ellos imaginaban tal...), e “historicizan” como pueden el Pecado Original, pero no sienten ni el pro­ blema del salvaje ni el del continente americano (T. Pagnotti, I I C a n to terzo d e i ‘'P a r a ­ lip o m e n i d e lla B a tr a c o m io m a c h ia ” d i G ia c o m o L e o p a r d i, Spoleto, 1901, pp. xxxviiixxxix). Otro tanto hay que decir del anti-primitivista y pesimista Tommaso Valperga di Caluso (sobre el cual véase Cerruti, L a R a g io n e fe lic e , pp. 78-79). En cambio, un último y aberrante epígono de esas teorías es Raoul Allier ( L e N o n - c iv ilis é e t n ou s . D iffé re n c e ir r e d u c tib le o u id e n tité fo n c ié re ? , París, 1927), el cual, trastrocando la peren­ toria afirmación de Humboldt (véase in fr a , p. 522), y apoyándose en Taíne, Renán y Lévy-Briihl, insiste en la heterogeneidad radical de las mentalidades de los pueblos civilizados y de los salvajes, v se propone destruir así completamente el mito secular ■del buen salvaje. Véase G. Gliozzi, “II mito del buon selvaggio nella storiografia tra ■Ottocento e Novecento”, R iv is ta d i F ilo s o fía , LVIII (1967), pp. 288-335, especialmente 320-330.

490

HEGEL Y SUS CONTEMPORÁNEOS

JOSEPH DE MAISTRE

491

curiosos animales, a esos indios tan extrañamente humanos, acaba por.re-.,

para Leopardi, la condición prim itiva del-h om bre es una f e l i z

volverse, henchida de muchas otras turbias aportaciones, sobre la misma

Su estado de naturaleza es la civilización y la ciencia. En l o s

desilusionada y amargada Europa, para, minar sus residuos de orgullo, ba­

toda historia está la Edad de Oro. E l estado de los salvajes, e n c a m b i o , n o puede compararse siquiera con el de la Edad de H ierro. E s l a b a r b a r i e

rrer sus siglos de fatigoso progreso, m ancillar sus trofeos y sus conquistas,

p e r fe c c ió n . o r íg e n e s

de

arrancarle las augustas insignias de la civilización, y poner sus hombres al

de “ quelques peuplades dégradées et revenues ensuite p é n i b l e m e n t á

n ivel de los salvajes, y unos y otros al n ivel de las croantes ranas y de los ridículos ratones.

de nature, qui est la civilisation” .302

P a r t u r iu n t m o n t e s .. . Y Roepán es coronado R ey, y empuña e l cetro de oro con su esfera del mundo, “ perché credeva allor del m ondo intero / la specie soricina aver l ’im pero” .300

De Maistre y defender contra él las ideas del siglo xvm, en particular la s d e l B a r ó n de Holbach: lo cual, si es cierto que puede parecer plausible en algún p a r t ic u la r (e je m p lo , la sátira del equilibrio de las potencias, admirado por De Maistre: S o i r é e s d e S a i n t P é te rs b o u rg , vol. II, pp. 29-30; P a r a lip o m e n i, II, 32-35), no veo cómo p u e d a c o n c illa r se con tantos pasajes del Z ib a ld o n e (no publicado todavía cuando Z u m b in i e s c r i b i ó sus S tu d i) y de otros escritos leopardiános, todos ellos concordes en sostener la d e g e n e r a c ió n de la especie humana y en mofarse del Progreso (véase, por lo demás, ló q u e d ic e n el propio Zumbini, o p . c it., vol. II, pp. 278-279, y P. Hazard, L e o p a r d i, P a rís, 1 9 1 3 , p . 195). Sin embargo, es verdad que. en los. P a r a lip o m e n i el encabalgamiento d e l a s b e fa s y los sarcasmos acaba por poner al descubierto todas las incertidumbres y c o n tr a d ic c io n e s internas del sistema del burlador mismo. Otra posibilidad es que L eop ard i h a y a ten ido conocimiento de la tesis de De Maistre —cuyas obras, por otra parte, e r a n m u y leídas en Italia, y especialmente en los estados del Papa, hada los años d e 1 8 3 0 — . a través de Gioberti, gran amigo del poeta y constante admirador del político (cf. V . G io b e r ti, M e d ita z io n i filo s o fic h e in e d ite , Florencia, 1909, pp. 184-192, especialmente p . 1 9 1 : “ poteroño gli uomini divenire selvatici”, y p p . 231-232, 245 y 388-392; Levi, G i a c o r n o L e o p a r d i , pp. 309-310; E. Gianturco, Josep h d e M a is tr e a n d G ia m b a ttis ta V ic o , N u e v a Y o r k , 1937, pp. 221-224). Incluso para la nota octava sobre el aprendizaje (el “im p a r a r ” ) , q u e no sería otra cosa sino “del fanciullo racquistar con molte / cure íl sap er c h ’a n o i l’etá sottrasse” (P a r a lip o m e n i, cap. iv; O p e r e , p. 547), es fácil:encontrar p r e c e d e n t e s d em a istríanos o lisa y lla n a m e n te saint-martinianos: "toutes nos découvertes n e s o n t e n quelque. sorte que des réminiscences”, etc., se lee en el T a b lea n , n a tu r e l d e s r a p p o r t s q u i e x is te n t e n tre D ie u , l'h o m m e et l’u n iv e rs (1782), en Gn o s tiq u e s de la R é v o l u t i o n , e d . A. Tanner, París, 1946, vol. I, pp. 51-54. Nada encuentro sobre la proveniencia d e m a is t r ia n a de las expresiones de Leopardi en Serban, L e o p a r d i e t la F r a n c e (donde s ó l o s e a lu d e, pp. 22-23 y 478, a la posibilidad de que Leopardi haya leído las S o i r é e s y l a s L e t t r e s á u n g e n tilh o m m e russe s u r V ln q u is it io n esp a gno le, 1822), ni en F. Flora, L e o p a r d i e la le tte ra tu ra fra ncese, Milán, 1947, ni en los estudios generales sobre e l p e n s a m ie n t o leopardiano de G. A. Levi, de Paul Hazard, de Karl Vossier, de G ío v a n n i A m e lo t ti. Vagas indicaciones en Giusso, L e o p a r d i e le sue d u e id e o lo g ie , pp. 180 y 2 2 8 - 2 2 9 ; De Sanctis, G . L e o p a r d i, p . 28, observa que en 1815 Leopardi no conocía a D e M a i s t r e . 302 Soirées de S a in t-P é te r s b o u r g (escritas en 1809, publicadas en 1821), e d . c i t . , v o l. I, pp. 77-78, y vol. II, p. 179. Cf. s u p ra , p. 85, nota 66 , y pp. 484 (L eo p a rd i) y 449-450 (Chateaubriand); y también, para salvajes degenerados por procesos “n a tu r a le s ” , n o mís­ ticos, Humboldt, in fr a , p. 522. Mandeville se encuentra en ¡a misma lín e a ( L h e p a b l e o f th e Bees, II, 1729; ecí. cit., vol. II, pp. 196-200). Louis Racine había h a l l a d o (1747) en los salvajes “restes défigurés d’une illustre origine” (L a R e lig ió n , 1, c it a d o p o r Lan­ ducci, 7 jilo s o f i e i selva ggi, p. 249, nota 176). Sobre las dificultades d e e s ta t e s is y sus relaciones con el “erramento ferino” de Vico y de otros autores véase F . N i c o l i n i , L a re lig io s itá d i G . B . V ic o , Bari, 1949, pp. 90-92; sobre sus relaciones con d o c t r i n a s t e o s o -

Joseph

de

M aistre :

la . degeneración del salvaje americano

Cuando L eo p a rd i nos describe al salvaje americano y no americano como un ejem plo viviente de la hum anidad degenerada y corrom pida, añade que el lector quedará pasmado de semejante tesis como de una gran novedad científica, de una conclusión “ inusitata e strana” . Pero, aun prescindiendo de interpretaciones más desastrosas del dogma bíblico de la Caída, aun pa­ sando p o r alto las malévolas generalizaciones de De Pauw, no es difícil encontrar para la lóbrega pintura leopardiana al menos un antecedente re­ ciente y preciso: un ju icio nacido justamente de la confluencia del pesimis­ m o cristiano con el pesimismo naturalista, y form ulado también como en actitud de desafío y desprecio de la opinión corriente. Espíritu deliberadamente paradójico, Joseph de Maistre toma de nues­ tro D e Pauw, en form a directa y también a través de Robertson, los ele­ mentos de su teoría de la degeneración de los salvajes.301 Para él, como 300 P a r a lip o m e n i d e lta B a tr a c o m io m a c h ia (1830-1837), cap. iv, en O p e r e , pp. 544-549. Cf. Z ib a ld o n e , v ol. II, p. 945: “non v 'é... popoletto cosí bárbaro... che non si creda ¡a prima delle nazioni”, etc. El comentario de Cassará, L a p o lít ic a d i G . L e o p a r d i n ei P a r a lip o m e n i , p. 435, es insuficiente. Sobre el de Zumbini véase in fra , nota 301. Mi interpretación de los P a r a lip o m e n i ha tenido la suerte singular de ser criticada con magisterial severidad por G. Savarese (S a g g io m i “ P a r a lip o m e n i " d i G ía c o m o L e o ­ p a rd i, Florencia, 1967, p. 134) y por S. Landucci (7 f ilo s o ji e i selv a gg i, pp. 341 y 345, nota 41). El primero la llama un falaz lugar común, y el segundo, recargando la dosis, un grave equívoco. Uno y otro se remiten a Cesare Luporiní (“Leopardi progressivo’’, en F ilo s o ji v e c c h i e n u o v i, Florencia, 1947, pp. 183-274), según el cual Leopardi no es un negador del progreso, sino de la noción de “perfectibilidad”. Me quedo impertérrito e impenitente, pero remito mi defensa a otro lugar... menos atestado. sor La dependencia de Leopardi respecto de Joseph de Maistre fue señalada por Zumbini, S tu d i s u l L e o p a r d i, vol. II, pp. 249-253, pero este estudioso opina que Leopardi reproduce la tesis de la degeneración de los salvajes en tono irónico, para atacar a

l ’ é ta t

492

HEGEL Y SUS CONTEMPORANEOS

493

JOSEPH DE MAISTRE

Pero ¿cómo han resbalado hasta semejante abyección? U n caudillo de

Tom em os otro texto: “ Les sauvages de l ’A m ériqu e ne sont pas tout á

pueblo debe haber com etido un horrendo delito, uno de esos delitos que

fait hommes, précisément parce qu’ils sont sauvages — y aquí De Maistre

hoy no somos ya ni siquiera capaces de concebir (exactamente como el pa­

reduce a nada la famosa bula del papa Paulo I I I , que reconocía en form a

triarcal Caín de Leopardi). “ Ce chef de p e u p le ... transmit l ’anathéme á

plena su humanidad— , ce sont de plus des étres visiblem ent dégradés au

sa postérité.” A hora bien — especula D e Maistre— , como toda fuerza cons­

physique et au moral; et, sur cet article au moins, je ne vois pas q u ’on

tante tiene un coeficiente de aceleración (g = 9.8?!), esa degradación, “ pe-

ait répondu á l ’ingénieux auteur des Recherches philosophiques sur les

sant sans intervalle sur les descendants, en a fait á la fin ce que nous appe-

Américains.” 804

lons des sauvages”. D e esta mezcolanza de teología y álgebra, de ética, ge­

Rousseau pierde el tiem po cuando los pondera como prototipos ejem ­

nética y mecánica racional brota una gran verdad de etnografía: “ c’est le

plares. Su apología cae por tierra a causa de sus contradicciones internas

dernier degré d ’abrutissement que Rousseau et ses pareils appellent Vétat

y de la manera como en ella se sobreponen diversos “ estados de naturaleza”

de naturé”.

sucesivos. En todo caso, el salvaje está m uy lejos del prim ero y auténtico

Si se ha creído lo contrario, ello se debe en parte a la caridad de los misioneros, que han idealizado al salvaje con el fin de protegerlo (pero te­

“ estado de naturaleza” , em papado de inocencia y de virtud. “ T o u t homme moral et sensible est révolté par l ’abrutissement et la cruauté de ces sau­

nían razón esos europeos que no querían reconocer por hombres a los

vages d ’A m érique dont Rousseau ose nous vanter l ’existence heureuse; des

indios encontrados en Am érica), y en parte a la mala fe de los philosophes,

hordes d ’hommes abrutis errant dans les déserts. . .

que se sirvieron del salvaje para declamar contra el orden social.

excepté ceux dont les m atériaux leur m anquent” , y sobre el mismo tenor

Pero

¡mirad, m irad al salvaje! E l anatema está escrito, no sólo en su alma, sino

ayant tous les vices,

sigue durante párrafos y párrafos. “ Quels tableaux effroyables!” 305

también en su cuerpo: “ c’est un enfant difform e, robuste et féroce, en qui

De Maistre, sin embargo, no parece totalm ente convencido de la fuerza

la flamme de l ’intelligence ne jette plus q u ’une lueur pále et interm itien­

de su demostración, pues en seguida procura apuntalarla con uno de los

te’’. N o es previsor n i perfectible. Hasta nuestros vicios han degenerado en

consabidos argumentos ex absurdo: en efecto, si no se la acepta, habría que

el salvaje, tal como “ les substances les plus abjectes et les plus révoltantes”

decir “ qu’ils étaient sauvages de pére en fils depuis la création, ce qui serait

son todavía susceptibles de una degeneración ulterior. Es ladrón, cruel, y

extravagant” . ¿Y por qué extravagante? Porque, según parece, el T o d o ­

aun disoluto, pero de manera distinta de la nuestra, porque no tiene que

poderoso no puede haber creado salvajes. El Génesis habla de una vida

vencer su naturaleza: “ il a l ’appétit du crime, il n’en a point le remords” .

prim itiva, pero no dice n i una palabra de los salvajes. L a Odisea, que

Pero, veamos, ¿contra qué salvajes se ensaña así De Maistre? L a respues­ ta está en la nota: “ Robertson (Histoire de VAmérique, t. II, 1. 4) a parfai-

vajes embrutecidos. “ Cet état n ’a jamais été observé q u ’en A m érique.” El

tement décrit Tabrutissement du sauvage. C ’est un portrait également vrai et hideux.” 303

sigue a distancia a la Biblia, describe bárbaros, seres feroces, pero no sal­ indio americano es el prototip o único, el paradigm a fundamental del sal­ vaje. América, degeneración, violencia brutal, torpe y torva corrupción forman un solo com plejo de ideas, el com plejo del único y auténtico Sal-;

ficas más remotas, A. Omodeo, “Cattolicismo e civiltá moderna nel secolo xix”, L a C ritic a , XXXIV (1936), pp. 115-116, artículo recogido en su libro U n r e a z io n a rio : i l c o n te G iu s e p p e d e M a is tre , Barí, 1939. E l punto a p a rece apenas rozado en E. Dermenghem, Joseph de M a is tre m y s liq u e , París, 1946, pp. 181-182 y 194. 303 Soirées, vol. I, pp. 80-82. También las L e t t e r e a m e rica n e de Carli son citadas ib id ., vol. I, p. 71, nota, y vol. II, pp. 69, 118 y 287, y en D u P a p e , ed. de París, 1918, p. 278, nota 1, y p. 281, notas 1 y 2 (otros elogios a Carli en las O eu vres in é d ite s , París, 1870, p. 339, nota 2). En el curso de la demostración de que la guerra es la condición natural del género humano y de que "le sang humain doit couler sans interruption sur le globe, ici ou lá”, De Maistre escribe de pasada esta frase lascasiana: “Découverte du Nouveau-Monde: c’est l’arrét de mort de trois millions d’Indiens" (C o n s id éra tion s s u r la F ra n c e , 1796, ed. de Lyon, 1873, pp. 33 y 39). Poco más adelante (p. 41), la tesis buffoniana de que “une grande partie des animaux est destinée á mourir de mort violente” (cf. s u p ra , pp. 15-16) se extiende con ostentosa ferocidad al hombre, y se com-

vaje. “ D u moins il n’y a p oin t de preuve q u ’il ait existé ailleurs.” Y así, después de una digresión en que el autor busca y no encuentra en ninguna otra parte del mundo un estado p rim itivo de "anim alidad” — dondequiera los reinos de los dioses y de los héroes han precedido e ilum inado a distancia de m ilenios los reinos de los hombres— , De Maistre vuelve a afirm ar y a remachar sobre A m érica la singular m aldición. El

prueba con una ojeada a su historia. En cambio, para Raynal y su declamatoria filan­ tropía no tiene más que desprecio (Sainte-Beuve, P o r t r a it s litté ra ire s , vol. II, p. 399). 3 i c

sobre las arenas del mar. Las primeras impresiones de Humboldt — y las segundas----- t i e n e n e n efecto un acento constante de exultación. “ Ich kann Dir n í r f x t g e n u g ^ w x e derholen -—le escribe a su hermano— vvie sehr glücklich i c l x m ie la f xü . X n 1 e in diesem T h eile der "Welt, in welchem ich mich schon so a n d a s K 1 i x m a gewóhnt habe, dass es mir vorkommt ais w en n ic h gar n í c l x t i n E u n «e x jo a gewohnt hatte.” 379 De noche, el cielo es todo un centelleo: “ i c l x g l a n l o e , dass gerade hier der gestimte Himmel das schónste und p r á c h . t í g s t e S c l m u spiel gewáhrt” .3-0 De día, plantas y animales resplandecen c o n m i l c o l o r e s : las aves, los peces, hasta los cangrejos, azules y amarillos, c o n c u r r e n n la impresión de conjunto, constelan con acordes cromáticos el v e r d e t o d o p o ­ deroso de la vegetación: “ nur hier, hier in der Guayana, in d e m t r o p is c lx e n T h eile von Südamerika, ist die W elt recht eigentlich grün” .3sx T a s m o n t a ­ ñas de México son las más hermosas del globo. El C him borazo ( e n e l E c m a ­ dor), la cima más grandiosa de la tierra.382 El sueño de toda s u v i d a s e ir a hecho realidad; “ Die Tropenwelt ist mein Element.” De sa lu d s e e n c u e r a t r a siempre a las mil maravillas. L a sociedad misma de los c r i o l l o s l e a g r a d a cada día más.383 Y en una inteligente y bellísima señora m e x i c a n a e n e n e n tra incluso “ a sort of western Madame de Staél”.38i Cuando llega ía hora de regresar a Europa, Humboldt s i e n t e q u e : e l corazón se le oprime: no logra desprenderse de “ este m a r a v illo s o m u n d o d e las Indias” .385 Y todavía en su edad madura añorará los t r ó p i c o s , e l e l i m o a Carta de Cumaná, 17 de octubre de 1800, ea Btuhns, A . v o n H u m E ? o l d t ^ v o I _ I, [“No puedo repetirte lo bastante cuán feliz me siento en esta p a r t e d e l m u : hubiera me he acostumbrado ya de tal manera al clima, que siento como sí n u n c a v iv id o e n Europa.”] Cf. Minguet, A . d e H u m b o ld t , p p . 58, 192 y 195. aso Carta de Cumaná, P de septiembre de 1799, en Bruhns, vol. I , p». 3 2 2 £* que es aquí, justamente, donde el cielo estrellado ofrece el espectáculo m á s J 373

p. 332.

espléndido.”] Ist TEdta38i Cartas a su hermano, de Cumaná, 16 de julio de 1799, y a W i l l d e n o w , d e G u a y s t n a , * " o n -, . r «íp iu n m „ ' «a -r-t 7 = baña, 21 de febrero de 1801, en Bruhns, vol. I, pp. 319 y 343. [“Sólo aquí, e n l a en esta parte tropical de Sudamérica, es auténticamente verde el m u n d o ." ] 382 Bruhns, vol. II, p. 441. 383 Carta al barón von Foreil, Caracas, 3 de febrero de 1800, e n B ru h n s, v o l . I , r > X I, v o 1 cf. ib id ., p p . 333, 341 y 342. Sobre su salud, cf. ib id ., pp. 341, 396-397 y 398, r

y

o a o

p. 440. 38* F. Calderón de la Barca,

L i f e 'i n

M é x ic o

(1843), pp. 98-99.

í

___ X

516

HEGEL Y SUS CONTEMPORÁNEOS

de los platanares y de las palmeras, y en la vejez exigirá en sus habitacio­ nes una temperatura “ tropical” , de más de veinte grados Réaumur.286

Sus criticas a B uffon y a De Pauw Ahora bien, lo curioso es que su propósito, al visitar a América, había sido precisamente ahondar en el problema buffoniano, el problema de las rela­ ciones entre los seres vivos y el ambiente natural. Recogería plantas y fósi­ les, muy bien, haría observaciones astronómicas, analizaría químicamente el aire, sí, todas esas cosas formaban parte de la “ rutina" del viajero natu­ ralista. “ Das alies ist aber nicht Hauptzweck meiner Reise. A u f das Zusammenwirken der Kráfte, den Einfluss der unbelebten Schópfung auf die belebte Thier- und Pflanzenwelt, auf diese Harmonie sollen stets meine Augen gerichtet sein!” 387 Pero ya aquí se ve que el problema era buffoniano sólo en la manera como se planteaba, porque ese acento sobre la armonía y sobre la conver­ gencia de las fuerzas lo pintan inmediatamente de colores románticos y fi­ losóficos. :Más que detenerse en comparaciones cuantitativas y cualitativas entre los dos hemisferios, Humboldt procura comprender cada organismo y cada ambiente en sí y en sus relaciones con el universo. Y así, en más de una ocasión se encuentra con que debe polemizar contra alguna de las más conocidas afirmaciones del naturalista francés. Buffon, por ejemplo, se ha equivocado de lleno al tratar al jaguar como una especie de tigre menor. El jaguar es una bestia mucho más formidable de lo que él se imaginaba. Remontando la corriente del Apure, Humboldt ha encontrado uno más corpulento que todos los tigres de Bengala vistos en las casas de fieras de Europa: “ los indígenas mismos estaban admirados de su prodigiosa longitud” .388 Por otra parte, entre los reptiles hay no sólo3 6 8 386 ib id ., vol. X, p. 426; vol. IX, p. 476. ssr Carta a von Molí, de La Coruña, 5 de junio de 1799, en Bruhns, vol. I, p. 274. [“Sin embargo, nada de todo esto es el motivo fundamental de mi viaje. La conver­ gencia de las fuerzas, la influencia de la creación inanimada sobre el mundo animado de los animales y de los vegetales, toda esta armonía es lo que quiero penetrar cons­ tantemente con la mirada.’’] 3ss A. de Humboldt y Aimé Bonpland, V ia je a las regio n es eq u in o cc ia le s d e l n u e v o c o n tin e n te , h e c h o en 1799 hasta 1804, París, 1826, vol. II, p. 490, y R e is e in d ie A e q u in o c tia l-G e g e n d e n , vol. III, pp. 28-29 (y cf. ib id ., p. 43, y vol. IV, pp. 129-130 e t pa ssim ). El enorme animal es mencionado por un viajero inglés de la misma época, Edmond Temple, T ro v é is in F a rio u s P a rts o j P e r ú , vol. I, p. 140. También el príncipe de Broglie ve (1782) en Caracas un joven y corpulentísimo tigre enjaulado (D e u x F ran gais a u x É ta ts -U n is , p. 144; cf. ib id ., p. 136, etc.). Sobre cierta confusión hecha por Humboldt entre los felinos sudamericanos véase Bruhns, vol. III, pp. 290-291.

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caimanes, sino verdaderos cocodrilos: Humboldt ha medido uno que tenía veintidós pies y tres pulgadas de largo.388 Esto por lo que se refiere a los animales feroces. En cuanto a los domés­ ticos, Humboldt es no sólo igualmente explícito, sino que da un golpe más rudo a la teoría buffoniana con sólo poner al descubierto sus raíces litera­ rias 390 y ciertas razones de su fortuna en Europa: “ II seroit superflu de réfuter ici les assertions hasardées de M. de Buffon sur la prétendue dégénération des animaux domestiques introduits dans le nouveau continent. Ces idées se sont propagées facilement, parce au’en flattant la vanité des Européens, elles se liaient á des hypothéses brillantes sur l ’ancien état de notre planéte. Depuis que l ’on examine les faits avec soin,391 les physiciens reconnaissent de l ’harmonie oü l ’écrivain éloquent n'annon f a t u . - r e , con la simpatía universal que expresan, absorbieron y superaron, en la m e n t e d e T T u m holdt, las severas sentencias de Buffon y De Pauw. Humboldt, en efecto, p r e f e r í a las cordiales descripciones de Bernardin de Saint-Pierre a las de Buffon, d e f i c i e n t e en la percepción de las afinidades emotivas entre el naturalista y la naturaleza f K o s m o s , e d . americana de 1868, vol. III, p. 8, citado por Jones, Id eas in A m e r ic a , p . 2 9 0 , y p o r Muthmann, A . v o n H u m b o l d t u n d sein N a t u r b ild , pp. 28-29). Cf. Minguet, d . d e I d - i t - m b o ld t, pp. 143 y 336; y, contra la distinción entre "salvajes” y “c iv iliz a d o s ” , ib i d . , pp. 354 y 439. 42t a . von Humboldt, Vues des C o rd illé re s e t m o n u m e n s des p e u p le s i n d i g é n e s d e l ’A m é r iq u e , París, 1816, vol. I, pp. 10-11. 425 Ya en 1789, el padre Jolís había citado a De Pauw como ‘Tautore d e l l e R i c e r c í i e Storiche”. Por lo demás en una ocasión el propio De Pauw llama a su libro “ R e c h e r c h e s sur l’Histoire Naturelle des Américains” (R e c h . p h ilo s o p k iq u e s , vol. II, p. 9 9 ) .

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saurions admettre ces distinctions trancliantes en nations barbares et nations civilisées” ,426 lo cual condice perfectamente con la actitud romántica hacia los pueblos primitivos y es una crítica válida, no sólo de los tres autores citados, sino de toda la historiografía del racionalismo. En esta reafirmación de la común humanidad (que tiene un obvio ante­ cedente en los complacidos sarcasmos sobre el salvaje que es en el fondo más civilizado que el europeo, y viceversa, sobre el europeo que es más salvaje que los primitivos) se advierte claramente, además de un eco último del cosmopolitismo dieciochesco tan dado a los corolarios extremos, un nítido acento herderiano. En las Ideas sobre la filosofía de la historia de la hum anidad (1784-1791), en efecto, se lee textualmente que “ la différence qui existe entre les nations éclairées et non éclairées, cultivées ou non cultivées, loin d’étre absolue, ne consiste que dans le plus ou le moins” .427 La misma tesis sostenía Forster en una áspera reseña de los estudios antropo­ lógicos de Christoph Meiners (1791): es arbitrario y absurdo acusar a la Naturaleza de haber creado razas irremediablemente innobles, de haber partido al género humano en dos especies que se hallan perfectamente en los antípodas la una de la otra en cuanto al aspecto físico, las dotes intelec­ tuales y el sentimiento moral.428* Pero ya antes de ellos, Helvétius había establecido (1758) “ un principe de continuité dans l ’histoire des sociétés” ; este principio, en el que ha lle­ gado a verse su mayor originalidad, lo lleva a concluir que “ les sociétés sauvages et les sociétés policées ne sont nullement antithétiques, puisqu’elles ont un méme principe de vie” .428 Las mismas expresiones se encuentran en la más importante de las obras de Humboldt, el Kosmos, que en esta parte se remonta sustancialmente a las lecciones de 1827-1828. El autor niega allí de manera categórica la “ unerfreuliche Annahme von hóheren und niederen Menschenracen. Es gibt biidsamere, hóher gebildet, durch geistige C ultur veredelte, aber keine 426 Pues des C o rd illc re s , vol. II, p. 98. 427 Id ees, trad. E. Quinet, libro IX, cap. 1 (vol. II, p. 147). Humboldt cita a Herder en el Essai s u r la N o u v . E s p a gn e, vol. II, p. 161, etc., y Muthmann, A . v o n H u m b o l d t . .., p. 47, subraya la identidad de sus puntos de vista sobre las razas; cf. también Landucci, I f ilo s o f i e i selva ggi, pp. 385-386. 428 Eorster, W e rk e , vol. III, pp. 262-263. Véase también el ensayo N o c h etwas ü b e r d ie M en sch en rass en (1786), ib id ., vol. II, pp. 71-101; cf. ib id ., vol. IV, pp. 580, 586 y 652; Kersten, D e r W e ltu m s e g le r, p. 232; Glacken, T ra ces o n th e R h o d ia n S h o re , p. 704. En nuestros días, no se expresa de otra manera un Claude Lévi-Strauss: “celles [civilisations] que nous appelons primitives ne différent pas des autres par l’équipement men­ tal”, etc. (D u m ie l a u x cend res, 1956, p. 408, citado por Chaunu, C o n q u é te e t e x p lo ita t io n , p. 367). 428 Ducliet, A n t h r o p o lo g ie et h is to ir e a u sié cle des la m ie re s , p. 395.

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edleren Volksstámme” ,430* admitiendo sólo que en los trópicos existen “ Ursachen, welche in vielen Theilen dieses glücklichen Erdstricks dem localen Entstehen hóher Gesittung entgegentreten” .481 Verdad es que en el más tardío Exam en critique (1836-1839) Humboldt parece aceptar “la grande loi de la nature, reconnue par Buffon dans la disparité de la Création anímale qui est propre á ces régions (l’Amérique du Sud, et en général toute la partie tropicale du Nouveau-Monde) et á l’Afrique’’ y, “ sous de certaines restrictions” , la considera aplicable al reino vegetal. Pero precisa­ mente esta extensión a las plantas revela que ha entendido mal, o recor­ dado mal, la tesis zoológica de Buffon. Buffon subraya la diferencia entre fauna sudamericana y fauna africana. Humboldt pone de relieve las ana­ logías y semejanzas entre las dos floras, sudamericana y africana, y su abso­ luta diversidad de la flora europea, asiática y norteamericana.432 También aquí, pues, se le escapa al naturalista del siglo x ix la raíz misma del problema que había preocupado al naturalista del xvixi. Las diferencias que se le planteaban a Buffon como problema eran diferencias entre los dos hemisferios, separados por tantos meridianos; las que inves­ tiga Humboldt son diferencias de temperatura, o sea de paralelos. Aquéllas hacían del continente americano un caso particular, en antítesis completa con el V iejo Mundo. Éstas entran en una ley climática general, válida para todos los continentes, y que opera de modo uniforme desde los polos hasta el ecuador. Más aún: en los trópicos, la naturaleza es más exuberante, va­ riada, henchida y fecunda.433 Pero si, por una parte (como se ha dicho y como aquí se confirma), Humboldt permanece al margen de la polémica; si incluso desde el punto de vista cronológico parecería quizá más en su sitio antes de casi todos los autores de este capítulo, por otra parte, desde un punto de vista más ele­ vado, quedaría mejor colocado después del mismo Hegel. Humboldt, en efecto, ve perfectamente cuán arbitraria y anticuada era esa filosofía de la 490 A. von Humboldt, K osm os, ed. de Stuttgart, 1845-1862, vol. I, p. 14: [“...la des­ agradable suposición de razas humanas superiores e inferiores. Hay razas más educadas, de mayor instrucción, ennoblecidas por una cultura espiritual, pero no hay razas más nobles que otras”]. Cf. Bruhns, A . v o n H u m b o ld t , vol. III, p. 221. 431 K osm o s, vol. I, p. 385: [‘‘...causas que en muchas regiones de esta feliz zona se oponen a la aparición local de una civilización superior”]. El K o s m o s era estudiado (1850) asiduamente por Miss Martineau, la cual parece haberse inspirado e n él para la tesis de que se hablará in jr a , p. 622. Cf. V. Wheatley, T h e L i j e a n d W o r k o f H a r r ie l M a rtin e a u , Londres, 1957, p. 295, y H. Martineau, B io g r a p h ic a l Sketches, Londres, 1869, pp. 278-289. . 432 E x a m e n c r itiq u e de l'H is t o ir e de la g e o g r a p h ie d u n o u v e a u c o n tin e n t, vol. II, pp. 76-78. 433 Smith, E u ro p e a n V is io n a n d th e S o u th P a c if ic , pp. 152, 192-193, etc.

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naturaleza cuya “ perla” es la condena hegeliana del continente americano, T no vacila en ridiculizarla. Su posición respecto a Hegel repite punto por i punto, y significativamente, la de su maestro Forster respecto a Kant, respe­ tuosamente censurado por el viajero naturalista porque en sus obras de antropología y geografía física había formulado principios generales a par­ tir de un conocimiento de los hechos absolutamente insuficiente.434 Una de sus lecciones de 1827-1828 comienza con una “ protesta” o “ llamado de atención” ( Verwahrung) contra Hegel, a cuya filosofía de la naturaleza “ sin conocimientos y sin experiencias” se le reprocha un “ esquematismo más rígido que el que la Edad Media impuso a la humanidad” . Esa filosofía comunica la “ embriagadora ilusión” de poseer firmemente la verdad, pero se resuelve en las “ regocijadas y breves saturnales de una ciencia de la naturaleza meramente ideal” , en un chistosísimo1 “ baile de máscaras de filósofos enloquecidos” .435 Todavía en 1841, decidido a incluir en el Kosmos estos sarcasmos — “ il faut avoir le courage d'imprimer ce que l’on a dit et écrit depuis trente ans”— , Humboldt coleccionaba algunos divertidos ejemplitos de estas románticas necedades definitorias y hermenéuticas, como el que nos ofrece la siguiente frase: “ Amerika ist eine weibliche Form, lang, schlank, wássrig, und im 48. Grad eiskalt. Die Breitengrade sind Jahre, die Frau wircl alt mit 48.” 436 El Canadá viene a ser la menopausia del con­ tinente Por lo demás, Humboldt arremete también personalmente contra el propio Hegel cuando en su Filosofía de la historia encuentra tantas “ afir­ maciones abstractas y juicios completamente falsos” sobre el continente americano (y sobre la India): al leer esas patrañas — escribe el naturalista a Varnhagen von Ense— se siente oprimido y en un estado de desazón mental. Y, para librarse de él, añade a la carta un post-scriptum irónico: 434

Forster,

N o c h etwas ü b e r M en sch en ra ss en

S c h rifte n z u r L it e r a t u r ,

p. 363; Kersten,

(1786),

vol. II, p. 74; Gervinus, pp. 167-178; cf. s u p ra, pp. 213-

W e rk e ,

D e r W e ltu m s e g le r,

215 y 416-418. 435 Bruhns, vol. II, pp. 139-140 y 147-149; R. Buchwald, G o e th e z e it u n d G eg em v a rt, Stuttgart, 1949, pp. 177-178. 436 Carta a Varnhagen von Ense, 28 de abril de 1841, en L e ttr e s de A le x a n d r e de H u m b o l d t á V a rn h a g en v o n Ense (1827-1858), trad. de C.-F. Girard, Ginebra, 1860, pp. 63-64, y en C o rre s p o n d a n c e de A le x a n d r e d e H u m b o ld t a vec V a rn h a g en v o n Ense, trad. M. Sulzberger, París-Bruselas, 1860, p. 125. Humboldt no indica la fuente de esta perla ["América es una forma femenina, larga, esbelta, húmeda, y helada en el para­ lelo 48. Los grados de latitud son los años: la mujer envejece a los 48”], ni tampoco yo la sé. A juzgar por otra carta a Varnhagen von Ense (4 de mayo de 1841), parecería deberse a un secuaz del schellinguiano Henrik Steffens. Cf. Ch. Minguet, "L’Amérique et les L e ^ on s s u r la p h ilo s o p h ie d e l ’h is to ir e ” , L e s L a n gu e s N é o -L a tin e s , LIV (1960), núm. 4, pp. 42-43. Sobre Steffens véase H e g e l's P h ilo s o p h y o f N a tu r e , ed. Petry, vol. II, pp. 253-255.

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“ He organizado muy mal mi vida, y pronto estaré c o m p le t a m e n te c h o c h o . De buena gana renunciaría a esa carne de vaca europea q u e P T e g e l n o s quiere-hacer pasar como muy superior a la vaca americana, y m e g u s t a r í a vivir al lado de esos cocodrilos suyos, débiles e inofensivos, p e r o q u e d e s ­ graciadamente tienen 25 pies de longitud.” 437 En verdad, t o d a l a f i l o s o f í a hegeliana de la naturaleza tenía que parecerle grotesca a H u m b o l d t ; p e r o ninguna de sus partes tan grotesca como la relativa al N u e v o M u n d o , q u e Humboldt conocía tan bien, y que estaba ilustrando m i n u c i o s a m e n t e e n una serie imponente de trabajos dentíficos. Nos falta ver, p u e s , b a j o q u é disfraz se presenta América en este baile de máscaras; o, m e jo r d i c h o , c ó m o es expulsada del salón de la fiesta, porque su traje no e s l o b a s ta n te hermoso. H egel : A mérica ,

inm adura e im potente

Juicio total, severo e impasible En la antítesis de Humboldt y Hegel, la disputa del N uevo M u n d o l l e g a al punto más alto y, al mismo tiempo, a la extrema distancia e n t r e l o s d o s polos. En los decenios subsiguientes, todos los entusiastas d e A m é r i c a se apoyarán en las robustas afirmaciones del naturalista prusiano, y t o d o s lo s denigradores encontrarán algún sostén en las sentencias d e l f i l ó s o f o de Suabia. N o hay casi más desarrollos notables. Humboldt, al r e g r e s a r d e lo s trópicos y de los moribundos virreinatos, fija para muchas g e n e r a c i o n e s la imagen de una América rica en vigor físico y pródiga e n e s p e c t á c u l o s estupendos. Hegel, impresionado por la visión de la rápida a d o l e s c e n c i a de ia república norteamericana y de las reiteradas y victoriosas e x p l o s i o n e s revolucionarias de la América española, pero inseguro en c u a n t o a l a m a ­ nera de incluir el continente en sus tríadas dialécticas de t e n d e n c i a e u r o peocéntrica, no niega a los pueblos de América el crisma g l o r i o s o d e l a juventud, a la que pertenece el Porvenir, pero remacha so b re l a A m é r i c a física la condena de inmadurez. La enorme máquina de su sistema no podía pasar por a l t o meno” tan vistoso; sin embargo, el esfuerzo por ra cion a liza rlo

u n “ fe n ó ­ y r e s o lv e r

437 Carta a Varnhagen von Ense, 1? de julio de 1837; trad. Girard, p p . 3 2 - 3 3 ; tra d . Sulzberger, pp. 73-74. “Für einen Menschen, der, wie ich, insektenartig an d e n B o r l e n u n d seine Naturverschiedenheit gebannt ist, wirkt ein abstraktes Behaupten r e i n f a l s c h e r T a t sachen und Ansichten über Amerika und die indische Welt fx e ih e its b e r a u b e n c l u n d beangstigend” (pasaje de la misma carta, citado en la lengua original p o r K o n e t z k e , "A. von Humboldt ais Geschichtsschreiber”, p. 540). El pasaje hegeliano s e t r a n s c r i b e in fr a , p. 541.

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sus antítesis hace rechinar sus engranajes. Hegel no reconoce ninguna acci­ dentalidad: ni en los diversos continentes, ni en las distintas zonas del continente americano, ni en las fases de su historia. La Razón tiene que resplandecer en todas las partes de la realidad y reducirla, quiera que no, al cristalino rigor, a la tallada y pulida simetría de lo que es necesario, ha sido siempre necesario y no puede sufrir alteración alguna. En consecuen­ cia, todo lo dialectiza y polariza, las partes del mundo, las diferencias de clima y de fauna, las hermosas plumas y las notas desafinadas de los pájaros de América, los múltiples destinos de sus pobladores, las civilizaciones pre­ colombinas y las filiaciones religiosas contemporáneas. En virtud de este anhelo, poderoso aunque mecánico, por encontrar la explicación unitaria de la diversidad infinita del mundo, una ley que explique la naturaleza de los dos hemisferios, Hegel reanuda y continúa la tentativa de Buffon, perollevando sus tesis a las consecuencias extremas, ya que las extiende del reino animal a toda la realidad americana. Hegel va así, sin darse cuenta siquiera, mucho más allá que el mismí­ simo De Pauw. Pero no pone en su juicio acritud alguna, ni, como vere­ mos, da nuevo cebo a la investigación y a la discusión científica. Por un lado, pues, se encuentra en el vértice de la “ polémica” , y por el otro per­ manece completamente fuera de ella. A pesar de que sabe muchas cosas acerca de América, y a pesar de que demuestra conocer las tesis corrientes y contrastantes, tampoco se puede decir que ataque jamás en su totalidad la cuestión de la “ dignidad” o “ valor” del Nuevo Mundo, ni que se valga i explícitamente de los argumentos con que hasta aquí nos hemos encon­ trado. Su camino es distinto, por más que las conclusiones a que lleva acaben por reafirmar y agravar las más severas condenas de los denigradores de América. Tratemos ahora de seguir ese camino, sin empantanarnos en las sutilezas de los pasajes pseudo-lógicos ni perdernos en el empeño de interpretar las pequeñas divergencias de una obra a otra. En su conjunto, el concepto hegeliano de América es coherente y no da muestras de ha­ berse modificado de las primeras a las últimas versiones. Pero para enten­ derlo, hay que ver cómo se enmarca en el sistema.

Restauración de la filosofía de la naturaleza \ América es, antes que nada, un hecho natural. Pertenece por consiguiente, i en primera instancia, a la filosofía de la Naturaleza. Ahora bien, Hegel tiene de la Naturaleza un concepto sumamente vivo y dinámico, pero a la vez rígidamente anti-histórico, lo cual lo obliga a admitir que sufre de défaillances cada vez que el fenómeno aislado no se ajusta al sistema for­ mado ab aeterno.

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En su juventud el acento recae, como es de esperarse, sobre la indómita vitalidad de la Naturaleza. Hegel defiende a Schelling contra Reinhold y, para demostrar la legitimidad de una filosofía de la Naturaleza y su per­ fecta compatibilidad con la religión y la ética, pone de relieve el nuevo punto de vista de la ciencia moderna de la Naturaleza, ese sentido de la espiritualidad de la Naturaleza que a los antiguos les faltaba, “jener dem Geíühl der spátern W elt tief eingeprágte Instinct, das entflohene Leben in die Natur zurückzurufen” .438 N o sólo está completamente viva la Natu­ raleza, sino que coincide, en el fondo, con la vida misma, y por lo tanto es justo y legítimo el entusiasmo “ mit welchem alie lebendigen Erscheínungen der allgemeinen Natur, welche von den A lten fast nicht gekannt und wenig geachtet waren, von den Neuern ais soviel Zeugen des in der Natur verschlossenen Lebens aufgenommen wurden” /*39 Pero en su edad madura, alejándose de Schelling y hastiado de las mis- ticas rapsodias de los románticos, H egel comprobaba fríamente el descré­ dito en que había caído la pretendida ciencia filosófica de la Naturaleza: j Was man in der neuern Zeit Naturphilosophie genannt hat, das besteht zum grossen T h eil in einem nichtigen Spiel m it leeren, áusserlichen Analogien, welche gleichwolil ais tiefe Resultate gelten sollen. Die philosophische Naturbetrachtung ist dadurch in verdienten Misskredit gerathen.” 440 Así, pues, a lo que él se dispone es a una verdadera restauratio de la filosofía de la Naturaleza sobre fundamentos nuevos, sobre la base incon­ movible de la lógica pura. La filosofía de la Naturaleza será una lógica aplicada, “ eine angewandte L ogik” . La esencia del silogismo consiste en la afirmación de que lo particular es el término m edio que encierra en sí los extremos de lo general y de lo singular. Todas las cosas son “ particulares” que conciertan un universal con un individual.441 T o d o el mundo, el uni­ verso y todos sus fenómenos y todas sus creaturas, son silogismos realizados, U e b e r das V erh a ltn is s d e r N a t u r p h ilo s o p h ie z u r P h ilo s o p k ie u e b e r h a u p t (1802), en ed. de Berlín, 1832-1845, vol. I, p. 309: [“ese instinto, profundamente grabado en la sensibilidad del mundo más avanzado, de atraer de nuevo hacia la Naturaleza la vida que había huido de ella”]. *38 I b id .: [el entusiasmo “con que todas las manifestaciones vitales de la Naturaleza en general, casi desconocidas y poco estimadas por los antiguos, han sido aceptadas por los modernos como otros tantos testimonios de la vida encerrada en la Naturaleza”]. 440 E n z y k lo p iid ie d e r p h ilo s o p h is c h e n W is s e n s ch a fte n , § 190 Zus. (W e r k e , vol. VI, p. 358). [“Lo que en la época moderna se ha llamado. filosofía de la Naturaleza consiste en su mayor parte en un fútil juego con analogías hueras y exteriores que se pretende hacer pasar por resultados profundos. La contemplación filosófica de la Naturaleza ha caldo por ello en bien merecido descrédito.”] **i E n z y k lo p iid ie , § 24, Zus. 2 (W e r k e , vol. VI, pp. 49-50). 438

W e rk e ,

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lógica en acto. El pensamiento palpita en las cosas, y en todos los fenó­ menos, desde los más grandes hasta los más chicos, salta la misma chispa, esa síntesis de. lo universal y lo individual que es el ritmo mismo del Es­ píritu. ' T Una concepción tan vasta y tan viva, tan vibrante y sonora de ecos plotínianos y leibnizianos, llevaba necesariamente a una plena reabsorción de la Naturaleza en el Logos, a una generosa consagración filosófica de todos los hechos y de todas las creaturas, — y, por consiguiente, cerraba el camino a toda condena, a toda clasificación, a todo juicio comparativo de méritos entre este y aquel aspecto del globo, o más aún, entre los aspectos del Universo. Pero la variedad infinita y la incoercible disparidad de los fenómenos naturales le impiden a Hegel atenerse a esa fórmula segura y omnivalente, y lo inducen, por un lado, a negar a la Naturaleza todo desenvolvimiento, a congelarla en una estaticidad de especies y de leyes invariables, como para poder atenacearla mejor, y, por otro lado, a admitir que puede alguna vez equivocarse, fallar (lógico corolario de su abstracta personificación, pero absurdo si la Naturaleza es, por definición, pensamiento en acto y silo­ gismo viviente), y “ producir” así seres aberrantes con respecto al tipo, creaturas anormales o subnormales. Con el primer expediente niega Hegel la posibilidad de alteraciones en el tiempo, con el segundo remedia la evi­ dente desigualdad que existe aun en las manifestaciones simultáneas de esa Naturaleza única. El primero lo lleva a un decidido anti-evolucionismo, el segundo se expresa en la cruda acusación de “impotencia” lanzada a la Ma­ dre de todos los vivientes.

Anti-evolucionismo radical EL anti-evolucionismo de H egel es radical:, las especies son las que que son y las que siempre han sido, y toda forma, toda ley, todo fenómeno natural se repite en el tiempo sin cambio alguno, en perfecta y estática uniformi­ dad. L a Naturaleza no tiene historia.442 L a Naturaleza es la anti-historia. Y reaparece así, de manera subrepticia, en el sistema que más enérgicamen­ te afirmaba la unidad, un dualismo incurable; en el sistema que anulaba las kantianas formas a priori de la sensibilidad, una antítesis violenta entre espacio y tiempo; en el sistema que se articulaba sobre la categoría del Sobre la antítesis hegeliana de naturaleza e historia véase Collingwood, T h e Id ea pp. 114-115; sobre el anti-evolucionismo de Hegel, ib id ., pp. 128 y 211; sobTe su indiferencia por los desarrollos meramente temporales véase también J. Rosenthal, “Attitudes of Some Modem Rationalists to History”, J o u r n a l o f th e H is ta ry o f Ideas, IV (1943), p. 454. 442

o f H ís to r y ,

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Devenir, una perpetua inmovilidad. Todas las aponías de la d i a l é c t i c a h e geliana reafloran y sobrenadan, pútridas, en esta manera de c o n s i d e r a r l a Naturaleza. L a Naturaleza, en efecto, no conoce una verdadera evolu ción , sin o s ó lo el desarrollo del concepto, desarrollo que es claramente visible e n el m u n d o orgánico: así la planta se desarrolla a partir de la semilla, y el i n s e c t o alado a partir del capullo; pero la crisálida y la mariposa s o n e l m is m o individuo: “ bei den Individúen freilich ist die Entwicklung e ín e zeitlícJbte, aber bei der Gattung ist diess anders” .443 El individuo tiene u n d e s a r r o llo , pertenece a la historia; la especie no, la especie no se mueve: “ Es ist v o l l i g leer, die Gattungen vorzustellen, ais sich nach und nach in d e r Z e it e v o lvirend; der Zeitunterschied hat ganz und gar kein Interesse fü r d en G e d a n k e n ... Aus dem Wasserthier is t... nicht ein Landthier h e rv o rg e g a n g e n , dieses nicht in die Luft geflogen, noch der Vogel dann etw a w ie d e r z u r Erde gefallen.” 444 Las pretendidas explicaciones de la escala de los seres a base de sus transformaciones no sólo están de moda, sino que “se e x a c e r ­ ban” bajo el estímulo de la filosofía natural corriente, pero en r e a lid a d n o explican nada: 445 “ der Mensch hat sich nicht aus dem Thier h e r a u s g e b ildet, noch das T h ier aus der Pflanze: jedes ist auf einmal ganz, w a s es ist” .44S Cada animal está encerrado irremisiblemente en su rígido m ó d u l o : “jedes einzelne T h ier gehorí einer bestimmten und dadurch foeschrankten und fésten Art an, líber deren Grenze es nicht hinauszuschreiten v e r m a g ” .447 •443 E n z y k lo p a d ie , § 249 Zus, (W e rk e , vol. VII, H parte, p. 35): [“es cierto q u e e n l o s individuos el desarrollo es algo temporal, pero tratándose de la especie, la cosa es d i s ­ tinta”]. Cf. ib id ., § 161 Zus. (vol. VI, p. 317) y § 166 Zus. (vol. VI, p. 328). m ["Es totalmente vano imaginar que las especies estén evolucionando p o c o a p o c o en el tiempo; Jas diferencias temporales no son de ningún interés para el p e n s a m ie n t o . - Del animal acuático. . . no ha surgido el terrestre, este último no ha v o la d o h a c ia e l aire, ni tampoco el pájaro ha caído a la tierra.”] ■445 “Dieser quantitative Unterschied —escribe Hegel— .. .erklaxt.. . d och n ic h ts ” {E n zy k lo p a d ie , § 249 Zus.; vol. Vil, T parte, p. 34). Pero en verdad esas d ife r e n c ia s n o son de ninguna manera “cuantitativas”. Hegel mismo, por otra parte, h a b ía a f ir m a d o que la Cantidad es más importante en la Naturaleza que en el Espíritu, si b ie n , “s o z u sagen”, esa Cantidad es más importante en la Naturaleza inorgánica que e n la o r g á n ic a {E n zy k lo p a d ie , § 99 Zus.; vol. VI, pp. 199-200). 446 E n z y k lo p a d ie , § 339 Zus. (vol. VII, l 3 parte, p. 440): [“el hombre n o h a e v o l u ­ cionado a partir del animal, ni el animal a partir de la planta: cada uno es lo q u e e s , y de una vez por todas”]. No existen, en rigor, ni siquiera especies in te rm ed ia s: l o s mamíferos acuáticos, los anfibios, etc. son “nur Vermischungen und keine h ó h e r e u m f a s sende Vermittlungen” (V o rle s u n g e n ü b e r d ie A e s th e tik , ed. H. G. H otho, e n W e r k e , vol. X, H parte, p. 187). 44t V o rle s u n g e n ü b e r d ie A e s th e tik {W e rk e , vol. X, H parte, pp. 189-190): [" c a d a uno de los animales pertenece a una especie determinada, y por lo tanto r e s t r in g id a y fija, y cuyos lím ite s n o es capaz de transponer”]. Cf. Goethe, s u p ra , p .. 319.

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En la misma vena, mucho más que en polémica con la teoría de la generación espontánea, está la burlona mención — que hemos recordado ya al referirnos a B u ffon 448— de aquellas “ representaciones nebulosas, y en el fondo de origen sensible, como las que hacen nacer del agua a los animales y a las plantas” ; 449 burla que le cierra a Hegel el camino para sacar deduc­ ciones funestas de la “ humedad” del Nuevo Mundo, pero que no le impide escribir bellísimas páginas sobre el mar pululante de vida, por falsa que, sea la “ antiquísima representación” de la vida que surge del mar.450 La misma repugnancia por las explicaciones genéricas reaparece, final­ mente, en su rechazo de las teorías rivales del neptunismo y el vulcanismo, que intentaban reconstruir los remotísimos anales del globo y comprender el juego de fuerzas que había modelado su estructura a través de los mile­ nios. Hegel admite que la tierra ha sufrido violentas revoluciones, pero se mofa de quienes encuentran interés en la sucesión de los estratos geológicos, o sostienen con especiosas doctrinas que los más profundos son los más antiguos, traduciendo así la contigüidad (Nebeneinander) en una hipótesis de sucesión (Nacheinander j.451 El basalto será perfectamente, como sostie­ nen los vulcanistas, de origen ígneo, pero esto sólo significa “ dass er dem Feuerprincip angehórt, — aber sowenig durch Feuer, ais durch Wasser entstanden ist” .452 Los principios mismos de la famosa polémica son inciertos y se difuminan el uno en el otro. Tanto los vulcanistas como los neptunistas tienen razón y se equivocan al mismo tiempo, porque ambas ex­ plicaciones son esenciales y se integran recíprocamente. Los volcanes son huracanes subterráneos, con acompañamiento de terremotos. Y, en forma paralela, las tormentas son volcanes que estallan en las nubes.453

La impotencia de la Naturaleza Una Naturaleza tan privada de desarrollos y de dialéctica interna pare­ cería que debiera ser un espejo de inmóvil perfección. El tiempo no puede 448 Véase

p. 19. 449 E n z y k lo p á d ie , § 249 (vol. VII, 1^ parte, p. 33). Cf. las observaciones que sobre este pasaje hace B. Croce en L a C ritic a , XXXVII (1939), p. 144, nota 3. 45ü E n z y k lo p á d ie , § 341 Zus. (vol. VII, T parte, pp. 459-462), en polémica contra la generación espontánea y aludiendo a la podredumbre relacionada con la vida. Sobre el mar como estímulo para la aventura, etc., véase P h ilo s o p h ie d e r G e s c h ich te , ed. Lasson, vol. I, pp. 187-189. 451 Véase por ejemplo E n z y k lo p á d ie , § 339 Zus. (vol. VII, 1? parte, pp. 438-439). 452 ib i d ., § 340 Zus. (vol. VII, H parte, p. 448): ["... que pertenece al principio íg n e o , —y no que surgió por el fuego, como tampoco por el agua”]. 453 Ibid .,, -g 288 Zus. (vol. VII, le parte, p. 182); véase también ib id ., § 339 Zus. {loe. c it., p. 433). Cf. Humboldt, s u p ra , p. 513. s u pra,

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añadirle nada ni mejorarla en nada. Ninguna de sus partes, ninguno de sus momentos es preferible al otro. De esta lógica consecuencia, que lo obligaría a adorar la perfección invariable de lo creado, Hegel huye al polo opuesto; y precisamente porque no sabe ver a la Naturaleza como ; historia, le atribuye una enigmática e intermitente “ impotencia” . A llí don- ! de no logra ver reflejada en lo real la imagen divina de lo racional, e l ; filósofo, en lugar de buscar una racionalidad más profunda o una racio-! nalidad in fieri, fabrica la hipótesis de una deficiencia de la fuerza realiza-] dora -—de la misma manera que los teólogos habían explicado con la pér­ dida de la Gracia las fallas del hombre, hechura de Dios. La “ impotencia de la naturaleza” es la traducción en términos fisio­ lógicos del antiguo Pecado Original. Y así como éste había servido para explicar, no sólo la expulsión del hombre del Paraíso, sino también la decadencia de todo el mundo físico,454 la corrupción de los cielos, la des­ aparición de los gigantes y la universal pérdida de vigor de la Naturaleza, así la “ impotencia” hegeliana, sin una sombra de justificación en cuanto castigo de una culpa cualquiera, acude a dar cuenta de todo aquello que en el Cosmos no marcha como debería marchar o no es como a nosotros nos parece que debería ser. Simplemente, “ die Ohnmacht der Natur bringt es... mit sich, die logischen Formen niclrt rein darzustellen” .455 “ Nicht rein” . . . La impureza de la representación consiste en esto: que en la esfera de la Naturaleza las determinaciones del concepto vienen de fuera, en for­ ma abstracta y por lo tanto accidental. De aquí su aparente riqueza y variedad, que, viéndolo bien, no es otra cosa que arbitrariedad y desorden. ] De aquí la imposibilidad de “ deducir” filosóficamente la pluma de Krug, las particularidades y las rarezas casuales de la Naturaleza. La impotencia de la Naturaleza señala un “ lím ite” a la filosofía,456 — lo cual quiere decir, en sustancia, que la impotencia no es de la Naturaleza, sino de la filosofía, que no logra penetrar más allá del límite.457 454 Véase s u p ra, pp. 76 y 482, y el erudito artículo de J. E. Duncan, “Paradise as the Whole Earth”, J o u r n a l o f th e H is to r y o f Ideas, XXX (1969), pp. 171-186 ("the whole earth fell under the curse after the Fall”, p. 177). 455 E n zy k lo p á d ie , g 24 Zus. (vol. II, p. 50): [“la impotencia de la naturaleza lleva inherente... el no representar de manera pura las formas lógicas”]. Y en la P h ilo s o p h ie der G esch ich te, ed. Lasson, vol. I, p. 151: “Die Ohnmacht der Natur vermag ihre allgemeinen Klassen und Gattungen nicht gegen andere elementarische Momente und Wirksamkeiten festzuhalten.” También Cari Ludwig Michelet, discípulo de Hegel, decía que en la realidad natural lo racional resultaba "durch die Form der Aeusserlichlceit manhigfach verkümmert und entstellt” (Hegel, W e rk e , vol. VII, H parte, p. xvii). . 456 E n zy k lo p á d ie , § 250 (vol. VII, H parte, pp. 36-37). 457 Croce, S aggio s u llo H e g e l, p. 117. Una ingeniosa defensa de la “Ohnmacht der Natur” ha intentado N. Hartmann, D ie P h ilo s o p h ie des d e u tsch e n Id e a lis m u s , vol. II:

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Así como el espíritu puede dejarse ir a vanas e incoherentes fantasías, así la Naturaleza se sale con sus caprichos multiplicando los géneros y las especies!468 N o actúa con firmeza y precisión, y por ello es imposible, mu­ chas veces, encontrar empíricamente lineas seguras de demarcación entre sus crea turas. Toda clasificación contiene mucho de arbitrario. Y además, querer reducir la Naturaleza a un sistema cerrado, absoluto, es radicalmente imposible. Las especies animales son meras accidentalidades, y particular­ mente para las inferiores es preciso dejar a la Naturaleza el derecho del juego y del azar (“ das Recht des Spiels und Zufalls” ), o sea la determina­ ción externa e imprevisible.459 Existen abortos entre los hombres, existen seres híbridos y monstruosos entre los animales, y sin embargo todos ellos son tan “ naturales” como el imprecisable tipo del cual son aberraciones. Impotente para realizar las formas lógicas, la Naturaleza cae presa de la incoherencia y la desarticulación. ¡Es tan recalcitrante ( “so widerspenstig” ) a la unidad del concepto todo aquello que es material! 460 Y el animal

justo, ¡Alemania! Tras lo cual afirma, en tono de com placida, c o n ; ción: “ die Welttheile sind also nicht zufallig, der B e q u e m lic h lc e í t - ^

tiene todavía cierta unidad orgánica, porque sus visceras y sus miembros no pueden existir separados los unos de los otros. ¡Pero del vegetal ni si­

infinitas consecuencias. Pero ¿cómo ha surgido esta polaridad? ¿Y en qué rela ción se h a l l a la antítesis entre Norte y Sur con la dicotomía del mundo en dos h e m i s f e r i o s , occidental y oriental? Hegel se remonta sin esfuerzo a la p r e h i s t o r i a . ~yr n o s enumera las fuerzas que han determinado ese proceso de f o r m a c i ó n , * “p i t o ceso pasado” mediante el cual construyó sus miembros el c u e r p o t e r r e s t r e . La Naturaleza no ha dejado estas fuerzas en la tierra, sino m ás a llá c i é e lla (“jenseits der Erde”), como factores independientes: son, en e f e c t o , I :* p »o - s ición de la tierra en el sistema solar, su vida solar, lunar y cometaria ( cro s a que no resulta particularmente diáfana, sobre todo si se r e c u e rd a q u e X u e g o la única zona “ lunar” resulta ser África, y Asia la única “c o m e t a r i a ” , y que, por añadidura, la tierra es el elemento lunar y el mar el coi net::i r~i < r > ~ ) , *Ri la inclinación sobre la eclíptica y el eje magnético. Con estos ejes ye con su polarización — ¡no confundir con la polaridad de N orte y S u r I -------- se

quiera eso puede decirse! Sus partes son independientes. En consecuencia, el vegetal es todavía más impotente que el animal: “ diese Selbstandigkeit der T h eile ist die Ohnmacht der Pflanze” .4®1 Así, pues, “ impotente” quiere decir para H egel no orgánico, incapaz de ser deducido, esencialmente accidental, carente de necesidad interna. Cuando quiera deducir los conti­ nentes y sus especies naturales y sus habitantes, Hegel podrá desembara­ zarse de toda dificultad e incongruencia tachando de “ impotente” a cuanto se resista más vigorosamente a su prepotencia deductiva.

Deducción de los hemisferios y de los continentes Frente a las cinco o seis partes del mundo, Hegel no pierde su arrogancia triádica, y con Europa, Asia y África construye un sistema de relaciones cósmicas, mitológicas y geofísicas no sólo bien cerrado y coherente, sino tan perfectamente racional, que en el centro de él se encuentra, como es Berlín-Leipzig, 1929, pp. 286-288 y 294: según él, esa "Ohnmacht” integra la “Macht [y la L i s t ] der Vernunft”, y en cierto modo anticipa incluso la teoría estadística de las leyes naturales. 45S Hegel, L a setenta d elta ló g ic a , trad. italiana de A. Moni, Barí, 1925, vol. III, p. 52. 459 E n z y k lo p d d ie , § 370 Zus. (vol. VII, 1? parte, pp. 653 y 670). *60 i b i d „ § 376 Zus. (lo e . c i t , p. 696); cf. §§ 250 y 370 Zus. (íoc. d i . , pp. 38, 653, 663 y 665-666). H e g e l,

461 I b id ., § 345 Zus. tencia del vegetal”].

(lo e . c it.,

p. 489): [“esta independencia de las partes es la impo­

getheilt; sondem das sind wesentliche Uníerschiede” .462 Pero por encima de esta estructura orgánica, o más allá de e l l a , su b­ siste una antítesis más vasta, la que opone al V iejo y al N u e v o NI u i r c 1c:>r y esta antítesis es en parte deducida, en parte negada como v a c í a y fic e t i cría. Para deducirla, Hegel echa mano de las teorías de G. R. T r e v i r a n u s , s e g ú n el cual toda forma viviente es el resultado de fuerzas físicas s ie m p r e o p e ­ rantes, si bien Treviranus había aplicado su tesis únicamente a l a s p l a n tas y a los animales: 463 de ese modo, una plausible explicación n a t u r a l i s t a «de la fauna y de la flora queda extendida a las partes geográficas del n x u r r d o , e inmediatamente después también a las razas que las h a b it a n y c a r a c t e ­ rizan . El hemisferio septentrional tiene una masa más c o m p a c ta , d e t i en era firme, mientras que el meridional es más recortado y p r e d o m in a n e n é l lo s océanos. Y se introduce así en la estructura del globo una p o l a r i d a d d e

462 Ib id ., § 339 Zus. (lo e . c it., p. 442): [“las partes del mundo no e s t á n , p u e s , d iv i­ didas poT casualidad o por razones de comodidad, sino que se trata de d i f e r e n c i a s e s e n ­ ciales”]. Pasaje satirizado por Croce, S a g g io s u llo H e g e l, pp. 125-126. Cf. § 3 7 3 7-Erzs. ■(vol. VII, 2» pane, pp. 65-66): “die Unterschiede der. 'Welttheile. .. n i c h t z n f a l l í g e , soudern nothwendige”. 463 E n z y k lo p a d ie , § 393 (vol. VII, 2? parte, p. 64). Sobre Treviranus v é a s e la J S n c y clo p tz d ia B rita n n ic a , 11? ed., sub voce . Hegel lo rita con bastante fr e cu en cia (p o r e je m ­ plo, vol. VII, 1? parte, pp. 476, 478-480, 484-487, 515, 563, 571-572, 5 9 2 - 5 9 5 , & X 2 - 6 1 3, 623-625, 627-628, 634, 638, 657-658 y 663), y de él probablemente le vino s u conocimiento de las teorías de Bulfon (H e g e l's P h ilo s o p h ie o f N a tu r e , ed. Petry, v o l. I I I , p 2 3 0 ). Todavía Bernard Shaw lo menciona por sus anticipaciones evolucionistas en el p r e f a c i o de Back to M e th u s e la h (C o lle c te d P la y s, The Bodley Head Edition, vol. V", p . 2 7 0 ) . 484 E n z y k lo p a d ie , § 340 Zus. (vol. VII, 1? parte, p. 462).

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encuentran en estrecha relación, “ in naherer Beziéhung die Vertheilung des Meeres und des Landes, dessen zusammenhangende Ausbreitung im Norden, die Th eilim g und zugespitzte Verengerung der Theile gegen Süden (así tenemos la antítesis de los hemisferios septentrional y meridional, — y por último, pero de manera totalmente inesperada:) die weitere Abson-

bien de Sudoeste a Noreste; en América, en cambio, en esta contrafigura ( diese Widerlage” ) del Mundo Antiguo, las cordilleras se alargan de Sur a Norte (lo cual nos hace recordar a Raynal y a Herder); 468 y, para colmo de arbitrariedad y de rareza, los ríos americanos, y los sudamericanos de manera especial, ¡corren hacia el Oriente!

derung in em e alte und eine neue W elt”.465

También esta distinción de “ nuevo” y “ antiguo” se establece como una oposición categórica. La fecha del descubrimiento es un hecho accidental (si bien América resulta nueva aun desde este punto de vista, dado que su

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Admitido lo cual, es cosa sencilla una deducción más: “ die fernere Vertheilung von jener [el V iejo Mundo] in die durch ihren physicalischen, organischen und anthropologischen Charakter unter einander und gegeñ die neue W elt verschiedenen Welttheile, an welche sich ein jüngerer und unreifer anschliesst” : 466 y a través de esta alusión a Oceanía se barrunta por primera vez que el Nuevo Mundo es más joven y menos maduro que el Viejo.

M undo nuevo y m undo antiguo Pero, una vez tocado el tema de la antítesis y de la relación dialéctica entre los dos mundos — diada en precario equilibrio sobre las tríadas del mundo antiguo— , Hegel no deja que se le escape, sino que, por el contrario, lo orquesta y borda alrededor de él toda una serie de variaciones, en muchas de las cuales reconoceremos los motivos más trillados de la polémica. La división principal de la tierra es justamente ésta: en Mundo Viejo y Mundo Nuevo.467 Son diferentes en todo: el primero es curvo como una herradura alrededor del Mediterráneo, el segundo se alarga de Norte a Sur. El primero está perfectamente separado en tres partes bien articuladas, co­ nectadas e integradas; el segundo, cortado mal, de modo incompleto, mues­ tra únicamente, como si fuera un imán, la diferencia genérica de Norte y Sur, con una apretada bisagra entre los dos extremos. En el Mundo An­ tiguo, las cadenas de montañas van en general de Occidente a Oriente, o 465 Ib id ., § 339 (lo e . c it., p. 431): [están “en muy estrecha relación la distribución de los mares y las tierras, la extensión compacta de estas últimas en el Norte, su frag­ mentación y el estrechamiento en punta de las fracciones hacia el Sur, y la ulterior separación en un Mundo Viejo y uno Nuevo”]. 466 I b i d ; loe. c it .: [ “ . . . l a ulterior repartición de aquél en partes distintas entre sí y frente al Nuevo Mundo por sus características físicas, orgánicas y antropológicas; partes a las que se agrega después otra más joven y más inmadura”]. 467 ib i d ., § 339 Zus. (lo e . c it., pp. 441-442), § 393 Zus. (vol. VII, 2a parte, pp. 64-72), adonde pertenecen también los pasajes siguientes, y H e g e l’s P h ilo s o p h y o f N a tu re , ed. Petry, vol. III, pp. 24 y 232. Cf. asimismo A. Vera, P h ilo s o p h ie de la N a tu r e de H e g e l, París, 1863-1866, vol. II, p. 376. Adviértase que en algún pasaje (por ejemplo, P h ilo ­ s o p h ie d e r C e s c h ic k te , ed. Lasson, vol. I, p. 116) la antítesis entre "die antike und die neue Welt” se refiere obviamente al mundo antiguo y al moderno (cristiano).

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existencia es “ real” sólo a partir de entonces), y por lo tanto no nos inte­ resa. L o que importa es su carácter esencial, y en este sentido hay que decir que América tiene un aire más juvenil (“ ein jüngeres Ansehen” ) que el Viejo Mundo, el cual cuenta asimismo con una formación histórica más completa. T o d o en América es nuevo, y por “ nuevo” entiende aquí Hegel inmaduro y débil: la fauna es allí más endeble (“ die Thierw elt ist schwácher” ), pero, en compensación, la vegetación es monstruosa. L a civilización carecía en el Nuevo Mundo de los dos grandes instrumentos de progreso, el hierro y el caballo.469 Mientras que ningún continente del V iejo Mundo ha sido sometido nunca por otro, América entera ha sido sólo una presa de Europa. Sus pueblos indígenas están desapareciendo: el Mundo Antiguo vuelve allí a hacerse nuevo, se está rejuveneciendo allí: “ die alte W elt gestaltet sich in demselben neu” . De la deplorada "novedad” geofísica, Hegel pasa sin matices de transición a la augural "juventud” sociopolítica. La ambigüedad del adjetivo “ nuevo” no se había manejado nunca con tanta maña y desenvoltura. Pero Hegel no le ha exprimido aún todo el jugo. En la Filosofía de la historia, la indagación sobre el verdadero significado de la "novedad” del Nuevo Mundo da otro paso adelante. Esa novedad que en la Enzyklopadie era, no sólo accidental, sino sustancial, se enriquece ahora con otra deter­ minación, pues se califica de “ no sólo relativa, sino absoluta” . El Mundo Nuevo, en el que incluye Hegel a América y a Oceanía, se llama así, es verdad, porque ha sido descubierto después,470 pero es nuevo, no sólo 468 Véase s u p ra , pp. 60-61. 468 El hierro y el caballo son los órganos absolutos en que se funda un dominio: su ausencia caracteriza la debilidad de las sociedades americanas (P h ilo s o p h ie d e r G e schich te, ed. Lasson, vol. I, pp. 193-194). Ya Montaigne (Essais, III, 6; ed. cit., pp. 875-876) había visto en el caballo y el hierro los factores esenciales de la conquista europea del continente americano. 470 También esto es poco preciso: ¿después de qué? El Mundo Antiguo no fue descubierto nunca. Bastaba decir que América es el Mundo Nuevo porque fue descu­ bierto, y punto. Es el huevo de Colón, en todos los sentidos. El Mundo Antiguo vino a ser tal en el momento en que se encontró otro, “nuevo”, Y no porque estuviera

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respecto del Mundo Antiguo, sino en sentido pleno y absoluto, por todo cuanto se refiere a sus cualidades físicas y políticas y espirituales. Con fra­ ses cuyo meollo irónico y polémico penetramos ahora, perfectamente, Hegel prosigue: “ N o es su antigüedad geológica lo que nos interesa. Tampoco le quiero negar el honor de haber surgido del mar en el preciso momento de la creación del mundo.471 Pero es un hecho que el archipiélago que se extiende entre la América del Sur y el continente asiático muestra una inmadurez física” ( “ eine physische U nreife” ). Físicamente inmaduras son casi todas esas islitas, delgados estratos de tierra con revestimiento de rocas coralinas que emergen de profundidades abismales. Y no menos inmadura es la Nueva Holanda, o sea Australia, con sus enormes (?) ríos que no han logrado aún cavarse un lecho.472 Así, pues, el calificativo de “ inmaduro” es aplicado por Hegel más bien a Oceanía que a América. Buffon no conocía a Oceanía, y llamaba “ inma­ dura” a América. Inm aduro, en un caso como en el otro, era lo no siste­ matizado todavía, lo no perfectamente conocido, o sea el continente cuyo conocimiento era inmaduro. Pero a América se le queda, intacto, el privi­ legio de la impotencia: “ Physisch und geistig ohnmáchtig hat sich Amerika immer gezeigt und zeigt sich noch so.” 473

La impotencia de América en la fauna ¿Dónde se revela esta impotencia? Hegel no piensa siquiera en una debi­ lidad telúrica, y en la vegetación reconoce una vigorosa exuberancia. Que­ dan los animales, — y el hombre. En cuanto a las especies animales, ya sabemos que su mera existencia es un capricho, una debilidad de la Natu­ raleza.474 Querer ordenarlas en un sistema orgánico es pura necedad. El instinto solamente, y no la razón o la idea, ha puesto los géneros animales uno después de otro: “ Die ganze Vorstellung von Reihen ist aber unphilosophisch und gegen den Begriff. Denn die Natur stellt ihre Gestalten nicht envejecido, ya que, por el contrario, entonces se mostraba capaz de nuevas y formidables empresas y conquistas. 477 Cf. Humboldt: “On ne saurait admettre que le nouveau Continent soit sorti des eaux plus tard que rancien” [V u e des C a rd illé re s , vol. I, p. 18); y Baxton, s u p ra, pp. 508-509; y luego Emerson, in fr a , p. 652. 472 Chateaubriand acababa- apenas de calificar a Australia no sólo de inmadura, sino, lucrecianamente, de éb a u ch é e , porque tiene cisnes negros, ríos que corren de la costa hacia el interior, canguros que brincan como saltamontes y otras rarezas zoológicas (V o y a g e en A m é r iq u e , ed. de 1859, pp. 26-27; ed. Switzer, vol. I, p. 42). 473 P h ilo s o p h ie d e r G e s c h ic h te , ed. Lasson, vol. I, pp. 189-191. [“América siempre se ha mostrado y sigue mostrándose física y espiritualmente impotente.”] 474 Véase su p ra , p. 534.

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auí solche Leiter nach einander, sondern in Massen. auf.” 475 L a s v e i n t i ­ cuatro clases de Linneo son el sistema de Linneo, no de la N a t u r a l e z a (¡recordemos el anti-sistematicismo de Buffon y su particular a v e r s i ó n p o r Linneo!). Jussieu ha procedido mejor, ¡pero algo parecido h a b ía h e c h o y a Aristóteles con los animales! Y Hegel, de hecho, vuelve a subrayar la importancia e s p e c ífic a d e l a s dimensiones de un animal o de una planta, — corolario de la t e s is s e g ú n la cual en la Naturaleza la cantidad es más importante que e n e l E s p í ­ ritu,476 tesis que él trata de conciliar con la teoría de Kant y d e G o e t h e sobre la armonía orgánica y los límites internos de todo a n i m a l : “ D i e verschiedenen Gattungen der Pflanzen und Thiere haben so w o h l i m G a n zen ais auch in ihren einzelnen Theilen ein gewísses Mass.” 477 P e r o i n m e ­ diatamente después observa que los seres inferiores, los que están m á s c e r c a de la naturaleza inorgánica, se distinguen de los superiores p o r s u m a y o r indiferencia con respecto a las dimensiones: los heléchos y la s a m o n i t a s varían de tamaño dentro de límites mucho más amplios que los m a m í f e r o s y los seres más complejos.473 Según esto, la grandeza pierde s i g n i f i c a d o , p o r mucho que aumente en importancia, a medida que la N atu raleza o r g á n i c a desciende para acercarse a la inorgánica. Esta maraña de contradicciones demuestra que el problem a d e la s d i ­ mensiones de los animales era algo tormentosamente sentido p o r H e g e l , pero que no estaba resuelto, ni siquiera en la forma e x p e d itiv a e n q u e Buffon lo había despachado. Y no estaba resuelto porque, m á s q u e l a s dimensiones de las especies zoológicas, lo que le preocupaba a H e g e l e r a su diversidad y estabilidad, y la ley que las gobierna. ¿Cuál es esta ley? Está formulada en términos generalísim os, d e t a l manera que afecta también a América, sobre todo a la m e r i d i o n a l , d e donde había tomado Buffon sus ejemplos, pero no sólo a A m é r i c a . P a r a Hegel no existe sino un tipo perfecto de animal, que realiza c u m p l i d a ­ mente el concepto de “ animal” , y todas las variedades de bestias s o n s im 473 E n z y k lo p iid ie , § 281 Zus. (vol. VII, l3 parte, pp. 156-157). [“Pero u n a c o m p le t a representación de series es antifilosófica y contra el concepto. La Naturaleza, e n e f e c t o , ‘ no coloca sus creaturas en escalas de ese tipo, sino en masas.”] 473 Véase su p ra , p. 531. 477 E n z y k lo p iid ie , § 107 Zus. (vol. VI, pp. 216-217). [“Las distintas esp e cie s d e v e g e ­ tales y de animales tienen, tanto en conjunto como en cada una de su s p a r t e s , u n a medida determinada.”] Cf. la idea parecida que expresa Goethe, M e t a m o r p h o s e d e r T h ie r e (1806), citado s u p ra, p. 319. 473 E n z y k lo p iid ie , lo e. c it. en la nota anterior. Pero en la naturaleza in o r g á n ic a la cantidad es más importante que en la orgánica (véase § 99 Zus., vol. VI, p p . 1 9 9 -2 0 0 ): ¿cómo es, pues, que en los seres más cercanos a la naturaleza inorgánica la c a n t id a d se hace m enos importante y casi indiferente?

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pies modificaciones suyas.479 En los animales superiores, estas modificacio­ nes están de acuerdo con los elementos en que se desarrolla su vida; los inferiores, en cambio, tienen menos relación con los elementos y permane­ cen indiferentes a su gran diversidad. Así, pues, al contrario de Buffon y de Haldane,480 Hegel parece juzgar más estables, menos expuestas a la influencia y al juego de los elementos, justamente las especies zoológicas inferiores.

encuentra la mayor parte de las especies animales y vegetales, sigue siendo la más importante desde el punto de vista zoológico y botánico.484

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Pero esta regla general sufre la interferencia de una discriminación geográfica. A medida que se avanza hacia el Sur, donde los continentes se adelgazan y se recortan, también las especies animales se modifican, se di­ ferencian, se hacen peculiares y típicas de esa parte del mundo.481 Las puntas meridionales extremas de los continentes tienen especies sumamente distintas, mucho más distintas entre sí que las de las partes septentrionales de los mismos continentes. Las especies zoológicas son, por lo tanto, un reflejo, o mejor un paralelo, de esa diversificación de las partes del mundo, que a su vez es el resultado de arcanas fuerzas cósmicas; 482 “ weil im Norden die Welttheile mehr zusammenhángen, auch die vegetabilische und animalische Natur daselbst mehr verbunden ist; wogegen, je mehr es in Afrika und Amerika zum Süden geht, wo sich die Welttheile theilen, auch die Thiergattungen (¿y las especies vegetales no?) desto mehr in Arten aus einander treten” .483 En su parte septentrional tiene la tierra un pecho am­ plio, como decían los griegos, y se presta a ser teatro de la historia uni­ versal; en la meridional se subdivide y se desparrama en numerosísimas puntas y penínsulas, “ wie Amerika, Asien, Afrika” . Ahora bien, en esas sutiles ramificaciones se diversifican y particularizan, como se ha visto, también las creaturas naturales, mientras que la zona nórdica, donde se 479 E n z y k lo p d d ie , §§ 352 Zus. y 370 Zus. (vol. VII, I? parte, pp. 558 y 653). Apenas hace falta recordar las especulaciones de Goethe sobre el U r t h ie r y la U rp fla n z e . 4so Véase s u p ra , p. 36. 481 E n z y k lo p d d ie , § 339 Zus. (vol. VII, 1* parte, p. 441). isa Véase s u pra, pp. 36-37. 483 E n z y k lo p d d ie , § 370 Zus. (vol. VII, 1» parte, pp. 654 y 670). [‘‘Los continentes están unidos más estrechamente en el Norte; por ello mismo, la naturaleza vegetal y animal muestra allí una coherencia más estrecha. En cambio, en África y en América, a medida que avanzamos hacia el Sur, donde se fragmentan los continentes, también las especies animales van fragmentándose más y más en clases.”] Véase H e g e l’s P h ilo s o p h y o f N a tu r e , ed. Petry, vol. III, pp. 181 y 193 (no existen elefantes en América; y los leones y tigres son allí muy diferentes). El contraste entre la fauna y la flora del Norte y del Sur es mencionado también por W. H. Walsh, el cual, sin embargo, ignorando los antecedentes, se maravilla “how this is supposed to bear on the possibility of world history” (“Principie and Prejudice in Hegel’s P h ilo s o p h y o f H is to r y " , en el volumen H e g e l’s P o l it i c a l P h ilo s o p h y , ed. Z. A. Pelczynski, Cambridge, 1971, p. 183).

El efecto se debe al clima, — a ese clima que en el Sur, por lo visto, es más eficaz que en el Norte: “ weil sich im Süden die Thierwelt (¿y die Pflanzenwelt no?) mehr nach klimatischen und Lander-Unterschieden partikularisiert, ais im Norden: so sind der asiatische und afrikanische Elephant wesentlich von einander unterschieden, wáhrend Amerika keine hat (¡singular forma de Partikularisierung y de Individualisierung, este no exis­ tir!); ebenso sind Lowen und T ig e r u.s.f. unterschieden” ,485 — como con­ viene a animales superiores sujetos a la influencia de los elementos, sin que por ello se afirme, ni siquiera en forma implícita, una superioridad de esta variante sobre aquélla, de una fiera sobre la otra. Pero la Filosofía

de la historia es más radical y consecuente. En América, la inferioridad que se observa entre los seres humanos tiene su contraprueba en los ani­ males; “La fauna ostenta aquí leones, tigres, cocodrilos; pero éstos tienen sólo cierta semejanza con las creaturas del mundo antiguo, y son desde todos los puntos de vista más pequeños, más débiles, más mansos. Se ase­ gura que la carne de los animales es aquí menos nutritiva que en el mundo antiguo; existen, en efecto, cantidades inmensas de bovinos, pero un pedazo de vaca europea es una verdadera golosina.” 486 Es aquí evidente el eco de tesis buffon-depauwianas, a pesar de que no resulta fácil precisar su proveniencia inmediata.487 Para los hombres existe la misma calamidad, si bien resulta curioso y casi paradójico que justa­ mente el hombre, el animal de más elevada categoría, esté liberado del imperio del clima, desvinculado más que ningún otro del ambiente natu­ ral, y le esté concedido vivir bien en cualquier latitud, — no obstante que 484 P h ilo s o p h ie d e r G e s ch ich te , ed. Lasson, vol. I, p. 182. 485 E n z y k lo p d d ie , § 370 Zus. (vol. VII, 1? parte, pp. 654 y 670). [“En efecto, la fauna se particulariza en el Sur más que en el Norte de acuerdo con las diferencias climáticas y geográficas: así, por ejemplo, el elefante asiático y el africano se distinguen esencialmente uno de otro, mientras que en Am¿ríi“a no existen elefantes; así también se distinguen los leones y tigres, etc.”] 486 P h ilo s o p h ie d e r G e s ch ich te , ed. Lasson, vol. I, p. 191; cf. la crítica de Humboldt, supra, p. 527, y J. Ortega y Gasset, “Hegel y América”, E l e s p e cta d o r, VII, en sus O bras, 3? ed., Madrid, 1943, vol. I, p. 597. 487 “Hegel n’a sans doute pas été insensible aux arguments de de Pauw”, escribe perentoriamente Mmguet,. “L’Amérique et les L e g o n s s u r la p h ilo s o p h ie de l ’h is to ir e ", p. 41. Más genérica y discretamente, D’Hondt advierte que Hegel se documentó a veces en "des auteurs maintenant délaissés, des talents si modestes que notre époque les oublie, des hommes si compromettants qu’il préféra taire leur nom” (H e g e l secret, p. 1, —lo cual parece casi una perífrasis para indicar a De Pauw). Ciertamente Hegel conocía por lo menos a Raynal (i b i d ., p. 178).

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el esquimal y el indio de los trópicos son muy distintos de los habitantes de la zona tem p la d a ...488

El canto de los pájaros americanos La inferioridad de las especies animales americanas es, pues, postulada por Hegel más bien que deducida: y postulada incidentalmente, más bien como un hecho notorio que como una singularidad notable de la Natu­ raleza. Sobre un solo caso particular de inferioridad se detiene Hegel, fer­ voroso amante de la música y del bel canto: sobre la voz desagradable atri­ buida a los pájaros americanos. Él no pone en duda el hecho,4®8 fiado pro­ bablemente en Goldsmith, y la explicación que da es divertida.490 El calor hace resplandecer los colores de las plantas: su individualidad (su “ Selbst” ), atraída por la luz, se derrama en la existencia como luz. Los animales tienen colores más oscuros; pero entre las aves, las más multico­ lores y admirables son las de los trópicos, que parecen casi plantas, cuya esencia propia se expresa, gracias a la luz y al calor de esos climas, en su 488 E n z y k lo p á d ie , § 370 Zus. (vol. VII, 1? parte, p. 654) y § 392 (vol. VII, 2® parte, p. 58); P h ilo s o p h ie d e r G e s c h ic h te , ed. Lasson, vol. I, p. 231. La excepción se remonta a Buffon (y había sido sostenida por Caldas: cf. s u p ra , pp. 390-391). Pero en otro lugar (P h i l . d e r G e s c h ic h te , ed. cit., vol. I, pp. 180-183) Hegel reafirma la influencia del clima y niega que en la zona frígida y en la tórrida, entre los lapones o los africanos, pueda florecer la libertad o le sea posible al hombre levantarse sobre la lucha con las nece­ sidades naturales hasta hacer de esas tierras un “Schauplatz der Weltgeschichte”; y de manera aún más pesimista vuelve a aseverar (V o rle s u n g e n ü b e r A e s th e tik , W e rk e , vol. X, H parte, p. 187) que el animal depende absolutamente del suelo y del clima, y señala la posibilidad de que la miseria del ambiente le haga perder la flor de su belleza, empe­ queñecerse, enflaquecer y reflejar en su aspecto la indigencia y la mezquindad de la naturaleza circundante. No alude, sin embargo, a las especies americanas. 489 Si bien el zoólogo Johann Baptist von Spix y el botánico Cari Friedrich von Martius, en el relato del viaje realizado por ellos entre 1817 y 1820 en el Brasil (R e is e n a ch B ra s ilie n , 3 vóls., 1823-1831, vol. I, p. 191; hay reimpresión de Wiesbaden, 1969) atestiguaron la existencia de pájaros canoros en esas regiones (E n z y k lo p á d ie , § 303 Zus.; vol. VII, H parte, pp. 225-226). El viaje de Spix y Martius vuelve a citarse ib id ., pp. 254, 451-452 y 513-514; y véase H e g e l’s P h ilo s o p h y o f N a t u r e , ed. Petry, vol. II, pp. 298-300, y vol. III, pp. 242-243. Vale la pena recordar que justamente Martius, en su disertación C o m o se d eve escrever a h is to ria d o B r a s il (1843, publicada en 1845 y reproducida ínte­ gramente en la R e v is ta de H is t o r ia de A m é r ic a , 1956, núm. 42, pp. 433-458), recomen­ daba (p. 446) excluir de esa historia "urna multidáo de alega^óes extravagantes, de fatos inteiramente falsos (como por exemplo foram espalhados pela obra escandalosa de Mr. de Pauw) , —que es, si no la única, sí una de las contadísimas protestas brasileñas contra el autor de las R e c h e rc h e s p h ilo s o p h iq u e s . 490 H e g e l’s P h ilo s o p h y o f N a t u r e , ed. cit., vol. I, p. 50, y vol. II, p. 83. Sobre Gold­ smith véase s u p ra , pp. 203-206.

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envoltura vegetativa, el plumaje. Los pájaros del Norte no p u e d e n c o m ­ petir en esto, “pero cantan mejor, como por ejemplo el ruiseñor y la . a l o n ­ dra, que no existen en los trópicos’’. El clima tropical consume l a v o z y l a traduce en el esplendor metálico del color. El sonido se echa a p e r d e r e n el calor. Y la voz misma, que sin embargo es algo más e l e v a d o q u e e l sonido, sufre por su exposición al clima tórrido.491 ___ Según esto, parece que la afonía de los pájaros tropicales e s c o n s t i t u ­ cional e incurable. Pero, en nota, Hegel hace una curiosa c o n je t u r a q u e , e n caso de resultar verdadera, destruiría su tesis. Dice, en efecto, q u e l a p o c r a musicalidad de los pájaros americanos puede ser adquirida, y p o r l o t a n t o remediable: “ wenn einst die fast unarticulirten Ton e entarteter M e n s c h e n durch die W alder Brasiliens nicht mehr erschallen, auch viele d e r g e f i e d e r ten Sánger verfeinerte Melodien hervorbringen werden” .492 D e l o c u a l s e deduce que esos pájaros americanos se echaron a perder la voz a f u e r z a d e oír los aullidos horrendos de los salvajes, imitándolos e s t ú p i d a m e n t e e n lugar de cantar a su propia manera. Una vez exterminados o r e d u c i d o s a .1 silencio los indios brasileños, los pájaros comenzarán a e n to n a r m e l o d í a s más dulces (¿como el ruiseñor? ¿como la alondra. . . ?), Tam bién en este ejemplo, encontramos que un dato de h e c l i o d i s c u t i ­ ble, y aun abiertamente puesto en tela de juicio, sirve para i l u s t r a r u n a relación conceptual arbitraria, la de calor, sonido y color. Y , a u n q u e e l ejemplo es americano, clásicamente americano, Hegel no saca d e é l n i n g ú n corolario antiamericano: no interpreta ese mutismo como h a b ía n h e c h o l o s poetas; no ve en él una señal de tristeza o atonía de la n a t u r a l e z a d e l Nuevo Mundo. Sólo en la alusión a los indios, de quienes l o s p á j a r o s aprenden a desafinar y a chillar, se puede percibir un p r e ju ic io a n t i a m e ricano. 491 Sobre la relación de K la n g y W á rm e véanse también los parágrafos q u e s i g u e n al 303; sobre la de K la n g y S tim m e , y sobre el canto de las aves, que n o e s m a n i f e s ­ tación de una necesidad, sino expresión desnuda de deseo, goce inmediato d e s í m i s m a s , véanse también §§ 351 Zus., 365 Zus. y 370 Zus. (vol. VII, l 8 parte, pp. 5 5 4 - 5 5 5 , G 3 9 ~y 667-668); sobre la relación de las plumas pintadas con la luz, cf. § 361 Z u s . ( l o e . c i t . , , pp. 610-611), y H e g e l’s P h ilo s o p h y o f N a tu r e , vol. II, p. 298, y vol. III, p . 3 3 5 . 492 E n z y k lo p á d ie , § 303 Zus. (vol. VII, H parte, pp. 225-226): [“el día en que d e j e n de oírse en las selvas del Brasil los sonidos casi inarticulados de hombres degenerados, ese día muchos de los plumíferos cantores producirán también melodías m á s refinadas Pero ¿estaba comprobado que los indios fueran tan roncos y chillones? M/uratori, t e n a z admirador suyo, había ponderado, por el contrario, el eufónico hablar de los indios c l e l Paraguay, dando asimismo de ese hecho una curiosa explicación dietética: “hanno o t t i m e voci, concorrendo a renderle tali, ed anche piü armoniose che in altri p a e s i , le a c q u e de’ fiumi Paraná ed Uruguai, siccome ancor noi osserviamo piü m elo d io se quelle d i parecchi abitanti nelle montagne, perché non bevono se non acqua, purcíré acqua s a n a e pura” (11 C ris tia n e s im o fe lic e , vol. I, p. 97). Cf. s u p ra , p. 200.

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El salvaje como hombre de naturaleza Veamos, pues, cómo llegó Hegel a ese juicio implícitamente negativo. El salvaje, que echa a perder la voz inocente de la Naturaleza, es definido por Hegel, al comienzo, precisamente como el Hombre de Naturaleza, como el primitivo rousseauniano cuya existencia transcurre en contacto íntimo con la Naturaleza y en ella percibe el espíritu de Dios.*193 Así como los organismos más elementales viven en simbiosis más estrecha con el ambien­ te, así los pueblos más primitivos, menos evolucionados en la libertad espi­ ritual, se mantienen en comunión más estrecha con la Naturaleza ambiente y amenazante. Los animales duermen por instinto; los salvajes reposan de noche; sólo el Espíritu hace día de la noche.494 La aplicación de estas tesis a los pueblos “ históricos” sigue totalmente el esquema de Rousseau. Los griegos y romanos antiguos estaban más cerca de la Naturaleza que las naciones modernas; los italianos y los españoles viven la vida de la Naturaleza mucho más que los alemanes y los nór­ dicos.495 Pero ya aquí se advierte la superación del presupuesto primitivista: no cabe duda de que, para Hegel, el alemán es un tipo humano superior al italiano y al español; así, pues, a medida que se aleja de la condición natu­ ral, el hombre va elevándose y perfeccionándose. El hombre de naturaleza es un ser todo sentimiento, pero si es todo y sólo sentimiento, el hombre no se distingue ya de la bestia. Si toda su religión tuviera que reducirse al sentimiento, más precisamente al sentimiento de su dependencia de un Poder Superior, entonces el mejor cristiano sería el perro.486 Ese salvaje que percibía tan bien la voz de Dios, resulta ahora que lo único que per­ cibe es “ his master’s voice” . . . El prototipo moderno del salvaje, el indio americano, no puede espe­ j a P h ilo s o p h is c h e P r o p e d e u t ik , § 151; ed. K. Rosenkranz, en W e rk e , vol. XVIII, p. 184; y V o rre d e zu H in r ic h s ’ R e lig io n s p h ilo s o p h ie , en W e rk e , vol. XVII, p. 295. 4$4 E m y k lo p iid ie , § 361 Z,us. (vol. VII, H parte, p. 608) y § 392 (vol. VII, 2^ parte, p. 58). La intimidad del animal con la Naturaleza se advierte asimismo en su sensi­ bilidad preventiva a los terremotos (P h ilo s o p h is c h e P r o p e d e u tik , § 151 ya citado; E n zy k lo p a d ie , § 392 Zus.; vol. VII, 2^ parte, pp. 62 y 63-64): el salvaje, a su vez, tiene un instinto casi animalesco y a veces “ein Bewusstseyn von Dingen hat, die tausend Stunden entfernt geschehen" ( V o rle s u n g e n ü b e r d ie P h ilo s o p h ie d e r R e lig ió n , ed. Ph. K. Marheineke, en W e rk e , vol. XI, p. 274). 4S5 E n z y k lo p á d ie , §§ 392 Zus. y 406 Zus. (vol. VII, 23 parte, pp. 62-63 y 179). 496 “So wáre der Hund der beste Christ”, V o rre d e zu H in r ic h s ’ R e lig io n s p h ilo s o p h ie (vol. XVII, p. 295). Sobre la insulsa religión del salvaje, sobre su "inocencia” y man­ sedumbre accidental —porque depende del clima—, véanse las V o rle s u n g e n ü b e r d ie P h ilo s o p h ie d e r R e l ig ió n (vol. XI, pp. 272-273); sobre su incapacidad de atención cf. tam­ bién E n z y k lo p á d ie , § 448 Zus. (vol. VII, 23 parte, p. 313).

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rar, pues, que se le vea con indulgente simpatía. Pero la condena que le toca es de una severidad muy particular precisamente porque habita el continente americano, ese continente que carece de una verdadera razón de ser. Las distintas razas están en estrecha correlación y dependencia con las partes del mundo: sus características están telúricamente condicionadas, y son tan necesarias como las de los continentes mismos.487 Es justo, pues, que existan en Europa, África y Asia la raza caucásica, la etiópica y la mongólica, pero a estas tres razas reconocidas, autorizadas, legítimas, agrega Hegel a regañadientes otras dos, la malaya y la americana, “ welche aber mehr ein Aggregat unendlich verschiedener Particularitáten ais eine scharf unterschiedene Race bilden” .498 Estas razas están mucho menos bien defi­ nidas (“w en iger... scharf ausgezeichnet” ) que las tres del Mundo A n ti­ guo. Hasta el tinte de la piel es incierto: blancos, negros y amarillos, se sabe lo que son; pero la epidermis de los americanos es cobriza.

Los aborígenes americanos ¿Qué cosa cabe esperar de una gente tan mal coloreada, en una tierra defi­ ciente e imprecisa? Nada bueno, ciertamente. Los aborígenes americanos son una raza débil en proceso de desaparición (“ ein versdnvindendes schwaches Geschlecht” ). Sus rudimentarias civilizaciones tenían que desaparecer necesariamente a la llegada de la incomparable civilización europea. Y así como su cultura era de calidad inferior, así quienes siguieron siendo sal­ vajes lo son en grado sumo: son las muestras más acabadas de la falta de i civilización. Sólo en América existen salvajes tan torpes e idiotas como ios Pescherah (o sea los fueguinos)499 y los esquimales. Últimamente se «si Véase s u p ra, p. 535. 49s ["...que, sin embargo, constituyen un agregado de particularidades infinitamente diferenciadas, más bien que una raza nítidamente perfilada”.] 49s Probable origen de esta pésima fama de los fueguinos (de la que hay testimonios en Chastellux, en Schlegel y en no pocos más): las descripciones depauwianizantes de Hawkesworth (1775): “these people appeared to be the most destitute and forlorn, as well as the most stupid of all human beings”: A n A c c o u n t o f th e V o y a gc U n d e rta k e n by th e O r d e r o f H is P re s e n t M a je s ty , f o r M a k in g D is c o v e rie s

in

th e S o u th e rn

H e m is -

Dublin, 1775, p. 23, citado por S. S. Trifilo, “British Travel Accounts on Argen­ tina before 1810”, J o u r n a l o f In t e r -A m e r ic a n S lu d ie s , II (1960), p. 246; y también, inme­ diatamente después, las descripciones de Forster, Rei.se u m d ie W e lt (1777), xxm, en sus W e rk e , vol. I, pp. 918-924 y 1033. [Un siglo después de las descripciones de Hawkesworth y Forster, los europeos podían darse el gusto de ver con sus ojos un grupo de fueguinos: “For some time past there has been on exhibition at the Jardín d’Acclimatation in París a party of Fuegians, who have attracted great attention from visitors. These people are inhabitants of Tierra del Fuego... When we read in the works of travelers a description of their country, we are no longer surprised at the deep degradation of these people. p h e re ,

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han dado a conocer algunas canciones de iroqueses, de esquimales y de otras poblaciones salvajes;. pero no ensanchan ni una pulgada el círculo encantado de la poesía. Y en cuanto a heroísmo, no cabe siquiera hablar de semejante cosa: los caribes mismos, los bravos caribes, se han extin­ guido bajo el efecto combinado del aguardiente y de las armas de fuego. En el Sur, los americanos son todavía más cobardes. Los indios jamás se hubieran liberado del yugo español (fueron los criollos quienes se rebe­ laron). En el Paraguay eran como chiquillos incapaces (“ unmündige Kin­ der” ), y los jesuítas los trataron como tales. En suma, es notorio que los americanos no pueden sostenerse frente a los europeos: “ die Amerikaner sind daher offenbar nicht im Stande, sich gegen die Europáer zu behaupten” . A los europeos les tocará hacer florecer una nueva civilización en las tierras conquistadas.500 El mismo cuadro pinta Hegel en su Filosofía de la historia. Tras de afirmar la impotencia física y espiritual de América, enfermedad congénita e incurable, la ilustra simplemente con ejemplos de la impotencia del ame­ ricano. “ En efecto, a partir del momento en que los europeos desembar­ caron en América, los indígenas han ido pereciendo poco a poco al soplo de la actividad europea. En los estados libres de Norteamérica todos los ciudadanos son hombres de ascendencia europea, con los cuales no pudie­ ron mezclarse los antiguos habitantes, y fueron expulsados por ellos. A decir verdad, los aborígenes aprendieron de los europeos algunas artes, por ejemplo el arte de beber aguardiente, que ha tenido sobre ellos — sobre los pieles rojas esta vez, mientras antes sobre los caribes— un efecto dele­ téreo. En el Sur, los indígenas fueron tratados mucho más violentamente, y empleados en trabajos duros, para los cuales no bastaban sus fuerzas.” Resuena aquí e l eco de Las Gasas, reforzado quizá por el más reciente de De Pauw o alguno de sus secuaces. “ Mansedumbre e inercia, humildad y rastrera sumisión frente al criollo, y más aún frente al europeo, son el ca­ rácter esencial de los americanos, y hará falta un buen lapso de tiempo para que el europeo consiga despertar en ellos un poco de dignidad (Selbstgefühl). Los hemos visto, en Europa, privados de toda vida espiritual The Fuegians ín París, II in number (four men, four women and three children), were brought thither by Mr. Waalen, after he had deposited some $ 3 000 in the hands oí the Chiban Governor of Punta-Arenas as a security for their safe return to their native land after being exhibited in Europe" (noticia del S c ie n tific A m e r ic a n , noviembre de 1881, reproducida en el S c ie n t if ic A m e r ic a n de noviembre de 1981, p. 10.] too E n z y k lo p a d ie , § 393 Zus. (vol. VII, 2^ parte, pp. 64-72). Sobre las canciones de los aborígenes (ya apreciadas por un Oviedo [véase Gerbi, L a n atu ra leza d e las In d ia s n u e ­ vas, pp. 411-412 y 481-482]), cf. V o rle s u n g e n ü b e r A e s th e tik , W e rk e , vol. X, 3^ parte, p. 438. Sobre la rudimentaria religión de los esquimales, V o rle s u n g e n ü b e r d ie P h ilo s o p h ie d e r R e l ig ió n , W e rk e , vol. XI, pp. 286-287.

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(geistlos) y escasamente capaces de educación. La inferioridad, d e

é s to s in ­ dividuos bajo todos los aspectos, incluso el de la estatura, s e r e c o n o c e fácilmente en todo” — exceptuando a los rudos, selváticos y p o d e r o s o s p a ­ tagones (¡una vez más los “ Patacones” !), pero no a los d i s c í p u l o s d e lo s jesuítas, a quienes “ en plena noche una campana tenía que r e c o r d a r l e s s u s deberes conyugales” . . ,501 Resuenan en estas sumarias condenas los acentos de r e a l i s m o c r u d o y hasta cínico, como también de altanera arrogancia, que H e g e l p r o d i g a so­ bre otros pueblos vencidos y, en cuanto vencidos, juzgados y s e n t e n c i a d o s por el “ tribunal del mundo” : no se ve, en efecto, por qué l a m a t a n z a de los antillanos a arcabuzazos tenga que imputarse a una p r e s u n t a i n f e r i o ­ ridad orgánica y espiritual de esos indios. Los juristas e s p a ñ o le s d e l s i g l o xvi habían sido más humanos, porque al menos se habían, p l a n t e a d o la cuestión de la legitimidad de esa guerra de exterminio y le h a b í a n b u s c a d o una justificación, ya sea exaltando los incomparables b ie n e s e s p i r i t u a l e s llevados por los conquistadores, ya envileciendo a los indios y r e b a j á n d o l o s a la condición de seres subhumanos o incluso bestiales. H e g e l, e n c a m b i o , parte del hecho histórico de la violenta conquista y de él sa ca a r g u m e n t o s para concluir que los aborígenes no valían nada y de todas m a n e r a s t e n í a n que desaparecer. Entre las consecuencias de la debilidad de los indios a m e r i c a n o s m e n ­ ciona Hegel la trata de negros. Y es curioso observar con. q u é r e la tiv a simpatía considera a estos otros “ primitivos” , que proceden s i n e m b a r g o del Mundo Antiguo. Su color oscuro depende del clima, del c a l o r y d e la luz, — exactamente de esos mismos factores que a los pájaros l e s d a n , en cambio, el centelleo de plumas brillantes y multicolores... 502 Y a l o s n e g r o s transportados al continente americano se atribuye el d e s c u b r i m i e n t o d el valor terapéutico de la corteza de la quina y el mérito de h a b e r l o g r a d o establecer en Haití una nación de tipo cristiano (“ einen Staat n a c h c h r i s t lichen Principien gebildet” ).503 Por “ infantil” que sea su e s p í r i t u , l a d ig ­ nidad histórica de la raza etiópica está salvada.

La América actual: los “Volksgeister” y América El juicio sobre las formaciones políticas de la América actual e n c a j a s o b r e dos conceptos: el de los Volksgeister, que dominan por turno y d e s a p a r e c e n ed. Brunstad, p. 128; ed. Lasson, vol. I , p . 1 9 2 . “Auch das schwarze Haar [Haut?] des Negers hangt vom Klíma, v o n d e r W a r m e und dem Lichte ab”: E n z y k lo p a d ie , § 345 Zus. (vol. VII, H parte, p. 4 8 9 ) . 503 E n z y k lo p a d ie , § 393 Zus. (vol. VII, 2? parte, p. 68); P h ilo s o p h ie d e r G e s c h ic h te , ed. Lasson, vol. I, p. 193. Muclio menos favorable es la caracterización d e l o s n e g r o s 501 P h ilo s o p h ie d e r G e s c h ic h te , 502

HEGEL Y SUS CONTEMPORANEOS

LA AMÉRICA DE HEGEL

irremisiblemente, y el de una antítesis radical entre la América del Norte y la del Sur. El primero de estos conceptos sanciona el eclipse definitivo de las civilizaciones precolombinas, mientras que el segundo desarrolla el contraste entre regiones septentrionales y meridionales que, según hemos visto, tiene mayor relieve, en la deducción de los continentes, que el con­ traste entre Oriente y Occidente.504 Las civilizaciones de México y del Perú eran meramente naturales: al acercarse el Espíritu, no podían menos de desaparecer.506 Es éste un caso particular de la ley que asigna a cada nación un momento de la Historia y luego la arroja fuera de la realidad, en la nada: ley tan rígidamente mecánica, que sorprende verla acogida y aplicada

establecer un desfile de esas figuras simbólicas que en los antiguos relojes de torre salen de una puertecita una tras otra cuando suena su hora, se contonean por unos instantes al sol y vuelven a entrar en la oscuridad por orna puertecita; ley, finalmente, que corresponde en el campo de la Historia al categórico anti-evolucionismo de la filosofía de la Naturaleza.

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con tanta tenacidad por una mente tan abierta y tan sensible a lo orgánico y a lo dinámico como la de Hegel, mientras que no nos sorprende que haya sido rechazada por Humboldt con "feroz desconfianza” ; 506 ley que cierra el paso a toda convivencia de naciones, a toda asimilación de civili­ zación, a todo injerto y todo renacimiento, y que por consiguiente niega, en sustancia, el desarrollo histórico, en vez del cual parece que quiere en el pasaje en que Hegel se ocupa de África (ib i d ., vol. I, pp. 215-218).

N e m o p r o p h e ta

in pa tria ?

También Hegel (véase s u p ra , p. 176) sigue la teoría heliodrómica y hace marchar Ja historia de Este a Oeste. Sobre el limitado sentido de esta tesis suya, véase sin em­ bargo B. Croce, D is c o rs i d i v a ria f ilo s o fía , Bari, 1945, vol. I, pp. 141-143; K. Ldwith, V o n H e g e l zu N ie tz s c h e , Zurich, 1941, p. 45; G. Lasson, introd. a la P h ilo s o p h ie d er G e s ch ich te , p. 130, y Schulin, D i e E rfa s s u n g des O rie n ts b e i H e g e l u n d R a n k e , pp. 52-53; sobre sus posibles orígenes masónicos, D’Hondt, H e g e l secret, p. 323. Con todo, queda un reflejo de ella en la elección del calificativo de “país del porvenir” para América, y en el embarazo con que Hegel, no obstante reconocer que Asia se encuentra al Oeste de América, se afana en sostener la tesis de que Europa es el Occi­ dente absoluto, el centro y la culminación del Mundo Antiguo, y Asia, por consiguien­ te, el Oriente absoluto... (Véase también la encarnizada critica a que Hegel somete la misticizante filosofía de la historia de Górres, juzgándola vacía y formalista, en la reseña de U e b e r d ie G ru n d la g e , G lie d e r u n g u n d Z e ite n fo lg e d e r W e ltg e s c h ic h ie , D r e i V o r t r ü g e .. . v o n J. G o rre s , Breslau, 1830; "so lasst sich ohne Gehalt lange fortsprechen”: W e rk e , vol. XVII, p. 268.) sos P h ilo s o p h ie d e r Gesc.hichte, ed. Lasson, vol. I, pp. 184 (“Chile und Perú sind schmale Rüstenstriche, sie haben keine Kultur”: véase in fr a , p. 552) y 190-191; E n zxk lo p ü d ie , § 393 Zus. (vol. VII, 2^ parte, pp. 64-72), y s u p ra, p. 546. La tesis de Hegel es adoptada crudamente por Darwin: “Wlierever the European has trod, death seems to pursue the aboriginal” (citado por S. E. Morison, T h e E u ro p e a n D is co v e ry o f A m e r ic a : T h e S o u th e rn Voyages, Nueva York, 1974, p. 399). A la tesis hegeliana de la inmadurez del continente americano se remite A. Martínez Bello para negar la influencia de Hegel sobre el patriota y orador cubano. Rafael Montoro (O r ig e n y m e ta d el a u to n o m is m o . Excgesis d e M o n t o r o . . . , La Habana, 1952, pp. 61 y 89). ,5oe Carta a Varnhagen von Ense, 30 de mayo de 1837 (Lettres, trad. Girará, p. 31: C orresp on d a zice, trad. Sulzberger, p. 72). d04

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Ya en un escrito juvenil afirma Hegel la absoluta necesidad del puesto que le toca a cada pueblo y la unicidad de su “ momento” , condicionado por la Historia de un lado, y de otro por la Geografía; 607 y en la Prope­ déutica filosófica la ley fatal se formula en todo su rigor: “ Es záhlen nicht alie Volker in der Weltgeschichte. Jedes hat nach seinem Princip seinen Punct, Moment. Dann tritt es, wie es scheint, für immer ab. Nicht zufállig kommt seine Reihe.” 508 Cuando viene, el espíritu del mundo se refleja íntegramente en ese pueblo, sujeto a ese clima y ligado a ese período, pero se refleja de manera completamente naturalista, como la totalidad de la vida se encuentra íntegra en el pólipo, en el ruiseñor y en el león: cada uno de los cuales está cerrado en sí mismo y es absolutamente él mismo, un individuo sin relación alguna con los demás, un escalón sobre el cual flota en el aire ( “ schwebt” ) la idea de la totalidad.509 Los pueblos son, pues, como las especies naturales, múltiples encarnaciones del Logos, con la única diferencia — no diré ventaja— de que, mientras las especies ani­ males coexisten como buenamente pueden, y no están condenadas a la ex­ tinción, las naciones se alternan sin descanso en el puesto delantero del género humano. La vinculación geográfica y antropológica de cada na­ ción, entendida a la manera de Montesquieu, obliga con su naturalista e incoercible pluralidad a concluir que sólo una vez en la Historia puede ser un pueblo el portador del Espíritu, “ el dominante” .5'10 sor “So gehort, um das Allgemeinste zu nennen, das bestimmte Klima eines Volks, und seine Zeitperiode in der Bildung des ailgemeinen Geschlechts, der Nothwendigkeít an, und es fallt von der weitausgebreiteten Kette derselben nur Ein Glied auf seine Gegenwart; welches, nach der erstern Seite aus der Geographie, nach der andem aus der Geschichte zu begreifen ist” ( U e b e r d ie -w issenschaftlichen B e h a n d lu n g s a rte n des N a iu r r e c h ts , 1802-1803, W e rk e , vol. I, p. 403). sos P h ilo s o p h is c h e P r o p e á e u tik , § 202 (W e r k e , vol. XVIII, p. 201). [“No todos los pueblos cuentan en la historia universal. Cada cual tiene, según su principio, su propio punto y momento. Después, según parece, abandona la escena para siempre. Y este turno no les viene por mera casualidad.”] 009 N a t u r r e c h t , W e rk e , vol. I, p. 404. 5io G r u n d lin ie n d e r P k ilo s n p h ie des R e c k ts , §§ 246-247. Sobre Hegel y su “acostum­ brada manía” (acostumbrada, si, pero ambivalente) de vincular el destino histórico a una región geográfica véase D’Hondt, H e g e l secre t, p. 108. Sobre el concepto de tota­ lidad orgánica de los pueblos y estados y sobre la “necesariedad” de sus características, con amplio reconocimiento de la "obra inmortal” de Montesquieu, véase N a tu r r e c h t,

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De aquí se podrían argumentar, con idéntica facilidad, dos cosas: o ; que América tiene aún por gozar su momento de supremacía mundial, que el Porvenir le pertenece, o bien que, siendo su civilización meramente natural, no será nunca investida e invadida por el Espíritu. En cuanto a los indios, a quienes por añadidura considera extinguidos, o casi casi a pun­ to de extinguirse, Hegel se atiene a la segunda altéímttiva7"Pero en cuanto a América en general, parece inclinarse a l a primera. A l hablar de la poesía épica observa que las guerras por ella cantadas no deben ser guerras cualesquiera, sino que tienen que poseer un significado válido para la historia universal, una “universalhistorische Berechtigung” . Tales fueron las guerras de los griegos contra los troyanos narradas por Homero, y las del Cid contra los moros, de los cristianos contra los sarracenos (Tasso y Ariosto), de los portugueses contra los habitantes de la India (Camoens). Europa, la medida, la belleza individual, triunfan en esas guerras y en esos poemas sobre el fasto y la amorfa grandeza de Asia. ¿Cómo deberán ser, según eso, las epopeyas de mañana? N o hablarán de guerras entre las nacio­ nes europeas; todas estas naciones son limitadas, y por consiguiente nin­ guna de ellas, en rigor, “ von sich aus” , puede iniciar una guerra (11). Las eventuales epopeyas del Porvenir podrán representar únicamente “ la vic­ toria de una futura racionalidad viviente americana sobre el encarcela­ miento [europeo] en el medir y particularizar llevados hasta el in fin ito .. si hoy queremos ponernos más allá de Europa, no podemos ir sino a Am é­ rica: “W ill man jetzt über Europa hinaus schicken, so kann es nur nach Amerika seyn.” 511 Reaparece así el sueño goetheano de una poesía virgen que nacerá al otro lado del Atlántico, con la ulterior determinación de que esa poesía exaltará épicamente el triunfo de la vida sobre el límite, de la razón sobre la historia, de América sobre Europa, tal como la poesía épica del pasado cantó las luchas de Europa por imponerse a Asia.

Los Estados Unidos y la América del Sur Pero ¿a cuál de las naciones del Nuevo Mundo le tocará esta misión y este laurel? Excluidos los aborígenes, quedan las sociedades y las razas de cepa W e rk e , vol. I, pp. 406-407. También en la E n z y k la p á d ie se declara que los caracteres de los pueblos son fijos como los de las razas; y, entre los corolarios, se repite que en los países cálidos es débil el sentido de la libertad (§ 393 Zus.; vol. VII, 2* parte, pp. 73-74; cf. s u p ra , pp.. 47 ss., e in fr a , pp. 653-654); y una opinión contraria, s u p ra, pp. 388-389. 511 V o rle s u n g e n ü b e r d ie A e s th e tik , W e r k e , vol. X, 3^ parte, pp. 351 y 354-355. Sobre la rematada no-epicidad del prosaico mundo contemporáneo véase ib id ., p. 417.

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europea. Frente a-ellas, sin embargo, Hegel se encuentra e n a p r i e t o s a causa de su repudio del continente americano. Sobre la c o n tr a p o s ic ió n - d e inmadurez y madurez física (Nuevo y V iejo Mundo) es d ifíc il e n c h u f a r la de civilización meramente natural (física) y civilización e s p i r i t u a l . ¿ P o ­ drá guardar la civilización natural con la espiritual la m is m a r e l a c i ó n que el continente inmaduro guarda con el maduro? Hegel no l l e g a a d e c i r l o expressis verbis, pero en el juicio que emite acerca de los E s ta d o s U n i d o s afirma algo muy parecido: que no han alcanzado todavía la m a d u r e z p o l í ­ tica, que no constituyen un Estado sólido, porque tienen to d a v ía e s p a c i o s enormes en los cuales deben derramar oleadas de agricultores, d e c o l o n o s , ; de inmigrantes. Este continuo reflujo y la ausencia de vecinos p o d e r o s o s ; impiden que se formen en la joven nación esas tensiones i n t e r n a s , e s o s : conflictos de clases, esas aglomeraciones urbanas e industriales q u e s o n e l presupuesto de un estado orgánico. La América del Norte, en u n a p a l a b r a , es todavía demasiado natural, y por consiguiente muy poco “ p o l í t i c a ’ ' y espiritual; tiene demasiado espacio, y por lo tanto muy pocos p r o b l e m a s ; demasiada “ geografía” , y en consecuencia muy poca “ historia” . S i e n E u r o ­ pa hubiera existido aún la selva germánica, no habría ocurrido l a R e v o l u ­ ción francesa.512 Su verdadera historia está todavía por comenzar. Este c o n t i n e n t e e n parte pertenecía ya al pasado cuando entró en contacto con lo s e u r o p e o s , y en parte no está aún completo y listo (“ íertig” ). Sus in d ígen as h a n d e s ­ aparecido prácticamente. Y Hegel ve con agudeza el carácter p o r c o m p l e t o “ europeo” de la nueva civilización norteamericana ( “ was i n A m e r i k a geschieht, geht von Europa aus” ; “ Amerika ist ein A n n ex u m , d a s d e n Ueberfluss von Europa aufgenommen hat” ').513 — v las p o s ib ilid a d e s q u e esa civilización ofrece a las energías que no hallan desahogo e n E u r o p a . 512 P h ilo s o p h ie d e r G e s c h ich te , ed. Lasson, vol. 1, pp. 198-199. Comentando e l p a s a j e citado en el texto, Ortega y Gasset cree poder formular, sin más, esta le y h e g e l i a n a : “la Historia o espiritualización del Universo es función de la densidad de la p o b l a c i ó n ” . También los europeos, al esparcirse por el continente americano, retroceden e n s u e v o ­ lución espiritual y se vuelven semejantes a un pueblo primitivo (“H egel y A m é r i c a ” , O b ras, vol. I, p. 602). Sobre las relaciones de historia y geografía véase E l e s p e c t a d o r , IV, 1922 (O b ra s , vol. I, pp. 419 ss.), donde Ortega niega el determinismo g e o g r á f i c o , y “En el centenario de Hegel”, 1931, en Ideas y creencia s (O b ra s , vol. II, p . 1 6 9 5 ), d o n d e admite en cambio que “la Historia. . . brota de la geografía”, y cita su e n s a y o s o b r e “Hegel y América”. Véase también el aforismo sobre la tierra que influye “ e n e l d e s ­ arrollo de la historia” ( E l esp ecta d or, VIII; O b ras, vol. I, p. 747). Es clara la a f i n i d a d de esta tesis con la de la tropicalización del blanco y con las teorías de T u m e r a c e r c a d e la influencia decisiva de la “frontera” en la historia de los Estados Unidos (cf. t a m b i é n in fra , p. 663, nota 445). 513 P h ilo s o p h ie d e r G e s c h ich te , ed. Lasson, vol. 1, pp. 194 y 200: [“lo q u e e n A m é r i c a acontece, sale de Europa”; “América es un anexo que ha absorbido la s u p e r a b u n d a n c i a

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Pero Norteamérica y Sudamérica están “ separadas de la manera más , tajante” . A l sur de Panamá, la franja de tierra que queda entre las mon­ tañas y el mar, donde se encuentran el Perú y Chile, es “ más estrecha y ofrece menos ventajas que la de Norteamérica” (entre los Apalaches y el Atlántico).514 En toda la América del Sur, con excepción del Brasil, han surgido repúblicas; pero, si las confrontamos con la América del Norte, encontraremos “ una antítesis sorprendente” . En el Norte, orden y libertad; , en el Sur, anarquía y militarismo. En el Norte, la Reforma; en el Sur, el catolicismo. El Norte fue “ colonizado” ; el Sur, “ conquistado” . Hegel traza aquí una nueva polarización, no ya de madurez e inmadu­ rez, de Naturaleza y Espíritu, sino una polarización entre las dos Américas, de recíproca confianza (“Zutrauen” ) entre los industriosos, fieles y liberales protestantes515 y de violenta desconfianza entre los pendencieros y prepo­ tentes católicos.51® Introduce así un elemento no sólo dinámico, sino ex­ plosivo, en el continente inerte e impotente, y llega a decir que quizá esta lucha entre las dos Américas sea el punto de mayor interés de la historia futura: “ América es el país del Porvenir, donde se revelará, en los tiempos que tenemos por delante, y quizá en el conflicto entre la América del Norte y la del Sur, el centro de gravedad de la historia universal ( die weltgeschichtliche W ichtigkeit); 517 es el país que añoran todos cuantos han venido

a sentir tedio por la histórica armería de la vieja Europa.” Pero después de un comienzo tan prometedor, que parece apuntar a una revisión crí­ tica de la tesis de la "juventud” de América y a un ahondamiento más decidido del epigrama goetheano,518 Hegel nos deja plantados en seco. Como país del Porvenir, América no interesa ni al historiador, que tiene que habérselas con el pasado y con el presente, ni al filósofo, que no se ocupa ni de aquello que sólo ha sido ni de aquello que sólo será, sino únicamente de lo que es y es eterno, y con esto “ tiene ya bastante que hacer” .510 Y así, de manera un tanto brusca, se despide Hegel “ del Mundo Nuevo y de los sueños que a él se refieren” , y regresa a las aguas del M edi­ terráneo, mucho más familiares.520

de Europa”]. Sobre una posible fuente (Dietrich von Bülow) de este juicio véase D’Hondt, H e g e l secret, pp. 214-215. Sobre América como situación de cosa incompleta e incapaz de completarse (“Nichtfertigsein und Nichtfertigwerden”) c£. la misma P h il. d e r G e sch ich te, vol. I, p. 202. Pero Europa está excesivamente completa: es una “jaula” (citado por Gollwitzer, E u r o p a b ild u n d E u ro p a g e d a n k e , p. 440, nota 63a). 514 C£. s u p ra , p. 548, nota 505. 515 pero de los comerciantes de los Estados Unidos escribe (P h il . d e r G e s c h ich te , ed. Lasson, vol. I, p. 197) que tienen la mala fama de estafar al prójimo bajo la alta protección del Derecho. si« P h il. d e r G e s c h ich te , ed. Lasson, vol. I, pp. 195-196. Sobre el contraste político, en tiempos de Hegel, entre las bien definidas repúblicas hispanoamericanas y la con­ formación incierta y las fronteras vagas de los Estados Unidos hay útiles observaciones en Boorstin, T h e A m e ric a n s : T h e N a t io n a l E x p e r ie n c e , p. 269. Pero ya Humboldt, como de costumbre, había atenuado y rectificado la tesis (hegeliana): “man hort immer wieder behaupten, die Hispano-Amerikaner sehen t u r freie Institutionen nicht weit genug in der Kultur vorgeschritten”, etc. (R e is e in d ie A e q u in o c tia l-G e g e n d e n , vol. XV, pp. 400-401). Sobre la inmadurez de los Estados Unidos hacia 1830 véase Pelczynski, H e g e l’s P o l ili c a l P h ilo s o p h y , p. 233, nota 5. 517 Ya Raynal había delineado con eficacia la antítesis natural, social y política entre la América del Norte y la del Sur (H is to ir e p h ilo s o p h iq u e e t p o l it i q u e des éta blissem en ts des E u ro p é e n s dar.s les d e u x In d e s , libro XIII; ed. de Ginebra, 1775, vol. II, pp. 530-531): y, al estallar la guerra entre Inglaterra y sus colonias, ya había aludido a los “latentes gérmenes de discordia” entre Norteamérica y Sudamérica como a un grave peligro para el equilibrio político de todo el mundo (H is to ir e p h ilo s o p h iq u e ,

ed. de Ginebra, 1780, 10 vols., vol. IX, pp. 364 ss., citado por Morandi, L ’id ea d e ll’u n itá p o lític a d ’E u ro p a , p. 25). Véase también Chateaubriand, V o y a ge en A m é r iq u e (1827), ed. de 1859. p. 211, y Bazin, C h a te a u b ria n d en A m é r iq u e , pp. 225 y 231. Gioberti _después de Fabre d’Olivet (véase s u p ra , pp. 505-506)— adoptaba en 1851 el motivo del “contrapposto” que se observa en América “tra le povere e discordi repubbliche dei meriggio e la fiorente del settentrione” ( D e l r in n o v a m e n to c iv ile d 'lta lia , vol. II, p. 251). Esta última, “1’America boreale..., esempio di virilitá civile, sia per l’esperienza política, sia peí genio proprio degli abitanti” (ib id ., vol. I, p. 103; c£. vol. II, p. 313); aquéllas, en cambio, condenadas a “una trista altalena fra l’imperio soldatesco e una licenza oziosa o torbida” (vol. II, p. 362). Análoga antítesis, pero entre el Norte y el Sur de los Estados Unidos, ya en Jedidiah Morse (T a b le a n de la s itu a tio n a c tu e lle des É ta ts -U n is , vol. II, pp. 180-181), anticipando un motivo que será corriente durante la Guerra de Secesión. 515 C£. su pra, p. 550. sis P h ilo s o p h ie d e r G e s c h ich te , ed. Lasson, vol. I, p. 200 (c£. s u p ra , p. 29). El por­ venir no es objeto de conocimiento (E n z y k lo p a d ie , § 406 Zus.; vol. VII, 2? parte, p. 180), y precisamente por eso Hegel se lavaba también las manos en cuanto al porvenir de los pueblos eslavos. Gollwitzer, E u r o p a b ild u n d E u ro p a g e d a n k e , pp. 263-264, tiene a este propósito algunas observaciones precisas, a las que sólo falta la perspectiva histórica aquí delineada. 520 Tampoco vuelve Hegel a abrir la cuestión en los pasajes en que caracteriza el descubrimiento de América (P h il . d e r G e s c h ic h te , ed. Lasson, vol. II, pp. 856 y 871), ni en la página en que menciona esos antiguos cantos del país de Gales que presentan alusiones a “Wanderungen nach Amerika” (V o r le s u n g e n ü b e r d ie A e s th e tik , W e rk e , vol. X, 3? parte, p. 406); ni se ocupa del asunto al discutir varias otras particularidades de la geografía americana, con la cual demuestra estar familiarizado. Menciona, por ejemplo, los aguaceros que caen en Chile por las tardes (E n z y k lo p a d ie , § 288 Zus.; vol. VII, H parte, p. 183); los yacimientos de hierro del Brasil y de la Bahía de Baffin (ib id ., p. 185); los bosques, las conchas y los caracoles fósiles que se encuentran en América, particularmente en los Andes (E n z y k lo p a d ie , § 339 Zus.; lo e. c it., pp. 435-436); los huesos de mamut descubiertos por Humboldt en el Perú, en Quito y en México, y el esque­ leto de un animal gigantesco encontrado por él en el Río de la Plata (donde jamás estuvo Humboldt) (ib id ., p. 436); las teorías sobre el origen de la sífilis y el carácter endémico de la fiebre amarilla en América (E n z y k lo p a d ie , § 371 Zus.; lo e. c it., p. 676); el “descensus lapidum in Europa et America” (D is s e r ta tio d e o r b itis p la n e ta ru m , 1801), etc.

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HEGEL Y SUS CONTEMPORANEOS

Carácter del error de H egel



La soberbia arbitrariedad con que Hegei dispone del continente americano no es, pues, una excrecencia inevitable de su sistema. El sistema ha impreso a los errores su típica forma propia. La dialéctica, aplicada a datos empí­ ricos, los ha hecho aparecer como corolarios lógicamente inevitables de la estructura del Universo. Pero la raíz de estos errores es más remota. Consiste en la sustancial falsedad, incluso en el plano empírico — y sobre todo en él— , de muchos datos de hecho que Hegel se esfuerza en deducir dialéc­ ticamente.521 El error de Hegel es, por lo tanto, un error de segundo grado, un error al cuadrado. Está equivocada la base de hechos de su razona­ miento, y es impropia la forma lógica en que se presentan y razonan esos hechos. Hegel hubiera podido dialectizar igualmente bien, o igualmente mal, la tesis de la insuperable perfección de América y de la sórdida decre­ pitud del- V iejo Mundo. Entonces, ¿a qué se debió que eligiera la condena del Nuevo Mundo? La elección no fue, desde luego, deliberada y consciente. Pero a los ojos del filósofo que pensaba el desarrollo del Espíritu, o sea del Absoluto, en los términos históricamente condicionados del Oriente, de Grecia, de Roma y del cristianismo, el Mundo Antiguo tenía ciertamente más realidad, más consistencia, más vida, que las vastas y extrañas comarcas que vinieron a fines del siglo xv a turbar esa línea evolutiva tan orgánica y perfecta. Para admitir a América en su sistema, H egel hubiera tenido que hacer pedazos su construcción histórico-dialéctica, y revelar así su fragilidad, su artificiosidad, su rigidez e incapacidad de adaptarse a las nuevas realidades y de comprenderlas. América, con su enorme e innegable presencia, “ nai've et j péremptoire” , hubiera descubierto y traicionado uno de los puntos flacos Idel sistema. Para entrar en el esquema de las tríadas, las cinco partes del í mundo debían reducirse a tres, quisieran o no quisieran, como a tres haHegel hace también1agudas observaciones sobre la función unificadora de las aguas, fluviales y oceánicas, en virtud de la cual “Cadix stand mit Amerika in engerer Verbindung ais mit Madrid”, y “zwischen Amerika und Europa isf der Zusammenhang viel leicher ais im Innem Asiens Oder Amerikas”, etc. (P h ilo s o p h ie d e r G e s c h ic h te , ed. Lasson, vol. I, pp. 186-187; el mismo concepto se lee en una carta de Humboldt a Varnhagen von Ense, 17 de mayo de 1837). 52i Dilthey observa que en la época de Hegel ya Lavoisier, Galvani, Volta, Brown habían revolucionado las ciencias naturales, pero Hegel se contentó con subordinar todo eso a la estructura de-su sistema (Hegei y e l id e a lis m o , trad. E. ímaz, México, 1944, p. 257); así, pues, su enseñanza resultó estéril en esta parte; “Allí donde reinaba un Alejandro de Humboldt... no había lugar para un tratamiento tan retrasado de la naturaleza. Aquí estaba el talón de Aquiles de su sistema” (ib i d ., p. 270). Un análisis más indulgente de la a c titu d d e Hegel frente a las ciencias naturales, en Hartmann, H e g e l, pp. 24-25.

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bían sido reducidos por; Hegel los cinco sentidos, y a tres las c i n c o - a r t e s de la tradición.522. . v ' Así, pues, Hegel debe haber sentido verdadera satisfacción i n t e l e c t u a l al toparse con la tesis de la debilidad de América. Con un g u s to c a s i d e represalia debe de haber adoptado una teoría que tan lim piam en te l e p e r ­ mitía deshacerse del incómodo obstáculo, más aún, que arrojaba e s t e o b s ­ táculo fuera de la realidad, fuera de la historia, a la miserable c o n d i c i ó n de un gigantesco aborto.

M enor vigor de la tesis en Hegel que en Buf f on Pero, precisamente porque en Hegel esta teoría sirve para una f i n a l i d a d de orden práctico, para enmascarar una deficiencia del sistema, y n o p a r a resolver un problema, tiene en él mucho menos frescura, m u c h o m e n o s vigor que en Buffon. En el naturalista francés; la inferioridad b i o l ó g i c a d e América era una explicación, imperfecta, pero provocadora, de la d i v e r s i d a d de las especies en los distintos continentes. Era un esfuerzo de s í n t e s i s , u n intento de reducir a un principio único la naturaleza viva de a m b o s m u n ­ dos. T a n sincero y concreto era ese intento, que demostró su f e c u n d i d a d , primero suscitando las polémicas y las reacciones que hemos r e p a s a d o , y luego sugiriendo a Humboldt y a Darwin el punto de partida p a r a a l g u n a s de las más importantes construcciones de la ciencia moderna d e l a N a t u ­ raleza. Ta n estéril, en cambio, era la exclusión del filósofo a l e m á n , q u e quedó como una mancha en su sistema, como un ejemplo típico y f l a g r a n t e de error, y nadie ha vuelto a tomarla para discutirla seriamente. A l g u n o s elementos empíricos, que le habían servido de sostén, serán u t iliz a d o s - t o d a ­ vía de cuando en cuando, ciertamente, para apuntalar esta o a q u e l l a t e s i s biológica o sociológica. Pero la tesis fundamental de la “ d e b ilid a d d e A m é ­ rica” , la tesis dé la inmadurez de un hemisferio, murió en e l i n s t a n t e mismo en que fue consagrada como un aspecto necesario del L o g o s . Las tesis de Buffon, tan audazmente sugestivas si se las i n t e r p r e t a b a e n tono evolucionista, de acuerdo con los rasgos historicistas de su p e n s a m i e n 522 En cambio, según Ortega y Gasset, él embarazo sistemático de H e g el, y s u c o n ­ siguiente condena de América, provienen de su concepción de la realidad c o m o h i s t o r i a y de la historia como pasado. América, “que si es algo es algo futuro” , a l n o t e n e r historia no tiene siquiera realidad (“Hegel y América", O b ra s , vol. I, PP- 5 9 4 y 6 0 0 ) . Tampoco quiere Ortega que se impute a Hegel la ignorancia de los h ech os e m p í r i c o s : por el contrario —escribe—, Hegel estaba muy bien informado; vio “a g u d a m e n t e ” la “debilidad e inmadurez" de las especies sudamericanas típicas; y sus l i m i t a c i o n e s s o n las “que todo saber e m p ír ic o padece” (ib id ., pp. 598-599). Está bien, pero y a e n t o n c e s no las padecían ni Clavigero, ni Jefferson, ni Humboldt, ni tantos otros n a t u r a l i s t a s .

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to, perdían toda vitalidad una vez enmarcadas en el rígido sistema anti­ evolucionista de Hegel. Se apergaminaban, se fosilizaban. Y de esa ambi­ gua, pero fecunda alternativa que ofrecían de inmadurez y decadencia, recaían en las antítesis secas, en las confrontaciones estáticas de los primeros denigradores del Continente.

Historización y disolución de la tesis Cuando, en los umbrales del siglo xix, el historicismo invadió las ciencias de la naturaleza convirtiéndolas, de ciencias de lo inmóvil y de las leyes uniformes, en ciencias de lo eternamente mudable y creativo,623 también este voluminoso objeto de la ciencia natural, el continente americano, tuvo que ser visto en otra perspectiva. Su edad no podía traducirse ya en tér­ minos cualitativos: si joven, inmaduro; si viejo, decadente. Tampoco po­ día parangonarse con el Mundo Antiguo, como si se tratara de dos entes estáticos, de dos cantidades mensurables y por lo tanto comparables la una sobre la vara de la otra. En el flujo del devenir, todo fenómeno readquiría su autonomía, su dig­ nidad propia. Si América resultaba degenerada, sólo podía llamarse tal en confrontación con su pasado. Si aparecía inmadura, esto sólo significaba que no había alcanzado aún su destino. Como dirá Giacomo -Zandía del mundo entero: “ Se schiavi, se lagrime / ancora rinserra, / é giovin la térra”

{La conchiglia fossile). En suma, esa antítesis ficticia que oponía el Nuevo Mundo al Antiguo, la geografía de América a la de Europa, tenía por fuerza que desaparecer a medida que la geografía, como toda otra ciencia natural, era reabsorbida en la historia, a medida que las determinaciones espaciales, extrínsecas la una a la otra por definición, y propensas por ello a disponerse en diadas polares, se desvanecían en un concepto orgánico de la realidad única e innúmera, en el vivido cuadro humboldtiano del Kosmos.

La cadena de los seres y la vieja metafísica Pero, desde un punto de vista más, el repudio hegeliano del continente americano ilustra lo mucho de anticuado y frágil y científicamente muerto que quedaba en su pensamiento. Graves residuos de medievalismo se des­ cubren fácilmente entre los materiales con que está construido el macizo sistema. 523 Sobre la penetración del pensamiento histórico en las ciencias naturales (influencia de la biología, principios de evolucionismo) véase su p ra , p. 514, y Collingwood, T h e Id e a o f N a tu r e , pp. 12-13 y 133-136.

LA AMÉRICA DE HEGEL

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En los reinos de la Naturaleza, toda especie existe sólo en cuanto en­ carna un momento del Logos. Pero las especies americanas resultan encar­ naciones deficientes, desechos o roncos conatos del Logos. N o es difícil des­ cubrir en estas explicaciones entre ingenuas y pedantescas el caput m ortuum de la vieja metafísica. Las formas de lo existente que Hegel se afana en deducir y desarrollar en cadena necesaria la una de la otra, son la transpa­ rente reencarnación de aquellas especies e ideas que, de Platón en adelan­ te, el pensamiento de Occidente se había obstinado en ordenar en cadena ininterrumpida, necesariamente completa, desde el Dios supremo hasta la ínfima creatura. El Logos de H egel recorre el camino al revés; pero, por grande y significativa que sea esta inversión del movimiento, no altera el típico esquema multisecular. La forma “ temporalizada” (Lovejoy) de la cadena de los seres, imagina­ da en el siglo x v i i i para hacer concordar el carácter estático y rígido de la cadena eterna con la nueva fe en el Progreso, desempeñó una función de puente entre el sistema platónico y neoplatónico y la nueva dialéctica historicizante. Hegel trata de dar vida y movimiento propio a la inerte cadena natural, de saturarla de espiritualidad activa. Pero el peso muerto de ese esquema adoptado abruma, sofoca y paraliza los nuevos principios. Los continentes se niegan a ordenarse como categorías o antinomias. Los animales no se resignan a ser meras variantes del Animal, ejemplares modificados y dete­ riorados de un tótem imaginario postulado por un profesor de filosofía. El estrepitoso fracaso del intento, con sus estridentes salidas de tono — Natu­ raleza “ impotente” , tríadas cojas, hechos y seres carentes de Espíritu— , hace evidente la inadaptabilidad de una estructura mitológico-mística, como la de la escala infinita de los prototipos, para recibir los conceptos del pensa­ miento histórico, que ve el “ uno” en el individuo, no en la especie o en la idea, y el infinito en el “ uno” mismo concreto, no en su multiplicación al infinito, a lo largo de una gama graduada, perpetua, interminable. Toda la Filosofía de la Naturaleza, por lo demás, se apoya en el concep­ to de “ alteridad” , de “ ser otro” , invención o fórmula de sabor netamente escolástico, y se desarrolla sobre líneas casi ingenuamente antropocéntricas.524 La Tierra es el teatro supremo del Espíritu. En esta visión preco624 Cf. Dilthey, H e g e l y e l id e a lis m o , pp. 235-236. Fuertes huellas de wolfianismo fueron señaladas ya por Schelling, y son reconocidas por Dilthey, ib id ., pp. 246 y 296. Sobre el carácter mecanicista que queda en la "naturaleza de Hegel” véase Collingwood, T h e Id ea o f .N a tu r e , p. . 128. J?ero-la mejor-crítica del concepto de la naturaleza como "alteridad” se lee en el propio Hegel, en el pasaje en que cándidamente ilustra la meta­ física de los excrementos y los define :‘‘das abstráete Abstossen seiner von sich selbst” (E m y k lo p a d ie , § 365; vol. VII, 1* parte, pp. 632-634). f

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HEGEL Y SUS CONTEMPORANEOS

pernicana — o mejor, sustancialmente bíblica 625— del Universo, bien, se comprende que el Mundo Antiguo debía tener un relieve extraordinario, y que América, Oceaníá,: todo el'resto del globo se destiñera y perdiera casi la razón de ser. El nexo id e a r del descubrimiento de América y del descubrimiento copernicano, nexo tan fuertemente advertido por un Giordano Bruno, y que poco después será desarrollado por Gioberti,526 tiene una confirmación en el doble desconocimiento hegeliano del Mundo Nuevo y de los mundos infinitos.

=25 Dilthey, H e g e l y e l id e a lis m o , p. 263. 528 “CristofoTo Colombo fece negli ordini delta térra altrettanto che il Copemico in quelli del cielo” (Gioberti, D e l r in n o v a m e n to c iv ile d ’I t a lia , vol. III, p. 80). Paralelo y análogo es el reconocimiento del nexo entre “pluralidad de los mundos” (Epicuro, Bruno, Fontenelle) y “descubrimiento del nuevo mundo (terrestre)”, advertido ya por Montaigne (Essais , II, 12, citado por M. Bataillon, “Montaigne et les conquérants de l'or”, S tu d i F ra n ce s i, III, 1959, p. 356). Véase también (a pesar de que, al parecer, no entiende la pluralidad de los mundos en el sentido bruniano ni fontenelliano) W. G. L. R.andles, “Le Nouveau Monde, l'autre monde et la pluralité des mondes”, en A cta s d o C ongresso In te r n a c io n a l de H is t ó r ia dos D e s c o b r im e n to s , Lisboa, 1961, vol. IV, pp. 347-382.

VIII. DESVANECIMIENTO Y A C T U A L ID A D DE L A DISPUTA

D is l o c a c ió n d e l o s t é r m in o s d e l a p o l é m ic a d e s pu é s d e

H e g e l

L a s c o n t r a d i c c i o n e s internas y las radicales incertidumbres d e l a s id e a s hegelianas sobre el continente americano demuestran que los t é r m i n o s t r a ­ dicionales de la disputa eran ya insuficientes para contener lo s p r o b l e m a s que sugería el Nuevo Mundo. Por un lado, las ciencias naturales s e h a b í a n emancipado de los esquemas volumétricos y de las rigideces d e l a s t e o r í a s climáticas; por otro lado, el desarrollo social y político de los E s t a d o s U n i ­ dos y la turbulenta vitalidad de los países hispanoamericanos h a c í a n o l v i ­ dar su recientísimo pasado colonial y no cuadraban en a b s o lu to c o n la s habituales caracterizaciones de los criollos, soñolientos y e n e r v a d o s , n i d e ios norteamericanos, decaídos en lo físico y bárbaramente in c u lto s . Hegel se encuentra así en medio de un dilema. Y, ra z o n a d o r c o n c i e n ­ zudo, cuanto más trata de darnos una imagen coherente de los d o s m u n d o s y de sus relaciones ideales, tanto más exacerba y confunde sus a n t i n o m i a s intrínsecas y recíprocas. América es impotente en lo físico y e n l o m o r a l , pero es también el Porvenir, o sea la “ potencia” por defin ición . E u r o p a e s la perfección del Absoluto, es el Occidente insuperable por o t r o o c c i d e n t e más occidental aún (¡n i siquiera a Asia, que es el Oriente e s e n c i a l , s e l e concede que se encuentre al occidente de América!), pero es t a m b i é n u n a vieja armería, una “jaula” , una cárcel donde la gente se a b u r r e y d o n d e nadie podrá ya hacer resonar los vibrantes clarines de la e p o p e y a .1 L a h i s ­ toria universal ha llegado a su vértice en el mundo germánico y r e f o r m a d o ; pero su centro de gravedad, atraído por una nueva polaridad, l a q u e e x i s t e entre el Norte y el Sur de América, se desplaza hacia el punto d o n d e p o d r á saltar la chispa de otro fatal conflicto.

