Garcia Jurado Francisco - Introduccion a La Semantica Latina

April 17, 2017 | Author: migirasol | Category: N/A
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Prólogo El autor me concede el honor de prologar esta Introducción a la semántica latina que dedica a sus alumnos de la Universidad Complutense. Me otorga ese honor sin duda por haber sido su profesor de igual materia en la Universidad Autónoma de Madrid. He ahí ya tres generaciones implicadas en la comunicación de una ciencia novísima que quiere abrirse camino en nuestras aulas. Pese a su escasa implantación académica, la Semántica y la Lexicología en general tienen tanta razón de ser disciplinas universitarias y de estar en los planes de estudio como las que más. Abona esta tesis la vastedad e importancia de su objeto, pues el léxico, además de una parte sustancial de la lengua, es inconmensurable. El estudio de la morfología léxica y sobre todo el análisis de los significados léxicos son hoy una tarea ineludible para cualquier filólogo que quiera conocer la lengua un poco a fondo; aparte el gran valor que tiene por sí misma, la Lexicología, comprendida la semántica léxica, viene a ilustrar muchos fenómenos gramaticales. Así que la enseñanza de esta ciencia contribuirá a reforzar los estudios filológicos, no tanto por su novedad como por su amplio espectro dentro de la lengua y por su fácil conexión con la literatura. Ninguna otra disciplina lingüística entrelaza a éstas tan estrecha y profundamente como la ciencia de las palabras y sus significados. En este libro se tocan cuestiones esenciales del significado, analizado por diferentes métodos, viejos y nuevos. Así se da un repaso a la etimología y a la práctica de diferenciar sinónimos, tan estimadas de los antiguos; se pasa revista a la concepción bipolar del significado, característica de la semántica tradicional que surge con M. Bréal a finales del s. XIX, tanto desde la perspectiva semasiológica de la polisemia como desde la onomasiológica de la sinonimia; se aborda ampliamente la concepción tripolar del significado, propia de la semántica estructural preconizada por E. Coseriu; se inserta, aquí y allá, algún apunte acerca de la gramática funcional de la escuela de S. Dik y, por último, se traza un cuadro favorable del interés que suscita hoy la semántica cognitiva. En este recorrido metodológico el autor opera con talante conciliador, sin renunciar al análisis crítico que lo lleva a señalar puntos flacos o destacar logros; pero de acuerdo con el espíritu didáctico que anima al libro, prefiere plantear cuestiones a darlas resueltas, sin dejar de descubrirnos cómo unas se enlazan con otras y cómo la solución de unas depende de la que tengan otras. El significado lingüístico no es algo obvio o, al menos, no es tan obvio como el nombre y la cosa nombrada, pues constituye un ámbito intermedio entre estos dos, como si fuera el vértice de un ángulo que se abre hacia ellos; alcanzar ese punto culminante del significado requieCuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos 2003, Anejo I

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re a veces una ardua reflexión. Pero es más, el significado no queda aprisionado entre el nombre y la cosa, sino que se hace funcional gracias a la oposición inmediata de otro significado, de otra palabra. Por tanto, además de hacer abstracción de la forma expresiva y del objeto designado, hay que saber establecer la oposición significativa pertinente; no es de extrañar que esta operación resulte demasiado compleja para semantistas apresurados o relajados. Tal es el riguroso criterio de análisis que guía a la semántica coseriana, cuyo meollo reside en las estructuras primarias de campo y clase y en las secundarias de modificación, desarrollo y composición. Éstas últimas no constituyen, evidentemente, un capítulo de morfología léxica, sino que versan sobre la determinación que experimentan los contenidos lexemáticos en los procesos de prefijación, derivación y composición. Los análisis semánticos —y el que aquí se presenta es paradigmático— prueban que las fronteras entre gramática y semántica son fluidas, pues la sistematicidad de la primera no deja de alcanzar a la segunda. La oposición léxica fugare.–fugere (copias hostium fugat.–copiae hostium fugiunt) es análoga a la oposición gramatical fugare.–fugari (copias hostium fugat.–copiae hostium fugantur). La proporcionalidad que caracteriza a las oposiciones gramaticales se encuentra también en el nivel léxico; si no en el plano morfológico, sí al menos en el semántico: ostendere («mostrar») es a apparere («aparecer») lo que occulere («ocultar») es a latere («estar oculto»); por más que entre estos verbos no haya relación etimológica, se trata de la misma oposición que acabamos de señalar entre fugare y fugere: manum ostendit.–manus apparet; manum occulit.–manus latet. Esa proporcionalidad halla fundamento en las oposiciones clasemáticas, en la existencia de semas recurrentes que operan por igual en campos semánticos diferentes. Es más, los clasemas, por su carácter genérico —discutido a veces, pero del que nosotros no dudamos—, propenden a la gramaticalización, si no están ya gramaticalizados. Las dos oposiciones proporcionales anteriores, caracterizadas por los clasemas «causativo».–«no causativo», son formas léxicas de contenido diatético, que corresponden a las oposiciones gramaticales del primer término: manum ostendit.–manus ostenditur; manum occulit.–manus occulitur. El autor de este libro pudo comprobar hace no tantos años en su estudio doctoral sobre el campo semántico de «vestir» —y hoy lo confirma— cómo no sólo las relaciones intersubjetivas anteriores, sino las intrasubjetivas, de modalidad alterna o de aspecto secuencial y extensional, configuran estructuras fundamentales de los campos y son una fuente constante de proporcionalidad significativa. La semántica cognitiva, la última en pedir turno, surge en el ámbito de los estudios psicológicos como reacción al análisis componencial que empezaron practicando etnólogos y antropólogos. Esta procedencia externa no deja de contrastar con el origen netamente lingüístico de la lexemática coseriana que desarrolla sobre el nivel léxico el método fonológico de la Escuela de Praga. Si ésta creó la fonología y dejó establecida para siempre la diferencia entre fonética y fonología, esto es, entre sonidos reales y fonemas funcionales, la semántica léxica coseriana intenta hacer otro tanto distinguiendo entre contenidos reales y significados Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos 2003, Anejo I

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Prólogo

funcionales. La cuestión que nos planteamos sobre la semántica cognitiva es si supera el plano de la realidad para insertarse limpiamente en el de la lengua o si, al contrario, nos deja en la periferia de la descripción «fonética», sin alcanzar el núcleo «fonológico» —léase distintivo— del significado. Si passer era en latín «gorrión» y sus descendientes en español y portugués, pájaro y pássaro, se generalizaron como «ave pequeña», es que el gorrión se ha entendido como prototipo de las aves menores. Ahora bien, ésta es una cuestión de designación, según explica el autor del libro: «la designación de passer se encuentra ‘ampliada’ desde un tipo de pájaro concreto a toda una clase». La semántica cognitiva se instala, pues, en el plano designativo, de manera que ayuda a conocer la relación entre las palabras y las cosas, más que a analizar sus significados. Otras muchas provechosas reflexiones podrá hacer el lector de este libro, al hilo del discurrir histórico y metodológico por esa ciencia joven y sólida que es ya la semántica latina. Profesor BENJAMÍN GARCÍA-HERNÁNDEZ Universidad Autónoma de Madrid

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Introducción Quel beau livre ne composerait-on pas en racontant la vie et les aventures d’un mot? (Balzac, Louis Lambert) Todos sabemos que las palabras tienen significado, pero quizá no somos conscientes de la variedad de actitudes que este hecho ha suscitado a lo largo de la Historia. Desde las antiguas interpretaciones mágicas, que consideraban que las palabras tenían una suerte de fuerza que les confería el sentido, hasta la prosaica indiferencia de muchos lingüistas modernos, el estudio del significado léxico ha pasado por muchos avatares. Quizá el más importante fue el cambio de planteamiento que nos proporcionó Saussure al romper la antigua relación entre palabras y cosas, el sueño de una lengua perfecta, para pasar a hablar de un significado y un significante como realidades psicológicas. Y no debemos olvidar la antigua tensión que la semántica ha mantenido con la etimología. En este libro veremos cómo se oponen dos actitudes bien diferentes, por un lado, la que considera el significado como inherente a su origen, y, por otro, la que entiende que para comprender el significado de una palabra puede prescindirse de su etimología. A esta última postura es a la que, paradójicamente, se adscribe un amante de las viejas etimologías como Jorge Luis Borges para darnos algunas claves sobre el pensamiento semántico: Escasas disciplinas habrá de mayor interés que la etimología; ello se debe a las imprevisibles transformaciones del sentido primitivo de las palabras, a lo largo del tiempo. Dadas tales transformaciones del sentido primitivo de las palabras, que pueden lindar con lo paradójico, de nada o de muy poco nos servirá para la aclaración de un concepto el origen de una palabra. Saber que cálculo, en latín, quiere decir piedrita y que los pitagóricos las usaron antes de la invención de los números, no nos permite dominar los arcanos del álgebra; saber que hipócrita era actor, y persona, máscara, no es un instrumento valioso para el estudio de la ética. Parejamente, para fijar lo que hoy entendemos por clásico, es inútil que este adjetivo descienda del latín classis, flota, que luego tomaría el sentido de orden. (Jorge Luis Borges, “Sobre los clásicos”, Otras inquisiciones, en Obras completas II, Barcelona, Emecé, 1989, 150) Pero no sólo estamos ante una pugna entre etimología y semántica, pues no debemos olvidarnos del papel que aquello que es designado tiene en la descripción del significado léxico. Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos 2003, Anejo I

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En este punto, hay que volver a los textos clásicos de Frege y a los estudios de Odgen y Richards acerca del triángulo de la significación, para reconsiderar el peso específico del designado y poner algo de orden en las diferencias que conllevan los verbos «significar» y «designar». Por si todo esto fuera poco, la consideración del vocabulario en su conjunto se ha descrito tradicionalmente como un desorden donde tan sólo la arbitrariedad del alfabeto puede establecer unas ciertas pautas. Ante ello, algunos semantistas sueñan con un orden interno, o una tendencia a lo sistemático que nos hace considerar singulares relaciones entre léxico y gramática. Quizá sea en torno a estas dos últimas palabras donde tengamos la discusión de mayor alcance, pues mientras la tradición gramatical cuenta con siglos de existencia, el estudio sistemático del vocabulario es un hecho tan reciente que apenas nos ha dado tiempo a tener una mínima visión histórica. La novedad que todavía hoy suponen las disciplinas que estudian el léxico es, en buena medida, la causa de su generalizado desconocimiento. Hace unos años, Molero Alcaraz1 llamaba la atención precisamente sobre la inexistencia de una asignatura específica sobre lexicología latina en la mayor parte de los planes de estudio universitarios. Hoy día, felizmente, la situación ha cambiado. Las historias de la lingüística española, griega o latina, cuentan con nombres que han consolidado los estudios de semántica léxica en nuestro panorama universitario, y este libro sólo es un tímido brote en el contexto de un robusto árbol. Es oportuno que digamos algo sobre las circunstancias del presente libro. La idea inicial y todavía muy incierta de llevar a cabo un estudio dedicado a las diversas aproximaciones al significado léxico partió de una conferencia titulada «La didáctica del léxico latino», presentada al curso Didáctica de las lenguas Clásicas (CEP de Talarrubias 23-27 de Marzo de 1992), que después tuvo su continuación en otra titulada «Actualización en lexicología latina» (Curso Superior de Filología Clásica, Aranjuez, Julio de 1995). Las aportaciones de carácter cognitivo, además de una serie de estudios ya publicados, vinieron de la mano de otra conferencia: «Literatura y lengua latina como fuente para el estudio de la Historia de las Mentalidades: las “metáforas de la vida cotidiana en la comedia”» (Literatura y sociedad en la Antigüedad Clásica, Universidad Autónoma de Madrid, Marzo de 1996), que fue perfilándose en trabajos posteriores presentados a diversos congresos2. Todo este proceso se ha integrado ahora en el proyecto de investigación PB-98-0794 «Léxico y semántica cognitiva de las lenguas griega y latina: historia de los conceptos y las metáforas», financiado por la Dirección General de Enseñanza Superior del Ministerio de Educación y Cultura (2000-2002). Además, durante estos últimos años hemos 1 «En este sentido, es significativo el hecho de que hasta hace muy poco tiempo ni siquiera existiera una asignatura como Lexicología del latín y del griego, en lo que respecta a los estudios superiores de Filología Clásica» (cf. Molero Alcaraz 1982, 302-306). 2 Entre otros, «Las “Metáforas de la vida cotidiana” en latín y su proyección etimológica en castellano (“Metaphors we live by” in Latin as etymological background in Spanish)», Congreso Internacional de Semántica (La Laguna, 27-31 de octubre de 1997), y «Semántica cognitiva del latín (I): los preverbios latinos como “metáforas de la vida cotidiana”», Dixième colloque international de linguistique latine (Paris-Sèvres 19-23 avril 1999).

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Introducción

venido ensayando la redacción de este libro gracias tanto a la investigación como a la preparación de las clases de la asignatura cuatrimestral «Lexicografía y semántica latina», en la Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid. Pocas veces hemos tenido ocasión de percibir cómo se fundían la actividad docente y la investigadora de una forma casi perfecta. De hecho, no han faltado alumnos inquietos que se hayan animado a preparar comunicaciones a congresos y alguna memoria de licenciatura3. En lo que respecta a los contenidos, esta obra tan sólo pretende servir de sucinta guía e introducción al estudio del significado léxico en la lengua latina desde los enfoques tradicional, estructural-funcional y cognitivo, enfoques que en ningún caso resultan incompatibles entre sí. Está pensada para los estudiantes universitarios y los interesados en conocer algunos aspectos básicos de esta disciplina. Debemos aclarar que no se trata de un manual ni de una exposición absolutamente sistemática de todos los asuntos que conciernen a la semántica latina (en este sentido, la Semántica estructural y lexemática del verbo de Benjamín García Hernández sigue siendo el único libro dedicado a la semántica latina que merece la calificación de manual). Nuestro propósito está encaminado a tratar tan sólo acerca de algunos de los aspectos principales de la semántica, que ya desde ahora diremos que irá casi siempre acompañada del adjetivo «léxica». Dos son los asuntos que nos parecen fundamentales: por un lado, la naturaleza del significado, en especial el que concierne al léxico, y, por otro, la posibilidad de estructurar el vocabulario. Esta posibilidad oscila desde la idea de caos, la de mosaico y la de estructura léxica hasta plantear diversos hechos de gramaticalización a partir de los estudios sobre la proporcionalidad de tales estructuras. Así pues, en lo que se refiere a los propósitos, con este trabajo deseamos, ante todo, hacer una exposición razonada, nacida de nuestra experiencia, sobre cuestiones de interés y proponer cauces para la investigación antes que contar o resumir una theoria recepta. De acuerdo con esto, la estructura del libro sigue un plan determinado que le confiere una unidad: — El primer capítulo ofrece una visión general de los estudios léxicos en la Antigüedad, partiendo de una idea intuitiva del significado como «fuerza» o vis. Además, ofrecemos una lectura de los dos métodos fundamentales de indagación léxica, la ratio etimológica y la differentia, como criterios de «epistemología previa» basados en lo comparativo, en el primer caso, una comparación formal que llega al contenido y, en el segundo, tomando como punto de partida el contenido como tal. — Los capítulos segundo a cuarto tienen en común un enfoque predominantemente estructural de la materia, de acuerdo, sobre todo, con los principios metodológicos elaborados por Eugenio Coseriu y, ya pensando más concretamente en la lengua latina, por Benjamín García Hernández. En ellos ofrecemos una visión general acerca de lo que es la semántica léxica, entrando después en aspectos concretos que se refieren a la natura3

Es el caso de Juan José Carracedo (1999) y Soledad Márquez Huelves (2000 y 2001).

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leza del significado (concepción bipolar y tripolar), las estructuras (relaciones clasemáticas) y el campo léxico. En cada uno de ellos hemos ensayado, asimismo, explicaciones complementarias de naturaleza cognitiva. — En el quinto y último capítulo ofrecemos una novedosa visión, quizá el paradigma para los estudios lingüísticos del siglo XXI, la semántica cognitiva, que, a su vez, nos permite mirar hacia atrás, pues no deja de ser una nueva aproximación que siempre estuvo con nosotros. No nos queda más que dar cuenta de la deuda científica que tenemos contraída con dos maestros de la semántica léxica, Benjamín García Hernández, bajo cuya dirección llevamos a cabo una tesis doctoral defendida en el año 1992, y de quien hemos seguido aprendiendo aún más, si cabe, desde entonces, y Marcos Martínez Hernández, cuyos estudios, ahora recogidos en un libro fundamental, han terminado por conformar nuestro carácter de aprendiz de semantista4. Asimismo, queremos recordar en estas últimas líneas al profesor Eugenio Coseriu, que acaba de dejarnos, aunque seguirá vivo en la memoria de sus discípulos y de los discípulos de sus discípulos, de manera que podría haberse aplicado a sí mismo el verso horaciano non omnis moriar. Universidad Complutense, octubre de 2002

4 Quiero expresar mi agradecimiento a la profesora Cristina Martín Puente, que con tanta atención e interés leyó el original de este libro y al profesor Marcelo Martínez Pastor por su constante interés y apoyo.

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CAPÍTULO I Etimología y semántica

1.1. El origen y el significado de las palabras Al escritor uruguayo Horacio Quiroga debemos un curioso e inquietante cuento titulado «Las rayas» que puede resultar muy oportuno para comenzar a familiarizarnos con algunas cuestiones básicas relativas al significado. El cuento en cuestión comienza así: ... —En resumen, yo creo que las palabras valen tanto, materialmente, como la propia cosa significada, y son capaces de crearla por simple razón de eufonía. Se precisará un estado especial; es posible. Pero algo que yo he visto me ha hecho pensar en el peligro de que dos cosas distintas tengan el mismo nombre. (Horacio Quiroga, El Simún y otros relatos, Barcelona, Seix Barral, 1986, 70-73) A continuación, se nos cuenta un relato en el que dos hombres que se dedicaban día y noche a trazar rayas obsesivamente terminaron desapareciendo dentro de su casa. Cuando se hizo una inspección de ésta no se encontró rastro de ellos, salvo, quizá, dos rayas, es decir, dos peces marinos, que se revolvían dentro del canal de desagüe. Este pequeño cuento refleja magistralmente una de las preocupaciones más antiguas del ser humano desde que fue parlante: la naturaleza y el origen del significado de las palabras. En el párrafo citado hay al menos tres ideas que resultan muy estimulantes para adentrarnos en una concepción primitiva o mágica del significado: a) Las palabras «valen tanto, materialmente, como la propia cosa significada». Nos interesa, en especial, el uso del verbo «valer» aplicado en este contexto. Hay en los gramáticos latinos una expresión muy parecida, como es la de vis verbi, es decir, la «fuerza de la palabra». b) Siguiendo la idea expresada por la vis, observamos que la palabra tiene un poder creador. Recordemos que en el libro del Génesis (1, 3-5), en el relato de la creación, Dios crea las cosas diciendo primero «haya...»: Dijo Dios: «Haya luz», y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad; y llamó Dios a la luz «día», y a la oscuridad la llamó «noche». De esta forma, nos cuenta el relato mítico cómo Dios dijo primero que se crearan las cosas para pasar luego a crearlas. Se trata, probablemente, del texto esencial para ilustrar la concepción del lenguaje como entidad creadora. Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos 2003, Anejo I

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c) Otro hecho también significativo es que la razón por la que las palabras pueden crear las cosas sea algo en apariencia tan insignificante como la eufonía, o, en otras palabras, que la eufonía sea una razón creadora. La eufonía nos lleva directamente al aspecto meramente físico de la palabra, y lo pone en relación con un concepto elemental de estética, como es el de la propia belleza de las palabras tal como suenan. No muy lejos de esta concepción estaba Giambattista Vico cuando ponía en relación los nombres griegos y latinos del dios supremo y de la justicia apelando, precisamente, a la «coquetería del lenguaje» (una razón de eufonía es la que aduce Platón en Crátilo 412d-413c, que es en quien se basa Vico): Con este primer nacimiento de los caracteres y de las lenguas nació el derecho, llamado ious por los latinos, y por los antiguos griegos diaíou —que más arriba explicamos como «celeste», que proviene de Diós; por lo que los latinos utilizaban sub dio indistintamente que sub Iove para decir «a cielo abierto»—, y como dice Platón en el Crátilo, por coquetería del lenguaje, pasó a llamarse díkaion. Pues de forma universal fue considerado el cielo por todas las naciones gentiles bajo el aspecto de Júpiter, recibiendo de él las leyes a través de sus divinos avisos y órdenes que consideraban auspicios; lo que demuestra que todas las naciones nacieron en la creencia de la providencia divina. (Giambattista Vico, Ciencia nueva. Tomo I. Ed. de J. M. Bermudo, Barcelona, Orbis, 1985, 206) El texto de Horacio Quiroga crea, en definitiva, una ficción acerca de un asunto que en semántica puede denominarse, en principio, como polisemia, o la circunstancia de que una palabra tenga dos significados1. Pero, sobre todo, este cuento nos ofrece un excelente ejemplo de lo que es la creencia del significado como algo inmanente a la forma de la palabra, muy propio de concepciones mágicas del lenguaje. Sin embargo, ya veremos cómo es el uso el que en buena medida confiere el sentido real y efectivo a las palabras, al contextualizarlas, siendo también el causante de su desgaste. El uso hace que muchas palabras lleguen a significar lo contrario de lo que en principio daban a entender. Pensemos en términos como «enervar» (de ex ynervus), que, frente a lo que muchos podrían creer, significa «debilitar o quitar las fuerzas», o la manida locución «llegar al punto álgido» (de alget), donde «álgido» significa «muy frío»2. Es, precisamente, ante hechos como éstos cuando percibimos una cierta dualidad entre el origen de la palabra y su significado presente, ya que la etimología puede llegar a ser incluso contradictoria. En este sentido, 1 En realidad se trata de un hecho de homonimia, pues estamos ante dos palabras de origen distinto que han venido a coincidir formalmente. Para las dificultades a la hora de distinguir entre polisemia y homonimia véase el interesante trabajo de Cifuentes Honrubia (1990). 2 «Como el período álgido de ciertas enfermedades, acompañado de frío glacial, es al mismo tiempo crítico para la vida del enfermo, se ha dado erróneamente a álgido la ac. “culminante” [med. s. XIX: Selgas, Campoamor], denunciada repetidamente como bárbara, pero vigorosa aún.» (Corominas-Pascual 1991, s. v. ÁLGIDO).

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desde la idea casi mágica de un sentido primigenio, natural e inmutable, podemos llegar a defender la idea de que el significado mantiene una relación convencional o arbitraria con respecto a la expresión, lo que conlleva, entre otras consecuencias, la de abrir la posibilidad al cambio semántico y lingüístico en general3. De esta forma, la primera concepción lleva implícita una idea de lengua inalterable, utópicamente considerada perfecta, mientras que la segunda, al entender la relación arbitraria entre significado y significante, abre la puerta al cambio lingüístico. En la historia de las ideas lingüísticas llegamos a encontrar posiciones intermedias entre una y otra concepción, como cuando, aun reconociendo el hecho innegable de que las lenguas evolucionan, se persiste en creer que hubo una primera lengua perfecta, inmutable, de la que después degeneraron las demás. En resumen, ya veremos cómo en el devenir de las preocupaciones en torno al significado de las palabras se han dado y a veces hasta enfrentado estos dos planteamientos: a) la significación vista desde el estudio del origen de una palabra, o la etimología. b) la significación vista desde el estudio del significado de una palabra en un momento dado, o la semántica. Pasemos a hablar más detenidamente acerca de este aspecto diferenciador entre etimología y semántica. 1.2. La etimología frente a la semántica No es difícil percibir cómo desde la antigua etimología el significado se concibe como algo inmanente a la propia palabra. El propio método de la etimología antigua, basado en el juego de letras (anagrama) y la búsqueda del origen de una palabra poniéndola en relación con la más parecida que pueda encontrarse, encierra en sí la concepción del significado como algo connatural a la misma palabra. Veamos uno de los ejemplos más significativos, la supuesta etimología de la palabra Latium, tal y como puede encontrarse en la Eneida de Virgilio, quien nos ofrece una explicación etimológica explícita que pone en relación LATIVM con LATET, según una etimología que ya puede rastrearse en Varrón4: Primus ab aetherio venit Saturnus Olympo, arma Iouis fugiens et regnis exsul ademptis. Is genus indocile ac dispersum montibus altis 3 «(...) los planos fonético y significativo de una lengua están en relación arbitraria y, por tanto, no existe relación directa entre ambos; la arbitrariedad característica de las lenguas naturales hace posible la existencia de los cambios lingüísticos, pues si hubiera una relación directa entre los elementos fonéticos y los significados es evidente que las lenguas permanecerían siempre inalterables» (Blecua 1973, 70). 4 Marouzeau 1940, 260. Además, Virgilio no se conforma tan sólo con esta explicación, sino que nos ofrece un perfecto anagrama que recombina las letras que conforman LATIVM para dar lugar a MALVIT.

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composuit legesque dedit LATIVMque vocari MALVIT, his quoniam LATVISSET tutus in oris. (Verg. Aen. 8, 319-323) («Saturno llegó el primero del etéreo Olimpo, huyendo las armas de Júpiter y desterrado, despojado de su reino. Él fue quien reunió aquella nación indomable y dispersa por los altos montes, les dio leyes, y prefirió que se llamara “Lacio”, ya que sano y salvo estuvo “latente” por estas riberas.») Los ejemplos más universalmente conocidos de este tipo de etimología se deben a Isidoro de Sevilla, como en el caso de su explicación de clarus: Clarus, a caelo, quod splendeat. Vnde et clara dies pro splendore caeli. (Isid. Orig. 10, 32) («Clarus (claro) deriva de caelum (cielo), porque resplandece. Así, hablamos de un “claro día” a causa del esplendor del cielo.») (trad. de Oroz Reta y Marcos Casquero) En este ejemplo tenemos representados tanto la búsqueda de una palabra que tenga un parecido evidente con el adjetivo clarus (caelum), como el juego anagramático del cambio del orden de las letras (CLArVM y CAeLVM)5. Queda, pues (y esta es la parte semántica de la investigación etimológica en la Antigüedad), encontrar el hilo conductor entre los contenidos de las dos palabras puestas en relación. Varrón o Isidoro de Sevilla entienden que la etimología sirve para conocer mejor el significado de las palabras, ya que la etimología antigua busca casi obsesivamente la congruencia entre las formas y los contenidos. De hecho, Isidoro dice explícitamente en un famoso y discutido pasaje de las Etymologiae (Orig. 1, 29) que si se conoce el origen de una palabra antes se dará con su sentido: Etymologia est origo vocabulorum, cum vis verbi vel nominis per interpretationem colligitur. Hanc Aristoteles symbolon, Cicero adnotationem nominavit, quia nomina et verba rerum nota facit exemplo posito; ut puta flumen, quia fluendo crevit, a fluendo dictum. Cuius cognitio saepe usum necessarium habet in interpretatione sua. Nam dum videris unde ortum est nomen, citius vim eius intellegis. Omnis enim rei inspectio etymologia cognita planior est. («La etimología estudia el origen de los vocablos, ya que mediante su interpretación se llega a conocer el sentido de las palabras y los nombres. Aristóteles la denominó symbolon, y Cicerón, adnotatio, porque, a partir de un modelo, se nos dan a conocer las palabras y los nombres de las cosas. Por ejemplo, flumen (río) deriva de fluere, porque fluyendo crece. Su conocimiento implica a menudo una utilización necesaria en la interpretación léxica. Pues, si se sabe cuál es el origen de una palabra, más rápidamente se comprenderá su sentido. El examen de cualquier objeto es mucho más sencillo cuando su etimología nos es conocida.» (trad. de Oroz Reta y Marcos Casquero) 5

También podían suprimirse o añadirse letras (Var. L. 7, 1).

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No obstante, esta concepción tan confiada debe enfrentarse a otra orientación escéptica que ya puede intuirse en el Crátilo de Platón. Este escepticismo, que es posible rastrear en Platón, Sexto Empírico, así como en Cicerón y Quintiliano, nos lleva a un texto crucial de Agustín de Hipona donde puede observarse cómo aparece completamente diferenciado el estudio de la etimología, en calidad de dudosa disciplina que indaga acerca del origen (¿verdadero?) de las palabras, y el de la semántica, o el conocimiento del significado6, para lo que se puede prescindir perfectamente de la etimología: De origine verbi quaeritur, cum quaeritur unde ita dicatur: res mea sententia nimis curiosa, et non nimis necessaria. Neque hoc mihi placuit dicere, quod sic Ciceroni quoque idem videtur; quamvis quis egeat auctoritate in re tam perspicua? Quod si omnino multum iuvaret explicare originem verbi, ineptum esset aggredi, quod persequi profecto infinitum est. Quis enim reperire possit, quod quid dictum fuerit, unde ita dictum sit? Huc accedit, quod ut somniorum interpretatio, ita verborum origo pro cuiusque ingenio praedicatur. Ecce enim verba ipsa quispiam ex eo putat dicta, quod aurem quasi verberent: Immo, inquit alius, quod aerem. Sed nostra non magna lis est. Nam uterque a verberando huius vocabuli originem trahit. Sed e transverso tertius, quam rixam inferat. Quod enim verum, ait, nos loqui oporteat, odiosumque sit, natura ipsa iudicante, mendacium; verbum a vero cognominatum est. Nec ingenium quartum defuit. Nam sunt qui verbum a vero quidam dictum putent, sed prima syllaba satis animadversa, secundam negligi non oportere. Verbum enim cum dicimus, inquiunt, prima eius syllaba verum significat, secunda sonum. Hoc autem volunt esse bombum. Vnde Ennius sonum pedum, bombum pedum dixit: et Bo!sai Graeci clamare; et Virgilius, «Reboant silvae» (Georg. lib. 3, v. 223) Ergo verbum dictum est quasi a vero boando, hoc est verum sonando. Quod si ita est, praescribit quidem hoc nomen, ne cum verbum faciamus, mentiamur: sed vereor ne ipsi qui dicunt ista, mentiantur. Ergo, ad te iam pertinet iudicare, utrum verbum a verberando, an a vero solo, an a vero boando dictum putemus: an potius unde sit dictum non curemus; cum, quod significet, intelligamus. (Aug. Principia Dialecticae VI. P. L. 32, 1409-1420)7 6 Esta distinción ya puede encontrarse en Varrón, aunque desde otros presupuestos (L. 5, 2): Cum unius cuiusque verbi naturae sint duae, a qua re et in qua re vocabulum sit impositum (itaque a qua re sit pertinacia cum requiritur, ostenditur esse a pertendo; in qua re sit impositum dicitur cum demonstratur, in quo non debet pertendi et pertendit, pertinaciam esse, quod in quo oporteat manere, si in eo perstet, perseverantia sit), priorem illam partem, ubi cur et unde sint verba scrutantur, Graeci vocant etymologían, illam alteram perí semainoménon. De quibus duabus rebus in his libris promiscue dicam, sed exilius de posteriore («Cada palabra posee dos peculiaridades congénitas: de qué objeto se parte y en qué objeto de aplica el nombre. Así, cuando se rastrea de dónde procede pertinacia (obstinación), se descubre que deriva de pertendere (obstinarse); en cuanto a en qué objeto se aplica, se dice que existe pertinacia cuando se pone de manifiesto que hay obstinación en algo en que uno no debe obstinarse (pertendi). En efecto, si se persiste (perstet) en lo que conviene mantenerse firme, lo que hay es perseverantia. A la primera cuestión —es decir, cuando se investiga por qué y de dónde vienen las palabras—, los griegos la denominan etimología; a la segunda, semántica. Sobre ambas cuestiones y de manera indistinta, voy a hablar en los libros siguientes, aunque abordando más de pasada la segunda de ellas.») (trad. de Marcos Casquero). 7 Tenemos una edición moderna de esta obra: De dialectica. Ed. Jan Pinborg and. trans. B. Darrell Jackson, Dordrecht and Boston, Reidel, 1975.

