gauguin, paul - diario intimo.pdf

April 26, 2017 | Author: Erika Kuhn | Category: N/A
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D I A R I O P A U L

Í N T I M O

G A U G U I N

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DIARIO

INTIMO

PREFACIO Ha surgido una fantástica leyenda Gauguin, tergiversada en muchas repeticiones. Una leyenda mucho mejor conocida que sus notables cuadros, y por lo menos, en este país, discutida por millares de personas que olvidan la reconocida categoría de mi padre como uno de los más grandes maestros de la pintura. Esta conseja ha captado la fantasía popular en todas partes. Erase que se era un corredor de Bolsa de edad madura, algo común y moderadamente próspero. Tenía esposa y tres hijos por quienes sentía gran afecto. Ni los suyos ni sus amigos tenían motivo para sospechar que abrigaba otra ambición que la de terminar sus días como un próspero hombre de negocios y un buen padre de familia. Por aquel entonces, cierta noche, dejó de lado sus virtudes domésticas mientras dormía. Despertó hecho un monstruo inhumano. Su amor por la familia, sus ambiciones burguesas y su respetabilidad habían desaparecido. Lo poseía una fiebre ardiente de pintar. Huyó a París, sin tener nunca un recuerdo o una preocupa3

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ción por su necesitada familia, dedicado a su recién adoptado arte, en sublime desafío a la tradición académica. Finalmente, hallando a la civilización demasiado tediosa para ser soportada, se retiró a Tahití, donde vivió y amó y pintó y murió como un salvaje. Es un lindo cuento. Es una pena contradecirlo, ya que ha entretenido a tantas almas crédulas. Pero, iay!, no es verdad. La decisión de mi padre de convertirse en pintor no fue una transformación tipo Jekyl y Hyde. Tengo un dibujo que hizo de mi madre allá por 1873, el año de su casamiento. En verdad, se había interesado por la pintura durante toda su vida, para mayor fastidio de mi madre, cuando él acostumbraba utilizar sus mejores manteles de hilo como lienzo o sus más finas enaguas como trapos para los colores. En 1882 renunció definitivamente al comercio, por el arte. Su determinación fue tomada luego de la debida consulta con mi madre. Ella convino en dejarlo ir, no porque tuviera fe en su genio, sino porque respetaba su pasión por el arte. Fue valiente. Significaba esto que ella debía asumir la carga del mantenimiento y la educación de sus hijos. Mi padre la llamó sale bourgeoíse, pero la respetó profundamente toda su vida. Durante sus viajes nunca perdió completamente contacto con nosotros. A intervalos irregulares acostumbraba escribirnos, pidiendo noticias y enviándonos afectuosos saludos. Una vez., incluso, nos envió desde Tahití un paquete de sus notables pinturas, que fueron examinadas con indiferencia, si no con desdén, y arrojadas a un desván. El se sintió más bien molesto cuando mi madre, considerando estas telas como una contribución para el mantenimiento de sus hijos, 4

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trató - ¡ay! en vano- de venderlas. Se vendieron unos pocos años más tarde, según creo, a precios ridículamente bajos. Mi último recuerdo de él es singularmente vívido. Había ido a Copenhague a decirnos adiós antes de su último viaje a Tahití. Nunca pareció más tranquilo y tierno. Indudablemente era muy feliz ante la perspectiva de retornar a su paraíso tropical. Como regalo de despedida me dio un retrato que le había hecho ese año Eug1nc Carriére. Un parecido excelente; todavía lo tengo. Estaba en las Marquesas cuando fue completado este "Diario". Lo envió al señor André Fontainas con el pedido de publicarlo después de su muerte o, si ello no fuera posible, de guardarlo como prueba de la estimación de Paul Gauguin. El señor Fontainas no encontró editor y el "Diario" perlas e ne fas, pasó a poder de mi madre y de mi hermano menor. Luego de la muerte de mi madre lo ofrezco a mi vez al público lector de habla inglesa. Sales bourgeois... quizás. Por lo que he sido capaz de averiguar, este "Diario" es el ensayo suelto más largo de mi padre en el arte literario. "Noa-Noa" fue revisado por el señor Charles Morice a base de los manuscritos de mi padre y, mucho me temo, apenas conserva el espíritu de trabajo de su autor. Comparad su estilo con el de estos Escritos, o con los ensayos ocasionales sobre temas de arte con que mi padre colaboró en revistas francesas, y la diferencia resulta evidente. En lo que a mí respecta, al menos, estos Escritos constituyen el autorretrato esclarecedor de una personalidad única. Transfiguran y hacen vívidos los recuerdos de mi padre, recuerdos demasiado 5

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confusos y escasos. Enfocan, para mí ajustadamente, su bondad, su humor, su espíritu rebelde, su clara visión, su odio inmoderado por la hipocresía y la impostura. 6 Ignoro lo que otros deducirán de ellos, y no me importa mayormente. Durante toda su vida mi padre ofendió a la respetable gente presumida, la ofendió deliberadamente y por la misma endiablada razón que lo impulsaba a colgar en la pared esas fotografías obscenas de que nos habla en este "Diario". ¿Qué más apropiado que continúe ofendiéndola luego de su muerte? La otra clase de gente no se equivocará. No dejará de percibir que estos Escritos son la expresión espontánea del mismo espíritu libre, intrépido y sensible que habla en las telas de Paul Gauguin. EMILE GAUGUIN Filadelfia Mayo de 1921

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AL SEÑOR FONTAINAS TODO ESTO - TODO AQUELLO Movido por un sentimiento inconsciente nacido de la soledad y del salvajismo Cuentos inútiles de una criatura perversa, siempre amante de lo hermoso, que a veces reflexiona. La belleza que es personal La única belleza que es humana. PAUL GAUGUIN Esto no es un libro. Un libro, inclusive un mal libro, es un asunto serio. Una frase que pudiera ser excelente en el cuarto capítulo sería inconveniente en el segundo, y no todos conocen la treta. Una novela... ¿dónde comienza y dónde termina? El inteligente Camille Mauclair nos da esto como su forma definitiva; el asunto queda resuelto hasta tanto un nuevo Mauclair venga y nos anuncie una nueva forma. "¡Fiel a la vida!" ¿No basta la realidad para dispensarnos de escribir acerca de ella? Además, uno cambia. Hubo un 7