Así, después de Hegel la disputa no podía tener y no tu v o d e s a r r o l l o s interesantes; y este último capítulo tiene el carácter de un a p é n d i c e . El conocimiento del continente nuevo, y sobre todo el de los E s ta d o s U n i d o s y de las civilizaciones precolombinas, hacía continuos progresos, y l o s n o m ­ bres de Michel Chevalier, de Tocqueville, de Prescott y de c e n t e n a r e s y centenares de viajeros y arqueólogos fueron ilustres a uno y o t r o l a d o d e l Atlántico; pero los temas específicos de la polémica suscitada p o r B u f f o n i C£. s u p ra , p. 550; Hegel, P h ilo s o p h ie d e r G e s c h ich te , ed. Lasson, v o l. I , p p . 2 2 5 232-233, y Gollwitzer, E u r o p a b ild u n d E u ro p a g e d a n k e , pp. 262-265 y notas. 559

y

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ÚLTIMAS FASES DE LA POLÉMICA

se pierden, y el nombre mismo de De Pauw cae en el olvido más completo. América, en cambio, como tierra y como pueblo, seguía estando siempre presente en la consciencia de Europa, y de cuando en cuando personificaba ideales políticos, técnicos, económicos, religiosos y genéricamente humanos surgidos del corazón de la tradición occidental; y también se prestaba aquí y allá como blanco de la repugnancia europea por modos de vivir, por cos­ tumbres, por una engreída ignorancia y unas expeditas prácticas comercia­ les, comunes ciertamente en todo el mundo y en todos los tiempos, pero que a mediados del siglo xix eran notables de manera particular en los Estados del otro lado del Atlántico. A su vez, los países americanos, y muy especialmente los Estados Unidos, trataron de legitimar su existencia, su reciente admisión en el mundo de las naciones, reivindicando para sí misiones peculiares y destinos manifies­ tos, funciones de asilo, de crisol y de campo experimental, primacías físicas o espirituales y augúrales privilegios de pureza ética o de virginidad li­ teraria. La crítica europea se desplaza así, rápidamente, de la naturaleza física del continente a las sociedades que en él se han formado. Cambia la mira, pero no siempre el método ni los argumentos. Por el contrario, el juicio sobre las nuevas naciones americanas y sobre su "civilización” toma a me­ nudo el tono y el color de las diatribas sobre las bestias y sobre los indios. Los nuevos conceptos científicos demuestran su vigor barriendo fuera doce­ nas de problemas mal planteados, y su fecundidad explicando con impar­ cial penetración los fenómenos y los seres de los cinco continentes y de otros sitios. Pero no eran aplicables — o, por lo menos, no lo resultaban todavía— a formaciones históricas como las naciones, la mentalidad de los pueblos, las instituciones políticas, las ideologías y los ideales que con tanta rapidez habían surgido y que fermentaban y bullían en los países de Amé­ rica. Sucedía de tal modo que, mientras su suelo y su cielo estaban ya redi­ midos por la Ciencia, sus habitantes y sus Estados seguían midiéndose con el metro de comparaciones simplistas, de competencias de mérito, de con­ frontaciones polarizantes. Típico, entre los admiradores de América, es el caso poco conocido de Augustin Thierry, que, atormentado por el problema de las razas, por la secular relación entre dominadores y dominados, transfigura a los Estados Unidos en una felicísima nación que no tiene conflictos de razas, de lengua ni de religión; que se ha consagrado al culto de la libertad; y que es asilo común de toda la humanidad, porque allí “ les hommes ne savent jeter les uns sur les autres que des regards de fraternité et d’amour” . . .2 En resu­ 2 A. Thierry, “Sur l’antipathie de race qui divise la nation franijaise, á propos de

LA POLÉMICA DESPUÉS DE HEGEL

561

men, América ha realizado los más nobles sueños de la vieja Europa. Los Estados Unidos pertenecen al mundo espiritual europeo; son el término próximo y providencialmente feliz de toda la desventuradísima historia del Mundo Antiguo. Este acortamiento de la distancia focal entre los dos hemisferios estaba complicado, y agravado al mismo tiempo, por una paralela revisión crítica de la civilización europea, y aun del concepto mismo de civilización. Naci­ das casi simultáneamente con la consciencia que Europa adquiría de sí pro­ pia, la idea y la palabra misma de civilisation entraban en el léxico y en el pensamiento de Occidente durante la segunda mitad del siglo xvm, justa­ mente cuando se hacía más cruda y evidente la antítesis entre la “ sociedad” y la “ naturaleza” , entre Europa (civilizada por definición) y América (sal­ vaje por antonomasia), entre el dogma optimista del Progreso y el recu­ rrente terror de la Caída. Y ya hemos visto por cuántos hilos se ligaban las polémicas sobre el Nuevo Mundo con los esfuerzos por definir mejor y por ahondar el concepto de la naturaleza, la historia y el destino del Mundo Antiguo, y cuán a menudo la oposición entre los dos hemisferios venía a coincidir fatalmente con las alternativas de Porvenir y Pasado, de Espacio y Tiem po, que encerraban y encierran en sí los más fatigosos enigmas del destino humano. La revisión de esos conceptos era forzosa en virtud de la crisis revolu­ cionaria, sentida como ruptura con el pasado, como peligro de ruina total de la civilización, como expiación y palingénesis, como liberación de fuer­ zas todavía mal conocidas y turbiamente impetuosas: 3 y se realizaba, con resultados no menos revolucionarios, tanto en el plano de las ciencias natu­ rales 4 como en el de la especulación, haciendo, justamente a través del análisis de los conceptos de civilización, cultura, progreso, evolución, pri­ mitivismo, que la antigua “ filosofía de la historia” se disolviera en la socio­ logía por una parte y en el historicismo integral por otra. Pero todo este proceso, aunque de grandísimo interés para la historia ideal de los dos mundos, y aunque a menudo traiga los ecos de alguna de las diatribas o de las apologías que hemos examinado, se sale de nuestro tema. Aquí bastará recordar, de manera muy sumaria, aquellos textos y aquellas tesis que llevan clara, hasta más allá de mediados del siglo xrx, la impronta de condenas y calumnias nacidas a mediados del xvm. l’ouvrage de M. Warden, intitulé

D e s c r ip t io n

É ta ls -U n is d e l'A m é r iq u e S e p te n tr io n a le ”

s ta tis tiq u e ,

(1820), en

selas, 1835, pp. 299-307. 2 Véase el ensayo de Luden Febvre, pp. 30-32. 4 Véase in fr a , pp. 570 ss.

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ÚLTIMAS FASES;DE LA ■POLÉMICA

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Contemporáneo de Hegel, pero, convertido a la reacción, todavía menos sensible que él al prestigio — aunque sólo fuera verbal— del Mundo Nuevo y de las naciones jóvenes, Friedrich von Schlegel, que sin embargo todavía en 1810 había definido a la América del N orte un “vivero” {Pflanzschule) de humanidad y de libertad europea, acababa (1828) por llamarla el “ vi­ vero” por excelencia de todos los principios destructores, una escuela de revolucionarismo para Francia y para el resto de: Europa.5 La inversión de la actitud de Schlegel es un corolario obvio de sus crecientes simpatías por los reaccionarios y los oscurantistas. Y, efectivamente, en perfecto y sincrónico paralelismo, se invertía su juicio sobre el futuro destino de los dos hemisferios. . En sus lecciones sobre la historia universal, Schlegel ve todavía al Nuevo Mundo con ojos “kantianos” . Los americanos no nos son todavía suficientemente. conocidos.6 Pero de América sabemos que se aparta en todo, y de manera radical, de la naturaleza física del Mundo Antiguo, así en los productos vegetales como en los animales, “ sin hablar de los produc­ tos orgánicos, ya que faltan allí muchos animales que existen en el Viejo Mundo” . Este último, no obstante.su infinita variedad, constituye en con­ frontación con América una unidad física, si bien África, en particular, se distingue de los otros dos continentes del mundo antiguo por su “ falta de ríos” (sic\), o sea justamente aquello que América posee en pasmosa exube­ rancia.7 En cuanto a los seres humanos, es posible que en América haya razas asiáticas: verdad es que los americanos de hoy no son los habitantes originales de América, e “ incluso desde el punto de vista orgánico parecen ser los hombres más débiles de todos” . Los salvajes, los caníbales, éstos son los únicos americanos autóctonos.8 ■ ■ Pero estas alusiones quedan inconexas, entre otras cosas porque Schlegel no cree en la igualdad fundamental de los pueblos y rechaza de manera 5 Gollwitzer, E u r o p a b ild u n d E u ro p a g e d a n k e , p.. 254; F. von Schlegel, T h e P h ilo s o p h y transí, by J. B. Robertson, Londres, 1873, p. 453. Sobre los gérmenes letales y los fermentos tóxicos de disidencia y de guerra civil'que Schlegel encuentra en los Estados Unidos véanse sus V o rle s u n g e n ü b e r U n iv e rs a lg e s c h ic h te (1805-1806), ed. J.-J. Anstett, Munich, 1960 (vol. XIV, 28 parte, de la “Kritische Ausgabe”), pp. xlvii y 244. 6 “Amerikaner, welche uns. freilich noch nicht genügend bekannt sind” ( V o rle s u n g e n , P-- 13); cf. s u p ra , pp. 417-418. Kant aparece citado unas pocas líneas antes. 7 I b id . : eco de la consabida tesis sobre la “humedad” del Nuevo Mundo. Poco antes (p. 7) y poco después, Schlegel habla detenidamente sobre la pluralidad de Diluvios, todos, menos el último, acaecidos antes de la aparición del hombre sobre la Tierra. 8 I b id ., pp. 15, 17 y 68. o f H is to ry ,

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FRIEDRICH VON SCHLEGEL

constante las teorías climáticas, que tanto habían influido en s u s p re d e c e ­ sores, incluido Herdeiv* El alemán es, para él, el pueblo p o r t a d o r e le la s más puras y elevadas- tradiciones, y el -alemán podrá d e s e m p e ñ a r s u ta re a educativa en todos los climas, comenzando naturalmente por E u r o p a , a l a cual se va limitando más y más la mirada de Schlegel a m e d ie !a ej u o a v a n ­ zan sus lecciones sobre la historia universal.10 La civilización i t a l i a n a flo ­ reció mayormente en aquellas regiones — Toscana y L o m b a r d ía ----- e n q u e el dominio alemán duró más tiempo y la influencia germánica h a s i d o m ás fuerte (1).11 Schlegel caracteriza con eficacia el descubrimiento de A m é r i c a , in s e r ­ tándolo en el movimiento europeo de progreso científico y d e e x p a n s i ó n comercial, y mostrando la influencia .que tuvo, a su vez, s o b r e e l e s p ír itu humano en general y sobre las inquietudes de los pueblos, en l a m e d i d a e n que éstos pudieron distraerse de los dramas y las crisis de la R e f o r m a . P o r desgracia, y justamente a consecuencia de la Reforma; el. c r i s t i a n i s m o n o ha podido entrar de lleno e n . América, de tal modo que n o h a y r e g ió n americana en que la vida sea segura para un europeo ( “ die E x i s t e n z d er Europáer in keinem T e il der neuen W elt gesichert ist” ): l a c iv iliz a c ió n europea no ha podido aclimatarse de veras en esas regiones. L a A m é r ic a del Norte ha sido colonizada mal que bien, pero esta c o l o n i z a c i ó n , q u e h a llevado luego a la ruptura de los lazos con la Madre Patria y h a t e n i d o u n influjo nefasto en Europa, debe considerarse “ un dañoso e fe c t o s e c u n d a r i o de ese gran acontecimiento” .12 Si al menos hubieran existido t o d a v í a lo s jesuítas, la chispa de la Revolución norteamericana no h a b ría h e c h o e s ta ­ llar la Revolución francesa, pero el orden había sido suprim ido, y e l c a m i n o a la anarquía estaba abierto (I).13 Sin embargo, el problema de las relaciones entre la c i v i l i z a c i ó n e u r o p e a y las naciones del otro lado del océano continuaba ferm en tan d o e n l a m e n ­ te de Schlegel,,y se le representaba con viveza aún mayor c u a n d o , d e r r u m ­ bado el imperio napoleónico, todos se preguntaban sobre q u é b a s e s y en qué formas se podría reconstruir a Europa y salvar la herencia, e l e O c c i d e n te. Y en efecto, en 1816, según un fragmento descubierto en n u e s t r o s t i e m ­ pos, Schlegel volvía a proponerse la duda augural de Berkeley y c i é í l e r d e r : devastada y destruida Europa, ¿no podría surgir una nueva era e n A m é r i c a ? ¿Por qué no? En esta palingénesis podrían tomar parte t a m b i é n l o s a le ­ manes, no con una de las colonias al uso, sino con una m i g r a c i ó n s e le c ta 0 I b id ., pp. xxxvii y xlv. 10 I b id . , pp. xlvii, 87 (con explícita denigración de Africa y de A m érica ), 11 Ib id ., p. 164. 18 Ib id ., pp. 221-225, 228 y 230. , 13 I b id ., pp. 238 y 241.

147,

e tc .

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ÚLTIMAS FASES DE LA POLÉMICA

de sabios y científicos. El sueño académico (y un poquito grotesco, si con­ seguimos imaginar el desembarco solemne de todos esos Herren Universitatsprofessoren en misión apostólica) se hace luego preciso y apremiante: ¡qué incalculables transformaciones no podrían producir en América trein­ ta o cuarenta filósofos de la naturaleza, pero de los buenos (“ von der guíen A rt” )! Y así tal vez se logrará una y otra cosa: la reconstrucción de Europa después de la catástrofe y la maduración de una civilización humanista en América.14 De todos modos, Schlegel veía aún a América como asilo de una élite de la cultura europea, que allí podría florecer y fructificar de manera pas­ mosa. Pocos años después, la cura se cambiaba radicalmente: Europa no tenía ninguna necesidad de renacer en América, cuando podía ser rejuvene­ cida por la supremacía eslava personificada en Rusia.15 Y en las tardías lecciones de Viena sobre Filosofía de la historia (1828) repetía Schlegel que la Polinesia “ no cuenta nada” en la historia, y que América tiene una his­ toria sólo a partir de su descubrimiento, y una historia meramente pasiva, de “ dependencia” o “ anexo” de Europa hasta los últimos cincuenta años. Desde el punto de vista físico, la Tierra se puede dividir horizontal­ mente, por así decir, en un hemisferio septentrional y otro meridional, o verticalmente, en un hemisferio occidental y otro oriental. En la primera división nos encontramos con que el hemisferio meridional es netamente inferior al septentrional: es acuoso y desértico, y sobre él brillan menos estrellas y estas pocas son menos relucientes (su “ inferioridad” se proyecta así en los espacios siderales). El septentrional, en cambio, rico en tierra y en hombres, asiento legendario de los felices y virtuosos Hiperbóreos, es el polo positivo del globo.16 Enderecemos ahora la línea divisoria, haciéndola no ya horizontal, sino vertical: y encontraremos, en perfecta y rodante simetría de valores, que el hemisferio occidental es netamente inferior al oriental: este último está formado predominantemente de tierra (excepto, es verdad, en su extremi­ 14 Aloís Dempf (ed.), "Friedrich Schlegel, Fragmente aus dem Nachlass”, M e r k u r , Stuttgart, X (1956), p. 1180. i® Así en su revista K o n k o rd ia (1820-1823), escrito citado por Gollwitzer, E u r o p a b ild , p. 252; véanse también las V o rle s u n g e n , pp. 200-201. No añade prácticamente nada H. von Hofe, “Friedrich Schlegel and the New World”, P u b lic a tio n s o f th e M o d e r t i L a n g u a g e A s s o cia tio n o f A m e ric a , LXXVI (1961), pp. 63-67. 16 Sobre la superioridad del hemisferio septentrional cf. ya las V o rle s u n ge n , pp. 7-8 y 16-17, donde, sin embargo, se limitaba la oposición entre Oriente y Occidente, “d a ... nur relative Begriffe sind” (p. 8). ¿Y el Norte y el Sur n o...? [Jorge Luis Borges, hijo del Sur, encuentra impropio que Yeats llame al cielo boreal “the starladen sky”: “eso es falso en el hemisferio del Norte, donde hay pocas estrellas comparadas con las del nuestro” (S iete noches, México, 1980, p. 30).]

D e u ts c h e Z e its c h r ift f ü r E u ro p a is ch e s D e n k e n ,

FRIEDRICH VON SCHLEGEL

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dad meridional, pero aquí una cadena de islas se alarga hasta el quinto continente, Oceanía, y lo convierte en una “ dependencia” de Asia, — ¡un suplemento de tierra nada desdeñable!), mientras que en aquél predomina el agua, y no sólo en el Sur, sino también en el centro, de tal manera que la superficie de América, por grande que sea, no puede compararse con la de los demás continentes (s id ). Por otra parte, su población es escasísima: es igual, cuando mucho, a la de una sola nación europea, como Francia o Alemania.17 N o nos atrevemos a pensar qué “ imperfecta” tiene que re­ sultar la parte meridional del hemisferio occidental. Schlegel no nos lo dice, pero es claro que debe ser ni más ni menos la “ Ínfima lacuna dell’universo” , lo peor de lo peor. En todo caso, América en su totalidad es un continente imperfecto, más simple y rudimentario en su forma que el Mundo Antiguo. Éste se le asemejaba quizá un poquito cuando Europa estaba separada de Asia por una “ fosa” que se extendía desde el Mar Blanco hasta el Caspio, y en cam­ bio unida a África por un istmo que se encontraba en Gibraltar (Schlegel no vacila en rebanar y zurcir continentes y hemisferios). Pero, sea como fuere, América vino a quedar habitada por hombres y animales de calidad inferior. Muchas de las especies zoológicas más nobles y hermosas faltaban aquí, mientras que algunas otras existían en formas degeneradas y de as­ pecto desagradable. "Escasa compensación” para tan graves deficiencias ofrecen los pocos animales del Nuevo Mundo. Los hombres, por su parte, gimen bajo una doble maldición: físicamente son menos robustos y menos ágiles que los africanos, menos longevos y me­ nos fecundos que los asiáticos; moralmente están degenerados en la medida en que lo están todos los salvajes, y hasta más. Una vez perdida la Gracia, el hombre no conoce límite en su caída. Puede bajar hasta la animalidad lisa y llana. Los indios americanos son los seres humanos que más cerca están de los brutos. Y, por más que mencione las objetivas informaciones de Humboldt, Schlegel avanza impertérrito y va mucho más allá que un De Maistre y un Leopardi, asignando el último peldaño en la escala de la 17 Schlegel, T h e P h ilo s o p h y o f H is to r y , pp. 80-81 y 109-110. Efectivamente, el con­ tinente americano no tenía, hacia 1825, sino 34 millones y medio de habitantes (Rosenblat, L a p o b la c ió n in d íge n a de A m é r ic a , pp. 36 y 129-153). En cuanto a las fuentes inmediatas de las ideas de Schlegel sobre América, es más fácil intuirlas que documentarlas. Hofe, “F. Schlegel and the New World”, p. 66, y Anstett, introd. a su ed. de las V o rle s u n g e n , p. xxx, mencionan la influencia de Georg Forster. Más segura parece la de Buffon y la de dos escritos de Kant: la G e o g ra fía física y el ensayo sobre las razas. Las repetidas alusiones a la Atlántida ( T h e P h ilo s o p h y o f H is to r y , p. 81; T h e P h ilo s o p h y o f L i f e , transí, by A. J. W. Morrison, Nueva York, 1848, pp. 83-84) parecen venir de Bailly, L e ttr e s s u r l ’A t la n t id e de P la t ó n (París, 1779); cf. V o rle s u n ge n , p. 261.

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ÚLTIMAS FASES DÉ LA POLÉMICA

humanidad a los “monstruosos” patagones, a los semi-idiotas •Pescherah y a los horrendos caníbales neozelandeses. Una vez'más, Rousseau es blanco de acres censuras. Jean-J'acques se equivoca de medio* a medio cuando identifica al salvaje con el hombre na­ tural. L o contrario es lo verdadero: natural es el vivir civilizado, mientras que los salvajes son las víctimas ejemplares de una segunda caída, quizá no repentina y total como la primera, sino lenta y progresiva: “ las tribus que llamamos salvajes tienen el mismo origen que las naciones más nobles y civilizadas, y si descendieron a su actual condición de embrutecimiento y degeneración, esto ha sido gradualmente” .1 *18 L a perfección del americano 3 y la acabada vida histórica de América, que Hegel proyectaba en el más remoto Porvenir, son rechazadas por Schlegeí hasta un Pasado inescrutable: una vez más, la antítesis verdadera no se refiere a la realidad de América, sino qué está en los dos dogmas opuestos, el del Progreso y el del Pecado Original. A América, le queda, con todo, una primacía evidente: la-de su exube­ rante vegetación. Y Schlegeí no vacila en proclamar como una ley general, ni dudosa ni exagerada, que en el V iejo Mundo prevalece la fuerza animal, y en el Nuevo la vegetal . . ,19 Pero esto, que él anuncia como un descubri­ miento propio; y casi como una paradoja de la naturaleza, era en realidad no sólo un lugar común, sino una reminiscencia de los más antiguos cro­ nistas de las Indias Nuevas. L a exuberancia de lá : flora americana, desde los primeros tiempos' del descubrimiento, había suscitado asombro, admira­ ción y casi.espanto. Oviedo había descrito la selva virgen con acentos pre­ rrománticos.20 El padre Acosta había precisado que en el húmedo ambiente de las Indias no sólo los árboles selváticos son mucho más numerosos y va­ riados qué en el Mündo Antiguo, sino que también las raíces y tubérculos' son más lozanos que en Europa, donde en cambio son más sobresalientes los árboles frutales y las hortalizas,21 Sin embargo,: la sorpresa sé renovaba de generación en generación. Y un contemporáneo de Schlegeí, el naturáo f H is to r y , pp. 92-93 y 111; sobre los P e s ch e ra h véase también p. 545, Cf. las expresiones análogas de Leopardi (s u p ra , p. 488) y de J- de Maistre (s u p ra , pp; 492-494). Para reforzar su tesis de una caída gradual de toda la humanidad recurre Schlegeí a argumentos dé rancia teología, mencionando la longevidad de los patriarcas y la' existencia, en tiempos antiguos, de animales y hombres gigantescos ( ib i d ., pp. 101 ss.). De los patagones, gigantes y americanos, dice que son altos, sí, pero feísimos, y que parecen más altos cuando montan a caballo, porque tienen las piernas cortas (¡¿como las mentiras?!): ib id ., p. 105. ■ > 19 T h e P h ilo s o p h y o f H is to ry , p, 110; cf. Hegel, s u p ra , pp. 536-538. 20 [Véase Gerbi, L a n a tu ra leza d e las In d ia s N u e v a s , p a ssim ; sobre Oviedo en par­ ticular, pp. 311 ss.] 21 H is t o r ia n a tu ra l y m o r a l de las In d ia s , IV, 18-19; ed. cit-, pp. 242-246 y 267-270. 13 T h e P h ilo s o p h y

s u p ra ,

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ZOÓLOGOS Y ANTROPÓLOGOS

lista W illiam John Bürchell; refería algunos años- más tarde a - D a r w i n q u e nada le había impresionado-en el Brasil (donde había estado e n t r e 1 8 2 6 y 1829) como la magnificencia de la vegetación, en contraste con l a d e l Á f r i ­ ca del Sur (visitada por él en 1810-1815), y la simultánea a u s en c ia d e c u a ­ drúpedos,22 — lo cual impulsaba a Darwin a calificar de prejuicio a n t i c u a d o la idea de que “ large animáis require a luxuriant vegetation” .23 E n la ingenua antítesis de fauna más robusta en el V iejo Mundo y f l o r a m á s l o ­ zana en el Nuevo se hallaba en germen, pues, una profunda y f e c u n d a verdad de geografía zoológica.

Z oólogos y a n tr o pó lo g o s : e l g u a n o y

'

lo s

salvajes

En Schlegeí había todavía una pretensión sistemática que j u s t i f i c a e l q u e le consagremos algún momento de atención. Pero ciertamente n o v a l e l a pena recoger todas las repeticiones, accidentales o mecánicas, d e t e s i s m á s o menos abiertamente buffon-depauwianas que se encuentran e n e s c r i t o r e s y viajeros y publicistas de toda laya y carecen, por consiguiente, d e l m e n o r significado o contenido conceptual. Así, pues, no perderemos t i e m p o c o n la inquieta Flora Tristan, que encontró duros los pollos e n A r e q u i p a (Perú) y vio la explicación de esa carne coriácea en la in flu e n c ia d e l v o l ­ cán M is ti;24 ni con el prudente Cario Cattaneo, que anota l a f a l t a e n América de los animales “grandi e forti deH’Asia e dell’A frica” . “ I I l e o n e , il tigre, il crocodilo sono rappresentati in America da specie m e n o p o s s e n t i : dal puma, dal jaguaro, dalI'alligatore. In luogo del camello, d e l c a v a d o , della pécora, l’America ebbe l ’alpaco, la vigugna e il lama” ; 25 n i t a m p o c o con Cesare Correnti, a pesar de ser todavía más clara la p r o v e n ie n c ia d e s o s ideas, cuando escribe acerca del continente americano: “ le fo r m e i n f e r i o r i 22 Éstos constituían su especialidad: con el nombre de B ü r c h e ll d istingu en l o s z o ó l o ­ gos una variedad de rinocerontes y dos variedades de cebras. . . . 23 Darwin, V oy age o f a N a t u r a lis t r o u n d th e W o r ld , I, 5; ed. cit., vol. I , p . 1 1 1 . C f . s u p ra , pp, 320-321, nota 494. Todavía en nuestros tiempos Lévi-Strauss s e e m o c i o n a a la vista de la selva brasileña, con.sus “plantes plus copieuses p] que celles e le F E u r o p e ” (T r is te s tr o p iq u e s , pp. 74-75 y 83). 24 Flora Tristan, P é r é g r in a tio n s d ’u n e P a ria (1833-1834), París, 1838, v o l . I , p . 8 ; ed. de Santiago de Chile, 1941, p. 116; ed. de Lima, 1946, p. 200. 25 C. Cattaneo, C orso d i filo s o fía (1852 y años sucesivos), impreso e n s u s S c r i t t i filo s o f ic i, ed. N. Bobbio, Florencia, 1960, p. 9. En las líneas siguientes dice C a t t a n e o q u e las generaciones animales de Australia son todavía más- débiles y extrañas, y a c o n t i ­ nuación (pp. 11 «.) da una descripción, realista a la manera de Vico, d e l o s s a l v a j e s americanos, fundándose en muchos autores antiguos (Oviedo, Pedro Mártir, e t c . ) y m o ­ dernos (Robertson) y afirmando también él, contra Rousseau, que el estado n a t u r a l d e l hombre es la civilización, y que “la vita selvaggia é la puerizia del genere u m a n o ” ( p . 1 9 ) .

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ÚLTIMAS FASES DE LA POLÉMICA

dell’organismo parevano crescervi con troppo balda vigoria, e coll’inesauribile loro profusione impedirvi lo sviluppo delle forme superiori” , de tal manera que los insectos, los reptiles y los monos (¿también éstos, formas inferiores?) habían invadido lo mejor del “ campo della vita” , y los europeos no encontraron en América sino “ calvi e bastardi leoni, smilzi gatti-tigri, cammelli pigm ei” .2® N i, por otra parte, daremos demasiada importancia a un divertido rei- • vindicador de América en contra de Hegel, no obstante que su composición parezca indicar que la actitud antiamericana del filósofo había llegado a ser proverbial y se hablaba de ella como, medio siglo antes, de las “ calum­ nias” de Buffon y De Pauw. Poco después de 1840 comenzaron a llegar del Pacífico las primeras cargas de guano peruano, el prodigioso abono azoado que, con sus virtudes naturales, restauraba los exhaustos campos de la vieja Europa. Del conti­ nente imperfecto e inmaduro venía finalmente un producto mejor, más eficaz, más poderoso que cualquiera de sus competidores. Hegel recibía en plena cara un mentís de las aves del Pacífico. El chistoso poeta Scheffel, nativo de Suabia como Hegel, se apresuraba a pescar el humorismo de la situación, y concluía sus cuartetas Guano ( ca. 1845) con las inverosímiles, pero zahirientes palabras del rústico cultivador de colza de Bobling (cerca de Stuttgart, cuna del filósofo): Gott segn’ euch, ihr trefflichen Vogel, an der fernen Guanoküst,— trotz meinem Landsmann, dem Hegel, schafft ihr den gediegensten Mist! 27 ¿Alude verdaderamente Scheffel a la tesis hegeliana de la impotencia de América? Los eruditos anotadores de sus poemas no nos sacan de du­ das.28 Pero el contexto y algún indicio accesorio nos permiten mantener nuestra interpretación. 26 C. Correnti, “II Nuovo Mondo”, en I I Ñ ip ó t e d e l V e sta -V erd e, vol. VII (1854), pp. 53-57, y en sus S c r it t i s c e lti, ed. T. Massarani, Roma, 1892, vol. II, pp. 357-362. Sus opiniones proceden probablemente de Herder (c£. s u p ra , pp. 360-362), a quien cita, junto con Humboldt, ib id ., p. 359. 27 Josef Viktor von Scheffel, W e rk e , b g g . von K. Siegen und M. Mendheim, B e r lín , s. a., vol. II, pp. 180-181: ["|Dios os bendiga, magníficos pájaros, en las lejanas Costas del Guano! Por más que le pese a mi paisano Hegel, vosotros creáis los excrementos de mejor calidad”]. Una traducción española de todo el poema se publicó en el B o le t ín d e la C o m p a ñ ía A d m in is tra tiv a d e l G u a n o , Lima, XX (1944), pp. 113-114. El guano parece haber servido de argumento polémico también contra De Pauw (véase su p ra , p. 385, nota 82). 28 Además de Siegen y Mendheim, responsables de la citada :edición de Stuttgart,

ZOÓLOGOS Y ANTROPÓLOGOS

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La burlesca y maloliente réplica de los pájaros al filósofo — todos ellos son filósofos (“ die Vogel sind alie Philosophen” ), dice un verso anterior de la misma poesía— es un paralelo de otra réplica que, en la composición inmediatamente precedente, el Cometa quisquilloso, maltratado por todos los astros, dirige a Humboldt, el anciano de poderosa capacidad indagadora (“ der Greis von forschender K raft” ), porque también él ha sido poco cor­ tés, y en el Kosmos ha escrito que el cometa es más tenue que la espuma y que llena el máximo espacio con una masa mínima. Pero ¡esperen un poco esos bribonazos de astrónomos! N o saben de qué es capaz un cometa: si llega a pillarlos, descargará sobre las lentes de sus telescopios una grani­ zada de meteoritos... Los pájaros del Pacífico, a su vez, en bienaventurada soledad y con perfecta digestión (“ gesegnet ist ihre Verdauung / und flüssig wie ein Gedicht” ),29 acabarán por obstruir el Océano con espectacu­ lares cerros de guano. Con la misma goliardica irreverencia se ríe Scheffel de las disputas entre vulcanistas y neptunistas,30 haciendo hablar al Granito que, harto ya de tanta corrosión operada por las aguas, se hace eruptivo, y al Basalto, que se enamora como “ un Rom eo geológico” de la jovencita Arenaria, y trastorna los estratos terrestres, irrumpe furioso y todo lo destruye, — sin exceptuar a su dulce Arenaria.31 Pero ¿conocía Scheffel la peculiar actitud de Hegel con respecto a Am é­ rica? Es más que probable que sí la conociera, dado que durante el verano de 1845 (precisamente la época a que se atribuye la composición de Gua­ n o )32 siguió en Heidelberg un curso del profesor Eduard Roth de “ expo­ sición y crítica del sistema de H egel” , y durante el verano del año siguiente un curso sobre Shakespeare del hegeliano Karl W erd er;33 además, hay que véase A. Hausrath, "Josef Víctor von Scheffel und Anselm Feuerbach”, D e u ts c h e R u n d ­ schau, LII (1887), pp. 97-122, especialmente p. 111, y E. Stemplinger, que incluye G u a n o en su antología de K u ltu r h is to r is c h e D i c h t u n g : S c h e ffe l, J u liu s B ra u n , L in g g , Leipzig, 1939, pp. 177-178 y 262. 29 ["Bendita es vuestra digestión, y fluida como un poema.”] so Sobre las cuales véase s u p ra, pp. 454-456. 31 W e rk e , vol. II, pp. 171-172 y 175-177. Sobre el basalto véase también “Pumpus von Perusia”, ib id ., p. 189, versos 9-12. 32 Véase la “Vida” antepuesta a la ed. cit. de W e rk e , vol. I, pp. lxxxiv y lxxxvii, y el prefacio a la colección G a u d ea m u s, ib id ., vol. II, p. 165; cf. también Hausrath, “J. V. von Scheffel”, p. 111. 33 “Vida” citada, vol. I, pp. xiv y xix. En las S a k k in g e r E p is te ln (1850) menciona también Scheffel en son de burla, como primo de un E r d m a n n le in , o enanillo, al “gran” Johann Eduard Erdmann, profesor hegeliano de filosofía (W e r k e , vol. V, p. -47; vol.-VI, p. 255). Róth, orientalista, persuadido de que el origen de nuestros conocimientos debe buscarse, no en la India o en China, sino en Egipto y en la Persia de Zoroastro, publi­ có una G e s ch ich te d e r P h ilo s o p h ie (1846-1858) de la cual dice Scheffel que influyó

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ZOÓLOGOS Y ANTROPÓLOGOS

ÚLTIMAS FASES DE LA POLÉMICA

tener en cuenta qué, perdida la fe religiosa en su juventud, Schéffel buscó para ella un -sucedáneo en la'filosofía hegeliana,34' aunque nunca llegó -—muy poco especulativo, por temperamento, e inclinado como era al jugue­ teo y a la chunga—- a sondear sus mayores profundidades.35 Por otra parte, si pensamos que su maestro Róth no pertenecía a la escuela hegeliana,36 y que sus tendencias de índole liberal, antiprusianas y filoaustríacas eran la antítesis de las ideas políticas de Hegel, estaremos cerca de comprender cómo Scheffel tenía que estar familiarizado con las teorías del filósofo, y al mismo tiempo privado de simpatía por su persona. Entre los arroyuelos en que se pierde la gran corriente fluvial de la disputa después de Hegel hay, sin embargo, uno por lo menos que merece ser mencionado porque a su vez acaba por desembocar en una de las prin­ cipales corrientes del pensamiento científico del siglo xx. Zoólogos y antro­ pólogos volvieron a plantearse el problema de los indios del Nuevo Mundo y de las especies animales americanas a la luz de los nuevos conceptos de evolución y de selección natural; y, bajo la influencia del historicismo dominante — y en parte mal entendido— , confundieron a menudo lo “ pri­ m itivo” en sentido cronológico con lo “ prim itivo” lógico: asignaron los caracteres de una extrema antigüedad a las especies más rudimentarias y a las tribus más incultas, y, viceversa, atribuyeron al más remoto pasado usanzas idealmente anteriores a ¡las de nuestra civilización y formas zooló­ gicas distintas de las que sobreviven.37 . . Está confusión permitió ver en los mamíferos sudamericanos de la época terciaria los últimos y tardíos ejemplares de una f r e n t e a los materiales acumulados por Klémm (1843) sobre los p u e b lo s p r i m i ­ tivos, volvía a plantearse la pregunta de si el salvaje debe considerarse inmaduro o degenerado.42 En América, el evolucionista Morgan se o p o n ía abiertamente a la teoría de que los salvajes eran degenerados,43 p e r o la tesis de la “decadencia” volvió a asumir una función bastante im p o rta n te en el sistema de Elliot Smith, según el .cual la civilización t u v o su n a c i­ miento en Egipto y fue “diluyéndose”, perdiéndose o d e g e n e r a n d o a m e ­ dida que se extendía lejos de su tierra de origen.44 Estas teorías, evidentemente, se esforzaban asimismo por c o n c i l i a r c o n . 33 Ortega y Gasset (1928), O b ras , ed. cit., vol. I, p. 599. Es posible que a l u d a a. J - Jf von Uexküll, Ideas pa ra u n a c o n c e p c ió n b io ló g ic a d e l m u n d o (1913), obra t r a d u c i r l a , a l español por iniciativa del propio Ortega en 1922. 40 Todavía en 1862 afirmaba Robert Knox ( T h e R a ce s o f M e n , Londres) Q t i e ta m ­ bién los americanos de ascendencia europea m o s tra b a n señales de d e g e n e r a c ió n ’ f í s i c a y mental (citado por Curtí, T h e R o o t s o f A m e r ic a n L o y a lty , p. 66). , 41 Lowie, H is t. o f E t h n o lo g ic a l T h e o r y , p. 20, con citas. A comienzos d e nuestro siglo, Frederick Pollock escribía en nota a H. J. S. Maine, A n c ie n t Laxa (ed. d e L o n d r e s , 1906, p. 181): “it is perhaps needless at ibis day to refute the formerly c u r r e n t o p í m o n that the custoras of savages are the result of degradationfrom a m o r e a n c ie n t S t a t e o f innocente or civilization”. . : 42 J. G. Droysen, H is t o r ik , Munich-Berlín, 1937, pp. 212-213. Klemm, u n o d e los fundadores de la etnología, era decididamente, pesimista en :cuanto a lo s i n d i o s . de I interior de la América meridional (Lowie, H is t. o f E t h n o lo g ic a l T h e o r y , p p . 1 1 - 1 < 5)43 Es curioso, por lo demás, que Morgan, en su afán de demoler las idealizaciones de los cronistas españoles, parezca a veces hacerle eco a De Pauw, como cuando reduce el palacio real de Moctezuma a una . .'“joint-tenement house of the aboriginal American model, owned by a large number of related’ families, and occupied by t h e m a s jo in tproprietors": citado por R. A. Humphreys, “W. H. Prescott, the Man and th e Historian", T h e H ís p a n le A m e ric a n H is to r ic a l R e v ie w , XXXIX (1959), p. 12. Sobre esto c f . s t* .fr r a ¿ pp. 73 y 496. . •• .• 44 Lowie, H is t. o f E th n o lo g ic a l T h e o r y , pp. 160-169.

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CHARLES DARWIN

ULTIMAS FASES DE LA POLÉMICA

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el dogm a dom inante del Progreso universal las desviaciones o interrupcio­

“ H e m ight have said — anotaba en su diario de via je— , w ith a greater

nes demasiado evidentes de ese m ovim iento que se postulaba como uni­

resemblance o f truth, that the Creative forcé in A m erica had lost its power,

form e; y reflejaban, en consecuencia, el malestar de un racionalismo evo­

ra'ther than it had never possessed great vigou r.” 47 Innum erables masto­

lucionado frente a los demasiados y demasiado flagrantes y sobresalientes

dontes, megaterios y elefantes han poblado las inmensas extensiones de la

ejem plos de retraso incurable o de vergonzosa decadencia. V erdad es que

América antediluviana: sus osamentas “ tell their story o f form er times w ith

tales teorías, que se refieren en general a todos los pueblos primitivos, no

almost a livin g tongue” .48 L a curiosidad de Darw in, com o se ve tam bién

contienen nada específicamente americano (o, m ejor dicho, antiamericano).

por sus cartas y diarios de viaje, estaba atraída constantemente por los

P ero no hay que olvidar que justamente los indios americanos habían sido

restos de grandes animales fósiles en la A m érica m eridional.49

los primeros que Europa había conocido y estudiado como tales, y que, por

Pero ¿cómo desaparecieron tantas especies? Más aún, ¿cómo se extin ­

lo tanto, para todo el siglo xvm , prim itivo, americano y salvaje habían sido términos casi sinónimos.

guieron géneros enteros? L o prim ero que a uno se le ocurre es una catás­

Las teorías del siglo x ix representan, p o r consiguiente, la orquestación,

una convulsión radical de todo el globo. Y la geología no nos perm ite creer

trofe. Pero ¡qué catástrofe excepcionalm ente horrorosa! D eb ió haber sido

en un plano antropológico y universal, de temas y problemas “ america­

tal cosa. Tam poco puede haber sido un cam bio de clim a: se sabe positiva­

nos” propuestos, sobre todo en el plano sociológico y político, durante

mente que los grandes cuadrúpedos viviero n en A m érica después de la épo­

el siglo precedente. Pero a este enriquecim iento de sonoridad — para no

ca glacial. Y no puede pensarse razonablem ente en la acción destructora

salim os de la metáfora— corresponde una atenuación y un desdibuj amien­ to de la línea melódica. E l progreso hacia la civilización, tema conductor

del hombre, n i en una extrema sequía. Si así hubiera sido, los animales pequeños hubieran quedado exterminados antes que los grandes.

de la filosofía de las luces, se convierte y se pierde en la evolución bio­

Darwin concluye provisionalm ente con un signo de interrogación, con

lógica. E l problem a del salvaje, problem a histórico y filosófico, viene a

un sugestivo ign oram us: nada sabemos de las condiciones de existencia de

ser el problem a del hombre, entendido en sentido naturalista, como espe­ cie o raza.

den la propagación ilim itada de las especies. U n a misma especie abunda

cada animal. H ay en la naturaleza frenos ( “ checks” ) misteriosos que im p i­ en determinada zona, y escasea en otra, parecidísim a en cuanto a condi­

D a r w in : l a fa u n a su d a m er ica n a y l a ev o lu c ió n DE LAS ESPECIES

ciones físicas. En Am érica se han vu elto cimarronas y se han m u ltiplicado las especies animales más estables de Europa.50 Causas generalm ente im per­ ceptibles determinan la abundancia o la escasez de una especie dada. Así,

Sin embargo, cuando las condenas físicas y metafísicas de Am érica caían

pues, no debe sorprendernos que las especies mueran, como m ueren los

en el fecundo terreno de una mente crítica, original y constructiva, daban

individuos. U na acción constante y acumulativa, por ahora desconocida,

todavía frutos científicos de sorprendente frescura.

pero cuyos resultados están a la vista, puede producir el mismo efecto que

Tom em os el descubrimiento bu ffoniano de la inferioridad de las espe­

un cataclismo u otro factor vio len to discurrido sin necesidad lógica.61

cies americanas. Cuando se encontraron en la Am érica meridional restos fósiles de cuadrúpedos gigantescos :— y de especies muchísimo más nume­ rosas que las que sobrevivieron— , pero claramente emparentados con los pequeños y escasos animales existentes en el mismo continente, Charles Darw in, tal vez aún bajo la influencia de su entusiasta lectura de Humb o ld t 45 y de su hum boldtiano entusiasmo por la exuberante naturaleza de los trópicos,46 sometía (1833-1834) a una aguda revisión la tesis de Buffon:

45 Véase Smith, E u ro p e a n V is io n a n d th e S o u th P a c if ic , pp. 152, 155, 183 (nota) y 235 (“Darwin was a great enthusiast for Kumboldt and took copies of his works with hím to read on the B e a g le . It was Humboldt who opened Darwin ’s eyes to the beauties of tropical scenery”). 46 Nora Barlow (ed.J, C ha rles D a rw in a n d th e Voyage o f th e «B e a g le », Nueva York, 1946, p. 76; Moorehead, D a rw in a n d th e « B e a g le », pp. 51, 55 y 57.

47

J o u r n a l o f R esearches

in to

th e

N a tu ra l

H is to r y

V is ite d d u r in g th e V oyage o f H . M . S. « B e a g le » r o u n d

and

G e o lo g y

of

th e

C o u n tr ie s

más conocido como Voyage o f a N a tu r a lis t r o u n d th e W o r ld , I, cap. 8 (23 de diciembre de 1833); ed. cit., vol. I, pp. 222-226. Las primeras alusiones a este orden de reflexiones están en el cap. 7 (5 de octubre de 1833): ib id ., vol. I, pp. 166-169. La “pérdida de vigor" de la naturaleza en América y la conjetura de una catástrofe recuerdan el pesimismo de De Pauw. Barlow, C h . Dai~win a n d th e V o y a ge, p. 96. « ib id ., pp. 76, 91, 95-96, 105, 194 (nota), 206-208 y 216. so Véase P. Vorzimmer, “Darwin, Malthus and the Theory of Natural Selection”, J o u rn a l o f th e H is to ry o f Ideas, XXX (1969), p. 540 (pasaje de 1845). Cf., por el contra­ rio, supra, p. 37. si J o u rn a l, vol. I, pp. 222-226. th e W o r ld ,

■574

.

ÚLTIMAS FASES DE LA POLÉMICA A l clima de nuestra polém ica se.refieren todavía las numerosas alusio­

: SCHOPENHAUER

'

575

tes del viaje, que. tienden a rechazar la, ex tin ció n 1de una e s p e c ie

“not gradual

“ by

nes, a la novedad geológica idel continente sudamericano o .a ,su reciente emersión de las aguas,52 una fugaz mención de leones; áfonos ( “ lions never

change o f circumstances” .y audazmente insinúan:,

roar” ),53 lá. fría atención científica concedida arlos fueguinos y a los pata­

i t must be p e r sallurn — or species m ay perisir” .62 ¡Y-..pensar q u e e l c a p i t á n

gones,54 .y, cosa r a l ,vez más significativa, las repetidas citas de uno de los ensotanados gladiadores de la disputa, el jesuíta M olina.55

del «B eagle», R o b ert Fitzroy, seguía creyendo en cam bio que si lo s m a s t o ­

Así, pues, D arw in no podía ignorar de qué “ calumnias” había sido víc­ tima América. Pero el vínculo ideal con Buffon, mencionado siempre con

grandotes para entrar en el Arca de N oé! 33 En el clima de optimismo y de progreso evolu tivo p rop io d e lo s n u e v o s

reverencia,56 resalta con particular nitidez en la apasionada adopción de

tiempos, la teoría que en un prim er momento había sido r a d ic a liz a d a h a s ta

su punto de partida, el de la distribución geográfica de las especies, y con­

el punto de condenar todo el continénte a una fatal decadencia y c o r r u p ­

cretamente del problem a aún más antiguo y típ ic o 57 de la presencia de

ción, se invertía y servía de pilastra.a una grandiosa constru cción s is t e m á ­

animales semejantes a los de tierra firm e en archipiélagos remotos, así en

tica, en la que todas las especies, de todas las partes del m undo, se d e s a r r o ­

el dé las M alvinas com o en el de las G alápagos:58 “ the zoology o f Archipelagoes w ou ld be w orth exam in ing — anotaba D arw in en 1835— , fo r such

llaban hacia formas más y más perfectas. D e manera absolutamente análoga, también el “ otro” p es im ism o , e l d e l

facts w ould underm ine the stability o f species” ,59 relám pago deslumbrante

reverendo Malthus, era trastrocado por el joven D arw in: en la t e o r í a d e l a

en el camino qué conducirá a las tesis fundamentales y revolucionarias de veinticuatro años después.

selección natural, la lucha m ortal y la desigual competencia e n t r e s u b s is ­

D e ese m odo el problem a de Buffon, el problema de la fauna sudameri­

las especies, es tim u la gradualmente una adaptación perm anente y m o d i f i c a ­

cana, orientaba a D arw in hacia la investigación fundamental de su vida

change o r

degeneration.from circumstances;,if one> species does change i n t o

a n o th e r

dontes desaparecieron de la faz de la tierra fue porqu e eran d e m a s ia d o

tencia y proliferación, en vez de llevar a la decadencia y a la e x t i n c i ó n d e tiva de la especie misma, -—hace dar un paso adelante a la E v o lu c ió n .134

científica. Apenas de regreso en su patria, en su primera libreta de apuntes sobre “ M u tabilidad de las Especies” , D arw in calificaba (1837) las obser­

Schopenhauer : los anim ales y los salvajes de A m é r ic a C O M O FORMAS decadentes o imperfectas

vaciones sobre los fósiles americanos y sobre la fauna de las Galápagos como “ the origin o f all m y views” .60 Y los ejemplos y reflexiones del D ia r io reaparecen, casi totalmente, en su obra principal (1859), rectificados

sólo en un sentido: el naturalista excluye ahora esa idea que antes parecía adm itir: la de una “ degeneración” de animales grandes que luego se hicie­ ron p e q u e ñ o s *1 T a m b ién este cam bio d e postura se encuentra en em brión en los apun-

Barlow, C h . D a rw in a n d th e V o y a ge, pp. 96, 110, 117, 228, 23S, 2S8 y 245. 53 ib i d ., p. 202. . 5-i ib i d . , pp. 80-81 (en el salvaje en estado de naturaleza "with difficulty we see a fellow creature”), 97 y 172, (“innocent, n a k ed , most miserable”). 55 Ib id -j. pp. 192 y 242. Probablemente Darwin leyó a Molina en la traducción de Richard Alsop (cf. Barlow, o p . c it., p. 269, y s u p ra , p. 266, nota 282). ■> 56 Cf. s u p ra , p. .44, y Barlow, p. 258. 5t C í. in fr a , pp. 728 ss., 58 Barlow, o p . c it., pp. 177-178, 217, 245 y 259. El problema de los animales de las islas había ya preocupado a Forster ( W e rk e , vol. I, pp. 61, 81 y 808),. sa Barlow, p. 247. Cf. también Moorehead, D a r w in a n d th e «Beagíe», pp. 187 y 202. so véase la Introduction a T h e O r ig in o f S p ecies (1859), ed. cit., p. 11; el artículo sobre Darwin en la E n cy c lo p c e d ia B r ita n n ic a , 11? ed.; Haber, “Fossils and the Idea of a Process of Time”, p. 260; y Smith, E u r o p e a n V is io n a n d th e S o u th P a c if ic , pp. 240-241. «a T h e O r ig in o f Species, cap. xi y xn; ed. cit., pp. 273-274 y 278 ss. 52

Pero en ese mismo año en que aparecía .el O rig e n , de las e s p e c ie s (1 8 5 9 ), A rth u r Schopenhauer, próxim o ya a morir, agregaba todavía a lg u n a s p á g i ­ nas a su obra principal, cuya primera edición había a p a rec id o

m ás

cuarenta años antes. En el capítulo añadido sobre la M a t e r ia ,

el

de

v ie jo

filó so fo suministraba pruebas convincentes de estar desastrosam ente e n re^ tardo sobre sus tiempos. T om a b a partido contra Pasteur. y sus d e c is iv o s experimentos, y en favor de Pouchet y de la generación esp o n tá n ea . S o b r e el problem a fundamental de D arw in ya había sostenido teo ría s

que

mismos entusiastas1discípulos han calificado de “ bastante p u e r ile s ” y

sus “ m i­

tológicas” .65 A h ora vuelve a pescar, no sabemos dónde, el “ d e s c u b r im ie n t o ”

Barlow, C h . D a r w in a n d th e V o y age, p. 263. 63 T h e T im e s L ite r a r y S u p p le m e n t, 19 de septiembre de 1968. «4 Véase Vorzimmer, “Darwin, Malthus...”, pp. 527-542, especialmente 536 y 540. Sobre la influencia1de Lyell, ib id .; sobre la. de Humboldt, Minguet, A . d e H u m b o l d t , p. 348. , ’ - " ' 65 Hans Herrig, S c h o p e n h a u e r u n d D a rw in (1872), en sus G e s a m m e lte A u f s a t z e ü b e r S c h o p e n h a u e r , ed. E. Grisebach, Leipzig, s. a., pp. 42-72 (véase sobre todo p . 52). N o menos curiosas son ¡as lucubraciones etimológicas de Schopenhauer sobre “C o lu b er” y 62

576

ÚLTIMAS FASES DE LA POLÉMICA

de Bufíon, y con él, como antes su archienem igo Hegel, recubre y enluce una de las más visibles debilidades de su sistema. L a naturaleza es para él, como todo el m undo sabe, la objetivación de la voluntad de vivir. L a voluntad de v iv ir es una y eterna. ¿Cómo se ex­ plica entonces la variedad de las especies? Sólo por lo que se refiere a nuestro pequeño planeta, Schopenhauer se ve inducido a afirmar que “ la voluntad de v iv ir ha recorrido tres veces la gama de su objetivación, en tres series independientes la una de la otra” . En efecto, prosigue, a todos nos consta que el M undo Antiguo, A m érica y Australia tienen cada uño su serie particular de especies animales, una serie completamente distinta de las que tienen las otras dos zonas. Sólo los géneros son de ordinario los mismos, puesto que estamos siempre en el mismo planeta. Esta relación es particularm ente evidente en la confrontación entre Am érica y el M undo A ntiguo: “ A m érica nos presenta siempre el análogo in ferior (das schlechtere Analogon) en cuanto a mamíferos, y, en compen­ sación, el análogo superior en cuanto a aves y reptiles. Así, tiene sin duda la ventaja de poseer el cóndor, las guacamayas, los colibríes y los batracios y ofidios de mayor tamaño; pero, p o r ejem plo, en lugar del elefante no tiene sino el tapir, en lugar del león el puma, en lugar del tigre el jaguar, en lugar del camello la llam a; y en lugar de los monos propiamente dichos, tiene sólo macacos.” De lo cual concluye Schopenhauer que no es admisible que la Naturaleza haya podido crear al hom bre en América. Sólo tres razas son primitivas: la caucásica, la etiópica y la mongólica, — las tres del V iejo Mundo. Los americanos son mongoles modificados por el clima.66 En suma, la voluntad de vida, al objetivarse en el H em isferio Occidental, se ha sentido muy serpentina y muy volá til, poco mamífera y absolutamente nada humana.

SCHOPENHAUER

577

Con análogas mitologías explica Schopenhauer, en los Parerga und Paralipomena , la variedad de las especies animales y vegetales en las dis­ tintas regiones climáticas del globo. Con respecto a América, sólo deplora que no posea monos sin cola ni antropoides, en lo cual ve una confirm a­ ción más de su teoría acerca del origen d el hombre. E l hom bre apareció sobre la tierra en la zona tropical del V ie jo M undo. L a verdadera y única raza primigenia es, pues, la negra, o morena oscura. Los amarillos y los blancos, los mongoles y los caucásicos, son en realidad negros o etíopes empalidecidos y desteñidos. Los americanos son chinos que em igraron al hemisferio occidental, y este desplazam iento hace que no sean tan oscuros como debieran. Los salvajes de la selva brasileña, ésos sí, son pardinegros. En conse­ cuencia, Schopenhauer parece casi inclinado a considerarlos como hombres primitivos y autóctonos, o por lo menos a dejar que sus lectores saquen esta conclusión de sus premisas cromáticas raciales. Pero una nota, de fuer­ te sabor depauwiano y demaistriano, les quita semejante p rivilegio también a los oscuros salvajes del Brasil: “ Los salvajes no son hombres prim itivos ( Urmenschen ), así como los perros selváticos de la A m érica m eridional no son protoperros ( Urhunde ),67 sino que éstos son perros cimarrones, y aqué­ llos, hombres asalvajados, descendientes de hombres de una raza civilizada que se extravió y fue arrojada a aquellas comarcas, y que no fueron capaces de conservar su civilización.” 68 ¡A y! El blanco y el am arillo son corrupciones del negro: el color blanco del cutis es una degeneración antinatural (“ die weisse Gesichtsfarbe eine A u sartu ng... unnatürlich” , etc.). E l salvaje negro es una degeneración del amarillo. El blanco es em pujado a la civilización por su decadencia orgá­ nica. El salvaje es arrojado fuera de la civilización cuando regresa al seno

“Kolibri”, sobre el nombre de la Atlántida, que él encuentra en la desinencia mexicana “atlan”, y sobre el del monte Soraktes, de horaciana memoria ("ital. Sorate”, hace notar Schopenhauer), que es lo mismo que el Sorata en el Perú... (P a re rg a u n d P a ra lip o m e n a , cap. xxv; S d m tlic h e W e rk e , Leipzig, s. a., vol. V, pp. 629-630). Aparte de que el macizo del Sorata pertenece a Bolivia, en este género de esfuerzos por relacionar la realidad física de América con los recuerdos de la geografía clásica era mucho más divertido el fanático mexicano fray Servando Teresa de Mier (estudiado supra, pp. 393-398), que, hallándose ante el Vesubio, observaba complacido que los napolitanos lo llamaban M o n tezum a (Monte Somma)... (M e m o ria s , p. 282). 66 A. Schopenhauer, D ie W e lt ais W il le u n d V o rs te llu n g , Suplementos, cap. xxiv; S d m tlic h e W e rk e , vol. II, pp. 1061-1063; L e M o n d e c o m m e v o lo n té e t re p ré s e n ta tio n , trad. A. Burdeau, París, 1894-1898, vol. III, pp. 124-126. Como antes Hegel, también Schopenhauer prescinde muy pronto de Australia, zona de fauna demasiado pobre para poder continuar la analogía. Cf. .A. O. Lovejoy, “Schopenhauer as an Evolutionist”, estudio de 1911 reimpreso en'Glass, F o re r u n n e r s o f D a r w in , pp. 415-437 (véase sobre todo p. 428).

materno de la naturaleza tropical. En este círculo de maldiciones vemos el reflejo de los presupuestos anti-históricos de la filosofía de Schopen-

67 [Es irresistible el recuerdo de los versos del colombiano José Manuel Marroquín: “perra de canes decana / y entre perras protoperra”. ..] «8 P a re rg a u n d P a r a lip o m e n a , II, V e re in z e lte , je d o c h sy stem atisch g e o r d n e te G ed a n k e n ü b e r v ie le r le i G egen sta n d e , cap. vi (“Zur Philosophie und Wissenschaft der Natur”), § 92; S d m tlich e W e rk e , vol. V, pp. 180-185; y D ie W e lt ais W il le u n d V o rs te llu n g , 22 parte, cap. 44; S d m tlich e W e r k e , vol. XI, p. 1344 (trad. Burdeau, vol. III, pp. 358-359). Sobre los salvajes, que llevan una vida superior apenas en un escalón a la de los monos, véase también P a re rg a u n d P a r a lip o m e n a , cap. xxvi, § 333; S d m tlic h e W e rk e , vol. V, p. 648. La constante simpatía de Schopenhauer por los esclavos negros de los Estados Unidos (véase también S d m tlic h e W e rk e , vol. III, p. 253, nota, y p. 625; vol. V, p. 228) y su profunda admiración por la filosofía de la India (los hindúes son para él “morenos oscuros”, casi negros) tienen evidentes puntos de contacto con su teoría racial. Cf. Hegel, supra, p. 547.

578

579

ÚLTIMAS FASES DE LA POLÉMICA

AUGUSTE COMTE

hauer. Su ■rigurosa, exclusión de todo progreso lo impulsa a definir cada

LOS: SAINTSIMONIANOS Y AUGUSTE COMTE

estirpe com o la form a degenerativa de otra. L a realidad es decadencia. Y. las viejas tesis dieciochescas, filtrándose intactas a través d e la revolución romántica, se prestan a dar alguna apariencia científica a las condenas del pesimismo cósmico.

En los teócratas y en los primeros saintsimonianos, p o r e je m p lo e n N í i c h e l Chevalier, se abre paso, en efecto, un nuevo ju icio sobre A m é r i c a , y c ié manera particular sobre los Estados Unidos, cuya im agen se a g i g a n t a b a

y

Sin una vinculación directa con estos corolarios y estas variaciones buffonianas, pero en plena arm onía con sus presupuestos se halla la feroz

tendía a dejar en la sombra las otras tierras y naciones d e l c o n t i n e n t e . Am érica se caracteriza ahora por la aplicación de técnicas m o d e r n í s i m a s

descripción que Schopenhauer hace de los Estados Unidos de América. L a

a espacios ilim itados: la herencia de ciencias y de máquinas a c u m u l a d a

constitución política de esta república se funda en la pura y abstracta ju ri­

Europa m ultiplica su fecundidad en una tierra tan vasta y a ú n

dicidad: estaría perfectam ente bien para seres diferentes de los hombres,

blada. N o se habla ya para nada de m érito o de superioridad: s e c o m p r u e b a

pues éstos son en su gran m ayoría egoístas, prepotentes, mentirosos, m al­

simplemente que los recursos intactos del M u n do N u evo, e x p l o t a d o s

vados y bastante escasos de entendederas. Contemplad, en efecto, lo que ha resultado de eso: el país es materialm ente próspero, pero su tono dom i­

la experiencia y la maquinaria del M undo V iejo , aseguran a e s o s p a í s e s un progreso continuo y form idable. L a atención no se d irig e y a e x c l u s i v a ­

ta n

en

d esp o ­ con

nante es un v il utilitarism o, con su infaltable compañera, la ignorancia,

mente a las instituciones políticas, que tanto habían interesado a u n V o l n e y

que ha abierto el cam ino a la estúpida m ojigatería anglicana, a la necia

o a un Tocqu eville, sino a las relaciones de precios y costos, a

presunción y a la brutal vulgaridad unida a una bobalicona veneración de las mujeres.

ticas de los consumos del hierro, a la navegación por el M i s s i s s i p p i , . a

Y no se contenta Schopenhauer con estas pinceladas genéricas: men­ ciona la esclavitud y sus horrores, la discriminación de que son víctimas

la s

e s ta d ís ­

canales y a las locomotoras, a las minas y a las plantaciones. Esta rápida asimilación de la revolución industrial hacía p a r e c e r

lo s m ás

lento aún el proceso de absorción de la cultura y de. los h á b it o s e u r o p e o s :

los negros, los linchamientos, los asesinos a sueldo y frecuentemente a salvo

la tosquedad de los modales norteamericanos era descrita y c a r i c a t u r i z a d a

del castigo, los duelos de ferocidad inaudita, la burla descarada del dere­

por una Mrs. T ro llo p e, p o r un Charles Dickens, p o r casi to d o s l o s v i a j e r o s

cho y de las leyes, el rep u d io de las deudas públicas, la escandalosa estafa

emunctae naris. Pero

política ( “ politische Eskrokerie” ) de una provincia lim ítro fe y las consi­

no se apoya ahora en leyes inflexibles de la naturaleza, n i s e

guientes correrías de rapiña en la rica tierra del vecino, que luego quedan

con episodios degenerativos. P or el contrario, las rudas m a n era s y e l

su desprecio por la vida social de los E s t a d o s U n i d o s a d o rn a

ya

im p e ­

justificadas por las autoridades supremas con mentiras que todos conocen

tuoso desarrollo económico se acomodan en un cuadro de

y que provocan la risa de todos (alusión a la guerra con M éxico, 1846-1848),

barbarie, en un augurio reforzado p or cien palabrotas. Así, p u e s , e n

la siem pre creciente oclocracia y la deletérea influencia que los públicos

m odo incluso esas críticas contribuían a inmunizar a A m é r ic a

atentados contra el derecho ejercen sobre la m oralidad p r iv a d a ... ¡Y no hablemos de las “ im itaciones” de la república norteamericana en M éxico,

condenas y letales vituperios. Sorprende, por lo tanto, que un autor que se encuentra en. e s t a c o r r i e n ­

en Guatemala, en C olom bia y en el P e r ú !69 T o d a Am érica está podrida de h ipócrita legalismo.

de ella y pronuncie sobre Am érica y sobre los Estados U nidos u n

Son exageraciones, desde luego. P ero ¡cuántas veces se repetirán y se m odularán luego estas exageraciones en los tonos más diversos! ¡Por cuán­

p ro m e te d o ra c ie r to

de

fa ta le s

te de ideas, el discípulo directo de Saint-Simon, Auguste C o m t e , s e s e p a r e ju ic io

aspereza demaistriana. Comte, en efecto, era un gran a d m ir a d o r d e l tre” Joseph de Maistre y de su rigor teologizante, e in je rta b a

sus

de

“ ilu s ­ te o r ía s

tas sutiles ligaduras se unen a las sumarias sentencias sobre la naturaleza

de filosofía de la historia nada menos que en el sistema d e

B o s s u e t.

Su

pútrida y nociva del continente! Y, podemos añadir, ¡qué atrasadas estaban

sistema, laico en las intenciones, es apretadamente b í b l i c o - c a t o l í c i z a n t e

en

ya con respecto al conocim iento objetivo del N u evo M undo y de sus veinte repúblicas!

la estructura y en las referencias ideales. Am érica, desde los s a l v a j e s h a s t a

la

república federal, desde los ateos hasta los protestantes, después d e u n . b r e v e deslumbramiento ju ven il,70 tenía que resultarle amarga o i n d i f e r e n t e .

. 00 P a re rg a u n d P a r a lip o m e n a , cap. ix, § 127; S a m tlic h e W e r k e , vol. V, p. 274. Cf. cap. viii, § 117 (los norteamericanos, descendientes de una colonia penal inglesa) y cap. xxi, § 252 (egoísmo reinante en la república mexicana); S a m tlic h e W e rk e , vol. V, pp. 248 y 528.

Más aún que en el C ours de p h ilo s o p h ie p o s itiv e , las e x p r e s i o n e s 70

nota 23.

Remond,

Les

É ta ts -U n is

d ev a n t

l ’o p in io n

fra n fa is e ,

1815-1862,

pp.

641

d e

y

a Botta a los dieciséis años.

ÚLTIMAS FASES DE LA POLÉMICA

FRANCES WRIGHT

suerte una función revolucionaria. El libro de Botta, publicado en 1809 y traducido al inglés en 1820, entusiasmaba inmediatamente a John Adams y a Thomas Jefferson, y era aceptado por norteamericanos de todos los partidos como el mejor manual de historia de su Revolución.107 En el caso de Francés Wright, es como si el hielo de esas páginas hubiera funcionado verdaderamente como un refrigerador que conservó y transmitió intacta, a su alma ardiente, una experiencia heroica y revolucionaria que ella se en­ cargó de descongelar y de asimilar hasta sentirla terriblemente suya, hasta el martirio y, por desgracia, hasta el apostolado. Quizá justamente aquello que a Jefferson y a Prescott les parecía (como nos parece a nosotros) el de­ fecto principal de Botta, el uso retórico de poner discursos reconstruidos o inventados en boca de los personajes, fascinó a la elocuente Miss Francés, la cual, según cuentan sus biógrafos,108 para cerciorarse de que su ideal político neoclásico se había encarnado real y recientemente en esa tierra, consultaba el atlas y averiguaba si existía en serio ese mítico país de los Estados Unidos de América. Para tocarlo con la mano, atravesaba secretamente el Océano en 1818; y, después de pasar un par de años en la nueva república, publicaba (1821) sus Views of Society and M anners in America, el único libro que se menciona de ella, infatigable propagandista y conferenciante. En realidad, no tenía necesidad de escribir otras obras una persona que se mantuvo orientada al ideal americano durante toda su vida, consagrada a causas humanitarias como el abolicionismo, la redención de los negros, el voto femenino, la reforma de la institución matrimonial y de las relaciones entre los dos sexos, y la difusión de las ideas socialistas de Robert Owen, autor de A New View of Society (1813). En América trataba de atraerse al venerable Lafayette; hacia América guiaba ■—o arrastraba, mejor dicho— a su amiga Francés Trollope. Pero incluso esta amiga, tan querida y tan fiel hasta entonces, la describe cari­ caturescamente, sentada en un rollo de cuerdas, mientras “ lee” (ciertamen­ te algo importante) a un marinero ocupado en remendarse los calzones, y

escribe, y declama en voz alta “ some of the wildest doctrines of equality and concubinage that pen ever traced on paper” .109 En Nueva York y en Filadelfia hacía recitar (y luego publicar) una tragedia suya, al parecer de argumento schillerianamente tiranicida ( A l torf), que ningún teatro de Londres había querido representar,110 y andaba de una ciudad en otra espetando ciclos de oraculares sermones rebosantes de radicalismo, declamándolos “ with gesture small and staid j so pretty in her vehemence” (como admite una sátira de esos tiempos),111 vestida de una túnica amplia y suelta y una prenda que, anudada a la cintura, terminaba en unos pantalones a la turca que le cubrían las rodillas, y a veces en medio de “ una guardia de corps de damas cuáqueras en el uniforme com­ pleto de su secta” . En América, finalmente, en Cincinnati, la “ Priestess of Beelzebub” , como fue apodada por su radical racionalismo anticlerical ■—la ideología que sirve dé base precisamente al In n o a Satana (1863) de Car­ duce!— , moría a fines de 1852. El ejercicio literario de Cario Botta había suscitado a la más batalladora panegirista del joven estado norteamericano. Su libro es fruto de un afán apologético tan cándido, que a ratos di­ vierte y a ratos conmueve. En el barco que la lleva a América, Miss W right observa, complacida, la excelente pronunciación inglesa de los marineros americanos,112 y al final de su viaje nos hace saber que, por repugnancia al esclavismo, no ha visitado, ningún estado del Sur.112 N o quiere ver ni oír nada que pueda turbar la imagen que se ha formado de ese nuevo y felicísimo mundo. Ella misma confesará más tarde que se había puesto sobre la nariz unos anteojos color de rosa.114 Y, en efecto, continuamente polemiza contra los viajeros malévolos, ingleses sobre todo, que han criti­ cado o escarnecido a los Estados Unidos,115 y, por lo demás, logra a menudo

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lo? Boorstin, T h e A m e ñ c a n s : T h e N a t io n a l E x p e rie n c e , p. 368. [Sobre la utilización de la S to ria de Botta por G. Compagnoni véase in fra , p. 790, nota 54.] ios Richard Garnett en el D ic tio n a r y o/ N a t io n a l B io g r a p h y , sub v o c e ; M. Sadleir, T r o llo p e , A C o m m e n ta ry , Londres, 1947, especialmente pp. 70-77; U. Pope-Hennessy, T h r e e E n g lis h W o m e n in A m e ric a , Londres, 1929, pp. 28-32, 44-47 y passim hasta la p. 101; Lañe, Francés W r ig h t a n d th e " G r e a t E x p e r im e n t ” , p. 5. El empleo de discursos imaginarios, en los cuales el autor añade de su propia cabeza "alcune poche cose, le quali gli oratori medesimi avrebbero verosimilmente dette”, es defendido por Botta en un “Avvertimento" (1809) antepuesto a su obra, y reimpreso en las ediciones sucesivas y en sus S c r it t i m u s ic a li, lin g u is t ic i e le tte ra ri, pp. 65-66. C£. B. Croce, S to ria d e lla s to r io g ra fia ita lia n a n e l s ecolo x i x , 3^ ed., Barí, 1947, vol. I, pp. 77-78.

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109 Citado por Lañe, Francés W r ig h t , p. 26. no Pero que, según parece, fue leída y admirada (1826) nada menos que por Stendhal (■C orre s p o n d a n ce , París, 1962-1968, vol. II, pp. 829 y 1104). n i Pope-Hennessy, T h r e e E n g lis h W o m e n in A m e r ic a , p. 98; Lañe, F ran cés W r ig h t,. pp. 2-3 y 30-32. na Francés Wright, Voyage a u x É ta ts -U n is d ’A m é r iq u e , trad. J. T. Parisot, París, 1822, vol. I, p. 14; Lañe, Francés W r ig h t , p. 8. 113 V oyage, vol. II, p. 334. 114 Pope-Hennessy, T h r e e E n g lis h W o m e n , p. 31. La W e s tm in s te r R e v ie w , órgano de los T o r íe s , definió el libro nada menos que como una ‘‘prostitute rhapsody” (citado por Fabian, A . de T o c q u e v ille s A m e r ik a b ild , p. 9, nota 12). Son frecuentes en la prensa de la época las injuriosas alusiones a su "Free Love Colony”, llamada "Nashoba”, que en la lengua de los Chickasaw significa. “lobo” (Lañe, F ra n cés W r ig h t , p. 29). (Robert Owen fundó en 1825 una comunidad socialista en New Harmony, Indiana.) no Contra Fearon: Voyage, vol. I, pp. 60-62, 104-105 (nota), 169 y 339-340; vol. II, pp. 218 (nota) y 266-269. Contra Ashe: vol. I, p. 169. Se salva, en parte, el capitán Basil Hall: vol. I, pp. 105-107 y 242-243 (nota), y vol. II, notas de las pp. 6 y 218-219. Contra

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desenmascarar los prejuicios tory o el estrecho nacionalismo de esas crí­ ticas. Los hábitos de las ciudadanas de los Estados Unidos son a veces “ more showy and cos'tly than is wise or befitting in 'the daughters of a republic” (eco remoto del girondino Brissot), pero no ofenden el pudor, el seno está siempre cubierto (a Brissot se le impone aquí silencio), el busto y los brazos no están “ exposed to court every idle gaze, and bring into discredit the moráis of the nation” (!).116 Sin embargo, es preciso admitir que de los calumniadores más antiguos, que habían degradado la naturaleza física del Continente, Miss W right no dice una sola palabra, y no parece siquiera tener noticia directa de ellos. Pero recuerda que ciertos hombres de ciencia han supuesto que América es menos antigua que el V iejo Mundo, y no vacila en atribuir semejante hipótesis a un naturalista americano, “ mais je vis bientót qu’il ne fallait pas plus mettre en question l’antiquité que la bonté” de América, y como dudar de su bondad es sencillamente imposible, pone punto final a la cuestión.117 Admite que la alondra europea no tiene rivales en América, pero enumera varios otros pájaros de canto deliciosamente melódico.118 Refiere la anécdota de aquel viajero inglés que menospreciaba todas las cosas americanas — “ le bceuf, le mouton, le poísson, la voladle, tout était supérieur dans son pays” — , hasta que, habiendo estallado una tormenta, al formidable tronar de una centella, un americano, compañero de viaje, le pregunta gravemente: “ ¿También éstas, las tienen ustedes mejores en In­ glaterra?’’ 113 Habla a menudo de pantanos y de zonas palúdicas,120 pero los miasmas retroceden ante los cultivos, y, en todo caso, los americanos son una raza magnífica: altos, robustos y longevos los hombres,121 hermosas las muchachas, por lo menos hasta los 24 o 25 años, cuando comienzan a decaer122 (justamente 23 o 24 tenía entonces la florida Francés); y en verdad, añade la cultísima Miss, son todavía un tanto ignorantonas.123 En cuanto a la ciudad de Washington, reconoce que aún no existe, que es ape­ nas un embrión, y que harán falta quién sabe cuántos siglos (sic!) para que pueda asumir el aspecto de una metrópoli imperial. Pero ¿no es mejor que

así sea? ¡Dios guarde a América y a su capital de perder d e m a s i a d o p r o n t o los adorables rasgos de la juventud!124.......... _ ..... Sin embargo, más que por estos dispersos residuos po lém ic o s, F r a n c é s W right nos interesa por la precoz espontaneidad con que cree e n l a s u p e ­ rior cultura de los Estados Unidos y en sus inevitables d e s a r r o l l o s - A l europeo que decía: “ Sí, ustedes son ricos y prósperos, pero ¿ d ó n d e e s t á n sus ruinas, dónde su poesía?” , le replicó muy bien aquel a m e r i c a n o q u e le mostró a un soldado de la Revolución manejando c in c in a te sc a m e n te la azada: “A h í tiene usted nuestras ruinas” , y un paisaje de p i n g ü e s p a s t o s , de rebaños, de alquerías y de granjas: “ A hí tiene usted nuestra p o e s í a . ” 125 Las artes bellas vendrán luego. En el prefacio de su tragedia, IVEiss 'W r i g h t , como si entreviera a O ’Neill, anuncia que América “ w ill o n e d a y r e v i v e the sinking honour of the drama” . Pintores y arquitectos y a l o s h a y , y de excelente calidad;126 los escritores florecerán con la p e r d u r a c i ó n de la paz.127 N o era tan optimista su infortunada amiga, secuaz y v íc t im a , F r a n c é s Trollope. Esta enérgica señora (madre del novelista A n th o n y ) p e r d í a sus últimos ahorritos (1828-1830) en el intento de montar en C i n c i n n a t i u n bazar-ateneo, mezcla de círculo filológico, galería de arte, te a tro , r e s t a u r a n t e y almacén de modas. Sobre esta iniciativa no ya extraña, sino extraordinaria, s o b r e e s t e lento intento de injertar “ civilización" en la “frontera” , h a r í a n f a l t a

v io ­ m a­

yores particulares.123 El edificio era calificado por Miss Martineau de “ the g r e a t d e f o r m í t y of the city” y se erigió, según ella, en un estilo gótico-greco-turco-egipcio; 129 pero Hamilton lo define como “greco-morisco-gótico-chinesco” ; 130 u n a m i ­ go de Mrs. Trollope, Tim othy Flint, lo llama “ a queer, u n iq u e , c r e s c e n t e d I b id .,

vol. II, pp. 311-312 y 323. Ecos muy nítidos de un a n t iu r b a n i s m o

rou s-

seáuníano y jeffersoniano. 12= I b id .,

los viajeros ingleses en general: vol. I, pp. 29, 168-169 y 287; vol. II, pp. 169-170 (nota), 284-286 y 309-310. lis Lañe, F ran cés W r ig h t , p. 9. 117 Voyage, vol. I, p. 215. Conoce a Volney (vol. II, pp. 246-247). n s I b id ., vol. II, pp. 243-244. ii* Ib id ., vol. II, pp. 309-310. izo En Sur: vol. I, pp. 84-85; en el Norte: vol. I, pp. 227-228; en el Oeste: vol. 1, pp. 240, 294-295 y 299; en el Canadá: vol. II, pp. 8-9. 121 y oy a g e, vol. I, p. 242. n i I b id ., vol. I, p. 42. 123 ib id ., vol. I, p. 44.

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vol. I, pp. 239-240. vol. I, p. 112. Su gusto neoclásico se revela en la aversión p o r e l “ g ó t i c o ” y en su admiración por Canova (vol. 1, pp. 176-177; vol. II, pp. 270 y 3 2 3 ) . 127 Ib id ., vol. II, pp. 62 sí. i 2S Véase, sin embargo, Pope-Hennessy, T h r e e E n g lis h W o rn e n , pp. 8 2 - 8 7 ; S a x lie ir , T r o l lo p e , pp. 78-80; E. Bigland, T h e In d o m it a b le M r s . T r o l lo p e , L ondres, 1 9 5 3 , p . 96, y sobre todo la bibliografía que traen L. P. y R. P. Stebbins, T h e T r r o l l o - p e s , N u e v a York, 1945, p. 362, y D. Smalley en la importante introducción a su e d i c i ó n d e l l i b r o de la Trollope, D o m e s tic M u n n e rs o f th e A m e rica n s , Nueva York, 1949, p p . r c l- lii. 129 R e tro s p e c t o f W es te rn T r a v e l, vol. II, p. 249; Wheatley, T h e L i f e o f H . M .a r tin e a u , p. 190. íso M e n and M a n n e rs in A m e r ic a , vol. II, p. 169. 126 I b id . ,

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Turkish Babel” , que no se puede ver sin soltar la carcajada; 131 Frederick Marryat lo ve “ composed o£ many varieties of architecture; but I think the order under which it must be classed is the preposterous”,132 Final­ mente, un moderno historiador del arte lo clasifica como “ gótico-clásicomorisco-veneciano” ,133 y Van W yck Brooks dice que tenía “ an Egvptian pórtico, Grecian pillars, Gothic Windows, a Turkish dome and the tower of a Norman castle” .134 El edificio fue inmediatamente bautizado 135 y si­ guió siendo conocido como “ T ro llo p e’s folly” ,13,6 y pasó por distintas manos,' sin que jamás llegara nadie a ganar con él un centavo. Además de criticar las perspectivas comerciales de la quimérica empresa, M arryat137 refiere que el edificio es “ now [hacia 1838] used as a dancing academy, and occasionally as an assembly room ” . En el curso de los años sirvió luego como mesón, iglesia presbiteriana y hospital militar. El hijo de Mrs: Trollope, Anthony, lo encontró (1861) convertido en sede de un Physico-Medical Institute dirigido por un charlatán y por un consejo de médicas sufragis­ tas.138 Más tarde estuvo todavía ocupado por la Ohio Mechanics Society y por una “ popular bawdyhouse” , hasta que fue demolido en 1881.139 Después del fracaso, la señora T rollo p e se reafirmaba en su convicción de que los americanos y las americanas eran unos palurdos ignorantes, y escribía su relación sobre las Domestic M anners of the Americans (1832). A l título vagamente zoológico 140 corresponde la ironía del contenido. En conjunto, el país es hermoso, el aire lím pido y el clima bueno, los astros brillantísimos y la vida animal y vegetal de una riqueza exuberante, pero Smalley,.introd. a lsí

D o m e s tic M a n n e rs ,

A D ia r y in A m e r ic a ,

p. xlv.

vol. I, p. 168.

O. W. Larkin, A r t a n d L i f e in A m e r ic a , Nueva York, 1949, p. 148. 134 Brooks, T h e D r e a m o f A rc a d ia , p. 46, nota. Véase también Stebbins, T h e T r o l ­ lo p e s , p. 39. 133 Smalley, ed. de D o m e s tic M a n n e rs , p. lii y nota de la p. 96. las Pero también el barco de vapor de Fulton fue burlonamente conocido como “Fulton’s lolly” (!) (Bremer, L a V ie de f a m ille dans le N o u v e a u -M o n d e , vol. I, p. 53). 137 A D ia r y in A m e ric a , vol. I, p. 169. las A. Trollope, N o r t h A m e r ic a , Leipzig, 1862, vol. II, p. 239; A n A u to b io g r a p h y , Londres, 1924, p. 7. 139 T im e , 20 de agosto de 1945, p. 54. 140 Pero tal vez inspirado en el del libro (filoamericano) de su amiga Francés AVright, View s o f S o c ie ty a n d M a n n e rs in A m e r ic a d u r in g th e Years 1818-19-20, Londres, 1821 (véase s u p ra , pp. 591-595). Cuarenta años antes, Ferdinand Bayard se había propuesto precisamente “peindre les mceurs des Américains et leurs habitudes domestiques” ( Voyage dans l ’in t é r ie u r des E . U ., p. xiii). Pero el capitán Hall acababa apenas de hacer esta -advertencia; “A traveller shoüld speak with great cáution —I may sáy with reluctance— of the prívate manners and customs of foreign countries" ( T ra v e ls in N o r t h A m e r ic a , vol. III, p. 149). : ,f■■■■ 133

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la gente, con excepción de “ a small patrician band” , la gente en general, ricos y pobres, en el Norte y en el Sur, sencillamente no se puede soportar: “ I do not like them. I do not like their principies. I do not like their manners. I do not like their opinions.” 141 Y eso que Cincinnati, destinada a convertirse en un importante centro tipográfico y editorial, era ya enton­ ces una de las ciudades más cultas y progresistas del Oeste y, en particu­ lar, una de las que más atención concedían a la educación superior de las niñas.142 Desde el momento de su desembarco en Nueva Orleáns (1827), la señora Trollop e había tenido una impresión negativa, y al remontar (1828) la corriente del fangoso Mississippi, los pantanos, las miserables barracas de las orillas, las fiebres, los cocodrilos (de los cuales cuenta historias que ha­ cen erizarse los pelos) y el aspecto “ indeciblemente siniestro” del río se sumaban a la chocante promiscuidad de la vida a bordo, en un cuadro físico-moral decididamente repelente. Y luego, cuando la malaria la ataca y la postra, su horror llega al colmo ante la idea de que ella y los tres 141 D o m e s tic M a n n e rs o f th e A m e ric a n s , xxxiv (“Conclusions”), ed. Smalley, p. 404. Cf. la actitud de Lowenstern (1842), que admira a los norteamericanos, prevé que los Estados Unidos ejercerán “sur le bonheur du monde une heureuse influence”, y sin em­ bargo concluye: “mais je ne voudrais pas y vivre” ( L e s É ta ts -U n is e t la H a v a n e , p. 225). Sobre los prejuicios burgueses y moralistas de la Trollope, y sobre su snobismo y na­ cionalismo, véase la biografía de Eileen Bigland (la cual, sin embargo, la trata con simpatía), T h e In d o m it a b le M rs . T r o l lo p e , pp. 57, 83 y 196, y Stebbins, T h e T r o llo p e s , pp. 48-49 y 89. Por otra parte, tampoco le falta su punta de antisemitismo (D o m e s tic M a n n e rs , xn; ed. Smalley, p. 123), copiosamente desarrollado y teorizado en V ie n n a and th e A u s tria n s , Londres, 1837, vol. I, pp. 373-374, y vol. II, pp. 5-7 y 220-227. Es curioso, por otra parte, que esta “moralista” reproduzca, sin necesidad, un verso de la obscena G u e r r e des d ie u x de Parny (D o m e s tic M a n n e rs , xn; ed. cit., p. 274; cf. E. Pamy, O eu vres co m p lé te s , ed. cit., vol. I, p. 34). Pero el libro nacido de las desventuras económicas de la señora Trollope señaló el principio de su larga fortuna literaria. Entre sus tres docenas de novelas, todas ellas th re e -d e ck e rs , hay algunas que, por lo menos en tal o cual escena, se inspiran en su experiencia americana: I) T h e R e fu g e e in A m e r ic a (1832), “an artificial and stilted account of an English family in America, with much exaggerated sensibility and a priggish heroine” (Sadleír, T r o llo p e , p. 89; de esta misma heroína el norteamericano Smalley, ed. de D o m e s tic M a n n e rs , p. lxiv, dice que es “an American, an unspoiled, adaptable maiden”, etc.); 2) T h e L i f e a n d A d v e n tu re s o f J o n a th a n J e ffe rs o n W h itla w : o r Scenes o n th e M is s is s ip p i (1836; reimpresa en 1857 con el título de L y n c h L a w ), que se inicia con una medrosa descripción del enorme, tristísimo río, y pinta a Nueva Orleáns como la metrópoli horrenda del Esclavismo y de la Fiebre: ed. de París, 1836, pp. 1-2 y 180-181 (cf. Smalley, ed. cit., pp. lxvii-lxviii, y Stebbins, T h e T r o llo p e s , p. 78); .3) T h e B arn ab y s in A m e r ic a . (1843; cf. Smalley, p. lxxi); 4) T h e O íd W o r ld a n d th e N e w (1849; cf. Smalley, pp. Ixxii-lxxiii), etc.: véase Sadleir, T r o l l o p e , pp. 96, 102-103 y 403-405. 742 Véase L. B. Wright, C u ltu r e o n th e M o v i n g F r o n t ie r , pp. 92-95 y 104.,

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hijos de corta edad que la acompañan puedan verse condenados a acabar sus días “ in this hateful land that breathed fever and death” .143 Así, pues, no le hacía falta sino un pequeñísimo estímulo ocasional para dar público desahogo a sus sentimientos, y este estimulo se lo sumi­ nistraron los Travels in N o rth America in the Years 1827 and 1828 del capitán Basil Hall, una relación tan fuertemente satírica — no obstante que el autor viajó con toda clase de comodidades y fue recibido por la me­ jor sociedad— , que provocó una violenta y duradera reacción de la prensa y de la opinión norteamericana. En resumidas cuentas, H all declara que, no obstante su buena voluntad y la ayuda espontáneamente prestada por sus amigos norteamericanos, no habla podido descubrir en los Estados Unidos huella alguna de esa inteli­ gencia superior tan cacareada por sus escritores; y repetía que era un país viejo, por más que se creyera joven, hijo de una Europa de la cual rene­ gaba. Peor aún, era un país devastado en época remota por un diluvio glacial que descendió desde el Norte como un torrente y que lo arruinó y destruyó todo en su camino, arrancando de cuajo los bosques y dejando peladas las rocas, diseminando por todas partes informes peñascos y charcos de lagos en los zanjones abiertos con ciega violencia, y formando por últi­ mo con detritus y escombros, al llegar al mar, ese dique natural que es Long Island (!). Aunque H all se declara segurísimo de este cataclismo “ depauwiano” , basta su honradez para hacerle confesar su desilusión cuando no acierta a descubrir huella alguna de él en los montes Alleghanies, cubiertos, desgra­ ciadamente, de tupidísimos bosques. N o hay trazas del cataclismo, es ver­ dad, pero debe haberlas: el buen inglés confía en que algún miembro de una de las muchas sociedades “ filosóficas" que pululan en América se en­ cargará de hacer puntuales indagaciones sobre el asunto.144 N o consta que ningún norteamericano haya recogido la ambigua invitación de un crítico tan mal dispuesto. Hall, tory como Mrs. Trollope, es citado a menudo con muchos elogios en las Domestíc Manners.445 En realidad, más que de tory, H all toma 143 Véase Bigland, T h e In d o m it a b le M r s . T r o l l o p e , pp. 48, 56 y 110-111, y Lañe, W r ig h t , p. 27. Obsérvese la coincidencia, evidentemente casual, con la fórmula de Keats (s u p ra , pp. 432-434). Pocos años después describía Marryat con análogos acentos de horror el Mississippi, pútrida corriente de fango y malezas, fétida cloaca del continente (A D ia r y in A m e r ic a , vol. I, p. 166, y vol. II, pp. 91-92). Pero la historia de los coco­ drilos, según Mark Twain, no fue sino ingeniosa ocurrencia de un bromista que quiso tomarle el pelo a la Trollope (Smalley, ed. dt„ pp. 21-22, nota). 144 Hall, T ra v e ls in N o r t h A m e r ic a , vol. I, pp, 198, 241 y 265-268. 145 Hubo quien lo creyera el verdadero autor de este libro. Véase Sadleir, T r o llo p e , p. 86, y Smalley, ed. de D o m e s tic M a n n e rs , nota de las pp. 359-360. F.

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actitudes de reaccionario y patriotero: defiende largamente I4S l o s c a s tig o s corporales, encomia la cerrada disciplina de la Iglesia b r it á n ic a .» 114'3' y » des­ pués de visitar las famosas manufacturas de Lowell, d e c la r a m u y u fa n o que no pueden competir con los grandes centros industriales d e I n g l a t e r r a , como Manchester o Preston.143 Todavía resonaban los acentos de indignación contra el i n d i s c r e t o c a p i­ tán jubilado, cuando Mrs. T rollope abandonó los Estados U n i d o s ( j c ilio de 1831). Una vez redactado el libro, con base en sus d ia rio s , c o m p l e t a d o s con el relato de una larga gira a través de los estados de la c o s t a a t l á n t i c a , la señora se apresuraba a someter el manuscrito al ca p itá n H a l l , q u ie n , entusiasmado por el inesperado refuerzo que recibía su t e s i s , c o m b a t i d a hasta en Inglaterra por críticos liberales, no tardaba en c o n s e g u i r s u pu­ blicación.148 Para los fines de nuestra crónica, interesa sobre ciertas tesis biológicas características, y en general al como “ cantidad y no calidad” , o, mejor, cantidad de lidades. Los fenómenos naturales son allí grandiosos

todo s u a d h e s i ó n a c o n c e p to d e A m é r i c a malas y p é s i m a s cu a­ (com o s e h a . m e n c i o ­

nado ya), pero, por ejemplo, a la abundancia de los p r o d u c to s c o m e s t i b l e s no corresponde la bondad del más delicado de los alim en tos, l a f r u t a En todo el mercado de Cincinnati no hay un solo durazno, ni u n a l b a r i c o q u e , ni una ciruela; las fresas son mezquinas; las frambuesas, t o d a v í a p e o r e s ; l a s grosellas, incomibles; las uvas, ácidas; las manzanas, in d ig n a s d e a p a re c e r en una mesa inglesa; las peras y las cerezas, detestables. O t r o t a n t o t i a - y q u e decir de las flores. ¿Vicio del suelo o falla de quienes.lo c u l t i v a n ? ¡V a y a usted a saber! El hecho es que un señor que parecía e n t e n d e r d e l a s u n to le ha asegurado que en todo el estado de Ohio no hay ni f l o r e s n i fr u ta s indígenas.150 Pasemos a los seres humanos. Los indios son tal vez de o r i g e n

e g i p c i o , 151

146 T r a v e ls in N o r t h A m e r ic a , vol. II, pp. 87-102i 4z / b id ., vol. I, pp. 211-212. 148 I b id . , vol. I, p. 219. Sobre su influencia en Francia véase R em ond , L e s L l ts- T J n is devan t T o p in ió n frangaise, p. 278. 149 Bigland, T h e In d o m it a b le M rs . T r o l lo p e , pp. 118-119, 129 y 1 3 3 -1 3 4 ; v e r s io n e s ligeramente distintas en Pope-Hennessy, T h r e e E n g lis h W o rn e n , pp. 9 6 - 9 7 y 1 0 2 , en Sadleir, T r o llo p e , pp. 86 y 88-89, y en Smalley, ed. cit., pp. lvii-lxi; c f. t a m b i é n F a b ia n , A . d e T o c q u e v ille s A m e r ik a b ild , p. 9, nota 14. is» D o m e s tic M a n n e rs , vn; ed. cit., p. 61. Ya G. A. Thompson, a u n q u e n o “ d ep au ­ wiano”, había observado (1826) que los duraznos de Guatemala n o sor» c i é n in g u n a manera “equal to the peaches cultivated in the common gardens o£ E n g l a n d . . The delicious quality of what may be termed European fruits, found in t ír e s e c o u n t r i e s , lia s been greatly over-rated”, etc. (N a r r a tiv e o f an O f f i c ia l V is it to G u a t e m a l a , p p . 2 9 3 - 2 9 4 ) . mi D o m e s tic M a n n e rs , xxv; ed. cit., p. 272.

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— pero de éstos ha visto ella pocos. Los colonos de Kentucky son una raza espléndida, grandes y fuertes, pero de costumbres atroces, ladrones, amigos del trago y de proferir horribles palabrotas.152 Por otra parte, si los ame­ ricanos tienen, sin excepción, labios tan delgados y apretados, no se trata de un rasgo congénito de su fisonomía: se debe a su nauseabunda costum­ bre de mascar tabaco y escupir luego con fuerza el fétido jugo.163 A las mujeres, hermosísimas a menudo, les falta toda gracia: serán, si se quiere, las más espléndidas del mundo, pero ciertamente son las menos atractivas, y envejecen con ruinosa precocidad.154 Después de dos años de vivir en Cincinnati — que, no hay que olvidar­ lo, a pesar de su “ cultura” tenía todavía una sociedad mucho más caótica y en estado de mayor fermentación que las ciudades de la costa atlán­ tica155— , Mrs. T rollope queda encantada del aspecto de Washington y de Nueva York: rechaza las críticas hechas a la capital por no estar aún ter­ minada y prevé, atrevidamente, que Nueva York, algún día, se extenderá hasta cubrir toda la isla de M anhattan.. A 63 Pero la antipatía por las instituciones norteamericanas prevalece, y en­ cuentra un fácil desahogo en la antítesis, varias veces explotada, entre las

máximas de libertad y la existencia de la esclavitud — ¡estos americanos que con una mano agitan el gorro frigio y con la otra azotan a los pobres negros!— ,157 hasta que la antítesis misma se extingue y a la vez se'exacerba en el juicio de que la esclavitud de los negros es, después de todo, menos nociva para las costumbres que el igualitarismo de los blancos. Descen­ diendo a un caso particular, pero conspicuo, no menos estridente es la

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152 I b id ., iii;

ed. cit., pp. 17-18. 153 I b id ., xx; ed. cit., p. 234. Unas veinte veces —y nos quedamos cortos— denuncia la Trollope el vicio norteamericano de escupir en todas partes, hasta en el teatro y en los salones del Parlamento (véase el índice de la ed. de Smalley, donde por cierto faltan cuando menos otros tres lugares: pp. Ivi, 260, nota, y 330, nota). Ya Hall, T ra v e ls in N o r t h A m e r ic a , vol. II, p. 406, había afeado esta costumbre, sobreda cual abundan los testimonios. Bástenos aquí una significativa prohibición. Unos diez años antes, la Asamblea General del estado de Carolina del Norte había juzgado oportuno enmendar el b il í que consideraba delito toda ofensa a la estatua marmórea de George Washington esculpida por Canova, para añadir a los actos prohibidos el de escupir sobre ella (t o s p ií o n ) . . . (Fehl, "Th. Appleton and Canova’s Statue of George Washington”, pp. 536-537). 154 D o m e s tic M a n n e rs , xii y xxv; ed. cit., pp. 117-118 y 267; cf. Bremer, L a f i e de fa m ille , vol. I, p. 39; vol. II, pp. 331-332; vol. III, p. 283, etc.; Lowenstern, L e s É tatsU n is e t la H a v a n e , p. 174; Turner, A H is to r y o f C o u r t in g , pp. 188-189. Sobre la precoz senilidad atribuida a las mujeres americanas véanse ejemplos en Martin, T h . J e ffe rs o n : S cie n tis t, p. 201. “■ 1 5 5 “C’est la surtout —notaba un agudo observador contemporáneo— qu’il faut venir pour avoir une idee de cet état social si différent du nótre; á Boston, á New York, á Philadelphie, dans toutes les grandes villes du littoral, il y a déjá une classe qui veut jouir de la fortune et non la faire. Dans l’Ohio. .. on ne sait point ce que c’est encore que des classes supérieures, le péle-méle est complet. La société tout entiére est une manufacture!” (Tocqueville, V o y a ge a u x É ta ts -U n is , 1831, ed. cit., pp. 281-282; cf. ib id ., pp. 284-285 y 324, y Lowenstern, L e s É ta ts -U n is e t la H a v a n e , p. 238). Esto era precisa­ mente lo que desconcertaba y escandalizaba a Mrs.: Francés Trollope. i5s D o m e s tic M a n n e rs , xx y xxx; ed. cit., pp. 216 y 337. ¿Se habrá acordado de la página de su amiga Francés Wright? Cf. s u p ra , pp. 594-595.

antítesis entre el “ sofisma” del democrático Jefferson, según el cual “ los hombres nacen libres e iguales” (sofisma que, como es sabido, se encuentra en la base de la Declaración de Independencia), y la vida disoluta, irreli­ giosa, tiránica del propio Jefferson. La señora Trollope renuncia a “ criti­ car sus escritos” , pero no pierde ocasión de vituperar sus principios y su carácter.158 En los Estados Unidos la libertad es hipocresía, la democracia 157 D o m e s tic M a n n e rs , xx; ed. cit., p. 222 (cf. ib id ., n y !xxn; ed. cit., pp. 8-9, 14-15 y 247, y el prefacio a la 5? edición, ib id ., pp. 442-443). El mismo contraste, prueba fla­ grante de la hipocresía democrática, puede verse en Hamilton, M e n a n d M a n n e rs in A m e r ic a , vol. II, pp. 142-143; en Fanny Kemble (sobre un sacerdote esclavista: PopeHennessy, T h r e e E n g lis h W o m e n , p. 191, y cf. ib id ., p. 296); en Kürnberger, D e r A m e r ik a m ü d e , p. 392, y en muchísimos otros lugares (véase G. D. Lillibridge, ' B e a c o n o f F r e e d o m : T h e I m p a c t o f A m e r ic a n D e m o c r a c y u p o n G re a t B r it a in , 1830-1870, Filadelfia, 1955, pp. 111-113). Pero cf. ya el desprecio de Humboldt por esos colonos (venezolanos) que “con su Raynal en la mano maltratan a los esclavos” y, mientras “hablan con entusiasmo de la causa de la libertad”, venden “los niños de los negros cuando tienen apenas unos pocos meses de vida”: carta de Cumaná, 17 de octubre de 1800, en L e ttr e s a m é rica in e s (17981807), París, s. a. [1904], p. 87,- y en Bruhns, A . v o n H u m b o l d t , vol. I, p. 333. El fácil tópico se remonta por lo menos a Diderot (S u p p lé m e n t a u Voyage d e B o u g a in v ille , ed. Pléiade, p. 760, y O eu vres co m p le te s , vol. IX, p. 971), allí donde habla del misionero que desembarca en Tahití con una cruz de palo en una mano y una espada de acero en la otra; o incluso a Richelieu, de quien se escribió que tenía juntos en la mesa su breviario y su Maquiavelo (citado por Bertelli, R i b e l l i , li b e r t i n i e o rto d o s s i, p. 283). 158 D o m e s tic M a n n e rs , vil, xxn, xxiv, xxix; ed. cit., pp. 71-73, 244, 263-264 y 316-317 (¡donde critica justamente los escritos!); L i f e a n d A d v e n tu re s o f J. J. W h itla w , p. 208; Bigland, T h e In d o m it a b le M rs . T r o l lo p e , p. 89. Cf. Perrin du Lac, s u p ra , p. 430; Hamilton, in fr a , p. 619; y Marryat, A D ia r y in A m e r ic a , vol. I, pp. 251-252, y vol. II, p. 311. Sobre el probable origen británico (ca . 1800/1802) de las más soeces acusaciones contra Jefferson, adoptadas con gusto por los enemigos del partido demócrata y del presidente Jackson, véase Smalley, nota a la p. 72 de D o m e s tic M a n n e rs (el texto del injurioso artículo del inglés James Thomson Callender se reproduce en el J e ffe rs o n R e a d e r editado por F. C. Rosenberger, Nueva York, 1953, pp. 109-111). Véase también Peterson, T h e Jeffe rs o n Im a g e , pp. 181-187. Todavía en 1853 —"calomniez, calomniez, il en restera toujours quelque chose”— tenían eco estas insinuaciones en el teórico de las razas puras, Gobineau (Essai s u r l'in é g a lité des races h u m a in e s , vol. II, p. 532), obvia­ mente adverso lo mismo a los indios, turbia mezcolanza de razas (ib id ., vol. II, pp. 494 y 505), que a los ciudadanos norteamericanos, conglomerado de emigrantes heterogéneos (ib id ., pp. 535-536 y 538), y que; tampoco puede aguantarse las ganas de mencionar a

602

ÚLTIMAS FASES DE LA'POLEMICA

FRANCES TROLLOPE

es mentira; y, por lógico nexo, Thomas Jefferson, el apologista de la tierra de América y uno de los Padres Fundadores de la Unión norteamericana, es el último de los bellacos. Nada tiene de raro que en este punto la buena señora cite con entu­ siasta adhesión y aun transcriba treinta versos bien contados de aquella epístola al vizconde Forbes en la que Thomas Moore había resumido sus vituperios contra la república norteamericana y, en nota, contra su presi­ dente de entonces, Thomas Jefferson.159 Ciertamente se afana Mrs. Trollope en decir que no quiere lanzar juicios sobre la estructura política del país; que ella es simplemente una mujer deseosa de darnos sus impresiones sobre la vida social; y que América será grande también en las artes cuando se inspire en sí misma y deje de im itar a Europa.160 Sin embargo, su acri­ tud, su coherencia en la acritud, la estrechez de sus horizontes mentales y, como fruto de todo eso, la espontánea agudeza y acidez de sus intoleran­ cias, inspiran esa sonriente ferocidad, esa imperturbable suffisance, esa bri­ tánica self-assurance que fueron tan del gusto de sus compatriotas. El éxito de las Domestic M anners of the Americans fue, en efecto, in­ mediato y grandioso. Unas diez reimpresiones se agotaron en un año, e inmediatamente aparecía el volumen en traducciones al francés (1833), al holandés (1833), al español (1834) y al alemán (1835). Y si en Norteamérica suscitaba un legítimo escándalo,161 en Europa le abría a esta escritora los bastardos negros de Jefferson {ib id ., p. 532). Muy pocos años después influían sinies­ tramente en un severo critico de la Constitución norteamericana, LoTd Macaulay (véase W h a t d id M a c a u la y say a b o u t A m e r ic a ?

Text

of Four

L e tte rs

to

H e n ry

S.

R a n d a ll,

ed. H. M. Lydenberg, Nueva York, 1935, pp. 15, 25 y 27). Sobre los violentos ataques a los mojigatos, recelosos de las ideas científicas y antibíblicas de Jefferson, véase Bremer, L a V ie de fa m ille , vol. I, pp. 331-333, y vol. III, p. 312, y Martin, T h . J e ffe rs o n , pp. 236-240. isa D o m e s tic M a n n e rs , xxu; ed. cit., pp. 244-245; véase supra, pp. 425-426. (En la epís­ tola siguiente es donde Moore dice que Buffon y De Pauw son mucho más verídicos que Jefferson.) iso I b id ., v y xx; ed. cit., pp. 43 y 219-220 (y la bonita profecía de las pp. 430-431); pero la lectura de las novelas “americanas” autóctonas de Fenimove Cooper le provoca pesadillas atroces y horrendas visiones, para librarse de las cuales sigue esta cura: a ) una onza de calomel; b ) novelas de delincuentes civilizados y sentimentales (Bulwer Lytton); c ) novelas caballerescas (Walter Scott). i6i Sobre la reacción en- los Estados Unidos, y sobre el uso del grito “Trollope!” para llamar al orden en los teatros a los espectadores mal educados, véanse los ejemplos recogidos por Smalley, ed. de D o m e s tic M a n n e rs , nota de la p. 134, y G. P. Putnam, A m e r ic a n C u ltu r e (1845), en Rascoe, A n A m e r ic a n R e a d e r, pp. 293-294. Ya en 1835 Richard Cobden usaba el verbo t r o llo p iz a r en el sentido de "decir mal de los ameri­ canos”, e inmediatamente (1836) seguía su ejemplo el editor Harper (Wheatley, T h e L i f e o f H . M a r t in e a u , p. 174); "legs fl la T r o l l o p e " quería decir piernas apoyadas grosera-

603

novel de cincuenta y cinco años los salones más-intelectuales-de P a r í s y d e Víena, obtenía para ella la benévola consideración de todos l o s c o n s e r v a ­ dores, incluyendo a hombres de ía taíla de Metternich y C h a t e a u f o r i a n c l , * 62 era leído por el emperador (Nicolás I) y la emperatriz de t o d a s l a s R a x sias,163 pero irritaba a los espíritus liberales como L afayette164 y G i o v a n n i mente sobre la mesa (Tryon, A M i r r o r f o r A m e r ic a n s , p. 306: Nueva O r le á n s ) ; y e n 1841, refiriéndose a la sátira que James K. Paulding había hecho de los v ia j e r o s i n g l e s e s en los Estados Unidos (J o h n B u l l in A m e r ic a , 1825), Eugéne Vail decía q u e e s t a b a escrita “dans le style t r o llo p is t e ” (D e la li t t . des É ta ts -U n is , p. 317). Viceversa, un r e p ó r t e r de Nueva York visitaba la ciudad de Cincinnati i n m e d i a t a ­ mente después de la publicación del libro, y, txas ponderar la cultura y e l r e f i n a m i e n t o de sus habitantes, agregaba que “the picture of life and manners here by a n e x c e e d i n g l y clever English caricaturist has about as much vrai-semblance as ir the b e a u x a n d . b e l I e s o í Kamschatka had sat for the portraits” (Ch. F. Hoffman, A W in t e r i n th e W e s t, Nueva York, 1835, reimpreso en Tryon; A M i r r o r f o r A m e ric a n s , p. 553; v é a s e t a m b i é n Marryat, A D ia r y in A m e r ic a , vol. I, pp. 169-170). Otros testimonios: Francés Trollope, V ie n n a a n d th e A u s tria n s , vol. I I , p . 4 0 7 ( “ i f I show myself in the Western world, I shall by promptly executed by L y n c h . l a w ” ) ; Frederika Bremer, a quien se negó el embarco en un velero norteamericano p o r q u e s e sospechaba que, siendo una escritora europea, escribiría malignidades p o r e l e s t i l o de las de Francés Trollope o de Dickens (L a V ie de f a m ille , vol. I, pp. 266-267); A n t h o n y Trollope, A n A u to b io g r a p h y , pp. 21-27; Sadleir, T r o l lo p e , A C o m m e n t a r y , p p . 1 0 1 - 1 0 3 y 225; Pope-Hennessy, T h r e e E n g lis h W o m e n , p. 163; Bigland, T h e I n d o m i t a b l e A A C r s . T r o l l o p e , p. 142; Smalley, ed. cit., pp. viii-x; y Frederick William Shelton, T h e T tr o llo p ia d , o r , T r a v e llin g G e n tle m e n in A m e r ic a : A S a tire by N i l A d m i r a r i , N u e v a Y ork, 1837. Todavía en 1883 Mark Twain se ponía a eliminar de su L i f e o n M i s s i s s i p p i t o d o s los pasajes que había escrito allí en defensa de la honradez, del candor y d e l a e x a c ­ titud de “Dame Trollope” (Smalley, ed. cit., p. v; cf. ib id ., p. xii). H a cia 1 9 7 0 c i e r t o profesor norteamericano la definía así: "Francés Trollope was the *** o f a l l t í m e ” , y le sugería a una biógrafa inglesa no perder su tiempo ocupándose de e l l a ( M a r g a r e t Lañe, F ra n cés W r ig h t a n d th e “ G re a t E x p e r im e n t ” , p. 1). Esta “dame t r é s - r e s p e c t a f c > le ” no vio casi a nadie en los Estados Unidos, pero escribió de todos modos “ u n l í v r e o u trageant, qui a charmé en Europe les vanités aristocratiques au Service d e s q u e l l e s e l l e se trouvait assez singuliérement enrólée” (Ampére, P r o m e n a d e en A m é r i q u e , v o l . I, pp. 207-208 y 216). is 2 El cual la cita como “Mrs. Troloppe” en los M é m o ir e s d ’ O u t r e - T o m b e , e d . c i t . , vol. I, p. 345. Por el contrario, como es natural, los w h ig s y los liberales p o n í a n a l a autora en ridículo: véase Remond, L e s É ta ts -U n is d e v a n t l'o p in io n f r a n g a i s e , p p . 2 7 3 (la E d in b u r g h R e v ie w ), 276-277, 716 y 720 (réplicas de Jouffroy y de o t r o s f r a n c e s e s ) . Sobre la reacción del italiano Berchet véase in fr a , nota 165. Réplicas d e v i a j e r o s i t a ­ lianos a la Trollope, a Dickens, a Marryat y a otros, en A. J. Torrielli, I t a l i a n O p i n i ó n o n A m e r ic a , as R e v e a le d by Ita lia n T ra v e le rs , 1850-1900, Cambridge, Mass., 1 9 4 1 , p p . 14, 23, 224 y 256. Michel Chevalier detectaba agudamente en su aristocratism o b r i t á n i c o la venenosa raíz de su malhumor (L e ttr e s s u r l ’A m é r iq u e d u N o r d , vol. I, p p . S 1 3 y 3 1 5 ; vol. II, p. 17). 163 Bremer, L a V ie de fa m ille , vol. I, pp. 261-262. 184 Cf. Lañe, F ra n cés W r ig h t , p. 39.

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STENDHAL

Berchet,165 y llegaba a influir en escritores como Tocqueville, Proudhon166 y Stendhal. La autora, en cambio, parecía casi olvidar, o querer que la gente olvi­ dara, el escandaloso libelo que tanta notoriedad le había dado. En su libro sobre Viena y los austríacos (1837) prácticamente no se menciona para nada a América: de una cascada del Salzburgués se dice que es superior a todas las cascadas de América, con excepción del N iágara;167 un frío excep­ cional le hace recordar las heladas del Potomac,168 y a los americanos les reprodha el dedicarse a las luchas políticas olvidando las diversiones sanas y despreocupadas.169 La sociedad de Viena es comparada únicamente con la de otras grandes ciudades europeas, como Londres y París. La Trollope parece casi avergonzarse de haber pertenecido a la society de una Cincin-

líente en esta señora de nombre peligroso, y quizá por ello tanto más pu­ ritana (Mrs. Trollope = Madame la Trainée)— , que cubría su ejemplar de anotaciones marginales171 y el día siguiente, 10 de septiembre, le pedía a su amigo Colomb que le comprara (con descuento) otro libro de la T r o l­ lope, sobre las “ Belgium Manners” .172

604

nati. A l mismo tiempo se acentúan sus tendencias reaccionarias, que la llevan a una curiosa apología de las amenidades del Spielberg, prisión, sí, pero cuyos presos están bien cuidados y bien alimentados, gozan de aire bueno y de un saludable ejercicio físico, etc.170

Ecos

de

M rs. T rollope : filo americanism o y antiamericanismo de Stendhal y de Jacquemont

Stendhal no es un interlocutor en nuestra polémica. Más que ignorar los problemas de la naturaleza americana, se desinteresa de esas cosas. Pero la vivacidad de sus reacciones al libro de Mrs. Trollope nos obliga a una breve digresión ilustrativa. Las Domestic M anners of the Americans, aun­ que ya traducidas al francés (París, 1833), eran leídas en inglés por Stendhal del 6 al 9 de septiembre de 1834. Y era tal la impresión que le produ­ cían, a él tan incapaz de sufrir el materialismo americano, pero más into­ lerante aún del cant británico — del cual encontraba un ejemplo sobresa­ l í Berchet conoció a Mrs. Trollope en Badén, y tuvo que fungir como intérprete suyo en una conversación con señores de la nobleza (presumiblemente reaccionarios) a quienes ella “deleitaba”. Su juicio es lapidario: “parmi donna corrispondente al libro che ha scritto (piuttosto volgare)” (carta del 8 de agosto de 1833, en sus L e tte r e alia m a rckesa Costanza A r c o n a ti, ed. R. van Nuffel, Roma, 1956-1962, vol. II, p. 10). Tommaseo pone su nombre al comienzo de la lista de unas noventa personalidades a quienes conoció en París, añadiendo al final: "veggo pochíssima gente”. .. (carta del 29 de junio de 1836, en sus O p e re , ed. A.. Borlenghi, Milán-Nápoles, 1958, p. 942). 166 Proudhon, L a G u e rre e t la P a ix , vol. I, p. 74. 167 F. Trollope, V ie n n a a n d th e A u s tria n s , vol. I, p. 171., 1

Con todo, los Estados Unidos son un país “ plus parfait p o u r

. . . ■•

e x c ite r q u i

l ’a

vu. L ’ensemble des mceurs américaines me déplait” . Los vicios d e l g o b i e r n o se imputan a la sociedad, en la cual dos cosas irritan p a r t i c u l a r m e n t e a

y

Jacquemont: la intolerancia religiosa y la general ignorancia

puritainsF’ 216 Si fuera un periodista de la

Compagnie,

¡cóm o

fa lta

s im p a tía

se

e le

ces

b u r la r ía

de la tolerancia religiosa de los americanos! M ucho m ejor la r e l i g i ó n pea que aburrirse durante cincuenta y dos domingos al h ilo.217 E l

de

eu ro ­

fa n a tis m o

sectario invade todos los ambientes: “ La B ible me semble étre l e

flé a u - d e

FAm érique.” 218 ' _ N o menos punzante es Jacquemont cuando habla de la c u l t u r a

n o rte ­

americana. “ L e plaisir de Fétude est á peu prés inconnu en A m é r i q u e . ” Los periódicos son insulsos: sería m ejor que los n o rte a m eric a n o s ran a leer el

Commentaire sur Montesquieu,219 Y

se

p u s ie ­

en cuanto a la s s o c i e d a d e s

eruditas o literarias, no valen absolutamente nada.220 En las t e r t u l i a s ,

lo s

norteamericanos “ sont esclaves... lis ont Fair de s’y ennuyer á p ó r i r

e t

c e la

doit étre, vu ce qui s’y d it” .221 Desde el punto de vista i n t e l e c t u a l ,

N u e v a

York “ est plus m iséra b le... que Pontoise ou M elu n ” . Esos n o r t e a m e r i c a n o s son seres repelentes: “ Dégoütants! Dégoütants! C ’est honte d’e n

p a r le r :

animaux sont au-dessous de la critiq u e. . . M on D ieu! m o n s ie u r ,

ces

q u 'o n

d’ esprit á París.” 222 L a gente es amorfa, sin la m enor c a r a c t e r í s t i c a

2i4 ib i d . , vol. i, p. 313. sis Stendhal, C o rre s p o n d a n c e , ed. Pléiade, vol. II, p. 817; Jacquemont, J L e t t r e s S te n d h a l, pp. 40 y 170; Picavet, L e s Id é o lo g u e s , p.. 487; pero en los E stad o s U n id o s nombre de Franklin es tabú, “parce que c’est celui d’un infidéle” (Maes, L X t i A m i S te n d h a l, p. 89, nota; Míchel y Laissus, "Jacquemont et Stendhal”, p.. 72). 216 Jacquemont, C o rre s p o n d a n c e in é d ite , vol. I, pp. 156-160. 2ir I b id ., vol. I, pp. 137-138 y 310; L e ttr e s a C h a r p e n tie r , p. 166; a r t í c u l o s noísy y de Brown en el vol. J a c q u e m o n t, p p . 134, 371 y 392-396.

vol. I, pp. 221-223;

a

el d e

c íe V ille .. ...

218 C o rre s p o n d a n c e in é d ite , vol. I, p. 158. "C’est la Bible qui les rend h y p o c rite s sérieux comme ils sont, les Anglais” (L e ttr e s á C h a rp e n tie r, pp. 108, 164. y 1 S S - 1 S 9 ) . 219 Véase s u p ra , p. 606, nota 179.

220 C o rre s p o n d a n c e a vec sa f a m ille ,

a

n a c io -

C o rre s p o n d a n c e i n é d i t e ,

et

v o l. I,

pp. 166-170. pp. 1S9-19Ó. vol. I, pp. 141-142; artículo de Chinard e n J a c c f u e m o n t , p p . 142 y 184. Sobre los espirituales placeres de París véase también J a c q u e m o n t ; J L e t t r e s a C h a rp e n tie r, pp. 28, 34, 53, 103, 107 y 166. Los norteamericanos son in c a p a c e s d e 221 L e ttr e s á C h a rp e n tie r,

222 C o rre s p o n d a n c e in é d ite ,

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nal: “ nulle population n’est aussi antipittoresque” . Los Estados Unidos son “ un libre et ennuyeux pays” .223 Con todo esto, todavía unos pocos meses antes de su muerte se apode­ raba de él, una vez más, la curiosidad de analizar esa atrayente y monstruo­ sa comunidad: le gustaría — escribe—- estar de embajador en Washington: “j ’aimerais á rester quatre ou cinq ans aux États-Unis pour parfaitement bien connaitre le mécanisme de cette société singuliére et ses mceurs na'tionales, et en faire un tableau fidéle pour les gouvernements et les gouvernés de l ’Europe. Cet ouvrage serait trés-utile” . N o es, naturalmente, que espe­ rara llevar una vida placentera en Washington; en verdad, nadie experi­ menta placer en estar oliendo las carroñas que a veces hay que disecar, “ et pourtant la dissection de cette charogne m’intéresse excessivement” .224 Raras veces se han expresado acerca de los Estados Unidos juicios tan agrios y severos: más de una vez nos vienen a la memoria las sentencias de De Pauw sobre los degenerados y reblandecidos americanos. Tanto más sorprendente, por eso, es que Jacquemont, a diferencia (por ejemplo) de Lenau, y de cuantos habían buscado en la naturaleza muelle de América la justificación de vicios y debilidades de los americanos, esté todo el tiempo exaltando la belleza, la fuerza, la exuberancia de la naturaleza americana, en el Norte, en el Sur y sobre todo en el Centro. Ciertamente carece de charme ,225 o sea de esa calidad “ pintoresca” , de ese carácter hu­ mano que tanto había saboreado Jacquemont en Suiza y en el Lago Maggiore. Pero es poderosa y sublime: admirables son el Lake George, como también la isla de Santo Domingo y la selva de Haití,226 los bosques de los Estados Unidos durante el mágico Indian Summer,227 y naturalmente la soberbia bahía de R ío de Janeiro,228 frente a la cual contrapone Jacque­ mont explícitamente el esplendor de la naturaleza tropical a la espantosa apreciar el genio de Canova (Chinará, en J a c q u e m o n t, p. 193). Ci Stendhal, C o rre s p o n ed. Pléiade, vol. II, p. 825. 223 Jacquemont, C o rre s p o n d a n c e in é d ite , vol. I, pp. 175 y 343. Más común es su con­ dena de la avidez de dinero de los norteamericanos. 224 Xbid., vol. II, pp. 229-230 (carta del 18 de junio de 1832). Otra defensa de la “disección’' en Maes, U n A m i de S te n d h a l, p. 148. Sobre el proyecto de libro véase tam­ bién L e ttre s á C h a rp e n tie r, pp. 171 y 181 (1827), y Chinard, en J a c q u e m o n t, pp. 195-196. 225 “Lettres inédites á Sutton Sharpe”, p. 704; Maes, U n A m i de S te n d h a l, p. 2S9. De las Antillas: “cette belle nature a paru peu poétique” (Chinard, en J a c q u e m o n t, p. 156; de Río de Janeiro: ib id ., p. 176). 226 C orresp on d a n ce a vec sa ja m ille , vol. II, p. 75. "Je suis resté á peine plus de tvois mois á Haití, mais ce pays me sera cher á jamais” (Chinard, loe, c it., p. 154). 227 C orresp on d a n ce avec sa ja m ille , vol. II, p. 245. 22S Ib id ., vol. I, p. 27; vol. II, p. 245. “II nous peint fort bien Rio de Janeiro”, dice Stendhal, C o rresp on d a n ce, ed. Pléiade, vol. II, p. 165.

da nce,

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anarquía del gobierno y de la sociedad del Brasil: “ Est-ce une nation que cela?” 229 N o: es “ un pays pour lequel la nature avait tout fait, et que les hommes ont gáté, ruiné irréparablement” .230 Extraordinaria coincidencia: justamente esa misma doble reacción, un buen medio siglo antes, había provocado R ío de Janeiro en un criollo ca­ lavera, Évariste Parny, también él muchacho de veinte años, también él de camino a la India pasando por la isla de Bourbon (hoy Mauritius) y obli­ gado por la necesidad de agua y por el escorbuto a hacer escala en el Brasil: “ Ce pays-ci est un paradis terrestre... mais á tous les avantages il en manque u n ..., c’est la liberté: tout est ici dansTesclavage..., les colons sont mécontents et fatigués de leur sort.” 231 Y ni más ni menos que como Parny, nuestro Jacquemont registrará su sorpresa y su deleite por la feraz vegetación de los trópicos,232 por esa flora explosiva que, veinticinco años después de Parny y veintiocho antes de Jacquemont, entusiasmaba a Alexander von Humboldt. Y en efecto, repite Jacquemont, la América descrita por Humboldt es lo más hermoso que hay en el mundo.233 L o más curioso es que esta admiración, lejos de entibiarse cuando Jac­ quemont atraviesa a lo largo y a lo ancho la India fabulosa, lo que hace es volver a encenderse hasta echar llamas. Los hombres y la naturaleza de América resplandecen en el recuerdo y en la confrontación. Antes de em­ barcarse a Asia, el breve viaje a América le parece “ une utile préparátion á ce voyage dans 1’Inde” .234 Para elogiar a Lord Bentinck, gobernador ge229 Jacquemont, C o rre s p o n d a n c e a v e c sa J a m ille , vol. I, p. 30; c£. también pp. 49-50, y vol. II, p. 95; C o rre s p o n d a n c e in é d ite , vol. II, pp. 213-220. Todas las demás naciones latinoamericanas se hallan en las mismas condiciones y caerán en la despoblación y en la miseria (C o rre s p o n d a n c e a vec sa ja m ille , vol. I, pp. 28-29; C o rre s p o n d a n c e in é d ite , vol. II, pp. 24, 114 y 182). 230 Chinard, en J a c q u e m o n t, p. 175. 231 Parny, O eu vres c o m p le te s , vol. II, p. 338; sobre los esclavos negros, ib id ., pp. 347348; ironía sobre Raynal, ib id ., p. 360. 232 Jacquemont, C o rre s p o n d a n c e in é d ite , vol. I, p. 99. Sobre el “luxe fatigant de la végétation” tropical, L e ttr e s a C h a r p e n tie r , p. 209. 233 C o rre s p o n d a n c e a vec sa J a m ille , vol. I, pp. 224-225. Por lo demás, al igual que Humboldt (c£. s u p ra , p. 515), Jacquemont se siente extraordinariamente bien en los trópi­ cos (C o rre s p o n d a n c e in é d ite , vol. I, pp. 105, 109-110 y 114; Maes, U n A m i de S te n d h a l, pp. 283 y 285-287). Por Humboldt, con quien está en correspondencia ( C o rre s p o n d a n c e in é d ite , vol. I, pp. 239-244 y 257-258; Maes, o p . c it., p. 354), Jacquemont siente al mismo tiempo una gran admiración científica y un completo desprecio moral y literario: su libro sobre el Asia central es ilegible, y el autor un gran hombre desde luego, pero “le plus fie££é charlatán que je connaisse” ( C o rre s p o n d a n c e in é d ite , vol. II, pp. 240-241; L e ttre s a C h a r p e n tie r , pp. 31, 40-44, 73, 148 y 169). C£. el artículo de Théodoridés en .el.vol. J a c q u e m o n t, pp. 218-219. 234 L e ttr e s á C h a rp e n tie r, p. 179. De Haití escribe: “je fais ici la plus heureuse expérience du climat sous lequel je dois aller vivre plusieurs années” (ib id ., p. 199).

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ñera! y amigó suyo, Jacquemont rio halla cosa mejor que compararlo con Franklin y con los cuáqueros;235 Y en cuanto a la naturaleza, “ les Jungles ne sont qu’une píate caricature des foréts viergés de Saint-Domingue et du Brésü” .236 El paisaje de Cachemira no vale nada.237 La isla de Salsette (no lejos de Bombay) no puede compararse ciertamente con la de Cuba.233 A cada paso acude Jacquemont a las maravillas americanas para afear la naturaleza del Viejo Mundo. A la vista del Himalaya — cadena de fas­ tidiosa monotonía— exclama: “ Oh, que j ’envie á M. de Humboldt ses Cordilléres, ses ierres vierges comme i 1 n’y en a plus.” 239 Por vasto y variado que sea el mundo, “ Ies majestueuses solitudes de Saint-Domingue... seront toujours pour moi le type idéal de la nature équinoxiale. J’ai vu le Brésil depuis; il n’est pas moins admirable, mais il ne m’a pas fait éprouver la méme impression de surprise et de tendresse” . También los bosques de la América del Norte, aunque monótonos sin duda, son sublimes y poéticos.240 En cambio, comparada con Haití, “je ne trouve dans l’Inde ni grandeur, ni gráce, ni originalité” .241 Sobre los indios de Norteamérica, los pieles rojas, no se hace sin em­ bargo ilusiones. Suspira al meditar en su exterminio — “ la découverte de Colomb a été bien fatale á une grande partie du genre humain!” — ,242 pero hay que adinitir que eran refractarios a la civilización occidental.243 En definitiva, su juicio global acerca del continente americano se acerca mucho a la tesis del “paraíso habitado por diablos” ,244 la tesis aceptada por Volney 235 Chinará, en J a c q u e m o n t, pp. 193-194; Brown, ib id ., p. 389. 23« C o rre s p o n d a n c e in é d ite , vol. I,'pp. 347 y 371; vol. II, p. 332; Maes, U n A m i de S te n d h a l, pp. 415 y 421; Chinará en J a c q u e m o n t, pp. 154 y 157-158; J. F. Leroy, ib id ., pp. 323-324. 237 C o rre s p o n d a n c e in é d ite , vol. II, p. 99. Un lago de Cachemira "ferait honte aux Alpes” (Stendhal, C o rre s p o n d a n c e , ed. Pléiade, vol. II, p. 878); cf. Maes, U n A m i de S te n d h a l, p. 499; y Brown en J a c q u e m o n t, p. 413. 238 C o rre s p o n d a n c e in é d ite , vol. II, p. 271. 239 I b id ., vol. I, p. 372; cf. vol. II, p. 28; Trahard, L a •Jeunesse d e P . M é r im é e , vol. II, pp. 265-266; A. Lombard en J a c q u e m o n t, p. 300; Brown, ib id ., pp. 413-414. 2*0 C o rre s p o n d a n c e in é d ite , vol. I, p. 348; c£. Maes, U n A m i de S te n d h a l, p. 291 Pero “les rívages du Jersey”, al primer golpe de vista, le parecen “plats, sablonneux et stériles”; “cette scéne désolée était enlaidie par la main des hommes” (Maes, o p . c it., pp. 253-254), ................. 241 Chinard, en J a c q u e m o n t, p. 158; Brown, ib id ., p. 413. 242 C o rre s p o n d a n c e in é d ite , vol. I, p. 193. 243 ib i d . , vol. I, p. 119. Jacquemont está siempre firmemente convencido del valor ejemplar de la civilización europea. Há visto las “maravillas” de Delhi, Agrá, etc., y comenta oblicuamente; “Ah! le grand peuple que nous sommes, nous autres Européens!” (ib id ., vol. I, p. 361). Cf. el prefacio del vol. J a c q u e m o n t, p. 12, y, allí mismo, los artículos de P. Josserand, p. 87, y de Brown, pp. 406-408. Véase también s u p ra , p. 611. 244 Véase s u p ra , p. 425.

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y por Thomas Moore (dos de sus autores preferidos),245 y acogid a t a m b i é n , en el fondo, por nuestra Francés Trollope.246 Y de hecho, cuando en Poona, provincia de Maharashtra, e l d u e ñ o d e la casa en que se aloja, “ un Anglais tres continentalisé et d 'o r i g i n e f r a n ­ jarse, huguenot des Cévennes” , le da a leer una noche, después d e l a cerra , cierta recientísima novedad, “ un petit livre fort spirituel de m is tre s s T r o l ­ lope sur les Américains: Domestic Manners of the Americans ” , J a c q u e m o n t se divierte enormemente al encontrarse de nuevo con los n o r t e a m e r ic a n o s a quienes conoció cinco años antes: “ ce sont souvent des ca rica tu res, m a i s qu’elles ressemblent! L e livre me parait délicieusement écrit. T o u t e s le s inductions antirépublicaines de cette vieille dame ne sont pas é g a l e m e n t logiques; mais certainement tous les faits qu’elle raconte sont d ’u n e v é r i t é parlante pour nous autres qui avons vu ce pays-lá. IÍ me semble r e c o n n a i t r e tous mes amis de l ’autre cóté de l’Atlantique. Lisez ces deux p e tits v o l u m e s si vous en avez le moyen” ,247 — repitiendo así, a distancia de c u a t r o m e s e s , el rápido consejo que ya había dado, recién terminada la lectu ra d e l l i b r o , a una prima suya, en apoyo de la tesis de que las mujeres n o r t e a m e r ic a n a s , encerradas en una especie de casta, viven aisladas de los varones d e s d e t o d o s los puntos de vista: “ Lis un livre anglais en deux volumes: D o m e s ti c M a n ­

ners o f the Americans, by mistress Trollope.” 248

A n t h o n y T r o l l o p e e n l o s E s t a d o s U n id o s

Algunos ecos del libro de Mrs. Trollope se encuentran ig u a lm en te, c o m o no podía ser menos, en los tres volúmenes que su h ijo A n th o n y e s c r i b i ó acerca de los Estados Unidos después de visitarlos en los c o m ie n zo s d e l a guerra de Secesión. Su objetivo, meditado durante muchos años, e r a c o r r e ­ gir y al mismo tiempo completar el cuadro dejado por su m a d r e .249 C a s i 245 P e r o e l “perfume oriental" de t a l l a R o o k h , de Moore, iio era su “h o b b y h o r s e ” (“Lettres á Sutton Sharpe”, p. 704). Sobré lo que Jacquemont piensa de V o ln ey cf. M a.es, U n A m i d e S te n d h a l, p. 280. Sobre sus relaciones con los id é o lo g u e s véanse las p r e c io s a s páginas de Picavet, Les Id é o lo g u e s , pp. 479 y 484-489. 24s Véase s u p ra, pp. 596-597. 247 C orre s p o n d a n ce in é d ite , vol. II, pp. 272-273 (carta del 13 de octubre d e I 8 S 2 a Joseph de Hezeta, en Calcuta). Maes, U n A m i d e S te n d h a l, p. 534, no dice n a d a a c e r c a de ese inglés. Quizá pudiera identificarse con un tal Mr. Shortreed, “un h o m m e d ’u n e intellígence supérieure..., mais un puritain fanatique, l’áme desséchée par s o n h o r r ib le bibie”, de quien escribe al salir de Poona (Maes, o p . c it., p. 541). 248 C orre s p o n d a n ce avec sa fa m ille , vol. II, p. 325 (carta del 7 de ju n io d e 1 8 3 2 a M.He Zoé Noizet de Saint-Paui), 249 Mrs. Trollope vivía aún, en Florencia, pero su razón se había ap agado y a ca si

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todo lo que ella ha dicho es verdadero, y valía la pena que se dijera. Pero era una mujer, se interesaba sólo por la vida social y doméstica, y (dice también él) no se ocupó de las instituciones políticas ni de sus consecuen­ cias: él, en cambio, Anthony Trollope, es un hombre, e intentará hacerlo, aunque conoce sus limitaciones: haría falta un Tocqueville.250 A decir verdad, un Tocqueville ya lo había habido, y no hacía falta otro. Por lo menos, Trollope, que quiere escribir un libro ligero y divertir al gran público, no dice nada que pueda sustituirse a la Démocratie en Am.érique. Sin embargo, paradójicamente, el resultado de sus indagaciones, en el cual han influido también sus prejuicios acerca de la esclavitud y la secesión, así como la disposición antibritánica de los estados norteños, los únicos que llegó a visitar, viene a confirmar, en sus grandes líneas, el diag­ nóstico de la madre. Parece casi hacerse eco de sus palabras251 cuando escribe: “ I do not like the Americans of the lower orders” , aunque luego añada: “ but I respect thern” ; 252 o bien: “ I do not like the W e s t... I do not love the Westerners. T h ey are dry, dirty and unamusing.” 253 Así, no obstante que se entusiasma ante la espectacular naturaleza del Green River o del alto Mississippi, al que encuentra enormemente superior al R in,254 tiembla de horror entre las márgenes pestilenciales del medio Mississippi255 por completo. Cuando le dijeron que su hijo Anthony había emprendido un viaje a América, “Anthony! —exclamó—, who is Anthony and where, pray, is America?” (Bigland, T h e In d o m it a b le M rs . T r o l l o p e , p. 212). El estallido de la guerra civil hacía más difícil la investigación, pero era “an occasion on which a book might be popular” (A. Trollope, A n A u to b io g r a p h y , p. 147), —ocasión que Anthony, siempre tan alerta a las ganancias que le dejaban sus libros, no quería ciertamente dejar escapar. Sobre sus fuentes, véase la introducción de D. Smalley y B. A. Booth a su edición de N o r t h A m e ric a , Nueva York, 1951, p. x. Sobre la historia del libro véase Stebbins, T h e T r o l lo pes, pp. 189-190, y todo el capitulo significativamente intitulado “American Manners — Revised Versión, 1861-1862”, ib id ., pp. 191-209. 260 A- Trollope, N o r t h A m e r ic a , vol. X, pp. 2-3; A n A u to b io g r a p h y , pp. 22, 30 y 147. Véase s u pra, p. 597. 252 N o r t h A m e ric a , vol. II, p. 89. 253 Carta a Rate Field, desde Cairo (“the dirtiest place in the World”), publicada en Sadleir, T r o l lo p e , A C o m m e n ta ry , p. 233. La naturaleza quería hacer de él, Trollope, un americano, y hubiera sido un buen americano, “yet I hold it higher to be a bad Englisbman, as I am, than a good American, —as I am not” (ib id ., p. 2S6). 254 N o r t h A m e ric a , vol. I, pp. 214-215; vol. II, p. 307. Su madre había juzgado el Hudson superior al Rin y al Danubio (D o m e s tic M a n n e rs , xxxiv; ed. cit.. pp. 402-403, nota). La misma comparación (el Hudson mejor que el Rin) se lee en Lowenstern, Les É ta ts -U n is c t la H a v a n e , pp. 41-42 (cf. ib id ., pp. 52-53, y, para algún otro aspecto, Ampére, P ro m e n a d e en A m é r iq u e , vol. I, p. 315). Véase también s u p ra , p. 459, nota 184 (Mrs. Trollope, Frederika Bremer, etc.). ■ 255 “Fever and agüe universally prevail. Men and women grow up with their lantern faces like spectres. The children are prematurely oíd; and the earth which is so fruitful

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y desgarra con gusto feroz la imagen convencional que los ingleses se for­ maban de las grandes selvas vírgenes, como mágicos bosques de las Ardennes: “ but these forests are not after tliat fas'hion; they offer no allurement to the lover, no solace to the melancholy man o f thought. T h e ground is deep with mud, or overfiown with water. T h e soii and the river have no defined margins. Each tree, though fu ll of the forms o f life, has all the appearance of death. Even to the outward eye they seem to be laden with agüe, fever, sudden chills, and pestilential malaria” .256 Finalmente, sobre los malos modales de los americanos y más aun de las americanas, Trollope es despiadado.257 Los primeros escupen, se están jactando todo el tiempo de “ our glorious institootions, sir” , pero tienen leyes absurdas sobre los derechos de autor y maltratan brutalmente a los trabajadores.258 U n americano, haciéndose eco inconsciente de las estocadas polémicas del padre Clavigero, le echa en cara a Inglaterra, no tanto el estar bajo el yugo de una “ sanguinaria tirana” , cuanto el no poseer horta­ lizas comestibles. “ N o vegetables in England!” L a acusación, fundada en la falta de la calabaza (squash), provoca en T rollo p e una indignación bas­ tante cómica; y es delicioso ver cómo vuelca sobre el cuitado toda una carretada de legumbres y verduras surtidas, veintitantas variedades de “ ve­ getables” , — ¡y eso sin contar las berzas, que se dan todo el año, ni las is hideous in its fertility” (N o r t h A m e r ic a , vol. II, p. 286). También el joven Rothschild, sirviéndose de una metáfora vegetal, decía (1860) que los Estados Unidos eran como una fruta marchita antes de madurar (A C asu a l V iew o f A m e r ic a : T h e H o m e L e tte r s o f S a lo m ó n de R o th s c h ild , 1559-1861, Londres, 1962, p. 46). 25* N o r t h A m e r ic a , vol. II, p. 295. Cf. Tocqueville contra Chateaubriand, s u p ra, p. 444, nota 132. 25t Adviértase, sin embargo, que en sus novelas los personajes americanos están vis­ tos de ordinario con simpatía (cf. W. Thorp, T r o l l o p e ’s A m e r ic a , en T w o Addresses D e liv e re d to M e m b e rs o f th e G r o lie r C lu b , Nueva York, 1950); que en Boston encuentra una “galaxia” de grandes hombres ( N o r t h A m e r ic a , vol. III, p. 68 ), y que de vez en cuando tiene curiosos “arrepentimientos” (por ejemplo, vol. III, p. 256). Él mismo, por lo demás, declara que su libro es “tedious and confused” y sin valor informativo (A n A u to b io g r a p h y , pp. 149 y 151), un “attempt... n o t... altogether successful” (citado por Sadleir, T r o llo p e , p. 235). 25S N o r t h A m e r ic a , vol. I, pp. 190-191 y 316-317. La ley sobre el c o p y r ig h t , o, mejor dicho, la situación de hecho por la falta de toda ley protectora, es injusta para los ingleses y nociva para los americanos: ib id ., vol. III, pp. 242-247. No obstante sus cau­ telas, Trollope se vio defraudado (“cheated”) hasta en sus derechos de autor sobre N o r t h A m e ric a (!) (Smalley y Booth, introd. a su ed. de N o r t h A m e r ic a , pp. xxív-xxv). Más tarde (1868) Trollope se ocupó, por encargo del Foreign Office, de negociar un acuerdo anglo-americano sobre el c o p y r ig h t ; y, al hablar del asunto en su A u to b io g r a p h y (pp. 280288; cf. Sadleir, T r o l lo p e , pp. 282-283), pronuncia un juicio severo, pero más equilibrado, sobre la inmoralidad pública y. privada de los americanos. [Sobre el c o p y r ig h t véase también supra, pp. 590-591, nota 103.)

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papas! 259 Las listas de productos o de “aportaciones” de este o aquel hemis­ ferio son una de las manifestaciones más ingenuas, pero también más te­ naces, en la historia de la polémica: una tardía curiosidad para 1862, si no fueran tan corrientes aún en nuestros días. Si a los hombres les echa en cara su vanagloria y su grosería, aun reco­ nociendo su energía y su valor militar, en las mujeres alaba Troliope la respetabilidad, la instrucción, la inteligencia, la alegre prontitud, pero a cada paso deplora su tosquedad y su arrogancia: “their m anners... are to me more odious than those of any other hum an beings that I ever met elsewhere”.260 Finalmente, en el rostro de todos, varones y mujeres, ve las señales de una enfermedad constitucional, de una languidez morbosa y de una senilidad precoz: calamidades debidas, según él, no al clima, sino a los caloríferos (!): “Hot-air is the great destróyer of American beauty.” 261 Lo cual, tomado a la letra (hot-air, “aire caliente”, pero también “palabre­ ría”, “parloteo presuntuoso”), es ciertísimo aún hoy, —y no sólo de las americanas. O t r o c r ít ic o d e d e r e c h a : T h o m a s H a m il t o n

Muy parecido al de Mrs. Troliope, no sólo por su título, sino también por su espíritu conservador y cándidamente insular, es el larguísimo libro del capitán jubilado Thomas Hamilton, Men and Manners in America, 259 N o r t h A m e r ic a , vol. I, pp. 232-233; cf. s u p ra , p. 252, y Stebbins, T h e T r o llo p e s , p. 193. Pero hubiera podido recordar que su madre había alabado ¡a abundancia de las legumbres en Cincinnati, exaltado las gruesas y jugosas moras americanas o b la ck b e rries ( D o m e s tic M a n n e rs , p. 426) y lamentado que en Inglaterra no se conocieran los exqui­ sitos lim a beans ( ib i d ., p. 61). 260 N o r t h A m e ric a , vol. I, pp. 301-302; c£. también ibid., pp. 37-38. Troliope exime de sus críticas a un pequeño grupo que pertenece “to the aristocracy of the land" (su madre había hecho excepción para una “small patrician band": D o m e s tic M a n n e rs , p. 404). Algunas alabanzas se leen en el vol. I, pp. 251-252. En. el Oeste, también las jóvenes son “hard, dry, and melancholy”. Enérgicas y a menudo bonitas, son verdaderos petulantísimos tiranos de quienes es imposible enamorarse ( N o r t h A m e r ic a , vol. I, pp. 213214; vol. II, pp. 282-283). I b id ., vol. I, p. 298; cf. ib id ., p. 322. Dondequiera es excesiva la calefacción: “to this cause, I am convinced, is to be attributed their thin faces, their palé skins, their unenergetic temperament, —unenergetic as regards physical motion—, and their early oíd age” (ib id ., vol. I, p. 210). La misma crítica habían hecho Charles Dickens, A m e ric a n N o te s , ed. J. S. Whitley y A. Goldman, Harmondsworth, 1972, pp. 99, 306, 311 (“frota the constant use of the hard anthracite coal in these beastly furnaces, a perfectly new class of diseases is springing up in the country”) y 337, y también, algunos años después, Frederika Bremer, L a V ie d e f a m ille dans le N o u v e a u -M o n d e , vol. II, p. 361. Todavía en estos tiempos, repitiéndose casi hasta el fastidio, Simone de Beauvoir, L 'A m é r iq u e a u j o u r le jo u r , pp. 12, 19, 21-22, 51, 96, 100-101, 110, 124, 337 y 341.

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dos volúmenes de casi ochocientas páginas, publicados en 1833. H a m i l t o n ha conocido persona Intente (en Nueva York y en las cataratas del N i á g a r a . ) a la Troliope, y la admira eri cuanto ser humano y en cuanto escritora; h a leído el libro del capitán Basil H all y los cantos de T h o m a s IVIoore -2 *33 £1 relato de su rápida pero extensísima gira, que lo llevó has'ta N u e v a Orleáns, Charleston y Quebec, se escribió para quitar a rg u m en to s a a q u e ­ llos miembros del Parlamento británico que ponderaban las in s t it u c io n e s norteamericanas como ejemplos que debían seguir los ingleses.203 N o es difícil imaginar lo que puede esperarse de este a n tí-T o c q u e v ille Je£íerson, escritor superficial, temperamento dogmático y p ro s a ic o , c a r á c t e r moralmente repugnante y, lo que es todavía peor, acérrimo e n e m i g o d e l o s

avant la lettre. Y, en particular, no nos sorprende su feroz retrato de

ingleses.294 Pero también Hamilton quiere remontarse de los efectos a l a s c a u s a s , y cimentar su condena de la democrática sociedad norteam ericana sobre r a ­ zones físicas inatacables. Si los yanquis, aun siendo tan i n t e l i g e n t e s , s o n tan desagradables;265 si las jóvenes americanas, a menudo h e r m o s í s i m a s , s e marchitan con tanta rapidez, si a los veintidós años son “ m a tro n a s ” y a l o s treinta están en plena ruina; 266 si hasta las perdices ylos g a llo s de Tnon t e son estoposos e insípidos,2®7 la culpa no es, o por lo menos n o e s t o d a , d e los principios republicanos. La tristeza general de la sociedad de l a N u e v a Inglaterra puede atribuirse en gran parte a la herencia e s p i r i t u a l de l o s antipatiquísimos Pilgrim Fathers, y sólo en pequeña parte al c l i m a . 263 262 xii. Hamilton, M e n a n d M a n n e rs in A m e r ic a , Edimburgo, s. a. [ 1 8 3 3 ] , v o l. I . pp. 23 (Moore) y 167 (Hall); vol. II, pp. 169 ss. y 189 (Mrs. Troliope). M rs. Troliope, años más tarde (1839), estuvo en un tris de ahogarse en el lago W inderm ere por haber querido ir en un barco de vela con el “intrépido” capitán Hamilton ( B i g l a n d , T ' A i «e In d o m it a b le M r s . T r o l io p e , p. 196). El libro de Hamilton se tradujo al fr a n c é s ( B r u s e l a s , 1834), al italiano (sin año) y dos veces al alemán (Quedlinburg y Mannheim, 1 8 3 4 ) . S o b r e su influencia en Francia véase Remond, L e s É ta ts -U n is d e v a n t l ’o p i n i ó n -fr a n já is & pp. 278-279. 2«3 M e n a n d M a n n e rs , vol. I, pp. iv y 238. 264 ib i d . , vol. I, pp. 46, 315-318 y 357-358; cf. s u p ra , p. 602. 265 I b id . , vol. I, p. 225, con expresiones parecidas a las de Mrs. T r o l i o p e c ita d a s s u p ra , p. 597. Por lo demás, Hamilton ve con seguro tino profético e l g r a n p o r v e n ir industrial de los Estados Unidos: ib id ., vol. I, pp. 298-300. 266 ib i d . , vol. I, pp. 32 y 270; vol. II, p. 15 (“an aggregate of straigbt lin e s a n d corners altogether ungraceful and inharmonious"). Cf. s u p ra , p. 600, y D i n g w a l l, 7T Aa e A m e r ic a n W o m a n , pp. 41 y 76, nota. La poco galante opinión (sobre la c u a l v é a s e y a s u p ra, p. 430) estaba muy extendida en Francia durante toda la primera m itad d e l s i g l o (Remond, L e s É ta ts -U n is d ev a n t l’o p in io n jra n fa is e , pp. 476-477 y 722). a67 M e n a n d M a n n e rs , vol. I, p. 21, nota. 2«s ib i d . , vol. I, pp. 257-258.