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(«Nos preguntamos acerca del origen de una palabra cuando nos planteamos de dónde proviene que se diga de tal manera: asunto muy curioso, en mi opinión, pero no muy necesario. No me gustó decir esto que a Cicerón parece merecerle la misma opinión; aunque, ¿quién necesita de una autoridad en un asunto tan “evidente”? Pero si fuera de mucha utilidad explicar el origen de una palabra, no sería apropiado adentrarse en lo que ciertamente es imposible de alcanzar. ¿Quién hay que pueda justificar por qué se tiene que decir de tal manera lo que nombramos? Ocurre que, al igual que en la interpretación de los sueños, así se declara el origen de una palabra de acuerdo con el ingenio de cada cual. He aquí que hay quien interpreta que el mismo término verba (palabras) se dice así porque es como si azotasen (“reverberasen”) el oído; más bien, dice otro, porque es como si azotasen el aire. Pero esto no supone un gran problema, pues uno y otro remontan el origen de esta palabra del verbo “azotar” (verberando). Inesperadamente mira qué discordia viene a sembrar un tercero: verbum es sinónimo de “verdadero” porque, según dice, conviene que hablemos lo verdadero, y es odiosa la mentira, siendo la naturaleza el juez mismo. Pero no faltó un cuarto ingenio que dijo que, si bien hay quienes estiman que verbum se dice de “verdadero”, quedando, pues, la primera sílaba suficientemente constatada, no conviene olvidarse de la segunda. De esta forma, declaran que cuando decimos verbum la primera sílaba significa “verdadero”, y la segunda “sonido”; pretenden, pues, que éste (el sonido) sea un “zumbido” (bombum). Por ello, Ennio llamó al sonido de los pies “ruido de pasos”, los griegos dicen “gritar” con el término boasai, y Virgilio dice “resuenan los bosques”. Luego, se dice verbum como si hiciéramos retumbar la verdad, es decir, como si hiciéramos sonar la verdad. Por tanto, si esto es correcto, el mismo nombre ordena que no mintamos al hablar, mas temo que mientan incluso estos mismos que afirman tales cosas. Por lo tanto, a ti corresponde juzgar si hemos de considerar que verbum se dice de verberando (“azotar”), o de vero (“verdad”) tan sólo, o de vero boando (“hacer resonar la verdad”), o si, por el contrario, es preferible que no nos preocupemos por su origen, ya que sin necesidad de ello entendemos lo que significa.») Sorprende, lo primero, esta singular comparación de la interpretación etimológica con la interpretación de los sueños. Marck Amsler ha observado en su excelente estudio sobre el discurso etimológico en la Antigüedad Tardía (Amsler 1989, 44-55) que al ser comparada la etimología con la interpretación de los sueños, se entiende como una actividad hermenéutica que, al igual que aquélla, debe resolver la ambigüedad de los signos mediante una interpretación alegórica. La etimología, así entendida, presenta infinidad de posibilidades, lo que la convierte por su imprecisión en inútil, y más todavía porque la materia que estudia, el lenguaje verbal humano, es engañosa. Como bien apunta Umberto Eco, San Agustín rechaza el lenguaje constituido de palabras porque está pensando en una forma de lengua perfecta que no es verbal, y que no es otra que la lengua en la que Dios habló a Adán. Se trata de una lengua de imágenes, pansemiótica, poblada de alegoría, que tan importante será para la representación de la cultura en la Edad Media, en sus distintos lapidarios, bestiarios, o en los beatos (Eco 1996, 2425). Contrariamente a la prevención que muestra por la etimología Agustín, la vieja disciplina terminará triunfando como metalenguaje y llave para el conocimiento del mundo, llegando a Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos 2003, Anejo I

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su cima más alta con San Isidoro de Sevilla, excelente ejemplo de recuperación y creación etimológica. Centremos ahora nuestra atención en dos frases concretas de los textos citados: — nam dum videris unde ortum est nomen, citius vim eius intellegis (Isidoro) — unde sit dictum non curemus; cum quod significet, intelligamus (Agustín) En estas dos frases podemos ver resumidos los aspectos que hemos comentado. Mientras Isidoro aúna etimología y semántica, Agustín las diferencia cuando nos dice que de poco nos sirve saber de dónde se puede decir una palabra para conocer su significado. Por otra parte, Isidoro habla de la vis nominis (recuérdese lo que decíamos acerca de la fuerza de las palabras con referencia al cuento de Horacio Quiroga), pero Agustín emplea explícitamente el verbo significare, consciente del valor que tiene la palabra como signo convencional. La semántica como estudio del significado y la etimología, concebida desde el siglo XIX como una «historia de las palabras», quedan desligadas una de otra por sus métodos y objeto de estudio8. 1.3. La semántica en la Antigüedad. Las differentiae en las parejas de sinónimos El estudio del significado léxico tiene sus antecedentes más inmediatos en las compilaciones que analizan las diferencias en las parejas de sinónimos, todo un género de la antigua literatura latina que dio comienzo con Catón el Censor (s. II a. C.) y se extendió hasta Isidoro de Sevilla (s. VII d. C.), quien define así las diferencias (Orig. 1, 31): Differentia est species definitionis, quam scriptores artium de eodem et de altero nominant. Haec enim duo quadam inter se communione confusa, coniecta differentia secernuntur, per quam quid sit utrumque cognoscitur; ut cum quaeritur quid inter regem sit et tyrannum, adiecta differentia, quid uterque sit definitur, ut «rex modestus et temperatus, tyrannus vero crudelis.» Inter haec enim duo differentia cum posita fuerit, quid sit utrumque cognoscitur. Sic et cetera. («Diferencia es un tipo de definición que los tratadistas (Victorino y Boecio) denominan “de esto y de su contrario”. Cuando dos palabras se confunden entre sí por tener un cierto parentesco, se delimitan sus campos haciendo entrar en juego su diferencia, gracias a la cual se puede conocer qué es cada una de ellas. Por ejemplo, se trata de saber qué distinción hay entre un rey y un tirano; sirviéndonos de la diferencia se define qué es uno y otro en el siguiente sentido: “el rey es moderado y comedido; el tirano es cruel”. Aplicando el criterio de la diferencia se precisa qué es uno y qué es otro. Y así en lo demás.») (trad. de Oroz Reta y Marcos Casquero) 8 En lo que respecta al desarrollo moderno de ambas disciplinas, Guiraud (1981, 108-110) y Ullmann (1968, 34-59) hablan de semántica sincrónica (la semántica) y de semántica diacrónica (la etimología).

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El nacimiento de las differentiae se suele vincular a los ámbitos retórico9 y jurídico (Codoñer 1985; García Hernández 1997a; Lorenzo 1977; Magallón García 1996). Ocupan un lugar singular en esta dilatada tradición el tratado de Nonio Marcelo titulado De differentia similium significationum, que conforma el quinto de los veinte libros que componen su De compendiosa doctrina y, asimismo, el De differentiis, de Isidoro de Sevilla. Nonio Marcelo, que desarrolló su actividad allá por el siglo IV10, nos dejó una obra que, aunque sin grandes pretensiones, constituye un pequeño tesoro de citas, sobre todo pertenecientes a la literatura del período republicano. En lo que respecta a Isidoro de Sevilla, hay que hacer notar que su obra De differentis corresponde al comienzo de su actividad, mientras que las Etymologiae pertenecen, al contrario, ya al final de su producción11. La Praefatio del De differentiis deja suficientemente clara su adscripción al género12: Plerique veterum sermonum differentias distinguere studuerunt subtilius inter verba et verba aliquid indagantes. Poetae autem gentiles necessitate metrica confuderunt sermonum proprietates. Sicque ex his consuetudo obtinuit pleraque ab auctoribus indifferenter accipi, quae quidem quamvis similia videantur, quadam tamen propria inter se origine distinguuntur. De his apud Latinos Cato primus scripsit, ad cuius exemplum, ipse paucissimas partim edidi, partim ex auctorum libris deprompsi tibique, lector, pro delectatione notavi. 9 Pérez Castro (1999, 64) ve en esta vinculación con la retórica un inconveniente cronológico, pues si las primeras manifestaciones de este arte son del s. I a. C., las differentiae que da Catón quedarían fuera de este período. 10 De Nonio Marcelo apenas tenemos datos biográficos: «Of Nonius himself little is known. From various indications it has been inferred that he lived in the fourth or fifth century A. D., and was a dignitary in the small town of Thubursicum in North Africa. He published a volume of letters “On the Neglect of Study”, from which he quotes a pompous sentence in illustration of the word meridies (Meridiem... nos in Epistulis quae inscribuntur “De Peregrinando a Doctrinis”: exvigila aliquando et moracium cogitationum, priusquam aetas in meridie est, torpedinem pelle.” page 451 of Mercier’s edition). Some of his modern critics accuse him of an amount of ignorance that is hardly conceivable. Without going so far, we may safely regard him as a man of very limited learning, a compiler rather than a researcher. His dictionary can hardly have belonged to anything but the “scissors and paste” class» (Lindsay 1965, 1). Véase también Moretti 1984. 11 En palabras de Carmen Codoñer, una y otra constituyen dos modos diferentes de aproximación a la realidad: «La concepción del mundo que se desprende de la lectura de las Differentiae no es válida más que para los creyentes. O si se quiere, podemos enunciarlo al revés: las differentiae rerum sirven para crear al lector una concepción del mundo exclusivamente cristiana. Al mismo tiempo, el procedimiento de la diferencia tiene en este caso una función peculiar: establecer enlaces entre conceptos cuya distinción es léxicamente irrelevante y para los que la afinidad básica consiste en formar parte integrante de un dogma. Hablar de diferencias como procedimiento gramatical resulta a todas luces improcedente. Cualquiera de las diferencias aquí utilizadas significa algo más que lo que se desprende de la comparación entre rex y tyrannus. Se trata siempre de la unión de dos definiciones que, por el hecho de juntarse en comparación e ir referidas a un ámbito limitado, adquieren la cualidad de “diferentes”. Algo así como si estableciéramos una comparación entre un “dragón” y una “princesa” pensando en que ambos forman parte de un mundo cerrado y simbólico en el que cada uno de los objetos que lo integran adquiere un valor especial por el hecho de estar en contacto con el resto.» (Codoñer 1992b, 19-30). Más recientemente, Velázquez (en prensa) ha revisado los diferentes aspectos de la lengua en la obra isidoriana en una espléndida monografía. Agradezco a la autora que me haya facilitado la consulta del original. 12 Seguimos la moderna edición del libro primero que ha realizado Carmen Codoñer (1992b), donde se puede volver a apreciar la primitiva disposición temática, frente a la alfabética que erróneamente se había venido presentando (es el caso de la edición de Faustino Arévalo en la Patrología Latina, tomo 83).

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(«Muchos autores antiguos procuraron establecer diferencias entre distintos términos investigando con gran penetración lo que separa unas palabras de otras. Por su parte los poetas paganos, debido a necesidades métricas, confundieron el valor exacto de los términos; y así, a partir de ellos se impuso la costumbre de que los autores aceptaran indiscriminadamente muchas expresiones, expresiones que, aunque parezcan semejantes, se diferencian entre sí en virtud de su distinto origen. Sobre ellas escribió el primero entre los latinos Catón y, siguiendo su ejemplo, también yo creé unas cuantas, muy pocas, otras las saqué de obras que me merecían garantía y las recogí para tu deleite, lector.») (trad. de Carmen Codoñer) Vamos a leer cómo tratan tanto Nonio Marcelo como Isidoro de Sevilla el asunto de la differentia en una misma pareja de sinónimos, la conformada por las palabras latinas cupido y amor. Nonio la explica de la manera siguiente: CVPIDO et AMOR idem significare videntur. Et est diversitas. Cupido enim inconsideratae est necessitatis, amor iudici. Plautus Bacchidibus (fr. XIX): Cupidon te consevit anne Amor? idem in Curculione discrevit et vim eiusdem diversitatis expressit dicens (3): quod Venu’ Cupidoque imperat suadetque Amor. Afranius in Omine (221) amabit sapiens, cupient ceteri. cupidinem cum feminino genere dicimus, cupiditatem significamus. Vergilius (Aen. VI, 721): quae lucis tam dira cupido? cum masculino, deum ipsum. Plautum Mercatore (854): Cupido, quantus es! Naevius Gymnastico (55): edepol Cupido, cum tam pauxillus sis, nimi’ multum vales. (Non. p. 681-682 L) («CVPIDO y AMOR parecen significar lo mismo, pero hay diferencia. El deseo (cupido) es propio de la necesidad irreflexiva, el amor (amor) lo es del juicio. Plauto en Báquides (fr. XIX): “¿Acaso se ha ensañado contigo Cupido o Amor?”. Esto mismo lo distinguió en el Gorgojo y expresó el valor de su diversidad cuando dice que (3): “lo que Venus y Cupido ordenan y Amor aconseja”. Afranio en El presagio (221): “sentirá amor el sabio, el resto deseo”. Cuando nos referimos a cupido en género femenino, damos a entender la cupiditas. Virgilio (Aen. 4, 721): “¿qué deseo tan cruel de luz?”. Cuando lo hacemos en masculino, nos referimos al dios mismo. Plauto en El mercader (854): “¡Cupido, qué grande eres”. Nevio en El gimnástico (55): “Por Pólux, Cupido, que aunque seas tan pequeñito, vales muchísimo”.») Lo relevante es, una vez establecida la pareja de sinónimos, tratar de ver la diferencia, algo que ya intuye perfectamente Nonio Marcelo desde el comienzo de su definición: amor y cupido presentan una base significativa común evidente, la de designar el amor, y se establece la dife23

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rencia relacionando amor con iudicium y cupido con una inconsiderata necessitas13. Veamos ahora cómo trata Isidoro la diferencia entre amor y cupido (113 Codoñer y 1, 5 Arévalo): Inter amorem et cupidinem. «Aliud est, » inquit Cato, «Philippe, amor, longe aliudque cupido. Accessit illico alter ubi alter recessit; alter bonus, alter malus». Alii verius amorem et bonum dixerunt et malum, cupidinem semper malum. Amorum autem quadripertita differentia est. Est enim iustus amor, pius, crudelis, obscenus. Iustus amor est uxorius, pius filiorum, crudelis contra naturam, ut Pasiphae, obscenus meretricum. («Entre amor (amor) y cupido (pasión). “Una cosa es, ” dice Catón, “Filipo, el amor, y otra muy distinta la cupido. La una se produce en seguida allí donde el otro abandona; el uno es bueno, la otra es mala”. Otros, con más acierto, dijeron que amor era bueno y malo, cupido siempre malo. Y es cuádruple el tipo de amores. En efecto, hay un amor legítimo, piadoso, perverso, obsceno. Legítimo es el amor a la esposa, piadoso el amor a los hijos, perverso el contra naturam, como el de Pasifae, obsceno el de las meretrices.») (trad. de Carmen Codoñer) En la clasificación semántica que Magallón García (1996, 182-188) establece de todas las differentiae de Nonio, coincide con Isidoro de Sevilla en englobar amor y cupido en la polaridad «positivo»/«negativo». Puede observarse fácilmente cómo esta definición deja perfectamente explícito el contenido positivo de amor frente al negativo de cupido, aunque, como bien señala Magallón García (1996, 247-248), «AMOR puede ser también malum cuando es crudelis y obscenus». Esta caracterización de lo positivo y lo negativo aparece asimismo en Barrault, autor que supone, en buena manera, la culminación de esta tradición lexicográfica14. Tomando ahora otra differentia de Nonio (703L), la que opone cupido a cupiditas, Barrault sitúa a cupido entre los sinónimos cupiditas, libido y voluptas, mientras que amor es colocado entre caritas, pietas, benevolentia, studium, favor y gratia: Cupido est un désir qui nous porte à quelque chose et considéré comme faisant des efforts pour être satisfait; le désir en tant qu’il est considéré comme action, opposé à l’aversion; cupiditas n’est qu’un état passionné de l’âme opposé à la tranquillité de l’esprit ou à l’indifférence. «Cupiditas levior est cupidine» (Nonius, V. LVII): «Cupiditas ex homine, cupido ex stulto numquam tollitur» (Lucil., XXIII). Cette distinction qui a été faite par Lucilius est on ne peut plus fondée; en effet, le penchant vicieux de l’âme peut être corrigé, mais une fois qu’un sot s’est mis dans la tête une envie pour quelque chose, il n’y a plus moyen de l’en faire démordre. Mais la conclusion que Nonius tire de ce passage n’est pas exacte. (Barrault 1853, 613) 13 Los ejemplos aducidos para corroborar su definitio, si adoptamos una lectura crítica, no siempre responden perfectamente a las definiciones dadas. 14 Si bien su estudio sobre los sinónimos parte del libro titulado Lateinische Synonyme und Etymologie, de Döderlein, publicado en Leipzig entre 1826 y 1836 (García Hernández 1997a, 26, n. 39).

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Amor, comme amare, se dit des hommes et de animaux, c’est l’amour pur et l’amour sensuel ou interessé; caritas est l’amour éclairé, l’affection raisonnable des hommes, un sentiment noble, une amitié mêlée de respect et de vénération; pietas, l’amour envers les parents, les dieux, la patrie, toute affection quón ne pourrait violer sans commettre un nefas. Le principe de amor est dans le sentiment, dans la passion; celui de caritas dans la raison; celui de pietas, dans le devoir, l’instinct naturel et le sentiment religieux. Caritas peut se commander, amor ne se commandre pas. (Barrault 1853, 615) Puede observarse cómo se conserva la primitiva caracterización positiva de amor frente a cupido, ligada la primera a los buenos sentimientos y la segunda a la pasión. La moderna consideración semántica de estas parejas de términos acuñadas por la tradición lexicográfica no es unánime. Autores como Codoñer (1985, 202) y Flobert (1994) afirman que la misma aceptación de la diferencia ya supone un rechazo de la idea de sinonimia, mientras que otros como García Hernández (1997a, 24-25) no creen que la aceptación de la diferencia sea óbice para considerar la base significativa común como sinónima15. Nos parece, en este sentido, una especie de síntesis el análisis semántico que hace Magallón García (1996, 13-19) de las Differentiae en términos de «oposiciones privativas, equipolentes y graduales», así como de «hiponimia», pues la consideración de la sinonimia va a depender, básicamente, de lo que entendamos como tal, asunto al que volveremos en el capítulo siguiente. En resumen, observamos que la reflexión semántica, aunque no puede desvincularse de la etimológica, ha gozado de un excelente vigor a lo largo de la Antigüedad, llegando hasta los propios albores de la semántica que podemos considerar moderna. En este sentido, el término «sinónimo», al margen de lo que se entienda por tal, parece recoger todas las inquietudes semánticas de la reflexión sobre el lenguaje. 1.4. Los métodos: comparación formal y comparación de contenidos. Hacia la semántica moderna Nos parece oportuno, para terminar este capítulo, poner de manifiesto algunas cuestiones semánticas que podemos plantear comparando, precisamente, el método etimológico antiguo al que aludimos en el apartado 1. 2. y el de la «diferencia» del apartado anterior: a) ambos tienen en común el hecho de ser métodos comparativos. Entiéndase por «comparativo» un método de investigación básica, propio de una epistemología previa (García Gabaldón 1996). 15 Tenemos la postura escéptica de Pérez Castro (1999, 67-68): «Por lo que al latín respecta, las differentiae verborum de época postclásica lo único que permiten comprobar es la capacidad de mistificación de sus compiladores, cuya obra convendría tomar sólo como objeto de estudio, y no como fuente de datos y autoridad para el estudio del léxico latino.»

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b) en la etimología se parte de una COMPARACIÓN FORMAL entre dos términos muy cercanos de los que se supone que uno ha dado lugar al otro para encontrar la ratio semántica entre ambos, que termina corroborando la relación formal (p. e. persona «máscara» viene de personare «resonar» porque la máscara hace resonar la voz del actor [Gavio Baso, fr. Gel. 5, 7, 2], y clarum viene de caelum porque el cielo resplandece [Isid. Orig. 10, 32]). c) en la diferencia, sin embargo, se parte por lo general de una base de COMPARACIÓN CONCEPTUAL, o un continuum significativo, para terminar estableciendo la diferencia (así, p. e., la relación de contenido que puede haber entre cupido y amor, entre amare y diligere, o entre nutrix y genetrix, que analizaremos en el capítulo siguiente). Esta relación de contenido nos parece muy interesante porque ya NO es formal, lo que supone el establecimiento de una estructura léxica desde el plano del contenido (a ella volveremos en el apartado 3.3). Estos estudios anteriores a la semántica científica y centrados fundamentalmente en los orígenes de las palabras y en la diferencia comparten, asimismo, una idea intuitiva del significado, que va desde el significado verdadero u originario hasta lo que, en general, entendemos como el «sentido de las palabras». Por ello, la preocupación por el estudio del significado como tal, así como la razón de su naturaleza, supondrá el punto de partida de esta ciencia, y esto no se producirá hasta finales del siglo XIX. Aunque hay antecedentes en Alemania (Ullmann 1986, 2-3), el nacimiento de la semántica como «ciencia de las significaciones» tiene un nombre propio, Michel Bréal, y dos fechas, 1883, en que el autor francés publica su artículo titulado «Les lois intellectuelles du langages fragment de sémantique» (Bréal 1883) y 1897, que es cuando publica su libro titulado Essai de sémantique. Bréal propone un estudio novedoso, el de las «leyes intelectuales» del lenguaje que intentan captar la voluntad de los hablantes en el cambio lingüístico, y que suponen, además, una alternativa a las «leyes ciegas» de los neogramáticos. Así termina el prefacio de su obra, que ofrecemos en una pulcra versión española quizá atribuible a Miguel de Unamuno16: Tal es el estudio a que invito a todos los lectores. No se espere encontrar en él hechos de naturaleza muy complicada. Al contrario, como siempre ocurre allí donde está en juego el espíritu popular, sorprende la sencillez de los medios, sencillez que contrasta con la extensión y la entidad de los efectos obtenidos. He buscado deliberadamente mis ejemplos en las lenguas más generalmente conocidas; fácil será aumentar el número; fácil será también sacarlos de regiones menos exploradas. Como las leyes que he tratado de indicar son más bien de orden psicológico, no dudo que se comprueben fuera de la familia indo-europea. Lo que he 16

Esta estimulante hipótesis la sostiene Coseriu (2000, 21, n. 31).

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querido hacer es trazar algunas grandes líneas, marcar algunas divisiones y como un plano provisional en un terreno no explotado aún, y que reclama el trabajo mancomunado de varias generaciones de lingüistas. Ruego, pues, al lector, que mire este libro como una simple Introducción a la ciencia que he propuesto llamar Semántica. (Bréal s. f., 7)

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CAPÍTULO II El significado léxico: de las parejas de sinónimos a la oposición léxica 2.1. De la semántica al significado léxico. Conflictos e intereses de estudio Desligado, pues, lo que pertenece al estudio de la etimología (bien antigua o científica) de lo que concierne al de la semántica, queremos ahora seguir indagando en torno a la pertinencia para nuestro estudio de que el significado esté referido especialmente (aunque no exclusivamente) al léxico. La semántica, como estudio del significado, concierne a distintos niveles de análisis dentro de la lengua. Tomando la clasificación que hace Martínez Hernández (1997, 34), estos niveles son: a) b) c) d)

las unidades inferiores a la palabra la palabra la frase el texto

Los estudios de sintaxis se interesan básicamente por los dos últimos niveles, mientras que los estudios que conciernen a la semántica léxica o lexicología tienden al estudio de los dos primeros. La cuestión, no obstante, presenta una complejidad mayor de la que pudiera sugerir esta idea de simple reparto de niveles. Como veremos a lo largo de este trabajo, las diferencias entre estudiosos de la sintaxis y la semántica del léxico son, además, de método, ya que en la primera disciplina uno de los métodos más fructíferos es hoy día el de la Functional Grammar, iniciada hace unos decenios por Simon Dik en Holanda, y aplicada luego por Harm Pinkster a la lengua latina. En los estudios de semántica léxica, por su parte, sigue mostrándose vigoroso el Estructuralismo, especialmente el pensado expresamente para el estudio léxico que propusiera Eugenio Coseriu. Dados, pues, estos precedentes, que no son, por cierto, los únicos posibles, se da, además, la circunstancia de que en la tradición de la sintaxis puede encontrarse un cierto menosprecio y desinterés por las cuestiones particulares que conciernen al léxico. Esto es así porque el léxico y sus particularidades semánticas presentan muchas veces casos excepcionales dentro de las explicaciones sintácticas, lo que termina conformando una casuística que debe de recordar a aquellas que encontramos en las gramáticas y sintaxis de corte tradicional. Pensemos que si la semántica entendida en su sentido general de «ciencia del significado» se ha visto marginada de los estudios sintácticos1, con mucho más motivo sufrirá este 1 Véase el excelente resumen que del asunto hace Lorenzo (1992, 103-104): «Tal vez uno de los problemas que más ha atraído la atención a los lingüistas desde hace ya unos cuantos años fue el de determinar la rela-

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ISBN: 84-95215-70-5 ISSN: 1696-1439

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ostracismo la semántica léxica, dado que el léxico, por lo demás, supone un escollo a las pretensiones de independencia del nivel de lengua sintáctico. Esto da lugar, en definitiva, a que dentro del riquísimo y productivo ámbito de lo que hoy día es la lingüística latina puedan percibirse dos líneas de investigación, una sintáctica, y otra lexicológica, bien diferenciadas, aunque obligadas a entenderse en más de una ocasión, habida cuenta de hechos tales como la gramaticalización de elementos léxicos (cf. 5.4.). Vamos a poner un significativo ejemplo de lo que estamos diciendo mediante una particular lectura de uno de los manuales de sintaxis latina de mayor influencia en los últimos tiempos, la Sintaxis y semántica del latín, de Harm Pinkster (1995). Veremos cómo se encuentran referencias en este manual a hechos propios de la semántica léxica, o lo que tradicionalmente se ha denominado como sinonimia, antonimia, y demás aspectos relacionados. De esta forma, vemos que en el Capítulo 5, dedicado a los «Elementos de Relación» (Pinkster 1995, 48-91), es decir, los casos, las preposiciones, las subordinantes y la concordancia en número y/o género, se hacen algunas curiosas referencias a hechos propios de significado léxico dentro de un apartado titulado «Problemas en el nivel de la oración del sistema de casos propuesto» (Pinkster 1995, 59-60). Entre ellos, hay tres asuntos que nos interesan: a) interferencia de hechos de semántica léxica en la diferencia de asignación de casos (apartado [a] del manual). En este apartado se hace en nota (Pinkster 1995, 61 n. 14) referencia al hecho de que cuando cupere rige dat., en vez de acusativo, sea «sinónimo» de favere, que siempre rige dativo, aunque Pinkster se pregunta si no se tratará más que de una mera coincidencia. b) la regularidad en el uso del mismo caso para marcar el complemento de los verbos de dos y tres posiciones que «parecen semánticamente relacionados» (como el ablativo en el caso de cedere/movere) (apartado [c] del manual). Parecida a la observación que veíamos en el apartado anterior es la que se hace con respecto a la misma complementación (+ac. + dat.) que presentan «antónimos» como dare y adimere. c) la relación entre el significado léxico, la función semántica y la forma casual (apartado [f] del manual). En este caso, refiriéndose al llamado ablativo de precio y valor, se observa que éste «marca casi exclusivamente palabras que significan precio de un modo u otro», aunque se puede encontrar «lexemas de significados muy divergentes». Los verbos a los que se refiere son emo («comprar»), conduco («alquilar»), doceo ción entre gramática y semántica en general, y, en un ámbito más restringido, la existente entre sintaxis y semántica. Como es sabido, las diversas opiniones sobre esta cuestión siguieron desde el principio dos direcciones opuestas, si bien cada una de ellas experimentó matizaciones y precisiones posteriores. Frente al explícito aserto de N. Chomsky “I think that we are forced to conclude that grammar is autonomous and independent of meaning”, otros lingüistas, por el contrario, sostienen que la sintaxis, en concreto, es vehículo de significado y que no ha de considerarse independiente de la semántica». La diferente consideración de lo léxico-semántico en la descripción gramatical es lo que ha supuesto el nacimiento de la lingüística cognitiva como alternativa al generativismo chomskiano de la versión estándar (Cuenca-Hilferty 1999, 21). Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos 2003, Anejo I

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(«enseñar»), y loco («arrendar»)2, que tienen en común el que en su complementación sintáctica aparezca un ablativo de valor y precio. Pinkster señala el hecho de que si bien la mayor parte de los verbos con los que aparece el tipo de ablativo mencionado son los clasificados entre los de «vender», «comprar», «arrendar», «pujar», también puede encontrarse un verbo como doceo, aunque en este último caso tal ablativo de precio («Adjunto de Precio») puede considerarse como omisible. (Pinkster 1995, 68-69). Podemos hacer algunas sugerentes observaciones acerca de lo visto y, particularmente, dos que se refieren, en el primer caso a «qué conceptos de Semántica léxica se utilizan» y, en el segundo, a «en función de qué»: i) en a) y b) se habla de hechos de sinonimia (cupere/favere + dat.) y antonimia (dare/adimere + ac. + dat.), mientras que en c) parece que se refiere a un esfera de significación que no llega a formularse en términos de «campo léxico» (verbos de la esfera comercial). ii) los hechos están en función de explicaciones sintácticas, más concretamente de problemas y excepciones, ante los cuales hay que recurrir a hechos de particularismo léxico. Dado el interés sintáctico, era de esperar que los posibles comentarios se centraran en la semántica de verbos, ya que de ellos depende básicamente la complementación sintáctica. Los conceptos de semántica léxica son, en definitiva, los tradicionales de «sinonimia» y «antonimia», englobados en una idea general de «relación semántica», mientras que en el tercer caso se presenta una idea muy intuitiva de campo semántico. Estos conceptos no están sometidos a discusión alguna, porque, entre otras cosas, se aceptan a priori. Se parte, pues, de la circunstancia de que las palabras tengan significado, o dicho con un término de empleo más común, sentido3, y de que se relacionen semánticamente, pero esto no supone un objeto de estudio. Una vez que la semántica ha entrado a formar parte, tras no muchas objeciones, en el dominio de la descripción sintáctica, sacamos la impresión de que esta disciplina es todo aquello que no es la sintaxis, y este hecho nos invita a preguntarnos si la semántica no será una suerte de «cajón de sastre» a la que el estudioso de la sintaxis tiene que recurrir cuando ya no le queda más remedio. Por supuesto, el interés por el léxico particular en sí es meramente anecdótico, pues sólo resultan pertinentes sus rasgos generales (causatividad, control, etc.), o la adecuación del contenido léxico de un constituyente a una función semántica4. A lo largo de los Sobre este verbo y su polisemia véase Martín Rodríguez (1998, 987-1001). «Le sens est une donnée si immédiate et fondamentale de notre expérience quotidienne du langage qu’on ne peut manquer de s’étonner de l’apparition tardive et du statut controversé et encore incertain de la «science» dite sémantique, qui en a fait son champ d’étude.» (Tamba-Mecz 1998, 3). 4 «Con todo, aunque el significado de un nombre, preposición y conjunción subordinante a menudo proporciona una indicación de la función semántica de un Adjunto, no obstante, no hay una relación uno-auno entre el significado léxico del constituyente y la función semántica que desempeña.» (Pinkster 1995, 38). 2

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capítulos siguientes seguiremos haciendo alusión a la delicada relación entre la semántica (léxica) y la sintaxis (especialmente 3.4.-3.6. y 4.3.). La cuestión clave es la siguiente: ¿son interesantes en sí mismos estos hechos concernientes al significado léxico como para poder hablar de una semántica léxica? Irène TambaMecz califica a la semántica léxica en términos de sémantique frugale, frente a lo que sería una sémantique globale, que recogiera todos los fenómenos propios de la significación (TambaMecz 1998, 8). Creemos que esta crítica tiene fundamento siempre y cuando entendamos la semántica léxica de manera exclusiva con respecto a los demás aspectos de la significación, como la pragmática. A esta visión negativa se une la tradicional consideración del léxico como un conjunto asistemático, lo que priva a este, a priori, de interés para el estudio lingüístico. En buena medida, la cuestión abierta acerca del significado léxico dependerá de nuestra propia idea acerca de lo que es significado, que es a lo que nos vamos a referir seguidamente. 2.2. La estructura del significado: entre las palabras (significantes) y las cosas (designados). Concepción tripolar y bipolar del significado Para adentrarnos en este complejo asunto del significado vamos a servirnos de un singular cuento de Juan José Arreola titulado «Parturient montes», con clara alusión a un motivo del Ars Poetica de Horacio, como nos confirma el hecho de que el cuento se abra con una cita que no es más que la continuación del mismo: ... nascetur ridiculus mus HORACIO, Ad Pisones, 139 Entre amigos y enemigos se difundió la noticia de que yo sabía una nueva versión del parto de los montes. En todas partes me han pedido que la refiera, dando muestras de una expectación que rebasa con mucho el interés de semejante historia. Con toda honestidad, una y otra vez remití la curiosidad del público a los textos clásicos y a las ediciones de moda. Pero nadie se quedó contento: todos querían oírla de mis labios. (J. J. Arreola, «Parturient montes», en Confabulario Definitivo. Edición de Carmen de Mora, Madrid, Cátedra, 1986, 65-67) El personaje del cuento reutiliza el motivo clásico del parto de los montes que nos refiere Horacio en su Ars Poetica para explicar el desconsuelo del creador a la hora de ser original. Ante la imposibilidad de contar una nueva versión de la vieja fábula, el creador terminará por dar lugar a un ratón verdadero: En el último instante, mi sonrisa de alivio detiene a los que sin duda pensaban en lincharme. Aquí, bajo el brazo izquierdo, en el hueco de la axila, hay un leve calor de nido... Algo se anima y se remueve... Suavemente, dejo caer el brazo a lo largo del cuerpo, con la mano encogida como una cuchara. Y el milagro se produce. Por el túnel de la manga desciende una tierna migaja de vida. Levanto el brazo y extiendo la palma triunfal. (...) Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos 2003, Anejo I

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Extenuado por el esfuerzo y a punto de quedarme solo, estoy dispuesto a ceder la criatura al primero que me la pida. Las mujeres temen casi siempre a esta clase de roedores. Pero aquella cuyo rostro resplandeció entre todos, se aproxima y reclama con timidez el entrañable fruto de fantasía. Las razones de la mujer para solicitar el ratón no pueden ser, por decirlo abiertamente, más «semánticas»: Al despedirse y darme las gracias, explica como puede su actitud, para que no haya malas interpretaciones. Viéndola tan turbada, la escucho con embeleso. Tiene un gato, me dice, y vive con su marido en un departamento de lujo. Sencillamente, se propone darles una pequeña sorpresa. Nadie sabe allí lo que significa un ratón. Podemos organizar el cuento en torno a los tres aspectos que articulan y conforman el hecho de la significación (cf. García Jurado 1999), a saber: SIGNIFICANTE, SIGNIFICADO y DESIGNADO. De esta forma, si volvemos al comienzo del relato, observamos que el asunto que lo abre es el rumor de que nuestro autor conoce «una nueva versión del parto de los montes». El asunto no es, ni mucho menos, baladí, pues esta nueva versión, de ser cierta, supone todo un desafío a la Tradición Literaria. Esta versión, en clave semántica, no es otra que un nuevo SIGNIFICANTE de la vieja fábula, que es lo que entraña realmente la dificultad. Sin embargo, la nueva versión termina siendo su representación primigenia, pues el autor se convierte en el monte parturiento y da a luz al ratón legendario, que no es otra cosa que el DESIGNADO. Podemos entender que la imposibilidad de crear nuevos SIGNIFICANTES (o versiones) desemboca en el motivo primigenio que dio lugar a la fábula, el ratón legendario o DESIGNADO, que nos devuelve, en definitiva, al SIGNIFICADO básico. Por ello, el cuento termina aludiendo al tercer componente de la significación, el significado mismo. Como es sabido, los tres elementos que configuran el hecho de la significación pueden representarse mediante el clásico triángulo de Ogden y Richards (1954, 36): SIGNIFICADO (pensamiento)

SIGNIFICANTE (símbolo)

DESIGNADO (cosa)

La tripartición entre SIGNIFICANTE, SIGNIFICADO y DESIGNADO no es moderna, pues se encuentra ya en los estoicos, a quienes se atribuye una posible teoría del signo en la que se 33

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distingue entre «lo significante», «lo significado o decible» y «lo existente»5. Debemos recordar que el famoso triángulo de Ogden y Richards no tiene base, es decir, que no hay una relación directa entre SIGNIFICANTE y DESIGNADO (creencia primitiva y mágica de la que ya tratamos al comienzo del TEMA 1), sino que ésta pasa siempre a través del SIGNIFICADO, que no es otro que nuestro pensamiento. De esta forma, y como los mismos autores afirman, «las palabras (...) no significan nada por sí mismas, aunque haya sido igualmente universal (...) la creencia de que así era. Sólo cuando un sujeto pensante hace uso de ellas, representan algo, o, en un sentido, tienen significado» (Odgen y Richards 1954, 35). Es el pensamiento el que asigna al significante el valor oportuno para que simbolice la cosa a la que queremos referirnos, como si fuera un intermediario: SIGNIFICANTE —simbolización— SIGNIFICADO —referencia— DESIGNADO Ahora bien, a la hora de establecer cuáles son los elementos que participan del hecho de la significación encontramos una clara división entre aquellos especialistas que parten tan sólo de dos, el SIGNIFICANTE y el SIGNIFICADO, frente a los que toman como punto de partida los tres elementos, teniendo, asimismo, en cuenta el DESIGNADO: i) quienes tienen tan sólo en cuenta al SIGNIFICANTE y al SIGNIFICADO consideran que la cosa o el DESIGNADO no es algo que pertenezca propiamente al dominio lingüístico. De lo que decimos nos ilustra perfectamente Ullmann (1991, pp. 64-66) al definir el significado como una «relación recíproca y reversible entre el sonido y el sentido». Esta concepción bipolar del fenómeno de la significación encuentra su mejor representante en Ferdinand de Saussure, quien, en su afán por buscar la autonomía del estudio propiamente lingüístico, nos dice que «el signo lingüístico es por tanto una entidad psíquica de dos caras» (Saussure 1980, 102), es decir, la del significante y el significado. ii) paradójicamente, para evitar la confusión entre lo lingüístico y lo extralingüístico, y partiendo, precisamente, de la dicotomía saussuriana entre significante y significado, Eugenio Coseriu (1986, 131 y 163) incorpora en el estudio del significado léxico también 5 Así lo encontramos transmitido en la obra titulada Adversus Mathematicos del filósofo de la escuela escéptica Sexto Empírico (Baratin-Desbordes 1981, 26-34; Sevilla Rodríguez 1991, 50-51): «Había también otra diferencia entre los dogmáticos, por la que unos fundamentaban la verdad y la falsedad en lo significado, otros en la voz y otros en el movimiento del pensamiento. Y al frente de la primera opinión se pusieron, por cierto, los Estoicos, diciendo que hay tres cosas que van unidas entre sí: lo significado, lo significante y lo existente. De ellas, lo significante es la voz, como “Dión”, por ejemplo; lo significado es la cosa misma que es manifestada por la voz y que nosotros concebimos presentándose al mismo tiempo en nuestro pensamiento (los extranjeros no lo entienden aunque oigan la voz); y lo existente es lo real externo, como Dión mismo. De éstos, dos son cuerpos, esto es, la voz y lo existente, y uno es incorpóreo, que es la cosa significada y decible, lo que resulta precisamente verdadero o falso. Y esto que resulta verdadero o falso no es cualquier “decible” en general, sino que éste es completo en sí mismo o incompleto. Y del “decible” completo en sí mismo resulta la llamada “proposición”, que también añaden diciendo que “una proposición es lo que es verdadero o falso”.» (Sexto Empírico, Contra los matemáticos, VIII, 11).