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tiempo en que odiaba a George Sand. Ahora Georges Ohnet me la hace aparecer casi soportable. Las lavanderas y los porteros de los libros de Emilio Zola hablan un francés que me llena de cualquier cosa, salvo de entusiasmo. Cuando terminan de hablar, sin darse cuenta, Zola continúa en el mismo tono y en el mismo francés. No tengo ganas de hablar mal de él. No soy escritor. Me gustaría escribir como pinto mis cuadros... es decir, siguiendo a mi fantasía, siguiendo a la luna y encontrando el título mucho después. ¡Memorias! Esto significa historia, fechas. Todo en ellas es interesante, excepto el autor. Y hay que decir quién es uno y de dónde viene. Confesarse a sí mismo a la manera de Juan Jacobo Rousseau es un asunto serio. Si os cuento que, del lado materno, desciendo de un Borgia de Aragón, virrey del Perú, diréis que no es verdad, que me estoy dando ínfulas. Pero si os digo que esta familia es una familia de basureros, me despreciaréis. Si os digo que del lado paterno todos se llaman Gauguin, diréis que eso es absolutamente infantil; si me explayo sobre el particular, con la idea de convenceros de que no soy un bastardo, sonreiréis escépticamente. Lo mejor sería callarme, pero callarse exige un esfuerzo cuando a uno lo domina el deseo de hablar. Hay personas que tienen un fin en la vida, otras ninguno. Durante mucho tiempo la virtud estuvo adormecida en mí; lo sé todo sobre el particular, pero no me gusta. La vida es apenas algo más que la fracción de un segundo. ¡Tan poco tiempo para preparares para la eternidad! 8

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Me gustaría ser un cerdo: sólo el hombre puede ser ridículo. En otros tiempos los animales salvajes, los grandes, rugían; hoy están rellenos. Ayer pertenecía yo al siglo decimonoveno; hoy pertenezco al vigésimo, y estoy seguro de que vosotros y yo no vamos a ver el vigesimoprimero. Siendo la vida lo que es, se sueña con la venganza... y hay que contentarse con soñar. Sin embargo, no soy de los que hablan mal de la vida. Se sufre, pero también se disfruta, y por breve que haya sido este goce, es lo que se recuerda. Me gustan los filósofos, salvo cuando me aburren o cuando son pedantes. También me gustan las mujeres, cuando son gordas y viciosas; su inteligencia me molesta; es demasiado espiritual para mí. He deseado siempre tener una amante gorda y nunca la he encontrado. Para mi mayor escarnio, están siempre encintas. No significa esto que no sea yo sensible ala belleza, sino simplemente que mis sentidos no quieren saber nada de ello. Como notaréis, no conozco el amor. Decir "te amo", es algo que me rompería los dientes. Digo esto para mostraros que soy cualquier cosa menos un poeta. ¡Un poeta sin amor! Las mujeres, que son astutas, adivinan esto, y por esa razón las ahuyento. No tengo quejas. Como Jesús, digo: "La carne es la carne, el espíritu es el espíritu". Gracias a ello, una pequeña cantidad de dinero satisface mi carne, y mi espíritu queda en paz. Aquí me tenéis, pues, ofreciéndome al público como un animal, despojado de todo sentimiento, incapaz de vender 9

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mi alma por cualquier Gretchen. No he sido un Werther, y no seré un Fausto. ¿Quién sabe? El sifilítico y el alcohólico serán quizás los hombres del futuro. Me parece como si la moral, como las ciencias y todo el resto, estuviera en camino hacia otra moral enteramente nueva, que será quizás la opuesta ala de hoy día. El matrimonio, la familia y muchísimas cosas buenas con que aturden mis oídos, parecen alejarse en automóvil a toda velocidad. ¿Esperáis que concuerde con vosotros? El con quién se acuesta uno no es asunto sin importancia. En el matrimonio, de los dos, el cornudo más grande es el amante, a quien una pieza de teatro en el Palais Royal llama "el más afortunado de los tres". En Poirt Said compré algunas fotografías. El pecado cometido... ab ores. Las coloqué bien a la vista en mi domicilio, en una glorieta. Hombres, mujeres y niños se reían de ellas. Casi todos, en realidad; era cosa de un momento y nadie pensaba más en ello. Sólo la gente que se llama a sí misma respetable dejó de venir a mi casa; sólo ellos pensaban acerca del asunto durante todo el año. Durante la confesión el obispo hizo toda clase de averiguaciones, y algunas de las monjas incluso empalidecieron más y más y se tornaron ojerosas. Pensad en esto y clavad alguna indecencia bien a la vista sobre vuestra puerta; desde ese momento en adelante estaréis libres de toda gente respetable, la más insoportable que Dios ha creado.

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* Sé, todos saben, todos seguirán sabiendo, que dos más dos son cuatro. Hay un largo camino desde una convención, desde la simple intuición, hasta el verdadero entendimiento. Estoy de acuerdo y, como todo el mundo, digo: "dos más dos son cuatro"... Pero esto me irrita; trastorna completamente mi manera de pensar. Así, por ejemplo, vosotros que insistís en que dos más dos son cuatro, como si fuera una certeza que no podría ser de otra manera ¿por qué mantenéis también que Dios es el creador de todo? Aunque sólo fuera por un instante ¿no podría Dios haber dispuesto las cosas de manera diferente? ¡Extraña clase de Todopoderoso! Todo esto a propósito de pedantes. Sabemos y no sabemos. El Santo Sudario de Jesús subleva al señor Berthelot. Por supuesto, el docto químico Berthelot puede estar en lo cierto; pero, por supuesto el Papa... Vamos, mi encantador Berthelot ¿qué haría usted si fuera Papa, un hombre a quien besan los pies? Millares de imbéciles piden la bendición de todos estos Lourdes. Alguien debe ser Papa y un Papa debe bendecir y satisfacer a todos sus fieles. No todos son químicos. Personalmente no sé nada acerca de tales asuntos, y quizás si alguna vez tengo hemorroides comenzaré a pensar cómo obtener un trozo de este Santo Sudario para introducirlo en mi cuerpo, convencido de que me curará. Esto no es un libro.