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Pero cuando llega a las conclusiones, es precisamente al clima a lo que achaca Hamilton la notoria miseria física de los norteamericanos. Los ex­ tremos brincos de la temperatura, más las exhalaciones de los pantanos, más las bebidas alcohólicas, más el tabaco, son los verdaderos responsables del aspecto enfermizo y esmirriado de toda la población de los Estados Unidos. Sólo en la Maremma toscana y en la Campagna romana se ven desdichados como ésos. La fiebre domina como señora en todas partes. L os’ habitantes se muestran demacrados y débiles (¡una vez más, a tres siglos de Las Casas, reaparece este calificativo ambivalente'): ningún campesino

leído el libro de Mrs. Trollope, le daba la razón al sólo escuchar los vitu­ perios que los norteamericanos lanzaban contra ella. Desde luego, si esa señora o el capitán H all o el mayor Ham ilton pusieran otra vez el pie en los Estados Unidos, serían apedreados. “ Y o misma — añade con cierta intrépida coquetería— vivo esperando cada día el martirio.” 271 Y sin em­ bargo su libro, antes de publicarse, se había sometido a la censura de una ferviente americanófila, Harriet Martineau, famosísima entonces como es­ tudiosa de economía y de cuestiones del trabajo, la cual la persuadía de la conveniencia de suprimir hasta treinta páginas.272

ha encontrado Hamilton que tenga esos músculos llenos y bien torneados que se ven por todas partes en Inglaterra... Y además, no obstante que resulta a todas luces ridículo querer comparar un clima tan desastroso con el de Inglaterra, eso es justamente lo que hacen los norteamericanos, todos los norteamericanos, que se sienten ofendidos y humillados si el extranjero no se queda boquiabierto ante cada aspecto de la naturaleza de su país, si no pondera hasta los huracanes como céfiros, y el tórrido sol como dis­ pensador de una dulce tibieza.2 *269 6

Pero también la pobre Miss Martineau, sorda y privada de los sentidos del gusto y del olfato, e inaccesible por lo tanto a muchos de los aspectos más ingratos de la vida norteamericana, después de pasar dos años en los Estados Unidos (de septiembre de 1834 a agosto de 1836), protestaba escan­ dalizada contra el esclavismo (Society in America, 1837; Retrospect of West­ ern Travel, 1838, etc.) y contra la insoportable vulgaridad, en una repú­ blica, de una “ aristocracy of mere wealth” .273

El nacionalismo telúrico sorprende al inglés, que no sabe explicárselo y lo atribuye a una genérica e insaciable vanidad, propia, según él, del carácter norteamericano.

Carente de filial ternura, y más aún de femenina indulgencia por la Europa de su tiempo, la agria Miss Harriet Martineau se abstenía de exhi­ birla como modelo para los norteamericanos. Sin hacer comparaciones entre los dos mundos, se limitaba a medir la distancia que mediaba entre la rea­ lidad y los sublimes ideales de los Estados Unidos, y encontraba que no era pequeña: “ Th e civilization and the moráis of the Americans fall far

C r ít ic o s d e iz q u ie r d a : L A SEÑORITA M A R T IN E A U Y E L C A PIT Á N M A R R Y A T

p. 446, nota 150; G. G. Gervinus, E i n l e it u n g in die (1853), ed. de Leipzig, 1864, p. 175; W b ., “Europamiide? Weltmiide?”, N e n e Z ü r c h e r Z e itu n g , 16 de febrero de 1969. Sobre Fanny Kemble véase Mrs. Augttstus Craven, L a Jeunesse de F a n n y K e m b le , París, 1882, pp. 207-210, 234-237 y 268-269, y Pope-Hennessy, T h r e e E n g lis h W o rn e n , pp. 113-208. Su “capricieux et poétique volume..., bien qu’un peu sévére pour les moeurs américaines” (tanto, que más tarde ella misma se declaró arrepentida de sus “impertinencias”), estimulaba a J.-J. Ampére a emprender su P r o m e n a d e en A m é r iq u e (Ampére, o p . c it ., vol. I, pp. 4-5). 271 Pope-Hennessy, T h r e e E n g lis h W o m e n , pp. 144-145 y 162-163. 272 Ib id -, p. 178; Wheatley, T h e L i f e a n d W o r k o f H a r r ie t M a r t in e a u , p. 184. 272 H. Martineau, D e la s ociété a m é r ic a in e , vol. III, p. 26. Véase en Wheatley, T h e L i f e a n d W o r k . . . , p. 161 e t pa ssim , y en W. R. Seat, Jr., "Harriet Martineau in America”, N o te s a n d Q u e rie s , N. S„ VI (1959), pp. 207-208, el itinerario exacto de Miss Martineau y la lista de las personas a quienes visitó. Su libro se tradujo al alemán (D ie G esellscha ft u n d das socia le L e b e n in A m e r ik a ) y se publicó dos veces, en Kassel en 1838, y en Quedlinburg en 1846 (Franz, D a s A m e r ik a b ild d e r d e u ts c h e n R e v o íu t io n v o n 1848/1849, p. 35); hubo también una versión francesa (1838), que tuvo escasa influencia (Remond, L e s É t a ts -U n is . . . , p. 279). Sobre el duradero interés de Miss Martineau por los Estados Unidos, manifestado en artículos, conferencias, asiduas correspondencias epis­ tolares e intercambios de libros, véase Wheatley, T h e L i f e a n d W o r k . . . , pp. 202, 279, 324, 373-374, 382 y 386, E u r o p a b ild

u n d E u ro p a g e d a n k e ,

G e s ch ich te des 19. J a h rh u n d e rts

Por lo demás, también otra contemporánea de la señora Trollope, una joven actriz, la más tarde famosa Fanny Kemble, encontraba (Journal of a Residence in America, 1835) enervante el clima norteamericano. Se había dirigido a los Estados Unidos en 1832 con suma repugnancia y casi con desesperación, aborreciendo por anticipado un país sin catedrales antiguas ni ruinas augustas, y también ella se enfurecía inmediatamente contra las costumbres primitivas e incivilizadas y el beber excesivo, si bien no tardaba en reconocer la opulencia agrícola de los Estados Unidos, ofrecida por la Divina Providencia a los pobres "cansados del Viejo Mundo” .270 Sin haber 266 Ib id ., vol. II, pp. 371-377. Sobre Hamilton, y en general sobre las criticas de los conservadores británicos, véase Lillibridge, B eacon o f F re e d o m , pp. 10, 29 y 38, y muchas de las páginas de Fabian, A le x is de T o c q u e v ilie s A m e r ik a b ild . , 270- Esta expresión, acuñada por Heine en 1828 (E n g lis ch e F ra g m e n te , x, “Wellington”, S á m tlic h e W e rk e , vol. V, p. 155), empleada luego por Immermann y otros (cf. ib id -, vol. III, p. 475) y por el propio Heine (1851: ib id ., vol. III, p. 62), era corriente en Alemania, y en 1838 Ernst Willkomm publicaba D ic E u r o p a m ü d e n : véase Gollwitzer,

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below their own principies.” 274 Las instituciones norteamericanas merecen toda clase de elogios, pero la literatura no vale absolutamente nada.275 N o menos fuerte, es la divergencia, entre, las posibilidades económicas y las condiciones actuales de la población. La celosa reformadora está, llena de admiración por los inmensos recursos naturales de los Estados Unidos, y llena de escándalo por lo que la sociedad norteamericana ha sabido sacar de ellos. El paisaje no podría ser más ameno, ni los campos más fértiles,276 pero el espíritu especulativo y la tosquedad de los pioneros comprometen el bienestar que hubiera podido derivarse de esos espléndidos dones. ¿Cómo es esto? El país es nuevo y la república es nueva, sí, pero las gentes que la pueblan son viejas, tienen las ideas rancias de los países de donde han venido los inmigrantes.277 Es ésta una crítica que ya hemos visto en Moore, en Basil H a ll y en Volney,2782 9pero que en Miss Harriet 7 está templada por su constante y combativa fe en el progreso. Hasta los salvajes — que deberían calificarse de “jóvenes” si los refugiados europeos son “ viejos” — son susceptibles de civilización.278 Y el porvenir de la Unión es resplandeciente: los demócratas dicen que será un país agrícola, los fe­ deralistas (republicanos) que será un país industrial; la verdad es que los Estados Unidos están “predestinados a serlo todo” : los grandes valles del centro suministrarán productos de la tierra a todo el mundo; los estados de la Nueva Inglaterra (y algunos otros) desarrollarán su industria y su comercio, ya tan prósperos.280* 274 D e la s o c ié té a m é ric a in e , vol. III, p. 275; cf. también ib id ., vol. I, pp. 9 y 11, y vol. III, p. 272. 275 Wheatley, o p . c ít., p. 182. Pero Miss Mardneau mantenía relaciones cordiales con. Emerson (ibid., pp. 157, 192 y 277). 27o D e la s o c ié té a m é r ic a in e , y o l. I, pp. 240 y 303. 277 I b id ., vol. III, p. 8 . Sobre el tiránico conformismo de la opinión pública véase también Pope-Hennessy, T h r e e E n g lis h W o r n e n , p. 293. 278 Cf.. s u p ra , pp. 424. y 427-428. 279 D e la s o c ié té a m é ric a in e , vol- I, pp. 374-375. Cf. Wheatley, T h e L i f e a n d W o r k . . ., p. 339. Miss Martineau sabía de memoria casi todos los versos de Moore (sobre el cual véase s u p ra , pp. 422-426).280 D e la s o cié té a m é ric a in e , vol. II, pp. 3-4 y 181-182; cf. ya Mazzei, s u p ra , p. 340; Miss Wright (1821), V oy age a u x É t a ts -U n is , vol. II, pp. 161-162; Richard Cobden (1835): “here will one day be the headquarters o£ agricultural and manufacturing industry" (citado en Lillibridge, B e a c o n o f F r e e d o m , p. 96), y las profecías de Sismondi y de otros franceses citadas por Remond, L e s É ta ts -U n is d e v a n t l ’o p in io n fra nga ise, p. 763, nota 2. Por su fe de radical en las instituciones norteamericanas, Miss Martineau se aparta nítidamente de Mrs. Trollope, a quien se refiere de manera “frankly hostile" (Sadleir, T r o l lo p e , pp. 86-87, 90 y 105; Pope-Hennessy, T h r e e E n g lis h W o m e n , pp. 77-78 y 80; Stebbins, T h e T r o llo p e s , p. 49; Wheatley, T h e L i f e a n d W o r k o f H . M a r t in e a u , p. 146), y de la cual se burla por sus dificultades con las criadas (Smalley, ed. de D o m e s tic M a n n e rs , nota de las pp. 53-54), no obstante que en muchos puntos concretos las dos

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Sin embargo, esas potencialidades se hallan todavía en e m b r i ó n : s i ,los campos están bien cultivados y sus cultivadores suelen ser e je m p lo s a d m i­ rables de una nueva sociedad. Jas ciudades, en cambio, ca rec en d e to d o interés; Miss Martineau se excusa sencillamente de hablar de e lla s : “ s i no he dicho nada de las ciudades, es porque la vida de las ciudades, e n A m é ­ rica, considerada desde un punto de vista general, no ofrece n a d a d e e s p e ­

cial" ( sic).2S1 En Washington, en un solo día, más de seiscientas personas d e p o s it a n su tarjeta de visita en el lugar en que ella se aloja, y le llueven i n v i t a c i o n e s sobre invitaciones.282 Pero la única ciudad a la que concede a t e n c i ó n , e lo ­ giando sin reservas su belleza natural, su culta y agradable s o c ie d a d , sus buenos modales y hasta su museo, es Cincínnati, — en obvia p o l é m i c a im ­ plícita con Mrs. Trollope.283 Sobre un plano distinto, pero paralelo, la joven inglesa a d m ir a l a casi universal belleza (natural) de las mujeres americanas; 284 pero l a m e n t a q u e éstas, a pesar de verse honradas con las más extremosas g a la n te r ía s , sean tratadas, en sustancia, de una manera que no coincide con lo s p r i n c i p i o s democráticos, y peor aún que en ciertos países de Europa;285* y q u e , a ca u sa de sus pésimos hábitos higiénicos, sufran de mala salud y te n g a n e n c o n ­ secuencia una voz desapacible, a veces quejumbrosa, a veces c h i l l o n a . Esas magníficas creaturas que emiten notas tan desagradables, ¿no h a c e n p e n s a r en las aves de espléndidas plumas y carentes del don del canto? P e r o t a m ­ bién esto mejorará con el tiempo: “ vendrá un día, ciertamente” , e n q u e la voz de las norteamericanas tendrá un timbre dulce, sonoro, a r g e n t i n o . 288 estaban de acuerdo (Pope-Hennessy, op. c it., pp. 299 y 303). También se a p a r ta de Comte, de quien tradujo más tarde (1857) un resumen del C o u rs de p h i l o s o p h i e p o s i t i v o (cf. Wheatley, o p . c it ., p p . 315-316 y 319-322). 281 D e la s o c ié té a m é ric a in e , vol. I, p. 384 (el subrayado es mío). 282 Wheatley, T h e L i f e a n d W o r k . . . , p. 150. 283 R e tr o s p e c t o f W e s te rn T r a v e l, vol. II, pp. 220, 222, 234-235 y 254; y c f. s u p r a , pp. 596-597. . 284 En ese mismo año (1835), también Michel Chevalier observaba, c o m p la c id o , q u e no había encontrado en los Estados Unidos mujeres extremadamente feas, “d e ces étres repoussants qui ne sont fémínins que pour les physíologistes, et dont toutes n o s v illes ahonden!” (L e ttr e s s u r l’A m é r iq u e d u N o r d , vol. II, p. 227). 285 D e la s o c ié té a m é ric a in e , vol. III, pp. 95 ss. Inútilmente le habían a c o n se ja d o " n o t to embark on the thorny topic of American, women” (Wheatley, T h e L ife and W o r k . . . , p. 176). Sobre las reacciones que provocó en los Estados Unidos v éa se ta m b ié n ib id ., pp. 183-184, 193 y 196. Más tarde, en su libro sobre Egipto (E a s te rn L i f e , P a s t a n d P re s e n t, 1848), se mostró más cauta en sus .juicios (Wheatley, o p . c it., p. 266). 286 D e la s o c ié té a m é ric a in e , vol. III, pp. 65-66. También Mrs. Trollope la m e n ta q u e todos los norteamericanos, hombres y mujeres, sean desentonados y canten s in co n o ce r los rudimentos del arte (D o m e s tic M a n n e rs , xxvm; ed. cit., p. 299). La crítica r e a p a r e c e

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FREDERICK MARRYAT

Entonces — es de esperar— las mujeres de los Estados Unidos tendrán asi­ mismo mayor cuidado de sus personas y serán menos dadas a la embria­ guez; 2Sr y los varones, en caballerosa reciprocidad, se abstendrán de esa nauseabunda costumbre de expectorar con asidua perseverancia sobre los pavimentos de madera de las posadas, sobre los puentes de los barcos y sobre las alfombras del Capitolio.288 Pero es claro, por desgracia, que si unos y otras descuidan el ejercicio físico no crecerán sanos y derechos. En los Estados Unidos, por lo visto, todos andan encorvados, y las mujeres más que los hombres; los médicos dicen que entre los muchachos de ambos sexos “ es difícil encontrar una columna vertebral perfectamente derecha” .269

násticos de los ingleses y su afición a las excursiones a pie, la vigilante pedagoga no pierde otras ocasiones de propinar reprensiones también a sus compatriotas,290 y particularmente a aquellos que, con su prejuicio anti-republicano, ofrecían un pretexto para las excesivas jactancias de los norteamericanos: “ they enter the United States with an idea that a republic ís a vulgar thing: and some take no pains to conceal their thought. T o an American nothing is more venerable than a republic” .291 En esos mismos años, el viejo Coleridge, aun reconociendo que los nor­ teamericanos odiaban fraternalmente a los ingleses, expresaba un senti­ miento análogo; “ H ow deeply to be lamented is the spirit o f hostility and sneering which some of the popular books of travel have shown in treating of the Americans!” (Table Talk, 1832).292

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Si bien Miss Martineau exalta, en contraste, los buenos hábitos gim­ en el libro de su hijo y en el de Frederika Bremer (L a V ie de ja m ille dans le N o u v e a u vol. I, p . 345, y vol. II, p. 246). Pero Miss Martineau, notoriamente sorda, ;cómo podía advertir este defecto? ¿Y cómo podía sentirse tan atrozmente molesta por el tin­ tineo de las campanillas de los trineos (D e la s ociété a m é ric a in e , vol. III, p. 140; R e tr o spect o f W estern T r a v e l, vol. III, p. 171), precisamente de esos repiqueteos de plata (“Hear the siedges with the bells _ Silver bellsl”) que inspirarían (1848-1849) la primera y alegrísima estrofa de una de las más bellas poesías de Poe? 287 Sobre la inevitable suciedad a bordo de los barcos de vapor, en los cuales las señoras, durante cuatro o cinco días seguidos, no se lavaban sino la cara y las manos, véase D e la s ociété a m é ric a in e , vol. III, p. 138; sobre la intemperancia de las mujeres en la bebida, ib id ., pp. 145-146 (refutada por Marryat, A D ia r y in A m e r ic a , vol. II, pp. 120-121). También Perrin du Lac había observado: “on reproche généralement aux Américaines leur peu de propreté” ( V oyage dans les d e u x L o u is ia n e s , p. 108), recordando tal vez al americanófilo pero no muy delicado Bayard: “leur propreté [de las norte­ americanas] est toute extérieure. Une fausse modestie leur interdit ces salutaires ablutions qui conservent la santé: les hommes, sans avoir la méme excuse, imitent en cela les femmes" (s ic !) (V o y a g e dans l ’in t é r ie u r des É ta ts -U n is , p. 66). Cf. asimismo T a lle y ra n d in A m e ric a as a F in a n c ia l P r o m o t o r , p. 91; Wheatley, T h e L i j e a n d W o r k . . . , p. 181, y supra, p. 430. 28S D e la s o cié té a m é ric a in e , vol. I, p. 360, y vol. III, pp. 65-66; R e lr o s p e c t o f W este rn T r a v e l, vol. I, pp. 38 y 64, y vol. III, p. 213; Pope-Hennessy, T h r e e E n g lis h W o m e n , p. 299. Punzantes comentarios de un norteamericano, Melville, sobre los escupitajos en el Senado: M a r d i (1849), c l v u i ; R o m a n ce s , p. 660; y de otro norteamericano, J. M. Mackie, sobre las monumentales escupideras de la Casa Blanca (1856): Tryon, A M i r r o r f o r A m e ric a n o , p. 399, nota. Cf. también Fabián, A . de T o c q u e v ille s A m e r ik a b ild , p. 126, y supra, pp. 600 (nota ¡53), 617, etc. asa D e la s ociété a m é ric a in e , vol. III, pp. 141-142. Por otra parte, todos ellos son páli­ dos y flacos, etc.; cf. R e tro s p e c t o j W e s te rn T r a v e l, vol. I, p. 23, y vol. III, p. 166 (tísicos, desdentados, mortalidad infantil, etc.). La causa de estas desventuras, según declaran los propios norteamericanos, es “la extenuación debida al clima” (D e la société a m é ric a in e , vol. IIT, pp. 141-142; R e tro s p e c t o f W e s te rn T r a v e l, vol. III, pp. 166-168 y 195-196). Pero es de esperar que el clima mejore con el cultivo de las tierras (ib id ., vol. III, p. 196; cf. su p ra , pp. 117 y 480). Ya el capitán Hall había encontrado jorobados a casi todos los cadetes de West Point (!) (T r a v e ls in N o r l h A m e ric a , vol. I, p. 91). M onde,

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El lamento de Coleridge hubiera podido repetirse en los años siguientes una y muchas veces, a propósito de los libros de las ya mencionadas señoras y señoritas y a propósito también del que escribió el valeroso capitán Frederick Marryat, el cual, después de una estancia de dos años en los Estados Unidos para estudiar en este país “ the effects produced upon the English character and temperament by a dífferent climate, different cir29f> Sobre el espíritu de casta de los ingleses, cf. D e la s o c ié té a m é ric a in e , vol. III, p. 25; sobre los abusos seculares, las instituciones inútiles o perjudiciales (la monarquía entre ellas), etc., vol. III, pp. 46-47, etc. Cf. Wheatley, T h e L i f e a n d W o r k . . . , p. 186. 20i D e la s o c ié té a m é ric a in e , vol. I, p. 155, y vol. III, pp. 21-22; R e tr o s p e c t o f W e s te rn T r a v e l, vol. I, pp. 54 y 157. La radical Miss Martineau encuentra a sus compatriotas insolentes para con los norteamericanos, exactamente como el radical Brissot habla encontrado a los franceses de su tiempo (cf. Echeverría, M ir a g e in th e W est, p. 137). Sobre el s e lf-c o n te n tm e n t como característica nacional de los norteamericanos véase D e la s o cié té a m é ric a in e , vol. I, p. 150, y vol. III, pp. 59 y 174 (cf. también Lówenstern, L e s É ta ts -U n is e t la H a v a n e , p. 51), y R e tr o s p e c t o f W e s te rn T r a v e l, vol. III, p. 193. 222 Sobre la vasta impopularidad de Harriet Martineau en los Estados Unidos véase Pope-Hennessy, T h r e e E n g lis h W o m e n , p. 303; Fabian, A . de T o c q u e v ille s A m e r ik a b ild , pp. 15-16; F. Calderón de la Barca, L i f e in M é x ic o , p . 199 (burlas de su idea de una policía de viejas); Van Wyck Brooks, T h e L i f e o f E m e rs o n , Nueva York, 1932, p. 66, y Dickens mismo, en Pope-Hennessy, D ick e n s , pp. 161 y 165. En Inglaterra, donde su libro era objeto de fervorosa propaganda por parte de los radicales (Lillibridge, B e a co n o ] F re e d o m , p. 34), una gran dama liberal como Lady Holland la juzgaba “a highly vain person, restless when not before the public” (Earl of Ilchester, C h ro n ic le s o f H o lla n d H o u s e , 1S20-1900, Londres, 1937, p. 341); Charles Darwin se mofaba amablemente de ella (Barlow, C h . D a r w in a n d th e Voyage o f th e «B eag'le », pp, 148 y 264; Wheatley, T h e L i f e a n d W o r k o f H . M a r tin e a u , pp. 135 y 202); y hasta un espíritu afín como John Stuart Mili la encontraba insoportable. Un aliado y amigo suyo, Charles Dickens, llegó a reñir y romper toda relación con ella (L e tte r s f r o m C ha rles D ick e n s to A n g e la B u r d e ttC o u tts , ed. E. Johnson, Londres, 1953, p. 292, nota; y cf. la carta del 22 de marzo de 1842 a W. C. Macready en sus A m e ric a n N o te s , ed. Whitley-Goldman, p. 317); Matthew

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FREDERICK. MARRYAT

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cumstances, and a different form o f government” ,293 publicó en 1839 una obra voluminosa, A Diary in America, w ith Rem arks on Its Institiitions concluyendo, sobre argumentos sacados en parte de la reciente obra de Tocqueville (1835), que Inglaterra, no obstante su gobierno monárquico, era bastante más “republicana” que los Estados Unidos; que éstos, en ri­ gor, no constituían siquiera una nación, sino un caos curiosísimo; y que la desaparición del poco de aristocracia que aquí existía en el momento de la Independencia había ocasionado la corrupción moral tanto del go­ bierno como de la sociedad, haciendo que la República (con R mayúscula) se precipitara en una democracia.295 En los tiempos actuales, concluye Marryat, “ the standard o f morality is lower in America than in any other portion of the civilized globe” .296 Este pesimismo político y social tan profundo lo acerca a Miss Martineau, con la cual concuerda asimismo sobre algunos puntos particulares, como por ejemplo sobre la hermosura de las jóvenes americanas, “ the prettíest in the world” , y sobre su precoz decadencia a los treinta años,297 pero Arnold, que sin embargo tenía mucha admiración por ella, acabó (1877) por llamarla absolutamente antipática: "what an unpleasant lífe and unpleasant nature!” ( T h e P o r t ­ a b le M a tth e w A r n o ld , ed. L. Trilling, Nueva York, 1949, p. 632). Sobre opiniones más matizadas, como la de Sydney Smith y la de Carlyle, véase Wheatley, T h e L i f e a n d W o r k . . . , p. 179, y Edith Sitwell, E n g lis h E c c e n trie s , Londres, 1959, pp. 190-191, 348349, etc. .. asa Florence Marryat, L i f e a n d L e tte r s o f C a p t. M a r r y a t, pp. 189-191; y cf. ib id ., p. 153. 291 Tengo a la vista la ed. de París (Baudry), 1839, dos volúmenes in-89 de sete­ cientas apretadas páginas. La edición original ocupa cinco o seis volúmenes. Traducida dos veces al alemán, se publicó en Braunschweig en 1839 y en Stuttgart en 1845 (Franz, D as A m e r ik a b ild d e r d e n tsch e n R e v o lu t io n , p. 35). 2 9 5 Fred. Marryat, A D ia r y in A m e r ic a , vol. I, pp. 9 y 11, y vol. II, p. 166. Tocqueville es citado muchas veces, especialmente en el vol. II, y siempre con plena adhesión. Mar­ ryat es en sustancia un w h ig , pero su aversión por la demagogia, más cierto “racismo'’, lo hacen adherirse a menudo a los juicios de un Thomas Hamilton y de una Francés Trollope (cf. Ampére, P ro m e n a d e e n A m é r iq u e , vol. I, p. 208, y Lillibridge, B e a co n o f F re e d o m , pp. xiv, 21-22 y 38-39). La tesis de la decadencia m o r a l de los Estados Unidos después de 1776 tiene toda una larga historia: véase Remond, L e s É ta ts -U n is d e v a n t l ’o p in io n frangaise, p. 678 y especial­ mente p. 704, donde se pone en relación con la tesis depauwiana más general de una degeneración del continente entero (en realidad, sólo es eco de uno de sus acentos pesi­ mistas); cf. también F. Confaloníeri (1837), C a rte g g io , ed. G. Gallavresi, Milán, 1913, pp. 727-730; Spender, L o v e -H a t e R e la tio n s , p. 31 (el caso de Chateaubriand), y Jones, O S tra n g e N e w W o r ld , pp. 274 ,y 309. 296 A D ia r y in A m e r ic a , vol. II, p. 163. 292 Cf. s u p ra , pp. 600, 618, etc.; A D ia r y , vol. I, pp. 47, 76, 102, 177 y 325, y vol. IX, pp. 112-113 (el clima de los estados orientales hace que “when a female arrives at the age of thirty, its reign is, generally speaking, over”).

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contra la cual: arroja de ordinario críticas mordaces, poco c a b a l l e r o s a s — “ that oldwom an was blind as well as deaf” — 298 y apenas m e n o s a g r i a s que las que suele lanzar contra la sociedad norteamericana. A decir verdad, la sociedad norteamericana dispone de m uchas m e r i t o ­ rias cualidades y prodigiosos recursos naturales, pero está i n c l i n a d a a l a decadencia, ya visible en sus instituciones, por un factor constante y n e f a s ­ to: el clima, el consabido clima funesto del continente americano, q u e h a c e sumamente malsanos a Illinois, Indiana y las partes occidentales d e O h i o , de Kentucky. y de Tennessee, pero que es particularmente n o c iv o e n t o d a la costa atlántica, desde Maine hasta Baltimore, “ the most u n h e a lth y o f a l l parts of America” ,299 La raza es de magnífica calidad, la m ejor del mundo: baste d e c i r q u e es sustancialmente inglesa, con algunas benéficas adiciones d e a l e m a n e s , franceses, irlandeses y otros europeos nórdicos. Pero ¿ha m e jo ra d o o d e g e ­ nerado a partir del desembarco de esos preciosos reproductores? E l c a p i t á n Marryat examina la cuestión con cuidado particularísimo, y d e c id e s e v e r a ­ mente “ that the American people are not equal in strength or i n f o r m t o the English” . Hay entre ellos hombres altos y robustos, pero i n c l u s o é s t o s están mal conformados, “ not w ell made” , exactamente como lo s a n i m a l e s “ mal tournés” de De Pauw. Si la señorita Martineau los en co n tra b a e n c o r ­ vados, Marryat menea la cabeza y observa “ one peculiar defect in t h e A m e r ­ ican figure common to both sexes, which is, narrowness of th e s h o u l d e r s , and it is a very great defect” . Ahora bien, ¿de qué manera d e p e n d e d e l clima todo eso? El capitán no sabe explicárselo, y deja que otros n o s o f r e z ­ can las aclaraciones del caso. Sin embargo, repite, es cierto,,c ie r tx s ím o q u e toda la culpa es del clima, de ese dim a deletéreo para el cuerpo y p a r a l a mente, “ enervating the one, and tending to demoralize the oth er” .300 p. 171; Míss Martineau es criticada e n e l D i a r y más de treinta veces, a menudo a. lo largo de varias páginas s e g u id a s , e n t r e otras cosas por su intransigente abolicionismo. Nótese que el padre de M arryat, J o s e p h Marryat, escribió en defensa de la trata de negros, que el hijo llevó un negrito d e r e g a l o al Duque de Sussex ( L i f e a n d L e tte r s , p. 96), y que en su D ia r y se reafirma l a i n f e r i o r i ­ dad de la raza negra (vol. I, pp. 105-114). Véase especialmente la sarcástica r é p l i c a ( i b i d . , v o l. II, pp. 306-316) a la reseña publicada por la E d in b u r g h R e v ie w sobre l a p r i m e r a parte del D ia ry , reseña que Marryat atribuye a Miss Martineau. “Este Solón c o n f a l d a s ” es pintada a llí e n un círculo de damiselas norteamericanas a quienes cuenta p r o l i j a m e n t e los desasosiegos y las desesperaciones de sus muchos adoradores, y de qué m a n e r a Lia sabido resistirles, y sigue siendo hasta la fecha “Miss MaTtineau”; al final se p o n e e l s o l , revolotean las luciérnagas y las xanas entonan a voz en cuello su conderto. 299 A D ia r y in A m e ric a , vol. I, pp. 187 y 325. soo ib i d . , vol. 1, p. 330, y vol. II, p. 142 (el clima americano marchita la b e l l e z a y destruye el sistema nervioso). No hay para qué buscar las “fuentes” de tan d i v u l g a d a teoría. Bástenos señalar que idénticos corolarios eran deduridos por Thomas H a m i l t o n , L i f e a n d L e tte rs o f C a p t. M a r r y a t,

o f A m e r ic a

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Sin embargo, si el capitán Marryat fue tan vituperado por los norteame­ ricanos de su tiempo 301 y todavía en nuestros días es mencionado en los textos escolares de los Estados Unidos, no es por esa fatal visión de deca­ dencia, sino por sus desenfadadísimos sarcasmos contra la hipocresía “ puri­ tana” 302 y la pruderie de rigor en la joven república. Fue él quien difun­ dió en Europa la noticia de que legs (“ piernas” ) era en los Estados Unidos palabra indecente, que había que sustituir con limbs (“ miembros” ), como también la historieta de que en un colegio de niñas hasta los limbs de un piano se habían cubierto con unos decorosos calzoncitos terminados en fleco. . . 303 Anécdotas, si se quiere, pero anécdotas que, con su sugerencia escritor a cuya autoridad se remite Marryat con cierta frecuencia (A D ia r y , vol. I, pp. 106, nota, 305-306 y 337, nota; vol. II, pp. 65-68, 136, 147 y 311). En cuanto al defecto de los "narrow shoulders”, subrayado por Marryat, no está de más saber que él era “broad-shouldered íor his height” ( L if e a n d L e tte r s , p. 223). 3°r Ya durante su viaje por los Estados Unidos, la franqueza de palabra de Marryat y la desconfianza de los norteamericanos frente a ese otro escritor europeo que venía a “inspeccionarlos” y se negaba a emitir un juicio antes de haber visto todo el país y de regresar a Inglaterra, le crearon no pocas dificultades, que llegaron a un ahorcamiento en efigie y a una quema de sus novelas. “I am not in very great favour with the Yankees here on the borders. . . —escribía Marryat a su madre desde Detroit—, they are terribly afraid of me, and wish me away” ( L i f e a n d L e tte rs , pp. 157-158, 170-171 y 176; Cf. A D ia ry in A m e ric a , vol. I, p. 5; Dickens, L e tte r s to A . B u r d e tt-C o u tts , pp. 49 y 139, nota; y véase supra, pp. 602-603, nota 161. 302 A D ia ry in A m e r ic a , vol. I, pp. 92-94; dudas maliciosas sobre la pretendida casti­ dad de los “Shakers”, ib id ., vol. I, pp. 42-44. 333 Ib id ., vol. I, pp. 203-204; cf. Wish, S ociety a n d T h o u g h t in E a rly A m e r ic a , pp. 286 y 572-573; Henry Herz (1866), en Handlin, T h is W as A m e r ic a , p. 190, y H. L. Mencken, A m e ric a n L a n g u a g e , 4».ed., New York, 1937, pp. 300-311. Cf. ya Bayard (1791): “les mots ch em ise, p ie d , cuisse et v e n tre sont également [como la palabra c u lo tte ] effacés du dictionnaire des dames” (V o y a g e dans l'in t é r ie u r des É ta ts -U n is , pp. 33-34). Y Flora Tristan se asombraba de que en Inglaterra (ca . 1840) no le estuviera permitido a una niña bien educada usar las palabras legs, trousers, drawers, b u ll, co ck , “etc.” (C. N. Gattey, G a u g u in ’s A s to n is h in g G r a n d m o th e r , A B io g r a p h y o f F lo r a T r is ta n , Londres, 1970, pp. 162-163). Mrs. Trollope nos hace saber que la palabra co rset no podía pronunciarse en presencia de señoras (D o m e s tic M a n n e rs , xm; ed. cit., p. 136; cf. ib id ., xiv y xxix, ed. cit„ pp. 159 y 326, y Marryat, A D ia r y in A m e ric a , loe. c it.). En el C lo c k m a s te r (1836) del canadiense Th. C. Haliburton, un aficionado al arte manda pintar un par de pantaloncitos y de botines con agujetas sobre las piernas indecentemente desnudas de un Niño jesús (H. Widenmann, N e u e n g la n d in d e r e rzd h len d en L it e r a t u r A m e rik a s , Halle, 1936', p. 112). El escultor Greenough tuvo que sufrir las críticas de quienes encontraban dema­ siado desnudos sus querubines copiados de los angelitos cantores de la rafaelesca “Madon­ na del baldacchino’j, y demasiado poco vestido también un George Washington suvo, envuelto en la toga; por lo demás, Hawthorne sostuvo que el desnudo no está bien en la representación escultórica de personajes modernos, puesto que hoy nadie anda en cueros (Baker, T h e F o r tú n a te P ilg r im s , pp. 132-133, 139 y 150-151). Kürnberger (D e r A rn e rik a m ü d e , p. 105, etc.) trae páginas muy divertidas sobre los desnudos pictóricos y estatua-

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implícita de inhibiciones sexuales y de temores afeminados, herían la opi­ nión pública norteamericana más que toda otra calumnia, climática o po­ lítica. L a s r e c t i f i c a c i o n e s d e J a m e s St u a r t

N o hay que creer, sin embargo, que en este coro cracitante y hostil haya faltado el contraste de voces más serenas y circunspectas, aunque en el fondo fueran más íntimamente pasionales cuanto más declaradamente imparciales. Para la historia de nuestra polémica es obvio que interesan menos. Los críticos de los Estados Unidos desempolvaban argumentos que, aun sin saberlo ellos, se remontaban a las diatribas del siglo xvm, cuando no más lejos. Los defensores ignoran con cándida sinceridad las seculares calumnias, y no entran en esta historia sino indirectamente, en forma nega­ tiva o desde posiciones laterales, a través de los esfuerzos que hacen por rebatir las críticas más recientes a los usos y costumbres de la república infaustamente estrellada. Típico, por ejemplo, es el caso de James Stuart, que, después de viajar por los Estados Unidos de julio de 1828 a mayo de 1831, escribía él tam­ bién dos larguísimos volúmenes, más de m il páginas en total, con el objeto — declarado en el comienzo mismo— de “ expose the mistakes of some late writers, who seem to have visited these States under the influence of strong prejudices and preconceived opinions” .301 Errores y prejuicios cuya raíz ríos “vestidos” y sobre el escándalo suscitado por el vals. Pero nuestro tiempo, más ducho en psicoanálisis, ha descubierto en esos púdicos velos la señal de una obsesión sexual: “to conceal the piano-leg is, of course, to sexualise it” (Taylor, Sex in H is to r y , p. 215); “Victorian prudery was only a different form of sex-appeal" (Turner, A H is to r y o f C o u r t in g , p. 150). Y, en efecto, el mujeriego Capodistria, en la novela de Lawrence Durrell, ve una forma femenina en cualquier objeto: “under his eyes chairs become painfully conscious of their legs” (J u s tin e , Londres, 1961, p. 38). Sobre las “Victorian legs” hay curiosas cartas en el T im e s L ite r a r y S u p p le m e n t del 26 de enero, 9 y 23 de febrero y 2 de marzo de 1973. 30* J. Stuart, T h r e e Years in N o r t h A m e r ic a , 33 ed., Edimburgo, 1833, vol. I, p. vi (cf. también vol. II, pp. 203, 300 y 524). Según declara él mismo (vol. I, p. viii; y cf. vol. II, pp. 213, 226 ss. y 338), sus principales autoridades son estas tres: William Darby, V iew o f th e U n ite d States, Filadelfia, 1826; Timothy Flint, A C ond ens ed G e o g ra p h y a n d H is to r y o f th e W estern States, o r th e M is s is s ip p i V a lle y , Cincinnati, 1828, y Fran^ois Barbé-Marbois, H is to ir e de la L o u is ia n a , París, 1829. (Darby había publicado anterior­ mente una E m ig r a n t’s G u id e , Nueva York, 1817, y Flint unas R e c o lle c tio n s o f th e L a s l T e n Years, Boston, 1826.) Cita también repetidas veces (vol. I, pp. 431-433; vol. II, pp. 109-110, 207, 224, 406-411 y 419) los viajes del duque Bernardo de Sajonia-Weimar, sobre el cual véase s u p ra, p. 468. El libro fue reseñado en 1833 en la R e v u e des D e u x M o n d e s : véase Remond, L e s É ta ts -U n is d e v a n t l ’o p i n i o n fra nga ise , p. 277.

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descubre, con fácil perspicacia, en la recelosa actitud de los “ aristocráticos” ingleses frente; a la vulgaridad de los demasiado “ democráticos” norteame­ ricanos. En los Estados Unidos, repite con Ferrall, todos son gentlemen.sm Por los ingleses, en cambio, no tiene simpatía. Quizá por ser escocés, se complace en mencionar sus fracasos militares, sus abusos pseudolegales, sus culpas para con las colonias americanas. Los Estados Unidos hubieran de­ bido declarar la guerra a los ingleses no en 1812, sino ya en 1804...306 Thomas Paine fue verdaderamente un gran hombre, mientras que ese de­ mente de Jorge III, por puro odio a Franklin, mandó quitar el pararrayos del Palacio de Buckingham (!).307 Cuando los viajeros británicos escriben acerca de América, sueltan carretadas de tonterías. De toda la multitud, tres son seleccionados como blancos preferidos: el capitán Hall, Mrs. Trollope y Míss W right (a pesar dél filoamericanismo de esta última).

lévolos visitantes europeos.31* Cuando Stuart presenta a “ th e c e l e b r a t e d Miss W right” en uno de sus ciclos de conferencias anti-cristianas, n o s la describe sin ninguna caballerosidad. A pesar de que son u n á n im e s l o s t e s ­ timonios sobre su majestuosa hermosura, él nos quiere h a c e r c r e e r q u e “ there is nothing remarkable in her figure” (¡salvo la estatura!). P e o r a ú n , calcula su edad “ entre los cuarenta y los cuarenta y cinco a ñ os” , s i e n d o así que en 1828 tenía sólo treinta y tres. Sabe hablar con elocu encia, d e a c u e r ­ do, pero lleva en la mano el texto de su speech, que en el f o n d o n o e s m á s que un refrito de Voltaire, de Hume y de los deístas.318 En r e s u m id a s c u e n ­ tas, entre un Hall, prevenido en contra de los Estados U n id o s , y IVÜss Wright, prevenida en favor, no se sabe quién es más despreciable. Y e n t r e la Trollope y la Wright, la segunda, por lo menos, es hon rada e n su b a t a ­ lladora incredulidad, mientras que la primera es una m o jig a ta p e t u l a n t e ,

En cuanto al primero, se diría que no vio las cosas que describe, y cier­ tamente no entendió nada de lo que vio.308 N o es, pues, digno de crédito, — excepto cuando contradice a Francés Trollope.309 La dueña de una posa­ da de Nueva York estuvo a punto de poner a Stuart de patitas en la calle porque, después de todo lo que H all había dicho de los norteamericanos, había jurado no ver siquiera a un solo inglés.310

una Tartufa.317 También está en polémica con la T rollope la descripción d e C i n c i n n a ti,si8 pero Stuart se encuentra de acuerdo con ella en el j u i c i o a c e r c a d e Washington: ni es verdad que sea sólo un informe esbozo d e c iu d a d ., n i

El libro de Mrs. Trollope era todavía reciente, y los ataques de Stuart, concentrados en el último tercio de la relación, son más enconados que los que lanza contra Hall. Esa viajera posee, sí, un talento natural para el sar­ casmo y el ridículo, pero en materia de religión es una hipócrita descreí­ da.311 Es una mentirosa: no es verdad lo que dice de los barcos del Mississippi; ha contado un montón de “ absurd and wonderful stories" y su libro está lleno de “ flippant ill-founded remarks” .312 Es una chismosa y una re­ zongona,313 y lo único que Stuart le perdona son los merecidos elogios que, sin nombrarla, le ha hecho a Emmeline Flint.314 Pero a quien le reserva Stuart sus venenos más letales es a la amiga de la Trollope, Francés Wright, con la cual, sin embargo, hubiera tenido que simpatizar, aunque sólo fuera por la común aversión a los doctorales y mavol. II, pp. 424 y 426-427; cf. ib id ., p. 458. II, pp. 525-526. I, pp. 446 y 507: I, pp. 407, 431-432, 441-442, 470-472 y 488; vol. II, pp. 446-447, 462-463, y 515-517. II, p. 459. I, pp. 500-501; cf. ib id ., p. 510. II, pp. 184-186, 280, 446-450, 454 y 465-466. II, pp. 243-244, 274 y 539. II, pp. 294-295, 491, 494-495 y 541. ¡I, pp. 442-443.

tampoco que esté en ruinas, como a él le habían dicho.319 En cuanto a la naturaleza, cree Stuart que hay todavía t ig r e s ( ! ) , o s o s y lobos en los bosques de South Carolina, y admite la falta de p á ja r o s c a n Ca­ riños en todos los estados del Sur, si bien está convencido de q u e t o d a s la s creaciones de la naturaleza muestran en el continente am ericano “ a m a g n i fícent scale” .320 En cuanto a los seres humanos, es falso de toda falsedad q u e lo s p i e l e s rojas sean lampiños: se depilan con ciertas pinzas.321 Y, a u n q u e es v e r d a d que los norteamericanos son en general menos robustos que lo s b r i t á n i c o s (“ noí so ruddy complexioned, ñor so stout” ) y absolutamente e n e m ig o s d e l saludable ejercicio de caminar a pie (“ it absolutely seems d is g r a c e fu l t o b e seen walking” ),322 es preciso reconocer que las muchachas n o r t e a m e r ic a n a s son muy bonitas. Hay, desde luego, cosas con las que él no puede transigir, si b i e n h a b l a de ellas con discreción, como el “ mal necesario” de la gran c a n t id a d d e es-

T h r e e Years in N o r t k A m e r ic a ,

3o« I b id ., vol. aor I b id . , vol. sos J b id ., vol. 467, 486-487, 497 sos I b id ., vol. 3io I b id ., vol. 3u I b id ., vol. 312 I b id ., vol. 313 ib i d . , vol. 314 I b id ., vol.

3W Sobre Francés Wright véase s u p ra , pp. 591-595. 3i« I b id ., vol. I, pp. 367-371. su I b id . , vol. I, p. 433, y vol II, pp. 185-186; cf. ib id ., pp. 495-496. 318 I b id ., vol. II, pp. 441 ss. 31» I b id . , vol. I, p. 388. 320 I b id ., vol. II, pp. 91, 180-181 y 518. 321 I b id . , vol. II, p. 161. Stuart declara (vol. I, p. 70) su preferencia p o r lo s t o p ó n i ­ mos indios, preferencia enérgicamente expresada ya por Oviedo (Gerbi, L a n a t u r a l e z a d e las In d ia s nuevas, pp. 339-340). 322 Ib id ., vol. I, pp. 29 y 193-194: ¡ya entonces, más de un siglo antes d e H e n r y F o r d !

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ÚLTIMAS FASES BE LA POLÉMICA

CHARLES DICKENS

cupitajos 323 y la insuficiencia de los water-closets en las posadas.324 Pero, en compensación, como buen escocés, anota siempre los precios, encontrán­ dolos muy razonables, y nos cuenta con satisfacción lo poco que ha pagado en albergues, en fondas y en medios de transporte. Entre los méritos inne­ gables de la joven república está también el de la vida barata.

D ic k e n s : n a t u r a l e z a y

s o c ie d a d

ig u a l m e n t e

pu trescentes

Charles Dickens había leído ya los libros de Mrs. Trollope y de Miss Martineau, y de labios de la primera había escuchado asimismo ulteriores detalles acerca de los desagradables hábitos de los norteamericanos, y había trabado ya amistad con el capitán H all (a quien aprueba toto cor de por su “ depreciación” del paisaje americano) y con el capitán Marryat cuando partió a los Estados Unidos. Sin embargo, la violencia de su diatriba — tanto en la relación de su viaje, American N otes for General Circulation (1842), redactada con ayuda de Marryat, y que ya en el título contiene un feroz e intraducibie juego de palabras antiamericano,323 como en los famo­ sísimos “ capítulos americanos” de M artin Chuzzlewit (1844)— es tan soste­ nida y tan insistente, va de tal manera más allá de todo cuanto se había escrito contra el Nuevo Mundo desde De Pauw en adelante, que los bió­ grafos del novelista se han puesto a investigar afanosamente los motivos personales de semejante acrimonia. Dickens se dirigió a los Estados Unidos después de conocer los pros­ pectos de la Cairo City and Canal Company, empresa fundada en 1837 por el especulador Darius B. Holbrook. En su gira americana (de enero a junio de 1842), al llegar a la confluencia del Ohio y el Mississippi, donde ya Smith había observado (1784) que “ les terres sont si basses qu’elles sont toujours inondées et couvertes de roseaux” ,326 y donde habría debido levan­ tarse la ciudad de Cairo, lo que encontraba era un pantano horroroso, “ a breeding-place of fever, agüe, and death; vaunted in England as a m i n e o í Golden Hope, and speculated in, on the faith o f monstrous representations, to rnany people’s ruin” , y observaba que “ such gross deceits” for323 Ib id ., vol. I, pp. 43-44; en una posada de Filadelfia “the chewing and spitting were carried to such a height, that it was difficult to escape from their effects’’ (vol. I, p. 393). 324 Ib id ., vol. I, pp. 28-29; II, pp. 74-75 y 242-243. Hay que decir que también en Europa eran todavía muy raros. 323 N o t e significa “nota”, pero también "billete de banco” (b a n k n o t e ), y los billetes falsificados o robados gozaban de “general circulation” (véase la ed. de Whitley-Goldman, p. 333). 326 V oyage dans les É ta ts -U n is de l'A m é r iq u e , vol. I, p. 183.

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zosamente debían destruir la confianza del extranjero y constituir un obs­ táculo para la inversión de capitales.327 Un eco de las esperanzas que se habían tenido en el gran porvenir de Cairo se advierte leyendo en Compagnoni (1820) que el punto de con­ fluencia del Ohio con el Mississippi "é ad uguale distanza da Pittsbourg e dalla Nuova Orléans, due centri di gran commercio” ,328 y todavía en 1846 se hablaba de fundar allí una gran metrópoli mercantil (proyecto en que se interesaron incluso los Rothschild).329 Pero una descripción realista (“ the dullest, dreariest, most uninviting región im aginable..., banks low and swampy, totally unfit for culture or habitation” , etc.) había dado cinco años antes de Dickens el norteame­ ricano Edmund Flagg,330 y lo mismo había hecho, quince años antes (1828), el capitán Hall.331 Más tarde (1850), Frederika Bremer describía esta zona como un montón de ruinas; “ elle était destinée á devenir une grande ville de commerce” , pero la malaria había expulsado del lugar a los habitan­ tes,332 y M elville encontraba allí la sede de la “ old-established firm o f Fever & Agüe” , además del T ifo , la Fiebre Amarilla, etc.333 Cyrus Spragg funda­ ba (?) en ese sitio una colonia de nudistas e intentaba asimismo botar allí una nueva Arca de Noé.334 Su triste fama reaparece en la caricatura (1856) del “ Western cockney” (un tipo que parece salido del M artín Chuzzlewit), el cual posee una fortunita en tierras vírgenes, “ and owns a few córner lots in Cairo, and other cides laid down in his maps. These he w ill sell cheap for cash” .335 Los sarcasmos sobre estas ciudades existentes sólo en los planos y en la fraudulenta fantasía de los especuladores son frecuentes,339 y a veces pare322 A m e r ic a n N o te s 323 G. Compagnoni,

f o r G e n e ra l C ir c u la tio n ,

ed. de Londres, 1907, pp. 169 y 243.

S to ria d e ll’A m e r ic a , in c o n tin u a z io n e d e l C o m p e n d io d e lla s to ria

u n iv e rs a le d e l S ig. C o n te d i S egu r, Milán, 1820-1823, vol. I, p. 19; pero aquí Compagnoni, según su costumbre, no hace sino copiar a Drouin de Bercy, L E u i o p e e t l A m é r iq u e co m p a rées, vol. 1, p. 83. 329 Uemond, L e s É ta ts -U n is d e v a n t l ’o p in io n fra n fa is e , p. 212, nota 122; Boorstin, T h e A m e ric a n s : T h e N a tio n a l E x p e r ie n c e , p. 298. 530 T h e F a r-W e s t (Nueva York, 1838), en Tryon, A M i r r o r f o r A m e ric a n s , pp. 570-571. 331 T ra v e ls in N o r t h A m e ric a , vol. III, pp. 369 ss. 332 L a F ie d e f a m ille dans le N o u v e a u -M o n d e , vol. II, p. 346. 333 T h e C o n fid e n c e -M a n (1857), xxm; ed. de Londres, 1948, pp. 160-161. 33i Véase R. L. Muncy, Sex a n d M a r r ia g e in U to p ia n C o m m u n itie s , Bloomington,

^.^, rr. 0 1 0 .9 1 2

11079

. 335 j. M. -Mackie, F r o m C ape C o d to D i x ie a n d th e T r o p ic s (Nueva York, 1864), en Tryon, A M i r r o r f o r A m e rica n s , p. 614. 336 Tres ejemplos: Hall, T ra v e ls in N o r t h A m e r ic a , vol. III, pp. 280-287 (“Embryo City”); Lowenstern, L e s É ta ts -U n is e t la H a v a n e (1842), pp. 65-66 y 83; y L. Oliphant (1855), citado en Cunlíffe, T h e L it e r a t u r e o f th e U . S., p. 157.

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cen un eco grotesco de aquellos otros sarcasmos, asimismo frecuentes, que se enderezaban contra la proyectada y fantasmagórica metrópoli de la Unión, Washington.337 Cairo es evidentemente el original sobre el cual, en T he L ife and Adventures of M artin Chnzzlewit, se describe la colonia y la ciudad de Edén. T o d o esto se sabía en los Estados Unidos, y hasta en Inglaterra alguien había hecho ya la fácil identificación, cuando Anthony Trollope visitó (1862) el sitio, encontrándolo, en pleno invierno y ocupado por las tropas del Norte, todavía más desolado y horrendo de como lo había descrito Dickens.338 L a región situada al norte de Cairo fue, durante decenios, teatro de crueles asesinatos y de sangrientas venganzas.339 Todavía en nuestros días, no obstante que es un importante nudo ferroviario y el puerto fluvial de una rica región, la ciudad tiene apenas poco más de 15 000 habitantes: “ once a vast arena for swaggering river men, [Cairo] is to-day a tidy little city that is usually fast asleep behind its gíant levees by midnight” .340 Ahora bien, sea que Dickens haya sido estafado por los especuladores norteamericanos que habían lanzado la Cairo City and Canal Company;341 sea que, como opina la mayoría de los biógrafos, estuviera simplemente despechado porque los editores norteamericanos no le pagaban un solo cen­ tavo por concepto de derechos de autor y se enriquecían a costa suya;342 Véase s u p ra , pp. 496, 600, etc. 338 A. Trollope, N o r t h A m e r ic a , vol. II, pp. 284 y 286; Stebbins, T h e T ro llo p e s , pp. 207 y 276. Trollope se remite también al M a r t in C h u zz le w it en el vol. III, p. 258; agria mención de Dickens en el mismo vol. III, p. 238; sobre Cairo cf. también supra, p. 616, nota 253. Y véase por último MaTk Twain, H u c k le b e r r y F in n (1884), cap. xvi; ed. de Londres, 1950, pp. 86, 88 y 93. [“La floreciente ciudad de Edén” según los em­ presarios y según la cruda realidad es el tema de dos de las litografías de “Phiz" (Hablot Knigfit Browne) para la edición original del M a r t in C h u zz le w it, reproducidas en el catálogo L ’A m é r iq u e v u e p a r l’E u r o p e , núms. 328 y 329. Véase ib id ., núm, 327, la tira cómica (1833) “Emigration, Detailing the Progress and Vicissitudes of an Emigrant!!”] 33s Véase P. M. Angle, R e s o r t to V io le n c e , A C h a p te r in A m e r ic a n Lawtessness, Londres, 1954. 33?

340 M. Schumach, “New Life on the Mississippi”, 18 de abril de 1954, p. 15.

T h e N e w Y o rk T im e s B o o k R eview ,

341 Pope-Hennessy, D ic k e n s , pp. 152 y 173, —“an attractive theory, but there is no evidence to support it”, dice una nota de la ed. de las A m e r ic a n N o te s por Whitley y Goldman, p. 352. 342 El autor de N in e te e n E ig h ty -F o u r , George Orwell, después de observar justamente que los capítulos americanos del M a r t in C h u z z le w it son “the only grossly unfair piece of satire in Dickens’s Works, and the only occasion when he attacked a race or communitv as a whole”, añade: “no doubt the unpaid royalties were at the bottom of the trouble” ( T h e N e w Y o rk T im e s B o o k R e v ie w , 15 de mayo de 1949). Dickens, en efecto, se jactaba y a la vez se lamentaba de que “of all men living I am the greatest loser"

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sea, finalmente, que sus teatrales chalecos tojos y verdes, la d e s p r e o c u p a ­ ción con que en la mesa sé' peinaba sus hermosísimos c a b e llo s c o n los ricillos falsos, y los juicios demasiado abiertos acerca de algunas d a m a s , le hayan enajenado muy pronto la simpatía de los norteamericanos, q u e e s p e ­ raban en plan de apoteosis al popularísimo autor de la Oid C u r i o s i t y S h o p (cuya heroína, la pequeña N ell, un “ eslabón” entre la goeth ean a M i g n o n y Mary Pickford, había tocado el corazón de todos, desde los m á s ilu s t r e s literatos hasta los mineros del Colorado), — el hecho es que en las A m e r i c a n

Notes y en el M artin Chuzzlewit se encuentra un com pendio m u y p o c o revisado pero sí vigorosamente enriquecido de casi todos lo s v i t u p e r i o s arrojados sobre el continente americano. L a circunstancia de q u e D ic k e n s ios concentre en los Estados Unidos no es un atenuante. Un precedente, sin embargo, se le puede encontrar en L e n a u . 343 L a aventura americana del joven Martin Chuzzlewit sigue la parábola, d e l p o e ­ ta alemán mucho más de cerca que la del novelista inglés q u e le d i o e l ser y le transmitió sus propias experiencias. Dickens partió a los E s ta d o s U n i ­ dos con una recientísima aureola de celebridad; partió p a ra u n a g ir a triunfal, espléndidamente pagada (su mujer con abrigo de p ie le s c o m p r a d o para la ocasión, una fiel camarera, un amplio guardarropa e n r i q u e c i d o c o n nuevos alfileres, anillos y cadenas), y persuadido de que un e s c r it o r c o m o él, preocupado por los problemas sociales — “ engagé” , se d iría e n n u e s tr o s tiempos— , se encontraría más a sus anchas entre los republicanos d e l M u n ­ do Nuevo que entre los aristócratas europeos.344 En cam bio M a r t i n , al igual que Lenau, decide trasladarse a América en un m om ento d e e x a s p e ­ ración y de desesperación: al buen T om que le pregunta, a s u s ta d o , “ O h , where will you go?” , le responde “ I don’t k n o w ... Yes, I d o . T i l g o to America” ;345 e inmediatamente América se transfigura a sus o j o s ( c o m o antes a los de Lenau) en la tierra predestinada de su in d e fe c tib le f o r t u n a , por la falta de c o p y r ig h t (carta a John Forster, 24 de febrero de 1842, e n A m e r i c a n ed. Whitley-Goldman, p. 307; y cf. ib id ., pp. 302 y 327). De esos m ism o s c a p ítu lo s escribe O. Elton (A S u m e y o f E n g lis h L it e r a t u r e , 1330-1880, Londres, 1948, v o l. I I , p . 210) que son una “ghastly but specious caricature”. Se diría que están to m a d o s d e los apuntes de viaje de Mxs. Trollope (!), observa Sadleir, T r o l lo p e , pp. 73-74. C f. ta m b ié n E. Johnson, C ha rles D ick e n s , H is T ra g e d y a n d T r iu m p h , Londres, 1953, v o l. I , p p . 442443, 471-476 y 479. 343 Véase s u p ra, pp. 469 ss. 344 Pope-Hennessy, C h. D ick e n s , pp. 152 y 155-156; Johnson, C h . D i c k e n s , v o l. I, pp. 357 ss. y 404; Bode, T h e A n a to m y o f A m e r ic a n P o p u la r C u ltu r e , pp. 156-162. 345 M a r t in C h u zzle w it, ed. de Londres, s. a. (Oxford Edition), p. 264. L a id e a de g o a b roa d le es sugerida a Martin por su amigo John Westlock, el cual p e n s a b a h a lla r en el extranjero la posibilidad que no tenía en su patria de ganarse el p an ( i b i d . , p . 251). Pero parece que su padre espiritual, Dickens, decidió mandarlo a América p o r q u e la N o te s ,

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donde podrá finalmente desplegar su talento de arquitecto, llevar a cabo grandes cosas, y adonde, en consecuencia, le es preciso dirigirse lo más pronto posible, antes de que otro vaya y se le adelante.346 N o bien llega a los Estados Unidos, experimenta “ a strong misgiving that Iris enterprise was doomed” , y en el anillo de diamantes obsequiado por su querida Mary ve un destello de lágrimas, no un rayo de esperan­ za.347 A l igual que Lenau, intenta un experimento de colonización en el interior del país, fracasa estrepitosamente, víctima a la vez de grandilo­ cuentes y desvergonzados embaucadores y de un clima pestilencial, cae enfermo y, apenas curado, en cuanto puede hablar, reconoce que se ha embarcado en una empresa estúpida y que lo único que debe hacer es “ to quit this settlement for ever, and get back to England. Anyhow! by any means! Only to get back títere, Mark” .348 Consigue regresar, en efecto, pero lo que no consigue es liberarse del horror de América. En el resto de la novela, cada vez que se menciona a los Estados Unidos, reaparece el motivo de las fiebres y de la barbarie. Hasta la jovial Mrs. Lupin, la próspera hospedera del “ Blue Dragón” , la­ menta que Martin se haya marchado a un país en que la gente va a la cár­ cel por haber ayudado a huir a un pobre negro: “ H ow could he ever go to America! W hy didn’t he go to some o f those countries where the savages eat each other fairly, and give an equal chance to every one!” Los yanquis son, pues, peores que los caníbales. Y Mark Tapley, el optimista a toda prueba, tiene que admitir que es bastante mérito mantenerse de buen hu­ mor en los Estados Unidos.349 La pintura del ambiente no tiene ya sorpresas para nosotros; pero, desde Buí'fon en adelante, nadie la había ejecutado con tal virtuosismo literario ni con tanta riqueza de colores. La humedad domina la escena: “ no end venta de la novela, por entregas mensuales, estaba quedando muy por debajo de lo que se esperaba, y quizá también para desahogar el resentimiento causado en él por la pésima acogida que sus A m e ric a n N o te s habían tenido en los Estados Unidos (Johnson, C k . D ick e n s , vol. I, pp. 453-455). .346 M a r t in C h u zz le w it, pp. 280-285; cf. s u p ra , pp. 470-471. 347 M a r t in C h u zz le w it, p. 358. 348 Ib id ., p. 618; c£. Lenau, s u p ra , p. 473. Después de un mes y medio de vida ame­ ricana, Dickens, desilusionado, repite: "This is not the Republic I carne to see”, y anhela regresar a la vieja Inglaterra con todas sus culpas y todas sus miserias (carta del 22 de marzo de 1842, T h e L e tte rs , Pilgrim Edition, vol. III, Oxford, 1974, p. 156). Mientras estaba en los Estados Unidos tocaba todas las noches en el harmonio H o m e , sweet h o m e “with great expression and a pleasant feeling of sadness” (Johnson, C h. D ick en s, vol. I, p. 405). En el barco que lo llevó de regreso a Inglaterra pudo observar a no pocos emigrantes que volvían al Viejo Mundo, desilusionados, famélicos, semidesnudos (A m e r ic a n N o te s , pp. 220-221). 349 M a r t in C h u zz le w it, pp. 762, 848 y 851.

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to the water!” 360 Y a medida que Martin y su fiel Mark se van acercando a la colonia de Edén — sarcástica designación, y tanto más simbólica cuan­ to que Dickens hace decir a uno de sus personajes que Edén “ is a reg’lar little United States in itself”— ,351 crece más y más la monótona desolación del paisaje. A los dos les parece haber puesto el pie en los reinos espan­ tosos de la Gigantesca Desesperación: “ A fíat morass, bestrewn with fallen timber; a marsh on which the good growth of the earth seemed to have been wrecked and cast away, that from its decomposing ashes vile and ugly things might rise; where the very trees took the aspect o f huge weeds, begotten of the slime from which they sprung, by the hot sun that burnt them up; where fatal maladies, seeking whom they might infect, carne forth at night in misty shapes, and creeping out upon the water, hunted them like spectres until day; where even the blessed sun, shining down on festering elements of corruption and disease, became a horror; this was the realm of Hope through which they moved.” Por fin acaba el viaje. Han llegado a Edén. “ Th e waters of the Deluge might have left it but a week before: so choked with slime and rnatted growth was the hideous swamp which bore that ñame.” 352 Parece la “ most hateful land” de Keats. Pero, en Dickens, el acento recae sobre la descomposición de la materia orgánica, sobre los miasmas, sobre el viscoso légamo, sobre los vapores letales, sobre las fiebres endémi­ cas, con alusión demasiado transparente al estado paralelo de la sociedad.363 Y aquí tenemos que hacernos una pregunta. ¿De dónde tomó Dickens estos elementos característicos del cuadro de una América degenerada y extenuada? La primera y obvia respuesta es que los tomó de la realidad misma. Ya en su primer viaje en tren, de Boston a Lowell, Dickens obser­ vaba desde la ventanilla kilómetros y kilómetros de terrenos talados y de troncos desmochados: algunos cortados de plano, otros semi-abatidos y ca­ yéndose sobre los vecinos, pero “ many more logs half hidden in the swamp, others mouldered away to spongy chips. T h e very soil of the earth is made up of minute fragments such as these; each pool of stagnant water has its crust of vegetable rottenness; on every side tliere are the bouglrs, and trunks, and stumps of trees, in every possible stage o f decay, decomposition, and 350 Ib id ., p. 345. 351 Ib id ., p. 609. Y poco más adelante (p. 626): “Is the Edén Land Corporation... an Institution of America?" Y’ una vez más hacia el final (p. 953): “Neighbours in America! Neighbours in Edén!”, etc. 352 ib id ., p. 447. Alrededor del lugar hay troncos podridos, perros y cerdos muertos de hambre, niños semidesnudos y el fétido olor de la descomposición (ib id ., p. 451). 353 Véanse por ejemplo las pp. 611, 621 y 622; sobre la malaria (“Edén..., the settlement a grave"), pp. 608 y 953.

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neglect” .3543 5Y a medida que desciende al Sur y. se interna rumbo al Ohio y el Mississippi, Dickens queda horrorizado con más y más frecuencia frente a espectáculos de lúgubre desmoronamiento, de espectral soledad, de tétri­ cos silencios.335 E n la confluencia de los dos ríos, donde hubiera debido levantarse la metrópoli Cairo — Cairo (no olvidemos la ecuación) = Edén — U. S. A.— , el horror llega a su punto culminante: “ the forlornest places we had passed, were, in comparison with it, full of ínterest” . Todos los temas ante­ riores reaparecen a plena orquesta; pero hay uno nuevo que los domina y : los sumerge: el tema tradicional del profundísimo silencio: “ no songs of birds were in the air” , reforzado esta vez por los acordes de una mo­ nótona, insípida inmovilidad: “ no pleasant scents, no moving lights and shadows from swift passing clouds” .356 Después de tocar este diapasón, el horror resuena en largos rezongos durante la navegación por el Mississippi, que corre en las páginas de Dickens como un fétido río semejante al Aqueronte, completamente irre­ conocible para quien lo recordara en la melodiosa descripción de Cha­ teaubriand. Inmundo, monstruoso, intolerable, asqueroso, son algunos de los epítetos que Dickens le arroja a este inmenso río de pesadilla, a este “padre de las aguas” que, gracias al Cielo, no tiene h ijo s ...357* p. 62. Algún paisaje agradable se encuentra, sin embargo, de cuando en cuando; por ejemplo, pp. 141 (el valle del Susquehanna), 151 (el canal que lleva a Pictsburgh) y 170 (puesta de sol sobre el Mississippi). Pero, como observa H. Stone, “Dickens’ Use o£ His American Experiences in M a r t in C h u z z le w it", P u b lic a tio n s o f th e M o d e r n L a n g u a g e A s s o c ia tio n o f A m e r ic a , LXXII (1957), pp. 467, 469-470 e t passim (es su tesis central), nada de lo bueno que cuenta del viaje pasa a formar parte de los capítulos americanos de la novela, que por el contrario plasman y exageran los rasgos negativos del paisaje y de la gente. Véase en Sanford, T h e Q u est f o r Pa ra d ise, pp. 147148, la rehabilitación de esos bosques medio derribados y medio podridos, que a Thomas Colé le sugerían el eterno fluir de la vida. 355 Por e je m p lo , A m e r ic a n N o te s , pp. 152, 158, 192 (fantásticas formas de los tocones), 248 (insalubridad del clima), etc. Del pasaje de la p. 158 procede la citada descripción de M a r t in C h u z z le w it, p. 451. Otros paralelos serían bastante fáciles; pero supongo que ya existe, en la interminable bibliografía dickensiana, una “tabla de concordancias" o de “pasajes paralelos” en demostración precisa de esta “fuente” de la novela. Así creía yo en 1955, pero veo que Harry Stone, al presentar su estudio citado en la nota anterior, observa que, “strangely enough, despite the immensity of the Dickens bibliography, one hunts vainly for such a study” (p. 464). Stone, poT cierto, desconoce del todo nuestra polémica, y sus justas observaciones quedan así no poco desenfocadas. 356 A m e r ic a n N o te s , p. 169. El sonido que más lo impresiona, en las- faldas de los Alleghanies y cerca de St. Louis, es el “almost incredible noise” de las ranas (ib id ., pp. 145, 175, 181; y carta a John Forster, 28 de marzo de 1842, en la ed. Whitley-Goldman, p. 320); cf. s u p ra , pp. 377-378, nota 49. asi A m e r ic a n N o te s , pp. 170 y 184-185. Y una carta a John Forster del 15 de abril 354 A m e r ic a n

N o te s ,

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. Así, pues, lo que parece haber inspirado a Dickens es la v i s i ó n d i r e c t a del continente nuevo, y no la lectura de tal o cual texto c lá s ic o d e a n t i ­ americanismo. En este caso, la contribución del novelista, in g lé s s e r í a o r i ­ ginal y aportaría un arroyuelo nuevo al “ Mississippi” de nu estra p o l é m i c a . Sin embargo, aunque es claro que Dickens no tiene ningún i n t e r é s p o r lo s problemas de geografía y de biología, y menos aún por las t e o r ía s r e l a t i v a s al salvaje, a la génesis de los continentes o al camino de la c i v i l i z a c i ó n , algo ha absorbido de la vasta literatura en torno al asunto. Hasta los autores que por primera vez describieron al N u e v o M u n d o lo habían visto a través de anteojos literarios y de rem iniscencias d e v i a j e s legendarios. N o está excluido que Dickens haya conocido el p o p u l a r í s i m o tratado de historia natural de Goldsmith; 863 y al final de u n c a p í t u l o , cuando Martin se encuentra por fin con un “ American g e n t le m a n ” , a ñ a d e Dickens esta alusión, no demasiado misteriosa: “ it was p e r h a p s t o r a e n like th is... that a traveller of honoured ñame, who trode those s h o r e s n o w nearly íorty years ago, and woke upon that soil, as many have d o n e s in c e , to blots and stains upon its high pretensions, which in the b r i g h t n e s s o f liís distant dreams were lost to view, appealed in these w o r d s . - - ” , tr a s lo cual cita las palabras del “ viajero” , que resultan estar en v e r s o : Oh but for such, Columbia’s days were done, rank without ripeness, quickened without sun, crude at the surface, rotten at the core, her fruits would fall before her spring were o’er !359 ¿Quién era ese respetable viajero? Ningún otro que T h om a s M o o r e , d e quien hemos hablado ya dos veces recordando justamente la p o e s í a a q u e de 1842 (en la ed. Whitley-Goldman, p. 320) concluye que el Mississippi es “ tire b e a s tlie s t river in the world..." 35s Sobre el cual véase s u p ra , pp. 203-206. Naturalmente, Dickens estaba f a m il ia r i z a d o con el V ic a r o f W a k e fie ld (citado en ias A m e r ic a n N o te s , p. 97); y en u n s p e e c h p r o ­ nunciado en Nueva York (1842) llegó a afirmar que leía a Goldsmith, o a “ s u h e r m a n o carnal”, el norteamericano Washington Irving, por lo menos dnco tardes c a d a s e m a n a - - . (Pope-Hennessy, C h . D ick e n s , p, 167). Dos veces reaparece en el M a r t i n C h u z z l e w i t (pp. 265 y 478) la expresión típica “animated nature”, y precisamente e n e l s e n t id o goldsmithiano de "naturaleza viva”. Dickens menciona asimismo [ib id ., p . 3 4 1 ) u n p a r ­ lamento de Jarvis, en el G o o d -N a tu r e d M a n (acto IV: “I won’t bear to h e a r a n y b o d y talk ill of him but myself”). En su biblioteca se encontraba la A n im a t e d i N a t u r e , c o m o también todo Buffon, y la obra monumental de McKenney y Hall sobre l o s p i e l e s r o j a s , e igualmente los escritos de casi todos los mas redentes críticos de la s o c i e d a d n o r t e ­ americana, Marryat, Miss Martineau, Mrs. Trollope, etc. (C a ta lo g u e o f t h e C i b r a r y o f C ha rles D ick e n s , etc., ed. J. H. Stonehouse, Londres, 1935, su b v o c ib u s ). 559 M a r t in C hu zzle w it, p. 338.

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pertenecen los versos citados por Dickens; 360 el viejo Thomas Moore que, amistosamente relacionado con el joven Dickens, al regresar éste de los Estados Unidos prestó un oído benévolo a sus desahogos antiamericanos.361 Los versos de Moore, es cierto, habían exaltado el vigor de la naturaleza americana, pero el vigor en todo, en la solemne magnificencia y en la

el Sur y el Oeste, y que se agrava su desilusión,364 se va atenuando ese celo de inspector de obras pías, doctas y represivas, y se va hinchando en cambio la vena satírica. Basta confrontar con la simpática descripción de Boston la grotesca pintura de Washington, ciudad estúpida donde “ very little fuss was made” 365 por la presencia del ilustre novelista. La capital federal le parece a Dickens un vasto y desdichadísimo suburbio, triste, se­ midesierto, malsano. Puede llamarse el cuartel general de los escupitajos tabacosos.366 La llaman “ the City o f Magnificent Distances” , pero más exacto sería calificarla de “ the City o f Magnificent Intentions” , intenciones no realizadas, dejadas a medio cumplir, abortadas. Washington es un pro­ yecto abandonado. Y, como antes Joseph de Maistre, Thomas Moore y Perrin du Lac, también Dickens cae en la tentación de la profecía y ase­ gura que la capital de los Estados Unidos no crecerá nunca: “ such as it is, it is Iikely to remain” .367

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letal tristeza. A l lado de los himnos al Niágara y a los lagos relucientes encontramos así la balada del Lake of Dismal Swamp y la canción del Evil Spirit of the Woods, todas saturadas de humedad, de miasmas y de fie­ bres.362 De una materia tan contagiosa, muy bien puede habérsele pegado algo a Dickens. Pero sobre todo coincide con el de Moore el juicio dickensiano acerca de la sociedad norteamericana: juicio, o mejor sarcástica invectiva, en que la vis cómica del novelista da libre curso al enfado reprimido del viajero. Consciente de su reputación de escritor especializado en el estudio de las clases más humildes y desamparadas, sabedor de lo que esperaban los norteamericanos del autor de Oliver Twist y de lo que podía interesar a Miss Angela Burdett-Coutts, en los primeros capítulos de sus American N otes Dickens no hace otra cosa que hablarnos de visitas a reformatorios y cárceles celulares, a escuelas y universidades, a manicomios y asilos para ciegos, a fábricas y hospitales.363 Sin embargo, a medida que avanza hacia 360 Véase s u p ra , pp. 424 (nota 44) y 602. 361 Pope-Hennessy, C h . D ick e n s , pp. 82, 178-179 y 190. Dickens poseía todas sus obras poéticas (C a ta lo g u e o f th e L i b r a r y . . . , p. 82). 3«2 Moore, P o e t ic a l W o rk s , pp. 89 y 102; cf.: “o’er lake and marsh, through fevers and through fogs”, etc. (i b i d pp. 101-102). Por lo demás, es claro que en estas compo­ siciones, como en los versos escritos O n Pa ssin g D ea d m a n 's Is la n d (ib id ., p. 107, 2), Moore rinde tributo a la moda romántico-funeral. 363 Como casi todos los demás viajeros, Dickens observa la prosperidad general de las clases obreras, la ausencia de pauperismo y de mendicidad, el excelente aspecto v la relativa cultura de los obreros y de las obreras (A m e r ic a n N o te s , pp. 65 y 67), como también la extremada cortesía de los modales, especialmente para con las señoras (ib id ., pp. 55 y 145). Más aún: en una carta a Lady Holland (Baltimore, 22 de marzo de 1842) reconoce a p e rtis v e rb is la cortesía de los norteamericanos en general: “I am bound to say that travellers have grossly exaggerated American rudcness and obtrusion” (Ilchester, C h ro n ic le s o f H o lla n d H o u s e , pp. 242-243). Con parecida caballerosidad alaba Dickens repetidamente la hermosura de las damas de Nueva York (“the ladies are singularlv beautiful”, A m e r ic a n N o te s , p. 95) y, un poco más ambiguamente, la de las de Boston: “The ladies are unquestionably very beautiful —in face: but there I am compelled to stop” (ib id ., p. 55). De manera más explícita: “their figures are very inferior” a las inglesas (carta a John Forster,' 14 de febrero de 1842, en la ed. Whitley-Goldman de las A m e ric a n N o te s ). Además, todas ellas están condenadas a una precoz decadencia (ib id -, pp. 306 y 309).

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se4 Cf. Pope-Hennessy, Ch. D ic k e n s , pp. 165, 168, 179 y 191. Sobre su entusiasmo inicial, mitigado muy pronto, véase Johnson, C h . D ic k e n s , pp. 371, 382-383, 392-393 y 404. 365 Pope-Hennessy, C h . D ick en s, p. 170. 366 “The headquarters of tobacco-tinctured saliva” (A m e r ic a n N o te s , p. 111); cf. Johnson, C h. D ick en s, pp. 396, 400, 407, 414-415 y 443, y la ed. de las A m e r ic a n N o te s por Whitley-Goldman, pp. 22 (Rupert Brooke rebautizará a América “El Cuspidorado”), 31, 311, 317 y 319. En las descripciones de los viajeros, los esputos de los norteamericanos ascienden casi al rango de un asqueroso rito nacional: véase ya el diario (1704-1705) de Sarah Kemble Knight ("spitting a large deal of aromatic tincture”, citado en Cunliffe, T h e L ite r a tu r e o f th e U . S., p. 33); véase también s u p ra , p. 600, y A m e r ic a n N o te s , ed. Everyman, pp. 95-96, 111-112, 121-122, 147 y 187; M a r t in C h u zz le w it, p. 629, etc.; Hall, T ra v e ls in N o r t h A m e ric a , vol. III, p. 1; Hamilton, M e n a n d M a n n e rs in A m e r ic a , vol. I, pp. 35 y 133; vol. II, pp. 164-165 y 190; Kürnberger, D e r A m e r ik a m ü d e (Franc­ fort, 1855, pero la novela se desarrolla en 1832), pp. 70, 101, 108, 168, 233, 390 y 460; Wish, S ociety a n d T h o u g h t in E a rly A m e r ic a , p. 376; Chevalier, L e ttr e s s u r 1‘A m é r iq u e d u N o r d , vol. I, p. 117, y Remond, L e s É ta ts -U n is d e v a n t l ’o p in io n frangaise, pp. 475, 723 y 726. A bordo de un vapor que viajaba de Nueva York a Filadelfia, un joven irlandés se encontraba en medio de una muchedumbre apiñada y maloliente, “all huddled together in glorious equality..., and in the most independent manner spitting and smoking almost in each other’s faces” (Thomas Cather, J o u r n a l o f a V oyage to A m e ric a in 1836, Londres, 1955, p. 23). Cf., para 1842, Lówenstern, L e s É ta ts -U n is e t la H a v a n e , p. 60; para 1851, Ampáre, p ro m e n a d e en A m é r iq u e , vol. I, p. 185, y vol. II, pp. 42 ss.; para 1859-1861, Rothschild, A C asual X'iew o f A m e r ic a , pp. 32 y 90; para 1863, G. Capellini, R ic o r d i d i u n v ia g g io s c ie n tific o n e l l ’A m e r ic a S e t te n tr io n a le n e l 1863, Bolonia, 1867, p. 207. Asimismo, la suciedad general de los norteamericanos cuando viajan es denunciada como causa de muchas enfermedades (Miss Martineau, su p ra , p. 624; Dickens, A m e r ic a n N o te s , p. 156; y cf. Johnson, C h . D ic k e n s , vol. I, p. 408). 367 A m e r ic a n N o te s , p. 116. Cf. la “premature ruin” de Thomas Moore (P o e tic a l W o rk s , p. 100, nota 5), y Perrin du Lac: “le plan de cette ville serait superbe, s’il pouvait s’exécuter; mais tout porte á croire qu’il s’écoulera bien des siécles avant que ce but ait été atteint” (V oy a ge dans les d e u x L o u is ia n e s , 1805, p. 82).

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La frecuencia de esta imagen de la capital como de un sueño truncado, con sus alusiones implícitas y sus reflexiones sardónicas, nos obliga a una breve glosa marginal. Volney, algunos años antes, se había metido ya con el Capitolio, que, comenzado apenas a construir, le recordaba las ruinas de las ciudades del Levante asiático, sólo que éstas son “ esqueletos” , mientras que el Capitolio es un embrión.368 El capitán Marryat no refrena su ironía: “ Everybody knows that Washington has a Capítol, but the misfortune is that tlie Ca­ pítol wants a city.” 369 La joven amiga de Dickens, Fanny Kemble, califica a Washington (1832) de “ preposterous town” , recuerda los versos desdeño­ sos del viejo Thomas Moore y expresa su desconfianza por todas las cosas que crecen demasiado aprisa (o sea más aprisa que en Inglaterra).370 Isidore Lówenstern, en cambio, reconoce en Washington (1837) otro vicio norte­ americano, el de hacer planes, y contentarse luego con que éstos se hagan realidad en un par de siglos. “ II est tres problématique — concluye— que Washington s’accroisse jamais” (tenía entonces probablemente 20 000 habi­ tantes).371 Y es posible simpatizar con aquellos diplomáticos franceses que se aburrían mortalmente en una ciudad tan chica.372 Idéntico pesimismo se encuentra en el irlandés Thomas Cather: “ Wash­ ington is the mere skeleton o f a city. T h e original place. . . w ill never.. . be filled up” ;373 en M ichel Chevalier: “ Washington, avec son plan tracé pour un m illion d’habitans, n’en aura pas quarante mille d’ici á cinquante ans peut-étre” ; 374 en Miss Martineau: “ T h e city is a grand mistake. Its only attraction is its being the seat of government: and it is thought that it w ill not long continué to be so” ; 375 en el joven Salomón de Rothschild (1860): polvo como en el Sáhara, muchas calles recientes, “ but not one has been completed; the houses seem to have an unfinished look” ; 376 en el italiano Francesco Carega di Muricce (1875), según el cual Washington es “ campagna che aspetta le case e la gente per divenire cittá” .377 Todavía 3sa Gaulmier, V o ln e y , p.,206. Talleyrand había dado pruebas de mayor comprensión (cf. Poniatowski, T a lle y r a n d a u x É ta ts -U n is , pp. 328-329). 359 A D ia r y in A m e r ic a , vol. I, p. 115. 370 Pope-Hennessy, T h r e e E n g lis h W o rn e n , pp. 261-262. 371 L e s É ta ts -U n is et la H a v a n e , p. 201. 372 Remond, L e s É ta ts -U n is d e v a n t l ’o p in io n fra n g a is e , pp. 327-328. 373 J o u r n a l o f a V oyage to A m e r ic a in 1836, p. 33. 374, L e t t r e s s u r l'A m é r iq u e d u N o r d , y o l. II, p. 197. En realidad, hacia 1885 Wash­ ington tenía más de 100000 habitantes. 375 R e tr o s p e c t o f W e s te rn T r a v e l, vol. I, pp. 266-267 (y cf. vol. I, pp. 236-237). La futura capital podría ser Cincinnati (ib i d ., vol. I, p. 267; vol. II, p. 240). 37o A C asu a l Vietu o f A m e r ic a , p. 33. 377 Citado por Torrielli, It a lia n O p in ió n o n A m e r ic a , p. 221.

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hoy (¡en 1948!), Simone de Beauvoir la juzga “ une ville de p r o v in c e ” , l l e n a de monumentos feísimos.378 Et j ’en passe! — Con el tiempo, la desproporción entre el desbordante poder d e l o s Estados Unidos y el aspecto decoroso pero modesto de la c iu d a d q u e lo s gobernaba tenía que resultar aún más estridente que en la prim era m it a d , del siglo xix. Y sin embargo justamente entonces, hacia 1830, la a r c h i e n e miga de todo lo americano, la famosa Mrs. Trollope, podía e n tu s ia s m a rs e por el Capitolio y alabar la manera como sus constructores se h a b ía n m a n ­ tenido fieles al plan original (de Pierre-Charles L ’Enfant): “ th e a p p e a r e n c e of the metrópolis rising gradually into life and splendour, is a s p e c t a c le o f high historie interest” , y llega a declarar que esta ciudad, tan v e n t u ­ rosamente ajena a toda actividad comercial, es la más agradable d e l o s Estados Unidos (!).379 Pero volvamos a Dickens. En el M artin Chuzzlewit no q u e d a h u e l l a alguna de sus visitas a instituciones sociales. Los Estados U n id o s se c a r a c ­ terizan en esta novela por la consabida fórmula “ geografía y n o h i s t o r i a ” , o sea por un breve pasado, que no se remonta a épocas oscuras y s a n g r i e n ­ tas, y por vastos territorios baldíos.380 En Inglaterra tienen fa m a d e s e r una democracia igualitaria.381 Pero bastaría el esclavismo para e c h a r p o r tierra esa pretensión, el esclavismo sobre el cual vuelve a machacar a c a d a paso Dickens el humanitario, Dickens el inglés, Dickens el in teresado e n economía política,332 y sobre todo Dickens el orador sardónico: “ t h e y ' r e so fond of Liberty in this part of the globe, that they buy h e r a n d s e l l her and carry her to market with 'em. They 've such a passion f o r L i b e r t y , that they can’ t help taking liberties with her” .383 Y no debe cau sar s o r ­ presa que, en el momento de estallar la guerra de Secesión, D ick en s p r o ­ vocara a Fanny Kemble (acérrima antiesclavista, entre otras cosas p o r l a experiencia directa de una plantación que en Georgia poseía su m a r i d o ) diciéndole que simpatizaba con los del Sur: lo hacía “ to the extent o £ n o t 378

L ’A m é r iq u e a u f o u r le j o u r ,

pp. 81 y 83. xx; ed. Smalley, pp. 216-218: cf. t a m b i é n

379 D o m e s tic M a n n e rs o f th e A m e ric a n s , s u p ra ,

p. 600.

380 381

M a r t in Ib id .,

C h u zzle w it,

pp. 340-341.

p. 270.

382 A m e ric a n N o te s , pp. 24, 113, 118-119, 126, 132-133, 136 y 225-241 (y en l a ed.. ele Whitley y Goldman, pp. 303, 309 y 321-322); M a r t in C h u z z le w it, pp. 350-351, 4 3 1 - 4 3 2 y 762; Johnson, C h. D ic k e n s , pp. 402-403; Spender, L o v e -H a t e R e la tio n s , p. 28. 383 M a r t in C h u zz le w it, p. 346. Véase también ib id ., p. 612: "he always i n t r o d u c e d himself to strangers as a worshipper of Freedom; was the consistent advócate o£ L y n c l i law, slavery”, etc. Y cf. ya Moore: “Oh Freedom, Freedom, how I bate thy c a n il" , c o m o el de los norteamericanos que “strut forth, as patriots, from their negro-m arts, / a n d shout for rights, with rapiñe in their hearts” (P o e t ic a l W o rk s , p. 100, 1).

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believing in the northern love of the black man ñor that the northern horror of slavery had much to do with the war” .384 Los norteños estaban en contra de la esclavitud, sí, pero de todos modos seguían siendo ameri­ canos. Y los americanos son individuos esencialmente intolerantes, llenos de sí mismos, presuntuosos y fanfarrones, grotescamente engreídos por la excelencia de sus “ institutions” , conformistas, vanidosos y prontos a zaherir con ferocísimos acentos catonianos la corrupción de los europeos, la alta­ nería de los reblandecidos británicos y a todo aquel que, de manera gene­ ral, alimente la más pequeña duda sobre la excelencia de tal o cual aspecto de la nación norteamericana.385 El juicio global de Martin Chuzzlewit se vincula, dándole casi un valor alegórico, con la visión de la tierra pútrida y hedionda: los norteameri­ canos se sustraen a los pequeños deberes sociales, de lo cual se ufanan luego como si eso fuera “ a beautiful national feature” , y de ahí pasan a violar obligaciones más serias y fundamentales. Cuál será el paso siguiente, no puede saberse, pero de seguro será un desarrollo natural de un orga­ nismo que está podrido en la raíz.386 R o tten at the root: una vez más nos viene al recuerdo la náusea, el espanto y la reacción de Lenau. Así como el poeta alemán había ensuciado el nombre mismo de la nación norteamericana (los “ Estados Emporcados” ), así Dickens organiza, a bordo del velero en que regresa a su patria, la sarcástica y bufonesca asociación de los “ United Vagabonds”, y se mofa de la bandera y del escudo de los Estados Unidos. La bandera estrellada tiene “ the remarkable peculiarity of flouting the breeze whenever it was hoisted where the wind flew ” ,387 y la gran águila americana “ is always airing itself sky-high in purest aether, and never, no never, never tumbles down with draggled wings into the mud” .388 38¡¡ Pope-Hennessy, C h . D ick e n s , p. 41S. Sobre las cambiantes reacciones de Dickens frente al esclavismo véase M. Goldberg, "From Bentham to Carlyle: Dickens’ Political Development”, J o u r n a l o f th e H is to r y o f Ideas, XXXIII (1972), p. 73. 385 Sobre el conformismo y la intolerancia: M a r t in C h u zz le w it, pp. 337-338 y 612; sobre el optimismo ciego y lleno de fatuidad: ib id ., pp. 603, 609, 611, 615 y 624; sobre las “institutions”, ib id ., pp. 613, 626 y 629 (Miss Martineau había analizado el singu­ larísimo “national contentment” de los norteamericanos: véase s u p ra, pp. 624-625; y Tocqueville había escrito ya sobre el tema una página definitiva: D e la d é m o c ra lie en A m é r iq u e , vol. II, p. 233); sobre el moralismo anti-europeo: M a r t in C h u zzle w it, pp. 353355, 611, 613, 615 y 626-627. En las A m e ric a n N o te s menciona Dickens ciertas baladro­ nadas anti-británicas (p. 196), pero juzga también con suma severidad a los ingleses resi­ dentes en los Estados Unidos (p. 111): ¿la tierra echa a perder a los hombres? 386 M a r t in C h u zz le w it, p. 629. 3st I b id ., p. 634; ‘cf. también p. 335. 888 I b id ., p. 603. Si tuviera que pintar el Águila americana, Mark Tapley la presen­ taría como un Murciélago por su miopía, como un Gallito por su presunción, como

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Los emblemas más sagrados se ponen en ridículo. La tierra, los hom­ bres, las instituciones, los símbolos y los ideales son despachados en una sola cruel y apasionada condena sumaria. N o sorprende que varias veces, en estos capítulos, recuerde o aluda Dickens al amarguísimo Jonathan Swift. Y, desde luego, no hace falta examinar detalladamente las muchas críticas menores.389 N o nos tomarán de nuevo los repudios globales, pare­ cidos a los de los Trollope, madre e hijo: 390 “ I don’ t like the country. I would not live here. . . I think it impossible, utterly impossible, for any Englishman to live here, and be happy.” 381 Tam poco nos asombraremos de la violenta reacción que los dos libros de Dickens suscitaron, ni daremos demasiada importancia a las recantations de que el autor los proveyó más tarde, con prólogos y epílogos que querían encerrarlos como un sandwich indigesto entre dos inocentes rebanadas de pan. En la misma Inglaterra, a muchos Ies desagradó el acento, y casi la afectación, de altanera cuchufleta. Macaulay, disgustado por su tono “ vul­ gar and flippant” , se negó a reseñar las Am erican N otes, libro que lograba ser “ at once frivolous and dull” .392 El buenísimo Longfellow, incapaz de decir nada desagradable a ninguna persona, leyó de un tirón el volumen obsequiado por su amigo y anfitrión, y — meditando ya sus Poems on Slavery (1842), que parecen haber recibido más de una inspiración de las una Urraca por su honradez, como un Pavorreal por su vanidad, como un Avestruz por su capacidad de hundir la cabeza en el fango, “¡Y como un Fénix —lo interrumpe Martin, contento porque pronto saldrá de América—, que resurge de las cenizas de sus errores y de sus vicios, y se remonta de nuevo al Cielo!” (ib id ., p. 639). Sobre la antipatía de Dickens por la rapaz águila americana véase Alien, Is r a fe l, vol. II, p. 527. C£. in fr a , pp. 65S-659. 389 Anotaremos algunas, sin embargo. Sobre la adoración del dólar: M a r t in C h u zz ­ le w it, pp. 334-335; sobre las quiebras bancarias: A m e r ic a n N o te s , p. 96; M a r t in C h u z z le w it, p. 270; sobre la prensa agresiva y escandalosa: A m e r ic a n N o te s , pp. 22, 86 y 345, y M a r t in C hu zzle w it, pp. 314-315; sobre el abuso de los títulos y la aburrida ceremoniosidad de las recepciones: A m e ric a n N o te s , pp. 124-126 (y Pope-Hennessy, C h . D ic k e n s , pp. 169 y 189); M a r t in C hu zzle w it, pp. 333-334; sobre los cuáqueros: A m e r ic a n N o te s , p. 96 (“The Quakers would have none of him”; cf. Pope-Hennessy, o p . c it., p. 173); sobre los trascendentalistas, a quienes sin embargo hubiera debido respetar, como secuaces que eran de su admirado Carlyle; A m e r ic a n N o te s , p. 56, y M a r t in C h u z z le w it, pp. 634635, etc. También se parodia sabrosamente el habla norteamericana. 390 Véase s u p ra, pp. 597 y 616. asi Carta a John Forster, 15 de marzo de 1842, T h e L e tte r s , Pilgrim Edition, vol. III, p. 135. 892 Pope-Hennessy, C h. D ick e n s , p. 182, que se adhiere al juicio de Macaulay. Cf. también Johnson, C h. D ick e n s , vol. I, p. 442, que menciona las previsibles felicitaciones que Dickens recibió de Mrs. Trollope y de Marryat, pero no los feroces comentarios del “conservative” John Wilson Croker, citados en T h e T im e s L ite r a r y S u p p le m e n t, 5 de marzo de 1971, p. 269.

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indignadas peroraciones del inglés— lo felicitó ambiguamente diciéndole que sus N otes eran “ jovial and good-natüred” ’ aunque “ at times very severe” .393 Entre los demás amigos, Sydney Smith estaba entusiasmado con el M artin Ghuzzlewit, pero le advenía a Dickens: “ You must settle it with the Americans as you can” ; y en efecto, como dijo Carlyle, la novela pro­ vocó “ all Yankee-doodledum to fizz Iike one universal sodawater bottle” .394 La mujer misma de Carlyle, la genial y briosa Jane, leía las American N otes en el ejemplar enviado a su marido por el autor; al principio encon­ traba su hum our alambicado, y las partes narrativas fastidiosas ( dull), pero, al llegar al segundo de los dos volúmenes, se reconciliaba con el libro y lo juzgaba ameno e instructivo.395* Cuando más tarde le presentaron a un bu­ fonesco generar norteamericano, la terrible: Jane no pudo contenerse: “he seemed then as a living confirmation o f Dickens’s satires on the American great m en, and several times I burst out laughing in his face” .398 Incluso los editores ingleses de la última reimpresión de las American Notes (1972) las presentan a sus lectores como un libro “ extremely disappointing in its omissions and pervasive flatness” (!).397 En cuanto a los norteamericanos, Dickens sabía ya que las American N otes , libro "si sévére et si ingrat pour rAm érique” ,398 no serían recibidas 393 C£. Johnson, vot. II, p. 441. Los

p. 441; Parrington, M a in C ú rre n te in A m e r ic a n T h o u g h t , de Longfellotv estaban en la biblioteca de Dickens (C a ta lo g u e o f th e L i b r a r y . . . , ed. Stonehouse, p. 94) junto con varios opúsculos sobre lá esclavitud y sobre el c o p y r ig h t , y las primeras obras de otros escritores norteameri­ canos, como Emerson, Melville y Thoreau (i b i d ., p. 87 y su b v o c ib u s ). 394 Pope-Hennessy, C h. D ic k e n s , p. 190 (en 1867, Carlyle definía la literatura al uso como “a poor bottie o£ soda-water with the cork sprung”: Sh o o t in g N ia g a r a : a n d A fte r? , en sus C r it ic a l a n d M is c e lla n e o u s Essays, ed. de Londres, 1907, vol. VII, p. 221). "At one time —cuenta Emerson acerca de Carlyle— he had inquired and read a good deal about America”, y uno de sus libros favoritos, en su juventud, había sido la H istory _ o f A m e r ic a de Robertson; ahora sabía que en los Estados Unidos los obreros comían carne, pero temía que su “principio” (político) fuera “mere rebellion” (Emerson, E n g lis h T ra its , 1833, xi; S e le cte d Essays, p. 222). A la muerte de Carlyle, Whitman escribía (1881) que el gran ensayista “didn’t at all admire our United States”, añadiendo para su capote, con desacostumbrada autocrítica, que quizá no pensó ni dijo "half as bad words about us as we deserve” (S p e c im e n D a y s, en P o e t r y a n d P rose , ed. L. Untermeyer, Nueva York, 1949, p. 679). C h . D ic k e n s ,

P o e m s o n Slavery

395 Jane Welsh Carlyle, L e tte r s to H e r F a m ily , 1839-1863, ed. L. Huxley, Londres, 1924, p. 35. 39« I b id ., p. 177. 397 A m e r ic a n N o te s , ed. Whitley-Goldman, p. 27; cf. ib id ., pp. 329-331, otros juicios negativos. 398 Ampére, P r o m e n a d e e n A m é r iq u e , vol. I, p. 100. También Hall preveía que su libro tendría mala acogida en los Estados Unidos ( T ra v e ls in N o r t h A m e r ic a , vol. I, pp. iii y 16; vol. II, p. 58). ----

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con cariño, ni siquiera con favor.399 Así, pues, nos asombra q u e é l s e h a y a asombrado cuando, habiendo recargado la dosis con el M a r tin C h u z z l e x v i t , la novela fue simbólicamente destruida en un escenario de N u e v a Y o r k , 399 A m e ric a n N o te s , ed. Everyman, p. 249; Johnson, C h. D ick e n s , vol. I , p p . 4 3 3 -4 3 4 ; Fabián, A . de T o c q u e v ille s A m e r ik a b ild , p. 16, nota 51, donde se m e n c io n a e l H e c h o de que Dickens, persuadido por su amigo Forster, suprimió una in trodu cción p a r t i c u l a r ­ mente áspera y casi provocativa (= ed. Whitley-Goldman, pp. 297-300; y c f . i b i d . , p . 325). Una carta suya (19 de abril de 1842) acerca de los Estados Unidos, muy a d r e d e A c id a y viperina, ha sido publicada recientemente (T h e T im e s , 31 de marzo d e 1 9 7 0 ; T L e r a l d T r ib u n e de la misma fecha). El libro se tradujo al alemán y se publicó t r e s -v e c e s (1 8 4 3 y 1845): Franz, D a s A m e r ik a b ild d e r deutschen R e v o lu t io n , p. 35. N o s e t r a d u j o a l francés, pero su influencia fue muy amplia en Francia: Remond, L e s É t a t s - U n i s d e r u a n t V O p in ió n frangaise, pp. 279-280 y 739. Una respuesta inmediata (1843), publicada con el título de C h a n ge f o r t h e " A m e r i c a n N o t e s " , by an A m e r ic a n L a d y , es una crítica sostenida de la sociedad y l a n a c i ó n in g le s a (cf. Chasles, É tud es s u r la litté r a tu r e e t les m ceurs des A n g l o - A m é r i c a in s , p p . 3 2 9 -3 3 0 ). Otro p a m p h le t de réplica se atribuyó a Poe (Alien, Is ra fe l, vol. I, p. x i i i ) . S o b r e las relaciones de Poe con Dickens véase el mismo Alien, vol. II, pp. 522, 5 2 7 - 5 2 9 y 6 1 5 ; y Pope-Hennessy, C h. D ick e n s , pp. 169-170. Otros sarcasmos (1845) en T r y o n , A M i-r r o r f o r A m e rica n s , p. 191, y en Johnson, C h . D ick e n s , vol. I, p. 442; cf. t a m b i é n B rem er, L a V ie de fa m ille dans le N o u v e a u -M o n d e , vol. I, pp. 19, 40, 189 y 266; C b a s l e s , É t t i d e s , pp. 331-332, y la ed. Whitley-Goldman de las A m e r ic a n N o te s , pp. 329-331. El juicio de Emerson y de sus contemporáneos ha sido parafraseado s a g a z m e n t e p o r Van Wyck Brooks: “All praise to Dickens for showing so many mischiefs a t b o r n e th a t Parüament had not been able to remove. But what was the A m e r ic a n A ro t e s ? A liv e ly xattle; too short, too narrow, too ignorant, too slight and too fabulous” ( 7 ' h e L i f e o f E m e rs o n , p. 177; cf. ib id -, pp. 202 y 206). El ensayo S o c ia l A im s ( E m e r s o n , S e le c te d Essays, pp. 439 ss.) comienza así: “Much ill-natured criticism has b e e n d i r e c t e d . on American manners”, pero continúa: “I do not think it is to be resented ” , y p r o s ig u e en el mismo tono contrito. En cuanto a Whitman, después de visitar personalmente el Oeste, t e n ía q u e a d m it ir que “Dickens had not been so far wrong after all!” (H. S. Canby, W a l t W h i t m a n , A n A m e r ic a n , Nueva York, 1943, p. 75; cf. también s u p ra , p. 646, nota 3 9 4 ). P e r o t o d a v ía Mark Twain “felt outraged when he read that Dickens denied that the s t e a m b o a t s w e r e magnificent fioating palaces” (Wish, S o cié ty a n d T h o u g h t in E a r ly A m e r i c a , p . 3 7 9 , y Dickens, L e tte rs , Pilgxim Ed., vol. III, pp. 176-177). Algunos ejemplos ( 1 8 2 7 - 1 8 2 9 ) del hiperbólico entusiasmo norteamericano por esos “sublimes", “majestuosos", " f a n t á s t i c o s ' ’ barcos de vapor pueden verse en Smith, V ir g in L a n d , pp. 157-158; t a m b ié n T h a c k e r a y los había ridiculizado diriendo que estaban hechos de “cartón piedra”, y q u e c o n s t a b a n de un motor y diez mil dólares de perifollos de madera (Cunliffe, T h e L i t e r a t u r e o f th e U n ite d States, p. 155; en otro libro suyo, T h e N a t io n Ta kes S h a p e , C u n l i f f e m en ­ ciona esos barcos eficaces y prácticos y los llama “a distínctively A m e r ic a n c r e a c i ó n ”). Michel Chevalier los había encontrado “vraiment beaux á voir”, pero " a y e r m a r a v il la fui / y hoy sombra mía aun no soy”: esos barcos duran cuatro o c in c o a ñ o s c u a n d o mucho; son muy baratos e in c o m o d ís im o s , y van siempre sobrecargados d e p a s a j e r o s (L e ttr e s s u r l’A m é r iq u e d u N o r d , vol. II, pp. 13-18). Solitaria excepción, la de Henry James, también en esto más europeo q u e a m e r i c a n o ,

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donde la arrojaron en el caldero de las brujas en una parodia de Macb e th . . . 400 Y Washington Irving, muy admirado por Dickens. convirtió en helada indiferencia la amistad que había estrechado con él.401 Todavía veinticinco años después, en vísperas de su segunda y aún más triunfal gira por los Estados Unidos, Dickens tenía algunas dudas en cuanto a la acogida que le aguardaba.402 Pero los tiempos ya habían cambiado, las viejas polémicas estaban casi olvidadas, y las nuevas se llevaban a cabo en el cual menciona con aprobación la apasionada protesta de Dickens contra la cárcel celular de Filadelfia ( T h e A m e ric a n S cene, Londres, 1907, pp. 299-300). 400 Pope-Hennessy, C h. D ick e n s , p. 190; Dickens, L e tte r s to A n g e la B u r d e tt-C o u tts , pp. 48-49, nota; c£. s u p ra , p. 628, nota 301; otras indignadas expresiones antiamericanas en las citadas L e tte rs de Dickens a Miss Burdett-Coutts, pp. 59 (1843) y 177 (1850). A m e r ic a n N o te s , ed. Whitley-Goldman, pp. 347-348. 402 Pope-Hennessy, Ch. Dickens, p. 421. También el cortés Ha'wthorne, en el prefacio de su libro sobre Inglaterra, afectuosamente intitulado O u r O íd H o m e (1863), habia dicho: “Not an Englishman of them all ever spared America for courtesy’s sake or kindness" (citado por Henry James, H a w th o rn e , p. 151; c£. Pope-Hennessy, o p . c it., p. 161, y Cunliffe, T h e L it e r a t u r e o f th e U . S., p. 216). Pero hay que reconocer igualmente que nin­ gún crítico inglés había sido bien tratado por los norteamericanos. Véanse, además de escritos ya citados, como el de la inglesa americanófila Francés Wright ( Voyage a ux É ta ts -U n is , vol. I, p. viii, etc.; c£. s u pra, p. 593), las siguientes muestras: contra el capitán Basil Hall: C a p ta in H a l l in A m e ric a , by an A m e r ic a n (Richard Biddle), Filadelfia (y Londres) 1830, y Anne Royall, M rs . R o y a ll’s S o u th e r n T o u r , Washington, 1838; contra el mayor Marryat: William T. Thompson, M a j o r Jo n e s ’s Sketches o f T r a v e l, Filadelfia, 1848; contra todos los viajeros malévolos: Washington Irving, E n g lis h W rite rs o n A m e ric a , en T h e S k e tch -B o o k , pp. 44-52; Robert Walsh, A n A p p e a l f r o m th e J u d gm en ts o f G re a t B r it a in re s p e c tin g th e U n ite d States o f A m e r ic a , 1819 (cf. Castle, D e r grosse U n b e k a n n te , pp. 184 y 232, y Curti, P r o b in g O u r Pa s t, pp. 200-201); James K. Paulding, T h e N e w M i r r o r f o r T ra v e lle rs , Nueva York, 1828 (sobre este Paulding, autor también de T h e U n ite d States a n d E n g la n d , Nueva York, 1815, de A S k etch o f O íd E n g la n d , by a N e w E n g la n d M a n , Nueva York, 1822, y de J o h n B u l l in A m e r ic a , 1825, cf. Curti, P r o b in g O u r Past, p. 200); Asa Greene, T ra v e ls in A m e ric a by G e o rg e F ib b le t o n , e x -B a rb e r to th e K in g o f G re a t B r ita in , Nueva York, ca. 1830-1832; Calvin Colton, T h e A m e rica n s by an A m e ric a n , Londres, 1833; Caroline Gilman, T h e P o e t r y o f T r a v e llin g in th e U n ite d States, Nueva York, 1838 (cf. Tryon, A M i r r o r f o r A m e ric a n s , pp. xi, 167, 613 y 783-791); los franceses Michel Chevalier (L e ttre s s u r l ’A m é r iq u e d u N o r d , vol. I, pp. 156-157) y Gustave de Beaumont (Fabian, A . de T o c q u e v ille s A m e r ik a b ild , pp. 126-128); la norteamericana Catherine Sedgwíck (Pope-Hennessy, T h r e e E n g lis h Tí’o rn en , p. 230) y el canadiense Tilo­ mas Chandler Haliburton, T h e C lo ck tn a k e r, 1838-1840. Cf. también Vail, D e la litté r a tu r e e t des h o m m e s de lettres des É ta ts -U n is , pp. 311-318, y el ensayo de Philaréte Chasles, “Les Américains en Europe et les Européens aux États-Unis”, en sus É tudes sur la litté r a iu r e e t les m ceurs des A n g lo -A m é ric a in s , pp. 237-281 (y cf. ib i d ., pp. 405-406). Con todo, la reacción más interesante no es ésta, de despecho o de mezquina suscep­ tibilidad, sino la que en un plano más elevado demuestran Emerson y los demás porta­ voces de una nueva consciencia norteamericana. Uno de ellos, Hermán Melville, escribió por cierto la sátira más concisa (y que no veo mencionada en otro lugar) de los libros

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un plano más elevado. Las especulaciones inmobiliarias, los fraudes en per­ juicio de los pioneros, la falta de pago por concepto de derechos de autor, los escupitajos y los esclavos no eran ya temas de actualidad. En gran parte por mérito de algunos escritores norteamericanos que se plantearon la cues­ tión de la dignidad y de la misión de su país, la discusión se trasladaba a los primeros principios y a más racionales prejuicios.

R ea c c ió n e n lo s E stado s U n id o s ; E m erson y l a fr e s c a c u l t u r a n o r t e a m e r ic a n a En 1837, Ralph W aldo Emerson, saturado de idealismo germánico, doctrina filtrada a través de Coleridge y de Carlyle y rebautizada con el nombre de “ trascendentalismo” (el Transcendental Club acababa de fundarse apenas, en 1836), dirigía a sus compatriotas un discurso fichteano sobre la misión del sabio en los Estados Unidos, T h e A m erican Scholar, que ellos saluda­ ban, para decirlo con las palabras de O liver W endell Holmes, como “ our inteílectual Declaration of Independence” , y que a nosotros, hoy, nos parece más bien una emulsión de oratoria mesiánica, de pedagogismo académico y de fe en una predestinación naturalista. Sobre el destino del “ sabio americano” brillan, augúrales, las estrellas del Nuevo Mundo.403 Se acerca el fin de su aprendizaje. De la tradición del mundo europeo no tiene ya nada que recibir. La naturaleza y su alma so­ litaria le dictarán una sabiduría más alta, un mensaje más universal. Los de viajeros británicos, imaginando que en la biblioteca de Oh-Oh se hallaba un manus­ crito intitulado T h r e e H o u r s in V iven za [o sea en los Estados Unidos], C o n t a in in g a F u l l a n d Im p a r tia l A c c o u n t o f T h a t W h o le C o u n tr y , b y a S u b je c t o f K i n g B e llo [o sea el rey de Inglaterra]: M a r d i (1849), cxxin, en R o m a n c e s , p. 587. Por otra parte, después de los minuciosos estudios de Bernard Fabian, no puede pasarse por alto la contribución de ob­ servaciones y de motivos polémicos que esos malévolos viajeros ingleses suministraron a la mente sistemática y filosófica de un Tocqueville: véase el libro de Fabian (cuyo sub­ título es G e n e tis ch e U n te rs u c h u n g e n ü b e r Z u s a m m e n h a n g e m i t d en zeitgenóssischen, in sb es ond ere d e r en g lis ch e n A m e r ik a -In t e r p r e t a t io n e n ), especialmente pp. 6-27, 31-32, 46 y 121-128. 403 p h e A m e r ic a n S c h o la r (1837), T h e C o m p le te W o rk s o f R . W . E m e rs o n , Boston y Nueva York (Centenary Edition), 1903-1904, vol. I, pp. 114 y 414-416. Sobre algunos de sus predecesores —G. J. Ingersoll (1823; cf. s u p ra , p. 589), W. E. Channing (1830; cf. Fabian, A . de T o c q u e v ille s A m e r ik a b ild , pp. 19 y 58-79)— véase Jones, Ideas in A m e ric a , p. 276, nota 13; Cunliffe, T h e L it e r a t u r e o f th e U . S., pp. 44-45, y T h e N a t io n Takes Shape, pp. 182-183; Lewis, T h e A m e r ic a n A d a m , p. 78, y la introducción de Whitley y Goldman a su ed. de las A m e ric a n N o te s de Dickens, p. 14 (Webster y otros). Cabe agre­ gar el testimonio antiguo de Chastellux, Voyages dans V A m é r iq u e s e p te n trio n a le , vol. II, p. 286, y otros más modernos como la D e fe n s e o f P o e s y (1832) de Longfellow y las pági-

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libros mismos, símbolo y encarnación de la doctrina heredada, son instru­ mentos peligrosos: “ preferiré no ver nunca un libro que sentirme desviado por su atracción fuera de m i órbita personal, convirtiéndome, de sistema, en satélite” . La misión del sabio, pór lo tanto, no es la dé estudiar y de enseñar, no: el sabio tiene que ser profeta y patriarca; debe alentar, excitar y guiar a los hombres, mostrándoles los “ hechos” en medio de las “ aparien­ cias” . N o ignorará el pasado, pero hará de él una especie de oblonga caja de resonancia para sus vaticinios. Acogerá y pronunciará todos los orácu­ los que el corazón humano, en los momentos críticos, en las horas solemnes, ha expresado para comentar el mundo de las acciones, y escuchará y pro­ mulgará todos los veredictos que la Razón emita sobre los hombres efímeros y los acontecimientos del día.404 El misticismo de Emerson, fuertemente coloreado por los mitos y las máximas del antiquísimo Oriente, lo enclava en una visión radicalmente anti-histórica. Sus divinidades son el Alm a (o Superalma, “ Oversoul” ), la Armonía, la Naturaleza, la abstracta individualidad “ representativa” , o sea típica, — todo cuanto hay de menos histórico y de menos concreto. L a histo­ ria, dijo úna vez, se reduce eii el fondo a la biografía.405 A la biografía de hombres representativos, maniquíes de ideas, esquemas de funciones, alegorías de facultades espirituales. Europa, cargada de tradiciones, se des­ vanece así frente a América, módulo potencial del porvenir. La unión mística — o trascendental, si se prefiere— de América con el alma del Uni­ rías de Theodore Dwight sobre N a t io n a lis m in L it e r a t u r e a n d th e A rts (1884) reproduci­ das en Tryon, A M i r r o r f o r A m e r ic a n s , pp. 120-129. Miss Martmeau hablaba inmediatamente del A m e r ic a n S c h o la r con prolijo entusiasmo (R e tr o s p e c t o f W es te rn T r a v e l, vol. III, pp. 52-58 y 229-240). Sobre la concordancia del libro de Emerson con las convicciones de Longfellow (“importance of native them.es”) y su influencia en Lowell, en Melville y en Thoreau, véase Van Wyck Brooks, T h e F to w e r in g o f N e w E n g la n d , pp. 208-209, y Matthiessen, A m e r ic a n R en a issa n ce, pp. IB (nota), 37, 191 y 648. Este m a g n u m o p u s dé Matthiessen,' publicado en 1941, está dedi­ cado todavía a los ideales derivados del A m e r ic a n S c h o la r (introd., p. xvi). Boorstin, T h e G e n iu s o ) A m e ric a n P o lit ic s , p. 194, nos advierte que el libro de Emerson “still speaks to us”. Y la Comell Universíty Press lo reimprimió en 1955 por ser “remarkably pertinent to the scholar’s position in to-day’s worid”. Su tema fundamental, el de la exis­ tencia —o auspicio (pero infalible)— de una cultura americana original, independiente e históricamente válida, resuena, en efecto, con grandísima frecuencia en nuestros días: véanse, entre otros, los numerosos escritos del filósofo mexicano Leopoldo Zea, en espe­ cial A m é r ic a en la h is to ria (México, 1957). 404 Cf. Brooks, T h e L i f e o f E m e rs o n , pp. 74-80; A. Schalck de la Faverie, L e s P r e m ie n in te rp re te s de la pen sée a m é r ic a in e , París, 1909, especialmente pp. 314-320 y 330-335. 405 Cf. Thoreau: “We do not learn much from learned books, but from true, sincere, human books, from frank and honest biographies” (A W eek o n th e C o n c o r d a n d M e r r im a c k R iv e rs , 1849, en W a id e n a n d O t h e r W r itin g s , p. 351).

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verso no tiene necesidad de sacerdotes ni de~liturgias seculares. E l p r o t e s ­ tante Emerson prescinde de buena gana de todo clero, de todo v ín c u lo c o n el pasado, de toda mediación europea. ¿Cuál era, en el Transcendental Club, el problema dominante? E r a t o ­ davía el problema, ya bastante viejo,'del desequilibrio entre la v ir g e n i n ­ mensidad del continente (geografía) y los modestos productos d e l g e n i o norteamericano (historia). A hí donde Goethe veía una feliz, i n c o n t a m i ­ nada pureza, esos norteamericanos lloraban sobre su impotencia, s o b r e la falta de violentas pasiones y de fútiles (pero enérgicas) disputas: “ N o t o n e drop of the strong black blood of the English race! N o teeth a n d c la w s , n o nérve and dagger” (semi-paráfrasis, ciertamente inconsciente, d e las R i t t e r und Raiibergeschichten).iOS América es un país mediocre e in q u ie t o , “ a country without an aristocracy” . ¿Y sus grándes hombres? “ Staid a n d t i m i d mostly -—no fiery grain.” Son inconcluyentes, superficiales, p resu n tu osos.407 Pero toscos y feroces habían sido también los ingleses, en u n t i e m p o ; y entre ellos han aparecido un Shakespeare, un Milton, un C a rly le. Q u i z á en la bruta insensibilidad de los norteamericanos se incuba el g e rm e n d e su Genio futuro. Cuanto más sufre por la miserable situación presente, t a n t o más se llena de entusiasmo y de fe el “ trascendentalista” Em erson p o r l o que un día va a ser América. “W e have yet hád no genius in A m e r ic a - . . Yet America is a poem in our eyes; its ampie geography dazzles the i m a g i nation, and it will not wait long for metres.” 408 Es claro q u e este i d e a l trasciende no ya a la ruda América de entonces, sino también a la c u lt ís im a «os y, en efecto, la reverencia de Emerson por los fieros sajones era de u n cuño y u n a inspiración “góticos”: véase S. Kliger, “Emerson and the Usable Anglo-Saxon P a s t ”, J o u rn a l o f th e H is to r y o ) Ideas, XVI (1955), pp. 476-493. 4(>? Brooks, T h e L i f e o f E m e rs o n , pp. 108 y 194-199; y cf., del mismo autor, T h e F to w e rin g o f N e w E n g la n d , pp. 269-270. En cambio, el nacionalista Ingersoll h a b ía n e ­ gado orguilosamente (1810) que hubiera “more ferocity in the English than in th e American character” (Tryon, A M i r r o r f o r A m e ric a n s , p . ' 27). Para Emerson, h a s ta e l cuerpo de los americanos está físicamente inacabado (Brooks, Li/e> pp. 196 y 208). V é a s e también "Race”, en E n g lis h T r a its (S e le c te d Essays, pp. 229 y 241-245), donde p a r e c e aflorar un recuerdo de las polémicas sobre la estatura de los americanos (véase s u p r a , pp. 303-304). Todavía hacia el final de su vida (1873) contraponía Emerson el E g ip t o , “the land of eternal composure”, a la nerviosa América (Brooks, L i f e , p. 305; cf. i n f r a , p. 675, nota 491). Su desprecio por Egipto (“Egypt is üninteresting”) escan dalizab a a Henry Adams (carta a Oliver Wendell Holmes, 4 de enero de 1885, en H e n r y A d a m s a n d H is F rie n d s , ed. H. D. Cater, Boston, 1947, p. 135). 408 T h e P o e t , en S e le cte d Essays, pp. 148-149. “Massachusetts, Connecticut R iv e r and Boston Bay you think paltry places, and the ear loves ñames o f foreign a n d classic topography. But here we are; and, if we will tarry a little, we may com e to le a r n that here is best” (H e r o is m , ib id ., p. 108). Emst Robert Curtius ve en los pasajes c ita d o s de T h e P o e t el anuncio, típico del nuevo genio americano, de una unión de la n a tu r a le z a con el espíritu, de una eterna Revelación con el trabajo cotidiano, la industria y e l co -

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Europa. Emerson, que a pesar de todo admira infinitamente a Inglaterra — hasta el grado de decir, como cualquiera de los viajeros ingleses que re­ corrían los Estados Unidos, que los ingleses son más altos y robustos que los norteamericanos (!)— , encuentra también allí eso precisamente que los eu­ ropeos encuentran y encontrarán por regla general entre los yanquis, un exceso de espíritu mercantil, un interés demasiado exclusivo por las artes mecánicas y las técnicas utilitarias. Más tarde, discurriendo acerca de la Culture, se lamentará: “ A ll educated Americans, first or last, go to Eur o p e ... Can we never extract this tapeworm of Europe from the brain of our countrymen?” 409 De año en año, cada vez con mayor convicción, Emerson va descubrien­ do la señal de un alto Destino justamente en la desnudez y en la escueta grandeza de América. Ya en 1844 transmuta con notable desenvoltura los signos telúricos en auspicios mesiánicos. Es de creer “ that here shall laws and institutions exist on some scale of proportion to the majesty of nature. T o men legislating for the area betwixt the two oceans, somewhat of the gravity of nature w ill infuse itself into the code” .410 Pero todo este discurso es típico, con su contraste de “joven” americano y viejos europeos, de ferrocarriles democráticos opuestos a la cultura medie­ val del Mundo Antiguo, del virgen suelo americano que se brinda como remedio a los “ errores de una educación escolástica y tradicional” , y del Comercio (con C mayúscula) que reduce a polvo las fuerzas del Despotismo, del Feudalismo y de la Autocracia. En la peroración, Emerson, como antes Paine, opone triunfalmente a Inglaterra, abrumada de tradiciones feudales, la frescura de la civilización norteamericana: “ Our houses and towns are like mosses and lichens, so slight and new; but youth is a fault of which we shall daily mend. This land too is as oíd as the Flood — ¿subconsciente polémica contra las tesis de la inmadurez del Continente?— , and wants no ornament or privilege which nature could bestow. Here stars, here woods, here hills, here animáis, here men abound, and the vast tendencies concur of a new order..., a new and more excellent social state than history has recorded.” 411 Una vez más, hasta las “ estrellas” son convocadas para que acudan a garantizar el destino del mercio (“Emerson”, en sus K r it is c lie Essays z u r eu ro p a is ch e n L ite r a tu r , Berna, 1950, pp. ISO y 183-135). «)8 S elected Essays, p. 382, donde parece resonar el orgulloso repudio de Jefferson (carta a J. Bannister, Jr., 15 de octubre de 1785, T h e L i f e a n d Selected W r itin g s o f T h . J e ffe rs o n , p p . 385-388); sobre la futilidad de los viajes c£. S elected Essays, pp. 31-33. Aná­ logas expresiones (“Forget Europe wholly”, etc.) se encuentran en J. ÍL Lowell, A E a b le f o r C rilic s (1848) (Rascoe, A n A m e r ic a n R e a d e r, p. 363). ........................................... *k> T h e Y o u n g A m e ric a n (1844), en T h e C o m p le te W o rk s , vol. I, p. 370. *ñ Ib id ., p. 395. C£. Beard, T h e A m e ric a n S p ir it , p. 197, y supra, pp. 306-307. Tam-

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Continente. La antiquísima astrología reaflora en los sueños y las prédicas del utopista. N o es tan segura la garantía que ofrecen otros factores naturales más cercanos. A medida que envejece, Emerson repite cada vez con mayor debi­ lidad los ecos de la metafísica germánica y, en cambio, absorbe y rumia las enseñanzas de la triunfante ciencia natural y, peor aún, sus bucklianas aplicaciones a la historia.412 Por más que siguió admirando y celebrando a Humboldt, el cual había resuelto en armonía la antigua relación causal y determinista entre el ambiente y la creatura,413 Emerson llegó casi a per­ mitir que el clima “ controlara” al hombre, a menos que éste fuera un genio ético: “ The highest civility has never loved the hot zones. Wherever snow falls, there is usually civil freedom. Where the banana grows, the animal System is indolent and pampered at the cost of higher qualities, the man is sensual and cruel. But this scale is not invariable. H igh degress of moral sentiment control the unfavorable influences o f climate; and some of our grandest examples of men and races come from the equatorial regions.” Y, con una típica transacción lógica, concluía que para el progreso civilizado “ températe climate is an im portant influence, though not quite indispen­ sable” ; 414 o bien, que “ the expression of character... is, in a great degree, a matter oí climate. In the temperare climates there is a températe speech, in torrid climates an ardent one” .415 En cuanto a América en particular, el patriota Emerson encontraba que poseía “ a happy blending of advantages” , incluso los ardores estivales del Ecuador, propicios al genio y a los pepinos;416 pero, siempre titubeante, bien Walt Whitman, en su discurso sobre Lincoln (1879), hablará de la “western star”, el planeta Venus, que brilla “as if told something, as i£ it held rapport indulgent with humanity, with us Americans” (citado en Matthiessen, A m e r ic a n R en a issa n ce, p. 619). « 2 En su H is to r y o f C iv i lim t io n in E n g la n d (1857-1861; trad. A. Baillot, París, [1880J-1881, vol. I, pp. 111-138), el comtiano Buckle se esforzó en demostrar con razones físico-climáticas por qué tan gran parte del continente americano quedó sin sombra de civilización y sólo en México y en el Perú se formaron organismos sociales y políticos relativamente evolucionados. En América, como en las demás partes del mundo (excepto Europa, centro de su universo histórico), la Naturaleza pesa sobre el hombre, lo man­ tiene salvaje y miserable, exalta su “imaginación” y deprime su “razón”, y, por lo tanto, sirve más de obstáculo que de estímulo a la civilización. *13 Véase supra, p. 516. “Civilization”, en S ociety a n d S o litu d e (1870), T h e C o m p le te W o rk s , vol. VII, pp. 25-26; pero el ensayo citado es de 1861-1862 (véase ib id ., pp. 351-352). C£. Beard, T h e A m e ric a n S p ir it, p. 191, y Weinberg, M a n if e s t D e s tin y , p . 94 (incapacidad económica y por lo tanto política de los habitantes de los trópicos). Ya Raynal había exonerado al hombre de la degeneración tropical (c£. s u p ra , pp. 59-60). • ..................... «5 T h e S u p e rla tiv e , en T h e C o m p le te W o rk s , vol. X, p. 176. *i« Jou rna ls, 28 de junio de 1847, en T h e C o m p le te W o rk s , vol. VII, p. 294. George

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más tarde lamentaba, si bien en tono jocoso, que en América; no se supiesen reparar “ the exhaustions o f our climate” , mientras que el “ mental power” de los literatos era restaurado por el vino en Inglaterra, por el whisky en Escocía, por la cerveza en Alemania, etc.417 Finalmente, durante la guerra de Secesión, su antiguo aborrecimiento de la esclavitud (idónea y conveniente, decían algunos, para el muelle cli­ ma del S u r)418 se expresaba con acentos en que resuenan de extraña ma­ nera las antiguas teorías, tomadas de Montesquieu y de Voltaire, pero ya criticadas por Hume: “ Freed om ... long she loved the Northern well; / n ow . . . she w ill not refuse to dwell / with the offspring of the Sun.” 419 La Libertad, fiel amante del nevoso Septentrión, a duras penas se aco­ modará a vivir en los trópicos. N o es amiga de los plátanos ni de los pepi­ nos. En el Norte, al menos, cuando se sentía débil, se tonificaba con alguna buena copita.

L o w e l l y M e l v il l e : m e sia n ism o y d esesper a ció n Menos razonada que en Emerson, la fe mística en el destino privilegiado del Continente Nuevo, en su arcana y mesiánica predestinación, aflora en los principales escritores norteamericanos de sus tiempos, excepto, natural­ mente, en Edgar Alian Poe. Algunos, como Thoreau y Whitman, pueden considerarse discípulos directos del sabio de Concord. Otros, como Low ell y M elville — rico el primero en juguetón hum our cuanto escaso de él era Emerson, y el segundo calvinistamente impenetrable al fluido optimista del maestro— , acuden asimismo a fuentes más remotas, o a experiencias más personales, pero confluyen en la misma corriente. En todos hay por lo Berkeley (A lc ip h r o n ; o r th e M in u t e P h ilo s o p h e r ) habla comparado “the Southern wits to cucumbers, which are commonly all good in their kind, but, at best, are insipid fruit; while the northern geniuses are like melons, of which not one in fifty is good, but when it is so, it has an exquisite relish”; y Hume (Essays, p. 215) aceptó esa observación. J o u rn a ls , agosto de 1861, T h e C o m p le te W o rk s , vol. IX, p. 333. Cf. ya las pala­ bras de Crévecceur acerca de los norteamericanos: “as northern men they will love the cheerful cup" (L e tte rs f r o m an A m e r ic a n F a r m e r , III; ed. cit., p. 51). De la esclavitud decía curiosamente (1848) un temerario politicastro en Detroit: “think it the best thing for the nigger, the master, and the unhealthy climate of tbe South” (J. L. Peyton, O v e r th e A lle g h a n ie s a n d across th e P ra irie s , Londres, 1870, en Tryon, A M i r r o r f o r A m e ric a n s , p. 596; cuando estalló la guerra de Secesión, Peyton sir­ vió lealmente a los confederados y se quedó luego en Inglaterra hasta 1876). 419 V o lu n ta rie s (octubre de 1863), T h e C o m p le te W o rk s , vol. X, p. 206. Sobre una conferencia pronunciada por Emerson en 1861, en la cual mencionó apenas el abolicionis­ mo e invitó a venerar el Águila americana pero no el Pavorreal americano, véase la rela­ ción de un oyente mal dispuesto, Anthony Trollope, N o r t h A m e r ic a , vol. II, pp. 7-8.

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menos algún acento polémico anti-europeo, y una divinización d e la N a t u ­ raleza que a veces tiene matices de adoración, y a veces de t e r r o r . .I.Iía s ta . cuando exaltan la nueva sociedad de los Estados Unidos, m u e v a p o r ser reciente o incluso porque sólo mañana será realizada, se p r e o c u p a n p o r “ deducirla” del ambiente físico, y creen como en un artículo d e f e era su armonía prestablecida con la inmensidad del continente, la v i r g e n lo z a n ía de las selvas y el ímpetu poderoso de los grandes ríos. A n c la n s m s i d e a l e s , a menudo inciertos o desalentados, en los inconmovibles y a l t í s i m o s a x x m m s e ­ deros de una Naturaleza maravillosamente pródiga, “ Forget Europe. wholly” , aconsejaba en 1848 James Russell L o w e l l , “ le í her sneer.” Dad gracias a Dios de que entre Europa y vo so tro s s e e x t i e n d a , un ancho océano; y, olvidados de toda tradición, sueltos de t o d o v ín c u lo , erguíos como los pinos de vuestros bosques, construid vuestros p r o y e c t o s so ­ bre la escala de todo un hemisferio, mantenéos fieles a v o s o t r o s m i s m o s , a. este siglo diecinueve y a vuestros propios instintos americanos ---- a s í , n i m á s ni menos: “ to your New-World instinets contrive to be truc” ----, y l o q u e hagáis será completamente inédito, completamente nuevo, s i e m p r e y c u a n ­ do tengáis bien abiertos los oídos a las primeras campanadas d e l F u c u r o . 420 420 J. R. Lowell, A F a b le f o r C ritic s , en Rascoe, A n A m e r ic a n R e a d e r , p p . 3 6 3 -3 6 4 . Lowell “as an undergraduate had listened eagerly to T h e A m e r ic a n S c h o l a r r ( TVEa . t t h i i e s sen, A m e r ic a n R en aissa nce, p. 37). Más tarde (1869) publicaba su fam osa, s á t i r a » . co n tra los europeos, ingleses especialmente, que se habían burlado de la cultura, n o r t e a m e r i c a ­ na: O n a C e rta in C o n d esce n sion a m o n g F o re ig n e rs (de la cual tom aba p i e . j V T a t t h e w Arnold para decir A W o r d a b o u t A m e r ic a , 1882 [en F iv e T J n co lle cte d E s s a y s , p p . i - 2 2 j). Ya en el siglo xvxn un poeta de Pennsylvania, Nathaniel Evans, había h e c h o la a d v e r ­ tencia de que “we are in a climate cast / where few the muse can r e l í s l a ” , y d e q u e "a shining heap of gold / alone can man embellish” (citado por C u n liffe , jT~ f c c ÍV a tio r r T a k es S h a p e , p. 188); y pueden mencionarse las justificaciones análogas, e s te r e o típ ic a s casi, de la R e v u e E n c y c lo p é d iq u e (1820: Remond, L e s É ta ts -U n is d e v a n t l * o - p > i - n £ o - t t f - r a - n fa is e , p. 301), y más tarde de Charles J. Ingersoll (1823: Remond, lo e. c i t y c f. /6 ¿ d ., pp. 671 y 763-764), de Basil Hall (1828: T ra v e ls in N o r t h A m e r ic a , vol. I I , p . 3 0 5 ) y de Francis Lieber, que explicaba (1834) la falta de una literatura n o r t e a m e r ic a n a d i c i e n d o que una nación o un individuo "could not at the same time attend to a r t s a n d le tte r s and to a thousand things more directly connected with the well-being o f L i f e " , d i v i s i ó n del trabajo modelada sobre la oposición clásica entre Atenas, madre de la s a r t e s , y H K -o n a a , rectora de pueblos (Curtí, P r o b i n g O u r P a st, p. 144); y, casi en nuestros d í a s ( j 1 9 0 8 1 ) , e l increíble juicio del húngaro Vay de Vaya und Luskod, que dice de los E s t a d o s U n id o s : “their most distinguished thinkers have produced hardly any influential b o o k ” (c ita d o en Handlin, T h is W as A m e r ic a , p. 417). Así Lowell replica a la fa m o sa p r e g a n t a de Sydney Smíth (véase s u p ra , pp. 510-511), por la cual se siente todavía e s c a l d a d o y la c r i d o , que lo p r im e r o que tiene que hacer América es enriquecerse, para luego p o d e r c u ltiv a r las letras: “the arts have no chance in poor countries. The E d in b u r g h . T r í e - c í e - z j j n e v e r would have thought of asking «Who reads a Russian book?»”, etc. ( c i t a d o e n X r y o n , A M i r r o r f o r A m e ric a n s , vol. I, p. xiii): un buen ejemplo de s p e c ia l p l e a d i - r t g , d e sa r r o -

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HERMAN MELVILLE

Con el primer Melville (1846-1847) renace, en un Occidente un poco más occidental, en los archipiélagos de la Polinesia, sobre las nítidas huellas de Bougainville, el mito del buen salvaje, sereno, afable, gentil y discreto, desconocedor de contiendas vanas, de delitos y de internos tormentos espi­ rituales: el salvaje que es antropófago y feliz hasta el momento en que lle­ gan los misioneros, franceses o ingleses, seguidos regularmente de rapaces mercaderes,421 y que alcanzará la viva forma del arte en el noble caníbal Queequeg de M oby Dick. Pero el impulso hacia lo primitivo como símbolo de inocencia y de es­ pontánea bondad estaba refrenado en M elville por la convicción de la mal­ dad original, de la innata depravación del hombre.422 La tensión del dilema se descargaba por completo sobre el “ blanco” que venía a turbar la ino­ cente pureza del “ indígena” . La presunción de la gente "civilizada” irrita­ ba, pues, a Melville, rebosante de proféticas cóleras y de salomónica deses­ peración, pero al mismo tiempo hijo espiritual de Jean-Jacques,422 como la más vana de las hipocresías.

Victoriosos en la rebelión, los norteamericanos han alzado "a vauntful crest” .424 Y libres, sí, pero sólo porque durante un tiempo han desafiado juvenilmente las potencias y las convenciones del pasado, están perdiendo ya con los años su libertad y amenazan la libertad ajena: “ he, wlio hated oppressors, has become an oppressor himself",425 maltratando en el interior a los pobres esclavos negros y amenazando a las naciones vecinas, y también a las menos vecinas, con un agresivo expansionismo digno de un zar cual­ quiera.426

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liado, aunque sin fines abogadiles, por Henry James (c£. in fra , p. 698). Todavía hace pocos años, con mucho candor, un editorial del T im e s L ite r a r y S u p p le m e n t ("Wholly American”, 6 de noviembre de 1959) absolvía a los norteamericanos de su esterilidad artística: “for the past century the Americans have been so busy building their own society to meet their own needs that they might excusably have neglected the arts for the practical Sciences”. 421 Matthiessen, A m e ric a n R enaissance, p. 376. Melville se dio cuenta, inmediatamen­ te, de que “all the pretences of civilization might be no better grounded” que las de los misioneros, y desconfió en consecuencia —él, anti-esclavista decidido— también de la propaganda de los abolicionistas (ib id ., p. 383). Otras justificaciones del salvaje qua talis en Pearce, T h e Savages o f A m e ric a , p. 244. 422 “That Calvinistic sense o£ Innate Depravity and Original Sin, from whose visitations, in some shape or other, no deeply thinking mind is ahvays and wholly free”, escribió el mismo Melville a propósito de Hawthoine (citado por Matthiessen, A m e ric a n R enaissance, p. 190, y cf. ib id ., p. 243). “Something like Original Sin becomes the prime fact o£ our political and social history. Adam’s Fall and the Idea of Progresa become not ttvo myths but one”, dice R. H. Pearce, “Hawthorne and the Sense of the Past, or, The Immortality of Major Molineux”, E n g lis h L ite r a r y H is to r y , XXI (1954), p. 330 (y cf. ib id ., p. 339). Ya Bergson había iniciado la última de sus grandes obras con la misma observación: "Le souvenir du fruit défendu est ce qu’il y a de plus ancien dans la mémoire de chacun de nous, comme dans celle de l’humanité” (Les D e u x sourccs de la in ó ra le e t de la r e lig ió n , París, 1932). 423 Parrington, M a in C u rre n ts in A m e r ic a n T h o u g h t, vol. II, p. 264; Matthiessen, A m e ric a n R enaissance, pp. 377 y 463. Los “salvajes” no existen, dice Melville. Son pa­ ganos y bárbaros a quienes los sanguinarios agresores europeos han enfurecido hasta volverlos selváticos (T y p e e , iv; R o m a n ce s , p. 27; cf. ib id ., xvn y xxvi-xxvn, pp. 91-92 y 137-144; O m o o , x l v ii -x l i x ; R o m a n ce s , pp. 291-298). El simpático Larry no hace otra cosa que cantar la vida “free and easy” de los pueblos que viven en estado natural; y su “sentimental distaste for civilized society” lo impulsa a "some illiberal insinuations

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A sus conciudadanos, M elville les hace proferir palabras muy parecidas a las que Dickens ponía en labios de los ridiculizados norteamericanos del M artin Chuzzlewit: “ Saw ye ever such a land as chis? Is it not a great and extensive republic? Pray, observe how tall we are — ¡el viejo alarde de la estatura!— , just feel our thighs; are we not a glorious people? Here, feel our beards” (¡no son impúberes los norteamericanos!). Las montañas de Inglaterra son imperceptibles gibosidades del terreno frente a las nuestras; sus ríos, miserables arroyitos; sus imperios, aldeas; sus palmeras, matorra­ les.427 Y, como antes Dickens, M elville no tiene miramientos ni con el escudo ni con la bandera de los Estados Unidos: rojas como las barras de la banagainst civilization”, que terminan con el estribillo: “Blast Ameriky, I say!” (R e d b u r n , 1849, xxi; R o m a n c e s , p. 1529; cf. las “unhandsome notions” del lisiado de T h e C o n fid e n c e -M a n "about free Ameriky, as he sarcastically called his country”: xrx, ed. cit., p. 124). Y Melville concluye: "We may have civilized bodies and yet barbarous souls” (R e d b u r n , lviii, R o m a n c e s , p. 1648; cf. in fr a , p. 661, nota 440). 424 M a r d i (1849), cxlvx ; R o m a n c e s , p. 635. 425 Ib id ., c l x i ; loe. c it., p. 666. 426 Ib id ., c l x i ; lo e. c it., p. 669; y c l x iv , pp. 674 y 676. Sobre la esclavitud y el separatismo del Sur, ib id ., c lv ii y c l x ii , pp. 659 y 669-672. Sobre la inicua opresión de los pieles rojas, ib id ,, c x lv , pp. 633-634, y T h e C o n fid e n c e -M a n , x x v -x x v ii , ed. cit., pp. 173-189. 427 M a r d i, c l v ii ; R o m a n c e s , p. 659. Cf. los comentarios de Van Wyck Brooks, T h e T im e s o f M e lv ill e a n d W h itm a n , Londres, 1948, p. 120, nota, y de Matthiessen, A m e r ic a n R enaissance, pp. 382-383. Véase también todo el feroz y frenético discurso del diputado de Ohio, en M a r d i, lo e. c it., pp. 661-662. Parrington, M a in C u rre n ts , vol. II, p. 266, destaca muy bien el hecho de que las críticas melvillianas a la civilización de los Esta­ dos Unidos eran tan radicales (“he outran Thoreau in contempt for current material ideas"), que la sociedad de su tiempo no llegó siquiera s entenderlo: "it turned away and ignored him”. Yr de manera más genérica Wish, S o cie ty a n d T h o u g h t in E a rly A m e ric a , p. 464: "his novéis seemed too pessimístic for the optimistic 1850’s”. También de los personajes de T h e C o n f id e n c e -M a n (1S56-1857) se ha dicho que “[they] support Dickens’s worst charges in M a r t in C h u z z le w it” (John Freeman, H e r m á n M e lv ill e , Lon­ dres, 1926, citado por L. Mumford, H e r m á n M e lv ill e , Nueva York, iy29, p. 253, y cf. ib id ., p. 281; pero Mumford rechaza esa afirmación). En realidad, no obstante la seme­ janza de una que otra escena, como la del vendedor de lotes en la proyectada ciudad de New Jerusalem ( T h e C o n fid e n c e -M a n , tx; ed. cit., pp. 71-72; cf. M a r t in C h u zzle w it,

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dera son las rayas sangrientas que el látigo deja en el lomo del esclavo,428 y esa pretendida águila rapaz apenas se distingue de un buitre cubierto de sangre.429 Este último sarcasmo tenía ya, por lo demás, toda una historia, — una historia que, como tantas otras historias e historietas que hemos recordado, no ha terminado todavía. N o tiene nada que ver con la acusación funda­ mental lanzada a toda la fauna americana y extendida, alguna vez, a la “ fea cara” de George Washington, convertida también en efigie simbólica de la joven América. Pero, si reflexionamos acerca del elk de Jefferson y acerca del mamut y de tantas otras bestias usadas como defensa y símbolo de la poderosa naturaleza del continente, también esta polemiquita heráldico-ornitológica nos parecerá merecedora de una rápida digresión. U n animal emblemático es portador de mitos, de esperanzas y de pretensiones no del todo desdeña­ bles. Y no sólo en los escudos de armas de los caballeros de la Edad Media — “ Da seht ihr Lówen, Adler, Klau’ und Schnabel auch, j dann Büffelhorner, Flügel, Rosen, Pfauenschweif” 430— , sino en las fantasías de moder­ nísimas democracias. El primero que se mostró inconforme con ese gráfico emblema parece haber sido uno de los Padres Fundadores, Benjamín Franklin, el cual ob­ servaba medio en broma que el águila es “ a bird of bad moral character” , y sugería mejor un guajolote: “ the turkey is in comparison a much more respectable bird, and withal a true original native of America” .431 Poste­ riormente, Volney criticaba las pretensiones heráldicas de los norteamerica­ nos: “ leur aigle chauve a l ’air d’un vautour” .432 Por último, inmediatamen­ te después de M elville (1849), Hawthorne expresaba su repugnancia por pp. 423-424), Dickens apunta su sátira a los norteamericanos, mientras que Melville roda de sarcasmo a toda la humanidad. Al M a r t in C h u zz le w it y a Mrs. Trollope se remite también (algo confusamente) Roy Fuller, introducción a la ed. cit. de T h e C o n fid e n c e M a n , p. xii. 428 M a r d i, cLVin; R o m a n c e s , p. 659. Ya un norteamericano por lo menos, Fenimore Cooper, había encontrado fea la bandera con sus barras y estrellas, tal como juzgaba insignificantes las bellezas del paisaje de los Estados Unidos en comparación con los paisajes de Italia y de Suiza (Castle, D e r grosse U n b e k a n n te , pp. 417-418). 429 M a r d i, c l x i ; R o m a n c e s , p. 667. 430 Phorkyas, en el F a u s to , 2? parte, acto III (ed. Insel, p. 397). [“Veis allí leones, águilas, y también garras y picos, cuernos de búfalo, alas, rosas, colas de pavorreal.”] 431 Van Doren, B e n ja m ín F r a n k lin , pp. 708-709; véase también Cunliffe, T h e N a tio n T a k e s S h a p e , p. 126. Franklin, sin embargo, admitía que el guajolote es no sólo “a little vain and silly” (Van Doren, o p . c it., p. 708), sino también singularmente desgarbado, feo y gritón (Fénelon, “Les Apports du continent américain’’, p. 259). 432 Carta del 27 Termidor, año x (= 17 de agosto de 1802), en Gauimier, V o ln e y , p. 281.