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al DESIGNADO para poder diferenciar entre relaciones de significación y relaciones de designación. Ya el fundador de la lógica moderna, Gottlob Frege, había observado que la «significación» y la «designación»6 de un signo no eran coincidentes, ilustrándolo con el famoso ejemplo del «lucero del alba» y del «lucero de la tarde»: aunque una y otra sean denominaciones para referirse a un mismo designado (i. e., el planeta Venus), su significado no es el mismo, pues si bien es verdad que se habla del mismo planeta, en un caso se habla de éste en su curso matutino, y en la segunda denominación lo pertinente semánticamente es su curso vespertino (Frege 1984; García Hernández 1980, 12; 1985a)7. De esta forma, podemos referirnos o designar una misma cosa (DESIGNADO) mediante dos significantes distintos (p. e. «ratón» y «roedor»), pero tales SIGNIFICANTES no tienen por qué presentar el mismo SIGNIFICADO. De esta forma, para resumir, estamos ante dos concepciones bien diferentes sobre los componentes que integran el significado léxico: i) la concepción bipolar (SIGNIFICADO y SIGNIFICANTE), que consiguientemente no diferencia entre la referencia y el significado, englobándolo todo en esta última categoría. Esta concepción se adscribe directamente a los estudios de carácter onomasiológico y semasiológico, a los que aludiremos después dentro de este mismo tema. ii) la concepción tripolar (SIGNIFICADO, SIGNIFICANTE y DESIGNADO), que diferencia entre relaciones de DESIGNACIÓN y de SIGNIFICACIÓN. Dado, pues, este estado de la cuestión, la diferencia entre una y otra postura puede parecer, en principio, baladí. Pero, muy al contrario, adoptar como punto de partida una u otra concepción tiene implicaciones importantes que terminan por disgregar irremediablemente el concepto de semántica (cf. García Hernández 1980, 12-13). Veamos sucintamente cómo resulta una y otra concepción. 6 «Parece que lo que se quiere decir con a = b es que los signos o nombres “a” y “b” se refieren a lo mismo, y por lo tanto en la igualdad se trataría precisamente de estos signos; se afirmaría una relación entre ellos. Pero esta relación existiría entre los nombres o signos únicamente en la medida en que éstos denominan o designan algo. Sería una relación inducida por la conexión de cada uno de los dos signos con la misma cosa designada. Esta conexión es arbitraria. No se le puede prohibir a nadie tomar cualquier suceso u objeto producido arbitrariamente, como signo para algo. Con ello, el enunciado a = b no se referiría entonces ya a la cosa misma, sino tan sólo a nuestro modo de designación; con ella no expresaríamos ningún verdadero conocimiento.» (Frege 1984, 52). 7 «Para el no habituado a la práctica semántica no siempre resulta fácil distinguir el significado del designado, especialmente cuando se trata de conceptos abstractos, pero en el caso que nos ocupa el designado es un objeto bien concreto y, por lo tanto, no va a ser difícil observar los tres elementos integrantes del signo. Lucifer y Vesper son, en principio, dos significantes que, como es bien sabido, designan el planeta Venus, es decir, tienen fundamentalmente el mismo designado, pero no por eso tienen el mismo significado; entenderlo de otra manera supondría confundir significación y designación (...)» (García Hernández 1985a, 95-96).

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2.3. La semántica desde la concepción bipolar del significado: la perspectiva semasiológica y onomasiológica La perspectiva bipolar no distingue, obviamente, entre relaciones de significación y relaciones de designación. La única relación reconocida, en este caso, se da bien entre SIGNIFICANTE y SIGNIFICADO, bien entre SIGNIFICADO y SIGNIFICANTE. Según el sentido de la relación tenemos, en el primer caso, los estudios de SEMASIOLOGÍA, y en el segundo los de ONOMASIOLOGÍA: a) La SEMASIOLOGÍA es el estudio de la palabra, o SIGNIFICANTE, con respecto a sus diferentes SIGNIFICADOS o usos que recibe. La POLISEMIA ha sido tradicionalmente un estudio semasiológico. b) La ONOMASIOLOGÍA es el estudio del SIGNIFICADO con respecto a los distintos SIGNIFICANTES que pueden designarlo. La SINONIMIA es la relación onomasiológica por excelencia. 2.3.1. Perspectiva semasiológica: la polisemia. Sema específico y semejanza de familia La característica esencial de la concepción bipolar del significado es que se remite básicamente al uso de las palabras, frente al estudio de las oposiciones de significado que veremos después. Aun a riesgo de simplificar excesivamente las cosas, podemos decir que la concepción bipolar del significado está más aferrada al uso directo y diverso que se hace de un término. Veamos cómo definía la POLISEMIA Michel Bréal en el texto en que se dio por primera vez nombre a este fenómeno: El sentido nuevo, sea el que quiera, no pone fin al antiguo. Existen los dos, el uno al lado del otro. El mismo término puede emplearse alternativamente en el sentido propio o en el metafórico, en el sentido restringido o en el extenso, en el sentido abstracto o en el concreto... A medida que una palabra recibe una significación nueva, parece multiplicarse y producir ejemplares nuevos, semejantes por su forma, pero diferentes por su valor. Llamaremos a este fenómeno de multiplicación polisemia. Todas las lenguas de las naciones civilizadas participan de él: cuantas más significaciones ha acumulado un término, mayor diversidad de aspectos de actividad intelectual y social se debe suponer que representa. Se dice que Federico II veía en la multiplicidad de acepciones una de las superioridades de la lengua francesa: quería decir, sin duda, que esas palabras de sentidos múltiples eran prueba de una cultura más avanzada. (Bréal s. f., 126-127) Lo primero que llama la atención en el texto anterior es la aparición de algunos términos como «sentido nuevo», en justa paridad con «significación nueva», así como «multiplicidad de acepciones», que nos dan idea de lo mucho de lexicográfico que hay en esta concepción de la polisemia. No tenemos más que pensar en cualquiera de las entradas de un buen diccionaCuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos 2003, Anejo I

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rio de latín, donde nos encontramos con la disposición tipográfica de las distintas acepciones de un término. Nos puede servir de ejemplo el verbo orno (Glare 1988, s. v. orno)8: 1. «Preparar»: non ornatis isti apud vos nuptias? (Plaut. Cas. 549) («¿no estáis preparando una boda en vuestra casa?») (trad. de Román Bravo) 2. «Equipar»: scutis feroque ornatur ferro (Enn. Ann. 184) («se equipa de escudo y fiera espada») (trad. de Segura Moreno) 3. «Vestirse de especial manera», «disfrazar»: quam digne ornata incedit, haud meretrice (Plaut. Mil. 872) («¡y qué porte tan distinguido tiene! No parece una cortesana») (trad. de Román Bravo) 4. «Adornar»: Romanis ludis forus olim ornatus lucernis (Lucil. 146) («adornado el foro en otro tiempo con lucernas romanas») Orno en latín presenta una polisemia de uso que no tiene nuestro castellano «adornar». Esta polisemia, a su vez, permite poner en relación orno con otros verbos: POLISEMIA DE USO 1. orno et 2. orno et 3. orno et 4. orno et

paro instruo vestio decoro

En contextos como 1., orno podría considerarse, al menos contextualmente, como un «sinónimo» de paro (orno et paro Plaut. Cas. 546). En casos como 3., orno presenta un sema específico frente a vestio (García Jurado 1992; 1995, 27-28), pues cuando se utiliza orno en un contexto de vestir es para expresar un acto intencional: «vestirse de especial manera para algo», noción muy cercana, a la de «ataviarse» o «disfrazarse». Más allá de la mera descripción de acepciones, un estudio de la polisemia de orno nos permite adivinar una idea9 específica que sería común, al menos, a las primeras, que no es otra que la de la «intencionalidad» o «propósito»: 1. «prepararse PARA celebrar una boda». 2. «prepararse PARA luchar» («armarse»). 3. «preparar un atuendo especial PARA pasar por otra persona» («disfrazarse»). Esta noción de «intencionalidad» resulta, sin embargo, menos evidente en la acepción cuarta («prepararse PARA resultar más bello»), donde ya podríamos hablar directamente de 8 9

Es muy interesante consultar el análisis diacrónico que Moussy (1997) ha hecho de ornamentum y ornatus. En términos semánticos podríamos hablar de «sema», o unidad mínima de significación (cf. 4.2.).

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«EMBELLECER», y donde la noción estética, que no es necesaria en las tres primeras acepciones, pasa a ser aquí fundamental, como sí ocurre con nuestro verbo castellano «adornar»: 4. «embellecer» («adornar»). Esta circunstancia se confirma cuando analizamos el resto de acepciones que presenta el O. L. D. (Glare 1988), donde podemos apreciar, además, el paso a consideraciones propias del respeto y la honra: 5. «enfatizar con palabras» munu’ nostrum ornato verbis quod poteris (Ter. Eu. 214) («adorna nuestro regalo cuanto puedas con tus palabras») (trad. de Pociña y López López) 6. «mostrar respeto» quem... imperatorem ornatum a senatu, ovantem in Capitolium ascendisse meminissem (Cic. de Orat. 2, 195) («me acordaba de aquel a quien como general el senado había motrado su respeto, y había ascedido al Capitolio obteniendo los honores de la ovación») 7. «realzar» homo locum ornat, non hominem locus (Inc. pall. 93) («la persona honra al puesto, no el puesto a la persona») En resumen, es posible, aun simplificando, definir la polisemia de orno como un proceso de asociación de nociones que podría esquematizarse como sigue: FINALIDAD 1.2.3. 4.



BELLEZA 5.



HONOR 6.7.

Es significativo, por lo demás, el hecho de que si comparamos las acepciones extremas de orno, es decir, la primera con la última, hay muy poco en común, exceptuando la presencia de una misma forma verbal. Este tránsito de una noción de «Finalidad» a la del «Honor», pasando por la «Belleza»10, sería perfectamente explicable mediante la teoría de la «Semejanza de Familia» (o «Aire de Familia») que en su momento propusiera el filósofo Ludwig Wittgenstein y que tan buena acogida ha tenido en la explicación de la polisemia y la teoría de prototipos por parte de la lingüística cognitiva (véase Capítulo 5. y Cuenca-Hilferty 1999, 37-41, 132-136; Lakoff 1987, 16-17; Touratier 1996). De esta forma, el conjunto de acepciones (considerable como una categoría) que nos ofrece el verbo latino orno no presenta necesariamente un rasgo común y necesario que explique todas las nociones, sino que estamos ante una asociación de distintas asociaciones que se van encadenando de una en una por la más inmediata contigüidad. De esta forma, en una categoría ideal A-B-C-D no habría necesaria10 En castellano, la noción prototípica termina siendo la de Belleza, que en un principio parece ser periférica. A ello volveremos en el Capítulo 5.

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mente que pensar en rasgos comunes y necesarios para todos los miembros (idea de la categoría clásica, de corte aristotélico), sino en una asociación por semejanza de A con B, B con C, y de C con D, sin necesaria correspondencia, por ejemplo, entre D y A11. Pasemos ahora a revisar algunos aspectos concernientes a la SINONIMIA. 2.3.2. Perspectiva onomasiológica: la sinonimia. La sinonimia como problema de la lexicología moderna La sinonimia es, al igual que la polisemia, un asunto tradicionalmente remitible a la concepción bipolar del significado, en este caso a la onomasiología12, dado que se trata de dos o más palabras (significantes) con el mismo SENTIDO13. Es desde este planteamiento bipolar desde el que Lyons ha establecido una articulada tipología de la sinonimia (Lyons 1979 y 1980; para el latín cf. Fruyt 1994), acuñando términos hoy día tan familiares para los semantistas como el de «hiponimia», o los de «sinonimia total y parcial»14. Desde la perspectiva tripolar del significado, la sinonimia es considerada como una «antesala de la semántica», en la medida en que, al estar basada en las relaciones entre significante y significado, y no estrictamente en las de significado, no concierne de forma directa al significado léxico. Lo más reseñable de la concepción tripolar es que, a priori, no existen sinónimos como tales, pues a cada unidad del plano de la expresión habrá de corresponderle una diferencia en el plano del contenido. Entonces, podemos preguntarnos cómo se explican los sinónimos que en la práctica encontramos en el uso diario. García Hernández (1997b, 392) considera que «muchas de las diferencias sinonímicas se deben a la constitución histórica de la lengua; son hechos de arquitectura15 en la terminología coseriana, que reciben una clasificación cuádruple». Vamos a enumerar estos cuatro hechos: a) variantes diatópicas, donde son destacables los «geosinónimos», como el de zafa y palangana que aduce Gregorio Salvador (1984, 57-62): «Evidentemente, la voz zafa, 11 El Dr. Roberto Rojo, destacado ensayista argentino y profesor de la Universidad Nacional de Tucumán, nos comenta que Wittgenstein podría haberse inspirado en las investigaciones fotográficas sobre eugenesia que llevara a cabo el antropólogo británico Sir Francis Galton (1822-1911). Galton partía de las fotografías de dos rostros diferentes para encontrar en una tercera los rasgos comunes. 12 «Los sinónimos no son sino los nombres asociados a un contenido. Por ello la sinonimia es una relación onomasiológica, una relación que establece el hablante al expresarse.» (García Hernández 1997b, 385). 13 Ya hemos comentado que Ullmann define el significado como la relación recíproca y reversible entre el sonido y el sentido. Lyons, a su vez, parte de la clásica distinción ya establecida por Frege entre REFERENCIA y SENTIDO. El sentido, que muy a menudo se confunde con el significado, ocupa un lugar primordial en la semántica de Lyons. Éste define el sentido de una palabra como «el lugar que ésta ocupa en un sistema de relaciones que ella misma contrae con otras palabras del vocabulario» (Lyons 1980, 440-441). 14 Esta cuestión la trata de manera detallada Casas Gómez 1999, 71-80. 15 Una lengua presenta distintos niveles funcionales con estructuras particulares en cada uno. El conjunto de los diferentes niveles funcionales constituye la arquitectura de la lengua, constituida por diferencias diatópicas, o de espacio geográfico, diastráticas, o de estrato sociocultural, y diafásicas, o de modalidad expresiva. A éstas tres hay que unir, además, las diferencias diacrónicas.

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propia del Sudeste peninsular, es de ámbito más reducido, geográficamente, que palangana, pero los que somos de esa zona sabemos, por lo general, de la existencia de esta otra denominación y la usamos y la entendemos igualmente.» b) variantes diastráticas. El nivel cultural y social hace que se utilicen distintas palabras para querer decir lo mismo. Empiece y comienzo no tienen diferencia de significado, salvo en el hecho de que el primero es más vulgar que el segundo. c) variantes diafásicas. En este caso, la connotación de la palabra desempeña un papel fundamental. Lyons (1979, 461-462) distingue entre «significado emotivo» y «cognitivo» para hacer resaltar la pertinencia del carácter emotivo que algunas palabras tienen para nosotros, aunque a veces no es significativo. Los eufemismos serían, en este caso, un ejemplo excelente (óbito frente a muerte, por ejemplo)16. d) variantes diacrónicas. El uso da lugar a que las palabras vayan perdiendo paulatinamente los perfiles precisos de su significación, confundiéndose en la práctica. Todavía en latín clásico, el verbo induo significaba «ponerse una prenda en la que se introduce el cuerpo (o una parte de él)», frente a amicio, que se empleaba para referirse a la acción de «rodear el cuerpo» con una prenda como la toga o el palio. El tiempo y los nuevos cambios indumentarios dieron al traste con esta diferencia, relegando ambos verbos a la vaga condición de sinónimos (García Jurado 1995a, 54-60). Ahora bien, sin entrar en complejas consideraciones acerca del concepto de lengua funcional propuesto por Eugenio Coseriu17, una clasificación de sinónimos o supuestos sinónimos tan excelente como la anterior suscita la duda acerca de su falsa existencia. Es ya una referencia bibliográfica ineludible a este respecto el trabajo que con el título «Sí hay sinónimos» 16 Con respecto a estos factores «denotativos», Fruyt (1994, 26-27) señala que «Ces phénomenes restent, cependant, encore mal connus, et ce domaine de la connaissance, à la pointe des recherches actuelles en sémantique et sémiologie, est encore en gestation». Para los eufemismos en latín véase la reciente y excelente monografía de Uría Varela (1997). 17 Discusión en la que entra Salvador (1985, 61): «y si la lengua funcional “es la lengua en cuanto sistema” podrá hablarse de las variedades dialectales, sociales o geográficas, o de los estados anteriores de una lengua a lo largo del tiempo, como lenguas funcionales dentro de esa lengua histórica, pero niveles de elocución o estilos de lengua no parece que puedan considerarse sistemas. Creo, como ya he dicho, que la lengua funcional en su unidad más simple está constituida por el idiolecto, o sea, por el sistema lingüístico tal como lo posee un individuo y le permite entender a otros hablantes de la misma lengua y hacerse entender por ellos». A este respecto, Muñoz Núñez (1999, 85) valora las posturas distintas que ante la lengua funcional presentan Coseriu y Salvador: «estas variantes no pertenecerían al sistema de la lengua, tal como ha sido formulado por distintos autores, como E. Coseriu, con su concepto de lengua funcional (...) entendida como técnica del discurso sintópica, sinstrática y sinfásica, o G. Salvador (...), quien, en el ámbito hispánico, remodela la concepción coseriana. En efecto, al constituir un uso restringido, las variantes diastráticas y diafásicas no son compartidas por todos los hablantes de una comunidad. Pero, mientras que para E. Coseriu este hecho implica más bien la existencia de tantas lenguas funcionales como diferencias existan, lo cual nos conduce a un concepto de sistema de lengua múltiple y totalmente alejado de la realidad lingüística (...), para G. Salvador supone que las diferencias diastráticas y diafásicas son sólo normativas y las unidades que comportan tales marcas se diferenciarían en este plano, aunque no en el de la lengua, donde este autor defiende la existencia de sinónimos absolutos».

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publicara Gregorio Salvador en 1983 (Salvador 1985, 51-66). El autor señala que hay una tendencia a la igualación de significados o proliferación sinonímica, dado que ciertos «sememas» se convierten en polos irresistibles de atracción, como es el caso de la serie castellana de los verbos «empezar», «comenzar», «principiar» e «iniciar». Partiendo de la «ley de repartición» de Bréal, señala que frente a ella hay una ley de igualación de significados (Salvador 1985, 64-65): Lo que parece mentira es que tal hecho se haya ignorado y que llevemos un siglo poniendo en duda la existencia de verdaderos sinónimos. En la mayor parte de los casos esos semantistas que los niegan nos están brindando con sus argumentos un ejemplo vivo e indisputable de sinonimia en acción. Porque si ellos no entendieran como sinónimas dos palabras que en la lengua corriente a veces lo son, significado y sentido, pero que para un lingüista han de tener significados completamente diferentes, no se les ocurriría introducir en la línea de su razonamiento criterios tan heterogéneos como los que se han reseñado. (Salvador 1985, 65)18 Quizá la antítesis no sea tan grande si atendemos al hecho de que es precisamente en esta «igualación de significados» donde está la clave del interés de la semántica estructural por la sinonimia. Comencemos por cambiar el nombre, y en vez de hablar de «igualación de significados» pongamos el término «neutralización»19, en concreto de las oposiciones privativas (cf. 2.4.). Así lo expresa García Hernández (1997b, 397): Creemos, en efecto, que los términos de las oposiciones privativas pueden considerarse sinónimos, merced al valor neutro del término no marcado, valor del que participan los términos de la oposición; así hombre y mujer son sinónimos en cuanto que ambos contienen el valor «ser humano»; pero a partir de ahí, si consideramos los valores polarizados de hombre («ser humano masculino») y de mujer («ser humano femenino»), se entienden mejor como antónimos; lo mismo cabe decir de día y noche. Cuando la oposición privativa consta de tres lexemas, el término neutro (lat. homo, al. Mensch) es, evidentemente, sinónimo —hiperónimo designativo e hipónimo significativo— de los dos polarizados (vir / mulier; Mann / Frau), pero estos últimos se entienden mejor como antónimos. 18 El artículo concluye así: «No creo que el asunto de la sinonimia de lengua sea un plato fuerte de la semántica como afirma Baldinger (1970, 205). Ha sido simplemente un plato indigesto por lo mal cocinado, por la mezcla de ingredientes y aliños con que nos lo han venido sirviendo. Los sinónimos están ahí de modo tan patente, su existencia es un hecho tan manifiesto que hasta produce cierto sonrojo haberlo tenido que proclamar desde el propio título de este trabajo meramente indicativo: Sí hay sinónimos.» 19 Para la aplicación del término NEUTRALIZACIÓN en la semántica léxica véase Coseriu 1995, 114 y García Hernández 1997b, 396. Muy pertinente es el análisis de Casas Gómez (1999, 82-106), quien analiza la «neutralización» como proceso típicamente sintagmático, de naturaleza funcional, frente al «sincretismo», que sería un proceso paradigmático, propio del sistema. Por su parte, Arias Abellán (1992) precisa entre «neutralización» y «uso neutro».

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La sinonimia, con toda su vaguedad conceptual, está en la base del concepto de RELACIÓN LÉXICA, que es, precisamente, la que da sentido a los estudios de semántica20. A ella volveremos en el capítulo 3. 2.4. La semántica desde la concepción tripolar del significado: relaciones de significación y designación Volvemos ahora a la concepción tripolar del significado, así como al punto de partida del triángulo de Odgen y Richards. Acerca de este triángulo afirma Pierre Guiraud que «tiene el mérito de reintroducir la cosa nombrada que, extralingüística o no, el semántico no puede ignorar» (Guiraud 1981, 26). Entramos, pues, otra vez, en la distinción entre Significación y Designación y el problema de lo extralingüístico. Sobre esta concepción tripolar se ha estructurado la disciplina más reciente ocupada de estudiar y analizar el significado léxico: la lexemática. Se trata de una disciplina concreta dentro del marco de la semántica estructural que nace a mediados de los años ’60 con el fin de estudiar el significado léxico mediante criterios funcionales, para lo que establece una nítida diferencia entre las RELACIONES DE SIGNIFICACIÓN y las RELACIONES DE DESIGNACIÓN. Desde tales presupuestos, este método, cuyo fundador es Eugenio Coseriu, se propone el estudio de las oposiciones de contenido. La lexemática, así como la semántica estructural, parte del principio de que el léxico presenta unas estructuras determinadas para cuyo análisis es necesario estudiar las oposiciones léxicas. Pongamos un significativo ejemplo tomando como punto de partida una de las differentiae presentadas por Nonio Marcelo (p. 684 L): GENETRIX a MATRE hanc habet distantiam, quod genetrix semper quae genuerit nuncupatur; mater aliquando pro nutrice ponitur. Vergilius lib. VIII (631): geminos huic ubera circum ludere pendentis pueros et lambere matrem impavidos. Plautus Menaechmis (19): ita forma simili pueri, ut mater sua non internosse posset, quae mammam dabat, neque adeo mater ipsa, quae illos pepererat. («GENETRIX tiene esta diferencia con respecto a MATER, que la genetrix siempre se refiere a la que ha dado a luz, mientras que la mater se coloca algunas veces en lugar de nutrix. Virgilio en el libro VIII (631): “los niños gemelos (sc. Rómulo y Remo) de ubres colgados jugando y mamando impávidos de su madre”. Plauto en los Menecmos (19): “de

20 Esta cuestión la desarrolla ampliamente Casas Gómez (1999, 92-102). La relación léxica tiene, al menos en la práctica, bastante que ver con las «relaciones de sentido paradigmáticas y sintagmáticas» que propone Lyons (1980, 441).

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aspecto tan similar eran los niños que su madre no podía distinguirlos, la que les daba de mamar, ni hasta tal punto la madre misma, la que les había parido.”») Si bien los tres términos acerca de los que se trata aquí, mater, nutrix y genetrix, pueden designar a la misma persona, sus significados son distintos, ya que en el caso de mater se trata de la «madre» en general, en el caso de nutrix de la que alimenta al niño, y genetrix se trata de la que lo ha dado a luz. Tales significados se oponen, asimismo, entre sí, de manera que genetrix presenta una oposición con respecto al término nutrix, y, a su vez, ambos términos se oponen a mater en calidad de término que puede funcionar en el lugar de ambos (mater aliquando pro nutrice ponitur): MATER // «la madre»

GENETRIX / «la que da a luz»

NVTRIX «la que cría»

Es muy importante tener en cuenta que la significación no es algo que emane del término en sí mismo, sino que tiene carácter relativo, pues el significado de un término depende de sus oposiciones con los términos inmediatos. De esta forma, genetrix significa «madre, la que da a luz» porque se opone al significado de nutrix, «nodriza, la que produce, cría o alimenta», según las definiciones de Raimundo de Miguel en su añejo diccionario. La lexemática entiende el hecho de la significación como una RELACIÓN INTERNA DE SIGNIFICADOS que se conforma mediante oposiciones, según el esquema de Coseriu que presentamos a continuación. En el esquema puede distinguirse perfectamente entre la Relación de SIGNIFICACIÓN (oposición de significados) y la Relación de DESIGNACIÓN (relación que se plantea entre el signo lingüístico con la doble faz Significante/Significado y aquello a lo que designa):

Significante Significado

}

Significado Significante

}

Relación de SIGNIFICACIÓN

Relación de DESIGNACIÓN Objeto

Objeto Relación de DESIGNACIÓN

Precisamente, cuando hablamos de la oposición de contenido entre genetrix y nutrix no nos referimos tan sólo a la expresión (significante), ni tampoco a la realidad extralingüística que designan (objeto o designado), sino, precisamente, a la oposición de los significados: 43

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genetrix «MATER, la que concibe» «MATER, la que cría» nutrix

}

Designado

}

Designado

A partir de este planteamiento, podemos observar que el significado depende básicamente de las oposiciones de contenido, conformando una estructura léxica (véase el capítulo 3), y este análisis del significado resulta especialmente valioso para los términos que designan nociones abstractas cuya existencia depende, precisamente, de la oposición precisa de los signos lingüísticos que la designan. La significación, vista desde la perspectiva tripolar del significado, es algo muy distinto de la designación. Veamos más detenidamente esta diferencia. Desde la perspectiva bipolar suele decirse que los términos que presentan un uso extendido tienen «más significado», o bien que «significan más». Es cierto que un término de uso frecuente, al aplicarse a muchas cosas (designados), tiene más espectro de designación, pero eso no implica que amplíe su significación, ya que ésta, debido al uso, se ve, por el contrario, condenada a una mayor vaguedad. Así, cuando en una oposición de términos uno de ellos desaparece, el término que queda no «amplía su significación», sino su designación, y pierde, en todo caso, el rasgo sémico por el que se oponía al término desaparecido. Es el caso de la oposición que aduce Coseriu entre ater («negro sin brillo») y niger («negro brillante») con respecto al adjetivo castellano «negro», sin especificación alguna. La oposición latina, que confiere a cada adjetivo un rasgo sémico particular, puede formularse como sigue: ater «NEGRO sin brillo» «NEGRO, con brillo» niger

}

Designado

}

Designado

En la evolución del latín al romance se ha producido un evidente caso de sincretismo de la oposición ater/niger, de manera que el rasgo sémico que especificaba la presencia o ausencia de brillo se ha perdido (Coseriu 1986, 11-86): ater

Designado

«NEGRO sin brillo» «NEGRO, con brillo» niger

}

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Designado

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De esta forma, al desaparecer la oposición de contenidos «con brillo»/»sin brillo», niger amplía su espectro de designación, que es ahora toda la gama del color negro, pero se pierde para siempre un rasgo sémico preciso, el del brillo. Desde esta perspectiva del significado tripolar y la relación de significación es posible volver a revisar los conceptos de SINONIMIA y POLISEMIA que hemos visto en la semántica bipolar. En lo que respecta a la primera, la neutralización que se produce cuando se pierde un valor preciso de la significación, la mayor parte de las veces irreversible, convierte en sinónimos forzosos términos que nunca lo fueron, y conlleva la posterior desaparición de uno de ellos. Tenemos un significativo caso del español actual, la confusión de «divulgación» con «vulgarización», que aduce Lázaro Carreter (1997, 631): Se ha difundido el rumor, temor más bien, de que van a mitigar a la llamada Radio 2 su actual dedicación exclusiva a la música clásica, y un coro de voces justamente clamantes se ha alzado contra el supuesto proyecto de aligerarla. ¿Cómo van a hacer tal barbaridad, han dicho por ondas y rotativas, con la única radiodifusora dedicada a la vulgarización de la música clásica? Puesto que de ella se trata, convendría mayor afinación, pulsando divulgación, nota próxima pero no idéntica a vulgarización. Ésta consiste sobre todo, en traducir el ático al beocio, llamando «ático» a la música clásica —traductor insuperable, entre nosotros, un señor Cobos—, a la literatura, al pensamiento y a cuanto alcanza un alto grado mental. Porque vulgarizar algo es, normalmente, «hacerlo vulgar», «trivializarlo», mientras que divulga quien procura mayor difusión a las cosas, sean noticias, sean saberes o sea música clásica. En definitiva, la relación de significación concebida desde la concepción tripolar es garante del significado preciso siempre y cuando contemos con las oposiciones de términos pertinentes. En lo que a la polisemia respecta, si bien en la semántica tripolar se defiende un significado único y fundamental para cada término, debemos observar que la oposición de contenido es tan importante que un término X puede presentar diferentes significados dependiendo de que presente oposiciones distintas con respecto a los términos A, B, o C. Así pues, la misma polisemia es susceptible de ser analizada desde el punto de vista de la oposición de contenido propia de la semántica tripolar cuando las diferentes acepciones de un término pueden explicarse mediante varias oposiciones de contenido. Este es el caso de la que García Hernández (1995a) denomina «polisemia y significado fundamental» del preverbio sub-, que tiene tres valores básicos: 1. «hacia arriba» 2. «por detrás (inmediatamente)» 3. «por debajo» Cada uno de estos valores se remite, asimismo, a una oposición de contenido con otro preverbio: 45

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1. sub— «hacia arriba» / de— «desde arriba»: succedo/decedo 2. sub— «por detrás» / prae— «por delante (inmediatamente)»: succedo / praecedo 3. sub— «por debajo» / super— «por encima»: subsum / supersum De esta forma, si bien los conceptos de sinonimia y de polisemia son inicialmente semasiológicos, pueden revisarse desde este otro punto de vista (García Hernández 1998b, 891). Pese a las diferencias particulares, la concepción bipolar y tripolar del significado pueden constituir acercamientos complementarios al hecho semántico: a) La concepción bipolar del significado eliminaba del triángulo de la significación el vértice correspondiente al designado, por considerarlo extralingüístico. Al eliminarlo, sin embargo, se termina entendiendo que el significado no es otra cosa que la designación (llámese referencia, o sentido). En realidad, se trataría de una concepción de lo que es significado bastante más laxa que en la concepción tripolar. b) Paradójicamente, lo extralingüístico tendría una presencia muy directa en la concepción bipolar, a pesar de haber excluido el tercer componente del triángulo de la significación por este motivo. Por el contrario, el significado en la concepción tripolar, al resultar de la oposición de dos términos, sería un hecho meramente lingüístico. c) El significado concebido bipolarmente tiende a analizar la multiplicación de las acepciones dadas por el uso, mientras que la concepción tripolar atiende a la oposición específica de contenido, basada en la oposición léxica. d) La semántica bipolar se basa preferentemente en el uso, mientras que la semántica tripolar parte de la oposición de contenido. El debate, en definitiva, está abierto, y en el panorama de la lingüística actual son las posiciones bipolares las que parecen tener primacía tanto para las descripciones sintácticas como semánticas. Tendremos ocasión de verlo en el capítulo dedicado a la semántica cognitiva, cuyos cultivadores simplemente desconocen las semántica tripolar, si bien ésta, como hemos intentado demostrar en otro lugar (García Jurado 2001), puede tener una útil y necesaria aplicación en ciertos análisis cognitivos21.

21 De hecho, la clave del rechazo que un lingüista como Coseriu (1990) manifiesta razonadamente contra la semántica de los prototipos estriba en el desconocimiento que sus cultivadores tienen de la semántica que diferencie entre significado y designación.