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* Además, aun cuando no tenga lectores serios, el autor de un libro debe ser serio. Tengo aquí, enfrente, algunos cocoteros y bananos; son todos verdes. Deseo deciros, para complacer a Signac, que pequeñas manchas de rojo (el color complementario) están dispersas entre el verde. A pesar de esto - y ello desagrada a Signac- me atrevo a jurar que en todo este verde se pueden observar manchones de azul. No confundáis; no es el cielo azul sino solamente la montaña a la distancia. ¿Qué puedo decir a todos estos cocoteros? Y sin embargo debo charlar; así, pues, escribo en lugar de hablar. ¡Mirad! Allí está la pequeña Vaitauni camino del río... Tiene los pechos más redondos y encantadores que podrías imaginar. Veo ese cuerpo dorado, casi desnudo, camino del agua fresca. Cuidado, querida criatura, el peludo gendarme, guardián de la moralidad pública, que es un fauno en secreto, te está observando. Cuando no desee mirar más, te acusará de una transgresión, en venganza por haber alterado sus sentidos y ultrajado así la moralidad pública. ¡Moralidad pública! ¡Qué palabras! ¡Oh, buenos señores de la metrópoli, no tenéis idea de lo que es un gendarme en las colonias! Venid aquí y mirad vosotros mismos; veréis indecencias tales como no podríais haber imaginado. Pero habiendo visto a la pequeña Vaitauni siento que mis sentidos comienzan a hervir. Me dirijo hacia el río en

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busca de diversión. Ambos nos hemos reído, sin preocuparnos acerca de las hojas de parra y... Esto no es un libro. Permitidme que os cuente algo que ocurrió hace años. Recordaréis que el general Boulanger estuvo escondido en Jersey. Justamente por aquella época -era invierno- estaba yo trabajando en Pouldu, sobre la costa desierta, al extremo de Finisterre, muy lejos de las granjas. Apareció un gendarme con órdenes de observar la costa para impedir el supuesto desembarco del general Boulanger disfrazado de pescador. Fui astutamente interrogado y se me sonsacó tanto que, completamente intimidado, exclamé: "¿Me toma usted por casualidad por el general Boulanger?” El: "Hemos visto cosas más extrañas que ésa". Yo: "¿Tiene usted su descripción?” El: "¿Su descripción? Se me ocurre que es usted un poco impúdico. Será mejor que lo lleve conmigo". Fui obligado a ir a Quimperlé para explicarme. El sargento de policía me probó, inmediatamente, que desde el momento que yo no era el general Boulanger, no tenía derecho a hacerme pasar por el general y burlarme de un gendarme que cumplía con su deber. "¡Qué! ¿Hacerme pasar por el general?” "Tendrá que admitir que lo hizo", dijo el sargento, "ya que el gendarme lo tomó a usted por Boulanger". Más que estupefacto, estaba yo lleno de admiración por tan magnífica inteligencia. Se diría que uno es engañado más fácilmente por los imbéciles. No necesito que se me diga que 13

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estoy repitiendo la fábula del oso, de La Fontaine. Lo que digo tiene un sentido completamente diferente. Habiendo hecho mi servicio militar, he observado que los suboficiales, y aun algunos oficiales, llegan a enojarse cuando se les habla en francés, pensando, sin duda, que es un idioma creado para burlarse de la gente y humillarnos. Lo cual prueba que, a fin de vivir en este mundo, se debe estar especialmente atento contra la gente menuda. Se tiene muchas veces necesidad de alguien más humilde que uno. ¡No, eso no! Debo decir que a menudo se tienen razones para temer a alguien más humilde que uno mismo. En la antesala, el adulón enfrenta al ministro. Recomendado por cierta persona importante, un joven pidió un empleo a un ministro, y fue prontamente despedido; ¡pero su zapatero era el zapatero del ministro! ¡No se le rehusó nada! Con una mujer que siente placer siento el doble de placer. El Censor: ¡pornografía! El Autor: ¡hipocritografia! * Pregunta: ¿Sabe usted griego? Respuesta: ¿Para qué? Sólo tengo que leer a Pierre Louys. Pero si Pierre Louys escribe con excelente francés es justamente porque sabe también el griego. * 14

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En cuanto a la moral, bien merecen ellos lo escrito por los jesuitas: Digitus tertius, digirus diaboli. ¿Qué demonios somos: gallos o capones? ¿Debemos llegar hasta la postura artificial de huevos? Spiritus Sanctus! * El matrimonio está comenzando a hacer su aparición en este país; una tentativa para regularizar el estado de cosas. Los cristianos importados se dedican en cuerpo y alma a este singular negocio. El gendarme ejerce las funciones de alcalde. Dos parejas, convertidas a la idea del matrimonio, y vestidas con ropas flamantes, escuchan la lectura de las leyes matrimoniales; una vez que han dado el "si” ya están casadas. Al salir, uno de los dos varones dice al otro: "¿Qué te parece si cambiamos?" Y muy alegremente cada uno va con su nueva esposa a la iglesia, donde las campanas llenan el aire de alegría. El obispo, con la elocuencia que caracteriza a los misioneros, truena contra los adúlteros, y luego bendice a la nueva unión que en este santo lugar es ya el comienzo de un adulterio. Otro caso: al salir de la iglesia, el novio dice a la doncella de honor: "¡Qué hermosa es usted!". Y la novia dice al padrino de la boda: "¡Qué buen mozo es usted!" Muy pronto una pareja va por la derecha y otra por la izquierda, en lo espeso de la maleza, donde, cobijados por los bananos y ante 15