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ese funesto pajarraco: “ this unhappy fowl, she appears, by the fiercen ess o £ her beak and eye, and the general truculency o f her attitude, to t h r e a t e n ........... mischief to the inoffensive community” .433 L o notable es que también esta insulsa diatriba ha sido resu citada e n nuestros días. El profesor Richard B. Morris, presidente de la F a c u lta d d e Historia de la Universidad de Columbia, ha escandalizado a m uchos n o r ­ teamericanos, acusando al águila “ calva” , impura ( unclean ) según e l P e n t a ­ teuco (!), de ser “ lazy, cowardly, rapacious” , y en consecuencia “ h a r d ly a f i t national embleme” . Cuando se posa, al acecho, en una cima, p a r e c e “ a symbol of espionage” . En su lugar, el profesor Morris preferiría la c a b e z a radiante de la estatua de la Libertad. . . 434 Algunos lectores, contrarios t a m ­ bién al águila, sugerirán, más o menos irónicamente, otros anim ales s i m ­ bólicos: la hormiga, la serpiente de cascabel, o un mono ciego y s o r d o m u d o , o un cocker spaniel en actitud de mendigar un terroncito de azúcar, o u n

businessman desplumado (!). En Melville, más aún que en sus precursores y epígonos, se trata s ie m p r e de desahogos intermitentes, no razonados. Pero estos desahogos se e n c u a ­ dran perfectamente en su radical pesimismo frente a la sociedad c i v i l i z a d a , pesimismo nutrido por el espectáculo de un mundo en que reinan la e s c la ­ vitud, la tiranía y la prepotencia, y que a su vez servía de refuerzo a l s e n ­ tido trágico que él tenía del terrible poder del Mal, — esa com b ativa o b s e ­ sión que se plasmará en la caza de la ballena blanca, y que será l a v i d a misma y la última ruina del capitán Ahab, intrépido y maldito, tris te h é r o e y condenado seguro. Así, pues, M elville no podía sentirse muy feliz al leer los zala m eros s e r ­ mones de Emerson, no obstante que tenía por él una sincera y r e v e r e n t e admiración.435 Pero el ideal proyectado por Emerson en un tie m p o “ t r a s ­ cendental” , o sea fuera del tiempo, seguía siendo siempre su es p e jism o , s u sueño imposible y necesario. América, la libre Vivenza, la isla prodigiosa del M ardi, es u n a t i e r r a bendita de Dios, es la patria de elección de los espíritus libres, él p a ís d e la juventud, de la primavera, del amor, “ the best and happiest la n d u n d e r •

(1850), pp. 2-3. “is the Eagle U n -A m e r ic a n ? ” , N e w Y o rk T im e s M a g a z in e , 14 de febrero y 6 d e marzo de 1960. 435 Véase Mumford, H e r m á n M e lv ille , pp. 140-141; Matthiessen, A m e r . R e n a i s s a r t c e , pp. 181-182, 184-186 y 472, nota 1. Sus expresiones de júbilo por el nacimiento d e u n a auténtica literatura americana, sin deudas con Europa —“let us away with this le a v e n of literary flunkeyism toward England”—, han sido comparadas por el mismo M a tth ie ssen (p. 191) con el tono del A m e r ic a n S c h o la r. Pero en el amargo C o n f i d e n c e - M a n h a y la sátira de un filósofo misticizante y sentencioso en el cual parece posible r e c o n o c e r a Emerson (xxxvt-xxxvn, pp. 224-235). 433 T h e S ca rle t L e t t e r 434

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the sun” .436 Y en su “ primera obra verdaderamente madura” ,437 W hite Jacket (1850), Melville entona el coral de la predestinación del pueblo nor­ teamericano: pueblo elegido, sacerdotal, “ el Israel de nuestros tiempos” , que, habiendo sacudido el yugo hace apenas setenta años, obediente al mandato divino, figura ya como el “ pionero de la humanidad” , como el arca de refugio para los “ paganos políticos” , los oprimidos y los desterrados, fuer­ te por joven, sabio por inexperto, la vanguardia que abre un nuevo camino en el Nuevo Mundo que es suyo, completamente suyo por derecho de naci­ miento: “ the rest of the nations must soon be in our rear” .438

rispido contraste que percibe en el presente. La indignación contra la rea­ lidad política de la época se derrama, no se descarga en sarcasmos y en ca­ ricaturas grotescas, porque inmediatamente el poeta vuelve y clava la mi­ rada en las luminosas visiones y perspectivas del Futuro: en el nuevo mundo que los bardos han prometido a la “ nueva” estirpe de los america­ nos y al vínculo de sangre que unirá a los Estados Unidos y a Inglaterra, que atará el presente preñado de porvenir al pasado cargado de gloria, de tal modo que toda la tierra doblará la cerviz frente a e llo s .. .439 Es éste un sueño que se complace en soñar una y otra vez, y siempre sin indulgencia para la América que conoce y sin vacilaciones en cuanto a lo que será América un día. Cuando se dispone a narrar el famoso, casi legendario encuentro naval en que Paul Jones al frente del pequeño «Bonhomme» obligó a rendirse al navio inglés «Serapis» (1778), se detiene duran­ te unos momentos para buscar en él signos proféticos: “ Sharing the same blood with England, and yet her proved foe in two wars •— not wholly inclined at bottom to forget an oíd grudge— intrepid, unprincipled, reckless, predatory, with boundless ambition, civilized in externáis but a savage at heart, America is, or may yet be, the Paul Jones of nations.” 440

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N o se trata, pues, de una variación del tema “ pésimos los pobladores, óptimo el país” , porque M elville resuelve confiadamente en el futuro el 4S6 M a r d i, c liv y c l x i , pp. 652-653 y 667. También en su obra maestra se ha visto una expresión de su entusiasmo por la vastedad de los Estados Unidos: “Melville reflected the physical size of his country in the vast conception of M o b y D ic k , giving the chapter on the ocean the title of «The Prairies»” ( T h e T im e s L ite r a r y S u p p le m e n t, 18 de abril de 1952; pero el capítulo l x x ix , “The Prairie”, en singular, describe la chata, uniforme frente de la ballena; el Océano Pacífico se compara con las praderas en el capítulo cxi, “The Pacific”). Sobre la afinidad lírica entre Océano y Pradera véase Hall, T r a v e ls in N o r t h A m e ric a , vol. III, p. 385; Stuart, T h r e e Years in N o r t h A m e ric a , vol. II, p. 325; Dickens, carta a John Forster, 16 de abril de 1842, T h e L e tte rs , Pilgrim Ed., vol. III, pp. 199-201 (reproducida parcialmente en A m e r ic a n N o te s , ed. Whitley-Goldman, pp. 322323); Lewis, T h e A m e ric a n A d a m , pp. 92 y 99; Viola Sachs, “Le Mythe de l’Amérique et M o b y D ic k de Melville”, A n u a le s , XXV (1970), especialmente pp. 1548-1549; y Jorge Luis Borges, “El evangelio según Marcos”, en E l in fo r m e de B ro d ie , ed. de Madrid, 1974, p. 125: el personaje del cuento “pensó que la metáfora que equipara la pampa con el mar no era... del todo falsa”. 437 G. Baldini, M e lv ille , o le a m b ig u it i , Milán-Nápoles, 1952, p. 6; sobre su éxito de público véase ib id ., pp. 215-216. Entre los admiradores del libro (y de casi todo Melville) se cuenta T. E. Lawrence, el cual hubiera querido escribir uno parecido sobre la avia­ ción inglesa de 1920, mejor que sobre la marina norteamericana de 1820 (L e tte rs , ed. D. Garnett, Londres, 1938, pp. 402 y 458). 438 W h it e J a ck e t (1850), xxxvi; R o m a n c e s , p. 1199, al final de la digresión contra el látigo como castigo a bordo de los buques de guerra norteamericanos, y poco después de una elaborada antítesis entre el Pasado, enemigo de la humanidad, y el Futuro, que es su esperanza. El énfasis de la parrafada se debe a la intención polémica de Melville, que quiere hacer resaltar la incongruencia de los castigos corporales en la marina de un país tan santamente predestinado. Por lo demás, también el lirismo de los augurios de M a r d i es ocasional, y su objeto es servir de contrapeso a las feroces críticas contra la sociedad política norteamericana, condicionadas a su vez por la sátira ejercida sobre todos los demás Estados del mundo. Van Wyck Brooks, T h e T im e s o f M e lv ille a n d W h itm a n , pp. 121-123, cita el pasaje de W h it e Jacket y otros parecidos de R e d b u r n y los confronta con las ideas de Emerson y de Whitman. Pero Matthiessen, A m e r . 'R ertaissance, p. 444, limita el alcance del augurio de R e d b u r n y le contrapone ¡a amarga profecía del Is ra e l P o t t e r (véase in fra el texto “Sharing the same b lood ...”, sobre la América futura, pre­ datoria y sin escrúpulos); cf. también M o b y D ic k , ed. Modern Library, pp. 63 y 396.

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En la furia de la batalla, al inglés que lo veía irse a pique y lo intimaba a rendirse, Paul Jones le respondió con la célebre, clásica frase: “ I have not yet begun to íight.” Pero M elville no se deja transportar por furores heroicos, y al final comenta: “ In view of this battle — one may ask— what separates the enlightened man from the savage? Is civilization a thing distinct, or is it an advanced stage of barbarism?” 441 El tema de la nocividad o hipocresía de la civilización reaparece, resur­ ge ex m ed io . . . leporum, irrumpe del corazón mismo del júbilo. Y cuando 439 M a r d i, cxlvi y clix; R o m a n c e s , pp. 636 y 662-663. El inglés, lengua del nuevo Edén que ha de crearse en América: R e d b u r n , xxxm; ib id ., p. 1572. Sobre la augusta majestad de un simple Presidente de los Estados Unidos: W h it e Ja ck et, xl; ib id ., p. 1207. Sobre América como Futuro (= Bien) y Europa como Pasado (= Mal) cf. también Pearce, “Hawthorne and the Sense of the Past”, p. 345. 440 Is ra e l P o t t e r (1855), xix; R o m a n c e s , p. 1430 (véase el final de la nota 423 en la p. 657). En el mismo libro se lee (vn-x, pp. 1376-1390) una semblanza de Franklin hecha con cierta acidez. Sobre América colonizada por naciones diversas, y por lo tanto heredera de todos los tiempos y cosmopolita, véase R e d b u r n , xxxm (R o m a n ce s , pp. 15711572): “we are not a nation, so much as a World”, Así, pues, América debe permanecer abierta a todos los inmigrantes, “for the whole World is the patrímony of the whole World” (R e d b u r n , lviii, p. 1647). 441 Is ra e l P o t t e r , loe. c it., p. 1438. El argentino Ezequiel Martínez Estrada dice de Sarmiento, en su magistral R a d io g r a fía d e la p a m p a (1933), que “lo q ue... no vio es que civilización y barbarie eran una misma cosa”. Otras expresiones de odio a la guerra y de recelo por los ejércitos permanentes y las flotas d e guerra en W h it e Ja ck et, xlix ( R o m a n ce s , pp. 1233-1234).

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el viejo Melville habla (Clavel, 1876) de la “ impiedad del Progreso” y de los cien mil corrompidos demagogos que sobre las vastas llanuras de Amé­ rica fundarán una inerte “ China anglosajona” , o sea una sociedad muerta en el momento de nacer, y sólo agitada por la prisa y por el ansia blasfema de novedades mecánicas,442 parece renunciar verdaderamente aun a la espe­ ranza en la América del Porvenir, renegar de la fatal empresa de Colón 443 y unirse a los más despiadados jueces y flageladores del continente. Pero quizá sea más correcto interpretar sus juveniles auspicios triunfa­ les como una reacción instintiva a las fúnebres profecías europeas: una agria baladronada polémica, semejante en todo, sobre el plano de moda de la filosofía de la historia, a los alegatos de los naturalistas que habían contra­ puesto los sabrosos frutos del trópico a los descoloridos e importados con que tienen que contentarse los habitantes del miserable Viejo Mundo; y, en cambio, ver en su más tardía y desilusionada amargura el precio airada­ mente pagado por un entusiasmo demasiado acariciado, obstinado y tónico, y al mismo tiempo una senil nostalgia del sueño rousseauniano de una bienaventurada sencillez natural, soñado un tiempo entre los caníbales de la Polinesia. “ Keep true to the dreams of thy youth” , ¿no era éste su lema? En Melville, como antes en Emerson, se vuelven a encontrar así, unidos y exacerbados — exacerbados de tan unidos— , los dos polos extremos de la polémica: América como un solo inmenso resplandor de luz, y América como negación de toda luz. La disputa, antes transatlántica, se hace ahora interna, y por ello mismo mucho más incierta y tormentosa. Los argumen­ tos adoptados ex utraque parte son ahora tan familiares, que se alternan, se entrelazan y luchan en la consciencia de todo americano que se haga la pregunta de lo que verdaderamente es y representa su país en el mundo, de lo que significa su patria en la historia.444 442 Cf. Parrington, M a in C u rre n ts in A m e r ic a n T h o u g h t , vol. II, pp. 266-267: Mumfoid, H e r m á n M e lv ille , pp. 313-320; Matthiessen, A m e r . R enaissance, pp. 495-496; Baldini, M e lv ill e , pp. 174-175; Smith, V ir g in L a n d , pp. 208-210 —y, para otras expresiones más antiguas (1853-1855) de horror por el maqumismo, Matthiessen, o p . c it., pp. 400-401, y Brooks, T h e T im e s o f M e l v i l l e a n d W h it m a n , pp. 189-190. Sarcasmos sobre la locomo­ tora, “that oíd Dragón..., that gigantic gad-fly of a Moloch”, "the chartered murderer! the death monopolizer!", en C o c k -a -d o o d le -d o o ! (1853), T h e C o m p le te Stories o f H . M e lv ille , ed. J. Leída, Nueva York, 1949, p. 121, y en varios otros lugares. Se comprende así que T. E. Lawrence, lector asiduo de Melville, juzgase el olvidadísimo C la re l “one of his finest Works’’ (L e tte rs , p. 458). 443 Cf. Leopardi, s u p ra , p. 481. 444 Con fácil ironía dialéctica se podría demostrar que, en el plano lógico, la tesis de la excelsa superioridad de América coincide con la de su irremediable debilidad, puesto que ambas la aíslan y la colocan fuera de la historia y del progreso, en la inercia de un limbo primitivo o bien en la insuperabilidad de lo ya acabado y perfecto.

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N o hay que olvidar, después de todo, que M elville había a c a r i c i a d o d o ­ rante mucho tiempo el mito de la superioridad del Occidente g e o g r á f i c o , Far-West 445 e incluso archipiélagos del Pacífico; ni que la m o n s t r u o s a g r a n ­ deza de M oby Dick, más aún que su tremenda blancura, lo f a s c i n a c o m o habría fascinado a Buffon y al padre Molina; 446* ni tampoco q u e t e n í a q u e serle conocido cuando menos algún aspecto de nuestra p o l é m i c a , p u e s t o que estaba familiarizado, no sólo con los viajes de C ook417 y d e U l l o a , s i n o también con Buffon 448 y con la A nim ated N ature de G o ld s m ith .- 4£>

T h o r e a u : e l p r i m i t i v i s m o r e d e s c u b ie r t o

Thoreau y Whitman son de otra madera. T a l vez, en el f o n d o , n o e s t á n menos atormentados que Melville, pero ciertamente dan m u e s t r a s d e u n a seguridad rayana en el dogmatismo, y de una confianza en sí m i s m o s y en su propio “ mensaje” que les permite decidir soberanamente q u i é n e s s o n l o s buenos y quiénes los réprobos, dónde está la luz y dónde las t i n i e b l a s , y por lo tanto los impulsa a hacer prosélitos y a prodigar i n t i m a c i o n e s y e x ­ comuniones. De origen bastante más humilde que Emerson y M elville, T h o r e a u y Whitman son también mucho más “ democráticos” que ellos, e n e l s e n t i d o de que sitúan en la más común humanidad el criterio de todo v a l o r e s p i r i 445 Véase el himno al místico y cósmico Oeste en M a r d i, {R o m a n c e s , p . 6 8 0 ). También en el Is ra e l P o t t e r se leen estas palabras acerca de Ethan Alien: “ t i i s s p í r i t w a s essentially W e s te rn ; and herein is h is peculiar Americanism; for the W e s t e r n s p i r í t i s , or will yet be (for no other is, or can be), the true American one” ( I s r a e l F ' o t t e r , r j o a i ; R o m a n ce s , p. 1450: cuarenta años antes de Tuxner, pero sus buenos setenta, d e s p u é s de Crévecceur, L e tte r s fr o m an A m e r ic a n F a rm e r, vol. III, pp. 52-53 y 57: " H e w h o w o u l d wish to see America in its proper light... must visit our extended U n e o f f r o n t i e r s where the last settlers dwell”, etc.). Nótese, aquí y en el texto correspondiente a l a n o t a 440, s u p ra , la expresión “or may yet be”, que abre las puertas del refu g io d e l F u t u r o . También en R e d b u r n dice Melville poéticamente que la sonda de Colón, a l t o c a r f o n d o , hizo brotar del mar el suelo del Paraíso Terrenal: “not a Paradise then, o r n o w ; b u t t o be made so, at God's pleasure, and in the fullness and mellowness of tim e ” ( x x x x n , l o e . c it., p . 1572). 446 Véase s u p ra, p. 270, nota 300. 447 T y p e e , xxtv-xxv (R o m a n ce s , pp. 126 y 130-131); O m o o , xvm, x lix , lx i y lxxx (ib id ., pp. 227, 297, 321 y 358). 448 “Whence, in the ñame of Count Buffon and Barón Cuvier, carne t i r ó s e d ogs I saw in Typee?” (T y p e e , xxix; R o m a n c e s , p. 146). Cf. M a r d i, xm, ib id ., p . 3 & & . 449 Véase M o b y D ic k , ed. Modem Library, p. 95, nota. Parece que l a c o n o c ía en ediciones reducidas o abreviadas (véase la ed. de M o b y D ic k comentada p o r L . S . M a n s field y H. P. Vincent, pp. 584 y 748). Goldsmith novelista y autor teatral e s m e n c i o n a d o en IV h ite fa c k e t (1850). xn (R o m a n ce s , p. 1137). c l x v iii

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tual, y de que los aspectos económicos de la sociedad moderna les interesan y preocupan hasta el punto de que quisieran sofocarlos en un amoroso abrazo de largo metraje (Whitman), o eludirlos suprimiendo las máquinas y aun la división del trabajo (Thoreau).450 Whitman es un espíritu más inflamado y altisonante, pero Henry T h o ­ reau, el solitario, el sentimental, el franciscano Thoreau es mucho más ás­ pero e incisivo. ¿América, tierra de la libertad? ¡Vaya un disparate!, replica Thoreau, que piensa no sólo en la esclavitud de los negros, sino también y sobre todo en la de los blancos: “ even if we grant tliat the American has freed himself of a political tyrant, he is still the slave of an economical and moral tyrant” . El americano es esclavo del Rey Prejuicio, y no sabe valer­ se de la libertad política para conquistar la libertad verdadera, que es la moral: “ is it a freedom to be slaves, or a freedom to be free, o f which we boast?” 451 N i el gobierno de los Estados Unidos ni, por lo demás, ningún otro gobierno valen nada. Y, por consiguiente, no tiene caso armar tanto albo­ roto hablando de la gloria y la bendición de Dios que consiste en ser ame­ ricanos: “ I would remind my countrymen that they are to be men first and American only at a late and convenient hour.” 452 Terminados los quehaceres serios, si sobra tiempo, podemos entretener­ nos también con las quimeras nacionales. Esta disolución del específico americanismo en la común humanidad parece cerrar el paso a todo delirio sobre el destino más o menos manifiesto de la Unión o del Continente. El Destino Manifiesto es un slogan repelente y vacío de significado.453 Y toda­ vía más refractaria a las presagiadas armonías entre admirables distancias y empresas memorables se nos muestra otra dote de Thoreau, que es incluso su verdadero núcleo espiritual: nos referimos a esa capacidad de perderse y volver a encontrarse todo en el más pequeño y limitado de los mundos, de hacer del estanque de Walden un universo inédito e inagotable, fácil de dilatarse en la corriente del Ganges, en el mar de los Sargazos, en el Océa­ no Pacífico;454 y hasta ver en el individuo Henry David Thoreau el com­ pendio y el prototipo del único género auténticamente humano. T íp ico es su desprecio de los viajes, y hasta de los medios de locomoción. Ávido lector de los relatos de exploradores y aventureros, prefería de hecho viajar en sus libros, arrellanado dans son fauteuíl. Su periplo oceánico se -¡so Véase Matthiessen, A m e r ic a n R enaissance, pp. 77-78 y 374. 451 H. D. Thoreau, L i f e u iit h o u t P r in c ip ie (obra póstuma), en W r itin g s , ed. B. Atkinson, pp. 727-728. 452 Slavery in M assachusetts (1854), ib id ., p. 673Christie, T h o r e a u as W o r ld T ra v e le r , pp. 108-109. «4 ib id ., pp. 202, 240 y 270.

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encogía regularmente en un voy age autour de sa chambre.455 Nada hay en él de la curiosidad de Ulises, y sí una dogmática adhesión a la sentencia de Horacio: “ Caelum, non animum mutant qui trans mare currunt.” ¿Qué importa el West, qué importa el África? Los únicos viajes que cuentan son los que hacemos dentro de nosotros mismos, abriendo nuevas rutas, no al comercio, sino al pensamiento. Las fuentes del N ilo, el Niger, el Mississippi, el paso del Noroeste, son metas fútiles: “ are these the problems which most concern mankind?” N o vale la pena dar la vuelta al mundo para contar los gatos de Zanzíbar.456 La vanidad emersoniana del viaje a Europa se extiende así a todo el globo, — sin exceptuar a la misma América. Quienes aman la propia tierra más que el espíritu, la tierra en que tendrán su tumba más que el espíritu que anima su arcilla, serán unos patriotas, si ustedes quieren, pero tienen un gusano en el cerebro: “ patriotism is a maggot in their heads” .457 En un poblacho cualquiera se encuentra toda la historia y toda la geografía: “ the characteristics and pursuits of various ages and races of men are always existing in epitome in every neighborhood” .468 La vencedora de las distancias, la desmelenada heroína de los tiempos nuevos, emblema y síntesis de nuestra Civilización,459 hasta Carducci y más acá, la prosaica locomotora, Carro de fuego en que viaja, no el profeta Elias, sino el mismísimo Demonio, “ Satana il grande” , la máquina de vapor que inspirará todavía a Honegger, se transforma así a los ojos de Thoreau en símbolo del nefasto progreso que devasta y asesina. Su silbido no es más que el chillido lacerante de un halcón, mientras que al poeta italiano ese mismo silbido le sonaba a un grito que invitaba al hombre a nuevas indus­ trias.460 Con hipérbole grotescamente eficaz, Thoreau prevé y anuncia que, una vez que se haya disipado su humo y condensado su vapor, la gente cae455 Véase el citado libro de Christie, que explica en todos sus repliegues la paradoja expresada en el título. 45e C£. De Pauw: “ne massacrons pas les Papous, pour connaitre, au thermométre de Réaumur, le climat de la Nouvelle-Guinée” (s u p ra , p. 70). 457 W a ld e n (1854), ed. cit., pp. 286-287; c£. “the tapeworm of Europe” en los cerebros americanos, según Emerson (s u p ra , p. 652). 458 a W e e k o n th e C o n c o r d a n d M e r r im a c k R iv e r s (1849), ed. cit., p. 3i5. Thoreau podía, así, escribir con orgullo y compunción: “I have travelled much in Concord” (el pequeño condado donde vivió durante casi toda su vida), v con un sarcasmo reforzado por su desprecio del dinero, decir de los auténticos pioneros del extremo Oeste, los buscadores de oro que emigraban a California, que lo que hacían en realidad era acer­ carse tres mil millas al infierno (J o u r n a l , 1? de febrero de 1852, ed. B. Torrey y F. H. Alien, Boston, 1949, vol. TTI, p. 266). 459 Lewis Henry Morgan, A n c ie n t S ociety (1877). 460 Sanford, T h e Q u e s t f o r P a ra d is e , pp. 180-181; Carducci, A li e f o n t i d e l C lit u m n o , final.

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rá en la cuenta de que pocos son los que viajan, mientras todos los otros son aplastados: “ a few are riding, but the rest are run over” .461 Por lo de­ más, no era muy distinta la manera como Alfred de Vigny veía (1844) el ferrocarril, el monstruoso ferrocarril que “ de ses dents de feu, dévorant ses chaudiéres, / transperce les cités et saute les riviéres” . ¡Y no sólo eso! Esta bestia feroz del progreso devora hasta a los incautos viajeros, arrojados como rehenes en la panza ardiente de ese toro cartaginés “ qui les rejette en cendre aux pieds du Dieu de l ’or” .462 Ültima señal de escasa atracción por la lejanía: en 1845 Thoreau se re­ tira a los bosques para vivir en ellos una vida lo más simple y primitiva posible. N o faltaban por entonces en los Estados Unidos las selvas vírgenes en que un Tarzán voluntario, un Robinson silvestre, un rousseauniano practicante pudieran “rentrer dans la forét” y vivir a sus anchas lejos de todo contacto humano. Thoreau construye su cabaña a la orilla del laguito de Walden, a un par de kilómetros de Concord, sobre un terreno prestado por el propietario (Emerson), con un hacha facilitada por otro vecino, y allí recibe periódicas reuniones de sus amigos, y casi todos los días se dirige a la ciudad, costeando la vía férrea, para hacer sus encargos y conocer los últimos chismes. Huye a los bosques a dos pasos de casa. Pero no es una chiquillada la suya, ni un ensayo de camping residencial, sin vehículo motorizado y sin latas de conservas alimenticias, ni una anticipación experimental de la routine de los commuters, practicada actualmente por tan gran parte de los habitantes de las principales metrópolis. N o es ninguna de estas cosas, aun­ que tiene un poco de todas ellas. En Walden, Thoreau vuelve verdadera­ mente las espaldas a la civilización y experimenta con extraordinaria fres­ cura el escalofrío y el deleite de sentirse cerca de la tierra, del agua, de los animales. N o es un poeta, ni un naturalista, ni un poeta-naturalista quien nos habla desde las páginas del famoso libro, sino un delicado moralista, que se abandona a una sensualísima inclinación a la virginidad de la natu« i Cita del

ed. de 1951, en un artículo de Joseph Wood Krutch, T h e N e w 20 de mayo de 1951; pero no he logrado encontrar ese pasaje ni siquiera con ayuda del excelente índice analítico en los catorce volúmenes de la ed. de Torrey-AUen, por la cual cito yo; véase, sin embargo, vol. V, pp. 266-267 (1853), y W a ld e n , ed. cit., pp. 105-111, y los pasajes citados por Willson, “The Transcendentalist View o£ the West’’, p. 185 —artículo remasticado por C. A. Tillinghast, “The West oí Thoreau’s Imagination: The Development of a Symbol”, T h o t h , VI (1965), pp. 42-50. Al final de A n E x c u rs ió n in Cañada (1853) resume Thoreau: "In short, the Cañada which I satv was not merely a place for railroads to termínate in, and for crimináis to run to” (Rascoe, A n A m e ric a n R e a d e r, p. 483). C£. Melville, s u p ra , p. 662, nota 442, y Christie, T h o r e a u as W o r ld T r a v e le r , p. 287, nota 35. 462 Vigny, L a M a is o n d u b e rg e r, I. J o u rn a l,

Y o rk T im e s B o o k R e v ie w ,

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raleza y de ella saca, y sobre ella modula, aunque sea con cierta i n s i s t e n c i a virtuosista, pretendidas lecciones prácticas, y alegres, com placidas, e g o c é n ­ tricas quimeras. N o es fácil, pues, definir la personalidad de Thoreau. Su b a g a j e d e ideas es modesto, y casi completamente de segunda mano. Su a c e n t o o r i g i ­ nal se amortigua cuando más trata de cristalizarlo en epigramas, e n a f o r i s ­ mos, en bíblicos versículos. Sus gestos son más grandes en las i n t e n c i o n e s que en la realidad, son actos simbólicos, exorcismos, fórmulas r i t u a l e s . E l solitario de Walden ha sido comparado por un maligno crítico i n g l é s c o n un ermitaño en Hyde Park. Cuando, en señal de protesta contra l a e s c l a v i ­ tud y la guerra mexicana, Thoreau se niega a pagar una pequ eñ a c o n t r i b u ­ ción y hace que lo metan en la cárcel, se queda aquí una sola n o c h e , lo s amigos pagan por él, y su relato de la aventura termina con p a la b r a s q u e quisieran ser de hum our, pero que rechinan en su alusión a S i l v i o P e l l i c o y a su cárcel de diez años: “ This is the whole history of M y P r i s o n s . ” 463 Su actitud es romántica, pero su armazón mental, no obstante lo s v í n c u ­ los con los trascendentalistas, se remonta a una época anterior, es s u s t a n ­ cialmente dieciochesca, racionalista, rígida y anárquica. El a n a r q u i s m o d e Thoreau desciende probablemente de su fundamental egocen trism o ( c a r a c ­ terística que daba pie a Low ell para decir que Thoreau aceptaba h a s t a sus defectos y debilidades como virtudes y poderes peculiarísim os), p e r o es completo, y no le falta ninguno de los atributos reglamentarios. X í p i c a m e n te anárquica es su divinización de la Naturaleza, anárquico e l h u m a n i t a r i s ­ mo abstracto, anárquica la huida de las ciudades y el anatema l a n z a d o s o h r e las corrompidas metrópolis, anárquico el culto de la amistad y l a r e v e « 3 C iv i l D is o b e d ie n c e (1849), ed. cit., p. 654. Sin embargo, esa noche en la c á r c e l, y el opúsculo que de ella nació, tuvieron una influencia verdaderamente d ig n a e le u n experto hechicero. La E n c y c lo p c e d ia B r ita n n ic a , lia ed., comienza así el a r tíc u lo q u e le dedica: “H. D. Thoreau, American recluse...”; Gandhi toma de Thoreau c ie r to s tem a s y técnicas de su rebelión; Tolstoi y algunos de los fundadores del Labour P a rty a p r e n d e n en su escuela. W a ld e n fue obsequiado (1886) a Tolstoi por la madre de la se ñ o r a H e lb i g , “um einen ersten Anknüpfungspunkt zu finden” antes de ir a trabar c o n o c im ie n to p e r ­ sonal con el: el Conde lo tenía en el bolsillo y había marcado muchos pasajes y p á g in a s enteras cuando madre e hija fueron a visitarlo en julio de 1887 (L. M o r a n i-H e lb ig , J u g e n d a m A b e n d r o t, R o m is c h e E r in n e r u n g e n , Stuttgart, 1953, pp. 248-250). P e r o , p o r lo visto, se había olvidado totalmente de esa lectura cuando Andrew W . W h it e ( A u t o b io g ra p h y , 1905) fue a saludarlo en marzo de 1894, y habló con él de m u ch o s e sc r ito r e s norteamericanos: véase Ph. Rahv (ed.), D is co v e ry o f E u r o p e , T h e S t o r y o f A m e r i c a n E x p e r ie n c e in th e O íd W o r ld , Boston, 1947, pp. 359-383. El experimento d e W a ld e n fascinaría luego a escritores tan alejados el uno del otro como Sinclair L ew is y M a r ce l Pro u s t. Véase A. Lombardo, “L’arte di H. D. Thoreau”, B e lfa g o r , XIV (1959), p p . 674685, y W. Harding, “Thoreau’s Fame Abroad", T h e B o s to n P u b l i c L i b r a r y Q i t a r t e r l y , XI (1959), pp. 94-101.

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renda por los héroes, y en general por la “ ejemplar” literatura del mundo grecorromano.464 Hasta ciertos aspectos negativos, como la obliteración com­ pleta, en toda su obra, de la mujer, del amor, de los afectos familiares, la extremista interpretación social del mensaje cristiano, el desprecio por la historia pasada y el ingenuo radicalismo de los remedios ofrecidos a la soriedad presente, se acomodan muy bien en el marco de los sistemas y las utopías del siglo xvm. Toda su filosofía política — ha podido decirse— está implícita en la Political Justice de W illiam Godwin.465

naturaleza americana, y acaba por coincidir, en un ensayo postumo y poco estudiado ( W alking, 1862, pero escrito en 1851), con una proclama en tono mayor de la antigua tesis de un fatal destino felicísimo del Occidente y de una marcha irreversible de la historia según el curso (aparente) del astro diurno.

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Así, pues, desde cualquier punto de vista que se lo considere, Thoreau parece impermeable al nacionalismo, a la fascinación de la amplitud terri­ torial, a la antítesis de continentes, a ciertas teorías climáticas,468 a la com­ paración volumétrica de los animales. Tanto más sorprendente y signifi­ cativo es el hecho de que sea precisamente él quien vuelve a proponer con desacostumbrada nitidez los temas del privilegio orgánico e histórico del Nuevo Mundo, combatiendo a los denigradores de este privilegio en la per­ sona de su arquetipo, Buffon. Ya en un escrito juvenil sobre las ventajas y desventajas de la influencia extranjera (Advantages and Disadvantages of Foreign Influence on Am er­ ican Literature, ca. 1836-1837), Thoreau deplora con acentos personalísimos que los poetas norteamericanos prefieran hablar en sus obras de alondras y de ruiseñores sobre los setos en vez de hablar de los nativos petirrojos y de las estacadas de su país.467 Este genérico “ indigenismo” se precisa y se desarrolla con los años, a medida que va creciendo su familiaridad con la Sobre la amistad, véase la larga digresión de A W e e k o n th e C o n c o r d a n d M e r ed. cit., pp. 371-396; sobre la familiaridad de Thoreau con los clásicos (hasta Walden Pond se llevó una Ilía d a , por cierto el único objeto que le robaron de la cabaña, que él dejaba siempre con la puerta abierta), véase por ejemplo W a ld e n , pp. 91-93; Parrington, M a in C u rre n ts in A m e r . T h o u g h t , vol. II, p. 402, y todo el libro de E. Seybold, T h o r e a u : T h e Q u e s t a n d th e Classics, New Haven, 1951 (y especialmente, para sus ideas políticas, pp. 16-17, 66 y 85). Sobre sus afinidades con Rousseau, y sus deudas para con él, véase F. Jost, “Rousseau en Amérique du Nord”, en sus Essais de litté r a tu r e c o m p a ré e , I, H e lv é tic a , Friburgo, 1964, pp. 271-272, 284-287, 293-297 y 302-306. Típica de Thoreau es también la leopardiana deploración por la falta de una mitología que anime y exprese a la naturaleza (W a lk in g , 1862, ed. cit., p. 620); cf. Á W e e k on th e C o n c o r d . . . , pp. 338 y 344 (fusión de naturaleza viva y de poesía en una lengua muerta), y la afirmación de que Pan no ha muerto (ib i d ., citado en Parrington, M a in C u rre n ts , vol. II, p. 404). Sobre los antecedentes, cf. s u p ra , p. 480, nota 273. *65 Véase Parrington, M a in C u rre n ts , vol. II, pp. 409-411. *6« Rechaza, en efecto, la tesis de que la naturaleza produce las mejores especies humanas entre los trópicos, donde la vegetación es más exuberante y hace más calor: “the températe zone is found to be most favourable to the growth and ripening of man” (citado por Christie, T h o r e a u as W o r ld T r a v e le r , pp. 210 y 215). 467 Matthiessen, A m e ric a n R enaissance, p. 82. rim a c k R iv e rs ,

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El Oeste tenía que ascender necesariamente a mito y promesa en la so­ ciedad de la Nueva Inglaterra. Su existencia toda se hallaba tendida de Oriente a Occidente. A l Este, los norteamericanos no tenían más que el Atlántico y, al otro lado del mar, la vieja Europa de la cual se habían separado como el nadador se aleja de la orilla con una patada. Así, pues, por el lado del Este veían, lejos, el pasado, y cerca, el límite físico de todo desarrollo. Por el lado del Oeste, en cambio, se abría un continente sin fronteras; cadenas de fáciles montañas, anchos valles y llanuras, ríos y lagos gigantescos, praderas recorridas por manadas de bisontes, desiertos rocosos y otras montañas, más altas y escarpadas, por una justa regla de perspectiva, y luego otros valles, remotísimos, pero centelleantes de pajitas de oro, — has­ ta el inmenso océano poblado de ballenas. El movimiento obligatorio de esa sociedad en rápida expansión era, pues, por fuerza geográfica, de Oriente a Occidente; y el West iba ascen­ diendo, por alguna buena razón, a los grados sucesivos de virgen república literaria,468 de bíblica Tierra Prometida, de prefiguración terrena de la Jerusalén Celestial, de nueva civitas m u n d i para los hombres libres y herma­ nados, de intacta W ild ern ess,^ de emblema cambiante y confuso de todas las fuerzas de la historia y de la vida. En Thoreau, este proceso se admira abreviado y concentrado. Cuando el filósofo de los bosques sale de casa para dar un paseo, instin­ tivamente se dirige al Oeste (o bien al Sudoeste, con alguna excursioncita 468 Un solo, típico vaticinio: “the American mind will be brought to maturity” a lo largo de los Grandes Lagos y de la cuenca del Mississippi. “There, on the rolling plains, will be íouEed a republic of letters, which, not governed, like that on our seaboard, by the great literary powers of Europe, shall be free indeed", una república adecuada a la vastedad del paisaje e independiente de todo influjo europeo. El dueño y señor de las praderas (“the L o r d of the prairies”, no el bisonte, hay que aclarar) recibirá el homenaje de todas las artes; “he will be the American man, and beside him there will be none else” (J. M. Mackie, F r o m C ap e C o d e to D ix ie , en Tryon, A M ir r o r f o r A m e ric a n s , p. 613). Véase también el citado libro de H. N. Smith, V ir g in L a n d , T h e A m e r ic a n W e s t as S y m b o l a n d M y t h : sobre Thoreau, especialmente pp. 77-78; sobre el West como jardín del mundo (= Edén), pp. 123 ss. Por lo demás, la mitificación estaba ya en- Frederika Bremer: “L’Ouest est le paradis traversé paT les grands fleuves, oü se trouve l’arbre de la vie et de la mort", etc. (L a F ie d e f a m ille dans le N o u v e a u -M o n d e , vol. II, p. 158), aunque es verdad que su viaje al Oeste la dejó desilusionada (ib id ., p. 381). 469 Véase Christie, T h o r e a u as W o r ld T r a v e le r , pp. 116-117, e in fra , pp. 673-674.

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ocasional hacia el Sud-sudoeste.. . ) : “ eastward I go only by forcé; but westward 1 go free” . La ciudad está al Este, la selva ( Wilderness) al Oeste. “ I must walk toward Oregon, and not íoward Europe.” El horizonte ya se ha ensanchado. Los puntos cardinales se proyectan sobre los dos hemisferios. E inmediatamente también la experiencia perso­ nal — o el capricho— ■se proyecta sobre la historia universal: “ and that way the nation is moving, and I may say that mankind progresses from east to west” . Así como el musulmán se postra en dirección de la Meca, así Thoreau se pasea con los ojos dirigidos a las últimas luces del ocaso, murmuran­ do plegarias y profecías. En este punto, sin embargo, nace en él una curio­ sa duda, por el hecho de que recientemente ha ocurrido un movimiento de la historia hacia el Sudeste con la colonización de Australia. Pero Thoreau se sacude rápidamente la duda: se trata, claro es, de un “ retrograde movement” . Australia ha sido poblada con forzados y forajidos, y sus des­ cendientes (como había dicho De Pauw de los americanos) están ya dege­ nerados: “judging from the moral and physical character of the first generation of Australians” , no puede decirse que el experimento haya sido afortunado. ¡A l Oeste, pues! “W e go eastward to realize history and study the works o f art and literature, retracing the steps of the race; we go westward into the future, with a spirit of enterprise and adventure.” 470 El Atlántico es un río leteo: basta cruzarlo (de Este a Oeste, se entiende) para olvidar, — “ to íorget the oíd W orld and its institutions” .471 Tam bién los animales migratorios obedecen a un instinto oscuro como el que empuja a Thoreau en sus paseos casuales. También el sol hace dia­ riamente su peregrinación hacia el Oeste: “ he is the Great Western Pioneer whom the nations follow ” . Y así hizo Colón, con el resultado que vemos a nuestro derredor: “ Where on the globe can there be found an area of equal extent with that occupied by the bulk of our States, so fertile and varied in its productions, and at the same time so habitable by the E utopean, as this is?” Siguen las citas de rigor, tomadas de geógrafos y viajeros «o W a l k i n g , ed. cit., pp. 607-608. C£. también: “Literature speaks how much still to the past, how little to the future; how much to the East, how little to the West” { T h o m a s C a r l y l e a n d H i s W o r k s , citado por Parrington, M a i n C u r r e n t s , vol. II, p. 413, y comentado por Willson, "The Transcendentalist View of the West”, pp. 186-187 y 191). Pocos años antes "the Swiss-Amerícan scholar, Arnold Guyot, in his enormously popular Lowell lectures of 1849, demonstrated that civilized man was born in Asia, reached his youth in Europe, and his manhood in America” (Pearce, T h e S a va g e s o f A m e r i c a , p. 158). Véase también Smith, V i r g i n L a n d , pp. 41-43. y la exhortación de Hester Prynne, heroína de la S c a r le t L e t t e r de Hawthorne (cap. xvn; ed. cit., p. 161), a penetrar en la W i l d e r ­ n e s s : "There, thou art free!” Cf. Christie, T h o r e a u a s W o r l d T r a v e l e r , pp. 222 y 234. 471 Gf. Lowell s u p r a , p. 655.

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europeos, Michaux, Humboldt,472 Guyot, Francis Head, y p o r ú ltim o , ¡ p a r a ponernos- otra vez en plena atmósfera de la polémica, la estocada f i n a l ’ c o n ­ tra Buffon: “this statement wiil do at least to set against B uffon’s account of this part of the world and its productions”.473 Vienen entonces, como era de esperarse, corolarios y variacion es- L a ausencia de bestias feroces, para poner un primer ejemplo, no es n i n g x i n estigma de inferioridad, sino, al contrario, un privilegio de A m é r ic a : c a s i en cualquier lugar puede uno dormir sin ningún temor en m e d io d e s u s bosques.474 m o tiv o

Esta afortunada falta de bestias feroces en A m érica es un v i e j o

de los apologistas del continente.475 Ya en 1666 escribía G eo rg e A l s o p a c e r ­ ca de Maryland: “ As for the W olves, Bears, and Panthers o f t h is c o u n t r y ,

d o is and heroick vigour that dw ell in the same kind o f Beasts in oth er C o u n t r i e s ) ” , etc.476 Las fieras de A m érica no hacen sino uno que otro rasguño s u p e r ­ th e y ... do little hurt or in ju ry w orth noting, and that w h ic h t h e y

of so degenerare and lo w a nature (as in reference to the f í e r c e n e s s

ficial . . . A sí como el in dio americano, envilecido p o r los blancos a f i n

de p r o ­ m ano, de los apologistas a los denigradores, así las fieras am erican as, h e c h a s tegerlo, había pasado con sus estigmas de in feriorid ad de m a n o e n

mansas e inofensivas para suavizar la imagen del N u evo M u n d o ,

se

vertían un siglo más tarde en ejem plos vivos y pruebas ir r e fu t a b le s

c o n ­

de

corrupción. Pero esto no era sino un caso particular de la “ h e r e n c i a ”

su de

mitos y patrañas que de los pieles rojas recaía de llen o sobre lo s y a n q u i s : 477 sus virtudes se convertían en propiedad de todos los am ericanos,473 s u s

de­

fectos, ya desde los tiempos de D e Pauw, se habían extendido a l o s c o l o n o s 472 Sobre la influencia de Humboldt véase especialmente Christie, T h o r e a u , p p 44 y 121-124; sobre la de Darwin, ib id ., pp. 74-81. « 3 W a lk in g , ed. cit., p. 611. Esta alusión a la perfecta habitabilidad d e lo s E s t a d o s Unidos debe relacionarse con otra tesis de Thoreau; que en las latitudes m er id .io r» .a .les el hombre degenera a la larga, y resulta una fácil presa para razas m ás n ó r d i c a s ( A . W eek o n th e C o n c o r d . . ., ed. cit, p. 333; cf. W a lk in g , ib id ., p. 613). 474 Lo cual no quita que Thoreau, consecuente con su naturismo, e n c u e n t r e l o s - animales selváticos muy superiores a los domésticos { ib id ., pp. 617 y 621), y q u e t a m b i é n en otros lugares (T h e N a t u r a l H is to r y o f M assachusetts, 1842, en W o rk s , ed . H . Canby, Boston, 1946, p. 649) escriba complacido que existen en ese estado cuarenta d i v e r s a s especies de cuadrúpedos, “and among these one is glad to hear of a few bears, wolves, lynxes, and wildcats". 475 Véase, por ejemplo, s u p ra , pp. 431 y 470, e in f r a , p. 780. « s G. Alsop, A C h a ra c te r o f th e P r o v in c e o f M a r y la n d , ed. N. D. Mereness, Cleveland,

1902, p. 37. 477 Cf. s u p ra, pp. 304-305. 478 Remond, Les É l a t s - U n is . .

pp. 488 y 492.

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HENRY DAVID THOREAU

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europeos, y a éstos se les transfería incluso el paralelo con los griegos y romanos antiguos.479 Tam bién los tremendos pantanos tienen su razón de ser: el mismísimo Dismal Swamp (el de la balada de Thomas Moore) es preferible a un arti­ ficioso jardín — naturaleza echada a perder por el hombre 480— , porque el pantano con su fango y su podredumbre es el regazo mismo de la Natu­ raleza: “ I enter a swamp as a sacred place, — a sanctum sanctorum”, y no importa que uno se hunda hasta el pescuezo,481 con lo cual olvida que el Dismal Swamp siempre había sido tomado como símbolo poético de las aguas estancadas y sus miasmas letales, según había sido pintado, antes de ser conocido en la realidad, por la mano de Tasso: ‘‘ne l ’ozio l’acqua é pigra e torpe; / e la dove ella s’impaluda e stagna, / da neghitoso grembo — grembo, "regazo” , pero muy distinto del regazo ubérrimo de Thoreau— esala intorno / vapor grave e nocente, e fieri spirti / d’aure maligne, « 9 j b i d . , pp. 504-506: cf. s u p ra , p. 326, nota 511. 480 “Almost all man's improvements, so called, as the building o£ houses, and the cutting down of the forest and of all large trees, simply deform the landscape, and make it more and more tame and cheap” ( W a lk ín g , ed. cit., p. 602). La obra misma del hombre, lejos de mejorar el ambiente ■—como había admitido, sin embargo, el mismo De Pauw, y como lo habían repetido hasta la saciedad los apologistas de ese decisivo mejoramiento del clima que se conseguiría con la tala de los bosques (véase Ampere, P ro m e n a d e en A m é r iq u e , vol. I, p. 132; Chinard, "La Forét américaine”, que constituye la segunda parte de su libro V H o m m e c o n tre la n a tu re , y Remond, L e s É ta ts -U n is d evan t l'o p in io n fra nga ise, pp. 264 y 516, nota 26)—, lo arruina quitándole su autenticidad y su fuerza primigenia. 481 W a lk in g , ed. cit., pp. 616-618; y cf. Seybold, T h o r e a u , pp. 77 y 108. “Dismal Swamp” había llegado a ser una expresión popular; véase W a ld e n , ed. cit., p. 107; Melville, R e d b u r n (1849), xi, en R o m a n c e s , pp. 1501-1502; Is ra e l P o t t e r (1855), xxm, ib id ., p. 1453, y H. Beecher Stowe, T h e D re a d , A T a le o f th e G r e a t D is m a l Sw am p (1856). D is m a l, sustantivo, ya en 1763 era “a local ñame of tracts of swampy land on the eastern sea-board of the U. S.” (S h o r t e r O x f o r d E n g lis h D ic tio n a r y , su b v o c e ). En 1784 le escribía Hugh Williamson a Jefferson que bien poco se había hecho "in the Plans for improving the great Dismal” ( T h e P a p e rs o f T h . J e ffe rs o n , vol. VII, p. 569), y J. F. D. Smith, aunque alude a los trabajos de saneamiento, traza de él un cuadro horrendo (V o y a ge dans les É ta ts -U n is , vol. II, pp. 52 y 117-120). Sin embargo, desde los últimos años del siglo xvm no habían faltado quienes defendieran la providencialidad de los "marshes” (Glacken, T ra ce s o n th e R h o d ia n S h o re , p. 689). Curiosos detalles so­ bre su historia, y sobre intentos recientes —e inspirados en Thoreau— de conservarlos intactos, pueden verse en T im e , 30 de noviembre de 1962, p. 17. Sw am p es un típico americanismo (S h o r te r O x f o r d E n g lis h D ic tio n a r y , su b voce , y Mencken, T h e A m e rica n L a n g u a g e , S u p p le m e n t O n e , pp. 496-497; S u p p le m e n t T w o , Nueva York, 1948, p. 574). Cf. asimismo Hall, T ra v e ls in N o r t h A m e ric a , vol. I, pp. 111 ís.; Francés Trollope, D o m e s tíc M a n n e rs o f th e A m e ric a n s , xx (ed. cit., p. 228); Dickens, A m e r ic a n N o te s , ed. Whitley-Goldman, p. 28; y Brooks Atkinson en el N e w Y o rk T im e s del 29 de octu­ bre de 1963.

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onde perturba il cielo, / e quasi l ’aria ínfetta” , y en ese aire “ lo sfortunato abitatore ammorba” .482 Incluso para la vilipendiada impubertad de los americanos Thoreau parece encontrar una alusión apologética cuando, tras citar y traducir la frase de Linneo: “ Nescio quae facies laeta, glabra plantis Americanis” ,483 La aplica al rostro de sus compatriotas: “ Perchance there w ill appear to the traveíer something, he knows not what, of laeta and glabra, of joyous and serene, in our very faces.” ¿Cuándo sucederá esto? Apenas hace falta preguntarlo. Sucederá cuando la civilización americana se haya adecuado a la luminosa profundidad de los cielos de América, al esplendor de sus estrellas. Si el inglés Francis Head ha dicho que la luna parece más grande en el Canadá que en Europa, “ probably the sun looks larger also. I f the heavens of America appear iníinitely higher, and the stars brighter, I trust that these faets are symbolical of the height to which the philosophy and poetry and religión of her inhabitants may one day soar” .484 A qu í Thoreau cita (inexactamente) la profecía de Berkeley485 y, hablando como “ a true patriot” , declara a su país preferible al Paraíso Terrenal. Pero inmediatamente después el tema político-nacional es abandonado, y ese Oeste, encarnación del Porvenir de los Estados Unidos, queda subli­ mado, y al mismo tiempo anemizado, al convertirse en sinónimo de la genérica Selvatiquez, de esa Wildness primigenia en la que está “ the preservation of the W orld” . Con una cabriola que a estas alturas no tiene ya por qué sorprendernos, la Wildness, que era el Oeste y el Porvenir, reapa­ rece ahora como extrema Antigüedad: “ our ancestors were savages” , tal como fueron salvajes los fundadores de Roma y de todas las demás nacio­ nes, y es ésta la condición “ natural” del hombre, su único camino de salud 482 Tasso, 11 M o n d o C re a to , III, 117-125 (ed. cit., p. 65); cf. G e ru s a le m m e C o n q u í­ VI, 116-118. 483 [“Las plantas americanas muestran no sé qué aspecto alegre, sin vellos."] 484 W a lk in g , pp. 611-612. Cf. J o u rn a l, vol. III, p. 268 (1852); “our intellects [shall be] on a grander scale, like our thunder and lightning, our rivers and our lakes, and mountains and forests”; para otras profecías “astrológicas” véase s u p ra , p. 652 y nota 411.. Pero hay que notar que el augurio de Goethe y de Hegel sobre el nacimiento de una poesía americana es remitido por Thoreau al fin de los tiempos; los valles del Ganges, del Nilo y del Rin han dado su mies de mitos poéticos (isiempre esa obsesión de la grandeza! ¿por qué no mencionar los valles del Arno, del Avon, del Meno?). Veamos ahora qué cosa darán el río de las Amazonas, el rio de la Plata, el Orinoco, ei San Lo­ renzo y ei Mississippi: “Perchance, when, in the course or ages, American liDerty has. become a fiction of the past..., the poets of the world will be inspired by American mythology” (W a lk in g , p. 620; y cf. in fr a , p. 686, nota 539, los textos que citamos de Whitman y sus críticos). 485 Véase s u p ra, pp. 171-173.

sta te,

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física y espiritual; D e manera recíproca/los salvajes, los pieles rojas, son antiquísimos: bruñidos por el tiempo, sabedores de todos los secretos de la naturaleza, pueden contemplar con lástima al pálido blanco ignorante y jactancioso.480 La Civilización es decadencia y, en última instancia, muerte. La Selvatiquez es la vida misma, es el impulso a ir más allá y más arriba; es, por lo tanto, no ya el Pasado, sino de nuevo el Porvenir: “ Hope and tire íuture for me are not in lawns and cultivated íields, not in towns and cities, but in the impervious and quaking swamps.” 4 687 La vida __o la 8 esperanza de la vida— está en esas aguas estancadas. América no ha brota­ do recientemente de ellas, como decían De Pauw y sus secuaces. América está todavía por brotar. En estas confusas rapsodias, los conceptos fundamentales se encabalgan y se eliden. La América sobre cuyo suelo se pasea Thoreau no es la que descubrieron Colón y Vespucci: “ you may ñame it America, but it is not America” . Es una tierra mitológica, es la divina Naturaleza de los poetas y profetas antiguos.4884 9Pero esta Naturaleza, de tal manera animada, es la 8 Vida misma, la vida elemental, en vano oprimida y coartada por las técnicas y las artes de la llamada civilización. Por otra parte — y aquí parece escu­ charse el monólogo de Fausto, traductor incontentable del Verbo__, la Vida puede ser dura, dolorosa, mezquina: ¿cómo hacer de ella la esencia misma de lo Creado? Thoreau contesta que la vida es acción y que no hay que injuriarla: “ However mean your life is, meet it and live it; do not shun it and cali it hard ñames.” 4SS Este evangelio de actividad sin ilusiones, de trabajo simple y sereno, es quizá el mensaje más duradero de Thoreau, — y se ha incorporado, de he­ cho, a la religión cotidiana de los norteamericanos. En el Viejo Mundo, el filósofo de Walden encontraba escaso el fervor, cansada y libresca la cultura, frívola y excesivamente refinada la sociedad. Mientras Emerson admiraba la ‘compostura” de los egipcios antiguos,490 Thoreau aborrecía su inmovilidad embalsamada y embreada, “ the death of that which never Brooks, T h e F lo w e r in g o f N e w E n g la n d , pp. 370-371; cf. W a ld e n , ed. dt„ p. 31 Sobre el significado ideológico de esta “antigüedad” atribuida a los pieles rojas véase Pearce, T h e Savages o f A m e r ic a , pp. 147-150 y 160. Pero Thoreau, coherente con su cándido anarquismo, no es nunca “primitivista” ni indigenista (Christie, T h o re a u , p. 217). W a lk in g , ed. cit., pp. 614-615 y 617. 488 I b id ., p. 604. 489 W a ld e n , ed. cit., p. 292. W a ld e n "is a book in praise of life rather than of Nature” (Parrington, M a in C u rre n ts in A m e r . T h o u g h t , vol. II, p. 406). Sobre el carpe d ie m horaciano, entendido por Thoreau como invitación a la acción, véase Seybold, T h o r e a u : T h e Q u e s t a n d th e Classics, p. 36. 490 Cf. s u p ra , p. 651, nota 407. 486

et passim .

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lived” .491 Y mientras Emerson envidiaba la sanguínea energía d e lo s i n g l e ­ ses, él los encontraba flojos, domesticados, demasiado c iv iliza d o s , to d o s , Shakespeare incluido, sin contacto ya con la Naturaleza.492 E n e s ta e lá s t ic a Weltanschauung, pesimista en cuanto a la historia y optim ista e n c u a n t o al hombre, confluye hasta la secular querella de antiguos y m o d e r n o s : “ Some are dinning in our ears that we Americans, and m oderns g e n e r a lly , are intellectual dwarfs compared with the ancients, or even the E l i z a b e t h a n men. But what is that to the purpose? A living dog is better t h a n a d e a d lion. Shall a man go and hang himself because he belongs t o t h e r a c e o f pygmies, and not be the biggest pygmy that he can? Let ev ery o n e m i n d his own business, and endeavor to be what he was made.” 493 Con esta modestia, con este heroico anti-heroísmo, T h o r e a u c o n s ig u e poner de acuerdo su veneración por los clásicos con la fe n e c e s a r ia a u n moderno y especialmente a un americano, en el mundo en que l e 1ra t o c a d o vivir: vivir una vida de perro, sí, pero un perro vivo es siempre m e j o r q u e un león muerto.

W

h i t m a n : e l énfasis o r a c u l a r de l a

D e m o c r a c ia

a t l é t ic a

A primera vista, el americanismo de Whitman parece mucho m á s r o b u s t o y canoro. El bardo no se cansa de proclamar la grandeza d e lo s E s ta d o s Unidos, de su naturaleza y de su sociedad, de sus campos, p e r o t a m b i é n y sobre todo de sus hormigueantes metrópolis; y en tiradas que l a n z a a v o z en cuello, engrandece su Democracia, sus artes y artesanías, el v a l o r d e sus combatientes en la guerra de Secesión, sus leyes sobre patentes, sus l a r g u í ­ simos trenes de mercancías y su bien surtida variedad de p ro d u c to s a g r í c o ­ las, zootécnicos y minerales.494 Pero, no bien se examinan más atentamente los poemas d e W h i t m a n — o, mejor dicho, no bien logra uno sustraerse al torbellino d e im á g e n e s y al ritmo marcial de las enumeraciones— , esa gloriosa seguridad se d e fo r 491 A W eek o n th e Co n c o r d . . . , ed. cit., p. 348. Sobre la futilidad de la s P ir á m id e s , tumbas de un ambicioso cualquiera a quien hubiera sido mejor ahogar en el N ilo y dar en pasto a los perros, véase W a ld e n , ed. cit., p. 52. También Melville to m a b a a risa el entusiasmo de Emerson por el antiguo Egipto y sus momias (T h e C o n f i d e n c e - M a n , xxxvi; ed. cit., pp. 229-230). 492 W a lk in g , ed. cit., p. 619. Sobre la impresión de “vieja Europa” q u e le d e j ó el Canadá francés cf. A n E x c u r s ió n to Cañada, en Rascoe, A n A m e r ic a n R e a d e r , p . 482. 493 W a ld e n , ed. cit., p. 290. Cf. ib id ., p. 295, sus expresiones de m e n o sp r e c io p or el Progreso. 494 Whitman, S o n g o f th e E x p o s it io n , 8 , en P o e t r y a n d P ro s e , ed. U n te rm e y e r, pp. 227-229.

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ma y se esfuma, la verbal inmensidad de los temas no enmascara ya la exigüidad del aliento lírico (antes bien, la pone al desnudo), y hace falta cierta fatiga para repescar y reconocer, confusos y disueltos en un torrente de hinchada y satisfecha oratoria, los viejos motivos apologéticos de la pri­ mada del Continente, de su oposición ideal al Viejo Mundo, de la armonía prescrita, si no prestablecida, entre su naturaleza y su sociedad, y de su

letanías), Whitman se abandona, extático, a las ideas más incompatibles, con tal de que cada una de ellas reluzca y tintinee por su cuenta.

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proyección entera en un futuro de perspectivas ilimitadas, inundado por la luz difusa del progreso técnico y esterilizado por el amor universal: un futuro iluminado con luces de neón, cromado y niquelado con todos los primores del arte. Se comprende que Thoreau, aun admirando a Whitman, no acabe de sentirse convencido por él. Esa “ sensualidad” de palabras, que tanto escán­ dalo despertó cuando salieron a la luz las Leaves of Grass (1855), no hacía mella en un verdadero y refinado sensual como Thoreau: “ it may turn out — escribía— to be less sensual than it appears” . Y cuando Whitman, con su acostumbrada arrogancia, sentenció ante un grupo de amigos que él representaba a América, Thoreau — es él mismo quien lo cuenta, y se adi­ vina su sonrisa— no se dejó impresionar en absoluto: “ I chanced to sa y... that I did not think much of America or of politics, and so on, which may have been somewhat of a damper to him.” 485 Thoreau no era ciertamente un pensador, y se ha visto en qué líos se metía cada vez que intentaba desarrollar una intuición, dar estructura sistemática a los movimientos y a los fantasmas de su manera de sentir. Pero Whitman era todavía menos capaz de organizar sus pensamientos y de hacer frente a sus contradicciones. Por el contrario, se diría que, com­ placiéndose como Víctor Hugo en el juego de las antítesis y las polaridades cósmicas, dispuesto siempre a colocar sobre el mismo altar, en mística y recíproca compenetración, el cuerpo y el alma, el varón y la hembra, la juventud y la vejez, la riqueza y la pobreza, la victoria y la derrota, la ex­ presión y el silencio, la vida y la muerte (todas estas cosas con mayúscula, se entiende); 496 enemigo, por profesión democrática, de toda jerarquía, de toda casta, de toda distinción (lo cual se refleja en forma catastrófica hasta en su forma literaria, que demasiado a menudo degenera en meras listas o 485 Carta de Thoreau a Harrison Blake, 7 de diciembre de 1856, citada por Untermeyer en su ed. de Whitman, P o e try a n d P ro s e , pp. 965-966. Otra sabrosa descripción del mismo encuentro de los dos, “each... planted fast in reserves, surveying the other curiously”, ib id ., p. 968. A su vez, Whitman no podía sufrir la altiva indiferencia del individualista Thoreau por el hombre común y corriente, su “dísdain for men (for Tom, Dide, and Harry); inability to appreciate the average” (citado por Matthiessen, A m e r ic a n R e n a issa n ce, p. 650; c£. ib id ., pp. 651-652, una lúcida comparación entre los dos; otro paralelo en Canbv, W a lt W h itm a n , A n A m e r ic a n , pp. 148-155). 488 Véase por ejemplo G re a t A r e th e M y th s , en P o e tr y a n d P ro s e , pp. 483-485.

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En el plano espacial, Whitman es sustancialmente un cosmopolita. Aun­ que sea en nombre de América, de la cual se siente portavoz autorizado, lanza su Saint au M onde!, donde ni siquiera el título francés carece de intención: todos deben atender y escucharlo cuando los pasa en rápida revista: “ and I salute all the inhabitants of the earth” .497 L a verdadera, la peculiar grandeza de los mismos Estados Unidos no está en su unión, en su riqueza, potencia militar o naval, o genialidad en todos los aspectos, sino en el hecho de que fomentan la fraternidad sobre todo el globo, lle­ nando de un espíritu de camaradería a todas las naciones y a toda la huma­ nidad.498 Y a medida que pasan los años, los Estados Unidos de las primeras Leaves of Grass se transmutan más y más en una patria ideal de los libres y los buenos, en la más vasta y tibia y vaporosa de las utopías literarias. En el plano temporal, Whitm an acepta y respeta el pasado, todo el pasado. Lejos de darse aires de primitivista y condenar los lentos siglos de la civilización, el poeta, aunque íntegramente orientado hacia el porvenir, y aunque tiene “ moderno” por sinónimo de “ sacrosanto” , repite innume­ rables veces (como Marx el elogio de la burguesía) su acción de gracias a los antepasados por los tesoros que nos han transmitido, y suelta un himno tras otro a la “ infinita grandeza del pasado” .489 Pero aunque la tarea de la Democracia norteamericana consista en expresar “ la incomparable grandíosidad de lo moderno” , no hay que olvidar que contiene y lleva en sí misma todo el pasado, ia herencia de toda la tierra.500 Por esa razón no hay~eñ Whitman ni la sentimental admiración por los pieles rojas, ni el encarni­ zamiento coñtra este ubstáiulo atTmarcha. del progreso. Muy al contrario, el poeta se complace erTcfesignar siempre a Nueva York y a Long Island con sus correspondientes topónimos indígenas, como si no hubiera solución de continuidad entre los aborígenes y los ciudadanos de las nuevas metró­ polis. Quien veía a América como Porvenir sin nada de Pasado se sentía 48? S a lu t a u M o n d e !, ib id ., p. 182. 488 In d e p e n d e n t A m e r ic a n L it e r a t u r e (1847), ib id ., p. 557. 488 Passage to In d ia , ib id ., p. 379 (¿habrá suministrado Whitman el título a E. M. Forster?); véase también W ith A n te c e d e n ts , ib id ., pp. 256-257, y las citas y observaciones de Floyd Stovail (1932), ib id ., pp. 1132-1135. soo T h o u M o t h e r w ith T h y E q u a l B r o o d , P o e t r y a n d P ro s e , pp. 411-412; T o -D a y a n d T h e e , ib id ., p. 451; el comienzo del primer prefacio de L eaves o f Grass, ib id ., p. 487; y D e m o c r a tic Vistas (1871), ib id ., pp. 845-846. Más tarde, Whitman hacía remontar el verdadero origen de los Estados Unidos al fermento de la era isabelina (véase A B a ck w a rd G la n c e o ’e r T ra v e V á R o a d s , 1888, ib id ., p. 510, nota). En general, a medida que iba envejeciendo, Whitman reconocía con mayor generosidad la importancia de la tra­ dición y de la historia: ib id ., pp. 514 y 546.

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ob liga d o a .juzgar a los tercos salvajes com o mero Pasado sin nada de Por­ ven ir: antítesis e integración al mismo tiem po.501 P ero quien, como W hitman, amalgam a y aprieta en un solo proceso el Pasado, el Presente y el Porvenir, debe estar siempre dispuesto a abrazar lo mismo al orgulloso in dio qu e al pionero que lo expulsa y lo destruye, a aceptar l o mismo el n u e v o m undo poético que está por brotar en América, que los m undos numerosísimos que se han acum ulado y hacinado como esas pirámides de balas graníticas que se ven en los p atios de los castillos del V ie jo M undo. 'Los tesoros de la literatura inglesa son más preciosos para los americanos que los tesoros de los reyes.502 Y nadie, ciertamente, lo sabía m ejor que W liitm an , el cual, n o obstante que rechaza los temas tradicionales de la poesía y esquiva afanosamente hasta la m enor referencia o cita ajena, había absorbido bastantes cosas de autores ingleses com o W illia m Blake, W alter Scott y Carlyle, y de autores n o ingleses, sobre tod o franceses del siglo xix, sin contar la B ib lia y los poemas de H om ero.503 E n e l plano filosófico, W h itm a n no conoce sino el Am or. E l A m or es

ooi Véase Pearce,

T h e Savages o f A m e r ic a ,

p, 135.

p. 547. La deuda para con la literatura, inglesa se ensancha en un escrito más tardío (P o e t r y T o -D a y in A m e rica , 1881) a todas las literaturas de Europa y del Oriente (P o e tr y a n d P ro s e , p. 560). Whítman se declara de acuerdo con Longfellow en el reconocimiento de que el Nuevo Mundo podrá ser “dignamente original” sólo una vez que se haya “well saturated with the originalitv of others” (D e a t h o f L o n g fe llo w , 1882, ed. cit., p. 797; cf. también A B ackw a rd d a n c e , ib id ., p. 513). • 502 I n d e p e n d e n t A m e r ic a n L it e r a t u r e , P o e t r y a n d P ro s e ,

503 Las afinidades con Blake fueron observadas ya en 1868 por Swinburne, escrito reproducido en la ed. de P o e t r y a n d P ro s e , pp. 996-998. En cuanto a Scott, véase lo que el propio Whitman reconoce; S p e c im e n D ays (1882), ib id ., p. 749, y A Backw ard G la n c e , pp. 514-515 (pero dice que de sus escritos se exhala un espíritu de casta: ib id ., p. 550). En cuanto a Carlyle, véanse las páginas redactadas en ocasión de su muerte (S p e c im e n D a ys, pp. 768-779; cf. también ed. cit., pp. 40 y 551). Las influencias fran­ cesas son menos seguras; parecen secundarias la de Rousseau (ed. cit., pp. 57-58) y la de George Sand (ib id ., pp. 58, 735, 833 nota y 1204; y cf. Matthiessen, A m e r . R etíaissanee, p. 557; Brooks, T h e T im e s o f M e lv ili e a n d W h itm a n , pp. 105-106, y R. D. Faner, W a lt W h it m a n a n d O p e ra , Filadelfía, 1951, pp. 45-48). Con Hugo, otro poeta extrover­ tido hasta el punto de dar la impresión de no tener, nada dentro, muestra Whitman evidentes afinidades de temperamento y . de ideología (humanitarismo, democracia, etc.), y ya en 1867 'William M. Rossetti comparaba las L e a v e s o f Grass con la L é g e n d e des siécles (pasaje reproducido en P o e t r y a n d P ro s e , pp. 981-982). Pero Whitman también da señales de conocer (1881) algunos escritos críticos de Sainte-Beuve y de Baudelaire (ed. cit., p. 555), en quienes reconocía o creía reconocer sus ideas (1855); Matthiessen, A m e r . R e n a is s a n c e , p. 543. .Sobre, la influencia de Volney véase D , Goodale, “Some of Whitman’s Borrowings”, A m e r ic a n L it e r a t u r e , X (1938), pp. 202-213, y Canby, W . W h it­ m a n , p. 368. “Au víeux monde..., qu’il connait mal —concluye G. Chinard, “L’Esprit national dans la poésie américaine”, R e v u e de S y n th ése H is lo r iq u e , XXIX (1919), p. 178—, il n’a presque ríen emprunté.”

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“ la base de toda metafísica” , el amor por el amigo, por el/la c o n s o rte ,, p o r los hijos y los padres, el amor de las ciudades y de los países- e n t r e s í.504 Pero lo que lo mueve no es el amor del prójim o o del menos p r ó j i m o , s i n o una especie de amor del amor, un envidioso deseo de amor que p o s t u l a la universalidad de éste justamente en cuanto siente su ausencia: “ W h e n I hear of the brotherhood of lovers, how it ivas with th em ..., / t h e n I a m pensive — I hastily walk away fill’d with the bitterest envy.” 505 Su misma exaltación del sexo tiene no sé qué de frío y abstracto, — y , si no estamos alucinados, representa sobre todo una tardía (y n a t u r a l m e n t e semi-inconsciente) protesta contra la tacha de impotencia a tr ib u id a a lo s americanos. Ninguna figura de amada, ni de amado — puesto q u e , s i b i e n no es seguro que Whitman fuera homosexual, no puede negarse q u e e r a infantilmente andrógino, y cubría con tupidos velos el objeto d e s u s d e ­ seos— , aparece siquiera como sombra en su obra. En vano W a lt W h i t m a n se da aires de Adán redivivo en el nuevo Paraíso de O ccidente,, “ l u s t y , phallic, with the potent original lo in s ..., bathing my song in S e x ” ,. y c a l i ­ fica estos mismos cantos de “ offspring of my loins” ; 506 en va n o p r o t e s t a , en su juventud, contra la sucia ley filistea que proscribe de la l i t e r a t u r a todo lo que se refiere al sexo, a los deseos, a los movimientos l i b i d i n o s o s , a los órganos y a los actos,507 y alardea, en su edad más tardía, d e q u e Leaves o f Grass “ is avowedly the song of Sex and Amativeness, a n d e v e n Animality” ; 508 y en vano en cien pasajes, de todas las épocas, e x a l t a e l = 0 4 T h e B ase o f A l l M eta p h y s ics , P o e t r y a n d P ro s e , pp. 165-166. . 505 W h e n I P e ru s e th e C o n q u e r ’d F a m e , ib id ., p. 171. También es de n o ta r c ó m o Whitman encuentra sus' acentos más sensuales y candentes cuando expresa la e m o c i ó n , típicamente femenina, de abandonarse a la música operística, y en particular a l c a n t o pleno de una soprano o contralto (¿afinidad con Stendhal?); Faner, W . W h i t m a n a n d . O p e ra , passim , especialmente p. 231. 506 A ges a n d A ges R e t u r n in g a t In te n tá is , P o e t r y a n d P ro s e , p. 157; cf. A s A d a m E a r ly in th e M o r n in g , ib id ., p. 159, y ese grito al impenetrable futuro: “I m e r e ly th e e ejaculate!” ( T h o u M o t h e r w ith T h y E q u a l B r o o d , ib id ., p. 413). Sobre su a m b ig u a s e x u a ­ lidad, y aún más ambigua homosexualidad, véase M. Praz, “Whitman e P ro u st” ( 1 9 5 1 ), en I I p a t io c o l serp e n te , Milán, 1972, pp. 446-450. 507 T o E m e rs o n , A u g u s t, 1836, en P o e t r y and P ro s e , p. 528; y, con m ayor e n e r g ía aún, la reseña anónima de 1855, ib id ., pp. 534-535. Pero a partir de 1860 dejó W h it m a n a un lado los temas sexuales y tachó en sus poesías algunos versos y pasajes p a r t ic u la r ­ mente crudos (K. Campbell, estudio de 1934 reproducido en P o e t r y a n d P r o s e , p p . .1 1 1 3 1114). Sobre su fundamental cuaquerismo, agudizado después de 1860, véase M a tth ie s se n , A m e r . R enaissance, pp. 534-540; Canby; W . W h itm a n , pp. 31-36 y 356-357; y B ro o k s, ' T h e T im e s o f M e lv ili e a n d W h itm a n , pp. 94-95 y 143. sos a B ack w a rd G la n ce , P o e tr y a n d P ro s e , pp. 518-519. "Amativeness”, . c o m o “A d hesiveness”, es término de cariz frenológico: se sabe que .la frenología de Gal! f u e d i f u n ­ dida por Spuxzheim (1832) en los Estados Unidos, tuvo aquí grandísima b o g a ( v é a s e también Francés Trollope, D o m e s tic M a n n e rs o f th e A m e ric a n s , vir; ed. cit., p p . 6 7 - 6 8 ,

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cuerpo, el cuerpo desnudo, y todos los atributos del cuerpo humano, y más precisamente del viril. Su nudismo es higiénico, físico, nudismo de baño de sol y no de aprés-midis faunescos.509 Esa especie de “ new Priapic cult” que, según uno de sus exaltadores, se propuso instaurar Whitman,510 es un culto razonado e intelectual, frío a más no poder. Hasta cuando repite los argumentos de Diderot sobre la pureza y la inocencia de la Naturaleza en cada una de sus manifestaciones, reduce a lección escolar el ímpetu vehe­ mente del philosophe. Cuanto más desviste sus cuerpos, menos deja ver la carne. Podría desollarlos sin que les saliera sangre. Son esquemas de atle­ tas, y de hecho, si bien se los considera, no están modelados sobre los ciu­ dadanos de Manhattan y de Paumanok, sino sobre los legendarios patago­ nes y sobre los altos y fuertes americanos de Franklin y Jefferson. Por lo demás, cuando Whitman, en un acceso de mal humor, quiere ridiculizar a los indios americanos de su tiempo (1870), se hace eco de los sarcasmos de un Pernety, por ejemplo, sobre los civilizados y adulterados europeos.511 Pero cuando — como ocurre por regla general—■se extasía ante América, encuentra que sus habitantes son, sin excepción, “ superb persons” , una “ splendid race” dotada de “ perfect physique” y de “ majestic faces” ; todos ellos son “ muscular” , “ athletic” , “gymnastic” . América entera es una “ athletic Democracy” .512 Y en ese ambiente saludable hasta los indiy H. Martineau, R e tr o s p e c t o f W e s te rn T r a v e l, vol. II, pp. 66 y 91, y vol. III, pp. 201202 y 281), y fue una de las obsesiones de Whitman. 509 Típico: A S u n -B a th — N aked ness (P o e t r y a n d P ro s e , pp. 694-696). También Brooks observa que “there was something austere... in Whitman’s sexuality” ( T h e T im e s o j M e l v i l l e a n d W h it m a n , p. 140), pero L. L. Hazard se pasa quizá un poco de la raya cuando dice que los poemas más “atrevidos” de Whitman “are decorum itself” com­ parados con el Cantar de los Cantares o con los dramas de Shakespeare (T h e F r o n t ie r in A m e r ic a n L it e r a t u r e , Nueva York, 1941, p. 171). 5ro Testimonio de John Burroughs (1896), en P o e t r y a n d P ro s e , p. 1027. su “Unhealthy forms, male, female, painted, padded, dyed, chignon’d, muddy complexions, bad blood, the capacity for good motherhood deceasing or deceas’d, shallow notions of beauty...", etc., dice Whitman (D e m o c r a tic Vistas, ed. cit., p. 815). Y’ pernety: “quant... aux idées relatives á ce que nous appelons agrément et beauté, chaqué Nation les attache á diverses choses suivant le caprice, et le préjugé de l’éducation” (D isser ta itó n s u r l ’A m é r iq u e e t les A m é ric a in s , p. 123). Para críticas concretas contra modas y afeites véase s u p ra , pp. 112-113, 122 y 124. 512 T o F o r e ig n L a n d s , P o e try a n d P ro s e , p. 76; para las otras expresiones véase, por ejemplo, F o r Y o u , o D e m o c ra c y ( ib i d ., p. 163), M y s e lf a n d M in e ( ih id ,, p. 254), T h o u g h ts (ib id ., p. 438), So L o n g (ib id ., pp. 445-446), etc. Varias veces se jacta Whitman de ser grande y vigoroso, de tener una “perfect health” y de no haber tomado jamás una purga (I) (ib id ., pp. 538, 540, 952 y 967). Pero su verdadera naturaleza era femenina, y hasta su aspecto físico tenía algo mujeril (véase 'M. Van Doren, “Walt Whitman, Stranger”, quien se apoya en el testimonio de John Burroughs, lo e . c it., p. 1151; Brooks, T h e T im e s o f M e lv ill e a n d W h itm a n , p. 141; H. L. Fausset, W a lt W h itm a n , P o e t o f D e m o -

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viduos comunes y corrientes se hacen más hermosos,513 mientras que las con­ vulsiones políticas sufridas recientemente por Francia han achicado la es­ tatura de los franceses (!). Así, ni más ni menos: a aquellos que creen que todos los franceses son minúsculos, de cinco pies o cinco y medio, W hitm an les contesta primero que no es verdad, e inmediatamente después lo admite como un hecho: “ the bulk o f the personnel of France, before the revolution, was largesized ... Th e revolution and N apoleon’s wars dwarfed the standard of human size, but it w ill come up again” .534 A un texto tan claro sólo cabe hacer una glosa: que a más de un siglo de De Pauw, estos europeos que se encogen y se estiran como un muñeco de hule resultan un poquitín ana­ crónicos; y que, por otra parte, precisamente mientras Whitman estaba escribiendo, en su América abierta a todos los pueblos comenzaba a irrum­ pir la marea de los inmigrantes rusos, polacos, italianos y judíos, todos ellos, por término medio, menos altos que los anglosajones, los alemanes y los escandinavos que formaban el grueso de la población norteamericana de entonces. Pero Whitman no ve a su alrededor hombres esmirriados, feos o insu­ ficientes. Los ciudadanos americanos son hermosos y robustos y de aspecto simpático. Si acaso, las mujeres dejan un poco que desear. ¿Queréis saber cuál es el punto flaco de los Estados Unidos? Cherchez la fe m m e .. . Tras de haber anunciado tantas veces el advenimiento del Hom bre en América, Whitman cae en la cuenta de que lo que verdaderamente falta es la Mujer: “ W ith all thy gifts America. . . what if one gift thou lackest?. . . / T h e gift of perfect women fit for thee — what i f that gift o f gifts thou lack­ est?” 515 Hasta de la literatura, de la nueva, saludable literatura, espera Whitman que asegure a sus Estados Unidos “ a strong and sweet Female Race, a race of perfect Mothers” .516 ¿Y cómo deberán ser? El ideal viril del americano es fácil de delinear, “ but the other sex, in our land, requires at least a basis of suggestion” . Y Whitman se explica con algunos ejemplos cracy, Londres, 1942, y Canby, W a lt W h itm a n , A n A m e r ic a n , pp. 14 y 355, el cual, sin embargo, hace una sutil defensa de la casi normalidad de Whitman, diciendo que éste fue sobre todo un “auto-sexual”, un ególatra, pp. 182-206). La gran barba que llevaba —podremos decir recordando una de las acusaciones más típicas que se lanzaban contra los indios del Nuevo Mundo— debía servir para encubrir la leche de sus tetillas. 5 1 3 “The people are getting handsomer”, dice en T h e B o s to n o f T o -D a y (1881), P o e tr y a n d P ro s e , pp. 781-782. 514 M i l l e t ’s P ic tu r e s — L a s t Ite m s (1881), P o e t r y a n d P ro s e , p. 784. Para otra degene­ ración demasiado rápida de los franceses, antes de la Revolución, véase Be Maistre, supra, p. 494. sis W it h A l l T h y G ifts (1876), P o e t r y a n d P ro s e , p. 372. 515 D e m o c r a tic Vistas, ib id ., pp. 816 y 829-830.

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tomados del natural: una criada capaz, lim pia e independiente — y por_ añadidura de buena salud: “ she has good health” — ; la directora de un taller mecánico, que sabe hacerse respetar de obreros y clientes — y que no ha perdido “ the charras o í womanly nature” — ; la mujer de un obrero, dos hijitos, buena cocinera y lavandera, con inclinación a la música y a recibir gente — “ physiologically sweet and sound” la certifica Whitman— , y finalmente una viejecita de ochenta años especializada en aplacar bron­ cas, carente de educación, pero llena ele “ native dignity” y de un “peculiar personal magnetism” : 517 he ahí unos cuantos prototipos de la norteameri­ cana de mañana. Sin embargo, cuando nuestro W alt hace un viaje al Oeste (1879), se agrava su desilusión: también allí los varones están bastante bien, pero “ I am not so well satisfied with what I see of the woman of the prairie cities’’. N i en Kansas City ni en Denver tienen las mujeres “ any high native originality of spirit or body” , mientras que los hombres rebosan de ella. Las señoras son elegantes, intelectuales, pero tienen cara de dispépticas y de muñecas. Hace falta otra cosa “ to tally and complete the superb masculinity of the West” (!).51S Sólo en Boston el nuevo Diógenes en busca de perfectos ejemplares de feminidad encuentra finalmente muchas hermosas señoras de cabellos canos (es él quien subraya), las atentas oyentes de una conferencia suya, durante la cual él se interrumpe varias veces para con­ templarlas, “ healthy and wifely and motherly, and wonderfully charming and beautiful” .519 Se nos confirma así que lo que cautiva a Whitman es el ideal, vaga­ mente helenizante, de una joven república formada de gallardos mancebos y de ancianos venerables, un ideal que se alimenta por un lado del orgullo nacional, y por otro de las peculiares aficiones del poeta. Los hombres que viven en la república perfecta son amigos apasionados. En ella, el amor “ adhesivo” prevalecerá sobre el tradicional amor “ afectivo” . La democracia verdadera “ infers such loving comradeship.... without which it w ill be incomplete, in vain and incapable of perpetuating itself” .320 El fervoroso amor de Whitman por los americanos, por sus musculosos compatriotas, es para él, por lo tanto, la expresión lírica de un anhelo político absoluta­ mente sano, ¿Convergencia de un ideal (polémico) con un instinto (desvia­ d o )...? Hasta un admirador de Whitm an concede que el poeta se equi­ vocó de lleno “ when he tried to transíate his homosexuality into national «ir I b id ., pp. 8S9-841. 5i8 T h e W o m a n o f th e W est, ibid,., pp. 751-752. sis T h e B o s to n o f T o -D a y (1881), ib id ., pp. 781-782. 520 D e m o c r a tic Vistas, ib id ., p. 853, nota. Los individuos serán entonces “unprecedently emotional, muscular, heroic and refined" .(1).

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character” .521 Y que lo haya intentado ingenuamente, no c a b e d u d a ? “ I w ill plant companionship thick as trees along all the rivers of A m e r i c a . . - . / I w ill make inseparable cities... /: by the love of comrades, / b y t h e m a n l y love of comrades... / O Democracy, to serve you ma feinmel” 522 Y to d a ­ vía en su último canto: “ I announce adhesiveness, / I say it s h a ll b e l i m i t less, unloosen’d, / I say you shall yet find the friend you w e r e l o o k i n g íor.” 523 La democracia de Whitman es, pues, una democracia sui g e n e r i s : y , p o r más que él la identifique con América, no podría estar más a l e j a d a , d e l a Démocratie en Am érique estudiada por Tocquevilíe.524 Hasta e n e l t e r r e n o institucional, es una democracia sin órganos de ninguna clase, y p o r l o tanto vagamente emparentada con la humanidad anárquica d e T h o r e a u . Su justificación ideal está indicada por Whitman en una ca lid a d p o r c o m ­ pleto negativa: precisamente en esa ausencia de grandes hom bres, d e p e r s o ­ nalidades geniales, que tantas veces se le había echado en cara a / A m é r i c a y que había suscitado, entre otras reacciones, la indignatio y l a r é p l i c a de un demócrata como Jefferson. “ America has yet morally and a r t i s t i c a l l y originated nothing.” 525 Whitman les deja de buena gana a los d e m á s p a í s e s sus grandes hombres: “ our leading men are not of much a c c o u n t a n d never have been, but the average of the people is immense, b e y o n d a l l history” . Lo que cuenta no son los robles excelsos ni los p in o s , s i n o la s “hojas de hierba” . Tam bién en la literatura y en el arte la s u p e r i o r i d a d americana es una superioridad de masa: “ we w ill not have g r e a t i n d i v i ­ duáis or great leaders, but a great average bulk, unprecedently g r e a t ” . 526 521 L. Untenneyer, en la introducción de su citada ed. de P o e t r y a n d P r o s e , p . 55 (siguiendo a M. Van Doren, ib id ., pp. 1157-1158). Es significativo el in m e d ia to a p l a u s o a !as ideas y a la poesía de Whitman, lo mismo que su posterior repudio, p o r p a r t e d e otro desatentado humanitario, Algernon Charles Swinburne (“To Walt W h i t m a n in America”, en Songs b e fo r e S u n ris e , 1871; cf. Hazard, T h e F r o n t ie r in A m e r i c a n L i t e ra tu r e , pp. 176-177, y G. Lafourcade, L a Jeunesse d e S w in b u rn e , París, 1 9 2 8 , v o l . I, pp. 202-203, y vol. II, pp. 553-554). 522 f o r Y o u , o D e m o cra cy (P o e tr y a n d P ro s e , p. 163). La Democracia -v ie n e a. s e r la única fe m m e entre tantos amorosos co m ra d es (!). 523 S o L o n g !, ib id ., p. 445. 524 Más aún: Tocquevilíe había previsto (D e la d é m o c ra tie en A m é r i q u e , v o l. II, pp. 71-72 y 82-83) ciertos aspectos vacuos y sonoros de la p oesía d em o cr á tic a d e u n Whitman (Matthiessen, A m e r . R en aissa nce, pp. 533-584 y 651) y de su p r o y e c c i ó n H a c ia el porvenir (D e la d é m o c r a tie . . . , vol. II, pp. 77-79; Matthiessen, A m e r . R e n a i s s a n c e , pp. 543-544). , 525 D e m o c r a tic Vistas, P o e t r y a n d P ro s e , p. 835; cf., en el mismo escrito, p p - 8 1 3 - 8 1 4 . 526 “An Interviewer’s Item” (17 de octubre de 1879), en S p e cim e n D a y s , l o e . c i t . , p. 751 (en defensa de los “términos medios”, contra Thoreau, cf. s u p ra , p. 6 7 6 , n o t a 4 9 5 ). Y, subrayando el aspecto físico y “solar” de esta “democracia", ib id ., p p . 8 0 3 - 8 0 4 . A s í,

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Con estos entusiasmos estadísticos — y contradictorios en sus términos, puesto que un average no podrá ser nunca inmenso ni sublime— se armo­ niza el concepto absolutamente cuantitativo de la grandeza como superficie y muchedumbre. Cien millones de hombres, de hermosísimos hombres, es la Utopía perfecta de W alt Whitman, próxima a realizarse en sus Estados Unidos. Con su percepción plástica de las muchedumbres metropolitanas y del movimiento febril de los puertos, Whitman templa la inevitable exal­ tación del Oeste, supera sin esfuerzo el conflicto de Rousseau y de Thoreau entre la Selva y el Estado y, una vez más, diluye en un indiscriminado panegírico las antítesis de desierto y aglomeración urbana, de pioneros y comerciantes. En el Oeste contempla “ strong native persons” y una den­ sidad en constante aumento, si bien los habitantes, extrañamente “ friendly” , son “ threatening, ironical, scorning invaders” ; 527 y a los pioneros dedica uno de sus cantos más llenos de cadencias y de augurios.528 Pero también el Este tiene sus prodigios seculares, sus promesas inagotables. Y esto no sólo el remoto Oriente asiático,629 sino también el Oriente inme­ diato de la Unión, y sobre todo la ciudad de su corazón, Nueva York, la multánime, poderosa, amenazadora Manhattan, con su torrente de hombres más arrollador que el del Niágara,530 la demostración más convincente del triunfo de la Democracia.531 Sus vastos ríos navegables, sus muelles, sus

febriles mercados lo convencen “ that not Nature alone is great in her fields o f freedom and the open a i r . .., but in the artificial, the work of man too is equally great” .532

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pues, Whitman acoge plenamente la teoría herderiana de la poesía como expresión del alma de un pueblo, “the result of a national spirit, and not the privilege o£ a polish’d and select few” (A B ackw a rd G la n c e , lo e. c it., p. 521); y se cree a un mismo tiempo americano, moderno y filósofo cuando combate y elimina “that oíd claim of the exclusively curative power of first-class individual men, as leaders and rulers, by the claims, and general movement and result, of ideas” (C a rly le f r o m A m e ric a n P o in ts o j V iew , 1881-1882, lo e. c it., p. 773, nota). Whitman, por otra parte, cree que para llevar a efecto la democracia perfecta hace falta incluso una “extreme business energy” y el "almost maniacal appetite for wealth prevalent in the United States”: véase D e m o c r a tic Vistas, lo e . c it., p. 825, nota; y cf. Brooks, T h e T im e s o f M e lv ille a n d W h itm a n , pp. 197-198. O u r O íd F e u illa g e , en P o e t r y a n d P ro s e , p. 203; cf. A P ro m is e to C a lifo r n ia , ib id ., p. 172. 528 P io n e e rs ! O P io n e e rs !, ib id ., pp. 284-251. El débil relieve del Oeste y de los pio­ neros en Whitman (véase también s u p ra , p. 678) ha sido notado por Hazard, T h e F r o n t ie r in A m e r . L ite r a tu r e , pp. 171-172 (por el contrario, Smith, V ir g in L a n d , pp. 44-48, subraya la fe de Whitman en el Oeste). Sobre la atracción compensatoria que el román­ tico South ejercía sobre él (y casi sólo sobre él entre los escritores del North) véase Canby, W . W h itm a n , pp. 167-168 y 207-208. 529 H o u r s f o r th e S o u l (1878), P o e t r y a n d P ro s e , p. 713. 530 R is e O Days f r o m Y o u r F a th om less D eep s, 2, P o e tr y and P ro s e , p. 294; cf. M a n n a h a tta , ib id ., pp. 425-426. 531 "Manhattan from the Bay” y “Human and Heroic New York” (1878), en S p e cim e n Days, ib id ., pp. 709-711; cf. también pp. 728-729.

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Será tal vez por la relativa novedad del motivo literario, pero es un hecho que Whitman resulta muchísimo más eficaz cuando describe las ciudades, los ciudadanos y sus cien ocupaciones, el indistinto hormiguear de las calles, el entrelazarse y enredarse de innumerables y oscuros destinos, que cuando pinta los aspectos físicos del continente. Pero entre éstos, no se olvida del impresionante pantano, que en el siglo xvm se había elevado a símbolo abreviado de todo el hemisferio. A l caer la tarde canta el mocking-bird en el Great Dismal Swamp,533 y el poeta trata de expresar “ the strange fascination of these half-known half-impassable swamps, infesíed by reptiles, resounding with the bellow of the alligator, the sad noises of the night-owl and the wild-cat, and the whirr of the rattlesnake” .534 N o nos faltan más que los insectos para completar el cuadro del pantano pin­ tado por Buffon. En su conjunto, sin embargo, la naturaleza americana es grande y salu­ dable, heroica y seductora; y exige — y tendrá en el porvenir— una sociedad y una literatura no sólo no inferiores a ella, sino sublimes y perfectas, pues­ to que serán un reflejo purísimo suyo. En las tierras del Far West saluda Whitman la promesa de un nuevo M ilenio, “ the new society at last proportionate to Nature” .535 Y América entera es un poema (“ these States are the amplest poem” ) 536 que aguarda a ser expresado, una materia lírica incandescente, lista para ser moldeada en epopeyas de dimensiones cósmi­ cas, en cantos de una altura y una intensidad sin límites y sin precedentes: “ think, in comparison, of the petty environage and limited area of the poets of past or present Europe, no matter how great their genius” .537 El 532

D e m o c r a tic Vistas, loe. c it., pp. 814-815; cf. el prefacio de 1855 a L eaves o f Grass, p. 488 (“here at last is something in the doings of man that corresponds with the broadeast doing of the day and night”). Con simétrica antítesis, Simone de Beauvoir vé en cambio ai hombre americano aplastado por la inmensidad del Continente (L 'A m é r iq u e au jo u r le jo u r , p. 100). 533 O u r O íd F e u illa g e , P o e t r y a n d P ro s e , p. 204. 534 O M a g n e t-S o u th , ib id ., p. 425; cf. Thoreau, s u p ra , p. 671. 535 S on g o f th e R e d w o o d T r e e , P o e t r y a n d P ro s e , p. 233. 536 B y B lu e O n ta rio 's S h o re , 5, ib id ., p. 330. Sobre la "Geopoética” de Whitman (“he tried to produce poems in the physical image of America”) y su fama, mayor en Europa y en el Japón que en los Estados Unidos, véanse las agudas observaciones de Malcolm Cowley en T h e N e w Y o r k T im e s B o o k R e v ie w del 24 de febrero de 1946. 53t A Backw ard G la n c e (1888), P o e t r y a n d P ro s e , p. 511. El argumento (ya expuesto por Longfellow desde 1849, y, por lo demás, familiar a los trascendentalistas: véase Lewis, The A m e ric a n A d a m , pp. 79-80, y Jones, O S tra n g e N e w W o r ld , pp. 346-347 y ib id .,

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genio del poeta no cuenta por sí mismo: lo que hace grande la poesía es su objeto, su contenido, la medida en que puede servir “ for the use of the clemocratic masses” .538 En comparación con la literatura americana que habrá de nacer, todo lo demás resulta mezquino y ridículo: estará bien para esos minúsculos reinos e imperios de Europa en los que ha nacido, pero “ the genius o f all foreign literature is clipped and cut small, compared to our genius, and is essentially insulting to our usages, and to the organic compacts of These States’’.539 Así escribía Whitman a Emerson en 1856; y no sin intención, porque lo que hacía, en sustancia, no era otra cosa que desarrollar con énfasis el tema fundamental del American Scholar, que había llegado a ser y seguía siendo el canon y principio primero de su poética.540 El repudio de la vieja poesía, romántica, sentimental, empalagosa, es constante.541 Hasta el glo351) se repite en otros cien pasajes de Whitman. Basten unos pocos ejemplos: T h o u 5-6 (P o e t r y a n d P ro s e , pp. 413-414), T h e U n ite d States to O íd W o r ld C ritic s (ib id ., p. 461) y prefacio de 1855 (ib i d ., p. 489). En particular, se ofrece como fecundo tema poético la guerra de Secesión (ib id . , pp. 557, 669 y 848), que efecti­ vamente le inspiró a Whitman algunas de sus mejores páginas, como las que dedicó a la muerte de Lincoln. 538 I b id .; cf. s u p ra , p. 683. 539 T o E m e rs o n (1856), P o e t r y a n d P r o s e , p. 525; cf. el prefacio de 1855 (ib id -, p. 491): “of all nations the United States with veins full of poetical stuff most needs poets and will doubtless have the greatest and use them the greatest”. Así, pues, daban muy bien en el blanco tanto el sarcasmo de Carlyle, que resumía así el mensaje de Leaves o j Grass: “I’m a big man because I live in such a big country!” (M. D. Conway en P o e try a n d P ro s e , p. 975; cf. Matthiessen, A m e r . R e n a is s a n c e , p. 373), como la ironía de Sidaey Lanier, que lo resumía en estas palabras: “because the Mississippi is long, therefore every American is God” (citado en Cunliffe, T h e L i t e r a t u r e o f th e U n it e d States, p. 121). De manera análoga decía Lowell (1867): si el Avon ha engendrado un Shakespeare, “what giant might we not look for from the mighty womb of Mississippil” (citado ib id ., p. 142); y todavía Sinclair Lewis le augura a su patria una literatura “worthy of her vastness” (citado por Strout, T h e A m e r ic a n Im a g e o f th e O íd W o r ld , p. 192). 5« Véase P o e t r y a n d P ro s e , p. 56, prefacio de L. Untenneyer (el cual utiliza aquí las investigaciones de Emory Holloway); Wish, S o c ie ty a n d T h o u g h t in M o d e r n A m e rica , pp. 337-338; Curtius, K r itis c h e Essays z u r e u r o p a is c h e n L it e r a t u r , p. 134; Canby, W a lt W h itm a n , pp. 105 y 108. Sobre Emerson como excelso poeta (mencionado en una sola tirada junto a Job, Homero, Esquilo, Dante, Shakespeare y Tennyson...) véase P o e try a n d P ro s e , pp. 457 y 782; reservas y dudas, calificadas por Untermeyer de "ingratas” y “poco honradas” (p. 873), en las pp. 886-888. Sobre su persona y su muerte, ib id ., pp. 792-794 y 800. Whitman negó (1887) habeT leído a Emerson antes de escribir Leaves o f Grass (ib id ., pp. 957-958). Pero está fuera de duda la influencia decisiva del trascendentalista: cf. Brooks, T h e L i f e o f E m e r s o n , pp. 287-288, y Canby, o p . c ít., p. 120. 531 S o n g o f th e E x p o s it io n , 2 y 7 (P o e t r y a n d P r o s e , pp. 222 y 226); B y th e B lu e O n t a r io ’s S h o re , 5 (ib id ., pp. 329-330 y 333); T h o u M o t h e r w ith T h y E q u a l B r o o d , 3 (ib id ., p. 412); A B a ck w a rd G la n c e (ib id . , p. 521); A r t F e a tu r e (ib id ., p. 742); T h e w ith T h y E q u a l B r o o d ,

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rioso Shakespeare “ belongs essentially-to the buried past” .542 D e sus v e r s o s se exhala un aire mortífero: “what play o f Shakespeare, re p re s e n te d i n America, is not an insult to America, to the marrow in its bones?” 543 Esas tragedias vienen de un mundo feudal a apestar las puras auras d e l a r e p ú ­ blica: “ the great [foreign] poems, Shakespeare included, are p o is o n o u s t o the idea of the pride and dignity of the common people, the l ife - b lo o d o f democracy” .544 Parece escucharse de nuevo la pedagógica p ro s c rip c ió n d e los poetas de la República platónica. ¿Qué es, pues, Europa para Whitman? Es, en primer lugar, e l p a s a d o ; y hasta aquí, muy bien, pues hemos visto 545 que para el pasado t ie n e W h i t ­ man cierto respeto filial. Pero, más precisamente, Europa es la a n ti- d e m o cracia: Europa significa casta, corte, feudo, cubil de rijosos monarcas y n i d o de amores y de afectos de ninguna manera “ adhesivos” . Si en una v i s i ó n d e l futuro inconcluso palidecen América y Europa de una misma m a n e r a y desaparecen en la sombra- tras las espaldas del poeta,546 y si en u n s e n il embrassement el poeta ve el Oriente y el Occidente “ in s e p a ra b le m e n te fundidos” ,541 con mayor frecuencia el Nuevo y el V iejo M undo se c o n t r a ­ ponen como actualidad y pasado, vida y muerte, progreso y d e c a d e n c ia : “ See revolving the globe, / the ancestor-continents away group’d t o g e t h e r , / the present and future continents north and south, with the is th m u s b e tween.” 543 Europa es un viejo matadero dinástico, el teatro de los c o n c i l i á ­ bulos y los regicidios, que hiede todavía a guerras y a patíbulos;549 es u n montón de ruinas feudales, de esqueletos regios, de disfraces d e s g a rr a d o s , de tumbas sacerdotales, de palacios derrumbados y de catedrales q u e se vienen al suelo.550 Whitman la desprecia, la compadece, pero a d m ira , c o h e p. 747); D e m o c r a tic Pistas ( i b id . , pp. S47-848), pp. 534 y 543. 542 A B ack w a rd G la n c e , P o e tr y a n d P ro s e , p. 513. 543 A n E n g lis k a n d a n A m e r ic a n P o e t (1856), ib id ., p. 542. 544 D e m o c r a tic Vistas, ib id ., p. 829; cf. también P o e t r y T o -D a y in A m e r i c a , i b i d . , p. 550; y, sobre el significativo y total repudio de Matthew Arnold, Raleigh, M . A r n o l d a n d A m e r ic a n C u ltu r e , pp. 58-61. 545 S u p ra , pp. 677-678. =46 Years o f th e M o d e r n , P o e tr y a n d P ro s e , pp. 435-436. 547 “i see that this World of the West, as part of all, fuses inseparably w it h th e East, and with all, as time does”: P o e tr y T o -D a y in A m e r ic a (1881), ib i d . , p. 552. 548 S ta r tin g f r o m P a u m a n o k , ib id ., p. 85. Pero, en una ocasión, también le c o n fía Whitman a la nave de la democracia una carga antiquísima y gloriosa, “venerable p r ie stly Asia... / and royal feudal Europe” ( T h o u M o t h e r w ith T h y E q u a l B r o o d , i b i d . , pp. 412-413). Es carga, y no lastre: de acuerdo con lo que se ha dicho a q u í ( s u p r a , p. 678) sobre el respeto de Whitman por el pasado. 549 S o n g o f th e R e d w o o d T r e e , 1, ib id ., p. 231. 550 S p a in (1873-1874), ib id ., p. 430. Cf. también la reseña de 1855, ibid., p . 532;

P r a ir ie s a n d G re a t P la in s in P o e tr y (ib id .,

etc.; y cf. Matthiessen,

A m e r . R enaissance,

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rentemente, cada vez que centellea, su indómito espíritu revolucionario;551 y en definitiva no la condena: “ W e do not blame thee eider World, ñor really sepárate ourselves from thee." América es hija de ese V iejo Mundo, una hija que construirá algo mejor que lo construido por su padre:

Sobre esas máquinas se diría que está modelada la poesía de Whitman, que se lanza de la misma manera que ellas a la conquista de un mundo. Muchos de sus cantos no son “ hojas de hierba” , sino “ crawling monsters” que avanzan de invocación en invocación, de imagen en imagen, desarticu­ lados, mecánicos y enredados, y hacen pensar, ora en una serie de viñetas litografiadas, ora en una rápida secuencia cinematográfica, ora en el catá­ logo de una subasta,554 ora en el programa de una temporada de ópera,555 ora en las láminas a colores de una enciclopedia popular, con los “ trajes de todo el mundo” , los “ animales salvajes y domésticos” , las “ banderas” y los “ barcos antiguos y modernos” , ora, cuando pasan en revista todas las artes y todos los oficios, en espurias letanías sindicales. Y cuando el vate, el Homero de Brooklyn, se queda sin resuello al final de una retahila de­ masiado larga, sale de apuros como el cronista mundano temeroso de haber olvidado a alguna dama susceptible: " . . . and you each and every where whom I specify not, but inelude just the same!” 556

Mightier than Egypt’s tombs, fairer than Grecia’s, Roma’s temples, prouder than Milan’s statued, spired cathedral, more picturesque than Rhenish castle-keeps, we plan even now to raise, beyond them all, thy great cathedral sacred industry, no tomb, a keep for life for practical invention.552 Si los términos de comparación son convencionales y de tarjeta postal, el proyecto arquitectónico que los debe derrotar es de una ingenua y pe­ sada insipidez: es un palacio grandísimo, el más grande que se ha visto nunca, hecho todo de hierro y de vidrio, pintado de muchos lindos colores, coronado por una fila de banderas y rodeado de un grupo de nuevos edi­ ficios, también vistosísimos y espléndidos, pero menos elevados: en una palabra, un pabellón de exposición, o mejor, según resulta de la descrip­ ción del interior del "palacio” , una mezcla de feria internacional de mues­ tras y de museo de la técnica, con modelos funcionando. Las máquinas, en particular, conmueven a Whitman: no precisamente, como ocurría una generación antes, las locomotoras, sino más bien las má­ quinas agrícolas. Inventados en los Estados Unidos, estos “ crawling monsters" se multiplicaron inmediatamente y han demostrado ser mucho más eficaces que sus rivales europeos (1850-1860): baten el heno, despepitan el algodón, trillan los cereales, apilan el arroz, y, ahorrándole trabajo al hombre, le permiten conquistar las inmensas praderas.553 A B ackw a rd G la n c e , ib id ., p. 517: A N e w A r m y O rg a n iz a tio n F it f o r A m e r ic a , ib id ., p. 637 (cree Whitman que ios ejércitos europeos son de origen y tipo feudal, y en gene­ ral no distingue absolutamente “feudal” de “monárquico” o “regio”). 551 véase la poesía juvenil R e s u rg e m u s ! (1848), escrita para glorificar las revoluciones de 1848 (en Canby, W a lt W h itm a n , p. 80); O S ta r o f F ra n c e (I870-I87I), P o e t r y a nd P ro s e , pp. 368-369; T o a F o i l ’d E u ro p e a n R e v o lu tio n a r y , ib id ., pp. 351-352 —que tenía primeramente (véase Matthiessen, A m e r . R en aissa nce, p. 554) el título, típico de la insaciabilidad “nomenclatoria” de Whitman, L ib e r t y P o e m f o r A sia, A fr ic a , E u r o p e , A m e ric a , A u s tra lia , C u b a , and th e A rc h ip c la g o e s o f th e Sea: ¿cómo no recordar el Hotel de l'Univers et des Pays-Bas?—; S pa in (1873-1874), ib id ., p. 430; y la “consolatoria” a la Irlanda rediviva en América, O íd Ire la n d , ib id ., p. 348. 552 S o n g o f th e E x p o s it io n , 5; ib id ., p. 224. 553 T h e R e t u r n o f th e H e ro e s , 8, ib id ., p. 345; y cf. Wish, S o d e ty a n d T h o u g h t in E a rly A m e ric a , p. 371; Curtí, P r o b i n g O u r P a s t, pp. 253-254; S. Holbrook, M a c h in e s of

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A g r ic u lt u r e , Nueva York, 1955, y Ampére, P r o m e n a d e vol. I, pp. 200 y 416. Pero no podía faltar un canto To a L o c o m o t iv o in W in te r (P o e tr y a n d P ro s e , pp. 423-424), a esa “fierce-throated beauty” algo entradita en años (simbólica representación, según ciertos críticos, de la señora Gilchiist, la ardiente inglesa que atravesó el océano e hizo hasta lo imposible por que el poeta se casara con ella; véase Canby, W a lt W h itm a n , p. 6), ni el reconocimiento de la función civilizadora de las vías férreas ( U p o n O u r O w n L a n d , 1879, P o e t r y a n d P ro s e , p. 754). Más curioso, sin embargo, es el elogio casi publicitario del c o m f o r t con que se viaja “in the luxurious palace-car”, o sea en el vagón-cama (I n th e S le e p e r, 1879, ib id ., pp. 735-736). Cf., en cambio, las desagradables experiencias de Anthony Trollope (1861-1862) en esa “thoroughly American institution of sleeping cars” (N o r t h A m e r ic a , vol. I, pp. 177-179 y 249). =54 Emerson, al recomendarle el libro a Carlyle, y al llamarlo precisamente “a nondescript monster which yet had terrible eves and buffalo strenght”, admitía que al inglés podría parecerle “only an auctioneer’s inventory of a warehouse” (carta del 6 de mayo de 1856, en P o e t r y a n d P ro s e , p. 964). Es verdad, replica un entusiasta apologista de Whitman, pero el a u c tio n e e r es el Padre Eterno (!) (R. M. Bucke, texto publicado ib id ., p. 1024). Véanse ib id ., pp. 59 y 69, otras expresiones análogas. 555 P r o u d M u s ic o f th e S to r m , ib id ., p. 376 (para la fuente de inspiración cf. ib id ., pp. 372, 600, 932-933 y 967; Matthiessen, A m e r . R en a is s a n ce , pp. 558 ss., y L. Pound, “Walt Whitman and the Italian Music”, A m e r ic a n M e r c u r y , VI, septiembre de 1925, pp. 58-63). Faner, W a lt W h itm a n a n d O p e ra , ha querido mostrar con extremada minu­ cia, armada de cuadros estadísticos y de ejemplos musicales, lo mucho que debe Whit­ man a la ópera, especialmente italiana, así en la inspiración como en la estructura formal de su poesía. 556 S a lu t au M o n d e !, 11 (P o e t r y a n d P ro s e , p. 183). [Whitman es la figura central del estudio de L. Spitzer, L a e n u m e r a c ió n ca ó tic a en la p oes ía m o d e rn a , trad. R. Lida, Buenos Aires, 1945. “La enumeración había sido, hasta Whitman, uno de los procedi­ mientos más eficaces para describir la perfección del mundo creado, en alabanza del Creador. Hacer ver esa misma perfección y unidad en el caótico mundo moderno, era digna tarea del paníeísta de América que, a su manera neopagana, preparó con sus P le n ty : P io n e e r in g in A m e r ic a n

en A m é r iq u e ,

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Siempre tiene Whitman esa ansia de totalidad,..y no se da cuenta de que no puede aferraría juntando elemento con,elemento: Si su inmensa vanidad le evita el tener que reconocer su justa medida de poeta-de vena escasa e intermitente, impresionista y elegiaca (alejadísima, por lo tanto, del acento dominante de self-appointed aedo de América y del Universo), su funda­ mental buen sentido no le oculta la enorme distancia que media entre su Democracia ideal y los Estados Unidos reales. Y cuando, con el final de la guerra de Secesión y la oleada de cínico afán de especulación que entonces se desata, el contraste se hace más crudo y chirriante, Whitman no vacila en proclamar su desilusión en las amarguísimas Democratic Vistas (1871). Durante todo el decenio 1870-1880, la “ dreadful decade” que presenció violentas crisis económicas, el purulento pulular de la corrupción pública, el surgimiento de los “ dinosaurios” y la primera elevación de una casta prepotente y jactanciosa de multimillonarios sobre la “ igualitaria” sociedad norteamericana, Whitman se aflige y suspira. La última señal de su pesa­ dumbre y de su necesidad de apoyarse en una válida filosofía que le de­ vuelva su seguridad cuando América, treinta años después de su men­ saje, muestra estar más lejos que nunca de realizarlo, se encuentra en su interpretación de Hegel. A decir verdad, parece que no llegó a conocerlo sino en el resumen de “J. Gostick” .557 Pero es típico de su ligereza especu­ lativa, a la vez que de su candor mesiánico, que justamente en Hegel, el múltiples L e a ve s o f Grass lo que en nuestros dias ha realizado su adepto cristiano Claudel” (p. 31), si bien “la sustitución del Dios monoteísta por la Naturaleza panteísta no lia podido llevarse a cabo sin violencia", y Whitman, “dando forma de letanía cris­ tiana a un contenido anticristiano, hasta acentúa la oposición” (pp. 35-36). “En la lírica de Whitman, la enumeración caótica es reflejo verbal de la civilización moderna, en que cosas y palabras han conquistado derechos «democráticos» extremos, capaces de llevar al caos” (p. 76). En varios pasajes de su estudio habla Spitzer de “panteísmo”, de “mística democrática”, de “babelismo”, de "sistema asistemático”, de “estilo de ba­ zar”. Cf. p. 26, nota: “No hay anacronismo en esto de referir las enumeraciones de Whitman —el «poeta de catálogo» (K a ta lo g d ic h t e r ), según la expresión de Eulenberg— a los grandes almacenes de artículos varios. Hacia 1855, es decir, en la fecha de publi­ cación de L eaves o f Grass, es cuando comienza el enorme desarrollo de estos bazares occidentales, los d e p a rtm e n t stores, producido por la acumulación de riqueza y por la extensión del comercio y de los medios de transporte.” Véase también el apéndice III, pp. 84-86, donde se menciona la “teoría inédita” de Harold Cherniss: “el estilo enume­ rativo de Whitman podría provenir, en último término, de la In dia..., a través de los trascendentalistas de Nueva Inglaterra (entre ellos Emerson...)”.] 557 S ic, pero el. nombre correcto es Joseph Gostwick; sobre Gostwick como fuente de Whitman véase también F. Stovall, “Notes on Whitman’s Reading”, A m e r ic a n L ite r a tu re , XXVI (1954), pp. 348, 351, 353-354 y 361. El poema R o a m in g in T h o u g h t (A f t e r R e a d in g H e g e l), P o e t r y a n d P ro s e , p. 282, consta de sólo cuatro versos sobre el Bien y el Mal en el Universo (“a singularly flatulent reflection” la llama Lewis, T h e A m e rica n A d a m , p. 51).

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pensador que había; pronunciado sobre el continente am erica n o l a c o n d e n a más total,: descubrai Whitman al. filósofo más típicamente a m e r i c a n o - d e l V iejo Mundo; que en el conservador y prusiano Hegel salude a a q u e l q u e , con sus fórmulas, ha suministrado “ an essential and crow ning j u s t i f i c a t i o n of N ew W orld democracy in the Creative realms of time and s p a c e ” . E n su entusiasmo, no vacila Whitman en conferirle una especie d e c i u d a d a n í a honoraria del Nuevo Mundo. Carlyle, ése sí, es el filósofo e u r o p e o , c o m o era de esperarse. Pero Hegel, ¡Hegel debía haber nacido en A m é r i c a ! Sus teorías tienen ese quid “ which only the vastness, the m u l t i p l i c i t y a n d th e vitality of America would seern abíe to comprehend... or e v e n o r i g í n a t e . It is strange to me that they were born in Germany, or in t h e o í d w o r l d at all” .558 ¿Qué cosa encontraba Whitman en Hegel, que tan a u t é n t i c a m e n t e a m e ­ ricana le parecía? Sus explicaciones no son claras. Comienza p r e g u n t á n d o s e cómo es que Carlyle, que fue: siempre hostil o indiferente c o n r e s p e c t o ' a América, goce en el momento de su muerte de más vida y m á s i n f l u e n c i a en los Estados Unidos que en Inglaterra: y cree encontrar l a e x p l i c a c i ó n del enigma en “ un horóscopo mucho más profundo, el de H e g e l ” .559 L a cuestión fundamental, de todo lugar y de toda época — d ic e — -, e s l a d e la relación o vínculo entre el Yo (radical, democrático), c o n s u s c a p a c i ­ dades intelectivas, emotivas, espirituales, y el no-Yo (c o n s e r v a d o r ), e l c o n ­ junto del universo, objetivo y material, y de sus leyes, Kant h a d e j a d o s in resolver esa cuestión. Schelling ha tratado de hacer c o n v e rtib le s , y r e s o l u ­ bles el uno en el otro, el hombre y el universo exterior, l a m e n t e y la naturaleza. Pero sólo Hegel ha hecho de este esbozo de respu esta u n s i s t e m a metafísico coherente, un sistema que podrá ser mejorado, p e r o q u e “ a t a n y rate beams forth to-day, in its entirety, illuminating the t h o u g h t o f t h e universe, and satisfying the mystery thereof to the human m i n d , w í t h a more consoling scientific assurance than any yet” . Hegel ha demostrado que toda la tierra y sus infinitos f e n ó m e n o s y c o n ­ tradicciones no son sino manifestaciones y aspectos necesarios, e s c a l o n e s o eslabones, del proceso interminable del pensamiento creador, q u e e s e s e n oós C a rly le f r o m A m e r ic a n P o in ts o f Viera (1881-1882), P o e t r y a n d P ro s e * p . 778, nota. Hegel es mencionado varias veces, casi siempre genéricamente c o m o u n o d e los grandes filósofos: D e m o c r a tic Vistas, ib id ., pp. 845, 856 (nota), etc. 559 C a rly le f r o m A m e ric a n P o in ts o f Viera, pp. 771-772. En nota s e i n s i s t e e n la paradoja de qué, si bien ni Hegel ni Carlyle se han ocupado nunca e x p r o f e s s o d e los Estados Unidos, las obras principales de uno y otro podrían recopilarse y e n c u a d e r n a r s e juntas con el título (en verdad, mucho más carlyliano que hegeliano) d e S p e c u l a t i o n s f o r th e use o f N o r t h A m e r ic a , and D e m o cra cy th e re , u iith th e r e la tio n s M e ta p h y s ics , in c lu d in g Lessons a n d fr o m

th e O íd W o r ld to th e N ew .

W a m in g s (e n c o u ra g e m e n ts , to o , a n d

o f o f

th e th e

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u a s te s t)

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cialmente uno y arrastra consigo todo accidente, vicio, defecto o debilidad. En política, eso quiere decir que el mal, la opresión, la crueldad, la astuta injusticia a la larga non praevalebunt. En teología, que es más religioso y más filósofo el que acoge en sí todos los credos y acepta el mundo tal como es, que el que en la obra de la Providencia ve la oscuridad y la desespe­

demás, que “ Hegel was ignored by many [American] reviewers at least until the last quarter of the [19th] century” .566

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ración, y es en consecuencia, por piadoso y devoto que parezca, el más radical de los pecadores e infieles. En este punto siente Whitman la necesidad de justificarse: “ in recouñting Hegel a lítele freely here” , lo ha hecho para neutralizar la letra y el espíritu de Carlyle y las máximas de Darwin y de los evolucionistas. Es una verdadera lástima que a la metafísica alemana le falte ese aliento poético, ese calor profético, esa exaltación surcada de relámpagos que hay en la Biblia y en los grandes poetas de todos los países.560 Poco distinta — si acaso, más superficial— es la interpretación de Hegel en otro pasaje (de la década 1870-1880?) citado por un crítico moderno: Whitman declaraba que “ only Plegel is fit for America” , ya que en el sis­ tema de Hegel “ the human soul stands in the centre, and all the universes minister to it” .561 Más vagos son otros críticos, como el que dice que W h it­ man “ dwelt much with Hegel and the Germán idealists, and with their help he penetrated curiously to the core of things, discovering there an inner spiritual reality that is the abiding substance behind the external maniíestation” ,562 o el que declara que Whitman ilumina “ Hegel’s notion of the escape from the State of isolation and «unhappy consciousness» by ídentification of self with reality” .563 Nos podemos formar una idea de cómo entendían a Hegel los norteamericanos de hacia 1850-1860 cuando leemos en J. M. Mackie una frase como ésta: “ Th e society of a Western hotel is in a constant flux. T h e universe, in the Hegelian philosophy, is not more fluid” ,564 y cuando recordamos que ya un clergyman episcopaliano, el reverendo Elisha Mulford, había “ applied H egel’s political philo­ sophy to the development of American civilization” .565 Se sabe, por lo se® I b id ., pp. 776-778. 5«i Matthiessen, A raer. R en aissa nce, p. 525 (y cf. ib id ., p. 624). 562 Parrington, M a in C u rre n ts i n A m e r. Thought, vol. III, pp. 78-79. 563 Henry A. Myers (1936), en P o e t r y a n d P ro s e , pp. 1141-1142. 564 F r o m C ape C od to D i x ie (1864), en Tryon, A M i r r o r j o r A m e rica n s , p. 609. =65 Curtí, P r o b in g O u r Pa s t, p. 122, nota, con cita de dos cartas de Francis Lieber a Charles Sumner (Nueva York, 11 de septiembre de 1870 y 14 de abril de 1871) con­ servadas en la Huntington Collection. No menciona siquiera a Whitman, pero da una buena idea del juego, entrelazamiento y superposición de influencias heterogéneas en los Estados Unidos de fines del siglo xix, el ensayo de D. F. Bowers, “Hegel, Darwin, and the American Tradition”, en F o r e ig n In flu e n c e s in A m e ric a n L i j e , ed. D. F. Bowers, Princeton, 1944, pp. 146-171 (con bibliografía, pp. 2S5-254).

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Nos quedamos así con la impresión de que sólo un poeta como él, W alt Whitman, podría infundir la necesaria vitalidad en los tecnicismos de la filosofía moderna. Y no me parece dudoso que W hitm an quiera dejarnos justamente bajo esa impresión: ¿acaso no había invocado pocos años antes, para América y para el mundo, “ a class of bards” épicos y apasionados como Isaías, como Homero, como Shakespeare, “ but consistent with Hege­ lian formulas, and consistent with modern Science” ? 567 Una vez más, como cuando distribuía ceremoniosas reverencias al uni­ verso mundo, el barbudo cantor se nos presenta en el acto no precisamente sacerdotal de quien todo lo abarca y nada aprieta. La gran masa de gente mediocre a quien dirige su mensaje apostólico no lo entiende y le vuelve las espaldas para ocuparse de sus cosas.568 La réplica — implícita y explí­ cita— a las injurias europeas, dilatándose en oráculo, se hace genérica y ambigua; la polémica llega a tal confusión, que el adversario se toma por aiiado, y el vaticinio resulta vacío e insípido.

“66 R. A. Firda, “Germán Philosophy of History and Literature in the N o r t h A m e r ­ 1815-1860”, J o u r n a l o f th e H is t o r y o f Id ea s, XXXII (1971), p. 142. No en­ cuentro repercusión alguna de la postura antiamericana de Hegel en la gruesa antología T h e A m e r ic a n H e g e lia n s , compilada por William H. Goetzmann (Nueva York, 1973), que recorre sistemáticamente la llamada “escuela de St. Louis" (ca. 1858-1880). El propio compilador reconoce (p. 14) que “none of the American Hegelians grasped Hegel's system in its entirety”. América es siempre “the Land of Future” (pp. ix y 1). Al igual que los hegelianos de Alemania, también los de Norteamérica fueron dados a grotescas equiparaciones, por ejemplo el St. Louis Bridge identificado con el Universal Concreto (pp. 8, 15, 29, etc.). 56r D e m o c r a tic Vistas, en P o e t r y a n d P ro s e , p. 859. Sobre los difundidos auspicios del advenimiento de un vate en América véase Brooks, T h e T im e s o f M e lv ill e and W h itm a n , p. 135, y, con referencia explícita a Whitman, E. Nencioni, S a g gi c r i t ic i di le ttera tw ra ita lia n a , Florencia, 1898, p. 235 (artículo publicado originalmente en F a n fu lla d ella D o m e n ic a hacia 1884). ses Cf. Mark Van Doren, artículo reproducido en P o e t r y a n d P ro s e , pp. 1155-1157. Un bibliógrafo francés lo incluía sin más entre los escritores locos (Philomneste Júnior [Gustave Brunet], L e s F o u s litté r a ir e s , Essai b ib lio g r a p h iq u e , etc., Bruselas, 1880, pp. 195196). La fortuna de Whitman en Italia no fue desdeñable: véase Nencioni, S a ggi c r it ic i, loe. c it.; G . Getto, “Pascoli e l’America”, en C a rd u c c i e P a s c o li, Bolonia, 1957, pp. 161 164, y G. Cambon, “Walt Whitman in Italia”, A u t - A u t , núm. 39 (mayo de 1957), pp. 244-263. [Tampoco ha sido desdeñable su fortuna en los países de habla española. Hay mucho que agregar a estudios como el de J. Englekirk, “Notes on Whitman in Spanish America”, H is p a n ic R e v ie w , VI (1938), pp. 133-138, o el de F. Alegría, “Walt Whitman en Hispanoamérica”, R e v is ta Ib e r o a m e r ic a n a , VIII (1944), pp. 343-356.] ic a n R e v ie w :

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INMIGRANTES Y EXPATRIADOS

ÚLTIMAS FRASES DE LA POLÉMICA

;; ÜI.TIM AM E TA M O R FO SISD E.,APO LE M IC A:

..

IN M IG R AN TE S Y EXPATRIADOS

-—

Con esta última rapsódica¡ andanada proferida desde la costa americana, la historia de la polémica propiamente dicha puede considerarse terminada. La exaltación del Nuevo Mundo proseguirá de decenio en decenio, hasta el día de hoy, y siempre con un acento, aunque sea involuntario, de deni­ gración o de conmiseración por Europa y por el resto del mundo. A su vez, muchos europeos, viajeros, novelistas, sociólogos, se complacerán en expre­ sar los juicios más malévolos o despectivos sobre las dos Américas y sobre las civilizaciones que allí florecen o han florecido. Pero se trata ya de super­ vivencias, y no de desarrollos, ni siquiera extremos, de la disputa. Si el vicio lógico sigue siendo en el fondo el mismo, el espíritu que lo ■anima es por completo distinto. Los Estados Unidos, tras liberarse de ; la mancha.de la esclavitud, se levantaban a un grado de potencia y de rij queza nunca antes visto en la historia de- la humanidad; y hacia finales l del siglo iniciaban por un lado una vigorosa expansión en el M ar de las I Antillas y en el Océano Pacífico, y por otro acogían oleadas y más oleadas : de inmigrantes, italianos, judíos, eslavos, que venían a poblar las devoradoras metrópolis, las fábricas ardientes, los desplegados horizontes del Oeste. El mito de América como refugio de los oprimidos reverdecía en términos económicos. La estatua de la Libertad, alta sobre el hormigueo del puerto de Nueva York, benignamente acogedora como una moderna Madonna, saluda y acepta a las desamparadas plebes de Europa, ofreciendo “ a shelter for the hunted head, / for the starved laborer toil and bread” .569 A lo largo de las costas de la América del Sur, otros europeos, por lo general emigrados de las grandes penínsulas del Mediterráneo, consolida­ ban las cabezas de puente ya establecidas en esos sitios, que eran, sí, núcleos de civilización elemental, centros de cosecha de cereales, de café, de carnes y de pieles, de fibras textiles y de minerales, pero con una cultura rala y tímida y una estructura política insegura y turbulenta, e incapaces por lo tanto de lanzarse a la conquista de la masa central del continente, de la pesada, gruesa, elemental naturaleza, inaccesible a toda penetración que no fuera razzia en busca de hule o de esencias raras. Europa, a su. vez, lejos de sentirse debilitada por las migraciones, in­ consciente aún del desequilibrio de fuerzas, cada vez más acentuado, ocu­ pada en completar la conquista de África y en colonizar las antiguas tierras 569 Así, ya antes de 1850, William Cullen Bryant, citado en Weinberg, M a n if e s t D esp. Ig3. Para John Bright, los Estados Unidos eran (1862) “a refuge for the oppressed of evexy race and oí every clime” (Ausubel, J o h n B r ig h t , V ic to r ia n R e jo r m e r , p. 129). Cf. in fra , pp. 702-704. tin y ,

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de Asia y-las extensiones vírgenes de. Oceanía, se-ufanaba, no sin ra zó n , d e l ritmo insólito de su progreso, y en las artes,. en el pensamiento, e n la s ciencias reafirmaba y hacía centellear: su primacía secular. Con r e n o v a d a altanería podía así negarse a reconocerle un destino privilegiado al h e m is ­ ferio occidental, por visible y vertiginoso que fuera su ascenso, y o lv id a b a o abrogaba las abdicaciones implícitas en la tesis de una m archa d e la historia en dirección de Este a Oeste. Mientras el conocimiento recíproco crecía con las más frecuentes y r á p i ­ das comunicaciones de todo género, el juicio de conjunto, más d if íc il a h o r a entre otras cosas por esta mayor abundancia de datos precisos, ten d ía c a d a vez más a deformarse en un desahogo sentimental o. en una alegórica a u t o ­ crítica. Europa, en particular, comenzó a criticar en América el m e c a n ic is ­ mo, la “ estandarización” , el cuito de la cantidad, la avidez y la a r r o g a n c ia del capitalismo, que eran frutos directos e inmediatos de su civiliza ción , d e su revolución industrial y de sus ideologías políticas.570 En A m érica o b s e r570 Así, pues, bastará aquí una alusión, a caballo en el filo de una nota, a los m e ­ morables sarcasmos de un Niebuhr (para quien una república a la americana es "das Piatteste und Widerlichste... was sich denken lasst”: carta a Dora Hensler, R om a, 14 d e octubre de 1820, en L e b e n s n a c h ric h te n ü b e r B . G. N ie b u h r , vol. II, p. 449; cf. ta m b ién las cartas del 1° de julio de 1827 y del 14 de junio d e 1829, ib id ., vol. III, p p. 19I-T92 y 235); de un Baudelaire sobre el mercantilismo de los americanos y sobre su fe e n la omnipotencia de la industria (creen esos ingenuos “qu’elle finirá par manger le D ia b le ” : prefacio a su traducción de Poe, H is to ir e s e x tra o rd in a ire s , 1856); de un H um boldt, a lo s ochenta y cinco años, sobre los Estados Unidos, comparados con un vórtice cartesiano que todo io nivela en el tedio, y donde la libertad no es sino un mecanismo u tilita r io , carente de valor educativo (cartas a Varnhagen von Ense del 31. de julio de 1854 y d e l 28 de mayo de 1857: trad. cit. de Girard, pp. 212-213 y'264; trad. de Sulzberger, pp. 566 y 452); de un Hebbel, disgustado el también de la pseudo-libertad de los E stad os Unidos y del “yugo" verdadero que sobre los hombres y las cosas impone en ese p a ís la falta de poesía y de arrojo (carta del 29 de diciembre de 1855, en T a g e b ü c h e r , e d . R. M. Wemer, Berlín, s. a., vol. IV, p. 61, núm. 5410; cf. unas palabras de 1862 i b i d . , vol. IV, p. 234, núm. 6017); de un Proudhon sobre esa “soi-disante jeune n ation ”, p a r á ­ sita degenerada de Europa, que no ha dado a la humanidad un solo gran hom bre, n i una obra, ni una idea, sino que ha tomado como finalidad de la vida un estercolaría “riqueza” {L a G u e r r e e t la p a ix , vol. 1, pp. 68-72); de un Burckhardt sobre los bárbaros norteamericanos, privados de sentido histórico, y a quienes, sin embargo, se les q u e d a n pegados los desechos o migajas de la historia europea, y sobre su nuevo tipo físico, d e dudoso género e incierta duración (W e ltg e s c h ic h tlic h e B e tra c h tu n g e n , 1868-1870; ed. c it., pp. 9-10 y 68-69); y de un Thomas Hardy (“I shrink to see a modera coast / w h o se riper times have yet to be”). • No sin alguna razón, Remond ve en estas críticas europeas a los incoloros y m e c á ­ nicos Estados Unidos un eco y una puntualización de la critica general que el r o m a n ­ ticismo había lanzado contra el racionalismo (Les É ta ts -U n is d e v a n t l ’o p i n i o n j r a n g a i s e , vol. II, p. 725). Sobre la total entrega de los norteamericanos al business cf. Burckhardt (1873), W e l i g .

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HENRY JAMES

v'aba, con escándalo, un caso extremo de los males que la afligían, encon­ trando así más fácil denunciarlos, y luego, mediante un fácil sofisma, se los imputaba a la propia América y ponía en guardia a los europeos contra el peligro de su contagio. (De manera no muy distinta se había discutido durante siglos si la sífilis había sido obsequiada por Europa a América, o viceversa, y todavía Guerrazzi, en polémica con los curas, escribía que el Nuevo Mundo había remitido a Europa el mal francés en compensación de “ le infamie della religione cattolica” con que había sido envenenado

Así, el choque ideal tenía lugar entre República y Monarquía, entre la Rebelión y la Legitimidad, entre la Libertad y el Orden, entre la selvática tosquedad de los modales y las amables convenciones del vivir civilizado, entre el ímpetu de abrir y aun desquiciar las puertas del Futuro y la reve­ rente custodia del Pasado, la tenaz vigilancia de sus arcones y pergaminos. El conflicto no era ya “ geográfico” sino, como se ha dicho varias veces, de “ geografía” contra “ historia” , y por lo tanto, con rapidísima e inevitable transposición, de dos actitudes espirituales antinómicas y coesenciales. En definitiva, pues, era ya un conflicto de “ historia” contra “ historia” , el choque que es el alma de toda historia. L a herencia (europea) y la misión (americana) no se pueden escindir, y de hecho — también esto se ha visto (en Melville y en Whitman)— no se escinden. L a crítica del presente y la fe en el porvenir se caldean, se encienden, se ponen al rojo blanco, la una en función de la otra. Y, en la consciencia de los americanos más entre­ gados al pensamiento, la polémica se hace interna, íntima, y cuanto más candente, tanto más fecunda. El altercado secular se sedimenta en levadura de vida.

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por los europeos.)671 En Ja imagen de una América en la que esos males eran, o al menos parecían, tan prominentes, se dejaban cristalizar fácilmente todos los aspec­ tos desagradables de la civilización europea: así como en un tiempo el Nuevo Mundo había resumido en un símbolo plástico los sueños y las esperanzas del Viejo, así ahora encarnaba sus legítimos temores, sus tor­ mentos y sus repulsas. El “ diálogo” volvía a ser una mera forma literaria de un sustancial y contrito “ monólogo” . Por parte de los americanos, de los norteamericanos en todo caso, la actitud es parecida. Se ha visto cómo, al restringirse la polémica de la antí­ tesis de los dos hemisferios a la antítesis Inglaterra-Estados Unidos, los motivos físicos y biológicos retrocedían a la sombra o desaparecían lisa y llanamente, mientras tomaban abultado relieve los políticos y sociales; e incluso éstos, dada la sustancial afinidad étnica de las dos naciones, se modelaban sobre las divergencias de gobierno y de estructura económica, — exacerbadas, naturalmente, por el recuerdo de dos recientes conflictos armados y por la percepción de una presente y creciente competencia co­ mercial, y prontas, por lo tanto, a servir de simbólico puntal a cualquier otra polaridad real o imaginaria. B e tra c h tu n g e n , p. 203, y también Gollwitzer, E u r o p a b ild u n d E u ro p a g e d a n k e , p. 403. Pero un teólogo norteamericano, no obstante haber investigado las estridentes ironías nacidas de la discordancia entre los principios ideales que norman a la sociedad de los Estados Unidos y sus actos, hechos y principios reales y prácticos, se ha lamentado: "Europe accuses us o£ errors of which the whole of modem bourgeois society is guilty and which we mercly developed more consistently than European nations” (R. Niebuhr, T h e I r o n y o f A m e ric a n H is to ry , p. 50). Y la misma tesis es desarrollada por Lewis Mumíord, “The America in Europe”, en C o m p re n d re , núms. 10/11 (mayo de 1954), pp. 161-164, con elocuencia tan impetuosa que casi invierte y anula la originalidad específica de la cultura norteamericana. su F. D. Guerrazzi, 11 s e có lo c h e m u o re , vol. IV, p. 342. No hay que sorprenderse, pues, si “der Vergleich zwischen Europa und Amerika —como hace notar Gollwitzer, E u r o p a b ild u n d E u ro p a g e d a n k e , p. 443, nota 99— gehort zu den Lieblingsgegenstánden der Publizistik des 19. Jahrhunderts”. Cf. también Strout, T h e A m e ric a n Im a g e o f the O íd W o r ld , donde se documentan todos estos episodios.

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El ejemplo más alto y significativo de esta espiritualización de la anti­ gua contienda se admira en el más ilustre de los “ expatriados” , Henry James: en su obra literaria, que tan a menudo se inspira en las pruebas y tentaciones por las que pasa el americano en Europa y más de una vez las levanta en un aura de lúcida y tormentosa poesía; y, de manera aún más transparente, en sus obras críticas, preñadas como están de sustancia autobiográfica. Henry James, que pasó casi toda su vida en Europa (en América terminó sus estudios, durante el áspero decenio 1860-1869), es el más europeo de los escritores norteamericanos; y, en sus novelas y en sus cuentos, la huella incisiva del tardío realismo de los franceses, el esteticismo fin-de-siécle, la refinada opulencia del estilo nos pueden hacer olvidar que los ha escrito un nativo de Nueva York. Pero cuando trata ex professo un tema americano, como el novelista Hawthorne (1879), o el espectáculo de los Estados Unidos (T h e Am erican Scene, 1907), o hasta las pocas cartas que de América le manda Rupert Brooke (1916), James llega a ser, o vuelve a ser, el más americano de los críticos “ europeos” . Las opuestas solicitacio­ nes simbolizadas en esos dos topónimos continentales dialogan en él natu­ ralmente y, sin violencia polémica, le dictan alternados acentos de nostalgia, de desilusión, de aburrida ironía, de inquieta esperanza. Él mismo nos lo confirma: cuando era joven, Europa le prometía im­ presiones más variadas y abundantes que las de su tierra natal. Una vez maduro, y familiarizado ya con las voces de Europa, América se le brindaba como un nuevo manantial de sorpresas y maravillas: “ Nada más sencillo ni más lógico: muchos años antes, Europa había sido romántica porque

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era distinta, de América; ahora: era: romántica América por ser distinta de Europa.” 572 La alternativa no era, pues, entre los dos hemisferios, sino entre la realidad y el deseo, entre las dos almas que perpetuamente se renovaban en el pecho de Henry James. En su estudio sobre Hawthorne, el último y más ilustre ejemplo del primitivismo literario americano,573 el motivo fundamental es la pregunta, familiar para nosotros, de si es posible el nacimiento de un gran arte en los Estados Unidos. Las perspectivas son miserables: la flor del arte se abre sólo donde el terreno es profundo.-Hace falta una buena cantidad de his­ toria para producir un poco de literatura, y América, con tantas cosas como está haciendo, no ha tenido 'tiempo de dedicarse a la floricultura: “ antes de producir escritores, se ha ocupado cuerdamente en proporcionarles algo sobre qué escribir” .574 La tesis, que era a la vez apologética (justificación de la escasa producción espiritual) y profética (pero vendrá un d ía .. . ) era tan cómoda, y por ello había sido repetida tantas veces,575 que se había convertido en lugar común. La “ avidity for profits” sofoca “ the flowers of poetic genius” .576 O, como explicaba Ticknor refiriéndose al año 1812, “ we had first to turn our attention to the necessary and to the useful, but now we care aiso for the embellishment of life ” .577 Después de todo, como obser­ vaba Ampére, haciéndose eco dél enrichissez-vous de Guizot (1843), “je ne trouve pas qu'il soit si mal de faire fortune” sí se salvan la dignidad y la independencia.578* La aseveración recae así de una especiosa filosofía de la historia en la tradición paremiológica que desciende del antiguo adagio Primurn vivere, deinde philosophari hasta llegar en nuestros días, por ejemplo, al estribillo brechtiano: “ Erst kommt das Fressen, dann kommt / die Moral.” 578 Por lo demás, no dejaba de resonar en armonía con aquella teoría diecioches­ ca,580 nacida en polémica contra la institución del mecenazgo, según la 572 James, T h e A m e ric a n S cene, ed. Im a g e o f th e O íd W o r ld , pp. 119-133. 578 James, sn

H a w th o rn e ,

I b id ., p p .

cit., pp. 365-366. Cf. Strout,

The

A m e ric a n

ed. cit., pp. 162-163.

2-3.

Véase, por ejemplo, s u p ra , pp. 665-666, nota 420. sw Hatidlin, T h is W as A m e ric a , p. 143. 577 En Handlin, o p . c it., p. 246. P ro m e n a d e en A m é r iq u e , vol. I, p. 271. También H. E. Bolton (en el libro com­ pilado por Hanke, D o th e A m e r k a s H a v e a C o m m o n H is to ry ? , p. 94) sostuvo que “cul­ tural progress has followed material prosperity", con lo cual no estuvo de acuerdo E. de Gandía (ib id ., p. 132). Brecht, D re ig ro s c h e n o p e r, acto II. 580 H u m e , O f th e P is e a n d P ro g re s s o f th e A r ts a n d Sciences (1742); Alfieri, D e l P r in c ip e e d e lle le tte re (1789).

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cual las ciencias, las letras y las artes sólo florecen bajo un g o b i e r n o lib r e , y mejor si es republicano. Ahora bien, los Estados: Unidos s o r t n a re p ú ­ blica fundada en la libertad. ¿Cómo es, entonces, que son t a n e s t é r i l e s en materia de poesía? La naturaleza misma de América está singularmente p riv a d a c L e h i s t o r i a : tiene una marca arrogante de juvenilidad que borra toda o t r a h u e lla de un pasado demasiado breve. Hasta el aire es nuevo y joven e n . / A m é r i c a , y la vegetación parece no haber alcanzado aún la mayoría de e d a d . 5 8 1 P or consiguiente, el paisaje americano es poco interesante, poco s u g e s t i v o , de ninguna manera romántico. Hawthorne mismo lo había d e p l o r a d o (a p r o ­ ximadamente desde 1835-1840, o sea antes de conocer a E u ropa, y - d e n u e v o en 1860), y James refuerza y continúa su deploración, e n u n c ia n d o c o r r to q u e sarcástico los muchos “ ítems of high civilization” — los ya m e n c i o n a d o s “ elementos de alta civilización” — que faltaban en América: “ N o S t a t e , ín the European sense of the word, and indeed barely a s p e c i f i c n a c io n a l ñame.582 N o sovereign, no court, no personal loyalty, no a r i s t o c r a c y , n o church, no clergy, no army, no diplomado Service, no cou n try g e n t l e m e n , no palaces, no castles, ñor manors, ñor oíd country-houses, ñ o r p a r s o n a g e s , ñor thatched cottages ñor ivied ruins; no cathedrals, ñor a b b e y s , ñ o r * li t t le Norman churches, no great Universities ñor public schools ---- n o O x fo r d , ñor Eton, ñor Harrow; no literature, no novéis, no museums, n o p i c t u r e s , n o política! society, no sporting class — no Epsom ñor Ascot!” 583 581 James, H a w th o r n e , pp. 12-13. 582 Se oye resonar aquí un antiguo lamento, expresado asimismo por F r a n c i s L le b e r cuando, hallando ya “ocupado” el le g ít im o n o m b r e d e CoJumbia, sugería para, l o s Estados Unidos el término “normando” de Windland (1) (Curtí, P r o b i n g O u r P a s t , p p . 1 4 3 -1 4 4 ). 588 James, H a w th o r n e , p. 43. Obsérvese cómo al comienzo se propone J a m e s hacer una comparación con Europa, pero luego el único término de contraste es I n g l a t e r r a . Sobre la falta de pintoresquismo y de belleza arquitectónica en Salem v é a s e e l c o m ie n z o de la Scarlet- L e t t e r de Hawthorne (ed. cit., p. 5). Su protagonista, el r e v e r e n d o XDinamesdale, había llevado de las universidades inglesas “all the learning of t h e a. g e into our wild forest-land” (cap. ni, p. 53). Sobre la actitud de Hawthorne ante ia “ h i s t ó r i c a ” Europa, a medio camino entre la reverencia de Washington Irving y la irr is ió n de Mark Twain, véase G. Mohie, Has E u r o p a b ild M a r k T w a in s , Berlín, 1940, P P 9 3 -9 6 , y Spender, L o v e - R a t e R e la tio n s , p. 16; sobre la de James, el libro ya cita d o h e W e g e lin , T h e Im a g e o f E u r o p e in H e n r y Jam es, y también Sanford, T h e Q u e s t f o r F ’tz .r a .c iis e , pp. 203-227, y Spender, o p . c it., pp. 59-60. Sobre la relación entre ambos, R. P*. B la c lc m u r , “The American Litexary Expatríate”, en Bowers (ed.), F o r e ig n I n f l u e n c e s i n ^ A L -m t s r ic a n L i f e , pp. 1 29-132. Cf. James, H a w th o r n e , p. 85, y s u p ra , pp. 457-460; y, para a elm m r- m ejor el alcance de las expresiones de James, Wegelin, o p . c it., pp. 46-47, y M ay, T A e JSnd. o f A m e r ic a n In n o c e n c e , pp. 34-35. En 1 782, Crévecceur había llamado la. a t e n c i ó n sobre los mismos íte m s (poco más o menos), pero sacando una conclusión opuesta, a s a b e r , que la sociedad norteamericana era la más perfecta y racional (véase s u p ra , p. 3 1 4 - , y c i t a s en Cunliffe, T h e L it e r a t u r e o f th e U n it e d States, p. 48), mientras que W i l l i a m C u ile n

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Por otra parte, en esa misma pintoresca Europa, Hawthorne se sentía agobiado por el peso de los siglos (“ he was oppressed with the burden of antiquity in Europe” ),584 y se reafirmaba en su radicalismo y en su cán­ dida fe en el destino de América, en esa su especialísima Providencia que debía asegurarle prosperidad, instituciones libres y progresos ilimitados per omnia saecula saeculorum ,585 De ahí a poco, la guerra civil daba una feroz sacudida a este pueril optimismo, — que, por lo demás, no casaba con la duda acerca de las posi­ bilidades artísticas y literarias de los norteamericanos. Y, después de ter­ minado el conflicto, que a James le parecía marcar “ an era in the history of American mind” ,686 no vacilaba en caracterizar la actitud de sus compa­ triotas como sumamente quisquillosa, nacionalista y llena de desconfianza para con Europa. Los norteamericanos creen que todas las demás naciones de la tierra se han conjurado para despreciarlos, y son penosamente cons­ cientes de ser la más joven de las grandes naciones, de no pertenecer a la familia europea, de encontrarse en la periferia y no en el centro de la ci­ vilización, y de conservar en su estructura política algo de experimental. De ahí, de ese sentido de relatividad y precariedad, su complejo de inferio­ ridad con respecto a los ingleses y a los franceses; de ahí su nerviosismo y su provincialismo.587 Señal de este provincialismo es igualmente la exagerada reverencia por las artes y las letras, actividades cultivadas en América por seres de estirpe superior, por genios singulares y casi monstruosos, mientras que en Europa se crían naturalmente: 588 con lo cual se cierra el círculo, y torna a presen­ tarse la cuestión de qué poesía nacerá — si alguna llega a nacer— en el Nuevo Mundo. En el relato de su viaje a los Estados Unidos, al cabo de veinticinco años de ausencia, el acento de James se desplaza de la literatura a la socie­ dad. El problema del arte americano, si no cae precisamente en el olvido, sí se ve a distancia y se resuelve en el del ambiente. Con temblor y con ansia, patéticamente reflejados en las hinchadas complejidades de sus frases, el escritor observa, perplejo, las tendencias, las deformaciones y los peligros Brvant deducía (1825) auspicios favorables para la venidera poesía norteamericana justa­ mente de la ausencia de convenciones y mitos literarios: véase Lewis, T h e A m e ric a n A d a m , pp. 87-88, y cf. s u pra, p. 444, nota 132. 584 James, H a w th o rn e , p. 71. 585 Ib id ., p. 142. Pero en 1860 se quejaba Hawthorne de que los Estados Unidos, excelentes desde tantos puntos de vista, no eran “£it to Iive in" (citado por Strout, T h e A m e ric a n Im a g e , p. 104). 58e James, H a w th o rn e , pp. 142-144. ...... ssr ib id ., pp. 153-154. 5®8 Ib id ., pp. 29-31.