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CAPÍTULO III La estructura léxica: ¿Se puede estructurar el léxico? 3.1. Nuestra idea del léxico: ¿caos u orden? Tras considerar la naturaleza del significado léxico, la segunda cuestión básica es la que concierne a la posible estructuración del léxico según pautas regulares. A este asunto de la conveniencia o no de las estructuras léxicas es a lo que vamos a dedicarnos en el presente capítulo, prestando especial atención a la diferente concepción del vocabulario, considerado bien como un conjunto caótico, bien como una estructura, por abierta que ésta sea. Los problemas que suscita la enseñanza del vocabulario pueden brindarnos un excelente punto de partida para adentrarnos en nuestro asunto, ya que ésta ha supuesto tradicionalmente uno de los principales escollos en la enseñanza de cualquier lengua, pues el aprendizaje del léxico se ve casi siempre marginado a listas de palabras en los manuales, que en el mejor de los casos se agrupan de forma temática1. Vamos a detenernos en dos de las tendencias más sobresalientes que en los últimos años se han desarrollado a la hora de emprender tanto la enseñanza como la investigación del léxico: el criterio estadístico y la relación de contenido. 3.2. Un criterio estadístico de organización del léxico: los índices de frecuencia La elaboración de los índices de frecuencia pretende lograr un vocabulario básico, ya sea general o de autor, de una lengua dada, a partir del criterio de la mayor o menor aparición de los términos. Se trata, pues, de un criterio estadístico, y supone un singular intento de aplicar un método objetivo que justifique la selección del vocabulario. El interés científico por este tipo de estudios tuvo su auge en los años ‘40-’50, y hoy día es la vertiente didáctica la que centra la atención en ellos2. Diversos autores y equipos han desarrollado léxicos aplicando la tecnología informática, entre los que sobresale por su importancia el Laboratorio de Análisis Estadístico de las Lenguas Clásicas de la Universidad de Lieja. En España, se han llevado a cabo algunas obras de este tipo, sobre todo dentro del dominio de la lengua griega, como es el caso de Martínez Fresneda (1966) o Sanz Franco (1980a-b). Pero no cabe duda de que el estudio más popular entre nosotros ha sido el de Martín Sánchez Ruipérez (1972)3, inédito, aunque 1 Así lo expresan López Moreda y Rodríguez Alonso (1989, 99): «Si echamos un vistazo a los libros de texto que circulan por nuestras aulas, apreciamos que en todos ellos se dan listas de palabras, las más de las veces sin mucha cohesión, o pequeños vocabularios al final del libro, sin más orden que el alfabético.» 2 Un buen estado de la cuestión, tanto en griego como en otras lenguas, puede encontrarse en Lucas (1986). 3 Véase la revisión razonada que hace Lucas (1986).

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ISBN: 84-95215-70-5 ISSN: 1696-1439

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muy bien difundido4. No obstante el éxito de tales trabajos, el planteamiento inicial de conseguir un léxico «ideal» y básico presenta, en la práctica, algunos inconvenientes. En opinión de Lucas (1986, 216-217) dos son los problemas básicos: a) La dispersión. Los términos de una misma familia de palabras aparecen a menudo desperdigados, como podemos ver en la dispersión de la base léxica y sus respectivos compuestos, a lo que hay que sumar duplicaciones innecesarias, como es el caso del gr. µικρ!ς-σµικρ!ς. b) La ausencia de términos significativos. Hay formas derivadas que aparecerán en la lista, pero no así la forma básica. Ante estos hechos, Lucas (1986, 216) propone un modelo «mixto» que complemente el criterio de las frecuencias con el de los campos léxicos, aunque la base de su propuesta siga estando preferentemente en el primer criterio5. En resumidas cuentas, los métodos más frecuentes para corregir el asistematismo del estudio del vocabulario son el de los índices de frecuencia, al que hemos aludido antes, y la clasificación onomasiológica de los términos, es decir, la agrupación por esferas conceptuales. Hay lingüistas como Eugenio Coseriu para quien ambos métodos resultan insuficientes a la hora de realizar un aprendizaje racional del vocabulario. En su opinión, la clasificación de las palabras según su frecuencia no dice nada con respecto al significado y la designación, y el procedimiento onomasiológico, en su opinión, sólo es idóneo para el léxico terminológico, por lo que propone un estudio del léxico estructurado (Coseriu 1986, 235-236). Esta propuesta conlleva, en buena medida, la ruptura con la lista de palabras, que hasta el momento se presentaba como el único medio posible de enseñanza del léxico. 3.3. La relación de contenido: ¿un salto cualitativo, o un salto en el vacío? Las estructuras léxicas La idea de estructura léxica es uno de los argumentos teóricos más importantes con los que cuenta el estudioso de léxico, al menos todo aquel que trate de buscar en él unos criterios de ordenación. Los esfuerzos por encontrar las estructuras léxicas del latín son muchos y constantes. Tenemos que partir del hecho de que hablar de estructuras léxicas basadas en relaciones de contenido no es un hecho universalmente aceptado, pues responde a una visión del léxico concreta, y todavía queda un importante trabajo práctico y teórico por hacer6. Es aquí donde, Para las obras en latín, véase Martínez Fresneda (1966, 11-12) y Santiago Ángel (2001). «Y si esto es así, debemos concluir que el “vocabulario básico griego” tendrá que ser algo más que índice de frecuencias, lo que no va en contra de que este criterio siga ejerciendo un papel importante en el conjunto.» (Lucas 1986, 210). 6 Autores como Ramón Trujillo, cuyos inicios están claramente en el estructuralismo, expresan de esta forma su escepticismo: «La determinación del significado gramatical ofrece garantías seguras porque se 4 5

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precisamente, tenemos que dar un salto con respecto a la relación etimológica como la única posible, tratando de ver la sistematicidad de las propias relaciones de contenido. De esta forma, la tarea más importante del estudio funcional del léxico (lexemática) es el discernimiento y descripción de las estructuras sintagmáticas (eje de combinación) y paradigmáticas (eje de selección) del vocabulario en el plano del contenido (Coseriu 1986, 169; 1987, 229). De acuerdo con lo expuesto, establece las diversas estructuras sintagmáticas y paradigmáticas: ESTRUCTURAS LEXEMÁTICAS Estructuras paradigmáticas a) Estructuras primarias

b) Estructuras secundarias

Campo léxico Clase léxica

Modificación Desarrollo Composición

c) Estructuras sintagmáticas Afinidad Selección Implicación

Según este esquema, podemos remitir las estructuras léxicas a tres aspectos diferentes: a) La organización de los lexemas en torno a campos y clases léxicas. b) La formación de palabras. c) La aparición conjunta de términos merced a sus solidaridades léxicas. Veamos cada aspecto con más detenimiento: a) En cuanto a los campos y clases léxicas, se trata de estructuras paradigmáticas porque, en principio, se oponen dentro del eje de selección, es decir, son opositivas. Asimismo, son estructuras primarias, dado que «su definición no implica otras estructuras léxicas como ya dadas» (Coseriu 1987, 229) y los términos en oposición se implican recíprocamente. Estas estructuras nos introducen en el estudio de las significaciones comunes (campo léxico) con semas diferenciales, y en el de los clasemas (clase léxica). Un campo léxico sería, por ejemplo, el que reúne todos los lexemas que tienen que ver con la acción de comer, estableciendo después las diferencias particulares de cada término. Por su parte, una clase sería la que agrupa términos de distintos campos léxicos de acuerdo con un sema de carácter general, como puecorresponde siempre con significantes inconfundibles, es decir, con signos o con distribuciones precisas (...). Pero no sucede lo mismo con el análisis de contenidos semánticos comunes a un conjunto léxico no organizado a partir de rasgos exclusivamente gramaticales, salvo que la base de comparación NO SEA SEMÁNTICA, sino conceptual, es decir, fundada en una selección arbitraria de propiedades comunes, que se extraen de las situaciones reales con las que suele relacionarse un grupo de signos. La cuestión de la unidad conceptual es siempre discutible: así, por ejemplo, yo he llamado “valoración intelectual” a la base conceptual utilizada para reunir en un conjunto una serie de adjetivos, fijando de esa manera los límites de un supuesto sistema léxico.» (Trujillo 1988, 92-93).

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de ser la causatividad. De esta forma, un verbo como alo («alimentar») pertenecería al campo de los «verbos de comer» (verba edendi), merced a su relación conceptual con el resto de verbos referidos a la acción de alimentar (p. e., vescor, edo y comedo), y pertenecería, a su vez, a la clase general de los verbos causativos, donde lo encontraríamos en relación paradigmática con verbos tan diversos como doceo (enseñar) o ludifico (engañar). En los apartados 3.4.-3.6. profundizaremos en el concepto de clase léxica. Asimismo, trataremos ampliamente acerca del concepto de campo léxico y sus problemas teóricos en el capítulo 4. b) En lo que respecta a las estructuras paradigmáticas secundarias, tenemos que adentrarnos en el asunto general de la formación de palabras, donde los vagos conceptos de palabra «simple» y «compuesta», así como de palabra «primitiva» y «derivada» de la gramática tradicional necesitan de una mayor precisión terminológica, de acuerdo con la lexemática o una clasificación semántica alternativa (Fruyt 1986). En este sentido, Coseriu observa que estas denominaciones tradicionales tan sólo atienden al plano de la expresión y no al del contenido, ante lo que propone una categoría diferente para los distintos tipos de formación de palabras, que son los que exponemos a continuación, contrastadas con las categorías expresadas por la gramática tradicional: ESTRUCTURAS PARADIGMÁTICAS SECUNDARIAS

DENOMINACIONES TRADICIONALES

«Modificación» «Desarrollo» «Composición»

«Compuesto» «Derivado-Compuesto» «Compuesto»

A estas estructuras se las denomina «secundarias» por presentar una dirección única, de forma que, dada una estructura como anima-animula, el primer término está implicado en el segundo, pero no en sentido inverso (Coseriu 1986, 170). Analizamos brevemente cada una de ellas: — La modificación, bien sea por prefijación (tego-contego), o sufijación (habeo-habito) no supone cambio de clase de palabras, de manera que cuando un verbo se modifica, por ejemplo, sigue perteneciendo a la clase verbal. En lo que al latín respecta, la modificación de los verbos mediante un preverbio es uno de los procedimientos expresivos más importantes7. — El desarrollo sí conlleva una determinación gramatical que produce una función oracional distinta (tunica sust.–tunicare verb.), y esto es precisamente lo que lo caracteriza y distingue de la modificación. 7 El proceso de la modificación puede dar lugar a nuevos verbos que sean, a su vez, lexemas base de nuevos campos léxicos. Los modificados de dare son, a este respecto, un ejemplo muy representativo. Para este asunto véase Martín Rodríguez 2000, quien hace una oportuna reflexión sobre la necesidad de confirmar estos criterios mediante una investigación del material léxico concreto.

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— La composición, por último, supone, concretamente, un procedimiento donde intervienen dos elementos básicos, uno de los cuales o los dos funcionan aparte como lexema (naufragium: nau + fragium). Esta es la composición propiamente dicha, aunque la gramática tradicional extienda tal denominación también a la modificación. Como hemos apuntado al hablar de la modificación, en latín los preverbios son un mecanismo de expresión vivo que, aunque algo complejo, debería enseñarse con mayor atención. Verbos como in-tego y con-tego tienen una base léxica común, y, en muchos casos, el preverbio tiene una realización precisa que puede modificar el significado de un término; así, mientras volo es simplemente «volar», subvolo, con un preverbio sub-,cuyo valor es el adlativo «hacia arriba», expresa la acción de «subir volando». Por otra parte, los textos latinos están llenos de modificados preverbiales, y a veces pueden ser incluso un instrumento determinante para la perfecta comprensión de un pasaje; esto es lo que ocurre con el siguiente texto de Salustio8, donde la noción sociativa expresada por com— se opone a la de divergencia, expresada por dis-(dis-| com-): Hi postquam in una moenia convenere dispari genere, dissimili lingua, alius alio more viventes, incredibile memoratu est, quam facile coaluerint; ita brevi multitudo dispersa atque vaga concordia civitas facta erat. (Sal. Cat. 6, 2) («Éstos, desde que se encontraron reunidos dentro de unas mismas murallas, a pesar de ser de razas distintas, de lengua diferente y de vivir cada cual a su modo, es increíble pensar cuán fácilmente se fusionaron; de este modo, en poco tiempo, una multitud de distintas procedencias y errante se hizo ciudad por la concordia.») (trad. de Díaz y Díaz) c) En tercer y último lugar, las estructuras sintagmáticas, cuyo carácter es, frente al opositivo de las anteriores, combinatorio (plano sintagmático), pueden explicarse en términos de solidaridades léxicas, donde uno de los términos se presenta como el determinante y el otro el determinado, tal y como puede verse, por ejemplo, en la solidaridad que la palabra «perro» mantiene con el verbo «ladrar». Ahora bien, la determinación de un término sobre otro puede venir dada desde lo más general a lo más particular: una clase léxica (afinidad), un archilexema (selección), o un simple lexema (implicación). Cuando se transgreden ciertas solidaridades podemos encontrarnos con usos impropios que a veces resultan graciosos. Pongamos algunos ejemplos: — No podemos decir «voy a bañar mi cabeza», pues «bañar» implica la clase de la totalidad, y no la de la parte, de ahí que sí podamos decir que un objeto está «bañado en oro». — El verbo «navegar» implica el desplazamiento por un medio acuático y atañe, por tanto, al archilexema «barco», que engloba a los diferentes transportes por mar. Por ello, pue-

8

Hemos tomado el ejemplo de Domínguez 1986, 348.

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de resultar inesperado para un oyente si le decimos que nos hemos pasado el verano navegando (por internet). — El verbo «ladrar» mantiene una solidaridad casi exclusiva en el lexema «perro». Por tanto, si alguien nos dice que «su jefe se pasa el día ladrándole» podremos imaginar fácilmente con qué tipo de animal se está haciendo la comparación. Un ejemplo significativo de lo que decimos en la lengua latina nos lo puede proporcionar el uso de ciertos verbos propios para la clase léxica de lo no humano referidos a mujeres cuando se trata de criticar sus excesos ornamentales, en opinión de los varones: mulieres opertaeauro purpuraque (Cato hist. 113) («mujeres recubiertas de oro y púrpura») inauratae atque inlautae mulieris (Titin. com. 1) («mujeres recubiertas [o descubiertas] de oro... y sin lavarse») El hecho de que las mujeres estén «cubiertas (opertae) de oro y de púrpura», o «recubiertas de oro (inauratae)»9 es, más bien, propio de un mueble o de una estatua. Esta fractura con la solidaridad léxica esperable es la que provoca, en definitiva, el efecto cómico. Hecho, pues, este breve resumen relativo a las estructuras, vamos a estudiar en este capítulo diversos aspectos relacionados con la clase léxica para dedicar el siguiente a la estructura de campo, donde volveremos a las estructuras sintagmáticas cuando tratemos acerca de los campos semánticos elementales de Porzig (4.1.). 3.4. La recurrencia de las clases léxicas: las relaciones clasemáticas Como ya vimos en el capítulo anterior dentro del apartado de la semántica tripolar, las oposiciones de contenido están determinadas por rasgos distintivos llamados «semas». Estos semas pueden ser específicos de una oposición de contenido concreta, pero también pueden ser genéricos y agrupar a una serie de términos que tengan ese sema en común. Es lo que ocurre, con el sema genérico que agrupa a los verbos causativos («enseñar», «alimentar», etc.), de manera que conforman una clase determinada por el clasema de la causatividad, independientemente del campo léxico a que cada verbo pertenezca. A esto hay que añadir el hecho de que, una vez conformadas ciertas clases léxicas, observamos que se dan ciertas relaciones recurrentes entre ellas. Esto ocurre, por ejemplo, con la relación entre la clase de los verbos causativos con la de los no-causativos10: 9 Aunque en este segundo caso estamos ante un genial juego de palabras según el cual inauratae pasa a significar lo contrario, es decir, sin oro, al entrar en coordinación con inlautae (García Jurado 1997c). 10 Entre los clasemas más recurrentes, García Hernández (1980, 53ss.) destaca los siguientes: animado / inanimado; transformativo / no transformativo, transitivo / intransitivo, causativo / no causativo y determinado / indeterminado.

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CAUSATIVOS-NO CAUSATIVOS doceo.–discis fugo.–fugis sedo.–sidis

De esta forma, si bien los lexemas se relacionan según distintos criterios, lo más frecuente es que sea a través de las clases léxicas a las que pertenecen. Veamos dos realizaciones significativas de este hecho: a) la clase de los verbos causativos tiende a establecer relaciones con la clase de los verbos no causativos11, tanto intransitivos como transitivos, con sujeto distinto con respecto a la clase causativa12: «matar» (causativo).–«morir» (no causativo e intransitivo) «enseñar» (causativo).–«aprender» (no causativo y transitivo) b) hay también relaciones entre clases que pueden plantearse entre verbos cuyas acciones comparten el mismo agente. Es el caso de «aprender» (no resultativo) que forma parte de un proceso que termina en «saber» (resultativo), o de «ver» (transformativo), que forma parte de un proceso que termina en «conocer» (no-transformativo): «aprender» — — «saber» «ver» — — «conocer» Según estos criterios, pueden establecerse una serie de relaciones entre clases léxicas, preferentemente remitidas a la clase verbal, que se distinguen, ante todo, por la participación de uno o más sujetos en el proceso que conforman. García Hernández propuso sobre los verbos latinos de «ver» un sistema de relaciones entre clases (relaciones clasemáticas), cuya característica más sobresaliente es su extraordinaria recurrencia dentro de todo el léxico de cualquier lengua. Este modelo sirve como eje para la organización de los verbos según unas clases léxicas 11 Coseriu (1986, 147 y nota 1) establece la relación de manera diferente: «Las clases no deben confundirse con los campos léxicos. Un campo léxico es un contenido léxico continuo, condición que, en cambio, no es necesaria, para una clase. Un campo léxico puede pertenecer en su conjunto a una clase y contener de ese modo el clasema correspondiente; pero un clasema puede también, por así decir, “atravesar” toda una serie de campos léxicos. De aquí que palabras de clases diferentes puedan pertenecer al mismo campo léxico, y al revés: al kaufen “comprar”, y verkaufen “vender”, determinados clasemáticamente (con respecto al agente) como “adlativo” y “elativo”, respectivamente, pertenecen al mismo campo léxico; en cambio, fragen, “preguntar”, y antworten, “contestar”, pertenecen a las mismas clases, pero no al mismo campo léxico que kaufen y verkaufen.» 12 Por lo demás, es muy relevante, como luego veremos, la circunstancia de que tengamos dos sujetos diferentes, según se trate de la acción causativa («tú matas», «tú enseñas) o de la no causativa («yo muero», «yo aprendo»).

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básicas: cuando participa más de un sujeto tenemos la relación complementaria («doy».– «recibes»), y cuando tenemos el mismo sujeto podemos encontrar tres relaciones diferentes, como son la alternación («doy» / «quito»), la relación secuencial («recibo» — — «tengo») y la extensional («tengo»-«suelo tener»)13. A su vez, las dos primeras relaciones afectan a lo que podemos entender como el problema general de la antonimia, mientras que las dos últimas conciernen a asuntos propios del aspecto verbal. Por ello, vamos a analizar estas cuatro relaciones ordenándolas en dos grupos: la complementariedad y la alternación, por un lado, y la relación secuencial y la extensional por otro: a) La relación de complementariedad y la alternación La complementariedad tiene que ver con la expresión diatética de las acciones (activa.–pasiva), de forma que las dos clases básicas que concurren en ella son las de CAUSATIVO.–NO CAUSATIVO: Complementariedad doceo.–discis do.–accipis nihil est, quod discere velis, quod ille docere non possit (Plin. Ep. 1, 22, 2) («no hay cosa que quieras aprender que aquél no pueda enseñarte») quod dat accipimus (Cic. Fam. 1, 1, 2) («lo que nos da lo recibimos») Como vemos, en esta relación los términos se complementan, de forma que hay una congruencia lógica entre las dos acciones: se puede «aprender» porque «alguien enseña», y se «recibe» lo que se «da»14. La alternación, por el contrario, requiere que los términos que concurren en ella sean equipolentes y contrarios. De esta forma, si tomamos como punto de partida los verbos complementarios do y accipio, lo contrario de «dar» sería «quitar» (no «recibir»), y lo contrario de «recibir» sería «rechazar» (no «dar»): Alternación

do / adimo accipio / repello

13 Respetamos los signos convencionales propuestos por García Hernández para representar cada una de las relaciones: punto y guión (.—) para la complementaria; la barra vertical (|) para la alternación; doble guión (— —) para la relación secuencial y un guión simple (—) para la extensional. 14 Como después comentaremos, encontramos a menudo interferencias entre los términos complementarios y la realizaciones mediopasivas. Por lo demás, esta relación, que en principio parece simple, presenta realizaciones concretas de carácter más complejo, como la «dimensión eventiva» propuesta por Jiménez Calvente (1993) para casos como aliquid mihi in mentem uenit o la «complementariedad facultativa» de sumo «tomar uno mismo, sin necesidad de que se lo den» frente a la «complementariedad obligatoria» del par do.—accipis (García Jurado 1995b).

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ait hanc dedisse me sibi atque eam meae uxori surrupuisse (Plaut. Men. 480-481) («dice que yo le di este manto y que se lo sustraje a mi mujer») nec capiendum quicquam erat nec repellendum (Cic. Tim. 19) («no había que coger ni rechazar cosa alguna») La alternación, relación mantenida por términos que han de ser equipolentes y contrarios, tiene que ver con lo que entendemos normalmente como antonimia, que es donde la semántica tradicional suele incluir también la relación complementaria. Es oportuno que en este punto hagamos algunas precisiones acerca de las diferencias que presenta la relación entre términos complementarios («dar».–«recibir»), por un lado, y entre términos alternos («dar» /«rechazar»), por otro. La relación de complementariedad y la de alternación son perfectamente diferenciables, como ya se ha observado desde otros marcos teóricos15. Una y otra relación han sido objeto de estudio, aunque con otras denominaciones y planteamiento, de la semántica de John Lyons, quien las encuadra en su sistema de «oppositeness of meaning». Las «oppositeness of meaning» presentan tres tipos generales: la «complementarity», entre términos contrarios que se implican, tales como «male» / «female», o «single» / «married», de manera que la negación de uno conlleva la afirmación del contrario; la «antonymy», entre términos contrarios graduables, como «big» / «small», entre los cuales pueden darse diferentes grados; y, finalmente, la «converseness», que se da entre términos del tipo «buy» / «sell», o «husband» / «wife» (Lyons 1979, 474-483). Las relaciones de complementariedad propuestas por García Hernández coinciden, en términos generales, con la «converseness» de Lyons, mientras que las relaciones alternas lo hacen con las dos modalidades primeras de «oppositeness of meaning». Sin embargo, las coincidencias terminan aquí, pues tanto las intenciones como los desarrollos teóricos de cada modelo son completamente diferentes (García Hernández 1980, 63). El análisis de los términos latinos erus («señor», «amo»), servus («siervo») y liber («libre») nos puede ayudar a comprender mejor la diferencia entre la relación complementaria y la alterna. Dados estos términos, podemos comprobar que la relación entre erus y servus es de complementariedad, ya que mientras el primero da órdenes (imperat) el segundo las cumple (parat): eri sum servos (Plaut. Amph. 347) («soy siervo de mi señor») La relación de alternación, es decir, la relación absolutamente simétrica, se daría entre servus y liber: servo’sne an liber? (Plaut. Amph. 343) («¿eres siervo u hombre libre?») 15

Para una revisión de los problemas de la antonimia en latín cf. Bârlea 1995 y Moussy 1996.

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Las dos estructuras léxicas podrían esquematizarse de la manera siguiente: erus.–servus (eri servus) servus | liber (servus an liber?) En otros pasajes de Plauto podemos ver relacionadas las dos estructuras: LY. erus sum OL. quis erus? LY. quoius tu servo’s OL. servus, ego? LY. ac meu’. OL. non sum ego liber? (Plaut. Cas. 734-6) («LY. soy tu señor OL. ¿qué señor? LY. de quien tú eres siervo OL. ¿siervo yo? LY. y mío. OL. ¿acaso no soy libre?») En resumidas cuentas, se es amo de un siervo, pues éste no es libre. Libre es necesariamente el amo, pero esta condición no es exclusiva de él, ya que también puede llegar a serlo el siervo, una vez manumitido. b) Relación secuencial y relación extensional Las relaciones secuencial y extensional vienen a corresponderse con el desarrollo y la duración de una acción, bien en su expresión gramatical o en su expresión léxica. La relación secuencial se define como la ordenación progresiva del desarrollo de una acción, en expresión gramatical, de dos o más acciones, en expresión léxica (García Hernández 1976, 33): Expresión gramatical: video (no perfectivo) — — vidi (perfectivo) Expresión léxica: aspicio (no-resultativo) — — video (resultativo) La relación extensional se define como la duración relativa de una acción. Ésta presenta, a su vez, doble expresión, bien sea gramatical o léxica (García Hernández 1976, 34): Expresión gramatical: aspiciebam (indelimitativo)-aspexi (delimitativo) Expresión léxica: aspicio (no-durativo)-specto (durativo) De esta forma, la expresión de la duración relativa puede expresarse por medio de la gramática o del léxico, aunque la naturaleza de la duración sea en uno y otro caso de índole bien distinta. La expresión gramatical más genuina del aspecto extensional está expresada por la oposición entre imperfecto (indelimitativo) y perfecto (delimitativo). La duratividad como tal es un hecho propio del léxico, mientras que el imperfecto, considerado tradicionalmente como durativo, expresa, más bien, la indelimitación. Así lo propuso García Hernández (1977a), según criterios estructurales y, a partir del estudio sistemático de las restricciones de la categoría del aspecto sobre los elementos de duración, vino a confirmarlo Torrego (1988 y 1989). Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos 2003, Anejo I

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Vamos a poner dos ejemplos de cada tipo de relación ayudándonos de los verbos latinos horresco — — horreo y alo y educo, respectivamente: — Horresco (erizarse, estremecerse) ocupa la parte no-resultativa de un proceso cuyo resultado es horreo: horresco referens (Verg. Aen. 2, 204) («me estremezco al contarlo») horrescit... tuens (Stat. Theb. 7, 41) («se estremece al contemplar») Su aparición bien formando perífrasis con coepit, bien modificado por preverbios como ino sub-, hace posible que podamos encontrarlo precisamente en el grado incipiente o incoativo de la acción: sed ut ille qui navigat, cum subito mare coepit horrescere (Cic. Rep. 1, 63) («como aquel que va por el mar, cuando de súbito el mar comienza a encresparse») horum in severitatem dicitur inhorruise primum civitas (Cic. Rep. 4, 6) («se dice que la población al principio comenzó a encresparse contra la severidad de estos») Estos textos ofrecen datos muy pertinentes para la semántica de horresco. El sufijo —sco no es per se, frente a lo que se dice comúnmente, incoativo, sino, simplemente, no-resultativo. De ser incoativo, sería innecesario que para referirse a este grado incipiente hubiera que recurrir a la perífrasis con coepit o a un preverbio. A su vez, observamos cómo hay diferentes medios para expresar el grado incipiente de la acción, bien mediante la construcción perifrástica, bien gracias a la modificación preverbial. Observamos, asimismo, que la forma de perfecto de horreo, horrui, pasa a ser también el perfecto de horresco: inhorresco inhorrui

——

horresco

——

horreo horrui

El fenómeno es análogo al que encontramos en la secuencia eo — — sum, donde la forma de perfecto de sum, fui, pasa a ser la de eo16: eo in funus fui in funus

——

sum in funere fui in funere

16 Con respecto a esta cuestión, tan importante para la lingüística románica, véase García Hernández 1983. Asimismo, fui ya había sufrido otro desplazamiento, pues en un principio era la forma de perfecto de fio: «El desplazamiento secuencial supone que un término se desgaja de su tronco originario para integrarse en una oposición próxima. Dentro de la oposición léxica fio (— — fui) — — sum, el perfecto fui se desplaza del primer término al segundo: fio — — sum (— — fui); la posición libre de perfecto de fio viene a ocuparla factus sum: fio (— — factus sum) — — sum (— — fui)» (García Hernández 1992, 327).

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fui enim hodie in funus (Petr. 42, 2) («fui hoy al entierro»)17 — Por su parte, los verbos alere («alimentar») y educare («criar») constituyen un buen ejemplo de lo que es la relación extensional. Podemos leer la ilustrativa definición que Nonio Marcelo hace de estos verbos: ALERE et EDVCARE hoc distant: alere est victu temporali sustentare, educare autem ad satietatem perpetuam educere. Plautus in Menaechmis (98): Nam illic homo hominis non alit, verum educat. (Non. p. 682 L.) («ALERE y EDVCARE se diferencian en lo siguiente: alere es sustentar con comida durante un tiempo, educare, por su parte, es sacar adelante saciando ininterrumpidamente. Plauto en Los Menecmos (98): “pues ese hombre no alimenta a la gente, sino que la sacia”.») El verbo educare está formado por su sufijo —a— de carácter intensivo que lo diferencia del simple educere (donde encontramos el preverbio ex— «hacia fuera» modificando la base verbal ducere «conducir»). Esta diferencia morfológica ya supone en sí misma una relación extensional entre educere y educare: educere-educare El mismo Nonio Marcelo explica así la diferencia: «educere et educare hanc habent distantiam. Educere est extrahere; educare nutrire et provehere» (Non. p. 718 L.)18. La diferencia entre uno y otro verbo es, sobre, todo, de intensidad de la acción, pues lo que en el primero no pasa de ser un mero acto físico («sacar hacia fuera») en el segundo estamos ante una acción habitual susceptible de convertirse, gracias a la metáfora, en la designación propia de la acción de «criar». Por eso, asimismo, educare se relaciona también con el verbo alere («dar alimento») en una relación extensional: alere («dar alimento»)-educare («dar alimento constantemente») En definitiva, estas relaciones de contenido nos permiten ver sistematizadas las estructuras básicas que plantean los lexemas. En este sentido, la lexemática supone un paso decisivo para superar la clásica lista de palabras. Manuel C. Díaz y Díaz traduce «he estado en un entierro». «Educere y educare presentan esta diferencia: educere es, simplemente, conducir hacia fuera, mientras que educare es nutrir y criar». 17

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3.5. Lexemática y gramática: el sueño del sistematismo. La proporcionalidad en el estudio léxico La lexemática latina ofrece uno de los planteamientos para el estudio del léxico más innovadores, frente a las propuestas que suponen el estudio del vocabulario como un hecho marginal con respecto a la gramática, pues tiende a compaginarse con ésta19. Este modelo parte, evidentemente, del estudio de las estructuras léxicas, pero va más lejos, pues, dado el paralelismo —y los cruces— que hay entre ciertas estructuras léxicas de carácter muy general como la voz y el sistema de tiempos, es factible un estudio que aúne ambos hechos. Esta situación ha llamado la atención igualmente a los estudiosos de la sintaxis, posiblemente porque John Lyons (1963; 1979; 1980) ya lo había puesto de relieve en su teoría semántica. Es el caso de Rodie Risselada, quien, abordando la cuestión desde el punto de vista de la Functional Grammar, observa que no hay diferencias sustanciales desde el punto de vista del sujeto paciente entre fugio y fugor, la versión léxica y gramatical, respectivamente, de la acción complementaria del causativo fugo («poner en fuga»)20: fugo hostes.– hostes fugantur hostes fugiunt Asimismo, Huguette Fugier (1991, 42) se refiere a ello desde el punto de vista del funcionalismo sintáctico: «Quant au complément circunstanciel, on ne voit pas de quel mécanisme syntaxique disposerait le latin, qui serait capable, comme la “voix circonstanciellle”, de certaines langues extra-européennes, de le promouvoir au rang de sujet. Seules restent les solutions lexicales: Ostendo librum discipulo —> Discipulus librum videt» De esta forma, por poner alguno de los ejemplos más significativos, puede observarse que hay una estrecha conexión entre la voz mediopasiva y ciertos términos complementarios: Voz Activa/Mediopasiva video.–videtur

ostendo.–ostenditur

vendo.–venditur

Términos Complementarios video.–apparet

ostendo.–apparet

vendo.–venit

19 García Hernández 1985b y 1989. Esta misma necesidad también la ha visto Molero Alcaraz, quien asimismo propone un mismo rango para el estudio del léxico que el que tiene la fonética, la morfología y la sintaxis (Molero Alcaraz 1982, 302). 20 «Note that to some extent languages have lexical alternatives to the passive in order to present a state of affairs from the perspective of a Patient-like constituent» (Risselada 1991, 413 n. 2). Véase también Costas Rodríguez 1977.

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Estos hechos no son del todo desconocidos por la gramática tradicional cuando dice que la pasiva de facio es fio, o pone en relación la construcción de sum + dativo con habeo, ya que, a fin de cuentas, no son más que términos complementarios: facio mensam.–mensa fit habeo pecuniam.–pecunia est mihi De esta forma, fit, término complementario de facio, ha pasado a constituirse en la forma pasiva de éste. Cabe hacer la precisión de que no se trata de una pasiva de origen gramatical, sino de una pasiva de origen léxico. De la misma forma, la noción de posesión que expresa habeo es complementaria de la idea de destinatario que expresa la construcción de sum con el dativo tradicionalmente mal llamado «posesivo» (García Hernández 2001b)21. Estos hechos, sin bien representativos, no son más que la punta de un gran iceberg, ya que el fenómeno de la complementariedad léxica afecta prácticamente a todo el léxico. De esta manera, y por no salir de los ejemplos dados, cuando observamos que la gramática tradicional nos muestra la relación entre habeo y est mihi podemos preguntarnos por qué no nos muestra igualmente la relación, también complementaria, de do con aquéllos: HOMO mihi pecuniam dat.–EGO penuniam habeo.–PECVNIA mihi est Las interferencias léxicogramaticales pueden apreciarse en distintos hechos de la lengua. García Hernández (1985b, 173-174) ha destacado tres de ellos por su extraordinaria importancia, que reproducimos aquí: 1) Las oposiciones léxicas de una lengua se corresponden a menudo con oposiciones gramaticales en otra: latín facio.–fit vendo.–venit

castellano hacer.–ser hecho vender.–ser vendido

latín ostendo.–apparet

griego ϕα"νω.–ϕα"νεται

21 Dada la estrecha interrelación que se plantea entre los fenómenos de índole gramatical, los semánticos y los propiamente cognitivos, Ramos Guerreira (1998) ha abordado el estudio de la expresión de la posesión desde el latín arcaico al clásico a partir del aspecto de la tipología de la expresión de la posesión, observando cómo habeo, que ha sufrido una «erosión semántica» como verbo de «coger» hasta «tener», ha ido desplazando a la construcción con sum, que se ha visto relegada a usos de carácter más abstracto. El autor hace hincapié en el hecho de que para poder explicar este proceso los factores pragmáticos son esenciales, y subraya su carácter predominantemente gramatical, de mucho mayor peso, en su opinión, que los aspectos propiamente léxicos.