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el Todopoderoso, dos matrimonios se celebran en lugar de uno. Monseñor está satisfecho y dice: "Estamos comenzando a civilizarlos...” En una islita cuyo nombre y latitud he olvidado, un obispo ejerce su profesión de moralización cristiana. Dicen que es realmente lujurioso. A pesar de la austeridad de su corazón y de sus sentidos, ama a una colegiala; paternalmente, con pureza. Por desgracia, el diablo se mete a veces en lo que no le importa, y un hermoso día nuestro obispo, caminando por el bosque, observa a su adorada criatura en el río, completamente desnuda, lavando su camisa: A orillas del río, la joven Teresa Lava su camisa en la corriente. Está manchada por el accidente Que doce veces al año le ocurre. "¡Hola!", dijo, "pero si está justo a punto...” ¡Ya lo creo que estaba a punto! Preguntad si no a los quince jóvenes vigorosos que esa misma tarde disfrutaron de sus abrazos. Se resistió al decimosexto. La adorable criatura estaba casada con el pertiguero que vivía en el vallado. Prolija y activa, barría el dormitorio del obispo y cuidaba del incienso. Durante el oficio divino el marido tenía la vela. ¡Cuán cruel es el mundo! Las malas lenguas comenzaron a menearse y yo, por mi parte, estaba profundamente convencido de la verdad de cuanto decían cuando una piadosa católica me hizo notar un día: "Ves" - y al mismo tiempo, sin 16

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pestañar, vaciaba un vaso de ron-; "ves, chico, es un disparate eso de que el obispo se acuesta con Teresa; simplemente la confiesa para tratar de aplacar su pasión". Teresa era la haba reina. No tratéis de comprender. Oslo explicaré. Para Epifanía monseñor dispuso que el chino hiciera una soberbia torta. La tajada de Teresa contenía una haba, de manera que se la nombró reina, siendo monseñor el rey. Desde ese día Teresa continuó siendo la reina, y el pertiguero, el marido de la reina. Pero ¡ay!, la famosa haba envejeció, y nuestro lujurioso que era astuto, encontró una nueva haba a pocos kilómetros de distancia. Imaginad una haba china, tan rolliza como sea posible. Cualquiera la hubiera comido. Tú, pintor en busca de un tema gracioso, toma tus pinceles e inmortaliza este cuadro: nuestro lujurioso, con sus galas episcopales, bien plantado en su montura, y su haba, cuyas curvas tanto delanteras como traseras bastarían para devolver la vida a un niño del coro del Papa. Y, además, una cuya camisa... comprendéis... es innecesario repetir. Cuatro veces bajó del caballo, y la alcancía de Picpus se aligeró en diez piastras. Para vosotros son chismes... pero... Esto no es un libro. *

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Durante largo tiempo he querido escribir acerca de Van Gogh, y lo haré sin duda el día menos pensado, cuando esté en vena. Voy a deciros ahora algunas cosas, pocas y oportunas, acerca de él, o más bien acerca de nosotros, a fin de corregir un error que ha corrido en ciertos círculos. Ocurre que han enloquecido varios hombres que estuvieron mucho en mi compañía y que acostumbraban discutir conmigo. Esto fue cierto con los dos hermanos Van Gogh, y algunas personas malignas, entre otras, me han atribuido infantilmente sus demencias. Algunos hombres tienen, indudablemente, mayor o menor influencia sobre sus amigos, pero hay una gran diferencia entre eso y provocar la locura. Mucho tiempo después de la catástrofe, Vincent me escribió desde el asilo particular en que estaba en tratamiento. Decía: "Qué afortunado eres de estar en París. Es decir, donde uno halla los mejores doctores, y tú ciertamente debes consultar a un especialista para curar tu locura. ¿No estamos todos locos?" El consejo era bueno, y por eso no lo seguí; por espíritu de contradicción, digamos. Los lectores del Mercure habrán observado en una carta de Vincent, publicada hace unos pocos años, la insistencia con que trató de hacerme ir a Arlés para fundar un estudio del cual sería yo director, según su idea. Trabajaba yo en aquella época en Pont-Aven, en Bretaña, y sea porque los estudios que había comenzado me retenían en ese lugar, o porque un vago instinto me advertía de algo anormal, me resistí largo tiempo, hasta que vino el día en que emprendí el

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viaje, arrastrado finalmente por el sincero y amistoso entusiasmo de Vincent. Llegué a Arlés a altas horas de la noche, y esperé el alba en un pequeño café que permanecía abierto. El dueño me miró y exclamó: "¡Usted es el compañero, lo reconozco!” Un autorretrato, que había enviado yo a Vincent, explica la exclamación del propietario. Al mostrarle mi retrato Vincent le había dicho que era un compañero suyo que vendría pronto. Fui a despertar a Vincent, ni demasiado temprano ni demasiado tarde. El día fue dedicado a establecerme, a mucha conversación y a pasear de manera que pudiera admirar la belleza de Arlés y las mujeres arlesianas, acerca de las cuales, dicho sea de paso, no cobré gran entusiasmo. Al día siguiente pusimos manos ala obra, él, continuando lo que ya había comenzado, y yo, comenzando algo nuevo. Debo confesaros que nunca he tenido la facilidad mental que otros encuentran, sin dificultad alguna, en la punta de sus pinceles. Estos individuos descienden del tren, recogen su paleta y os despachan en seguida un efecto de luz. Cuando está seco, va al Luxemburgo y es firmado Carolus-Duran. No admiro la pintura, pero admiro al hombre. Es tan seguro, tan tranquilo. Yo, tan inseguro, tan intranquilo. A donde quiera que voy necesito un cierto período de incubación, a fin de poder aprender cada vez la esencia de las plantas y de los árboles, de toda la naturaleza, que nunca desea ser comprendida o entregarse a sí misma. Pasaron, pues, varias semanas antes de que yo estuviera en condiciones de captar indistintamente el agudo sabor de Arlés y de sus alrededores. Pero ello no impidió que trabajá19