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de la American Scene. La “ cantidad” prevalece decididamente sobre la “ ca­ lidad” .589 En todas las cosas, en el paisaje, en las ciudades, en el vocabu­ lario, impresiona la falta de “ asociaciones” históricas y poéticas. Hasta las universidades son ambulantes: a nada se le permite “ acumular” un poco de historia; peor aún, a nada se le permite acumular nada, fuera de los intereses sobre las cuentas corrientes.590 Casi todos los rostros son de puros y crudos businessmen.en Todavía acaricia James el sueño de inmensas posibilidades poéticas la­ tentes en los espacios ilimitados y en la libertad absoluta de América: “ El territorio está tan libre de preocupaciones, el aire tan puro de prejuicios y de dudas, que uno se pregunta cómo es que no hay tantas probabilidades de una orgía (revel) estética como las hay en el campo político y en el eco­ nómico, cómo es que no se desarrolla, en condiciones sin precedentes, algu­ na giande e indómita aventura de las artes, sin toparse en su camino con ninguno de los viejos leones de la prescripción, de la proscripción, de la simple y celosa tradición.” Pero el sueño no dura, y sin transición alguna se pone a hablar James de factores misteriosos que frustran esa feliz com­ binación de elementos; añade, con tardía compunción, que la simple gran­ deza no justifica ninguna complacencia y alude desconsoladamente a la vanidad de la mera extensión geográfica.592 Volvemos así a caer en la “ cantidad” , que ni reemplaza ni mucho menos engendra la “ calidad” , o, como ya había dicho Ampare, volvemos a caer en la “ étendue” , que no es de ninguna manera sinónimo de “ grandeur” , “ quoiqu’on paraissé quelques fois les confondre ici” .598 Pero se pone tam­ bién una base metafísica bajo los frecuentes ataques contra las manifesta­ ciones del genio cuantitativo y mecánico, que van del rechazo de los or­ gullosos rascacielos, absurdos hacinamientos de pisos y ventanas,594 a la exasperada alocución al tren Pullman que, corriendo a través de regiones despobladas y de naturaleza intacta, las arruina irreparablemente y con­ vierte todas las cosas sanas y puras, una a una, en objetos crudos, enfer­ mizos, asquerosos y desvergonzados (“ to crudities, to invalidities, hideous 589 T h e A m e r ic a n S cene, pp. 18-19. 5M ib i d . , pp. 31 y 143. Por excepción ‘‘I saw the lucky legacy of the past, at Philadelphia, opérate” (p. 291). sai ib i d . , p. 64; cf. ib id ., pp. 236-237. 592 I b id ., pp. 445-447 y 462-463. 59» Ampére, P r o m e n a d e en A m é r iq u e , vol. II, p. 44. 594 James, T h e A m e r ic a n Scene, pp. 76-78 y 95-96; cf. Larkin, A r t a n d L i j e in A m e ric a , p. 324. De los rascacielos y su publicidad luminosa dice James que son “the vertical business blocks and the lurid sky-clamour for more dollars” (introducción a las L e tte rs jr o m A m e r ic a de Rupert Brooke, Nueva York, 1916, p. xxxii), quizá porque a Brooke le gustaban (ib id ., pp. 7-8).

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and unashamed” ) : pretende traer una nueva civilización y lo que hace es destruir la belleza y el encanto de la-tierra virgen, primitiva, solitaria.5?? El motivo se remonta por lo menos a Thoreau ,595596 por quien James profesa una reveladora admiración ,597 pero se vincula en James con expe­ riencias más ricas y con un pesimismo más macerado. Hasta esa desnudez histórica del paisaje americano, que todavía en el ensayo sobre Hawthorne se decoraba con el atributo de la “juvenilidad” , adquiere ahora un carác­ ter más grave y más sagrado (tanto más sagrado cuanto más flagrante es el sacrilegio de quien lo viola), y, con una transposición de la que no nos asombraremos ya en este punto extremo de nuestro relato, se convierte en máxima antigüedad, en primitivismo absoluto. La Florida le recuerda el Nilo, pero un N ilo prehistórico, anterior a las Pirámides y no ya sólo a Cleopatra; California, una especie de pre-Italia, una Italia inconsciente e inexperta, con su plancha primitiva en perfectas condiciones, libre todavía de la incisión de la Historia .598 Por otra parte — y sírvanos esto para ponernos en guardia contra las clasificaciones demasiado fáciles de una mente tan ágil y esquiva— , James dista mucho de ser un “ primitivista” . La Naturaleza desnuda e inconta­ minada podía vera patere dea a los ojos de Thoreau, pero no a los de Henry James, que escribía al último de los verdaderos “ primitivistas” , su amigo Stevenson: “ Prim itive man doesn’t interest me, I confess, as much as civilized.” 599 En el extremo opuesto de la “ escena americana” están a la vista, en efecto, las metrópolis de la costa atlántica, invadidas y sumergidas por las oleadas inagotables, y aparentemente necesarias, de los inmigrantes, so­ bre todo italianos y judíos .600 595 T h e A m e r ic a n Scene, pp. 463-464. 596 Véase su p ra , pp. 665-666. 597 H a w th o rn e , pp. 96-97; T h e A m e r ic a n S cene, p. 264. 59S T h e A m e ric a n S cene, p. 462. 599 Carta del verano de 1893, en H e n r y Jam es and R o b e r t L o u is S teven son , ed.. by J. Adam Smith, Londres, 1948, p. 231. El concepto y la forma recuerdan mucho al doctor Johnson (véase s u p ra , p. 216), otro autor por quien James sentía altísima admi­ ración (véase ib id ., p. 277). Un análisis mucho más detenido —pero en sustancia no divergente— de la actitud de Henry James se lee en el libro de Wegelin ( T h e Im a g e o f E u r o p e in H . Jam es), a quien sólo cabe hacer el reproche de no acentuar lo bastante (si bien es cierto que no se olvida de mencionar “nuestra” polémica, p. 20) este hecho; que es imposible entender verdaderamente la “image of Europe” de James sin estudiar al mismo tiempo su correlativa “image of America”. Cf. también R. H. Heindel, T h e A m e r ic a n I m p a c t o n G re a t B r it a in , Filadelfia, 1940, pp. 303-304, y el citado libro de Spender, L o v e -H a t e R e la tío n s , A S tu d y o f A n g lo -A m e r ic a n S e n s ib ilitie s , sutil, pero .diva­ gante, y demasiado “literario”. 600 T h e A m e ric a n S cene, pp.. 123-130; y véase Cunliffe, T h e L it e r a t u r e o f th e U n it ­ ed States, pp. 193-194. Ya en 1787, en una nota a su traducción de los Voyages de

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El fenómeno estaba entonces en su punto culminante, y p o r m u c h o q u e James se mantuviera a distancia de él y preocupado por lo q u e v e í a , n o se le escapaba la contribución esencial que los inmigrantes a p o r t a b a n a * la dialéctica de la relación Europa-América. El mesianismo d e l m e l t i n g - p o t , el crisol de Dios en que se funden y se refinan todas las razas d e E u r o p a 601 y del cual debería salir una humanidad nueva y perfecta, ha s i d o u n o d e los mitos nacionales, o lo fue por lo menos hasta las leyes r e s t r ic t iv a s e le la inmigración (1921-1924): 602 un mito que traducía a términos n o y a p o s i ­ tivos, sino augúrales, la antigua oposición de “ espacio” y “ t r a d i c i o n e s ” , p o r cuanto hacía prevalecer el ambiente sobre la herencia, el clim a s o c i a l s o b r e la raza, la geografía sobre la historia.603 Por lo demás, era un mito no carente de legitimidad h is tó ric a . A m é r i c a volvía a asumir así, entre otras cosas, esa providencial fu n ción d e v á l v u l a de escape para el exceso de población de Europa, que ya había t e n i d o d e s d e el siglo xvn (“ the poor. man’s best country in the world” ); 604 q u e h a b í a encontrado en Crévecceur una clara y profética formulación , 605 y q u e a s u ­ mía un relieve preciso en los años de Malthus y de Goethe, 606 c o m o t a m b i é n después de la Restauración. El emigrante, que precisamente e n t o n c e s h a ­ bía mudado su filiación de deportado, de aventurero y de p r ó f u g o ( v é a s e lo que todavía en 1777 decía la señora Elizabeth Robinson M o n t a g u a c e r c a de los norteamericanos) por la filiación de pionero y de p o r t a d o r d e a r t e s y técnicas civilizadas, recibía finalmente, y no sin contrastes, l a d e L a b r a ­ dor (explotado, sí, pero también idealizado) y la de hermano y c o m p a ñ e r o en la tarea de forjar los más altos destinos del país con u n a a m a l g a m a humana más rica.607 Y, sin embargo, era un mito cruel, porque tendía a h acer o l v i d a r l o Chastellux. observaba George Grieve con admiración: “Even the desp ised, i l l - t r e a t e d Jews, are well received in the United States, and begin to be very n u m ero u s” ( T r a v e i s , ed. Rice, p. 643, nota 5). sol véase I. Zangwill, T h e M e lt in g P o t (1910), citado en Wish, S o c ie t y a n d T h o u g h t in M o d e r n A m e r ic a , p. 217. Sobre la crisis de este mito bajo la creciente m a r e a d e . i n m i ­ grantes eslavos, judíos, italianos, etc., véase Strout, T h e A m e r . Im a g e o f t h e O í d W o r l d , pp. 136-137. 602 En 1924 se sofocaba prácticamente la inmigración del Viejo Mundo, y s e c o n c e d í a la ciudadanía norteamericana a los últimos pieles rojas. Los Estados U n id o s s e e n c e r r a ­ ban en sí mismos y se reconciliaban con su pasado autóctono. 603 Siegfried, T a b le a n des É ta ts -U n is , pp. 33 y 39. 604 John Smith (1624), en Blanke, A m e rik a im e n g lis ch e n S c h r if t t u m d e s T ó . u n d 1 7 . J a h rh u n d e rts , p. 293. sos L e tte rs f r o m an A m e r ic a n F a rm e r, pp. 93, 161 y 194; y cf. s u p ra , p . 3 1 4 . 606 Véase s u p ra , pp. 441-442. 667 Véase también s u p ra , p. 441 (Shelley), y la inscripción que se puso e n e l p e d e s t a l de la estatua de la Libertad (versos de W. C. Bryant citados s u p ra , p. 694);

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penoso y costoso que era ese proceso de fusión, — costoso por sacrificar los valores propios de los pueblos arrojados en el crisol. Los primeros contactos entre pueblos distintos, de civilización igual o desigual, son de ordinario mortales para uno al menos de los elementos que se ponen en contacto. Los indios americanos lo aprendieron desde el momento en que llegaron los europeos. Pero en todos los 'tiempos, en todas las partes del mundo, innu­ merables tragedias, físicas o espirituales, se padecieron en el curso de ese proceso que los antropólogos han encubierto con el eufemismo de transculturación. La asimilación de los inmigrantes europeos a los Estados Unidos pasó por una primera fase de exacerbado acrecentamiento de las tensiones nacionales y raciales (que resultaban más ásperas por la presencia del ne­ gro, con los consiguientes complejos de inferioridad y reacciones defensivas que suscita en el blanco, el cual parecería estar aún, a veces, atávicamente afligido y humillado por las condenas depauwianas), para llegar a una segunda fase, más duradera, de animosidad del “ naturalizado” , o más a me­ nudo de sus hijos, hacia la patria de origen y sus valores tradicionales.608 En lugar de constituir un vínculo entre las antiguas naciones europeas y la patria adoptiva, los inmigrados se han mimetizado al nuevo ambiente, han exaltado con celo de neófitos sus máximas y sus motivos de vanagloria para ser “ más americanos que los americanos” , y han renegado y abjurado del Viejo Mundo, del cual, a decir verdad, no tenían sino malos recuerdos. La antítesis de los dos mundos descendía y se trasladaba de ese modo a la perpetua, saludable oposición de los hijos a los padres y a los abuelos: el comunísimo rencor de una generación hacia las que la han precedido se transfería y se reflejaba en el juicio de un continente sobre el otro. Y así como los refugiados puritanos se habían convertido en atormentadores de los cuáqueros y en ferocísimos witch-hunters, así los desterrados y los per­ seguidos de Europa no tardaban en hacerse perseguidores e intransigentes custodios de un rígido “ americanismo” .609 En el aislacionismo de un MacCormick como en el anticomunismo de un McCarthy no es difícil descubrir las huellas de un fortísimo prejuicio anti-europeo, antes que anti-británico o anti-ruso. El

mundo

jo ven

es

bastante

v ie j o

Una disgregación más radical aún de los términos mismos de la disputa se llevó a cabo con la llegada del historicismo a tierras de América, y con la consiguiente “ transmutación de los valores” de lo V iejo y de lo Nuevo. (vos c t, por ejemplo, Spoerri, T h e O íd W o r ld a n d th e N e w , pp. 16, 84, 47 e t passim . "Their children are another matter”, etc., dice James, T h e A m e r ic a n S cene, p. 120. 609 Lo cual era ya deplorado por Melville en 1849: ci. s u p ra , p. 657, y Boorstin,.

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Los habitantes del hemisferio occidental habían encontrado siempre un motivo de orgullo y de esperanza en el calificativo de Mundo Nuevo (in­ cluso después de que la crítica buffon-depauwiana había traducido ese “ nuevo” en “ recién salido de las aguas” ).610 Pero cuando, al prevalecer en Europa el culto del pasado y de las tradiciones, la Antigüedad vino a pare­ cer un atributo más glorioso que la Juventud, Ies resultó fácil a los ameri­ canos redescubrirse y jactarse de ser viejísimos, mucho más viejos, estables y seguros de sí mismos que la inquieta y turbulenta Europa. En 1851, Ampére le hacía varias preguntas al geólogo Alexander Agassiz •en Cam­ bridge (Massachusetts), y comentaba así sus explicaciones: “ chose curieuse, le nouveau-monde est le plus anden” ; Europa ha surgido del océano más tarde, y eso se ve hasta en la fauna y en el hombre .611 La reivindicación asumió distintas formas, desde la búsqueda —-sobre todo en el Norte— de un principio autónomo y unitario de toda la his­ toria americana,612 hasta la pretensión — sobre todo en la América hispáT h e G e n iu s o f A m e r ic a n P o iit ic s , p. 14. Sobre el caso particular de los católicos irlan­ deses véase Wish, S ociety a n d T h o u g h t in E a r ly A m e r ic a , pp. 315-317, y A. C. Jemolo, ‘‘Nemesi storiche?”, I I P o n t e , IX (1953), pp. 1358-1363. sio Véase s u p ra, pp. 355-358 y 399-401. 611 P r o m e n a d e en A m é r iq u e , vol. I, pp. 55-56. C£. A. Agassiz, L e tte r s a n d R e c o lle c tio n s , ed. G. R. Agassiz, Boston-Nueva York, 1913, pp. 16-17. 612 Esta tendencia a una historiografía “americocéntrica” (y no ya europeocéntrica) ha recibido refuerzo e integración por parte del “panamericanismo histórico”, o sea la tesis que afirma la unidad de la historia de todas las Américas, superando las limita­ ciones nacionales y de derivación europea (América inglesa, española, portuguesa, fran­ cesa, etc.) y las apreturas a que se había visto constreñida la historiografía norteame­ ricana en virtud de la teoría de la "frontera” (F. J. Turner, 1893), aplicada con minucia provinciana y pedantesca (esta teoría, a su vez, había surgido por reacción contra la historiografía europeocéntrica enseñada y cultivada hasta entonces en las universidades norteamericanas: véase H. H. Bellot, A m e r ic a n H is to r y a n d A m e r ic a n H is to ria n s , Lon­ dres, 1952, pp. 17-24; y, con mayor penetración, Smith, V ir g in L a n d , pp. 250-260). El panamericanismo histórico cuenta con un antecedente muy preciso en el “panamerica­ nismo antropológico”, o sea en las teorías que reivindican la unidad originaria de las varias razas de indios (replanteamiento y transformación, en el siglo xix, de las antiguas y prolijas discusiones sobre la proveniencia del hombre americano: véase in fr a , pp. 729730) y que, por consiguiente, afirman la necesidad de un estudio comparativo y coor­ dinado de las civilizaciones autóctonas (véase H. Bernstein, “Anthropology and Early Inter-American Relations”, T ra n s a ctio n s o f th e N e w Y o rk A c a d e m y o f Sciences, 2^ serie, X, nüm. I, noviembre de 1947, pp. 2-17). Pero el primero que sostuvo la necesidad de estudiar la historia de los Estados Unidos sin perder de vista la historia hispanoameri­ cana fue Herbert E. Bolton, T h e E p i c o f G r e a te r A m e r ic a , discurso pronunciado en Toronto el 28 de diciembre de 1932/ en la XLVII Sesión de la American Historical Association, donde resume el Syllabus (1928) de su curso de historia de las Américas; publicado en la A m e ric a n H is to r ic a l R e v ie w , XXXVIII (1933), pp. 448-474, y en traduc­ ción española en México, por el Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1937

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nica— de tener un origen más venerable y más cuarteles de nobleza que ninguna de las naciones europeas.613 El singular Gioberti había ya obser­ vado: “ Stimano alcuni eruditi che il nuovo mondo sia Tantico” , sobre la base de las antigüedades toltecas, “ concetto... paradossastico come istoria, m a. . . plausibile come augurio” 614 Y uno de los primeros descriptores de las antigüedades mayas concluía sus reflexiones sobre esa y otras civiliza­ ciones desaparecidas con una exclamación: “ W e cali this country the new world. It is oíd!” 615 De manera análoga Beltrami, el explorador del alto Mississippi, se jactaba de haber sido el primero en demostrar que “ ce qu’on appelle im proprem ent le N ouveau M onde est peut-étre plus vieux que le nótre” , y que además estuvo a salvo del Diluvio Universal ( !) .616 Esa misma denominación de Nuevo Mundo, que había consagrado el nacimiento y el auge de las jóvenes repúblicas, acabó por considerarse una ofensa y una señal de europeocéntrica presunción por parte de los reivindicadores más tardíos del elemento indígena americano. El Mundo Nuevo — óiganlo ustedes muy bien— es el Mundo Antiquísimo: “ A long time after Europe vibrated under the goad of its medieval antiquity with the romanticists, we vibrated under the spur o f our ancientness, which conferred upon us the title of Oldest W orld instead of New World, since such (cf. también sus W id e r H o r iz o n s o f A m e r ic a n H is to r y , 1939). Para la difusión de sus ideas, acogidas con entusiasmo en Hispanoamérica, véase E. O'Gorman en U n iv e rs id a d de L a H a b a n a , núm. 22 (enero-febrero de 1939); E. de Gandía, “El panamericanismo en la historia”, B o le t ín de la A c a d e m ia N a c io n a l de la H is to r ia , Buenos Aires, XV (1941), pp. 383-393: actas de la LVI Sesión de la American Historical Association (Chicago, 29-31 de diciembre de 1941); T h e C an a d ia n H is t o r ic a l R e v ie tv , XXIII (1942), pp. 125-126; E. O’Gorman en F ilo s o fía y L e tra s , México, 1942, núm. 6, pp. 215-235; A. P. Whitaker, "La América latina en la mentalidad del pueblo norteamericano (1815-1823)”, R evista de la U n iv e rs id a d C a tó lic a d e l P e r ú , IX (1941), p. 299, el cual hace remontar la solida­ ridad continental de los americanos a su reacción contra los detractores europeos del siglo xvin, etc. Pero véase una m is e -a u -p o in t en Ph. C. Brooks, “Do the Americas Share a Common History?”, R e v is ta de H is t o r ia d e A m é r ic a , México, 1952, núm. 33, pp. 75-83, y los artículos publicados ib id ., 1952, núm. 34, pp. 469-489; cf. asimismo C. B. Kroeber, “La tradición de la historia latinoamericana en los Estados Unidos. Apreciación prelimi­ nar”, R e v . de H is t. de A m é ric a , 1953, núms. 35/36, pp. 21-58, especialmente 34-35, y S. Zavala, “Colaboración internacional en torno de la historia de América”, ib id ., pp. 209-226. Análoga tesis para los animales; cf. s u p ra , pp. 570-571. El expediente de la polé­ mica en torno a la teoría boltoniana, que entre otras cosas tiende obviamente a cancelar la secular antítesis de América anglosajona e Iberoamérica, ha sido recopilado de manera excelente por Lewis Hanke, D o th e A m e ric a s H a v e a C o m m o n H is to ry ? , o p . cit. ei* D e l rin n o v a m e n to c iv ile d ’I ta lia , vol. II, pp. 248-249. B. M. Norman, R a m b le s in Y u c a tá n , etc., 66 ed., Nueva York, 1843, p. 173. 416 Carta al señor de Monglave, en Beltrami, N o t iz ie e le tte re , p. 120 (y cf. ib id ., p. 36).

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newness existed only for the Europeans — an external e v a lu a tio n ------a n d not for us ñor for reality per se (for history per se) into whose dominions we had made our actual entry thousands of years before the S p a n is lx , F ren ch, English and Dutch established their respective communities. The a p p e a rance of that sentiment of autochtonous pride coincided with v a r i o u s c o r r o b orating facts: the frustrated attempt of Florentino A m egh in o t o v a li d a te the theory of the hom unculus patagonicus or hom o p a m p e a n u s ” , s l 'r l a vic­ toria de los Estados Unidos (Nuevo Mundo) contra España en 1898, la caída del régimen de Porfirio Díaz “ with its foreign influences” y la r e v o ­ lución social mexicana, la conmemoración de los centenarios de la I n d e ­ pendencia, y la pérdida de prestigio de Europa después d e la p rim e ra Guerra Mundial. En ese preciso momento “ our ancient l i n e a g e b r o u g h t about the reinforcement — perhaps it would be appropriate to say, the creation— of our historie consciousness” .618 Y también, con fórmula más concisa y a la vez más amplia: “ tanto o más viejos que asiáticos y enrojpeos, a la luz de los más recientes descubrimientos arqueológicos, constituimos, a pesar de eso, un Mundo Nuevo, por nuestro estreno en la influencia versal, por nuestro hallazgo de nuestro destino” .619

u n i­

En realidad, esa “historie consciousness” , ese hallazgo d e l p rop io d e s ­ tino se habían formado en actitud de antítesis y desafío a la “vieja” E u r o ­ pa. N o es de maravillar que ésta, pobrecilla, comenzara a no entender ya nada. Basta ver a qué acrobáticas agilidades se somete Ortega y Gasset p a r a adaptarse a la corriente y trastrocar sus posiciones. En su ensayo sobre “ Hegel y América” , de 1928, había e s c r it o q u e A m é ­ rica “si es algo, es futuro”, justificando así el hecho de que el N u e v o M u n d o fuera incomprensible para un filósofo completamente s u m e r g i d o e n el pasado, como Hegel. Luego, hacia el final del ensayo, h a b ía i n s i n u a d o 617 En su libro L a a n tig ü e d a d d e l h o m b r e en e l P la ta (1880), Ameghino q u i s o d e m o s trar que en la Argentina, o poco lejos de allí, se encontraba la cuna del g é n e r o h m n a T i o . Pero los antropólogos no estuvieron ni están de acuerdo: “a critical scrutiny o f A m e r i c a n data led to the conclusión that man was not neariy so ancient in the ¡ N e w W o r l d as in the Oíd” (Lowie, H is t. o f E t h n o lo g ic a l T h e o r y , pp. 86-87). Por n u e s t r a p a r t e , no alcanzamos a ver cómo un “frustrated attempt” puede contarse entre los “ c o r r o b o r a t i n g facts”. Sobre el recurrente intento de los americanos de asegurarse un p a s a d o r e m o t í s i m o véase C. W. Ceram, I I p r im o a m e ric a n o , Turín, 1972. sis Luis Alberto Sánchez, “A New Interpretation of the History of A m e r i c a ” , 7~H e H is p a n ic A m e r ic a n H is to r ic a l R e v ie w , XXIII (1943), pp. 442-443. Emerson ( v é a s e s i¿ f> -r a , p. 652) había sido más cauto al reivindicar para América una antigüedad r e m o t a com o el Diluvio. L. A. Sánchez, ¿E x is te A m é r ic a la tin a ?, México, 1945, p. 277. Pero é l m i s m o h a b í a admitido con mayor prudencia (ib id ., p. 45) que eso de Nuevo Mundo y M u n d o A n t i g u o es una distinción “que los no-europeos difícilmente entendemos y a ce p ta m o s” .

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que, si Hegel resucitara, “ vería en el alma americana un tipo de espiri­ tualidad prim itiva , un comienzo de algo original y no-europeo” , con fuertes rasgos de “ nueva y saludable barbarie” ,®20 lo cual equivalía a reafirmar

sea de una de las naciones del Nuevo Mundo que más clamorosamente han alardeado de ser “jóvenes” . Enrique de Gandía, celoso de los valores his­ tóricos, acusa a la gran República norteamericana de ser joven, e implíci­

que América es la tierra del Porvenir. Pero la ambigüedad de ese término, “ primitivo” — traducción a un plano antropológico de la no menos ambigua “ infancia” del tiempo de la Emancipación— lo convierte en antítesis no sólo de la cansada civilización europea, como en el pasaje citado, sino también del progreso que es des­ arrollo y maduración de civilización, y permite así a Ortega, diez años más tarde, cambiar radicalmente su posición casi sin darse cuenta. En efecto, en 1937 podía jactarse de que hacia 1928, cuando triunfaba “ el viejo lugar común de que América es el porvenir” , él no se había de­ jado arrastrar por la moda: “ Tu ve entonces el coraje de oponerme a se­ mejante desliz, sosteniendo que América, lejos de ser el porvenir , era, en realidad, un remoto pasado, porque era primitivism o. Y también, contra lo que se cree, lo era y lo es mucho más la América del Norte que la Amé­

tamente inmadura (“ primitiva” , sí, pero sin “ pasado” ) en comparación con las “ viejas” repúblicas hispanoamericanas (!). “ Si comparamos la historia del Norte y del Sur llegamos a la conclusión, indiscutible, de que los países viejos son los españoles.” «23

rica del Sur, la hispánica.” 021 Un primitivismo que no es el porvenir resulta de hecho una condena más terrible que todas las de Buffon y De Pauw. Es un infantilismo orgá­ nico, incurable. L o señalamos, no para echárselo en cara a Ortega y Gasset, el cual ciertamente no juzga a América en forma tan catastrófica, 622 sino para llamar la atención sobre los peligros a que expone el uso incauto de conceptos tan fluidos y mal definidos; y porque la afirmación final de que, “ contra lo que se cree” , la América del Norte es de un primitivismo mayor y de un pasado más remoto que la América hispánica, encuentra una cu­ riosa confirmación-mentís en lo que escribe un historiador argentino — o 62« O b ra s ,

vol. 1, pp. 591-603. "Prólogo para franceses” (1937) en L a r e b e lió n de las masas, O bras, vol. II, p. 1180, donde cita precisamente el ensayo "Hegel y América” y los artículos sobre los Estados Unidos publicados poco después. El mismo ensayo “Hegel y América” es citado poco más adelante, con idéntico propósito, cuando Ortega escribe: “América es fuerte por su j u v e n t u d . . . América tiene menos años que Rusia. Yo siempre, con miedo de exagerar, he sostenido que era un pueblo primitivo c a m o u fla d o por los últimos inventos. Ahora, Waldo Frank, en su R e d e s c u b rim ie n to de A m é r ic a , lo declara francamente. América no ha sufrido aún; es ilusorio que pueda poseer las virtudes del mando” (L a r e b e lió n de las masas, O b ra s , vol. II, p. 1264). Otras variaciones sobre el americano, esta vez “exento de pasado” y gravitando “hacia el porvenir”, en L a s A tlá n tid a s (1924), O b ra s , vol. II, p. 926. «22 Por otra parte, hay en E l espe cta d or un aforismo en que, polemizando con el citado libro de Waldo Frank, Ortega y Gasset les dice a los apresurados americanos: “ ¡Jóvenes, todavía no). .. En rigor... no habéis hecho aún nada. América no ha em­ pezado aún su historia universal”; y cita una vez más su ensayo “Hegel y América” ( E l e sp e cta d or, VIII, e n O bras, vol. I, p. 736).

Pero tampoco estas paradojas son verdaderamente originales. La pre­ tensión de una mayor edad con respecto a la América anglosajona ha sido y sigue siendo comunísima entre los hispanoamericanos, ya sea que.se con­ sideren latinos y descendientes de Roma, conquistadora y civilizadora, a su tiempo, de la ruda Britania, ya que, como católicos, vean la religión de los protestantes como una herejía reciente. Hace mucho, a comienzos del siglo pasado, fray Servando Teresa de Mier, apegado como el que más a los títulos históricos y devotísimo de las prerrogativas de los tiempos más remotos, por dudosa que fuera su autenticidad, había contrapuesto a los

jóvenes Estados Unidos la antigua América española: “ aquél era un pueblo n u ev o ..., nosotros somos un pueblo viejo ” .624 Y después del mexicano y del argentino, he aquí a un colombiano, Carlos Lozano y Lozano, que repite: “ nosotros somos más, mucho más antiguos que los norteamerica­ nos” .625 ¿Hace fálta-decir que los americanos del Norte, tan pinchados, han sentido a su vez la necesidad de proveerse de antepasados? H oy están an­ siosos de demostrar que también ellos tienen un glorioso pasado, floridas tradiciones, ¡y tanta, tanta historial 626 En realidad, el Mundo Nuevo no podía y no puede estar “ carente de historia” . Nada puede estar carente de historia, de espíritu o de raciona­ lidad. L o que se quiere decir con esa acusación es que él Nuevo Mundo «23 E. de Gandía, “El panamericanismo en la historia”, p. 387¡ ■, 624 P r o fe c ía s o b re la r e v o lu c ió n m e x ic a n a (1823), en la antología editada por E. O’Gorman, E s crito s y m e m o ria s , p. 127. 622 Citado en T im e , 29 de diciembre de 1947. «26 Véase, por ejemplo, la página excelente —y ya “histórica” a su vez— de Erich Marcks, “Historische und akademische Eindrücke aus Nordamerika” (1913), en su libro M d n n e r u n d Z e ite n , Leipzig, 1916, vol. I, p. 415; y los trabajos, más recientes, de Max Lemer, “Are We a People without History?”, T h e V ir g in ia Q u a r te r ly R e v ie ra , XXII (1946), pp. 5-19, y de Clare Boothe Luce, L 'E u r o p a e l'A m e r ic a , Roma, s. a., p. 26. Pero tampoco han faltado críticos de los Estados Unidos —un Duhamel, por ejemplo— que los han acusad o de ser seniles, no jóvenes, de haber envejecido precozmente, sin haber estado nunca maduros, por efecto del progreso material (Spoerri, T h e :O íd W o r ld a n d th e N e w , p. 87): cf. Strout, T h e A m e r ic a n Im a g e o f th e O í d - W o r l d , pp. 176-177, y S. de Beauvoir, L ’A m é r iq u e au j o u r le j o u r , p. 148, que duda de que los Estados Unidos puedan llamarse "jóvenes".

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no se preocupa lo bastante de su propia historia, que está movido sobre todo de anhelos y de instintos prácticos: aspira a poner su sello en la natu­ raleza ambiente más que a concentrarse en sí mismo para mejor conocerse y conocerla. “ Carente de historia” define, por consiguiente, no una impen­ sable carencia de hecho, sino una actitud espiritual, una desarraigada y resignada inmersión en la naturaleza, una irreflexiva lucha contra la razón. Cuando ha querido tener una historia, América la ha encontrado, natural­ mente, y no ya antigua, sino antiquísima. Y cuando ha reflexionado sobre su historia, ha producido historiografía excelente. El slogan “ geografía y no historia” es, pues, simplemente una fórmula de Volkerpsychologie. Y las reivindicaciones rivales de cada una de sus regiones, sus pretensiones de poseer un pasado propio, más pasado que el de otras partes del continente, son la señal de una mayoría espiritual recién alcanzada, o por lo menos anhelada y entrevista.

O lvido

y secreta inmortalidad de

D e P auw

En esta competencia por enraizarse en el pasado y por ostentar una per­ sonalidad histórica propia, es curioso que ningún americano haya ido a buscar argumentos — aunque sean argumentos de escándalo— en aquellos autores del siglo xvm que asignaron al Nuevo Mundo una antigüedad su­ ficiente por lo menos para hacerlo degenerar hasta el último escalón de la humanidad. La fortuna de De Pauw sufre ya en la segunda mitad del siglo x ix un eclipse casi completo, un eclipse que ha durado prácticamente hasta nuestros días — y cuya prueba está, mejor aún que en la falta de re­ ferencias a sus Recherches, en la tosca imprecisión de las menciones que, por fugaces que sean, se han hecho de su obra o de su tesis. Ya en 1867, en Europa, comprobaba C. A. Dauban que “ on ne lit plus les livres... de Pauw” 627 (y eso que Dauban reconocía sus méritos). En América, el sabio Miguel Luis Amunátegui menciona y refuta todavía sumariamente las ideas del philosophe holandés sobre la nefasta influencia del clima y de la tierra de América .628 Pero ya estas páginas son citadas vagamente como un ataque al “ filósofo Pawo” (sic) por Juan Agustín García,629*y el bibliógrafo chileno Barros Arana, tras mencionar a los principales refutadores de De Pauw, añade (1882) que su libro está para esas fechas completamente olvidado y que “ sólo se consulta por mera curiosidad” .636 Claude Bernard cita a 627 En su edición (1867) de las L e ttre s de M m e . R o la n d , vol. I, p. 423, nota. 628 Amunátegui, L o s p re cu rs o re s de la in d e p e n d e n c ia de C h ile , vol. III, pp. 109-115. 629 J. A. García, L a ciu d a d in d ia n a , 5? ed., Buenos Aires, s. a., p. 74. Barros Arana, N o ta s p a ra una b ib lio g r a fía de obras a n ó n im a s , .., p. 503, núm. 399-

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De Pauw, a propósito del curare, de segunda o tercera m an o, a c u d i e n d o a una enciclopedia alemana.631 Uno de los últimos biógrafos d e J e f f e r s o n , Saúl K. Padover, no hace ni la menor alusión a su polémica c o n B u f f o n .632 Y en una reciente reedición (México, 1944) de la Historia a n t i g u a d e M é ­ xico del padre Clavigero se han suprimido del todo las largas D i s e r t a c i o n e s polémicas del jesuíta contra De Pauw y Buffon , 633 disertaciones q u e , s in embargo, un Juan Bautista Muñoz admiraba más que la m ism a H i s t o r i a . 63* Cuando un reciente editor del Federalist, el profesor M ax B e l o f f , s e t o p a con el conocido pinchazo de Alexander Hamilton contra e l a u t o r d e la s Recherches philosophiques sur les Américainsp 35 cree poder i d e n t i f i c a r e s ta obra con la H istoire philosophique et politique de Raynal ( ! ) . 636 M o r a s cita a De Pauw sólo para decirnos que, aunque ha examinado c o n a t e n c i ó n (“genau durchgesehen” ) sus Recherches, no ha encontrado en e lla s l a p a l a ­ bra “ civilisation ” ,637 ¡y ni siquiera se da cuenta de que tod o ese l i b r o es en el fondo un intento de ahondar el concepto de “ civilización” ! Bernard Fay ha leído ciertamente a De Pauw y da sobre é l n o t i c i a s suficientes, pero cree que Buffon lo plagió .638 Por el contrario, e l r e n o m ­ brado historiador Herbert Eugene Bolton se hace (1932) la p r e g u n t a r e t ó ­ rica: “W ho has written the history of the introduction o f E u r o p e a n p l a n t s 631 Cl. Bemard, L e g o n s s u r les effets des substances to x iq u e s et m é d i c a m e n t e n s e s , p. 245. 632 Cosa que sorprende, por cierto, a un reseñador del T im e s L i t e r a r y S u p p l e m e n t , 30 de enero de 1943. [También en 1943, Rómulo D. Carbia estudia a D e P a u w e x c l u s i ­ vamente como exponente tardío de la “leyenda negra”, y apenas dedica u n a n o ta d e p ie de página a su tesis de la degeneradón de América (cf. s u p ra , p. 243).] «33 véase s u p ra , p. xxxiii, núm. 309. [Es curioso cómo se menciona a D e P a u w , a propósito de Clavigero, en las dos historias “clásicas” de la literatura m e x ic a n a , l a d e Julio Jiménez Rueda (2* ed„ México, 1934) y la de Carlos González Peña (3» e d ., 1 9 4 5 ). El primero se limita a citar a Prescott: Clavigero se ha propuesto “vindicar a s u s c o m ­ patriotas de las inculpaciones de Robertson, Raynal y De Paw” (s ic ); el s e g u n d o d ic e que las D is e rta cio n e s se escribieron para “rebatir los errores y calumnias en q u e a l h a b la r de nuestro país habían incurrido escritores extranjeros como Paw (s ic ), B u ffo n , R a y n a l y Robertson”.] «34 Testimonio de fray Servando Teresa de Mier, “Manifiesto apologético”, e n E s c r i ­ tos in é d ito s , p. 148. 635 Véase s u p ra , p. 313. 63« T h e F e d e ra lis t, ed. Beloff, Oxford, 1948, p. 53, nota, y p. 478, nota 4. 637 J. Moras, U r s p r u n g u n d E n tw ic k lu n g des B e g riffs d e r Z iv il is a t io n i r t F r a n k r e i c h (1756-1830), p. 35, nota 58, y p. 52, nota 83. Sin embargo, al igual que o tr o s a u t o r e s anteriores a él, De Pauw usa corrientemente “civiliser” y “se civiliser”: p o r e j e m p l o , R e c h e rc h e s , vol. I, pp. 108 y 110. [Cf. también Febvre, C iv ilis a tio n : l e m o t e t l id é e , o p . c il., y Landucci, 1 f ilo s o f i e i selva ggi, pp. 489-490, nota 254.] 638 Fay, C iv ilis a tio n a m é ric a in e , p. 55; L ’E s p r it r é v o lu tio n n a ir e e n T r a n c e e t a u x É ta ts -U n is , pp. 13-14, 331-332 e t passim .

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and animáis ínto the Western Hemisphere as a whole?” ,53S y no parece acordarse del poderoso esfuerzo de Buffon. Édith Bernardin menciona de pasada (1933) “ les livres de C. de Pauw, aujourd’huí bien oubliés” .640 Spell no reconoce el subtítulo de las otrora famosísimas Recherches -641 R oy Harvey Pearce cree francés a su autor,642 mientras que Werner Stark parece creerlo alemán, y dice que tiene el “ point of view of the explorer who is out to solve the riddles o f an exotic sphere o f life ” ; 643 y en realidad no habría tenido que mencionar siquiera a De Pauw un libro que, como dice el subtítulo, se refiere a “ the United States o f 1776 in contemporary European philosophy” , puesto que las Recherches se publicaron en 1768. En un volumen de más de 400 páginas, consagrado a los “ échanges e í rencontres” entre Francia y los Estados Unidos, De Pauw es mencionado una sola vez (no figura siquiera en la bibliografía); entre 1763 y 1776, dice, “ Buffon, Raynal et le grotesque [sid] de Pauw sont á peu prés les seuls [?] á porter sur l ’Amérique des jugements parfois [!!!] défavorables’’.644 Hasta el último y eruditísimo investigador de las relaciones entre Europa y América durante el siglo x v i i i pasa simplemente por alto a De Pauw, y se limita a recordar, en un renglón y medio de nota de pie de página, que “ there was much talk in Europe (and even in America) about people and animáis degenerating in the colonies” (sic!).645 Tam poco dedica una sola palabra a la polé­ mica ni a las réplicas americanas el últim o y diligentísimo cronista de las ideas que los americanos se han hecho del V iejo Mundo.646 Finalmente, Indro Montanelli confiesa: “ N on so chi abbia detto, con un’intonazione

di dísprezzo, che l ’Argentina é il paese in cui il cammello é diventato un lama, il ieone un puma, l’aquila un condor, e lo spagnolo un argentino.” 647 Creo que muy contadas veces la justiciera posteridad ha hecho tan poca justicia a un autor admirado por las inteligencias más altas de su genera­ ción, combatido por historiadores y publicistas de genio y, de grandísima fama, leído y asimilado por filósofos, hombres de ciencia y poetas de vuelo seguro y sublime, y que todavía en nuestros días, después de ser durante decenios el símbolo compendioso de las “ calumnias” europeas, el héroe epónimo y el chivo expiatorio de una áspera disputa ideal, actúa como un ácido e invisible fermento en la opinión, en la ideología, en los lugares comunes de tan gran parte de la humanidad. A l europeo que, después de cruzar el Atlántico, trata de familiarizarse con el ambiente intelectual americano, quizá nada le impresione tanto como la convicción frecuentísima — casi diría yo universal— de un destino peculiar, bueno o malo, que le ha tocado en suerte al hemisferio occidental. América no es un continente como los demás. N o valen para ella las leyes de la historia común al resto del género humano. O está agobiada por una maldición específica, o posee el crisma de una divina investidura. Tam bién Eduard Meyer, el famoso historiador de la antigüedad, cuenta que durante su viaje por América la gente le. hacía todo el tiempo la pregunta “ ob ich die Amerikaner nicht fiir eine degenerierende, zum Untergang bestimmte

639 ««> . «4i 642 contra

H. E. Bolton, en Hanke (ed.). D o th e A m e r ic a s H a v e a C o m m o n H is to ry ? , p. 99. E. Bernardin, L e s Id ées re lig ie u s e s d e M m e . R o la n d , p. 79, nota. véase s u p ra , p. ,245, nota 206.. Pearce, T h e Savages o f A m e r ic a , p. 78, quien cita los ataques de B. S. Bailón De Pauw, “with his picture. of beardless Indian males with milk in their breasts”. «43 Stark, A m e r ic a : I d e a l a n d R e a lity , p. 15. 644 Villard, L a F ra n c e e t les É ta ts -U n is , p. 255. La alusión a De Pauw en Berveiller, M ira g e s e t visages d u P é r o u , pp. 301-302, es algo menos imprecisa. «45 Kraus, T h e A t l a n t ic C iv iliz a t io n : E ig h te e n t h -C e n tu r y O r ig in s , p. 218, nota 7. También son imprecisos Visconti, L e o r i g i n i d e g li S ta ti U n i t i e V ita lia , p. 44, y E. W. Cochrane, "II Gazzettiero Americano di Livorno e l’America nella letteratura del Settecento”, Q u a d e rn i d i C u ltu r a e S to ria S o c ia le , III, núm. 1 (enero de 1954), p. 52. En cambio, son exactos —pero posteriores a los estudios de Church (“Corneille de Pauw and the Controversy over His R e c h e r c h e s . . . " , 1936) y al mío ( V ieja s p o lé m ic a s s o b re e l N u e v o M u n d o , 1? ed., 1943)— los trabajos citados de Chinard, “Eighteenth-Century Theories on America as a Human Habitat” (1947) y de Martin, T h o m a s J e ffe r s o n : S cien tis t„ (1952) y las rápidas alusiones de E. Sestan, “II mito del «buon selvaggio» americano e l’Italia del Settecento” (1947), en E u r o p a settecentesca ed a lt r i sa ggi, pp. 137138, y de Claude-Anne López, M o n c h e r 'p a p a , p. 14. «4« Strout, T h e A m e r ic a n Im a g e o f th e O íd W o r ld (1963).

Rasse halte” .648 Hasta aquellas antiguas acusaciones de reciente emersión de las aguas y de debilidades de la fauna son trastrocadas en títulos de excelencia por un González Prada, el cual exalta a la América Anadiomene que surge hermo­ sísima de las ondas “ ostentando su flora sin espinos y su fauna sin tigres” .648 Y, de manera más general, el lamento sobre el continente brotado muy tar­ de de las aguas, cuando los demás estaban ya desecados, resuena en el amargo suspiro sobre las repúblicas hispanoamericanas que llegaron “ dema­ siado tarde a un mundo demasiado viejo” ,650 y rebosa en el sarcasmo sobre esas mismas repúblicas que tienen a su espalda un porvenir tan grande. 647 i. Montanelli, “II lama, il puma, il condor”, C o r r ie r e d e lla Sera, 26 de julio de 1955. Sí lo sabe, en cambio, un redactor del E c o n o m is t, 22 de abril de 1961, p. 319. 648 N o r d a m e r ik a u n d D e u ts c h la n d (1915), citado por Fraenkel, A m e r ik a i m S p ie g e l des d e u ts c h e n p o litis c h e n D e n k e n s , p. 218: [“...s i no tenía yo a los americanos por una raza degenerada, condenada a la extinción”]. 649 Manuel González Prada, “Discurso en el Teatro Olimpo” (1888), en P a jin a s lib re s , Lima, 1946, p. 46. Sobre el tigre (metafórico) como animal feroz y afortunadamente des­ conocido “en la fauna peruana” véase ib id ., p. 73, en otro escrito (también de 1888) intitulado “Perú y Chile”. «so La frase es de Alfred de Musset (Rolla: “Je suis venu trop tard dans un monde trop vieux”), pero el sentimiento que expresa es muchísimo más antiguo: “to feel oneself

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La paradoja inherente a ese alarde de gallarda juventud tan cansinamen­ te remasticado de decenio en decenio ya había sido explotada (1893) con irónica crueldad por Oscar W ilde: “ T h e youth ó f America is their oldest tradition. It has been going on now for three hundred years. T o hear them talk one would imagine they were in their first childhood. As far as civilization goes they are in their second.” 651 Sin embargo, todavía en nuestros días, en estos tiempos calificados de áridos y prosaicos, el sueño de Berkeley, de Galiani, de Melville, reaflora en mil formas diversas para dar bríos a los americanos del Norte y del Sur. El ambiguo hechizo de la “ novedad” del Nuevo Mundo hace decir a Roosevelt en 1942 que es necesario asegurar “ the survival of a hemisphere — the newest hemisphere o f them all” ; 652 y en la Conferencia de Chapultepec un diplomático invoca sobre las labores de los allí reunidos la protección de un especialísimo — pero no mejor identificado— “ Dios de América” .653 born in «an age too late» was the great emotional aftermath o£ the Renaissance”, dice Williamson, "Mutability, Decay and 17th-Century Melancholy”, p. 135 (y cf. ¡b id ., p. 148); La Bruyére comienza los C a ra cte res (1688) con el reconocimiento de que “tout est dit, et l’on vient trop tard depuis plus de sept mille ans qu’il y a des hommes, et qui pensent” (ed. Pléiade, p. 85). El primero que la aplicó a América —si bien el concepto ya había sido expresado por Lowell: "O strange New World, that yet was never young”, etc.— parece haber sido R. Poincaré en su prefacio a F. García Calderón, L e s D é m o cra tie s la tines de l ’A m é r iq u e (1911), ed. de París, 1914, p. 3. Usada a menudo proverbialmente (véase un ejemplo en Somerset Maugham, O f H u m a n B o n d a g e , 1915, ed. Modern Library, p. 253), empleada por escritores como Flaubert (carta del 11 de enero de 1847 a Louise Colet, C o rre s p o n d a n ce , ed. cit„ vol. I, p. 424), como Francis Jammes ("Je suis venu trop tard dans un monde trop vieux”, D e l ’A n g é lu s d e l ’a u b e á l’A n g e lu s d u s o ir , 1898) y como Guido Gozzano ("sentó / d’essere nato troppo tardi”: T o r m o , en sus O p e re , Milán, 1944, p. 148), la frase ha sido adoptada y repetida por gran número de autores hispanoamericanos, en­ tre los cuales baste citar a dos de la estatura de Alfonso Reyes ("Notas sobre la inteli­ gencia americana”, 1936, en Ú lt im a T u l e , p. 143; y cf. también ib id ., pp. 201 y 219) y de Jorge Basadre (“¿Han existido históricamente influencias de origen americano en la cul­ tura occidental?”, en P r o c e e d in g s : V I H A m e r ic a n S c ie n tific Congress, IX, Washington, 1943, p. 250, y L a p ro m e s a d e la v id a p e ru a n a , Lima, 1943, p. 23). En la tesis de que América pasó bruscamente de la infancia a la vejez sin haber conocido la edad madura (por ejemplo: “culturally America has become rotten before it was ripe”, Thistlewaite, T h e G re a t E x p e r im e n t , p. x, y Clémenceau, citado por Art Buchwald: “They have gone from barbarians to decadence without the intervening period of civilization”) resuenan los últimos ecos de las teorías de Buffon y de Hegel, como dice Chinard, L H o m m e c o n tr e la n a tu re , p. 143. 651 Wilde, A W o m a n o f N o I m p o r ta n c e , acto I, en W o rk s , Londres, s. a., p. 599. Otros sarcasmos sobre George Washington y los Estados Unidos podrán leerse en In te n tio n s , W o rk s , p. 1085. 652 s ic , citado por Beard, T h e A m e r ic a n S p ir it , p. 569. 653 Sobre esta gigantesca divinidad tribal véase E l C o m e rc io de Lima, 22 de febrero

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Sobre las huellas indistintas de De Pauw, europeos tan d is tin g u id o s c o m o Freud, Rathenau, Spengler y más tarde. Papini han juzgado u n “ a b o r t o ” la cultura americana.654 Desde comienzos de este siglo, el vasco (no español, ¡cu idadoi), y p o r c o n ­ siguiente no latino, y muchísimo menos latino-americano, P ío B a t o j a , l o n ­ gevo y fecundísimo autor de novelas, ensayos y memorias, p ro fes a u n a lo s o luto y cándido antiamericanismo. Cierto es que Baroja es u n d e n i g r a d o r sistemático de todas las naciones de la tierra.655 Pero su e n c a r n i z a m i e n t o con los habitantes del Nuevo Mundo, septentrional y m e rid io n a l, a l c a n z a cimas de rara virulencia. Ya en 1907 su desprecio es total: lo s a m e r i c a n o s (hispanoamericanos en este caso) son un degenerado montón d e t o d o s l o s desechos del universo, de los detritus de la moda y de las “ m a ja d e r ía s ” d e los cinco continentes (o sea, incluido el de ellos mismos). ¿Q u é p o d í a s a l i r de allí? “ Un tipo petulante, hueco, sin una virtud, sin una c o n d ic ió n f u e r ­ te.” Conclusión drástica y perentoria: “América es por ex celen cia e l c o n t i ­ nente estúpido” (justo lo que era el siglo x ix para Léon D au d et). El hombre americano es cuando mucho un mono, que lo ú n ic o q u e s a b e es imitar. Y la mujer yanqui, hasta cuando es bonita, inteligente y e n é r g i c a , no tiene carácter, y no puede tenerlo porque carece de tra d ic io n e s .656 A l de 1945. Curiosas “plegarias de un hombre del Nuevo Mundo”, con la v ieja h e r e j ía d e América como continente creado por Dios para la Redención del género h u m a n o , se leen en E l e r ia l del argentino Constancio C. Vigil ( T h e T im e s L it e r a r y S u p p l e m e n t , 14 de septiembre de 1946, reseña de la trad. inglesa, hecha sobre la 143 ed. a r g e n tin a ). P e r o _y esto demuestra una vez más cómo cada uno de los temas de la polémica su ele a p a r e c e r también en formas invertidas o trastrocadas, y cómo sus posibilidades “c o n tr a p u n tís tic a s ” están lejos de agotarse— otro argentino, lejos de ver a América como redentora, la s i e n t e afligida por un segundo pecado original, suyo y muy suyo (H. A. Murena, E l p e c a d o o r ig in a l de A m é r ic a , Buenos Aires, 1954, especialmente p. 164); con lo cu a l, p o r u n a parte, da al traste con las geografías místicas de Chateaubriand (véase s u p r a , p . 4 4 6 ) , y por otra adopta, sin saberlo, la tesis que asignaba a América el triste p riv ileg io d e u n Diluvio particular o alguna otra maldición hecha e x p ro fe s s o para ella. 654 Sobre Rathenau y Spengler véase Fraenkel, A m e r ik a im S p ie g e l des d e u t s c h e n p o l i tisch en D en k en s, pp. 258 y 299-300. 655 “Non c’é popolo che egli non faccia oggetto di canzonature e di freccia te” ( C a r io Boselli en la E n c ic lo p e d ia ita lia n a , sub v o c e ); Julián Marías lo llama “d em o led o r i n g e ­ nuo e inofensivo" (D iz io n a r io B o m p ia n i d e g li A u t o r i) , En particular, “h is cr itic ism s o f Spain are the most severe ever made by a Spaniard” (G. Brennan, T h e L i t e r a t u r e o f t h e S panish P e o p le , Cambridge, 1951, p. 452). Para Italia, véase G. Cangiotti, P í o B a r o j a , “ o s s e rv a to re " d e l co s tu m e ita lia n o , Urbino, 1969. 656 Acusación tanto más gratuita y significativa cuanto que Baroja “has n o h is t o r ic a l sense..., no feeling for the past” (Brennan, o p . c it., p. 452). El pasaje está c ita d o p o r W. Borenstein, “Baroja’s Uncomplimentary Stereotype of the Latín American”, S y m p o s iu m , Syracuse, N. Y., XI (1957), p. 52. Es clara la influencia de la ideología d e la “ r a z a pura”, a la cual suele sucumbir Baroja: está siempre “looking for racial im p u r itie s, f o r

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REVISIÓN DE LA CALUMNIA BUFFONIANA

sur del R ío Bravo la cosa es peor todavía: esos latinoamericanos son unos seres superficiales, sin sustancia, a quienes no se les ve nunca el fondo, tal vez porque bajo la superficie no hay nada: “ a mí estos hombres sin casta me repugnan, me dan la impresión de esos animales fríos y viscosos que se deslizan entre las manos”; son un producto híbrido, una mezcla inmunda, un verdadero asco.657 Frío, podredumbre, náusea: en estas expresiones genéricas se descubren los últimos residuos verbales de las condenas pronunciadas y motivadas por el Conde de Buffon. De manera no muy distinta, esas tesis extremas y extremadas, revestidas de ropajes psicoanalíticos y decadentistas, vuelven a circular por obra del turbio Hermann von Keyserling. La primera de sus Südamerikanische M editationen no es sino un tejido de variaciones sobre el tema fundamental de Buffon. La América meridional es, según él, el continente del tercer día de la Creación, el día en que Dios hizo el mar y la tierra, las plantas, los árboles y las frutas. Pero a la vez viene a ser el continente de la “ sangre fría” , de los reptiles (¿los mismos que se le deslizaban entre las manos a

pulea sobre todo a la América latina,669 con curiosos argumentos hechos según la técnica depauwiana: Santa Rosa de Lim a no vale lo que Santa Teresa de Ávila; el Inca Garcilaso no le llega a la rodilla a su tocayo el es­ pañol Garcilaso de la Vega; América ha dilapidado los tesoros culturales que recibió de Europa, etc.666

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Baroja?), de los sapos, de las culebras — creaturas, todas estas, que en ver­ dad aparecieron el quinto día de la Creación. Sudamérica es el continente de las hierbas venenosas y de las plantas alimenticias, pero también de los cocodrilos, de las hormigas feroces, de la putrefacción y de la sexualidad desenfrenada. Los flexibles esquemas naturalistas de Buffon se rellenan con imágenes del más barato romanticismo y se tiñen con las sombrías tin­ tas macabro-eróticas del género literario que deriva del Marqués de Sade. L a tesis de zoología comparada acaba en una procaz disertación sobre la frígida y frenética sensualidad del sudamericano.658 Tam bién Giovanni Papini, muerto el mismo año que Baroja (1956), vaevidence of an inferior breed of people” (Borenstein, art. cit„ pp. 51, 53 y 57). A los judíos les echa Baroja la culpa de haber introducido la religión cristiana en Europa ( C om u n ista s, ju d ío s y dem ás ra le a , 1938). 657 L a s tra ged ia s g rotesca s (1907), ed. de Buenos Aires, 1952, p. 29 (y cf. ib id ., p. 31); Borenstein, art. cit., que remite a su tesis inédita (Universidad de Illinois, 1954), P í o B a ­ r o ja , H is C o n t r a d ic to r y P h ilo s o p h y . Otros libros de Baroja importantes para documentar su antiamericanismo son L a ciu d a d de la n ie b la (1909), J u v e n tu d , e g o la tr ía (1917) y B agatelas de o t o ñ o (1949). Hay también una alusión desfavorable a los americanos en C ésar o n ada (1910). [Cf. asimismo H. Castillo, “Baroja e Hispanoamérica”, R e v is ta I b e ­ ro a m e ric a n a , XXIII (1958), pp. I28-I39.J H. von Keyserling, S ü d a m e rik a n is c h e M e d ita t io n e n , especialmente pp. 19, 21, 22 (intitulada “losgelóste Sinnlichkeit ist kalt”, y particularmente sucia; pero el nexo es esencial), 24, 26 y 31-32. Cf. también las pp. 41-43, tan típicas, y la inevitable tristeza final: sobre toda la América del Sur “nun herrscht die Ur-Traurigkeit vollkommen unverfalscht” (p. 280). En la p. .285 encontramos también al Diablo, con el cual se com­ pleta el-trinomio que da título-al conocido libro de Mario Praz. -

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Pero no menos curiosamente anacrónicas fueron las réplicas de los his­ panoamericanos empeñados en recordar que son todavía jóvenes, y que sin embargo han tenido ya algunos grandes hombres, por ejemplo un Caldas, elogiado por Humboldt, y hasta herejes peligrosos, y más empeñados aún en hacer alarde de las materias primas de su continente, hule, cereales, ga­ nados, productos que sirven para dar de comer “ a la decadente, corrom­ pida y perturbada Europa” . Su indignación llega a rozar lo grotesco cuan­ do, para demostrar la espontánea y desinteresada generosidad de América, escriben: “ El propio Américo Vespucio. . . , de no haber existido nuestro continente, 'habría sido apenas un iluso perdido en las encrucijadas de lo ig n o to .. . ” 661 Pero ¡caramba!, de no haber existido América, también Co­ lón “ che ce scopriva? L i mortacci sui!” 662

R evisión

científica de la calum nia bu ffo niana

En el plano científico, la tesis de que la tierra o el cielo de América hacen degenerar a hombres y animales no encuentra ya, como es natural, ningún defensor. Pero los argumentos particulares con que se había edificado ese error se someten a una revisión, en el curso de la cual se trata de precisar si no contenían algún destello de verdad. El genial Vidal de La Blache se 658 G. Papini, “Lo que América no ha dado”, R e v is ta de A m é r ic a , Bogotá, X (1947), pp. 289-293. Véase también una “scheggia” de 12 de julio de 1947 publicada en C o r r ie r e d ella Sera, 30 de agosto de 1959. 660 Ya Georges Duhamel —pero él refiriéndose a los Estados Unidos—. había cerrado sus Scénes de la v ie ju t u r e con estas palabras: "Aprés plus de deux siécles, on peut encore compter sur les doigts les représen tan ts de cette société nouvelle auxquels nous voudrions offrir une place dans notre coeur et notre Panthéon!” (ed. cit., p. 248). Una encuesta estadística realizada por un organismo norteamericano "demostró”, según se dijo, que en la era moderna el país más fecundo en genios es Suiza, con un puntaje de 87/100 000 (J o u r n a l de G en éve, 10 de abril de 1964). ¡Quién lo hubiera dicho! Cf. s u p ra, p. 330. 661 L a P ren sa de Lima, 17 y 30 de julio de 1947 (el subrayado es mío). «62 Cesare Pascarella, L a s co p e rta d e ll’A m e r ic a , Turín, 1926, soneto 50. En polémica con Papini, Germán Arciniegas, en Hanke (ed.), D o th e A m e ric a s H a v e a C o m m o n H is tory?, p. 240, sostiene que la América latina ha dado al mundo “a political philosophy that succeeded in dominating the World” (!). Y M. Ballesteros Gaibrois, "Apport des

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esfuerza en explicar a qué se debe que las extremidades meridionales de los continentes estén relativamente despobladas, mientras que hay esquima­ les y lapones en la misma latitud Norte; menciona la Tierra del Fuego y, frente a ella, en la Antártida, la Tierra de Graham, y concluye: “ L ’efíort a langui faute d’espace; et l ’infériorité relative que l’on constate chez les mammiféres de l ’hémisphére austral semble s’étre étendue aux hommes.” 663 Y por los mismos años, o sea medio siglo después de Edgar Quinet, otro francés, viajero y marino, vuelve a descubrir una vez más el “ descubri­ miento” de Buffon y lo anuncia no sin una satisfecha solemnidad: “L ’exa­ men de la faune du Nouveau-Monde améne á une constatation bien curieuse: elle est, en presque tous ses échantillons, une réduction de celle du Vieux Continent: le puma et le jaguar, que l ’on baptise ici «lion » et «tigre», sont des diminutifs du lion et du tigre, comme le sont du chameau et de l’éléphant le lama et le ta p ir... [y siguen otros ejemplos]. Je ne sache pas que cette anom alie de la faune am éricaine ait jamais été m entíonnée”

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(!).664

En forma más esfumada, pero en el fondo no menos perentoria, el sagaz historiador de las naciones americanas, Pierre Chaunu, repite gravemente: “ La faiblesse de l’homme américain en Amérique, la dégradation irreversi­ ble de l ’Indien est une des regles Ies plus importantes de ce premier passé humain du Nouveau Monde.” 665 Geógrafos tentacularmente polifacéticos y prontos a transformarse en na­ turalistas y biólogos, y filósofos de la historia de tendencia racista — como el norteamericano Ellsworth Huntington— han desarrollado por su cuenta las antiguas teorías sobre la influencia del clima, trazando “ relaciones nece­ sarias” sutilísimas, sofísticamente sutiles, entre temperatura y civilización. Y es un hecho que también historiadores de mérito, como Juan Bautista Terán, han tratado de descubrir en la América del Sur las fases y las con­ secuencias sociales y políticas de la “ tropicalización del blanco” . Hasta un espíritu delicado y sin prejuicios como Bernard Berenson llega a preguntarse si el clima de los Estados Unidos no será pernicioso para la raza blanca, como lo ha sido, probablemente, para los pieles rojas. En sus conciudadanos, el inquieto crítico percibe huellas de una rápida e irreprimible decadencia: “ some of our oldest settlers are now represented traditions indigénes”, p. 124, hace una lista de las posibilidades ofrecidas por América para el incremento de los productos agrícolas y zootécnicos, en la que no se olvidan ni las cuerdas de sisal con que se atan las pacas de algodón (!). «es p. Vidal de La Blache, P r in c ip e s de g é o g r a p h ie h u m a in e (obra póstuma, escrita entre 1905 y 1917), París, 1922, p. 24. 664 M. Rondet-Saint, R a n d o n n é e s tra n s a tla n tiq u e s , París, 1921 (pero el pasaje citado es de 1914), pp. 257-258 (el subrayado es mío). 665 Chaunu, L ’A m é r iq u e e t les A m é r iq u e s , p. 15.

by offspring too frequently consumptive, queer, or otherwise

in

— if n o t qu ite degenerate” .6™. Pero ¿a. qué se debe que el clim a d e

la rica del Norte sea tan perjudicial? La respuesta es curiosa, o, m e j o r puede parecerle curiosa a quien no vea que lo único que h a c e e s una explicación de Raynal y de Hegel: las montañas corren e n de Norte a Sur, y, faltando cordilleras transversales como e n l a central, dejan abierto el paso a los soplos helados del Ártico y a l o s dos vapores del Caribe.667 La técnica moderna puede retardar l a pero no impedirla. Será, pues, asunto de siglos, pero la p rofecía e s Am erica depopulata.

Menos conocida de nosotros es la revisión científica de la i d e a d e q x a e el clima americano hace degenerar rápidamente a hombres y a n i m a l e s cedentes de Europa, iniciada por el fisiólogo peruano Carlos M o n g e , cual ha demostrado663 que, en su esfuerzo por aclimatarse al a m b i e n t e alta montaña, el europeo o en todo caso algunos animales s u p e r i o r e s s u f r e n una disminución (por lo menos temporal) de su vitalidad y d e s u . c a p a c i ­ t a Berenson, S k etch f o r a S e lf-P o r tr a it, Nueva York, 1949, pp. 66-67 (el mío). También la idea de que los americanos han degenerado desde la é p o c a . Independencia hasta hoy (véase s u p ra, pp. 626 y 657) se remonta a la p r i m e r a del siglo xix (véase Remond, L e s É ta ts -U n is d evan t l'o p in io n fra nga ise , p p . 6 7 S y Jacquemont, C o rre s p o n d a n ce in é d ite , vol. I, pp. 142-143 y 168) y se p e r p e tú a e n gunda mitad del siglo: véanse ejemplos de Nievo (1850) y de Colajanni (1884) e n li, Ita lia n O p in ió n o n A m e r ic a , pp. 6 y 108. Al lector ya sobre aviso p o d r á esto un pequeño eco vindicativo de la tesis famosa sobre la decadencia y del indio: De Pauw, De Maistre (s u p ra , pp. 490-494), Chateaubriand ( B a z ín , C L i a . Z e e z i í b ria n d en A m é r iq u e , p. 216), etc. «si Berenson, S k e tch , loe. c it.; cf. s u p ra , pp. 60 y 536-537, y Ampére, P r o m e n e x c í e A m é r iq u e , vol. II, p. 35. 6S8 citamos por el resumen que de sus largas investigaciones ha dejado M o n g e c o n el título de In flu e n c ia b io ló g ic a d e l A lt ip la n o en e l in d iv id u o , la raza, la s s o c i t z d a y la h is to ria de A m é r ic a , Lima, s. a. [1940], Mayor profusión de ejemplos y d e c ita s s e encontrará en los demás escritos de Monge, "Política sanitaria indiana y c o l o n i a l e n e l Tahuantinsuyo”, A n a le s de la F a c u lta d de C iencias M é d ica s , Lima, XVII ( 1 9 3 5 ) , p p . 2 3 1 276, y “Aclimatación en los Andes: Confirmaciones históricas sobre la a g r e s ió n en el desenvolvimiento de las sociedades de América”, en los mismos A n a l e s , 15C2 (1945), pp. 307-383 (traducción inglesa, Baltimore, 1948). Hay por lo m enos u n a tigación análoga acerca de los norteamericanos que, con “an intermedia te d e g r e e o f a d a p ­ taron", viven en Leadville, Colorado (a 3 200 metros sobre el nivel del m a r ) : T í— F Grover, “The High Altitude Resident of North America”, S c ie n tia , LXII ( 1 9 6 8 ) , p p . 9 - 2 5 . Otros estudios sobre el fenómeno sudamericano: L. Torres Sanz, “Un e j e m p lo h i s t ó r i c o del «mal de altura» en la guerra de Mojos”, R e v is ta de In d ia s , XXIII (1963), P P - 4 1 5 - 4 5 2 (donde se citan, pp. 441 y 445, los trabajos de Monge), y M. T. V elázqtiez, “ E l p r o ­ blema de la adaptación del hombre a la altitud” (confrontación entre L im a y M o r o c o cha), en el L i b r o de h o m e n a je a L u is A lb e r t o Sánchez, Lima, 1967, pp. 5 0 3 - 5 1 9 -

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dad generativa. La misma difícil aclimatación y fenómenos patológicos análogos sufre el hombre del altiplano cuando baja a los llanos. Este últi­ mo fenómeno no se le había escapado a nuestro De Pauw. En su réplica a Pernety dice que en 1732, de 16 000 salzburgueses que bajaron a Prusia, 4 000 murieron en el primer año, “ cómme cela arrive aux montagnards qui

N o sería la primera vez que, para combatir una idea equivocada, se ha lesionado la realidad de los hechos más evidentes. La búsqueda y la conse­ cución de una certidumbre cualquiera cuesta más movimientos de asedio, más oblicuas maniobras que una astuta y tortuosa maquinación. Justa­ mente a propósito de América proclamaba Humboldt que “ no pocas veces el error o las teorías aventuradas conducen a la verdad” .675 Pero aquí nos detenemos, preocupados y pensativos: nos preocupa este irritante y capilar enigma de la historia, por más que reconozcamos en él un simple caso particular de la dialéctica que sólo a través de la negación alcanza una superior positividad. Pero ¿puede tener el sueño la misma sustancia que la realidad? ¿Acaso no hay para la realidad otra manera de acrecentarse y hacerse mejor conocida que hundirse una y otra vez en el mito, en la le­

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s’établissent subitement dans les plaines” .669 Pero, no obstante que Monge cita de preferencia a los cronistas antiguos del Perú,670 los cuales le suministran vividos ejemplos históricos de esteri-. lidad y decadencia orgánica, su teoría es claramente aplicable, y la aplica él mismo, a todas las regiones de alta montaña, en cualquier latitud que se encuentren (los Alpes, el Tibet, etc.). Así, pues, la antítesis no es ya entre Viejo y Nuevo Mundo, sino entre clima de llanura y clima de altiplano.671 Los europeos descubrieron los primeros ejemplos impresionantes de esta enfermedad de la aclimatación incipiente — enfermedad a veces mortal, para el individuo o para la especie— al entrar en contacto por vez primera con las civilizaciones de las altiplanicies mexicanas y andinas. Más tarde, generalizando ingenuamente y teorizando arbitrariamente, transfirieron a todo el Nuevo Mundo las dolencias y taras de algunos de sus habitantes, humanos o animales. Pero el aleccionamiento im plícito en la observación, y formulado de manera explícita en varias leyes españolas promulgadas con el fin de proteger a los indios,672 se fue perdiendo al finalizar la era virrei­ nal, si bien fue reconocido de nuevo por San Martín y por otros caudillos de las guerras de independencia; 673 y, como observa no sin sorpresa Carlos Monge,674 permaneció completamente desconocido durante la época repu­ blicana. Parece verosímil que la reacción de las jóvenes repúblicas contra la calumnia de la inferioridad telúrica de América arrolló incluso aquellos elementos indiscutibles de hecho que habían servido para apuntalarla. 669 De Pauw, D é je n s e des R e c h e rc h e s p h ilo s o p h iq u e s , p. 238. ero Cieza de León, el Inca Garcilaso, el padre Calancha, el padre Cobo, el Acta de la Fundación de Lima, etc.: In f lu e n c ia b io ló g ic a , pp. 25-28 y 48-49; y en “Política sanitaria indiana...”: Miguel de Estete, Fernando Santillán, M. Cabello Balboa, Fernando Pizarro, Pero Sancho, P. Falcón, el Príncipe de Esquiladle, López de Gómára, etc, 67i [Angel Rosenblat, E l ca ste lla n o d e E sp añ a y e l ca ste lla n o de A m é r ic a , 26 ed., Caracas, 1965, pp. 34-35, encuentra “fructífera”, para el estudio de las modalidades de pronunciación en el español americano, la diferenciación esbozada por Pedro Hemíquez Ureña "entre tierras altas y tierras bajas”; pero, después de dar algunos ejemplos, añade: “Es indudable que ese contraste tan radical entre tierras altas y tierras bajas no se debe a razones climatológicas”, sino a causas histérico-lingüísticas.] 6-2 Monge, I n flu e n c ia b io ló g ic a , pp. 59-60; “Política sanitaria indiana”, pp. 262-268.. 673 C. Monge, "Aclimatación en los Andes: Influencia biológica del Altiplano en las guerras de América”, R e v is ta de H is t o r ia de A m é r ic a , 1948, núm. 25, pp. 1-25. «74 “Cabe preguntar cómo es posible que se hayan ignorado en la vida republicana de Sud América, al extremo de conducir ejércitos a masacres climáticas" (“Política sani-

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yenda, en las violentas alternativas y en las arbitrarias excogitaciones de la diatriba? El ánimo se queda en suspenso, y una sensación de frustración penetra a quien todavía se obstinaba en buscar alguna luz en el pasado. Sin em­ bargo, a menos que un orgulloso turbante de vanidosa complacencia tape los ojos y los ciegue, nos parece que ni siquiera este largo desfile de autores habrá sido precisamente inútil si, mostrándonos las raíces remotísimas — en la Biblia y en Aristóteles— de una “ calumnia” típica y sus modificaciones y modulaciones, bajo la influencia de prejuicios teológicos, de teorías historiográficas, de argumentaciones jurídicas, de investigaciones científicas y pseudocientíñcas, de conatos de leyes naturales, de hipótesis biológicas, de curiosidades libertinas, de críticas y contracríticas sociales, de pasiones políticas y de transfiguraciones poéticas, nos enseña qué compleja es la vida de una idea y qué simples, qué unilaterales, en comparación de ella, resultan las breves existencias de quienes la han sostenido o combatido; si de tantas y tan encarnizadas disputas nos queda así más de un motivo de imparcial indulgencia para con todos los contendientes, y de inexorable severidad para con nosotros mismos, que nos arrojamos a juzgarlos; y si al menos recibimos de todo ello, junto con el amargor de la Ieccioncita, el premio de este último consuelo: que así como del cascarón roto asoma piando el pollito, así también alguna pobre, minúscula, tímida verdad emerge, balbuceando, de la lenta historia de un error marginal.

taria”, p. 262; cf. ib id ., pp. 236, 244, 271, etc., y "Aclimatación en los Andes: Confir­ maciones. . . ”, p. 350). 675 R e is e i n d ie A e q u in o c tia l-G e g e n d e n , vol. IV, p. 282.

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I. LA ORIGINALIDAD DE BUFFON D ice B uffon refiriéndose a su “ descubrimiento” : “ le plus grand fait, le plus général, le plus inconnu á tous les naturalistes avant moi; ce fait est que les animaux des parties méridionales de 1’anden continent ne se trouvent pas dans le nouveau, et que réciproquement ceux de l ’Amérique méridionale ne se trouvent point dans l ’ancien continent” .1 En otra ocasión repite el naturalista que “ ce fait général, dont il ne parait pas qu’on se füt seulement douté", es tan importante que necesita ser corroborado con todas las pruebas posibles.2 Y más tarde, satisfecho, dirá: “ J’ai démontré cette vérité par un si grand nombre d’exemples qu’on ne peut la révoquer en doute.” s Tanta insistencia en poner de relieve los méritos de su teoría se expli­ ca, ya por la extraordinaria vanidad del hombre — de la cual tenemos un acabadísimo monumento en el Voyage á M ontbard de Hérault de Séchelles— , ya por la consciencia que tenía de estar derribando la opinión tra­ dicional de las maravillas y los portentos del Nuevo Mundo. L a Razón, el buen sentido, el criterio de relatividad reaccionaban contra las leyendas de gigantes y de prodigios. L a fría luz difusa del análisis eliminaba las sombras proyectadas por los primeros estupores. M ellin de Saint-Gelais ya sabía (1556) que todo en América era distinto, “ autre bestail, autres fruits et verdures / et d’autres gens le terrain habité” , pero, eso sí, todo más hermoso. A fines del siglo, el médico andaluz Juan de Cárdenas, mexicano adop­ tivo y entusiasta, después de ocuparse en sus Problemas y secretos mara­ villosos de las Indias (1589, publicados en México, 1591) de la rica proble­ mática acerca de las propiedades y características de las nuevas tierras — por qué tienen los árboles las raíces sobre la tierra; de qué procede haber tantos volcanes y terremotos; por qué causa la miel de abejas es toda en general agria; por qué jamás rabian los animales, y los que de suyo son ponzoñosos no lo son tanto como en otras provincias del mundo; por qué rarísima vez se hacen calvos los indios ni les nace la barba; por qué los indios su­ fren más del estómago que de los pulmones; por qué la sífilis es endémica (“ el propio temperamento y constelación de la tierra lo trae consigo” ) y así otras muchas cuestiones— , se pone a demostrar, anticipándose un siglo y 1 Edición in-41? de la Imprimerie Royale, vol. VII,- p. 129, S u p p lé m e n ts (citado por Flourens, B u f f o n , p. 143). * - ............. 2 A n im a u x de l’a n c ie n c o n tin e n t, en O e u v re s co m p le te s , vol. XV, pp. 407-408. s É p o q u e s de la N a tu r e (1779), O e u v re s co m p lé te s , vól. V, p. 221. 725

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medio al padre Feijoo, que los criollos son casi siempre “ de ingenio vivo, trascendido y delicado” , y superior en todo caso al de los españoles “ cachu­ pines” o “ chapetones” . Su lím ite o defecto es que, con todos sus talentos, les falta “ el peso y asiento de la melancolía” , de una düreriana melancolía, se diría, que se confunde con la acongojada y absorta reflexión, — y son, por lo tanto, distraídos y poco perseverantes. Pero el juicio global no podía ser más positivo: “ En las Indias todo es portentoso, todo es sorprendente, todo es distinto y en escala mayor que lo que existe en el Viejo Mundo.” 4 Medio siglo más tarde, el mismo éxtasis admirativo se expresaba profu­ samente en los bordoncillos de una florida prosa castellana. Antonio de León Pinelo dedicaba todo el cuarto libro de su Paraíso en el N uevo M u n ­ do (1656) a los animales “ peregrinos” , a lós árboles y “ drogas” peregrinos, a los minerales peregrinos, uno de ellos el oro “ y su abundancia peregrina en las Indias” , y a la riqueza en oro, plata y perlas producida por las In­ dias, “ peregrina y portentosa” .5 Por lo demás, aún en nuestros días, en los momentos en que está a punto de tener sü primer contacto con la América del Sur, Claude Lévi-Strauss se espera un mundo totalmente distinto del europeo, antípoda de hecho y de sustancia: “ on m’eüt fort étonné en disant qu’une espéce anímale ou végétale pouvait avoir le méme aspect des deux có'tés du globe” .6 Sólo que para Buffon la naturaleza americana es “ autre” , pero sin “ étonnement” ni “ merveille” . Es distinta, pero en escala menor. Es “ pere­ grina” ciertamente, pero de ningún modo portentosa. Hasta qué punto la tesis de Buffon sea efectivamente una novedad para la historia de las ciencias es cosa cuyo esclarecimiento dejo a personas más competentes. Brunetiére afirma de manera categórica que entre 1757 y 1764, al estudiar los animales del continente americano, Buffon fundó “ chemin íaisant” la geografía zoológica,7 y Remond dice que la teoría de la dege4 Citas tomadas de J. García Icazbalceta, B ib lio g r a f ía m e x ica n a d e l s ig lo x v i, ed. A. Millares Cario, México, 1954, pp. 404-405, y de R. Iglesia, "La mexicanidad de don Carlos de Sigüenza y Góngora”, en E l h o m b r e C o ló n y o tro s ensayos, México, 1944, p. 123. En 1591 tenía Cárdenas veintiocho años, y hacía catorce que vivía en México. Sobre los animales menos ponzoñosos en el Nuevo Mundo que en el Viejo véase López de Gómara, in fr a , pp. 780-781, nota 19. s E l P a ra ís o en e l N u e v o M u n d o se reimprimió en Lima en ,1943. 6 Lévi-Strauss, T ris te s tr o p iq u e s , p. 33. Sobre esta radical antiteticidad de los animales y los seres humanos en los dos mundos tiene buenas observaciones Ch. C. Gríffin, “Unity and Variety in American History”, en Hanke (ed.), D o th e A m e rica s H a v e a C o m m o n H is to ry ? , pp. 252-253. 7 Brunetiére, M a n u e l de l ’h is to ir e de la lit t é r a t u r e jran ga ise, París, 1898, p. 375. Cf. ya Perrier, L a P h ilo s o p h ie z o o lo g iq u e a v a n t D a r w in , p. 63: "Buffon a mérité d'étre considéré comme le fondateur de la géographie zoologique”, y después Mornet, L e s Sciences de la n a tu re , p. 45: “le probléme qui permit á Buffon de créenla géographie zoologique”, etc.

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neración americana tiene un garante ilustre en Buffon, “ q u i. . . e n p r é s e n t e la prendere exposition systémadque (1761)” .8 Pero así, de primera impresión, yo diría que tanto B r u n e t i é r e c o m o Remond exageran. La geografía zoológica nace con Marco P o l o , o t a l v e z incluso con Julio Solino. En forma particularmente p in toresca n a c e con los cartógrafos de la Edad Media (siglo xm ), que llenan c a d a c o n t i n e n t e con figuras, exactísimas a veces, de animales de toda especie, c a r a c t e r í s t i c o s y casi se diría emblemáticos de sus zonas respectivas.9 Para l i m i t a r n o s al continente americano, la geografía zoológica del Nuevo M u n d o n a c e c o n las observaciones de Colón y, en forma orgánica y consciente, c o n e l S u ­ mario de Fernández de Oviedo.10 En 1648, Jean de Laét p u b l i c a b a en Leiden, con el título de Historia rerurn naturalium B ra silia e , l a s o b s e r ­ vaciones zoológicas hechas en el Brasil por Guillermo Piso y J o r g e M a r c grave,11 observaciones que “ établissaient que les Quadrupédes, l e s O i s e a u x , les Serpents, les Poissons, les Insectes de l’Amérique, tout en é t a n t é v i d e m ment apparentés á ceux de l’Ancien Monde, en sont cependant d i s t í n c t s ” . T2 Pero un siglo apenas después del descubrimiento, el padre A c o s t a , u n o d e los autores más conocidos en toda Europa, sabía perfectamente b i e n q u e l a fauna de las Indias es muy distinta de la del V iejo Mundo, y s e p r e g u n ­ taba, angustiado, si había que pensar que Dios continuó la c r e a c i ó n d e s ­ pués de los seis días del Génesis, y cómo pudieron entrar esos a n i m a l e s e n el arca de Noé, puesto que, si no entraron en ella, “ no hay p a r a q u é r e ­ currir al Arca ele N oé” , y si sí entraron, ¿cómo es que, c u a n d o s a l i e r o n con las demás bestias, no se quedó en el V iejo Mundo ni un s o l o e j e m p l a r de los animales americanos? El padre Acosta se enreda en dudas e interrogaciones que lo h a n “ t e n i d o perplejo mucho tiempo” . Pero no le cabe ninguna duda de q u e e s o s a n i ­ males americanos son absolutamente distintos: “ Lo que digo d e e s t o s g u a ­ nacos y pacos13 diré de mil diferencias de pájaros y aves y a n i m a l e s d e l s Remond, Les É ta ts -U n is d ev a n t l ’o p in io n frangaise , p. 261. 9 Véase el libro de Wilma George, A n im á is a n d M a p s , donde se consagran, l a s p p . 5 6 101 a la fauna del Nuevo Mundo. 10 [Véase Gerbi, L a n atu ra leza de las In d ia s nuevas, pa ssim .] n [Willem Pies (1611-1678) y Georg Marcgrave (1610-1644) hicieron su i n v e s t i g a c i ó n por encargo de Mauricio de Nassau cuando éste era gobernador de la c o lo n ia h o l a n d e s a del Brasil. Sobre el libro, del cual hay traducción portuguesa (H is tó r ia n a t u r a l U o T i r a s i l , Sao Paulo,. 1942), véase J. H. Rodrigues, H is to r io g r a fía d e l B ra s il, s ig lo x x / i i , t r a d . A . Alatorre, México, 1962, p. 108, y el citado catálogo L ’A m é r iq u e v u e p a r l ' E u r o p e , n ú m . 7 8 , pp. 83-84.] 12 “Ce qui posait une question embarrassante au sujet de leurs o rig in es” , c o n t i n ú a Guyénot (L e s Sciences de la v ie a ü x x v iie e t x v iiie siécles, p. 58), de quien p r o c e d e l a c i t a . 13 El texto dice patos, pero evidentemente hay que leer pacos, o sea “ a l p a c a s ” .

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monte que jamás han sido conocidos ni de nombre ni de figura, ni hay memoria dellos en latinos ni griegos, ni en naciones ningunas de este mun­ do de acá” , o sea del V iejo Mundo. Y quien pretenda “ salvar la propaga­ ción de los animales de Indias y reducirlos a los de Europa, tomará carga que mal podrá salir con ella: porque, si hemos de juzgar de las especies de los animales por sus propiedades, son tan diversas que quererlas redu­ cir a especies conocidas de Europa será llamar al huevo castaña” .14 Esta duda acerca del origen de las especies americanas que tanto atqrmentaba al buen padre Acosta, y que también era mencionada y parafra­ seada por Robert Burton,15 es sustancialmente análoga a la que había pre­ ocupado a San Agustín a propósito de las islas y sus animales. Los tres hijos de N oé pudieron fácilmente poblar la tierra y las islas, pues no cabe duda de que, al multiplicarse de nuevo el género humano, los hombres pudieron pasar en barcos comunes y corrientes a las islas.16 ¿Pero los ani­ males . . . ? El santo obispo de Hipona descuenta los animales domésticos, que el hombre pudo transportar consigo en sus barcos, y también animales como las ranas, que son de todas partes puesto que “ nascuntur ex térra” . Quedan los animales feroces, los lobos y “ huiusmodi cetera” , que no se pro­ pagan sino por el apareamiento de macho y hembra (“ sola commixtione maris et feminae” ). Los que no se hallaban en el Arca, aunque estuvieran en islas, murieron ahogados. Los demás tienen que descender de los anima­ les del Arca. ¿Y cómo llegaron a las islas? Nadando, sí, en el caso de islas cercanas a tierra firme; pero en caso contrario, habrá que pensar que los transportaron los hombres a las islas “ venandi studio” , es decir, para crear reservas o cotos de caza. Y, aunque lo anterior no sea del todo increíble, tampoco se puede negar decididamente que “ jussu Dei sive permissu etiam

Descubierta ya América, y planteado ya el problema de su fauna, el padre Acosta trataba de resolverlo citando y comentando precisamente esa tesis augustiniana, para llegar a la conclusión de que debe existir una co­ municación terrestre, o por lo menos un breve estrecho de mar entre el Viejo Mundo y el Nuevo.18 En el siglo xvm, el padre José Sánchez Labrador vuelve a ocuparse del problema de San Agustín y del padre Acosta, refiriéndose explícitamente a América: “ en esta parte del m u n d o se hallan especies no vistas en otras partes del mundo: ¿quién los condujo, y por qué caminos de tierra o de agua?” 19 El enigma, que abría el camino a conjeturas indiscretas acerca de la pluralidad de la creación y a imaginaciones peligrosas de especies preadamíticas, y por lo tanto a dudas sobre la cronología bíblica, y que es mencionado por Diderot justamente a causa de ese valor disolvente,20 fue objeto de varios escritos de apologética. Recordemos el de Pietro Giannone, que, siguiendo el De originibus Am ericanis de Georg Horn, se inclina a creer que el Nuevo Mundo fue poblado por los fenicios;21 el del padre

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opere angelorum ... potuisse transferri” .17 14

IV, 36 (ed. cit., pp. 325-326). Fueter, C e p. 292, le reconoce al padre Acosta el mérito de los primeros “schüchternde Ansatze zu Vergleichungen” entre Europa y América. Sobre Acosta véase también [Edmundo O'Gorman, C u a tro h is to ria d o re s de In d ia s , México, 1972], la breve noticia de Menéndez Pelayo, E s tu d io s y discursos de c r itic a h is tó ric a y lite ra ria , vol. VII, pp. 137-139, y E. Alvarez López, “La filosofía natural en el padre José de Acosta”, R e v is ta de In d ia s , IV (1943), pp. 305-322. ís Burton, A n a to m y o f M e la n c h o ly (1621), ed. F. Dell y P. Jordan-Smith, Nueva York, 1938, p. 415. i« “Homines quidem multiplicato genere humano ad ínsulas inhabitandas navigio transiré potuisse, quis ambigat?” (San Agustín, D e C iv ita te D e i, XVI, 6). Sobre la his­ toria del problema, que en realidad sigue todavía hoy sin resolver, véase George, A n im á is a n d M a p s , pp. 195-202. C£. asimismo Glacken, T ra ces o n th e R h o d ia n S h o re , pp. 366-368 -.(sobre-el padre-Acosta) y 401-402 (sobre .Matthew. Hale). it D e C iv ita t e D e i, XVI, 7 (ed. E. Hoffmann, Viena, 1900, vol. II, pp. 137-138): [“pudieron ser transportados por ángeles, en virtud de una orden o permisión de Dios"]. H is to r ia n a tu r a l y m o r a l de las In d ia s ,

s ch ich te d e r n e u e re n H is t o r io g r a p h ie ,

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En la última parte del capítulo, considerando el hecho de que en el Arca tuvieron cabida ciertos animales que no hubieran podido regresar a las islas en que fueron creados (según el Génesis, I, 24), San Agustín ve en ello una prueba más de que el Arca no fue ordenada por Dios para salvar y conservar las generaciones de los animales, sino que debe interpretarse alegóricamente como imagen de la Iglesia que acoge a todas las na­ ciones; cf. D e C iv . D e i, XV, 26, donde el santo cita también sus escritos contra Fausto Maniqueo. is Véase la ed. de 1590, pp. 69-71 y 81 (textos citados por Alvarez López, “La filo­ sofía natural en Acosta”, pp. 316-318). Sobre el problema en el siglo xvu véase Campanella, A th e is m u s tr iu m p h a tu s ; el Inca Garcilaso en el comienzo de sus C o m e n ta rio s reales, I, 2 (ed. cit., vol. I, p. 14); B. Glass, “The Germination of the Idea of Biological Species”, en Glass (ed.), F o r e r u n n e r s o f D a r w in , pp. 32-33; Hodgen, E a rly A n t h r o p o lo g y , pp. 309-314 (“Solutions were legión”), y Gerbi, “Diego de León Pinelo contra Justo Lipsio”, p. 197, nota 18 (con referencia al año 1604). 19 J. Rey Pastor, L a c ie n cia y la té c n ica en e l d e s c u b rim ie n to de A m é r ic a , Buenos Aires, 1942, p. 143. Análoga duda en Pernety, E x a m e n des R e c h e rc h e s p h ilo s o p h iq u e s , vol. II, p. 219. 20 Diderot, S u p p lé m e n t au V oy age de B o u g a in v ille (1772), ed. Pléiade, p. 755. El pasaje reproduce casi textualmente una frase de la reseña que el propio Diderot había escrito (1771) sobre el Voyage a u t o u r d u m o n d e . . . sou-s le c o m m a n d e m e n t de M . de R o u g a in v iile : “L’homme a pu passer du continent sur une ile; mais le chien, le cerf, la biche, le loup, les renards comment ont ils été transportés sur les lies?” (O e u v re s c o m ­ ple tes, ed. Lewinter, vol. IX, p. 967). Curiosas noticias sobre algunos antecedentes de los siglos xvi y xvn se encontrarán en Alien, T h e L e g e n d o f N o a h , pp. 130-132. La teoría buffoniana de la degeneración de los animales permitía reducir los prototipos, y de ese modo volvía a hacer creíble que en el Arca de Noé hubieran podido caber todos (véase Mornet, Les Sciences de la n a tu r e , p. 40). 21 Giannone, I I T r ir e g n o (ca . 173LS2), ed. A. Párente, Barí, 1940, vól. I, pp. 69 y 87-95. Véase, en efecto, Horn, D is s e rta tio n e s h is to ric a e e t p o lilic .a c , disertad ón xxxn

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í'eíjoo, Solución del gran problema histórico sobre la población de la Am é­ rica, etc., §§ 12 y siguientes, que niega la Atlántida y la intervención de los ángeles y la creación preadámítica, y sugiere en cambio una comunicación terrestre que pudo existir entre Asia y América (estrecho de Behring) y que luego se desplomó por algún cataclismo o por la erosión de las olas; y el del padre Francisco Javier A lejo de Orrio, de la Compañía de Jesús, publicado en México en 1763 e intitulado también Solución del gran pro­

blema acerca de la población de las Américas, en que sobre el fundam ento de los Libros Santos se descubre fácil camino a la transmigración de los hombres del uno al otro Continente, y cómo pudieron pasar al N uevo M undo no solamente las bestias de servicio, sino también las fieras y no­ civas: y con esta ocasión se satisface plenam ente al delirio de los Pre-Adamitas, apoyado con esta difícil objeción hasta ahora no bien desatada;2- y el de otro jesuíta, Francisco Javier Clavigero, que reafirma la tesis del tránsito terrestre.23 -

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Finalmente, también Humboldt parafrasea con cierta libertad el famoso pasaje de San Agustín en una página del Kosmos: “ Haben die Engel die Th iere nicht auf abgelegene Inseln gebracht oder etwa jagdlustige Bewohner der Continente, so müssen sie aus der Erde unmittelbar entstanden sein; wobei freilich die Frage entsteht, zu welchem Zwecke allerlei Thiere in der Arche versammelt worden •waren.” 24 (intitulada “Specimen historiae Americanae veteris ante adven tum Hispanorum’'), ed. cit., p. 320. Cf. G. Ricuperati, “Alie origini del T r i r e g n o " , pp. 628-629. 22 Opúsculo reproducido por Nicolás León, B ib lio g r a f ía m e x ic a n a d e l s ig lo x v iii, Sección primera; México, 1902, pp. 379-409; la portada puede verse ta m b ié n en R. Díaz Alejo y J. Gil, A m é ric a y e l V ie jo M u n d o , Buenos Aires, 1942, fig. 175. El origen de ios indios americanos, y su eventual procedencia de otras partes del mundo, cuenta con una bibliografía enorme, desde el siglo xvi hasta nuestros días: véanse algunos apuntes al respecto en Zavala, A m é ric a e n e l e s p ír itu fra ncés d e l s ig lo x v i ii , pp. 155-157; Rowse, T h e E liia b e th a n s and A m e ric a , pp. 201-202, y Blanke, A m e r ik a im e n g lis ch e n S c h r ifttu m , p. 205. Sobre su presunta afinidad con los judíos (con ejemplos de fines del siglo xvn ¡¡y de 18761!) véase Marión, R e la tio n s des voy a g e u rs fra n fa is en N o u v e lle T ra n c e , pp. 259260; F. Papi, A n t r o p o lo g ía e c iv ilta n e l p e n s ie ro d i G io r d a n o B r u n o , Florencia, 1968, pp. 202-207; y M . Mahn-Lot, L a D é c o u v e r te de l'A m é r iq u e , París, 1970, pp. 86-87. [A “la question de l’origine des Indiens” se refiere también Lafaye, Q u e tz a lc ó o tl e t G u a ­ d a lu p e , pp, 60-68, que analiza en particular el libro pionero de fray Gregorio García, O r ig e n de los in d io s d e l N u e v o M u n d o d e o p in io n e s , Valencia, 1607.] 2s. H is t o r ia a n tig u a d e M é x ic o , a n tica , vol.. IV, pp. 31-36).

e In d ia s o c cid e n ta le s , a v e rig u a d o

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co n

d iscurso

ed. Cuevas, vol. I, p. 84, y vol. XV, pp. 80-53 {=

S to ria

24 K o s m o s , ed. Cotta, vol. I, p. 489. [“Si no fueron los ángeles quienes transportaron los animales a islas remotas, ni tampoco hicieron esto los habitantes de los continentes con aficiones cinegéticas, entonces esos animales tienen que haber brotado directamente de la tierra; y si así es, cabe desde luego la pregunta de para qué objeto se congregó a

Pero, para volver ah padre Acosta, lo que importa notar es q u e é l n o considera de ninguna manera inferiores los animales de América,, p u e s , p o r el contrarío, de muchos de ellos dice que son "animales perfectos, y d e n o menos excelencia que esotros conocidos’ ’.25 Por otra parte, Acosta, que figura en estos pasajes como u n p r e c u r s o r de Buffon, y hasta como un crítico anticipado de su tesis de la i n f e r i o ­ ridad de la fauna americana, tiene acerca de esta misma fauna n o c i o n e s bastante imprecisas; y, siguiendo a Oviedo y a otros cronistas, a fi r m a c o n ­ fiadamente que en las Indias existen no pocos feroces carnívoros: “ H a y en la América y Pirú muchas fieras, como son leones, aunque éstos n o i g u a ­ lan en grandeza y braveza y en el mismo color rojo a los fam osos l e o n e s de África; hay tigres muchos y muy crueles, aunque lo son:m ás c o m ú n ­ mente con los indios que con los españoles; hay osos, aunque no t a n t o s ; h a y jabalíes; hay zorras innumerables... De todos estos géneros d e a n i m a l e s y de otros muchos... abunda la tierra firme de Indias.” 26 Pero — admite el honrado Acosta—• esos leones americanos q u e

él

ha lo s textos: no “ corresponden” , ni en lo físico, ni en el temperamento. . . : “ H a y

visto con sus ojos no son propiamente como los leones descritos e n

leones, tigres, osos, jabalíes, zorras y otras fieras y animales s i l v e s t r e s . . . Los leones que por allá yo he visto no son bermejos ni tienen a q u e l l a s vedijas con que los acostumbran pintar; son pardos, y no son ta n b r a v o s

como los pintan.” 27 Pero Justo Lipsio, como se recordará, ya p u n t u a l i z a b a esos animales de todo género en el Arca.”] Sobre teorías científicas más recien tes a c e r c a de la presencia de especies animales en islas o en tierras separadas por brazos d e m a r , véase Darwin, T h e O r ig in o f Species, cap. xin (ed. cit., pp. 304 ss.), y el artículo “ Z o o l ó ­ gica! Distribution” de la E n cy clo p ce d ia B rita n n ic a , 11^ ed. Sobre la rareza d e e n c o n t r a r marsupiales únicamente en Oceania y en América ("how these animáis g o t fr o m o r r e continent to the other”) véase W. M. McGovem, J u n g le P a th s a n d In c a R u i n s , N u e v a York-Londres, 1927, p. 79. Más recientemente, la dificultad de explicar la e x is te n c ia d e especies afines en continentes separados por inmensos océanos sin puentes te r r e str e s o istmos ha servido de poderoso sostén a la arriesgada teoría de Alfred W egener s o b r e la deriva de los continentes: T h e O r ig in o f C o n tin e n ts a n d O ceans (1929), ed. d e L o n d r e s , 1970, pp. 6, 15, 98-99 y 110. . 25 H is to r ia n a tu r a l y m o r a l de las In d ia s , IV, 36; ed. dt., p. 325. 26 Ib id ., I, 21 (ed. cit., pp. 80-81). 22 Ib id ., IV, 34 (ed. cit., p. 321). Ya con anterioridad a Acosta, Fernández d e O v i e d o había llamado la atención sobre el escaso denuedo del león americano: “En T ie r r a F i r m e hay leones reales, ni más ni menos que los de África, pero son algo menores y n o tan denodados, antes son cobardes y huyen; mas aquesto —añade curiosamente el g r a n c r o ­ nista—. es común a los leones, que no hacen mal si no los persiguen o a co m e te n ” (S tx m a r io d e la n a tu r a l h is to ria de las In d ia s , ed. cit.,-p. 150). Sobre los tigres, e n c a m b i o , “que los hay ferodsimos en Indias” y que son más "bravos y crueles” que lo s l e o n e s , véase Acosta, H is to r ia n a tu ra l y m o r a l, III, 15 y IV, 34 (ed. cit., pp. 180 y 322).

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que cada región tiene su fauna peculiar, y pedía que cada variedad se iden­ tificara con un nombre que le fuera propio, y no con burdas analogías.28 Otro de los más importantes descriptores antiguos de la naturaleza americana, el padre Bernabé Cobo,29 es asimismo perfectamente conscien­ te de las diversidades esenciales entre la fauna y la flora del V iejo y del

El capítulo 45 del libro IX , intitulado “ De los géneros de animales per­ fectos que se hallaron en este Nuevo Mundo semejantes a los de España” , comienza así; “N o se halló en todo este Nuevo Mundo ninguna especie de los animales mansos y domésticos de Europa” , con excepción de ciertos perrillos o gozques.34*

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Nuevo Mundo. En general, también él admite que las Indias eran tan pobres en plantas y animales como ricas en minerales y metales preciosos, en lo cual ve un arcano designio de la Providencia, que mediante el oro y la plata atrajo a los codiciosos europeos a las Indias y los indujo a llevar a ellas animales domésticos y vegetales comestibles.30 Dos siglos después, también Humboldt verá en la tantas veces deplorada escasa población indígena del continente americano un factor providencial, que permitió su colonización en gran escala por obra de los europeos.31 Podrán ser ingenuos estos esfuerzos de encontrar lo racional, o el dedo de Dios, en lo real — y también en una realidad parcialmente artificial, como el descubrimiento de América— , pero hay que reconocer en ellos un ansia lógica, un afán de explicación, un te­ naz optimismo cósmico. Sin embargo, el acento principal de Cobo recae sobre las diferencias cualitativas y no sobre esa inferioridad cuantitativa. El primer capítulo del libro IV trata “ de cómo se han de distinguir las plantas naturales deste Nuevo Mundo de las que se han traído a él, así de España como de otras regiones” ; 32 y en cuanto a los árboles en particular, observa el autor que “ muy pocos son los árboles que cuando vinieron a esta tierra los españoles hallaron en ella semejantes en especie a los de España” .33 28 Véase s u p ra , p. 40. 29 Bastará una alusión somera al padre Cobo, porque su H is to r ia d e l N u e v o M u n d o , escrita en 1653, permaneció inédita hasta fines del siglo xix. La primera parte fue publi­ cada por la Sociedad de Bibliófilos Sevillanos en edición anotada por Marcos Jiménez de la Espada (el vol. I ¡leva la fecha 1890; el II, 1891; el III, 1892; y el IV, 1893). Las otras dos partes de la obra, que tratan del Perú y de México en particular, parecen perdidas: véase R. Porras Barrenechea, “El P. Bernabé Cobo, 1582-1657”, en la revista H is to r ia , Lima, 1943, núm. 2, pp. 98-104. so Libro X, cap. 43 (ed. cit., vol. II, p. 441). El contraste que señala el padre Cobo entre el tercer reino de la naturaleza y los dos primeros anticipa ya las antítesis de reino animal y reino vegetal que serán comunes más tarde. si Humboldt, E x a m e n c r it iq u e de l ’H is t o ir e de la g é o g r a p h ie d u N o u v e a u C o n tin e n t, vol. III, pp. 155-156 y 226; K o s m o s , vol. II, p. 339 (y trad. de B. Giner y J. de Fuentes, Madrid, 1874-1875, vol. II, p. 293). Cobo habla de arcano designio, Humboldt de “causes mystérieuses”, pero benéficas. - sí Cobo, IV, 1 (ed. cit.,-vol. I, pp. 329-335). as Cobo, VI, 2 (ed. cit., vol. II, p. 11). Consideraciones análogas acerca de los peces (VII, I; vol. II, pp. 128-129), de las aves (VIII, 1; vol. II, pp. 193 ss.), etc. B e lo s hom-

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Una vez más, el león es objeto de atenciones especialísimas y de cuida­ dosas comparaciones. Observa graciosamente el padre Cobo: “A l que en todo el mundo se le da el principado entre los brutos animales es el León; mas si este título se le debe por su ferocidad y brío con que sujeta a los demás animales, no lo merecen los leones ordinarios desta tierra, por no tener aquella gentileza, valor y gallardía que los de África.” 85 Con todo, si por lo que se refiere a las bestias feroces el padre Cobo anticipa en cierta medida a Buffon, en lo que respecta a las especies do­ mésticas está muy lejos de él. En todo el capítulo primero del libro X discurre, complacido, acerca “ de las causas por que los animales y plantas que los españoles han traído a esta tierra se han aumentado y cundido tanto en ella” .36 Pero el punto en que el padre Cobo se mantiene a mayor distancia de Buffon, y parece precederlo en el tiempo, no ya por sólo un siglo (16501750), sino por varios, es aquel en que se ocupa del problema que, como hemos visto, angustió al padre Acosta, a saber, cómo pudieron los animales de América entrar en el arca de N oé y salir de ella después del diluvio y regresar a sus regiones de origen. Después de una cerrada polémica con­ tra las otras explicaciones, Cobo adopta como cierta la extrema y deses­ perada hipótesis de San Agustín, y nos hace saber que unos ángeles de Dios descendieron hasta donde estaban los animales, los guiaron al flotante par­ que zoológico del Patriarca y luego volvieron a acompañarlos a sus lugares nativos.37 Los couriers de la Agencia Cook no hacen un servicio más com­ pleto .. .

bres, Cobo nos dice “que la América estaba poco poblada”, y averigua “por qué causas" (XI, 1; vol. III, p. 5). La primera de estas causas es, según él, la “falta de aguas” en algunos lugares; la segunda, “la demasía de aguas que otras tierras tienen” (XI, 1; vol. III, p. 7). si IX, 45; ed. cit., vol. II, p. 302. 35 ix, 70; ed. cit., vol. II, p. 337. 39 X, 1; ed. cit.; vol. 11, pp. 341 ss. 3t XI, 13-14; ed. cit., vol. III, pp. 67-77.

LA TROPICALIZACIÓN DEL BLANCO

II. LA TROPICALIZACIÓN DEL BLANCO “ T r o p i c a l i z a c i ó n del blanco” ha llamado Juan Bautista Terán ese pro­ ceso degenerativo en virtud del cual los conquistadores españoles, bajo “ la influencia telúrica y social de América” ,1 sufrieron “ un trastorno moral” y se hicieron crueles, feroces, inhumanos con los indios y entre ellos mis­ mos. En su exposición del asunto, Terán da mucho más relieve a la in­ fluencia “ social” que a la “ telúrica” . La crueldad del conquistador español aparece determinada, en su estudio, por el hecho de haberse encontrado en un ambiente mudo de toda civilización (por lo menos de toda civiliza­ ción que le fuera accesible), en una sociedad indefensa contra la explo­ tación, y aislada por inmensas distancias de toda otra parte del mundo, sin que pudiera salir de ella el eco de las muchas fechorías, ni llegar a ella uña voz de censura o de protesta eficaz, ni establecerse una circulación de ideas y de influencias recíprocas.2 Por consiguiente, no se trata en rigor de un empeoramiento debido al nefasto influjo de América, de una degeneración como la que se quiso reconocer en especies animales o en pueblos aborígenes. Pero como el am­ biente natural es mencionado también por Terán, y como su tesis tiene, a primera vista, una buena dosis de pesimista verdad, no podemos menos de mencionarla al recorrer las polimórficas “ debilidades” de América, y discutirla sumariamente en su formulación más amplia y compleja. En efecto, es preciso estar en guardia contra las simplificaciones. A fines del siglo xvi observaba Francesco Carletti algo muy distinto entre los españoles emigrados al Nuevo Mundo: un auténtico mejoramiento moral. N o se dan a la infamia del latrocinio, escribe el mercader florentino, “ che pare in certo modo che quel cielo non la voglia, vedendosi che quegli eziandio che in Ispagna sono stati conosciuti per uomini di mala vita, arrivati nell’Indie si sono mutati totalmente di condizioni, e diventati virtuosi, ed hanno cercato di viver civilmente, a tale che si puó dire per questi che mutando cielo mutin natura” .3 Esta rara y optimista teoría era invertida, poquísimos años después, por

1 Giovanni B. Terán, L a n ascita d e ll’A m e r ic a sp a g n o la , Barí, 1931, p. 68 (y cf. ib id ., pp. 27, 55, etc.). 2 España llama a sus virreyes y funcionarios a dar cuenta de su gestión. Y algunas voces, como la exasperada y esforzada de Las Casas, se levantaron del desierto. Pero todavía a mediados del siglo xvm Juan y UUoa tenían que referir secretamente las cosas menos lisonjeras para el gobierno español que habían visto en América. 3 Carletti, R a g g io n a m e n ti (ca . 1606; Carletti estuvo en las Indias en 1594-1595), ed. cit., p. 30. La última frase alude por supuesto a Horacio, E p ís to la s , I, 11, verso 27. 734

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la pluma de Traiano Boccalini, el “ enemigo de los españoles” . E n s u s tiempos se había ya dicho que los animales más feroces y d e n o d a d o s d e l Viejo Mundo perdían su fuerza y sus arrestos en las Indias, y la s f i e r a s s e volvían mansas y los perros perdían hasta el aliento para la d r a r . P e r o Boccalini imagina “ che i cani, che per guardar gli armenti d a i l u p i , g l i Spagnuoli avevano traghettato nell’Indie — o sea sus fu ncionarios y c a p i ­ tanes— , erano divenuti lupi tanto rapaci, che in divorar le p e c o r e a v a n zavan la voracitá e la crudeltá delle istesse tigri” . Sin embargo, n o h a y e n Boccalini ninguna motivación tropicalmente climática: pocos p á r r a f o s a d e ­ lante los flamencos hacen saber “ che anche nelle patrie loro i c a n i, c h e i pastori di Spagna avevano mandati in guardia della gregge f i a m m i n g a , erano diventati lupi tanto rapaci, che con immanitá ferina d i v o r a v a n o l e pecore” .4 A pesar de estos juicios que se contradicen y se autoeliden, n o q u e r e ­ mos sin más poner en duda la realidad de la “ tropicalización” , n i t a m p o c o descartarla simplemente como una de tantas “ teorías naturalistas” .5 Y a D i derot había estigmatizado (1772) “ la férocité naturelle de l’h o m m e r e n a i s sant dans des contrées éloignées” .6 Pero sería bueno quitarle a l f e n ó m e n o general esa calificación moral negativa, no para darle otra p o s it iv a , c o m o querría Carletti, sino para reservar la condena del juicio ético a lo s c a s o s aislados que resulten verdaderamente reprobables. En líneas generales, se puede reconocer a menudo en la t r o p i c a l i z a c i ó n del blanco un elemento positivo, que los moralistas pasan p o r a l t o : l a adaptación del blanco a esa naturaleza ecuatorial, tan ilim ita d a m e n t e s u ­ perior y casi ebria en comparación con la que él conoce y en l a c u a l s e ha criado. El blanco no se deja amilanar, no se “ adapta” p a s iv a m e n t e a esa naturaleza, como el indígena, no permite que lo “ controle” s o b e r a n a ­ mente, sino que, en una especie de competencia de romántica l o c u r a , l a emula y la desafía; y con delitos enormes, con un práctico S t u r m und. Drang de pasiones, con increíbles excesos y temerarias “ empresas” y “ h a ­ zañas” , se yergue a su nivel de exuberante desenfreno. F o rm id a b le m i m e ­ tismo moral, por cierto, en el cual la “sed de oro", la codicia, l a m i s i ó n cristiana y la gloria de los Reyes de España no son ya más q u e f o r m a s 4 Boccalini, P ie tr a d e l p a ra g o n e p o l ít i c o (1617), ed. E. Camerún,. Milán, 1862, p p . 8 8 y 90. También Sor María de la Encarnación, una ursulina de Quebec, ob serva d e s c o n ­ solada a mediados del siglo xvii que “un Franjáis devient plutót sauvage q u ’un. S a u v a g e ne devient Franjáis” (Marión, R e la tio n s des voyageurs fra n fa is , p. 122). 5 G. Doria, S to ria d e ll’A m e r ic a la tin a , Milán, 1937, p. 23. 6 Diderot, “Sur les cruautés exercées par les Espagnols en Amérique”, e n F r a g m e n t s p o litiq u e s échappés d u p o r t e f e u ille d ’u n p h ilo s o p h e , O eu vres c o m p le te s , ed . L e w i n t e r , vol. X, pp. 84-85.

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EXCURSOS

LA TROPICALIZACIÓN DEL BLANCO

episódicas, pretextos accesorios, superestructuras fenoménicas y fenomena­

Y sus frases resuenan inmediatamente en el fisiócrata Roubaud, primero con el mismo acento de horror y deploración, pero luego con un turbulento

les de una afirm ación típica del Occidente.

Desde los tiempos de Sepúlveda y de Solórzano se esbozó ya la teoría de la “ tropicalización” , pero como justificación, como atenuante de los criollos.7 Y en tiempos más recientes, el romántico Prescott ha llegado aún más lejos, cuando descubre “ un entusiasmo quijotesco” , o sea no propia­ mente infrahumano, sino suprahumano, en las gestas del conquistador de tierras lejanas y portentosas.8 Pero, no obstante estas desviaciones curialescas y estas idealizaciones lite­ rarias, la tesis había alcanzado ya cierto grado de impasibilidad científica en Montesquieu. Después de adoptar él también la “ forcé du climat” como

excusa de quienes en las Indias habían permitido “ une espéce de concubinage” a los frailes y a los clérigos, en su obra más importante subraya la influencia del clima, haciendo de él, como se sabe, uno de los elementos típicos de su sistema de explicación geográfica de las leyes y las costumbres humanas.9 Unos decenios más tarde, Raynal adopta y desarrolla la teoría con refe­ rencia explícita a México y al Perú, y con expresiones casi “ teranianas” : “ Passé l’équateur, l’homme n’est ni Anglais, ni Hollandais, ni Franjáis, ni Espagnol, ni Portugais. 11 ne conserve de sa patrie que les principes et les préjugés qui autorisent ou qui excusent sa conduite. Rampant quand il est faible; violent quand il est fort; pressé d’acquérir, pressé de jouir, et capable de tous les forfaits qui le conduiront le plus rapidement á ses fins. C ’est un tigre domestique qui rentre dans la forét; la soif du sang le reprend.” 10 s R. Blanco Fombona, E l c o n q u is ta d o r e s p a ñ o l d e l s ig lo x v i, 3? ed., Madrid, 1935, pp. 211-212. s “The life of the adventurer in the New World was romance put in action. What wonder, then, if the Spaniard of that day, feeding his imagination with dreams o£ enchantment at home, and with its realities abroad, should have displayed a Quixotic enthusiasm. .—a romantic exaltation of character, not to be comprehended bv the colder spirits of other lands” (Prescott, T h e C o n q u e s t o f M é x ic o , ed. cit., p. 292). 9 Montesquieu, Pensées in é d ite s , Burdeos, 1899, vol. I, p. 188, con cita de Frezier, G e o g ra p h ic a , p. 376. “On a permis aux moines et aux prétres une espéce de concubinage. La forcé du climat.’’ Cf. D e l ’e s p rit des lo is , libro XIV. if H is t o ir e p h ilo s o p h iq u e , vol. V, pp. 2-3; y cf. también ib id ., pp. 172-174. Por otra parte, Raynal niega la degeneración del hombre en América (véase supra, pp. 59-60, y Chinard, L 'A m é r iq u e et le re v e e x o tiq u e , p. 392). Lector asiduo de Raynal, Sénancour atribuye a influencia de los trópicos el hecho de que los emprendedores europeos se conviertan en “ces hommes remuants et agités dont le reste du globe voit la folie avec un étonnement toujours nouveau” (R é v e rie s su r la n a tu re p r im it iv e de l'h o m m e , ed. J. Merlánt, París, 1939-1940, vol. I, p. 236, nota 11). También F. A. Encina, “Gestación de la Independencia”, p. 7, habla de la tropicaliza-

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entusiasmo que hace ya pensar en los contemporáneos B andidos de Schiller (1781). La primera alusión, relativa a los filibusteros, es una “ variación” literal sobre el párrafo de Raynal: “ ces Filibustiers, féroces jusqu’á sucer le sang de leurs prisonniers, étaient nés dans des nations presque civilisées, assez douces dans leurs pays. . . Ces Européens transplantés, devenus brigands par nécessité, plus barbares que les Barbares mémes par l ’habitude des dangers et des crimes. . . á quels signes les aurait-on reconnus pour A n ­ glais, ou Franjáis, ou Hollandais. . . [etc.]? á leurs mcnurs? ils ressemblaient á des bétes féroces” .11 Pero cuando, hacia el final de su obra, Roubaud se pone a tratar ex professo de bucaneros y piratas, el tono cambia. Sus cos­ tumbres — dice— , mezclándose en un “ ferment violent” , hicieron de ellos hombres “ monstrueux et prodigieux” . Eran justos y despiadados, crudelísimos y generosos: “ des qu’ils se rencontrérent, ils s’unirent malgré les différences, et méme les antipathies nationales. Dans ces pays éloignés ils étaient compatriotes” .12 Compatriotas en una ideal república de superhombres: “ le feu du cli­ mat, qui avait énervé les anciens usurpateurs de l ’Amérique,13 ne faisait qu’enflammer le sang de ces hommes robustes, et embraser leur courage. Dans l’assemblée de ces braves, leur imagination s’électrisait réciproquement, s’exaltait, et s’élancait au déla des bornes de rhumanité” .14 Repito: ¿preside esa asamblea el pirata Morgan, o el schilleriano Karl Moor? Por cierto, no es posible evitar cierta sonrisita íntima cuanto se pien­ sa que el fogoso orador es el abate Roubaud: “ Quiconque, avec de l ’énergie, ne tient point au présent, et ne craint point l ’avenir, peut étre un homme extraordinaire, s’il veut letre. Ceux-ci — los corsarios— furent les plus extraordinaires des hommes, parce que leurs sentiments á cet égard allaient jusqu’á la folie.” 15 Loco, bestia feroz, semidiós, forajido — he ahí ción como de un fenómeno natural, con una sola calificación ético-social, la de acentuar la rivalidad y los piques entre criollos y españoles: “la influencia directa del clima y del suelo de América, especialmente en las comarcas tropicales, tenía que modificar, a la larga, el temperamento y el carácter español, aun no mediando el mestizaje”. ir Roubaud, H is to ir e g en éra le, vol. XIII, pp. 5-6. 12 I b id ., vol. XV, p. 218. La obliteración de los caracteres nacionales, en Roubaud lo mismo que en Raynal, viene a significar la pérdida de toda tradición y costumbre heredada, un evadirse de la historia en la naturaleza presocial. 13 Intento de conciliación con la tesis del afeminamiento de los criollos. Y poco más adelante: "L’Europe recruta les filibustiers, comme l’Espagne avait recruté les premiers conquérants de l’Amérique” (H is t o ir e , vol. XV, p. 223). w Ib id ., vol. XV, p. 219. i3 Ib id ., vol. XV, pp. 222-223.

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al hombre suelto y despojado de toda inhibición y de toda escoria delpasado en el crisol incandescente del Trópico. Después, con varias modalidades, pero todas acordes en cuanto a la reatirmación del tigre en el hombre urbano, han repetido la tesis muchos otros: Humboldt con expresiones casi raynalianas;16 Robert Louis Stevenson y Joseph Conrad en sus novelas de ambiente tropical;17 F. J. Turner refirién­

..y

dose a los frontiersmen del M iddle W e s t;18 I. Bowman hablando de los habitantes de los valles orientales del Perú; M y el apocalíptico aprista Antenor Orrego, que extiende el fenómeno a todos los europeos en todo el continente americano.20 Otros, en cambio, insisten más bien en los aspectos positivos, civilizadores^ de la lucha contra el clima, como Ellsworth Huntington, citado con adhesión por Toynbee,21 y Toynbee mismo, quien pone is “Jenseits der Meere, überall, wo der Golddurst zum Missbrauch der Gewalt führt, haben die europaischen Volker in alien Abschnitten der Geschichte denselben Charakter entwickek" (Humboldt, R e is e in d ie A e q u in o c tia l-G e g e n d e n , vol. I, pp. 285-286). u Del primero se suele mencionar (G. Cocchiara, V e t e r n o selva ggio, Milán, 1961, el corazón de África (H e a r t o f D a rk ness, 1902), en el mundo malayo ([A lm a y e r ’s F o lly , p. 240) T h e E b b - T id e (1894), novela de ambiente polinesio (pero apenas si se alude a la “tropicalización”); del segundo se pueden citar no pocos candentes relatos ubicados en 1895], A n O u tca s t o f th e Isla n d s, 1896: L o r d J im , 1900), en el Caribe y en la América del Sur. * ’ —' is “The wilderness masters the colonist.... it strips of£ the garments of civilization”, etc. (F. J. Turner, T h e F r o n t ie r in A m e r ic a n H is to r y , Nueva York, 1935, p. 4). 19 I. Bowman, T h e A n d e s o f S o u th e rn P e n i , Nueva York, 1916, pp. 28 y 106-108. Y sobre el blanco “renegado”, que se acimarrona y se identifica con los pieles rojas, véase Pearce, T h e Savages o f A m e r ic a , pp. 224-225. Abundante en pintorescos detalles, el estu­ dio de Hans von Hentig, D e r D e s p e ra d o , F in B e itr a g z u r P s y c h o lo g ie des regressiven M e n s ch e n , Berlín-Gottingen-Heidelberg, 1956, se refiere sólo al West norteamericano en los decenios que siguieron al G o ld R u s h de California (ca . 1850-1900). Aunque alude también a los factores climáticos y telúricos, Hentig insiste sobre todo en los sociales —o asociales—, económicos o de mera criminalidad. Naturalmente, no habla él de “tropicalización”, pero muchos de los desafueros que menciona, como las matanzas ad lib it u m de indios (pieles rojas) y los casos de canibalismo (ejemplos, pp. 15, 38 y 221-222), en­ cuentran un paralelo fácil en la historia de la conquista de otras regiones americanas más próximas al ecuador. El papel de los “desperados” en la colonización del mundo ha sido caracterizado en términos más generales por H. Litthy, “Die Epoche der Kolonisation und die Erschliessung der Erde”, en I n G e g e n w a rt d e r G e s c h ich te , Colonia, 1967, p. 234 e l passim.

20 “El ambiente telúrico americano obra sobre el europeo como un corrosivo disol­ vente, tanto en lo físico como en lo síquico y lo mental. El criollo latino-americano, producto de la colisión de las dos razas y de las dos culturas, es la degradación de ambas, hasta un grado increíble. Es la ganga humana que torna al caos”, etc. (A. Orrego, E l p u e b lo c o n tin e n te , Ensayos p a ra u n a in te r p r e ta c ió n de A m é r ic a la tin a , Santiago de Chile, 1939, pp. 33-34). . 21 “Tn the process of adjusting themselves to a hard environment, théy [primitive

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de relieve las “posibilidades” ofrecidas por los efectos corrosivos d e l a e m i ­ gración ultramarina.2^ ; : ■. La tropicalización del blanco es, pues, en definitiva, un f e n ó m e n o p o l í ­ tico, no ético; una afirmación de vida, no de bien o de mal. Si e n e l c a s o de América este fenómeno le pareció espantoso a Terán, e llo se d e b e u n poco a que casi siempre una cruda afirmación de vida, un m o r d is c o , u n estupro, una guerra, tiene aspectos repugnantes, y otro poco a q u e , c o n d e ­ masiada frecuencia, en el ánimo del conquistador tropicalizado n o s ó l o se abría paso la vida, sino junto con ella la prepotencia, la a rro g a n c ia , e l i n s ­ tinto de arrollar al prójimo. Vencidos los hombres y la n a tu ra le za , e n lo s trópicos dos veces derrotados, el español tendía a considerarse a sí m i s m o , necesariamente, como el modelo de toda perfección — que es e l p r i n c i p i o más seguro de decadencia— y a imponer al país esa perfección s u y a , t o d a esa indiscutible perfección, con un rígido exdusivismo cultural y m e r c a n t i l .

men] advanced by enormous strides, leavíng the tropical part of Mankind far i n t h e rear” (E. Huntington, C iv iliz a tio n a n d C lim a te , 3a ed., New Haven, 1924, p p . 4 0 5 - 4 0 6 , citado por Toynbee, A S tud y o f H is to r y , -vol. I, p. 292). Tan paso adelante es la a d a p ­ tación del salvaje tropical al frío y a las nieblas del Norte, como la a d a p ta c ió n d e l europeo a la selva de los trópicos. 22 “The very procéss of transmarine migration has a disintegrating effect u p o n t h e migrants’ social heritage which offers an opportunity for new social creation . . .; t r a n s ­ marine migration is mereiy a possible stimulus” (Toynbee, A S tu d y o f H i s t o r y , v o l. I I I , p. 135; cf. también voi. II, pp. 84-100, donde se desarrolla, con ejemplos, la te sis d e l estímulo derivado generalmente de la emigración transoceánica). Pero en o tr o l u g a r (vol. V, p. 179) cita Toynbee a Turner a propósito del “barbarizing effect o f t h e A m e r ­ ican frontier", —con inseguridad no poco frecuente en su monumental obra. [S o b r e la tesis del “determinismo geográfico” y sus ecos en gran número de literatos y p e n s a d o r e s hispanoamericanos, algunos de la talla de Mariátegui, Henríquez Ureña, J o sé V a s c o n ­ celos y Gabriela Mistral, puede leerse con utilidad el artículo de J. T. R e id , “ C l i m a t e and Literaxy Criticism in Spanish America", S y m p o s iu m , Syracuse, N. Y-, I I I ( 1 9 4 9 ) , pp. 91-104. Pesimistas u optimistas, todos ellos coinciden en su adhesión a la t e o r í a climática (cuyo origen hace, remontar el autor del artículo a Bodin, M o n t e s q u ie u , y sobre todo Buckle y Taine). Ejemplo de pesimismo, el mexicano Francisco B u ln e s ( 1 8 4 7 1924), según el cual los frutos de la inteligencia en los países tropicales son c o m o lo s frutos terrestres de los trópicos, “de color exquisito..., de sabor in sípido”. E j e m p l o de optimismo (sumamente característico), el del ecuatoriano Benjamín C arrión, c u a n d o dice que a Vicente Rocafuerte “le dio el trópico la pasión..., el impulso d e h a c e r ” . . . , etc., etc.] En opinión de H. O. Sternberg, “Land and Man in the Tropics”, P r o c e e d i n g s o f th e A ca d e m y o f P o l it i c a l S cien ce, New York, XXVII (1964), núm. 4 (“ E c o n o m ic a n d Political Trends in Latín America”), pp. 11-22, la “tropicalización del b la n c o ” n o e s sino un “mito”, un c lic h é destinado a desaparecer.

LOS SACRIFICIOS HUMANOS

III. LOS SACRIFICIOS HUMANOS DE LOS MEXICANOS E n los sacrificios — escribe Francisco Javier Clavigero— “ io confesso che la Religione de’ Messicani era troppo sanguinaria, che i loro sacrifici erano crudelissimi e le loro austeritá oltremodo barbare; ma ogni volta che mi metto a considerare quello che hanno fatto le altre Nazioni del Mondo, mi confondo in riconoscendo l’imbecillitá della mente umana, e gli errori deplorabili ne’ quali si precipita, quando non é guidata dal lume della vera Religione, e rendo infinite grazie all’Altissimo d’avermi preservato da tanti malí” .1 Y en otro lugar: “ Punto es éste que con toda voluntad omitiría­ mos.’’ 2 Otro jesuíta mexicano desterrado en Italia, el padre Pedro Márquez, también él fervoroso defensor de las antigüedades aztecas, también él an­ sioso de ver borradas las “ brutte dipinture si degli antichi, si dei presentí Americani senza giusto esame spacciate da aleuni scrittori", defiende a los mexicanos antiguos de la imputación de sacrificar seres humanos diciendo que en realidad ofrecían pocos: “ I’uso di quei gentili di sagrificare uomini ai loro D e i. . . non é stato né cosí di continuo, né in quell’esorbitante nu­ mero, che esaggeraron alcuni scrittori” , y esos pocos eran “ per solito gli schiavi di guerra, e quegli altri meritevoli di morte” , y que “ inoltre, essi non solamente offerivano vittime umane, posciaché offerivano conigli, quaglie, tortorelle ed altri animali” , y ofrecían asimismo incienso o copal — co­ mo si el sacrificar también un conejo o una tortolilla disminuyera la cruel­ dad del sacrificio humano. Consciente quizá de la debilidad de tales argumentos, el padre Márquez recurre inmediatamente a la táctica del contraataque: también los romanos sacrificaban a Júpiter prisioneros de guerra.8 Tam bién en Márquez es evidente la sensación de incomodidad. Sobre este punto, Las Casas había sido mucho más audaz que los dos mexicanos. Los sacrificios humanos, decía el obispo de Chiapa, demuestran un concep­ to altísimo de la Divinidad, a la cual ciertos pueblos sacrifican aquello que les es más caro: en muchos casos sus propios hijos. Erraban los aztecas al creer que sus dioses fuesen Dios o verdaderos Dioses, pero, al ofrecerles 1

vol. IV, p. 295. ed. Cuevas, vol. II, p. 119 (=

S to rio a n tica d e l M e s s ico ,

S to ria a n tica , vol. II, p. 45). 3 P. Márquez, D u e a n tic h i m o n u m e n ti d i a r c h ite ttu r a m essicana, Roma, 1804, pp. ii y 19-20 (cf. traducción de G. Méndez Planearte en H u m a n is ta s d e l s ig lo x v i ii , pp. 137138). Los mismos motivos y las mismas réplicas se encuentran ya, naturalmente, en Clavigero, S to r ia a n tic a , vol. IV, pp. 295-299, el cual concluye "che i Messicani non altro hanno fatto, che batter le orme delle piü celebri Nazioni dell’antico Continente”. 740 2 H is to r ia a n tig u a ,

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“ la más excelente y preciosa cosa y más costosa y más amada de todos natu­ ralmente, y más provechosa de las criaturas, mayormente si los que sacrifi­ caban eran h ijo s .. “ tuvieron mejor y más noble concepto y estimación de sus dioses” , y, según las luces de su religión natural, “ aquellas tales re­ públicas proveyeron más y m e jo r ... a la salud, prosperidad y conservación y perpetuidad del bien público y común, que las que no lo hicieron o prohi­ bieron que hombres no se sacrificasen” .4 Las Casas disculpa asimismo la antropofagia como una monstruosidad natural en la que no hay maldad esencial, como una enfermedad, o un exceso de hambre, o como una forma de consumir los cadáveres de los sa­ crificados: “en la Nueva España no la comían [la carne humana] tan de propósito, según tengo entendido, sino la de los que sacrificaban, como cósa sagrada, más por religión que por otra causa. . . " 5 L a distancia entre el humanitario obispo Las Casas, que explica estudiosamente el canibalismo, y el jesuíta Clavigero, que aparta la mirada con horror, mide casi el progre­ so hecho por la conciencia europea en dos grandes siglos. Vico, sobre una línea distinta de ideas, resume en sí ese horror y esa necesidad de comprender y de explicar. Los sacrificios humanos se deben a “ un fanatismo di superstizione” y sen un “ costume immanissimo” ,6 pero no pueden tomarse como señal de mera maldad o ferocidad. Son un fenó­ meno universal, y propio, en consecuencia, de cierta fase del desarrollo de todas las civilizaciones.7 Fueron practicados entre los fenicios, que sacrifica­ ban “ i loro propri fig lioli” ; entre los cartagineses, que hacían otro tanto ( “ solitos suos sacrificare puellos” ); entre los griegos, con Agamenón que sa­ crifica a su hija Ifigenia; entre los romanos, los galos, los “ ingleses” y los germanos antiguos de Tácito; y finalmente los americanos, desconocidos “ fin a due secoli ía a tutto il resto del mondo” , los cuales no sólo sacrifica­ ban hombres, como narra Oviedo, sino que “ si cibavano di carni umane” .8 Estos pueblos, bárbaros de “ superstiziosa e fiera gentilitá” , tenían “ virtü 4 A p o lo g é tic a h is to ria , cap. c l x x x iii , fragmento reproducido en Las Casas, D o c tr in a , pp. 19-20. Cf. Salas, T r e s cro n ista s de In d ia s , pp. 265 y 282. Exactamente del mismo argumento se echa mano en el estudio más moderno y autorizado de la civilización azteca (G. C. Vaillant, A ztecs o f M é x i c o , Garden City, 1941, pp. 204-205), donde se citan otros sistemas religiosos, nuestro concepto del martirio y el ejemplo de Jesucristo. Pero ya Sepúiveda juzgaba “impía y herética" esta audaz doctrina (Zavala, L a filo s o fía p o l í ­ tica en la co n q u is ta de A m é r ic a , p. 83). e A p o lo g é tic a h is to r ia , cap. ccv, en D o c t r in a , pp. 21-23. 6 Vico, Scienza n u o v a , ed. Nicolini, pp. 395 y 392. 7 P e r o no de la bíblica, exenta de sacrificios humanos, según trata de demostrar Vico, con apologética incoherencia, a pesar de Abraham y de Jefté (Scienza n u o v a , nota 4; ed. cit., pp. 390-391). 8 Scienza n u o v a , pp. 391-393.

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. . . .

per. sensi, mescolata. di religiqne ed immanitá” .9 Sus religiones eran san­ grientas, pero esto era no sin “ consiglio della Provvedenza; ché tanto vi voleva per addimesticare i figliuoli dei Polífem i e ridurgli airumanitá degli Aristidi e de’ Socrati, de’ L eli e degli Scipioni Africani” .10

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Los sacrificios humanos, como confusamente había intuido Las Casas, son señal de religiosidad, y por lo tanto elemento de progreso. El indisolu­ ble contraste entre su horror y su providencialídad es sentido con tal fuerza por Vico, que varias veces, al discurrir acerca de ellos, acuden antítesis ver­ bales bajo su pluma; el de los sacrificios fue un uso “ empiamente pió” , fue una “ inumanissima umanitá” .11 Yerra, pues, Plutarco cuando se plantea el problema (precozmente racionalista y casi volteriano) de cuál sería menor mal: venerar tan impíamente a los dioses, o no creer absolutamente en ellos; y yerra porque con esa “ fiera superstizione. . . sursero luminosissime nazioni, ma con l’ateismo non se ne fondo al mondo niuna” .12 La teoría de. Vico, como puede verse, es más humana y al mismo tiempo más filosófica que los suspiros, los gemidos escandalizados y las triquiñue­ las legalistas de los jesuítas mexicanos. Por otra parte, esa teoría tan amar­ ga y serena está muy por encima de las lucubraciones apologéticas que en torno a los sacrificios humanos tejió Joseph de Maistre cerca de un siglo más tarde, :

LOS SACRIFICIOS HUMANOS

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inflamado por su inclinación a la paradoja feroz (teoría de la g u e r r a , d el verdugo, etc-), saca un argumento de apologética católica: “ p a rto u t o ü le vrai Dieu ne sera pas connu et serví, en vertu d’une révélation e x p re s s e , l’homme immolera toujours l’homme, et souvent le dévorera” .14 La defensa de los sacrificios mexicanos mediante el ejem plo d e o tro s sacrificios más grandes continúa hasta nuestros días, y sirve con fr e c u e n c ia a los fines de la polémica política. Ya Cario Cattaneo comparaba lo s s a c ri­ ficios aztecas con la horca de Radetzky y con la pena de muerte en g e n e r a l . 15 Un etnólogo moderno, en polémica con Montandon, que veía en lo s e n o r ­ mes sacrificios humanos de los amerindios la prueba de una “ a b e r r a c ió n espiritual” , le replica con palabras casi volterianas: “ the ritual k i l l i n g s o f the Aztec seem paltry indeed beside the Wholesale massacres o f E u r o p e a n warfare” .16 Keyserling encuentra los sacrificios humanos de los m e x ic a n o s muy superiores, desde el punto de vista espiritual, a las hecatom bes d e la Cheka soviética, puesto que en el culto sanguinario de los aztecas se m a n i ­ festaba el éxtasis de la carne (“ die Ekstase des Fleisches” ).17 Pero e n u n ar­ tículo publicado en una revista mexicana de izquierda son p r e fe r id o s a las matanzas realizadas por los reaccionarios: “ Sin tan ciertas m o tiv a c io n e s r e ­ ligiosas . . . , es infinitamente mayor el número de las víctimas. . . q u e h a n inmolado H itler y Franco.” 18

En su Éclaircissement sur les sacrifices (o Traité sur les sacrifices), pu­ blicado en 1821, De Maistre reúne ejemplos para ilustrar la universalidad de la creencia en la eficacia de los sacrificios humanos, en la virtud de la sangre derramada y en la capacidad expiatoria^ de la víctima; creencia que se vincula con otra igualmente misteriosa y amarga: la de la corrupción original de la carne y la sangre. De Maistre menciona con acentos de horror los sacrificios, enormes de los mexicanos, pero se inclina con reverencia ante la misma idea sublimada en el dogma de la Eucaristía.13 Y de este paralelo, s 10 11 12

p. 389. pp. 134-135. I b id ., pp. 390 y 394. I b id ., p. 395. Cf. Croce, L a f ilo s o fía d i G ía m b a ttis ta V ic o , pp. 91 ss. Landucci, I f ilo s o f i e i selva ggi, pp. 306-307, encuentra antecedentes de la tesis de Vico en Lescarbot y Lafitau; pero a mí me parece que los pasajes que cita "ne font pas le poids”. Dicen, sí, .que los sacrificios humanos tenían carácter religioso, pero no ven en ellos la dialéctica chispa de desarrollo hacia la civilización, como Vico. 13 É c la ir c is s e m e n t ..., impreso junto con L e s S oirées de S a in t-P é te rs b o u rg , ed. cit„ vol. IT, pp. 286-287 y 323. La frase parece eco de la de De Pauw citada s u p ra , p. 128. El patriota fray Servando Teresa de Mier contrapone a los sacrificios aztecas los sacri­ ficios propiciatorios de los mismos españoles antiguos, y las feroces "fritangas” de la Inquisición (H is to r ia de la r e v o lu c ió n de N u e v a E sp añ a, vol. II, pp. 723-724 y 731). También las religiones patrias de la era moderna nos muestran una mística de la sangre I b id .,

I b id .,

sacrificada en la exaltación, de los "caídos” y en la creencia en las virtudes red en to ra s de su holocausto (véase, por ejemplo, Curti, T h e R o o t s o f A m e r ic a n L o y a l t y , p . 171). n De Maistre, o p . cit., vol. II, p. 296. 15 Cattaneo, G li a n tic h i M es s ica n i, en S c r itti s to r ic i e g e o g r a fic i, ed. G. S a lv em in i y E. Sestan, Florencia, 1957, vol. III, pp. 118-119. i® Lowie, H is to r y o f E th n o lo g ic a l T h e o r y , p. 186. n Keyserling, S ü d a m e rik a n is ch e M e d ita t io n e n , p. 289. is R. Sánchez Ventura, “Flores y jardines del México antiguo y del m odern o”, C u a ­ d ern o s A m e ric a n o s , II (1943), núm. 1, p. 137. También Claude Lévi-Strauss, en su es­ fuerzo por explicar la antropofagia, si no por justificarla, recurre a los ejem plos d e los campos de exterminio y a los anfiteatros de disección {T r is te s tra p iq u e s , p. 348), m ie n tr a s que Jacques Soustelle, en polémica con Lévi-Strauss, reafirma la universal te n d e n c ia humana a la crueldad {Les Q u a tre S o le ils , S o u v e n irs e t r é fle x io n s d ’u n e t h n o l o g u e a u M e x iq u e , París, 1967, pp. 236-238).

LA IMPOTENCIA DE LA NATURALEZA

IV .

L A IM P O T E N C IA DE L A N A T U R A L E Z A

E l a r g u m e n t o de la impotencia de la Naturaleza, implícito en una réplica incidental de De Pauw, y acogido sistemáticamente en su sentido más pro­ fundo por Hegel, se ha esgrimido tantas veces en las polémicas en torno al continente americano, que convendrá recordar que ese argumento, com o, ciertas tesis sobreentendidas por Buffon, es de remoto origen aristotélico. Todos los cuerpos terrestres, enseña el Estagirita, son combinaciones accidentales o inestables de los cuatro elementos. A diferencia de los cuer­ pos celestes que se mueven perfectamente en círculos, las cosas y las creaturas terrestres están sujetas a las leyes del movimiento rectilíneo, a la ley de gravedad que las atrae hacia abajo y hacia el centro. L a tierra es el centro del cosmos, pero es al mismo tiempo su punto más bajo. Apesgada por la materia, la tierra está “ condenada casi a una indignidad física” .1 Es la “ ín­ fima lacuna dell’Universo” .2 “ Nosotros estamos acá en la liez del mundo.” 8 Las formas eternas no logran realizarse íntegramente en un magma tan sordo y resistente. A las causas finales que se esfuerzan por imprimirse en la materia, resisten tenazmente las causas mecánicas que rigen la materia misma. Y de esa lucha, semejante a la del artista que trata de plasmar la materia según su idea, nacen todos los aspectos caóticos de una Naturaleza sin ley ni propósito, “ do todas las cosas se truecan con breves mudanzas” .4 En el orden de las cosas naturales nos topamos a cada paso con el accidente; y del accidente no hay ciencia.5 La Naturaleza es impotente para llevar a cabo cumplidamente los altos designios del Espíritu. Tiende, sí, por ejem­ plo, a transmitir los caracteres de los padres a la prole, pero a menudo “ no es capaz de hacer lo que es su intención” .6 1 G. De Ruggiero, L a f ilo s o fía greca , Barí, 1921, vol. II, p. 38 (el autor pone de ma­ nifiesto ib id ., p. 68, las raíces platónicas de este concepto negativo de la materia). Ya David G. Ritchie, después de observar que la infinita y libre variedad de la Naturaleza es para Hegel “not the glory, but the defect and impotency of Nature", señalaba (1891) que este concepto “is a survival in Hegel of the Platonic and Aristotelian conception of matter” (D a r w in a n d H e g e l, Londres, 1893, p. 57). 2 Dante, P a ra d is o , XXXIII, 22-23. s Fernán Pérez de Oliva (1494-1533), D iá lo g o de la d ig n id a d d e l h o m b r e , ed. de Bue­ nos Aires, 1943, p. 36. * Pérez de Oliva, lo e . c it. s Aristóteles, M e ta fís ic a , VI [E.] 2, 1026-1027. Cf. W. Windelband, A H is to r y o f P h ilo s o p h y , transí, by J. H. Tufts, Nueva York, 1896, pp. 144-147. Sobre la resistencia o “recalcitrance of matter" (o sea de la Naturaleza) en Aristóteles y en los neoplatónicos, véase Collingwood, T h e Id e a o f N a tu r e , pp. 72, 92 y 125. 6 Aristóteles, P o l ít i c a , 1255b; trad. cit., p. 11. 744

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A pesar de estar en íntima contradicción con los principios más vitales •de su filosofía, según los cuales no hay materia sin forma, ni potencia sin acto, esa dualidad — y, por consiguiente, esa a menudo imperfecta fusión de forma y materia— quedaba en Aristóteles como una oscura representa­ ción mitológica, un símbolo del drama que hay en las cosas, una huella de la incomprensibilidad de lo contingente y lo defectuoso en un mundo que ■es absoluto espíritu, de la incurable antinomia entre el Eterno Principio y la miseria de todo aquello que pasa y muere. El dios de Aristóteles es como el dios Mahadóh de la balada goetheana: “ Er bequemt sich, hier zu wohnen, / lásst sich alies selbst geschehn.” 7 En la filosofía cristiana, con su nuevo y alto concepto de un Dios Crea­ dor, ese dualismo se transfiere a la Naturaleza, ficción alegórica interpues­ ta entre el Omnipotente y las creaturas. L a Naturaleza es perfecta en cuan­ to que es obra de Dios. La Naturaleza es incapaz de repetir el milagro de la creación dando forma perfecta a la variedad de las cosas reales. A través de no pocas oscilaciones, según que se acentuaba uno u otro aspecto de esa ambigua Naturaleza, y a lo largo de toda la escala de los seres, en la que están gradualmente dosificadas la perfección y la imperfección, la omni­ potencia y la impotencia, el concepto medieval de la Naturaleza se caracte­ riza justamente por su capacidad de absorber y tolerar en sí esas exigencias opuestas, de ser al mismo tiempo rayo de Dios y oscura matriz de las espe­ cies y las cosas de este ínfimo planeta. En la D ivina Commedia es el mismo Santo Tomás de Aquino quien le explica e ilustra a Dante 8 esta potencia-impotencia de la Naturaleza. Las cosas eternas y las cosas contingentes son, por igual, reflejos (“ splendor” ) de la Idea divina, que va descendiendo de acto en acto hasta llegar a la potencia última (“ discende all’ultima potenza / giü d ’atto in atto” ) crean­ do todos los objetos del mundo material, en una cadena de seres cada vez más alejados de Dios. Pero su materia y la virtud de los cielos que la mo­ delan son siempre iguales. Así, pues, la Idea divina resplandece en ellos a veces más, a veces menos: “ O nd’elli aw ien ch’un medesimo legno, / secondo specie, meglio e peggio frutta; / e voi nascete con diverso ingegno.” O, como dice en otro lugar el poeta, “ la circular natura, ch'é suggello / alia cera mortal, fa ben sua arte, / ma non distingue l ’un dall’altro ostello”, y de la misma simiente produce un Esaú y Jacob, y de un padre vilísimo hace nacer a un Rómulo, fundador de la Urbe.9 Si la materia fuera siempre perfecta, y la virtud formativa de los cielos 7 D e r G o t t u n d d ie B a ja d e re , In d is c h e L e g e n d e , vs. 5-6: [“Se acomoda a vivir aquí, y permite que todo le suceda a él mismo”.] s P a ra d is o , XIII, 52-87. s P a ra d is o , VIII, 127-133; cf. P u r g a t o r io , XXVIIÍ, 112-114.

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siempre suprema, toda cosa creada sería un reflejo exactísimo de la Idea di­ vina. Pero “ forma non s’accorda / molte fiate all’intenzion dell’arte, / perch’a risponder la materia c sorda” .10 L a Naturaleza procede como un artífice, como un artista que conoce bien su técnica, pero cuyo pulso no es bien firme. La ejecución no siempre corresponde al concepto. Así, pues, la Naturaleza puede revelarse impotente, incapaz de imprimir en la cera toda la “ luz del sello” ; y la vemos, como se ha dicho, “ similemente operando airartista / ch’ha l’habito dell’arte e man che trema” .11 Sólo aquello que sale directamente de la mano de Dios, de esa Mano que no tiembla, de ese Verbo para el cual nada es sordo, es invariablemente perfecto: “cosí fu fatta giá la térra degna / di tutta l’animal perfezione” .12 Pero los animales- son producto de la Naturaleza y, como las plantas, pueden resultar más o me­ nos bien. Toda esta explicación dada por Santo Tomás, y de clara derivación aristotélica hasta en las metáforas de la cera y del artista, representa la for­ ma cristiana del antiguo esfuerzo por conciliar la infalibilidad divina con las múltiples imperfecciones de todo lo existente. A la Naturaleza, ejecu­ tora de las órdenes del Creador, le puede “ tremar la mano” : puede no re­ sultarle bien algo que otras veces ha conseguido o que conseguirá más tarde. Cuando, con el Renacimiento, la Naturaleza ascendió al rango supre­ mo, a paradigma de racionalidad y perfección, y fue honrada y estudiada por sí misma, y finalmente hipostatada como Dios, la idea de su impotencia o negligencia hubiera tenido que desaparecer. Pero el dualismo, por refu­ tado y suprimido que estuviera, resurgiría continuamente del seno de la unidad física que se postulaba y se proclamaba como absoluta. Sólo que, en lugar de investir genéricamente todo lo creado, hacía valer su principio crítico frente a esta o aquella sección del universo. En lugar de diluirse, por así decir, de manera uniforme sobre la escala infinita de los seres, que comienza con Dios y baja cada vez más hasta llegar al último granito de arena, se concentraba en las grandiosas adquisiciones recientes de la geo­ grafía y de la física, y se expresaba en forma característica en la dualidad de Mundo Antiguo y Mundo Nuevo, maduro el uno e inmaduro el otro, o el uno perfecto y el otro imperfecto, el uno creación del poder completa­ mente desplegado de la Naturaleza, y el otro infeliz aborto de su impoten­ cia, o bien, en época más tardía, invertidas las posiciones, el uno hirviente de juventud y preñado de porvenir, y el otro ya estéril y encaminado a la última impotencia de,la muerte. En realidad, al concebir la Tierra como una unidad compuesta de dos 10 11

P a ra clis o, P a ra d is o ,

12 P a ra d is o ,

I, 127-129. XIII, 77-78. XIII, 82-83.