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2) Dentro de la misma lengua, los términos complementarios intransitivos pueden suplir la voz pasiva de los respectivos transitivos: iacio.–(iacitur, iactus est) iacet accendo.–(accenditur, accensus est) ardet pendo.–(penditur, pensus est) pendet 3) El participio de perfecto del primer término, debido a su carácter pasivo, puede funcionar como participio del segundo término complementario: accendo.–ardet: accensus doceo.–discit: doctus facio.–fit: factus gigno.–nascitur: (g)natus occulo.–latet: occultus pendo.–pendet: pensus sopio.–dormit: sopitus verbero.–vapulat: verberatus Es evidente que un planteamiento de este tipo entra en conflicto con la concepción eminentemente gramatical de la lengua a la que estamos acostumbrados, donde la larga tradición de los estudios gramaticales contrasta con la breve vida de la lexemática en calidad de disciplina lingüística. No obstante, las interferencias léxico-gramaticales surgen continuamente en la lectura de los textos. Así lo vemos en el siguiente pasaje de Ovidio, donde pueden verse claramente contrastadas la relación activa-pasiva entre petit y petitur con la complementariedad léxica entre accendit y ardet22: dumque petit petitur pariterque accendit et ardet (Ov. Met. 3, 426) («y mientras reclama es reclamado, y al tiempo que enciende arde [es encendido]») Otro problema de índole tanto científica como didáctica viene dado a la hora de formalizar RELACIONES DE CONTENIDO entre las palabras, ya que las únicas relaciones que generalmente se establecen son las FORMALES, más concretamente en el ámbito de la etimología, como la dada entre essurio (no resultativo) y edo (resultativo). Pero, como ha observado García Hernández, la misma relación en lo que respecta al contenido puede encontrarse, asimismo, entre sitio y bibo: essurio (no resultativo) — — edo (resultativo) sitio (no resultativo) — — bibo (resultativo) 22 López Gregoris (1998) ha estudiado el interesante juego de relaciones complementarias que aparecen en este pasaje Ovidiano, relativo al mito de Narciso.

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En definitiva, si buscamos una diferencia clave entre el modelo de estudio estadístico del vocabulario que hemos visto al comienzo y el estudio que propone la lexemática, esta diferencia puede ser la siguiente: a) El modelo de estudio léxico a partir de los índices de frecuencia parte del hecho de que el léxico no presenta una importancia de primer orden dentro de la estructura del lenguaje23. b) Sin embargo, la lexemática tiene unos presupuestos radicalmente distintos, como es considerar que el léxico sí presenta, por el contrario, unas estructuras de la misma importancia que las encontradas en otras parcelas de la lengua. Independientemente de su valoración científica, la lexemática aporta lo que podemos considerar como una nueva mentalidad para concebir el léxico y se propone, en resumidas cuentas, una enseñanza sistemática de las palabras, un estudio del léxico desde dentro de la propia lengua. Dados, pues, unos presupuestos tan distintos, debemos hacer una observación muy importante en este punto, como es el hecho de que dos concepciones tan dispares sobre la propia naturaleza del léxico implican, necesariamente, dos modelos de trabajo igualmente diferentes, aunque no por ello incompatibles. De esta forma, el estudio del léxico a partir de los índices de frecuencia pretende seleccionar en lo esencial el vocabulario, reuniéndolo mediante criterios distintos (alfabético, nocional, índice de mayor a menor frecuencia, etc.), pero manteniendo esencialmente la presentación «vertical» del léxico. Con este método se trata, en definitiva, de justificar razonadamente las listas de palabras. Por el contrario, la lexemática pretende modificar la concepción tradicional del diccionario y marginar la lista de palabras, al menos en su concepción tradicional de término-traducción. En lugar de ello, intenta mostrar las relaciones y estructuras léxicas de los términos. En definitiva, la presentación del léxico se hace de manera «horizontal», fundamentalmente. Vamos a poner un caso práctico que ilustra lo que venimos diciendo. Dado, por ejemplo, un grupo de términos frecuentes (accipio, adimo, do, egeo, erus, habeo, homo, liber, mulier, servus y vir), el modelo clásico de la lista de palabras nos los presentaría ordenados alfabéticamente: ACCIPIO ADIMO DO EGEO

«recibir» «quitar» «dar» «necesitar»24

23 Así lo expresa, por ejemplo, Lucas (1986, 209): «Desde una perspectiva estrictamente científica el léxico no pasa de ser un elemento secundario en la estructura general del lenguaje (...)». 24 Egeo mantiene una oposición de contenido con careo, en los mismos términos que en castellano tenemos «necesitar (algo que hace falta)» y «carecer (de algo que no se tiene, al margen de que se necesite o no». En el libro titulado Borges director de la Biblioteca Nacional. Diálogos entre José Edmundo Clemente y Oscar Sbarra Mitre (Buenos Aires, Ediciones Biblioteca Nacional, 1998, 47) encontramos el siguiente texto: «Los salteños

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ERVS HABEO HOMO LIBER MVLIER SERVVS VIR

«amo, señor» «tener» «ser humano» «libre» «mujer» «siervo» «varón»

Sin embargo, una presentación lexemática trataría de buscar las estructuras léxicas entre los distintos términos y justificar así su significado: ACCIPIO (modificado preverbial ad + capio) complementario de do: do.–accipit alterno de repello: accipio | repello no resultativo de habeo: accipio — — habeo ADIMO (modificado preverbial ad + emo) complementario de egeo: adimo.–eget alterno de do: adimo | do DO

complementario de accipio: do.–accipit alterno de adimo: do | adimo

EGEO

complementario de adimo: adimo.–eget alterno de habeo: habeo | egeo

ERVS

complementario de servus: erus.–servus cf. los verbos: imperat.–servit imperat.–parat

HABEO complementario de do: do.–habet alterno de egeo: habeo | egeo resultativo de accipio: (do.–)accipis– –habes HOMO

término neutro en la oposición homo // vir / mulier

LIBER

alterno de servus: liber | servus

MVLIER término positivo en la oposición homo // vir / mulier SERVVS complementario de erus.–servus alterno de liber: liber | servus VIR

término negativo en la oposición homo// vir / mulier

usan en muchos casos palabras de antes, palabras viejas. Y hay como un cuidado especial de las palabras que se dicen. Una vez me encontré con uno de los arrieros que hay en Salta, y lo vi tan afligido al tipo que le pregunté: “¿Necesita algo?”. Y el tipo me miró y me contestó: “No señor, no necesito nada. Con lo que me falta tengo bastante”. Esas vueltas del idioma. Y a Borges le gustaba y me hacía conversar.»

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De esta forma, el paralelismo entre las estructuras gramaticales y las estructuras léxicas, así como la pertinencia de las relaciones de contenido, al margen de que sean también formales o no, constituyen los dos ejes básicos de la lexemática, y suponen asimismo uno de los hechos más renovadores para la propia didáctica del léxico. No sabemos si este sistematismo es suficiente como para poder equiparar el estudio del léxico al de la gramática. Los estudiosos de la sintaxis lo consideran insuficiente para ser funcional, y autores como Flobert lo consideran, más bien, un hecho estilístico25. Sin embargo, el léxico TIENDE a ordenarse mediante criterios de proporcionalidad, como vamos a ver a continuación. La proporcionalidad o analogía es uno de los mecanismos básicos de la creación léxica, pues gracias a los criterios analógicos es como se crean palabras nuevas, o se da a éstas nuevos sentidos. La proporcionalidad afecta a los aspectos morfológicos; así, por ejemplo, lat. equus / equa es proporcional a dominus / domina, o servus / serva. Sin embargo, la proporcionalidad también puede afectar al contenido; de esta forma, es tan proporcional la relación dominus / domina como la establecida entre homo / mulier (García Hernández 1981, 27). Por otra parte, las relaciones proporcionales afectan en especial a las relaciones clasemáticas que ya hemos analizado anteriormente; según esto, los términos complementarios do.–habes son proporcionales a dico.–audis, ostendo.–vides y todos aquellos que podamos encontrar. Así pues, la proporcionalidad nos permite asociar términos que tienen en común una estructura léxica básica. A partir de estos hechos de proporcionalidad se abren unas posibilidades didácticas muy diversas, que posibilitan en buena medida el aprendizaje léxico, así como la lectura atenta de los textos26. Podemos apreciar estas relaciones proporcionales en un campo tan cercano a nosotros como es el de la ENSEÑANZA. La acción de enseñar (docere) es causativa de la acción de aprender (discere), de tal forma que el maestro enseña y el discípulo aprende: MAGISTER docet doctrinam discipulos.–DISCIPVLI doctrinam discunt nihil est, quod discere velis, quod ille docere non posit. (Plin. Ep. 1, 22, 2) («no hay cosa que quieras aprender que aquél no pueda enseñarte») Pues bien, las acciones de «enseñar».–«aprender» pueden verse sustituidas por otras afines, o bien combinadas: — doceo («enseñar») y educo («sacar adelante»): Mater ubi accepit, coepit studiose omnia docere, educere ita ut si esset filia. (Ter. Eu. 116-117) («cuando la recibió, mi madre comenzó a instruirla en todo con esmero, y a criarla como si fuese una hija.») (trad. de A. Pociña y A. López) 25 «B. García Hernández donne de nombreux exemples qui ne sont pas spécifiquement latins: donner / recevoir, dire / écouter, montrer / apparaître, instruire / apprendre, etc. C’est un phénomène qui, à mon avis, relève plus de la syntagmatique que de la paradigmatique et de la stylistique plus que de la morphologie.» (Flobert 1992, 37-48). 26 Para la aplicación didáctica de la proporcionalidad léxica cf. García Hernández 1981, 1987 y Domínguez 1986, 351-352.

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— doceo («enseñar») y ostendo («mostrar»); nosco («conocer») y percipio («percibir»): Indicia enim rei cuiusque et sinceras proprietates negant posse nosci et percipi, idque ipsum docere atque ostendere multis modis conantur. (Gel. 11, 5, 4) («Niegan, en efecto, que puedan conocerse y percibirse los indicios y las propiedades puras de cada cosa, y esto mismo intentan enseñarlo y mostrarlo de muchas maneras.») — doceo («enseñar») y edomo27 («domar»): Advorsae res edomant et docent. (Gel. 6, 3, 14) («Las cosas adversas someten y enseñan.») — doceo («enseñar») y dico («decir»); disco («aprendo») y audio («oír», «atender»), como vemos en la combinación auditores dociles: ut auditores sese perpetuo nobis adtentos, dociles, benivolos praebeant (Rhet. Her. 1, 11) («de manera que a nosotros siempre se muestren los oyentes atentos, dispuestos a aprender y benévolos») Puede sorprendernos encontrar el término docilis en esta acepción, pero ésta es precisamente la que Juan de Valdés proponía en su Diálogo de la lengua para introducir «dócil» como neologismo: «Dócile llaman los latinos al que es aparejado para tomar la doctrina que le dan y es corregible» (Valdés 1976, 137) Precisamente, la misma en que piensa Horacio cuando dice: percipiant animi dociles teneantque fideles (Hor. Ars. 336) («para que los ánimos con facilidad lo perciban y fieles lo retengan») De esta forma, mientras el «maestro» es el que da la doctrina, la persona «dócil» es la que es capaz de tomarla. Pero el término pasará a relacionarse con esa peculiar manera de enseñanza que es la doma. 3.6. Aparición de términos que pertenecen a una supuesta estructura léxica en un mismo texto. Estructura léxica y estructura literaria Hasta el momento, hemos revisado una serie de criterios paradigmáticos que permitieran plantear una estructura léxica. Ahora queremos abordar la cuestión de la dimensión sintagmática del léxico desde una perspectiva mucho más empírica que la que acabamos de exponer. En nuestra opinión, es interesante considerar un criterio directo, aunque esporádico, para 27

Para la etimología de domo, que no tiene relación alguna con domus, cf. E.–M. s. v.

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encontrar datos que avalen o sugieran nuestra hipótesis sobre una estructura léxica. Dos términos de una oposición léxica, independientemente del carácter que ésta tenga, pueden aparecer coordinados (coordinación copulativa, adversativa...), yuxtapuestos28, subordinado un término con respecto al otro, y otras posibilidades diversas, aspecto este que se ve condicionado por las necesidades estilísticas que intervienen en la cita conjunta de dos términos. a) «Sinónimos» (Semántica tradicional). Los lexicógrafos latinos (cf. 1.3.) utilizan a menudo este tipo de textos que contienen términos simile significatione. Así lo vemos en esta differentia de Nonio Marcelo (p. 682) entre PERIRE et INTERIRE29: PERIRE et INTERIRE plurimum differentiae habet, quod perire levior res est et habet inventionis spem et non omnium rerum finem. Plautus Captivis (690): qui per virtutem periit, at non interiit. («PERIRE e INTERIRE tienen muchísima diferencia, pues perire es un asunto más leve, guarda la esperanza del encuentro y no supone el fin de todas las cosas. Plauto en Los Cautivos: “el que muere a causa de su valor, pero no muere del todo”.») b) Términos complementarios (3.4.), del tipo de do y accipis, pueden responder en su presentación conjunta a diferentes perspectivas de un proceso entre dos sujetos. Este es el caso de las acciones expresadas por impero (causativo) y pareo (no causativo), que pueden verse realizadas en el pasaje de Plauto siguiente (impero.–[com]pareas): et quae imperes compareant (Plaut. Amph. 630) («y que se cumplan las cosas que ordenes») Pero no en todos los textos se consideran los términos complementarios formando parte de un proceso entre dos sujetos, pues se puede plantear la opción entre una acción u otra para un mismo sujeto: non parere se ducibus, sed imperare postulabat (Nep. Eum. 8, 2) («no pretendía obedecer a los jefes, sino darles órdenes») 28 Los criterios de coordinación y yuxtaposición utilizados por el funcionalismo para esclarecer la identidad funcional afectan al carácter sintáctico, y constituyen una prueba sintagmática poco relevante a efectos lexemáticos, pues para que dos verbos se coordinen no se precisa más que ambos pertenezcan a la categoría de los verbos (V et V), salvo casos concretos de imposibilidad de coordinación entre verbos personales e impersonales («bebe, come y *llueve). 29 Podemos entender mejor esta diferencia si sabemos que el término causativo de pereo es perdo, de forma que pereo puede traducirse en algunos casos como «perderse». Por el contrario, el término causativo de intereo es interficio, donde el preverbio inter— presenta una clara realización separativa de destrucción. Sobre el par complementario perdo.–pereo véase el útil trabajo de Martín Rodríguez 1985.

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El problema está en discernir cuándo se trata de un proceso y cuándo no, pues esto supone un análisis de carácter filológico, interpretativo, no necesariamente lingüístico. c) Términos alternos («antónimos»). Los términos alternos aparecen enfrentados sintagmáticamente con bastante frecuencia, pero de formas muy diversas30: — Interrogación doble: gaudeat an doleat, cupiat metuatne, quid ad rem? (Hor. Ep. 1, 6, 12) («¿qué importa que alguien goce o sufra, que sienta deseo o temor?») — Coordinación copulativa: neque veto neque iubeo (Plaut. Cur. 145) («ni lo prohíbo ni lo ordeno») — Comparación: eho, mavis vituperarier falso quam vero extolli? (Plaut. Mos. 177) («¿es que prefieres ser vituperada sin razón que elogiada con merecimiento?») — Coordinación adversativa: non vertit fortuna, sed cernulat et allidit (Sen. Ep. 8, 4) («la fortuna no cambia, sino que golpea y hace pedazos») — Or. Subordinadas: nolunt ubi velis, ubi nolis cupiunt ultro (Ter. Eu. 813) («cuando ellas no quieren tú quieres, y cuando tú no quieres ellan tienen ganas») Desde el punto de vista del análisis sintáctico, Baños (2002) ha hecho uso de criterios de este tipo para estudiar las comparativas con predicados verbales distintos, poniendo de relieve la «contigüidad semántica» que, por lo general, aparece entre los verbos de los ejemplos estudiados. Esta contigüidad se debe, según su análisis, a dos razones básicas: i) por tratarse de formas «prácticamente sinónimas», tales como caveo y timeo, o doleo y maereo en ejemplos como: Verum, ut intellego, cavebat magis Pompeius quam timebat (Cic. Mil. 66) («mas, por lo que entiendo, tenía Pompeyo más precaución que temor») Est autem ita adfectus ut nemo umquam unici fili mortem magis doluerit quam ille maeret patris (Cic. Philip. 9, 12) («era tal su afecto que jamás nadie se dolió tanto de la muerte de su único hijo como aquél de la de su padre») ii) por «expresar momentos complementarios de un mismo proceso», como en el caso de experior persequi y volo factum. Es lo que, según la relación clasemática de carácter secuencial nosotros denominamos «grados distintos de un mismo proceso»: magi’ non factum possum velle, quam opera experiar persequi (Plaut. Capt. 425) («el deseo que tengo de ver esto realizado no puede ser mayor que el celo con que trataré de llevarlo a cabo») (trad. de Román Bravo) 30

Véase Bârlea 1998, 1073-1085 para la simetría sintáctica basada en la antonimia.

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Este tipo de análisis, en definitiva, supone uno de los aspectos más delicados y sometidos a interpretación divergente, pues nos planteamos, por así decirlo, la proyección de una supuesta estructura léxica en un texto dado. Se trata del aspecto más filológico del estudio léxico, pues en la elección de los términos entra el factor estilístico. Pero el estudio léxico puede hacerse todavía más filológico y hasta confundirse con lo literario cuando el texto del que extraemos nuestra información para conformar una estructura léxica es una obra literaria completa. La extensión del marco sintagmático es muy variada, lo que también depende del tipo de análisis que hagamos. De esta forma, al hacer un estudio de contextos distribucionales de un verbo (4.3. a.), o del léxico de los elementos nominales que de él dependen (4.3. b.), el marco sintagmático suele ser un corpus de autor, ampliable, si se quiere, a otros autores. Por su parte, el estudio de una oposición léxica en un mismo texto tiende a ceñirse a un pasaje más reducido. Así podemos verlo en la confluencia y disposición de términos nocionalmente afines en el siguiente pasaje de Séneca, con una disposición determinada: ita fac, mi Lucili: vindica te tibi, et tempus, quod adhuc aut auferebatur, aut subripiebatur, aut excidebat, collige et serva. Persuade tibi hoc sic esse, ut scribo: quaedam tempora eripiuntur nobis, quaedam subducuntur, quaedam effluunt. (Sen. Ep. 1, 1) («obra de esta manera, querido Lucilio: reclámate para ti mismo, y coge y conserva el tiempo que hasta ahora bien se te arrebataba, se te substraía, o simplemente se echaba a perder. Convéncete de que esto es así como lo escribo: hay horas de las que nos despojan, otras nos las quitan secretamente, y otras se desvanecen.») Obsérvese cómo el pasaje se ordena en torno a la proporcionalidad que conforman varias estructuras léxicas («arrebatar», «quitar a escondidas», «extinguirse»): «Arrebatar» TEMPVS TEMPORA

«Quitar a escondidas»

Auferebatur Eripiuntur

subripiebatur subducuntur

«Extinguirse» excidibat effluunt

De esta forma, la disposición horizontal de la serie tripartita de verbos nos ofrece un proceso gradual que va del arrebatamiento (incluso violento), pasando por el hurto subrepticio, y llegando a la imperceptible y paulatina desaparición de nuestra posesión. En sentido vertical, obtenemos tres parejas de sinónimos. Cuando se trata de una pequeña unidad literaria completa, como es el caso de un epigrama de Marcial, podemos apreciar fácilmente la confluencia entre una estructura léxica y una estructura literaria (García Hernández 1987, 230): das numquam, semper promittis, Galla, roganti; si semper fallis, iam rogo Galla, nega. (Mart. 2, 25) («nunca das nada y siempre prometes, Gala, cuando te suplico; si siempre engañas, te lo suplico, Gala, di que no.») (trad. de Dulce Estefanía) Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos 2003, Anejo I

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En este caso, la estructura léxica se ve recogida en los términos complementarios rogo y promittis, cuya consecuencia es das, término, a su vez, alterno de negas. En casos como éste, la estructura literaria es prácticamente indisociable de la léxica. Pero este hecho no es privativo de las obras cortas, sino también de obras más extensas, como las comedias de Plauto. Así lo vemos en un llamativo caso dentro del Amphitruo, en la diferencia entre los términos vestitus «estar vestido» y ornatus «estar vestido con una intención determinada, o disfrazado» (2.3.1.), donde, aplicados respectivamente a Sosia y a Mercurio, dan lugar a una estructura léxica paralela a la propia estructura literaria del doble (García Hernández 2001a; García Jurado 1992), tan característica de esta comedia: PRÓLOGO, presentado por Mercurio, que aparece disfrazado de Sosia: nunc ne hunc ornatum vos meum admiremini, quod ego huc processi sic cum servili schema31: veterem atque antiquam rem novam ad vos proferam, proterea ornatus in novom incessi modum. (Plaut. Amph. 116-119) («En cuanto a mí, no os extrañéis de este atuendo mío, de que me haya presentado en escena con este atavío de esclavo. Voy a ofreceros una versión nueva de una historia vieja y antigua y, por ello, me he presentado de esta manera nueva.») (trad. de Román Bravo) ACTO I, encuentro entre Sosia y Mercurio. Habla Sosia: certe edepol, quod illum contemplo et formam cognosco meam, quem ad modum ego sum (saepe in speculum inspexi), nimi similest mei; itidem habet petasum ac vestitum tam consimilest atque ego; (Plaut. Amph. 441-443) («Desde luego, por Pólux, cuando lo observo detenidamente y recuerdo mi propio aspecto, el que yo tengo —con frecuencia me he mirado al espejo—, su parecido conmigo es extraordinario. Lleva el mismo pétaso y mismo vestido. Se parece a mí tanto como yo mismo;») (trad. de Román Bravo) ACTO III, encuentro entre Anfitrión y Mercurio. Habla Mercurio, que va a disfrazarse de Sosia: ibo intro, ornatum capiam qui potis decet: dein susum ascendam, in tectum ut illum hinc prohibeam. (Plaut. Amph. 1007-1008) («Ahora me voy a casa a ponerme el atuendo que corresponde a un borracho. Después me subiré al tejado, para desde allí alejarlo.») (trad. de Román Bravo) 31 «El vestitus de siervo, al llevarlo Mercurio, se convierte en ornatus. Pero repárese en que se emplea ahí el préstamo griego schema, sustantivo derivado del verbo que significa «tener», como habitus («hábito») deriva de habere («tener»); pues bien, toda figura retórica que proporciona ornato (ornatus) en la práctica oratoria recibe el nombre de schema;» (García Hernández 2001a, 296-297).

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De esta forma, mientras Sosia «está vestido de sí mismo» (vestitus), Mercurio aparece «disfrazado de Sosia» (ornatus), precisamente con la intención de engañarle. Pero tenemos que observar que tanto uno como otro son en realidad actores disfrazados. La magia del teatro es la que nos permite ver a uno de los actores como Sosia y, superado este primer nivel, poder asistir a la nueva obra teatral que se celebra dentro de la primera, es decir, el engaño de Mercurio por orden de Júpiter. Por ello, Sosia, convertido ahora en involuntario espectador y víctima, no es capaz de ver que Mercurio está disfrazado, y llama a este disfraz vestitus, cuando Mercurio lo llama simplemente ornatus. En definitiva, creemos que el marco sintagmático sobre el que estudiamos algunas estructuras léxicas no es un mero soporte circunstancial, sino que puede llegar a estar tan implicado en el propio estudio semántico que se convierta en algo indisociable de la estructura léxica y que pueda incluso llegar a motivarla. Qué mejor resumen del drama de Orestes, que los verbos piget («arrepentirse») y pudet («avergonzarse») para dar cuenta de sus sentimientos con respecto al asesinato de su padre y al adulterio cometido por su madre. Pacuvio lo expone así en un fragmento conservado por Nonio (p. 685 L.) de su tragedia Dolorestes («Orestes esclavo»): quid quod iam (ei mihi!) piget paternum nomen, maternum pudet profari? (Pac. trag. 143) («¿qué ocurre que ya —¡ay de mí!me causa dolor pronunciar el nombre de mi padre y vergüenza pronunciar el de mi madre?»)

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CAPÍTULO IV El campo léxico, ¿talón de Aquiles de la lexicología? 4.1. Pequeña reseña histórica. La variedad interpretativa de los campos léxicos. Trier y Weisgerber Vamos a dedicar este capítulo a la estructura léxica más significativa y, a su vez, más discutida de la semántica léxica. Todos tenemos una noción intuitiva de lo que es un campo léxico a partir de nuestra idea básica de lo que es la sinonimia, pues nos damos cuenta de que las palabras pueden asociarse conceptualmente. La cuestión básica está en determinar cuál es la naturaleza de estas asociaciones léxicas para que se organicen conformando un todo desde el punto de vista del plano del contenido. La teoría del campo léxico supone uno de los aspectos más complejos y discutidos de la teoría semántica, aunque hay cierto acuerdo en reconocer que se trata de una verdadera revolución en el estudio léxico. Vamos a revisar ahora, siquiera sucintamente, la repartición léxica dentro de un contenido nocional continuo. Para empezar, conviene distinguir bien entre CAMPO LÉXICO y CAMPO CONCEPTUAL. Es evidente que existen campos conceptuales de diverso tipo. Pero otra cosa muy distinta es que esos campos conceptuales tengan una traducción efectiva en el dominio lingüístico, de forma que la principal tarea de la lexemática es comprobar si existen o no los campos léxicos, cuáles son sus límites y como se jerarquizan. Pero para ello hay que partir de la diferencia esencial entre «campos conceptuales» y «campos léxicos», es decir, del dominio extralingüístico y del dominio estrictamente léxico. Un diccionario como el ideológico de Julio Casares (Casares 1988) no deja de ser una espléndida intuición lexicográfica que rompe precisamente con la distribución del léxico mediante criterios alfabéticos, pero su distribución nocional carece de criterios estrictamente semánticos. Sabemos que es una tarea difícil y discutible, pero tenemos que dejar a la propia lengua que nos ilustre sobre su capacidad para dar lugar y articular las nociones tal y como ella misma las expresa. Esto se aprecia especialmente cuando pasamos al dominio de palabras que designan entidades generales, donde debemos poner atención especial y no incurrir en verdaderos anacronismos. Podemos ejemplificar este hecho con dos palabras de uso frecuente, «objeto» y «objetar». Ambas provienen del latín obiectus, que, a su vez, está formado por el preverbio ob— «de frente a» y por iacio «echar». Uno y otro, unidos, vienen a dar la acción de «echar de frente», con respecto a alguna referencia opuesta a lo que se echa. Sabiendo esto, es fácil entender que un «objeto» es aquello que se pone a la vista de alguien. Juan de Valdés propone en su Diálogo de la lengua la introducción del término «obieto» como neologismo en castellano: Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos 2003, Anejo I

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ISBN: 84-95215-70-5 ISSN: 1696-1439

Introducción a la semántica latina (De la semántica tradicional al cognitivismo)

«De la lengua latina querría tomar estos vocablos: ambición, ecepción, dócil, superstición, obieto. Del cual vocablo usó bien el autor de Celestina: la vista, a quien obieto no se pone; y digo que lo usó bien, porque quiriendo decir aquella sentencia, no hallara vocablo castellano con que dezirla, y assí fue mejor usar de aquel vocablo latino que dexar de dezir la sentencia, o para dezirla avía de buscar rodeo de palabras.» (Valdés 1976, 137) Como podemos observar, Valdés sabe que el término como tal aparece ya en La Celestina: «la vista, a quien objeto no se antepone, canse, y cuando aquel es cerca, agúzase» (Fernando de Rojas [y «Antiguo Autor»], La Celestina. Tragicomedia de Calisto y Melibea. Edición y estudio de Francisco J. Lobera et alii, Barcelona, Crítica, 2000, 31). Finalmente, tenemos aquí la definición que de «objecto» nos da Covarrubias en su Tesoro de la Lengua Castellana o Española: OBJECTO. Término lógico, latine OBIECTVM, id quod sensu aliquo percipitur. Vulgarmente llamamos objeto y objetar poner tacha en alguna cosa, que también se llama objeción. (Covarrubias 1994 s. v.) La definición conserva, como podemos observar, su conciencia etimológica, aunque la noción «de frente a» que tiene el preverbio ob— no aparece explícita. A su vez, Covarrubias nos da dos nuevos términos derivados de «objecto»: «objetar» y «objeción». En ellos observamos ya el propio uso que nosotros le damos a tales palabras, como cuando hablamos acerca de la «objeción de conciencia». En efecto, el sentido espacial «de frente» puede ser, merced a su posición enfrentada, un medio perfecto para expresar la oposición a algo. El Diccionario de la Real Academia Española todavía recoge una suerte de doblete que plantean el antiguo sustantivo «objecto» («Objeción, tacha, reparo») y nuestro popular «objeto» («Todo lo que puede ser materia de conocimiento o sensibilidad de parte del sujeto, incluso éste mismo»). De esta manera, incluso la propia pretensión de objetividad del lenguaje científico se ve impregnada de la metáfora espacial que le brinda la lengua latina. Así pues, a la hora de intentar rastrear el continuo léxico al que se adscribe obiectum en latín, tendríamos que dirigirnos a los verbos de carácter espacial, tales como iacio o pono, camino muy distinto del que nos hubiera marcado el diccionario de Casares, que nos remitiría a la entrada INTENCIÓN. En una segunda etapa de nuestro estudio, podremos incluso aproximarnos a la PROPIA VISIÓN DEL MUNDO que nos ofrece la articulación del léxico de una lengua, idea, por cierto, muy humboldtiana que está presente en la concepción de campo léxico de Trier y de su continuador Weisgerber. Hagamos un poco de historia tratando sobre algunos aspectos básicos de la teoría del campo, parejos, asimismo, a su propio desarrollo1: a) La discutida imagen del mosaico (Ipsen). b) La familia asociativa y los límites del campo (Saussure). 1 La historia de la investigación sobre el campo léxico aparece magníficamente recogida en Geckeler (1984, 97-210), desde Trier y Weisgerber hasta Eugenio Coseriu.

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El campo léxico, ¿talón de Aquiles de la lexicología?

c) Los campos semánticos elementales (Porzig) y relaciones sintagmáticas (Coseriu). d) La teoría del campo en Trier y Weisgerber: «campo léxico» y «esfera conceptual». Después, en el apartado 4.2., analizaremos con más detalle la idea de campo léxico que propone Coseriu para, en 4.3., referirnos a la incidencia de los estudios sintácticos. a) La discutida imagen del mosaico (Ipsen) Hacia 1924, en los albores de la formulación de la teoría del campo, G. Ipsen intentaba superar el mero concepto de asociación semántica con la imagen de una organización léxica reticular, de contornos delimitados, parecida a un mosaico: (...) como en un mosaico, una palabra se une aquí a la otra, cada una limitada de diferente manera, pero de modo que los contornos queden acoplados y todas juntas queden englobadas en una unidad semántica de orden superior. (Ipsen, apud Geckeler 1984, 103) Como en otras tantas ocasiones de la historia de la lingüística, la idea de considerar los campos léxicos como una retícula en forma de mosaico resulta de una comparación, quizá no demasiado afortunada, pues, por lo que podemos extraer de la investigación semántica empírica, el léxico está muy lejos de ordenarse en una suerte de mosaico o retícula perfecta2. Aún así, la comparación sirvió como punto de partida para poder observar que las relaciones entre campos parecen ser, más bien, inclusivas y jerárquicas, de manera que unos campos aparecen dentro de otros, y la ordenación del contenido léxico a veces ofrece lagunas. Esta cuestión pone, asimismo, de manifiesto el delicado asunto de los límites de los campos léxicos, dentro de las diferentes posibilidades de asociación de palabras. b) La familia asociativa y los límites del campo (Saussure) Los tanteos que Saussure hizo sobre la asociación de palabras en su Cours (1916) han tenido, asimismo, cierta trascendencia en los fundadores de la teoría del campo. Como es sabido, Saussure sostiene que hay una «interinanimación» en el léxico (Guiraud 1981, 71), que daría lugar a una red asociativa. Es conocido el esquema que trazó en torno a los términos de aprendizaje3: 2 «(...) debe sustituirse de una vez para siempre la imagen del campo como un mosaico, en el que las palabras estarían situadas estáticamente con límites muy precisos, a la manera de las teselas, que si bien Trier la citó en la introducción de su obra de 1931, posiblemente bajo la influencia de Ipsen, no volvió a mencionarla luego en sus escritos posteriores. Si hubiera que emplear alguna imagen puede acudirse a la de los núcleos estrellados, en los que los puntos de unos pueden engarzar con los de otros, con lo que se representarían las fuertes interferencias existentes entre los distintos campos.» (Martínez Hernández 1997, 195). 3 Utilizamos el cuadro equivalente de Amado Alonso en castellano (Saussure 1980, 177, n. 70bis).

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ENSEÑANZA enseñar enseñamos etc.

aprendizaje educación etc.

matanza templanza etc.

lanza balanza etc.

Saussure establece, pues, cuatro tipos de asociación léxica con el término «enseñanza»: por la raíz («enseñar»...), por la analogía de los significados («aprendizaje»...), por su sufijo («matanza»...) y por su forma acústica («lanza»...). Este tipo de asociación léxica múltiple no es, en principio, un campo semántico, y plantea el problema de los límites de tal asociación. Como bien señala Geckeler (1984, 105), «encontramos aquí una idea que es irreconciliable con la teoría del campo: “les termes d’une famille associative ne se présentent ni en nombre défini, ni dans un ordre déterminé...”». c) Los campos semánticos elementales (Porzig) y relaciones sintagmáticas (Coseriu) Los «campos semánticos elementales» (1934) de W. Porzig suponen un interesante tipo de relación léxica, si bien no se corresponden con la idea de campo que vamos a desarrollar después. Porzig propuso la existencia de unas «relaciones semánticas esenciales» entre palabras como «coger»-«mano», «ver»-«ojo», «oír»-«oído», o «ladrar»-«perro» (Geckeler 1984, 109). Si bien no se trata de la teoría de campo propiamente dicho, esta propuesta ha tenido buena acogida en la teoría semántica, como lo demuestra el hecho de que sea la base de las «estructuras sintagmáticas» de Coseriu que hemos revisado anteriormente (3.3.). Este tipo de estructuras puede explicarse en términos de SOLIDARIDADES LÉXICAS (Coseriu 1986, 153), donde uno de los dos términos es el determinante y el otro el determinado, variando el tipo de determinación entre ambos. De esta forma, según se hable de una clase (3.4.), un archilexema (4.2.) o un lexema tendremos tres tipos de estructura sintagmática diferentes: i) En la afinidad es la clase léxica la que determina la solidaridad. De esta forma, por ejemplo, el verbo nubo en latín implica nombres contenidos en la clase «mujer», así como senex implica la clase +humano. ii) En la selección, es el archilexema el rasgo distintivo que entra en juego; de esta forma, los sustantivos que presentan en alemán el archilexema «vehículo» («barco», «tren», etc.) seleccionan el verbo fahren. iii) Por último, en la implicación es simplemente un lexema el determinante; de esta forma, los adjetivos «alazán» o «bayo» en castellano sólo se aplican al lexema «caballo». Se trata, en definitiva, de relaciones elementales donde, según Trier (apud Geckeler 1984, 108-109) hay un principio de organización de léxico, pero no articulación, que será uno de los conceptos fundamentales para poder concebir la idea de campo. Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos 2003, Anejo I

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d) La teoría del campo en Trier y Weisgerber: «campo léxico» y «esfera conceptual» J. Trier y L. Weisgerber han pasado a la historia de la semántica como los verdaderos fundadores de una teoría estructurada del campo léxico. Como señala Geckeler (1984, 118), el nexo común entre ambos semantistas está en el concepto de articulación lingüística, tomado de W. von Humboldt, lo que unido a la idea de Saussure de que la lengua es un sistema permite formular el campo léxico como una ESTRUCTURA4. «La idea de Trier, como la de Weisgerber», observa Guiraud (1981, 72), «es que nuestros conceptos abarcan todo el campo de lo real, como las piezas de un rompecabezas, sin dejar huecos y sin traslaparse», por lo que «todo cambio en los límites de un concepto acarrea una modificación de los conceptos vecinos, y, de rechazo, de las palabras que los expresan». Los campos, asimismo, se ordenan de acuerdo con relaciones de coordinación o jerarquización, lejos ya de la primera imagen del mosaico. Trier parte de un estudio acerca del vocabulario del entendimiento en alemán (cf. Guiraud 1981, 72-75), observando cómo la modificación de un término implica un cambio en los términos vecinos, así como de las palabras que expresan tales conceptos. La elección del estudio de los vocablos del entendimiento no fue casual, pues Trier considera que el dominio abstracto es más propio para el estudio de los campos léxicos, mientras que el dominio de lo concreto resulta más adecuado para el estudio onomasiológico (Geckeler 1984, 121). Si bien no hemos querido entrar en esta cuestión al tratar acerca de la diferencia entre semántica bipolar y semántica tripolar en el Capítulo 2, nos parece una cuestión harto compleja básicamente por dos motivos: — Por una parte, si reducimos el léxico que se refiere a entidades materiales y concretas exclusivamente a lo onomasiológico, lo estamos considerando como una simple terminología nomencladora donde cada designado tiene un significante preciso y unívoco, algo que no es cierto en la práctica. Incluso el léxico más específicamente nomenclador, como es el caso de las terminologías científicas, puede presentar en ocasiones aspectos propios del léxico funcional. — Por otra parte, como tenemos ocasión de ver en los análisis etimológicos y también comprobaremos en algunos resultados de la lingüística cognitiva, la frontera entre el léxico concreto y el léxico abstracto no es unívoca. Weisgerber, por su parte, enriqueció la teoría observando que la idea de campo conlleva el descubrimiento de una visión lingüística del mundo. Además, consideró la importancia específica del estudio del vocabulario frente al tradicional análisis gramatical y aportó a la estructura del campo léxico la idea de dimensión, estableciendo, básicamente, dos tipos de campo: los 4 «Una variante peculiar del estructuralismo se formó en Alemania, donde ante todo Leo Weisgerber unió en su teoría las tesis principales de F. de Saussure con algunas teorías de W. von Humboldt, creando así una nueva corriente conocida bajo el nombre de neohumboldtismo;» (Cerny 1998, 206).