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ramos duro, especialmente Vincent. Entre dos seres tales como él y yo, uno un perfecto volcán, el otro hirviendo también, interiormente, se estaba preparando una especie de lucha. En primer lugar, por todas partes y en todo encontré un desorden que me chocaba. Su caja de colores apenas contenía todos esos tubos, amontonados y nunca cerrados. A pesar de ese desorden, de ese revoltijo, algo brillaba en sus telas y también en su conversación. Daudet, Goncourt, la Biblia inflamaban su cerebro holandés. Los muelles, los puentes, los barcos de Arlés, todo el Midi, ocuparon e[ lugar de Holanda para él. Incluso olvidó cómo escribir el holandés, y, según puede verse en las cartas a su hermano, nunca escribió sino en francés, admirable francés, con un sinfín de "puesto que" y "por cuanto". A pesar de todos mis esfuerzos para desenmarañar de ese desordenado cerebro una lógica razonada en sus pensamientos críticos, no podía explicarme la absoluta contradicción entre sus cuadros y sus opiniones. Así, por ejemplo, tenía una admiración sin límites por Meissonier y un odio profundo por Ingres. Dégas era su desesperación y Cézanne un falsario. Lloraba al pensar en Monticelli. Una cosa que le irritaba era deber admitir que yo tenía mucha inteligencia, aunque mi frente era demasiado pequeña, signo de imbecilidad. Poseía junto con todo esto la más grande de las ternuras, o más bien el altruismo del Evangelio. Ya desde el primer mes vi que nuestras finanzas comunes iban tomando la misma apariencia de desorden. ¿Qué hacer? La situación era delicada. La caja era apenas modestamente llenada (por su hermano, empleado en lo de Goupil, 20

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y por mí, mediante la venta de cuadros. Me vi obligado a hablar, a riesgo de herir su gran susceptibilidad. Encaré el asunto con muchas precauciones, y con un muy amable engatusamiento, de una clase muy ajena a mi naturaleza. Debo confesar que tuve éxito mucho más fácilmente de lo que hubiera supuesto. Mantuvimos una caja: tanto para excursiones higiénicas por la noche, tanto para tabaco, tanto para gastos incidentales, incluso alquiler. Había una tira de papel encima y un lápiz, para que escribiéramos virtuosamente lo que cada uno tomaba de ese cajón. En otra caja estaba el resto del dinero, dividido en cuatro partes, para pagar cada semana por nuestra comida. Abandonamos nuestro pequeño restaurante, y yo hice la comida en una cocina de gas, mientras Vincent compraba las provisiones, sin ir muy lejos de casa. Una vez, sin embargo, quiso Vincent hacer una sopa. Cómo la preparó, no lo sé; casi diría que como sus colores en sus cuadros. De cualquier manera, no pudimos comerla. Y mi Vincent soltó la carcajada y exclamó: "Tarascon! La casquette au pére Daudet!" Sobre la pared, escribió con tiza: Je suis Saint Esprit Je suis sain d 'esprit ¿Cuánto tiempo estuvimos juntos? No podría decirlo, lo he olvidado completamente. A pesar de la rapidez con que se aproximaba la catástrofe, a pesar de la fiebre de trabajo que me poseía, el tiempo me pareció un siglo.

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Aunque el público no tenía sospechas de ello, dos hombres estaban realizando allí una tarea colosal que era útil a ambos. ¿Quizás a otros? Hay algunas cosas que producen frutos. Vincent, en la época en que Negué a Arlés, estaba en plena corriente de la escuela neoimpresionista, y encontraba muchas dificultades, sufriendo como consecuencia de ello, lo que no se debía a que esta escuela, como todas las escuelas, era mala, sino a que la misma no correspondía a su naturaleza, que distaba mucho de ser sufrida, y que era tan independiente. Con todos esos amarillos sobre violados, todo este trabajo en colores complementarios, un trabajo suyo desordenado, no realizaba nada sino las más suaves de las armonías, incompletas y monótonas. Faltaba en ellas el sonido de la trompeta. Emprendí la tarea de ilustrarlo: fue una tarea fácil, por cuanto encontré un suelo rico y fértil. Como todas las naturalezas originales que están marcadas con la estampa de la personalidad, Vincent no tenía miedo a los demás, y no era testarudo. Desde ese día mi Van Gogh hizo progresos asombrosos; parecía adivinar todo lo que tenía en sí, y el resultado fue aquella serie de efectos de sol y más efectos de sol a plena luz. ¿Habéis visto el retrato del poeta? La cara y el cabello son amarillo cromo 1. Las ropas son amarillo cromo 2.

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La corbata es amarillo cromo 3 con un alfiler de corbata esmeralda, sobre un fondo amarillo cromo 4. Esto me lo decía un pintor italiano, y agregaba: "Marde ; marde! Todo es amarillo. ¡Ya no sé más qué es la pintura!” Sería ocioso entrar aquí en problemas de técnica. Esto es sólo para haceros saber que Van Gogh, sin perder una pizca de su originalidad, aprendió de mí una provechosa lección. Y cada día me lo agradecía. Es eso lo que quiere decir cuando escribe al señor Aurier expresándole que debe mucho a Paul Gauguin. Cuando llegué a Arlés, Vincent estaba tratando de encontrarse a sí mismo, mientras que yo, que era mucho más viejo, era un hombre maduro. Pero debo algo a Vincent, y es la conciencia de haberle sido útil, la confirmación de mis propias ideas originales acerca de la pintura. Y también, en momentos difíciles, el recuerdo que se guarda de otros más desgraciados que uno mismo. Sonrío cuando leo la observación de que "el dibujo de Gauguin recuerda en algo al de Van Gogh". En los últimos días de mi estada, Vincent se volvía excesivamente brusco y ruidoso, y luego guardaba silencio. Durante varias noches lo sorprendí en el acto de levantarse y venir hacia mi cama. ¿A qué debo atribuir mi despertar justo en ese momento? De todas maneras, bastaba que le dijera muy severamente: " ¡.Qué te pasa, Vincent?", para que volviera a su cama sin decir palabra y se durmiera profundamente. Se me ocurrió la idea de hacer su retrato mientras él estaba pintando la naturaleza muerta que tanto amaba: algunos 23