LA IMPOTENCIA DE LA NATURALEZA

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partes, una madura y perfecta y la otra deficiente y degenerada, s e l a t r a n s ­ formaba en una creatura mixta, como todas las demás, hecha d e p a r t e s t i l vinas y partes corpóreas, de espíritu y materia. A l disolverse l a a n t i g u a concepción jerárquica del Cosmos, cada uno de sus elementos, y e n t r e e l l o s ese grueso elemento que es nuestro planeta, se hacía Cosmos, y d e b í a c o n t e ­ ner en sí los opuestos principios del Universo.13 En esta polaridad, que se perfila no bien se inicia el c o n o c i m i e n t o c r í ­ tico de las nuevas regiones, y que era ciertamente un paso n e c e s a r i o p a r a ese conocimiento — el cual, a su vez, contribuía a hacer que se c o n o c i e r a n mejor las regiones ya conocidas— , en esta polaridad cargada de p a s i o n e s y de esperanzas se traducía aquella misma aporía que se había o f r e c i d o a l pensamiento medieval frente a la serie de todas las creaturas, h e c h u r a d e Dios y sin embargo tan imperfectas, por lo menos una respecto d e la . o t r a . Antes de ser entendidas como aspectos necesarios de la to ta lid a d , y h a s t a cuando en principio se postulaban de esa manera, las diferencias s e d i s p o ­ nían como grados de mayor o menor perfección, o bien, llana y s i m p l e m e n ­ te, como antinómicas oposiciones de perfección e imperfección, d e r e a l i d a d e impotencia. . . . Por lo demás, el proceso era bastante lento y contrastado. S ó l o e n e l siglo xvin llegará a la clara consciencia de sí mismo, a la nitidez d e l a f ó r m u ­ la y de la “ ley” de la naturaleza. Los primeros descriptores del m u n d o a m e ­ ricano están dominados todavía por el entusiasmo, un entu siasm o q u e n o les permite ver en las diferencias americanas ninguna in fe rio rid a d c o n r e s ­ pecto al Mundo Antiguo, sino que, por el contrario, les ofusca a m e n u d o la visión de esas diferencias y los induce a asimilar la naturaleza a m e r i c a n a a la del otro hemisferio. Así, pues, el acento de los primeros cronistas de Indias r e c a e s i e m p r e sobre la fecundidad y el vigor de la tierra, y por consiguiente s o b r e l a u n i ­ versal potencia de la Naturaleza. Las Casas no admite que en l o c r e a d o pueda haber huellas de negligencia (como dirá en cambio R a y n a l): a q u i e ­ nes hacían de los americanos unos seres bárbaros, insociables e i r r a c i o n a l e s , les replica triunfalmente que es absurdo imaginar que la Divina P r o v i d e n ­ cia “ en la creación de tan' innumerable número de ánimas r a c i o n a l e s s e hubiera descuidado, dejando errar la naturaleza humana” .14 O v i e d o , q u e i3

Para una formulación más general de esta tesis véase A. Koyré, “Galileo a n d . P l a t o ” , IV (1943), p. 404. La concepción de la T ie r r a c o m o u n organismo vivo, y afligido incluso .de enfermedades y plagas, ya familiar a K L ep Ier, a Giordano Bruno y a Shakespeare, se desarrolló ampliamente en el siglo xvii. i» A p o lo g é tic a h is to ria , en la C o le c c ió n d e d o c u m e n to s in é d ito s p a ra la . h i s t o r r a de España, vol. LXVI, pp. 237-238, según cita de Zavala, “Las Casas ante la d o c t r i n a de la servidumbre natural”, p. 54, nota 1. Véase también, del mismo Zavala, L . a f i l o s o f í a J o u r n a l o f th e H is to r y o f Ideas,

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LA IMPOTENCIA DE LA NATURALEZA

sin embargo tiene una visión tan afinada de las peculiaridades de la natu­ raleza americana, no se deja ir a las antítesis genéricas, y desahoga su admi­ ración en un himno perpetuo a la Naturaleza y a la inagotable variedad de sus fenómenos. Jamás se le hubiera ocurrido que existan límites para su potencia, o que pueda equivocarse. Casi panteísta si lo comparamos con los filósofos escolásticos, Oviedo adora en la Naturaleza la manifestación más completa y majestuosa de Dios, adora a Dios en la Naturaleza.15 Y el padre Acosta encuentra todo tan perfecto en la obra física del Señor, que se indigna contra la idea sacrilega de que se la pueda mejorar, y amenaza con el castigo del Cielo a los que están haciendo planes para abrir el istmo de

algo más y algo peor con respecto a las especies animales y vegetales y con respecto al continente americano: afirmará en cuanto a las primeras que “ los múltiples géneros o especies naturales no se deben estimar en absoluto como algo superior a los caprichosos hallazgos del espíritu en sus represen­ taciones” ; 19 y en cuanto a la segunda, o sea América, calificará su Natura­ leza de imperfecta por incapacidad del Espíritu, y extenderá ese mismo epíteto de im potente, en el sentido propio de “ falto de fuerza” , a sus civi­ lizaciones primitivas, que no supieron resistir a los europeos.

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Panamá.1® Cuando se entablan en forma sistemática las polémicas en torno al mun­ do americano, cuando florecen las críticas sobre una parte tan prominente de lo creado, entonces, y sólo entonces, reaflora inmediatamente el concepto o el argumento de la impotencia de la Naturaleza. Verdad es que a menudo los autores lo repiten sin acordarse casi de sus orígenes metafísicos, y algu­ nos de ellos — Raynal y De Pauw, por ejemplo— lo emplean ingenuamente, como un modo corriente de decir.17 Pero el mismo metafísico Hegel, por otra parte, Hegel, que en sus momentos de más robusto realismo repetirá que el ideal, después de todo, no es tan “ impotente” que sólo le esté el deber ser, sin que luego le ocurra ser en efecto, se servirá de la fácil metá­ fora en sus momentos de aprieto sistemático. Se servirá de ese hallazgo — de esa “ deliziosa trovata” , dice Croce— , pero no hallazgo propio, de la impo­ tencia de la Naturaleza, “ della debolezza, del deliquio, degli svenimenti di questa, nell’aspro compito di attuare la razionalitá del Concetto!” 18 Y hará pp. 81, 91 y 98, donde se mencionan las dificultades con que tropezó la filosofía cristiana cuando tuvo que conciliar la omnipotencia de Dios Creador con las imperfecciones y deficiencias de lo creado y de las creaturas. i5 [Véase Gerbi, L a n a tu ra leza de las In d ia s n uevas, sobre todo el capítulo quinto, "La visión del mundo histórico y natural", pp. 310-364, y también pp. 234-237.] i« [Véase s u p ra , pp. 41-42, con la nota 147.] ir Véase también Leopardi, s u p ra , p. 489. Igualmente corriente y hasta proverbial era la tesis opuesta, la de la omnipotencia de la Naturaleza. Baste un solo ejemplo: en polémica con las teorías biológicas de Robinet escribía Delisle de Sales: “La Nature ne fait ríen d’ébauché; pourquoi lui préter nos petits essais, nos moules et notre impuissance?” (D e la p h ilo s o p h ie de la N a tu r e , vol. IV, p. 161; pero cf. ib id ., vol. V, pp. 44-45, a propósito de creaturas “ébauchées" en las inmediaciones de los polos y en la zona tórrida), —lo cual vale asimismo contra la tesis de una América “ébauchée” (Galiani). rs Croce, S a g gio s u lla H e g e l, p. 117. Para Hegel, “the forms of nature... are, so to speak, Utopian forms, at once demanding realization and yet having in them something which makes realization ímpossible” (Collíngwood, T h e Id e a o f N a t u r e , p. 125). Se com­ prende, pues, la adhesión de Hegel a la clasificación aristotélica de los animales (s u p ra , pp. 538-539).

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A título de curiosidad, digamos finalmente que el mismísimo argumento formal de De Pauw reaparece en un polemista norteamericano de media­ dos del siglo xix, el cual, para demostrar la madurez y la originalidad del americano, tipo humano verdaderamente nuevo y no mero inmigrante eu­ ropeo, escribía: “ W hy should Europe go three thousand miles off to be Europe still? ... It would seem like a poverty in Nature, were she unable to vary.” 20 Para De Pauw, la Naturaleza era impotente por no haber termina­ do de hacer al hombre americano, que es tan distinto del europeo, y que por lo tanto debe haber degenerado de la perfección a que hubiera debido llegar. Para Lowell, la Naturaleza habría sido impotente si no hubiera acertado a hacer del americano un ser distinto del europeo, y por lo tanto igual a éste en dignidad. Para el europeo, la Naturaleza era impotente si no conseguía hacer europeos. Para el americano, la Naturaleza era impo­ tente si no conseguía hacer americanos. . .

p o lít ic a en la c o n q u is ta de A m é ric a ,

Hegel, L a scienza d e lla ló g ica , trad. cit., vol. III, p. 52, donde la "impotenza della natura” se define como “non poter tener fetmo e presentare il rigore del concetto... e perdéis! in questa inconceituaie e cieca moltiplicitá” (véase s u p ra , p. 529, y cf. lo a c c i­ d e n ta l de Aristóteles, de lo cual no hay ciencia). También Whitehead, tan “aristotélico” en su metafísica, se ve inducido a admitir que no siempre se siguen las leyes naturales y que el universo físico presenta “instances of failure” y de desorden (Collingwood, T h e Id e a o f N a t u r e , pp. 168 y 170). 20 J. R. Lowell y otros, artículo del A t l a n t ic M o n t h l y (1858) reproducido en Beard, T h e A m e r ic a n S p ir it , p. 215.

EL MARQUÉS Y EL GIRONDINO

V. LOS CUÁQUEROS, EL MARQUÉS Y EL GIRONDINO A l c u á q u e r o , c o m o a n te s a l h u r ó n , le h a b í a t o c a d o e n s u e r te e le v a r s e a la d ig n id a d d e m it o

y p a r a d i g m a d e u n a h u m a n i d a d p u r a , s im p le , t o le r a n t e

y b e n é v o l a , y a n i m a d a p o r a ñ a d i d u r a d e u n e s p ír it u r e l i g i o s o e j e m p l a r y d e u n a la b o r io s id a d in fa t ig a b le .

E l “ a m i g o ” s u m a b a a la s n a t iv a s v ir t u d e s

d e l s a l v a j e la s v i r t u d e s m á s a s im ila b le s c iu d a d a n o ;

del buen

c r is t ia n o

y d e l d ilig e n t e

y c o n su f e , m ís t ic a , , sí, p e r o f i l a n t r ó p i c a , s in t e o l o g í a n i c le r o

n i l i t u r g i a . n i s a c r a m e n to s , e n c o n t r a b a g r a c i a a u n a lo s o jo s d e lo s f iló s o f o s y d e ís ta s m e n o s r o u s s e a u n ia n o s .

Hasta en la literatura amena de la época (que nunca es única y exclu­ sivamente amena), el cuáquero es idealizado y representado convencional­ mente com o enem igo de las farragosas convenciones, del “ vos” o “ usted” ceremonioso — el cuáquero tutea a tod o el mundo— , del quitarse el som­

La Jeune Indienne (1764) de Amiti e Ontario, o i Selvaggi (ca. 1770) de Calzabigi,2 obritas

brero, del juramento. Véanse por ejem plo C h á m fo rt 1 y

ambas bastante más antiesclavistas que filosalvajes, empapadas de senti­ mientos nobles, de entusiasmo por la ingenua inocencia de la naturaleza, de sonrisas de desprecio por el oro,3 y derivadas ambas, probablemente, de la leyenda de In kle y Yarilco, que llegó a atraer la atención del joven Goethe.4 En cambio, para el burlón realismo de ciertos italianos, como Mazzei y otros a quienes ya hemos m en cio n ad o 5 — actitud que se ligaba con igual facilidad a una religiosidad más m uelle de cuño católico y a una incredu­ lidad más agria y razonada— , el cuáquero seguía siendo singularmente ingrato y malquisto. Su ostentosa virtu d olía a hipocresía y a menudo era tachada de jesuítica. Ese protestante, ese rigorista, ese predicador de moral acababa p or parecerse demasiado al “ cura” lugareño, cuando no simple­ mente a una versión barata del T a rtu fo . Así, pues, la polém ica sobre el cuáquero merecería algún estudio más detenido, prescindiendo del hecho de que el “ amigo” de Filadelfia fue el prim er ejem plar de las civilizaciones americanas modernas a quien se idea­ lizó o ridicu lizó en Europa.6 E l mismo Voltaire, que se había m ofado de

v Chámfort, O eu vres co m p le te s , 26 ed., París, 1808, vol. II, pp. 379-412. a Calzabigi, P o e s ie , Livorno, 1774, pp. 125-170. 3 Compárese Chámfort, p. 392, con Calzabigi, p. 160. 4 Cf. Beutler, Essays u m G o e th e , pp. 380-388. Véanse también los elogios de Forster, en W e rk e , vol. III, p. 151, y en su reseña de Brissot (ib id ., pp. 383-398). 5 S u p ra , p. 159, nota 220. 6 Remond, L e s É ta ts -U n is d e v a n t l 'o p in io n jra n ga is e, pp. 169-171, ilustra eficazmente 750

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los cuáqueros ingleses (Lettres anglaises), está lleno de respeto p o r lo s c u á ­ queros americanos (Questions sur I’Encyclopédie). Pero bastará p o r a h o r a recordar que precisamente en el juicio sobre los cuáqueros se s e p a r a b a n y se combatían el uno al otro dos convencidos apologistas de los E s t a d o s Unidos, Mazzei y Brissot de W arville: tan sobrio e irreligioso e l p r i m e r o como cándido, entusiasta y sermoneador el segundo. Jean-Pierre Brissot de Warville, el futuro girondino, el a m ig o d e l o s Roland y de Claviére,7 había mostrado desde su juventud ese t e m p e r a m e n ­ to superficial y generoso, esa impávida incoherencia y esa testa ru d a p u n fillosidad polémica que habían de atraerle tantas calamidades, y la r u i n a última, a él y a sus secuaces girondinos. Hasta Madame R o la n d , n o o b s ­ tante que le tenía simpatía y era a su vez no poco incoherente, e n c o n t r a b a en él “ une sorte de légéreté d’esprit et de caractére” que la: m o r t i f i c a b a . 8 La vida de Brissot, hijo de un rico hostelero de provincia, in q u ie to a u t o ­ didacto y afortunado publicista en la capital, o más bien en dos c a p i t a l e s , París y Londres, que pasa de una afición a otra, de la reforma d e l d e r e c h o penal a la emancipación de los negros, de la abolición de la p r o p i e d a d privada a los proyectos de canales interoceánicos, del fomento d e l c o m e r c i o franco-americano y de los auspicios-(1790) de independencia p a ra lo s c r i o ­ llos de toda la América española a la guerra revolucionaria co m o r e g e n e ­ radora de las naciones y como cruzada por la libertad; que, d e s p u é s d e haber sido encarcelado en la Bastilla, recibe en homenaje las lla v e s d e l a fortaleza destruida por la furia del pueblo, y que, después de h a b e r t r a b a d o amistad con el doctor Guillotin, deja la cabeza en la máquina i n v e n t a d a por este filántropo, es toda una serie de caprichosas coincidencias y d e catastróficos roces con hombres y cosas más grandes que él. Marat lo tuvo como compañero de estudios y de investigaciones c i e n t i el contraste entre el cuáquero de la leyenda, instrumento de polémicas, y el c u á q u e r o de la realidad, muy poco conocido. Cf. Gusdorf, D ie u , la n a t u r e . . . , pp. 54-55, 5 7 , 1 0 9 , 137 y 517-518. ' Claviére firmó con él la disertación D e la t r a n c e e t des É ta ts -U n is , o u d e l’i m f t o T ta n ce de la r é u o lu tio n de l ’A m é r iq u e p o u r le b o n h e u r d e la t r a n c e (1787), le p a g ó lo s .gastos de su viaje a América, colaboró en el relato de ese viaje; N o u v e a u v o y a g e c L a -n s les É ta ts -U n is de l ’A m é r iq u e s e p te n trio n a le f a it en 1788, París, 1791 (trad u cción a le ­ mana, 1792, utilizada por Karl von Rotteck), en el cual es elogiado c o p io sa m e n te , y recibió de Brissot la cartera de Finanzas en el primer ministerio girondino (m a rzo d e 1792). En el mismo ministerio, Roland (citado con muchas reverencias en e l N o w i / e a u voya ge, vol. III, pp. 77, nota, 167-171, 184, etc.) tuvo la cartera del Interior, ig u a lm e n t e por designación de Brissot. Sobre el filoamericanismo de Madame Roland, e x p r e s a d o precisamente a Brissot, véase su p ra , p. 185, nota 325, y Gidney, L ’I n f l u e n c e d e s E . - T J . su r B risso t, C o n d o rc e t e t M m e . R o la n d . Sobre elMe Brissot (y sus móviles p r á c tic o s y económicos) ese mismo libro, passim , especialmente pp. 23-33. 3 Mme. Roland, M é m o ire s , ed. Perroud, vol. I, p. 197.

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ficas, lo mimó con afectos casi femeninos — “ vous savez, moa trés cher, la place que vous occupez dans mon coeur” — , pero no aceptó su propuesta de colaborar en una traducción del Paraíso perdido y más tarde lo atacó con su acostumbrada virulencia, si bien con alguna jesuítica “ pesadumbre” por tener que denunciar a un hombre cuyos primeros escritos “ ne l ’avaient pas fait placer dans la classe des écrivains dístingués, mais ils l’avaient fait regarder comme un patrióte” .® La Revolución lo contó entre sus más cálidos y decididos agitadores. A comienzos de 1791 es casi profético su grito de alarma: “ Voilá l ’aristocratie bourgeoise, elle sera la plus difficile á déraciner.” 10 Pero muy pronto se vio superado y arrollado por el ímpetu oratorio y por la energía política de los enemigos que asiduamente había ido atrayéndose. André Chénier lo vituperó en público, y en más de una ocasión.11 Camille Desmoulins, que lo había tenido como testigo en su boda con la tierna y orgullosa Lucille (1790), lo tomó por blanco predilecto (1792) 12 y acuñó el verbo brissoter, que el Grand Larousse explica todavía como sinónimo de “ voler, filouter” .18 Danton mismo lo zahería con la juguetona admonición: “ Brissot, vous étes un brissotin” , mientras que amigos y adversarios decían, a una voz, que era el menos brissotino de todos los brissotinos posibles.14 El propio Brissot nos cuenta cómo y por qué emprendió la defensa de los cuáqueros,15 y de qué manera esta defensa le granjeó luego jubilosas acogidas en la América del Norte, acogidas que le hicieron adoptar a los Estados Unidos como nueva patria, en la cual ciertamente habría acabado por establecerse si la Revolución que estalló en Francia no lo hubiera re­ tenido en la patria vieja. T o d o está concatenado, y no hay peligro de que Brissot se esfuerce en atenuar la importancia de cualquiera de las cosas

que él haya hecho o dicho. Su periódico, por ejemplo, el Courrier de l’Europe, “ a contribué plus qu’on ne pense au succés de la guerre en Amérique, et par suite á la révolution francaise” . Vale como res gesta, pero también como historia rerum gestarum. Su autor insinúa modestamente que es quizá “ le seul monument qu’on devra un jour consulter pour connaítre l ’histoire de la révolution de rAm ériqu e” .16 Con esta despierta consciencia de su papel histórico, era natural que Brissot leyera con desdén y con irritación los frívolos Voyages del acadé­ mico Marqués de Chastellux dans l’Amérique septentrionale dans les années 1780, 1781 et 1782,17 y que presenciara con verdadero escándalo el éxi­ to que obtenían por su tono ligero, burlón y templadamente “ filosófico” .

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s J.-P. Mam, P a m p h le ts , París, 1911, p. 187, nota 1. Las expansiones afectuosas se leen en una carta de 1782, reproducida en Brissot, M é m o ir e s , ed. cit., vol. I, pp. 352-354, y en Marat, C o rre s p o n d a n c e , ed. de París, 1908, pp. 8-10. 10 Brissot, N o u v e a u voya ge dans les É ta ts -U n is , vol. I, p. xv. Un resumen (hostil) de sus ideas (juveniles, 1780) sobre el hurto y la propiedad (de las cuales reniega en sus M é m o ire s , vol. I, pp. 114-115, calificándolas de paradoja académica y ejercicio escolar, y que Proudhon negó haber conocido) puede verse en A. Sudre, H is to ir e d u c o m m u n is m e , o u R é f u t a t io n h is to r iq u e des u to p ie s socia listes, Bruselas, 1849, pp. 222-239; véase tam­ bién Stark, A m e r ic a : Id e a l a n d R e a lity , pp. 82-90. ir O e u v re s c o m p le te s , ed. cit., pp. 280-281, 350-351, 685 y 689-690. 12 J e a n -P ie r r e B ris s o t d ém asqu é (1792); H is t o ir e des B ris s o tin s (1793). is Cf. C. Desmoulins, L e V íe u x c o r d e lie r , ed. A. Mathiez y H. Calvet, París, 1936, p. 191, nota 2, e t passim . i* A. Aulard, H is t o ir e p o l it i q u e de la R é v o lu t io n frangaise, París, 1901, p. 405. is Tanto esta defensa como su agrarismo y otras tomas de posición parecen derivadas de Crévecffiur, a quien Brissot leyó con entusiasmo en vísperas de su viaje a América (Bazin, C h a te a u b ria n d en A m c r iq u e , p. 137).

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16 Brissot, M é m o ir e s , vol. III, pp. 276 y 280-281. iz Cito por la ed. de París, 1788-1791. Una primera edición parcial, y de sólo vein­ ticuatro ejemplares, había salido en 1781 de la imprenta de la flota francesa, en el puerto de Newport (versión reproducida parcialmente en el J o u r n a l de L e c t u r e de Gotha, editado por Grimm); otra, apócrifa e incompleta, apareció en Cassel en 1785; una tercera edición, íntegra y reconocida por el autor, en París en 1786 (y luego en tra­ ducción inglesa, Londres, 1787 y 1792); el 17 de marzo de 1786 escribía David Humphreys a Jefferson: “I have begun to transíate the Travels of the Marquis de Chattelus in America”, etc. ( T h e P a p e rs o f T h . J e ffe rs o n , vol. IX, p. 330; Rice, ed. de la obra de Chastellux, p. 34; y cf. ib id ., pp. 25-56, sobre las otras varias ediciones y traducciones). Ya el 3 de octubre de 1782 el Conde de Ségur escribía a su mujer, en Francia, que había sido recibido por Washington: “si tu veux le connaítre, relis le portrait qu’en a fait le chevalier de Chastellux dans son journal, et ce sera tout comme si tu l’avais vu” ( D e u x F r a n já is a u x É ta ts -U n is , ed. cit., p. 168; cf. Chastellux, Voyages, vol. I, nota de la p. 11 y pp. 121-125). La frivolidad de los detalles contados en el libro (edición de 1786) era ya criticada por Grimm, Diderot, etc., C o rre s p o n d a n c e , vol. XIV, p. 380, y por la baronesa de Oberkirch (la cual dirá que el libro de Chastellux consiste en una minu­ ciosa descripción de lo que ha comido cada día: Rice, lo e . c it., p. 20), y deplorada por Jefferson, el cual, exhortando a Chastellux a ofrecer al público la relación impresa sólo en pocos ejemplares, le sugería amistosamente (24 de diciembre de 1784) que suprimiera las insolencias sobre varias damas (T h e P a p e rs o f T h . J e ffe rs o n , vol. VI, pp. 550-551, y vol. VII, pp. 580-583 y 584-586; cf. también vol. VIII, pp. 467-470 y 471-472, y C a ta lo g u e o f th e L ib r a r y o f T h . J e ffe rs o n , vol. IV, pp. 201-203, así como Rice, lo e. c it., pp, 26, 298 y 302). Todavía en 1797 el revolucionario Bayard, entusiasta admirador de Brissot, de quien adopta, entre otras cosas, el moralismo y el anti-urbanismo (V o y a g e dans l ’in t é r ie u r des É ta ts -U n is , pp. xvii-xviii y 199), le echa en cara a Chastellux su ligereza y su su ffis a n ce (ib id ., pp. xv y 37-38). Si bien Franklin, que tenía que saber cómo estaban las cosas, alabó la “handsome likeness” que Chastellux había dado de los Estados Unidos (Echeverría, M ir a g e in th e W e s t, p. 120), es un hecho que en ¡a joven república el libro del "general” Chastellux no fue recibido con entusiasmo; se Je criticaba la inexactitud de los informes militares (Jefferson, P a p e rs , vol. XI, p. 230), y el reverendo James Madison le contaba secamente a Jefferson que había recibido un ejemplar en obsequio: “1 find it is but Hule relished by most here” (P a p e rs , vol. XI, p. 253: carta del 28 de marzo de 1787). Pero Ezra Stiles leía el libro con gran satisfacción y le escribía a Jefferson: “I am ashamed that

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Chastellux era un noble y un literato protegido por Voltaire, amigo de Gibbon,13 pero ante todo un militar, un oficial superior, a las órdenes inmediatas de Rochambeau. El relato de su viaje está eñ forma de diario, y escrito en ese tono de superior badinage que un hombre de mundo no pierde ni siquiera en los confines del globo, — ni siquiera cuando va a parar en un mesón tan miserable y desnudo, que en un solo y ruin cacharro de estaño se servían los patrones, los huéspedes y sus criados. “Je n’ose dire pour quel usage on nous le proposa encore, lorsque nous allámes nous coucher.” 18 Pero poco después, en una posada de Richmond, Chastellux encuentra excelente alojamiento, comida a todo pasto magníficamente servida, y pre­ cios decentísimos. Y a los italianos nos complacerá saber que ese ejemplar posadero era un napolitano, apellidado Formicalo, que había trabajado primero en Rusia, y luego como maitre d’hótel de Lord Dunmore, a quien siguió hasta Virginia. Poseía una buena casa, muebles, esclavos, y todo ha­ cía pensar que acabaría por convertirse en personaje de consideración en su nueva patria; “ cependant il se souvient encore de l’ancienne avec plaisir” , y se muestra agradecido a Chastellux, que le habla sólo en italiano.20 Rico en agradables historietas y en figuritas esbozadas al desgaire, como en los márgenes de la hoja, de soldados y taberneros, carpinteros y legu­ leyos, el diario no se demora en reflexiones de índole general. Hasta la nítida viñeta de Chastellux y Jefferson, que a hora avanzada de la noche, bebiendo con sus amigos grandes copas de punch, se exaltan recitándose uno a otro fragmentos de Ossian, y mandan traer el volumen de esta poeta, que colocan reverentes al lado del bowl humeante,21 no es más que eso, una “ viñeta” . Las deducciones filosóficas están convenientemente recogidas al final, any of our Countrymen should take Umbrage at some of his free and humorous Remarks upon our American customs, especially when the most of them are very judicious, and the greater Part of his Travels are most excellent” (P a p e rs , vol. XIII, p. 118: carta del 30 de abril de 1788). El libro de Chastellux, que ya tuvo una edición norteamericana en 1828, ha sido editado en nuestros días por Howard C. Rice, Jr., con introducción y notas de que nos hemos servido ( T ra v e ls in N o r t h A m e r ic a in th e Years 1780, 1781 a n d 1782, Chapel Hill, 1963). is Edward Gibbon, T h e L e tte r s , ed. J. E. Norton, Londres, 1956, vol. II, p. 264. 19 Voyages dans l ’A m é r iq u e s e p te n trio n a le , vol. II, p. 60. Cf. Louis Hennepin, D esc r i p t io n d e la L o u is ia n e (1683): “suelen comer en el plato en que han comido sus perros, sin lavarlo” (citado por Gliozzi, L a s co p e rta d e i s e lv a gg i, p. 60). 20 Voyages, vol. II, pp. 121-122. Sobre el cariño de Chastellux por Nápoles, donde estuvo en 1773, véase Croce, B ib lio g r a f ía v ic h ia n a , p. 353, y el libro del propio Chas­ tellux, D e la f e lic it é p u b liq u e , Bouillon, 1776, vol. II, pp. 180-181, nota. Sobre Formicalo (o Formicola, Serafino) véase Rice, ed. cit., p. 594, nota 14. 21 Voyages, vol. II, pp. 36-37.

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en una larga carta “ á M. Madisson, Professeur de Philosophie ¿l l ’ i de Williamsburg” , con quien Chastellux había charlado l a r g o y sobre los presumibles progresos de las ciencias y las artes e n l o s E s t a d o s Unidos.22 En verdad, durante esta gira por tierras de A m é r ic a , d o s ú n ic a s preocupaciones llenan la mente del brillante general mayor: c ó m o h a c e r la guerra y cómo hacer el amor. A cada paso, cuando está en c a m i n o , n o s informa sobre el estado de las fortificaciones, sobre las v e n t a j a s t á c t ic a s y estratégicas de una posición, sobre las posibilidades de tránsito- p a c a t r o p a s montadas, sobre los mejores puestos para emplazar baterías — ylle v a a c a t »o un reconocimiento cuidadosísimo de los campos de las r e c ie n t e s b a t a l l a s . 2 3 Pero al anochecer hace alto; y entonces, después de darnos c u e n t a d e c ó m o ha cenado, nos refiere, para decirlo vulgarmente, “ cómo a n d a m o s d e m u ­ jeres” . Su mirada se posa con galantería en las esposas de los h u é s p e d e s y e n las hijas de los hosteleros, y se detiene con particular p r e d i l e c c i ó n , e n la fresca ingenuidad de las más jóvenes, alegre por encontrar en e s a s r e p u b l i canitas la gracia ambigua de las niñas de Greuze. (“ Sua p a s s i o n nante é la giovin principiante” , como estaba a punto de d e c i r de su amo Don Giovanni.) Una muchachita de doce años n o e s ya o na niña, no es todavía una jovencita: “ c’est plutót un ange s o u s le s h a b it s d’une jeune filie” .24 Nadie sabe por qué razones — no c l i m á t i c a s , c ie r t a ­ mente— es tan rápida y tan prematura la madurez física e n I n g é L a t é r r a y en América: “ d’oü résulte que dans les jeunes personnes, m é m e d a n s le s filies de 12 á 13 ans, la rondeur des formes se trouve réunie a. l a E ra i < du teint” . . ,25 22 ib i d . , vol. II, pp. 261-302. El reverendo James Madison no ha de confundirse con su homónimo, que fue uno de los Padres Fundadores y cuarto presidente de los Estados Unidos. Jefferson aconsejaba (1784) a Chastellux que hiciera traducir e s a carta, “ on tire probable influence of the revolution on our manners and laws, a work: which X have read with great pleasure and wish it could be given to my c o u n t r y m e n ” (J P e i-p r ^ -r s , vol. V II, p. 581). También el libro de Chastellux sobre la F e lic it é p u b l i q u e (d e l cual se hablará adelante) concluye con “un chapitre de puré théorie" (vol. I, p. x v i ; volIX, pp. 266-322). 23 No había llevado consigo ningún libro de historia natural, sino s ó l o l o s n e c e s a r io s “pour la connaissance politique et militaire du continent oü j’allais f a i t e la g u e t r e ” ( Voyages, vol. II, p. 324). En Rhode Island dirigió la construcción de u n a f o r t a l e z a , F o r t Chastellux (Varnum, L e C h e v a lie r de C h a s te llu x , p. 156, nota 34). 24 Voyages, vol. II, p. 222. Más tarde compondrá Chastellux una g a l a n t e f á b u la en verso con el expresivo título de L e s T r o is Grdces d u N o u v e a u -M o n d e ( G r i m m , D id e r o t. etc., C o rre s p o n d a n c e , vol. XIII, pp. 247-249; Varnum, L e C h a v e lie r de C h a . s t e l l u . x ^ p p . 1 4 1 142). Sobre la excesiva “galantería” de los oficiales de Rochambeau véase e l a t » a . t o R o b ín , N o u v e a u voy a ge, p. 31. 25 Voyages, vol. II, pp. 97-98. Placenteramente engañado por su s e n s u a l i d a d , G im s -

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Sus descripciones no van más allá: y, a decir verdad, Chastellux no parece haber cambiado gran cosa de como nos lo había descrito diez años antes Madame d’Épinay: “ un si bon enfant’’, incapaz de hacer mal a nadie, “ ayant de l ’esprit, de la gráce et une assez belle figure” , pero al mismo tiempo “ de la nigauderie et de la bonhomie” .28 En efecto, de tan bien edu­ cado que era, no nos habla nunca de sus bonnes fortunes, ni tampoco, a pesar de que ha frecuentado algún mesón dudoso o de mala catadura, men­ ciona nunca el bundling.27 Pero si reparamos en el esmero con que hace, notar “ 1’extréme liberté qui régne dans ce pays-ci entre les personnes de différent sexe, tant qu’elles ne sont pas mariées” ,28 encontraremos por lo menos una punta de coquetería en la insistencia con que nos asegura que nadie debe pensar mal de sus observaciones, ojeadas y comentarios, ya que su avanzada edad lo pone por encima de toda sospecha. ¿Era, pues, de edad tan provecta? En 1781, el caballero de Chastellux tenía cuarenta y tellux extiende a las norteamericanas la tesis corriente de la madurez precoz de los criollos; y acepta asimismo la tesis complementaria o compensatoria, la de su precoz senilidad y mortalidad: "la longévité n’est pas commune” en los Estados Unidos (vol. II, p. 86; c£. también Duc de Liancourt, J o u r n a l de voyage e n A m é r iq u e , p. 42). Sobre este punto habrá más tarde una réplica de Mazzei, R e c h e r c h e s .. . s u r les É ta ts -U n is , vol. IV, pp. 199-200. 26 Carta a Galiani, 7 de noviembre de 1770, en L a s ig n o ra d ’É p in a y e l'a b a te G a lia n i, pp. 115-116. Madame d’Épinay se burla de la afición de Chastellux a los c a le m b o u rs y a las frialdades (ib i d ., pp. 21 y 138; c£. también Julie de Lespinasse, L e ttr e s , ed. G. Isambert, París, 1876, vol. I, p. 214; Marmontel, M é m o ir e s , vol. II, p. 91; Marquis de Ségur, J u lie de Lespin asse , París, s. a. [ed. Nelson], p. 199; Varnum, L e C h e v a lie r de C h a s te llu x , pp. 23, 27 y 133). Sainte-Beuve, Causeries d u lu n d i, vol. XI, pp. 484-485, cuenta una divertida anécdota sobre la inconsistencia y la falta de nervio de Chastellux (¡pero tenía delante, el pobrecillo, a Madame de Staéli). Por otra parte, Mrs. Montagu, la reina de las B lu e -S to c k in g s , lo proclamaba (1776) “ye most Pleasing of all ye beaux esprits” (Mrs. M o n ta g u , H e r L e tte rs f r o m 1762 to 1800, vol. I, pp. 322 y 330). Sobre sus relaciones con Mme. Brillon y la condesa Golowkine véase Claude-Anne López, M o n C h e r P a p a , pp. 109 y 195-197. 2t Por el contrario, desmiente al abate Robín, que lo daba por comunísimo (Varnum, L e C h e v a lie r de C h a s te llu x , pp. 187-188; c£. s u p ra , p. 352; también Jefferson, por cierto, consideraba absolutamente indigno de crédito al abate Robin: P a p e rs , vol. XII, p. 62). “Chastellux never even mentioned the subject”, hace notar Reynolds, B ed s, p. 203; en cambio, el traductor inglés de 1787 (vol. I, p. 154) sí lo toca en una nota de pie de pági­ na; cf. Rice, ed. cit., p. 288. 28 Voyages, vol. I, pp. 136-137. Sobre sus muchas amantes, en Francia, y sobre su matrimonio, a los 53 años, con una irlandesa sumamente joven, véase por ejemplo la C o rre s p o n d a n ce de Grimm, Diderot, etc., vol. XV, p. 219. El Duque de Liancourt en­ cuentra en los Estados Unidos (1795) a dos hermanas Dickinson que habían conocido a Chastellux, pero que, "comme plusieurs de nos dames de Paris..., ne lui pardonnaient point d’avoir épousé une demoiselle qu’il aimait, parce qu’autrefois il avait aimé une vieille dame qui l'aimait encore un peu” (J o u r n a l de voya ge, pp. 90-91).

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siete años — y era soltero. L a frase hacía ya arquear las cejas al traductor inglés de los Voyages (1787), George Grieve, el cual precisaba en una nota: por si acaso los lectores se imaginan al autor “ as a grey headed worn out Veteran” , sépanse que en realidad es un apuesto hombre de cuarenta y cuatro años (sic), “ and with a disposition extremely remóte from an indifíerence to beauty” .28 Y el mismo Chastellux, por lo demás, contradiciéndose cándidamente (o no acordándose de su pequeña astucia), dice en otro lu­ gar de Mr. John Hancock que es “ encore jeune, car il n’a guére plus de cinquante ans” .30 Es bien sabido, por lo demás, que la edad justa para hacer o dejar de hacer el amor oscila, por fortuna, de pueblo en pueblo y de generación en generación. Martin Frobisher, el rudo navegante, murió (1594) de una herida a los 55 años, “ already oíd by standards of the time” , escribe el ultraoctogenario Samuel Eliot Morisori.81 Y un siglo antes de Chastellux, efec­ tivamente, “ on tenait les quadragénaires pour des bairbons... A 50 ans, on n’avait plus de place dans la société” .32 Pero incluso entonces, un SaintEvremond era, a los 49 años, de opinión completamente distinta, y a me­ diados del siglo x v iii , en tiempos de nuestro pseudo-senescente viajero, “ on ne s’étonnait pas outre mesure de voir des hommes ágés épouser des femmes beaucoup plus jeunes qu’eux” .33 Chastellux, pues, estaba jugando, o fishing

for compliments. Nueve años antes había publicado su obra más ambiciosa, que atraía sobre él, ya simpáticamente conocido de Voltaire, la calurosa admiración y la abierta benevolencia del Patriarca y, con la ayuda electoral de Mademoiselle de Lespinasse, el codiciado sillón de la Academia (¡el fauteuil que había sido de Montesquieul); la obra por la cual todavía hoy se le recuerda con mayor frecuencia: esos dos tomos que llevan el título cándidamente eudemonístico — e inconscientemente muratoriano 34— De la f¿licité p u ­ blique,-35 que proponen como fin del arte político el asegurar “ le plus grand 29 Rice, ed. cit. de Chastellux, pp. 589-590, nota 42. 30 Voyages, vol. II, p. 198, nota. si T h e E u ro p e a n D is c o v e ry o f A m e r ic a : T h e N o r t h e r n Voyages, p. 549. 22 Simone de Beauvoir, L a V ie ille s s e , París, 1970, pp. 180-181. 23 Ib id ., pp. 188, 194 y 351. 34 La coincidencia no va mucho más allá de la portada. El tratado D e lla p u b b lic a f e lic ita (1749) de L. A. Muratori es una especie de utopía cristianizante, aunque con­ cede ya atención a los aspectos prácticos de la sociedad; el D e la f e lic it é p u b liq u e es una historia universal desde un punto de vista decididamente materialista-utilitario. 35 jDe ¡a f e lic ité p u b liq u e , c u C o n s id é ra tio n s s u r le s o rt des h o m m e s dans les d iffé re n te s ép o q u e s d e l ’h is to ire . La primera edición es de Amsterdam, 1772 (¿reimpresa en 1774?); cito por la "nouvelle édition", corregida y aumentada, de Bouillon, 1776 (reimpresa con breves notas inéditas de Voltaire, París, 1822). Sobre la primera edición

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bonheur du plus grand nombre d’individus” y son, por lo tanto, un pre­ ludio de la inclusión jeffersoniana de la “ pursuit oí happiness” entre los derechos innatos e inalienables del hombre y del ciudadano.36 El título se prestaba demasiado a la ironía, y muchos, desalentados por las casi ochocientas páginas de texto, no deben haber pasado más allá del título. En París (donde, según Laharpe, el libro no era muy leído) no tardó en decirse:

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. Á Chastellux, la place académique! Qu’a-t-il done fait? U n livre bien congu. Vous l’appelez? F e l i c i t é p u b l i q u e ! Le public est heureux, car il n’en a rien su.

En la Correspondance de Grim m y Diderot, la Félicité publique es juz­ gada un “ ouvrage estimable, á qui l ’on ne peut reprocher que le tort bien réel de ne pas se faire lire” .37 Dos años después, Antoine-Léonard Thomas le escribe desde París al Duque de Alba: “ Le livre n’est pas aussi répandu se hicieron traducciones al inglés (1774) y al alemán (1780), y algunos capítulos se publi­ caron también en italiano (Ñapóles, 1782). Sobre las relaciones de Chastellux con Vico y su teoría del progreso véase V. Cuoco, S c r it t i v a r i, Bari, 1924, vol. I, pp. 67, 304 y 312; B. Croce, C o n v e rs a z io n i c r it ic h e , 5? serie, Bari, 1939, pp. 321-329, y B ib lio g r a fía v ic h ia n a , pp. 352-353 (con otras referencias); Lavergne, L e s É c o n o m is te < fr a n já is au x v i ii « s iécle, pp. 279-330; J. Delvaille, Essai s u r l ’h is to ir e de l’id ée d e p ro g ré s ju s q u 'á la fin d u x v iiie sié cle , París, 1910, pp. 419-423 (cita los altísimos elogios de Voltaire); J. B. Bury, T h e Id e a o f P ro g re s e , Londres, 1924, pp. 186-191. Un rápido resumen de sus obras, inclusive los Voyages, puede verse en Stark, A m e r ic a : Id e a l and R e a lity , pp. 58-79. Aun­ que Lavergne dice que su libro principal está "trop oublié de nos jours” (1870; o p . cit., p. 285), y Fanny Varnum asegura que Chastellux “ne mérite pas l’oubli dans lequel il est tombé” ( L e C h e v a lie r de C h a s te llu x , p. 6), y aunque Croce repite (1939: C on v ersa zion i c r itic h e , p. 326) que está “ora dimenticato”, la verdad es que la bibliografía sobre Chastellux no es tan escasa (véase Varnum, o p . c it., pp. 237-257). La fuente más rica de noticias son la introducción y las notas de Howard C. Rice, Jr., a su ed. citada. as D e la f é lic it é p u b liq u e , vol. II, pp. 82 y 93. Sobre el concepto jeffersoniano véase, sin embargo, Wish, S o c ie ty a n d T h o u g h t in E a rly A m e r ic a , p. 197; Villard, L a F ra n ce e t les É ta ts -U n is , pp. 240-241; H. M. Jones, T h e P u r s u it o f H a p p in e s s , Cambridge, Mass., 1952, pp. 13-17 y 61-98 (y cf. ib id ., pp. 4 y 6-7, odnde se cita a josiah Quincy, Jr., por haber definido en 1774 el fin de la sociedad como “the greatest happiness of the greatest number”). Sobre la vanidad de esta p u r s u it, hasta cuando es un éxito —y especialmente entonces_, véase Niebuhr, T h e I r o n y o f A m e r ic a n H is to r y , pp. 37-55. 37 C o rre s p o n d a n c e , vol. XV, p. 102. También del libro sobre la poesía y la música (véase in fr a , p. 764, nota 62) se dice que no ha causado “sensation”, a causa de su frialdad (.C o rre s p o n d a n c e , vol. VII, p. 44); Diderot, amigo del autor, escribía sin embargo: “son style est louche, entortillé, diffus. II y a partout je ne sais quoi dabstract qui fati­ gue”, etc. (O e u v re s c o m p le te s , ed. Lewinter, vol. IX, p. .941).

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á París qu’il pourrait l ’étre.” 38 El viejo Garat observaba (1820) q u e “ ce livre de la Félicité p u b liq u e . .. n’a pu faire encore que celle d e V o l t a i r e ” , hiperbólico alabador y eficaz protector de su adorante y L osárm ete d is c í­ pulo.39 Y al abate Galiani, la “ idea” (o sea el asunto, el títu lo) d e l l i b r o le parecía bellísima y originalísima, pero le confesaba a M adam e d ’É p i n a y que aún no lo había leído.40 Sin embargo, el contenido, aunque prolijo y singularmente d e s n u d o d e ese famoso ingenio por el cual Chastellux era solicitado en los s a lo n e s d e París, dista mucho de ser insulso. Es impreciso el concepto de “ f e l i c i d a d pública” , e inanes resultan los esfuerzos del autor por medirla y así p o d e r hacer comparaciones entre un país y otro, entre una época y las a n t e r io r e s y subsiguientes — sus criterios se reducen en resumidas cuentas a l a u m e n t o de la población y a los progresos de la agricultura, conforme al c a n o n fis io crático— , pero no se puede negar que el libro, además de ser u n a e n c e n ­ dida profesión de fe en el poder benéfico de la Razón y en la g r a c ia e f ic a z del Progreso, representa un esfuerzo de ensanchar los horizontes h is t o r io gráficos para incluir en ellos, naturalmente sobre las huellas d e la s o b r a s maestras de Voltaire, el estudio de las condiciones económicas y s o c ia le s y de las opiniones y los sentimientos de las clases más h u m ild es y m á s privadas de voz y voto. N o era muy distinto el propósito que e n esos m is ­ mos años movía a Adam Smith a indagar, con tan diferentes r e s u lt a d o s científicos, “ the nature and causes of the wealth of nations” (1 7 7 6 ); y e n torno a los problemas rozados por Chastellux no tardarían e n a fa n a r s e hombres como el reverendo Thomas Robert Malthus (1798), J e r e m y B e n tham y, en tiempos más cercanos a nosotros, los teóricos del “ w e l f a r e ” .41 38 Sarrailh, L a España ilu s tra d a de la segunda m ita d d e l s ig lo x v i i i , p p . 167-168. Para otras críticas véase Rice, ed. cit., p. 9. 3» Citado por Varnum, L e C h e v a lie r de C h a s te llu x , p. 124. Cf. en efecto ( i b i d . ) la opinión de Voltaire sobre el autor de la F é lic it é p u b liq u e : “il fait la m ien n e”. V éa n se muestras de elogios a Voltaire en D e la f é lic it é p u b liq u e , vol. II, pp. 56, 73 , 85 y 183-184. Para los elogios constantes de Voltaire, que se atrevía a poner a Chastellux p o r e n c im a de Montaigne y de Montesquieu, véase Varnum, o p . c it., pp. 30-31, 43-44, 74, 94-95, 116, 120-125 y 127-128. 10 Carta del 15 de mayo de 1773, en Galiani, C o rre s p o n d a n c e , vol. II, p p . 204-205. En las cartas de Galiani y Mme. d’Épinay se encuentran muchas otras m e n c io n e s d e Chastellux: véase, por ejemplo, la crítica que hace ella de la F é lic it é p u b l i q u e ( G l i u l t i m i a n n i d e lla S ign ora d ’É p in a y , pp. 10-12), y el deseo expresado por Galiani d e co n o ce r la opinión de Chastellux acerca de sus D ia lo g u e s s u r le c o m m e r c e des b l e d s (G a lia n i, C orre s p o n d a n ce , vol. I, pp. 70-71). Bentham, que leyó con gusto —[él por ¡o menos!— el D e la f é l i c i t é p u b l i q u e y trabó relaciones con el autor (Halévy, L a F o r m a tio n d u ra d ic a lis m e p h i l o s o p h i q u e , vol. I, pp. 25 y 289), calificaba sin embargo de poéticas fantasías las gloriosas c e r tid u m ­ bres de Chastellux y ponía la felicidad perfecta en la misma categoría q u e la p ie d r a

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La armazón ideológica del libro de Chastellux procede íntegramente de lo que dijo Voltaire en su Essai sur les rnceurs; “ c’est dans cet ouvrage immortel qu’il faut chercher le germe de toutes les vérités que nous ne iaisons que développer” .42 L o que Chastellux pone de personal es una cru­ deza de contrastes sobre la cual finca una esperanza más firme y univer­ sal. En todas las épocas y en todos los climas los hombres han sido más infelices que en la Europa del siglo xvm . La historia nos ofrece un cuadro de terribles sufrimientos hasta en los siglos de Pericles y de Augusto, como, también después del advenimiento del cristianismo,43 hasta llegar al R e­ nacimiento. Nos hallamos, pues, en los albores de una palingénesis. Poco es lo que hay que admirar en nuestros antepasados. Pero podemos conso­ larnos con nuestros amables contemporáneos. Y grandes cosas es lícito es­ perar de nuestros nietos.44 ¿Así que “ tout va tres bien, Monsieur le Marquis?” N o exactamente, pero ga ira. Ya un contemporáneo suyo escribía: “ Si Jean-Jacques a été le philosophe Tant-Pis, M. de Chastellux persiste á vouloir étre le philosophe Tant-M ieux.” 45 Y, en efecto, tras echar una ojeada circular a las diversas naciones de Europa, Chastellux concluye: “ je ne dirai pas, tout est bien, mais tout est mieux. II y a un progrés; le monde donne des espérances” .46 ¿Nos sonreiremos?... ¿O nos lisonjearemos una filosofal y el elixir universal (Bury, T h e Id e a o f P ro g re s s , p. 230). Con todo, las ideas económicas de Chastellux, en particular las relativas a la deuda pública y a la influencia de los gastos estatales sobre la ocupación {D e la f é lic it é p u b liq u e , vol. XI, pp. 323-355), en caso de ser originales, merecerían la caritativa atención de algún “keynesiano”. « D e la f é lic it é p u b liq u e , vol. XI, p. 184, nota. 43 ].a irreligiosidad de Chastellux no es agresiva, pero sí radical. Invitado a colaborar en el S u p p lé m e n t á l ’E n e y c lo p é d ie con un artículo sobre su especialidad, “le Bonheur public”, se encontraba con que el censor suprimía su colaboración “parce que le nom de Dieu ne s’y trouvait pas une seule fois" (Quérard, L a F ra n c e litté r a ir e , s u b v o c e ; Varnum, L e C h e v a lie r de C h a s te llu x , p. 116). « Chastellux admira, por ejemplo, a Federico II (D e la f é lic it é p u b liq u e , vol. I, p. 137) mucho más que a Alejandro Magno (vol. I, pp. 176-178 y 238-239; vol. II, p. 134). Y es tan feroz como lo será De Pauw contra las pretendidas virtudes de los espartanos (vol. I, pp. 53-61). Al hablar de los chinos se encuentra en aprietos, entre la inclinación a denigrarlos como el pueblo menos susceptible de progreso (se han quedado en una “enfance raisonnable") y la constante sinofilia de Voltaire (cf. s u p ra , pp. 186-192); y sale del apuro dispensándose “d’entrer dans plus de détails á l’égard d’un peuple sur lequel plusieurs écrits modernes, tels que le voyage d’Anson et les observations de M. Pavgh —[singular grafía del nombre de nuestro De Pauw!— ont jeté tant de nuages qu’il est encore trés difficile au moment présent de le juger d’une maniére solide et impartíale” (D e la fé lic ité p u b liq u e , vol. I, p. xxii, nota). Si leyó las primeras R e c h e rc h e s , el acre pesimismo y la insistencia de De Pauw en los procesos degenerativos debieron chocarle como blasfemias. 46 Grimm, Diderot, etc., C o rre s p o n d a n c e , vol. XV, p. 103. . 46 D e la f e lic it é p u b liq u e , vol. II, pp. 82 y 131.

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vez más, repitiendo en sordina el gran tema zanelliano: “ Se schiavi, se la­ grime / ancora rinserra, / é giovin la térra” ? 47 Entre las señales más ciertas de la inminente instauratio de un orden mejor se cuentan la insurrección y la nueva condición de las trece colonias norteamericanas. Tam bién aquí, el presente es todo resplandores que ras­ gan las tinieblas espesas de la antigüedad, de la ignorancia y del despotis­ mo. Tam bién el continente americano ha tenido una historia desdichadí­ sima. En el pasado geológico ha estado sumergido bajo los océanos que lo han partido en dos y le han arrancado las Antillas. Su flora se ha desarro­ llado, pero — y con esta fácil antítesis Chastellux se aproxima a las tesis más arriesgadas de Buffon— la fauna ha sufrido “ une lente dégradation dans les espéces” .48 Los salvajes, y sobre todo las salvajes, viven miserable­ mente, emigrando en masa para conseguir de qué comer. Muchos de ellos son todavía “ presque brutes” , y no hay visos de que los fueguinos y los patagones puedan salir algún día de esa condición humillante. Pero el filó ­ sofo impacientado les vuelve las espaldas: “rien ne nous oblige á fixer nos regarás sur de si tristes objets, et c’est uniquement des progrés de l ’espéce perfectionnée que nous devons nous occuper” .49 El salvaje no es un hom­ bre. Si lo fuera, se habría civilizado al menos un poquito. Pero entonces no sería ya ‘‘el salvaje” . . . Los europeos, a su vez, han destruido a los desventurados indios. El hambre execranda del oro, que es siempre lo opuesto de la “ véritable économie” , fue el móvil de esas sangrientas conquistas. ¿Llevaron por lo me­ nos el cristianismo? En la América meridional, los bautizados siguen siendo de hecho idólatras.50 Pero esto es el tiempo pasado. Hoy, también América tiene su parte en los progresos de la libertad y de la razón. Solón y Licurgo pueden ir a esconderse en algún rincón cuando entran en escena un John Locke y un W illiam Penn.51 Y todo filósofo verdadero deberá hacer votos por que la guerra entre Inglaterra y las colonias termine de manera “ que 47 [Véase s u p ra , p. 556.] 4S D e la f é lic it é p u b liq u e , vol. I, p. 174. 4s I b id . , vol. I, p. 232, y vol. II, pp. 270 y 286-287 (el subrayado es mío). ¿“Progrés de l'espéce perfectionnée”? No hace falta esperar a Leopardi, con sus sarcasmos sobre el “áureo secolo" (P a lin o d ia ) y sus “magnifiche sorti e progressive” (L a G in e s tra ). Un con­ temporáneo de Chastellux, el cáustico Chamfort, idealizador de los salvajes por odio a la sociedad, simpatizador de los cuáqueros por polémica contra la clerigalla, henchido de vitriolos y de epigramáticos rencores, ponía en la portada de su colección de máximas, retratitos y anécdotas este título sarcástico; P r o d u it s de la c iv ilis a tio n p e r fe c tio n n é e . so D e la f é lic it é p u b liq u e , vol. I, pp. 47 y 232; vol. II, p. 101. España, a su vez, según el consabido principio de justicia distributiva, se debilitaba “á mesure qu’elle devenait riche” (ib id .). 5i I b id . , vol. II, p. 137; cf. Lavergne, L e s É c o n o m is te s fr a n já is , p. 292.

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l’Amérique continué á se peupler et á se perfectionner; car la raison, la législation et le bonheur qui en résulte, ne sauraient acquérir trop de surface sur ce globe oú tout se tiene” .52 Con estas favorables disposiciones, apenas templadas por su edad más madura, Chastellux atravesaba en 1780 el Atlántico y llevaba a cabo tres largas giras por los Estados Unidos. Su juicio general no ha cambiado. Se­ guidor fiel del gran Buffon, ‘Thom me le plus illustre de notre siécle” — y, por añadidura, viejo amigo del naturalista53— , Chastellux acoge sus teorías geológicas y, sin apartarse de él ni un momento, repite que América es una parte del mundo brotada de las aguas hace poco.54 La tierra es en general poco fértil, y particularmente estéril en la región de Virginia.55 En las zo­ nas cálidas, la temperatura inclina a la pereza; y los indios, por lo menos los que Chastellux ha observado, son horrorosos (“ hideux” ), muy a menudo estúpidos, y tanto más crueles cuanto más atropellados se ven por los blan­ cos. Una de las consecuencias de la paz — profetiza con seguridad Chastel­ lux— va a ser su destrucción total y su expulsión absoluta de la región que se extiende entre el mar y los grandes lagos.56 Sobre los animales ame52

D e la f e lic it é p u b liq u e ,

vol. II, p. 236.

vol. II, p. 330; cf. Varnum, o p . cit., pp. 1718, 32, 180 y 201. Buffon recibió a Chastellux en la Academia cubriéndolo de los elogios rituales (C o rre s p o n d a n ce de Grimm, Diderot, etc., vol. XI, pp. 66-70; Lavergne, Les É c o n om istes fra nga is, p. 302; Varnum, o p . c it., p. 132); y hay quien dice que Jefferson cono­ ció a Buffon (1787) gracias a una presentación de Chastellux (Villard, L a F ra n ce e t les É ta ts -U n is , p. 334; pero cf. s u p ra , p. 332, y, más decisivamente, la carta de Buffon del 31 de octubre de 1785, en que invita a cenar a Chastellux y a Jefferson (T h e P a p e rs o f T h . J e ffe rs o n , vol. IX, p. 130). La ciencia de la naturaleza —dice Chastellux— ha salido en su integridad de la cabeza de Buffon, como Minerva de la de Júpiter; Buffon “c’est Démosthéne qui écrit les observations d’Aristote” (D e la f é lic it é p u b liq u e , vol. II, p. 124, nota; cf. Lavergne, o p . c it., pp. 319-320). 54 Voyages dans l ’A m é r iq u e s e p te n tr io n a le , vol. I, pp. 41-42, y vol. II, p. 309. Buffon hizo grandes elogios del V o y a g e de 1781: Varnum, L e C h e v a lie r d e C h a s te llu x , pp. 180 y 182; Rice, ed. cit., pp. 35-36. 55 Voyages, vol. II, p. 144. Sobre este punto le replicó Mazzei (R e c h e r c h e s .. . s u r les É ta ts -U n is , vol. IV, pp. 193-194) explicando que los virginianos llaman “poor land” cual­ quier terreno no apto para el cultivo del tabaco. 56 Voyages, vol. 1, pp. 338-339; vol. II, p. 154; y cf. Vamum, L e C h e v a lie r de Chas­ te llu x , p . 189. Muy poco después, en 1789, Henry Knox, ministro de la Guerra, a quien competían, por lo tanto, las relaciones con los indios, comprobaba su extinción en las partes más civilizadas de la república, y anunciaba que “in a short period, the idea of an Indian on this side of the Mississippi will only be found in the page of the historian" (citado por Pearce, T h e Savages o f A m e r ic a , p. 56; cf. ib id ., p. 69). Para con los blancos (cf. también s u p ra , pp. 754-755) tiene Chastellux una actitud de superioridad indulgente: del astrónomo Rittenhouse (exaltado por Jefferson: cf. su p ra , p. 330) dice que es hombre con talento natural para la mecánica y la relojería, que sabe tam53

Voyages dans l ’A m é r iq u e s e p te n tr io n a le ,

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ricanos, y sobre la relativa facilidad con que pueden domesticarse, e l m a r ­ qués charla largamente con Jefferson, que precisamente por esos d ía s r e d a c ­ taba sus Notes on Virginia.57 En el parque de Jefferson observa c o n p a r t i ­ cular curiosidad algunos ejemplares del ciervo americano ( e lk ), l a ú n ic a bestia americana de estas comarcas que él no consigue relacionar c o n n i n ­ guna especie europea. Sus cuernos son cortos, de un pie y m e d io c u a n d o mucho, pero — añade en nota— le han asegurado58 que cuando e l a l c e e n ­ vejece, le crecen cuernos tan largos como los del ciervo.59 F i n a l m e n t e , u r r día encuentra una oruga de tamaño extraordinario y de aspecto temerosí­ simo, y se la obsequia al abate Robín, el cual describe “ ce su p e rb e insect” con admirada minucia.60 Pero donde mejor se revela su escaso interés por estos tem as es en las páginas en que se ocupa de la tan traída y llevada falta de aves c a n o r a s e n América. Chastellux no se molesta en explicar semejante s i n g u l a r i d a d , n i se aflige por el mutismo de las inmensas selvas; al contrario, se p o n e a b r o ­ mear ligeramente sobre el hecho de que “ le rossignol ne c h a n te pas en Amérique’’. Los grandes músicos, como se sabe, frecuentan las c o r t e s de los déspotas, no los foros republicanos. ( “ A lato a i regi / ei sedera c a n t a n d o / fastoso d’aurei fregi” , se había dicho ya de un canoro castrato .) 61 N o h a y , pues, razón para que en la libre América se encuentren “ ni l e g r a c i e u x Millico, ni le pathétique Tenducci”. El que sí se encuentra, y e s tá bien, es “ le bouffon Caribaldi” 62 — sólo Dios sabe por qué el barítono l e e s t á b i e n bién su poco de astronomía, pero que “ce n’est pas un Mathématicien d e l’o r d r e d es Euler et des d’Alembert” (Voyages, vol. I, pp. 193-194). Por lo demás, agrega c o n e s p í r i t u , un tanto depauwiano, el único libro de astronomía que se estudia en F ila d e lfia . e s el almanaque... Chastellux dice que Jefferson compuso en 1781 “un excellent Mémoire. . . d o n t i l a íait imprimer l’année passée —¿1785?— quelques exemplaires, sous le titre m o d e s t e d e F lotes s u r la V ir g in ie , ou plutót sans aucun titre, car cet ouvrage n’a p a s é t é ren d u public”. Pero cierto literato bien conocido ha podido hacer uso. de esas n o ta s y e s t á , a punto de publicar unas O bserva tion s s u r la V ir g in ie cuya lectura es muy d ig n a d e r e c o ­ mendación (V oya ges, vol. II, p. 304, nota; cf. Varnum, L e C h e v a lie r de C h a s t e l l u x , p . 1 7 5 ) . Las O b serva tion s no son otra cosa que la versión francesa de las N o te s , h e c h a p o r el conocidísimo abate André Morellet (el cual escribió también contra Brissot, e n d e f e n s a de Chastellux, una réplica que permaneció inédita: Varnum, o p . c it., p p . 2 0 y 1S3; •Rice, ed. cit., pp. 244-245). 58 ¿No habrá sido el propio Jefferson? Cf. s u p ra , pp. 332-335. 59 Voyages, vol. II, pp. 39-41; sobre el conejo americano, distinto d el e u r o p e o , c f . ib id ., pp. 78-79. También hace consideraciones comparativas acerca de la f e r t i l i d a d de la tierra. 6° Robín, N o u v e a u voyage dans l ’A m é r iq u e s e p te n tr io n a le , p. 114. si G. Parini, L a M ú s ica (escrita hacia 1769, pero publicada sólo en 1 7 9 1 ). 62 Estos nombres nada nos dicen hoy, pero eran celebérrimos a la sazón. M i l l í c o es el compositor y soprano pullés Giuseppe Millico (1739- ?) admiradísimo p o r G l u c k ,

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a una república, y los sopranos no: ¿tal vez porque el barítono no ha su­ frido la emasculación que, parinianamente, abate la dignidad humana?—, y este bufón parece ser el mocking-bird, que, sin embargo, a decir verdad no canta: “il n ’a point de chant, et par conséquent point de sentiment qui lui soit propre”, pero a eso del atardecer imita a la perfección lo que ha oído durante el día.63 Cualidad en verdad papagayesca, más adecuada —se diría— para las chismosas antecámaras de un monarca absoluto que para los debates de un Senado libre. Dotado de este gusto ligero y jocoso, se comprende que Chastellux no se interese gran cosa por los cuáqueros: una vez alude de pasada a su avidez de lucro;84 y otra vez, después de contarnos una cordial y casi afec-

tuosa conversación con uno de ellos, Bénezet, minúsculo viejecillo de aire modesto, pero inflamado de amor por el género humano —“c’est, il n ’en iaut pas douter, un étre respectable”—, dedica un par de paginitas a la triste “secta”, que es, según él, hipócrita, vil y desvergonzadamente trapi­ sondista, y asiste a un meeting en el cual — ¡hecho pasmoso e increíble!— una mujer habla a la comunidad,65 en seguida un hombre se pone a diser­ tar sobre iluminaciones místicas y finalmente un cuáquero viejo desembucha (“débite”) una oración o discurso de lo más pedestre.66 Y eso es todo. Salvo dos o tres alusiones desfavorables, dichas de paso,67 Chastellux no se ocupa más de los cuáqueros, ni varones ni hembras, Mu­ cho más largamente nos habla, por .ejemplo, de los Hermanos Moravos y de los negros.66 Pero esas pocas frases le bastaban a Brissot de Warville. Le ofrecían el asidero —o, por mejor decir, el pretexto— para atacar el afor­ tunado relato del marqués (y al mismo tiempo a su noble autor, a la Aca­ demia cuyo miembro era, y las ideas templadas que expresaba) con su Examen critique —o Réfutation, como lo llamará más tarde— del viaje de Chastellux: una obrita que, hasta la víspera de su suplicio, consideraba Brissot una de las mejores salidas de su infatigable pluma.69

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por Fanny Bumey (Ch. Bumey, A n IS th -C e n tu r y M u s ic a l T o u r , vol. IX, p. 90) y por Mademoiselle de Lespinasse (buena amiga de Chastellux): “Jamais, non, jamais on n’a réuni la perfection du chant avec tant de sensibilité et d’expression. Quelles larmes il fait verser! quel trouble il porte dans l’ámel J’étais bouleversée; jamais rien ne m’a laissé une impression plus profonde, plus sensible, plus déchirante méme; mais j’aurais voulu l’entendre jusqu’á en mourir. Oh, que cette mort eút été préférable á la viel” (carta del 29 de agosto de 1774 al conde de Guibert, en L e ttre s d e M a d e m o is e lle L e s ­ pinasse, vol. I, pp. 123 y 217-218). Del “celebre sopranista” sienés G. F. T e n d u c c i (1736-1800 según la E n c ic lo p e d ia I t a ­ lia n a ; véase también M. Levey, T h e L i j e a n d D e a th o f M o z a r t, Londres, 1971, p. 41) nos cuenta Giacomo Casanova que una tarde llevó a sus cinco hermosas hannoveresas a oírlo al Covent Garden y se quedó muy sorprendido, no por el b el ca n to, sino por el hecho de que, aunque castrado, .Tenducci tenía mujer y dos hijos, —cosa que parece haberle sido posible gracias a cierta generosa peculiaridad anatómica de la cual habla Casanova en sus M é m o ire s , ed. Garnier, vol. VI, p. 43. (Sobre estos dos sopranos véase ta m b ié n e l D ic tio n a r y o f M u s ic a n d M u s ic ia n s de Robert Grove.) Sobre Gioacchino C a rib a ld i (1743- ?), que cantó en casa de otra amiga de Chastellux, Madame d’Épinay, le escribía ésta al abate Galiani: “Ah quel chanteur que ce Caribaldi! Je l’ai entendu deux fois chez moi: en vérité, la téte m’en tourne” ( G l i u lt i m i a n n i d e lla S ign a ra d ’É p in a y , pp. 221 y 291). Sobre un Caribaldi, pero éste tenor, dueño de “a pleasing voice, and much taste and expression”, véase Bumey, M u s ic a l T o u r , vol. 1, pp. 69 y 76. La pasión de Chastellux por la música y el canto es conocida y está bien documen­ tada. Véase su Essai s u r l ’u n io n d e la p o é s ie e t d e la m u s iq u e (1765): y, sobre la “unión d'un Pergolése et d’un Metastase”, también D e la fé lic ité p u b liq u e , vol. II, p. 126, y Varnum, L e G h e v a lie r de C h a s te llu x , pp. 35-48, 66-67 y 152. Jefferson, que poseía la F é lic it é p u b liq u e , le mandó a Chastellux, con dedicatoria, sus T h o u g h ts o n E n g lis h P ro s o d y ( C a ta lo gu e o f th e L ib r a r y , vol. III, p. 33; hay frecuentes menciones de Chastellux en los P a p e rs o f T h . J e ffe rs o n , vols. IX-XIII, especialmente vol. X, pp. 498-499; y cf. Rice, ed. cit., p. 286). «3 Voyages, vol. I, pp. 132-133; Chastellux no lo oyó entonces, pero más tarde (vol. II, pp. 6-8) se deleitó con su canto. Sobre otros pájaros canoros c£. ib id ., vol. II, p. 18, y especialmente p. 79 sobre el tordo, “le rossignol de l’Amérique”. e i Ib id ., vol. I, p. 155. Expresiones anti-cuáqueras se encuentran ya en el primer

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Voyage, de 1781. También el “americanísimo” Lafayette, muy admirado por Chastellux, se reía (1777) de esa “vilaine espéce de peuple, de sots quakers” (André Maurois, A d r ie n n e, o u la V ie d e M a d a m e d e L a fa y e tte , París, 1960, pp. 85 y 123). es Veinte años antes, cuando Boswell le contó que, en un m e e tin g de cuáqueros, ha­ bía escuchado predicar a una mujer, el doctor Johnson le había dado la famosa res­ puesta: “Sir, a woman’s preaching is like a dog's walking on his hind legs. It is not done well; but you are surprised to find it done at all” (31 de julio de 1763; Boswell, L i f e o f D r . J o h n s o n , vol. I, pp. 286-287). Al igual que Chastellux, también Johnson decía "that he liked individuáis among the Quakers, but not the sect” (22 de marzo de 1776, ib id ., vol. I, p. 624; y cf. la conversación del 28 de abril de 1784, ib id ., vol. II, p. 463). Una de las láminas que ilustran las singularidades mayores del Nuevo Mundo, en la S to ria d e ll’A m e r ic a de Giuseppe Compagnoni (Milán, 1820-1823, 29 vols.), representa a una “Quakeressa che predica" entre dos compungidos .—¿o dormidos?— correligionarios (vol. XXV, pp. 102-103). 66 Voyages, vol. I, pp. 240 y 244-246. Otro noble escritor, y por añadidura católico, Chateaubriand, satirizará a los cuáqueros americanos y se burlará de su pretendido desin­ terés (Essai su r les r é v o lu tio n s , 1797; cf. s u p ra, p. 446). «7 Voyages, vol. I, pp. 278 y 280, y vol. II, pp. 140-141. 6S Sobre los primeros véase Voyages, vol. II, pp. 250-259; sobre los segundos, vol. 11, pp. 145-151, con juiciosas consideraciones; ya en D e la f é l ic it é p u b liq u e , vol. I, pp. 87-88, nota, había ridiculizado Chastellux la tesis de Aristóteles sobre la servidumbre natural (cf. s u p ra, pp. 87 ss.). «s Brissot, M é m o ire s , vol. I, p. 46, y vol. III, pp. 211-212. El título completo deí p a m p k le l es, en efecto, E x a m e n c r it iq u e des Voyages ■ dans l ’A m é r iq u e s e p te n ir io n a le de M . le M a r q u is de C h a te llu x , o u L e t t r e á M . le M a r q u is d e C h a te llu x dans la q u e lle o n r e fu te p r in c ip a le m e n t ses o p in io n s su r les Q u a k ers, s u r les N é g re s , s u r le P e u p le e t sur

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A partir de entonces, los cuáqueros pasan a ser las niñas de sus ojos, la flor de la gente de bien, las víctimas de la insolencia de un libertino. Des­ pués de cinco años y de su viaje a América (y después del nuevo ataque de Mazzei), el retrato se enriquece con frescos y espléndidos colores. Los cuáqueros son virtuosos y por ello son felices, son filantrópicos y activos, igualitarios, bien educados, pulcros y racionalistas.70 En homenaje a su austeridad, Brissot renunciaba a empolvarse la peluca.71 Por obra de ellos, y en primer lugar del apóstol Bénezet, la esclavitud de los negros no tar­ dará en ser abolida en todo el continente.72 No es verdad que los cuáque­ ros sean melancólicos. Esto lo dicen los franceses, para los cuales es triste quien no anda chorreando hilaridad. Los cuáqueros tienen la serenidad del sabio, que no ríe por una simpleza. No andan de loquillos, eso es todo. Así, pues, quien los calumnia no puede ser sino un malvado o un necio. Mazzei es el portavoz de los plantadores esclavistas, Chastellux es un igno­ rante presumido. Brissot dedica todo un capítulo a sopesar los juicios de uno y otro para ver cuál de ellos ha sido más injusto y malévolo con esa respetable secta,73 Y de Chastellux afirma, con error de hecho, pero peretc. Sobre este librito, que no he visto, cf. Varnum, L e C h e v a lie r de C h a s te llu x , pp. 180-183; Stark, A m e r ic a : Id e a l a n d R e a lity , pp. 80-81; Villard, L a F ra n c e et les É tatsU n is , pp. 330-331; C a ta lo g u e o f th e L ib r a r y o f T h . J e ffe rs o n , vol. IV, p. 219; y Rice, ed. cit. del libro de Chastellux, pp. 36-37, 292, 320, 323, 360, 579 y 602. En 1786, Chastellux, en compañía de un selecto grupo de amigos de los Estados Unidos, como el Duque de la Rochefoucauld, Lafayette, Condorcet, Mazzei y Crévecceur, había escuchado una conferencia o “discussion on American politics and commerce by a Mr. Warville: the tendency of whose performance is good —le escribía David Humphreys a Jefferson (carta del 17 de marzo de 1786: P a p e rs o f T h . J e ffe rs o n , vol. IX, p. 330)—, some of the observations new, many of them just and ingenious: but perhaps there is too much declamation blended with them”. Y algunos meses después le escribía Jefferson a Humphreys; “A violent criticism of Chastellux’s voyages is just appearing. It is not yet to be bought" (carta del 14 de agosto de 1786: P a p e rs , vol. X, p. 251). Se trataba evidentemente de la obra de Brissot, a quien Jefferson escribía dos días después para felicitarlo por su volumen De la F ra n c e e t des É ta ts -U n is (P a p e rs , vol. X, pp. 261263; cf. ib id ., p. 385; y sobre las relaciones entre Jefferson y Brissot, ib id ., pp. 514-515, 623, 630, 637 y 638-639). 70 Brissot, N o u v e a u vo y a g e dans les É ta ts -U n is , vol. 1, pp. xxv, 103, 117-118, 239-240, 272-276 y 295; vol. III, pp. 443-444; y sobre todo vol. II, pp. 167-249, en directa polémica con Mazzei y Chastellux en las pp. 190-211. Garat dirá que la suprema ambición de Brissot era “étre ¡e Penn de l’Europe..., convertir le genre humain en une communauté de quakers, et faire de París une nouvelle Philadelphie” (L a ro u s s e ). 71 Gídney, L ’In f lu e n c e des É ta ts -U n is s u r B r i s s o t . . . , p. 45. 72 Brissot, N o u v e a u voya ge, vol. I, p. 443. 73 I b id ., vol. II, pp. 190-211, y notas de las pp. 215 y 237. Mazzei alaba, con reservas, los Voyages de Chastellux {R e c h e r c h e s . . ■ s u r les É ta ts -U n is , vol. IV, pp. 185-204), y en particular afirma: “ses observations sur la maniére de vivve des habitants sont fort

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cibiendo muy bien su lado flaco, que en América no llegó a v er n u n c a u n cuáquero (“i l . .. n’en entendit et n ’en vit aucun”), y que es p a ra s e g u i r l a moda, “et pour plaire aux jolies femmes, qu’il plaisante sur la g r á c e i n térieure. Quelle foi peut-on donner á un pareil voyageur?’’ 74 Pero el tema de los cuáqueros es sólo uno de los aspectos e n q u e e l ■roturier da un mentís al marqués. Brissot siente casi como un p u n t i l l o d e honra la urgencia de contradecirlo, si no propiamente en todo, s í a c e r c a de cada una de las cuestiones fundamentales. No estuvo en lo s E s t a d o s Unidos sino cuatro meses, pero el mismo título de Nouveau voyage p a r e c e como que quiere superar y anular el Voyage del académico. E l d i s c í p u l o de Rousseau se enfrenta impávido al secuaz de Voltaire. Las e s c a r a m u z a s , pues, no nos llegan nuevas, pero presentan algunas curiosidades, c o m o c o n ­ firmación de la universalidad de esa antítesis radical y de la f a c i l i d a d c o n que las cosas americanas eran implicadas —o mejor, utilizadas— e n u n a disputa esencialmente europea. Si Chastellux se muestra satisfecho, relativamente al menos, d e l a s “ m a gniíiche sorti e progressive” de la Europa de sus tiempos, Brissot n o v e e n ella sino decadencia: “presque partout, en Europe, les villages e t le s v i l l e s tombent en ruine, plutót que d’augmenter”.75 Mientras el v o l t e r i a n o s e muestra lleno de entusiasmo por la vida y el lujo de las m e tró p o lis, y e s ­ céptico en cuanto a las rústicas virtudes de los patanes, Brissot, m e n c i o n a n ­ do a Jean-Jacques (y en este punto, más que en ningún otro, g i r o n d i n o avant la lettre), se alegra de que en América no existan en a b s o lu t o “ c e s capitales, excroissances monstrueuses, qui, n ’étant qu’un p roduit d e d é g r a dation, souillent et dégradent tout ce qu’elles renferment”.76 N o e x i s t e n y no existirán nunca: “il n ’y aura jamais, en Amérique, de g ran d es v i l l e s ” . La población se multiplicará, sí, pero permanecerá dispersa “et c e p e n d a n t se communiquant depuis le New-Hampshire jusqu’á Quito”,77 f o r m a n d o exactes; ora lu i d o it la m é m e ju s tic e p o u r t o u t ce q u ’i l d it des Q u a k e rs " { i b i d . , p p . 1 8 5 186; el subrayado es mío). 74 N o u v e a u v o y a g e , vol. II, p. 193. Brissot admite, por cierto (ib id ., p. 2 2 7 ), q u e n o ha asistido a ningún m e e tin g . 75 Ib id ., vol. I, p. 238; cf. Galiani, s u p ra , pp. 158-159. 7G N o u v e a u v oy a g e, vol. III, p. 435; cf. también vol. I, p. 214 (menos m iseria y m e n o s fraudes en los campos que en la ciudad), y M é m o ire s , vol. I, p. 248 e t p a s s i m . E n la misma línea está su admiración por Bernardin de Saint-Pierre (véase N o u v e a u v o y a g e , vol. I, pp. 308-309; M é m o ir e s , vol. III, p. 132) y su antipatía por Beaumarchais y p o r su “farce scandaleuse” (N o u v e a u voyage, vol. II, p. 17, nota). 77 N o u v e a u v oy a ge, vol. II, pp. 437-438; cf. la profecía no menos audaz d e J o s e p íi de Maistre, s u p ra , p. 496. Hasta Filadelfia le parece a Brissot afligida por c ie r to s c o ­ mienzos de libertinaje, ¡pero esto lo han llevado los marinos extranjeros! ( i b i d . , v o l. I, pp. 294-295). Lo mismo había opinado ya de Eiladelfia el abate Robín (véase e l N o u v e a u

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una especie de inmensa ciudad-jardín en la que se mantendrán intactas las virtudes primitivas de los agricultores. Aunque la población de América fuera de 200 millones, todos podrían ser propietarios, todos serían libres e independientes.78 Este “idealismo agrario” se hallaba perfectamente de acuerdo con las máximas políticas de los Padres Fundadores, que, rebosantes de admiración por las dotes intactas de los cultivadores de la tierra, como también por aquellas teorías de los fisiócratas que más fácilmente se traducían en alego­ rías de la riqueza del suelo y en panegíricos del campesino, querían que la nueva república se fundara sobre la agricultura; y podían así oponerse con la misma energía, tanto al indio, vilipendiado por ser un cazador errante,79 como al inglés entregado al comercio y a la navegación. Se sentían here­ deros de Abel, no de Caín; de Jacob, no de Esaú; no hijos de Nemrod, sino de Cincinato, en cuyo nombre fundaron una orden de caballería; y en la cima de tanta pureza ética, con un gesto de modestia y de agradecimiento, recibían de Dios la investidura para exterminar a los pieles rojas y para echar ai m ar las mercancías británicas. Se comprende, pues, que Jefferson haya leído con entusiasmo la demostración brissotiana de que los Estados Unidos serían “more virtuous, more free, and more happv, employed in agriculture, than as carriers or manufacturers”, y haya felicitado efusiva­ mente al autor.80 de éste, p. 94, y cf. Varnum, L e C h e v a lie r de C h a s te llu x , p. 186); y, pocos años después, análoga será la impresión de Bayard ( Voyage dans l ’in t é r ie u r des É ta ts -U n is , pp. 243-247), el cual, sin embargo, insiste más bien en la mala fe comercial. 78 Brissot, N o u v e a u v o y a g e , vol. I, p. xv. ta C£. Pearce, T h e Savages o f A m e r ic a , pp. 66-67, 220 y 235, que ve en el Génesis y en Vattel (ib id ., pp. 70-71) las autoridades para establecer una supremacía natural de las sociedades agrícolas sobre las venatorias. También para Franklin era la agricultura el único modo honrado de ganar dinero (véase Jones, T h e P u r s u it o f H a p p in e s s , p. 91, nota, y p. 151). Cf. Sanford, T h e Q u e s t f o r Pa ra d ise, pp. 29, 31, 107, 110, 116 y 126-127. La linea del razonamiento sigue la idea aristotélica de la supremacía natural de los libres sobre los brutos esclavos (véase s u pra, p. 87). Para el sometimiento de los indios americanos del Norte y del Sur se movilizaron así las más altas autoridades espiritua­ les del Occidente europeo, la Biblia y la antigüedad clásica, cuando bastaban, de hecho, las armas, las técnicas y las bebidas alcohólicas. Pero el escrúpulo de justificar racional­ mente las conquistas, no obstante que inducía a un abuso de textos verdaderamente sa­ grados, en el fondo honraba a esos concienzudos y atormentados portadores de civiliza­ ción. Frente a semejante escrúpulo, el “white man’s burden” es una tesis tosca, bárbara e hipócrita. 8o Carta del 16 de agosto de 1786, en C a ta lo gu e o f th e L i b r a r y . . . , vol. 111, p. 463. Jefferson poseía casi todas las obras de Brissot; véase ib id ., vol. I, p. 128; vol. II, pp. 56 y 59-60; vol. 111, pp. 26-27, 57-58, 72, 81-82, 85, 97, 213-214 y 454. Sobre las relaciones entre ambos véanse también los P a p e rs , vols. IX-XIII, donde no falta alguna sombra de des­ confianza; “I don’t know Warville’s business in America. I suspect him to be agent of voyage

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También tenía que agradarle al autor de las Notes on Virginia otro arranque polémico de Brissot. Si Chastellux había aludido 81 a la precoz senilidad y a la corta vida de los americanos, he aquí a Brissot que pro­ testa y que demuestra, con gran profusión de cuadros estadísticos y actuariales, que los americanos son, si acaso hay diferencia, más longevos que los europeos. -Esta idea de la elevadísima tasa de mortalidad de los americanos y de la notoria vejez de las americanas que han pasado de los veinticinco años es, pues, otro prejuicio que hay que destruir, aunque lo haya propa­ lado el abate Robín.82 Por lo demás, “M. Paw avait, je crois, debité ces contes avant lui”.8s Brissot coincide con el marqués en la costumbre de escrutar atentamen­ te las formas, el buen semblante y los encantos femeninos de las americanas; sin embargo, más austero que él aun en esto, deja a un lado a las demasiado jóvenes y consagra su admiración a las más maduras, sin excluir a las setentonas: “j ’ai observé avec soin les femmes entre trente et cinquante ans: la plupart ont de l’embonpoint, une bonne santé, des agrémens mém e ...; j ’ai vu cette méme santé briller chez des femmes de soixante á soixante-díx ans”.84 En cambio, cuando se ve en presencia de damas menos venerables, está pronto a criticar su elegancia y más aún sus dengues, sus remilgos, su coquetería. Invitado a cenar por el vírginiano Griffin, presia company on some speculation of lands”, etc., escrito en clave en carta a Madison (3 de mayo de 1788, P a p e rs , vol. XIII, pp. 131-132). "Those who labour in the earth —sen­ tenciaba Jefferson— are the chosen people of God if ever He had a chosen people” (W r ítin g s , vol. II, p. 229, citado por Niebuhr, T h e I r o n y o f A m e r ic a n H is to r y , p. 27; cf. supra, p. 430, nota 70, y Franz, D a s A m e r ik a b ild d e r d e u ts ch e n R e v o lu t io n v o rt 1848/1849, p. 42). Para Jefferson, "men were more free, happier, and more virtuous when farming than when working at any other occupation”, dice J. W. Cooke, “Jefferson on Liberty”, J o u r n a l o f th e H is to r y o f Ideas, XXXIV (1973), p. 573. Sobre los antecedentes del agrarismo ieffersoniano véase Smith, V ir g in L a n d , pp. 125-128 y 203; sobre sus orí­ genes fisiocráticos, T h e C o rre s p o n d e n ce o f J e ffe rs o n a n d D u P o n t d e N e m o u r s , with an Introduction on Jefferson and the Physiocrats by Gilbert Chinará, Baltimore, 1931, pp. xliv-lx. Sobre la rousseauniana aversión de Jefferson por esa refinada forma de civi­ lización urbana que son los teatros, cf. P a p e rs , vol. XII, pp. 498-499. 81 Véase s u p ra , pp. 755-756, nota 25. s- Cándido masón, por lo demás admirador de los cuáqueros, autor de un N o u v e a u voyage dans l ’A m é r iq u e s e p te n trio n a le en l'a n n é e 1781, que hemos citado varias veces en el presente libro; sobre él, véase Fay, L 'E s p r it r é v o lu tio n n a ir e en T ra n c e e t a u x É tats U n is , pp. 120-121 ("il reprend les vieux contes de l’abbé de Pauw e t de Raynal”, etc.) y 165; del mismo autor, B ib l. c r it. des cu v ra g e s jra n ga is r e la tifs a u x É ta ts -U n is , p. 53; y Varnum, L e C h e v a lie r d e C h a s te llu x , pp. 185-188. 83 Brissot, N o u v e a u v oy a ge, vol. II, p. 140. De Pauw no vuelve a ser citado. ¡Que también Brissot prefiera ignorarlo! El clima de los Estados Unidos le parece muy seme­ jante al de París: vol. I, pp. 30 y 374; vol. III, p. 122. 84 Ib id ., loe. c it. Cf. también M é m o ire s , vol. II, p. 237.

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dente del Congreso, se siente turbado al encontrar “sept á huit dames, toutes parées avec des grands chapeaux, des plumes, etc. Je remarquai, avec peine, beaucoup de prétentions dans quelques unes de ces femmes. . . Deux d'entr’elles avoient le sein fort découvert. Je fus scandalisé de cette indécence dans des républicaines” .85 Hermosísima escena, — pero ¿no la hemos visto y a ? ...: “ Couvrez ce sein que je ne saurais voir: / par de pareils objets les ames sont blessées / et cela fait venir des coupables pensées.” 86 Pero si unas veces nuestro buen Brissot se tapa los ojos y se ruboriza, otras, en cambio, es él quien descubre el pastel. Su celo polémico y apolo­ gético tenía que impulsarlo por fuerza, en algún caso, a pasarse un poco de la raya. Es lo que le pasa cuando toma la defensa de cierta señorita de quien Chastellux había hecho este malicioso retrato: “ Je fus presenté á un personnage assez ridicule, mais qui ne laisse pas de jouer un role dans la ville; c’est une Miss V * * * , célebre par sa coquetterie, son esprit 8c sa méchanceté: elle a trente ans, 8c ne paroít pas préte á se marier. En attendant elle met du rouge, du blanc, du bleu, 8c de toutes les couleurs possibles, se coéffe & s'habille extraordinairement, & bonne W h ig en tout point, elle ne met point de bornes á sa liberté.” 87 Este último rasgo, en particular, saca de quicio a Brissot, el cual se ol­ vida de la discreción observada por el marqués y grita al público que todo eso es una calumnia, y que la graciosa Miss Vining, de Wilmington, aunque haya sido tal vez algo coqueta, ha tenido siempre una conducta irreprocha­ ble. Los mismos cuáqueros lo reconocen (!). Y menos que nadie debía vol. I, pp. 247-248; véase también ib id ., vol. II, pp. 81-82. III, 2. Análogo escándalo en Bayard (Voyage dans l ’in té r ie u r des É ta ts -U n is , p. 266); “J'ai appris, depuis la publication de mon Voyage, que les fem­ mes portaient des diamans.” Mala señal: muy pronto esas inocentes republicanas trafi­ carán con sus gracias “pour avoir le sot plaisir d’orner leurs bras de quelques pierreries, dont l’éclat n’égale pas celui d’une chandelle”. 87 Chastellux, Voyages dans l ’A m é r iq u e s e p te n trio n a le , vol. I, pp. 269-270. En la primera edición, destinada a unos cuantos amigos, el nombre de la Miss aparecía im­ preso con todas sus letras. Aceptando una sugerencia de Jefferson —o anticipándose a ella, mejor dicho—, Chastellux atenuó en la edición destinada al público varias otras “strictures on som e... ladies” (cf. T h e P a p e rs o f T h . J e fje rs o n , vol. VII, pp. 580-583 y 584-586; s u p ra , p. 753, nota 17; Varnum, L e C h e v a lie r d e C h a s te llu x , pp. 146-149; y Rice, ed. cit,,. pp. 28, 39, 177 y 330). Pero todavía cuarenta años más tarde había quien tomaba la defensa de las jóvenes americanas contra el impertinente marqués: la bella y fogosa Francés Wright, no obstante que admira al “respectable auteur de la P é lic it é p u b liq u e ” , se resiste a reconocerlo en el aristócrata chocarrero que “se laisse á médire des femmes qui se livrérent á leur innocente gaité en sa présence, et á tourner en ridicule cellcs qui lui avaient imposé par leur réserve”. Ella, sin embargo, no llega a suscribir el juicio de Brissot sobre el libro de Chastellux (V o y a ge a u x É ta ts -U n is d ’A m é r iq u e , vol. II, pp. 219220, nota). 85 N o u v e a u voya ge,

85 Moliére,

T a r t u f je ,

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calumniarla un francés, puesto que Miss Vining, “jolie, a im a b le , a f f a b l e , spirituelle”, “a toujours montré beaucoup de partialité p o u r l a n a t i o n francaise” y ha abierto las puertas de su casa a todos los oficial es d e l a l e ­ gión de Lauzun. El propio Chastellux “n ’a reqi de Miss V in in g q u e d e s politesses. Qu’elle mít du rouge ou du blanc, que lui im portaít?” E l p a l a d í n Brissot, en una palabra, está dispuesto a meter la mano en e l f u e g o p o r esa señorita, que es un modelo de pudibunda reserva. Las p u lla s d e C b a s tellux —jno se las habrá contado él mismo, esperemos!— la h a n l a s t i m a d o . 88 Con la misma optimista seguridad sostiene Brissot que los s a l v a j e s s o n susceptibles de educación y de civilización,89 y aduce la se rv id u m b re c o m e r ­ cial impuesta por los ingleses para justificar ciertos hábitos q u iz á d e m a s i a d o “primitivos” de los habitantes de Virginia, como el de sonarse c o n l o s d e d o s —“j’ai vu cet usage á des Américains tres-bien élevés”-— o e l d e u t i l i z a r para ese fin un pañuelo de seda, que luego sirve también d e c o r b a t a , d e servilleta, etc.90 Si alguno, recordando una observación de Chastellux,91 se i n c l i n a a m e ­ ter demasiadas otras cosas en la promiscuidad de ese tex tu a l “ e t c é t e r a ” y frunce las narices ante tan crudo espectáculo de la civilización d e l o s c o ­ lonos, tendrá que desengañarse al leer la comparación que tra z a B r i s s o t d e las letrinas norteamericanas y de las letrinas europeas, con v e n ta ja a b s o l u t a para las primeras. “Avez-vous observé —comienza doctoralm ente— , d a n s nos campagnes, l’endroit oü hommes et femmes vont satisfaire l e u r s b e soins?” Y nos lo describe; y, por si alguien quiere objetar que e n e l c a m p o , después de todo, no se pueden tener tantas exigencias, vuelve a l a c a r g a c o n su muletilla: “Avez-vous observé ce méme endroit chez nos d é l i c a t s P a r i siens, chez les grands seigneurs méme, qui s’imaginent suppléer á l a p r o ­ sa Brissot, N o u v e a u voyage, vol. 1, pp. 253-254. Pero a Brissot se le escapa d e c i r c u á l es la falta más grave de Chastellux: colgarle treinta años a una señorita que tenía siete u ocho menos: “Miss Vining... who a t 25 was the belle of Philadelphia i n 1 7 8 3 , spoke French fluently and with elegance, a fact which made her a general f a v o r it e w it lr the French officers who wrote to Paris about her, and excited the curiosity o f JVÍarie Antoinette" (Jones, A m e ric a a n d F r e n c h C u ltu r e , p. 194, quien cita en nota a R . W . G r is wold, T h e R e p u b lic a n C o u r t, o r A m e r ic a n S ociety in th e Days o f W a s h i n g t o n , N e w York, 1855, p. 21, y añade: “She corresponded with many distinguished men, and Lafayette was attached to her”). Alguna maligna alusión a Miss Vining hay en el D u c de L ia n court, J o u r n a l de voyage en A m é r iq u e , p. 64, y tal vez también p. 98. 89 N o u v e a u voyage, vol. I, pp. 107-108. En su candor totalmente im p e r m e a b le a la ironía, Brissot tomó en serio el famoso speech de Polly Baker (véase s u p r a , p . 327) y, con su acostumbrado ímpetu, al traducirlo al francés hizo que Polly p id ie r a n o “ u n a estatua” —como decía humorísticamente el texto original—, sino " esta tu a s” ( H a l l , B . F r a n k lin a n d P o lly B a k er, pp. 73-75). 90 N o u v e a u voyage, vol. II, p. 275. or Véase s u p r a , p. 754.

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preté par le luxe?” (¡Hasta la suciedad de los excusados le sirve para su polémica contra las grandes ciudades y los grandes señoresl) En América, en cambio, por todas partes, hasta en lo más tupido de los bosques, puede verse en el huerto de cada casa, pero a treinta o cuarenta pasos de la parte habitada, “ une ca'bane trés-propre, souvent méme ornée, destinée á cette opération” ; y en ella, por una exquisita “ attention paternelle” , hay siempre “ un siége plus bas pour les enfants” .82 En la competencia de los lugares cómodos, América derrota por muy amplio margen a Europa. Y con su victoria consagra y enaltece sus primeros ideales (respetados hoy más que nunca), la Técnica y la Higiene, los gadgets y el comfort. En cambio, por lo que se refiere a las bellas artes y a los cultivos útiles, Brissot vuelve a la más austera severidad, a un rigorismo peor que espar­ tano. Chastellux, como se ha visto,93 era un entusiasta aficionado al canto y a la música. A Brissot, en cambio, le parece sospechoso que en Europa se cultive con tanto empeño la música, que se difunda el gusto de ese arte,

Por desgracia, en Boston se ha introducido la funesta afición a la música. “ On entend dans quelques maisons riches — ¡siempre son los ricos los que meten los vicios!— le forte-piano.” Las muchachas lo tocan bastante mal, no puede negarse, ¡pero mejor asíl “ Fasse le Ciel que les Bostoniennes n ’aient pas, comme nos Francaíses, la maladie de la perfection dans la musi­ que! On ne l’acquiert jamais qu’aux dépens des vertus domestiques.” 96 Las notas falsas están bien en las Vestales.

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que pase a ser parte del curriculum educativo. “ En est-il de méme en Amérique?” N o, por fortuna. “Je crois que ce talent n’en favorise aucun, si ce n’est les autres talents frivoles auxquels il s’associe.” El estudio de la música impide simplemente cualquier otro estudio: “ la musique entraíne á l’étudier sans cesse, á voir toujours au déla de ce qu’on sait — ¡no sabía Brissot qué atinada observación era ésta!— ; et quel bien peut faire aux hommes une chose aussi étrangére aux Sciences útiles, et qui remplit le temps le plus propre á l ’étude?” Hasta aquí nos hallamos en la condena platónica de la poesía o, cuando mucho, en el timorato utilitarismo de Franklin;94 pero en la conclusión resuena el eco del anatema rousseauniano de los teatros. “At’on aussi besoin en Amérique de spectacles?” 95 92 N o u v e a u v o y age, vol. I, pp. 162-163. También el barco que lo llevó de Newport a Nueva York tenía a popa “deux enfoncements trés commodes, pour servir de lieux privés” (i b i d ., vol. I, p. 221). Otra historia maloliente: vol. I, p. 277. 95 S u p ra , p. 764, final de la nota 62. a-: El cual, como se sabe, amaba ciertamente todas las artes, pero a su debido mo­ mento: en la refinadísima París todo está bien; pero “poeting, painting, music... are... objectionable at an early period..., since their cultivation would make a taste for their enjoyment precede its means” (citado por T. E. Klitzke, “Alexis de Tocqueville and the Arts in America”, F e s ts c h rift U lr ic h M id d e ld o r f , Berlín, 1969, p. 655). También esta esfumada distinción cronológica acabará en la burda antítesis del siglo xix: primero los centavos, después los versos (cf. su p ra , pp. 698-699). 95 N o u v e a u v o y a g e , vol. I, p. 81. Brissot se felicita de que en Filadelfia, por obra de los cuáqueros, se haya conjurado el peligro de los teatros (ib id ., vol. IX, p. 227; cf. vol. III, v. 176, etc.). Sobre algunas reacciones suscitadas por el catonismo de Brissot entre los jóvenes de los Estados Unidos véase Villard, L a F ra n c e e t les É ta ts -U n is , p. 256. En Europa, uno de sus primeros reseñadoTes, Georg Forster, aunque pródigo en elogios, observa agudamente su “rigor espartano”, su aversión a las alfombras y a la ropa blanca

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En la misma línea se halla la polémica contra el cultivo de la vid: de la vid que Mazzei había aclimatado en Virginia y en la que también Jefferson ponía tantas esperanzas; pero planta que el hombre cultiva para obtener vino, que es en primer lugar una bebida peligrosa, y que en segundo lugar puede y podrá exportarse de Francia a los Estados Unidos, a precios de in­ superable competencia. Escuchen, pues, los norteamericanos el consejo de los mejores observadores, aprovechen la experiencia ajena, y no planten vides: “ iís écarteront, avec le plus grand soin, la culture de la vigne. Elle a fait, dans tous les pays oü elle existe, une foule de malheureux, pour quel­ ques hommes riches” . La vid es anti-igualitaria, no tiene nada de democrá­ tico ni de republicano. “La funeste influence de la vigne s’étend, dans les pays vignobles, sur ceux qui ne la cultivent pas” : en efecto, la baratura del vino impulsa a la embriaguez e intoxica y embrutece a todas las clases socia­ les, pero sobre todo a las que buscan en la bebida el olvido de su miseria. £1 único modo de moderar el uso del vino es hacerlo más caro: “ rationing by the purse” , como se dice ahora. En efecto, una república libre no puede desear que sus ciudadanos se emborrachen con demasiada facilidad. “ De toutes ces observations, il résulte que les Américains libres doivent proscrire la culture de la vigne.” 97 femenina de buena calidad y la “demokratische m o r g u e ” de sus críticas al “bel-esprit” Chastellux, al “juguetón” Mazzei, etc. (W e r k e , vol. III, pp. 375-403, especialmente 382383 y 390). 96 N o u v e a u voya ge, vol. I, pp. 112-113; cf. Jones, A m e r ic a a n d F r e n c h C u ltu r e , p. 335. Su secuaz Bayard admitía, en cambio, que entre las americanas había quienes tenían bonita voz, pero agregaba que todas carecían de expresión y que canturreaban hasta en sus más inflamadas canciones de amor (V o y a g e dans l ’in t é r ie u r des É ta ts -U n is , pp. 90-92). Verdad es que Bayard admiraba asimismo el goijeo de las aves americanas (ib id ., pp. 13, 16, 29 y 163), al mismo tiempo que acogía la tesis de que las frutas europeas degeneran en América y se arriesgaba a añadir que, si pudiera generalizarse esta oDservación, “on concluerait que les assertions de Buffon, contre lesquelles M. jefferson s’est elevé avec chaleur, dans ses notes sur la Virginie, ont plus de réalité que ne le pense le philosophe Américain” (ib id ., pp. 121-122). 9t N o u v e a u voyage, vol. III, pp. 129-134. Brissot reconoce, por lo demás, que los campesinos abusan algunas veces del vino y del aguardiente para aumentar las calorías de su misérrima dieta (lo cual se decía en 1790: “suppléer au défaut de nourritures substantielles”): “donnez-leur de la viande et des pommes de terre, et ils se passeront

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¿Qué cosa deberán cultivar entonces? Está claro: ¡papas! “ La pomme de terre, voilá l ’aliment de Thom me qui veut, qui sai t étre libre.” 88 Esta “ planta de la libertad” se da bien en todas partes y no exige sino pocos cuidados: al campesino le queda así tiempo para frecuentar las asambleas públicas." Con estos conceptos político-agronómicos, se comprende que Brissot no tenga ni comprensión ni simpatía por Mazzei, hombre mucho más rústico y sencillo. Brissot lo conoció en París, y nos cuenta una conversación, que suena a auténtica, durante la cual el toscano le aconsejó bondadosamente atenuar el tono de sus críticas para no atraerse demasiadas enemistades.1" Y esto sólo basta para que el orgulloso Brissot defina a Mazzei un hipócrita, un vil, un calumniador de los amigos — o sea de los cuáqueros.101 Pero, como suele ocurrir, el furor lo ciega. Si Mazzei observa de pasada que pro­ bablemente el manicomio de Filadelfia no fue el primero que se fundó en América, y que, en todo caso, “ de telles curiosités n’attachent pas assez qu’on se donne la peine de les vérifier” ,102 o sea que se desentiende de la cuestión de la prioridad cronológica, Brissot malinterpreta o tuerce sus palabras, y sarcásticamente menciona su propia visita a ese hospital “ que l ’humain M. Mazzei ne regarde que comme une curiosité, qui ne vaut pas la peine d’étre vue” . . . 103 Y así se hace la polémica — perdón, así se hacía a fines del siglo xvm.

du vin” (ib i d ., vol. III, p. 136). Sobre la introducción de la vid en la América septen­ trional, por obra de viñadores franceses, véase Villard, L a F ra n ce e t les É ta ts -U n is , pp. 47-66, y sobre las excelentes perspectivas de los viñedos de Virginia, Mazzei, R e c h e r ­ c h e s . . . s u r les É ta ts -U n is , vol. III, pp. 95-96 y 101-102. Jefferson, a su vez, le escribía a Brissot que la embriaguez no estaba tan extendida en los Estados Unidos como él creía (carta del 16 de agosto de 1786, C a ta lo g u e o f th e L ib r a r y , vol. III, p. 464). 9a N o u v e a u voyage, vol. I, p. xv, nota. " I b id ., vol. III, p. 135, nota. Otro ejemplo verbal de cándido utilitarismo es el elogio que hace de Franklin (a quien conoció “chez Marat”: M é m o ir e s , vol. I, pp. 249-254) por “ses dissertations si philosophiques sur le moyen d’empécher les cheminées de fumer” (N o u v e a u voya ge, vol. I, p. 323). roo N o u v e a u voya ge, vol. II, pp. 190-192, nota. 101 ib i d ., vol. II, p. 239. 102 Mazzei, R e c h e r c h e s ... s u r les É ta ts -U n is , vol. IV, p. 101. 103 N o u v e a u voya ge, vol. I, p. 306. Casi con las mismas palabras habla del asunto en sus M é m o ire s , vol. II, p. 62: cf. también N o u v e a u v oy a g e, vol. I, p. 324, nota (alu­ sión probable).

V I.

U N R E T R A S A D O , D R O U IN DE B E R C Y ,

Y SU S E C U A Z G IU S E P P E C O M P A G N O N I

1

R etrasad o s , en cuanto a la filosofía, el pensamiento histórico y la s c ie n c ia s naturales, están muchos de los autores que hasta ahora han d e s fila d o p o r nuestras páginas. La polémica misma, en su planteamiento, o sea l a cu es­ tión de cuál es “ mejor” , el Mundo Antiguo o el Nuevo M u n d o , es un fósil lógico incrustado en los últimos decenios del siglo xvm e u r o p e o . A s í, pues, para calificar de “ retrasado” a uno de tantos autores que p a r t ic ip a r o n en la disputa, debemos tener un buen motivo específico. El m o t iv o es éste: Drouin de Bercy discute y ataca las tesis de De Pauw en 1818 c o m o si D e Pauw no estuviera muerto y enterrado desde hacía casi vein te a ñ o s ; m ás aún, como si las Recherches philosophiques sur les A m éricains, p u b lic a d a s medio siglo antes, fueran un vient de paraítre al que no hay q u e d e j a r sin respuesta inmediata. N o es que Drouin de Bercy desconozca a los muchos críticos q u e h a t e n i­ do De Pauw: los conoce a todos, hasta a los menores y más ig n o ra d o s , c o m o por ejemplo el abate Frisi, “ le docte et judicieux abbé Frizi, q u i n e s’ est pas laissé imposer par les réveries de M. Paw” y que “ a noté p lu s ie u r s de ses méprises” ,1 y de todos ellos se sirve, indiscriminadamente, c o n e l m é t o d o escolástico de oponer autoridad a autoridad, o con el judiciario d e a p la s ta r a un testigo con dos testigos, y a dos testigos con cuatro. En las casi n o v e ­ cientas páginas de su obra no hay trazas del menor esfuerzo p o r v e r si e x is te acaso algo de verdad en las denigraciones antiamericanas, ni p o r e n te n d e r , si efectivamente eran un error total, cómo había nacido ese e r r o r y q u é significado tenía: de tal manera, la refutación no se convierte n u n c a en crítica, y el blanco de la polémica, De Pauw, resulta sumergido ta n d e p ies a cabeza en la falsedad, que el lector no ve qué chiste tiene c o m b a t ir t a n t o y por tanto tiempo a un adversario notoriamente inepto e in n o cu o. Así, pues, la obstinación de Drouin de Bercy parece in exp licab le, y, a u n prescindiendo de la cuestión cronológica, se vuelve contra sus p r o p ó s it o s , 1 Drouin de Bercy, L 'E u r o p e e t l ’A m é r iq u e co m p a rées, París, 1818, vol. II, p . 91. Pero para los Estados Unidos utiliza servilmente una obra que se remonta a 1795, JLes É t a t s U n is d e V A m é r iq u e d la f in d u x v iiie siécle, del abate Jean-Esprit Bonnet d e I 'r é j US (sobre el cual véase Fay, L ’E s p r it r é v o lu tio n n a ir e , pp. 299 y 328, y Remond, L e s É t a t s U n is d e v a n t l ’o p in io n fra nqa ise, pp. 259, 263, nota, y 348). 775

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pues imprime a sus argumentaciones el fastidio de un acento mecánico y mezquino. N o obstante que está documentadísimo y saturado de lecturas y de citas, Drouin, último de los “ criollos” , da a menudo la impresión de los polemistas hispanoamericanos, de los cuales hemos hablado en nuestro capítulo sexto: se advierte en él la misma intransigencia, la misma tozuda negativa a penetrar en la mente del adversario, la misma complacencia en las posibilidades de utilizar la discusión para lanzarse al panegírico del continente americano y a la sátira de la pequeña, atormentada y malditísi­ ma Europa. Así como Clavigero defiende contra De Pauw y enaltece contra todos a su México, y Molina a Chile, y José Cecilio del Valle a la América Central, así Drouin, “ colon et propriétaire á Saint-Domingue” ,2 puede lla­ marse el paladín de las Antillas Mayores en primer lugar, y en segundo lugar de todo el continente americano. Desde esa isla suya, la misma en que Oviedo, apostado como en un ob­ servatorio, había recogido durante decenios las relaciones y las deposiciones de cuantos aventureros pasaban de un continente al otro, Drouin de Bercy se siente en condiciones de “ comparar” , como dice el título de su libro, a la cercana América con la lejana Europa y de pronunciar una sentencia llena de condena en la causa de difamación incoada por la primera contra la segunda. Después de pasar, como dice, trece años en los diversos climas de Amé­ rica, y después de leer a los cronistas, a los viajeros, a los hombres de cienComo tal se proclama en la portada del libro, y añade: “Lieutenant Colonel d’État Major provisoire dans l’Armée fran^aise, lors de l'expédition sous le général Leclerc” (o sea la expedición de 1802, mandada por Napoleón para sofocar el levantamiento de los negros, capitaneados por Toussaint Louverture). Ni uno ni otro título permiten aña­ dir el menor lustre a su oscuro nombre (que también ha permanecido tal para Church, “Comeille de Pauw and the Controversy over His R e c h e r c h e s ", pp. 204-205, y para el diligente Remond, Les É ta ts -U n is d e v a n t l ’o p in io n franpaise, pp. 259, 263 y 334). Sobre los “proprietari francesi, che possedono abitazioni e schiavi” en Haití, decía precisa­ mente hacia esos años el comerciante milanés Cario Mantegazza (V ia g g io a S. D o m in g o n e ll’a n n o 1802, Milán, 1803, p. 84) que, “non perdendo nella Colonia alcuno dei difetti della Metrópoli, non acquistano neppure alcuna delle virtñ coloniali, ed in poco tempo il loro orgoglio si spinge si oltre, che divengono ridicoli e barbari”. De sus oficiales de estado mayor tenía el valeroso Leclerc una opinión tan deprimente que, previendo próxi­ mo su fin, suplicaba al Primer Cónsul que enviara a alguien capaz de sucederlo, porque “no hay aquí nadie en condiciones de tomar mi puesto” (T. L. Stoddard, T h e F re n c h R e v o lu t io n in San D o m in g o , Boston-Nueva York, 1914, p. 340). Sobre la importancia de Haití, “perla” del imperio colonial francés, véase Lüthy, I n G eg e n w a rt d e r G e s ch ich te , p. 223. Otras obras de Drouin: D e S a in t-D o m in g u e , des ses g u e rres, de ses ré v o lu tio n s , de je s ressources e t des m oyens á p re n d re p o u r r é t a b lir la p a ix e t l'in d u s tr ie , París, 1814; H is t o ir e c iv ile e t c o m m e rc ia le de la J a m a tq u e , etc., París, 1818. 2

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cía, a los historiadores y a los apologistas del continente — más de setenta autores encuentro citados en sus páginas— , persuadido de que América, lejos de ser inferior, es en todo y por todo superior a Europa, Drouin se lanza, a la cabeza de tan apretada falange de autoridades, contra el solita­ rio, extraviado, abandonado De Pauw. Una vez más, la apología del Nuevo Mundo tiene su punto de arranque en una polémica individual contra el autor de las Recherches-, más aún, se prolonga y se alimenta, en centenares y centenares de páginas, a través de un continuo cuerpo a cuerpo con ese insolente escritor.3 Su malicia, refutada una y otra vez, sirve de tejido co­ nectivo al panegírico del “ propietario” antillano. Ya en las páginas de prefacio señala Drouin que algunos autores han hablado mal de esta o aquella parte de América, pero que De Pauw ha creído señalarse denigran­ do el continente in toto e in óm nibus partibus. En él se suman y condensan los pecados de todos los demás calumniadores: un chivo expiatorio prefa­ bricado y completo, y que tal quiso ser. La confrontación-requisitoria procede metódicamente. Drouin compara los dos hemisferios primero desde el punto de vista del clima y de la natu­ raleza, y luego por lo que se refiere al suelo y a sus productos útiles y per­ judiciales. Sigue el inevitable paralelo de los animales, y por último la defensa de los indios, tanto en el cuerpo como en el espíritu. La recapitu­ lación de las “ventajas de América sobre Europa” culmina en un ditirambo de la primera y en una correlativa pintura de la infelicidad y barbarie de la segunda, afligida por calamidades innumerables, entre las cuales men­ ciona Drouin, a granel, los impuestos,4 las necedades de los sabios, los in­ fanticidios, los procesos por impotencia del marido, los espías, las desigual­ dades sociales y los crímenes causados por la miseria. La comparación en el tiempo arroja varios puntos buenos en favor de América: aunque Drouin, sin milenarias tradiciones de que echar mano, nos deja en duda en cuanto al hemisferio que tiene mayor antigüedad “ his­ tórica” , no vacila en afirmar que ‘TAm érique est le terrain le plus ancien 3 Drouin dice, es verdad, que De Pauw ha copiado sin ninguna critica a Buffon vol. II, p. 30), pero no descarga sus rayos sobre este último, a pesar de mencionarlo varias veces .—una de ellas incluso para rebatir la afir­ mación de De Pauw y otros autores sobre la fría humedad de la tierra americana (ibid vol. I, p. 374). De Robertson, en cambio, que respaldó con su autoridad muchos de los juicios de De Pauw, insinúa que ha negado cantidad de hechos indiscutibles “pour faire sa cour á M. Paw” (vol. II, pp. 390 y 393). 4 El europeo le paga al fisco “les fenétres de son logement, les rayons de soleil qui percent á travers sa chambre" (según el conocido impuesto francés sobre “puertas y ventanas”, instituido precisamente en el año xn), "les électuaires destinés á l’entretien de ses dents”, ¡y hasta la sepultura! (vol. II, p. 440). ( L ’E u r o p e e t l ’A m é r iq u e com parées,

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du globe” ,5* y que con sus productos facilita la civilización de sus poblado­ res, de esos inocentes indios, tan dulces y bondadosos, que deberían llamar­ se “ civilizados” en comparación de los “ salvajes” españoles.8 En la inten­ cionada inversión de la antítesis habitual aflora la idea de una “ civilización” americana, completamente autóctona, estrechamente vinculada al ambiente y turbada o interrumpida en su curso por el desembarco de hordas de sal­ vajes barbudos y tonantes. Otros puntos en favor de América proceden de la comparación en el espacio: “ le Nouveau Monde est un peu [s¿c] plus grand que l ’Europe” .7 T ien e un clima mejor, tiene montañas más altas,8 y hasta sus volcanes son en todo preferibles a los europeos. N o es que sean más poderosos y vio­ lentos, oh, no — “ M . Paw ne pourra pas dire que l’Amérique est plus tourmentée que l’Europe par les volcans” — , sino que son más hermosos — con­ templad el Cotopaxi, por ejemplo— , y contribuyen a la ventilación del aire. El “ gentile terremoto” de los populares versitos italianos tiene un precursor en esas serviciales fumarolas. En América, en efecto, “ par une bizarrerie sans exemple, la nature a permis que les volcans vomissent de l ’air au lieu de feu” , de tal manera que esparcen un fresco delicioso en el tórrido calor de los trópicos.9 Donde resuellan esos cráteres eruptivos, ¿qué necesidad hay de air-conditionersí La misma ingenua admiración expresa Drouin frente a los fenómenos y las curiosidades naturales, los prodigios y las maravillas de América: en América hay grutas más espaciosas, ecos más sorprendentes, minas infinita­ mente más ricas, lagos y ríos que hacen de ella “ la mieux arrosée de todas las partes del mundo (última transformación de la antigua acusación de extremada humedad: de “ mohosa” y podrida que era, América se hace “ bien regada” y florida), cataratas, salinas, puentes naturales; y vientos mejores, golfos más frecuentes, más amplios y más profundos que en Euro­ pa. “ T u tto grandeggia in te, grandi hai del pari / gli alberi, le montagne, i fiumi, i m aril” 10 Los pasos de un mar a otro son nueve en América con­ tra tres en Europa (¡qué diferencia de puntaje!). Y donde no existe paso, 5 L ’E u r o p e e t l ’A m é r iq u e co m p a ré e s , vol. I, p. 29. Poco antes (p. 18) había citado a Barton y a Humboldt y su refutación de la tesis de que América surgió de las aguas más tarde que el Viejo Mundo (véase s u p ra , pp. 508-509 y 511-512); c£. también vol. II, p. 56. s I b id ., vol. I, pp. 15-16; vol. II, pp. 296 y 446. r I b id ., vol. I, pp. 31-37. s Cf. Delisle de Sales, s u p ra , pp. 140-141; pero Drouin de Bercy no parece haber leído a Delisle. o L ’E u r o p e e t l ’A m é r i q u e . . . , vol. I, pp. 47-48. i° Gabriele Rossetti, 11 v e g g e n te in s o litu d in e , Italia, 1846, p. 273. Desde la p. 261 hasta la 277, todas las rimas del “poema polimétrico” están dedicadas a América.

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¡hay que ver qué joya de istmo! “ L ’Europe ne peut se fla tte r d ’ o f f r i r , comme 1Amérique a Panama, un isthme tel qu’il n’en existe p a s d a n s le monde entier. 11 Y, desde luego, ni en Europa ni en ninguna o t r a p a r t e del mundo existe una fuente como la que se admira al sur de C o q u i m b o (en Chile), que mana una sola vez al mes “ par une ouverture s e m fo la b le á cette partie de la femme dont elle imite les écoulements p é r io d iq u e s ” .12 Hasta las luciérnagas de América son de una luminosidad p ro d ig io s a . D i o s las mandó para que los americanos no se quedaran a oscuras. N i m á s n i menos: c est par suite de cette prédilection du Créateur pour le N o u v e a u Monde, qu’il a voulu que tout, jusqu’aux insertes, füt utile a u x h a b i t a n t s de ce fortuné climat” .13 Gracias a la misma predilección divina, América es, en el r e n g l ó n d e las calamidades, una de las zonas más tranquilas. Del refrigerio o f r e c i d o p o r sus volcanes ya se ha hablado. Los terremotos y los desplomes d e t i e r r a s o n mucho menos frecuentes que en Europa, donde el Etna, por e je m p lo , d e s ­ pués de tragarse a Nícolosi, amenaza con la misma suerte a “la p e ti'te v i l l e ” de Catania. ¿Y qué cosa dirá Monsieur Paw cuando Drouin le p r e s e n t e la lista de los terremotos padecidos por Inglaterra, más de cuarenta d e s d e e l año 951 de nuestra era en adelante? Dígase lo mismo en cuanto a lo s h i e ­ los, los aludes, las inundaciones y las sequías, las pestes y las c a re s tía s , la s plagas de langosta, las epidemias, las guerras y las invasiones: d e s d e t o d o s los puntos de vista “ l’Europe vaut encore moins que le Nouveau M o n d e ” .14 Europa se va deshaciendo y desecando; y hasta hay peligro de q u e u n a t u ­ pida granizada de bólidos y aerolitos la destruya.15 Esperemos que eso no suceda, pero la atmósfera misma es p e s t ífe r a . S e habla demasiado de los pantanos americanos. Claro que hay p a n t a n o s , como el Dismal Swamp y otros, pero no son malsanos en absoluto. E n E u ­ ropa, en cambio, ¿cree De Pauw que sea saludable el aire de R o m a o d e Mantua? ¿o el de las funestas regiones carboníferas? ¿Y qué son lo s t e r r e n o s estériles del Nuevo Mundo en comparación de los desiertos a r e n o s o s d e Asia, de las estepas de la Europa oriental, de las zonas incultas e i n c u l t i v a ­ bles de la misma Francia? El rédito de las tierras europeas con f r e c u e n c i a 11 L ’E u r o p e e t l ’A m é r i q u e . . . , vol. I, p. 141. Véase ib id ., pp. 55-64 (grutas), 6 4 -6 5 (ecos), 65-69 (minas), 69 (puentes naturales), 71 y 104 (lagos y ríos), 106 (cataratas), 131 (golfos), 142 (pasos) y 145 (vientos). 12 I b id ., vol. I, p. 51, con cita del F o y a g e u r F ra n g a is : el detalle h u b iera p o d i d o servirle a aquel alemán que juzgaba a América esencialmente femenina { s u p r a , p . 5 2 6 ). 13 I b id ., vol. I, p. 186. Es evidente el recuerdo de la Naturaleza benigna y p r o v i ­ dencial de Bernardin de Saint-Pierre (citado en el vol. I, pp. 137 y 183-184, y e n e l I I , p. 285). 14 Ib id ., vol. I, p. 156. 15 Ib id ., vol. I, pp. 188-189.

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es nulo, y como máximo llega al 5 % ; en América oscila entre el 5 y el 6 Vt % ■■■ Los productos americanos, en efecto, son del más alto mérito, no sólo los trasplantados, como la vid y los frutales, sino también los pro­ pios de los trópicos, como el café, el hule, el tabaco, el azúcar. Europa, en rigor, no tiene siquiera productos propios: sus frutas y sus flores le vienen de Asia. “ De quoi l'Europe peut se vanter?” De nada, naturalmente. Para rebajar a Europa frente a América, Drouin la humilla asimismo frente a Asia, rompiendo así la tradicional dicotomía de los dos mundos y los dos hemisferios, pero abriendo el paso a una nueva rivalidad, entre América y

Los hombres son, pues, los mimados del Señor, y ios tres reinos de la naturaleza, en América, están hechos para acrecentar su bienestar y su dicha. El continente estaba pobladísimo en el momento del descubrimiento, y sus habitantes eran prolíficos y maravillosamente sanos. La sífilis es una enfermedad europea, resultado de la inveterada lujuria y de contactos in­ mundos: veintidós autores, desde Moisés y David hasta los de tiempos mo­ dernos, son citados para librar al hemisferio americano de la acusación de ser el originador del mal.20 L a pretendida impubertad de los salvajes es una cuestión de topografía pilífera. ¡Vea De Pauw la cantidad de pelos que tienen en la cabeza! Tantos como las mujeres en Europa.21 L a traída y llevada cobardía de los americanos está desmentida por la heroica resisten­ cia de los indios y por las recientes rebeliones de los colonos, así del Norte como del Sur. Y en cuanto a los primeros, ¿cómo puede De Pauw acusar­ los de apocamiento y de indolencia? M ire simplemente a esos famosos pue­ blos antiguos, los persas, los griegos, los romanos, los egipcios: ¿qué cosa son hoy? “ Ils sont aujourd’huí le peuple le plus mou, le plus frivole et le plus lache.” 22 Con análogos tu quoque exalta Drouin las dotes mentales de los americanos: si son bárbaros porque no conocen el hierro, entonces también los espartanos eran bárbaros; si son salvajes porque no saben dibu­ jar, entonces también los chinos y los japoneses son salvajes, “ parce qu’ils ne savent pas encore dessiner correctement” .23

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Asia, florecidas ambas de bayas y corolas autóctonas.16 Cuando se pone a discurrir acerca de la fauna, Drouin desplaza todavía más su posición defensiva y contraofensiva. Niega, sí, que los animales ame­ ricanos sean más chicos o estén en decadencia — las ostras, por ejemplo, son “ quatre fois plus grosses que celles de l ’Europe” 17— , pero, siempre bajo la obsesión de su antropocéntrico utilitarismo, está dispuesto a reconocer que faltan en América fieras carnívoras y temibles. Admite, pues, el hecho, pero para descubrir en él una nueva “ excelencia” de América: en lugar de cri­ ticar al Creador, De Pauw debiera haberle dado gracias porque puso en el Nuevo Mundo animales domesticables y no, como los del Mundo Antiguo, indomablemente feroces: darle gracias porque destruyó en el continente americano los elefantes, los rinocerontes y los hipopótamos, dejándolos sus­ tituidos (“ remplacés” ) con tapires, pécaris y osos hormigueros.18 Esto en la tierra, pues en las aguas americanas, como es bien sabido, no hay remolinos ni monstruos marinos, y los tiburones no hacen ningún mal a los nadado­ res: “ ils les touchent méme, sans jamais les attaquer” .19 i« Pero en otro pasaje establece la superioridad climática de América sobre Asia: el europeo, estéril en la India, es fecundísimo en el Nuevo Mundo (vol. I, pp. 165-166). ir I b id ., vol. II, p. 58. Pero las ostras son moluscos; y los denigradores de América siempre habían admitido —más aún, subrayado— el hecho de que los animales "infe­ riores", reptiles, insectos, etc., eran frecuentísimos en el nuevo hemisferio, y a menudo de dimensiones monstruosas. Drouin toma a risa la historia de las ranas que mugen como bueyes (véase s u p ra , pp. 377-378, nota 49); pero declara haber oído en Pennsylvania un “crapaud volant... dont le cri approchait du beugleznent d’un veau” (vol. I, pp. 381382): ¡buey o novillo, para un batracio es siempre un buen vozarrón...! Con igual incoherencia pondera Drouin la admirable multiplicación de los animales domésticos, pero de los famosos camellos, que según De Pauw se volvieron estériles en América (véase s u p ra , p. 72), lo único que sabe decirnos es que vinieron dos a Haití y fueron comidos por los soldados franceses en 1803. rs I b id ., vol. II, p. 6o. Cí. s u p ra , p. 431 (Perrín du Lac), 470 (Lenau) y 671 (Thoreau). Sin embargo, pocas páginas antes (vol. II, p. 58) Drouin había acusado a De Pauw de "calumniar” a los feroces y denodados felinos americanos. .. 16 I b id ., vol. I, p. 126. Va López de Gómara admitía la existencia de culebras gran­ dísimas en las Indias, pero aclaraba que “no eran tan bravas ni ponzo&osas. como las

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En su entusiasmo, Drouin de Bercy toca alguna vez, por casualidad, una tecla nueva, descubre una que otra excelencia inédita de América, como nuestras y las africanas” (H is to r ia g e n e r a l d e las In d ia s , cap. 205, “Calidad de la tierra de Nicaragua", ed. de la B ib lio te c a d e A u to r e s E s p a ñ o le s , vol. XXII, p. 282b, según cita de M. Bataillon, “Un Chroniqueur péruvien retrouvé: Rodrigo Lozano", C a h ie rs de l ’ln s t it u t des H a u te s É tu d e s de l'A m é r iq u e L a t i n e , 1961, núm. 2, p. 20). Cf. Juan de Cár­ denas, s u p ra , p. 725. 20 L 'E u r o p e e t l ’A m é r iq u e . .., vol. II, pp. 85-123 (los veintidós autores, pp. 96-97). Drouin toca también la escabrosa cuestión de los artificios de las indias para remediar cierta deficiencia de sus consortes' (sobre lo cual véase s u p ra , p. 297, nota 420): vol. II, pp. 107-109. 21 Argumento de doble filo, como es obvio; pero Drouin lo emplea con todo candor: vol. II, pp. 13S-140. C£. in fra , pp. 799-800. 22 Otro argumento de ambiguo alcance, puesto que parece admitir la antes negada cobardía a c tu a l de los indios americanos. Sobre los griegos decaídos véase su p ra , p. 390 y nota 94. 23 Ib id ., vol. II, pp. 370 y 376. De Pauw ( R e c h e r c h e s p h ilo s o p h iq u e s s u r les É g y p tie n s e t les C h in á is , vol. I, p. 217) menciona “le dessin ridicule et l’affreux barbouillage des Chinois”. No cabe duda que nuestra apreciación de la pintura china y japonesa se ha afinado. Ahora nos suena casi a paradoja la otra afirmación de De Pauw (ib id ., p. 220): “on ne trouve point en Asie des Peintres qui sachent bien rendre le feuíllage des arbres”. C£. su pra, pp. 191-192.

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allí donde insiste en el valor literario intrínseco del Continente, enumeran­ do las novelas y tragedias y composiciones musicales que ha inspirado, desde la Alzira de Voltaire hasta la Atala de Chateaubriand; o como cuando tras­ trueca y elimina la cuestión tradicional de los beneficios y de los perjuicios que, según muchos, ha recibido Europa del descubrimiento, sosteniendo que América ha perdido ciertamente mucho en ser descubierta por los euro­ peos:24 también los inmigrantes que a ella vienen en tan gran número son una calamidad: al librarse Europa de esos elementos “ inquiets et remuants” , está pagando con mala moneda los tangibles y sonantes tesoros de las minas

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americanas.25 Pero hasta estos chispazos paradójicos se pierden en la gris vaciedad de los dos volúmenes, a los cuales se puede reconocer una sola originalidad verdadera: la de unir, a un conocimiento minucioso de todos los detalles de la polémica, una absoluta insensibilidad para sus temas generales y sus problemas de fondo. Progreso y decadencia, primitivismo y degeneración, marcha de la historia hacia Occidente, función de la civilización, relacio­ nes de la vida animal con el ambiente físico, son conceptos y motivos que ni siquiera rozan la mente de Drouin de Bercy. T a n empobrecida viene a quedar la disputa en su libro que, a pesar de que lo único que hace es polemizar contra De Pauw, no le habríamos consagrado ni esta rápida mención si no fuera una fuente importante, más aún, si no fuera, por lo que se refiere al juicio global de valor, la fuente más importante de la

Storia dell’America de Giuseppe Compagnoni.

2 Como “ inventore del Tricolore” , y hasta como “ autore della Bandiera Italiana” ,26 Giuseppe Compagnoni tiene su casilla — nicho sería decir de­ masiado— en la hagiografía del Risorgimento italiano. En los opúsculos celebrativos y en la toponimia ciudadana, su nombre se identifica y casi se arropa con la bandera nacional. Pero, aun dejando de lado la circunstancia de que el “ tricolore” ya exis­ tía antes de que Compagnoni, en el Congreso de Reggio, el 7 de enero de 1797, propusiera su adopción como lábaro de la República Cispadana, de donde pasó a la Cisalpina,27 y sin tocar tampoco la más amplia cues24 Ib id ., vol. II, pp. 136 y 141-142. 25 I b id ., vol. II, pp. 427-429: el esquema del trueque —hombres por metales— era un verdadero lugar común en los escritores españoles de la época de los virreinatos. as G iu s e p p e C o m p a g n o n i, a u to re d e la B a n d ie ra Ita lia n a , se llama el libro de M. Rossi (Lugo, 1941); "inventore” es llamado por Luigi Rava, C. Casadio y otros. 27 C. Spellanzon, S to ria d e l R is o r g im e n t o e d e ll’u n itá d 'lta lia , vol. I, Milán, 1933,

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tión de si basta proponer un emblema para merecer la in m o r ta lid a d , ( a u n ­ que sea la inmortalidad reducida de los textos escolares y d e l o s l e t r e r o s de las calles), Compagnoni tiene otros méritos y títulos para n o p e r m a n e ­ cer en la oscuridad y el olvido en que yace Drouin de Bercy. N o es ciertamente un gran hombre: ni por lo que hizo n i p o r l o q u e escribió. Autodidacto ora en una disciplina, ora en otra, segú n l o s m u d a ­ bles acontecimientos, ejerció la honrada profesión de polígrafo, c o m o se d i j o en un tiempo, o de periodista, según el uso actual, y su p r o d u c c ió n l i t e r a ­ ria es más notable por la variedad de los asuntos que por la n o v e d a d d e la s ideas o la nobleza de la forma. Despabilado, ameno y ligero h a s t a e l d e s a ­ liño, tolerablemente chistoso, se diría que conservó la urbana f a c i l i d a d d e sus maestros jesuítas28 aun después de colgar la sotana, p a s a n d o i n c lu s o , según la regla clásica, a las filas de los más avanzados lib r e p e n s a d o r e s y

sans-culottes. Con anterioridad a la Revolución, Compagnoni fue redactor y d i r e c t o r de varios periódicos, en Bolonia y en Veneeia, secretario en (F e r r a r a y e n Turín, anotador y traductor del De re rustica de Catón, autor d e u n p o e mi'ta sobre la Fiera di Sinigaglia, de apologías en verso, de a lm a n a q u e s p a r a las damas, de folletos de actualidad y de correspondencias n o v e la d a s . T o d a ­ vía en 1791 hacía preceder su nombre del título de “ abate” e n l a p o r t a d a de aquellas Lettere piacevoli, se piaceranno, escritas en c o la b o r a c ió n c o n Francesco Albergati Capacelli, que fueron criticadas con fría f e r o c i d a d p o r otro jesuíta, el anciano Saverio Bettinelli,29 y que contenían, e n t r e o t r a s cosas, un paralelo entre los griegos y los hebreos ventajoso en t o d o p a r a lo s segundos, paralelo definido por él mismo como “ un paradosso” , p e r o q u e e n realidad vacila entre la “ ocurrencia” periodística y la e je r c it a c ió n a c a d é p. 148; G. Piccinini, G iu s e p p e C o m p a g n o n i e i l T r ic o lo r e , Reggio Emilia, 1 9 4 3 , p p . 8-10; V. Frosini, “II Tricolore al microscopio”, C o r r ie r e d e lla Sera, 17 de agosto d e 1 9 7 0 . S o b r e los antecedentes de la bandera, en polémica con Vittorio Fiorini (“Le origini d e l tr ic o lo r e italiano”, N u o v a A n to lo g ía ,. 16 de enero y 16 de febrero de 1897), pero c o n p l e n o r e c o ­ nocimiento de la fe que mostró Compagnoni en el triunfo de la Bandera, v é a s e t a m b ié n N. Ferorelli, “La vera origine del tricolore italiano”, Rassegna S to ric a d e l R i s o r g i m e n t o , XII (1925), pp. 654-680 (sobre Compagnoni, especialmente p. 679, nota 1). A d v ié r t a s e , sin embargo, que ni siquiera en sus M e m o r ie a u to b io g r a fic h e (ed. A. O t t o l i n i , M ilá n , 1927), donde pone de relieve cada uno de sus méritos y distinciones, hace C o m p a g n o n i la más leve alusión al asunto de la bandera tricolor. Lisa y llanamente “ex-gesuita” lo llama E. Masi, L a v ita , i t e m p i , g l i a m i c i d i F ra n ces co A lb e r g a ti, Bolonia, 1878, p. 407.. Pero la Compañía de Jesús, c o m o se sa b e , fue suprimida en 1773. Los biógrafos más antiguos dicen que Compagnoni, o r d e n a d o sacerdote en 1778, no fue aceptado por los canónigos de Lugo y encontró c e r r a d o e l claustro cuando quiso hacerse franciscano conventual. Permaneció, pues, c o m o c lé r ig o secular, y se condecoró con el titulo de “abate”. 22 Masi, L a v i t a . . . d i F . A lb e r g a ti, pp. 431-433.

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mica, y que, en todo caso, queda muy lejos de aquella verdadera paradoja, pero sostenida por una ácida erudición, con que De Pauw, tres años an­ tes, había agredido la imagen convencional de los helenos antiguos.30 Entre 1795 y 1797 publicaba todavía un poema sobre la G rotta di Vilenizm , una C him ica p er le donne, desenfadado compendio — en el estilo de Algarotti— embutido con un poco de física, de geología, de mineralogía, de fisiología, de medicina y de meteorología, y de aquel M ercu rio d’Italia , en que Foscolo hizo sus primeras armas. Pero, habiéndose lanzado ya a la vida política, los varios puestos que desempeñó en rápida sucesión — se­ cretario de gobierno, diputado, profesor de "derecho constitucional de­ mocrático” en Ferrara y finalmente, cuando el Directorio mandó expulsar de la Asamblea Legislativa a los ochenta elementos más radicales (Compa-

Vincenzo Dándolo la mayor parte de Les H o m m e s N ou vea u x 33 y dio a la imprenta sus Veglie del Tasso, otro “ pastiche” según el género de sus ya publicadas cartas de Safo y de Cagliostro, que tan singular y duradera for­ tuna habrían de tener.3'5 De regreso en Italia después de la batalla de Marengo (1800), desempeñó durante todo el período napoleónico importantes cargos académicos y gubernamentales, hasta llegar a ser (1810) consejero de Estado, pero la Restauración lo obligó a retirarse por segunda vez de los negocios públicos y, de rechazo, a entregarse del todo a los trabajos litera­ rios.35 Para vivir, el viejo ex-funcionario, sospechoso por sus ideas a los nuevos dueños de la situación, se redujo a escribir artículos, a traducir y resumir textos de historia, a redactar catecismos, gramáticas, manuales esco­ lares y trataditos de moral doméstica y profesional.36 Vida, miserable, pero decorosa, que le granjeó ■la admiración, la simpatía y la amistad de los hombres de espíritu liberal: baste mencionar a dos de los más grandes: Stendhal, que, alabando la excelente traducción de Destutt de Tracy hecha por Compagnoni, lo. llama “ homme de lettres digne non pas de traduire,

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gnoni entre ellos), magistrado del Tribunal Supremo en Milán— lo aparta­ ron de la literatura, aunque no de sus actividades “ periodísticas” (fundó y redactó en parte el M o n ito re Cisalpino , I798);31 y todavía le quedó tiem­ po para publicar otras ‘‘paradojas” , como la que trata de la injusticia, no­ cividad e inmoralidad del principio mismo de progresivídad de los impues­ tos,32 y esa propuesta, exquisitamente "ilustrada” , de instituir la poligamia para acrecentar la población, y porque, en todo caso, la monogamia, donde­ quiera que se ha instituido, “ dappertutto fu smentita dal fatto” (1798), — hasta que los austro-rusos lo hicieron huir a París. Y aquí volvió a tomar inmediatamente la pluma. Redactó junto con 30 L e it e r e p ia c e v o li, se p ia c e ra n n o , Módena, 1791, Lettera XIV, pp. 167-194. Sobre la fortuna de esta carta (reimpresa con mejoras en el texto y con el titulo S aggio s u g li E b r e i e su i G r e c i, Venecia, 1792, 36 pp.) véase la V ita le tte ra ria d e l ca va liere G iu s e p p e C o m p a g n o n i s c ritta da lu i m e d esim o, Milán, 1834, p. 24, y las citadas M e m o r ie a u to b io g ra fic h e , pp. 127-128. Aunque Compagnoni exalta la poesía de los hebreos antiguos, no veo en él ninguna huella de la famosa obra de Herder, V o m G eiste d e r ebra ischen P o e s ie (1782-1783), ni de la de Robert Lowth, D e sacra p o e s i H e b r a e o r u m , más antigua (1741-1753). si Véase una selección de artículos de esta revista en L. Rava, “Giuseppe Compa­ gnoni e il suo M o n it o r e C is a lp in o " (en apéndice, el V o c a b o la r io d e l n u o v o lin g u a g g io d e m o c rá tic o ), Rassegna S to rica d e l R is o r g im e n to , XIV (1927), núm. 3, y en separata, Aquila, 1927. Sobre su “jacobinismo" véase D. Cantimori (ed.), G ia c o b in i it a lia n i, Barí, 1956, pp. 416-423 (y cf. ib id ., pp. 3-96, una selección de escritos de Compagnoni). 32 L a tassa p rog ress iva , R if le s s io n i d e l c itta d in o G . C ., Ferrara, 1797, donde se leen perlas proféticas como ésta:_ “rindustria s'aixesta; la pubblica riccherza si-costipa; l'isíesso genio speculatívo si paralizza” (p. 16). Este ensayo puede verse también en L. Rava, 11 p r im o

P a r la m e n to

e le ttiv o

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P a r la m e n to

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R e p u b b lic a

Cispadana

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Bolonia, 1915, pp. 32-37; cf. también L. Rava, L a C o s titu z io n e d e lla R e p u b b lic a Cispadana d e l 1797, Bolonia, 1914. Compagnoni es llamado “uno dei piú operosi e ¡oquaci membri di queH’assamblea” por T. Casini, “I deputati al Congresso Cispadano, 1796-1797”, R iv is ta S to ric a d e l R is o r g im e n to Ita lia n o , II (1897), pp. 138-210, especialmente pp. 138 (nota) y 164-165.

B o lo g n a , a p rile -m a g g io 1797,

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33 Compagnoni, M e m o r ie a u to b io g r a fic h e , pp. 255-256; F. Luzzatto, “Vincenzo Dán­ dolo, Giuseppe Compagnoni e L e s H o m m e s N o u v e a u x " , N u o v a R iv is ta S to ric a , XXI (1937), pp. 39-50. Véase también, para ciertas (dudosas) anticipaciones del concepto de pena como defensa social y de la conveniencia de considerar al delincuente más que el delito, el estudio del mismo Luzzatto, “Precursori della scuola crimínale positiva: Giu­ seppe Compagnoni”, L a S cu o la P o s itiv a : R iv is t a d i D i r i t t o e P r o c e d u r a P e n a le , N. S„ XV (1925), pp. 18-25. 3i Hubo quien las pusiera en verso y quien les acomodara música (!). Tuvieron varias ediciones e imitaciones italianas; se tradujeron al francés, desde la primera edición, y además al alemán, al polaco, al ruso y quizá también al inglés, según dice Compagnoni {M e m o r ie a u to b io g r a fic h e , pp. 261-262), el cual, insaciable, agrega que habrían ganado en una traducción española. Antes de su muerte, Manuel de Cabanyes publicó (1832) una versión libre al castellano, y poco después de su muerte, el inglés William Keegan las traducía al latín (Nápoles, 1835). 25 Cf. M. Berengo, “Le origini del Lombardo-Veneto”, R iv is ta S to rica Ita lia n a , LXXXI1I (1971), pp. 536-537. 36 Véase D e g li o f f ic i d e lla ja m ig lia , D i a l o g h i V I I I (Milán, 1826), y L e tte r e a g io v a n i s u lla m o ra le p u b b lic a (Milán, 1829), donde Compagnoni enumera los dcberes cid ciudadano, del empleado público, del contribuyeme, de los sabios, de los jóvenes para con los Viejos, de ios vivos para con los Muertos y para con los Pósteros, de los abo­ gados y de los litigantes, de los médicos y de los pacientes, etc., condenando asimismo (p. 177) la defensa de la galantería contenida en sus juveniles L e t t e r e p ia c e v o li (véase en efecto la edición citada, p. 78). La V ita e d im p r e s e d i B ib i u o m o d e i suo te m p o , obra de título vagamente leopardizante y, como dice el propio Compagnoni, notable “per la sua singolaritá”, apareció sin nombre de autor y, según E. De Tipaldo (Biografía d e g li I ta lia n i illu s tr i, etc., Venecia, 1834-1835, vol. II, pp. 181-189), está incompleta; fue reeditada por D. Diamilla Müller en sus B io g r a fié a u tó g ra fa ed in e d ite d i illu s t r i I t a lia n i d i que sto sécalo, Turín, 1853.

tre

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mais de composer des ouvrages originaux” ,37 y Giacomo Leopardi, que le hace lugar en una lista de “ uomini di valore” , escribe a su tío Antici que ha “ fatto m olt’amicizia” con Compagnoni y, en sus cartas a los Stella, padre : I

4 U

e hijo, suele mandarle cariñosos saludos.38 En efecto, hacía ya algunos años que Compagnoni trabajaba para el editor Stella. Éste había acometido la empresa de publicar, en una serie de tomitos mensuales, la traducción italiana de la Historia universal del Con­ de de Ségur; pero en cierto momento, Ségur, enfermo y agobiado por sus quehaceres políticos, había aflojado el ritm o de redacción de su obra, y el editor milanés, que tenía compromisos ineludibles con sus “ asociados” (abonados o suscriptores, se diría hoy), al llegar al volumen X X V , con el cual terminaba la Historia del Bajo Im perio , se veía forzado a sustituir con alguna otra cosa la Historia de Francia que debía haber ido a continua­ ción, pero que Ségur aún no tenía terminada. Mientras tanto, para tapar la falla, y — según dice— después de consulStendhal, D es p é rils de la la n g u e it a lie n n e (1818), en apéndice a H a c in e e t Shake­ ed. Divan, p. 257, nota. Sin embargo, en una carta personal de Destutt de Tracy, ofrecida en un catálogo de autógrafos, se lee: “je ne sais s’il [Compagnoni] a bien compris tout ce que je prétendais en dire ni si il a osé le transcrire, j’ai peur qu’il n’ait pu faire ni l’un ni l’autre”. La obra traducida por Compagnoni es un ensayo D e l ’A m o u r que Gilbert Chinard publicó en francés (París, 1926), retraduciéndolo del italiano. Véase también Stendhal, C o rre s p o n d a n c e , ed. Pléiade, vol. II, pp. 775-776 y 1086, y vol. III, 37

spea re,

pp. 662 y 780. 38 G. Leopardi, L e tte r e , ed. F. Flora, Milán, 1949, pp. 555, 569, 571, 578, 583, 592, 619, 629, 678 y 911. Sin embargo, ignorando que ciertas críticas a Giordani, publicadas (1825) en el N u o v o R ic o g lit o r e , eran de Compagnoni, Leopardi escribía que “dimostrano una profonda ignoranza di lingua e di stile”. Sobre el episodio, véase C. Dionisotti, “Leopardi e Compagnoni”, en el vol. C r itic a e s to r ia le tte r a r ia : S tu d i o ff e r ti a M a r io F u b in i, Padua, 1970, vol. I, pp. 673-699. Se pueden citar juicios igualmente adversos de Tommaseo (véase in f r a , p. 803, nota 109; "tremendo acciabattatore” lo llamó en sus M e m o r ie p o e t ic h e , 1838, ed. G. Salvadori, Florencia, 1916, p. 221; por lo demás, Compagnoni se describe a si mismo como “un furioso scarabocchiatore” en su citada V ita le tte ra ria , p. 18), y de Vincenzo Monti, contra cuyo S e rm o n e s u lla m ito lo g ía escribió Compagnoni una A n t im it o l o g ia bajo el pseudónimo “Giuseppe Belloni” (véanse las D iscu ssion i e p o le m ic h e s u l R o m a n tic is m o , ed. E. Bellorini, Barí, 1943, vol. II, pp. 364-368), a pesar de que en 1797-1798 Monti (E p is to la r io , ed. A. Bertoldi, Florencia, 1928, vol. II, pp. 3 y 16) se profesaba amigo suyo y tenía buena opinión de él; después del ataque, para lamentar la pobreza de su estro, Monti le escribía a Trivulzio (30 de agosto de 1826) que de su lira estaban brotando sonidos “si rozzi e miseri / che piü poveri versi non faría / Tommaseo, Mangiagalli e Compagnoni” (E p is t o la r io , vol. VI, pp. 209 y 215, y O p e re , ed. M. Valgimigli y C. Muscetta, Milán-Nápoles, 1953, p. 1240). También le es hostil Cesare Cantü, M o n t i e Veta ch e f u sua, Milán, 1879, notas de las pp. 114 y 298. En cambio, parece haber sido amigo de Cario Porta y de Tommaso Grossi (véanse L e le tte re d i C a rio P o r t a e d e g li a m ic i d e lla C a m e re tta , ed. D. Isella, Milán-Nápoles, 1967, pp. 333, 382-383, 390 y 393).