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unidimensionales y los pluridimensionales. Singularmente interesante y productiva es su formulación de la «esfera conceptual» frente al «campo léxico», conceptos ambos que Weisgerber asocia con la concepción humboldtiana de energeia frente a ergon, o de análisis energético (rendimiento) frente a análisis estático (contenido). Así, mientras el campo léxico delimita el contenido por medio de una misma clase de palabras, la «esfera» utiliza todos los medios léxicos a su alcance. Según lo dicho, el «campo» y la «esfera» léxica suponen dos criterios metodológicos distintos, pero complementarios, y será el tipo de concepto que queramos estudiar el que determine el uso de uno u otro tipo de estructuración (Martínez Hernández 1997, 194). Pasamos ahora a analizar el campo léxico tal y como se concibe desde la lexemática estructural. 4.2. Archilexema, oposiciones y dimensiones: el campo léxico desde la lexemática estructural Coseriu (1986, 146) define el campo léxico como «un paradigma léxico que resulta de la repartición de un contenido léxico continuo entre diferentes unidades dadas en la lengua como palabras y que se oponen de manera inmediata unas a otras, por medio de rasgos distintivos mínimos». Los campos léxicos, así concebidos, son análogos a los sistemas de consonantes y vocales de la fonología y, por tanto, analizables en rasgos distintivos (Coseriu 1986, 171). En opinión de Geckeler (1984, 211-212), la aportación fundamental de Coseriu a la teoría del campo ha sido la de ofrecer un método estructurado que permita la legitimación de este tipo de estudios en lingüística: Uno de los mayores defectos de toda la labor realizada hasta ahora con campos léxicos está en la falta de un método, de una técnica lingüística con procedimientos lingüísticos. Puesto que no existe ningún método de campo bien elaborado, las investigaciones se han movido fundamentalmente sobre bases intuitivas. Por tanto, para que la teoría del campo sea definitivamente legitimada en lingüística, necesita de un método. La creación de un método tal constituye desde hace años el propósito de E. Coseriu en el marco de sus esfuerzos por crear una semántica estructural. Los aspectos más importantes de la teoría del campo de Coseriu pueden resumirse en tres: a) Lexema, archilexema y sema. b) Oposiciones graduales, equipolentes y privativas. c) Las dimensiones. Veamos con más detenimiento cada uno de estos aspectos: Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos 2003, Anejo I

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a) Lexema, archilexema y sema (Coseriu 1986, 171ss.) Cualquier unidad de contenido léxico expresada en el sistema lingüístico es un lexema. De esta forma, tanto operio, como amicio, o induo son lexemas, pues cada uno de los verbos expresa un contenido lingüístico determinado («cubrir», «poner en derredor» y «poner introduciendo», respectivamente). Por su parte, cuando una unidad tiene un contenido común al de dos o más unidades de un campo, o bien de todo un campo léxico, podemos hablar de archilexema5. Esto ocurre con tego, que presenta un contenido común al de operio y saepio: CONTENIDO COMÚN TEGO «cubrir»

SEMAS ESPECÍFICOS Operio «cubrir tapando»

Saepio «cubrir cercando»

Finalmente, los rasgos distintivos que entran en juego para distinguir unos lexemas de otros se denominan «semas». Por no salir de los ejemplos antes referidos, operio y saepio presentan semas distintos sobre su base léxica común («cubrir»), que son, respectivamente, «tapar» y «rodear». Con ello, entramos ahora en otra de las ideas básicas para establecer los campos léxicos, como es el estudio de los distintos tipos de oposiciones habidas entre los lexemas. b) Oposiciones graduales, equipolentes y privativas Dentro de la metodología para el estudio de los campos propuesta por Coseriu debe destacarse su énfasis en la estructura interna de éstos, de manera que los campos deben entenderse como «estructuras» cuyo carácter es lexemático (Coseriu 1986, 212-215). Así pues, el estudio de los campos y su tipología debe fundarse, para empezar, en una clasificación de las oposiciones lexemáticas, que son de tres tipos, al igual que en la Fonología: «graduales», «equipolentes» y «privativas» (Coseriu 1986, 40-42). Tal criterio es muy importante para la configuración de los campos, pues supone el punto de partida para llevar a cabo su estructuración. Veamos ejemplos de cada oposición: — oposición gradual, que presenta diferentes grados de una misma cualidad (cf. la «antonymy» de Lyons 1979, 476-478): parum ornatus — satis ornatus — nimis ornatus — oposiciones equipolentes, donde cada término presenta su propio rasgo distintivo: amictus /totalidad/

/ /

calciatus /parte del cuerpo/

5 El término «archilexema» es un término paralelo al de «archifonema». Si este segundo resulta de la neutralización de una oposición (p. e., m/n en posición final del palabra), el archilexema es, asimismo, el resultado de la neutralización de una oposición de rasgos semánticos.

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— oposición privativa, en la que tan sólo uno de los términos de la oposición presenta el rasgo distintivo pertinente y el otro término se opone según éste, o se muestra indiferente a tal rasgo: vestio (no marcado) / orno (marcado) /intencionalidad/ induo (no marcado) / amicio (marcado) /en derredor/ c) Las dimensiones Sin embargo, el criterio de las oposiciones es insuficiente para esclarecer la estructura global del campo léxico, pues es necesario, sobre todo, conocer la «realidad» extralingüística que tales oposiciones conforman desde el punto de vista semántico. Para ello, debemos atender, fundamentalmente, al número de «criterios semánticos» (o «dimensiones») que funcionan en los campos. Las dimensiones suponen la subdivisión principal del campo, como parcelas en torno a las que se agrupan los lexemas con ciertas características comunes. Por otra parte, las dimensiones son el criterio por el que se establecen las oposiciones lexemáticas, tal y como las define Coseriu6: Una dimensión es el punto de vista o el criterio de una oposición, es decir, en el caso de una oposición lexemática, la propiedad semántica a la que esta oposición se refiere: el contenido con respecto al cual ella se establece y que, por lo demás, no existe —en la lengua considerada— sino en virtud, precisamente, del hecho de que a él se refiere una oposición, o sea, del hecho de que es el soporte implícito de una distinción funcional. (Coseriu 1986, 217) En lo que respecta a grupos de verbos como los verba docendi, verba dormiendi, o cibandi, podemos rastrear, en principio, una dimensión a partir de los clasemas «causativo»/«no causativo» (3.4.) que pueden entenderse como el soporte según el cual se configuran los campos léxicos citados: DIMENSIÓN CAUSATIVA

DIMENSIÓN NO CAUSATIVA

doceo sopio cibo, pasco

disco dormio vescor, edo

Su consideración como «dimensiones» es lo que convierte a estos clasemas en el «criterio» de oposición de los campos de «enseñar», «dormir» y «alimentar». Veamos ahora más 6 Hay evidentes puntos de contacto entre esta concepción de Coseriu y la propuesta de Weisgerber, quien nos dice que «hay que destacar los puntos de vista que desempeñan un papel en la estructuración lingüística de una esfera vital» (apud Geckeler 1984, 129).

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concretamente cómo se reparte el campo léxico de «dormir» en torno a las dos dimensiones propuestas (García Hernández 1984): DIM. CAUSATIVA «ingresivo» consopio (opsopio)

DIM. NO CAUSATIVA «desiderativo»

SOPIO

«ingresivo» obdormisco (addormisco) (dormisco) (obdormio)

(soporo)

(addormio)

dormito

«progresivo» (perdormisco) (prodormio)

«resultativo» (edormisco) (edormio)

«locativo» indormio

DORMIO «iterativo» (redormio)

(indormio) (indormisco) «puntual» condormisco (condormio)

De esta forma, a partir de los criterios fundamentales, es decir, la dimensión causativo»/«no causativo», se articula el resto de estructuras, constituidas, básicamente, por los distintos grados de la acción no causativa de dormir. Estos criterios han servido para dar lugar, en la práctica, al estudio de una serie de campos y grupos lexemáticos dentro de la lengua latina. El propio García Hernández ha estudiado los verbos de «ver» y «oír» (García Hernández 1976 y 1977b) y diferentes discípulos suyos han investigado en otros campos léxicos, predominantemente verbales. De esta forma, tenemos el estudio de López Moreda (1987) sobre los grupos lexemáticos de facio y ago, el de Pilar Muro (1989) acerca de los verbos de la «combustión», el de Sánchez Manzano (1991) sobre los verbos de «matar» y «morir», el de Domínguez Domínguez (1995) acerca de los verbos de «encontrar», el de Delgado Santos (1996) para los verbos de «aprehensión», el de Martín Rodríguez (2000) sobre los verbos de «dar» y el de García Jurado (1995) acerca de los verbos de «vestir». Por su parte, López Gregoris (2002) y González Vázquez (en prensa) han trabajado en el sermo amatorius y el léxico teatral, respectivamente. 4.3. El estudio sintáctico y los campos léxicos Además de los criterios puramente lexicológicos que hemos venido estudiando, es oportuno revisar otros procedimientos especialmente pensados para el estudio de los verbos y que pueden ayudarnos, igualmente, a la hora de estructurar y justificar los campos léxicos. Vamos a revisar dos procedimientos utilizados por escuelas diversas a la hora de estudiar aspectos sintácticos que guardan relación con las características léxicas de un predicado verbal. La sintaxis 79

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y la lexicología utilizan este procedimiento, aunque los fines no sean siempre los mismos. En lo que a la complementación concierne, no sólo son pertinentes las características léxicas del predicado verbal, sino que también lo son las de los propios elementos nominales que de él dependen. Por ello, vamos a dividir este estudio en dos partes, que son a) La complementación sintáctica y b) El léxico de los argumentos. Veamos cada uno de ellos: a) La complementación sintáctica La complementación sintáctica de un predicado arroja datos semánticos significativos para el estudio léxico y la conformación, a posteriori, de posibles estructuras léxicas. La lexicología, por lo demás, tiene muy en cuenta la complementación de los verbos para llevar a cabo sus análisis7. Pero, en lo que se refiere al planteamiento de estructuras léxicas, la actitud ante la distribución sintáctica es diversa. Así, en líneas generales, mientras el estructuralismo de corte coseriano entiende que el significado es un hecho nocional (Coseriu 1986, 16-17 y 196-203), del que se derivan las posibles distribuciones, los estudiosos de los hechos de distribución, como Apresjan (1978), consideran que el significado y la conformación de campos léxicos depende, en definitiva, de tales hechos distribucionales. Dentro de esta segunda línea de trabajo, Apresjan nos presenta un buen ejemplo de estudio distribucional para la estructuración de los campos semánticos, en un intento por dar cuenta de ellos no sobre una base conceptual, sino a partir de criterios meramente lingüísticos. La agrupación de lexemas, cuya justificación es uno de los grandes problemas de la lexicología, en especial si no están emparentados etimológicamente, viene dada en este caso por la afinidad de sus complementaciones sintácticas. De esta forma, Apresjan (1978, 61) establece una correspondencia biunívoca entre ciertos significados y ciertas distribuciones sintácticas. Los campos semánticos, así considerados, presentan un carácter muy general, tales como el campo de «causatividad, impulso» (Apresjan 1978, 74), o el de «fuerza física que obra sobre un objeto acompañada de un cambio de estado» (Apresjan 1978, 68). Apresjan reconoce que no todos los campos pertenecen al mismo nivel, pues unos presentan modelos sintácticos poco frecuentes que los hacen más detallados, y otros características tan generales que los ponen muy cerca del nivel gramatical (Apresjan 1978, 70). No obstante la precisión, resulta llamativo que los dos últimos campos citados sean, en la teoría de Coseriu, clases léxicas, con una entidad bien distinta a la de los campos léxicos considerados en su mismo planteamiento teórico8. Así, en la teoría coseriana, los términos pertenecientes a una 7 En este sentido, uno de los problemas más tratados por la actual lexicología es el de los fenómenos de intransitivación de los verbos en latín tardío. 8 «Las clases no deben confundirse con los campos léxicos: un campo léxico es un contenido léxico continuo, condición que, en cambio, no es necesaria para una clase» (Coseriu 1986, 147). Nos parece pertinente reproducir la crítica que hace Martínez Hernández (1997, 196-197) de este método: «Al no partir de un concepto (...) algunos autores pretenden establecer el campo a base del método meramente formal de la distribución, tal como la practica Apresjan y algunos estructuralistas norteamericanos. Ahora bien, definir el campo como conjunto de “todas las palabras de una sola clase que tienen una distribución idéntica”, creemos que desvirtúa la idea originaria de esta teoría.»

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clase tienen un rasgo semántico en común, pero no obligatoriamente una base nocional común, y esta es una distinción clave y muy pertinente para la semántica. De esta forma, verbos como doceo, cibo, o sopio, tienen en común el rasgo de la causatividad, pero pertenecen, respectivamente, a nociones diferentes, la de enseñar, alimentar y dormir, respectivamente. Son estas esferas conceptuales las que plantean los problemas de estudio, pues en ellas concurren los verbos que de una manera genérica pueden denominarse «verbos de» (verbos de ver, verbos de matar, de vestir, etc.), con complementaciones sintácticas no necesariamente iguales, y que conforman, o al menos así nos parece, un «continuum significativo». Parece, pues, que estamos ante una suerte de dialéctica entre la base nocional común y la predicación de los verbos, cuando ésta no es homogénea en un conjunto de verbos nocionalmente afines. Dentro de una línea de investigación meramente sintáctica, encontramos trabajos de diverso tipo que a menudo estudian verbos de una determinada esfera conceptual, pero con complementaciones sintácticas que no son del todo iguales. Precisamente, las diferencias sintácticas permiten observar importantes contrastes en el comportamiento de los verbos que pueden ser aprovechados por los lexicólogos. A este respecto, viene al caso el estudio de las alternativas léxicas (cf. 2.1.), aunque su relevancia en los estudios de sintaxis afecte a los aspectos pragmáticos de la lengua (Bolkestein-Risselada 1987, 509-510). Las alternativas léxicas expresan un estado de cosas («state of affairs») igual o similar, y se distinguen por la diferente posición que asignan a sus constituyentes para desempeñar la función de objeto: privo te aliqua re adimo aliquam rem tibi Entre privo y adimo hay una estrecha relación temática, al margen de que también pueda haberla conceptual. El estudio de las alternativas léxicas parte del problema de las distintas perspectivas presentadas por la voz activa/pasiva (fugo/fugor), que pueden verse asimismo plasmados esporádicamente en el léxico, así entre fugo y fugio o entre do y accipio. Desde el punto de vista semántico, estos tipos de verbos se estudian como relaciones léxicas, que responden a los «converse terms» de Lyons (1977) o a los términos complementarios de García Hernández (1980) (cf. 3.4.): do vestem tibi.–accipis vestem Así pues, la asociación de predicados desde un punto de vista léxico precisa de una complementación similar o bien de una relación temática clara, para justificar la relación de contenido. Desde un punto de vista sintáctico, pero con objetivo lexicológico, ensayamos en otro trabajo un sistema semántico de los verba vestiendi (García Jurado 1995c, 15-20) sobre el estudio de los participios de pasado de induo, vestio y orno «vestir de especial manera». Aprovechábamos así una base nocional común clara y concreta, como es la acción de vestir. 81

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La perspectiva del contexto distribucional en latín arcaico da como resultado una serie de datos sintácticos relevantes, entre los cuales el dato clave va a ser la importante restricción del p. p. indutus a la hora de combinarse con adverbios de modo o presentar usos absolutos (*indutus bene o *indutus), a lo que se une la obligatoriedad de presentar complementos de prenda, ya en acusativo (indutus vestem), o bien en ablativo (indutus veste). Frente a ello, vestitus y ornatus presentan normalmente combinaciones con adverbios de modo (vestitus-ornatus bene), o bien usos absolutos. Estos hechos sintácticos hacen posible una distribución de los tres verbos estudiados de acuerdo con dos tipos de información diferente acerca del acto de vestir: i) Información acerca de las prendas que se llevan (¿qué?). Induo, junto con amicio, va a ser el verbo que presente la tendencia más pronunciada a expresar este tipo de información: «QUÉ LLEVA PUESTO?» Induo: Quid erat indutus? vestio (orno): *Quo erat vestitus? Ornatus

ii) Información acerca de la manera de vestir (¿cómo?). Orno y vestio serán, en este caso, los verbos que pueden expresar la información sobre la manera de vestir. Induo no puede aparecer en este uso: «CÓMO VA VESTIDO?» orno (vestio): Vt/quomodo erat ornatus? Vestitus induo: *Vt/quomodo erat indutus?

b) El léxico de los argumentos No sólo el tipo de complementación, sino también el léxico de los elementos que dependen de los predicados, derivados precisamente de esa complementación, es pertinente para el estudio de las estructuras léxicas. Este criterio, que también es común a la sintaxis9, supone un

9 Un buen ejemplo de este tipo de análisis desde el punto de vista de la sintaxis es el de Villa (1991), quien ha estudiado, junto a las restricciones del predicado sobre los elementos que de él dependen, las que presentan también los mismos elementos nominales, para ver así los cruces que entre ambos tipos de restricciones se producen. Para ello, ha revisado el caso concreto de gr. upó + dat., cuyas dos realizaciones, «función fuer-

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análisis inverso al que hemos visto en el apartado anterior y los resultados que arroja sobre la estructura léxica son también diferentes. Dados dos análisis distintos del léxico, hemos observado que pueden implicar asimismo diferentes tipos de estructura léxica. Veamos un ejemplo del segundo tipo de análisis también dentro de los verbos de vestir. Dados dos verbos con complementación obligatoria de prenda, como induo y amicio, adscritos, según el primer análisis, a un tipo de información concreto, el análisis léxico del complemento es un buen criterio sintagmático para establecer el tipo de oposición que mantiene uno con respecto al otro: de esta forma, induo («poner una prenda introduciendo el cuerpo en ella») no sólo se combina con prendas como la tunica, sino también con prendas como la toga; frente a ello, amicio («echar una prenda por ambos hombros») se combina exclusivamente con prendas como la toga (García Jurado 1995a, 37-50): Indutus Amictus

— tunica (todas las prendas y objetos donde se introduce el cuerpo) — toga (todas las prendas que rodean al cuerpo) — toga (todas las prendas que rodean al cuerpo)

Esta circunstancia permite establecer una oposición privativa entre induo (en calidad de término no marcado que puede hacer las veces de amicio) y amicio (en calidad de término marcado). Así pues, mientras el análisis de la complementación verbal concierne a aspectos generales de la semántica de los verbos (la transitividad, la causatividad), el estudio del léxico de los elementos nominales da lugar generalmente a estructuras léxicas de carácter más concreto (p. e. una oposición privativa cuyo rasgo distintivo concierne de manera particular a un campo léxico). A resultas de la combinación de ambos criterios podemos establecer para los verba vestiendi la siguiente estructura de campo:

za» o «función ubicación», dependen del rasgo /dinamicidad/ del predicado verbal, pero también dependen del contenido léxico de los sustantivos que forman parte del SP., concretamente del rasgo /actividad/ /animación/: CONTENIDO VERBAL NOMINAL

FUNCIÓN

/-din/ /+activo/ /+animado/ /-activo/

Ubicación Fuerza Ubicación

Este tipo de estudio está encaminado a los rasgos léxicos de carácter general más que a los lexemas, por lo que no afecta a nuestro asunto concreto de las estructuras léxicas. No obstante, su consideración de los elementos que dependen del predicado dentro del estudio semántico de aquellos tiene gran interés para nuestro estudio.

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I. INFORMACIÓN SOBRE LA MANERA DE VESTIR VESTIO orno verba tegendi: tego, operio Expresión de la intensidad — por medio léxicos verba tegendi y verba ornandi — por medio de adverbios satis, nimis — por medio de preverbios exorno contego, convestio intego, incingo, investio

II. INFORMACIÓN SOBRE EL TIPO DE PRENDA

Prendas y verbos I. «En derredor» AMICIO redimio velo (poet.) circumdo (cingo) involvo

II. «Intromisión» INDVO inicio insterno

El análisis de la complementación sintáctica nos ha permitido establecer las dimensiones acerca de la información sobre la manera de vestir y sobre el tipo de prenda. Por su parte, el análisis del léxico de los argumentos del predicado en aquellos verbos que presentan complementación obligatoria de prenda nos permite establecer las dimensiones «en derredor» e «intromisión». El resultado es un conjunto heterogéneo de verbos procedentes de raíces muy diversas que confluyen en la acción de «vestir». Queda, una vez más, que nos hagamos la pregunta fundamental: ¿se trata de un campo léxico, es decir, de una estructura léxica compleja con una entidad lingüística propia? La cuestión de la indelimitación de las fronteras del campo sería, desde las nuevas aproximaciones cognitivas, un excelente ejemplo de categorización de la realidad a partir de efectos prototípicos (los archilexemas) y de semejanzas de familia. A este aspecto de lo cognitivo es a lo que vamos a dedicar el siguiente y último capítulo.

10 Es posible que en latín arcaico hubiera un verbo vescor con el sentido de «vestirse» que precisara, al igual que induo, de un complemento de prenda obligatorio. Los únicos datos que tenemos de este verbo los proporciona Nonio Marcelo (Non. p. 670L).

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CAPÍTULO V La semántica cognitiva: imaginación y significado 5.1. Introducción. La semántica cognitiva y la lengua latina A lo largo de este libro hemos ido revisando distintas aproximaciones al estudio del léxico desde la Antigüedad, pasando por la semántica tradicional y la corriente estructural. Si los capítulos anteriores han tratado acerca del pasado y el presente de la semántica léxica, ahora vamos a tratar acerca de su posible futuro, encarnado en el nuevo paradigma que se conoce como lingüística cognitiva. Lo más relevante de esta nueva aproximación es su compatibilidad absoluta con los métodos precedentes, pues la lingüística cognitiva no constituye un corpus doctrinal cerrado, sino la reunión de diferentes aproximaciones (categorización, subjetivación...) que de una manera dinámica están constituyendo y articulando una nueva forma de ver el lenguaje. Ese carácter abierto del nuevo paradigma da lugar a que podamos pensar en una serie de autores como precursores involuntarios, tales como Michel Bréal (s. f.), que ilustra con ejemplos de la lengua latina sus «leyes intelectuales del lenguaje», Antoine Meillet (Cuenca-Hilferty 1999, 155-156), que puede considerarse como el fundador de los estudios modernos sobre gramaticalización, y, mucho más cercano en el tiempo y a los criterios concretos de la lingüística cognitiva, John Lyons, quien apunta a consideraciones de carácter cognitivo en su estudio de los verbos griegos del conocimiento en su libro titulado Structural Semantics. An Analysis of Part of the Vocabulary of Plato (1969). Si bien encontramos una compatibilidad bastante grande con los métodos precedentes, la cortapisa metodológica más seria viene dada por el uso exclusivo que los cultivadores del cognitivismo hacen de una semántica de corte bipolar, es decir, una semántica donde no se distinguen las relaciones de significación de las de designación. Coseriu (1990) ha puesto de manifiesto esta circunstancia como contrapartida fundamental de la semántica de prototipos, que sería más bien una semántica de las cosas, pero no de verdaderos hechos lingüísticos de significación. En nuestra opinión, de la misma manera que hemos visto la posibilidad de entender como complementarias la semántica bipolar y la tripolar, creemos que esta posibilidad abre las puertas a la incorporación de elementos propios de la semántica tripolar en los análisis cognitivos. De hecho, en este capítulo volveremos a revisar desde presupuestos de la teoría del prototipo (5.2. b.) la oposición MATER/nutrix/genetrix que hemos analizado desde la perspectiva de la semántica tripolar (2.4.). Por lo demás, incluso en la lectura de autores tan propiamente cognitivos como Lakoff (1987, 61) se observa cómo las asimetrías de ciertas oposiciones privativas, o el carácter de los archifonemas como miembros que representan a una clase, pueden tener una traducción de tipo cognitivo. Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos 2003, Anejo I

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ISBN: 84-95215-70-5 ISSN: 1696-1439

Introducción a la semántica latina (De la semántica tradicional al cognitivismo)

Uno de los aspectos básicos del cognitivismo lingüístico es el estudio de la conceptualización de realidades abstractas por medio de las expresiones propias de la experiencia sensible. En este sentido, la reciente lingüística cognitiva ha aportado un método suficientemente articulado que nos permite revisar globalmente, en todos los niveles del lenguaje, los fundamentos empíricos de la cognición tal y como en él se reflejan. Sucintamente, los principios fundamentales que más nos han servido para plantear una semántica de orientación cognitiva pueden resumirse en1: 5.2. La CATEGORIZACIÓN mediante los datos de la experiencia, frente a las categorías clásicas y cerradas (de formulación aristotélica). Las nuevas clases o categorías resultantes son abiertas2 y difusas (Lamíquiz 1998), y presentan dentro de ellas elementos especialmente representativos, también llamados PROTOTÍPICOS (Kleiber 1995). Estas categorías se organizan gracias a los llamados «modelos cognitivos idealizados» (M.C.I.), que son los que ordenan, a su vez, nuestro espacio mental (Lakoff 1987, 68-76). 5.3. La ICONICIDAD, o la capacidad que el lenguaje tiene de imitar la realidad mediante los espacios mentales. Veremos cómo la etimología antigua se nos presenta como un excelente ejemplo precientífico de esta concepción del lenguaje que quedó fundada, aunque irónicamente, en el Crátilo de Platón. 5.4. La GRAMÁTICA EMERGENTE, que estudia la tendencia de las unidades del léxico a convertirse en elementos gramaticales sistemáticos (p. e., del latín homo al francés on). Por su parte, la SUBJETIVACIÓN analiza cómo el cambio lingüístico se debe atribuir a la implicación constante del emisor en la gramática, dando lugar a las implicaciones valorativas y connotativas de los mensajes. 5.5. Las «METÁFORAS DE LA VIDA COTIDIANA» («Metaphors we live by») (Lakoff 1987; Lakoff y Johnson 1991), que utilizan la experiencia de la realidad tangible para expresar una idea abstracta, son excelentes ejemplos de estos M. C. I. En ellos, partimos de un «Dominio de Origen» («Source Domain»), p. e., el espacio vertical (arriba/debajo), para expresar, a partir de él, aspectos como la «cantidad» o la «valoración» positiva o negativa de algo («Dominio de Destino», o «Target Domain») (Lakoff 1987, 274-280). Pasamos a analizar con más detenimiento cada uno de los puntos: 1 Puede encontrarse un excelente compendio de los principios de la lingüística cognitiva en Cuenca y Hilferty (1999). Cada vez hay más estudiosos que ven las posibilidades de aplicación del estudio cognitivo a las lenguas clásicas, tanto en el campo de la sintaxis como en el de la semántica (cf. García Jurado-Hualde Pascual 2002). 2 «Una de las marcas finiseculares más importantes, también en la lingüística, es el rechazo de la categorización aristotélica que se ha manifestado por la aparición de la gramática cognitiva, que niega la existencia de dicotomías perfectamente delimitadas, y en su lugar propone clases abiertas con bordes difusos y la convencionalidad.» (Wilk-Racieska 2001, 1439).

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5.2. Categorización y experiencia. La prototipicidad La moderna teoría de la categorización nos dice que los elementos que componen una categoría no aparecen unidos de acuerdo con rasgos suficientes y necesarios, sino mediante una relación de semejanza de familia (cf. 2.3.1.), y donde, frente a las categorías clásicas y cerradas de corte aristotélico, unos elementos se presentan en calidad de prototipos, lo que abre un campo de estudio fructífero a los estudios relativos a la polisemia y al propio campo semántico (Touratier 1996; Nuti 1998). La categorización de carácter empírico, así como la teoría de los prototipos, han encontrado dentro de la semántica un especial cultivo en las investigaciones relativas al cambio semántico y la polisemia. La búsqueda de los indicios de prototipicidad dentro del léxico en una lengua clásica donde no tenemos competencia lingüística constituye una investigación compleja, debido a los diversos caminos que podemos tomar para esta búsqueda. Vamos a revisar dos ejemplos significativos que ilustran, a su vez, acerca de dos de los posibles criterios de búsqueda, como son el de la etimología histórica y el análisis de discurso. a) El pájaro y el gorrión El hecho de que nuestro término genérico para designar las aves pequeñas, la palabra «pájaro», provenga de la palabra latina passer, que designaba, en principio, al «gorrión», pero que ya en el mismo latín podía ser un término genérico para las aves pequeñas (recuérdese Catul. 2, 1 passer, deliciae meae puellae [«pajarito, delicia de mi amada] [trad. de Ramírez de Verger]), tiene desde el punto de vista de la prototipicidad una sugerente lectura3. Es oportuna la explicación etimológica que Corominas-Pascual dan del hecho: En latín designaba al gorrión o quizá más exactamente el pardillo (así cat. passerell, fr. passereau, it. pàssera, etc.), pero en vulgar se encuentra la ac. ampliada «ave pequeña, pájaro» (citas en Ernout-M., Walde-H. y Oroz), que es la propia del rum. pasare, el port. pássaro y el castellano. (Corominas-Pascual s. v.). La clave que explica por qué la designación de passer se encuentra «ampliada» desde un tipo de pájaro concreto a toda una clase tiene que buscarse en el hecho de que dentro de la categoría «pájaro» ha sido y es el gorrión uno de los elementos más prototípicos (de hecho, si se nos pide dar un ejemplo de pájaro, hay una probabilidad alta de que contestemos «gorrión»). La ampliación de la designación de passer es la que ha dado lugar a que este significante haya terminado por significar lo que entendemos por «pájaro», en sentido genérico4. Así las cosas, el 3 De hecho, la explicación etimológica ofrece una nueva perspectiva para que podamos conocer algo más acerca de la semántica del prototipo, que no supone un ejemplar concreto (un «gorrión», en este caso»), sino una entidad abstracta (Kleiber 1995, 58). La circunstancia de que pájaro ya no designe exactamente a un gorrión, como pudo ocurrir con passer, pero que el prototipo más adecuado de «pájaro» siga siendo un «gorrión», es un indicio de ese singular proceso semántico que va de una designación particular a una representación mental. 4 Obsérvese que estamos utilizando términos propios de la semántica tripolar (designación y significado) para dar cuenta de un hecho que normalmente se explica desde la semántica bipolar. Coseriu (1990, 277-278),

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estudio de la etimología desde el punto de vista del contenido puede mostrarnos nuevos indicios de prototipicidad. b) La madre y la nodriza Uno de los más llamativos ejemplos que se han aducido para ilustrar lo que es la prototipicidad es el de la idea de madre que nos proporciona Lakoff (Lakoff 1987, 80-84 y CuencaHilferty 1999, 36-37). Una madre prototípica, o una «madre madre», según el examen lingüístico de los adjetivos que pueden acompañar al término, es aquella que está casada, que ha dado a luz a sus hijos y que no tiene un trabajo remunerado fuera de casa, de acuerdo con el siguiente esquema: PROTOTIPO

REALIZACIONES SOBRE EL PROTOTIPO

«MADRE»(«madre madre»)

«madre soltera» «madrastra» («madre adoptiva») «madre trabajadora»

La razón, de carácter lingüístico, es muy simple: de igual forma que reconocemos como términos corrientes los de «madre soltera», «madrastra» y «madre trabajadora», no tenemos, en correspondencia, «madre casada», «madre que da a luz» («madre natural» tendría una acepción muy distinta de lo que entendemos como madre prototípica), ni «madre no trabajadora», respectivamente, ya que tales expresiones son innecesarias de acuerdo con el concepto prototípico de madre. Singularmente, la idea prototípica de mater en la lengua latina varía, si no del todo, en algunos aspectos significativos con respecto a nuestra idea moderna. En latín, el término latino mater puede servir tanto para la madre que da a luz (genetrix), así como para la madre de cría, o nodriza (nutrix)5. Una y otra constituyen la categoría de madre, aunque cabría la posibilidad de preguntarnos cuál de las dos es la prototípica. Veamos un texto de Plauto (ya analizado desde la perspectiva de la semántica tripolar en el 2.4.) que nos enfrenta directamente con el hecho aludido, cuando se nos refiere la imposibilidad de distinguir a dos gemelos incluso por «sus madres»: que critica la semántica cognitiva como una semántica de las cosas designadas, y no de los significados, da, sin embargo, una serie de claves fundamentales para entender el fundamento estrictamente lingüístico del cambio semántico de passer a «pájaro»: «Así, en particular en el caso de la supuesta formación por extensión analógica, es necesario, por ejemplo, que el prototipo de «bird» sea ya «bird», y no simplemente «gorrión», ya que lo que se añade por analogía no es «algo como un gorrión», «una especie de gorrión», sino «otra especie de “bird”». No se trata de la extensión de la especie «gorrión», sino de la inclusión en el género «bird»; y el momento esencial en esto no es el paso de «gorrión» a «golondrina», «jilguero», «petirrojo», «mirlo», «cuervo», etc., sino el paso de «gorrión» a «bird»: no es la inferencia de lo general, sino la intuición de lo universal. O sea que, para «categorizar» hay que haber categorizado». 5 En castellano se empleaba para designar a la nodriza la expresión «madre de cría», que no se siente, frente a la «madre madre», como una madre prototípica, de ahí la especificidad de la designación. Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos 2003, Anejo I

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ita forma simili pueri, ut mater sua non internosse posset, quae mammam dabat, neque adeo mater ipsa, quae illos pepererat. (Plaut. Men. 19) («Los niños eran tan parecidos que ni la nodriza que les daba el pecho, ni incluso su propia madre, la que los había parido, eran capaces de distinguirlos.») (trad. de Román Bravo) Como puede verse, la primera «madre» a la que se alude es la nodriza, a la que se denomina mater sua, «su propia madre». A simple vista, y desde nuestra idea prototípica de madre, podríamos creer que se trata de la madre que ha engendrado a los niños, pero inmediatamente se nos explica que se trata de la madre quae mammam dabat. Será la segunda, la que se presenta como mater ipsa, «la madre misma», la que mediante el pronombre enfático dé a entender que puede tratarse de una madre más prototípica que la primera, aunque en este segundo caso se vuelva a dar una nueva explicación: quae illos pepererat. Sería interesante, en definitiva, examinar con detenimiento las bases lingüísticas sobre las que se articula la idea de madre en las diferentes etapas de la cultura romana. A este respecto, encontramos un precioso texto de Aulo Gelio donde nos muestra la defensa encendida que el filósofo Favorino hace para que la madre que da a luz sea una madre «completa» dando de mamar a su hijo: «oro te», inquit, «mulier, sine eam totam integram matrem esse filii sui.» (Gel. 12, 1, 5) («“te ruego”, dice, “mujer, que permitas que ella sea madre completa y total de su propio hijo.”») En este caso, y a diferencia de lo que vemos en nuestro mundo moderno, los aspectos que configuran el prototipo de mater no pasan ni por el estado civil, ni la adopción ni la condición de trabajadora. 5.3. Iconicidad. El caso de las viejas etimologías Partiendo del principio general de la arbitrariedad del signo lingüístico, es interesante observar cómo el lenguaje es capaz de imitar en distintos niveles aspectos de la realidad que designa. El hecho transciende el mero ámbito de las onomatopeyas o las aliterariones, llegando a fenómenos más complejos, tales como la motivación etimológica (Sweetser 1990, 9). La iconicidad supone, en definitiva, la revisión de la cuestión de la arbitrariedad del signo lingüístico. El problema hunde sus raíces en la misma cultura griega (Simone 1994, vii) y tiene su punto de partida en el Crátilo de Platón6. Modernamente, el problema ha pervivido en autores como Roman Jakobson 6 En este sentido, Hualde Pascual (2000) ha indagado en las bases cognitivas de la metáfora del movimiento en el Crátilo de Platón dentro de su crítica a la postura convencionalista del lenguaje, que es donde desarrolla la teoría de la mímesis, y donde puede encontrarse un sugerente análisis de nombres referidos a nociones intelectuales y morales basadas en la valoración, de manera que lo positivo tiene que ver con el movimiento, al tiempo que lo negativo es lo que obstaculiza.