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arados. Cuando el retrato estuvo terminado, me dijo: "Soy ciertamente yo, pero yo que me he vuelto loco". Esa misma tarde fuimos al café. Tomó un ajenjo liviano. De repente me arrojó el vaso y su contenido. Evité el golpe; lo tomé en peso en mis brazos y salimos del café, atravesando la plaza Víctor Hugo. No muchos minutos más tarde Vincent se encontraba en su cama, donde a los pocos segundos dormía, para no despertar hasta el día siguiente. Cuando despertó, me dijo muy tranquilamente: "Mi querido Gauguin, tengo un vago recuerdo de que ayer a la tarde te ofendí”. Contestación: "Te perdono de buena gana y de todo corazón, pero la escena de ayer puede repetirse, y si fuera golpeado perdería el dominio de mí mismo y te estrangularía. Permíteme que escriba a tu hermano y le diga que regreso". ¡Dios mío, qué día! Cuando llegó la tarde y hube engullido mi almuerzo, sentí que debía salir solo y tomar aire a lo largo de algunos senderos bordeados de laureles en flor. Había atravesado casi la plaza Víctor Hugo cuando oí detrás de mí unos pasos bien conocidos, cortos, rápidos, irregulares. Me di vuelta en el momento en que Vincent se abalanzaba sobre mí, con una navaja abierta en la mano. Mi mirada en ese momento debió tener gran poder, pues se detuvo y, agachando la cabeza, comenzó a correr hacia casa. ¿Fui negligente en esta oportunidad? ¿Deví desarmarlo y tratar de calmarlo? He interrogado a menudo a mi conciencia acerca de esto, pero no he encontrado nunca nada qué reprocharme. El que quiera, que me arroje la primera piedra. 24

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De un salto estuve en un buen hotel arlesiano, donde, luego de preguntar la hora, tomé una habitación y me fui a acostar. Estaba tan agitado que no pude dormirme hasta alrededor de las tres de la mañana, y me desperté más bien tarde, más o menos a las siete y media. A llegar a la plazoleta, vi una multitud reunida. Cerca de nuestra casa veíanse algunos gendarmes, y un pequeño caballero con sombrero hongo que era el inspector de policía. Esto era lo ocurrido: Van Gogh, de regreso a casa, se había cortado inmediatamente una oreja, junto a la cabeza Debió de llevarle algún tiempo parar el flujo de la sangre, pues al día siguiente una cantidad de toallas mojadas se encontraban desparramadas en las baldosas de las dos habitaciones de la planta baja. La sangre había manchado las dos habitaciones y la pequeña escalera que conducía a nuestro dormitorio. Cuando estuvo en condiciones de salir, con la cabeza envuelta en una boina que se encasquetó lo más posible, fue directamente a cierta casa donde a falta de una camarada uno puede escoger una amistad, y entregó su oreja al encargado, cuidadosamente lavada y colocada en un sobre. "Aquí tiene un recuerdo mío", le dijo. Luego corrió hacia casa, donde se metió en cama para dormir. Se tomó sin embargo el trabajo de cerrar los postigos, y puso sobre una mesa, cerca de la ventana, una lámpara encendida. Diez minutos más tarde toda la calle asignada a las mozas de fortuna estaba en conmoción, y éstas charlaban acerca de lo ocurrido. 25

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No tenía la más mínima sospecha de todo esto cuando me presenté a la puerta de nuestra casa y el caballero del sombrero hongo me dijo abruptamente y en un tono más que severo: "¿Qué ha hecho usted a su camarada, señor?” "No sé...” "Oh, sí... usted lo sabe muy bien... está muerto". Nunca podría desear a nadie un tal momento; me tomó un largo rato recobrar mi presencia de ánimo y refrenar los latidos de mi corazón. Me sofocaban el enojo, la indignación y la pena, así como la vergüenza por todas esas miradas que despedazaban mi persona. Contesté tartamudeando: “Muy bien, señor, subamos. Podemos explicarnos mejor allí”. Vincent yacía en la cama, arrollado en las sábanas, encorvado como el percutor de un arma; parecía sin vida. Suavemente, muy suavemente, toqué el cuerpo, cuyo calor mostraba que todavía estaba vivo. Fue para mí como recobrar repentinamente todas mis energías, todo mi ánimo. Dije entonces en voz baja al inspector de policía: "Tenga la amabilidad, señor, de despertar a este hombre con gran cuidado, y si pregunta por mí dígale que me ido de Arlés; mi vista podría resultarle fatal". Debo reconocer que a partir de ese momento el inspector de policía fue tan razonable como era posible, e inteligentemente mandó llamar un médico y un coche de alquiler. Una vez despierto, Vincent preguntó por su camarada, su pipa y su tabaco; incluso pensó en preguntar por la caja que estaba abajo y contenía nuestro dinero: ¡una sospecha, 26