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tarlo con Ségur, Stella decidió ofrecer al público una Historia d e A m é r i c a , dando este encargo a un escritor italiano (cuyo nombre calla) “ c h e p e r accuratezza, chiaro stile e sana filosofía” daba esperanzas de un t r a b a jo n o inferior al celebérrimo del Conde y Par de Francia.39 Era éste n u e s t r o Compagnoni, el cual debe haberse alegrado de emprender un t r a b a jo q u e lo tendría ocupado durante meses y meses; pues, en efecto, no p a rec e h a b e r titu b ead o frente al compromiso cíe entregar cada treinta días un t o m o d e doscientas páginas, poco más o menos, sobre un tema que hasta e n t o n c e s — y tenía sesenta y seis años— no le había interesado ni poco n i m u c h o . 40 39 "L’editore a chi legge”, páginas no numeradas al comienzo del volumen primero (XXVI de la S to ria u n iv e rs a le ) de la anónima S to ria d e ll’A m e r ic a , in continuazione d e l C o m p e n d io d e lla S to ria u n iversa le d e l sig. C o n te d i S é g u r, Milán, 1820 (a partir del vol. VI la fecha es 1821, y los vols. XVII-XXV1II son de 1822; en 1823 apareció el vol. XXIX, que contiene el índice). He visto sólo esta edición, que tuvo casi 1 700 "associati”, según la lista que aparece en el vol. XXIX (2 000 según el último volumen de la S to ria u n iv e rs a le , 180? de la serie, Milán, 1830, p. 30); pero ya en 1823 el editor Stella se quejaba de una “ristampa con violato diritto eseguitasi in altra cittá d’Ita lia ’’ (vol. XXIX de !a S to ria d e ll’A m e ric a , p. 10), y C. Morandi, “Giuseppe Compagnoni e la S to ria d e ll’A m e r ic a ” , A n n a li d ella R . S cuola N ó r m a le S u p e r io r e d i Pisa, 2R- serie, VIII (1939), pp. 252-261, informa que “vi fuTono successive edizioni milanesi ed anche una napoletana in 19 volumi: Napoli, Iride, 1842-1845” (p. 254, nota 3). Por otra parte, parece que la mole de la obra fue objeto de críticas (“alcuni l’hanno trovato troppo estesa”, dice Compagnoni, V ita le tte ra ria , p. 42) y preocupó un poco a los suscriptores y al editor, el cual se excusa y justifica en el vol. XXIX, pp. 5-9, promete que no lo v o l­ verá a hacer (“storie... di lunghezza simile... non ne daró piü”) y, para facilitar la venta, la dividió “in quattordid Storie particolari, ciascuna delle qualí sta da sé, e vendesi anche separatamente” (Giuseppe Belloni [= Compagnoni], S to r ia dei T a r ta r í, Milán, 1825, vol. I, p. 12, nota). K> A pesar de que Compagnoni asegura que en su juventud y en los contados ocios de su vida pública leyó cosas sobre América (S to ria d e ll’A m e r ic a , vol. XXVIII, p. 2 5 4 ) , es un tema casi totalmente ausente de su copiosa producción literaria. Parece que en 1777 quería dedicar a Franklin un tomito de versos sobre Washington (véase Visconti, L e o r i g i n i d e g li S ta ti U n i t i e V ita lia , pp. 109-110, 113 y 120, y Pace, B . Franklin a n d Ita ly , pp. 237-238, 349 y 405-406; sobre su admiración por Franklin véase el mismo Pace, pp. 172-174). Pero el manuscrito de su W a s h in g to n , “poema nuovo per forma e per soggetto”, se extravió: véase De Tipaldo, B io g r a fía d e g li I t a l ia n i i l l u s t r i , vol. II, p. 187 (por cierto, ese "poema nuovo” y la “specie di poema nuovo di forme c o m e d i argomento, intítolato il W o s le n g r o n " , de que habla en sus M e m o r ie a u to b io g r a f i c h e , p . 1 9 2 , son evidentemente la misma cosa). Fugaces alusiones a la Revolución norteam ericana s e leen en su P r o s p e tto p o lít ic o d e ll’a n n o 1790, Venecia, 1791, pp. 11 y 30. En el C o n g r e so de Módena mencionó, a propósito de los jurados, la Constitución de los Estados U n idos V las de otros países (17 de febrero de 1797; véase C. Zaghi, G l i A t t i d e l T e r z o Con gres so C isp a d a no d i M o d e n a , Módena, 1935, p. 200). En el poemita sobre la gruta de Vilenizza describe Compagnoni los tugurios de Corgnale “qual presso il lido degli algenti fiumi / ove America al polo alza la fronte, / delFindustre castor sorgon le case”: véase L. Rava, G iu s e p p e C o m p a g n o n i d i L u g o , in v e n ta re d e l T r ic o lo r e it a lia n o e i l su o p o e m e t t o

“ L a

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Dadas estas circunstancias, no puede sorprender que Compagnoni se haya servido casi exclusivamente de fuentes secundarias y terciarias, y que, en particular, para escribir el primer volumen, para tomar vuelo, haya explo­ tado y copiado sin miramientos un libro publicado hacía poco y en conse­ cuencia conocido por muy contadas personas, proveniente de París y de aspecto muy serio y autorizado: L ’Europe et l’Am érique comparées, de Mon-

sible entusiasmo por la hermosura del tema que se ha puesto a desarrollar; abandona por completo la polémica contra Europa (salvo las consabidas parrafadas moralistas contra la avidez y la ferocidad europea, que pertene­ cen a la ideología del humanitarismo) y, naturalmente, elimina casi sin excepción los fastidiosos y anacrónicos ataques contra De Pauw.

síeur Drouin de Bercy. A decir verdad, él lo cita por su nombre, o mejor dicho por la mitad de su nombre, una sola vez, y a propósito de una cuestión muy de detalle.41 Pero en un par de pasajes distintos se refiere veladamente al “ scrittore che abbiamo specialmente seguito in questo quadro dell’America” 42 y al ‘‘mo­ derno scrittore che abbiamo assai spesso seguito in questa Introduzione” .43 Por lo demás, basta una rápida confrontación para encontrar gran cantidad de paralelismos y de coincidencias nada fortuitas,44 y para convencernos de que Compagnoni ha “ seguido” verdaderamente a Drouin de Bercy, más aún que en los detalles de hecho, en el entusiasmo indiscriminado por todo cuanto es americano y en su ingenua aceptación de virtudes sorprendentes y de fenómenos prodigiosos, que nos traslada a un aura pre-buffoniana.45 N o obstante, hábil literato como era, y concienzudo compilador de una obra amenamente instructiva y de tono popular, Compagnoni consigue transformar el fanatismo continental de Drouin de Bercy en un compren(1795), Roma, 1926, p. 24. Y en L a ch im ic a p e r le d o n n e , Venecia, 1797, se leen unas cuantas alusiones a fenómenos naturales de distintas zonas de América (vol. I, p. 183; vol. II, pp. 27, 29, 192 y 201). «i “Giustamente poi ha concluso il sig. Bercy, scrittore piü recente ancora —antes ha estado hablando de Humboldt—, che per lo meno le lingue americane sono differenti tra esse come la lingua greca é differente dalla tedesca, e la francese dalla polacca” (.S to ria d e ll’A m e r ic a , vol. II, p. 173; cf. también vol. I, p. 109). El pasaje citado por Compagnoni, y repetido en el vol. XIII, p, 153, se halla efectivamente en Drouin, L ’E u r o p e e t l ’A m é r iq u e co m p a rées, vol. II, pp. 320-321. Sobre las lenguas de los salvajes de América, y con cita de sí mismo, véase también G. Compagnoni, D e l l ’a rte d e lla p a ro la , etc., Milán, 1827, pp. 21-22; y sobre los jeroglíficos mexicanos y los quipus peruanos, con cita del Inca Garcilaso, ib id ., pp. 54-55. 42 S to ria d e ll’A m e ric a , vol. II, pp. 210-212; y en seguida reproduce un largo pasaje traducido de Drouin, L ’E u r o p e e t l ’A m é r i q u e . . . , vol. II, p. 425. 43 S to ria d e ll’A m e ric a , vol. II, pp. 111-113; y sigue asimismo un largo pasaje tra­ ducido de Drouin, vol. I, pp. 267-268. 44 Compárese, por ejemplo, S to r ia d e ll’A m e r ic a , vol. I, pp. S3-85 y 87-S8 respectiva­ mente con L ’E u r o p e e t l ’A m é r i q u e . . . , vol. I, pp. 159-161 y 166; la lista de los autores que tratan de la sífilis (Compagnoni, vol. I, pp. 127-137; DTouin, vol. II, pp. 96-97), etc. ¿Será también Drouin ese “ingegnoso scrittore" que ha descrito "un mattino deüe Antille al tempo delle forti ruggiade”? (vol. XX, pp. 17-19). 45 Por cierto, no me parece que en la S to r ia d e ll’A m e r ic a llegue a mencionarse una sola vez a Buffon.

g r o tta d i V ile n iz z a "

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L o único que de este último sabe Compagnoni es lo que ha leído en Drouin, y se libra de él con una sola plumada; “ non perderemo noi il nostro tempo ribattendo le calunnie che con delibéralo animo, cinquant’anni addietro, pubblicó contro gli Americani il sig. Paw, giustamente da molti meglio istrutti valeritissimi scrittori confutato” .46 En cambio, de estos refinadores conoce Compagnoni un buen número, si no por otra cosa, por haberlos encontrado dispuestos ya en orden de batalla en los dos volúmenes de Drouin, pero no utiliza y ni siquiera menciona a los que escribieron meras refutaciones, como Pernety (llamado “ Prenetty” por Drouin) o Frisi, y tampoco a Jefferson, mientras que se sirve a manos llenas de aquellos que, aun habiendo tomado en las Recherches philosophiques sur les Américains su impulso polémico, presentaron contribuciones positivas al conocimiento del Nuevo Mundo, como Clavigero,47 Molina,48 G ilij,48 y sobre todo el gran Humboldt.50 Alguna duda nos queda en cuanto a Carli, cuyas Lettere americane ciertamente tenían que serle conocidas, puesto que en La chimica per le donne había citado su teoría dé la Atlántida,61 y que además había 4« S to ria d e ll’A m e ric a , vol. I, p. 94; De Pauw vuelve a ser mencionado una sola vez, poco más adelante (vol. I, p. 98), como testigo de la sobriedad del indio americano. 4? Las primeras veces (por ejemplo, S to r ia d e ll’A m e r ic a , vol. I, p. 87) Clavigero es citado de segunda mano (cf. Drouin, L ’E u r o p e e t l ’A m é r i q u e . . . , vol. I, p. 164); pero luego, cuando comienza a ocuparse de México, Compagnoni recurre directamente a este autor, "che uella esposizione di tutte queste cose abbiamo. seguito, come ü piü pratico delle cose del Messico, di cui egli era nativo, e che vi ha passata la piü parte di vita sua” (vol. VI, p. 92; cf. vol. II, pp. 30, 87 y 197; vol. VI, pp. 93, 115, 147, 153 y 158; vol. VII, pp. 70, 73, 75, 115 y 119). 48 cf. vol. II, pp. 74, 80 y 136; vol. XII, pp. 36 y 44 (identificación de los chilenos con los patagones). 43 Cf. vol. XVII, p. 150, y vol. XVIII, pp. 121 y 199 (Compagnoni lo llama siempre “Gigli"). so Cf. vol. I, pp. 9, 15, 48, 80, 86, 95-96, 99-100 y 102; vol. II, pp. 54, 129-130, 132, 141 y ¡73; vol. XVII, p. 126, y vol. XXIII, p. 157. Simplificando la cuestión, dice Morandi (“G. Compagnoni e la S to ria d e l l’A m e r ic a " , p. 257) que el haber utilizado a Humboldt constituye "la vera forza del Compagnoni di fronte agli scrittori del Settecento, ció che gli ha consentito di rendere meno rigidi, se non di spezzare, i precedenti schemi". Pero Humboldt es citado ya con mucha frecuencia en el primer volumen de Drouin; y por otra parte, como luego veremos, Compagnoni no ha sacado gran fuerza de esa lectura. si L a c h im ic a p e r le d on n e, vol. II, pp. 18-19; “se voi leggete Buffon, Bai'ly, Carli, udirete le rivoluzioni meravigliose sófferte nei passati tempo dal mare".

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sido mencionado varias veces por su mentor americano, Drouin de Bercy, incluso en asuntos rozados por él mismo,525 3pero del cual, quizá por la ya señalada razón de que Carli hace polémica y propaganda en vez de limi­ tarse a describir y referir las cosas, o quizá por antipatía política, no hace mención alguna en la Storia dell’America.™ Su fuente principal para la historia peruana es el Inca Garcilaso, nostálgico idealizador del imperio incaico en la misma medida en que lo era Carli, el cual, por lo demás, estaba siempre dispuesto a jurar por las palabras del nobilísimo mestizo.54 Ya de esta utilización de los autores resulta claro el desplazamiento del interés de Compagnoni. Está mucho menos empeñado en vindicar los ul­ trajes infligidos a América que en describirla parte por parte, con exhaus­ tiva minucia y con solícita simpatía. Cuanto más se aleja de las generali­ dades, tanto más se hace narrador, si no propiamente historiador, y cuanto menos polemista, tanto más compilador. Sobre las máximas titubeantes seguidas al escribir la Storia dell’America, Compagnoni, que no obstante se jactaba de haber sido en este caso “ n o n ... compilatore, ma storico origínale” ,55 nos informa en la carta que sirve de prefacio a su Storia dell’Im perio Russo: “ É la storia propriamente narrazione.” Sin embargo, “ I’arida narrazione a me non é mai piaciuta: e compatisco gli Storici i quali se ne sono contentati” . El historiador no puede prescindir del sentido que los acontecimientos van dejando en su ánimo. Por otra parte, “ egli dee temperare questo senso, e non correre ogni mo­ mento innanzi alia mente di chi legge” , porque esto parecería arrogancia o engendraría fastidio. Verdad es que los progresos de la filosofía han lle­ vado ahora a tratar la historia “ direi quasi, scientificamente” , a hacer de ella “ un egregio impasto colla morale e colla política” , creando así “ un genere di storia filosófica, o política che vogliam diría, ignoto affatto ai secoli precedenti” . Pero éste es un trabajo reservado a las fuerzas de muy 52 L ’E u r o p e e t l ’A m é r i q u e . . vol. II, pp. 107-108 (sobre la delicada práctica a que se ha aludido s u p ra , p. 781, nota 20), 154 (en defensa de las Amazonas), 173 (sobre los peruanos), 189 y 191. 53 Morandi cita un pasaje de esta S to ria (vol. XXVIII, p. 262) confrontándolo con otro de las L e t t e r e a m e ric a n e (vol. I, p. 5), pero no saca conclusiones, y hace bien. 54 Véase s u p ra , p. 296. Garcilaso, y su fuente Blas Valera, son citados en la Storia d e ll'A m e r ic a , vol. VIII, pp. 24, 62, 70-74 y 148; vol. IX, pp. 10-12, 20, 24-25, 28, 32, 34-35, 38, 44, 77, 120, 217 y 232; vol. X, pp. 115-116, 128, 155, 160-161, 165, 178 y 180; vol. XII, p. 29. Drouin lo cita una media docena de veces. Para los Estados Unidos, Compagnoni sigue sobre todo a Cario Botta, otro autor completamente ajeno a la polé­ mica, mencionado como ‘‘un ¡Ilustre italiano” que “ha scritti con molta diligenza” los detalles de la guerra de independencia norteamericana (vol. XXVI, p. 219; y cf. vol. XXVII, pp. 20 y 22). [Sobre Botta véase también su p ra , pp. 591-592.] 55 S to ria d e i T a r t a r í, vol. I, p. 13; cf. in fr a , p. 792.

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pocos, y no es el que se requiere ni para continuar la historia e l e S e g u r n i para dar satisfacción al editor Stella y a sus “ associati” .56 Los méritos de que hace alarde son, en una palabra, los c a r a c t e r í s t i c o s del divulgador y sobre todo del compilador: que no pretende d e c i r n o s n a d a nuevo; que no quiere, literalmente, “ descubrir a América” , s i n o t r a t a r e l asunto en su integridad, recoger de todas partes informaciones y n o t i c i a s , “ ejemplos” morales y curiosidades científicas y disponerlo t o d o e n b u e n orden, para poder llenar hasta en sus ángulos más remotos el c u a d r o q u e se ha propuesto (o que le han impuesto) pintar tan d e ta lla d a m e n t e . G o m pagnoni nos cuenta con viva conmoción las “ angustias” por él s u f r i d a s e n el empeño de allegar las fuentes, especialmente extranjeras, y e l t r a b a j o que le ha costado completar las investigaciones sobre cada uno d e l o s t e m a s particulares: “ le difficoltá accennate mi si affollavano intorno; n é d i r a d o le vidi ripullulare e moltiplicarsi, e trarmi poi a piü vivo e d o l o r o s o p e n t i mento, troppo chiaramente veggendo com’era in gran p e rico lo d i s t a r m i assai indietro dal punto a cui era pur forza che giungessi” .57 P e r o c o n i g u a l calor nos expresa tanto su satisfacción por haber dado cima a l a o b r a ----- e n la cual, poco antes de su muerte, seguirá viendo todavía la “ más i m p o r t a n t e ” de las que escribió, y también la más “ original” , mientras q u e l a s h i s t o ­ rias de los rusos y los tártaros, de los turcos y de los austríacos s e r á n c a l i f i ­ cadas por él mismo de “ compilazioni” 58— como la orgullosa c o m p l a c e n c i a de haber sido el primero que dio al público la historia c o m p le t a d e t o d a América, sin traicionar “ si alto soggetto” .59 Y los editores, los r e s e ñ a d o r e s y los biógrafos, admirados y abrumados, repitieron ese alarde, r e c o n o c i e r o n esa primacía. Ahora bien, aquí, como a propósito del “ tricolore” , podría u n o c a v i l a r : estaría por ver si es un título de mérito para un historiador el h a b e r s e e n ­ frentado a un tema inmenso obligándose así a tratarlo de la m a n e r a m á s superficial (silba a nuestros oídos el refrán de que quien m u c h o a b a r c a poco aprieta); y asimismo sería el caso de discutir la validez o b j e t i v a d e e s a 56 G. Compagnoni, S to ria d e ll’I m p e r io R u sso, Milán, 1824, vol. I, pp. 8 - 1 1 . E v i d e n t e ­ mente, los suscriptores querían que el autor los divirtiera; y, para s u m i n i s t r a r l e s u n a lectura amena, Compagnoni, fundándose en el ejemplo de Diodoro S ícu lo ( d e q u i e n había traducido la B ib lio te c a h is tó ric a ), insertaba en su op u s americano “ c e r t í c a s i e certe particolaritá che scrittori, giustamente reputati, non paiono aver creduto c o n v e n i e n t i alia gravita della storia” (S to ria d e ll’A m e r ic a , vol. XXVIII, pp. 268-269). 37 Carta a Petronilla Reina nata Gorini, ib id ., pp. 258-260. 53 Véase su breve autobiografía de 1830, V ita ed im p re s e d i B ib i u o m o d e l s i t o t e t n -p>o , loe. c it., y cf. s u p ra , p. 790. 59 Y continúa; “Quanto di piü nobile, di piü importante, ed eziandio d i p i ü c u r i o s o puó trovarsi sparso in mille líbri intorno aH'Ainerica, qui si ha piü o m e m o c o n v e ­ nientemente o esposto, o indicato” (S to ria d e ll’A m e r ic a , vol. XXVIII, pp. 2 5 8 - 2 6 0 ) .

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primacía, puesto que Oviedo, a mediados del siglo xvi, había expuesto la historia y la geografía de todas las tierras americanas hasta entonces cono­ cidas. Compagnoni se limita a rechazar la pretensión de Robertson, el cual — dice— en la llamada H istory of America sólo se ha ocupado, o casi sólo, de la empresa de Cristóbal Colón y de las civilizaciones y conquistas de México y del Perú, que son las partes más conocidas y más fáciles de la historia del continente.00 Pero si miramos un poco más a fondo, prescindiendo de las cuestiones de extensión geográfica o de volumen o de dificultades vencidas, debere­ mos reconocer a la prolija compilación de Compagnoni un mérito singular e intrínseco: el de hacer la historia de América situándose en el terreno mismo de los americanos, y no en el punto de vista europeo. La totalidad geográfica de que hace alarde es un corolario de esta adhesión a la historia del continente. Una vez tomada como asunto, “ di poema degnissimo e di storia” , América en sí misma y por sí misma (Ségur y sus colaboradores pensaban en las demás partes del universo mundo), todas sus regiones ve­ nían a ser igualmente interesantes, igualmente necesarias para completar el cuadro. En este sentido, pues, Compagnoni es en verdad el precursor del “ panamericanismo historiográfico’’ sobre el cual tanto se ha hablado y escrito en los últimos años.61 Ta n es así, que varias veces el autor da muestras de tener clara conscien­ cia de su originalidad, de su “ americocentrismo” . Comentando las empresas increíbles y auténticas de los filibusteros observa que, “ come il cielo, le acque e le terre di quella vasta parte del globo” nos presentan nuevas ma­ ravillas, así también “ gli uomini che sono concorsi alie tante vicende di cui 1’America é stata teatro” nos ofrecen ejemplos que no tienen paralelo en la historia del Mundo Antiguo. Compagnoni no distingue aquí entre indios e invasores, y atribuye al suelo americano esta prodigiosa virtud — o sea que avala el “ mesianismo telúrico” de tantos escritores americanos. Pero inmediatamente prosigue, corroborando su actitud: “ Non vogliamo dissi­ mulare che le cose seguite in America ed hanno avuto impulso dall’Europa, e sopra essa, non meno che sopra le altre due partí dell’antico Continente hanno riverberato. Ma nell’America hanno avuto il loro centro; e pare che Paria di quel nuovo Mondo abbia dato un particolare spirito a tutto ció che dell’Antico si é posto in contatto con quello” , sin excluir las crueles pasiones ni los portentosos delitos de conquistadores y filibusteros.62 «o

vol. XXVIII, pp. 256-257. supra, pp. 705-706. «2 S to ria d e ll'A m e ric a , vol. XX, pp. 161-164 (el subrayado es mío). Este pasaje se reprodujo en una reseña del R ic o g li lo r e (cuaderno l x iv , 15 de junio de 1822), reimpresa totalmente en la S to ria d e ll’A m e ric a , vol. XXI, pp. 273-276. ib id .,

Véase

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Con esto, por otra parte, nos da Compagnoni un esbozo de la tesis de la tropicalizacion del blanco” y presenta la historia de América no sólo como una serie de multicolores retablos populares llenos de prodigios exó— ticos, sino como la extrema realización de las exuberantes energías euro­ peas. Su interés, sin embargo, pesa siempre del lado de los indios, y varias veces nos advierte que sus hechos y costumbres “ debbono a pien diritto avere il primo luogo in questa Storia, nella quale i fatti degli Europei, se ben si considera, non sono che di un ordine secondario ed accessorio” .63 Los únicos americanos auténticos son los indios. Esta simpatía para con los indios está reforzada por la hostilidad para con los españoles, alimentada a su vez en ideales humanitarios e irreligio­ sos. Se sabe que siempre y en todas partes los hombres se han degollado cruelmente unos a otros, con rabia de leones africanos: “ ma che fatto avevano i Messicani agli Spagnuoli?” 64 Y no se alegue — vuelve Compagnoni a la carga en otro lugar, contradiciendo la tesis de la tropicalizacion— que el clima puede explicar o excusar las crueldades que la historia echa justa­ mente en cara a los ibéricos. “ N elle pianure della Laponia” , de haber en­ contrado aquí minas, y de haber podido derrotar a los nativos, los portu­ gueses y españoles “ avrebbero fatto lo stesso governo de’ L a p o n i— ¡de los “ pacifici Lapponi” !— che si fece degli Americani. Se in ció entrasse in­ fluenza di clima, sarebbe stata quella del clima in cui erano nati. Tutto fu opera di una perversitá morale che contratta aveano per le loro antiche abitudini” .65 La raza y no el clima, la historia y no la geografía son, pues, los verda­ deros responsables de tales excesos; entre los cuales, sin embargo, Compa­ gnoni parece establecer cierta escala de gravedad: y, si muestra una relativa comprensión por las heroicas aventuras de los primeros invasores, no tiene sino candente desprecio por los explotadores más tardíos. El audaz Gon­ zalo Pizarro está visto con simpatía, pero su vencedor, el taimado Pedro de la Gasea, es calificado de tramposo.66 Francisco de Toledo es tratado os Ib id ., vol. XXV, p. 227. Ya en Drouin de Bercy hay algún indicio de esta actitud (véase supra, pp. 777-778). 64 Ib id ., vol. V, pp. 198-199. Y en otro lugar, a propósito de las matanzas de indios: “qttal giudizio degli Europei puó pronunciar la ragione?” ¿Qué diría el noble Colón? (vol. XXVI, p. 120). es Ib id ., vol. XIV, p. 198. Los crímenes eran del tiempo más que de los hombres, concede en otro lugar Compagnoni (vol. XI, p. 47). 66 Todavía diez años más tarde, refiriéndose a cierto comandante francés, decía Compagnoni que llegó a ¡a Cisalpina "coile precauzioni, colle quali s’introdusse una volta Gasea nel Perú; ma senza le fraudi e senza la fredda crudelta di quel Commissario spagnuolo” (M e m o r ie s u lla v ita e s u i f a t t i d i G iu s e p p e L u o s i m ir a n d o la n o , etc., Milán, 1831, p. 23).

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más severamente que Francisco Pizarro, el déspota más que el conquista­ dor®7 La hostilidad hacia los españoles y la frialdad para con la religión ca­ tólica del viejo jacobino (que, por lo demás, no dejará de convertirse y morir reconciliado con la Iglesia) predisponen, pues, a Compagnoni a una idealización de los indios — aunque sean paganos, aunque sean idólatras— que se vincula con el primitivismo de Rousseau. Con respecto a los jesuítasy los misioneros tiene prejuicios no menores que los de De Pauw. De las mujeres guaraníes educadas por los buenos padres refiere que se entregan a cualquier hombre, de cualquier edad: no hay ejemplo de que una india de ocho años para arriba “ abbia mai ricusata proposta d’uomo” .68 Alaba copiosamente al marqués de Pombal por haber expulsado de Portugal y sus posesiones a los jesuítas,69 y acusa a éstos de haber calumniado el terri­ torio de California para disfrutar de él solitos, alardeando de vivir allí por puro celo misionero.70 N o son raros estos pinchazos contra los representan­ tes de la religión cristiana. Pero por la religión de los indios tiene una benévola curiosidad que degenera en polémica indulgencia. Excusa los sacrificios humanos con el consabido argumento de que todos los pueblos los han practicado, pues han creído aplacar a sus Númenes sacrificándoles lo más precioso que hay, la vida (¡ajena!).71 Explica las deformaciones craneanas (calificadas una vez: de “ uso stravagantissimo” ) diciendo que son un rito o ceremonial bélico, y, mejor aún, aduciendo su casi universal difusión entre los más remotos er ¿Reflejo de la constante admiración de Compagnoni por Napoleón? En el testa­ mento escrito en Santa Helena el 21 de abril de 1821, Napoleón se hacía ilusiones de que sus herederos podrían pedir el informe de la liquidación de sus bienes en Italia al príncipe Eugenio y a “l’intendant de la couronne, Compagnoni” (Las Cases, M e m o r ia l de S a in te -H é lé n e , ed. J. Prévost, París, 1935, vol. II, p. 838). Pero Compagnoni no fue nunca intendente de la corona, y justamente para esas fechas se ocupaba en escribir sobre chilenos y patagones. Parece que Napoleón quería referirse a Costabili, conser­ vador de los bienes de la corona (véase el prefacio de Tullio Dándolo a la B ib lio te c a de Focio, traducida por Compagnoni, Milán, 1836, vol. I, p. vii). es S to ria d e ll’A m e r ic a , vol. XII, p. 182. Las “propuestas”, por lo demás, no serían muy frecuentes, si los guaraníes tenían que ser despertados a media noche por una campana que los invitaba a cumplir sus deberes maritales (vol. XIII, p. 147); cf. Hegel, s u p ra , p. 547. S to ria d e ll’A m e r ic a , vol. XVII, pp. 78-85. 70 I b id ., vol. XXII, pp. 97-98, 100 y 113. Sobre los misioneros, aliados de los aventu­ reros en la Nueva Granada, véase vol. XIX, pp. 190-193. En cambio, Compagnoni está lleno de simpatía para “protestantes” como los cuáqueros (vol. XXV, pp. 103-105, 138-148 y 202-203) y los Hermanos Moravos (vol. XXII, pp. 40-58; cf. sus L e tte r e a tre g io v a n i , p. 129). 71 S to ria d e ll’A m e r ic a , vol. VII, pp. 95-105. [Cf. s u p ra , pp. 740-741.]

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paese é rAmerica’V37 Por otra parte, su escrúpulo en referir tocias las p a rAsí, entre el padre Gumilla, que rebaja a los bárbaros americanos, e l c ie n ­ tífico La Condamine, que los juzga insensibles e incapaces de c iv iliz a c ió n , y el benigno padre Gilij, que reconoce su humanidad básica, nuestro C o m ­ pagnoni declara que comparte la opinión de este último, y de h e c h o v a hasta un poco más allá cuando concluye: “ II Selvaggio adunque é p iü vicino d’ogni altro a quella che diciamo felicita.” 71 De aquí arranca también su única polémica, enderezada, n o c o n tr a n a­ turalistas o “ filósofos” , sino contra el historiador de América q u e h a b ía denigrado a los salvajes, o sea, naturalmente, Robertson.75 N o ob stan te q u e Compagnoni es grandísimo admirador de las instituciones políticas d e las recientes repúblicas americanas — al grado de que, en general, su h is to r ia parece avanzar con mecánica prontitud de la barbarie y la crueldad a u n a luminosa sabiduría de ordenamientos civilizados— , justamente a causa d e l estudio de los indios es la historia de América no sólo más herm osa, s in o también “piu importante e piü istruttiva di tutte le storie antiche e m o d e r ne del nostro Continente” .76 Robertson, “ giovandosi, com’egli asserisce, degli studi di un dotto suo amico” ,77 ha adornado su History of A m e ric a “ d i u n bel quadro rappresentante le nazioni selvaggie” , que es la parte más fa m o s a de su obra. Pero Robertson es un simplificador y un “ sistemático” , m ie n ­ tras que él, Giuseppe Compagnoni, presenta “ los hechos como son ” , e n su inmensa variedad. En esta forma, aclarando el modo de vivir de los p r im i72 Ib id ., vol. I, p. 199; vol. IX, pp. 179 y 214; vol. XVI, p. 55; vol. X X III, p p . 80, 91 y 190. 73 Ib id ., vol. XVIII, pp. 172-174. 74 Ib id ., vol. XVIII, p. 122, con evidente reminiscencia del pasaje del p adre G ilij citado su pra, p. 289. Los únicos aborígenes a quienes Compagnoni trata p rop iam en te mal son los miserables habitantes del extremo Norte: los groenlandeses, de q u ien es cuenta prácticas sucias y malolientes (vol. XXII, pp. 84 y 195); los chipewai, en tre los cuales una doncella, para ser agradable, debe tener “sopra ogni altra cosa p o i le m am melle pendenti" (vol. XXII, p. 219); y los inmundos salvajes de Alaska, cuyas cabañas son “una vera fogna” (vol. XXIII, p. 45). Finalmente, Compagnoni se excusa d e haber hablado tanto de tan tristes y desoladas poblaciones, ¡pero al fin y al cabo son h om b res 1 ■(vol. XXIII, pp. 6-9). . 75 véase también s u p ra, p. 7927« S to ria d e ll’A m e r ic a , vol. XXVIII, p. 263. 77 Dice Robertson en su prefacio que debe valiosos informes sobre los in d io s al Caballero de Pinto, ministro portugués en la corte de Londres, el cual había vivid o varios años en el Mato Grosso (“I have followed him as one of my best in stru cted guides”), a Bougainville, a Godin y a varios otros misioneros y viajeros (H i s t o r y o f A m e ric a , vol. I, pp. xiii-xiv), y cita luego, en las notas al texto, muchísimos autores, más o menos sabios. Drouin de Bercy había visto en Robertson un secuaz de D e P auw (s u p ra , p. 777, nota 3).

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tivos, y desde otros puntos de vista (que también desearía uno ver aclara­ dos), la historia de América “ serve di chiave per la intelligenza della Storia delle prime nazioni dell’antico Continente, e giustifíca ed illumina le oscure traccie che ci restaño de’ barbari nostri Maggiori” .787 9El m otivo comparatista no era nuevo, pero no esperábamos verlo desempolvado por Compagnoni, que tanto había insistido en la dignidad autóctona de la 'historia de América. Por fin, ¿tiene un interés propio esta historia, o vale en la medi­ da en que nos ayuda a entender la de Europa? N o es ésta, por lo demás, la única vacilación que muestra Compagnoni en sus juicios: impulsado por la necesidad de avanzar incesantemente en su narración, de mandar a la imprenta un tomito tras otro, no se preocupa lo bastante de asegurar la coherencia interna de sus ideas; y, si muchas veces se esfuerza en dar una explicación racional de hechos sorprendentes y discute, en el plano del sentido común, relatos e informes increíbles,78 muchísimo más a menudo ni siquiera se da cuenta de la incertidumbre que deja en el ánimo de los lectores. En particular, cuando se acerca a los temas de “ nuestra" polémica, ayuno como está en cuanto a los intrincados problemas de geofísica, de lógica y de historiografía que se encerraban en la disputa, Compagnoni ensarta de manera muy superficial las opiniones más contradictorias. Raynal, por ejemplo, es ridiculizado porque da crédito a los jesuítas y sigue “ i ridenti fantasmi della sua immaginazione” ,80 pero es cubierto de elogios por su zalamera filantropía,81 y luego es refutado a propósito de un cataclismo volcánico en la Guayana.828 3 En cuanto a los animales, Compagnoni llega casi a acusar de mala fe al ilustre Buffon: “ coloro i quali hanno pensato, che il suolo d’America non sia capace d’animali della grandezza di quelli che trovansi sull’antico Continente, hanno certamente dissimulato le prove che s’hanno del contrario. . . : che se parlasi poi di grossi animali sussistenti, certo é che 1’America rispetto ad essi sta ottimamente in proporzione col Continente antico” .ss Pero luego admi­ 78

vol. XXVIII, pp. 264-265. Da crédito, por lo demás, a la existencia de Amazonas (vol. I, pp. 118-126; poco des­ pués otro italiano, Francesco Predari, publicaba L e A m a z z o n i r iv e n d ic a te a lia n e rita d ella s to ria , Milán, 1839, donde, entre otras cosas, recrimina a De Pauw, p. xxii, por haber negado su existencia) y de gigantes patagones (vol. I, pp. 95, 117-118 y 139; vol. II, pp. 7 y 36; vol. XII, pp. 45-47 y 59-66) y no patagones (vol. II, pp. 53-55; vol. IX, p. 217, y vol. XXIII, p. 75). Sobre la incertidumbre de sus máximas historiográficas véase tam­ bién s u pra, pp. 790-791. so S to ria d e ll’A m e r ic a , vol. XXIII, p. 114. sr Véase, por ejemplo, vol. XXI, p. 197, y vol. XXVI, pp. 118-119. sí I b id ., vol. XVIII, pp. 6-9. 83 I b i d ; vol. II, pp. 53 y 55. Sobre la no degeneración de los animales domésticos llevados de Europa véase vol. II, pp. 104 y 106-107. 79

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te, con el padre Clavigero, que “ nel Messico originalmente non vi avea molta quantitá di specie d’animali” .84 Sobre la clásica cuestión de si el descubrimiento de América fue un bien o un mal para el V iejo Mundo, Compagnoni renuncia a decirnos su opinión.85 Pero especialmente confusas son sus ideas sobre las cualidades fisioló­ gicas de los indios. Su instintiva propensión a encontrarlos buenos, felices e interesantes lo lleva a exaltar asimismo el clima 86 en que viven y vegetan hasta la edad más avanzada: “ se v’ha paese in cui molti sieno gli uomini e le donne che durano felicemente la vita fino ai cent’anni e piü, queseo paese é rAm eríca” .87 Por otra parte, su escrúpulo en referir todas las par­ ticularidades pintorescas lo arrastra a hacer de los americanos un retrato muy parecido al que hacían sus denigradores: impúberes y muy mediocre­ mente dotados de todo atributo viril los hombres; lascivas, nunca satisfe­ chas, fácilmente paridoras pero escasamente fecundas las mujeres. La natu­ raleza ha sido pródiga con las indias americanas en cuanto se refiere a “ la costruzione degli organi del loro sesso, i quali in quelli — sic: el casto José Compagnoni se hace un lío— degli uomini assicuransi di una mediocritá affatto sproporzionata” .ss Podemos quedar en duda sobre si de eso depende la extremada facilidad de los partos de las indias,89 pero por lo menos es 84 Ib id ., vol. II, p. 87. 85 I b id ,, vol. II, p. 203 (cf. Drouin, s u p ra, p. 782). También en sus más ponderados escritos políticos hay huellas de su ingenuidad, que era el lado malo de la franqueza de que a menudo hace alarde y del buen corazón y la afabilidad que elogiaban en él sus contemporáneos: véase C. Morandi, “La política estera della Repubblica Italiana e il Compagnoni”, en su libro P r o b le m i s to r ic i it a lia n i ed e u r o p e i d e l x v i ii e x ix s ecolo , Milán, 1937, pp. 93-99, donde se resumen las C o n s id e ra z io n i s u lle r e la z io n i p o lit ic o - d ip lo m a tic h e d ella R e p u b b lic a Ita lia n a presentadas (1802) por Compagnoni a Francesco Melzi. Hay ingenuas expresiones de nacionalista y delirante entusiasmo por la eterna primacía de! genio de los italianos en la O ra z io n e s u lla P a c e [d i L u n é v il le ], Milán, 1802, pp. 8-9. 86 En igualdad de paralelos, la América septentrional es más fría que Europa y que Asia (vol. I, p. 72), pero a medida que se extiendan los cultivos, “i climi degli Stati Unid... verranno alia condizione de’ nostri paesi di piit benigna temperatura” _vieja observación (véase supra, p. 117) que Compagnoni toma de Drouin de Bercy (L ’E u r o p e et l'A m é r iq u e com parées, vol. I, pp. 179-180), el cual citaba a “Bonnet, T a b le a u " (o sea J. E. Bonnet, T a b le a u des É la ts -U n is de l ’A m é r iq u e a u c o m m e n c e m e n t d u x ix e siccle, París, 1816; sobre otras obras de Bonnet c£. Quérard, L a T ra n c e litté r a ir e , su b noce, y Fay, B ib lio g r a p h ie c r itiq u e , pp. 41 y 83, y L ’E s p r it r é v o lu tio n n a ir e , p. 299). 87 S to ria d e ll’A m e r ic a , vol. I, p. 88; cf. vol. VI, pp. 61-62 (México); vol. XIII, p. 156 (Paraguay); vol. XXVIII, p. 180 (los Estados Unidos). Véase también in jr a , p. 801, nota 103. 88 Ib id ., vol. I, p. 116. 88 Ib id ., vol. I, p. 116; vol. II,. p. 20; vol. X, p. 126; vol. XIII, pp. 104 y 157; vol. XVIII, p. 143; vol. XIX, p. 68. En Chile es cosa común el parto de gemelos: vol. XII, p. 36. Por excepción, parece que no son fáciles los partos de las canadienses: vol. XXIV,

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verosímil que precisamente esa generosa particularidad las haya inducido a buscar un remedio artificial a la poquedad de sus machos y a entusias­ marse, en cambio, por el sobresaliente vigor de los españoles. En realidad, Compagnoni, contradiciéndose a pocas páginas de distancia, niega con equí­ vocos y rebuscados circunloquios la primera consecuencia, a saber, que las americanas hayan tenido “ l’abito di ricorrere sia ai filtri irritanti, sia all’azione corrodente d’insetti, per un miserando supplemento di cosa di cui, certamente per sola stranezza d’incompetenti confronti, si é calunniata la natura come avara cogli uomini d’America” .90 Pero, para discutir la segun­ da, se desliza a consideraciones todavía más escabrosas: las indias guaraníes tienen “ seno abbondante, mani e piedi piccoli, ampie le natiche..., come del pari degli altri Americani nelle parti che li distinguono, moderatissíma é stata la natura nelle dimensioni de’ maschi, esuberante in quelle delle femmine: d’onde si é tratto argomento di supporre, che per ció le donne americane, spinte da interno furore, tanto si affezionassero agli Spagnuoli — “ Eh, er bianco, giá, laggiü, ce fa furore!” 01— • che per esse fu poi a questi piü agevole la conquista del paese; senza intanto far conto di un’altra particolarita in esse generalmente riconosciuta, che e quella della scarsezza delle loro purgazioni mensili: fatto che di assai diminuisce la forza dell’allegata supposizione [?]; perciocché del resto é assai incerto, che la sproporzione della quale si parla, sia necessariamente congiunta con una irritazione atta a produrre si grande effervescenza” . Y a ello se opone asimismo el hecho de “ la poca figliuolanza delle Americane rispetto massimamente alie Spagnuole” , con otras consideraciones lúbricas y especulaciones im­ puras.92 pp. 167-168. Sobre esta facilidad véanse también las citas de Gliozzi, L a scop erta d ei s e lv a gg i, pp. 65, 68 y 80, y A. Codazzi, M e m o r ie i n e d i t e . . . s u i s u o i v ia g g i p e r i ’E u ro p a e n e lle A m e r ic h e , 1816-1822, ed. M. Longhena, Milán, 1930, p. 326. 9o S to ria d e ll’A m e ric a , vol. I, pp. 126-127. Añade que desde el principio se observa­ ron “proporzionati generalmente nei rispetti loro i due sessi” y que no puede acusarse de “sfibratezza" a unos hombres que se permitían el lujo de la poligamia... Cf. tam­ bién vol. I, p. 146, y s u p ra , p. 781, nota 20. ai C. Pascarella, L a s co p e rta de l ’A m e r ic a , soneto xxxvi. [Cf. Gerbi, L a natu ra leza de las In d ia s nuevas, pp. 413-415.] 92 S to ria d e ll’A m e r ic a , vol. XII, pp. 171-172. Sobre la imposibilidad de atribuir al clima la escasa fecundidad de las indias, puesto que las españolas son fecundísimas, cf. vol. XIII, p. 156. Compagnoni cree más bien que si son poco fecundas es por la dura vida que llevan: vol. I, p. 115. Pero inmediatamente después nos da otra explicación, fundada en el escaso erotismo de los americanos: para satisfacer el “bisogno físico” deben encontrarse dos seres humanos “insieme pressati egualmente dal medesimo”. Ahora bien, “se tale é la naturale costituzione degli Americani, che temperato assai sia in essi questo físico bisogno, forza é presumere, che nelle domestiche loro unioni molti accoppiamenti succedano senza la conveniente disposizione nella donna, per la quale sola essa

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Sin embargo, un hecho que sigue siendo indiscutible es el d e la . a g r e s i ­ vidad erótica de las indias. Compagnoni, tan escolástico y c i r c u n s p e c t o d e ordinario, se esfuerza en hacerse chistoso al hablarnos de esas d o s mucha­ chas tupíes, alegres y joviales — ¡hay hasta una lámina para que l a s c o x a o z — camos mejor!— , que jamás querían dormir solas, y se irritaban “ s e : i 1c; u n o volesse opporvisi. . . , nel complesso delle quali cose a p e r ta m e n te v e c ié s í avere elleno codeste donzellette certi costumi alquanto strani, e tu tta l a ignoranza selvaggia: ma índole felicissima, e molta disposizione a l i a , g e n tilezza” .93 Frente a estas muchachitas tan voluntariosas y dispuestas a t o d o , ¿ c r e ó m e » se las arreglan los americanos? Bastante mal. El autor pone de r e lie v e i a impubertad completa de casi todos ellos, lo cual es ya en sí muy m a l a señal.94 Pero si uno se pone a buscar pelos en el salvaje, los e n e u e n t r a , aquí y allá, y Compagnoni no deja de llamar la atención sobre l o s pocos indios que se distinguen en eso, señalándonos triunfalmente cualquier* v e ­ dija que se muestre al sol: los guaraníes tienen poco vello, p e r o a l g o es algo; algunos mexicanos y los naturales de la extrema Alaska ( a s e g u r a n ciertos viajeros) usan bigote; y los chilenos, aunque lampiños, s o n r o b u s t o s y tienen mucho vello en el pubis . . . En conjunto, sin embargo, nuestro historiador reconoce por l o m e x x o s que “gli Americani della zona tórrida hanno pochissima barba, e m o l t i possono comparire imberbi affatto, forse perché di buon’ora, a v e n d o p o c h i e radi peli, usano sradicarli” :96 lo reconoce, e inmediatamente s e e s f u e r z a en justificar esta falta, como si fuera un indicio seguro de radical i n f e r i o r i ­ dad. Hace notar, con Humboldt, que cuando se afeitan “ la b a r b a c r e s c o loro” , y prosigue impertérrito: “ Ma nessuno di coloro che ta n to s í s o n o compiacíuti di esagerare questa o mancanza o tenuitá di barba d e g l i A m e puó farsi atta a concepire [!]. II che bastantemente spiega la scarsa feconditá d e l l e m e — desime’’ (vol. I, p. 117). En realidad, lo único que se “explica” es la confusión y e l a t x o pellamiento con que escribe Compagnoni... 93 I b id ., vol. XIII, pp. 47-48. Las Mbaya, por su parte, “tra tutte le In d ia n e e s s e sono compiacentissime” (vol. XIII, p. 86). Pero las más atractivas de todas las in d ia s soja, las,virginianas, que tienen “la particolarita... di un seno piccolo, rotondo e si s a l d o , che anche in vecchiezza non veggonsi mai colle mammelle pendenti” (vol. X X V , 5 8 ). 94 Véase, para los haitianos, vol. III, p. 121; para los mexicanos, vol. VI, p . 60; p>ava. los peruanos, vol. IX, p. 105; para los patagones, vol. XII, p. 65; para los g u a n a , v o l XIII, pp. 65 y 161; para los bogotanos, vol. XIX, p. 68; para los caribes, v o l . X X , p. 24; para los iraqueses, vol. XXIII, p. 191, etc. Éste de la impubertad es u n o d e lo s rasgos más persistentes de la imagen del indio: también Codazzi, M e m o r ie i n e d i t e , p. 2 9 9 , dice que los pieles rojas tienen “il corpo tutto liscio, senza peli”. 95 S to ria d e ll’A m e r ic a , vol. I, p. 104; vol. XII, pp. 37 y 171. 96 I b id ., vol. I, p. 104.

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ricani, ha fatto una considerazione que pur dovea farsi,97 ed é, che gli Americani abbondano grandemente di capellatura: cosí che, mentre con tale capelliera, se avessero anche folta barba, sarebbero rispetto ai popoli d’Europa per questa parte differenti in eccesso; riguardati con essa [?} quali sono, non possono ragionevolmente aversi per differenti in difetto.” N o sufren menoscabo en el honor del rostro, porque lo que aquí pierden lo recobran con usura en el cuero cabelludo. Y Compagnoni, en efecto, concluye y remacha su demostración con esta “ singolare avvertenza” : que de la misma manera “ le doUne nostre non hanno la copia di peli sul mentó, che abbiamo noi, se non perché piü di noi hanno capelluta la testa” ;98 con lo que el muy torpe destruye toda su defensa y confirma, sin darse cuenta, la tesis de los calumniadores que en la impubertad de los indios veían un estigma de fem inidad... N o muy distinta es la imagen que nos da poco más adelante, donde quiere convencernos de que el americano no es más débil, sino más “ temperato” que el habitante del Viejo Mundo, y que, habiéndole dado la Natura­ leza pocas necesidades y un temperamento no demasiado cálido y “ pochí desideri, e placidi e tali da appagarsi fácilmente” , está “ meglio d’ogni altro avviato ad esser felice” .89 Pero cuando quiere, enaltecer a los criollos, a cuya lozana complexión contribuye favorablemente el clima de América, nos los describe guapos y bien conformados — vigorosos los hombres y fas­ cinantes las mujeres, en el Norte “ grandi e slanciate, con petto alto e ben íermo” , en el Perú (según noticias de un abate) esbeltas y ligeras, de tal modo que parecen "ad ogni lor movimento gittarsi nelle braccia deH’amore” ,io° y, en suma, no dan señales de encontrar la felicidad en la limita­

humanidad perfeccionada por el clima y por las instituciones políticas más sabias del mundo, Compagnoni no se abstiene de rociar un poco del veneno que sus críticos habían destilado y divulgado: y, después de lanzar profe­ cías estupendas sobre el porvenir de los Estados Unidos, nos dice que su­ fren el azote de la fiebre amarilla y del escorbuto, y que “ le piü belle e fresche ragazze dai quindici ai vent’anni, se non hanno perduto tutti i denti, per lo meno li hanno guasti” .103

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ción de los apetitos. De las principales ciudades fundadas por los europeos nos pinta un cuadro pasmoso e hiperbólico: en Lima, “ la regina dell’America australe” , descubre hasta “ un bel fiume” que “ dá luogo ai ricambii del mare” ;101 en Washington, ciudad que tantos viajeros europeos han tomado a risa, en­ cuentra todos los esplendores de una metrópoli.102 Pero incluso sobre los americanos de ascendencia europea, sobre esos estupendos ejemplares de ¿Ninguno?... Drouin de Bercy, L 'E u r o p e e t l ’A m é r iq u e . . . , vol. II, pp. 138-140; p. 781. os S lo ria d e ll’A m e ric a , vol. I, pp. 104-105. 99 Ib id ., vol. I, pp. 145-146. íoo Ib id ., vol. I, pp. 102-103. Sobre los criollos, mestizos, mulatos, etc., cf. también vol. XIX, pp. 185-187. 101 Ib id ., vol. VIII, pp. 210-211; vol. XI, p. 187. El Rímac es poco más que un arroyito (y cuando está lleno, un pequeño torrente), por el cual no puede navegar ni una miserable chalupa. 102 Ib id ., vol. XXVIII, pp. 58-60; cf. s u p ra , p. 641, etc. a-

cf.

s u pra,

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Esos mismos Estados Unidos, ¿llegarán a ser en verdad la nación más poderosa del continente y del mundo? Compagnoni así parece creerlo cuando nos dice grandilocuentemente que serán “ senza eccezione il piü va­ sto imperio che non il caso e la forza, ma l ’umana industria abbia creato sulla térra” ,104 y cuando calcula por extrapolación, apenas con un ligero error por exceso, su progreso demográfico: “ in capo al secolo gli Stati U niti non avranno meno di centododici m ilioni d’abitanti” , y “ nel 1925 l ’íntera popolazione potra essere di dugento ventiquattro m ilioni d’uomini” .106 103 I b id ., vol. XXVIII, p. 181; cf. Perrin du Lac, s u p ra , p. 430. Compagnoni, que ha tomado de Clavigero la convicción de que los mexicanos no sufren de catarro alguno (“scarse l’escrezioni pituitose delle loro teste, e sputano di rado”, vol. VI, p. 61), v de los cronistas la optimista persuasión de que las mujeres públicas del Perú, las pamparunas, no transmitían "alcuna malattia" (vol. X, p. 130; sobre el origen no americano de la sífilis cf. vol. I, pp. 127-137), adopta, o mejor dicho traduce de Drouin de Bercy ( L ’E u r o p e e t l ’A m é r i q u e . . . , vol. I, pp. 159-161 y 166) una buena perorata en la que se afirma que no hay en América ni bizcos, ni jorobados, ni ciegos, ni mudos (S to ria d e ll’A ­ m e rica , vol. I, pp. 83-85 y 87-88), cosa que repite luego particularmente para los mexi­ canos (vol. VI, p. 61), para los paraguayos (vol. XIII, pp. 156-157), para los orinoqueses (vol. XVIII, p. 125), para los virginianos (vol. XXV, p. 58), etc. En Europa, en cambio, ¡qué lazareto! ¡Hay más de cuatrocientas horrorosas enfermedades! Y, hubiera podido agregar citándose a sí mismo (O ra z io n e s u lla P a ce [d i L u n é v ille ], p. 7), ¡qué enorme can­ tidad de mendigos astrosos! Las ciudades italianas están infestadas por un “sciame di misen, ai quali con vituperio della pubblica decenza si é permesso fin qui di far mercimonio della stessa schifosissima loro luridezza”. 104 S to ria d e ll’A m e ric a , vol. XXV, p. 7. 105 Ib id ., vol. XXVIII, pp. 160-161; unas páginas adelante (p. 188) dice que serán tan populosos como China. (Otro cómputo, que arroja "¡rreparabilmente” la cifra de 136 millones para 1915, y de 272 millones para 1940, hará en 1846 Cesare Balbo, L e tte r e d i p o liiic a e le tte ra tu ra , Florencia, 1855, p. 346.) Pero en Compagnoni no hay casi ningún barrunto del formidable empuje que la industria tomaría en los Estados Unidos. En cuanto al istmo de Panamá, tan admirado por Drouin de Bercy (véase s u p ra, p. 779, y cf. S to ria d e ll’A m e r ic a , vol. II, p. 125), dice que es y será siempre imposible abrir en él un canal (vol. I, pp. 57-58). De Pennsylvania, no obstante que ya se conocían sus riquezas carboníferas, cuenta que “non ha di cose minerali che una sorgente di petrolío: esso ¿ ecceneule pei reumatismi” (!) (vol. II, p. 151). Ve bien, en cambio, algunos de los reflejos económicos que tendrá sobre Europa la independencia de las naciones hispano­ americanas: en primer lugar, moderará o interrumpirá el aflujo de metales preciosos, y luego, con la progresiva autonomía económica de las nuevas repúblicas, "la massa delle

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Pero, con su acostumbrada e incoherente superposición de calificaciones y de auspicios, en otro lugar Compagnoni reserva esa futura primacía al Bra­ sil: al Brasil, que para convertirse en el estado más poderoso del mundo, y servir de contrapeso a los Estados Unidos “ con assai maggiori vantaggi” , no necesita de otra cosa que de una buena administración: y parece ya a punto de obtenerla, puesto que las grandes revoluciones ocurridas en la América latina (y de las cuales no se ocupa Com pagnoni)106 tienden se­ guramente “ a daré alie partí piü classiche del Nuovo Mondo una morale configurazione di ben piü risentito carattere’’ que la de las Trece Co­ lonias.107 Más aún que la prolijidad de ciertas secciones, más que el formar parte de la demasiado vasta compilación de Ségur y compañía,108 más que la modestia tipográfica de la edición, fueron precisamente esas incertidum­ bres e incoherencias directivas las que le quitaron a la obra — aunque no carente, según se habrá visto, de algunos arranques felices— el mordiente que asegura el buen éxito. N o obstante que llegó a reimprimirse, esta Storia a la que Compagnoni había confiado su fama permaneció sin nin­ guna influencia, sin ecos, sin que jamás fuera mencionada por nadie, ex­ cepto por el autor mismo y por algún íntimo amigo suyo. Con fútil orgullo replicaba Compagnoni a ciertos críticos: “ lo aspetto dal tempo piü equo cose che possono cercare dall’Europa, a grado a grado andrá diminuendo; e queila crescerá per lo contrario delle cose che l’America puó somministrare all’Europa” (vol. XXIII, p. 158). De seguir así, Europa podría “un giorno soffrire l’umiliazione di divenire una colonia d’America dopo aver tenuta l’America per colonia sua” (vol. II, pp. 210-212, siguiendo a Drouin, L ’E u r o p e e t l 'A m é r i q u e . . ., vol. II, p. 425). Por lo demás, la idea del empobrecimiento que podría sobrevenir en Europa a causa de la independencia de las colonias hispanoamericanas, productoras de metales preciosos, era corriente hacia esos años: véanse las opiniones de C. F. von Schmidt-Phiseldeck. (1821) resumidas por Gollwitzer, E u r o p a b ild u n d E u ro p a g e d a n k e , p. 244. ios Aunque, por otra parte, su historia está extraordinariamente al día, y se ocupa de descubrimientos geográficos y de cataclismos ocurridos en 1820 (cf. vol. XXIII, pp. 2930 y 37). Ya Caleb Cushing observaba, con aprobación, que Compagnoni había sus­ pendido su historia de los países hispanoamericanos en vísperas de las revoluciones de independencia, por falta de materiales accesibles (A n t o lo g ía de Vieusseux, Florencia, vol. XXXIV, núm. 101, mayo de 1829, pp. 83-84; cf. S to ria d e ll’A m e r ic a , vol. XXVIII, pp. 267-268). lor s to r ia d e ll’A m e r ic a , vol. XVII, pp. 111-112 y 135. ios Para el mismo C o m p e n d io d e lla S to ria u n iv e rs a le de Ségur y continuadores, Compagnoni escribió luego, y publicó con su nombre, una S to ria d i Casa d ’A u s tria (6 vols., Milán, 1823; compendiada de la de 'William Coxe), una S to ria d e ll’I m p e r io O tto m a n o (6 vols., Milán, 1823) y una S to r ia d e ll’lm p e r i o R u sso (6 vols., Milán, 1824), o sea “de’ tre Imperii onde si onora l’Europa” (S to ria d e ll’l m p e r io R u sso, vol. I, p. 5), y con el pseudónimo de “Giuseppe Belloni, antico militare italiano”, una S to ria d e ’ T a r t a r í (7 vols., Milán, 1825).

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giudizio, e so di non ingannarmi.” El joven Cushing com en tab a e l o g i o s a ­ mente la obra en la Antología de Vieusseux,109 y-parece q u e y a e n 1823 hablaba de ella una que otra revista norteamericana, com o t a m b i é n se cuenta que apareció una traducción en los Estados Unidos, i m p r e s a “ c o n lusso tipográfico” .110 Pero aun en caso de que estas noticias r e s u l t a r a n exactas, no se puede negar el hecho de que la obra máxima d e l b u e n G i u io9 Tras explícita petición del director de la revista, que prefirió so licita r l a r e s e ñ a a un estudioso americano, como Cushing, “il quale nella R iv is ta d e l l’A m e r i c a S e t t e n t r io n a le aveva dimostrato singolare amore e non comune intelligenza d e lle i t a l i a n e le t tere” (en 1824 había publicado allí un ensayo sobre el D e c a m e r o n e . d e B o c c a c c io ) . E n realidad, esa reseña ya se había publicado justamente en la N o r t h A m e r i c a n R e n i e w , vol. XXVII, número de julio de 1828; véase la mención que hace M. G o n z á le z G e r t h , “The Tmage of Spain in American Literature, 1815-1865”, J o u r n a l o f I n t e r - A m e r i c a n S tu d ies, IV (1962), p. 266, nota 37, el cual, curiosamente, la cita como “r e v ie w o f S t o r i a d e ll’A m e r ic a by Giuseppe Compagnoni, Conte di Segur” (I). Caleb Cushing ( 1 8 0 0 - 1 8 7 9 ) , político de tendencias democráticas, cuya vida pública estuvo caracterizada p o r « n a “marked inconsistency” (E n c y clo p cz d ia B r ita n n ic a , i 1 ed., su b v o c e ), dice q u e u n a “ a t ­ ienta lettura di tutta Popera” le permite asignarle “un alto grado di e c c e l l e n z a ” ; le reconoce el mérito de ser “Púnica veramente completa e regolare... che sia v i i n q u a l s i voglia lingua”; comprende que el autor, dadas las finalidades de d iv u lg a c ió n , B a y a incluido singularidades curiosas y accidentes amenos (cf. s u p ra , p. 791, n o ta 5 6 ) , y lo felicita por la especial atención que ha prestado a los indios (lo e . c it ., p p . 7 6 - 8 5 ; cf. S to ria u n iv e rs a le , vol. CLXXX, pp. 219 y 225-226). Nótese que en el mismo fascículo de la A n t o lo g ía de Vieusseux están r e s e ñ a d a s (o despedazadas, mejor dicho) por un crítico que se firma “K. X. Y.”, y q u e , c o m o se sabe, no es otro que Nicoló Tommaseo, otras dos obras de Compagnoni, l a S t o r i a d e ll’I m p e r i o O tto m a n o (pp. 134-137), de la cual se reproduce un pasaje s u b r a y a n d o s u s disparates de estilo y de pensamiento, y el tratado D e l l ’a rte d e lla p a r o la (p p . 1 4 3 - 1 4 4 ) que, como toca a Tommaseo más de cerca, lo mueve a concluir ferozmente: “II c a r a t t e r e pin singolare degli scritti del cav. Compagnoni é Pintrepidezza” —" in trep id ezza ” q u e , en vista del contexto, suena como sinónimo de “descaro”. (Y en efecto, en su D i z i o n a r i o d e i s in o n im t, núms. 1767 y 3449, Tommaseo tiene el cuidado de explicarnos q u e “ l ’i n trepidezza puó essere senza forza vera, quando viene da stupidítá, o da a u d a c ia p a z z a , o da furor disperato...; intrepido diciamo colui che sostiene senza rossore i l b i a s i m o o Piníamia meritata...; ci puó essere un’intrepidezza sciocca o rea...; il d ic ito r e b a l o r d o , il ciarlatano, il reo convinto si mostrano talvolta piü intrepidi dell’in n o cen te”, e t c .) Y todavía en sus tardías (1863) memorias D i G ia m p ie tr o Vieu sseu x e d e ll’a n d a m e n t o d e l l a c iv iltá ita lia n a in u n q u a r to d i secolo (en R ic o r d i s t o r ic i in t o r n o a G . V i e u s s e u x , p . 1 1 2 ) , treinta años después de la muerte de Compagnoni, el implacable dálmata r e c a r g a la dosis llamándolo "un altro sacerdote scappato di chiesa..., tanto facile s c r itto r e q u a n t o il Giordani diffícile, inelegante quanto i piü ineleganti d’Italia, e leggero q u a n t o i p i t i leggeri di Francia; un battuto del Porcacchi e del Chiari”. no Carta de Tullio Dándolo a Luigi Stella (1834) puesta como prefacio a la t r a d u c ­ ción hecha por Compagnoni de la B ib lio te c a de Focíq (Milán, Silvestri, 1 8 3 6 ), v o l . I , p. viii. Ninguna confirmación he encontrado, ni siquiera en el copioso volum en d e H . Tí.. Marraro, R e la z io n i fra l ’R a lia e g li S ta ti U n it i, Roma, 1954.

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seppe Compagnoni fue olvidada muy pronto, y completamente. Tenía que pasar más de un siglo antes de que Cario Morandi la redescubriera y lla­ mara sobre ella la atención de sus alumnos de la Scuola Nórmale Superiore de Pisa (1939) y la del olvidadizo exhumador de ciertas Viejas polémicas sobre el N uevo M u n d o .. Así, frente a la hilera de los veintinueve tomitos del editor Stella se experimenta verdaderamente una impresión muy pare­ cida a la que el mismo excelente Stella experimentó la mañana del 30 de diciembre de 1833 cuando, después de recibir la noticia de la muerté de Compagnoni, se dirigió a la Catedral, como él nos cuenta, para unirse “ al numeroso fúnebre convoglio che senza dubbio, nelle esequie d’uomo si benemérito, si sarebbe adunato a rappresentare la patria riconoscente” . En la quintuple, altísima, sobrecogedora nave del Duomo de Milán no había ni un alma. “ Trovai deserta la chiesa!. . . U n umile féretro giaceva inosservato innanzi una cappella.” 111

VIL EL PA RA LELO E N T R E LOS ESTA D O S U N ID O S Y RU SIA

L a c o n f r o n t a c i ó n y la correspondiente antítesis entre los Estados Unidos y Rusia, de tan inquietante actualidad, es tema bastante común desde fines del siglo x v i i i .1 El más curiosamente profético de los vaticinios es quizá el de nuestro abate Roubaud (1779), que veía a Rusia consolidarse desde el Cabo Norte hasta Kamchatka y más allá: “ Placée á l ’extrémité de la terre, la Russie deviendra le centre du commerce de l’Univers. Par l ’Amérique — o sea, “ liberando” anticolonialistamente a los indios y a los esclavos ne­ gros— , elle peut changer le systéme politique de l ’Europe” .2 Más preciso aún es el ruso de Crévecoeur, que, dirigiéndose a los ame­ ricanos, les explica (1782): “ T h e Russians may be in some respeets com­ pared to you: we likewise are a new people, new I mean in knowledge, arts and improvements. W ho knows what revolutions Russia and America may one day bring about; we are perhaps nearer neighbours than we imagine.” 3 Obsérvese cómo el uno y el otro ven los destinos de los Estados Unidos y de Rusia “ converger” para el m ejor porvenir de la humanidad. En cam­ bio, con la Restauración y la amenazadora opresión del absolutismo zaris­ ta, se hacían naturalmente más frecuentes las confiadas profecías que convertían a América en refugio extremo de las libertades pisoteadas en Europa: “ Lorsque, en effet, le colosse russe aura un pied aux Dardanelles,

m Carta citada,

loe. c it.,

p. xvi.

1 Véase Duchet, A n t h r o p o lo g ie e t h is t o ir e a u s ié c le des lu m ié re s , p. 463, con referen­ cia a Diderot; Lowith, V o n H e g e l zu N ie tz s c h e , p. 55, con citas de Napoleón Bonaparte, Tocqueville y Heine; Chevalier, L e ttr e s s u r l ’A m é r iq u e d u N o r d , vol. I, p. 154; Chasles, É tud es, pp. 394 y 419; Fabian, A . d e T o c q u e v ille s A m e r ik a b ild , pp. 80-108 (con bi­ bliografía); Erwin Holzle, "Der Dualismus der heutigen Weltreiche ais geschichtliches Problem”, H is to r is c h e Z e its c h r ift, CLXXXVIII (1959), pp. 566-593, que cita a Silas Deane (1777), al barón Grimm (1790) y a otros (véase, del mismo Holzle, R u ssla n d u n d A m e rik a , A u fb r u c h u n d B e g e g n u n g zw e ie r W e lt m a c h te , Munich, 1953); G. Barraclough, ‘‘Europe and the Wider World in the 19th and 20th Centuries”, S tu d ie s in D ip lo m a t ic H ís to ry and H is to r io g r a p h y in H o n o u r o f G . P . G o o c h , ed. A. O. Sarkissian, Londres, 1961, p. 366, con citas del N e w Y o rk H e r a ld (1867) y de Henry Adams (1899); cf. también ib id ., p. 370, y Remond, Les E.-XJ. d e v a n t l ’o p i n i o n jra rifa is e , p. 379, que menciona las profecías de Pradt, Stendhal, John Bristed, M. D., Achille Murat y M. Chevalier (cf. también ib id ., p. 822), pero no la de Dumont d’Urville (1826), citada por Smith, E u r o pea n V is io n , p. 252, ni las de Friedrich Schlegel (1820-1823), Karl Marx (1858) y Julius Froebel (1859), citadas por Curcio, E u r o p a , vol. II, pp. 571, 648 y 712-714. - H is to ir e g e n é ra le de l ’A s i e . . . , vol. XV, p. 537. a L e tte r s p o r a an A m e ric a n F a r m e r , carta xi; ed. cit., p. 189. 805

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un autre sur le Sund, le Vieux monde sera esclave, la liberté aura fui en Am érique” , etc.i*4 Pero cuando la mancha de la esclavitud, a su vez, pareció ofuscar la luz de la libertad americana, no faltó quien, como Tommaseo (1863), des­ cubriera en el Nuevo Mundo un desagradable reflejo y una cansada copia del Viejo, y pusiera en el mismo plano de deploración a los Estados Unidos y a Rusia: “ Spaventa vedere in due Stati di tempo recenti, e posti, quanto a forma di governo, ne’ due estremi, dico le Russie e le Americhe, tanto di fradicio e di decrepito; nelle prime, sotto forma di tirannide, la licenza della corruzione; nelle seconde, sotto forma di liberta, la schiavitü propu­ gnara come necessitá irrevocabile e jus naturale.” 5 Y Giuseppe Ferrari, pocos años después, concluía su delirante libro sobre China y Europa con una profecía parecida, sombría y lúcida: “ Les dangers actuéis de l ’Europe viennent de la Russie et de 1’Amérique. Au point de vue du progrés, il y a la un excédent de forces qui déplacera les entourages des nations, et déterminera des révolutions inattendues. . . Aujourd’hui l’Angleterre redoute avant tout les Américains et les Russes. Ce sont aussi les ennemis que redoute la C h in e .. .” 6 A la luz de cuanto se ha visto hasta aquí, el corolario salta a la vista: también el paralelo/contraste Rusia versus Am érica7 es una mitificación, o al menos una fácil esquematización de conatos profundos que han venido operando en la historia pero sin llegar todavía ni a una plena consciencia de sí ni a un significado y un destino precisos. El esfuerzo por interpre­ tarlos llevaba a contraponer a las dos potencias en ascenso como para entender m ejor el empuje de cada una en función de la otra. En el tras­ fondo aparecen, sí, los perfiles de otras antítesis, como la clásica de Viejo y N uevo Mundo, pero embotados y confundidos por ideologías más re­ cientes, como la del papel fundamental de las grossen M achte en la Weltgeschichte. En todo caso, en el dilema ahora ya abiertamente político se hunden, sin dejar huella, los motivos esenciales de “ nuestra” disputa, la confrontación física y zoológica de los dos continentes, y el anhelo de en­ contrar una ley natural válida para ambos. i A. Thiers, H is t o ir e d u C o n s u la t e t de l ’E m p ir e , vol. VIII, París, 1849, p. 448; pa­ saje citado también por A.-F. Villemain, S o u v e n irs , 7í ed., París, 1859, voi. I, p. 415, nota 1, e irónicamente comentado por un reseñador anónimo (Theodor Mommsen) en P re u s s is ch e J a h r b ü c h e r , I (1858), p. 237. Cf. también el juicio de Thiers recogido (1847) por Sainte-Beuve, Pensées et m á x im e s (segtin cita de Curcio, E u ro p a , vol. II, p. 648). 5 Tommaseo, “Di Giampietro Vieusseux e dell’andamento della civiltá italiana in un quarto di secólo”, en R ic o r d i s t o r i c i . . . , p. 107; cf. también pp. 118-119. 6 Ferrari, L a C h in e e t l ’E u r o p e , p. 598. 7 Véase, por ejemplo, Georges Duhamel, Scénes de la v ie Suture, pp. 240-242.

V III. DE PA U W Y LA C R ÍT IC A IT A L IA N A DE FINES D E L SIGLO X V III A CO M IEN ZO S D E L X I X

E n la Italia de fines del siglo xvm y comienzos del xix las varias R e c h e T ches de De Pauw tuvieron amplia difusión y buen número de le c t o r e s , d e lo cual son prueba no sólo las reacciones que provocaron en P a o l o F r i s í , en Gian Rinaldo Carli, en Pietro Verri, en Ferdinando Galiani, s in o t a m ­ bién la relativa frecuencia con que hasta hace unos cuantos a ñ os p o d í a n encontrarse los tomitos de esas Recherches en los puestos callejeros d e jVTí lán y de Roma y en las librerías de viejo de muchas otras ciu dades d e l a península. La cosa no es de sorprender: De Pauw era un autor de m oda, e s c r i b í a en francés, imprimía en Berlín, se las daba de espíritu libre y s in p r e j u i ­ cios, y por añadidura se ocupaba de pueblos y países que en la I t a l i a d e l Settecento, de Muratori a Genovesi, habían suscitado y seguían s u s c i t a n d o un sinfín de intereses y problemas. Es natural, por ejemplo, que Ludovico Antonio Loschi, t r a d u c t o r y anotador de los Éléments d’histoire genérale del abate C la u d e - F r a n t jo is Xavier M illot (Venecia, 1777 ss.), mencione varias veces, en sus a n o t a c i o n e s , las “ inmortales” Recherches sur les Égyptiens et les Chinois, así c o m o l a s Recherches sur les Américains, escritas por el “ celebre signor P a w ” .1 Las referencias se hacen más frecuentes a partir de 1780 — f e c h a d e publicación (conviene tenerlo en cuenta) de las Lettere am ericane d e C a r ­ li. En ese año, al mismo tiempo que Gaetano Filangieri, a p o y á n d o s e t a l vez en Raynal, escribe un prolijo elogio de los angloamericanos, y m á s concretamente de su pureza de costumbres, continencia y castidad ( p u e s s e casan siendo todavía jóvenes, y así no existe entre ellos la p r o s t i t u c i ó n ) , 2 Giuseppe María Galanti cita repetidas veces a De Pauw en una n u e v a t r a ducdón de la obra del abate Millot, aún más cargada de notas y a d i c i o n e s que la de su predecesor.3 Menciona al principio las segundas R e c h e r c h e s „ 1 E le m e n ti d i s to ria g e n e ra le a n tica e m o d e rn a del abate Millot, traducción y n o t a s de L. A. Loschi, 23 ed., Venecia, 1803, vol. I, pp. 9 (nota), 21 (nota), 26, 38-39, 4 1 , 5 0 , 68-70, 78, 81, 83, 121-122 (nota); vol. .II, p. 61 (con cita de las “ R ic e r c h e F i l o s o n i c h e in to r n o g li A m e r ic a n i, Tom. II, p. 300” = vol. II, p. 265 de la edición m a n e ja d a p o r nosotros). Loschi tradujo también los In c a s de Marmontel y las N o c h e s de Y o u n g . 2 G. Filangieri, Scienza d ella le gis la zio n e (17S0), libro II (“Delle leggi p o l i n c h e e d economiche”), cap. 8 (“Ultimo ostacolo alia popolazione; l’incontinenza p u b b lica ”); e d de Turín, 1852 (B ib lio t e c a d e ll’E c o n o m is ta ), pp. 634-635. 3 Sobre la historia de Millot y sobre sus dos traducciones italianas, en p a r t ic u la r l a 807

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sobre los egipcios y los chinos, a propósito de la población del antiguo Egipto y de las relaciones entre Egipto y China,4 y después acude proba­ blemente a las Recherches sur les Grecs para el vituperio lanzado contra los espartanos: “ I loro istituti erano di una ferocia distruttiva de’ sentimenti piii ordinari della giustizia e deH’umanitá. Le loro crudeltá e le loro perfidie non hanno esempio negli annali delle scelleratezze umane. Pare che lo spirito di questo popolo era di insultare la natura e la ragione” ,5 sin que esto quiera decir que les ahorre pinchazos a los atenien­ ses, los cuales “ furono per lo piü fanatici e ingiusti” .6 Para nosotros, sin embargo, el más interesante de estos autores es Filippo Briganti, amigo de Giuseppe Palmieri,7 no sólo por su estilo lleno de vivas imágenes, y arcaizante a la manera de Vico, sino sobre todo porque, a dife­ rencia de aquellos que se limitan a citar con furor o irrisión a De Pauw, él se ocupa seriamente de sus tesis fundamentales, y las discute. En ver­ dad, si lo hubiéramos conocido antes, le habríamos consagrado todo un capitulillo en el texto de nuestra Disputa. Se le recuerda de ordinario como uno de los precursores de Malthus,8 y fue “ il primo degli autori viventi” de quien se publicó un escrito en la famosa biblioteca de economía polí­ tica dirigida por Pietro Custodia Pero, aunque ha sido objeto de algún estudio monográfico, no me consta que se haya prestado atención a sus tesis sobre los salvajes. de Galanti, véase F. Venturi en su ed. de I llu m i n i s it i ita lia n i, vol. V, R if o r m a t o r i naMilán-Nápoles, 1962, pp. 956-962. 4 E le m e n ti d i S to ria g e n e ra le dell’abate Millot, Ñapóles, 1780-1781, vol. I, pp. 39 y 82, notas. En otro lugar Millot llama la atención (ib id ., vol. I, p. 118) sobre la "somiglianza dei Chinesi cogli Egiziani”, pero tal “chimera” ha sido refutada por De Pauw, según expone el traductor-anotador, que concluye: “Ecco la somma delle osservazioni di M. de Paw: esse non sono interamente inutili, perché se indifferente ci deve essere la controversia della conformitá de’ Chinesi con gli Egiziani [sic/], vantaggiosa ci puó riusdre la differenza de’ costumi e degli usi de’ due popoli" (ib id , vol. I, pp. 128-132). s E l e m e n t i . .., trad. Galanti, vol. IV, p. 156, nota. (El vituperio de los espartanos ocupa en las R e c h e rc h e s s u r les G recs las pp. 231-414 del vol. II.) Adviértase, sin em­ bargo, que en su S a ggio s u lla s to ria d e ’ S a n n iti, inserto en las pp. 71-264 del vol. V de la S to ria g en era le, Galanti alaba a Licurgo (pp. 14S-149), una de las bestias negras de De Pauw. 6 E l e m e n t i . . . , trad. Galanti, vol. IV, p. 158, nota 1. i Cf. Venturi en su ed. de I ll u m i n i s l i ita lia n i, vol. V, p. 1093. 8 E n c ic lo p e d ia Ita lia n a , vol. XXVII, cois. 925-926 (artículo "Popolazione”); Cario Massa, F ili p p o B r ig a n ti e le sue d o t t r in e e c o n o m ic h e , Trani, 1897, pp. 95-126. s Nota antepuesta al E sam e e c o n ó m ic o d e l sistem a c iv ile de Briganti, Milán, 1804, vol. I, p. 5. Este vol. I corresponde al vol. XXVIII de la biblioteca dirigida por Custodi, S c r itto r i classici it a lia n i d i e c o n o m ía p o lít ic a ( P a r te m o d e rn a ). El Esam e e c o n ó m ic o d el sistema c iv ile se había publicado ya en 1781 (aunque el pie de imprenta diga 1780). p o le ta n i,

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Su punto de partida es el axioma antropológico, reverdecido por Boulanger, de que "si possan rinvenire, nello stato presente della vita selvaggia, le tracce indubitabili dell’antico stato naturale” . Su criterio discriminativo es la diferencia entre puro y simple estar (capacidad de perfeccionamiento, propia del hombre natural) y bienestar (relativa perfección del hombre civilizado).10 Desgraciadamente — dice— , para vergüenza de nuestro siglo, “ non é mancato últimamente chi ab'bia reso equivoco” uno y otro punto, así “ la perfettibilitá della vita selvaggia” como “ la perfezione della vita civile” . El primero ha sido De Pauw; el segundo, menos previsiblemente, el abate Raynal, escritor que “ sfregia la veritá” y “ degrada la ragione” ; los dos, sin embargo, son excelentes personas, y De Pauw en particular merece “ una giusta onorificenza, per aver saputo dipingere i disordini di un emisfero col pennello filosófico dell’altro” ,11 y que, por lo tanto, tendrá la prio­ ridad en la discusión de sus ideas. El salvaje, según Briganti, es perfectible y pervertible, pero De Pauw no admite más que la segunda alternativa: empecinado en la idea de un reciente y universal desastre ocurrido en América, deduce de él siniestras consecuencias sobre la moral de los salvajes, a quienes “ per poco non riduce alia trista condizione degli automati” .12 Su rendida y sistemática aceptación de las teorías climáticas de Bodin y de Montesquieu lo lleva a ignorar que los salvajes, aunque vivan en un mismo clima, no son todos iguales. Hay que distinguir entre cazadores, pescadores y pastores. Los primeros, “ men favoriti dalla natura” ,13 están en perpetuo peligro de morir de hambre y, por lo tanto, en guerra perpetua unos con otros; los segundos, tranquilos por la exuberante abundancia de su alimento, están inclinados “ a riunirse in mare ed a raggruparsi in térra” ; 14 y los terceros, obligados a convivir y capaces de sojuzgar a las bestias, “ di fatto cessano di essere piü selvaggi” 15 y, mejor aún que los pescadores, forman una clase intermedia entre la vida salvaje y la civilizada. Pero hasta los cazadores son perfectibles: prueba de ello son nuestro ya conocido 10 Chief Logan, y el “ animo vigo­ roso” de Pontheack (sic)/ 7 implícitamente vituperado por el autor de las

Recherches. 10 F. Briganti, Esam e a n a lític o d e l sistem a le g a le , ed. de Venecia, 1822, vol. V, pp. 9395. La U ed. es de 1777 (en realidad 1778). 11 Esam e a n a lític o , ed. cit., vol. V, pp. 96-97. 12 Ib id ., p. 102. 13 Ib id ., p. 103. 14 Ib id ., p. 108. i® Ib id ., p. 111. 16 Véase supra, pp. 325-326. 17 Pontiac, caudillo piel roja cuya heroica aventura se cuenta en la H is t o ir e de Raynal (cf. Wolpe, R a y n a l et sa m a c h in e d e g u e r r e , p. 152).

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Si los americanos no fueran perfectibles, replica lógicamente Briganü, no serían tampoco hombres, y con todo derecho hubieran podido ser ex­ terminados por los conquistadores con las armas en el puño y por el doctor Sepúlveda con sus argumentazos jurídicos. Pero si han podido escuchar las lecciones de los misioneros, si hablan, si hasta han inventado los quipus,18 entonces no son bestias, mal que le pese a De Pauw, el cual tiene “ vedute molto estese, gran lettura e discernimento non piccolo” , pero sucumbe a sus propios prejuicios. Prejuicio es su tesis del habitual incesto de los salvajes, tesis contradic­ toria, además, con la otra tesis de su frecuente impotencia; prejuicio, na­ cido quizá de la ignorancia de los idiomas de los salvajes, todo eso que, según dice él, han contado viajeros antiguos y modernos acerca de la prostitución de las esposas a los huéspedes, — siempre que se tratase de verdaderas y auténticas “ esposas” , y siempre que la institución misma del matrimonio sea concebible allí donde no existe propiedad real, ni deseo de prole, porque los hijos serían “ un fardello troppo grave alia vita sempre fluttuante de’ genitori” ; 19 pero prejuicio “ favorito” , y omnipresente, es su teoría de los climas; si esta teoría tuviera una brizna de verdad, “basterebbe osservare i gradi del meridiano per sapere in un colpo d’occhio qual sia la morale e la política di turto il globo” .20 En todo esto que escribe, Briganti toma en cuenta sólo a los salvajes de la América del Norte, desde los esquimales hasta los caribes, pero sub­ rayando siempre el absurdo de hacer al salvaje cómplice voluntario de su degeneración. N i siquiera los salvajes que más familiarizados están con los europeos abandonan por ello la “ agreste ruvidezza dello stato originario” : 21 si se quedan allí es porque así están acostumbrados a vivir, y un clima diverso les descompondría la mecánica del organismo y les abatiría la ener­ gía del espíritu (¡el “ clima” , expulsado por la puerta, vuelve a colarse por la ventanal); se quedan allí porque la esterilidad de sus tierras los condena a una vida precaria de caza y pesca (aquí el economista Briganti parecería 18 Aquí inserta Briganti una defensa de su paisano D. Raimondo di Sangro, principe de Sansevero, autor de la famosa L e tte r a a p o lo g é tic a d e ll'E s e rc ita to A c c a d e m ic o della C r u s c a ... p e r ris p e tto a lia s u p p o s iz io n e d e’ Q u ip u (Nápoles, 1750) y de la S u p p lic a .. . in difesa e ris c h ia rim e n to d e lla sua L e tte r a a p o lo g é t ic a . . . etc. (Nápoles, 1753), ya men­ cionado s u p ra , p. 397, nota 118; pero su principal argumento, a saber, que Sansevero basa sus conjeturas en lo que dice el Inca Garcilaso, autor a quien De Pauw niega todo crédito, ciertamente no habría inmutado a este último. De Pauw —concluye curiosamente Briganti— “avrebbe potuto lasciare in pace gli Europei, e calunniare impunemente [sic/] gli Americani” ( E sam e a n a lític o , vol. V, p. 123). la E s a m e a n a lític o , vol. V, p. 135. 2» I b id ., pp. 136-137. 2i I b id ., p. 141.

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anticipar ciertas teorías modernísimas sobre el take-off, si no e s t u v ie r a , r e ­ pitiendo, en realidad, elementales verdades ya bien expuestas p o r A d a m Smith, y aun por pensadores más antiguos); se quedan allí p o r q u e a l n o tener cuadrúpedos domesticados, ni vehículos, están terriblem ente l i m i t a ­ dos en sus movimientos y no pueden transmigrar a otras tierras ( p i n c e ­ lada genial de Briganti: la deficiencia técnico-instrumental q u e f r e n a e l progreso).22 En resumidas cuentas, De Pauw peca de “ precipitazione n e l d e c i d e r e ed incostanza nel definiré” , y cae así en contradicciones consigo m i s m o : ora, como se ha visto, les niega perfectibilidad a los salvajes a m e rica n o s, o r a la concede, pero paralizándola al punto con “ una volontaría i n e r z i a ” ; o calumnia a la naturaleza (que, según él, no le dio al salvaje la c a p a c i d a d de perfeccionarse) o ultraja a la justicia (pues, según él, el salvaje c a r e c e d e l menor impulso de mejorar).23 Sin embargo, Briganti se coloca muy cerca de De Pauw c u a n d o , p a r a acusar y absolver al hombre salvaje, imputa su miseria a la n a tu r a le z a , a l “rigor del cielo" y a la “ sterilitá della térra” , dos elementos q u e e n l a América del Norte “ sembrano congiurati a privar l’uomo della n e c e s s a r ia sussistenza” (!). Nada prospera en esa tierra, y por consiguiente n o p u e d e desarrollarse la agricultura, resorte fundamental del progreso c i v i l i z a d o . Los colonos europeos cultivan alguna que otra cosa, es verdad, p e r o l o h a ­ cen “ colle braccia di Africa e colle semenze di Europa” . El s a lv a je p o r sí solo, pobrecillo, debe dejar que la naturaleza se le degenere e n t r e la s manos.24 Se diría que aquí Briganti es más pesimista que De Pauw, el c u a l, c o m o se recordará,20 veía en la tala de los bosques y en la desecación d e lo s pantanos no sólo un progreso de la técnica y de la civilización, s in o t a m ­ bién una mejora del clima. L o bueno del caso es que el p rop io B r i g a n t i , incongruentemente, acoge también esa tesis en su Esame e c o n ó m ic o d e l sistema civile, publicado tres años después del Esame analítico: “ S i é g e n e ­ ralmente osservato che nel Settentrione di America, prima di a b b a t e r s i l e folte boscaglie che impedivano la libera ondulazione deH’aria, q u a n d o a n ­ cor non sí erano rasciugate le stagnanti lagune che P in g o m b ra v a n o d i limosa putredine, l’esalazioni della térra ne divoravano gli a b ita to r i. M a dacché l’industriosa attivitá delle colonie europee s'boscó foreste, a p r i c a n a li, 22 Idea desarrollada unas páginas adelante (pp. 149-151), donde se hace v er la d i f i ­ cultad de aquellas conquistas o invasiones que llevan siempre a intercambios d e c iv i­ lización. 22 Ib id ., p. 153. 2i I b id ., pp. 154-155. 25 Véase s u p ra, p. 117.

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eresse argini, il cielo divenne piü sereno, la vita amana piü sicura, la popolazione piü numerosa.” 26 Pero si al salvaje se le ocurriera invadir esas tierras así saneadas y cultivadas por los europeos, sería exterminado o reducido a esclavitud, o, en el mejor de los casos, ferozmente explotado.27 L o cual quiere decir que no le es moralmente imputable su incapacidad de mejorar: lo que hay es la “ coartata inazione” de quien se ve abandonado “ dalla natura, dagli elementi, dagli uomini” .28 En todo caso, es absolutamente imposible acep­ tar la tesis de que el estado natural sea preferible al de civilización, tesis sostenida por Rousseau, por Voltaire y por el mayor discípulo de la “ scuola antisociale” , el abate Raynal, contra cuya idealización del estado primitivo descarga ahora Briganti sus escolásticos rayos:28 escolásticos porque se re­ ducen a una consabida y fácil apología de la vida civilizada, sin atender a las exigencias humanitarias ni a los problemas económico-sociales que había por debajo de la polémica de Raynal (y de De Pauw). Para combatir a Raynal y refutar sus ideas sobre la presunta felicidad, seguridad y gene­ rosa hospitalidad de las sociedades primitivas, el propio De Pauw es repe­ tidamente utilizado por Briganti, el cual acaba por coincidir con él en su descripción de la vida desdichada de los salvajes, que, “ famelici, stupidi, fu ggitivi. . . , strisciano sulla superficie della térra per bagnarla di sangue e ricoprirla di desolazione. . . ” 30 Afirma Briganti que los salvajes del Nuevo Mundo son seres precoz­ mente decrépitos, y que, cuando menos los del Caribe, los de la Patagonia y los del Paraguay, se han mostrado refractarios a la educación civilizada;31 en cuanto al “ affamato Irocchese” , viviendo como vive “sotto un cielo cruccioso e su di una térra ingrata” , se ve obligado “ a scorrere coll’arco in mano l’americane solitudini” .32 De las provocadoras tesis de las Recherches sur les Américaim , contra las cuales había combatido apenas tres años antes, Briganti no hace men­ ción alguna, a pesar de que varias veces cita ese libro que es para él una fuente de noticias,33 y a pesar de que entre tanto ha leído las segundas Esam e e c o n ó m ic a , vol. II, pp. 221-222. 27 Sobre la matanza y la explotación de los indios cf. ib id ., vol. II, pp. 312-314. 2S Esam e a n a lític o , vol. V, p. 158. as Ib id ., pp. 162 ss. 30 Ib id ., p. 201. 31 Esam e e c o n ó m ic o , vol. I, pp. 65 y 71. 32 Ib id ., vol. I, p. 113. La graciosa viñeta reaparece, variada, en otros lugares: “ le orde fuggitive de’ selvaggi americani, ognuno de’ quali altro non possedendo che un arco, una rete ed un hamac, si accovdano Ira loro di scorrere i deserti e di partírsi il bottino" (vol. II, p. 267); “ I’America é un gran deserto” (vol. II, p. 313). 33 Ib id ., vol. II, pp. 68, 138 y 245.

Recherches (sobre los egipcios y los chinos) y cita con cierta complacencia, pero también con cierta punta de irrisión, a ese “ moderno filosofo” , a ese “ profondo ragionatore” , a ese “ spirito reflessivo” , a ese “ illustre pensatore” que las ha escrito.34 El gran naturalista y biólogo Lazzaro Spallanzani, crítico desenfadado del gran Buffon y corresponsal asiduo del ginébrino Bonnet,35 en una carta dirigida precisamente a éste le recomienda a De Pauw: ha leído en la Contemplation del amigo y colega Bonnet, en el capítulo xxx, “ qui con­ cerne le passage des Quadrupédes á l’H o m m e”, que para él el punto de paso es el mono; pero Spallanzani, con probable reminiscencia de Lord Monboddo, objeta: “ II y a un autre étre animé qui est plus lié avec notre espece, et que l ’on peut considérer comme l ’anneau qui lie ensemble les hommes et les singes. Vous voyez que je parle de l’Orang-Outang. Outre M.r de Buffon vous avez lu sans doute ce que dit de cet animal de la zone torride l’Auteur des Recherches philosophiques sur les Américains. Peut étre que cette lecture vous aura fourni matiére pour une note á ce chapitre.” 36 Por lo que toca a Buffon, Spallanzani lo admira muchísimo como es­ critor y descriptor: sus obras de historia natural “ vivranno immortali” , y “ la sua storia degli animali, a mió giudizio, non ha parí” , pero el cauto experimentador italiano califica de “ romanzi fisici” sus audaces teorías e hipótesis. Cuando a Buffon le da por filosofar, “ di gigante che era diventa un miserabile pigmeo microscópico, principiante affatto nella difficile arte di bene sperimentare e osservare, e privo interamente dello spirito d’analisi” .37 Cuanto más se estudia la naturaleza, tanto más se impone la nece­ sidad de no fiarse de las “ decisiones” del señor Buffon.3S En particular, en cuestiones de su particular competencia, las de gené­ tica, Spallanzani rechaza con desprecio los “ romanzi filosofici” de Buffon,39 34 Ib id ., vol. I, pp. 179-184, 199-200, 220 y 237; vol. II, pp. 214, 273 y 322. ss Véase s u p ra , pp. 16 (nota 38), 26 (nota 82), 30, 36, 74 y 206 (nota 47). 3« L. Spallanzani, E p is to la r io , ed. B. Biagi, Florencia, 1958-1964, vol. II, p. 311 (Pavía, 22 de enero de 1780). Spallanzani conocía a Blumenbach (ib id ., vol. III, p. 427; sobre él, c£. s u p ra , pp. 418-419) y al "chiaiissimo Humboldt” pre-americano (M e m o r ie su lla resp irazio ne, en sus O p e re , Milán, 1925-1926, vol. V, pp. 85 y 174), y admiraba al padre Molina. 37

E p is to la r io ,

vol. II, p. 222. Cf., en efecto,

s u p ra ,

pp. 26-29.

38 E p is to la r io , vol. II, p. 201. 39

Ib id .,

vol. II, p. 179, a propósito de las moléculas orgánicas. Cf. el opúsculo

O sservazioni e s p e rie n ze in t o r n o a i v e r m ic e lli s p e r m a tic i d e ll’u o m o e d e g li a n im a li, n e lle q u a li si p re n d e s in g o la r m e n te ad esa m in a re il ja m o s o sistem a d e lle m o le c o le o rg a n ic h e

(en

O p e re , ed.

cit., vol. VI, pp. 295-421): allí se demuestra “ come tutto il sistema del

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y llega a exclamar: “ Comme font rire les fades puérilités d’un Buffon!” 40 Y ni siquiera cuando se ocupa de los animales y de su tolerancia a los climas cálidos y fríos (los insectos prosperan en el calor) hace Spallanzani la me­ nor alusión a las teorías de Buffon, tan relacionadas con las suyas.41

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A comienzos del nuevo siglo, Cario Giuseppe Londonio, conocid o m á s t a r ­ de por la actitud moderada que asumió en la polémica rom án tica ( a c t i t u d que le atrajo las vivaces críticas de Ludovico di Breme),48 p u b lic a b a , p o c o después de Cario Botta, una olvidada Storia delle colonie inglesi i n A m e r i ­

ca, dalla loro fondazione fino alio stabilimento deila loro i n d ip e n d .e r tz .c i El polígrafo y versificador Aurelio de’ Giorgi Bertoía, en su tratado Deila filosofía deila síoria (Pavía, 1787), critica el abuso “ di voler tutto riclurre a sistema” , y entre los muchos — y hasta grandes, como Gibbon— que han cometido este abuso cita a nuestro De Pauw,42 a quien censura después por la exigüidad de sus cálculos sobre la población del antiguo Egipto: “ Paw, colla impertérrita sua franchezza, assicura che la popolazion dell'Egitto a quattro m ilioni ascendea solamente.” 43 Giuseppe Palmieri conocía ciertamente a De Pauw,44 pero no de manera profunda, ni siquiera precisa. En la introducción a su tratado Deila ricchezza nazionale (1792) cita al “ dotto ed ingegnoso autore delle Ricerche sagli Am ericani” diciendo que intentó, aunque en vano, absolver al género humano del crimen de la antropofagia,45 cuando en realidad De Pauw dice algo muy distinto: lo que él sostiene es que, siendo los sacrificios humanos una derivación de la antropofagia, “ tous les anciens peuples... o n t... mangé des hommes sur leur table” , y la bárbara costumbre “ a été répandue sur toute la terre” , de manera particular en el continente americano.4* Por las mismas fechas (hacia 1792), Cario Gastone Deila Torre di Rezzonico se lim ita a aplaudir las críticas hechas unos años antes por el egip­ tólogo Claüde-Étienne Savary contra las Recherches sur les Égyptiens et

les Chinois .4T Buffon cade a térra e riducesi al nulla” (p. 378). Véase también, en el Saggio di osservazioni microscopiche concernenti il sistema deila generazione dei signori di Needham e Buffon {Opere, vol. V, pp. 255-360), la polémica contra “ l’amor ch’ei [Buffon] nudriva peí suo sistema”, amor que lo hacía caer en errores (p. 288). ¿o Epistolario, vol. II, p. 161. 41 Viaggi alie Due Sicilie e in dlcune partí dell’Appertnino (vols. I-III de las Opere, ed. cit.), vol. III, pp. 431-460, donde sin embargo cita Spallanzani a Buffon a propósito de los vencejos (p. 446, nota). Buffon es mencionado, a menudo polémicamente, también ibid., vol. II, pp. 199-200 (volcanes americanos), en el Epistolario, vol. V, p. 93 (l°s cuadros que traza Buffon de los volcanes son "sublim i..., maestosi, ma quasi sempre la Storia si unisce al Romanzo”), y en el Viaggio in Oriente, ed. N. Campanini, Turín, 1888, pp. 163 (sobre el cormorán), 171 (sobre el milano), 174, 402 y 418. « Bertola, Filosofía deila storia, 2* ed„ Milán, 1817, p. 24. 43 Ibid., p. 169, con cita del primer tomo de las segundas Recherches. 44 F. Ventiiri en Illuministi italiani, vol. V, p. 1097. 45 Palmieri, Deila ricchezza nazionale, ed. de Milán, 1805, p. 96, nota 1. 46 Rech. phil. sur les Américains, vol. I, pp. 207-228, especialmente 210 y 214. 47 Raggionamento sulla filosofía del secolo xviii, p. 87: “ II saggio ed erudito Savary

(1812-1813). El libro es francamente apologético, y así se c o m p r e n d e q u e , en nota, el autor rompa una lanza contra De Pauw. A firm a L o n d o n i o que en la América septentrional “ si trovano terre di tutte le q u a l í t á , d a l l e ottime alie infime” , e inmediatamente apostilla: “ Mons. Paw, c h e n e l l e sue Recherches sur les Américains ha affardellati senza c r ite r io i n f i n i t i errori con m olía erudizione, pretende (Tom. I) che il suolo d ’A m e r i c a s i a generalmente sterile, e il suo dim a contrario alia propagazione d e l g e n e r e umano. Spropositi di tal fatta non meritano confutazione, come p u r é n o n la meritano molte altre asserzioni matte, che furon giá v i t t o r i o s a m e n t e combattute da varj scrittori, e specialmente da Jefferson nelle s u e A T o te s on Virginia .” 49 Pero, si bien poco adelante vuelve al ataque, diciendo que la v e l o c i d a d de los caballos de Virginia es una refutación de la “ pretesa d e g e n e r a z i o n e degli animali sostenuta da Mons. Paw” ,50 y en otro lugar r e f u t a ‘ T ’ o p i nione di coloro che attribuiscono al clima d’America una in f lu e n z a d e g e nelle sue bellissime Lettere or ora stampate sulI’Egitto parla... deila salubritá d e l c l i m a egiziano, ed asserisce che la peste non vi é originaria, come vogliono Paw ed a l t r i a u t o r i ; anzi ci awerte che le informazioni da lui prese... collimano a provar falsa I ’o p m i o n e di paw” (cf. De Pauw, Recherches sur les Égyptiens, vol. I, p. 82). La r e d a c c ió n o r i g i ­ nal del Raggionamento de Deila Torre di Rezzonico es de 1778, pero m u ch a s d e s u s referencias son posteriores a este año: las Lettres sur l’Égypte de Savary (1 7 5 0 - 1 7 8 8 ), a que él se refiere, aparecieron en 1785; también cita la Disquisition C o n c e r n in g t h e Knowledge which the Ancients had of India de Robertson, publicada en 1791is Véase Bellorini, Discussioni e polemiche sul Romanticismo, vol. I, pp. 6 8 -7 4 , 2 1 2 244 y 314-357. 49 Storia delle colonie inglesi in America. .., Milán, 1812-1813, vol. I, p. 25 2 y n o t a . Además de Jefferson (véase también vol. I, pp. 249, 263 y 265), Londonio d a m u e s t r a s de conocer a Carli (vol. I, pp. 251-252), a Mazzei (cuya obra le parece i n c o m p l e t a : vol. I, pp. ii [no numerada], 34, 44, 65, 75, 118, 122, 148 y 156; vol. II, p. 253; v o l . I I I , pp. 314 y 321), a Castiglioni (vol. I, p. 272) y naturalmente a Botta, cuya S t o r i a d e l t a guerra dell’independenza degli Stati Uniti se había publicado en 1809 (vol. I I , p p - 6 0 y 159; vol. III, pp. 159 y 173). Entre los extranjeros, menciona continuamente a R o b e r t ­ son, y a menudo a Chastellux (vol. I, pp. 275 y 280; vol. II, pp. 158 y 178; v o l - I I I , pp. 23 y 71); conoce también a Paine (vol. II, pp. 248-249) y cita el F e d e r a lis t ( v o l . III, p. 362). El argumento jeffersoniano de la multiplicidad de los genios e n l a j o v e n república (véase supra, p. 330) es acogido pero a la vez amortiguado con la e x p l i c a c i ó n de que ello “ non devesi ascrivere a particolare benefizio deila natura” , sino a l a R e v o ­ lución, que ha abierto el camino a todos los genios (vol. II, pp. 323-324). so Ibid., vol. I, p. 254, nota.

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nerativa sulle l'orze dell’intelletto” ,61 algo del veneno del canónigo de Xanten se le quedaba pegado. Del piel roja escribe: “ II Selvaggio non conosce quasi l ’amore: freddo e debole, appena ha ricevuto dalla natura sufficiente stimolo per conservare la propria specie.” De las mujeres se expresa todavía peor: “ nelle fanciulle il libertinaggio non é delitto” ; 62 incluso entre los blancos “ le fanciulle godono di una liberta dhe ha spesso delle funeste conseguenze, e di cui, pero, pare che poco s’inquietino i loro parenti” — y aquí cita el libro de Chastellux y el segundo volumen de los ’ viajes de Castiglioni, “ dove riferisce un uso singolare praticato nel Connecticut” ,53 uso extraño, recóndito, que sabemos no es otro que el bund-

ling.5i El gran arqueólogo Ennio Quirino Visconti menciona todavía (1819) a De Pauw como autoridad a propósito de los hermafroditos: “ Paw, Recher­ ches sur les Américains, de’ pretesi ermafroditi della Luisiana: ed ivi raccoglie tutto ció che si é osservato su tal genere di mostruositá.” 55 Pero otro estudioso de la antigüedad clásica (y de estadística), el profesor An­ tonio Padovani, de Pavía,56 después de discutir brevemente una tesis de las Recherches sur les Grecs, relativa a ’la población del Ática, calculada en no más de 450 000 individuos, se para en seco y concluye: “ Ma si fatti calcoli [del Signar P a w ] sono falsi non altramente che tutte le sue R i-

cerche.” 57 Enfermo y debilitado por su durísima prisión de más de diez años, a fines de 1836 Federico Gonfalonieri era deportado a América, y tras una gélida y borrascosa travesía desembarcaba en Nueva York. Aquí, y en las excur­ siones al Niágara y a Nueva Orleáns, donde sufrió un calor espantoso, maduró en él una aversión radical por todas las cosas americanas. La idea de hacerse americano jamás le vendría a la cabeza. Está demasiado viejo, si Ibid., vol. I, p. 287, donde cita a Raynal y le opone cuatro grandes hombres: Washington, Jefferson, Franklin y Ramsay. 52 Ibid., vol. X, p. 261. 53 Ibid., vol. I, p. 275. =4 Véase supra, pp. 349-353. 55 E. Q. Visconti, Monumenti scelii borghesiani (1819), ed. de Milán, 1837, p. 116, nota 7. Cf. Rech. phil. sur les Américains, parte IV, sección ni, “ Des Hermaphrodites de la Floride” (ed. cit., vol. II, pp. 83-105). 5« Sobre el cual véase supra, p. 437. 57 Delle finante di A teñe e de’ vari mezti di accrescerle, Discorso di Senofonte tradotto ed illustrato da Antonio Padovani, Pavía, 1821, p. 98. (“ Illustrazioni al capitolo II: Ricerche intorno alia popolazione dell’Attica”). C£. De Pauw, Rech. phil. sur les Grecs, vol. I, pp. 158-178.

DE PAUW Y LA CRITICA ITALIANA

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y “ Pinclemenza e l ’ostilitá di questo clima ancora é tale da non potervi, pianta vizza e gramma qual sono, in nessun modo vegetare” .58 Pocos días después, en una carta a G abrio Casati, repite con pesimismo aún más radical: " T u non puoi credere quanto questo clima e la tellurica disposizione di questo ancor da man d ’uomo quasi intatto continente, sieno distruggitrici della vita in genere, ed ancor piü poi di una giá cotanto minata.” Hasta los nativos sufren sus efectos: “ la giá si bella e vegeta razza inglese e germ ana... vi si osserva sensibilmente degenerara ed awizzita, nonché abbreviata la durata de’ suoi giorni. La d on n a ... a 25 anni ha giá perduto ogni sua freschezza, ed a 35 vi é vecchia” , y los varones mue­ ren prematuramente.59 Y cuando un desterrado le escribe desde París, “da questa rancida europea regióne” , él se apresura a contestar que felizmente está por regresar “ alia nostra vecchia, ma pur sempre cara Europa” .60 L a sociedad no es mejor que la naturaleza. La sociedad norteameri­ cana es joven, pero corrompida. H a decaído mucho desde la generación de los tiempos de Washington.61 Es una sociedad voraz y egoísta, entregada al juego, e inextinguiblemente sedienta de lujos. “ L e principe démocratique — añade, haciéndose eco, quizá sin darse cuenta, del libro recién publicado (1835) de Tocqueville— y devient chaqué jour trop fort, trop dominant pour ne pas enfin tout envahir et, par conséquent, tout renverser.” En los Estados sureños reinan la anarquía y el esclavismo, y esta última plaga, junto con las demás, “ conduira indispensa’b lement ou á la guerre civile ou á la séparation des États” . La inmigración está formada por el desecho de los países de Europa, y lo acaba de arruinar todo. Los ferrocarriles y los canales navegables son desproporcionados, los bancos de­ masiado numerosos y sin escrúpulos. El presidente Jackson ha prestado servicios auténticos al país, ¡pero lo que 'hace falta es otra cosa! Confalonieri admira sinceramente los progresos de la técnica, los pro­ digios de la industria y de la mecánica, las ciudades que brotan como por 55 Carta de Nueva York, 24 de junio de 1837, al marqués Gino Capponi, en el Carteggio de F. Confalonieri, ed. G. Gallavresi, Milán, 1913, pp. 737-738. Véase A. D’Ancona, Federico Confalonieri, Milán, 1898, pp. 186-190, y más ampliamente R. Huch, Das Deben des Grafen Federigo Confalonieri, Leipzig, 1910, pp. 326-338. Sólo para completar la materia mencionaré el articulo de A. H. Lograsso, "Piero Maronccili in America (da documenti inediti)” , Rassegna Storica del Risorgimento, X V (1928), pp. 891-941. 59 Carta de Nueva York, 4 de julio de 1837, en Carteggio, pp. 744-745. También: "No, non é questo clima per me” (ibid., p. 715; cf. igualmente pp. 721-722, y la carta de Pietro Borsieri a Confalonieri, de 21 de octubre de 1836, ibid., p. 686: “ Questo clima é terribile...; la meta della popolazione femminea perisce di mal di petto, e anche i pxii degli uomini sono figure esili e meschine”). «o Ibid,, pp. 749-751. 61 [Sobre otras visiones de súbita degeneración véase supra, pp. 494-495 y 6SL]

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ensalmo, las distancias milagrosamente acortadas — “ on construit á cette heure un bateau á vapeur qui accomplira, assure-t-on, en dix jours le trajet de Ncr.v-York á Liverpool” . (!)-—, la libertad, la tolerancia, la creciente prosperidad, pero en fin de cuentas el bienestar no es mayor que en otros lugares, sino, por el contrario, “ beaucoup moindre méme qu’en certains pays du despotisme” , — y la pluma se le cae de la mano irresoluta.62 Ninguna derivación directa de las Recherches sur les Américains, que probablemente nunca llegó a leer Confalonieri; pero, por las obvias coin­ cidencias y resonancias, una prueba más de que las tesis depauwianas es­ taban en el aire, como suele decirse, y se prestaban para dar algún apoyo lo mismo a las extravagancias de un metafísico que a los malos humores del deportado.

A l) DEN DA ET CORRIGENDA p. p. p. p. p. p. p. p. p. p. p.

xxvi, núm. 182] el nombre no es Brennan, sino Brenan; xl, núm. 431] la edición utilizada no es de 1946, sino de 1935; lxxvii, núm. 1211] no es X X X I I I (1942), sino X X X IV (1943); Ixxix, s. v. Peramás] falta remitir al núm. 546 de la Bibliografía: D ia r io d e l d e s ­ tierro de Peramás, editado por G. Furlong; 23, nota 67] terminarla así; ...(A m érica ): cf. el mismo Lovejoy, “ H e r d e r : P r o gressionism without Transformism” , en Glass, op. cit., p. 236; 52; nota 16, última línea] no X X X I I I (1942), sino X X X IV (1943); 68, nota 8] en la línea 17, no es 1946, sino 1935; y en la línea última, n o P a r í s , sino Bruselas; 73, nota 24, línea 2] corregir y añadir; ...n o ta 55, y Duchet, A n t h r o p o l o g i e e t histoire, p. 200)... 99, nota 116] completar: .. . p . 25, y por Blanke, Amerika im englischen S c h r i f t tum, p. 207; 118, al final de la nota 59] añadir; Cf. también Boorstin, The A m e r ic a n s : T h e Colonial Experience, p. 161; 142, nota 148, línea 8] remediar una omisión; .. .y xliv, con cita de las R e c h e r ­ ches, vol. II, pp. 328-329), de los tártaros, primeros maestros del gén ero h u m a n o (vol. V I, pp. 20-22 y 28, y vol. V II, pp. ii v iii-vi, con citas de la m is m a ob ra , vol. I I . . .

p. 171, nota 267, línea 2] corregir la referencia: I I (1967), pp. 63-70 y 139 ss.; p. 207,última línea de la nota 48] no es cap. 2, sino cap. 11; p. 229,nota 149, línea 5] la fecha no es 1770, sino 1777; p. 273, nota 312, línea 4] no vol. III, sinovol. X ; p. 298, nota 423] no Francois Corréal, sinoFrancisco Coreal; p, 299, penúltima línea del texto] en vez de “ ha avuto il coraggio per d i f f e n d e r leer “ lia avuto coraggio per d ife n d e r.. p. 341, nota 563] terminarla así: ...104-105, y los Papen de Jefferson, v o l . I X , pp. 67-72; p. 355, nota 625] no se trata aquí del abate Charles-César Robin, sino d e l b o t á ­ nico Claude C. Robin; p. 378, segundo párrafo de la nota 49, línea 6] no “ los periódicos ita lia n o s ” , s i n o concretamente el Corriere della Sera-, p. 380, nota 57] sustituyase la referencia por esta otra: Vargas Ugarte, D . B e n i t o • María de M oxó, pp. 53-54; p. 392, nota 101, última línea] Madrid, 1909, vol. II, p. 62); p. 417, nota 17, línea 2] completar: 1912-1922, vol. V III, p. 214; p. 425, nota 45] en la línea 1, no es 68-69, sino 68-86; en la línea 3, a ñ a d i r : p. 121), como también, más tarde, por los de las tierras australes (S m ith , E u r o pean Vision, p. 247);

82 Carta del 22 de junio de 1837 a Alessandro Andryane, Cf. un diagnóstico apocalíptico análogo en la p. 716.

C a rte g g io ,

pp. 727-730.

p. 455, nota 168] en la línea 2, léase vol. I (no II); y en la 4, vol. I I (n o I ) ; p. 476, última línea de la nota 257] no “ réfoulé” , sino “ refoulé” ; p. 491, segundo párrafo de la nota 301] en la línea' 9 no debe ser N u e v a Y o r k , sino Washington; y en la línea 12, no cap. iv, sino canto IV , estrofa 19;

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ADDENDA ET CORRIGENDA

p. 520, nota 409, línea I] añadir: ...p . 48, y también Minguet, A. de H um boldt, pp. 174, 226, 277 y 628; para Caldas... p. 523, nota 425, línea 1] completar: el padre Jolís (Saggio, p. 375) h a b ía ... p. 542, nota 489] en la línea 3, léase así: .. .in Brasilien, 3 vols., Munich, 18231831...; y al final de la nota, añadir: C£. L. Hanke, A ll M ankind is One, De Kalb, 111., 1974, pp. 111 (nota 55) y 150 (nota 82); p. 568, nota 27, línea 5] no Administrativa, sino Administradora; p. 593, texto, línea 13] poner esta nueva nota: “ On disait que sa profession de foi était celle-ci: « I I n’y a point de Dieu, et Fanny W right est son prophéte»” (Ampére, Promenade en Am érique, vol. I, pp. 363-364); pp. 598 y 599] los datos de las notas 144, 146, 147 y 148 no se refieren a los Travels in N orth America, sino a la versión francesa, Voyage dans les États Unís; p. 617, nota 258, línea 5] hay que añadir: ...p p . xxiv-xxv, y Stebbins The T ro llopes, pp. 213-214), como ya antes lo había sido en los de su libro The West Indians (Stebbins, pp. 168 y 200). Más ta rd e... p. 647, último párrafo de la nota 399, línea 11] completar: .. .T h e N atioti Takes Shape, p. 105, Cunlifffe m enciona... p. 663, nota 445, línea 6] no es vol. III, sino carta ni; p. 663, nota 449] debe empezar así: Véase M oby Dick, ed. Modern Library, pp. xvii y 264-265, y Typee, x i (Romances, p. 64), y cf. Pitman, Goldm ith’s “ Animated. N ature’’, p. 95, nota. Parece que la conocía. . . p. 665, nota 460] añadir: Sobre la diferencia entre Carducci y Whitman (pero no Thoreau) en cuanto a la exaltación de la locomotora, véase Chabod, La p olitica estera, pp. 378-379; p. 669, nota 468, línea 8] no es Cape Code, sino Cape Cod; p. 686, nota 541, línea 1] en By the B lu e ..., suprimir el the; p. 711, penúltima línea de la nota 637] añadir: . . . y 110. El término civilisation parece haber sido “ naturalizado” por Mirabeau (L ’A m i des hommes, 1756'; y difundido por los fisiócratas (Duchet, Anthrop. et histoire, p. 219, nota 389); p. 715, notas 655 y 656] no Brennan, sino Brenan; p. 734, nota 3] quitarle una g a Raggionamenti; p. 763, nota 62, línea 2] Giuseppe M illico (1739-1802)... p. 781, nota 23, penúltima linea] no “ des Peintres” , sino "de Peintres” .

ÍNDICES

ÍNDICE A N A L ÍT IC O * abeja, 25 Abel, v. Caín Abeniacar, Yole, 300 abolicionismo, 592, 627, 654, 656, 750 aborto, 63, 144, 182, 215, 218 Abraham, 741 abstinencia, 62, 352 Academias: de Besan^on, 184; de Cien­ cias (de Filadelfia), 145, 149 s.; Fran­ cesa, 757, 762, 765; de la Historia (Madrid), 369 s., 372; de Lyon, 343; “ de Nueva Zelanda” , 218 aceite, 110 acequias, 325 Acomb, Francés, 343 Acosta, José de, 3, 5, 8, 12, 24, 38-42, 58 s„ 72 s„ 91, 107 s., 136, 165, 168, 176, 222, 252, 255, 257 s., 268, 281, 284, 356, 374, 394, 406, 566, 727 ss., 731, 733, 747 Adams, Abigail, 311 Adams, Ephraim Douglas, 426 Adams, Henry, 651, 805 Adams, John, 122, 158, 310, 330, 340, 344, 352, 428 Adams, P erqr G., 11, 68, 103, 106 s., 109, 200, 269, 326 Adams, Thomas, 340 Adán, 7, 14, 132, 162, 221 í ., 237 s., 286, 357 s., 362, 400, 450, 485 s„ 507, 522, 656, 679 Adanson, Michel, 44 Addison, Joseph, 219 Adickes, Eridi, 61, 415 ss. adulterio, 182 aerolitos, 779 afeites, v. modas afonía (de los pájaros americanos), v. mudez/canto; — de los perros, v. pe­ rros

293 ss., 308, 318, 321, 357, 3 7 3 , 3 9 1 , 412, 418s., 466, 487, 503, 5 2 5 , 5 3 4 540. 545, 548, 562, 565, 567, 6 6 5 , 6 9 4 , 733. 738 africanos, v. razas afrodisiacos, 181, 297, 781, 7 9 0 , 7 9 8 Agamenón, 741 Agassiz, Alexander, 705 Agrá, 614 agrarismo, 314, 485, 752, 7 6 8 ; v . t a m ­ bién fisiocracia agricultura, 117, 127, 148 s., 3 7 7 , 4 0 5 5-, 551, 594, 768 agrimensura, 306 agua y vida, 19 s. aguacate, 252 aguaceros, 553 aguardiente, 367, 773 águila americana, 644,;., 654, 6 5 8 s. Agustín, San, 15, 70, 78, 106, 1 6 2 s . y 369, 486, 728 ss., 733 agustinos, 230 ajo, 256 akansanos, 420 Alaska, 795. 799 Alatorre, Antonio, 155 Alba, duque de, 758 aíbaricoque, 268, 284, 599 Albergan Capacelli, Francesco, 7 8 3 Alberto Magno, 97 albinos, 420 alce, 9, 56, 288, 332-336. 658, 7 6 3 Alcedo Herrera, Antonio d e , 3 7 1 , 3 8 6 , 407 Alcibíades, 145 Alcocer, Mariano José de, 3 9 2 alcoholismo, 81, 126, 211, 258, 3 0 5 , 5 0 7 , 546, 620, 624, 768, 773 Alcuino, 165 Aldhelmo, 352 Aldridge, A lfred Chven, 453 Aldrovandi, Ulisse, 24

África, 21, 40, 43, 50, 56, 78, 101, 124, 130, 138, 140, 175, 189, 196, 198,

* Preparado por Jas Reuter.

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INDICE ANALITICO

Aleardi, Aleardo, 177 s., 445, 486 Alegría, Femando, 693 Alejandro V I, papa, 161 Alejandro V II, papa, 28 Alejandro Magno, 204, 760 alemanes. 166, 177, 428, 470, 473, 544, 563, 627, 817 Alemania, 85, 114, 166, 168, 172, 175, 197, 297, 391, 411, 430, 473, 488, 499, 535, 565, 580, 620, 654, 691 Algarotti, Francesco, 133, 137, 192, 296, 479, 608, 784 algodón, 109, 357, 412, 688, 718 algonquines, 505 alimentación, 54, 388 alimentos, escasez de, 57, 77, 263, 265, 417, 502, 520 Alleghanies, montes, 454, 598, 638 Alien, Don Cameron, 13 s., 34, 76, 79, 106, 176, 729, Alien, Ethan, 663 Alien, Hervey, 590, 645, 647 Allier, Raoul, 489 Almagro, Diego de, 269 almanaques, 263, 763 alondra, 203, 476, 543, 594, 668 alpaca, 8, 39, 269, 387, 567, 727 Alpes, 61, 140, 202, 271, 389, 589, 614, 720 Alsacia, 66 Alsop, George, 266, 671 Altamira, Rafael, 292 altiplano, 719 i. Álvarez López, Enrique, 313, 395, 728 amamantamiento, v. lactación Amann, Paul, 452 Amat, Manuel de, 272 amautas, 73 amazonas, 293, 790, 796 Amazonas, río, 133, 503, 673 Amazonia, 133, 193 i., 306, 502 Ambrosoli, Francesco, 488 Ameghino, Florentino, 707 Amelotti, Giovanni, 491 América: antediluviana, 573; — como democracia, 680; — como forma fe­ menina, 526, 779; — como heredera de Europa, 160, ¡66.?., 196; — como

luz, 662; — como nueva Grecia, 608; — como paraíso, 663, 679; — como re­ dentora, 715; — como sistema de is­ las, 586; — como tierra maldita, 469, 474, 478; — como tierra prometida (o del futuro), 186, 467, 473, 552 s., 559, 662, 677, 693, 708; concepto de — , 309; — continente frío, 198; historia d e — , 792 s.; salvación d e — , 499; — del Norte, 8, 131, 159, 161, 177, 217, 245, 317, 324 s., 329, 337, 340. 347, 376, 424, 426 s., 431, 453, 467, 507 s., 519, 548, 552, 559, 562, 609, 614, 708, 714, 752, 810 s., 815; — Central, 401 s., 404, 776; — del Sur, 8, 131, 194, 278, 321 í ., 324, 328, 332, 340, 414, 436, 440, 450, 497, 502, 525, 538, 548, 550, 552, 559, 570, 572 ss., 586, 694, 708, 714, 716, 718, 720, 725 s., 738, 761; — anglosajona, 229, 309, 329, 505, 706, 709; — hispánica, 187, 229, 234, 236, 273 s., 279, 302, 309, 364 s., 403, 457, 505, 508, 510 s„ 527, 552, 582, 590, 606, 613, 705 ?., 708, 751, 802; — tropical, 193, 199, 321, 510, 514, 517; — salvaje/civiliza­ da, v. civilización y barbarie; v. tam­ bién debilidad, decadencia, degene­ ración, descubrimiento, despoblación, dotes intelectuales, emersión, emi­ gración, erotismo, exotismo, hume­ dad, impotencia, infancia, inferiori­ dad, inmadurez, juventud, libertad, mujeres, nombres europeos, paname­ ricanismo, porvenir, senilidad pre­ coz, vegetación American Historical Association, 705 s. American Philosophical Society, 145, 149 s., 509 American Renaissance, 497 American Society for Promoting the Civilization o f the ludían Tribes, 510 americocentrismo, 705, 792 Amiel, Henri-Frédéric, 17 Amigos del País, sociedades de, 229 amonitas, 539 Amoroso, Ferruccio, 451

ÍNDICE ANALÍTICO Ampére, Jean-Jacques, 245, 326, 337, 457, 603, 627, 646, 672, 689, 698, 701, 719 Amsterdam, 66, 339 Amunátegui, Miguel Luis, 273, 368 s., 710 Anáhuac, 259, 394 Anaxágoras, 456 Andes, 40, 78, 141, 199, 271. 388, 553, 586, 614 Andinia, 79 Andreu, Pedro Juan, 275 Andryanne, Alessandro, 818 anfibios, 531 Angle, Paul McClelland, 634 Angleria (Anghiera), Pedro M ártir de, 82, 107, 120, 242, 261, 282, 321, 367, 567 animales, 30, 3 6 «., 40-44, 56, 61, 80, 93, 109, 112, 195, 244, 321, 330, 337, 345, 405, 525, 534 ?., 540 ss., 549, 586 ss., 746, 748 s.: clasificación aris­ totélica de los— , 748; — america­ nos, 7, 9, 31, 42, 45, 58 ss., 69 s., 113, 131, 141, 149, 183, 193, 199, 210, 229, 238, 248, 250, 252 ss., 267 ss., 283 s., 288 s., 294, 306, 317, 321, 323, 334 ss., 345, 362, 387, 392, 397, 407, 448, 476, 502, 505, 508, 512, 515, 517, 525, 539 s„ 567, 574, 576, 658, 671, 713, 718, 726-729, 733, 761 ss., 777, 780, 796 s.; su debilidad/fuerza (inferioridad/superioridad), 7, 12, 16, 44, 64, 318, 344, 537, 542, 565, 571 s., 585 s., 718; su degeneración, 23, 31, 38, 42 s., 89, 76, 115, 127, 144, 183, 199, 218, 270 s.. 274, 301, 303, 313, 326, 349, 391, 444, 472 s., 482, 489, 509, 572, 574 s., 589, 729, 796; sus dimensio­ nes, 21, 44, 183, ! 94, 212, 285, 318 s., 322 ss., 668; — carnívoros, 22, 42, 57, 336, 731; — de carga, 284; — domés­ ticos, 9, 37, 58 s., 86, 125, 199, 210, 328 s.. 355. 362, 382, 391, 418, 433, 505, 517, 520, 582, 671, 728, 732 s., 780; ■—europeos en Australia, 587: — migratorios, 670; — míticos, 95; — selváticos, 37, 83, 125, 671

825

animalidad del indio, 83, 85, 91, 155, 210, 230, 241, 560 Annoni, Ada, 159, 189, 300 Anson, George, 760 Anstett, Jean-Jacques, 562, 565 Antartico, océano, 270 Antártida, 718 an tiam erican ism o, 715 s.