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(Linguistics and Poetics) o Gérard Genette (Mimologiques). Atendiendo, pues, a su nacimiento histórico, uno de los aspectos más singulares de la investigación sobre la semántica cognitiva y las lenguas clásicas es el que concierne a la iconicidad de las viejas etimologías prelingüísticas. El antiguo pensamiento etimológico, que se articulaba como un método de investigación de las cosas a través del lenguaje, parte de una serie de principios tales como el simbolismo de las letras-sonidos, o la necesidad de encontrar una relación natural entre el significado de una palabra y su forma, dentro de la concepción de que existe una relación por naturaleza o, al menos, «no totalmente arbitraria» entre palabras y cosas que en buena medida ha retomado el cognitivismo (Cuenca-Hilferty 1999, 182-184; Simone 1994). Si bien los procedimientos de la etimología antigua suelen ser erróneos y fabulosos, resulta, no obstante, de gran interés el estudio de ciertos aspectos cognitivos que sirven de sustento a tales etimologías precientíficas. Veamos como ejemplo la singular etimología que nos ha transmitido Aulo Gelio, precisamente la de persona «máscara» a partir del verbo personare propuesta por Gavio Baso (Gel. 5, 7): «Personae» vocabulum quam lepide interpretatus sit quamque esse vocis eius originem dixerit Gavius Bassus. Lepide mi hercules et scite Gavius Bassus in libris, quod de Origine vocabulorum composuit, unde appellata «persona» sit, interpretatur; a personando enim id vocabulum factum esse coniectat. Nam «caput» inquit «et os coperimento personae tectum undique unaque tantum vocis emittendae via pervium, quoniam non vaga neque diffusa est, in unum tantummodo exitum collectam coactamque vocem ciet, magis claros canorosque sonitus facit. Quoniam igitur indumentum illud oris clarescere et resonare vocem facit, ob eam causam «persona» dicta est «o» littera propter vocabuli formam productiore. («De la etimología que da Gabio Basso (sic) a la palabra persona. Sabia e ingeniosa explicación, a fe mía, la de Gabio Basso, en su tratado Del origen de los vocablos, de la palabra persona, máscara. Cree que este vocablo toma origen del verbo personare, retener. He aquí cómo explica su opinión: «No teniendo la máscara que cubre por completo el rostro más que una abertura en el sitio de la boca, la voz, en vez de derramarse en todas direcciones, se estrecha para escapar por una sola salida, y adquiere por ello sonido más penetrante y fuerte. Así, pues, porque la máscara hace la voz humana más sonora y vibrante, se le ha dado el nombre de persona, y por consecuencia de la forma de esta palabra, es larga la letra o en ella.») (trad. de Navarro y Calvo) La moderna etimología histórica ha desvelado la más que probable procedencia etrusca del término latino persona (Ernout 1946, 25, revisado muy recientemente por Moussy 2001b), por lo que la ratio que tradicionalmente ha explicado la motivación del término mediante el falso corte per-sonat, dando a entender que la persona se llama así porque personat, es decir, «resuena», está definitivamente descartada7. No obstante, la antigua etimología ha dejado su huella Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos 2003, Anejo I

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en la propia historia del la lengua (Moussy 2001b, 154-155), y la ratio que liga el término de la máscara al verbo personare no está desvinculada de razones icónicas, permitiéndonos entender el término persona no sólo como un mero signo lingüístico, sino incluso como el símbolo de lo que designa, dentro de una concepción que liga naturalmente las palabras a las cosas y que Gelio nos transmite explícitamente en otro lugar (Gel. 10, 4, 1): nomina verbaque non positu fortuito, sed quadam vi et ratione naturae facta esse P. Nigidius in grammaticis comentariis docet (...). («Enseña P. Nigidio, en sus Comentarios sobre la gramática, que las palabras no son invención arbitraria del hombre, sino que tienen su origen y su razón en el instinto y en la naturaleza.») (trad. de Navarro y Calvo) Al margen de simbolismos acústicos más o menos fantasiosos, la iconicidad encuentra su verdadera carta de naturaleza cuando entramos a concebir espacios mentales a partir de aspectos de la realidad tangible. Que el espacio superior o el movimiento ascendente se consideren normalmente positivos frente a lo descendente o el espacio inferior no parece ser una cuestión meramente arbitraria. A este aspecto es a lo que vamos a dedicar los dos apartados siguientes. 5.4. Gramática emergente y subjetivación. Palabras positivas y negativas Los manuales de lingüística cognitiva se remontan tanto a Meillet8 como a Kurylowicz9 para explicar los nuevos planteamientos relativos a la gramática emergente y la subjetivación, tal y como vemos en las propuestas de Hopper (1991) y de Traugott (1996). Los hechos de gramática emergente y subjetivación están estrechamente relacionados10 y constituyen, por su implicación con la lingüística histórica, uno de los aspectos de la lingüística cognitiva que más atañen a los estudiosos de la lengua latina11 en general, y del latín vulgar en particular (Cuenca-Hilferty 1999, 162-166). 7 Es oscura la explicación que Gavio Baso da del alargamiento de la o en el término persona con respecto a la o breve del verbo personare, es decir, propter vocabuli formam. Moussy (2001b, 155 n. 5) conjetura una razón morfológica, es decir, que Baso se esté refiriendo a la «formación» en —ona de la palabra (como annona, caupona o matrona). En otro lugar, es el propio Gelio quien utiliza la expresión vocabuli forma para referirse precisamente al caso (pr. 6, 10, 2): «ususcapio» copulate recto vocabuli casu dicitur, ita «pignoriscapio» coniuncte eadem vocabuli forma dictum esse. 8 «(...) podemos decir que el fundador de los estudios modernos sobre la gramaticalización fue Meillet (1921). Este autor introdujo el término gramaticalización, junto a la analogía.» (Cuenca-Hilferty 1999, 155). 9 «En cuanto a la gramaticalización, a partir de definiciones ya clásicas como la de Kurylowicz (1965), se puede definir como el proceso a partir del que “una unidad léxica o estructura asume una función gramatical, o [... ] una unidad gramatical asume una función más gramatical” (Heine et al. 1991, 2)» (Cuenca-Hilferty 1999, 155). 10 «Traugott (...) ha defendido que el cambio lingüístico se puede atribuir a la implicación del emisor (sus actitudes, sus valoraciones, etc.) en la forma lingüística de su enunciado» (Cuenca-Hilferty 1999, 162). 11 En Fruyt (1998) podemos encontrar una excelente visión de conjunto de la gramaticalización en la lengua latina, así como de los procesos de desgramaticalización. Por su parte, Martín Rodríguez (1996) nos ofrece un estudio modélico sobre el proceso que va convirtiendo en auxiliar al verbo dare.

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Un ejemplo llamativo de gramaticalización puede verse en la evolución que una expresión latina relativa a un juego de mesa, ad incitas (calces) redigere (más o menos traducible por nuestro «dar jaque mate»), ha tenido desde el latín arcaico de Plauto hasta sus últimas ocurrencias en Apuleyo, tal y como lo ha estudiado Márquez Huelves (2000 y 2001). La expresión, que en su estado primigenio se presentaría como ad incitas calces redigere, pertenece al grupo de metáforas de la vida cotidiana que podemos encuadrar en la metáfora general expresable como «la vida es un juego», y responde concretamente a un juego de mesa en el que uno de los jugadores ha logrado inmovilizar la ficha del contrario. Esta circunstancia propia del juego puede aplicarse a otras situaciones de la vida donde alguien ha sido capaz de derrotar a otro, como si de una partida de fichas se tratase, de igual manera que nosotros podemos dar «jaque mate» a un oponente sin necesidad de estar jugando al ajedrez, o «ponerle contra las cuerdas», aunque sea fuera de un cuadrilátero. La expresión debía de ser popular en la lengua hablada, hasta el punto de que perdió en su uso el sustantivo calces, pasando el adjetivo incitas a sustantivarse. Este es el estado que la expresión presenta en el latín de Plauto: profecto ad incitas lenonem rediget, si eas abduxerit. (Plaut. Poen. 907) («no cabe duda de que, si consigue quitárselas, le habrá dado al lenón jaque mate.» (trad. de Román Bravo) Em, nunc hic quoius est / ut ad incitas redactust! (Plaut. Trin. 536-7) («y ahí tienes: su actual propietario se halla en jaque mate.») (trad. de Román Bravo) Cuando volvemos a encontrar la expresión en las Sátiras de Lucilio, observamos que ésta ya no se conserva con su peculiar verbo redigo, que era el que confería en un solo término tanto el valor espacial «hacia atrás» (re-) como el carácter causativo a la expresión (ago). Frente a ello, ambos rasgos pueden verse ahora repartidos en los verbos redeo y adigo, respectivamente. Así pues, redeo sigue mostrando el mismo valor espacial «hacia atrás» que redigo, pero ya sin el carácter causativo de éste: illud ad incita cum redit atque internecionem. (Lucil. Sat. 3, 101M.) («Cuando la situación torna a un callejón sin salida y a la ruina.») Y en el siguiente ejemplo que encontramos, adigo muestra el mismo carácter causativo que el redigo plautino, pero no exactamente el valor «hacia atrás» del preverbio re—, sino un simple valor adlativo: vilicum Aristocraten, mediastrinum, atque bubulcum conmanducatus conrupit, ad incita adegit. (Lucil. Sat. 15, 513 M.) («Al granjero Aristócrates, al esclavo que hace todo y al boyero devorándolos les aniquiló, les llevó hasta lo extremo.») Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos 2003, Anejo I

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Asimismo, es notable el hecho de que el cambio de verbo con respecto a Plauto implique, a su vez, un cambio de contexto, donde ya no estamos ante una treta más o menos elaborada, como en la comedia (que era la que nos permitía utilizar la expresión «dar jaque mate» para traducir la metáfora), sino la llegada a una situación de ruina. Esta impresión se perfila aún más, si cabe, al llegar a los testimonios de Apuleyo, donde observamos cómo en la expresión se ha seguido produciendo la evolución semántica, pues desde el «dar jaque mate» que veíamos con Plauto, pasando por la llegada a una situación de ruina en Lucilio, ahora estamos simplemente ante una suerte de expresión adverbial para designar el hecho de estar «al límite»: sed occipiens a capite, immo vero et ipsis auribus totum me compilabat ad incitas fusti grandissimo, donec fomenti vice ipsae me plagae suscitarent. (Apul. Met. 7, 18) («al contrario, empezando por la cabeza, o más exactamente por las propias orejas, me zurraba en toda mi extensión con un enorme garrote, hasta que los mismos palos, a modo de tónico, me ponían de pie.») (trad. de Rubio Fernández) Tunc opulentiae nimiae nimio ad extremas incitas deducti. (Apul. Met. 3, 28) («El exceso del botín los pone en el mayor de los aprietos.») (trad. de Rubio Fernández) Además, la expresión parece haberse gramaticalizado, quedando su propia entidad física reducida tan sólo al sintagma ad incitas, lo que la convierte casi en un adverbio que expresa por sí solo la situación de límite a la que se llega. El proceso puede resumirse con el cuadro siguiente: PLAUTO CONTEXTO ENTIDAD FONICA

LUCILIO

Situación de ingenio: Situación desesperada: «dar jaque mate» «llevar a la ruina» ad incitas (calces) redigere ad incitas (redire)

APULEYO Imposibilidad física: «(estar) al límite» ad incitas

En lo que a los fenómenos de subjetivación respecta, vamos a revisar un ejemplo significativo tomado del latín para ilustrar el paso de significados que parten de una situación externa a una situación interna y propia del hablante12: el sistema de preverbios y preposiciones latinos. En principio, cualquier conocedor de la historia de los preverbios y las preposiciones puede entender, a priori, que en la evolución semántica de éstos pueden haber incidido factores típicamente cognitivos al traspasar la frontera difusa de las nociones primarias, de carácter espa12 Se trata de la Tendencia I de la de hipótesis de la subjetivación propuesta por Traugott (Cuenca-Hilferty 1999, 163-164): «Evolución desde significados basados en la situación externa descrita a significados basados en la situación interna —evaluativa/perceptiva/cognitiva— (del mundo exterior al mundo interior)». Para ilustrarla, se utiliza la evolución del verbo preferir desde el latín praeferre.

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cial, a otras nociones de carácter abstracto (García Hernández 1980; Jiménez 1993)13. Los ejemplos aducibles son muchos. Es el caso de privatus, que si proviene de *prei-u-os «celui qui est en avant» pasaría, desde la noción espacial, a expresar «celui qui est isolé des autres» (E. M. 1979, s. v. privus). Asimismo, la noción espacial «fuera» que expresa el preverbio ex— permite, de acuerdo con el verbo capio, conformar la idea de «excepción». Ahora pretendemos observar, a partir de los estudios sobre preverbiación latina de García Hernández y de los presupuestos sobre metáfora propuestos por Lakoff y Johnson, cuál puede ser el peso específico de los preverbios latinos como tales en la conformación de espacios mentales, atendiendo, especialmente, a los criterios implícitos de valoración de la realidad sobre los que inciden los propios preverbios. En algunos preverbios parece haber un sentido peyorativo evidente, como es el caso de inter—, merced a sus realizaciones con el valor de «destrucción» que se basa en la noción de «separación», dada la función separativa del sufijo *-tero— (Benveniste 1948, 119121; E. M. s. v. in). En otros preverbios, sin embargo, el estudio de la valoración es más sutil y complejo, como ocurre con la noción espacial de «divergencia» del preverbio dis-. Este preverbio es un excelente ejemplo, dado que la divergencia parece entenderse en términos negativos, al contrario que la convergencia. Así lo vemos en un verbo de vestir, discingo, que puede tener los tres valores siguientes: a) significado espacial: «desceñir» b) valor sémico de alternación (cingo/discingo) c) valoración negativa: «relajación» ([Maecenas] habuit ingenium grande et virile, nisi illud secundis rebus discinxisset [Sen. Ep. 92, 35]). («Mecenas tuvo un talante magnánimo y viril, salvo cuando lo relajaba en las circunstancias propicias.»)

discingo:

La misma idea espacial aparece ahora, aunque sin referente directo al mundo físico, conformando el término alterno de placet, displicet: a) significado espacial sin referente directo al mundo físico b) la noción espacial de divergencia sirve para establecer la categoría de término alterno: placet/displicet (obsérvese que estamos considerando una categoría semántica con criterios de la experiencia sensible) c) valoración negativa: «displicencia»

displicet:

13 En 1962, publica Bernard Pottier su Systématique des éléments de relation, donde propone un sistema latino de casos y preposiciones desde criterios muy cercanos a los topológicos. De esta forma, una preposición como ab vendría a indicar la idea física de un alejamiento a partir de un límite con el que no mantiene coherencia inicial (Pottier 1962, 276), como podemos ver en construcciones con la preposición ab, como ab oppido castra movere, y cuando se trata del preverbio ab—, en verbos como ab-duco. La idea espacial puede pasar a la dimensión del tiempo con construcciones como a puero «desde niño», y terminar en un nuevo ámbito, ya no

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La adecuación de los preverbios a los conceptos metafóricos se hace visible en lo que respecta a las metáforas que se basan en el espacio, especialmente el vertical (Lakoff y Johnson 1991, 50-58)14. García-Hernández (1980) ha desarrollado este sistema de manera sistemática para todos los preverbios latinos, donde destaca por su complejidad el preverbio sub—, que presenta una singular polisemia («hacia arriba», «por detrás» y «por debajo»), dependiendo de que su contenido espacial se oponga, respectivamente, al de los preverbios de— («desde arriba»), prae— («por delante») y super— («por encima») (cf. 2.4. y García-Hernández 1995). Esta polisemia de valores espaciales de sub— puede articularse como un procedimiento para la expresión de dos conceptos que están, a su vez, implicados, como son la valoración y la cuantificación, de acuerdo con el siguiente espacio mental (García Jurado 2001): a) VALORACIÓN: lo ascendente es positivo (sub-)/lo descendente es negativo (de-) b) CUANTIFICACIÓN: delante es más (prae-)/detrás es menos (sub-) c) VALORACIÓN Y CUANTIFICACIÓN: arriba es positivo y más (super—, summus)/debajo es negativo y menos (sub—, infra) Vamos a revisar cada una de las tres realizaciones: a) ASCENDENTE (sub-) es positivo, DESCENDENTE (de-) es negativo La oposición de los preverbios sub— y de— nos remite a un esquema mental vertical claramente valorativo. Pongamos un ejemplo relativo a este esquema espacial ayudándonos del siguiente texto del epistolario de Cicerón: espacial ni temporal, que concierne a diversas nociones abstractas, como sería el resultado final de un proceso en el verbo ab-uti «gastar» (consecuencia de uti «hacer uso de»). García Hernández comenta este último tipo de noción de la siguiente manera: «Tout d’abord, les sens spatiaux et temporels sont aussi des sens notionnels; il serait plus exact de penser à des notions spatiales, temporelles et à d’autres notions plus abstraites. Ensuit, en ce qui concerne, au moins, les préfixes le sens temporel est à peine représenté. Aussi un classement plus précis serait-il bipartite et circunscrit aux notions spatiales et à d’autres notions; de cette façon, le classement structural se rapprocherait de l’étude historique, qui accorde la primauté au sens spatial, d’où les autres dérivent.» (García Hernández 1995a, 302-303). 14 Disponemos de tres situaciones espaciales básicas: «arriba/debajo»; «delante/detrás» e «izquierda/derecha». No obstante, los tres espacios no pueden ponerse en el mismo nivel. Lyons establece una jerarquía entre los tres tipos de espacio: en primer lugar tenemos el espacio «arriba/debajo», seguido, con menos relevancia, del espacio «delante/detrás», y con un claro carácter secundario la posición «derecha/izquierda», que depende del establecimiento previo de la direccionalidad en la dimensión «delante/detrás» (Lyons 1980, 625) Para el caso concreto de dexter y sinister en la lengua latina es muy pertinente el estudio de Liou-Gille (1991, 194): «Ces deux mots paraissent s’opposer simplement. La réalité est plus complexe, car si l’un et l’autre permettent de s’orienter dans l’espace et de distinguer “ce qui est à droite” de “ce qui est à gauche”, ils peuvent prendre, l’un et l’autre, les significations contradictoires de “favorable” ou “défavorable”, d’“heureux” ou de “malheureux”: dexter qualifie ce qui est à droite et, donc, ce qui, de ce fait, est tantôt défavorable, tantôt favorable; sinister prend, alors, les valeurs opposées correspondantes. Le problème est de savoir s’il y a eu, à un moment quelconque de l’histoire romaine, un changement expliquant cette oscillation de sens: la chose en soi serait très remarquable, car ces mots sont employés dans la langue religieuse, celle des augures; or, d’une façon générale, les pratiques religieuses romaines sont marquées d’un certain conservatisme.»

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in eum locum res deducta est, ut, nisi qui deus vel casus aliquis subvenerit, salvus esse nequeamus. (Cic. Fam. 16, 12, 1) («a tal punto ha llegado [caído] la situación que, si no acude en nuestro auxilio un dios o un azar, no podremos estar a salvo.») El texto presenta la expresión res deducta est, que conlleva, en principio, una idea espacial descendente susceptible de subjetivarse como negativa. La expresión, no obstante, se ha ido acuñando en la lengua latina para referirse al punto o al lugar no físico al que una situación puede llegar. Sería interesante estudiar dentro de un corpus concreto el porcentaje de veces que esta situación presenta, de acuerdo con el esquema mental «lo descendente es negativo», una situación problemática o peligrosa, pues esto podría darnos un indicio fiable de subjetivación. Por añadidura, al menos contextualmente, la idea ascendente de sub— en subvenerit podría, además de su valor semántico propio, aportar una valoración positiva en contraste con el carácter negativo de la acción descendente de deducta. Por lo demás, parece que la expresión de la VALORACIÓN es la única posible dentro de esta oposición, pues no hemos encontrado indicios para observar la cuantificación, al contrario de lo que ocurre con la oposición sub-/prae—, que parte de un espacio mental horizontal y da lugar al siguiente esquema: b) DELANTE (prae-) es más, DETRÁS (sub-) es menos La CUANTIFICACIÓN parece ser el único concepto al que se llega desde la oposición entre prae— y sub—, merced al esquema espacial de ANTERIORIDAD/POSTERIORIDAD. No hay aquí indicios claros de valoración, como observamos en los verbos aducidos por García Hernández (1980, 205) para esta realización del preverbio, donde la atenuación de la base léxica no implica que tal acción sea peor o negativa: subaccuso «acusar levemente o un poco», subbibo («beber un poco»), subdubito («dudar un poco»), subirascor («irritarse un poco»), subluceo («tomar un color menos oscuro»), subnego («negar en cierto modo»), subrideo («sonreír»), subsipio («tener algo de sabor»), subtimeo («sentir algún temor»), suppudet («sentir alguna vergüenza»). Fijémonos concretamente en sapio cuando aparece modificado por sub—, tal y como lo encontramos en un testimonio varroniano: ut subsipere quod non plane sapit, sic quod non plane erat sella, subsellium. (Var. L. 5, 128) («del mismo modo que empleamos el verbo subsipere [tener poco sabor] para referirnos a un manjar cuyo sabor es poco definido, así subsellium [banqueta] es el mueble que no es propiamente una silla.») (trad. de Marcos Casquero) Varrón nos ofrece una interesante apreciación de alcance cognitivo, al comparar, partiendo de un esquema espacial común, aspectos tan diversos como son un verbo que designa el sabor y un mueble que no llega a ser una silla. c) ARRIBA (super-) es positivo/más, DEBAJO (sub-) es negativo/menos Frente a las dos oposiciones anteriores, aquí sí encontramos la combinación de VALORACIÓN y CUANTIFICACIÓN. Dado que la oposición originaria parece ser la que se plantea entre Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos 2003, Anejo I

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sub— y de—, donde tan sólo hemos encontrado la VALORACIÓN positiva y negativa, entendemos que la expresión de la CUANTIFICACIÓN es un valor añadido que viene dado por la conformación del sistema gradual (García Hernández 1995a, 308) que desde la perspectiva ascendente llega al superlativo summus: sub / super / summus: «vers le haut» / «en haut» / «le plus haut» Es muy significativo el hecho de que, a pesar de que la oposición de los preverbios sub/super— no vaya a ser muy productiva hasta la latinidad tardía (García Hernández 1995a, 309), super, bien como adverbio, preposición, o en las derivaciones que a partir de super da lugar tanto al término positivo superus como al comparativo superior (y, a partir de sub, al superlativo summus), conforma una oposición de gran productividad con infer (Lehmann 1998). Así pues, es en torno a esta oposición entre super e infra, así como las series de gradación que uno y otro conforman (supra-superus / superior / summus:: infra-inferus / inferior / infimus) desde donde debemos estudiar esta metáfora de la VALORACIÓN-CUANTIFICACIÓN:

SUPER «ARRIBA» INFRA «DEBAJO»

VALORACIÓN

CUANTIFICACIÓN

POSITIVA NEGATIVA

MÁS MENOS

Dentro de los numerosos ejemplos que pueden aducirse destaca la conocida metáfora social de «las clases altas y las clases bajas», formulable como «EL HOMBRE LIBRE está ARRIBA/EL SIERVO está DEBAJO»: me qui liber fueram servom fecit, e summo infimum. (Plaut. Capt. 305) («a mí, que era libre, me hizo esclavo; de la posición más encumbrada me hizo descender a la más baja.») (trad. de Román Bravo). La congruencia entre valoración y cuantificación puede apreciarse perfectamente en este pasaje del poeta satírico Juvenal: eadem summis pariter minimisque libido. (Juv. 6, 349) («la pasión es la misma tanto en las de alta posición como en las de baja.») (trad. de Balasch Recort) En la oposición summis/minimis, relativa a las clases sociales, encontramos combinados los criterios de la valoración y la cuantificación, pues mientras a la clase alta se la denomina summa, con un sentido claramente espacial («la más alta»), a la clase baja, en lugar del esperable infima, de acuerdo con el mismo esquema espacial, se la denomina minima, que responde claramente al esquema de la cuantificación. La congruencia entre valoración y cantidad sería expresable, según Lakoff y Johnson (1991, 52), en los términos de «arriba es más» y «debajo es menos». 97

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En definitiva, el léxico griego y latino, como el de cualquier lengua, está cargado de valoraciones subjetivas, bien de carácter meliorativo, bien peyorativo. Buena parte de esta valoración depende de esquemas cognitivos espaciales, como el eje vertical, cuyo movimiento descendente (negativo) o ascendente (positivo) da lugar al hecho de la valoración negativa en palabras como «desidia», o positiva, en términos como «sucinto», cuyas etimologías, respectivamente, indican una idea descendente y ascendente. Con estas consideraciones pasamos directamente al análisis de las metáforas. 5.5. Las metáforas de la vida cotidiana y el entramado conceptual La teoría de la metáfora propuesta por Lakoff y Johnson en su libro Metaphors we live by (versión española: Metáforas de la vida cotidiana) supone un sugestivo criterio para indagar en los vericuetos de nuestro entramado conceptual. El método está pensado en principio para la lengua inglesa actual. Esto, sin embargo, no supone obstáculo alguno para que resulte un método perfectamente aplicable a otras lenguas modernas, como el francés, de donde viene la denominación de «Metáforas de la vida cotidiana», si bien en nuestro idioma podrían recibir el nombre de «Metáforas cognitivas». Independientemente de cómo las denominemos, las «Metáforas cognitivas o de la vida cotidiana» sirven para expresar nuestra experiencia de las realidades abstractas mediante palabras propias de realidades concretas, lo que constituye uno de los principales motores de creación de la lengua. No se trata de metáforas literarias basadas en la comparación de dos realidades diferentes15, la conceptual y la física, sino que es la experiencia de las realidades físicas el único camino que nos queda para poder expresar sentimientos e ideas más elaboradas. Nuestra manera de expresar y representarnos a nosotros mismos los conceptos abstractos es, grosso modo, de dos maneras: o bien orientamos el concepto en un espacio imaginario, por lo común vertical, o bien lo materializamos, lo convertimos en entidad, y, a tenor de esta materialización, lo usamos como si de un objeto se tratara. En el primer caso, articulamos los conceptos en torno a las llamadas Metáforas Orientacionales («Arriba es positivo», «Abajo es negativo») y, en el segundo, en torno a las Ontológicas (p. e. «Pierdo el tiempo» —sentido el tiempo como un objeto material que puede echarse a perder—), lo que, a su vez, nos permite desarrollar nuevas metáforas más complejas. Pongamos algunos ejemplos 15 «Nuestra idea de que las metáforas pueden crear semejanzas va contra una teoría clásica de la metáfora, sostenida todavía por muchos, la teoría de la comparación» (Lakoff y Johnson 1991, 195). En este sentido, hay otros enfoques que, aunque desde orientaciones metodológicas bien distintas, no pueden ser obviados, tales como los estudios sobre denominación y metáfora de Michel Fruyt para el léxico latino (1989; 1992), entendiendo precisamente por metáfora la que no tiene que ver con el uso literario, en términos muy parecidos a como lo hacen Lakoff y Johnson (1991, 195): «Le regain d’intérêt dont la théorie des tropes fait à bon droit l’objet se manifeste aujourd’hui par de nombreuses études, surtout, mais pas seulement, à propos de la métaphore. (...) Du n.º 54 (1979) de Langages ayant justement pour thème la métaphore, élaboré sous la responsabilité de J. Molino, on retiendra surtout qu’il réhabilitait la métaphore et la pensée métaphorique comme procédé heuristique. Quant à l’ouvrage de G. Lakoff et M. Johnson, traduit sous le titre Les Métaphores dans la vie quotidienne (Editions de Minuit, 1985), mais dont le titre original est bien plus éloquent: Metaphors we live by (Chicago, 1980), il insiste lui aussi sur le rôle essentiel des métaphores, car, nous est-il dit, on ne perçoit le monde et on n’en fait l’expérience qu’à travers elles (...)» (Mignot 1992, 277).