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diría yo! Pero yo había pasado ya por demasiados sufrimientos para molestarme por esto. Vincent fue llevado a un hospital, donde, ni bien llegó, su cerebro comenzó a desvariar nuevamente. El resto lo saben todos aquellos que tienen algún interés en saberlo, y sería inútil hablar al respecto si no fuera por el gran sufrimiento de un hombre que, confinado en un manicomio, recobraba lo suficiente su razón a intervalos mensuales para comprender su condición y pintar furiosamente los cuadros admirables que conocemos. La última carta suya que recibí estaba fechada en Auvers, cerca de Pontoisc. Me decía que había esperado recuperarse lo suficiente para reunírseme en Bretaña, pero que ahora se veía obligado a reconocer la imposibilidad de su cura: "Querido maestro" (única vez que haya usado esta palabra), "después de haberte conocido y causado sufrimiento, es mejor morir en un buen estado mental que en uno degradado". Se pegó un tiro de revólver en el estómago, y murió unas horas más tarde, recostado en su cama y fumando su pipa, en completa posesión de sus facultades mentales, lleno de amor por su arte y sin odio para los demás. En Les Monstres, Jean Dolent escribe: "Cuando Gauguin dice ‘Vincent’, su voz es dulce". Sin saberlo, pero habiéndolo sospechado, Jean Dolent está en lo cierto. Sabéis por qué... Notas desparramadas, sin ilación, como sueños, como una vida compuesta de fragmentos; y porque otros la han compartido, el amor de cosas bellas vistas en casa de otros. 27

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Cosas que son a veces infantiles cuando se escriben, fruto algunas de nuestra holganza; otras la clasificación de ideas queridas, aunque quizás tontas (desafío a una mala memoria), y algunas, rayos que penetran el centro vital de mi arte. Si un trabajo de arte fuera un trabajo de azar, todas estas notas serían inútiles. Creo que el pensamiento que ha guiado mi trabajo, una parte de mi trabajo, está misteriosamente ligado con un millar de otros pensamientos, algunos míos propios, otros ajenos. Hay días de imaginación ociosa de los cuales recuerdo largos estudios, a menudo estériles, más a menudo perturbadores: una nube negra acaba de oscurecer el horizonte; mi alma es dominada por la confusión, y soy incapaz de hacer algo. Si en otras horas de brillante luz solar y con una mente clara me dedico a tal y tal hecho, o visión, o a fragmentos de lectura, siento que debo hacer alguna breve crónica de ello, perpetuar su memoria. A veces he ido muy lejos, mucho más lejos que los caballos del Partenón... hasta el Dadá de mi niñez, el buen caballito mecedor. Me he arrastrado entre las ninfas de Corot, he danzado en el sagrado bosque de Ville-d' Avray. Esto no es un libro. * Tengo un gallo de alas purpúreas, pescuezo dorado y cola negra. ¡Dios mío, qué hermoso es! Y me divierte.

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Tengo una gallina gris plateada, con plumaje desordenado; araña, picotea, destruye mis llores. No establece distingos. Es divertida, sin ser remilgada. El gallo le hace un signo con sus alas y sus pies y ella le ofrece inmediatamente su rabadilla. Lentamente, vigorosamente también, él trepa encima de ella. ¡Oh! ¡Pasa rápidamente! ¡.Fue la suerte favorable? No lo sé. Los niños se ríen, yo me río. ¡Dios mío, qué idiotez! Soy tan pobre que no tengo nada qué poner en la olla. ¿Y si comiera al gallo? Estoy hambriento. Estará demasiado duro. ¿La gallina, entonces? Pero en ese caso no podría divertirme más observando a mi gallo de alas purpúreas, pescuezo dorado y cola negra trepando encima de mi gallina; los niños no se reirían más. Todavía estoy hambriento. * ¡El diluvio! Una vez el mar enojado se elevó hasta los más altos picos. Y ahora el mar, aplacado, lame las rocas. En otras palabras, vois-tu, ma fille, ayer trepabas, hoy desciendes. Desciendes pensando que subes. * Tengo una deuda con la sociedad. ¿Cuánto? ¿Cuánto me debe la sociedad? Mucho, demasiado. 29

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¿Pagará algún día? ¡Nunca! (¡Libertad, Igualdad, Fraternidad!). * Una tranquila siesta en la veranda, todo en paz. Mis ojos ven el espacio, sin observarlo; y tengo la sensación de algo infinito, de lo que soy el comienzo. En el horizonte, Moorea; el sol se te acerca. Sigue su marcha luctuosa; sin entenderlo, tengo la sensación de un movimiento que ha de seguir eternamente: una vida universal que no será nunca extinguida. Y he aquí la noche. Todo está tranquilo. Mis ojos cerrados, para ver, sin captarlo, el sueño de un espacia infinito que huye ante mí. Y tengo la dulce sensación del triste desfile de mis esperanzas. * Cenamos. Una larga mesa. A ambos lados, hileras de platos y copas. Colocados en este sentido esos platos, esas copas en perspectiva hacen parecer larga la mesa, muy larga. Pero esto es un banquete. Stéphane Mallarmé preside; enfrente está Jean Moreas, el simbolista. Los invitados son simbolistas. Quizás son lacayos también. Por allá, lejos, al final, está Clovis Lugnes (Marsella). Lejos, también, en el otro extremo, Barrés (París). Estamos cenando; hay brindis. El presidente comienza; Moreas responde, Clovis Lugnes, rubicundo, cabellos largos, 30

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exuberante, pronuncia un largo discurso, en verso, naturalmente. Barrés, alto y delgado, afeitado, cita a Baudelaire de una manera seca, en prosa. Escuchamos. El mármol es frío. Mi vecino, que es muy joven pero robusto (soberbios botones de diamantes resplandecen en su camisa de muchos pliegues) me pregunta en voz baja: "¿Se encuentra el señor Baudelaire entre nosotros esta noche?” Me rasco la rodilla y contesto: "Sí, está aquí, allí, entre los poetas, Barres está hablando con él". EL: "¡Oh! ¡Me gustaría tanto selle presentado!” * En cierto lugar algún santo dice a uno de sus penitentes: "¡Guárdate del orgullo de la humildad!” Carta de Strindberg: Usted se ha propuesto que yo escriba el prefacio a su catálogo, en memoria del invierno de 1894-95, en que vivimos detrás del instituto, no lejos del Panteón, y bastante cerca del cementerio de Montparnasse. De buen grado le habría dado este recuerdo para que lo llevara consigo a esa isla de Oceanía, adonde va usted en busca de espacio y escenario en armonía con su poderosa estatura; pero, desde el comienzo, me siento en una posición equívoca, y le respondo en seguida con un "no puedo", o, más brutalmente todavía, con un "no lo deseo". 31