511,

590 s., 604,

Antici, Cario, 786 anticuarios, 217 antiesdavismo, v. abolicionismo y es­ clavitud antievolucionismo, 530, 556; v. evolu­ cionismo antigüedad: cercano-oriental y europea, 33, 48; — clásica, 501, 591; — de Am é­ rica, 707; — de Hispanoamérica, 709 antigüedades: aztecas, 740; — mayas y toltecas, 706 antillanos, 89, 97, 103, 547 Antillas, 89, 130, 158, 182, 234, 313, 410, 428, 612, 694, 761, 776, 788; — holandesas, 232 antípodas, 212 antisemitismo, 146, 241, 597; v. tam­ bién judíos antiurbanismo, 485, 595 antropocentrismo, 357 antropofagia, v. canibalismo antropoides, 577 antropología, 418, 570 s. antuerpia, 396 añil, 232 apalaches, indios, 112 Apalaches, montes, 141, 503, 552 apatía del indio, v. insensibilidad Apollinaire, Guillaume, 203 aportaciones transcontinentales, 109 ss., *252, 361, 358, 406, 617 694?., 717, 781 Appleton, Til., 442 Apure, río, 516 Aquiles, 608 árabes, 182, 187, 313 ........ Arabia, 161, 175, 373 Aranda, Pedro Pablo Abarca y Bolea, conde de, 156

826

INDICE ANALÍTICO

arañas, 120; — voladoras, 16 araucanos, 265 Arauco, 267 árboles sin raíces (o con raíces al aire), 52, 349, 725 arborícolas, 434 Arbriselle, Roberto de, 352 Arbuthnot, John, 53 árcaaes, 437 Arce y Miranda, Andrés de, 235 Archivo de Indias, 370 . Arciniegas, Germán, 717 Ardagli, John, 101 Ardennes, 617 areniscas, 455 Areópago, 82 Arequipa, 567 Argel, 429 Argens, Jean-Baptiste, marqués de. 262 Argenson, René-Louis, marqués de, 158 Argental, Charles-Augustin, conde de, 190 Argentina, 235, 399, 707, 713 Argyll, duque de, 489 aridez, 512 Arinos de M eló Franco, Afonso, 112 Ariosto, 166, 384, 550 Aristides, 742 aristocracia, 51 Aristóteles, 4, 13, 31 s., 48, 51, 83, 8892, 96, 205, 216, 224, 269, 389, 539, 721, 744 s., 749, 762, 765 armas, 73, 110, 137, 294, 403, 507, 546, 768 armiño, 332 Armstrong, Elizabeth, 112, 163, 200 Arndt, Karl J., 471, 474 Arno, río, 673 Arnold, Matthew, 459, 625 s., 655 Arnoldson, Sverker, 163, 165 ss., 273 arqueología, 73, 245, 265, 295, 325, 392 arquitectura, 259, 595 arroz, 688 Arsan, Emanuelle, 378 arte: americano, 111, 291; mexicano, 209; norteamericano, 683, 698, 700 artes, ciencias y letras, 124, 171, 173, 216 s., 257, 291, 311, 331, 384, 485,

501, 595, 655, 675, 678, 695, 699 s., 755 Árteta, Juan Celedonio, 292 s. Artico, 151, 448, 719 Asensio, Eugenio. 51 Ashcraft. Richard, 84 Ashe, Tilomas, 593 Asia. 21, 40. 43, 48, 56, 61, 78. 101, 124, 140, 142, 154 i., 161, 175, 178 s., 189, 192, 196, 198, 218, 254, 259, 293 ss., 308, 318, 357, 373, 383, 436, 466, 487 s„ 495, 503, 507, 534 s., 540, 545, 550, 559, 565, 567, 613, 670, 687, 695, 730, 779 s., 797 asirios, 163 asno, 8, 9, 37, 132, 284, 288 Aspasia, 145 astrología, 383, 653; v. también conste­ laciones astronomía, 369, 569, 763; v. también estrellas Atacama, 269 Atahualpa, 137, 150, 298 Atala, 423 ateísmo, 139, 579 Atenas, 165, 218, 439, 655 atenienses, 188, 439 Ática, 437, 816 Atkinson, A. D., 433 Atkinson, Brooks, 672 Atkinson, Geoffroy, 54, 123, 237, 433, 461 Atlántico, Océano, 4, 6, 60, 160, 166, 172, 178, 199, 216, 218, 310, 327, 332, 423 s., 431, 436, 474, 481, 550, 552, 559 s., 590 s., 615, 655, 669 s., 713, 762 Atlántida, 77, 146, 294, 299, 439, 502 s., 505, 565, 576, 730, 789 Attakakullakulla, cacique, 415 Augusto, emperador, 82, 216, 760 Aulard, Alphonse, 752 auquénidos, 72, 254, 387 Australia, 106, 141, 217, 326, 414, 459, 538, 567, 576, 587, 670 australianos, 155 Austria, 173, 471 austríacos, 604, 791

ÍNDICE ANALÍTICO Ausubel, Hermán, 474, 694 auto de fe, 65 autocracia, 652 autosuficiencia alimentaria, 119 avellanas, 284 Avendaño, Leónidas, 367 Avenel, Georges, 60 aves, 18, 27, 134, 137, 265, 275, 318, 323, 476, 515, 727; v. también mudez/canto y plumaje avestruz, 23, 40, 253 s., 269, 368, 645 Aviñón, iluminados de, 105 Avon, río, 673, 686 Ayanque, Simón, v. Terralla Ayarza, José Ponciano de, 366 Azara, Félix de, 395 Azeredo Coutinho, 292 aztecas, 62, 64, 247, 258, 260, 360, 379, 523, 740, 743 azúcar, 109, 115, 351, 232, 412, 780 Baader, Franz Xaver von, 489 Babilonia, 163, 189, 217 Bacchelli, Riccardo, 15 Bacon, Francis, 41, 53, 64, 77 s., 249, 501, 503 Badén, 604 Baffin, bahía de, 141, 553 Balir, Ehrhard, 94 bailes, 182, 211 Baillie, John, 74 Bailly, Jean-Silvain, 300, 565, 789 Baker, Henry, 26 Baker, Paul R., 82, 628 Baker, Polly, 327, 771 baladas, 457 Balbo, Cesare, 801 Baldensperger, Fernand, 93, 413, 428 Baldini, Gabriele, 660, 662 B a lla n ch e, Pierre-Sim on, 403, 488, 498 i. ballena, 26, 35, 205, 270, 448, 659 j„ 669; barbas de — , 124 Ballesteros Beretta, Antonio, 370 Ballesteros Gaibrois, Manuel, 111, 717 Balmes, Jaime, 489 Báltico, mar, 142 Baltimore, 442, 472, 496, 627

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Baltrusaitis, Jurgis, 186 banana (plátano), 40, 2 5 2 , 2 6 5 , 6 5 3 s. bancos, 474 Bancroft, George, 172, 4 5 2 , 4 6 7 banderas, v. heráldica Bangkok, 378 Bannister, J., Jr., 652 Baquíjano, José, 366 barba y vello, c a r e n c ia / p r e s e n c ia d e , v. impubertad del i n d i o a m e r i c a n o barbarie, v. civilización y b a r b a r i e Barbauld, Anna Letitia, 2 1 7 Barbé-Marbois, Franqois, m a r q u é s d e , 316, 350, 629 barcos de vapor, 178, 596, 6 4 7 Barker, Ernest, 49 Barlow, Joel, 311 s., 463 Barlow, John, 212 Barlow, Nora, 572-575, 6 2 5 Barlow, Robert Hayward, 2 4 7 Barnes, E. W „ 570 Barnes, James J., 590 Baroja, Pío, 715 s. Barraclough, Geoffrey, 8 0 5 Barreda Laos, Felipe, 383 Barreré, Pierre, 201 Barrington, 68 Barros Arana, Diego, 315, 7 1 0 Bartlr, Hans, 580 Barthélemy, Jean-Jacques, 4 3 8 Bartholméss, Christian, 1 0 5 Bartoli, Daniello, 15, 25 Bartolozzi, Francesco, 242 Barton, Benjamín Smith, 5 0 6 , 5 0 8 - 5 1 2 , 520, 538, 712, 778 Barton, W illiam , 509 Bartram, W illiam , 421, 5 0 7 Barzellotti, Giacomo, 483 Basadre, Jorge, 714 basaltos, 451455, 460, 512, 5 3 2 , 5 6 9 Basilio, San, 15 Basnage, Jacques, 33 Bassa Mantovana, 378 Bastard, Thomas, 402 Bastilla, 457, 751 Bataillon, Marcel, 88, 167, 2 9 7 , 5 5 8 , 78 1 Batllori, Miguel, 237, 239, 2 4 1 s ., 2 4 6 , 292

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ÍNDICE ANALÍTICO

batracios, 16, 20, 276, 780 Battisti, Eugenio, 24 Baudeau, abate, 150 Baudelaire, Charles, 76, 480, 678, 695 Baudet, Henri, 390 Baudin, Louis, 67, 298 Baudry des Loziéres, L. N., 93 bayaderas, 390 Bayard, Ferdinand-Marie, 325, 510, 596, 624, 628, 753, 768, 770, 773

Benton, Thomas Hart, 507 Benzing, Josef, 94 Benzoni, Gerolamo, 63 Berchet, Giovanni, 603 Berengo, Marino, 785 Berenson, Bernard, 718 s. Bergson, Henri, 656 Berkeley (California), 172 Berkeley, George, 53, 171-174, 216, 331, 363, 434, 563, 608, 654, 673, 714 ■

Bayle, Pierre, 30, 233, 352 Bazin, Christian, 442, 447, 553, 719, 752 Beard, Charles A., y Mary R., 304, 307, 451, 509, 652 s., 714, 749 Béarn, 147 Beauharnais, Eugéne, 794 Beauharnais, Joséphine, 354 Beaujour, Félix de, 302 Beaumarchais, Pierre-Augustin de, 767 Beaumont, Gustave de, 648 Beauvoir, Simone de, 353, 457, 618, 643, 685, 709, 757 Beccaria Manzoni, Giulia, 591 Bécquer, Gustavo Adolfo, 481 Bédier, Joseph, 442 Beecher-Stowe, Harriet, 511, 672 Behemot, 588 Behring, estrecho de, 244, 730 Belaúnde, Víctor Andrés, 100 Bélgica, 610 Beíin, Jean-Paul, 60, 143 Bellamy, Hans Schindler, 79, 108

Berlín, 105 s., 153, 214, 244, 247, 251, 297, 299, 398, 807 Bermudas, 320, 424, 461 Bernard, Claude, 14, 20, 36, 280, 710 s. Bernardin, Éditlt, 182 s., 712 Bernardin de Saint-Pierre, JacquesHenri, 314, 357, 360, 383, 389, 392, 443, 494, 506, 523, 767, 779 Bernardo de Sajonia-Weimar, 468 s., 591, 629

bellas artes, 148, 270, 307, 499, 595, 772 Bellessort, André, 447 Bellorini, Egidio, 815 Bellot, Hugh Hale, 705 Beloff, Max, 711 Beltrami, Giacomo Costantino, 76, 271, 326, 344, 449, 475 s., 706 Bembo, Pietro, 481 benedictinos, 105, 131 Benegas, Miguel, 405 Bénezet, Antoine, 765 s. Benito y Durán, Ángel, 241 Bentham, Jeremy, 66, 403, 591, 759 Bentinck, lord, 613 Bentivoglio, Guido, 53

Bernari, Cario, 339 Bernheimer, Richard, 93-96, 326 Bernstein, Harry, 158, 197, 246, 302, 369, 399, 509 s., 705 Beroso de Babilonia, 74 Bertelli, Sergio, 33, 230, 601 Berthier, Alexandre, 352 Bertola, Aurelio de’ Giorgi, 814 Berveiller, Michel, 64, 134, 712 Bessmer, barón de, 239 Besterman, Th., 591 bestias feroces, v. fieras Betanzos, Domingo de, 82, 99, 101 Bettinelli, Saverio, 783 Beutler, Ernst, 423, 454, 463, 467 s., 750 Beverland, Adriaan, 80 Beyerhaus, Gisbert, 66 s., 188, 190 s. Bianclri, Isidoro, 136, 298, 300 s. Biblia, 19, 42, 80, 164, 176, 249, 302, 484, 493, 499, 509, 611, 678, 692, 721, 768 bibliotecas, 302 Biddle, Richard, 648 Bielschowsky, Albert, 455, 467 Bigland, Eileen, 595, 597 ss., 601, 603, 616, 619 biología, 24, 413, 639 bisonte, 132, 210, 505, 669

INDICE ANALÍTICO Bizancio, v. Constantinopla Biackmur, Richard Palmer, 699 Blake, Harrison, 676 Blake, W illiam , 150, 422, 678 Blanco, mar, 505 Blanco Fombona, Rufino, 736 Blanke, Gustav H „ 7, 77, 95, 100, 106, 123, 170, 175, 182, 230, 304, 320, 445, 471, 703, 730 Bloch, Ivan (“ Eugen Dühren” ), 351 Bloch, Marc, 162 Blumenbach, Johann Friedrích, 418 s., 422, 813 boa, 586 Boas, George, 10, 35, 85, 92, 326 Bobling/Stuttgart, 568 Boccaccio, Giovanni, 803 Boccage, M arie Anne Lepage du, 133, 136, 202 Boccaiini, Traiano, 54, 735 bocio, 124 Bode, Cari, 511, 635 Bodin, Jean, 48-53, 56, 163, 166, 176, 196, 739, 809 Boehme, Jakob, 498 Boerhaave, Hermann, 421 Bogotá, 280 s., 291, 369, 387 s.; indios de la región de — , 799 Boisserée, Sulpiz, 455, 467 Bólgheri, 476 Bolívar, Simón, 394, 399, 403, 408, 436 Solivia, 79, 375, 576 Bolonia, 239, 246, 276, 783 Bolton, Herbert Eugene, 231, 698, 705, 711 s. Bombay, 609, 614 Bonald, L. de, 488 Bonnet, Charles, 16 s., 26, 30, 36, 74, 154, 206, 813

Bonnet de Fréjus, Jean-Esprit, 775, 797 Bonnevixie, Zacearía de Pazzi de ("le Philosophe La Douceur’’), 102, !?9134, 180, 263, 267, 271, 279, 345, 373, 402 Bonora, Ettore, 339 Bonpland, Aimé, 516 Bonstetten, Karl Viktor von, 54 Boorstin, Daniel J., 9, 170, 177, 307,

829

317, 330, 333, 403, 497, 552, 592, 633, 704 Bootlt, Bradford Alien, 616 s. Borenstein, W alter, 715 i. Borges, Jorge Luis, 564, 660 Borgese, Giuseppe Antonio, 203 Borgoña, vino de, 117 Borneo, 420 Borsieri, Pietro, 817 Bosc, Louis-Augustin-Guillaume, 185 Boschini, Marco, 231 Boselli, Cario, 715 bosques, 12, 444, 515, 553, 598, 612, 614; tala de — , 118, 672, 811 Bossi, Luigi, 294, 300 s. Bossuet, Jacques-Bénigne de, 22, 33, 180, 184, 579 s. Boston, 197, 216, 350, 496, 600, 617, 637, 640 i., 651, 682, 773 Boswell, James, 103 s.. 192, 205, 215 s., 219 i., 765 botánica, 270, 323, 388, 406 Botero, Giovanni, 49, 52, 393, 481 Botta, Cario, 178, 312, 347, 591 k .. 790, 815 Bougainville, Louis-Antoine de, 160, 212, 222, 270, 656, 795

105,

Bougeant, Guillaume-Hyacinthe, 26 Bouguer, Pierre, 416 Bouhours, Domínique, 53 Bouilly, Domingo, 179 Boulanger, Nicolás-Antoine, 75, 141, 210, 330, 501, 503, 809 Bourbon, isla de, 613 Bourdaloue, Louis, 184 Bourdier, Franck, lis ., 15, 21, 27, 44, 67 bovinos, 9, 58, 72, 110, 117, 132, 183, 210, 266 s., 272, 284, 287, 321, 345, 369, 541, 594, 780; v. también gana­ dería Bowers, David F., 692, 699 Bowman, Isaía’u, 738 Brackenridge, Hugh Henry, 85 Brading, D. A., 228 bradipo, v. perezoso brahmanes, 326 Brailsford, Henry Noel, 441

S30

ÍNDICE ANALÍTICO

branquíferos, 28 Bramóme, Fierre de Bourdeilles, señor de. 242 Brasil, 12, 113í „ 120, 122, 206, 228, 292, 378, 393, 410, 425, 503, 542 s., 552 5., 567, 577, 584 s., 613 j-, 727, 802; indios del — , 129, 543 Braunschweig, 421, 466 Bravo, río, 716 Bravo del Castillo, 366 Brecht, Bertold, 698 Ereme, Ludovico di, 815 Bremer, Frederika, 205, 305, 459, 508, 596, 600, 602, 616, 618, 624, 633, 647, 669 Brenan, Gerald, 715 Brereton, John, 325 Breslau, 297 bretones, 326 Brie, Friedrich, 172, 216, 309-312, 330, 463 Briganti, Filippo, 808-812 Briggs, Charles F., 511 Briggs, Harold E., 432 ss. Bright, John, 694 Brillon, madame, 756 Brissot de W arville, Jacques-Pierre, 16, 68, 130, 186, 243, 322, 327, 344, 346, 349, 413, 425, 427, 496, 594, 625, 750753, 763, 765-773 Bristed, John, 303, 805 Britania, 709 British Museum, 68 Brizard, abate, 608 Broglie, Charles-Louis-Victor, príncipe de, 310, 516 Brooke, Rupert, 641, 697, 701 Brooklyn, 689 Brooks, Philip C., 706 Brooks, Van Wyck, 172, 307, 596, 625, 647, 650 s., 657, 662, 674, 678 ss., 684, 686, 693 Brosses, Charles de, 67 Brown, Alexander W., 610 s., 614 Brown, Charles Brockden, 457 s. Brown, John, 554 Browne, C. A., 336 Browne, Thomas, 24, 170

Bruhns, Karl, 213, 513, . 515-520, 526. 582, 601 ........... . Brunet, Gustave (“ P h ilom n este Jú­ nior” ), 693 Brunetiére, Ferdinand, 726 s. Bruno, Giordano, 19, 110, 459, 558, 746 Bryant, W illia m C u llen , 511, 694, 699 s., 703 bucaneros, v. corsarios Buchez, Philippe-Joseph-Benjamin, 488 Buclrwald, Art, 714 Buchwald, Reinhard, 526 Bucke, Richard M., 689 Buckingham, palacio de, 630 Buckle, Henry Thomas, 653, 739 buen salvaje, 69 s., 79, 85, 102-106, 159, 187, 212, 223, 237, 304, 306, 347, 356, 363, 427, 487, 489, 656 Buenos Aires, 337, 372 buey, v. bovinos búfalo, 58, 318; v. también bisonte Buffalo Bill, 306 Buffenoir, Hippolyte, 184 Buffon, Georges-Louis Leclerc, conde de, 3 S; 7-47, 51, 56-61, 64, 66-69, 73 s í ., 80, 86, 103, 107, 109, 112íj „ 117 s., 124 s., 132, 134, 136, 141, 145, 149, 160, 181, 192-201, 204, 206-215, 218, 222 ss., 242, 245, 248-254, 261, 267, 269 s í ., 273-279, 282-285, 290, 292, 300 s., 304, 310 s., 317-338, 344 s., 348, 350, 355, 357, 362, 364, 368, 371, 373, 378, 381 s„ 384, 387, 391 s., 395, 405, 412-415, 433, 439, 443,'454 i., 464, 472 s., 479 s., 489, 498, 501, 507, 509 s., 516 ss., 521, 523, 525, 528, 532, 535, 538 ss., 542, 555, 559, 565, 568, 572, 574, 576, 581 s., 585-589, 602, 636, 639, 663, 668, 671, 685, 708, 711 s., 714, 716, 718, 725 ss., 731, 733, 744, 761 s„ 773, 777, 788 s., 796, 813 s. buho, 685 buitre, 271, 658 bulldog, 54 bullfrog, v. ranas Bulnes, Francisco, 739 Bülow, Dietrich von, 425, 474, 552

ÍNDICE ANALÍTICO Bulwer, John, 225 bundling, 350-354, 756, 816 Bunge, AL, 399 buques, v. barcos Burchell, W illiam John, 567 Burckhardt, Jakob, 179, 695 Burdeos, 373, 513, 515 Burdett-Coutts, Angela, 640, 648 Bürgel (Turingia), 105 Burke, Edmund, 214, 265, 308 Burkholder, Mark A., 228 Burnaby, Andrew, 158 Burnet, Thomas, 34, 75, 171, 186, 320 Burney, Charles, 68, 764 Burney, Fanny, 764 Burns, E. Bradford, 292 Burroughs, John, 680 Burton, Robert, 728 Bury, John Bagnell, 758, 760 businessmen, 608, 659, 701 Busson, Henri, 35 Bustamante Carlos Inca, Calixto, v. Con colorcorvo Byrd, W illiam , 317, 333 B yron, G eorge G ordon, lo rd , 176, 435 ss., 440 s., 467, 591 Byron, John, 68, 108 s., 143 caballo, 9, 25, 37, 54, 59, 110, 113, 125, 132, 210, 284, 345, 355, 416, 439, 472, 537, 567 Cabanyes, Manuel de, 785 Cabello Balboa, M., 720 Cabo Norte, 805 cabra, 9, 113 cacao, 109, 226, 259, 265, 294 Cachemira, 614 caciques, 99, 297, 487 Cádalso, José, 262 cadena de los seres, 30, 53, 414, 556558, 745 s. Cádiz, 397; Cortes de — , 228, 393, 397 café, 109, 116, 151, 226, 412, 694, 780 cafres, 421 Cagliostro, Giuseppe Balsamo, conde de, 785 Caída, dogma de la, v. pecado original Caillet-Bois, Ricardo R., 235

831

caimán, 69, 517, 567, 586, 685; v . bién cocodrilo

ta m ­

Caín, 485 í „ 492; — y A b e l, 4 8 5 , 7 6 8 Cairo (Illinois), 616, 632 ss., 6 3 8 cal, 259 calabaza, 287, 357, 617 Calancha, Antonio de, 230, 720 Calanus, brahmán, 326 Calcuta, 615

386,

3 94,

Caldas, Francisco José de, 72, 3 7 9 , 3 8 7 392, 440, 520, 542, 717 Calderón de la Barca, F r a n c é s , 487, 515, 625 caledonios, 219 calefacción excesiva, 618 calendario mexicano, 114, 259 Calibán, 94

393,

California, 154, 261, 365, 385, 6 6 5 , 7 0 2 , 794 californianos, indios, 154 s., 4 8 6 ss. Callegari, C. V., 246 Callender, James Thom son, 601 calmucos, 132, 255, 416 calor/sonido/color, 542s.; v. t a m b i é n frío/calor calumnias, 237, 338, 422, 629, 7 1 3 , 7 1 7 , 721 Calvert, George Henry, 467 Calvino, calvinistas, 82, 169 Calzabigi, Ranieri Simone F r a n c e s c o María de’, 750 calzadas incaicas, 114, 382 s. calzado, 110 Calzones-de-cuero, 306 Cam, 175 Cambon, Glauco, 693 Cambridge (Inglaterra), 18, 170 Cambridge (Massachusetts), 705 camello, 8, 25, 58, 72, 210, 2 5 4 , 3 7 4 , 387, 567 s„ 576, 586, 718, 780 Camoens, Luis de, 550 Camp, Máxime du, 390 Campagna romana, 620 Campanella, Tommaso, 52, 166, 4 8 1 , 729 Campanini, N., 814 Campbell, John W., 337

832

INDICE ANALÍTICO

Campbell, Killis, 679 Campbell, León G., 228 Campbell, Thomas, 326 campesinos, 135, 291; v. también agri­ cultura Campomanes, v. Rodríguez de Campomanes Canaán, .164 Canadá, 85, 151, 157, 193, 217, 305,

Cárcer y Disdier, Mariano de, 72, 111 Cardano, Gerolamo, 49 Cárdenas, Juan de, 233, 725 s., 781 Cardozo, Efraím, 395 Carducci, Giosué, 247, 457, 593, 665

410, 415, 424, 505, 526, 590, 594, 666, 673, 675, 797; indios del — , 79

812 caribes, 111, 194, 226, 505, 521, 546, 799, 810 caribú, 334

canales interoceánicos, 751 Canarias, 50, 72 Canby, H enry Seidel, 647, 676, 678, 681, 684, 686, 689 canciones, 546, 553; — de guerra, 440; — y leyendas populares, 457, 459 Cangiotti, Gualterio, 715 cangrejos, 515 canguro, 538 canibalismo, 57, 81, 128, 135, 138, 214 i., 225, 237, 260-264, 282, 359, 379, 396, 398, 483, 519, 562, 566, 636, 656, 662, 738, 740 s., 743, 814 Cannet, Henriette, 180, 184í . Canning, Georges, 141, 201 Canova, Antonio, 595, 600, 612 “ cansados del V iejo M undo” , 620 Cantar de los Cantares, 680 cantidad/calidad en América, 599, 701 Can timón, Delio, 784 canto, v. canciones, música; — de las aves americanas, v. mudez/canto Cantil, Cesare, 786 Cañete, marqués de, v. Hurtado de Mendoza Capellini, Giovanni, 641 Capéran, Louis, 257 capitalismo, 695 Capitolio de Washington, 172, 642 s. Capodistria, 296 Capponi, Gino, 817 Capucci, Martino, 479, 481 Caracas, 515 s. Caracciolo, Domenico, 156 caracoles, 25, 553 Carbia, Róm ulo D., 128, 241, 243, 273 370 st., 711

Carega di Muricce, Francesco, 642 Caribabare, misión de, 234 Caribaldi, Gioacchino, 763 s. Caribe, mar, 417, 514, 519, 719, 738,

Carie, M., 103 Carletti, Francesco, 15, 368, 734 s. Carli, Gian Rinaldo, 102, 121, 139, 146, 152, 248 s„ 268, 274, 291-301, 348, 373, 381, 385, 392, 395 s., 398, 413, 439, 443, 479, 492, 501, 519, 789 s„ 807, 815 Carlomagno, 165 Carlos III, rey de España, 238 s., 244, 281 Carlos V, emperador, 155, 157, 166 s. Carlyle, Jane Welsh, 646 Carlyle, Thomas, 626, 645 s., 649, 651, 678, 686, 689, 691, 693 Carmichael, W illiam , 303, 329, 338 carne, 588, 694, 773; — ahumada o sa­ lada, 115; — de cerdo, 367; — de res, 72, 77 Carnéades, 132 carnero, 9, 594 Caro, Elme-Marie, 320 Carolina del Norte, 600 Carolina del Sur, 223, 311 Carr, P., 204 Carrió de la Vandera, Alonso, 235 Cardón, Benjamín. 739 Carro, Venancio D., 90 Carson, Gerald, 351 Carson, Rachel, 18 Cartagena, 59, 117, 280 cartagineses, 218, 741 Cartier, Jacques, 161 s. cartógrafos: medievales, 727; — mexica­ nos, 183 Cartwright, John, 158

INDICE ANALITICO Carus, Cari Gustav, 452 Cary, Archibald, 333 Casa Blanca (Washington), 624 Casadio, C., 782 Casanova, Giacomo, 764 Casas, fray Bartolomé de las, 86-92, 98, 101, 120 i., 135, 144, 168, 208, 210, 214, 218, 239 f., 242, 256, 262, 282, 289 í „ 309, 326, 360, 372, 405, 501, 546, 620, 734, 740 w., 747 Casati, Gabrio, 817 Casaubon, Isaac, 153 Casini, Tommaso, 784 Caso, Antonio, 179 Caspio, mar, 141 s., 565 Cassará, Salvatore, 482, 490 Cassidy, Hopalong, 306 Cassirer, Ernst, 43, 452 castañas, 284 castas, 255 Castellanos, Juan de, 386 Castiglioni, Luigi, 159, 305, 317 s., 347354, 378, 815s. Castilla, 40, 166, 242 Castillo, Fernando del, 230 Castillo, Homero, 716 castillos: su ausencia en América, 456460, 678, 688 Castle, Eduard, 247, 467, 469 s., 478, 648, 658 Castro, Fidel, 95 Casü'o, Josué de, 57 Castro Morales. Efraín, 235 cataclismos, 33 s., 74 ss., 117, 414, 464, 573, 588, 598 Catalina II, reina de Rusia, 239 Cataluña, 375, 380 Catania, 779 Catarapa, 297 catástrofes, v. cataclismos catedrales góticas, 457 ss., 620, 687 s., 699 Cather, Thomas, 642 catolicismo, 99, 110, 168, 232, 400, 443, 552, 580, 584 Catón, Marco Porcio, 783 Cattaneo, Cario, 567, 743 Cauca, río, 482

833

caucho, v. hule Cavazos Garza, Israel, 246 caza, 148, 324, 810 cazadores, 768, 809; — de brujas, 704 cebolla, 256 cebra, 567 cedro del Líbano, 23 Cellier, Léon, 140, 500 ss., 505 s. celtas, 137 cenzontle (m ocking-bird), 201 s., 205 s., 253, 261, 268, 285, 311, 349. 507, 685, 764 Ceram, C. W., v. Marek Cercano Oriente, 190 cerdo, 9, 56, 58, 125, 143, 183. 284, 287, 345 cereales, 694, 717 cerezas, 268, 599 Ceronio, Giuseppe, 173 Cerruti, Marco, 312, 489 Cervantes, Miguel de, 134, 205 Cervera, 240, 375 cerveza, 297, 654 César, Cayo Julio, 82, 608 Cesarotti, Melchiorre, 438 Cesena, 245 Cévennes, 453, 615 Chabod, Federico, 43, 161. 197, 393, 400 Chaco, el, 272, 275-277 Chacón y Calvo, José Alaría, 234 Chactas, 423, 445 Chamfort, Sébastien-Roch-Nicolas, 750, 761 Channing, W illiam Ellery, 649 chapetones, v. gachupines Chapman, George, 394 Chapultepec, Conferencia de, 714 Charcas, 379 Chardin, Jean, 53, 56 Charleston, 223, 619 Charlestown, 223, 496 Charlevoix, Fierre Fran^ois-Xavier de, 81, 136, 202, 222, 479 Charron, Fierre, 52 í . Chasles, Philaréte, 306, 647 r., 805 Chastellux, Franco is-Jean, 205, 308, 313, 317, 321, 327-332, 336, 342, 413,

834

ÍNDICE ANALÍTICO

425, 496, 545, 608, 649, 703, 753, 755®, 758-773 Chateaubriand, Frangois-René de, 35, 139, 201 ®, 378, 390, 423, 439, 442450, 473, 487, 491, 494, 514, 522, 538, 584, 587, 603, 617, 626, 638, 715, 719, 765, 782 Chátelet, Gabrielle Émilis de, 56 Chauncey, Isaac, 436 Chaunu, Fierre, 75, 82 ®, 89, 289, 320, 403, 495, 524, 718 Checoslovaquia, 175 Cheka, 743 Cheminade, Pierre-Charles, 606 Chénier, André, 265, 307, 423, 752 Chenu, M.-D., 165 Cherniss, Harold, 690 Chevalier, Michel, 176, 499, 599, 579, 603, 623, 641 ®, 647 ®, 805 chickasaw, 593 chicozapote, 252 Chile, 59 ®, 137, 195, 199, 244, 265, 267 ss., 271®., 287, 368, 548, 552®, 776, 779, 797 chilenos, 111, 416, 789, 794, 799 Chimborazo, 141, 515 China, 18, 130, 142, 187, 189, 191, 337, 359, 395, 569, 580, 662, 801, 806, 808 Chinará, Gilbert, 93, 118, 126, 191, 239, 263, 304®, 310, 321, 330, 341, 345, 406, 428, 447, 509, 609 ®, 612®., 672, 678, 712, 714, 736, 769, 786 chinches, 267 Chinchilla Aguilar, Ernesto, 370, 403 chinos, 75, 127®., 142, 144, 186-192, 206, 271, 389, 394, 438, 464®, 504, 760, 781, 808, 813 chipewai, 795 chirimoya, 252 Choiseul, Étienne-Frangois, duque de, 158, 160 Christie, John Aldrich, 206, 476, 664 ss., 668-671, 674 chumbera, v. nopal Chuquee, Arthur, 213 Church, Angélica Schuyler, 317 Church, Henry Ward, 60, 66, 102, 116, 126®, 129, 191, 377, 712, 776

Churchiil, Winston, 177 Ciampini, Raffaele, 339, 342 Cicerón, Marco Tulio, 48, 325 Cid, 95, 550 ciencia, 230, 506®.; y v. artes ciencias naturales, 35, 45, 514, 555 ®, 559, 561, 653, 775 ciervo, 9, 199, 254, 270, 284®., 334®., 729, 763 Cieza de León, Pedro, 289, 479, 485, 720 Cincinato, T ito Quincio, 435, 595, 768 Cincinnati, 508, 593, 595 ss., 599 ss., 603®, 618, 623, 631, 642 cínicos, 464 circuncisión, 182, 249, 275 Ciro, 163 ciruelas, 599 cisne negro, 538 Cisneros, Carlos B., 368 ciudades, 291, 302, 446, 486, 496®, 623 civilización, 85, 486, 490®, 498 5., 507, 560®, 595, 653, 661, 674, 711, 782; marcha de la — , v. heliodrómicas, teorías civilización y barbarie, 64, 88, 164, 209, 288, 327, 493, 521-523, 579, 636, 661, 695, 746, 778, 781; v. también sal­ vajes civilizaciones antiguas de América, 294®, 312, 479, 548, 559, 705 Clark, Colín, 19 Clark, Robert T ., Jr., 85, 360 Claudel, Paul, 690 Claviére, Étienne, 751 Clavigero, Francisco Javier, 26, 57 ®, 93, 102, 108, 152, 197, 202, 234, 242, 244-261, 263, 265®, 268®, 272®., 281®, 287®, 293, 299, 318, 323, 326, 328, 348, 370, 374, 376®, 398, 406, 417, 479, 514, 519®, 555, 617, 711, 730, 740®, 776, 789, 797, 801 Clavigero, Ignacio, 246 Cleaveland, Parker, 453 Clemenceau-Jacquemarie, M a d elein e, 182, 714 Cleopatra, 702 clima, 174, 176, 259, 268®, 284, 304,

ÍNDICE ANALÍTICO 320, 331, 338, 345, 348, 365, 367, 375, 385, 412, 425, 427, 509, 613, 654, 672; 769, 776-779, 810®; alteracion es del— , 118, 127; influencia del— , 10, 21 ®, 37, 39, 41, 47®, 50, 52-56, 72®, 96®, 117, 121, 123, 126, 145, 154, 199®, 202®, 207®, 210, 217, 223, 228, 236, 252 ®, 274, 283, 285, 306 ®, 321, 326, 344, 354®, 360, 368, 381, 388®., 405, 415, 417, 420, 480, 502, 541®., 549®, 576, 581, 618®., 625, 627, 653, 710, 718®, 736®, 793, 810, 815; — saludable/malsano, 510, 515, 608, 638; — y raza, 271, 793 climatología (teorías del clima), 48, 52®, 196, 221, 223, 292, 331, 525, 559, 563, 668, 739, 810 Clinton, Dewitt, 509 ® Cloots, Anacharsis, 60 Clough, Arthur Hugh, 177 Cobden, Richard, 602, 622 Cobo, Bernabé, 3, 72, 406, 720, 732 ® cobre, 59, 259 coca, 121 Cocchiara, Giuseppe, 738 cochinilla, 109, 151, 276 Cochrane, Erich W ., 712 cocodrilo, 69, 381, 508, 512, 517, 527, 541. 567, 597®, 716; v. también cai­ mán cocos, 265 Codazzi, Agostino, 798 s. Código Napoleón, 499 codorniz, 740 Codro, 69 Cogswell, Joseph Green, 454 Colajanni, Napoleone, 719 Colbiontzen, 351 Colé, Tilomas, 638 Coleridge, Samuel, 625, 649 Colet, Louise, 714 colibrí, 200, 576 Colicchi, Calogero, 91 Colinson, M., 332 Colle (Virginia), 342 Collingwood, Robin George, 33, 46, 55, 362, 400, 530, 556®, 744, 748 s. Colomb, Romain, 605, 614

835

Colombia (Nueva G r a n a d a ), 2 7 9 , 3 8 7 s., 391®, 405, 578, 794.................................. Colón, Cristóbal, 50, 52, 7 3 , 8 0 , 8 3 , 8 5 , 94, 110, 120, 127, 151, 1 5 5 , 1 6 1 , 1 6 6 , 168, 177, 200, 226, 3 7 2 , 393, 445, 480®, 507, 537, 558, 6 6 2 , 6 7 0 , 6 7 4 , 717,727,792® colonialismo, 84, 101, 2 5 8 colonias, adquisición de, 1 5 7 ; f u n c i ó n de las — , 189; — a m e r i c a n a s , 238, 363; — españolas, 54, 8 1 , 3 0 2 , 802; — francesas, 54; — h o l a n d e s a s , 54; — inglesas, 54, 102, 1 1 7 , 158, 173, 552; norteamericanas, 1 5 1 , 2 3 4 , 3 3 1 , 347 colonización, 62, 169, 4 1 1 , 551, 563, 601, 663, 732 Colorado, 635 Col ton, Calvin, 648 Columbia (South C a r o lin a ), 5 0 8 Columbia, río, 73 Colvin, Sidney, 432 colza, 568 comadreja, 332 comercio, 51, 151, 156®, 2 3 0 , 2 8 3 , 3 5 8 , 3 88,412,462,507,552, 6 5 2 , 7 5 1 cometas, 33 ss., 569 Comité Positif O ccid en tal, 5 8 1 Commager, H enry Steele, 3 1 0 , 4 5 9 , 4 9 7 Compagnoni, Giuseppe, 5 9 2 , 6 3 3 , 7 6 5 , 775, 782-804 Compañía de Jesús, v. j e s u í t a s Compañía de Virginia, 1 7 0 Comte, Auguste, 414, 4 9 9 , 5 7 9 - 5 8 5 , 6 2 3 comunidades socialistas e n l o s E s t a d o s Unidos, 442 Concepción (Chile), 265 Concolorcorvo, 233, 235 Concord (N ew H a m p s h ír e ), 6 6 5 s. concubinato, 351, 593 Gondamine, C harles-M arie d e l a , 1 2 1 s., 132®., 145, 201, 210, 2 2 2 , 2 7 1 . 2 8 2 , 289,300,371,373,412, 4 1 6 , 5 1 4 , 5 2 2 Condillac, Étienne de Bonnot d e N ía bly de, 139 cóndor, 56, 199, 271, 5 7 6 Condorcet, A n to in e -N ic o la s d e , 6 5 , 3 4 1 , 343, 766

836

ÍNDICE ANALITICO

Condorcet, marquesa de, 341 conducta, 78, 430, 590, 607, 617 s., 621, 632, 640, 647; v. también costum­ bres conejo, 28, 249, 740, 763 Confalonier;, Federico, 626, 816 ss. Confucio, confucíanismo, 140, 190, 394 Congo, 420 Conlon, Pierre M., 134 Connecticut, 331, 350, 352 i-, 816 Connecticut, río, 334, 651 conquista: de África, 694; — de Am é­ rica, 87, 114, 161, 167, 197, 226, 792 Conrad, Joseph, 738 Constant, Benjamín, 506 Constantino, emperador, 99 Constantinopla, 130, 164 s., 338 constelaciones, influencia de las, 97; v. también estrellas Constitución de los Estados Unidos, 339, 428 s., 496, 578, 602 contrato social, 399, 499 conversión de los infieles, v. evangeli­ zación Conway, Moncure Daniel, 686 Cook, Agencia, 733 Cook, E. C-, 302 Cook, James, 212 i., 412, 415, 433, 663 Cooke, J. W ., 769 Cooper, Duff, 413 Cooper, James Fenimore, 305, 436, 511, 602, 658 copal, 740 Copérnico, 33, 558 copyright, v. derechos de autor Coquimbo, 779 Coram, Robert, 304 Corbató, Hermenegildo, 234, 239 Córcega, 236, 398 cordero, 58 Cordier, Henri, 187, 224 Cordillera, v. Andes Corgnale, 787 Conche, Cristóbal Mariano, 245 Coriolano, 608 cormorán, 814 Corominas, Joan, 206 Corréal, Franpois, 298

Correnti, Cesare, 356, 567 s. comente: del Golfo, 199; — de Humboldt, 138, 199 corrupción: física, v. naturaleza; — mo­ ral, 310, 356, 626, 690 corsarios, 737, 792 Cortés, Hernán, 120, 150, 155, 157, 168, 239, 247, 262 corzo, 9, 38, 284, 334 cosaco comido por un húsar, 263 Costa, Gustavo, 79 Costabili, Giambattista, 794 Costantino, Antonio, 24 Costanzi-Masi, Eugenia, 449 costumbres: americanas, 446, 754, 771, 807; — de los indios, 125, 175 s., 213, 289, 294; — sexuales, 66, 123, 259, 354, 629, 716, 781 (v. también bundling) Cotopaxi, volcán, 778 Couríer, Paul-Louis, 67 couvade, 519 Cowley, Abraham, 170, 173, 461 Cowlev, Malcolm, 401, 685 Coxe, W illiam , 802 Coyer, Gabriel-Fran^ois, 68 coyote, 253 Craven, Mrs. Augustas, 621 Crawford, Raymond Maxwell, 460 creacionismo, 14 creencias, 294, 479 Crema, Battista da, 137 Cremona, 378 Crévecosur, Michel-Guillaume-Jean de, 314, 427, 458, 654, 663, 699, 703, 752, 766, 805 criollos, 60, 80, 97, 122 5., 126, 223, 227 s„ 230, 232 s., 235 s., 243. 255, 270, 273 s., 282, 291, 304, 306, 311, 329, 359, 365, 374, 377, 380, 386, 389, 399 s., 418, 508, 515, 546, 559, 726, 737 s., 751, 800; — y españoles, 227 s., 365; — antillanos, 313; — mexicanos y peruanos, 233 crisol de Dios, 703 cristianismo, 91, 167, 393 i., 484, 486 s., 554, 563, 584, 760 s. cristianización, v. evangelización

ÍNDICE ANALÍTICO cristianos/sarracenos, 550 Cristo, 132, 164, 166, 169, 485 i., 741; advenimiento de — , 162; cruz de — , 393; divinidad de — , 222; encarna­ ción de— , 480; segunda venida de— , 35 Croce, Benedetto, 3, 20, 28 s., 55, 219, 224, 256, 339, 399 í ., 425, 456, 488, 532 s., 535, 548, 592, 742, 748, 754, 758 Groizier, abate, 385 Croker, John Wilson, 645 Cromwell. Oliver, 583 s. cronistas, 54, 73, 83, 120, 272, 373, 571, 720, 746 cronologías, 189 Crothers, Samuel McChord, 17 cruce: de animales, 132; — de vegeta­ les, 345 crueldades de europeos en América, 65, 71 i., 112, 121, 128, 138, 156 i., 208, 214 í ., 246, 265, 734, 738, 793, 812 Cruz, Francisco de la, 167 Cruz, Sor Juana Inés de la, 108, 231 Cruz y Moya, Juan de la, 108 cruzadas, 161, 164, 458 cuadrúoedos, 8, 10, 13, 39, 69, 108, 125, 141, 143, 206,, 252 ss., 267, 270, 275, 318, 322.ss., 332, 373, 414, 419, 431, 439, 567, 572.s., 586, 671, 727 cuáqueros, 159, 344,, 349 i., 354, 431, 435, 446, 497, 593, 614, 645, 679, 704, 7504754, 761, 764, 767 ss., 772, 774, 794 cuarterones, 419 Cuba, 475, 614 cucaracha, 5, 276 Cuchivano, volcán, 513 cuclillo, 206 cuernos: del alce, 332 ss., 763; — de los bovinos chilenos, 272, 287; — de las divinidades fluviales, 445 cuervo, 199, 205, 476 Cuevas, Mariano, 246 Cu fiel, Victoria, 87 culebras, v. serpientes cultivo de tierras, v. agricultura

837

Culto Teodóxico Universal, 500 cultura, 416 i., 561; — criolla, 2S3, 243; — mexicana, 259; — norteamericana, 472, 521, 595, 611, 649 s., 659, 686, 696 Cumaná, 515, 518, 601 Cunliffe, Marcus, 99, 172, 317, 458, 510, 633, 641, 647 ss., 655, 658, 686, 699, 702 Cuoco, Vincenzo, 758 Curdo, Cario, 48 s., 54, 97, 162, 166, 177, 805 i. curruca, 444 curso solar de la historia, v. heliodrómicas, teorías Curti, Merle, 158, 265, 306, 310, 316, 509, 511, 571, 589, 648, 655, 688. 692, 699, 743 Curtius, Ernst Robert, 165, 651, 686 Cushing, Caleb, 802 s. Custodi, Pietro, 808 Cuvier, Georges, 36, 74, 205, 328, 413 s., 518, 582, 663 Cuzco, 64, 73, 89, 293, 439, 496 Ch-\ incorporada en la C, entre Ce- y CiDacier, Anne, 53 Daiches, David, 591 D'Alembert, Jean L e Rond, 85, 126, 157, 763 dálmatas, 63 Damiron, Jean-Philibert, 488 Damonte, Mario, 375 D ’Ancona, Alessandro, 341, 817 Dándolo, Tu liio, 794, 803 Dándolo, Vincenzo, 785 daneses, 177 Daniel, profeta, 162 Daniel, Samuel, 7 danta, v. tapir Dante, 32, 35 í „ 16o, 390, 457, 581, 686, 744 s. Danton, Georges Jacques, 752 Danubio, río, 616 danza, v. bailes Darby, W illiam , 629

838



t=7-1

ÍNDICE ANALÍTICO

Dardanelos, 805 Darién, 432 Darwin, Charles, 22, 44, 105, 108, 321, 337, 445, 476, 489, 548, 555, 567, 573, 575, 584, 587, 625, 671, 692, 731 Dauban, Charles-Aimé, 185, 710 Daudet, Léon, 715 Daudin, Henri, 8, 16, 24, 21 s., 31, 36, 38, 43 s., 200 Dávalos, José Manuel, 302, 365 ss., 381, 385 David, 781 David, Gérard, 94 David, Jean, 58 Davies, Gordon L., 34 Dávila Condemarín, José, 268, 273, 384 ss. Davis, David Brion, 329 Deane, Silas, 805 debilidad: de América, 5, 7, 46, 59, 357 s., 362, 401, 448, 462, 482, 555, 588, 734; — de Europa, 261, 265; — de los indios, 10, 64, 78, 86 ss., 90 i., 95, 98 s„ 126, 134, 195, 297, 505, 547, 718 decadencia: cósmica, 17, 31 ss., 69 s.. 106, 533, 572, 575; — de América, 14, 46, 76, 115-118, 236, 310, 369, 416, 449 s., 521, 556, 571 Deffontaine, Pierre, 61 Defoe, Daniel, 67 deformaciones craneanas, 72 s., 138, 225, 419, 794 Defourneaux, Marcelin, 233, 243, 370 De Gamerra, Giovanni, 297 degeneración, 34, 37, 44, 51, 59,. 74, 116, 124, 374, 489, 494, 773; — de la especie humana, 76, 491, 523; — de América y los americanos, 60, 63 s., 68 ss., 79, 92, 94, 106, 116 s., 131, 139, 148, 181, 183, 211, 232 s., 243, 255, 303, 305, 345, 376, 378, 392, 420, 425 s., 431, 472 s., 481, 488, 490, 492, 497, 522, 565 s., 571, 575, 626, 717, 719; — del blanco en América, 60, 235 s., 329 s., 374, 521, 612, 681, 719, 734, 736 (v . t a m b ié n senilidad pre­ coz, tropicalización)

De Giuliani, Antonio, 173, 217 deísmo, 631, 750 Delacroix, Eugéne, 609 Delacroix, Jacques-Vincent, 121 s. Belaware, río, 445 Delgado, Jaime, 292 Delhi, 614 D ’Elia, Donald J„ 91, 328 Delisle de Sales, Jean-Baptiste Claude Isoard, 14, 26, 66, 72, 102, 104, 113, 139-146, 186, 193, 330, 502, 748, 778 Della Torre di Rezzonico, Cario Gastone, 130, 814 Delolme, Jean-Louis, 403 Delvaílle, Jules, 758 demagogia norteamericana, 607, 662 De Martino, Ernesto, 570 Démeunier, Jean-Nicolas, 342 democracia, 51, 404, 601, 643, 658, 675 ss., 682 s í ., 687, 690 s. demografía, 134, 251, 312, 681, 703, 719, 767 s.; v . t a m b ié n problemas de­ mográficos Demóstenes, 325, 762 Dempf, Alois, 564 Denina, Cario, 66, 106, 111 Denis, Ferdinand, 273 Denny, Margaret, 306, 458 Denver, 682 De Pauw, Corneille, 3, 16, 53, 57, 59 s., 64-76, 79-82, 84 ss., 95, 101 ss., 106, 108 s., 111-128, 131-156, 160, 180-199, 206 ss., 211-215, 218, 223-253, 255-261, 265-269, 272-279, 291-301, 303, 310313, 318, 321, 328, 338, 342, 345 s., 348, 350, 355, 357-364, 366, 369, 371379, 381-398, 401 s„ 405 ss., 412, 414425, 427, 431, 437-443, 449, 464 s., 479, 488, 490, 496, 498, 501, 505, 509 s., 516, 518-521, 523, 528, 541, 546, 560, 568, 571, 573, 602, 608, 612, 627, 632, 665, 670 ss., 674, 681, 708, 710 ss., 715, 719 s., 742, 744, 748 s., 760, 769, 775 ss., 779 ss., 784, 789, 794 s„ 807-816 depilación, 10, 290, 324 s., 344, 631 derechos de autor ( c o p y r i g h t ) , 590, 617, 634s„ 646

ÍNDICE ANALÍTICO Dermenghem, Émile, 492 De Ruggiero, Guido, 744 De Sanctis, Francesco, 481, 491 De Santillana, Giorgio, 24, 168 Descartes, René, 249, 580 descubrimiento de América, 10, 43, 51, 63, 88, 111, 116, 151, 165, 180, 198, 226, 362, 412, 423, 445, 553, 558, 563, 732, 782, 797 desdentados, 585 desiertos, 5, 72, 120, 373, 400, 417, 447, 461, 477, 779 Desmoulins, Camille, 752 Desmoulins, Lucille du Plessy, 752 desnudez, 7, 78, 94, 112, 122 s., 239, 466, 628 d e s p e ra d o s , 738 despoblación de América, 58, 114, 121, 613 De Stefano, Francesco, 300, 301 destino de América, v. porvenir Destutt de Tracy, Antoine-Louis, 606, 609, 785 determinismo físico, 49, 453, 739 De Tipaldo, Emilio, 785, 787 Detroit, 628, 654 De Vries, Hugo, 74 De W aal M alefijt, Annemarie, 94 Dewey, John, 32 s. D ’Hondt, Jacques, 213, 216, 541, 548 s., 552 diablo, 99, 425, 716 diamantes, 226; — blandos, 128 Diamilla Müller, Demetrio, 785 Diaz, Furio, 157 Díaz, Porfirio, 707 Díaz Alejo, Raimundo, 730 Díaz-Thomé, Hugo, 372 Dickens, Charles, 579, 590, 603, 618, 625, 628, 632-648, 657, 672 Dickinson, hermanas, 756 Dickinson, John, 149 Diderot, Denis, 28 ss., 42 s., 52, 68, 85, 108, 115, 126, 139, 187 s., 211 s., 326 s., 342. 347, 437, 465, 601, 680, 729, 735, 753. 755-758, 760, 762, 805 Diez del Corral, Luis, 269 Dilke, Charles Wentworth, 434

839

Dillon, A., 62 Dilthey, W ilhelm, 554, 557 s . _ diluvio, 12, 64, 74-79, 117, 1 4 1 , 251 s ., 455, 501 s., 509, 562, 584, 5 9 8 , 637, 652, 706 s., 715, 733; v . ta m b ié n emersión Dindymus, brahmán, 326 Dingwall, Eric John, 353, 4 3 0 , 6 19 Dini, P., 24 dinosaurio, 22 Diocleciano, 165 Diodoro Sículo, 791 Dionisotti, C., 786 Dios de América, 714 discriminación racial, 578 D is m a l S w a m p , 632 s., 672, 6 8 5 , 7 7 9 Disney, W alt, 254 Dobritzhoffer, Martin, 277 Dolfin, David, 173 Dolí, Eugene Edgar, 172 s., 1 9 5 , 213, 282, 313, 315, 411, 425, 462, 4 6 9 Dollinger, Albert, 443 dominicos, 82, 84, 97, 99, 230, 2 6 0 , 278 Donne, John, 7, 34, 402, 494 Donoso, Ricardo, 266, 273 Donoso Cortés, Juan, 489 Dorado, río, 275 D'Orbigny, Alcide, 386 Doria, Andrea, 482 Doria, Gino, 735 dotes intelectuales de los a m e r ic a n o s , 113, 128, 132, 145, 230, 2 5 6 , 3 2 5 s., 375, 385, 505, 524, 781 Doumic, René, 181 Dove, John, 76 Doyon, René-Louis, 604 s., 60 7 Dracón, leyes .de, 398 dragones, 444 Drayton, Michael, 320 dríadas, 433 s., 444 s., 480 drogas americanas: m e d ic in a le s , 109, 151; — afrodisíacas, v. a fr o d is ía c o s dromedario, 8, 374, 387 Drouin de Bercy, M., 123, 1 3 9 , 192, 633, 775-781, 783, 788 s „ 7 9 3 , 795, 797, 800, 802 Droysen, Johann Gustav, 571 Droz, Jacques, 213

840

ÍNDICE ANALÍTICO

ÍNDICE ANALÍTICO

Drumond, W illiam (de Hawthornden), 34 Duarte, Manuel, 394 Du Bartas, Guillaume du Salluste, 50 Du Boccage, v. Boccage Du Bos, Jean-Baptiste, 53, 56 Du Bourg, abate, 149 Dubrovnik, 63 Duchet, Michéle. 24, 58, 60 s., 66, 68, 71, 160, 195, 239, 256, 271, 431, 524, 805 Duden, Gottfried, 470 Dudley, Edward J., 84, 112, 230, 242, 326 Duhamel, Georges, 203, 709, 717, 806 Dühren, Eugen, v. Bloch, Ivan Dumas, Alexandre, 177 Dumolard, Henry, 606 s. Dumont, Georg.-Mar. Butel, 377 Dumont d ’Urvilie, Juies-Sébasti en-Cé­ sar, 218, 805 Du Moulin, Fierre, 34 Duncan, Joseph E., 533 Dundee, 591 Dunmore, John Murray, lord, 325, 754 Dupont de Nemours, Pierre-Samuei, 341, 410 Dupuis, Gharles-Fran^is, 188 Darán, Diego, 393 s. durazno, 268, 284, 599 Durrell, Lawrence, 629 Düsseldorí, 465 Dutourd, Jean, 609 Duviols, Fierre, 894 Dwiglit, Theodore, 650 Dwight, Tim othv, 305, 509 Ebeling, Christoph Daniel, 173 Echeverría, Durand, 102, 119, 147, 149 i., 152, 268, 331, 343, 352, 355, 410 i., 429, 608, 625, 753 Eckermann, Johann Peter, 320, 455, 462 ss., 467 ecología, 413 ecpirosis (incendio universal), 79 Ecuador, 244, 273, 515, 653 edad: de oro, 75, 163, 185, 491; — geo­ lógica, 140, 514

Edad Media, 19, 33, 35, 48, 93, 96, 175, 456, 459, 658 edades del mundo, 162 s. Edén, 164, 316, 358, 425, 497, 515, 669, 673 ediciones piratas, 590, 610 Edimburgo, 219, 247, 508 Edwards, John, 77, 171 Edwards, Jonathan, 16, 99 Edwards, Oliver, 217 Egerton, Frank N., 34 Egidio Romano, 97 egipcios, 48, 75, 117, 127 ss., 132, 142, 186-191, 206, 438, 464 s., 781, 808, 813 Egipto, 63, 132, 175, 187 ss., 218, 391, 412, 426, 569, 571, 623, 651,

163,

533,

134, 674, 359, 675,

688, 808, 814 Eguiara y Eguren, Juan José de, 97, 108, 231, 235, 386 Einaudi, Luigi, 400 £1 Dorado, 133 elefante, 8, 15, 17, 21 ss., 25, 30 s., 35, 40, 45, 52, 56, 108, 143, 199, 254, 318, 332, 336, 362, 374, 413, 448, 540 s., 573, 576, 586, 718, 780 Elias, profeta, 665 Ellice, Edward, 437 Elliott, John Huxtable, 92, 163, 169, 326 Elton, Oliver, 219, 224, 635 emancipación, movimientos de, 44, 58, 127, 159, 212, 423, 469, 697, 781 emblemas nacionales, v. heráldica embriaguez, v. alcoholismo embriología, 140, 413 emersión reciente de América, 64, 574, 713, 762, 778; v. también diluvio, humedad Emerson, Ralph Waldo, 26, 62, 435, 538, 5S4, 622, 646-654, 659 s., 662 s., 665 i., 674 i., 686, 689 s„ 707 emigración (de Europa a América), 177, 342 s., 347, 473, 505, 551, 563. 588, 601, 622, 636, 661, 681, 694, 703 í ., 749, 739, 782, 817 Emmanuel, Isaac S., 232 Emrich, W ilhelm , 452

enanos, 109 Encausse, Gérard (“ Papus” ), 503 enciclopedistas, 65 s., 126, 274, 276, 330, 374, 383 Encina, Francisco Am onio, 272, 736 encomiendas, 86, 457 enfermedades, 367, 637, 641, 801 enfriamiento del mundo, 439 Engel, Johann Jacob, 419 Engel, Samuel, 126 Engiekirk, John £., 693 Ennemoser, Joseph, 177 Ensor, James, 94 épica, 458 Epicteto, 132 Epicuro, 14, 558 Épinay, Louise-Florence, inadame d’, 30, 152 s„ 155-158, 180, 188, 756, 759 Erasnio de Rotterdam, 297 Erdmann, Johann Eauard, 569 erotismo en América, 62, 123, 208, 210, 244, 290, 324, 349-355, 389, 417, 431, 472, 505, 798 r.; v. también frigidez Errante, Vincenzo, 469, 471, 474, 476 s. Esaú. 745, 768 Escalígero, Julio César, 153 escarabajos, 120 Escipión Africano, 742 escitas, 47, 50, 85, 326, 440, 446 esclavitud, 43, 72, 84-93, 96 s., 133, 144, 150, 156, 182, 242, 246, 313, 328 js„ 342, 344, 358, 381, 389, 410, 412, 500, 577 í „ 582, 590, 593, 597, 601, 613, 616, 621, 643 s., 646, 649, 654, 657, 664, 667, 694, 766, 771, 805 s. escoceses, 219 Escocia, 220, 351, 583, 654 escolasticismo, 33, 97 escorbuto, 801 escorpiones, 203 escritura, 155, 259, 299, 378 escudos de armas y escudos nacionales, v. heráldica Esculapio, 47, 382 escupitajos, v. esputos eslavos, 553, 694, 703 Esmirna, 338 Esopo, 824

841

espacio/tiempo, v . historia España, 5, 59 s., 86, 88, 102, 111, 116, 123, 125, 132, 156 s., 161 s., 165 s„ 226 s„ 230 í „ 235, 238 ss., 241 w., 281, 284, 315, 365, 369 j ., 373, 379 s., 401, 403, 405, 410, 489, 580, 707, 734 i., 761 Española, isla, 99 españoles, 40, 62, 90, 114, 117, 134, 161 s., 170, 197, 223, 322, 360, 375, 389, 396, 399, 421, 429, 439, 544, 707, 737, 739, 742, 793 s., 798; v . t a m b ié n gachupines Esparta, 350, 501 espartanos, 299, 415, 437 s., 440, 760, 781, 808 especias, 51, 151, 358, 367 especie, concepto de, 31 s., 44-46, 56, 145, 283 s., 413, 530-534, 538 s., 557, 570-577, 581 s., 744, 748 j. espectros, 457, 460, 462 s. especulación con tierras, 632 ss., 649, 690 espejismos, 320 espinos, 397 Espinosa, licenciado, 167 esputos, 590, 600, 617, 624, 631 s., 641, 649 Esquiladle, Francisco de Borja, prínci­ pe de, 720 Esquilo, 686 esquimales, 58, 121, 282, 44S, 542, 545 s., 718 estaciones, 47, 59 Estados del Papa, 491 Estados Unidos, 19, 44, 60, 66, 81, 157 s., 172 s., 175, 177 s„ 185, 197, 261, 265, 301, 303, 305 s., 310 s., 314317, 329, 332, 335 s., 338 s„ 341-349, 354, 358, 403, 410-413, 423 427 ss., 432, 434-438, 442, 445 s., 451, 453, 455, 457-464, 467 ss., 473 s „ 478, 495, 497, 499, 507-511, 519 527, 550 s„ 553, 559-562, 577-585, 588-709 p a s s im , 712, 714, 717 s., 744-775, 790, 801 s í ., 805 s .; v . t a m b i é n instituciones, nor­ teamericanos estafa política, 578

842

ÍNDICE ANALÍTICO

Estala, Pedro de, 397 Estanislao Poniatowski, rey de P olo­ nia, 347 estatura: del hombre, 76, 494; — de los norteamericanos, 300, 303, 305, 479, 547, 651, 657; v. también gigantes estepas, 120, 779 Estete, M iguel de, 720 Esteve Barba, Francisco, 277 s., 280, 395 Estrabón, 48 Estrasburgo, 66 estrellas, 32 s., 564, 649, 652, 673 estupidez del indio, 83, 114, 126, 289 Etiopía, 50, 166 Etna, volcán, 335, 779 etnografía y etnología, 52, 137, 176, 196, 213, 215, 390, 450, 507, 571 etnopsicología, 47 etolos, 437 Eton, 699 Eulenberg, 690 Euler, Leonhard, 763 eunucos, 72, 95 Europamüdigkeit, 467, 552 s., 620 s, europeocentrismo, 43, 56, 251, 363, 527, 581, 705 s. Eustace, John Chetwode, 172 Eva, 132, 221 s., 237 s., 357, 507 evangelización, 81, 161, 169, 257 s., 393395; v. también misiones Evans, Nathaniel, 655 Evelyn, John, 118 Eversley, David Edward Charles, 18 s. evolucionismo, 16, 531, 556, 561, 570, 572, 575, 585, 692 Ewald, Julius, 513 exotismo americano, 64 s., 443, 514, 782 expa triados, 694, 697 exterminio de los indios, 304, 546, 761 s., 768 Extremo Oriente, 359, 499, 507 Ezequiel, profeta, 164 Ezquerra, Ramón, 100, 240 Fabbroni, Giovanni, 272 Fabian, Bernard, 158, 177, 436, 593, 599, 620, 624, 647 ss., 805

Fabre, Jean, 347 Fabre d’Olivet, Antoine, 139, 141, 498, 500-506, 553 Faenza, 273-277 Fagin, Nathan Bryllion, 421, 507 Faguet, Émile, 21, 506, 585 Fairchild, H oxie Neale, 85, 104, 206 Falco, Giorgio, 163, 175 Falcón, P., 720 Falkland, islas, v. Malvinas Falkner, Thomas, 108 fanatismo, 65, 281 s., 378, 427, 611 Faner, Robert Dunn, 678 s. Fantoni, Giovanni, 445 faquires, 523 Far West, 172, 304, 306, 461, 507, 597, 616, 618, 663, 665, 669, 682, 684 s., 694, 738 Farnabio (Farnabius = Thomas Farnaby), 48 Farsalia, 463 Fast, Howard, 423 Faugére, M. L., 185 fauna, v. animales; — “ continental” e “ insular” , 585 ss., 728 Fausset, Hugh L ’Anson, 680 Fausto Maniqueo, 729 Fay, Bernard, 158, 304, 311, 313, 329, 342 s., 352, 354, 413, 711, 769 Fearon, 593 Febvre, Lucien, 29, 414, 521, 561, 711 fecundidad, 15«., 324, 406, 746, 798 s. federación de naciones americanas, 408 Federico I I de Prusia, 105, 186, 190 s., 268, 438, 760 Fehl, Philip, 442, 600 Feijoo, Benito Jerónimo, 149, 168, 232 i., 235 s., 249, 368, 395, 726 felinos, 516, 780 Felipe I I de España, 198 Fénelon, Fran^ois Salignac de la Motte-, 184, 189 Fénelon, Paul, 111, 658 fenicios, 48, 729, 741 Ferentilli, Agostino, 163 Ferguson, Wallace Klippert, 175 fermentación, v. putrefacción Fernández, Agustín Pomposo, 401

ÍNDICE ANALÍTICO Fernández de Echeverría y Veytia, Ma­ riano, 248 Fernández de Oviedo, Gonzalo, 3, 5, 12, 25, 38 j., 52 s., 56 ss., 62, 69, 80, 88, 107, 117, 120, 150, 155, 166, 208, 232, 242, 252, 257 s., 270, 274, 281 s., 288, 313, 349, 377, 514, 546, 566 s., 631, 727, 731, 741, 746 s., 776, 792 Fernández de Villalobos, v. Varinas Fernando el Católico, 198 Ferorelli, Nicola, 783 Ferrall, 630 Ferrar, Nicholas, 170 Ferrara, 378, 783 s. Ferrari, Giuseppe, 187, 806 ferrocarriles, 499, 652, 666, 689, 701, 817; y v. locomotora fertilidad, v. fecundidad; — del suelo, 75, 312, 617 fertilizantes: naturales, v. guano; — quí­ micos, 220, 269 Feugére, Anatole, 60, 130, 187, 309 Feuillée, Louis, 268 fibras textiles, 110, 694 Fichte, Johann Gottlieb, 156, 460, 649 Fidji, islas, 212 fiebre amarilla, 553, 633, 801 fiebres, 367, 597 i., 616 s„ 620, 633, 636 s., 640 Field, Kate, 616 fieras, 11, 15 s., 21 s„ 37, 113, 124, 357, 368, 407, 470, 476, 517, 671, 731, 733, 735, 780 figuristas, 395 Filadelfia, 137, 158, 316, 321, 334, 341, 354 s., 469, 496, 508, 590, 593, 600, 606, 609, 632, 641, 648, 701, 750, 763, 766 s., 771 s., 774 Fiíangieri, Gaetano, 173, 397, 807 filibusteros, v. corsarios Filicaia, Vincenzo, 404 Filipinas, islas, 177 filosofía, 29, 32, 39, 45, 61, 73, 129, 135, 207, 217, 298 s., 303, 311, 327 s., 330, 337 i., 359, 362, 376, 383, 386, 389 s„ 400, 402, 406, 420, 426, 469, 482, 492, 526, 533, 553, 564, 569, 589, 680, 691, 693, 718, 748, 750, 775, 795;

843

— de la historia, 196, 3 0 6 , 5 4 8 , 5 6 1 , 579, 581, 584s., 662, 6 9 8 , 7 9 0 ; ----- d e la naturaleza, 413, 420, 5 2 8 s ., 5 3 1 , 549,557 . .................... fin del mundo, 17, 76 Fink, Zera Silver, 49 Finley, M. I., 87 Fiorini, Vittorio, 783 Firda, Richard Arthur, 693 Fischer, Jürgen, 163 s. fisiocracia, 147, 150, 768 s. Fitzroy, Robert, 575 Flagg, Edmund, 513, 633 flamencos, 735 Flandrin, Jean-Louis, 351 Flaubert, Gustave, 390, 7 1 4 flechas envenenadas, 57, 7 9 5 Fléchier, Esprit, 184 Flint, Emmeline, 630 Flint, Robert, 179, 488 Flint, Tim othy, 595, 629 flora, v. vegetación Flora, Francesco, 491 Florencia, 342, 615 flores, 311, 433, 599, 698 Florida, 71, 157, 194, 365, 7 0 2 Floridablanca, Tosé M o ñ in o , c o n d e d e , 156 Flourens, Pierre, 7 s., 22, 3 9 , 4 3 , 7 2 5 Flower, Richard, 458 foca, 267, 421 Focio, 794, 803 Fontainebleau, 264 Fontenelle, Bernard de, 5 3 , 5 6 , 217, 233, 262, 558 Fonticelli, Antonio, 223, 2 2 5 s . foraminíferas, 588 Forbes, Duncan, 176 Forbes, vizconde, 426, 602 Ford, Paul Leicester, 302, 3 1 5 Ford, Henry, 631 Forell, barón von, 515 Forman, Maurice B u xton , 4 3 3 Formicalo, Serafino, 754 Formosa. 255 Forster. Edward M organ, 6 7 7 Forster. Johann Georg A d a m , 7 3 , 1 8 2 , 186,212-216,279,337, 3 7 8 , 4 1 9 , 4 3 0 ,

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INDICE ANALÍTICO

440, 452, 520, 524, 526, 545, 565, 574, 750, 772 Forster, J. R., 419 Forster, John, 635, 638, 640, 645, 647, 660 Fort Chasteliux, 755 Foscolo, Ugo, 784 fósiles, 22, 106, 149, 252, 318, 323, 336 s., 377, 413 s., 507 s., 516, 553, 573 s. Fourcroy, Antoine-Francois, 414 Fox, K. V., 231 Fraenkel, Ernst, 113, 331, 452, 713, 715 frambuesas, 599 franceses, 271, 428, 625, 627, 656, 681, 700, 707, 766 Francia, 19, 44, 82, 105, 113, 130, 147, 151, 159, 161, 170, 177 s., 185, 212, 239, 315 j ., 330, 339, 346, 351, 354, 366, 405, 410 f., 423, 429, 453, 465, 473, 488, 499, 560, 562, 565, 580, 599, 619, 647, 681, 712, 752 s., 756, 773, 779, 803 franciscanos, 260 Francisco I de Francia, 162 Francisco I I de Francia, 113 Francisco de Asís, San, 15 Franck, Adolphe, 494 Franco, Francisco, 743 Francovich, Guillermo, 235 Frank, Waldo, 708 Franklin, Benjamín, 119, 137, 145, 147, 149 i., 158, 178, 220, 232, 300 s., 303 s., 310, 321, 323, 327, 330, 337, 339 í ., 343 s., 347 s., 350, 369, 423, 427, 430, 434, 453, 479, 611, 614, 630, 658, 661, 680, 753, 768, 772, 774, 787, 816 Franz, Eckhart G-, 470, 499, 591, 621, 626, 647, 769 Frazer, James George, 19, 262 Free Love Colony, 593 Freeman, John, 657 Freiesleben, Karl, 513, 515 Freising, Otón de, 163 Freneau, Philip, 311 s. frenología, 679 fresas, 599

Freud, Sigmund, 66, 474, 715 Frezier, Amédée-Fran^ois, 125, 136, 268, 736 frigidez sexual, lis ., 21, 62, 181, 185, 210 i., 349, 354, 416, 510 frío/calor, 48, 138, 3I9ss., 381, 389 s., 420, 502 Frisi, Antón Francesco, 136 Frisi, Paolo, 68 s., 102, 133, 135-139,’ 153, 294, 348, 775, 789 Frobischer, Martin, 757 Froebel, Julius, 177, 805 frontera, teoría de la, 551, 595, 705 frontiersmen, 738 Frosini, Vittorio, 783 fruta, 37, 59, 244, 252, 274 s„ 284, 311, 374, 418, 599, 662, 780 Fuchs, Harald, 162 fuego, uso del, 487 fueguinos, 545 s., 566, 574, 761 Fuente, Vicente de la, 168 Fuente de la Juventud, 19 Fueter, Eduard, 175, 198, 728 Fuller, Margaret, 378 Fuller, Roy, 658 Fulton, Robert, 596 Furlong, Guillermo, 108, 276, 278, 372 Furt, Jorge M., 371 futuro, v. porvenir gachupines (chapetones, godos), 227, 229, 365, 374, 726 Gage, Tilomas, 144 galantería, 290, 755 Galanti, Giuseppe Maria, 807 s. Galápagos, islas, 574 Galasso, Giuseppe, 167 Galeno, 49 Gales, 351, 553 Galiani, Ferdinando, 30, 107, 147 s., 152-160, 166, 174, 180, 216, 317, 714, 748, 756, 759, 764, 767, 807 Galileo, 24 Galinsky, Hans, 165, 169, 171 s. Gall, Franz Joseph, 679 Gall, Ludwig, 462 gallos: de monte, 619; — de pelea (in­ gleses), 54

ÍNDICE ANALÍTICO galos, 741 Galsworthy, John, 311 Galvani, Luigi, 554 Gamba, Bartolommeo, 300 gamo, 8, 38 ganadería, 9, 59, 117, 127, 595, 717 Gandhi, Mahatma, 352, 667 Gandía, Enrique de, 106, 231, 698, 706, 709 Ganges, río, 664, 673 Garasse, Framjois, 85 Garat, Dominique-Joseph, 759, 766 García, Gregorio, 394, 730 García, Juan Agustín, 710 García, Rómulo E., 368 García Calderón, Francisco, 714 García Calderón, Ventura, 200 García Icazbalceta, Joaquín, 247, 726 García Pelayo, Manuel, 89 Garcilaso de la Vega (el poeta), 717 Garcilaso de la Vega, Inca, 8, 51, 72 s., 113, 136 s., 144, 176, 222, 230, 232, 289, 296, 369, 376, 382, 386, 406, 479, 717, 720, 729, 788 s., 810 Garlick, Richard Cecil, Jr., 339 ss., 346 s. Garnett, Richard, 205, 592 Gasea, Pedro de la, 793 Gates, Warren E., 53 gato, 37, 58, 155, 517, 665; — montés, 671, 685 Gattey, Charles Neilson, 628 Gatti, Angelo, 153 Gaudin, Lois S., 126 Gaulmier, Jean, 413, 423, 426 ss., 445, 642, 658 Geikie, Archibald, 456 Gelli, Giambattista, 35 Gemelli Careri, Giovanni Francesco, 107, 253 generación espontánea, 13 ss., 532, 575, 728 Génesis, 75, 79, 83, 237 s., 286, 493 Genet-Varcin, E., 14 genios, 48, 60, 330 s., 426, 430, 589, 651, 653 s., 683, 685, 700, 717, 797, 815 genízaros, 390

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Génova, 375 Genovesi, Antonio, 159, 173, 807 Gen tile, Giovanni, 110 Genty, L., 103 geografía, 40, 50, 140, 204, 213. 262, 408, 416, 427, 450, 510, 549, 553, 556, 639, 718, 746; — zoológica, 42, 139. 196, 419, 518, 567, 574, 726 s.; — e historia, v. historia geología, 75, 80, 140, 270, 283, 454 s., 507, 573 s., 585; v. también basaltos, granito, neptunistas, rocas, volcanes, vulcanistas geopolítica, 175, 408 George, lago, 612 George, W ilm a, 58, 728 Georgia, 203, 643 Gerbi, Antonello, 39, 58, 62, 69, 80, 88, 96, 107, 117, 134, 159, 166, 189, 208, 231, 242, 252, 256 s., 261, 269 s., 282, 313, 357, 377, 394, 396, 402, 514, 546, 566, 631, 729, 748, 798 germanos, 191, 741 Gervinus, Georg Gottfried, 177, 213 s., 396, 526, 621 Getto, Giovanni, 693 Giannone, Pietro, 24, 729 Gianturco, Elio, 491 Gibbon, Edward, 54, 158s., 186, 206, 217, 245, 338, 361, 754, 814 Gibraltar, 505 Gidney, Lucy M., 186, 751, 760 gigantes, 12, 35, 68, 104, 106-109, 113, 123, 138, 143, 148, 154, 174, 194, 256, 304 s., 319, 360, 418, 444, 533; v. tam­ bién patagones Gigli, Filippo Luigi, 280 Gil, Joaquín, 730 Gilchrist, Anne Burrows, 689 G ilij, Filippo Salvatore, 266, 270 ss., 274, 279 s., 282-29!, 454, 519, 789, 795 Gill-Mark, Grace A., 136 Gilíes, Pierre, 35 Gilman, Caroline, 648 Gilman, W illiam H., 306, 458 Gilpin, W illiam , 177 Gilson, Étienne, 84, 165

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ÍNDICE ANALITICO

Ginebra, 335, 432 Gini, Corrado, 95 s., 394 Gioberti, Vincenzo, 178 ss., 491, 553, 558, 706 Gioia, Melchiorre, 54 Giordani, Pietro, 786 girondinos, 185, 751 Girtanner, Christopli, 417 Gittings, Robert, 433 ss. Giusso, Lorenzo, 481, 483, 486, 488, 491 Glacken, Clarence J., 42, 48 s., 70, 76, 118, 164, 195, 211, 223, 271, 331, 345, 405, 430, 524, 672, 728 Glanville, Joseph, 230 Glass, Bentley, 16, 23, 32 s., 80, 107, 455, 576, 729 Gliozzi, Giuliano, 182, 256, 271, 489, 754, 798 Gluck, Christoph W illibald, 763 gobelinos, 72 Gobineau, Arthur, 428, 601 Gode-Von Aesch, Alexander Gottfried Friedrích, 31 Godin, Louis, 366, 383, 385 s., 795 godos, v. gachupines Godoy, Manuel de, 379 s. Godwin, W illiam , 345, 430, 668 Goerres, v. Gorres Goethe, Johann W olfgang von, 30, 44, 188. 203, 239, 283, 319, 355, 400, 423, 450-456, 459-469, 476, 499, 512 s., 531, 539 s., 651, 673, 703, 750 Goetzmann, W illia m H., 693 Goez, W erner, 165 Goldberg, Michael, 644 Goldman, Arnold, 649 Goldsmith, Oliver, 16, 23, 37, 203-207, 254, 542, 639, 663 Gollwítzer, Heinz, 177, 179, 552 s., 559, 562. 564, 620, 696, 802 golondrina, 204 s. Golowkine, Wilhelmina, 756 Gomara, v. López de Gómara Gómez Cañedo, Lino, 293 Gómez Vidaurre, Felipe, 266 Goncourt, Edmond y Jules de, 136 Góngora, Luis de, 94

González, Diego, 276 González Casanova, Pablo, 98 González Gerth, Miguel, 803 . González Peña, Carlos, 711 González Prada, Manuel, 713 Goodale, D., 678 Goodman, Godfrey, 17, 34, 116 Gorostiza, Roque, 275 Gorres, Jakob Joseph von, 179, 489, 548 gorrión, 253 Gostwick, Joseph, 690 gótico, 320, 456-459 Gottingen, 281, 411, 421, 509 Gottman, Jean, 175 Gozzano, Guido, 714 Graffigny, Fran^oise, madame de, 137 Graliam, W illiam , 223 Gran Bretaña, v. Inglaterra granada, 252 Granada, fray Luis de, 25 Grande, Ettore, 378 Grandes Lagos, 141, 198, 669 granito, 452 s., 569 granjas, 595 Grappin, Pierre, 331 gravedad, ley de, 744 Graves, Robert, 201 Gravisi, Gerolamo, 295 Gray, Thomas, 219 Grecia, 164, 436, 438, 440, 463 s., 554, 608, 688: v. también griegos Green, Philip Leonard, 408 Green River, 616 Greene, Asa, 648 Greene, George Washington, 312, 591 Greene, John C., 222, 328 Greenough, Horatio, 628 Grégoire, Henri, 159 Gregorio, licenciado, 82 Grenier, F., 431 Greuze, Jean-Baptiste, 755 griegos, 48, 113, 128¿., 155, 188, 218, 258 j ., 265, 326, 338, 346, 437, 440, 464, 483, 544, 608, 672, 741, 781, 784; — y troyanos, 305, 505; — y hebreos, 783; — modernos, 133, 390, 441; v. también. Greda

ÍNDICE ANALITICO Grieve, George, 703, 757 G riffiu, Charles Carroll, 307, 726 Griffin, Cyrus, 769 í . Griffiths, J. Gwyn, 162 Grimm, Friedrich Melchior von, 139, 152, 156, 187, 347, 437, 753, 755 s„ 758, 760, 762, 805 Grisebach, Eduard, 575 Griswold, R. W., 771 Grocio, Hugo, 48, 79 Groenlandia, 142, 505, 795 grosellas, 599 Grossi, Tommaso, 786 Grove, Robert, 764 Grover, R. F., 719 Grundmann, J., 362 grutas, 778 Gsteiger, Manfred, 442 guacamaya, 576 Guadalupe, Virgen de, 394 guajolote, 658 guana, indios, 799 guanaco, 727 guanays, 155 guano, 385, 568 s. guaraníes, 277, 279, 794, 798 s. guarapo, 367 Guatemala, 234, 370, 405 s ., 408, 578, 599 Guayan as, 193 r., 239, 410, 515, 585, 796 Guayaquil, 292 Guedeville, Nicolás de, 114 Giiemes, v. Revillagigedo guerra: científica, 130, 402 s.; — como hazaña humana, 550; — como oficio, 755; — natural en el hombre, 492; — en la Europa napoleónica, 442; — de Secesión, 615 s., 643, 654, 675, 686, 690; — entre México y los Es­ tados Emidos, 578, 667; — mundial (primera), 707 Guerra, José, v. Teresa de Mier Guerrazzi, Francesco Domenico, 201, 264, 487, 696 Guevara, Ramón de, 369 Guibert, Jacques-Antoine-Hippolyte,

764

847

Guicciardini, Francesco, 4 9 , 3 9 3 , 4 8 1 Guignes, Joseph de, 186-189 Guillemin, Henri, 442, 486 Guiilotin, Joseph-ígnace, 751 Guisa, Henri I I de L o r r a i n e , a r i q u e de, 94 guitarra, 440 Guizot, F ra n q o is -P ie rre -G u illa u m e , 1 5 2 , 495, 698 Gumilla, José, 222, 279 s., 2 8 9 , 7 9 5 Gundolf, Friedrich, 463 gusano de seda, 25, 340, 3 4 7 gusanos y gusarapos, 13, 17, 2 0 , 2 5 Gusdorf, Georges, 20 s., 26, 3 0 s s ., 4 4 s., 50, 55, 91, 104 í., 115, 175, 2 2 9 , 3 5 8 , 403, 419, 751 Guyénot, Émile, 14, 31, 43 Guyot, Arnold, 670 s. Haber, Francis C., 455 Haberle, Ludwig, 471 hábitos, v. costumbres Habsburgo, casa de, 63 Hahn, Friedrích Gustav, 62 Haití, 122, 183, 200, 547, 6 0 9 , 776, 799

6 1 2 ss.,

Hakewill, George, 34, 76, 163 halcón, 665 Haldane, John Burdon S a n d e r s o n , 320, 418, 540

36 ,

Hale, Charles, 403 Hale, Matthew, 728 Halévy, Élie, 220, 403, 759 Halíburton, Thomas C h a n d l e r , 628, 648 Hall, Basil, 510, 590, 593, 5 9 6 , 5 9 8 s j., 605, 607, 619, 621 s., 6 2 4 , 6 3 0 - 6 3 3 , 641, 646, 648, 655, 672 Hall, Francis, 304 s. Hall, James, 639 Hall, Max, 301, 304, 327, 3 3 0 , 3 3 9, 352 s., 771 Haller, 488 Hamann, Johann Georg, 153, 1 9 0 , 2 1 1 , 361 Hamilton, Alexander, 313, 7 1 1 Hamilton, Thomas, 590, 5 9 5 , 6 0 1 , 6 1 8 621, 626 s., 641

848

ÍNDICE ANALÍTICO

Hancock, John, 423, 757 Handlin, Oscar, 354, 430, 628, 655. 698 Hanke, Lewis, 63, 72, 82, 87, 89 ss., 97 ss., 110, 167, 230 s., 241, 243, 257, 326, 390, 698, 706, 712, 717, 726 Hanks, Lesley, 12, 24, 27, 43, 118 Harden, Maximilian, 452 Harding, Walter, 667 Hardy, Tilomas, 695 Haring, Clarence Henry, 244 H a r m o n is t s , 471 Harper, James, 602 harpías, 155 Harris, Víctor Irvin, 14, 17, 34, 76, 106, 116 Harrison, J. Burton, 469 Harrow, 699 ÍTartmann, Nicolai, 533, 554 Harvard, v . universidades Harvey, Paul, 7 Harvey, W illiam , 205 Hauser, Henri, 51, 62 Hausermann, Hans W alter, 432 Hausrath, Adolf, 569 s. Hawaii, islas, 177 Hawkesworth, John, 212 i., 215, 545 Hawkins, John, 71 Hawlev, Zerah, 353 Hawthorne, Nathaniel, 307, 309, 458, 461, 511, 628, 648, 656, 658, 670, 697700, 702 Hayes, Edward, 163, 169 Hazard, Lucy Lockwood, 680, 683 s. Hazard, Paul, 14, 16, 27, 43, 237, 491 Head, Francis, 671, 673 Head, George, 353 Hebbel, Friedrich, 695 hebreos, v . judíos hechos e hipótesis, 115, 120, 140 s., 303, 500 Hedge, Frederick Henry, 460 s. Heeren, Arnold Hermann Ludwig, 188 Hegel, Georg W ilhelm Friedrich, 3, 5, 19, 29, 69, 176, 179, 189, 213, 216, 399, 410, 422, 462, 500, 505, 507, 525557, 559, 562, 568 ss., 576 s„ 581, 673, 690-693, 707 s., 714, 719, 744, 748 s., 794

Heidelberg, 477, 569 Heim, Arnold, 201 Heim, Roger, 11, 14, 43 Heindel, Richard Heathcote, 702 Heíne, Heinrich, 202, 451, 478. 805 Heiser, M. F., 302 heléchos, 539 Helgoland, 478 heliodrómicas, teorías, 173 s., 177-180, 315, 355, 474, 499, 548, 669 s., 695, 782; v . t a m b ié n Oriente Hellmich, Walter, 387 helvecios, 446 Helvétius, Claude-Adrien, 139, 430, 524 Hemsterhuis, Frans, 465 Hennepin, Louis, 754 Henríquez Ureña, Pedro, 302, 307, 356, 720, 739 Hensler, Dora, 695 Hentig, Hans von, 738 heráldica, 439, 457, 584, 6 4 4 6 5 4 , 657 ss., 699, 782 s. Hérauit de Séchelles, Jean-Marie, 27, 32, 41, 725 herbarios, 406 Herbert, George, 170, 461 Herbert, Thomas, 112 Hércules, 608 Herder, Johann Gottfried, 16, 53, 61, 85, 102, 188 ss., 211, 358-363, 406, 410, 441, 460, 524, 537, 563, 568, 581, 584 s., 784 herejes, 168 s„ 222, 395, 717 hermafroditos, 816 Hermanos Moravos, 765, 794 Hernández de Alba, Guillermo, 3S7 Hernández Luna, Juan, 179 Heródoto, 48 Herold, J. Christopher, 176 Herr, Richard, 229, 386 Herrera, Antonio de, 3, 63, 82, 136, 249, 372, 521 Herrera, J. de, 366 Herrero, Andrés,. 375, 380 Herrero, Miguel, 231 Herrig, Hans, 575 Hervás y Panduro, Lorenzo de, 395, 520

ÍNDICE ANALÍTICO Herz, Henry, 628 Herzen, Alexander, 462 Hesíodo, 162 Hettner, Hermann Tulius Theodor, 213 Heyerdahl, T ., 394 Heyne, Christian Gottlob, 440 Hezeta, Joseph de, 615 hidalgos, 227 hidras, 444 hierbas venenosas, 57, 716 hierro, 73, 124, 127, 148, 258 s., 299, 407, 537, 579, 781 higuera, 198; — de Indias, 357 Hijas de la Revolución, 583 Hilliard d’Auberteuil, M ic h e l-R e n é , 305, 312 s., 342 Himalaya, 614 hindúes, 50, 190, 483, 577; v . t a m b i é n India hiperbóreos, 564 Hipócrates, 47 hipocresía, 578, 601, 628, 661 hipopótamo, 8, 21 s-, 31, 108, 114, 143, 267, 780 hipótesis científicas, v . hechos Hirzel, Hans Raspar, 112 hisopo, 24 historia, 29, 42, 50 s., 102, 111, 150, 180, 190, 207, 262, 356-363, 372, 408, 422, 483, 488, 498, 548 s., 555, 564, 580 ss., 585, 650, 662, 695, 702, 705, 710, 721, — universal, 46, 140, 162 s., 166, 176, 179s„ 189, 359, 480, 483, 550, 552, 559, 562 s., 670, 757; geografía, 51, 155, 175, 229, 272, 551, 561, 643, 651, 665, 697, 710, curso de la— , v. heliodrómicas, rías

137, 369, 531, 653, 775; 174, 497, —y 307, 793; teo­

historia natural, 41 ss., 265, 323, 336, 433, 639, 818 historicismo, 556, 561, 570, 582, 704 historiografía, 187, 209 Hitler, Adolf, 743 Hobbes, Thomas, 84 • Hodgen, Margaret Trabue, 33, 78, 84, 225, 485, 489,, 729

849

Hoerbiger, Hanns, 79 H ofe, Harold von, 197, 522, 564 s. Hoffm an, Charles Fenno, 603 H offner, Joseph, 83, 89 s., 96 Hogendorp, G. K. van, 318, 328, 332 Holanda, 24, 68, 125, 191 s., 213, 291, 315, 342, 389, 428, 430, 472, 707 Holbach, Paul-Henry Thierry, barón de, 139, 153 s., 491 Holbrook, Darius B., 632 Holbrook, Stewart, 688 Holland, Elizabeth, 625, 640 Holloway, Emory, 686 Holmes, O liver W endell, 649, 651 Holzle, Erwin, 805 hombre/naturaleza, 36, 38, 41, 44, 283 hombres lactíferos, 144, 147, 244, 255, 377, 391 i., 505, 518, 681 Home, Henry, v . Kames Home, Jean, 220 Homero, 340, 432, 501, 550, 608, 678, 686, 689, 693 Honduras, 401, 404 Honegger, Artliur, 665 hongos, 397 Hooke, Roben, 25 Hopkinson, Francis, 334 Horacio, 160, 226 s., 382 s., 438, 576, 665, 674 Horicon Lake, 378 hormiga, 25, 52, 659, 716 Horn, Georg, 175 s., 186, 330, 440, 729 Hornot, Antoine, 103 hortalizas, 617 s. h o t-c a k e s , 430 hotentotes, 149, 255 Hotho, Heinrich Gustav, 531 Hourcade, L., 105 Houton, Jacques-Julien, 217 Howse (viajero), 267

Hoyos Saiuz, Luis de, 387 Htiard, Fierre, 609 Huaura, 293 Huayna Cápac, 173 Hudnut, W illiam H .,T II, 222 Hudson, río, 457, 459, 589, 616 Huet, Daniel, 186, 394 Hugo, Victor, 12, 494, 676, 678

850

ÍNDICE ANALÍTICO

Huizinga, Johan, 176 hule, 694, 717, 780 Humboldt, Alexander yo n ,-18, 37, 53, 72, 100o„ 129, 138, 158, 176 í „ 179, 197, 201, 213, 215, 236, 241, 254, 256, 265 s„ 271, 279 í „ 289 s„ 300, 302, 325, 337, 378 í „ 381 í „ 384, 387, 397, 401, 405 s., 418, 422, 427, 445, 452, 467, 489, 491, 506, 511-527, 532, 538, 541, 548, 552, 554 í „ 565, 568 í „ 572, 575, 580 j í „ 601, 613 s„ 653, 671, 695, 717, 721, 730,. 732, 738, 778, 788 799, 813 Humboldt, W ilh elm von, 213, 437, 515 Hume, David, 23, 47 s., 52-55, 117, 157, 160, 220-223, 232, 389, 631, 654, 698, 753 humedad de América, 4, 11-14, 20, 41, 63 í „ 77, 79, 200, 269, 282, 312, 320 ss., 338, 392, 465, 502, 514, 532, 562, 636, 640, 777 5.; v . t a m b i é n di­ luvio, emersión Humphreys, David, 753, 766 Humphreys, R obín A., 208, 249, 370, 571 hunos, 416 Huntington, Ellsworth, 174, 718, 738 s. huracanes, 532, 620 hurones, 194, 225, 271, 306, 350, 487, 750 Hurtado de Mendoza, García, marqués de Cañete, 99 húsar que se come a un cosaco, 263 Hyde Park, 667 Ibáñez, Bernardo, 373 Ibn Jaldún, 53 idealismo agrario, v . agrarismo ideólogos, 410, 430, 609, 615 Ifigenia, 741 Iglesia, Ramón, 726 iglesias, 291 ■ ignacianos, 580, 584; y v . Loyola iguana, 377 Ilchester, Ciles Fox-Strangways, earl of, 625, 640 Illinois, 627 Imlay, Gilbert, 507

Immermann, Karl, 620 Imola, 237 , imperialismo norteamericano, 429 imperio: romano, 162.-166, 408; — azte­ ca, 247, 360; — incaico, 296 s.; — na­ poleónico, 563; — británico, 220, 408 (y v. Inglaterra); — mexicano (de lturbide), 401 imperios, sucesión de los, 163 ss., 503; v . t a m b ié n heliodrómicas, teorías impotencia: de la naturaleza, 69, 201, 310, 488, 532 s„ 557, 744-749; — de América, 538, 546, 559, 568; — del salvaje, 10 s„ 61 s., 79, 95, 181, 195 impubertad del indio americano, 4 s., 10, 55, 58, 62, 64, 72, 95, 112, 121*, 144, 147, 149, 154, 182, 208, 210, 244, 255, 289, 297, 314, 324 s„ 328, 344, 377, 391 s., 419, 431, 479, 505, 631, 657, 673, 681, 725, 781, 797, 799 i.; v . t a m b ié n depilación Incas, 64, 73, 121, 133, 137, 194, 257, 289, 293, 296, 298, 360, 504 incesto, 51, 810 India, 18, 130, 155, 189, 390, 393, 413, 448, 507, 526, 550, 569, 577, 580, 609, 613 s., 690, 780; v . t a m b ié n hindúes I n d i a n S u m m e r , 612 Indiana, 627 indio americano, p a s s im ; v . e n p a r t i­ c u la r animalidad, buen salvaje, cani­ balismo, civilización, crueldades, de­ bilidad, deform aciones, degenera­ ción, depilación, desnudez, esclavi­ tud, estupidez, frigidez, hombres lac­ tíferos, impotencia, impubertad, in­ digenismo, in sen sib ilid ad , pereza, protección, robustez, sacrificios hu­ manos, salvajes, vivienda; v . t a m b ié n lo s n o m b r e s g e o g r á f ic o s y é tn ic o s

indias americanas, 62, 114, 122, 181, 297, 325, 415, 505, 794, 797 ss.; v . t a m b i é n mujeres Indias Orientales, 50 Indico, océano, 130 indigenismo, 207 ss., 255, 431, 777, 794 industria, 119, 801, 817; — y comercio en los Estados Unidos, 622, 665, 695

ÍNDICE ANALÍTICO infancia del americano, 209, 211, 308, 356, 360, 363, 379, 495, 708, 714 inferioridad de América y de los ame­ ricanos, 3 ss., 23, 53, 66, 76, 82, 98, 101, 127, 198, 228, 251, 271, 293, 301, 320, 327 ss., 362, 365, 379, 506 s., 541, 565, 590, 662, 671, 720, 777 infibulación, 212 infusorios, 14, 28 Ingersoll, Charles J., 589, 649, 651, 655 Inglaterra, 19, 44, 123, 157 s„ 170, 172, 176, 178, 212, 215 s„ 218, 223 s„ 226 s., .239, 245, 281, 308, 315, 330, 346, 351, 389, 401, 408, 412, 424, 434, 441, 461, 489, 495 s., 510 s., 552, 580, 583, 590, 599, 605, 617 s„ 620, 625 s„ 628, 632, 634, 636, 643, 645, 648, 652, 654, 657, 659, 661, 691, 696, 699, 755, 761, 779, 806 ingleses, 113, 130, 157, 212, 223, 230, 238, 312 r„ 337, 428, 588, 590, 603, 605, 625, 627, 644, 652, 655 s„ 675, 700, 707, 741, 817 inmadurez: de América, 3ss., 14, 38, 46, 127, 156, 192, 211, 355, 399, 401 s„ 527, 538, 548, 551, 555, 749; — de los Estados Unidos, 552 inmigración, v . emigración inmortalidad del alma, 209, 448 s. Inocencio III, papa, 51, 165 Inquisición, 145, 167, 234, 243, 245, 278, 299, 302, 403, 742 insecticidas, 18 insectos, 4, I I j í ., 15-18, 20, 22, 24 í ., 36, 69, 109, 120, 124, 132, 183, 199, 215, 252, 267, 297, 318, 362, 368, 371, 405, 444, 502, 568, 586, 685, 727, 780 insensibilidad: del indio, 47, 123, 126, 181 í „ 210 í ., 289, 350, 361, 379, ' 391 í „ 415 s„ 427, 450, 479, 653, 781; — de los norteamericanos, 651 instituciones: sociales, 53; — políticas norteamericanas, 429, 610, 619, 622, 644 inundaciones, 127, 414, 779 Iriarte, Tomás de, 382 Irlanda, 475, 583, 688 irlandeses, 428, 440, 627

851

iroqueses, 194, 225, 271, 4 4 0 , 5 4 6 , 812

799,

Irving, Washington, 351, 3 5 3 , 4 6 1 , 589, 639, 648, 699 Isabel la Católica, 52 s., 155— ' Isabel de Inglaterra, 316

511,

Isaías, 77, 164, 693 Iselin, Isaak, 359 Ísham, Samuel, 307 Isidoro de Sevilla, San, 163 Islam, 161, 167, 191, 359, 3 9 0 Islandia, 505 Israel, 359; diáspora de — , 4 8 9 Italia, 132, 161, 164, 170, 173, 1 7 7 , 238 í „ 242, 246 s., 256, 2 6 5 , 280 í „ 287, 291 í „ 300, 3 1 5 , 3 6 9 , 404, 442, 453 s„ 466 í „ 4 9 1 , 5 8 0 , 702, 715, 740, 785, 794, 8 0 3 , 8 0 7 italianos, 159, 256, 428, 544, 5 6 3 , 703 .

236, 267, 391, 658, 6 9 4 -,

lturbide, Agustín de, 401 Iturri, Francisco, 254, 266, 2 7 3 , 3 6 9 - 3 7 4 , 395, 397*, 406 jabalí, 143, 270, 284 ss., 731; ---- m a r i n o ,

396 Jablonski, Walter, 320 Jackson, Andrew, 474, 601, 8 1 7 Jacob, 745, 768 Jacobi, Friedrich H einrich, 1 9 , 1 8 7 s ., 213, 465 jacobi, M., 267 jacquemont, Víctor, 28, 605 s., 6 0 9 - 6 1 5 , 719 Jafet, 175 jaguar, 39, 124, 131, 199, 4 3 1 , 502, 516 í „ 567, 576, 718 James, Henry, 458 í ., 461, 4 9 9 , 6 4 7 5-., 656, 697-704 jameson, John Franklin, 9, 3 3 3 Jammes, Francis, 714 Japón, 191, 337, 685 japoneses, 192, 781 Jasón, 415 Java, 303 jaynes, Julián, 205 Jefferson, Thomas, 27, 40, 4 3 , 1 1 7 , 1 2 2 , 152, 182, 197, 202, 204, 2 1 7 , 2 2 .0 ,

ÍNDICE ANALÍTICO 852

853

ÍNDICE ANALÍTICO

223 5., 245, 300 i., 303, 310 348, 353, 373, 381, 395, 398, 412, 420, 424, 426i., 430, 442, 485, 507-513, 519, 555, 590, 592, 601 s., 606, 619, 652, 658, 672, 680, 711, 753-756, 762 55., 766, 768, 773, 789, 815 5. Jeffreys, D. W., 313 Jefté, 741 Jemolo, Arturo Cario, 705 Jena, 29 Jenofonte, 216 Jerjes, 299 jeroglíficos mexicanos, 259, 378, 788 Jerónimo, San, 162 Jerusalén, 218 jesuítas, 66, 815., 93, 102, 107, 187, 200, 226, 230, 234-241, 243, 245 s., 257 s., 260, 272 5., 28055., 289, 291 55., 300, 326, 343, 364 5., 371, 416, 450, 507, 546 5., 580, 584, 589, 611, 730, 742, 783, 794, 796 Jiménez de la Espada, Marcos, 89 Jiménez Rueda, Julio, 711 jirafa, 5, 8, 22, 143, 254, 586 Job, 686 Jodelle, Étienne, 112, 356 Johnson, Edgar, 635 5., 641, 643, 645 55. Johnson, James T ., 351 . Johnson, Samuel, 68, 103 5., 192, 205 5., 215 5., 2195., 702, 765 Johnstone, Paul H., 112 Jolís, José, 272-278, 431, 523 Jones, Howard Mumford, 32, 94, 200. 230, 307, 331, 346, 440, 445, 458, 523, 626, 649, 685, 758, 768, 773 Jones, Paul, 661 Jones, William, 171 Jordán, Juan Bautista, 375 Jorge I I I de Inglaterra, 630 José II, emperador de Austria, 298 Josserand, Fierre, 614 Jost, Francois, 668 Joubert de la Rué, J., 263 Jrúschov, Nikita, 303 Juan, Jorge, 15, 137, 206, 210, 229, 235, 288, 386, 734 , Juan Fernández, isla, 67, 270, 369 Juan Nepomuceno, San, 246

Juana de Arco, 264 Juárez, Gaspar, 371 Juderías, Julián, 241 judíos, 63, 146, 182, 232, 394, 694, 703, 716, 730; v. también antisemitismo juegos, 211; — de azar, 324 Júpiter, satélites de, 24 jurásico, 585 5. Jurieu, Pierre, 33 Jussieu, Bernard, 539 juventud: de América, 78 5., 303, 355 55., 363, 369, 399, 401 5., 428, 499, 501, 504, 537, 553, 659, 705, 708, 714; — de los Estados Unidos, 709 Kalm, Pehr, 205, 313, 359, 430 Kamchatka, 603, 805 Kames, Henry Home, lord, 212, 219224, 351 Kansas City, 682 Kant, Immanuel, 60, 160, 188, 264, 266, 320, 378, 414-419, 526, 539, 562, 565. 581, 691 Kate, Hermán F. C. ten, 446 Keats, George, 432, 434 Keats, Georgiana, 432, 434 Keats, John, 224, 431-435, 441, 445, 598, 637 Keegan, William, 785 Keen, Benjamín, 97, 183, 247 Kemble, Fanny, 601, 620, 642 5. Kennedy, John Fitzgerald, 303 Kennedy, John Hopkins, 82, 93, 238, 326 Kennedy, John Norman, 228 Kent, 170 Kentucky, 316, 432, 507, 600, 627 Kepler, Johann, 746 Kéralio, Louis [Auguste] de, 136 Kerbaker, Michele, 463 5., 484 Kerner, Andreas Justinus, 471, 474 5. Kersten, Kurt, 213, 215, 419, 524, 526 Kevnes, John Maynard, 760 Keyserling, Hermann von, 79, 585. 716, 743 King, Henry Stafford, 173, 213, 363, 416 King, James Ferguson, 366

Kink, F. Th., 418 Kinloch, Francis, 331 Kinsey, A lfred Charles, 353 Kircher, Athanasius, 13, 20, 76, 186 Klemm, Friedrich Gustav, 571 Klencke, Hermann, 513 Kliger, Samuel, 165, 651 Kiinger, Friedrich Maximilian, 465 Klitzke, Theodore E., 772 Klopstock, Friedrich Gottlieb, 66, 465 Knight, Sarah Kemble, 641 Knight, W illiam Angus, 171, 174, 188, 222, 494 Knox, Henry, 762 Knox, Robert, 571 Kohn, Hans, 158 Konetzke, Richard, 371, 521, 527 Korff, Hermann August, 360, 464 Koyré, Alexandre, 746 Kratz, Guglielmo, 280 s., 289 Kraus, Michael 172, 236, 304, 306 í ., 336, 378, 510, 712 Krieg, Hans, 9 Kroeber, Clifton B., 706 Krug, W ilhelm Traugott, 29 Krmch, Joseph W ood, 219, 666 Kubrin, David, 35, 75 Kuhn, Helmut, 457, 467, 480 Kühnemann, Eugen, 455 s. Ku-KIux-Klan, 461 K ü rn b erger, F erdin an d, 305, 470 í ., 473 55., 601, 628, 641 Labillardiére, de, 217

Jacques-Julien

Labour Party, 667 Labrador, 505 Labrousse, Ernest, 15 La Bruyére, Jean de, 402, 714 lacedemonios, v. espartanos Lacombe, Bernard de, 413 La Condamine, v. Condamine La Coruña. 516 Lacour-Gayet, Georges, 412 5. lactación, 145, 149, 391 5. La Douceur, v. Bonneville Laemmer-Geyer, 271 Laét, Jean de, 727

454,

Houton

Lafaye, Jacques, 228, 239, 247, 394 5., 514, 730 Lafayette, Gilbert, marqués de, 341, 5915., 603, 608, 765 5., 771 Lafitau, Joseph-Frangois, 55, 81, 168, 209, 326, 394, 742 La Fontaine, Jean de, 22, 199 Lafourcade, Georges, 683 lagartija, 439, 517 lagarto, 69 lagos suizos, 473 Lagrange, Joseph-Louis, 583 La Habana, 234, 515 Laharpe, Jean-Fran9ois, 397, 758 Lahontan, Louis-Armand, barón de, 112 5., 123, 137, 144, 181, 238, 255, 263, 289, 305, 350, 431 Laing, B. M., 418 Laissus, Yves, 609 55. Lamarck, Jean-Baptiste de, 29, 518, 582 Lambarri, Francisco Javier, 397 Lamennais, Félicité Robert de, 488 La Mettrie, Julien Offrav de. 26 s., 139 lana, 387, 586, 588 Landau, Rom, 330 Landucci, Sergio, 49, 54, 70, 73, 76, 78, 83 5., 89, 92, 95, 195, 208, 217, 263, 271, 326, 394, 490, 524, 608, 711 Lañe, Margaret, 591-594, 598, 603 Langdon-Davies, John, 260, 353, 519 Lanier, Sidney, 686 Lansdowne, W illiam Petty, marqués de, 412 5. Lanson, Gustave, 21, 449 La Piaña, Angelina, 245 lapones, 107, 255, 448, 542, 718, 793 La Popeliniére, Henri-Lancelot de, 51, 62 Laporte, Joseph de, 205 Lapp, John C., 112, 261, 356, 461 Larkin, O liver W ., 596, 701 La Rochefoucauld, Louis-Alexandre, duque de, 316, 341, 766 La Roquette, Jean-Bernard-Marie-Alexandre Dezos de, 197 Larousse, Pierre-Athanase, 152 Larriñaga, José Pastor, 366

854

INDICE ANALITICO

Lasaulx, Ernst von, 179 Las Capillas (Perú), 64 Las Casas, v. Casas Las Cases, Emmanuel de, 794 lascivia, 96 í ., 121, 134 Laserson, M ax M., 462 Lasson, Georg, 548 Lastres, Juan B., 366 s. latitud, influencia de la, 50, 52, 391 Lauri, Marco, 167 Laussel, Jean, 245 Lauzun, Armand-Louis de Gontaut, duque de, 367 Lavalle, José Antonio de, 367 Lavergne, Léonce de, 147, 758, 761 s. Lavoisier, Antoine-Laurent, 554 Lawrence, David Herbert, 314 Lawrence, Thomas Edward, 660, 662 Leadville (Colorado), 719 Lebégue, Raymond, 442, 444, 449 Leblond, Jean-Bapdste, 103 Leccafondi, conde, 480 leche, 586, 588 (v. también lactación); — en las tetillas del varón, v. hom­ bres lactíferos Leclerc, Charles-Victor-Emmanuel, 776 Leconte, Louis, 394 Lecuanda, José Ignacio de, 200 Leevwenhoek, Antón van, 20 Lefebvre de Villebrune, J.-B., 296 Le Goff, Jacques, 165 legumbres, 284, 287, 345 Lehmann, J. H. I., 419 Leibniz, Gottfried Wilhelm , 33, 41, 530, 580 Leiden, 175, 727 Leiste, Christian, 195 Lelio, Gayo, 742 Lely, Gilbert, 103 Lemay, Edna, 342 L e Moine, Roger, 112, 242, 262 Lemosín, caballos del, 125 Lenau, Nikolaus, 17 s., 201 s., 469-478, 610, 612, 635 s., 644, 780 L ’Enfant, Pierre-Charles, 643 lenguas, 560; — americanas, 289, 509, 788, 810; — chilena 269; — china, 224; — francesa, 506; — griega, 224;

— inglesa, 661; — maipur, 289; — tamanaca, 289 Léntulo, Lucio Cornelio, 48 león, 7, 15, 17, 25, 30s„ 39 s., 45, 55, 58 s., 71, 124, 131-134, 149, 2017 249, 266 m ., 278, 286, 323, 336, 362, 384, 391, 418, 502, 517, 540 s., 549, 567 s„ 574, 576, 658, 718, 731, 733; v. tam­ bién puma León, fray Luis de, 25 León, Nicolás, 730 león marino, 270 León Pinelo, Antonio de, 92, 726 León Pinelo, Diego de, 233, 386 Leonard, David, 158 Leonard, Irving A., 302, 370 Leonhard, Karl Casar von, 454 Leopardi, Giacomo, 17, 54, 70, 108, 201, 203, 218, 289, 300, 305, 445, 475, 478-492, 498, 522, 565 s., 662, 748, 761, 786 Leopardi, Monaldo, 479 leopardo, 201 L e Play, Frédéric, 400 L e Riverend, Julio, 248, 252, 258, 376, 711 Lerminier, Jean-Louis Eugéne. 158 Lerner, Max, 709 Leroux, Robert, 437 Leroy, André, 413 Leroy, Jean F., 614 L e Roy, Louis, 14 Léry, Jean de, 261 s., 356, 393 s. lesbianismo, 354 Lescarbot, Marc, 326, 461, 742 Lespinasse, Julie de, 756 s., 764 Lesser, Friedrich Christian, 16, 26 Lessing, Gotthold Ephraim, 219 Leturia, Pedro de, 82, 88 Levaillant, Maurice, 442 Levene, Ricardo, 161 Levey, Michael, 764 Levi, Alessandro, 354 Levi, Giulio Augusto, 481, 485, 491 f Lévi-Strauss, Claude, 12, 45, 179, 325, V 476, 524, 567, 726, 743 Leviatán, 588 Levin, Harry, 163, 326

ÍNDICE ANALÍTICO Lévy-Brühl, Luden, 489 Lewis, Richard Warrington Baldwin, 238, 497, 649, 660, 685, 690, 700 Lewis, Sinclair, 667, 686 Lexington, batalla de, 446 Liancourt, Frangois-Alexandre. duque de, 431, 756, 771 libertad, 389, 404, 436, 441, 550, 560, 562, 601, 606, 610, 643, 653 s., 657, 664, 697, 699, 761; — en América, 185, 236, 308 s., 330, 358, 409, 415, 426, 429, 441, 447, 470, 474 s., 701; — de los indios, v. esclavitud; — de cultos, 347 Libertad, estatua de la, 659, 694, 703 libertinaje, 182, 349, 767 libre albedrío, 222, 390 Licurgo, 218, 415, 4374, 501, 761, 808 Lida, Raimundo, 689 Lieber, Francis, 655, 692, 699 Liebig, Justus, 220 Lignac, M. de, 297 L ili (Anna Elisabeth Schonemann), 465 Lillibridge, George D., 601, 620, 622, 625 s. Lima, 72, 126, 167, 216, 228, 233 243, 291, 293, 366 i., 375, 380 s., 383386, 392, 420, 439, 719 s., 800 li m a b e a n s , 618 limones, 252 lince, 671 linchamiento, v. Lynch Linck, G., 455 Lincoln, Abraham, 518, 653, 686 Linneo ( L i n n a e u s = Cari von Linné), 25-28, 36, 43 s., 145, 200, 205, 253, 267, 283, 419, 421 s„ 673 Lips, Alexander, 591 Lipsio, Justo, 40, 166, 232, 731 Lisboa, terremoto de, 454 Lisbon (Ohio), 477 literatu ra, v. artes; — inglesa, 678; — norteamericana, 622, 681 s., 686, 697, 700 Little-Gidding. pre-cuáqueros de, 170 Littré, Émile, 20 Liverpool, 818 Livorno, 436, 442

855

llama, 8, 22, 61, 125, 210, 2 5 4 , 3 6 8 , 3 8 7 , 501,567,576, 718 Llano Zapata, José Eusebio d e , 2 3 3 , 3 8 3 llanuras, 306, 361, 389, 662, 6 6 9 , 7 1 9 5 . Llórente, Mariano, 242 lluvia, 1.2, 15, 19, 52 Jobo, 8 s., 199, 205, 421, 631, 6 7 1 , 7 2 8 5-, 735; — marino, 267 Locke, John, 45, 217, 761 locomotora, 579, 662, 665, 6 8 8 ; v . t a m ­ bién ferrocarriles Logan, jefe, 325 ss., 809 Lograsso, Angelina H., 817 Lombard, Augustin, 614 Lombardía, 347 Lombardo, Agostino, 667 Londonio, Cario Giuseppe, 8 1 5 5. Londres, 104, 215, 217 5., 3 10, 3 2 1 , 3 3 1 , 338, 383, 439, 497, 508, 582, 5 9 3 , 6 0 4 , 751, 795; T orre de — , 457 Long Island, 598, 677 longevidad, 75 s., 78, 128, 149, 2 6 9 , 3 2 0 , 324, 482, 510, 566 Longfellow, Henry W a d s w o r t h , 203, 458, 645 s., 649 s., 678, 685 Longino, 28 López, Claude-Anne, 314, 7 1 2 , 7 5 6 López de Gomara, Francisco, 7 8 , 1 1 7 , 176, 288, 297, 325, 377, 480, 7 2 0 , 7 2 6, 780 López de Palacios Rubios, J u a n , 91 López de Tovar, Gregorio, 82, 8 9 López Zúñiga, Diego, 297 Losacco, Michele, 483 s. Loschi, Ludovico Antonio, 80 7 Lotófagos, 473 Louverture, Toussaint, 776 Lovejoy, Arthur Oncken, 10, 16, 2 3 , 31 s., 42 s., 45, 74, 80, 92, 1 0 4 , 2 0 4 , 320, 326, 356, 362, 557, 576 Lowell, manufacturas de, 599 Lowell, James Russell, 599, 6 3 7 , 6 5 0 , 652, 654 s„ 667, 670, 686, 7 14 , 7 4 9 Lówenberg, Julius, 213, 279 Lowenstern, Isidore, 307, 508, 5 9 0 , 5 9 7 , 600, 616, 625, 633, 641 s. Lowie, Robert Harry, 62, 571, 7 0 7 , 7 4 3 Lowith, Karl, 548, 805

855

Lowth, Robert, 784 Loyola, Ignacio de, 505 Lozano y Lozano, Carlos, 709 Lubbock, John, 571 Lucano, Marco Anneo, 48 Luce, Clare Boothe, 709 Luciano, 263 luciérnagas, 627, 779 Lucrecio, T it o Caro, 42, 70, 356 Lugo, 783 Luis X IV de Francia, 494 Luis X V de Francia, 239, 411 Luisiana, 181, 183, 302, 316, 365, 410, 505, 816 luna, 97, 268, 405, 673 Luna, montañas de la (África), 362 Luporini, Cesare, 490 Lurcat. Jean, 94 Lutero, Martín, 76, 167 s í ., 505 Lüthy, Herbert, 738, 776 Luzzatto, Fabio, 785 Lynch, ley de, 264, 578, 603, 643 Lynskey, W inifred, 15, 31, 204 Lyttelton, Thomas, 217 Lytton, Edward Bulwer, 602 LI-: incorporada en la L , entre L i- y LoMably, Gabriel, 312, 339 s„ 342, 439 Macapillo, 275 Macauley, Rose, 217 Macauley, Thomas Babington, lord, 168, 218, 437, 602, 645 McCanhy, Joe, 704 MacCormick, 704 McDermott, John Francis, 234, 346, 431 Macera, Pablo, 234 McGovern, W illiam Montgomery, 731 McKenney, Thomas, 639 Mackie. Tohn Milton, 624, 633, 669, 692 Macready, W . C., 625 Madariaga, Salvador de, 239, 244, 386

ÍNDICE ANALÍTICO

ÍNDICE ANALÍTICO

168, 228 s.,

maderas preciosas, 109 Madison, James (presidente), 398, 755, 769

346 s.,

Madison, James (reverendo), 753, 755 Madison, Thomas, 27, 321, 329, 332, 340 s. Madrid, 246, 281, 303, 338, 371, 375 Maes, Pierre, 609-615 Magallanes, estrecho de, 365 Magdalena, río, 280, 322 Maggiore, lago, 612 Magnus, R., 455 maguey, 377 Mahn-Lot, Marianne, 730 mahometismo, v. Islam Maillet, Benoit de, 10, 20, 140 Maimón, Salomón, 419 Maine, 305, 412, 627 Maine, Henry James Sumner, 571 mainot.es, 443 Maior, Johannes (John Mair), 82, 88, 91 Mairan, Jean-Jacques Dortous de, 186 Maistre, Joseph de, 85, 128, 168, 300, 358, 389, 450, 488, 490-499, 505, 522, 565 s., 579 s., 582, 641, 681, 719, 742 s„ 767 maíz, 149, 252, 265 malaria, v. fiebres Malaspina, Alessandro, 384 Male, Émile, 357 Malesherbes, Chrétien-Guillaume Lamoignon de, 43 Malinche, v. Marina Malthus, Thomas Robert, 18, 703, 759, 808 Malvinas, islas, 105, 114, 131, 146, 574 mamíferos, 18, 22, 420, 539, 570, 576, 585 s., 718; — acuáticos, 531 mamut, 318 s., 322, 332, 336 s., 508, 553, 585, 658 manatí, 155 manchas solares, 34 Manchester, 599 Manciui, Jules, 390 mandarines, 187, 191 Mandeville, Bernard, 91, 491 mandioca, 357, 367 Maneiro, Juan Luis, 234, 246, 248 Mangiagalli, Ambrogio, 786 mango, 265

Manhattan, 600, 680, 684 Manini, Lorenzo, 301 Mann, Horace, 109, 216, 218 Mann, Thomas, 463 Mansfield, Luther S., 663 Mantegazza, Cario, 776 Mantua, 779 manzanas, 284, 599 Manzoni, Alessandro, 144, 450 maoríes, 212 Maquiavelo (Niccoló M achiavelli), 49, 160, 186, 338, 398, 407, 601 máquinas: agrícolas, 688 í .; excavado­ ras, 508 maquinismo, 662, 664 maraíchinage, 351 Marañón, río, 72, 132 Marat, Jean-Paul, 751 í ., 754 maravillas del Nuevo Mundo, 725 Marcgrave, Georg, 727 Marcial, Marco Valerio, 28 Marcks, Erich, 709 Marek, Kurt W ilhelm (“ C. W . ram” ), 707

Ce-

Maremma toscana, 120, 620 Marengo, batalla de, 785 Mares del Sur, islas de los, 160, 212, 215, 326, 440, 523 Mareste, Adolphe de, 606 María Antonieta, reina de Francia, 771 María de la Encarnación, sor (de Quehec), 735 María Teresa de Austria, 298 Mariana, Juan de, 239 Marías, Julián, 715 Mariátegui, José Carlos, 739 Marina, doña, 62 Marión, Séraphin, 79, 82, 730, 735 mariposas, 17 mariscos. 314 Marlowe, Christopher, 398 Marmontel. Jean-Fran^ois, 8, 38, 59, 64 s., 103, 126, 240, 242, 249, 273, 290, 296, 340 s., 371. 395, 443. 756, 807 n ia i'iT lG L a ,

J O —

Marquesas, islas, 264 Márquez, Pedro, 740

¡57

Marraro, Howard Rosario, 339, 342, 803 Marroquín, José Manuel, 577 Marryat, Florence, 590, 626 Marryat, Frederick, 590, 596, 598, 601, 603, 624-628, 632, 639, 641, 645, 648 Marryat, Joseph, 627 Marshall, James F., 606 Marshall, pian, 441 marsupiales, 586, 731 Martin, Edwin Thomas, 117, 203, 220, 303 í ., 311, 321, 325, 3 3 5 4 0 6 , 507, 509 s., 513, 589, 600, 602, 712 Martineau, Harriet, 177, 340, 428, 525, 590, 595, 621-625, 627, 632, 639, 641 í „ 644, 650, 680 Martínez Bello, Antonio, 548 Martínez Estrada, Ezequiel, 661 Martínez de Pasqualy, 498 Martinica, 122, 354 Martino, Pierre, 442 Martius, Cari Friedrich von, 542 Marvell, Andrew, 320, 461 Marx, Karl, 677, 805 Maryland, 510, 671 Mascheroni, Lorenzo, 59 Masi, Ernesto, 783 Masón, W illiam , 218 s. masonería, 301, 468, 769 Massa, Cario, 808 Massachusetts, 137, 352, 651 Massai, Ferdinando, 339 Massillon, Jean-Baptiste, 184 mastodonte, 323, 337, 413, 508, 573, 585 mataguayos, indios, 275 matemáticas, 383, 386, 402 Mateo, San, 164, 393 Mateos, Francisco, 167, 293 materialismo: histórico, 500: — norte­ americano, 604, 607, 612 Mather, Cotton, 25, 99 Mathiez, Albert, 66 Mato Grosso, 795 matrimonio, 182, 259, 350 í ., 431, 810 Matthias, Leo L., 352 Matthiessen, Francis Otto, 307, 511, 650, 653, 656, 659 í ., 662, 664, 668, 676, 678 í „ 683, 686-689, 692

858

ÍNDICE ANALÍTICO

Maty, Matthieu, 68 Mauduit, Roger, 499 Maugham, W illiam Somerset, 714 Maupassant, Guy de, 211 Maupertuis, Pierre-Louis Moreau de, 32, 37, 42, 107 Mauricio de Nassau, 727 Mauricio de Sajonia, 130 Mauritania, 391 Mauritius, 613 Maurois, André, 446, 765 Maverick, Lewis A., 130 May, Henry F., 459, 699 Mayáns, Gregorio, 373 Mayáns, Juan Antonio, 240 Maye, Corneille de, 143 Maza, Francisco de la, 108, 231 Mazzei, Filippo, 125, 159, 311 s., 314 325, 338-347, 413, 426, 622, 750 s., 756, 762, 766, 773 i. Mazzini, Giuseppe, 161 mbaya, indias, 799 Meca, 670 medicina, 290 s., 366 Medina, José Toribio, 366 Mediterráneo, mar, 176, 412, 429, 466, 509, 536, 553, 694 megalonyx, 336 s. megaterio, 22, 337, 508, 573, 585 Meinecke, Friedrich, 53, 198, 359-362, 456, 459 Meiners, Christoph, 195, 524 Meléndez, Juan de, 230 Mellanby, Kenneth, 18 melones, 654 Melun, 611 M elville, Hermán, 205, 326, 389, 401, 459, 461, 480, 511, 608, 624, 633, 646, 648, 650, 654, 656-663, 672, 675, 697, 704, 714 Melzi, Francesco, 797 Mencken, Henry Louis, 94, 352, 628, 672 Méndez Planearte, Alfonso, 227, 235 Méndez Planearte, Gabriel, 249, 260 Mendiburu, Manuel de, 273, 366 Mendieta, Jerónimo de, 167 mendigos, 801

Mendoza, Diego, 392 Menéndez Pelayo, Marcelino, 88 s., 234, 239, 241, 370, 380, 728 Menéndez Pidal, Ramón, 241 Meno, río, 673 mercantilismo, 645, 652, 695 Mercier, Louis, 608 Mercier, Roger, 53 Merian, Johanu P>ernard, 438 Mérimée, Prosper, 609 s. Mesa, Bernardo de, 89, 97 mesianismo, 76 s., 310, 792 Mesnard, Pierre, 49 s. mestizaje, 123, 145, 397, 419, 737, 800 metales preciosos, 51, 57, 230 s., 236, 269, 407, 520, 801 s. (y v. oro, plata),= tesoros de ingenio, 230 s. Metastasio, Pietro, 382, 764 Metcalf, John, 580, 583 meteoritos, 569 Metternich, Clemens von, 469, 603 mexicanos, 21, 90, 103, 111, 122, 167, 181, 194, 210, 221, 248, 255, 257, 259 s., 273, 295, 325, 372, 375, 379, 394, 504, 519, 740-743, 793, 799, 801 México, 55, 58 s-, 108, 135, 137, 145, 148, 165, 173, 193, 209, 216, 222, 227, 231, 234, 239, 243-248, 251 as.. 257, 272, 287 s., 295, 299, 360, 370, 372, 375, 378, 387 s., 393, 397, 401-405, 416, 505, 514 s., 519, 548, 553, 578, 653, 732, 736, 741, 776, 789, 792, 797; ciudad de — , 234, 244, 496; golfo de — , 141; valle de — , 40 Meyer, Eduard, 713 Meyer, Johann Heinrich, 456 Mezzogiorno, 18 Michaux. Fran^ois-André, 431, 671 Michéa, René, 465 Michel, Franqris, 609 ss. Michelet, Cari Ludwig, 533 Michelet, Jules, 19, 399 microbios, 26 micro-organismos, 588 microscopio, 24-27, 444 miel, 725 Mier, v. Teresa de M ier Migne, Jacques-Paul, 165

ÍNDICE ANALÍTICO Milán, 136, 296, 298, 688, 784, 804, 807 milano, 814 milenarismo, 35, 77, 169 M ili, John Stuart, 625 Millares Cario, Agustín, 234 s. M iller, Ch. R. D „ 301 M iller, Perry, 34, 84, 307 Millico, Giuseppe, 763 M illot, Claude-Framjois-Xavier, 807 s. Milton, John, 49, 76, 94, 219, 461, 651 minas, 92, 231, 497, 521, 579, 635, 778, 782 Mindoro, 255 minerales, 269, 283, 388, 407, 453, 508, 694, 732 mineralogía, 323, 453, 455 Minguet, Charles, 18, 61, 72, 133, 195, 213, 229, 236, 256, 271, 279, 387, 397, 453, 512 i., 515, 518 ss., 523, 525, 541, 575 M iquel i Vergés, José María, 372 Mira, Giovanni, 347 Miraflores (Lima), 367 Miranda, Francisco de, 239, 245, 351 Miranda, José, 246 Mirbt, Cari, 165 Miró, César, 160 miseria, 75, 613, 620; necesidad de la — , 18 misiones y misioneros, 52, 69, 85, 133, 187, 230 s„ 258, 260, 275, 277, 280, 291, 450, 492, 519, 523, 656, 795 misoginia, 441 Misopogón (Juliano el Apóstata), 95 Mississippi, río, 201, 264, 316, 344, 400, 423, 442, 445, 449, 453, 458 s., 505, 519, 579, 597 s„ 616, 630, 632 s., 638 s., 665, 669, 673, 686, 706, 762 Missolonghi, 437 Missouri, 104, 431, 469 s., 471 Misti, volcán, 567 místicos, 104, 422, 498 s., 507 Mistral, Gabriela, 739 mita, 231 Mitchell, doctor, 321 mito y mitología, 35, 133, 433, 445, 480, 485, 495, 673, 703 Mittler, Max, 161

mocking-birdj v. cenzontle Moctezuma, 62, 137, 173, 2 0 4 , 2 6 2 , 408, 571

859

297,

modas y afeites, ! 12, 215, 6 2 8 , 6 8 0 Módena, 246 mohawk, indios, 81 Móhle, Günter, 699 Moisés, 141, 781 Moliere, Jean-Baptiste P o q u e l i n , 1 J, 212, 770 Molina, Juan Ignacio, 17, 4 0 , 6 0 , 1 4 :6 , 202, 244, 249, 254, 2 6 5 -2 7 4 , 2 8 1 s-, 284 s., 287 s„ 300, 323, 3 6 9 , 3 7 1 , 3 7 7 , 395, 398, 406, 427, 509, 5 2 0 , 5 7 4 :, 6 6 3 , 776, 789, 813 Molucas, 50 moluscos, 780 momias, 675 Momigliano, Arnaldo, 33, 1 6 2 , 1 8 9 Mommsen, Theodor, 452, 8 0 6 Mommsen, W ilhelm , 464, 4 6 7 monarquías universales, 1 6 2 5., 1 7 4 55., 503 monax, 332 Monboddo, James B u rn ett, l o r d , 104, 171, 174, 188, 219, 222, 4 9 4 , 8 1 3 moneda, 259, 299 Monge, Carlos, 719 s. Monglond, André, 140, 1 8 4 Monod, Théodore, 14 Monongahela, río, 459 monos, 8, 44, 57, 93, 104, 1 5 4 , 2 0 3 5 ., 254, 276, 303, 357, 466, 4 6 9 , 4 8 9 , 5 1 7 , 568, 576, 576 s., 586, 659 Monroe, James, 328 5., 340, 4 0 8 , 4 1 0 monstruos, 33, 35, 61, 208, 3 1 9 5 -, 3 7 8 , 381, 440, 444, 534, 588; ---- m a r i n o s , 780 Mont-Blanc, 140 s., 335 Mont Saint-Michel, 373 Montagu, Elizabeth R o b i n s o n , 220, 222, 703, 756 Montaigne, M ichel de, 37, 5 2 , 7 8 , 9 3 , 112, 159, 166, 237, 242, 2 6 1 5 5 -, 3 2 5 , 356 í ., 360, 495, 537, 558, 7 5 9 Montalvo, Francisco A n t o n i o d e , 2 3 0 , 386 Montandon, Georges-Alexis, 7 4 3

860

ÍNDICE ANALÍTICO

Montanelli, Indro, 712 s. montañas, 4, 60s., 79, 198, 293, 36!, 515, 536, 588, 657, 669, 719, 778 Montañas Rocosas, 462 Monte Rosa, 335 M ontefredini, Francesco, 256, 480 Montesanto, 280 Montesquieu, Charles Sécondat de, 18, 40 s., 43, 53, 55 s., 67, 96, 115, 130, 214, 217, 224, 262, 292, 362, 381, 389, 395, 402 s., 549, 581, 606, 608, 654, 736, 739, 757, 759, 809 Montevideo, 114, 125 Monti, Vincenzo, 309, 445, 786 M onticello (Virginia), 317, 342 Montlezun, barón de, 508 Montoro, Rafael, 548 Montpellier, 366 Montrol, F. de, 140 Moore, John Robert, 199 s., 205 Moore, Thomas, 224, 422, 424 ss., 431, 436, 445, 447, 449, 507, 602, 615, 619, 622, 639-643, 672 Moorehead, Alan, 337, 445, 572, 574 moose, v. alce Mora, José María Luis, 101, 403 moralismo americano, 265, 309 s., 519, 628, 644, 768; v. también cuáqueros Morandi, Cario, 43, 168, 343, 553, 787, 789 s., 797, 804 Morani-Helbig, L ili, 667 Moras, Joachim, 484, 711 moras americanas, 618 Moreau de Saint-Méry, Méderic-LonisÉlie, 350, 354 Morellet, André, 157, 340 s., 763 Moreno, José Ignacio, 386 Moreno, Mariano, 399 Morgan, Henry, 737 Morgan, Lewis Henry, 571, 665 Morgenthau, plan, 430 Morínigo, Marcos A., 233 Morison, Samuel Eliot, 169, 548, 757 Morley, John, 581, 583 Mornet, Daniel, 27 s., 43 s., 77, 726, 729 Morococha, 719 moros, 161, 550 Morris, Richard B., 659

Morse, Jedidiah, 318, 325, 454, 509 s., 553 moscas, 13, 24 s., 45, 56 moscovitas, 299 mosquitos, 13, 17, 25, 405 Mossner, Ernest Campbell, 221 s. M otolinía (fray T o rib io de Benavente), 393 s. Mousnier, Roland, 15 Moxó, Benito María de, 214, 242, 256, 375-381, 392 M oxó y de López, Luis M aría de, 375 Mozart, W olfgang Amadeus, 68, 94 mudez /canto de los pájaros america­ nos, 199, 204, 238, 253, 261, 276, 285, 311, 349, 357, 418, 433, 444, 473, 475 s., 480, 507 s., 542 s., 594, 623, 631, 638, 763 s., 773; v. también cen­ zontle mujeres: americanas, 121 s., 125, 144, 210 s., 311, 349, 473, 578, 594, 615, 618, 623 s., 626, 640, 681 s., 715, 756, 769 i., 773 (v. también indias); •—-eu­ ropeas, 123 s., 134, 640 mulatos, 418, 366, 800; v. también ne­ gros Mulford, Elisha, 692 Müller, Adam, 489 Müller, Friedrich von, 467 Müller, Johannes von, 173 mulo parlante, 434 Mumford, Lewis, 657, 659, 662, 696 Muncy, Raymond Lee, 633 Mundo Viejo/Mundo Nuevo, 20, 536 s., 551, 705 ss., 732, 746, 775; v. también aportaciones Muñoz, Juan Bautista, 369-374, 392, 395, 397, 405, 520, 711 Murat, Achille, 805 Muratori, Lodovico Antonio, 107, 200, 238, 257 s., 274, 289, 397, 543, 757, 807 murciélago, 203 s., 276, 362, 644 Murena, H. A., 715 Muro Orejón, Antonio, 371 Murray, Andrew, 436, 587 Murry, John Middleton, 432 Musas, 331, 382, 445

ÍNDICE ANALÍTICO música y canto: de la Grecia antigua, 500; — en América, 440, 473, 679, 689, 763 s., 772 s. Musset, A lfred de, 713 Muthmann, Friedrich, 513, 523 s. mutilaciones, 81 Mutis, José Celestino, 387 s. Myers, Henry A., 692 Myrdal, Gunnar, 101 Nabucodonosor, 162 nacionalismo, 237, 307, 310, 315, 589 s., 668; v. también patriotismo Nantucket, 314 Napoleón I, 63, 66, 177, 316, 354, 365, 410, 609, 681, 776, 794, 805 Napoleón III, 402 Ñapóles, 153, 157, 173, 256, 425, 464 s., 754 naranjo, 203, 252 narval, 205 Nash, Gary B., 230 s., 242 Natchez, 442 naturaleza: aberraciones de la, 13 i., 32, 34, 489, 534; inocencia de la— , 750; leyes de la— , 30-34, 41, 44, 52, 516 s., 523, 531, 534, 539, 581, 585, 746, 749; perfección/imperfección de la-— , 745, 747; — y civilización, 122, 484 s., 487 s., 674, 812; — y Dios, 748; — e historia, 355, 362, 453, 530, 585; — y razón humana, 308, 448, 544, 552, 691, 744, 749; ■—y sociedad, 561, 676; v. también impotencia Navarro, Bernabé, 247 Navaz, Miguel, 275 navegación, 259, 504, 579 Nebrija, Antonio de, 166 Needham, John Turberville, 14 s., 186 Needham. Joseph, 187 negros, 55 i., 112, 128, 132, 138, 149, 255, 305, 328, 360, 417, 419 i., 448, 478, 499 s., 504, 542, 565, 578, 601 s„ 627, 704, 751, 765 s.; v. también es­ clavos, mulatos, razas, trata de ne­ gros Nemrod, 768 Nencioni, Enrico, 693

861

neoplatónicos, 744 neptunistas, 454 ss., 512 s., 532, 569 Neri, Ferdinando, 487 Nevins, Alian, 459, 497 New Hampshire, 767 New Harmony (Indiana), 593 New Haven (Connecticut), 343 New Jersey, 614 New Jerusalem, 657 New-Market, carreras de, 439 Newport, 772 Newton, Isaac, 35, 41, 216 s,, 327, 331 Niágara, 412, 423 s., 442, 470, 472, 604, 609, 619, 640, 684, 816 Nicaragua, 404 Nicolai, Christoph Friedrich, 85, 153, 358 Nicolás I, papa, 164 Nicolás I, zar, 469, 603 Nicolini, Fausto, 15, 28, 107, 154 s., 160, 439, 491 Nicolosi, 779 Niebuhr, Barthold Geore, 267, 470, 488, 695 Niebuhr, Richard, 310, 581, 758, 769 Nievo, Ippolito, 719 N ifo, Agostino, 49 Níger, río, 665 Niggli, Paul, 452 s. N ilo, río, 63, 665, 673, 675, 702 Nimes, 341 ninfas, 433, 445 nitratos, 269 noble salvaje, v. buen salvaje Nóbrega, Manuel da, 393 s. Noé, 7, 13, 78, 175, 252, 575, 633, 727 ss., 731, 733 nu-intervención, 408 Noizet de Saint-Paul, Zoé, 615 nómadas, 161 nombres europeos dados a cosas ameri­ canas, 39 s., 116, 270, 286 s., 323, 731 nopal, 374 Nordenskióld, Erik, 14, 43, 74, 413, 419 nórdicos, 544, 627 Norman, Benjamín Moore, 706 Normandia, 125

862

ÍNDICE ANALÍTICO

INDICE ANALÍTICO

normandos, 165 Norte/Sur, 47-55, 96; 389, 416, 446, 535 ss., 540 ¿\, 546, 552, 564 norteamericanos, 305 ss., 415, 424 s., 428, 435, 559, 617, 623, 627; v . ta m ­ b ié n Estados Unidos Noruega, 351, 464 Novak, Maximillian E., 84, 112, 230, 243, 326 Novalis, Friedrich von Hardenberg, 168 Nowell, Ch. E., 108 nudistas, 633 . nueces, 284 . .. Nueva Andalucía, 518 . Nueva España, v . México Nueva Francia, 237 Nueva Granada, v . Colombia Nueva Guinea, 70, 665 Nueva Holanda, v . Australia Nueva Inglaterra, 126, 169, 206, 302, 305, 307, 349, 351, 353, 389, 619, 622, 669, 690 Nueva Orleáns, 597, 606, 619, 633, 816 Nueva York, 158, 216, 341, 350, 412, 496, 507, 580, 593, 600, 603, 609, 611, 619, 630, 640 s., 647, 677, 694, 697, 772, 816 ss. Nueva Zelanda, 217; indígenas de— , 214 s., 359, 400, 566 N u e v a s le y e s , 83, 98 Nuevo México, 195 Nuevo Mundo, v. América Nuix, José, 240 Nuix, Juan, 121, 240-243, 281, 374-377 Núñez de Balboa, Vasco, 432

Oberkirch, baronesa de, 753 Occidente, 50, 161, 363, 441, 474, 487, 563, 580, 656, 736; v . t a m b ié n Oriente Oceanía, 196, 212, 217, 399, 487, 536 ss., 558, 565, 695, 731 océanos, 12, 38, 586, 660 ocelote, 39; v. t a m b ié n tigre ochavones, 419 ocio, 182, 211, 226.!., 479 ocultismo, 104, 500, 503 Oeste, v . Occidente; — norteamericano, v . Far West

ofidios, v. serpientes O ’Gorman, Edmundo, 3, 85, 90, .1.67 s., 248, 396, 706, 709, 728 Oliio, 199, 353, 599 s„ 627, 657 Ohio, río, 316, 459, 477, 632 s., 638 Olao Magno, 205 Olavide, Pablo de, 366, 386 Oliphant, Laurence, 633 Oliva, Anello, 230 Olive, M., 412 Oliveira Lima, Manuel de, 302 Oliver,. Andrew, Jr., 137 olivo, 340, 347 Olschki, Leonardo, 52, 200, 444 Omodeo, Adolfo, 487, 492. O ’Neil, Charles J., 87 O ’Neill, Eugene, 595 Onís, José de, 266, 371 Ontario, lago, 331 onza, 25, 391 Oñate, Alonso de, 92 opinión pública (en los Estados U n i­ dos), 607, 622, 629 opunda, v . nopal orangután, 67, 104, 398, 419 ss., 813 orejones, 57, 263 Orellana, Francisco, 293 orfebrería, 111, 259 Orgaz, Raúl A., 108 orgullo: nacional norteamericano, 682; — telúrico americano, 229, 2.36, 620 Oriente, 161, 192, 363, 462, 499, 554, 650, 684; — y Occidente, 160-164, 168, 176, 178 s„ 363, 435 s., 535 ss., 548, 559, 564, 669 s., 687; v . t a m b ié n heliodrómicas, teorías origen: del hombre americano, 576 s., 587, 599, 730; — de las especies ame­ ricanas, 728 o r i g n a c ( o r i g i n a l , o u r i g n a c ) , 56, 288, 333 (y v . alce) Orinoco, región del, 234, 279 s., 284 ¡y., 288-291, 519, 673, 801 ornitólogos, 507 Ornato, Luigi, 173 oro, 59, 109, 116, 151, 158, 170, 173, 226, 230, 232, 309 s„ 320, 38.5, 407, 665, 732, 735, 738, 750, 761

863

Orosio, Paulo, 163 Orrego, Antenor, 738

paisajes, 72, 236, 443, 450, 4 5 4 , 4 5 7 , 459, 470, 612, 622, 658, 672, 7 0 2

Orrio, Francisco Javier A lejo de, 730 Orta Nadal, Ricardo, 278

Países Bajos, v . Holanda Paita (Perú), 368 pájaros, v. aves Palacios Rubios, v. López de P . Palafox y Mendoza, Juan d e , 9 8 , 1 0 0 Palata, Melchor Navarra y R o c a f u l l , duque de la, 383

Ortega y Gasset, José, 3, 206, 541, 551, 555, 570 s., 707 s. Ortiz, Fernando, 97 Ortiz, Tomás, 82, 289 Orvieto, 280 Orwell, George, 634 Osa Mayor, 49 Osborti, Fairfield, 22 Osborn, H. F., 333 Osculati, Gaetano, 273 oscurantismo, 235 s., 403 oso, 25, 40, 113, 199, 270, 284, 286 s., 322 s., 431, 631, 671, 731; — hormi­ guero, 286, 336, 780 Ossián, 137, 219, 754 Ossory, Anne Liddell, condesa de, 218 ostras, 24, 780 Otón, 82 Ottolenghi, Leone, 173 oveja, 9, 39, 59, 72, 113, 132, 345, 567, 587 Ovidio, 162 Oviedo, v. Fernández de Oviedo Owen, Robert, 592 s. Oxford, 439, 699 Pabló, San, 95, 164, 393, 482, 486 Pace, Antonio, 173, 301, 339, 348, 356, 445, 787 Pachacámac, 64 Pacheco, Juan Manuel, 280 Pacífico, Océano, 60, 72, 172, 177, 225, 244, 388, 432, 462, 568 s., 660, 663 s., 694; v . t a m b i é n Mares del Sur Padovani, Antonio, 437, 816 Padover, Saúl K., 711 Padres de la Iglesia, 76, 482, 486 paganismo clásico y paganismo ameri­ cano, 258-260, 395, 415 s., 440, 740742 Page. John, 315 Pagnotti, Tommaso, 488 s. Paine, Thomas, 185, 308, 310 s., 395, 423, 496, 591, 630, 652, 815

Palau y Dulcet, Antonio, 375 Paleólogo, Jacobo (Giacomo M a s s i l a r a ) ,

222 paleontología, 337 Palermo, 466 Palestina, 161 Pallavicino, Sforza, 216 Palm, Erwin W., 117, 200 ■ Palmer, Robert R., 115, 139 palmeras, 203, 516, 657 Palmieri, Giuseppe, 808, 814 paludismo, v . fiebres Pampas, 306, 585 s., 660 pan, 59, 110, 430 Panamá, 42, 117, 388, 405, 4 6 2 , 5 0 4 , 552, 586, 747, 779, 801 panamericanismo, 407.!., 705-709, 7 9 2 pantanos, 5, 120, 137, 181, 186, 1 9 9 , 238, 373, 396 s., 594, 597, 6 2 0 , 6 7 2 , 685, 779, 811 panteísmo, 690 pantera, 332, 334, 431, 671 papa, 151, 357, 367, 773 s. Papi, Fulvio, 730 Papini, Giovanni, 715 tr. papúes, 70, 212, 665 Papus. v . Encausse paquidermos, 22, 254, 318; v . t a m b i é n elefante, mamut Paraguay, 113, 200, 238, 287, 2 9 1 , 3 7 2 , 450, 543, 546, 801, 812 Paraíso, v . Edén paralelismos hemisféricos, 50, 60 s . , 6 9 ; v . t a m b ié n Occidente, O r ie n t e , N o r ­ te/Sur Paraná, río, 543 pararrayos, 137, 301, 630 Parini, Giuseppe, 110, 285, 2 9 4 , 4 8 7 , 763

864

ÍNDICE ANALÍTICO

París, 105, 136, 152, 156, 165, 173, 181, 192, 217 s., 245, 247, 299, 301, 303 s., 317, 321, 332, 336 s., 339 s., 346.?., 359, 366, 383, 392, 410?., 439, 497, 581, 603 s., 611, 751, 756, 758 i., 766, 769, 771, 774, 784 Parisot, J. T ., 591 Parker, Franklin D., 404, 408 Parkinson, Cyril Northcote, 180 Parkman, Francis, 459 Parks, E. Taylor, 322 Parma, ducado de, 354 Parny, Évariste, 168 5., 400, 597, 613 Parrington, Vernon Louis, 158, 314, 646, 656 5., 662, 668, 670, 674, 692 Parry, John Horace, 82 Parry, W illiam , 437 parto, 149, 797 pasado y futuro, 561 pasaínos, indios, 275 Pascarella, Cesare, 717, 798 Pascoli, Giovanni, 693 Passy, 301 Pasteur, Louis, 14, 575 pastos, 9, 59, 595 patagones, 68, 106-109, 113, 115, 121, 123, 125, 138, 143, 148, 174, 180, 204, 208, 269, 293, 304, 418 5., 421, 547, 566, 574, 680, 761, 789, 794, 796, 799 Patagonia, 108 5., 180, 359, 418, 812 patriarcas, 190, 359 patriotismo, 236 5., 239, 242, 272, 306, 376, 401, 665; v. también naciona­ lismo Paulding, James K., 603, 648 Patili, F., 452 Paulo I I I , papa, 378, 493 Paumanok, 680 Pauw, v. De Pauw Pavía, 437, 816 Pavón, José, 266, 388 pavorreal, 654, 658 Pazzi de Bonneville, v. Bonneville Peale, Charles W., 508 Pearce, R oy Harvey, 85, 99, 197, 293, 304 5., 312, 325 5., 440, 446, 509 5., 656, 670, 674, 678, 712, 738, 762, 768 pecado original, 18, 75 5., 80, 132, 237 s.,

357 5., 446, 450, 482, 484 55., 489 5., 494, 497 5., 533, 561, 566, 656 pécari, 780 peces, 26 5., 265, 270, 318, 515, 594, 727, 732 Peden, W illiam , 316, 324, 328, 337, 509 pederastía, 81, 134, 258, 265, 679 5., 682 5. Pedro, San, 164 Pedro Leopoldo, gran duque de Toscana, 298 pelasgos, 608 Pelczynski, Z. A., 552 Pellico, Silvio, 604, 667 Pempelfort, 465 pena de muerte, 743 Penn, W illiam , 344, 761, 766 . Pennsylvania, 137, 322, 332, 343, 354, 435, 655, 780, 801 Pentateuco, 189, 659 Pepe, Gabriele, 408 pepinos, 653 s. Peralta y Barnuevo, Pedro, 234, 366, 369, 386 Peramás, José Manuel, 272, 275, 277 ss. peras, 284, 599 perdiz, 619 Pérez Bustamante, Ciríaco, 241 Pérez-Marclrand, Monelisa Lina, 234, 243 Pérez de Oliva, Fernán, 163, 744 Pérez Vila, Manuel, 403 pereza del indio, 62, 126, 283, 381 perezoso (unau, bradipo), 253 5., 362 Pergolese, Giovanni Battista, 764 Pericles, 760 perico, 285 Pernety, Antoine-Joseph, 102, 104-55., 109-126, 131, 134.?., 140, 146, 149, 153 s., ISO, 186, 191 5., 194, 212, 214, 244, 248 5., 268, 270, 273 5., 294, 333, 346, 373, 377, 385, 398, 412, 421, 680, 720, 729, 789 Perricholi, la (Micaela Villegas), 272 Perrier, Edmond, 22, 43 5., 726 Perrin du Lac, Fran^ois-Marie, 305, 426, 429 55., 508, 601, 624, 641, 780, 801

ÍNDICE ANALÍTICO perros, 9, 54, 58, 242, 355, 382, 421, 473, 577, 733; — áfonos en América, 72, 113, 183, 255, 268, 278, 313, 375; — cazadores de indios, 242 5.; — como cristianos perfectos, 544 Perroud, Claude, 184 persas, 187, 299, 781 Persia, 130, 569 Pérsico, golfo, 142 Perú, 7, 55, 58, 61, 66, 72, 99, 106, 113, 116, 121, 124, 132 5., 135, 137 5., 145, 148, 156, 165, 167, 173, 193 55., 201, 209, 211, 216, 222, 230 5., 234-5., 238, 254, 257, 279, 291 55., 295, 298, 323, 360, 365-368, 375, 379, 381, 383, 385, 387 5., 394, 399, 403, 416, 548, 551, 553, 567, 576, 578, 653, 731 5.,'.736, 792 5., 801 peruanos, 21, 90, 103, 112 55., 122, 133, 137, 181, 193 5., 221, 273, 295, 298, 360, 372, 383, 416, 421, 448, 504, 790 pesca, 148, 314, 809 5. Peschel, Oscar, 420 Pescherah, 545, 566 peste, 150 pesticidas, 18 Peterson, M errill D., 317, 329, 337, 601 petirrojo, 668 Petrocchi, Massimo, 54 petting, 353 Peyton, John Lewis, 471, 654 Phiz (H ablot Knight Browne), 634 Phlipon, Manon, v. Roland, inadame Physiologus, 35 Piamonte, 351 Piattoli, Scipione, 341 Piave, Francesco María, 18 Picavet, Frangois, 606, 611, 615 Piccinini, G., 783 Pickford, Mary, 635 Picón Salas, Mariano, 239, 399 l’ ictet, Charles (y M. A.), 61, 454, 510; v. Morse pictos, 326 piedras preciosas, 109, 128, 151 pieles, 109, 151, 694 pieles rojas, 73, 82, 85, 93, 99, 103, 112, 114, 182, 197, 267, 304 55., 324 5., 328,

865

330, 342 5., 349 5., 418, 423, 434, 443, 445 5., 457, 466, 476, 479, 503, 510, 546, 583, 608, 614, 631, 639, 657, 671, 674, 677, 703, 718, 738, 768, 816 Pierson, George W illiam , 446 Pies, W illem (Guglielmus Piso), 727 Pigafetta, Antonio, 58, 106 ss., 143 pigmeos, 174, 194, .319, 360, 675 Pignatelli, Giuseppe, 274 Piles, Roger de, 192 Pilgrim Fathers,. 435, 583, 619 Pincherle, Alberto, 90 pingüino, 155 pino de Chile, 269 Pinto, caballero de, 795 - pintura, 123, 192, 508, 595, 781 Pío V, papa, 86 Pío X II, papa, 26 piojos, 17 5., 267 piorrea, 430 pirámides, 348, 675 piratas, v. corsarios Pirro, 299 Pisa, 339, 804 pitagorismo, 500, 505 Pitman, James Hall, 16, 28, 37, 39, 204-206, 254 Pitobie, 340 Pitt, W illiam , 239 Pitt-Rivers, Augustus, 571 Pittsburgh, 633, 638 Piura (Perú), 367 5 . Piveteau, Jean, 44 Pizarro, Fernando, 720 Pizarro, Francisco, 65, 157, 794 Pizarro, Gonzalo, 793 plantas, v. vegetación; — cultivadas, 517; •—venenosas, 149 plata, 43, 109, 116, 173, 230.95., 407, 732 platanares, 516; y v. banana Platen, August von, 177, 445 Platón, 32, 47, 51, 78, 160, 216, 277, ‘ 404, 557 Plinio, 10, 14, 16, 25 s., 35, 70, 88, 260 Plotino, 530 plumaje de las aves americanas, 78, 94, 111,'542

ÍNDICE ANALITICO:

ÍNDICE ANALÍTICO

866

pluralidad de los mundos, 558 Plutarco, 48, 742 l ’ U U '.'ni, 458 ..................j

pluconistas, ’v. vulcanistas población, v. demografía podredumbre, v. putrefacción Poe, Edgar Alian, 94, 461, 472, 480, 624, 647, 654, 695 poesía: en América, 202 s., 307, 422, 458, 461, 469, 480, 499, 507, 546, 673 s., 678, 684, 686 s„ 692, 758, 772; ¿n

| os ---------- -----------------

~Z~s, — épica, 550; — hebrea, 784 Foggio a Cajano, 345 Poincaré, Raymond, 714 Poitou, 125 Poivre, Pierre, 129 s. Polibio, 48 s., 162, 166 poligamia, 784, 798 Polinesia, 212, 214, 435, 440, 564, 662 pólipo, 549 Pollock, Frederíck, 571 Polo, Marco, 393 s., 727 Polo Norte, 199 Polonia, 389, 469 Poma, Luigi, 91 Pombal, Sebastiáo José, marqués de, 239, 794 Pompeyo, 48, 82 Pondichéry, 181 Poniatowski, Michel, 315, 354, 412 s., 589, 642 Pontiac, 809 Pontoise, 611 Poona (Maharashtra), 615 Popayán, 482 Pope-Hennessy, Una, 590, 592 s., 595, 599, 601, 603, 621-625, 634 i., 639684 Porcacchi, Tommaso, 297 Porena, Manfredi, 479 Porras Barrenechea, Raúl, 107, 292, 384, 732 Porres, Martín de, San, 168 Porta, Cario, 786 Porte, Abbé de la, 378 Portobello, 15, 117, 520 Portsmouth, 334

Portugal, 239, 410, 794 portugueses, 117, 162, 322, 419, 421, 550 porvenir: de América, 29, 80, 160-180, 216, 310, 467, 481, 505, 548, 662, 674; — de los Estados Unidos, 314, 435, 462, 619, 622, 649, 654, 660 s., 673, 685, 801 positivismo, 580, 583 s. Posselt, Ernst Ludwig, 177 Postl, Karl Antón, 247 J*oremkme, Grigori A le x »“ aiOVlct1’ Potomac, tikj, co4r Potsdam, -fáCS Pouchet, Frangois Archiméde, 575 Pound, L., 689 Powelk Enoch, 101 Power, Henry, 24 praderas, 660, 669, 688 Pradt, Dominique de, 805 Praz, Mario, 461, 679, 716 preadamitas, 132, 249, 730 Predari, Francesco, 796 predestinación del pueblo americano, v. porvenir preformación, teorías de la, 14 prehistoria, 535 Prescott, W illia m Hickling, 198, 245, 247, 298, 559, 592, 711, 736 presocráticos, 32 Preston, 599 Prévost, Antoine-Fran^ois, 122 Price, Richard, 158 Priestley, Joseph, 205 primates, 22 primitivismo, 46, 121, 309, 359, 362, 522, 561, 702, 708, 782 Prior, John, 219 problemas demográficos, 130, 298, 551, 703, 784 Procacci, Giuliano, 340 Proctor, 49 productos naturales, 226, 510, 562, 718, 780 progreso, 34, 37, 53, 58, 66, 75, 85, 118, 154, 163, 176, 209, 221, 257, 359, 362, 411, 464, 483 5., 491, 501, 512, 537, 557, 561, 563, 566,

116, 308, 497, 572,

579, 656, 662, 665 s., 675 s í ., 695, 760, 782, 806, 811 - .- . proletariado,. 18, 583 s., 703 prolificidad, v. fecundidad promiscuidad, 351 s., 597 prostitución, 354, 810 protección de los indios, 98 ss., 720 protestantes, 99, 232, 453,.579-582, 611, 709, 794; v. también Reforma. protoperros, 577 r. ios, ZZ, 588 Proudhon, Pierre-Joseph, 428, 604, 695, 752 Proust, Marcel, 667 Provana, Luigi, 173 1 Prusia, 373, 391, 397, 720 psicoanálisis, 629 Ptolomeo, .49, 88, 96 puchuela, 419 Puebla de los Ángeles, 107, 245, 372 puelches, 269 Puente, Juan de la, 97 . puentes, 259; — naturales, 778 puerco, v. cerdo; — con ombligo en el espinazo, 58 puerccespín, 287 pulgas, 27, 267 Pulszky, Ferenc Aurelius y Theresa, 354 puma, 7, 30, 39, 45, 124, 131, 133, 199, 332, 502, 567, 576, 718; v. también león puna, 72 Punta Arenas, 546 Purchas, Samuel, 231, 485 puritanos, 99, 169, 306 s., 349, 583.S.

Putnam, George Palmer, 511, 602 putrefacción

y vida,

12 ss., 392, 405,

532, 672, 716

Quebec, 619, 735 Quedlinburg, 149 Quérard, Joseph-Marie, 122, 378, 760 Quetzalcóatl, 393 r. Quevedo, Juan de, 89 quina, 388' 547 Quincy, Josiah, Jr., 758 Quinet, Edgar, 378, 584-588, 718 quipus, 397, 788, 810

867

Quirk, Kobert E., 89 Quiroga. Vasco de, 101 ...... " Quito, 64, 133, 272, 362, 387, 5 5 3 , 7 6 7 ; provincia de--- ( = E cu a d o r), 2 4 4 , 2 9 2 rabinos, 498 Racine, Louis, 491 racionalismo, 365, 593, 695 racismo, 84, 101, 626 • Radetzky. Johann Joseph W e n z e l , riscal, 743:

m a ­

Rádicati di Primeglio, C arlos, SO O Radulfo Glabro, 164s., 171 Ragazzoni, Ernesto, 448 Rahv, Philip, 667 Raimondi, Ezio, 15, 216 Raleigh, John Henry, 459, 6 8 7 Ralli, Augustus, 219 Rambach, J. J., 149 Ramsay, David, 328, 816 Ramusio, Giambattista, 297, 4 8 1 ranas, 11, 15, 377, 396 s., 638, 7 2 S , 7 8 0 Randles, W illiam Graham L i s t e r , 5 5 8 Ranke, Leopold von, 168, 2 1 8 , 2 8 2 Rascoe, Burton, 353, 511, 602, 6 5 2 , 6 5 5 ,

666 Rathenau, Walther, 715 ratón, 22, 319, 362, 489 s. Rava, Luigi, 782, 784, 787 Ravenna, 435 Rawson, Elizabeth, 350, 440 rayas (peces), 274 Ravnal, G u illa u m e - T h o m a s - F r a r t q o is , 59-64, 72 s., 81, 109, 115, 1 3 0 , 1 4 5 s -, 150, 156, 160 s., 183 s., 187, 2 0 6 , 2 1 0 , 224, 238, 240, 242 s., 245, 2 4 8 , 2 5 6 , 261, 26.8, 273, 279, 282, 2 9 2 , 2 9 5 s -, 300 s„ 303 s., .309, 311 s., 3 1 7 , 321, 325, 327-330, 338, 340-345, 3 5 0 , 3 5 3 , 358, 371 ss., 382, 392, 395, 3 9 7 s-, 4 0 6 , 412, 425, 431, 443, 479, 4 9 3 , 501, 510 s., 520 s., 523, 537, 541, 5 5 2 , 5 8 9 , 601, 608, 613, 711 s„ 719, 7 3 6 s -, 747 s., 769, 795, 807, 809, 8 1 2 , 8 1 6 rayos, teoría de los, 301 raza, 154 s., 228 s„ 390, 715 razas, 327, 362, 395, 417 ss., 5 0 4 , 5 2 4 , 545, 560, 565, 576 s., 601; a m a r i l l a

868

ÍNDICE ANALÍTICO

ÍNDICE ANALÍTICO

(mongólica), 21, 545, 562, 576 s.; blanca (caucásica), 21, 154, 504, 545, 576 s., 580, 718; malaya, 545; negra (etiópica), 21, 503 s., 545, 547, 576 s. (v. también negros); roja (america­ na), 21, 223, 502, 505, 509, 545, (v. también pieles rojas) reaccionarios, 498 s. Read, H. H., 456 Réaumur, René-Antoine, 70. 200. Redi, Francesco, 13, 20, 151 Reed, Eugene E„ 85, 106, 205, 359, Reform a protestante, 167 ss., 552,

594

494, 551, 583, 681, 752 s., 783; — ho­ landesa, 582; — industrial, 212, 314, 579, 695; — inglesa, 582; — mexica­ na, 707; — norteamericana, 81, 161, 178, 213, 282, 410, 429, 496, 563, 582 s„ 589, 592, 753, 787, 815 R ey Fajardo, José del, 234, 280 R ey Pastor, Julio, 729 Reyes, Alfonso, 40, 396, 442, 714

391

U p im d fíc

3A0

352 ?

5 ]p

756 378 563

Rehm, Walther, 441 Reichardt, maestro de capilla, 153 Reichenbach, Giulio, 480 s. Reid, John T ., 739 Reid, Thomas, 221 Reimarus, Hermann, 362 Reina (nata Gorini), Petronilla, 791 Reinhold, Karl Leonhard, 529 religión, 66, 170, 209 s., 259, 299, 309, 379, 403, 495, 529, 546, 560, 611, 740 ss. R eligión Universal, 584 Remond, René, 177, 238, 316, 354, 427 ss., 474, 495, 499, 508, 579, 599, 603, 606 s., 610, 619, 621 s„ 626, 629, 633, 641 s., 647, 655, 671 s„ 695, 719, 726, 750, 775 s., 805 Renacimiento, 48, 163, 456, 760 Renán, Ernest, 489, 506 René-Moreno, Gabriel, 380 reno, 8, 322, 333 Renucci, Paul, 165 reptiles, 11 ss., 69, 109, 120, 124, 143, 181, 183, 199, 238, 368, 397, 502, 516, 568, 576, 586, 685, 716, 780 república: y monarquía, 697; — Cisal­ pina, 782, 793; — platónica, 687; — universal, 51 Restauración, 703, 785, 805 Retz, cardenal de, 28 Revillagigedo, condes de (Juan Fran­ cisco y Juan. Vicente de Güemes), 244 í . Revolución: francesa, 174, 178, 214, 216, 223, 294, 316, 354, 365, 410, 466,

Rhode Islánd, 345, 755 Rhodes, Anthony R. E., 63 Ricard, Robert, 72, 99 Ricardo, David, 403 Ricart, Domingo, 170 Ricci, Matteo, 394 Rice, Howard C., Jr., 205, 321, 336 s., 753 s., 756-759, 763, 770 Richardson, Samuel, 139 Richelieu, cardenal, 601 Richmond (Virginia), 754 Richter, Jean Paul, 460 Ricuperati, Giuseppe, 24, 730 Rifkin, Lester H . 88 Riley, Thomas A., 451, 453 ss., 460, 462, 467 R illi, Jacopo, 20 Rímac, río, 800 Rin, río, 19, 458, 476, 616, 673, 688 rinoceronte, 8, 31, 56, 143, 567, 780 R io de Janeiro, 612 s. R ío de la Plata, 113 s„ 234, 272, 277, 399, 553, 673 ríos, 117, 511 ss., 515, 586, 655, 657, 669, 684, 778 Risorgimento, 782 Rittenhouse, David, 330, 762 Robertson, John Mackínnoti, 222 Robertson, William, 9, 102, 129, 152, 168, 197 ss., 201, 205-211, 218, 238, 240, 242, 248 s., 260 s., 268, 273 s., 282 s., 286, 290, 292 s., 295, 300, 312, 321, 323, 328, 338, 348, 361, 369-373, 376, 378, 389, 395, 397 s., 4.13, 432 ss., 440, 443, 450, 479, 490, 492, 509, 520, 523, 567, 582, 646, 711, 777, 792, 795, 815

Robertson, W illiam Spence, 239, 245 Robespierre, Maximilien, 354, 410 Robín, Charles César, 201 s., 313, 325, 352, 430, 755 s., 763, 767, 769 Robin, Claude C., 355 Robinet, Te.-n-Daptiste René, 30 s., 139, 748 robinia americana, 348 Robin son, Jeremy, 384 robustez de los indios, 122, 195, 208, -

359

'

Roca t a » , , , 457 Rocafuerte, Viccmc, rocas, 453, 456, 464, 598 Róchambeau, Jean-Baptiste Donatien, conde de, 352, 754 s. Rocquain, Félix, 140 Rodrigues, José Honorio, 727 Rodrigues de Meló, José, 292 Rodríguez Beteta, Virgilio, 404 Rodríguez de Campomanes, Pedro, 309, 371 Rodríguez de Mendoza, Toribio, 383 s. roedores, 420 Roger, Jacques, 9s., 14, 20, 26 s., 43, 107 Rojas, Armando, 403 Roland, Jean-Marie, 181, 751 Roland, madame, 180-185, 751 Roma, 24, 123, 164-168, 170, 217, 239, 245, 272, 280 s., 287, 369, 371, 554, 606, 608, 655, 673, 688, 695, 745, 779, 807 Romagna, 277 romanos, 137, 173, 258 s., 262, 265, 299 s., 326, 338, 483, 544, 672, 740 s., 781 Romans, 271 romanticismo, 174, 309, 355, 365, 451, 456, 458 s., 529, 695 Romeo, Rosario, 49, 82 s., 326, 425, 481 Romero, Carlos A., 72 Romero, Emilio, 40 Romier, Luden, 400 Rómulo, 745 Rondeau, José, 379 Rondet-Saint, Maurice, 718

869

Ronsard, Pierre, 237, 356, 461 Roosevelt, Franklin D., 714 Roosval, J., 94 Rcraríü, Girolamo, 35 Rosa, Gabriele, 247, 266 P-osa, Ramón, 404 Rosa de Lima, Santa, 717 Rosenberger, Francis Coleman, 601 Rosenblat, Ángel, 229, 241, 366, 565, 720 Rosenthal, Jerome, 530 Rossetti, Gabriele, 778 Rossetti, W illiam Michael, 078 Rossi, M., 782 Rosso, G., 225 Rostovtzeff, Michael, 164 Rota, Ettore, 298 Rdth, Eduard, 569 s. Rothschild, casa, 633 P-othscliild, Salomón de, 641 s. rotíferos, 20 Rotta, Salvatore, 338 Rotteck, Karl von, 751 R ou bau d, Pierre-Joseph-André, 146152, 181, 186, 192, 345, 737, 805 Rouché, Max, 53, 190, 360, 362 Roulin, Fran
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