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tomados del castellano. En un espacio imaginario somos capaces de situar nuestro estado de ánimo cuando decimos que «hoy mi ánimo está por los suelos», así como percibimos que nuestras palabras tienen un sentido y dirección, y que pueden materializarse en un hilo al decir «he perdido el hilo de mi discurso», o que los problemas pueden sentirse como si de un amasijo de hilos o cuerdas se tratara: «estoy metido en un buen lío, y no sé cómo salir de allí». La aplicación a una lengua clásica no sólo es posible, sino que nos brinda posibilidades inexploradas para el estudio de la formación de ciertas metáforas ya de larga historia cultural que hoy no son sentidas como tales («simple»/«complejo», p. e.). Así, por ejemplo, es significativo el hecho de que una expresión como «esto no tiene ni pies ni cabeza» responda al esquema de una metáfora cognitiva, donde se entiende que «la coherencia», entidad abstracta, es sentida en los términos de un «cuerpo físico», y el asunto cobra, si cabe, mayor interés, cuando podemos hacer la arqueología de esta expresión y observamos que aparece como tal en la lengua latina (nec caput nec pes sermoni apparet), precisamente en Plauto, que se permite incluso bromear con ella. La metáfora conceptual, o de la vida cotidiana, propuesta por Lakoff y Johnson, constituye uno de los aspectos más productivos de la lingüística cognitiva, incluso, paradójicamente, antes de su formulación como tales metáforas. Así las cosas, el proceso por el que de una expresión referida a lo concreto y lo tangible («dominio de origen») pasa a expresar lo abstracto («dominio de destino») no constituye como tal una novedad dentro del estudio de la lexicología en las lenguas clásicas, pues encuentra ilustres antecedentes en autores como Marouzeau: En un sugestivo trabajo J. Marouzeau ha señalado que la visión del mundo propia del labrador persiste en muchas palabras, metáforas y proverbios romanos. Así, pecunia refleja la valoración de la riqueza en términos ganaderos, según observó ya Cicerón, «tum erat res in pecore... ex quo pecuniosi... vocabantur». (...) También laetus era una palabra rural que significaba «lozano, rico, productivo», empleada para referirse a tierras y mieses («quid faciat laetas segetes», Virg., G. 1, 1; «ager laetus», Catón, Agr., 61, 2), así como a animales («glande sues laeti redeunt», Virg. G. 2, 520). Este sentido tan concreto se ve claramente en los derivados laetare «abonar» y laetamen «estiércol, abono». En la lengua de los augurios un laetum augurium era el que presagiaba abundancia y prosperidad; de ahí el significado de «alegre, gozoso» (...). (Palmer 1984, 78) De esta forma, aunando los estudios tradicionales, que aportan intuiciones valiosísimas, con la formulación sistemática de la metáfora que aporta la lingüística cognitva, venimos desarrollando el esquema del sistema conceptual de la lengua latina a partir del análisis de los distintos tipos de metáfora cotidiana. Para dar cuenta de este esquema, nos hemos centrado en textos del poeta Horacio (García Jurado 1994) y del comediógrafo latino Plauto (García Jurado 2000). Ofrecemos a continuación algunos ejemplos relativos a los tres tipos de metáfora establecidos por Lakoff y Johnson: 99

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5.5.1. Lo alto, lo blanco y lo caliente: metáforas orientacionales Ya hemos hecho alusión en el apartado anterior a este tipo de metáfora. En ella, desarrollamos un espacio mental, generalmente vertical, mediante el cual valoramos la realidad de acuerdo al esquema «arriba es positivo»/«abajo es negativo». Como ya hemos referido, las Metáforas Orientacionales articulan los conceptos a partir de un espacio imaginario, por lo general definido verticalmente, donde lo que asciende o está ARRIBA tiene carácter positivo y lo que desciende o está DEBAJO carácter negativo, de ahí metáforas tales como «estar en la cumbre» para expresar el triunfo, o «estar por los suelos» para hablar del desánimo. Este tipo de metáforas que conocemos por el castellano ya aparece recogido en latín. De esta forma, frente al carácter positivo de lo que es ascendente o está arriba, la contrapartida de la metáfora, formulable en los términos de «Lo descendente es negativo», puede verse realizada en expresiones como «Los males caen o sobrevienen», y, en el mismo sentido, la metáfora de la lluvia («Caer un chaparrón»): omnes in te istaec recident contumeliae. (Plaut. Men. 520) («Todas sus afrentas recaerán sobre ti.») (trad. de Román Bravo). malum quom impluit ceteris, ne impluat mi. (Plaut. Mos. 871) («Los azotes que lluevan sobre los demás no lloverán sobre mí.») (trad. de Román Bravo) Pero no sólo puede caernos un mal, sino que también nosotros podemos caer en uno o hundirnos en él: retinere ad salutem, non enim quo incumbat eo impellere. (Plaut. Aul. 594) («Salvarle y no empujarlo por la pendiente que lo llevará al precipicio.») (trad. de Román Bravo) El abatimiento moral se expresa tanto en latín como en castellano con esta metáfora descendente de carácter negativo, de donde llegaremos a obtener el nombre de una enfermedad tan común en nuestros días como la «depresión»: suas paelices esse aiunt, eunt depressum. (Plaut. Cist. 37) («Dicen que somos sus concubinas, tratan de hundirnos.») (trad. de Román Bravo) Sobre la Orientacional, se conforman otras metáforas que sirven, asimismo, para expresar el carácter positivo o negativo acerca de distintos aspectos de la realidad. De entre las posibles, vamos a revisar la de COLOR-BRILLO y CALOR. La metáfora del color puede articularse en torno a los polos siguientes, en perfecta equivalencia con la anterior: «Lo blanco-claro es positivo»/«Lo negro-oscuro es negativo»16. Podemos ver un buen ejemplo de lo que decimos en la 16 Cf. Lorenzo (1994, 169): «Si del campo de la orientación pasamos al cromático y establecemos una comparación entre ambos —el espacial y el cromático—, comprobamos que hay una estrecha correspondencia,

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conocida metáfora de «Hablar claro», es decir, hablar de forma inteligible, mientras que lo oscuro expresa la dificultad: PY. edepol huiius sermo hau cinerem quaeritat. / PA. quo argumento? PY. quia enim loquitur laute et minime sordide. (Plaut. Mil. 1000-1001) («Sus palabras, por Pólux, no necesitan ceniza [i. e. para que se las saque brillo]-¿Por qué motivo?-Pues porque se expresa brillantemente, sin ninguna oscuridad.») (trad. de Román Bravo) Dentro de esta misma metáfora, en el pasaje siguiente se opone la blancura expresada con creta «cal» a sorditudo: cretast profecto horum hominum oratio. / ut mi apsterserunt omnem sorditudinem! (Plaut. Poen. 969-970) («La conversación de estos hombres es pura cal. ¡Qué pronto ha borrado mis negros pensamientos!») (trad. de Román Bravo) Es significativo que la etimología de sorditudo, si bien no es bien conocida, deba ponerse en relación con el grupo de palabras que en germánico expresa la idea de «negro» (ErnoutMeillet, s. v. sordes). En castellano, aunque hayamos perdido ya la conciencia etimológica de «sórdido» sí conservamos, no obstante, su carácter negativo. Asimismo, dentro de los mismos parámetros de valoración que estamos viendo, podemos incluir la metáfora que se expresa en los términos de «Lo caliente es positivo» y «Lo frío es negativo». Los dos ejemplos siguientes no son otra cosa que bromas basadas en esta metáfora: LY. calidum prandisti prandium hodie? dic mihi. / AG. quid iam? LY. quia os nunc frigefactas, quom rogas. (Plaut. Poen. 759-760) («Tú has tomado hoy una comida muy caliente ¿verdad? —¿Por qué?— Porque tratas de refrescarte la boca pidiendo estupideces.») (trad. de Román Bravo) os calet tibi, nunc id frigefactas. (Plaut. Rud. 1326) («Te arde la boca, ahora la enfrías con tus bromas.») (trad. de Román Bravo) Sin embargo, no es posible traducir esta metáfora al castellano en los mismos términos, aunque también exista en usos tales como «sus palabras me dejan frío» o «me dejan helado». La adecuación de las variantes al eje de la verticalidad da como resultado la siguiente ecuación: ARRIBA, BLANCO y CALIENTE es POSITIVO, mientras DEBAJO, NEGRO y FRÍO es sobre todo en lo que respecta a los dos colores de los que nos estamos ocupando más en detalle: el “blanco” y el “negro”. Los conceptos que, dentro de una orientación espacial, se sitúan “arriba” encuentran expresión en el color “blanco”, mientras que los espacialmente colocados «abajo» están simbolizados por el “negro” (...).»

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NEGATIVO. Esta lista de equivalencias es susceptible de ampliarse sustancialmente, a medida que vayamos incorporando nuevas variantes que también incidan en el sistema de valoración, como el movimiento frente a lo estático, o la cercanía frente a la lejanía. 5.5.2. «No tener pies ni cabeza»: metáforas ontológicas La Metáforas Ontológicas son las que expresan un hecho inmaterial como si de una entidad tangible se tratara, es decir, un objeto físico o una sustancia. Buen ejemplo de lo que decimos es la ya citada metáfora de «Perder el tiempo», donde el tiempo es considerado como si de una entidad, más específicamente, un recurso, se tratara. Las Metáforas Ontológicas pueden dividirse en dos grandes grupos: de Entidad y de Recipiente. 5.5.2.1. Metáforas de entidad La cuantificación, el peso y la carga, el recurso, la firmeza y la coherencia dan entidad a diversas realidades abstractas, como los sentimientos o el tiempo: a) CUANTIFICAR. Una de las cosas inmedibles que tendemos a cuantificar más regularmente en nuestra vida diaria son los sentimientos17. Los siguientes ejemplos («Ser el doble de amigos», «Abundancia de corazón» y «Legiones de inquietudes») dan buena muestra de lo que decimos: bis tanto amici sunt inter se quam prius. (Plaut. Amph. 943) («Se quieren el doble que antes.») (trad. de Román Bravo) cordis copiam (Plaut. Epid. 385) («La abundancia del corazón») (trad. de Román Bravo) nam epistula illa mihi concenturiat metum. (Plaut. Trin. 1002) («Pues esa carta levanta legiones de inquietudes en mi corazón.») (trad. de Román Bravo) La cuantificación de entidades abstractas puede medirse en términos de montañas, lo que constituye una clara hipérbole, y suele remitirse a los males: montes mali (Plaut. Epid. 84) («Montañas de males») (trad. de Román Bravo) maeroris montem maxumum (Plaut. Most. 352) («Gigantesca montaña de males») (trad. de Román Bravo) b) PESO Y CARGA. En relación con la Metáfora Orientacional «Lo descendente es negativo», pueden considerarse como una carga las entidades de carácter negativo, tales como «la esclavitud», «la malicia», o «la edad» (la negación de esta última metáfora se convirtió no 17 Asimismo, ya hemos visto antes cómo la cuantificación podía ser el dominio de destino de un espacio mental (dominio de origen). Ahora, la cuantificación sirve como punto de partida.

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hace mucho tiempo en un conocido reclamo publicitario: «no pesan los años, pesan los kilos»): SY. nequeo mecastor, tantum hoc onerist quod fero. / DO. quid oneris? SY. annos octoginta et quattuor. (Plaut. Mer. 672-673) («No puedo soportar, por Cástor, la carga que llevo encima, me pesa mucho.–¿Qué carga?-Mis 84 años.») (trad. de Román Bravo) Obsérvese cómo ya desde el latín se advierte el carácter negativo que irá tomando nuestro adjetivo castellano «oneroso», o «plomizo»: si quid peccatumst, plumbeas iras gerunt. (Plaut. Poen. 813) («Pero si los ofendes, su cólera pesa tanto como el plomo.») (trad. de Román Bravo) c) METÁFORAS DEL RECURSO. ACTIVIDAD COMO RECURSO. «La actividad (opera) es un recurso». Se trata de una metáfora tan asumida en la lengua latina, así como en la castellana, que nos resulta difícil verla como tal. A la rica productividad de la metáfora se deben las variaciones de expresión, que pueden resumirse en «Dar actividad» (=»ayudar»), «Perder o echar a perder la actividad» (= «perder el tiempo»): tibi nunc operam dabo. (Plaut. Bacch. 103) («Ahora te ayudaré.») (trad. de Román Bravo) ego faxo et operam et vinum perdiderit simul. (Plaut. Aul. 578) («Le haré perder a la vez su tiempo y su vino.») (trad. de Román Bravo) Esta metáfora de la actividad es equivalente a nuestra expresión «Perder el tiempo», que parte de la metáfora «El tiempo es un recurso». Opera define a la clase servil (González Vázquez 1996, 213), así como, mutatis mutandis, nuestro «Perder el tiempo» se adscribe básicamente a la gente ocupada. Muy interesante es, por lo demás, la realización equivalente a la nuestra de «Tener tiempo», donde, junto con opera est mihi, tenemos la de otium est mihi: dicam, si videam tibi esse operam aut otium. / LY. quamquam negotiumst, si quid veis, Demipho, / non sum occupatus umquam amico operam dare. (Plaut. Mer. 286-288) («Te lo diría, si supiera que estabas libre y desocupado. —Aunque tengo cosas que hacer, si me necesitas para algo, no hay ocupación que pueda impedirme escuchar a un amigo.») (trad. de Román Bravo) Asimismo, tenemos otra metáfora que se puede expresar como «El tiempo y la ocasión son recursos», que se realiza en frases como «Perder la ocasión» y las distintas referentes a la jornada, como «Mutilar el día»: 103

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videtur tempus venisse atque occasio. (Plaut. Asin. 291) («Parece que ha llegado el tiempo y la ocasión.») (trad. de Román Bravo) quin ego hanc iubeo tacere, quae loquens lacerat diem? (Plaut. Trin. 999) («¿Por qué no hago callar a ésta que con su cháchara está mutilando el día?») (trad. de Román Bravo) d) FIRMEZA. La metáfora del edificio para simbolizar entidades abstractas es, asimismo, muy productiva.»El poder político», «el estado de ánimo», o «la educación» son un edificio: regique Thebano Creoni regnum stabilivit suom. (Plaut. Amph. 194) («Ha consolidado su reino a Creonte, rey de Tebas.») (trad. de Román Bravo) si istam firmitudinem animi optines, salvi sumus. (Plaut. Asin. 320) («Si conservas esta firmeza de ánimo, estamos salvados.») (trad. de Román Bravo) primundum parentes fabri liberum sunt:/ i fundamentum supstruont liberorum. (Plaut. Most. 120-121) («En primer lugar los padres son los constructores de su hijos. Ellos ponen sus cimientos.») (trad. de Román Bravo) Por el contrario, «La desgracia es un edificio en ruina», lo que responde, asimismo, a la congruencia que ha de guardar con la Metáfora Orientacional «Lo descendente es negativo»: tantae in te impendent ruinae: nisi suffulcis firmiter. (Plaut. Epid. 83) («El edificio se viene abajo y amenaza con desplomarse sobre ti, si no lo apuntalas sólidamente.») (trad. de Román Bravo) e) COHERENCIA. Formulable en los términos de «La coherencia es un cuerpo», se trata de una interesante metáfora que también podemos encontrar en castellano como unidad fraseológica (Fidalgo Estébez 1992): «No tener ni pies ni cabeza». Se adscribe, además, a las metáforas que podemos expresar como «El cuerpo es una medida»: garriet quoi neque pes umquam neque caput compareat. (Plaut. Capt. 614) («Te dirá cosas que no tienen ni pies ni cabeza.») (trad. de Román Bravo) Esta metáfora puede convertirse en un motivo cómico: LE. ego caput huic argento fui hodie reperiundo. / LI. ego pes fui. ARG. quin nec caput nec pes sermoni apparet. (Plaut. Asin. 728-729) («Para conseguir este dinero, yo he sido la cabeza. —Y yo he sido los pies. —Pues vuestras palabras no tienen ni pies ni cabeza.») (trad. de Román Bravo) 5.5.2.2. Metáforas de recipiente Límites, espacios, caminos, nudos y pliegues son susceptibles de servir para la expresión de realidades diversas, tales como los sentimientos, la pobreza, el amor, o las soluciones: Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos 2003, Anejo I

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a) METÁFORAS DEL LÍMITE (MODVS). Señalan Lakoff y Johnson que «hay pocos instintos humanos más básicos que la territorialidad. Y definir un territorio, poner una frontera alrededor, es un acto de cuantificación» (Lakoff y Johnson 1991, 68). En la cultura latina, este sentido de la territorialidad se puede percibir claramente en términos como modus y limes. Así, transcendiendo las realidades meramente espaciales, podemos decir que «Los sentimientos o la paciencia tienen un modus», que nos lleva directamente en castellano a «moderado»: quorum animis avidis atque insatietatibus/ neque lex neque sutor capere est qui possit modum. (Plaut. Aul. 486-487) («A cuya avaricia e insaciabilidad no hay ley capaz de poner límite ni zapatero capaz de tomar medida.») (trad. de Román Bravo) verum est modu’ tamen, quoad pati uxorem oportet; (Plaut. Men. 769) («Pero la paciencia de una esposa debe tener un límite;») (trad. de Román Bravo) b) ESPACIO CONCEPTUAL. Este tipo de metáforas sirve para convertir en lugares entidades abstractas, como «La pobreza»: ego pol te redigam eodem unde orta es, ad egestatis terminos. (Plaut. Asin. 139) («Por Pólux, que yo te haré volver al sitio del que has salido, a los confines de la pobreza.») (trad. de Román Bravo) El siguiente pasaje, que convierte en espacio imaginario la adversidad, tiene una clara intención etimológica (advorsus/vorsari) que nos remite al castellano «versado»: PS. scitne in re advorsa vorsari? CH. turbo non aeque citust. (Plaut. Pseud. 745) («¿Y sabe dar vueltas (desenvolverse) en las adversidades? —Una peonza no da vueltas tan deprisa como él.») (trad. de Román Bravo) Recordemos que vorsari está claramente relacionado con vorsutus (vorsutior es quam rota figularis [Plaut. Epid. 371] «eres más astuto que un torno de alfarero» [trad. literal de Román Bravo]). c) CAMINO E ITINERARIO. Metáforas de gran arraigo en nuestra cultura son «El amor es un viaje», así como «La vida es un camino»: Qui amans egens ingressus est princeps in Amoris vias. (Plaut. Per. 1) («El primer enamorado que, sin un centavo, se embarcó en la nave del amor.») (trad. de Román Bravo) decurso aetatis spatio (Plaut. St. 81) («El tramo final de la vida») (trad. de Román Bravo) Este último ejemplo nos recuerda el comienzo de la Divina Comedia de Dante, que abre su discurso alegórico precisamente con esta metáfora: «A mitad del camino de la vida/yo me 105

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encontraba en una selva oscura, /con la senda derecha ya perdida» (trad. de Ángel Crespo). Por su parte, podemos decir que «El discurso es un itinerario» y que «El tema del discurso es el rumbo». Así lo vemos en el Prólogo de Menaechmi, al exponer el argumento: verum illuc redeo unde abii atque uno asto in loco. (Plaut. Men. 56) («Pero ya vuelvo al punto de partida y esta vez no me muevo de ahí.») (trad. de Román Bravo) Y podemos reconocer también en latín nuestra usual expresión «no sé a dónde quieres llegar con lo que me dices»: intellego hercle, sed quo evadas nescio. (Plaut. Poen. 172) («Te entiendo, pero no sé a dónde quieres ir a parar.») (trad. de Román Bravo) Por su parte, la metáfora de «Salir/Estar estancado» sirve para referirse a soluciones y problemas, concebidos los problemas como lugares de los que es difícil salir, y las soluciones, por el contrario, como las salidas, como en la metáfora «La salvación es un vado» (vadum salutis), o «La solución es un camino»: enim haereo;/ ni occupo aliquid mihi consilium, hi domum me ad se auferent. (Plaut. Men. 846-847) («Estoy en un atolladero: si no se me ocurre enseguida alguna solución, éstos me llevarán a su casa.») (trad. de Román Bravo) haec propemodum iam esse in vado salutis res videtur. (Plaut. Aul. 803) («Me parece que esto está ya en el vado de la salvación.») (trad. de Román Bravo) ipsi hiquidem mihi dant viam, quo pacto ab se argentum auferam. (Plaut. Epid. 193) («Ellos mismos me indican el camino para quitarles el dinero.») (trad. de Román Bravo) d) NUDOS Y PLIEGUES. Esta metáfora puede expresarse en los términos de «Desatar es resolver»: pugnis rem solvant, si quis poscat clarius. (Plaut. Cur. 379) («Resuelvan el asunto a puñetazos, si alguno viene a reclamar en tono demasiado alto.») (trad. de Román Bravo) El siguiente pasaje juega precisamente con el sentido literal de resolver (RE-SUELTO-ATADO): PS. (...) res erit soluta. HA. vinctam potius sic servavero. (Plaut. Pseud. 630) («El asunto estará resuelto. —Mejor lo guardaría atado.») (trad. de Román Bravo) También es muy productiva la metáfora «Desplegar es explicar», que nos remite en castellano a términos tan comunes como «simple/complejo, complicado»: Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos 2003, Anejo I

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pulchre ego hanc explicatam tibi rem dabo. (Plaut. Pseud. 926) («Te resolveré el problema de maravilla.») (trad. de Román Bravo) Más allá del pliegue y la complicación, tenemos el retorcimiento, como es el caso de estas «palabras retorcidas»: intortam orationem (Plaut. Cist. 730) («Discurso retorcido») (trad. de Román Bravo) 5.5.3. «Dar jaque mate»: nuevas metáforas Sobre los dos tipos de metáforas anteriores se pueden conformar metáforas de carácter más concreto, o nuevas metáforas, que dan la posibilidad de utilizar un concepto para estructurar otro. Así, por ejemplo, cuando decimos «he devorado todo cuanto ha dicho», estamos ante una metáfora expresable en los términos de «Las palabras son comida», que parte, a su vez, de una metáfora más básica del grupo de las Ontológicas: «Las palabras son objetos». Vamos a tratar en último lugar de este tipo de metáforas más concretas, pero montadas precisamente sobre los esquemas conceptuales de las anteriormente vistas, remitiéndonos a las metáforas referidas al ser humano, aunque contamos con otras metáforas igualmente interesantes como las del medio físico, o las sociales. Vamos a dividir las metáforas del ser humano entre las referidas a la comida y la bebida, las que conciernen al cuerpo y, finalmente, las relativas al juego: a) COMIDA Y BEBIDA COMO METÁFORA DE ENTIDAD No hay realidad física más cercana a nosotros que nuestro propio cuerpo, así como sus distintas funciones fisiológicas, y en la obra de Plauto tanto el cuerpo como su gestualidad ocupan un lugar preeminente (cf. Solimano 1993). Si nos remitimos a las metáforas tomadas del ámbito de la alimentación, podemos encontrar algunas de gran recurrencia, como «Las palabras son comida» y «Las palabras son bebida», basadas en una Metáfora Ontológica subyacente («Las palabras son objetos»): EVC. Nimium lubenter edi sermonem tuom. / ME. an audivisti? EVC. usque a principio omnia. (Plaut. Aul. 537-538) («He devorado tu discurso con sumo placer. —¿Lo has oído? —Todo, desde el principio hasta el fin.») non ego cum vino simitu ebibi imperium tuom. (Plaut. Amph. 631) («No me he bebido tus órdenes juntamente con el vino.») (trad. de Román Bravo) postquam adbibere aures meae tuam oram orationis. (Plaut. Mil. 883) («En cuanto mis oídos bebieron el primer sorbo de tu discurso.») (trad. de Román Bravo) En este juego de sinestesias, son, por su parte, muy interesantes las metáforas donde se experimenta el castigo como un trago amargo. Así tenemos «El castigo es una bebida» y «Un mal trago»: 107

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nam ecastor malum maerore metuo ne mixtum bibam. (Plaut. Aul. 279) («Me temo, por Cástor, que voy a beber una copa de hiel mezclada con lágrimas.») (trad. de Román Bravo) nam mihi iam video propter te victitandum sorbilo. (Plaut. Poen. 397) («Pues estoy viendo que por tu culpa he de beber un trago amargo.») (trad. de Román Bravo) A esta metáfora, relacionada, por lo demás, con el carácter negativo de lo estrecho (Lakoff y Johnson 1991, 55), podemos unir el elemento gestual de la garganta para expresar la angustia, lo que la hace aún más compleja. b) EL CUERPO COMO METÁFORA ORIENTACIONAL Y DE RECIPIENTE El cuerpo humano, asimismo, puede servirnos como Metáfora Orientacional convenientemente dividido en su mitad superior e inferior. Es muy interesante, en este sentido, la metáfora del cuerpo humano como medida de tiempo, de donde tenemos que el mediodía es el ombligo: dies quidem iam ad umbilicum est dimidiatus mortuos. (Plaut. Men. 154) («Porque el día está ya medio muerto, muerto hasta el ombligo.») (trad. de Román Bravo) El carácter positivo de la parte superior, así como el negativo de la inferior, puede verse claramente en este pasaje de carácter misógino donde se habla sobre el vestido de las mujeres: summum olefactare oportet vestimentum muliebre, / nam ex istoc loco spurcatur nasum odore inlutili. (Plaut. Men. 167-168) («Un vestido de mujer hay que olerlo por la parte de arriba. Pues si lo hueles por ese lado, te infecta la nariz con un hedor que no se te va de encima.») (trad. de Román Bravo) Si pasamos ahora al ámbito de las Metáforas Ontológicas, también el cuerpo humano sirve como recipiente de entidades abstractas, ya desde su propia concepción como límite («dentro y fuera»): nam et intus paveo et foris formido, / ita nunc utrubique metus me agitat. (Plaut. Cist. 688-689) («Por dentro siento pavor, por fuera siento pánico: ¡tan grande es el miedo que por una y otra parte me agita.») (trad. de Román Bravo) Y las distintas partes del cuerpo pueden entenderse en calidad de recipientes, como es el caso del corazón, que ha de unirse a otra metáfora procedente del ámbito físico («El amor es fuego»): ita mi in pectore atque in corde facit amor incendium. (Plaut. Mer. 590) («Tal es el incendio que el amor ha provocado en mi pecho y en mi corazón.») (trad. de Román Bravo) Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos 2003, Anejo I

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c) EL JUEGO Entre las muchas metáforas posibles son muy ilustrativas las que se remiten a la actividad del juego, formulables en los términos de «La vida es un juego». A partir de esta metáfora general obtenemos la realización concreta que en nuestra cultura podemos expresar como «poner contra las cuerdas» o «dar jaque mate», cuando logramos vencer en una situación dada —y que nada tiene que ver con el juego— a alguien con nuestro ingenio. Así lo vemos en latín en el rico conjunto de metáforas extraídas de los diversos juegos de mesa (Márquez Huelves 2001): profecto ad incitas lenonem rediget, si eas abduxerit. (Plaut. Poen. 907) («No cabe duda de que, si consigue quitárselas, le habrá dado al lenón jaque mate.») (trad. de Román Bravo) El contenido enciclopédico nos remite a un juego llamado ludus calculorum o latrunculorum donde había que inmovilizar las fichas del jugador contrario (de ahí incita «que no puede moverse»), obliga a buscar para la traducción al castellano un equivalente con otro juego que haga comprensible la metáfora para el lector moderno, de ahí que se busque el equivalente «dar jaque mate». Singularmente, tanto en el juego que nos remite el texto de Plauto como en el del ajedrez estaríamos, a su vez, ante la metáfora de un juego que simula una batalla, lo que haría, a su vez, más rica la metáfora final, expresable en los términos «La vida es juego-combate». 5.5.4. Visión del mundo. Hacia un entramado conceptual El fin último de un análisis de estas características es dar con el entramado conceptual de la lengua y la cultura estudiadas. En el siguiente cuadro sinóptico tratamos de resumir lo expuesto en este capítulo, colocando en la parte izquierda los elementos del mundo físico que sirven para expresar los contenidos abstractos que figuran a la derecha: MUNDO FÍSICO («DOMINIO ORIGEN»)

ÁMBITO CONCEPTUAL («DOMINIO DESTINO»)

METÁFORAS ORIENTACIONALES VERTICALIDAD, COLOR, CALOR

Valoración Positiva o Negativa Cuantificación

METÁFORAS ONTOLÓGICAS ENTIDAD CUANTIFICAR

Sentimientos, Entidades abstractas

PESO Y CARGA

Entidades negativas

RECURSOS

Actividad, Tiempo

FIRMEZA

Poder, Confianza, Ánimo, Educación

CUERPO

Coherencia

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MUNDO FÍSICO («DOMINIO ORIGEN»)

ÁMBITO CONCEPTUAL («DOMINIO DESTINO») RECIPIENTE

LÍMITE (modus)

Sentimientos, Sufrimientos

LUGAR

Pobreza, Adversidad, Astucia

CAMINO

El amor, La vida, Discurso. Problemas/Soluciones

NUDOS Y PLIEGUES

Soluciones, Explicaciones, Palabras

NUEVAS METÁFORAS. EL SER HUMANO COMIDA Y BEBIDA COMO METÁFORA DE ENTIDAD COMIDA Y BEBIDA

Palabras, Acciones, Castigos

EL CUERPO COMO METÁFORA ORIENTACIONAL Y DE RECIPIENTE VERTICALIDAD

Medida, Carácter Positivo o Negativo

PARTES DEL CUERPO

Entidades Abstractas JUEGO-COMBATE

JUEGO DE MESA

La vida

Tomar como objeto de estudio una lengua clásica ofrece, por su parte, una nueva dimensión histórica y etimológica para el estudio de las metáforas. Éstas son, por lo demás, reconocibles en castellano, aunque en casos puntuales, como el de la metáfora expresable en los términos de «Lo caliente es positivo/Lo frío es negativo» no pueda ser entendida exactamente igual. De esta forma, la investigación del estudio de las metáfora en una lengua clásica revelará una serie de metáforas comunes con las que encontramos en una lengua moderna, pero, además, encontraremos otras que no coincidirán exactamente con las nuestras y algunas totalmente específicas de esa cultura, especialmente las del tercer tipo. 5.6. Aspectos relevantes Hemos llevado a cabo un sucinto y parcial repaso por cuatro aspectos relevantes de la investigación en lingüística cognitiva desde la perspectiva de las lenguas clásicas: a) la categorización y la prototipicidad desde el punto de vista de la evolución del contenido en las etimologías históricas, así como el análisis de discurso para encontar indicios de prototipicidad. b) la iconicidad, que devuelve a los viejos textos de etimología un nuevo protagonismo por algunas de sus intuiciones de alcance cognitivo, a pesar de que la mayoría de las etimologías precientíficas sean erróneas desde el punto de vista de la lingüística histórica. Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos 2003, Anejo I

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c) la gramática emergente y la subjetivación, en los que las lenguas clásicas, con su perspectiva histórica, pueden prestar una inestimable ayuda. Aquí hemos presentado el ejemplo del sistema preverbial latino, como ejemplo paradigmático de unos contenidos espaciales (externos) que se van interiorizando en la conciencia del hablante hasta llegar a expresar nociones tales como la valoración positiva o negativa. d) las metáforas de la vida cotidiana en sus tres modalidades, a las que las lenguas clásicas les confieren una necesaria dimensión histórica para poder así ilustrar su evolución hasta las lenguas romances. En definitiva, la lingüística cognitiva desde la perspectiva de las lenguas clásicas presenta una serie de aspectos específicos, pero ello no impide, sino todo lo contrario, un fértil flujo recíproco entre el objeto de estudio y el nuevo paradigma: así pues, se nos aportan nuevos instrumentos para comprender mejor los textos y observar en ellos aspectos que se han considerado irrelevantes; por su parte, los textos clásicos aportan a la lingüística cognitiva una necesaria y oportuna perspectiva histórica, tanto para apreciar mejor la génesis de sus planteamientos, como para la propia perspectiva diacrónica de los diferentes aspectos cognitivos en las lenguas modernas. Por lo demás, nuestro uso de las oposiciones de contenido como punto de partida de ciertos análisis cognitivos nace de la convicción de que la semántica bipolar y tripolar pueden y deben ser aproximaciones compatibles. Y esto lo decimos ante la indiferencia de quienes no valoran —ni conocen— la diferencia entre designación y significado, así como ante el posible rechazo de quienes no aceptan la compatibilidad de ambas aproximaciones.

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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

La siguiente bibliografía se limita a dar cuenta de las obras citadas en este libro. Para una relación bibliográfica más completa, puede consultarse la excelente bibliografía de Matilde Conde Salazar y Cristina Martín Puente (1998). ADIEGO, I. X. (ed.) (1999) Actes del XII Simposi de la secció catalana de la SEEC, Tortosa, Ajuntament de Tortosa ALDAMA, A., M.ª; DEL BARRIO, M.ª F. y ESPIGARES, A. (eds.) (2002) Nova et vetera. Nuevos horizontes de la Filología Latina, Madrid. Sociedad de Estudios Latinos. ALVAR EZQUERRA, A. y GARCÍA FERNÁNDEZ, J. (eds.) (1998) Actas del IX Congreso Español de Estudios Clásicos. Lingüística latina, Madrid, Ediciones Clásicas ALVAR EZQUERRA, A. y GARCÍA JURADO, F. (eds.) (2001) Actas del X Congreso Español de Estudios Clásicos II, Madrid, Sociedad Española de Estudios Clásicos AMSLER, M. (1989) Etymology and grammatical discourse in late Antiquity and the early Middle Ages, Amsterdam/Philadelphia, John Benjamins APRESJAN, J. (1978) «Análisis distribucional de los significados y campos semánticos estructurados», en Todorov 1978, 49-80 ARIAS ABELLÁN, C. (1992) «Sobre los conceptos de uso neutro y neutralización y su reflejo en las estructuras léxicas», Habis 23, 479-485 BALDINGER, K. (1970) Teoría Semántica. Hacia una semántica moderna, Madrid, Ediciones Alcalá BAMMESBERGER, A. y HEBERLEIN F. (eds.) (1996) Akten des VIII internationalen Kolloquiums zur lateinischen Linguistik, Heidelberg, Universitätsverlag C. Winter BAÑOS, J. M. (1998) «Las comparativas con quam + verbo personal en latín», en Espinilla, Quetglas y Torrego 2002, 39-62 Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos 2003, Anejo I

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ISBN: 84-95215-70-5 ISSN: 1696-1439

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Índice de Palabras Latinas accendo accipio ad incitas (addormio) (addormisco) adigo adimo alo amicio amor anima animula appareo ardeo aspicio ater audio aufero

61 54, 62-63, 81 92-93, 109 79 79 91 30, 31, 54, 62-63, 81 58 40, 77, 78, 81-83, 84 23-25 50 50 59, 60 61 56 44-45 65 68

bibo

63

caelum calceo capio careo caveo cedo cibo cingo circumdo clarus comcomedo

18 77 94 62 67 30 78, 81 84 84 18 51 50

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(condormio) condormisco conduco consopio contego convestio creta cupido cupio

79 79 30 79 50, 51, 84 84 101 23-25 31

dedecedo decoro deduco dexter dico disdiscingo disco displiceo do 81 doceo

46, 95-96 46 37 96 95 65 51, 94 94 53, 54, 61, 65, 78 94 30, 31, 50, 54, 59, 62-63,

docilis doleo dormio (dormisco) dormito

30, 31, 50, 53, 54, 61, 64, 65, 78, 81 65 67 61, 78, 79 79 79

edo edomo (edormio)

50, 61, 78 65 79 ISBN: 84-95215-70-5 ISSN: 1696-1439

Introducción a la semántica latina (De la semántica tradicional al cognitivismo)

(edormisco) educo (educare) educo (educere) effluo egeo eo eripio erus essurio exexcido exorno experior

79 58, 64 58 68 62-63 57 68 55-56, 63 61 58, 94 68 84 67

inferus infimus infra inicio inlautus insterno instruo intego interintereo interficio investio involvo

97 97 95 84 52 84 37 51, 84 66, 94 66 66 84 84

facio faveo fio flumen fluo fugio fugo

60, 61 31 60, 61 18 18 53, 59, 81 53, 59, 81

genetrix gigno

42-44, 85, 88 61

laetus lateo Latium liber limes loco Lucifer ludifico ludus calculorum

99 17, 61 17 55-57, 63 105 31 35 50 109

habeo habito habitus homo horreo horresco

50, 60, 63, 69 50 69 63 57 57

maereo mater minimus modus moveo mulier

67 42-44, 85, 88-89 97 105 30 41, 63

iaceo iacio impero inauratus incingo indormio loc. (indormio) ing. (indormisco) induo inferior

61 61, 71 55, 66 52 84 79 79 79 40, 78, 81-83, 84 97

nascor naufragium nec caput nec pes sermoni apparet niger nimis nubo nutrix

61 51 99, 104 44-45 77, 84 74 42-44, 85, 88-89

ob(obdormio)

71, 73 79

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Índice de palabras latinas

obdormisco obicio occulo opera operio (opsopio) ornatus orno 82 ostendo otium

79 71-72 61 103 52, 77, 83 79 69 37-38, 69-70, 77, 78, 81,

pareo paro parum pasco passer pendeo pendo (perdormio) (perdormisco) perdo pereo persona persono piget praepraecedo privo privus promitto pudet

66 37, 55 77 78 87 61 61 79 79 66 66 90-91 88-89 70 46, 95, 96 46 81 94 69 70

reredigo redimio redormio repello rogo

92 92 84 79 54 69

saepio satis

77 77, 84

59, 60, 65 103

127

schema sedo senex servus significo sinister sido sitio sopio (soporo) sorditudo specto subsubduco subripio subsellium subsipio subsum subvenio subvolo succedo sum summus supersuperius supersum superus

69 53 74 55-56 , 62-63 21 95 53 61 61, 78, 79, 81 79 101 56 46, 51, 95, 96-97 68 68 96 96 46 96 51 46 57, 60 95, 97 46, 95-97 97 46 97

tego timeo toga tunica tunico

50, 77, 83 67 83 50, 83 50

vadum salutis vapulo velo vendo veneo verbero vescor Vesper

106 61 84 59, 60 59, 60 61 50, 78 35

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Introducción a la semántica latina (De la semántica tradicional al cognitivismo)

vestio vestitus video vir

37, 69-70, 78, 81, 82, 84 69 56, 59 41, 63

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vis nominis volo vorsutus

128

21 67 105

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