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Al mismo tiempo le debo a usted una explicación por mi negativa, que no proviene de falta de sentimiento amistoso, o de una pluma perezosa, aunque me hubiera sido fácil cargar la culpa al mal que afecta a mis manos que, dicho sea de paso, no ha dado tiempo a la piel para crecer en las palmas. Ahí va: no puedo entender su arte y no puedo quererlo. No comprendo su arte, que es ahora exclusivamente tahitiano. Pero sé que esta confesión no lo asombrará ni le herirá, pues usted siempre me pareció fortificado especialmente por el odio de los demás: su personalidad se deleita en la antipatía que despierta, ansiosa como está de conservar su propia integridad. Y quizás esto es una buena cosa, pues en cuanto usted fuera aprobado y admirado, y tuviera partidarios, lo clasificarían ellos a usted, poniéndolo en su lugar y dando a su arte un nombre que, cinco años más tarde, la generación más joven estaría usando como un rótulo para designar un arte pasado de moda, un arte que harían cualquier cosa por tornar todavía más anacrónico. He hecho ya muchos intentas serios para clasificarlo a usted, para introducirlo, como un eslabón en la cadena, de manera que pudiera yo entender la historia de su desarrollo, pero en vano. Recuerdo mi primera estada en París, en 1876. La ciudad estaba triste, pues la nación lamentaba los acontecimientos que habían ocurrido y se mostraba ansiosa acerca del futuro; algo fermentaba. En el círculo de artistas suecos no habíamos oído todavía el nombre de Zola, pues El Matadero no había sido pu32

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blicado aún. Presencié una representación de Roma Vencida en el théátre Francais, en el cual Sarah Bernhardt, la nueva estrella, fue coronada como una segunda Rachel, y mis jóvenes artistas me arrastraron a lo de Durand-Ruel a ver algo completamente nuevo en pintura. Un joven pintor, entonces desconocido, fue mi guía, y vimos algunas telas maravillosas, la mayoría firmadas por Monet y Manet. Pero como yo tenía otras casas que hacer en París que mirar cuadros (como secretario de la Biblioteca de Estocolmo era mi tarea buscar un viejo misal sueco en la biblioteca de Santa Genoveva), miré esta nueva pintura con tranquila indiferencia. Pero volví al día siguiente, no sé exactamente por qué, y descubrí que había "algo" en estas raras manifestaciones. Vi el bullir de una multitud sobre un muelle, pero no vi a la multitud misma; vi el rápido paso de un tren a través de un paisaje de Normandía, el movimiento de ruedas en la calle, terribles retratos de personas excesivamente feas que no habían sabido posar tranquilamente. Muy impresionado por estas telas, envié a un diario de mi país una carta en la que trataba de explicar la sensación que yo pensaba habían tratado de provocar los impresionistas. Mi artículo tuvo cierto éxito como ejemplo de incomprensibilidad. Cuando volví por segunda ver a París, en 1883, Manet había muerto, pero su espíritu vivía en una escuela que con Bastien-Lepage luchaba por la hegemonía. Durante mi tercera estada en París, en 188.5, vi la exhibición de Manet. Este movimiento se había colocado ahora en primera fila; había producido su efecto y estaba ya clasificado. En la exposición Trienal, que se celebró ese mismo año, hubo una anarquía 33

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total: todos los estilos, todos los colores, todos los temas; históricos, mitológicos y naturalistas. La gente ya no deseaba oír nada acerca de escuelas o tendencias. La libertad era ahora el grito de guerra. Taine había dicho que lo bello era lo lindo, y .ola que el arte era un fragmento de la naturaleza visto a través de un temperamento. Sin embargo, en medio de los últimos espasmos del naturalismo, un nombre era pronunciado por todos con admiración: el de Puvis de Chavannes. Se erguía completamente solo, como una contradicción, pintando con un alma crédula, aun cuando tomaba cota al pasar del gusto de sus contemporáneos por la alusión. (No poseemos todavía el término simbolismo, un nombre muy infortunado para una cosa tan vieja como es la alegoría). Mis pensamientos se dirigieron hacia Puvis de Chavannes ayer a la tarde, cuando, al son tropical de la mandolina y de la guitarra, vi en las paredes de su estudio ese confuso montón de cuadros, inundados de luz, que me persiguió anoche en mis sueños. Vi árboles tales como ningún botánico pudo haber descubierto jamás, animales cuya existencia nunca sospechó Cuvier, y hombres a quien sólo usted pudo haber creado, un mar que quizás haya manado de un volcán, un cielo que ningún Dios podría habitar. "Señor", dije en mi sueño, "usted ha creado un nuevo paraíso y una nueva tierra, pero no gozo de m( mismo en medio de su creación. Está demasiado empapado de sol para mí, que gozo del juego de luz y sombra. En su paraíso habita una Eva que no es mi ideal; ¡pues yo, yo mismo, tengo el ideal de una o dos mujeres!" Esta mañana fui al Luxemburgo a echar un vistazo a 34

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Chavannes, que seguía presente en mi mente. Contemplé con profunda compasión al pobre pescador, tan atentamente ocupado en la obtención de la pesca que le traerá el fiel amor de su esposa, que está recogiendo flores, y a su ocioso hijo. i Esto es hermoso! ¡Pero ahora estoy dando coces contra la corona de espinas, señor, y eso es lo que odio, como usted sabe! No quiero saber nada con ese lastimoso Dios que acepta golpes. Mi Dios es más bien aquel Vistsliputski que en el sol devora el corazón de los hombres. ¡No, Gauguin no ha sido creado de una costilla de Chavannes, ni mucho menos de una de Manes o de BastienLepage! ¿Qué es él, pues? Es Gauguin, el salvaje, que odia a una civilización sollozante, una especie de Titán que, celoso del Creador, hace en sus horas de ocio su propia pequeña creación; la criatura que despedaza sus juguetes para hacer otras con ellos, que abjura y desafía
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